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+the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org.
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-The Project Gutenberg eBook of La corte de Carlos IV, by Benito
-Pérez Galdós
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
-of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you
-will have to check the laws of the country where you are located before
-using this eBook.
-
-Title: La corte de Carlos IV
-
-Author: Benito Pérez Galdós
-
-Release Date: January 13, 2022 [eBook #67155]
-
-Language: Spanish
-
-Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading
- Team at https://www.pgdp.net (This ebook was produced from
- images generously made available by Biblioteca Digital
- Hispánica/Biblioteca Nacional de España.)
-
-*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA CORTE DE CARLOS IV ***
-
-
-NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
-
- * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han
- convertido a MAYÚSCULAS.
-
- * Los errores de imprenta han sido corregidos.
-
- * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
- las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.
-
- * Los entrecomillados han sido convertidos en rayas iniciales de
- diálogo donde el texto adopta forma dialogada. Las restantes rayas
- han sido espaciadas según los modernos usos ortotipográficos.
-
-
-
-
- EPISODIOS NACIONALES
-
- LA CORTE DE CARLOS IV
-
-
-
-
- Es propiedad. Serán furtivos todos los ejemplares de esta obra que no
- lleven el sello del periódico _La Guirnalda_.
-
-
-
-
- EPISODIOS NACIONALES
- POR
- B. PÉREZ GALDÓS
-
- LA CORTE
- DE
- CARLOS IV
-
- CUARTA EDICIÓN
-
- MADRID
- 1886
- Imprenta y litografía de LA GUIRNALDA
- _calle de las Pozas, núm. 12_
-
-
-
-
-OBRAS DE B. PÉREZ GALDÓS
-
-
-NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS
-
- I.--Doña Perfecta (5.ª _edición_). 2 pesetas.
- II.--Gloria (dos tomos) (6.ª _edición_). 4 pesetas.
- III.--Marianela (5.ª _edición_). 2 pesetas.
- IV.--La familia de León Roch (tres tomos) (4.ª _edición_). 6 pesetas.
- V.--La Desheredada (un tomo en 4.º), 8 pesetas.
- VI.--El Amigo Manso (un tomo en 8.º), 3 pesetas. (2.ª _edición_).
- VII.--El Doctor Centeno (dos tomos), 6 ptas.
- VIII.--Tormento (un tomo en 8.º), 3,50 pesetas.
- IX.--La de Bringas (un tomo en 8.º), 3 ptas.
- X.--Lo Prohibido (dos tomos en 8.º), 6 ptas.
-
-
-EPISODIOS NACIONALES
-
-PRIMERA SERIE
-
- I.--_Trafalgar_ (6.ª edición.)
- II.--_La corte de Carlos IV_ (4.ª edición.)
- III.--_El 19 de marzo y el 2 de mayo_ (4.ª edición.)
- IV.--_Bailén_ (4.ª edición.)
- V.--_Napoleón en Chamartín_ (4.ª edición.)
- VI.--_Zaragoza_ (4.ª edición.)
- VII.--_Gerona_ (3.ª edición.)
- VIII.--_Cádiz_ (3.ª edición.)
- IX.--_Juan Martín el Empecinado_ (3.ª edición.)
- X.--_La batalla de los Arapiles_ (3.ª edición.)
-
-SEGUNDA SERIE.
-
- I.--_El equipaje del rey José._ (3.ª edición.)
- II.--_Memorias de un Cortesano de 1815._ (2.ª edición.)
- III.--_La segunda casaca._ (Id.)
- IV.--_El grande Oriente._ (3.ª)
- V.--_7 de julio._ (2.ª edición.)
- VI.--_Los cien mil hijos de San Luis._ (2.ª edición.)
- VII.--_El Terror de 1824._ (Id.)
- VIII.--_Un voluntario realista._
- IX.--_Los Apostólicos._ (2.ª edición.)
- X.--_Un faccioso más y algunos frailes menos._ (2.ª edic.)
-
- PRECIO DE CADA TOMO
- DOS PESETAS EN TODA ESPAÑA
-
-
- LA
- FONTANA DE ORO
- (1820-1823)
-
- 3.ª ed. notablemente corregida
- _Un vol. en 8.º de 400 págs._
-
-
- EL AUDAZ
- HISTORIA DE UN RADICAL DE ANTAÑO
- (1804)
-
- 3.ª ed. notablemente corregida
- _Un volumen en 8.º_
-
-
- Los pedidos de ejemplares se dirigirán a la Administración de
- _La Guirnalda_ y _Episodios Nacionales_, calle del Barco, núm. 2
- duplicado. Madrid.
-
-
-
-
-LA CORTE DE CARLOS IV
-
-I
-
-
-Sin oficio ni beneficio, sin parientes ni habientes, vagaba por Madrid
-un servidor de ustedes, maldiciendo la hora menguada en que dejó su
-ciudad natal por esta inhospitalaria Corte, cuando acudió a las páginas
-del _Diario_ para buscar ocupación honrosa. La imprenta fue mano
-de santo para la desnudez, hambre, soledad y abatimiento del pobre
-Gabriel, pues a los tres días de haber entregado a la publicidad en
-letras de molde las altas cualidades con que se creía favorecido por la
-Naturaleza, le tomó a su servicio una cómica del teatro del Príncipe,
-llamada Pepita González o _la González_. Esto pasaba a fines de 1805;
-pero lo que voy a contar ocurrió dos años después, en 1807, y cuando yo
-tenía, si mis cuentas son exactas, diez y seis años, lindando ya con
-los diez y siete.
-
-Después os hablaré de mi ama. Ante todo debo decir que mi trabajo, si
-no escaso, era divertido y muy propio para adquirir conocimiento del
-mundo en poco tiempo. Enumeraré las ocupaciones diurnas y nocturnas en
-que empleaba con todo el celo posible mis facultades morales y físicas.
-El servicio de la histrionisa me imponía los siguientes deberes:
-
-Ayudar al peinado de mi ama, que se verificaba entre doce y una, bajo
-los auspicios del maestro Richiardini, artista napolitano, a cuyas
-divinas manos se encomendaban las principales testas de la Corte.
-
-Ir a la calle del Desengaño en busca del _Blanco de perla_, del _Elíxir
-de Circasia_, de la _Pomada a la Sultana_, o de los _Polvos a la
-Marechala_, drogas muy ponderadas, que vendía un monsieur Gastan, el
-cual recibiera el secreto de confeccionarlas del mismo alquimista de
-María Antonieta.
-
-Ir a la calle de la Reina, número 21, cuarto bajo, donde existía un
-taller de estampación para pintar las telas, pues en aquel tiempo los
-vestidos de seda, generalmente de color claro, se pintaban según la
-moda, en términos que, cuando esta pasaba, se volvían a pintar con
-distintos ramos y dibujos, realizando así una alianza feliz entre la
-moda y la economía, para enseñanza de los venideros tiempos.
-
-Llevar por las tardes una olla con restos de puchero, mendrugos de pan
-y otros despojos de comida a D. Luciano Francisco Comella, autor de
-comedias muy celebradas, el cual se moría de hambre en una casa de la
-calle de la Berenjena, en compañía de su hija, que era jorobada, y le
-ayudaba en los trabajos dramáticos.
-
-Limpiar con polvos la corona y el cetro que sacaba mi ama haciendo de
-reina de Mongolia en la representación de la comedia titulada _Perderlo
-todo en un día por un ciego y loco amor, y falso zar de Moscovia_.
-
-Ayudarla en el estudio de sus papeles, especialmente en el de la
-comedia _Los inquilinos de sir John o la familia de la India, Juanito
-y Coleta_, para lo cual era preciso que yo recitase la parte de _Lord
-Lulleswing_, a fin de que ella comprendiese bien el de _milady Pankoff_.
-
-Ir en busca de la litera que había de conducirla al teatro y cargar
-también dicha litera cuando era preciso.
-
-Concurrir a la cazuela del teatro de la Cruz, para silbar
-despiadadamente _El sí de las niñas_, comedia que mi ama aborrecía,
-tanto por lo menos como a las demás del mismo autor.
-
-Pasearme por la plazuela de Santa Ana, fingiendo que miraba las
-tiendas, pero prestando disimulada y perspicua atención a lo que se
-decía en los corrillos allí formados por cómicos o saltarines, y
-cuidando de pescar al vuelo lo que charlaban los de la Cruz en contra
-de los del Príncipe.
-
-Ir en busca de un billete de balcón para la plaza de toros, bien
-al despacho, bien a casa del banderillero Espinilla, que le tenía
-reservado para mi ama, cual obsequio de una amistad tan fina como
-antigua.
-
-Acompañarla al teatro donde me era forzoso tener el cetro y la corona,
-cuando ella entraba después de la segunda escena del segundo acto,
-en _El falso zar de Moscovia_, para salir luego convertida en reina,
-confundiendo a Osloff y a los magnates que la tenían por buñolera de
-esquina.
-
-Ir a avisar puntualmente a los _mosqueteros_ para indicarles los
-pasajes que debían aplaudir fuertemente en la comedia y en la
-tonadilla, indicándoles también la función que preparaban _los de allá_
-para que se apercibieran con patriótico celo a la lucha.
-
-Ir todos los días a casa de Isidoro Máiquez con el aparente encargo de
-preguntarle cualquier cosa referente a vestidos de teatro; pero con
-el fin real de averiguar si estaba en su casa cierta y determinada
-persona, cuyo nombre me callo por ahora.
-
-Representar un papel insignificante, como de paje que entra con una
-carta, diciendo simplemente _tomad_, o de _hombre del pueblo primero_,
-que exclama al presentarse la multitud ante el rey: _Señor, justicia,
-o a tus reales plantas, coronado apéndice del sol_. (Esta clase de
-ocupación me hacía dichoso por una noche.)
-
-Y por este estilo otras mil tareas, ejercicios y empleos que no cito,
-porque acabaría tarde, molestando a mis lectores más de lo conveniente.
-En el trascurso de esta puntual historia irán saliendo mis proezas y
-con ellas los diversos y complejos servicios que presté. Ahora voy a
-dar a conocer a mi ama, la sin par Pepita González, sin omitir nada que
-pueda dar perfecta idea del mundo en que vivía.
-
-Mi ama era una muchacha más graciosa que bella, si bien aquella primera
-cualidad resplandecía en su persona de un modo tan sobresaliente que la
-presentaba como perfecta sin serlo. Todo lo que en lo físico se llama
-hermosura, y cuanto en lo moral lleva el nombre de expresión, encanto,
-coquetería, monería, etc., estaba reconcentrado en sus ojos negros,
-capaces por sí solos de decir con una mirada más que dijo Ovidio en su
-poema sobre el arte que nunca se aprende y siempre se sabe. Ante los
-ojos de mi ama dejaba de ser una hipérbole aquello de _combustibles
-áspides_ y _flamígeros ópticos disparos_, que Cañizares y Añorbe
-aplicaban a las miradas de sus heroínas.
-
-Generalmente, de los individuos que conocimos en nuestra niñez
-recordamos o los accidentes más marcados de su persona, o algún otro,
-que a pesar de ser muy insignificante, queda sin embargo grabado de un
-modo indeleble en nuestra memoria. Esto me pasa a mí con el recuerdo
-de la González. Cuando la traigo al pensamiento, se me representan
-clarísimamente dos cosas, a saber: sus ojos incomparables, y el taconeo
-de sus zapatos, _abreviadas cárceles de sus lindos pedestales_, como
-dirían Valladares o Moncín.
-
-No sé si esto bastará para que ustedes se formen idea de mujer tan
-agraciada. Yo, al recordarla, veo en aquellos grandes ojos negros,
-cuyas miradas resucitaban un muerto, y oigo el _tip-tap_ de su ligero
-paso. Esto basta para hacerla resucitar en el recinto oscuro de mi
-imaginación, y, no hay duda, es ella misma. Ahora caigo en que no
-había vestido, ni mantilla, ni lazo ni garambaina que no le sentase
-a maravilla; caigo también en que sus movimientos tenían una gracia
-especial, un cierto no sé qué, un encanto indefinible que podrá
-expresarse cuando el lenguaje tenga la riqueza suficiente para poder
-designar con una misma palabra la malicia y el recato, la modestia y
-la provocación. Esta rarísima antítesis consiste o en que nada hay más
-hipócrita que ciertas formas de compostura, o en que la malignidad ha
-descubierto que el mejor medio de vencer a la modestia es imitarla.
-
-Pero sea lo que quiera, lo cierto es que la González electrizaba al
-público con el airoso meneo de su cuerpo, su hermosa voz, su patética
-declamación en las obras sentimentales, y su inagotable sal en las
-cómicas. Igual triunfo tenía siempre que era vista en la calle por
-la turba de sus admiradores y mosqueteros, cuando iba a los toros en
-calesa o simón, o al salir del teatro en silla de mano. Desde que
-veían asomar por la ventanilla el risueño semblante guarnecido por
-los encajes de la blanca mantilla, la aclamaban con voces y palmadas
-diciendo: «Ahí va toda la gracia del mundo, viva la sal de España» u
-otras frases del mismo género. Estas ovaciones callejeras les dejaban
-a ellos muy satisfechos, y también a ella, es decir a nosotros, porque
-los criados se apropian siempre una parte de los triunfos de sus amos.
-
-Pepita era sumamente sensible, y según mi parecer, de sentimientos
-muy vivos y arrebatados, aunque por efecto de cierto disimulo tan
-sistemático en ella, que parecía segunda naturaleza, todos la tenían
-por fría. Doy fe además de que era muy caritativa, gustando de aliviar
-todas las miserias de que tenía noticia. Los pobres asediaban su casa,
-especialmente los sábados, y una de mis más trabajosas ocupaciones
-consistía en repartirles ochavos y mendrugos, cuando no se los llevaba
-todos el señor de Comella, que se comía los codos de hambre, sin dejar
-de ser el _asombro de los siglos_ y el primer dramático del mundo. La
-González vivía en su casa, sin más compañía que la de su abuela, la
-octogenaria doña Dominguita y dos criados de distinto sexo, que la
-servíamos.
-
-Y después de haber dicho lo bueno, ¿se me permitirá decir lo malo,
-respecto al carácter y costumbres de Pepa González? No, no lo digo.
-Téngase en cuenta, en disculpa de la muchacha ojinegra, que se había
-criado en el teatro, pues su madre fue _parte de por medio_ en los
-ilustres escenarios de la Cruz y los Caños, mientras su padre tocaba el
-contrabajo en los Sitios y en la Real capilla. De esta infeliz y mal
-avenida coyunda nació Pepita, y excuso decir que desde la niñez comenzó
-a aprender el oficio, con tal precocidad, que a los doce años se
-presentó por primera vez en escena, desempeñando un papel en la comedia
-de D. Antonio Frumento, _Sastre, rey y reo a un tiempo, o el Sastre
-de Astracán_. Conocida, pues, la escuela, los hábitos poco austeros
-de aquella alegre gente, a quien el general desprecio autorizaba en
-cierto modo para ser peor que los demás, ¿no sería locura exigir de mi
-ama una rigidez de principios, que habrían sido suficientes, dadas las
-circunstancias de su vida, para asegurarle la canonización?
-
-Réstame darla a conocer como actriz. En este punto debo decir tan solo
-que en aquel tiempo me parecía excelente: ignoro el efecto que su
-declamación produciría en mí hoy si la viera aparecer en el escenario
-de cualquiera de nuestros teatros. Cuando mi ama estaba en la plenitud
-de sus triunfos, no tenía rivales temibles con quienes luchar. María
-del Rosario Fernández, conocida por la _Tirana_, había muerto el año
-de 1803. Rita Luna, no menos famosa que aquella, se había retirado de
-la escena en 1806; María Fernández, denominada la _Caramba_, también
-había desaparecido. La Prado, Josefa Virg, María Ribera, María García y
-otras de aquel tiempo, no poseían extraordinarias cualidades; de modo
-que si mi ama no sobresalía de un modo notorio sobre las demás, tampoco
-su estrella se oscurecía ante el brillo de ningún astro enemigo. El
-único que entonces atraía la atención general y los aplausos de Madrid
-entero era Máiquez, y ninguna actriz podía considerarle como rival, no
-existiendo generalmente el antagonismo y la emulación sino entre los
-dioses de un mismo sexo.
-
-Pepa González estaba afiliada al bando de los anti-Moratinistas, no
-solo porque en el círculo por ella frecuentado abundaban los enemigos
-del insigne poeta, sino también porque personalmente tenía no sé qué
-motivos de irreconciliable resentimiento contra él. Aquí tengo que
-resignarme a apuntar una observación que por cierto favorece bien poco
-a mi ama; pero como para mí la verdad es lo primero, ahí va mi parecer,
-mal que pese a los manes de Pepita González. Mi observación es que la
-actriz del Príncipe no se distinguía por su buen gusto literario, ni
-en la elección de obras dramáticas, ni tampoco al escoger los libros
-que daban alimento a su abundante lectura. Verdad es que la pobrecilla
-no había leído a Luzán, ni a Montiano, ni tenía noticia de la sátira
-de Jorge Pitillas, ni mortal alguno se había tomado el trabajo de
-explicarle a Batteux ni a Blair, pues cuantos se acercaron a ella,
-tuvieron siempre más presente a Ovidio que a Aristóteles, y a Bocaccio
-más que a Despréaux.
-
-Por consiguiente, mi señora formaba bajo las banderas de D. Eleuterio
-Crispín de Andorra, con perdón sea dicho de cejijuntos Aristarcos. Y
-es que ella no veía más allá, ni hubiera comprendido toda la jerigonza
-de las reglas, aunque se las predicaran frailes descalzos. Es preciso
-advertir que el abate Cladera, de quien parece ser fidelísimo retrato
-el célebre D. Hermógenes, fue amigote del padre de nuestra heroína, y
-sin duda aquel gracioso pedantón echó en su entendimiento, durante la
-niñez, la semilla de los principios que en otra cabeza dieron por fruto
-_El gran cerco de Viena_.
-
-Ello es que mi ama gustaba de las obras de Comella, aunque últimamente,
-visto el descrédito en que había caído este dios del teatro, al
-despeñarse en la miseria desde la cumbre de su popularidad, no se
-atrevía a confesarlo delante de literatos y gente ilustrada. Como
-tuve ocasión de observar, atendiendo a sus conversaciones y poniendo
-atención a sus preferencias literarias, le gustaban aquellas comedias
-en que había mucho jaleo de entradas y salidas, revistas de tropas,
-niños hambrientos que piden la teta, decoración de _gran plaza con arco
-triunfal a la entrada_, personajes muy barbudos, tales como irlandeses,
-moscovitas o escandinavos, y un estilo con el cual podía decir la dama
-en cierta situación de apuro: «_estatua viva soy de hielo_» o «_rencor,
-finjamos... encono, disimulemos... cautela, favorecedme_.»
-
-Recuerdo que varias veces la oí lamentarse de que el nuevo gusto
-hubiera alejado de la escena diálogos concertantes como el siguiente,
-que pertenece, si mal no recuerdo, a la comedia _La mayor piedad de
-Leopoldo el Grande_:
-
-
- MARGARITA.
-
- Vamos, amor...
-
- NADASTI.
-
- Odio...
-
- ZRIN.
-
- Duda...
-
- CARLOS.
-
- Horror...
-
- ALBURQUERQUE.
-
- Confusión...
-
- ULRICA.
-
- Martirio...
-
- LOS SEIS.
-
- Vamos a esperar que el tiempo
- diga lo que tú no has dicho.
-
-
-Como este género de literatura iba cayendo en desuso, rara vez tenía
-mi ama el gusto de ver en la escena a _Pedro el Grande en el sitio de
-Pultowa_, mandando a sus soldados que comieran caballos crudos y sin
-sal, y prometiendo él por su parte almorzar piedras antes que rendir
-la plaza. Debo advertir que esta preferencia más consistía en una
-tenaz obstinación contra los Moratinistas que en falta de luces para
-comprender la superioridad de la nueva escuela, y en que mi ama, rancia
-e intransigente española por los cuatro costados, creía que las reglas
-y el buen gusto eran malísimas cosas, solo por ser extranjeras, y que
-para dar muestras de españolismo bastaba abrazarse, como a un lábaro
-santo, a los despropósitos de nuestros poetas calagurritanos. En cuanto
-a Calderón y a Lope de Vega, ella los tenía por admirables, solo porque
-eran despreciados de los clásicos.
-
-De buena gana me extendería aquí haciendo algunas observaciones
-sobre los partidos literarios de entonces y sobre los conocimientos
-literarios del pueblo en general y de los que se disputaban su favor
-con tanto encarnizamiento; pero temo ser pesado y apartarme de mi
-principal objeto que no es discutir con pluma académica sobre cosas,
-tal vez mejor conocidas por el lector que por mí. Quédese en el tintero
-lo que no es del caso, y sigamos, una vez que dejo consignado el mal
-gusto de mi ama, cualidad que hoy afearía a cualquier marquesa, artista
-o virtuosa de lo que llaman el gran mundo; pero que entonces no era
-bastante a oscurecer ninguna de las inagotables gracias de su persona.
-
-Ya la conocen ustedes. Pues bien, ahora voy a contar lo que me he
-propuesto... ¡pero por vida de!... ahora caigo en que no debo seguir
-adelante, sin dar a conocer el papel que por mi desgracia desempeñé
-en el ruidoso estreno de _El sí de las niñas_, siendo causa de que la
-tirantez de relaciones entre mi ama y Moratín se aumentara hasta llegar
-a una solemne ruptura.
-
-
-
-
-II
-
-
-El hecho es anterior a los sucesos que me propongo narrar aquí; pero
-no importa. _El sí de las niñas_ se estrenó en enero de 1806. Mi ama
-trabajaba en los _Caños del Peral_, porque el Príncipe, incendiado
-algún tiempo antes, no estaba aún reedificado. La comedia de Moratín,
-leída varias veces por este en las reuniones del Príncipe de la Paz
-y de Tineo, se anunciaba como un acontecimiento literario que había
-de rematar gloriosamente su reputación. Los enemigos en letras, que
-eran muchos, y los envidiosos, que eran más, hacían correr rumores
-alarmantes, diciendo que la tal obra era un comedión más soporífero
-que _La mojigata_, más vulgar que _El barón_, y más antiespañol que
-_El café_. Aún faltaban muchos días para el estreno, y ya corrían de
-mano en mano sátiras y diatribas, que no llegaron a imprimirse. Hasta
-se tocaron registros de pasmoso efecto entonces, cuales eran excitar
-la suspicacia de la censura eclesiástica, para que no se permitiera
-la representación; pero de todo triunfó el mérito de nuestro primer
-dramático, y _El sí de las niñas_ fue representado el 24 de enero.
-
-Yo formé parte, no sin alborozo, porque mis pocos años me autorizaban a
-ello, de la tremenda conjuración fraguada en el vestuario de los Caños
-del Peral, y en otros oscuros conciliábulos, donde míseramente vivían
-entre _cendales arachneos_ algunos de los más afamados dramaturgos del
-siglo precedente. Capitaneaba la conjuración un poeta, de cuya persona
-y estilo pueden ustedes formarse idea si recuerdan al omnímodo escritor
-a quien Mercurio escoge entre la gárrula multitud para presentarlo
-a Apolo. No recuerdo su nombre, aunque sí su figura, que era la de
-un despreciable y mezquino ser constituido moral y físicamente como
-por limosna de la maternal Naturaleza. Consumido su espíritu por la
-envidia, y su cuerpo por la miseria, ganaba en fealdad y repulsión de
-año en año; y como su numen ramplón, probado en todos los géneros,
-desde el heroico al didascálico, no daba ya sino frutos a que hacían
-ascos los mismos sectarios de la escuela, estaba al fin consagrado a
-componer groseras diatribas y torpes críticas contra los enemigos de
-aquellos a cuya sombra vivía sin más trabajo que el de la adulación.
-
-Este hijo de Apolo nos condujo en imponente procesión a la cazuela de
-la Cruz, donde debíamos manifestar con estudiadas señales de desagrado
-los errores de la escuela clásica. Mucho trabajo nos costó entrar en el
-coliseo, pues aquella tarde la concurrencia era extraordinaria; pero
-al fin, gracias a que habíamos acudido temprano, ocupamos los mejores
-asientos de aquella región paradisíaca, donde se concertaban todos los
-discordes ruidos de la pasión literaria, y todos los malos olores de un
-público que no brillaba por su cultura.
-
-Ustedes creerán que el aspecto interior de los teatros de aquel tiempo
-se parece algo al de nuestros modernos coliseos. ¡Qué error tan
-grande! En el elevado recinto donde el poeta había fijado los reales
-de su tumultuoso batallón, existía un compartimiento que separaba los
-dos sexos, y de seguro el sabio legislador que tal cosa ordenó en
-los pasados siglos, se frotaría con satisfacción las manos y daríase
-un golpe en la augusta frente creyendo adelantar gran paso en la
-senda de la armonía entre hombres y mujeres. Por el contrario, la
-separación avivaba en hembras y varones el natural anhelo de entablar
-conversación, y lo que la proximidad hubiera permitido en voz baja,
-la pérfida distancia lo autorizaba en destempladas voces. Así es que
-entre uno y otro hemisferio se cruzaban palabras cariñosas o burlonas
-o soeces; observaciones que hacían desternillar de risa a todo el
-ilustre concurso; preguntas que se contestaban con juramentos, y
-agudezas cuya malicia consistía en ser dichas a gritos. Frecuentemente
-de las palabras se pasaba a las obras, y algunas andanadas de castañas,
-avellanas, o cáscaras de naranjas, cruzaban _de polo a polo_, arrojadas
-por diestra mano, ejercicio que si interrumpía la función, en cambio
-regocijaba mucho a entrambas partes.
-
-Sin embargo, bueno es advertir que este mismo público, a quien afeaban
-tan groseras exterioridades, solía dar muestras de gran instinto
-artístico, llorando con Rita Luna en el drama de Kotzebue _Misantropía
-y arrepentimiento_, o participando del sublime horror expresado por
-Isidoro en la tragedia _Orestes_. Verdad es también que ningún público
-del mundo ha excedido a aquel en donaire, para burlarse de los autores
-malos y de los poetas que no eran de su agrado. Igualmente dispuesto
-a la risa que al sentimiento, obedecía como un débil niño a las
-sugestiones de la escena. Si alguien no pudo jamás tenerle propicio,
-culpa suya fue.
-
-Mirado el teatro desde arriba parecía el más triste recinto que puede
-suponerse. Las macilentas luces de aceite que encendía un mozo saltando
-de banco en banco apenas lo iluminaban a medias y tan débilmente, que
-ni con anteojos se descubrían bien las descoloridas figuras del ahumado
-techo, donde hacía cabriolas un señor Apolo con lira y borceguíes
-encarnados. Era de ver la operación de encender la lámpara central,
-que, una vez consumada tan delicada maniobra, subía lentamente por
-máquina, entre las exclamaciones de la gente de arriba, que no dejaba
-pasar tan buena ocasión de manifestarse de un modo ruidoso.
-
-Abajo también había compartimiento, y consistía en una fuerte viga,
-llamada _degolladero_, que separaba las lunetas del patio propiamente
-dicho. Los palcos o aposentos eran unos cuchitriles estrechos y
-oscuros donde se acomodaban como podían las personas de pro; y como
-era costumbre que las damas colgasen en los antepechos sus chales y
-abrigos, el conjunto de las galerías tenía un aspecto tal, que parecía
-decoración hecha exprofeso para representar las calles de Postas o de
-Mesón de Paños.
-
-El reglamento de teatros, publicado en 1803, tendía a corregir muchos
-de estos abusos; pero como nadie se cuidaba de hacerlo cumplir, solo
-la costumbre y el progreso de la cultura reformó hábitos tan feos.
-Recuerdo que hasta mucho después de la época a que me refiero, las
-gentes conservaban el sombrero puesto, aunque el reglamento decía
-terminantemente en uno de sus artículos:
-
- «En los aposentos de todos los pisos, y sin excepción de alguno, no
- se permitirá sombrero puesto, gorro, ni red al pelo, pero sí capa o
- capote para su comodidad.»
-
-Mientras aguardábamos a que se alzase el telón, el poeta me hacía
-minucioso relato del infinito número de obras que había compuesto,
-entre dramáticas, cómicas, elegiacas, epigramáticas, venatorias,
-bucólicas y del género sentimental y mixto. Me contó el argumento de
-tres o cuatro tragedias que no esperaban más que la protección de un
-mecenas para pasar de las musas al teatro, y como si mis culpas no
-estuvieran aún bastantes purgadas con oír los argumentos, me espetó
-algunos sonetos, que si no eran exactamente iguales a aquel famosísimo
-
- Reverberante numen que del Istro
- al Marañón sublimas con tu zurda,
-
-le eran tan semejantes como una calabaza a otra.
-
-Cuando la representación iba a empezar, el poeta dirigió su mirada
-de gerifalte a los abismos del patio para ver si habían puntualmente
-acudido otros no menos importantes caudillos de la manifestación
-fraguada contra _El sí de las niñas_. Todos estaban en sus puestos, con
-puntual celo por la causa nacional. No faltaba ninguno: allí estaba el
-vidriero de la calle de la Sartén, uno de los más ilustres capitanes
-de la mosquetería; allí el vendedor de libros de la Costanilla de los
-Ángeles, hombre perito en las letras humanas; allí _Cuarta y Media_,
-cuyo fuerte pulmón hizo acallar él solo a todos los admiradores de
-_La mojigata_; allí el hojalatero de las Tres Cruces, esforzado
-adalid, que traía bajo la ancha capa algún reluciente y ruidoso
-caldero para sorprender al auditorio con sinfonías no anunciadas en el
-programa; allí el incomparable Roque Pamplinas, barbero, veterinario
-y sangrador, que con los dedos en la boca, desafiaba a todos los
-flautistas de Grecia y Roma; allí, en fin, lo más granado y florido
-que jamás midió sus armas en palenques literarios. Mi poeta quedó
-satisfecho después de pasar revista a su ejército, y luego todos
-dirigimos nuestra atención al escenario, porque la comedia había
-empezado.
-
---¡Qué principio! --dijo oyendo el primer diálogo entre D. Diego y
-Simón--. ¡Bonito modo de empezar una comedia! La escena es una posada.
-¿Qué puede pasar de interés en una posada? En todas mis comedias, que
-son muchas, aunque ninguna se ha representado, se abre la acción con un
-_jardín corintiano, fuentes monumentales a derecha e izquierda, templo
-de Juno en el fondo_, o con _gran plaza donde están formados tres
-regimientos; en el fondo la ciudad de Varsovia, a la cual se va por un
-puente..._ etc... Y oiga usted las simplezas que dice ese vejete. Que
-se va a casar con una niña que han educado las monjas de Guadalajara.
-¿Esto tiene algo de particular? ¿No es acaso lo mismo que estamos
-viendo todos los días?
-
-Con estas observaciones, el endiablado poeta no me dejaba oír la
-función, y yo, aunque a todas sus censuras contestaba con monosílabos
-de la más humilde aquiescencia, hubiera deseado que callara con mil
-demonios. Pero era preciso oírle; y cuando aparecieron doña Irene y
-doña Paquita, mi amigo y jefe no pudo contener su enfado, viendo que
-atraían la atención dos personas, de las cuales una era exactamente
-igual a su patrona, y la otra no era ninguna princesa, ni senescala, ni
-canonesa, ni landgraviata, ni archidapífera de país ruso o mongol.
-
---¡Qué asuntos tan comunes! ¡Qué bajeza de ideas! --exclamaba de
-modo que le pudieran oír todos los circunstantes--. ¿Y para esto se
-escriben comedias? ¿Pero no oye usted que esa señora está diciendo las
-mismas necedades que diría doña Mariquita o doña Gumersinda, o la tía
-Candungas? Que si tuvo un pariente obispo; que si las monjas educaron
-a la niña sin artificios ni embelecos; que la muy piojosa se casó a
-los diez y nueve con D. Epifanio; que parió veintidós hijos... así
-reventara la maldita vieja.
-
---Pero oigamos --dije yo, sin poder aguantar las importunidades del
-caudillo--, y luego nos burlaremos de Moratín.
-
---Es que no puedo sufrir tales despropósitos --continuó--. No se viene
-al teatro para ver lo que a todas horas se ve en las calles y en casa
-de cada _quisque_. Si esa señora en vez de hablar de sus partos,
-entrase echando pestes contra un general enemigo porque le mató en
-la guerra sus veintiún hijos, dejándole solo el veintidós, que está
-aún en la mamada, y lo trae para que no se lo coman los sitiados,
-que se mueren de hambre, la acción tendría interés, y ya estaría el
-público con las manos desolladas de tanto palmoteo... Amigo Gabriel,
-es preciso protestar con gran fuerza. Golpeemos el suelo con los pies
-y los bastones, demostrando nuestro cansancio e impaciencia. Ahora
-bostecemos abriendo la boca hasta que se disloquen las quijadas, y
-volvamos la cara hacia atrás, para que todos los circunstantes que
-ya nos tienen por literatos, vean que nos aburrimos de tan sandia y
-fastidiosa obra.
-
-Dicho y hecho; comenzamos a golpear el suelo, y luego bostezamos en
-coro, diciéndonos unos a otros: _¡qué fastidio!... ¡qué cosa tan
-pesada!... ¡mal empleado dinero!..._ y otras frases por el mismo
-estilo, que no dejaban de hacer su efecto: los del patio imitaron
-puntualísimamente nuestra patriótica actitud. Bien pronto un general
-murmullo de impaciencia resonó en el ámbito del teatro. Pero si había
-enemigos, no faltaban amigos, desparramados por lunetas y aposentos,
-y aquellos no tardaron en protestar contra nuestra manifestación, ya
-aplaudiendo, ya mandándonos callar con amenazas y juramentos, hasta que
-una voz fuertísima, gritando desde el fondo del patio: _¡afuera los
-chorizos!_ provocó ruidosa salva de aplausos, y nos impuso silencio.
-
-El poetastro no cabía en su pellejo de indignación. Siguió haciendo
-observaciones, conforme avanzaba la pieza, y decía:
-
---Ya, ya sé lo que va a resultar aquí. Ahora resulta que doña Paquita
-no quiere al viejo, sino a un militarito, que aún no ha salido, y
-que es sobrino del cabronazo de don Diego. Bonito enredo... Parece
-mentira que esto se aplauda en una nación culta. Yo condenaba a
-Moratín a galeras, obligándolo a no escribir más vulgaridades en
-toda su vida. ¿Te parece, Gabrielillo, que esto es comedia? Si no hay
-enredo, ni trama, ni sorpresa, ni confusiones, ni engaños, ni _quid
-pro quo_, ni aquello de disfrazarse un personaje para hacer creer
-que es otro, ni tampoco aquello de que salen dos insultándose como
-enemigos, para después percatarse de que son padre e hijo... Si ese
-D. Diego cogiera a su sobrino y matándolo bonitamente en la cueva,
-preparara un festín e hiciera servir a su novia un plato de carne de
-la víctima, bien condimentado con especias y hoja de laurel, entonces
-la cosa tendría alguna malicia... ¿Y la niña por qué disimula? ¿No
-sería más dramático, que se negase a casarse con el viejo, que le
-insultara llamándolo tirano, o le amenazara con arrojarse al Danubio o
-al Don, si osaba tocar su virginidad...? Estos poetas nuevos no saben
-inventar argumentos bonitos, sino estas majaderías con que engañan
-a los bobos, diciéndoles que son conformes a las reglas. Ánimo,
-compañeros, prepararse todo el mundo. Pronunciemos frases coléricas y
-finjamos disputar en corro, diciendo unos que esta obra es peor que _La
-mojigata_, y otros que aquella era peor que esta. El que sepa silbar
-con los dedos, hágalo _ad libitum_, y patadas a discreción. Apostrofar
-a doña Irene cuando se retire de la escena, llamándola cada cual como
-le ocurra.
-
-Dicho y hecho: conforme a las terminantes órdenes de nuestro jefe,
-armamos una espantosa grita al finalizar el acto primero. Como los
-amigos del autor protestaran contra nosotros, exclamamos _¡afuera la
-polaquería!_ y enardecidos los dos bandos por el calor de la porfía,
-se cruzaron los más duros apóstrofes, entre el discorde gritar de la
-cazuela y el patio. El acto segundo no pasó más felizmente que el
-primero; y por mi parte ponía gran atención al diálogo, porque la
-verdad era, con perdón sea dicho del poeta mi amigo, que la comedia me
-parecía muy buena, sin que yo acertara a explicarme entonces en qué
-consistían sus bellezas.
-
-La obstinación de aquella doña Irene empeñada en que su hija debía
-casarse con D. Diego porque así cuadraba a su interés, y la torpeza con
-que cerraba los ojos a la evidencia, creyendo que el consentimiento de
-su hija era sincero, sin más garantía que la educación de las monjas;
-el buen sentido del D. Diego, que no las tenía todas consigo respecto
-a la muchacha, y desconfiaba de su remilgada sumisión; la apasionada
-cortesanía de D. Carlos, la travesura de Calamocha, todos los
-incidentes de la obra, lo mismo los fundamentales que los accesorios,
-me cautivaban, y al mismo tiempo descubría vagamente en el centro de
-aquella trama un pensamiento, una intención moral, a cuyo desarrollo
-estaban sujetos todos los movimientos pasionales de los personajes.
-Sin embargo, me cuidaba mucho de guardar para mí estos raciocinios que
-hubieran significado alevosa traición a la ilustre hueste de silbantes,
-y fiel a mis banderas no cesaba de repetir con grandes aspavientos:
-«¡Qué cosa tan mala!... ¡Parece mentira que esto se escriba!...
-Ahí sale otra vez la viejecilla... Bien por el viejo ñoño... ¡Qué
-aburrimiento! ¡Miren la gracia!», etc., etc.
-
-El segundo acto pasó, como el primero, entre las manifestaciones de
-uno y otro lado; pero me parece que los amigos del poeta llevaban
-ventaja sobre nosotros. Fácil era comprender que la comedia gustaba
-al público imparcial, y que su buen éxito era seguro, a pesar de las
-indignas cábalas, en las cuales tenía yo tanta parte. El tercer acto
-fue sin disputa el mejor de los tres: yo le oí con religioso respeto,
-y luchando con las impertinencias de mi amigo el poeta, que en lo
-mejor de la pieza creyó oportuno desembuchar lo más escogido de sus
-disparates.
-
-Hay en el dicho acto, tres escenas de una belleza incomparable.
-Una es aquella en que doña Paquita descubre ante el buen D. Diego
-las luchas entre su corazón y el deber impuesto por una indiscreta
-hipócrita conformidad con superiores voluntades: otra es aquella en
-que intervienen D. Carlos y don Diego, y se desata, merced a nobles
-explicaciones, el nudo de la fábula; y la tercera es la que sostienen
-del modo más gracioso don Diego y doña Irene, aquel deseando dar por
-terminado el asunto del matrimonio, y esta interrumpiéndola a cada paso
-con sus importunas observaciones.
-
-No pude disimular el gusto que me causó esta escena, que me parecía
-el colmo de la naturalidad, de la gracia y del interés cómico; pero
-el poeta me llamó al orden injuriándome por mi deserción del campo
-_chorizo_.
-
---Perdone usted --le dije--, me he equivocado. Pero ¿no cree usted que
-esa escena no está del todo mal?
-
---¡Cómo se conoce que eres novato, y en la vida has compuesto un
-verso! ¿Qué tiene esa escena de extraordinario, ni de patético, ni de
-historiográfico...?
-
---Es que la naturalidad... Parece que ha visto uno en el mundo lo que
-el poeta pone en escena.
-
---Cascaciruelas: pues por eso mismo es tan malo. ¿Has visto que en
-_Federico II_, en _Catalina de Rusia_, en _La esclava de Negroponto_ y
-otras obras admirables, pase jamás nada que remotamente se parezca a
-las cosas de la vida? ¿Allí no es todo extraño, singular, excepcional,
-maravilloso y sorprendente? Pues por eso es tan bueno. Los poetas de
-hoy no aciertan a imitar a los de mi tiempo, y así está el arte por los
-mismos suelos.
-
---Pues yo, con perdón de usted --dije--, creo que... la obra es
-malísima, convengo; y cuando usted lo dice, bien sabido se tendrá
-por qué. Pero me parece laudable la intención del autor que se ha
-propuesto aquí, según creo, censurar los vicios de la educación que dan
-a las niñas del día, encerrándolas en los conventos, y enseñándolas a
-disimular y a mentir... Ya lo ha dicho D. Diego: las juzgan honestas,
-cuando les han enseñado el arte de callar, sofocando sus inclinaciones,
-y las madres se quedan muy contentas cuando las pobrecillas se prestan
-a pronunciar un sí perjuro, que después las hace desgraciadas.
-
---¿Y quién le mete al autor en esas filosofías? --dijo el pedante--.
-¿Qué tiene que ver la moral con el teatro? En _El mágico de Astracán_,
-en _A España dieron blasón las Asturias y León y Triunfos de D.
-Pelayo_, comedias que admira el mundo, ¿has visto acaso algún pasaje en
-que se hable del modo de educar a las niñas?
-
---Yo he oído o leído en alguna parte que el teatro sirve de
-entretenimiento y de enseñanza.
-
---¡Patarata! Además el Sr. Moratín se va a encontrar con la horma de
-su zapato, por meterse a criticar la educación que dan las señoras
-monjas. Ya tendrá que habérselas con los reverendos obispos y la santa
-Inquisición, ante cuyo tribunal se ha pensado delatar _El sí_, y se le
-delatará, sí señor.
-
---Vea usted el final --dije atendiendo a la tierna escena en que D.
-Diego casa a los dos amantes, bendiciéndoles con el cariño de un padre.
-
---¡Qué desenlace tan desabrido! Al menos lerdo se le ocurre que D.
-Diego debe casarse con doña Irene.
-
---¡Hombre! ¿D. Diego con doña Irene? Si él es una persona discreta y
-seria, ¿cómo va a casarse con esa impertinente vieja?
-
---¿Qué entiendes tú de eso, chiquillo? --exclamó amostazado el
-pedantón--. Digo que lo natural es que D. Diego se case con doña
-Irene, D. Carlos con Paquita y Rita con Simón. Así quedaría regular
-el fin, y mucho mejor si resultara que la niña era hija natural de D.
-Diego, y D. Carlos hijo espúreo de doña Irene, que le tuvo de algún
-Rey disfrazado, comandante del Cáucaso, o bailío condenado a muerte.
-De este modo, tendría mucho interés el final, mayormente si uno salía
-diciendo: _¡padre mío!_ y otro, _¡madre mía!_ con lo cual después de
-abrazarse, se casaban para dar al mundo numerosa y masculina sucesión.
-
---Vamos, que ya se acaba. Parece que el público está satisfecho --dije
-yo.
-
---Pues apretar ahora, muchachos. Manos a la boca. La comedia es pésima,
-inaguantable.
-
-La consigna fue prontamente obedecida. Yo mismo, obligado por la
-disciplina, me introduje los dedos en la boca y... ¡Sombra de Moratín!
-¡Perdón mil veces...! No lo quiero decir; que comprenda el lector mi
-ignominia y me juzgue.
-
-Pero nuestra mala estrella quiso que la mayor parte del público
-estuviese bien dispuesta en favor de la comedia. Los silbidos
-provocaron una tempestad de aplausos, no solo entre la gente de los
-aposentos y lunetas, sino entre los de la cazuela y tertulia.
-
-El justiciero pueblo que nos rodeaba, y que en su buen instinto
-artístico comprendía el mérito de la obra, protestó contra nuestra
-indigna cruzada, y algunos de los más ardientes de la falange se
-vieron aporreados de improviso. Lo que tengo más presente es la mala
-aventura que ocurrió al alumno de Apolo en aquella breve batalla por
-él provocada. Usaba un sombrero trípico de dimensiones harto mayores
-que las proporcionadas a su cabeza, y en el momento en que se volvía
-para contestar a las injurias de cierto individuo, una mano vigorosa,
-cayendo a plomo sobre aquella prenda hiperbólica, se la hundió hasta
-que las puntas descansaron sobre los hombros. En esta actitud estuvo el
-infeliz manoteando un rato sin ton ni son, incapaz para sacar a luz su
-cabeza del tenebroso recinto en que había quedado sepultada.
-
-Por fin, los amigos le sacamos con gran esfuerzo el sombrero, y él
-echando espumarajos por la boca, juró tomar venganza tan sangrienta
-como pronta; pero no pasó de aquí su furor, porque todos los
-circunstantes se reían de él, y a ninguno se dirigió para vengarse.
-Le sacamos a la calle, donde se serenó algún tanto, y nos separamos,
-prometiendo juntarnos otra vez al día siguiente en el mismo sitio.
-
-Tal fue el estreno de _El sí de las niñas_. Aunque la primera tarde
-fuimos derrotados, aún había esperanza de hundir la obra en la segunda
-o la tercera representación. Se sabía que el ministro Caballero la
-desaprobaba, jurando castigar a su autor, y esto daba esperanza al
-partido de los silbantes, que ya veían a Moratín en poder del Santo
-Oficio, con coroza de sapos, sambenito y soga al cuello. Pero la
-segunda tarde vinieron de un golpe a tierra las ilusiones de los más
-ardientes anti-Moratinistas, porque la presencia del Príncipe de la Paz
-impuso silencio a las chicharras, y nadie osó formular demostraciones
-de desagrado. Desde entonces el autor de _El sí_, a quien se dijo que
-la conspiración había sido fraguada en el cuarto de mi ama, interrumpió
-la tibia amistad que con esta le unía. La González pagó este desvío con
-un cordial aborrecimiento.
-
-
-
-
-III
-
-
-Contado este suceso, muy anterior a los que son objeto del presente
-libro, empezaré mi narración, la cual irá al compás de ciertos hechos
-ocurridos en el otoño de 1807, año que en la mente de los madrileños
-quedó marcado con el recuerdo de la famosa conspiración y causa del
-Escorial.
-
-No quiero escribir una palabra más, sin daros a conocer a una persona
-que desde aquellos días ocupó lugar privilegiado en mi corazón, siendo
-a la vez, como se verá por este relato, lección viva de mi existencia,
-pues la enseñanza que de su conocimiento me provino contribuyó de un
-modo poderoso a formar mi carácter.
-
-Todas las ropas de teatro y de calle que usaba mi ama, eran
-confeccionadas por una costurera de la calle de Cañizares, excelente
-y honradísima mujer, joven aún, aunque desmejorada por el trabajo,
-discreta y afable, en tales términos que por entre la corteza de su
-malestar presente parecían distinguirse nacimiento y condición muy
-superiores. Esto no era más que apariencia, pero a la citada persona
-le pasaba lo contrario de lo que a otros pasa, y es que son nobles sin
-parecerlo. Doña Juana, que este era el nombre de aquella santa mujer,
-tenía una hija llamada Inés, de quince años de edad, la cual le ayudaba
-en sus tareas, con más solicitud de la que podía esperarse de su
-delicado organismo y edad temprana.
-
-Enaltecía a esta muchacha, además de las gracias de su persona,
-un buen sentido, cual no he visto jamás en criaturas de su mismo
-sexo ni aun del nuestro, amaestrado ya por los años. Inés tenía el
-don especialísimo de poner todas las cosas en su verdadero lugar,
-viéndolas con luz singular y muy clara, concedida a su privilegiado
-entendimiento, sin duda para suplir con ella la inferioridad que le
-negó la fortuna. No he visto en mi larga vida otra muchacha que a
-aquella se asemejase, y estoy seguro de que a muchos parecerá este
-tipo invención mía, pues no comprenderán que haya existido, entre las
-infinitas hijas de Eva, una tan diferente de las demás. Pero créanlo
-bajo mi palabra honrada.
-
-Si ustedes hubieran conocido a Inés, y notado la imperturbable
-serenidad de su semblante, imagen del espíritu más tranquilo, más
-equilibrado, más claro, más dueño de sí mismo que ha animado el
-corporal barro, no pondrían en duda lo que digo. Todo en ella era
-sencillez, hasta su hermosura, no a propósito para despertar mundano
-entusiasmo amoroso, sino semejante a una de esas figuras simbólicas,
-que no están materialmente representadas en ninguna parte; pero que
-vemos con los ojos del alma, cuando las ideas agitándose en nuestra
-mente, pugnan por vestirse de formas visibles en la oscura región del
-cerebro.
-
-Su lenguaje era también la misma sencillez; jamás decía cosa alguna que
-no me sorprendiese como la más clara y expresiva verdad. Sus razones,
-trayéndome al sentido equitativo y templado de todas las cosas daban
-a mi entendimiento un descanso, un aplomo, de que carecía obrando
-por sí mismo. Puedo decir, comparando mi espíritu con el de Inés, y
-escudriñando la radical diferencia entre uno y otro, que el de ella
-tenía un centro y el mío no. El mío divagaba llevado y traído por
-impresiones diversas, por sentimientos contradictorios y repentinos:
-mis facultades eran como meteoros errantes que tan pronto brillan como
-se oscurecen, tan pronto marchan como chocan, según la influencia
-recibida de superiores cuerpos; mientras las suyas eran un completo y
-armónico sistema planetario, atraído, puesto en movimiento y calentado
-por el gran sol de su pura conciencia.
-
-Alguien se burlará de estas indicaciones psicológicas que yo quisiera
-fuesen tan exactas como las concibe mi oscura inteligencia; alguien
-encontrará digna de risa la presentación de semejante heroína, y harán
-mil aspavientos al ver que he querido hacer una irrisoria _Beatrice_
-con los materiales de una modistilla; pero estas burlas no me importan
-y sigo.
-
-Desde que conocí a Inés, la amé del modo más extraño que pueden
-ustedes imaginar: una viva inclinación arrastraba mi corazón hacia
-ella: pero esta inclinación era como el culto que tributamos a una
-superioridad indiscutible, como la fe que nos ocupa sublimando lo
-más noble de nuestro ser; pero dejando siempre libre una parte de él
-para las pasiones del mundo. Así es que, sin dejar de ser Inés para
-mí la primera de todas las mujeres, yo creía poder amar a otras con
-amor apropiado a las circunstancias de cada momento de la vida. Yo he
-observado que los que se consagran a un ideal, casi nunca lo hacen
-por entero, dejan una parte de sí mismos para el mundo, a que están
-unidos aunque solo sea por el suelo que pisan. Hago esta observación
-fastidiosa por si contribuye a esclarecer el peculiar estado de mi alma
-ante tan noble criatura. ¡Y era una modista, una modistilla! Reíd si os
-place.
-
-El tercer individuo de aquella honesta familia era el padre Celestino
-Santos del Malvar, hermano del difunto esposo de doña Juana, tío
-por lo tanto de Inés, clérigo desde su mocedad, varón simplísimo y
-benévolo, pero el más desgraciado de su clase, pues no tenía rentas,
-ni capellanía, ni beneficio alguno. Su modestia, su buena fe y su
-candor inagotable fueron sin duda parte a tenerle en la miseria por
-tanto tiempo; y él, aunque era un gran latino, jamás pudo conseguir
-colocación alguna. Pasaba la vida escribiendo memoriales al Príncipe de
-la Paz, de quien era paisano y fue allá en la niñez amigo; mas ni el
-Príncipe ni nadie le hacía caso.
-
-Cuando Godoy subió al ministerio prometiole una canonjía o ración, y
-en la época de este relato hacía catorce años que D. Celestino del
-Malvar estaba esperando lo prometido: mas sin que la tardanza del favor
-hiciese desmayar su ingenua confianza. Siempre que se le preguntaba,
-respondía:
-
---La semana que viene recibiré el nombramiento: así me lo ha dicho el
-oficial de la secretaría.
-
-De este modo pasaron catorce años, y la _semana que viene_ no venía
-nunca.
-
-Siempre que yo iba a aquella casa con recados de mi ama, me detenía
-todo el tiempo posible, y a ella acudía también en mis ratos de
-ocio, gozando mucho en contemplar la apacible existencia de una
-familia, cuyos tres individuos tan honda simpatía habían despertado
-en mi corazón. Doña Juana y su hija siempre cosiendo, cosiendo con
-eterna aguja una tela sin fin. De esto vivían los tres, pues el padre
-Celestino, tocando la flauta, haciendo versos latinos, o consumiendo
-tinta y papel en larguísimos memoriales, no ganaba más caudal que el de
-sus esperanzas, siempre colocadas a interés compuesto.
-
-Nuestras conversaciones eran siempre entretenidas y amenas. Yo les
-contaba mi breve historia, y les hacía reír dándoles a conocer
-los locos proyectos que imaginaba para lo porvenir. Nos reíamos
-discretamente y sin saña de la buena fe de D. Celestino, y este después
-de salir a informarse de su asunto, volvía lleno de júbilo, dejaba
-sobre una silla el sombrero de teja y el manteo, y restregándose las
-manos, decía al sentarse junto a nosotros:
-
---Ahora sí que va de veras. La semana que entra, sin falta. Me han
-dicho que ocurrieron ciertas dilacioncillas; pero ya están vencidas, a
-Dios gracias. La semana que entra, sin falta.
-
-Cierto día le dije:
-
---Usted, D. Celestino, no ha conseguido ya lo que desea, porque es
-hombre encogido y no se lanza... pues... no se lanza.
-
---¿Qué es eso de lanzarse, chiquillo? --me preguntó.
-
---Pues... a mí me han dicho que hoy conviene pedir veinte para que den
-cinco. Además, váyase el mérito con mil demonios: lo que conviene es
-tener desvergüenza para meterse en todas partes, buscar la amistad de
-personas poderosas; en fin, hacer lo que los demás han hecho para subir
-a esos puestos en que son la admiración del mundo.
-
---¡Ah, Gabriel! --dijo doña Juana--. Tú eres un ambiciosillo a quien
-alguien ha trastornado el juicio. Lo que menos crees tú es que te has
-de ver por ensalmo en la corte, cubierto de galones y mandando y
-disponiendo desde la Secretaría del Despacho.
-
---Justo y cabal, señora mía --dije yo riendo y atento a lo que
-expresaba el semblante de Inés, con quien repetidas veces había hablado
-del mismo asunto--. Aunque estoy en el mundo sin padre ni madre, ni
-perro que me ladre, yo creo que bien puedo esperar lo que otros han
-tenido sin ser más sabios que yo. De menos hizo Dios a Cañete a quien
-hizo de un puñete.
-
---Tú tienes disposición, Gabriel --dijo gravemente D. Celestino--;
-y mucho será que de un día para otro no te veamos convertido en
-personaje. Entonces no te dignarás hablarnos, ni vendrás a casa;
-pero hijo, es preciso que aprendas los clásicos latinos, sin lo
-cual no hallarás abierta ninguna de las puertas de la fortuna; y
-además te aconsejo que aprendas a tañer la flauta, porque la música
-es suavizadora de las costumbres, endulza los ánimos más agrios, y
-predispone a la benevolencia para con los que la manejan bien. Y si no,
-ahí me tienes a mí, que de seguro nada habría conseguido si de antiguo
-no cultivara mi entendimiento en aquellas dos divinísimas artes.
-
---No echaré en saco roto la advertencia --repuse--, pues todos sabemos
-a qué debe su encumbramiento el hombre más poderoso que hay hoy en
-España después del Rey.
-
---¡Calumnias! --exclamó irritado el sacerdote--. Mi paisano, amigo y
-mecenas, el señor Príncipe de la Paz, debe su elevación a su gran
-mérito, a su sabiduría y tacto político, y no a supuestas habilidades
-en la guitarra y en las castañuelas, como dice el estólido vulgo.
-
---Sea lo que quiera --añadí yo--, lo cierto es que ese hombre, de
-humildísimo guardia ha subido a cuanto hay que subir. Bien claro está.
-
---Pues no dudes que tú harás otro tanto --dijo con ironía doña Juana--.
-De hombres se hacen los obispos, como dijo el otro.
-
---Verdad es --repuse siguiendo la broma--, y juro que he de hacer a D.
-Celestino arzobispo de Toledo.
-
---Alto allá --dijo el clérigo seriamente--. No acepto yo un cargo para
-el que me reconozco sin méritos. Bastante tendré yo con una capellanía
-de Reyes Nuevos o el arcedianato de Talavera.
-
-Así siguió entre veras y burlas la conversación, hasta que saliendo de
-la salita doña Juana y el buen presbítero, nos dejaron solos a Inés y a
-mí.
-
---Cómo se ríen de mis proyectos, niñita mía --le dije--. Pero tú
-comprenderás que un muchacho como yo no debe contentarse con servir
-a cómicos por toda su vida. A ver: de todo lo que yo puedo ser, Dios
-mediante, ¿qué te gusta más? Escoge: ¿te gustaría que fuese capitán
-general, príncipe coronado, con vasallos y ejército, señor de muchas
-tierras, primer ministro que quite y ponga los empleados a su antojo,
-obispo?... No, obispo no, porque entonces no podría casarme contigo,
-para hacerte llevar en carroza de doce caballos...
-
-Inés se puso a reír, como quien oye un cuento de esos cuyo chiste
-consiste en la magnitud de lo absurdo.
-
---Ríete de mí, pero contesta: ¿qué quieres más?
-
---Lo que quiero --dijo con dulce voz y suspendiendo la costura--, es
-verte general, primer ministro, gran duque, emperador o arzobispo; pero
-de tal modo que cuando te acuestes por la noche en tu colchoncito de
-plumas puedas decir: hoy no he hecho mal a nadie ni nadie ha muerto por
-mi causa.
-
---Pero, reinita --dije yo interesándome más cada vez en aquel
-coloquio--, si llego a ser eso que dices (pues bien podría suceder),
-¿qué importa que mueran por mí o por el bien del Estado tres o cuatro
-prójimos que nada significan en el mundo?
-
---Bueno --repuso ella--, pero que los maten otros. Si tú llegas a ser
-eso que has dicho, y para mantenerte en un puesto que no mereces,
-necesitas sacrificar a muchos desgraciados, buen provecho te haga.
-
---¡Qué escrupulosa eres, Inesilla! --dije--. Si te hiciera caso, mi
-vida se encerraría entre cuatro paredes. ¿Qué es eso de sacrificar
-desgraciados? Yo voy a mi negocio, y los demás... como yo no he de
-matar a nadie. Y sobre todo, si hago daño a alguno serán tantos los
-que reciban beneficios de mi mano, que todo quedará compensado, y mi
-conciencia en santa paz. Veo que tú no te entusiasmas como yo, ni
-piensas lo que yo pienso. ¿Quieres que te sea franco? Pues oye. A mí se
-me ha metido en la cabeza que cuando tenga más años, he de ocupar una
-posición... qué sé yo... me mareo pensando en esto. No te puedo decir
-ni cómo he de llegar a ella, ni quién me dará la mano para subir de un
-salto tantos escalones; pero ello es que yo cavilo en esto, y me figuro
-que ya me estoy viendo elevado a la más alta dignidad por una dama
-poderosa que me haga su secretario, o por un joven que me crea listo
-para ayudarle en sus asuntos...; no te enfades, chiquilla, que cuando
-tales cosas se ocurren y uno tiene la cabeza llena a todas horas de los
-mismos pensamientos, al fin tiene que salir cierto, como este es día.
-
-Inés no se enfadaba, sino que reía. Después, marcando con su aguja el
-compás gramatical de su discurso, me dijo:
-
---Pues mira: si tú hubieras nacido en cuna de príncipes, no te digo
-que no. Pero has de saber que si tú, que eres un pobrecillo hijo de
-pescadores y no tienes más ciencia que leer mal y escribir peor, llegas
-a ser hombre ilustre y poderoso, no porque saques talento y sabiduría,
-sino porque a una señora caprichosa o a un vejete rico se le ocurra
-protegerte, como otros muchos de quienes cuentan maravillas; has de
-saber, digo, que tan fácilmente como subas volverás a caer, y hasta los
-sapos se reirán de ti.
-
---Eso será lo que Dios quiera --respondí--. Caeremos o no, pues aunque
-ignorantes, no nos faltará nuestra gramática parda.
-
---¡Qué necio eres! Mira: a mí me han dicho... no, nadie me lo ha dicho:
-pero lo sé... que en el mundo al fin y al cabo, pasa siempre lo que
-debe pasar.
-
---Reinita --dije--, en eso te equivocas, porque nosotros deberíamos ser
-ricos, y no lo somos.
-
---Todos creerán lo mismo, hijito, y es preciso que alguno esté
-equivocado. Pues bien: todas las cosas del mundo concluyen siempre como
-deben concluir. No sé si me explico.
-
---Sí, te entiendo.
-
---A mí me han dicho... no, no me lo han dicho: lo sé desde hace mil
-años...: yo sé que en el mundo todo lo que pasa es según la ley...,
-porque chiquillo, las cosas no pasan porque a ellas les da la gana,
-sino porque así está dispuesto. Las aves vuelan y los gusanos se
-arrastran, y las piedras se están quietas, y el sol alumbra, y las
-flores huelen, y los ríos corren hacia abajo y el humo hacia arriba,
-porque así es su regla... ¿me entiendes?
-
---Lo que es eso todos lo sabemos --respondí menospreciando la ciencia
-de Inesilla.
-
---Bien, muchacho --continuó la profesora--: ¿crees tú que una tortuga
-puede volar, aunque esté meneando toda la vida sus torpes patas?
-
---No, seguramente.
-
---Pues tú pensando en ser hombre ilustre y poderoso, sin ser noble, ni
-rico, ni sabio, eres como una tortuga que se empeñara en subir volando
-al pico más alto de Guadarrama.
-
---Pero, reinita y emperatriz --dije yo--, si no pienso subir solo, sino
-que pienso encontrar, como otros que yo me sé, una personita que me
-suba en un periquete. Hazme el favor de decirme cuál era la sabiduría y
-la riqueza _del otro_, cuando le hicieron duque y generalísimo.
-
---Pero, señor duquillo --contestó ella jovialmente--, si esa personita
-le sube a usted, será como si un águila o buitre cogiera por su concha
-a la tortuga para llevársela por los aires. Sí, te levantará; pero
-cuando estés arriba, el pájaro no va a estarse toda la vida con tanto
-peso en las alas, te dirá: «Ahora, niño mío, mantente solo.» Tú moverás
-las patucas; pero como no tienes alas, ¡pataplús! caerás en el suelo
-haciéndote mil pedazos.
-
---¡Qué tonta eres! --dije con petulancia--. Eso pasa en las cosas que
-se ven y se tocan; pero chica, lo que se piensa y lo que se siente es
-otro mundo aparte. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra?
-
---Estás lucido, sí --repuso Inés--. Todo debe ser así mismamente.
-Cuando tú quieres a una persona o cuando la aborreces, no es porque se
-te antoje. ¡Ah! chico: el corazón tiene también... pues... su ley, y
-todo lo que pensamos con nuestra cabecita, va según lo que debe ser y
-está mandado.
-
---Pero di, chiquilla, ¿de dónde sabes tú todo eso? --le pregunté.
-
---¿Pero esto es saber? --respondió con naturalidad--. Pues esto lo
-sabes tú y todos. De veras te digo que se me ocurrió cuando estabas
-hablando, y que jamás había pensado en tales cosas.
-
---¡Picarona! Cuando menos, tienes escondido un rimero de libros, con
-los cuales te vas a hacer doctora por Salamanca.
-
---No, hijito, no he leído más libros, fuera de los de devoción, que
-_Don Quijote de la Mancha_. ¿Ves? A ti te va a pasar algo de lo de
-aquel buen señor: solo que aquel tenía alas para volar, ¡pobrecillo! lo
-que le faltaba era aire en que moverlas.
-
-Inesilla no dijo más. Yo callé también, porque a pesar de mi
-petulancia, no pude menos de comprender que las palabras de mi amiga
-encerraban profundo sentido. ¡Y la que así hablaba era una modista, una
-modistilla! _Ridete cives._
-
---Lo que yo sé --dije al fin sintiendo en mí un vivo arrebato de
-afecto--, es que te quiero, que te amo, que te adoro, que me subyugas
-y me dominas como a un papanatas, que eres una divinidad, y que juro
-no hacer cosa alguna sin consultarte. Adiós, reinita: mañana te diré
-lo que se me ocurra esta noche. Quién sabe, quién sabe si llegaremos a
-ser... ¿Por qué no? Es preciso estar dispuesto, porque la escalera de
-los honores es penosa, y si uno se rompe la crisma, como dices...
-
---Siempre quedará la del cielo --dijo inclinando otra vez la cabeza
-sobre la costura.
-
---Tienes cosas que me hacen estremecer. Adiós, Inesilla, luz y
-pensamiento mío.
-
-Dicho esto, me despedí de ella y salí. Al abandonar la casa la sentí
-cantar, y su armoniosa voz se mezclaba en extraña disonancia con los
-ecos de la flauta que tañía en lo interior de la morada D. Celestino.
-Siempre que salía de allí, mi espíritu experimentaba un reposo, una
-estabilidad, no sé cómo expresarlo, una frescura, que luego destruía el
-trato con personas de diversa condición. De esto hablaré enseguida; mas
-ante todo me cumple manifestar que Inesilla tenía razón al burlarse de
-mis locos proyectos. Es el caso que como a todas horas oía hablar de
-personajes nulos, a quienes el cortesano favor elevó a honrosas alturas
-sin mérito alguno, se me antojó que la Providencia me reservaba, como
-en compensación de mi orfandad y pobreza, una de aquellas repentinas
-y escandalosas mudanzas que por entonces ocurrían en nuestra España;
-y de tal modo se encajó en mi cerebro semejante idea, que llegó a ser
-artículo de fe. Me hallaba, por más señas, en la edad en que somos
-tontos. No todos poseen el don de saber las cosas _desde hace mil
-años_, como Inesilla.
-
-Ahora verán ustedes la serie de circunstancias que llevaron mi necia
-credulidad al último extremo. Para esto tengo que dar a conocer a otras
-personas, a quienes espero recibirá el lector con gusto. Hablemos,
-pues, de teatros.
-
-
-
-
-IV
-
-
-El del Príncipe estaba ya reconstruido en 1807 por Villanueva, y la
-compañía de Máiquez trabajaba en él, alternando con la de la ópera
-dirigida por el célebre Manuel García; mi ama y la Prado eran las dos
-damas principales de la compañía de Máiquez. Los galanes secundarios
-valían poco, porque el gran Isidoro, en quien el orgullo era igual
-al talento, no consentía que nadie despuntara en la escena, donde
-tenía el pedestal de su inmensa gloria, y no se tomó el trabajo de
-instruir a los demás en los secretos de su arte, temiendo que pudieran
-llegar a aventajarle. Así es que alrededor del célebre histrión todo
-era mediano. La Prado, mujer de Máiquez, y mi ama alternaban en los
-papeles de primera dama, desempeñando aquella el de Clitemnestra en el
-_Orestes_, el de Estrella en _Sancho Ortiz de las Roelas_ y otros. La
-segunda se distinguía en el de doña Blanca de _García del Castañar_, y
-en el de Edelmira (Desdémona) del _Otello_.
-
-La compañía de ópera era muy buena. Además de Manuel García, que era un
-gran maestro, cantaban su mujer Manuela Morales, un italiano llamado
-Cristiani, y la Briones. De esta mujer, que era concubina de Manuel
-García, nació el año siguiente el portento de las virtuosas, la reina
-de las cantantes de ópera, Mariquita Felicidad García, conocida en su
-tiempo por la _Malibrán_.
-
-Figúrense ustedes, señores míos, si estaría yo divertido con
-representación o música por tarde y noche, asistiendo gratis, aunque
-por dentro y en sitios donde se pierde parte de la ilusión, a las
-funciones más bonitas y más aplaudidas que se celebraban en Madrid;
-rozándome con guapísimas actrices, y familiarizado con los hombres que
-hacían reír o llorar a la corte entera.
-
-Y no piensen ustedes que solo alternaba con los cómicos, gente que
-entonces no era considerada como la nata de la sociedad; también me
-veía frecuentemente en medio de personajes muy ilustres, de los que
-menudeaban en los vestuarios; no faltando en tales sitios alguna dama
-tan hermosa como linajuda de las que no desdeñaban de ensuciar su
-guardapiés con el polvo de los escenarios.
-
-Precisamente voy a contar ahora cómo mi ama tenía relaciones de íntima
-amistad con dos señoras de la corte, cuyos títulos nobiliarios, de los
-más ilustres y sonoros que desde remoto tiempo han exornado nuestra
-historia, me propongo callar por temor a que pudieran enojarse las
-familias que todavía los llevan. Estos títulos, que recuerdo muy bien,
-no serán escritos en este papel; y para designar a las dos hermosas
-mujeres emplearé nombres convencionales.
-
-Recuerdo haber visto por aquel tiempo en la fábrica de Santa Bárbara
-un hermoso tapiz en que estaban representadas dos lindas pastoras.
-Habiendo preguntado quiénes eran aquellas simpáticas chicas, me dijeron:
-
---Estas son las dos hijas de Artemidoro, a saber: Lesbia y Amaranta.
-
-He aquí dos nombres que vienen de molde para mi objeto, amado lector.
-Haz cuenta que siempre que diga _Lesbia_, quiero significar a la
-duquesa de X, y cuando ponga _Amaranta_, a la condesa de X. Con este
-sistema quedan a salvo todos los títulos nobiliarios de aquellas dos
-diosas de mi tiempo.
-
-En cuanto a su hermosura, todo lo que mi descolorida pluma puede
-expresar será poco para describirlas, porque eran encantadoras,
-especialmente la condesa de... digo, Amaranta. Ambas tenían gusto
-muy refinado por las artes, protegían a los pintores, aplaudían y
-obsequiaban a los cómicos, ponían bajo su patrocinio las primeras
-representaciones de la obra de algún poeta desvalido, coleccionaban
-tapices, vasos y cajas de tabaco, introducían y propagaban las más
-vistosas modas de la despótica París, se hacían llevar en litera a la
-Florida, merendaban con Goya en el Canal, y recordaban con tristeza la
-trágica muerte de Pepe Hillo, acontecida en 1803.
-
-Nada tiene de extraño, pues, que su misma vida, la tumultuosa ansiedad
-de novedades y fuertes impresiones que las dominaba, fuesen parte a
-lanzarlas en un dédalo de aventuras, tales como la que voy a contar.
-Las pobrecillas no sabían otra cosa, y puesto que habían perdido cuanto
-la rancia educación española pudo haberlas dado, sin adquirir nada que
-llenase este vacío, no debemos culparlas acerbamente. Alguno quizás las
-culpe, y con razón aunque por otras cosas; pero ¡ay! eran... lindísimas.
-
-Una tarde mi ama salió con muy mal humor del teatro. Isidoro la había
-reprendido no sé por qué, y aquí debo advertir que el sublime actor
-trataba a sus subalternos como si fueran chiquillos de escuela. Al
-llegar Pepita a su casa me dijo:
-
---Prepara todo, que vendrán a cenar las señoras Lesbia y Amaranta.
-
-El preparar todo, consistía en azotar un poco los muebles de la sala
-para que el polvo variara de sitio; en echar aceite en los velones;
-en comprar la prima para la guitarra, si le faltaba; en llamar a D.
-Higinio para que afinase el clave; limpiar las cornucopias; ir por
-nueva remesa de pomada _a la Marechala_, etcétera, etc. En cuanto a la
-cena, venía hecha de una repostería. Di cumplimiento a estos encargos,
-y pedí nuevas órdenes; pero mi ama estaba de mal humor, y sin hacer
-caso de lo que le decía, me preguntó:
-
---¿No te dijo si venía esta noche?
-
---¿Quién?
-
---Isidoro.
-
---No, señora, no me ha dicho nada.
-
---Como hablaba contigo al concluir la representación...
-
---Fue para decirme que si volvía a enredar entre bastidores mientras él
-representaba, me mandaría desollar vivo.
-
---¡Qué genio! Le convidé para venir y no me contestó.
-
-Después de esto no dijo más, y con ademán triste y sombrío se encerró
-en su cuarto con la criada para cambiar de vestido. Seguí preparando
-todo, y al poco rato reapareció mi ama.
-
---¿Qué hora es? --preguntó.
-
---Las nueve acaban de dar en el reloj de la Trinidad.
-
---Me parece que siento ruido en el portal --dijo con mucha ansiedad.
-
---La señora se equivoca.
-
---De modo que él no te dijo terminantemente si venía o no venía.
-
---¿Quién, Isidoro? No, señora.
-
---Como tiene ese genio tan... ya ves qué incomodado estaba esta tarde.
-Sin embargo, yo creo que vendrá. Le convidé ayer, y aunque no me dijo
-una palabra... él es así.
-
-Al decir esto, mostraba en su semblante una inquietud, una agitación,
-una zozobra, que eran señales de las vivas emociones de su alma. ¿A qué
-tanto interés por la asistencia de Isidoro, persona a quien diariamente
-veía en el teatro?
-
-Después examinó la sala, por ver si faltaba algo, y se sentó aguardando
-la llegada de sus convidados. Al fin sentimos abrir la puerta de la
-calle, y pasos de hombre sonaron en la escalera.
-
---Es él --dijo mi ama levantándose de un salto y andando con cierto
-atolondramiento por la habitación.
-
-Yo corrí a abrir, y un instante después el gran actor entró en la sala.
-
-Isidoro era un hombre de treinta y ocho años, de alta estatura,
-actitud indolente, semblante pálido, y con tal expresión en este y en
-la mirada, que observado una vez, su imagen no se borraba nunca de
-la memoria. Aquella noche traía un traje verde oscuro, con pantalón
-de ante y botas polonesas, prendas todas de irreprensible elegancia
-que usaba con más propiedad que ninguno. Su vestir era un modo de
-ser propio y personal; él constituía por sí una especie de moda, y
-no se podía decir que se sometiera, cual dócil lechuguino, al uso
-común. En otros infringir las reglas habría sido ridículo; pero en él
-infringirlas era lo mismo que modificarlas o crearlas de nuevo.
-
-Ya os lo daré a conocer más adelanto como actor. Por ahora podréis
-conocer algunos rasgos de su carácter como hombre. Al entrar se arrojó
-sobre un sillón sin saludar a mi ama más que con una de esas fórmulas
-familiares e indiferentes que se emplean entre personas acostumbradas
-a verse con frecuencia. Por un buen rato permaneció sin decir nada,
-tarareando un aria, con la vista fija en las paredes y el techo, y sin
-dejar de golpearse la bota con el bastón.
-
-Salí de la sala a traer no sé qué cosa, y al volver oí a Isidoro que
-decía:
-
---¡Qué mal has representado esta tarde, Pepilla!
-
-Observó que mi ama, turbada como una chicuela ante el fiero maestro de
-escuela, no supo contestar más que con trémulas frases a aquella brusca
-reprensión.
-
---Sí --continuó Isidoro--, de algún tiempo a esta parte estás
-desconocida. Esta tarde todos los amigos se han quejado de ti y te
-han llamado fría, torpe... Te equivocabas a cada instante, y parecías
-tan distraída, que era preciso que yo te llamara la atención para que
-salieras de tu embobamiento.
-
-Efectivamente, según oí entre bastidores aquella tarde, mi ama había
-estado muy infeliz en su papel de Blanca en _García del Castañar_.
-Todos los amigos estaban admirados, considerando la perfección con que
-la actriz había desempeñado en otras ocasiones papel tan difícil.
-
---Pues no sé --respondió mi ama con voz conmovida--. Yo creo que he
-representado esta tarde lo mismo que las demás.
-
---En algunas escenas sí; pero en las que dijiste conmigo estuviste
-deplorable. Parece que habías olvidado el papel, o que trabajabas de
-mala gana. En la escena de nuestra salida recitaste tu soneto como una
-cómica de la legua que representa en Barajas o en Cacabelos. Al decirme
-
- No quieren más las flores al rocío
- que en los fragantes vasos el sol bebe...
-
-tu voz temblaba, como la de quien sale por primera vez a las
-tablas... me diste la mano y la tenías ardiendo, como si estuvieras
-con calentura... te equivocabas a cada momento, y parecías no hacer
-maldito caso de que yo estaba en la escena.
-
---¡Oh, no... pero te diré! El mismo miedo de hacerlo mal. Temía que
-te enfadaras, y como nos reprendes con tanta violencia cuando nos
-equivocamos...
-
---Pues es preciso que te enmiendes si quieres seguir en mi compañía.
-¿Estás enferma?
-
---No.
-
---¿Estás enamorada?
-
---¡Oh, no, tampoco! --contestó la actriz con turbación.
-
---Apuesto a que por atender demasiado a alguna persona de las lunetas,
-no acertabas con los versos de la comedia.
-
---No, Isidoro, te equivocas --dijo mi ama afectando buen humor.
-
---Lo raro es que en las escenas que siguieron, sobre todo en la de D.
-Mendo, hiciste perfectamente tu papel; pero luego en el tercer acto,
-cuando te tocó otra vez declamar conmigo, vuelta a las andadas.
-
---¿Dije mal el parlamento del bosque?
-
---No, al contrario, recitaste con buena entonación los versos
-
- ¿Dónde voy sin aliento,
- cansada, sin amparo, sin intento,
- entre aquesta espesura?
- Llorad, ojos, llorad mi desventura.
-
-En la escena con la reina también estuviste muy feliz, lo mismo que en
-el diálogo con D. Mendo. Con qué elocuente tono exclamaste «¡tengo
-esposo!» y después aquello de
-
- Sí harán,
- porque bien o mal nacido,
- el más indigno marido
- excede al mejor galán;
-
-pero desde que salí yo y me viste...
-
---Es lo que digo. El temor de hacerlo mal y disgustarte...
-
---Pues me has disgustado de veras. Cuando decías: «Esposo mío, García»,
-te hubiera dado un pescozón en medio de la escena y delante del
-público. Marmota, ¿no te he dicho mil veces cómo deben pronunciarse
-esas palabras? ¿No has comprendido todavía la situación? Blanca teme
-que su marido sospecha una falta. El contento que experimenta al verle,
-y el temor de que García dude de su inocencia, deben mezclarse en
-aquella frase. Tú, en vez de expresar estos sentimientos, te dirigiste
-a mí como una modistilla enamorada, que se encuentra de manos a boca
-con su querido hortera. Luego cuando me suplicabas que te matara,
-lo hiciste sin lo que llamamos nosotros decoro trágico. Parecía que
-realmente deseas recibir la muerte de mi mano, y hasta te pusiste de
-hinojos ante mí, cuando te tengo dicho terminantemente que no hagas tal
-cosa, sino en los pasajes en que te lo ordene. En las décimas
-
- García, guárdete el cielo,
-
-te equivocaste más de veinte veces, y cuando yo dije
-
- ¡ay, querida esposa mía,
- qué dos contrarios extremos!
-
-te arrojaste en mis brazos, cuando aún no era llegada la ocasión, y
-yo, preocupado con el agravio recibido, no podía entregarme a halagos
-amorosos. Echaste a perder el final, Pepilla, desluciste la comedia, y
-me desluciste a mí.
-
---Yo no puedo deslucirte nunca.
-
---Pues ya ves cómo no fui aplaudido esta tarde como las anteriores;
-y de esto tienes tú la culpa, sí, tú misma, por tus torpezas y tus
-tonterías. No haces caso de mis lecciones, no te esfuerzas por
-complacerme, y por último me pondrás en el caso de quitarte el partido
-en mi compañía, poniéndote de parte de por medio o racionera, si no me
-obligas con tus descuidos a echarte del teatro.
-
---¡Ay Isidoro! --dijo mi ama--. Yo procuro siempre hacerlo lo mejor
-posible para que no te enfades ni me riñas; pero tanto miedo tengo a
-que me reprendas que en la escena tiemblo desde que te veo aparecer.
-¿Querrás creer una cosa? Pues cuando estamos representando juntos,
-hasta temo hacerlo demasiado bien, porque si me aplauden mucho,
-me parece que tomo para mí una parte del triunfo que a ti solo
-corresponde, y creo que has de enfadarte si no te aplauden a ti solo.
-Este temor, unido al que me causas cuando me amenazas por señas o me
-corriges con enojo, me hace temblar y balbucir, y a veces no sé lo que
-me digo. Pero descuida que ya me enmendaré: no tendrás que echarme de
-tu teatro.
-
-No oí lo que siguió a estas palabras, porque salí con un velón que
-exhalaba mal olor; al volver noté que la conversación había variado.
-Isidoro permanecía en el sillón con indolencia y mostrando un gran
-aburrimiento.
-
---¿Pero no vienen tus convidados? --preguntó.
-
---Es temprano. Veo que te fastidias en mi compañía --contestó mi ama.
-
---No; pero la reunión hasta ahora no tiene nada de divertida.
-
-Isidoro sacó un cigarro y fumó. Debo advertir que el ilustre actor no
-gastaba tabaco por las narices, como casi todos los grandes hombres
-de su tiempo, Talleyrand, Metternich, Rossini, Moratín y el mismo
-Napoleón, que, si no miente la historia, por abreviar la operación de
-sacar y destapar la tabaquera, llevaba derramado el aromático polvo
-en el bolsillo del chaleco, forrado interiormente de hule; y mientras
-disponía los escuadrones de Jena, o durante las conferencias de
-Tilsitt, no cesaba de meter en el susodicho bolsillo los dedos pulgar
-e índice para llevarlos a la nariz cada minuto. Por esta singular
-costumbre dicen que el chaleco amarillo y las solapas que cubrían el
-primer corazón del siglo, eran una de las cosas más sucias que se han
-señoreado de la Europa entera.
-
-Farinelli también se atarugaba las narices entre un aria y un oratorio,
-y de ciertos papeles viejos que hemos visto se desprende, que el mejor
-regalo que podía hacer una dama enamorada, o un noble entusiasta, a
-cualquier músico, pintor o _virtuoso_ italiano, era un par de arrobas
-de tabaco.
-
-El abate Pico della Mirandola, Rafael Mengs, el tenor Montagnana, la
-soprano Pariggi, el violinista Alaí y otras notabilidades del teatro
-del Buen Retiro, consumieron lo mejor que venía de América en los
-regios galeones.
-
-Perdóneseme la digresión, y conste que Isidoro no usaba tabaco en polvo.
-
-
-
-
-V
-
-
-Las diez serían cuando solemnemente entraron las dos damas de que antes
-he hecho honorífica mención. ¡Lesbia, Amaranta! ¿Quién podrá olvidaros
-si alguna vez os vio? Excusado es decir que iban de incógnito, y en
-coche, no en litera donde fácil hubiera sido conocerlas al indiscreto
-vulgo. Las pobrecillas gustaban mucho de aquellas reuniones de
-confianza, donde hallaban desahogo sus almas comprimidas por la
-etiqueta.
-
-Ha de saberse que en las reuniones clásicas de familia o de palacio,
-en las reuniones donde reinaba con despótico imperio la ley castiza,
-no ocurría cosa alguna que no fuese encaminada a producir entre los
-asistentes un decoroso aburrimiento. No se hablaba, ni mucho menos
-se reía. Las damas ocupaban el estrado, los caballeros el resto de
-la sala, y las conversaciones eran tan sosas como los refrescos. Si
-alguien tocaba el clave o la guitarra, la tertulia se animaba un poco;
-pero pronto volvía a reinar el más soporífero decoro. Se bailaba un
-minueto: entonces los amantes podían saborear las platónicas e ideales
-delicias que resultaban de tocarse las yemas de los dedos, y después de
-muchas cortesías hechas con música, volvía a reinar el decoro, que era
-una deidad parecida al silencio.
-
-Nada tiene de particular que algunas damas de imaginación buscaran en
-reuniones menos austeras, pasatiempos más acordes con su naturaleza,
-y aquí traigo a la memoria _El sí de las niñas_, que censurando la
-hipocresía en la educación, es una general censura de la hipocresía
-en todas las fases de nuestras antiguas costumbres. Todo anunciaba en
-aquellos días una fuerte tendencia a adoptar usos un poco más libres,
-relaciones más francas entre ambos sexos, sin dejar de ser honradas,
-vida en fin, que se fundara antes en la confianza del bien, que en el
-recelo del mal, y que no pusiera por fundamentos de la sociedad la
-suspicacia y la probabilidad del pecado. La verdad es que había mucha
-hipocresía entonces: porque las cosas no se hicieran en público, no
-dejaban de hacerse, y siendo menos libres las costumbres, no por eso
-eran mejores.
-
-Lesbia y Amaranta entraron haciendo cortesías y gestos encantadores,
-que revelaban la alegría de sus corazones. Las acompañaba el tío de
-Amaranta, viejo marqués diplomático; pero antes de decir quién era
-este, voy a referiros cómo eran ellas.
-
-La duquesa de X (Lesbia), era una hermosura delicada y casi infantil,
-de esas que, semejantes a ciertas flores con que poéticamente son
-comparadas, parece que han de ajarse al impulso del viento, al influjo
-de un fuerte sol, o perecer desechas si una débil tempestad las agita.
-Las que se desataron en el corazón de Lesbia no hicieron estrago
-alguno, al menos hasta entonces, en su belleza.
-
-Parecía haber salido el día antes del poder de las buenas madres de
-Chamartín de la Rosa, y que aún no sabía hablar sino de los bollos
-del convento, de las hormigas de la huerta, de la regla de San Benito
-y de los cariños de la madre Circuncisión. ¡Pero cómo desmentía esta
-creencia en cuanto comenzaba a hablar la picarona! En su lenguaje
-tomaba mucha parte la risa, con tanta franqueza y tan discreta
-desenvoltura, que nadie estaba triste en su presencia. Era rubia y no
-muy alta, aunque sí esbelta y ligera como un pajarito. Todo en ella
-respiraba felicidad y satisfacción de sí misma; era una naturaleza
-tan voluntariosa como alegre, a quien ningún extraño albedrío podía
-sujetar. Los que tal intentaran principiarían por enojarla, y enojarla
-era echarla a perder, destruyendo la mitad de sus encantos.
-
-Entre las cualidades que hacían agradable el trato de Lesbia,
-descollaba su habilidad en el arte de la declamación. Era una cómica
-consumada, y según conocí después, su talento sin igual para la escena
-no se reducía a los estrechos lienzos pintados de los teatros caseros,
-sino que tomaba más ancho vuelo, desplegándose en todos los actos de la
-vida. Siempre que se daba alguna función extraordinaria en cualquiera
-de las principales casas de la corte, ella hacía la mejor parte, y a
-la sazón Máiquez le enseñaba el papel de Edelmira en la tragedia de
-_Otello_, que debía ponerse en escena en el teatro doméstico de cierta
-marquesa. Isidoro y mi ama estaban también designados para cooperar en
-aquella representación, anunciada como muy espléndida.
-
-Lesbia era casada. Tres años antes, y cuando apenas tenía diez y nueve,
-contrajo matrimonio con un señor duque que se pasaba el tiempo cazando
-como un Nemrod en sus vastas dehesas: venía alguna vez a Madrid hecho
-un zafiote para pedir perdón a su mujer por las largas ausencias, y
-jurarle que tenía el propósito de no disgustarla más, viviendo lejos de
-ella. Sin que nadie me lo diga, afirmo que Lesbia se quejaría con su
-dulce vocecita; pero cuidando de no esforzar su queja en términos que
-pudieran decidir al duque a cambiar de vida.
-
-Amaranta era un tipo enteramente contrario al de Lesbia. Esta agradaba;
-pero Amaranta entusiasmaba. La apacible y graciosa hermosura de la
-primera hacía pasajeramente felices a cuantos la miraban. La belleza
-ideal y grandiosa de la segunda, causaba un sentimiento extraño,
-parecido a la tristeza. Pensando en esto después, he creído que la
-singular estupefacción que experimentamos ante uno de estos raros
-portentos de la hermosura humana, consiste o en la creencia de nuestra
-inferioridad o en la poca esperanza de poseer el afecto de una persona,
-que a causa de sus muchas perfecciones, será solicitada por sin número
-de golosos.
-
-Entre las mujeres que he visto en mi vida, no recuerdo otra que
-poseyera atracción tan seductora en su semblante, así es que no he
-podido olvidarla nunca, y siempre que pienso en las cosas acabadas y
-superiores, cuya existencia depende exclusivamente de la Naturaleza,
-veo su cara y su actitud como intachables prototipos que me sirven para
-mis comparaciones. Amaranta parecía tener treinta años. La gloria de
-haber producido a aquella mujer te pertenece en primer término a ti,
-Andalucía, y después a ti, Tarifa, fin de España, rincón de Europa
-donde se han refugiado todas las gracias del tipo español, huyendo de
-extranjera invasión.
-
-Con lo dicho, podrán ustedes formar idea de cómo era la incomparable
-condesa de X, _alias_ Amaranta, y excuso descender a pormenores que
-ustedes podrán representarse fácilmente, tales como su arrogante
-estatura, la blancura de su tez, el fino corte de todas las líneas de
-su cara, la expresión de sus dulces y patéticos ojos, la negrura de
-sus cabellos y otras muchas indefinidas perfecciones que no escribo,
-porque no sé cómo expresarlas; calidades que se comprenden, se sienten
-y se admiran por el inteligente lector, pero cuyo análisis no debe este
-exigirnos, si no quiere que el encanto de esas mil sutiles maravillas
-se disipe entre los dedos de esta alquimia del estilo, que a veces afea
-cuanto toca.
-
-No conservo cabal memoria de sus vestidos. Al acordarme de Amaranta,
-me parece que los encajes negros de una voluminosa mantilla, prendida
-entre los dientes de la más fastuosa peineta, dejan ver por entre sus
-mil recortes e intersticios el brillo de un raso carmesí, que en los
-hombros y en las bocamangas vuelve a perderse entre la negra espuma de
-otros encajes, bolillos y alamares. La basquiña del mismo raso carmesí,
-y tan estrecha y ceñida como el uso del tiempo exigía, permite adivinar
-la hermosa estatua que cubre; y de las rodillas abajo el mismo follaje
-negro, y la cuajada y espesa pasamanería terminan el traje, dejando
-ver los zapatos, cuyas respingadas puntas aparecen o se ocultan como
-encantadores animalitos que juegan bajo la falda. Este accidente hasta
-llega a ser un lenguaje cuando Amaranta, atenta a la conversación,
-aumenta con el encanto de su palabra los demás encantos, y añade a
-todas las elocuencias de su persona, la elocuencia de su abanico.
-
-Esto en cuanto a la condesa. Refiriéndome a Lesbia, si quiero acordarme
-de su vestido, todo me parece azul. Figúrensela ustedes con mantilla
-blanca y guardapiés azul orlado de encajes negros; y si no es cierto
-que estuviera así, tampoco es inverosímil que pudiera estarlo.
-
-Antes de la noche a que me refiero, había visto hasta tres veces a las
-dos lindas mujeres en casa de mi ama. Desde luego comprendí que una y
-otra eran personas muy metidas en los enredos de la corte, aunque en
-las clandestinas tertulias de mi casa poco dejaban traslucir. Algunas
-veces, sin embargo, disputaban las dos en tales términos y con tan mal
-disimulado ensañamiento, que me pareció no existía entre ellas la mejor
-armonía. También mentaban de vez en cuando los negocios públicos, y
-a tal o cual persona de la real familia; pero en tales casos siempre
-daba el tema el señor marqués y tío de Amaranta, personaje que no podía
-estar en sosiego si no realzaba a todas horas su personalidad, sacando
-a relucir a tontas y a locas los negocios diplomáticos en que se creía
-muy experto.
-
-La noche a que corresponde mi narración, había asistido también el
-celebérrimo tío, de quien ante todo diré que parecía cosido a las
-faldas de su sobrina, pues la acompañaba a todas partes, sirviéndole
-de rodrigón en la iglesia, de caballero en el paseo y de pareja en los
-bailes. No sé si he dicho que Amaranta era viuda. Si antes lo dije,
-dese por repetido.
-
-El marqués (callemos el título por las mismas razones que nos movieron
-a disfrazar el de las damas) era un viejo de más de setenta años, que
-había ejercido varios cargos diplomáticos. Elevado por Floridablanca,
-sostenido por Aranda, y derribado al fin por Godoy, conservó rencorosa
-pasión contra este Ministro, y por esta causa todas sus disertaciones,
-que eran interminables, giraban sobre el capitalísimo tema de la
-caida del favorito. Su carácter era vano, aparatoso y hueco, como de
-hombre que habiéndose formado de sí mismo elevado concepto, se cree
-destinado a desempeñar los más altos papeles. Por su grandilocuencia,
-que no era inferior a la flojedad efectiva de su ánimo, servía como
-objeto de agudísimas burlas entre sus amigos, y en todos los círculos
-que frecuentaba se divertían oyéndole decir: _¿Qué hará la Rusia...?
-¿Secundará el Austria tan atroz proyecto? ¡Un gran desastre nos
-amaga...! ¡Ay de las potencias del Mediodía...!_ y otras igualmente
-misteriosas, con que se proponía darse importancia, cuidando siempre en
-su estudiada reserva de decir las cosas a medias y de no dar noticias
-claras de nada, para que los oyentes, llenos de dudas y oscuridades, le
-rogasen con insistencia que fuera más explícito.
-
-He dado estos detalles para que se comprenda qué clase de espantajos
-había entonces para regocijo de aquella generación. En cuanto a mí,
-siempre me han hecho gracia estos tipos de la vanidad humana, que son
-sin disputa los que más divierten y los que más enseñan.
-
-Como hombre poco dispuesto a transigir con las _novedades peligrosas_,
-y enemigo del jacobinismo, el marqués se esforzaba en conseguir que
-su persona fuese espejo fiel de sus elevados pensamientos; así es que
-miraba con desdén los trajes de moda, y tenía gusto en sorprender
-al público elegante de la corte y villa con vestidos anticuados
-de aquellos que solo se veían ya en la veneranda persona de algún
-consejero de Indias. Así es que si usó hasta 1798 la casaca de tontillo
-y la chupa de mandil, en 1807 todavía no se había decidido a adoptar
-el frac solapado y el chaleco ombliguero, que los poetas satíricos de
-entonces calificaban de moda _anglo-gala_.
-
-Me falta añadir que el marqués, con su antijacobinismo y su peluca
-empolvada, digna de figurar en las juntas de Coblenza, había sido
-hombre de costumbres bastante disipadas. En la época de mi relación la
-edad le había corregido un poco, y todas sus calaveradas no pasaban
-de una benévola complicidad en todos los caprichos de su sobrina. No
-vacilaba en acompañarla a sus excursiones y meriendas en la pradera del
-Canal o en la Florida, con gente de categoría muy inferior a la suya.
-Tampoco ponía reparos en ser su pareja en las orgías celebradas en casa
-de la González o la Prado; pues tío y sobrina gustaban mucho de aquella
-familiaridad con cómicos y otra gente de parecida laya. Excusado es
-decir que tales excursiones eran secretas, y tenían por único objeto
-esparcir y alegrar el espíritu abatido por la etiqueta. ¡Pobre gente!
-Aquellos nobles que buscaban la compañía del pueblo, para disfrutar
-pasajeramente de alguna libertad en las costumbres, estaban consumando,
-sin saberlo, la revolución que tanto temían, pues antes de que vinieran
-los franceses y los volterianos y los doceañistas, ya ellos estaban
-echando las bases de la futura igualdad.
-
-
-
-
-VI
-
-
-Lesbia, dando golpecitos con su abanico en el hombro de Isidoro, decía:
-
---Estoy muy enfadada con usted, señor Máiquez, sí señor, muy enfadada.
-
---¿Porque he representado mal esta tarde? --contestó el actor--.
-Pepilla tiene la culpa.
-
---No es eso --continuó la dama--, y me las pagará usted todas juntas.
-
-Al oír esto, Isidoro inclinó la cabeza. Lesbia acercó su rostro y
-habló tan bajo, que ni yo ni los demás entendimos una palabra; pero
-por la sonrisa de Máiquez se adivinaba que la dama le decía cosas muy
-dulces. Después continuaron hablando en voz baja, y el uno atendía a
-las palabras del otro con tal interés, daban tanta fuerza y energía
-al lenguaje de los ojos, se ponían serios o joviales, tristes o
-alborozados con transición tan ansiosa y brusca, que al menos listo
-se le alcanzaba la injerencia del travieso amor en las relaciones de
-aquellos dos personajes.
-
-Para que todo se sepa de una vez, diré que el diplomático no miraba
-con malos ojos a la González; esta no podía contestar a sus tiernas
-insinuaciones, porque harto tenía que hacer atendiendo al íntimo
-diálogo que sostenían Lesbia e Isidoro. A mi ama un color se le iba y
-otro se le venía de pura zozobra; a veces parecía encendida en violenta
-ira; a veces, dominada por punzante dolor, pugnaba por distraerlos,
-ingiriendo en su conversación conceptos extraños, y al fin, no pudiendo
-contenerse, dijo con muy mal humor:
-
---¿No concluirá tan larga confesión? Si siguen ustedes así, entonaremos
-todos el _yo pecador_.
-
---¿Y a ti qué te importa? --dijo Máiquez con semblante sañudo y con
-aquel despótico tono que usaba con los desdichados subalternos de su
-compañía.
-
-Mi ama se quedó perpleja, y en un buen rato no dijo palabra.
-
---Tienen que contarse muchas cosas --dijo Amaranta con malicia--.
-Lo mismo sucedió el otro día en casa. Pero estas cosas pasan, señor
-Máiquez. El placer es breve y fugaz. Conviene aprovechar las dulzuras
-de la vida, hasta que el horrible hastío las amargue.
-
-Lesbia miró a su amiga... Mejor dicho, ambas se miraron de un modo que
-no indicaba la existencia de una apacible concordia entre una y otra.
-
-El secreteo entre Isidoro y la dama continuaba cada vez más íntimo,
-más ardoroso, más impaciente. Parecía que el tiempo se les abreviaba
-entre palabra y palabra, no permitiéndoles decirlo todo. Amaranta
-se aburría, el marqués dirigía con ojos y boca inútiles flechas al
-enajenado corazón de mi ama, y esta cada vez más inquieta, mostrando
-en su semblante ya la interna rabia de los celos, ya la dolorosa
-conformidad del martirio, no procuraba entablar conversación,
-ni parecía cuidarse de sus convidados. Pero al fin el marqués,
-comprendiendo que aquella era ocasión propicia para hablar, aunque
-fuera ante mujeres, de su tema favorito, que eran los asuntos públicos,
-rompió el grave silencio y dijo:
-
---La verdad es que estamos aquí divirtiéndonos, y a estas horas tal vez
-se preparan cosas que mañana nos dejarán a todos asombrados y lelos.
-
-Hallándose mi ama, como he dicho, absorta entre el despecho y la
-resignación, se dejó dominar del primero, que la inducía a trabar otro
-diálogo íntimo con el diplomático, y dijo con viveza:
-
---¿Pues qué pasa?
-
---Ahí es nada... Parece mentira que estén ustedes con tanta calma
---contestó el marqués, retardando el dar las noticias.
-
---Dejemos esas cuestiones que no son de este lugar --dijo la sobrina
-con hastío.
-
---¡Oh, oh, oh! --exclamó con grandes aspavientos el diplomático--. ¡Por
-qué no han de serlo! Yo sé que Pepa desea vivamente saber lo que pasa,
-y saberlo de mis autorizados labios: ¿no?
-
---Sí, muchísimo: quiero que usted me cuente todo --dijo mi ama--.
-Esas cosas me encantan. Estoy de un humor... divertidísimo: hablemos,
-hablemos, señor marqués.
-
---Pepa, usted me electriza --dijo el marqués clavando en ella con
-amor sus turbios y amortiguados ojos--. Tanto es así, que yo, a pesar
-de haberme distinguido siempre, durante mi carrera diplomática, por
-mi gran reserva, seré con usted franco, revelándole hasta los más
-profundos secretos de que depende la suerte de las naciones.
-
---¡Oh! me encantan los diplomáticos --dijo mi ama con cierta agitación
-febril--. Hábleme usted, cuénteme todo lo que sepa. Quiero estar
-hablando con usted toda la noche. Es usted, señor marqués, la persona
-de conversación más dulce, más amena, más divertida que he tratado en
-mi vida.
-
---Nada te dirá, Pepa, sino lo que todo el mundo sabe --indicó
-Amaranta--, y es que a estas horas las tropas de Napoleón deben de
-estar entrando en España.
-
---¡Oh, qué cosa más linda! --dijo mi ama--. Hable usted, señor marqués.
-
---Sobrina, ¿acabarás de apurarme la paciencia? --exclamó el marqués,
-dando importancia extraordinaria al asunto--. No se trata de que entren
-o no entren esas tropas, se trata de que van a Portugal a apoderarse de
-aquel reino para repartirlo...
-
---¿Para repartirlo? --dijo la González con su calenturienta
-jovialidad--. Bien: me alegro. Que se lo repartan.
-
---Lindísima Pepa, esas cosas no pueden decidirse tan de ligero --dijo
-el marqués gravemente--. ¡Oh, usted aprenderá conmigo a tener juicio!
-
---Es cierto --añadió Amaranta-- que se ha acordado dividir a Portugal
-en tres pedazos: el del Norte se dará a los reyes de Etruria; el centro
-quedará para Francia y la provincia de Algarbes y Alentejo servirá para
-hacer un pequeño reino, cuya corona se pondrá el Sr. Godoy en la cabeza.
-
---¡Patrañas, sobrina, patrañas! --dijo el marqués--. Eso es lo que dio
-tanto que hablar el año pasado; pero ¿quién se acuerda ya de semejante
-combinación? Tú no estás al tanto de lo que pasa... Por supuesto, no
-necesito repetir que es preciso guardar absoluto secreto sobre lo que
-voy a decir.
-
---¡Ah! descuide usted --repuso mi ama--. En cuanto a mí, estoy
-encantada de esta conversación.
-
---El año pasado Godoy trató de ese asunto, por medio de Izquierdo,
-su representante reservado, con Napoleón. Parece que la cosa estaba
-arreglada. Pero de repente el emperador pareció desistir, y entonces D.
-Manuel, ofendido en su amor propio y viendo defraudadas sus esperanzas,
-quiso mostrarse fuerte contra Napoleón, publicó la famosa proclama de
-octubre del año pasado, y envió un mensajero secreto a Inglaterra,
-para tratar de adherirse a la coalición de las potencias del Norte
-contra Francia. Esto lo tengo yo muy sabido... porque ¿qué secreto
-puede escaparse a mi penetración y consumada experiencia de estos
-arduos negocios? Bien... así las cosas, venció Napoleón a los prusianos
-en Jena, y ya tenemos a nuestro D. Manuel asustadizo y hecho un lego
-motilón, temiendo la venganza del que había sido gravemente ofendido
-con la publicación de la proclama, considerada aquí y en Francia como
-una declaración de guerra. Envió a Izquierdo a Alemania, para implorar
-perdón, y al fin le fue concedido; pero no se volvió a hablar más del
-reparto de Portugal, ni de la soberanía de los Algarbes. He aquí,
-señoras, la pura verdad. Yo, por mis antecedentes y mis conocimientos,
-estoy al tanto de todos estos asuntos, pues al paso que los atisbo
-y escudriño aquí, no falta algún diplomático extranjero que me los
-comunique con toda reserva. Hoy no se habla ya del reparto de Portugal,
-señora sobrinita. Lo que ocurre es mucho más grave, y... pero no, no
-somos dueños de comunicar a nadie ciertas cosas. Callaré hasta que
-el gran cataclismo se haga público... ¿Aprueba usted mi discreción,
-querida Pepa? ¿Conviene usted conmigo en que la reserva es hermana
-gemela de la diplomacia?
-
---¡Oh, la diplomacia! --exclamó mi ama con afectación--. Es cosa que
-me tiene enamorada. ¡La pérfida Albión! ¡Los tratados! ¡Bonaparte! ¡La
-coalición! ¡Oh, qué asuntos tan divinos! Confieso que hasta aquí me han
-aburrido mucho; pero ahora... esta noche, rabio por conocerlos, y esta
-conversación, señor marqués, me tiene embelesada.
-
---Es verdad --dijo el diplomático relamiéndose de satisfacción--, que
-pocas personas tratan de estas materias con tanta delicadeza, con tanta
-prudencia, digámoslo de una vez, con tanta gracia como yo. Cuando
-estaba en Viena por el año 84 todas las damas de la corte me rodeaban,
-y si vieran ustedes cómo pasaban el rato oyéndome...
-
---Lo comprendo: lo mismo me pasa a mí esta noche --dijo mi ama sin
-cesar en extraña exaltación--. Por piedad, hábleme usted del Austria,
-de la Turquía, de la China, del protocolo y de la guerra; sobre todo de
-la guerra.
-
---Dejemos a un lado por esta noche tan fastidiosa conversación --indicó
-Amaranta--. No creo que usted, querido tío, sea de la ridícula opinión
-que supone a Godoy intentando, con el auxilio de Bonaparte, mandar a
-América a la Real familia, quedándose él de Rey de España.
-
---Sobrina, por todos los santos, no me incites a hablar; no me hagas
-olvidar el gran principio de que la discreción es hermana gemela de la
-diplomacia.
-
---Es absurdo también --continuó la sobrina-- suponer que Napoleón haya
-mandado sus tropas a España para poner la corona al príncipe Fernando.
-El heredero de un trono no puede solicitar el favor de un soberano
-extranjero para ningún fin contrario a los de sus reales padres.
-
---Vamos, vamos, señoras, asuntos tan graves no pueden tratarse de
-ligero. Si yo me decidiera a hablar, se quedarían ustedes espantadas, y
-no podríamos cenar.
-
-A esta sazón ya había venido la cena, y yo comenzaba a servirla.
-Isidoro y Lesbia, requeridos por mi ama para que se acercaran a la
-mesa, dieron tregua al arrobamiento y tomaron parte por un rato en la
-conversación general.
-
---¿Pero, qué hablan ustedes? --dijo Lesbia--. ¿Hemos venido aquí para
-ocuparnos de lo que no nos importa? ¡Bonito tema!
-
---¿Pues de qué quiere usted que se hable, desgraciada?
-
---De otras cosas... vamos; de bailes, de toros, de comedias, de versos,
-de vestidos...
-
---¡Qué sosada! --indicó mi ama con desdén--. Además, ustedes pueden
-tratar de lo que gusten, y nosotras hablaremos de lo que más nos
-convenga.
-
---Ya veo por qué anda Pepa tan distraída --dijo Máiquez burlándose
-de mi ama--. Se ha dedicado a estudiar la política y la diplomacia,
-carreras más propias de su ingenio que la del teatro.
-
-Mi ama intentó contestar a esta mofa, pero las palabras expiraron en
-sus labios y se puso muy encendida.
-
---Aquí venimos a divertirnos --añadió Lesbia.
-
---¡Oh, frívola y vana juventud! --exclamó el marqués después de beberse
-un gran vaso de vino.--No piensa más que en divertirse, cuando la
-Europa entera...
-
---Dale con la Europa entera.
-
---Pepa es la única que comprende la gravedad de las circunstancias.
-Usted, encantadora actriz, será de las pocas que, como yo, no se
-sorprendan del cataclismo.
-
---¿Querrá usted explicarnos de una vez lo que va a pasar?
-
---¡Por Dios y todos los santos! --exclamó el diplomático, afectando
-cierta compunción suplicante--. Yo les ruego a ustedes que no me
-obliguen con sus apremiantes excitaciones a decir lo que no debe salir
-de mis labios. Aunque tengo confianza en mi propia prudencia, temo
-mucho que si ustedes siguen hostigándome, se me escape alguna frase,
-alguna palabra... Callen ustedes por Dios, que la amistad tiene en mí
-fuerza irresistible, y no quiero verme obligado por ella a olvidar mis
-honrosos antecedentes.
-
---Pues callaremos: no deseamos saber nada, señor marqués --dijo
-Máiquez, comprendiendo que el mejor medio para mortificar al buen viejo
-consistía en no preguntarle cosa alguna.
-
-Hubo un momento de silencio. El marqués, contrariado en su locuacidad,
-no cesaba de engullir, entablando relaciones oficiosas con un capón,
-e impetrando para este fin los buenos oficios de una ensalada de
-escarola, que le ayudaba en sus negociaciones. Mientras tanto se
-deshacía en obsequios con mi ama, y sus turbios ojos, reanimados no sé
-si por el vino o por el amor, brillaban entre los arrugados párpados y
-bajo las espesas cenicientas cejas, que contraía siempre, en virtud de
-la costumbre de leer la vieja letra de los _memorandums_. La González
-no decía tampoco una palabra, y solo ponía su reconcentrada atención,
-aunque sin mirarlos, en los dos amantes, mientras que Amaranta, agitada
-sin duda por pensamientos muy diferentes, no miraba a Isidoro ni a
-Lesbia, ni a mi ama, ni a su tío, sino... ¿tendré valor para decirlo?
-me miraba a mí. Pero esto merece capítulo aparte, y pongo punto final
-en este para descansar un poco.
-
-
-
-
-VII
-
-
-Sí, ¿lo creerán ustedes? me miraba, ¡y de qué modo! Yo no podía
-explicarme la causa que motivaba aquella tenaz curiosidad, y si he de
-decir verdad como hombre honrado, aún hoy no he salido de dudas. Yo
-servía a la mesa, como es de suponer, y no pueden ustedes figurarse
-cuál fue mi turbación cuando advertí que aquella hermosa dama, objeto
-por parte mía de la más fervorosa admiración, fijaba en mí los ojos más
-perfectos, que, según creo, se han abierto a la luz desde que hay luz
-en el mundo. Un color se me iba y otro se me venía; a veces mi sangre
-toda corría precipitadamente hacia mi semblante poniéndome encendido
-y a veces se recogía por entero en mi palpitante corazón, dejándome
-más pálido que un difunto. Ignoro el número de fuentes que rompí
-aquella noche, pues las manos me temblaban, y creo que serví de un modo
-lamentable, trocando el orden de los platos, y dando sal cuando me
-pedían azúcar.
-
-Yo decía para mí: ¿qué es esto? ¿Tendré algo en la cara? ¿Por qué me
-mirará tanto esa mujer?... Al salir fuera, iba a la cocina, me miraba
-a toda prisa en un espejillo roto que allí tenía; mas no encontraba
-en mi semblante nada que de notar fuese. Volvía a la sala, y otra vez
-Amaranta me clavaba los ojos. Por un instante llegué a creer... ¡pero
-quiá! me reía yo mismo de tan loca presunción. Cómo era posible que una
-dama tan hermosa y principal sintiera... ¡Ay! recuerdo haber dicho,
-aunque al revés, lo que después escribió en un célebre verso cierto
-poeta moderno. Pero todo debía ser un sueño de mi infantil soberbia.
-¿Cómo podía la estrella del cielo mirar al gusano de la tierra, sino
-para recrearse, comparando, en su propia magnitud y belleza?
-
-Pero debo añadir otra circunstancia, y es que cuando mi ama me
-reprendía por las muchas torpezas que cometí en el servicio de la mesa,
-Amaranta acompañaba sus miradas de una dulce sonrisa, que parecía
-implorar indulgencia por mis faltas. Yo estaba perplejo, y un violento
-fluido que parecía súbito acrecentamiento de vida, corría por mis
-nervios, produciéndome una actividad devoradora a la cual seguía un
-vago aturdimiento.
-
-Después de largo rato la conversación, anudándose de nuevo, fue
-general. El marqués, viendo que no se le preguntaba nada, estaba en
-gran desasosiego, y a los rostros de todos dirigía con inquietud sus
-ojos buscando una víctima de su conversación; pero nadie parecía
-dispuesto a escucharle, con lo cual lleno de enojo, tomó la palabra
-para decir que si continuaban apremiándole para que hablara, se vería
-en el caso de no poner segunda vez a prueba su discreción concurriendo
-a tertulias donde no reinaba el más profundo respeto hacia los secretos
-de la diplomacia.
-
---Pero si no le hemos dicho a usted una palabra --indicó Lesbia riendo.
-
-Isidoro, conociendo que el marqués era enemigo de Godoy, dijo con mucha
-sorna:
-
---No se puede negar que el Príncipe de la Paz, como hombre de gran
-talento, burlará las intrigas de sus enemigos. Napoleón le apoya, y
-no digo yo la coronita de los Algarbes, sino la de Portugal entero o
-quizás otra mejor recibirá de manos de Su Majestad Imperial. Conozco
-a Napoleón, le he tratado en París, y sé que gusta de los hombres
-arrojados como Godoy. Verá usted, verá usted, señor marqués, todavía le
-hemos de ver a usted llamado a los consejos del nuevo rey, y tal vez
-representándole como plenipotenciario en alguna de las cortes de Europa.
-
-El marqués se limpió la boca con la servilleta, echose hacia atrás,
-sopló con fuerza, desahogando la satisfacción que le producía el verse
-interpelado de aquel modo, fijó la vista en un vaso, como buscando
-misterioso punto de apoyo para una sutil meditación, y dijo con mucha
-pausa:
-
---Mis enemigos, que son muchos, han hecho correr por toda Europa la
-especie de que yo llevaba correspondencia secreta con el Príncipe de
-Talleyrand, con el Príncipe Borghese, con el Príncipe Piombino, con
-el gran duque de Aremberg y con Luciano Bonaparte en connivencia con
-Godoy, para estipular las bases de un tratado en virtud del cual España
-cedería las provincias catalanas a Francia a cambio de Portugal y el
-reino de Nápoles... pasando Milán a la reina de Etruria, y el reino de
-Westfalia a un infante de España. Yo sé que esto se ha dicho --añadió
-alzando la voz y dando un fuerte puñetazo en la mesa--. ¡Yo sé que esto
-se ha dicho: ha llegado a mis oídos, sí, señor! Los calumniadores lo
-hicieron creer a los soberanos de Austria y Prusia; se me interpeló
-sobre el caso, Rusia no titubeó en hacerse eco de la calumnia, y fue
-preciso que yo empleara todo mi valimiento y tacto para disipar las
-densas nubes que se habían acumulado en el horizonte de mi reputación.
-
-Al decir esto, el marqués empleaba el mismo tono que habría usado ante
-un Congreso de los principales políticos de Europa. Después de sonarse
-con estrépito, prosiguió de esta manera:
-
---Afortunadamente soy bien conocido, y al fin... tengo la satisfacción
-de haber sido objeto de las más satisfactorias frases por parte de
-los soberanos citados. ¡Ah!... ya sé yo el objeto que guió a los
-calumniadores y el sitio de donde partió la calumnia. En casa de Godoy
-se inventó esa trama abominable con objeto de ver si, autorizada con
-mi nombre, podía esa combinación correr con alguna fortuna por Europa.
-Pero tan inicuos planes quedaron sin éxito, como era de suponer, y la
-Europa entera convencida de que el Príncipe de la Paz y yo no podemos
-obrar de concierto en negocio alguno de interés general para las
-grandes potencias.
-
---¿De modo --dijo Isidoro-- que usted no es, como dicen, amigo secreto
-de Godoy?
-
-El diplomático frunció el ceño, sonrió con desdén, llevó un polvo a la
-nariz y continuó así:
-
---¿Qué incongruentes especies no inventará la calumnia? ¿Qué torpes
-ardides no imaginarán la astucia y la doblez contra la prudencia y el
-saber? Mil veces me han hecho esos cargos, y mil veces los he rebatido.
-Pero es fuerza que repita ahora lo que en otras ocasiones he dicho.
-Había hecho propósito solemne de no ocuparme más de este asunto; pero
-la terquedad de mis amigos y la obcecación del público me obligan a
-ello. Hablaré claro: si en el calor de mi defensa hago revelaciones que
-puedan sonar mal en ciertos oídos, cúlpese a los que me han provocado,
-no a mí, que todo debo posponerlo al brillo de mi inmaculada reputación.
-
-Lesbia, Isidoro y mi ama hacían esfuerzos para contener la risa, al
-ver el énfasis con que nuestro hombre defendía, contra imaginarias
-acusaciones, una personalidad de que nadie se ocupaba sino él. Amaranta
-parecía meditabunda, mas sus reflexiones no le impedían fijar alguna
-vez en mí sus incomparables ojos.
-
---En el año de 1792 --dijo el viejo--, cayó del ministerio el conde
-de Floridablanca, que se había propuesto poner coto a los estragos
-de la revolución francesa. ¡Ah! El vulgo no conoció la mano oculta
-que había arrojado de la Secretaría de Estado a aquel hombre insigne,
-envejecido en servicio del Rey. ¿Pero cómo podía ocultarse a los
-hombres perspicaces la máquina interior de aquel cambio de Ministerio?
-Un joven de veinticinco años a quien los Reyes miraban con particular
-afecto, y que tenía frecuente entrada en Palacio, y que hasta en los
-consejos influyó en el cambio de Ministerio, y en la elevación del
-señor conde de Aranda. ¿Tuve yo participación en aquel suceso? No, mil
-veces no: hallábame a la sazón agregado a la Embajada española, cerca
-del Emperador Leopoldo, y no pude de ningún modo influir para que
-desempeñara el Ministerio mi amigo el conde de Aranda. Pero ¡ay! este
-duró poco en el poder, porque nuevas maquinaciones le derribaron, y
-en noviembre del mismo año España y el mundo todo vieron con sorpresa
-que era elevado a la primera dignidad política aquel mismo joven de
-veinticinco años, ya colmado de honores inmerecidos, tales como el
-ducado de la Alcudia y la grandeza de España de primera clase, la gran
-cruz de Carlos III, la cruz de Santiago, los cargos de ayudante general
-del Cuerpo de Guardias, mariscal de campo de los reales ejércitos,
-gentilhombre de cámara de S. M. con ejercicio, sargento mayor del real
-cuerpo de Guardias de Corps, consejero de Estado, superintendente
-general de Correos y Caminos, etc., etc. Empuñó Godoy las riendas
-del Estado en tiempos muy críticos; todos los hombres de previsión
-comprendíamos la proximidad de grandes males, e hicimos lo posible
-por conjurarlos. El torpe duque de la Alcudia declaró la guerra a
-Francia, contra la opinión de Aranda y de todos cuantos teníamos alguna
-experiencia en los negocios. ¿Se nos hizo caso? No. ¿Se oyeron nuestros
-consejos? No. Pues veamos ahora lo que ocurría después de hecha la paz
-con Francia.
-
-»El Rey continuaba acumulando en la persona de su favorito toda clase
-de honores y distinciones, y por fin le enlazó con una princesa de la
-familia real. Tanto favor dispensado a un hombre nulo y que en los más
-indignos hechos buscaba ocasión de medro, produjo la animadversión y
-el descontento de todos los españoles. La caida de un favorito que
-había desconcertado el Erario público y desmoralizado la justicia
-vendiendo los destinos, era segura. Y aquí debo decir, aunque por un
-momento falte a las leyes de mi sistemática reserva; que yo nada influí
-para que entraran en los ministerios de Hacienda y Gracia y Justicia
-Saavedra y Jovellanos. Ruego a ustedes que no revelen este secreto, que
-hoy por primera vez sale de mis labios.
-
---Seremos tan callados como guardacantones, señor marqués --dijo
-Isidoro.
-
---Pero la cosa no tenía remedio --continuó el diplomático dirigiendo
-sus ojos a todos los lados de la sala, como si le oyera gran número de
-personas--. Jovellanos y Saavedra no podían concertarse en el Gobierno
-con quien ha sido siempre la misma torpeza y la corrupción en persona.
-La república francesa trabajaba en contra del favorito. Jovellanos
-y Saavedra se empeñaron en desprenderse de tan peligroso compañero,
-y al fin el Rey, cediendo a tantas sugestiones y a la voz popular,
-dio a Godoy su retiro en marzo de 1798. Yo declaro aquí de una vez
-para siempre, que no tuve participación en su caida, como han dado en
-suponer. Y esta sería ocasión de decir algo que sé, y que siempre he
-callado; pero... no, no fío bastante en la prudencia de los que me
-escuchan, y prefiero guardar silencio sobre un punto delicado que nadie
-conoce. Conste tan solo que no contribuí a la caida de Godoy en 1798.
-
---Pero la desgracia del Sr. D. Manuel duró poco --dijo Isidoro--,
-porque el ministerio Jovellanos-Saavedra fue de poca duración, y el de
-Caballero y Urquijo, que le sucedió, tampoco tuvo larga vida.
-
---Efectivamente, a eso iba --continuó el marqués--. Los Reyes no podían
-pasarse sin su amigo. Ocupó este nuevamente la Secretaría de Estado,
-y queriendo acreditarse de guerrero, ideó la famosa expedición contra
-Portugal, para obligar a este pequeño reino a romper sus relaciones con
-Inglaterra. Ya desde entonces nuestro ministro no pensaba más que en
-secundar los planes de Bonaparte del modo menos ventajoso para España.
-Él mismo mandó aquel ejército, que se puso en planta a costa de grandes
-sacrificios; y cuando los pobres portugueses abandonaron Olivenza
-sin que pudiera entablarse una lucha formal, el favorito celebró sus
-soñadas victorias con un festejo teatral que dio a aquella guerra el
-nombre de _guerra de las naranjas_. Ustedes saben que los Reyes habían
-acudido a la frontera. El favorito mandó construir unas angarillas
-que adornó con flores y ramaje, y sobre esta máquina hizo poner a la
-Reina, que fue tan chabacanamente llevada en procesión ante las tropas,
-para recibir de manos del generalísimo un ramo de naranjas, cogido en
-Elvas por nuestros soldados. No añadiré una palabra más, ni recordaré
-los punzantes chistes que circularon en aquella ocasión de boca en
-boca. Que cada cual se entienda con su conciencia, y que todos tengan
-bastante energía para defender sus propios actos, como defiendo yo los
-míos en este momento. Ahora paso a otra cuestión.
-
-»Y aunque necesite repetirlo mil veces, diré también que no tuve parte
-alguna en las negociaciones del tratado de San Ildefonso, ni en la
-alianza de nuestra marina con la francesa, origen del desastre de
-Trafalgar. Pero sobre este tratado sé cosas curiosísimas que me confió
-el general Duroc y que no puedo revelar a ustedes por más empeño que
-muestren en conocerlas. No... no me pidan ustedes que revele lo que sé;
-no pongan a prueba mi discreción: hay secretos que no pueden confiarse
-en el seno de la amistad más íntima. Yo debo callar y callaré. Si los
-dijese, cuán pronto confundiría al Príncipe de la Paz y a los que me
-suponen cómplice de sus infames tratos con Bonaparte. Mi único afán ha
-consistido en destruir sus combinaciones, y aquí en confianza puedo
-decir que repetidas veces lo he conseguido. Por eso se empeña en
-desacreditarme a los ojos de Europa, en malquistarme con los hombres de
-Estado, que han depositado en mí su confianza; por eso suena mi nombre
-unido a todas las combinaciones que fragua la izquierda en París.
-Pero ¡ah! gracias a mi destreza podré anonadar a los calumniadores,
-salvando mi buen nombre. Ojalá pudiera asimismo salvar a nuestros
-Reyes y a nuestro país del descrédito a que los conduce ciegamente un
-hombre abominable, que se ha elevado por las causas que todos sabemos,
-y sigue dirigiendo la nave del Estado, valido de su torpe arrogancia e
-insolente travesura.
-
-Dijo, y llevándose a la nariz con diplomático aplomo el polvo de
-rapé se sonó con más estruendo que el de una batería, miró a todos
-por encima del pañuelo, y luego pronunció algunas frases vagas que
-anunciaban la agitación de su grande espíritu. Oyéndole y viéndole,
-parecía que sobre el mantel de la mesa que yo había servido iban a
-resolverse las más arduas cuestiones europeas, repartiendo pueblos y
-arreglando naciones como en el tapete de Campo-Formio, de Presburgo o
-de Luneville.
-
---Estamos ya convencidos, señor marqués --dijo Lesbia--, de que usted
-no ha tenido ni tiene parte alguna en los desastres ocasionados por el
-Príncipe de la Paz; pero no nos ha dicho cuáles son los grandes males
-que nos amenazan.
-
---Ni una palabra más, no diré ni una palabra más --dijo el marqués
-alzando la voz--. Cesen, pues, las preguntas. Todo es inútil, señoras
-mías. Soy inflexible e implacable: todos los esfuerzos, todas las
-astucias de la curiosidad no conseguirán arrancarme una revelación.
-He suplicado a ustedes que no me preguntasen nada, y ahora, no ruego
-sino mando que me dejen en paz, renunciando a corromper y sobornar mi
-experimentada prudencia con los halagos de la amistad.
-
-Oyendo al diplomático, yo recordaba a cierto mentiroso que conocí
-en Cádiz, llamado D. José María Malespina. Ambos eran portentos de
-vanidad; pero el de Cádiz mentía desvergonzadamente y sin atadero,
-mientras que el de Madrid, sin alterar nunca los sucesos reales, se
-suponía hombre de importancia, y su prurito consistía en defenderse de
-ataques imaginarios y en negarse a revelar secretos que no sabía. Esto
-prueba la inmensa variedad que el Creador ha puesto en la fauna moral,
-así como en la física.
-
-Isidoro y Lesbia, retirándose de la mesa, habían vuelto a formar la
-tela de araña de sus comunicaciones amorosas. Mi ama había variado en
-sus disposiciones favorables hacia el marqués. En vano le prometió
-franquearse con ella, revelándole lo que ningún ser humano había oído
-hasta entonces de sus labios; pero sin duda a la González no debió de
-halagar mucho la promesa de conocer los planes de todas las potencias
-europeas, porque no tuvo para su solícito cortejante palabra ni frase
-alguna que no fuese el mismo acíbar.
-
-Amaranta, cuya reconcentración mental se desvanecía poco a poco, clavó
-en mí sus ojos de una manera que parecía indicar vivo deseo de entablar
-conversación conmigo. En efecto, contra todas las prescripciones del
-decoro, en cierta ocasión en que yo recogía los platos vacíos que tenía
-delante, se sonrió de un modo tan celestial, atravesándome el corazón
-con estas palabras:
-
---¿Estás contento con tu ama?
-
-No puedo asegurarlo; pero creo que sin mirarla, contesté:
-
---Sí, señora.
-
---¿Y no desearías cambiar de ama? ¿No deseas encontrar colocación en
-otra parte?
-
-Tampoco aseguro que sea cierto, pero me parece que respondí:
-
---Según con quién fuera.
-
---Tú pareces un chico de disposición --añadió con una sonrisa que
-parecía abrir el cielo ante mis ojos.
-
-A esto sí que estoy seguro de no haber contestado una palabra. Después
-de una breve pausa, en que mi corazón parecía querer echárseme fuera
-del pecho, tuve un arranque de osadía, que hoy mismo me causa asombro,
-y dije:
-
---¿Es que quiere usía tomarme a su servicio?
-
-Al oírme, Amaranta prorrumpió en graciosa carcajada, y yo me quedé
-perplejo, creyendo haber dicho alguna inconveniencia. Al punto salí
-de la sala con mi carga de platos: en la cocina procuré calmar mi
-turbación, tratando de explicarme los sentimientos de Amaranta respecto
-a mí, y después de mil dudas, dije:
-
---Mañana mismo le contaré todo a Inés, y veremos lo que ella piensa.
-
-
-
-
-VIII
-
-
-Cuando regresé a la sala, la escena continuaba la misma, pero la
-llegada de un nuevo personaje iba a variarla por completo. Oímos ruido
-de alegres voces y como preludios de guitarra en el portal, y después
-entró un joven a quien diferentes veces había yo visto en el teatro.
-Acompañábanle otros; pero se despidieron en la puerta, y él subió
-solo, mas haciendo tanto ruido, que no parecía sino que un ejército se
-nos metía en la casa. Me acuerdo de que aquel joven vestía el traje
-popular, esto es, un rico marsellés, gorra peluda de forma semejante
-a la de los sombreros trípicos, pero mucho más pequeña, y capa de
-grana con forros de felpa manchada. Al verlo con esta facha, no crean
-ustedes que era algún manolo de Lavapiés o chispero de Maravillas, pues
-los arreos con que lo he presentado cubrían la persona de uno de los
-principales caballeros de la corte; solo que este, como otros muchos de
-su época, gustaba de buscar pasatiempo entre la gente de baja estofa,
-y concurría a los salones de _Polonia la Aguardentera_, _Juliana la
-Naranjera_, y otras célebres majas de que se hablaba mucho entonces. En
-sus nocturnas correrías usaba siempre aquel traje que, en honor de la
-verdad, le caía a las mil maravillas.
-
-Pertenecía aquel joven a la Guardia Real, y sus conocimientos no
-traspasaban más allá de la ciencia heráldica, en que era muy experto,
-del arte del toreo y la equitación. Su constante oficio era la
-galantería arriba y abajo, en los estrados y en los bailes de candil.
-Parecían escritos expresamente para él los famosos versos:
-
- Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas
- de pardomonte envuelto...
-
---¡Oh, D. Juan! --exclamó Amaranta, al verle entrar--. Bienvenido sea
-el Sr. de Mañara.
-
-Animose la reunión como por encanto con la entrada de aquel joven, cuyo
-carácter jovial y bullanguero se manifestó desde el primer momento.
-Advertí que el rostro de Amaranta adquiría de súbito extraordinaria
-viveza y malicia.
-
---Sr. de Mañara --dijo con gran desenfado--, llega usted a tiempo.
-Lesbia le echaba a usted de menos.
-
-Lesbia miró a su amiga de un modo terrible, mientras Isidoro parecía
-dominado por violenta cólera.
-
---Aquí, D. Juan, siéntese usted a mi lado --indicó mi ama con alegría,
-señalando a Mañara la silla que tenía a la izquierda.
-
---No creí encontrar a usted aquí, señora duquesa --dijo el petimetre
-dirigiéndose a Lesbia--. He venido, sin embargo, impulsado por la voz
-de mi corazón; ya veo que el corazón no se equivoca siempre.
-
-Lesbia estaba bastante turbada, mas no era mujer a quien arredraban las
-situaciones críticas, así es que entre ella y Mañara hubo un verdadero
-tiroteo de dichos agudos, risas y epigramas. Máiquez estaba cada vez
-más intranquilo.
-
---Esta es noche de suerte para mí --dijo D. Juan sacando un bolsillo de
-seda--. He estado en casa de la Primorosa, y allí he ganado cerca de
-dos mil reales.
-
-Diciendo esto, vació el oro sobre la mesa.
-
---¿Había allí mucha gente? --preguntó Amaranta.
-
---Mucha; mas la marquesita no pudo ir porque estaba con dolor de
-muelas. ¡Ah! nos hemos divertido.
-
---Para usted --dijo Amaranta con verdadero ensañamiento en su malicia--
-no hay diversión allí donde no está Lesbia.
-
-Esta volvió a dirigir a su amiga terrible mirada.
-
---Por eso he venido.
-
---¿Quiere usted seguir probando fortuna? --dijo mi ama--. La baraja,
-Gabriel; trae la baraja.
-
-Hice lo que se me mandaba, y los oros, las espadas, los bastos y las
-copas se entremezclaron bajo los dedos del petimetre, que barajaba con
-toda la rapidez que da la experiencia.
-
---Sea usted banquero.
-
---Bien; ahí va.
-
-Cayeron las primeras cartas: todos los personajes sacaron su dinero;
-fijáronse ansiosas miradas en los terribles signos, y comenzó el juego.
-
-Por un momento no se oyeron más que estas breves y elocuentes frases:
-«¡Tres duros al caballo... Yo no abandono a mi siete de espadas...
-Bien, por el rey... Gané... Perdí... Diez a mí... Maldita sota!»
-
---Mala suerte tiene usted esta noche, Máiquez --dijo Mañara, recogiendo
-el dinero del actor, que ni una vez apuntaba sin perder cuanto ponía.
-
---¡Y yo qué buena! --dijo mi ama recogiendo sus monedas, que ascendían
-ya a una respetable cantidad.
-
---¡Oh, Pepa; para usted es toda la suerte! --exclamó el banquero--.
-Pero dice el refrán: «Afortunado en el juego, desgraciado en amores.»
-
---En cambio, usted --dijo Amaranta-- puede decir que es afortunado en
-ambos juegos. ¿Verdad, Lesbia?
-
-Y luego, dirigiéndose a Isidoro, que perdía mucho, añadió:
-
---Para usted, pobre Máiquez, sí que no se ha hecho aquel refrán; porque
-usted es desgraciado en todo. ¿Verdad, Lesbia?
-
-El rostro de esta se encendió súbitamente. Me pareció que la vi
-dispuesta a contestar con violencia a su amiga; pero se contuvo y la
-tempestad quedó conjurada por algún tiempo. El marqués perdía siempre,
-pero no paró de jugar mientras tuvo una peseta en su bolsillo. No así
-Máiquez, que una vez desvalijado, recibió un préstamo del banquero,
-y así siguió el juego hasta más de la una, hora en que comenzaron a
-hablar de retirarse.
-
---Debo a usted treinta y siete duros --dijo Máiquez.
-
---Y por fin --preguntó el petimetre--, ¿cuál es la función escogida
-para representarse, en casa de la señora marquesa?
-
---Ya está acordado que sea _Otello_.
-
---¡Oh! me parece bien, amigo Isidoro. Me entusiasma usted en el papel
-de celoso --dijo Mañara.
-
---¿Querría usted hacer el de Loredano? --preguntó el actor.
-
---No, es papel muy desairado. Además, no sirvo para el teatro.
-
---Yo le enseñaré a usted.
-
---Gracias. ¿Ya ha enseñado usted a Lesbia su papel?
-
---Lo sabe perfectamente.
-
---Cuánto deseo que llegue esa noche --dijo Amaranta--. Pero diga usted,
-Isidoro, si le ocurriera a usted un lance como el de _Otello_, si se
-viera engañado por la mujer que ama, ¿sentiría usted aquel terrible
-furor? ¿Sería capaz de matar a su Edelmira?
-
-Esta flecha iba dirigida a Lesbia.
-
---¡Quiá! --exclamó Mañara--. Eso no pasa nunca sino en el teatro.
-
---No mataría a Edelmira; pero sí a Loredano --repuso Máiquez con
-firmeza, clavando enérgica mirada en el petimetre.
-
-Hubo un momento de silencio, durante el cual pude advertir
-perfectamente las señales de la más reconcentrada rabia en el rostro de
-Lesbia.
-
---Pepa, no me has obsequiado esta noche --dijo Mañara--. Verdad es que
-he cenado; pero son las dos, hija mía.
-
-Serví de beber al joven, y habiéndome retirado, oí desde fuera el
-siguiente diálogo. Mañara, alzando una copa llena hasta los bordes,
-dijo:
-
---Señores: brindo por nuestro querido Príncipe de Asturias: brindo por
-que la santa causa que representa tenga dentro de pocos días el éxito
-más completo: brindo por la caida del favorito y el destronamiento de
-los Reyes Padres.
-
---Muy bien --exclamó Lesbia aplaudiendo.
-
---Creo que estoy entre amigos --continuó el joven--. Creo que un fiel
-súbdito del nuevo Rey puede sin recelo manifestar aquí alegría y
-esperanza.
-
---¡Qué horror! ¿Está usted loco? Prudencia, joven --dijo el diplomático
-escandalizado--. ¿Cómo se atreve usted a revelar?...
-
---Cuidado --dijo Lesbia con mucha viveza--, cuidado, Sr. Mañara, está
-delante una confidenta de S. M. la Reina.
-
---¿Quién?
-
---Amaranta.
-
---Tú también lo eres, y según dicen posees los secretos más graves.
-
---No tanto como tú, hija mía --dijo Lesbia sintiendo reponerse su
-osadía--; tú, que, según se asegura, eres hoy depositaria de todas las
-confianzas de nuestra amada soberana. Esto es una gran honra para ti.
-
---Seguramente --repuso Amaranta, dominando su cólera--. Sigo al lado de
-mi bienhechora. La ingratitud es vicio muy feo, y no he querido imitar
-el ejemplo de las que insultan a quien les ha favorecido. ¡Ah! es muy
-cómodo hablar de las faltas ajenas para que no se fije la vista en las
-propias.
-
-Lesbia, después de un momento de vacilación iba a contestar. El diálogo
-tomaba alguna gravedad, y de seguro se habrían oído cosas bastante
-duras, si el diplomático, interviniendo con su tacto de costumbre, no
-hubiera dicho:
-
---Señoras, por Dios... ¿qué es esto? ¿No son ustedes íntimas amigas?
-¿Una diferencia de opinión puede turbar el cielo purísimo de la
-amistad? Dense las manos, y bebamos todos el último vaso a la salud de
-Lesbia y Amaranta enlazadas en dulce y amorosa fraternidad.
-
---Estoy conforme; esta es mi mano --dijo Amaranta alargando la suya con
-gravedad.
-
---Ya hablaremos de esto --añadió Lesbia estrechando con desabrimiento
-la mano de la otra dama--. Por ahora seremos amigas.
-
---Bien: ya hablaremos de esto.
-
-En aquel momento entré yo y la expresión del semblante de una y otra
-no me pareció indicar predisposiciones a la concordia. Con aquel
-desagradable incidente, que por fortuna no tomó proporciones, tuvo
-fin la tertulia, y la aparente reconciliación fue señal de partida.
-Levantáronse todos, y mientras el diplomático y Mañara se despedían de
-mi ama, Amaranta se llegó a mí con disimulo, acercó su boca a mi oído,
-y me dijo con una vocecita que parecía resonar dentro de mi cerebro:
-
---Tengo que hablarte.
-
-Dejome aturdido; pero mi sorpresa subió de punto un poco después,
-cuando acompañé a la comitiva por la calle, precediéndola con un farol,
-según costumbre, porque en aquel tiempo el alumbrado público, si en
-alguna calle existía, era digno émulo de la oscuridad más profunda.
-Llegamos a la calle de Cañizares, a una suntuosa casa, que era la misma
-en cuyo sotabanco vivía Inés, aunque se subía por distinta escalera.
-En el patio de aquella casa, que era la del marqués diplomático, o
-mejor dicho, de su hermana, esperaban las literas que debían conducir
-a las dos damas a sus respectivas mansiones. Antes de entrar en la
-litera, Amaranta me llamó aparte, y díjome que al día siguiente fuese
-a buscarla a aquella misma casa, preguntando por una tal Dolores, que
-luego supe era doncella o confidenta suya, cuyo mandato me alegró
-mucho, porque en él vi el fundamento de mi fortuna.
-
-Volví a casa apresuradamente, y encontré a mi ama muy agitada, paseando
-con precipitación en la estrecha sala, y departiendo consigo misma,
-como si no tuviera el juicio muy sano.
-
---¿Observaste --me dijo-- si Isidoro y Mañara disputaban por la calle?
-
---No reparé, señora --le respondí--. ¿Pues qué motivo tienen esos dos
-caballeros para enemistarse?
-
---¡Ah! no sabes cuán alegre estoy, Gabriel; estoy satisfecha --me dijo
-la González con extraviados ojos y tan febril inquietud, que me impuso
-miedo.
-
---¿Por qué, señora? --pregunté--. Ya es hora de descansar, y usted
-parece necesitar descanso.
-
---No tonto, yo no duermo esta noche --dijo--. ¿No sabes que yo no puedo
-dormir? ¡Ah, cuánto gozo considerando su desesperación!
-
---No entiendo a usted.
-
---Tú no entiendes de esto, chiquillo, vete a acostar... Pero no, no,
-ven acá y escucha. ¿Verdad que parece castigo de Dios? El muy simple no
-conoce la víbora que tiene entre sus brazos.
-
---Creo que se refiere usted a Isidoro.
-
---Justo. Ya sabes que está enamorado de Lesbia. Está loco, como nunca
-lo ha estado. ¡Ah! Con todo su orgullo, ¡qué vilmente se arrastra a los
-pies de esa mujer! Él, acostumbrado a dominar, es dominado ahora, y su
-impetuoso amor servirá de diversión y chacota en el teatro y fuera de
-él.
-
---Pero me parece que el Sr. Máiquez es correspondido.
-
---Lo fue; pero los favores de Lesbia pasan pronto. ¡Oh! Bien merecido
-le está. Lesbia es la misma inconstancia.
-
---No lo hubiera creído en una persona tan simpática y tan linda.
-
---Con esa carita angelical, con su sonrisa inalterable y su aire de
-ingenuidad, Lesbia es un monstruo de liviandad y coquetería.
-
---Tal vez ese Sr. Mañara...
-
---Eso no tiene duda. Mañara es hoy el favorecido, y si habla con
-Isidoro es para divertirse a su costa, jugando con el corazón de ese
-desgraciado. Sí, el corazón de Isidoro está hoy como un ovillo de
-algodón entre las patas de una gata traviesa. ¿Pero no es verdad que le
-está bien merecido?... ¡Oh, rabio de placer!
-
---Por eso la señora Amaranta no cesaba de decir aquellas cosas...
---indiqué, deseando que mi ama esclareciera mis dudas sobre muchos
-sucesos y palabras de aquella noche.
-
---¡Ah! Lesbia y Amaranta, aunque vienen juntas aquí, se aborrecen, se
-detestan, y quisieran destruirse una a otra. Antes se llevaban muy
-bien; mas de algún tiempo a esta parte... yo creo que algo ocurrido en
-Palacio es la causa de esta inquina que ha empezado hace poco, y será
-pronto una guerra a muerte.
-
---Bien se conoce que no se llevan bien.
-
---En Palacio, según me han dicho, arden pasiones encarnizadas e
-implacables. Amaranta es muy amiga de los Reyes Padres, mientras que
-Lesbia parece que es de las damas que más intrigan en el bando de los
-amigos del Príncipe de Asturias. Tan irritadas están hoy la una contra
-la otra, que ya no saben disimular el odio que se profesan.
-
---¿Y es Amaranta mujer de tan mala condición como su amiga? --pregunté
-deseando inquirir noticias de la que ya consideraba como mi protectora.
-
---Todo lo contrario --repuso--. Amaranta es una gran señora, tan
-discreta como hermosa, y de conducta intachable. Gusta de proteger a
-los desvalidos: su sensible y tierno corazón es inagotable para los
-menesterosos que necesitan de su ayuda; y como es poderosísima en la
-corte, porque su valimiento casi excede al de los mismos Reyes, el que
-tenga la dicha de caerle en gracia, ya se puede considerar puesto en
-los cuernos de la luna.
-
---Ya me lo parecía a mí --dije muy contento por tan lisonjeras
-noticias.
-
---Espero que Amaranta --prosiguió mi ama con la misma calenturienta
-agitación-- me ayudará en mi venganza.
-
---¿Contra quién? --pregunté alarmado.
-
---Creo que se ha aplazado la función de la marquesa --continuó sin
-atender a mi pregunta--. Nadie quiere hacer el desairado papel de
-Pésaro, y esto será ocasión de un lamentable retraso. ¿Querrás
-desempeñarlo tú, Gabriel?
-
---¡Yo, señora!... no sirvo para el caso.
-
-Quedose luego muy meditabunda, con el ceño fruncido y los ojos fijos en
-el suelo, y por fin volvió a su primer tema.
-
---Estoy satisfecha --dijo con esa hilaridad dolorosa, que indica las
-grandes crisis de la pasión--. Lesbia le es infiel, Lesbia le engaña,
-Lesbia le pone en ridículo, Lesbia le castiga... ¡Oh, Dios mío! Veo que
-hay justicia en la tierra.
-
-Después serenándose un poco me mandó retirar, y cuando me hallé fuera,
-dejándola con su doncella, la sentí llorar con lágrimas francas y
-abundantes, que debían templar la irritación de su espíritu y poner
-calma en su excitado cerebro. A los consuelos y ruegos de su criada
-para que se retirase a descansar, no respondía más que esto:
-
---¿Para qué me acuesto, si sé que no he de dormir en toda la noche?
-
-Retireme a mi cuarto, que era un estrecho dormitorio donde jamás
-entraban ni en pleno día importunas luces. Me acosté bastante afligido
-al considerar la triste pasión de mi ama; pero estos pensamientos se
-enlazaron con otros relativos a mi propio estado, los cuales, lejos
-de ser tristes alborozaban mi alma; y acompañado por la imagen de
-Amaranta, que iluminaba mi mezquino asilo como un rayo de luna, me
-dormí profundamente pensando en la fábula de Diana y Endimión, que
-conocía por una de las estampas de la sala.
-
-
-
-
-IX
-
-
-Al despertar en la mañana siguiente, acudieron en tropel a mi
-pensamiento todas las ideas y las imágenes que me habían agitado
-la noche anterior. La inclinación hacia mi persona que suponía en
-Amaranta, me trastornaba el juicio como verá el amigo lector, si
-le cuento los disparates que dije y las locuras que imaginé en las
-reflexiones y monólogos de aquella mañana.
-
-«No veo la hora --decía para mí-- de presentarme a esa señora. No me
-queda duda de que le he caído en gracia, lo cual no es extraño, pues
-algunas personas me han dicho que no tengo mal ver. Como dice doña
-Juana, de hombres se hacen los obispos, y quién sabe si a vuelta de
-una media docena de añitos, me encuentro hecho en dos palotadas duque,
-conde o almirante, como otros que yo me sé y que deben lo que son
-a haber caído en gracia a esta o la otra persona. Hablemos claro,
-Gabriel. ¿No estás oyendo mentar todos los días a cierto personaje
-que antes era un pobre pelambrón, y ahora es todo cuanto puede ser un
-hombre? ¿Y todo por qué? Por la inclinación de una elevada señora. Y
-¿quién dice que lo que puede pasar a un hombre, no le pueda suceder
-a otro? Verdad es que el tal personaje es un gallardo mozo; pero yo
-bien sabido me tengo que no soy saco de paja, pues muchas personas
-me han dicho que les gusto, y que no puede negarse que tengo unos
-ojillos picarescos, capaces de trastornar a todo el sexo femenino...
-Ánimo, Sr. Gabrielito. Mi ama ha dicho que Amaranta es la mujer más
-poderosa de toda la Corte, y quién sabe si será de sangre real. ¡Oh,
-divina Amaranta! ¿Qué haré para merecerte? Por supuesto, que si
-llego a verme desempeñando esos elevados cargos, juro por Dios y mi
-salvación, que he de ser el hombre más formal que jamás haya gobernado
-en el mundo. A buen seguro que nadie me acuse, como acusan al otro de
-haber hecho tantas picardías. Lo que es eso... yo tendré las cosas
-bien arregladitas, y en mi persona no gastaré sino lo muy preciso. Lo
-primero que voy a disponer es que no haya pobres, que España no vuelva
-a unirse con Francia, y que en todas las plazuelas del Reino se fije
-el precio de los comestibles, para que los pobres compren todo muy
-barato. Veremos si sé yo mandar o no sé... ¡y que tengo un geniecillo!
-Como no hagan lo que mando, nada, nada... no me andaré con chiquitas.
-Al que no obedezca, cortarle la cabeza y se acabó... así andarán todos
-derechos como un huso. Y lo dicho, dicho. Nada con los franceses,
-Napoleón que se entienda solo; nosotros haremos lo que nos dé la gana,
-y que no me busque el genio, porque yo tengo malas moscas... ¡Oh! si
-esto sucediera, cómo se había de alegrar la pobre Inés: entonces sí
-que no repetiría aquello de la tortuga y del águila. Se me figura que
-Inés es algo corta de alcances; sin embargo, es tan buena, que la
-amaré siempre... pero debo amar a Amaranta... pero ¿cómo puedo dejar
-de amar a Inés?... Pero es preciso que adore sobre todas las cosas a
-Amaranta... pero Inés es tan sencilla, tan buena, tan... pero Amaranta
-me subyuga, me fascina, me vuelve loco... pero Inés... pero Amaranta...»
-
-Esto decía yo, despeñado, como corcel salvaje, por los derrumbaderos
-de mi fantasía; y ya habrá observado el lector que, al suponerme
-amado por una mujer poderosa, mis primeras ideas versaron sobre mi
-engrandecimiento personal y el ansia de adquirir honores y destinos. En
-esto he reconocido después la sangre española. Siempre hemos sido los
-mismos.
-
-Levanteme, cogí el cesto para ir a la compra, y cuando recorría los
-puestos de la plazuela regateando las patatas y las coles, consideré
-cuán inconveniente y deshonroso era que se ocupase en tan bajos
-menesteres un joven destinado a ser dentro de algún tiempo generalísimo
-de los ejércitos de mar y tierra, gran almirante, ministro, y quién
-sabe si rey de algún reinito chico que le caería por chiripa en los
-repartos europeos.
-
-Dejando aparte por ahora lo que se refiere a mi persona, voy a dar una
-idea de la opinión pública en aquellos días, con motivo de los sucesos
-políticos. En la plazuela advertí que se hablaba del asunto, y por las
-calles las personas se paraban preguntándose noticias, y regalándose
-mutuamente las mentiras de que cada cual era forjador o inocente
-vehículo. Yo hablé del caso con varias personas conocidas, y voy a
-copiar imparcialmente el parecer de algunas, pues siendo las más de
-diversa condición y capacidad, el conjunto de sus observaciones puede
-ofrecer exactamente una muestra del pensamiento público.
-
-Un hortera de ultramarinos que era nuestro abastecedor, y hombre muy
-aficionado a mover la sin hueso, me pareció más alegre que de ordinario
-y en extremo jovial con sus parroquianos.
-
---¿Qué nuevas corren por ahí? --le pregunté.
-
---¡Oh! grandes nuevas. Los franceses han entrado en España. Yo estoy
-contentísimo.
-
-Luego, bajando la voz, dijo con semblante risueño:
-
---¡Van a conquistar a Portugal! Es para volverse loco de alegría.
-
---Hombre, no lo entiendo.
-
---¡Ah! Gabrielillo: tú como eres un pobre chico, no entiendes estas
-cosas. Ven acá, mentecato. Si conquistan a Portugal, ¿para qué ha de
-ser sino para regalárselo a España?
-
---¿Y un reino se conquista y se regala, como si fuera una libra de
-nísperos, señor de Cuacos?
-
---Pues es claro. Napoleón es un hombre que me gusta. Quiere mucho a
-España y se desvive por hacernos felices.
-
---Vaya con el hombre. ¿Y nos quiere por nuestra linda cara o porque
-le conviene, para sacarnos dinero, barcos, tropas y cuanto le da la
-gana? --dije yo cada vez más resuelto a romper con Francia cuando fuese
-ministro.
-
---Nos quiere porque sí, y sobre todo ahora va a quitar de en medio al
-Sr. Godoy, que ya nos tiene hasta el tragadero.
-
---¿Querrá usted decirme qué es lo que ha hecho ese caballero para que
-todos le quieran tan mal?
-
---¡Bicoca! Ahí es nada lo del ojo. ¿No sabes que es un embustero,
-atrevido, lascivo, tramposo y enredador? Ya sabemos todos a qué debe
-su fortuna, y la verdad es que la culpa no la tiene él, sino quien lo
-consiente. Ya sabes tú que vende los destinos, ¡y de qué manera! Los
-que tienen mujer guapa o hija doncella, son los que consiguen de Su
-Alteza cuanto solicitan. Pues ahora trata de que se vayan a América
-los príncipes para quedarse él de rey de España... Pero no echó muy
-bien las cuentas, y a lo mejor se presenta Napoleón para desbaratar sus
-planes... Sabe Dios lo que ocurrirá dentro de algunos días: yo creo que
-Napoleón, como amigo y admirador que es de nuestro gran Príncipe de
-Asturias, nos lo va a poner en el trono, sí señor... y el Rey Carlos,
-con la buena pieza de su mujer, se irá adonde mejor le convenga.
-
-No hablamos más del asunto. Entré luego en la tienda de doña Ambrosia,
-a comprar un poco de seda que me había encargado la doncella, y vi tras
-el mostrador a la grave tendera, acariciando su gato, sin dejar por eso
-de atender a la conversación entablada entre D. Anatolio, el papelista
-de la acera de enfrente, y el abate D. Lino Paniagua, que estaba
-escogiendo unas cintas verdes y azules.
-
---No le quede a usted duda, señora doña Ambrosia --decía el
-papelista--; de esta vez nos veremos libres del _choricero_.
-
---No puede ser menos --contestó la tendera-- sino que alguna buena alma
-ha ido a Francia y le ha contado a ese bendito Emperador todas las
-picardías que aquí hace Godoy, por lo cual este ha mandado un ejército
-entero para quitarle de en medio.
-
---Pues, con perdón de ustedes --dijo el abate Paniagua alzando la
-vista--, yo, que frecuento la sociedad de etiqueta, puedo asegurar
-que las intenciones de Napoleón son muy distintas de lo que se cree
-vulgarmente. Napoleón no manda sus tropas contra Godoy, sino para
-Godoy; porque han de saber ustedes que en un tratado secreto (y esto lo
-digo con reserva) se ha convenido echar de Portugal a los Braganzas, y
-repartirse aquel reino entre tres personas, de las cuales una será el
-Príncipe de la Paz.
-
---Eso se dijo hace tiempo --observó con desdén D. Anatolio--; pero
-ahora no se trata de tal reparto. La verdad pura y neta es que Napoleón
-viene a quitar el Portugal a los ingleses, lo cual está muy retebién
-hecho; sí señor.
-
---Pues a mí me han dicho --añadió doña Ambrosia--, que lo que quiere
-Godoy es mandar al Príncipe a América con sus hermanos, para quedarse
-él solito de rey de España. Eso no lo habíamos de consentir. ¿Verdá
-usté, D. Anatolio? Miren qué ideas de hombre. Pero ¿qué se puede
-esperar de quien está casado con dos mujeres?
-
---Y creo que las dos se sientan con él a la mesa, una a la derecha y
-otra a la izquierda --dijo D. Anatolio.
-
---Por Dios, hablemos bajo --indicó con timidez D. Lino Paniagua--. Esas
-cosas no se deben decir.
-
---Nadie nos oye, y sobre todo... Si van a poner a la sombra a cuantos
-hablan de estas cosas, pronto se quedará Madrid sin gente.
-
---Verdad --dijo doña Ambrosia bajando la voz--. Mi difunto esposo, que
-santa gloria haya, y era el hombre de más verdad que ha comido nabos en
-el mundo, aseguraba... (y crean ustedes que lo sabía de buena tinta)
-que cuando el _choricero_ quiso que el Consejo de Estado habilitase a
-la Reina para ser Regenta... pues, no sé si me explico... era porque
-tenían el proyecto de despachar para el otro barrio a mi señor D.
-Carlos, de modo que...
-
---¡Qué abominaciones se dicen hoy! --exclamó el abate.
-
---Como que es la pura verdad --dijo don Anatolio--. Yo también lo supe
-por persona que estaba en el ajo.
-
---Pero esto no se dice, señores, esto se calla --respondió Paniagua--.
-Yo, francamente, no gusto de oír tales cosas. Me da miedo; y si llega a
-oídos del señor Príncipe de la Paz, figúrense ustedes qué disgusto.
-
---Como no nos ha dado prebendas, ni le pedimos congruas...
-
---En fin, despácheme usted, señora doña Ambrosia, que tengo prisa. Esas
-cintas verdes son de etiqueta; pero lo que es las azules, no me atrevo
-a presentárselas a la señora condesa de Castro-Limón.
-
-Despacharon al abate, y luego a mí, con más presteza de la que habría
-querido, pues de buen grado me hubiera detenido más para oír los
-comentarios políticos que tanto me agradaban. Ya iba derecho a la casa,
-cuando acerté a tropezar con el reverendo padre fray José Salmón, de
-la orden de la Merced, el cual era un sujeto excelente que visitaba
-a doña Dominguita (la abuela de mi ama) con tanta frecuencia como
-exigían el arte de Hipócrates y el piadoso anhelo de bien morir; pues
-para administrar lo primero y preparar el ánima a lo segundo era un
-águila el buen mercenario Salmón, a quien solo faltaba una _o_ en su
-apellido para llamarse como el portento de la sabiduría. Detúvome, e
-interpelándome con afabilidad y cortesía, dijo:
-
---¿Y esa incomparable doña Dominga, cómo está? ¿Qué tal efecto le
-ha hecho el cocimiento de cáscaras de frambuesa, o sea _tetragonia
-ficoide_, que llama Dioscórides?
-
---¡Magnífico efecto! --respondí, aunque estaba en completa ignorancia
-del asunto.
-
---Ya le llevaré esta tarde unas pildoritas... --prosiguió-- con las
-cuales, o yo no soy el padre Salmón de la orden de la Merced, o esa
-señora ha de recobrar la agilidad de sus piernas... Pero chico: qué
-buenas peras llevas ahí --añadió metiendo la mano en el cesto, y
-sacando la fruta indicada--. Tú tienes buena mano derecha para comprar
-peras.
-
-Y acto continuo se la guardó, después de olerla, en la manga del luengo
-hábito, sin pedir permiso para ello, pues aunque siguió hablando, fue
-para añadir lo siguiente:
-
---Dile que iré esta tarde por allá a contarle las grandes novedades que
-ocurren en España.
-
---Usted que sabe tanto --dije impulsado por mi curiosidad--, ¿podrá
-explicarme a qué vienen esos ejércitos franceses?
-
---Si tú tuvieras la mitad del talento que yo tengo --repuso--, te
-pondría al tanto de las diversas razones que me hacen estar alegre
-considerando la llegada de esos señores. ¿Por ventura no sabes que
-Napoleón fue quien estableció el culto en Francia, después de los
-horrores y herejías de la revolución? ¿No sabes también que entre
-nosotros no falta algún endiablado personaje en cuya mente bullen
-atrevidos proyectos contra la santa Iglesia? Pues sabiendo esto, ¿a
-quien no se alcanza que el objeto de la entrada de esos ejércitos no
-es ni puede ser otro que dar merecido castigo al insolente pecador, al
-polígamo desvergonzado, al loco enemigo de los derechos eclesiásticos?
-
---Luego ese Sr. Godoy, ¿no solo es un bribón y un acá y un allá, sino
-que también es enemigo de la religión y los religiosos? --pregunté,
-asombrado de ver cómo aumentaba el capítulo de las culpas del favorito.
-
---Sin duda --dijo el fraile--. Y si no, ¿qué nombre tiene el proyecto
-de reformar las órdenes mendicantes, quitándoles la vida conventual
-y obligando a esos buenos religiosos a servir en los Hospitales
-generales? También agita en su diabólica mente el proyecto de sacar
-de las granjas que nos pertenecen lo necesario para fundar unas a
-modo de escuelas de agricultura; que sabe Dios lo que serán las tales
-escuelitas. ¡Oh! Y si fuera cierto lo que se dice --añadió alargando
-la mano para hacer segunda exploración en mi cesto--, si fuera cierto
-lo que se dice respecto a la enajenación de parte de los bienes que
-ellos llaman de manos muertas... Pero no nos ocupemos de esto, que más
-bien causa risa que indignación, y fijemos la vista en el astro de las
-Galias que, cual divino campeón, viene a libertarnos de la tiranía
-de un necio valido, poniendo en el Trono al augusto Príncipe en cuya
-sabiduría y prudencia fiamos.
-
-Al concluir esto había trasportado desde el cesto a las mangas de su
-hábito otra pera y hasta media docena de ciruelas, dando después
-rienda suelta a los encomios de mi destreza en el comprar. Yo me
-apresuré a separarme de un interlocutor que me salía tan caro, y le di
-los buenos días, renunciando a las lecciones de su sabiduría.
-
-No había sacado en limpio gran cosa, ni disipado mis dudas, sobre lo
-que hoy llamaríamos la situación política, y lo único que vi con alguna
-claridad fue la general animadversión de que era objeto el Príncipe
-de la Paz, a quien se acusaba de corrompido, dilapidador, inmoral,
-traficante de destinos, polígamo, enemigo de la Iglesia, y, por
-añadidura, de querer sentarse en el Trono de nuestros Reyes, lo cual
-me parecía el colmo de la atrocidad. También vi de un modo clarísimo
-que todas las clases sociales amaban al príncipe de Asturias, siendo de
-notar, que cuantos anhelaban su próxima elevación al Trono, fiaban tal
-empresa a la amistad de Bonaparte, cuyos ejércitos estaban entrando ya
-en España, para dirigirse a Portugal.
-
-Volví a la plazuela para reponer las bajas hechas en el cesto por
-su paternidad, y allí encontré... ¿no adivinan ustedes a quién? El
-infeliz, acompañado de su hija Joaquinita, a quien Natura había hecho
-_poetisa entre dos platos_, se ocupaba en comprar al fiado no sé qué
-piltrafas y miserables restos, que eran su ordinario alimento. El pedía
-las cosas, la jorobadilla las regateaba, y entre los dos cargaban la
-ración, cuyo peso no hubiera fatigado a un niño de cinco años. La
-miseria había pintado sus más feos rasgos en el semblante de la hija y
-del padre, el cual era tan flaco y amarillo, que se dudaba cómo podía
-existir y moverse cuerpo tan endeble, no siendo galvanizado por el
-misterioso fluido del numen poético. ¿Necesito nombrarle? Era Comella.
-
---¡Sr. D. Luciano, usted por aquí! --dije saludándole con mucho afecto,
-porque aquel hombre me inspiraba la más viva compasión.
-
---¡Ah, Gabriel! --contestó--, ¿y Pepita, y doña Dominga? Tiempo hace
-que no las veo. Pero ya saben que aunque no las visito, porque el
-trabajo me lo impide, les estoy muy agradecido.
-
---Hoy espero ir por allá a llevarles a ustedes algún recadito --dije
-respondiendo verbalmente a las tristes suplicantes miradas de la hija
-del poeta, cuyos ojos me hablaban el lenguaje del hambre.
-
---Es preciso que vayas por casa --continuó el poeta tomándome el
-brazo, e indicando en su gravedad que lo que iba a confiarme era
-importantísimo--. Como me has dicho que presenciaste lo de Trafalgar,
-quiero consultarte sobre ciertos detalles... pues...
-
---Ya. Escribe usted la historia de aquella batalla.
-
---No: historia no; un dramita que va a dejar bizcos a los señores.
-Verás qué pieza. Se titula _El tercer Gran Federico y combate del 21_.
-
---Buen título --respondí--; pero no entiendo qué es eso del _tercer
-Federico_.
-
---¡Qué tonto eres! El _tercer Gran Federico_ es Gravina, y como ya
-hubo en Prusia un Gran Federico que era Segundo, ¿no comprendes que es
-ingenioso y llamativo y tónico poner a nuestro almirante en la lista de
-los Grandes Federicos que ha habido en el mundo?
-
---Ciertamente. Es una idea que solo a usted se le hubiera ocurrido.
-
---Ya Joaquina ha escrito las primeras escenas, que son preciosísimas.
-En primer término aparece la cubierta del _Santísima Trinidad_, a la
-derecha el navío de Nelson, y a lo lejos Cádiz con sus castillos y
-torreones. Debo advertirte que figuro a Nelson enamorado de la hija de
-Gravina, el cual se niega a dársela en matrimonio. La escena empieza
-con una sublevación de los marineros españoles que piden pan, porque
-en todo el barco no hay una miga. El almirante se enfurece y les dice
-que son unos cobardes, porque no tienen alma para resistir tres días
-sin comer, y les da el ejemplo de la más plausible sobriedad mandándose
-servir un pedacito de maroma asada. Nelson se presenta a decir que todo
-se acabará al fin si le dan la niña para llevársela a Inglaterra: la
-muchacha sale de la cámara bordando un pañuelo, y...
-
-No dijo más, porque la violenta risa en que prorrumpí, sin poderme
-contener, le desconcertó un poco, aunque yo para que no se enojara le
-aseguré que me reía por cierto recuerdo despertado en mi memoria.
-
---La escena del hambre está escrita, y si he de decirte la verdad, no
-tiene pero.
-
---No dudo que esa escena puede ser admirable --dije con malicia--,
-sobre todo si ha puesto la mano en ella la señorita Joaquina.
-
---Ya hemos escrito a todos los teatros de Italia, que se disputarán
-como siempre el derecho de traducirla --dijo Joaquinita.
-
---¡Ah! Aquí no se recompensa el verdadero mérito. Bien dicen, que nadie
-es profeta en su patria: verdad es que la posteridad hace justicia;
-pero entre tanto que esa justicia llega, los hombres superiores
-arrastramos miserable existencia y nos morimos como cualquier
-pelafustán, sin que nadie se acuerde de nosotros. Vamos a ver: ¿de qué
-me valen ahora a mí los mausoleos, las inscripciones, las estatuas
-con que han de honrarme en tiempos futuros, cuando la envidia calle
-y a nadie quede duda del mérito de mis obras? Y si no, ahí tienes a
-Cervantes, que es otro ejemplo como este mío. ¿No vivió en la miseria?
-¿No murió abandonado? ¿Acaso tocó las ventajas positivas de ser el
-primer escritor de su siglo? Pues a mí me pasa dos cuartos de lo
-mismo: por supuesto, que si algo me consuela, es considerar cuánto se
-avergonzará la España futura al saber que el autor de _Catalina en
-Cromstadt_, de _Federico II en Glatz_, de _El negro sensible_, de _La
-enferma fingida por amor_, de _Cadma y Sinoris_, de _La escocesa de
-Lambrun_ y de otras muchas obras, ha vivido algún tiempo almorzando dos
-cuartos de sangre frita y otras cosas que no nombro por respeto al arte
-de la poesía, pues no lo quiero denigrar, denigrándome a mí mismo...
-Pero no hablemos de estas cosas, que dan tristeza, y obligan a renegar
-de una patria que no sabe premiar el mérito, y de unos tiempos en que
-los magnates protegen la envidia y persiguen la inspiración.
-
---Calma, calma, Sr. D. Luciano --dije yo mostrándome interesado por el
-triunfo de la inspiración sobre la envidia--; tras esos tiempos vendrán
-otros. ¡Quién sabe lo que pasará mañana!
-
---Eso me han dicho, sí --repuso Comella bajando la voz y con sonrisa de
-satisfacción--. ¿Será cierto que Napoleón es del partido del Príncipe
-de Asturias? ¿Caerá Godoy?
-
---Eso no tiene duda. ¿Pues qué quiere Napoleón más que el bien de los
-españoles?
-
---Justo; y aunque él y Godoy han sido muy amigotes, ya parece que
-el otro ha conocido sus malas mañas, y sabe que todos queremos al
-heredero, con lo cual dicho se está que nos hará el gusto. En cuanto
-a Godoy, yo estoy en que no existe hombre peor en toda la redondez
-de la tierra. Pueden perdonársele los medios de su elevación; puede
-perdonársele que sea polígamo, ateo, verdugo, venal, y otras faltas
-por el estilo; pero lo que no tiene nombre y prueba mejor que nada la
-corrupción de las costumbres, es que proteja a los malos poetas, dando
-cordelejo a los que son buenos y además nacionales, españoles como
-yo, y no admitimos ese fárrago de reglas ridículas y extranjeras con
-que Moratín y otros poetastros de polaina embaucan a los tontos. ¿No
-piensas como yo?
-
---Lo mismito que usted --respondí--. Y ahora verá el Sr. D. Luciano
-cómo los franceses, cuando hayan arreglado lo de Portugal, arreglarán a
-España y se acabará la protección a los malos poetas.
-
---Dios lo quiera así... Pero nos vamos, que antes de almorzar hemos de
-concluir la escena entre Nelson y la hija de Gravina.
-
---¿Tanta prisa corre?
-
---Para fin de mes ha de estar en la Cruz. Tendrá un éxito atroz. Ya
-verás, Gabrielillo. Es preciso que vayas a aplaudir, porque me temo
-mucho que los de Estala, Melón y Moratinillo han de querer silbarla.
-Hay que estar con cuidado, y si ellos tienen la protección del
-Gobierno, no hay que asustarse por eso, la posteridad juzgará. Conque
-adiós.
-
-Se marcharon a prisa, y yo me quedé pensando en la serie de maldades
-que habría cometido el Príncipe de la Paz, para tener también en contra
-suya a los malos poetas. Hasta mucho tiempo después no conocí que entre
-los infinitos actos reprensibles de aquel monstruo de la fortuna había
-algunos que la posteridad, por el contrario, debía recordar siempre con
-agradecimiento...
-
-
-
-
-X
-
-
-Aún me faltaba oír, antes de volver a casa, otra opinión muy distinta
-de las anteriores, y era la para mí respetabilísima de Pacorro
-Chinitas, el amolador, personaje que tenía establecida su portátil
-industria en la esquina de nuestra calle. Me parece que aún estoy
-viendo la piedra de afilar, que en sus rápidas evoluciones despedía por
-la tangente, al contacto del acero, una corriente de veloces chispas,
-semejantes a la cola de un pequeño cometa; y como era mi costumbre
-no apartar la vista de la máquina mientras hablaba con el Júpiter
-de aquellos rayos, el fenómeno ha quedado vivamente impreso en mi
-imaginación.
-
-Era Pacorro Chinitas un hombre que aparentaba más edad de la que
-realmente tenía, merced a los disgustos domésticos de que era autora
-su mujer, célebre buñolera del Rastro, a quien llamaban la _Primorosa_.
-No puedo menos de dar algunas noticias sobre este ejemplar matrimonio,
-porque los dos seres que lo formaban figuran algo en acontecimientos
-posteriores, y que he de contar, si para entonces tengo vida y el
-lector paciencia, como espero.
-
-Es, pues, el caso que Pacorro Chinitas, varón manso y discreto, no
-podía hacer buenas migas con la _Primorosa_, cuya fama, extendida de
-polo a polo, es decir, desde la calle de la Pasión hasta el pórtico
-de San Bernardino, la acusaba de mujer pendenciera, batalladora y
-que partía de un bofetón un par de quijadas, sin que estas y otras
-hazañas la hicieran nunca caer en manos de la justicia. Chinitas se vio
-obligado a pedir una separación, resignándose a no tener más compañera
-que la rueda coronada de chispas, y en esta situación le conocí. Luego
-que nos hicimos amigos contome las picardías de su antigua mitad, y así
-como en otros temas era discretísimo, en este era muy pesado, pues no
-pasaba día sin que me regalara un nuevo capítulo de la larga historia
-de sus cuitas matrimoniales. Como yo encontrara en aquel hombre cierta
-madurez de juicio, cierto sentido práctico que en los demás no hallaba,
-resultó que me aficioné a su conversación, y cuanto él decía me parecía
-entonces de perlas, sin que pudiera explicarme la razón de esta
-preferencia por los juicios de un hombre ignorado y rudo. Después he
-meditado bastante sobre las cosas de aquel tiempo, y sobre la opinión
-general, y puedo deciros sin miedo de equivocarme, que el hombre de más
-talento que conocí en aquellos días fue el amolador de la calle del
-Baño.
-
-Para muestra referiré mi conversación con él.
-
---¡Hola, Chinitas! ¿cómo va? ¿Qué es eso que cuentan por ahí? ¿Conque
-tenemos a los franceses en España?
-
---Eso dicen --contestó--. Y la gente está contenta.
-
---Y parece que van a cogerse a Portugal.
-
---Pues ello... así dicen.
-
---Eso me parece muy bien. ¿Para qué sirve Portugal?
-
---Mira, Gabrielillo --dijo incorporándose, y apartando de la rueda las
-tijeras, con lo cual cesaron por un momento las chispas--; tú y yo
-somos unos brutos que no entendemos palotada de cosas mayores. Pero ven
-acá: yo estoy en que esos señores que se alegran porque han entrado los
-franceses, no saben lo que se pescan, y pronto vas a ver cómo les sale
-la criada respondona. ¿No piensas tú lo mismo?
-
---¿Qué he de pensar? Como Godoy es tan malo de por sí, cátate ahí
-que Napoleón viene a quitarle de en medio, y a poner en el trono al
-Príncipe de Asturias, que dicen es un gerifalte para el gobierno.
-
-Chinitas volvió a aplicar el acero a la piedra, dando movimiento con
-el pie, y después de contestar a mis observaciones con un mohín muy
-expresivo, añadió:
-
---Yo digo y repito que todos estos señores parece que están bobos.
-Nosotros los que no sabemos leer ni escribir, acertamos a veces mejor
-que ellos; y lo que ellos no pueden ver, porque les encandila el sol de
-un poder que tienen tan cerca, lo vemos nosotros desde abajo; y si no,
-di tú: ¿No es preciso estar ciego para comprender que Napoleón no dice
-lo que tiene pensado? ¿Ese hombre no ha revuelto todas las partes del
-mundo, no ha quitado de los tronos los reyes que ha querido para poner
-a los mocosos de sus hermanos? Dicen que viene a poner al Príncipe de
-Asturias y a quitar al _choricero_. De eso me río yo. Sí, porque Godoy
-y él no están de compinche para hacer cualquier picardía... A mí con
-esas. Lo que menos le importa a Napoleón es que reine Fernando o prive
-D. Manuel; lo que él quiere es cogerse a Portugal para darle un pedazo
-a Godoy, y otro pedazo a la infanta que han puesto de reina allá en
-_Trucha_ o _Truria_...
-
---Pues que lo cojan y lo repartan --dije yo con gran crueldad para
-nuestros vecinos--, ¿qué nos importa? Con tal que quiten a ese hombre
-tan malo...
-
---Si cogen a Portugal, porque es un reino chiquito, mañana cogerán a
-España, porque es grande. Yo me enfado cuando veo a esos bobalicones
-que andan por ahí, petimetres, abates, frailes, covachuelistas, y hasta
-usías muy estirados, que se ríen y se alegran cuando oyen decir que
-Napoleón se va a embolsar a Portugal, y con tal de ver por tierra al
-guardia, no les importa que el francés eche el ojo a un bocadito de
-España, que no le vendrá mal para acabar de llenar el buche.
-
---Pero como dicen que no hay pecado que el _choricero_ no haya
-cometido...
-
---Mira, chiquillo --contestó con aplomo probando con el dedo el filo
-de las tijeras--; yo me río de todas las cosas que cuentan por ahí. Es
-verdad que ese hombre es un ambicioso que no va más que a enriquecerse;
-pero si ha llegado a ser duque, y general y príncipe y ministro, ¿de
-quién es la culpa sino de quien le ha dado todo eso sin merecerlo? Si
-vienen y te dicen a ti: «Gabriel, mañana vas a ser esto y lo otro,
-porque me da la gana, y sin que necesites para ello quemarte las cejas
-estudiando latín», ¿qué dirás tú? Dirías, «pues venga.»
-
---Eso no tiene duda.
-
---Y aunque ese hombre es una buena pieza, y ha hecho muchas maldades,
-la mitad de lo que dicen es mentira. También habrás visto que hoy le
-escupen muchos que antes le adulaban; es que saben que va a caer, y
-la sombra del árbol carcomido no le gusta a la gente. ¡Ah! me parece
-que aquí vamos a ver grandes cosas, sí, señor, grandes cosas. Digo y
-repito, que de esto va a resultar lo que nadie piensa, y muchos que hoy
-se restregan las manos de contento, llorarán mañana a moco y baba; y si
-no, acuérdate de lo que te digo.
-
-Aquellas razones, que me parecían encerrar profunda verdad, me
-hicieron pensar; y como persona que ya se preciaba de saber escoger
-los hombres, pensé que aquel sabio amolador era digno de ocupar un
-puesto de consideración a mi lado, cuando yo fuera generalísimo, primer
-secretario de Estado, archipámpano, y tuviera todas las jerarquías que
-esperaba de la protección y ayuda de mi divina Amaranta.
-
---Pues yo lo que deseo --dije-- es que venga de una vez ese príncipe
-tan bueno, que todo lo ha de arreglar a pedir de boca. ¿No cree usted
-lo mismo?
-
---Mira, chiquillo --repuso Chinitas con sibilítico tono--, yo me tengo
-tragado que el heredero no vale para maldita la cosa, y esto no se
-puede decir sino acá para entre los dos, porque si algunos nos oyeran,
-lloverían almendradas. Cuando vivía la señora princesa de Asturias,
-que en gloria esté, todos decían que Fernandito era enemigo de los
-franceses y de Napoleón, porque este ayudaba a Godoy, y ahora resulta
-que los franceses son la mejor gente del mundo y Napoleón tan bueno
-como pan bendito, solo porque parece arrimarse al partido del Príncipe
-de Asturias. Esa no es gente formal, Gabrielillo; y yo lo que veo es
-que el heredero tiene muchas ganas de serlo, antes de que muera su
-padre, aunque es de creer que el canónigo de Toledo y otros personajes
-le tienen sorbidos los sesos, y serían capaces de obligarle a ser mal
-hijo, con tal que ellos pudieran después echarse al cuerpo los mejores
-destinos. Esa gente de arriba es muy ambiciosa, y hablando mucho del
-bien del reino, lo que quiere es mandar; tenlo presente. Yo, aunque
-no me han enseñado a leer ni a escribir tengo mi gramática parda; sé
-conocer a los hombres, y aunque parece que somos bobos y nos tragamos
-todo lo que nos dicen, ello es que a veces columbramos la verdad mejor
-que otros muy sabihondos, y vemos clarito lo que va a venir. Por eso te
-digo que veremos cosas gordas, muy gordas; y si no, acuérdate de lo que
-te digo.
-
-Así habló Chinitas. Cuando me separé de él para entrar en casa,
-recuerdo que iba resumiendo las distintas conferencias de aquella
-mañana, y lo mucho y vario que sobre un mismo asunto había oído en
-anteriores días. Cada cual juzgaba los sucesos según sus pasiones, y
-como yo no podía formarme idea exacta de la importancia de aquellos
-hechos, en mi juvenil ignorancia y equivocado patriotismo, creía muy
-justo que el conquistador del siglo se apoderara de un pequeño reino,
-que a mi juicio no servía más que de estorbo. En cuanto a Godoy, no
-había duda de que los comerciantes, los nobles, los petimetres, el
-pueblo, los frailes y hasta los malos poetas anhelaban su caida,
-unos con razón, otros sin ella; unos por convicción de la ineptitud
-del valido; bastantes por la envidia, y muchos porque creían a pie
-juntillas que habíamos de estar mejor cuando nos gobernara el heredero
-de la Corona. Fue singular cosa que todos se equivocaran respecto a la
-marcha de los futuros sucesos, esperando el próximo arreglo de todos
-los trastornos; fue singular cosa que el optimismo ciego de la mayoría
-no alcanzase a comprender lo que penetró con su ruda desconfianza el
-buen juicio del amolador. Cada vez estoy más convencido de que Pacorro
-Chinitas fue una de las más grandes notabilidades de su época.
-
-
-
-
-XI
-
-
-Ignoro si fueron las conversaciones de aquel día u otras causas las que
-enfriaron el entusiasmo de que yo estaba poseído por la mañana. ¡Cuánto
-he desvariado! --decía para mí--, y lo más seguro es que Amaranta
-habrá visto solamente en mí un chico dispuesto a servirla mejor que
-otro.
-
-Sin embargo, mi curiosidad era tan viva, que no podía ocuparme en cosa
-alguna ni estar con calma en ninguna parte. Aquel día ni aun pude
-visitar a Inés; y cuando cumplí las obligaciones de la casa, me dispuse
-a acudir a la cita. Vestime con el mayor esmero, dedicando el conjunto
-de las fuerzas de mi inteligencia a conseguir que la persona de un
-servidor de ustedes fuese el dechado de todas las gracias, y el resumen
-de cuantas perfecciones concedió Naturaleza a la juventud. El pedazo de
-espejo que limpié desde por la mañana aduló mi amor propio, confirmando
-ante mí la enfática presunción de que no escaseaban en el semblante
-del criado de la González ciertos agradables rasgos, dignos de hacer
-fijar la atención. Fue aquella la primera vez que me sentí presumido:
-después, recordándolo, he sentido ganas de abofetearme.
-
-Yo habría deseado tener entonces el vestido más rico, más lujoso, más
-elegante, más luciente que pudieran hacer los sastres del planeta que
-habitamos; pero tuve que contentarme con el mío humildísimo, sin más
-adorno que el del aseo, la pulcritud y esmero de mi peinado. Mi traje
-era modesto; pero a pesar de ello, yo conocía que estaba bien, y que
-mi persona y aire predisponían en favor mío. Con esto y con pensar
-durante un breve rato frases delicadas y elegantes que me parecían muy
-propias para contestar a los obsequios de la diosa, di por terminados
-los preparativos, y salí de la casa, sin dar cuenta a nadie de mi
-expedición.
-
-Llegué a la casa de la calle de Cañizares, residencia de la señora
-marquesa, de quien era hermano el diplomático; pregunté por doña
-Dolores, apareció esta, y sin decirme nada, me condujo por largos y
-oscuros pasadizos, hasta que al fin dio conmigo en un camarín muy
-lujoso, donde me ordenó que esperase. Mientras así lo hacía, creí
-sentir en la pieza inmediata algunas voces de señoras que hablaban y
-reían, y también creí escuchar la voz desentonada del diplomático.
-Amaranta no me hizo aguardar mucho tiempo. Cuando sentí el ruido de la
-puerta, cuando vi entrar a la hermosa dama, cuando se adelantó hacia
-mí sonriendo con bondad, pareciome que un ente sobrenatural se me
-acercaba, y temblé de emoción.
-
---Has sido puntual --me dijo--. ¿Estás dispuesto a entrar en mi
-servicio?
-
---Señora --contesté sin poder recordar ninguna de las frases que traía
-preparadas--; estoy con mucho gusto a las órdenes de usía para cuanto
-se digne mandarme.
-
---O yo me engaño mucho --dijo la dama sentándose junto a mí--, o tú
-eres un chico bien nacido, hijo de alguna noble familia, y te hallas
-hoy en posición más baja de lo que te corresponde.
-
---Mi padre era pescador en Cádiz --respondí, sintiendo por primera vez
-en mi vida no ser noble.
-
---¡Qué lástima! --exclamó Amaranta--; sin embargo, no importa. Pepa
-me ha dicho que cumples lo que se te encarga con mucha puntualidad, y
-sobre todo con gran reserva; que eres formal a toda prueba; me ha dicho
-también que tienes imaginación, y que podrías ser en otra esfera un
-hombre de provecho.
-
---Mi ama --dije disimulando mi orgullo-- me hace demasiado favor.
-
---Bueno --continuó la diosa--. Ya comprendes que entrar en mi servicio
-sin más recomendación que el propio mérito, es más de lo que pudieras
-desear. Pero me parece que tú tienes disposición para más altos
-empleos, y... creo que no serás desfavorecido por la fortuna. ¿Quién
-sabe lo que llegarás a ser?
-
---¡Oh, sí señora, quién sabe! --dije sin contener el entusiasmo que en
-mí producían aquellas palabras.
-
-Amaranta estaba sentada frente a mí, como he dicho: su mano derecha
-jugaba con un grueso medallón pendiente del cuello, y cuyos diamantes,
-despidiendo mil luces, deslumbraban mis ojos. Tanta era mi gratitud y
-admiración hacia aquella mujer, que no sé cómo no caí de rodillas a sus
-plantas.
-
---Por de pronto no te exijo sino una grande fidelidad en mi servicio.
-Yo acostumbro recompensar bien a los que bien me sirven, y a ti más que
-a nadie, porque me han cautivado tu orfandad, tu abandono y la modestia
-y circunspección que hallo en tu persona.
-
---Señora --exclamé en la efusión de mi gratitud--, ¿cómo pagaré tantos
-sacrificios?
-
---Siéndome fiel y haciendo puntualmente lo que te mande.
-
---Seré fiel hasta la muerte, señora.
-
---Ya ves que exijo poco. En cambio, Gabriel, yo puedo hacer por ti lo
-que no has soñado ni podrías soñar. Otros con menos mérito que tú, se
-han elevado a alturas inconcebibles. ¿No te ha ocurrido que podrías tú
-subir lo mismo, encontrando una mano que te impulsara?
-
---¡Sí, señora! Sí me ha ocurrido, y ese pensamiento me ha vuelto loco
---contesté--. Viendo que usía se dignaba fijar en mí sus ojos, llegué
-a creer que Dios había tocado su buen corazón, y que todo lo que hasta
-ahora me ha faltado en el mundo, iba a recibirlo de una sola vez.
-
---Has pensado bien --dijo Amaranta sonriendo--. Tu adhesión a mi
-persona y tu obediencia a mis órdenes te harán merecedor de lo que
-deseas. Ahora escucha. Mañana voy al Escorial, y es preciso que vengas
-conmigo. Nada digas a tu ama: yo me encargo de arreglarlo todo, de
-manera que consienta en el cambio de servidumbre. No digas tampoco a
-nadie que me has hablado, ¿entiendes? Pasado mañana irás a mi casa,
-desde donde puedes hacer el viaje en los coches que saldrán al medio
-día. Estaremos en el Escorial pocos días, porque regresaremos para ver
-la representación que ha de darse en esta casa, y entonces, quizás
-vuelvas por unos días al servicio de Pepa.
-
---¡Otra vez allá! --dije admirado.
-
---Sí; ya sabrás más adelante todo lo que tienes que hacer. Conque
-retírate ya: no faltes mañana.
-
-Prometí ser puntual y me despedí de ella. Diome a besar su mano con
-tan dulce complacencia que me sentí electrizado al poner mis labios en
-su blanca y fina piel. Ni sus modales, ni sus miradas, ni ninguno de
-los accidentes de su comportamiento para conmigo eran los de una ama
-para con su criado. Más bien parecía tratarme como de igual a igual,
-y en cambio yo, ciego ya para todo lo que no fuera la protección de
-Amaranta, me lancé en la esfera de la atracción de aquel astro que
-inundaba mi alma de luz y calor.
-
-Salí a la calle... ¿a quién comunicar mi alegría? Al punto me acordé
-de Inés, y subí la escalerilla que conducía a su sotabanco, pues no sé
-si he dicho que la habitación de mis amigos estaba en la misma casa.
-Encontré a Inés muy triste, y habiendo preguntado la causa, supe que
-doña Juana, cuya naturaleza se desmejoraba con el continuo trabajar,
-había caído enferma.
-
---¡Inés, Inesilla! --exclamé encontrándome solo en la sala con la
-muchacha--. Quiero hablarte. ¿Sabes que me voy?
-
---¿A dónde? --me preguntó con viveza.
-
---A Palacio, a la corte, a correr fortuna. ¡Ah, picarona; ahora no te
-reirás de mí; ahora va de veras!
-
---¿Qué va de veras?
-
---Que se me ha entrado por las puertas la fortuna, chiquilla. ¿Te
-acuerdas de lo que hablamos el otro día? Bien te lo decía yo, y tú no
-me hacías caso. ¿Pero no ves, reinita, que eso se cae de su peso?
-
---¿Qué se cae de su peso?
-
---Que así como otros han llegado a la mayor altura sin mérito propio,
-y solo porque a alguna gran persona se le antojó protegerles, nada
-tendría de extraño que a mí me aconteciera dos cuartos de lo mismo, sí,
-señorita.
-
---Eso es muy claro: avisa cuando llegues arriba. De modo que mañana te
-tendremos de general o ministro cuando menos.
-
---No te burles, ¿estamos? Tanto como mañana, no; pero ¿quién sabe?
-
-Inés empezó a reír, dejándome bastante confuso.
-
---Pero, ven acá, tonta --dije con una seriedad, cuyo recuerdo me hace
-morir de risa--; tú no estás oyendo hablar todos los días de un hombre
-que no era nada, y hoy lo es todo; de un hombre que entró a servir en
-la Guardia española, y de la noche a la mañana...
-
---¡Hola, hola! --dijo Inés burlándose de mí con más crueldad--. Esas
-tenemos, Sr. D. Gabriel. ¡Qué callado lo tenía usted! ¿Se puede saber
-quién es la dama que se ha enamorado de usted?
-
---Tanto como enamorarse, no, tonta --respondí cortado--; pero... ya
-ves. Como uno no es saco de paja... qué quieres. Todo el mundo, aunque
-no valga nada, encuentra una persona a quien le gusta...
-
-Inés continuó riendo; pero yo conocí que después de mis últimas
-palabras, la pobre necesitaba muchos esfuerzos para aparentar alegría.
-Como su carácter no era apto para el disimulo, luego cesó de reír y se
-puso muy seria.
-
---Bien, excelentísimo señor --dijo haciéndome una grave cortesía--; ya
-sabemos a qué atenernos.
-
---La cosa no es para enfadarse --dije yo sintiéndome repuesto de mi
-turbación--; lo que hay es, que si una persona me quiere proteger, no
-he de hacerle ascos. ¡Y si tú la conocieras, Inesilla; si tú vieras qué
-mujer, qué señora!... Todo lo que te diga es poco; así es que no te
-digo nada.
-
---¿Y esa señora se ha enamorado de ti?
-
---Dale con el enamoramiento; no es eso, mujer. Es que entro a servirla;
-aunque quién sabe lo que podrá pasar... Si vieras cómo me trata... Como
-de igual a igual, y se interesa mucho por mí... y es muy rica... y vive
-en un palacio muy grande cerca de aquí... y tiene muchos criados...
-y lleva en el cuello un medallón con un diamante como un huevo... y
-cuando le mira a uno, se queda uno atortolado... y es muy guapa... y en
-Palacio puede tanto como el Rey... y se llama...
-
-Recordé de pronto que Amaranta me había prohibido revelar su entrevista
-con ella, y callé.
-
---Bueno --dijo Inés--. Ya veo que dentro de poco le tendremos a usía
-hecho un archipámpano, con muchos galones y cintajos, dando que hablar
-a la gente, y teniendo el gusto de oírse llamar ladrón, enredador,
-tramposo y cuanto malo hay.
-
---Mira tú lo que es no entender las cosas --dije algo incomodado--.
-¿De dónde sacas tú que todos los hombres célebres y poderosos, sean
-ladrones y pícaros? No, señor, también pueden ser buenos; y lo que es
-yo... supón, chiquilla, que por arte del demonio llegara yo a ser... no
-te rías, que de menos hizo Dios a Cañete; y todos somos hijos de Adán;
-y tan de carne y hueso es Napoleón Bonaparte como yo. Pues suponte que
-llego a ser... no te rías. Si te ríes me callo.
-
---Si no me río --dijo Inés, conteniendo la hilaridad que de nuevo la
-acometía--. Lo que dices está muy en razón, chiquillo. Si no hay más
-que ponerse a ello. ¿Qué cuesta ser generalísimo, ministro, príncipe
-o duque? Nada. Ni a qué viene el romperse los ojos estudiando por
-aprender todas las cosas que se deben saber para gobernar? Si los
-aguadores y los mozos de cuerda, y los horteras, y los monaguillos,
-son unos tontos de camisón, cuando no se van todos a Palacio, sabiendo
-que tienen seguro el sueldo de consejeros con solo guiñarle el ojo a
-una dama. Y si todas no son tiernas de corazón, con tocarle el codo a
-alguna de las cocineras de Palacio, está hecho todo.
-
---No es eso: veo que tú no entiendes --dije, no sabiendo cómo hacerme
-comprender de Inés--. Eso que dices de aprender y saber gobernar, y lo
-demás, no viene al caso. Verdad es, que antes se necesitaba ser hombre
-de ciencia para medrar; pero hoy, chiquilla, ya ves lo que pasa. No es
-solo Godoy, son cientos de miles los que ocupan altos puestos sin valer
-maldita de Dios la cosa. Con un poco de despejo basta. Si sabré yo lo
-que me digo.
-
---Ven acá, Gabriel --me dijo Inés, dejando su costura--. Las cosas del
-mundo pasan siempre como deben pasar. Esto lo sé yo sin que nadie me lo
-haya dicho. Los hombres que mandan a los demás, están en aquel puesto
-por su nacimiento, pues... porque así está arreglado, de modo que los
-reyes nacen de los reyes... Cuando algún hombre que no ha nacido en
-cuna real, llega a gobernar el mundo, debe de ser porque Dios le ha
-dado un talento, una cosa celestial que no tienen los demás. Y si no,
-ahí me tienes a Napoleón, que es emperador de todo el mundo, y manda no
-sé cuantos miles de millones de soldados; pero es porque él se lo ha
-ganado, y porque desde chiquito aprendía cuanto hay que saber, y los
-maestros se quedaban lelos, viendo que sabía más que ellos... El que
-sube tanto sin tener mérito, es por casualidad, o por mil picardías,
-o porque los reyes lo quieren así; ¿y qué hacen para tenerse arriba?
-Engañan a la gente, oprimen al pobre, se enriquecen, venden los
-destinos y hacen mil trampas. Pero buen pago les dan, porque todo el
-mundo les aborrece, y lo que desean es verles por los suelos. ¡Ah,
-chiquillo! Yo no sé cómo no entiendes esto, esto que es tan claro como
-el agua...
-
-A pesar de ser tan claro como el agua, yo no lo comprendía. Muy
-lejos de eso, estaba tan obcecado, tan dominado por la vanidad, que
-no vi sino impertinencias y majaderías en las juiciosas razones de
-la modistilla. Aún fue más lejos mi soberbia, porque mi amor propio
-se resintió; me sentí pavo real, erguí mi cuello, levanté la cola
-tornasolada, y con mis feas patas de pájaro vanidoso pisoteé la
-discreta paloma, diciéndole estas palabras:
-
---Inés, hablemos claro. Veo que tú no comprendes ciertas cosas... Tú
-eres muy buena, y por eso te quiero y te estimo. No dudes, por lo
-tanto, que de aquí en adelante haré en bien tuyo cuanto me sea posible.
-Tú eres muy buena; pero es preciso confesar que tienes pocos alcances.
-Al fin eres mujer, y las mujeres... como no sea de hacer calceta y de
-poner el puchero a la lumbre, de nada entienden una higa. Este negocio
-que tratamos no es para tu pobre cabecita. Los hombres son los que
-los entendemos bien, porque tenemos un modo de ver las cosas más por
-lo alto, porque en fin, tenemos más talento. No extraño lo que me has
-dicho porque... ¿tú qué puedes entender?... Pero eres una chica muy
-buena: te quiero, te quiero mucho, no te enfades. Puedes estar segura
-de que jamás me olvidaré de ti.
-
-Lector: cuando leas esto te suplico que te despojes de toda
-benevolencia para conmigo. Sé justiciero e implacable, y ya que no me
-tienes, por ventaja mía, al alcance de tus honradas manos, descarga en
-el libro tu ira, arrójalo lejos de ti, pisotéalo, escúpelo... ¡ay!
-pero no: él es inocente, déjalo, no lo maltrates, él no tiene culpa de
-nada; su único crimen es haber recibido en sus irresponsables hojas
-lo que yo he querido poner en él, lo bueno y lo malo, lo plausible y
-lo irrisorio, lo patético y lo tonto que al escribir esta historia
-he ido sacando, escarbador infatigable, de los escombros de mi vida.
-Si algo encuentras que me desfavorezca, tan mío es como lo que te
-parezca laudable. Ya habrás conocido que no quiero ser héroe de novela:
-si hubiera querido idealizarme, fácil me habría sido conseguirlo,
-cuidando de encerrar con cien llaves todas mis flaquezas y necedades,
-para que solo quedasen a la vista del público los hechos lisonjeros,
-adicionados con lindísimas invenciones, que en caso de apuro no me
-habrían de faltar. Pero repito que no quiero idealizarme: bien sé que a
-los ojos de muchos, mi personalidad estaría cien codos más alta, si yo
-representase en mí a un mozuelo desvergonzado, pendenciero y atrevido,
-que en los diez y seis años de su edad hubiese tenido tiempo y fortuna
-para matar en duelo a dos docenas de semejantes, y quitar la honra a
-igual número de doncellas, casadas o viudas, esquivando la persecución
-de la justicia y la venganza de celosos padres o maridos. Todo esto
-sería muy bonito; pero diré con el latino: _sed nunc non erat his
-locus_.
-
-Como prueba de mi modestia, no he vacilado en copiar el diálogo con
-Inés que me favorece tan poco, atreviéndome a esperar que, si el
-lector no me adorase romántico, podrá apreciarme sincero. Hagamos,
-pues, las paces y continuaré la narración en el mismo punto en que
-la dejé; y es que, habiendo espetado las palabras referidas y aun
-algunas más, hijas de mi estólida vanidad, dejé a Inés, creyendo que
-debía buscar interlocutor más conforme a la alteza y sublimidad de mis
-pensamientos. Inés no me dijo una palabra más, y yo, atraído por los
-alegres sones de la flauta tocada por D. Celestino, fui a buscarle a su
-cuarto, y con las manos juntas atrás, y el aire de persona protectora,
-le hablé así:
-
---¿Cómo van esos asuntos, señor mío?
-
---¡Oh, divinamente! --contestó con su optimismo de siempre--. Al fin
-se me hará justicia, y según me ha dicho esta mañana el oficial de la
-secretaría, no puede pasar de la semana que viene.
-
---Me parece que a usted no le vendría mal un arciprestazgo de buena
-renta o cosa así... Dígolo, porque aunque a usted le sorprenda, tal vez
-exista alguna persona que se lo pueda conseguir.
-
---¿Quién, hijo mío, quién, a no ser mi paisano y amigo el Serenísimo
-Príncipe de la Paz?
-
---En donde menos se piensa salta una liebre... Ya veremos, ya veremos
---dije yo haciendo todo lo posible para que la expresión de mi
-semblante fuera la más misteriosa y grave.
-
-Quedose aturdido con mis palabras, y volví al lado de Inés, de quien
-no quería despedirme dejándola enojada. Con gran sorpresa mía,
-la muchacha no conservaba enfado alguno, y me habló con aquella
-incomparable ecuanimidad, que siempre fue su principal atractivo.
-Despedime prometiendo que la recordaría siempre, y ella se mostró tan
-afable, tan cariñosa como si nada hubiera pasado. Su espíritu, cuya
-elevación y superioridad desconocía yo entonces, confiaba firmemente
-sin duda en mi pronta vuelta.
-
-A los dos días mi ama me dijo que había convenido con Amaranta en que
-yo pasara a servir a esta. Arreglé mi pequeño ajuar, y fui a la casa de
-mi nueva ama. Allí me pusieron una librea, y subiendo al coche de la
-servidumbre, el cual seguía a otro ocupado por la marquesa y su hermano
-el diplomático, emprendí el camino del Escorial, a donde llegamos por
-la noche.
-
-
-
-
-XII
-
-
-Como al llegar al Escorial nos encontramos sorprendidos por la noticia
-de gravísimos acontecimientos, no estará de más que mencione lo que por
-el camino me contó el mayordomo de la marquesa, pues a sus palabras dio
-profético sentido lo que ocurrió después.
-
---Me parece que en el Real Sitio pasa algo que va a ser sonado --me
-dijo--. Esta mañana se decía en Madrid... Pero lo que haya lo hemos
-de saber pronto, pues dentro de tres horas y media, si Dios quiere,
-daremos fondo en la lonja.
-
---¿Y qué se decía en Madrid?
-
---Allí todos quieren al Príncipe y aborrecen a los Reyes Padres, y como
-parece que sus majestades se han propuesto mortificar al muchacho,
-apretándole de su lado... Eso, yo lo he visto, y el Príncipe tiene una
-cara que da compasión... Se dice que sus padres no le quieren, lo cual
-está muy mal hecho: a mí me consta que ni una sola vez le lleva el Rey
-a las cacerías, ni le sienta a la mesa, ni le muestra aquel cariño que
-parece natural en un buen padre.
-
---¿Será que el Príncipe anda metido en conspiraciones y enredos? --dije.
-
---Ello bien pudiera ser. Según oí la semana pasada en el Real Sitio, el
-Príncipe se da unas encerronas, que ya, ya... no habla con nadie, está
-como quien ve visiones, y se pasa las noches en vela. Con esto la Corte
-anda muy alarmada, y parece que acordaron vigilarle hasta averiguar lo
-que traía entre manos.
-
---Pues ahora caigo en que me dijeron que el Príncipe era algo literato,
-y se pasaba las noches traduciendo del francés o del latín, que esto no
-lo recuerdo bien.
-
---Sí, en el Escorial se cree eso; pero sabe Dios... Hay quien asegura
-que lo que el Príncipe trae entre manos es cosa gorda; que las tropas
-de Napoleón que han entrado en España lo que menos piensan es guerrear
-con Portugal, y parece que vienen a apoyar a los partidarios del
-Príncipe.
-
---Esas son patrañas; quizás el pobre Fernandito no piense más que en
-traducir sus libros...
-
---Parece que el que tradujo hace poco no gustó a los papás, porque
-hablaba de no sé qué revoluciones, y ahora está con otro: como no sea
-alguna endiablada tramoya para pescar el trono...
-
-Así continuó poco más o menos nuestra conversación hasta que llegamos
-al Real Sitio. El diplomático y su hermana se apearon de su coche y
-nosotros del nuestro. Como los dos viajeros debían aposentarse en
-Palacio y en las habitaciones de Amaranta, que ya había llegado el
-día anterior, desde luego el mayordomo nos encaminó allá, haciéndonos
-recorrer medio mundo en escaleras, galerías, patios y pasillos. Todo
-indicaba que ocurría algo extraordinario en la regia morada, porque
-se veía por los pasillos y salas de tránsito más gente que la que
-acostumbraba estar en pie a aquella hora, que era la de las diez.
-Preguntó la marquesa, mas le contestaron de un modo tan vago, que nada
-pudo sacar en claro.
-
-Instalados en las habitaciones de mi ama, donde me ocupé en acomodar
-los equipajes, según las órdenes que se me daban, al poco rato entró
-Amaranta tan inmutada, que fue preciso aguardar un poco para que,
-repuesta de su zozobra, pudiese explicar lo que pasaba.
-
---¡Ay! --exclamó cediendo a las reiteradas preguntas de sus tíos--; lo
-que pasa es terrible. ¡Una conjuración, una revolución! ¿En Madrid no
-ocurría nada cuando ustedes salieron?
-
---Nada; todo estaba tranquilo.
-
---Pues aquí... es una cosa tremenda, y quién sabe si estaremos vivos
-mañana.
-
---Pero hija, dínoslo claramente.
-
---Parece que se ha descubierto que querían asesinar a los Reyes; todo
-estaba preparado para un movimiento en Palacio.
-
---¡Qué horror! --exclamó el diplomático--. decía yo que bajo la capita
-de servidores del Rey se escondían aquí muchos jacobinos.
-
---No es nada de jacobinos --continuó mi ama--. Lo más extraño es que el
-alma de la conjuración es el Príncipe de Asturias.
-
---No puede ser --dijo la marquesa, que era muy afecta a S. A.--. El
-Príncipe es incapaz de tales infamias. Justo y cabal lo que yo decía.
-Sus enemigos han ideado perderle por la calumnia, ya que no lo han
-conseguido por otros medios.
-
---Pues la revolución preparada, que por lo que dicen, iba a ser peor
-que la francesa --prosiguió Amaranta--, se ha fraguado en el cuarto del
-Príncipe, a quien se han encontrado unos papelitos que ya... Dícese
-que están complicados el canónigo D. Juan de Escóiquiz, el duque del
-Infantado, el conde de Orgaz y Pedro Collado, el aguador de la fuente
-del Berro, hoy criado del Príncipe.
-
---Creo que tú, sobrina --dijo el marqués, ofendido de que mi
-ama contase cosas que él no sabía--, te dejas arrastrar por tu
-impresionable imaginación. Tal vez lo que ocurre no tenga importancia
-alguna, y pueda yo esclarecerlo con datos y noticias de índole muy
-reservada, que se me han trasmitido de cierta parte que debo callar.
-
---Yo contaré lo que me han dicho. Desde algún tiempo llamaba la
-atención que el Príncipe pasase las noches encerrado en su cuarto sin
-compañía, aunque los Reyes creían que se ocupaba en traducir un libro
-francés. Pero ayer se encontró S. M. en su cuarto una carta cerrada,
-cuyo sobre no tenía más que estas palabras: _luego, luego, luego_.
-Abriola el Rey y leyó un aviso sin firma, en que le decían:
-
- «Cuidado, que se prepara una revolución en Palacio. Peligra el Trono
- y la Reina María Luisa va a ser envenenada.»
-
---¡Jesús, María y José! --exclamó la marquesa, que como mujer nerviosa
-estuvo a punto de desmayarse--. Pero, ¿qué demonio del infierno se ha
-metido en el Escorial?
-
---Figúrense ustedes cómo se quedaría el pobre Rey. Al punto sospecharon
-del Príncipe y decidieron ocuparle sus papeles. Dudaron mucho tiempo
-sobre el modo de hacerlo; pero al fin el Rey se decidió a reconocer
-él mismo en persona el cuarto de su hijo. Fue allá con pretexto de
-regalarle un tomo de poesías, y según dicen, Fernando se turbó de tal
-modo al verle entrar, que descubrió con su mirar medroso y azorado el
-sitio en que estaban los papeles. El Rey los cogió todos, y parece
-que padre e hijo se dijeron algunas cosas un poco fuertes; después de
-lo cual, Carlos salió indignado, ordenándole que permaneciese en su
-cuarto sin recibir a persona alguna... Esto fue ayer; enseguida vino el
-ministro Caballero, y entre él y los Reyes examinaron los papeles. No
-sabemos lo que pasó en esta conferencia, pero debió de ser cosa fuerte,
-porque la Reina se retiró a su cuarto llorando. Después se dijo que
-los papeles encontrados en poder del Príncipe contenían la clave de
-terribles proyectos, y según afirmó Caballero después de hablar con los
-Reyes, el Príncipe Fernando debía ser condenado a muerte.
-
---¡A muerte! --exclamó la marquesa--. ¡Pero esa gente está loca!
-¡Condenar a muerte a todo un Príncipe de Asturias!
-
---No hay que apurarse todavía --dijo el diplomático con su acostumbrada
-suficiencia--. Tal vez se nos muestren esos papeles para saber nuestro
-dictamen, y haremos luminoso examen de todos ellos para resolver lo que
-convenga.
-
---Pero ¿no se sabe lo que contenían esos papeles? --preguntó la
-marquesa.
-
---Se cuentan tantas cosas en Palacio, que no se puede saber la verdad.
-La Reina no nos ha dicho nada, y ha pasado toda la noche llorando a
-lágrima viva, lamentándose de la ingratitud de su hijo. También dice
-que no permitirá que se le persiga, porque él no tiene la culpa de lo
-que ha hecho, sino esos dos o tres pícaros ambiciosos que le rodean.
-
---Dejémonos de anticipar juicios sobre estos sucesos --dijo el
-marqués--. Ya lo averiguaré yo todo, y sabré si es un complot de
-los enemigos del Príncipe o simplemente una verdadera y efectiva
-conjuración; mas cuando yo lo sepa, guárdense ustedes de preguntarme,
-pues ya conocen mis ideas...
-
---Parece que han decidido formar causa para averiguar quiénes son los
-delincuentes --continuó Amaranta--, y esta noche va el Príncipe a
-declarar a la Cámara regia.
-
-A este punto llegaban de tan interesante conversación, cuando sentimos
-cierto rumor como de gente que se agolpaba en sitio cercano a la
-habitación en que estábamos. Como no tenía gran cosa que hacer cerca
-de mi ama, y además la curiosidad me llamaba fuera, salí, bajé una
-escalera y halleme en una anchurosa pieza tapizada, que correspondía
-por ambos lados a otras de igual tamaño y parecidos adornos. Recorrí
-dos o tres siguiendo la dirección de las personas que se encaminaban a
-un lugar determinado, y no vi nada digno de llamar la atención más que
-algunos grupos de palaciegos que cuchicheaban por lo bajo con mucho
-calor.
-
-Yo me enorgullecía de encontrarme en Palacio, creyendo que solo por
-el contacto del suelo que pisaban mis pies, tenía nuevos títulos a la
-consideración del género humano; y como cuantos llevamos la generosa
-sangre española en nuestras venas, somos propensos a la fatuidad, no
-pude menos de creerme un verdadero y genuino personaje, y hubiera
-deseado encontrar al paso a alguno de mis antiguos conocimientos de
-Madrid o Cádiz para mostrarle en gestos y palabras el convencimiento de
-mi respetabilidad. Felizmente no conocí alma de Dios entre tanta gente,
-y me libré de ponerme en ridículo.
-
-Encontrábame en aquella larga serie de habitaciones tapizadas que,
-recorriendo toda la extensión del Palacio por la parte interior,
-sirve de lazo de unión a las moradas regias, cuyas luces se abren en
-la fachada oriental del inmenso edificio. Seguí la dirección de los
-demás sin reparar si debía aventurar mis pasos por aquellos sitios;
-mas como nadie me dijo nada, continué muy impávido. Las salas estaban
-muy débilmente alumbradas, y en la dulce penumbra las figuras de los
-tapices parecían sombras detenidas en las paredes, o débiles reflejos
-luminosos enviados por escondido foco sobre el oscuro fondo de las
-cámaras. Paseé mi vista por aquella multitud de figuras mitológicas,
-con cuya desnudez provocativa se habían adornado las negras murallas
-construidas por Felipe, y ya consagraba mi atención a contemplarlas,
-cuando pasó la extraña procesión de que voy a dar cuenta.
-
-El Príncipe de Asturias, a quien se había comenzado a instruir sumaria
-por el delito de conspiración, volvía de la Cámara real, donde
-acababa de prestar declaración. No olvidaré jamás ninguna de las
-particularidades de aquella triste comitiva, cuyo desfile ante mis
-asombrados ojos, me impresionó vivísimamente aquella noche, quitándome
-el sueño. Iba delante un señor con un gran candelero en la mano, como
-alumbrando a todos, y para esto lo llevaba en alto, aunque tan poca
-luz servía solo para hacer brillar los bordados de su casacón de
-gentilhombre. Luego seguían algunos guardias españoles; tras ellos
-un joven en quien al instante reconocí no sé por qué al Príncipe
-heredero. Era un mozo robusto y de temperamento sanguíneo, de rostro
-poco agradable, pues la espesura de sus negras cejas y la expresión
-singular de su boca hendida y de su excelente nariz le hacían bastante
-antipático, por lo menos a mis ojos. Iba con la vista fija en el suelo,
-y su semblante alterado y hosco indicaba el rencor de su alma. A su
-lado iba un anciano como de sesenta años, y al principio no comprendí
-que pudiera ser el rey Carlos IV, pues yo me había figurado a este
-personaje como un hombrecito enano y enteco, siendo lo cierto que tal
-como le vi aquella noche era un señor de mediana estatura, grueso, de
-rostro pequeño y encendido, y sin rasgo alguno en su semblante que
-mostrase las diferencias fisonómicas establecidas por la Naturaleza
-entre un rey de pura sangre y un buen almacenista de ultramarinos.
-
-En los personajes que le acompañaban, y eran, según después supe,
-los ministros y el gobernador interino del Consejo, me fijé más que
-en la real persona, y después daré a conocer a alguno de aquellos
-esclarecidos varones. Cerraba, por último, la procesión el zaguanete
-de la guardia española, y nada más. Mientras pasó la comitiva,
-sepulcral silencio reinó en todo el tránsito, y tan solo se oyeron
-las pisadas que se perdían de cámara en cámara hasta llegar a las que
-formaban el cuarto de Su Alteza. Cuando entraron en este la cháchara
-comenzó de nuevo entre los circunstantes, y vi a Amaranta que, habiendo
-salido a buscarme, hablaba con un caballero vestido de uniforme.
-
---Creo que al declarar --dijo el caballero-- Su Alteza ha estado un
-poco irreverente con el Rey.
-
---¿De modo que está preso? --preguntó Amaranta con curiosidad.
-
---Sí, señora. Ahora quedará detenido en su cuarto con centinelas de
-vista. Vea usted, ya salen. Deben haberle recogido su espada.
-
-La comitiva volvió a pasar sin el Príncipe, y precedida del
-gentilhombre con el candelabro que iba abriendo camino. Cuando el Rey
-y sus ministros se alejaron, los palaciegos que habían salido a las
-galerías fueron desapareciendo también en sus respectivas madrigueras,
-y por mucho tiempo no se oyó más que el violento cerrar de multitud
-de puertas. Se apagaron las pocas luces que alumbraban tan vastos
-recintos, y las hermosas figuras de los tapices se desvanecieron en
-la oscuridad, como fantasmas a quienes el canto del gallo llama a sus
-ignotas moradas.
-
-Yo subí con mi ama a nuestro departamento, y me asomé por una de
-las ventanas que caían hacia el interior, para reconocer como de
-costumbre, el sitio en que estaba. Era oscurísima la noche y no vi más
-que una masa negra e informe de la cual se destacaban altos tejados,
-cúpulas, torres, chimeneas, paredones, aleros, arbotantes y veletas que
-desafiaban el firmamento como los topes de un gran navío. Tal imponente
-vista causaba cierto terror al espíritu, despertando meditaciones que
-se mezclaban a las sugeridas por lo que acababa de ver; mas no pude
-ocuparme mucho en trabajos del pensamiento, porque un sutilísimo ruido
-de faldas, y un ligero _ce ce_ con que se me llamaba me hizo volver la
-cabeza y apartarme de la ventana.
-
-La transición fue extremadamente brusca, cuando distrayéndome de la
-sombría perspectiva exterior, apareció ante mis ojos la figura de
-Amaranta y su celestial sonrisa. Reinaba profundo silencio: el marqués
-diplomático y su hermana se habían retirado ya. Amaranta había cambiado
-su traje de camino por una vestidura blanca y suelta que aumentaba
-su hermosura, si su hermosura fuera susceptible de aumento. Cuando
-me llamó, aún no se había apartado su doncella; pero esta salió sin
-tardanza, y luego nuestra seductora dueña, cerrando por sí misma la
-puerta que daba a la galería, me hizo señas para que me acercase.
-
-
-
-
-XIII
-
-
---No olvides lo que me has jurado --dijo sentándose--. Yo confío en
-tu fidelidad y en tu discreción. Ya te dije que me parecías un buen
-muchacho, y pronto llegará la ocasión de probármelo.
-
-No recuerdo bien las vehementes expresiones con que juré mi fidelidad;
-mas debieron ser muy acaloradas y aun creo que las acompañé con
-dramáticos gestos, porque Amaranta se rio mucho y me recomendó que
-convenía fuera menos fogoso. Después continuó así:
-
---¿Y no deseas volver al lado de la González?
-
---Ni al lado de la González, ni al lado de todos los reyes de la tierra
---contesté--, pues mientras viva no pienso apartarme del lado de mi ama
-querida, a quien adoro.
-
-Si mal no recuerdo, me puse de rodillas ante el sillón en que Amaranta
-reposaba con seductora indolencia; pero ella me hizo levantar,
-diciéndome que debía pensar en volver a casa de mi antigua ama, aunque
-continuara sirviendo a la nueva con toda reserva. Esto me pareció algo
-misterioso e incomprensible, pero no insistí en que lo esclareciera por
-no parecer impertinente.
-
---Haciendo lo que te mando --continuó--, puedes estar seguro de que
-te irá bien en el mundo. ¡Y quién sabe, Gabriel, si llegarás a ser
-persona de condición y de fortuna! Otros con menos ingenio que tú se
-han convertido de la mañana a la noche en verdaderos personajes.
-
---Eso no tiene duda, señora. Pero yo he nacido en humilde cuna, yo no
-tengo padres, yo no he aprendido más que a leer, y eso muy mal, en
-libros que tengan letras como el puño, y apenas escribo más que mi
-firma y rúbrica, en la cual hago más rasgos que todos los escribanos
-del gremio.
-
---Pues es preciso pensar en tu educación: el hombre debe ilustrarse. Yo
-me encargo de eso. Pero será con la condición de que has de servirme
-fielmente: no me canso de repetírtelo.
-
---En cuanto a mi lealtad no hay más que hablar. Pero entéreme usía de
-cuáles son mis obligaciones en este nuevo servicio --dije, anhelando
-que satisfaciera mi curiosidad respecto a lo que tenía que hacer para
-hacerme acreedor a tantas bondades.
-
---Ya te lo iré diciendo. Es cosa difícil y delicada: pero confío en tu
-buen ingenio.
-
---Pues ya anhelo prestar a usía esos servicios tan difíciles y
-delicados --contesté con todo el énfasis de mi bullicioso carácter--.
-No seré un criado, seré un esclavo pronto a obedecer a usía, aunque
-pierda en ello la vida.
-
---No se necesita perder la vida --dijo sonriendo--. Basta con un poco
-de vigilancia; y sobre todo teniendo completa adhesión a mi persona,
-sacrificándolo todo a mi deseo, y no viendo más que la obligación de
-satisfacer mi voluntad, te será fácil cumplir.
-
---Pues estoy impaciente, deshecho por empezar de una vez.
-
---Ya te enterarás con más calma. Esta noche tengo que escribir muchas
-cartas... Y ahora que recuerdo; vas a empezar a cumplir lo que espero
-de ti, respondiéndome a varias preguntas cuya contestación necesito
-para escribir. Dime: ¿Lesbia solía ir a tu casa sin ser acompañada por
-mí?
-
-Me quedé perplejo al oír una pregunta que me parecía tan lejos del
-objeto de mi servicio, como el cielo de la tierra. Pero recogí mis
-recuerdos y contesté:
-
---Algunas veces, aunque no muchas.
-
---¿Y la viste alguna vez en el vestuario del teatro del Príncipe?
-
---Eso sí que no lo recuerdo bien, y por tanto no puedo jurar que la vi,
-ni tampoco que no la vi.
-
---No tiene nada de particular que la hayas visto, porque Lesbia no se
-mira mucho para ir a semejantes sitios --dijo Amaranta con mucho desdén.
-
-Después de una pausa en que me pareció muy preocupada, continuó así:
-
---Ella no guarda las conveniencias, y fiada en las simpatías que
-encuentra en todas partes por su gracia, por su dulzura y por su
-belleza... aunque la verdad es que su belleza no tiene nada de
-particular.
-
---Nada absolutamente de particular --añadí yo adulando la apasionada
-rivalidad de mi ama.
-
---Pues bien --dijo--, ya me enterarás despacio de esta y de otras cosas
-que necesito saber. Lo primero que te recomiendo es la más absoluta
-reserva, Gabriel. Espero que estarás contento de mí y yo de ti, ¿no es
-verdad?
-
---¿Cómo podré pagar a usía tantos beneficios? --exclamé con la mayor
-vehemencia--. Creo que voy a volverme loco, señora, y me volveré de
-seguro. Yo no puedo menos de desahogar mi corazón, mostrando los
-sentimientos que lo llenan desde el instante en que usía se dignó poner
-los ojos en mí. Y ahora cuando usía me ha dicho que va a hacer de mí un
-hombre de provecho, y a ponerme en disposición de ocupar puesto honroso
-en el mundo, estoy pensando que aunque viva mil años adorando a mi
-bienhechora, no le pagaré tantos favores. Yo tengo deseos muy fuertes
-de ser hombre como algunos que veo por ahí. ¿No es esto posible? ¿Usía
-cree que lo podré ser, instruyéndome con su ayuda? ¡Ay! Cuando uno ha
-nacido pobre, sin parientes ricos, cuando se ha criado en la miseria
-y en la triste condición de sirviente, no puede subir a otro puesto
-mejor sino por la protección de alguna persona caritativa como usía. Si
-yo llegara a conseguir lo que deseo, no sería el primer caso, ¿no es
-verdad, señora? porque gentes hay aquí muy poderosas y muy grandes que
-deben su fortuna y su carrera a alguna ilustrísima mujer que les dio
-la mano.
-
---¡Ah! --dijo Amaranta con bondad--. Veo que tú eres ambicioso,
-Gabrielillo. Lo que has dicho últimamente es cierto; hombres conocemos
-a quienes ha elevado a desmedida altura la protección de una señora.
-¡Quién sabe si encontrarás tú igual proporción! Es muy posible. Para
-que no pierdas la esperanza, ahí va un ejemplo. En tiempos muy antiguos
-y en tierras muy remotas había un grande imperio, que era gobernado
-en completa paz por un soberano sin talento; pero tan bondadoso, que
-sus vasallos se creían felices con él y le amaban mucho. La sultana
-era mujer de naturaleza apasionada y viva imaginación; cualidades
-contrarias a las de su marido, merced a cuya diferencia aquel
-matrimonio no era completamente feliz. Cuando heredó a su padre, el
-sultán tenía cincuenta años y la sultana treinta y cuatro. Acertó
-entonces a entrar en la guardia jenízara un joven que se hallaba casi
-en el mismo caso que tú, pues aunque no era de nacimiento tan humilde,
-ni tampoco dejaba de tener alguna instrucción, era bastante pobre y
-no podía esperar gran carrera de sus propios recursos. Al punto se
-corrió en la Corte la voz de que el joven guardia había agradado a
-la esposa del sultán, y esta sospecha se confirmó al verle avanzar
-rápidamente en su carrera, hasta el punto de que a los veinticinco
-años de edad ya había alcanzado todos los honores que pueden ser
-concedidos a un simple súbdito. El sultán, lejos de poner reparos a
-tan rápido encumbramiento, había fijado todo su cariño en el favorecido
-joven, y no contento con darle las primeras dignidades, le entregó
-las riendas del Gobierno, le hizo gran Visir, Príncipe, y le dio por
-esposa a una dama de su propia familia. Con esto estaban los pueblos
-de aquella apartada y antigua comarca muy descontentos, y aborrecían
-al joven y a la sultana. En su Gobierno, el joven valido hizo algunas
-cosas buenas; mas el pueblo las olvidaba, para no ocuparse sino de las
-malas, que fueron muchas, y tales, que trajeron grandes calamidades a
-aquel pacífico imperio. El sultán, cada vez más ciego, no comprendía
-el malestar de sus pueblos, y la sultana, aunque lo comprendía no
-pudo en lo sucesivo remediarlo, porque las intrigas de su Corte se lo
-impedían. Todos odiaban al favorecido joven, y entre sus enemigos más
-encarnizados se distinguían los demás individuos de la regia familia.
-Pero lo más extraño es que el hombre, a quien una mano tan débil como
-generosa había elevado sin merecimientos, se mostró ingrato con su
-protectora, y lejos de amarla con constante fe, amó a otras mujeres y
-hasta llegó a maltratar a aquella desventurada, a quien todo lo debía.
-Las damas de la sultana contaban que algunas veces la vieron derramando
-acerbo llanto y con señales en su cuerpo de haber recibido violentos
-golpes de una mano sañuda.
-
---¡Qué infame ingratitud! --exclamé sin poder contener mi
-indignación--. ¿Y Dios no castigó a ese hombre, ni devolvió a aquellos
-inocentes pueblos su tranquilidad, ni abrió los ojos del excelente
-sultán?
-
---Eso no lo sé --contestó Amaranta, mordiendo las puntas blancas de
-la pluma con que se preparaba a escribir--, porque estoy leyendo la
-historia que te cuento en un libro muy viejo y no he llegado todavía al
-desenlace.
-
---¡Qué hombres tan malos hay en el mundo!
-
---Tú no serás así --dijo Amaranta sonriendo--; y si algún día te vieras
-elevado a tales alturas por las mismas causas, harías todo lo posible
-por que se olvidara con la grandeza de tus actos, el origen de tu
-encumbramiento.
-
---Si por artes del Demonio eso sucediera --respondí--, lo haré tal
-y como usía lo dice, o no soy quien soy, pues a mi me sobra alma y
-corazón para gobernar, sin dejar de ser un hombre bueno, decente y
-generoso.
-
-Estas últimas palabras la hicieron reír, y ofreciéndome que al día
-siguiente me recomendaría a un padre jerónimo del monasterio para que
-me instruyese, me dijo que iba a escribir cartas muy urgentes y que la
-dejase sola. La doncella volvió para conducirme al cuarto donde debía
-recogerme, y una vez dentro de él me acosté; mas los pensamientos
-evocados en mi cabeza por la pasada conferencia me confundían de tal
-modo, que mi sueño fue agitado y doloroso, cual opresora pesadilla, y
-creí tener sobre el pecho todas las cúpulas, torres, tejados, aleros,
-arbotantes y hasta las piedras todas del inmenso Escorial.
-
-
-
-
-XIV
-
-
-Al día siguiente se reunieron a comer en casa de Amaranta, Lesbia, el
-diplomático y su digna hermana. He hablado poco de esta buena señora,
-que no figura gran cosa en los acontecimientos referidos, lo cual
-es sensible, porque por su carácter y excelentes prendas, merecería
-mención muy detallada. La marquesa era una dama ya de avanzada edad,
-mujer orgullosa, de modestas costumbres, española rancia por los
-cuatro costados, de carácter franco y sin artificios, muy natural, muy
-caritativa, enemiga de trapisondas y aventuras, muy cariñosa para todo
-el mundo; en fin, era la honra de su clase. Su lado flaco consistía
-en creer que su hermano tenía mucho talento. Aunque era modesta en
-su trato privado, gustaba de dar grandes fiestas, prefiriendo las
-representaciones dramáticas a que tenía mucha afición. Su teatro era el
-primero de la Corte, y para la representación de _Otello_ había gastado
-considerables sumas. Protegía y trataba a los cómicos; pero siempre a
-mucha distancia.
-
-También estaba convidado a comer aquel día con mi ama el Sr. D.
-Juan de Mañara; pero cuando fui a llevarle la invitación, contestó
-excusándose, por tocarle entrar de guardia a la misma hora. Y a
-propósito del pisaverde, no debo pasar en silencio la circunstancia
-de que le vi por la mañana en compañía de Lesbia, ambos en traje que
-parecía indicar regresaban de uno de esos crepusculares y campestres
-paseos, siempre anhelados por los amantes. En la tarde de aquel mismo
-día le vi paseando muy cabizbajo por el patio grande, y la mañana
-siguiente me detuvo en el mismo paraje suplicándome que llevase una
-carta a la señora duquesa. Negueme a esto, y allí quedó. Indudablemente
-algo le pasaba al Sr. de Mañara.
-
-Amaranta pareció muy contrariada de que no se sentase a la mesa el
-joven mencionado. Cuando volví con la respuesta estaba de visita en el
-cuarto de Amaranta un caballero de los que la noche anterior vi en la
-procesión descrita. Conferenciaron más de hora y media: cuando él se
-retiró le examiné bien, y por cierto que pocas veces he visto facha más
-desagradable. No le daría un puesto en la serie de mis recuerdos, si
-aquel no fuera uno de los personajes más célebres de su tiempo, razón
-por la cual me resuelvo, no solo a mencionarle, sino a describirle,
-para edificación de los tiempos presentes. Era el marqués Caballero,
-ministro de Gracia y Justicia.
-
-No vi a semejante hombre más que una vez, y jamás lo he olvidado. Era
-de edad como de cincuenta años, pequeño y rechoncho el cuerpo, turbia
-y traidora la mirada de uno de sus ojos, pues el otro estaba cerrado
-a toda luz; con el semblante amoratado y granulento, como de persona
-a quien envilece y trastorna el vino; de andar y gestos sumamente
-ordinarios: en tanto grado repugnante y soez toda su persona, que era
-preciso suponerle dotado de extraordinarios talentos para comprender
-cómo se podía ser ministro con tan innoble estampa. Pero no, señores
-míos. El marqués Caballero era tan despreciable en lo moral como en lo
-físico, pudiendo decirse que jamás cuerpo alguno encarnó de un modo
-tan fiel los ruines sentimientos y bajas ideas de un alma. Hombre
-nulo, ignorante, sin más habilidad que la de la intriga, era el tipo
-del leguleyo chismoso y tramoyista que funda su ciencia en conocer, no
-los principios, sino los escondrijos, las tortuosidades y las fórmulas
-escurridizas del derecho, para enredar a su antojo las cosas más
-sencillas.
-
-Nadie podía explicarse su encumbramiento, tanto más enigmático cuanto
-que el omnipotente Godoy no pasaba por amigo suyo, mas debió aquel
-consistir en que habiéndose introducido en Palacio y héchose valer,
-merced a viles intrigas de escaleras abajo, usó como instrumento de
-su ambición cerca del Rey, la defensa de los intereses de la Iglesia;
-y adulando la religiosidad del pobre Carlos, pintándole imaginarios
-peligros y haciendo depender la seguridad del Trono de la adopción
-de una política restrictiva en negocios eclesiásticos, logró hacerse
-necesario en la corte. El mismo Godoy no pudo apartarle del Gobierno ni
-poner coto a las medidas dictadas por el bestial fanatismo del ministro
-de Gracia y Justicia, quien después de haber perseguido a muchos
-ilustres hombres de su época, y encarcelado a Jovellanos, remató su
-gloriosa carrera contribuyendo a derribar al mismo Príncipe de la Paz
-en marzo de 1808.
-
-Damos estas ligeras noticias respecto a un hombre que gozaba entonces
-de justa y general antipatía, para que se vea que la elevación de los
-tontos y ruines y ordinarios, no es, como algunos creen, desdicha
-peculiar de los modernos tiempos.
-
-Después de la conferencia indicada principió la comida que yo serví.
-
---Ya sé --dijo Amaranta al sentarse y sin disimular su intención de
-mortificar a Lesbia--, ya sé lo que contenían esos papeles cogidos a S.
-A. Caballero me lo ha dicho, encargándome la reserva; pero puesto que
-pronto se ha de saber...
-
---Sí, dínoslo. No lo confiaremos más que a nuestras amigas --indicó la
-marquesa.
-
---Pues yo opino que no se diga --objetó el diplomático, que siempre se
-incomodaba cuando alguien revelaba secretos que él no conocía.
-
---Entre los papeles --dijo Amaranta-- hay una exposición al Rey que se
-supone hecha por D. Juan Escóiquiz, aunque la letra es de Fernando.
-Parece que en ella se pintan las malas costumbres del Príncipe de la
-Paz, con las frases más indecentes. Allí han salido a relucir sus dos
-mujeres y también lo que dicen de los destinos, pensiones y prebendas
-que concede a cambio de...
-
---¡Y tan cierto como es! --dijo la marquesa--. Yo sé de un señor a
-quien el Príncipe de la Paz ofreció...
-
-La buena señora cayó en la cuenta de que estaba yo delante, y se
-contuvo. Pero a mí siempre me han bastado pocas palabras para entender
-las cosas, y supe pescar al vuelo lo que querían decir.
-
---En esa exposición --continuó la duquesa-- ponen a la pobre Tudó de
-vuelta y media, y aconsejan al Rey que la encierre en un castillo. Por
-último, se pretende que el de la Paz sea destituido, embargados todos
-sus bienes, y que desde el mismo momento no se separe el Príncipe
-heredero del lado de su padre.
-
---Todo eso está muy puesto en razón --dijo la marquesa asombrada de
-cómo concordaban las ideas de los conjurados con sus propias ideas--;
-aunque me guardaré muy bien de decirlo fuera de aquí.
-
---Pues aquí no temo decirlo --continuó Amaranta--. Caballero no guarda
-muy bien el secreto, sé que lo ha dicho ya a varias personas. Otro de
-los papeles es graciosísimo, y parece un sainete; pues todo él está
-en diálogo y se creería que lo habían escrito para representarlo en
-el teatro. Cada uno de los personajes que hablan tienen allí nombre
-supuesto, así es que el Príncipe se llama _Don Agustín_, la Reina _Doña
-Felipa_, el Rey _Don Diego_, Godoy _D. Nuño_, y la Princesa con quien
-dicen han tratado de casar al heredero es una tal _Doña Petra_.
-
---¿Y qué objeto tiene esa comedia?
-
---Es un proyecto de conversación con la Reina, y suponiendo las
-observaciones que esta ha de hacer, se le responde a todo según un plan
-combinado para convencerla de las picardías del Príncipe de la Paz.
-También aquí abundan las frases soeces, y por último, el _D. Agustín_
-parece que se niega redondamente a casarse con _Doña Petra_, la cuñada
-del ministro y hermana del cardenal y de la de Chinchón.
-
---También eso está bien pensado --dijo la marquesa--; y si ese
-sainetillo se representara, yo lo aplaudiría. Pues ¿por qué han de
-querer casar al pobre muchacho con la cuñada del otro? ¿No es mejor que
-le busquen mujer en cualquiera de las familias reinantes, que a buen
-seguro todas ellas se darían con un canto en los pechos por entroncar
-con nuestros reyes, casando a cualquiera de sus mozuelas con semejante
-Príncipe?
-
---¿Cómo se atreven ustedes a juzgar cosas tan graves? --dijo con
-displicencia el diplomático--. Y en cuanto a los documentos citados,
-extraño que una persona tan discreta como mi sobrina les dé publicidad
-imprudentemente.
-
---Vamos, usted dudaba antes que existieran, y ahora, creyendo que no
-deben revelarse, los da como ciertos.
-
---Sí que los doy --repuso el diplomático--, y ya que otra persona ha
-descubierto hechos que yo me obstinaba en callar...
-
-El diplomático, no pudiendo negar aquellos secretos, resolvió
-apropiárselos, fingiendo tener ya noticias de los papeles del proceso.
-
---¿De modo que ya tú lo sabías todo? --le preguntó su hermana--. Bien
-decía yo que tú no podías menos de estar al tanto de estas cosas. La
-verdad es que no se te escapa nada, y bien puedes afirmar que eres de
-los que ven los mosquitos en el horizonte.
-
---Desgraciadamente así es --contestó el diplomático con la mayor
-hinchazón--. Todo llega a mis oídos, a pesar de mis repetidos
-propósitos de no intervenir en nada y huir de los negocios. ¡Como ha de
-ser! Es preciso tener paciencia.
-
---Hermano, tú debes saber algo más y te lo callas --dijo la marquesa--.
-Vamos a ver. ¿Napoleón tiene alguna parte en este negocio?
-
---¿Ya comienzan las preguntitas? --repuso el viejo con retozona
-sonrisa--. Déjense ustedes de preguntas, porque les juro que no me han
-de sacar una sílaba. Ya conocen la rigidez de mi carácter en estas
-materias.
-
-A todas estas, Lesbia no decía una palabra.
-
---Pues voy a acabar mi cuento --añadió mi ama--. Aún me falta decir
-cuál es el otro papel que se encontró al Príncipe.
-
---Más valdría que lo callaras, querida sobrina --dijo el diplomático.
-
---No; que lo diga, que lo diga.
-
---Pues se ha encontrado la cifra y clave de la correspondencia que el
-heredero sostiene con su maestro D. Juan Escóiquiz, y además... esto es
-lo más grave.
-
---Sí, lo más grave --indicó el diplomático--, y por eso debe callarse.
-
---Por lo mismo debe decirse.
-
---Pues se encontró una carta en forma de nota, sin sobrescrito, firma
-ni nombre, en que manifiesta estar dispuesto a elevar al Rey la
-exposición por medio de un religioso. Lo más notable de este papelito
-es que el Príncipe asegura que está decidido a tomar por modelo al
-Santo mártir Hermenegildo; que se dispone a pelear... óiganlo ustedes
-bien... a pelear por la justicia. Esto es hablar clarito de una
-revolución. Pide después a los conjurados que le sostengan con firmeza;
-que preparen las proclamas, y que...
-
---¡Ah, las mujeres, las mujeres! ¿No aprenderán nunca a tener
-discreción? --interrumpió el marqués--. Me admiro de ver con cuánta
-frivolidad te ocupas de asuntos tan peligrosos.
-
---En este papel --prosiguió la condesa sin atender a las fastidiosas
-amonestaciones del diplomático-- se indica a los Reyes y a Godoy con
-nombres godos. _Leovigildo_ es Carlos IV, la Reina es _Goswinda_ y
-el de la Paz _Sisberto_. Pues bien: el Príncipe, que se atribuye el
-papel de _San Hermenegildo_, dice a los conjurados que la tempestad
-debe caer sobre _Sisberto_ y _Goswinda_, y que traten de embobar a
-_Leovigildo_ con vítores y palmadas.
-
---¿Y eso es todo? --preguntó la marquesa--. Pues no hay cosa más
-inocente.
-
---Está bien claro --indicó Amaranta con ira--, que se trata de
-destronar a Carlos IV.
-
---No lo veo yo así.
-
---Pues yo sí --repuso la condesa--. La tempestad debe caer sobre
-_Sisberto_ y _Goswinda_. De modo que el heredero y sus amigos, no solo
-tratan de mandar a paseo al guardia, sino que también quieren hacer
-alguna picardía con la Reina, cuando menos llevarla a la guillotina
-como a la pobre María Antonieta. Todos saben cuánto ama el Rey a su
-esposa. Cualquier ofensa que a esta se le haga, la considera como hecha
-a su propia persona.
-
---Pues lo que digo es que si algo les pasa, bien merecido se lo tienen
---fue la contestación de la marquesa.
-
---Y yo sostengo --añadió mi ama alterándose más-- que el Príncipe
-podía haber intentado cuantas conjuraciones quisiera para echar del
-ministerio a Godoy; pero escribir exposiciones al Rey, poniendo en
-duda el honor de su madre, y hablando de arrojar tempestades sobre
-_Sisberto_ y _Goswinda_, lo cual equivale a atentar contra la vida
-de la Reina, me parece conducta indigna de un Príncipe español y
-cristiano... Al fin es su madre: cualesquiera que hayan sido las faltas
-de esta (y yo estoy segura de que no son tantas ni tan grandes como
-las de quien las publica), no es propio de un hijo el reconocerlas o
-mencionarlas, ni menos fundarse en ellas para perseguir a un enemigo.
-
---Hija, no estás poco melindrosa --dijo con acrimonia la tía de
-Amaranta--. Yo creo que el Príncipe hace muy retebién, y si a alguien
-le pesa, más valiera no haber dado motivos con lo que todos sabemos, a
-lo que está pasando. Y si no, hermano, tú que lo sabes todo, dinos tu
-opinión.
-
---¡Mi opinión! ¿Creéis que es fácil dar opinión sobre asunto tan
-espinoso? Y lo que yo pueda pensar, conforme a mi experiencia y luces,
-¿puedo acaso decirlo en conferencia de mujeres, que al punto van
-diciéndolo por cámaras y antecámaras a todo el que las quiera oír...?
-
---No hay quien te saque una palabra. Si yo supiera la mitad de lo que
-tú sabes, hermano, gustaría de instruir a los ignorantes.
-
---Para formar exacto juicio, vengan datos --dijo el marqués--. ¿Alguna
-de ustedes sabe la opinión de la Reina sobre estas cosas?
-
---Cuando se leyó en consejo el último de los papeles que he citado
---respondió la condesa--, Caballero dijo que el Príncipe merecía la
-pena de muerte por siete capítulos. La Reina, indignada al oírle,
-respondió: «_¿Pero no reparas que es mi hijo? Yo destruiré las pruebas
-que le condenan; le han engañado, le han perdido_», y arrebatando el
-papel lo escondió en su seno, y se arrojó llorando en un sillón. ¡Vean
-ustedes qué generosidad! Francamente aunque nunca me ha sido simpática
-la causa del Príncipe, desde que sé sus proyectos contra los Reyes, me
-parece un joven digno de lástima, si no de otro sentimiento peor.
-
---¡Qué tontería! --exclamó la marquesa--. Ahora vienen los lloriqueos
-y los dengues después de haber sido causa de tantos males. ¿Pues qué,
-ocurrirían estas cosas, si no se hubieran cometido ciertas faltas...?
-
-Lesbia, que hasta entonces había permanecido en silencio, con cierta
-confusión y amilanamiento, no quiso callar más y apoyó las últimas
-frases de la marquesa. Amaranta entonces se volvió a ella, y con acento
-tan amargo como desdeñoso le dijo:
-
---¡Cuánto hablar de faltas ajenas! Esa persona no esperaba ser
-injuriada públicamente, como lo ha sido, por quien tantos favores
-recibió de ella, por quien se ha sentado a su mesa y se ha honrado con
-su amistad.
-
---¡Ah! el sermoncito no está mal --dijo Lesbia con esa forzada
-jovialidad, que a veces es la más terrible expresión de la ira--. Ya
-lo esperaba: desde que me negué a ciertas condescendencias; desde que
-cansada de un papel, admitido con ligereza e impropio de mí, lo cedí
-a otras, que lo desempeñan con perfección, se me censura suponiéndome
-divulgadora de lo que todo el mundo sabe. Ciertas personas no pueden
-hacerse pasar por víctimas de la calumnia aunque lloren y giman, porque
-sus vicios, en fuerza de ser tantos y tan grandes, han llegado a
-vulgarizarse.
-
---Es verdad --repuso Amaranta con perversa intención--. No falta quien
-sea prueba viva de ello. Pero hija, el vicio más feo es el de la
-ingratitud.
-
---Sí, pero ese es el vicio en que menos fácilmente pueden sentenciar
-los hombres.
-
---¡Oh, no! También sentencian, y pronto lo veremos. Precisamente
-la causa del Príncipe es obra pura y simplemente consumada por la
-ingratitud. Ya verás cómo esta se castiga.
-
---Supongo --dijo Lesbia con malicia-- que no querrás poner en la cárcel
-a todos los que estamos aquí, por haber cometido el crimen de desear el
-triunfo del Príncipe.
-
---Yo no pongo a nadie en la cárcel; y los que aquí estamos, pueden
-vivir tranquilos; pero quizás no esté muy segura otra persona muy amada
-de alguien que me escucha.
-
---¡Ah! --dijo imprudentemente el diplomático--, me han dicho que
-también Mañara está complicado en la causa.
-
---Creo que sí --añadió Amaranta cruelmente--; pero él fía mucho en el
-arrimo de elevadas personas. Y como resulten complicadas las que se
-sospecha, es de esperar que no les valga ninguna clase de apoyo.
-
---Eso es --dijo la duquesa--. ¡Duro en ellos! Falta todavía conocer el
-giro que tomará este negocio; falta saber si algún suceso inesperado
-cambiará de improviso los términos, convirtiendo a los acusadores en
-acusados.
-
---¡Ya... confían en Bonaparte! --afirmó Amaranta con despecho.
-
---¡Alto, allá! --exclamó el diplomático--; entran ustedes, señoras
-mías, en un terreno peligroso.
-
---Se hará justicia --dijo mi ama--, aunque no como se desea; pues no
-será posible descubrirlo. Por ejemplo: hay gran empeño en averiguar
-quién se encargaba de trasmitir a los conjurados la correspondencia
-del Príncipe, y hasta ahora no se sabe nada. Hay sospechas de que
-sea alguna de las muchas damas intrigantes y coquetuelas que hay en
-palacio... hasta se han fijado en alguna; pero aún no hay suficientes
-pruebas.
-
-Lesbia no dijo una palabra; pero la pícara se sonreía como quien está
-libre de todo temor. Después hasta se atrevió a mortificar a su enemiga
-de esta manera:
-
---Quizás por lo mismo que es intrigante y coquetuela, tenga los medios
-de burlar a sus perseguidores. Tal vez las circunstancias le hayan
-proporcionado medios de desafiar y provocar a sus enemigos... Tengo
-deseos de saber quién es esa buena pieza. ¿Nos lo podrías decir?
-
---Ahora no --repuso mi ama--, pero mañana, tal vez sí.
-
-Lesbia rio a carcajadas. Amaranta mudó de conversación, la marquesa
-volvió a lamentar la suerte de Príncipe, y el diplomático aseguró que
-por nada del mundo descorrería el velo que ocultaba los designios del
-capitán del siglo, con lo cual dio fin la comida, y todos, menos mi
-ama, se retiraron a dormir la siesta.
-
-
-
-
-XV
-
-
-Al siguiente día, 30 de octubre, ocurrieron grandes y conmovedoras
-novedades, si algo podía ya ocurrir capaz de aumentar la turbación de
-los ánimos. Desde por la mañana me había despedido mi ama, diciéndome
-que fuera a dar un paseo por la octava maravilla del mundo, y al
-mismo tiempo me mandó visitase en su celda al padre jerónimo que
-había de instruirme en las letras sagradas y profanas. Ambas cosas
-me contentaron mucho, y más que nada el ocio de que disfrutaba
-para recorrer a mi antojo el edificio y sus alrededores. El primer
-espectáculo que se ofreció a mi curiosidad, fue la salida del Rey
-a caza, lo cual no dejó de causarme extrañeza, pues me parecía que
-atribulado y pesaroso S. M. por lo que estaba pasando, no tendría humor
-para aquel alegre ejercicio. Pero después supe que nuestro buen monarca
-le tenía tan viva afición, que ni en los días más terribles de su
-existencia dejó de satisfacer aquella su pasión dominante, mejor dicho,
-su única pasión.
-
-Yo le vi salir por la puerta del Norte, acompañado de dos o tres
-personas, entrar en su coche, y partir hacia la sierra, con tanta
-tranquilidad como si en palacio dejase la paz más perfecta. Sin duda
-debía de ser en extremo apacible su carácter, y tener la conciencia
-más pura y limpia que los frescos manantiales de aquellas montañas. Sin
-embargo, aquel buen anciano, a pesar de su alta posición y de la paz
-que yo suponía en su interior, más me inspiraba lástima que envidia.
-Aquella se aumentó cuando vi que la gente del pueblo, reunida en torno
-al edificio, no mostraba a su Rey ningún afecto, y hasta me pareció oír
-en algunos grupos murmullos y frases mal sonantes, que hasta entonces
-creo no se habían aplicado a ningún soberano de esta honrada nación.
-
-Recorriendo después las galerías bajas del palacio y las antecámaras
-altas, vi a otros individuos de la regia familia, y me maravilló
-observar en todos la misma forma de narices colgantes, que
-caracterizaba la casta de los Borbones. El primero que tuve ocasión
-de admirar fue el cardenal de la Escala, don Luis de Borbón, célebre
-después por haber recibido el juramento de los diputados en la isla
-de León, y por otros hechos menos honrosos que irán saliendo a
-medida que avancen estas historias. No era el señor cardenal hombre
-grave, cubierto de canas, prenda natural de la edad y del estudio,
-ni representaba su rostro aquella austeridad que parece ha de ser
-inherente a los que desempeñan cargos tan difíciles: antes bien era un
-jovenzuelo que no había llegado a los treinta años, edad en la cual
-Lorenzana, Albornoz, Mendoza, Silíceo y otras lumbreras de la Iglesia
-española no habían aún salido del seminario.
-
-Verdad es que existía la costumbre de consagrar al cardenalato a los
-príncipes menores que no podían alcanzar ningún reino grande ni chico,
-y el señor D. Luis de Borbón, primo del Rey Carlos IV, fue en esto uno
-de los mortales más afortunados, porque con la leche en los labios
-empezó a disfrutar las rentas de la mitra de Sevilla, y no cumplidos
-aún los 23, y mal digeridas las _Sentencias_ de Pedro Lombardo, tomó
-posesión de la silla de Toledo, cuyas fabulosas rentas habría envidiado
-cualquier Príncipe de Alemania o de Italia.
-
-Pero cada cosa en su tiempo y los nabos en adviento. Lo que hemos dicho
-era costumbre propia de la edad, y no es justo censurar al infante
-porque tomase lo que le daban. Su eminencia, tal y como le vi descender
-del coche en el vestíbulo de palacio, me pareció un mozo coloradillo,
-rubicundo, de mirada inexpresiva, de nariz abultada y colgante,
-parecida a las demás de la familia, por ser fruto del mismo árbol, y
-con tan insignificante aspecto, que nadie se fijara en él, si no fuera
-vestido con el traje cardenalicio. D. Luis de Borbón subió con gran
-priesa a las habitaciones regias, y no le vi más.
-
-Pero mi buena estrella, que sin duda me tenía reservado el honor de
-conocer de una vez a toda la familia real, hizo que viera aquel mismo
-día al infante D. Carlos, segundo hijo de nuestro Rey. Este joven aún
-no aparentaba veinte años, y me pareció de más agradable presencia que
-su hermano el Príncipe heredero. Yo le observé atentamente, porque en
-aquella época me parecía que los individuos de sangre real habían de
-tener en sus semblantes algo que indicase la superioridad; pero nada de
-esto había en el del infante D. Carlos, que solo me llamó la atención
-por sus ojos vivarachos y su carita de Pascua. Este personaje varió
-mucho con la edad en fisonomía y carácter.
-
-También vi aquella misma tarde en el jardín al infante D. Francisco de
-Paula, niño de pocos años que jugaba de aquí para allí, acompañado de
-mi Amaranta y de otras damas; y por cierto que el Infante, saltando y
-brincando con su traje de mameluco completamente encarnado, me hacía
-reír, faltando con esto a la gravedad que era indispensable cuando se
-ponía el pie en parajes hollados por la regia familia.
-
-Antes de bajar al jardín habían llamado mi atención unos recios
-golpes de martillo que sentí en las habitaciones inferiores: después
-sucedieron a los golpes unos delicados sones de zampoña, con tal
-arte tañida, que parecían haberse trasladado al Real Sitio todos
-los pastores de la Arcadia. Habiendo preguntado, me contestaron que
-aquellos distintos ruidos salían del taller del infante don Antonio
-Pascual, quien acostumbraba matar los ocios de la vida regia alternando
-los entretenimientos del oficio de carpintero o de encuadernador con
-el cultivo del arte de la zampoña. Yo me admiré de que un Príncipe
-trabajase, y me dijeron que el D. Antonio Pascual, hermano menor de
-Carlos IV, era el más laborioso de los Infantes de España, después
-del difunto D. Gabriel, celebrado como humanista y muy devoto de las
-artes. Cuando el ilustre carpintero y zampoñista dejó el taller para
-dar su paseo ordinario por la huerta del Prior en compañía de los
-buenos Padres Jerónimos que iban a buscarle todas las tardes, pude
-contemplarle a mis anchas, y en verdad digo que jamás vi fisonomía
-tan bonachona. Tenía costumbre de saludar con tanta solemnidad como
-cortesanía a cuantas personas le salían al paso, y yo tuve la alta
-honra de merecerle una bondadosa mirada y un movimiento de cabeza que
-me llenaron de orgullo.
-
-Todos saben que D. Antonio Pascual, que después se hizo célebre por su
-famosa despedida del valle de Josafat, parecía la bondad en persona.
-Confieso que entonces aquel príncipe, casi anciano, cuya fisonomía se
-habría confundido con la de cualquier sacristán de parroquia, era,
-entre los individuos de la regia familia, el que me parecía de mejor
-carácter. Más tarde conocí cuánto me había equivocado al juzgarle como
-el más benévolo de los hombres. María Luisa, que le tachó de cruel,
-en una de sus cartas profetizó lo que había de pasar a la vuelta de
-Valencey, cuando el Infante congregaba en su cuarto lo más florido del
-partido realista furibundo.
-
-Este pobre hombre, lo mismo que su sobrino el Infante D. Carlos, eran
-partidarios del Príncipe Fernando, y aborrecían cordialmente al de
-la Paz; mas excusadas son estas advertencias, porque entonces ningún
-español amaba a Godoy; empezando por los individuos de la familia.
-Pero basta de digresiones, y sigamos contando. Quedó, si mal no
-recuerdo, en el anuncio de ciertas novedades que dieron inesperado
-giro a los sucesos; mas no dije cuáles fueran. Parece que a eso de la
-una el ilustre prisionero, luego que se enteró de que su padre había
-salido a caza, mandó a la Reina un recado, suplicándola que fuese a su
-cuarto, donde le revelaría cosas muy importantes. Negose la madre; pero
-envió al marqués Caballero, quien recogió de labios del Príncipe las
-declaraciones de que voy a hablar.
-
-No crean ustedes que tan estupendas nuevas eran del dominio de todos
-los habitantes del Escorial. Yo las supe porque Amaranta las contó
-al diplomático y a su hermana, y como por mi poca edad y aspecto de
-mozuelo distraído y casquivano, creían que yo no había de prestar
-atención a sus palabras, no se cuidaban de guardar reserva delante de
-mí.
-
-Conforme dijo Amaranta, todas las personas reales andaban azoradas y
-aturdidas, porque, según las últimas declaraciones del Príncipe, se
-sabía ya con certeza que los conjurados tenían de su parte a Napoleón
-en persona, cuyas tropas se acercaban cautelosamente a Madrid con
-objeto de apoyar el movimiento. También había denunciado Fernando
-a sus cómplices llamándoles _pérfidos_ y _malvados_; y según las
-indicaciones que hizo, los rumores tiempo ha propalados sobre proyecto
-de atentar a la vida de la Reina, no carecían de fundamento. En
-cuanto al Rey, los amigos del Príncipe no debían de tener muy buenas
-intenciones respecto a él, porque este había nombrado generalísimo de
-las tropas de mar y tierra al duque del Infantado en un decreto que
-empezaba así: «_Habiendo Dios tenido a bien llamar para sí el alma del
-Rey, nuestro Padre_, etc.»
-
-No se fijaron bien en mi imaginación estos pormenores; pero habiendo
-leído más tarde los incidentes de aquel proceso célebre, puedo
-auxiliar mi memoria con tanta eficacia que resulte la narración de los
-hechos tan viva como hija del recuerdo. Lo que sí me acuerdo es que
-Amaranta, alarmada con lo de Bonaparte, tenía gran placer en hacer
-consideraciones sobre la bajeza del Príncipe al denunciar vilmente a
-sus amigos. La marquesa se resistía a creerlo, y los comentarios, que
-no copio, por no ser molesto, duraron mucho tiempo.
-
-No había aún oscurecido cuando volvió el Rey de caza, y hora y media
-después un gran ruido en la parte baja del alcázar nos anunció la
-llegada de otro importante personaje. Corrí al patio grande y ya no
-pude verle, porque habiendo descendido rápidamente del coche, subió por
-la escalera con prisa de llegar pronto arriba. Únicamente se distinguía
-un bulto arrebujado en anchísima capa, como persona enferma que quiere
-reservarse del aire; mas no fue posible ver sus facciones.
-
---Es él --dijeron algunos criados que había junto a mí.
-
---¿Quién? --pregunté con mucha curiosidad.
-
-Entonces un pinche de la cocina, con quien había yo trabado cierta
-amistad por ser el funcionario encargado de darme de comer, acercó su
-boca a mi oído, y me dijo muy quedamente:
-
---El _choricero_.
-
-Más adelante tuve ocasión de hablar con este personaje; pero su pintura
-pertenece a otro libro.
-
-
-
-
-XVI
-
-
-Seguí hablando con el pinche, por no perder tan buena coyuntura de
-entablar relaciones con la gente de escalera abajo, y pregunté a mi
-abastecedor cuál era la opinión más extendida en las reales cocinas
-sobre los sucesos del día. Afortunadamente se aproximaba la hora de
-cenar; y llevándome mi amigo al aposento destinado al efecto, me hizo
-ver que el cuerpo de cocineros seguía a todo el país en la senda
-trazada por los directores del partido fernandista.
-
-Nada más patriótico, nada más entusiasta que la actitud de aquel puñado
-de valientes en cuyas cacerolas estaba por decirlo así el paladar
-de los reyes de España, y que era árbitro hasta cierto punto de su
-bienestar, si no de su existencia. Aunque muchos de los hombres que
-allí vi eran antiguos y pacíficos servidores, que no participaban de
-la rebelde inquietud de la gente moza, la mayor parte habían sido
-deslumbrados por la perruna y grotesca elocuencia de Pedro Collado,
-el aguador de la fuente del Berro, ya empleado en la servidumbre de
-Fernando. Este hombre, que con las gracias de su burdo y ramplón
-ingenio se había conquistado preferente lugar en el corazón del
-heredero, desempeñaba al principio las funciones de espía en todas las
-regiones bajas de palacio, vigilaba la servidumbre, la cual a poco
-empezó por temerle y concluyó por someterse dócilmente a sus mandatos.
-De este modo llegó a ser Pedro Collado respecto a los cocineros,
-pinches y lacayos un verdadero cacique, al modo de los que hoy son alma
-y azote de las pequeñas localidades en nuestra península.
-
-Cuando Pedro Collado bajaba contento, el regocijo se difundía
-como don celeste entre toda la servidumbre: cuando Pedro Collado
-bajaba taciturno y sombrío, melancólico silencio sustituía a la
-anterior algazara. Cuando alguno perdía la gracia del aguador, ya
-podía encomendarse a Dios, y los que tenían la suerte de merecer su
-benevolencia o de servir de objeto a sus bromas, ya podían considerarse
-con un pie puesto en la escala de la fortuna.
-
-Aquella noche fue para mí muy interesante, porque presencié la prisión
-de Pedro Collado, contra quien habían resultado cargos muy graves
-en las primeras actuaciones de la causa. El favorito del Príncipe
-comunicaba a los más autorizados entre sus amigos las impresiones del
-día, cuando un alguacil, seguido de algunos soldados de la guardia
-española, entró a prenderle. No hizo resistencia el aguador, antes bien
-con la frente erguida y provocativo ademán, siguió a sus guardianes
-que le condujeron a la cárcel del Sitio, porque a causa de su baja
-condición no podía alternar con el duque de San Carlos, ni con el del
-Infantado, presos en las buhardillas de la parte del edificio llamado
-el Noviciado.
-
-La prisión del aguador produjo en la cocina cierto terror y sepulcral
-silencio. Interrumpiéronlo después las voces de mando, que cual la de
-los generales en la guerra, sirven para dirigir la estrategia de las
-cocinas reales, no menos complicada que la de los campos de batalla.
-Una voz decía: «Cena del señor infante D. Antonio Pascual.» Y al punto
-la más rica menestra que ha incitado el humano apetito pasó a manos de
-los criados que servían en el cuarto del infante. Después se oyó la
-siguiente orden: «La sopa hervida y el huevo estrellado de la señora
-infanta doña María Josefa.» Luego, «El chocolate del señor infante D.
-Francisco de Paula», y nuevos movimientos seguían a estas palabras.
-Hubo un instante de sosiego, hasta que el cocinero mayor exclamó con
-voz solemne: «¿Está la polla asada de su eminencia el señor cardenal?»
-Al instante funcionaron las cacerolas, y la polla asada con otros
-sustanciosos acompañamientos fue trasmitida al cuarto del arzobispo.
-Por último, un señor muy obeso, y vestido de uniforme con galones, que
-era designado con el estrambótico nombre de _guardamangier_, se paró
-en la puerta y dirigiendo su mirada de águila hacia los cocineros,
-exclamó: «La cena de Su Majestad el Rey.» Era cosa de ver la multitud
-de platos que se destinaron a aliviar la debilidad estomacal,
-diariamente producida en la naturaleza de Carlos IV por el ejercicio de
-la caza. Como yo no podía apartar mis ojos de aquella rica colección de
-manjares, cuyo aromático vapor convidaba a comer, mi amigo el pinche me
-dijo:
-
---Descuida, Gabrielillo, que ya probaremos algo de aquellos platos. Al
-Rey le gusta ver muchos platos en su mesa; pero de cada uno no come más
-que un poquito. Algunos vuelven como han ido. Voy a preparar el agua
-helada.
-
---¿Qué es eso de agua helada? --pregunté--. ¿Y quién se alimenta con
-manjar de tan poca sustancia?
-
---El Rey --me contestó--, una vez que llena bien el buche, pide un vaso
-de agua helada como la misma nieve; coge un panecillo, le quita la
-corteza, empapa bien la miga en el agua, y se la come después. Jamás
-toma más postre que ese.
-
-Un buen rato después de haberse pedido la cena del Rey, pidieron la
-de la Reina, y esta diferencia de tiempo llamó tanto mi atención, que
-pregunté a mi amigo la razón de que no comieran juntos los Reyes y sus
-hijos.
-
---Calla, tonto --me dijo--, eso no puede ser. En las casas de todo el
-mundo, comen padres e hijos en una misma mesa. Pero aquí no: ¿no ves
-que eso sería faltar a la etiqueta? Los Infantes comen cada uno en su
-cuarto, y S. M. el Rey solo en el suyo, servido por los guardias. La
-Reina es la única persona que podría comer con el Rey, pero ya sabes
-que acostumbra comer sola, por lo que callo.
-
---¿Por qué? dímelo a mí. Es que tendrá alguna persona que la acompañe
-_de ocultis_.
-
---¡Quiá! No come delante de alma viviente ni que la maten.
-
---¿Ni tampoco delante de sus damas?
-
---Solo la camarera que la sirve la ve comer. Te diré por qué --añadió
-en voz baja--. ¿Ves aquellos dientes tan bonitos que enseña la Reina
-cuando se ríe? Pues son postizos, y como tiene que quitárselos para
-comer, no quiere que la vean.
-
---Eso sí que está bueno.
-
-En efecto, lo que me dijo el pinche era cierto, y en aquellos tiempos
-el arte odontológico no había adelantado lo suficiente para permitir
-las funciones de la masticación con las herramientas postizas.
-
---Ya ves tú --continuó el pinche-- si tienen razón los que critican a
-la Reina porque engaña al pueblo, haciendo creer lo que no es. ¿Y cómo
-ha de hacerse querer de sus vasallos una soberana que gasta dientes
-ajenos?
-
-Como yo no creía que las funciones de los Reyes fueran semejantes a las
-de un perro de presa, no pensé lo mismo que mi amigo, aunque me callé
-sobre el particular.
-
-Luego pidieron la cena de S. A. el Príncipe de la Paz, y la de los
-Consejeros de Estado, lo cual me decidió a subir, creyendo llegada
-la hora de servir también la de mi ama. Se acercaba para mí el dulce
-momento de verla, de hablarla, de escuchar sus mandatos, de pasar junto
-a ella rozando mi vestido con el suyo, de embelesarme con su sonrisa
-y con su mirada. Ausente de ella, mi imaginación no se apartaba de
-tan hermoso objeto, como mariposa que rodea sin cesar la luz que la
-fascina. Pero muy contra mi voluntad aquella noche Amaranta no se dignó
-ponerme al corriente de lo que deseaba saber respecto a mis servicios.
-Estaba escrito que fuera a la noche siguiente.
-
-Aunque aún no me había acontecido en Palacio nada digno de notarse,
-yo estaba un si es no es descorazonado. ¿Por qué? No podía decirlo.
-Encerrado en mi cuarto, y tendido sobre el angosto lecho, rebelde mi
-naturaleza al sueño, me puse a pensar en mi situación, en el carácter
-de Amaranta que empezaba a parecerme muy raro, y en la clase de fortuna
-que a su lado me aguardaba. Acordeme de Inés, a quien por aquellos
-días tenía muy olvidada, y cuando su memoria, refrescando mi mente, me
-predispuso a un dulce sueño, sentía (no sé si fue engañoso efecto del
-sueño) unos golpecitos en mi pecho, producidos por vivas y dolorosas
-palpitaciones, como si una mano amiga, perteneciente a persona que
-deseaba entrar a toda costa, estuviese tocando a las puertas de mi
-corazón.
-
-
-
-
-XVII
-
-
-A la siguiente noche, Amaranta me mandó entrar en su cuarto. Estaba con
-la misma vestidura blanca de las noches anteriores. Hízome sentar a su
-lado en una banqueta más baja que su asiento, de modo que solo faltaba
-un pequeño espacio para que sus rodillas fueran cojín de mi frente. Me
-puso la mano en el hombro, y dijo:
-
---Ahora sabré, Gabriel, si puedo contar contigo para lo que deseo.
-Veremos si tus facultades están a la altura de lo que he pensado de ti.
-
---¿Y usía ha podido dudarlo? --repuse conmovido--. No puedo olvidar lo
-que me dijo usía la otra noche, y fue que otros, con menos méritos que
-yo, han llegado a subir hasta los últimos escalones de la fortuna.
-
---¡Ah, pobrecillo! --dijo riendo--. Veo que sueñas con subir demasiado,
-y esto es peligroso, porque ya sabes lo de Ícaro.
-
-Yo contesté que nada sabía de ningún señor Ícaro; contome ella la
-fábula, y luego añadió:
-
---La historia que te conté la otra noche, no debe servirte de ejemplo,
-Gabriel. Después de lo que sabes, he leído un poco más y puedo seguirla.
-
---Quedó usía en aquello de que el joven de la guardia, a quien la
-sultana había hecho gran visir, daba muy mal pago a su protectora, lo
-cual me parece una grandísima picardía.
-
---Pues bien: después he leído que la sultana estaba muy arrepentida de
-su liviandad, y que el joven jenízaro, hecho príncipe y generalísimo,
-era cada vez más aborrecido en el imperio. El sultán continuaba
-tan ciego como antes, y no comprendía la causa del malestar de sus
-vasallos. Pero ella, como mujer de agudo ingenio, conocía la tempestad
-que amenazaba descargar sobre la real familia. Sus damas la encontraban
-algunas veces llorando. Desahogando su conciencia con alguna, le
-hizo ver su arrepentimiento por las faltas cometidas. Mas ya parecía
-imposible remediarlas; el descontento de los súbditos era inmenso,
-y se formó un grande y poderoso bando, a cuya cabeza se hallaba el
-hijo mismo de los sultanes, con objeto de destronarles, proyectando
-quitarles la vida, si la vida era un estorbo para sus fines.
-
---Y el gran visir ¿qué hacía?
-
---El gran visir, que era hombre de pocos alcances, no sabía tampoco
-qué partido tomar. Todos volvían los ojos al gran Tamerlán, insigne
-guerrero y conquistador, que habían enviado sus tropas a aquel imperio
-como paso para un pequeño reino que deseaba conquistar. En él creían
-ver un salvador el padre y el hijo y la sultana y el gran visir; mas
-como no es posible que el gran Tamerlán les favorezca a todos a un
-tiempo, es seguro que alguno ha de equivocarse.
-
---Y por último, ¿a quién favoreció ese señor guerrero?
-
---Eso está en el final de la historia que no he leído todavía
---contestó Amaranta--; pero creo que no tardaré en conocer el
-desenlace, y entonces podré contártelo.
-
---Pues digo y repito, que si el gran visir hubiera gobernado bien a los
-pueblos, como los gobernaría quien yo me sé, nada de eso habría pasado.
-Haciendo justicia como Dios manda, esto es, castigando a los malos y
-premiando a los buenos, es imposible que el imperio hubiese venido a
-tales desdichas.
-
---Pero eso ahora no nos importa gran cosa --dijo Amaranta--, y vamos a
-nuestro asunto.
-
---Sí, señora --respondí con calor--; ¿qué importan todos los imperios
-del mundo?
-
-Al decir esto, creyendo que mis palabras eran frigidísima expresión de
-lo que yo sentía, crucé las manos en la actitud más patética que me fue
-posible, y dando rienda suelta a la ardorosa exaltación que inflamaba
-mi cabeza, la expresó en palabras como mejor pude, exclamando así:
-
---¡Ah, señora condesa! Yo no solo os respeto como el más humilde de
-vuestros criados, sino que os adoro, os idolatro, y no os enojéis
-conmigo si tengo el atrevimiento de decíroslo. Arrojadme de vuestro
-lado, si esto os desagrada, aunque con esto conseguiríais hacer de mí
-un muchacho desgraciado, pero de ningún modo que dejase de amaros.
-
-Amaranta se rio de mis aspavientos y dijo:
-
---Bueno, me gusta tu adhesión. Veo que podré contar contigo. En cuanto
-a tus cualidades intelectuales también las creo atendibles. Pepa me
-ha encomiado mucho tu facultad de observación. Parece que tienes una
-extraordinaria aptitud para retener en la memoria los objetos, las
-fisonomías, los diálogos y cuanto impresiona tus sentidos, pudiendo
-referirlo después puntualísimamente. Esto unido a tu discreción, hace
-de ti un mozo de provecho. Si a tantas prendas se añade el respeto y
-amor a mi persona, de tal modo que lo sacrifiques todo a mí, y a nadie
-revelas lo que hagas en mi servicio...
-
---¡Yo revelar, señora! Ni a mi sombra, ni a mis padres, si los tuviera,
-ni a Dios...
-
---Además --añadió, clavando en mí sus ojos de un modo que me mareaba--,
-tú eres un chico que sabe disimular.
-
---Perfectísimamente.
-
---Y observas, te enteras de cuanto hay alrededor tuyo... todo sin
-excitar sospechas.
-
---Estoy seguro de poseer todas esas cualidades.
-
---Pues lo primero que has de hacer cuando volvamos a Madrid, es ponerte
-al servicio de tu antigua ama.
-
---¿Cómo? ¿De mi antigua ama?
-
---Tonto, eso no quiere decir que dejes de servirme a mí. Al
-contrario, irás todas las noches a casa, donde nos veremos. Aunque
-no en apariencia, en realidad estarás siempre a mi servicio, y te
-recompensaré liberalmente.
-
---De modo que si sirvo a la cómica es...
-
---Es para evitar sospechas.
-
---¡Oh! ¡magnífico! sí, sí, ya comprendo. Así nadie podrá decir...
-
---Justo. Y en casa de tu ama observarás con muchísima atención lo que
-allí pasa, quién entra, quién sale, quién va por las noches, en fin
-todo...
-
---¿Y con qué objeto? --pregunté algo desconcertado, no comprendiendo
-por qué me quería convertir en inquisidor.
-
---El objeto no te importa --contestó mi dueña--. Además (y esto es
-lo principal), en el teatro has de vigilar perfectamente a Isidoro
-Máiquez, y siempre que este te dé alguna carta amorosa para tu ama,
-me la traerás a mí primero, y después de enterarme de ella, te la
-devolveré.
-
-Estas palabras me dejaron perplejo, y creyendo no haber comprendido
-bien su misterioso sentido, roguela que me las explicara.
-
---Oye bien otra cosa --prosiguió--. Lesbia continúa en relaciones con
-Isidoro, aunque ama a otro, y yo sé que cuando ella vuelva a Madrid, se
-darán cita en casa de la González. Tú observarás todo lo que allí pase,
-y si consigues con tu ingenio y travesura, que sí lo conseguirás,
-hacerte mensajero de sus amores, y siéndolo, me tienes al tanto de
-todo, me harás el mayor servicio que hoy puedo recibir, y no tendrás
-que arrepentirte.
-
---Pero... pero... no sé cómo podré yo... --dije lleno de confusiones.
-
---Es muy fácil, tontuelo. Tú vas al teatro todas las tardes. Procura
-que la duquesa te crea un chico servicial y discreto, ofrécete si es
-preciso a servirla, haz ver a Isidoro que no tienes precio para llevar
-un recado secreto, y los dos te tomarán por emisario de sus amores. En
-tal caso, cuando cojas una esquela amorosa del uno o del otro, me la
-traes, y punto concluido.
-
---Señora --exclamé, sin poder volver de mi asombro--, lo que usía exige
-de mí, es demasiado difícil.
-
---¡Oh! ¡Qué salida! Pues me gusta la disposición del chico. ¿Y aquello
-de te amo y te adoro...? ¿Pero te has vuelto tonto? Lo que ahora te
-mando no es lo único que exijo de ti. Ya sabrás lo demás. Si en esto
-que es tan sencillo, no me obedeces, ¿cómo quieres que haga de ti un
-hombre respetable y poderoso?
-
-Aún pensaba yo que el papel que Amaranta quería hacerme representar a
-su lado, no era tan bajo ni tan vil como de sus palabras se deducía, y
-aún le pedí nuevas explicaciones, que me dio de buen grado, dejándome,
-como dice el vulgo, completamente aplastado. La proposición de
-Amaranta, me arrojó desde la cumbre de mi soberbia a la profunda sima
-de mi envilecimiento.
-
-No era posible, sin embargo, protestar contra este, y tenía necesidad
-de afectar servil sumisión a la voluntad de mi ama. Yo mismo me
-había dejado envolver en aquellas redes; era preciso salir de ellas
-escapándome astutamente por una malla rota, y sin intentar romperla con
-violencia.
-
---¿Pero cree usía --dije, tratando de poner orden en mis ideas-- que en
-esa ocupación no perderé la dignidad que, según dicen, debe tener todo
-aquel que aspira a ocupar en el mundo una posición honrosa?
-
---Tú no sabes lo que te dices --me contestó, moviendo con donaire
-su hermosa cabeza--. Al contrario: lo que te propongo será la mejor
-escuela para que vayas aprendiendo el arte de medrar. El espionaje
-aguzará tu entendimiento, y bien pronto te encontrarás en disposición
-de medir tus armas con los más diestros cortesanos. ¿Tú has pensado
-que podrías ser hombre de pro sin ejercitarte en la intriguilla, en el
-disimulo y en el arte de conocer los corazones?
-
---¡Señora --repuse--, qué escuela tan espantosa!
-
---Es indudable que te pintas solo para observarlo todo, y que sabes dar
-cuenta de cuanto ves de un modo asombroso. Esto, y algo que he notado
-en ti, me ha hecho creer que eras un muchacho de facultades. ¿No dices
-que tienes ambición?
-
---Sí señora.
-
---Pues para medrar en los palacios no hay otro camino que el que te
-propongo. Supongamos que desempeñas satisfactoriamente la comisión
-indicada: en este caso volverás a mi lado y serás mi paje. Casi
-siempre vivo en palacio: ya ves si tienes ocasión de lucirte. Un paje
-puede entrar en muchas partes; un paje está obligado a ser galán de
-las doncellas, de las camaristas y damas de palacio, lo cual le pone
-en disposición de saber secretos de todas clases. Un paje que sepa
-observar, y que al mismo tiempo tenga mucha reserva y prudencia, junto
-con una exterioridad agradable, es una potencia de primer orden en
-palacio.
-
-Tales razones me tenían confundido de tal modo que no sabía qué
-contestar.
-
---¡Cuántos hombres insignes ves tú por ahí que empezaron su carrera de
-simples pajes! Paje fue el marqués Caballero, hoy Ministro de Gracia
-y Justicia, y pajes fueron otros muchos. Yo me encargaré de sacarte
-una ejecutoria de nobleza, con la cual y mi valimiento podrás entrar
-después en la guardia de la real persona. Esta sería una nueva faz
-de tu carrera. Un paje puede escurrirse tras una cortina para oír
-lo que se dice en una sala, un paje puede traer y llevar recados de
-gran importancia, un paje puede recibir de una doncella secretos de
-estado; pero un guardia puede aún mucho más, porque su posición es
-más interior. Si tiene las cualidades que adornaron al paje, su poder
-es extraordinario: puede bienquistarse con damas de la corte, que
-siempre son charlatanas, puede hacerse un sinnúmero de amigos en estas
-regiones, diciendo aquí lo que oyó más allá, adornando las noticias a
-su modo y pintando los hechos como le convenga. Tiene el guardia una
-ventaja que no poseen los reyes mismos, y es que estos no conocen más
-que el palacio en que viven, razón por la cual casi nunca gobiernan
-bien, mientras aquel conoce el palacio y la calle, la gente de fuera y
-la de dentro, y esta ciencia general le permite hacerse valer en una
-parte y otra, y pone en sus manos un número infinito de resortes. El
-hombre que lo sabe manejar aquí es más poderoso que todos los poderosos
-de la tierra, y silenciosamente, sin que lo adviertan esos mismos que
-por ahí se dan tanto tono llamándose ministros y consejeros, puede
-llevar su influjo hasta los últimos rincones del reino.
-
---¡Señora! --exclamó--. ¡Cuán distinto es todo esto de como yo me había
-figurado!
-
---A ti --añadió-- te parecerá que es o no es bueno. Pero así lo hemos
-encontrado, y puesto que no está en nuestra mano reformarlo, siga como
-hasta aquí.
-
---¡Ah! confieso mi necedad --exclamé--. Confieso que, alucinado por mi
-disparatada imaginación, tuve locos y ridículos pensamientos, aunque
-ahora caigo en que deben ser propios de mi propia edad e ignorancia. Es
-verdad que yo creía que tonto y vano y humilde como soy, podría imitar
-a otros muchos en su inmerecido encumbramiento. Tanto he oído hablar
-de la buena fortuna de algunos necios, que dije: «Pues precisamente
-todos los necios tienen buena fortuna.» Pero para conseguir esto, yo
-me representaba medios nobles y decentes, y decía: «¿Quién me quita a
-mí de llegar a ser lo que otros son? De ellos me diferenciaré en que
-si algún día tengo poder, he de emplearlo en hacer bien, premiando a
-los buenos y castigando a los malos, haciendo todas las cosas como
-Dios manda, y como me dice el corazón que deben hacerse.» Nunca pensé
-ser hombre de fortuna de otra manera, y si pensé en la necesidad de
-hacer algo malo, creí que sería de eso que no deshonra, tal y como
-desafiarse, amar a una dama en secreto sin decírselo a nadie, reventar
-siete caballos por ir de aquí a Aranjuez para traer una flor, matar a
-los enemigos del Rey, y otras cosas por el mismo estilo.
-
---¡Ah! esos tiempos pasaron --dijo Amaranta riendo de mi simplicidad--.
-Veo que tienes sentimientos elevados; pero ya no se trata de eso.
-Tus escrúpulos se irán disipando cuando a las dos semanas de estar
-a mi servicio conozcas las ventajas de vivir aquí. Además, esto te
-proporcionará en adelante la satisfacción de hacer el bien a muchos que
-lo soliciten.
-
---¿Cómo?
-
---¡Oh! muy fácilmente. Mi doncella ha conseguido en esta semana dos
-canonjías, un beneficio simple y una plaza de la contaduría de espolios
-y vacantes.
-
---Pues qué --pregunté con el mayor asombro--, ¿las criadas nombran los
-canónigos y los empleados?
-
---No, tontuelo; los nombra el ministro; pero ¿cómo puede desatender
-el ministro una recomendación mía, ni cómo he de desatender yo a una
-muchacha que sabe peinarme tan bien?
-
---Un amigo mío, muy respetable, está solicitando desde hace catorce
-años un miserable destino, y aún no lo ha podido conseguir.
-
---Dime su nombre y te probaré que, aun sin quererlo, ya comienzas a ser
-un hombre de influencia.
-
-Díjele el nombre del padre Celestino del Malvar, con la plaza que
-pretendía, y ella apuntó ambas cosas en un papel.
-
---Mira --dijo después señalándome sus cartas--: son tantos los negocios
-que traigo ahora entre manos, que no sé cómo podré despacharlos. La
-gente de fuera ve a los ministros muy atareados, y dándose aire de
-personas que hacen alguna cosa. Cualquiera creería que esos personajes
-cargados de galones y de vanidad sirven para algo más que para cobrar
-sus enormes sueldos; pero no hay nada de esto. No son más que ciegos
-instrumentos y maniquíes que se mueven a impulsos de una fuerza que el
-público no ve.
-
---Pero el Príncipe de la Paz, ¿no es más poderoso que los mismos Reyes?
-
---Sí; mas no tanto como parece. Danle fuerza las raíces que tiene
-acá dentro, y como estas son profundas, como se agarran a una fértil
-tierra, como no cesamos de regarlas, de aquí que este árbol frondoso
-extiende sus ramas fuera de aquí con gran lozanía. Godoy no debe nada
-de lo que tiene a su propio mérito; débelo a quien se lo ha querido
-dar, y ya comprendes que sería fácil quitárselo de improviso. No te
-dejes nunca deslumbrar por la grandeza de esos figurones a quienes
-el vulgo admira y envidia; su poderío está sostenido por hebras de
-seda, que las tijeras de una mujer pueden cortar. Cuando hombres como
-Jovellanos han querido entrar aquí, sus pies se han enredado en los mil
-hilos que tenemos colgados de una parte a otra, y han venido al suelo.
-
---Señora --dije dominado por amarga pesadumbre--, yo dudo mucho que
-tenga ingenio para desempeñar lo que usía me encarga.
-
---Yo sé que lo tendrás. Ejercítate primero en la embajada que te he
-dado cerca de la González; proporcióname lo que necesito, y luego
-podrás hacer nuevas proezas. Tú harás de modo que se aficione de ti
-alguna persona de Palacio: fingirás luego que estás cansado de mi
-servicio, yo haré el papel de que te despido, y tú entrarás al servicio
-de esa otra persona, con la que alguna vez hablarás mal de mí para que
-no sospeche la trama; entre tanto, diligente observador de cuanto pase
-en el cuarto de tu nueva y aparente ama, lo contarás todo a la antigua
-y a la verdadera que seré siempre yo, tu bienhechora y tu Providencia.
-
-Ya me fue imposible oír con calma una tan descarada y cínica exposición
-de las intrigas en que era la condesa consumada maestra, y yo
-catecúmeno aún sin bautismo. Una elocuente voz interior protestaba
-contra el vil oficio que se me proponía, y la vergüenza, agolpando
-la sangre en mi rostro, me daba una confusión, un embarazo, que
-entorpecía mi lengua para la negativa. Levanteme, y con voz trémula, di
-a la condesa mis excusas, diciendo otra vez que no me creía capaz de
-desempeñar tan difíciles cometidos. Ella volvió a reír, y me dijo:
-
---Esta noche, aunque es hora muy avanzada, quizás celebren una
-conferencia en este mi cuarto dos personajes, ha tiempo reñidos, y a
-quienes yo trato de reconciliar. Hablarán solos, y en tal caso, espero
-que tú, escondido tras el tapiz que conduce a mi alcoba, lo oirás todo,
-para contármelo después.
-
---Señora --dije--, me ha entrado de repente un fuerte dolor de cabeza;
-y si usía me permitiera retirarme, se lo agradecería en el alma.
-
---No --repuso mirando un reloj--, porque tengo que salir ahora mismo, y
-es preciso que estés en vela, y aguardes aquí. Volveré pronto.
-
-Esto diciendo llamó a la doncella, pidió su cabriolé, especie de manto
-que entonces se usaba; la doncella trajo dos, y envolviéndose cada una
-en el suyo, salieron con presteza, dejándome solo.
-
-
-
-
-XVIII
-
-
-La situación de mi espíritu era indefinible. Un frío glacial invadió
-mi pecho, como si una hoja de finísimo acero lo atravesara. La brusca
-y rápida mudanza verificada en mis sensaciones respecto de Amaranta
-era tal, que todo mi ser se estremeció sintiendo vacilar sus ignorados
-polos, como un planeta cuya ley de movimiento se trastorna de
-improviso. Amaranta era, no una mujer traviesa e intrigante, sino la
-intriga misma, era el demonio de los palacios, ese temible espíritu,
-por quien la sencilla y honrada historia parece a veces maestra de
-enredos y doctora de chismes; ese temible espíritu que ha confundido a
-las generaciones, enemistado a los pueblos envileciendo lo mismo las
-monarquías que las repúblicas, lo mismo los gobiernos despóticos que
-los libres; era la personificación de aquella máquina interior, para el
-vulgo desconocida, que se extendía desde la puerta de palacio hasta la
-cámara del Rey, y de cuyos resortes por tantas manos tocados, pendían
-honras, haciendas, vidas, la sangre generosa de los ejércitos y la
-dignidad de las naciones; era la granjería, la realidad, el cohecho,
-la injusticia, la simonía, la arbitrariedad, el libertinaje del mando,
-todo esto era Amaranta; y sin embargo, ¡cuán hermosa! Hermosa como
-el pecado, como las bellezas sobrehumanas con que Satán tentaba la
-castidad de los padres del yermo, hermosa como todas las tentaciones
-que trastornan el juicio al débil varón, y como los ideales que
-compone en su iluminado teatro la embaucadora fantasía, cuando intenta
-engañarnos alevosamente cual a chiquitines que creen ciertas y reales
-las figuras de magia.
-
-Una luz brillante me había deslumbrado; quise acercarme a ella y
-me quemé. La sensación que yo experimentaba, era, si se me permite
-expresarlo así, la de una quemadura en el alma.
-
-Cuando se fue disipando el aturdimiento en que me dejó mi ama, sentí
-una viva indignación. Su hermosura misma, que ya me parecía terrible,
-me compelía a apartarme de ella. «Ni un día más estaré aquí; me ahoga
-esta atmósfera y me da espanto esta gente», exclamé dando paseos por la
-habitación y declamando con calor, como si alguien me oyera.
-
-En el mismo momento sentí tras la puerta ruido de faldas, y el
-cuchicheo de algunas mujeres. Creí que mi ama estaría de vuelta. La
-puerta se abrió y entró una mujer, una sola: no era Amaranta.
-
-Aquella dama, pues lo era, y de las más esclarecidas a juzgar por su
-porte distinguidísimo, se acercó a mí y preguntó con extrañeza:
-
---¿Y Amaranta?
-
---No está --respondí bruscamente.
-
---¿No vendrá pronto? --dijo con zozobra, como si el no encontrar a mi
-ama fuese para ella una gran contrariedad.
-
---Eso es lo que no puedo decir a usted. Aunque sí... ahora caigo en que
-dijo volvería pronto --contesté de muy mal talante.
-
-La dama se sentó sin decir más. Yo me senté también y apoyé la cabeza
-entre las manos. No extrañe el lector mi descortesía, porque el estado
-de mi ánimo era tal, que había cobrado repentino aborrecimiento contra
-toda la gente de Palacio y ya no me consideraba criado de Amaranta.
-
-La dama, después de esperar un rato, me interrogó imperiosamente:
-
---¿Sabes dónde está Amaranta?
-
---He dicho que no --respondí con la mayor displicencia--. ¿Soy yo de
-los que averiguan lo que no les importa?
-
---Ve a buscarla --dijo la dama--, no tan asombrada de mi conducta como
-debiera estarlo.
-
---Yo no tengo que ir a buscar a nadie. No tengo que hacer más que irme
-a mi casa.
-
-Yo estaba indignado, furioso, ebrio de ira. Así se explican mis bruscas
-contestaciones.
-
---¿No eres criado de Amaranta?
-
---Sí y no... pues...
-
---Ella no acostumbra a salir a estas horas. Averigua dónde está y dile
-al instante que venga --dijo la dama con mucha inquietud.
-
---Ya he dicho que no quiero, que no iré, porque no soy criado de la
-condesa --respondí--. Me voy a mi casa, a mi casita, a Madrid ¿Quiere
-usted hablar a mi ama? pues búsquela por Palacio. ¿Han creído que soy
-algún monigote?
-
-La dama dio tregua por un momento a su zozobra para pensar en mi
-descortesía. Pareció muy asombrada de oír tal lenguaje, y se levantó
-para tirar de la campanilla. En aquel momento me fijé por primera vez
-atentamente en ella, y pude observar que era poco más o menos, de esta
-manera.
-
-Edad que pudiera fijarse en el primer período de la vejez, aunque tan
-bien disimulada por los artificios del tocador, que se confundía con
-la juventud, con aquella juventud que se desvanece en las últimas
-etapas de los cuarenta y ocho años. Estatura mediana y cuerpo esbelto
-y airoso, realzado por esa suavidad y ligereza de andar que, si alguna
-vez se observan en las chozas, son por lo regular cualidades propias
-de los palacios. Su rostro bastante arrebolado no era muy interesante,
-pues aunque tenía los ojos hermosos y negros, con extraordinaria viveza
-y animación, la boca la afeaba bastante, por ser de estas que con la
-edad se hienden, acercando la nariz a la barba. Los finísimos, blancos
-y correctos dientes no conseguían embellecer una boca que fue airosa,
-si no bella, veinte años antes. Las manos y brazos, por lo que de estos
-descubría, advertí que eran a su edad las mejores joyas de su persona y
-las únicas prendas que del naufragio de una regular hermosura se habían
-salvado incólumes. Nada notable observé en su traje, que no era rico,
-aunque sí elegante y propio del lugar y la hora.
-
-Abalanzose, como he dicho, a tirar de la campanilla, cuando de
-improviso y antes de que aquella sonase, se abrió de nuevo la puerta
-y entró mi ama. Recibiola la visitante con mucha alegría, y no se
-acordaron más de mí, sino para mandarme salir. Retireme, pasando a
-la pieza inmediata, por donde debía dirigirme a mi cuarto, cuando el
-contacto del tapiz, deslizándose sobre mi espalda al atravesar la
-puerta, despertó en mí la olvidada idea de las escuchas y el espionaje
-que Amaranta me había encargado. Detúveme, y el tapiz me cubrió
-perfectamente; desde allí se oía todo con completa claridad.
-
-Hice intención de alejarme para no incurrir en las mismas faltas que
-tan feas me parecían; pero la curiosidad pudo más que todo y no me
-moví. Tan cierto es que la malignidad de nuestra naturaleza puede a
-veces más que todo. Al mismo tiempo el rencorcillo, el despecho, el
-descorazonamiento que yo sentía, me impulsaban a ejercer sobre mi ama
-la misma pérfida vigilancia que ella me encomendaba sobre los demás.
-«¿No me mandas aplicar el oído? --dije para mí, recreándome en mi
-venganza--. Pues ya lo aplico.»
-
-La dama desconocida había proferido muchas exclamaciones de
-desconsuelo, y hasta me pareció que lloraba. Después, alzando la voz,
-dijo con ansiedad:
-
---Pero es preciso que en la causa no aparezca Lesbia.
-
---Será muy difícil eliminarla, porque está averiguado que ella era
-quien trasmitía la correspondencia --contestó mi ama.
-
---Pues no hay otro remedio --continuó la dama--. Es preciso que Lesbia
-no figure para nada, ni preste declaraciones. Yo no me atrevo a
-decírselo a Caballero; pero tú con habilidad puedes hacerlo.
-
---Lesbia --dijo Amaranta--, es nuestro más terrible enemigo. La causa
-del Príncipe ha sido en su vil carácter un pretexto más bien que una
-causa para hostilizarnos. ¡Qué de infamias cuenta, qué de absurdos
-propala! Su lengua de víbora no perdona a quien ha sido su bienhechora
-y también se ensaña conmigo, de quien ha contado horrores.
-
---Contará lo de marras --repuso la dama de la boca hendida--. Tú
-cometiste la gran falta de confiarle aquel secreto de hace quince años,
-que nadie sabía.
-
---Es verdad --dijo mi ama meditabunda.
-
---Pero no hay que asustarse, hija --añadió la otra--. La enormidad
-y el número de las faltas supuestas que nos atribuyen nos sirve de
-consuelo y de expiación por las que realmente hayamos cometido, las
-cuales son tan pocas, comparadas con lo que se dice, que casi no debe
-pensarse en ellas. Es preciso que Lesbia no aparezca para nada en
-la causa. Adviérteselo a Caballero; mañana podrían prenderla, y si
-declara, puede vengarse mostrando pruebas terribles contra mí. Esto me
-tiene desesperada: conozco su descaro, y la creo capaz de las mayores
-infamias.
-
---Ella es dueña sin duda de secretos peligrosos, y quizás conserve
-cartas o algún objeto.
-
---Sí --respondió con agitación la desconocida--. Pero tú lo sabes todo:
-¿a qué me lo preguntas?
-
---Entonces con harto dolor de mi corazón, le diré a Caballero que la
-excluya de la causa. La pícara se jactaba ayer aquí mismo de que no
-pondrían la mano sobre ella.
-
---Ya se nos presentará otra ocasión... Dejarla por ahora. ¡Ah! bien
-castigada está mi impremeditación. ¿Cómo fui capaz de fiarme de
-ella? ¿Cómo no descubrí bajo la apariencia de su amena jovialidad y
-ligereza, la perfidia y doblez de su corazón? Fui tan necia que su
-gracia me cautivó; la complacencia con que me servía en todo acabó de
-seducirme, y me entregué en cuerpo y alma a ella. Recuerdo cuando las
-tres salíamos juntas de palacio en aquella breve temporada que pasamos
-en Madrid hace cinco años. Pues después he sabido que una de aquellas
-noches, avisó a cierta persona el punto a donde íbamos, para que me
-viera, y me vio... Nosotros no advertimos nada; no conocimos que Lesbia
-nos vendía; y hasta mucho después no descubrí su falsedad por una
-singular coincidencia.
-
---Ese estúpido y presuntuoso Mañara --dijo mi ama--, le ha trastornado
-el juicio.
-
---¡Ah! ¿no sabes que en el cuerpo de guardia se ha jactado ese
-miserable de que ha sido amado por mí, añadiendo que me despreció?
-¿Has visto? ¡Si yo jamás he pensado en semejante hombre, ni creo
-haber siquiera reparado en él! ¡Ay, Amaranta! Tú eres joven aún; tú
-estás en el apogeo de la hermosura; sírvate de lección. Cada falta que
-se comete, se paga después con la vergüenza de las cien mil que no
-hemos cometido y que nos imputan. Y ni aun en la conciencia tenemos
-fuerzas para protestar contra tantas calumnias, porque una sola verdad
-entre mil calumnias nos confunde, mayormente si nos vemos acusadas por
-nuestros propios hijos.
-
-Al decir esto me pareció que lloraba. Después de una breve pausa,
-Amaranta continuó así la conversación:
-
---Ese necio Mañara, que no sabe hablar más que de toros, de caballos
-y de su nobleza, ha tenido el honor de cautivar a Lesbia; tal para
-cual... Él es quien la ha inducido a andar en tratos con los del
-Príncipe, y entre los dos se han encargado de la trasmisión de la
-correspondencia.
-
---¿Pero no me dijiste --preguntó vivamente la desconocida-- que Lesbia
-estaba en relaciones con Isidoro?
-
---Sí --contestó mi ama--; pero este amor, que ha durado poco tiempo, ha
-sido un interregno durante el cual Mañara no bajó del trono. Lesbia amó
-a Isidoro por vanidad, por coquetería, y continúa en relaciones con él.
-Isidoro está locamente enamorado, y ella se complace en avivar su amor,
-divirtiéndose con los martirios del pobre cómico.
-
---¿Y no has pensado que se podría sacar partido de esos dobles amores?
-
---¡Ya lo creo! Lesbia e Isidoro se ven en casa de la González y en el
-teatro.
-
---Puedes hacer que Mañara los descubra y...
-
---No, mi plan es mejor aún. ¿Qué importa Mañara? Yo quiero apoderarme
-de alguna carta o prenda que Lesbia entregue a cualquiera de sus dos
-amantes, para presentarla a su marido, a ese señor que a pesar de su
-misantropía, si llegara a saber con certeza las gracias de su mujer,
-vendría a poner orden en la casa.
-
---Indudablemente --dijo la desconocida animándose por grados--. ¿Y qué
-vas hacer?
-
---Según lo que den de sí las circunstancias. Pronto volveremos a
-Madrid, porque en casa de la marquesa se prepara una representación de
-_Otello_, en que Lesbia hará el papel de Edelmira, Isidoro el suyo, y
-los demás corren a cargo de jóvenes aficionados.
-
---¿Y cuándo es la representación?
-
---Se ha aplazado porque falta un papel que ninguno quiere desempeñar,
-por ser muy desairado; mas creo que pronto se encontrará actor a
-propósito, y la función no puede retardarse. El duque ha prometido
-dejar sus Estados para asistir a ella. La reunión de todas estas
-personas ha de facilitar mucho una combinación ingeniosa, que nos
-permita castigar a Lesbia como se merece.
-
---¡Oh! sí, hazlo por Dios. Su ingratitud es tal, que no merece perdón.
-¿Sabes que es ella quien me ha acusado de haber querido asesinar a
-Jovellanos?
-
---Sí: lo sabía.
-
---¡Ves qué infamia! --añadió la desconocida, indicando en el tono de su
-voz la ira que la dominaba--. Verdad es que aborrezco a ese pedante,
-que en su fatuidad se permite dar lecciones a quien no las necesita
-ni se las ha pedido; pero me parece que su encierro en el castillo
-de Bellver es suficiente castigo, y jamás han pasado por mi mente
-proyectos criminales, cuya sola idea me horroriza.
-
---Lesbia se ha dado tan buena maña para propalar lo del envenenamiento,
-que todo el mundo lo cree --dijo Amaranta--. ¡Ah, señora, es preciso
-castigar duramente a esa mujer!
-
---Sí, pero no incluyéndola en la causa: eso redundaría en perjuicio
-mío. Manuel me lo ha advertido esta tarde con mucho empeño, y es
-preciso hacer lo que él dice. Por su parte, Manuel le causa todo el
-daño que puede. Desde que supo las infamias que contaba de mí, dejó
-cesantes a todos los que habían recibido destino por recomendación
-suya. Esta prueba de afecto me ha enternecido.
-
---No sería malo que Mañara sintiera encima la mano de hierro del
-generalísimo.
-
---¡Oh, sí! Manuel me ha prometido buscar algún medio para que se le
-forme causa y sea expulsado del cuerpo, como se hizo con aquellos dos
-que nos conocieron cuando fuimos disfrazadas a la verbena de Santiago.
-¡Oh! Manuel no se descuida: después que nos reconciliamos por mediación
-tuya, su complacencia y finura conmigo no tiene límites. No, no existe
-otro que como él comprenda mi carácter, y posea el arte de las buenas
-formas aun para negar lo que se le pide. Ahora precisamente estoy en
-lucha con él para que me conceda una mitra...
-
---¿Para mi recomendado el capellán de las monjas de Pinto?
-
---No: es para un tío de Gregorilla la hermana de leche del
-chiquitín[*]. Ya ves: se le ha puesto en la cabeza que su tío ha de ser
-obispo, y verdaderamente no hay motivo alguno para que no lo sea.
-
- [*] D. Francisco de Paula.
-
---¿Y el Príncipe se opone?
-
---Sí; dice que el tío de Gregorilla ha sido contrabandista hasta que
-se ordenó hace dos años, y que es un ignorante. Tiene razón, y el
-candidato no es por su sabiduría ninguna lumbrera de la cristiandad;
-pero hija, cuando vemos a otros... y si no ahí tienes a mi primo, el
-cardenalito de la Escala[**], que no sabe más latín que nosotras, y si
-le examinaran, creo que ni aun para monaguillo le darían el _exequatur_.
-
- [**] El cardenal infante D. Luis de Borbón, arzobispo de Toledo.
-
---Pero ese nombramiento lo ha de hacer Caballero --dijo Amaranta--. ¿Se
-opone también?
-
---Caballero, no --contestó riendo la desconocida--; ese ya sabes que
-no hace sino lo que queremos, y capaz sería de convertir en regentes
-de las Audiencias a los puntilleros de la plaza de toros, si se lo
-mandáramos. Es mi buen sujeto que cumple con su deber con la docilidad
-del verdadero ministro. El pobrecito se interesa mucho por el bien de
-la nación.
-
---Pues él puede dar la mitra por sí ante sí al tío de Gregorilla.
-
---No; Manuel se opone, ¡y de qué manera! Pero yo he discurrido un
-medio de obligarle a ceder. ¿Sabes cuál? Pues me he valido del tratado
-secreto celebrado con Francia, que se ratificará en Fontainebleau
-dentro de unos días. Por él se da a Manuel la soberanía de los
-Algarbes; pero nosotros no estamos aún decididos a consentir en el
-repartimiento de Portugal, y le he dicho: «Si no haces obispo al tío
-de Gregorilla, no ratificaremos el tratado y no serás rey de los
-Algarbes.» Él se ríe mucho con estas cosas mías; pero al fin... ya
-verás cómo consigo lo que deseo.
-
---Y mucho más cuando estos nombramientos contribuyen a fortificar
-nuestro partido. ¿Pero él no conoce que el del Príncipe es cada vez más
-fuerte?
-
---¡Ah! Manuel está muy disgustado --dijo la desconocida con tristeza--;
-y lo que es peor, muy acobardado. Afirma que esto no puede concluir en
-bien y tiene presentimientos horribles. Estos sucesos le han puesto muy
-triste, y dice: «Yo he cometido muchas faltas, y el día de la expiación
-se acerca.» ¡Pero qué bueno es! ¿Creerás que disculpa a mi hijo,
-diciendo que le han engañado y envilecido los amigos ambiciosos que le
-rodean? ¡Ah! mi corazón de madre se desgarra con esto; pero no puedo
-atenuar la falta del Príncipe. Mi hijo es un infame.
-
---¿Y él espera conjurar fácilmente tantos peligros? --preguntó mi ama.
-
---No lo sé --repuso la desconocida tristemente--. Manuel, como te
-he dicho, está muy descorazonado. Aunque cree castigar pronto y muy
-ejemplarmente a los conjurados, como hay algo que está por encima de
-todo esto, y que...
-
---Bonaparte sin duda.
-
---No; Bonaparte creo que estará de nuestro lado, a pesar de que el
-Príncipe lo presenta como amigo suyo. Manuel me ha tranquilizado en
-este punto. Si Bonaparte se enojase con nosotros, le daríamos veinte o
-treinta mil hombres para que los sacase de España, como sacó los de la
-Romana. Eso es muy fácil y a nadie perjudica. Lo que nos entristece es
-otra cosa, es lo que pasa en España. Según me ha dicho Manuel, todos
-aman al Príncipe y le creen un dechado de perfecciones, mientras que a
-nosotros, al pobre Carlos y a mí nos aborrecen. Parece mentira: ¿qué
-hemos hecho para que así nos odien? Francamente te digo que esto me
-tiene afectada, y estoy resuelta a no ir a Madrid en mucho tiempo. Te
-juro que aborrezco a Madrid.
-
---Yo no participo de ese temor --dijo Amaranta--, y espero que
-castigados los conspiradores, la mala yerba no volverá a retoñar.
-
---Manuel trabajará sin descanso: así me lo ha dicho. Pero es preciso
-que se evite en todo lo que pueda escandalizar, y sobre todo que
-resulte desfavorable. Por eso esta noche en cuanto llegó Manuel, vino
-a suplicarme que por conducto tuyo, hiciese arrancar de la causa todo
-lo relativo a Lesbia, que es poseedora de documentos terribles, y se
-vengaría cruelmente en sus declaraciones. Ya sabes que tiene mucha
-imaginación, y sabe inventar enredos con gran arte. Desde que Manuel me
-habló hasta que te he visto, no he sosegado un momento. Pero ni él ni
-yo, podemos hablar de esto con Caballero: háblale tú y arréglalo con tu
-buen juicio y habilidad. ¡Ah! se me olvidaba. Caballero desea el toisón
-de oro: ofréceselo sin cuidado; que aunque no es hombre para cargar tal
-insignia, no habrá reparo en dársela, si se hace acreedor a ella con su
-lealtad. ¿Harás lo que te digo?
-
---Sí, señora. No habrá nada que temer.
-
---Entonces me retiro tranquila. Confío en ti ahora como siempre --dijo
-la desconocida levantándose.
-
---Lesbia no será llamada a declarar; pero no nos faltará ocasión de
-tratarla como merece.
-
---Pues adiós, querida Amaranta --añadió la dama besando a mi ama--.
-Gracias a ti, esta noche puedo dormir tranquila, y entre tantas penas,
-no es poco consuelo contar con una fiel amiga que hace todo lo posible
-por disminuirlas.
-
---Adiós.
-
---Es muy tarde... ¡Dios mío, qué tarde!
-
-Diciendo esto se encaminaron juntas a la puerta, y abierta esta
-aparecieron otras dos damas, con las cuales se retiró la desconocida,
-después de besar segunda vez a mi ama. Cuando esta se quedó sola se
-dirigió a la habitación en que yo estaba. Mi primera intención fue
-retirarme del escondite y huir; pero reflexionándolo brevemente, creí
-que debía esperarla. Cuando ella entró y me vio, su sorpresa fue
-extraordinaria.
-
---¡Cómo, Gabriel, tú aquí! --exclamó.
-
---Sí, señora --respondí serenamente--. He empezado a desempeñar las
-funciones que usía me ha encargado.
-
---¡Cómo! --dijo con ira--. ¿Has tenido el atrevimiento de...? ¿Has oído?
-
---Señora --respondí--, usía tiene razón: poseo un oído finísimo. ¿No me
-mandaba usía que observara y atendiera...?
-
---Sí --dijo más colérica--. Pero no a esto... ¿entiendes bien? Veo que
-eres demasiado listo, y el exceso de celo puede costarte caro.
-
---Señora --repuse con mucha ingenuidad--, quería empezar a instruirme
-cuanto antes.
-
---Bien --repuso procurando tranquilizarse--. Retírate. Pero te
-advierto que si sé recompensar a los que me sirven bien, tengo medios
-para castigar a los desleales y traidores. No te digo más. Si eres
-imprudente, te acordarás de mí toda tu vida. Vete.
-
-
-
-
-XIX
-
-
-Al día siguiente se levantó un servidor de ustedes de malísimo humor,
-y su primera idea fue salir del Escorial lo más pronto que le fuera
-posible. Para pensar en los medios de ejecutar tan buen propósito fuese
-a pasear a los claustros del monasterio, y allí discurriendo sobre su
-situación, se acaloró la cabeza del pobre muchacho revolviendo en ella
-mil pensamientos que cree poder comunicar al discreto lector.
-
-Los que hayan leído en el primer libro de mi vida el capítulo en que di
-cuenta de mi inútil presencia en el combate de Trafalgar, recordarán
-que en aquella alta ocasión y cuando la grandeza y majestad de lo que
-pasaba ante mis ojos parecían sutilizar las facultades de mi alma, pude
-concebir de un modo clarísimo la idea de la patria. Pues bien: en la
-ocasión que ahora refiero, y cuando la desastrosa catástrofe de tan
-ridículas ilusiones había conmovido hasta lo más profundo mi naturaleza
-toda, el espíritu del pobre Gabriel hizo después de tanto abatimiento
-una nueva adquisición, una nueva conquista de inmenso valor, la idea
-del honor.
-
-¡Qué luz! Recordé lo que me había dicho Amaranta, y comparando sus
-conceptos con los míos, sus ideas con lo que yo pensaba, mezcla
-de ingenuo engreimiento y de honrada fatuidad, no pude menos de
-enorgullecerme de mí mismo. Y al pensar esto no pude menos de decir:
-«Yo soy hombre de honor, yo soy hombre que siento en mí una repugnancia
-invencible a acometer cualquier acción fea y villana que me deshonre
-a mis propios ojos; y además la idea de que pueda ser objeto del
-menosprecio de los demás me enardece la sangre y me pone furioso.
-Cierto que quiero llegar a ser persona de provecho; pero de modo que
-mis acciones me enaltezcan ante los demás y al mismo tiempo ante
-mí, porque de nada vale que mil tontos me aplaudan, si yo mismo me
-desprecio. Grande y consolador debe de ser, si vivo mucho tiempo, estar
-siempre contento de lo que haga, y poder decir por las noches mientras
-me tapo bien con mis sabanitas para matar el frío: _No he hecho nada
-que ofenda a Dios ni a los hombres. Estoy satisfecho de ti, Gabriel._»
-
-Debo advertir que en mis monólogos siempre hablaba conmigo, como si yo
-fuera otro.
-
-Lo particular es que mientras pensaba estas cosas, la figura de mi Inés
-no se apartaba un momento de mi imaginación y su recuerdo daba vueltas
-en torno a mi espíritu, como esas mariposas o pajaritas que se nos
-aparecen a veces en días tristes trayendo, según el vulgo cree, alguna
-buena noticia.
-
-Tal era la situación de mi espíritu, cuando acertó a pasar cerca de mí
-el caballero don Juan de Mañara, vestido de uniforme. Detúvose y me
-llamó con empeño, demostrando que mi presencia era para él nada menos
-que un buen hallazgo. No era aquella la primera vez que solicitaba de
-mí un pequeño favor.
-
---Gabriel --me dijo en tono bastante confidencial y sacando de su
-bolsillo una moneda de oro--, esto es para ti, si me haces el favor que
-voy a pedirte.
-
---Señor --contesté--, con tal que sea cosa que no perjudique a mi
-honor...
-
---Pero, pedazo de zarramplín, ¿acaso tú tienes honor?
-
---Pues sí que lo tengo, señor oficial --contesté muy enfadado--; y
-deseo encontrar ocasión de darle a usted mil pruebas de ello.
-
---Ahora te lo proporciono, porque nada más honroso que servir a un
-caballero y a una señora.
-
---Dígame usted lo que tengo que hacer --dije, deseando ardientemente
-que la posesión del doblón que brillaba ante mis ojos fuera compatible
-con la dignidad de un hombre como yo.
-
---Nada más que lo siguiente --respondió el hermoso galán, sacando una
-carta del bolsillo--: llevar este billete a la señorita Lesbia.
-
---No tengo inconveniente --dije, reflexionando que en mi calidad de
-criado, no podía deshonrarme llevando una carta amorosa--. Deme usted
-la esquelita.
-
---Pero ten en cuenta --añadió entregándomela-- que si no desempeñas
-bien la comisión, o este papel va a otras manos, tendrás memoria de mí
-mientras vivas, si es que te queda vida después que todos tus huesos
-pasen por mis manos.
-
-Al decir esto el guardia, demostraba, apretándome fuertemente el
-brazo, firme intención de hacer lo que decía. Yo le prometí cumplir su
-encargo como me lo mandaba, y tratando de esto llegamos al gran patio
-de Palacio, donde me sorprendió ver bastante gente reunida, descollando
-entre todos algunas aves de mal agüero, tales como ministriles y demás
-gente de la curia. Yo advertí, que al verles mi acompañante se inmutó
-mucho, quedándose pálido, y hasta me parece que le oí pronunciar algún
-juramento contra los pajarracos negros que tan de improviso se habían
-presentado a nuestra vista. Pero yo no necesitaba reflexionar mucho
-para comprender que aquella siniestra turbamulta nada tenía que ver
-conmigo, así es que dejando al militar en la puerta del cuerpo de
-guardia, y una vez trasladadas carta y moneda a mi bolsillo, subí en
-cuatro zancajos la escalera chica, corriendo derecho a la cámara de la
-señora Lesbia.
-
-No tardé en hacerme presentar a su señoría. Estaba de pie en medio de
-la sala, y con entonación dramática leía en un cuadernillo aquellos
-versos célebres:
-
- ... todo me mata,
- todo va reuniéndose en mi daño!
- --Y todo te confunde, desdichada.
-
-Estaba estudiando su papel. Cuando me vio entrar cesó en su lectura, y
-tuve el gusto de entregarle en persona el billete, pensando para mí:
-«¿Quién dirá que con esa cara tan linda eres una de las mejores piezas
-que han hecho enredos en el mundo?»
-
-Mientras leía, observé el ligero rubor y la sonrisa que hermoseaban su
-agraciado rostro. Después que hubo concluido, me dijo un poco alarmada:
-
---¿Pero tú no sirves a Amaranta?
-
---No, señora --respondí--. Desde anoche he dejado su servicio, y ahora
-mismo me voy para Madrid.
-
---¡Ah! Entonces, bien --dijo tranquilizándose.
-
-Yo en tanto no cesaba de pensar en el placer que habría experimentado
-Amaranta si yo hubiera cometido la infamia de llevarle aquella carta.
-¡Qué pronto se me había presentado la ocasión de portarme como un
-servidor honrado, aunque humilde! Lesbia, encontrando ocasión de
-zaherir a su amiga, dijo:
-
---Amaranta es muy rigurosa y cruel con sus criados.
-
---¡Oh, no señora! --exclamé yo, gozoso de encontrar otra coyuntura de
-portarme caballerosamente, rechazando la ofensa hecha a quien me daba
-el pan--. La señora condesa me trata muy bien; pero yo no quiero servir
-más en Palacio.
-
---¿De modo que has dejado a Amaranta?
-
---Completamente. Me marcharé a Madrid antes del medio día.
-
---¿Y no querrías tú entrar en mi servidumbre?
-
---Estoy decidido a aprender un oficio.
-
---De modo que hoy estás libre, no dependes de nadie, ni siquiera
-volverás a ver a tu antigua ama.
-
---Ya me he despedido de su señoría y no pienso volver allá.
-
-No era verdad lo primero, pero sí lo segundo.
-
-Después, como yo hiciera una profunda reverencia para despedirme, me
-contuvo diciendo:
-
---Aguarda: tengo que contestar a la carta que has traído, y puesto
-que estás hoy sin ocupación y no tienes quien te detenga, llevarás la
-respuesta.
-
-Esto me infundió la grata esperanza de que mi capital engrosara con
-otro doblón, y aguardé mirando las pinturas del techo y los dibujos
-de los tapices. Cuando Lesbia hubo concluido su epístola, la selló
-cuidadosamente y la puso en mis manos, ordenándome que la llevase
-sin perder un instante. Así lo hice; pero ¡cuál no sería mi sorpresa
-cuando al llegar al cuerpo de guardia me encontré con la inesperada
-novedad de que sacaban preso a mi señor el guardia, llevándole
-bonitamente entre dos soldados de los suyos! Yo temblé como un
-azogado, creyendo que también iban a echarme mano, pues sabía que no
-bastaba ser insignificante para librarse de los ministriles, quienes
-deseando mostrar su celo en la causa del Escorial, comprendían en los
-voluminosos autos el mayor número posible de personas.
-
-Cometí la indiscreción de entrar en el cuerpo de guardia para
-curiosear, lo cual hizo que un hombre allí presente, temerosa
-estantigua con nariz de gancho, espejuelos verdes y larguísimos dientes
-del mismo color, dirigiese hacia mi rostro aquellas partes del suyo,
-observándome con mucha atención y diciendo con la voz más desagradable
-y bronca que en mi vida oí:
-
---Este es el muchacho a quien el preso entregó una carta poco antes de
-caer en poder de la justicia.
-
-Un sudor frío corrió por mi cuerpo al oír tales palabras, y volví
-la espalda con disimulo para marcharme a toda prisa; pero ¡ay! no
-había andado dos pasos cuando sentí que se clavaban en mi hombro unas
-como garras de gavilán, pues no otro nombre merecían las afiladas y
-durísimas uñas del hombre de los espejuelos verdes en cuyo poder había
-caído. La impresión que experimenté fue tan terrorífica, que nunca
-pienso olvidarla, pues al encarar con su feísima estampa, los vidrios
-redondos de sus gafas que remedaban la pupila cuajada, penetrante y
-estupefacta del gato, me turbaron hasta lo sumo, y al mismo tiempo sus
-dientes verdes, afilados sin duda por la voracidad, parecían ansiosos
-de roerme.
-
---No vaya usted tan de prisa, caballerito --dijo--, que tal vez haga
-aquí más falta que en otra parte.
-
---¿En qué puedo servir a usía? --pregunté melifluamente, comprendiendo
-que no valdría mostrarme altanero con semejante lobo.
-
---Eso lo veremos --contestó con un gruñido que me obligó a encomendarme
-a Dios.
-
-Mientras aquel cernícalo, con la formidable zarpa clavada en mi
-cuello, me llevaba a una pieza inmediata, yo evoqué mis facultades
-intelectuales para ver si con el esfuerzo combinado de todas ellas,
-encontraba medio de salir de tan apurado trance. En un instante de
-reflexión, hice el siguiente rapidísimo cálculo: «Gabriel: este
-instante es supremo. Nada conseguirás defendiéndote con la fuerza. Si
-intentas escaparte, estás perdido. De modo que si por medio de algún
-rasgo de astucia no te libras de las uñas de este pícaro, que te
-enterrará vivo bajo una losa de papel sellado, ya puedes hacer acto de
-contrición. Al mismo tiempo llevas sobre ti la honra de una dama que
-sabe Dios lo que habrá escrito en esa endiablada carta. Conque ánimo,
-muchacho, serenidad y a ver por dónde se sale.»
-
-Afortunadamente, Dios iluminó mi entendimiento en el instante en que
-el curial se sentó en un desnudo banquillo, poniéndome delante para
-que respondiera a sus preguntas. Recordé haber visto al feroz leguleyo
-en el cuarto de Amaranta, a quien gustaba de ofrecer servilmente sus
-respetos, y esto con la idea de que mi antigua ama era desafecta a las
-personas a quienes se formaba la causa, me dio la norma del plan que
-debía seguir para librarme de aquel vestiglo.
-
---Conque tú andas llevando y trayendo cartitas, picaronazo --dijo
-en la plenitud de su curial sevicia, gozándose de antemano con la
-contemplación imaginaria de las resmas de papel sellado en que había
-de emparedarme--. Ahora veremos para quiénes son esas cartas, y si te
-ocupas en comunicar a los conjurados con los presos, para que burlen la
-acción de la justicia.
-
---Señor licenciado --contesté yo recobrando un poco la serenidad--,
-usted no me conoce, y sin duda me confunde con esos picarones que
-se ocupan en traer y llevar papelitos a los que están presos en el
-Noviciado.
-
---¿Cómo? --exclamó con júbilo--. ¿Estás seguro de que eso pasa?
-
---Sí, señor --respondí envalentonándome cada vez más--. Vaya usía ahora
-mismo con disimulo al patio de los convalecientes, y verá que desde el
-piso tercero del monasterio echan cartas a la buhardilla, valiéndose de
-unas larguísimas cañas.
-
---¿Qué me dices?
-
---Lo que usía oye: y si quiere verlo con sus propios ojos vaya ahora
-mismo: que esta es la hora que escogen los malvados para su intento,
-por ser la de la siesta. Ya me podría usía recompensar por la noticia,
-pues le doy este aviso, para que pueda prestar un gran servicio a
-nuestro querido Rey.
-
---Pero tú recibiste una carta del joven alférez, y si no me la das ante
-todo, ya te ajustaré las cuentas.
-
---¿Pero el señor licenciado no sabe --contesté-- que soy paje de la
-excelentísima señora condesa Amaranta, a quien sirvo hace algún
-tiempo? ¡Y que no me tiene poco cariño mi ama en gracia de Dios! Mil
-veces ha dicho que ya puede tentarse la ropa el que me tocase tan
-siquiera el pelo de la misma.
-
-El leguleyo parecía recordar, y como era cierto que me había visto
-repetidas veces en compañía de mi ama, advertí que su endemoniado
-rostro se apaciguaba poco a poco.
-
---Bien sabe el señor licenciado --continué-- que la señora condesa me
-protege, y habiendo conocido que yo sirvo para algo más que para este
-bajo oficio, se propone instruirme y hacer de mí un hombre de provecho.
-Ya he empezado a estudiar con el padre Antolínez, y después entraré
-en la casa de pajes, porque ahora hemos descubierto, que yo aunque
-pobre soy noble y desciendo en línea recta de unos al modo de duques o
-marqueses de las islas Chafarinas.
-
-El leguleyo parecía muy preocupado con estas razones, que yo pronuncié
-con mucho desparpajo.
-
---Y ahora --proseguí--, iba al cuarto de mi ama, que me está esperando,
-y en cuanto sepa que el señor licenciado me ha detenido se pondrá
-furiosa: porque ha de saber el señor licenciado que mi ama me manda
-recorrer estos patios y galerías para oír lo que dicen los partidarios
-de los presos, y ella lo va apuntando en un libro que tiene no menos
-grande que ese banco. Ella va a descubrir muchas cosas malas de esa
-gente y está muy contenta con mi ayuda, pues dice que sin mí no sabría
-la mitad de lo que sabe. Por ejemplo, lo de las cañas apuesto a que
-nadie lo sabe más que yo, y agradézcame el señor licenciado que se lo
-haya dicho antes que a ninguno.
-
---Cierto es --dijo el ministril-- que la señora condesa te protege,
-pues ahora caigo en la cuenta de que algunas veces se lo he oído decir;
-pero no me explico que tu ama se cartee con el alférez.
-
---También a mí me llamó la atención --repuse--, porque mi ama decía
-que ese señor era de los que primero debían ser puestos a la sombra;
-pero vea el señor licenciado. La carta que recibí era para mi ama, y le
-decía que viéndose próximo a caer en poder de la justicia, solicitaba
-protección de la señora condesa para librarse de aquella.
-
---¡Ah, Sr. Mañara, tunante, trapisondista! --exclamó el representante
-de la justicia humana--. Quería escaparse de nuestras uñas, poniéndose
-al amparo de una persona que está demostrando el mayor celo en favor de
-la causa del Rey.
-
---Pero no le valieron sus malas mañas, señor licenciadito de mi alma
---añadí entusiasmándome--, porque mi ama rompió la carta con desdén, y
-me mandó contestarle de palabra que nada podía hacer por él.
-
---¿Y a eso venías?
-
---Precisamente. Ya sabía yo que no lograba nada el señor alférez, y me
-alegro, me alegro. Porque yo digo: esos picarones ¿no querían quitarle
-al Rey su corona, y a la Reina la vida? Pues que las paguen todas
-juntas, que bien merecido tienen el cadalso; y como se descuiden, el
-Príncipe de la Paz no se andará por las ramas.
-
---Bien --dijo algo más benévolo para conmigo, pero sin que se
-extinguiera su recelo--. Iremos juntos a ver a tu ama, y ella
-confirmará lo que has dicho.
-
---Ahora se fue al cuarto del Príncipe de la Paz, a quien piensa
-recomendarme para que entre en la casa de Pajes. Y como el señor
-licenciado se descuide, no podrá ver a los que echan la caña por los
-balcones del piso tercero del monasterio. Vaya usía a enterarse de
-esto, y luego puede pasar al cuarto de mi ama donde le espero. Ella
-estará prevenida y recibirá a usía con mucho agasajo, porque le aprecia
-y estima mucho.
-
---¿Sí? ¿Le has oído hablar de mí alguna vez? --preguntó vivamente.
-
---¿Alguna vez? Diga el señor licenciado mil veces. La otra noche estuvo
-hablando de usía más de dos horas con el Príncipe de la Paz y con el
-marqués Caballero.
-
---¿De veras? --preguntó plegando su arrugada boca con una sonrisa
-indefinible y dejando ver en todo su vasto desarrollo el mapa de su
-verde dentadura--. ¿Y qué decía?
-
---Que al señor licenciado se deben todas las averiguaciones que se han
-hecho en la causa, y otras cosas que no digo por no ofender la modestia
-de usía.
-
---Dilas picarón, y no seas corto de genio.
-
---Pues hizo grandes elogios de usía, ponderando su talento, su
-mucho saber, y su disposición para sacar leyes aunque fuera de un
-canto rodado. Después añadió que si no le hacían al señor licenciado
-consejero de Indias o de la sala de alcaldes de Casa y Corte, no
-tendrían perdón de Dios.
-
---¿Eso dijo? Veo que eres un chico formal y discreto. Di a la señora
-condesa que dentro de un momento pasaré a visitarla, para consultar con
-ella gravísimas cuestiones. Ella sabrá cuánto la aprecio y estimo. Con
-respecto a ti, al principio pensé que la carta entregada por el alférez
-era para la duquesa Lesbia.
-
---¡Quiá! No voy yo al cuarto de esa señora, porque mi ama y ella están
-reñidas.
-
---Y como hoy --continuó-- se procederá también a prender a esa señora,
-que resulta complicada en el proceso lo mismo que su esposo el señor
-duque...
-
---¡También prenden a la señora Lesbia! --exclamé asombrado.
-
---También; ya habrán subido mis compañeros a notificárselo. Conque,
-joven, sube al cuarto de tu ama, y adviértele mi próxima visita.
-
-No esperé más para separarme de hombre tan fiero, y bendiciendo
-fervorosamente a Dios, salí del cuerpo de guardia, muy satisfecho de
-la estratagema empleada. Mi primera intención fue correr al cuarto de
-Lesbia, no solo para devolverle la carta, sino para prevenirla acerca
-del gran riesgo que su libertad corría; mas cuando subí, noté que la
-justicia había invadido su vivienda. Era preciso huir de Palacio, donde
-corría gran peligro de caer en poder del atroz licenciado, en cuanto
-este, conferenciando con mi ama, descubriese mis estupendas mentiras.
-Pies, ¿para qué os quiero? dije, y al punto subí precipitadamente a
-mi caramanchón, cogí y empaqueté de cualquier modo mi ropa, y sin
-despedirme de nadie salí del Palacio y del monasterio, resuelto a no
-detenerme hasta Madrid.
-
-A pesar de mi zozobra, no quise partir sin provisiones, y habiéndome
-surtido en la plaza del pueblo de lo más necesario, eché a andar,
-volviendo a cada rato la vista, porque me parecía que el licenciado
-caminaba detrás de mí. Hasta que no desapareció de mi vista la cúpula
-y las torres del terrible monasterio no recobré la tranquilidad, y
-después de dos horas de precipitada marcha, me aparté del camino, y
-restauré mis fuerzas con pan, queso y uvas, seguro ya de que por el
-momento las durísimas uñas del representante de la justicia no se
-clavarían en mis hombros.
-
-En aquel rato de descanso y esparcimiento me reí a mis anchas,
-recordando las mentiras que había empleado para salvarme; pero no me
-remordía la conciencia por haberlas desembuchado con tanta largueza,
-puesto que aquellos embustes, con los cuales no perjudicaba a la honra
-de nadie, eran la única arma que me defendía contra una persecución
-tan bárbara como injusta. Los trances difíciles aguzan el ingenio, y
-en cuanto a mí, puedo decir que antes de encontrarme en el que he
-referido, jamás hubiera sido capaz de inventar tales desatinos. Bien
-dicen que las circunstancias hacen al hombre tonto o discreto, aguzando
-el más rústico entendimiento, u oscureciendo el que se precia de más
-claro.
-
-Más allá de Torrelodones encontré unos arrieros que por poco dinero
-me dejaron montar en sus caballerías, y de este modo llegué a Madrid
-cómodamente, ya muy avanzada la noche.
-
-
-
-
-XX
-
-
-Como era tarde, creí que no debía ir a casa de Inés hasta la mañana
-siguiente, y entré en la de la González, que aún estaba levantada, y
-como sin intención de recogerse todavía. Quedose muy asombrada al verme
-entrar, y faltole tiempo para preguntarme lo que me había pasado, y si
-había ocurrido alguna novedad a la señorita Amaranta. También quiso
-saber lo de la famosa conjuración, asunto que según dijo, ocupaba la
-atención de Madrid entero, y satisfecha su curiosidad en este y otros
-puntos, me aseguró haber recibido una carta de Lesbia, en que le
-anunciaba su viaje a la corte dentro de algunos días para acabar de
-perfeccionarse en el papel de Edelmira.
-
-Aunque el cansancio me rendía, y más deseaba acostarme que hablar,
-le conté lo de la carta y también el triste caso de la prisión de
-la duquesa. Pepita, muy alterada con estas noticias, me rogó que le
-entregase la carta, a lo cual me negué, jurando que la guardaría hasta
-que pudiera dársela en propia mano a la misma persona de quien la
-recibí. Ella pareció conformarse con mi negativa, y no hablamos más
-del asunto. Después le dije que resuelto a aprender un oficio había
-abandonado a Amaranta para regresar a la corte y me fui a acostar,
-deseando que llegase pronto la mañana por ver a Inés. Excuso decir
-que dormí como un talego; levanteme al día siguiente muy a prisa y mi
-primera impresión fue una gran pesadumbre. Les contaré a ustedes: al
-vestirme busqué en mis ropas la carta de Lesbia, y la carta no parecía.
-No quedó en mis bolsillos, ni en mi breve equipaje escondrijo que no
-fuese revuelto; pero no encontré nada. Muy afanado estaba, temiendo
-que la carta hubiese caído en manos indiscretas, cuando le conté a mi
-ama lo que me pasaba, preguntándole si había encontrado por el suelo
-la malhadada epístola. Entonces la pícara, lanzando una carcajada de
-alegría, me contestó con la mayor desvergüenza:
-
---No la he encontrado, Gabrielillo, sino que anoche, luego que te
-dormiste, entré en tu cuarto de puntillas, y saqué la carta del
-bolsillo de tu chaqueta. Aquí la tengo, la he leído, y no la soltaré
-por nada.
-
-Aquello me indignó sobremanera. Pedile la carta, diciéndole que mi
-honor me exigía devolverla a su dueña, sin que nadie la leyera; mas
-ella me repuso que yo no tenía honor que conservar, y que en cuanto a
-la carta, no la devolvería, aunque le diesen tantos azotes como letras
-estaban escritas en ella. Acto continuo me la leyó, y decía así, si mal
-no recuerdo:
-
- «Amado Juan: te perdono la ofensa y los desaires que me has hecho;
- pero si quieres que crea en tu arrepentimiento, pruébamelo, viniendo
- a cenar conmigo esta noche en mi cuarto, donde acabaré de disipar tus
- infundados celos, haciéndote comprender que no he amado nunca, ni
- puedo amar a Isidoro, ese salvaje, presumido comiquillo, a quien solo
- he hablado alguna vez con objeto de divertirme con su necia pasión.
- No faltes, si no quieres enfadar a tu --_Lesbia_.--P. D. No temas que
- te prendan. Primero prenderán al Rey.»
-
-Leída la carta, la González se la guardó en el pecho, diciendo entre
-risas y chistes, que ni por diez mil duros la devolvería. Todas mis
-súplicas fueron inútiles, y al fin cansado de desgañitarme, salí de la
-casa, muy apesadumbrado con aquel incidente; mas esperando desvanecer
-mi mal humor con la vista de la infeliz Inés. Dirigime allá muy
-conmovido, y al entrar por la calle, mirando a los balcones de su casa,
-decía: «¡Cuán lejos estará ella de que yo acabo de doblar la esquina y
-estoy en la calle! Estará sentada detrás de la cortinilla, y aunque no
-tendría más que asomarse un poco para verme, no me verá hasta que no
-entre en la casa.»
-
-Llegué por fin, y desde que se me abrió la puerta comprendí que algo
-grave pasaba allí; porque Inés no corrió a mi encuentro a pesar de las
-fuertes voces que di al poner el pie dentro de la casa. Quien primero
-me recibió fue el padre Celestino, con rostro tan demasiadamente
-compungido, que no podía atribuirse su escualidez a la sola causa del
-hambre.
-
---Hijo mío, en mal hora vienes --me dijo--. Aquí tenemos una gran
-desgracia. Mi hermana, la pobre Juana, se nos muere.
-
---¿Pero Inés?
-
---Buena: pero figúrate cómo estará la pobrecita con el ajetreo de estos
-días. No se separa del lado de su madre, y si esto siguiera mucho
-tiempo, creo que también se llevaría Dios al pobre angelito de mi
-sobrina.
-
---Bien le decíamos a la señora doña Juana que no trabajase tanto.
-
---¿Y qué quieres, hijo mío? --respondió--. Ella mantenía la casa,
-porque ya ves, todavía no me han dado el curato, ni la capellanía, ni
-la coadjutoría, ni la ración, ni la beca, ni la congrua que me han
-prometido, aunque tengo la seguridad de que a más tardar la semana que
-entra se cumplirán mis deseos. Además, mi poema latino no hay librero
-que lo quiera imprimir, aunque le den dinero encima, y aquí tienes la
-situación. No sé qué va a ser de nosotros si mi hermana se muere.
-
-Al decir esto, las quijadas del pobre viejo se descoyuntaron en un
-bostezo descomunal que me probó la magnitud de su hambre. Semejante
-espectáculo me oprimía el corazón; pero afortunadamente yo tenía
-algún dinero de mis ahorros, y además el doblón de Mañara, lo cual me
-permitía hacer una hombrada. Echándome la mano al bolsillo, dije:
-
---Señor cura, en celebración de la congrua que ha de recibir su
-paternidad la semana que entra, le convido a chuletas.
-
---No tengo gana --respondió haciendo alarde de aquella gentil
-delicadeza que le caracterizaba--, y además, no quiero que gastes tus
-ahorros; pero si quieres tú comerlas, que las traigan y aquí te las
-aderezaremos.
-
-Al instante mandé a una vecina por la carne, y mientras venía, no
-pudiendo contener mi impaciencia, me interné en busca de Inés. Hallela
-en la habitación principal, no lejos de la cama de su madre, que dormía
-profundamente.
-
---Inesilla, Inesilla de mi corazón --dije corriendo a ella y dándole
-media docena de abrazos.
-
-Por única respuesta Inés me señaló a la enferma, indicándome que no
-hiciera ruido.
-
---Tu madre se pondrá buena --le contesté en voz baja--. ¡Ay, Inesilla,
-cuánto deseaba verte! Vengo a confesarte que soy un bruto, y que tú
-tienes más talento que el mismo Salomón.
-
-Inés me miró sonriendo con serena tranquilidad, como si de antemano
-hubiera sabido que yo vendría a hacer tales confesiones. Mi discreta
-y pobre amiga estaba muy pálida por los insomnios y el trabajo; pero
-¡cuánto más hermosa me pareció que la terrible Amaranta! Todo había
-cambiado, y el equilibrio de mis facultades estaba restablecido.
-
---Mira, Inesilla --dije besándola las manos--, acertaste en todas
-tus profecías. Estoy arrepentido de mi gran necedad, y he tenido la
-suerte de encontrar pronto el desengaño. Bien dicen que los jóvenes nos
-dejamos alucinar por sueños y fantasmas. Pero ¡ay! no todos tienen un
-buen ángel como tú que les enseñe lo que han de hacer.
-
---¿De modo que ya no le tendremos a usía de capitán general, ni de
-virrey? --me dijo burlándose de mis locuras.
-
---No, niñita; no estoy ya por los palacios ni por los uniformes. Si
-vieras tú qué feas son ciertas cosas cuando se las ve de cerca. El que
-quiere medrar en los palacios tiene que cometer mil bajezas contrarias
-al honor, porque yo tengo también mi honor, sí señora... Nada, nada;
-dejémonos de virreinatos y de bambollas. He sido un alma de cántaro;
-pero bien dice el señor cura, tu tío, que la experiencia es una llama
-que no alumbra sino quemando. Yo me he quemado vivo; pero ¡ay! hija,
-¡si vieras cuánto he aprendido! Ya te contaré.
-
---¿Y ya no vuelves allá?
-
---No, señora; aquí me quedo, porque tengo un proyecto...
-
---¿Otro proyecto?
-
---Sí; pero este te ha de gustar, picarona. Voy a aprender un oficio. A
-ver cuál te parece mejor. ¿Platero, ebanista, comerciante? Lo que tú
-quieras. Todo menos el de criado.
-
---Eso no está mal discurrido.
-
---Pero detrás de este proyecto está otro mejor --dije gozando de un
-modo indecible con aquel diálogo--. Sí, hijita; tengo el proyecto de
-casarme con usted.
-
-La enferma hizo un movimiento, y entonces Inés, atendiendo a su madre,
-no pudo dar contestación a mis vehementes palabras.
-
---Yo tengo diez y seis años --continué--, tú quince; de modo que no hay
-más que hablar. Aprenderé un oficio, en el cual pienso ganar pronto
-muchísimo dinero, que tú irás guardando para nuestra boda. Verás, verás
-qué bien vamos a estar. ¿Quieres, sí o no?
-
---Gabriel --repuso en voz muy baja--, ahora somos muy pobres. Si me
-quedo huérfana lo seremos mucho más. A mi tío no le darán nunca lo
-que está esperando hace catorce años. ¿Qué va a ser de nosotros? Tú
-no ganarás nada hasta que no pase algún tiempo: no pienses, pues, en
-locuras.
-
---Pero, tonta, dentro de cuatro años habré yo ganado más de lo que
-peso. Entonces, para entonces... Mientras tanto, ya nos arreglaremos.
-Para algo te ha dado Dios ese talento de doctora de la Iglesia que
-tienes. Ahora conozco que sin ti no valgo nada, ni sirvo para nada.
-
---Eso después que te reías de mí, cuando te decía: «Gabriel, vas por
-mal camino.»
-
---Tenías razón, cordera. ¡Si vieras qué raro es el hombre por dentro,
-y cómo se equivoca, y cómo ignora hasta lo mismo que le pasa! Cuando
-salí de aquí creí que no te quería, y como aquella señora me tenía
-deslumbrado, apenas me acordaba de ti. Pero no: te quería y te quiero
-más que a mi vida, solo que a veces parece que se le ponen a uno
-telarañas en los ojos que tenemos por dentro, y no vemos lo mismo que
-nos pasa en... pues... por dentro. Y al mismo tiempo, queridita, tu
-carita se me venía a la memoria, cuando, decidido a no ceder a los
-caprichos de aquella dama endemoniada, pensaba que el hombre debe
-buscarse una fortuna por medios honrosos.
-
-La enferma llamó a su hija, y nuestro dulce coloquio quedó
-interrumpido. Pero tras el placer que había experimentado,
-conferenciando con Inés, Dios me deparó el no menos grato de ver comer
-las chuletas al padre Celestino, quien a pesar de la gran necesidad
-que padecía, no las cató sin hacer mil remilgos, para poner a salvo su
-dignidad y pundonor.
-
---He almorzado hace un rato, Gabriel --dijo--; pero si te empeñas...
-
-Mientras comía recayó la conversación sobre los asuntos del Escorial, y
-él, que no ocultaba su afición a Godoy, se expresó de este modo:
-
---Harán bien en extirpar de raíz la conjuración. Pues no es mala la que
-tenían armada contra nuestros queridos Reyes y ese dignísimo Príncipe
-de la Paz, mi paisano y amigo, protector de los menesterosos.
-
---Pues la opinión general aquí, como en el Real Sitio --le contesté--,
-es favorable al Príncipe Fernando, y todos acusan a Godoy de haber
-fraguado esto para desacreditarle.
-
---¡Pícaros, embusteros, rufianes! --exclamó furioso el clérigo--.
-¿Qué saben ellos de eso? Si conocieran, como yo conozco, las intrigas
-del partido fernandista... Descuiden que ya le contaré todo al señor
-Príncipe de la Paz cuando vaya a darle las gracias por mi curato, lo
-cual, según me ha dicho el oficial de la secretaría, no puede pasar
-de la semana que entra. ¡Ah! Si tu conocieras al canónigo don Juan
-de Escóiquiz, como le conozco yo... Aquí le tienen por un corderito
-pascual, y es el bribón más grande que ha vestido sotana en el mundo.
-¿Quién sino él se ha opuesto a que me den el curato? Y todo porque en
-las oposiciones que hicimos en Zaragoza hace treinta y dos años, sobre
-el tema _Utrum helemosinam_... no recuerdo lo demás... le dejé bastante
-corrido. Desde entonces me ha tomado grande ojeriza. Cuando estemos
-más despacio, Gabrielillo, te contaré las mil infames tretas que ha
-empleado el arcediano de Alcaraz, para conquistar la voluntad de su
-discípulo. ¡Ah! yo sé cosas muy gordas. Él es el alma de este negocio;
-él ha urdido tan indigna trama; él ha estado en tratos con el embajador
-de Francia, Mr. de Beauharnais, para entregar a Napoleón la mitad de
-España, con tal que ponga en el Trono al Príncipe heredero, sí señor.
-
---Pues oiga usted a todo el mundo --respondí--, y verá cómo al Sr.
-Escóiquiz le ponen por esas nubes, mientras dicen mil picardías del
-primer Ministro.
-
---Envidia, chico, envidia. Es que todos le piden colocaciones, destinos
-y prebendas, y como no los puede dar sino a las personas decentes como
-yo, de aquí que la mayoría se queja, murmura, y ya ves. ¿Y podrán
-negar que se le den multitud de cosas buenas, como la protección
-a la enseñanza, la creación del seminario de caballeros pajes, el
-fomento de la botánica, las escuelas de agricultura, los jardines de
-aclimatación, la prohibición de enterrar en los templos, y otras muchas
-reformas útiles, que aunque criticadas por los ignorantes, ello es que
-son laudables y así ha de reconocerlo la posteridad? Cuando estemos
-despacio te contaré otras cosas que te harán variar de opinión, y si
-no, el tiempo. Yo bien sé que me arrastrarán los madrileños si salgo
-por ahí diciendo estas cosas; pero amigo... _super omnia veritas_.
-
---Pues hablando de otra cosa --le dije--, aquí donde usted me ve, puede
-que le haya conseguido un servidor el destinillo que pretendía.
-
---¿Tú? ¿Qué puedes tú? Godoy quiere servirme: sí, él lo hará sin
-necesidad de recomendaciones. Y a fe, hijo mío, que si no me colocan
-pronto, y se muere Juana, lo vamos a pasar mal; pero muy mal.
-
---Pero doña Juana tiene parientes ricos.
-
---Sí, Mauro Requejo y su hermana Restituta, comerciantes de telas en la
-calle de la Sal. Ya sabes que son avaros de aquellos de hártate comilón
-con pasa y media. Jamás han hecho nada por sus parientes. La pobre Inés
-no tiene que agradecerles ni un pañuelo.
-
---¡Qué miserables!
-
---Además, cuando yo me establecí en Madrid, hace catorce años, conocí
-a ese Requejo. Juana estaba ya viuda, Inés era tamañita así, y tan
-lindilla y tan amable como ahora. Pues bien: el primo de Juana, a quien
-yo insté en cierta ocasión para que favoreciera a esta familia, me
-dijo: «No puedo hacer nada por ellas, porque Juana ha renegado de sus
-parientes; en cuanto a Inesilla estoy casi seguro de que no es de mi
-sangre. Me han dicho que es una inclusera, a quien Juana ha recogido
-haciéndola pasar por hija suya.» Pretexto, nada más que pretexto, para
-disculpar su avaricia. No me fue posible convencer a aquel bárbaro, y
-desde entonces no le he vuelto a ver.
-
---¿De modo que no hay que contar con esa gente?
-
---Como si no existieran.
-
-Estas palabras me llevaron a reflexionar sobre la suerte de aquella
-infeliz familia. Hubiera deseado tener los tesoros de Creso para
-ponérselos a Inés en el cestillo de la costura. Como nunca, sentí
-entonces imperiosa y viva la primera necesidad del hombre honrado, que
-está resuelto a no vender su conciencia. No tenía dinero... ¿Cómo
-adquirirlo?
-
-Fui otra vez al lado de Inés, a quien no podía menos de mostrar a cada
-instante mi afecto vehemente; y después que conferenciamos otro poco
-salí de casa, pensando en el ardid que emplearía para que el padre
-Celestino recibiese, sin menoscabo en su dignidad, el doblón que me
-dio Mañara, y diciendo entre mí a cada paso: «¡Maldito dinero! ¿Dónde
-estás?»
-
-
-
-
-XXI
-
-
-Al entrar en casa de la González, esta acudió presurosa a mi encuentro,
-y me causó sorpresa el verla muy alegre, con esa alegría inquieta y
-febril de los niños, que ríen, cantan, golpean y destrozan cuanto
-encuentran al paso. Mi ama me habló lo que después diré, y a cada frase
-se interrumpía para cantar alguna tonada o estribillo de los infinitos
-que enriquecían su repertorio de sainetes.
-
---¿Qué pasa para tanta alegría, señora?
-
---He tenido carta de la señora marquesa --me contestó--, la cual viene
-mañana a preparar la función. Yo estoy encargada de dirigir la escena.
-
- Sal quiere el huevo
- y el demonio del gato
- vertió el salero.
-
---Buen provecho --dije--. ¿Y qué cuenta de la señora Lesbia?
-
---Que la pusieron en libertad a la media hora conociendo que nada
-resultaba contra ella. También dejaron libre a D. Juan. Pronto les
-tendremos aquí, y la función no se retrasará. ¡Qué placer! Yo dirijo la
-escena.
-
- Madre, y qué gusto
- es ver a dos gitanos
- trocar de burros.
-
---Pues sea enhorabuena.
-
---Pero hay un inconveniente, Gabriel --prosiguió--. Ya sabes que
-ninguno de esos señores quiere hacer el papel de Pésaro por ser muy
-desairado. Perico Rincón, mi compañero, dijo que lo haría, si le daban
-mil reales; pero cátate que ha caído con una pulmonía, y si la función
-es para el 6, no sé cómo nos compondremos. ¿Quieres tú hacer el papel
-de Pésaro?
-
---¡Yo, yo representar! --exclamé con espanto--. No quiero ser cómico.
-
---Pero representas de aficionado, tontuelo, y el honor de salir a
-las tablas en un teatro como el de la marquesa es tal, que muchos
-currutacos se desvivirían por obtenerlo. ¡Y yo dirijo la escena!
-
- En mi casa me dicen
- que soy usía, que soy usía,
- porque amo a un escribiente
- de lotería.
-
-Conque, chico, vas a aprender ese papel; que aunque es superior a tu
-edad, con unas barbas postizas, arregladas por mí, y teniendo tú
-cuidado de ahuecar la voz, quedarás que ni pintado. Además, no olvides
-que la señora marquesa ha ofrecido dos mil reales a todas las partes
-de por medio que trabajan en esta representación. Juanica, que hace de
-Hermancia, no cobra más que mil.
-
- La noche de San Pedro
- te puse un ramo
- y amaneció florido
- como mil mayos.
-
-¿Conque aceptas, chiquillo, sí o no?
-
-No pude menos de discurrir que sería muy tonto si renunciaba a poseer
-aquellos dineros, que me venían como anillo al dedo para ofrecer a
-Inés un auxilio en su tribulación. Sin embargo, me repugnaba el oficio
-de cómico, y más aún la idea de verme nuevamente entre personas a
-quienes había cobrado cierta repugnancia. Con todo, después de pesar
-los inconvenientes y las ventajas, me decidí al fin, y hasta (debo
-confesarlo) el pícaro demonio de la vanidad intentó de nuevo asaltar
-mi alma poniendo ante los ojos de mi imaginación la honra, el lustro,
-el tono que me daría alternando con tanta gente aristocrática en
-aquellas magníficas salas cuyas alfombras no era dado pisar a todos los
-mortales. Pero lo que principalmente me indujo a aceptar fue el premio
-ofrecido, que era para mí una cantidad fabulosa, un sueño de oro.
-
-«La Providencia divina me envía esos dos mil reales que son diez duros,
-y otros diez, y otros diez, y otros diez, etc... ¡quiá! si no se
-pueden contar. Buen tonto seré si no los cojo.»
-
-Dejé a mi ama, que al retirarme yo cantaba:
-
- Alons, madamusella,
- asamble reunión
- a tour de la butella
- ferán le rigodón.
-
-Y volví a casa de Inés, a quien participé la riqueza que me aguardaba,
-prometiendo regalársela. Pasé allí largas horas entristecido por el
-espectáculo que ofrecía la pobre y enferma doña Juana, cada vez más
-empeorada. Al salir a la calle, y cuando pasaba junto al gran portal,
-vi que de un enorme carro sacaban telones pintados y otros aparatos de
-teatro, los cuales trastos venían, según me dijo el portero, de casa de
-D. Francisco Goya.
-
---Dentro de tres o cuatro días --añadió-- es la función. Ya es seguro
-que vendrá la señora duquesa a hacer el papel de Edelmira.
-
-Oído esto, me retiré pensando en que tal vez alcanzaría un triunfo
-escénico si tenía serenidad suficiente para no asustarme ante público
-tan distinguido.
-
-Los ensayos de mi papel empezaron con gran actividad, y el mismo
-Isidoro me dio varias lecciones, haciéndome declamar trozo a trozo
-los principales y más difíciles pasajes. Entonces pude comprender
-mejor que nunca el violento y arrebatado carácter del célebre actor,
-pues cuando yo no aprendía un verso tan pronto y tan bien como él
-deseaba se enfurecía, llamándome torpe, necio, estúpido, sin omitir
-otros calificativos algo más duros y mal sonantes. Ensayando, tuve
-muy presente la máxima que corría muy válida entre los cómicos del
-Príncipe, y era que, representando con Máiquez, convenía trabajar bien,
-aunque no demasiado bien, pues en este caso el gran maestro se enojaba
-tanto como en el caso contrario.
-
-A vuelta de dos o tres días de trabajo ya sabía regularmente mi parte,
-siendo mi principal empeño declamar bien el parlamento de salida,
-cuando el dux de Venecia me dice:
-
- Insigne amigo del valiente Otelo.
-
-Hubo un ensayo general, a que asistieron todos, menos Lesbia, y
-me parece que no lo hice mal. Por mí la representación no debía
-retrasarse, y el día 5 ya recitaba del principio al fin mi papel sin
-que se me escapara un verso. Según me dijo mi ama, la señora duquesa
-había venido del Escorial el 4 por la noche.
-
---De modo que nada falta ya.
-
---Nada --me contestó con la bulliciosa jovialidad que la afectaba por
-aquellos días--. ¡Y yo dirijo la escena!
-
- Donde yo campo
- nenguno campa.
- A bailar el bolero
- y asar castañas,
- apuesto a todo el orbe
- con la más guapa.
- Dale que dale,
- suenen las castañetas
- rabie quien rabie.
-
-Llegó por fin el día señalado, y desde por la mañana muy temprano me
-puse en ejercicio, corriendo de aquí para allí en busca de mil cosas
-que mi antigua ama necesitaba. Los afeites de la calle del Desengaño,
-los trajes pintados en la de la Reina, las telas y cintas, cotonías,
-muselinetas, pañuelos salpicados de doña Ambrosia de los Linos, todo
-se puso en movimiento para dar cumplida satisfacción a los caprichos
-de Pepita. Debo advertir que aunque esta no trabajaba más que como
-directora de escena en la tragedia _Otello_, cantaba en el intermedio
-una graciosa tonadilla; y por fin de fiesta el sainete titulado _La
-venganza del Zurdillo_, del buen Cruz, corría también por cuenta de
-aquella. Mientras desempeñaba yo por Madrid tantas y tan diferentes
-comisiones, iba recitando de memoria los versos de la parte de Pésaro,
-y cuando se me trascordaba algún pasaje, sacaba el papel del bolsillo,
-y metido en un portal, leía en voz alta, llamando la atención de los
-transeúntes.
-
-Durante mi largo paseo por la villa, noté grande agitación. La gente
-se detenía formando grupos, donde se hablaba con calor; y en alguno
-de estos no faltaba quien leyese un papel, que al punto conocí era la
-_Gaceta de Madrid_. En la tienda de doña Ambrosia encontré ¡oh rara
-e inexplicable casualidad! a D. Lino Paniagua y a D. Anatolio, el
-papelista de enfrente, cuyos personajes no ocultaban su inquietud por
-los acontecimientos del día.
-
---Ya me esperaba yo tan inaudita perfidia --dijo este último--. ¡Cómo
-se ve en este decreto la mano alevosa del _choricero_!
-
---Pero léanos usted de una vez el decreto --dijo doña Ambrosia--,
-aunque sin oírle ya sé que el Sr. Godoy nos habrá hecho una nueva
-trastada.
-
---No es más --continuó el papelista-- sino que se han ido a la prisión
-del Príncipe, y poniéndole una pistola al pecho, le han obligado a
-escribir estas herejías; sí, señores, porque es imposible que un joven
-tan caballeroso, tan honrado y de tan buen entendimiento como es el
-hijo de nuestros reyes, se rebaje y se humille hasta el extremo de
-pedir perdón como un chico de escuela, y de acusar tan villanamente a
-los que le han ayudado.
-
---Pero lea usted, Sr. D. Anatolio.
-
-Entonces D. Anatolio limpió el gaznate, y con tono de pedagogo leyó el
-famoso decreto de 5 de noviembre, que dice así:
-
- «_La voz de la naturaleza desarma el brazo de la venganza, y cuando
- la inadvertencia reclama la piedad, no puede negarse a ello un padre
- amoroso..._»
-
-Lo notable de este decreto, en que se anunciaba a la nación el
-arrepentimiento del Príncipe conspirador, eran las dos cartas que
-él había dirigido a la Reina y al Rey, y que casi puedo trascribir
-aquí sin echar mano de la historia, donde están para _in æternum_
-consignadas, porque las recuerdo muy bien; tan originales y gráficos
-eran el lenguaje y tono en que estaban escritas. Decía así la primera:
-
- «Papá mío: he delinquido, he faltado a V. M. como Rey y como padre;
- pero me arrepiento y ofrezco a V. M. la obediencia más humilde. Nada
- debía hacer sin noticia de V. M., pero fui sorprendido. He delatado
- a los culpables, y pido a V. M. me perdone por haberle mentido la
- otra noche, permitiendo besar sus reales pies a su reconocido hijo,
- --_Fernando_.»
-
-La segunda era como sigue:
-
- «Mamá mía: estoy arrepentido del grandísimo delito que he cometido
- contra mis padres y reyes, y así con la mayor humildad le pido a V.
- M. se digne interceder con papá, para que permita ir a besar sus
- reales pies a su reconocido hijo, --_Fernando_.»
-
-En estas cartas aparecía el pobre Príncipe como el más despreciable
-de los seres, pues demostrando no tener ni asomo de dignidad en la
-desgracia, confesaba que _había mentido_, y después de _delatar a los
-culpables_, pedía perdón a sus papás, como un niño de seis años que ha
-roto una escudilla. Pero entonces los honrados y crédulos burgueses de
-Madrid no comprendían que ocurriera nada malo sin que fuera causado
-por el atrevido Príncipe de la Paz, y hasta las malas cosechas, los
-pedriscos, los naufragios, la fiebre amarilla y cuantas calamidades
-podía enviar el cielo sobre la península, se atribuían al favorito.
-Así es que nadie veía en las citadas cartas una manifestación
-espontánea del Príncipe, sino antes bien una denigrante confesión
-arrancada por sus carceleros, para ponerle en ridículo a los ojos del
-país entero. Si esta fue la intención de la corte, produjo efecto muy
-contrario al que se proponían, pues conocido el decreto, el público
-se puso de parte del prisionero, y abrumó al valido con su ardiente
-maledicencia, suponiéndole autor, no solo del decreto, sino de las
-cartas.
-
---¿Necesita esto comentarios? --dijo don Anatolio, dejando la _Gaceta_
-sobre el mostrador.
-
---Pues yo --dijo doña Ambrosia-- quisiera estar oyendo por el agujero
-de una llave lo que dice Napoleón de todas estas cosas.
-
---Eso --indicó con malicioso gesto don Anatolio-- no necesitamos oírlo,
-pues bien claro es que ya tiene decidido quitar del trono a los reyes
-padres, para ponernos en él a nuestro Príncipe querido. Sí... que no
-sabrá hacerlo en menos que canta un gallo el buen señor.
-
---¡Qué escándalo! --exclamó con timidez D. Lino Paniagua--. Y eso se
-dice en voz alta, donde pudieran oírlo personas allegadas al gobierno.
-
---¡Bah, bah! --respondió el papelista--. Amigo D. Lino, esto se va por
-la posta. Dentro de un mes no queda aquí ni rastro de _choricero_, ni
-reyes padres, ni escándalos, ni picardías, ni otras cosas que callo por
-respeto a la nación.
-
---Ojalá tenga usted boca de ángel, señor D. Anatolio --añadió la
-tendera--, y quiera Dios tocarle pronto en el corazón al señor de
-Bonaparte, para que venga a arreglar las cosas de España.
-
-El abate D. Lino no quiso oír más y se marchó; despacháronme a mí, y
-allí quedaron ambos comerciantes arreglando los asuntos de España.
-
-No quise entrar en casa sin hablar un poco con Pacorro Chinitas, que
-estaba en su sitio de costumbre, afilando cuchillos y tijeras.
-
---¡Hola, Chinitas! --le dije--. ¡Cuánto tiempo que no nos vemos! Anda
-la gente muy alarmada por ahí.
-
---Sí: la _Gaceta_ trae hoy no sé qué papel. En la tienda del buñolero
-le oí leer y decían todos que era preciso colgar al _choricero_ por los
-pies.
-
---¿De modo que creen ha sido escrito por él?
-
---¿Y a mí qué más me da? --respondió incorporándose--. Lo que digo es
-que todos son buenas piezas, y si no vengan acá. Dicen que el ministro
-sacó de su cabeza esas cartas y obligó al Príncipe a firmarlas. ¿Pues
-para qué las firmó? ¿Es acaso algún niño que todavía está en planas
-de primera? ¿No tiene veintitrés años? Pues con veintitrés años a la
-espalda se puede saber lo que se firma y lo que no se firma.
-
-Las razones de Chinitas me parecían de un buen sentido incontestable.
-
---Aunque no sabes leer ni escribir --le dije--, me parece, Chinitas,
-que tú tienes más talento que un papa.
-
---Pues los tenderos, los frailes, los currutacos, los usías, los
-abates, los covachuelistas y toda esa gente que anda por ahí, están muy
-entusiasmados creyendo que Napoleón va a venir a poner al Príncipe en
-el trono. Dios nos la depare buena.
-
---Y tú, ¿qué crees, insigne amolador...?
-
---Creo que somos unos archipámpanos si nos fiamos de Napoleón. Este
-hombre que ha conquistado la Europa como quien no dice nada, ¿no tendrá
-ganillas de echarle la zarpa a la mejor tierra del mundo, que es
-España, cuando vea que los reyes y los príncipes que la gobiernan andan
-a la greña como mozas del partido? Él dirá y con razón: «Pues a esa
-gente me la como yo con tres regimientos.» Ya ha metido en España más
-de veinte mil hombres. Ya verás, ya verás, Gabrielillo, lo que te digo.
-Aquí vamos a ver cosas gordas, y es preciso que estemos preparados,
-porque de nuestros reyes nada se debe esperar y todo lo hemos de hacer
-nosotros.
-
-Mucho meollo encerraban, como conocí más tarde, estas palabras, las
-últimas que en aquella ocasión oí a Pacorro Chinitas. Él solo había
-previsto los acontecimientos con ojo seguro, y en cambio el héroe del
-siglo, que conocía a España por sus reyes, por sus ministros y por sus
-usías, quería saberlo todo y no sabía nada. Su equivocación acerca del
-país que iba a conquistar se explica fácilmente: supo sin duda lo que
-decían doña Ambrosia, D. Anatolio, el hortera, el padre Salmón y otros
-personajes; pero ¡ay! no oyó hablar al amolador.
-
-
-
-
-XXII
-
-
-Llegó la noche y la función de la marquesa era preparada con mucha
-actividad. Cuando dejé las ropas de mi ama en el cuarto que se le había
-destinado para vestirse, por la escalera pequeña subí al sotabanco, y
-encontré a Inés muy apesadumbrada porque los dolores de la enferma se
-habían recrudecido y mostraba la buena mujer mucha inquietud. Yo estuve
-allí para consolar a mi amiga y a su buen tío todo el tiempo de que
-pude disponer; pero al fin me fue forzoso abandonarlos, y bajé a casa
-de la marquesa muy afligido.
-
-Describiré aquella hermosa mansión para que ustedes puedan formarse
-idea de su esplendor en tan célebre noche. D. Francisco Goya había sido
-encargado del ornato de la casa, y casi es excusado elogiar lo que
-corría por cuenta de tan sabio maestro. Desde el recibimiento hasta la
-sala había adornado las paredes con guirnaldas de flores y festones de
-ramaje, hechas aquella con papel y estos con hojas de encina, ambas
-obras tan perfectas, que nada más bello podía apetecer la vista. Las
-lámparas y candelillas habían sido puestas con mucho arte, también
-en forma de guirnaldas y festones de diversos colores, y su vivo
-resplandor daba fantástico aspecto a la casa toda.
-
-El primer salón, de cuyas paredes las modas nuevas no habían desterrado
-aún aquellos hermosos tapices, que pasaban de generación a generación,
-entre los tesoros vinculados, no perdía con tan espléndidas luminarias
-su grave aspecto; antes bien, las luces, dando extraños reflejos
-a las armaduras de cuerpo entero que ocupaban los ángulos, visera
-calada y lanza en mano, como centinelas de acero, parecían imprimir
-el movimiento y el calor de la vida a los imaginarios cuerpos que
-se suponían dentro de ellas. Alegres cuadros de toros disipaban la
-tristeza producida en el ánimo por otros, en cuyo oscuros lienzos
-habían sido retratados dos siglos antes por Pantoja de la Cruz o por
-Sánchez Coello, hasta una docena de personajes ceñudos y sombríos,
-conquistadores de medio mundo.
-
-Con estas joyas del arte nacional contrastaban notoriamente los muebles
-recién introducidos por el gusto neoclásico de la revolución francesa,
-y no puedo detenerme a describiros las formas griegas, los grupos
-mitológicos, las figuras de Hora o de Neira o de Hermes, que relucían
-sobre los relojes, al pie de los candelabros y en las asas de los vasos
-de flores sus académicas actitudes. Todos aquellos dioses menores, que
-jabelgados de oro, renovaban dentro de los palacios los esplendores
-del viejo Olimpo, no se avenían muy bien con la desenvoltura de los
-toreros y las majas que el pincel y el telar habían representado con
-profusión en tapices y cuadros; pero la mayor parte de las personas no
-paraban mientes en esta inarmonía.
-
-El salón donde estaba el teatro era el más alegre. Goya había pintado
-habilísimamente el telón y el marco que componían el frontispicio. El
-Apolo que tocaba no sé si lira o guitarra en el centro del lienzo, era
-un majo muy garboso, y a su lado nueve manolas lindísimas demostraban
-en sus atributos y posiciones que el gran artista se había acordado
-de las musas. Aquel grupo era encantador, pero al mismo tiempo la más
-aguda y chistosa sátira que echó al mundo con sus mágicos colores D.
-Francisco Goya; porque hasta el buen Pegaso estaba representado por un
-poderoso alazán cordobés que, cubierto de arreos comunes, brincaba en
-segundo término. En el marco menudeaban los amorcillos, copiados con
-mucho donaire de los pilluelos del Rastro. No era aquella la primera
-vez que el autor de los _Caprichos_ se burlaba del Parnaso.
-
-Pero dejemos los salones y penetremos entre bastidores, donde el
-movimiento y la confusión eran tales que no nos podíamos revolver. Se
-habían dispuesto varios cuartos para que los actores se vistieran: a
-Máiquez se señaló uno, otro a mi ama, y en el tercero nos vestíamos,
-sin distinción de sexos, todos los demás representantes venidos del
-teatro. Lesbia tenía por tocador el mismo de la señora marquesa, y
-los dos galanes aficionados se vestían en las habitaciones del amo
-de la casa. Creo que yo fui el primero que se arregló, trocándome
-de festivo Gabrielillo en el sombrío Pésaro, que es el Yago de la
-inmortal tragedia. El traje que me pusieron creo que no pertenecía a
-época alguna de la historia, y era como todos los que usaron los malos
-cómicos en las pasadas edades. Hubiera servido para hacer de paje; pero
-con las barbas que me aplicaron a las quijadas, me trasformé de tal
-modo, que los sastres allí presentes me dieron por el más tétrico y
-espantable traidor que había salido de sus manos.
-
-Mientras se vestían los demás, di un paseo por el escenario,
-entreteniéndome en mirar al través de los agujeros del telón la
-vistosa concurrencia que ya invadía la sala. A quien primero vi fue al
-joven Mañara, sentado en primera fila junto al telón. Luego advertí
-que hombres y mujeres dirigieron la vista a la puerta principal,
-apartándose para dar paso a alguna persona que en aquel momento
-entraba, y cuya presencia produjo en el alegre concurso general
-silencio, seguido después de un murmullo de admiración. Una mujer
-arrogante y hermosísima entró en la sala y avanzaba hacia el centro
-recibiendo los saludos de amigos y amigas. Vestía de blanco, con uno de
-aquellos trajes ligeros y ceñidos, que llamaban _volúbilis_, llevando
-sobre el pecho una banda de rosas que la moda designaba con el nombre
-de _croissures à la victime_. Su peinado, de estilo griego, era el
-que en la tecnología del arte capilar se llamaba entonces _toilette
-Iphigénie_. A su hermosura, a la belleza de su vestido, daba mayor
-realce la artística profusión de diamantes que encendían mil luces
-microscópicas en su cabeza y en su seno. ¿Necesitaré decir que era
-Amaranta?
-
-Viéndola no tardaron en encenderse dentro de mí, en los oscuros
-centros de la imaginación aquellos fuegos vaporosos y tenues, que
-se me representan como si una llama alcohólica bailase caracoleando
-dentro de mi cerebro. Mientras la contemplaba, no traje a la memoria
-el envilecimiento en que habría caído siguiendo en su servicio.
-Su hermosura era tan hechicera, tan abrumadora; su actitud tan
-orgullosamente noble, el imperio de sus miradas tan irresistible y
-despótico, que valía la pena de doblar por un momento la terrible
-hoja que yo había leído en el libro de su misterioso carácter. Con
-tal fijeza la miraba, que parecía clavado tras el telón: mis ojos
-trataban de buscar el rayo de los suyos, seguían los movimientos de su
-cabeza, y observándole las facciones y el casi imperceptible modular
-de sus labios, querían adivinar cuáles eran sus palabras, cuáles sus
-pensamientos en aquel instante. Dentro de poco se alzaría el telón;
-en mí se fijarían las miradas de toda aquella brillante muchedumbre y
-especialmente de Amaranta; atenderían a mis estudiadas palabras; y el
-desarrollo de la acción en que yo tomaba parte, despertaría sin duda
-la sensibilidad, el interés, el entusiasmo de tan escogido auditorio.
-Estos razonamientos fueron el aguijón que acabó de despabilar la
-adormecida vanidad dentro de mí, y lleno de los más necios humos pensé
-que hacerse aplaudir de tantas señoras y caballeros era una gloria
-cuyos rayos debían proyectar clarísima luz sobre la vida entera.
-
-La orquesta, comenzando de improviso la sonata que había de preceder
-a la representación, hizo llegar al último grado la excitación de mi
-cerebro. La sangre circulaba velozmente por mis venas, dándome una
-actividad devoradora; y me ocurrió que tener una casa como aquella,
-convidar a tantos y tan nobles amigos, recibir, obsequiar a tal
-conjunto de bellas damas, debía ser la mayor satisfacción concedida al
-mortal sobre la tierra. Pero la tragedia iba a empezar; el apuntador
-estaba en la concha, Isidoro había salido de su cuarto, y la misma
-Lesbia, menos asustada de lo que yo suponía, se preparaba a salir a
-la escena. Esto me distrajo y ya no sentí sino miedo. Pasaron algunos
-minutos y se alzó el telón.
-
-La tragedia _Otello o el Moro de Venecia_ era una detestable
-traducción, que D. Teodoro La Calle había hecho del Otello de Ducis,
-arreglo muy desgraciado del drama de Shakespeare. A pesar de la inmensa
-escala descendente que aquella gran obra había recorrido desde la
-eminente cumbre del poeta inglés hasta la bajísima sima del traductor
-español, conservaba siempre los elementos dramáticos de su origen, y
-la impresión que ejercía sobre el público era asombrosa. Supongo que
-todos ustedes conocerán la tragedia primitiva, y así me costará poco
-darles a conocer las variantes. Los personajes estaban reducidos a
-siete. Otelo era el mismo. Los caracteres de Casio y Roderigo habían
-sido fundidos en una figura de segundo término llamada Loredano, que
-se presentaba como hijo del Dux. El senador Brabantio era Odalberto
-y tenía más intervención en la fábula. Desdémona no había cambiado
-más que de nombre, pues se llamaba Edelmira; Emilia se trocaba en
-Hermancia, y Yago, el traidor y falso amigo del moro, tenía por nombre
-Pésaro. La acción estaba muy simplificada, y los recursos escénicos
-del pañuelo habían desaparecido, sustituyéndolos con una diadema y una
-carta, que debían pasar de las manos de Edelmira a las de Loredano para
-que adquiridas luego por Pésaro y presentadas a Otelo, confirmaran la
-calumnia de aquel. Pero aparte de estas modificaciones y del estilo,
-y de la expresión y energía de los afectos que desde la obra inglesa
-a la española ponían tanta distancia como del cielo a la tierra, el
-drama en su estructura íntima era el mismo, y sus escenas se repartían
-igualmente en cinco actos. Para abreviar intermedios, Máiquez dispuso
-que en aquella representación se reuniesen los actos segundo y tercero,
-y el cuarto con el quinto, de modo que la obra quedó en tres jornadas.
-
-En la segunda escena, después que el Dux recitó algunos versos, me
-correspondía salir a mí, haciendo en un parlamento no muy largo la
-relación de los triunfos militares de Otelo. Con voz muy temblorosa
-dije los primeros versos.
-
- ¡Que no hayan sido vuestros mismos ojos
- fieles testigos de su ardor bizarro!
-
-Pero me fui reponiendo poco a poco, y la verdad es que no lo hice
-tan mal, aunque no corresponda a mi pluma el describirlo. Después
-entraban en escena Otelo y más tarde Edelmira. Nada puedo deciros de la
-perfección con que Isidoro dijo ante el senado, el modo y manera con
-que encendió la llama amorosa en el corazón de Edelmira; y en cuanto a
-esta, debo desde luego señalarla como consumada actriz, porque en la
-misma escena ante el senado, declamó con una sensibilidad que habría
-envidiado Rita Luna.
-
-En el primer entreacto debían recitar versos Moratín, Arriaza y Vargas
-Ponce. El escenario se había llenado de personajes que deseaban
-felicitar a la triunfante Edelmira. Allí vi al diplomático, que no
-había desistido al parecer de hacer la corte a mi ama, pues corrió
-presuroso tras ella, diciéndole:
-
---Puede usted estar segura, adorada Pepita, que _nuestra pasión_
-quedará en secreto, pues ya se conoce mi reserva en estas delicadísimas
-materias.
-
-Junto con él había subido al escenario D. Leandro Moratín, el cual era
-entonces un hombre como de cuarenta y cinco años, pálido y serio, de
-mediana estatura, dulce y apagada voz, con cierta expresión biliosa
-en su semblante, como hombre a quien entristece la hipocondría e
-inquieta el recelo. En sus conversaciones era siempre mucho menos
-festivo que en sus escritos; pero tenía semejanza con estos por la
-serenidad inalterable en las sátiras más crueles, por el comedimiento,
-el aticismo, cierta urbanidad solapada e irónica, y la estudiada
-llaneza de sus conceptos. Nadie le puede quitar la gloria de haber
-restaurado la comedia española, y _El sí de las niñas_, en cuyo estreno
-tuve, como he dicho, parte tan principal, me ha parecido siempre una
-de las obras más acabadas del ingenio. Como hombre, tiene en su abono
-la fidelidad que guardó al Príncipe de la Paz, cuando era moda hacer
-leña de este gran árbol caído. Verdad es que el poeta vivió y medró
-bastante a la sombra de aquel cuando estaba en pie y podía cubrir
-a muchos con sus frondosas ramas. Si mi opinión pudiera servir de
-algo, no vacilaría en poner a D. Leandro entre los primeros prosistas
-castellanos; pero su poesía me ha parecido siempre, exceptuando algunas
-composiciones ligeras, un artificioso tejido, o mejor, un clavazón de
-durísimos versos, a quienes no pueden dar flexibilidad y brillo todos
-los martillos de la retórica. Moratín además, en materia de principios
-literarios, tenía toda la ciencia de su época, que no era mucha; pero
-aun así, más le hubiera valido emplearla en componer mayor número de
-obras, que no en señalar con tanta insistencia las faltas de los
-demás. Murió en 1828, y en sus cartas y papeles no hay indicio de que
-conociera a Byron, a Goethe y Schiller, de modo que bajó al sepulcro
-creyendo que Goldoni era el primer poeta de su tiempo.
-
-Pido mil perdones por esta digresión, y sigo contando. En el escenario
-leía Moratín el romance _Cosas pretenden de mí_, que hizo reír a los
-concurrentes, porque en él pintaba con mucha gracia la perplejidad
-en que le ponían sus amigos y sus detractores. El romance era a cada
-momento interrumpido con afectuosas palmadas, especialmente al llegar
-al pasaje en que está la conversación de los pedantes; ¿pero quién
-negará que en aquella composición Moratín no hace otra cosa que una
-apoteosis de su persona?
-
-Dejemos al grande ingenio asfixiándose en el humo de los plácemes más
-lisonjeros, y sigamos la intriga del drama que iba a representarse
-entre bastidores, no menos patético que el comenzado sobre las tablas y
-ante el público.
-
-
-
-
-XXIII
-
-
-Al concluir el primer acto, y cuando aún no habían comenzado los poetas
-a recitar sus versos, sorprendí a Isidoro en conversación muy viva
-con Lesbia. Aunque hablaban en voz baja, me pareció oír en boca del
-actor algunas recriminaciones y preguntas del tono más enérgico, y
-creí advertir en el rostro de la dama cierta confusión o aturdimiento.
-Cuando se separaron, mi desgracia quiso que Lesbia encarase conmigo,
-interpelándome de este modo:
-
---¡Ah, Gabriel! Buena ocasión de hablarte a solas. Ya podrás figurarte
-para qué. He estado llena de inquietud desde que supe que había sido
-presa la persona...
-
---¡Ah! usía se refiere a la carta --dije atusándome los bigotes
-postizos para disimular mi turbación.
-
---Supongo que no iría a manos extrañas. Supongo que la guardarías, y
-que la habrás traído esta noche para devolvérmela.
-
---No señora, no la he traído; pero la buscaré... es decir...
-
---¡Cómo! --exclamó con mucha inquietud--, ¿la has perdido?
-
---No señora... quiero decir. La tengo allí... solo que yo... --fue la
-única respuesta que se me vino a las mientes.
-
---Confío en tu discreción y en tu honradez --dijo con mucha seriedad--,
-y espero la carta.
-
-Sin añadir una palabra más se retiró, dejándome entristecido por
-el grave compromiso en que me encontraba. Hice propósito de pedir
-nuevamente a mi ama que me devolviese la carta, y con esta idea la
-llamé aparte como si fuese a confiarle un secreto, y le supliqué del
-modo más enfático que me diese aquel malhadado objeto, cuya devolución
-era para mí un caso de honra. Ella se mostró sorprendida, y luego se
-echó a reír, diciendo:
-
---Ya no me acordaba de tu carta. No sé dónde está.
-
-Comenzó el segundo acto, que no me ocupaba más que durante una escena,
-y concluida esta, me retiré al interior del teatro resuelto a poner
-en práctica un atrevido pensamiento. Consistía este en hacer una
-requisa en el cuarto de mi ama, mientras esta se hallase fuera. Cuando
-la González me quitó la carta, recién venido del Escorial, advertí
-que la guardó en el bolsillo de su traje. Aquel traje era el mismo
-que había traído a casa de la marquesa; mas habiéndose mudado para
-la representación de la tonadilla, se lo quitó, y estaba colgado con
-otras muchas prendas, tales como mantón, chal, enaguas, etc., en una
-percha puesta al efecto sobre la pared del fondo. Era preciso registrar
-aquellas ropas. Mi ama, que dirigía la escena, y era la que indicaba
-las salidas, disponiéndolo todo, no vendría. Yo había quedado libre por
-todo el acto segundo. Tenía tiempo y coyuntura a propósito para lograr
-mi objeto, y semejante acción no me parecía muy vituperable, porque mi
-fin era recobrar por sorpresa, lo que por sorpresa se me había quitado.
-
-Hícelo así, y con tanta cautela como rapidez registré los bolsillos
-del traje, de los cuales saqué mil baratijas, aunque no lo que tan
-afanosamente buscaba. Ya había perdido la esperanza de conseguir mi
-objeto, y casi estaba dispuesto a creer que la carta no volvía a mis
-manos por hallarse demasiado guardada o quizás rota y perdida, cuando
-sentí acelerados pasos que se acercaban al cuarto. Temiendo que ella
-me sorprendiera en tan fea ocupación, y no siéndome posible escapar,
-me oculté bajo la percha y tras los vestidos, cuyas faldas me ofrecían
-el más seguro escondite. Casi en el mismo instante entraron Lesbia e
-Isidoro. Aquella cerró la puerta y ambos se sentaron.
-
-Desde mi escondrijo les veía perfectamente. Máiquez en su traje de
-Otelo parecía una figura antigua, que animada por misterioso agente, se
-había desprendido del cuadro en que la grabara con los más calientes
-colores el pincel veneciano. La tinta oscura con que tenía pintado
-el rostro fingiendo la tez africana, aumentaba la expresión de sus
-grandes ojos, la intensidad de su mirada, la blancura de sus dientes,
-y la elocuencia de sus facciones. Un airoso turbante blanco y rojo,
-sobre cuya tela se cruzaban filas de engastados diamantes, le cubría la
-cabeza. Collares de ámbar y de gruesas perlas daban vueltas en su negro
-cuello y desde los hombros hasta el tobillo le cubría un luengo traje
-talar de tisú de oro, ceñido a la cintura y abierto por los costados
-para dejar ver las calzas de púrpura estrechamente ajustadas. Alfanje y
-daga, ambos con riquísima empuñadura, cuajada de pedrerías pendían del
-tahalí, y en los brazos desnudos, que imitaban el matiz artificial de
-la cara con una finísima calza de punto color de mulato, y terminada
-en guante para disfrazar también la mano, lucían dos gruesas esclavas
-de bronce en figura de sierpe enroscada. Dábale la luz de frente,
-haciendo resplandecer las facetas de las mil piedras falsas, y el
-tornasol del tisú verdadero con que se cubría, y añadidas a estos
-efectos la animación de su fisonomía, la nobleza de sus movimientos,
-presentaba el más hermoso aspecto de figura humana que es posible
-imaginar.
-
-Lesbia vestía de tisú de plata, con tanta elegancia como sencillez, y
-sus cabellos de oro peinados a la antigua, obedeciendo más bien a la
-moda coetánea que a la propiedad escénica, se entrelazaban con cintas y
-rosarios de menudas perlas, no ciertamente falsas como las de Isidoro,
-sino del más puro y fino oriente. El moro, apretando con sus negras
-manos las de Lesbia blanquísimas y finas, le dijo:
-
---Aquí nos podemos hablar un instante.
-
---Sí, Pepa nos ha dicho que podríamos vernos en su cuarto --repuso
-ella--: pero esta cita no ha de ser larga, porque la marquesa me
-espera. Ya sabes que está ahí mi marido.
-
---¿A qué esa prisa? ¿Por qué no me escribiste desde el Escorial?
-
---No pude escribir --repuso ella con impaciencia--, pero cuando
-hablemos despacio te explicaré...
-
---Ahora, ahora mismo has de contestar a lo que te pregunto.
-
---No seas tonto. Me prometiste no ser impertinente, curioso, ni pesado
---dijo con coquetería.
-
---Eso es lo mismo que prometer no amar, y yo te amo, Lesbia, te amo
-demasiado por mi desgracia.
-
---¿Estás celoso, Otelo? --preguntó la dama, y luego tomando el tono
-trágico, dijo entre burlas y veras:
-
- ¡Otelo mío! ¡Sí, para ti solo
- mi corazón reserva su cariño!
-
---Déjate de bromas. Estoy celoso, sí, no puedo ocultártelo --exclamó el
-moro con viva ansiedad.
-
---¿De quién?
-
---¿Y me lo preguntas? Piensas que no he visto a ese necio de Mañara,
-puesto en primera fila, y mirándote como un idiota.
-
---¿Y no te fundas más que en eso? ¿No tienes otros motivos de sospecha?
-
---Pues si tuviera otros, desgraciada, ¿estarías con tanta calma delante
-de mí?
-
---Poquito a poco, señor Otelo. ¿Sabes que te tengo miedo?
-
---En el Escorial ese joven se ha jactado públicamente de que le amas
---afirmó Isidoro, fijando tan terriblemente sus ojos en el rostro de
-Lesbia, que parecía querer penetrar hasta el fondo del alma.
-
---Si te pones así, me marcho más pronto --dijo Lesbia algo
-desconcertada.
-
---He recibido varios anónimos. En uno se me decía que ese joven te
-escribió una carta el día de su prisión, y que tú le contestaste con
-otra. Además yo sé que ese hombre te obsequia mucho, yo sé que te
-visitaba en Madrid. ¿Querrás darme explicación sobre esto?
-
---¡Ah! tengo una grande y terrible enemiga, a quien supongo autora de
-los anónimos que has recibido.
-
---¿Quién es?
-
---Ya te he hablado de esto en otra ocasión. Es Amaranta; y también te
-he dicho que tras de la enemistad de la condesa, se esconde el odio de
-otra persona más alta. Todas las damas que en otro tiempo le servimos
-con fidelidad, estamos cansadas de presenciar las liviandades que
-han manchado el trono, y no queremos asociarnos a los escándalos que
-envilecen esta pobre nación. No te he contado el motivo de nuestra
-querella; pero ahora mismo la vas a saber, y no te enfades si oyes el
-nombre de ese mismo Mañara, a quien tanto temes. Parece que Mañara
-rechazó, cual otro José, los halagos de la elevada persona, cuya
-pasión se trocó con esto en odio vivísimo y deseo de venganza. Al
-mismo tiempo ese joven dio en hacerme la corte, y la mujer ofendida
-descargó sobre mí su rencor, cuando yo ni siquiera había advertido que
-Mañara me amaba. Jamás me fijé en semejante hombre. Se emprendió contra
-mí una guerra terrible y solapada: quitaron sus destinos a cuantos
-habían sido colocados por mi mediación, y todo su afán se dirigía a
-buscar los medios de deshonrarme. Viéndome perseguida sin motivo,
-me hice partidaria del Príncipe de Asturias, ofrecí mi auxilio a los
-conspiradores, y tengo la satisfacción de haber servido eficazmente tan
-noble causa. A ti puedo revelártelo sin miedo: yo he sido depositaria
-durante algún tiempo de la correspondencia establecida entre el
-canónigo Escóiquiz y el embajador de Francia: en mi casa se reunieron
-estos varias veces con otros personajes: yo sola tenía noticia de las
-primeras conferencias celebradas en el Retiro; yo poseía el secreto de
-todos los planes descubiertos por una simpleza del Príncipe; yo conocía
-el proyecto de casar a este con una princesa imperial; sabía que el
-duque del Infantado no esperaba más que la orden firmada por Fernando
-para lanzar a la calle tropa y pueblo... en fin, lo sabía todo.
-
---Todo cuanto me dices parece inverosímil --dijo Isidoro--. Si es
-cierto, ¿cómo no te han perseguido abiertamente, cómo te pusieron en
-libertad a la media hora de estar presa?
-
---Ya sabía yo que no sería molestada. Poseo un escudo terrible que me
-defiende contra las asechanzas de la camarilla. Creo haberte contado
-que cuando intervine en la primera reconciliación de Godoy, cuando
-intenté por superior encargo, de atraerle de nuevo a palacio, fui
-depositaria de secretos, cuya publicación haría estremecer de espanto
-a ciertas personas. Poseo papeles que rebajan y envilecen del modo más
-repugnante a quien los escribió, y conozco el secreto de la inversión
-de ciertos fondos de obras pías que se emplearon en lo que no tiene
-nada de piadoso. Esto pasó en una época en que hacíamos excursiones
-clandestinas fuera de palacio, cuando Amaranta hizo que Goya la
-retratase desnuda. Hacía un año que estaba viuda: fue cuando por una
-coincidencia providencial descubrí el gran secreto de su juventud, que
-me reveló una mujer desconocida que vive a orillas del Manzanares,
-junto a la casa del pintor. Ya te lo he dicho, y pienso hacer de manera
-que nadie lo ignore. De un desgraciado y oculto amor que padeció
-Amaranta antes de su matrimonio con el conde, nació una criatura que no
-sé si vive todavía.
-
---Nunca me hablaste eso.
-
---Los padres de Amaranta supieron disimular su deshonra: el joven
-amante, que pertenecía a una noble familia de Castilla y había venido a
-Madrid buscando fortuna, huyó a Francia y fue muerto en las guerras de
-la República.
-
---Me has referido una curiosa novela --dijo Isidoro--; ¡pero con
-cuánto arte has desviado la conversación del asunto principal! Al fin
-confiesas que Mañara te ha hecho la corte.
-
---Sí; pero jamás he pensado en corresponderle: ni le trato, ni le veo,
-ni le hablo. Tus celos harán que por primera vez me fije en semejante
-hombre.
-
---No me convences, no: yo tengo indicios, tengo noticias de que tú amas
-a ese hombre. ¡Oh! si mis sospechas se confirmaran... ¿Crees que no he
-advertido el embobamiento con que atiende a tu declamación?
-
---Procuraré entonces hacerlo mal para no conmover al público.
-
---No, no intentes disculparte ni disimular. ¿Por qué aseguras que
-no te fijas en él, si yo mismo, durante la escena del Senado, te he
-sorprendido mirándole, y aun me parece que le hiciste alguna seña?
-
---¿Yo? ¡estás loco! ¡Ah! no sabes. Mi marido, que dejó sus cacerías
-para asistir a esta representación, está ahí esta noche, y la pérfida
-Amaranta, sentada a su lado, le habla con mucho interés. Si me ves que
-miro al público es porque me inspiran mucha inquietud los coloquios
-del duque con Amaranta. Temo que esta le haya dirigido también algún
-anónimo. Su frialdad y ademán sombrío me indican que también sospecha.
-
---¿Lo ves...? Y con motivo fundado.
-
---Sí; porque sospecha de ti.
-
---No... no --exclamó Isidoro--. No trastornes la cuestión. Tú amas a
-Mañara; con todos tus artificios no puedes arrancar esta sospecha de
-mi ardiente cerebro. ¡Y ese necio está ahí, gozándose en los aplausos
-que te prodigan, que adulan su amor propio porque se siente amado de la
-gloriosa artista! ¡No, no quiero que representes más! ¡Cuando contemplo
-desde arriba el entusiasmo de tus admiradores; cuando les veo con los
-ojos fijos en ti, participando de la pasión que indican tus palabras,
-saltaría del escenario para cerrarles a golpes los ojos con que te
-miran!
-
---Me haces estremecer --dijo Lesbia--. No eres Isidoro, eres Otelo en
-persona. Sosiégate, por Dios. Harto sabes lo mucho que te amo. ¿A qué
-me mortificas con celos ilusorios?
-
---Disípalos tú.
-
---¿Cómo, si ninguna razón te convence? Tu violento carácter ha de
-traerme algún compromiso. Modérate, por Dios, y no seas loco.
-
---Lo haré si me amas. Tú no sabes quién soy. Isidoro no consiente
-rivales ni en la escena, ni fuera de ella. De Isidoro no se ha burlado
-hasta ahora ninguna mujer, ni menos ningún hombre. Entiéndelo bien.
-
---Sí, señor mío, estoy en ello --contestó Lesbia en tono jovial y
-levantándose para retirarse--. Pero aunque esta conversación me agrada
-mucho, tengo que irme. ¿Sabes que te tengo miedo?
-
---Quizás con razón. ¿Pero te vas tan pronto? --dijo el moro intentando
-detenerla aún.
-
---Sí; me voy --repuso Lesbia--. Ya ha concluido la tonadilla, y pronto
-empezará el tercer acto.
-
-Y ligera como una corza se marchó. En aquel instante se oyeron los
-aplausos con que era saludada mi ama al acabar la tonadilla, y poco
-después entró en su cuarto radiante de júbilo, con el rostro encendido
-por la emoción, y tan sofocada que al punto dio con su cuerpo en un
-sofá.
-
-
-
-
-XXIV
-
-
---¡Oh, Isidoro! ¿Por qué no has ido a oírme? --exclamó con
-entrecortadas palabras--. Aseguran que lo he hecho muy bien. ¡Cuánto me
-han aplaudido!
-
---¿Quieres dejarte de simplezas? --dijo Isidoro de muy mal talante.
-
---Y a propósito: dicen que Lesbia hace la Edelmira mejor que yo. ¡Lo
-que puede la hermosura! Con su buen palmito trae sin seso a todos los
-hombres que hay en la sala. Sobre todo, ahí está uno que no le quita la
-vista de encima, y parece...
-
---¡Quieres callar! --exclamó bruscamente el moro.
-
-Después, como hombre que toma repentina resolución, se disipó el
-fruncimiento temeroso de sus negras cejas, y sentándose junto a la
-González, le habló en estos términos:
-
---Pepa, espero de ti un favor.
-
---Mándame lo que quieras.
-
---Siempre te has mostrado muy agradecida por todo lo que he hecho en
-beneficio tuyo. Varias veces has dicho: «¿Qué he de hacer, Isidoro,
-para corresponder a lo que te debo...?» Pues bien, chiquilla, ahora
-puedes prestarme un gran servicio, con lo cual quedará pagado
-largamente el hombre que te sacó de la miseria, el que te enseñó el
-arte escénico, dándote posición, gloria y fortuna.
-
---Mi agradecimiento durará mientras viva, Isidoro --respondió la cómica
-con serenidad--. ¿Qué necesitas ahora de mí?
-
---Si la contrariedad que experimento afectara solo a mi corazón, la
-resolvería fácilmente, porque sé padecer. Pero tal vez afecte a mi amor
-propio, tal vez ponga en trance muy terrible mi dignidad, y me resigno
-a sufrir los desengaños más crueles; pero de ningún modo consiento en
-hacer ante mis amigos y el mundo un papel desairado y ridículo.
-
---Ya sé lo que quieres decir. Lesbia me ha dicho que estás celoso; ¡si
-vieras cómo se ríe de ti, llamándote el _pobre Otelo_!
-
---No debemos fiarnos de la afición que alguna vez nos muestran esas
-personas tan superiores a nosotros por su clase. Un abismo nos separa
-de ellas, y si alguna vez deslumbramos con nuestro talento y nuestro
-arte, la ilusión les dura poco tiempo, y concluyen despreciándonos,
-avergonzadas de habernos amado. Todos los que hemos brillado en la
-escena conocemos tan triste verdad. ¿No la conoces tú también?
-
---Sí --dijo mi ama--; y yo creí que tú estuvieras en esa parte más
-aleccionado que todos los demás.
-
---Esas personas --prosiguió Isidoro--, nos contemplan desde sus
-aposentos; su imaginación se trastorna viéndonos remedar los grandes
-caracteres, las nobles y elevadas pasiones, el amor, el heroísmo, la
-abnegación, y se enamoran de lo que ven, de un ser ideal en quien se
-asocia y confunde con nuestra persona, la del héroe que representamos.
-Con la imaginación excitada, nos buscan entre bastidores y fuera del
-teatro; pero en cuanto nos tratan un poco y advierten que somos lo
-mismo, si no peores que los demás, y que todas las sublimidades del
-arte escénico desaparecen con el vestido y las piedras falsas que
-arrojamos al concluir el drama, se disipa de un soplo su entusiasmo,
-y no ven en nosotros más que a una turba de tramposos y embusteros
-farsantes que apenas valen el partido con que se les paga. Hasta ahora,
-Pepilla, no me habían afectado gran cosa los bruscos desenlaces de
-las aventuras con que algunas ilustres personas han honrado nuestra
-profesión; pero esta en que ahora me hallo, me afecta profundamente,
-porque... te lo diré con toda franqueza.
-
---¿Amas verdaderamente a Lesbia?
-
---Sí, por mi desgracia; esta pasión no es de aquellas pasajeras y
-superficiales, que pasan satisfaciendo el afán de un día. Esa mujer ha
-tenido el arte de ahondar en mi corazón de tal modo, que hoy empiezo a
-reconocer en mí el embrutecimiento que acompaña a los amores exaltados.
-Sin duda su coquetería, su frivolidad, los mil artificios de su
-voluble y alegre carácter han realizado en mí este trastorno, y para
-acabarme de confundir, los celos, la desconfianza y el temor de ser
-ridículamente suplantado por otro, agitan mi alma de tal modo, que no
-respondo de lo que podrá pasar.
-
---¡Hola, hola! señor Otelo, ¿esas tenemos? --dijo mi ama
-festivamente--. ¿A quién va usted a matar?
-
---No te rías, loca --continuó el moro--. ¿Has visto en el salón a ese
-miserable Mañara?
-
---Sí, ocupa un sillón de primera fila, y no quita los ojos de la señora
-Edelmira. Verdaderamente, chico, y sin que esto sea confirmar tus
-sospechas, a todos los que están en el teatro ha llamado la atención
-el exagerado entusiasmo de ese joven, y más de cuatro han sorprendido
-las señas que hace a Lesbia durante la comedia. Y además... yo no lo he
-visto; pero me han dicho que...
-
---¿Qué te han dicho?
-
---Que la duquesa le mira mucho también, y que parece representar solo
-para él, pues todas las frases notables del drama las dice volviéndose
-hacia el tal joven, como si quisiera arrojarse en sus brazos.
-
---¡Oh! Es cierto. ¡Ves! --exclamó Isidoro bramando de furor--. ¡Y
-se reirán todos de mí! y ese vil currutaco... ¡Ah! Pepa... quiero
-descubrir fijamente lo que hay en esto... quiero acabar de una vez
-estas terribles dudas... Quiero desenmascarar a esa infame, y si me
-engaña, si ha sido capaz de preferir al amor de un hombre como yo a
-los necios galanteos de ese vil y despreciable mozuelo... ¡ah! Pepa,
-Pepa, mi venganza será terrible. Tú me ayudarás en ella; ¿no es verdad
-que me ayudarás? Tú me lo debes todo, yo te saqué de la miseria, tú
-no puedes negar a Isidoro la ayuda de tu ingenio para este fin, y
-proporcionándome placer tan inefable, quedarás descargada de la inmensa
-deuda de gratitud que tienes conmigo.
-
-Al decir esto, Isidoro se había levantado y daba vueltas en la pequeña
-habitación como un león enjaulado, pronunciando con trémulo labio
-palabras rencorosas. Lo raro fue que mi ama, ya porque tal fuera el
-estado de su espíritu, ya porque creyera oportuno fingir en aquellos
-momentos, lejos de amedrentarse al ver la ira de su amigo y maestro,
-contestó con risas a sus ardientes palabras.
-
---Te ríes --dijo Máiquez deteniéndose ante ella--. Haces bien: ha
-llegado el momento de que hasta los metesillas del teatro se rían
-de Isidoro. Tú no comprendes esto, chiquilla --añadió sentándose de
-nuevo--. Tú no tienes vehemencia ni fogosidad en tus sentimientos. En
-esto te admiro, y quisiera imitarte, porque yo sé muy bien que en las
-inclinaciones que hasta ahora se te han conocido, has jugado con el
-amor, tomándolo como un pasatiempo divertido que entretiene a uno mismo
-y hace rabiar a los demás; pero hasta ahora, y Dios te libre de ello,
-no conoces el amor que ocasiona las mortificaciones propias, mientras
-los demás se ríen a costa nuestra.
-
---¡Qué orgulloso eres! --contestó seriamente la González--. Hasta en
-esto quieres saber más que todos.
-
---Pues si amas de veras, guárdate de enamorarte de esos usías
-presumidos y orgullosos, que vendrán a ti para satisfacer su vanidad.
-Ellos no te amarán con noble y desinteresado amor.
-
---No creo que jamás pueda amar sino al que siendo igual a mí, no se
-avergüence de tenerme por compañero.
-
---¡Oh, qué buen sentido, Pepilla! ¿Dónde has aprendido eso? Pero te
-aconsejo también que no ames a ningún hombre de teatro, si no quieres
-tener rabiosos celos de todo el público femenino. ¿Sabes tú lo que es
-eso?
-
---Harto lo sé.
-
---De modo que tu amor aún está dentro del teatro. Eso sí que es una
-desgracia. Tu suerte consistirá en que el galán será de esos que, por
-falta de genio, no excitan nunca la arrebatada admiración de las bellas
-de la platea. Serás feliz, Pepilla; si quieres casarte, cuenta con mi
-protección.
-
---Estoy muy lejos de aspirar a eso.
-
---¿Ese bruto será capaz de no amarte? ¿Acaso vale más que tú?
-
---Muchísimo más --dijo la González aparentando con grandes esfuerzos la
-serenidad que no tenía.
-
---Apuesto a que es algún tenor de la compañía de Manolo García.
-Déjalo por mi cuenta. Si es cierto lo que supongo, si ese loco no te
-corresponde, y prefiere a tu sencillo cariño el falso amor de alguna
-damisela de estas que arrastran su púrpura por entre los bastidores del
-teatro, sabrás lo que son celos.
-
---Demasiado lo sé y demasiado padezco, Isidoro --dijo mi ama con tono
-de cariñosa confianza--; pero yo tengo una ventaja sobre ti, que no
-poseyendo aún la certeza de tu desgracia, ignoras qué partido tomar; yo
-conozco ya sin género de duda que no soy amada, y las circunstancias se
-han ordenado de tal modo que me presentan ocasión de tomar venganza.
-
---¡Oh!, Pepa, estás desconocida. No te creí capaz... --indicó Isidoro
-con energía--. Tú tomarás venganza. Descuida, te ayudaré, si tú me
-ayudas a mí en la averiguación y en el castigo de las infamias de
-Lesbia. Pero dime, chiquilla, dime quién es ese hombre. Sé franca
-conmigo: yo soy tu mejor amigo.
-
---Te lo diré más tarde, Isidoro. Por ahora me he propuesto guardar
-secreto.
-
---Tú vales mucho, Pepilla --añadió el cómico con acento reflexivo--. No
-esperaba encontrar en ti un eco tan fiel de lo que en mí está pasando.
-¡Y ese miserable te desprecia por otra, ignorando las bondades de tu
-fiel corazón! Dime quién es. ¿Será el mismo Manuel García? Por supuesto
-chiquilla, ya sabrás cuánto padece la dignidad, el amor propio, al ver
-que otra persona posee el afecto que nos pertenece. Te mortificará
-horriblemente la idea de la triste figura que harás ante el mundo, el
-pensamiento de los comentarios que hará sobre tu ridícula posición el
-envidioso vulgo, y al considerar que tú, la persona acostumbrada a
-rendir a tus pies los corazones, se ve menospreciada por uno solo,
-rabiará tu orgullo herido y llorarás en silencio viéndote más baja de
-lo que creías.
-
---En esto --contestó mi ama con patética voz-- no nos parecemos. Tú
-estás frenético de celos; pero antes que al desaire de que ha sido
-objeto tu corazón, atiendes a lo que sufre tu dignidad, la dignidad
-del gran Isidoro, que siempre desprecia sin ser nunca despreciado;
-te enfureces al considerar que se ríen de ti los envidiosos, y esas
-terribles voces de venganza no las pronuncia tu amor sino tu orgullo.
-Yo no soy así: amo el secreto; y si triunfara, gustaría de tener oculta
-mi felicidad: nada me importaría que el hombre a quien amo aparentara
-galantear a todas las mujeres de la tierra, con tal que en realidad a
-ninguna amase más que a mí.
-
---Eres singular, Pepilla, y me estás descubriendo tesoros de bondad que
-no sospechaba existiesen en tu corazón.
-
---Yo --continuó mi ama conmovida-- no vivo más que para él, y los demás
-me importan poco. Contigo debo ser franca y decírtelo todo, menos su
-nombre que nadie debe saber. Yo no sé cómo ni cuándo empezó mi funesto
-amor, y me parece que nací con esta viva inclinación, más dominadora
-cuanto más intento sofocarla. Por él sacrificaría gustosa mi vida. Tú
-quizás no comprendas esto; ni menos que yo sacrifique mi reputación
-de artista, el aprecio y la admiración de la multitud. ¿Qué importa
-todo eso? Se ama a la persona por la persona y no por la vanidad de
-poseerla.
-
---El que te ha inspirado tan noble cariño, sin corresponder a él --dijo
-Isidoro con brío--, es un miserable que merece arrastrar su existencia
-despreciado de todo el mundo. ¿No puedo saber tampoco quién es la mujer
-preferida?
-
---Tampoco debes saberlo --repuso mi ama; y después, no pudiendo
-contener el llanto, exclamó así--: Yo no soy cruel; yo no deseaba una
-venganza que puede ser muy terrible; pero se me ha venido a las manos y
-he de llevarla adelante.
-
---Haces bien --dijo Isidoro recreándose con pensamientos de
-exterminio--. Véngate: yo también me vengaré. Nos ayudaremos el uno al
-otro. ¿Puedo servirte de algo?
-
---De mucho --dijo mi ama secando sus lágrimas--. Espero que tu ayuda
-será de la mayor eficacia.
-
---¿Y yo puedo contar contigo?
-
---¿Y me lo preguntas?
-
---Oye bien: Lesbia confía en tu amistad. ¿No ha celebrado en tu casa
-entrevista alguna con ese joven?
-
---Hasta ahora no.
-
---Pues la celebrará. Si ella no te lo propone, propónselo tú con buenos
-modos.
-
---¿Cuál es tu objeto?
-
---Sorprenderla en algún sitio con ese Mañara. Ella busca siempre las
-casas de las amigas que no son de su clase, para evitar de este modo la
-vigilancia de su familia y de su esposo.
-
---Entiendo.
-
---Confío en que no te dejarás sobornar por ella, y en que ante todas
-las consideraciones, será para ti la primera el servicio que me
-prestas, a mí, tu protector, tu amigo. Espero que te será muy fácil lo
-que propongo. Si van a tu casa, les entretienes allí, y me avisas. Yo
-haré de manera que ese joven se acuerde de mí para toda su vida.
-
---Ya tiemblas de gozo al pensar en tu venganza --dijo mi ama--. Lo
-mismo me pasa a mí; pero con más motivo, porque la mía está más cercana.
-
---¿Puedo confiar en ti? ¿Me pondrás al corriente de todo cuanto veas?
-
---Puedes estar tranquilo, Isidoro. Tú no me conoces bien: en esta
-ocasión sabrás lo que soy.
-
---¿Y tú que crees? --preguntó el moro con interés--. ¿Crees que tengo
-razón? ¿Lesbia amará a ese hombre?
-
---Sí; creo que te engaña del modo más miserable; creo que todos los que
-asisten a la representación se ríen de ti esta noche y el afortunado
-amante no cabe en sí de satisfacción y orgullo.
-
---¡Rayos y centellas! --dijo Máiquez con más furia--. Le escupiré
-la cara desde el escenario. ¡Oh! Pepilla: yo admiro y envidio tu
-tranquilidad. No desees nunca parecerte a mí; ojalá no sepas nunca lo
-que son estas culebras de fuego que se enroscan dentro de mi pecho y
-desparraman por mis arterias su veneno. ¡Oh, qué gran talento tuvo
-ese poeta inglés que inventó el Otelo! ¡Qué bien pintó la rabia del
-celoso, la horrible fruición con que se recrea, pensando que ha de
-poner el cuerpo inanimado y sangriento de su rival ante los ojos que le
-cautivaron! ¡Qué razón tuvo al suponer el corazón de la mujer antro de
-maldades y perfidias; qué bien se comprende la espantosa determinación
-del moro, y el terrible placer de su alma, al considerarse sepultando
-el cuchillo en los miembros palpitantes de quien le ofendió, y
-arrastrar después su infame cadáver!
-
---¿Qué cadáver, Isidoro? ¿El de él o el de ella? --preguntó mi ama con
-frialdad.
-
---El de los dos --contestó Otelo cerrando los puños--. ¿Conque dices
-que se ríen de mí? ¡Y lo saben todos, y me observan, y estoy sirviendo
-de espectáculo a ese miserable zascandil! De modo que Isidoro es el
-hazme reír de las gentes, y tendrá que ocultarse y huir para evitar las
-burlas de los envidiosos, y ya ninguna mujer se dignará mirarle a la
-cara. Pero tú si sabías esto que pasa, ¿por qué no me lo dijiste? ¡Eres
-tonta sin duda! ¡Oh! no tengo amigos verdaderos... nadie se interesa
-por mi honor ni por mi decoro. ¡Estoy solo!... pero solo ¡vive Dios!
-sabré volver al lugar que me corresponde.
-
-Diciendo esto, se levantó con resuelto ademán. En aquel momento sonaron
-algunos golpes en la puerta: era la señal que llamaba a todos los
-actores para empezar el tercer acto. Máiquez iba a salir; pero al
-dar los primeros pasos un objeto cayó de su cintura al suelo. Era la
-daga con puño de metal y hoja de madera plateada: Pepa durante la
-conversación había estado jugando con la larga cadena que la sostenía y
-esta se rompió.
-
---Se ha saltado un eslabón --dijo mi ama recogiendo el arma--: yo te la
-compondré enseguida atándola fuertemente.
-
-Isidoro salió, y mi ama acercándose a una mesa arrimada a la pared
-de enfrente, se entretuvo durante un rato y con mucha prisa en una
-operación que no pude ver; pero presumí fuera la compostura de la
-cadena rota. Al fin salió, y quedándome solo, pude dejar mi sofocante
-escondite para correr a la escena.
-
-
-
-
-XXV
-
-
-Dio principio el último acto, donde ocurren las principales escenas
-del drama. En él Pésaro despierta poco a poco los celos en el alma
-del crédulo moro hasta que engañándole con cruel y mañosa calumnia,
-precipita el trágico desenlace. La importancia de mi papel, me
-obligaba, pues, a fijar en él toda mi atención apartándola de las
-impresiones recientemente recibidas. Durante mi primera escena con
-Otelo, advertí que Máiquez inquieto y receloso, dirigía sus miradas
-al joven Mañara, sentado muy cerca del escenario: a causa de la
-ansiedad de su alma, el gran histrión desatendía impensadamente la
-representación. A veces algunas de mis frases se quedaban sin réplica;
-también suprimía él bastantes versos, y hasta llegó a trabarse su
-expedita lengua en uno de los pasajes donde acostumbraba hacerse
-aplaudir más. El auditorio estaba descontento, pues aunque conocía
-las genialidades de Isidoro, no creía natural que se permitiera tales
-descuidos en una representación de confianza y amistad, verificada ante
-lo más selecto de sus admiradores. El silencio reinaba en la sala, y
-solo un sordo murmullo de sorpresa o enfado acogía los versos, mal
-sentidos y fríamente dichos por el príncipe de nuestros actores.
-
-Mas se esperaba verle repuesto en la segunda escena entro Otelo y
-Pésaro. Este, urdiendo muy bien la trama que ideó contra Edelmira su
-diabólica astucia, adquiere al fin las pruebas materiales que Otelo le
-exige para creer en la infidelidad de la veneciana. Aquellas pruebas
-son una diadema entregada por Edelmira a Loredano, y cierta carta que
-su padre le obligó a firmar, amenazándola con matarse si no lo hacía.
-Ni la entrega de la diadema, ni la carta firmada por fuerza, eran
-pruebas que ante la fría razón comprometerían el honor de la esposa
-de Otelo: pero este, en su ciego arrebato y salvaje impetuosidad, no
-necesitaba más para caer en la trampa.
-
-Antes de comenzar esta escena, y hallándome entre bastidores, oí a
-los concurrentes quejarse de la torpeza de Isidoro, y alguno achacó
-este defecto no al gran actor, sino a mí, por haberle irritado con
-mi detestable declamación. Esto me ofendió, y creyéndome autor del
-deslucimiento de la pieza, resolví hacer todos los esfuerzos de que era
-capaz para arrancar algún aplauso.
-
-Mi ama, como he dicho, dirigía la escena; indicaba las entradas y
-salidas, cuidando de entregar a cada actor los objetos de que debía
-hacer uso durante la representación. Diome la diadema y la carta y
-salí en busca de Otelo que estaba solo en las tablas concluyendo su
-monólogo. Entonces empecé aquella grandiosa escena, que es patética,
-sublime y arrebatadora aun después de haber sido tamizada por el romo
-ingenio de D. Teodoro La Calle.
-
- --¿Sabes tú padecer?
-
---le dije--, y al punto Isidoro, mirándome sombríamente, repuso:
-
- --Me han enseñado.
- --Y sin agitación --_dije yo_--, ¿el triste aviso
- de un infortunio grande escuchar puedes?
- --Hombre soy.
-
---respondió con calma.
-
-Continuó el diálogo, y parecía que Isidoro recobraba todo su genio,
-pues los versos, inspirados por el recelo y la ansiedad le salían del
-fondo del alma. Cuando dijo:
-
- ¡Infiel! ¡La prueba necesito!
- ¡Conque dámela luego!
-
-me apretó tan fuertemente la muñeca y sus rabiosos ojos me miraron con
-tanta furia, que perdí la serenidad, y por un instante los versos que
-seguían a aquella demanda, huyeron de mi memoria. Pero no tardé en
-reponerme: le di la diadema, y poco después la carta.
-
-Mas en el momento en que vi en sus manos el fatal papel, un súbito
-estremecimiento sacudió todo mi ser, y me quedé mudo de espanto. En
-el color y en los dobleces del papel, en la forma de la letra, que
-distinguí claramente cuando él fijó en ella la vista, reconocí la carta
-que Lesbia me había dado en el Escorial para Mañara, y que después mi
-ama sustrajo de mis ropas al llegar a Madrid.
-
-Otelo debía leer en voz alta la carta, que según el drama decía:
-
- «Padre mío: conozco la sinrazón con que os he ultrajado. Vos solo
- tenéis derecho de disponer de vuestra hija, --_Edelmira_.»
-
-Pero el pliego que la pícara Pepa había hecho llegar a sus manos, decía:
-
- «Amado Juan: Te perdono la ofensa y los desaires que me has hecho;
- pero si quieres que crea en tu arrepentimiento, pruébamelo viniendo
- a cenar conmigo esta noche en mi cuarto, donde acabaré de disipar
- tus infundados celos, haciéndote comprender que no he amado nunca,
- ni puedo amar a Isidoro, ese salvaje y presumido comiquillo, a quien
- solo he hablado alguna vez deseando divertirme con su necia pasión.
- No faltes, si no quieres enfadar a tu --_Lesbia_.--P.D. No temas que
- te prendan. Primero prenderán al Rey.»
-
-Ocurrió una cosa singular. Isidoro leyó el papel en silencio; sus
-labios secos y lívidos temblaron, y como si aún creyera que era ilusión
-lo que veía, lo leyó y releyó de nuevo, mientras el público, ignorando
-la causa de aquel silencio, mostró su asombro en un sordo murmullo.
-Isidoro al fin alzó la vista, se pasó las manos por la frente; parecía
-despertar de un sueño; balbuceó algunas voces terribles, cerró los
-ojos, como tratando de serenarse y reanudar su papel; dio algunos
-pasos hacia el público y retrocedió luego. Los rumores aumentaron: el
-apuntador le llamó repitiendo con fuerza los versos, hasta que al fin
-Isidoro se estremeció todo, su semblante se encendió vivamente, cerró
-los puños, agitó los brazos, golpeó el suelo, y declamó los terribles
-versos siguientes:
-
- Mira: ves el papel, ves la diadema;
- pues yo quiero empaparlos, sumergirlos,
- en la sangre infeliz y detestable,
- en esa sangre impura que abomino.
- ¿Concibes mi placer, cuando yo vea
- sobre el cadáver, pálido, marchito,
- de ese rival traidor, de ese tirano,
- el cuerpo de su amante reunido?
-
-Jamás estos versos se habían declamado en la escena española con tan
-fogosa elocuencia, con tan aterradora expresión. El artificio del drama
-había desaparecido, y el hombre mismo, el bárbaro y apasionado Otelo
-espantaba al auditorio con las voces de su inflamada ira. Un aplauso
-atronador y unánime estremeció la sala, porque nunca los concurrentes
-habían visto perfección semejante.
-
-Después las facciones del moro se alteraron; su rostro palideció:
-oprimiose el pecho con ambas manos, y su voz, trocando el áspero tono
-en otro desgarrador y patético, dijo:
-
- Las recias tempestades
- el viento anuncia con terrible ruido;
- el rayo con relámpagos avisa
- su golpe destructor, y los rugidos
- del león su presencia nos advierten;
- mas la mujer con ánimo tranquilo
- y aparentes halagos nos destroza
- el corazón cual pérfido asesino.
-
-Nueva explosión de entusiastas aplausos. Las mujeres lloraban, algunos
-hombres no podían conservar su entereza y lloraban también. La
-concurrencia estaba estremecida, atónita, electrizada, y cada cual,
-suspensa y postergada su propia naturaleza, vivía momentáneamente con
-la naturaleza y las pasiones de Otelo.
-
-La representación seguía: fuese Otelo, cambió la escena y apareció la
-cámara de Edelmira. Entre tanto, todos me preguntaban la causa de la
-turbación y desasosiego de Isidoro; mas yo no sabía qué responder.
-
-Entre bastidores le buscamos con inquietud, pero no le podíamos
-ver por ninguna parte, ni nadie se daba razón de dónde pudiera
-encontrarse. Edelmira dijo los versos de su monólogo con extraordinaria
-sensibilidad: no cesaba de mirar a Mañara, y la vanidosa coquetería de
-sus ojos parecía decir: «¡qué bien represento!» mientras el afortunado
-amante, embebecido en contemplarla, parecía contestarle: «¡qué guapa
-estás!»
-
-Y así era. Lesbia estaba encantadora, con los cabellos sueltos sobre
-la espalda, y el ligero vestido blanco, que le ceñía el cuerpo
-indolente. Entró luego Hermancia, la fiel amiga, y Edelmira le contó
-sus tristes presentimientos. ¡Qué tono tan melancólico y dulce tenía su
-voz al expresar el temor de una muerte funesta! ¡Cuán grande interés
-despertaba su pena! Aunque yo había visto muchas veces la misma
-tragedia, dentro de la escena, y había perdido toda ilusión, en aquella
-noche sentía un terror inexplicable, y me conmovía la suerte de la
-infeliz e inocente Edelmira.
-
-La esposa de Otelo, ansiando desahogar la sofocante angustia de su
-pecho, toma el arpa y entona la canción de Laura al pie del sauce,
-cuyos lastimeros quejidos son la voz de la misma muerte. Edelmira, a
-quien Manuel García había enseñado la hermosa estrofa, cantó con dulce
-y poética expresión. Su voz parecía que nos penetraba hasta los huesos,
-y nos hacía estremecer con horripilante escalofrío, como el contacto de
-una hoja de acero.
-
-Cesó la canción y sonó la tempestad en el interior del teatro. El
-público estaba tan impresionado, que ni siquiera aplaudía. Acostose
-Edelmira y todo quedó en profundo silencio. Otelo debía aparecer, y en
-el breve momento en que estuvo la escena muda profundísimo silencio
-reinaba en la sala. Yo creí sentir el palpitar de los corazones; pero
-solo escuchaba las oscilaciones del mío. La más ardorosa inquietud
-se había apoderado de mí, y miré en torno buscando una persona de
-confianza a quien comunicar mis recelos; pero no vi sino el pálido
-semblante de mi ama que se esforzaba en reír, diciendo:
-
---¡Qué bien ha hecho Lesbia su papel! Me confieso derrotada, pues
-representa mil veces mejor que yo. Pero ahora verán ustedes a Isidoro.
-Esta noche está más inspirado que nunca.
-
-Observé a Máiquez que ya decía los primeros versos de la escena
-junto al lecho de la veneciana. Su rostro aparentaba una serenidad
-meditabunda. Cuando alzó las cortinas del lecho y dijo con voz calmosa
-
- No... tú no morirás... ¡cuánto realzan
- su hermosura estas lúgubres antorchas!
-
-un rumor confuso surgió del apiñado auditorio; lloraban casi todas
-las mujeres, y los hombros se esforzaban en sostener el decoro de la
-insensibilidad. Otelo acerca su rostro al de Edelmira, y dice con
-extasiado amor:
-
- ¡Con qué pureza respirar la siento!
- ¿Qué poderoso hechizo es el que arrastra
- mi persona a la suya con tal fuerza?
-
-Edelmira despierta con sobresalto. Otelo disimula al principio; mas
-luego no oculta el objeto que le trae, y Edelmira, aterrada y confusa,
-jura que es inocente. Nada convence al terrible moro, que mudando
-de improviso la expresión de su fisonomía, exclama con ferocidad y
-descompuestos ademanes:
-
- Mírame, ¿me conoces... me conoces...?
-
-El auditorio se estremeció de terror. Algunas señoras se desmayaron, y
-oyéronse voces acongojadas que decían: «Piedad, piedad para Edelmira...
-es inocente... ese infame Pésaro tiene la culpa... que traigan a
-Pésaro.»
-
-Isidoro sacó el papel y lo mostró con fiero ademán a Lesbia, quien
-lanzó un grito terrible, sin decir los versos que correspondían en
-aquel momento. Otelo se acercó más a Edelmira, y Edelmira hizo un
-movimiento para saltar del lecho. Se le habían olvidado los versos;
-pero al fin, dominando un poco su turbación recordó algo, y el diálogo
-siguió así:
-
-EDELMIRA.
-
-¿Y qué quieres decirme?
-
-OTELO. Preparaos.
-
-EDELMIRA.
-
-¿Pero a qué?
-
-OTELO.
-
- Este acero os lo señala.
-
-Diciendo esto, Isidoro desenvainó la daga; en lugar de la hoja de
-madera plateada, vimos brillar en su mano una reluciente hoja de acero.
-La conmoción fue general entre bastidores. Lanzose Edelmira del lecho
-con precipitación y azoramiento, y recorrió la escena gritando como una
-loca:
-
---¡Favor, favor... que me mata!... ¡Al asesino!
-
-No puedo pintaros lo que fue aquel momento en la escena y fuera de
-ella. Los espectadores de primera fila trataron de subir al escenario
-en el momento en que Lesbia perseguida por Isidoro fue asida por el
-vigoroso brazo de este. En el mismo instante, no pudiendo contenerme,
-me abalancé hacia la dama como impulsado por un resorte, y abraceme
-estrechamente a ella. El puñal de Isidoro se levantó sobre mí. La
-presencia inesperada de una víctima extraña hizo sin duda que el moro
-volviera en sí de su furiosa obcecación; conmoviose todo, pareció que
-un velo se descorría ante sus ojos, arrojó el puñal, quiso recobrar su
-aplomo, pronunció algún verso tremendo clavando sus manos en mí, como
-si yo fuera Edelmira; esta, desprendiéndose de mis brazos, cayó al
-suelo desmayada, y al punto nos vimos rodeados de multitud de personas.
-Todo esto pasó en unos cuantos segundos.
-
-
-
-
-XXVI
-
-
-El escenario se llenó de gente. Lesbia, alzada al instante del suelo,
-fue objeto de los más solícitos cuidados. Al poco rato desvaneciose
-su desmayo, abrió los ojos, y dijo algunas palabras. No tenía la
-más ligera lesión, y todo había concluido sin más consecuencias
-que las del susto. Su palidez y la alteración de su semblante eran
-extraordinarias; pero aún había entre los circunstantes una persona
-más alterada y más pálida: era mi ama.
-
-Isidoro parecía embrutecido y avergonzado. Transcurrió media hora, y
-cuando fue indudable que no había ocurrido la desgracia que se temía,
-entablose una discusión muy viva sobre aquel acontecimiento, que la
-mayoría de los presentes consideraba bajo el punto de vista artístico;
-y era opinión de muchos que exaltado hasta un extremo de delirio el
-genio artístico de Máiquez, se identificó con su papel de un modo
-perfecto.
-
---Pues lejos de ser este el camino de la perfección artística --dijo
-Moratín--, lleva derecho a la corrupción del gusto, y extinguirá en las
-ficciones el decoro y la gracia, para confundirlas con la repugnante
-realidad.
-
---Ni eso es representar, ni eso es nada --dijo Arriaza, que como es
-sabido detestaba a Isidoro--. Desde que ese caballero introdujo aquí la
-escuela francesa, ha corrompido el arte de la declamación.
-
---Nunca he visto a Máiquez tan apasionado y fogoso --indicó un
-caballero que se unió al grupo--. Me parece que en la escena ha pasado
-algo extraño a la comedia.
-
-Otro joven acercó sus labios al oído del primero, y por un rato le
-habló en voz muy baja. Después a los cuchicheos siguieron las risas.
-Pasó Mañara no lejos de allí, y todos fijaron la vista en él.
-
---Bien se explica la ferocidad de Isidoro --dijo uno.
-
---Hasta aquí --añadió Moratín-- siempre se le ha visto contenerse
-dentro del límite de las conveniencias escénicas.
-
---Me acuerdo de cuando Isidoro era un pedazo de hielo --dijo Arriaza--.
-En el teatro no le llamaban sino el _marmolillo_.
-
---Es verdad --repuso Moratín--. Pero cuando volvió de París vino muy
-corregido, y no puede negarse que es un actor de gran mérito. En lo
-patético no tiene igual; en lo trágico suele carecer de fuego: pero
-esta noche lo ha tenido con exceso.
-
---Le he tratado bastante --dijo un tercero--. Es hombre de pasiones
-enérgicas. Como actor consumado, comprende bien que el arte es una
-ficción, y representando no deja nunca de ser comedido y decoroso. Esta
-noche, sin embargo, le hemos visto tal cual es.
-
-Otro personaje se acercó al grupo.
-
---¿Qué le ha parecido a usted, señor duque, el desenlace de la
-tragedia? --le preguntó Arriaza.
-
---¡Magnífico! Esto se llama representar --contestó el marido de
-Lesbia--. Parecía aquello la misma realidad. Pero no consentiré que
-mi esposa salga otra vez a la escena. Representa demasiado bien y
-entusiasma y trastorna a los actores que la acompañan.
-
-Un abanico tocó el hombro del señor duque: volviose este, y Amaranta
-entró en el corrillo. Todos la saludaron, disputándose a porfía el
-honor de dirigirle la palabra. Ella habló así:
-
---Bien dije a usted, señor duque, que no había nada que temer. Un
-exceso de inspiración dramática y nada más.
-
---El exceso es malo en todo: yo creí que la duquesa iba a perecer a
-manos de Isidoro por un exceso de inspiración.
-
---Además --dijo Amaranta--, quizás alguna causa que no conocemos...
-
-Al decir esto pareció que los pies de la hermosa dama habían tocado
-algún objeto arrojado en el escenario. Apartose ella vivamente,
-apartáronse todos, y las faldas de Amaranta, al deslizarse sobre el
-piso, dejaron ver un papel arrugado. Como si aquel papel fuera un
-tesoro de inestimable precio, Amaranta bajose a cogerlo, y después de
-mirarlo rápidamente lo guardó en su bolsillo. Era la carta fatal, como
-diría un novelista.
-
---¿Alguna causa que no conocemos?... --preguntó el duque continuando la
-conversación interrumpida.
-
---Sí --contestó la dama--; y me parece que puedo sacarle a usted de
-dudas... Pero tengo que ir al cuarto de la González. Allí le aguardo a
-usted y hablaremos.
-
-Quedaron solos los hombres otra vez. La marquesa atravesó la escena
-preguntando por Isidoro.
-
---¿Será posible --decía-- que no pueda representarse _La venganza del
-Zurdillo_? ¡Pepa!... ¿Pero dónde está Pepa?
-
-Esta pregunta se dirigió a mí, y al instante marché en busca de mi ama.
-No estaba en su cuarto, y sí en el de Máiquez, quien una vez pasada la
-excitación del terrible momento, se esforzaba en aparecer tranquilo
-y hasta risueño, aunque era fácil conocer que la rabia no se había
-extinguido en su pecho.
-
---¡Qué broma tan pesada, Isidoro! --dijo la marquesa asomándose a la
-puerta--. Aún no me he recobrado del susto.
-
---Es verdad, señora --dijo el actor--; pero la señora duquesa tiene la
-culpa, por la perfección con que ha hecho su papel. Su incomparable
-talento tuvo el don, no solo de trasportarla a ella, sino de
-trasportarme a mí mismo a la esfera de la realidad. Jamás me ha pasado
-cosa igual desde que piso las tablas. Un actor inglés, representando en
-cierta ocasión a Otelo, mató a la cómica que hacía de Desdémona. Esto
-me parecía inverosímil; pero ahora comprendo que puede ser verdad.
-
---¿No se suspenderá _La venganza del Zurdillo_?
-
---Por ningún caso. Hace falta reír un poco, señora marquesa.
-
-Retirose esta y después que salieron algunos amigos de Máiquez, que le
-acompañaban, el actor quedó solo con mi ama y conmigo.
-
---Ven acá --me dijo el actor, apretándome vigorosamente el brazo--.
-¿Quién te dio aquella carta?
-
-Señalé a mi ama.
-
---Fui yo --dijo esta--. Quería que conocieras el corazón de Lesbia.
-
---¿Por qué no me la diste en otra parte? Me has puesto al borde del
-abismo; he estado a punto de cometer un crimen. Mi furor fue tan
-grande cuando leí aquel papel, que lo olvidé todo, y aunque en el
-instante en que estuve fuera de la escena procuré serenarme, mi cólera
-se encendió más, y... ya sabes lo que pasó. Cuando la vi en la escena
-final quise contenerme; pero sus miradas, su acento, me irritaban cada
-vez más, y sentí en mí una crueldad, una ferocidad que nunca había
-conocido. Recordaba sus tiernas promesas, sus apasionados arrebatos
-de amor, su falsa sencillez, y por un momento creí que hasta era un
-deber castigar a aquel monstruo de falsedad e hipocresía. Cuando saqué
-el puñal y advertí que era una hoja de acero, experimenté un placer
-indecible. ¡Ay, Pepa! ¡Qué momento! No sé cómo no la maté, no sé cómo
-en aquel instante no me perdí y me deshonré para siempre. Si Gabriel no
-se hubiera abrazado a ella cubriéndola con su cuerpo, creo que a estas
-horas... no lo quiero pensar.
-
---A estas horas --dijo mi ama-- estarías llorando sobre el cadáver de
-tu amante, herida por tu propia mano.
-
---No, Pepa, no; ya no la amo. La lectura de la carta ha ahuyentado
-de mí todo sentimiento amoroso: ya no tengo para ella más que un
-desprecio, una repugnancia de que no puedes formar idea. Me espanto de
-haber amado a semejante mujer. Pero di: ¿fuiste tú quien trocó el puñal
-de teatro por la hoja de acero?
-
---Sí; yo fui.
-
---¿Luego tú --exclamó con asombro-- lo preparaste todo? ¿Qué interés,
-qué intención...?
-
---¡La aborrezco con toda mi alma!
-
---¡Y quisiste hacerme instrumento de un crimen! Hace poco hablabas de
-tu venganza. ¿Por qué aborreces a Lesbia?
-
---La aborrezco porque... porque la aborrezco.
-
---¿Y no te remuerde la conciencia de un sentimiento que te lleva hasta
-el crimen?
-
---¡La conciencia!... ¡Un crimen! --dijo mi ama con cierta enajenación,
-y después, ocultando el rostro entre las manos, empezó a llorar
-amargamente, exclamando--. ¡Oh! ¡Dios mío, qué desgraciada soy!
-
---Pepa, ¿qué tienes? ¿qué es eso? --dijo Isidoro sentándose junto a
-ella, y apartándole la manos del rostro--. Pero tú... Conque tú... De
-modo que tú...
-
-Dieron golpes en la puerta, y una voz dijo:
-
---El sainete: que va a empezar el sainete.
-
-El aviso no distrajo a los dos actores. Pepa seguía llorando e Isidoro
-lleno de asombro.
-
-
-
-
-XXVII
-
-
-Creí prudente retirarme, no solo porque allí no hacía falta ninguna,
-sino porque en mi mente bullía inquietándome mucho, un proyecto, que al
-fin decidí poner en ejecución sin pérdida de tiempo. Dirigime lleno de
-resolución al cuarto de mi ama, Amaranta estaba allí y estaba sola.
-
---¡Oh, Gabriel! --me dijo--, ¿tienes valor para presentarte delante de
-mí? ¿Sabes que tienes un modo singular de despedirte? Veo que eres un
-farsantuelo de quien nadie debe fiarse. Di: ¿es esa la lealtad con que
-tú acostumbras pagar a tus favorecedores?
-
---Señora --repuse desafiando el rayo de sus ojos, como el marino
-desafía la tempestad--, el oficio a que usía me pensaba dedicar en
-palacio no era de mi gusto. Si no me despedí de mi ama, fue porque el
-temor de que me prendieran me obligó a salir del real Sitio.
-
---No puedo negar --dijo riendo-- que te burlaste con mucha gracia del
-licenciado Lobo. Bien decía yo que eras un chico de mucha disposición.
-Pero el talento más fecundo permanece oculto hasta que encuentra
-ocasión de mostrarse. Aquel rasgo de ingenio habría sido completo,
-habría sido sublime, si me hubieras entregado la carta.
-
---No me la habían dado para usía.
-
---Lo cierto es que no fue a poder de su dueña. Pepa te la quitó, y ha
-hecho de ella el uso que sabes. Tampoco ella quiso entregármela; pero
-al fin la casualidad la ha traído a mis manos. ¿La ves?
-
---Creo que usía me la entregará, porque esa carta es mía, me pertenece,
-tengo que devolverla a su dueño --dije con resolución.
-
---¡Devolvértela! ¿Tú estás loco? --exclamó Amaranta riendo como quien
-oye un despropósito.
-
---Sí, señora, porque el recobrarla es para mí una cuestión de honor.
-
---¡Honor! --dijo la dama riendo más fuerte--. ¿Acaso tienes tú honor?
-¿Sabes tú lo que es eso, chiquillo?
-
---¿Pues no lo he de saber? --respondí--. Cuando usía me propuso el
-oficio de espía, sentí que se me subía un calorcillo a la cara; y me
-pareció que me estaba viendo a mí mismo en aquel empleo y en los de
-engañar, fingir y mentir... y viéndome me daba espanto... y un sudor
-se me iba y otro se me venía, parque el tal Gabriel que mi madre echó
-al mundo se entretiene a veces oyendo lo que él mismo se dice por
-dentro acerca de la manera de ser caballero, decente y honrado. Cuando
-la señora duquesa me pidió su carta, y yo no podía dársela, sentí el
-mismo embarazo... y también me ocurrió que no devolviendo el papel, y
-permitiendo que otras personas sigan haciendo mal uso de él, el señor
-Gabrielillo no vale dos cuartos. Si esto no es el honor, que venga Dios
-y lo vea.
-
-Amaranta pareció muy sorprendida de estas razones, y me dijo con bondad:
-
---Tales ideas no son propias de ti. Tiempo tienes, cuando seas mayor,
-de tener todo el honor que quieras. Cada vez te encuentro más propio
-para desempeñar a mi lado los empleos de que te hablé. Me parece que
-has empezado bien el curso en la universidad del mundo; y o mucho me
-engaño, o te bastarán pocas lecciones más para ser maestro.
-
---Creo que usía no se equivoca --respondí--, y en cuanto a las
-lecciones que usía me ha dado, me parece que han sido de provecho.
-
---¿Y no renuncias a tus proyectos de ser... como decías?... --me
-preguntó irónicamente.
-
---No señora, sigo en mis trece --contesté sin turbarme--, y a lo mejor
-va a tener usía el gusto de verme de príncipe o tal vez de rey en
-cualquier reino que las damas de la corte sacarán para mí. Si no hay
-más que ponerse a ello, como dice Inesilla.
-
---Pero di, chiquillo: ¿de veras creíste tú que ya te estaban labrando
-la espada de general o la corona de duque?
-
---Como esta es noche. Y usía, que se me figuraba una divinidad
-bajada del cielo para favorecerme, acabó de trastornarme el juicio,
-enseñándome lo que debía hacer para echarme a cuestas el manto regio o
-cuando menos para ponerme los galones de capitán general.
-
---Parece que te burlas; ¿qué quieres decir?
-
---Digo que desde que usía me dijo que el camino de la fortuna estaba
-en escuchar tras de los tapices, y llevar y traer chismes de cámara
-en cámara, se han arreglado las cosas de tal modo, que sin querer
-estoy descubriendo secretos, y aunque quiero taparme las orejas, las
-picaronas se empeñan en oír...
-
---¡Ah! tú quieres revelarme algo que has oído --dijo Amaranta con
-complacencia--. Siéntate y habla.
-
---Lo haré de buena gana, si usía me devuelve la carta de la señora
-duquesa.
-
---Eso no lo pienses.
-
---Pues entonces callaré como un marmolejo. En cambio contaré una
-historia parecida a la que usía me refirió, aunque no es tan bonita. No
-la he leído en ningún libro viejo, sino que la oí... Estas condenadas
-orejas mías...
-
---Pues empieza --dijo la condesa con alguna perplejidad.
-
---Hace quince años había en Madrid una damita muy guapa, muy guapa,
-que se llamaba... no me acuerdo de su nombre. Esto no pasaba en ningún
-reino apartado ni antiguo, sino en Madrid, y no se trata de sultanes ni
-de grandes ni pequeños visires, sino de una damita muy linda, la cual
-damita se enamoró de un joven de buena familia que vino a la corte a
-buscar fortuna. Parece que los padres se oponían; pero la damita amaba
-ciegamente al joven; y como todo lo vence el amor, entre este y el
-Demonio proporcionaron a los dos jóvenes entrevistas secretas que...
-
-Amaranta se puso pálida, y su mismo asombro la tenía muda.
-
---Pues es el caso que la damita dio a luz una criatura --continuó.
-
---No estoy aquí para oír necedades --dijo Amaranta dominando su ira.
-
---Pronto concluyo. Dio a luz una criaturita: huyó el joven a Francia
-temiendo ser perseguido, y los padres de la damita se dieron tan buena
-maña para echar tierra a aquel negocio, que nada se supo en la corte.
-La damita se casó después con el conde de no sé cuántos, y... nada más.
-
---Veo que eres rematadamente necio. No quiero oír más tus simplezas
---dijo la dama, cuyo semblante se cubría de vivísimo carmín.
-
---Aún falta un poquito. Más tarde lo descubrieron algunas personas, y
-hablaron de esto en sitio donde yo lo oí; pero como soy tan curioso, y
-ahora ando amaestrándome en los chismes y enredos para ver si llego a
-general o a príncipe, no me contento con aquellas noticias, y voy a que
-me dé más una mujer que vive a orillas del Manzanares, junto a la casa
-de D. Francisco Goya.
-
---¡Oh! --exclamó Amaranta furiosa--. Sal de aquí, desvergonzado
-mozalbete. ¿Qué me importan tus ridículas historias?
-
---Y como estas historias no tienen valor hasta que no se traen de aquí
-para ahí, pienso comunicárselas a la señora marquesa, para que me
-ayude en mis pesquisas. ¿No cree usía, señora condesa, que esta es una
-excelente idea?
-
---Veo que sabes manejar la calumnia y las bajas y miserables intrigas.
-Supongo quién habrá sido tu maestro. Vete, Gabriel; me repugnas.
-
---Me iré y callaré; pero es preciso que usía me vuelva la carta.
-
---Miserable rapaz: ¡quieres burlarte de mí, quieres medir conmigo tus
-indignas armas! --exclamó levantándose de su asiento.
-
-Su actitud decidida me turbó un poco; mas hice esfuerzos por reponerme,
-y continué:
-
---Para hacer fortuna no hay medio mejor que el espionaje y la
-intriguilla: el que posee secretos graves lo tiene todo, y ahora
-salimos con que voy a conseguir dos mitras, ocho canonjías, veinte
-bastones de coronel, cien capellanías, y mil plazas de contaduría para
-todos mis amigos.
-
---Déjame, no quiero verte. ¿Has oído?
-
---Pero antes me dará usía la carta. Si no, he de llevar un recado a la
-señora marquesa, o al señor diplomático, que como hombre reservado no
-lo dirá a alma viviente.
-
---¡Ah! imbécil, cuánto te desprecio --dijo revolviendo en su bolsillo
-con febril inquietud--. Toma, toma la carta, vete con ella, y jamás
-vuelvas a ponerte delante de mí.
-
-Diciendo esto arrojó en el suelo la carta que recogió un servidor de
-ustedes.
-
-Después sentándose de nuevo, volvió hacia mí su rostro siempre bello, y
-me dijo:
-
---¿Quién te ha enseñado esas travesuras? Eres un necio.
-
---De los necios se hacen los discretos --contesté--. Dando con un
-buen maestro... Si usía no me hubiera despabilado tanto... Oyendo y
-viendo se aprende mucho, señora; y yo, desde que entré al servicio de
-usía hasta hoy, no he desperdiciado el tiempo. Bien haya quien me ha
-abierto los ojitos que ven y las orejitas que oyen. Para ser discreto
-es preciso haber sido tonto.
-
-Cuando pronuncié esta extraña sentencia, Amaranta echó sobre mí una
-mirada de orgulloso desdén, y señalome la puerta. ¡Ay! estaba hermosa,
-hermosa como nunca. Su noble ademán, sus mejillas teñidas de leve
-púrpura, el incendio de sus ojos, la agitación de su seno encantaban la
-vista, y no era posible aborrecerla. Indudablemente, señores, el mal es
-a veces lindísimo.
-
-Ya me marchaba, cuando entró el señor duque acompañado del diplomático.
-
---Aquí estoy, Amaranta --dijo el primero--. Me habló usted de causas
-que no conocemos...
-
---No le hagas caso, sobrina --exclamó el marqués--. ¿Pues no ha dado
-en la flor de estar celoso? Y dice que en el caso de Otelo él haría lo
-mismo.
-
---Sí --dijo el duque--. Si yo sospechara de mi mujer la mataría.
-
---No me refería a nada que no fuese algún motivo artístico --indicó
-secamente Amaranta.
-
---No consiento que mi mujer salga más a las tablas en compañía de ese
-bárbaro Otelo. La pobrecita debe haber padecido mucho. Pero veo que
-en mi ausencia han ocurrido grandes novedades. Parece que también han
-querido ponerla presa. ¡Pobre cordera mía! ¿Cómo es posible que haya
-dado motivos para eso...? Si es la bondad, si es la dulzura en persona.
-
---Son tantos los que han incluido en la causa... --dijo Amaranta--.
-Pero por mediación mía se la puso al instante en libertad.
-
---¡Oh! Gracias, querida condesa. Verdad es que Lesbia es amiga de usted
-desde la infancia, y entre amigas... ¿Y no se la molestará más?
-
---No --dijo el diplomático--. Felizmente puede arrancarse de la causa
-todo lo que conviene, ¿no es verdad, sobrina?
-
---Sí; precisamente se ha hecho eso con todo lo que se refiere al
-Príncipe, porque como ha confesado y hecho acto de contrición de todas
-sus faltas... Los jueces tienen buena mano, y suprimirán todo lo que se
-quiera, dejando la causa tal como convenga presentarla al público.
-
---Eso está muy bien dispuesto --afirmó el diplomático--, y prueba que
-hay tacto en el Gobierno. ¿Y Napoleón?
-
---Napoleón ha exigido que no se le nombre para nada, y por esto ha sido
-preciso eliminar también cuanto a él se refiere. Aunque consta que el
-Príncipe le escribió y tuvo tratos con su embajador, los jueces se
-comerán todas las declaraciones y documentos en que esto se vea, para
-que Bonaparte quede contento.
-
---Bien, bien, eso me tranquiliza --afirmó el diplomático con mucho
-énfasis--, y así lo pondré en conocimiento del Príncipe Borghese, del
-Príncipe Piombino, de S. A. el gran duque de Aremberg. Por supuesto,
-os encargo que no digáis a nadie mis propósitos; ¿lo oyes, Amaranta?
-¿Lo oye usted, señor duque? ¡Ah! al duque no se le puede confiar un
-secreto. Todo lo dice.
-
---¿Qué? --preguntó Amaranta.
-
---Por más que me empeño en que la más absoluta reserva sirva de
-impenetrable velo a lo que ocurre entre la González y yo...
-
---El señor marqués no abandona sus antiguas mañas --dijo el duque.
-
---No, hijo; es que sin saber cómo ni cuándo... Nada he puesto de
-mi parte. Hace tiempo que Pepita ha manifestado que hallaba en mí
-cierto encanto... Pero la pícara no se cuida de disimular; ahora
-mismo, durante el sainete, me echaba unas miradas... ¡Y qué bien
-ha representado! Nunca la he visto tan alegre, tan graciosa, tan
-juguetona, tan vivaracha. La verdad es que me está comprometiendo. ¿Lo
-creerás, sobrina? Yo me empeño en ocultarlo, porque... ya sabes... ese
-es mi carácter, y ella... pero si todo el mundo lo sabe. Al concluir
-el sainete, no he podido menos de acercarme a ella y le he dicho:
-«Disimule usted, Pepa; no olvide usted que la reserva es hermana gemela
-de la... digo, del amor.» Sin duda por obedecer esta advertencia, se ha
-marchado con Isidoro, fingiéndose muy contenta en su compañía. Ambos
-iban muy amartelados, y cualquiera menos listo que yo, los habría
-tenido por amantes.
-
---Tal vez --dijo Amaranta.
-
-Salí del cuarto. Cuando después de buscar ávidamente a Lesbia por el
-escenario, di con ella al fin y la entregué la carta, me dijo con mucha
-ansiedad mientras la guardaba:
-
---¡Ah, Gabrielillo! Esta noche me has salvado la vida dos veces.
-
-
-
-
-XXVIII
-
-
-No quise estar más allí; salí decidido a huir para siempre del
-vergonzoso arrimo de cómicos y danzantes, de damas intrigantuelas y de
-hombres corrompidos y fatuos. Al salir, un vivo deseo de correr a casa
-de Inés llenaba mi alma toda. Volé al cuarto piso tomando la pequeña
-escalera, y por el camino, en mi precipitada marcha, iba arrojando los
-postizos y adornos que me habían servido para la representación. Aquí
-dejé las barbas y bigotes, allí las plumas de mi sombrero, más allá la
-escarcela, y por último eché a rodar el tahalí y el collar. Me parecían
-prendas de ignominia que no debían ir sobre mí al presentarme en la
-casa del reposo.
-
-Subí y entré: el padre Celestino me abrió la puerta, y al punto advertí
-que sus ojos habían llorado.
-
---La pobre doña Juana ha muerto hace dos horas --dijo contestando a mis
-preguntas.
-
-Esta noticia dio a todo mi ser el frío y la inmovilidad de una estatua.
-Sepulcral silencio reinaba en la casa. En el fondo del pasillo vi
-la puerta de la sala, cuyo recinto iluminaba una claridad rojiza.
-Acerqueme con pasos lentos y conteniendo con la mano el latir de mi
-corazón que parecía querer salírseme del pecho. Desde el umbral vi el
-cuerpo de la santa mujer vestido de negro, y sobre el mismo lecho en
-que había sido abandonado por el alma: sus manos cruzadas en actitud
-de orar, sus cerrados ojos y la apacible y tranquila expresión de
-su semblante blanco como el mármol, más que el aspecto de la triste
-muerte, dábanle la fisonomía propia de un recogimiento meditabundo y de
-aquel místico sueño que es en las gentes de exaltada piedad, como un
-viaje al cielo para volver.
-
-Junto a ella, y sentada en el suelo, con la cabeza entre las manos
-y apoyada en el lecho, estaba Inés. Su llanto tranquilo era el
-natural desahogo de un dolor resignado, propio de quien acostumbraba
-a relacionar las penas y las alegrías con la voluntad de arriba. No
-hizo movimiento alguno para mirarme, ni yo seguramente lo merecía. Una
-sola vela de cera, cuya llama puntiaguda y movible señalaba al cielo
-con leve oscilación, iluminaba la silenciosa sala; y las imágenes de
-vírgenes y santos que había en la pared, como afectadas del fúnebre
-cuadro, parecían tener en sus rostros inusitada gravedad.
-
-A pesar de mi aflicción, yo experimentaba ante aquel espectáculo una
-especie de alivio moral que me es imposible expresar con palabras.
-Aquella tranquilidad que acompañaba a una gran pena, aquella paz de
-espíritu que cubría el dolor, como las alas del misterioso ángel
-protegen el alma, al salir turbada y temerosa del cuerpo pecador; aquel
-silencio de la mujer muerta, que me hacía oír en lo profundo de mi
-mente un lejano y celeste coro de triunfante música; el sereno llorar
-de la huérfana, cuyo dolor modesto no acusaba a la suerte, ni a la
-casualidad, ni a otro alguno de los irrisorios dioses que ha creado
-el holgazán entendimiento humano; aquel aspecto de resignación; el
-reposo imperturbable que ni aun la muerte había alterado en aquella
-mansión de la conciencia pura, de los deberes, de la religión, del
-sencillo amor, fueron para mi espíritu como un aura serena, como un
-templado y regenerador ambiente que equilibra y uniforma la atmósfera
-por tempestades revuelta o agitada por opuestas corrientes. Jamás he
-podido comparar con más propiedad mi alma con la imagen de un terso
-lago, de igual y no alterada superficie, ni jamás he distinguido con
-tanta claridad el lejano fondo. Cual si mi pecho hubiese estado por
-largo tiempo privado de fácil respiración, mis pulmones se dilataron y
-mi aliento sacaba del corazón un gran peso.
-
-El cura me sacó de tales abstracciones llamándome fuera.
-
---La pobre Juana --me dijo enjugando una lágrima-- no tuvo tiempo de
-ver satisfecho el deseo de toda mi vida.
-
---¿Pues qué? Usted...
-
---Sí, hijo mío; poco antes de su muerte recibí este papel en que se me
-nombra ecónomo de la iglesia parroquial de Aranjuez. Al fin se me ha
-hecho justicia. No me ha cogido de nuevo, y bien te decía yo que había
-de ser esta semana. ¿Ves, Gabrielillo? Dios ha acudido oportunamente a
-nosotros en esta desgracia. Ya Inés no quedará desamparada, ni tendrá
-que pedir auxilio a los parientes de Juana.
-
---¡Pobre Inés! --exclamé--. A ella consagraré mi vida entera. Viviré
-por ella y solo por ella.
-
---¡Ah! --dijo el clérigo--. Ocurre una cosa singularísima, querido
-Gabriel. ¿Sabes que la pobre Juana me ha hecho antes de morir una
-revelación que... a ti puedo confiarlo porque casi eres de la familia.
-
---¿Qué?
-
---Después que confesó, llamome aparte y me dijo que Inés no es hija
-suya... ¡Si vieras qué historia tan singular! Estoy confundido,
-absorto. Pues, sí, Inés no es hija suya, sino de una gran señora que...
-
---¿Qué dice usted? --exclamé con asombro.
-
---Lo que oyes: la verdadera madre... ya comprenderás que en esto hubo
-una de esas secretas aventuras, que deshonran a una noble familia. La
-verdadera madre abandonó a esa pobre niña, y... ya te contaré despacio.
-
---Pero el nombre, el nombre de esa señora es lo que quiero saber.
-
---Juana iba a revelármelo: su relación la había fatigado mucho, y la
-palabra tembló en sus labios ya paralizados por la muerte.
-
-Tal noticia produjo en mí espantosa confusión: volví a la sala y
-contemplé a la muerta, casi esperando que sus labios pudieran articular
-el deseado nombre.
-
---¿Es posible, Dios mío --dije dirigiendo mi mente al cielo--, que no
-hagas bajar un rayo de vida a este yerto cadáver, para que su fría
-lengua se mueva y pronuncie una sola palabra?
-
-En mi ansiedad, hasta tuve por un momento la esperanza de que el
-cadáver, reanimado por mis ruegos, volviese a la vida para revelarme el
-nacimiento de Inés.
-
---¡Qué loco soy! --dije después--. No faltarán medios de averiguarlo.
-
-Desde entonces Inés fue para mí el resumen de la vida. Si antes no la
-hubiera amado, su desgracia me habría inclinado con invencible fuerza
-hacia ella. Empleé los dos mil reales en el entierro de la difunta, y
-en el viaje que el padre Celestino y la huérfana hicieron a Aranjuez,
-donde se instalaron. Yo regresé a Madrid. Inés reclamada después
-por los parientes de doña Juana sufrió martirios y desgracias, cuyo
-recuerdo hace aún estremecer de angustia mi corazón. Creimos al fin
-asegurada nuestra felicidad; pero vinieron aciagos y terribles días:
-vino la revolución de Aranjuez; vino el Dos de mayo, día de sangre
-y luto; los franceses inmolaron muchas víctimas; Inés cayó en poder
-de los invasores... pero ahora me faltan fuerzas para relatar tan
-horrorosos acontecimientos. Estoy fatigado y necesito tomar aliento
-para seguir contando.
-
-
-FIN DE LA CORTE DE CARLOS IV
-
- Madrid.--abril-mayo de 1873
-
-*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA CORTE DE CARLOS IV ***
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-<body class="formato">
-<div lang='en' xml:lang='en'>
-<p style='text-align:center; font-size:1.2em; font-weight:bold'>The Project Gutenberg eBook of <span lang='es' xml:lang='es'>La corte de Carlos IV</span>, by Benito Pérez Galdós</p>
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
-of the Project Gutenberg License included with this eBook or online
-at <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. If you
-are not located in the United States, you will have to check the laws of the
-country where you are located before using this eBook.
-</div>
-</div>
-
-<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:1em; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Title: <span lang='es' xml:lang='es'>La corte de Carlos IV</span></p>
-<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Author: Benito Pérez Galdós</p>
-<p style='display:block; text-indent:0; margin:1em 0'>Release Date: January 13, 2022 [eBook #67155]</p>
-<p style='display:block; text-indent:0; margin:1em 0'>Language: Spanish</p>
- <p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em; text-align:left'>Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This ebook was produced from images generously made available by Biblioteca Digital Hispánica/Biblioteca Nacional de España.)</p>
-<div style='margin-top:2em; margin-bottom:4em'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>LA CORTE DE CARLOS IV</span> ***</div>
-
-<div class="front">
- <hr class="full" />
-</div>
-
-<div class="transnote" id="tnote">
- <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p>
- <ul>
- <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li>
-
- <li>La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
- las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li>
-
- <li>Los entrecomillados han sido convertidos en rayas iniciales de diálogo
- donde el texto adopta forma dialogada. Las restantes rayas han sido
- espaciadas según los modernos usos ortotipográficos.</li>
- </ul>
-</div>
-
-
-<div class="screenonly x-ebookmaker-drop">
- <hr class="chap" />
- <div class="figcenter">
- <img class="thin"
- style="width: 100%; height: auto;"
- src="images/cover.jpg"
- alt="Cubierta del libro" />
- </div>
-</div>
-
-
-<div class="tit pt6">
- <hr class="chap" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p>
- <p class="ws1">EPISODIOS NACIONALES</p>
- <hr class="tir" />
- <h1 class="g0 ws1">LA CORTE DE CARLOS IV</h1>
- <hr class="chap" />
-</div>
-
-
-<div class="chapter pt6">
- <div class="legal">
- <p><span class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span>Es propiedad. Serán
- furtivos todos los ejemplares de esta obra que no lleven el sello del
- periódico <i>La Guirnalda</i>.</p>
- </div>
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="tit">
- <p><span class="pagenum" id="Page_3">p. 3</span></p>
- <p class="fs140 ws1">EPISODIOS NACIONALES</p>
- <p class="fs60 mt05">POR</p>
- <p class="fs110 ws1 mt05">B. PÉREZ GALDÓS</p>
- <hr class="fil" />
-
- <p class="fs200 g0 ws1 mt1">LA CORTE</p>
- <p class="smaller mt2">DE</p>
- <p class="fs300 g1 ws1 mt05">CARLOS IV</p>
-
- <hr class="sep0" />
- <p class="g0 ws1">CUARTA EDICIÓN</p>
- <hr class="sep1" />
-
-
- <p class="fs110 g1 mt3">MADRID</p>
- <p class="smaller g0">1886</p>
- <p class="fs90 ws1">Imprenta y litografía de LA GUIRNALDA</p>
- <p class="smaller"><i>calle de las Pozas, núm. 12</i></p>
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter">
-
- <p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span></p>
-<p class="fs130 centra ws1">OBRAS DE B. PÉREZ GALDÓS</p>
-<hr class="min" />
-<p class="fs110 centra ws1 mt1">NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS</p>
-
-<table class="anunc1 mt05" summary="">
- <tr>
- <td class="tdru">I.—</td>
- <td class="tdlh">Doña Perfecta (5.ª <i>edición</i>). 2 pesetas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdru">II.—</td>
- <td class="tdlh">Gloria (dos tomos) (6.ª <i>edición</i>). 4 pesetas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdru">III.—</td>
- <td class="tdlh">Marianela (5.ª <i>edición</i>). 2 pesetas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdru">IV.—</td>
- <td class="tdlh">La familia de León Roch (tres tomos) (4.ª <i>edición</i>).
- 6 pesetas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdru">V.—</td>
- <td class="tdlh">La Desheredada (un tomo en 4.º), 8 pesetas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdru">VI.—</td>
- <td class="tdlh">El Amigo Manso (un tomo en 8.º), 3 pesetas.
- (2.ª <i>edición</i>).</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdru">VII.—</td>
- <td class="tdlh">El Doctor Centeno (dos tomos), 6 ptas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdru">VIII.—</td>
- <td class="tdlh">Tormento (un tomo en 8.º), 3,50 pesetas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdru">IX.—</td>
- <td class="tdlh">La de Bringas (un tomo en 8.º), 3 ptas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdru">X.—</td>
- <td class="tdlh">Lo Prohibido (dos tomos en 8.º), 6 ptas.</td>
- </tr>
-</table>
-
-<hr class="sep" />
-
-<p class="fs110 centra ws1 mt1">EPISODIOS NACIONALES</p>
-<table class="anunc2 mt05" summary="">
- <tr>
- <td class="tdc negr">PRIMERA SERIE.</td>
- <td class="tdc negr">SEGUNDA SERIE.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl">
- <p>I.—<i>Trafalgar</i> (6.ª edición.)</p>
- <p>II.—<i>La corte de Carlos IV</i> (4.ª edición.)</p>
- <p>III.—<i>El 19 de marzo y el 2 de mayo</i> (4.ª edición.)</p>
- <p>IV.—<i>Bailén</i> (4.ª edición.)</p>
- <p>V.—<i>Napoleón en Chamartín</i> (4.ª edición.)</p>
- <p>VI.—<i>Zaragoza</i> (4.ª edición.)</p>
- <p>VII.—<i>Gerona</i> (3.ª edición.)</p>
- <p>VIII.—<i>Cádiz</i> (3.ª edición.)</p>
- <p>IX.—<i>Juan Martín el Empecinado</i> (3.ª edición.)</p>
- <p>X.—<i>La batalla de los Arapiles</i> (3.ª edición.)</p>
- </td>
- <td class="tdl">
- <p>I.—<i>El equipaje del Rey José.</i> (3.ª edición.)</p>
- <p>II.—<i>Memorias de un Cortesano de 1815.</i> (2.ª edición.)</p>
- <p>III.—<i>La segunda casaca.</i> (Id.)</p>
- <p>IV.—<i>El grande Oriente.</i> (3.ª)</p>
- <p>V.—<i>7 de julio.</i> (2.ª edición.)</p>
- <p>VI.—<i>Los cien mil hijos de San Luis.</i> (2.ª edición.)</p>
- <p>VII.—<i>El Terror de 1824.</i> (Id.)</p>
- <p>VIII.—<i>Un voluntario realista.</i></p>
- <p>IX.—<i>Los Apostólicos.</i> (2.ª edición.)</p>
- <p>X.—<i>Un faccioso más y algunos frailes menos.</i> (2.ª edic.)</p>
- </td>
- </tr>
-</table>
-
-<p class="centra ws1">PRECIO DE CADA TOMO<br />
-<small>DOS PESETAS EN TODA ESPAÑA</small></p>
-
-<hr class="sep" />
-
-<table class="anunc2 mt1" summary="Otras dos novelas de Galdós">
- <tr>
- <td class="tdc">
- <span class="negr">LA<br />FONTANA DE ORO</span><br />
- (1820-1823)<br />
- 3.ª ed. notablemente corregida<br />
- <i>Un vol. en 8.º de 400 págs.</i>
- </td>
- <td class="tdc">
- <span class="negr">EL AUDAZ</span><br />
- <span class="fs75">HISTORIA DE UN RADICAL DE ANTAÑO</span><br />
- (1804)<br />
- 3.ª ed. notablemente corregida<br /><i>Un volumen en 8.º</i>
- </td>
- </tr>
-</table>
-
-<hr class="sep" />
-
-<p class="mt1">Los pedidos de ejemplares se dirigirán a la
-Administración de <i>La Guirnalda</i> y <i>Episodios Nacionales</i>,
-calle del Barco, núm. 2 duplicado. Madrid.</p>
-
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p>
- <p class="centra g0 ws1 fs150">LA CORTE DE CARLOS IV</p>
- <hr class="tir" />
- <h2 class="nobreak">I</h2>
-</div>
-
-<p>Sin oficio ni beneficio, sin parientes ni habientes, vagaba por
-Madrid un servidor de ustedes, maldiciendo la hora menguada en que dejó
-su ciudad natal por esta inhospitalaria Corte, cuando acudió a las
-páginas del <i>Diario</i> para buscar ocupación honrosa. La imprenta
-fue mano de santo para la desnudez, hambre, soledad y abatimiento del
-pobre Gabriel, pues a los tres días de haber entregado a la publicidad
-en letras de molde las altas cualidades con que se creía favorecido
-por la Naturaleza, le tomó a su servicio una cómica del teatro del
-Príncipe, llamada Pepita González o <i>la González</i>. Esto pasaba a
-fines de 1805; pero lo que voy a contar ocurrió dos años después, en
-1807, y cuando yo tenía, si mis cuentas son exactas, diez y seis años,
-lindando ya con los diez y siete.</p>
-
-<p>Después os hablaré de mi ama. Ante todo debo decir que mi trabajo,
-si no escaso, era divertido y muy propio para adquirir conocimiento del
-mundo en poco tiempo. Enumeraré<span class="pagenum" id="Page_6">p.
-6</span> las ocupaciones diurnas y nocturnas en que empleaba con todo
-el celo posible mis facultades morales y físicas. El servicio de la
-histrionisa me imponía los siguientes deberes:</p>
-
-<p>Ayudar al peinado de mi ama, que se verificaba entre doce y una,
-bajo los auspicios del maestro Richiardini, artista napolitano, a cuyas
-divinas manos se encomendaban las principales testas de la Corte.</p>
-
-<p>Ir a la calle del Desengaño en busca del <i>Blanco de perla</i>,
-del <i>Elíxir de Circasia</i>, de la <i>Pomada a la Sultana</i>, o de
-los <i>Polvos a la Marechala</i>, drogas muy ponderadas, que vendía un
-monsieur Gastan, el cual recibiera el secreto de confeccionarlas del
-mismo alquimista de María Antonieta.</p>
-
-<p>Ir a la calle de la Reina, número 21, cuarto bajo, donde existía
-un taller de estampación para pintar las telas, pues en aquel tiempo
-los vestidos de seda, generalmente de color claro, se pintaban según
-la moda, en términos que, cuando esta pasaba, se volvían a pintar con
-distintos ramos y dibujos, realizando así una alianza feliz entre la
-moda y la economía, para enseñanza de los venideros tiempos.</p>
-
-<p>Llevar por las tardes una olla con restos de puchero, mendrugos de
-pan y otros despojos de comida a D. Luciano Francisco Comella, autor de
-comedias muy celebradas, el cual se moría de hambre en una casa de la
-calle de la Berenjena, en compañía de su hija, que era jorobada, y le
-ayudaba en los trabajos dramáticos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_7">p. 7</span>Limpiar con polvos la
-corona y el cetro que sacaba mi ama haciendo de reina de Mongolia en la
-representación de la comedia titulada <i>Perderlo todo en un día por un
-ciego y loco amor, y falso zar de Moscovia</i>.</p>
-
-<p>Ayudarla en el estudio de sus papeles, especialmente en el de la
-comedia <i>Los inquilinos de sir John o la familia de la India, Juanito
-y Coleta</i>, para lo cual era preciso que yo recitase la parte de
-<i>Lord Lulleswing</i>, a fin de que ella comprendiese bien el de
-<i>milady Pankoff</i>.</p>
-
-<p>Ir en busca de la litera que había de conducirla al teatro y cargar
-también dicha litera cuando era preciso.</p>
-
-<p>Concurrir a la cazuela del teatro de la Cruz, para silbar
-despiadadamente <i>El sí de las niñas</i>, comedia que mi ama
-aborrecía, tanto por lo menos como a las demás del mismo autor.</p>
-
-<p>Pasearme por la plazuela de Santa Ana, fingiendo que miraba las
-tiendas, pero prestando disimulada y perspicua atención a lo que se
-decía en los corrillos allí formados por cómicos o saltarines, y
-cuidando de pescar al vuelo lo que charlaban los de la Cruz en contra
-de los del Príncipe.</p>
-
-<p>Ir en busca de un billete de balcón para la plaza de toros, bien
-al despacho, bien a casa del banderillero Espinilla, que le tenía
-reservado para mi ama, cual obsequio de una amistad tan fina como
-antigua.</p>
-
-<p>Acompañarla al teatro donde me era forzoso tener el cetro y la
-corona, cuando ella<span class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span>
-entraba después de la segunda escena del segundo acto, en <i>El falso
-zar de Moscovia</i>, para salir luego convertida en reina, confundiendo
-a Osloff y a los magnates que la tenían por buñolera de esquina.</p>
-
-<p>Ir a avisar puntualmente a los <i>mosqueteros</i> para indicarles
-los pasajes que debían aplaudir fuertemente en la comedia y en la
-tonadilla, indicándoles también la función que preparaban <i>los de
-allá</i> para que se apercibieran con patriótico celo a la lucha.</p>
-
-<p>Ir todos los días a casa de Isidoro Máiquez con el aparente encargo
-de preguntarle cualquier cosa referente a vestidos de teatro; pero con
-el fin real de averiguar si estaba en su casa cierta y determinada
-persona, cuyo nombre me callo por ahora.</p>
-
-<p>Representar un papel insignificante, como de paje que entra con
-una carta, diciendo simplemente <i>tomad</i>, o de <i>hombre del
-pueblo primero</i>, que exclama al presentarse la multitud ante el
-rey: <i>Señor, justicia, o a tus reales plantas, coronado apéndice del
-sol</i>. (Esta clase de ocupación me hacía dichoso por una noche.)</p>
-
-<p>Y por este estilo otras mil tareas, ejercicios y empleos que no
-cito, porque acabaría tarde, molestando a mis lectores más de lo
-conveniente. En el trascurso de esta puntual historia irán saliendo
-mis proezas y con ellas los diversos y complejos servicios que presté.
-Ahora voy a dar a conocer a mi ama, la sin par Pepita González, sin
-omitir nada que pueda dar perfecta idea del mundo en que vivía.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_9">p. 9</span>Mi ama era una muchacha
-más graciosa que bella, si bien aquella primera cualidad resplandecía
-en su persona de un modo tan sobresaliente que la presentaba como
-perfecta sin serlo. Todo lo que en lo físico se llama hermosura, y
-cuanto en lo moral lleva el nombre de expresión, encanto, coquetería,
-monería, etc., estaba reconcentrado en sus ojos negros, capaces por sí
-solos de decir con una mirada más que dijo Ovidio en su poema sobre el
-arte que nunca se aprende y siempre se sabe. Ante los ojos de mi ama
-dejaba de ser una hipérbole aquello de <i>combustibles áspides</i> y
-<i>flamígeros ópticos disparos</i>, que Cañizares y Añorbe aplicaban a
-las miradas de sus heroínas.</p>
-
-<p>Generalmente, de los individuos que conocimos en nuestra niñez
-recordamos o los accidentes más marcados de su persona, o algún otro,
-que a pesar de ser muy insignificante, queda sin embargo grabado de un
-modo indeleble en nuestra memoria. Esto me pasa a mí con el recuerdo
-de la González. Cuando la traigo al pensamiento, se me representan
-clarísimamente dos cosas, a saber: sus ojos incomparables, y el taconeo
-de sus zapatos, <i>abreviadas cárceles de sus lindos pedestales</i>,
-como dirían Valladares o Moncín.</p>
-
-<p>No sé si esto bastará para que ustedes se formen idea de mujer tan
-agraciada. Yo, al recordarla, veo en aquellos grandes ojos negros,
-cuyas miradas resucitaban un muerto, y oigo el <i>tip-tap</i> de su
-ligero paso. Esto basta para hacerla resucitar en el recinto oscuro
-de<span class="pagenum" id="Page_10">p. 10</span> mi imaginación, y,
-no hay duda, es ella misma. Ahora caigo en que no había vestido, ni
-mantilla, ni lazo ni garambaina que no le sentase a maravilla; caigo
-también en que sus movimientos tenían una gracia especial, un cierto no
-sé qué, un encanto indefinible que podrá expresarse cuando el lenguaje
-tenga la riqueza suficiente para poder designar con una misma palabra
-la malicia y el recato, la modestia y la provocación. Esta rarísima
-antítesis consiste o en que nada hay más hipócrita que ciertas formas
-de compostura, o en que la malignidad ha descubierto que el mejor medio
-de vencer a la modestia es imitarla.</p>
-
-<p>Pero sea lo que quiera, lo cierto es que la González electrizaba al
-público con el airoso meneo de su cuerpo, su hermosa voz, su patética
-declamación en las obras sentimentales, y su inagotable sal en las
-cómicas. Igual triunfo tenía siempre que era vista en la calle por
-la turba de sus admiradores y mosqueteros, cuando iba a los toros en
-calesa o simón, o al salir del teatro en silla de mano. Desde que
-veían asomar por la ventanilla el risueño semblante guarnecido por
-los encajes de la blanca mantilla, la aclamaban con voces y palmadas
-diciendo: «Ahí va toda la gracia del mundo, viva la sal de España» u
-otras frases del mismo género. Estas ovaciones callejeras les dejaban
-a ellos muy satisfechos, y también a ella, es decir a nosotros, porque
-los criados se apropian siempre una parte de los triunfos de sus
-amos.</p>
-
-<p>Pepita era sumamente sensible, y según<span class="pagenum"
-id="Page_11">p. 11</span> mi parecer, de sentimientos muy vivos y
-arrebatados, aunque por efecto de cierto disimulo tan sistemático
-en ella, que parecía segunda naturaleza, todos la tenían por fría.
-Doy fe además de que era muy caritativa, gustando de aliviar todas
-las miserias de que tenía noticia. Los pobres asediaban su casa,
-especialmente los sábados, y una de mis más trabajosas ocupaciones
-consistía en repartirles ochavos y mendrugos, cuando no se los llevaba
-todos el señor de Comella, que se comía los codos de hambre, sin dejar
-de ser el <i>asombro de los siglos</i> y el primer dramático del mundo.
-La González vivía en su casa, sin más compañía que la de su abuela,
-la octogenaria doña Dominguita y dos criados de distinto sexo, que la
-servíamos.</p>
-
-<p>Y después de haber dicho lo bueno, ¿se me permitirá decir lo malo,
-respecto al carácter y costumbres de Pepa González? No, no lo digo.
-Téngase en cuenta, en disculpa de la muchacha ojinegra, que se había
-criado en el teatro, pues su madre fue <i>parte de por medio</i> en los
-ilustres escenarios de la Cruz y los Caños, mientras su padre tocaba el
-contrabajo en los Sitios y en la Real capilla. De esta infeliz y mal
-avenida coyunda nació Pepita, y excuso decir que desde la niñez comenzó
-a aprender el oficio, con tal precocidad, que a los doce años se
-presentó por primera vez en escena, desempeñando un papel en la comedia
-de D. Antonio Frumento, <i>Sastre, rey y reo a un tiempo, o el Sastre
-de Astracán</i>. Conocida, pues, la escuela, los hábitos poco austeros
-de<span class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> aquella alegre
-gente, a quien el general desprecio autorizaba en cierto modo para ser
-peor que los demás, ¿no sería locura exigir de mi ama una rigidez de
-principios, que habrían sido suficientes, dadas las circunstancias de
-su vida, para asegurarle la canonización?</p>
-
-<p>Réstame darla a conocer como actriz. En este punto debo decir tan
-solo que en aquel tiempo me parecía excelente: ignoro el efecto que su
-declamación produciría en mí hoy si la viera aparecer en el escenario
-de cualquiera de nuestros teatros. Cuando mi ama estaba en la plenitud
-de sus triunfos, no tenía rivales temibles con quienes luchar. María
-del Rosario Fernández, conocida por la <i>Tirana</i>, había muerto el
-año de 1803. Rita Luna, no menos famosa que aquella, se había retirado
-de la escena en 1806; María Fernández, denominada la <i>Caramba</i>,
-también había desaparecido. La Prado, Josefa Virg, María Ribera,
-María García y otras de aquel tiempo, no poseían extraordinarias
-cualidades; de modo que si mi ama no sobresalía de un modo notorio
-sobre las demás, tampoco su estrella se oscurecía ante el brillo de
-ningún astro enemigo. El único que entonces atraía la atención general
-y los aplausos de Madrid entero era Máiquez, y ninguna actriz podía
-considerarle como rival, no existiendo generalmente el antagonismo y la
-emulación sino entre los dioses de un mismo sexo.</p>
-
-<p>Pepa González estaba afiliada al bando de los anti-Moratinistas,
-no solo porque en el círculo por ella frecuentado abundaban los<span
-class="pagenum" id="Page_13">p. 13</span> enemigos del insigne
-poeta, sino también porque personalmente tenía no sé qué motivos de
-irreconciliable resentimiento contra él. Aquí tengo que resignarme a
-apuntar una observación que por cierto favorece bien poco a mi ama;
-pero como para mí la verdad es lo primero, ahí va mi parecer, mal que
-pese a los manes de Pepita González. Mi observación es que la actriz
-del Príncipe no se distinguía por su buen gusto literario, ni en la
-elección de obras dramáticas, ni tampoco al escoger los libros que
-daban alimento a su abundante lectura. Verdad es que la pobrecilla
-no había leído a Luzán, ni a Montiano, ni tenía noticia de la sátira
-de Jorge Pitillas, ni mortal alguno se había tomado el trabajo de
-explicarle a Batteux ni a Blair, pues cuantos se acercaron a ella,
-tuvieron siempre más presente a Ovidio que a Aristóteles, y a Bocaccio
-más que a Despréaux.</p>
-
-<p>Por consiguiente, mi señora formaba bajo las banderas de D.
-Eleuterio Crispín de Andorra, con perdón sea dicho de cejijuntos
-Aristarcos. Y es que ella no veía más allá, ni hubiera comprendido
-toda la jerigonza de las reglas, aunque se las predicaran frailes
-descalzos. Es preciso advertir que el abate Cladera, de quien parece
-ser fidelísimo retrato el célebre D. Hermógenes, fue amigote del padre
-de nuestra heroína, y sin duda aquel gracioso pedantón echó en su
-entendimiento, durante la niñez, la semilla de los principios que en
-otra cabeza dieron por fruto <i>El gran cerco de Viena</i>.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_14">p. 14</span>Ello es que mi
-ama gustaba de las obras de Comella, aunque últimamente, visto el
-descrédito en que había caído este dios del teatro, al despeñarse en la
-miseria desde la cumbre de su popularidad, no se atrevía a confesarlo
-delante de literatos y gente ilustrada. Como tuve ocasión de observar,
-atendiendo a sus conversaciones y poniendo atención a sus preferencias
-literarias, le gustaban aquellas comedias en que había mucho jaleo
-de entradas y salidas, revistas de tropas, niños hambrientos que
-piden la teta, decoración de <i>gran plaza con arco triunfal a la
-entrada</i>, personajes muy barbudos, tales como irlandeses, moscovitas
-o escandinavos, y un estilo con el cual podía decir la dama en cierta
-situación de apuro: «<i>estatua viva soy de hielo</i>» o «<i>rencor,
-finjamos... encono, disimulemos... cautela, favorecedme</i>.»</p>
-
-<p>Recuerdo que varias veces la oí lamentarse de que el nuevo gusto
-hubiera alejado de la escena diálogos concertantes como el siguiente,
-que pertenece, si mal no recuerdo, a la comedia <i>La mayor piedad de
-Leopoldo el Grande</i>:</p>
-
-<div class="teatro">
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Margarita.</span></p>
-
-<div class="lineas">
- <p class="i0">Vamos, amor...</p>
-</div>
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Nadasti.</span></p>
-
-<div class="lineas">
- <p class="i13">Odio...</p>
-</div>
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Zrin.</span></p>
-
-<div class="lineas">
- <p class="i20">Duda...</p>
-</div>
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Carlos.</span></p>
-
-<div class="lineas">
- <p class="i0">Horror...</p>
-</div>
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Alburquerque.</span></p>
-
-<div class="lineas">
- <p class="i8">Confusión...</p>
-</div>
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Ulrica.</span></p>
-
-<div class="lineas">
- <p class="i19">Martirio...</p>
-</div>
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Los seis.</span></p>
-
-<div class="lineas">
- <p class="i0">Vamos a esperar que el tiempo</p>
- <p class="i0">diga lo que tú no has dicho.</p>
-</div>
-
-</div>
-
-<p>Como este género de literatura iba cayendo<span class="pagenum"
-id="Page_15">p. 15</span> en desuso, rara vez tenía mi ama el gusto
-de ver en la escena a <i>Pedro el Grande en el sitio de Pultowa</i>,
-mandando a sus soldados que comieran caballos crudos y sin sal,
-y prometiendo él por su parte almorzar piedras antes que rendir
-la plaza. Debo advertir que esta preferencia más consistía en una
-tenaz obstinación contra los Moratinistas que en falta de luces para
-comprender la superioridad de la nueva escuela, y en que mi ama, rancia
-e intransigente española por los cuatro costados, creía que las reglas
-y el buen gusto eran malísimas cosas, solo por ser extranjeras, y que
-para dar muestras de españolismo bastaba abrazarse, como a un lábaro
-santo, a los despropósitos de nuestros poetas calagurritanos. En cuanto
-a Calderón y a Lope de Vega, ella los tenía por admirables, solo porque
-eran despreciados de los clásicos.</p>
-
-<p>De buena gana me extendería aquí haciendo algunas observaciones
-sobre los partidos literarios de entonces y sobre los conocimientos
-literarios del pueblo en general y de los que se disputaban su favor
-con tanto encarnizamiento; pero temo ser pesado y apartarme de mi
-principal objeto que no es discutir con pluma académica sobre cosas,
-tal vez mejor conocidas por el lector que por mí. Quédese en el tintero
-lo que no es del caso, y sigamos, una vez que dejo consignado el mal
-gusto de mi ama, cualidad que hoy afearía a cualquier marquesa, artista
-o virtuosa de lo que llaman el gran mundo; pero que entonces<span
-class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span> no era bastante a oscurecer
-ninguna de las inagotables gracias de su persona.</p>
-
-<p>Ya la conocen ustedes. Pues bien, ahora voy a contar lo que me he
-propuesto... ¡pero por vida de!... ahora caigo en que no debo seguir
-adelante, sin dar a conocer el papel que por mi desgracia desempeñé en
-el ruidoso estreno de <i>El sí de las niñas</i>, siendo causa de que la
-tirantez de relaciones entre mi ama y Moratín se aumentara hasta llegar
-a una solemne ruptura.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch2">
- <h2 class="nobreak g0">II</h2>
-</div>
-
-<p>El hecho es anterior a los sucesos que me propongo narrar aquí; pero
-no importa. <i>El sí de las niñas</i> se estrenó en enero de 1806.
-Mi ama trabajaba en los <i>Caños del Peral</i>, porque el Príncipe,
-incendiado algún tiempo antes, no estaba aún reedificado. La comedia de
-Moratín, leída varias veces por este en las reuniones del Príncipe de
-la Paz y de Tineo, se anunciaba como un acontecimiento literario que
-había de rematar gloriosamente su reputación. Los enemigos en letras,
-que eran muchos, y los envidiosos, que eran más, hacían correr rumores
-alarmantes, diciendo que la tal obra era un comedión más soporífero que
-<i>La mojigata</i>, más vulgar que <i>El barón</i>, y más antiespañol
-que <i>El café</i>. Aún faltaban muchos días para el estreno, y ya
-corrían de<span class="pagenum" id="Page_17">p. 17</span> mano en
-mano sátiras y diatribas, que no llegaron a imprimirse. Hasta se
-tocaron registros de pasmoso efecto entonces, cuales eran excitar
-la suspicacia de la censura eclesiástica, para que no se permitiera
-la representación; pero de todo triunfó el mérito de nuestro primer
-dramático, y <i>El sí de las niñas</i> fue representado el 24 de
-enero.</p>
-
-<p>Yo formé parte, no sin alborozo, porque mis pocos años me
-autorizaban a ello, de la tremenda conjuración fraguada en el vestuario
-de los Caños del Peral, y en otros oscuros conciliábulos, donde
-míseramente vivían entre <i>cendales arachneos</i> algunos de los más
-afamados dramaturgos del siglo precedente. Capitaneaba la conjuración
-un poeta, de cuya persona y estilo pueden ustedes formarse idea si
-recuerdan al omnímodo escritor a quien Mercurio escoge entre la gárrula
-multitud para presentarlo a Apolo. No recuerdo su nombre, aunque sí su
-figura, que era la de un despreciable y mezquino ser constituido moral
-y físicamente como por limosna de la maternal Naturaleza. Consumido su
-espíritu por la envidia, y su cuerpo por la miseria, ganaba en fealdad
-y repulsión de año en año; y como su numen ramplón, probado en todos
-los géneros, desde el heroico al didascálico, no daba ya sino frutos
-a que hacían ascos los mismos sectarios de la escuela, estaba al fin
-consagrado a componer groseras diatribas y torpes críticas contra los
-enemigos de aquellos a cuya sombra vivía sin más trabajo que el de la
-adulación.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_18">p. 18</span>Este hijo de Apolo
-nos condujo en imponente procesión a la cazuela de la Cruz, donde
-debíamos manifestar con estudiadas señales de desagrado los errores
-de la escuela clásica. Mucho trabajo nos costó entrar en el coliseo,
-pues aquella tarde la concurrencia era extraordinaria; pero al fin,
-gracias a que habíamos acudido temprano, ocupamos los mejores asientos
-de aquella región paradisíaca, donde se concertaban todos los discordes
-ruidos de la pasión literaria, y todos los malos olores de un público
-que no brillaba por su cultura.</p>
-
-<p>Ustedes creerán que el aspecto interior de los teatros de aquel
-tiempo se parece algo al de nuestros modernos coliseos. ¡Qué error tan
-grande! En el elevado recinto donde el poeta había fijado los reales
-de su tumultuoso batallón, existía un compartimiento que separaba los
-dos sexos, y de seguro el sabio legislador que tal cosa ordenó en
-los pasados siglos, se frotaría con satisfacción las manos y daríase
-un golpe en la augusta frente creyendo adelantar gran paso en la
-senda de la armonía entre hombres y mujeres. Por el contrario, la
-separación avivaba en hembras y varones el natural anhelo de entablar
-conversación, y lo que la proximidad hubiera permitido en voz baja,
-la pérfida distancia lo autorizaba en destempladas voces. Así es que
-entre uno y otro hemisferio se cruzaban palabras cariñosas o burlonas o
-soeces; observaciones que hacían desternillar de risa a todo el ilustre
-concurso; preguntas que se<span class="pagenum" id="Page_19">p.
-19</span> contestaban con juramentos, y agudezas cuya malicia consistía
-en ser dichas a gritos. Frecuentemente de las palabras se pasaba a
-las obras, y algunas andanadas de castañas, avellanas, o cáscaras de
-naranjas, cruzaban <i>de polo a polo</i>, arrojadas por diestra mano,
-ejercicio que si interrumpía la función, en cambio regocijaba mucho a
-entrambas partes.</p>
-
-<p>Sin embargo, bueno es advertir que este mismo público, a quien
-afeaban tan groseras exterioridades, solía dar muestras de gran
-instinto artístico, llorando con Rita Luna en el drama de Kotzebue
-<i>Misantropía y arrepentimiento</i>, o participando del sublime horror
-expresado por Isidoro en la tragedia <i>Orestes</i>. Verdad es también
-que ningún público del mundo ha excedido a aquel en donaire, para
-burlarse de los autores malos y de los poetas que no eran de su agrado.
-Igualmente dispuesto a la risa que al sentimiento, obedecía como un
-débil niño a las sugestiones de la escena. Si alguien no pudo jamás
-tenerle propicio, culpa suya fue.</p>
-
-<p>Mirado el teatro desde arriba parecía el más triste recinto que
-puede suponerse. Las macilentas luces de aceite que encendía un
-mozo saltando de banco en banco apenas lo iluminaban a medias y tan
-débilmente, que ni con anteojos se descubrían bien las descoloridas
-figuras del ahumado techo, donde hacía cabriolas un señor Apolo con
-lira y borceguíes encarnados. Era de ver la operación de encender la
-lámpara central, que,<span class="pagenum" id="Page_20">p. 20</span>
-una vez consumada tan delicada maniobra, subía lentamente por máquina,
-entre las exclamaciones de la gente de arriba, que no dejaba pasar tan
-buena ocasión de manifestarse de un modo ruidoso.</p>
-
-<p>Abajo también había compartimiento, y consistía en una fuerte
-viga, llamada <i>degolladero</i>, que separaba las lunetas del patio
-propiamente dicho. Los palcos o aposentos eran unos cuchitriles
-estrechos y oscuros donde se acomodaban como podían las personas de
-pro; y como era costumbre que las damas colgasen en los antepechos sus
-chales y abrigos, el conjunto de las galerías tenía un aspecto tal,
-que parecía decoración hecha exprofeso para representar las calles de
-Postas o de Mesón de Paños.</p>
-
-<p>El reglamento de teatros, publicado en 1803, tendía a corregir
-muchos de estos abusos; pero como nadie se cuidaba de hacerlo cumplir,
-solo la costumbre y el progreso de la cultura reformó hábitos tan
-feos. Recuerdo que hasta mucho después de la época a que me refiero,
-las gentes conservaban el sombrero puesto, aunque el reglamento decía
-terminantemente en uno de sus artículos:</p>
-
-<blockquote>
-
- <p>«En los aposentos de todos los pisos, y sin excepción de alguno,
- no se permitirá sombrero puesto, gorro, ni red al pelo, pero sí capa
- o capote para su comodidad.»</p>
-
-</blockquote>
-
-<p>Mientras aguardábamos a que se alzase el telón, el poeta me hacía
-minucioso relato del infinito número de obras que había compuesto,
-entre dramáticas, cómicas, elegiacas,<span class="pagenum"
-id="Page_21">p. 21</span> epigramáticas, venatorias, bucólicas y del
-género sentimental y mixto. Me contó el argumento de tres o cuatro
-tragedias que no esperaban más que la protección de un mecenas para
-pasar de las musas al teatro, y como si mis culpas no estuvieran aún
-bastantes purgadas con oír los argumentos, me espetó algunos sonetos,
-que si no eran exactamente iguales a aquel famosísimo</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">Reverberante numen que del Istro</div>
- <div class="verse indent0">al Marañón sublimas con tu zurda,</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0">le eran tan semejantes como una calabaza a otra.</p>
-
-<p>Cuando la representación iba a empezar, el poeta dirigió su mirada
-de gerifalte a los abismos del patio para ver si habían puntualmente
-acudido otros no menos importantes caudillos de la manifestación
-fraguada contra <i>El sí de las niñas</i>. Todos estaban en sus
-puestos, con puntual celo por la causa nacional. No faltaba ninguno:
-allí estaba el vidriero de la calle de la Sartén, uno de los más
-ilustres capitanes de la mosquetería; allí el vendedor de libros de
-la Costanilla de los Ángeles, hombre perito en las letras humanas;
-allí <i>Cuarta y Media</i>, cuyo fuerte pulmón hizo acallar él solo
-a todos los admiradores de <i>La mojigata</i>; allí el hojalatero
-de las Tres Cruces, esforzado adalid, que traía bajo la ancha capa
-algún reluciente y ruidoso caldero para sorprender al auditorio con
-sinfonías no anunciadas en el programa; allí el incomparable Roque
-Pamplinas, barbero, veterinario<span class="pagenum" id="Page_22">p.
-22</span> y sangrador, que con los dedos en la boca, desafiaba a
-todos los flautistas de Grecia y Roma; allí, en fin, lo más granado y
-florido que jamás midió sus armas en palenques literarios. Mi poeta
-quedó satisfecho después de pasar revista a su ejército, y luego todos
-dirigimos nuestra atención al escenario, porque la comedia había
-empezado.</p>
-
-<p>—¡Qué principio! —dijo oyendo el primer diálogo entre D. Diego y
-Simón—. ¡Bonito modo de empezar una comedia! La escena es una posada.
-¿Qué puede pasar de interés en una posada? En todas mis comedias, que
-son muchas, aunque ninguna se ha representado, se abre la acción con
-un <i>jardín corintiano, fuentes monumentales a derecha e izquierda,
-templo de Juno en el fondo</i>, o con <i>gran plaza donde están
-formados tres regimientos; en el fondo la ciudad de Varsovia, a la cual
-se va por un puente...</i> etc... Y oiga usted las simplezas que dice
-ese vejete. Que se va a casar con una niña que han educado las monjas
-de Guadalajara. ¿Esto tiene algo de particular? ¿No es acaso lo mismo
-que estamos viendo todos los días?</p>
-
-<p>Con estas observaciones, el endiablado poeta no me dejaba oír la
-función, y yo, aunque a todas sus censuras contestaba con monosílabos
-de la más humilde aquiescencia, hubiera deseado que callara con mil
-demonios. Pero era preciso oírle; y cuando aparecieron doña Irene
-y doña Paquita, mi amigo y jefe no pudo contener su enfado, viendo
-que atraían la atención dos personas, de las<span class="pagenum"
-id="Page_23">p. 23</span> cuales una era exactamente igual a su
-patrona, y la otra no era ninguna princesa, ni senescala, ni canonesa,
-ni landgraviata, ni archidapífera de país ruso o mongol.</p>
-
-<p>—¡Qué asuntos tan comunes! ¡Qué bajeza de ideas! —exclamaba de
-modo que le pudieran oír todos los circunstantes—. ¿Y para esto se
-escriben comedias? ¿Pero no oye usted que esa señora está diciendo las
-mismas necedades que diría doña Mariquita o doña Gumersinda, o la tía
-Candungas? Que si tuvo un pariente obispo; que si las monjas educaron
-a la niña sin artificios ni embelecos; que la muy piojosa se casó a
-los diez y nueve con D. Epifanio; que parió veintidós hijos... así
-reventara la maldita vieja.</p>
-
-<p>—Pero oigamos —dije yo, sin poder aguantar las importunidades del
-caudillo—, y luego nos burlaremos de Moratín.</p>
-
-<p>—Es que no puedo sufrir tales despropósitos —continuó—. No se viene
-al teatro para ver lo que a todas horas se ve en las calles y en casa
-de cada <i>quisque</i>. Si esa señora en vez de hablar de sus partos,
-entrase echando pestes contra un general enemigo porque le mató en
-la guerra sus veintiún hijos, dejándole solo el veintidós, que está
-aún en la mamada, y lo trae para que no se lo coman los sitiados,
-que se mueren de hambre, la acción tendría interés, y ya estaría el
-público con las manos desolladas de tanto palmoteo... Amigo Gabriel,
-es preciso protestar con gran fuerza. Golpeemos el suelo con los pies
-y los bastones, demostrando nuestro cansancio e<span class="pagenum"
-id="Page_24">p. 24</span> impaciencia. Ahora bostecemos abriendo
-la boca hasta que se disloquen las quijadas, y volvamos la cara
-hacia atrás, para que todos los circunstantes que ya nos tienen por
-literatos, vean que nos aburrimos de tan sandia y fastidiosa obra.</p>
-
-<p>Dicho y hecho; comenzamos a golpear el suelo, y luego bostezamos
-en coro, diciéndonos unos a otros: <i>¡qué fastidio!... ¡qué cosa tan
-pesada!... ¡mal empleado dinero!...</i> y otras frases por el mismo
-estilo, que no dejaban de hacer su efecto: los del patio imitaron
-puntualísimamente nuestra patriótica actitud. Bien pronto un general
-murmullo de impaciencia resonó en el ámbito del teatro. Pero si había
-enemigos, no faltaban amigos, desparramados por lunetas y aposentos,
-y aquellos no tardaron en protestar contra nuestra manifestación, ya
-aplaudiendo, ya mandándonos callar con amenazas y juramentos, hasta
-que una voz fuertísima, gritando desde el fondo del patio: <i>¡afuera
-los chorizos!</i> provocó ruidosa salva de aplausos, y nos impuso
-silencio.</p>
-
-<p>El poetastro no cabía en su pellejo de indignación. Siguió haciendo
-observaciones, conforme avanzaba la pieza, y decía:</p>
-
-<p>—Ya, ya sé lo que va a resultar aquí. Ahora resulta que doña Paquita
-no quiere al viejo, sino a un militarito, que aún no ha salido, y
-que es sobrino del cabronazo de don Diego. Bonito enredo... Parece
-mentira que esto se aplauda en una nación culta. Yo condenaba a
-Moratín a galeras, obligándolo a<span class="pagenum" id="Page_25">p.
-25</span> no escribir más vulgaridades en toda su vida. ¿Te parece,
-Gabrielillo, que esto es comedia? Si no hay enredo, ni trama, ni
-sorpresa, ni confusiones, ni engaños, ni <i>quid pro quo</i>, ni
-aquello de disfrazarse un personaje para hacer creer que es otro,
-ni tampoco aquello de que salen dos insultándose como enemigos,
-para después percatarse de que son padre e hijo... Si ese D. Diego
-cogiera a su sobrino y matándolo bonitamente en la cueva, preparara un
-festín e hiciera servir a su novia un plato de carne de la víctima,
-bien condimentado con especias y hoja de laurel, entonces la cosa
-tendría alguna malicia... ¿Y la niña por qué disimula? ¿No sería más
-dramático, que se negase a casarse con el viejo, que le insultara
-llamándolo tirano, o le amenazara con arrojarse al Danubio o al
-Don, si osaba tocar su virginidad...? Estos poetas nuevos no saben
-inventar argumentos bonitos, sino estas majaderías con que engañan
-a los bobos, diciéndoles que son conformes a las reglas. Ánimo,
-compañeros, prepararse todo el mundo. Pronunciemos frases coléricas y
-finjamos disputar en corro, diciendo unos que esta obra es peor que
-<i>La mojigata</i>, y otros que aquella era peor que esta. El que sepa
-silbar con los dedos, hágalo <i>ad libitum</i>, y patadas a discreción.
-Apostrofar a doña Irene cuando se retire de la escena, llamándola cada
-cual como le ocurra.</p>
-
-<p>Dicho y hecho: conforme a las terminantes órdenes de nuestro jefe,
-armamos una espantosa grita al finalizar el acto primero.<span
-class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span> Como los amigos del autor
-protestaran contra nosotros, exclamamos <i>¡afuera la polaquería!</i>
-y enardecidos los dos bandos por el calor de la porfía, se cruzaron
-los más duros apóstrofes, entre el discorde gritar de la cazuela y el
-patio. El acto segundo no pasó más felizmente que el primero; y por
-mi parte ponía gran atención al diálogo, porque la verdad era, con
-perdón sea dicho del poeta mi amigo, que la comedia me parecía muy
-buena, sin que yo acertara a explicarme entonces en qué consistían sus
-bellezas.</p>
-
-<p>La obstinación de aquella doña Irene empeñada en que su hija debía
-casarse con D. Diego porque así cuadraba a su interés, y la torpeza con
-que cerraba los ojos a la evidencia, creyendo que el consentimiento de
-su hija era sincero, sin más garantía que la educación de las monjas;
-el buen sentido del D. Diego, que no las tenía todas consigo respecto
-a la muchacha, y desconfiaba de su remilgada sumisión; la apasionada
-cortesanía de D. Carlos, la travesura de Calamocha, todos los
-incidentes de la obra, lo mismo los fundamentales que los accesorios,
-me cautivaban, y al mismo tiempo descubría vagamente en el centro de
-aquella trama un pensamiento, una intención moral, a cuyo desarrollo
-estaban sujetos todos los movimientos pasionales de los personajes.
-Sin embargo, me cuidaba mucho de guardar para mí estos raciocinios que
-hubieran significado alevosa traición a la ilustre hueste de silbantes,
-y fiel a mis banderas no cesaba de repetir<span class="pagenum"
-id="Page_27">p. 27</span> con grandes aspavientos: «¡Qué cosa tan
-mala!... ¡Parece mentira que esto se escriba!... Ahí sale otra vez la
-viejecilla... Bien por el viejo ñoño... ¡Qué aburrimiento! ¡Miren la
-gracia!», etc., etc.</p>
-
-<p>El segundo acto pasó, como el primero, entre las manifestaciones
-de uno y otro lado; pero me parece que los amigos del poeta llevaban
-ventaja sobre nosotros. Fácil era comprender que la comedia gustaba
-al público imparcial, y que su buen éxito era seguro, a pesar de las
-indignas cábalas, en las cuales tenía yo tanta parte. El tercer acto
-fue sin disputa el mejor de los tres: yo le oí con religioso respeto,
-y luchando con las impertinencias de mi amigo el poeta, que en lo
-mejor de la pieza creyó oportuno desembuchar lo más escogido de sus
-disparates.</p>
-
-<p>Hay en el dicho acto, tres escenas de una belleza incomparable.
-Una es aquella en que doña Paquita descubre ante el buen D. Diego
-las luchas entre su corazón y el deber impuesto por una indiscreta
-hipócrita conformidad con superiores voluntades: otra es aquella en
-que intervienen D. Carlos y don Diego, y se desata, merced a nobles
-explicaciones, el nudo de la fábula; y la tercera es la que sostienen
-del modo más gracioso don Diego y doña Irene, aquel deseando dar por
-terminado el asunto del matrimonio, y esta interrumpiéndola a cada paso
-con sus importunas observaciones.</p>
-
-<p>No pude disimular el gusto que me causó esta escena, que me parecía
-el colmo de la<span class="pagenum" id="Page_28">p. 28</span>
-naturalidad, de la gracia y del interés cómico; pero el poeta me llamó
-al orden injuriándome por mi deserción del campo <i>chorizo</i>.</p>
-
-<p>—Perdone usted —le dije—, me he equivocado. Pero ¿no cree usted que
-esa escena no está del todo mal?</p>
-
-<p>—¡Cómo se conoce que eres novato, y en la vida has compuesto un
-verso! ¿Qué tiene esa escena de extraordinario, ni de patético, ni de
-historiográfico...?</p>
-
-<p>—Es que la naturalidad... Parece que ha visto uno en el mundo lo que
-el poeta pone en escena.</p>
-
-<p>—Cascaciruelas: pues por eso mismo es tan malo. ¿Has visto que en
-<i>Federico II</i>, en <i>Catalina de Rusia</i>, en <i>La esclava
-de Negroponto</i> y otras obras admirables, pase jamás nada que
-remotamente se parezca a las cosas de la vida? ¿Allí no es todo
-extraño, singular, excepcional, maravilloso y sorprendente? Pues por
-eso es tan bueno. Los poetas de hoy no aciertan a imitar a los de mi
-tiempo, y así está el arte por los mismos suelos.</p>
-
-<p>—Pues yo, con perdón de usted —dije—, creo que... la obra es
-malísima, convengo; y cuando usted lo dice, bien sabido se tendrá
-por qué. Pero me parece laudable la intención del autor que se ha
-propuesto aquí, según creo, censurar los vicios de la educación que dan
-a las niñas del día, encerrándolas en los conventos, y enseñándolas a
-disimular y a mentir... Ya lo ha dicho D. Diego: las juzgan honestas,
-cuando les han enseñado el arte de callar, sofocando sus inclinaciones,
-y<span class="pagenum" id="Page_29">p. 29</span> las madres se quedan
-muy contentas cuando las pobrecillas se prestan a pronunciar un sí
-perjuro, que después las hace desgraciadas.</p>
-
-<p>—¿Y quién le mete al autor en esas filosofías? —dijo el pedante—.
-¿Qué tiene que ver la moral con el teatro? En <i>El mágico de
-Astracán</i>, en <i>A España dieron blasón las Asturias y León y
-Triunfos de D. Pelayo</i>, comedias que admira el mundo, ¿has visto
-acaso algún pasaje en que se hable del modo de educar a las niñas?</p>
-
-<p>—Yo he oído o leído en alguna parte que el teatro sirve de
-entretenimiento y de enseñanza.</p>
-
-<p>—¡Patarata! Además el Sr. Moratín se va a encontrar con la horma
-de su zapato, por meterse a criticar la educación que dan las señoras
-monjas. Ya tendrá que habérselas con los reverendos obispos y la santa
-Inquisición, ante cuyo tribunal se ha pensado delatar <i>El sí</i>, y
-se le delatará, sí señor.</p>
-
-<p>—Vea usted el final —dije atendiendo a la tierna escena en que
-D. Diego casa a los dos amantes, bendiciéndoles con el cariño de un
-padre.</p>
-
-<p>—¡Qué desenlace tan desabrido! Al menos lerdo se le ocurre que D.
-Diego debe casarse con doña Irene.</p>
-
-<p>—¡Hombre! ¿D. Diego con doña Irene? Si él es una persona discreta y
-seria, ¿cómo va a casarse con esa impertinente vieja?</p>
-
-<p>—¿Qué entiendes tú de eso, chiquillo? —exclamó amostazado el
-pedantón—. Digo que lo natural es que D. Diego se case con doña<span
-class="pagenum" id="Page_30">p. 30</span> Irene, D. Carlos con Paquita
-y Rita con Simón. Así quedaría regular el fin, y mucho mejor si
-resultara que la niña era hija natural de D. Diego, y D. Carlos hijo
-espúreo de doña Irene, que le tuvo de algún Rey disfrazado, comandante
-del Cáucaso, o bailío condenado a muerte. De este modo, tendría mucho
-interés el final, mayormente si uno salía diciendo: <i>¡padre mío!</i>
-y otro, <i>¡madre mía!</i> con lo cual después de abrazarse, se casaban
-para dar al mundo numerosa y masculina sucesión.</p>
-
-<p>—Vamos, que ya se acaba. Parece que el público está satisfecho —dije
-yo.</p>
-
-<p>—Pues apretar ahora, muchachos. Manos a la boca. La comedia es
-pésima, inaguantable.</p>
-
-<p>La consigna fue prontamente obedecida. Yo mismo, obligado por la
-disciplina, me introduje los dedos en la boca y... ¡Sombra de Moratín!
-¡Perdón mil veces...! No lo quiero decir; que comprenda el lector mi
-ignominia y me juzgue.</p>
-
-<p>Pero nuestra mala estrella quiso que la mayor parte del público
-estuviese bien dispuesta en favor de la comedia. Los silbidos
-provocaron una tempestad de aplausos, no solo entre la gente de los
-aposentos y lunetas, sino entre los de la cazuela y tertulia.</p>
-
-<p>El justiciero pueblo que nos rodeaba, y que en su buen instinto
-artístico comprendía el mérito de la obra, protestó contra nuestra
-indigna cruzada, y algunos de los más ardientes de la falange se
-vieron aporreados de<span class="pagenum" id="Page_31">p. 31</span>
-improviso. Lo que tengo más presente es la mala aventura que ocurrió
-al alumno de Apolo en aquella breve batalla por él provocada. Usaba un
-sombrero trípico de dimensiones harto mayores que las proporcionadas
-a su cabeza, y en el momento en que se volvía para contestar a las
-injurias de cierto individuo, una mano vigorosa, cayendo a plomo
-sobre aquella prenda hiperbólica, se la hundió hasta que las puntas
-descansaron sobre los hombros. En esta actitud estuvo el infeliz
-manoteando un rato sin ton ni son, incapaz para sacar a luz su cabeza
-del tenebroso recinto en que había quedado sepultada.</p>
-
-<p>Por fin, los amigos le sacamos con gran esfuerzo el sombrero, y él
-echando espumarajos por la boca, juró tomar venganza tan sangrienta
-como pronta; pero no pasó de aquí su furor, porque todos los
-circunstantes se reían de él, y a ninguno se dirigió para vengarse.
-Le sacamos a la calle, donde se serenó algún tanto, y nos separamos,
-prometiendo juntarnos otra vez al día siguiente en el mismo sitio.</p>
-
-<p>Tal fue el estreno de <i>El sí de las niñas</i>. Aunque la primera
-tarde fuimos derrotados, aún había esperanza de hundir la obra en la
-segunda o la tercera representación. Se sabía que el ministro Caballero
-la desaprobaba, jurando castigar a su autor, y esto daba esperanza al
-partido de los silbantes, que ya veían a Moratín en poder del Santo
-Oficio, con coroza de sapos, sambenito y soga al cuello. Pero la
-segunda tarde vinieron de un<span class="pagenum" id="Page_32">p.
-32</span> golpe a tierra las ilusiones de los más ardientes
-anti-Moratinistas, porque la presencia del Príncipe de la Paz impuso
-silencio a las chicharras, y nadie osó formular demostraciones de
-desagrado. Desde entonces el autor de <i>El sí</i>, a quien se dijo que
-la conspiración había sido fraguada en el cuarto de mi ama, interrumpió
-la tibia amistad que con esta le unía. La González pagó este desvío con
-un cordial aborrecimiento.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch3">
- <h2 class="nobreak g0">III</h2>
-</div>
-
-<p>Contado este suceso, muy anterior a los que son objeto del presente
-libro, empezaré mi narración, la cual irá al compás de ciertos hechos
-ocurridos en el otoño de 1807, año que en la mente de los madrileños
-quedó marcado con el recuerdo de la famosa conspiración y causa del
-Escorial.</p>
-
-<p>No quiero escribir una palabra más, sin daros a conocer a una
-persona que desde aquellos días ocupó lugar privilegiado en mi
-corazón, siendo a la vez, como se verá por este relato, lección viva
-de mi existencia, pues la enseñanza que de su conocimiento me provino
-contribuyó de un modo poderoso a formar mi carácter.</p>
-
-<p>Todas las ropas de teatro y de calle que usaba mi ama, eran
-confeccionadas por una costurera de la calle de Cañizares,
-excelente<span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span> y honradísima
-mujer, joven aún, aunque desmejorada por el trabajo, discreta y afable,
-en tales términos que por entre la corteza de su malestar presente
-parecían distinguirse nacimiento y condición muy superiores. Esto no
-era más que apariencia, pero a la citada persona le pasaba lo contrario
-de lo que a otros pasa, y es que son nobles sin parecerlo. Doña Juana,
-que este era el nombre de aquella santa mujer, tenía una hija llamada
-Inés, de quince años de edad, la cual le ayudaba en sus tareas, con más
-solicitud de la que podía esperarse de su delicado organismo y edad
-temprana.</p>
-
-<p>Enaltecía a esta muchacha, además de las gracias de su persona,
-un buen sentido, cual no he visto jamás en criaturas de su mismo
-sexo ni aun del nuestro, amaestrado ya por los años. Inés tenía el
-don especialísimo de poner todas las cosas en su verdadero lugar,
-viéndolas con luz singular y muy clara, concedida a su privilegiado
-entendimiento, sin duda para suplir con ella la inferioridad que le
-negó la fortuna. No he visto en mi larga vida otra muchacha que a
-aquella se asemejase, y estoy seguro de que a muchos parecerá este
-tipo invención mía, pues no comprenderán que haya existido, entre las
-infinitas hijas de Eva, una tan diferente de las demás. Pero créanlo
-bajo mi palabra honrada.</p>
-
-<p>Si ustedes hubieran conocido a Inés, y notado la imperturbable
-serenidad de su semblante, imagen del espíritu más tranquilo, más
-equilibrado, más claro, más dueño de sí<span class="pagenum"
-id="Page_34">p. 34</span> mismo que ha animado el corporal barro, no
-pondrían en duda lo que digo. Todo en ella era sencillez, hasta su
-hermosura, no a propósito para despertar mundano entusiasmo amoroso,
-sino semejante a una de esas figuras simbólicas, que no están
-materialmente representadas en ninguna parte; pero que vemos con los
-ojos del alma, cuando las ideas agitándose en nuestra mente, pugnan por
-vestirse de formas visibles en la oscura región del cerebro.</p>
-
-<p>Su lenguaje era también la misma sencillez; jamás decía cosa
-alguna que no me sorprendiese como la más clara y expresiva verdad.
-Sus razones, trayéndome al sentido equitativo y templado de todas las
-cosas daban a mi entendimiento un descanso, un aplomo, de que carecía
-obrando por sí mismo. Puedo decir, comparando mi espíritu con el de
-Inés, y escudriñando la radical diferencia entre uno y otro, que el de
-ella tenía un centro y el mío no. El mío divagaba llevado y traído por
-impresiones diversas, por sentimientos contradictorios y repentinos:
-mis facultades eran como meteoros errantes que tan pronto brillan como
-se oscurecen, tan pronto marchan como chocan, según la influencia
-recibida de superiores cuerpos; mientras las suyas eran un completo y
-armónico sistema planetario, atraído, puesto en movimiento y calentado
-por el gran sol de su pura conciencia.</p>
-
-<p>Alguien se burlará de estas indicaciones psicológicas que yo
-quisiera fuesen tan exactas<span class="pagenum" id="Page_35">p.
-35</span> como las concibe mi oscura inteligencia; alguien encontrará
-digna de risa la presentación de semejante heroína, y harán mil
-aspavientos al ver que he querido hacer una irrisoria <i>Beatrice</i>
-con los materiales de una modistilla; pero estas burlas no me importan
-y sigo.</p>
-
-<p>Desde que conocí a Inés, la amé del modo más extraño que pueden
-ustedes imaginar: una viva inclinación arrastraba mi corazón hacia
-ella: pero esta inclinación era como el culto que tributamos a una
-superioridad indiscutible, como la fe que nos ocupa sublimando lo
-más noble de nuestro ser; pero dejando siempre libre una parte de él
-para las pasiones del mundo. Así es que, sin dejar de ser Inés para
-mí la primera de todas las mujeres, yo creía poder amar a otras con
-amor apropiado a las circunstancias de cada momento de la vida. Yo he
-observado que los que se consagran a un ideal, casi nunca lo hacen
-por entero, dejan una parte de sí mismos para el mundo, a que están
-unidos aunque solo sea por el suelo que pisan. Hago esta observación
-fastidiosa por si contribuye a esclarecer el peculiar estado de mi alma
-ante tan noble criatura. ¡Y era una modista, una modistilla! Reíd si os
-place.</p>
-
-<p>El tercer individuo de aquella honesta familia era el padre
-Celestino Santos del Malvar, hermano del difunto esposo de doña Juana,
-tío por lo tanto de Inés, clérigo desde su mocedad, varón simplísimo
-y benévolo, pero el más desgraciado de su clase, pues no<span
-class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span> tenía rentas, ni capellanía,
-ni beneficio alguno. Su modestia, su buena fe y su candor inagotable
-fueron sin duda parte a tenerle en la miseria por tanto tiempo; y él,
-aunque era un gran latino, jamás pudo conseguir colocación alguna.
-Pasaba la vida escribiendo memoriales al Príncipe de la Paz, de quien
-era paisano y fue allá en la niñez amigo; mas ni el Príncipe ni nadie
-le hacía caso.</p>
-
-<p>Cuando Godoy subió al ministerio prometiole una canonjía o ración,
-y en la época de este relato hacía catorce años que D. Celestino del
-Malvar estaba esperando lo prometido: mas sin que la tardanza del favor
-hiciese desmayar su ingenua confianza. Siempre que se le preguntaba,
-respondía:</p>
-
-<p>—La semana que viene recibiré el nombramiento: así me lo ha dicho el
-oficial de la secretaría.</p>
-
-<p>De este modo pasaron catorce años, y la <i>semana que viene</i> no
-venía nunca.</p>
-
-<p>Siempre que yo iba a aquella casa con recados de mi ama, me
-detenía todo el tiempo posible, y a ella acudía también en mis ratos
-de ocio, gozando mucho en contemplar la apacible existencia de una
-familia, cuyos tres individuos tan honda simpatía habían despertado
-en mi corazón. Doña Juana y su hija siempre cosiendo, cosiendo con
-eterna aguja una tela sin fin. De esto vivían los tres, pues el padre
-Celestino, tocando la flauta, haciendo versos latinos, o consumiendo
-tinta y papel en larguísimos memoriales, no ganaba más caudal que el de
-sus esperanzas, siempre colocadas a interés compuesto.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_37">p. 37</span>Nuestras
-conversaciones eran siempre entretenidas y amenas. Yo les contaba mi
-breve historia, y les hacía reír dándoles a conocer los locos proyectos
-que imaginaba para lo porvenir. Nos reíamos discretamente y sin saña de
-la buena fe de D. Celestino, y este después de salir a informarse de su
-asunto, volvía lleno de júbilo, dejaba sobre una silla el sombrero de
-teja y el manteo, y restregándose las manos, decía al sentarse junto a
-nosotros:</p>
-
-<p>—Ahora sí que va de veras. La semana que entra, sin falta. Me han
-dicho que ocurrieron ciertas dilacioncillas; pero ya están vencidas, a
-Dios gracias. La semana que entra, sin falta.</p>
-
-<p>Cierto día le dije:</p>
-
-<p>—Usted, D. Celestino, no ha conseguido ya lo que desea, porque es
-hombre encogido y no se lanza... pues... no se lanza.</p>
-
-<p>—¿Qué es eso de lanzarse, chiquillo? —me preguntó.</p>
-
-<p>—Pues... a mí me han dicho que hoy conviene pedir veinte para que
-den cinco. Además, váyase el mérito con mil demonios: lo que conviene
-es tener desvergüenza para meterse en todas partes, buscar la amistad
-de personas poderosas; en fin, hacer lo que los demás han hecho para
-subir a esos puestos en que son la admiración del mundo.</p>
-
-<p>—¡Ah, Gabriel! —dijo doña Juana—. Tú eres un ambiciosillo a quien
-alguien ha trastornado el juicio. Lo que menos crees tú es que te has
-de ver por ensalmo en la corte,<span class="pagenum" id="Page_38">p.
-38</span> cubierto de galones y mandando y disponiendo desde la
-Secretaría del Despacho.</p>
-
-<p>—Justo y cabal, señora mía —dije yo riendo y atento a lo que
-expresaba el semblante de Inés, con quien repetidas veces había hablado
-del mismo asunto—. Aunque estoy en el mundo sin padre ni madre, ni
-perro que me ladre, yo creo que bien puedo esperar lo que otros han
-tenido sin ser más sabios que yo. De menos hizo Dios a Cañete a quien
-hizo de un puñete.</p>
-
-<p>—Tú tienes disposición, Gabriel —dijo gravemente D. Celestino—;
-y mucho será que de un día para otro no te veamos convertido en
-personaje. Entonces no te dignarás hablarnos, ni vendrás a casa;
-pero hijo, es preciso que aprendas los clásicos latinos, sin lo
-cual no hallarás abierta ninguna de las puertas de la fortuna; y
-además te aconsejo que aprendas a tañer la flauta, porque la música
-es suavizadora de las costumbres, endulza los ánimos más agrios, y
-predispone a la benevolencia para con los que la manejan bien. Y si no,
-ahí me tienes a mí, que de seguro nada habría conseguido si de antiguo
-no cultivara mi entendimiento en aquellas dos divinísimas artes.</p>
-
-<p>—No echaré en saco roto la advertencia —repuse—, pues todos sabemos
-a qué debe su encumbramiento el hombre más poderoso que hay hoy en
-España después del Rey.</p>
-
-<p>—¡Calumnias! —exclamó irritado el sacerdote—. Mi paisano, amigo y
-mecenas, el señor Príncipe de la Paz, debe su elevación a su<span
-class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> gran mérito, a su sabiduría
-y tacto político, y no a supuestas habilidades en la guitarra y en las
-castañuelas, como dice el estólido vulgo.</p>
-
-<p>—Sea lo que quiera —añadí yo—, lo cierto es que ese hombre, de
-humildísimo guardia ha subido a cuanto hay que subir. Bien claro
-está.</p>
-
-<p>—Pues no dudes que tú harás otro tanto —dijo con ironía doña Juana—.
-De hombres se hacen los obispos, como dijo el otro.</p>
-
-<p>—Verdad es —repuse siguiendo la broma—, y juro que he de hacer a D.
-Celestino arzobispo de Toledo.</p>
-
-<p>—Alto allá —dijo el clérigo seriamente—. No acepto yo un cargo para
-el que me reconozco sin méritos. Bastante tendré yo con una capellanía
-de Reyes Nuevos o el arcedianato de Talavera.</p>
-
-<p>Así siguió entre veras y burlas la conversación, hasta que saliendo
-de la salita doña Juana y el buen presbítero, nos dejaron solos a Inés
-y a mí.</p>
-
-<p>—Cómo se ríen de mis proyectos, niñita mía —le dije—. Pero tú
-comprenderás que un muchacho como yo no debe contentarse con servir
-a cómicos por toda su vida. A ver: de todo lo que yo puedo ser,
-Dios mediante, ¿qué te gusta más? Escoge: ¿te gustaría que fuese
-capitán general, príncipe coronado, con vasallos y ejército, señor de
-muchas tierras, primer ministro que quite y ponga los empleados a su
-antojo, obispo?... No, obispo no, porque entonces no podría casarme
-contigo,<span class="pagenum" id="Page_40">p. 40</span> para hacerte
-llevar en carroza de doce caballos...</p>
-
-<p>Inés se puso a reír, como quien oye un cuento de esos cuyo chiste
-consiste en la magnitud de lo absurdo.</p>
-
-<p>—Ríete de mí, pero contesta: ¿qué quieres más?</p>
-
-<p>—Lo que quiero —dijo con dulce voz y suspendiendo la costura—, es
-verte general, primer ministro, gran duque, emperador o arzobispo; pero
-de tal modo que cuando te acuestes por la noche en tu colchoncito de
-plumas puedas decir: hoy no he hecho mal a nadie ni nadie ha muerto por
-mi causa.</p>
-
-<p>—Pero, reinita —dije yo interesándome más cada vez en aquel
-coloquio—, si llego a ser eso que dices (pues bien podría suceder),
-¿qué importa que mueran por mí o por el bien del Estado tres o cuatro
-prójimos que nada significan en el mundo?</p>
-
-<p>—Bueno —repuso ella—, pero que los maten otros. Si tú llegas a ser
-eso que has dicho, y para mantenerte en un puesto que no mereces,
-necesitas sacrificar a muchos desgraciados, buen provecho te haga.</p>
-
-<p>—¡Qué escrupulosa eres, Inesilla! —dije—. Si te hiciera caso, mi
-vida se encerraría entre cuatro paredes. ¿Qué es eso de sacrificar
-desgraciados? Yo voy a mi negocio, y los demás... como yo no he de
-matar a nadie. Y sobre todo, si hago daño a alguno serán tantos los
-que reciban beneficios de mi mano, que todo quedará compensado,
-y mi conciencia en santa paz. Veo que tú no te entusiasmas<span
-class="pagenum" id="Page_41">p. 41</span> como yo, ni piensas lo que
-yo pienso. ¿Quieres que te sea franco? Pues oye. A mí se me ha metido
-en la cabeza que cuando tenga más años, he de ocupar una posición...
-qué sé yo... me mareo pensando en esto. No te puedo decir ni cómo he de
-llegar a ella, ni quién me dará la mano para subir de un salto tantos
-escalones; pero ello es que yo cavilo en esto, y me figuro que ya me
-estoy viendo elevado a la más alta dignidad por una dama poderosa que
-me haga su secretario, o por un joven que me crea listo para ayudarle
-en sus asuntos...; no te enfades, chiquilla, que cuando tales cosas
-se ocurren y uno tiene la cabeza llena a todas horas de los mismos
-pensamientos, al fin tiene que salir cierto, como este es día.</p>
-
-<p>Inés no se enfadaba, sino que reía. Después, marcando con su aguja
-el compás gramatical de su discurso, me dijo:</p>
-
-<p>—Pues mira: si tú hubieras nacido en cuna de príncipes, no te digo
-que no. Pero has de saber que si tú, que eres un pobrecillo hijo de
-pescadores y no tienes más ciencia que leer mal y escribir peor, llegas
-a ser hombre ilustre y poderoso, no porque saques talento y sabiduría,
-sino porque a una señora caprichosa o a un vejete rico se le ocurra
-protegerte, como otros muchos de quienes cuentan maravillas; has de
-saber, digo, que tan fácilmente como subas volverás a caer, y hasta los
-sapos se reirán de ti.</p>
-
-<p>—Eso será lo que Dios quiera —respondí—. Caeremos o no, pues aunque
-ignorantes,<span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span> no nos
-faltará nuestra gramática parda.</p>
-
-<p>—¡Qué necio eres! Mira: a mí me han dicho... no, nadie me lo ha
-dicho: pero lo sé... que en el mundo al fin y al cabo, pasa siempre lo
-que debe pasar.</p>
-
-<p>—Reinita —dije—, en eso te equivocas, porque nosotros deberíamos ser
-ricos, y no lo somos.</p>
-
-<p>—Todos creerán lo mismo, hijito, y es preciso que alguno esté
-equivocado. Pues bien: todas las cosas del mundo concluyen siempre como
-deben concluir. No sé si me explico.</p>
-
-<p>—Sí, te entiendo.</p>
-
-<p>—A mí me han dicho... no, no me lo han dicho: lo sé desde hace mil
-años...: yo sé que en el mundo todo lo que pasa es según la ley...,
-porque chiquillo, las cosas no pasan porque a ellas les da la gana,
-sino porque así está dispuesto. Las aves vuelan y los gusanos se
-arrastran, y las piedras se están quietas, y el sol alumbra, y las
-flores huelen, y los ríos corren hacia abajo y el humo hacia arriba,
-porque así es su regla... ¿me entiendes?</p>
-
-<p>—Lo que es eso todos lo sabemos —respondí menospreciando la ciencia
-de Inesilla.</p>
-
-<p>—Bien, muchacho —continuó la profesora—: ¿crees tú que una tortuga
-puede volar, aunque esté meneando toda la vida sus torpes patas?</p>
-
-<p>—No, seguramente.</p>
-
-<p>—Pues tú pensando en ser hombre ilustre y poderoso, sin ser noble,
-ni rico, ni sabio,<span class="pagenum" id="Page_43">p. 43</span> eres
-como una tortuga que se empeñara en subir volando al pico más alto de
-Guadarrama.</p>
-
-<p>—Pero, reinita y emperatriz —dije yo—, si no pienso subir solo, sino
-que pienso encontrar, como otros que yo me sé, una personita que me
-suba en un periquete. Hazme el favor de decirme cuál era la sabiduría y
-la riqueza <i>del otro</i>, cuando le hicieron duque y generalísimo.</p>
-
-<p>—Pero, señor duquillo —contestó ella jovialmente—, si esa personita
-le sube a usted, será como si un águila o buitre cogiera por su concha
-a la tortuga para llevársela por los aires. Sí, te levantará; pero
-cuando estés arriba, el pájaro no va a estarse toda la vida con tanto
-peso en las alas, te dirá: «Ahora, niño mío, mantente solo.» Tú moverás
-las patucas; pero como no tienes alas, ¡pataplús! caerás en el suelo
-haciéndote mil pedazos.</p>
-
-<p>—¡Qué tonta eres! —dije con petulancia—. Eso pasa en las cosas que
-se ven y se tocan; pero chica, lo que se piensa y lo que se siente es
-otro mundo aparte. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra?</p>
-
-<p>—Estás lucido, sí —repuso Inés—. Todo debe ser así mismamente.
-Cuando tú quieres a una persona o cuando la aborreces, no es porque se
-te antoje. ¡Ah! chico: el corazón tiene también... pues... su ley, y
-todo lo que pensamos con nuestra cabecita, va según lo que debe ser y
-está mandado.</p>
-
-<p>—Pero di, chiquilla, ¿de dónde sabes tú todo eso? —le pregunté.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_44">p. 44</span>—¿Pero esto es saber?
-—respondió con naturalidad—. Pues esto lo sabes tú y todos. De veras
-te digo que se me ocurrió cuando estabas hablando, y que jamás había
-pensado en tales cosas.</p>
-
-<p>—¡Picarona! Cuando menos, tienes escondido un rimero de libros, con
-los cuales te vas a hacer doctora por Salamanca.</p>
-
-<p>—No, hijito, no he leído más libros, fuera de los de devoción, que
-<i>Don Quijote de la Mancha</i>. ¿Ves? A ti te va a pasar algo de lo de
-aquel buen señor: solo que aquel tenía alas para volar, ¡pobrecillo! lo
-que le faltaba era aire en que moverlas.</p>
-
-<p>Inesilla no dijo más. Yo callé también, porque a pesar de mi
-petulancia, no pude menos de comprender que las palabras de mi amiga
-encerraban profundo sentido. ¡Y la que así hablaba era una modista, una
-modistilla! <i>Ridete cives.</i></p>
-
-<p>—Lo que yo sé —dije al fin sintiendo en mí un vivo arrebato de
-afecto—, es que te quiero, que te amo, que te adoro, que me subyugas
-y me dominas como a un papanatas, que eres una divinidad, y que juro
-no hacer cosa alguna sin consultarte. Adiós, reinita: mañana te diré
-lo que se me ocurra esta noche. Quién sabe, quién sabe si llegaremos a
-ser... ¿Por qué no? Es preciso estar dispuesto, porque la escalera de
-los honores es penosa, y si uno se rompe la crisma, como dices...</p>
-
-<p>—Siempre quedará la del cielo —dijo inclinando otra vez la cabeza
-sobre la costura.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_45">p. 45</span>—Tienes cosas que me
-hacen estremecer. Adiós, Inesilla, luz y pensamiento mío.</p>
-
-<p>Dicho esto, me despedí de ella y salí. Al abandonar la casa la sentí
-cantar, y su armoniosa voz se mezclaba en extraña disonancia con los
-ecos de la flauta que tañía en lo interior de la morada D. Celestino.
-Siempre que salía de allí, mi espíritu experimentaba un reposo, una
-estabilidad, no sé cómo expresarlo, una frescura, que luego destruía el
-trato con personas de diversa condición. De esto hablaré enseguida; mas
-ante todo me cumple manifestar que Inesilla tenía razón al burlarse de
-mis locos proyectos. Es el caso que como a todas horas oía hablar de
-personajes nulos, a quienes el cortesano favor elevó a honrosas alturas
-sin mérito alguno, se me antojó que la Providencia me reservaba, como
-en compensación de mi orfandad y pobreza, una de aquellas repentinas
-y escandalosas mudanzas que por entonces ocurrían en nuestra España;
-y de tal modo se encajó en mi cerebro semejante idea, que llegó a ser
-artículo de fe. Me hallaba, por más señas, en la edad en que somos
-tontos. No todos poseen el don de saber las cosas <i>desde hace mil
-años</i>, como Inesilla.</p>
-
-<p>Ahora verán ustedes la serie de circunstancias que llevaron mi necia
-credulidad al último extremo. Para esto tengo que dar a conocer a otras
-personas, a quienes espero recibirá el lector con gusto. Hablemos,
-pues, de teatros.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch4">
- <p><span class="pagenum" id="Page_46">p. 46</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">IV</h2>
-</div>
-
-<p>El del Príncipe estaba ya reconstruido en 1807 por Villanueva, y
-la compañía de Máiquez trabajaba en él, alternando con la de la ópera
-dirigida por el célebre Manuel García; mi ama y la Prado eran las dos
-damas principales de la compañía de Máiquez. Los galanes secundarios
-valían poco, porque el gran Isidoro, en quien el orgullo era igual
-al talento, no consentía que nadie despuntara en la escena, donde
-tenía el pedestal de su inmensa gloria, y no se tomó el trabajo de
-instruir a los demás en los secretos de su arte, temiendo que pudieran
-llegar a aventajarle. Así es que alrededor del célebre histrión todo
-era mediano. La Prado, mujer de Máiquez, y mi ama alternaban en los
-papeles de primera dama, desempeñando aquella el de Clitemnestra en el
-<i>Orestes</i>, el de Estrella en <i>Sancho Ortiz de las Roelas</i> y
-otros. La segunda se distinguía en el de doña Blanca de <i>García del
-Castañar</i>, y en el de Edelmira (Desdémona) del <i>Otello</i>.</p>
-
-<p>La compañía de ópera era muy buena. Además de Manuel García, que
-era un gran maestro, cantaban su mujer Manuela Morales, un italiano
-llamado Cristiani, y la Briones. De esta mujer, que era concubina de
-Manuel García, nació el año siguiente el portento<span class="pagenum"
-id="Page_47">p. 47</span> de las virtuosas, la reina de las cantantes
-de ópera, Mariquita Felicidad García, conocida en su tiempo por la
-<i>Malibrán</i>.</p>
-
-<p>Figúrense ustedes, señores míos, si estaría yo divertido con
-representación o música por tarde y noche, asistiendo gratis, aunque
-por dentro y en sitios donde se pierde parte de la ilusión, a las
-funciones más bonitas y más aplaudidas que se celebraban en Madrid;
-rozándome con guapísimas actrices, y familiarizado con los hombres que
-hacían reír o llorar a la corte entera.</p>
-
-<p>Y no piensen ustedes que solo alternaba con los cómicos, gente que
-entonces no era considerada como la nata de la sociedad; también me
-veía frecuentemente en medio de personajes muy ilustres, de los que
-menudeaban en los vestuarios; no faltando en tales sitios alguna dama
-tan hermosa como linajuda de las que no desdeñaban de ensuciar su
-guardapiés con el polvo de los escenarios.</p>
-
-<p>Precisamente voy a contar ahora cómo mi ama tenía relaciones de
-íntima amistad con dos señoras de la corte, cuyos títulos nobiliarios,
-de los más ilustres y sonoros que desde remoto tiempo han exornado
-nuestra historia, me propongo callar por temor a que pudieran enojarse
-las familias que todavía los llevan. Estos títulos, que recuerdo muy
-bien, no serán escritos en este papel; y para designar a las dos
-hermosas mujeres emplearé nombres convencionales.</p>
-
-<p>Recuerdo haber visto por aquel tiempo en la fábrica de Santa Bárbara
-un hermoso<span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span> tapiz en que
-estaban representadas dos lindas pastoras. Habiendo preguntado quiénes
-eran aquellas simpáticas chicas, me dijeron:</p>
-
-<p>—Estas son las dos hijas de Artemidoro, a saber: Lesbia y
-Amaranta.</p>
-
-<p>He aquí dos nombres que vienen de molde para mi objeto, amado
-lector. Haz cuenta que siempre que diga <i>Lesbia</i>, quiero
-significar a la duquesa de X, y cuando ponga <i>Amaranta</i>, a la
-condesa de X. Con este sistema quedan a salvo todos los títulos
-nobiliarios de aquellas dos diosas de mi tiempo.</p>
-
-<p>En cuanto a su hermosura, todo lo que mi descolorida pluma puede
-expresar será poco para describirlas, porque eran encantadoras,
-especialmente la condesa de... digo, Amaranta. Ambas tenían gusto
-muy refinado por las artes, protegían a los pintores, aplaudían y
-obsequiaban a los cómicos, ponían bajo su patrocinio las primeras
-representaciones de la obra de algún poeta desvalido, coleccionaban
-tapices, vasos y cajas de tabaco, introducían y propagaban las más
-vistosas modas de la despótica París, se hacían llevar en litera a la
-Florida, merendaban con Goya en el Canal, y recordaban con tristeza la
-trágica muerte de Pepe Hillo, acontecida en 1803.</p>
-
-<p>Nada tiene de extraño, pues, que su misma vida, la tumultuosa
-ansiedad de novedades y fuertes impresiones que las dominaba,
-fuesen parte a lanzarlas en un dédalo de aventuras, tales como la
-que voy a contar. Las pobrecillas no sabían otra cosa, y puesto que
-habían perdido cuanto la rancia educación<span class="pagenum"
-id="Page_49">p. 49</span> española pudo haberlas dado, sin adquirir
-nada que llenase este vacío, no debemos culparlas acerbamente. Alguno
-quizás las culpe, y con razón aunque por otras cosas; pero ¡ay! eran...
-lindísimas.</p>
-
-<p>Una tarde mi ama salió con muy mal humor del teatro. Isidoro la
-había reprendido no sé por qué, y aquí debo advertir que el sublime
-actor trataba a sus subalternos como si fueran chiquillos de escuela.
-Al llegar Pepita a su casa me dijo:</p>
-
-<p>—Prepara todo, que vendrán a cenar las señoras Lesbia y Amaranta.</p>
-
-<p>El preparar todo, consistía en azotar un poco los muebles de la sala
-para que el polvo variara de sitio; en echar aceite en los velones;
-en comprar la prima para la guitarra, si le faltaba; en llamar a D.
-Higinio para que afinase el clave; limpiar las cornucopias; ir por
-nueva remesa de pomada <i>a la Marechala</i>, etcétera, etc. En cuanto
-a la cena, venía hecha de una repostería. Di cumplimiento a estos
-encargos, y pedí nuevas órdenes; pero mi ama estaba de mal humor, y sin
-hacer caso de lo que le decía, me preguntó:</p>
-
-<p>—¿No te dijo si venía esta noche?</p>
-
-<p>—¿Quién?</p>
-
-<p>—Isidoro.</p>
-
-<p>—No, señora, no me ha dicho nada.</p>
-
-<p>—Como hablaba contigo al concluir la representación...</p>
-
-<p>—Fue para decirme que si volvía a enredar entre bastidores mientras
-él representaba, me mandaría desollar vivo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span>—¡Qué genio! Le
-convidé para venir y no me contestó.</p>
-
-<p>Después de esto no dijo más, y con ademán triste y sombrío se
-encerró en su cuarto con la criada para cambiar de vestido. Seguí
-preparando todo, y al poco rato reapareció mi ama.</p>
-
-<p>—¿Qué hora es? —preguntó.</p>
-
-<p>—Las nueve acaban de dar en el reloj de la Trinidad.</p>
-
-<p>—Me parece que siento ruido en el portal —dijo con mucha
-ansiedad.</p>
-
-<p>—La señora se equivoca.</p>
-
-<p>—De modo que él no te dijo terminantemente si venía o no venía.</p>
-
-<p>—¿Quién, Isidoro? No, señora.</p>
-
-<p>—Como tiene ese genio tan... ya ves qué incomodado estaba esta
-tarde. Sin embargo, yo creo que vendrá. Le convidé ayer, y aunque no me
-dijo una palabra... él es así.</p>
-
-<p>Al decir esto, mostraba en su semblante una inquietud, una
-agitación, una zozobra, que eran señales de las vivas emociones de su
-alma. ¿A qué tanto interés por la asistencia de Isidoro, persona a
-quien diariamente veía en el teatro?</p>
-
-<p>Después examinó la sala, por ver si faltaba algo, y se sentó
-aguardando la llegada de sus convidados. Al fin sentimos abrir la
-puerta de la calle, y pasos de hombre sonaron en la escalera.</p>
-
-<p>—Es él —dijo mi ama levantándose de un salto y andando con cierto
-atolondramiento por la habitación.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span>Yo corrí a abrir, y
-un instante después el gran actor entró en la sala.</p>
-
-<p>Isidoro era un hombre de treinta y ocho años, de alta estatura,
-actitud indolente, semblante pálido, y con tal expresión en este y en
-la mirada, que observado una vez, su imagen no se borraba nunca de
-la memoria. Aquella noche traía un traje verde oscuro, con pantalón
-de ante y botas polonesas, prendas todas de irreprensible elegancia
-que usaba con más propiedad que ninguno. Su vestir era un modo de
-ser propio y personal; él constituía por sí una especie de moda, y
-no se podía decir que se sometiera, cual dócil lechuguino, al uso
-común. En otros infringir las reglas habría sido ridículo; pero en él
-infringirlas era lo mismo que modificarlas o crearlas de nuevo.</p>
-
-<p>Ya os lo daré a conocer más adelanto como actor. Por ahora podréis
-conocer algunos rasgos de su carácter como hombre. Al entrar se arrojó
-sobre un sillón sin saludar a mi ama más que con una de esas fórmulas
-familiares e indiferentes que se emplean entre personas acostumbradas
-a verse con frecuencia. Por un buen rato permaneció sin decir nada,
-tarareando un aria, con la vista fija en las paredes y el techo, y sin
-dejar de golpearse la bota con el bastón.</p>
-
-<p>Salí de la sala a traer no sé qué cosa, y al volver oí a Isidoro que
-decía:</p>
-
-<p>—¡Qué mal has representado esta tarde, Pepilla!</p>
-
-<p>Observó que mi ama, turbada como una<span class="pagenum"
-id="Page_52">p. 52</span> chicuela ante el fiero maestro de escuela,
-no supo contestar más que con trémulas frases a aquella brusca
-reprensión.</p>
-
-<p>—Sí —continuó Isidoro—, de algún tiempo a esta parte estás
-desconocida. Esta tarde todos los amigos se han quejado de ti y te
-han llamado fría, torpe... Te equivocabas a cada instante, y parecías
-tan distraída, que era preciso que yo te llamara la atención para que
-salieras de tu embobamiento.</p>
-
-<p>Efectivamente, según oí entre bastidores aquella tarde, mi ama había
-estado muy infeliz en su papel de Blanca en <i>García del Castañar</i>.
-Todos los amigos estaban admirados, considerando la perfección con que
-la actriz había desempeñado en otras ocasiones papel tan difícil.</p>
-
-<p>—Pues no sé —respondió mi ama con voz conmovida—. Yo creo que he
-representado esta tarde lo mismo que las demás.</p>
-
-<p>—En algunas escenas sí; pero en las que dijiste conmigo estuviste
-deplorable. Parece que habías olvidado el papel, o que trabajabas de
-mala gana. En la escena de nuestra salida recitaste tu soneto como
-una cómica de la legua que representa en Barajas o en Cacabelos. Al
-decirme</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">No quieren más las flores al rocío</div>
- <div class="verse indent0">que en los fragantes vasos el sol bebe...</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0">tu voz temblaba, como la de quien sale por primera vez a
-las tablas... me diste la mano y la tenías ardiendo, como si estuvieras
-con calentura... te equivocabas a cada momento,<span class="pagenum"
-id="Page_53">p. 53</span> y parecías no hacer maldito caso de que yo
-estaba en la escena.</p>
-
-<p>—¡Oh, no... pero te diré! El mismo miedo de hacerlo mal. Temía que
-te enfadaras, y como nos reprendes con tanta violencia cuando nos
-equivocamos...</p>
-
-<p>—Pues es preciso que te enmiendes si quieres seguir en mi compañía.
-¿Estás enferma?</p>
-
-<p>—No.</p>
-
-<p>—¿Estás enamorada?</p>
-
-<p>—¡Oh, no, tampoco! —contestó la actriz con turbación.</p>
-
-<p>—Apuesto a que por atender demasiado a alguna persona de las
-lunetas, no acertabas con los versos de la comedia.</p>
-
-<p>—No, Isidoro, te equivocas —dijo mi ama afectando buen humor.</p>
-
-<p>—Lo raro es que en las escenas que siguieron, sobre todo en la de D.
-Mendo, hiciste perfectamente tu papel; pero luego en el tercer acto,
-cuando te tocó otra vez declamar conmigo, vuelta a las andadas.</p>
-
-<p>—¿Dije mal el parlamento del bosque?</p>
-
-<p>—No, al contrario, recitaste con buena entonación los versos</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">¿Dónde voy sin aliento,</div>
- <div class="verse indent0">cansada, sin amparo, sin intento,</div>
- <div class="verse indent0">entre aquesta espesura?</div>
- <div class="verse indent0">Llorad, ojos, llorad mi desventura.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>En la escena con la reina también estuviste muy feliz, lo mismo que
-en el diálogo con D. Mendo. Con qué elocuente tono exclamaste<span
-class="pagenum" id="Page_54">p. 54</span> «¡tengo esposo!» y después
-aquello de</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent18">Sí harán,</div>
- <div class="verse indent0">porque bien o mal nacido,</div>
- <div class="verse indent0">el más indigno marido</div>
- <div class="verse indent0">excede al mejor galán;</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0">pero desde que salí yo y me viste...</p>
-
-<p>—Es lo que digo. El temor de hacerlo mal y disgustarte...</p>
-
-<p>—Pues me has disgustado de veras. Cuando decías: «Esposo mío,
-García», te hubiera dado un pescozón en medio de la escena y delante
-del público. Marmota, ¿no te he dicho mil veces cómo deben pronunciarse
-esas palabras? ¿No has comprendido todavía la situación? Blanca teme
-que su marido sospecha una falta. El contento que experimenta al verle,
-y el temor de que García dude de su inocencia, deben mezclarse en
-aquella frase. Tú, en vez de expresar estos sentimientos, te dirigiste
-a mí como una modistilla enamorada, que se encuentra de manos a boca
-con su querido hortera. Luego cuando me suplicabas que te matara,
-lo hiciste sin lo que llamamos nosotros decoro trágico. Parecía que
-realmente deseas recibir la muerte de mi mano, y hasta te pusiste de
-hinojos ante mí, cuando te tengo dicho terminantemente que no hagas tal
-cosa, sino en los pasajes en que te lo ordene. En las décimas</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent0">García, guárdete el cielo,</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0">te equivocaste más de veinte veces, y cuando yo dije</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent0"><span class="pagenum" id="Page_55">p. 55</span>¡ay, querida esposa mía,</div>
- <div class="verse indent0">qué dos contrarios extremos!</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0">te arrojaste en mis brazos, cuando aún no era llegada la
-ocasión, y yo, preocupado con el agravio recibido, no podía entregarme
-a halagos amorosos. Echaste a perder el final, Pepilla, desluciste la
-comedia, y me desluciste a mí.</p>
-
-<p>—Yo no puedo deslucirte nunca.</p>
-
-<p>—Pues ya ves cómo no fui aplaudido esta tarde como las anteriores;
-y de esto tienes tú la culpa, sí, tú misma, por tus torpezas y tus
-tonterías. No haces caso de mis lecciones, no te esfuerzas por
-complacerme, y por último me pondrás en el caso de quitarte el partido
-en mi compañía, poniéndote de parte de por medio o racionera, si no me
-obligas con tus descuidos a echarte del teatro.</p>
-
-<p>—¡Ay Isidoro! —dijo mi ama—. Yo procuro siempre hacerlo lo mejor
-posible para que no te enfades ni me riñas; pero tanto miedo tengo a
-que me reprendas que en la escena tiemblo desde que te veo aparecer.
-¿Querrás creer una cosa? Pues cuando estamos representando juntos,
-hasta temo hacerlo demasiado bien, porque si me aplauden mucho,
-me parece que tomo para mí una parte del triunfo que a ti solo
-corresponde, y creo que has de enfadarte si no te aplauden a ti solo.
-Este temor, unido al que me causas cuando me amenazas por señas o me
-corriges con enojo, me hace temblar y balbucir, y a veces no sé lo que
-me digo. Pero descuida que ya me<span class="pagenum" id="Page_56">p.
-56</span> enmendaré: no tendrás que echarme de tu teatro.</p>
-
-<p>No oí lo que siguió a estas palabras, porque salí con un velón que
-exhalaba mal olor; al volver noté que la conversación había variado.
-Isidoro permanecía en el sillón con indolencia y mostrando un gran
-aburrimiento.</p>
-
-<p>—¿Pero no vienen tus convidados? —preguntó.</p>
-
-<p>—Es temprano. Veo que te fastidias en mi compañía —contestó mi
-ama.</p>
-
-<p>—No; pero la reunión hasta ahora no tiene nada de divertida.</p>
-
-<p>Isidoro sacó un cigarro y fumó. Debo advertir que el ilustre actor
-no gastaba tabaco por las narices, como casi todos los grandes hombres
-de su tiempo, Talleyrand, Metternich, Rossini, Moratín y el mismo
-Napoleón, que, si no miente la historia, por abreviar la operación de
-sacar y destapar la tabaquera, llevaba derramado el aromático polvo
-en el bolsillo del chaleco, forrado interiormente de hule; y mientras
-disponía los escuadrones de Jena, o durante las conferencias de
-Tilsitt, no cesaba de meter en el susodicho bolsillo los dedos pulgar
-e índice para llevarlos a la nariz cada minuto. Por esta singular
-costumbre dicen que el chaleco amarillo y las solapas que cubrían el
-primer corazón del siglo, eran una de las cosas más sucias que se han
-señoreado de la Europa entera.</p>
-
-<p>Farinelli también se atarugaba las narices entre un aria y
-un oratorio, y de ciertos papeles viejos que hemos visto se
-desprende,<span class="pagenum" id="Page_57">p. 57</span> que el mejor
-regalo que podía hacer una dama enamorada, o un noble entusiasta, a
-cualquier músico, pintor o <i>virtuoso</i> italiano, era un par de
-arrobas de tabaco.</p>
-
-<p>El abate Pico della Mirandola, Rafael Mengs, el tenor Montagnana, la
-soprano Pariggi, el violinista Alaí y otras notabilidades del teatro
-del Buen Retiro, consumieron lo mejor que venía de América en los
-regios galeones.</p>
-
-<p>Perdóneseme la digresión, y conste que Isidoro no usaba tabaco en
-polvo.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch5">
- <h2 class="nobreak g0">V</h2>
-</div>
-
-<p>Las diez serían cuando solemnemente entraron las dos damas de
-que antes he hecho honorífica mención. ¡Lesbia, Amaranta! ¿Quién
-podrá olvidaros si alguna vez os vio? Excusado es decir que iban de
-incógnito, y en coche, no en litera donde fácil hubiera sido conocerlas
-al indiscreto vulgo. Las pobrecillas gustaban mucho de aquellas
-reuniones de confianza, donde hallaban desahogo sus almas comprimidas
-por la etiqueta.</p>
-
-<p>Ha de saberse que en las reuniones clásicas de familia o de
-palacio, en las reuniones donde reinaba con despótico imperio la ley
-castiza, no ocurría cosa alguna que no fuese encaminada a producir
-entre los asistentes un decoroso aburrimiento. No se hablaba, ni<span
-class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span> mucho menos se reía. Las
-damas ocupaban el estrado, los caballeros el resto de la sala, y las
-conversaciones eran tan sosas como los refrescos. Si alguien tocaba
-el clave o la guitarra, la tertulia se animaba un poco; pero pronto
-volvía a reinar el más soporífero decoro. Se bailaba un minueto:
-entonces los amantes podían saborear las platónicas e ideales delicias
-que resultaban de tocarse las yemas de los dedos, y después de muchas
-cortesías hechas con música, volvía a reinar el decoro, que era una
-deidad parecida al silencio.</p>
-
-<p>Nada tiene de particular que algunas damas de imaginación buscaran
-en reuniones menos austeras, pasatiempos más acordes con su naturaleza,
-y aquí traigo a la memoria <i>El sí de las niñas</i>, que censurando
-la hipocresía en la educación, es una general censura de la hipocresía
-en todas las fases de nuestras antiguas costumbres. Todo anunciaba en
-aquellos días una fuerte tendencia a adoptar usos un poco más libres,
-relaciones más francas entre ambos sexos, sin dejar de ser honradas,
-vida en fin, que se fundara antes en la confianza del bien, que en el
-recelo del mal, y que no pusiera por fundamentos de la sociedad la
-suspicacia y la probabilidad del pecado. La verdad es que había mucha
-hipocresía entonces: porque las cosas no se hicieran en público, no
-dejaban de hacerse, y siendo menos libres las costumbres, no por eso
-eran mejores.</p>
-
-<p>Lesbia y Amaranta entraron haciendo<span class="pagenum"
-id="Page_59">p. 59</span> cortesías y gestos encantadores, que
-revelaban la alegría de sus corazones. Las acompañaba el tío de
-Amaranta, viejo marqués diplomático; pero antes de decir quién era
-este, voy a referiros cómo eran ellas.</p>
-
-<p>La duquesa de X (Lesbia), era una hermosura delicada y casi
-infantil, de esas que, semejantes a ciertas flores con que poéticamente
-son comparadas, parece que han de ajarse al impulso del viento, al
-influjo de un fuerte sol, o perecer desechas si una débil tempestad las
-agita. Las que se desataron en el corazón de Lesbia no hicieron estrago
-alguno, al menos hasta entonces, en su belleza.</p>
-
-<p>Parecía haber salido el día antes del poder de las buenas madres
-de Chamartín de la Rosa, y que aún no sabía hablar sino de los bollos
-del convento, de las hormigas de la huerta, de la regla de San Benito
-y de los cariños de la madre Circuncisión. ¡Pero cómo desmentía esta
-creencia en cuanto comenzaba a hablar la picarona! En su lenguaje
-tomaba mucha parte la risa, con tanta franqueza y tan discreta
-desenvoltura, que nadie estaba triste en su presencia. Era rubia y no
-muy alta, aunque sí esbelta y ligera como un pajarito. Todo en ella
-respiraba felicidad y satisfacción de sí misma; era una naturaleza
-tan voluntariosa como alegre, a quien ningún extraño albedrío podía
-sujetar. Los que tal intentaran principiarían por enojarla, y enojarla
-era echarla a perder, destruyendo la mitad de sus encantos.</p>
-
-<p>Entre las cualidades que hacían agradable<span class="pagenum"
-id="Page_60">p. 60</span> el trato de Lesbia, descollaba su habilidad
-en el arte de la declamación. Era una cómica consumada, y según conocí
-después, su talento sin igual para la escena no se reducía a los
-estrechos lienzos pintados de los teatros caseros, sino que tomaba más
-ancho vuelo, desplegándose en todos los actos de la vida. Siempre que
-se daba alguna función extraordinaria en cualquiera de las principales
-casas de la corte, ella hacía la mejor parte, y a la sazón Máiquez le
-enseñaba el papel de Edelmira en la tragedia de <i>Otello</i>, que
-debía ponerse en escena en el teatro doméstico de cierta marquesa.
-Isidoro y mi ama estaban también designados para cooperar en aquella
-representación, anunciada como muy espléndida.</p>
-
-<p>Lesbia era casada. Tres años antes, y cuando apenas tenía diez y
-nueve, contrajo matrimonio con un señor duque que se pasaba el tiempo
-cazando como un Nemrod en sus vastas dehesas: venía alguna vez a Madrid
-hecho un zafiote para pedir perdón a su mujer por las largas ausencias,
-y jurarle que tenía el propósito de no disgustarla más, viviendo lejos
-de ella. Sin que nadie me lo diga, afirmo que Lesbia se quejaría con su
-dulce vocecita; pero cuidando de no esforzar su queja en términos que
-pudieran decidir al duque a cambiar de vida.</p>
-
-<p>Amaranta era un tipo enteramente contrario al de Lesbia. Esta
-agradaba; pero Amaranta entusiasmaba. La apacible y graciosa hermosura
-de la primera hacía pasajeramente<span class="pagenum" id="Page_61">p.
-61</span> felices a cuantos la miraban. La belleza ideal y grandiosa
-de la segunda, causaba un sentimiento extraño, parecido a la tristeza.
-Pensando en esto después, he creído que la singular estupefacción
-que experimentamos ante uno de estos raros portentos de la hermosura
-humana, consiste o en la creencia de nuestra inferioridad o en la poca
-esperanza de poseer el afecto de una persona, que a causa de sus muchas
-perfecciones, será solicitada por sin número de golosos.</p>
-
-<p>Entre las mujeres que he visto en mi vida, no recuerdo otra que
-poseyera atracción tan seductora en su semblante, así es que no he
-podido olvidarla nunca, y siempre que pienso en las cosas acabadas y
-superiores, cuya existencia depende exclusivamente de la Naturaleza,
-veo su cara y su actitud como intachables prototipos que me sirven para
-mis comparaciones. Amaranta parecía tener treinta años. La gloria de
-haber producido a aquella mujer te pertenece en primer término a ti,
-Andalucía, y después a ti, Tarifa, fin de España, rincón de Europa
-donde se han refugiado todas las gracias del tipo español, huyendo de
-extranjera invasión.</p>
-
-<p>Con lo dicho, podrán ustedes formar idea de cómo era la incomparable
-condesa de X, <i>alias</i> Amaranta, y excuso descender a pormenores
-que ustedes podrán representarse fácilmente, tales como su arrogante
-estatura, la blancura de su tez, el fino corte de todas las líneas de
-su cara, la expresión de sus dulces y patéticos ojos, la negrura de sus
-cabellos y<span class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span> otras muchas
-indefinidas perfecciones que no escribo, porque no sé cómo expresarlas;
-calidades que se comprenden, se sienten y se admiran por el inteligente
-lector, pero cuyo análisis no debe este exigirnos, si no quiere que el
-encanto de esas mil sutiles maravillas se disipe entre los dedos de
-esta alquimia del estilo, que a veces afea cuanto toca.</p>
-
-<p>No conservo cabal memoria de sus vestidos. Al acordarme de Amaranta,
-me parece que los encajes negros de una voluminosa mantilla, prendida
-entre los dientes de la más fastuosa peineta, dejan ver por entre sus
-mil recortes e intersticios el brillo de un raso carmesí, que en los
-hombros y en las bocamangas vuelve a perderse entre la negra espuma de
-otros encajes, bolillos y alamares. La basquiña del mismo raso carmesí,
-y tan estrecha y ceñida como el uso del tiempo exigía, permite adivinar
-la hermosa estatua que cubre; y de las rodillas abajo el mismo follaje
-negro, y la cuajada y espesa pasamanería terminan el traje, dejando
-ver los zapatos, cuyas respingadas puntas aparecen o se ocultan como
-encantadores animalitos que juegan bajo la falda. Este accidente hasta
-llega a ser un lenguaje cuando Amaranta, atenta a la conversación,
-aumenta con el encanto de su palabra los demás encantos, y añade a
-todas las elocuencias de su persona, la elocuencia de su abanico.</p>
-
-<p>Esto en cuanto a la condesa. Refiriéndome a Lesbia, si quiero
-acordarme de su vestido, todo me parece azul. Figúrensela<span
-class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span> ustedes con mantilla blanca
-y guardapiés azul orlado de encajes negros; y si no es cierto que
-estuviera así, tampoco es inverosímil que pudiera estarlo.</p>
-
-<p>Antes de la noche a que me refiero, había visto hasta tres veces a
-las dos lindas mujeres en casa de mi ama. Desde luego comprendí que una
-y otra eran personas muy metidas en los enredos de la corte, aunque en
-las clandestinas tertulias de mi casa poco dejaban traslucir. Algunas
-veces, sin embargo, disputaban las dos en tales términos y con tan mal
-disimulado ensañamiento, que me pareció no existía entre ellas la mejor
-armonía. También mentaban de vez en cuando los negocios públicos, y
-a tal o cual persona de la real familia; pero en tales casos siempre
-daba el tema el señor marqués y tío de Amaranta, personaje que no podía
-estar en sosiego si no realzaba a todas horas su personalidad, sacando
-a relucir a tontas y a locas los negocios diplomáticos en que se creía
-muy experto.</p>
-
-<p>La noche a que corresponde mi narración, había asistido también
-el celebérrimo tío, de quien ante todo diré que parecía cosido a las
-faldas de su sobrina, pues la acompañaba a todas partes, sirviéndole
-de rodrigón en la iglesia, de caballero en el paseo y de pareja en los
-bailes. No sé si he dicho que Amaranta era viuda. Si antes lo dije,
-dese por repetido.</p>
-
-<p>El marqués (callemos el título por las mismas razones que nos
-movieron a disfrazar<span class="pagenum" id="Page_64">p. 64</span> el
-de las damas) era un viejo de más de setenta años, que había ejercido
-varios cargos diplomáticos. Elevado por Floridablanca, sostenido por
-Aranda, y derribado al fin por Godoy, conservó rencorosa pasión contra
-este Ministro, y por esta causa todas sus disertaciones, que eran
-interminables, giraban sobre el capitalísimo tema de la caida del
-favorito. Su carácter era vano, aparatoso y hueco, como de hombre que
-habiéndose formado de sí mismo elevado concepto, se cree destinado
-a desempeñar los más altos papeles. Por su grandilocuencia, que no
-era inferior a la flojedad efectiva de su ánimo, servía como objeto
-de agudísimas burlas entre sus amigos, y en todos los círculos que
-frecuentaba se divertían oyéndole decir: <i>¿Qué hará la Rusia...?
-¿Secundará el Austria tan atroz proyecto? ¡Un gran desastre nos
-amaga...! ¡Ay de las potencias del Mediodía...!</i> y otras igualmente
-misteriosas, con que se proponía darse importancia, cuidando siempre en
-su estudiada reserva de decir las cosas a medias y de no dar noticias
-claras de nada, para que los oyentes, llenos de dudas y oscuridades, le
-rogasen con insistencia que fuera más explícito.</p>
-
-<p>He dado estos detalles para que se comprenda qué clase de espantajos
-había entonces para regocijo de aquella generación. En cuanto a mí,
-siempre me han hecho gracia estos tipos de la vanidad humana, que son
-sin disputa los que más divierten y los que más enseñan.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span>Como hombre poco
-dispuesto a transigir con las <i>novedades peligrosas</i>, y enemigo
-del jacobinismo, el marqués se esforzaba en conseguir que su persona
-fuese espejo fiel de sus elevados pensamientos; así es que miraba con
-desdén los trajes de moda, y tenía gusto en sorprender al público
-elegante de la corte y villa con vestidos anticuados de aquellos
-que solo se veían ya en la veneranda persona de algún consejero de
-Indias. Así es que si usó hasta 1798 la casaca de tontillo y la chupa
-de mandil, en 1807 todavía no se había decidido a adoptar el frac
-solapado y el chaleco ombliguero, que los poetas satíricos de entonces
-calificaban de moda <i>anglo-gala</i>.</p>
-
-<p>Me falta añadir que el marqués, con su antijacobinismo y su peluca
-empolvada, digna de figurar en las juntas de Coblenza, había sido
-hombre de costumbres bastante disipadas. En la época de mi relación la
-edad le había corregido un poco, y todas sus calaveradas no pasaban
-de una benévola complicidad en todos los caprichos de su sobrina. No
-vacilaba en acompañarla a sus excursiones y meriendas en la pradera del
-Canal o en la Florida, con gente de categoría muy inferior a la suya.
-Tampoco ponía reparos en ser su pareja en las orgías celebradas en casa
-de la González o la Prado; pues tío y sobrina gustaban mucho de aquella
-familiaridad con cómicos y otra gente de parecida laya. Excusado
-es decir que tales excursiones eran secretas, y tenían por único
-objeto esparcir y alegrar el espíritu abatido por la etiqueta.<span
-class="pagenum" id="Page_66">p. 66</span> ¡Pobre gente! Aquellos nobles
-que buscaban la compañía del pueblo, para disfrutar pasajeramente de
-alguna libertad en las costumbres, estaban consumando, sin saberlo, la
-revolución que tanto temían, pues antes de que vinieran los franceses y
-los volterianos y los doceañistas, ya ellos estaban echando las bases
-de la futura igualdad.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch6">
- <h2 class="nobreak g0">VI</h2>
-</div>
-
-<p>Lesbia, dando golpecitos con su abanico en el hombro de Isidoro,
-decía:</p>
-
-<p>—Estoy muy enfadada con usted, señor Máiquez, sí señor, muy
-enfadada.</p>
-
-<p>—¿Porque he representado mal esta tarde? —contestó el actor—.
-Pepilla tiene la culpa.</p>
-
-<p>—No es eso —continuó la dama—, y me las pagará usted todas
-juntas.</p>
-
-<p>Al oír esto, Isidoro inclinó la cabeza. Lesbia acercó su rostro y
-habló tan bajo, que ni yo ni los demás entendimos una palabra; pero
-por la sonrisa de Máiquez se adivinaba que la dama le decía cosas muy
-dulces. Después continuaron hablando en voz baja, y el uno atendía a
-las palabras del otro con tal interés, daban tanta fuerza y energía
-al lenguaje de los ojos, se ponían serios o joviales, tristes o
-alborozados con transición tan ansiosa y brusca, que al menos listo
-se le alcanzaba<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span>
-la injerencia del travieso amor en las relaciones de aquellos dos
-personajes.</p>
-
-<p>Para que todo se sepa de una vez, diré que el diplomático no miraba
-con malos ojos a la González; esta no podía contestar a sus tiernas
-insinuaciones, porque harto tenía que hacer atendiendo al íntimo
-diálogo que sostenían Lesbia e Isidoro. A mi ama un color se le iba y
-otro se le venía de pura zozobra; a veces parecía encendida en violenta
-ira; a veces, dominada por punzante dolor, pugnaba por distraerlos,
-ingiriendo en su conversación conceptos extraños, y al fin, no pudiendo
-contenerse, dijo con muy mal humor:</p>
-
-<p>—¿No concluirá tan larga confesión? Si siguen ustedes así,
-entonaremos todos el <i>yo pecador</i>.</p>
-
-<p>—¿Y a ti qué te importa? —dijo Máiquez con semblante sañudo y con
-aquel despótico tono que usaba con los desdichados subalternos de su
-compañía.</p>
-
-<p>Mi ama se quedó perpleja, y en un buen rato no dijo palabra.</p>
-
-<p>—Tienen que contarse muchas cosas —dijo Amaranta con malicia—.
-Lo mismo sucedió el otro día en casa. Pero estas cosas pasan, señor
-Máiquez. El placer es breve y fugaz. Conviene aprovechar las dulzuras
-de la vida, hasta que el horrible hastío las amargue.</p>
-
-<p>Lesbia miró a su amiga... Mejor dicho, ambas se miraron de un modo
-que no indicaba la existencia de una apacible concordia entre una y
-otra.</p>
-
-<p>El secreteo entre Isidoro y la dama continuaba<span class="pagenum"
-id="Page_68">p. 68</span> cada vez más íntimo, más ardoroso, más
-impaciente. Parecía que el tiempo se les abreviaba entre palabra y
-palabra, no permitiéndoles decirlo todo. Amaranta se aburría, el
-marqués dirigía con ojos y boca inútiles flechas al enajenado corazón
-de mi ama, y esta cada vez más inquieta, mostrando en su semblante
-ya la interna rabia de los celos, ya la dolorosa conformidad del
-martirio, no procuraba entablar conversación, ni parecía cuidarse de
-sus convidados. Pero al fin el marqués, comprendiendo que aquella era
-ocasión propicia para hablar, aunque fuera ante mujeres, de su tema
-favorito, que eran los asuntos públicos, rompió el grave silencio y
-dijo:</p>
-
-<p>—La verdad es que estamos aquí divirtiéndonos, y a estas horas tal
-vez se preparan cosas que mañana nos dejarán a todos asombrados y
-lelos.</p>
-
-<p>Hallándose mi ama, como he dicho, absorta entre el despecho y la
-resignación, se dejó dominar del primero, que la inducía a trabar otro
-diálogo íntimo con el diplomático, y dijo con viveza:</p>
-
-<p>—¿Pues qué pasa?</p>
-
-<p>—Ahí es nada... Parece mentira que estén ustedes con tanta calma
-—contestó el marqués, retardando el dar las noticias.</p>
-
-<p>—Dejemos esas cuestiones que no son de este lugar —dijo la sobrina
-con hastío.</p>
-
-<p>—¡Oh, oh, oh! —exclamó con grandes aspavientos el diplomático—.
-¡Por qué no han de serlo! Yo sé que Pepa desea vivamente<span
-class="pagenum" id="Page_69">p. 69</span> saber lo que pasa, y saberlo
-de mis autorizados labios: ¿no?</p>
-
-<p>—Sí, muchísimo: quiero que usted me cuente todo —dijo mi ama—.
-Esas cosas me encantan. Estoy de un humor... divertidísimo: hablemos,
-hablemos, señor marqués.</p>
-
-<p>—Pepa, usted me electriza —dijo el marqués clavando en ella con
-amor sus turbios y amortiguados ojos—. Tanto es así, que yo, a pesar
-de haberme distinguido siempre, durante mi carrera diplomática, por
-mi gran reserva, seré con usted franco, revelándole hasta los más
-profundos secretos de que depende la suerte de las naciones.</p>
-
-<p>—¡Oh! me encantan los diplomáticos —dijo mi ama con cierta agitación
-febril—. Hábleme usted, cuénteme todo lo que sepa. Quiero estar
-hablando con usted toda la noche. Es usted, señor marqués, la persona
-de conversación más dulce, más amena, más divertida que he tratado en
-mi vida.</p>
-
-<p>—Nada te dirá, Pepa, sino lo que todo el mundo sabe —indicó
-Amaranta—, y es que a estas horas las tropas de Napoleón deben de estar
-entrando en España.</p>
-
-<p>—¡Oh, qué cosa más linda! —dijo mi ama—. Hable usted, señor
-marqués.</p>
-
-<p>—Sobrina, ¿acabarás de apurarme la paciencia? —exclamó el marqués,
-dando importancia extraordinaria al asunto—. No se trata de que entren
-o no entren esas tropas, se trata de que van a Portugal a apoderarse de
-aquel reino para repartirlo...</p>
-
-<p>—¿Para repartirlo? —dijo la González con<span class="pagenum"
-id="Page_70">p. 70</span> su calenturienta jovialidad—. Bien: me
-alegro. Que se lo repartan.</p>
-
-<p>—Lindísima Pepa, esas cosas no pueden decidirse tan de ligero —dijo
-el marqués gravemente—. ¡Oh, usted aprenderá conmigo a tener juicio!</p>
-
-<p>—Es cierto —añadió Amaranta— que se ha acordado dividir a Portugal
-en tres pedazos: el del Norte se dará a los reyes de Etruria; el centro
-quedará para Francia y la provincia de Algarbes y Alentejo servirá
-para hacer un pequeño reino, cuya corona se pondrá el Sr. Godoy en la
-cabeza.</p>
-
-<p>—¡Patrañas, sobrina, patrañas! —dijo el marqués—. Eso es lo que dio
-tanto que hablar el año pasado; pero ¿quién se acuerda ya de semejante
-combinación? Tú no estás al tanto de lo que pasa... Por supuesto, no
-necesito repetir que es preciso guardar absoluto secreto sobre lo que
-voy a decir.</p>
-
-<p>—¡Ah! descuide usted —repuso mi ama—. En cuanto a mí, estoy
-encantada de esta conversación.</p>
-
-<p>—El año pasado Godoy trató de ese asunto, por medio de Izquierdo,
-su representante reservado, con Napoleón. Parece que la cosa estaba
-arreglada. Pero de repente el emperador pareció desistir, y entonces D.
-Manuel, ofendido en su amor propio y viendo defraudadas sus esperanzas,
-quiso mostrarse fuerte contra Napoleón, publicó la famosa proclama de
-octubre del año pasado, y envió un mensajero secreto a Inglaterra,
-para tratar de adherirse a la coalición de las potencias del<span
-class="pagenum" id="Page_71">p. 71</span> Norte contra Francia. Esto
-lo tengo yo muy sabido... porque ¿qué secreto puede escaparse a mi
-penetración y consumada experiencia de estos arduos negocios? Bien...
-así las cosas, venció Napoleón a los prusianos en Jena, y ya tenemos
-a nuestro D. Manuel asustadizo y hecho un lego motilón, temiendo la
-venganza del que había sido gravemente ofendido con la publicación de
-la proclama, considerada aquí y en Francia como una declaración de
-guerra. Envió a Izquierdo a Alemania, para implorar perdón, y al fin le
-fue concedido; pero no se volvió a hablar más del reparto de Portugal,
-ni de la soberanía de los Algarbes. He aquí, señoras, la pura verdad.
-Yo, por mis antecedentes y mis conocimientos, estoy al tanto de todos
-estos asuntos, pues al paso que los atisbo y escudriño aquí, no falta
-algún diplomático extranjero que me los comunique con toda reserva. Hoy
-no se habla ya del reparto de Portugal, señora sobrinita. Lo que ocurre
-es mucho más grave, y... pero no, no somos dueños de comunicar a nadie
-ciertas cosas. Callaré hasta que el gran cataclismo se haga público...
-¿Aprueba usted mi discreción, querida Pepa? ¿Conviene usted conmigo en
-que la reserva es hermana gemela de la diplomacia?</p>
-
-<p>—¡Oh, la diplomacia! —exclamó mi ama con afectación—. Es cosa que
-me tiene enamorada. ¡La pérfida Albión! ¡Los tratados! ¡Bonaparte! ¡La
-coalición! ¡Oh, qué asuntos tan divinos! Confieso que hasta aquí me
-han aburrido mucho; pero ahora... esta noche,<span class="pagenum"
-id="Page_72">p. 72</span> rabio por conocerlos, y esta conversación,
-señor marqués, me tiene embelesada.</p>
-
-<p>—Es verdad —dijo el diplomático relamiéndose de satisfacción—, que
-pocas personas tratan de estas materias con tanta delicadeza, con tanta
-prudencia, digámoslo de una vez, con tanta gracia como yo. Cuando
-estaba en Viena por el año 84 todas las damas de la corte me rodeaban,
-y si vieran ustedes cómo pasaban el rato oyéndome...</p>
-
-<p>—Lo comprendo: lo mismo me pasa a mí esta noche —dijo mi ama sin
-cesar en extraña exaltación—. Por piedad, hábleme usted del Austria, de
-la Turquía, de la China, del protocolo y de la guerra; sobre todo de la
-guerra.</p>
-
-<p>—Dejemos a un lado por esta noche tan fastidiosa conversación
-—indicó Amaranta—. No creo que usted, querido tío, sea de la ridícula
-opinión que supone a Godoy intentando, con el auxilio de Bonaparte,
-mandar a América a la Real familia, quedándose él de Rey de España.</p>
-
-<p>—Sobrina, por todos los santos, no me incites a hablar; no me hagas
-olvidar el gran principio de que la discreción es hermana gemela de la
-diplomacia.</p>
-
-<p>—Es absurdo también —continuó la sobrina— suponer que Napoleón haya
-mandado sus tropas a España para poner la corona al príncipe Fernando.
-El heredero de un trono no puede solicitar el favor de un soberano
-extranjero para ningún fin contrario a los de sus reales padres.</p>
-
-<p>—Vamos, vamos, señoras, asuntos tan graves<span class="pagenum"
-id="Page_73">p. 73</span> no pueden tratarse de ligero. Si yo me
-decidiera a hablar, se quedarían ustedes espantadas, y no podríamos
-cenar.</p>
-
-<p>A esta sazón ya había venido la cena, y yo comenzaba a servirla.
-Isidoro y Lesbia, requeridos por mi ama para que se acercaran a la
-mesa, dieron tregua al arrobamiento y tomaron parte por un rato en la
-conversación general.</p>
-
-<p>—¿Pero, qué hablan ustedes? —dijo Lesbia—. ¿Hemos venido aquí para
-ocuparnos de lo que no nos importa? ¡Bonito tema!</p>
-
-<p>—¿Pues de qué quiere usted que se hable, desgraciada?</p>
-
-<p>—De otras cosas... vamos; de bailes, de toros, de comedias, de
-versos, de vestidos...</p>
-
-<p>—¡Qué sosada! —indicó mi ama con desdén—. Además, ustedes pueden
-tratar de lo que gusten, y nosotras hablaremos de lo que más nos
-convenga.</p>
-
-<p>—Ya veo por qué anda Pepa tan distraída —dijo Máiquez burlándose
-de mi ama—. Se ha dedicado a estudiar la política y la diplomacia,
-carreras más propias de su ingenio que la del teatro.</p>
-
-<p>Mi ama intentó contestar a esta mofa, pero las palabras expiraron en
-sus labios y se puso muy encendida.</p>
-
-<p>—Aquí venimos a divertirnos —añadió Lesbia.</p>
-
-<p>—¡Oh, frívola y vana juventud! —exclamó el marqués después de
-beberse un gran vaso de vino.—No piensa más que en divertirse, cuando
-la Europa entera...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_74">p. 74</span>—Dale con la Europa
-entera.</p>
-
-<p>—Pepa es la única que comprende la gravedad de las circunstancias.
-Usted, encantadora actriz, será de las pocas que, como yo, no se
-sorprendan del cataclismo.</p>
-
-<p>—¿Querrá usted explicarnos de una vez lo que va a pasar?</p>
-
-<p>—¡Por Dios y todos los santos! —exclamó el diplomático, afectando
-cierta compunción suplicante—. Yo les ruego a ustedes que no me
-obliguen con sus apremiantes excitaciones a decir lo que no debe salir
-de mis labios. Aunque tengo confianza en mi propia prudencia, temo
-mucho que si ustedes siguen hostigándome, se me escape alguna frase,
-alguna palabra... Callen ustedes por Dios, que la amistad tiene en mí
-fuerza irresistible, y no quiero verme obligado por ella a olvidar mis
-honrosos antecedentes.</p>
-
-<p>—Pues callaremos: no deseamos saber nada, señor marqués —dijo
-Máiquez, comprendiendo que el mejor medio para mortificar al buen viejo
-consistía en no preguntarle cosa alguna.</p>
-
-<p>Hubo un momento de silencio. El marqués, contrariado en su
-locuacidad, no cesaba de engullir, entablando relaciones oficiosas con
-un capón, e impetrando para este fin los buenos oficios de una ensalada
-de escarola, que le ayudaba en sus negociaciones. Mientras tanto se
-deshacía en obsequios con mi ama, y sus turbios ojos, reanimados no sé
-si por el vino o por el amor, brillaban entre los arrugados párpados
-y bajo las espesas<span class="pagenum" id="Page_75">p. 75</span>
-cenicientas cejas, que contraía siempre, en virtud de la costumbre de
-leer la vieja letra de los <i>memorandums</i>. La González no decía
-tampoco una palabra, y solo ponía su reconcentrada atención, aunque sin
-mirarlos, en los dos amantes, mientras que Amaranta, agitada sin duda
-por pensamientos muy diferentes, no miraba a Isidoro ni a Lesbia, ni a
-mi ama, ni a su tío, sino... ¿tendré valor para decirlo? me miraba a
-mí. Pero esto merece capítulo aparte, y pongo punto final en este para
-descansar un poco.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch7">
- <h2 class="nobreak g0">VII</h2>
-</div>
-
-<p>Sí, ¿lo creerán ustedes? me miraba, ¡y de qué modo! Yo no podía
-explicarme la causa que motivaba aquella tenaz curiosidad, y si he de
-decir verdad como hombre honrado, aún hoy no he salido de dudas. Yo
-servía a la mesa, como es de suponer, y no pueden ustedes figurarse
-cuál fue mi turbación cuando advertí que aquella hermosa dama, objeto
-por parte mía de la más fervorosa admiración, fijaba en mí los ojos más
-perfectos, que, según creo, se han abierto a la luz desde que hay luz
-en el mundo. Un color se me iba y otro se me venía; a veces mi sangre
-toda corría precipitadamente hacia mi semblante poniéndome encendido y
-a veces se recogía por entero en mi palpitante corazón, dejándome<span
-class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span> más pálido que un difunto.
-Ignoro el número de fuentes que rompí aquella noche, pues las manos me
-temblaban, y creo que serví de un modo lamentable, trocando el orden de
-los platos, y dando sal cuando me pedían azúcar.</p>
-
-<p>Yo decía para mí: ¿qué es esto? ¿Tendré algo en la cara? ¿Por qué me
-mirará tanto esa mujer?... Al salir fuera, iba a la cocina, me miraba
-a toda prisa en un espejillo roto que allí tenía; mas no encontraba
-en mi semblante nada que de notar fuese. Volvía a la sala, y otra vez
-Amaranta me clavaba los ojos. Por un instante llegué a creer... ¡pero
-quiá! me reía yo mismo de tan loca presunción. Cómo era posible que una
-dama tan hermosa y principal sintiera... ¡Ay! recuerdo haber dicho,
-aunque al revés, lo que después escribió en un célebre verso cierto
-poeta moderno. Pero todo debía ser un sueño de mi infantil soberbia.
-¿Cómo podía la estrella del cielo mirar al gusano de la tierra, sino
-para recrearse, comparando, en su propia magnitud y belleza?</p>
-
-<p>Pero debo añadir otra circunstancia, y es que cuando mi ama me
-reprendía por las muchas torpezas que cometí en el servicio de la mesa,
-Amaranta acompañaba sus miradas de una dulce sonrisa, que parecía
-implorar indulgencia por mis faltas. Yo estaba perplejo, y un violento
-fluido que parecía súbito acrecentamiento de vida, corría por mis
-nervios, produciéndome una actividad devoradora a la cual seguía un
-vago aturdimiento.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span>Después de largo rato
-la conversación, anudándose de nuevo, fue general. El marqués, viendo
-que no se le preguntaba nada, estaba en gran desasosiego, y a los
-rostros de todos dirigía con inquietud sus ojos buscando una víctima
-de su conversación; pero nadie parecía dispuesto a escucharle, con lo
-cual lleno de enojo, tomó la palabra para decir que si continuaban
-apremiándole para que hablara, se vería en el caso de no poner segunda
-vez a prueba su discreción concurriendo a tertulias donde no reinaba el
-más profundo respeto hacia los secretos de la diplomacia.</p>
-
-<p>—Pero si no le hemos dicho a usted una palabra —indicó Lesbia
-riendo.</p>
-
-<p>Isidoro, conociendo que el marqués era enemigo de Godoy, dijo con
-mucha sorna:</p>
-
-<p>—No se puede negar que el Príncipe de la Paz, como hombre de gran
-talento, burlará las intrigas de sus enemigos. Napoleón le apoya, y
-no digo yo la coronita de los Algarbes, sino la de Portugal entero o
-quizás otra mejor recibirá de manos de Su Majestad Imperial. Conozco
-a Napoleón, le he tratado en París, y sé que gusta de los hombres
-arrojados como Godoy. Verá usted, verá usted, señor marqués, todavía
-le hemos de ver a usted llamado a los consejos del nuevo rey, y tal
-vez representándole como plenipotenciario en alguna de las cortes de
-Europa.</p>
-
-<p>El marqués se limpió la boca con la servilleta, echose hacia atrás,
-sopló con fuerza, desahogando la satisfacción que le producía<span
-class="pagenum" id="Page_78">p. 78</span> el verse interpelado de aquel
-modo, fijó la vista en un vaso, como buscando misterioso punto de apoyo
-para una sutil meditación, y dijo con mucha pausa:</p>
-
-<p>—Mis enemigos, que son muchos, han hecho correr por toda Europa
-la especie de que yo llevaba correspondencia secreta con el Príncipe
-de Talleyrand, con el Príncipe Borghese, con el Príncipe Piombino,
-con el gran duque de Aremberg y con Luciano Bonaparte en connivencia
-con Godoy, para estipular las bases de un tratado en virtud del cual
-España cedería las provincias catalanas a Francia a cambio de Portugal
-y el reino de Nápoles... pasando Milán a la reina de Etruria, y el
-reino de Westfalia a un infante de España. Yo sé que esto se ha
-dicho —añadió alzando la voz y dando un fuerte puñetazo en la mesa—.
-¡Yo sé que esto se ha dicho: ha llegado a mis oídos, sí, señor! Los
-calumniadores lo hicieron creer a los soberanos de Austria y Prusia;
-se me interpeló sobre el caso, Rusia no titubeó en hacerse eco de la
-calumnia, y fue preciso que yo empleara todo mi valimiento y tacto para
-disipar las densas nubes que se habían acumulado en el horizonte de mi
-reputación.</p>
-
-<p>Al decir esto, el marqués empleaba el mismo tono que habría usado
-ante un Congreso de los principales políticos de Europa. Después de
-sonarse con estrépito, prosiguió de esta manera:</p>
-
-<p>—Afortunadamente soy bien conocido, y al fin... tengo la
-satisfacción de haber sido<span class="pagenum" id="Page_79">p.
-79</span> objeto de las más satisfactorias frases por parte de
-los soberanos citados. ¡Ah!... ya sé yo el objeto que guió a los
-calumniadores y el sitio de donde partió la calumnia. En casa de Godoy
-se inventó esa trama abominable con objeto de ver si, autorizada con
-mi nombre, podía esa combinación correr con alguna fortuna por Europa.
-Pero tan inicuos planes quedaron sin éxito, como era de suponer, y la
-Europa entera convencida de que el Príncipe de la Paz y yo no podemos
-obrar de concierto en negocio alguno de interés general para las
-grandes potencias.</p>
-
-<p>—¿De modo —dijo Isidoro— que usted no es, como dicen, amigo secreto
-de Godoy?</p>
-
-<p>El diplomático frunció el ceño, sonrió con desdén, llevó un polvo a
-la nariz y continuó así:</p>
-
-<p>—¿Qué incongruentes especies no inventará la calumnia? ¿Qué torpes
-ardides no imaginarán la astucia y la doblez contra la prudencia y el
-saber? Mil veces me han hecho esos cargos, y mil veces los he rebatido.
-Pero es fuerza que repita ahora lo que en otras ocasiones he dicho.
-Había hecho propósito solemne de no ocuparme más de este asunto; pero
-la terquedad de mis amigos y la obcecación del público me obligan a
-ello. Hablaré claro: si en el calor de mi defensa hago revelaciones
-que puedan sonar mal en ciertos oídos, cúlpese a los que me han
-provocado, no a mí, que todo debo posponerlo al brillo de mi inmaculada
-reputación.</p>
-
-<p>Lesbia, Isidoro y mi ama hacían esfuerzos<span class="pagenum"
-id="Page_80">p. 80</span> para contener la risa, al ver el énfasis
-con que nuestro hombre defendía, contra imaginarias acusaciones,
-una personalidad de que nadie se ocupaba sino él. Amaranta parecía
-meditabunda, mas sus reflexiones no le impedían fijar alguna vez en mí
-sus incomparables ojos.</p>
-
-<p>—En el año de 1792 —dijo el viejo—, cayó del ministerio el conde
-de Floridablanca, que se había propuesto poner coto a los estragos
-de la revolución francesa. ¡Ah! El vulgo no conoció la mano oculta
-que había arrojado de la Secretaría de Estado a aquel hombre insigne,
-envejecido en servicio del Rey. ¿Pero cómo podía ocultarse a los
-hombres perspicaces la máquina interior de aquel cambio de Ministerio?
-Un joven de veinticinco años a quien los Reyes miraban con particular
-afecto, y que tenía frecuente entrada en Palacio, y que hasta en los
-consejos influyó en el cambio de Ministerio, y en la elevación del
-señor conde de Aranda. ¿Tuve yo participación en aquel suceso? No, mil
-veces no: hallábame a la sazón agregado a la Embajada española, cerca
-del Emperador Leopoldo, y no pude de ningún modo influir para que
-desempeñara el Ministerio mi amigo el conde de Aranda. Pero ¡ay! este
-duró poco en el poder, porque nuevas maquinaciones le derribaron, y
-en noviembre del mismo año España y el mundo todo vieron con sorpresa
-que era elevado a la primera dignidad política aquel mismo joven de
-veinticinco años, ya colmado de honores inmerecidos, tales como el
-ducado de<span class="pagenum" id="Page_81">p. 81</span> la Alcudia
-y la grandeza de España de primera clase, la gran cruz de Carlos
-III, la cruz de Santiago, los cargos de ayudante general del Cuerpo
-de Guardias, mariscal de campo de los reales ejércitos, gentilhombre
-de cámara de S. M. con ejercicio, sargento mayor del real cuerpo de
-Guardias de Corps, consejero de Estado, superintendente general de
-Correos y Caminos, etc., etc. Empuñó Godoy las riendas del Estado en
-tiempos muy críticos; todos los hombres de previsión comprendíamos la
-proximidad de grandes males, e hicimos lo posible por conjurarlos.
-El torpe duque de la Alcudia declaró la guerra a Francia, contra la
-opinión de Aranda y de todos cuantos teníamos alguna experiencia en los
-negocios. ¿Se nos hizo caso? No. ¿Se oyeron nuestros consejos? No. Pues
-veamos ahora lo que ocurría después de hecha la paz con Francia.</p>
-
-<p>»El Rey continuaba acumulando en la persona de su favorito toda
-clase de honores y distinciones, y por fin le enlazó con una princesa
-de la familia real. Tanto favor dispensado a un hombre nulo y que
-en los más indignos hechos buscaba ocasión de medro, produjo la
-animadversión y el descontento de todos los españoles. La caida de un
-favorito que había desconcertado el Erario público y desmoralizado la
-justicia vendiendo los destinos, era segura. Y aquí debo decir, aunque
-por un momento falte a las leyes de mi sistemática reserva; que yo
-nada influí para que entraran en los ministerios de Hacienda<span
-class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span> y Gracia y Justicia Saavedra
-y Jovellanos. Ruego a ustedes que no revelen este secreto, que hoy por
-primera vez sale de mis labios.</p>
-
-<p>—Seremos tan callados como guardacantones, señor marqués —dijo
-Isidoro.</p>
-
-<p>—Pero la cosa no tenía remedio —continuó el diplomático dirigiendo
-sus ojos a todos los lados de la sala, como si le oyera gran número de
-personas—. Jovellanos y Saavedra no podían concertarse en el Gobierno
-con quien ha sido siempre la misma torpeza y la corrupción en persona.
-La república francesa trabajaba en contra del favorito. Jovellanos
-y Saavedra se empeñaron en desprenderse de tan peligroso compañero,
-y al fin el Rey, cediendo a tantas sugestiones y a la voz popular,
-dio a Godoy su retiro en marzo de 1798. Yo declaro aquí de una vez
-para siempre, que no tuve participación en su caida, como han dado
-en suponer. Y esta sería ocasión de decir algo que sé, y que siempre
-he callado; pero... no, no fío bastante en la prudencia de los que
-me escuchan, y prefiero guardar silencio sobre un punto delicado que
-nadie conoce. Conste tan solo que no contribuí a la caida de Godoy en
-1798.</p>
-
-<p>—Pero la desgracia del Sr. D. Manuel duró poco —dijo Isidoro—,
-porque el ministerio Jovellanos-Saavedra fue de poca duración, y el de
-Caballero y Urquijo, que le sucedió, tampoco tuvo larga vida.</p>
-
-<p>—Efectivamente, a eso iba —continuó el marqués—. Los Reyes no
-podían pasarse sin su amigo. Ocupó este nuevamente la Secretaría<span
-class="pagenum" id="Page_83">p. 83</span> de Estado, y queriendo
-acreditarse de guerrero, ideó la famosa expedición contra Portugal,
-para obligar a este pequeño reino a romper sus relaciones con
-Inglaterra. Ya desde entonces nuestro ministro no pensaba más que en
-secundar los planes de Bonaparte del modo menos ventajoso para España.
-Él mismo mandó aquel ejército, que se puso en planta a costa de grandes
-sacrificios; y cuando los pobres portugueses abandonaron Olivenza
-sin que pudiera entablarse una lucha formal, el favorito celebró sus
-soñadas victorias con un festejo teatral que dio a aquella guerra
-el nombre de <i>guerra de las naranjas</i>. Ustedes saben que los
-Reyes habían acudido a la frontera. El favorito mandó construir unas
-angarillas que adornó con flores y ramaje, y sobre esta máquina hizo
-poner a la Reina, que fue tan chabacanamente llevada en procesión ante
-las tropas, para recibir de manos del generalísimo un ramo de naranjas,
-cogido en Elvas por nuestros soldados. No añadiré una palabra más, ni
-recordaré los punzantes chistes que circularon en aquella ocasión de
-boca en boca. Que cada cual se entienda con su conciencia, y que todos
-tengan bastante energía para defender sus propios actos, como defiendo
-yo los míos en este momento. Ahora paso a otra cuestión.</p>
-
-<p>»Y aunque necesite repetirlo mil veces, diré también que no tuve
-parte alguna en las negociaciones del tratado de San Ildefonso, ni
-en la alianza de nuestra marina con la francesa, origen del desastre
-de Trafalgar.<span class="pagenum" id="Page_84">p. 84</span> Pero
-sobre este tratado sé cosas curiosísimas que me confió el general
-Duroc y que no puedo revelar a ustedes por más empeño que muestren
-en conocerlas. No... no me pidan ustedes que revele lo que sé; no
-pongan a prueba mi discreción: hay secretos que no pueden confiarse
-en el seno de la amistad más íntima. Yo debo callar y callaré. Si los
-dijese, cuán pronto confundiría al Príncipe de la Paz y a los que me
-suponen cómplice de sus infames tratos con Bonaparte. Mi único afán ha
-consistido en destruir sus combinaciones, y aquí en confianza puedo
-decir que repetidas veces lo he conseguido. Por eso se empeña en
-desacreditarme a los ojos de Europa, en malquistarme con los hombres de
-Estado, que han depositado en mí su confianza; por eso suena mi nombre
-unido a todas las combinaciones que fragua la izquierda en París.
-Pero ¡ah! gracias a mi destreza podré anonadar a los calumniadores,
-salvando mi buen nombre. Ojalá pudiera asimismo salvar a nuestros
-Reyes y a nuestro país del descrédito a que los conduce ciegamente un
-hombre abominable, que se ha elevado por las causas que todos sabemos,
-y sigue dirigiendo la nave del Estado, valido de su torpe arrogancia e
-insolente travesura.</p>
-
-<p>Dijo, y llevándose a la nariz con diplomático aplomo el polvo de
-rapé se sonó con más estruendo que el de una batería, miró a todos
-por encima del pañuelo, y luego pronunció algunas frases vagas que
-anunciaban la agitación de su grande espíritu. Oyéndole y<span
-class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span> viéndole, parecía que sobre
-el mantel de la mesa que yo había servido iban a resolverse las más
-arduas cuestiones europeas, repartiendo pueblos y arreglando naciones
-como en el tapete de Campo-Formio, de Presburgo o de Luneville.</p>
-
-<p>—Estamos ya convencidos, señor marqués —dijo Lesbia—, de que usted
-no ha tenido ni tiene parte alguna en los desastres ocasionados por el
-Príncipe de la Paz; pero no nos ha dicho cuáles son los grandes males
-que nos amenazan.</p>
-
-<p>—Ni una palabra más, no diré ni una palabra más —dijo el marqués
-alzando la voz—. Cesen, pues, las preguntas. Todo es inútil, señoras
-mías. Soy inflexible e implacable: todos los esfuerzos, todas las
-astucias de la curiosidad no conseguirán arrancarme una revelación.
-He suplicado a ustedes que no me preguntasen nada, y ahora, no ruego
-sino mando que me dejen en paz, renunciando a corromper y sobornar mi
-experimentada prudencia con los halagos de la amistad.</p>
-
-<p>Oyendo al diplomático, yo recordaba a cierto mentiroso que conocí
-en Cádiz, llamado D. José María Malespina. Ambos eran portentos de
-vanidad; pero el de Cádiz mentía desvergonzadamente y sin atadero,
-mientras que el de Madrid, sin alterar nunca los sucesos reales, se
-suponía hombre de importancia, y su prurito consistía en defenderse
-de ataques imaginarios y en negarse a revelar secretos que no sabía.
-Esto prueba la inmensa variedad que el Creador ha puesto<span
-class="pagenum" id="Page_86">p. 86</span> en la fauna moral, así como
-en la física.</p>
-
-<p>Isidoro y Lesbia, retirándose de la mesa, habían vuelto a formar
-la tela de araña de sus comunicaciones amorosas. Mi ama había variado
-en sus disposiciones favorables hacia el marqués. En vano le prometió
-franquearse con ella, revelándole lo que ningún ser humano había oído
-hasta entonces de sus labios; pero sin duda a la González no debió de
-halagar mucho la promesa de conocer los planes de todas las potencias
-europeas, porque no tuvo para su solícito cortejante palabra ni frase
-alguna que no fuese el mismo acíbar.</p>
-
-<p>Amaranta, cuya reconcentración mental se desvanecía poco a poco,
-clavó en mí sus ojos de una manera que parecía indicar vivo deseo
-de entablar conversación conmigo. En efecto, contra todas las
-prescripciones del decoro, en cierta ocasión en que yo recogía los
-platos vacíos que tenía delante, se sonrió de un modo tan celestial,
-atravesándome el corazón con estas palabras:</p>
-
-<p>—¿Estás contento con tu ama?</p>
-
-<p>No puedo asegurarlo; pero creo que sin mirarla, contesté:</p>
-
-<p>—Sí, señora.</p>
-
-<p>—¿Y no desearías cambiar de ama? ¿No deseas encontrar colocación en
-otra parte?</p>
-
-<p>Tampoco aseguro que sea cierto, pero me parece que respondí:</p>
-
-<p>—Según con quién fuera.</p>
-
-<p>—Tú pareces un chico de disposición —añadió con una sonrisa que
-parecía abrir el cielo ante mis ojos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_87">p. 87</span>A esto sí que estoy
-seguro de no haber contestado una palabra. Después de una breve pausa,
-en que mi corazón parecía querer echárseme fuera del pecho, tuve un
-arranque de osadía, que hoy mismo me causa asombro, y dije:</p>
-
-<p>—¿Es que quiere usía tomarme a su servicio?</p>
-
-<p>Al oírme, Amaranta prorrumpió en graciosa carcajada, y yo me quedé
-perplejo, creyendo haber dicho alguna inconveniencia. Al punto salí
-de la sala con mi carga de platos: en la cocina procuré calmar mi
-turbación, tratando de explicarme los sentimientos de Amaranta respecto
-a mí, y después de mil dudas, dije:</p>
-
-<p>—Mañana mismo le contaré todo a Inés, y veremos lo que ella
-piensa.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch8">
- <h2 class="nobreak g0">VIII</h2>
-</div>
-
-<p>Cuando regresé a la sala, la escena continuaba la misma, pero la
-llegada de un nuevo personaje iba a variarla por completo. Oímos ruido
-de alegres voces y como preludios de guitarra en el portal, y después
-entró un joven a quien diferentes veces había yo visto en el teatro.
-Acompañábanle otros; pero se despidieron en la puerta, y él subió solo,
-mas haciendo tanto ruido, que no parecía sino que un ejército se nos
-metía en la casa. Me acuerdo<span class="pagenum" id="Page_88">p.
-88</span> de que aquel joven vestía el traje popular, esto es, un
-rico marsellés, gorra peluda de forma semejante a la de los sombreros
-trípicos, pero mucho más pequeña, y capa de grana con forros de felpa
-manchada. Al verlo con esta facha, no crean ustedes que era algún
-manolo de Lavapiés o chispero de Maravillas, pues los arreos con que lo
-he presentado cubrían la persona de uno de los principales caballeros
-de la corte; solo que este, como otros muchos de su época, gustaba de
-buscar pasatiempo entre la gente de baja estofa, y concurría a los
-salones de <i>Polonia la Aguardentera</i>, <i>Juliana la Naranjera</i>,
-y otras célebres majas de que se hablaba mucho entonces. En sus
-nocturnas correrías usaba siempre aquel traje que, en honor de la
-verdad, le caía a las mil maravillas.</p>
-
-<p>Pertenecía aquel joven a la Guardia Real, y sus conocimientos no
-traspasaban más allá de la ciencia heráldica, en que era muy experto,
-del arte del toreo y la equitación. Su constante oficio era la
-galantería arriba y abajo, en los estrados y en los bailes de candil.
-Parecían escritos expresamente para él los famosos versos:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent0">Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas</div>
- <div class="verse indent0">de pardomonte envuelto...</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>—¡Oh, D. Juan! —exclamó Amaranta, al verle entrar—. Bienvenido sea
-el Sr. de Mañara.</p>
-
-<p>Animose la reunión como por encanto con la entrada de aquel joven,
-cuyo carácter<span class="pagenum" id="Page_89">p. 89</span> jovial y
-bullanguero se manifestó desde el primer momento. Advertí que el rostro
-de Amaranta adquiría de súbito extraordinaria viveza y malicia.</p>
-
-<p>—Sr. de Mañara —dijo con gran desenfado—, llega usted a tiempo.
-Lesbia le echaba a usted de menos.</p>
-
-<p>Lesbia miró a su amiga de un modo terrible, mientras Isidoro parecía
-dominado por violenta cólera.</p>
-
-<p>—Aquí, D. Juan, siéntese usted a mi lado —indicó mi ama con alegría,
-señalando a Mañara la silla que tenía a la izquierda.</p>
-
-<p>—No creí encontrar a usted aquí, señora duquesa —dijo el petimetre
-dirigiéndose a Lesbia—. He venido, sin embargo, impulsado por la voz de
-mi corazón; ya veo que el corazón no se equivoca siempre.</p>
-
-<p>Lesbia estaba bastante turbada, mas no era mujer a quien arredraban
-las situaciones críticas, así es que entre ella y Mañara hubo un
-verdadero tiroteo de dichos agudos, risas y epigramas. Máiquez estaba
-cada vez más intranquilo.</p>
-
-<p>—Esta es noche de suerte para mí —dijo D. Juan sacando un bolsillo
-de seda—. He estado en casa de la Primorosa, y allí he ganado cerca de
-dos mil reales.</p>
-
-<p>Diciendo esto, vació el oro sobre la mesa.</p>
-
-<p>—¿Había allí mucha gente? —preguntó Amaranta.</p>
-
-<p>—Mucha; mas la marquesita no pudo ir porque estaba con dolor de
-muelas. ¡Ah! nos hemos divertido.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_90">p. 90</span>—Para usted —dijo
-Amaranta con verdadero ensañamiento en su malicia— no hay diversión
-allí donde no está Lesbia.</p>
-
-<p>Esta volvió a dirigir a su amiga terrible mirada.</p>
-
-<p>—Por eso he venido.</p>
-
-<p>—¿Quiere usted seguir probando fortuna? —dijo mi ama—. La baraja,
-Gabriel; trae la baraja.</p>
-
-<p>Hice lo que se me mandaba, y los oros, las espadas, los bastos y las
-copas se entremezclaron bajo los dedos del petimetre, que barajaba con
-toda la rapidez que da la experiencia.</p>
-
-<p>—Sea usted banquero.</p>
-
-<p>—Bien; ahí va.</p>
-
-<p>Cayeron las primeras cartas: todos los personajes sacaron su dinero;
-fijáronse ansiosas miradas en los terribles signos, y comenzó el
-juego.</p>
-
-<p>Por un momento no se oyeron más que estas breves y elocuentes
-frases: «¡Tres duros al caballo... Yo no abandono a mi siete de
-espadas... Bien, por el rey... Gané... Perdí... Diez a mí... Maldita
-sota!»</p>
-
-<p>—Mala suerte tiene usted esta noche, Máiquez —dijo Mañara,
-recogiendo el dinero del actor, que ni una vez apuntaba sin perder
-cuanto ponía.</p>
-
-<p>—¡Y yo qué buena! —dijo mi ama recogiendo sus monedas, que ascendían
-ya a una respetable cantidad.</p>
-
-<p>—¡Oh, Pepa; para usted es toda la suerte! —exclamó el banquero—.
-Pero dice el refrán:<span class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span>
-«Afortunado en el juego, desgraciado en amores.»</p>
-
-<p>—En cambio, usted —dijo Amaranta— puede decir que es afortunado en
-ambos juegos. ¿Verdad, Lesbia?</p>
-
-<p>Y luego, dirigiéndose a Isidoro, que perdía mucho, añadió:</p>
-
-<p>—Para usted, pobre Máiquez, sí que no se ha hecho aquel refrán;
-porque usted es desgraciado en todo. ¿Verdad, Lesbia?</p>
-
-<p>El rostro de esta se encendió súbitamente. Me pareció que la vi
-dispuesta a contestar con violencia a su amiga; pero se contuvo y la
-tempestad quedó conjurada por algún tiempo. El marqués perdía siempre,
-pero no paró de jugar mientras tuvo una peseta en su bolsillo. No así
-Máiquez, que una vez desvalijado, recibió un préstamo del banquero,
-y así siguió el juego hasta más de la una, hora en que comenzaron a
-hablar de retirarse.</p>
-
-<p>—Debo a usted treinta y siete duros —dijo Máiquez.</p>
-
-<p>—Y por fin —preguntó el petimetre—, ¿cuál es la función escogida
-para representarse, en casa de la señora marquesa?</p>
-
-<p>—Ya está acordado que sea <i>Otello</i>.</p>
-
-<p>—¡Oh! me parece bien, amigo Isidoro. Me entusiasma usted en el papel
-de celoso —dijo Mañara.</p>
-
-<p>—¿Querría usted hacer el de Loredano? —preguntó el actor.</p>
-
-<p>—No, es papel muy desairado. Además, no sirvo para el teatro.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_92">p. 92</span>—Yo le enseñaré a
-usted.</p>
-
-<p>—Gracias. ¿Ya ha enseñado usted a Lesbia su papel?</p>
-
-<p>—Lo sabe perfectamente.</p>
-
-<p>—Cuánto deseo que llegue esa noche —dijo Amaranta—. Pero diga usted,
-Isidoro, si le ocurriera a usted un lance como el de <i>Otello</i>, si
-se viera engañado por la mujer que ama, ¿sentiría usted aquel terrible
-furor? ¿Sería capaz de matar a su Edelmira?</p>
-
-<p>Esta flecha iba dirigida a Lesbia.</p>
-
-<p>—¡Quiá! —exclamó Mañara—. Eso no pasa nunca sino en el teatro.</p>
-
-<p>—No mataría a Edelmira; pero sí a Loredano —repuso Máiquez con
-firmeza, clavando enérgica mirada en el petimetre.</p>
-
-<p>Hubo un momento de silencio, durante el cual pude advertir
-perfectamente las señales de la más reconcentrada rabia en el rostro de
-Lesbia.</p>
-
-<p>—Pepa, no me has obsequiado esta noche —dijo Mañara—. Verdad es que
-he cenado; pero son las dos, hija mía.</p>
-
-<p>Serví de beber al joven, y habiéndome retirado, oí desde fuera el
-siguiente diálogo. Mañara, alzando una copa llena hasta los bordes,
-dijo:</p>
-
-<p>—Señores: brindo por nuestro querido Príncipe de Asturias:
-brindo por que la santa causa que representa tenga dentro de pocos
-días el éxito más completo: brindo por la caida del favorito y el
-destronamiento de los Reyes Padres.</p>
-
-<p>—Muy bien —exclamó Lesbia aplaudiendo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_93">p. 93</span>—Creo que estoy entre
-amigos —continuó el joven—. Creo que un fiel súbdito del nuevo Rey
-puede sin recelo manifestar aquí alegría y esperanza.</p>
-
-<p>—¡Qué horror! ¿Está usted loco? Prudencia, joven —dijo el
-diplomático escandalizado—. ¿Cómo se atreve usted a revelar?...</p>
-
-<p>—Cuidado —dijo Lesbia con mucha viveza—, cuidado, Sr. Mañara, está
-delante una confidenta de S. M. la Reina.</p>
-
-<p>—¿Quién?</p>
-
-<p>—Amaranta.</p>
-
-<p>—Tú también lo eres, y según dicen posees los secretos más
-graves.</p>
-
-<p>—No tanto como tú, hija mía —dijo Lesbia sintiendo reponerse su
-osadía—; tú, que, según se asegura, eres hoy depositaria de todas las
-confianzas de nuestra amada soberana. Esto es una gran honra para
-ti.</p>
-
-<p>—Seguramente —repuso Amaranta, dominando su cólera—. Sigo al lado de
-mi bienhechora. La ingratitud es vicio muy feo, y no he querido imitar
-el ejemplo de las que insultan a quien les ha favorecido. ¡Ah! es muy
-cómodo hablar de las faltas ajenas para que no se fije la vista en las
-propias.</p>
-
-<p>Lesbia, después de un momento de vacilación iba a contestar. El
-diálogo tomaba alguna gravedad, y de seguro se habrían oído cosas
-bastante duras, si el diplomático, interviniendo con su tacto de
-costumbre, no hubiera dicho:</p>
-
-<p>—Señoras, por Dios... ¿qué es esto? ¿No son ustedes íntimas amigas?
-¿Una diferencia<span class="pagenum" id="Page_94">p. 94</span> de
-opinión puede turbar el cielo purísimo de la amistad? Dense las
-manos, y bebamos todos el último vaso a la salud de Lesbia y Amaranta
-enlazadas en dulce y amorosa fraternidad.</p>
-
-<p>—Estoy conforme; esta es mi mano —dijo Amaranta alargando la suya
-con gravedad.</p>
-
-<p>—Ya hablaremos de esto —añadió Lesbia estrechando con desabrimiento
-la mano de la otra dama—. Por ahora seremos amigas.</p>
-
-<p>—Bien: ya hablaremos de esto.</p>
-
-<p>En aquel momento entré yo y la expresión del semblante de una y
-otra no me pareció indicar predisposiciones a la concordia. Con aquel
-desagradable incidente, que por fortuna no tomó proporciones, tuvo
-fin la tertulia, y la aparente reconciliación fue señal de partida.
-Levantáronse todos, y mientras el diplomático y Mañara se despedían de
-mi ama, Amaranta se llegó a mí con disimulo, acercó su boca a mi oído,
-y me dijo con una vocecita que parecía resonar dentro de mi cerebro:</p>
-
-<p>—Tengo que hablarte.</p>
-
-<p>Dejome aturdido; pero mi sorpresa subió de punto un poco después,
-cuando acompañé a la comitiva por la calle, precediéndola con un farol,
-según costumbre, porque en aquel tiempo el alumbrado público, si en
-alguna calle existía, era digno émulo de la oscuridad más profunda.
-Llegamos a la calle de Cañizares, a una suntuosa casa, que era la misma
-en cuyo sotabanco vivía Inés, aunque se subía por distinta escalera.
-En el patio de aquella<span class="pagenum" id="Page_95">p. 95</span>
-casa, que era la del marqués diplomático, o mejor dicho, de su hermana,
-esperaban las literas que debían conducir a las dos damas a sus
-respectivas mansiones. Antes de entrar en la litera, Amaranta me llamó
-aparte, y díjome que al día siguiente fuese a buscarla a aquella misma
-casa, preguntando por una tal Dolores, que luego supe era doncella
-o confidenta suya, cuyo mandato me alegró mucho, porque en él vi el
-fundamento de mi fortuna.</p>
-
-<p>Volví a casa apresuradamente, y encontré a mi ama muy agitada,
-paseando con precipitación en la estrecha sala, y departiendo consigo
-misma, como si no tuviera el juicio muy sano.</p>
-
-<p>—¿Observaste —me dijo— si Isidoro y Mañara disputaban por la
-calle?</p>
-
-<p>—No reparé, señora —le respondí—. ¿Pues qué motivo tienen esos dos
-caballeros para enemistarse?</p>
-
-<p>—¡Ah! no sabes cuán alegre estoy, Gabriel; estoy satisfecha —me dijo
-la González con extraviados ojos y tan febril inquietud, que me impuso
-miedo.</p>
-
-<p>—¿Por qué, señora? —pregunté—. Ya es hora de descansar, y usted
-parece necesitar descanso.</p>
-
-<p>—No tonto, yo no duermo esta noche —dijo—. ¿No sabes que yo no puedo
-dormir? ¡Ah, cuánto gozo considerando su desesperación!</p>
-
-<p>—No entiendo a usted.</p>
-
-<p>—Tú no entiendes de esto, chiquillo, vete<span class="pagenum"
-id="Page_96">p. 96</span> a acostar... Pero no, no, ven acá y escucha.
-¿Verdad que parece castigo de Dios? El muy simple no conoce la víbora
-que tiene entre sus brazos.</p>
-
-<p>—Creo que se refiere usted a Isidoro.</p>
-
-<p>—Justo. Ya sabes que está enamorado de Lesbia. Está loco, como nunca
-lo ha estado. ¡Ah! Con todo su orgullo, ¡qué vilmente se arrastra a los
-pies de esa mujer! Él, acostumbrado a dominar, es dominado ahora, y su
-impetuoso amor servirá de diversión y chacota en el teatro y fuera de
-él.</p>
-
-<p>—Pero me parece que el Sr. Máiquez es correspondido.</p>
-
-<p>—Lo fue; pero los favores de Lesbia pasan pronto. ¡Oh! Bien merecido
-le está. Lesbia es la misma inconstancia.</p>
-
-<p>—No lo hubiera creído en una persona tan simpática y tan linda.</p>
-
-<p>—Con esa carita angelical, con su sonrisa inalterable y su aire de
-ingenuidad, Lesbia es un monstruo de liviandad y coquetería.</p>
-
-<p>—Tal vez ese Sr. Mañara...</p>
-
-<p>—Eso no tiene duda. Mañara es hoy el favorecido, y si habla con
-Isidoro es para divertirse a su costa, jugando con el corazón de ese
-desgraciado. Sí, el corazón de Isidoro está hoy como un ovillo de
-algodón entre las patas de una gata traviesa. ¿Pero no es verdad que le
-está bien merecido?... ¡Oh, rabio de placer!</p>
-
-<p>—Por eso la señora Amaranta no cesaba de decir aquellas cosas...
-—indiqué, deseando que mi ama esclareciera mis dudas sobre<span
-class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span> muchos sucesos y palabras de
-aquella noche.</p>
-
-<p>—¡Ah! Lesbia y Amaranta, aunque vienen juntas aquí, se aborrecen,
-se detestan, y quisieran destruirse una a otra. Antes se llevaban muy
-bien; mas de algún tiempo a esta parte... yo creo que algo ocurrido en
-Palacio es la causa de esta inquina que ha empezado hace poco, y será
-pronto una guerra a muerte.</p>
-
-<p>—Bien se conoce que no se llevan bien.</p>
-
-<p>—En Palacio, según me han dicho, arden pasiones encarnizadas e
-implacables. Amaranta es muy amiga de los Reyes Padres, mientras que
-Lesbia parece que es de las damas que más intrigan en el bando de los
-amigos del Príncipe de Asturias. Tan irritadas están hoy la una contra
-la otra, que ya no saben disimular el odio que se profesan.</p>
-
-<p>—¿Y es Amaranta mujer de tan mala condición como su amiga?
-—pregunté deseando inquirir noticias de la que ya consideraba como mi
-protectora.</p>
-
-<p>—Todo lo contrario —repuso—. Amaranta es una gran señora, tan
-discreta como hermosa, y de conducta intachable. Gusta de proteger a
-los desvalidos: su sensible y tierno corazón es inagotable para los
-menesterosos que necesitan de su ayuda; y como es poderosísima en la
-corte, porque su valimiento casi excede al de los mismos Reyes, el que
-tenga la dicha de caerle en gracia, ya se puede considerar puesto en
-los cuernos de la luna.</p>
-
-<p>—Ya me lo parecía a mí —dije muy contento por tan lisonjeras
-noticias.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_98">p. 98</span>—Espero que Amaranta
-—prosiguió mi ama con la misma calenturienta agitación— me ayudará en
-mi venganza.</p>
-
-<p>—¿Contra quién? —pregunté alarmado.</p>
-
-<p>—Creo que se ha aplazado la función de la marquesa —continuó
-sin atender a mi pregunta—. Nadie quiere hacer el desairado papel
-de Pésaro, y esto será ocasión de un lamentable retraso. ¿Querrás
-desempeñarlo tú, Gabriel?</p>
-
-<p>—¡Yo, señora!... no sirvo para el caso.</p>
-
-<p>Quedose luego muy meditabunda, con el ceño fruncido y los ojos fijos
-en el suelo, y por fin volvió a su primer tema.</p>
-
-<p>—Estoy satisfecha —dijo con esa hilaridad dolorosa, que indica las
-grandes crisis de la pasión—. Lesbia le es infiel, Lesbia le engaña,
-Lesbia le pone en ridículo, Lesbia le castiga... ¡Oh, Dios mío! Veo que
-hay justicia en la tierra.</p>
-
-<p>Después serenándose un poco me mandó retirar, y cuando me hallé
-fuera, dejándola con su doncella, la sentí llorar con lágrimas francas
-y abundantes, que debían templar la irritación de su espíritu y poner
-calma en su excitado cerebro. A los consuelos y ruegos de su criada
-para que se retirase a descansar, no respondía más que esto:</p>
-
-<p>—¿Para qué me acuesto, si sé que no he de dormir en toda la
-noche?</p>
-
-<p>Retireme a mi cuarto, que era un estrecho dormitorio donde jamás
-entraban ni en pleno día importunas luces. Me acosté bastante afligido
-al considerar la triste pasión de mi ama;<span class="pagenum"
-id="Page_99">p. 99</span> pero estos pensamientos se enlazaron
-con otros relativos a mi propio estado, los cuales, lejos de ser
-tristes alborozaban mi alma; y acompañado por la imagen de Amaranta,
-que iluminaba mi mezquino asilo como un rayo de luna, me dormí
-profundamente pensando en la fábula de Diana y Endimión, que conocía
-por una de las estampas de la sala.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch9">
- <h2 class="nobreak g0">IX</h2>
-</div>
-
-<p>Al despertar en la mañana siguiente, acudieron en tropel a mi
-pensamiento todas las ideas y las imágenes que me habían agitado
-la noche anterior. La inclinación hacia mi persona que suponía en
-Amaranta, me trastornaba el juicio como verá el amigo lector, si
-le cuento los disparates que dije y las locuras que imaginé en las
-reflexiones y monólogos de aquella mañana.</p>
-
-<p>«No veo la hora —decía para mí— de presentarme a esa señora. No
-me queda duda de que le he caído en gracia, lo cual no es extraño,
-pues algunas personas me han dicho que no tengo mal ver. Como dice
-doña Juana, de hombres se hacen los obispos, y quién sabe si a vuelta
-de una media docena de añitos, me encuentro hecho en dos palotadas
-duque, conde o almirante, como otros que yo me sé y que deben lo que
-son a haber caído en gracia a esta o la otra persona. Hablemos<span
-class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span> claro, Gabriel. ¿No estás
-oyendo mentar todos los días a cierto personaje que antes era un pobre
-pelambrón, y ahora es todo cuanto puede ser un hombre? ¿Y todo por
-qué? Por la inclinación de una elevada señora. Y ¿quién dice que lo
-que puede pasar a un hombre, no le pueda suceder a otro? Verdad es que
-el tal personaje es un gallardo mozo; pero yo bien sabido me tengo que
-no soy saco de paja, pues muchas personas me han dicho que les gusto,
-y que no puede negarse que tengo unos ojillos picarescos, capaces de
-trastornar a todo el sexo femenino... Ánimo, Sr. Gabrielito. Mi ama
-ha dicho que Amaranta es la mujer más poderosa de toda la Corte, y
-quién sabe si será de sangre real. ¡Oh, divina Amaranta! ¿Qué haré
-para merecerte? Por supuesto, que si llego a verme desempeñando esos
-elevados cargos, juro por Dios y mi salvación, que he de ser el hombre
-más formal que jamás haya gobernado en el mundo. A buen seguro que
-nadie me acuse, como acusan al otro de haber hecho tantas picardías. Lo
-que es eso... yo tendré las cosas bien arregladitas, y en mi persona
-no gastaré sino lo muy preciso. Lo primero que voy a disponer es que
-no haya pobres, que España no vuelva a unirse con Francia, y que en
-todas las plazuelas del Reino se fije el precio de los comestibles,
-para que los pobres compren todo muy barato. Veremos si sé yo mandar o
-no sé... ¡y que tengo un geniecillo! Como no hagan lo que mando, nada,
-nada... no me andaré con chiquitas. Al que no obedezca, cortarle<span
-class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> la cabeza y se acabó...
-así andarán todos derechos como un huso. Y lo dicho, dicho. Nada con
-los franceses, Napoleón que se entienda solo; nosotros haremos lo que
-nos dé la gana, y que no me busque el genio, porque yo tengo malas
-moscas... ¡Oh! si esto sucediera, cómo se había de alegrar la pobre
-Inés: entonces sí que no repetiría aquello de la tortuga y del águila.
-Se me figura que Inés es algo corta de alcances; sin embargo, es tan
-buena, que la amaré siempre... pero debo amar a Amaranta... pero ¿cómo
-puedo dejar de amar a Inés?... Pero es preciso que adore sobre todas
-las cosas a Amaranta... pero Inés es tan sencilla, tan buena, tan...
-pero Amaranta me subyuga, me fascina, me vuelve loco... pero Inés...
-pero Amaranta...»</p>
-
-<p>Esto decía yo, despeñado, como corcel salvaje, por los derrumbaderos
-de mi fantasía; y ya habrá observado el lector que, al suponerme
-amado por una mujer poderosa, mis primeras ideas versaron sobre mi
-engrandecimiento personal y el ansia de adquirir honores y destinos. En
-esto he reconocido después la sangre española. Siempre hemos sido los
-mismos.</p>
-
-<p>Levanteme, cogí el cesto para ir a la compra, y cuando recorría los
-puestos de la plazuela regateando las patatas y las coles, consideré
-cuán inconveniente y deshonroso era que se ocupase en tan bajos
-menesteres un joven destinado a ser dentro de algún tiempo generalísimo
-de los ejércitos de mar y tierra, gran almirante, ministro, y quién
-sabe<span class="pagenum" id="Page_102">p. 102</span> si rey de algún
-reinito chico que le caería por chiripa en los repartos europeos.</p>
-
-<p>Dejando aparte por ahora lo que se refiere a mi persona, voy a dar
-una idea de la opinión pública en aquellos días, con motivo de los
-sucesos políticos. En la plazuela advertí que se hablaba del asunto,
-y por las calles las personas se paraban preguntándose noticias, y
-regalándose mutuamente las mentiras de que cada cual era forjador o
-inocente vehículo. Yo hablé del caso con varias personas conocidas,
-y voy a copiar imparcialmente el parecer de algunas, pues siendo las
-más de diversa condición y capacidad, el conjunto de sus observaciones
-puede ofrecer exactamente una muestra del pensamiento público.</p>
-
-<p>Un hortera de ultramarinos que era nuestro abastecedor, y hombre muy
-aficionado a mover la sin hueso, me pareció más alegre que de ordinario
-y en extremo jovial con sus parroquianos.</p>
-
-<p>—¿Qué nuevas corren por ahí? —le pregunté.</p>
-
-<p>—¡Oh! grandes nuevas. Los franceses han entrado en España. Yo estoy
-contentísimo.</p>
-
-<p>Luego, bajando la voz, dijo con semblante risueño:</p>
-
-<p>—¡Van a conquistar a Portugal! Es para volverse loco de alegría.</p>
-
-<p>—Hombre, no lo entiendo.</p>
-
-<p>—¡Ah! Gabrielillo: tú como eres un pobre chico, no entiendes estas
-cosas. Ven acá, mentecato. Si conquistan a Portugal, ¿para qué ha de
-ser sino para regalárselo a España?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span>—¿Y un reino se
-conquista y se regala, como si fuera una libra de nísperos, señor de
-Cuacos?</p>
-
-<p>—Pues es claro. Napoleón es un hombre que me gusta. Quiere mucho a
-España y se desvive por hacernos felices.</p>
-
-<p>—Vaya con el hombre. ¿Y nos quiere por nuestra linda cara o porque
-le conviene, para sacarnos dinero, barcos, tropas y cuanto le da la
-gana? —dije yo cada vez más resuelto a romper con Francia cuando fuese
-ministro.</p>
-
-<p>—Nos quiere porque sí, y sobre todo ahora va a quitar de en medio al
-Sr. Godoy, que ya nos tiene hasta el tragadero.</p>
-
-<p>—¿Querrá usted decirme qué es lo que ha hecho ese caballero para que
-todos le quieran tan mal?</p>
-
-<p>—¡Bicoca! Ahí es nada lo del ojo. ¿No sabes que es un embustero,
-atrevido, lascivo, tramposo y enredador? Ya sabemos todos a qué debe
-su fortuna, y la verdad es que la culpa no la tiene él, sino quien lo
-consiente. Ya sabes tú que vende los destinos, ¡y de qué manera! Los
-que tienen mujer guapa o hija doncella, son los que consiguen de Su
-Alteza cuanto solicitan. Pues ahora trata de que se vayan a América
-los príncipes para quedarse él de rey de España... Pero no echó muy
-bien las cuentas, y a lo mejor se presenta Napoleón para desbaratar sus
-planes... Sabe Dios lo que ocurrirá dentro de algunos días: yo creo
-que Napoleón, como amigo y admirador que es de nuestro gran Príncipe
-de Asturias, nos lo va a poner en el trono, sí<span class="pagenum"
-id="Page_104">p. 104</span> señor... y el Rey Carlos, con la buena
-pieza de su mujer, se irá adonde mejor le convenga.</p>
-
-<p>No hablamos más del asunto. Entré luego en la tienda de doña
-Ambrosia, a comprar un poco de seda que me había encargado la doncella,
-y vi tras el mostrador a la grave tendera, acariciando su gato, sin
-dejar por eso de atender a la conversación entablada entre D. Anatolio,
-el papelista de la acera de enfrente, y el abate D. Lino Paniagua, que
-estaba escogiendo unas cintas verdes y azules.</p>
-
-<p>—No le quede a usted duda, señora doña Ambrosia —decía el
-papelista—; de esta vez nos veremos libres del <i>choricero</i>.</p>
-
-<p>—No puede ser menos —contestó la tendera— sino que alguna buena alma
-ha ido a Francia y le ha contado a ese bendito Emperador todas las
-picardías que aquí hace Godoy, por lo cual este ha mandado un ejército
-entero para quitarle de en medio.</p>
-
-<p>—Pues, con perdón de ustedes —dijo el abate Paniagua alzando la
-vista—, yo, que frecuento la sociedad de etiqueta, puedo asegurar
-que las intenciones de Napoleón son muy distintas de lo que se cree
-vulgarmente. Napoleón no manda sus tropas contra Godoy, sino para
-Godoy; porque han de saber ustedes que en un tratado secreto (y esto lo
-digo con reserva) se ha convenido echar de Portugal a los Braganzas, y
-repartirse aquel reino entre tres personas, de las cuales una será el
-Príncipe de la Paz.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_105">p. 105</span>—Eso se dijo hace
-tiempo —observó con desdén D. Anatolio—; pero ahora no se trata de
-tal reparto. La verdad pura y neta es que Napoleón viene a quitar el
-Portugal a los ingleses, lo cual está muy retebién hecho; sí señor.</p>
-
-<p>—Pues a mí me han dicho —añadió doña Ambrosia—, que lo que quiere
-Godoy es mandar al Príncipe a América con sus hermanos, para quedarse
-él solito de rey de España. Eso no lo habíamos de consentir. ¿Verdá
-usté, D. Anatolio? Miren qué ideas de hombre. Pero ¿qué se puede
-esperar de quien está casado con dos mujeres?</p>
-
-<p>—Y creo que las dos se sientan con él a la mesa, una a la derecha y
-otra a la izquierda —dijo D. Anatolio.</p>
-
-<p>—Por Dios, hablemos bajo —indicó con timidez D. Lino Paniagua—. Esas
-cosas no se deben decir.</p>
-
-<p>—Nadie nos oye, y sobre todo... Si van a poner a la sombra a cuantos
-hablan de estas cosas, pronto se quedará Madrid sin gente.</p>
-
-<p>—Verdad —dijo doña Ambrosia bajando la voz—. Mi difunto esposo,
-que santa gloria haya, y era el hombre de más verdad que ha comido
-nabos en el mundo, aseguraba... (y crean ustedes que lo sabía de buena
-tinta) que cuando el <i>choricero</i> quiso que el Consejo de Estado
-habilitase a la Reina para ser Regenta... pues, no sé si me explico...
-era porque tenían el proyecto de despachar para el otro barrio a mi
-señor D. Carlos, de modo que...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_106">p. 106</span>—¡Qué abominaciones
-se dicen hoy! —exclamó el abate.</p>
-
-<p>—Como que es la pura verdad —dijo don Anatolio—. Yo también lo supe
-por persona que estaba en el ajo.</p>
-
-<p>—Pero esto no se dice, señores, esto se calla —respondió Paniagua—.
-Yo, francamente, no gusto de oír tales cosas. Me da miedo; y si llega a
-oídos del señor Príncipe de la Paz, figúrense ustedes qué disgusto.</p>
-
-<p>—Como no nos ha dado prebendas, ni le pedimos congruas...</p>
-
-<p>—En fin, despácheme usted, señora doña Ambrosia, que tengo prisa.
-Esas cintas verdes son de etiqueta; pero lo que es las azules, no me
-atrevo a presentárselas a la señora condesa de Castro-Limón.</p>
-
-<p>Despacharon al abate, y luego a mí, con más presteza de la que
-habría querido, pues de buen grado me hubiera detenido más para oír los
-comentarios políticos que tanto me agradaban. Ya iba derecho a la casa,
-cuando acerté a tropezar con el reverendo padre fray José Salmón, de
-la orden de la Merced, el cual era un sujeto excelente que visitaba a
-doña Dominguita (la abuela de mi ama) con tanta frecuencia como exigían
-el arte de Hipócrates y el piadoso anhelo de bien morir; pues para
-administrar lo primero y preparar el ánima a lo segundo era un águila
-el buen mercenario Salmón, a quien solo faltaba una <i>o</i> en su
-apellido para llamarse como el portento de la sabiduría. Detúvome, e
-interpelándome con afabilidad y cortesía, dijo:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span>—¿Y esa
-incomparable doña Dominga, cómo está? ¿Qué tal efecto le ha hecho el
-cocimiento de cáscaras de frambuesa, o sea <i>tetragonia ficoide</i>,
-que llama Dioscórides?</p>
-
-<p>—¡Magnífico efecto! —respondí, aunque estaba en completa ignorancia
-del asunto.</p>
-
-<p>—Ya le llevaré esta tarde unas pildoritas... —prosiguió— con las
-cuales, o yo no soy el padre Salmón de la orden de la Merced, o esa
-señora ha de recobrar la agilidad de sus piernas... Pero chico: qué
-buenas peras llevas ahí —añadió metiendo la mano en el cesto, y sacando
-la fruta indicada—. Tú tienes buena mano derecha para comprar peras.</p>
-
-<p>Y acto continuo se la guardó, después de olerla, en la manga
-del luengo hábito, sin pedir permiso para ello, pues aunque siguió
-hablando, fue para añadir lo siguiente:</p>
-
-<p>—Dile que iré esta tarde por allá a contarle las grandes novedades
-que ocurren en España.</p>
-
-<p>—Usted que sabe tanto —dije impulsado por mi curiosidad—, ¿podrá
-explicarme a qué vienen esos ejércitos franceses?</p>
-
-<p>—Si tú tuvieras la mitad del talento que yo tengo —repuso—, te
-pondría al tanto de las diversas razones que me hacen estar alegre
-considerando la llegada de esos señores. ¿Por ventura no sabes
-que Napoleón fue quien estableció el culto en Francia, después de
-los horrores y herejías de la revolución? ¿No sabes también que
-entre nosotros no falta algún endiablado personaje en cuya mente
-bullen atrevidos proyectos contra la santa<span class="pagenum"
-id="Page_108">p. 108</span> Iglesia? Pues sabiendo esto, ¿a quien no se
-alcanza que el objeto de la entrada de esos ejércitos no es ni puede
-ser otro que dar merecido castigo al insolente pecador, al polígamo
-desvergonzado, al loco enemigo de los derechos eclesiásticos?</p>
-
-<p>—Luego ese Sr. Godoy, ¿no solo es un bribón y un acá y un allá, sino
-que también es enemigo de la religión y los religiosos? —pregunté,
-asombrado de ver cómo aumentaba el capítulo de las culpas del
-favorito.</p>
-
-<p>—Sin duda —dijo el fraile—. Y si no, ¿qué nombre tiene el proyecto
-de reformar las órdenes mendicantes, quitándoles la vida conventual
-y obligando a esos buenos religiosos a servir en los Hospitales
-generales? También agita en su diabólica mente el proyecto de sacar
-de las granjas que nos pertenecen lo necesario para fundar unas a
-modo de escuelas de agricultura; que sabe Dios lo que serán las tales
-escuelitas. ¡Oh! Y si fuera cierto lo que se dice —añadió alargando
-la mano para hacer segunda exploración en mi cesto—, si fuera cierto
-lo que se dice respecto a la enajenación de parte de los bienes que
-ellos llaman de manos muertas... Pero no nos ocupemos de esto, que más
-bien causa risa que indignación, y fijemos la vista en el astro de
-las Galias que, cual divino campeón, viene a libertarnos de la tiranía
-de un necio valido, poniendo en el Trono al augusto Príncipe en cuya
-sabiduría y prudencia fiamos.</p>
-
-<p>Al concluir esto había trasportado desde el cesto a las mangas de
-su hábito otra pera<span class="pagenum" id="Page_109">p. 109</span>
-y hasta media docena de ciruelas, dando después rienda suelta a los
-encomios de mi destreza en el comprar. Yo me apresuré a separarme
-de un interlocutor que me salía tan caro, y le di los buenos días,
-renunciando a las lecciones de su sabiduría.</p>
-
-<p>No había sacado en limpio gran cosa, ni disipado mis dudas, sobre lo
-que hoy llamaríamos la situación política, y lo único que vi con alguna
-claridad fue la general animadversión de que era objeto el Príncipe
-de la Paz, a quien se acusaba de corrompido, dilapidador, inmoral,
-traficante de destinos, polígamo, enemigo de la Iglesia, y, por
-añadidura, de querer sentarse en el Trono de nuestros Reyes, lo cual
-me parecía el colmo de la atrocidad. También vi de un modo clarísimo
-que todas las clases sociales amaban al príncipe de Asturias, siendo de
-notar, que cuantos anhelaban su próxima elevación al Trono, fiaban tal
-empresa a la amistad de Bonaparte, cuyos ejércitos estaban entrando ya
-en España, para dirigirse a Portugal.</p>
-
-<p>Volví a la plazuela para reponer las bajas hechas en el cesto por
-su paternidad, y allí encontré... ¿no adivinan ustedes a quién? El
-infeliz, acompañado de su hija Joaquinita, a quien Natura había hecho
-<i>poetisa entre dos platos</i>, se ocupaba en comprar al fiado no sé
-qué piltrafas y miserables restos, que eran su ordinario alimento. El
-pedía las cosas, la jorobadilla las regateaba, y entre los dos cargaban
-la ración, cuyo peso no hubiera fatigado a un niño de cinco años. La
-miseria había<span class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span> pintado
-sus más feos rasgos en el semblante de la hija y del padre, el cual era
-tan flaco y amarillo, que se dudaba cómo podía existir y moverse cuerpo
-tan endeble, no siendo galvanizado por el misterioso fluido del numen
-poético. ¿Necesito nombrarle? Era Comella.</p>
-
-<p>—¡Sr. D. Luciano, usted por aquí! —dije saludándole con mucho
-afecto, porque aquel hombre me inspiraba la más viva compasión.</p>
-
-<p>—¡Ah, Gabriel! —contestó—, ¿y Pepita, y doña Dominga? Tiempo hace
-que no las veo. Pero ya saben que aunque no las visito, porque el
-trabajo me lo impide, les estoy muy agradecido.</p>
-
-<p>—Hoy espero ir por allá a llevarles a ustedes algún recadito —dije
-respondiendo verbalmente a las tristes suplicantes miradas de la hija
-del poeta, cuyos ojos me hablaban el lenguaje del hambre.</p>
-
-<p>—Es preciso que vayas por casa —continuó el poeta tomándome el
-brazo, e indicando en su gravedad que lo que iba a confiarme era
-importantísimo—. Como me has dicho que presenciaste lo de Trafalgar,
-quiero consultarte sobre ciertos detalles... pues...</p>
-
-<p>—Ya. Escribe usted la historia de aquella batalla.</p>
-
-<p>—No: historia no; un dramita que va a dejar bizcos a los señores.
-Verás qué pieza. Se titula <i>El tercer Gran Federico y combate del
-21</i>.</p>
-
-<p>—Buen título —respondí—; pero no entiendo qué es eso del <i>tercer
-Federico</i>.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_111">p. 111</span>—¡Qué tonto eres!
-El <i>tercer Gran Federico</i> es Gravina, y como ya hubo en Prusia
-un Gran Federico que era Segundo, ¿no comprendes que es ingenioso y
-llamativo y tónico poner a nuestro almirante en la lista de los Grandes
-Federicos que ha habido en el mundo?</p>
-
-<p>—Ciertamente. Es una idea que solo a usted se le hubiera
-ocurrido.</p>
-
-<p>—Ya Joaquina ha escrito las primeras escenas, que son preciosísimas.
-En primer término aparece la cubierta del <i>Santísima Trinidad</i>, a
-la derecha el navío de Nelson, y a lo lejos Cádiz con sus castillos y
-torreones. Debo advertirte que figuro a Nelson enamorado de la hija de
-Gravina, el cual se niega a dársela en matrimonio. La escena empieza
-con una sublevación de los marineros españoles que piden pan, porque
-en todo el barco no hay una miga. El almirante se enfurece y les dice
-que son unos cobardes, porque no tienen alma para resistir tres días
-sin comer, y les da el ejemplo de la más plausible sobriedad mandándose
-servir un pedacito de maroma asada. Nelson se presenta a decir que todo
-se acabará al fin si le dan la niña para llevársela a Inglaterra: la
-muchacha sale de la cámara bordando un pañuelo, y...</p>
-
-<p>No dijo más, porque la violenta risa en que prorrumpí, sin poderme
-contener, le desconcertó un poco, aunque yo para que no se enojara le
-aseguré que me reía por cierto recuerdo despertado en mi memoria.</p>
-
-<p>—La escena del hambre está escrita, y<span class="pagenum"
-id="Page_112">p. 112</span> si he de decirte la verdad, no tiene
-pero.</p>
-
-<p>—No dudo que esa escena puede ser admirable —dije con malicia—,
-sobre todo si ha puesto la mano en ella la señorita Joaquina.</p>
-
-<p>—Ya hemos escrito a todos los teatros de Italia, que se disputarán
-como siempre el derecho de traducirla —dijo Joaquinita.</p>
-
-<p>—¡Ah! Aquí no se recompensa el verdadero mérito. Bien dicen, que
-nadie es profeta en su patria: verdad es que la posteridad hace
-justicia; pero entre tanto que esa justicia llega, los hombres
-superiores arrastramos miserable existencia y nos morimos como
-cualquier pelafustán, sin que nadie se acuerde de nosotros. Vamos a
-ver: ¿de qué me valen ahora a mí los mausoleos, las inscripciones,
-las estatuas con que han de honrarme en tiempos futuros, cuando la
-envidia calle y a nadie quede duda del mérito de mis obras? Y si
-no, ahí tienes a Cervantes, que es otro ejemplo como este mío. ¿No
-vivió en la miseria? ¿No murió abandonado? ¿Acaso tocó las ventajas
-positivas de ser el primer escritor de su siglo? Pues a mí me pasa
-dos cuartos de lo mismo: por supuesto, que si algo me consuela, es
-considerar cuánto se avergonzará la España futura al saber que el autor
-de <i>Catalina en Cromstadt</i>, de <i>Federico II en Glatz</i>, de
-<i>El negro sensible</i>, de <i>La enferma fingida por amor</i>, de
-<i>Cadma y Sinoris</i>, de <i>La escocesa de Lambrun</i> y de otras
-muchas obras, ha vivido algún tiempo almorzando dos cuartos de sangre
-frita y otras cosas que no nombro por respeto al arte de la poesía,
-pues no<span class="pagenum" id="Page_113">p. 113</span> lo quiero
-denigrar, denigrándome a mí mismo... Pero no hablemos de estas cosas,
-que dan tristeza, y obligan a renegar de una patria que no sabe premiar
-el mérito, y de unos tiempos en que los magnates protegen la envidia y
-persiguen la inspiración.</p>
-
-<p>—Calma, calma, Sr. D. Luciano —dije yo mostrándome interesado por el
-triunfo de la inspiración sobre la envidia—; tras esos tiempos vendrán
-otros. ¡Quién sabe lo que pasará mañana!</p>
-
-<p>—Eso me han dicho, sí —repuso Comella bajando la voz y con sonrisa
-de satisfacción—. ¿Será cierto que Napoleón es del partido del Príncipe
-de Asturias? ¿Caerá Godoy?</p>
-
-<p>—Eso no tiene duda. ¿Pues qué quiere Napoleón más que el bien de los
-españoles?</p>
-
-<p>—Justo; y aunque él y Godoy han sido muy amigotes, ya parece que
-el otro ha conocido sus malas mañas, y sabe que todos queremos al
-heredero, con lo cual dicho se está que nos hará el gusto. En cuanto
-a Godoy, yo estoy en que no existe hombre peor en toda la redondez
-de la tierra. Pueden perdonársele los medios de su elevación; puede
-perdonársele que sea polígamo, ateo, verdugo, venal, y otras faltas
-por el estilo; pero lo que no tiene nombre y prueba mejor que nada la
-corrupción de las costumbres, es que proteja a los malos poetas, dando
-cordelejo a los que son buenos y además nacionales, españoles como yo,
-y no admitimos ese fárrago de reglas ridículas y extranjeras con que
-Moratín y otros poetastros de polaina embaucan<span class="pagenum"
-id="Page_114">p. 114</span> a los tontos. ¿No piensas como yo?</p>
-
-<p>—Lo mismito que usted —respondí—. Y ahora verá el Sr. D. Luciano
-cómo los franceses, cuando hayan arreglado lo de Portugal, arreglarán a
-España y se acabará la protección a los malos poetas.</p>
-
-<p>—Dios lo quiera así... Pero nos vamos, que antes de almorzar hemos
-de concluir la escena entre Nelson y la hija de Gravina.</p>
-
-<p>—¿Tanta prisa corre?</p>
-
-<p>—Para fin de mes ha de estar en la Cruz. Tendrá un éxito atroz. Ya
-verás, Gabrielillo. Es preciso que vayas a aplaudir, porque me temo
-mucho que los de Estala, Melón y Moratinillo han de querer silbarla.
-Hay que estar con cuidado, y si ellos tienen la protección del
-Gobierno, no hay que asustarse por eso, la posteridad juzgará. Conque
-adiós.</p>
-
-<p>Se marcharon a prisa, y yo me quedé pensando en la serie de maldades
-que habría cometido el Príncipe de la Paz, para tener también en contra
-suya a los malos poetas. Hasta mucho tiempo después no conocí que entre
-los infinitos actos reprensibles de aquel monstruo de la fortuna había
-algunos que la posteridad, por el contrario, debía recordar siempre con
-agradecimiento...</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch10">
- <h2 class="nobreak g0">X</h2>
-</div>
-
-<p>Aún me faltaba oír, antes de volver a casa, otra opinión muy
-distinta de las anteriores, y era la para mí respetabilísima de<span
-class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span> Pacorro Chinitas, el
-amolador, personaje que tenía establecida su portátil industria en la
-esquina de nuestra calle. Me parece que aún estoy viendo la piedra de
-afilar, que en sus rápidas evoluciones despedía por la tangente, al
-contacto del acero, una corriente de veloces chispas, semejantes a la
-cola de un pequeño cometa; y como era mi costumbre no apartar la vista
-de la máquina mientras hablaba con el Júpiter de aquellos rayos, el
-fenómeno ha quedado vivamente impreso en mi imaginación.</p>
-
-<p>Era Pacorro Chinitas un hombre que aparentaba más edad de la
-que realmente tenía, merced a los disgustos domésticos de que era
-autora su mujer, célebre buñolera del Rastro, a quien llamaban la
-<i>Primorosa</i>. No puedo menos de dar algunas noticias sobre este
-ejemplar matrimonio, porque los dos seres que lo formaban figuran algo
-en acontecimientos posteriores, y que he de contar, si para entonces
-tengo vida y el lector paciencia, como espero.</p>
-
-<p>Es, pues, el caso que Pacorro Chinitas, varón manso y discreto, no
-podía hacer buenas migas con la <i>Primorosa</i>, cuya fama, extendida
-de polo a polo, es decir, desde la calle de la Pasión hasta el pórtico
-de San Bernardino, la acusaba de mujer pendenciera, batalladora y
-que partía de un bofetón un par de quijadas, sin que estas y otras
-hazañas la hicieran nunca caer en manos de la justicia. Chinitas se
-vio obligado a pedir una separación, resignándose a no tener más
-compañera<span class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span> que la
-rueda coronada de chispas, y en esta situación le conocí. Luego que
-nos hicimos amigos contome las picardías de su antigua mitad, y así
-como en otros temas era discretísimo, en este era muy pesado, pues no
-pasaba día sin que me regalara un nuevo capítulo de la larga historia
-de sus cuitas matrimoniales. Como yo encontrara en aquel hombre cierta
-madurez de juicio, cierto sentido práctico que en los demás no hallaba,
-resultó que me aficioné a su conversación, y cuanto él decía me parecía
-entonces de perlas, sin que pudiera explicarme la razón de esta
-preferencia por los juicios de un hombre ignorado y rudo. Después he
-meditado bastante sobre las cosas de aquel tiempo, y sobre la opinión
-general, y puedo deciros sin miedo de equivocarme, que el hombre de más
-talento que conocí en aquellos días fue el amolador de la calle del
-Baño.</p>
-
-<p>Para muestra referiré mi conversación con él.</p>
-
-<p>—¡Hola, Chinitas! ¿cómo va? ¿Qué es eso que cuentan por ahí? ¿Conque
-tenemos a los franceses en España?</p>
-
-<p>—Eso dicen —contestó—. Y la gente está contenta.</p>
-
-<p>—Y parece que van a cogerse a Portugal.</p>
-
-<p>—Pues ello... así dicen.</p>
-
-<p>—Eso me parece muy bien. ¿Para qué sirve Portugal?</p>
-
-<p>—Mira, Gabrielillo —dijo incorporándose, y apartando de la rueda
-las tijeras, con lo cual cesaron por un momento las chispas—; tú<span
-class="pagenum" id="Page_117">p. 117</span> y yo somos unos brutos
-que no entendemos palotada de cosas mayores. Pero ven acá: yo estoy
-en que esos señores que se alegran porque han entrado los franceses,
-no saben lo que se pescan, y pronto vas a ver cómo les sale la criada
-respondona. ¿No piensas tú lo mismo?</p>
-
-<p>—¿Qué he de pensar? Como Godoy es tan malo de por sí, cátate ahí
-que Napoleón viene a quitarle de en medio, y a poner en el trono al
-Príncipe de Asturias, que dicen es un gerifalte para el gobierno.</p>
-
-<p>Chinitas volvió a aplicar el acero a la piedra, dando movimiento con
-el pie, y después de contestar a mis observaciones con un mohín muy
-expresivo, añadió:</p>
-
-<p>—Yo digo y repito que todos estos señores parece que están bobos.
-Nosotros los que no sabemos leer ni escribir, acertamos a veces mejor
-que ellos; y lo que ellos no pueden ver, porque les encandila el sol de
-un poder que tienen tan cerca, lo vemos nosotros desde abajo; y si no,
-di tú: ¿No es preciso estar ciego para comprender que Napoleón no dice
-lo que tiene pensado? ¿Ese hombre no ha revuelto todas las partes del
-mundo, no ha quitado de los tronos los reyes que ha querido para poner
-a los mocosos de sus hermanos? Dicen que viene a poner al Príncipe de
-Asturias y a quitar al <i>choricero</i>. De eso me río yo. Sí, porque
-Godoy y él no están de compinche para hacer cualquier picardía... A mí
-con esas. Lo que menos le importa a Napoleón es que reine Fernando o
-prive D. Manuel;<span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span> lo
-que él quiere es cogerse a Portugal para darle un pedazo a Godoy, y
-otro pedazo a la infanta que han puesto de reina allá en <i>Trucha</i>
-o <i>Truria</i>...</p>
-
-<p>—Pues que lo cojan y lo repartan —dije yo con gran crueldad para
-nuestros vecinos—, ¿qué nos importa? Con tal que quiten a ese hombre
-tan malo...</p>
-
-<p>—Si cogen a Portugal, porque es un reino chiquito, mañana cogerán a
-España, porque es grande. Yo me enfado cuando veo a esos bobalicones
-que andan por ahí, petimetres, abates, frailes, covachuelistas, y hasta
-usías muy estirados, que se ríen y se alegran cuando oyen decir que
-Napoleón se va a embolsar a Portugal, y con tal de ver por tierra al
-guardia, no les importa que el francés eche el ojo a un bocadito de
-España, que no le vendrá mal para acabar de llenar el buche.</p>
-
-<p>—Pero como dicen que no hay pecado que el <i>choricero</i> no haya
-cometido...</p>
-
-<p>—Mira, chiquillo —contestó con aplomo probando con el dedo el filo
-de las tijeras—; yo me río de todas las cosas que cuentan por ahí. Es
-verdad que ese hombre es un ambicioso que no va más que a enriquecerse;
-pero si ha llegado a ser duque, y general y príncipe y ministro, ¿de
-quién es la culpa sino de quien le ha dado todo eso sin merecerlo? Si
-vienen y te dicen a ti: «Gabriel, mañana vas a ser esto y lo otro,
-porque me da la gana, y sin que necesites para ello quemarte las cejas
-estudiando latín», ¿qué dirás tú? Dirías, «pues venga.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_119">p. 119</span>—Eso no tiene
-duda.</p>
-
-<p>—Y aunque ese hombre es una buena pieza, y ha hecho muchas maldades,
-la mitad de lo que dicen es mentira. También habrás visto que hoy le
-escupen muchos que antes le adulaban; es que saben que va a caer, y
-la sombra del árbol carcomido no le gusta a la gente. ¡Ah! me parece
-que aquí vamos a ver grandes cosas, sí, señor, grandes cosas. Digo y
-repito, que de esto va a resultar lo que nadie piensa, y muchos que hoy
-se restregan las manos de contento, llorarán mañana a moco y baba; y si
-no, acuérdate de lo que te digo.</p>
-
-<p>Aquellas razones, que me parecían encerrar profunda verdad, me
-hicieron pensar; y como persona que ya se preciaba de saber escoger
-los hombres, pensé que aquel sabio amolador era digno de ocupar un
-puesto de consideración a mi lado, cuando yo fuera generalísimo, primer
-secretario de Estado, archipámpano, y tuviera todas las jerarquías que
-esperaba de la protección y ayuda de mi divina Amaranta.</p>
-
-<p>—Pues yo lo que deseo —dije— es que venga de una vez ese príncipe
-tan bueno, que todo lo ha de arreglar a pedir de boca. ¿No cree usted
-lo mismo?</p>
-
-<p>—Mira, chiquillo —repuso Chinitas con sibilítico tono—, yo me
-tengo tragado que el heredero no vale para maldita la cosa, y esto
-no se puede decir sino acá para entre los dos, porque si algunos nos
-oyeran, lloverían almendradas. Cuando vivía la señora princesa<span
-class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span> de Asturias, que en
-gloria esté, todos decían que Fernandito era enemigo de los franceses
-y de Napoleón, porque este ayudaba a Godoy, y ahora resulta que los
-franceses son la mejor gente del mundo y Napoleón tan bueno como pan
-bendito, solo porque parece arrimarse al partido del Príncipe de
-Asturias. Esa no es gente formal, Gabrielillo; y yo lo que veo es que
-el heredero tiene muchas ganas de serlo, antes de que muera su padre,
-aunque es de creer que el canónigo de Toledo y otros personajes le
-tienen sorbidos los sesos, y serían capaces de obligarle a ser mal
-hijo, con tal que ellos pudieran después echarse al cuerpo los mejores
-destinos. Esa gente de arriba es muy ambiciosa, y hablando mucho del
-bien del reino, lo que quiere es mandar; tenlo presente. Yo, aunque
-no me han enseñado a leer ni a escribir tengo mi gramática parda; sé
-conocer a los hombres, y aunque parece que somos bobos y nos tragamos
-todo lo que nos dicen, ello es que a veces columbramos la verdad mejor
-que otros muy sabihondos, y vemos clarito lo que va a venir. Por eso te
-digo que veremos cosas gordas, muy gordas; y si no, acuérdate de lo que
-te digo.</p>
-
-<p>Así habló Chinitas. Cuando me separé de él para entrar en casa,
-recuerdo que iba resumiendo las distintas conferencias de aquella
-mañana, y lo mucho y vario que sobre un mismo asunto había oído en
-anteriores días. Cada cual juzgaba los sucesos según sus pasiones, y
-como yo no podía formarme idea<span class="pagenum" id="Page_121">p.
-121</span> exacta de la importancia de aquellos hechos, en mi
-juvenil ignorancia y equivocado patriotismo, creía muy justo que el
-conquistador del siglo se apoderara de un pequeño reino, que a mi
-juicio no servía más que de estorbo. En cuanto a Godoy, no había duda
-de que los comerciantes, los nobles, los petimetres, el pueblo, los
-frailes y hasta los malos poetas anhelaban su caida, unos con razón,
-otros sin ella; unos por convicción de la ineptitud del valido;
-bastantes por la envidia, y muchos porque creían a pie juntillas que
-habíamos de estar mejor cuando nos gobernara el heredero de la Corona.
-Fue singular cosa que todos se equivocaran respecto a la marcha de los
-futuros sucesos, esperando el próximo arreglo de todos los trastornos;
-fue singular cosa que el optimismo ciego de la mayoría no alcanzase a
-comprender lo que penetró con su ruda desconfianza el buen juicio del
-amolador. Cada vez estoy más convencido de que Pacorro Chinitas fue una
-de las más grandes notabilidades de su época.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch11">
- <h2 class="nobreak g0">XI</h2>
-</div>
-
-<p>Ignoro si fueron las conversaciones de aquel día u otras causas las
-que enfriaron el entusiasmo de que yo estaba poseído por la mañana.
-¡Cuánto he desvariado! —decía para mí—, y lo más seguro es que Amaranta
-habrá<span class="pagenum" id="Page_122">p. 122</span> visto solamente
-en mí un chico dispuesto a servirla mejor que otro.</p>
-
-<p>Sin embargo, mi curiosidad era tan viva, que no podía ocuparme en
-cosa alguna ni estar con calma en ninguna parte. Aquel día ni aun pude
-visitar a Inés; y cuando cumplí las obligaciones de la casa, me dispuse
-a acudir a la cita. Vestime con el mayor esmero, dedicando el conjunto
-de las fuerzas de mi inteligencia a conseguir que la persona de un
-servidor de ustedes fuese el dechado de todas las gracias, y el resumen
-de cuantas perfecciones concedió Naturaleza a la juventud. El pedazo de
-espejo que limpié desde por la mañana aduló mi amor propio, confirmando
-ante mí la enfática presunción de que no escaseaban en el semblante
-del criado de la González ciertos agradables rasgos, dignos de hacer
-fijar la atención. Fue aquella la primera vez que me sentí presumido:
-después, recordándolo, he sentido ganas de abofetearme.</p>
-
-<p>Yo habría deseado tener entonces el vestido más rico, más lujoso,
-más elegante, más luciente que pudieran hacer los sastres del planeta
-que habitamos; pero tuve que contentarme con el mío humildísimo, sin
-más adorno que el del aseo, la pulcritud y esmero de mi peinado. Mi
-traje era modesto; pero a pesar de ello, yo conocía que estaba bien, y
-que mi persona y aire predisponían en favor mío. Con esto y con pensar
-durante un breve rato frases delicadas y elegantes que me parecían muy
-propias para contestar a los<span class="pagenum" id="Page_123">p.
-123</span> obsequios de la diosa, di por terminados los preparativos, y
-salí de la casa, sin dar cuenta a nadie de mi expedición.</p>
-
-<p>Llegué a la casa de la calle de Cañizares, residencia de la señora
-marquesa, de quien era hermano el diplomático; pregunté por doña
-Dolores, apareció esta, y sin decirme nada, me condujo por largos y
-oscuros pasadizos, hasta que al fin dio conmigo en un camarín muy
-lujoso, donde me ordenó que esperase. Mientras así lo hacía, creí
-sentir en la pieza inmediata algunas voces de señoras que hablaban y
-reían, y también creí escuchar la voz desentonada del diplomático.
-Amaranta no me hizo aguardar mucho tiempo. Cuando sentí el ruido de la
-puerta, cuando vi entrar a la hermosa dama, cuando se adelantó hacia
-mí sonriendo con bondad, pareciome que un ente sobrenatural se me
-acercaba, y temblé de emoción.</p>
-
-<p>—Has sido puntual —me dijo—. ¿Estás dispuesto a entrar en mi
-servicio?</p>
-
-<p>—Señora —contesté sin poder recordar ninguna de las frases que traía
-preparadas—; estoy con mucho gusto a las órdenes de usía para cuanto se
-digne mandarme.</p>
-
-<p>—O yo me engaño mucho —dijo la dama sentándose junto a mí—, o tú
-eres un chico bien nacido, hijo de alguna noble familia, y te hallas
-hoy en posición más baja de lo que te corresponde.</p>
-
-<p>—Mi padre era pescador en Cádiz —respondí, sintiendo por primera vez
-en mi vida no ser noble.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_124">p. 124</span>—¡Qué lástima!
-—exclamó Amaranta—; sin embargo, no importa. Pepa me ha dicho que
-cumples lo que se te encarga con mucha puntualidad, y sobre todo con
-gran reserva; que eres formal a toda prueba; me ha dicho también que
-tienes imaginación, y que podrías ser en otra esfera un hombre de
-provecho.</p>
-
-<p>—Mi ama —dije disimulando mi orgullo— me hace demasiado favor.</p>
-
-<p>—Bueno —continuó la diosa—. Ya comprendes que entrar en mi servicio
-sin más recomendación que el propio mérito, es más de lo que pudieras
-desear. Pero me parece que tú tienes disposición para más altos
-empleos, y... creo que no serás desfavorecido por la fortuna. ¿Quién
-sabe lo que llegarás a ser?</p>
-
-<p>—¡Oh, sí señora, quién sabe! —dije sin contener el entusiasmo que en
-mí producían aquellas palabras.</p>
-
-<p>Amaranta estaba sentada frente a mí, como he dicho: su mano derecha
-jugaba con un grueso medallón pendiente del cuello, y cuyos diamantes,
-despidiendo mil luces, deslumbraban mis ojos. Tanta era mi gratitud y
-admiración hacia aquella mujer, que no sé cómo no caí de rodillas a sus
-plantas.</p>
-
-<p>—Por de pronto no te exijo sino una grande fidelidad en mi servicio.
-Yo acostumbro recompensar bien a los que bien me sirven, y a ti más que
-a nadie, porque me han cautivado tu orfandad, tu abandono y la modestia
-y circunspección que hallo en tu persona.</p>
-
-<p>—Señora —exclamé en la efusión de mi gratitud—, ¿cómo pagaré tantos
-sacrificios?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_125">p. 125</span>—Siéndome fiel y
-haciendo puntualmente lo que te mande.</p>
-
-<p>—Seré fiel hasta la muerte, señora.</p>
-
-<p>—Ya ves que exijo poco. En cambio, Gabriel, yo puedo hacer por ti lo
-que no has soñado ni podrías soñar. Otros con menos mérito que tú, se
-han elevado a alturas inconcebibles. ¿No te ha ocurrido que podrías tú
-subir lo mismo, encontrando una mano que te impulsara?</p>
-
-<p>—¡Sí, señora! Sí me ha ocurrido, y ese pensamiento me ha vuelto loco
-—contesté—. Viendo que usía se dignaba fijar en mí sus ojos, llegué a
-creer que Dios había tocado su buen corazón, y que todo lo que hasta
-ahora me ha faltado en el mundo, iba a recibirlo de una sola vez.</p>
-
-<p>—Has pensado bien —dijo Amaranta sonriendo—. Tu adhesión a mi
-persona y tu obediencia a mis órdenes te harán merecedor de lo que
-deseas. Ahora escucha. Mañana voy al Escorial, y es preciso que vengas
-conmigo. Nada digas a tu ama: yo me encargo de arreglarlo todo, de
-manera que consienta en el cambio de servidumbre. No digas tampoco a
-nadie que me has hablado, ¿entiendes? Pasado mañana irás a mi casa,
-desde donde puedes hacer el viaje en los coches que saldrán al medio
-día. Estaremos en el Escorial pocos días, porque regresaremos para ver
-la representación que ha de darse en esta casa, y entonces, quizás
-vuelvas por unos días al servicio de Pepa.</p>
-
-<p>—¡Otra vez allá! —dije admirado.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_126">p. 126</span>—Sí; ya sabrás más
-adelante todo lo que tienes que hacer. Conque retírate ya: no faltes
-mañana.</p>
-
-<p>Prometí ser puntual y me despedí de ella. Diome a besar su mano con
-tan dulce complacencia que me sentí electrizado al poner mis labios en
-su blanca y fina piel. Ni sus modales, ni sus miradas, ni ninguno de
-los accidentes de su comportamiento para conmigo eran los de una ama
-para con su criado. Más bien parecía tratarme como de igual a igual,
-y en cambio yo, ciego ya para todo lo que no fuera la protección de
-Amaranta, me lancé en la esfera de la atracción de aquel astro que
-inundaba mi alma de luz y calor.</p>
-
-<p>Salí a la calle... ¿a quién comunicar mi alegría? Al punto me acordé
-de Inés, y subí la escalerilla que conducía a su sotabanco, pues no sé
-si he dicho que la habitación de mis amigos estaba en la misma casa.
-Encontré a Inés muy triste, y habiendo preguntado la causa, supe que
-doña Juana, cuya naturaleza se desmejoraba con el continuo trabajar,
-había caído enferma.</p>
-
-<p>—¡Inés, Inesilla! —exclamé encontrándome solo en la sala con la
-muchacha—. Quiero hablarte. ¿Sabes que me voy?</p>
-
-<p>—¿A dónde? —me preguntó con viveza.</p>
-
-<p>—A Palacio, a la corte, a correr fortuna. ¡Ah, picarona; ahora no te
-reirás de mí; ahora va de veras!</p>
-
-<p>—¿Qué va de veras?</p>
-
-<p>—Que se me ha entrado por las puertas la<span class="pagenum"
-id="Page_127">p. 127</span> fortuna, chiquilla. ¿Te acuerdas de lo que
-hablamos el otro día? Bien te lo decía yo, y tú no me hacías caso.
-¿Pero no ves, reinita, que eso se cae de su peso?</p>
-
-<p>—¿Qué se cae de su peso?</p>
-
-<p>—Que así como otros han llegado a la mayor altura sin mérito propio,
-y solo porque a alguna gran persona se le antojó protegerles, nada
-tendría de extraño que a mí me aconteciera dos cuartos de lo mismo, sí,
-señorita.</p>
-
-<p>—Eso es muy claro: avisa cuando llegues arriba. De modo que mañana
-te tendremos de general o ministro cuando menos.</p>
-
-<p>—No te burles, ¿estamos? Tanto como mañana, no; pero ¿quién sabe?</p>
-
-<p>Inés empezó a reír, dejándome bastante confuso.</p>
-
-<p>—Pero, ven acá, tonta —dije con una seriedad, cuyo recuerdo me hace
-morir de risa—; tú no estás oyendo hablar todos los días de un hombre
-que no era nada, y hoy lo es todo; de un hombre que entró a servir en
-la Guardia española, y de la noche a la mañana...</p>
-
-<p>—¡Hola, hola! —dijo Inés burlándose de mí con más crueldad—. Esas
-tenemos, Sr. D. Gabriel. ¡Qué callado lo tenía usted! ¿Se puede saber
-quién es la dama que se ha enamorado de usted?</p>
-
-<p>—Tanto como enamorarse, no, tonta —respondí cortado—; pero... ya
-ves. Como uno no es saco de paja... qué quieres. Todo el mundo, aunque
-no valga nada, encuentra una persona a quien le gusta...</p>
-
-<p>Inés continuó riendo; pero yo conocí que<span class="pagenum"
-id="Page_128">p. 128</span> después de mis últimas palabras, la pobre
-necesitaba muchos esfuerzos para aparentar alegría. Como su carácter no
-era apto para el disimulo, luego cesó de reír y se puso muy seria.</p>
-
-<p>—Bien, excelentísimo señor —dijo haciéndome una grave cortesía—; ya
-sabemos a qué atenernos.</p>
-
-<p>—La cosa no es para enfadarse —dije yo sintiéndome repuesto de mi
-turbación—; lo que hay es, que si una persona me quiere proteger, no he
-de hacerle ascos. ¡Y si tú la conocieras, Inesilla; si tú vieras qué
-mujer, qué señora!... Todo lo que te diga es poco; así es que no te
-digo nada.</p>
-
-<p>—¿Y esa señora se ha enamorado de ti?</p>
-
-<p>—Dale con el enamoramiento; no es eso, mujer. Es que entro a
-servirla; aunque quién sabe lo que podrá pasar... Si vieras cómo me
-trata... Como de igual a igual, y se interesa mucho por mí... y es muy
-rica... y vive en un palacio muy grande cerca de aquí... y tiene muchos
-criados... y lleva en el cuello un medallón con un diamante como un
-huevo... y cuando le mira a uno, se queda uno atortolado... y es muy
-guapa... y en Palacio puede tanto como el Rey... y se llama...</p>
-
-<p>Recordé de pronto que Amaranta me había prohibido revelar su
-entrevista con ella, y callé.</p>
-
-<p>—Bueno —dijo Inés—. Ya veo que dentro de poco le tendremos a usía
-hecho un archipámpano, con muchos galones y cintajos, dando que hablar
-a la gente, y teniendo el<span class="pagenum" id="Page_129">p.
-129</span> gusto de oírse llamar ladrón, enredador, tramposo y cuanto
-malo hay.</p>
-
-<p>—Mira tú lo que es no entender las cosas —dije algo incomodado—.
-¿De dónde sacas tú que todos los hombres célebres y poderosos, sean
-ladrones y pícaros? No, señor, también pueden ser buenos; y lo que es
-yo... supón, chiquilla, que por arte del demonio llegara yo a ser... no
-te rías, que de menos hizo Dios a Cañete; y todos somos hijos de Adán;
-y tan de carne y hueso es Napoleón Bonaparte como yo. Pues suponte que
-llego a ser... no te rías. Si te ríes me callo.</p>
-
-<p>—Si no me río —dijo Inés, conteniendo la hilaridad que de nuevo la
-acometía—. Lo que dices está muy en razón, chiquillo. Si no hay más
-que ponerse a ello. ¿Qué cuesta ser generalísimo, ministro, príncipe
-o duque? Nada. Ni a qué viene el romperse los ojos estudiando por
-aprender todas las cosas que se deben saber para gobernar? Si los
-aguadores y los mozos de cuerda, y los horteras, y los monaguillos,
-son unos tontos de camisón, cuando no se van todos a Palacio, sabiendo
-que tienen seguro el sueldo de consejeros con solo guiñarle el ojo a
-una dama. Y si todas no son tiernas de corazón, con tocarle el codo a
-alguna de las cocineras de Palacio, está hecho todo.</p>
-
-<p>—No es eso: veo que tú no entiendes —dije, no sabiendo cómo hacerme
-comprender de Inés—. Eso que dices de aprender y saber gobernar, y
-lo demás, no viene al caso. Verdad es, que antes se necesitaba ser
-hombre<span class="pagenum" id="Page_130">p. 130</span> de ciencia
-para medrar; pero hoy, chiquilla, ya ves lo que pasa. No es solo Godoy,
-son cientos de miles los que ocupan altos puestos sin valer maldita
-de Dios la cosa. Con un poco de despejo basta. Si sabré yo lo que me
-digo.</p>
-
-<p>—Ven acá, Gabriel —me dijo Inés, dejando su costura—. Las cosas del
-mundo pasan siempre como deben pasar. Esto lo sé yo sin que nadie me lo
-haya dicho. Los hombres que mandan a los demás, están en aquel puesto
-por su nacimiento, pues... porque así está arreglado, de modo que los
-reyes nacen de los reyes... Cuando algún hombre que no ha nacido en
-cuna real, llega a gobernar el mundo, debe de ser porque Dios le ha
-dado un talento, una cosa celestial que no tienen los demás. Y si no,
-ahí me tienes a Napoleón, que es emperador de todo el mundo, y manda no
-sé cuantos miles de millones de soldados; pero es porque él se lo ha
-ganado, y porque desde chiquito aprendía cuanto hay que saber, y los
-maestros se quedaban lelos, viendo que sabía más que ellos... El que
-sube tanto sin tener mérito, es por casualidad, o por mil picardías,
-o porque los reyes lo quieren así; ¿y qué hacen para tenerse arriba?
-Engañan a la gente, oprimen al pobre, se enriquecen, venden los
-destinos y hacen mil trampas. Pero buen pago les dan, porque todo el
-mundo les aborrece, y lo que desean es verles por los suelos. ¡Ah,
-chiquillo! Yo no sé cómo no entiendes esto, esto que es tan claro como
-el agua...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_131">p. 131</span>A pesar de ser tan
-claro como el agua, yo no lo comprendía. Muy lejos de eso, estaba tan
-obcecado, tan dominado por la vanidad, que no vi sino impertinencias
-y majaderías en las juiciosas razones de la modistilla. Aún fue más
-lejos mi soberbia, porque mi amor propio se resintió; me sentí pavo
-real, erguí mi cuello, levanté la cola tornasolada, y con mis feas
-patas de pájaro vanidoso pisoteé la discreta paloma, diciéndole estas
-palabras:</p>
-
-<p>—Inés, hablemos claro. Veo que tú no comprendes ciertas cosas...
-Tú eres muy buena, y por eso te quiero y te estimo. No dudes, por lo
-tanto, que de aquí en adelante haré en bien tuyo cuanto me sea posible.
-Tú eres muy buena; pero es preciso confesar que tienes pocos alcances.
-Al fin eres mujer, y las mujeres... como no sea de hacer calceta y de
-poner el puchero a la lumbre, de nada entienden una higa. Este negocio
-que tratamos no es para tu pobre cabecita. Los hombres son los que
-los entendemos bien, porque tenemos un modo de ver las cosas más por
-lo alto, porque en fin, tenemos más talento. No extraño lo que me has
-dicho porque... ¿tú qué puedes entender?... Pero eres una chica muy
-buena: te quiero, te quiero mucho, no te enfades. Puedes estar segura
-de que jamás me olvidaré de ti.</p>
-
-<p>Lector: cuando leas esto te suplico que te despojes de toda
-benevolencia para conmigo. Sé justiciero e implacable, y ya que no me
-tienes, por ventaja mía, al alcance de tus honradas manos, descarga
-en el libro tu ira,<span class="pagenum" id="Page_132">p. 132</span>
-arrójalo lejos de ti, pisotéalo, escúpelo... ¡ay! pero no: él es
-inocente, déjalo, no lo maltrates, él no tiene culpa de nada; su único
-crimen es haber recibido en sus irresponsables hojas lo que yo he
-querido poner en él, lo bueno y lo malo, lo plausible y lo irrisorio,
-lo patético y lo tonto que al escribir esta historia he ido sacando,
-escarbador infatigable, de los escombros de mi vida. Si algo encuentras
-que me desfavorezca, tan mío es como lo que te parezca laudable. Ya
-habrás conocido que no quiero ser héroe de novela: si hubiera querido
-idealizarme, fácil me habría sido conseguirlo, cuidando de encerrar con
-cien llaves todas mis flaquezas y necedades, para que solo quedasen a
-la vista del público los hechos lisonjeros, adicionados con lindísimas
-invenciones, que en caso de apuro no me habrían de faltar. Pero
-repito que no quiero idealizarme: bien sé que a los ojos de muchos,
-mi personalidad estaría cien codos más alta, si yo representase en mí
-a un mozuelo desvergonzado, pendenciero y atrevido, que en los diez
-y seis años de su edad hubiese tenido tiempo y fortuna para matar en
-duelo a dos docenas de semejantes, y quitar la honra a igual número de
-doncellas, casadas o viudas, esquivando la persecución de la justicia
-y la venganza de celosos padres o maridos. Todo esto sería muy bonito;
-pero diré con el latino: <i>sed nunc non erat his locus</i>.</p>
-
-<p>Como prueba de mi modestia, no he vacilado en copiar el diálogo
-con Inés que me favorece tan poco, atreviéndome a esperar<span
-class="pagenum" id="Page_133">p. 133</span> que, si el lector no me
-adorase romántico, podrá apreciarme sincero. Hagamos, pues, las paces
-y continuaré la narración en el mismo punto en que la dejé; y es que,
-habiendo espetado las palabras referidas y aun algunas más, hijas de mi
-estólida vanidad, dejé a Inés, creyendo que debía buscar interlocutor
-más conforme a la alteza y sublimidad de mis pensamientos. Inés no me
-dijo una palabra más, y yo, atraído por los alegres sones de la flauta
-tocada por D. Celestino, fui a buscarle a su cuarto, y con las manos
-juntas atrás, y el aire de persona protectora, le hablé así:</p>
-
-<p>—¿Cómo van esos asuntos, señor mío?</p>
-
-<p>—¡Oh, divinamente! —contestó con su optimismo de siempre—. Al fin
-se me hará justicia, y según me ha dicho esta mañana el oficial de la
-secretaría, no puede pasar de la semana que viene.</p>
-
-<p>—Me parece que a usted no le vendría mal un arciprestazgo de buena
-renta o cosa así... Dígolo, porque aunque a usted le sorprenda, tal vez
-exista alguna persona que se lo pueda conseguir.</p>
-
-<p>—¿Quién, hijo mío, quién, a no ser mi paisano y amigo el Serenísimo
-Príncipe de la Paz?</p>
-
-<p>—En donde menos se piensa salta una liebre... Ya veremos, ya veremos
-—dije yo haciendo todo lo posible para que la expresión de mi semblante
-fuera la más misteriosa y grave.</p>
-
-<p>Quedose aturdido con mis palabras, y volví al lado de Inés, de quien
-no quería despedirme<span class="pagenum" id="Page_134">p. 134</span>
-dejándola enojada. Con gran sorpresa mía, la muchacha no conservaba
-enfado alguno, y me habló con aquella incomparable ecuanimidad, que
-siempre fue su principal atractivo. Despedime prometiendo que la
-recordaría siempre, y ella se mostró tan afable, tan cariñosa como
-si nada hubiera pasado. Su espíritu, cuya elevación y superioridad
-desconocía yo entonces, confiaba firmemente sin duda en mi pronta
-vuelta.</p>
-
-<p>A los dos días mi ama me dijo que había convenido con Amaranta en
-que yo pasara a servir a esta. Arreglé mi pequeño ajuar, y fui a la
-casa de mi nueva ama. Allí me pusieron una librea, y subiendo al coche
-de la servidumbre, el cual seguía a otro ocupado por la marquesa y
-su hermano el diplomático, emprendí el camino del Escorial, a donde
-llegamos por la noche.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch12">
- <h2 class="nobreak g0">XII</h2>
-</div>
-
-<p>Como al llegar al Escorial nos encontramos sorprendidos por la
-noticia de gravísimos acontecimientos, no estará de más que mencione
-lo que por el camino me contó el mayordomo de la marquesa, pues a sus
-palabras dio profético sentido lo que ocurrió después.</p>
-
-<p>—Me parece que en el Real Sitio pasa algo que va a ser sonado —me
-dijo—. Esta mañana<span class="pagenum" id="Page_135">p. 135</span>
-se decía en Madrid... Pero lo que haya lo hemos de saber pronto, pues
-dentro de tres horas y media, si Dios quiere, daremos fondo en la
-lonja.</p>
-
-<p>—¿Y qué se decía en Madrid?</p>
-
-<p>—Allí todos quieren al Príncipe y aborrecen a los Reyes Padres, y
-como parece que sus majestades se han propuesto mortificar al muchacho,
-apretándole de su lado... Eso, yo lo he visto, y el Príncipe tiene una
-cara que da compasión... Se dice que sus padres no le quieren, lo cual
-está muy mal hecho: a mí me consta que ni una sola vez le lleva el Rey
-a las cacerías, ni le sienta a la mesa, ni le muestra aquel cariño que
-parece natural en un buen padre.</p>
-
-<p>—¿Será que el Príncipe anda metido en conspiraciones y enredos?
-—dije.</p>
-
-<p>—Ello bien pudiera ser. Según oí la semana pasada en el Real Sitio,
-el Príncipe se da unas encerronas, que ya, ya... no habla con nadie,
-está como quien ve visiones, y se pasa las noches en vela. Con esto
-la Corte anda muy alarmada, y parece que acordaron vigilarle hasta
-averiguar lo que traía entre manos.</p>
-
-<p>—Pues ahora caigo en que me dijeron que el Príncipe era algo
-literato, y se pasaba las noches traduciendo del francés o del latín,
-que esto no lo recuerdo bien.</p>
-
-<p>—Sí, en el Escorial se cree eso; pero sabe Dios... Hay quien asegura
-que lo que el Príncipe trae entre manos es cosa gorda; que las tropas
-de Napoleón que han entrado en España lo que menos piensan es guerrear
-con<span class="pagenum" id="Page_136">p. 136</span> Portugal, y
-parece que vienen a apoyar a los partidarios del Príncipe.</p>
-
-<p>—Esas son patrañas; quizás el pobre Fernandito no piense más que en
-traducir sus libros...</p>
-
-<p>—Parece que el que tradujo hace poco no gustó a los papás, porque
-hablaba de no sé qué revoluciones, y ahora está con otro: como no sea
-alguna endiablada tramoya para pescar el trono...</p>
-
-<p>Así continuó poco más o menos nuestra conversación hasta que
-llegamos al Real Sitio. El diplomático y su hermana se apearon de su
-coche y nosotros del nuestro. Como los dos viajeros debían aposentarse
-en Palacio y en las habitaciones de Amaranta, que ya había llegado el
-día anterior, desde luego el mayordomo nos encaminó allá, haciéndonos
-recorrer medio mundo en escaleras, galerías, patios y pasillos. Todo
-indicaba que ocurría algo extraordinario en la regia morada, porque
-se veía por los pasillos y salas de tránsito más gente que la que
-acostumbraba estar en pie a aquella hora, que era la de las diez.
-Preguntó la marquesa, mas le contestaron de un modo tan vago, que nada
-pudo sacar en claro.</p>
-
-<p>Instalados en las habitaciones de mi ama, donde me ocupé en acomodar
-los equipajes, según las órdenes que se me daban, al poco rato entró
-Amaranta tan inmutada, que fue preciso aguardar un poco para que,
-repuesta de su zozobra, pudiese explicar lo que pasaba.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_137">p. 137</span>—¡Ay! —exclamó
-cediendo a las reiteradas preguntas de sus tíos—; lo que pasa es
-terrible. ¡Una conjuración, una revolución! ¿En Madrid no ocurría nada
-cuando ustedes salieron?</p>
-
-<p>—Nada; todo estaba tranquilo.</p>
-
-<p>—Pues aquí... es una cosa tremenda, y quién sabe si estaremos vivos
-mañana.</p>
-
-<p>—Pero hija, dínoslo claramente.</p>
-
-<p>—Parece que se ha descubierto que querían asesinar a los Reyes; todo
-estaba preparado para un movimiento en Palacio.</p>
-
-<p>—¡Qué horror! —exclamó el diplomático—. decía yo que bajo la capita
-de servidores del Rey se escondían aquí muchos jacobinos.</p>
-
-<p>—No es nada de jacobinos —continuó mi ama—. Lo más extraño es que el
-alma de la conjuración es el Príncipe de Asturias.</p>
-
-<p>—No puede ser —dijo la marquesa, que era muy afecta a S. A.—. El
-Príncipe es incapaz de tales infamias. Justo y cabal lo que yo decía.
-Sus enemigos han ideado perderle por la calumnia, ya que no lo han
-conseguido por otros medios.</p>
-
-<p>—Pues la revolución preparada, que por lo que dicen, iba a ser peor
-que la francesa —prosiguió Amaranta—, se ha fraguado en el cuarto del
-Príncipe, a quien se han encontrado unos papelitos que ya... Dícese
-que están complicados el canónigo D. Juan de Escóiquiz, el duque del
-Infantado, el conde de Orgaz y Pedro Collado, el aguador de la fuente
-del Berro, hoy criado del Príncipe.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_138">p. 138</span>—Creo que tú,
-sobrina —dijo el marqués, ofendido de que mi ama contase cosas que él
-no sabía—, te dejas arrastrar por tu impresionable imaginación. Tal vez
-lo que ocurre no tenga importancia alguna, y pueda yo esclarecerlo con
-datos y noticias de índole muy reservada, que se me han trasmitido de
-cierta parte que debo callar.</p>
-
-<p>—Yo contaré lo que me han dicho. Desde algún tiempo llamaba la
-atención que el Príncipe pasase las noches encerrado en su cuarto sin
-compañía, aunque los Reyes creían que se ocupaba en traducir un libro
-francés. Pero ayer se encontró S. M. en su cuarto una carta cerrada,
-cuyo sobre no tenía más que estas palabras: <i>luego, luego, luego</i>.
-Abriola el Rey y leyó un aviso sin firma, en que le decían:</p>
-
-<blockquote>
-
- <p>«Cuidado, que se prepara una revolución en Palacio. Peligra el
- Trono y la Reina María Luisa va a ser envenenada.»</p>
-
-</blockquote>
-
-<p>—¡Jesús, María y José! —exclamó la marquesa, que como mujer nerviosa
-estuvo a punto de desmayarse—. Pero, ¿qué demonio del infierno se ha
-metido en el Escorial?</p>
-
-<p>—Figúrense ustedes cómo se quedaría el pobre Rey. Al punto
-sospecharon del Príncipe y decidieron ocuparle sus papeles. Dudaron
-mucho tiempo sobre el modo de hacerlo; pero al fin el Rey se decidió
-a reconocer él mismo en persona el cuarto de su hijo. Fue allá con
-pretexto de regalarle un tomo de poesías, y según dicen, Fernando se
-turbó de tal modo al verle entrar, que descubrió con su mirar medroso y
-azorado el sitio en<span class="pagenum" id="Page_139">p. 139</span>
-que estaban los papeles. El Rey los cogió todos, y parece que padre
-e hijo se dijeron algunas cosas un poco fuertes; después de lo cual,
-Carlos salió indignado, ordenándole que permaneciese en su cuarto sin
-recibir a persona alguna... Esto fue ayer; enseguida vino el ministro
-Caballero, y entre él y los Reyes examinaron los papeles. No sabemos lo
-que pasó en esta conferencia, pero debió de ser cosa fuerte, porque la
-Reina se retiró a su cuarto llorando. Después se dijo que los papeles
-encontrados en poder del Príncipe contenían la clave de terribles
-proyectos, y según afirmó Caballero después de hablar con los Reyes, el
-Príncipe Fernando debía ser condenado a muerte.</p>
-
-<p>—¡A muerte! —exclamó la marquesa—. ¡Pero esa gente está loca!
-¡Condenar a muerte a todo un Príncipe de Asturias!</p>
-
-<p>—No hay que apurarse todavía —dijo el diplomático con su
-acostumbrada suficiencia—. Tal vez se nos muestren esos papeles para
-saber nuestro dictamen, y haremos luminoso examen de todos ellos para
-resolver lo que convenga.</p>
-
-<p>—Pero ¿no se sabe lo que contenían esos papeles? —preguntó la
-marquesa.</p>
-
-<p>—Se cuentan tantas cosas en Palacio, que no se puede saber la
-verdad. La Reina no nos ha dicho nada, y ha pasado toda la noche
-llorando a lágrima viva, lamentándose de la ingratitud de su hijo.
-También dice que no permitirá que se le persiga, porque él no
-tiene la culpa de lo que ha hecho, sino esos<span class="pagenum"
-id="Page_140">p. 140</span> dos o tres pícaros ambiciosos que le
-rodean.</p>
-
-<p>—Dejémonos de anticipar juicios sobre estos sucesos —dijo el
-marqués—. Ya lo averiguaré yo todo, y sabré si es un complot de
-los enemigos del Príncipe o simplemente una verdadera y efectiva
-conjuración; mas cuando yo lo sepa, guárdense ustedes de preguntarme,
-pues ya conocen mis ideas...</p>
-
-<p>—Parece que han decidido formar causa para averiguar quiénes son
-los delincuentes —continuó Amaranta—, y esta noche va el Príncipe a
-declarar a la Cámara regia.</p>
-
-<p>A este punto llegaban de tan interesante conversación, cuando
-sentimos cierto rumor como de gente que se agolpaba en sitio cercano a
-la habitación en que estábamos. Como no tenía gran cosa que hacer cerca
-de mi ama, y además la curiosidad me llamaba fuera, salí, bajé una
-escalera y halleme en una anchurosa pieza tapizada, que correspondía
-por ambos lados a otras de igual tamaño y parecidos adornos. Recorrí
-dos o tres siguiendo la dirección de las personas que se encaminaban a
-un lugar determinado, y no vi nada digno de llamar la atención más que
-algunos grupos de palaciegos que cuchicheaban por lo bajo con mucho
-calor.</p>
-
-<p>Yo me enorgullecía de encontrarme en Palacio, creyendo que solo por
-el contacto del suelo que pisaban mis pies, tenía nuevos títulos a la
-consideración del género humano; y como cuantos llevamos la generosa
-sangre española en nuestras venas, somos propensos a la fatuidad, no
-pude menos de<span class="pagenum" id="Page_141">p. 141</span> creerme
-un verdadero y genuino personaje, y hubiera deseado encontrar al paso a
-alguno de mis antiguos conocimientos de Madrid o Cádiz para mostrarle
-en gestos y palabras el convencimiento de mi respetabilidad. Felizmente
-no conocí alma de Dios entre tanta gente, y me libré de ponerme en
-ridículo.</p>
-
-<p>Encontrábame en aquella larga serie de habitaciones tapizadas que,
-recorriendo toda la extensión del Palacio por la parte interior,
-sirve de lazo de unión a las moradas regias, cuyas luces se abren en
-la fachada oriental del inmenso edificio. Seguí la dirección de los
-demás sin reparar si debía aventurar mis pasos por aquellos sitios;
-mas como nadie me dijo nada, continué muy impávido. Las salas estaban
-muy débilmente alumbradas, y en la dulce penumbra las figuras de los
-tapices parecían sombras detenidas en las paredes, o débiles reflejos
-luminosos enviados por escondido foco sobre el oscuro fondo de las
-cámaras. Paseé mi vista por aquella multitud de figuras mitológicas,
-con cuya desnudez provocativa se habían adornado las negras murallas
-construidas por Felipe, y ya consagraba mi atención a contemplarlas,
-cuando pasó la extraña procesión de que voy a dar cuenta.</p>
-
-<p>El Príncipe de Asturias, a quien se había comenzado a instruir
-sumaria por el delito de conspiración, volvía de la Cámara real, donde
-acababa de prestar declaración. No olvidaré jamás ninguna de las
-particularidades de aquella triste comitiva, cuyo desfile ante<span
-class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span> mis asombrados ojos, me
-impresionó vivísimamente aquella noche, quitándome el sueño. Iba
-delante un señor con un gran candelero en la mano, como alumbrando
-a todos, y para esto lo llevaba en alto, aunque tan poca luz servía
-solo para hacer brillar los bordados de su casacón de gentilhombre.
-Luego seguían algunos guardias españoles; tras ellos un joven en quien
-al instante reconocí no sé por qué al Príncipe heredero. Era un mozo
-robusto y de temperamento sanguíneo, de rostro poco agradable, pues la
-espesura de sus negras cejas y la expresión singular de su boca hendida
-y de su excelente nariz le hacían bastante antipático, por lo menos a
-mis ojos. Iba con la vista fija en el suelo, y su semblante alterado y
-hosco indicaba el rencor de su alma. A su lado iba un anciano como de
-sesenta años, y al principio no comprendí que pudiera ser el rey Carlos
-IV, pues yo me había figurado a este personaje como un hombrecito enano
-y enteco, siendo lo cierto que tal como le vi aquella noche era un
-señor de mediana estatura, grueso, de rostro pequeño y encendido, y sin
-rasgo alguno en su semblante que mostrase las diferencias fisonómicas
-establecidas por la Naturaleza entre un rey de pura sangre y un buen
-almacenista de ultramarinos.</p>
-
-<p>En los personajes que le acompañaban, y eran, según después supe,
-los ministros y el gobernador interino del Consejo, me fijé más que
-en la real persona, y después daré a conocer a alguno de aquellos
-esclarecidos varones.<span class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span>
-Cerraba, por último, la procesión el zaguanete de la guardia española,
-y nada más. Mientras pasó la comitiva, sepulcral silencio reinó en
-todo el tránsito, y tan solo se oyeron las pisadas que se perdían
-de cámara en cámara hasta llegar a las que formaban el cuarto de Su
-Alteza. Cuando entraron en este la cháchara comenzó de nuevo entre los
-circunstantes, y vi a Amaranta que, habiendo salido a buscarme, hablaba
-con un caballero vestido de uniforme.</p>
-
-<p>—Creo que al declarar —dijo el caballero— Su Alteza ha estado un
-poco irreverente con el Rey.</p>
-
-<p>—¿De modo que está preso? —preguntó Amaranta con curiosidad.</p>
-
-<p>—Sí, señora. Ahora quedará detenido en su cuarto con centinelas de
-vista. Vea usted, ya salen. Deben haberle recogido su espada.</p>
-
-<p>La comitiva volvió a pasar sin el Príncipe, y precedida del
-gentilhombre con el candelabro que iba abriendo camino. Cuando el Rey
-y sus ministros se alejaron, los palaciegos que habían salido a las
-galerías fueron desapareciendo también en sus respectivas madrigueras,
-y por mucho tiempo no se oyó más que el violento cerrar de multitud
-de puertas. Se apagaron las pocas luces que alumbraban tan vastos
-recintos, y las hermosas figuras de los tapices se desvanecieron en
-la oscuridad, como fantasmas a quienes el canto del gallo llama a sus
-ignotas moradas.</p>
-
-<p>Yo subí con mi ama a nuestro departamento, y me asomé por una de
-las ventanas<span class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span> que
-caían hacia el interior, para reconocer como de costumbre, el sitio
-en que estaba. Era oscurísima la noche y no vi más que una masa negra
-e informe de la cual se destacaban altos tejados, cúpulas, torres,
-chimeneas, paredones, aleros, arbotantes y veletas que desafiaban el
-firmamento como los topes de un gran navío. Tal imponente vista causaba
-cierto terror al espíritu, despertando meditaciones que se mezclaban a
-las sugeridas por lo que acababa de ver; mas no pude ocuparme mucho en
-trabajos del pensamiento, porque un sutilísimo ruido de faldas, y un
-ligero <i>ce ce</i> con que se me llamaba me hizo volver la cabeza y
-apartarme de la ventana.</p>
-
-<p>La transición fue extremadamente brusca, cuando distrayéndome de
-la sombría perspectiva exterior, apareció ante mis ojos la figura de
-Amaranta y su celestial sonrisa. Reinaba profundo silencio: el marqués
-diplomático y su hermana se habían retirado ya. Amaranta había cambiado
-su traje de camino por una vestidura blanca y suelta que aumentaba
-su hermosura, si su hermosura fuera susceptible de aumento. Cuando
-me llamó, aún no se había apartado su doncella; pero esta salió sin
-tardanza, y luego nuestra seductora dueña, cerrando por sí misma la
-puerta que daba a la galería, me hizo señas para que me acercase.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch13">
- <p><span class="pagenum" id="Page_145">p. 145</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XIII</h2>
-</div>
-
-<p>—No olvides lo que me has jurado —dijo sentándose—. Yo confío en
-tu fidelidad y en tu discreción. Ya te dije que me parecías un buen
-muchacho, y pronto llegará la ocasión de probármelo.</p>
-
-<p>No recuerdo bien las vehementes expresiones con que juré mi
-fidelidad; mas debieron ser muy acaloradas y aun creo que las acompañé
-con dramáticos gestos, porque Amaranta se rio mucho y me recomendó que
-convenía fuera menos fogoso. Después continuó así:</p>
-
-<p>—¿Y no deseas volver al lado de la González?</p>
-
-<p>—Ni al lado de la González, ni al lado de todos los reyes de la
-tierra —contesté—, pues mientras viva no pienso apartarme del lado de
-mi ama querida, a quien adoro.</p>
-
-<p>Si mal no recuerdo, me puse de rodillas ante el sillón en que
-Amaranta reposaba con seductora indolencia; pero ella me hizo levantar,
-diciéndome que debía pensar en volver a casa de mi antigua ama, aunque
-continuara sirviendo a la nueva con toda reserva. Esto me pareció algo
-misterioso e incomprensible, pero no insistí en que lo esclareciera por
-no parecer impertinente.</p>
-
-<p>—Haciendo lo que te mando —continuó—, puedes<span class="pagenum"
-id="Page_146">p. 146</span> estar seguro de que te irá bien en el
-mundo. ¡Y quién sabe, Gabriel, si llegarás a ser persona de condición
-y de fortuna! Otros con menos ingenio que tú se han convertido de la
-mañana a la noche en verdaderos personajes.</p>
-
-<p>—Eso no tiene duda, señora. Pero yo he nacido en humilde cuna, yo
-no tengo padres, yo no he aprendido más que a leer, y eso muy mal, en
-libros que tengan letras como el puño, y apenas escribo más que mi
-firma y rúbrica, en la cual hago más rasgos que todos los escribanos
-del gremio.</p>
-
-<p>—Pues es preciso pensar en tu educación: el hombre debe ilustrarse.
-Yo me encargo de eso. Pero será con la condición de que has de servirme
-fielmente: no me canso de repetírtelo.</p>
-
-<p>—En cuanto a mi lealtad no hay más que hablar. Pero entéreme usía
-de cuáles son mis obligaciones en este nuevo servicio —dije, anhelando
-que satisfaciera mi curiosidad respecto a lo que tenía que hacer para
-hacerme acreedor a tantas bondades.</p>
-
-<p>—Ya te lo iré diciendo. Es cosa difícil y delicada: pero confío en
-tu buen ingenio.</p>
-
-<p>—Pues ya anhelo prestar a usía esos servicios tan difíciles y
-delicados —contesté con todo el énfasis de mi bullicioso carácter—. No
-seré un criado, seré un esclavo pronto a obedecer a usía, aunque pierda
-en ello la vida.</p>
-
-<p>—No se necesita perder la vida —dijo sonriendo—. Basta con un poco
-de vigilancia; y<span class="pagenum" id="Page_147">p. 147</span>
-sobre todo teniendo completa adhesión a mi persona, sacrificándolo
-todo a mi deseo, y no viendo más que la obligación de satisfacer mi
-voluntad, te será fácil cumplir.</p>
-
-<p>—Pues estoy impaciente, deshecho por empezar de una vez.</p>
-
-<p>—Ya te enterarás con más calma. Esta noche tengo que escribir muchas
-cartas... Y ahora que recuerdo; vas a empezar a cumplir lo que espero
-de ti, respondiéndome a varias preguntas cuya contestación necesito
-para escribir. Dime: ¿Lesbia solía ir a tu casa sin ser acompañada por
-mí?</p>
-
-<p>Me quedé perplejo al oír una pregunta que me parecía tan lejos del
-objeto de mi servicio, como el cielo de la tierra. Pero recogí mis
-recuerdos y contesté:</p>
-
-<p>—Algunas veces, aunque no muchas.</p>
-
-<p>—¿Y la viste alguna vez en el vestuario del teatro del Príncipe?</p>
-
-<p>—Eso sí que no lo recuerdo bien, y por tanto no puedo jurar que la
-vi, ni tampoco que no la vi.</p>
-
-<p>—No tiene nada de particular que la hayas visto, porque Lesbia no
-se mira mucho para ir a semejantes sitios —dijo Amaranta con mucho
-desdén.</p>
-
-<p>Después de una pausa en que me pareció muy preocupada, continuó
-así:</p>
-
-<p>—Ella no guarda las conveniencias, y fiada en las simpatías
-que encuentra en todas partes por su gracia, por su dulzura y por
-su belleza... aunque la verdad es que su belleza no tiene nada de
-particular.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_148">p. 148</span>—Nada absolutamente
-de particular —añadí yo adulando la apasionada rivalidad de mi ama.</p>
-
-<p>—Pues bien —dijo—, ya me enterarás despacio de esta y de otras cosas
-que necesito saber. Lo primero que te recomiendo es la más absoluta
-reserva, Gabriel. Espero que estarás contento de mí y yo de ti, ¿no es
-verdad?</p>
-
-<p>—¿Cómo podré pagar a usía tantos beneficios? —exclamé con la mayor
-vehemencia—. Creo que voy a volverme loco, señora, y me volveré de
-seguro. Yo no puedo menos de desahogar mi corazón, mostrando los
-sentimientos que lo llenan desde el instante en que usía se dignó poner
-los ojos en mí. Y ahora cuando usía me ha dicho que va a hacer de mí un
-hombre de provecho, y a ponerme en disposición de ocupar puesto honroso
-en el mundo, estoy pensando que aunque viva mil años adorando a mi
-bienhechora, no le pagaré tantos favores. Yo tengo deseos muy fuertes
-de ser hombre como algunos que veo por ahí. ¿No es esto posible? ¿Usía
-cree que lo podré ser, instruyéndome con su ayuda? ¡Ay! Cuando uno ha
-nacido pobre, sin parientes ricos, cuando se ha criado en la miseria
-y en la triste condición de sirviente, no puede subir a otro puesto
-mejor sino por la protección de alguna persona caritativa como usía. Si
-yo llegara a conseguir lo que deseo, no sería el primer caso, ¿no es
-verdad, señora? porque gentes hay aquí muy poderosas y muy grandes que
-deben su fortuna y<span class="pagenum" id="Page_149">p. 149</span> su
-carrera a alguna ilustrísima mujer que les dio la mano.</p>
-
-<p>—¡Ah! —dijo Amaranta con bondad—. Veo que tú eres ambicioso,
-Gabrielillo. Lo que has dicho últimamente es cierto; hombres conocemos
-a quienes ha elevado a desmedida altura la protección de una señora.
-¡Quién sabe si encontrarás tú igual proporción! Es muy posible. Para
-que no pierdas la esperanza, ahí va un ejemplo. En tiempos muy antiguos
-y en tierras muy remotas había un grande imperio, que era gobernado
-en completa paz por un soberano sin talento; pero tan bondadoso, que
-sus vasallos se creían felices con él y le amaban mucho. La sultana
-era mujer de naturaleza apasionada y viva imaginación; cualidades
-contrarias a las de su marido, merced a cuya diferencia aquel
-matrimonio no era completamente feliz. Cuando heredó a su padre, el
-sultán tenía cincuenta años y la sultana treinta y cuatro. Acertó
-entonces a entrar en la guardia jenízara un joven que se hallaba casi
-en el mismo caso que tú, pues aunque no era de nacimiento tan humilde,
-ni tampoco dejaba de tener alguna instrucción, era bastante pobre y no
-podía esperar gran carrera de sus propios recursos. Al punto se corrió
-en la Corte la voz de que el joven guardia había agradado a la esposa
-del sultán, y esta sospecha se confirmó al verle avanzar rápidamente
-en su carrera, hasta el punto de que a los veinticinco años de edad
-ya había alcanzado todos los honores que pueden ser concedidos a
-un<span class="pagenum" id="Page_150">p. 150</span> simple súbdito.
-El sultán, lejos de poner reparos a tan rápido encumbramiento, había
-fijado todo su cariño en el favorecido joven, y no contento con darle
-las primeras dignidades, le entregó las riendas del Gobierno, le hizo
-gran Visir, Príncipe, y le dio por esposa a una dama de su propia
-familia. Con esto estaban los pueblos de aquella apartada y antigua
-comarca muy descontentos, y aborrecían al joven y a la sultana. En su
-Gobierno, el joven valido hizo algunas cosas buenas; mas el pueblo las
-olvidaba, para no ocuparse sino de las malas, que fueron muchas, y
-tales, que trajeron grandes calamidades a aquel pacífico imperio. El
-sultán, cada vez más ciego, no comprendía el malestar de sus pueblos,
-y la sultana, aunque lo comprendía no pudo en lo sucesivo remediarlo,
-porque las intrigas de su Corte se lo impedían. Todos odiaban al
-favorecido joven, y entre sus enemigos más encarnizados se distinguían
-los demás individuos de la regia familia. Pero lo más extraño es que
-el hombre, a quien una mano tan débil como generosa había elevado sin
-merecimientos, se mostró ingrato con su protectora, y lejos de amarla
-con constante fe, amó a otras mujeres y hasta llegó a maltratar a
-aquella desventurada, a quien todo lo debía. Las damas de la sultana
-contaban que algunas veces la vieron derramando acerbo llanto y con
-señales en su cuerpo de haber recibido violentos golpes de una mano
-sañuda.</p>
-
-<p>—¡Qué infame ingratitud! —exclamé sin<span class="pagenum"
-id="Page_151">p. 151</span> poder contener mi indignación—. ¿Y Dios
-no castigó a ese hombre, ni devolvió a aquellos inocentes pueblos su
-tranquilidad, ni abrió los ojos del excelente sultán?</p>
-
-<p>—Eso no lo sé —contestó Amaranta, mordiendo las puntas blancas de
-la pluma con que se preparaba a escribir—, porque estoy leyendo la
-historia que te cuento en un libro muy viejo y no he llegado todavía al
-desenlace.</p>
-
-<p>—¡Qué hombres tan malos hay en el mundo!</p>
-
-<p>—Tú no serás así —dijo Amaranta sonriendo—; y si algún día te vieras
-elevado a tales alturas por las mismas causas, harías todo lo posible
-por que se olvidara con la grandeza de tus actos, el origen de tu
-encumbramiento.</p>
-
-<p>—Si por artes del Demonio eso sucediera —respondí—, lo haré tal
-y como usía lo dice, o no soy quien soy, pues a mi me sobra alma y
-corazón para gobernar, sin dejar de ser un hombre bueno, decente y
-generoso.</p>
-
-<p>Estas últimas palabras la hicieron reír, y ofreciéndome que al día
-siguiente me recomendaría a un padre jerónimo del monasterio para que
-me instruyese, me dijo que iba a escribir cartas muy urgentes y que la
-dejase sola. La doncella volvió para conducirme al cuarto donde debía
-recogerme, y una vez dentro de él me acosté; mas los pensamientos
-evocados en mi cabeza por la pasada conferencia me confundían de
-tal modo, que mi sueño fue agitado y doloroso, cual opresora<span
-class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span> pesadilla, y creí tener
-sobre el pecho todas las cúpulas, torres, tejados, aleros, arbotantes y
-hasta las piedras todas del inmenso Escorial.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch14">
- <h2 class="nobreak g0">XIV</h2>
-</div>
-
-<p>Al día siguiente se reunieron a comer en casa de Amaranta, Lesbia,
-el diplomático y su digna hermana. He hablado poco de esta buena
-señora, que no figura gran cosa en los acontecimientos referidos,
-lo cual es sensible, porque por su carácter y excelentes prendas,
-merecería mención muy detallada. La marquesa era una dama ya de
-avanzada edad, mujer orgullosa, de modestas costumbres, española
-rancia por los cuatro costados, de carácter franco y sin artificios,
-muy natural, muy caritativa, enemiga de trapisondas y aventuras, muy
-cariñosa para todo el mundo; en fin, era la honra de su clase. Su lado
-flaco consistía en creer que su hermano tenía mucho talento. Aunque
-era modesta en su trato privado, gustaba de dar grandes fiestas,
-prefiriendo las representaciones dramáticas a que tenía mucha afición.
-Su teatro era el primero de la Corte, y para la representación de
-<i>Otello</i> había gastado considerables sumas. Protegía y trataba a
-los cómicos; pero siempre a mucha distancia.</p>
-
-<p>También estaba convidado a comer aquel<span class="pagenum"
-id="Page_153">p. 153</span> día con mi ama el Sr. D. Juan de Mañara;
-pero cuando fui a llevarle la invitación, contestó excusándose, por
-tocarle entrar de guardia a la misma hora. Y a propósito del pisaverde,
-no debo pasar en silencio la circunstancia de que le vi por la mañana
-en compañía de Lesbia, ambos en traje que parecía indicar regresaban
-de uno de esos crepusculares y campestres paseos, siempre anhelados
-por los amantes. En la tarde de aquel mismo día le vi paseando muy
-cabizbajo por el patio grande, y la mañana siguiente me detuvo en el
-mismo paraje suplicándome que llevase una carta a la señora duquesa.
-Negueme a esto, y allí quedó. Indudablemente algo le pasaba al Sr. de
-Mañara.</p>
-
-<p>Amaranta pareció muy contrariada de que no se sentase a la mesa el
-joven mencionado. Cuando volví con la respuesta estaba de visita en el
-cuarto de Amaranta un caballero de los que la noche anterior vi en la
-procesión descrita. Conferenciaron más de hora y media: cuando él se
-retiró le examiné bien, y por cierto que pocas veces he visto facha más
-desagradable. No le daría un puesto en la serie de mis recuerdos, si
-aquel no fuera uno de los personajes más célebres de su tiempo, razón
-por la cual me resuelvo, no solo a mencionarle, sino a describirle,
-para edificación de los tiempos presentes. Era el marqués Caballero,
-ministro de Gracia y Justicia.</p>
-
-<p>No vi a semejante hombre más que una vez, y jamás lo he olvidado.
-Era de edad<span class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span> como de
-cincuenta años, pequeño y rechoncho el cuerpo, turbia y traidora la
-mirada de uno de sus ojos, pues el otro estaba cerrado a toda luz; con
-el semblante amoratado y granulento, como de persona a quien envilece
-y trastorna el vino; de andar y gestos sumamente ordinarios: en tanto
-grado repugnante y soez toda su persona, que era preciso suponerle
-dotado de extraordinarios talentos para comprender cómo se podía ser
-ministro con tan innoble estampa. Pero no, señores míos. El marqués
-Caballero era tan despreciable en lo moral como en lo físico, pudiendo
-decirse que jamás cuerpo alguno encarnó de un modo tan fiel los ruines
-sentimientos y bajas ideas de un alma. Hombre nulo, ignorante, sin más
-habilidad que la de la intriga, era el tipo del leguleyo chismoso y
-tramoyista que funda su ciencia en conocer, no los principios, sino los
-escondrijos, las tortuosidades y las fórmulas escurridizas del derecho,
-para enredar a su antojo las cosas más sencillas.</p>
-
-<p>Nadie podía explicarse su encumbramiento, tanto más enigmático
-cuanto que el omnipotente Godoy no pasaba por amigo suyo, mas debió
-aquel consistir en que habiéndose introducido en Palacio y héchose
-valer, merced a viles intrigas de escaleras abajo, usó como instrumento
-de su ambición cerca del Rey, la defensa de los intereses de la
-Iglesia; y adulando la religiosidad del pobre Carlos, pintándole
-imaginarios peligros y haciendo depender la seguridad del Trono
-de<span class="pagenum" id="Page_155">p. 155</span> la adopción de una
-política restrictiva en negocios eclesiásticos, logró hacerse necesario
-en la corte. El mismo Godoy no pudo apartarle del Gobierno ni poner
-coto a las medidas dictadas por el bestial fanatismo del ministro de
-Gracia y Justicia, quien después de haber perseguido a muchos ilustres
-hombres de su época, y encarcelado a Jovellanos, remató su gloriosa
-carrera contribuyendo a derribar al mismo Príncipe de la Paz en marzo
-de 1808.</p>
-
-<p>Damos estas ligeras noticias respecto a un hombre que gozaba
-entonces de justa y general antipatía, para que se vea que la elevación
-de los tontos y ruines y ordinarios, no es, como algunos creen,
-desdicha peculiar de los modernos tiempos.</p>
-
-<p>Después de la conferencia indicada principió la comida que yo
-serví.</p>
-
-<p>—Ya sé —dijo Amaranta al sentarse y sin disimular su intención de
-mortificar a Lesbia—, ya sé lo que contenían esos papeles cogidos a S.
-A. Caballero me lo ha dicho, encargándome la reserva; pero puesto que
-pronto se ha de saber...</p>
-
-<p>—Sí, dínoslo. No lo confiaremos más que a nuestras amigas —indicó la
-marquesa.</p>
-
-<p>—Pues yo opino que no se diga —objetó el diplomático, que siempre se
-incomodaba cuando alguien revelaba secretos que él no conocía.</p>
-
-<p>—Entre los papeles —dijo Amaranta— hay una exposición al Rey que
-se supone hecha por D. Juan Escóiquiz, aunque la letra es de<span
-class="pagenum" id="Page_156">p. 156</span> Fernando. Parece que en
-ella se pintan las malas costumbres del Príncipe de la Paz, con las
-frases más indecentes. Allí han salido a relucir sus dos mujeres y
-también lo que dicen de los destinos, pensiones y prebendas que concede
-a cambio de...</p>
-
-<p>—¡Y tan cierto como es! —dijo la marquesa—. Yo sé de un señor a
-quien el Príncipe de la Paz ofreció...</p>
-
-<p>La buena señora cayó en la cuenta de que estaba yo delante, y se
-contuvo. Pero a mí siempre me han bastado pocas palabras para entender
-las cosas, y supe pescar al vuelo lo que querían decir.</p>
-
-<p>—En esa exposición —continuó la duquesa— ponen a la pobre Tudó de
-vuelta y media, y aconsejan al Rey que la encierre en un castillo. Por
-último, se pretende que el de la Paz sea destituido, embargados todos
-sus bienes, y que desde el mismo momento no se separe el Príncipe
-heredero del lado de su padre.</p>
-
-<p>—Todo eso está muy puesto en razón —dijo la marquesa asombrada de
-cómo concordaban las ideas de los conjurados con sus propias ideas—;
-aunque me guardaré muy bien de decirlo fuera de aquí.</p>
-
-<p>—Pues aquí no temo decirlo —continuó Amaranta—. Caballero no guarda
-muy bien el secreto, sé que lo ha dicho ya a varias personas. Otro
-de los papeles es graciosísimo, y parece un sainete; pues todo él
-está en diálogo y se creería que lo habían escrito para representarlo
-en el teatro. Cada uno de los personajes<span class="pagenum"
-id="Page_157">p. 157</span> que hablan tienen allí nombre supuesto,
-así es que el Príncipe se llama <i>Don Agustín</i>, la Reina <i>Doña
-Felipa</i>, el Rey <i>Don Diego</i>, Godoy <i>D. Nuño</i>, y la
-Princesa con quien dicen han tratado de casar al heredero es una tal
-<i>Doña Petra</i>.</p>
-
-<p>—¿Y qué objeto tiene esa comedia?</p>
-
-<p>—Es un proyecto de conversación con la Reina, y suponiendo las
-observaciones que esta ha de hacer, se le responde a todo según un
-plan combinado para convencerla de las picardías del Príncipe de la
-Paz. También aquí abundan las frases soeces, y por último, el <i>D.
-Agustín</i> parece que se niega redondamente a casarse con <i>Doña
-Petra</i>, la cuñada del ministro y hermana del cardenal y de la de
-Chinchón.</p>
-
-<p>—También eso está bien pensado —dijo la marquesa—; y si ese
-sainetillo se representara, yo lo aplaudiría. Pues ¿por qué han de
-querer casar al pobre muchacho con la cuñada del otro? ¿No es mejor que
-le busquen mujer en cualquiera de las familias reinantes, que a buen
-seguro todas ellas se darían con un canto en los pechos por entroncar
-con nuestros reyes, casando a cualquiera de sus mozuelas con semejante
-Príncipe?</p>
-
-<p>—¿Cómo se atreven ustedes a juzgar cosas tan graves? —dijo con
-displicencia el diplomático—. Y en cuanto a los documentos citados,
-extraño que una persona tan discreta como mi sobrina les dé publicidad
-imprudentemente.</p>
-
-<p>—Vamos, usted dudaba antes que existieran,<span class="pagenum"
-id="Page_158">p. 158</span> y ahora, creyendo que no deben revelarse,
-los da como ciertos.</p>
-
-<p>—Sí que los doy —repuso el diplomático—, y ya que otra persona ha
-descubierto hechos que yo me obstinaba en callar...</p>
-
-<p>El diplomático, no pudiendo negar aquellos secretos, resolvió
-apropiárselos, fingiendo tener ya noticias de los papeles del
-proceso.</p>
-
-<p>—¿De modo que ya tú lo sabías todo? —le preguntó su hermana—. Bien
-decía yo que tú no podías menos de estar al tanto de estas cosas. La
-verdad es que no se te escapa nada, y bien puedes afirmar que eres de
-los que ven los mosquitos en el horizonte.</p>
-
-<p>—Desgraciadamente así es —contestó el diplomático con la mayor
-hinchazón—. Todo llega a mis oídos, a pesar de mis repetidos propósitos
-de no intervenir en nada y huir de los negocios. ¡Como ha de ser! Es
-preciso tener paciencia.</p>
-
-<p>—Hermano, tú debes saber algo más y te lo callas —dijo la marquesa—.
-Vamos a ver. ¿Napoleón tiene alguna parte en este negocio?</p>
-
-<p>—¿Ya comienzan las preguntitas? —repuso el viejo con retozona
-sonrisa—. Déjense ustedes de preguntas, porque les juro que no me han
-de sacar una sílaba. Ya conocen la rigidez de mi carácter en estas
-materias.</p>
-
-<p>A todas estas, Lesbia no decía una palabra.</p>
-
-<p>—Pues voy a acabar mi cuento —añadió mi ama—. Aún me falta decir
-cuál es el otro papel que se encontró al Príncipe.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span>—Más valdría que lo
-callaras, querida sobrina —dijo el diplomático.</p>
-
-<p>—No; que lo diga, que lo diga.</p>
-
-<p>—Pues se ha encontrado la cifra y clave de la correspondencia que el
-heredero sostiene con su maestro D. Juan Escóiquiz, y además... esto es
-lo más grave.</p>
-
-<p>—Sí, lo más grave —indicó el diplomático—, y por eso debe
-callarse.</p>
-
-<p>—Por lo mismo debe decirse.</p>
-
-<p>—Pues se encontró una carta en forma de nota, sin sobrescrito,
-firma ni nombre, en que manifiesta estar dispuesto a elevar al Rey la
-exposición por medio de un religioso. Lo más notable de este papelito
-es que el Príncipe asegura que está decidido a tomar por modelo al
-Santo mártir Hermenegildo; que se dispone a pelear... óiganlo ustedes
-bien... a pelear por la justicia. Esto es hablar clarito de una
-revolución. Pide después a los conjurados que le sostengan con firmeza;
-que preparen las proclamas, y que...</p>
-
-<p>—¡Ah, las mujeres, las mujeres! ¿No aprenderán nunca a tener
-discreción? —interrumpió el marqués—. Me admiro de ver con cuánta
-frivolidad te ocupas de asuntos tan peligrosos.</p>
-
-<p>—En este papel —prosiguió la condesa sin atender a las fastidiosas
-amonestaciones del diplomático— se indica a los Reyes y a Godoy
-con nombres godos. <i>Leovigildo</i> es Carlos IV, la Reina es
-<i>Goswinda</i> y el de la Paz <i>Sisberto</i>. Pues bien: el Príncipe,
-que se atribuye el papel de <i>San Hermenegildo</i>, dice a<span
-class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span> los conjurados que la
-tempestad debe caer sobre <i>Sisberto</i> y <i>Goswinda</i>, y que
-traten de embobar a <i>Leovigildo</i> con vítores y palmadas.</p>
-
-<p>—¿Y eso es todo? —preguntó la marquesa—. Pues no hay cosa más
-inocente.</p>
-
-<p>—Está bien claro —indicó Amaranta con ira—, que se trata de
-destronar a Carlos IV.</p>
-
-<p>—No lo veo yo así.</p>
-
-<p>—Pues yo sí —repuso la condesa—. La tempestad debe caer sobre
-<i>Sisberto</i> y <i>Goswinda</i>. De modo que el heredero y sus
-amigos, no solo tratan de mandar a paseo al guardia, sino que también
-quieren hacer alguna picardía con la Reina, cuando menos llevarla a la
-guillotina como a la pobre María Antonieta. Todos saben cuánto ama el
-Rey a su esposa. Cualquier ofensa que a esta se le haga, la considera
-como hecha a su propia persona.</p>
-
-<p>—Pues lo que digo es que si algo les pasa, bien merecido se lo
-tienen —fue la contestación de la marquesa.</p>
-
-<p>—Y yo sostengo —añadió mi ama alterándose más— que el Príncipe
-podía haber intentado cuantas conjuraciones quisiera para echar del
-ministerio a Godoy; pero escribir exposiciones al Rey, poniendo en
-duda el honor de su madre, y hablando de arrojar tempestades sobre
-<i>Sisberto</i> y <i>Goswinda</i>, lo cual equivale a atentar contra la
-vida de la Reina, me parece conducta indigna de un Príncipe español y
-cristiano... Al fin es su madre: cualesquiera que hayan sido las faltas
-de esta (y yo estoy segura de que no son tantas<span class="pagenum"
-id="Page_161">p. 161</span> ni tan grandes como las de quien las
-publica), no es propio de un hijo el reconocerlas o mencionarlas, ni
-menos fundarse en ellas para perseguir a un enemigo.</p>
-
-<p>—Hija, no estás poco melindrosa —dijo con acrimonia la tía de
-Amaranta—. Yo creo que el Príncipe hace muy retebién, y si a alguien
-le pesa, más valiera no haber dado motivos con lo que todos sabemos, a
-lo que está pasando. Y si no, hermano, tú que lo sabes todo, dinos tu
-opinión.</p>
-
-<p>—¡Mi opinión! ¿Creéis que es fácil dar opinión sobre asunto tan
-espinoso? Y lo que yo pueda pensar, conforme a mi experiencia y
-luces, ¿puedo acaso decirlo en conferencia de mujeres, que al punto
-van diciéndolo por cámaras y antecámaras a todo el que las quiera
-oír...?</p>
-
-<p>—No hay quien te saque una palabra. Si yo supiera la mitad de lo que
-tú sabes, hermano, gustaría de instruir a los ignorantes.</p>
-
-<p>—Para formar exacto juicio, vengan datos —dijo el marqués—. ¿Alguna
-de ustedes sabe la opinión de la Reina sobre estas cosas?</p>
-
-<p>—Cuando se leyó en consejo el último de los papeles que he citado
-—respondió la condesa—, Caballero dijo que el Príncipe merecía la pena
-de muerte por siete capítulos. La Reina, indignada al oírle, respondió:
-«<i>¿Pero no reparas que es mi hijo? Yo destruiré las pruebas que
-le condenan; le han engañado, le han perdido</i>», y arrebatando el
-papel lo escondió en su seno, y se arrojó llorando en un sillón.
-¡Vean ustedes qué generosidad! Francamente<span class="pagenum"
-id="Page_162">p. 162</span> aunque nunca me ha sido simpática la causa
-del Príncipe, desde que sé sus proyectos contra los Reyes, me parece un
-joven digno de lástima, si no de otro sentimiento peor.</p>
-
-<p>—¡Qué tontería! —exclamó la marquesa—. Ahora vienen los lloriqueos
-y los dengues después de haber sido causa de tantos males. ¿Pues
-qué, ocurrirían estas cosas, si no se hubieran cometido ciertas
-faltas...?</p>
-
-<p>Lesbia, que hasta entonces había permanecido en silencio, con cierta
-confusión y amilanamiento, no quiso callar más y apoyó las últimas
-frases de la marquesa. Amaranta entonces se volvió a ella, y con acento
-tan amargo como desdeñoso le dijo:</p>
-
-<p>—¡Cuánto hablar de faltas ajenas! Esa persona no esperaba ser
-injuriada públicamente, como lo ha sido, por quien tantos favores
-recibió de ella, por quien se ha sentado a su mesa y se ha honrado con
-su amistad.</p>
-
-<p>—¡Ah! el sermoncito no está mal —dijo Lesbia con esa forzada
-jovialidad, que a veces es la más terrible expresión de la ira—. Ya
-lo esperaba: desde que me negué a ciertas condescendencias; desde que
-cansada de un papel, admitido con ligereza e impropio de mí, lo cedí
-a otras, que lo desempeñan con perfección, se me censura suponiéndome
-divulgadora de lo que todo el mundo sabe. Ciertas personas no pueden
-hacerse pasar por víctimas de la calumnia aunque lloren y giman, porque
-sus vicios, en fuerza de ser tantos y tan grandes, han llegado a
-vulgarizarse.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_163">p. 163</span>—Es verdad —repuso
-Amaranta con perversa intención—. No falta quien sea prueba viva de
-ello. Pero hija, el vicio más feo es el de la ingratitud.</p>
-
-<p>—Sí, pero ese es el vicio en que menos fácilmente pueden sentenciar
-los hombres.</p>
-
-<p>—¡Oh, no! También sentencian, y pronto lo veremos. Precisamente
-la causa del Príncipe es obra pura y simplemente consumada por la
-ingratitud. Ya verás cómo esta se castiga.</p>
-
-<p>—Supongo —dijo Lesbia con malicia— que no querrás poner en la cárcel
-a todos los que estamos aquí, por haber cometido el crimen de desear el
-triunfo del Príncipe.</p>
-
-<p>—Yo no pongo a nadie en la cárcel; y los que aquí estamos, pueden
-vivir tranquilos; pero quizás no esté muy segura otra persona muy amada
-de alguien que me escucha.</p>
-
-<p>—¡Ah! —dijo imprudentemente el diplomático—, me han dicho que
-también Mañara está complicado en la causa.</p>
-
-<p>—Creo que sí —añadió Amaranta cruelmente—; pero él fía mucho en el
-arrimo de elevadas personas. Y como resulten complicadas las que se
-sospecha, es de esperar que no les valga ninguna clase de apoyo.</p>
-
-<p>—Eso es —dijo la duquesa—. ¡Duro en ellos! Falta todavía conocer el
-giro que tomará este negocio; falta saber si algún suceso inesperado
-cambiará de improviso los términos, convirtiendo a los acusadores en
-acusados.</p>
-
-<p>—¡Ya... confían en Bonaparte! —afirmó Amaranta con despecho.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_164">p. 164</span>—¡Alto, allá!
-—exclamó el diplomático—; entran ustedes, señoras mías, en un terreno
-peligroso.</p>
-
-<p>—Se hará justicia —dijo mi ama—, aunque no como se desea; pues no
-será posible descubrirlo. Por ejemplo: hay gran empeño en averiguar
-quién se encargaba de trasmitir a los conjurados la correspondencia
-del Príncipe, y hasta ahora no se sabe nada. Hay sospechas de que
-sea alguna de las muchas damas intrigantes y coquetuelas que hay en
-palacio... hasta se han fijado en alguna; pero aún no hay suficientes
-pruebas.</p>
-
-<p>Lesbia no dijo una palabra; pero la pícara se sonreía como quien
-está libre de todo temor. Después hasta se atrevió a mortificar a su
-enemiga de esta manera:</p>
-
-<p>—Quizás por lo mismo que es intrigante y coquetuela, tenga los
-medios de burlar a sus perseguidores. Tal vez las circunstancias le
-hayan proporcionado medios de desafiar y provocar a sus enemigos...
-Tengo deseos de saber quién es esa buena pieza. ¿Nos lo podrías
-decir?</p>
-
-<p>—Ahora no —repuso mi ama—, pero mañana, tal vez sí.</p>
-
-<p>Lesbia rio a carcajadas. Amaranta mudó de conversación, la marquesa
-volvió a lamentar la suerte de Príncipe, y el diplomático aseguró que
-por nada del mundo descorrería el velo que ocultaba los designios del
-capitán del siglo, con lo cual dio fin la comida, y todos, menos mi
-ama, se retiraron a dormir la siesta.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch15">
- <p><span class="pagenum" id="Page_165">p. 165</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XV</h2>
-</div>
-
-<p>Al siguiente día, 30 de octubre, ocurrieron grandes y conmovedoras
-novedades, si algo podía ya ocurrir capaz de aumentar la turbación de
-los ánimos. Desde por la mañana me había despedido mi ama, diciéndome
-que fuera a dar un paseo por la octava maravilla del mundo, y al
-mismo tiempo me mandó visitase en su celda al padre jerónimo que
-había de instruirme en las letras sagradas y profanas. Ambas cosas
-me contentaron mucho, y más que nada el ocio de que disfrutaba
-para recorrer a mi antojo el edificio y sus alrededores. El primer
-espectáculo que se ofreció a mi curiosidad, fue la salida del Rey
-a caza, lo cual no dejó de causarme extrañeza, pues me parecía que
-atribulado y pesaroso S. M. por lo que estaba pasando, no tendría humor
-para aquel alegre ejercicio. Pero después supe que nuestro buen monarca
-le tenía tan viva afición, que ni en los días más terribles de su
-existencia dejó de satisfacer aquella su pasión dominante, mejor dicho,
-su única pasión.</p>
-
-<p>Yo le vi salir por la puerta del Norte, acompañado de dos o tres
-personas, entrar en su coche, y partir hacia la sierra, con tanta
-tranquilidad como si en palacio dejase la paz más perfecta. Sin
-duda debía de ser en extremo<span class="pagenum" id="Page_166">p.
-166</span> apacible su carácter, y tener la conciencia más pura y
-limpia que los frescos manantiales de aquellas montañas. Sin embargo,
-aquel buen anciano, a pesar de su alta posición y de la paz que yo
-suponía en su interior, más me inspiraba lástima que envidia. Aquella
-se aumentó cuando vi que la gente del pueblo, reunida en torno al
-edificio, no mostraba a su Rey ningún afecto, y hasta me pareció oír en
-algunos grupos murmullos y frases mal sonantes, que hasta entonces creo
-no se habían aplicado a ningún soberano de esta honrada nación.</p>
-
-<p>Recorriendo después las galerías bajas del palacio y las
-antecámaras altas, vi a otros individuos de la regia familia, y me
-maravilló observar en todos la misma forma de narices colgantes, que
-caracterizaba la casta de los Borbones. El primero que tuve ocasión
-de admirar fue el cardenal de la Escala, don Luis de Borbón, célebre
-después por haber recibido el juramento de los diputados en la isla
-de León, y por otros hechos menos honrosos que irán saliendo a
-medida que avancen estas historias. No era el señor cardenal hombre
-grave, cubierto de canas, prenda natural de la edad y del estudio,
-ni representaba su rostro aquella austeridad que parece ha de ser
-inherente a los que desempeñan cargos tan difíciles: antes bien era un
-jovenzuelo que no había llegado a los treinta años, edad en la cual
-Lorenzana, Albornoz, Mendoza, Silíceo y otras lumbreras de la Iglesia
-española no habían aún salido del seminario.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_167">p. 167</span>Verdad es que
-existía la costumbre de consagrar al cardenalato a los príncipes
-menores que no podían alcanzar ningún reino grande ni chico, y el señor
-D. Luis de Borbón, primo del Rey Carlos IV, fue en esto uno de los
-mortales más afortunados, porque con la leche en los labios empezó a
-disfrutar las rentas de la mitra de Sevilla, y no cumplidos aún los
-23, y mal digeridas las <i>Sentencias</i> de Pedro Lombardo, tomó
-posesión de la silla de Toledo, cuyas fabulosas rentas habría envidiado
-cualquier Príncipe de Alemania o de Italia.</p>
-
-<p>Pero cada cosa en su tiempo y los nabos en adviento. Lo que hemos
-dicho era costumbre propia de la edad, y no es justo censurar al
-infante porque tomase lo que le daban. Su eminencia, tal y como le vi
-descender del coche en el vestíbulo de palacio, me pareció un mozo
-coloradillo, rubicundo, de mirada inexpresiva, de nariz abultada y
-colgante, parecida a las demás de la familia, por ser fruto del mismo
-árbol, y con tan insignificante aspecto, que nadie se fijara en él, si
-no fuera vestido con el traje cardenalicio. D. Luis de Borbón subió con
-gran priesa a las habitaciones regias, y no le vi más.</p>
-
-<p>Pero mi buena estrella, que sin duda me tenía reservado el honor de
-conocer de una vez a toda la familia real, hizo que viera aquel mismo
-día al infante D. Carlos, segundo hijo de nuestro Rey. Este joven aún
-no aparentaba veinte años, y me pareció de más agradable presencia
-que su hermano el Príncipe<span class="pagenum" id="Page_168">p.
-168</span> heredero. Yo le observé atentamente, porque en aquella época
-me parecía que los individuos de sangre real habían de tener en sus
-semblantes algo que indicase la superioridad; pero nada de esto había
-en el del infante D. Carlos, que solo me llamó la atención por sus ojos
-vivarachos y su carita de Pascua. Este personaje varió mucho con la
-edad en fisonomía y carácter.</p>
-
-<p>También vi aquella misma tarde en el jardín al infante D. Francisco
-de Paula, niño de pocos años que jugaba de aquí para allí, acompañado
-de mi Amaranta y de otras damas; y por cierto que el Infante, saltando
-y brincando con su traje de mameluco completamente encarnado, me hacía
-reír, faltando con esto a la gravedad que era indispensable cuando se
-ponía el pie en parajes hollados por la regia familia.</p>
-
-<p>Antes de bajar al jardín habían llamado mi atención unos recios
-golpes de martillo que sentí en las habitaciones inferiores: después
-sucedieron a los golpes unos delicados sones de zampoña, con tal
-arte tañida, que parecían haberse trasladado al Real Sitio todos
-los pastores de la Arcadia. Habiendo preguntado, me contestaron que
-aquellos distintos ruidos salían del taller del infante don Antonio
-Pascual, quien acostumbraba matar los ocios de la vida regia alternando
-los entretenimientos del oficio de carpintero o de encuadernador con
-el cultivo del arte de la zampoña. Yo me admiré de que un Príncipe
-trabajase, y me dijeron que el D. Antonio<span class="pagenum"
-id="Page_169">p. 169</span> Pascual, hermano menor de Carlos IV, era
-el más laborioso de los Infantes de España, después del difunto D.
-Gabriel, celebrado como humanista y muy devoto de las artes. Cuando
-el ilustre carpintero y zampoñista dejó el taller para dar su paseo
-ordinario por la huerta del Prior en compañía de los buenos Padres
-Jerónimos que iban a buscarle todas las tardes, pude contemplarle a mis
-anchas, y en verdad digo que jamás vi fisonomía tan bonachona. Tenía
-costumbre de saludar con tanta solemnidad como cortesanía a cuantas
-personas le salían al paso, y yo tuve la alta honra de merecerle
-una bondadosa mirada y un movimiento de cabeza que me llenaron de
-orgullo.</p>
-
-<p>Todos saben que D. Antonio Pascual, que después se hizo célebre por
-su famosa despedida del valle de Josafat, parecía la bondad en persona.
-Confieso que entonces aquel príncipe, casi anciano, cuya fisonomía se
-habría confundido con la de cualquier sacristán de parroquia, era,
-entre los individuos de la regia familia, el que me parecía de mejor
-carácter. Más tarde conocí cuánto me había equivocado al juzgarle como
-el más benévolo de los hombres. María Luisa, que le tachó de cruel,
-en una de sus cartas profetizó lo que había de pasar a la vuelta de
-Valencey, cuando el Infante congregaba en su cuarto lo más florido del
-partido realista furibundo.</p>
-
-<p>Este pobre hombre, lo mismo que su sobrino el Infante D. Carlos,
-eran partidarios del Príncipe Fernando, y aborrecían cordialmente<span
-class="pagenum" id="Page_170">p. 170</span> al de la Paz; mas excusadas
-son estas advertencias, porque entonces ningún español amaba a Godoy;
-empezando por los individuos de la familia. Pero basta de digresiones,
-y sigamos contando. Quedó, si mal no recuerdo, en el anuncio de ciertas
-novedades que dieron inesperado giro a los sucesos; mas no dije cuáles
-fueran. Parece que a eso de la una el ilustre prisionero, luego que
-se enteró de que su padre había salido a caza, mandó a la Reina un
-recado, suplicándola que fuese a su cuarto, donde le revelaría cosas
-muy importantes. Negose la madre; pero envió al marqués Caballero,
-quien recogió de labios del Príncipe las declaraciones de que voy a
-hablar.</p>
-
-<p>No crean ustedes que tan estupendas nuevas eran del dominio de
-todos los habitantes del Escorial. Yo las supe porque Amaranta las
-contó al diplomático y a su hermana, y como por mi poca edad y aspecto
-de mozuelo distraído y casquivano, creían que yo no había de prestar
-atención a sus palabras, no se cuidaban de guardar reserva delante de
-mí.</p>
-
-<p>Conforme dijo Amaranta, todas las personas reales andaban azoradas
-y aturdidas, porque, según las últimas declaraciones del Príncipe, se
-sabía ya con certeza que los conjurados tenían de su parte a Napoleón
-en persona, cuyas tropas se acercaban cautelosamente a Madrid con
-objeto de apoyar el movimiento. También había denunciado Fernando a
-sus cómplices llamándoles <i>pérfidos</i> y<span class="pagenum"
-id="Page_171">p. 171</span> <i>malvados</i>; y según las indicaciones
-que hizo, los rumores tiempo ha propalados sobre proyecto de atentar
-a la vida de la Reina, no carecían de fundamento. En cuanto al Rey,
-los amigos del Príncipe no debían de tener muy buenas intenciones
-respecto a él, porque este había nombrado generalísimo de las tropas
-de mar y tierra al duque del Infantado en un decreto que empezaba así:
-«<i>Habiendo Dios tenido a bien llamar para sí el alma del Rey, nuestro
-Padre</i>, etc.»</p>
-
-<p>No se fijaron bien en mi imaginación estos pormenores; pero habiendo
-leído más tarde los incidentes de aquel proceso célebre, puedo
-auxiliar mi memoria con tanta eficacia que resulte la narración de los
-hechos tan viva como hija del recuerdo. Lo que sí me acuerdo es que
-Amaranta, alarmada con lo de Bonaparte, tenía gran placer en hacer
-consideraciones sobre la bajeza del Príncipe al denunciar vilmente a
-sus amigos. La marquesa se resistía a creerlo, y los comentarios, que
-no copio, por no ser molesto, duraron mucho tiempo.</p>
-
-<p>No había aún oscurecido cuando volvió el Rey de caza, y hora y
-media después un gran ruido en la parte baja del alcázar nos anunció
-la llegada de otro importante personaje. Corrí al patio grande y ya no
-pude verle, porque habiendo descendido rápidamente del coche, subió por
-la escalera con prisa de llegar pronto arriba. Únicamente se distinguía
-un bulto arrebujado en anchísima capa, como persona enferma que quiere
-reservarse<span class="pagenum" id="Page_172">p. 172</span> del aire;
-mas no fue posible ver sus facciones.</p>
-
-<p>—Es él —dijeron algunos criados que había junto a mí.</p>
-
-<p>—¿Quién? —pregunté con mucha curiosidad.</p>
-
-<p>Entonces un pinche de la cocina, con quien había yo trabado cierta
-amistad por ser el funcionario encargado de darme de comer, acercó su
-boca a mi oído, y me dijo muy quedamente:</p>
-
-<p>—El <i>choricero</i>.</p>
-
-<p>Más adelante tuve ocasión de hablar con este personaje; pero su
-pintura pertenece a otro libro.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch16">
- <h2 class="nobreak g0">XVI</h2>
-</div>
-
-<p>Seguí hablando con el pinche, por no perder tan buena coyuntura de
-entablar relaciones con la gente de escalera abajo, y pregunté a mi
-abastecedor cuál era la opinión más extendida en las reales cocinas
-sobre los sucesos del día. Afortunadamente se aproximaba la hora de
-cenar; y llevándome mi amigo al aposento destinado al efecto, me hizo
-ver que el cuerpo de cocineros seguía a todo el país en la senda
-trazada por los directores del partido fernandista.</p>
-
-<p>Nada más patriótico, nada más entusiasta que la actitud de aquel
-puñado de valientes en cuyas cacerolas estaba por decirlo así el<span
-class="pagenum" id="Page_173">p. 173</span> paladar de los reyes de
-España, y que era árbitro hasta cierto punto de su bienestar, si no de
-su existencia. Aunque muchos de los hombres que allí vi eran antiguos
-y pacíficos servidores, que no participaban de la rebelde inquietud de
-la gente moza, la mayor parte habían sido deslumbrados por la perruna
-y grotesca elocuencia de Pedro Collado, el aguador de la fuente del
-Berro, ya empleado en la servidumbre de Fernando. Este hombre, que
-con las gracias de su burdo y ramplón ingenio se había conquistado
-preferente lugar en el corazón del heredero, desempeñaba al principio
-las funciones de espía en todas las regiones bajas de palacio, vigilaba
-la servidumbre, la cual a poco empezó por temerle y concluyó por
-someterse dócilmente a sus mandatos. De este modo llegó a ser Pedro
-Collado respecto a los cocineros, pinches y lacayos un verdadero
-cacique, al modo de los que hoy son alma y azote de las pequeñas
-localidades en nuestra península.</p>
-
-<p>Cuando Pedro Collado bajaba contento, el regocijo se difundía
-como don celeste entre toda la servidumbre: cuando Pedro Collado
-bajaba taciturno y sombrío, melancólico silencio sustituía a la
-anterior algazara. Cuando alguno perdía la gracia del aguador, ya
-podía encomendarse a Dios, y los que tenían la suerte de merecer su
-benevolencia o de servir de objeto a sus bromas, ya podían considerarse
-con un pie puesto en la escala de la fortuna.</p>
-
-<p>Aquella noche fue para mí muy interesante,<span class="pagenum"
-id="Page_174">p. 174</span> porque presencié la prisión de Pedro
-Collado, contra quien habían resultado cargos muy graves en las
-primeras actuaciones de la causa. El favorito del Príncipe comunicaba
-a los más autorizados entre sus amigos las impresiones del día, cuando
-un alguacil, seguido de algunos soldados de la guardia española, entró
-a prenderle. No hizo resistencia el aguador, antes bien con la frente
-erguida y provocativo ademán, siguió a sus guardianes que le condujeron
-a la cárcel del Sitio, porque a causa de su baja condición no podía
-alternar con el duque de San Carlos, ni con el del Infantado, presos en
-las buhardillas de la parte del edificio llamado el Noviciado.</p>
-
-<p>La prisión del aguador produjo en la cocina cierto terror y
-sepulcral silencio. Interrumpiéronlo después las voces de mando,
-que cual la de los generales en la guerra, sirven para dirigir la
-estrategia de las cocinas reales, no menos complicada que la de
-los campos de batalla. Una voz decía: «Cena del señor infante D.
-Antonio Pascual.» Y al punto la más rica menestra que ha incitado el
-humano apetito pasó a manos de los criados que servían en el cuarto
-del infante. Después se oyó la siguiente orden: «La sopa hervida
-y el huevo estrellado de la señora infanta doña María Josefa.»
-Luego, «El chocolate del señor infante D. Francisco de Paula», y
-nuevos movimientos seguían a estas palabras. Hubo un instante de
-sosiego, hasta que el cocinero mayor exclamó con voz solemne:<span
-class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span> «¿Está la polla asada de su
-eminencia el señor cardenal?» Al instante funcionaron las cacerolas, y
-la polla asada con otros sustanciosos acompañamientos fue trasmitida
-al cuarto del arzobispo. Por último, un señor muy obeso, y vestido de
-uniforme con galones, que era designado con el estrambótico nombre de
-<i>guardamangier</i>, se paró en la puerta y dirigiendo su mirada de
-águila hacia los cocineros, exclamó: «La cena de Su Majestad el Rey.»
-Era cosa de ver la multitud de platos que se destinaron a aliviar la
-debilidad estomacal, diariamente producida en la naturaleza de Carlos
-IV por el ejercicio de la caza. Como yo no podía apartar mis ojos de
-aquella rica colección de manjares, cuyo aromático vapor convidaba a
-comer, mi amigo el pinche me dijo:</p>
-
-<p>—Descuida, Gabrielillo, que ya probaremos algo de aquellos platos.
-Al Rey le gusta ver muchos platos en su mesa; pero de cada uno no come
-más que un poquito. Algunos vuelven como han ido. Voy a preparar el
-agua helada.</p>
-
-<p>—¿Qué es eso de agua helada? —pregunté—. ¿Y quién se alimenta con
-manjar de tan poca sustancia?</p>
-
-<p>—El Rey —me contestó—, una vez que llena bien el buche, pide un vaso
-de agua helada como la misma nieve; coge un panecillo, le quita la
-corteza, empapa bien la miga en el agua, y se la come después. Jamás
-toma más postre que ese.</p>
-
-<p>Un buen rato después de haberse pedido<span class="pagenum"
-id="Page_176">p. 176</span> la cena del Rey, pidieron la de la Reina,
-y esta diferencia de tiempo llamó tanto mi atención, que pregunté a mi
-amigo la razón de que no comieran juntos los Reyes y sus hijos.</p>
-
-<p>—Calla, tonto —me dijo—, eso no puede ser. En las casas de todo el
-mundo, comen padres e hijos en una misma mesa. Pero aquí no: ¿no ves
-que eso sería faltar a la etiqueta? Los Infantes comen cada uno en su
-cuarto, y S. M. el Rey solo en el suyo, servido por los guardias. La
-Reina es la única persona que podría comer con el Rey, pero ya sabes
-que acostumbra comer sola, por lo que callo.</p>
-
-<p>—¿Por qué? dímelo a mí. Es que tendrá alguna persona que la acompañe
-<i>de ocultis</i>.</p>
-
-<p>—¡Quiá! No come delante de alma viviente ni que la maten.</p>
-
-<p>—¿Ni tampoco delante de sus damas?</p>
-
-<p>—Solo la camarera que la sirve la ve comer. Te diré por qué —añadió
-en voz baja—. ¿Ves aquellos dientes tan bonitos que enseña la Reina
-cuando se ríe? Pues son postizos, y como tiene que quitárselos para
-comer, no quiere que la vean.</p>
-
-<p>—Eso sí que está bueno.</p>
-
-<p>En efecto, lo que me dijo el pinche era cierto, y en aquellos
-tiempos el arte odontológico no había adelantado lo suficiente
-para permitir las funciones de la masticación con las herramientas
-postizas.</p>
-
-<p>—Ya ves tú —continuó el pinche— si tienen razón los que critican
-a la Reina porque engaña al pueblo, haciendo creer lo que no<span
-class="pagenum" id="Page_177">p. 177</span> es. ¿Y cómo ha de hacerse
-querer de sus vasallos una soberana que gasta dientes ajenos?</p>
-
-<p>Como yo no creía que las funciones de los Reyes fueran semejantes
-a las de un perro de presa, no pensé lo mismo que mi amigo, aunque me
-callé sobre el particular.</p>
-
-<p>Luego pidieron la cena de S. A. el Príncipe de la Paz, y la de los
-Consejeros de Estado, lo cual me decidió a subir, creyendo llegada
-la hora de servir también la de mi ama. Se acercaba para mí el dulce
-momento de verla, de hablarla, de escuchar sus mandatos, de pasar junto
-a ella rozando mi vestido con el suyo, de embelesarme con su sonrisa
-y con su mirada. Ausente de ella, mi imaginación no se apartaba de
-tan hermoso objeto, como mariposa que rodea sin cesar la luz que la
-fascina. Pero muy contra mi voluntad aquella noche Amaranta no se dignó
-ponerme al corriente de lo que deseaba saber respecto a mis servicios.
-Estaba escrito que fuera a la noche siguiente.</p>
-
-<p>Aunque aún no me había acontecido en Palacio nada digno de notarse,
-yo estaba un si es no es descorazonado. ¿Por qué? No podía decirlo.
-Encerrado en mi cuarto, y tendido sobre el angosto lecho, rebelde mi
-naturaleza al sueño, me puse a pensar en mi situación, en el carácter
-de Amaranta que empezaba a parecerme muy raro, y en la clase de fortuna
-que a su lado me aguardaba. Acordeme de Inés, a quien por aquellos
-días tenía muy olvidada, y cuando su memoria, refrescando mi mente, me
-predispuso a un dulce<span class="pagenum" id="Page_178">p. 178</span>
-sueño, sentía (no sé si fue engañoso efecto del sueño) unos golpecitos
-en mi pecho, producidos por vivas y dolorosas palpitaciones, como si
-una mano amiga, perteneciente a persona que deseaba entrar a toda
-costa, estuviese tocando a las puertas de mi corazón.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch17">
- <h2 class="nobreak g0">XVII</h2>
-</div>
-
-<p>A la siguiente noche, Amaranta me mandó entrar en su cuarto. Estaba
-con la misma vestidura blanca de las noches anteriores. Hízome sentar
-a su lado en una banqueta más baja que su asiento, de modo que solo
-faltaba un pequeño espacio para que sus rodillas fueran cojín de mi
-frente. Me puso la mano en el hombro, y dijo:</p>
-
-<p>—Ahora sabré, Gabriel, si puedo contar contigo para lo que deseo.
-Veremos si tus facultades están a la altura de lo que he pensado de
-ti.</p>
-
-<p>—¿Y usía ha podido dudarlo? —repuse conmovido—. No puedo olvidar lo
-que me dijo usía la otra noche, y fue que otros, con menos méritos que
-yo, han llegado a subir hasta los últimos escalones de la fortuna.</p>
-
-<p>—¡Ah, pobrecillo! —dijo riendo—. Veo que sueñas con subir demasiado,
-y esto es peligroso, porque ya sabes lo de Ícaro.</p>
-
-<p>Yo contesté que nada sabía de ningún<span class="pagenum"
-id="Page_179">p. 179</span> señor Ícaro; contome ella la fábula, y
-luego añadió:</p>
-
-<p>—La historia que te conté la otra noche, no debe servirte de
-ejemplo, Gabriel. Después de lo que sabes, he leído un poco más y puedo
-seguirla.</p>
-
-<p>—Quedó usía en aquello de que el joven de la guardia, a quien la
-sultana había hecho gran visir, daba muy mal pago a su protectora, lo
-cual me parece una grandísima picardía.</p>
-
-<p>—Pues bien: después he leído que la sultana estaba muy arrepentida
-de su liviandad, y que el joven jenízaro, hecho príncipe y
-generalísimo, era cada vez más aborrecido en el imperio. El sultán
-continuaba tan ciego como antes, y no comprendía la causa del malestar
-de sus vasallos. Pero ella, como mujer de agudo ingenio, conocía la
-tempestad que amenazaba descargar sobre la real familia. Sus damas
-la encontraban algunas veces llorando. Desahogando su conciencia con
-alguna, le hizo ver su arrepentimiento por las faltas cometidas. Mas
-ya parecía imposible remediarlas; el descontento de los súbditos era
-inmenso, y se formó un grande y poderoso bando, a cuya cabeza se
-hallaba el hijo mismo de los sultanes, con objeto de destronarles,
-proyectando quitarles la vida, si la vida era un estorbo para sus
-fines.</p>
-
-<p>—Y el gran visir ¿qué hacía?</p>
-
-<p>—El gran visir, que era hombre de pocos alcances, no sabía tampoco
-qué partido tomar. Todos volvían los ojos al gran Tamerlán,<span
-class="pagenum" id="Page_180">p. 180</span> insigne guerrero y
-conquistador, que habían enviado sus tropas a aquel imperio como paso
-para un pequeño reino que deseaba conquistar. En él creían ver un
-salvador el padre y el hijo y la sultana y el gran visir; mas como no
-es posible que el gran Tamerlán les favorezca a todos a un tiempo, es
-seguro que alguno ha de equivocarse.</p>
-
-<p>—Y por último, ¿a quién favoreció ese señor guerrero?</p>
-
-<p>—Eso está en el final de la historia que no he leído todavía
-—contestó Amaranta—; pero creo que no tardaré en conocer el desenlace,
-y entonces podré contártelo.</p>
-
-<p>—Pues digo y repito, que si el gran visir hubiera gobernado bien a
-los pueblos, como los gobernaría quien yo me sé, nada de eso habría
-pasado. Haciendo justicia como Dios manda, esto es, castigando a los
-malos y premiando a los buenos, es imposible que el imperio hubiese
-venido a tales desdichas.</p>
-
-<p>—Pero eso ahora no nos importa gran cosa —dijo Amaranta—, y vamos a
-nuestro asunto.</p>
-
-<p>—Sí, señora —respondí con calor—; ¿qué importan todos los imperios
-del mundo?</p>
-
-<p>Al decir esto, creyendo que mis palabras eran frigidísima expresión
-de lo que yo sentía, crucé las manos en la actitud más patética que
-me fue posible, y dando rienda suelta a la ardorosa exaltación que
-inflamaba mi cabeza, la expresó en palabras como mejor pude, exclamando
-así:</p>
-
-<p>—¡Ah, señora condesa! Yo no solo os respeto como el más humilde de
-vuestros criados,<span class="pagenum" id="Page_181">p. 181</span>
-sino que os adoro, os idolatro, y no os enojéis conmigo si tengo el
-atrevimiento de decíroslo. Arrojadme de vuestro lado, si esto os
-desagrada, aunque con esto conseguiríais hacer de mí un muchacho
-desgraciado, pero de ningún modo que dejase de amaros.</p>
-
-<p>Amaranta se rio de mis aspavientos y dijo:</p>
-
-<p>—Bueno, me gusta tu adhesión. Veo que podré contar contigo. En
-cuanto a tus cualidades intelectuales también las creo atendibles. Pepa
-me ha encomiado mucho tu facultad de observación. Parece que tienes
-una extraordinaria aptitud para retener en la memoria los objetos, las
-fisonomías, los diálogos y cuanto impresiona tus sentidos, pudiendo
-referirlo después puntualísimamente. Esto unido a tu discreción, hace
-de ti un mozo de provecho. Si a tantas prendas se añade el respeto y
-amor a mi persona, de tal modo que lo sacrifiques todo a mí, y a nadie
-revelas lo que hagas en mi servicio...</p>
-
-<p>—¡Yo revelar, señora! Ni a mi sombra, ni a mis padres, si los
-tuviera, ni a Dios...</p>
-
-<p>—Además —añadió, clavando en mí sus ojos de un modo que me mareaba—,
-tú eres un chico que sabe disimular.</p>
-
-<p>—Perfectísimamente.</p>
-
-<p>—Y observas, te enteras de cuanto hay alrededor tuyo... todo sin
-excitar sospechas.</p>
-
-<p>—Estoy seguro de poseer todas esas cualidades.</p>
-
-<p>—Pues lo primero que has de hacer cuando volvamos a Madrid, es
-ponerte al servicio de tu antigua ama.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_182">p. 182</span>—¿Cómo? ¿De mi
-antigua ama?</p>
-
-<p>—Tonto, eso no quiere decir que dejes de servirme a mí. Al
-contrario, irás todas las noches a casa, donde nos veremos. Aunque
-no en apariencia, en realidad estarás siempre a mi servicio, y te
-recompensaré liberalmente.</p>
-
-<p>—De modo que si sirvo a la cómica es...</p>
-
-<p>—Es para evitar sospechas.</p>
-
-<p>—¡Oh! ¡magnífico! sí, sí, ya comprendo. Así nadie podrá decir...</p>
-
-<p>—Justo. Y en casa de tu ama observarás con muchísima atención lo que
-allí pasa, quién entra, quién sale, quién va por las noches, en fin
-todo...</p>
-
-<p>—¿Y con qué objeto? —pregunté algo desconcertado, no comprendiendo
-por qué me quería convertir en inquisidor.</p>
-
-<p>—El objeto no te importa —contestó mi dueña—. Además (y esto es
-lo principal), en el teatro has de vigilar perfectamente a Isidoro
-Máiquez, y siempre que este te dé alguna carta amorosa para tu ama,
-me la traerás a mí primero, y después de enterarme de ella, te la
-devolveré.</p>
-
-<p>Estas palabras me dejaron perplejo, y creyendo no haber comprendido
-bien su misterioso sentido, roguela que me las explicara.</p>
-
-<p>—Oye bien otra cosa —prosiguió—. Lesbia continúa en relaciones con
-Isidoro, aunque ama a otro, y yo sé que cuando ella vuelva a Madrid,
-se darán cita en casa de la González. Tú observarás todo lo que allí
-pase, y si consigues con tu ingenio y travesura, que sí lo<span
-class="pagenum" id="Page_183">p. 183</span> conseguirás, hacerte
-mensajero de sus amores, y siéndolo, me tienes al tanto de todo,
-me harás el mayor servicio que hoy puedo recibir, y no tendrás que
-arrepentirte.</p>
-
-<p>—Pero... pero... no sé cómo podré yo... —dije lleno de
-confusiones.</p>
-
-<p>—Es muy fácil, tontuelo. Tú vas al teatro todas las tardes. Procura
-que la duquesa te crea un chico servicial y discreto, ofrécete si es
-preciso a servirla, haz ver a Isidoro que no tienes precio para llevar
-un recado secreto, y los dos te tomarán por emisario de sus amores. En
-tal caso, cuando cojas una esquela amorosa del uno o del otro, me la
-traes, y punto concluido.</p>
-
-<p>—Señora —exclamé, sin poder volver de mi asombro—, lo que usía exige
-de mí, es demasiado difícil.</p>
-
-<p>—¡Oh! ¡Qué salida! Pues me gusta la disposición del chico. ¿Y
-aquello de te amo y te adoro...? ¿Pero te has vuelto tonto? Lo que
-ahora te mando no es lo único que exijo de ti. Ya sabrás lo demás. Si
-en esto que es tan sencillo, no me obedeces, ¿cómo quieres que haga de
-ti un hombre respetable y poderoso?</p>
-
-<p>Aún pensaba yo que el papel que Amaranta quería hacerme representar
-a su lado, no era tan bajo ni tan vil como de sus palabras se deducía,
-y aún le pedí nuevas explicaciones, que me dio de buen grado,
-dejándome, como dice el vulgo, completamente aplastado. La proposición
-de Amaranta, me arrojó desde la cumbre de mi soberbia a la profunda
-sima de mi envilecimiento.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span>No era posible, sin
-embargo, protestar contra este, y tenía necesidad de afectar servil
-sumisión a la voluntad de mi ama. Yo mismo me había dejado envolver en
-aquellas redes; era preciso salir de ellas escapándome astutamente por
-una malla rota, y sin intentar romperla con violencia.</p>
-
-<p>—¿Pero cree usía —dije, tratando de poner orden en mis ideas— que en
-esa ocupación no perderé la dignidad que, según dicen, debe tener todo
-aquel que aspira a ocupar en el mundo una posición honrosa?</p>
-
-<p>—Tú no sabes lo que te dices —me contestó, moviendo con donaire su
-hermosa cabeza—. Al contrario: lo que te propongo será la mejor escuela
-para que vayas aprendiendo el arte de medrar. El espionaje aguzará tu
-entendimiento, y bien pronto te encontrarás en disposición de medir tus
-armas con los más diestros cortesanos. ¿Tú has pensado que podrías ser
-hombre de pro sin ejercitarte en la intriguilla, en el disimulo y en el
-arte de conocer los corazones?</p>
-
-<p>—¡Señora —repuse—, qué escuela tan espantosa!</p>
-
-<p>—Es indudable que te pintas solo para observarlo todo, y que sabes
-dar cuenta de cuanto ves de un modo asombroso. Esto, y algo que he
-notado en ti, me ha hecho creer que eras un muchacho de facultades. ¿No
-dices que tienes ambición?</p>
-
-<p>—Sí señora.</p>
-
-<p>—Pues para medrar en los palacios no hay otro camino que el que te
-propongo. Supongamos<span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span>
-que desempeñas satisfactoriamente la comisión indicada: en este caso
-volverás a mi lado y serás mi paje. Casi siempre vivo en palacio:
-ya ves si tienes ocasión de lucirte. Un paje puede entrar en muchas
-partes; un paje está obligado a ser galán de las doncellas, de las
-camaristas y damas de palacio, lo cual le pone en disposición de saber
-secretos de todas clases. Un paje que sepa observar, y que al mismo
-tiempo tenga mucha reserva y prudencia, junto con una exterioridad
-agradable, es una potencia de primer orden en palacio.</p>
-
-<p>Tales razones me tenían confundido de tal modo que no sabía qué
-contestar.</p>
-
-<p>—¡Cuántos hombres insignes ves tú por ahí que empezaron su carrera
-de simples pajes! Paje fue el marqués Caballero, hoy Ministro de Gracia
-y Justicia, y pajes fueron otros muchos. Yo me encargaré de sacarte
-una ejecutoria de nobleza, con la cual y mi valimiento podrás entrar
-después en la guardia de la real persona. Esta sería una nueva faz
-de tu carrera. Un paje puede escurrirse tras una cortina para oír
-lo que se dice en una sala, un paje puede traer y llevar recados de
-gran importancia, un paje puede recibir de una doncella secretos de
-estado; pero un guardia puede aún mucho más, porque su posición es
-más interior. Si tiene las cualidades que adornaron al paje, su poder
-es extraordinario: puede bienquistarse con damas de la corte, que
-siempre son charlatanas, puede hacerse un sinnúmero de amigos en<span
-class="pagenum" id="Page_186">p. 186</span> estas regiones, diciendo
-aquí lo que oyó más allá, adornando las noticias a su modo y pintando
-los hechos como le convenga. Tiene el guardia una ventaja que no poseen
-los reyes mismos, y es que estos no conocen más que el palacio en que
-viven, razón por la cual casi nunca gobiernan bien, mientras aquel
-conoce el palacio y la calle, la gente de fuera y la de dentro, y esta
-ciencia general le permite hacerse valer en una parte y otra, y pone
-en sus manos un número infinito de resortes. El hombre que lo sabe
-manejar aquí es más poderoso que todos los poderosos de la tierra, y
-silenciosamente, sin que lo adviertan esos mismos que por ahí se dan
-tanto tono llamándose ministros y consejeros, puede llevar su influjo
-hasta los últimos rincones del reino.</p>
-
-<p>—¡Señora! —exclamó—. ¡Cuán distinto es todo esto de como yo me había
-figurado!</p>
-
-<p>—A ti —añadió— te parecerá que es o no es bueno. Pero así lo hemos
-encontrado, y puesto que no está en nuestra mano reformarlo, siga como
-hasta aquí.</p>
-
-<p>—¡Ah! confieso mi necedad —exclamé—. Confieso que, alucinado por mi
-disparatada imaginación, tuve locos y ridículos pensamientos, aunque
-ahora caigo en que deben ser propios de mi propia edad e ignorancia. Es
-verdad que yo creía que tonto y vano y humilde como soy, podría imitar
-a otros muchos en su inmerecido encumbramiento. Tanto he oído hablar
-de la buena fortuna de algunos necios, que dije: «Pues precisamente
-todos los necios tienen buena fortuna.» Pero<span class="pagenum"
-id="Page_187">p. 187</span> para conseguir esto, yo me representaba
-medios nobles y decentes, y decía: «¿Quién me quita a mí de llegar a
-ser lo que otros son? De ellos me diferenciaré en que si algún día
-tengo poder, he de emplearlo en hacer bien, premiando a los buenos y
-castigando a los malos, haciendo todas las cosas como Dios manda, y
-como me dice el corazón que deben hacerse.» Nunca pensé ser hombre de
-fortuna de otra manera, y si pensé en la necesidad de hacer algo malo,
-creí que sería de eso que no deshonra, tal y como desafiarse, amar a
-una dama en secreto sin decírselo a nadie, reventar siete caballos por
-ir de aquí a Aranjuez para traer una flor, matar a los enemigos del
-Rey, y otras cosas por el mismo estilo.</p>
-
-<p>—¡Ah! esos tiempos pasaron —dijo Amaranta riendo de mi simplicidad—.
-Veo que tienes sentimientos elevados; pero ya no se trata de eso.
-Tus escrúpulos se irán disipando cuando a las dos semanas de estar
-a mi servicio conozcas las ventajas de vivir aquí. Además, esto te
-proporcionará en adelante la satisfacción de hacer el bien a muchos que
-lo soliciten.</p>
-
-<p>—¿Cómo?</p>
-
-<p>—¡Oh! muy fácilmente. Mi doncella ha conseguido en esta semana dos
-canonjías, un beneficio simple y una plaza de la contaduría de espolios
-y vacantes.</p>
-
-<p>—Pues qué —pregunté con el mayor asombro—, ¿las criadas nombran los
-canónigos y los empleados?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_188">p. 188</span>—No, tontuelo;
-los nombra el ministro; pero ¿cómo puede desatender el ministro una
-recomendación mía, ni cómo he de desatender yo a una muchacha que sabe
-peinarme tan bien?</p>
-
-<p>—Un amigo mío, muy respetable, está solicitando desde hace catorce
-años un miserable destino, y aún no lo ha podido conseguir.</p>
-
-<p>—Dime su nombre y te probaré que, aun sin quererlo, ya comienzas a
-ser un hombre de influencia.</p>
-
-<p>Díjele el nombre del padre Celestino del Malvar, con la plaza que
-pretendía, y ella apuntó ambas cosas en un papel.</p>
-
-<p>—Mira —dijo después señalándome sus cartas—: son tantos los negocios
-que traigo ahora entre manos, que no sé cómo podré despacharlos. La
-gente de fuera ve a los ministros muy atareados, y dándose aire de
-personas que hacen alguna cosa. Cualquiera creería que esos personajes
-cargados de galones y de vanidad sirven para algo más que para cobrar
-sus enormes sueldos; pero no hay nada de esto. No son más que ciegos
-instrumentos y maniquíes que se mueven a impulsos de una fuerza que el
-público no ve.</p>
-
-<p>—Pero el Príncipe de la Paz, ¿no es más poderoso que los mismos
-Reyes?</p>
-
-<p>—Sí; mas no tanto como parece. Danle fuerza las raíces que tiene
-acá dentro, y como estas son profundas, como se agarran a una
-fértil tierra, como no cesamos de regarlas, de aquí que este árbol
-frondoso extiende sus ramas fuera de aquí con gran lozanía.<span
-class="pagenum" id="Page_189">p. 189</span> Godoy no debe nada de lo
-que tiene a su propio mérito; débelo a quien se lo ha querido dar, y
-ya comprendes que sería fácil quitárselo de improviso. No te dejes
-nunca deslumbrar por la grandeza de esos figurones a quienes el vulgo
-admira y envidia; su poderío está sostenido por hebras de seda, que
-las tijeras de una mujer pueden cortar. Cuando hombres como Jovellanos
-han querido entrar aquí, sus pies se han enredado en los mil hilos que
-tenemos colgados de una parte a otra, y han venido al suelo.</p>
-
-<p>—Señora —dije dominado por amarga pesadumbre—, yo dudo mucho que
-tenga ingenio para desempeñar lo que usía me encarga.</p>
-
-<p>—Yo sé que lo tendrás. Ejercítate primero en la embajada que te
-he dado cerca de la González; proporcióname lo que necesito, y luego
-podrás hacer nuevas proezas. Tú harás de modo que se aficione de ti
-alguna persona de Palacio: fingirás luego que estás cansado de mi
-servicio, yo haré el papel de que te despido, y tú entrarás al servicio
-de esa otra persona, con la que alguna vez hablarás mal de mí para
-que no sospeche la trama; entre tanto, diligente observador de cuanto
-pase en el cuarto de tu nueva y aparente ama, lo contarás todo a la
-antigua y a la verdadera que seré siempre yo, tu bienhechora y tu
-Providencia.</p>
-
-<p>Ya me fue imposible oír con calma una tan descarada y cínica
-exposición de las intrigas en que era la condesa consumada maestra,
-y yo catecúmeno aún sin bautismo. Una<span class="pagenum"
-id="Page_190">p. 190</span> elocuente voz interior protestaba contra
-el vil oficio que se me proponía, y la vergüenza, agolpando la sangre
-en mi rostro, me daba una confusión, un embarazo, que entorpecía mi
-lengua para la negativa. Levanteme, y con voz trémula, di a la condesa
-mis excusas, diciendo otra vez que no me creía capaz de desempeñar tan
-difíciles cometidos. Ella volvió a reír, y me dijo:</p>
-
-<p>—Esta noche, aunque es hora muy avanzada, quizás celebren una
-conferencia en este mi cuarto dos personajes, ha tiempo reñidos, y a
-quienes yo trato de reconciliar. Hablarán solos, y en tal caso, espero
-que tú, escondido tras el tapiz que conduce a mi alcoba, lo oirás todo,
-para contármelo después.</p>
-
-<p>—Señora —dije—, me ha entrado de repente un fuerte dolor de cabeza;
-y si usía me permitiera retirarme, se lo agradecería en el alma.</p>
-
-<p>—No —repuso mirando un reloj—, porque tengo que salir ahora mismo, y
-es preciso que estés en vela, y aguardes aquí. Volveré pronto.</p>
-
-<p>Esto diciendo llamó a la doncella, pidió su cabriolé, especie de
-manto que entonces se usaba; la doncella trajo dos, y envolviéndose
-cada una en el suyo, salieron con presteza, dejándome solo.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch18">
- <p><span class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XVIII</h2>
-</div>
-
-<p>La situación de mi espíritu era indefinible. Un frío glacial
-invadió mi pecho, como si una hoja de finísimo acero lo atravesara.
-La brusca y rápida mudanza verificada en mis sensaciones respecto de
-Amaranta era tal, que todo mi ser se estremeció sintiendo vacilar sus
-ignorados polos, como un planeta cuya ley de movimiento se trastorna de
-improviso. Amaranta era, no una mujer traviesa e intrigante, sino la
-intriga misma, era el demonio de los palacios, ese temible espíritu,
-por quien la sencilla y honrada historia parece a veces maestra de
-enredos y doctora de chismes; ese temible espíritu que ha confundido a
-las generaciones, enemistado a los pueblos envileciendo lo mismo las
-monarquías que las repúblicas, lo mismo los gobiernos despóticos que
-los libres; era la personificación de aquella máquina interior, para el
-vulgo desconocida, que se extendía desde la puerta de palacio hasta la
-cámara del Rey, y de cuyos resortes por tantas manos tocados, pendían
-honras, haciendas, vidas, la sangre generosa de los ejércitos y la
-dignidad de las naciones; era la granjería, la realidad, el cohecho,
-la injusticia, la simonía, la arbitrariedad, el libertinaje del mando,
-todo esto era Amaranta; y sin embargo, ¡cuán hermosa! Hermosa<span
-class="pagenum" id="Page_192">p. 192</span> como el pecado, como las
-bellezas sobrehumanas con que Satán tentaba la castidad de los padres
-del yermo, hermosa como todas las tentaciones que trastornan el juicio
-al débil varón, y como los ideales que compone en su iluminado teatro
-la embaucadora fantasía, cuando intenta engañarnos alevosamente cual a
-chiquitines que creen ciertas y reales las figuras de magia.</p>
-
-<p>Una luz brillante me había deslumbrado; quise acercarme a ella y
-me quemé. La sensación que yo experimentaba, era, si se me permite
-expresarlo así, la de una quemadura en el alma.</p>
-
-<p>Cuando se fue disipando el aturdimiento en que me dejó mi ama, sentí
-una viva indignación. Su hermosura misma, que ya me parecía terrible,
-me compelía a apartarme de ella. «Ni un día más estaré aquí; me ahoga
-esta atmósfera y me da espanto esta gente», exclamé dando paseos por la
-habitación y declamando con calor, como si alguien me oyera.</p>
-
-<p>En el mismo momento sentí tras la puerta ruido de faldas, y el
-cuchicheo de algunas mujeres. Creí que mi ama estaría de vuelta. La
-puerta se abrió y entró una mujer, una sola: no era Amaranta.</p>
-
-<p>Aquella dama, pues lo era, y de las más esclarecidas a juzgar por su
-porte distinguidísimo, se acercó a mí y preguntó con extrañeza:</p>
-
-<p>—¿Y Amaranta?</p>
-
-<p>—No está —respondí bruscamente.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_193">p. 193</span>—¿No vendrá pronto?
-—dijo con zozobra, como si el no encontrar a mi ama fuese para ella una
-gran contrariedad.</p>
-
-<p>—Eso es lo que no puedo decir a usted. Aunque sí... ahora caigo en
-que dijo volvería pronto —contesté de muy mal talante.</p>
-
-<p>La dama se sentó sin decir más. Yo me senté también y apoyé la
-cabeza entre las manos. No extrañe el lector mi descortesía, porque el
-estado de mi ánimo era tal, que había cobrado repentino aborrecimiento
-contra toda la gente de Palacio y ya no me consideraba criado de
-Amaranta.</p>
-
-<p>La dama, después de esperar un rato, me interrogó imperiosamente:</p>
-
-<p>—¿Sabes dónde está Amaranta?</p>
-
-<p>—He dicho que no —respondí con la mayor displicencia—. ¿Soy yo de
-los que averiguan lo que no les importa?</p>
-
-<p>—Ve a buscarla —dijo la dama—, no tan asombrada de mi conducta como
-debiera estarlo.</p>
-
-<p>—Yo no tengo que ir a buscar a nadie. No tengo que hacer más que
-irme a mi casa.</p>
-
-<p>Yo estaba indignado, furioso, ebrio de ira. Así se explican mis
-bruscas contestaciones.</p>
-
-<p>—¿No eres criado de Amaranta?</p>
-
-<p>—Sí y no... pues...</p>
-
-<p>—Ella no acostumbra a salir a estas horas. Averigua dónde está y
-dile al instante que venga —dijo la dama con mucha inquietud.</p>
-
-<p>—Ya he dicho que no quiero, que no iré, porque no soy criado de
-la condesa —respondí—. Me voy a mi casa, a mi casita, a Madrid<span
-class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span> ¿Quiere usted hablar a mi
-ama? pues búsquela por Palacio. ¿Han creído que soy algún monigote?</p>
-
-<p>La dama dio tregua por un momento a su zozobra para pensar en mi
-descortesía. Pareció muy asombrada de oír tal lenguaje, y se levantó
-para tirar de la campanilla. En aquel momento me fijé por primera vez
-atentamente en ella, y pude observar que era poco más o menos, de esta
-manera.</p>
-
-<p>Edad que pudiera fijarse en el primer período de la vejez, aunque
-tan bien disimulada por los artificios del tocador, que se confundía
-con la juventud, con aquella juventud que se desvanece en las últimas
-etapas de los cuarenta y ocho años. Estatura mediana y cuerpo esbelto
-y airoso, realzado por esa suavidad y ligereza de andar que, si alguna
-vez se observan en las chozas, son por lo regular cualidades propias
-de los palacios. Su rostro bastante arrebolado no era muy interesante,
-pues aunque tenía los ojos hermosos y negros, con extraordinaria viveza
-y animación, la boca la afeaba bastante, por ser de estas que con la
-edad se hienden, acercando la nariz a la barba. Los finísimos, blancos
-y correctos dientes no conseguían embellecer una boca que fue airosa,
-si no bella, veinte años antes. Las manos y brazos, por lo que de estos
-descubría, advertí que eran a su edad las mejores joyas de su persona y
-las únicas prendas que del naufragio de una regular hermosura se habían
-salvado incólumes. Nada notable observé en su traje, que no era<span
-class="pagenum" id="Page_195">p. 195</span> rico, aunque sí elegante y
-propio del lugar y la hora.</p>
-
-<p>Abalanzose, como he dicho, a tirar de la campanilla, cuando de
-improviso y antes de que aquella sonase, se abrió de nuevo la puerta
-y entró mi ama. Recibiola la visitante con mucha alegría, y no se
-acordaron más de mí, sino para mandarme salir. Retireme, pasando a
-la pieza inmediata, por donde debía dirigirme a mi cuarto, cuando el
-contacto del tapiz, deslizándose sobre mi espalda al atravesar la
-puerta, despertó en mí la olvidada idea de las escuchas y el espionaje
-que Amaranta me había encargado. Detúveme, y el tapiz me cubrió
-perfectamente; desde allí se oía todo con completa claridad.</p>
-
-<p>Hice intención de alejarme para no incurrir en las mismas faltas
-que tan feas me parecían; pero la curiosidad pudo más que todo y no
-me moví. Tan cierto es que la malignidad de nuestra naturaleza puede
-a veces más que todo. Al mismo tiempo el rencorcillo, el despecho, el
-descorazonamiento que yo sentía, me impulsaban a ejercer sobre mi ama
-la misma pérfida vigilancia que ella me encomendaba sobre los demás.
-«¿No me mandas aplicar el oído? —dije para mí, recreándome en mi
-venganza—. Pues ya lo aplico.»</p>
-
-<p>La dama desconocida había proferido muchas exclamaciones de
-desconsuelo, y hasta me pareció que lloraba. Después, alzando la voz,
-dijo con ansiedad:</p>
-
-<p>—Pero es preciso que en la causa no aparezca Lesbia.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span>—Será muy difícil
-eliminarla, porque está averiguado que ella era quien trasmitía la
-correspondencia —contestó mi ama.</p>
-
-<p>—Pues no hay otro remedio —continuó la dama—. Es preciso que Lesbia
-no figure para nada, ni preste declaraciones. Yo no me atrevo a
-decírselo a Caballero; pero tú con habilidad puedes hacerlo.</p>
-
-<p>—Lesbia —dijo Amaranta—, es nuestro más terrible enemigo. La causa
-del Príncipe ha sido en su vil carácter un pretexto más bien que una
-causa para hostilizarnos. ¡Qué de infamias cuenta, qué de absurdos
-propala! Su lengua de víbora no perdona a quien ha sido su bienhechora
-y también se ensaña conmigo, de quien ha contado horrores.</p>
-
-<p>—Contará lo de marras —repuso la dama de la boca hendida—. Tú
-cometiste la gran falta de confiarle aquel secreto de hace quince años,
-que nadie sabía.</p>
-
-<p>—Es verdad —dijo mi ama meditabunda.</p>
-
-<p>—Pero no hay que asustarse, hija —añadió la otra—. La enormidad
-y el número de las faltas supuestas que nos atribuyen nos sirve de
-consuelo y de expiación por las que realmente hayamos cometido, las
-cuales son tan pocas, comparadas con lo que se dice, que casi no debe
-pensarse en ellas. Es preciso que Lesbia no aparezca para nada en
-la causa. Adviérteselo a Caballero; mañana podrían prenderla, y si
-declara, puede vengarse mostrando pruebas terribles contra mí. Esto me
-tiene desesperada: conozco su descaro, y la creo capaz de las mayores
-infamias.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span>—Ella es dueña
-sin duda de secretos peligrosos, y quizás conserve cartas o algún
-objeto.</p>
-
-<p>—Sí —respondió con agitación la desconocida—. Pero tú lo sabes todo:
-¿a qué me lo preguntas?</p>
-
-<p>—Entonces con harto dolor de mi corazón, le diré a Caballero que la
-excluya de la causa. La pícara se jactaba ayer aquí mismo de que no
-pondrían la mano sobre ella.</p>
-
-<p>—Ya se nos presentará otra ocasión... Dejarla por ahora. ¡Ah!
-bien castigada está mi impremeditación. ¿Cómo fui capaz de fiarme de
-ella? ¿Cómo no descubrí bajo la apariencia de su amena jovialidad y
-ligereza, la perfidia y doblez de su corazón? Fui tan necia que su
-gracia me cautivó; la complacencia con que me servía en todo acabó de
-seducirme, y me entregué en cuerpo y alma a ella. Recuerdo cuando las
-tres salíamos juntas de palacio en aquella breve temporada que pasamos
-en Madrid hace cinco años. Pues después he sabido que una de aquellas
-noches, avisó a cierta persona el punto a donde íbamos, para que me
-viera, y me vio... Nosotros no advertimos nada; no conocimos que Lesbia
-nos vendía; y hasta mucho después no descubrí su falsedad por una
-singular coincidencia.</p>
-
-<p>—Ese estúpido y presuntuoso Mañara —dijo mi ama—, le ha trastornado
-el juicio.</p>
-
-<p>—¡Ah! ¿no sabes que en el cuerpo de guardia se ha jactado ese
-miserable de que ha sido amado por mí, añadiendo que me despreció?
-¿Has visto? ¡Si yo jamás he pensado en semejante<span class="pagenum"
-id="Page_198">p. 198</span> hombre, ni creo haber siquiera reparado
-en él! ¡Ay, Amaranta! Tú eres joven aún; tú estás en el apogeo de
-la hermosura; sírvate de lección. Cada falta que se comete, se paga
-después con la vergüenza de las cien mil que no hemos cometido y que
-nos imputan. Y ni aun en la conciencia tenemos fuerzas para protestar
-contra tantas calumnias, porque una sola verdad entre mil calumnias
-nos confunde, mayormente si nos vemos acusadas por nuestros propios
-hijos.</p>
-
-<p>Al decir esto me pareció que lloraba. Después de una breve pausa,
-Amaranta continuó así la conversación:</p>
-
-<p>—Ese necio Mañara, que no sabe hablar más que de toros, de caballos
-y de su nobleza, ha tenido el honor de cautivar a Lesbia; tal para
-cual... Él es quien la ha inducido a andar en tratos con los del
-Príncipe, y entre los dos se han encargado de la trasmisión de la
-correspondencia.</p>
-
-<p>—¿Pero no me dijiste —preguntó vivamente la desconocida— que Lesbia
-estaba en relaciones con Isidoro?</p>
-
-<p>—Sí —contestó mi ama—; pero este amor, que ha durado poco tiempo, ha
-sido un interregno durante el cual Mañara no bajó del trono. Lesbia amó
-a Isidoro por vanidad, por coquetería, y continúa en relaciones con él.
-Isidoro está locamente enamorado, y ella se complace en avivar su amor,
-divirtiéndose con los martirios del pobre cómico.</p>
-
-<p>—¿Y no has pensado que se podría sacar partido de esos dobles
-amores?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span>—¡Ya lo creo!
-Lesbia e Isidoro se ven en casa de la González y en el teatro.</p>
-
-<p>—Puedes hacer que Mañara los descubra y...</p>
-
-<p>—No, mi plan es mejor aún. ¿Qué importa Mañara? Yo quiero apoderarme
-de alguna carta o prenda que Lesbia entregue a cualquiera de sus dos
-amantes, para presentarla a su marido, a ese señor que a pesar de su
-misantropía, si llegara a saber con certeza las gracias de su mujer,
-vendría a poner orden en la casa.</p>
-
-<p>—Indudablemente —dijo la desconocida animándose por grados—. ¿Y qué
-vas hacer?</p>
-
-<p>—Según lo que den de sí las circunstancias. Pronto volveremos a
-Madrid, porque en casa de la marquesa se prepara una representación
-de <i>Otello</i>, en que Lesbia hará el papel de Edelmira, Isidoro el
-suyo, y los demás corren a cargo de jóvenes aficionados.</p>
-
-<p>—¿Y cuándo es la representación?</p>
-
-<p>—Se ha aplazado porque falta un papel que ninguno quiere desempeñar,
-por ser muy desairado; mas creo que pronto se encontrará actor a
-propósito, y la función no puede retardarse. El duque ha prometido
-dejar sus Estados para asistir a ella. La reunión de todas estas
-personas ha de facilitar mucho una combinación ingeniosa, que nos
-permita castigar a Lesbia como se merece.</p>
-
-<p>—¡Oh! sí, hazlo por Dios. Su ingratitud es tal, que no merece
-perdón. ¿Sabes que es ella quien me ha acusado de haber querido
-asesinar a Jovellanos?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_200">p. 200</span>—Sí: lo sabía.</p>
-
-<p>—¡Ves qué infamia! —añadió la desconocida, indicando en el tono de
-su voz la ira que la dominaba—. Verdad es que aborrezco a ese pedante,
-que en su fatuidad se permite dar lecciones a quien no las necesita
-ni se las ha pedido; pero me parece que su encierro en el castillo
-de Bellver es suficiente castigo, y jamás han pasado por mi mente
-proyectos criminales, cuya sola idea me horroriza.</p>
-
-<p>—Lesbia se ha dado tan buena maña para propalar lo del
-envenenamiento, que todo el mundo lo cree —dijo Amaranta—. ¡Ah, señora,
-es preciso castigar duramente a esa mujer!</p>
-
-<p>—Sí, pero no incluyéndola en la causa: eso redundaría en perjuicio
-mío. Manuel me lo ha advertido esta tarde con mucho empeño, y es
-preciso hacer lo que él dice. Por su parte, Manuel le causa todo el
-daño que puede. Desde que supo las infamias que contaba de mí, dejó
-cesantes a todos los que habían recibido destino por recomendación
-suya. Esta prueba de afecto me ha enternecido.</p>
-
-<p>—No sería malo que Mañara sintiera encima la mano de hierro del
-generalísimo.</p>
-
-<p>—¡Oh, sí! Manuel me ha prometido buscar algún medio para que se le
-forme causa y sea expulsado del cuerpo, como se hizo con aquellos dos
-que nos conocieron cuando fuimos disfrazadas a la verbena de Santiago.
-¡Oh! Manuel no se descuida: después que nos reconciliamos por mediación
-tuya, su complacencia y finura conmigo no tiene límites.<span
-class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span> No, no existe otro que como
-él comprenda mi carácter, y posea el arte de las buenas formas aun para
-negar lo que se le pide. Ahora precisamente estoy en lucha con él para
-que me conceda una mitra...</p>
-
-<p>—¿Para mi recomendado el capellán de las monjas de Pinto?</p>
-
-<p>—No: es para un tío de Gregorilla la hermana de leche
-del chiquitín<a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1"
-class="fnanchor">[*]</a>. Ya ves: se le ha puesto en la cabeza que su
-tío ha de ser obispo, y verdaderamente no hay motivo alguno para que no
-lo sea.</p>
-
-<div class="footnote">
-
-<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[*]</a> D.
-Francisco de Paula.</p>
-
-</div>
-
-<p>—¿Y el Príncipe se opone?</p>
-
-<p>—Sí; dice que el tío de Gregorilla ha sido contrabandista hasta
-que se ordenó hace dos años, y que es un ignorante. Tiene razón, y el
-candidato no es por su sabiduría ninguna lumbrera de la cristiandad;
-pero hija, cuando vemos a otros... y si no ahí tienes a mi primo,
-el cardenalito de la Escala<a id="FNanchor_2" href="#Footnote_2"
-class="fnanchor">[**]</a>, que no sabe más latín que nosotras, y
-si le examinaran, creo que ni aun para monaguillo le darían el
-<i>exequatur</i>.</p>
-
-<div class="footnote">
-
-<p><a id="Footnote_2" href="#FNanchor_2" class="label">[**]</a> El
-cardenal infante D. Luis de Borbón, arzobispo de Toledo.</p>
-
-</div>
-
-<p>—Pero ese nombramiento lo ha de hacer Caballero —dijo Amaranta—. ¿Se
-opone también?</p>
-
-<p>—Caballero, no —contestó riendo la desconocida—; ese ya sabes que
-no hace sino lo que queremos, y capaz sería de convertir en regentes
-de las Audiencias a los puntilleros de la plaza de toros, si se lo
-mandáramos. Es<span class="pagenum" id="Page_202">p. 202</span> mi
-buen sujeto que cumple con su deber con la docilidad del verdadero
-ministro. El pobrecito se interesa mucho por el bien de la nación.</p>
-
-<p>—Pues él puede dar la mitra por sí ante sí al tío de Gregorilla.</p>
-
-<p>—No; Manuel se opone, ¡y de qué manera! Pero yo he discurrido un
-medio de obligarle a ceder. ¿Sabes cuál? Pues me he valido del tratado
-secreto celebrado con Francia, que se ratificará en Fontainebleau
-dentro de unos días. Por él se da a Manuel la soberanía de los
-Algarbes; pero nosotros no estamos aún decididos a consentir en el
-repartimiento de Portugal, y le he dicho: «Si no haces obispo al tío
-de Gregorilla, no ratificaremos el tratado y no serás rey de los
-Algarbes.» Él se ríe mucho con estas cosas mías; pero al fin... ya
-verás cómo consigo lo que deseo.</p>
-
-<p>—Y mucho más cuando estos nombramientos contribuyen a fortificar
-nuestro partido. ¿Pero él no conoce que el del Príncipe es cada vez más
-fuerte?</p>
-
-<p>—¡Ah! Manuel está muy disgustado —dijo la desconocida con tristeza—;
-y lo que es peor, muy acobardado. Afirma que esto no puede concluir en
-bien y tiene presentimientos horribles. Estos sucesos le han puesto muy
-triste, y dice: «Yo he cometido muchas faltas, y el día de la expiación
-se acerca.» ¡Pero qué bueno es! ¿Creerás que disculpa a mi hijo,
-diciendo que le han engañado y envilecido los amigos ambiciosos que le
-rodean? ¡Ah! mi corazón de madre se desgarra con<span class="pagenum"
-id="Page_203">p. 203</span> esto; pero no puedo atenuar la falta del
-Príncipe. Mi hijo es un infame.</p>
-
-<p>—¿Y él espera conjurar fácilmente tantos peligros? —preguntó mi
-ama.</p>
-
-<p>—No lo sé —repuso la desconocida tristemente—. Manuel, como te
-he dicho, está muy descorazonado. Aunque cree castigar pronto y muy
-ejemplarmente a los conjurados, como hay algo que está por encima de
-todo esto, y que...</p>
-
-<p>—Bonaparte sin duda.</p>
-
-<p>—No; Bonaparte creo que estará de nuestro lado, a pesar de que el
-Príncipe lo presenta como amigo suyo. Manuel me ha tranquilizado en
-este punto. Si Bonaparte se enojase con nosotros, le daríamos veinte o
-treinta mil hombres para que los sacase de España, como sacó los de la
-Romana. Eso es muy fácil y a nadie perjudica. Lo que nos entristece es
-otra cosa, es lo que pasa en España. Según me ha dicho Manuel, todos
-aman al Príncipe y le creen un dechado de perfecciones, mientras que a
-nosotros, al pobre Carlos y a mí nos aborrecen. Parece mentira: ¿qué
-hemos hecho para que así nos odien? Francamente te digo que esto me
-tiene afectada, y estoy resuelta a no ir a Madrid en mucho tiempo. Te
-juro que aborrezco a Madrid.</p>
-
-<p>—Yo no participo de ese temor —dijo Amaranta—, y espero que
-castigados los conspiradores, la mala yerba no volverá a retoñar.</p>
-
-<p>—Manuel trabajará sin descanso: así me lo ha dicho. Pero es preciso
-que se evite en todo lo que pueda escandalizar, y sobre todo que<span
-class="pagenum" id="Page_204">p. 204</span> resulte desfavorable.
-Por eso esta noche en cuanto llegó Manuel, vino a suplicarme que por
-conducto tuyo, hiciese arrancar de la causa todo lo relativo a Lesbia,
-que es poseedora de documentos terribles, y se vengaría cruelmente
-en sus declaraciones. Ya sabes que tiene mucha imaginación, y sabe
-inventar enredos con gran arte. Desde que Manuel me habló hasta que
-te he visto, no he sosegado un momento. Pero ni él ni yo, podemos
-hablar de esto con Caballero: háblale tú y arréglalo con tu buen
-juicio y habilidad. ¡Ah! se me olvidaba. Caballero desea el toisón de
-oro: ofréceselo sin cuidado; que aunque no es hombre para cargar tal
-insignia, no habrá reparo en dársela, si se hace acreedor a ella con su
-lealtad. ¿Harás lo que te digo?</p>
-
-<p>—Sí, señora. No habrá nada que temer.</p>
-
-<p>—Entonces me retiro tranquila. Confío en ti ahora como siempre —dijo
-la desconocida levantándose.</p>
-
-<p>—Lesbia no será llamada a declarar; pero no nos faltará ocasión de
-tratarla como merece.</p>
-
-<p>—Pues adiós, querida Amaranta —añadió la dama besando a mi ama—.
-Gracias a ti, esta noche puedo dormir tranquila, y entre tantas penas,
-no es poco consuelo contar con una fiel amiga que hace todo lo posible
-por disminuirlas.</p>
-
-<p>—Adiós.</p>
-
-<p>—Es muy tarde... ¡Dios mío, qué tarde!</p>
-
-<p>Diciendo esto se encaminaron juntas a la<span class="pagenum"
-id="Page_205">p. 205</span> puerta, y abierta esta aparecieron otras
-dos damas, con las cuales se retiró la desconocida, después de
-besar segunda vez a mi ama. Cuando esta se quedó sola se dirigió a
-la habitación en que yo estaba. Mi primera intención fue retirarme
-del escondite y huir; pero reflexionándolo brevemente, creí que
-debía esperarla. Cuando ella entró y me vio, su sorpresa fue
-extraordinaria.</p>
-
-<p>—¡Cómo, Gabriel, tú aquí! —exclamó.</p>
-
-<p>—Sí, señora —respondí serenamente—. He empezado a desempeñar las
-funciones que usía me ha encargado.</p>
-
-<p>—¡Cómo! —dijo con ira—. ¿Has tenido el atrevimiento de...? ¿Has
-oído?</p>
-
-<p>—Señora —respondí—, usía tiene razón: poseo un oído finísimo. ¿No me
-mandaba usía que observara y atendiera...?</p>
-
-<p>—Sí —dijo más colérica—. Pero no a esto... ¿entiendes bien? Veo que
-eres demasiado listo, y el exceso de celo puede costarte caro.</p>
-
-<p>—Señora —repuse con mucha ingenuidad—, quería empezar a instruirme
-cuanto antes.</p>
-
-<p>—Bien —repuso procurando tranquilizarse—. Retírate. Pero te
-advierto que si sé recompensar a los que me sirven bien, tengo medios
-para castigar a los desleales y traidores. No te digo más. Si eres
-imprudente, te acordarás de mí toda tu vida. Vete.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch19">
- <p><span class="pagenum" id="Page_206">p. 206</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XIX</h2>
-</div>
-
-<p>Al día siguiente se levantó un servidor de ustedes de malísimo
-humor, y su primera idea fue salir del Escorial lo más pronto que le
-fuera posible. Para pensar en los medios de ejecutar tan buen propósito
-fuese a pasear a los claustros del monasterio, y allí discurriendo
-sobre su situación, se acaloró la cabeza del pobre muchacho revolviendo
-en ella mil pensamientos que cree poder comunicar al discreto
-lector.</p>
-
-<p>Los que hayan leído en el primer libro de mi vida el capítulo en que
-di cuenta de mi inútil presencia en el combate de Trafalgar, recordarán
-que en aquella alta ocasión y cuando la grandeza y majestad de lo que
-pasaba ante mis ojos parecían sutilizar las facultades de mi alma, pude
-concebir de un modo clarísimo la idea de la patria. Pues bien: en la
-ocasión que ahora refiero, y cuando la desastrosa catástrofe de tan
-ridículas ilusiones había conmovido hasta lo más profundo mi naturaleza
-toda, el espíritu del pobre Gabriel hizo después de tanto abatimiento
-una nueva adquisición, una nueva conquista de inmenso valor, la idea
-del honor.</p>
-
-<p>¡Qué luz! Recordé lo que me había dicho Amaranta, y comparando
-sus conceptos con los míos, sus ideas con lo que yo pensaba,<span
-class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span> mezcla de ingenuo
-engreimiento y de honrada fatuidad, no pude menos de enorgullecerme
-de mí mismo. Y al pensar esto no pude menos de decir: «Yo soy hombre
-de honor, yo soy hombre que siento en mí una repugnancia invencible a
-acometer cualquier acción fea y villana que me deshonre a mis propios
-ojos; y además la idea de que pueda ser objeto del menosprecio de los
-demás me enardece la sangre y me pone furioso. Cierto que quiero llegar
-a ser persona de provecho; pero de modo que mis acciones me enaltezcan
-ante los demás y al mismo tiempo ante mí, porque de nada vale que mil
-tontos me aplaudan, si yo mismo me desprecio. Grande y consolador debe
-de ser, si vivo mucho tiempo, estar siempre contento de lo que haga, y
-poder decir por las noches mientras me tapo bien con mis sabanitas para
-matar el frío: <i>No he hecho nada que ofenda a Dios ni a los hombres.
-Estoy satisfecho de ti, Gabriel.</i>»</p>
-
-<p>Debo advertir que en mis monólogos siempre hablaba conmigo, como si
-yo fuera otro.</p>
-
-<p>Lo particular es que mientras pensaba estas cosas, la figura de mi
-Inés no se apartaba un momento de mi imaginación y su recuerdo daba
-vueltas en torno a mi espíritu, como esas mariposas o pajaritas que se
-nos aparecen a veces en días tristes trayendo, según el vulgo cree,
-alguna buena noticia.</p>
-
-<p>Tal era la situación de mi espíritu, cuando acertó a pasar cerca de
-mí el caballero don Juan de Mañara, vestido de uniforme. Detúvose<span
-class="pagenum" id="Page_208">p. 208</span> y me llamó con empeño,
-demostrando que mi presencia era para él nada menos que un buen
-hallazgo. No era aquella la primera vez que solicitaba de mí un pequeño
-favor.</p>
-
-<p>—Gabriel —me dijo en tono bastante confidencial y sacando de su
-bolsillo una moneda de oro—, esto es para ti, si me haces el favor que
-voy a pedirte.</p>
-
-<p>—Señor —contesté—, con tal que sea cosa que no perjudique a mi
-honor...</p>
-
-<p>—Pero, pedazo de zarramplín, ¿acaso tú tienes honor?</p>
-
-<p>—Pues sí que lo tengo, señor oficial —contesté muy enfadado—; y
-deseo encontrar ocasión de darle a usted mil pruebas de ello.</p>
-
-<p>—Ahora te lo proporciono, porque nada más honroso que servir a un
-caballero y a una señora.</p>
-
-<p>—Dígame usted lo que tengo que hacer —dije, deseando ardientemente
-que la posesión del doblón que brillaba ante mis ojos fuera compatible
-con la dignidad de un hombre como yo.</p>
-
-<p>—Nada más que lo siguiente —respondió el hermoso galán, sacando una
-carta del bolsillo—: llevar este billete a la señorita Lesbia.</p>
-
-<p>—No tengo inconveniente —dije, reflexionando que en mi calidad de
-criado, no podía deshonrarme llevando una carta amorosa—. Deme usted la
-esquelita.</p>
-
-<p>—Pero ten en cuenta —añadió entregándomela— que si no desempeñas
-bien la comisión, o este papel va a otras manos, tendrás memoria de mí
-mientras vivas, si es<span class="pagenum" id="Page_209">p. 209</span>
-que te queda vida después que todos tus huesos pasen por mis manos.</p>
-
-<p>Al decir esto el guardia, demostraba, apretándome fuertemente el
-brazo, firme intención de hacer lo que decía. Yo le prometí cumplir su
-encargo como me lo mandaba, y tratando de esto llegamos al gran patio
-de Palacio, donde me sorprendió ver bastante gente reunida, descollando
-entre todos algunas aves de mal agüero, tales como ministriles y demás
-gente de la curia. Yo advertí, que al verles mi acompañante se inmutó
-mucho, quedándose pálido, y hasta me parece que le oí pronunciar algún
-juramento contra los pajarracos negros que tan de improviso se habían
-presentado a nuestra vista. Pero yo no necesitaba reflexionar mucho
-para comprender que aquella siniestra turbamulta nada tenía que ver
-conmigo, así es que dejando al militar en la puerta del cuerpo de
-guardia, y una vez trasladadas carta y moneda a mi bolsillo, subí en
-cuatro zancajos la escalera chica, corriendo derecho a la cámara de la
-señora Lesbia.</p>
-
-<p>No tardé en hacerme presentar a su señoría. Estaba de pie en medio
-de la sala, y con entonación dramática leía en un cuadernillo aquellos
-versos célebres:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent14">... todo me mata,</div>
- <div class="verse indent0">todo va reuniéndose en mi daño!</div>
- <div class="verse indent0">—Y todo te confunde, desdichada.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>Estaba estudiando su papel. Cuando me vio entrar cesó en su lectura,
-y tuve el gusto<span class="pagenum" id="Page_210">p. 210</span> de
-entregarle en persona el billete, pensando para mí: «¿Quién dirá que
-con esa cara tan linda eres una de las mejores piezas que han hecho
-enredos en el mundo?»</p>
-
-<p>Mientras leía, observé el ligero rubor y la sonrisa que hermoseaban
-su agraciado rostro. Después que hubo concluido, me dijo un poco
-alarmada:</p>
-
-<p>—¿Pero tú no sirves a Amaranta?</p>
-
-<p>—No, señora —respondí—. Desde anoche he dejado su servicio, y ahora
-mismo me voy para Madrid.</p>
-
-<p>—¡Ah! Entonces, bien —dijo tranquilizándose.</p>
-
-<p>Yo en tanto no cesaba de pensar en el placer que habría
-experimentado Amaranta si yo hubiera cometido la infamia de llevarle
-aquella carta. ¡Qué pronto se me había presentado la ocasión de
-portarme como un servidor honrado, aunque humilde! Lesbia, encontrando
-ocasión de zaherir a su amiga, dijo:</p>
-
-<p>—Amaranta es muy rigurosa y cruel con sus criados.</p>
-
-<p>—¡Oh, no señora! —exclamé yo, gozoso de encontrar otra coyuntura de
-portarme caballerosamente, rechazando la ofensa hecha a quien me daba
-el pan—. La señora condesa me trata muy bien; pero yo no quiero servir
-más en Palacio.</p>
-
-<p>—¿De modo que has dejado a Amaranta?</p>
-
-<p>—Completamente. Me marcharé a Madrid antes del medio día.</p>
-
-<p>—¿Y no querrías tú entrar en mi servidumbre?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span>—Estoy decidido a
-aprender un oficio.</p>
-
-<p>—De modo que hoy estás libre, no dependes de nadie, ni siquiera
-volverás a ver a tu antigua ama.</p>
-
-<p>—Ya me he despedido de su señoría y no pienso volver allá.</p>
-
-<p>No era verdad lo primero, pero sí lo segundo.</p>
-
-<p>Después, como yo hiciera una profunda reverencia para despedirme, me
-contuvo diciendo:</p>
-
-<p>—Aguarda: tengo que contestar a la carta que has traído, y puesto
-que estás hoy sin ocupación y no tienes quien te detenga, llevarás la
-respuesta.</p>
-
-<p>Esto me infundió la grata esperanza de que mi capital engrosara
-con otro doblón, y aguardé mirando las pinturas del techo y los
-dibujos de los tapices. Cuando Lesbia hubo concluido su epístola,
-la selló cuidadosamente y la puso en mis manos, ordenándome que la
-llevase sin perder un instante. Así lo hice; pero ¡cuál no sería
-mi sorpresa cuando al llegar al cuerpo de guardia me encontré con
-la inesperada novedad de que sacaban preso a mi señor el guardia,
-llevándole bonitamente entre dos soldados de los suyos! Yo temblé como
-un azogado, creyendo que también iban a echarme mano, pues sabía que no
-bastaba ser insignificante para librarse de los ministriles, quienes
-deseando mostrar su celo en la causa del Escorial, comprendían en los
-voluminosos autos el mayor número posible de personas.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_212">p. 212</span>Cometí la
-indiscreción de entrar en el cuerpo de guardia para curiosear, lo
-cual hizo que un hombre allí presente, temerosa estantigua con nariz
-de gancho, espejuelos verdes y larguísimos dientes del mismo color,
-dirigiese hacia mi rostro aquellas partes del suyo, observándome con
-mucha atención y diciendo con la voz más desagradable y bronca que en
-mi vida oí:</p>
-
-<p>—Este es el muchacho a quien el preso entregó una carta poco antes
-de caer en poder de la justicia.</p>
-
-<p>Un sudor frío corrió por mi cuerpo al oír tales palabras, y volví
-la espalda con disimulo para marcharme a toda prisa; pero ¡ay! no
-había andado dos pasos cuando sentí que se clavaban en mi hombro unas
-como garras de gavilán, pues no otro nombre merecían las afiladas y
-durísimas uñas del hombre de los espejuelos verdes en cuyo poder había
-caído. La impresión que experimenté fue tan terrorífica, que nunca
-pienso olvidarla, pues al encarar con su feísima estampa, los vidrios
-redondos de sus gafas que remedaban la pupila cuajada, penetrante y
-estupefacta del gato, me turbaron hasta lo sumo, y al mismo tiempo sus
-dientes verdes, afilados sin duda por la voracidad, parecían ansiosos
-de roerme.</p>
-
-<p>—No vaya usted tan de prisa, caballerito —dijo—, que tal vez haga
-aquí más falta que en otra parte.</p>
-
-<p>—¿En qué puedo servir a usía? —pregunté melifluamente, comprendiendo
-que no valdría mostrarme altanero con semejante lobo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_213">p. 213</span>—Eso lo veremos
-—contestó con un gruñido que me obligó a encomendarme a Dios.</p>
-
-<p>Mientras aquel cernícalo, con la formidable zarpa clavada en mi
-cuello, me llevaba a una pieza inmediata, yo evoqué mis facultades
-intelectuales para ver si con el esfuerzo combinado de todas ellas,
-encontraba medio de salir de tan apurado trance. En un instante de
-reflexión, hice el siguiente rapidísimo cálculo: «Gabriel: este
-instante es supremo. Nada conseguirás defendiéndote con la fuerza. Si
-intentas escaparte, estás perdido. De modo que si por medio de algún
-rasgo de astucia no te libras de las uñas de este pícaro, que te
-enterrará vivo bajo una losa de papel sellado, ya puedes hacer acto de
-contrición. Al mismo tiempo llevas sobre ti la honra de una dama que
-sabe Dios lo que habrá escrito en esa endiablada carta. Conque ánimo,
-muchacho, serenidad y a ver por dónde se sale.»</p>
-
-<p>Afortunadamente, Dios iluminó mi entendimiento en el instante en que
-el curial se sentó en un desnudo banquillo, poniéndome delante para
-que respondiera a sus preguntas. Recordé haber visto al feroz leguleyo
-en el cuarto de Amaranta, a quien gustaba de ofrecer servilmente sus
-respetos, y esto con la idea de que mi antigua ama era desafecta a las
-personas a quienes se formaba la causa, me dio la norma del plan que
-debía seguir para librarme de aquel vestiglo.</p>
-
-<p>—Conque tú andas llevando y trayendo cartitas, picaronazo —dijo en
-la plenitud de<span class="pagenum" id="Page_214">p. 214</span> su
-curial sevicia, gozándose de antemano con la contemplación imaginaria
-de las resmas de papel sellado en que había de emparedarme—. Ahora
-veremos para quiénes son esas cartas, y si te ocupas en comunicar a los
-conjurados con los presos, para que burlen la acción de la justicia.</p>
-
-<p>—Señor licenciado —contesté yo recobrando un poco la serenidad—,
-usted no me conoce, y sin duda me confunde con esos picarones que
-se ocupan en traer y llevar papelitos a los que están presos en el
-Noviciado.</p>
-
-<p>—¿Cómo? —exclamó con júbilo—. ¿Estás seguro de que eso pasa?</p>
-
-<p>—Sí, señor —respondí envalentonándome cada vez más—. Vaya usía ahora
-mismo con disimulo al patio de los convalecientes, y verá que desde el
-piso tercero del monasterio echan cartas a la buhardilla, valiéndose de
-unas larguísimas cañas.</p>
-
-<p>—¿Qué me dices?</p>
-
-<p>—Lo que usía oye: y si quiere verlo con sus propios ojos vaya ahora
-mismo: que esta es la hora que escogen los malvados para su intento,
-por ser la de la siesta. Ya me podría usía recompensar por la noticia,
-pues le doy este aviso, para que pueda prestar un gran servicio a
-nuestro querido Rey.</p>
-
-<p>—Pero tú recibiste una carta del joven alférez, y si no me la das
-ante todo, ya te ajustaré las cuentas.</p>
-
-<p>—¿Pero el señor licenciado no sabe —contesté— que soy paje de
-la excelentísima señora condesa Amaranta, a quien sirvo hace<span
-class="pagenum" id="Page_215">p. 215</span> algún tiempo? ¡Y que no
-me tiene poco cariño mi ama en gracia de Dios! Mil veces ha dicho que
-ya puede tentarse la ropa el que me tocase tan siquiera el pelo de la
-misma.</p>
-
-<p>El leguleyo parecía recordar, y como era cierto que me había visto
-repetidas veces en compañía de mi ama, advertí que su endemoniado
-rostro se apaciguaba poco a poco.</p>
-
-<p>—Bien sabe el señor licenciado —continué— que la señora condesa me
-protege, y habiendo conocido que yo sirvo para algo más que para este
-bajo oficio, se propone instruirme y hacer de mí un hombre de provecho.
-Ya he empezado a estudiar con el padre Antolínez, y después entraré
-en la casa de pajes, porque ahora hemos descubierto, que yo aunque
-pobre soy noble y desciendo en línea recta de unos al modo de duques o
-marqueses de las islas Chafarinas.</p>
-
-<p>El leguleyo parecía muy preocupado con estas razones, que yo
-pronuncié con mucho desparpajo.</p>
-
-<p>—Y ahora —proseguí—, iba al cuarto de mi ama, que me está esperando,
-y en cuanto sepa que el señor licenciado me ha detenido se pondrá
-furiosa: porque ha de saber el señor licenciado que mi ama me manda
-recorrer estos patios y galerías para oír lo que dicen los partidarios
-de los presos, y ella lo va apuntando en un libro que tiene no
-menos grande que ese banco. Ella va a descubrir muchas cosas malas
-de esa gente y está muy contenta con mi ayuda, pues dice que<span
-class="pagenum" id="Page_216">p. 216</span> sin mí no sabría la mitad
-de lo que sabe. Por ejemplo, lo de las cañas apuesto a que nadie lo
-sabe más que yo, y agradézcame el señor licenciado que se lo haya dicho
-antes que a ninguno.</p>
-
-<p>—Cierto es —dijo el ministril— que la señora condesa te protege,
-pues ahora caigo en la cuenta de que algunas veces se lo he oído decir;
-pero no me explico que tu ama se cartee con el alférez.</p>
-
-<p>—También a mí me llamó la atención —repuse—, porque mi ama decía
-que ese señor era de los que primero debían ser puestos a la sombra;
-pero vea el señor licenciado. La carta que recibí era para mi ama, y le
-decía que viéndose próximo a caer en poder de la justicia, solicitaba
-protección de la señora condesa para librarse de aquella.</p>
-
-<p>—¡Ah, Sr. Mañara, tunante, trapisondista! —exclamó el representante
-de la justicia humana—. Quería escaparse de nuestras uñas, poniéndose
-al amparo de una persona que está demostrando el mayor celo en favor de
-la causa del Rey.</p>
-
-<p>—Pero no le valieron sus malas mañas, señor licenciadito de mi alma
-—añadí entusiasmándome—, porque mi ama rompió la carta con desdén, y me
-mandó contestarle de palabra que nada podía hacer por él.</p>
-
-<p>—¿Y a eso venías?</p>
-
-<p>—Precisamente. Ya sabía yo que no lograba nada el señor alférez,
-y me alegro, me alegro. Porque yo digo: esos picarones ¿no
-querían quitarle al Rey su corona, y a la<span class="pagenum"
-id="Page_217">p. 217</span> Reina la vida? Pues que las paguen todas
-juntas, que bien merecido tienen el cadalso; y como se descuiden, el
-Príncipe de la Paz no se andará por las ramas.</p>
-
-<p>—Bien —dijo algo más benévolo para conmigo, pero sin que se
-extinguiera su recelo—. Iremos juntos a ver a tu ama, y ella confirmará
-lo que has dicho.</p>
-
-<p>—Ahora se fue al cuarto del Príncipe de la Paz, a quien piensa
-recomendarme para que entre en la casa de Pajes. Y como el señor
-licenciado se descuide, no podrá ver a los que echan la caña por los
-balcones del piso tercero del monasterio. Vaya usía a enterarse de
-esto, y luego puede pasar al cuarto de mi ama donde le espero. Ella
-estará prevenida y recibirá a usía con mucho agasajo, porque le aprecia
-y estima mucho.</p>
-
-<p>—¿Sí? ¿Le has oído hablar de mí alguna vez? —preguntó vivamente.</p>
-
-<p>—¿Alguna vez? Diga el señor licenciado mil veces. La otra noche
-estuvo hablando de usía más de dos horas con el Príncipe de la Paz y
-con el marqués Caballero.</p>
-
-<p>—¿De veras? —preguntó plegando su arrugada boca con una sonrisa
-indefinible y dejando ver en todo su vasto desarrollo el mapa de su
-verde dentadura—. ¿Y qué decía?</p>
-
-<p>—Que al señor licenciado se deben todas las averiguaciones que se
-han hecho en la causa, y otras cosas que no digo por no ofender la
-modestia de usía.</p>
-
-<p>—Dilas picarón, y no seas corto de genio.</p>
-
-<p>—Pues hizo grandes elogios de usía, ponderando<span class="pagenum"
-id="Page_218">p. 218</span> su talento, su mucho saber, y su
-disposición para sacar leyes aunque fuera de un canto rodado. Después
-añadió que si no le hacían al señor licenciado consejero de Indias o de
-la sala de alcaldes de Casa y Corte, no tendrían perdón de Dios.</p>
-
-<p>—¿Eso dijo? Veo que eres un chico formal y discreto. Di a la señora
-condesa que dentro de un momento pasaré a visitarla, para consultar con
-ella gravísimas cuestiones. Ella sabrá cuánto la aprecio y estimo. Con
-respecto a ti, al principio pensé que la carta entregada por el alférez
-era para la duquesa Lesbia.</p>
-
-<p>—¡Quiá! No voy yo al cuarto de esa señora, porque mi ama y ella
-están reñidas.</p>
-
-<p>—Y como hoy —continuó— se procederá también a prender a esa señora,
-que resulta complicada en el proceso lo mismo que su esposo el señor
-duque...</p>
-
-<p>—¡También prenden a la señora Lesbia! —exclamé asombrado.</p>
-
-<p>—También; ya habrán subido mis compañeros a notificárselo. Conque,
-joven, sube al cuarto de tu ama, y adviértele mi próxima visita.</p>
-
-<p>No esperé más para separarme de hombre tan fiero, y bendiciendo
-fervorosamente a Dios, salí del cuerpo de guardia, muy satisfecho de
-la estratagema empleada. Mi primera intención fue correr al cuarto
-de Lesbia, no solo para devolverle la carta, sino para prevenirla
-acerca del gran riesgo que su libertad corría; mas cuando subí, noté
-que la<span class="pagenum" id="Page_219">p. 219</span> justicia
-había invadido su vivienda. Era preciso huir de Palacio, donde corría
-gran peligro de caer en poder del atroz licenciado, en cuanto este,
-conferenciando con mi ama, descubriese mis estupendas mentiras.
-Pies, ¿para qué os quiero? dije, y al punto subí precipitadamente a
-mi caramanchón, cogí y empaqueté de cualquier modo mi ropa, y sin
-despedirme de nadie salí del Palacio y del monasterio, resuelto a no
-detenerme hasta Madrid.</p>
-
-<p>A pesar de mi zozobra, no quise partir sin provisiones, y habiéndome
-surtido en la plaza del pueblo de lo más necesario, eché a andar,
-volviendo a cada rato la vista, porque me parecía que el licenciado
-caminaba detrás de mí. Hasta que no desapareció de mi vista la cúpula
-y las torres del terrible monasterio no recobré la tranquilidad, y
-después de dos horas de precipitada marcha, me aparté del camino, y
-restauré mis fuerzas con pan, queso y uvas, seguro ya de que por el
-momento las durísimas uñas del representante de la justicia no se
-clavarían en mis hombros.</p>
-
-<p>En aquel rato de descanso y esparcimiento me reí a mis anchas,
-recordando las mentiras que había empleado para salvarme; pero no me
-remordía la conciencia por haberlas desembuchado con tanta largueza,
-puesto que aquellos embustes, con los cuales no perjudicaba a la honra
-de nadie, eran la única arma que me defendía contra una persecución
-tan bárbara como injusta. Los trances difíciles aguzan el ingenio,
-y en cuanto a mí, puedo<span class="pagenum" id="Page_220">p.
-220</span> decir que antes de encontrarme en el que he referido,
-jamás hubiera sido capaz de inventar tales desatinos. Bien dicen que
-las circunstancias hacen al hombre tonto o discreto, aguzando el más
-rústico entendimiento, u oscureciendo el que se precia de más claro.</p>
-
-<p>Más allá de Torrelodones encontré unos arrieros que por poco dinero
-me dejaron montar en sus caballerías, y de este modo llegué a Madrid
-cómodamente, ya muy avanzada la noche.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch20">
- <h2 class="nobreak g0">XX</h2>
-</div>
-
-<p>Como era tarde, creí que no debía ir a casa de Inés hasta la mañana
-siguiente, y entré en la de la González, que aún estaba levantada, y
-como sin intención de recogerse todavía. Quedose muy asombrada al verme
-entrar, y faltole tiempo para preguntarme lo que me había pasado, y si
-había ocurrido alguna novedad a la señorita Amaranta. También quiso
-saber lo de la famosa conjuración, asunto que según dijo, ocupaba la
-atención de Madrid entero, y satisfecha su curiosidad en este y otros
-puntos, me aseguró haber recibido una carta de Lesbia, en que le
-anunciaba su viaje a la corte dentro de algunos días para acabar de
-perfeccionarse en el papel de Edelmira.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_221">p. 221</span>Aunque el cansancio
-me rendía, y más deseaba acostarme que hablar, le conté lo de la
-carta y también el triste caso de la prisión de la duquesa. Pepita,
-muy alterada con estas noticias, me rogó que le entregase la carta, a
-lo cual me negué, jurando que la guardaría hasta que pudiera dársela
-en propia mano a la misma persona de quien la recibí. Ella pareció
-conformarse con mi negativa, y no hablamos más del asunto. Después le
-dije que resuelto a aprender un oficio había abandonado a Amaranta para
-regresar a la corte y me fui a acostar, deseando que llegase pronto la
-mañana por ver a Inés. Excuso decir que dormí como un talego; levanteme
-al día siguiente muy a prisa y mi primera impresión fue una gran
-pesadumbre. Les contaré a ustedes: al vestirme busqué en mis ropas la
-carta de Lesbia, y la carta no parecía. No quedó en mis bolsillos, ni
-en mi breve equipaje escondrijo que no fuese revuelto; pero no encontré
-nada. Muy afanado estaba, temiendo que la carta hubiese caído en manos
-indiscretas, cuando le conté a mi ama lo que me pasaba, preguntándole
-si había encontrado por el suelo la malhadada epístola. Entonces la
-pícara, lanzando una carcajada de alegría, me contestó con la mayor
-desvergüenza:</p>
-
-<p>—No la he encontrado, Gabrielillo, sino que anoche, luego que
-te dormiste, entré en tu cuarto de puntillas, y saqué la carta del
-bolsillo de tu chaqueta. Aquí la tengo, la he leído, y no la soltaré
-por nada.</p>
-
-<p>Aquello me indignó sobremanera. Pedile<span class="pagenum"
-id="Page_222">p. 222</span> la carta, diciéndole que mi honor me exigía
-devolverla a su dueña, sin que nadie la leyera; mas ella me repuso que
-yo no tenía honor que conservar, y que en cuanto a la carta, no la
-devolvería, aunque le diesen tantos azotes como letras estaban escritas
-en ella. Acto continuo me la leyó, y decía así, si mal no recuerdo:</p>
-
-<blockquote>
-
- <p>«Amado Juan: te perdono la ofensa y los desaires que me has hecho;
- pero si quieres que crea en tu arrepentimiento, pruébamelo, viniendo
- a cenar conmigo esta noche en mi cuarto, donde acabaré de disipar tus
- infundados celos, haciéndote comprender que no he amado nunca, ni
- puedo amar a Isidoro, ese salvaje, presumido comiquillo, a quien solo
- he hablado alguna vez con objeto de divertirme con su necia pasión.
- No faltes, si no quieres enfadar a tu —<i>Lesbia</i>.—P. D. No temas
- que te prendan. Primero prenderán al Rey.»</p>
-
-</blockquote>
-
-<p>Leída la carta, la González se la guardó en el pecho, diciendo
-entre risas y chistes, que ni por diez mil duros la devolvería. Todas
-mis súplicas fueron inútiles, y al fin cansado de desgañitarme, salí
-de la casa, muy apesadumbrado con aquel incidente; mas esperando
-desvanecer mi mal humor con la vista de la infeliz Inés. Dirigime allá
-muy conmovido, y al entrar por la calle, mirando a los balcones de su
-casa, decía: «¡Cuán lejos estará ella de que yo acabo de doblar la
-esquina y estoy en la calle! Estará sentada detrás de la cortinilla, y
-aunque no tendría<span class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span> más
-que asomarse un poco para verme, no me verá hasta que no entre en la
-casa.»</p>
-
-<p>Llegué por fin, y desde que se me abrió la puerta comprendí que algo
-grave pasaba allí; porque Inés no corrió a mi encuentro a pesar de las
-fuertes voces que di al poner el pie dentro de la casa. Quien primero
-me recibió fue el padre Celestino, con rostro tan demasiadamente
-compungido, que no podía atribuirse su escualidez a la sola causa del
-hambre.</p>
-
-<p>—Hijo mío, en mal hora vienes —me dijo—. Aquí tenemos una gran
-desgracia. Mi hermana, la pobre Juana, se nos muere.</p>
-
-<p>—¿Pero Inés?</p>
-
-<p>—Buena: pero figúrate cómo estará la pobrecita con el ajetreo de
-estos días. No se separa del lado de su madre, y si esto siguiera mucho
-tiempo, creo que también se llevaría Dios al pobre angelito de mi
-sobrina.</p>
-
-<p>—Bien le decíamos a la señora doña Juana que no trabajase tanto.</p>
-
-<p>—¿Y qué quieres, hijo mío? —respondió—. Ella mantenía la casa,
-porque ya ves, todavía no me han dado el curato, ni la capellanía, ni
-la coadjutoría, ni la ración, ni la beca, ni la congrua que me han
-prometido, aunque tengo la seguridad de que a más tardar la semana que
-entra se cumplirán mis deseos. Además, mi poema latino no hay librero
-que lo quiera imprimir, aunque le den dinero encima, y aquí tienes la
-situación. No sé qué va a ser de nosotros si mi hermana se muere.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_224">p. 224</span>Al decir esto, las
-quijadas del pobre viejo se descoyuntaron en un bostezo descomunal que
-me probó la magnitud de su hambre. Semejante espectáculo me oprimía el
-corazón; pero afortunadamente yo tenía algún dinero de mis ahorros, y
-además el doblón de Mañara, lo cual me permitía hacer una hombrada.
-Echándome la mano al bolsillo, dije:</p>
-
-<p>—Señor cura, en celebración de la congrua que ha de recibir su
-paternidad la semana que entra, le convido a chuletas.</p>
-
-<p>—No tengo gana —respondió haciendo alarde de aquella gentil
-delicadeza que le caracterizaba—, y además, no quiero que gastes tus
-ahorros; pero si quieres tú comerlas, que las traigan y aquí te las
-aderezaremos.</p>
-
-<p>Al instante mandé a una vecina por la carne, y mientras venía, no
-pudiendo contener mi impaciencia, me interné en busca de Inés. Hallela
-en la habitación principal, no lejos de la cama de su madre, que dormía
-profundamente.</p>
-
-<p>—Inesilla, Inesilla de mi corazón —dije corriendo a ella y dándole
-media docena de abrazos.</p>
-
-<p>Por única respuesta Inés me señaló a la enferma, indicándome que no
-hiciera ruido.</p>
-
-<p>—Tu madre se pondrá buena —le contesté en voz baja—. ¡Ay, Inesilla,
-cuánto deseaba verte! Vengo a confesarte que soy un bruto, y que tú
-tienes más talento que el mismo Salomón.</p>
-
-<p>Inés me miró sonriendo con serena tranquilidad, como si de antemano
-hubiera sabido<span class="pagenum" id="Page_225">p. 225</span> que
-yo vendría a hacer tales confesiones. Mi discreta y pobre amiga estaba
-muy pálida por los insomnios y el trabajo; pero ¡cuánto más hermosa me
-pareció que la terrible Amaranta! Todo había cambiado, y el equilibrio
-de mis facultades estaba restablecido.</p>
-
-<p>—Mira, Inesilla —dije besándola las manos—, acertaste en todas
-tus profecías. Estoy arrepentido de mi gran necedad, y he tenido la
-suerte de encontrar pronto el desengaño. Bien dicen que los jóvenes nos
-dejamos alucinar por sueños y fantasmas. Pero ¡ay! no todos tienen un
-buen ángel como tú que les enseñe lo que han de hacer.</p>
-
-<p>—¿De modo que ya no le tendremos a usía de capitán general, ni de
-virrey? —me dijo burlándose de mis locuras.</p>
-
-<p>—No, niñita; no estoy ya por los palacios ni por los uniformes. Si
-vieras tú qué feas son ciertas cosas cuando se las ve de cerca. El que
-quiere medrar en los palacios tiene que cometer mil bajezas contrarias
-al honor, porque yo tengo también mi honor, sí señora... Nada, nada;
-dejémonos de virreinatos y de bambollas. He sido un alma de cántaro;
-pero bien dice el señor cura, tu tío, que la experiencia es una llama
-que no alumbra sino quemando. Yo me he quemado vivo; pero ¡ay! hija,
-¡si vieras cuánto he aprendido! Ya te contaré.</p>
-
-<p>—¿Y ya no vuelves allá?</p>
-
-<p>—No, señora; aquí me quedo, porque tengo un proyecto...</p>
-
-<p>—¿Otro proyecto?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_226">p. 226</span>—Sí; pero este te
-ha de gustar, picarona. Voy a aprender un oficio. A ver cuál te parece
-mejor. ¿Platero, ebanista, comerciante? Lo que tú quieras. Todo menos
-el de criado.</p>
-
-<p>—Eso no está mal discurrido.</p>
-
-<p>—Pero detrás de este proyecto está otro mejor —dije gozando de un
-modo indecible con aquel diálogo—. Sí, hijita; tengo el proyecto de
-casarme con usted.</p>
-
-<p>La enferma hizo un movimiento, y entonces Inés, atendiendo a su
-madre, no pudo dar contestación a mis vehementes palabras.</p>
-
-<p>—Yo tengo diez y seis años —continué—, tú quince; de modo que no hay
-más que hablar. Aprenderé un oficio, en el cual pienso ganar pronto
-muchísimo dinero, que tú irás guardando para nuestra boda. Verás, verás
-qué bien vamos a estar. ¿Quieres, sí o no?</p>
-
-<p>—Gabriel —repuso en voz muy baja—, ahora somos muy pobres. Si me
-quedo huérfana lo seremos mucho más. A mi tío no le darán nunca lo
-que está esperando hace catorce años. ¿Qué va a ser de nosotros? Tú
-no ganarás nada hasta que no pase algún tiempo: no pienses, pues, en
-locuras.</p>
-
-<p>—Pero, tonta, dentro de cuatro años habré yo ganado más de lo que
-peso. Entonces, para entonces... Mientras tanto, ya nos arreglaremos.
-Para algo te ha dado Dios ese talento de doctora de la Iglesia que
-tienes. Ahora conozco que sin ti no valgo nada, ni sirvo para nada.</p>
-
-<p>—Eso después que te reías de mí, cuando te decía: «Gabriel, vas por
-mal camino.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_227">p. 227</span>—Tenías razón,
-cordera. ¡Si vieras qué raro es el hombre por dentro, y cómo se
-equivoca, y cómo ignora hasta lo mismo que le pasa! Cuando salí de aquí
-creí que no te quería, y como aquella señora me tenía deslumbrado,
-apenas me acordaba de ti. Pero no: te quería y te quiero más que a mi
-vida, solo que a veces parece que se le ponen a uno telarañas en los
-ojos que tenemos por dentro, y no vemos lo mismo que nos pasa en...
-pues... por dentro. Y al mismo tiempo, queridita, tu carita se me venía
-a la memoria, cuando, decidido a no ceder a los caprichos de aquella
-dama endemoniada, pensaba que el hombre debe buscarse una fortuna por
-medios honrosos.</p>
-
-<p>La enferma llamó a su hija, y nuestro dulce coloquio quedó
-interrumpido. Pero tras el placer que había experimentado,
-conferenciando con Inés, Dios me deparó el no menos grato de ver comer
-las chuletas al padre Celestino, quien a pesar de la gran necesidad
-que padecía, no las cató sin hacer mil remilgos, para poner a salvo su
-dignidad y pundonor.</p>
-
-<p>—He almorzado hace un rato, Gabriel —dijo—; pero si te empeñas...</p>
-
-<p>Mientras comía recayó la conversación sobre los asuntos del
-Escorial, y él, que no ocultaba su afición a Godoy, se expresó de este
-modo:</p>
-
-<p>—Harán bien en extirpar de raíz la conjuración. Pues no es mala la
-que tenían armada contra nuestros queridos Reyes y ese dignísimo<span
-class="pagenum" id="Page_228">p. 228</span> Príncipe de la Paz, mi
-paisano y amigo, protector de los menesterosos.</p>
-
-<p>—Pues la opinión general aquí, como en el Real Sitio —le contesté—,
-es favorable al Príncipe Fernando, y todos acusan a Godoy de haber
-fraguado esto para desacreditarle.</p>
-
-<p>—¡Pícaros, embusteros, rufianes! —exclamó furioso el clérigo—.
-¿Qué saben ellos de eso? Si conocieran, como yo conozco, las intrigas
-del partido fernandista... Descuiden que ya le contaré todo al señor
-Príncipe de la Paz cuando vaya a darle las gracias por mi curato, lo
-cual, según me ha dicho el oficial de la secretaría, no puede pasar
-de la semana que entra. ¡Ah! Si tu conocieras al canónigo don Juan
-de Escóiquiz, como le conozco yo... Aquí le tienen por un corderito
-pascual, y es el bribón más grande que ha vestido sotana en el mundo.
-¿Quién sino él se ha opuesto a que me den el curato? Y todo porque en
-las oposiciones que hicimos en Zaragoza hace treinta y dos años, sobre
-el tema <i>Utrum helemosinam</i>... no recuerdo lo demás... le dejé
-bastante corrido. Desde entonces me ha tomado grande ojeriza. Cuando
-estemos más despacio, Gabrielillo, te contaré las mil infames tretas
-que ha empleado el arcediano de Alcaraz, para conquistar la voluntad
-de su discípulo. ¡Ah! yo sé cosas muy gordas. Él es el alma de este
-negocio; él ha urdido tan indigna trama; él ha estado en tratos con el
-embajador de Francia, Mr. de Beauharnais, para entregar a Napoleón la
-mitad de España,<span class="pagenum" id="Page_229">p. 229</span> con
-tal que ponga en el Trono al Príncipe heredero, sí señor.</p>
-
-<p>—Pues oiga usted a todo el mundo —respondí—, y verá cómo al Sr.
-Escóiquiz le ponen por esas nubes, mientras dicen mil picardías del
-primer Ministro.</p>
-
-<p>—Envidia, chico, envidia. Es que todos le piden colocaciones,
-destinos y prebendas, y como no los puede dar sino a las personas
-decentes como yo, de aquí que la mayoría se queja, murmura, y ya
-ves. ¿Y podrán negar que se le den multitud de cosas buenas, como la
-protección a la enseñanza, la creación del seminario de caballeros
-pajes, el fomento de la botánica, las escuelas de agricultura, los
-jardines de aclimatación, la prohibición de enterrar en los templos, y
-otras muchas reformas útiles, que aunque criticadas por los ignorantes,
-ello es que son laudables y así ha de reconocerlo la posteridad? Cuando
-estemos despacio te contaré otras cosas que te harán variar de opinión,
-y si no, el tiempo. Yo bien sé que me arrastrarán los madrileños si
-salgo por ahí diciendo estas cosas; pero amigo... <i>super omnia
-veritas</i>.</p>
-
-<p>—Pues hablando de otra cosa —le dije—, aquí donde usted me ve, puede
-que le haya conseguido un servidor el destinillo que pretendía.</p>
-
-<p>—¿Tú? ¿Qué puedes tú? Godoy quiere servirme: sí, él lo hará sin
-necesidad de recomendaciones. Y a fe, hijo mío, que si no me colocan
-pronto, y se muere Juana, lo vamos a pasar mal; pero muy mal.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_230">p. 230</span>—Pero doña Juana
-tiene parientes ricos.</p>
-
-<p>—Sí, Mauro Requejo y su hermana Restituta, comerciantes de telas
-en la calle de la Sal. Ya sabes que son avaros de aquellos de hártate
-comilón con pasa y media. Jamás han hecho nada por sus parientes. La
-pobre Inés no tiene que agradecerles ni un pañuelo.</p>
-
-<p>—¡Qué miserables!</p>
-
-<p>—Además, cuando yo me establecí en Madrid, hace catorce años, conocí
-a ese Requejo. Juana estaba ya viuda, Inés era tamañita así, y tan
-lindilla y tan amable como ahora. Pues bien: el primo de Juana, a quien
-yo insté en cierta ocasión para que favoreciera a esta familia, me
-dijo: «No puedo hacer nada por ellas, porque Juana ha renegado de sus
-parientes; en cuanto a Inesilla estoy casi seguro de que no es de mi
-sangre. Me han dicho que es una inclusera, a quien Juana ha recogido
-haciéndola pasar por hija suya.» Pretexto, nada más que pretexto, para
-disculpar su avaricia. No me fue posible convencer a aquel bárbaro, y
-desde entonces no le he vuelto a ver.</p>
-
-<p>—¿De modo que no hay que contar con esa gente?</p>
-
-<p>—Como si no existieran.</p>
-
-<p>Estas palabras me llevaron a reflexionar sobre la suerte de aquella
-infeliz familia. Hubiera deseado tener los tesoros de Creso para
-ponérselos a Inés en el cestillo de la costura. Como nunca, sentí
-entonces imperiosa y viva la primera necesidad del hombre honrado,
-que está resuelto a no vender su conciencia.<span class="pagenum"
-id="Page_231">p. 231</span> No tenía dinero... ¿Cómo adquirirlo?</p>
-
-<p>Fui otra vez al lado de Inés, a quien no podía menos de mostrar a
-cada instante mi afecto vehemente; y después que conferenciamos otro
-poco salí de casa, pensando en el ardid que emplearía para que el padre
-Celestino recibiese, sin menoscabo en su dignidad, el doblón que me
-dio Mañara, y diciendo entre mí a cada paso: «¡Maldito dinero! ¿Dónde
-estás?»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch21">
- <h2 class="nobreak g0">XXI</h2>
-</div>
-
-<p>Al entrar en casa de la González, esta acudió presurosa a mi
-encuentro, y me causó sorpresa el verla muy alegre, con esa alegría
-inquieta y febril de los niños, que ríen, cantan, golpean y destrozan
-cuanto encuentran al paso. Mi ama me habló lo que después diré, y a
-cada frase se interrumpía para cantar alguna tonada o estribillo de los
-infinitos que enriquecían su repertorio de sainetes.</p>
-
-<p>—¿Qué pasa para tanta alegría, señora?</p>
-
-<p>—He tenido carta de la señora marquesa —me contestó—, la cual
-viene mañana a preparar la función. Yo estoy encargada de dirigir la
-escena.</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">Sal quiere el huevo</div>
- <div class="verse indent0">y el demonio del gato</div>
- <div class="verse indent0">vertió el salero.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_232">p. 232</span>—Buen provecho
-—dije—. ¿Y qué cuenta de la señora Lesbia?</p>
-
-<p>—Que la pusieron en libertad a la media hora conociendo que nada
-resultaba contra ella. También dejaron libre a D. Juan. Pronto les
-tendremos aquí, y la función no se retrasará. ¡Qué placer! Yo dirijo la
-escena.</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">Madre, y qué gusto</div>
- <div class="verse indent0">es ver a dos gitanos</div>
- <div class="verse indent0">trocar de burros.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>—Pues sea enhorabuena.</p>
-
-<p>—Pero hay un inconveniente, Gabriel —prosiguió—. Ya sabes que
-ninguno de esos señores quiere hacer el papel de Pésaro por ser muy
-desairado. Perico Rincón, mi compañero, dijo que lo haría, si le daban
-mil reales; pero cátate que ha caído con una pulmonía, y si la función
-es para el 6, no sé cómo nos compondremos. ¿Quieres tú hacer el papel
-de Pésaro?</p>
-
-<p>—¡Yo, yo representar! —exclamé con espanto—. No quiero ser
-cómico.</p>
-
-<p>—Pero representas de aficionado, tontuelo, y el honor de salir a
-las tablas en un teatro como el de la marquesa es tal, que muchos
-currutacos se desvivirían por obtenerlo. ¡Y yo dirijo la escena!</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">En mi casa me dicen</div>
- <div class="verse indent0">que soy usía, que soy usía,</div>
- <div class="verse indent0">porque amo a un escribiente</div>
- <div class="verse indent0">de lotería.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0">Conque, chico, vas a aprender ese papel; que aunque es
-superior a tu edad, con unas<span class="pagenum" id="Page_233">p.
-233</span> barbas postizas, arregladas por mí, y teniendo tú cuidado
-de ahuecar la voz, quedarás que ni pintado. Además, no olvides que
-la señora marquesa ha ofrecido dos mil reales a todas las partes de
-por medio que trabajan en esta representación. Juanica, que hace de
-Hermancia, no cobra más que mil.</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">La noche de San Pedro</div>
- <div class="verse indent0">te puse un ramo</div>
- <div class="verse indent0">y amaneció florido</div>
- <div class="verse indent0">como mil mayos.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0">¿Conque aceptas, chiquillo, sí o no?</p>
-
-<p>No pude menos de discurrir que sería muy tonto si renunciaba a
-poseer aquellos dineros, que me venían como anillo al dedo para ofrecer
-a Inés un auxilio en su tribulación. Sin embargo, me repugnaba el
-oficio de cómico, y más aún la idea de verme nuevamente entre personas
-a quienes había cobrado cierta repugnancia. Con todo, después de pesar
-los inconvenientes y las ventajas, me decidí al fin, y hasta (debo
-confesarlo) el pícaro demonio de la vanidad intentó de nuevo asaltar
-mi alma poniendo ante los ojos de mi imaginación la honra, el lustro,
-el tono que me daría alternando con tanta gente aristocrática en
-aquellas magníficas salas cuyas alfombras no era dado pisar a todos los
-mortales. Pero lo que principalmente me indujo a aceptar fue el premio
-ofrecido, que era para mí una cantidad fabulosa, un sueño de oro.</p>
-
-<p>«La Providencia divina me envía esos dos mil reales que son diez
-duros, y otros<span class="pagenum" id="Page_234">p. 234</span> diez,
-y otros diez, y otros diez, etc... ¡quiá! si no se pueden contar. Buen
-tonto seré si no los cojo.»</p>
-
-<p>Dejé a mi ama, que al retirarme yo cantaba:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">Alons, madamusella,</div>
- <div class="verse indent0">asamble reunión</div>
- <div class="verse indent0">a tour de la butella</div>
- <div class="verse indent0">ferán le rigodón.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>Y volví a casa de Inés, a quien participé la riqueza que me
-aguardaba, prometiendo regalársela. Pasé allí largas horas entristecido
-por el espectáculo que ofrecía la pobre y enferma doña Juana, cada
-vez más empeorada. Al salir a la calle, y cuando pasaba junto al
-gran portal, vi que de un enorme carro sacaban telones pintados y
-otros aparatos de teatro, los cuales trastos venían, según me dijo el
-portero, de casa de D. Francisco Goya.</p>
-
-<p>—Dentro de tres o cuatro días —añadió— es la función. Ya es seguro
-que vendrá la señora duquesa a hacer el papel de Edelmira.</p>
-
-<p>Oído esto, me retiré pensando en que tal vez alcanzaría un triunfo
-escénico si tenía serenidad suficiente para no asustarme ante público
-tan distinguido.</p>
-
-<p>Los ensayos de mi papel empezaron con gran actividad, y el mismo
-Isidoro me dio varias lecciones, haciéndome declamar trozo a trozo los
-principales y más difíciles pasajes. Entonces pude comprender mejor
-que nunca el violento y arrebatado carácter del célebre actor, pues
-cuando yo no aprendía un verso tan pronto y tan bien como él deseaba se
-enfurecía,<span class="pagenum" id="Page_235">p. 235</span> llamándome
-torpe, necio, estúpido, sin omitir otros calificativos algo más duros
-y mal sonantes. Ensayando, tuve muy presente la máxima que corría muy
-válida entre los cómicos del Príncipe, y era que, representando con
-Máiquez, convenía trabajar bien, aunque no demasiado bien, pues en este
-caso el gran maestro se enojaba tanto como en el caso contrario.</p>
-
-<p>A vuelta de dos o tres días de trabajo ya sabía regularmente mi
-parte, siendo mi principal empeño declamar bien el parlamento de
-salida, cuando el dux de Venecia me dice:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent0">Insigne amigo del valiente Otelo.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>Hubo un ensayo general, a que asistieron todos, menos Lesbia,
-y me parece que no lo hice mal. Por mí la representación no debía
-retrasarse, y el día 5 ya recitaba del principio al fin mi papel sin
-que se me escapara un verso. Según me dijo mi ama, la señora duquesa
-había venido del Escorial el 4 por la noche.</p>
-
-<p>—De modo que nada falta ya.</p>
-
-<p>—Nada —me contestó con la bulliciosa jovialidad que la afectaba por
-aquellos días—. ¡Y yo dirijo la escena!</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">Donde yo campo</div>
- <div class="verse indent0">nenguno campa.</div>
- <div class="verse indent2">A bailar el bolero</div>
- <div class="verse indent0">y asar castañas,</div>
- <div class="verse indent0">apuesto a todo el orbe</div>
- <div class="verse indent0">con la más guapa.</div>
- <div class="verse indent2"><span class="pagenum" id="Page_236">p. 236</span>Dale que dale,</div>
- <div class="verse indent0">suenen las castañetas</div>
- <div class="verse indent0">rabie quien rabie.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>Llegó por fin el día señalado, y desde por la mañana muy temprano
-me puse en ejercicio, corriendo de aquí para allí en busca de mil
-cosas que mi antigua ama necesitaba. Los afeites de la calle del
-Desengaño, los trajes pintados en la de la Reina, las telas y cintas,
-cotonías, muselinetas, pañuelos salpicados de doña Ambrosia de los
-Linos, todo se puso en movimiento para dar cumplida satisfacción a los
-caprichos de Pepita. Debo advertir que aunque esta no trabajaba más
-que como directora de escena en la tragedia <i>Otello</i>, cantaba en
-el intermedio una graciosa tonadilla; y por fin de fiesta el sainete
-titulado <i>La venganza del Zurdillo</i>, del buen Cruz, corría también
-por cuenta de aquella. Mientras desempeñaba yo por Madrid tantas y tan
-diferentes comisiones, iba recitando de memoria los versos de la parte
-de Pésaro, y cuando se me trascordaba algún pasaje, sacaba el papel del
-bolsillo, y metido en un portal, leía en voz alta, llamando la atención
-de los transeúntes.</p>
-
-<p>Durante mi largo paseo por la villa, noté grande agitación. La gente
-se detenía formando grupos, donde se hablaba con calor; y en alguno
-de estos no faltaba quien leyese un papel, que al punto conocí era la
-<i>Gaceta de Madrid</i>. En la tienda de doña Ambrosia encontré ¡oh
-rara e inexplicable casualidad! a D. Lino Paniagua y a D. Anatolio,
-el papelista<span class="pagenum" id="Page_237">p. 237</span>
-de enfrente, cuyos personajes no ocultaban su inquietud por los
-acontecimientos del día.</p>
-
-<p>—Ya me esperaba yo tan inaudita perfidia —dijo este último—. ¡Cómo
-se ve en este decreto la mano alevosa del <i>choricero</i>!</p>
-
-<p>—Pero léanos usted de una vez el decreto —dijo doña Ambrosia—,
-aunque sin oírle ya sé que el Sr. Godoy nos habrá hecho una nueva
-trastada.</p>
-
-<p>—No es más —continuó el papelista— sino que se han ido a la prisión
-del Príncipe, y poniéndole una pistola al pecho, le han obligado a
-escribir estas herejías; sí, señores, porque es imposible que un joven
-tan caballeroso, tan honrado y de tan buen entendimiento como es el
-hijo de nuestros reyes, se rebaje y se humille hasta el extremo de
-pedir perdón como un chico de escuela, y de acusar tan villanamente a
-los que le han ayudado.</p>
-
-<p>—Pero lea usted, Sr. D. Anatolio.</p>
-
-<p>Entonces D. Anatolio limpió el gaznate, y con tono de pedagogo leyó
-el famoso decreto de 5 de noviembre, que dice así:</p>
-
-<blockquote>
-
- <p>«<i>La voz de la naturaleza desarma el brazo de la venganza, y
- cuando la inadvertencia reclama la piedad, no puede negarse a ello un
- padre amoroso...</i>»</p>
-
-</blockquote>
-
-<p>Lo notable de este decreto, en que se anunciaba a la nación el
-arrepentimiento del Príncipe conspirador, eran las dos cartas que él
-había dirigido a la Reina y al Rey, y que casi puedo trascribir aquí
-sin echar mano de la historia, donde están para <i>in æternum</i><span
-class="pagenum" id="Page_238">p. 238</span> consignadas, porque las
-recuerdo muy bien; tan originales y gráficos eran el lenguaje y tono en
-que estaban escritas. Decía así la primera:</p>
-
-<blockquote>
-
- <p>«Papá mío: he delinquido, he faltado a V. M. como Rey y como
- padre; pero me arrepiento y ofrezco a V. M. la obediencia más
- humilde. Nada debía hacer sin noticia de V. M., pero fui sorprendido.
- He delatado a los culpables, y pido a V. M. me perdone por haberle
- mentido la otra noche, permitiendo besar sus reales pies a su
- reconocido hijo, —<i>Fernando</i>.»</p>
-
-</blockquote>
-
-<p>La segunda era como sigue:</p>
-
-<blockquote>
-
- <p>«Mamá mía: estoy arrepentido del grandísimo delito que he cometido
- contra mis padres y reyes, y así con la mayor humildad le pido a V.
- M. se digne interceder con papá, para que permita ir a besar sus
- reales pies a su reconocido hijo, —<i>Fernando</i>.»</p>
-
-</blockquote>
-
-<p>En estas cartas aparecía el pobre Príncipe como el más despreciable
-de los seres, pues demostrando no tener ni asomo de dignidad en la
-desgracia, confesaba que <i>había mentido</i>, y después de <i>delatar
-a los culpables</i>, pedía perdón a sus papás, como un niño de seis
-años que ha roto una escudilla. Pero entonces los honrados y crédulos
-burgueses de Madrid no comprendían que ocurriera nada malo sin que
-fuera causado por el atrevido Príncipe de la Paz, y hasta las malas
-cosechas, los pedriscos, los naufragios, la fiebre amarilla y cuantas
-calamidades podía enviar el cielo sobre la península, se atribuían
-al favorito.<span class="pagenum" id="Page_239">p. 239</span> Así
-es que nadie veía en las citadas cartas una manifestación espontánea
-del Príncipe, sino antes bien una denigrante confesión arrancada por
-sus carceleros, para ponerle en ridículo a los ojos del país entero.
-Si esta fue la intención de la corte, produjo efecto muy contrario
-al que se proponían, pues conocido el decreto, el público se puso de
-parte del prisionero, y abrumó al valido con su ardiente maledicencia,
-suponiéndole autor, no solo del decreto, sino de las cartas.</p>
-
-<p>—¿Necesita esto comentarios? —dijo don Anatolio, dejando la
-<i>Gaceta</i> sobre el mostrador.</p>
-
-<p>—Pues yo —dijo doña Ambrosia— quisiera estar oyendo por el agujero
-de una llave lo que dice Napoleón de todas estas cosas.</p>
-
-<p>—Eso —indicó con malicioso gesto don Anatolio— no necesitamos oírlo,
-pues bien claro es que ya tiene decidido quitar del trono a los reyes
-padres, para ponernos en él a nuestro Príncipe querido. Sí... que no
-sabrá hacerlo en menos que canta un gallo el buen señor.</p>
-
-<p>—¡Qué escándalo! —exclamó con timidez D. Lino Paniagua—. Y eso
-se dice en voz alta, donde pudieran oírlo personas allegadas al
-gobierno.</p>
-
-<p>—¡Bah, bah! —respondió el papelista—. Amigo D. Lino, esto se va por
-la posta. Dentro de un mes no queda aquí ni rastro de <i>choricero</i>,
-ni reyes padres, ni escándalos, ni picardías, ni otras cosas que callo
-por respeto a la nación.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_240">p. 240</span>—Ojalá tenga usted
-boca de ángel, señor D. Anatolio —añadió la tendera—, y quiera Dios
-tocarle pronto en el corazón al señor de Bonaparte, para que venga a
-arreglar las cosas de España.</p>
-
-<p>El abate D. Lino no quiso oír más y se marchó; despacháronme a mí, y
-allí quedaron ambos comerciantes arreglando los asuntos de España.</p>
-
-<p>No quise entrar en casa sin hablar un poco con Pacorro Chinitas, que
-estaba en su sitio de costumbre, afilando cuchillos y tijeras.</p>
-
-<p>—¡Hola, Chinitas! —le dije—. ¡Cuánto tiempo que no nos vemos! Anda
-la gente muy alarmada por ahí.</p>
-
-<p>—Sí: la <i>Gaceta</i> trae hoy no sé qué papel. En la tienda
-del buñolero le oí leer y decían todos que era preciso colgar al
-<i>choricero</i> por los pies.</p>
-
-<p>—¿De modo que creen ha sido escrito por él?</p>
-
-<p>—¿Y a mí qué más me da? —respondió incorporándose—. Lo que digo es
-que todos son buenas piezas, y si no vengan acá. Dicen que el ministro
-sacó de su cabeza esas cartas y obligó al Príncipe a firmarlas. ¿Pues
-para qué las firmó? ¿Es acaso algún niño que todavía está en planas
-de primera? ¿No tiene veintitrés años? Pues con veintitrés años a la
-espalda se puede saber lo que se firma y lo que no se firma.</p>
-
-<p>Las razones de Chinitas me parecían de un buen sentido
-incontestable.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_241">p. 241</span>—Aunque no sabes
-leer ni escribir —le dije—, me parece, Chinitas, que tú tienes más
-talento que un papa.</p>
-
-<p>—Pues los tenderos, los frailes, los currutacos, los usías, los
-abates, los covachuelistas y toda esa gente que anda por ahí, están muy
-entusiasmados creyendo que Napoleón va a venir a poner al Príncipe en
-el trono. Dios nos la depare buena.</p>
-
-<p>—Y tú, ¿qué crees, insigne amolador...?</p>
-
-<p>—Creo que somos unos archipámpanos si nos fiamos de Napoleón. Este
-hombre que ha conquistado la Europa como quien no dice nada, ¿no tendrá
-ganillas de echarle la zarpa a la mejor tierra del mundo, que es
-España, cuando vea que los reyes y los príncipes que la gobiernan andan
-a la greña como mozas del partido? Él dirá y con razón: «Pues a esa
-gente me la como yo con tres regimientos.» Ya ha metido en España más
-de veinte mil hombres. Ya verás, ya verás, Gabrielillo, lo que te digo.
-Aquí vamos a ver cosas gordas, y es preciso que estemos preparados,
-porque de nuestros reyes nada se debe esperar y todo lo hemos de hacer
-nosotros.</p>
-
-<p>Mucho meollo encerraban, como conocí más tarde, estas palabras, las
-últimas que en aquella ocasión oí a Pacorro Chinitas. Él solo había
-previsto los acontecimientos con ojo seguro, y en cambio el héroe del
-siglo, que conocía a España por sus reyes, por sus ministros y por sus
-usías, quería saberlo todo y no sabía nada. Su equivocación acerca del
-país que iba a conquistar se explica fácilmente:<span class="pagenum"
-id="Page_242">p. 242</span> supo sin duda lo que decían doña Ambrosia,
-D. Anatolio, el hortera, el padre Salmón y otros personajes; pero ¡ay!
-no oyó hablar al amolador.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch22">
- <h2 class="nobreak g0">XXII</h2>
-</div>
-
-<p>Llegó la noche y la función de la marquesa era preparada con mucha
-actividad. Cuando dejé las ropas de mi ama en el cuarto que se le había
-destinado para vestirse, por la escalera pequeña subí al sotabanco, y
-encontré a Inés muy apesadumbrada porque los dolores de la enferma se
-habían recrudecido y mostraba la buena mujer mucha inquietud. Yo estuve
-allí para consolar a mi amiga y a su buen tío todo el tiempo de que
-pude disponer; pero al fin me fue forzoso abandonarlos, y bajé a casa
-de la marquesa muy afligido.</p>
-
-<p>Describiré aquella hermosa mansión para que ustedes puedan formarse
-idea de su esplendor en tan célebre noche. D. Francisco Goya había sido
-encargado del ornato de la casa, y casi es excusado elogiar lo que
-corría por cuenta de tan sabio maestro. Desde el recibimiento hasta la
-sala había adornado las paredes con guirnaldas de flores y festones de
-ramaje, hechas aquella con papel y estos con hojas de encina, ambas
-obras tan perfectas,<span class="pagenum" id="Page_243">p. 243</span>
-que nada más bello podía apetecer la vista. Las lámparas y candelillas
-habían sido puestas con mucho arte, también en forma de guirnaldas y
-festones de diversos colores, y su vivo resplandor daba fantástico
-aspecto a la casa toda.</p>
-
-<p>El primer salón, de cuyas paredes las modas nuevas no habían
-desterrado aún aquellos hermosos tapices, que pasaban de generación a
-generación, entre los tesoros vinculados, no perdía con tan espléndidas
-luminarias su grave aspecto; antes bien, las luces, dando extraños
-reflejos a las armaduras de cuerpo entero que ocupaban los ángulos,
-visera calada y lanza en mano, como centinelas de acero, parecían
-imprimir el movimiento y el calor de la vida a los imaginarios cuerpos
-que se suponían dentro de ellas. Alegres cuadros de toros disipaban
-la tristeza producida en el ánimo por otros, en cuyo oscuros lienzos
-habían sido retratados dos siglos antes por Pantoja de la Cruz o por
-Sánchez Coello, hasta una docena de personajes ceñudos y sombríos,
-conquistadores de medio mundo.</p>
-
-<p>Con estas joyas del arte nacional contrastaban notoriamente los
-muebles recién introducidos por el gusto neoclásico de la revolución
-francesa, y no puedo detenerme a describiros las formas griegas,
-los grupos mitológicos, las figuras de Hora o de Neira o de Hermes,
-que relucían sobre los relojes, al pie de los candelabros y en las
-asas de los vasos de flores sus académicas actitudes. Todos aquellos
-dioses menores, que jabelgados<span class="pagenum" id="Page_244">p.
-244</span> de oro, renovaban dentro de los palacios los esplendores del
-viejo Olimpo, no se avenían muy bien con la desenvoltura de los toreros
-y las majas que el pincel y el telar habían representado con profusión
-en tapices y cuadros; pero la mayor parte de las personas no paraban
-mientes en esta inarmonía.</p>
-
-<p>El salón donde estaba el teatro era el más alegre. Goya había
-pintado habilísimamente el telón y el marco que componían el
-frontispicio. El Apolo que tocaba no sé si lira o guitarra en el
-centro del lienzo, era un majo muy garboso, y a su lado nueve manolas
-lindísimas demostraban en sus atributos y posiciones que el gran
-artista se había acordado de las musas. Aquel grupo era encantador,
-pero al mismo tiempo la más aguda y chistosa sátira que echó al mundo
-con sus mágicos colores D. Francisco Goya; porque hasta el buen Pegaso
-estaba representado por un poderoso alazán cordobés que, cubierto de
-arreos comunes, brincaba en segundo término. En el marco menudeaban los
-amorcillos, copiados con mucho donaire de los pilluelos del Rastro.
-No era aquella la primera vez que el autor de los <i>Caprichos</i> se
-burlaba del Parnaso.</p>
-
-<p>Pero dejemos los salones y penetremos entre bastidores, donde el
-movimiento y la confusión eran tales que no nos podíamos revolver. Se
-habían dispuesto varios cuartos para que los actores se vistieran: a
-Máiquez se señaló uno, otro a mi ama, y en el tercero nos vestíamos,
-sin distinción de sexos, todos los demás representantes venidos del
-teatro.<span class="pagenum" id="Page_245">p. 245</span> Lesbia
-tenía por tocador el mismo de la señora marquesa, y los dos galanes
-aficionados se vestían en las habitaciones del amo de la casa. Creo que
-yo fui el primero que se arregló, trocándome de festivo Gabrielillo en
-el sombrío Pésaro, que es el Yago de la inmortal tragedia. El traje
-que me pusieron creo que no pertenecía a época alguna de la historia,
-y era como todos los que usaron los malos cómicos en las pasadas
-edades. Hubiera servido para hacer de paje; pero con las barbas que me
-aplicaron a las quijadas, me trasformé de tal modo, que los sastres
-allí presentes me dieron por el más tétrico y espantable traidor que
-había salido de sus manos.</p>
-
-<p>Mientras se vestían los demás, di un paseo por el escenario,
-entreteniéndome en mirar al través de los agujeros del telón la
-vistosa concurrencia que ya invadía la sala. A quien primero vi fue al
-joven Mañara, sentado en primera fila junto al telón. Luego advertí
-que hombres y mujeres dirigieron la vista a la puerta principal,
-apartándose para dar paso a alguna persona que en aquel momento
-entraba, y cuya presencia produjo en el alegre concurso general
-silencio, seguido después de un murmullo de admiración. Una mujer
-arrogante y hermosísima entró en la sala y avanzaba hacia el centro
-recibiendo los saludos de amigos y amigas. Vestía de blanco, con uno
-de aquellos trajes ligeros y ceñidos, que llamaban <i>volúbilis</i>,
-llevando sobre el pecho una banda de rosas que la moda designaba con
-el nombre de <i>croissures à la<span class="pagenum" id="Page_246">p.
-246</span> victime</i>. Su peinado, de estilo griego, era el que
-en la tecnología del arte capilar se llamaba entonces <i>toilette
-Iphigénie</i>. A su hermosura, a la belleza de su vestido, daba mayor
-realce la artística profusión de diamantes que encendían mil luces
-microscópicas en su cabeza y en su seno. ¿Necesitaré decir que era
-Amaranta?</p>
-
-<p>Viéndola no tardaron en encenderse dentro de mí, en los oscuros
-centros de la imaginación aquellos fuegos vaporosos y tenues, que
-se me representan como si una llama alcohólica bailase caracoleando
-dentro de mi cerebro. Mientras la contemplaba, no traje a la memoria
-el envilecimiento en que habría caído siguiendo en su servicio.
-Su hermosura era tan hechicera, tan abrumadora; su actitud tan
-orgullosamente noble, el imperio de sus miradas tan irresistible y
-despótico, que valía la pena de doblar por un momento la terrible
-hoja que yo había leído en el libro de su misterioso carácter. Con
-tal fijeza la miraba, que parecía clavado tras el telón: mis ojos
-trataban de buscar el rayo de los suyos, seguían los movimientos de su
-cabeza, y observándole las facciones y el casi imperceptible modular
-de sus labios, querían adivinar cuáles eran sus palabras, cuáles sus
-pensamientos en aquel instante. Dentro de poco se alzaría el telón;
-en mí se fijarían las miradas de toda aquella brillante muchedumbre
-y especialmente de Amaranta; atenderían a mis estudiadas palabras; y
-el desarrollo de la acción en que yo tomaba parte, despertaría<span
-class="pagenum" id="Page_247">p. 247</span> sin duda la sensibilidad,
-el interés, el entusiasmo de tan escogido auditorio. Estos
-razonamientos fueron el aguijón que acabó de despabilar la adormecida
-vanidad dentro de mí, y lleno de los más necios humos pensé que hacerse
-aplaudir de tantas señoras y caballeros era una gloria cuyos rayos
-debían proyectar clarísima luz sobre la vida entera.</p>
-
-<p>La orquesta, comenzando de improviso la sonata que había de preceder
-a la representación, hizo llegar al último grado la excitación de mi
-cerebro. La sangre circulaba velozmente por mis venas, dándome una
-actividad devoradora; y me ocurrió que tener una casa como aquella,
-convidar a tantos y tan nobles amigos, recibir, obsequiar a tal
-conjunto de bellas damas, debía ser la mayor satisfacción concedida al
-mortal sobre la tierra. Pero la tragedia iba a empezar; el apuntador
-estaba en la concha, Isidoro había salido de su cuarto, y la misma
-Lesbia, menos asustada de lo que yo suponía, se preparaba a salir a
-la escena. Esto me distrajo y ya no sentí sino miedo. Pasaron algunos
-minutos y se alzó el telón.</p>
-
-<p>La tragedia <i>Otello o el Moro de Venecia</i> era una detestable
-traducción, que D. Teodoro La Calle había hecho del Otello de Ducis,
-arreglo muy desgraciado del drama de Shakespeare. A pesar de la inmensa
-escala descendente que aquella gran obra había recorrido desde la
-eminente cumbre del poeta inglés hasta la bajísima sima del traductor
-español, conservaba siempre los elementos<span class="pagenum"
-id="Page_248">p. 248</span> dramáticos de su origen, y la impresión
-que ejercía sobre el público era asombrosa. Supongo que todos ustedes
-conocerán la tragedia primitiva, y así me costará poco darles a conocer
-las variantes. Los personajes estaban reducidos a siete. Otelo era el
-mismo. Los caracteres de Casio y Roderigo habían sido fundidos en una
-figura de segundo término llamada Loredano, que se presentaba como hijo
-del Dux. El senador Brabantio era Odalberto y tenía más intervención
-en la fábula. Desdémona no había cambiado más que de nombre, pues se
-llamaba Edelmira; Emilia se trocaba en Hermancia, y Yago, el traidor
-y falso amigo del moro, tenía por nombre Pésaro. La acción estaba muy
-simplificada, y los recursos escénicos del pañuelo habían desaparecido,
-sustituyéndolos con una diadema y una carta, que debían pasar de las
-manos de Edelmira a las de Loredano para que adquiridas luego por
-Pésaro y presentadas a Otelo, confirmaran la calumnia de aquel. Pero
-aparte de estas modificaciones y del estilo, y de la expresión y
-energía de los afectos que desde la obra inglesa a la española ponían
-tanta distancia como del cielo a la tierra, el drama en su estructura
-íntima era el mismo, y sus escenas se repartían igualmente en cinco
-actos. Para abreviar intermedios, Máiquez dispuso que en aquella
-representación se reuniesen los actos segundo y tercero, y el cuarto
-con el quinto, de modo que la obra quedó en tres jornadas.</p>
-
-<p>En la segunda escena, después que el Dux<span class="pagenum"
-id="Page_249">p. 249</span> recitó algunos versos, me correspondía
-salir a mí, haciendo en un parlamento no muy largo la relación de los
-triunfos militares de Otelo. Con voz muy temblorosa dije los primeros
-versos.</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent0">¡Que no hayan sido vuestros mismos ojos</div>
- <div class="verse indent0">fieles testigos de su ardor bizarro!</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>Pero me fui reponiendo poco a poco, y la verdad es que no lo hice
-tan mal, aunque no corresponda a mi pluma el describirlo. Después
-entraban en escena Otelo y más tarde Edelmira. Nada puedo deciros de la
-perfección con que Isidoro dijo ante el senado, el modo y manera con
-que encendió la llama amorosa en el corazón de Edelmira; y en cuanto a
-esta, debo desde luego señalarla como consumada actriz, porque en la
-misma escena ante el senado, declamó con una sensibilidad que habría
-envidiado Rita Luna.</p>
-
-<p>En el primer entreacto debían recitar versos Moratín, Arriaza y
-Vargas Ponce. El escenario se había llenado de personajes que deseaban
-felicitar a la triunfante Edelmira. Allí vi al diplomático, que no
-había desistido al parecer de hacer la corte a mi ama, pues corrió
-presuroso tras ella, diciéndole:</p>
-
-<p>—Puede usted estar segura, adorada Pepita, que <i>nuestra pasión</i>
-quedará en secreto, pues ya se conoce mi reserva en estas delicadísimas
-materias.</p>
-
-<p>Junto con él había subido al escenario D. Leandro Moratín, el cual
-era entonces un hombre como de cuarenta y cinco años, pálido<span
-class="pagenum" id="Page_250">p. 250</span> y serio, de mediana
-estatura, dulce y apagada voz, con cierta expresión biliosa en su
-semblante, como hombre a quien entristece la hipocondría e inquieta
-el recelo. En sus conversaciones era siempre mucho menos festivo que
-en sus escritos; pero tenía semejanza con estos por la serenidad
-inalterable en las sátiras más crueles, por el comedimiento, el
-aticismo, cierta urbanidad solapada e irónica, y la estudiada llaneza
-de sus conceptos. Nadie le puede quitar la gloria de haber restaurado
-la comedia española, y <i>El sí de las niñas</i>, en cuyo estreno
-tuve, como he dicho, parte tan principal, me ha parecido siempre una
-de las obras más acabadas del ingenio. Como hombre, tiene en su abono
-la fidelidad que guardó al Príncipe de la Paz, cuando era moda hacer
-leña de este gran árbol caído. Verdad es que el poeta vivió y medró
-bastante a la sombra de aquel cuando estaba en pie y podía cubrir
-a muchos con sus frondosas ramas. Si mi opinión pudiera servir de
-algo, no vacilaría en poner a D. Leandro entre los primeros prosistas
-castellanos; pero su poesía me ha parecido siempre, exceptuando algunas
-composiciones ligeras, un artificioso tejido, o mejor, un clavazón
-de durísimos versos, a quienes no pueden dar flexibilidad y brillo
-todos los martillos de la retórica. Moratín además, en materia de
-principios literarios, tenía toda la ciencia de su época, que no era
-mucha; pero aun así, más le hubiera valido emplearla en componer mayor
-número de obras, que no en señalar con tanta<span class="pagenum"
-id="Page_251">p. 251</span> insistencia las faltas de los demás. Murió
-en 1828, y en sus cartas y papeles no hay indicio de que conociera a
-Byron, a Goethe y Schiller, de modo que bajó al sepulcro creyendo que
-Goldoni era el primer poeta de su tiempo.</p>
-
-<p>Pido mil perdones por esta digresión, y sigo contando. En el
-escenario leía Moratín el romance <i>Cosas pretenden de mí</i>, que
-hizo reír a los concurrentes, porque en él pintaba con mucha gracia la
-perplejidad en que le ponían sus amigos y sus detractores. El romance
-era a cada momento interrumpido con afectuosas palmadas, especialmente
-al llegar al pasaje en que está la conversación de los pedantes; ¿pero
-quién negará que en aquella composición Moratín no hace otra cosa que
-una apoteosis de su persona?</p>
-
-<p>Dejemos al grande ingenio asfixiándose en el humo de los plácemes
-más lisonjeros, y sigamos la intriga del drama que iba a representarse
-entre bastidores, no menos patético que el comenzado sobre las tablas y
-ante el público.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch23">
- <h2 class="nobreak g0">XXIII</h2>
-</div>
-
-<p>Al concluir el primer acto, y cuando aún no habían comenzado los
-poetas a recitar sus versos, sorprendí a Isidoro en conversación
-muy viva con Lesbia. Aunque hablaban en<span class="pagenum"
-id="Page_252">p. 252</span> voz baja, me pareció oír en boca del actor
-algunas recriminaciones y preguntas del tono más enérgico, y creí
-advertir en el rostro de la dama cierta confusión o aturdimiento.
-Cuando se separaron, mi desgracia quiso que Lesbia encarase conmigo,
-interpelándome de este modo:</p>
-
-<p>—¡Ah, Gabriel! Buena ocasión de hablarte a solas. Ya podrás
-figurarte para qué. He estado llena de inquietud desde que supe que
-había sido presa la persona...</p>
-
-<p>—¡Ah! usía se refiere a la carta —dije atusándome los bigotes
-postizos para disimular mi turbación.</p>
-
-<p>—Supongo que no iría a manos extrañas. Supongo que la guardarías, y
-que la habrás traído esta noche para devolvérmela.</p>
-
-<p>—No señora, no la he traído; pero la buscaré... es decir...</p>
-
-<p>—¡Cómo! —exclamó con mucha inquietud—, ¿la has perdido?</p>
-
-<p>—No señora... quiero decir. La tengo allí... solo que yo... —fue la
-única respuesta que se me vino a las mientes.</p>
-
-<p>—Confío en tu discreción y en tu honradez —dijo con mucha seriedad—,
-y espero la carta.</p>
-
-<p>Sin añadir una palabra más se retiró, dejándome entristecido por
-el grave compromiso en que me encontraba. Hice propósito de pedir
-nuevamente a mi ama que me devolviese la carta, y con esta idea la
-llamé aparte como si fuese a confiarle un secreto, y le supliqué del
-modo más enfático que me diese<span class="pagenum" id="Page_253">p.
-253</span> aquel malhadado objeto, cuya devolución era para mí un
-caso de honra. Ella se mostró sorprendida, y luego se echó a reír,
-diciendo:</p>
-
-<p>—Ya no me acordaba de tu carta. No sé dónde está.</p>
-
-<p>Comenzó el segundo acto, que no me ocupaba más que durante una
-escena, y concluida esta, me retiré al interior del teatro resuelto a
-poner en práctica un atrevido pensamiento. Consistía este en hacer una
-requisa en el cuarto de mi ama, mientras esta se hallase fuera. Cuando
-la González me quitó la carta, recién venido del Escorial, advertí
-que la guardó en el bolsillo de su traje. Aquel traje era el mismo
-que había traído a casa de la marquesa; mas habiéndose mudado para
-la representación de la tonadilla, se lo quitó, y estaba colgado con
-otras muchas prendas, tales como mantón, chal, enaguas, etc., en una
-percha puesta al efecto sobre la pared del fondo. Era preciso registrar
-aquellas ropas. Mi ama, que dirigía la escena, y era la que indicaba
-las salidas, disponiéndolo todo, no vendría. Yo había quedado libre por
-todo el acto segundo. Tenía tiempo y coyuntura a propósito para lograr
-mi objeto, y semejante acción no me parecía muy vituperable, porque
-mi fin era recobrar por sorpresa, lo que por sorpresa se me había
-quitado.</p>
-
-<p>Hícelo así, y con tanta cautela como rapidez registré los bolsillos
-del traje, de los cuales saqué mil baratijas, aunque no lo que tan
-afanosamente buscaba. Ya había perdido la esperanza de conseguir mi
-objeto, y casi estaba<span class="pagenum" id="Page_254">p. 254</span>
-dispuesto a creer que la carta no volvía a mis manos por hallarse
-demasiado guardada o quizás rota y perdida, cuando sentí acelerados
-pasos que se acercaban al cuarto. Temiendo que ella me sorprendiera
-en tan fea ocupación, y no siéndome posible escapar, me oculté bajo
-la percha y tras los vestidos, cuyas faldas me ofrecían el más seguro
-escondite. Casi en el mismo instante entraron Lesbia e Isidoro. Aquella
-cerró la puerta y ambos se sentaron.</p>
-
-<p>Desde mi escondrijo les veía perfectamente. Máiquez en su traje de
-Otelo parecía una figura antigua, que animada por misterioso agente, se
-había desprendido del cuadro en que la grabara con los más calientes
-colores el pincel veneciano. La tinta oscura con que tenía pintado
-el rostro fingiendo la tez africana, aumentaba la expresión de sus
-grandes ojos, la intensidad de su mirada, la blancura de sus dientes,
-y la elocuencia de sus facciones. Un airoso turbante blanco y rojo,
-sobre cuya tela se cruzaban filas de engastados diamantes, le cubría
-la cabeza. Collares de ámbar y de gruesas perlas daban vueltas en su
-negro cuello y desde los hombros hasta el tobillo le cubría un luengo
-traje talar de tisú de oro, ceñido a la cintura y abierto por los
-costados para dejar ver las calzas de púrpura estrechamente ajustadas.
-Alfanje y daga, ambos con riquísima empuñadura, cuajada de pedrerías
-pendían del tahalí, y en los brazos desnudos, que imitaban el matiz
-artificial de la cara con una<span class="pagenum" id="Page_255">p.
-255</span> finísima calza de punto color de mulato, y terminada en
-guante para disfrazar también la mano, lucían dos gruesas esclavas de
-bronce en figura de sierpe enroscada. Dábale la luz de frente, haciendo
-resplandecer las facetas de las mil piedras falsas, y el tornasol
-del tisú verdadero con que se cubría, y añadidas a estos efectos la
-animación de su fisonomía, la nobleza de sus movimientos, presentaba el
-más hermoso aspecto de figura humana que es posible imaginar.</p>
-
-<p>Lesbia vestía de tisú de plata, con tanta elegancia como sencillez,
-y sus cabellos de oro peinados a la antigua, obedeciendo más bien a la
-moda coetánea que a la propiedad escénica, se entrelazaban con cintas y
-rosarios de menudas perlas, no ciertamente falsas como las de Isidoro,
-sino del más puro y fino oriente. El moro, apretando con sus negras
-manos las de Lesbia blanquísimas y finas, le dijo:</p>
-
-<p>—Aquí nos podemos hablar un instante.</p>
-
-<p>—Sí, Pepa nos ha dicho que podríamos vernos en su cuarto —repuso
-ella—: pero esta cita no ha de ser larga, porque la marquesa me espera.
-Ya sabes que está ahí mi marido.</p>
-
-<p>—¿A qué esa prisa? ¿Por qué no me escribiste desde el Escorial?</p>
-
-<p>—No pude escribir —repuso ella con impaciencia—, pero cuando
-hablemos despacio te explicaré...</p>
-
-<p>—Ahora, ahora mismo has de contestar a lo que te pregunto.</p>
-
-<p>—No seas tonto. Me prometiste no ser impertinente,<span
-class="pagenum" id="Page_256">p. 256</span> curioso, ni pesado —dijo
-con coquetería.</p>
-
-<p>—Eso es lo mismo que prometer no amar, y yo te amo, Lesbia, te amo
-demasiado por mi desgracia.</p>
-
-<p>—¿Estás celoso, Otelo? —preguntó la dama, y luego tomando el tono
-trágico, dijo entre burlas y veras:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent0">¡Otelo mío! ¡Sí, para ti solo</div>
- <div class="verse indent0">mi corazón reserva su cariño!</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>—Déjate de bromas. Estoy celoso, sí, no puedo ocultártelo —exclamó
-el moro con viva ansiedad.</p>
-
-<p>—¿De quién?</p>
-
-<p>—¿Y me lo preguntas? Piensas que no he visto a ese necio de Mañara,
-puesto en primera fila, y mirándote como un idiota.</p>
-
-<p>—¿Y no te fundas más que en eso? ¿No tienes otros motivos de
-sospecha?</p>
-
-<p>—Pues si tuviera otros, desgraciada, ¿estarías con tanta calma
-delante de mí?</p>
-
-<p>—Poquito a poco, señor Otelo. ¿Sabes que te tengo miedo?</p>
-
-<p>—En el Escorial ese joven se ha jactado públicamente de que le amas
-—afirmó Isidoro, fijando tan terriblemente sus ojos en el rostro de
-Lesbia, que parecía querer penetrar hasta el fondo del alma.</p>
-
-<p>—Si te pones así, me marcho más pronto —dijo Lesbia algo
-desconcertada.</p>
-
-<p>—He recibido varios anónimos. En uno se me decía que ese joven te
-escribió una carta<span class="pagenum" id="Page_257">p. 257</span> el
-día de su prisión, y que tú le contestaste con otra. Además yo sé que
-ese hombre te obsequia mucho, yo sé que te visitaba en Madrid. ¿Querrás
-darme explicación sobre esto?</p>
-
-<p>—¡Ah! tengo una grande y terrible enemiga, a quien supongo autora de
-los anónimos que has recibido.</p>
-
-<p>—¿Quién es?</p>
-
-<p>—Ya te he hablado de esto en otra ocasión. Es Amaranta; y también
-te he dicho que tras de la enemistad de la condesa, se esconde el
-odio de otra persona más alta. Todas las damas que en otro tiempo le
-servimos con fidelidad, estamos cansadas de presenciar las liviandades
-que han manchado el trono, y no queremos asociarnos a los escándalos
-que envilecen esta pobre nación. No te he contado el motivo de nuestra
-querella; pero ahora mismo la vas a saber, y no te enfades si oyes el
-nombre de ese mismo Mañara, a quien tanto temes. Parece que Mañara
-rechazó, cual otro José, los halagos de la elevada persona, cuya pasión
-se trocó con esto en odio vivísimo y deseo de venganza. Al mismo tiempo
-ese joven dio en hacerme la corte, y la mujer ofendida descargó sobre
-mí su rencor, cuando yo ni siquiera había advertido que Mañara me
-amaba. Jamás me fijé en semejante hombre. Se emprendió contra mí una
-guerra terrible y solapada: quitaron sus destinos a cuantos habían
-sido colocados por mi mediación, y todo su afán se dirigía a buscar
-los medios de deshonrarme. Viéndome perseguida<span class="pagenum"
-id="Page_258">p. 258</span> sin motivo, me hice partidaria del Príncipe
-de Asturias, ofrecí mi auxilio a los conspiradores, y tengo la
-satisfacción de haber servido eficazmente tan noble causa. A ti puedo
-revelártelo sin miedo: yo he sido depositaria durante algún tiempo
-de la correspondencia establecida entre el canónigo Escóiquiz y el
-embajador de Francia: en mi casa se reunieron estos varias veces con
-otros personajes: yo sola tenía noticia de las primeras conferencias
-celebradas en el Retiro; yo poseía el secreto de todos los planes
-descubiertos por una simpleza del Príncipe; yo conocía el proyecto
-de casar a este con una princesa imperial; sabía que el duque del
-Infantado no esperaba más que la orden firmada por Fernando para lanzar
-a la calle tropa y pueblo... en fin, lo sabía todo.</p>
-
-<p>—Todo cuanto me dices parece inverosímil —dijo Isidoro—. Si es
-cierto, ¿cómo no te han perseguido abiertamente, cómo te pusieron en
-libertad a la media hora de estar presa?</p>
-
-<p>—Ya sabía yo que no sería molestada. Poseo un escudo terrible que me
-defiende contra las asechanzas de la camarilla. Creo haberte contado
-que cuando intervine en la primera reconciliación de Godoy, cuando
-intenté por superior encargo, de atraerle de nuevo a palacio, fui
-depositaria de secretos, cuya publicación haría estremecer de espanto
-a ciertas personas. Poseo papeles que rebajan y envilecen del modo más
-repugnante a quien los escribió, y conozco el secreto de la inversión
-de ciertos fondos de obras pías<span class="pagenum" id="Page_259">p.
-259</span> que se emplearon en lo que no tiene nada de piadoso. Esto
-pasó en una época en que hacíamos excursiones clandestinas fuera de
-palacio, cuando Amaranta hizo que Goya la retratase desnuda. Hacía un
-año que estaba viuda: fue cuando por una coincidencia providencial
-descubrí el gran secreto de su juventud, que me reveló una mujer
-desconocida que vive a orillas del Manzanares, junto a la casa del
-pintor. Ya te lo he dicho, y pienso hacer de manera que nadie lo
-ignore. De un desgraciado y oculto amor que padeció Amaranta antes
-de su matrimonio con el conde, nació una criatura que no sé si vive
-todavía.</p>
-
-<p>—Nunca me hablaste eso.</p>
-
-<p>—Los padres de Amaranta supieron disimular su deshonra: el joven
-amante, que pertenecía a una noble familia de Castilla y había venido a
-Madrid buscando fortuna, huyó a Francia y fue muerto en las guerras de
-la República.</p>
-
-<p>—Me has referido una curiosa novela —dijo Isidoro—; ¡pero con
-cuánto arte has desviado la conversación del asunto principal! Al fin
-confiesas que Mañara te ha hecho la corte.</p>
-
-<p>—Sí; pero jamás he pensado en corresponderle: ni le trato, ni le
-veo, ni le hablo. Tus celos harán que por primera vez me fije en
-semejante hombre.</p>
-
-<p>—No me convences, no: yo tengo indicios, tengo noticias de que tú
-amas a ese hombre. ¡Oh! si mis sospechas se confirmaran... ¿Crees<span
-class="pagenum" id="Page_260">p. 260</span> que no he advertido el
-embobamiento con que atiende a tu declamación?</p>
-
-<p>—Procuraré entonces hacerlo mal para no conmover al público.</p>
-
-<p>—No, no intentes disculparte ni disimular. ¿Por qué aseguras que
-no te fijas en él, si yo mismo, durante la escena del Senado, te he
-sorprendido mirándole, y aun me parece que le hiciste alguna seña?</p>
-
-<p>—¿Yo? ¡estás loco! ¡Ah! no sabes. Mi marido, que dejó sus cacerías
-para asistir a esta representación, está ahí esta noche, y la pérfida
-Amaranta, sentada a su lado, le habla con mucho interés. Si me ves que
-miro al público es porque me inspiran mucha inquietud los coloquios
-del duque con Amaranta. Temo que esta le haya dirigido también
-algún anónimo. Su frialdad y ademán sombrío me indican que también
-sospecha.</p>
-
-<p>—¿Lo ves...? Y con motivo fundado.</p>
-
-<p>—Sí; porque sospecha de ti.</p>
-
-<p>—No... no —exclamó Isidoro—. No trastornes la cuestión. Tú amas a
-Mañara; con todos tus artificios no puedes arrancar esta sospecha de
-mi ardiente cerebro. ¡Y ese necio está ahí, gozándose en los aplausos
-que te prodigan, que adulan su amor propio porque se siente amado de la
-gloriosa artista! ¡No, no quiero que representes más! ¡Cuando contemplo
-desde arriba el entusiasmo de tus admiradores; cuando les veo con los
-ojos fijos en ti, participando de la pasión que indican tus palabras,
-saltaría del escenario para cerrarles a golpes los ojos con que te
-miran!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_261">p. 261</span>—Me haces
-estremecer —dijo Lesbia—. No eres Isidoro, eres Otelo en persona.
-Sosiégate, por Dios. Harto sabes lo mucho que te amo. ¿A qué me
-mortificas con celos ilusorios?</p>
-
-<p>—Disípalos tú.</p>
-
-<p>—¿Cómo, si ninguna razón te convence? Tu violento carácter ha de
-traerme algún compromiso. Modérate, por Dios, y no seas loco.</p>
-
-<p>—Lo haré si me amas. Tú no sabes quién soy. Isidoro no consiente
-rivales ni en la escena, ni fuera de ella. De Isidoro no se ha burlado
-hasta ahora ninguna mujer, ni menos ningún hombre. Entiéndelo bien.</p>
-
-<p>—Sí, señor mío, estoy en ello —contestó Lesbia en tono jovial y
-levantándose para retirarse—. Pero aunque esta conversación me agrada
-mucho, tengo que irme. ¿Sabes que te tengo miedo?</p>
-
-<p>—Quizás con razón. ¿Pero te vas tan pronto? —dijo el moro intentando
-detenerla aún.</p>
-
-<p>—Sí; me voy —repuso Lesbia—. Ya ha concluido la tonadilla, y pronto
-empezará el tercer acto.</p>
-
-<p>Y ligera como una corza se marchó. En aquel instante se oyeron los
-aplausos con que era saludada mi ama al acabar la tonadilla, y poco
-después entró en su cuarto radiante de júbilo, con el rostro encendido
-por la emoción, y tan sofocada que al punto dio con su cuerpo en un
-sofá.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch24">
- <p><span class="pagenum" id="Page_262">p. 262</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XXIV</h2>
-</div>
-
-<p>—¡Oh, Isidoro! ¿Por qué no has ido a oírme? —exclamó con
-entrecortadas palabras—. Aseguran que lo he hecho muy bien. ¡Cuánto me
-han aplaudido!</p>
-
-<p>—¿Quieres dejarte de simplezas? —dijo Isidoro de muy mal talante.</p>
-
-<p>—Y a propósito: dicen que Lesbia hace la Edelmira mejor que yo. ¡Lo
-que puede la hermosura! Con su buen palmito trae sin seso a todos los
-hombres que hay en la sala. Sobre todo, ahí está uno que no le quita la
-vista de encima, y parece...</p>
-
-<p>—¡Quieres callar! —exclamó bruscamente el moro.</p>
-
-<p>Después, como hombre que toma repentina resolución, se disipó el
-fruncimiento temeroso de sus negras cejas, y sentándose junto a la
-González, le habló en estos términos:</p>
-
-<p>—Pepa, espero de ti un favor.</p>
-
-<p>—Mándame lo que quieras.</p>
-
-<p>—Siempre te has mostrado muy agradecida por todo lo que he hecho en
-beneficio tuyo. Varias veces has dicho: «¿Qué he de hacer, Isidoro,
-para corresponder a lo que te debo...?» Pues bien, chiquilla,
-ahora puedes prestarme un gran servicio, con lo cual quedará<span
-class="pagenum" id="Page_263">p. 263</span> pagado largamente el hombre
-que te sacó de la miseria, el que te enseñó el arte escénico, dándote
-posición, gloria y fortuna.</p>
-
-<p>—Mi agradecimiento durará mientras viva, Isidoro —respondió la
-cómica con serenidad—. ¿Qué necesitas ahora de mí?</p>
-
-<p>—Si la contrariedad que experimento afectara solo a mi corazón, la
-resolvería fácilmente, porque sé padecer. Pero tal vez afecte a mi amor
-propio, tal vez ponga en trance muy terrible mi dignidad, y me resigno
-a sufrir los desengaños más crueles; pero de ningún modo consiento en
-hacer ante mis amigos y el mundo un papel desairado y ridículo.</p>
-
-<p>—Ya sé lo que quieres decir. Lesbia me ha dicho que estás celoso;
-¡si vieras cómo se ríe de ti, llamándote el <i>pobre Otelo</i>!</p>
-
-<p>—No debemos fiarnos de la afición que alguna vez nos muestran esas
-personas tan superiores a nosotros por su clase. Un abismo nos separa
-de ellas, y si alguna vez deslumbramos con nuestro talento y nuestro
-arte, la ilusión les dura poco tiempo, y concluyen despreciándonos,
-avergonzadas de habernos amado. Todos los que hemos brillado en la
-escena conocemos tan triste verdad. ¿No la conoces tú también?</p>
-
-<p>—Sí —dijo mi ama—; y yo creí que tú estuvieras en esa parte más
-aleccionado que todos los demás.</p>
-
-<p>—Esas personas —prosiguió Isidoro—, nos contemplan desde sus
-aposentos; su imaginación se trastorna viéndonos remedar los grandes
-caracteres, las nobles y elevadas pasiones,<span class="pagenum"
-id="Page_264">p. 264</span> el amor, el heroísmo, la abnegación,
-y se enamoran de lo que ven, de un ser ideal en quien se asocia y
-confunde con nuestra persona, la del héroe que representamos. Con la
-imaginación excitada, nos buscan entre bastidores y fuera del teatro;
-pero en cuanto nos tratan un poco y advierten que somos lo mismo, si no
-peores que los demás, y que todas las sublimidades del arte escénico
-desaparecen con el vestido y las piedras falsas que arrojamos al
-concluir el drama, se disipa de un soplo su entusiasmo, y no ven en
-nosotros más que a una turba de tramposos y embusteros farsantes que
-apenas valen el partido con que se les paga. Hasta ahora, Pepilla, no
-me habían afectado gran cosa los bruscos desenlaces de las aventuras
-con que algunas ilustres personas han honrado nuestra profesión; pero
-esta en que ahora me hallo, me afecta profundamente, porque... te lo
-diré con toda franqueza.</p>
-
-<p>—¿Amas verdaderamente a Lesbia?</p>
-
-<p>—Sí, por mi desgracia; esta pasión no es de aquellas pasajeras y
-superficiales, que pasan satisfaciendo el afán de un día. Esa mujer ha
-tenido el arte de ahondar en mi corazón de tal modo, que hoy empiezo a
-reconocer en mí el embrutecimiento que acompaña a los amores exaltados.
-Sin duda su coquetería, su frivolidad, los mil artificios de su
-voluble y alegre carácter han realizado en mí este trastorno, y para
-acabarme de confundir, los celos, la desconfianza y el temor de ser
-ridículamente suplantado por otro, agitan mi alma<span class="pagenum"
-id="Page_265">p. 265</span> de tal modo, que no respondo de lo que
-podrá pasar.</p>
-
-<p>—¡Hola, hola! señor Otelo, ¿esas tenemos? —dijo mi ama
-festivamente—. ¿A quién va usted a matar?</p>
-
-<p>—No te rías, loca —continuó el moro—. ¿Has visto en el salón a ese
-miserable Mañara?</p>
-
-<p>—Sí, ocupa un sillón de primera fila, y no quita los ojos de la
-señora Edelmira. Verdaderamente, chico, y sin que esto sea confirmar
-tus sospechas, a todos los que están en el teatro ha llamado la
-atención el exagerado entusiasmo de ese joven, y más de cuatro han
-sorprendido las señas que hace a Lesbia durante la comedia. Y además...
-yo no lo he visto; pero me han dicho que...</p>
-
-<p>—¿Qué te han dicho?</p>
-
-<p>—Que la duquesa le mira mucho también, y que parece representar solo
-para él, pues todas las frases notables del drama las dice volviéndose
-hacia el tal joven, como si quisiera arrojarse en sus brazos.</p>
-
-<p>—¡Oh! Es cierto. ¡Ves! —exclamó Isidoro bramando de furor—. ¡Y
-se reirán todos de mí! y ese vil currutaco... ¡Ah! Pepa... quiero
-descubrir fijamente lo que hay en esto... quiero acabar de una vez
-estas terribles dudas... Quiero desenmascarar a esa infame, y si me
-engaña, si ha sido capaz de preferir al amor de un hombre como yo a
-los necios galanteos de ese vil y despreciable mozuelo... ¡ah! Pepa,
-Pepa, mi venganza será terrible. Tú me ayudarás en ella; ¿no es verdad
-que<span class="pagenum" id="Page_266">p. 266</span> me ayudarás?
-Tú me lo debes todo, yo te saqué de la miseria, tú no puedes negar a
-Isidoro la ayuda de tu ingenio para este fin, y proporcionándome placer
-tan inefable, quedarás descargada de la inmensa deuda de gratitud que
-tienes conmigo.</p>
-
-<p>Al decir esto, Isidoro se había levantado y daba vueltas en la
-pequeña habitación como un león enjaulado, pronunciando con trémulo
-labio palabras rencorosas. Lo raro fue que mi ama, ya porque tal fuera
-el estado de su espíritu, ya porque creyera oportuno fingir en aquellos
-momentos, lejos de amedrentarse al ver la ira de su amigo y maestro,
-contestó con risas a sus ardientes palabras.</p>
-
-<p>—Te ríes —dijo Máiquez deteniéndose ante ella—. Haces bien: ha
-llegado el momento de que hasta los metesillas del teatro se rían
-de Isidoro. Tú no comprendes esto, chiquilla —añadió sentándose de
-nuevo—. Tú no tienes vehemencia ni fogosidad en tus sentimientos. En
-esto te admiro, y quisiera imitarte, porque yo sé muy bien que en las
-inclinaciones que hasta ahora se te han conocido, has jugado con el
-amor, tomándolo como un pasatiempo divertido que entretiene a uno mismo
-y hace rabiar a los demás; pero hasta ahora, y Dios te libre de ello,
-no conoces el amor que ocasiona las mortificaciones propias, mientras
-los demás se ríen a costa nuestra.</p>
-
-<p>—¡Qué orgulloso eres! —contestó seriamente la González—. Hasta en
-esto quieres saber más que todos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_267">p. 267</span>—Pues si amas de
-veras, guárdate de enamorarte de esos usías presumidos y orgullosos,
-que vendrán a ti para satisfacer su vanidad. Ellos no te amarán con
-noble y desinteresado amor.</p>
-
-<p>—No creo que jamás pueda amar sino al que siendo igual a mí, no se
-avergüence de tenerme por compañero.</p>
-
-<p>—¡Oh, qué buen sentido, Pepilla! ¿Dónde has aprendido eso? Pero te
-aconsejo también que no ames a ningún hombre de teatro, si no quieres
-tener rabiosos celos de todo el público femenino. ¿Sabes tú lo que es
-eso?</p>
-
-<p>—Harto lo sé.</p>
-
-<p>—De modo que tu amor aún está dentro del teatro. Eso sí que es una
-desgracia. Tu suerte consistirá en que el galán será de esos que, por
-falta de genio, no excitan nunca la arrebatada admiración de las bellas
-de la platea. Serás feliz, Pepilla; si quieres casarte, cuenta con mi
-protección.</p>
-
-<p>—Estoy muy lejos de aspirar a eso.</p>
-
-<p>—¿Ese bruto será capaz de no amarte? ¿Acaso vale más que tú?</p>
-
-<p>—Muchísimo más —dijo la González aparentando con grandes esfuerzos
-la serenidad que no tenía.</p>
-
-<p>—Apuesto a que es algún tenor de la compañía de Manolo García.
-Déjalo por mi cuenta. Si es cierto lo que supongo, si ese loco no te
-corresponde, y prefiere a tu sencillo cariño el falso amor de alguna
-damisela de estas que arrastran su púrpura por entre los bastidores del
-teatro, sabrás lo que son celos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_268">p. 268</span>—Demasiado lo
-sé y demasiado padezco, Isidoro —dijo mi ama con tono de cariñosa
-confianza—; pero yo tengo una ventaja sobre ti, que no poseyendo aún la
-certeza de tu desgracia, ignoras qué partido tomar; yo conozco ya sin
-género de duda que no soy amada, y las circunstancias se han ordenado
-de tal modo que me presentan ocasión de tomar venganza.</p>
-
-<p>—¡Oh!, Pepa, estás desconocida. No te creí capaz... —indicó Isidoro
-con energía—. Tú tomarás venganza. Descuida, te ayudaré, si tú me
-ayudas a mí en la averiguación y en el castigo de las infamias de
-Lesbia. Pero dime, chiquilla, dime quién es ese hombre. Sé franca
-conmigo: yo soy tu mejor amigo.</p>
-
-<p>—Te lo diré más tarde, Isidoro. Por ahora me he propuesto guardar
-secreto.</p>
-
-<p>—Tú vales mucho, Pepilla —añadió el cómico con acento reflexivo—.
-No esperaba encontrar en ti un eco tan fiel de lo que en mí está
-pasando. ¡Y ese miserable te desprecia por otra, ignorando las bondades
-de tu fiel corazón! Dime quién es. ¿Será el mismo Manuel García? Por
-supuesto chiquilla, ya sabrás cuánto padece la dignidad, el amor
-propio, al ver que otra persona posee el afecto que nos pertenece. Te
-mortificará horriblemente la idea de la triste figura que harás ante
-el mundo, el pensamiento de los comentarios que hará sobre tu ridícula
-posición el envidioso vulgo, y al considerar que tú, la persona
-acostumbrada a rendir a tus pies los corazones, se ve menospreciada por
-uno solo,<span class="pagenum" id="Page_269">p. 269</span> rabiará
-tu orgullo herido y llorarás en silencio viéndote más baja de lo que
-creías.</p>
-
-<p>—En esto —contestó mi ama con patética voz— no nos parecemos. Tú
-estás frenético de celos; pero antes que al desaire de que ha sido
-objeto tu corazón, atiendes a lo que sufre tu dignidad, la dignidad
-del gran Isidoro, que siempre desprecia sin ser nunca despreciado;
-te enfureces al considerar que se ríen de ti los envidiosos, y esas
-terribles voces de venganza no las pronuncia tu amor sino tu orgullo.
-Yo no soy así: amo el secreto; y si triunfara, gustaría de tener oculta
-mi felicidad: nada me importaría que el hombre a quien amo aparentara
-galantear a todas las mujeres de la tierra, con tal que en realidad a
-ninguna amase más que a mí.</p>
-
-<p>—Eres singular, Pepilla, y me estás descubriendo tesoros de bondad
-que no sospechaba existiesen en tu corazón.</p>
-
-<p>—Yo —continuó mi ama conmovida— no vivo más que para él, y los demás
-me importan poco. Contigo debo ser franca y decírtelo todo, menos su
-nombre que nadie debe saber. Yo no sé cómo ni cuándo empezó mi funesto
-amor, y me parece que nací con esta viva inclinación, más dominadora
-cuanto más intento sofocarla. Por él sacrificaría gustosa mi vida. Tú
-quizás no comprendas esto; ni menos que yo sacrifique mi reputación
-de artista, el aprecio y la admiración de la multitud. ¿Qué importa
-todo eso? Se ama a la persona por la persona y no por la vanidad de
-poseerla.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_270">p. 270</span>—El que te ha
-inspirado tan noble cariño, sin corresponder a él —dijo Isidoro con
-brío—, es un miserable que merece arrastrar su existencia despreciado
-de todo el mundo. ¿No puedo saber tampoco quién es la mujer
-preferida?</p>
-
-<p>—Tampoco debes saberlo —repuso mi ama; y después, no pudiendo
-contener el llanto, exclamó así—: Yo no soy cruel; yo no deseaba una
-venganza que puede ser muy terrible; pero se me ha venido a las manos y
-he de llevarla adelante.</p>
-
-<p>—Haces bien —dijo Isidoro recreándose con pensamientos de
-exterminio—. Véngate: yo también me vengaré. Nos ayudaremos el uno al
-otro. ¿Puedo servirte de algo?</p>
-
-<p>—De mucho —dijo mi ama secando sus lágrimas—. Espero que tu ayuda
-será de la mayor eficacia.</p>
-
-<p>—¿Y yo puedo contar contigo?</p>
-
-<p>—¿Y me lo preguntas?</p>
-
-<p>—Oye bien: Lesbia confía en tu amistad. ¿No ha celebrado en tu casa
-entrevista alguna con ese joven?</p>
-
-<p>—Hasta ahora no.</p>
-
-<p>—Pues la celebrará. Si ella no te lo propone, propónselo tú con
-buenos modos.</p>
-
-<p>—¿Cuál es tu objeto?</p>
-
-<p>—Sorprenderla en algún sitio con ese Mañara. Ella busca siempre las
-casas de las amigas que no son de su clase, para evitar de este modo la
-vigilancia de su familia y de su esposo.</p>
-
-<p>—Entiendo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_271">p. 271</span>—Confío en que no
-te dejarás sobornar por ella, y en que ante todas las consideraciones,
-será para ti la primera el servicio que me prestas, a mí, tu protector,
-tu amigo. Espero que te será muy fácil lo que propongo. Si van a tu
-casa, les entretienes allí, y me avisas. Yo haré de manera que ese
-joven se acuerde de mí para toda su vida.</p>
-
-<p>—Ya tiemblas de gozo al pensar en tu venganza —dijo mi ama—. Lo
-mismo me pasa a mí; pero con más motivo, porque la mía está más
-cercana.</p>
-
-<p>—¿Puedo confiar en ti? ¿Me pondrás al corriente de todo cuanto
-veas?</p>
-
-<p>—Puedes estar tranquilo, Isidoro. Tú no me conoces bien: en esta
-ocasión sabrás lo que soy.</p>
-
-<p>—¿Y tú que crees? —preguntó el moro con interés—. ¿Crees que tengo
-razón? ¿Lesbia amará a ese hombre?</p>
-
-<p>—Sí; creo que te engaña del modo más miserable; creo que todos
-los que asisten a la representación se ríen de ti esta noche y el
-afortunado amante no cabe en sí de satisfacción y orgullo.</p>
-
-<p>—¡Rayos y centellas! —dijo Máiquez con más furia—. Le escupiré
-la cara desde el escenario. ¡Oh! Pepilla: yo admiro y envidio tu
-tranquilidad. No desees nunca parecerte a mí; ojalá no sepas nunca lo
-que son estas culebras de fuego que se enroscan dentro de mi pecho
-y desparraman por mis arterias su veneno. ¡Oh, qué gran talento
-tuvo ese poeta inglés que inventó el Otelo! ¡Qué bien pintó<span
-class="pagenum" id="Page_272">p. 272</span> la rabia del celoso, la
-horrible fruición con que se recrea, pensando que ha de poner el cuerpo
-inanimado y sangriento de su rival ante los ojos que le cautivaron!
-¡Qué razón tuvo al suponer el corazón de la mujer antro de maldades y
-perfidias; qué bien se comprende la espantosa determinación del moro, y
-el terrible placer de su alma, al considerarse sepultando el cuchillo
-en los miembros palpitantes de quien le ofendió, y arrastrar después su
-infame cadáver!</p>
-
-<p>—¿Qué cadáver, Isidoro? ¿El de él o el de ella? —preguntó mi ama con
-frialdad.</p>
-
-<p>—El de los dos —contestó Otelo cerrando los puños—. ¿Conque dices
-que se ríen de mí? ¡Y lo saben todos, y me observan, y estoy sirviendo
-de espectáculo a ese miserable zascandil! De modo que Isidoro es el
-hazme reír de las gentes, y tendrá que ocultarse y huir para evitar las
-burlas de los envidiosos, y ya ninguna mujer se dignará mirarle a la
-cara. Pero tú si sabías esto que pasa, ¿por qué no me lo dijiste? ¡Eres
-tonta sin duda! ¡Oh! no tengo amigos verdaderos... nadie se interesa
-por mi honor ni por mi decoro. ¡Estoy solo!... pero solo ¡vive Dios!
-sabré volver al lugar que me corresponde.</p>
-
-<p>Diciendo esto, se levantó con resuelto ademán. En aquel momento
-sonaron algunos golpes en la puerta: era la señal que llamaba a todos
-los actores para empezar el tercer acto. Máiquez iba a salir; pero al
-dar los primeros pasos un objeto cayó de su cintura al suelo. Era la
-daga con puño de metal y hoja<span class="pagenum" id="Page_273">p.
-273</span> de madera plateada: Pepa durante la conversación había
-estado jugando con la larga cadena que la sostenía y esta se rompió.</p>
-
-<p>—Se ha saltado un eslabón —dijo mi ama recogiendo el arma—: yo te la
-compondré enseguida atándola fuertemente.</p>
-
-<p>Isidoro salió, y mi ama acercándose a una mesa arrimada a la pared
-de enfrente, se entretuvo durante un rato y con mucha prisa en una
-operación que no pude ver; pero presumí fuera la compostura de la
-cadena rota. Al fin salió, y quedándome solo, pude dejar mi sofocante
-escondite para correr a la escena.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch25">
- <h2 class="nobreak g0">XXV</h2>
-</div>
-
-<p>Dio principio el último acto, donde ocurren las principales
-escenas del drama. En él Pésaro despierta poco a poco los celos en
-el alma del crédulo moro hasta que engañándole con cruel y mañosa
-calumnia, precipita el trágico desenlace. La importancia de mi papel,
-me obligaba, pues, a fijar en él toda mi atención apartándola de las
-impresiones recientemente recibidas. Durante mi primera escena con
-Otelo, advertí que Máiquez inquieto y receloso, dirigía sus miradas al
-joven Mañara, sentado muy cerca del escenario: a causa de la ansiedad
-de su alma, el gran<span class="pagenum" id="Page_274">p. 274</span>
-histrión desatendía impensadamente la representación. A veces algunas
-de mis frases se quedaban sin réplica; también suprimía él bastantes
-versos, y hasta llegó a trabarse su expedita lengua en uno de los
-pasajes donde acostumbraba hacerse aplaudir más. El auditorio estaba
-descontento, pues aunque conocía las genialidades de Isidoro, no creía
-natural que se permitiera tales descuidos en una representación de
-confianza y amistad, verificada ante lo más selecto de sus admiradores.
-El silencio reinaba en la sala, y solo un sordo murmullo de sorpresa
-o enfado acogía los versos, mal sentidos y fríamente dichos por el
-príncipe de nuestros actores.</p>
-
-<p>Mas se esperaba verle repuesto en la segunda escena entro Otelo y
-Pésaro. Este, urdiendo muy bien la trama que ideó contra Edelmira su
-diabólica astucia, adquiere al fin las pruebas materiales que Otelo le
-exige para creer en la infidelidad de la veneciana. Aquellas pruebas
-son una diadema entregada por Edelmira a Loredano, y cierta carta que
-su padre le obligó a firmar, amenazándola con matarse si no lo hacía.
-Ni la entrega de la diadema, ni la carta firmada por fuerza, eran
-pruebas que ante la fría razón comprometerían el honor de la esposa
-de Otelo: pero este, en su ciego arrebato y salvaje impetuosidad, no
-necesitaba más para caer en la trampa.</p>
-
-<p>Antes de comenzar esta escena, y hallándome entre bastidores, oí
-a los concurrentes quejarse de la torpeza de Isidoro, y alguno<span
-class="pagenum" id="Page_275">p. 275</span> achacó este defecto no
-al gran actor, sino a mí, por haberle irritado con mi detestable
-declamación. Esto me ofendió, y creyéndome autor del deslucimiento
-de la pieza, resolví hacer todos los esfuerzos de que era capaz para
-arrancar algún aplauso.</p>
-
-<p>Mi ama, como he dicho, dirigía la escena; indicaba las entradas y
-salidas, cuidando de entregar a cada actor los objetos de que debía
-hacer uso durante la representación. Diome la diadema y la carta y
-salí en busca de Otelo que estaba solo en las tablas concluyendo su
-monólogo. Entonces empecé aquella grandiosa escena, que es patética,
-sublime y arrebatadora aun después de haber sido tamizada por el romo
-ingenio de D. Teodoro La Calle.</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent-7">—¿Sabes tú padecer?</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0">—le dije—, y al punto Isidoro, mirándome sombríamente,
-repuso:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent20">—Me han enseñado.</div>
- <div class="verse indent0">—Y sin agitación —<i>dije yo</i>—, ¿el triste aviso</div>
- <div class="verse indent0">de un infortunio grande escuchar puedes?</div>
- <div class="verse indent0">—Hombre soy.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0">—respondió con calma.</p>
-
-<p>Continuó el diálogo, y parecía que Isidoro recobraba todo su genio,
-pues los versos, inspirados por el recelo y la ansiedad le salían del
-fondo del alma. Cuando dijo:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent0">¡Infiel! ¡La prueba necesito!</div>
- <div class="verse indent0">¡Conque dámela luego!</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0"><span class="pagenum" id="Page_276">p. 276</span>me
-apretó tan fuertemente la muñeca y sus rabiosos ojos me miraron con
-tanta furia, que perdí la serenidad, y por un instante los versos que
-seguían a aquella demanda, huyeron de mi memoria. Pero no tardé en
-reponerme: le di la diadema, y poco después la carta.</p>
-
-<p>Mas en el momento en que vi en sus manos el fatal papel, un súbito
-estremecimiento sacudió todo mi ser, y me quedé mudo de espanto. En
-el color y en los dobleces del papel, en la forma de la letra, que
-distinguí claramente cuando él fijó en ella la vista, reconocí la carta
-que Lesbia me había dado en el Escorial para Mañara, y que después mi
-ama sustrajo de mis ropas al llegar a Madrid.</p>
-
-<p>Otelo debía leer en voz alta la carta, que según el drama decía:</p>
-
-<blockquote>
-
- <p>«Padre mío: conozco la sinrazón con que os he ultrajado. Vos solo
- tenéis derecho de disponer de vuestra hija, —<i>Edelmira</i>.»</p>
-
-</blockquote>
-
-<p>Pero el pliego que la pícara Pepa había hecho llegar a sus manos,
-decía:</p>
-
-<blockquote>
-
- <p>«Amado Juan: Te perdono la ofensa y los desaires que me has hecho;
- pero si quieres que crea en tu arrepentimiento, pruébamelo viniendo
- a cenar conmigo esta noche en mi cuarto, donde acabaré de disipar
- tus infundados celos, haciéndote comprender que no he amado nunca,
- ni puedo amar a Isidoro, ese salvaje y presumido comiquillo, a quien
- solo he hablado alguna vez deseando divertirme con su necia pasión.
- No faltes, si no quieres enfadar a tu —<i>Lesbia</i>.—P.D. No temas
- que te prendan. Primero prenderán al Rey.»</p>
-
-</blockquote>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_277">p. 277</span>Ocurrió una cosa
-singular. Isidoro leyó el papel en silencio; sus labios secos y
-lívidos temblaron, y como si aún creyera que era ilusión lo que veía,
-lo leyó y releyó de nuevo, mientras el público, ignorando la causa de
-aquel silencio, mostró su asombro en un sordo murmullo. Isidoro al
-fin alzó la vista, se pasó las manos por la frente; parecía despertar
-de un sueño; balbuceó algunas voces terribles, cerró los ojos, como
-tratando de serenarse y reanudar su papel; dio algunos pasos hacia el
-público y retrocedió luego. Los rumores aumentaron: el apuntador le
-llamó repitiendo con fuerza los versos, hasta que al fin Isidoro se
-estremeció todo, su semblante se encendió vivamente, cerró los puños,
-agitó los brazos, golpeó el suelo, y declamó los terribles versos
-siguientes:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">Mira: ves el papel, ves la diadema;</div>
- <div class="verse indent0">pues yo quiero empaparlos, sumergirlos,</div>
- <div class="verse indent0">en la sangre infeliz y detestable,</div>
- <div class="verse indent0">en esa sangre impura que abomino.</div>
- <div class="verse indent0">¿Concibes mi placer, cuando yo vea</div>
- <div class="verse indent0">sobre el cadáver, pálido, marchito,</div>
- <div class="verse indent0">de ese rival traidor, de ese tirano,</div>
- <div class="verse indent0">el cuerpo de su amante reunido?</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>Jamás estos versos se habían declamado en la escena española con
-tan fogosa elocuencia, con tan aterradora expresión. El artificio del
-drama había desaparecido, y el hombre mismo, el bárbaro y apasionado
-Otelo espantaba al auditorio con las voces de su inflamada ira. Un
-aplauso atronador y unánime estremeció la sala, porque nunca los
-concurrentes<span class="pagenum" id="Page_278">p. 278</span> habían
-visto perfección semejante.</p>
-
-<p>Después las facciones del moro se alteraron; su rostro palideció:
-oprimiose el pecho con ambas manos, y su voz, trocando el áspero tono
-en otro desgarrador y patético, dijo:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent14">Las recias tempestades</div>
- <div class="verse indent0">el viento anuncia con terrible ruido;</div>
- <div class="verse indent0">el rayo con relámpagos avisa</div>
- <div class="verse indent0">su golpe destructor, y los rugidos</div>
- <div class="verse indent0">del león su presencia nos advierten;</div>
- <div class="verse indent0">mas la mujer con ánimo tranquilo</div>
- <div class="verse indent0">y aparentes halagos nos destroza</div>
- <div class="verse indent0">el corazón cual pérfido asesino.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>Nueva explosión de entusiastas aplausos. Las mujeres lloraban,
-algunos hombres no podían conservar su entereza y lloraban también. La
-concurrencia estaba estremecida, atónita, electrizada, y cada cual,
-suspensa y postergada su propia naturaleza, vivía momentáneamente con
-la naturaleza y las pasiones de Otelo.</p>
-
-<p>La representación seguía: fuese Otelo, cambió la escena y apareció
-la cámara de Edelmira. Entre tanto, todos me preguntaban la causa de la
-turbación y desasosiego de Isidoro; mas yo no sabía qué responder.</p>
-
-<p>Entre bastidores le buscamos con inquietud, pero no le podíamos
-ver por ninguna parte, ni nadie se daba razón de dónde pudiera
-encontrarse. Edelmira dijo los versos de su monólogo con extraordinaria
-sensibilidad: no cesaba de mirar a Mañara, y la vanidosa coquetería
-de sus ojos parecía decir:<span class="pagenum" id="Page_279">p.
-279</span> «¡qué bien represento!» mientras el afortunado amante,
-embebecido en contemplarla, parecía contestarle: «¡qué guapa estás!»</p>
-
-<p>Y así era. Lesbia estaba encantadora, con los cabellos sueltos
-sobre la espalda, y el ligero vestido blanco, que le ceñía el cuerpo
-indolente. Entró luego Hermancia, la fiel amiga, y Edelmira le contó
-sus tristes presentimientos. ¡Qué tono tan melancólico y dulce tenía su
-voz al expresar el temor de una muerte funesta! ¡Cuán grande interés
-despertaba su pena! Aunque yo había visto muchas veces la misma
-tragedia, dentro de la escena, y había perdido toda ilusión, en aquella
-noche sentía un terror inexplicable, y me conmovía la suerte de la
-infeliz e inocente Edelmira.</p>
-
-<p>La esposa de Otelo, ansiando desahogar la sofocante angustia de su
-pecho, toma el arpa y entona la canción de Laura al pie del sauce,
-cuyos lastimeros quejidos son la voz de la misma muerte. Edelmira, a
-quien Manuel García había enseñado la hermosa estrofa, cantó con dulce
-y poética expresión. Su voz parecía que nos penetraba hasta los huesos,
-y nos hacía estremecer con horripilante escalofrío, como el contacto de
-una hoja de acero.</p>
-
-<p>Cesó la canción y sonó la tempestad en el interior del teatro. El
-público estaba tan impresionado, que ni siquiera aplaudía. Acostose
-Edelmira y todo quedó en profundo silencio. Otelo debía aparecer, y
-en el breve momento en que estuvo la escena muda profundísimo<span
-class="pagenum" id="Page_280">p. 280</span> silencio reinaba en la
-sala. Yo creí sentir el palpitar de los corazones; pero solo escuchaba
-las oscilaciones del mío. La más ardorosa inquietud se había apoderado
-de mí, y miré en torno buscando una persona de confianza a quien
-comunicar mis recelos; pero no vi sino el pálido semblante de mi ama
-que se esforzaba en reír, diciendo:</p>
-
-<p>—¡Qué bien ha hecho Lesbia su papel! Me confieso derrotada, pues
-representa mil veces mejor que yo. Pero ahora verán ustedes a Isidoro.
-Esta noche está más inspirado que nunca.</p>
-
-<p>Observé a Máiquez que ya decía los primeros versos de la escena
-junto al lecho de la veneciana. Su rostro aparentaba una serenidad
-meditabunda. Cuando alzó las cortinas del lecho y dijo con voz
-calmosa</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent0">No... tú no morirás... ¡cuánto realzan</div>
- <div class="verse indent0">su hermosura estas lúgubres antorchas!</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p class="ti0">un rumor confuso surgió del apiñado auditorio; lloraban
-casi todas las mujeres, y los hombros se esforzaban en sostener el
-decoro de la insensibilidad. Otelo acerca su rostro al de Edelmira, y
-dice con extasiado amor:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent0">¡Con qué pureza respirar la siento!</div>
- <div class="verse indent0">¿Qué poderoso hechizo es el que arrastra</div>
- <div class="verse indent0">mi persona a la suya con tal fuerza?</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>Edelmira despierta con sobresalto. Otelo disimula al principio;
-mas luego no oculta el objeto que le trae, y Edelmira, aterrada y
-confusa, jura que es inocente. Nada convence al<span class="pagenum"
-id="Page_281">p. 281</span> terrible moro, que mudando de improviso
-la expresión de su fisonomía, exclama con ferocidad y descompuestos
-ademanes:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent0">Mírame, ¿me conoces... me conoces...?</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>El auditorio se estremeció de terror. Algunas señoras se desmayaron,
-y oyéronse voces acongojadas que decían: «Piedad, piedad para
-Edelmira... es inocente... ese infame Pésaro tiene la culpa... que
-traigan a Pésaro.»</p>
-
-<p>Isidoro sacó el papel y lo mostró con fiero ademán a Lesbia, quien
-lanzó un grito terrible, sin decir los versos que correspondían en
-aquel momento. Otelo se acercó más a Edelmira, y Edelmira hizo un
-movimiento para saltar del lecho. Se le habían olvidado los versos;
-pero al fin, dominando un poco su turbación recordó algo, y el diálogo
-siguió así:</p>
-
-<div class="teatro">
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Edelmira.</span></p>
-
-<div class="lineas2">
- <p class="i0">¿Y qué quieres decirme?</p>
-</div>
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Otelo.</span></p>
-
-<div class="lineas2">
- <p class="i21">Preparaos.</p>
-</div>
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Edelmira.</span></p>
-
-<div class="lineas2">
- <p class="i0">¿Pero a qué?</p>
-</div>
-
-<p class="rol"><span class="smcap">Otelo.</span></p>
-
-<div class="lineas2">
- <p class="i11">Este acero os lo señala.</p>
-</div>
-
-</div>
-
-<p>Diciendo esto, Isidoro desenvainó la daga; en lugar de la hoja de
-madera plateada, vimos brillar en su mano una reluciente hoja de acero.
-La conmoción fue general entre bastidores. Lanzose Edelmira del lecho
-con precipitación y azoramiento, y recorrió la escena gritando como una
-loca:</p>
-
-<p>—¡Favor, favor... que me mata!... ¡Al asesino!</p>
-
-<p>No puedo pintaros lo que fue aquel momento en la escena y fuera
-de ella. Los espectadores<span class="pagenum" id="Page_282">p.
-282</span> de primera fila trataron de subir al escenario en el momento
-en que Lesbia perseguida por Isidoro fue asida por el vigoroso brazo de
-este. En el mismo instante, no pudiendo contenerme, me abalancé hacia
-la dama como impulsado por un resorte, y abraceme estrechamente a ella.
-El puñal de Isidoro se levantó sobre mí. La presencia inesperada de una
-víctima extraña hizo sin duda que el moro volviera en sí de su furiosa
-obcecación; conmoviose todo, pareció que un velo se descorría ante sus
-ojos, arrojó el puñal, quiso recobrar su aplomo, pronunció algún verso
-tremendo clavando sus manos en mí, como si yo fuera Edelmira; esta,
-desprendiéndose de mis brazos, cayó al suelo desmayada, y al punto nos
-vimos rodeados de multitud de personas. Todo esto pasó en unos cuantos
-segundos.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch26">
- <h2 class="nobreak g0">XXVI</h2>
-</div>
-
-<p>El escenario se llenó de gente. Lesbia, alzada al instante del
-suelo, fue objeto de los más solícitos cuidados. Al poco rato
-desvaneciose su desmayo, abrió los ojos, y dijo algunas palabras.
-No tenía la más ligera lesión, y todo había concluido sin más
-consecuencias que las del susto. Su palidez y la alteración de su
-semblante eran extraordinarias;<span class="pagenum" id="Page_283">p.
-283</span> pero aún había entre los circunstantes una persona más
-alterada y más pálida: era mi ama.</p>
-
-<p>Isidoro parecía embrutecido y avergonzado. Transcurrió media hora, y
-cuando fue indudable que no había ocurrido la desgracia que se temía,
-entablose una discusión muy viva sobre aquel acontecimiento, que la
-mayoría de los presentes consideraba bajo el punto de vista artístico;
-y era opinión de muchos que exaltado hasta un extremo de delirio el
-genio artístico de Máiquez, se identificó con su papel de un modo
-perfecto.</p>
-
-<p>—Pues lejos de ser este el camino de la perfección artística —dijo
-Moratín—, lleva derecho a la corrupción del gusto, y extinguirá en las
-ficciones el decoro y la gracia, para confundirlas con la repugnante
-realidad.</p>
-
-<p>—Ni eso es representar, ni eso es nada —dijo Arriaza, que como es
-sabido detestaba a Isidoro—. Desde que ese caballero introdujo aquí la
-escuela francesa, ha corrompido el arte de la declamación.</p>
-
-<p>—Nunca he visto a Máiquez tan apasionado y fogoso —indicó un
-caballero que se unió al grupo—. Me parece que en la escena ha pasado
-algo extraño a la comedia.</p>
-
-<p>Otro joven acercó sus labios al oído del primero, y por un rato le
-habló en voz muy baja. Después a los cuchicheos siguieron las risas.
-Pasó Mañara no lejos de allí, y todos fijaron la vista en él.</p>
-
-<p>—Bien se explica la ferocidad de Isidoro —dijo uno.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_284">p. 284</span>—Hasta aquí —añadió
-Moratín— siempre se le ha visto contenerse dentro del límite de las
-conveniencias escénicas.</p>
-
-<p>—Me acuerdo de cuando Isidoro era un pedazo de hielo —dijo Arriaza—.
-En el teatro no le llamaban sino el <i>marmolillo</i>.</p>
-
-<p>—Es verdad —repuso Moratín—. Pero cuando volvió de París vino muy
-corregido, y no puede negarse que es un actor de gran mérito. En lo
-patético no tiene igual; en lo trágico suele carecer de fuego: pero
-esta noche lo ha tenido con exceso.</p>
-
-<p>—Le he tratado bastante —dijo un tercero—. Es hombre de pasiones
-enérgicas. Como actor consumado, comprende bien que el arte es una
-ficción, y representando no deja nunca de ser comedido y decoroso. Esta
-noche, sin embargo, le hemos visto tal cual es.</p>
-
-<p>Otro personaje se acercó al grupo.</p>
-
-<p>—¿Qué le ha parecido a usted, señor duque, el desenlace de la
-tragedia? —le preguntó Arriaza.</p>
-
-<p>—¡Magnífico! Esto se llama representar —contestó el marido de
-Lesbia—. Parecía aquello la misma realidad. Pero no consentiré que
-mi esposa salga otra vez a la escena. Representa demasiado bien y
-entusiasma y trastorna a los actores que la acompañan.</p>
-
-<p>Un abanico tocó el hombro del señor duque: volviose este, y Amaranta
-entró en el corrillo. Todos la saludaron, disputándose a porfía el
-honor de dirigirle la palabra. Ella habló así:</p>
-
-<p>—Bien dije a usted, señor duque, que no<span class="pagenum"
-id="Page_285">p. 285</span> había nada que temer. Un exceso de
-inspiración dramática y nada más.</p>
-
-<p>—El exceso es malo en todo: yo creí que la duquesa iba a perecer a
-manos de Isidoro por un exceso de inspiración.</p>
-
-<p>—Además —dijo Amaranta—, quizás alguna causa que no conocemos...</p>
-
-<p>Al decir esto pareció que los pies de la hermosa dama habían tocado
-algún objeto arrojado en el escenario. Apartose ella vivamente,
-apartáronse todos, y las faldas de Amaranta, al deslizarse sobre el
-piso, dejaron ver un papel arrugado. Como si aquel papel fuera un
-tesoro de inestimable precio, Amaranta bajose a cogerlo, y después de
-mirarlo rápidamente lo guardó en su bolsillo. Era la carta fatal, como
-diría un novelista.</p>
-
-<p>—¿Alguna causa que no conocemos?... —preguntó el duque continuando
-la conversación interrumpida.</p>
-
-<p>—Sí —contestó la dama—; y me parece que puedo sacarle a usted de
-dudas... Pero tengo que ir al cuarto de la González. Allí le aguardo a
-usted y hablaremos.</p>
-
-<p>Quedaron solos los hombres otra vez. La marquesa atravesó la escena
-preguntando por Isidoro.</p>
-
-<p>—¿Será posible —decía— que no pueda representarse <i>La venganza del
-Zurdillo</i>? ¡Pepa!... ¿Pero dónde está Pepa?</p>
-
-<p>Esta pregunta se dirigió a mí, y al instante marché en busca de
-mi ama. No estaba en su cuarto, y sí en el de Máiquez, quien una vez
-pasada la excitación del terrible momento,<span class="pagenum"
-id="Page_286">p. 286</span> se esforzaba en aparecer tranquilo y hasta
-risueño, aunque era fácil conocer que la rabia no se había extinguido
-en su pecho.</p>
-
-<p>—¡Qué broma tan pesada, Isidoro! —dijo la marquesa asomándose a la
-puerta—. Aún no me he recobrado del susto.</p>
-
-<p>—Es verdad, señora —dijo el actor—; pero la señora duquesa tiene la
-culpa, por la perfección con que ha hecho su papel. Su incomparable
-talento tuvo el don, no solo de trasportarla a ella, sino de
-trasportarme a mí mismo a la esfera de la realidad. Jamás me ha pasado
-cosa igual desde que piso las tablas. Un actor inglés, representando en
-cierta ocasión a Otelo, mató a la cómica que hacía de Desdémona. Esto
-me parecía inverosímil; pero ahora comprendo que puede ser verdad.</p>
-
-<p>—¿No se suspenderá <i>La venganza del Zurdillo</i>?</p>
-
-<p>—Por ningún caso. Hace falta reír un poco, señora marquesa.</p>
-
-<p>Retirose esta y después que salieron algunos amigos de Máiquez, que
-le acompañaban, el actor quedó solo con mi ama y conmigo.</p>
-
-<p>—Ven acá —me dijo el actor, apretándome vigorosamente el brazo—.
-¿Quién te dio aquella carta?</p>
-
-<p>Señalé a mi ama.</p>
-
-<p>—Fui yo —dijo esta—. Quería que conocieras el corazón de Lesbia.</p>
-
-<p>—¿Por qué no me la diste en otra parte? Me has puesto al borde del
-abismo; he estado<span class="pagenum" id="Page_287">p. 287</span> a
-punto de cometer un crimen. Mi furor fue tan grande cuando leí aquel
-papel, que lo olvidé todo, y aunque en el instante en que estuve fuera
-de la escena procuré serenarme, mi cólera se encendió más, y... ya
-sabes lo que pasó. Cuando la vi en la escena final quise contenerme;
-pero sus miradas, su acento, me irritaban cada vez más, y sentí en
-mí una crueldad, una ferocidad que nunca había conocido. Recordaba
-sus tiernas promesas, sus apasionados arrebatos de amor, su falsa
-sencillez, y por un momento creí que hasta era un deber castigar a
-aquel monstruo de falsedad e hipocresía. Cuando saqué el puñal y
-advertí que era una hoja de acero, experimenté un placer indecible.
-¡Ay, Pepa! ¡Qué momento! No sé cómo no la maté, no sé cómo en aquel
-instante no me perdí y me deshonré para siempre. Si Gabriel no se
-hubiera abrazado a ella cubriéndola con su cuerpo, creo que a estas
-horas... no lo quiero pensar.</p>
-
-<p>—A estas horas —dijo mi ama— estarías llorando sobre el cadáver de
-tu amante, herida por tu propia mano.</p>
-
-<p>—No, Pepa, no; ya no la amo. La lectura de la carta ha ahuyentado
-de mí todo sentimiento amoroso: ya no tengo para ella más que un
-desprecio, una repugnancia de que no puedes formar idea. Me espanto de
-haber amado a semejante mujer. Pero di: ¿fuiste tú quien trocó el puñal
-de teatro por la hoja de acero?</p>
-
-<p>—Sí; yo fui.</p>
-
-<p>—¿Luego tú —exclamó con asombro— lo<span class="pagenum"
-id="Page_288">p. 288</span> preparaste todo? ¿Qué interés, qué
-intención...?</p>
-
-<p>—¡La aborrezco con toda mi alma!</p>
-
-<p>—¡Y quisiste hacerme instrumento de un crimen! Hace poco hablabas de
-tu venganza. ¿Por qué aborreces a Lesbia?</p>
-
-<p>—La aborrezco porque... porque la aborrezco.</p>
-
-<p>—¿Y no te remuerde la conciencia de un sentimiento que te lleva
-hasta el crimen?</p>
-
-<p>—¡La conciencia!... ¡Un crimen! —dijo mi ama con cierta enajenación,
-y después, ocultando el rostro entre las manos, empezó a llorar
-amargamente, exclamando—. ¡Oh! ¡Dios mío, qué desgraciada soy!</p>
-
-<p>—Pepa, ¿qué tienes? ¿qué es eso? —dijo Isidoro sentándose junto a
-ella, y apartándole la manos del rostro—. Pero tú... Conque tú... De
-modo que tú...</p>
-
-<p>Dieron golpes en la puerta, y una voz dijo:</p>
-
-<p>—El sainete: que va a empezar el sainete.</p>
-
-<p>El aviso no distrajo a los dos actores. Pepa seguía llorando e
-Isidoro lleno de asombro.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch27">
- <h2 class="nobreak g0">XXVII</h2>
-</div>
-
-<p>Creí prudente retirarme, no solo porque allí no hacía falta ninguna,
-sino porque en mi mente bullía inquietándome mucho, un proyecto, que al
-fin decidí poner en ejecución<span class="pagenum" id="Page_289">p.
-289</span> sin pérdida de tiempo. Dirigime lleno de resolución al
-cuarto de mi ama, Amaranta estaba allí y estaba sola.</p>
-
-<p>—¡Oh, Gabriel! —me dijo—, ¿tienes valor para presentarte delante de
-mí? ¿Sabes que tienes un modo singular de despedirte? Veo que eres un
-farsantuelo de quien nadie debe fiarse. Di: ¿es esa la lealtad con que
-tú acostumbras pagar a tus favorecedores?</p>
-
-<p>—Señora —repuse desafiando el rayo de sus ojos, como el marino
-desafía la tempestad—, el oficio a que usía me pensaba dedicar en
-palacio no era de mi gusto. Si no me despedí de mi ama, fue porque el
-temor de que me prendieran me obligó a salir del real Sitio.</p>
-
-<p>—No puedo negar —dijo riendo— que te burlaste con mucha gracia del
-licenciado Lobo. Bien decía yo que eras un chico de mucha disposición.
-Pero el talento más fecundo permanece oculto hasta que encuentra
-ocasión de mostrarse. Aquel rasgo de ingenio habría sido completo,
-habría sido sublime, si me hubieras entregado la carta.</p>
-
-<p>—No me la habían dado para usía.</p>
-
-<p>—Lo cierto es que no fue a poder de su dueña. Pepa te la quitó, y ha
-hecho de ella el uso que sabes. Tampoco ella quiso entregármela; pero
-al fin la casualidad la ha traído a mis manos. ¿La ves?</p>
-
-<p>—Creo que usía me la entregará, porque esa carta es mía, me
-pertenece, tengo que devolverla a su dueño —dije con resolución.</p>
-
-<p>—¡Devolvértela! ¿Tú estás loco? —exclamó<span class="pagenum"
-id="Page_290">p. 290</span> Amaranta riendo como quien oye un
-despropósito.</p>
-
-<p>—Sí, señora, porque el recobrarla es para mí una cuestión de
-honor.</p>
-
-<p>—¡Honor! —dijo la dama riendo más fuerte—. ¿Acaso tienes tú honor?
-¿Sabes tú lo que es eso, chiquillo?</p>
-
-<p>—¿Pues no lo he de saber? —respondí—. Cuando usía me propuso el
-oficio de espía, sentí que se me subía un calorcillo a la cara; y me
-pareció que me estaba viendo a mí mismo en aquel empleo y en los de
-engañar, fingir y mentir... y viéndome me daba espanto... y un sudor
-se me iba y otro se me venía, parque el tal Gabriel que mi madre echó
-al mundo se entretiene a veces oyendo lo que él mismo se dice por
-dentro acerca de la manera de ser caballero, decente y honrado. Cuando
-la señora duquesa me pidió su carta, y yo no podía dársela, sentí el
-mismo embarazo... y también me ocurrió que no devolviendo el papel, y
-permitiendo que otras personas sigan haciendo mal uso de él, el señor
-Gabrielillo no vale dos cuartos. Si esto no es el honor, que venga Dios
-y lo vea.</p>
-
-<p>Amaranta pareció muy sorprendida de estas razones, y me dijo con
-bondad:</p>
-
-<p>—Tales ideas no son propias de ti. Tiempo tienes, cuando seas mayor,
-de tener todo el honor que quieras. Cada vez te encuentro más propio
-para desempeñar a mi lado los empleos de que te hablé. Me parece que
-has empezado bien el curso en la universidad del mundo; y o mucho me
-engaño, o te bastarán<span class="pagenum" id="Page_291">p. 291</span>
-pocas lecciones más para ser maestro.</p>
-
-<p>—Creo que usía no se equivoca —respondí—, y en cuanto a las
-lecciones que usía me ha dado, me parece que han sido de provecho.</p>
-
-<p>—¿Y no renuncias a tus proyectos de ser... como decías?... —me
-preguntó irónicamente.</p>
-
-<p>—No señora, sigo en mis trece —contesté sin turbarme—, y a lo mejor
-va a tener usía el gusto de verme de príncipe o tal vez de rey en
-cualquier reino que las damas de la corte sacarán para mí. Si no hay
-más que ponerse a ello, como dice Inesilla.</p>
-
-<p>—Pero di, chiquillo: ¿de veras creíste tú que ya te estaban labrando
-la espada de general o la corona de duque?</p>
-
-<p>—Como esta es noche. Y usía, que se me figuraba una divinidad
-bajada del cielo para favorecerme, acabó de trastornarme el juicio,
-enseñándome lo que debía hacer para echarme a cuestas el manto regio o
-cuando menos para ponerme los galones de capitán general.</p>
-
-<p>—Parece que te burlas; ¿qué quieres decir?</p>
-
-<p>—Digo que desde que usía me dijo que el camino de la fortuna estaba
-en escuchar tras de los tapices, y llevar y traer chismes de cámara
-en cámara, se han arreglado las cosas de tal modo, que sin querer
-estoy descubriendo secretos, y aunque quiero taparme las orejas, las
-picaronas se empeñan en oír...</p>
-
-<p>—¡Ah! tú quieres revelarme algo que has oído —dijo Amaranta con
-complacencia—. Siéntate y habla.</p>
-
-<p>—Lo haré de buena gana, si usía me devuelve la carta de la señora
-duquesa.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_292">p. 292</span>—Eso no lo pienses.</p>
-
-<p>—Pues entonces callaré como un marmolejo. En cambio contaré una
-historia parecida a la que usía me refirió, aunque no es tan bonita. No
-la he leído en ningún libro viejo, sino que la oí... Estas condenadas
-orejas mías...</p>
-
-<p>—Pues empieza —dijo la condesa con alguna perplejidad.</p>
-
-<p>—Hace quince años había en Madrid una damita muy guapa, muy guapa,
-que se llamaba... no me acuerdo de su nombre. Esto no pasaba en ningún
-reino apartado ni antiguo, sino en Madrid, y no se trata de sultanes ni
-de grandes ni pequeños visires, sino de una damita muy linda, la cual
-damita se enamoró de un joven de buena familia que vino a la corte a
-buscar fortuna. Parece que los padres se oponían; pero la damita amaba
-ciegamente al joven; y como todo lo vence el amor, entre este y el
-Demonio proporcionaron a los dos jóvenes entrevistas secretas que...</p>
-
-<p>Amaranta se puso pálida, y su mismo asombro la tenía muda.</p>
-
-<p>—Pues es el caso que la damita dio a luz una criatura —continuó.</p>
-
-<p>—No estoy aquí para oír necedades —dijo Amaranta dominando su
-ira.</p>
-
-<p>—Pronto concluyo. Dio a luz una criaturita: huyó el joven a Francia
-temiendo ser perseguido, y los padres de la damita se dieron tan buena
-maña para echar tierra a aquel negocio, que nada se supo en la corte.
-La damita<span class="pagenum" id="Page_293">p. 293</span> se casó
-después con el conde de no sé cuántos, y... nada más.</p>
-
-<p>—Veo que eres rematadamente necio. No quiero oír más tus simplezas
-—dijo la dama, cuyo semblante se cubría de vivísimo carmín.</p>
-
-<p>—Aún falta un poquito. Más tarde lo descubrieron algunas personas, y
-hablaron de esto en sitio donde yo lo oí; pero como soy tan curioso, y
-ahora ando amaestrándome en los chismes y enredos para ver si llego a
-general o a príncipe, no me contento con aquellas noticias, y voy a que
-me dé más una mujer que vive a orillas del Manzanares, junto a la casa
-de D. Francisco Goya.</p>
-
-<p>—¡Oh! —exclamó Amaranta furiosa—. Sal de aquí, desvergonzado
-mozalbete. ¿Qué me importan tus ridículas historias?</p>
-
-<p>—Y como estas historias no tienen valor hasta que no se traen de
-aquí para ahí, pienso comunicárselas a la señora marquesa, para que me
-ayude en mis pesquisas. ¿No cree usía, señora condesa, que esta es una
-excelente idea?</p>
-
-<p>—Veo que sabes manejar la calumnia y las bajas y miserables
-intrigas. Supongo quién habrá sido tu maestro. Vete, Gabriel; me
-repugnas.</p>
-
-<p>—Me iré y callaré; pero es preciso que usía me vuelva la carta.</p>
-
-<p>—Miserable rapaz: ¡quieres burlarte de mí, quieres medir conmigo tus
-indignas armas! —exclamó levantándose de su asiento.</p>
-
-<p>Su actitud decidida me turbó un poco; mas hice esfuerzos por
-reponerme, y continué:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_294">p. 294</span>—Para hacer
-fortuna no hay medio mejor que el espionaje y la intriguilla: el que
-posee secretos graves lo tiene todo, y ahora salimos con que voy a
-conseguir dos mitras, ocho canonjías, veinte bastones de coronel, cien
-capellanías, y mil plazas de contaduría para todos mis amigos.</p>
-
-<p>—Déjame, no quiero verte. ¿Has oído?</p>
-
-<p>—Pero antes me dará usía la carta. Si no, he de llevar un recado a
-la señora marquesa, o al señor diplomático, que como hombre reservado
-no lo dirá a alma viviente.</p>
-
-<p>—¡Ah! imbécil, cuánto te desprecio —dijo revolviendo en su bolsillo
-con febril inquietud—. Toma, toma la carta, vete con ella, y jamás
-vuelvas a ponerte delante de mí.</p>
-
-<p>Diciendo esto arrojó en el suelo la carta que recogió un servidor de
-ustedes.</p>
-
-<p>Después sentándose de nuevo, volvió hacia mí su rostro siempre
-bello, y me dijo:</p>
-
-<p>—¿Quién te ha enseñado esas travesuras? Eres un necio.</p>
-
-<p>—De los necios se hacen los discretos —contesté—. Dando con un
-buen maestro... Si usía no me hubiera despabilado tanto... Oyendo y
-viendo se aprende mucho, señora; y yo, desde que entré al servicio de
-usía hasta hoy, no he desperdiciado el tiempo. Bien haya quien me ha
-abierto los ojitos que ven y las orejitas que oyen. Para ser discreto
-es preciso haber sido tonto.</p>
-
-<p>Cuando pronuncié esta extraña sentencia, Amaranta echó sobre mí
-una mirada de orgulloso desdén, y señalome la puerta. ¡Ay!<span
-class="pagenum" id="Page_295">p. 295</span> estaba hermosa, hermosa
-como nunca. Su noble ademán, sus mejillas teñidas de leve púrpura, el
-incendio de sus ojos, la agitación de su seno encantaban la vista, y
-no era posible aborrecerla. Indudablemente, señores, el mal es a veces
-lindísimo.</p>
-
-<p>Ya me marchaba, cuando entró el señor duque acompañado del
-diplomático.</p>
-
-<p>—Aquí estoy, Amaranta —dijo el primero—. Me habló usted de causas
-que no conocemos...</p>
-
-<p>—No le hagas caso, sobrina —exclamó el marqués—. ¿Pues no ha dado
-en la flor de estar celoso? Y dice que en el caso de Otelo él haría lo
-mismo.</p>
-
-<p>—Sí —dijo el duque—. Si yo sospechara de mi mujer la mataría.</p>
-
-<p>—No me refería a nada que no fuese algún motivo artístico —indicó
-secamente Amaranta.</p>
-
-<p>—No consiento que mi mujer salga más a las tablas en compañía de
-ese bárbaro Otelo. La pobrecita debe haber padecido mucho. Pero veo
-que en mi ausencia han ocurrido grandes novedades. Parece que también
-han querido ponerla presa. ¡Pobre cordera mía! ¿Cómo es posible que
-haya dado motivos para eso...? Si es la bondad, si es la dulzura en
-persona.</p>
-
-<p>—Son tantos los que han incluido en la causa... —dijo Amaranta—.
-Pero por mediación mía se la puso al instante en libertad.</p>
-
-<p>—¡Oh! Gracias, querida condesa. Verdad es que Lesbia es amiga
-de usted desde la infancia,<span class="pagenum" id="Page_296">p.
-296</span> y entre amigas... ¿Y no se la molestará más?</p>
-
-<p>—No —dijo el diplomático—. Felizmente puede arrancarse de la causa
-todo lo que conviene, ¿no es verdad, sobrina?</p>
-
-<p>—Sí; precisamente se ha hecho eso con todo lo que se refiere al
-Príncipe, porque como ha confesado y hecho acto de contrición de todas
-sus faltas... Los jueces tienen buena mano, y suprimirán todo lo que se
-quiera, dejando la causa tal como convenga presentarla al público.</p>
-
-<p>—Eso está muy bien dispuesto —afirmó el diplomático—, y prueba que
-hay tacto en el Gobierno. ¿Y Napoleón?</p>
-
-<p>—Napoleón ha exigido que no se le nombre para nada, y por esto ha
-sido preciso eliminar también cuanto a él se refiere. Aunque consta que
-el Príncipe le escribió y tuvo tratos con su embajador, los jueces se
-comerán todas las declaraciones y documentos en que esto se vea, para
-que Bonaparte quede contento.</p>
-
-<p>—Bien, bien, eso me tranquiliza —afirmó el diplomático con mucho
-énfasis—, y así lo pondré en conocimiento del Príncipe Borghese, del
-Príncipe Piombino, de S. A. el gran duque de Aremberg. Por supuesto,
-os encargo que no digáis a nadie mis propósitos; ¿lo oyes, Amaranta?
-¿Lo oye usted, señor duque? ¡Ah! al duque no se le puede confiar un
-secreto. Todo lo dice.</p>
-
-<p>—¿Qué? —preguntó Amaranta.</p>
-
-<p>—Por más que me empeño en que la más<span class="pagenum"
-id="Page_297">p. 297</span> absoluta reserva sirva de impenetrable velo
-a lo que ocurre entre la González y yo...</p>
-
-<p>—El señor marqués no abandona sus antiguas mañas —dijo el duque.</p>
-
-<p>—No, hijo; es que sin saber cómo ni cuándo... Nada he puesto de
-mi parte. Hace tiempo que Pepita ha manifestado que hallaba en mí
-cierto encanto... Pero la pícara no se cuida de disimular; ahora
-mismo, durante el sainete, me echaba unas miradas... ¡Y qué bien
-ha representado! Nunca la he visto tan alegre, tan graciosa, tan
-juguetona, tan vivaracha. La verdad es que me está comprometiendo. ¿Lo
-creerás, sobrina? Yo me empeño en ocultarlo, porque... ya sabes... ese
-es mi carácter, y ella... pero si todo el mundo lo sabe. Al concluir
-el sainete, no he podido menos de acercarme a ella y le he dicho:
-«Disimule usted, Pepa; no olvide usted que la reserva es hermana gemela
-de la... digo, del amor.» Sin duda por obedecer esta advertencia, se ha
-marchado con Isidoro, fingiéndose muy contenta en su compañía. Ambos
-iban muy amartelados, y cualquiera menos listo que yo, los habría
-tenido por amantes.</p>
-
-<p>—Tal vez —dijo Amaranta.</p>
-
-<p>Salí del cuarto. Cuando después de buscar ávidamente a Lesbia por el
-escenario, di con ella al fin y la entregué la carta, me dijo con mucha
-ansiedad mientras la guardaba:</p>
-
-<p>—¡Ah, Gabrielillo! Esta noche me has salvado la vida dos veces.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch28">
- <p><span class="pagenum" id="Page_298">p. 298</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XXVIII</h2>
-</div>
-
-<p>No quise estar más allí; salí decidido a huir para siempre del
-vergonzoso arrimo de cómicos y danzantes, de damas intrigantuelas y de
-hombres corrompidos y fatuos. Al salir, un vivo deseo de correr a casa
-de Inés llenaba mi alma toda. Volé al cuarto piso tomando la pequeña
-escalera, y por el camino, en mi precipitada marcha, iba arrojando los
-postizos y adornos que me habían servido para la representación. Aquí
-dejé las barbas y bigotes, allí las plumas de mi sombrero, más allá la
-escarcela, y por último eché a rodar el tahalí y el collar. Me parecían
-prendas de ignominia que no debían ir sobre mí al presentarme en la
-casa del reposo.</p>
-
-<p>Subí y entré: el padre Celestino me abrió la puerta, y al punto
-advertí que sus ojos habían llorado.</p>
-
-<p>—La pobre doña Juana ha muerto hace dos horas —dijo contestando a
-mis preguntas.</p>
-
-<p>Esta noticia dio a todo mi ser el frío y la inmovilidad de una
-estatua. Sepulcral silencio reinaba en la casa. En el fondo del pasillo
-vi la puerta de la sala, cuyo recinto iluminaba una claridad rojiza.
-Acerqueme con pasos lentos y conteniendo con la mano el latir de mi
-corazón que parecía querer salírseme del pecho. Desde el umbral vi
-el cuerpo<span class="pagenum" id="Page_299">p. 299</span> de la
-santa mujer vestido de negro, y sobre el mismo lecho en que había
-sido abandonado por el alma: sus manos cruzadas en actitud de orar,
-sus cerrados ojos y la apacible y tranquila expresión de su semblante
-blanco como el mármol, más que el aspecto de la triste muerte, dábanle
-la fisonomía propia de un recogimiento meditabundo y de aquel místico
-sueño que es en las gentes de exaltada piedad, como un viaje al cielo
-para volver.</p>
-
-<p>Junto a ella, y sentada en el suelo, con la cabeza entre las
-manos y apoyada en el lecho, estaba Inés. Su llanto tranquilo era el
-natural desahogo de un dolor resignado, propio de quien acostumbraba
-a relacionar las penas y las alegrías con la voluntad de arriba. No
-hizo movimiento alguno para mirarme, ni yo seguramente lo merecía. Una
-sola vela de cera, cuya llama puntiaguda y movible señalaba al cielo
-con leve oscilación, iluminaba la silenciosa sala; y las imágenes de
-vírgenes y santos que había en la pared, como afectadas del fúnebre
-cuadro, parecían tener en sus rostros inusitada gravedad.</p>
-
-<p>A pesar de mi aflicción, yo experimentaba ante aquel espectáculo
-una especie de alivio moral que me es imposible expresar con palabras.
-Aquella tranquilidad que acompañaba a una gran pena, aquella paz de
-espíritu que cubría el dolor, como las alas del misterioso ángel
-protegen el alma, al salir turbada y temerosa del cuerpo pecador;
-aquel silencio de la mujer muerta, que me hacía<span class="pagenum"
-id="Page_300">p. 300</span> oír en lo profundo de mi mente un lejano
-y celeste coro de triunfante música; el sereno llorar de la huérfana,
-cuyo dolor modesto no acusaba a la suerte, ni a la casualidad, ni
-a otro alguno de los irrisorios dioses que ha creado el holgazán
-entendimiento humano; aquel aspecto de resignación; el reposo
-imperturbable que ni aun la muerte había alterado en aquella mansión
-de la conciencia pura, de los deberes, de la religión, del sencillo
-amor, fueron para mi espíritu como un aura serena, como un templado
-y regenerador ambiente que equilibra y uniforma la atmósfera por
-tempestades revuelta o agitada por opuestas corrientes. Jamás he podido
-comparar con más propiedad mi alma con la imagen de un terso lago,
-de igual y no alterada superficie, ni jamás he distinguido con tanta
-claridad el lejano fondo. Cual si mi pecho hubiese estado por largo
-tiempo privado de fácil respiración, mis pulmones se dilataron y mi
-aliento sacaba del corazón un gran peso.</p>
-
-<p>El cura me sacó de tales abstracciones llamándome fuera.</p>
-
-<p>—La pobre Juana —me dijo enjugando una lágrima— no tuvo tiempo de
-ver satisfecho el deseo de toda mi vida.</p>
-
-<p>—¿Pues qué? Usted...</p>
-
-<p>—Sí, hijo mío; poco antes de su muerte recibí este papel en que se
-me nombra ecónomo de la iglesia parroquial de Aranjuez. Al fin se me ha
-hecho justicia. No me ha cogido de nuevo, y bien te decía yo que había
-de<span class="pagenum" id="Page_301">p. 301</span> ser esta semana.
-¿Ves, Gabrielillo? Dios ha acudido oportunamente a nosotros en esta
-desgracia. Ya Inés no quedará desamparada, ni tendrá que pedir auxilio
-a los parientes de Juana.</p>
-
-<p>—¡Pobre Inés! —exclamé—. A ella consagraré mi vida entera. Viviré
-por ella y solo por ella.</p>
-
-<p>—¡Ah! —dijo el clérigo—. Ocurre una cosa singularísima, querido
-Gabriel. ¿Sabes que la pobre Juana me ha hecho antes de morir una
-revelación que... a ti puedo confiarlo porque casi eres de la
-familia.</p>
-
-<p>—¿Qué?</p>
-
-<p>—Después que confesó, llamome aparte y me dijo que Inés no es
-hija suya... ¡Si vieras qué historia tan singular! Estoy confundido,
-absorto. Pues, sí, Inés no es hija suya, sino de una gran señora
-que...</p>
-
-<p>—¿Qué dice usted? —exclamé con asombro.</p>
-
-<p>—Lo que oyes: la verdadera madre... ya comprenderás que en esto hubo
-una de esas secretas aventuras, que deshonran a una noble familia.
-La verdadera madre abandonó a esa pobre niña, y... ya te contaré
-despacio.</p>
-
-<p>—Pero el nombre, el nombre de esa señora es lo que quiero saber.</p>
-
-<p>—Juana iba a revelármelo: su relación la había fatigado mucho, y la
-palabra tembló en sus labios ya paralizados por la muerte.</p>
-
-<p>Tal noticia produjo en mí espantosa confusión: volví a la sala y
-contemplé a la muerta, casi esperando que sus labios pudieran articular
-el deseado nombre.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_302">p. 302</span>—¿Es posible, Dios
-mío —dije dirigiendo mi mente al cielo—, que no hagas bajar un rayo de
-vida a este yerto cadáver, para que su fría lengua se mueva y pronuncie
-una sola palabra?</p>
-
-<p>En mi ansiedad, hasta tuve por un momento la esperanza de que el
-cadáver, reanimado por mis ruegos, volviese a la vida para revelarme el
-nacimiento de Inés.</p>
-
-<p>—¡Qué loco soy! —dije después—. No faltarán medios de
-averiguarlo.</p>
-
-<p>Desde entonces Inés fue para mí el resumen de la vida. Si antes
-no la hubiera amado, su desgracia me habría inclinado con invencible
-fuerza hacia ella. Empleé los dos mil reales en el entierro de la
-difunta, y en el viaje que el padre Celestino y la huérfana hicieron
-a Aranjuez, donde se instalaron. Yo regresé a Madrid. Inés reclamada
-después por los parientes de doña Juana sufrió martirios y desgracias,
-cuyo recuerdo hace aún estremecer de angustia mi corazón. Creimos al
-fin asegurada nuestra felicidad; pero vinieron aciagos y terribles
-días: vino la revolución de Aranjuez; vino el Dos de mayo, día de
-sangre y luto; los franceses inmolaron muchas víctimas; Inés cayó en
-poder de los invasores... pero ahora me faltan fuerzas para relatar tan
-horrorosos acontecimientos. Estoy fatigado y necesito tomar aliento
-para seguir contando.</p>
-
-
-<p class="fin">FIN DE LA CORTE DE CARLOS IV</p>
-
-
-<p class="smaller mt3">Madrid.—abril-mayo de 1873</p>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<hr class="full" />
-
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-<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>LA CORTE DE CARLOS IV</span> ***</div>
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-Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org.
-</div>
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-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
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-</div>
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-Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up
-to date contact information can be found at the Foundation&#8217;s website
-and official page at www.gutenberg.org/contact
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
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