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If you are not located in the United States, you -will have to check the laws of the country where you are located before -using this eBook. - -Title: La corte de Carlos IV - -Author: Benito Pérez Galdós - -Release Date: January 13, 2022 [eBook #67155] - -Language: Spanish - -Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading - Team at https://www.pgdp.net (This ebook was produced from - images generously made available by Biblioteca Digital - Hispánica/Biblioteca Nacional de España.) - -*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA CORTE DE CARLOS IV *** - - -NOTA DE TRANSCRIPCIÓN - - * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han - convertido a MAYÚSCULAS. - - * Los errores de imprenta han sido corregidos. - - * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con - las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española. - - * Los entrecomillados han sido convertidos en rayas iniciales de - diálogo donde el texto adopta forma dialogada. Las restantes rayas - han sido espaciadas según los modernos usos ortotipográficos. - - - - - EPISODIOS NACIONALES - - LA CORTE DE CARLOS IV - - - - - Es propiedad. Serán furtivos todos los ejemplares de esta obra que no - lleven el sello del periódico _La Guirnalda_. - - - - - EPISODIOS NACIONALES - POR - B. PÉREZ GALDÓS - - LA CORTE - DE - CARLOS IV - - CUARTA EDICIÓN - - MADRID - 1886 - Imprenta y litografía de LA GUIRNALDA - _calle de las Pozas, núm. 12_ - - - - -OBRAS DE B. PÉREZ GALDÓS - - -NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS - - I.--Doña Perfecta (5.ª _edición_). 2 pesetas. - II.--Gloria (dos tomos) (6.ª _edición_). 4 pesetas. - III.--Marianela (5.ª _edición_). 2 pesetas. - IV.--La familia de León Roch (tres tomos) (4.ª _edición_). 6 pesetas. - V.--La Desheredada (un tomo en 4.º), 8 pesetas. - VI.--El Amigo Manso (un tomo en 8.º), 3 pesetas. (2.ª _edición_). - VII.--El Doctor Centeno (dos tomos), 6 ptas. - VIII.--Tormento (un tomo en 8.º), 3,50 pesetas. - IX.--La de Bringas (un tomo en 8.º), 3 ptas. - X.--Lo Prohibido (dos tomos en 8.º), 6 ptas. - - -EPISODIOS NACIONALES - -PRIMERA SERIE - - I.--_Trafalgar_ (6.ª edición.) - II.--_La corte de Carlos IV_ (4.ª edición.) - III.--_El 19 de marzo y el 2 de mayo_ (4.ª edición.) - IV.--_Bailén_ (4.ª edición.) - V.--_Napoleón en Chamartín_ (4.ª edición.) - VI.--_Zaragoza_ (4.ª edición.) - VII.--_Gerona_ (3.ª edición.) - VIII.--_Cádiz_ (3.ª edición.) - IX.--_Juan Martín el Empecinado_ (3.ª edición.) - X.--_La batalla de los Arapiles_ (3.ª edición.) - -SEGUNDA SERIE. - - I.--_El equipaje del rey José._ (3.ª edición.) - II.--_Memorias de un Cortesano de 1815._ (2.ª edición.) - III.--_La segunda casaca._ (Id.) - IV.--_El grande Oriente._ (3.ª) - V.--_7 de julio._ (2.ª edición.) - VI.--_Los cien mil hijos de San Luis._ (2.ª edición.) - VII.--_El Terror de 1824._ (Id.) - VIII.--_Un voluntario realista._ - IX.--_Los Apostólicos._ (2.ª edición.) - X.--_Un faccioso más y algunos frailes menos._ (2.ª edic.) - - PRECIO DE CADA TOMO - DOS PESETAS EN TODA ESPAÑA - - - LA - FONTANA DE ORO - (1820-1823) - - 3.ª ed. notablemente corregida - _Un vol. en 8.º de 400 págs._ - - - EL AUDAZ - HISTORIA DE UN RADICAL DE ANTAÑO - (1804) - - 3.ª ed. notablemente corregida - _Un volumen en 8.º_ - - - Los pedidos de ejemplares se dirigirán a la Administración de - _La Guirnalda_ y _Episodios Nacionales_, calle del Barco, núm. 2 - duplicado. Madrid. - - - - -LA CORTE DE CARLOS IV - -I - - -Sin oficio ni beneficio, sin parientes ni habientes, vagaba por Madrid -un servidor de ustedes, maldiciendo la hora menguada en que dejó su -ciudad natal por esta inhospitalaria Corte, cuando acudió a las páginas -del _Diario_ para buscar ocupación honrosa. La imprenta fue mano -de santo para la desnudez, hambre, soledad y abatimiento del pobre -Gabriel, pues a los tres días de haber entregado a la publicidad en -letras de molde las altas cualidades con que se creía favorecido por la -Naturaleza, le tomó a su servicio una cómica del teatro del Príncipe, -llamada Pepita González o _la González_. Esto pasaba a fines de 1805; -pero lo que voy a contar ocurrió dos años después, en 1807, y cuando yo -tenía, si mis cuentas son exactas, diez y seis años, lindando ya con -los diez y siete. - -Después os hablaré de mi ama. Ante todo debo decir que mi trabajo, si -no escaso, era divertido y muy propio para adquirir conocimiento del -mundo en poco tiempo. Enumeraré las ocupaciones diurnas y nocturnas en -que empleaba con todo el celo posible mis facultades morales y físicas. -El servicio de la histrionisa me imponía los siguientes deberes: - -Ayudar al peinado de mi ama, que se verificaba entre doce y una, bajo -los auspicios del maestro Richiardini, artista napolitano, a cuyas -divinas manos se encomendaban las principales testas de la Corte. - -Ir a la calle del Desengaño en busca del _Blanco de perla_, del _Elíxir -de Circasia_, de la _Pomada a la Sultana_, o de los _Polvos a la -Marechala_, drogas muy ponderadas, que vendía un monsieur Gastan, el -cual recibiera el secreto de confeccionarlas del mismo alquimista de -María Antonieta. - -Ir a la calle de la Reina, número 21, cuarto bajo, donde existía un -taller de estampación para pintar las telas, pues en aquel tiempo los -vestidos de seda, generalmente de color claro, se pintaban según la -moda, en términos que, cuando esta pasaba, se volvían a pintar con -distintos ramos y dibujos, realizando así una alianza feliz entre la -moda y la economía, para enseñanza de los venideros tiempos. - -Llevar por las tardes una olla con restos de puchero, mendrugos de pan -y otros despojos de comida a D. Luciano Francisco Comella, autor de -comedias muy celebradas, el cual se moría de hambre en una casa de la -calle de la Berenjena, en compañía de su hija, que era jorobada, y le -ayudaba en los trabajos dramáticos. - -Limpiar con polvos la corona y el cetro que sacaba mi ama haciendo de -reina de Mongolia en la representación de la comedia titulada _Perderlo -todo en un día por un ciego y loco amor, y falso zar de Moscovia_. - -Ayudarla en el estudio de sus papeles, especialmente en el de la -comedia _Los inquilinos de sir John o la familia de la India, Juanito -y Coleta_, para lo cual era preciso que yo recitase la parte de _Lord -Lulleswing_, a fin de que ella comprendiese bien el de _milady Pankoff_. - -Ir en busca de la litera que había de conducirla al teatro y cargar -también dicha litera cuando era preciso. - -Concurrir a la cazuela del teatro de la Cruz, para silbar -despiadadamente _El sí de las niñas_, comedia que mi ama aborrecía, -tanto por lo menos como a las demás del mismo autor. - -Pasearme por la plazuela de Santa Ana, fingiendo que miraba las -tiendas, pero prestando disimulada y perspicua atención a lo que se -decía en los corrillos allí formados por cómicos o saltarines, y -cuidando de pescar al vuelo lo que charlaban los de la Cruz en contra -de los del Príncipe. - -Ir en busca de un billete de balcón para la plaza de toros, bien -al despacho, bien a casa del banderillero Espinilla, que le tenía -reservado para mi ama, cual obsequio de una amistad tan fina como -antigua. - -Acompañarla al teatro donde me era forzoso tener el cetro y la corona, -cuando ella entraba después de la segunda escena del segundo acto, -en _El falso zar de Moscovia_, para salir luego convertida en reina, -confundiendo a Osloff y a los magnates que la tenían por buñolera de -esquina. - -Ir a avisar puntualmente a los _mosqueteros_ para indicarles los -pasajes que debían aplaudir fuertemente en la comedia y en la -tonadilla, indicándoles también la función que preparaban _los de allá_ -para que se apercibieran con patriótico celo a la lucha. - -Ir todos los días a casa de Isidoro Máiquez con el aparente encargo de -preguntarle cualquier cosa referente a vestidos de teatro; pero con -el fin real de averiguar si estaba en su casa cierta y determinada -persona, cuyo nombre me callo por ahora. - -Representar un papel insignificante, como de paje que entra con una -carta, diciendo simplemente _tomad_, o de _hombre del pueblo primero_, -que exclama al presentarse la multitud ante el rey: _Señor, justicia, -o a tus reales plantas, coronado apéndice del sol_. (Esta clase de -ocupación me hacía dichoso por una noche.) - -Y por este estilo otras mil tareas, ejercicios y empleos que no cito, -porque acabaría tarde, molestando a mis lectores más de lo conveniente. -En el trascurso de esta puntual historia irán saliendo mis proezas y -con ellas los diversos y complejos servicios que presté. Ahora voy a -dar a conocer a mi ama, la sin par Pepita González, sin omitir nada que -pueda dar perfecta idea del mundo en que vivía. - -Mi ama era una muchacha más graciosa que bella, si bien aquella primera -cualidad resplandecía en su persona de un modo tan sobresaliente que la -presentaba como perfecta sin serlo. Todo lo que en lo físico se llama -hermosura, y cuanto en lo moral lleva el nombre de expresión, encanto, -coquetería, monería, etc., estaba reconcentrado en sus ojos negros, -capaces por sí solos de decir con una mirada más que dijo Ovidio en su -poema sobre el arte que nunca se aprende y siempre se sabe. Ante los -ojos de mi ama dejaba de ser una hipérbole aquello de _combustibles -áspides_ y _flamígeros ópticos disparos_, que Cañizares y Añorbe -aplicaban a las miradas de sus heroínas. - -Generalmente, de los individuos que conocimos en nuestra niñez -recordamos o los accidentes más marcados de su persona, o algún otro, -que a pesar de ser muy insignificante, queda sin embargo grabado de un -modo indeleble en nuestra memoria. Esto me pasa a mí con el recuerdo -de la González. Cuando la traigo al pensamiento, se me representan -clarísimamente dos cosas, a saber: sus ojos incomparables, y el taconeo -de sus zapatos, _abreviadas cárceles de sus lindos pedestales_, como -dirían Valladares o Moncín. - -No sé si esto bastará para que ustedes se formen idea de mujer tan -agraciada. Yo, al recordarla, veo en aquellos grandes ojos negros, -cuyas miradas resucitaban un muerto, y oigo el _tip-tap_ de su ligero -paso. Esto basta para hacerla resucitar en el recinto oscuro de mi -imaginación, y, no hay duda, es ella misma. Ahora caigo en que no -había vestido, ni mantilla, ni lazo ni garambaina que no le sentase -a maravilla; caigo también en que sus movimientos tenían una gracia -especial, un cierto no sé qué, un encanto indefinible que podrá -expresarse cuando el lenguaje tenga la riqueza suficiente para poder -designar con una misma palabra la malicia y el recato, la modestia y -la provocación. Esta rarísima antítesis consiste o en que nada hay más -hipócrita que ciertas formas de compostura, o en que la malignidad ha -descubierto que el mejor medio de vencer a la modestia es imitarla. - -Pero sea lo que quiera, lo cierto es que la González electrizaba al -público con el airoso meneo de su cuerpo, su hermosa voz, su patética -declamación en las obras sentimentales, y su inagotable sal en las -cómicas. Igual triunfo tenía siempre que era vista en la calle por -la turba de sus admiradores y mosqueteros, cuando iba a los toros en -calesa o simón, o al salir del teatro en silla de mano. Desde que -veían asomar por la ventanilla el risueño semblante guarnecido por -los encajes de la blanca mantilla, la aclamaban con voces y palmadas -diciendo: «Ahí va toda la gracia del mundo, viva la sal de España» u -otras frases del mismo género. Estas ovaciones callejeras les dejaban -a ellos muy satisfechos, y también a ella, es decir a nosotros, porque -los criados se apropian siempre una parte de los triunfos de sus amos. - -Pepita era sumamente sensible, y según mi parecer, de sentimientos -muy vivos y arrebatados, aunque por efecto de cierto disimulo tan -sistemático en ella, que parecía segunda naturaleza, todos la tenían -por fría. Doy fe además de que era muy caritativa, gustando de aliviar -todas las miserias de que tenía noticia. Los pobres asediaban su casa, -especialmente los sábados, y una de mis más trabajosas ocupaciones -consistía en repartirles ochavos y mendrugos, cuando no se los llevaba -todos el señor de Comella, que se comía los codos de hambre, sin dejar -de ser el _asombro de los siglos_ y el primer dramático del mundo. La -González vivía en su casa, sin más compañía que la de su abuela, la -octogenaria doña Dominguita y dos criados de distinto sexo, que la -servíamos. - -Y después de haber dicho lo bueno, ¿se me permitirá decir lo malo, -respecto al carácter y costumbres de Pepa González? No, no lo digo. -Téngase en cuenta, en disculpa de la muchacha ojinegra, que se había -criado en el teatro, pues su madre fue _parte de por medio_ en los -ilustres escenarios de la Cruz y los Caños, mientras su padre tocaba el -contrabajo en los Sitios y en la Real capilla. De esta infeliz y mal -avenida coyunda nació Pepita, y excuso decir que desde la niñez comenzó -a aprender el oficio, con tal precocidad, que a los doce años se -presentó por primera vez en escena, desempeñando un papel en la comedia -de D. Antonio Frumento, _Sastre, rey y reo a un tiempo, o el Sastre -de Astracán_. Conocida, pues, la escuela, los hábitos poco austeros -de aquella alegre gente, a quien el general desprecio autorizaba en -cierto modo para ser peor que los demás, ¿no sería locura exigir de mi -ama una rigidez de principios, que habrían sido suficientes, dadas las -circunstancias de su vida, para asegurarle la canonización? - -Réstame darla a conocer como actriz. En este punto debo decir tan solo -que en aquel tiempo me parecía excelente: ignoro el efecto que su -declamación produciría en mí hoy si la viera aparecer en el escenario -de cualquiera de nuestros teatros. Cuando mi ama estaba en la plenitud -de sus triunfos, no tenía rivales temibles con quienes luchar. María -del Rosario Fernández, conocida por la _Tirana_, había muerto el año -de 1803. Rita Luna, no menos famosa que aquella, se había retirado de -la escena en 1806; María Fernández, denominada la _Caramba_, también -había desaparecido. La Prado, Josefa Virg, María Ribera, María García y -otras de aquel tiempo, no poseían extraordinarias cualidades; de modo -que si mi ama no sobresalía de un modo notorio sobre las demás, tampoco -su estrella se oscurecía ante el brillo de ningún astro enemigo. El -único que entonces atraía la atención general y los aplausos de Madrid -entero era Máiquez, y ninguna actriz podía considerarle como rival, no -existiendo generalmente el antagonismo y la emulación sino entre los -dioses de un mismo sexo. - -Pepa González estaba afiliada al bando de los anti-Moratinistas, no -solo porque en el círculo por ella frecuentado abundaban los enemigos -del insigne poeta, sino también porque personalmente tenía no sé qué -motivos de irreconciliable resentimiento contra él. Aquí tengo que -resignarme a apuntar una observación que por cierto favorece bien poco -a mi ama; pero como para mí la verdad es lo primero, ahí va mi parecer, -mal que pese a los manes de Pepita González. Mi observación es que la -actriz del Príncipe no se distinguía por su buen gusto literario, ni -en la elección de obras dramáticas, ni tampoco al escoger los libros -que daban alimento a su abundante lectura. Verdad es que la pobrecilla -no había leído a Luzán, ni a Montiano, ni tenía noticia de la sátira -de Jorge Pitillas, ni mortal alguno se había tomado el trabajo de -explicarle a Batteux ni a Blair, pues cuantos se acercaron a ella, -tuvieron siempre más presente a Ovidio que a Aristóteles, y a Bocaccio -más que a Despréaux. - -Por consiguiente, mi señora formaba bajo las banderas de D. Eleuterio -Crispín de Andorra, con perdón sea dicho de cejijuntos Aristarcos. Y -es que ella no veía más allá, ni hubiera comprendido toda la jerigonza -de las reglas, aunque se las predicaran frailes descalzos. Es preciso -advertir que el abate Cladera, de quien parece ser fidelísimo retrato -el célebre D. Hermógenes, fue amigote del padre de nuestra heroína, y -sin duda aquel gracioso pedantón echó en su entendimiento, durante la -niñez, la semilla de los principios que en otra cabeza dieron por fruto -_El gran cerco de Viena_. - -Ello es que mi ama gustaba de las obras de Comella, aunque últimamente, -visto el descrédito en que había caído este dios del teatro, al -despeñarse en la miseria desde la cumbre de su popularidad, no se -atrevía a confesarlo delante de literatos y gente ilustrada. Como -tuve ocasión de observar, atendiendo a sus conversaciones y poniendo -atención a sus preferencias literarias, le gustaban aquellas comedias -en que había mucho jaleo de entradas y salidas, revistas de tropas, -niños hambrientos que piden la teta, decoración de _gran plaza con arco -triunfal a la entrada_, personajes muy barbudos, tales como irlandeses, -moscovitas o escandinavos, y un estilo con el cual podía decir la dama -en cierta situación de apuro: «_estatua viva soy de hielo_» o «_rencor, -finjamos... encono, disimulemos... cautela, favorecedme_.» - -Recuerdo que varias veces la oí lamentarse de que el nuevo gusto -hubiera alejado de la escena diálogos concertantes como el siguiente, -que pertenece, si mal no recuerdo, a la comedia _La mayor piedad de -Leopoldo el Grande_: - - - MARGARITA. - - Vamos, amor... - - NADASTI. - - Odio... - - ZRIN. - - Duda... - - CARLOS. - - Horror... - - ALBURQUERQUE. - - Confusión... - - ULRICA. - - Martirio... - - LOS SEIS. - - Vamos a esperar que el tiempo - diga lo que tú no has dicho. - - -Como este género de literatura iba cayendo en desuso, rara vez tenía -mi ama el gusto de ver en la escena a _Pedro el Grande en el sitio de -Pultowa_, mandando a sus soldados que comieran caballos crudos y sin -sal, y prometiendo él por su parte almorzar piedras antes que rendir -la plaza. Debo advertir que esta preferencia más consistía en una -tenaz obstinación contra los Moratinistas que en falta de luces para -comprender la superioridad de la nueva escuela, y en que mi ama, rancia -e intransigente española por los cuatro costados, creía que las reglas -y el buen gusto eran malísimas cosas, solo por ser extranjeras, y que -para dar muestras de españolismo bastaba abrazarse, como a un lábaro -santo, a los despropósitos de nuestros poetas calagurritanos. En cuanto -a Calderón y a Lope de Vega, ella los tenía por admirables, solo porque -eran despreciados de los clásicos. - -De buena gana me extendería aquí haciendo algunas observaciones -sobre los partidos literarios de entonces y sobre los conocimientos -literarios del pueblo en general y de los que se disputaban su favor -con tanto encarnizamiento; pero temo ser pesado y apartarme de mi -principal objeto que no es discutir con pluma académica sobre cosas, -tal vez mejor conocidas por el lector que por mí. Quédese en el tintero -lo que no es del caso, y sigamos, una vez que dejo consignado el mal -gusto de mi ama, cualidad que hoy afearía a cualquier marquesa, artista -o virtuosa de lo que llaman el gran mundo; pero que entonces no era -bastante a oscurecer ninguna de las inagotables gracias de su persona. - -Ya la conocen ustedes. Pues bien, ahora voy a contar lo que me he -propuesto... ¡pero por vida de!... ahora caigo en que no debo seguir -adelante, sin dar a conocer el papel que por mi desgracia desempeñé -en el ruidoso estreno de _El sí de las niñas_, siendo causa de que la -tirantez de relaciones entre mi ama y Moratín se aumentara hasta llegar -a una solemne ruptura. - - - - -II - - -El hecho es anterior a los sucesos que me propongo narrar aquí; pero -no importa. _El sí de las niñas_ se estrenó en enero de 1806. Mi ama -trabajaba en los _Caños del Peral_, porque el Príncipe, incendiado -algún tiempo antes, no estaba aún reedificado. La comedia de Moratín, -leída varias veces por este en las reuniones del Príncipe de la Paz -y de Tineo, se anunciaba como un acontecimiento literario que había -de rematar gloriosamente su reputación. Los enemigos en letras, que -eran muchos, y los envidiosos, que eran más, hacían correr rumores -alarmantes, diciendo que la tal obra era un comedión más soporífero -que _La mojigata_, más vulgar que _El barón_, y más antiespañol que -_El café_. Aún faltaban muchos días para el estreno, y ya corrían de -mano en mano sátiras y diatribas, que no llegaron a imprimirse. Hasta -se tocaron registros de pasmoso efecto entonces, cuales eran excitar -la suspicacia de la censura eclesiástica, para que no se permitiera -la representación; pero de todo triunfó el mérito de nuestro primer -dramático, y _El sí de las niñas_ fue representado el 24 de enero. - -Yo formé parte, no sin alborozo, porque mis pocos años me autorizaban a -ello, de la tremenda conjuración fraguada en el vestuario de los Caños -del Peral, y en otros oscuros conciliábulos, donde míseramente vivían -entre _cendales arachneos_ algunos de los más afamados dramaturgos del -siglo precedente. Capitaneaba la conjuración un poeta, de cuya persona -y estilo pueden ustedes formarse idea si recuerdan al omnímodo escritor -a quien Mercurio escoge entre la gárrula multitud para presentarlo -a Apolo. No recuerdo su nombre, aunque sí su figura, que era la de -un despreciable y mezquino ser constituido moral y físicamente como -por limosna de la maternal Naturaleza. Consumido su espíritu por la -envidia, y su cuerpo por la miseria, ganaba en fealdad y repulsión de -año en año; y como su numen ramplón, probado en todos los géneros, -desde el heroico al didascálico, no daba ya sino frutos a que hacían -ascos los mismos sectarios de la escuela, estaba al fin consagrado a -componer groseras diatribas y torpes críticas contra los enemigos de -aquellos a cuya sombra vivía sin más trabajo que el de la adulación. - -Este hijo de Apolo nos condujo en imponente procesión a la cazuela de -la Cruz, donde debíamos manifestar con estudiadas señales de desagrado -los errores de la escuela clásica. Mucho trabajo nos costó entrar en el -coliseo, pues aquella tarde la concurrencia era extraordinaria; pero -al fin, gracias a que habíamos acudido temprano, ocupamos los mejores -asientos de aquella región paradisíaca, donde se concertaban todos los -discordes ruidos de la pasión literaria, y todos los malos olores de un -público que no brillaba por su cultura. - -Ustedes creerán que el aspecto interior de los teatros de aquel tiempo -se parece algo al de nuestros modernos coliseos. ¡Qué error tan -grande! En el elevado recinto donde el poeta había fijado los reales -de su tumultuoso batallón, existía un compartimiento que separaba los -dos sexos, y de seguro el sabio legislador que tal cosa ordenó en -los pasados siglos, se frotaría con satisfacción las manos y daríase -un golpe en la augusta frente creyendo adelantar gran paso en la -senda de la armonía entre hombres y mujeres. Por el contrario, la -separación avivaba en hembras y varones el natural anhelo de entablar -conversación, y lo que la proximidad hubiera permitido en voz baja, -la pérfida distancia lo autorizaba en destempladas voces. Así es que -entre uno y otro hemisferio se cruzaban palabras cariñosas o burlonas -o soeces; observaciones que hacían desternillar de risa a todo el -ilustre concurso; preguntas que se contestaban con juramentos, y -agudezas cuya malicia consistía en ser dichas a gritos. Frecuentemente -de las palabras se pasaba a las obras, y algunas andanadas de castañas, -avellanas, o cáscaras de naranjas, cruzaban _de polo a polo_, arrojadas -por diestra mano, ejercicio que si interrumpía la función, en cambio -regocijaba mucho a entrambas partes. - -Sin embargo, bueno es advertir que este mismo público, a quien afeaban -tan groseras exterioridades, solía dar muestras de gran instinto -artístico, llorando con Rita Luna en el drama de Kotzebue _Misantropía -y arrepentimiento_, o participando del sublime horror expresado por -Isidoro en la tragedia _Orestes_. Verdad es también que ningún público -del mundo ha excedido a aquel en donaire, para burlarse de los autores -malos y de los poetas que no eran de su agrado. Igualmente dispuesto -a la risa que al sentimiento, obedecía como un débil niño a las -sugestiones de la escena. Si alguien no pudo jamás tenerle propicio, -culpa suya fue. - -Mirado el teatro desde arriba parecía el más triste recinto que puede -suponerse. Las macilentas luces de aceite que encendía un mozo saltando -de banco en banco apenas lo iluminaban a medias y tan débilmente, que -ni con anteojos se descubrían bien las descoloridas figuras del ahumado -techo, donde hacía cabriolas un señor Apolo con lira y borceguíes -encarnados. Era de ver la operación de encender la lámpara central, -que, una vez consumada tan delicada maniobra, subía lentamente por -máquina, entre las exclamaciones de la gente de arriba, que no dejaba -pasar tan buena ocasión de manifestarse de un modo ruidoso. - -Abajo también había compartimiento, y consistía en una fuerte viga, -llamada _degolladero_, que separaba las lunetas del patio propiamente -dicho. Los palcos o aposentos eran unos cuchitriles estrechos y -oscuros donde se acomodaban como podían las personas de pro; y como -era costumbre que las damas colgasen en los antepechos sus chales y -abrigos, el conjunto de las galerías tenía un aspecto tal, que parecía -decoración hecha exprofeso para representar las calles de Postas o de -Mesón de Paños. - -El reglamento de teatros, publicado en 1803, tendía a corregir muchos -de estos abusos; pero como nadie se cuidaba de hacerlo cumplir, solo -la costumbre y el progreso de la cultura reformó hábitos tan feos. -Recuerdo que hasta mucho después de la época a que me refiero, las -gentes conservaban el sombrero puesto, aunque el reglamento decía -terminantemente en uno de sus artículos: - - «En los aposentos de todos los pisos, y sin excepción de alguno, no - se permitirá sombrero puesto, gorro, ni red al pelo, pero sí capa o - capote para su comodidad.» - -Mientras aguardábamos a que se alzase el telón, el poeta me hacía -minucioso relato del infinito número de obras que había compuesto, -entre dramáticas, cómicas, elegiacas, epigramáticas, venatorias, -bucólicas y del género sentimental y mixto. Me contó el argumento de -tres o cuatro tragedias que no esperaban más que la protección de un -mecenas para pasar de las musas al teatro, y como si mis culpas no -estuvieran aún bastantes purgadas con oír los argumentos, me espetó -algunos sonetos, que si no eran exactamente iguales a aquel famosísimo - - Reverberante numen que del Istro - al Marañón sublimas con tu zurda, - -le eran tan semejantes como una calabaza a otra. - -Cuando la representación iba a empezar, el poeta dirigió su mirada -de gerifalte a los abismos del patio para ver si habían puntualmente -acudido otros no menos importantes caudillos de la manifestación -fraguada contra _El sí de las niñas_. Todos estaban en sus puestos, con -puntual celo por la causa nacional. No faltaba ninguno: allí estaba el -vidriero de la calle de la Sartén, uno de los más ilustres capitanes -de la mosquetería; allí el vendedor de libros de la Costanilla de los -Ángeles, hombre perito en las letras humanas; allí _Cuarta y Media_, -cuyo fuerte pulmón hizo acallar él solo a todos los admiradores de -_La mojigata_; allí el hojalatero de las Tres Cruces, esforzado -adalid, que traía bajo la ancha capa algún reluciente y ruidoso -caldero para sorprender al auditorio con sinfonías no anunciadas en el -programa; allí el incomparable Roque Pamplinas, barbero, veterinario -y sangrador, que con los dedos en la boca, desafiaba a todos los -flautistas de Grecia y Roma; allí, en fin, lo más granado y florido -que jamás midió sus armas en palenques literarios. Mi poeta quedó -satisfecho después de pasar revista a su ejército, y luego todos -dirigimos nuestra atención al escenario, porque la comedia había -empezado. - ---¡Qué principio! --dijo oyendo el primer diálogo entre D. Diego y -Simón--. ¡Bonito modo de empezar una comedia! La escena es una posada. -¿Qué puede pasar de interés en una posada? En todas mis comedias, que -son muchas, aunque ninguna se ha representado, se abre la acción con un -_jardín corintiano, fuentes monumentales a derecha e izquierda, templo -de Juno en el fondo_, o con _gran plaza donde están formados tres -regimientos; en el fondo la ciudad de Varsovia, a la cual se va por un -puente..._ etc... Y oiga usted las simplezas que dice ese vejete. Que -se va a casar con una niña que han educado las monjas de Guadalajara. -¿Esto tiene algo de particular? ¿No es acaso lo mismo que estamos -viendo todos los días? - -Con estas observaciones, el endiablado poeta no me dejaba oír la -función, y yo, aunque a todas sus censuras contestaba con monosílabos -de la más humilde aquiescencia, hubiera deseado que callara con mil -demonios. Pero era preciso oírle; y cuando aparecieron doña Irene y -doña Paquita, mi amigo y jefe no pudo contener su enfado, viendo que -atraían la atención dos personas, de las cuales una era exactamente -igual a su patrona, y la otra no era ninguna princesa, ni senescala, ni -canonesa, ni landgraviata, ni archidapífera de país ruso o mongol. - ---¡Qué asuntos tan comunes! ¡Qué bajeza de ideas! --exclamaba de -modo que le pudieran oír todos los circunstantes--. ¿Y para esto se -escriben comedias? ¿Pero no oye usted que esa señora está diciendo las -mismas necedades que diría doña Mariquita o doña Gumersinda, o la tía -Candungas? Que si tuvo un pariente obispo; que si las monjas educaron -a la niña sin artificios ni embelecos; que la muy piojosa se casó a -los diez y nueve con D. Epifanio; que parió veintidós hijos... así -reventara la maldita vieja. - ---Pero oigamos --dije yo, sin poder aguantar las importunidades del -caudillo--, y luego nos burlaremos de Moratín. - ---Es que no puedo sufrir tales despropósitos --continuó--. No se viene -al teatro para ver lo que a todas horas se ve en las calles y en casa -de cada _quisque_. Si esa señora en vez de hablar de sus partos, -entrase echando pestes contra un general enemigo porque le mató en -la guerra sus veintiún hijos, dejándole solo el veintidós, que está -aún en la mamada, y lo trae para que no se lo coman los sitiados, -que se mueren de hambre, la acción tendría interés, y ya estaría el -público con las manos desolladas de tanto palmoteo... Amigo Gabriel, -es preciso protestar con gran fuerza. Golpeemos el suelo con los pies -y los bastones, demostrando nuestro cansancio e impaciencia. Ahora -bostecemos abriendo la boca hasta que se disloquen las quijadas, y -volvamos la cara hacia atrás, para que todos los circunstantes que -ya nos tienen por literatos, vean que nos aburrimos de tan sandia y -fastidiosa obra. - -Dicho y hecho; comenzamos a golpear el suelo, y luego bostezamos en -coro, diciéndonos unos a otros: _¡qué fastidio!... ¡qué cosa tan -pesada!... ¡mal empleado dinero!..._ y otras frases por el mismo -estilo, que no dejaban de hacer su efecto: los del patio imitaron -puntualísimamente nuestra patriótica actitud. Bien pronto un general -murmullo de impaciencia resonó en el ámbito del teatro. Pero si había -enemigos, no faltaban amigos, desparramados por lunetas y aposentos, -y aquellos no tardaron en protestar contra nuestra manifestación, ya -aplaudiendo, ya mandándonos callar con amenazas y juramentos, hasta que -una voz fuertísima, gritando desde el fondo del patio: _¡afuera los -chorizos!_ provocó ruidosa salva de aplausos, y nos impuso silencio. - -El poetastro no cabía en su pellejo de indignación. Siguió haciendo -observaciones, conforme avanzaba la pieza, y decía: - ---Ya, ya sé lo que va a resultar aquí. Ahora resulta que doña Paquita -no quiere al viejo, sino a un militarito, que aún no ha salido, y -que es sobrino del cabronazo de don Diego. Bonito enredo... Parece -mentira que esto se aplauda en una nación culta. Yo condenaba a -Moratín a galeras, obligándolo a no escribir más vulgaridades en -toda su vida. ¿Te parece, Gabrielillo, que esto es comedia? Si no hay -enredo, ni trama, ni sorpresa, ni confusiones, ni engaños, ni _quid -pro quo_, ni aquello de disfrazarse un personaje para hacer creer -que es otro, ni tampoco aquello de que salen dos insultándose como -enemigos, para después percatarse de que son padre e hijo... Si ese -D. Diego cogiera a su sobrino y matándolo bonitamente en la cueva, -preparara un festín e hiciera servir a su novia un plato de carne de -la víctima, bien condimentado con especias y hoja de laurel, entonces -la cosa tendría alguna malicia... ¿Y la niña por qué disimula? ¿No -sería más dramático, que se negase a casarse con el viejo, que le -insultara llamándolo tirano, o le amenazara con arrojarse al Danubio o -al Don, si osaba tocar su virginidad...? Estos poetas nuevos no saben -inventar argumentos bonitos, sino estas majaderías con que engañan -a los bobos, diciéndoles que son conformes a las reglas. Ánimo, -compañeros, prepararse todo el mundo. Pronunciemos frases coléricas y -finjamos disputar en corro, diciendo unos que esta obra es peor que _La -mojigata_, y otros que aquella era peor que esta. El que sepa silbar -con los dedos, hágalo _ad libitum_, y patadas a discreción. Apostrofar -a doña Irene cuando se retire de la escena, llamándola cada cual como -le ocurra. - -Dicho y hecho: conforme a las terminantes órdenes de nuestro jefe, -armamos una espantosa grita al finalizar el acto primero. Como los -amigos del autor protestaran contra nosotros, exclamamos _¡afuera la -polaquería!_ y enardecidos los dos bandos por el calor de la porfía, -se cruzaron los más duros apóstrofes, entre el discorde gritar de la -cazuela y el patio. El acto segundo no pasó más felizmente que el -primero; y por mi parte ponía gran atención al diálogo, porque la -verdad era, con perdón sea dicho del poeta mi amigo, que la comedia me -parecía muy buena, sin que yo acertara a explicarme entonces en qué -consistían sus bellezas. - -La obstinación de aquella doña Irene empeñada en que su hija debía -casarse con D. Diego porque así cuadraba a su interés, y la torpeza con -que cerraba los ojos a la evidencia, creyendo que el consentimiento de -su hija era sincero, sin más garantía que la educación de las monjas; -el buen sentido del D. Diego, que no las tenía todas consigo respecto -a la muchacha, y desconfiaba de su remilgada sumisión; la apasionada -cortesanía de D. Carlos, la travesura de Calamocha, todos los -incidentes de la obra, lo mismo los fundamentales que los accesorios, -me cautivaban, y al mismo tiempo descubría vagamente en el centro de -aquella trama un pensamiento, una intención moral, a cuyo desarrollo -estaban sujetos todos los movimientos pasionales de los personajes. -Sin embargo, me cuidaba mucho de guardar para mí estos raciocinios que -hubieran significado alevosa traición a la ilustre hueste de silbantes, -y fiel a mis banderas no cesaba de repetir con grandes aspavientos: -«¡Qué cosa tan mala!... ¡Parece mentira que esto se escriba!... -Ahí sale otra vez la viejecilla... Bien por el viejo ñoño... ¡Qué -aburrimiento! ¡Miren la gracia!», etc., etc. - -El segundo acto pasó, como el primero, entre las manifestaciones de -uno y otro lado; pero me parece que los amigos del poeta llevaban -ventaja sobre nosotros. Fácil era comprender que la comedia gustaba -al público imparcial, y que su buen éxito era seguro, a pesar de las -indignas cábalas, en las cuales tenía yo tanta parte. El tercer acto -fue sin disputa el mejor de los tres: yo le oí con religioso respeto, -y luchando con las impertinencias de mi amigo el poeta, que en lo -mejor de la pieza creyó oportuno desembuchar lo más escogido de sus -disparates. - -Hay en el dicho acto, tres escenas de una belleza incomparable. -Una es aquella en que doña Paquita descubre ante el buen D. Diego -las luchas entre su corazón y el deber impuesto por una indiscreta -hipócrita conformidad con superiores voluntades: otra es aquella en -que intervienen D. Carlos y don Diego, y se desata, merced a nobles -explicaciones, el nudo de la fábula; y la tercera es la que sostienen -del modo más gracioso don Diego y doña Irene, aquel deseando dar por -terminado el asunto del matrimonio, y esta interrumpiéndola a cada paso -con sus importunas observaciones. - -No pude disimular el gusto que me causó esta escena, que me parecía -el colmo de la naturalidad, de la gracia y del interés cómico; pero -el poeta me llamó al orden injuriándome por mi deserción del campo -_chorizo_. - ---Perdone usted --le dije--, me he equivocado. Pero ¿no cree usted que -esa escena no está del todo mal? - ---¡Cómo se conoce que eres novato, y en la vida has compuesto un -verso! ¿Qué tiene esa escena de extraordinario, ni de patético, ni de -historiográfico...? - ---Es que la naturalidad... Parece que ha visto uno en el mundo lo que -el poeta pone en escena. - ---Cascaciruelas: pues por eso mismo es tan malo. ¿Has visto que en -_Federico II_, en _Catalina de Rusia_, en _La esclava de Negroponto_ y -otras obras admirables, pase jamás nada que remotamente se parezca a -las cosas de la vida? ¿Allí no es todo extraño, singular, excepcional, -maravilloso y sorprendente? Pues por eso es tan bueno. Los poetas de -hoy no aciertan a imitar a los de mi tiempo, y así está el arte por los -mismos suelos. - ---Pues yo, con perdón de usted --dije--, creo que... la obra es -malísima, convengo; y cuando usted lo dice, bien sabido se tendrá -por qué. Pero me parece laudable la intención del autor que se ha -propuesto aquí, según creo, censurar los vicios de la educación que dan -a las niñas del día, encerrándolas en los conventos, y enseñándolas a -disimular y a mentir... Ya lo ha dicho D. Diego: las juzgan honestas, -cuando les han enseñado el arte de callar, sofocando sus inclinaciones, -y las madres se quedan muy contentas cuando las pobrecillas se prestan -a pronunciar un sí perjuro, que después las hace desgraciadas. - ---¿Y quién le mete al autor en esas filosofías? --dijo el pedante--. -¿Qué tiene que ver la moral con el teatro? En _El mágico de Astracán_, -en _A España dieron blasón las Asturias y León y Triunfos de D. -Pelayo_, comedias que admira el mundo, ¿has visto acaso algún pasaje en -que se hable del modo de educar a las niñas? - ---Yo he oído o leído en alguna parte que el teatro sirve de -entretenimiento y de enseñanza. - ---¡Patarata! Además el Sr. Moratín se va a encontrar con la horma de -su zapato, por meterse a criticar la educación que dan las señoras -monjas. Ya tendrá que habérselas con los reverendos obispos y la santa -Inquisición, ante cuyo tribunal se ha pensado delatar _El sí_, y se le -delatará, sí señor. - ---Vea usted el final --dije atendiendo a la tierna escena en que D. -Diego casa a los dos amantes, bendiciéndoles con el cariño de un padre. - ---¡Qué desenlace tan desabrido! Al menos lerdo se le ocurre que D. -Diego debe casarse con doña Irene. - ---¡Hombre! ¿D. Diego con doña Irene? Si él es una persona discreta y -seria, ¿cómo va a casarse con esa impertinente vieja? - ---¿Qué entiendes tú de eso, chiquillo? --exclamó amostazado el -pedantón--. Digo que lo natural es que D. Diego se case con doña -Irene, D. Carlos con Paquita y Rita con Simón. Así quedaría regular -el fin, y mucho mejor si resultara que la niña era hija natural de D. -Diego, y D. Carlos hijo espúreo de doña Irene, que le tuvo de algún -Rey disfrazado, comandante del Cáucaso, o bailío condenado a muerte. -De este modo, tendría mucho interés el final, mayormente si uno salía -diciendo: _¡padre mío!_ y otro, _¡madre mía!_ con lo cual después de -abrazarse, se casaban para dar al mundo numerosa y masculina sucesión. - ---Vamos, que ya se acaba. Parece que el público está satisfecho --dije -yo. - ---Pues apretar ahora, muchachos. Manos a la boca. La comedia es pésima, -inaguantable. - -La consigna fue prontamente obedecida. Yo mismo, obligado por la -disciplina, me introduje los dedos en la boca y... ¡Sombra de Moratín! -¡Perdón mil veces...! No lo quiero decir; que comprenda el lector mi -ignominia y me juzgue. - -Pero nuestra mala estrella quiso que la mayor parte del público -estuviese bien dispuesta en favor de la comedia. Los silbidos -provocaron una tempestad de aplausos, no solo entre la gente de los -aposentos y lunetas, sino entre los de la cazuela y tertulia. - -El justiciero pueblo que nos rodeaba, y que en su buen instinto -artístico comprendía el mérito de la obra, protestó contra nuestra -indigna cruzada, y algunos de los más ardientes de la falange se -vieron aporreados de improviso. Lo que tengo más presente es la mala -aventura que ocurrió al alumno de Apolo en aquella breve batalla por -él provocada. Usaba un sombrero trípico de dimensiones harto mayores -que las proporcionadas a su cabeza, y en el momento en que se volvía -para contestar a las injurias de cierto individuo, una mano vigorosa, -cayendo a plomo sobre aquella prenda hiperbólica, se la hundió hasta -que las puntas descansaron sobre los hombros. En esta actitud estuvo el -infeliz manoteando un rato sin ton ni son, incapaz para sacar a luz su -cabeza del tenebroso recinto en que había quedado sepultada. - -Por fin, los amigos le sacamos con gran esfuerzo el sombrero, y él -echando espumarajos por la boca, juró tomar venganza tan sangrienta -como pronta; pero no pasó de aquí su furor, porque todos los -circunstantes se reían de él, y a ninguno se dirigió para vengarse. -Le sacamos a la calle, donde se serenó algún tanto, y nos separamos, -prometiendo juntarnos otra vez al día siguiente en el mismo sitio. - -Tal fue el estreno de _El sí de las niñas_. Aunque la primera tarde -fuimos derrotados, aún había esperanza de hundir la obra en la segunda -o la tercera representación. Se sabía que el ministro Caballero la -desaprobaba, jurando castigar a su autor, y esto daba esperanza al -partido de los silbantes, que ya veían a Moratín en poder del Santo -Oficio, con coroza de sapos, sambenito y soga al cuello. Pero la -segunda tarde vinieron de un golpe a tierra las ilusiones de los más -ardientes anti-Moratinistas, porque la presencia del Príncipe de la Paz -impuso silencio a las chicharras, y nadie osó formular demostraciones -de desagrado. Desde entonces el autor de _El sí_, a quien se dijo que -la conspiración había sido fraguada en el cuarto de mi ama, interrumpió -la tibia amistad que con esta le unía. La González pagó este desvío con -un cordial aborrecimiento. - - - - -III - - -Contado este suceso, muy anterior a los que son objeto del presente -libro, empezaré mi narración, la cual irá al compás de ciertos hechos -ocurridos en el otoño de 1807, año que en la mente de los madrileños -quedó marcado con el recuerdo de la famosa conspiración y causa del -Escorial. - -No quiero escribir una palabra más, sin daros a conocer a una persona -que desde aquellos días ocupó lugar privilegiado en mi corazón, siendo -a la vez, como se verá por este relato, lección viva de mi existencia, -pues la enseñanza que de su conocimiento me provino contribuyó de un -modo poderoso a formar mi carácter. - -Todas las ropas de teatro y de calle que usaba mi ama, eran -confeccionadas por una costurera de la calle de Cañizares, excelente -y honradísima mujer, joven aún, aunque desmejorada por el trabajo, -discreta y afable, en tales términos que por entre la corteza de su -malestar presente parecían distinguirse nacimiento y condición muy -superiores. Esto no era más que apariencia, pero a la citada persona -le pasaba lo contrario de lo que a otros pasa, y es que son nobles sin -parecerlo. Doña Juana, que este era el nombre de aquella santa mujer, -tenía una hija llamada Inés, de quince años de edad, la cual le ayudaba -en sus tareas, con más solicitud de la que podía esperarse de su -delicado organismo y edad temprana. - -Enaltecía a esta muchacha, además de las gracias de su persona, -un buen sentido, cual no he visto jamás en criaturas de su mismo -sexo ni aun del nuestro, amaestrado ya por los años. Inés tenía el -don especialísimo de poner todas las cosas en su verdadero lugar, -viéndolas con luz singular y muy clara, concedida a su privilegiado -entendimiento, sin duda para suplir con ella la inferioridad que le -negó la fortuna. No he visto en mi larga vida otra muchacha que a -aquella se asemejase, y estoy seguro de que a muchos parecerá este -tipo invención mía, pues no comprenderán que haya existido, entre las -infinitas hijas de Eva, una tan diferente de las demás. Pero créanlo -bajo mi palabra honrada. - -Si ustedes hubieran conocido a Inés, y notado la imperturbable -serenidad de su semblante, imagen del espíritu más tranquilo, más -equilibrado, más claro, más dueño de sí mismo que ha animado el -corporal barro, no pondrían en duda lo que digo. Todo en ella era -sencillez, hasta su hermosura, no a propósito para despertar mundano -entusiasmo amoroso, sino semejante a una de esas figuras simbólicas, -que no están materialmente representadas en ninguna parte; pero que -vemos con los ojos del alma, cuando las ideas agitándose en nuestra -mente, pugnan por vestirse de formas visibles en la oscura región del -cerebro. - -Su lenguaje era también la misma sencillez; jamás decía cosa alguna que -no me sorprendiese como la más clara y expresiva verdad. Sus razones, -trayéndome al sentido equitativo y templado de todas las cosas daban -a mi entendimiento un descanso, un aplomo, de que carecía obrando -por sí mismo. Puedo decir, comparando mi espíritu con el de Inés, y -escudriñando la radical diferencia entre uno y otro, que el de ella -tenía un centro y el mío no. El mío divagaba llevado y traído por -impresiones diversas, por sentimientos contradictorios y repentinos: -mis facultades eran como meteoros errantes que tan pronto brillan como -se oscurecen, tan pronto marchan como chocan, según la influencia -recibida de superiores cuerpos; mientras las suyas eran un completo y -armónico sistema planetario, atraído, puesto en movimiento y calentado -por el gran sol de su pura conciencia. - -Alguien se burlará de estas indicaciones psicológicas que yo quisiera -fuesen tan exactas como las concibe mi oscura inteligencia; alguien -encontrará digna de risa la presentación de semejante heroína, y harán -mil aspavientos al ver que he querido hacer una irrisoria _Beatrice_ -con los materiales de una modistilla; pero estas burlas no me importan -y sigo. - -Desde que conocí a Inés, la amé del modo más extraño que pueden -ustedes imaginar: una viva inclinación arrastraba mi corazón hacia -ella: pero esta inclinación era como el culto que tributamos a una -superioridad indiscutible, como la fe que nos ocupa sublimando lo -más noble de nuestro ser; pero dejando siempre libre una parte de él -para las pasiones del mundo. Así es que, sin dejar de ser Inés para -mí la primera de todas las mujeres, yo creía poder amar a otras con -amor apropiado a las circunstancias de cada momento de la vida. Yo he -observado que los que se consagran a un ideal, casi nunca lo hacen -por entero, dejan una parte de sí mismos para el mundo, a que están -unidos aunque solo sea por el suelo que pisan. Hago esta observación -fastidiosa por si contribuye a esclarecer el peculiar estado de mi alma -ante tan noble criatura. ¡Y era una modista, una modistilla! Reíd si os -place. - -El tercer individuo de aquella honesta familia era el padre Celestino -Santos del Malvar, hermano del difunto esposo de doña Juana, tío -por lo tanto de Inés, clérigo desde su mocedad, varón simplísimo y -benévolo, pero el más desgraciado de su clase, pues no tenía rentas, -ni capellanía, ni beneficio alguno. Su modestia, su buena fe y su -candor inagotable fueron sin duda parte a tenerle en la miseria por -tanto tiempo; y él, aunque era un gran latino, jamás pudo conseguir -colocación alguna. Pasaba la vida escribiendo memoriales al Príncipe de -la Paz, de quien era paisano y fue allá en la niñez amigo; mas ni el -Príncipe ni nadie le hacía caso. - -Cuando Godoy subió al ministerio prometiole una canonjía o ración, y -en la época de este relato hacía catorce años que D. Celestino del -Malvar estaba esperando lo prometido: mas sin que la tardanza del favor -hiciese desmayar su ingenua confianza. Siempre que se le preguntaba, -respondía: - ---La semana que viene recibiré el nombramiento: así me lo ha dicho el -oficial de la secretaría. - -De este modo pasaron catorce años, y la _semana que viene_ no venía -nunca. - -Siempre que yo iba a aquella casa con recados de mi ama, me detenía -todo el tiempo posible, y a ella acudía también en mis ratos de -ocio, gozando mucho en contemplar la apacible existencia de una -familia, cuyos tres individuos tan honda simpatía habían despertado -en mi corazón. Doña Juana y su hija siempre cosiendo, cosiendo con -eterna aguja una tela sin fin. De esto vivían los tres, pues el padre -Celestino, tocando la flauta, haciendo versos latinos, o consumiendo -tinta y papel en larguísimos memoriales, no ganaba más caudal que el de -sus esperanzas, siempre colocadas a interés compuesto. - -Nuestras conversaciones eran siempre entretenidas y amenas. Yo les -contaba mi breve historia, y les hacía reír dándoles a conocer -los locos proyectos que imaginaba para lo porvenir. Nos reíamos -discretamente y sin saña de la buena fe de D. Celestino, y este después -de salir a informarse de su asunto, volvía lleno de júbilo, dejaba -sobre una silla el sombrero de teja y el manteo, y restregándose las -manos, decía al sentarse junto a nosotros: - ---Ahora sí que va de veras. La semana que entra, sin falta. Me han -dicho que ocurrieron ciertas dilacioncillas; pero ya están vencidas, a -Dios gracias. La semana que entra, sin falta. - -Cierto día le dije: - ---Usted, D. Celestino, no ha conseguido ya lo que desea, porque es -hombre encogido y no se lanza... pues... no se lanza. - ---¿Qué es eso de lanzarse, chiquillo? --me preguntó. - ---Pues... a mí me han dicho que hoy conviene pedir veinte para que den -cinco. Además, váyase el mérito con mil demonios: lo que conviene es -tener desvergüenza para meterse en todas partes, buscar la amistad de -personas poderosas; en fin, hacer lo que los demás han hecho para subir -a esos puestos en que son la admiración del mundo. - ---¡Ah, Gabriel! --dijo doña Juana--. Tú eres un ambiciosillo a quien -alguien ha trastornado el juicio. Lo que menos crees tú es que te has -de ver por ensalmo en la corte, cubierto de galones y mandando y -disponiendo desde la Secretaría del Despacho. - ---Justo y cabal, señora mía --dije yo riendo y atento a lo que -expresaba el semblante de Inés, con quien repetidas veces había hablado -del mismo asunto--. Aunque estoy en el mundo sin padre ni madre, ni -perro que me ladre, yo creo que bien puedo esperar lo que otros han -tenido sin ser más sabios que yo. De menos hizo Dios a Cañete a quien -hizo de un puñete. - ---Tú tienes disposición, Gabriel --dijo gravemente D. Celestino--; -y mucho será que de un día para otro no te veamos convertido en -personaje. Entonces no te dignarás hablarnos, ni vendrás a casa; -pero hijo, es preciso que aprendas los clásicos latinos, sin lo -cual no hallarás abierta ninguna de las puertas de la fortuna; y -además te aconsejo que aprendas a tañer la flauta, porque la música -es suavizadora de las costumbres, endulza los ánimos más agrios, y -predispone a la benevolencia para con los que la manejan bien. Y si no, -ahí me tienes a mí, que de seguro nada habría conseguido si de antiguo -no cultivara mi entendimiento en aquellas dos divinísimas artes. - ---No echaré en saco roto la advertencia --repuse--, pues todos sabemos -a qué debe su encumbramiento el hombre más poderoso que hay hoy en -España después del Rey. - ---¡Calumnias! --exclamó irritado el sacerdote--. Mi paisano, amigo y -mecenas, el señor Príncipe de la Paz, debe su elevación a su gran -mérito, a su sabiduría y tacto político, y no a supuestas habilidades -en la guitarra y en las castañuelas, como dice el estólido vulgo. - ---Sea lo que quiera --añadí yo--, lo cierto es que ese hombre, de -humildísimo guardia ha subido a cuanto hay que subir. Bien claro está. - ---Pues no dudes que tú harás otro tanto --dijo con ironía doña Juana--. -De hombres se hacen los obispos, como dijo el otro. - ---Verdad es --repuse siguiendo la broma--, y juro que he de hacer a D. -Celestino arzobispo de Toledo. - ---Alto allá --dijo el clérigo seriamente--. No acepto yo un cargo para -el que me reconozco sin méritos. Bastante tendré yo con una capellanía -de Reyes Nuevos o el arcedianato de Talavera. - -Así siguió entre veras y burlas la conversación, hasta que saliendo de -la salita doña Juana y el buen presbítero, nos dejaron solos a Inés y a -mí. - ---Cómo se ríen de mis proyectos, niñita mía --le dije--. Pero tú -comprenderás que un muchacho como yo no debe contentarse con servir -a cómicos por toda su vida. A ver: de todo lo que yo puedo ser, Dios -mediante, ¿qué te gusta más? Escoge: ¿te gustaría que fuese capitán -general, príncipe coronado, con vasallos y ejército, señor de muchas -tierras, primer ministro que quite y ponga los empleados a su antojo, -obispo?... No, obispo no, porque entonces no podría casarme contigo, -para hacerte llevar en carroza de doce caballos... - -Inés se puso a reír, como quien oye un cuento de esos cuyo chiste -consiste en la magnitud de lo absurdo. - ---Ríete de mí, pero contesta: ¿qué quieres más? - ---Lo que quiero --dijo con dulce voz y suspendiendo la costura--, es -verte general, primer ministro, gran duque, emperador o arzobispo; pero -de tal modo que cuando te acuestes por la noche en tu colchoncito de -plumas puedas decir: hoy no he hecho mal a nadie ni nadie ha muerto por -mi causa. - ---Pero, reinita --dije yo interesándome más cada vez en aquel -coloquio--, si llego a ser eso que dices (pues bien podría suceder), -¿qué importa que mueran por mí o por el bien del Estado tres o cuatro -prójimos que nada significan en el mundo? - ---Bueno --repuso ella--, pero que los maten otros. Si tú llegas a ser -eso que has dicho, y para mantenerte en un puesto que no mereces, -necesitas sacrificar a muchos desgraciados, buen provecho te haga. - ---¡Qué escrupulosa eres, Inesilla! --dije--. Si te hiciera caso, mi -vida se encerraría entre cuatro paredes. ¿Qué es eso de sacrificar -desgraciados? Yo voy a mi negocio, y los demás... como yo no he de -matar a nadie. Y sobre todo, si hago daño a alguno serán tantos los -que reciban beneficios de mi mano, que todo quedará compensado, y mi -conciencia en santa paz. Veo que tú no te entusiasmas como yo, ni -piensas lo que yo pienso. ¿Quieres que te sea franco? Pues oye. A mí se -me ha metido en la cabeza que cuando tenga más años, he de ocupar una -posición... qué sé yo... me mareo pensando en esto. No te puedo decir -ni cómo he de llegar a ella, ni quién me dará la mano para subir de un -salto tantos escalones; pero ello es que yo cavilo en esto, y me figuro -que ya me estoy viendo elevado a la más alta dignidad por una dama -poderosa que me haga su secretario, o por un joven que me crea listo -para ayudarle en sus asuntos...; no te enfades, chiquilla, que cuando -tales cosas se ocurren y uno tiene la cabeza llena a todas horas de los -mismos pensamientos, al fin tiene que salir cierto, como este es día. - -Inés no se enfadaba, sino que reía. Después, marcando con su aguja el -compás gramatical de su discurso, me dijo: - ---Pues mira: si tú hubieras nacido en cuna de príncipes, no te digo -que no. Pero has de saber que si tú, que eres un pobrecillo hijo de -pescadores y no tienes más ciencia que leer mal y escribir peor, llegas -a ser hombre ilustre y poderoso, no porque saques talento y sabiduría, -sino porque a una señora caprichosa o a un vejete rico se le ocurra -protegerte, como otros muchos de quienes cuentan maravillas; has de -saber, digo, que tan fácilmente como subas volverás a caer, y hasta los -sapos se reirán de ti. - ---Eso será lo que Dios quiera --respondí--. Caeremos o no, pues aunque -ignorantes, no nos faltará nuestra gramática parda. - ---¡Qué necio eres! Mira: a mí me han dicho... no, nadie me lo ha dicho: -pero lo sé... que en el mundo al fin y al cabo, pasa siempre lo que -debe pasar. - ---Reinita --dije--, en eso te equivocas, porque nosotros deberíamos ser -ricos, y no lo somos. - ---Todos creerán lo mismo, hijito, y es preciso que alguno esté -equivocado. Pues bien: todas las cosas del mundo concluyen siempre como -deben concluir. No sé si me explico. - ---Sí, te entiendo. - ---A mí me han dicho... no, no me lo han dicho: lo sé desde hace mil -años...: yo sé que en el mundo todo lo que pasa es según la ley..., -porque chiquillo, las cosas no pasan porque a ellas les da la gana, -sino porque así está dispuesto. Las aves vuelan y los gusanos se -arrastran, y las piedras se están quietas, y el sol alumbra, y las -flores huelen, y los ríos corren hacia abajo y el humo hacia arriba, -porque así es su regla... ¿me entiendes? - ---Lo que es eso todos lo sabemos --respondí menospreciando la ciencia -de Inesilla. - ---Bien, muchacho --continuó la profesora--: ¿crees tú que una tortuga -puede volar, aunque esté meneando toda la vida sus torpes patas? - ---No, seguramente. - ---Pues tú pensando en ser hombre ilustre y poderoso, sin ser noble, ni -rico, ni sabio, eres como una tortuga que se empeñara en subir volando -al pico más alto de Guadarrama. - ---Pero, reinita y emperatriz --dije yo--, si no pienso subir solo, sino -que pienso encontrar, como otros que yo me sé, una personita que me -suba en un periquete. Hazme el favor de decirme cuál era la sabiduría y -la riqueza _del otro_, cuando le hicieron duque y generalísimo. - ---Pero, señor duquillo --contestó ella jovialmente--, si esa personita -le sube a usted, será como si un águila o buitre cogiera por su concha -a la tortuga para llevársela por los aires. Sí, te levantará; pero -cuando estés arriba, el pájaro no va a estarse toda la vida con tanto -peso en las alas, te dirá: «Ahora, niño mío, mantente solo.» Tú moverás -las patucas; pero como no tienes alas, ¡pataplús! caerás en el suelo -haciéndote mil pedazos. - ---¡Qué tonta eres! --dije con petulancia--. Eso pasa en las cosas que -se ven y se tocan; pero chica, lo que se piensa y lo que se siente es -otro mundo aparte. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? - ---Estás lucido, sí --repuso Inés--. Todo debe ser así mismamente. -Cuando tú quieres a una persona o cuando la aborreces, no es porque se -te antoje. ¡Ah! chico: el corazón tiene también... pues... su ley, y -todo lo que pensamos con nuestra cabecita, va según lo que debe ser y -está mandado. - ---Pero di, chiquilla, ¿de dónde sabes tú todo eso? --le pregunté. - ---¿Pero esto es saber? --respondió con naturalidad--. Pues esto lo -sabes tú y todos. De veras te digo que se me ocurrió cuando estabas -hablando, y que jamás había pensado en tales cosas. - ---¡Picarona! Cuando menos, tienes escondido un rimero de libros, con -los cuales te vas a hacer doctora por Salamanca. - ---No, hijito, no he leído más libros, fuera de los de devoción, que -_Don Quijote de la Mancha_. ¿Ves? A ti te va a pasar algo de lo de -aquel buen señor: solo que aquel tenía alas para volar, ¡pobrecillo! lo -que le faltaba era aire en que moverlas. - -Inesilla no dijo más. Yo callé también, porque a pesar de mi -petulancia, no pude menos de comprender que las palabras de mi amiga -encerraban profundo sentido. ¡Y la que así hablaba era una modista, una -modistilla! _Ridete cives._ - ---Lo que yo sé --dije al fin sintiendo en mí un vivo arrebato de -afecto--, es que te quiero, que te amo, que te adoro, que me subyugas -y me dominas como a un papanatas, que eres una divinidad, y que juro -no hacer cosa alguna sin consultarte. Adiós, reinita: mañana te diré -lo que se me ocurra esta noche. Quién sabe, quién sabe si llegaremos a -ser... ¿Por qué no? Es preciso estar dispuesto, porque la escalera de -los honores es penosa, y si uno se rompe la crisma, como dices... - ---Siempre quedará la del cielo --dijo inclinando otra vez la cabeza -sobre la costura. - ---Tienes cosas que me hacen estremecer. Adiós, Inesilla, luz y -pensamiento mío. - -Dicho esto, me despedí de ella y salí. Al abandonar la casa la sentí -cantar, y su armoniosa voz se mezclaba en extraña disonancia con los -ecos de la flauta que tañía en lo interior de la morada D. Celestino. -Siempre que salía de allí, mi espíritu experimentaba un reposo, una -estabilidad, no sé cómo expresarlo, una frescura, que luego destruía el -trato con personas de diversa condición. De esto hablaré enseguida; mas -ante todo me cumple manifestar que Inesilla tenía razón al burlarse de -mis locos proyectos. Es el caso que como a todas horas oía hablar de -personajes nulos, a quienes el cortesano favor elevó a honrosas alturas -sin mérito alguno, se me antojó que la Providencia me reservaba, como -en compensación de mi orfandad y pobreza, una de aquellas repentinas -y escandalosas mudanzas que por entonces ocurrían en nuestra España; -y de tal modo se encajó en mi cerebro semejante idea, que llegó a ser -artículo de fe. Me hallaba, por más señas, en la edad en que somos -tontos. No todos poseen el don de saber las cosas _desde hace mil -años_, como Inesilla. - -Ahora verán ustedes la serie de circunstancias que llevaron mi necia -credulidad al último extremo. Para esto tengo que dar a conocer a otras -personas, a quienes espero recibirá el lector con gusto. Hablemos, -pues, de teatros. - - - - -IV - - -El del Príncipe estaba ya reconstruido en 1807 por Villanueva, y la -compañía de Máiquez trabajaba en él, alternando con la de la ópera -dirigida por el célebre Manuel García; mi ama y la Prado eran las dos -damas principales de la compañía de Máiquez. Los galanes secundarios -valían poco, porque el gran Isidoro, en quien el orgullo era igual -al talento, no consentía que nadie despuntara en la escena, donde -tenía el pedestal de su inmensa gloria, y no se tomó el trabajo de -instruir a los demás en los secretos de su arte, temiendo que pudieran -llegar a aventajarle. Así es que alrededor del célebre histrión todo -era mediano. La Prado, mujer de Máiquez, y mi ama alternaban en los -papeles de primera dama, desempeñando aquella el de Clitemnestra en el -_Orestes_, el de Estrella en _Sancho Ortiz de las Roelas_ y otros. La -segunda se distinguía en el de doña Blanca de _García del Castañar_, y -en el de Edelmira (Desdémona) del _Otello_. - -La compañía de ópera era muy buena. Además de Manuel García, que era un -gran maestro, cantaban su mujer Manuela Morales, un italiano llamado -Cristiani, y la Briones. De esta mujer, que era concubina de Manuel -García, nació el año siguiente el portento de las virtuosas, la reina -de las cantantes de ópera, Mariquita Felicidad García, conocida en su -tiempo por la _Malibrán_. - -Figúrense ustedes, señores míos, si estaría yo divertido con -representación o música por tarde y noche, asistiendo gratis, aunque -por dentro y en sitios donde se pierde parte de la ilusión, a las -funciones más bonitas y más aplaudidas que se celebraban en Madrid; -rozándome con guapísimas actrices, y familiarizado con los hombres que -hacían reír o llorar a la corte entera. - -Y no piensen ustedes que solo alternaba con los cómicos, gente que -entonces no era considerada como la nata de la sociedad; también me -veía frecuentemente en medio de personajes muy ilustres, de los que -menudeaban en los vestuarios; no faltando en tales sitios alguna dama -tan hermosa como linajuda de las que no desdeñaban de ensuciar su -guardapiés con el polvo de los escenarios. - -Precisamente voy a contar ahora cómo mi ama tenía relaciones de íntima -amistad con dos señoras de la corte, cuyos títulos nobiliarios, de los -más ilustres y sonoros que desde remoto tiempo han exornado nuestra -historia, me propongo callar por temor a que pudieran enojarse las -familias que todavía los llevan. Estos títulos, que recuerdo muy bien, -no serán escritos en este papel; y para designar a las dos hermosas -mujeres emplearé nombres convencionales. - -Recuerdo haber visto por aquel tiempo en la fábrica de Santa Bárbara -un hermoso tapiz en que estaban representadas dos lindas pastoras. -Habiendo preguntado quiénes eran aquellas simpáticas chicas, me dijeron: - ---Estas son las dos hijas de Artemidoro, a saber: Lesbia y Amaranta. - -He aquí dos nombres que vienen de molde para mi objeto, amado lector. -Haz cuenta que siempre que diga _Lesbia_, quiero significar a la -duquesa de X, y cuando ponga _Amaranta_, a la condesa de X. Con este -sistema quedan a salvo todos los títulos nobiliarios de aquellas dos -diosas de mi tiempo. - -En cuanto a su hermosura, todo lo que mi descolorida pluma puede -expresar será poco para describirlas, porque eran encantadoras, -especialmente la condesa de... digo, Amaranta. Ambas tenían gusto -muy refinado por las artes, protegían a los pintores, aplaudían y -obsequiaban a los cómicos, ponían bajo su patrocinio las primeras -representaciones de la obra de algún poeta desvalido, coleccionaban -tapices, vasos y cajas de tabaco, introducían y propagaban las más -vistosas modas de la despótica París, se hacían llevar en litera a la -Florida, merendaban con Goya en el Canal, y recordaban con tristeza la -trágica muerte de Pepe Hillo, acontecida en 1803. - -Nada tiene de extraño, pues, que su misma vida, la tumultuosa ansiedad -de novedades y fuertes impresiones que las dominaba, fuesen parte a -lanzarlas en un dédalo de aventuras, tales como la que voy a contar. -Las pobrecillas no sabían otra cosa, y puesto que habían perdido cuanto -la rancia educación española pudo haberlas dado, sin adquirir nada que -llenase este vacío, no debemos culparlas acerbamente. Alguno quizás las -culpe, y con razón aunque por otras cosas; pero ¡ay! eran... lindísimas. - -Una tarde mi ama salió con muy mal humor del teatro. Isidoro la había -reprendido no sé por qué, y aquí debo advertir que el sublime actor -trataba a sus subalternos como si fueran chiquillos de escuela. Al -llegar Pepita a su casa me dijo: - ---Prepara todo, que vendrán a cenar las señoras Lesbia y Amaranta. - -El preparar todo, consistía en azotar un poco los muebles de la sala -para que el polvo variara de sitio; en echar aceite en los velones; -en comprar la prima para la guitarra, si le faltaba; en llamar a D. -Higinio para que afinase el clave; limpiar las cornucopias; ir por -nueva remesa de pomada _a la Marechala_, etcétera, etc. En cuanto a la -cena, venía hecha de una repostería. Di cumplimiento a estos encargos, -y pedí nuevas órdenes; pero mi ama estaba de mal humor, y sin hacer -caso de lo que le decía, me preguntó: - ---¿No te dijo si venía esta noche? - ---¿Quién? - ---Isidoro. - ---No, señora, no me ha dicho nada. - ---Como hablaba contigo al concluir la representación... - ---Fue para decirme que si volvía a enredar entre bastidores mientras él -representaba, me mandaría desollar vivo. - ---¡Qué genio! Le convidé para venir y no me contestó. - -Después de esto no dijo más, y con ademán triste y sombrío se encerró -en su cuarto con la criada para cambiar de vestido. Seguí preparando -todo, y al poco rato reapareció mi ama. - ---¿Qué hora es? --preguntó. - ---Las nueve acaban de dar en el reloj de la Trinidad. - ---Me parece que siento ruido en el portal --dijo con mucha ansiedad. - ---La señora se equivoca. - ---De modo que él no te dijo terminantemente si venía o no venía. - ---¿Quién, Isidoro? No, señora. - ---Como tiene ese genio tan... ya ves qué incomodado estaba esta tarde. -Sin embargo, yo creo que vendrá. Le convidé ayer, y aunque no me dijo -una palabra... él es así. - -Al decir esto, mostraba en su semblante una inquietud, una agitación, -una zozobra, que eran señales de las vivas emociones de su alma. ¿A qué -tanto interés por la asistencia de Isidoro, persona a quien diariamente -veía en el teatro? - -Después examinó la sala, por ver si faltaba algo, y se sentó aguardando -la llegada de sus convidados. Al fin sentimos abrir la puerta de la -calle, y pasos de hombre sonaron en la escalera. - ---Es él --dijo mi ama levantándose de un salto y andando con cierto -atolondramiento por la habitación. - -Yo corrí a abrir, y un instante después el gran actor entró en la sala. - -Isidoro era un hombre de treinta y ocho años, de alta estatura, -actitud indolente, semblante pálido, y con tal expresión en este y en -la mirada, que observado una vez, su imagen no se borraba nunca de -la memoria. Aquella noche traía un traje verde oscuro, con pantalón -de ante y botas polonesas, prendas todas de irreprensible elegancia -que usaba con más propiedad que ninguno. Su vestir era un modo de -ser propio y personal; él constituía por sí una especie de moda, y -no se podía decir que se sometiera, cual dócil lechuguino, al uso -común. En otros infringir las reglas habría sido ridículo; pero en él -infringirlas era lo mismo que modificarlas o crearlas de nuevo. - -Ya os lo daré a conocer más adelanto como actor. Por ahora podréis -conocer algunos rasgos de su carácter como hombre. Al entrar se arrojó -sobre un sillón sin saludar a mi ama más que con una de esas fórmulas -familiares e indiferentes que se emplean entre personas acostumbradas -a verse con frecuencia. Por un buen rato permaneció sin decir nada, -tarareando un aria, con la vista fija en las paredes y el techo, y sin -dejar de golpearse la bota con el bastón. - -Salí de la sala a traer no sé qué cosa, y al volver oí a Isidoro que -decía: - ---¡Qué mal has representado esta tarde, Pepilla! - -Observó que mi ama, turbada como una chicuela ante el fiero maestro de -escuela, no supo contestar más que con trémulas frases a aquella brusca -reprensión. - ---Sí --continuó Isidoro--, de algún tiempo a esta parte estás -desconocida. Esta tarde todos los amigos se han quejado de ti y te -han llamado fría, torpe... Te equivocabas a cada instante, y parecías -tan distraída, que era preciso que yo te llamara la atención para que -salieras de tu embobamiento. - -Efectivamente, según oí entre bastidores aquella tarde, mi ama había -estado muy infeliz en su papel de Blanca en _García del Castañar_. -Todos los amigos estaban admirados, considerando la perfección con que -la actriz había desempeñado en otras ocasiones papel tan difícil. - ---Pues no sé --respondió mi ama con voz conmovida--. Yo creo que he -representado esta tarde lo mismo que las demás. - ---En algunas escenas sí; pero en las que dijiste conmigo estuviste -deplorable. Parece que habías olvidado el papel, o que trabajabas de -mala gana. En la escena de nuestra salida recitaste tu soneto como una -cómica de la legua que representa en Barajas o en Cacabelos. Al decirme - - No quieren más las flores al rocío - que en los fragantes vasos el sol bebe... - -tu voz temblaba, como la de quien sale por primera vez a las -tablas... me diste la mano y la tenías ardiendo, como si estuvieras -con calentura... te equivocabas a cada momento, y parecías no hacer -maldito caso de que yo estaba en la escena. - ---¡Oh, no... pero te diré! El mismo miedo de hacerlo mal. Temía que -te enfadaras, y como nos reprendes con tanta violencia cuando nos -equivocamos... - ---Pues es preciso que te enmiendes si quieres seguir en mi compañía. -¿Estás enferma? - ---No. - ---¿Estás enamorada? - ---¡Oh, no, tampoco! --contestó la actriz con turbación. - ---Apuesto a que por atender demasiado a alguna persona de las lunetas, -no acertabas con los versos de la comedia. - ---No, Isidoro, te equivocas --dijo mi ama afectando buen humor. - ---Lo raro es que en las escenas que siguieron, sobre todo en la de D. -Mendo, hiciste perfectamente tu papel; pero luego en el tercer acto, -cuando te tocó otra vez declamar conmigo, vuelta a las andadas. - ---¿Dije mal el parlamento del bosque? - ---No, al contrario, recitaste con buena entonación los versos - - ¿Dónde voy sin aliento, - cansada, sin amparo, sin intento, - entre aquesta espesura? - Llorad, ojos, llorad mi desventura. - -En la escena con la reina también estuviste muy feliz, lo mismo que en -el diálogo con D. Mendo. Con qué elocuente tono exclamaste «¡tengo -esposo!» y después aquello de - - Sí harán, - porque bien o mal nacido, - el más indigno marido - excede al mejor galán; - -pero desde que salí yo y me viste... - ---Es lo que digo. El temor de hacerlo mal y disgustarte... - ---Pues me has disgustado de veras. Cuando decías: «Esposo mío, García», -te hubiera dado un pescozón en medio de la escena y delante del -público. Marmota, ¿no te he dicho mil veces cómo deben pronunciarse -esas palabras? ¿No has comprendido todavía la situación? Blanca teme -que su marido sospecha una falta. El contento que experimenta al verle, -y el temor de que García dude de su inocencia, deben mezclarse en -aquella frase. Tú, en vez de expresar estos sentimientos, te dirigiste -a mí como una modistilla enamorada, que se encuentra de manos a boca -con su querido hortera. Luego cuando me suplicabas que te matara, -lo hiciste sin lo que llamamos nosotros decoro trágico. Parecía que -realmente deseas recibir la muerte de mi mano, y hasta te pusiste de -hinojos ante mí, cuando te tengo dicho terminantemente que no hagas tal -cosa, sino en los pasajes en que te lo ordene. En las décimas - - García, guárdete el cielo, - -te equivocaste más de veinte veces, y cuando yo dije - - ¡ay, querida esposa mía, - qué dos contrarios extremos! - -te arrojaste en mis brazos, cuando aún no era llegada la ocasión, y -yo, preocupado con el agravio recibido, no podía entregarme a halagos -amorosos. Echaste a perder el final, Pepilla, desluciste la comedia, y -me desluciste a mí. - ---Yo no puedo deslucirte nunca. - ---Pues ya ves cómo no fui aplaudido esta tarde como las anteriores; -y de esto tienes tú la culpa, sí, tú misma, por tus torpezas y tus -tonterías. No haces caso de mis lecciones, no te esfuerzas por -complacerme, y por último me pondrás en el caso de quitarte el partido -en mi compañía, poniéndote de parte de por medio o racionera, si no me -obligas con tus descuidos a echarte del teatro. - ---¡Ay Isidoro! --dijo mi ama--. Yo procuro siempre hacerlo lo mejor -posible para que no te enfades ni me riñas; pero tanto miedo tengo a -que me reprendas que en la escena tiemblo desde que te veo aparecer. -¿Querrás creer una cosa? Pues cuando estamos representando juntos, -hasta temo hacerlo demasiado bien, porque si me aplauden mucho, -me parece que tomo para mí una parte del triunfo que a ti solo -corresponde, y creo que has de enfadarte si no te aplauden a ti solo. -Este temor, unido al que me causas cuando me amenazas por señas o me -corriges con enojo, me hace temblar y balbucir, y a veces no sé lo que -me digo. Pero descuida que ya me enmendaré: no tendrás que echarme de -tu teatro. - -No oí lo que siguió a estas palabras, porque salí con un velón que -exhalaba mal olor; al volver noté que la conversación había variado. -Isidoro permanecía en el sillón con indolencia y mostrando un gran -aburrimiento. - ---¿Pero no vienen tus convidados? --preguntó. - ---Es temprano. Veo que te fastidias en mi compañía --contestó mi ama. - ---No; pero la reunión hasta ahora no tiene nada de divertida. - -Isidoro sacó un cigarro y fumó. Debo advertir que el ilustre actor no -gastaba tabaco por las narices, como casi todos los grandes hombres -de su tiempo, Talleyrand, Metternich, Rossini, Moratín y el mismo -Napoleón, que, si no miente la historia, por abreviar la operación de -sacar y destapar la tabaquera, llevaba derramado el aromático polvo -en el bolsillo del chaleco, forrado interiormente de hule; y mientras -disponía los escuadrones de Jena, o durante las conferencias de -Tilsitt, no cesaba de meter en el susodicho bolsillo los dedos pulgar -e índice para llevarlos a la nariz cada minuto. Por esta singular -costumbre dicen que el chaleco amarillo y las solapas que cubrían el -primer corazón del siglo, eran una de las cosas más sucias que se han -señoreado de la Europa entera. - -Farinelli también se atarugaba las narices entre un aria y un oratorio, -y de ciertos papeles viejos que hemos visto se desprende, que el mejor -regalo que podía hacer una dama enamorada, o un noble entusiasta, a -cualquier músico, pintor o _virtuoso_ italiano, era un par de arrobas -de tabaco. - -El abate Pico della Mirandola, Rafael Mengs, el tenor Montagnana, la -soprano Pariggi, el violinista Alaí y otras notabilidades del teatro -del Buen Retiro, consumieron lo mejor que venía de América en los -regios galeones. - -Perdóneseme la digresión, y conste que Isidoro no usaba tabaco en polvo. - - - - -V - - -Las diez serían cuando solemnemente entraron las dos damas de que antes -he hecho honorífica mención. ¡Lesbia, Amaranta! ¿Quién podrá olvidaros -si alguna vez os vio? Excusado es decir que iban de incógnito, y en -coche, no en litera donde fácil hubiera sido conocerlas al indiscreto -vulgo. Las pobrecillas gustaban mucho de aquellas reuniones de -confianza, donde hallaban desahogo sus almas comprimidas por la -etiqueta. - -Ha de saberse que en las reuniones clásicas de familia o de palacio, -en las reuniones donde reinaba con despótico imperio la ley castiza, -no ocurría cosa alguna que no fuese encaminada a producir entre los -asistentes un decoroso aburrimiento. No se hablaba, ni mucho menos -se reía. Las damas ocupaban el estrado, los caballeros el resto de -la sala, y las conversaciones eran tan sosas como los refrescos. Si -alguien tocaba el clave o la guitarra, la tertulia se animaba un poco; -pero pronto volvía a reinar el más soporífero decoro. Se bailaba un -minueto: entonces los amantes podían saborear las platónicas e ideales -delicias que resultaban de tocarse las yemas de los dedos, y después de -muchas cortesías hechas con música, volvía a reinar el decoro, que era -una deidad parecida al silencio. - -Nada tiene de particular que algunas damas de imaginación buscaran en -reuniones menos austeras, pasatiempos más acordes con su naturaleza, -y aquí traigo a la memoria _El sí de las niñas_, que censurando la -hipocresía en la educación, es una general censura de la hipocresía -en todas las fases de nuestras antiguas costumbres. Todo anunciaba en -aquellos días una fuerte tendencia a adoptar usos un poco más libres, -relaciones más francas entre ambos sexos, sin dejar de ser honradas, -vida en fin, que se fundara antes en la confianza del bien, que en el -recelo del mal, y que no pusiera por fundamentos de la sociedad la -suspicacia y la probabilidad del pecado. La verdad es que había mucha -hipocresía entonces: porque las cosas no se hicieran en público, no -dejaban de hacerse, y siendo menos libres las costumbres, no por eso -eran mejores. - -Lesbia y Amaranta entraron haciendo cortesías y gestos encantadores, -que revelaban la alegría de sus corazones. Las acompañaba el tío de -Amaranta, viejo marqués diplomático; pero antes de decir quién era -este, voy a referiros cómo eran ellas. - -La duquesa de X (Lesbia), era una hermosura delicada y casi infantil, -de esas que, semejantes a ciertas flores con que poéticamente son -comparadas, parece que han de ajarse al impulso del viento, al influjo -de un fuerte sol, o perecer desechas si una débil tempestad las agita. -Las que se desataron en el corazón de Lesbia no hicieron estrago -alguno, al menos hasta entonces, en su belleza. - -Parecía haber salido el día antes del poder de las buenas madres de -Chamartín de la Rosa, y que aún no sabía hablar sino de los bollos -del convento, de las hormigas de la huerta, de la regla de San Benito -y de los cariños de la madre Circuncisión. ¡Pero cómo desmentía esta -creencia en cuanto comenzaba a hablar la picarona! En su lenguaje -tomaba mucha parte la risa, con tanta franqueza y tan discreta -desenvoltura, que nadie estaba triste en su presencia. Era rubia y no -muy alta, aunque sí esbelta y ligera como un pajarito. Todo en ella -respiraba felicidad y satisfacción de sí misma; era una naturaleza -tan voluntariosa como alegre, a quien ningún extraño albedrío podía -sujetar. Los que tal intentaran principiarían por enojarla, y enojarla -era echarla a perder, destruyendo la mitad de sus encantos. - -Entre las cualidades que hacían agradable el trato de Lesbia, -descollaba su habilidad en el arte de la declamación. Era una cómica -consumada, y según conocí después, su talento sin igual para la escena -no se reducía a los estrechos lienzos pintados de los teatros caseros, -sino que tomaba más ancho vuelo, desplegándose en todos los actos de la -vida. Siempre que se daba alguna función extraordinaria en cualquiera -de las principales casas de la corte, ella hacía la mejor parte, y a -la sazón Máiquez le enseñaba el papel de Edelmira en la tragedia de -_Otello_, que debía ponerse en escena en el teatro doméstico de cierta -marquesa. Isidoro y mi ama estaban también designados para cooperar en -aquella representación, anunciada como muy espléndida. - -Lesbia era casada. Tres años antes, y cuando apenas tenía diez y nueve, -contrajo matrimonio con un señor duque que se pasaba el tiempo cazando -como un Nemrod en sus vastas dehesas: venía alguna vez a Madrid hecho -un zafiote para pedir perdón a su mujer por las largas ausencias, y -jurarle que tenía el propósito de no disgustarla más, viviendo lejos de -ella. Sin que nadie me lo diga, afirmo que Lesbia se quejaría con su -dulce vocecita; pero cuidando de no esforzar su queja en términos que -pudieran decidir al duque a cambiar de vida. - -Amaranta era un tipo enteramente contrario al de Lesbia. Esta agradaba; -pero Amaranta entusiasmaba. La apacible y graciosa hermosura de la -primera hacía pasajeramente felices a cuantos la miraban. La belleza -ideal y grandiosa de la segunda, causaba un sentimiento extraño, -parecido a la tristeza. Pensando en esto después, he creído que la -singular estupefacción que experimentamos ante uno de estos raros -portentos de la hermosura humana, consiste o en la creencia de nuestra -inferioridad o en la poca esperanza de poseer el afecto de una persona, -que a causa de sus muchas perfecciones, será solicitada por sin número -de golosos. - -Entre las mujeres que he visto en mi vida, no recuerdo otra que -poseyera atracción tan seductora en su semblante, así es que no he -podido olvidarla nunca, y siempre que pienso en las cosas acabadas y -superiores, cuya existencia depende exclusivamente de la Naturaleza, -veo su cara y su actitud como intachables prototipos que me sirven para -mis comparaciones. Amaranta parecía tener treinta años. La gloria de -haber producido a aquella mujer te pertenece en primer término a ti, -Andalucía, y después a ti, Tarifa, fin de España, rincón de Europa -donde se han refugiado todas las gracias del tipo español, huyendo de -extranjera invasión. - -Con lo dicho, podrán ustedes formar idea de cómo era la incomparable -condesa de X, _alias_ Amaranta, y excuso descender a pormenores que -ustedes podrán representarse fácilmente, tales como su arrogante -estatura, la blancura de su tez, el fino corte de todas las líneas de -su cara, la expresión de sus dulces y patéticos ojos, la negrura de -sus cabellos y otras muchas indefinidas perfecciones que no escribo, -porque no sé cómo expresarlas; calidades que se comprenden, se sienten -y se admiran por el inteligente lector, pero cuyo análisis no debe este -exigirnos, si no quiere que el encanto de esas mil sutiles maravillas -se disipe entre los dedos de esta alquimia del estilo, que a veces afea -cuanto toca. - -No conservo cabal memoria de sus vestidos. Al acordarme de Amaranta, -me parece que los encajes negros de una voluminosa mantilla, prendida -entre los dientes de la más fastuosa peineta, dejan ver por entre sus -mil recortes e intersticios el brillo de un raso carmesí, que en los -hombros y en las bocamangas vuelve a perderse entre la negra espuma de -otros encajes, bolillos y alamares. La basquiña del mismo raso carmesí, -y tan estrecha y ceñida como el uso del tiempo exigía, permite adivinar -la hermosa estatua que cubre; y de las rodillas abajo el mismo follaje -negro, y la cuajada y espesa pasamanería terminan el traje, dejando -ver los zapatos, cuyas respingadas puntas aparecen o se ocultan como -encantadores animalitos que juegan bajo la falda. Este accidente hasta -llega a ser un lenguaje cuando Amaranta, atenta a la conversación, -aumenta con el encanto de su palabra los demás encantos, y añade a -todas las elocuencias de su persona, la elocuencia de su abanico. - -Esto en cuanto a la condesa. Refiriéndome a Lesbia, si quiero acordarme -de su vestido, todo me parece azul. Figúrensela ustedes con mantilla -blanca y guardapiés azul orlado de encajes negros; y si no es cierto -que estuviera así, tampoco es inverosímil que pudiera estarlo. - -Antes de la noche a que me refiero, había visto hasta tres veces a las -dos lindas mujeres en casa de mi ama. Desde luego comprendí que una y -otra eran personas muy metidas en los enredos de la corte, aunque en -las clandestinas tertulias de mi casa poco dejaban traslucir. Algunas -veces, sin embargo, disputaban las dos en tales términos y con tan mal -disimulado ensañamiento, que me pareció no existía entre ellas la mejor -armonía. También mentaban de vez en cuando los negocios públicos, y -a tal o cual persona de la real familia; pero en tales casos siempre -daba el tema el señor marqués y tío de Amaranta, personaje que no podía -estar en sosiego si no realzaba a todas horas su personalidad, sacando -a relucir a tontas y a locas los negocios diplomáticos en que se creía -muy experto. - -La noche a que corresponde mi narración, había asistido también el -celebérrimo tío, de quien ante todo diré que parecía cosido a las -faldas de su sobrina, pues la acompañaba a todas partes, sirviéndole -de rodrigón en la iglesia, de caballero en el paseo y de pareja en los -bailes. No sé si he dicho que Amaranta era viuda. Si antes lo dije, -dese por repetido. - -El marqués (callemos el título por las mismas razones que nos movieron -a disfrazar el de las damas) era un viejo de más de setenta años, que -había ejercido varios cargos diplomáticos. Elevado por Floridablanca, -sostenido por Aranda, y derribado al fin por Godoy, conservó rencorosa -pasión contra este Ministro, y por esta causa todas sus disertaciones, -que eran interminables, giraban sobre el capitalísimo tema de la -caida del favorito. Su carácter era vano, aparatoso y hueco, como de -hombre que habiéndose formado de sí mismo elevado concepto, se cree -destinado a desempeñar los más altos papeles. Por su grandilocuencia, -que no era inferior a la flojedad efectiva de su ánimo, servía como -objeto de agudísimas burlas entre sus amigos, y en todos los círculos -que frecuentaba se divertían oyéndole decir: _¿Qué hará la Rusia...? -¿Secundará el Austria tan atroz proyecto? ¡Un gran desastre nos -amaga...! ¡Ay de las potencias del Mediodía...!_ y otras igualmente -misteriosas, con que se proponía darse importancia, cuidando siempre en -su estudiada reserva de decir las cosas a medias y de no dar noticias -claras de nada, para que los oyentes, llenos de dudas y oscuridades, le -rogasen con insistencia que fuera más explícito. - -He dado estos detalles para que se comprenda qué clase de espantajos -había entonces para regocijo de aquella generación. En cuanto a mí, -siempre me han hecho gracia estos tipos de la vanidad humana, que son -sin disputa los que más divierten y los que más enseñan. - -Como hombre poco dispuesto a transigir con las _novedades peligrosas_, -y enemigo del jacobinismo, el marqués se esforzaba en conseguir que -su persona fuese espejo fiel de sus elevados pensamientos; así es que -miraba con desdén los trajes de moda, y tenía gusto en sorprender -al público elegante de la corte y villa con vestidos anticuados -de aquellos que solo se veían ya en la veneranda persona de algún -consejero de Indias. Así es que si usó hasta 1798 la casaca de tontillo -y la chupa de mandil, en 1807 todavía no se había decidido a adoptar -el frac solapado y el chaleco ombliguero, que los poetas satíricos de -entonces calificaban de moda _anglo-gala_. - -Me falta añadir que el marqués, con su antijacobinismo y su peluca -empolvada, digna de figurar en las juntas de Coblenza, había sido -hombre de costumbres bastante disipadas. En la época de mi relación la -edad le había corregido un poco, y todas sus calaveradas no pasaban -de una benévola complicidad en todos los caprichos de su sobrina. No -vacilaba en acompañarla a sus excursiones y meriendas en la pradera del -Canal o en la Florida, con gente de categoría muy inferior a la suya. -Tampoco ponía reparos en ser su pareja en las orgías celebradas en casa -de la González o la Prado; pues tío y sobrina gustaban mucho de aquella -familiaridad con cómicos y otra gente de parecida laya. Excusado es -decir que tales excursiones eran secretas, y tenían por único objeto -esparcir y alegrar el espíritu abatido por la etiqueta. ¡Pobre gente! -Aquellos nobles que buscaban la compañía del pueblo, para disfrutar -pasajeramente de alguna libertad en las costumbres, estaban consumando, -sin saberlo, la revolución que tanto temían, pues antes de que vinieran -los franceses y los volterianos y los doceañistas, ya ellos estaban -echando las bases de la futura igualdad. - - - - -VI - - -Lesbia, dando golpecitos con su abanico en el hombro de Isidoro, decía: - ---Estoy muy enfadada con usted, señor Máiquez, sí señor, muy enfadada. - ---¿Porque he representado mal esta tarde? --contestó el actor--. -Pepilla tiene la culpa. - ---No es eso --continuó la dama--, y me las pagará usted todas juntas. - -Al oír esto, Isidoro inclinó la cabeza. Lesbia acercó su rostro y -habló tan bajo, que ni yo ni los demás entendimos una palabra; pero -por la sonrisa de Máiquez se adivinaba que la dama le decía cosas muy -dulces. Después continuaron hablando en voz baja, y el uno atendía a -las palabras del otro con tal interés, daban tanta fuerza y energía -al lenguaje de los ojos, se ponían serios o joviales, tristes o -alborozados con transición tan ansiosa y brusca, que al menos listo -se le alcanzaba la injerencia del travieso amor en las relaciones de -aquellos dos personajes. - -Para que todo se sepa de una vez, diré que el diplomático no miraba -con malos ojos a la González; esta no podía contestar a sus tiernas -insinuaciones, porque harto tenía que hacer atendiendo al íntimo -diálogo que sostenían Lesbia e Isidoro. A mi ama un color se le iba y -otro se le venía de pura zozobra; a veces parecía encendida en violenta -ira; a veces, dominada por punzante dolor, pugnaba por distraerlos, -ingiriendo en su conversación conceptos extraños, y al fin, no pudiendo -contenerse, dijo con muy mal humor: - ---¿No concluirá tan larga confesión? Si siguen ustedes así, entonaremos -todos el _yo pecador_. - ---¿Y a ti qué te importa? --dijo Máiquez con semblante sañudo y con -aquel despótico tono que usaba con los desdichados subalternos de su -compañía. - -Mi ama se quedó perpleja, y en un buen rato no dijo palabra. - ---Tienen que contarse muchas cosas --dijo Amaranta con malicia--. -Lo mismo sucedió el otro día en casa. Pero estas cosas pasan, señor -Máiquez. El placer es breve y fugaz. Conviene aprovechar las dulzuras -de la vida, hasta que el horrible hastío las amargue. - -Lesbia miró a su amiga... Mejor dicho, ambas se miraron de un modo que -no indicaba la existencia de una apacible concordia entre una y otra. - -El secreteo entre Isidoro y la dama continuaba cada vez más íntimo, -más ardoroso, más impaciente. Parecía que el tiempo se les abreviaba -entre palabra y palabra, no permitiéndoles decirlo todo. Amaranta -se aburría, el marqués dirigía con ojos y boca inútiles flechas al -enajenado corazón de mi ama, y esta cada vez más inquieta, mostrando -en su semblante ya la interna rabia de los celos, ya la dolorosa -conformidad del martirio, no procuraba entablar conversación, -ni parecía cuidarse de sus convidados. Pero al fin el marqués, -comprendiendo que aquella era ocasión propicia para hablar, aunque -fuera ante mujeres, de su tema favorito, que eran los asuntos públicos, -rompió el grave silencio y dijo: - ---La verdad es que estamos aquí divirtiéndonos, y a estas horas tal vez -se preparan cosas que mañana nos dejarán a todos asombrados y lelos. - -Hallándose mi ama, como he dicho, absorta entre el despecho y la -resignación, se dejó dominar del primero, que la inducía a trabar otro -diálogo íntimo con el diplomático, y dijo con viveza: - ---¿Pues qué pasa? - ---Ahí es nada... Parece mentira que estén ustedes con tanta calma ---contestó el marqués, retardando el dar las noticias. - ---Dejemos esas cuestiones que no son de este lugar --dijo la sobrina -con hastío. - ---¡Oh, oh, oh! --exclamó con grandes aspavientos el diplomático--. ¡Por -qué no han de serlo! Yo sé que Pepa desea vivamente saber lo que pasa, -y saberlo de mis autorizados labios: ¿no? - ---Sí, muchísimo: quiero que usted me cuente todo --dijo mi ama--. -Esas cosas me encantan. Estoy de un humor... divertidísimo: hablemos, -hablemos, señor marqués. - ---Pepa, usted me electriza --dijo el marqués clavando en ella con -amor sus turbios y amortiguados ojos--. Tanto es así, que yo, a pesar -de haberme distinguido siempre, durante mi carrera diplomática, por -mi gran reserva, seré con usted franco, revelándole hasta los más -profundos secretos de que depende la suerte de las naciones. - ---¡Oh! me encantan los diplomáticos --dijo mi ama con cierta agitación -febril--. Hábleme usted, cuénteme todo lo que sepa. Quiero estar -hablando con usted toda la noche. Es usted, señor marqués, la persona -de conversación más dulce, más amena, más divertida que he tratado en -mi vida. - ---Nada te dirá, Pepa, sino lo que todo el mundo sabe --indicó -Amaranta--, y es que a estas horas las tropas de Napoleón deben de -estar entrando en España. - ---¡Oh, qué cosa más linda! --dijo mi ama--. Hable usted, señor marqués. - ---Sobrina, ¿acabarás de apurarme la paciencia? --exclamó el marqués, -dando importancia extraordinaria al asunto--. No se trata de que entren -o no entren esas tropas, se trata de que van a Portugal a apoderarse de -aquel reino para repartirlo... - ---¿Para repartirlo? --dijo la González con su calenturienta -jovialidad--. Bien: me alegro. Que se lo repartan. - ---Lindísima Pepa, esas cosas no pueden decidirse tan de ligero --dijo -el marqués gravemente--. ¡Oh, usted aprenderá conmigo a tener juicio! - ---Es cierto --añadió Amaranta-- que se ha acordado dividir a Portugal -en tres pedazos: el del Norte se dará a los reyes de Etruria; el centro -quedará para Francia y la provincia de Algarbes y Alentejo servirá para -hacer un pequeño reino, cuya corona se pondrá el Sr. Godoy en la cabeza. - ---¡Patrañas, sobrina, patrañas! --dijo el marqués--. Eso es lo que dio -tanto que hablar el año pasado; pero ¿quién se acuerda ya de semejante -combinación? Tú no estás al tanto de lo que pasa... Por supuesto, no -necesito repetir que es preciso guardar absoluto secreto sobre lo que -voy a decir. - ---¡Ah! descuide usted --repuso mi ama--. En cuanto a mí, estoy -encantada de esta conversación. - ---El año pasado Godoy trató de ese asunto, por medio de Izquierdo, -su representante reservado, con Napoleón. Parece que la cosa estaba -arreglada. Pero de repente el emperador pareció desistir, y entonces D. -Manuel, ofendido en su amor propio y viendo defraudadas sus esperanzas, -quiso mostrarse fuerte contra Napoleón, publicó la famosa proclama de -octubre del año pasado, y envió un mensajero secreto a Inglaterra, -para tratar de adherirse a la coalición de las potencias del Norte -contra Francia. Esto lo tengo yo muy sabido... porque ¿qué secreto -puede escaparse a mi penetración y consumada experiencia de estos -arduos negocios? Bien... así las cosas, venció Napoleón a los prusianos -en Jena, y ya tenemos a nuestro D. Manuel asustadizo y hecho un lego -motilón, temiendo la venganza del que había sido gravemente ofendido -con la publicación de la proclama, considerada aquí y en Francia como -una declaración de guerra. Envió a Izquierdo a Alemania, para implorar -perdón, y al fin le fue concedido; pero no se volvió a hablar más del -reparto de Portugal, ni de la soberanía de los Algarbes. He aquí, -señoras, la pura verdad. Yo, por mis antecedentes y mis conocimientos, -estoy al tanto de todos estos asuntos, pues al paso que los atisbo -y escudriño aquí, no falta algún diplomático extranjero que me los -comunique con toda reserva. Hoy no se habla ya del reparto de Portugal, -señora sobrinita. Lo que ocurre es mucho más grave, y... pero no, no -somos dueños de comunicar a nadie ciertas cosas. Callaré hasta que -el gran cataclismo se haga público... ¿Aprueba usted mi discreción, -querida Pepa? ¿Conviene usted conmigo en que la reserva es hermana -gemela de la diplomacia? - ---¡Oh, la diplomacia! --exclamó mi ama con afectación--. Es cosa que -me tiene enamorada. ¡La pérfida Albión! ¡Los tratados! ¡Bonaparte! ¡La -coalición! ¡Oh, qué asuntos tan divinos! Confieso que hasta aquí me han -aburrido mucho; pero ahora... esta noche, rabio por conocerlos, y esta -conversación, señor marqués, me tiene embelesada. - ---Es verdad --dijo el diplomático relamiéndose de satisfacción--, que -pocas personas tratan de estas materias con tanta delicadeza, con tanta -prudencia, digámoslo de una vez, con tanta gracia como yo. Cuando -estaba en Viena por el año 84 todas las damas de la corte me rodeaban, -y si vieran ustedes cómo pasaban el rato oyéndome... - ---Lo comprendo: lo mismo me pasa a mí esta noche --dijo mi ama sin -cesar en extraña exaltación--. Por piedad, hábleme usted del Austria, -de la Turquía, de la China, del protocolo y de la guerra; sobre todo de -la guerra. - ---Dejemos a un lado por esta noche tan fastidiosa conversación --indicó -Amaranta--. No creo que usted, querido tío, sea de la ridícula opinión -que supone a Godoy intentando, con el auxilio de Bonaparte, mandar a -América a la Real familia, quedándose él de Rey de España. - ---Sobrina, por todos los santos, no me incites a hablar; no me hagas -olvidar el gran principio de que la discreción es hermana gemela de la -diplomacia. - ---Es absurdo también --continuó la sobrina-- suponer que Napoleón haya -mandado sus tropas a España para poner la corona al príncipe Fernando. -El heredero de un trono no puede solicitar el favor de un soberano -extranjero para ningún fin contrario a los de sus reales padres. - ---Vamos, vamos, señoras, asuntos tan graves no pueden tratarse de -ligero. Si yo me decidiera a hablar, se quedarían ustedes espantadas, y -no podríamos cenar. - -A esta sazón ya había venido la cena, y yo comenzaba a servirla. -Isidoro y Lesbia, requeridos por mi ama para que se acercaran a la -mesa, dieron tregua al arrobamiento y tomaron parte por un rato en la -conversación general. - ---¿Pero, qué hablan ustedes? --dijo Lesbia--. ¿Hemos venido aquí para -ocuparnos de lo que no nos importa? ¡Bonito tema! - ---¿Pues de qué quiere usted que se hable, desgraciada? - ---De otras cosas... vamos; de bailes, de toros, de comedias, de versos, -de vestidos... - ---¡Qué sosada! --indicó mi ama con desdén--. Además, ustedes pueden -tratar de lo que gusten, y nosotras hablaremos de lo que más nos -convenga. - ---Ya veo por qué anda Pepa tan distraída --dijo Máiquez burlándose -de mi ama--. Se ha dedicado a estudiar la política y la diplomacia, -carreras más propias de su ingenio que la del teatro. - -Mi ama intentó contestar a esta mofa, pero las palabras expiraron en -sus labios y se puso muy encendida. - ---Aquí venimos a divertirnos --añadió Lesbia. - ---¡Oh, frívola y vana juventud! --exclamó el marqués después de beberse -un gran vaso de vino.--No piensa más que en divertirse, cuando la -Europa entera... - ---Dale con la Europa entera. - ---Pepa es la única que comprende la gravedad de las circunstancias. -Usted, encantadora actriz, será de las pocas que, como yo, no se -sorprendan del cataclismo. - ---¿Querrá usted explicarnos de una vez lo que va a pasar? - ---¡Por Dios y todos los santos! --exclamó el diplomático, afectando -cierta compunción suplicante--. Yo les ruego a ustedes que no me -obliguen con sus apremiantes excitaciones a decir lo que no debe salir -de mis labios. Aunque tengo confianza en mi propia prudencia, temo -mucho que si ustedes siguen hostigándome, se me escape alguna frase, -alguna palabra... Callen ustedes por Dios, que la amistad tiene en mí -fuerza irresistible, y no quiero verme obligado por ella a olvidar mis -honrosos antecedentes. - ---Pues callaremos: no deseamos saber nada, señor marqués --dijo -Máiquez, comprendiendo que el mejor medio para mortificar al buen viejo -consistía en no preguntarle cosa alguna. - -Hubo un momento de silencio. El marqués, contrariado en su locuacidad, -no cesaba de engullir, entablando relaciones oficiosas con un capón, -e impetrando para este fin los buenos oficios de una ensalada de -escarola, que le ayudaba en sus negociaciones. Mientras tanto se -deshacía en obsequios con mi ama, y sus turbios ojos, reanimados no sé -si por el vino o por el amor, brillaban entre los arrugados párpados y -bajo las espesas cenicientas cejas, que contraía siempre, en virtud de -la costumbre de leer la vieja letra de los _memorandums_. La González -no decía tampoco una palabra, y solo ponía su reconcentrada atención, -aunque sin mirarlos, en los dos amantes, mientras que Amaranta, agitada -sin duda por pensamientos muy diferentes, no miraba a Isidoro ni a -Lesbia, ni a mi ama, ni a su tío, sino... ¿tendré valor para decirlo? -me miraba a mí. Pero esto merece capítulo aparte, y pongo punto final -en este para descansar un poco. - - - - -VII - - -Sí, ¿lo creerán ustedes? me miraba, ¡y de qué modo! Yo no podía -explicarme la causa que motivaba aquella tenaz curiosidad, y si he de -decir verdad como hombre honrado, aún hoy no he salido de dudas. Yo -servía a la mesa, como es de suponer, y no pueden ustedes figurarse -cuál fue mi turbación cuando advertí que aquella hermosa dama, objeto -por parte mía de la más fervorosa admiración, fijaba en mí los ojos más -perfectos, que, según creo, se han abierto a la luz desde que hay luz -en el mundo. Un color se me iba y otro se me venía; a veces mi sangre -toda corría precipitadamente hacia mi semblante poniéndome encendido -y a veces se recogía por entero en mi palpitante corazón, dejándome -más pálido que un difunto. Ignoro el número de fuentes que rompí -aquella noche, pues las manos me temblaban, y creo que serví de un modo -lamentable, trocando el orden de los platos, y dando sal cuando me -pedían azúcar. - -Yo decía para mí: ¿qué es esto? ¿Tendré algo en la cara? ¿Por qué me -mirará tanto esa mujer?... Al salir fuera, iba a la cocina, me miraba -a toda prisa en un espejillo roto que allí tenía; mas no encontraba -en mi semblante nada que de notar fuese. Volvía a la sala, y otra vez -Amaranta me clavaba los ojos. Por un instante llegué a creer... ¡pero -quiá! me reía yo mismo de tan loca presunción. Cómo era posible que una -dama tan hermosa y principal sintiera... ¡Ay! recuerdo haber dicho, -aunque al revés, lo que después escribió en un célebre verso cierto -poeta moderno. Pero todo debía ser un sueño de mi infantil soberbia. -¿Cómo podía la estrella del cielo mirar al gusano de la tierra, sino -para recrearse, comparando, en su propia magnitud y belleza? - -Pero debo añadir otra circunstancia, y es que cuando mi ama me -reprendía por las muchas torpezas que cometí en el servicio de la mesa, -Amaranta acompañaba sus miradas de una dulce sonrisa, que parecía -implorar indulgencia por mis faltas. Yo estaba perplejo, y un violento -fluido que parecía súbito acrecentamiento de vida, corría por mis -nervios, produciéndome una actividad devoradora a la cual seguía un -vago aturdimiento. - -Después de largo rato la conversación, anudándose de nuevo, fue -general. El marqués, viendo que no se le preguntaba nada, estaba en -gran desasosiego, y a los rostros de todos dirigía con inquietud sus -ojos buscando una víctima de su conversación; pero nadie parecía -dispuesto a escucharle, con lo cual lleno de enojo, tomó la palabra -para decir que si continuaban apremiándole para que hablara, se vería -en el caso de no poner segunda vez a prueba su discreción concurriendo -a tertulias donde no reinaba el más profundo respeto hacia los secretos -de la diplomacia. - ---Pero si no le hemos dicho a usted una palabra --indicó Lesbia riendo. - -Isidoro, conociendo que el marqués era enemigo de Godoy, dijo con mucha -sorna: - ---No se puede negar que el Príncipe de la Paz, como hombre de gran -talento, burlará las intrigas de sus enemigos. Napoleón le apoya, y -no digo yo la coronita de los Algarbes, sino la de Portugal entero o -quizás otra mejor recibirá de manos de Su Majestad Imperial. Conozco -a Napoleón, le he tratado en París, y sé que gusta de los hombres -arrojados como Godoy. Verá usted, verá usted, señor marqués, todavía le -hemos de ver a usted llamado a los consejos del nuevo rey, y tal vez -representándole como plenipotenciario en alguna de las cortes de Europa. - -El marqués se limpió la boca con la servilleta, echose hacia atrás, -sopló con fuerza, desahogando la satisfacción que le producía el verse -interpelado de aquel modo, fijó la vista en un vaso, como buscando -misterioso punto de apoyo para una sutil meditación, y dijo con mucha -pausa: - ---Mis enemigos, que son muchos, han hecho correr por toda Europa la -especie de que yo llevaba correspondencia secreta con el Príncipe de -Talleyrand, con el Príncipe Borghese, con el Príncipe Piombino, con -el gran duque de Aremberg y con Luciano Bonaparte en connivencia con -Godoy, para estipular las bases de un tratado en virtud del cual España -cedería las provincias catalanas a Francia a cambio de Portugal y el -reino de Nápoles... pasando Milán a la reina de Etruria, y el reino de -Westfalia a un infante de España. Yo sé que esto se ha dicho --añadió -alzando la voz y dando un fuerte puñetazo en la mesa--. ¡Yo sé que esto -se ha dicho: ha llegado a mis oídos, sí, señor! Los calumniadores lo -hicieron creer a los soberanos de Austria y Prusia; se me interpeló -sobre el caso, Rusia no titubeó en hacerse eco de la calumnia, y fue -preciso que yo empleara todo mi valimiento y tacto para disipar las -densas nubes que se habían acumulado en el horizonte de mi reputación. - -Al decir esto, el marqués empleaba el mismo tono que habría usado ante -un Congreso de los principales políticos de Europa. Después de sonarse -con estrépito, prosiguió de esta manera: - ---Afortunadamente soy bien conocido, y al fin... tengo la satisfacción -de haber sido objeto de las más satisfactorias frases por parte de -los soberanos citados. ¡Ah!... ya sé yo el objeto que guió a los -calumniadores y el sitio de donde partió la calumnia. En casa de Godoy -se inventó esa trama abominable con objeto de ver si, autorizada con -mi nombre, podía esa combinación correr con alguna fortuna por Europa. -Pero tan inicuos planes quedaron sin éxito, como era de suponer, y la -Europa entera convencida de que el Príncipe de la Paz y yo no podemos -obrar de concierto en negocio alguno de interés general para las -grandes potencias. - ---¿De modo --dijo Isidoro-- que usted no es, como dicen, amigo secreto -de Godoy? - -El diplomático frunció el ceño, sonrió con desdén, llevó un polvo a la -nariz y continuó así: - ---¿Qué incongruentes especies no inventará la calumnia? ¿Qué torpes -ardides no imaginarán la astucia y la doblez contra la prudencia y el -saber? Mil veces me han hecho esos cargos, y mil veces los he rebatido. -Pero es fuerza que repita ahora lo que en otras ocasiones he dicho. -Había hecho propósito solemne de no ocuparme más de este asunto; pero -la terquedad de mis amigos y la obcecación del público me obligan a -ello. Hablaré claro: si en el calor de mi defensa hago revelaciones que -puedan sonar mal en ciertos oídos, cúlpese a los que me han provocado, -no a mí, que todo debo posponerlo al brillo de mi inmaculada reputación. - -Lesbia, Isidoro y mi ama hacían esfuerzos para contener la risa, al -ver el énfasis con que nuestro hombre defendía, contra imaginarias -acusaciones, una personalidad de que nadie se ocupaba sino él. Amaranta -parecía meditabunda, mas sus reflexiones no le impedían fijar alguna -vez en mí sus incomparables ojos. - ---En el año de 1792 --dijo el viejo--, cayó del ministerio el conde -de Floridablanca, que se había propuesto poner coto a los estragos -de la revolución francesa. ¡Ah! El vulgo no conoció la mano oculta -que había arrojado de la Secretaría de Estado a aquel hombre insigne, -envejecido en servicio del Rey. ¿Pero cómo podía ocultarse a los -hombres perspicaces la máquina interior de aquel cambio de Ministerio? -Un joven de veinticinco años a quien los Reyes miraban con particular -afecto, y que tenía frecuente entrada en Palacio, y que hasta en los -consejos influyó en el cambio de Ministerio, y en la elevación del -señor conde de Aranda. ¿Tuve yo participación en aquel suceso? No, mil -veces no: hallábame a la sazón agregado a la Embajada española, cerca -del Emperador Leopoldo, y no pude de ningún modo influir para que -desempeñara el Ministerio mi amigo el conde de Aranda. Pero ¡ay! este -duró poco en el poder, porque nuevas maquinaciones le derribaron, y -en noviembre del mismo año España y el mundo todo vieron con sorpresa -que era elevado a la primera dignidad política aquel mismo joven de -veinticinco años, ya colmado de honores inmerecidos, tales como el -ducado de la Alcudia y la grandeza de España de primera clase, la gran -cruz de Carlos III, la cruz de Santiago, los cargos de ayudante general -del Cuerpo de Guardias, mariscal de campo de los reales ejércitos, -gentilhombre de cámara de S. M. con ejercicio, sargento mayor del real -cuerpo de Guardias de Corps, consejero de Estado, superintendente -general de Correos y Caminos, etc., etc. Empuñó Godoy las riendas -del Estado en tiempos muy críticos; todos los hombres de previsión -comprendíamos la proximidad de grandes males, e hicimos lo posible -por conjurarlos. El torpe duque de la Alcudia declaró la guerra a -Francia, contra la opinión de Aranda y de todos cuantos teníamos alguna -experiencia en los negocios. ¿Se nos hizo caso? No. ¿Se oyeron nuestros -consejos? No. Pues veamos ahora lo que ocurría después de hecha la paz -con Francia. - -»El Rey continuaba acumulando en la persona de su favorito toda clase -de honores y distinciones, y por fin le enlazó con una princesa de la -familia real. Tanto favor dispensado a un hombre nulo y que en los más -indignos hechos buscaba ocasión de medro, produjo la animadversión y -el descontento de todos los españoles. La caida de un favorito que -había desconcertado el Erario público y desmoralizado la justicia -vendiendo los destinos, era segura. Y aquí debo decir, aunque por un -momento falte a las leyes de mi sistemática reserva; que yo nada influí -para que entraran en los ministerios de Hacienda y Gracia y Justicia -Saavedra y Jovellanos. Ruego a ustedes que no revelen este secreto, que -hoy por primera vez sale de mis labios. - ---Seremos tan callados como guardacantones, señor marqués --dijo -Isidoro. - ---Pero la cosa no tenía remedio --continuó el diplomático dirigiendo -sus ojos a todos los lados de la sala, como si le oyera gran número de -personas--. Jovellanos y Saavedra no podían concertarse en el Gobierno -con quien ha sido siempre la misma torpeza y la corrupción en persona. -La república francesa trabajaba en contra del favorito. Jovellanos -y Saavedra se empeñaron en desprenderse de tan peligroso compañero, -y al fin el Rey, cediendo a tantas sugestiones y a la voz popular, -dio a Godoy su retiro en marzo de 1798. Yo declaro aquí de una vez -para siempre, que no tuve participación en su caida, como han dado en -suponer. Y esta sería ocasión de decir algo que sé, y que siempre he -callado; pero... no, no fío bastante en la prudencia de los que me -escuchan, y prefiero guardar silencio sobre un punto delicado que nadie -conoce. Conste tan solo que no contribuí a la caida de Godoy en 1798. - ---Pero la desgracia del Sr. D. Manuel duró poco --dijo Isidoro--, -porque el ministerio Jovellanos-Saavedra fue de poca duración, y el de -Caballero y Urquijo, que le sucedió, tampoco tuvo larga vida. - ---Efectivamente, a eso iba --continuó el marqués--. Los Reyes no podían -pasarse sin su amigo. Ocupó este nuevamente la Secretaría de Estado, -y queriendo acreditarse de guerrero, ideó la famosa expedición contra -Portugal, para obligar a este pequeño reino a romper sus relaciones con -Inglaterra. Ya desde entonces nuestro ministro no pensaba más que en -secundar los planes de Bonaparte del modo menos ventajoso para España. -Él mismo mandó aquel ejército, que se puso en planta a costa de grandes -sacrificios; y cuando los pobres portugueses abandonaron Olivenza -sin que pudiera entablarse una lucha formal, el favorito celebró sus -soñadas victorias con un festejo teatral que dio a aquella guerra el -nombre de _guerra de las naranjas_. Ustedes saben que los Reyes habían -acudido a la frontera. El favorito mandó construir unas angarillas -que adornó con flores y ramaje, y sobre esta máquina hizo poner a la -Reina, que fue tan chabacanamente llevada en procesión ante las tropas, -para recibir de manos del generalísimo un ramo de naranjas, cogido en -Elvas por nuestros soldados. No añadiré una palabra más, ni recordaré -los punzantes chistes que circularon en aquella ocasión de boca en -boca. Que cada cual se entienda con su conciencia, y que todos tengan -bastante energía para defender sus propios actos, como defiendo yo los -míos en este momento. Ahora paso a otra cuestión. - -»Y aunque necesite repetirlo mil veces, diré también que no tuve parte -alguna en las negociaciones del tratado de San Ildefonso, ni en la -alianza de nuestra marina con la francesa, origen del desastre de -Trafalgar. Pero sobre este tratado sé cosas curiosísimas que me confió -el general Duroc y que no puedo revelar a ustedes por más empeño que -muestren en conocerlas. No... no me pidan ustedes que revele lo que sé; -no pongan a prueba mi discreción: hay secretos que no pueden confiarse -en el seno de la amistad más íntima. Yo debo callar y callaré. Si los -dijese, cuán pronto confundiría al Príncipe de la Paz y a los que me -suponen cómplice de sus infames tratos con Bonaparte. Mi único afán ha -consistido en destruir sus combinaciones, y aquí en confianza puedo -decir que repetidas veces lo he conseguido. Por eso se empeña en -desacreditarme a los ojos de Europa, en malquistarme con los hombres de -Estado, que han depositado en mí su confianza; por eso suena mi nombre -unido a todas las combinaciones que fragua la izquierda en París. -Pero ¡ah! gracias a mi destreza podré anonadar a los calumniadores, -salvando mi buen nombre. Ojalá pudiera asimismo salvar a nuestros -Reyes y a nuestro país del descrédito a que los conduce ciegamente un -hombre abominable, que se ha elevado por las causas que todos sabemos, -y sigue dirigiendo la nave del Estado, valido de su torpe arrogancia e -insolente travesura. - -Dijo, y llevándose a la nariz con diplomático aplomo el polvo de -rapé se sonó con más estruendo que el de una batería, miró a todos -por encima del pañuelo, y luego pronunció algunas frases vagas que -anunciaban la agitación de su grande espíritu. Oyéndole y viéndole, -parecía que sobre el mantel de la mesa que yo había servido iban a -resolverse las más arduas cuestiones europeas, repartiendo pueblos y -arreglando naciones como en el tapete de Campo-Formio, de Presburgo o -de Luneville. - ---Estamos ya convencidos, señor marqués --dijo Lesbia--, de que usted -no ha tenido ni tiene parte alguna en los desastres ocasionados por el -Príncipe de la Paz; pero no nos ha dicho cuáles son los grandes males -que nos amenazan. - ---Ni una palabra más, no diré ni una palabra más --dijo el marqués -alzando la voz--. Cesen, pues, las preguntas. Todo es inútil, señoras -mías. Soy inflexible e implacable: todos los esfuerzos, todas las -astucias de la curiosidad no conseguirán arrancarme una revelación. -He suplicado a ustedes que no me preguntasen nada, y ahora, no ruego -sino mando que me dejen en paz, renunciando a corromper y sobornar mi -experimentada prudencia con los halagos de la amistad. - -Oyendo al diplomático, yo recordaba a cierto mentiroso que conocí -en Cádiz, llamado D. José María Malespina. Ambos eran portentos de -vanidad; pero el de Cádiz mentía desvergonzadamente y sin atadero, -mientras que el de Madrid, sin alterar nunca los sucesos reales, se -suponía hombre de importancia, y su prurito consistía en defenderse de -ataques imaginarios y en negarse a revelar secretos que no sabía. Esto -prueba la inmensa variedad que el Creador ha puesto en la fauna moral, -así como en la física. - -Isidoro y Lesbia, retirándose de la mesa, habían vuelto a formar la -tela de araña de sus comunicaciones amorosas. Mi ama había variado en -sus disposiciones favorables hacia el marqués. En vano le prometió -franquearse con ella, revelándole lo que ningún ser humano había oído -hasta entonces de sus labios; pero sin duda a la González no debió de -halagar mucho la promesa de conocer los planes de todas las potencias -europeas, porque no tuvo para su solícito cortejante palabra ni frase -alguna que no fuese el mismo acíbar. - -Amaranta, cuya reconcentración mental se desvanecía poco a poco, clavó -en mí sus ojos de una manera que parecía indicar vivo deseo de entablar -conversación conmigo. En efecto, contra todas las prescripciones del -decoro, en cierta ocasión en que yo recogía los platos vacíos que tenía -delante, se sonrió de un modo tan celestial, atravesándome el corazón -con estas palabras: - ---¿Estás contento con tu ama? - -No puedo asegurarlo; pero creo que sin mirarla, contesté: - ---Sí, señora. - ---¿Y no desearías cambiar de ama? ¿No deseas encontrar colocación en -otra parte? - -Tampoco aseguro que sea cierto, pero me parece que respondí: - ---Según con quién fuera. - ---Tú pareces un chico de disposición --añadió con una sonrisa que -parecía abrir el cielo ante mis ojos. - -A esto sí que estoy seguro de no haber contestado una palabra. Después -de una breve pausa, en que mi corazón parecía querer echárseme fuera -del pecho, tuve un arranque de osadía, que hoy mismo me causa asombro, -y dije: - ---¿Es que quiere usía tomarme a su servicio? - -Al oírme, Amaranta prorrumpió en graciosa carcajada, y yo me quedé -perplejo, creyendo haber dicho alguna inconveniencia. Al punto salí -de la sala con mi carga de platos: en la cocina procuré calmar mi -turbación, tratando de explicarme los sentimientos de Amaranta respecto -a mí, y después de mil dudas, dije: - ---Mañana mismo le contaré todo a Inés, y veremos lo que ella piensa. - - - - -VIII - - -Cuando regresé a la sala, la escena continuaba la misma, pero la -llegada de un nuevo personaje iba a variarla por completo. Oímos ruido -de alegres voces y como preludios de guitarra en el portal, y después -entró un joven a quien diferentes veces había yo visto en el teatro. -Acompañábanle otros; pero se despidieron en la puerta, y él subió -solo, mas haciendo tanto ruido, que no parecía sino que un ejército se -nos metía en la casa. Me acuerdo de que aquel joven vestía el traje -popular, esto es, un rico marsellés, gorra peluda de forma semejante -a la de los sombreros trípicos, pero mucho más pequeña, y capa de -grana con forros de felpa manchada. Al verlo con esta facha, no crean -ustedes que era algún manolo de Lavapiés o chispero de Maravillas, pues -los arreos con que lo he presentado cubrían la persona de uno de los -principales caballeros de la corte; solo que este, como otros muchos de -su época, gustaba de buscar pasatiempo entre la gente de baja estofa, -y concurría a los salones de _Polonia la Aguardentera_, _Juliana la -Naranjera_, y otras célebres majas de que se hablaba mucho entonces. En -sus nocturnas correrías usaba siempre aquel traje que, en honor de la -verdad, le caía a las mil maravillas. - -Pertenecía aquel joven a la Guardia Real, y sus conocimientos no -traspasaban más allá de la ciencia heráldica, en que era muy experto, -del arte del toreo y la equitación. Su constante oficio era la -galantería arriba y abajo, en los estrados y en los bailes de candil. -Parecían escritos expresamente para él los famosos versos: - - Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas - de pardomonte envuelto... - ---¡Oh, D. Juan! --exclamó Amaranta, al verle entrar--. Bienvenido sea -el Sr. de Mañara. - -Animose la reunión como por encanto con la entrada de aquel joven, cuyo -carácter jovial y bullanguero se manifestó desde el primer momento. -Advertí que el rostro de Amaranta adquiría de súbito extraordinaria -viveza y malicia. - ---Sr. de Mañara --dijo con gran desenfado--, llega usted a tiempo. -Lesbia le echaba a usted de menos. - -Lesbia miró a su amiga de un modo terrible, mientras Isidoro parecía -dominado por violenta cólera. - ---Aquí, D. Juan, siéntese usted a mi lado --indicó mi ama con alegría, -señalando a Mañara la silla que tenía a la izquierda. - ---No creí encontrar a usted aquí, señora duquesa --dijo el petimetre -dirigiéndose a Lesbia--. He venido, sin embargo, impulsado por la voz -de mi corazón; ya veo que el corazón no se equivoca siempre. - -Lesbia estaba bastante turbada, mas no era mujer a quien arredraban las -situaciones críticas, así es que entre ella y Mañara hubo un verdadero -tiroteo de dichos agudos, risas y epigramas. Máiquez estaba cada vez -más intranquilo. - ---Esta es noche de suerte para mí --dijo D. Juan sacando un bolsillo de -seda--. He estado en casa de la Primorosa, y allí he ganado cerca de -dos mil reales. - -Diciendo esto, vació el oro sobre la mesa. - ---¿Había allí mucha gente? --preguntó Amaranta. - ---Mucha; mas la marquesita no pudo ir porque estaba con dolor de -muelas. ¡Ah! nos hemos divertido. - ---Para usted --dijo Amaranta con verdadero ensañamiento en su malicia-- -no hay diversión allí donde no está Lesbia. - -Esta volvió a dirigir a su amiga terrible mirada. - ---Por eso he venido. - ---¿Quiere usted seguir probando fortuna? --dijo mi ama--. La baraja, -Gabriel; trae la baraja. - -Hice lo que se me mandaba, y los oros, las espadas, los bastos y las -copas se entremezclaron bajo los dedos del petimetre, que barajaba con -toda la rapidez que da la experiencia. - ---Sea usted banquero. - ---Bien; ahí va. - -Cayeron las primeras cartas: todos los personajes sacaron su dinero; -fijáronse ansiosas miradas en los terribles signos, y comenzó el juego. - -Por un momento no se oyeron más que estas breves y elocuentes frases: -«¡Tres duros al caballo... Yo no abandono a mi siete de espadas... -Bien, por el rey... Gané... Perdí... Diez a mí... Maldita sota!» - ---Mala suerte tiene usted esta noche, Máiquez --dijo Mañara, recogiendo -el dinero del actor, que ni una vez apuntaba sin perder cuanto ponía. - ---¡Y yo qué buena! --dijo mi ama recogiendo sus monedas, que ascendían -ya a una respetable cantidad. - ---¡Oh, Pepa; para usted es toda la suerte! --exclamó el banquero--. -Pero dice el refrán: «Afortunado en el juego, desgraciado en amores.» - ---En cambio, usted --dijo Amaranta-- puede decir que es afortunado en -ambos juegos. ¿Verdad, Lesbia? - -Y luego, dirigiéndose a Isidoro, que perdía mucho, añadió: - ---Para usted, pobre Máiquez, sí que no se ha hecho aquel refrán; porque -usted es desgraciado en todo. ¿Verdad, Lesbia? - -El rostro de esta se encendió súbitamente. Me pareció que la vi -dispuesta a contestar con violencia a su amiga; pero se contuvo y la -tempestad quedó conjurada por algún tiempo. El marqués perdía siempre, -pero no paró de jugar mientras tuvo una peseta en su bolsillo. No así -Máiquez, que una vez desvalijado, recibió un préstamo del banquero, -y así siguió el juego hasta más de la una, hora en que comenzaron a -hablar de retirarse. - ---Debo a usted treinta y siete duros --dijo Máiquez. - ---Y por fin --preguntó el petimetre--, ¿cuál es la función escogida -para representarse, en casa de la señora marquesa? - ---Ya está acordado que sea _Otello_. - ---¡Oh! me parece bien, amigo Isidoro. Me entusiasma usted en el papel -de celoso --dijo Mañara. - ---¿Querría usted hacer el de Loredano? --preguntó el actor. - ---No, es papel muy desairado. Además, no sirvo para el teatro. - ---Yo le enseñaré a usted. - ---Gracias. ¿Ya ha enseñado usted a Lesbia su papel? - ---Lo sabe perfectamente. - ---Cuánto deseo que llegue esa noche --dijo Amaranta--. Pero diga usted, -Isidoro, si le ocurriera a usted un lance como el de _Otello_, si se -viera engañado por la mujer que ama, ¿sentiría usted aquel terrible -furor? ¿Sería capaz de matar a su Edelmira? - -Esta flecha iba dirigida a Lesbia. - ---¡Quiá! --exclamó Mañara--. Eso no pasa nunca sino en el teatro. - ---No mataría a Edelmira; pero sí a Loredano --repuso Máiquez con -firmeza, clavando enérgica mirada en el petimetre. - -Hubo un momento de silencio, durante el cual pude advertir -perfectamente las señales de la más reconcentrada rabia en el rostro de -Lesbia. - ---Pepa, no me has obsequiado esta noche --dijo Mañara--. Verdad es que -he cenado; pero son las dos, hija mía. - -Serví de beber al joven, y habiéndome retirado, oí desde fuera el -siguiente diálogo. Mañara, alzando una copa llena hasta los bordes, -dijo: - ---Señores: brindo por nuestro querido Príncipe de Asturias: brindo por -que la santa causa que representa tenga dentro de pocos días el éxito -más completo: brindo por la caida del favorito y el destronamiento de -los Reyes Padres. - ---Muy bien --exclamó Lesbia aplaudiendo. - ---Creo que estoy entre amigos --continuó el joven--. Creo que un fiel -súbdito del nuevo Rey puede sin recelo manifestar aquí alegría y -esperanza. - ---¡Qué horror! ¿Está usted loco? Prudencia, joven --dijo el diplomático -escandalizado--. ¿Cómo se atreve usted a revelar?... - ---Cuidado --dijo Lesbia con mucha viveza--, cuidado, Sr. Mañara, está -delante una confidenta de S. M. la Reina. - ---¿Quién? - ---Amaranta. - ---Tú también lo eres, y según dicen posees los secretos más graves. - ---No tanto como tú, hija mía --dijo Lesbia sintiendo reponerse su -osadía--; tú, que, según se asegura, eres hoy depositaria de todas las -confianzas de nuestra amada soberana. Esto es una gran honra para ti. - ---Seguramente --repuso Amaranta, dominando su cólera--. Sigo al lado de -mi bienhechora. La ingratitud es vicio muy feo, y no he querido imitar -el ejemplo de las que insultan a quien les ha favorecido. ¡Ah! es muy -cómodo hablar de las faltas ajenas para que no se fije la vista en las -propias. - -Lesbia, después de un momento de vacilación iba a contestar. El diálogo -tomaba alguna gravedad, y de seguro se habrían oído cosas bastante -duras, si el diplomático, interviniendo con su tacto de costumbre, no -hubiera dicho: - ---Señoras, por Dios... ¿qué es esto? ¿No son ustedes íntimas amigas? -¿Una diferencia de opinión puede turbar el cielo purísimo de la -amistad? Dense las manos, y bebamos todos el último vaso a la salud de -Lesbia y Amaranta enlazadas en dulce y amorosa fraternidad. - ---Estoy conforme; esta es mi mano --dijo Amaranta alargando la suya con -gravedad. - ---Ya hablaremos de esto --añadió Lesbia estrechando con desabrimiento -la mano de la otra dama--. Por ahora seremos amigas. - ---Bien: ya hablaremos de esto. - -En aquel momento entré yo y la expresión del semblante de una y otra -no me pareció indicar predisposiciones a la concordia. Con aquel -desagradable incidente, que por fortuna no tomó proporciones, tuvo -fin la tertulia, y la aparente reconciliación fue señal de partida. -Levantáronse todos, y mientras el diplomático y Mañara se despedían de -mi ama, Amaranta se llegó a mí con disimulo, acercó su boca a mi oído, -y me dijo con una vocecita que parecía resonar dentro de mi cerebro: - ---Tengo que hablarte. - -Dejome aturdido; pero mi sorpresa subió de punto un poco después, -cuando acompañé a la comitiva por la calle, precediéndola con un farol, -según costumbre, porque en aquel tiempo el alumbrado público, si en -alguna calle existía, era digno émulo de la oscuridad más profunda. -Llegamos a la calle de Cañizares, a una suntuosa casa, que era la misma -en cuyo sotabanco vivía Inés, aunque se subía por distinta escalera. -En el patio de aquella casa, que era la del marqués diplomático, o -mejor dicho, de su hermana, esperaban las literas que debían conducir -a las dos damas a sus respectivas mansiones. Antes de entrar en la -litera, Amaranta me llamó aparte, y díjome que al día siguiente fuese -a buscarla a aquella misma casa, preguntando por una tal Dolores, que -luego supe era doncella o confidenta suya, cuyo mandato me alegró -mucho, porque en él vi el fundamento de mi fortuna. - -Volví a casa apresuradamente, y encontré a mi ama muy agitada, paseando -con precipitación en la estrecha sala, y departiendo consigo misma, -como si no tuviera el juicio muy sano. - ---¿Observaste --me dijo-- si Isidoro y Mañara disputaban por la calle? - ---No reparé, señora --le respondí--. ¿Pues qué motivo tienen esos dos -caballeros para enemistarse? - ---¡Ah! no sabes cuán alegre estoy, Gabriel; estoy satisfecha --me dijo -la González con extraviados ojos y tan febril inquietud, que me impuso -miedo. - ---¿Por qué, señora? --pregunté--. Ya es hora de descansar, y usted -parece necesitar descanso. - ---No tonto, yo no duermo esta noche --dijo--. ¿No sabes que yo no puedo -dormir? ¡Ah, cuánto gozo considerando su desesperación! - ---No entiendo a usted. - ---Tú no entiendes de esto, chiquillo, vete a acostar... Pero no, no, -ven acá y escucha. ¿Verdad que parece castigo de Dios? El muy simple no -conoce la víbora que tiene entre sus brazos. - ---Creo que se refiere usted a Isidoro. - ---Justo. Ya sabes que está enamorado de Lesbia. Está loco, como nunca -lo ha estado. ¡Ah! Con todo su orgullo, ¡qué vilmente se arrastra a los -pies de esa mujer! Él, acostumbrado a dominar, es dominado ahora, y su -impetuoso amor servirá de diversión y chacota en el teatro y fuera de -él. - ---Pero me parece que el Sr. Máiquez es correspondido. - ---Lo fue; pero los favores de Lesbia pasan pronto. ¡Oh! Bien merecido -le está. Lesbia es la misma inconstancia. - ---No lo hubiera creído en una persona tan simpática y tan linda. - ---Con esa carita angelical, con su sonrisa inalterable y su aire de -ingenuidad, Lesbia es un monstruo de liviandad y coquetería. - ---Tal vez ese Sr. Mañara... - ---Eso no tiene duda. Mañara es hoy el favorecido, y si habla con -Isidoro es para divertirse a su costa, jugando con el corazón de ese -desgraciado. Sí, el corazón de Isidoro está hoy como un ovillo de -algodón entre las patas de una gata traviesa. ¿Pero no es verdad que le -está bien merecido?... ¡Oh, rabio de placer! - ---Por eso la señora Amaranta no cesaba de decir aquellas cosas... ---indiqué, deseando que mi ama esclareciera mis dudas sobre muchos -sucesos y palabras de aquella noche. - ---¡Ah! Lesbia y Amaranta, aunque vienen juntas aquí, se aborrecen, se -detestan, y quisieran destruirse una a otra. Antes se llevaban muy -bien; mas de algún tiempo a esta parte... yo creo que algo ocurrido en -Palacio es la causa de esta inquina que ha empezado hace poco, y será -pronto una guerra a muerte. - ---Bien se conoce que no se llevan bien. - ---En Palacio, según me han dicho, arden pasiones encarnizadas e -implacables. Amaranta es muy amiga de los Reyes Padres, mientras que -Lesbia parece que es de las damas que más intrigan en el bando de los -amigos del Príncipe de Asturias. Tan irritadas están hoy la una contra -la otra, que ya no saben disimular el odio que se profesan. - ---¿Y es Amaranta mujer de tan mala condición como su amiga? --pregunté -deseando inquirir noticias de la que ya consideraba como mi protectora. - ---Todo lo contrario --repuso--. Amaranta es una gran señora, tan -discreta como hermosa, y de conducta intachable. Gusta de proteger a -los desvalidos: su sensible y tierno corazón es inagotable para los -menesterosos que necesitan de su ayuda; y como es poderosísima en la -corte, porque su valimiento casi excede al de los mismos Reyes, el que -tenga la dicha de caerle en gracia, ya se puede considerar puesto en -los cuernos de la luna. - ---Ya me lo parecía a mí --dije muy contento por tan lisonjeras -noticias. - ---Espero que Amaranta --prosiguió mi ama con la misma calenturienta -agitación-- me ayudará en mi venganza. - ---¿Contra quién? --pregunté alarmado. - ---Creo que se ha aplazado la función de la marquesa --continuó sin -atender a mi pregunta--. Nadie quiere hacer el desairado papel de -Pésaro, y esto será ocasión de un lamentable retraso. ¿Querrás -desempeñarlo tú, Gabriel? - ---¡Yo, señora!... no sirvo para el caso. - -Quedose luego muy meditabunda, con el ceño fruncido y los ojos fijos en -el suelo, y por fin volvió a su primer tema. - ---Estoy satisfecha --dijo con esa hilaridad dolorosa, que indica las -grandes crisis de la pasión--. Lesbia le es infiel, Lesbia le engaña, -Lesbia le pone en ridículo, Lesbia le castiga... ¡Oh, Dios mío! Veo que -hay justicia en la tierra. - -Después serenándose un poco me mandó retirar, y cuando me hallé fuera, -dejándola con su doncella, la sentí llorar con lágrimas francas y -abundantes, que debían templar la irritación de su espíritu y poner -calma en su excitado cerebro. A los consuelos y ruegos de su criada -para que se retirase a descansar, no respondía más que esto: - ---¿Para qué me acuesto, si sé que no he de dormir en toda la noche? - -Retireme a mi cuarto, que era un estrecho dormitorio donde jamás -entraban ni en pleno día importunas luces. Me acosté bastante afligido -al considerar la triste pasión de mi ama; pero estos pensamientos se -enlazaron con otros relativos a mi propio estado, los cuales, lejos -de ser tristes alborozaban mi alma; y acompañado por la imagen de -Amaranta, que iluminaba mi mezquino asilo como un rayo de luna, me -dormí profundamente pensando en la fábula de Diana y Endimión, que -conocía por una de las estampas de la sala. - - - - -IX - - -Al despertar en la mañana siguiente, acudieron en tropel a mi -pensamiento todas las ideas y las imágenes que me habían agitado -la noche anterior. La inclinación hacia mi persona que suponía en -Amaranta, me trastornaba el juicio como verá el amigo lector, si -le cuento los disparates que dije y las locuras que imaginé en las -reflexiones y monólogos de aquella mañana. - -«No veo la hora --decía para mí-- de presentarme a esa señora. No me -queda duda de que le he caído en gracia, lo cual no es extraño, pues -algunas personas me han dicho que no tengo mal ver. Como dice doña -Juana, de hombres se hacen los obispos, y quién sabe si a vuelta de -una media docena de añitos, me encuentro hecho en dos palotadas duque, -conde o almirante, como otros que yo me sé y que deben lo que son -a haber caído en gracia a esta o la otra persona. Hablemos claro, -Gabriel. ¿No estás oyendo mentar todos los días a cierto personaje -que antes era un pobre pelambrón, y ahora es todo cuanto puede ser un -hombre? ¿Y todo por qué? Por la inclinación de una elevada señora. Y -¿quién dice que lo que puede pasar a un hombre, no le pueda suceder -a otro? Verdad es que el tal personaje es un gallardo mozo; pero yo -bien sabido me tengo que no soy saco de paja, pues muchas personas -me han dicho que les gusto, y que no puede negarse que tengo unos -ojillos picarescos, capaces de trastornar a todo el sexo femenino... -Ánimo, Sr. Gabrielito. Mi ama ha dicho que Amaranta es la mujer más -poderosa de toda la Corte, y quién sabe si será de sangre real. ¡Oh, -divina Amaranta! ¿Qué haré para merecerte? Por supuesto, que si -llego a verme desempeñando esos elevados cargos, juro por Dios y mi -salvación, que he de ser el hombre más formal que jamás haya gobernado -en el mundo. A buen seguro que nadie me acuse, como acusan al otro de -haber hecho tantas picardías. Lo que es eso... yo tendré las cosas -bien arregladitas, y en mi persona no gastaré sino lo muy preciso. Lo -primero que voy a disponer es que no haya pobres, que España no vuelva -a unirse con Francia, y que en todas las plazuelas del Reino se fije -el precio de los comestibles, para que los pobres compren todo muy -barato. Veremos si sé yo mandar o no sé... ¡y que tengo un geniecillo! -Como no hagan lo que mando, nada, nada... no me andaré con chiquitas. -Al que no obedezca, cortarle la cabeza y se acabó... así andarán todos -derechos como un huso. Y lo dicho, dicho. Nada con los franceses, -Napoleón que se entienda solo; nosotros haremos lo que nos dé la gana, -y que no me busque el genio, porque yo tengo malas moscas... ¡Oh! si -esto sucediera, cómo se había de alegrar la pobre Inés: entonces sí -que no repetiría aquello de la tortuga y del águila. Se me figura que -Inés es algo corta de alcances; sin embargo, es tan buena, que la -amaré siempre... pero debo amar a Amaranta... pero ¿cómo puedo dejar -de amar a Inés?... Pero es preciso que adore sobre todas las cosas a -Amaranta... pero Inés es tan sencilla, tan buena, tan... pero Amaranta -me subyuga, me fascina, me vuelve loco... pero Inés... pero Amaranta...» - -Esto decía yo, despeñado, como corcel salvaje, por los derrumbaderos -de mi fantasía; y ya habrá observado el lector que, al suponerme -amado por una mujer poderosa, mis primeras ideas versaron sobre mi -engrandecimiento personal y el ansia de adquirir honores y destinos. En -esto he reconocido después la sangre española. Siempre hemos sido los -mismos. - -Levanteme, cogí el cesto para ir a la compra, y cuando recorría los -puestos de la plazuela regateando las patatas y las coles, consideré -cuán inconveniente y deshonroso era que se ocupase en tan bajos -menesteres un joven destinado a ser dentro de algún tiempo generalísimo -de los ejércitos de mar y tierra, gran almirante, ministro, y quién -sabe si rey de algún reinito chico que le caería por chiripa en los -repartos europeos. - -Dejando aparte por ahora lo que se refiere a mi persona, voy a dar una -idea de la opinión pública en aquellos días, con motivo de los sucesos -políticos. En la plazuela advertí que se hablaba del asunto, y por las -calles las personas se paraban preguntándose noticias, y regalándose -mutuamente las mentiras de que cada cual era forjador o inocente -vehículo. Yo hablé del caso con varias personas conocidas, y voy a -copiar imparcialmente el parecer de algunas, pues siendo las más de -diversa condición y capacidad, el conjunto de sus observaciones puede -ofrecer exactamente una muestra del pensamiento público. - -Un hortera de ultramarinos que era nuestro abastecedor, y hombre muy -aficionado a mover la sin hueso, me pareció más alegre que de ordinario -y en extremo jovial con sus parroquianos. - ---¿Qué nuevas corren por ahí? --le pregunté. - ---¡Oh! grandes nuevas. Los franceses han entrado en España. Yo estoy -contentísimo. - -Luego, bajando la voz, dijo con semblante risueño: - ---¡Van a conquistar a Portugal! Es para volverse loco de alegría. - ---Hombre, no lo entiendo. - ---¡Ah! Gabrielillo: tú como eres un pobre chico, no entiendes estas -cosas. Ven acá, mentecato. Si conquistan a Portugal, ¿para qué ha de -ser sino para regalárselo a España? - ---¿Y un reino se conquista y se regala, como si fuera una libra de -nísperos, señor de Cuacos? - ---Pues es claro. Napoleón es un hombre que me gusta. Quiere mucho a -España y se desvive por hacernos felices. - ---Vaya con el hombre. ¿Y nos quiere por nuestra linda cara o porque -le conviene, para sacarnos dinero, barcos, tropas y cuanto le da la -gana? --dije yo cada vez más resuelto a romper con Francia cuando fuese -ministro. - ---Nos quiere porque sí, y sobre todo ahora va a quitar de en medio al -Sr. Godoy, que ya nos tiene hasta el tragadero. - ---¿Querrá usted decirme qué es lo que ha hecho ese caballero para que -todos le quieran tan mal? - ---¡Bicoca! Ahí es nada lo del ojo. ¿No sabes que es un embustero, -atrevido, lascivo, tramposo y enredador? Ya sabemos todos a qué debe -su fortuna, y la verdad es que la culpa no la tiene él, sino quien lo -consiente. Ya sabes tú que vende los destinos, ¡y de qué manera! Los -que tienen mujer guapa o hija doncella, son los que consiguen de Su -Alteza cuanto solicitan. Pues ahora trata de que se vayan a América -los príncipes para quedarse él de rey de España... Pero no echó muy -bien las cuentas, y a lo mejor se presenta Napoleón para desbaratar sus -planes... Sabe Dios lo que ocurrirá dentro de algunos días: yo creo que -Napoleón, como amigo y admirador que es de nuestro gran Príncipe de -Asturias, nos lo va a poner en el trono, sí señor... y el Rey Carlos, -con la buena pieza de su mujer, se irá adonde mejor le convenga. - -No hablamos más del asunto. Entré luego en la tienda de doña Ambrosia, -a comprar un poco de seda que me había encargado la doncella, y vi tras -el mostrador a la grave tendera, acariciando su gato, sin dejar por eso -de atender a la conversación entablada entre D. Anatolio, el papelista -de la acera de enfrente, y el abate D. Lino Paniagua, que estaba -escogiendo unas cintas verdes y azules. - ---No le quede a usted duda, señora doña Ambrosia --decía el -papelista--; de esta vez nos veremos libres del _choricero_. - ---No puede ser menos --contestó la tendera-- sino que alguna buena alma -ha ido a Francia y le ha contado a ese bendito Emperador todas las -picardías que aquí hace Godoy, por lo cual este ha mandado un ejército -entero para quitarle de en medio. - ---Pues, con perdón de ustedes --dijo el abate Paniagua alzando la -vista--, yo, que frecuento la sociedad de etiqueta, puedo asegurar -que las intenciones de Napoleón son muy distintas de lo que se cree -vulgarmente. Napoleón no manda sus tropas contra Godoy, sino para -Godoy; porque han de saber ustedes que en un tratado secreto (y esto lo -digo con reserva) se ha convenido echar de Portugal a los Braganzas, y -repartirse aquel reino entre tres personas, de las cuales una será el -Príncipe de la Paz. - ---Eso se dijo hace tiempo --observó con desdén D. Anatolio--; pero -ahora no se trata de tal reparto. La verdad pura y neta es que Napoleón -viene a quitar el Portugal a los ingleses, lo cual está muy retebién -hecho; sí señor. - ---Pues a mí me han dicho --añadió doña Ambrosia--, que lo que quiere -Godoy es mandar al Príncipe a América con sus hermanos, para quedarse -él solito de rey de España. Eso no lo habíamos de consentir. ¿Verdá -usté, D. Anatolio? Miren qué ideas de hombre. Pero ¿qué se puede -esperar de quien está casado con dos mujeres? - ---Y creo que las dos se sientan con él a la mesa, una a la derecha y -otra a la izquierda --dijo D. Anatolio. - ---Por Dios, hablemos bajo --indicó con timidez D. Lino Paniagua--. Esas -cosas no se deben decir. - ---Nadie nos oye, y sobre todo... Si van a poner a la sombra a cuantos -hablan de estas cosas, pronto se quedará Madrid sin gente. - ---Verdad --dijo doña Ambrosia bajando la voz--. Mi difunto esposo, que -santa gloria haya, y era el hombre de más verdad que ha comido nabos en -el mundo, aseguraba... (y crean ustedes que lo sabía de buena tinta) -que cuando el _choricero_ quiso que el Consejo de Estado habilitase a -la Reina para ser Regenta... pues, no sé si me explico... era porque -tenían el proyecto de despachar para el otro barrio a mi señor D. -Carlos, de modo que... - ---¡Qué abominaciones se dicen hoy! --exclamó el abate. - ---Como que es la pura verdad --dijo don Anatolio--. Yo también lo supe -por persona que estaba en el ajo. - ---Pero esto no se dice, señores, esto se calla --respondió Paniagua--. -Yo, francamente, no gusto de oír tales cosas. Me da miedo; y si llega a -oídos del señor Príncipe de la Paz, figúrense ustedes qué disgusto. - ---Como no nos ha dado prebendas, ni le pedimos congruas... - ---En fin, despácheme usted, señora doña Ambrosia, que tengo prisa. Esas -cintas verdes son de etiqueta; pero lo que es las azules, no me atrevo -a presentárselas a la señora condesa de Castro-Limón. - -Despacharon al abate, y luego a mí, con más presteza de la que habría -querido, pues de buen grado me hubiera detenido más para oír los -comentarios políticos que tanto me agradaban. Ya iba derecho a la casa, -cuando acerté a tropezar con el reverendo padre fray José Salmón, de -la orden de la Merced, el cual era un sujeto excelente que visitaba -a doña Dominguita (la abuela de mi ama) con tanta frecuencia como -exigían el arte de Hipócrates y el piadoso anhelo de bien morir; pues -para administrar lo primero y preparar el ánima a lo segundo era un -águila el buen mercenario Salmón, a quien solo faltaba una _o_ en su -apellido para llamarse como el portento de la sabiduría. Detúvome, e -interpelándome con afabilidad y cortesía, dijo: - ---¿Y esa incomparable doña Dominga, cómo está? ¿Qué tal efecto le -ha hecho el cocimiento de cáscaras de frambuesa, o sea _tetragonia -ficoide_, que llama Dioscórides? - ---¡Magnífico efecto! --respondí, aunque estaba en completa ignorancia -del asunto. - ---Ya le llevaré esta tarde unas pildoritas... --prosiguió-- con las -cuales, o yo no soy el padre Salmón de la orden de la Merced, o esa -señora ha de recobrar la agilidad de sus piernas... Pero chico: qué -buenas peras llevas ahí --añadió metiendo la mano en el cesto, y -sacando la fruta indicada--. Tú tienes buena mano derecha para comprar -peras. - -Y acto continuo se la guardó, después de olerla, en la manga del luengo -hábito, sin pedir permiso para ello, pues aunque siguió hablando, fue -para añadir lo siguiente: - ---Dile que iré esta tarde por allá a contarle las grandes novedades que -ocurren en España. - ---Usted que sabe tanto --dije impulsado por mi curiosidad--, ¿podrá -explicarme a qué vienen esos ejércitos franceses? - ---Si tú tuvieras la mitad del talento que yo tengo --repuso--, te -pondría al tanto de las diversas razones que me hacen estar alegre -considerando la llegada de esos señores. ¿Por ventura no sabes que -Napoleón fue quien estableció el culto en Francia, después de los -horrores y herejías de la revolución? ¿No sabes también que entre -nosotros no falta algún endiablado personaje en cuya mente bullen -atrevidos proyectos contra la santa Iglesia? Pues sabiendo esto, ¿a -quien no se alcanza que el objeto de la entrada de esos ejércitos no -es ni puede ser otro que dar merecido castigo al insolente pecador, al -polígamo desvergonzado, al loco enemigo de los derechos eclesiásticos? - ---Luego ese Sr. Godoy, ¿no solo es un bribón y un acá y un allá, sino -que también es enemigo de la religión y los religiosos? --pregunté, -asombrado de ver cómo aumentaba el capítulo de las culpas del favorito. - ---Sin duda --dijo el fraile--. Y si no, ¿qué nombre tiene el proyecto -de reformar las órdenes mendicantes, quitándoles la vida conventual -y obligando a esos buenos religiosos a servir en los Hospitales -generales? También agita en su diabólica mente el proyecto de sacar -de las granjas que nos pertenecen lo necesario para fundar unas a -modo de escuelas de agricultura; que sabe Dios lo que serán las tales -escuelitas. ¡Oh! Y si fuera cierto lo que se dice --añadió alargando -la mano para hacer segunda exploración en mi cesto--, si fuera cierto -lo que se dice respecto a la enajenación de parte de los bienes que -ellos llaman de manos muertas... Pero no nos ocupemos de esto, que más -bien causa risa que indignación, y fijemos la vista en el astro de las -Galias que, cual divino campeón, viene a libertarnos de la tiranía -de un necio valido, poniendo en el Trono al augusto Príncipe en cuya -sabiduría y prudencia fiamos. - -Al concluir esto había trasportado desde el cesto a las mangas de su -hábito otra pera y hasta media docena de ciruelas, dando después -rienda suelta a los encomios de mi destreza en el comprar. Yo me -apresuré a separarme de un interlocutor que me salía tan caro, y le di -los buenos días, renunciando a las lecciones de su sabiduría. - -No había sacado en limpio gran cosa, ni disipado mis dudas, sobre lo -que hoy llamaríamos la situación política, y lo único que vi con alguna -claridad fue la general animadversión de que era objeto el Príncipe -de la Paz, a quien se acusaba de corrompido, dilapidador, inmoral, -traficante de destinos, polígamo, enemigo de la Iglesia, y, por -añadidura, de querer sentarse en el Trono de nuestros Reyes, lo cual -me parecía el colmo de la atrocidad. También vi de un modo clarísimo -que todas las clases sociales amaban al príncipe de Asturias, siendo de -notar, que cuantos anhelaban su próxima elevación al Trono, fiaban tal -empresa a la amistad de Bonaparte, cuyos ejércitos estaban entrando ya -en España, para dirigirse a Portugal. - -Volví a la plazuela para reponer las bajas hechas en el cesto por -su paternidad, y allí encontré... ¿no adivinan ustedes a quién? El -infeliz, acompañado de su hija Joaquinita, a quien Natura había hecho -_poetisa entre dos platos_, se ocupaba en comprar al fiado no sé qué -piltrafas y miserables restos, que eran su ordinario alimento. El pedía -las cosas, la jorobadilla las regateaba, y entre los dos cargaban la -ración, cuyo peso no hubiera fatigado a un niño de cinco años. La -miseria había pintado sus más feos rasgos en el semblante de la hija y -del padre, el cual era tan flaco y amarillo, que se dudaba cómo podía -existir y moverse cuerpo tan endeble, no siendo galvanizado por el -misterioso fluido del numen poético. ¿Necesito nombrarle? Era Comella. - ---¡Sr. D. Luciano, usted por aquí! --dije saludándole con mucho afecto, -porque aquel hombre me inspiraba la más viva compasión. - ---¡Ah, Gabriel! --contestó--, ¿y Pepita, y doña Dominga? Tiempo hace -que no las veo. Pero ya saben que aunque no las visito, porque el -trabajo me lo impide, les estoy muy agradecido. - ---Hoy espero ir por allá a llevarles a ustedes algún recadito --dije -respondiendo verbalmente a las tristes suplicantes miradas de la hija -del poeta, cuyos ojos me hablaban el lenguaje del hambre. - ---Es preciso que vayas por casa --continuó el poeta tomándome el -brazo, e indicando en su gravedad que lo que iba a confiarme era -importantísimo--. Como me has dicho que presenciaste lo de Trafalgar, -quiero consultarte sobre ciertos detalles... pues... - ---Ya. Escribe usted la historia de aquella batalla. - ---No: historia no; un dramita que va a dejar bizcos a los señores. -Verás qué pieza. Se titula _El tercer Gran Federico y combate del 21_. - ---Buen título --respondí--; pero no entiendo qué es eso del _tercer -Federico_. - ---¡Qué tonto eres! El _tercer Gran Federico_ es Gravina, y como ya -hubo en Prusia un Gran Federico que era Segundo, ¿no comprendes que es -ingenioso y llamativo y tónico poner a nuestro almirante en la lista de -los Grandes Federicos que ha habido en el mundo? - ---Ciertamente. Es una idea que solo a usted se le hubiera ocurrido. - ---Ya Joaquina ha escrito las primeras escenas, que son preciosísimas. -En primer término aparece la cubierta del _Santísima Trinidad_, a la -derecha el navío de Nelson, y a lo lejos Cádiz con sus castillos y -torreones. Debo advertirte que figuro a Nelson enamorado de la hija de -Gravina, el cual se niega a dársela en matrimonio. La escena empieza -con una sublevación de los marineros españoles que piden pan, porque -en todo el barco no hay una miga. El almirante se enfurece y les dice -que son unos cobardes, porque no tienen alma para resistir tres días -sin comer, y les da el ejemplo de la más plausible sobriedad mandándose -servir un pedacito de maroma asada. Nelson se presenta a decir que todo -se acabará al fin si le dan la niña para llevársela a Inglaterra: la -muchacha sale de la cámara bordando un pañuelo, y... - -No dijo más, porque la violenta risa en que prorrumpí, sin poderme -contener, le desconcertó un poco, aunque yo para que no se enojara le -aseguré que me reía por cierto recuerdo despertado en mi memoria. - ---La escena del hambre está escrita, y si he de decirte la verdad, no -tiene pero. - ---No dudo que esa escena puede ser admirable --dije con malicia--, -sobre todo si ha puesto la mano en ella la señorita Joaquina. - ---Ya hemos escrito a todos los teatros de Italia, que se disputarán -como siempre el derecho de traducirla --dijo Joaquinita. - ---¡Ah! Aquí no se recompensa el verdadero mérito. Bien dicen, que nadie -es profeta en su patria: verdad es que la posteridad hace justicia; -pero entre tanto que esa justicia llega, los hombres superiores -arrastramos miserable existencia y nos morimos como cualquier -pelafustán, sin que nadie se acuerde de nosotros. Vamos a ver: ¿de qué -me valen ahora a mí los mausoleos, las inscripciones, las estatuas -con que han de honrarme en tiempos futuros, cuando la envidia calle -y a nadie quede duda del mérito de mis obras? Y si no, ahí tienes a -Cervantes, que es otro ejemplo como este mío. ¿No vivió en la miseria? -¿No murió abandonado? ¿Acaso tocó las ventajas positivas de ser el -primer escritor de su siglo? Pues a mí me pasa dos cuartos de lo -mismo: por supuesto, que si algo me consuela, es considerar cuánto se -avergonzará la España futura al saber que el autor de _Catalina en -Cromstadt_, de _Federico II en Glatz_, de _El negro sensible_, de _La -enferma fingida por amor_, de _Cadma y Sinoris_, de _La escocesa de -Lambrun_ y de otras muchas obras, ha vivido algún tiempo almorzando dos -cuartos de sangre frita y otras cosas que no nombro por respeto al arte -de la poesía, pues no lo quiero denigrar, denigrándome a mí mismo... -Pero no hablemos de estas cosas, que dan tristeza, y obligan a renegar -de una patria que no sabe premiar el mérito, y de unos tiempos en que -los magnates protegen la envidia y persiguen la inspiración. - ---Calma, calma, Sr. D. Luciano --dije yo mostrándome interesado por el -triunfo de la inspiración sobre la envidia--; tras esos tiempos vendrán -otros. ¡Quién sabe lo que pasará mañana! - ---Eso me han dicho, sí --repuso Comella bajando la voz y con sonrisa de -satisfacción--. ¿Será cierto que Napoleón es del partido del Príncipe -de Asturias? ¿Caerá Godoy? - ---Eso no tiene duda. ¿Pues qué quiere Napoleón más que el bien de los -españoles? - ---Justo; y aunque él y Godoy han sido muy amigotes, ya parece que -el otro ha conocido sus malas mañas, y sabe que todos queremos al -heredero, con lo cual dicho se está que nos hará el gusto. En cuanto -a Godoy, yo estoy en que no existe hombre peor en toda la redondez -de la tierra. Pueden perdonársele los medios de su elevación; puede -perdonársele que sea polígamo, ateo, verdugo, venal, y otras faltas -por el estilo; pero lo que no tiene nombre y prueba mejor que nada la -corrupción de las costumbres, es que proteja a los malos poetas, dando -cordelejo a los que son buenos y además nacionales, españoles como -yo, y no admitimos ese fárrago de reglas ridículas y extranjeras con -que Moratín y otros poetastros de polaina embaucan a los tontos. ¿No -piensas como yo? - ---Lo mismito que usted --respondí--. Y ahora verá el Sr. D. Luciano -cómo los franceses, cuando hayan arreglado lo de Portugal, arreglarán a -España y se acabará la protección a los malos poetas. - ---Dios lo quiera así... Pero nos vamos, que antes de almorzar hemos de -concluir la escena entre Nelson y la hija de Gravina. - ---¿Tanta prisa corre? - ---Para fin de mes ha de estar en la Cruz. Tendrá un éxito atroz. Ya -verás, Gabrielillo. Es preciso que vayas a aplaudir, porque me temo -mucho que los de Estala, Melón y Moratinillo han de querer silbarla. -Hay que estar con cuidado, y si ellos tienen la protección del -Gobierno, no hay que asustarse por eso, la posteridad juzgará. Conque -adiós. - -Se marcharon a prisa, y yo me quedé pensando en la serie de maldades -que habría cometido el Príncipe de la Paz, para tener también en contra -suya a los malos poetas. Hasta mucho tiempo después no conocí que entre -los infinitos actos reprensibles de aquel monstruo de la fortuna había -algunos que la posteridad, por el contrario, debía recordar siempre con -agradecimiento... - - - - -X - - -Aún me faltaba oír, antes de volver a casa, otra opinión muy distinta -de las anteriores, y era la para mí respetabilísima de Pacorro -Chinitas, el amolador, personaje que tenía establecida su portátil -industria en la esquina de nuestra calle. Me parece que aún estoy -viendo la piedra de afilar, que en sus rápidas evoluciones despedía por -la tangente, al contacto del acero, una corriente de veloces chispas, -semejantes a la cola de un pequeño cometa; y como era mi costumbre -no apartar la vista de la máquina mientras hablaba con el Júpiter -de aquellos rayos, el fenómeno ha quedado vivamente impreso en mi -imaginación. - -Era Pacorro Chinitas un hombre que aparentaba más edad de la que -realmente tenía, merced a los disgustos domésticos de que era autora -su mujer, célebre buñolera del Rastro, a quien llamaban la _Primorosa_. -No puedo menos de dar algunas noticias sobre este ejemplar matrimonio, -porque los dos seres que lo formaban figuran algo en acontecimientos -posteriores, y que he de contar, si para entonces tengo vida y el -lector paciencia, como espero. - -Es, pues, el caso que Pacorro Chinitas, varón manso y discreto, no -podía hacer buenas migas con la _Primorosa_, cuya fama, extendida de -polo a polo, es decir, desde la calle de la Pasión hasta el pórtico -de San Bernardino, la acusaba de mujer pendenciera, batalladora y -que partía de un bofetón un par de quijadas, sin que estas y otras -hazañas la hicieran nunca caer en manos de la justicia. Chinitas se vio -obligado a pedir una separación, resignándose a no tener más compañera -que la rueda coronada de chispas, y en esta situación le conocí. Luego -que nos hicimos amigos contome las picardías de su antigua mitad, y así -como en otros temas era discretísimo, en este era muy pesado, pues no -pasaba día sin que me regalara un nuevo capítulo de la larga historia -de sus cuitas matrimoniales. Como yo encontrara en aquel hombre cierta -madurez de juicio, cierto sentido práctico que en los demás no hallaba, -resultó que me aficioné a su conversación, y cuanto él decía me parecía -entonces de perlas, sin que pudiera explicarme la razón de esta -preferencia por los juicios de un hombre ignorado y rudo. Después he -meditado bastante sobre las cosas de aquel tiempo, y sobre la opinión -general, y puedo deciros sin miedo de equivocarme, que el hombre de más -talento que conocí en aquellos días fue el amolador de la calle del -Baño. - -Para muestra referiré mi conversación con él. - ---¡Hola, Chinitas! ¿cómo va? ¿Qué es eso que cuentan por ahí? ¿Conque -tenemos a los franceses en España? - ---Eso dicen --contestó--. Y la gente está contenta. - ---Y parece que van a cogerse a Portugal. - ---Pues ello... así dicen. - ---Eso me parece muy bien. ¿Para qué sirve Portugal? - ---Mira, Gabrielillo --dijo incorporándose, y apartando de la rueda las -tijeras, con lo cual cesaron por un momento las chispas--; tú y yo -somos unos brutos que no entendemos palotada de cosas mayores. Pero ven -acá: yo estoy en que esos señores que se alegran porque han entrado los -franceses, no saben lo que se pescan, y pronto vas a ver cómo les sale -la criada respondona. ¿No piensas tú lo mismo? - ---¿Qué he de pensar? Como Godoy es tan malo de por sí, cátate ahí -que Napoleón viene a quitarle de en medio, y a poner en el trono al -Príncipe de Asturias, que dicen es un gerifalte para el gobierno. - -Chinitas volvió a aplicar el acero a la piedra, dando movimiento con -el pie, y después de contestar a mis observaciones con un mohín muy -expresivo, añadió: - ---Yo digo y repito que todos estos señores parece que están bobos. -Nosotros los que no sabemos leer ni escribir, acertamos a veces mejor -que ellos; y lo que ellos no pueden ver, porque les encandila el sol de -un poder que tienen tan cerca, lo vemos nosotros desde abajo; y si no, -di tú: ¿No es preciso estar ciego para comprender que Napoleón no dice -lo que tiene pensado? ¿Ese hombre no ha revuelto todas las partes del -mundo, no ha quitado de los tronos los reyes que ha querido para poner -a los mocosos de sus hermanos? Dicen que viene a poner al Príncipe de -Asturias y a quitar al _choricero_. De eso me río yo. Sí, porque Godoy -y él no están de compinche para hacer cualquier picardía... A mí con -esas. Lo que menos le importa a Napoleón es que reine Fernando o prive -D. Manuel; lo que él quiere es cogerse a Portugal para darle un pedazo -a Godoy, y otro pedazo a la infanta que han puesto de reina allá en -_Trucha_ o _Truria_... - ---Pues que lo cojan y lo repartan --dije yo con gran crueldad para -nuestros vecinos--, ¿qué nos importa? Con tal que quiten a ese hombre -tan malo... - ---Si cogen a Portugal, porque es un reino chiquito, mañana cogerán a -España, porque es grande. Yo me enfado cuando veo a esos bobalicones -que andan por ahí, petimetres, abates, frailes, covachuelistas, y hasta -usías muy estirados, que se ríen y se alegran cuando oyen decir que -Napoleón se va a embolsar a Portugal, y con tal de ver por tierra al -guardia, no les importa que el francés eche el ojo a un bocadito de -España, que no le vendrá mal para acabar de llenar el buche. - ---Pero como dicen que no hay pecado que el _choricero_ no haya -cometido... - ---Mira, chiquillo --contestó con aplomo probando con el dedo el filo -de las tijeras--; yo me río de todas las cosas que cuentan por ahí. Es -verdad que ese hombre es un ambicioso que no va más que a enriquecerse; -pero si ha llegado a ser duque, y general y príncipe y ministro, ¿de -quién es la culpa sino de quien le ha dado todo eso sin merecerlo? Si -vienen y te dicen a ti: «Gabriel, mañana vas a ser esto y lo otro, -porque me da la gana, y sin que necesites para ello quemarte las cejas -estudiando latín», ¿qué dirás tú? Dirías, «pues venga.» - ---Eso no tiene duda. - ---Y aunque ese hombre es una buena pieza, y ha hecho muchas maldades, -la mitad de lo que dicen es mentira. También habrás visto que hoy le -escupen muchos que antes le adulaban; es que saben que va a caer, y -la sombra del árbol carcomido no le gusta a la gente. ¡Ah! me parece -que aquí vamos a ver grandes cosas, sí, señor, grandes cosas. Digo y -repito, que de esto va a resultar lo que nadie piensa, y muchos que hoy -se restregan las manos de contento, llorarán mañana a moco y baba; y si -no, acuérdate de lo que te digo. - -Aquellas razones, que me parecían encerrar profunda verdad, me -hicieron pensar; y como persona que ya se preciaba de saber escoger -los hombres, pensé que aquel sabio amolador era digno de ocupar un -puesto de consideración a mi lado, cuando yo fuera generalísimo, primer -secretario de Estado, archipámpano, y tuviera todas las jerarquías que -esperaba de la protección y ayuda de mi divina Amaranta. - ---Pues yo lo que deseo --dije-- es que venga de una vez ese príncipe -tan bueno, que todo lo ha de arreglar a pedir de boca. ¿No cree usted -lo mismo? - ---Mira, chiquillo --repuso Chinitas con sibilítico tono--, yo me tengo -tragado que el heredero no vale para maldita la cosa, y esto no se -puede decir sino acá para entre los dos, porque si algunos nos oyeran, -lloverían almendradas. Cuando vivía la señora princesa de Asturias, -que en gloria esté, todos decían que Fernandito era enemigo de los -franceses y de Napoleón, porque este ayudaba a Godoy, y ahora resulta -que los franceses son la mejor gente del mundo y Napoleón tan bueno -como pan bendito, solo porque parece arrimarse al partido del Príncipe -de Asturias. Esa no es gente formal, Gabrielillo; y yo lo que veo es -que el heredero tiene muchas ganas de serlo, antes de que muera su -padre, aunque es de creer que el canónigo de Toledo y otros personajes -le tienen sorbidos los sesos, y serían capaces de obligarle a ser mal -hijo, con tal que ellos pudieran después echarse al cuerpo los mejores -destinos. Esa gente de arriba es muy ambiciosa, y hablando mucho del -bien del reino, lo que quiere es mandar; tenlo presente. Yo, aunque -no me han enseñado a leer ni a escribir tengo mi gramática parda; sé -conocer a los hombres, y aunque parece que somos bobos y nos tragamos -todo lo que nos dicen, ello es que a veces columbramos la verdad mejor -que otros muy sabihondos, y vemos clarito lo que va a venir. Por eso te -digo que veremos cosas gordas, muy gordas; y si no, acuérdate de lo que -te digo. - -Así habló Chinitas. Cuando me separé de él para entrar en casa, -recuerdo que iba resumiendo las distintas conferencias de aquella -mañana, y lo mucho y vario que sobre un mismo asunto había oído en -anteriores días. Cada cual juzgaba los sucesos según sus pasiones, y -como yo no podía formarme idea exacta de la importancia de aquellos -hechos, en mi juvenil ignorancia y equivocado patriotismo, creía muy -justo que el conquistador del siglo se apoderara de un pequeño reino, -que a mi juicio no servía más que de estorbo. En cuanto a Godoy, no -había duda de que los comerciantes, los nobles, los petimetres, el -pueblo, los frailes y hasta los malos poetas anhelaban su caida, -unos con razón, otros sin ella; unos por convicción de la ineptitud -del valido; bastantes por la envidia, y muchos porque creían a pie -juntillas que habíamos de estar mejor cuando nos gobernara el heredero -de la Corona. Fue singular cosa que todos se equivocaran respecto a la -marcha de los futuros sucesos, esperando el próximo arreglo de todos -los trastornos; fue singular cosa que el optimismo ciego de la mayoría -no alcanzase a comprender lo que penetró con su ruda desconfianza el -buen juicio del amolador. Cada vez estoy más convencido de que Pacorro -Chinitas fue una de las más grandes notabilidades de su época. - - - - -XI - - -Ignoro si fueron las conversaciones de aquel día u otras causas las que -enfriaron el entusiasmo de que yo estaba poseído por la mañana. ¡Cuánto -he desvariado! --decía para mí--, y lo más seguro es que Amaranta -habrá visto solamente en mí un chico dispuesto a servirla mejor que -otro. - -Sin embargo, mi curiosidad era tan viva, que no podía ocuparme en cosa -alguna ni estar con calma en ninguna parte. Aquel día ni aun pude -visitar a Inés; y cuando cumplí las obligaciones de la casa, me dispuse -a acudir a la cita. Vestime con el mayor esmero, dedicando el conjunto -de las fuerzas de mi inteligencia a conseguir que la persona de un -servidor de ustedes fuese el dechado de todas las gracias, y el resumen -de cuantas perfecciones concedió Naturaleza a la juventud. El pedazo de -espejo que limpié desde por la mañana aduló mi amor propio, confirmando -ante mí la enfática presunción de que no escaseaban en el semblante -del criado de la González ciertos agradables rasgos, dignos de hacer -fijar la atención. Fue aquella la primera vez que me sentí presumido: -después, recordándolo, he sentido ganas de abofetearme. - -Yo habría deseado tener entonces el vestido más rico, más lujoso, más -elegante, más luciente que pudieran hacer los sastres del planeta que -habitamos; pero tuve que contentarme con el mío humildísimo, sin más -adorno que el del aseo, la pulcritud y esmero de mi peinado. Mi traje -era modesto; pero a pesar de ello, yo conocía que estaba bien, y que -mi persona y aire predisponían en favor mío. Con esto y con pensar -durante un breve rato frases delicadas y elegantes que me parecían muy -propias para contestar a los obsequios de la diosa, di por terminados -los preparativos, y salí de la casa, sin dar cuenta a nadie de mi -expedición. - -Llegué a la casa de la calle de Cañizares, residencia de la señora -marquesa, de quien era hermano el diplomático; pregunté por doña -Dolores, apareció esta, y sin decirme nada, me condujo por largos y -oscuros pasadizos, hasta que al fin dio conmigo en un camarín muy -lujoso, donde me ordenó que esperase. Mientras así lo hacía, creí -sentir en la pieza inmediata algunas voces de señoras que hablaban y -reían, y también creí escuchar la voz desentonada del diplomático. -Amaranta no me hizo aguardar mucho tiempo. Cuando sentí el ruido de la -puerta, cuando vi entrar a la hermosa dama, cuando se adelantó hacia -mí sonriendo con bondad, pareciome que un ente sobrenatural se me -acercaba, y temblé de emoción. - ---Has sido puntual --me dijo--. ¿Estás dispuesto a entrar en mi -servicio? - ---Señora --contesté sin poder recordar ninguna de las frases que traía -preparadas--; estoy con mucho gusto a las órdenes de usía para cuanto -se digne mandarme. - ---O yo me engaño mucho --dijo la dama sentándose junto a mí--, o tú -eres un chico bien nacido, hijo de alguna noble familia, y te hallas -hoy en posición más baja de lo que te corresponde. - ---Mi padre era pescador en Cádiz --respondí, sintiendo por primera vez -en mi vida no ser noble. - ---¡Qué lástima! --exclamó Amaranta--; sin embargo, no importa. Pepa -me ha dicho que cumples lo que se te encarga con mucha puntualidad, y -sobre todo con gran reserva; que eres formal a toda prueba; me ha dicho -también que tienes imaginación, y que podrías ser en otra esfera un -hombre de provecho. - ---Mi ama --dije disimulando mi orgullo-- me hace demasiado favor. - ---Bueno --continuó la diosa--. Ya comprendes que entrar en mi servicio -sin más recomendación que el propio mérito, es más de lo que pudieras -desear. Pero me parece que tú tienes disposición para más altos -empleos, y... creo que no serás desfavorecido por la fortuna. ¿Quién -sabe lo que llegarás a ser? - ---¡Oh, sí señora, quién sabe! --dije sin contener el entusiasmo que en -mí producían aquellas palabras. - -Amaranta estaba sentada frente a mí, como he dicho: su mano derecha -jugaba con un grueso medallón pendiente del cuello, y cuyos diamantes, -despidiendo mil luces, deslumbraban mis ojos. Tanta era mi gratitud y -admiración hacia aquella mujer, que no sé cómo no caí de rodillas a sus -plantas. - ---Por de pronto no te exijo sino una grande fidelidad en mi servicio. -Yo acostumbro recompensar bien a los que bien me sirven, y a ti más que -a nadie, porque me han cautivado tu orfandad, tu abandono y la modestia -y circunspección que hallo en tu persona. - ---Señora --exclamé en la efusión de mi gratitud--, ¿cómo pagaré tantos -sacrificios? - ---Siéndome fiel y haciendo puntualmente lo que te mande. - ---Seré fiel hasta la muerte, señora. - ---Ya ves que exijo poco. En cambio, Gabriel, yo puedo hacer por ti lo -que no has soñado ni podrías soñar. Otros con menos mérito que tú, se -han elevado a alturas inconcebibles. ¿No te ha ocurrido que podrías tú -subir lo mismo, encontrando una mano que te impulsara? - ---¡Sí, señora! Sí me ha ocurrido, y ese pensamiento me ha vuelto loco ---contesté--. Viendo que usía se dignaba fijar en mí sus ojos, llegué -a creer que Dios había tocado su buen corazón, y que todo lo que hasta -ahora me ha faltado en el mundo, iba a recibirlo de una sola vez. - ---Has pensado bien --dijo Amaranta sonriendo--. Tu adhesión a mi -persona y tu obediencia a mis órdenes te harán merecedor de lo que -deseas. Ahora escucha. Mañana voy al Escorial, y es preciso que vengas -conmigo. Nada digas a tu ama: yo me encargo de arreglarlo todo, de -manera que consienta en el cambio de servidumbre. No digas tampoco a -nadie que me has hablado, ¿entiendes? Pasado mañana irás a mi casa, -desde donde puedes hacer el viaje en los coches que saldrán al medio -día. Estaremos en el Escorial pocos días, porque regresaremos para ver -la representación que ha de darse en esta casa, y entonces, quizás -vuelvas por unos días al servicio de Pepa. - ---¡Otra vez allá! --dije admirado. - ---Sí; ya sabrás más adelante todo lo que tienes que hacer. Conque -retírate ya: no faltes mañana. - -Prometí ser puntual y me despedí de ella. Diome a besar su mano con -tan dulce complacencia que me sentí electrizado al poner mis labios en -su blanca y fina piel. Ni sus modales, ni sus miradas, ni ninguno de -los accidentes de su comportamiento para conmigo eran los de una ama -para con su criado. Más bien parecía tratarme como de igual a igual, -y en cambio yo, ciego ya para todo lo que no fuera la protección de -Amaranta, me lancé en la esfera de la atracción de aquel astro que -inundaba mi alma de luz y calor. - -Salí a la calle... ¿a quién comunicar mi alegría? Al punto me acordé -de Inés, y subí la escalerilla que conducía a su sotabanco, pues no sé -si he dicho que la habitación de mis amigos estaba en la misma casa. -Encontré a Inés muy triste, y habiendo preguntado la causa, supe que -doña Juana, cuya naturaleza se desmejoraba con el continuo trabajar, -había caído enferma. - ---¡Inés, Inesilla! --exclamé encontrándome solo en la sala con la -muchacha--. Quiero hablarte. ¿Sabes que me voy? - ---¿A dónde? --me preguntó con viveza. - ---A Palacio, a la corte, a correr fortuna. ¡Ah, picarona; ahora no te -reirás de mí; ahora va de veras! - ---¿Qué va de veras? - ---Que se me ha entrado por las puertas la fortuna, chiquilla. ¿Te -acuerdas de lo que hablamos el otro día? Bien te lo decía yo, y tú no -me hacías caso. ¿Pero no ves, reinita, que eso se cae de su peso? - ---¿Qué se cae de su peso? - ---Que así como otros han llegado a la mayor altura sin mérito propio, -y solo porque a alguna gran persona se le antojó protegerles, nada -tendría de extraño que a mí me aconteciera dos cuartos de lo mismo, sí, -señorita. - ---Eso es muy claro: avisa cuando llegues arriba. De modo que mañana te -tendremos de general o ministro cuando menos. - ---No te burles, ¿estamos? Tanto como mañana, no; pero ¿quién sabe? - -Inés empezó a reír, dejándome bastante confuso. - ---Pero, ven acá, tonta --dije con una seriedad, cuyo recuerdo me hace -morir de risa--; tú no estás oyendo hablar todos los días de un hombre -que no era nada, y hoy lo es todo; de un hombre que entró a servir en -la Guardia española, y de la noche a la mañana... - ---¡Hola, hola! --dijo Inés burlándose de mí con más crueldad--. Esas -tenemos, Sr. D. Gabriel. ¡Qué callado lo tenía usted! ¿Se puede saber -quién es la dama que se ha enamorado de usted? - ---Tanto como enamorarse, no, tonta --respondí cortado--; pero... ya -ves. Como uno no es saco de paja... qué quieres. Todo el mundo, aunque -no valga nada, encuentra una persona a quien le gusta... - -Inés continuó riendo; pero yo conocí que después de mis últimas -palabras, la pobre necesitaba muchos esfuerzos para aparentar alegría. -Como su carácter no era apto para el disimulo, luego cesó de reír y se -puso muy seria. - ---Bien, excelentísimo señor --dijo haciéndome una grave cortesía--; ya -sabemos a qué atenernos. - ---La cosa no es para enfadarse --dije yo sintiéndome repuesto de mi -turbación--; lo que hay es, que si una persona me quiere proteger, no -he de hacerle ascos. ¡Y si tú la conocieras, Inesilla; si tú vieras qué -mujer, qué señora!... Todo lo que te diga es poco; así es que no te -digo nada. - ---¿Y esa señora se ha enamorado de ti? - ---Dale con el enamoramiento; no es eso, mujer. Es que entro a servirla; -aunque quién sabe lo que podrá pasar... Si vieras cómo me trata... Como -de igual a igual, y se interesa mucho por mí... y es muy rica... y vive -en un palacio muy grande cerca de aquí... y tiene muchos criados... -y lleva en el cuello un medallón con un diamante como un huevo... y -cuando le mira a uno, se queda uno atortolado... y es muy guapa... y en -Palacio puede tanto como el Rey... y se llama... - -Recordé de pronto que Amaranta me había prohibido revelar su entrevista -con ella, y callé. - ---Bueno --dijo Inés--. Ya veo que dentro de poco le tendremos a usía -hecho un archipámpano, con muchos galones y cintajos, dando que hablar -a la gente, y teniendo el gusto de oírse llamar ladrón, enredador, -tramposo y cuanto malo hay. - ---Mira tú lo que es no entender las cosas --dije algo incomodado--. -¿De dónde sacas tú que todos los hombres célebres y poderosos, sean -ladrones y pícaros? No, señor, también pueden ser buenos; y lo que es -yo... supón, chiquilla, que por arte del demonio llegara yo a ser... no -te rías, que de menos hizo Dios a Cañete; y todos somos hijos de Adán; -y tan de carne y hueso es Napoleón Bonaparte como yo. Pues suponte que -llego a ser... no te rías. Si te ríes me callo. - ---Si no me río --dijo Inés, conteniendo la hilaridad que de nuevo la -acometía--. Lo que dices está muy en razón, chiquillo. Si no hay más -que ponerse a ello. ¿Qué cuesta ser generalísimo, ministro, príncipe -o duque? Nada. Ni a qué viene el romperse los ojos estudiando por -aprender todas las cosas que se deben saber para gobernar? Si los -aguadores y los mozos de cuerda, y los horteras, y los monaguillos, -son unos tontos de camisón, cuando no se van todos a Palacio, sabiendo -que tienen seguro el sueldo de consejeros con solo guiñarle el ojo a -una dama. Y si todas no son tiernas de corazón, con tocarle el codo a -alguna de las cocineras de Palacio, está hecho todo. - ---No es eso: veo que tú no entiendes --dije, no sabiendo cómo hacerme -comprender de Inés--. Eso que dices de aprender y saber gobernar, y lo -demás, no viene al caso. Verdad es, que antes se necesitaba ser hombre -de ciencia para medrar; pero hoy, chiquilla, ya ves lo que pasa. No es -solo Godoy, son cientos de miles los que ocupan altos puestos sin valer -maldita de Dios la cosa. Con un poco de despejo basta. Si sabré yo lo -que me digo. - ---Ven acá, Gabriel --me dijo Inés, dejando su costura--. Las cosas del -mundo pasan siempre como deben pasar. Esto lo sé yo sin que nadie me lo -haya dicho. Los hombres que mandan a los demás, están en aquel puesto -por su nacimiento, pues... porque así está arreglado, de modo que los -reyes nacen de los reyes... Cuando algún hombre que no ha nacido en -cuna real, llega a gobernar el mundo, debe de ser porque Dios le ha -dado un talento, una cosa celestial que no tienen los demás. Y si no, -ahí me tienes a Napoleón, que es emperador de todo el mundo, y manda no -sé cuantos miles de millones de soldados; pero es porque él se lo ha -ganado, y porque desde chiquito aprendía cuanto hay que saber, y los -maestros se quedaban lelos, viendo que sabía más que ellos... El que -sube tanto sin tener mérito, es por casualidad, o por mil picardías, -o porque los reyes lo quieren así; ¿y qué hacen para tenerse arriba? -Engañan a la gente, oprimen al pobre, se enriquecen, venden los -destinos y hacen mil trampas. Pero buen pago les dan, porque todo el -mundo les aborrece, y lo que desean es verles por los suelos. ¡Ah, -chiquillo! Yo no sé cómo no entiendes esto, esto que es tan claro como -el agua... - -A pesar de ser tan claro como el agua, yo no lo comprendía. Muy -lejos de eso, estaba tan obcecado, tan dominado por la vanidad, que -no vi sino impertinencias y majaderías en las juiciosas razones de -la modistilla. Aún fue más lejos mi soberbia, porque mi amor propio -se resintió; me sentí pavo real, erguí mi cuello, levanté la cola -tornasolada, y con mis feas patas de pájaro vanidoso pisoteé la -discreta paloma, diciéndole estas palabras: - ---Inés, hablemos claro. Veo que tú no comprendes ciertas cosas... Tú -eres muy buena, y por eso te quiero y te estimo. No dudes, por lo -tanto, que de aquí en adelante haré en bien tuyo cuanto me sea posible. -Tú eres muy buena; pero es preciso confesar que tienes pocos alcances. -Al fin eres mujer, y las mujeres... como no sea de hacer calceta y de -poner el puchero a la lumbre, de nada entienden una higa. Este negocio -que tratamos no es para tu pobre cabecita. Los hombres son los que -los entendemos bien, porque tenemos un modo de ver las cosas más por -lo alto, porque en fin, tenemos más talento. No extraño lo que me has -dicho porque... ¿tú qué puedes entender?... Pero eres una chica muy -buena: te quiero, te quiero mucho, no te enfades. Puedes estar segura -de que jamás me olvidaré de ti. - -Lector: cuando leas esto te suplico que te despojes de toda -benevolencia para conmigo. Sé justiciero e implacable, y ya que no me -tienes, por ventaja mía, al alcance de tus honradas manos, descarga en -el libro tu ira, arrójalo lejos de ti, pisotéalo, escúpelo... ¡ay! -pero no: él es inocente, déjalo, no lo maltrates, él no tiene culpa de -nada; su único crimen es haber recibido en sus irresponsables hojas -lo que yo he querido poner en él, lo bueno y lo malo, lo plausible y -lo irrisorio, lo patético y lo tonto que al escribir esta historia -he ido sacando, escarbador infatigable, de los escombros de mi vida. -Si algo encuentras que me desfavorezca, tan mío es como lo que te -parezca laudable. Ya habrás conocido que no quiero ser héroe de novela: -si hubiera querido idealizarme, fácil me habría sido conseguirlo, -cuidando de encerrar con cien llaves todas mis flaquezas y necedades, -para que solo quedasen a la vista del público los hechos lisonjeros, -adicionados con lindísimas invenciones, que en caso de apuro no me -habrían de faltar. Pero repito que no quiero idealizarme: bien sé que a -los ojos de muchos, mi personalidad estaría cien codos más alta, si yo -representase en mí a un mozuelo desvergonzado, pendenciero y atrevido, -que en los diez y seis años de su edad hubiese tenido tiempo y fortuna -para matar en duelo a dos docenas de semejantes, y quitar la honra a -igual número de doncellas, casadas o viudas, esquivando la persecución -de la justicia y la venganza de celosos padres o maridos. Todo esto -sería muy bonito; pero diré con el latino: _sed nunc non erat his -locus_. - -Como prueba de mi modestia, no he vacilado en copiar el diálogo con -Inés que me favorece tan poco, atreviéndome a esperar que, si el -lector no me adorase romántico, podrá apreciarme sincero. Hagamos, -pues, las paces y continuaré la narración en el mismo punto en que -la dejé; y es que, habiendo espetado las palabras referidas y aun -algunas más, hijas de mi estólida vanidad, dejé a Inés, creyendo que -debía buscar interlocutor más conforme a la alteza y sublimidad de mis -pensamientos. Inés no me dijo una palabra más, y yo, atraído por los -alegres sones de la flauta tocada por D. Celestino, fui a buscarle a su -cuarto, y con las manos juntas atrás, y el aire de persona protectora, -le hablé así: - ---¿Cómo van esos asuntos, señor mío? - ---¡Oh, divinamente! --contestó con su optimismo de siempre--. Al fin -se me hará justicia, y según me ha dicho esta mañana el oficial de la -secretaría, no puede pasar de la semana que viene. - ---Me parece que a usted no le vendría mal un arciprestazgo de buena -renta o cosa así... Dígolo, porque aunque a usted le sorprenda, tal vez -exista alguna persona que se lo pueda conseguir. - ---¿Quién, hijo mío, quién, a no ser mi paisano y amigo el Serenísimo -Príncipe de la Paz? - ---En donde menos se piensa salta una liebre... Ya veremos, ya veremos ---dije yo haciendo todo lo posible para que la expresión de mi -semblante fuera la más misteriosa y grave. - -Quedose aturdido con mis palabras, y volví al lado de Inés, de quien -no quería despedirme dejándola enojada. Con gran sorpresa mía, -la muchacha no conservaba enfado alguno, y me habló con aquella -incomparable ecuanimidad, que siempre fue su principal atractivo. -Despedime prometiendo que la recordaría siempre, y ella se mostró tan -afable, tan cariñosa como si nada hubiera pasado. Su espíritu, cuya -elevación y superioridad desconocía yo entonces, confiaba firmemente -sin duda en mi pronta vuelta. - -A los dos días mi ama me dijo que había convenido con Amaranta en que -yo pasara a servir a esta. Arreglé mi pequeño ajuar, y fui a la casa de -mi nueva ama. Allí me pusieron una librea, y subiendo al coche de la -servidumbre, el cual seguía a otro ocupado por la marquesa y su hermano -el diplomático, emprendí el camino del Escorial, a donde llegamos por -la noche. - - - - -XII - - -Como al llegar al Escorial nos encontramos sorprendidos por la noticia -de gravísimos acontecimientos, no estará de más que mencione lo que por -el camino me contó el mayordomo de la marquesa, pues a sus palabras dio -profético sentido lo que ocurrió después. - ---Me parece que en el Real Sitio pasa algo que va a ser sonado --me -dijo--. Esta mañana se decía en Madrid... Pero lo que haya lo hemos -de saber pronto, pues dentro de tres horas y media, si Dios quiere, -daremos fondo en la lonja. - ---¿Y qué se decía en Madrid? - ---Allí todos quieren al Príncipe y aborrecen a los Reyes Padres, y como -parece que sus majestades se han propuesto mortificar al muchacho, -apretándole de su lado... Eso, yo lo he visto, y el Príncipe tiene una -cara que da compasión... Se dice que sus padres no le quieren, lo cual -está muy mal hecho: a mí me consta que ni una sola vez le lleva el Rey -a las cacerías, ni le sienta a la mesa, ni le muestra aquel cariño que -parece natural en un buen padre. - ---¿Será que el Príncipe anda metido en conspiraciones y enredos? --dije. - ---Ello bien pudiera ser. Según oí la semana pasada en el Real Sitio, el -Príncipe se da unas encerronas, que ya, ya... no habla con nadie, está -como quien ve visiones, y se pasa las noches en vela. Con esto la Corte -anda muy alarmada, y parece que acordaron vigilarle hasta averiguar lo -que traía entre manos. - ---Pues ahora caigo en que me dijeron que el Príncipe era algo literato, -y se pasaba las noches traduciendo del francés o del latín, que esto no -lo recuerdo bien. - ---Sí, en el Escorial se cree eso; pero sabe Dios... Hay quien asegura -que lo que el Príncipe trae entre manos es cosa gorda; que las tropas -de Napoleón que han entrado en España lo que menos piensan es guerrear -con Portugal, y parece que vienen a apoyar a los partidarios del -Príncipe. - ---Esas son patrañas; quizás el pobre Fernandito no piense más que en -traducir sus libros... - ---Parece que el que tradujo hace poco no gustó a los papás, porque -hablaba de no sé qué revoluciones, y ahora está con otro: como no sea -alguna endiablada tramoya para pescar el trono... - -Así continuó poco más o menos nuestra conversación hasta que llegamos -al Real Sitio. El diplomático y su hermana se apearon de su coche y -nosotros del nuestro. Como los dos viajeros debían aposentarse en -Palacio y en las habitaciones de Amaranta, que ya había llegado el -día anterior, desde luego el mayordomo nos encaminó allá, haciéndonos -recorrer medio mundo en escaleras, galerías, patios y pasillos. Todo -indicaba que ocurría algo extraordinario en la regia morada, porque -se veía por los pasillos y salas de tránsito más gente que la que -acostumbraba estar en pie a aquella hora, que era la de las diez. -Preguntó la marquesa, mas le contestaron de un modo tan vago, que nada -pudo sacar en claro. - -Instalados en las habitaciones de mi ama, donde me ocupé en acomodar -los equipajes, según las órdenes que se me daban, al poco rato entró -Amaranta tan inmutada, que fue preciso aguardar un poco para que, -repuesta de su zozobra, pudiese explicar lo que pasaba. - ---¡Ay! --exclamó cediendo a las reiteradas preguntas de sus tíos--; lo -que pasa es terrible. ¡Una conjuración, una revolución! ¿En Madrid no -ocurría nada cuando ustedes salieron? - ---Nada; todo estaba tranquilo. - ---Pues aquí... es una cosa tremenda, y quién sabe si estaremos vivos -mañana. - ---Pero hija, dínoslo claramente. - ---Parece que se ha descubierto que querían asesinar a los Reyes; todo -estaba preparado para un movimiento en Palacio. - ---¡Qué horror! --exclamó el diplomático--. decía yo que bajo la capita -de servidores del Rey se escondían aquí muchos jacobinos. - ---No es nada de jacobinos --continuó mi ama--. Lo más extraño es que el -alma de la conjuración es el Príncipe de Asturias. - ---No puede ser --dijo la marquesa, que era muy afecta a S. A.--. El -Príncipe es incapaz de tales infamias. Justo y cabal lo que yo decía. -Sus enemigos han ideado perderle por la calumnia, ya que no lo han -conseguido por otros medios. - ---Pues la revolución preparada, que por lo que dicen, iba a ser peor -que la francesa --prosiguió Amaranta--, se ha fraguado en el cuarto del -Príncipe, a quien se han encontrado unos papelitos que ya... Dícese -que están complicados el canónigo D. Juan de Escóiquiz, el duque del -Infantado, el conde de Orgaz y Pedro Collado, el aguador de la fuente -del Berro, hoy criado del Príncipe. - ---Creo que tú, sobrina --dijo el marqués, ofendido de que mi -ama contase cosas que él no sabía--, te dejas arrastrar por tu -impresionable imaginación. Tal vez lo que ocurre no tenga importancia -alguna, y pueda yo esclarecerlo con datos y noticias de índole muy -reservada, que se me han trasmitido de cierta parte que debo callar. - ---Yo contaré lo que me han dicho. Desde algún tiempo llamaba la -atención que el Príncipe pasase las noches encerrado en su cuarto sin -compañía, aunque los Reyes creían que se ocupaba en traducir un libro -francés. Pero ayer se encontró S. M. en su cuarto una carta cerrada, -cuyo sobre no tenía más que estas palabras: _luego, luego, luego_. -Abriola el Rey y leyó un aviso sin firma, en que le decían: - - «Cuidado, que se prepara una revolución en Palacio. Peligra el Trono - y la Reina María Luisa va a ser envenenada.» - ---¡Jesús, María y José! --exclamó la marquesa, que como mujer nerviosa -estuvo a punto de desmayarse--. Pero, ¿qué demonio del infierno se ha -metido en el Escorial? - ---Figúrense ustedes cómo se quedaría el pobre Rey. Al punto sospecharon -del Príncipe y decidieron ocuparle sus papeles. Dudaron mucho tiempo -sobre el modo de hacerlo; pero al fin el Rey se decidió a reconocer -él mismo en persona el cuarto de su hijo. Fue allá con pretexto de -regalarle un tomo de poesías, y según dicen, Fernando se turbó de tal -modo al verle entrar, que descubrió con su mirar medroso y azorado el -sitio en que estaban los papeles. El Rey los cogió todos, y parece -que padre e hijo se dijeron algunas cosas un poco fuertes; después de -lo cual, Carlos salió indignado, ordenándole que permaneciese en su -cuarto sin recibir a persona alguna... Esto fue ayer; enseguida vino el -ministro Caballero, y entre él y los Reyes examinaron los papeles. No -sabemos lo que pasó en esta conferencia, pero debió de ser cosa fuerte, -porque la Reina se retiró a su cuarto llorando. Después se dijo que -los papeles encontrados en poder del Príncipe contenían la clave de -terribles proyectos, y según afirmó Caballero después de hablar con los -Reyes, el Príncipe Fernando debía ser condenado a muerte. - ---¡A muerte! --exclamó la marquesa--. ¡Pero esa gente está loca! -¡Condenar a muerte a todo un Príncipe de Asturias! - ---No hay que apurarse todavía --dijo el diplomático con su acostumbrada -suficiencia--. Tal vez se nos muestren esos papeles para saber nuestro -dictamen, y haremos luminoso examen de todos ellos para resolver lo que -convenga. - ---Pero ¿no se sabe lo que contenían esos papeles? --preguntó la -marquesa. - ---Se cuentan tantas cosas en Palacio, que no se puede saber la verdad. -La Reina no nos ha dicho nada, y ha pasado toda la noche llorando a -lágrima viva, lamentándose de la ingratitud de su hijo. También dice -que no permitirá que se le persiga, porque él no tiene la culpa de lo -que ha hecho, sino esos dos o tres pícaros ambiciosos que le rodean. - ---Dejémonos de anticipar juicios sobre estos sucesos --dijo el -marqués--. Ya lo averiguaré yo todo, y sabré si es un complot de -los enemigos del Príncipe o simplemente una verdadera y efectiva -conjuración; mas cuando yo lo sepa, guárdense ustedes de preguntarme, -pues ya conocen mis ideas... - ---Parece que han decidido formar causa para averiguar quiénes son los -delincuentes --continuó Amaranta--, y esta noche va el Príncipe a -declarar a la Cámara regia. - -A este punto llegaban de tan interesante conversación, cuando sentimos -cierto rumor como de gente que se agolpaba en sitio cercano a la -habitación en que estábamos. Como no tenía gran cosa que hacer cerca -de mi ama, y además la curiosidad me llamaba fuera, salí, bajé una -escalera y halleme en una anchurosa pieza tapizada, que correspondía -por ambos lados a otras de igual tamaño y parecidos adornos. Recorrí -dos o tres siguiendo la dirección de las personas que se encaminaban a -un lugar determinado, y no vi nada digno de llamar la atención más que -algunos grupos de palaciegos que cuchicheaban por lo bajo con mucho -calor. - -Yo me enorgullecía de encontrarme en Palacio, creyendo que solo por -el contacto del suelo que pisaban mis pies, tenía nuevos títulos a la -consideración del género humano; y como cuantos llevamos la generosa -sangre española en nuestras venas, somos propensos a la fatuidad, no -pude menos de creerme un verdadero y genuino personaje, y hubiera -deseado encontrar al paso a alguno de mis antiguos conocimientos de -Madrid o Cádiz para mostrarle en gestos y palabras el convencimiento de -mi respetabilidad. Felizmente no conocí alma de Dios entre tanta gente, -y me libré de ponerme en ridículo. - -Encontrábame en aquella larga serie de habitaciones tapizadas que, -recorriendo toda la extensión del Palacio por la parte interior, -sirve de lazo de unión a las moradas regias, cuyas luces se abren en -la fachada oriental del inmenso edificio. Seguí la dirección de los -demás sin reparar si debía aventurar mis pasos por aquellos sitios; -mas como nadie me dijo nada, continué muy impávido. Las salas estaban -muy débilmente alumbradas, y en la dulce penumbra las figuras de los -tapices parecían sombras detenidas en las paredes, o débiles reflejos -luminosos enviados por escondido foco sobre el oscuro fondo de las -cámaras. Paseé mi vista por aquella multitud de figuras mitológicas, -con cuya desnudez provocativa se habían adornado las negras murallas -construidas por Felipe, y ya consagraba mi atención a contemplarlas, -cuando pasó la extraña procesión de que voy a dar cuenta. - -El Príncipe de Asturias, a quien se había comenzado a instruir sumaria -por el delito de conspiración, volvía de la Cámara real, donde -acababa de prestar declaración. No olvidaré jamás ninguna de las -particularidades de aquella triste comitiva, cuyo desfile ante mis -asombrados ojos, me impresionó vivísimamente aquella noche, quitándome -el sueño. Iba delante un señor con un gran candelero en la mano, como -alumbrando a todos, y para esto lo llevaba en alto, aunque tan poca -luz servía solo para hacer brillar los bordados de su casacón de -gentilhombre. Luego seguían algunos guardias españoles; tras ellos -un joven en quien al instante reconocí no sé por qué al Príncipe -heredero. Era un mozo robusto y de temperamento sanguíneo, de rostro -poco agradable, pues la espesura de sus negras cejas y la expresión -singular de su boca hendida y de su excelente nariz le hacían bastante -antipático, por lo menos a mis ojos. Iba con la vista fija en el suelo, -y su semblante alterado y hosco indicaba el rencor de su alma. A su -lado iba un anciano como de sesenta años, y al principio no comprendí -que pudiera ser el rey Carlos IV, pues yo me había figurado a este -personaje como un hombrecito enano y enteco, siendo lo cierto que tal -como le vi aquella noche era un señor de mediana estatura, grueso, de -rostro pequeño y encendido, y sin rasgo alguno en su semblante que -mostrase las diferencias fisonómicas establecidas por la Naturaleza -entre un rey de pura sangre y un buen almacenista de ultramarinos. - -En los personajes que le acompañaban, y eran, según después supe, -los ministros y el gobernador interino del Consejo, me fijé más que -en la real persona, y después daré a conocer a alguno de aquellos -esclarecidos varones. Cerraba, por último, la procesión el zaguanete -de la guardia española, y nada más. Mientras pasó la comitiva, -sepulcral silencio reinó en todo el tránsito, y tan solo se oyeron -las pisadas que se perdían de cámara en cámara hasta llegar a las que -formaban el cuarto de Su Alteza. Cuando entraron en este la cháchara -comenzó de nuevo entre los circunstantes, y vi a Amaranta que, habiendo -salido a buscarme, hablaba con un caballero vestido de uniforme. - ---Creo que al declarar --dijo el caballero-- Su Alteza ha estado un -poco irreverente con el Rey. - ---¿De modo que está preso? --preguntó Amaranta con curiosidad. - ---Sí, señora. Ahora quedará detenido en su cuarto con centinelas de -vista. Vea usted, ya salen. Deben haberle recogido su espada. - -La comitiva volvió a pasar sin el Príncipe, y precedida del -gentilhombre con el candelabro que iba abriendo camino. Cuando el Rey -y sus ministros se alejaron, los palaciegos que habían salido a las -galerías fueron desapareciendo también en sus respectivas madrigueras, -y por mucho tiempo no se oyó más que el violento cerrar de multitud -de puertas. Se apagaron las pocas luces que alumbraban tan vastos -recintos, y las hermosas figuras de los tapices se desvanecieron en -la oscuridad, como fantasmas a quienes el canto del gallo llama a sus -ignotas moradas. - -Yo subí con mi ama a nuestro departamento, y me asomé por una de -las ventanas que caían hacia el interior, para reconocer como de -costumbre, el sitio en que estaba. Era oscurísima la noche y no vi más -que una masa negra e informe de la cual se destacaban altos tejados, -cúpulas, torres, chimeneas, paredones, aleros, arbotantes y veletas que -desafiaban el firmamento como los topes de un gran navío. Tal imponente -vista causaba cierto terror al espíritu, despertando meditaciones que -se mezclaban a las sugeridas por lo que acababa de ver; mas no pude -ocuparme mucho en trabajos del pensamiento, porque un sutilísimo ruido -de faldas, y un ligero _ce ce_ con que se me llamaba me hizo volver la -cabeza y apartarme de la ventana. - -La transición fue extremadamente brusca, cuando distrayéndome de la -sombría perspectiva exterior, apareció ante mis ojos la figura de -Amaranta y su celestial sonrisa. Reinaba profundo silencio: el marqués -diplomático y su hermana se habían retirado ya. Amaranta había cambiado -su traje de camino por una vestidura blanca y suelta que aumentaba -su hermosura, si su hermosura fuera susceptible de aumento. Cuando -me llamó, aún no se había apartado su doncella; pero esta salió sin -tardanza, y luego nuestra seductora dueña, cerrando por sí misma la -puerta que daba a la galería, me hizo señas para que me acercase. - - - - -XIII - - ---No olvides lo que me has jurado --dijo sentándose--. Yo confío en -tu fidelidad y en tu discreción. Ya te dije que me parecías un buen -muchacho, y pronto llegará la ocasión de probármelo. - -No recuerdo bien las vehementes expresiones con que juré mi fidelidad; -mas debieron ser muy acaloradas y aun creo que las acompañé con -dramáticos gestos, porque Amaranta se rio mucho y me recomendó que -convenía fuera menos fogoso. Después continuó así: - ---¿Y no deseas volver al lado de la González? - ---Ni al lado de la González, ni al lado de todos los reyes de la tierra ---contesté--, pues mientras viva no pienso apartarme del lado de mi ama -querida, a quien adoro. - -Si mal no recuerdo, me puse de rodillas ante el sillón en que Amaranta -reposaba con seductora indolencia; pero ella me hizo levantar, -diciéndome que debía pensar en volver a casa de mi antigua ama, aunque -continuara sirviendo a la nueva con toda reserva. Esto me pareció algo -misterioso e incomprensible, pero no insistí en que lo esclareciera por -no parecer impertinente. - ---Haciendo lo que te mando --continuó--, puedes estar seguro de que -te irá bien en el mundo. ¡Y quién sabe, Gabriel, si llegarás a ser -persona de condición y de fortuna! Otros con menos ingenio que tú se -han convertido de la mañana a la noche en verdaderos personajes. - ---Eso no tiene duda, señora. Pero yo he nacido en humilde cuna, yo no -tengo padres, yo no he aprendido más que a leer, y eso muy mal, en -libros que tengan letras como el puño, y apenas escribo más que mi -firma y rúbrica, en la cual hago más rasgos que todos los escribanos -del gremio. - ---Pues es preciso pensar en tu educación: el hombre debe ilustrarse. Yo -me encargo de eso. Pero será con la condición de que has de servirme -fielmente: no me canso de repetírtelo. - ---En cuanto a mi lealtad no hay más que hablar. Pero entéreme usía de -cuáles son mis obligaciones en este nuevo servicio --dije, anhelando -que satisfaciera mi curiosidad respecto a lo que tenía que hacer para -hacerme acreedor a tantas bondades. - ---Ya te lo iré diciendo. Es cosa difícil y delicada: pero confío en tu -buen ingenio. - ---Pues ya anhelo prestar a usía esos servicios tan difíciles y -delicados --contesté con todo el énfasis de mi bullicioso carácter--. -No seré un criado, seré un esclavo pronto a obedecer a usía, aunque -pierda en ello la vida. - ---No se necesita perder la vida --dijo sonriendo--. Basta con un poco -de vigilancia; y sobre todo teniendo completa adhesión a mi persona, -sacrificándolo todo a mi deseo, y no viendo más que la obligación de -satisfacer mi voluntad, te será fácil cumplir. - ---Pues estoy impaciente, deshecho por empezar de una vez. - ---Ya te enterarás con más calma. Esta noche tengo que escribir muchas -cartas... Y ahora que recuerdo; vas a empezar a cumplir lo que espero -de ti, respondiéndome a varias preguntas cuya contestación necesito -para escribir. Dime: ¿Lesbia solía ir a tu casa sin ser acompañada por -mí? - -Me quedé perplejo al oír una pregunta que me parecía tan lejos del -objeto de mi servicio, como el cielo de la tierra. Pero recogí mis -recuerdos y contesté: - ---Algunas veces, aunque no muchas. - ---¿Y la viste alguna vez en el vestuario del teatro del Príncipe? - ---Eso sí que no lo recuerdo bien, y por tanto no puedo jurar que la vi, -ni tampoco que no la vi. - ---No tiene nada de particular que la hayas visto, porque Lesbia no se -mira mucho para ir a semejantes sitios --dijo Amaranta con mucho desdén. - -Después de una pausa en que me pareció muy preocupada, continuó así: - ---Ella no guarda las conveniencias, y fiada en las simpatías que -encuentra en todas partes por su gracia, por su dulzura y por su -belleza... aunque la verdad es que su belleza no tiene nada de -particular. - ---Nada absolutamente de particular --añadí yo adulando la apasionada -rivalidad de mi ama. - ---Pues bien --dijo--, ya me enterarás despacio de esta y de otras cosas -que necesito saber. Lo primero que te recomiendo es la más absoluta -reserva, Gabriel. Espero que estarás contento de mí y yo de ti, ¿no es -verdad? - ---¿Cómo podré pagar a usía tantos beneficios? --exclamé con la mayor -vehemencia--. Creo que voy a volverme loco, señora, y me volveré de -seguro. Yo no puedo menos de desahogar mi corazón, mostrando los -sentimientos que lo llenan desde el instante en que usía se dignó poner -los ojos en mí. Y ahora cuando usía me ha dicho que va a hacer de mí un -hombre de provecho, y a ponerme en disposición de ocupar puesto honroso -en el mundo, estoy pensando que aunque viva mil años adorando a mi -bienhechora, no le pagaré tantos favores. Yo tengo deseos muy fuertes -de ser hombre como algunos que veo por ahí. ¿No es esto posible? ¿Usía -cree que lo podré ser, instruyéndome con su ayuda? ¡Ay! Cuando uno ha -nacido pobre, sin parientes ricos, cuando se ha criado en la miseria -y en la triste condición de sirviente, no puede subir a otro puesto -mejor sino por la protección de alguna persona caritativa como usía. Si -yo llegara a conseguir lo que deseo, no sería el primer caso, ¿no es -verdad, señora? porque gentes hay aquí muy poderosas y muy grandes que -deben su fortuna y su carrera a alguna ilustrísima mujer que les dio -la mano. - ---¡Ah! --dijo Amaranta con bondad--. Veo que tú eres ambicioso, -Gabrielillo. Lo que has dicho últimamente es cierto; hombres conocemos -a quienes ha elevado a desmedida altura la protección de una señora. -¡Quién sabe si encontrarás tú igual proporción! Es muy posible. Para -que no pierdas la esperanza, ahí va un ejemplo. En tiempos muy antiguos -y en tierras muy remotas había un grande imperio, que era gobernado -en completa paz por un soberano sin talento; pero tan bondadoso, que -sus vasallos se creían felices con él y le amaban mucho. La sultana -era mujer de naturaleza apasionada y viva imaginación; cualidades -contrarias a las de su marido, merced a cuya diferencia aquel -matrimonio no era completamente feliz. Cuando heredó a su padre, el -sultán tenía cincuenta años y la sultana treinta y cuatro. Acertó -entonces a entrar en la guardia jenízara un joven que se hallaba casi -en el mismo caso que tú, pues aunque no era de nacimiento tan humilde, -ni tampoco dejaba de tener alguna instrucción, era bastante pobre y -no podía esperar gran carrera de sus propios recursos. Al punto se -corrió en la Corte la voz de que el joven guardia había agradado a -la esposa del sultán, y esta sospecha se confirmó al verle avanzar -rápidamente en su carrera, hasta el punto de que a los veinticinco -años de edad ya había alcanzado todos los honores que pueden ser -concedidos a un simple súbdito. El sultán, lejos de poner reparos a -tan rápido encumbramiento, había fijado todo su cariño en el favorecido -joven, y no contento con darle las primeras dignidades, le entregó -las riendas del Gobierno, le hizo gran Visir, Príncipe, y le dio por -esposa a una dama de su propia familia. Con esto estaban los pueblos -de aquella apartada y antigua comarca muy descontentos, y aborrecían -al joven y a la sultana. En su Gobierno, el joven valido hizo algunas -cosas buenas; mas el pueblo las olvidaba, para no ocuparse sino de las -malas, que fueron muchas, y tales, que trajeron grandes calamidades a -aquel pacífico imperio. El sultán, cada vez más ciego, no comprendía -el malestar de sus pueblos, y la sultana, aunque lo comprendía no -pudo en lo sucesivo remediarlo, porque las intrigas de su Corte se lo -impedían. Todos odiaban al favorecido joven, y entre sus enemigos más -encarnizados se distinguían los demás individuos de la regia familia. -Pero lo más extraño es que el hombre, a quien una mano tan débil como -generosa había elevado sin merecimientos, se mostró ingrato con su -protectora, y lejos de amarla con constante fe, amó a otras mujeres y -hasta llegó a maltratar a aquella desventurada, a quien todo lo debía. -Las damas de la sultana contaban que algunas veces la vieron derramando -acerbo llanto y con señales en su cuerpo de haber recibido violentos -golpes de una mano sañuda. - ---¡Qué infame ingratitud! --exclamé sin poder contener mi -indignación--. ¿Y Dios no castigó a ese hombre, ni devolvió a aquellos -inocentes pueblos su tranquilidad, ni abrió los ojos del excelente -sultán? - ---Eso no lo sé --contestó Amaranta, mordiendo las puntas blancas de -la pluma con que se preparaba a escribir--, porque estoy leyendo la -historia que te cuento en un libro muy viejo y no he llegado todavía al -desenlace. - ---¡Qué hombres tan malos hay en el mundo! - ---Tú no serás así --dijo Amaranta sonriendo--; y si algún día te vieras -elevado a tales alturas por las mismas causas, harías todo lo posible -por que se olvidara con la grandeza de tus actos, el origen de tu -encumbramiento. - ---Si por artes del Demonio eso sucediera --respondí--, lo haré tal -y como usía lo dice, o no soy quien soy, pues a mi me sobra alma y -corazón para gobernar, sin dejar de ser un hombre bueno, decente y -generoso. - -Estas últimas palabras la hicieron reír, y ofreciéndome que al día -siguiente me recomendaría a un padre jerónimo del monasterio para que -me instruyese, me dijo que iba a escribir cartas muy urgentes y que la -dejase sola. La doncella volvió para conducirme al cuarto donde debía -recogerme, y una vez dentro de él me acosté; mas los pensamientos -evocados en mi cabeza por la pasada conferencia me confundían de tal -modo, que mi sueño fue agitado y doloroso, cual opresora pesadilla, y -creí tener sobre el pecho todas las cúpulas, torres, tejados, aleros, -arbotantes y hasta las piedras todas del inmenso Escorial. - - - - -XIV - - -Al día siguiente se reunieron a comer en casa de Amaranta, Lesbia, el -diplomático y su digna hermana. He hablado poco de esta buena señora, -que no figura gran cosa en los acontecimientos referidos, lo cual -es sensible, porque por su carácter y excelentes prendas, merecería -mención muy detallada. La marquesa era una dama ya de avanzada edad, -mujer orgullosa, de modestas costumbres, española rancia por los -cuatro costados, de carácter franco y sin artificios, muy natural, muy -caritativa, enemiga de trapisondas y aventuras, muy cariñosa para todo -el mundo; en fin, era la honra de su clase. Su lado flaco consistía -en creer que su hermano tenía mucho talento. Aunque era modesta en -su trato privado, gustaba de dar grandes fiestas, prefiriendo las -representaciones dramáticas a que tenía mucha afición. Su teatro era el -primero de la Corte, y para la representación de _Otello_ había gastado -considerables sumas. Protegía y trataba a los cómicos; pero siempre a -mucha distancia. - -También estaba convidado a comer aquel día con mi ama el Sr. D. -Juan de Mañara; pero cuando fui a llevarle la invitación, contestó -excusándose, por tocarle entrar de guardia a la misma hora. Y a -propósito del pisaverde, no debo pasar en silencio la circunstancia -de que le vi por la mañana en compañía de Lesbia, ambos en traje que -parecía indicar regresaban de uno de esos crepusculares y campestres -paseos, siempre anhelados por los amantes. En la tarde de aquel mismo -día le vi paseando muy cabizbajo por el patio grande, y la mañana -siguiente me detuvo en el mismo paraje suplicándome que llevase una -carta a la señora duquesa. Negueme a esto, y allí quedó. Indudablemente -algo le pasaba al Sr. de Mañara. - -Amaranta pareció muy contrariada de que no se sentase a la mesa el -joven mencionado. Cuando volví con la respuesta estaba de visita en el -cuarto de Amaranta un caballero de los que la noche anterior vi en la -procesión descrita. Conferenciaron más de hora y media: cuando él se -retiró le examiné bien, y por cierto que pocas veces he visto facha más -desagradable. No le daría un puesto en la serie de mis recuerdos, si -aquel no fuera uno de los personajes más célebres de su tiempo, razón -por la cual me resuelvo, no solo a mencionarle, sino a describirle, -para edificación de los tiempos presentes. Era el marqués Caballero, -ministro de Gracia y Justicia. - -No vi a semejante hombre más que una vez, y jamás lo he olvidado. Era -de edad como de cincuenta años, pequeño y rechoncho el cuerpo, turbia -y traidora la mirada de uno de sus ojos, pues el otro estaba cerrado -a toda luz; con el semblante amoratado y granulento, como de persona -a quien envilece y trastorna el vino; de andar y gestos sumamente -ordinarios: en tanto grado repugnante y soez toda su persona, que era -preciso suponerle dotado de extraordinarios talentos para comprender -cómo se podía ser ministro con tan innoble estampa. Pero no, señores -míos. El marqués Caballero era tan despreciable en lo moral como en lo -físico, pudiendo decirse que jamás cuerpo alguno encarnó de un modo -tan fiel los ruines sentimientos y bajas ideas de un alma. Hombre -nulo, ignorante, sin más habilidad que la de la intriga, era el tipo -del leguleyo chismoso y tramoyista que funda su ciencia en conocer, no -los principios, sino los escondrijos, las tortuosidades y las fórmulas -escurridizas del derecho, para enredar a su antojo las cosas más -sencillas. - -Nadie podía explicarse su encumbramiento, tanto más enigmático cuanto -que el omnipotente Godoy no pasaba por amigo suyo, mas debió aquel -consistir en que habiéndose introducido en Palacio y héchose valer, -merced a viles intrigas de escaleras abajo, usó como instrumento de -su ambición cerca del Rey, la defensa de los intereses de la Iglesia; -y adulando la religiosidad del pobre Carlos, pintándole imaginarios -peligros y haciendo depender la seguridad del Trono de la adopción -de una política restrictiva en negocios eclesiásticos, logró hacerse -necesario en la corte. El mismo Godoy no pudo apartarle del Gobierno ni -poner coto a las medidas dictadas por el bestial fanatismo del ministro -de Gracia y Justicia, quien después de haber perseguido a muchos -ilustres hombres de su época, y encarcelado a Jovellanos, remató su -gloriosa carrera contribuyendo a derribar al mismo Príncipe de la Paz -en marzo de 1808. - -Damos estas ligeras noticias respecto a un hombre que gozaba entonces -de justa y general antipatía, para que se vea que la elevación de los -tontos y ruines y ordinarios, no es, como algunos creen, desdicha -peculiar de los modernos tiempos. - -Después de la conferencia indicada principió la comida que yo serví. - ---Ya sé --dijo Amaranta al sentarse y sin disimular su intención de -mortificar a Lesbia--, ya sé lo que contenían esos papeles cogidos a S. -A. Caballero me lo ha dicho, encargándome la reserva; pero puesto que -pronto se ha de saber... - ---Sí, dínoslo. No lo confiaremos más que a nuestras amigas --indicó la -marquesa. - ---Pues yo opino que no se diga --objetó el diplomático, que siempre se -incomodaba cuando alguien revelaba secretos que él no conocía. - ---Entre los papeles --dijo Amaranta-- hay una exposición al Rey que se -supone hecha por D. Juan Escóiquiz, aunque la letra es de Fernando. -Parece que en ella se pintan las malas costumbres del Príncipe de la -Paz, con las frases más indecentes. Allí han salido a relucir sus dos -mujeres y también lo que dicen de los destinos, pensiones y prebendas -que concede a cambio de... - ---¡Y tan cierto como es! --dijo la marquesa--. Yo sé de un señor a -quien el Príncipe de la Paz ofreció... - -La buena señora cayó en la cuenta de que estaba yo delante, y se -contuvo. Pero a mí siempre me han bastado pocas palabras para entender -las cosas, y supe pescar al vuelo lo que querían decir. - ---En esa exposición --continuó la duquesa-- ponen a la pobre Tudó de -vuelta y media, y aconsejan al Rey que la encierre en un castillo. Por -último, se pretende que el de la Paz sea destituido, embargados todos -sus bienes, y que desde el mismo momento no se separe el Príncipe -heredero del lado de su padre. - ---Todo eso está muy puesto en razón --dijo la marquesa asombrada de -cómo concordaban las ideas de los conjurados con sus propias ideas--; -aunque me guardaré muy bien de decirlo fuera de aquí. - ---Pues aquí no temo decirlo --continuó Amaranta--. Caballero no guarda -muy bien el secreto, sé que lo ha dicho ya a varias personas. Otro de -los papeles es graciosísimo, y parece un sainete; pues todo él está -en diálogo y se creería que lo habían escrito para representarlo en -el teatro. Cada uno de los personajes que hablan tienen allí nombre -supuesto, así es que el Príncipe se llama _Don Agustín_, la Reina _Doña -Felipa_, el Rey _Don Diego_, Godoy _D. Nuño_, y la Princesa con quien -dicen han tratado de casar al heredero es una tal _Doña Petra_. - ---¿Y qué objeto tiene esa comedia? - ---Es un proyecto de conversación con la Reina, y suponiendo las -observaciones que esta ha de hacer, se le responde a todo según un plan -combinado para convencerla de las picardías del Príncipe de la Paz. -También aquí abundan las frases soeces, y por último, el _D. Agustín_ -parece que se niega redondamente a casarse con _Doña Petra_, la cuñada -del ministro y hermana del cardenal y de la de Chinchón. - ---También eso está bien pensado --dijo la marquesa--; y si ese -sainetillo se representara, yo lo aplaudiría. Pues ¿por qué han de -querer casar al pobre muchacho con la cuñada del otro? ¿No es mejor que -le busquen mujer en cualquiera de las familias reinantes, que a buen -seguro todas ellas se darían con un canto en los pechos por entroncar -con nuestros reyes, casando a cualquiera de sus mozuelas con semejante -Príncipe? - ---¿Cómo se atreven ustedes a juzgar cosas tan graves? --dijo con -displicencia el diplomático--. Y en cuanto a los documentos citados, -extraño que una persona tan discreta como mi sobrina les dé publicidad -imprudentemente. - ---Vamos, usted dudaba antes que existieran, y ahora, creyendo que no -deben revelarse, los da como ciertos. - ---Sí que los doy --repuso el diplomático--, y ya que otra persona ha -descubierto hechos que yo me obstinaba en callar... - -El diplomático, no pudiendo negar aquellos secretos, resolvió -apropiárselos, fingiendo tener ya noticias de los papeles del proceso. - ---¿De modo que ya tú lo sabías todo? --le preguntó su hermana--. Bien -decía yo que tú no podías menos de estar al tanto de estas cosas. La -verdad es que no se te escapa nada, y bien puedes afirmar que eres de -los que ven los mosquitos en el horizonte. - ---Desgraciadamente así es --contestó el diplomático con la mayor -hinchazón--. Todo llega a mis oídos, a pesar de mis repetidos -propósitos de no intervenir en nada y huir de los negocios. ¡Como ha de -ser! Es preciso tener paciencia. - ---Hermano, tú debes saber algo más y te lo callas --dijo la marquesa--. -Vamos a ver. ¿Napoleón tiene alguna parte en este negocio? - ---¿Ya comienzan las preguntitas? --repuso el viejo con retozona -sonrisa--. Déjense ustedes de preguntas, porque les juro que no me han -de sacar una sílaba. Ya conocen la rigidez de mi carácter en estas -materias. - -A todas estas, Lesbia no decía una palabra. - ---Pues voy a acabar mi cuento --añadió mi ama--. Aún me falta decir -cuál es el otro papel que se encontró al Príncipe. - ---Más valdría que lo callaras, querida sobrina --dijo el diplomático. - ---No; que lo diga, que lo diga. - ---Pues se ha encontrado la cifra y clave de la correspondencia que el -heredero sostiene con su maestro D. Juan Escóiquiz, y además... esto es -lo más grave. - ---Sí, lo más grave --indicó el diplomático--, y por eso debe callarse. - ---Por lo mismo debe decirse. - ---Pues se encontró una carta en forma de nota, sin sobrescrito, firma -ni nombre, en que manifiesta estar dispuesto a elevar al Rey la -exposición por medio de un religioso. Lo más notable de este papelito -es que el Príncipe asegura que está decidido a tomar por modelo al -Santo mártir Hermenegildo; que se dispone a pelear... óiganlo ustedes -bien... a pelear por la justicia. Esto es hablar clarito de una -revolución. Pide después a los conjurados que le sostengan con firmeza; -que preparen las proclamas, y que... - ---¡Ah, las mujeres, las mujeres! ¿No aprenderán nunca a tener -discreción? --interrumpió el marqués--. Me admiro de ver con cuánta -frivolidad te ocupas de asuntos tan peligrosos. - ---En este papel --prosiguió la condesa sin atender a las fastidiosas -amonestaciones del diplomático-- se indica a los Reyes y a Godoy con -nombres godos. _Leovigildo_ es Carlos IV, la Reina es _Goswinda_ y -el de la Paz _Sisberto_. Pues bien: el Príncipe, que se atribuye el -papel de _San Hermenegildo_, dice a los conjurados que la tempestad -debe caer sobre _Sisberto_ y _Goswinda_, y que traten de embobar a -_Leovigildo_ con vítores y palmadas. - ---¿Y eso es todo? --preguntó la marquesa--. Pues no hay cosa más -inocente. - ---Está bien claro --indicó Amaranta con ira--, que se trata de -destronar a Carlos IV. - ---No lo veo yo así. - ---Pues yo sí --repuso la condesa--. La tempestad debe caer sobre -_Sisberto_ y _Goswinda_. De modo que el heredero y sus amigos, no solo -tratan de mandar a paseo al guardia, sino que también quieren hacer -alguna picardía con la Reina, cuando menos llevarla a la guillotina -como a la pobre María Antonieta. Todos saben cuánto ama el Rey a su -esposa. Cualquier ofensa que a esta se le haga, la considera como hecha -a su propia persona. - ---Pues lo que digo es que si algo les pasa, bien merecido se lo tienen ---fue la contestación de la marquesa. - ---Y yo sostengo --añadió mi ama alterándose más-- que el Príncipe -podía haber intentado cuantas conjuraciones quisiera para echar del -ministerio a Godoy; pero escribir exposiciones al Rey, poniendo en -duda el honor de su madre, y hablando de arrojar tempestades sobre -_Sisberto_ y _Goswinda_, lo cual equivale a atentar contra la vida -de la Reina, me parece conducta indigna de un Príncipe español y -cristiano... Al fin es su madre: cualesquiera que hayan sido las faltas -de esta (y yo estoy segura de que no son tantas ni tan grandes como -las de quien las publica), no es propio de un hijo el reconocerlas o -mencionarlas, ni menos fundarse en ellas para perseguir a un enemigo. - ---Hija, no estás poco melindrosa --dijo con acrimonia la tía de -Amaranta--. Yo creo que el Príncipe hace muy retebién, y si a alguien -le pesa, más valiera no haber dado motivos con lo que todos sabemos, a -lo que está pasando. Y si no, hermano, tú que lo sabes todo, dinos tu -opinión. - ---¡Mi opinión! ¿Creéis que es fácil dar opinión sobre asunto tan -espinoso? Y lo que yo pueda pensar, conforme a mi experiencia y luces, -¿puedo acaso decirlo en conferencia de mujeres, que al punto van -diciéndolo por cámaras y antecámaras a todo el que las quiera oír...? - ---No hay quien te saque una palabra. Si yo supiera la mitad de lo que -tú sabes, hermano, gustaría de instruir a los ignorantes. - ---Para formar exacto juicio, vengan datos --dijo el marqués--. ¿Alguna -de ustedes sabe la opinión de la Reina sobre estas cosas? - ---Cuando se leyó en consejo el último de los papeles que he citado ---respondió la condesa--, Caballero dijo que el Príncipe merecía la -pena de muerte por siete capítulos. La Reina, indignada al oírle, -respondió: «_¿Pero no reparas que es mi hijo? Yo destruiré las pruebas -que le condenan; le han engañado, le han perdido_», y arrebatando el -papel lo escondió en su seno, y se arrojó llorando en un sillón. ¡Vean -ustedes qué generosidad! Francamente aunque nunca me ha sido simpática -la causa del Príncipe, desde que sé sus proyectos contra los Reyes, me -parece un joven digno de lástima, si no de otro sentimiento peor. - ---¡Qué tontería! --exclamó la marquesa--. Ahora vienen los lloriqueos -y los dengues después de haber sido causa de tantos males. ¿Pues qué, -ocurrirían estas cosas, si no se hubieran cometido ciertas faltas...? - -Lesbia, que hasta entonces había permanecido en silencio, con cierta -confusión y amilanamiento, no quiso callar más y apoyó las últimas -frases de la marquesa. Amaranta entonces se volvió a ella, y con acento -tan amargo como desdeñoso le dijo: - ---¡Cuánto hablar de faltas ajenas! Esa persona no esperaba ser -injuriada públicamente, como lo ha sido, por quien tantos favores -recibió de ella, por quien se ha sentado a su mesa y se ha honrado con -su amistad. - ---¡Ah! el sermoncito no está mal --dijo Lesbia con esa forzada -jovialidad, que a veces es la más terrible expresión de la ira--. Ya -lo esperaba: desde que me negué a ciertas condescendencias; desde que -cansada de un papel, admitido con ligereza e impropio de mí, lo cedí -a otras, que lo desempeñan con perfección, se me censura suponiéndome -divulgadora de lo que todo el mundo sabe. Ciertas personas no pueden -hacerse pasar por víctimas de la calumnia aunque lloren y giman, porque -sus vicios, en fuerza de ser tantos y tan grandes, han llegado a -vulgarizarse. - ---Es verdad --repuso Amaranta con perversa intención--. No falta quien -sea prueba viva de ello. Pero hija, el vicio más feo es el de la -ingratitud. - ---Sí, pero ese es el vicio en que menos fácilmente pueden sentenciar -los hombres. - ---¡Oh, no! También sentencian, y pronto lo veremos. Precisamente -la causa del Príncipe es obra pura y simplemente consumada por la -ingratitud. Ya verás cómo esta se castiga. - ---Supongo --dijo Lesbia con malicia-- que no querrás poner en la cárcel -a todos los que estamos aquí, por haber cometido el crimen de desear el -triunfo del Príncipe. - ---Yo no pongo a nadie en la cárcel; y los que aquí estamos, pueden -vivir tranquilos; pero quizás no esté muy segura otra persona muy amada -de alguien que me escucha. - ---¡Ah! --dijo imprudentemente el diplomático--, me han dicho que -también Mañara está complicado en la causa. - ---Creo que sí --añadió Amaranta cruelmente--; pero él fía mucho en el -arrimo de elevadas personas. Y como resulten complicadas las que se -sospecha, es de esperar que no les valga ninguna clase de apoyo. - ---Eso es --dijo la duquesa--. ¡Duro en ellos! Falta todavía conocer el -giro que tomará este negocio; falta saber si algún suceso inesperado -cambiará de improviso los términos, convirtiendo a los acusadores en -acusados. - ---¡Ya... confían en Bonaparte! --afirmó Amaranta con despecho. - ---¡Alto, allá! --exclamó el diplomático--; entran ustedes, señoras -mías, en un terreno peligroso. - ---Se hará justicia --dijo mi ama--, aunque no como se desea; pues no -será posible descubrirlo. Por ejemplo: hay gran empeño en averiguar -quién se encargaba de trasmitir a los conjurados la correspondencia -del Príncipe, y hasta ahora no se sabe nada. Hay sospechas de que -sea alguna de las muchas damas intrigantes y coquetuelas que hay en -palacio... hasta se han fijado en alguna; pero aún no hay suficientes -pruebas. - -Lesbia no dijo una palabra; pero la pícara se sonreía como quien está -libre de todo temor. Después hasta se atrevió a mortificar a su enemiga -de esta manera: - ---Quizás por lo mismo que es intrigante y coquetuela, tenga los medios -de burlar a sus perseguidores. Tal vez las circunstancias le hayan -proporcionado medios de desafiar y provocar a sus enemigos... Tengo -deseos de saber quién es esa buena pieza. ¿Nos lo podrías decir? - ---Ahora no --repuso mi ama--, pero mañana, tal vez sí. - -Lesbia rio a carcajadas. Amaranta mudó de conversación, la marquesa -volvió a lamentar la suerte de Príncipe, y el diplomático aseguró que -por nada del mundo descorrería el velo que ocultaba los designios del -capitán del siglo, con lo cual dio fin la comida, y todos, menos mi -ama, se retiraron a dormir la siesta. - - - - -XV - - -Al siguiente día, 30 de octubre, ocurrieron grandes y conmovedoras -novedades, si algo podía ya ocurrir capaz de aumentar la turbación de -los ánimos. Desde por la mañana me había despedido mi ama, diciéndome -que fuera a dar un paseo por la octava maravilla del mundo, y al -mismo tiempo me mandó visitase en su celda al padre jerónimo que -había de instruirme en las letras sagradas y profanas. Ambas cosas -me contentaron mucho, y más que nada el ocio de que disfrutaba -para recorrer a mi antojo el edificio y sus alrededores. El primer -espectáculo que se ofreció a mi curiosidad, fue la salida del Rey -a caza, lo cual no dejó de causarme extrañeza, pues me parecía que -atribulado y pesaroso S. M. por lo que estaba pasando, no tendría humor -para aquel alegre ejercicio. Pero después supe que nuestro buen monarca -le tenía tan viva afición, que ni en los días más terribles de su -existencia dejó de satisfacer aquella su pasión dominante, mejor dicho, -su única pasión. - -Yo le vi salir por la puerta del Norte, acompañado de dos o tres -personas, entrar en su coche, y partir hacia la sierra, con tanta -tranquilidad como si en palacio dejase la paz más perfecta. Sin duda -debía de ser en extremo apacible su carácter, y tener la conciencia -más pura y limpia que los frescos manantiales de aquellas montañas. Sin -embargo, aquel buen anciano, a pesar de su alta posición y de la paz -que yo suponía en su interior, más me inspiraba lástima que envidia. -Aquella se aumentó cuando vi que la gente del pueblo, reunida en torno -al edificio, no mostraba a su Rey ningún afecto, y hasta me pareció oír -en algunos grupos murmullos y frases mal sonantes, que hasta entonces -creo no se habían aplicado a ningún soberano de esta honrada nación. - -Recorriendo después las galerías bajas del palacio y las antecámaras -altas, vi a otros individuos de la regia familia, y me maravilló -observar en todos la misma forma de narices colgantes, que -caracterizaba la casta de los Borbones. El primero que tuve ocasión -de admirar fue el cardenal de la Escala, don Luis de Borbón, célebre -después por haber recibido el juramento de los diputados en la isla -de León, y por otros hechos menos honrosos que irán saliendo a -medida que avancen estas historias. No era el señor cardenal hombre -grave, cubierto de canas, prenda natural de la edad y del estudio, -ni representaba su rostro aquella austeridad que parece ha de ser -inherente a los que desempeñan cargos tan difíciles: antes bien era un -jovenzuelo que no había llegado a los treinta años, edad en la cual -Lorenzana, Albornoz, Mendoza, Silíceo y otras lumbreras de la Iglesia -española no habían aún salido del seminario. - -Verdad es que existía la costumbre de consagrar al cardenalato a los -príncipes menores que no podían alcanzar ningún reino grande ni chico, -y el señor D. Luis de Borbón, primo del Rey Carlos IV, fue en esto uno -de los mortales más afortunados, porque con la leche en los labios -empezó a disfrutar las rentas de la mitra de Sevilla, y no cumplidos -aún los 23, y mal digeridas las _Sentencias_ de Pedro Lombardo, tomó -posesión de la silla de Toledo, cuyas fabulosas rentas habría envidiado -cualquier Príncipe de Alemania o de Italia. - -Pero cada cosa en su tiempo y los nabos en adviento. Lo que hemos dicho -era costumbre propia de la edad, y no es justo censurar al infante -porque tomase lo que le daban. Su eminencia, tal y como le vi descender -del coche en el vestíbulo de palacio, me pareció un mozo coloradillo, -rubicundo, de mirada inexpresiva, de nariz abultada y colgante, -parecida a las demás de la familia, por ser fruto del mismo árbol, y -con tan insignificante aspecto, que nadie se fijara en él, si no fuera -vestido con el traje cardenalicio. D. Luis de Borbón subió con gran -priesa a las habitaciones regias, y no le vi más. - -Pero mi buena estrella, que sin duda me tenía reservado el honor de -conocer de una vez a toda la familia real, hizo que viera aquel mismo -día al infante D. Carlos, segundo hijo de nuestro Rey. Este joven aún -no aparentaba veinte años, y me pareció de más agradable presencia que -su hermano el Príncipe heredero. Yo le observé atentamente, porque en -aquella época me parecía que los individuos de sangre real habían de -tener en sus semblantes algo que indicase la superioridad; pero nada de -esto había en el del infante D. Carlos, que solo me llamó la atención -por sus ojos vivarachos y su carita de Pascua. Este personaje varió -mucho con la edad en fisonomía y carácter. - -También vi aquella misma tarde en el jardín al infante D. Francisco de -Paula, niño de pocos años que jugaba de aquí para allí, acompañado de -mi Amaranta y de otras damas; y por cierto que el Infante, saltando y -brincando con su traje de mameluco completamente encarnado, me hacía -reír, faltando con esto a la gravedad que era indispensable cuando se -ponía el pie en parajes hollados por la regia familia. - -Antes de bajar al jardín habían llamado mi atención unos recios -golpes de martillo que sentí en las habitaciones inferiores: después -sucedieron a los golpes unos delicados sones de zampoña, con tal -arte tañida, que parecían haberse trasladado al Real Sitio todos -los pastores de la Arcadia. Habiendo preguntado, me contestaron que -aquellos distintos ruidos salían del taller del infante don Antonio -Pascual, quien acostumbraba matar los ocios de la vida regia alternando -los entretenimientos del oficio de carpintero o de encuadernador con -el cultivo del arte de la zampoña. Yo me admiré de que un Príncipe -trabajase, y me dijeron que el D. Antonio Pascual, hermano menor de -Carlos IV, era el más laborioso de los Infantes de España, después -del difunto D. Gabriel, celebrado como humanista y muy devoto de las -artes. Cuando el ilustre carpintero y zampoñista dejó el taller para -dar su paseo ordinario por la huerta del Prior en compañía de los -buenos Padres Jerónimos que iban a buscarle todas las tardes, pude -contemplarle a mis anchas, y en verdad digo que jamás vi fisonomía -tan bonachona. Tenía costumbre de saludar con tanta solemnidad como -cortesanía a cuantas personas le salían al paso, y yo tuve la alta -honra de merecerle una bondadosa mirada y un movimiento de cabeza que -me llenaron de orgullo. - -Todos saben que D. Antonio Pascual, que después se hizo célebre por su -famosa despedida del valle de Josafat, parecía la bondad en persona. -Confieso que entonces aquel príncipe, casi anciano, cuya fisonomía se -habría confundido con la de cualquier sacristán de parroquia, era, -entre los individuos de la regia familia, el que me parecía de mejor -carácter. Más tarde conocí cuánto me había equivocado al juzgarle como -el más benévolo de los hombres. María Luisa, que le tachó de cruel, -en una de sus cartas profetizó lo que había de pasar a la vuelta de -Valencey, cuando el Infante congregaba en su cuarto lo más florido del -partido realista furibundo. - -Este pobre hombre, lo mismo que su sobrino el Infante D. Carlos, eran -partidarios del Príncipe Fernando, y aborrecían cordialmente al de -la Paz; mas excusadas son estas advertencias, porque entonces ningún -español amaba a Godoy; empezando por los individuos de la familia. -Pero basta de digresiones, y sigamos contando. Quedó, si mal no -recuerdo, en el anuncio de ciertas novedades que dieron inesperado -giro a los sucesos; mas no dije cuáles fueran. Parece que a eso de la -una el ilustre prisionero, luego que se enteró de que su padre había -salido a caza, mandó a la Reina un recado, suplicándola que fuese a su -cuarto, donde le revelaría cosas muy importantes. Negose la madre; pero -envió al marqués Caballero, quien recogió de labios del Príncipe las -declaraciones de que voy a hablar. - -No crean ustedes que tan estupendas nuevas eran del dominio de todos -los habitantes del Escorial. Yo las supe porque Amaranta las contó -al diplomático y a su hermana, y como por mi poca edad y aspecto de -mozuelo distraído y casquivano, creían que yo no había de prestar -atención a sus palabras, no se cuidaban de guardar reserva delante de -mí. - -Conforme dijo Amaranta, todas las personas reales andaban azoradas y -aturdidas, porque, según las últimas declaraciones del Príncipe, se -sabía ya con certeza que los conjurados tenían de su parte a Napoleón -en persona, cuyas tropas se acercaban cautelosamente a Madrid con -objeto de apoyar el movimiento. También había denunciado Fernando -a sus cómplices llamándoles _pérfidos_ y _malvados_; y según las -indicaciones que hizo, los rumores tiempo ha propalados sobre proyecto -de atentar a la vida de la Reina, no carecían de fundamento. En -cuanto al Rey, los amigos del Príncipe no debían de tener muy buenas -intenciones respecto a él, porque este había nombrado generalísimo de -las tropas de mar y tierra al duque del Infantado en un decreto que -empezaba así: «_Habiendo Dios tenido a bien llamar para sí el alma del -Rey, nuestro Padre_, etc.» - -No se fijaron bien en mi imaginación estos pormenores; pero habiendo -leído más tarde los incidentes de aquel proceso célebre, puedo -auxiliar mi memoria con tanta eficacia que resulte la narración de los -hechos tan viva como hija del recuerdo. Lo que sí me acuerdo es que -Amaranta, alarmada con lo de Bonaparte, tenía gran placer en hacer -consideraciones sobre la bajeza del Príncipe al denunciar vilmente a -sus amigos. La marquesa se resistía a creerlo, y los comentarios, que -no copio, por no ser molesto, duraron mucho tiempo. - -No había aún oscurecido cuando volvió el Rey de caza, y hora y media -después un gran ruido en la parte baja del alcázar nos anunció la -llegada de otro importante personaje. Corrí al patio grande y ya no -pude verle, porque habiendo descendido rápidamente del coche, subió por -la escalera con prisa de llegar pronto arriba. Únicamente se distinguía -un bulto arrebujado en anchísima capa, como persona enferma que quiere -reservarse del aire; mas no fue posible ver sus facciones. - ---Es él --dijeron algunos criados que había junto a mí. - ---¿Quién? --pregunté con mucha curiosidad. - -Entonces un pinche de la cocina, con quien había yo trabado cierta -amistad por ser el funcionario encargado de darme de comer, acercó su -boca a mi oído, y me dijo muy quedamente: - ---El _choricero_. - -Más adelante tuve ocasión de hablar con este personaje; pero su pintura -pertenece a otro libro. - - - - -XVI - - -Seguí hablando con el pinche, por no perder tan buena coyuntura de -entablar relaciones con la gente de escalera abajo, y pregunté a mi -abastecedor cuál era la opinión más extendida en las reales cocinas -sobre los sucesos del día. Afortunadamente se aproximaba la hora de -cenar; y llevándome mi amigo al aposento destinado al efecto, me hizo -ver que el cuerpo de cocineros seguía a todo el país en la senda -trazada por los directores del partido fernandista. - -Nada más patriótico, nada más entusiasta que la actitud de aquel puñado -de valientes en cuyas cacerolas estaba por decirlo así el paladar -de los reyes de España, y que era árbitro hasta cierto punto de su -bienestar, si no de su existencia. Aunque muchos de los hombres que -allí vi eran antiguos y pacíficos servidores, que no participaban de -la rebelde inquietud de la gente moza, la mayor parte habían sido -deslumbrados por la perruna y grotesca elocuencia de Pedro Collado, -el aguador de la fuente del Berro, ya empleado en la servidumbre de -Fernando. Este hombre, que con las gracias de su burdo y ramplón -ingenio se había conquistado preferente lugar en el corazón del -heredero, desempeñaba al principio las funciones de espía en todas las -regiones bajas de palacio, vigilaba la servidumbre, la cual a poco -empezó por temerle y concluyó por someterse dócilmente a sus mandatos. -De este modo llegó a ser Pedro Collado respecto a los cocineros, -pinches y lacayos un verdadero cacique, al modo de los que hoy son alma -y azote de las pequeñas localidades en nuestra península. - -Cuando Pedro Collado bajaba contento, el regocijo se difundía -como don celeste entre toda la servidumbre: cuando Pedro Collado -bajaba taciturno y sombrío, melancólico silencio sustituía a la -anterior algazara. Cuando alguno perdía la gracia del aguador, ya -podía encomendarse a Dios, y los que tenían la suerte de merecer su -benevolencia o de servir de objeto a sus bromas, ya podían considerarse -con un pie puesto en la escala de la fortuna. - -Aquella noche fue para mí muy interesante, porque presencié la prisión -de Pedro Collado, contra quien habían resultado cargos muy graves -en las primeras actuaciones de la causa. El favorito del Príncipe -comunicaba a los más autorizados entre sus amigos las impresiones del -día, cuando un alguacil, seguido de algunos soldados de la guardia -española, entró a prenderle. No hizo resistencia el aguador, antes bien -con la frente erguida y provocativo ademán, siguió a sus guardianes -que le condujeron a la cárcel del Sitio, porque a causa de su baja -condición no podía alternar con el duque de San Carlos, ni con el del -Infantado, presos en las buhardillas de la parte del edificio llamado -el Noviciado. - -La prisión del aguador produjo en la cocina cierto terror y sepulcral -silencio. Interrumpiéronlo después las voces de mando, que cual la de -los generales en la guerra, sirven para dirigir la estrategia de las -cocinas reales, no menos complicada que la de los campos de batalla. -Una voz decía: «Cena del señor infante D. Antonio Pascual.» Y al punto -la más rica menestra que ha incitado el humano apetito pasó a manos de -los criados que servían en el cuarto del infante. Después se oyó la -siguiente orden: «La sopa hervida y el huevo estrellado de la señora -infanta doña María Josefa.» Luego, «El chocolate del señor infante D. -Francisco de Paula», y nuevos movimientos seguían a estas palabras. -Hubo un instante de sosiego, hasta que el cocinero mayor exclamó con -voz solemne: «¿Está la polla asada de su eminencia el señor cardenal?» -Al instante funcionaron las cacerolas, y la polla asada con otros -sustanciosos acompañamientos fue trasmitida al cuarto del arzobispo. -Por último, un señor muy obeso, y vestido de uniforme con galones, que -era designado con el estrambótico nombre de _guardamangier_, se paró -en la puerta y dirigiendo su mirada de águila hacia los cocineros, -exclamó: «La cena de Su Majestad el Rey.» Era cosa de ver la multitud -de platos que se destinaron a aliviar la debilidad estomacal, -diariamente producida en la naturaleza de Carlos IV por el ejercicio de -la caza. Como yo no podía apartar mis ojos de aquella rica colección de -manjares, cuyo aromático vapor convidaba a comer, mi amigo el pinche me -dijo: - ---Descuida, Gabrielillo, que ya probaremos algo de aquellos platos. Al -Rey le gusta ver muchos platos en su mesa; pero de cada uno no come más -que un poquito. Algunos vuelven como han ido. Voy a preparar el agua -helada. - ---¿Qué es eso de agua helada? --pregunté--. ¿Y quién se alimenta con -manjar de tan poca sustancia? - ---El Rey --me contestó--, una vez que llena bien el buche, pide un vaso -de agua helada como la misma nieve; coge un panecillo, le quita la -corteza, empapa bien la miga en el agua, y se la come después. Jamás -toma más postre que ese. - -Un buen rato después de haberse pedido la cena del Rey, pidieron la -de la Reina, y esta diferencia de tiempo llamó tanto mi atención, que -pregunté a mi amigo la razón de que no comieran juntos los Reyes y sus -hijos. - ---Calla, tonto --me dijo--, eso no puede ser. En las casas de todo el -mundo, comen padres e hijos en una misma mesa. Pero aquí no: ¿no ves -que eso sería faltar a la etiqueta? Los Infantes comen cada uno en su -cuarto, y S. M. el Rey solo en el suyo, servido por los guardias. La -Reina es la única persona que podría comer con el Rey, pero ya sabes -que acostumbra comer sola, por lo que callo. - ---¿Por qué? dímelo a mí. Es que tendrá alguna persona que la acompañe -_de ocultis_. - ---¡Quiá! No come delante de alma viviente ni que la maten. - ---¿Ni tampoco delante de sus damas? - ---Solo la camarera que la sirve la ve comer. Te diré por qué --añadió -en voz baja--. ¿Ves aquellos dientes tan bonitos que enseña la Reina -cuando se ríe? Pues son postizos, y como tiene que quitárselos para -comer, no quiere que la vean. - ---Eso sí que está bueno. - -En efecto, lo que me dijo el pinche era cierto, y en aquellos tiempos -el arte odontológico no había adelantado lo suficiente para permitir -las funciones de la masticación con las herramientas postizas. - ---Ya ves tú --continuó el pinche-- si tienen razón los que critican a -la Reina porque engaña al pueblo, haciendo creer lo que no es. ¿Y cómo -ha de hacerse querer de sus vasallos una soberana que gasta dientes -ajenos? - -Como yo no creía que las funciones de los Reyes fueran semejantes a las -de un perro de presa, no pensé lo mismo que mi amigo, aunque me callé -sobre el particular. - -Luego pidieron la cena de S. A. el Príncipe de la Paz, y la de los -Consejeros de Estado, lo cual me decidió a subir, creyendo llegada -la hora de servir también la de mi ama. Se acercaba para mí el dulce -momento de verla, de hablarla, de escuchar sus mandatos, de pasar junto -a ella rozando mi vestido con el suyo, de embelesarme con su sonrisa -y con su mirada. Ausente de ella, mi imaginación no se apartaba de -tan hermoso objeto, como mariposa que rodea sin cesar la luz que la -fascina. Pero muy contra mi voluntad aquella noche Amaranta no se dignó -ponerme al corriente de lo que deseaba saber respecto a mis servicios. -Estaba escrito que fuera a la noche siguiente. - -Aunque aún no me había acontecido en Palacio nada digno de notarse, -yo estaba un si es no es descorazonado. ¿Por qué? No podía decirlo. -Encerrado en mi cuarto, y tendido sobre el angosto lecho, rebelde mi -naturaleza al sueño, me puse a pensar en mi situación, en el carácter -de Amaranta que empezaba a parecerme muy raro, y en la clase de fortuna -que a su lado me aguardaba. Acordeme de Inés, a quien por aquellos -días tenía muy olvidada, y cuando su memoria, refrescando mi mente, me -predispuso a un dulce sueño, sentía (no sé si fue engañoso efecto del -sueño) unos golpecitos en mi pecho, producidos por vivas y dolorosas -palpitaciones, como si una mano amiga, perteneciente a persona que -deseaba entrar a toda costa, estuviese tocando a las puertas de mi -corazón. - - - - -XVII - - -A la siguiente noche, Amaranta me mandó entrar en su cuarto. Estaba con -la misma vestidura blanca de las noches anteriores. Hízome sentar a su -lado en una banqueta más baja que su asiento, de modo que solo faltaba -un pequeño espacio para que sus rodillas fueran cojín de mi frente. Me -puso la mano en el hombro, y dijo: - ---Ahora sabré, Gabriel, si puedo contar contigo para lo que deseo. -Veremos si tus facultades están a la altura de lo que he pensado de ti. - ---¿Y usía ha podido dudarlo? --repuse conmovido--. No puedo olvidar lo -que me dijo usía la otra noche, y fue que otros, con menos méritos que -yo, han llegado a subir hasta los últimos escalones de la fortuna. - ---¡Ah, pobrecillo! --dijo riendo--. Veo que sueñas con subir demasiado, -y esto es peligroso, porque ya sabes lo de Ícaro. - -Yo contesté que nada sabía de ningún señor Ícaro; contome ella la -fábula, y luego añadió: - ---La historia que te conté la otra noche, no debe servirte de ejemplo, -Gabriel. Después de lo que sabes, he leído un poco más y puedo seguirla. - ---Quedó usía en aquello de que el joven de la guardia, a quien la -sultana había hecho gran visir, daba muy mal pago a su protectora, lo -cual me parece una grandísima picardía. - ---Pues bien: después he leído que la sultana estaba muy arrepentida de -su liviandad, y que el joven jenízaro, hecho príncipe y generalísimo, -era cada vez más aborrecido en el imperio. El sultán continuaba -tan ciego como antes, y no comprendía la causa del malestar de sus -vasallos. Pero ella, como mujer de agudo ingenio, conocía la tempestad -que amenazaba descargar sobre la real familia. Sus damas la encontraban -algunas veces llorando. Desahogando su conciencia con alguna, le -hizo ver su arrepentimiento por las faltas cometidas. Mas ya parecía -imposible remediarlas; el descontento de los súbditos era inmenso, -y se formó un grande y poderoso bando, a cuya cabeza se hallaba el -hijo mismo de los sultanes, con objeto de destronarles, proyectando -quitarles la vida, si la vida era un estorbo para sus fines. - ---Y el gran visir ¿qué hacía? - ---El gran visir, que era hombre de pocos alcances, no sabía tampoco -qué partido tomar. Todos volvían los ojos al gran Tamerlán, insigne -guerrero y conquistador, que habían enviado sus tropas a aquel imperio -como paso para un pequeño reino que deseaba conquistar. En él creían -ver un salvador el padre y el hijo y la sultana y el gran visir; mas -como no es posible que el gran Tamerlán les favorezca a todos a un -tiempo, es seguro que alguno ha de equivocarse. - ---Y por último, ¿a quién favoreció ese señor guerrero? - ---Eso está en el final de la historia que no he leído todavía ---contestó Amaranta--; pero creo que no tardaré en conocer el -desenlace, y entonces podré contártelo. - ---Pues digo y repito, que si el gran visir hubiera gobernado bien a los -pueblos, como los gobernaría quien yo me sé, nada de eso habría pasado. -Haciendo justicia como Dios manda, esto es, castigando a los malos y -premiando a los buenos, es imposible que el imperio hubiese venido a -tales desdichas. - ---Pero eso ahora no nos importa gran cosa --dijo Amaranta--, y vamos a -nuestro asunto. - ---Sí, señora --respondí con calor--; ¿qué importan todos los imperios -del mundo? - -Al decir esto, creyendo que mis palabras eran frigidísima expresión de -lo que yo sentía, crucé las manos en la actitud más patética que me fue -posible, y dando rienda suelta a la ardorosa exaltación que inflamaba -mi cabeza, la expresó en palabras como mejor pude, exclamando así: - ---¡Ah, señora condesa! Yo no solo os respeto como el más humilde de -vuestros criados, sino que os adoro, os idolatro, y no os enojéis -conmigo si tengo el atrevimiento de decíroslo. Arrojadme de vuestro -lado, si esto os desagrada, aunque con esto conseguiríais hacer de mí -un muchacho desgraciado, pero de ningún modo que dejase de amaros. - -Amaranta se rio de mis aspavientos y dijo: - ---Bueno, me gusta tu adhesión. Veo que podré contar contigo. En cuanto -a tus cualidades intelectuales también las creo atendibles. Pepa me -ha encomiado mucho tu facultad de observación. Parece que tienes una -extraordinaria aptitud para retener en la memoria los objetos, las -fisonomías, los diálogos y cuanto impresiona tus sentidos, pudiendo -referirlo después puntualísimamente. Esto unido a tu discreción, hace -de ti un mozo de provecho. Si a tantas prendas se añade el respeto y -amor a mi persona, de tal modo que lo sacrifiques todo a mí, y a nadie -revelas lo que hagas en mi servicio... - ---¡Yo revelar, señora! Ni a mi sombra, ni a mis padres, si los tuviera, -ni a Dios... - ---Además --añadió, clavando en mí sus ojos de un modo que me mareaba--, -tú eres un chico que sabe disimular. - ---Perfectísimamente. - ---Y observas, te enteras de cuanto hay alrededor tuyo... todo sin -excitar sospechas. - ---Estoy seguro de poseer todas esas cualidades. - ---Pues lo primero que has de hacer cuando volvamos a Madrid, es ponerte -al servicio de tu antigua ama. - ---¿Cómo? ¿De mi antigua ama? - ---Tonto, eso no quiere decir que dejes de servirme a mí. Al -contrario, irás todas las noches a casa, donde nos veremos. Aunque -no en apariencia, en realidad estarás siempre a mi servicio, y te -recompensaré liberalmente. - ---De modo que si sirvo a la cómica es... - ---Es para evitar sospechas. - ---¡Oh! ¡magnífico! sí, sí, ya comprendo. Así nadie podrá decir... - ---Justo. Y en casa de tu ama observarás con muchísima atención lo que -allí pasa, quién entra, quién sale, quién va por las noches, en fin -todo... - ---¿Y con qué objeto? --pregunté algo desconcertado, no comprendiendo -por qué me quería convertir en inquisidor. - ---El objeto no te importa --contestó mi dueña--. Además (y esto es -lo principal), en el teatro has de vigilar perfectamente a Isidoro -Máiquez, y siempre que este te dé alguna carta amorosa para tu ama, -me la traerás a mí primero, y después de enterarme de ella, te la -devolveré. - -Estas palabras me dejaron perplejo, y creyendo no haber comprendido -bien su misterioso sentido, roguela que me las explicara. - ---Oye bien otra cosa --prosiguió--. Lesbia continúa en relaciones con -Isidoro, aunque ama a otro, y yo sé que cuando ella vuelva a Madrid, se -darán cita en casa de la González. Tú observarás todo lo que allí pase, -y si consigues con tu ingenio y travesura, que sí lo conseguirás, -hacerte mensajero de sus amores, y siéndolo, me tienes al tanto de -todo, me harás el mayor servicio que hoy puedo recibir, y no tendrás -que arrepentirte. - ---Pero... pero... no sé cómo podré yo... --dije lleno de confusiones. - ---Es muy fácil, tontuelo. Tú vas al teatro todas las tardes. Procura -que la duquesa te crea un chico servicial y discreto, ofrécete si es -preciso a servirla, haz ver a Isidoro que no tienes precio para llevar -un recado secreto, y los dos te tomarán por emisario de sus amores. En -tal caso, cuando cojas una esquela amorosa del uno o del otro, me la -traes, y punto concluido. - ---Señora --exclamé, sin poder volver de mi asombro--, lo que usía exige -de mí, es demasiado difícil. - ---¡Oh! ¡Qué salida! Pues me gusta la disposición del chico. ¿Y aquello -de te amo y te adoro...? ¿Pero te has vuelto tonto? Lo que ahora te -mando no es lo único que exijo de ti. Ya sabrás lo demás. Si en esto -que es tan sencillo, no me obedeces, ¿cómo quieres que haga de ti un -hombre respetable y poderoso? - -Aún pensaba yo que el papel que Amaranta quería hacerme representar a -su lado, no era tan bajo ni tan vil como de sus palabras se deducía, y -aún le pedí nuevas explicaciones, que me dio de buen grado, dejándome, -como dice el vulgo, completamente aplastado. La proposición de -Amaranta, me arrojó desde la cumbre de mi soberbia a la profunda sima -de mi envilecimiento. - -No era posible, sin embargo, protestar contra este, y tenía necesidad -de afectar servil sumisión a la voluntad de mi ama. Yo mismo me -había dejado envolver en aquellas redes; era preciso salir de ellas -escapándome astutamente por una malla rota, y sin intentar romperla con -violencia. - ---¿Pero cree usía --dije, tratando de poner orden en mis ideas-- que en -esa ocupación no perderé la dignidad que, según dicen, debe tener todo -aquel que aspira a ocupar en el mundo una posición honrosa? - ---Tú no sabes lo que te dices --me contestó, moviendo con donaire -su hermosa cabeza--. Al contrario: lo que te propongo será la mejor -escuela para que vayas aprendiendo el arte de medrar. El espionaje -aguzará tu entendimiento, y bien pronto te encontrarás en disposición -de medir tus armas con los más diestros cortesanos. ¿Tú has pensado -que podrías ser hombre de pro sin ejercitarte en la intriguilla, en el -disimulo y en el arte de conocer los corazones? - ---¡Señora --repuse--, qué escuela tan espantosa! - ---Es indudable que te pintas solo para observarlo todo, y que sabes dar -cuenta de cuanto ves de un modo asombroso. Esto, y algo que he notado -en ti, me ha hecho creer que eras un muchacho de facultades. ¿No dices -que tienes ambición? - ---Sí señora. - ---Pues para medrar en los palacios no hay otro camino que el que te -propongo. Supongamos que desempeñas satisfactoriamente la comisión -indicada: en este caso volverás a mi lado y serás mi paje. Casi -siempre vivo en palacio: ya ves si tienes ocasión de lucirte. Un paje -puede entrar en muchas partes; un paje está obligado a ser galán de -las doncellas, de las camaristas y damas de palacio, lo cual le pone -en disposición de saber secretos de todas clases. Un paje que sepa -observar, y que al mismo tiempo tenga mucha reserva y prudencia, junto -con una exterioridad agradable, es una potencia de primer orden en -palacio. - -Tales razones me tenían confundido de tal modo que no sabía qué -contestar. - ---¡Cuántos hombres insignes ves tú por ahí que empezaron su carrera de -simples pajes! Paje fue el marqués Caballero, hoy Ministro de Gracia -y Justicia, y pajes fueron otros muchos. Yo me encargaré de sacarte -una ejecutoria de nobleza, con la cual y mi valimiento podrás entrar -después en la guardia de la real persona. Esta sería una nueva faz -de tu carrera. Un paje puede escurrirse tras una cortina para oír -lo que se dice en una sala, un paje puede traer y llevar recados de -gran importancia, un paje puede recibir de una doncella secretos de -estado; pero un guardia puede aún mucho más, porque su posición es -más interior. Si tiene las cualidades que adornaron al paje, su poder -es extraordinario: puede bienquistarse con damas de la corte, que -siempre son charlatanas, puede hacerse un sinnúmero de amigos en estas -regiones, diciendo aquí lo que oyó más allá, adornando las noticias a -su modo y pintando los hechos como le convenga. Tiene el guardia una -ventaja que no poseen los reyes mismos, y es que estos no conocen más -que el palacio en que viven, razón por la cual casi nunca gobiernan -bien, mientras aquel conoce el palacio y la calle, la gente de fuera y -la de dentro, y esta ciencia general le permite hacerse valer en una -parte y otra, y pone en sus manos un número infinito de resortes. El -hombre que lo sabe manejar aquí es más poderoso que todos los poderosos -de la tierra, y silenciosamente, sin que lo adviertan esos mismos que -por ahí se dan tanto tono llamándose ministros y consejeros, puede -llevar su influjo hasta los últimos rincones del reino. - ---¡Señora! --exclamó--. ¡Cuán distinto es todo esto de como yo me había -figurado! - ---A ti --añadió-- te parecerá que es o no es bueno. Pero así lo hemos -encontrado, y puesto que no está en nuestra mano reformarlo, siga como -hasta aquí. - ---¡Ah! confieso mi necedad --exclamé--. Confieso que, alucinado por mi -disparatada imaginación, tuve locos y ridículos pensamientos, aunque -ahora caigo en que deben ser propios de mi propia edad e ignorancia. Es -verdad que yo creía que tonto y vano y humilde como soy, podría imitar -a otros muchos en su inmerecido encumbramiento. Tanto he oído hablar -de la buena fortuna de algunos necios, que dije: «Pues precisamente -todos los necios tienen buena fortuna.» Pero para conseguir esto, yo -me representaba medios nobles y decentes, y decía: «¿Quién me quita a -mí de llegar a ser lo que otros son? De ellos me diferenciaré en que -si algún día tengo poder, he de emplearlo en hacer bien, premiando a -los buenos y castigando a los malos, haciendo todas las cosas como -Dios manda, y como me dice el corazón que deben hacerse.» Nunca pensé -ser hombre de fortuna de otra manera, y si pensé en la necesidad de -hacer algo malo, creí que sería de eso que no deshonra, tal y como -desafiarse, amar a una dama en secreto sin decírselo a nadie, reventar -siete caballos por ir de aquí a Aranjuez para traer una flor, matar a -los enemigos del Rey, y otras cosas por el mismo estilo. - ---¡Ah! esos tiempos pasaron --dijo Amaranta riendo de mi simplicidad--. -Veo que tienes sentimientos elevados; pero ya no se trata de eso. -Tus escrúpulos se irán disipando cuando a las dos semanas de estar -a mi servicio conozcas las ventajas de vivir aquí. Además, esto te -proporcionará en adelante la satisfacción de hacer el bien a muchos que -lo soliciten. - ---¿Cómo? - ---¡Oh! muy fácilmente. Mi doncella ha conseguido en esta semana dos -canonjías, un beneficio simple y una plaza de la contaduría de espolios -y vacantes. - ---Pues qué --pregunté con el mayor asombro--, ¿las criadas nombran los -canónigos y los empleados? - ---No, tontuelo; los nombra el ministro; pero ¿cómo puede desatender -el ministro una recomendación mía, ni cómo he de desatender yo a una -muchacha que sabe peinarme tan bien? - ---Un amigo mío, muy respetable, está solicitando desde hace catorce -años un miserable destino, y aún no lo ha podido conseguir. - ---Dime su nombre y te probaré que, aun sin quererlo, ya comienzas a ser -un hombre de influencia. - -Díjele el nombre del padre Celestino del Malvar, con la plaza que -pretendía, y ella apuntó ambas cosas en un papel. - ---Mira --dijo después señalándome sus cartas--: son tantos los negocios -que traigo ahora entre manos, que no sé cómo podré despacharlos. La -gente de fuera ve a los ministros muy atareados, y dándose aire de -personas que hacen alguna cosa. Cualquiera creería que esos personajes -cargados de galones y de vanidad sirven para algo más que para cobrar -sus enormes sueldos; pero no hay nada de esto. No son más que ciegos -instrumentos y maniquíes que se mueven a impulsos de una fuerza que el -público no ve. - ---Pero el Príncipe de la Paz, ¿no es más poderoso que los mismos Reyes? - ---Sí; mas no tanto como parece. Danle fuerza las raíces que tiene -acá dentro, y como estas son profundas, como se agarran a una fértil -tierra, como no cesamos de regarlas, de aquí que este árbol frondoso -extiende sus ramas fuera de aquí con gran lozanía. Godoy no debe nada -de lo que tiene a su propio mérito; débelo a quien se lo ha querido -dar, y ya comprendes que sería fácil quitárselo de improviso. No te -dejes nunca deslumbrar por la grandeza de esos figurones a quienes -el vulgo admira y envidia; su poderío está sostenido por hebras de -seda, que las tijeras de una mujer pueden cortar. Cuando hombres como -Jovellanos han querido entrar aquí, sus pies se han enredado en los mil -hilos que tenemos colgados de una parte a otra, y han venido al suelo. - ---Señora --dije dominado por amarga pesadumbre--, yo dudo mucho que -tenga ingenio para desempeñar lo que usía me encarga. - ---Yo sé que lo tendrás. Ejercítate primero en la embajada que te he -dado cerca de la González; proporcióname lo que necesito, y luego -podrás hacer nuevas proezas. Tú harás de modo que se aficione de ti -alguna persona de Palacio: fingirás luego que estás cansado de mi -servicio, yo haré el papel de que te despido, y tú entrarás al servicio -de esa otra persona, con la que alguna vez hablarás mal de mí para que -no sospeche la trama; entre tanto, diligente observador de cuanto pase -en el cuarto de tu nueva y aparente ama, lo contarás todo a la antigua -y a la verdadera que seré siempre yo, tu bienhechora y tu Providencia. - -Ya me fue imposible oír con calma una tan descarada y cínica exposición -de las intrigas en que era la condesa consumada maestra, y yo -catecúmeno aún sin bautismo. Una elocuente voz interior protestaba -contra el vil oficio que se me proponía, y la vergüenza, agolpando -la sangre en mi rostro, me daba una confusión, un embarazo, que -entorpecía mi lengua para la negativa. Levanteme, y con voz trémula, di -a la condesa mis excusas, diciendo otra vez que no me creía capaz de -desempeñar tan difíciles cometidos. Ella volvió a reír, y me dijo: - ---Esta noche, aunque es hora muy avanzada, quizás celebren una -conferencia en este mi cuarto dos personajes, ha tiempo reñidos, y a -quienes yo trato de reconciliar. Hablarán solos, y en tal caso, espero -que tú, escondido tras el tapiz que conduce a mi alcoba, lo oirás todo, -para contármelo después. - ---Señora --dije--, me ha entrado de repente un fuerte dolor de cabeza; -y si usía me permitiera retirarme, se lo agradecería en el alma. - ---No --repuso mirando un reloj--, porque tengo que salir ahora mismo, y -es preciso que estés en vela, y aguardes aquí. Volveré pronto. - -Esto diciendo llamó a la doncella, pidió su cabriolé, especie de manto -que entonces se usaba; la doncella trajo dos, y envolviéndose cada una -en el suyo, salieron con presteza, dejándome solo. - - - - -XVIII - - -La situación de mi espíritu era indefinible. Un frío glacial invadió -mi pecho, como si una hoja de finísimo acero lo atravesara. La brusca -y rápida mudanza verificada en mis sensaciones respecto de Amaranta -era tal, que todo mi ser se estremeció sintiendo vacilar sus ignorados -polos, como un planeta cuya ley de movimiento se trastorna de -improviso. Amaranta era, no una mujer traviesa e intrigante, sino la -intriga misma, era el demonio de los palacios, ese temible espíritu, -por quien la sencilla y honrada historia parece a veces maestra de -enredos y doctora de chismes; ese temible espíritu que ha confundido a -las generaciones, enemistado a los pueblos envileciendo lo mismo las -monarquías que las repúblicas, lo mismo los gobiernos despóticos que -los libres; era la personificación de aquella máquina interior, para el -vulgo desconocida, que se extendía desde la puerta de palacio hasta la -cámara del Rey, y de cuyos resortes por tantas manos tocados, pendían -honras, haciendas, vidas, la sangre generosa de los ejércitos y la -dignidad de las naciones; era la granjería, la realidad, el cohecho, -la injusticia, la simonía, la arbitrariedad, el libertinaje del mando, -todo esto era Amaranta; y sin embargo, ¡cuán hermosa! Hermosa como -el pecado, como las bellezas sobrehumanas con que Satán tentaba la -castidad de los padres del yermo, hermosa como todas las tentaciones -que trastornan el juicio al débil varón, y como los ideales que -compone en su iluminado teatro la embaucadora fantasía, cuando intenta -engañarnos alevosamente cual a chiquitines que creen ciertas y reales -las figuras de magia. - -Una luz brillante me había deslumbrado; quise acercarme a ella y -me quemé. La sensación que yo experimentaba, era, si se me permite -expresarlo así, la de una quemadura en el alma. - -Cuando se fue disipando el aturdimiento en que me dejó mi ama, sentí -una viva indignación. Su hermosura misma, que ya me parecía terrible, -me compelía a apartarme de ella. «Ni un día más estaré aquí; me ahoga -esta atmósfera y me da espanto esta gente», exclamé dando paseos por la -habitación y declamando con calor, como si alguien me oyera. - -En el mismo momento sentí tras la puerta ruido de faldas, y el -cuchicheo de algunas mujeres. Creí que mi ama estaría de vuelta. La -puerta se abrió y entró una mujer, una sola: no era Amaranta. - -Aquella dama, pues lo era, y de las más esclarecidas a juzgar por su -porte distinguidísimo, se acercó a mí y preguntó con extrañeza: - ---¿Y Amaranta? - ---No está --respondí bruscamente. - ---¿No vendrá pronto? --dijo con zozobra, como si el no encontrar a mi -ama fuese para ella una gran contrariedad. - ---Eso es lo que no puedo decir a usted. Aunque sí... ahora caigo en que -dijo volvería pronto --contesté de muy mal talante. - -La dama se sentó sin decir más. Yo me senté también y apoyé la cabeza -entre las manos. No extrañe el lector mi descortesía, porque el estado -de mi ánimo era tal, que había cobrado repentino aborrecimiento contra -toda la gente de Palacio y ya no me consideraba criado de Amaranta. - -La dama, después de esperar un rato, me interrogó imperiosamente: - ---¿Sabes dónde está Amaranta? - ---He dicho que no --respondí con la mayor displicencia--. ¿Soy yo de -los que averiguan lo que no les importa? - ---Ve a buscarla --dijo la dama--, no tan asombrada de mi conducta como -debiera estarlo. - ---Yo no tengo que ir a buscar a nadie. No tengo que hacer más que irme -a mi casa. - -Yo estaba indignado, furioso, ebrio de ira. Así se explican mis bruscas -contestaciones. - ---¿No eres criado de Amaranta? - ---Sí y no... pues... - ---Ella no acostumbra a salir a estas horas. Averigua dónde está y dile -al instante que venga --dijo la dama con mucha inquietud. - ---Ya he dicho que no quiero, que no iré, porque no soy criado de la -condesa --respondí--. Me voy a mi casa, a mi casita, a Madrid ¿Quiere -usted hablar a mi ama? pues búsquela por Palacio. ¿Han creído que soy -algún monigote? - -La dama dio tregua por un momento a su zozobra para pensar en mi -descortesía. Pareció muy asombrada de oír tal lenguaje, y se levantó -para tirar de la campanilla. En aquel momento me fijé por primera vez -atentamente en ella, y pude observar que era poco más o menos, de esta -manera. - -Edad que pudiera fijarse en el primer período de la vejez, aunque tan -bien disimulada por los artificios del tocador, que se confundía con -la juventud, con aquella juventud que se desvanece en las últimas -etapas de los cuarenta y ocho años. Estatura mediana y cuerpo esbelto -y airoso, realzado por esa suavidad y ligereza de andar que, si alguna -vez se observan en las chozas, son por lo regular cualidades propias -de los palacios. Su rostro bastante arrebolado no era muy interesante, -pues aunque tenía los ojos hermosos y negros, con extraordinaria viveza -y animación, la boca la afeaba bastante, por ser de estas que con la -edad se hienden, acercando la nariz a la barba. Los finísimos, blancos -y correctos dientes no conseguían embellecer una boca que fue airosa, -si no bella, veinte años antes. Las manos y brazos, por lo que de estos -descubría, advertí que eran a su edad las mejores joyas de su persona y -las únicas prendas que del naufragio de una regular hermosura se habían -salvado incólumes. Nada notable observé en su traje, que no era rico, -aunque sí elegante y propio del lugar y la hora. - -Abalanzose, como he dicho, a tirar de la campanilla, cuando de -improviso y antes de que aquella sonase, se abrió de nuevo la puerta -y entró mi ama. Recibiola la visitante con mucha alegría, y no se -acordaron más de mí, sino para mandarme salir. Retireme, pasando a -la pieza inmediata, por donde debía dirigirme a mi cuarto, cuando el -contacto del tapiz, deslizándose sobre mi espalda al atravesar la -puerta, despertó en mí la olvidada idea de las escuchas y el espionaje -que Amaranta me había encargado. Detúveme, y el tapiz me cubrió -perfectamente; desde allí se oía todo con completa claridad. - -Hice intención de alejarme para no incurrir en las mismas faltas que -tan feas me parecían; pero la curiosidad pudo más que todo y no me -moví. Tan cierto es que la malignidad de nuestra naturaleza puede a -veces más que todo. Al mismo tiempo el rencorcillo, el despecho, el -descorazonamiento que yo sentía, me impulsaban a ejercer sobre mi ama -la misma pérfida vigilancia que ella me encomendaba sobre los demás. -«¿No me mandas aplicar el oído? --dije para mí, recreándome en mi -venganza--. Pues ya lo aplico.» - -La dama desconocida había proferido muchas exclamaciones de -desconsuelo, y hasta me pareció que lloraba. Después, alzando la voz, -dijo con ansiedad: - ---Pero es preciso que en la causa no aparezca Lesbia. - ---Será muy difícil eliminarla, porque está averiguado que ella era -quien trasmitía la correspondencia --contestó mi ama. - ---Pues no hay otro remedio --continuó la dama--. Es preciso que Lesbia -no figure para nada, ni preste declaraciones. Yo no me atrevo a -decírselo a Caballero; pero tú con habilidad puedes hacerlo. - ---Lesbia --dijo Amaranta--, es nuestro más terrible enemigo. La causa -del Príncipe ha sido en su vil carácter un pretexto más bien que una -causa para hostilizarnos. ¡Qué de infamias cuenta, qué de absurdos -propala! Su lengua de víbora no perdona a quien ha sido su bienhechora -y también se ensaña conmigo, de quien ha contado horrores. - ---Contará lo de marras --repuso la dama de la boca hendida--. Tú -cometiste la gran falta de confiarle aquel secreto de hace quince años, -que nadie sabía. - ---Es verdad --dijo mi ama meditabunda. - ---Pero no hay que asustarse, hija --añadió la otra--. La enormidad -y el número de las faltas supuestas que nos atribuyen nos sirve de -consuelo y de expiación por las que realmente hayamos cometido, las -cuales son tan pocas, comparadas con lo que se dice, que casi no debe -pensarse en ellas. Es preciso que Lesbia no aparezca para nada en -la causa. Adviérteselo a Caballero; mañana podrían prenderla, y si -declara, puede vengarse mostrando pruebas terribles contra mí. Esto me -tiene desesperada: conozco su descaro, y la creo capaz de las mayores -infamias. - ---Ella es dueña sin duda de secretos peligrosos, y quizás conserve -cartas o algún objeto. - ---Sí --respondió con agitación la desconocida--. Pero tú lo sabes todo: -¿a qué me lo preguntas? - ---Entonces con harto dolor de mi corazón, le diré a Caballero que la -excluya de la causa. La pícara se jactaba ayer aquí mismo de que no -pondrían la mano sobre ella. - ---Ya se nos presentará otra ocasión... Dejarla por ahora. ¡Ah! bien -castigada está mi impremeditación. ¿Cómo fui capaz de fiarme de -ella? ¿Cómo no descubrí bajo la apariencia de su amena jovialidad y -ligereza, la perfidia y doblez de su corazón? Fui tan necia que su -gracia me cautivó; la complacencia con que me servía en todo acabó de -seducirme, y me entregué en cuerpo y alma a ella. Recuerdo cuando las -tres salíamos juntas de palacio en aquella breve temporada que pasamos -en Madrid hace cinco años. Pues después he sabido que una de aquellas -noches, avisó a cierta persona el punto a donde íbamos, para que me -viera, y me vio... Nosotros no advertimos nada; no conocimos que Lesbia -nos vendía; y hasta mucho después no descubrí su falsedad por una -singular coincidencia. - ---Ese estúpido y presuntuoso Mañara --dijo mi ama--, le ha trastornado -el juicio. - ---¡Ah! ¿no sabes que en el cuerpo de guardia se ha jactado ese -miserable de que ha sido amado por mí, añadiendo que me despreció? -¿Has visto? ¡Si yo jamás he pensado en semejante hombre, ni creo -haber siquiera reparado en él! ¡Ay, Amaranta! Tú eres joven aún; tú -estás en el apogeo de la hermosura; sírvate de lección. Cada falta que -se comete, se paga después con la vergüenza de las cien mil que no -hemos cometido y que nos imputan. Y ni aun en la conciencia tenemos -fuerzas para protestar contra tantas calumnias, porque una sola verdad -entre mil calumnias nos confunde, mayormente si nos vemos acusadas por -nuestros propios hijos. - -Al decir esto me pareció que lloraba. Después de una breve pausa, -Amaranta continuó así la conversación: - ---Ese necio Mañara, que no sabe hablar más que de toros, de caballos -y de su nobleza, ha tenido el honor de cautivar a Lesbia; tal para -cual... Él es quien la ha inducido a andar en tratos con los del -Príncipe, y entre los dos se han encargado de la trasmisión de la -correspondencia. - ---¿Pero no me dijiste --preguntó vivamente la desconocida-- que Lesbia -estaba en relaciones con Isidoro? - ---Sí --contestó mi ama--; pero este amor, que ha durado poco tiempo, ha -sido un interregno durante el cual Mañara no bajó del trono. Lesbia amó -a Isidoro por vanidad, por coquetería, y continúa en relaciones con él. -Isidoro está locamente enamorado, y ella se complace en avivar su amor, -divirtiéndose con los martirios del pobre cómico. - ---¿Y no has pensado que se podría sacar partido de esos dobles amores? - ---¡Ya lo creo! Lesbia e Isidoro se ven en casa de la González y en el -teatro. - ---Puedes hacer que Mañara los descubra y... - ---No, mi plan es mejor aún. ¿Qué importa Mañara? Yo quiero apoderarme -de alguna carta o prenda que Lesbia entregue a cualquiera de sus dos -amantes, para presentarla a su marido, a ese señor que a pesar de su -misantropía, si llegara a saber con certeza las gracias de su mujer, -vendría a poner orden en la casa. - ---Indudablemente --dijo la desconocida animándose por grados--. ¿Y qué -vas hacer? - ---Según lo que den de sí las circunstancias. Pronto volveremos a -Madrid, porque en casa de la marquesa se prepara una representación de -_Otello_, en que Lesbia hará el papel de Edelmira, Isidoro el suyo, y -los demás corren a cargo de jóvenes aficionados. - ---¿Y cuándo es la representación? - ---Se ha aplazado porque falta un papel que ninguno quiere desempeñar, -por ser muy desairado; mas creo que pronto se encontrará actor a -propósito, y la función no puede retardarse. El duque ha prometido -dejar sus Estados para asistir a ella. La reunión de todas estas -personas ha de facilitar mucho una combinación ingeniosa, que nos -permita castigar a Lesbia como se merece. - ---¡Oh! sí, hazlo por Dios. Su ingratitud es tal, que no merece perdón. -¿Sabes que es ella quien me ha acusado de haber querido asesinar a -Jovellanos? - ---Sí: lo sabía. - ---¡Ves qué infamia! --añadió la desconocida, indicando en el tono de su -voz la ira que la dominaba--. Verdad es que aborrezco a ese pedante, -que en su fatuidad se permite dar lecciones a quien no las necesita -ni se las ha pedido; pero me parece que su encierro en el castillo -de Bellver es suficiente castigo, y jamás han pasado por mi mente -proyectos criminales, cuya sola idea me horroriza. - ---Lesbia se ha dado tan buena maña para propalar lo del envenenamiento, -que todo el mundo lo cree --dijo Amaranta--. ¡Ah, señora, es preciso -castigar duramente a esa mujer! - ---Sí, pero no incluyéndola en la causa: eso redundaría en perjuicio -mío. Manuel me lo ha advertido esta tarde con mucho empeño, y es -preciso hacer lo que él dice. Por su parte, Manuel le causa todo el -daño que puede. Desde que supo las infamias que contaba de mí, dejó -cesantes a todos los que habían recibido destino por recomendación -suya. Esta prueba de afecto me ha enternecido. - ---No sería malo que Mañara sintiera encima la mano de hierro del -generalísimo. - ---¡Oh, sí! Manuel me ha prometido buscar algún medio para que se le -forme causa y sea expulsado del cuerpo, como se hizo con aquellos dos -que nos conocieron cuando fuimos disfrazadas a la verbena de Santiago. -¡Oh! Manuel no se descuida: después que nos reconciliamos por mediación -tuya, su complacencia y finura conmigo no tiene límites. No, no existe -otro que como él comprenda mi carácter, y posea el arte de las buenas -formas aun para negar lo que se le pide. Ahora precisamente estoy en -lucha con él para que me conceda una mitra... - ---¿Para mi recomendado el capellán de las monjas de Pinto? - ---No: es para un tío de Gregorilla la hermana de leche del -chiquitín[*]. Ya ves: se le ha puesto en la cabeza que su tío ha de ser -obispo, y verdaderamente no hay motivo alguno para que no lo sea. - - [*] D. Francisco de Paula. - ---¿Y el Príncipe se opone? - ---Sí; dice que el tío de Gregorilla ha sido contrabandista hasta que -se ordenó hace dos años, y que es un ignorante. Tiene razón, y el -candidato no es por su sabiduría ninguna lumbrera de la cristiandad; -pero hija, cuando vemos a otros... y si no ahí tienes a mi primo, el -cardenalito de la Escala[**], que no sabe más latín que nosotras, y si -le examinaran, creo que ni aun para monaguillo le darían el _exequatur_. - - [**] El cardenal infante D. Luis de Borbón, arzobispo de Toledo. - ---Pero ese nombramiento lo ha de hacer Caballero --dijo Amaranta--. ¿Se -opone también? - ---Caballero, no --contestó riendo la desconocida--; ese ya sabes que -no hace sino lo que queremos, y capaz sería de convertir en regentes -de las Audiencias a los puntilleros de la plaza de toros, si se lo -mandáramos. Es mi buen sujeto que cumple con su deber con la docilidad -del verdadero ministro. El pobrecito se interesa mucho por el bien de -la nación. - ---Pues él puede dar la mitra por sí ante sí al tío de Gregorilla. - ---No; Manuel se opone, ¡y de qué manera! Pero yo he discurrido un -medio de obligarle a ceder. ¿Sabes cuál? Pues me he valido del tratado -secreto celebrado con Francia, que se ratificará en Fontainebleau -dentro de unos días. Por él se da a Manuel la soberanía de los -Algarbes; pero nosotros no estamos aún decididos a consentir en el -repartimiento de Portugal, y le he dicho: «Si no haces obispo al tío -de Gregorilla, no ratificaremos el tratado y no serás rey de los -Algarbes.» Él se ríe mucho con estas cosas mías; pero al fin... ya -verás cómo consigo lo que deseo. - ---Y mucho más cuando estos nombramientos contribuyen a fortificar -nuestro partido. ¿Pero él no conoce que el del Príncipe es cada vez más -fuerte? - ---¡Ah! Manuel está muy disgustado --dijo la desconocida con tristeza--; -y lo que es peor, muy acobardado. Afirma que esto no puede concluir en -bien y tiene presentimientos horribles. Estos sucesos le han puesto muy -triste, y dice: «Yo he cometido muchas faltas, y el día de la expiación -se acerca.» ¡Pero qué bueno es! ¿Creerás que disculpa a mi hijo, -diciendo que le han engañado y envilecido los amigos ambiciosos que le -rodean? ¡Ah! mi corazón de madre se desgarra con esto; pero no puedo -atenuar la falta del Príncipe. Mi hijo es un infame. - ---¿Y él espera conjurar fácilmente tantos peligros? --preguntó mi ama. - ---No lo sé --repuso la desconocida tristemente--. Manuel, como te -he dicho, está muy descorazonado. Aunque cree castigar pronto y muy -ejemplarmente a los conjurados, como hay algo que está por encima de -todo esto, y que... - ---Bonaparte sin duda. - ---No; Bonaparte creo que estará de nuestro lado, a pesar de que el -Príncipe lo presenta como amigo suyo. Manuel me ha tranquilizado en -este punto. Si Bonaparte se enojase con nosotros, le daríamos veinte o -treinta mil hombres para que los sacase de España, como sacó los de la -Romana. Eso es muy fácil y a nadie perjudica. Lo que nos entristece es -otra cosa, es lo que pasa en España. Según me ha dicho Manuel, todos -aman al Príncipe y le creen un dechado de perfecciones, mientras que a -nosotros, al pobre Carlos y a mí nos aborrecen. Parece mentira: ¿qué -hemos hecho para que así nos odien? Francamente te digo que esto me -tiene afectada, y estoy resuelta a no ir a Madrid en mucho tiempo. Te -juro que aborrezco a Madrid. - ---Yo no participo de ese temor --dijo Amaranta--, y espero que -castigados los conspiradores, la mala yerba no volverá a retoñar. - ---Manuel trabajará sin descanso: así me lo ha dicho. Pero es preciso -que se evite en todo lo que pueda escandalizar, y sobre todo que -resulte desfavorable. Por eso esta noche en cuanto llegó Manuel, vino -a suplicarme que por conducto tuyo, hiciese arrancar de la causa todo -lo relativo a Lesbia, que es poseedora de documentos terribles, y se -vengaría cruelmente en sus declaraciones. Ya sabes que tiene mucha -imaginación, y sabe inventar enredos con gran arte. Desde que Manuel me -habló hasta que te he visto, no he sosegado un momento. Pero ni él ni -yo, podemos hablar de esto con Caballero: háblale tú y arréglalo con tu -buen juicio y habilidad. ¡Ah! se me olvidaba. Caballero desea el toisón -de oro: ofréceselo sin cuidado; que aunque no es hombre para cargar tal -insignia, no habrá reparo en dársela, si se hace acreedor a ella con su -lealtad. ¿Harás lo que te digo? - ---Sí, señora. No habrá nada que temer. - ---Entonces me retiro tranquila. Confío en ti ahora como siempre --dijo -la desconocida levantándose. - ---Lesbia no será llamada a declarar; pero no nos faltará ocasión de -tratarla como merece. - ---Pues adiós, querida Amaranta --añadió la dama besando a mi ama--. -Gracias a ti, esta noche puedo dormir tranquila, y entre tantas penas, -no es poco consuelo contar con una fiel amiga que hace todo lo posible -por disminuirlas. - ---Adiós. - ---Es muy tarde... ¡Dios mío, qué tarde! - -Diciendo esto se encaminaron juntas a la puerta, y abierta esta -aparecieron otras dos damas, con las cuales se retiró la desconocida, -después de besar segunda vez a mi ama. Cuando esta se quedó sola se -dirigió a la habitación en que yo estaba. Mi primera intención fue -retirarme del escondite y huir; pero reflexionándolo brevemente, creí -que debía esperarla. Cuando ella entró y me vio, su sorpresa fue -extraordinaria. - ---¡Cómo, Gabriel, tú aquí! --exclamó. - ---Sí, señora --respondí serenamente--. He empezado a desempeñar las -funciones que usía me ha encargado. - ---¡Cómo! --dijo con ira--. ¿Has tenido el atrevimiento de...? ¿Has oído? - ---Señora --respondí--, usía tiene razón: poseo un oído finísimo. ¿No me -mandaba usía que observara y atendiera...? - ---Sí --dijo más colérica--. Pero no a esto... ¿entiendes bien? Veo que -eres demasiado listo, y el exceso de celo puede costarte caro. - ---Señora --repuse con mucha ingenuidad--, quería empezar a instruirme -cuanto antes. - ---Bien --repuso procurando tranquilizarse--. Retírate. Pero te -advierto que si sé recompensar a los que me sirven bien, tengo medios -para castigar a los desleales y traidores. No te digo más. Si eres -imprudente, te acordarás de mí toda tu vida. Vete. - - - - -XIX - - -Al día siguiente se levantó un servidor de ustedes de malísimo humor, -y su primera idea fue salir del Escorial lo más pronto que le fuera -posible. Para pensar en los medios de ejecutar tan buen propósito fuese -a pasear a los claustros del monasterio, y allí discurriendo sobre su -situación, se acaloró la cabeza del pobre muchacho revolviendo en ella -mil pensamientos que cree poder comunicar al discreto lector. - -Los que hayan leído en el primer libro de mi vida el capítulo en que di -cuenta de mi inútil presencia en el combate de Trafalgar, recordarán -que en aquella alta ocasión y cuando la grandeza y majestad de lo que -pasaba ante mis ojos parecían sutilizar las facultades de mi alma, pude -concebir de un modo clarísimo la idea de la patria. Pues bien: en la -ocasión que ahora refiero, y cuando la desastrosa catástrofe de tan -ridículas ilusiones había conmovido hasta lo más profundo mi naturaleza -toda, el espíritu del pobre Gabriel hizo después de tanto abatimiento -una nueva adquisición, una nueva conquista de inmenso valor, la idea -del honor. - -¡Qué luz! Recordé lo que me había dicho Amaranta, y comparando sus -conceptos con los míos, sus ideas con lo que yo pensaba, mezcla -de ingenuo engreimiento y de honrada fatuidad, no pude menos de -enorgullecerme de mí mismo. Y al pensar esto no pude menos de decir: -«Yo soy hombre de honor, yo soy hombre que siento en mí una repugnancia -invencible a acometer cualquier acción fea y villana que me deshonre -a mis propios ojos; y además la idea de que pueda ser objeto del -menosprecio de los demás me enardece la sangre y me pone furioso. -Cierto que quiero llegar a ser persona de provecho; pero de modo que -mis acciones me enaltezcan ante los demás y al mismo tiempo ante -mí, porque de nada vale que mil tontos me aplaudan, si yo mismo me -desprecio. Grande y consolador debe de ser, si vivo mucho tiempo, estar -siempre contento de lo que haga, y poder decir por las noches mientras -me tapo bien con mis sabanitas para matar el frío: _No he hecho nada -que ofenda a Dios ni a los hombres. Estoy satisfecho de ti, Gabriel._» - -Debo advertir que en mis monólogos siempre hablaba conmigo, como si yo -fuera otro. - -Lo particular es que mientras pensaba estas cosas, la figura de mi Inés -no se apartaba un momento de mi imaginación y su recuerdo daba vueltas -en torno a mi espíritu, como esas mariposas o pajaritas que se nos -aparecen a veces en días tristes trayendo, según el vulgo cree, alguna -buena noticia. - -Tal era la situación de mi espíritu, cuando acertó a pasar cerca de mí -el caballero don Juan de Mañara, vestido de uniforme. Detúvose y me -llamó con empeño, demostrando que mi presencia era para él nada menos -que un buen hallazgo. No era aquella la primera vez que solicitaba de -mí un pequeño favor. - ---Gabriel --me dijo en tono bastante confidencial y sacando de su -bolsillo una moneda de oro--, esto es para ti, si me haces el favor que -voy a pedirte. - ---Señor --contesté--, con tal que sea cosa que no perjudique a mi -honor... - ---Pero, pedazo de zarramplín, ¿acaso tú tienes honor? - ---Pues sí que lo tengo, señor oficial --contesté muy enfadado--; y -deseo encontrar ocasión de darle a usted mil pruebas de ello. - ---Ahora te lo proporciono, porque nada más honroso que servir a un -caballero y a una señora. - ---Dígame usted lo que tengo que hacer --dije, deseando ardientemente -que la posesión del doblón que brillaba ante mis ojos fuera compatible -con la dignidad de un hombre como yo. - ---Nada más que lo siguiente --respondió el hermoso galán, sacando una -carta del bolsillo--: llevar este billete a la señorita Lesbia. - ---No tengo inconveniente --dije, reflexionando que en mi calidad de -criado, no podía deshonrarme llevando una carta amorosa--. Deme usted -la esquelita. - ---Pero ten en cuenta --añadió entregándomela-- que si no desempeñas -bien la comisión, o este papel va a otras manos, tendrás memoria de mí -mientras vivas, si es que te queda vida después que todos tus huesos -pasen por mis manos. - -Al decir esto el guardia, demostraba, apretándome fuertemente el -brazo, firme intención de hacer lo que decía. Yo le prometí cumplir su -encargo como me lo mandaba, y tratando de esto llegamos al gran patio -de Palacio, donde me sorprendió ver bastante gente reunida, descollando -entre todos algunas aves de mal agüero, tales como ministriles y demás -gente de la curia. Yo advertí, que al verles mi acompañante se inmutó -mucho, quedándose pálido, y hasta me parece que le oí pronunciar algún -juramento contra los pajarracos negros que tan de improviso se habían -presentado a nuestra vista. Pero yo no necesitaba reflexionar mucho -para comprender que aquella siniestra turbamulta nada tenía que ver -conmigo, así es que dejando al militar en la puerta del cuerpo de -guardia, y una vez trasladadas carta y moneda a mi bolsillo, subí en -cuatro zancajos la escalera chica, corriendo derecho a la cámara de la -señora Lesbia. - -No tardé en hacerme presentar a su señoría. Estaba de pie en medio de -la sala, y con entonación dramática leía en un cuadernillo aquellos -versos célebres: - - ... todo me mata, - todo va reuniéndose en mi daño! - --Y todo te confunde, desdichada. - -Estaba estudiando su papel. Cuando me vio entrar cesó en su lectura, y -tuve el gusto de entregarle en persona el billete, pensando para mí: -«¿Quién dirá que con esa cara tan linda eres una de las mejores piezas -que han hecho enredos en el mundo?» - -Mientras leía, observé el ligero rubor y la sonrisa que hermoseaban su -agraciado rostro. Después que hubo concluido, me dijo un poco alarmada: - ---¿Pero tú no sirves a Amaranta? - ---No, señora --respondí--. Desde anoche he dejado su servicio, y ahora -mismo me voy para Madrid. - ---¡Ah! Entonces, bien --dijo tranquilizándose. - -Yo en tanto no cesaba de pensar en el placer que habría experimentado -Amaranta si yo hubiera cometido la infamia de llevarle aquella carta. -¡Qué pronto se me había presentado la ocasión de portarme como un -servidor honrado, aunque humilde! Lesbia, encontrando ocasión de -zaherir a su amiga, dijo: - ---Amaranta es muy rigurosa y cruel con sus criados. - ---¡Oh, no señora! --exclamé yo, gozoso de encontrar otra coyuntura de -portarme caballerosamente, rechazando la ofensa hecha a quien me daba -el pan--. La señora condesa me trata muy bien; pero yo no quiero servir -más en Palacio. - ---¿De modo que has dejado a Amaranta? - ---Completamente. Me marcharé a Madrid antes del medio día. - ---¿Y no querrías tú entrar en mi servidumbre? - ---Estoy decidido a aprender un oficio. - ---De modo que hoy estás libre, no dependes de nadie, ni siquiera -volverás a ver a tu antigua ama. - ---Ya me he despedido de su señoría y no pienso volver allá. - -No era verdad lo primero, pero sí lo segundo. - -Después, como yo hiciera una profunda reverencia para despedirme, me -contuvo diciendo: - ---Aguarda: tengo que contestar a la carta que has traído, y puesto -que estás hoy sin ocupación y no tienes quien te detenga, llevarás la -respuesta. - -Esto me infundió la grata esperanza de que mi capital engrosara con -otro doblón, y aguardé mirando las pinturas del techo y los dibujos -de los tapices. Cuando Lesbia hubo concluido su epístola, la selló -cuidadosamente y la puso en mis manos, ordenándome que la llevase -sin perder un instante. Así lo hice; pero ¡cuál no sería mi sorpresa -cuando al llegar al cuerpo de guardia me encontré con la inesperada -novedad de que sacaban preso a mi señor el guardia, llevándole -bonitamente entre dos soldados de los suyos! Yo temblé como un -azogado, creyendo que también iban a echarme mano, pues sabía que no -bastaba ser insignificante para librarse de los ministriles, quienes -deseando mostrar su celo en la causa del Escorial, comprendían en los -voluminosos autos el mayor número posible de personas. - -Cometí la indiscreción de entrar en el cuerpo de guardia para -curiosear, lo cual hizo que un hombre allí presente, temerosa -estantigua con nariz de gancho, espejuelos verdes y larguísimos dientes -del mismo color, dirigiese hacia mi rostro aquellas partes del suyo, -observándome con mucha atención y diciendo con la voz más desagradable -y bronca que en mi vida oí: - ---Este es el muchacho a quien el preso entregó una carta poco antes de -caer en poder de la justicia. - -Un sudor frío corrió por mi cuerpo al oír tales palabras, y volví -la espalda con disimulo para marcharme a toda prisa; pero ¡ay! no -había andado dos pasos cuando sentí que se clavaban en mi hombro unas -como garras de gavilán, pues no otro nombre merecían las afiladas y -durísimas uñas del hombre de los espejuelos verdes en cuyo poder había -caído. La impresión que experimenté fue tan terrorífica, que nunca -pienso olvidarla, pues al encarar con su feísima estampa, los vidrios -redondos de sus gafas que remedaban la pupila cuajada, penetrante y -estupefacta del gato, me turbaron hasta lo sumo, y al mismo tiempo sus -dientes verdes, afilados sin duda por la voracidad, parecían ansiosos -de roerme. - ---No vaya usted tan de prisa, caballerito --dijo--, que tal vez haga -aquí más falta que en otra parte. - ---¿En qué puedo servir a usía? --pregunté melifluamente, comprendiendo -que no valdría mostrarme altanero con semejante lobo. - ---Eso lo veremos --contestó con un gruñido que me obligó a encomendarme -a Dios. - -Mientras aquel cernícalo, con la formidable zarpa clavada en mi -cuello, me llevaba a una pieza inmediata, yo evoqué mis facultades -intelectuales para ver si con el esfuerzo combinado de todas ellas, -encontraba medio de salir de tan apurado trance. En un instante de -reflexión, hice el siguiente rapidísimo cálculo: «Gabriel: este -instante es supremo. Nada conseguirás defendiéndote con la fuerza. Si -intentas escaparte, estás perdido. De modo que si por medio de algún -rasgo de astucia no te libras de las uñas de este pícaro, que te -enterrará vivo bajo una losa de papel sellado, ya puedes hacer acto de -contrición. Al mismo tiempo llevas sobre ti la honra de una dama que -sabe Dios lo que habrá escrito en esa endiablada carta. Conque ánimo, -muchacho, serenidad y a ver por dónde se sale.» - -Afortunadamente, Dios iluminó mi entendimiento en el instante en que -el curial se sentó en un desnudo banquillo, poniéndome delante para -que respondiera a sus preguntas. Recordé haber visto al feroz leguleyo -en el cuarto de Amaranta, a quien gustaba de ofrecer servilmente sus -respetos, y esto con la idea de que mi antigua ama era desafecta a las -personas a quienes se formaba la causa, me dio la norma del plan que -debía seguir para librarme de aquel vestiglo. - ---Conque tú andas llevando y trayendo cartitas, picaronazo --dijo -en la plenitud de su curial sevicia, gozándose de antemano con la -contemplación imaginaria de las resmas de papel sellado en que había -de emparedarme--. Ahora veremos para quiénes son esas cartas, y si te -ocupas en comunicar a los conjurados con los presos, para que burlen la -acción de la justicia. - ---Señor licenciado --contesté yo recobrando un poco la serenidad--, -usted no me conoce, y sin duda me confunde con esos picarones que -se ocupan en traer y llevar papelitos a los que están presos en el -Noviciado. - ---¿Cómo? --exclamó con júbilo--. ¿Estás seguro de que eso pasa? - ---Sí, señor --respondí envalentonándome cada vez más--. Vaya usía ahora -mismo con disimulo al patio de los convalecientes, y verá que desde el -piso tercero del monasterio echan cartas a la buhardilla, valiéndose de -unas larguísimas cañas. - ---¿Qué me dices? - ---Lo que usía oye: y si quiere verlo con sus propios ojos vaya ahora -mismo: que esta es la hora que escogen los malvados para su intento, -por ser la de la siesta. Ya me podría usía recompensar por la noticia, -pues le doy este aviso, para que pueda prestar un gran servicio a -nuestro querido Rey. - ---Pero tú recibiste una carta del joven alférez, y si no me la das ante -todo, ya te ajustaré las cuentas. - ---¿Pero el señor licenciado no sabe --contesté-- que soy paje de la -excelentísima señora condesa Amaranta, a quien sirvo hace algún -tiempo? ¡Y que no me tiene poco cariño mi ama en gracia de Dios! Mil -veces ha dicho que ya puede tentarse la ropa el que me tocase tan -siquiera el pelo de la misma. - -El leguleyo parecía recordar, y como era cierto que me había visto -repetidas veces en compañía de mi ama, advertí que su endemoniado -rostro se apaciguaba poco a poco. - ---Bien sabe el señor licenciado --continué-- que la señora condesa me -protege, y habiendo conocido que yo sirvo para algo más que para este -bajo oficio, se propone instruirme y hacer de mí un hombre de provecho. -Ya he empezado a estudiar con el padre Antolínez, y después entraré -en la casa de pajes, porque ahora hemos descubierto, que yo aunque -pobre soy noble y desciendo en línea recta de unos al modo de duques o -marqueses de las islas Chafarinas. - -El leguleyo parecía muy preocupado con estas razones, que yo pronuncié -con mucho desparpajo. - ---Y ahora --proseguí--, iba al cuarto de mi ama, que me está esperando, -y en cuanto sepa que el señor licenciado me ha detenido se pondrá -furiosa: porque ha de saber el señor licenciado que mi ama me manda -recorrer estos patios y galerías para oír lo que dicen los partidarios -de los presos, y ella lo va apuntando en un libro que tiene no menos -grande que ese banco. Ella va a descubrir muchas cosas malas de esa -gente y está muy contenta con mi ayuda, pues dice que sin mí no sabría -la mitad de lo que sabe. Por ejemplo, lo de las cañas apuesto a que -nadie lo sabe más que yo, y agradézcame el señor licenciado que se lo -haya dicho antes que a ninguno. - ---Cierto es --dijo el ministril-- que la señora condesa te protege, -pues ahora caigo en la cuenta de que algunas veces se lo he oído decir; -pero no me explico que tu ama se cartee con el alférez. - ---También a mí me llamó la atención --repuse--, porque mi ama decía -que ese señor era de los que primero debían ser puestos a la sombra; -pero vea el señor licenciado. La carta que recibí era para mi ama, y le -decía que viéndose próximo a caer en poder de la justicia, solicitaba -protección de la señora condesa para librarse de aquella. - ---¡Ah, Sr. Mañara, tunante, trapisondista! --exclamó el representante -de la justicia humana--. Quería escaparse de nuestras uñas, poniéndose -al amparo de una persona que está demostrando el mayor celo en favor de -la causa del Rey. - ---Pero no le valieron sus malas mañas, señor licenciadito de mi alma ---añadí entusiasmándome--, porque mi ama rompió la carta con desdén, y -me mandó contestarle de palabra que nada podía hacer por él. - ---¿Y a eso venías? - ---Precisamente. Ya sabía yo que no lograba nada el señor alférez, y me -alegro, me alegro. Porque yo digo: esos picarones ¿no querían quitarle -al Rey su corona, y a la Reina la vida? Pues que las paguen todas -juntas, que bien merecido tienen el cadalso; y como se descuiden, el -Príncipe de la Paz no se andará por las ramas. - ---Bien --dijo algo más benévolo para conmigo, pero sin que se -extinguiera su recelo--. Iremos juntos a ver a tu ama, y ella -confirmará lo que has dicho. - ---Ahora se fue al cuarto del Príncipe de la Paz, a quien piensa -recomendarme para que entre en la casa de Pajes. Y como el señor -licenciado se descuide, no podrá ver a los que echan la caña por los -balcones del piso tercero del monasterio. Vaya usía a enterarse de -esto, y luego puede pasar al cuarto de mi ama donde le espero. Ella -estará prevenida y recibirá a usía con mucho agasajo, porque le aprecia -y estima mucho. - ---¿Sí? ¿Le has oído hablar de mí alguna vez? --preguntó vivamente. - ---¿Alguna vez? Diga el señor licenciado mil veces. La otra noche estuvo -hablando de usía más de dos horas con el Príncipe de la Paz y con el -marqués Caballero. - ---¿De veras? --preguntó plegando su arrugada boca con una sonrisa -indefinible y dejando ver en todo su vasto desarrollo el mapa de su -verde dentadura--. ¿Y qué decía? - ---Que al señor licenciado se deben todas las averiguaciones que se han -hecho en la causa, y otras cosas que no digo por no ofender la modestia -de usía. - ---Dilas picarón, y no seas corto de genio. - ---Pues hizo grandes elogios de usía, ponderando su talento, su -mucho saber, y su disposición para sacar leyes aunque fuera de un -canto rodado. Después añadió que si no le hacían al señor licenciado -consejero de Indias o de la sala de alcaldes de Casa y Corte, no -tendrían perdón de Dios. - ---¿Eso dijo? Veo que eres un chico formal y discreto. Di a la señora -condesa que dentro de un momento pasaré a visitarla, para consultar con -ella gravísimas cuestiones. Ella sabrá cuánto la aprecio y estimo. Con -respecto a ti, al principio pensé que la carta entregada por el alférez -era para la duquesa Lesbia. - ---¡Quiá! No voy yo al cuarto de esa señora, porque mi ama y ella están -reñidas. - ---Y como hoy --continuó-- se procederá también a prender a esa señora, -que resulta complicada en el proceso lo mismo que su esposo el señor -duque... - ---¡También prenden a la señora Lesbia! --exclamé asombrado. - ---También; ya habrán subido mis compañeros a notificárselo. Conque, -joven, sube al cuarto de tu ama, y adviértele mi próxima visita. - -No esperé más para separarme de hombre tan fiero, y bendiciendo -fervorosamente a Dios, salí del cuerpo de guardia, muy satisfecho de -la estratagema empleada. Mi primera intención fue correr al cuarto de -Lesbia, no solo para devolverle la carta, sino para prevenirla acerca -del gran riesgo que su libertad corría; mas cuando subí, noté que la -justicia había invadido su vivienda. Era preciso huir de Palacio, donde -corría gran peligro de caer en poder del atroz licenciado, en cuanto -este, conferenciando con mi ama, descubriese mis estupendas mentiras. -Pies, ¿para qué os quiero? dije, y al punto subí precipitadamente a -mi caramanchón, cogí y empaqueté de cualquier modo mi ropa, y sin -despedirme de nadie salí del Palacio y del monasterio, resuelto a no -detenerme hasta Madrid. - -A pesar de mi zozobra, no quise partir sin provisiones, y habiéndome -surtido en la plaza del pueblo de lo más necesario, eché a andar, -volviendo a cada rato la vista, porque me parecía que el licenciado -caminaba detrás de mí. Hasta que no desapareció de mi vista la cúpula -y las torres del terrible monasterio no recobré la tranquilidad, y -después de dos horas de precipitada marcha, me aparté del camino, y -restauré mis fuerzas con pan, queso y uvas, seguro ya de que por el -momento las durísimas uñas del representante de la justicia no se -clavarían en mis hombros. - -En aquel rato de descanso y esparcimiento me reí a mis anchas, -recordando las mentiras que había empleado para salvarme; pero no me -remordía la conciencia por haberlas desembuchado con tanta largueza, -puesto que aquellos embustes, con los cuales no perjudicaba a la honra -de nadie, eran la única arma que me defendía contra una persecución -tan bárbara como injusta. Los trances difíciles aguzan el ingenio, y -en cuanto a mí, puedo decir que antes de encontrarme en el que he -referido, jamás hubiera sido capaz de inventar tales desatinos. Bien -dicen que las circunstancias hacen al hombre tonto o discreto, aguzando -el más rústico entendimiento, u oscureciendo el que se precia de más -claro. - -Más allá de Torrelodones encontré unos arrieros que por poco dinero -me dejaron montar en sus caballerías, y de este modo llegué a Madrid -cómodamente, ya muy avanzada la noche. - - - - -XX - - -Como era tarde, creí que no debía ir a casa de Inés hasta la mañana -siguiente, y entré en la de la González, que aún estaba levantada, y -como sin intención de recogerse todavía. Quedose muy asombrada al verme -entrar, y faltole tiempo para preguntarme lo que me había pasado, y si -había ocurrido alguna novedad a la señorita Amaranta. También quiso -saber lo de la famosa conjuración, asunto que según dijo, ocupaba la -atención de Madrid entero, y satisfecha su curiosidad en este y otros -puntos, me aseguró haber recibido una carta de Lesbia, en que le -anunciaba su viaje a la corte dentro de algunos días para acabar de -perfeccionarse en el papel de Edelmira. - -Aunque el cansancio me rendía, y más deseaba acostarme que hablar, -le conté lo de la carta y también el triste caso de la prisión de -la duquesa. Pepita, muy alterada con estas noticias, me rogó que le -entregase la carta, a lo cual me negué, jurando que la guardaría hasta -que pudiera dársela en propia mano a la misma persona de quien la -recibí. Ella pareció conformarse con mi negativa, y no hablamos más -del asunto. Después le dije que resuelto a aprender un oficio había -abandonado a Amaranta para regresar a la corte y me fui a acostar, -deseando que llegase pronto la mañana por ver a Inés. Excuso decir -que dormí como un talego; levanteme al día siguiente muy a prisa y mi -primera impresión fue una gran pesadumbre. Les contaré a ustedes: al -vestirme busqué en mis ropas la carta de Lesbia, y la carta no parecía. -No quedó en mis bolsillos, ni en mi breve equipaje escondrijo que no -fuese revuelto; pero no encontré nada. Muy afanado estaba, temiendo -que la carta hubiese caído en manos indiscretas, cuando le conté a mi -ama lo que me pasaba, preguntándole si había encontrado por el suelo -la malhadada epístola. Entonces la pícara, lanzando una carcajada de -alegría, me contestó con la mayor desvergüenza: - ---No la he encontrado, Gabrielillo, sino que anoche, luego que te -dormiste, entré en tu cuarto de puntillas, y saqué la carta del -bolsillo de tu chaqueta. Aquí la tengo, la he leído, y no la soltaré -por nada. - -Aquello me indignó sobremanera. Pedile la carta, diciéndole que mi -honor me exigía devolverla a su dueña, sin que nadie la leyera; mas -ella me repuso que yo no tenía honor que conservar, y que en cuanto a -la carta, no la devolvería, aunque le diesen tantos azotes como letras -estaban escritas en ella. Acto continuo me la leyó, y decía así, si mal -no recuerdo: - - «Amado Juan: te perdono la ofensa y los desaires que me has hecho; - pero si quieres que crea en tu arrepentimiento, pruébamelo, viniendo - a cenar conmigo esta noche en mi cuarto, donde acabaré de disipar tus - infundados celos, haciéndote comprender que no he amado nunca, ni - puedo amar a Isidoro, ese salvaje, presumido comiquillo, a quien solo - he hablado alguna vez con objeto de divertirme con su necia pasión. - No faltes, si no quieres enfadar a tu --_Lesbia_.--P. D. No temas que - te prendan. Primero prenderán al Rey.» - -Leída la carta, la González se la guardó en el pecho, diciendo entre -risas y chistes, que ni por diez mil duros la devolvería. Todas mis -súplicas fueron inútiles, y al fin cansado de desgañitarme, salí de la -casa, muy apesadumbrado con aquel incidente; mas esperando desvanecer -mi mal humor con la vista de la infeliz Inés. Dirigime allá muy -conmovido, y al entrar por la calle, mirando a los balcones de su casa, -decía: «¡Cuán lejos estará ella de que yo acabo de doblar la esquina y -estoy en la calle! Estará sentada detrás de la cortinilla, y aunque no -tendría más que asomarse un poco para verme, no me verá hasta que no -entre en la casa.» - -Llegué por fin, y desde que se me abrió la puerta comprendí que algo -grave pasaba allí; porque Inés no corrió a mi encuentro a pesar de las -fuertes voces que di al poner el pie dentro de la casa. Quien primero -me recibió fue el padre Celestino, con rostro tan demasiadamente -compungido, que no podía atribuirse su escualidez a la sola causa del -hambre. - ---Hijo mío, en mal hora vienes --me dijo--. Aquí tenemos una gran -desgracia. Mi hermana, la pobre Juana, se nos muere. - ---¿Pero Inés? - ---Buena: pero figúrate cómo estará la pobrecita con el ajetreo de estos -días. No se separa del lado de su madre, y si esto siguiera mucho -tiempo, creo que también se llevaría Dios al pobre angelito de mi -sobrina. - ---Bien le decíamos a la señora doña Juana que no trabajase tanto. - ---¿Y qué quieres, hijo mío? --respondió--. Ella mantenía la casa, -porque ya ves, todavía no me han dado el curato, ni la capellanía, ni -la coadjutoría, ni la ración, ni la beca, ni la congrua que me han -prometido, aunque tengo la seguridad de que a más tardar la semana que -entra se cumplirán mis deseos. Además, mi poema latino no hay librero -que lo quiera imprimir, aunque le den dinero encima, y aquí tienes la -situación. No sé qué va a ser de nosotros si mi hermana se muere. - -Al decir esto, las quijadas del pobre viejo se descoyuntaron en un -bostezo descomunal que me probó la magnitud de su hambre. Semejante -espectáculo me oprimía el corazón; pero afortunadamente yo tenía -algún dinero de mis ahorros, y además el doblón de Mañara, lo cual me -permitía hacer una hombrada. Echándome la mano al bolsillo, dije: - ---Señor cura, en celebración de la congrua que ha de recibir su -paternidad la semana que entra, le convido a chuletas. - ---No tengo gana --respondió haciendo alarde de aquella gentil -delicadeza que le caracterizaba--, y además, no quiero que gastes tus -ahorros; pero si quieres tú comerlas, que las traigan y aquí te las -aderezaremos. - -Al instante mandé a una vecina por la carne, y mientras venía, no -pudiendo contener mi impaciencia, me interné en busca de Inés. Hallela -en la habitación principal, no lejos de la cama de su madre, que dormía -profundamente. - ---Inesilla, Inesilla de mi corazón --dije corriendo a ella y dándole -media docena de abrazos. - -Por única respuesta Inés me señaló a la enferma, indicándome que no -hiciera ruido. - ---Tu madre se pondrá buena --le contesté en voz baja--. ¡Ay, Inesilla, -cuánto deseaba verte! Vengo a confesarte que soy un bruto, y que tú -tienes más talento que el mismo Salomón. - -Inés me miró sonriendo con serena tranquilidad, como si de antemano -hubiera sabido que yo vendría a hacer tales confesiones. Mi discreta -y pobre amiga estaba muy pálida por los insomnios y el trabajo; pero -¡cuánto más hermosa me pareció que la terrible Amaranta! Todo había -cambiado, y el equilibrio de mis facultades estaba restablecido. - ---Mira, Inesilla --dije besándola las manos--, acertaste en todas -tus profecías. Estoy arrepentido de mi gran necedad, y he tenido la -suerte de encontrar pronto el desengaño. Bien dicen que los jóvenes nos -dejamos alucinar por sueños y fantasmas. Pero ¡ay! no todos tienen un -buen ángel como tú que les enseñe lo que han de hacer. - ---¿De modo que ya no le tendremos a usía de capitán general, ni de -virrey? --me dijo burlándose de mis locuras. - ---No, niñita; no estoy ya por los palacios ni por los uniformes. Si -vieras tú qué feas son ciertas cosas cuando se las ve de cerca. El que -quiere medrar en los palacios tiene que cometer mil bajezas contrarias -al honor, porque yo tengo también mi honor, sí señora... Nada, nada; -dejémonos de virreinatos y de bambollas. He sido un alma de cántaro; -pero bien dice el señor cura, tu tío, que la experiencia es una llama -que no alumbra sino quemando. Yo me he quemado vivo; pero ¡ay! hija, -¡si vieras cuánto he aprendido! Ya te contaré. - ---¿Y ya no vuelves allá? - ---No, señora; aquí me quedo, porque tengo un proyecto... - ---¿Otro proyecto? - ---Sí; pero este te ha de gustar, picarona. Voy a aprender un oficio. A -ver cuál te parece mejor. ¿Platero, ebanista, comerciante? Lo que tú -quieras. Todo menos el de criado. - ---Eso no está mal discurrido. - ---Pero detrás de este proyecto está otro mejor --dije gozando de un -modo indecible con aquel diálogo--. Sí, hijita; tengo el proyecto de -casarme con usted. - -La enferma hizo un movimiento, y entonces Inés, atendiendo a su madre, -no pudo dar contestación a mis vehementes palabras. - ---Yo tengo diez y seis años --continué--, tú quince; de modo que no hay -más que hablar. Aprenderé un oficio, en el cual pienso ganar pronto -muchísimo dinero, que tú irás guardando para nuestra boda. Verás, verás -qué bien vamos a estar. ¿Quieres, sí o no? - ---Gabriel --repuso en voz muy baja--, ahora somos muy pobres. Si me -quedo huérfana lo seremos mucho más. A mi tío no le darán nunca lo -que está esperando hace catorce años. ¿Qué va a ser de nosotros? Tú -no ganarás nada hasta que no pase algún tiempo: no pienses, pues, en -locuras. - ---Pero, tonta, dentro de cuatro años habré yo ganado más de lo que -peso. Entonces, para entonces... Mientras tanto, ya nos arreglaremos. -Para algo te ha dado Dios ese talento de doctora de la Iglesia que -tienes. Ahora conozco que sin ti no valgo nada, ni sirvo para nada. - ---Eso después que te reías de mí, cuando te decía: «Gabriel, vas por -mal camino.» - ---Tenías razón, cordera. ¡Si vieras qué raro es el hombre por dentro, -y cómo se equivoca, y cómo ignora hasta lo mismo que le pasa! Cuando -salí de aquí creí que no te quería, y como aquella señora me tenía -deslumbrado, apenas me acordaba de ti. Pero no: te quería y te quiero -más que a mi vida, solo que a veces parece que se le ponen a uno -telarañas en los ojos que tenemos por dentro, y no vemos lo mismo que -nos pasa en... pues... por dentro. Y al mismo tiempo, queridita, tu -carita se me venía a la memoria, cuando, decidido a no ceder a los -caprichos de aquella dama endemoniada, pensaba que el hombre debe -buscarse una fortuna por medios honrosos. - -La enferma llamó a su hija, y nuestro dulce coloquio quedó -interrumpido. Pero tras el placer que había experimentado, -conferenciando con Inés, Dios me deparó el no menos grato de ver comer -las chuletas al padre Celestino, quien a pesar de la gran necesidad -que padecía, no las cató sin hacer mil remilgos, para poner a salvo su -dignidad y pundonor. - ---He almorzado hace un rato, Gabriel --dijo--; pero si te empeñas... - -Mientras comía recayó la conversación sobre los asuntos del Escorial, y -él, que no ocultaba su afición a Godoy, se expresó de este modo: - ---Harán bien en extirpar de raíz la conjuración. Pues no es mala la que -tenían armada contra nuestros queridos Reyes y ese dignísimo Príncipe -de la Paz, mi paisano y amigo, protector de los menesterosos. - ---Pues la opinión general aquí, como en el Real Sitio --le contesté--, -es favorable al Príncipe Fernando, y todos acusan a Godoy de haber -fraguado esto para desacreditarle. - ---¡Pícaros, embusteros, rufianes! --exclamó furioso el clérigo--. -¿Qué saben ellos de eso? Si conocieran, como yo conozco, las intrigas -del partido fernandista... Descuiden que ya le contaré todo al señor -Príncipe de la Paz cuando vaya a darle las gracias por mi curato, lo -cual, según me ha dicho el oficial de la secretaría, no puede pasar -de la semana que entra. ¡Ah! Si tu conocieras al canónigo don Juan -de Escóiquiz, como le conozco yo... Aquí le tienen por un corderito -pascual, y es el bribón más grande que ha vestido sotana en el mundo. -¿Quién sino él se ha opuesto a que me den el curato? Y todo porque en -las oposiciones que hicimos en Zaragoza hace treinta y dos años, sobre -el tema _Utrum helemosinam_... no recuerdo lo demás... le dejé bastante -corrido. Desde entonces me ha tomado grande ojeriza. Cuando estemos -más despacio, Gabrielillo, te contaré las mil infames tretas que ha -empleado el arcediano de Alcaraz, para conquistar la voluntad de su -discípulo. ¡Ah! yo sé cosas muy gordas. Él es el alma de este negocio; -él ha urdido tan indigna trama; él ha estado en tratos con el embajador -de Francia, Mr. de Beauharnais, para entregar a Napoleón la mitad de -España, con tal que ponga en el Trono al Príncipe heredero, sí señor. - ---Pues oiga usted a todo el mundo --respondí--, y verá cómo al Sr. -Escóiquiz le ponen por esas nubes, mientras dicen mil picardías del -primer Ministro. - ---Envidia, chico, envidia. Es que todos le piden colocaciones, destinos -y prebendas, y como no los puede dar sino a las personas decentes como -yo, de aquí que la mayoría se queja, murmura, y ya ves. ¿Y podrán -negar que se le den multitud de cosas buenas, como la protección -a la enseñanza, la creación del seminario de caballeros pajes, el -fomento de la botánica, las escuelas de agricultura, los jardines de -aclimatación, la prohibición de enterrar en los templos, y otras muchas -reformas útiles, que aunque criticadas por los ignorantes, ello es que -son laudables y así ha de reconocerlo la posteridad? Cuando estemos -despacio te contaré otras cosas que te harán variar de opinión, y si -no, el tiempo. Yo bien sé que me arrastrarán los madrileños si salgo -por ahí diciendo estas cosas; pero amigo... _super omnia veritas_. - ---Pues hablando de otra cosa --le dije--, aquí donde usted me ve, puede -que le haya conseguido un servidor el destinillo que pretendía. - ---¿Tú? ¿Qué puedes tú? Godoy quiere servirme: sí, él lo hará sin -necesidad de recomendaciones. Y a fe, hijo mío, que si no me colocan -pronto, y se muere Juana, lo vamos a pasar mal; pero muy mal. - ---Pero doña Juana tiene parientes ricos. - ---Sí, Mauro Requejo y su hermana Restituta, comerciantes de telas en la -calle de la Sal. Ya sabes que son avaros de aquellos de hártate comilón -con pasa y media. Jamás han hecho nada por sus parientes. La pobre Inés -no tiene que agradecerles ni un pañuelo. - ---¡Qué miserables! - ---Además, cuando yo me establecí en Madrid, hace catorce años, conocí -a ese Requejo. Juana estaba ya viuda, Inés era tamañita así, y tan -lindilla y tan amable como ahora. Pues bien: el primo de Juana, a quien -yo insté en cierta ocasión para que favoreciera a esta familia, me -dijo: «No puedo hacer nada por ellas, porque Juana ha renegado de sus -parientes; en cuanto a Inesilla estoy casi seguro de que no es de mi -sangre. Me han dicho que es una inclusera, a quien Juana ha recogido -haciéndola pasar por hija suya.» Pretexto, nada más que pretexto, para -disculpar su avaricia. No me fue posible convencer a aquel bárbaro, y -desde entonces no le he vuelto a ver. - ---¿De modo que no hay que contar con esa gente? - ---Como si no existieran. - -Estas palabras me llevaron a reflexionar sobre la suerte de aquella -infeliz familia. Hubiera deseado tener los tesoros de Creso para -ponérselos a Inés en el cestillo de la costura. Como nunca, sentí -entonces imperiosa y viva la primera necesidad del hombre honrado, que -está resuelto a no vender su conciencia. No tenía dinero... ¿Cómo -adquirirlo? - -Fui otra vez al lado de Inés, a quien no podía menos de mostrar a cada -instante mi afecto vehemente; y después que conferenciamos otro poco -salí de casa, pensando en el ardid que emplearía para que el padre -Celestino recibiese, sin menoscabo en su dignidad, el doblón que me -dio Mañara, y diciendo entre mí a cada paso: «¡Maldito dinero! ¿Dónde -estás?» - - - - -XXI - - -Al entrar en casa de la González, esta acudió presurosa a mi encuentro, -y me causó sorpresa el verla muy alegre, con esa alegría inquieta y -febril de los niños, que ríen, cantan, golpean y destrozan cuanto -encuentran al paso. Mi ama me habló lo que después diré, y a cada frase -se interrumpía para cantar alguna tonada o estribillo de los infinitos -que enriquecían su repertorio de sainetes. - ---¿Qué pasa para tanta alegría, señora? - ---He tenido carta de la señora marquesa --me contestó--, la cual viene -mañana a preparar la función. Yo estoy encargada de dirigir la escena. - - Sal quiere el huevo - y el demonio del gato - vertió el salero. - ---Buen provecho --dije--. ¿Y qué cuenta de la señora Lesbia? - ---Que la pusieron en libertad a la media hora conociendo que nada -resultaba contra ella. También dejaron libre a D. Juan. Pronto les -tendremos aquí, y la función no se retrasará. ¡Qué placer! Yo dirijo la -escena. - - Madre, y qué gusto - es ver a dos gitanos - trocar de burros. - ---Pues sea enhorabuena. - ---Pero hay un inconveniente, Gabriel --prosiguió--. Ya sabes que -ninguno de esos señores quiere hacer el papel de Pésaro por ser muy -desairado. Perico Rincón, mi compañero, dijo que lo haría, si le daban -mil reales; pero cátate que ha caído con una pulmonía, y si la función -es para el 6, no sé cómo nos compondremos. ¿Quieres tú hacer el papel -de Pésaro? - ---¡Yo, yo representar! --exclamé con espanto--. No quiero ser cómico. - ---Pero representas de aficionado, tontuelo, y el honor de salir a -las tablas en un teatro como el de la marquesa es tal, que muchos -currutacos se desvivirían por obtenerlo. ¡Y yo dirijo la escena! - - En mi casa me dicen - que soy usía, que soy usía, - porque amo a un escribiente - de lotería. - -Conque, chico, vas a aprender ese papel; que aunque es superior a tu -edad, con unas barbas postizas, arregladas por mí, y teniendo tú -cuidado de ahuecar la voz, quedarás que ni pintado. Además, no olvides -que la señora marquesa ha ofrecido dos mil reales a todas las partes -de por medio que trabajan en esta representación. Juanica, que hace de -Hermancia, no cobra más que mil. - - La noche de San Pedro - te puse un ramo - y amaneció florido - como mil mayos. - -¿Conque aceptas, chiquillo, sí o no? - -No pude menos de discurrir que sería muy tonto si renunciaba a poseer -aquellos dineros, que me venían como anillo al dedo para ofrecer a -Inés un auxilio en su tribulación. Sin embargo, me repugnaba el oficio -de cómico, y más aún la idea de verme nuevamente entre personas a -quienes había cobrado cierta repugnancia. Con todo, después de pesar -los inconvenientes y las ventajas, me decidí al fin, y hasta (debo -confesarlo) el pícaro demonio de la vanidad intentó de nuevo asaltar -mi alma poniendo ante los ojos de mi imaginación la honra, el lustro, -el tono que me daría alternando con tanta gente aristocrática en -aquellas magníficas salas cuyas alfombras no era dado pisar a todos los -mortales. Pero lo que principalmente me indujo a aceptar fue el premio -ofrecido, que era para mí una cantidad fabulosa, un sueño de oro. - -«La Providencia divina me envía esos dos mil reales que son diez duros, -y otros diez, y otros diez, y otros diez, etc... ¡quiá! si no se -pueden contar. Buen tonto seré si no los cojo.» - -Dejé a mi ama, que al retirarme yo cantaba: - - Alons, madamusella, - asamble reunión - a tour de la butella - ferán le rigodón. - -Y volví a casa de Inés, a quien participé la riqueza que me aguardaba, -prometiendo regalársela. Pasé allí largas horas entristecido por el -espectáculo que ofrecía la pobre y enferma doña Juana, cada vez más -empeorada. Al salir a la calle, y cuando pasaba junto al gran portal, -vi que de un enorme carro sacaban telones pintados y otros aparatos de -teatro, los cuales trastos venían, según me dijo el portero, de casa de -D. Francisco Goya. - ---Dentro de tres o cuatro días --añadió-- es la función. Ya es seguro -que vendrá la señora duquesa a hacer el papel de Edelmira. - -Oído esto, me retiré pensando en que tal vez alcanzaría un triunfo -escénico si tenía serenidad suficiente para no asustarme ante público -tan distinguido. - -Los ensayos de mi papel empezaron con gran actividad, y el mismo -Isidoro me dio varias lecciones, haciéndome declamar trozo a trozo -los principales y más difíciles pasajes. Entonces pude comprender -mejor que nunca el violento y arrebatado carácter del célebre actor, -pues cuando yo no aprendía un verso tan pronto y tan bien como él -deseaba se enfurecía, llamándome torpe, necio, estúpido, sin omitir -otros calificativos algo más duros y mal sonantes. Ensayando, tuve -muy presente la máxima que corría muy válida entre los cómicos del -Príncipe, y era que, representando con Máiquez, convenía trabajar bien, -aunque no demasiado bien, pues en este caso el gran maestro se enojaba -tanto como en el caso contrario. - -A vuelta de dos o tres días de trabajo ya sabía regularmente mi parte, -siendo mi principal empeño declamar bien el parlamento de salida, -cuando el dux de Venecia me dice: - - Insigne amigo del valiente Otelo. - -Hubo un ensayo general, a que asistieron todos, menos Lesbia, y -me parece que no lo hice mal. Por mí la representación no debía -retrasarse, y el día 5 ya recitaba del principio al fin mi papel sin -que se me escapara un verso. Según me dijo mi ama, la señora duquesa -había venido del Escorial el 4 por la noche. - ---De modo que nada falta ya. - ---Nada --me contestó con la bulliciosa jovialidad que la afectaba por -aquellos días--. ¡Y yo dirijo la escena! - - Donde yo campo - nenguno campa. - A bailar el bolero - y asar castañas, - apuesto a todo el orbe - con la más guapa. - Dale que dale, - suenen las castañetas - rabie quien rabie. - -Llegó por fin el día señalado, y desde por la mañana muy temprano me -puse en ejercicio, corriendo de aquí para allí en busca de mil cosas -que mi antigua ama necesitaba. Los afeites de la calle del Desengaño, -los trajes pintados en la de la Reina, las telas y cintas, cotonías, -muselinetas, pañuelos salpicados de doña Ambrosia de los Linos, todo -se puso en movimiento para dar cumplida satisfacción a los caprichos -de Pepita. Debo advertir que aunque esta no trabajaba más que como -directora de escena en la tragedia _Otello_, cantaba en el intermedio -una graciosa tonadilla; y por fin de fiesta el sainete titulado _La -venganza del Zurdillo_, del buen Cruz, corría también por cuenta de -aquella. Mientras desempeñaba yo por Madrid tantas y tan diferentes -comisiones, iba recitando de memoria los versos de la parte de Pésaro, -y cuando se me trascordaba algún pasaje, sacaba el papel del bolsillo, -y metido en un portal, leía en voz alta, llamando la atención de los -transeúntes. - -Durante mi largo paseo por la villa, noté grande agitación. La gente -se detenía formando grupos, donde se hablaba con calor; y en alguno -de estos no faltaba quien leyese un papel, que al punto conocí era la -_Gaceta de Madrid_. En la tienda de doña Ambrosia encontré ¡oh rara -e inexplicable casualidad! a D. Lino Paniagua y a D. Anatolio, el -papelista de enfrente, cuyos personajes no ocultaban su inquietud por -los acontecimientos del día. - ---Ya me esperaba yo tan inaudita perfidia --dijo este último--. ¡Cómo -se ve en este decreto la mano alevosa del _choricero_! - ---Pero léanos usted de una vez el decreto --dijo doña Ambrosia--, -aunque sin oírle ya sé que el Sr. Godoy nos habrá hecho una nueva -trastada. - ---No es más --continuó el papelista-- sino que se han ido a la prisión -del Príncipe, y poniéndole una pistola al pecho, le han obligado a -escribir estas herejías; sí, señores, porque es imposible que un joven -tan caballeroso, tan honrado y de tan buen entendimiento como es el -hijo de nuestros reyes, se rebaje y se humille hasta el extremo de -pedir perdón como un chico de escuela, y de acusar tan villanamente a -los que le han ayudado. - ---Pero lea usted, Sr. D. Anatolio. - -Entonces D. Anatolio limpió el gaznate, y con tono de pedagogo leyó el -famoso decreto de 5 de noviembre, que dice así: - - «_La voz de la naturaleza desarma el brazo de la venganza, y cuando - la inadvertencia reclama la piedad, no puede negarse a ello un padre - amoroso..._» - -Lo notable de este decreto, en que se anunciaba a la nación el -arrepentimiento del Príncipe conspirador, eran las dos cartas que -él había dirigido a la Reina y al Rey, y que casi puedo trascribir -aquí sin echar mano de la historia, donde están para _in æternum_ -consignadas, porque las recuerdo muy bien; tan originales y gráficos -eran el lenguaje y tono en que estaban escritas. Decía así la primera: - - «Papá mío: he delinquido, he faltado a V. M. como Rey y como padre; - pero me arrepiento y ofrezco a V. M. la obediencia más humilde. Nada - debía hacer sin noticia de V. M., pero fui sorprendido. He delatado - a los culpables, y pido a V. M. me perdone por haberle mentido la - otra noche, permitiendo besar sus reales pies a su reconocido hijo, - --_Fernando_.» - -La segunda era como sigue: - - «Mamá mía: estoy arrepentido del grandísimo delito que he cometido - contra mis padres y reyes, y así con la mayor humildad le pido a V. - M. se digne interceder con papá, para que permita ir a besar sus - reales pies a su reconocido hijo, --_Fernando_.» - -En estas cartas aparecía el pobre Príncipe como el más despreciable -de los seres, pues demostrando no tener ni asomo de dignidad en la -desgracia, confesaba que _había mentido_, y después de _delatar a los -culpables_, pedía perdón a sus papás, como un niño de seis años que ha -roto una escudilla. Pero entonces los honrados y crédulos burgueses de -Madrid no comprendían que ocurriera nada malo sin que fuera causado -por el atrevido Príncipe de la Paz, y hasta las malas cosechas, los -pedriscos, los naufragios, la fiebre amarilla y cuantas calamidades -podía enviar el cielo sobre la península, se atribuían al favorito. -Así es que nadie veía en las citadas cartas una manifestación -espontánea del Príncipe, sino antes bien una denigrante confesión -arrancada por sus carceleros, para ponerle en ridículo a los ojos del -país entero. Si esta fue la intención de la corte, produjo efecto muy -contrario al que se proponían, pues conocido el decreto, el público -se puso de parte del prisionero, y abrumó al valido con su ardiente -maledicencia, suponiéndole autor, no solo del decreto, sino de las -cartas. - ---¿Necesita esto comentarios? --dijo don Anatolio, dejando la _Gaceta_ -sobre el mostrador. - ---Pues yo --dijo doña Ambrosia-- quisiera estar oyendo por el agujero -de una llave lo que dice Napoleón de todas estas cosas. - ---Eso --indicó con malicioso gesto don Anatolio-- no necesitamos oírlo, -pues bien claro es que ya tiene decidido quitar del trono a los reyes -padres, para ponernos en él a nuestro Príncipe querido. Sí... que no -sabrá hacerlo en menos que canta un gallo el buen señor. - ---¡Qué escándalo! --exclamó con timidez D. Lino Paniagua--. Y eso se -dice en voz alta, donde pudieran oírlo personas allegadas al gobierno. - ---¡Bah, bah! --respondió el papelista--. Amigo D. Lino, esto se va por -la posta. Dentro de un mes no queda aquí ni rastro de _choricero_, ni -reyes padres, ni escándalos, ni picardías, ni otras cosas que callo por -respeto a la nación. - ---Ojalá tenga usted boca de ángel, señor D. Anatolio --añadió la -tendera--, y quiera Dios tocarle pronto en el corazón al señor de -Bonaparte, para que venga a arreglar las cosas de España. - -El abate D. Lino no quiso oír más y se marchó; despacháronme a mí, y -allí quedaron ambos comerciantes arreglando los asuntos de España. - -No quise entrar en casa sin hablar un poco con Pacorro Chinitas, que -estaba en su sitio de costumbre, afilando cuchillos y tijeras. - ---¡Hola, Chinitas! --le dije--. ¡Cuánto tiempo que no nos vemos! Anda -la gente muy alarmada por ahí. - ---Sí: la _Gaceta_ trae hoy no sé qué papel. En la tienda del buñolero -le oí leer y decían todos que era preciso colgar al _choricero_ por los -pies. - ---¿De modo que creen ha sido escrito por él? - ---¿Y a mí qué más me da? --respondió incorporándose--. Lo que digo es -que todos son buenas piezas, y si no vengan acá. Dicen que el ministro -sacó de su cabeza esas cartas y obligó al Príncipe a firmarlas. ¿Pues -para qué las firmó? ¿Es acaso algún niño que todavía está en planas -de primera? ¿No tiene veintitrés años? Pues con veintitrés años a la -espalda se puede saber lo que se firma y lo que no se firma. - -Las razones de Chinitas me parecían de un buen sentido incontestable. - ---Aunque no sabes leer ni escribir --le dije--, me parece, Chinitas, -que tú tienes más talento que un papa. - ---Pues los tenderos, los frailes, los currutacos, los usías, los -abates, los covachuelistas y toda esa gente que anda por ahí, están muy -entusiasmados creyendo que Napoleón va a venir a poner al Príncipe en -el trono. Dios nos la depare buena. - ---Y tú, ¿qué crees, insigne amolador...? - ---Creo que somos unos archipámpanos si nos fiamos de Napoleón. Este -hombre que ha conquistado la Europa como quien no dice nada, ¿no tendrá -ganillas de echarle la zarpa a la mejor tierra del mundo, que es -España, cuando vea que los reyes y los príncipes que la gobiernan andan -a la greña como mozas del partido? Él dirá y con razón: «Pues a esa -gente me la como yo con tres regimientos.» Ya ha metido en España más -de veinte mil hombres. Ya verás, ya verás, Gabrielillo, lo que te digo. -Aquí vamos a ver cosas gordas, y es preciso que estemos preparados, -porque de nuestros reyes nada se debe esperar y todo lo hemos de hacer -nosotros. - -Mucho meollo encerraban, como conocí más tarde, estas palabras, las -últimas que en aquella ocasión oí a Pacorro Chinitas. Él solo había -previsto los acontecimientos con ojo seguro, y en cambio el héroe del -siglo, que conocía a España por sus reyes, por sus ministros y por sus -usías, quería saberlo todo y no sabía nada. Su equivocación acerca del -país que iba a conquistar se explica fácilmente: supo sin duda lo que -decían doña Ambrosia, D. Anatolio, el hortera, el padre Salmón y otros -personajes; pero ¡ay! no oyó hablar al amolador. - - - - -XXII - - -Llegó la noche y la función de la marquesa era preparada con mucha -actividad. Cuando dejé las ropas de mi ama en el cuarto que se le había -destinado para vestirse, por la escalera pequeña subí al sotabanco, y -encontré a Inés muy apesadumbrada porque los dolores de la enferma se -habían recrudecido y mostraba la buena mujer mucha inquietud. Yo estuve -allí para consolar a mi amiga y a su buen tío todo el tiempo de que -pude disponer; pero al fin me fue forzoso abandonarlos, y bajé a casa -de la marquesa muy afligido. - -Describiré aquella hermosa mansión para que ustedes puedan formarse -idea de su esplendor en tan célebre noche. D. Francisco Goya había sido -encargado del ornato de la casa, y casi es excusado elogiar lo que -corría por cuenta de tan sabio maestro. Desde el recibimiento hasta la -sala había adornado las paredes con guirnaldas de flores y festones de -ramaje, hechas aquella con papel y estos con hojas de encina, ambas -obras tan perfectas, que nada más bello podía apetecer la vista. Las -lámparas y candelillas habían sido puestas con mucho arte, también -en forma de guirnaldas y festones de diversos colores, y su vivo -resplandor daba fantástico aspecto a la casa toda. - -El primer salón, de cuyas paredes las modas nuevas no habían desterrado -aún aquellos hermosos tapices, que pasaban de generación a generación, -entre los tesoros vinculados, no perdía con tan espléndidas luminarias -su grave aspecto; antes bien, las luces, dando extraños reflejos -a las armaduras de cuerpo entero que ocupaban los ángulos, visera -calada y lanza en mano, como centinelas de acero, parecían imprimir -el movimiento y el calor de la vida a los imaginarios cuerpos que -se suponían dentro de ellas. Alegres cuadros de toros disipaban la -tristeza producida en el ánimo por otros, en cuyo oscuros lienzos -habían sido retratados dos siglos antes por Pantoja de la Cruz o por -Sánchez Coello, hasta una docena de personajes ceñudos y sombríos, -conquistadores de medio mundo. - -Con estas joyas del arte nacional contrastaban notoriamente los muebles -recién introducidos por el gusto neoclásico de la revolución francesa, -y no puedo detenerme a describiros las formas griegas, los grupos -mitológicos, las figuras de Hora o de Neira o de Hermes, que relucían -sobre los relojes, al pie de los candelabros y en las asas de los vasos -de flores sus académicas actitudes. Todos aquellos dioses menores, que -jabelgados de oro, renovaban dentro de los palacios los esplendores -del viejo Olimpo, no se avenían muy bien con la desenvoltura de los -toreros y las majas que el pincel y el telar habían representado con -profusión en tapices y cuadros; pero la mayor parte de las personas no -paraban mientes en esta inarmonía. - -El salón donde estaba el teatro era el más alegre. Goya había pintado -habilísimamente el telón y el marco que componían el frontispicio. El -Apolo que tocaba no sé si lira o guitarra en el centro del lienzo, era -un majo muy garboso, y a su lado nueve manolas lindísimas demostraban -en sus atributos y posiciones que el gran artista se había acordado -de las musas. Aquel grupo era encantador, pero al mismo tiempo la más -aguda y chistosa sátira que echó al mundo con sus mágicos colores D. -Francisco Goya; porque hasta el buen Pegaso estaba representado por un -poderoso alazán cordobés que, cubierto de arreos comunes, brincaba en -segundo término. En el marco menudeaban los amorcillos, copiados con -mucho donaire de los pilluelos del Rastro. No era aquella la primera -vez que el autor de los _Caprichos_ se burlaba del Parnaso. - -Pero dejemos los salones y penetremos entre bastidores, donde el -movimiento y la confusión eran tales que no nos podíamos revolver. Se -habían dispuesto varios cuartos para que los actores se vistieran: a -Máiquez se señaló uno, otro a mi ama, y en el tercero nos vestíamos, -sin distinción de sexos, todos los demás representantes venidos del -teatro. Lesbia tenía por tocador el mismo de la señora marquesa, y -los dos galanes aficionados se vestían en las habitaciones del amo -de la casa. Creo que yo fui el primero que se arregló, trocándome -de festivo Gabrielillo en el sombrío Pésaro, que es el Yago de la -inmortal tragedia. El traje que me pusieron creo que no pertenecía a -época alguna de la historia, y era como todos los que usaron los malos -cómicos en las pasadas edades. Hubiera servido para hacer de paje; pero -con las barbas que me aplicaron a las quijadas, me trasformé de tal -modo, que los sastres allí presentes me dieron por el más tétrico y -espantable traidor que había salido de sus manos. - -Mientras se vestían los demás, di un paseo por el escenario, -entreteniéndome en mirar al través de los agujeros del telón la -vistosa concurrencia que ya invadía la sala. A quien primero vi fue al -joven Mañara, sentado en primera fila junto al telón. Luego advertí -que hombres y mujeres dirigieron la vista a la puerta principal, -apartándose para dar paso a alguna persona que en aquel momento -entraba, y cuya presencia produjo en el alegre concurso general -silencio, seguido después de un murmullo de admiración. Una mujer -arrogante y hermosísima entró en la sala y avanzaba hacia el centro -recibiendo los saludos de amigos y amigas. Vestía de blanco, con uno de -aquellos trajes ligeros y ceñidos, que llamaban _volúbilis_, llevando -sobre el pecho una banda de rosas que la moda designaba con el nombre -de _croissures à la victime_. Su peinado, de estilo griego, era el -que en la tecnología del arte capilar se llamaba entonces _toilette -Iphigénie_. A su hermosura, a la belleza de su vestido, daba mayor -realce la artística profusión de diamantes que encendían mil luces -microscópicas en su cabeza y en su seno. ¿Necesitaré decir que era -Amaranta? - -Viéndola no tardaron en encenderse dentro de mí, en los oscuros -centros de la imaginación aquellos fuegos vaporosos y tenues, que -se me representan como si una llama alcohólica bailase caracoleando -dentro de mi cerebro. Mientras la contemplaba, no traje a la memoria -el envilecimiento en que habría caído siguiendo en su servicio. -Su hermosura era tan hechicera, tan abrumadora; su actitud tan -orgullosamente noble, el imperio de sus miradas tan irresistible y -despótico, que valía la pena de doblar por un momento la terrible -hoja que yo había leído en el libro de su misterioso carácter. Con -tal fijeza la miraba, que parecía clavado tras el telón: mis ojos -trataban de buscar el rayo de los suyos, seguían los movimientos de su -cabeza, y observándole las facciones y el casi imperceptible modular -de sus labios, querían adivinar cuáles eran sus palabras, cuáles sus -pensamientos en aquel instante. Dentro de poco se alzaría el telón; -en mí se fijarían las miradas de toda aquella brillante muchedumbre y -especialmente de Amaranta; atenderían a mis estudiadas palabras; y el -desarrollo de la acción en que yo tomaba parte, despertaría sin duda -la sensibilidad, el interés, el entusiasmo de tan escogido auditorio. -Estos razonamientos fueron el aguijón que acabó de despabilar la -adormecida vanidad dentro de mí, y lleno de los más necios humos pensé -que hacerse aplaudir de tantas señoras y caballeros era una gloria -cuyos rayos debían proyectar clarísima luz sobre la vida entera. - -La orquesta, comenzando de improviso la sonata que había de preceder -a la representación, hizo llegar al último grado la excitación de mi -cerebro. La sangre circulaba velozmente por mis venas, dándome una -actividad devoradora; y me ocurrió que tener una casa como aquella, -convidar a tantos y tan nobles amigos, recibir, obsequiar a tal -conjunto de bellas damas, debía ser la mayor satisfacción concedida al -mortal sobre la tierra. Pero la tragedia iba a empezar; el apuntador -estaba en la concha, Isidoro había salido de su cuarto, y la misma -Lesbia, menos asustada de lo que yo suponía, se preparaba a salir a -la escena. Esto me distrajo y ya no sentí sino miedo. Pasaron algunos -minutos y se alzó el telón. - -La tragedia _Otello o el Moro de Venecia_ era una detestable -traducción, que D. Teodoro La Calle había hecho del Otello de Ducis, -arreglo muy desgraciado del drama de Shakespeare. A pesar de la inmensa -escala descendente que aquella gran obra había recorrido desde la -eminente cumbre del poeta inglés hasta la bajísima sima del traductor -español, conservaba siempre los elementos dramáticos de su origen, y -la impresión que ejercía sobre el público era asombrosa. Supongo que -todos ustedes conocerán la tragedia primitiva, y así me costará poco -darles a conocer las variantes. Los personajes estaban reducidos a -siete. Otelo era el mismo. Los caracteres de Casio y Roderigo habían -sido fundidos en una figura de segundo término llamada Loredano, que -se presentaba como hijo del Dux. El senador Brabantio era Odalberto -y tenía más intervención en la fábula. Desdémona no había cambiado -más que de nombre, pues se llamaba Edelmira; Emilia se trocaba en -Hermancia, y Yago, el traidor y falso amigo del moro, tenía por nombre -Pésaro. La acción estaba muy simplificada, y los recursos escénicos -del pañuelo habían desaparecido, sustituyéndolos con una diadema y una -carta, que debían pasar de las manos de Edelmira a las de Loredano para -que adquiridas luego por Pésaro y presentadas a Otelo, confirmaran la -calumnia de aquel. Pero aparte de estas modificaciones y del estilo, -y de la expresión y energía de los afectos que desde la obra inglesa -a la española ponían tanta distancia como del cielo a la tierra, el -drama en su estructura íntima era el mismo, y sus escenas se repartían -igualmente en cinco actos. Para abreviar intermedios, Máiquez dispuso -que en aquella representación se reuniesen los actos segundo y tercero, -y el cuarto con el quinto, de modo que la obra quedó en tres jornadas. - -En la segunda escena, después que el Dux recitó algunos versos, me -correspondía salir a mí, haciendo en un parlamento no muy largo la -relación de los triunfos militares de Otelo. Con voz muy temblorosa -dije los primeros versos. - - ¡Que no hayan sido vuestros mismos ojos - fieles testigos de su ardor bizarro! - -Pero me fui reponiendo poco a poco, y la verdad es que no lo hice -tan mal, aunque no corresponda a mi pluma el describirlo. Después -entraban en escena Otelo y más tarde Edelmira. Nada puedo deciros de la -perfección con que Isidoro dijo ante el senado, el modo y manera con -que encendió la llama amorosa en el corazón de Edelmira; y en cuanto a -esta, debo desde luego señalarla como consumada actriz, porque en la -misma escena ante el senado, declamó con una sensibilidad que habría -envidiado Rita Luna. - -En el primer entreacto debían recitar versos Moratín, Arriaza y Vargas -Ponce. El escenario se había llenado de personajes que deseaban -felicitar a la triunfante Edelmira. Allí vi al diplomático, que no -había desistido al parecer de hacer la corte a mi ama, pues corrió -presuroso tras ella, diciéndole: - ---Puede usted estar segura, adorada Pepita, que _nuestra pasión_ -quedará en secreto, pues ya se conoce mi reserva en estas delicadísimas -materias. - -Junto con él había subido al escenario D. Leandro Moratín, el cual era -entonces un hombre como de cuarenta y cinco años, pálido y serio, de -mediana estatura, dulce y apagada voz, con cierta expresión biliosa -en su semblante, como hombre a quien entristece la hipocondría e -inquieta el recelo. En sus conversaciones era siempre mucho menos -festivo que en sus escritos; pero tenía semejanza con estos por la -serenidad inalterable en las sátiras más crueles, por el comedimiento, -el aticismo, cierta urbanidad solapada e irónica, y la estudiada -llaneza de sus conceptos. Nadie le puede quitar la gloria de haber -restaurado la comedia española, y _El sí de las niñas_, en cuyo estreno -tuve, como he dicho, parte tan principal, me ha parecido siempre una -de las obras más acabadas del ingenio. Como hombre, tiene en su abono -la fidelidad que guardó al Príncipe de la Paz, cuando era moda hacer -leña de este gran árbol caído. Verdad es que el poeta vivió y medró -bastante a la sombra de aquel cuando estaba en pie y podía cubrir -a muchos con sus frondosas ramas. Si mi opinión pudiera servir de -algo, no vacilaría en poner a D. Leandro entre los primeros prosistas -castellanos; pero su poesía me ha parecido siempre, exceptuando algunas -composiciones ligeras, un artificioso tejido, o mejor, un clavazón de -durísimos versos, a quienes no pueden dar flexibilidad y brillo todos -los martillos de la retórica. Moratín además, en materia de principios -literarios, tenía toda la ciencia de su época, que no era mucha; pero -aun así, más le hubiera valido emplearla en componer mayor número de -obras, que no en señalar con tanta insistencia las faltas de los -demás. Murió en 1828, y en sus cartas y papeles no hay indicio de que -conociera a Byron, a Goethe y Schiller, de modo que bajó al sepulcro -creyendo que Goldoni era el primer poeta de su tiempo. - -Pido mil perdones por esta digresión, y sigo contando. En el escenario -leía Moratín el romance _Cosas pretenden de mí_, que hizo reír a los -concurrentes, porque en él pintaba con mucha gracia la perplejidad -en que le ponían sus amigos y sus detractores. El romance era a cada -momento interrumpido con afectuosas palmadas, especialmente al llegar -al pasaje en que está la conversación de los pedantes; ¿pero quién -negará que en aquella composición Moratín no hace otra cosa que una -apoteosis de su persona? - -Dejemos al grande ingenio asfixiándose en el humo de los plácemes más -lisonjeros, y sigamos la intriga del drama que iba a representarse -entre bastidores, no menos patético que el comenzado sobre las tablas y -ante el público. - - - - -XXIII - - -Al concluir el primer acto, y cuando aún no habían comenzado los poetas -a recitar sus versos, sorprendí a Isidoro en conversación muy viva -con Lesbia. Aunque hablaban en voz baja, me pareció oír en boca del -actor algunas recriminaciones y preguntas del tono más enérgico, y -creí advertir en el rostro de la dama cierta confusión o aturdimiento. -Cuando se separaron, mi desgracia quiso que Lesbia encarase conmigo, -interpelándome de este modo: - ---¡Ah, Gabriel! Buena ocasión de hablarte a solas. Ya podrás figurarte -para qué. He estado llena de inquietud desde que supe que había sido -presa la persona... - ---¡Ah! usía se refiere a la carta --dije atusándome los bigotes -postizos para disimular mi turbación. - ---Supongo que no iría a manos extrañas. Supongo que la guardarías, y -que la habrás traído esta noche para devolvérmela. - ---No señora, no la he traído; pero la buscaré... es decir... - ---¡Cómo! --exclamó con mucha inquietud--, ¿la has perdido? - ---No señora... quiero decir. La tengo allí... solo que yo... --fue la -única respuesta que se me vino a las mientes. - ---Confío en tu discreción y en tu honradez --dijo con mucha seriedad--, -y espero la carta. - -Sin añadir una palabra más se retiró, dejándome entristecido por -el grave compromiso en que me encontraba. Hice propósito de pedir -nuevamente a mi ama que me devolviese la carta, y con esta idea la -llamé aparte como si fuese a confiarle un secreto, y le supliqué del -modo más enfático que me diese aquel malhadado objeto, cuya devolución -era para mí un caso de honra. Ella se mostró sorprendida, y luego se -echó a reír, diciendo: - ---Ya no me acordaba de tu carta. No sé dónde está. - -Comenzó el segundo acto, que no me ocupaba más que durante una escena, -y concluida esta, me retiré al interior del teatro resuelto a poner -en práctica un atrevido pensamiento. Consistía este en hacer una -requisa en el cuarto de mi ama, mientras esta se hallase fuera. Cuando -la González me quitó la carta, recién venido del Escorial, advertí -que la guardó en el bolsillo de su traje. Aquel traje era el mismo -que había traído a casa de la marquesa; mas habiéndose mudado para -la representación de la tonadilla, se lo quitó, y estaba colgado con -otras muchas prendas, tales como mantón, chal, enaguas, etc., en una -percha puesta al efecto sobre la pared del fondo. Era preciso registrar -aquellas ropas. Mi ama, que dirigía la escena, y era la que indicaba -las salidas, disponiéndolo todo, no vendría. Yo había quedado libre por -todo el acto segundo. Tenía tiempo y coyuntura a propósito para lograr -mi objeto, y semejante acción no me parecía muy vituperable, porque mi -fin era recobrar por sorpresa, lo que por sorpresa se me había quitado. - -Hícelo así, y con tanta cautela como rapidez registré los bolsillos -del traje, de los cuales saqué mil baratijas, aunque no lo que tan -afanosamente buscaba. Ya había perdido la esperanza de conseguir mi -objeto, y casi estaba dispuesto a creer que la carta no volvía a mis -manos por hallarse demasiado guardada o quizás rota y perdida, cuando -sentí acelerados pasos que se acercaban al cuarto. Temiendo que ella -me sorprendiera en tan fea ocupación, y no siéndome posible escapar, -me oculté bajo la percha y tras los vestidos, cuyas faldas me ofrecían -el más seguro escondite. Casi en el mismo instante entraron Lesbia e -Isidoro. Aquella cerró la puerta y ambos se sentaron. - -Desde mi escondrijo les veía perfectamente. Máiquez en su traje de -Otelo parecía una figura antigua, que animada por misterioso agente, se -había desprendido del cuadro en que la grabara con los más calientes -colores el pincel veneciano. La tinta oscura con que tenía pintado -el rostro fingiendo la tez africana, aumentaba la expresión de sus -grandes ojos, la intensidad de su mirada, la blancura de sus dientes, -y la elocuencia de sus facciones. Un airoso turbante blanco y rojo, -sobre cuya tela se cruzaban filas de engastados diamantes, le cubría la -cabeza. Collares de ámbar y de gruesas perlas daban vueltas en su negro -cuello y desde los hombros hasta el tobillo le cubría un luengo traje -talar de tisú de oro, ceñido a la cintura y abierto por los costados -para dejar ver las calzas de púrpura estrechamente ajustadas. Alfanje y -daga, ambos con riquísima empuñadura, cuajada de pedrerías pendían del -tahalí, y en los brazos desnudos, que imitaban el matiz artificial de -la cara con una finísima calza de punto color de mulato, y terminada -en guante para disfrazar también la mano, lucían dos gruesas esclavas -de bronce en figura de sierpe enroscada. Dábale la luz de frente, -haciendo resplandecer las facetas de las mil piedras falsas, y el -tornasol del tisú verdadero con que se cubría, y añadidas a estos -efectos la animación de su fisonomía, la nobleza de sus movimientos, -presentaba el más hermoso aspecto de figura humana que es posible -imaginar. - -Lesbia vestía de tisú de plata, con tanta elegancia como sencillez, y -sus cabellos de oro peinados a la antigua, obedeciendo más bien a la -moda coetánea que a la propiedad escénica, se entrelazaban con cintas y -rosarios de menudas perlas, no ciertamente falsas como las de Isidoro, -sino del más puro y fino oriente. El moro, apretando con sus negras -manos las de Lesbia blanquísimas y finas, le dijo: - ---Aquí nos podemos hablar un instante. - ---Sí, Pepa nos ha dicho que podríamos vernos en su cuarto --repuso -ella--: pero esta cita no ha de ser larga, porque la marquesa me -espera. Ya sabes que está ahí mi marido. - ---¿A qué esa prisa? ¿Por qué no me escribiste desde el Escorial? - ---No pude escribir --repuso ella con impaciencia--, pero cuando -hablemos despacio te explicaré... - ---Ahora, ahora mismo has de contestar a lo que te pregunto. - ---No seas tonto. Me prometiste no ser impertinente, curioso, ni pesado ---dijo con coquetería. - ---Eso es lo mismo que prometer no amar, y yo te amo, Lesbia, te amo -demasiado por mi desgracia. - ---¿Estás celoso, Otelo? --preguntó la dama, y luego tomando el tono -trágico, dijo entre burlas y veras: - - ¡Otelo mío! ¡Sí, para ti solo - mi corazón reserva su cariño! - ---Déjate de bromas. Estoy celoso, sí, no puedo ocultártelo --exclamó el -moro con viva ansiedad. - ---¿De quién? - ---¿Y me lo preguntas? Piensas que no he visto a ese necio de Mañara, -puesto en primera fila, y mirándote como un idiota. - ---¿Y no te fundas más que en eso? ¿No tienes otros motivos de sospecha? - ---Pues si tuviera otros, desgraciada, ¿estarías con tanta calma delante -de mí? - ---Poquito a poco, señor Otelo. ¿Sabes que te tengo miedo? - ---En el Escorial ese joven se ha jactado públicamente de que le amas ---afirmó Isidoro, fijando tan terriblemente sus ojos en el rostro de -Lesbia, que parecía querer penetrar hasta el fondo del alma. - ---Si te pones así, me marcho más pronto --dijo Lesbia algo -desconcertada. - ---He recibido varios anónimos. En uno se me decía que ese joven te -escribió una carta el día de su prisión, y que tú le contestaste con -otra. Además yo sé que ese hombre te obsequia mucho, yo sé que te -visitaba en Madrid. ¿Querrás darme explicación sobre esto? - ---¡Ah! tengo una grande y terrible enemiga, a quien supongo autora de -los anónimos que has recibido. - ---¿Quién es? - ---Ya te he hablado de esto en otra ocasión. Es Amaranta; y también te -he dicho que tras de la enemistad de la condesa, se esconde el odio de -otra persona más alta. Todas las damas que en otro tiempo le servimos -con fidelidad, estamos cansadas de presenciar las liviandades que -han manchado el trono, y no queremos asociarnos a los escándalos que -envilecen esta pobre nación. No te he contado el motivo de nuestra -querella; pero ahora mismo la vas a saber, y no te enfades si oyes el -nombre de ese mismo Mañara, a quien tanto temes. Parece que Mañara -rechazó, cual otro José, los halagos de la elevada persona, cuya -pasión se trocó con esto en odio vivísimo y deseo de venganza. Al -mismo tiempo ese joven dio en hacerme la corte, y la mujer ofendida -descargó sobre mí su rencor, cuando yo ni siquiera había advertido que -Mañara me amaba. Jamás me fijé en semejante hombre. Se emprendió contra -mí una guerra terrible y solapada: quitaron sus destinos a cuantos -habían sido colocados por mi mediación, y todo su afán se dirigía a -buscar los medios de deshonrarme. Viéndome perseguida sin motivo, -me hice partidaria del Príncipe de Asturias, ofrecí mi auxilio a los -conspiradores, y tengo la satisfacción de haber servido eficazmente tan -noble causa. A ti puedo revelártelo sin miedo: yo he sido depositaria -durante algún tiempo de la correspondencia establecida entre el -canónigo Escóiquiz y el embajador de Francia: en mi casa se reunieron -estos varias veces con otros personajes: yo sola tenía noticia de las -primeras conferencias celebradas en el Retiro; yo poseía el secreto de -todos los planes descubiertos por una simpleza del Príncipe; yo conocía -el proyecto de casar a este con una princesa imperial; sabía que el -duque del Infantado no esperaba más que la orden firmada por Fernando -para lanzar a la calle tropa y pueblo... en fin, lo sabía todo. - ---Todo cuanto me dices parece inverosímil --dijo Isidoro--. Si es -cierto, ¿cómo no te han perseguido abiertamente, cómo te pusieron en -libertad a la media hora de estar presa? - ---Ya sabía yo que no sería molestada. Poseo un escudo terrible que me -defiende contra las asechanzas de la camarilla. Creo haberte contado -que cuando intervine en la primera reconciliación de Godoy, cuando -intenté por superior encargo, de atraerle de nuevo a palacio, fui -depositaria de secretos, cuya publicación haría estremecer de espanto -a ciertas personas. Poseo papeles que rebajan y envilecen del modo más -repugnante a quien los escribió, y conozco el secreto de la inversión -de ciertos fondos de obras pías que se emplearon en lo que no tiene -nada de piadoso. Esto pasó en una época en que hacíamos excursiones -clandestinas fuera de palacio, cuando Amaranta hizo que Goya la -retratase desnuda. Hacía un año que estaba viuda: fue cuando por una -coincidencia providencial descubrí el gran secreto de su juventud, que -me reveló una mujer desconocida que vive a orillas del Manzanares, -junto a la casa del pintor. Ya te lo he dicho, y pienso hacer de manera -que nadie lo ignore. De un desgraciado y oculto amor que padeció -Amaranta antes de su matrimonio con el conde, nació una criatura que no -sé si vive todavía. - ---Nunca me hablaste eso. - ---Los padres de Amaranta supieron disimular su deshonra: el joven -amante, que pertenecía a una noble familia de Castilla y había venido a -Madrid buscando fortuna, huyó a Francia y fue muerto en las guerras de -la República. - ---Me has referido una curiosa novela --dijo Isidoro--; ¡pero con -cuánto arte has desviado la conversación del asunto principal! Al fin -confiesas que Mañara te ha hecho la corte. - ---Sí; pero jamás he pensado en corresponderle: ni le trato, ni le veo, -ni le hablo. Tus celos harán que por primera vez me fije en semejante -hombre. - ---No me convences, no: yo tengo indicios, tengo noticias de que tú amas -a ese hombre. ¡Oh! si mis sospechas se confirmaran... ¿Crees que no he -advertido el embobamiento con que atiende a tu declamación? - ---Procuraré entonces hacerlo mal para no conmover al público. - ---No, no intentes disculparte ni disimular. ¿Por qué aseguras que -no te fijas en él, si yo mismo, durante la escena del Senado, te he -sorprendido mirándole, y aun me parece que le hiciste alguna seña? - ---¿Yo? ¡estás loco! ¡Ah! no sabes. Mi marido, que dejó sus cacerías -para asistir a esta representación, está ahí esta noche, y la pérfida -Amaranta, sentada a su lado, le habla con mucho interés. Si me ves que -miro al público es porque me inspiran mucha inquietud los coloquios -del duque con Amaranta. Temo que esta le haya dirigido también algún -anónimo. Su frialdad y ademán sombrío me indican que también sospecha. - ---¿Lo ves...? Y con motivo fundado. - ---Sí; porque sospecha de ti. - ---No... no --exclamó Isidoro--. No trastornes la cuestión. Tú amas a -Mañara; con todos tus artificios no puedes arrancar esta sospecha de -mi ardiente cerebro. ¡Y ese necio está ahí, gozándose en los aplausos -que te prodigan, que adulan su amor propio porque se siente amado de la -gloriosa artista! ¡No, no quiero que representes más! ¡Cuando contemplo -desde arriba el entusiasmo de tus admiradores; cuando les veo con los -ojos fijos en ti, participando de la pasión que indican tus palabras, -saltaría del escenario para cerrarles a golpes los ojos con que te -miran! - ---Me haces estremecer --dijo Lesbia--. No eres Isidoro, eres Otelo en -persona. Sosiégate, por Dios. Harto sabes lo mucho que te amo. ¿A qué -me mortificas con celos ilusorios? - ---Disípalos tú. - ---¿Cómo, si ninguna razón te convence? Tu violento carácter ha de -traerme algún compromiso. Modérate, por Dios, y no seas loco. - ---Lo haré si me amas. Tú no sabes quién soy. Isidoro no consiente -rivales ni en la escena, ni fuera de ella. De Isidoro no se ha burlado -hasta ahora ninguna mujer, ni menos ningún hombre. Entiéndelo bien. - ---Sí, señor mío, estoy en ello --contestó Lesbia en tono jovial y -levantándose para retirarse--. Pero aunque esta conversación me agrada -mucho, tengo que irme. ¿Sabes que te tengo miedo? - ---Quizás con razón. ¿Pero te vas tan pronto? --dijo el moro intentando -detenerla aún. - ---Sí; me voy --repuso Lesbia--. Ya ha concluido la tonadilla, y pronto -empezará el tercer acto. - -Y ligera como una corza se marchó. En aquel instante se oyeron los -aplausos con que era saludada mi ama al acabar la tonadilla, y poco -después entró en su cuarto radiante de júbilo, con el rostro encendido -por la emoción, y tan sofocada que al punto dio con su cuerpo en un -sofá. - - - - -XXIV - - ---¡Oh, Isidoro! ¿Por qué no has ido a oírme? --exclamó con -entrecortadas palabras--. Aseguran que lo he hecho muy bien. ¡Cuánto me -han aplaudido! - ---¿Quieres dejarte de simplezas? --dijo Isidoro de muy mal talante. - ---Y a propósito: dicen que Lesbia hace la Edelmira mejor que yo. ¡Lo -que puede la hermosura! Con su buen palmito trae sin seso a todos los -hombres que hay en la sala. Sobre todo, ahí está uno que no le quita la -vista de encima, y parece... - ---¡Quieres callar! --exclamó bruscamente el moro. - -Después, como hombre que toma repentina resolución, se disipó el -fruncimiento temeroso de sus negras cejas, y sentándose junto a la -González, le habló en estos términos: - ---Pepa, espero de ti un favor. - ---Mándame lo que quieras. - ---Siempre te has mostrado muy agradecida por todo lo que he hecho en -beneficio tuyo. Varias veces has dicho: «¿Qué he de hacer, Isidoro, -para corresponder a lo que te debo...?» Pues bien, chiquilla, ahora -puedes prestarme un gran servicio, con lo cual quedará pagado -largamente el hombre que te sacó de la miseria, el que te enseñó el -arte escénico, dándote posición, gloria y fortuna. - ---Mi agradecimiento durará mientras viva, Isidoro --respondió la cómica -con serenidad--. ¿Qué necesitas ahora de mí? - ---Si la contrariedad que experimento afectara solo a mi corazón, la -resolvería fácilmente, porque sé padecer. Pero tal vez afecte a mi amor -propio, tal vez ponga en trance muy terrible mi dignidad, y me resigno -a sufrir los desengaños más crueles; pero de ningún modo consiento en -hacer ante mis amigos y el mundo un papel desairado y ridículo. - ---Ya sé lo que quieres decir. Lesbia me ha dicho que estás celoso; ¡si -vieras cómo se ríe de ti, llamándote el _pobre Otelo_! - ---No debemos fiarnos de la afición que alguna vez nos muestran esas -personas tan superiores a nosotros por su clase. Un abismo nos separa -de ellas, y si alguna vez deslumbramos con nuestro talento y nuestro -arte, la ilusión les dura poco tiempo, y concluyen despreciándonos, -avergonzadas de habernos amado. Todos los que hemos brillado en la -escena conocemos tan triste verdad. ¿No la conoces tú también? - ---Sí --dijo mi ama--; y yo creí que tú estuvieras en esa parte más -aleccionado que todos los demás. - ---Esas personas --prosiguió Isidoro--, nos contemplan desde sus -aposentos; su imaginación se trastorna viéndonos remedar los grandes -caracteres, las nobles y elevadas pasiones, el amor, el heroísmo, la -abnegación, y se enamoran de lo que ven, de un ser ideal en quien se -asocia y confunde con nuestra persona, la del héroe que representamos. -Con la imaginación excitada, nos buscan entre bastidores y fuera del -teatro; pero en cuanto nos tratan un poco y advierten que somos lo -mismo, si no peores que los demás, y que todas las sublimidades del -arte escénico desaparecen con el vestido y las piedras falsas que -arrojamos al concluir el drama, se disipa de un soplo su entusiasmo, -y no ven en nosotros más que a una turba de tramposos y embusteros -farsantes que apenas valen el partido con que se les paga. Hasta ahora, -Pepilla, no me habían afectado gran cosa los bruscos desenlaces de -las aventuras con que algunas ilustres personas han honrado nuestra -profesión; pero esta en que ahora me hallo, me afecta profundamente, -porque... te lo diré con toda franqueza. - ---¿Amas verdaderamente a Lesbia? - ---Sí, por mi desgracia; esta pasión no es de aquellas pasajeras y -superficiales, que pasan satisfaciendo el afán de un día. Esa mujer ha -tenido el arte de ahondar en mi corazón de tal modo, que hoy empiezo a -reconocer en mí el embrutecimiento que acompaña a los amores exaltados. -Sin duda su coquetería, su frivolidad, los mil artificios de su -voluble y alegre carácter han realizado en mí este trastorno, y para -acabarme de confundir, los celos, la desconfianza y el temor de ser -ridículamente suplantado por otro, agitan mi alma de tal modo, que no -respondo de lo que podrá pasar. - ---¡Hola, hola! señor Otelo, ¿esas tenemos? --dijo mi ama -festivamente--. ¿A quién va usted a matar? - ---No te rías, loca --continuó el moro--. ¿Has visto en el salón a ese -miserable Mañara? - ---Sí, ocupa un sillón de primera fila, y no quita los ojos de la señora -Edelmira. Verdaderamente, chico, y sin que esto sea confirmar tus -sospechas, a todos los que están en el teatro ha llamado la atención -el exagerado entusiasmo de ese joven, y más de cuatro han sorprendido -las señas que hace a Lesbia durante la comedia. Y además... yo no lo he -visto; pero me han dicho que... - ---¿Qué te han dicho? - ---Que la duquesa le mira mucho también, y que parece representar solo -para él, pues todas las frases notables del drama las dice volviéndose -hacia el tal joven, como si quisiera arrojarse en sus brazos. - ---¡Oh! Es cierto. ¡Ves! --exclamó Isidoro bramando de furor--. ¡Y -se reirán todos de mí! y ese vil currutaco... ¡Ah! Pepa... quiero -descubrir fijamente lo que hay en esto... quiero acabar de una vez -estas terribles dudas... Quiero desenmascarar a esa infame, y si me -engaña, si ha sido capaz de preferir al amor de un hombre como yo a -los necios galanteos de ese vil y despreciable mozuelo... ¡ah! Pepa, -Pepa, mi venganza será terrible. Tú me ayudarás en ella; ¿no es verdad -que me ayudarás? Tú me lo debes todo, yo te saqué de la miseria, tú -no puedes negar a Isidoro la ayuda de tu ingenio para este fin, y -proporcionándome placer tan inefable, quedarás descargada de la inmensa -deuda de gratitud que tienes conmigo. - -Al decir esto, Isidoro se había levantado y daba vueltas en la pequeña -habitación como un león enjaulado, pronunciando con trémulo labio -palabras rencorosas. Lo raro fue que mi ama, ya porque tal fuera el -estado de su espíritu, ya porque creyera oportuno fingir en aquellos -momentos, lejos de amedrentarse al ver la ira de su amigo y maestro, -contestó con risas a sus ardientes palabras. - ---Te ríes --dijo Máiquez deteniéndose ante ella--. Haces bien: ha -llegado el momento de que hasta los metesillas del teatro se rían -de Isidoro. Tú no comprendes esto, chiquilla --añadió sentándose de -nuevo--. Tú no tienes vehemencia ni fogosidad en tus sentimientos. En -esto te admiro, y quisiera imitarte, porque yo sé muy bien que en las -inclinaciones que hasta ahora se te han conocido, has jugado con el -amor, tomándolo como un pasatiempo divertido que entretiene a uno mismo -y hace rabiar a los demás; pero hasta ahora, y Dios te libre de ello, -no conoces el amor que ocasiona las mortificaciones propias, mientras -los demás se ríen a costa nuestra. - ---¡Qué orgulloso eres! --contestó seriamente la González--. Hasta en -esto quieres saber más que todos. - ---Pues si amas de veras, guárdate de enamorarte de esos usías -presumidos y orgullosos, que vendrán a ti para satisfacer su vanidad. -Ellos no te amarán con noble y desinteresado amor. - ---No creo que jamás pueda amar sino al que siendo igual a mí, no se -avergüence de tenerme por compañero. - ---¡Oh, qué buen sentido, Pepilla! ¿Dónde has aprendido eso? Pero te -aconsejo también que no ames a ningún hombre de teatro, si no quieres -tener rabiosos celos de todo el público femenino. ¿Sabes tú lo que es -eso? - ---Harto lo sé. - ---De modo que tu amor aún está dentro del teatro. Eso sí que es una -desgracia. Tu suerte consistirá en que el galán será de esos que, por -falta de genio, no excitan nunca la arrebatada admiración de las bellas -de la platea. Serás feliz, Pepilla; si quieres casarte, cuenta con mi -protección. - ---Estoy muy lejos de aspirar a eso. - ---¿Ese bruto será capaz de no amarte? ¿Acaso vale más que tú? - ---Muchísimo más --dijo la González aparentando con grandes esfuerzos la -serenidad que no tenía. - ---Apuesto a que es algún tenor de la compañía de Manolo García. -Déjalo por mi cuenta. Si es cierto lo que supongo, si ese loco no te -corresponde, y prefiere a tu sencillo cariño el falso amor de alguna -damisela de estas que arrastran su púrpura por entre los bastidores del -teatro, sabrás lo que son celos. - ---Demasiado lo sé y demasiado padezco, Isidoro --dijo mi ama con tono -de cariñosa confianza--; pero yo tengo una ventaja sobre ti, que no -poseyendo aún la certeza de tu desgracia, ignoras qué partido tomar; yo -conozco ya sin género de duda que no soy amada, y las circunstancias se -han ordenado de tal modo que me presentan ocasión de tomar venganza. - ---¡Oh!, Pepa, estás desconocida. No te creí capaz... --indicó Isidoro -con energía--. Tú tomarás venganza. Descuida, te ayudaré, si tú me -ayudas a mí en la averiguación y en el castigo de las infamias de -Lesbia. Pero dime, chiquilla, dime quién es ese hombre. Sé franca -conmigo: yo soy tu mejor amigo. - ---Te lo diré más tarde, Isidoro. Por ahora me he propuesto guardar -secreto. - ---Tú vales mucho, Pepilla --añadió el cómico con acento reflexivo--. No -esperaba encontrar en ti un eco tan fiel de lo que en mí está pasando. -¡Y ese miserable te desprecia por otra, ignorando las bondades de tu -fiel corazón! Dime quién es. ¿Será el mismo Manuel García? Por supuesto -chiquilla, ya sabrás cuánto padece la dignidad, el amor propio, al ver -que otra persona posee el afecto que nos pertenece. Te mortificará -horriblemente la idea de la triste figura que harás ante el mundo, el -pensamiento de los comentarios que hará sobre tu ridícula posición el -envidioso vulgo, y al considerar que tú, la persona acostumbrada a -rendir a tus pies los corazones, se ve menospreciada por uno solo, -rabiará tu orgullo herido y llorarás en silencio viéndote más baja de -lo que creías. - ---En esto --contestó mi ama con patética voz-- no nos parecemos. Tú -estás frenético de celos; pero antes que al desaire de que ha sido -objeto tu corazón, atiendes a lo que sufre tu dignidad, la dignidad -del gran Isidoro, que siempre desprecia sin ser nunca despreciado; -te enfureces al considerar que se ríen de ti los envidiosos, y esas -terribles voces de venganza no las pronuncia tu amor sino tu orgullo. -Yo no soy así: amo el secreto; y si triunfara, gustaría de tener oculta -mi felicidad: nada me importaría que el hombre a quien amo aparentara -galantear a todas las mujeres de la tierra, con tal que en realidad a -ninguna amase más que a mí. - ---Eres singular, Pepilla, y me estás descubriendo tesoros de bondad que -no sospechaba existiesen en tu corazón. - ---Yo --continuó mi ama conmovida-- no vivo más que para él, y los demás -me importan poco. Contigo debo ser franca y decírtelo todo, menos su -nombre que nadie debe saber. Yo no sé cómo ni cuándo empezó mi funesto -amor, y me parece que nací con esta viva inclinación, más dominadora -cuanto más intento sofocarla. Por él sacrificaría gustosa mi vida. Tú -quizás no comprendas esto; ni menos que yo sacrifique mi reputación -de artista, el aprecio y la admiración de la multitud. ¿Qué importa -todo eso? Se ama a la persona por la persona y no por la vanidad de -poseerla. - ---El que te ha inspirado tan noble cariño, sin corresponder a él --dijo -Isidoro con brío--, es un miserable que merece arrastrar su existencia -despreciado de todo el mundo. ¿No puedo saber tampoco quién es la mujer -preferida? - ---Tampoco debes saberlo --repuso mi ama; y después, no pudiendo -contener el llanto, exclamó así--: Yo no soy cruel; yo no deseaba una -venganza que puede ser muy terrible; pero se me ha venido a las manos y -he de llevarla adelante. - ---Haces bien --dijo Isidoro recreándose con pensamientos de -exterminio--. Véngate: yo también me vengaré. Nos ayudaremos el uno al -otro. ¿Puedo servirte de algo? - ---De mucho --dijo mi ama secando sus lágrimas--. Espero que tu ayuda -será de la mayor eficacia. - ---¿Y yo puedo contar contigo? - ---¿Y me lo preguntas? - ---Oye bien: Lesbia confía en tu amistad. ¿No ha celebrado en tu casa -entrevista alguna con ese joven? - ---Hasta ahora no. - ---Pues la celebrará. Si ella no te lo propone, propónselo tú con buenos -modos. - ---¿Cuál es tu objeto? - ---Sorprenderla en algún sitio con ese Mañara. Ella busca siempre las -casas de las amigas que no son de su clase, para evitar de este modo la -vigilancia de su familia y de su esposo. - ---Entiendo. - ---Confío en que no te dejarás sobornar por ella, y en que ante todas -las consideraciones, será para ti la primera el servicio que me -prestas, a mí, tu protector, tu amigo. Espero que te será muy fácil lo -que propongo. Si van a tu casa, les entretienes allí, y me avisas. Yo -haré de manera que ese joven se acuerde de mí para toda su vida. - ---Ya tiemblas de gozo al pensar en tu venganza --dijo mi ama--. Lo -mismo me pasa a mí; pero con más motivo, porque la mía está más cercana. - ---¿Puedo confiar en ti? ¿Me pondrás al corriente de todo cuanto veas? - ---Puedes estar tranquilo, Isidoro. Tú no me conoces bien: en esta -ocasión sabrás lo que soy. - ---¿Y tú que crees? --preguntó el moro con interés--. ¿Crees que tengo -razón? ¿Lesbia amará a ese hombre? - ---Sí; creo que te engaña del modo más miserable; creo que todos los que -asisten a la representación se ríen de ti esta noche y el afortunado -amante no cabe en sí de satisfacción y orgullo. - ---¡Rayos y centellas! --dijo Máiquez con más furia--. Le escupiré -la cara desde el escenario. ¡Oh! Pepilla: yo admiro y envidio tu -tranquilidad. No desees nunca parecerte a mí; ojalá no sepas nunca lo -que son estas culebras de fuego que se enroscan dentro de mi pecho y -desparraman por mis arterias su veneno. ¡Oh, qué gran talento tuvo -ese poeta inglés que inventó el Otelo! ¡Qué bien pintó la rabia del -celoso, la horrible fruición con que se recrea, pensando que ha de -poner el cuerpo inanimado y sangriento de su rival ante los ojos que le -cautivaron! ¡Qué razón tuvo al suponer el corazón de la mujer antro de -maldades y perfidias; qué bien se comprende la espantosa determinación -del moro, y el terrible placer de su alma, al considerarse sepultando -el cuchillo en los miembros palpitantes de quien le ofendió, y -arrastrar después su infame cadáver! - ---¿Qué cadáver, Isidoro? ¿El de él o el de ella? --preguntó mi ama con -frialdad. - ---El de los dos --contestó Otelo cerrando los puños--. ¿Conque dices -que se ríen de mí? ¡Y lo saben todos, y me observan, y estoy sirviendo -de espectáculo a ese miserable zascandil! De modo que Isidoro es el -hazme reír de las gentes, y tendrá que ocultarse y huir para evitar las -burlas de los envidiosos, y ya ninguna mujer se dignará mirarle a la -cara. Pero tú si sabías esto que pasa, ¿por qué no me lo dijiste? ¡Eres -tonta sin duda! ¡Oh! no tengo amigos verdaderos... nadie se interesa -por mi honor ni por mi decoro. ¡Estoy solo!... pero solo ¡vive Dios! -sabré volver al lugar que me corresponde. - -Diciendo esto, se levantó con resuelto ademán. En aquel momento sonaron -algunos golpes en la puerta: era la señal que llamaba a todos los -actores para empezar el tercer acto. Máiquez iba a salir; pero al -dar los primeros pasos un objeto cayó de su cintura al suelo. Era la -daga con puño de metal y hoja de madera plateada: Pepa durante la -conversación había estado jugando con la larga cadena que la sostenía y -esta se rompió. - ---Se ha saltado un eslabón --dijo mi ama recogiendo el arma--: yo te la -compondré enseguida atándola fuertemente. - -Isidoro salió, y mi ama acercándose a una mesa arrimada a la pared -de enfrente, se entretuvo durante un rato y con mucha prisa en una -operación que no pude ver; pero presumí fuera la compostura de la -cadena rota. Al fin salió, y quedándome solo, pude dejar mi sofocante -escondite para correr a la escena. - - - - -XXV - - -Dio principio el último acto, donde ocurren las principales escenas -del drama. En él Pésaro despierta poco a poco los celos en el alma -del crédulo moro hasta que engañándole con cruel y mañosa calumnia, -precipita el trágico desenlace. La importancia de mi papel, me -obligaba, pues, a fijar en él toda mi atención apartándola de las -impresiones recientemente recibidas. Durante mi primera escena con -Otelo, advertí que Máiquez inquieto y receloso, dirigía sus miradas -al joven Mañara, sentado muy cerca del escenario: a causa de la -ansiedad de su alma, el gran histrión desatendía impensadamente la -representación. A veces algunas de mis frases se quedaban sin réplica; -también suprimía él bastantes versos, y hasta llegó a trabarse su -expedita lengua en uno de los pasajes donde acostumbraba hacerse -aplaudir más. El auditorio estaba descontento, pues aunque conocía -las genialidades de Isidoro, no creía natural que se permitiera tales -descuidos en una representación de confianza y amistad, verificada ante -lo más selecto de sus admiradores. El silencio reinaba en la sala, y -solo un sordo murmullo de sorpresa o enfado acogía los versos, mal -sentidos y fríamente dichos por el príncipe de nuestros actores. - -Mas se esperaba verle repuesto en la segunda escena entro Otelo y -Pésaro. Este, urdiendo muy bien la trama que ideó contra Edelmira su -diabólica astucia, adquiere al fin las pruebas materiales que Otelo le -exige para creer en la infidelidad de la veneciana. Aquellas pruebas -son una diadema entregada por Edelmira a Loredano, y cierta carta que -su padre le obligó a firmar, amenazándola con matarse si no lo hacía. -Ni la entrega de la diadema, ni la carta firmada por fuerza, eran -pruebas que ante la fría razón comprometerían el honor de la esposa -de Otelo: pero este, en su ciego arrebato y salvaje impetuosidad, no -necesitaba más para caer en la trampa. - -Antes de comenzar esta escena, y hallándome entre bastidores, oí a -los concurrentes quejarse de la torpeza de Isidoro, y alguno achacó -este defecto no al gran actor, sino a mí, por haberle irritado con -mi detestable declamación. Esto me ofendió, y creyéndome autor del -deslucimiento de la pieza, resolví hacer todos los esfuerzos de que era -capaz para arrancar algún aplauso. - -Mi ama, como he dicho, dirigía la escena; indicaba las entradas y -salidas, cuidando de entregar a cada actor los objetos de que debía -hacer uso durante la representación. Diome la diadema y la carta y -salí en busca de Otelo que estaba solo en las tablas concluyendo su -monólogo. Entonces empecé aquella grandiosa escena, que es patética, -sublime y arrebatadora aun después de haber sido tamizada por el romo -ingenio de D. Teodoro La Calle. - - --¿Sabes tú padecer? - ---le dije--, y al punto Isidoro, mirándome sombríamente, repuso: - - --Me han enseñado. - --Y sin agitación --_dije yo_--, ¿el triste aviso - de un infortunio grande escuchar puedes? - --Hombre soy. - ---respondió con calma. - -Continuó el diálogo, y parecía que Isidoro recobraba todo su genio, -pues los versos, inspirados por el recelo y la ansiedad le salían del -fondo del alma. Cuando dijo: - - ¡Infiel! ¡La prueba necesito! - ¡Conque dámela luego! - -me apretó tan fuertemente la muñeca y sus rabiosos ojos me miraron con -tanta furia, que perdí la serenidad, y por un instante los versos que -seguían a aquella demanda, huyeron de mi memoria. Pero no tardé en -reponerme: le di la diadema, y poco después la carta. - -Mas en el momento en que vi en sus manos el fatal papel, un súbito -estremecimiento sacudió todo mi ser, y me quedé mudo de espanto. En -el color y en los dobleces del papel, en la forma de la letra, que -distinguí claramente cuando él fijó en ella la vista, reconocí la carta -que Lesbia me había dado en el Escorial para Mañara, y que después mi -ama sustrajo de mis ropas al llegar a Madrid. - -Otelo debía leer en voz alta la carta, que según el drama decía: - - «Padre mío: conozco la sinrazón con que os he ultrajado. Vos solo - tenéis derecho de disponer de vuestra hija, --_Edelmira_.» - -Pero el pliego que la pícara Pepa había hecho llegar a sus manos, decía: - - «Amado Juan: Te perdono la ofensa y los desaires que me has hecho; - pero si quieres que crea en tu arrepentimiento, pruébamelo viniendo - a cenar conmigo esta noche en mi cuarto, donde acabaré de disipar - tus infundados celos, haciéndote comprender que no he amado nunca, - ni puedo amar a Isidoro, ese salvaje y presumido comiquillo, a quien - solo he hablado alguna vez deseando divertirme con su necia pasión. - No faltes, si no quieres enfadar a tu --_Lesbia_.--P.D. No temas que - te prendan. Primero prenderán al Rey.» - -Ocurrió una cosa singular. Isidoro leyó el papel en silencio; sus -labios secos y lívidos temblaron, y como si aún creyera que era ilusión -lo que veía, lo leyó y releyó de nuevo, mientras el público, ignorando -la causa de aquel silencio, mostró su asombro en un sordo murmullo. -Isidoro al fin alzó la vista, se pasó las manos por la frente; parecía -despertar de un sueño; balbuceó algunas voces terribles, cerró los -ojos, como tratando de serenarse y reanudar su papel; dio algunos -pasos hacia el público y retrocedió luego. Los rumores aumentaron: el -apuntador le llamó repitiendo con fuerza los versos, hasta que al fin -Isidoro se estremeció todo, su semblante se encendió vivamente, cerró -los puños, agitó los brazos, golpeó el suelo, y declamó los terribles -versos siguientes: - - Mira: ves el papel, ves la diadema; - pues yo quiero empaparlos, sumergirlos, - en la sangre infeliz y detestable, - en esa sangre impura que abomino. - ¿Concibes mi placer, cuando yo vea - sobre el cadáver, pálido, marchito, - de ese rival traidor, de ese tirano, - el cuerpo de su amante reunido? - -Jamás estos versos se habían declamado en la escena española con tan -fogosa elocuencia, con tan aterradora expresión. El artificio del drama -había desaparecido, y el hombre mismo, el bárbaro y apasionado Otelo -espantaba al auditorio con las voces de su inflamada ira. Un aplauso -atronador y unánime estremeció la sala, porque nunca los concurrentes -habían visto perfección semejante. - -Después las facciones del moro se alteraron; su rostro palideció: -oprimiose el pecho con ambas manos, y su voz, trocando el áspero tono -en otro desgarrador y patético, dijo: - - Las recias tempestades - el viento anuncia con terrible ruido; - el rayo con relámpagos avisa - su golpe destructor, y los rugidos - del león su presencia nos advierten; - mas la mujer con ánimo tranquilo - y aparentes halagos nos destroza - el corazón cual pérfido asesino. - -Nueva explosión de entusiastas aplausos. Las mujeres lloraban, algunos -hombres no podían conservar su entereza y lloraban también. La -concurrencia estaba estremecida, atónita, electrizada, y cada cual, -suspensa y postergada su propia naturaleza, vivía momentáneamente con -la naturaleza y las pasiones de Otelo. - -La representación seguía: fuese Otelo, cambió la escena y apareció la -cámara de Edelmira. Entre tanto, todos me preguntaban la causa de la -turbación y desasosiego de Isidoro; mas yo no sabía qué responder. - -Entre bastidores le buscamos con inquietud, pero no le podíamos -ver por ninguna parte, ni nadie se daba razón de dónde pudiera -encontrarse. Edelmira dijo los versos de su monólogo con extraordinaria -sensibilidad: no cesaba de mirar a Mañara, y la vanidosa coquetería de -sus ojos parecía decir: «¡qué bien represento!» mientras el afortunado -amante, embebecido en contemplarla, parecía contestarle: «¡qué guapa -estás!» - -Y así era. Lesbia estaba encantadora, con los cabellos sueltos sobre -la espalda, y el ligero vestido blanco, que le ceñía el cuerpo -indolente. Entró luego Hermancia, la fiel amiga, y Edelmira le contó -sus tristes presentimientos. ¡Qué tono tan melancólico y dulce tenía su -voz al expresar el temor de una muerte funesta! ¡Cuán grande interés -despertaba su pena! Aunque yo había visto muchas veces la misma -tragedia, dentro de la escena, y había perdido toda ilusión, en aquella -noche sentía un terror inexplicable, y me conmovía la suerte de la -infeliz e inocente Edelmira. - -La esposa de Otelo, ansiando desahogar la sofocante angustia de su -pecho, toma el arpa y entona la canción de Laura al pie del sauce, -cuyos lastimeros quejidos son la voz de la misma muerte. Edelmira, a -quien Manuel García había enseñado la hermosa estrofa, cantó con dulce -y poética expresión. Su voz parecía que nos penetraba hasta los huesos, -y nos hacía estremecer con horripilante escalofrío, como el contacto de -una hoja de acero. - -Cesó la canción y sonó la tempestad en el interior del teatro. El -público estaba tan impresionado, que ni siquiera aplaudía. Acostose -Edelmira y todo quedó en profundo silencio. Otelo debía aparecer, y en -el breve momento en que estuvo la escena muda profundísimo silencio -reinaba en la sala. Yo creí sentir el palpitar de los corazones; pero -solo escuchaba las oscilaciones del mío. La más ardorosa inquietud -se había apoderado de mí, y miré en torno buscando una persona de -confianza a quien comunicar mis recelos; pero no vi sino el pálido -semblante de mi ama que se esforzaba en reír, diciendo: - ---¡Qué bien ha hecho Lesbia su papel! Me confieso derrotada, pues -representa mil veces mejor que yo. Pero ahora verán ustedes a Isidoro. -Esta noche está más inspirado que nunca. - -Observé a Máiquez que ya decía los primeros versos de la escena -junto al lecho de la veneciana. Su rostro aparentaba una serenidad -meditabunda. Cuando alzó las cortinas del lecho y dijo con voz calmosa - - No... tú no morirás... ¡cuánto realzan - su hermosura estas lúgubres antorchas! - -un rumor confuso surgió del apiñado auditorio; lloraban casi todas -las mujeres, y los hombros se esforzaban en sostener el decoro de la -insensibilidad. Otelo acerca su rostro al de Edelmira, y dice con -extasiado amor: - - ¡Con qué pureza respirar la siento! - ¿Qué poderoso hechizo es el que arrastra - mi persona a la suya con tal fuerza? - -Edelmira despierta con sobresalto. Otelo disimula al principio; mas -luego no oculta el objeto que le trae, y Edelmira, aterrada y confusa, -jura que es inocente. Nada convence al terrible moro, que mudando -de improviso la expresión de su fisonomía, exclama con ferocidad y -descompuestos ademanes: - - Mírame, ¿me conoces... me conoces...? - -El auditorio se estremeció de terror. Algunas señoras se desmayaron, y -oyéronse voces acongojadas que decían: «Piedad, piedad para Edelmira... -es inocente... ese infame Pésaro tiene la culpa... que traigan a -Pésaro.» - -Isidoro sacó el papel y lo mostró con fiero ademán a Lesbia, quien -lanzó un grito terrible, sin decir los versos que correspondían en -aquel momento. Otelo se acercó más a Edelmira, y Edelmira hizo un -movimiento para saltar del lecho. Se le habían olvidado los versos; -pero al fin, dominando un poco su turbación recordó algo, y el diálogo -siguió así: - -EDELMIRA. - -¿Y qué quieres decirme? - -OTELO. Preparaos. - -EDELMIRA. - -¿Pero a qué? - -OTELO. - - Este acero os lo señala. - -Diciendo esto, Isidoro desenvainó la daga; en lugar de la hoja de -madera plateada, vimos brillar en su mano una reluciente hoja de acero. -La conmoción fue general entre bastidores. Lanzose Edelmira del lecho -con precipitación y azoramiento, y recorrió la escena gritando como una -loca: - ---¡Favor, favor... que me mata!... ¡Al asesino! - -No puedo pintaros lo que fue aquel momento en la escena y fuera de -ella. Los espectadores de primera fila trataron de subir al escenario -en el momento en que Lesbia perseguida por Isidoro fue asida por el -vigoroso brazo de este. En el mismo instante, no pudiendo contenerme, -me abalancé hacia la dama como impulsado por un resorte, y abraceme -estrechamente a ella. El puñal de Isidoro se levantó sobre mí. La -presencia inesperada de una víctima extraña hizo sin duda que el moro -volviera en sí de su furiosa obcecación; conmoviose todo, pareció que -un velo se descorría ante sus ojos, arrojó el puñal, quiso recobrar su -aplomo, pronunció algún verso tremendo clavando sus manos en mí, como -si yo fuera Edelmira; esta, desprendiéndose de mis brazos, cayó al -suelo desmayada, y al punto nos vimos rodeados de multitud de personas. -Todo esto pasó en unos cuantos segundos. - - - - -XXVI - - -El escenario se llenó de gente. Lesbia, alzada al instante del suelo, -fue objeto de los más solícitos cuidados. Al poco rato desvaneciose -su desmayo, abrió los ojos, y dijo algunas palabras. No tenía la -más ligera lesión, y todo había concluido sin más consecuencias -que las del susto. Su palidez y la alteración de su semblante eran -extraordinarias; pero aún había entre los circunstantes una persona -más alterada y más pálida: era mi ama. - -Isidoro parecía embrutecido y avergonzado. Transcurrió media hora, y -cuando fue indudable que no había ocurrido la desgracia que se temía, -entablose una discusión muy viva sobre aquel acontecimiento, que la -mayoría de los presentes consideraba bajo el punto de vista artístico; -y era opinión de muchos que exaltado hasta un extremo de delirio el -genio artístico de Máiquez, se identificó con su papel de un modo -perfecto. - ---Pues lejos de ser este el camino de la perfección artística --dijo -Moratín--, lleva derecho a la corrupción del gusto, y extinguirá en las -ficciones el decoro y la gracia, para confundirlas con la repugnante -realidad. - ---Ni eso es representar, ni eso es nada --dijo Arriaza, que como es -sabido detestaba a Isidoro--. Desde que ese caballero introdujo aquí la -escuela francesa, ha corrompido el arte de la declamación. - ---Nunca he visto a Máiquez tan apasionado y fogoso --indicó un -caballero que se unió al grupo--. Me parece que en la escena ha pasado -algo extraño a la comedia. - -Otro joven acercó sus labios al oído del primero, y por un rato le -habló en voz muy baja. Después a los cuchicheos siguieron las risas. -Pasó Mañara no lejos de allí, y todos fijaron la vista en él. - ---Bien se explica la ferocidad de Isidoro --dijo uno. - ---Hasta aquí --añadió Moratín-- siempre se le ha visto contenerse -dentro del límite de las conveniencias escénicas. - ---Me acuerdo de cuando Isidoro era un pedazo de hielo --dijo Arriaza--. -En el teatro no le llamaban sino el _marmolillo_. - ---Es verdad --repuso Moratín--. Pero cuando volvió de París vino muy -corregido, y no puede negarse que es un actor de gran mérito. En lo -patético no tiene igual; en lo trágico suele carecer de fuego: pero -esta noche lo ha tenido con exceso. - ---Le he tratado bastante --dijo un tercero--. Es hombre de pasiones -enérgicas. Como actor consumado, comprende bien que el arte es una -ficción, y representando no deja nunca de ser comedido y decoroso. Esta -noche, sin embargo, le hemos visto tal cual es. - -Otro personaje se acercó al grupo. - ---¿Qué le ha parecido a usted, señor duque, el desenlace de la -tragedia? --le preguntó Arriaza. - ---¡Magnífico! Esto se llama representar --contestó el marido de -Lesbia--. Parecía aquello la misma realidad. Pero no consentiré que -mi esposa salga otra vez a la escena. Representa demasiado bien y -entusiasma y trastorna a los actores que la acompañan. - -Un abanico tocó el hombro del señor duque: volviose este, y Amaranta -entró en el corrillo. Todos la saludaron, disputándose a porfía el -honor de dirigirle la palabra. Ella habló así: - ---Bien dije a usted, señor duque, que no había nada que temer. Un -exceso de inspiración dramática y nada más. - ---El exceso es malo en todo: yo creí que la duquesa iba a perecer a -manos de Isidoro por un exceso de inspiración. - ---Además --dijo Amaranta--, quizás alguna causa que no conocemos... - -Al decir esto pareció que los pies de la hermosa dama habían tocado -algún objeto arrojado en el escenario. Apartose ella vivamente, -apartáronse todos, y las faldas de Amaranta, al deslizarse sobre el -piso, dejaron ver un papel arrugado. Como si aquel papel fuera un -tesoro de inestimable precio, Amaranta bajose a cogerlo, y después de -mirarlo rápidamente lo guardó en su bolsillo. Era la carta fatal, como -diría un novelista. - ---¿Alguna causa que no conocemos?... --preguntó el duque continuando la -conversación interrumpida. - ---Sí --contestó la dama--; y me parece que puedo sacarle a usted de -dudas... Pero tengo que ir al cuarto de la González. Allí le aguardo a -usted y hablaremos. - -Quedaron solos los hombres otra vez. La marquesa atravesó la escena -preguntando por Isidoro. - ---¿Será posible --decía-- que no pueda representarse _La venganza del -Zurdillo_? ¡Pepa!... ¿Pero dónde está Pepa? - -Esta pregunta se dirigió a mí, y al instante marché en busca de mi ama. -No estaba en su cuarto, y sí en el de Máiquez, quien una vez pasada la -excitación del terrible momento, se esforzaba en aparecer tranquilo -y hasta risueño, aunque era fácil conocer que la rabia no se había -extinguido en su pecho. - ---¡Qué broma tan pesada, Isidoro! --dijo la marquesa asomándose a la -puerta--. Aún no me he recobrado del susto. - ---Es verdad, señora --dijo el actor--; pero la señora duquesa tiene la -culpa, por la perfección con que ha hecho su papel. Su incomparable -talento tuvo el don, no solo de trasportarla a ella, sino de -trasportarme a mí mismo a la esfera de la realidad. Jamás me ha pasado -cosa igual desde que piso las tablas. Un actor inglés, representando en -cierta ocasión a Otelo, mató a la cómica que hacía de Desdémona. Esto -me parecía inverosímil; pero ahora comprendo que puede ser verdad. - ---¿No se suspenderá _La venganza del Zurdillo_? - ---Por ningún caso. Hace falta reír un poco, señora marquesa. - -Retirose esta y después que salieron algunos amigos de Máiquez, que le -acompañaban, el actor quedó solo con mi ama y conmigo. - ---Ven acá --me dijo el actor, apretándome vigorosamente el brazo--. -¿Quién te dio aquella carta? - -Señalé a mi ama. - ---Fui yo --dijo esta--. Quería que conocieras el corazón de Lesbia. - ---¿Por qué no me la diste en otra parte? Me has puesto al borde del -abismo; he estado a punto de cometer un crimen. Mi furor fue tan -grande cuando leí aquel papel, que lo olvidé todo, y aunque en el -instante en que estuve fuera de la escena procuré serenarme, mi cólera -se encendió más, y... ya sabes lo que pasó. Cuando la vi en la escena -final quise contenerme; pero sus miradas, su acento, me irritaban cada -vez más, y sentí en mí una crueldad, una ferocidad que nunca había -conocido. Recordaba sus tiernas promesas, sus apasionados arrebatos -de amor, su falsa sencillez, y por un momento creí que hasta era un -deber castigar a aquel monstruo de falsedad e hipocresía. Cuando saqué -el puñal y advertí que era una hoja de acero, experimenté un placer -indecible. ¡Ay, Pepa! ¡Qué momento! No sé cómo no la maté, no sé cómo -en aquel instante no me perdí y me deshonré para siempre. Si Gabriel no -se hubiera abrazado a ella cubriéndola con su cuerpo, creo que a estas -horas... no lo quiero pensar. - ---A estas horas --dijo mi ama-- estarías llorando sobre el cadáver de -tu amante, herida por tu propia mano. - ---No, Pepa, no; ya no la amo. La lectura de la carta ha ahuyentado -de mí todo sentimiento amoroso: ya no tengo para ella más que un -desprecio, una repugnancia de que no puedes formar idea. Me espanto de -haber amado a semejante mujer. Pero di: ¿fuiste tú quien trocó el puñal -de teatro por la hoja de acero? - ---Sí; yo fui. - ---¿Luego tú --exclamó con asombro-- lo preparaste todo? ¿Qué interés, -qué intención...? - ---¡La aborrezco con toda mi alma! - ---¡Y quisiste hacerme instrumento de un crimen! Hace poco hablabas de -tu venganza. ¿Por qué aborreces a Lesbia? - ---La aborrezco porque... porque la aborrezco. - ---¿Y no te remuerde la conciencia de un sentimiento que te lleva hasta -el crimen? - ---¡La conciencia!... ¡Un crimen! --dijo mi ama con cierta enajenación, -y después, ocultando el rostro entre las manos, empezó a llorar -amargamente, exclamando--. ¡Oh! ¡Dios mío, qué desgraciada soy! - ---Pepa, ¿qué tienes? ¿qué es eso? --dijo Isidoro sentándose junto a -ella, y apartándole la manos del rostro--. Pero tú... Conque tú... De -modo que tú... - -Dieron golpes en la puerta, y una voz dijo: - ---El sainete: que va a empezar el sainete. - -El aviso no distrajo a los dos actores. Pepa seguía llorando e Isidoro -lleno de asombro. - - - - -XXVII - - -Creí prudente retirarme, no solo porque allí no hacía falta ninguna, -sino porque en mi mente bullía inquietándome mucho, un proyecto, que al -fin decidí poner en ejecución sin pérdida de tiempo. Dirigime lleno de -resolución al cuarto de mi ama, Amaranta estaba allí y estaba sola. - ---¡Oh, Gabriel! --me dijo--, ¿tienes valor para presentarte delante de -mí? ¿Sabes que tienes un modo singular de despedirte? Veo que eres un -farsantuelo de quien nadie debe fiarse. Di: ¿es esa la lealtad con que -tú acostumbras pagar a tus favorecedores? - ---Señora --repuse desafiando el rayo de sus ojos, como el marino -desafía la tempestad--, el oficio a que usía me pensaba dedicar en -palacio no era de mi gusto. Si no me despedí de mi ama, fue porque el -temor de que me prendieran me obligó a salir del real Sitio. - ---No puedo negar --dijo riendo-- que te burlaste con mucha gracia del -licenciado Lobo. Bien decía yo que eras un chico de mucha disposición. -Pero el talento más fecundo permanece oculto hasta que encuentra -ocasión de mostrarse. Aquel rasgo de ingenio habría sido completo, -habría sido sublime, si me hubieras entregado la carta. - ---No me la habían dado para usía. - ---Lo cierto es que no fue a poder de su dueña. Pepa te la quitó, y ha -hecho de ella el uso que sabes. Tampoco ella quiso entregármela; pero -al fin la casualidad la ha traído a mis manos. ¿La ves? - ---Creo que usía me la entregará, porque esa carta es mía, me pertenece, -tengo que devolverla a su dueño --dije con resolución. - ---¡Devolvértela! ¿Tú estás loco? --exclamó Amaranta riendo como quien -oye un despropósito. - ---Sí, señora, porque el recobrarla es para mí una cuestión de honor. - ---¡Honor! --dijo la dama riendo más fuerte--. ¿Acaso tienes tú honor? -¿Sabes tú lo que es eso, chiquillo? - ---¿Pues no lo he de saber? --respondí--. Cuando usía me propuso el -oficio de espía, sentí que se me subía un calorcillo a la cara; y me -pareció que me estaba viendo a mí mismo en aquel empleo y en los de -engañar, fingir y mentir... y viéndome me daba espanto... y un sudor -se me iba y otro se me venía, parque el tal Gabriel que mi madre echó -al mundo se entretiene a veces oyendo lo que él mismo se dice por -dentro acerca de la manera de ser caballero, decente y honrado. Cuando -la señora duquesa me pidió su carta, y yo no podía dársela, sentí el -mismo embarazo... y también me ocurrió que no devolviendo el papel, y -permitiendo que otras personas sigan haciendo mal uso de él, el señor -Gabrielillo no vale dos cuartos. Si esto no es el honor, que venga Dios -y lo vea. - -Amaranta pareció muy sorprendida de estas razones, y me dijo con bondad: - ---Tales ideas no son propias de ti. Tiempo tienes, cuando seas mayor, -de tener todo el honor que quieras. Cada vez te encuentro más propio -para desempeñar a mi lado los empleos de que te hablé. Me parece que -has empezado bien el curso en la universidad del mundo; y o mucho me -engaño, o te bastarán pocas lecciones más para ser maestro. - ---Creo que usía no se equivoca --respondí--, y en cuanto a las -lecciones que usía me ha dado, me parece que han sido de provecho. - ---¿Y no renuncias a tus proyectos de ser... como decías?... --me -preguntó irónicamente. - ---No señora, sigo en mis trece --contesté sin turbarme--, y a lo mejor -va a tener usía el gusto de verme de príncipe o tal vez de rey en -cualquier reino que las damas de la corte sacarán para mí. Si no hay -más que ponerse a ello, como dice Inesilla. - ---Pero di, chiquillo: ¿de veras creíste tú que ya te estaban labrando -la espada de general o la corona de duque? - ---Como esta es noche. Y usía, que se me figuraba una divinidad -bajada del cielo para favorecerme, acabó de trastornarme el juicio, -enseñándome lo que debía hacer para echarme a cuestas el manto regio o -cuando menos para ponerme los galones de capitán general. - ---Parece que te burlas; ¿qué quieres decir? - ---Digo que desde que usía me dijo que el camino de la fortuna estaba -en escuchar tras de los tapices, y llevar y traer chismes de cámara -en cámara, se han arreglado las cosas de tal modo, que sin querer -estoy descubriendo secretos, y aunque quiero taparme las orejas, las -picaronas se empeñan en oír... - ---¡Ah! tú quieres revelarme algo que has oído --dijo Amaranta con -complacencia--. Siéntate y habla. - ---Lo haré de buena gana, si usía me devuelve la carta de la señora -duquesa. - ---Eso no lo pienses. - ---Pues entonces callaré como un marmolejo. En cambio contaré una -historia parecida a la que usía me refirió, aunque no es tan bonita. No -la he leído en ningún libro viejo, sino que la oí... Estas condenadas -orejas mías... - ---Pues empieza --dijo la condesa con alguna perplejidad. - ---Hace quince años había en Madrid una damita muy guapa, muy guapa, -que se llamaba... no me acuerdo de su nombre. Esto no pasaba en ningún -reino apartado ni antiguo, sino en Madrid, y no se trata de sultanes ni -de grandes ni pequeños visires, sino de una damita muy linda, la cual -damita se enamoró de un joven de buena familia que vino a la corte a -buscar fortuna. Parece que los padres se oponían; pero la damita amaba -ciegamente al joven; y como todo lo vence el amor, entre este y el -Demonio proporcionaron a los dos jóvenes entrevistas secretas que... - -Amaranta se puso pálida, y su mismo asombro la tenía muda. - ---Pues es el caso que la damita dio a luz una criatura --continuó. - ---No estoy aquí para oír necedades --dijo Amaranta dominando su ira. - ---Pronto concluyo. Dio a luz una criaturita: huyó el joven a Francia -temiendo ser perseguido, y los padres de la damita se dieron tan buena -maña para echar tierra a aquel negocio, que nada se supo en la corte. -La damita se casó después con el conde de no sé cuántos, y... nada más. - ---Veo que eres rematadamente necio. No quiero oír más tus simplezas ---dijo la dama, cuyo semblante se cubría de vivísimo carmín. - ---Aún falta un poquito. Más tarde lo descubrieron algunas personas, y -hablaron de esto en sitio donde yo lo oí; pero como soy tan curioso, y -ahora ando amaestrándome en los chismes y enredos para ver si llego a -general o a príncipe, no me contento con aquellas noticias, y voy a que -me dé más una mujer que vive a orillas del Manzanares, junto a la casa -de D. Francisco Goya. - ---¡Oh! --exclamó Amaranta furiosa--. Sal de aquí, desvergonzado -mozalbete. ¿Qué me importan tus ridículas historias? - ---Y como estas historias no tienen valor hasta que no se traen de aquí -para ahí, pienso comunicárselas a la señora marquesa, para que me -ayude en mis pesquisas. ¿No cree usía, señora condesa, que esta es una -excelente idea? - ---Veo que sabes manejar la calumnia y las bajas y miserables intrigas. -Supongo quién habrá sido tu maestro. Vete, Gabriel; me repugnas. - ---Me iré y callaré; pero es preciso que usía me vuelva la carta. - ---Miserable rapaz: ¡quieres burlarte de mí, quieres medir conmigo tus -indignas armas! --exclamó levantándose de su asiento. - -Su actitud decidida me turbó un poco; mas hice esfuerzos por reponerme, -y continué: - ---Para hacer fortuna no hay medio mejor que el espionaje y la -intriguilla: el que posee secretos graves lo tiene todo, y ahora -salimos con que voy a conseguir dos mitras, ocho canonjías, veinte -bastones de coronel, cien capellanías, y mil plazas de contaduría para -todos mis amigos. - ---Déjame, no quiero verte. ¿Has oído? - ---Pero antes me dará usía la carta. Si no, he de llevar un recado a la -señora marquesa, o al señor diplomático, que como hombre reservado no -lo dirá a alma viviente. - ---¡Ah! imbécil, cuánto te desprecio --dijo revolviendo en su bolsillo -con febril inquietud--. Toma, toma la carta, vete con ella, y jamás -vuelvas a ponerte delante de mí. - -Diciendo esto arrojó en el suelo la carta que recogió un servidor de -ustedes. - -Después sentándose de nuevo, volvió hacia mí su rostro siempre bello, y -me dijo: - ---¿Quién te ha enseñado esas travesuras? Eres un necio. - ---De los necios se hacen los discretos --contesté--. Dando con un -buen maestro... Si usía no me hubiera despabilado tanto... Oyendo y -viendo se aprende mucho, señora; y yo, desde que entré al servicio de -usía hasta hoy, no he desperdiciado el tiempo. Bien haya quien me ha -abierto los ojitos que ven y las orejitas que oyen. Para ser discreto -es preciso haber sido tonto. - -Cuando pronuncié esta extraña sentencia, Amaranta echó sobre mí una -mirada de orgulloso desdén, y señalome la puerta. ¡Ay! estaba hermosa, -hermosa como nunca. Su noble ademán, sus mejillas teñidas de leve -púrpura, el incendio de sus ojos, la agitación de su seno encantaban la -vista, y no era posible aborrecerla. Indudablemente, señores, el mal es -a veces lindísimo. - -Ya me marchaba, cuando entró el señor duque acompañado del diplomático. - ---Aquí estoy, Amaranta --dijo el primero--. Me habló usted de causas -que no conocemos... - ---No le hagas caso, sobrina --exclamó el marqués--. ¿Pues no ha dado -en la flor de estar celoso? Y dice que en el caso de Otelo él haría lo -mismo. - ---Sí --dijo el duque--. Si yo sospechara de mi mujer la mataría. - ---No me refería a nada que no fuese algún motivo artístico --indicó -secamente Amaranta. - ---No consiento que mi mujer salga más a las tablas en compañía de ese -bárbaro Otelo. La pobrecita debe haber padecido mucho. Pero veo que -en mi ausencia han ocurrido grandes novedades. Parece que también han -querido ponerla presa. ¡Pobre cordera mía! ¿Cómo es posible que haya -dado motivos para eso...? Si es la bondad, si es la dulzura en persona. - ---Son tantos los que han incluido en la causa... --dijo Amaranta--. -Pero por mediación mía se la puso al instante en libertad. - ---¡Oh! Gracias, querida condesa. Verdad es que Lesbia es amiga de usted -desde la infancia, y entre amigas... ¿Y no se la molestará más? - ---No --dijo el diplomático--. Felizmente puede arrancarse de la causa -todo lo que conviene, ¿no es verdad, sobrina? - ---Sí; precisamente se ha hecho eso con todo lo que se refiere al -Príncipe, porque como ha confesado y hecho acto de contrición de todas -sus faltas... Los jueces tienen buena mano, y suprimirán todo lo que se -quiera, dejando la causa tal como convenga presentarla al público. - ---Eso está muy bien dispuesto --afirmó el diplomático--, y prueba que -hay tacto en el Gobierno. ¿Y Napoleón? - ---Napoleón ha exigido que no se le nombre para nada, y por esto ha sido -preciso eliminar también cuanto a él se refiere. Aunque consta que el -Príncipe le escribió y tuvo tratos con su embajador, los jueces se -comerán todas las declaraciones y documentos en que esto se vea, para -que Bonaparte quede contento. - ---Bien, bien, eso me tranquiliza --afirmó el diplomático con mucho -énfasis--, y así lo pondré en conocimiento del Príncipe Borghese, del -Príncipe Piombino, de S. A. el gran duque de Aremberg. Por supuesto, -os encargo que no digáis a nadie mis propósitos; ¿lo oyes, Amaranta? -¿Lo oye usted, señor duque? ¡Ah! al duque no se le puede confiar un -secreto. Todo lo dice. - ---¿Qué? --preguntó Amaranta. - ---Por más que me empeño en que la más absoluta reserva sirva de -impenetrable velo a lo que ocurre entre la González y yo... - ---El señor marqués no abandona sus antiguas mañas --dijo el duque. - ---No, hijo; es que sin saber cómo ni cuándo... Nada he puesto de -mi parte. Hace tiempo que Pepita ha manifestado que hallaba en mí -cierto encanto... Pero la pícara no se cuida de disimular; ahora -mismo, durante el sainete, me echaba unas miradas... ¡Y qué bien -ha representado! Nunca la he visto tan alegre, tan graciosa, tan -juguetona, tan vivaracha. La verdad es que me está comprometiendo. ¿Lo -creerás, sobrina? Yo me empeño en ocultarlo, porque... ya sabes... ese -es mi carácter, y ella... pero si todo el mundo lo sabe. Al concluir -el sainete, no he podido menos de acercarme a ella y le he dicho: -«Disimule usted, Pepa; no olvide usted que la reserva es hermana gemela -de la... digo, del amor.» Sin duda por obedecer esta advertencia, se ha -marchado con Isidoro, fingiéndose muy contenta en su compañía. Ambos -iban muy amartelados, y cualquiera menos listo que yo, los habría -tenido por amantes. - ---Tal vez --dijo Amaranta. - -Salí del cuarto. Cuando después de buscar ávidamente a Lesbia por el -escenario, di con ella al fin y la entregué la carta, me dijo con mucha -ansiedad mientras la guardaba: - ---¡Ah, Gabrielillo! Esta noche me has salvado la vida dos veces. - - - - -XXVIII - - -No quise estar más allí; salí decidido a huir para siempre del -vergonzoso arrimo de cómicos y danzantes, de damas intrigantuelas y de -hombres corrompidos y fatuos. Al salir, un vivo deseo de correr a casa -de Inés llenaba mi alma toda. Volé al cuarto piso tomando la pequeña -escalera, y por el camino, en mi precipitada marcha, iba arrojando los -postizos y adornos que me habían servido para la representación. Aquí -dejé las barbas y bigotes, allí las plumas de mi sombrero, más allá la -escarcela, y por último eché a rodar el tahalí y el collar. Me parecían -prendas de ignominia que no debían ir sobre mí al presentarme en la -casa del reposo. - -Subí y entré: el padre Celestino me abrió la puerta, y al punto advertí -que sus ojos habían llorado. - ---La pobre doña Juana ha muerto hace dos horas --dijo contestando a mis -preguntas. - -Esta noticia dio a todo mi ser el frío y la inmovilidad de una estatua. -Sepulcral silencio reinaba en la casa. En el fondo del pasillo vi -la puerta de la sala, cuyo recinto iluminaba una claridad rojiza. -Acerqueme con pasos lentos y conteniendo con la mano el latir de mi -corazón que parecía querer salírseme del pecho. Desde el umbral vi el -cuerpo de la santa mujer vestido de negro, y sobre el mismo lecho en -que había sido abandonado por el alma: sus manos cruzadas en actitud -de orar, sus cerrados ojos y la apacible y tranquila expresión de -su semblante blanco como el mármol, más que el aspecto de la triste -muerte, dábanle la fisonomía propia de un recogimiento meditabundo y de -aquel místico sueño que es en las gentes de exaltada piedad, como un -viaje al cielo para volver. - -Junto a ella, y sentada en el suelo, con la cabeza entre las manos -y apoyada en el lecho, estaba Inés. Su llanto tranquilo era el -natural desahogo de un dolor resignado, propio de quien acostumbraba -a relacionar las penas y las alegrías con la voluntad de arriba. No -hizo movimiento alguno para mirarme, ni yo seguramente lo merecía. Una -sola vela de cera, cuya llama puntiaguda y movible señalaba al cielo -con leve oscilación, iluminaba la silenciosa sala; y las imágenes de -vírgenes y santos que había en la pared, como afectadas del fúnebre -cuadro, parecían tener en sus rostros inusitada gravedad. - -A pesar de mi aflicción, yo experimentaba ante aquel espectáculo una -especie de alivio moral que me es imposible expresar con palabras. -Aquella tranquilidad que acompañaba a una gran pena, aquella paz de -espíritu que cubría el dolor, como las alas del misterioso ángel -protegen el alma, al salir turbada y temerosa del cuerpo pecador; aquel -silencio de la mujer muerta, que me hacía oír en lo profundo de mi -mente un lejano y celeste coro de triunfante música; el sereno llorar -de la huérfana, cuyo dolor modesto no acusaba a la suerte, ni a la -casualidad, ni a otro alguno de los irrisorios dioses que ha creado -el holgazán entendimiento humano; aquel aspecto de resignación; el -reposo imperturbable que ni aun la muerte había alterado en aquella -mansión de la conciencia pura, de los deberes, de la religión, del -sencillo amor, fueron para mi espíritu como un aura serena, como un -templado y regenerador ambiente que equilibra y uniforma la atmósfera -por tempestades revuelta o agitada por opuestas corrientes. Jamás he -podido comparar con más propiedad mi alma con la imagen de un terso -lago, de igual y no alterada superficie, ni jamás he distinguido con -tanta claridad el lejano fondo. Cual si mi pecho hubiese estado por -largo tiempo privado de fácil respiración, mis pulmones se dilataron y -mi aliento sacaba del corazón un gran peso. - -El cura me sacó de tales abstracciones llamándome fuera. - ---La pobre Juana --me dijo enjugando una lágrima-- no tuvo tiempo de -ver satisfecho el deseo de toda mi vida. - ---¿Pues qué? Usted... - ---Sí, hijo mío; poco antes de su muerte recibí este papel en que se me -nombra ecónomo de la iglesia parroquial de Aranjuez. Al fin se me ha -hecho justicia. No me ha cogido de nuevo, y bien te decía yo que había -de ser esta semana. ¿Ves, Gabrielillo? Dios ha acudido oportunamente a -nosotros en esta desgracia. Ya Inés no quedará desamparada, ni tendrá -que pedir auxilio a los parientes de Juana. - ---¡Pobre Inés! --exclamé--. A ella consagraré mi vida entera. Viviré -por ella y solo por ella. - ---¡Ah! --dijo el clérigo--. Ocurre una cosa singularísima, querido -Gabriel. ¿Sabes que la pobre Juana me ha hecho antes de morir una -revelación que... a ti puedo confiarlo porque casi eres de la familia. - ---¿Qué? - ---Después que confesó, llamome aparte y me dijo que Inés no es hija -suya... ¡Si vieras qué historia tan singular! Estoy confundido, -absorto. Pues, sí, Inés no es hija suya, sino de una gran señora que... - ---¿Qué dice usted? --exclamé con asombro. - ---Lo que oyes: la verdadera madre... ya comprenderás que en esto hubo -una de esas secretas aventuras, que deshonran a una noble familia. La -verdadera madre abandonó a esa pobre niña, y... ya te contaré despacio. - ---Pero el nombre, el nombre de esa señora es lo que quiero saber. - ---Juana iba a revelármelo: su relación la había fatigado mucho, y la -palabra tembló en sus labios ya paralizados por la muerte. - -Tal noticia produjo en mí espantosa confusión: volví a la sala y -contemplé a la muerta, casi esperando que sus labios pudieran articular -el deseado nombre. - ---¿Es posible, Dios mío --dije dirigiendo mi mente al cielo--, que no -hagas bajar un rayo de vida a este yerto cadáver, para que su fría -lengua se mueva y pronuncie una sola palabra? - -En mi ansiedad, hasta tuve por un momento la esperanza de que el -cadáver, reanimado por mis ruegos, volviese a la vida para revelarme el -nacimiento de Inés. - ---¡Qué loco soy! --dije después--. No faltarán medios de averiguarlo. - -Desde entonces Inés fue para mí el resumen de la vida. Si antes no la -hubiera amado, su desgracia me habría inclinado con invencible fuerza -hacia ella. Empleé los dos mil reales en el entierro de la difunta, y -en el viaje que el padre Celestino y la huérfana hicieron a Aranjuez, -donde se instalaron. Yo regresé a Madrid. Inés reclamada después -por los parientes de doña Juana sufrió martirios y desgracias, cuyo -recuerdo hace aún estremecer de angustia mi corazón. Creimos al fin -asegurada nuestra felicidad; pero vinieron aciagos y terribles días: -vino la revolución de Aranjuez; vino el Dos de mayo, día de sangre -y luto; los franceses inmolaron muchas víctimas; Inés cayó en poder -de los invasores... pero ahora me faltan fuerzas para relatar tan -horrorosos acontecimientos. Estoy fatigado y necesito tomar aliento -para seguir contando. - - -FIN DE LA CORTE DE CARLOS IV - - Madrid.--abril-mayo de 1873 - -*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA CORTE DE CARLOS IV *** - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the -United States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for an eBook, except by following -the terms of the trademark license, including paying royalties for use -of the Project Gutenberg trademark. 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General Terms of Use and Redistributing Project -Gutenberg-tm electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the -person or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph -1.E.8. - -1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. 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Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our website which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This website includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. diff --git a/old/67155-0.zip b/old/67155-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 28df0e6..0000000 --- a/old/67155-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/67155-h.zip b/old/67155-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 35a02d1..0000000 --- a/old/67155-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/67155-h/67155-h.htm b/old/67155-h/67155-h.htm deleted file mode 100644 index 087d39a..0000000 --- a/old/67155-h/67155-h.htm +++ /dev/null @@ -1,9531 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" - "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> - <head> - <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html; 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You may copy it, give it away or re-use it under the terms -of the Project Gutenberg License included with this eBook or online -at <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. If you -are not located in the United States, you will have to check the laws of the -country where you are located before using this eBook. -</div> -</div> - -<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:1em; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Title: <span lang='es' xml:lang='es'>La corte de Carlos IV</span></p> -<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Author: Benito Pérez Galdós</p> -<p style='display:block; text-indent:0; margin:1em 0'>Release Date: January 13, 2022 [eBook #67155]</p> -<p style='display:block; text-indent:0; margin:1em 0'>Language: Spanish</p> - <p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em; text-align:left'>Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This ebook was produced from images generously made available by Biblioteca Digital Hispánica/Biblioteca Nacional de España.)</p> -<div style='margin-top:2em; margin-bottom:4em'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>LA CORTE DE CARLOS IV</span> ***</div> - -<div class="front"> - <hr class="full" /> -</div> - -<div class="transnote" id="tnote"> - <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p> - <ul> - <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li> - - <li>La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con - las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li> - - <li>Los entrecomillados han sido convertidos en rayas iniciales de diálogo - donde el texto adopta forma dialogada. Las restantes rayas han sido - espaciadas según los modernos usos ortotipográficos.</li> - </ul> -</div> - - -<div class="screenonly x-ebookmaker-drop"> - <hr class="chap" /> - <div class="figcenter"> - <img class="thin" - style="width: 100%; height: auto;" - src="images/cover.jpg" - alt="Cubierta del libro" /> - </div> -</div> - - -<div class="tit pt6"> - <hr class="chap" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p> - <p class="ws1">EPISODIOS NACIONALES</p> - <hr class="tir" /> - <h1 class="g0 ws1">LA CORTE DE CARLOS IV</h1> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="chapter pt6"> - <div class="legal"> - <p><span class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span>Es propiedad. Serán - furtivos todos los ejemplares de esta obra que no lleven el sello del - periódico <i>La Guirnalda</i>.</p> - </div> -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="tit"> - <p><span class="pagenum" id="Page_3">p. 3</span></p> - <p class="fs140 ws1">EPISODIOS NACIONALES</p> - <p class="fs60 mt05">POR</p> - <p class="fs110 ws1 mt05">B. PÉREZ GALDÓS</p> - <hr class="fil" /> - - <p class="fs200 g0 ws1 mt1">LA CORTE</p> - <p class="smaller mt2">DE</p> - <p class="fs300 g1 ws1 mt05">CARLOS IV</p> - - <hr class="sep0" /> - <p class="g0 ws1">CUARTA EDICIÓN</p> - <hr class="sep1" /> - - - <p class="fs110 g1 mt3">MADRID</p> - <p class="smaller g0">1886</p> - <p class="fs90 ws1">Imprenta y litografía de LA GUIRNALDA</p> - <p class="smaller"><i>calle de las Pozas, núm. 12</i></p> -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter"> - - <p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span></p> -<p class="fs130 centra ws1">OBRAS DE B. PÉREZ GALDÓS</p> -<hr class="min" /> -<p class="fs110 centra ws1 mt1">NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS</p> - -<table class="anunc1 mt05" summary=""> - <tr> - <td class="tdru">I.—</td> - <td class="tdlh">Doña Perfecta (5.ª <i>edición</i>). 2 pesetas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdru">II.—</td> - <td class="tdlh">Gloria (dos tomos) (6.ª <i>edición</i>). 4 pesetas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdru">III.—</td> - <td class="tdlh">Marianela (5.ª <i>edición</i>). 2 pesetas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdru">IV.—</td> - <td class="tdlh">La familia de León Roch (tres tomos) (4.ª <i>edición</i>). - 6 pesetas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdru">V.—</td> - <td class="tdlh">La Desheredada (un tomo en 4.º), 8 pesetas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdru">VI.—</td> - <td class="tdlh">El Amigo Manso (un tomo en 8.º), 3 pesetas. - (2.ª <i>edición</i>).</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdru">VII.—</td> - <td class="tdlh">El Doctor Centeno (dos tomos), 6 ptas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdru">VIII.—</td> - <td class="tdlh">Tormento (un tomo en 8.º), 3,50 pesetas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdru">IX.—</td> - <td class="tdlh">La de Bringas (un tomo en 8.º), 3 ptas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdru">X.—</td> - <td class="tdlh">Lo Prohibido (dos tomos en 8.º), 6 ptas.</td> - </tr> -</table> - -<hr class="sep" /> - -<p class="fs110 centra ws1 mt1">EPISODIOS NACIONALES</p> -<table class="anunc2 mt05" summary=""> - <tr> - <td class="tdc negr">PRIMERA SERIE.</td> - <td class="tdc negr">SEGUNDA SERIE.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"> - <p>I.—<i>Trafalgar</i> (6.ª edición.)</p> - <p>II.—<i>La corte de Carlos IV</i> (4.ª edición.)</p> - <p>III.—<i>El 19 de marzo y el 2 de mayo</i> (4.ª edición.)</p> - <p>IV.—<i>Bailén</i> (4.ª edición.)</p> - <p>V.—<i>Napoleón en Chamartín</i> (4.ª edición.)</p> - <p>VI.—<i>Zaragoza</i> (4.ª edición.)</p> - <p>VII.—<i>Gerona</i> (3.ª edición.)</p> - <p>VIII.—<i>Cádiz</i> (3.ª edición.)</p> - <p>IX.—<i>Juan Martín el Empecinado</i> (3.ª edición.)</p> - <p>X.—<i>La batalla de los Arapiles</i> (3.ª edición.)</p> - </td> - <td class="tdl"> - <p>I.—<i>El equipaje del Rey José.</i> (3.ª edición.)</p> - <p>II.—<i>Memorias de un Cortesano de 1815.</i> (2.ª edición.)</p> - <p>III.—<i>La segunda casaca.</i> (Id.)</p> - <p>IV.—<i>El grande Oriente.</i> (3.ª)</p> - <p>V.—<i>7 de julio.</i> (2.ª edición.)</p> - <p>VI.—<i>Los cien mil hijos de San Luis.</i> (2.ª edición.)</p> - <p>VII.—<i>El Terror de 1824.</i> (Id.)</p> - <p>VIII.—<i>Un voluntario realista.</i></p> - <p>IX.—<i>Los Apostólicos.</i> (2.ª edición.)</p> - <p>X.—<i>Un faccioso más y algunos frailes menos.</i> (2.ª edic.)</p> - </td> - </tr> -</table> - -<p class="centra ws1">PRECIO DE CADA TOMO<br /> -<small>DOS PESETAS EN TODA ESPAÑA</small></p> - -<hr class="sep" /> - -<table class="anunc2 mt1" summary="Otras dos novelas de Galdós"> - <tr> - <td class="tdc"> - <span class="negr">LA<br />FONTANA DE ORO</span><br /> - (1820-1823)<br /> - 3.ª ed. notablemente corregida<br /> - <i>Un vol. en 8.º de 400 págs.</i> - </td> - <td class="tdc"> - <span class="negr">EL AUDAZ</span><br /> - <span class="fs75">HISTORIA DE UN RADICAL DE ANTAÑO</span><br /> - (1804)<br /> - 3.ª ed. notablemente corregida<br /><i>Un volumen en 8.º</i> - </td> - </tr> -</table> - -<hr class="sep" /> - -<p class="mt1">Los pedidos de ejemplares se dirigirán a la -Administración de <i>La Guirnalda</i> y <i>Episodios Nacionales</i>, -calle del Barco, núm. 2 duplicado. Madrid.</p> - -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p> - <p class="centra g0 ws1 fs150">LA CORTE DE CARLOS IV</p> - <hr class="tir" /> - <h2 class="nobreak">I</h2> -</div> - -<p>Sin oficio ni beneficio, sin parientes ni habientes, vagaba por -Madrid un servidor de ustedes, maldiciendo la hora menguada en que dejó -su ciudad natal por esta inhospitalaria Corte, cuando acudió a las -páginas del <i>Diario</i> para buscar ocupación honrosa. La imprenta -fue mano de santo para la desnudez, hambre, soledad y abatimiento del -pobre Gabriel, pues a los tres días de haber entregado a la publicidad -en letras de molde las altas cualidades con que se creía favorecido -por la Naturaleza, le tomó a su servicio una cómica del teatro del -Príncipe, llamada Pepita González o <i>la González</i>. Esto pasaba a -fines de 1805; pero lo que voy a contar ocurrió dos años después, en -1807, y cuando yo tenía, si mis cuentas son exactas, diez y seis años, -lindando ya con los diez y siete.</p> - -<p>Después os hablaré de mi ama. Ante todo debo decir que mi trabajo, -si no escaso, era divertido y muy propio para adquirir conocimiento del -mundo en poco tiempo. Enumeraré<span class="pagenum" id="Page_6">p. -6</span> las ocupaciones diurnas y nocturnas en que empleaba con todo -el celo posible mis facultades morales y físicas. El servicio de la -histrionisa me imponía los siguientes deberes:</p> - -<p>Ayudar al peinado de mi ama, que se verificaba entre doce y una, -bajo los auspicios del maestro Richiardini, artista napolitano, a cuyas -divinas manos se encomendaban las principales testas de la Corte.</p> - -<p>Ir a la calle del Desengaño en busca del <i>Blanco de perla</i>, -del <i>Elíxir de Circasia</i>, de la <i>Pomada a la Sultana</i>, o de -los <i>Polvos a la Marechala</i>, drogas muy ponderadas, que vendía un -monsieur Gastan, el cual recibiera el secreto de confeccionarlas del -mismo alquimista de María Antonieta.</p> - -<p>Ir a la calle de la Reina, número 21, cuarto bajo, donde existía -un taller de estampación para pintar las telas, pues en aquel tiempo -los vestidos de seda, generalmente de color claro, se pintaban según -la moda, en términos que, cuando esta pasaba, se volvían a pintar con -distintos ramos y dibujos, realizando así una alianza feliz entre la -moda y la economía, para enseñanza de los venideros tiempos.</p> - -<p>Llevar por las tardes una olla con restos de puchero, mendrugos de -pan y otros despojos de comida a D. Luciano Francisco Comella, autor de -comedias muy celebradas, el cual se moría de hambre en una casa de la -calle de la Berenjena, en compañía de su hija, que era jorobada, y le -ayudaba en los trabajos dramáticos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_7">p. 7</span>Limpiar con polvos la -corona y el cetro que sacaba mi ama haciendo de reina de Mongolia en la -representación de la comedia titulada <i>Perderlo todo en un día por un -ciego y loco amor, y falso zar de Moscovia</i>.</p> - -<p>Ayudarla en el estudio de sus papeles, especialmente en el de la -comedia <i>Los inquilinos de sir John o la familia de la India, Juanito -y Coleta</i>, para lo cual era preciso que yo recitase la parte de -<i>Lord Lulleswing</i>, a fin de que ella comprendiese bien el de -<i>milady Pankoff</i>.</p> - -<p>Ir en busca de la litera que había de conducirla al teatro y cargar -también dicha litera cuando era preciso.</p> - -<p>Concurrir a la cazuela del teatro de la Cruz, para silbar -despiadadamente <i>El sí de las niñas</i>, comedia que mi ama -aborrecía, tanto por lo menos como a las demás del mismo autor.</p> - -<p>Pasearme por la plazuela de Santa Ana, fingiendo que miraba las -tiendas, pero prestando disimulada y perspicua atención a lo que se -decía en los corrillos allí formados por cómicos o saltarines, y -cuidando de pescar al vuelo lo que charlaban los de la Cruz en contra -de los del Príncipe.</p> - -<p>Ir en busca de un billete de balcón para la plaza de toros, bien -al despacho, bien a casa del banderillero Espinilla, que le tenía -reservado para mi ama, cual obsequio de una amistad tan fina como -antigua.</p> - -<p>Acompañarla al teatro donde me era forzoso tener el cetro y la -corona, cuando ella<span class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> -entraba después de la segunda escena del segundo acto, en <i>El falso -zar de Moscovia</i>, para salir luego convertida en reina, confundiendo -a Osloff y a los magnates que la tenían por buñolera de esquina.</p> - -<p>Ir a avisar puntualmente a los <i>mosqueteros</i> para indicarles -los pasajes que debían aplaudir fuertemente en la comedia y en la -tonadilla, indicándoles también la función que preparaban <i>los de -allá</i> para que se apercibieran con patriótico celo a la lucha.</p> - -<p>Ir todos los días a casa de Isidoro Máiquez con el aparente encargo -de preguntarle cualquier cosa referente a vestidos de teatro; pero con -el fin real de averiguar si estaba en su casa cierta y determinada -persona, cuyo nombre me callo por ahora.</p> - -<p>Representar un papel insignificante, como de paje que entra con -una carta, diciendo simplemente <i>tomad</i>, o de <i>hombre del -pueblo primero</i>, que exclama al presentarse la multitud ante el -rey: <i>Señor, justicia, o a tus reales plantas, coronado apéndice del -sol</i>. (Esta clase de ocupación me hacía dichoso por una noche.)</p> - -<p>Y por este estilo otras mil tareas, ejercicios y empleos que no -cito, porque acabaría tarde, molestando a mis lectores más de lo -conveniente. En el trascurso de esta puntual historia irán saliendo -mis proezas y con ellas los diversos y complejos servicios que presté. -Ahora voy a dar a conocer a mi ama, la sin par Pepita González, sin -omitir nada que pueda dar perfecta idea del mundo en que vivía.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_9">p. 9</span>Mi ama era una muchacha -más graciosa que bella, si bien aquella primera cualidad resplandecía -en su persona de un modo tan sobresaliente que la presentaba como -perfecta sin serlo. Todo lo que en lo físico se llama hermosura, y -cuanto en lo moral lleva el nombre de expresión, encanto, coquetería, -monería, etc., estaba reconcentrado en sus ojos negros, capaces por sí -solos de decir con una mirada más que dijo Ovidio en su poema sobre el -arte que nunca se aprende y siempre se sabe. Ante los ojos de mi ama -dejaba de ser una hipérbole aquello de <i>combustibles áspides</i> y -<i>flamígeros ópticos disparos</i>, que Cañizares y Añorbe aplicaban a -las miradas de sus heroínas.</p> - -<p>Generalmente, de los individuos que conocimos en nuestra niñez -recordamos o los accidentes más marcados de su persona, o algún otro, -que a pesar de ser muy insignificante, queda sin embargo grabado de un -modo indeleble en nuestra memoria. Esto me pasa a mí con el recuerdo -de la González. Cuando la traigo al pensamiento, se me representan -clarísimamente dos cosas, a saber: sus ojos incomparables, y el taconeo -de sus zapatos, <i>abreviadas cárceles de sus lindos pedestales</i>, -como dirían Valladares o Moncín.</p> - -<p>No sé si esto bastará para que ustedes se formen idea de mujer tan -agraciada. Yo, al recordarla, veo en aquellos grandes ojos negros, -cuyas miradas resucitaban un muerto, y oigo el <i>tip-tap</i> de su -ligero paso. Esto basta para hacerla resucitar en el recinto oscuro -de<span class="pagenum" id="Page_10">p. 10</span> mi imaginación, y, -no hay duda, es ella misma. Ahora caigo en que no había vestido, ni -mantilla, ni lazo ni garambaina que no le sentase a maravilla; caigo -también en que sus movimientos tenían una gracia especial, un cierto no -sé qué, un encanto indefinible que podrá expresarse cuando el lenguaje -tenga la riqueza suficiente para poder designar con una misma palabra -la malicia y el recato, la modestia y la provocación. Esta rarísima -antítesis consiste o en que nada hay más hipócrita que ciertas formas -de compostura, o en que la malignidad ha descubierto que el mejor medio -de vencer a la modestia es imitarla.</p> - -<p>Pero sea lo que quiera, lo cierto es que la González electrizaba al -público con el airoso meneo de su cuerpo, su hermosa voz, su patética -declamación en las obras sentimentales, y su inagotable sal en las -cómicas. Igual triunfo tenía siempre que era vista en la calle por -la turba de sus admiradores y mosqueteros, cuando iba a los toros en -calesa o simón, o al salir del teatro en silla de mano. Desde que -veían asomar por la ventanilla el risueño semblante guarnecido por -los encajes de la blanca mantilla, la aclamaban con voces y palmadas -diciendo: «Ahí va toda la gracia del mundo, viva la sal de España» u -otras frases del mismo género. Estas ovaciones callejeras les dejaban -a ellos muy satisfechos, y también a ella, es decir a nosotros, porque -los criados se apropian siempre una parte de los triunfos de sus -amos.</p> - -<p>Pepita era sumamente sensible, y según<span class="pagenum" -id="Page_11">p. 11</span> mi parecer, de sentimientos muy vivos y -arrebatados, aunque por efecto de cierto disimulo tan sistemático -en ella, que parecía segunda naturaleza, todos la tenían por fría. -Doy fe además de que era muy caritativa, gustando de aliviar todas -las miserias de que tenía noticia. Los pobres asediaban su casa, -especialmente los sábados, y una de mis más trabajosas ocupaciones -consistía en repartirles ochavos y mendrugos, cuando no se los llevaba -todos el señor de Comella, que se comía los codos de hambre, sin dejar -de ser el <i>asombro de los siglos</i> y el primer dramático del mundo. -La González vivía en su casa, sin más compañía que la de su abuela, -la octogenaria doña Dominguita y dos criados de distinto sexo, que la -servíamos.</p> - -<p>Y después de haber dicho lo bueno, ¿se me permitirá decir lo malo, -respecto al carácter y costumbres de Pepa González? No, no lo digo. -Téngase en cuenta, en disculpa de la muchacha ojinegra, que se había -criado en el teatro, pues su madre fue <i>parte de por medio</i> en los -ilustres escenarios de la Cruz y los Caños, mientras su padre tocaba el -contrabajo en los Sitios y en la Real capilla. De esta infeliz y mal -avenida coyunda nació Pepita, y excuso decir que desde la niñez comenzó -a aprender el oficio, con tal precocidad, que a los doce años se -presentó por primera vez en escena, desempeñando un papel en la comedia -de D. Antonio Frumento, <i>Sastre, rey y reo a un tiempo, o el Sastre -de Astracán</i>. Conocida, pues, la escuela, los hábitos poco austeros -de<span class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> aquella alegre -gente, a quien el general desprecio autorizaba en cierto modo para ser -peor que los demás, ¿no sería locura exigir de mi ama una rigidez de -principios, que habrían sido suficientes, dadas las circunstancias de -su vida, para asegurarle la canonización?</p> - -<p>Réstame darla a conocer como actriz. En este punto debo decir tan -solo que en aquel tiempo me parecía excelente: ignoro el efecto que su -declamación produciría en mí hoy si la viera aparecer en el escenario -de cualquiera de nuestros teatros. Cuando mi ama estaba en la plenitud -de sus triunfos, no tenía rivales temibles con quienes luchar. María -del Rosario Fernández, conocida por la <i>Tirana</i>, había muerto el -año de 1803. Rita Luna, no menos famosa que aquella, se había retirado -de la escena en 1806; María Fernández, denominada la <i>Caramba</i>, -también había desaparecido. La Prado, Josefa Virg, María Ribera, -María García y otras de aquel tiempo, no poseían extraordinarias -cualidades; de modo que si mi ama no sobresalía de un modo notorio -sobre las demás, tampoco su estrella se oscurecía ante el brillo de -ningún astro enemigo. El único que entonces atraía la atención general -y los aplausos de Madrid entero era Máiquez, y ninguna actriz podía -considerarle como rival, no existiendo generalmente el antagonismo y la -emulación sino entre los dioses de un mismo sexo.</p> - -<p>Pepa González estaba afiliada al bando de los anti-Moratinistas, -no solo porque en el círculo por ella frecuentado abundaban los<span -class="pagenum" id="Page_13">p. 13</span> enemigos del insigne -poeta, sino también porque personalmente tenía no sé qué motivos de -irreconciliable resentimiento contra él. Aquí tengo que resignarme a -apuntar una observación que por cierto favorece bien poco a mi ama; -pero como para mí la verdad es lo primero, ahí va mi parecer, mal que -pese a los manes de Pepita González. Mi observación es que la actriz -del Príncipe no se distinguía por su buen gusto literario, ni en la -elección de obras dramáticas, ni tampoco al escoger los libros que -daban alimento a su abundante lectura. Verdad es que la pobrecilla -no había leído a Luzán, ni a Montiano, ni tenía noticia de la sátira -de Jorge Pitillas, ni mortal alguno se había tomado el trabajo de -explicarle a Batteux ni a Blair, pues cuantos se acercaron a ella, -tuvieron siempre más presente a Ovidio que a Aristóteles, y a Bocaccio -más que a Despréaux.</p> - -<p>Por consiguiente, mi señora formaba bajo las banderas de D. -Eleuterio Crispín de Andorra, con perdón sea dicho de cejijuntos -Aristarcos. Y es que ella no veía más allá, ni hubiera comprendido -toda la jerigonza de las reglas, aunque se las predicaran frailes -descalzos. Es preciso advertir que el abate Cladera, de quien parece -ser fidelísimo retrato el célebre D. Hermógenes, fue amigote del padre -de nuestra heroína, y sin duda aquel gracioso pedantón echó en su -entendimiento, durante la niñez, la semilla de los principios que en -otra cabeza dieron por fruto <i>El gran cerco de Viena</i>.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_14">p. 14</span>Ello es que mi -ama gustaba de las obras de Comella, aunque últimamente, visto el -descrédito en que había caído este dios del teatro, al despeñarse en la -miseria desde la cumbre de su popularidad, no se atrevía a confesarlo -delante de literatos y gente ilustrada. Como tuve ocasión de observar, -atendiendo a sus conversaciones y poniendo atención a sus preferencias -literarias, le gustaban aquellas comedias en que había mucho jaleo -de entradas y salidas, revistas de tropas, niños hambrientos que -piden la teta, decoración de <i>gran plaza con arco triunfal a la -entrada</i>, personajes muy barbudos, tales como irlandeses, moscovitas -o escandinavos, y un estilo con el cual podía decir la dama en cierta -situación de apuro: «<i>estatua viva soy de hielo</i>» o «<i>rencor, -finjamos... encono, disimulemos... cautela, favorecedme</i>.»</p> - -<p>Recuerdo que varias veces la oí lamentarse de que el nuevo gusto -hubiera alejado de la escena diálogos concertantes como el siguiente, -que pertenece, si mal no recuerdo, a la comedia <i>La mayor piedad de -Leopoldo el Grande</i>:</p> - -<div class="teatro"> - -<p class="rol"><span class="smcap">Margarita.</span></p> - -<div class="lineas"> - <p class="i0">Vamos, amor...</p> -</div> - -<p class="rol"><span class="smcap">Nadasti.</span></p> - -<div class="lineas"> - <p class="i13">Odio...</p> -</div> - -<p class="rol"><span class="smcap">Zrin.</span></p> - -<div class="lineas"> - <p class="i20">Duda...</p> -</div> - -<p class="rol"><span class="smcap">Carlos.</span></p> - -<div class="lineas"> - <p class="i0">Horror...</p> -</div> - -<p class="rol"><span class="smcap">Alburquerque.</span></p> - -<div class="lineas"> - <p class="i8">Confusión...</p> -</div> - -<p class="rol"><span class="smcap">Ulrica.</span></p> - -<div class="lineas"> - <p class="i19">Martirio...</p> -</div> - -<p class="rol"><span class="smcap">Los seis.</span></p> - -<div class="lineas"> - <p class="i0">Vamos a esperar que el tiempo</p> - <p class="i0">diga lo que tú no has dicho.</p> -</div> - -</div> - -<p>Como este género de literatura iba cayendo<span class="pagenum" -id="Page_15">p. 15</span> en desuso, rara vez tenía mi ama el gusto -de ver en la escena a <i>Pedro el Grande en el sitio de Pultowa</i>, -mandando a sus soldados que comieran caballos crudos y sin sal, -y prometiendo él por su parte almorzar piedras antes que rendir -la plaza. Debo advertir que esta preferencia más consistía en una -tenaz obstinación contra los Moratinistas que en falta de luces para -comprender la superioridad de la nueva escuela, y en que mi ama, rancia -e intransigente española por los cuatro costados, creía que las reglas -y el buen gusto eran malísimas cosas, solo por ser extranjeras, y que -para dar muestras de españolismo bastaba abrazarse, como a un lábaro -santo, a los despropósitos de nuestros poetas calagurritanos. En cuanto -a Calderón y a Lope de Vega, ella los tenía por admirables, solo porque -eran despreciados de los clásicos.</p> - -<p>De buena gana me extendería aquí haciendo algunas observaciones -sobre los partidos literarios de entonces y sobre los conocimientos -literarios del pueblo en general y de los que se disputaban su favor -con tanto encarnizamiento; pero temo ser pesado y apartarme de mi -principal objeto que no es discutir con pluma académica sobre cosas, -tal vez mejor conocidas por el lector que por mí. Quédese en el tintero -lo que no es del caso, y sigamos, una vez que dejo consignado el mal -gusto de mi ama, cualidad que hoy afearía a cualquier marquesa, artista -o virtuosa de lo que llaman el gran mundo; pero que entonces<span -class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span> no era bastante a oscurecer -ninguna de las inagotables gracias de su persona.</p> - -<p>Ya la conocen ustedes. Pues bien, ahora voy a contar lo que me he -propuesto... ¡pero por vida de!... ahora caigo en que no debo seguir -adelante, sin dar a conocer el papel que por mi desgracia desempeñé en -el ruidoso estreno de <i>El sí de las niñas</i>, siendo causa de que la -tirantez de relaciones entre mi ama y Moratín se aumentara hasta llegar -a una solemne ruptura.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch2"> - <h2 class="nobreak g0">II</h2> -</div> - -<p>El hecho es anterior a los sucesos que me propongo narrar aquí; pero -no importa. <i>El sí de las niñas</i> se estrenó en enero de 1806. -Mi ama trabajaba en los <i>Caños del Peral</i>, porque el Príncipe, -incendiado algún tiempo antes, no estaba aún reedificado. La comedia de -Moratín, leída varias veces por este en las reuniones del Príncipe de -la Paz y de Tineo, se anunciaba como un acontecimiento literario que -había de rematar gloriosamente su reputación. Los enemigos en letras, -que eran muchos, y los envidiosos, que eran más, hacían correr rumores -alarmantes, diciendo que la tal obra era un comedión más soporífero que -<i>La mojigata</i>, más vulgar que <i>El barón</i>, y más antiespañol -que <i>El café</i>. Aún faltaban muchos días para el estreno, y ya -corrían de<span class="pagenum" id="Page_17">p. 17</span> mano en -mano sátiras y diatribas, que no llegaron a imprimirse. Hasta se -tocaron registros de pasmoso efecto entonces, cuales eran excitar -la suspicacia de la censura eclesiástica, para que no se permitiera -la representación; pero de todo triunfó el mérito de nuestro primer -dramático, y <i>El sí de las niñas</i> fue representado el 24 de -enero.</p> - -<p>Yo formé parte, no sin alborozo, porque mis pocos años me -autorizaban a ello, de la tremenda conjuración fraguada en el vestuario -de los Caños del Peral, y en otros oscuros conciliábulos, donde -míseramente vivían entre <i>cendales arachneos</i> algunos de los más -afamados dramaturgos del siglo precedente. Capitaneaba la conjuración -un poeta, de cuya persona y estilo pueden ustedes formarse idea si -recuerdan al omnímodo escritor a quien Mercurio escoge entre la gárrula -multitud para presentarlo a Apolo. No recuerdo su nombre, aunque sí su -figura, que era la de un despreciable y mezquino ser constituido moral -y físicamente como por limosna de la maternal Naturaleza. Consumido su -espíritu por la envidia, y su cuerpo por la miseria, ganaba en fealdad -y repulsión de año en año; y como su numen ramplón, probado en todos -los géneros, desde el heroico al didascálico, no daba ya sino frutos -a que hacían ascos los mismos sectarios de la escuela, estaba al fin -consagrado a componer groseras diatribas y torpes críticas contra los -enemigos de aquellos a cuya sombra vivía sin más trabajo que el de la -adulación.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_18">p. 18</span>Este hijo de Apolo -nos condujo en imponente procesión a la cazuela de la Cruz, donde -debíamos manifestar con estudiadas señales de desagrado los errores -de la escuela clásica. Mucho trabajo nos costó entrar en el coliseo, -pues aquella tarde la concurrencia era extraordinaria; pero al fin, -gracias a que habíamos acudido temprano, ocupamos los mejores asientos -de aquella región paradisíaca, donde se concertaban todos los discordes -ruidos de la pasión literaria, y todos los malos olores de un público -que no brillaba por su cultura.</p> - -<p>Ustedes creerán que el aspecto interior de los teatros de aquel -tiempo se parece algo al de nuestros modernos coliseos. ¡Qué error tan -grande! En el elevado recinto donde el poeta había fijado los reales -de su tumultuoso batallón, existía un compartimiento que separaba los -dos sexos, y de seguro el sabio legislador que tal cosa ordenó en -los pasados siglos, se frotaría con satisfacción las manos y daríase -un golpe en la augusta frente creyendo adelantar gran paso en la -senda de la armonía entre hombres y mujeres. Por el contrario, la -separación avivaba en hembras y varones el natural anhelo de entablar -conversación, y lo que la proximidad hubiera permitido en voz baja, -la pérfida distancia lo autorizaba en destempladas voces. Así es que -entre uno y otro hemisferio se cruzaban palabras cariñosas o burlonas o -soeces; observaciones que hacían desternillar de risa a todo el ilustre -concurso; preguntas que se<span class="pagenum" id="Page_19">p. -19</span> contestaban con juramentos, y agudezas cuya malicia consistía -en ser dichas a gritos. Frecuentemente de las palabras se pasaba a -las obras, y algunas andanadas de castañas, avellanas, o cáscaras de -naranjas, cruzaban <i>de polo a polo</i>, arrojadas por diestra mano, -ejercicio que si interrumpía la función, en cambio regocijaba mucho a -entrambas partes.</p> - -<p>Sin embargo, bueno es advertir que este mismo público, a quien -afeaban tan groseras exterioridades, solía dar muestras de gran -instinto artístico, llorando con Rita Luna en el drama de Kotzebue -<i>Misantropía y arrepentimiento</i>, o participando del sublime horror -expresado por Isidoro en la tragedia <i>Orestes</i>. Verdad es también -que ningún público del mundo ha excedido a aquel en donaire, para -burlarse de los autores malos y de los poetas que no eran de su agrado. -Igualmente dispuesto a la risa que al sentimiento, obedecía como un -débil niño a las sugestiones de la escena. Si alguien no pudo jamás -tenerle propicio, culpa suya fue.</p> - -<p>Mirado el teatro desde arriba parecía el más triste recinto que -puede suponerse. Las macilentas luces de aceite que encendía un -mozo saltando de banco en banco apenas lo iluminaban a medias y tan -débilmente, que ni con anteojos se descubrían bien las descoloridas -figuras del ahumado techo, donde hacía cabriolas un señor Apolo con -lira y borceguíes encarnados. Era de ver la operación de encender la -lámpara central, que,<span class="pagenum" id="Page_20">p. 20</span> -una vez consumada tan delicada maniobra, subía lentamente por máquina, -entre las exclamaciones de la gente de arriba, que no dejaba pasar tan -buena ocasión de manifestarse de un modo ruidoso.</p> - -<p>Abajo también había compartimiento, y consistía en una fuerte -viga, llamada <i>degolladero</i>, que separaba las lunetas del patio -propiamente dicho. Los palcos o aposentos eran unos cuchitriles -estrechos y oscuros donde se acomodaban como podían las personas de -pro; y como era costumbre que las damas colgasen en los antepechos sus -chales y abrigos, el conjunto de las galerías tenía un aspecto tal, -que parecía decoración hecha exprofeso para representar las calles de -Postas o de Mesón de Paños.</p> - -<p>El reglamento de teatros, publicado en 1803, tendía a corregir -muchos de estos abusos; pero como nadie se cuidaba de hacerlo cumplir, -solo la costumbre y el progreso de la cultura reformó hábitos tan -feos. Recuerdo que hasta mucho después de la época a que me refiero, -las gentes conservaban el sombrero puesto, aunque el reglamento decía -terminantemente en uno de sus artículos:</p> - -<blockquote> - - <p>«En los aposentos de todos los pisos, y sin excepción de alguno, - no se permitirá sombrero puesto, gorro, ni red al pelo, pero sí capa - o capote para su comodidad.»</p> - -</blockquote> - -<p>Mientras aguardábamos a que se alzase el telón, el poeta me hacía -minucioso relato del infinito número de obras que había compuesto, -entre dramáticas, cómicas, elegiacas,<span class="pagenum" -id="Page_21">p. 21</span> epigramáticas, venatorias, bucólicas y del -género sentimental y mixto. Me contó el argumento de tres o cuatro -tragedias que no esperaban más que la protección de un mecenas para -pasar de las musas al teatro, y como si mis culpas no estuvieran aún -bastantes purgadas con oír los argumentos, me espetó algunos sonetos, -que si no eran exactamente iguales a aquel famosísimo</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">Reverberante numen que del Istro</div> - <div class="verse indent0">al Marañón sublimas con tu zurda,</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0">le eran tan semejantes como una calabaza a otra.</p> - -<p>Cuando la representación iba a empezar, el poeta dirigió su mirada -de gerifalte a los abismos del patio para ver si habían puntualmente -acudido otros no menos importantes caudillos de la manifestación -fraguada contra <i>El sí de las niñas</i>. Todos estaban en sus -puestos, con puntual celo por la causa nacional. No faltaba ninguno: -allí estaba el vidriero de la calle de la Sartén, uno de los más -ilustres capitanes de la mosquetería; allí el vendedor de libros de -la Costanilla de los Ángeles, hombre perito en las letras humanas; -allí <i>Cuarta y Media</i>, cuyo fuerte pulmón hizo acallar él solo -a todos los admiradores de <i>La mojigata</i>; allí el hojalatero -de las Tres Cruces, esforzado adalid, que traía bajo la ancha capa -algún reluciente y ruidoso caldero para sorprender al auditorio con -sinfonías no anunciadas en el programa; allí el incomparable Roque -Pamplinas, barbero, veterinario<span class="pagenum" id="Page_22">p. -22</span> y sangrador, que con los dedos en la boca, desafiaba a -todos los flautistas de Grecia y Roma; allí, en fin, lo más granado y -florido que jamás midió sus armas en palenques literarios. Mi poeta -quedó satisfecho después de pasar revista a su ejército, y luego todos -dirigimos nuestra atención al escenario, porque la comedia había -empezado.</p> - -<p>—¡Qué principio! —dijo oyendo el primer diálogo entre D. Diego y -Simón—. ¡Bonito modo de empezar una comedia! La escena es una posada. -¿Qué puede pasar de interés en una posada? En todas mis comedias, que -son muchas, aunque ninguna se ha representado, se abre la acción con -un <i>jardín corintiano, fuentes monumentales a derecha e izquierda, -templo de Juno en el fondo</i>, o con <i>gran plaza donde están -formados tres regimientos; en el fondo la ciudad de Varsovia, a la cual -se va por un puente...</i> etc... Y oiga usted las simplezas que dice -ese vejete. Que se va a casar con una niña que han educado las monjas -de Guadalajara. ¿Esto tiene algo de particular? ¿No es acaso lo mismo -que estamos viendo todos los días?</p> - -<p>Con estas observaciones, el endiablado poeta no me dejaba oír la -función, y yo, aunque a todas sus censuras contestaba con monosílabos -de la más humilde aquiescencia, hubiera deseado que callara con mil -demonios. Pero era preciso oírle; y cuando aparecieron doña Irene -y doña Paquita, mi amigo y jefe no pudo contener su enfado, viendo -que atraían la atención dos personas, de las<span class="pagenum" -id="Page_23">p. 23</span> cuales una era exactamente igual a su -patrona, y la otra no era ninguna princesa, ni senescala, ni canonesa, -ni landgraviata, ni archidapífera de país ruso o mongol.</p> - -<p>—¡Qué asuntos tan comunes! ¡Qué bajeza de ideas! —exclamaba de -modo que le pudieran oír todos los circunstantes—. ¿Y para esto se -escriben comedias? ¿Pero no oye usted que esa señora está diciendo las -mismas necedades que diría doña Mariquita o doña Gumersinda, o la tía -Candungas? Que si tuvo un pariente obispo; que si las monjas educaron -a la niña sin artificios ni embelecos; que la muy piojosa se casó a -los diez y nueve con D. Epifanio; que parió veintidós hijos... así -reventara la maldita vieja.</p> - -<p>—Pero oigamos —dije yo, sin poder aguantar las importunidades del -caudillo—, y luego nos burlaremos de Moratín.</p> - -<p>—Es que no puedo sufrir tales despropósitos —continuó—. No se viene -al teatro para ver lo que a todas horas se ve en las calles y en casa -de cada <i>quisque</i>. Si esa señora en vez de hablar de sus partos, -entrase echando pestes contra un general enemigo porque le mató en -la guerra sus veintiún hijos, dejándole solo el veintidós, que está -aún en la mamada, y lo trae para que no se lo coman los sitiados, -que se mueren de hambre, la acción tendría interés, y ya estaría el -público con las manos desolladas de tanto palmoteo... Amigo Gabriel, -es preciso protestar con gran fuerza. Golpeemos el suelo con los pies -y los bastones, demostrando nuestro cansancio e<span class="pagenum" -id="Page_24">p. 24</span> impaciencia. Ahora bostecemos abriendo -la boca hasta que se disloquen las quijadas, y volvamos la cara -hacia atrás, para que todos los circunstantes que ya nos tienen por -literatos, vean que nos aburrimos de tan sandia y fastidiosa obra.</p> - -<p>Dicho y hecho; comenzamos a golpear el suelo, y luego bostezamos -en coro, diciéndonos unos a otros: <i>¡qué fastidio!... ¡qué cosa tan -pesada!... ¡mal empleado dinero!...</i> y otras frases por el mismo -estilo, que no dejaban de hacer su efecto: los del patio imitaron -puntualísimamente nuestra patriótica actitud. Bien pronto un general -murmullo de impaciencia resonó en el ámbito del teatro. Pero si había -enemigos, no faltaban amigos, desparramados por lunetas y aposentos, -y aquellos no tardaron en protestar contra nuestra manifestación, ya -aplaudiendo, ya mandándonos callar con amenazas y juramentos, hasta -que una voz fuertísima, gritando desde el fondo del patio: <i>¡afuera -los chorizos!</i> provocó ruidosa salva de aplausos, y nos impuso -silencio.</p> - -<p>El poetastro no cabía en su pellejo de indignación. Siguió haciendo -observaciones, conforme avanzaba la pieza, y decía:</p> - -<p>—Ya, ya sé lo que va a resultar aquí. Ahora resulta que doña Paquita -no quiere al viejo, sino a un militarito, que aún no ha salido, y -que es sobrino del cabronazo de don Diego. Bonito enredo... Parece -mentira que esto se aplauda en una nación culta. Yo condenaba a -Moratín a galeras, obligándolo a<span class="pagenum" id="Page_25">p. -25</span> no escribir más vulgaridades en toda su vida. ¿Te parece, -Gabrielillo, que esto es comedia? Si no hay enredo, ni trama, ni -sorpresa, ni confusiones, ni engaños, ni <i>quid pro quo</i>, ni -aquello de disfrazarse un personaje para hacer creer que es otro, -ni tampoco aquello de que salen dos insultándose como enemigos, -para después percatarse de que son padre e hijo... Si ese D. Diego -cogiera a su sobrino y matándolo bonitamente en la cueva, preparara un -festín e hiciera servir a su novia un plato de carne de la víctima, -bien condimentado con especias y hoja de laurel, entonces la cosa -tendría alguna malicia... ¿Y la niña por qué disimula? ¿No sería más -dramático, que se negase a casarse con el viejo, que le insultara -llamándolo tirano, o le amenazara con arrojarse al Danubio o al -Don, si osaba tocar su virginidad...? Estos poetas nuevos no saben -inventar argumentos bonitos, sino estas majaderías con que engañan -a los bobos, diciéndoles que son conformes a las reglas. Ánimo, -compañeros, prepararse todo el mundo. Pronunciemos frases coléricas y -finjamos disputar en corro, diciendo unos que esta obra es peor que -<i>La mojigata</i>, y otros que aquella era peor que esta. El que sepa -silbar con los dedos, hágalo <i>ad libitum</i>, y patadas a discreción. -Apostrofar a doña Irene cuando se retire de la escena, llamándola cada -cual como le ocurra.</p> - -<p>Dicho y hecho: conforme a las terminantes órdenes de nuestro jefe, -armamos una espantosa grita al finalizar el acto primero.<span -class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span> Como los amigos del autor -protestaran contra nosotros, exclamamos <i>¡afuera la polaquería!</i> -y enardecidos los dos bandos por el calor de la porfía, se cruzaron -los más duros apóstrofes, entre el discorde gritar de la cazuela y el -patio. El acto segundo no pasó más felizmente que el primero; y por -mi parte ponía gran atención al diálogo, porque la verdad era, con -perdón sea dicho del poeta mi amigo, que la comedia me parecía muy -buena, sin que yo acertara a explicarme entonces en qué consistían sus -bellezas.</p> - -<p>La obstinación de aquella doña Irene empeñada en que su hija debía -casarse con D. Diego porque así cuadraba a su interés, y la torpeza con -que cerraba los ojos a la evidencia, creyendo que el consentimiento de -su hija era sincero, sin más garantía que la educación de las monjas; -el buen sentido del D. Diego, que no las tenía todas consigo respecto -a la muchacha, y desconfiaba de su remilgada sumisión; la apasionada -cortesanía de D. Carlos, la travesura de Calamocha, todos los -incidentes de la obra, lo mismo los fundamentales que los accesorios, -me cautivaban, y al mismo tiempo descubría vagamente en el centro de -aquella trama un pensamiento, una intención moral, a cuyo desarrollo -estaban sujetos todos los movimientos pasionales de los personajes. -Sin embargo, me cuidaba mucho de guardar para mí estos raciocinios que -hubieran significado alevosa traición a la ilustre hueste de silbantes, -y fiel a mis banderas no cesaba de repetir<span class="pagenum" -id="Page_27">p. 27</span> con grandes aspavientos: «¡Qué cosa tan -mala!... ¡Parece mentira que esto se escriba!... Ahí sale otra vez la -viejecilla... Bien por el viejo ñoño... ¡Qué aburrimiento! ¡Miren la -gracia!», etc., etc.</p> - -<p>El segundo acto pasó, como el primero, entre las manifestaciones -de uno y otro lado; pero me parece que los amigos del poeta llevaban -ventaja sobre nosotros. Fácil era comprender que la comedia gustaba -al público imparcial, y que su buen éxito era seguro, a pesar de las -indignas cábalas, en las cuales tenía yo tanta parte. El tercer acto -fue sin disputa el mejor de los tres: yo le oí con religioso respeto, -y luchando con las impertinencias de mi amigo el poeta, que en lo -mejor de la pieza creyó oportuno desembuchar lo más escogido de sus -disparates.</p> - -<p>Hay en el dicho acto, tres escenas de una belleza incomparable. -Una es aquella en que doña Paquita descubre ante el buen D. Diego -las luchas entre su corazón y el deber impuesto por una indiscreta -hipócrita conformidad con superiores voluntades: otra es aquella en -que intervienen D. Carlos y don Diego, y se desata, merced a nobles -explicaciones, el nudo de la fábula; y la tercera es la que sostienen -del modo más gracioso don Diego y doña Irene, aquel deseando dar por -terminado el asunto del matrimonio, y esta interrumpiéndola a cada paso -con sus importunas observaciones.</p> - -<p>No pude disimular el gusto que me causó esta escena, que me parecía -el colmo de la<span class="pagenum" id="Page_28">p. 28</span> -naturalidad, de la gracia y del interés cómico; pero el poeta me llamó -al orden injuriándome por mi deserción del campo <i>chorizo</i>.</p> - -<p>—Perdone usted —le dije—, me he equivocado. Pero ¿no cree usted que -esa escena no está del todo mal?</p> - -<p>—¡Cómo se conoce que eres novato, y en la vida has compuesto un -verso! ¿Qué tiene esa escena de extraordinario, ni de patético, ni de -historiográfico...?</p> - -<p>—Es que la naturalidad... Parece que ha visto uno en el mundo lo que -el poeta pone en escena.</p> - -<p>—Cascaciruelas: pues por eso mismo es tan malo. ¿Has visto que en -<i>Federico II</i>, en <i>Catalina de Rusia</i>, en <i>La esclava -de Negroponto</i> y otras obras admirables, pase jamás nada que -remotamente se parezca a las cosas de la vida? ¿Allí no es todo -extraño, singular, excepcional, maravilloso y sorprendente? Pues por -eso es tan bueno. Los poetas de hoy no aciertan a imitar a los de mi -tiempo, y así está el arte por los mismos suelos.</p> - -<p>—Pues yo, con perdón de usted —dije—, creo que... la obra es -malísima, convengo; y cuando usted lo dice, bien sabido se tendrá -por qué. Pero me parece laudable la intención del autor que se ha -propuesto aquí, según creo, censurar los vicios de la educación que dan -a las niñas del día, encerrándolas en los conventos, y enseñándolas a -disimular y a mentir... Ya lo ha dicho D. Diego: las juzgan honestas, -cuando les han enseñado el arte de callar, sofocando sus inclinaciones, -y<span class="pagenum" id="Page_29">p. 29</span> las madres se quedan -muy contentas cuando las pobrecillas se prestan a pronunciar un sí -perjuro, que después las hace desgraciadas.</p> - -<p>—¿Y quién le mete al autor en esas filosofías? —dijo el pedante—. -¿Qué tiene que ver la moral con el teatro? En <i>El mágico de -Astracán</i>, en <i>A España dieron blasón las Asturias y León y -Triunfos de D. Pelayo</i>, comedias que admira el mundo, ¿has visto -acaso algún pasaje en que se hable del modo de educar a las niñas?</p> - -<p>—Yo he oído o leído en alguna parte que el teatro sirve de -entretenimiento y de enseñanza.</p> - -<p>—¡Patarata! Además el Sr. Moratín se va a encontrar con la horma -de su zapato, por meterse a criticar la educación que dan las señoras -monjas. Ya tendrá que habérselas con los reverendos obispos y la santa -Inquisición, ante cuyo tribunal se ha pensado delatar <i>El sí</i>, y -se le delatará, sí señor.</p> - -<p>—Vea usted el final —dije atendiendo a la tierna escena en que -D. Diego casa a los dos amantes, bendiciéndoles con el cariño de un -padre.</p> - -<p>—¡Qué desenlace tan desabrido! Al menos lerdo se le ocurre que D. -Diego debe casarse con doña Irene.</p> - -<p>—¡Hombre! ¿D. Diego con doña Irene? Si él es una persona discreta y -seria, ¿cómo va a casarse con esa impertinente vieja?</p> - -<p>—¿Qué entiendes tú de eso, chiquillo? —exclamó amostazado el -pedantón—. Digo que lo natural es que D. Diego se case con doña<span -class="pagenum" id="Page_30">p. 30</span> Irene, D. Carlos con Paquita -y Rita con Simón. Así quedaría regular el fin, y mucho mejor si -resultara que la niña era hija natural de D. Diego, y D. Carlos hijo -espúreo de doña Irene, que le tuvo de algún Rey disfrazado, comandante -del Cáucaso, o bailío condenado a muerte. De este modo, tendría mucho -interés el final, mayormente si uno salía diciendo: <i>¡padre mío!</i> -y otro, <i>¡madre mía!</i> con lo cual después de abrazarse, se casaban -para dar al mundo numerosa y masculina sucesión.</p> - -<p>—Vamos, que ya se acaba. Parece que el público está satisfecho —dije -yo.</p> - -<p>—Pues apretar ahora, muchachos. Manos a la boca. La comedia es -pésima, inaguantable.</p> - -<p>La consigna fue prontamente obedecida. Yo mismo, obligado por la -disciplina, me introduje los dedos en la boca y... ¡Sombra de Moratín! -¡Perdón mil veces...! No lo quiero decir; que comprenda el lector mi -ignominia y me juzgue.</p> - -<p>Pero nuestra mala estrella quiso que la mayor parte del público -estuviese bien dispuesta en favor de la comedia. Los silbidos -provocaron una tempestad de aplausos, no solo entre la gente de los -aposentos y lunetas, sino entre los de la cazuela y tertulia.</p> - -<p>El justiciero pueblo que nos rodeaba, y que en su buen instinto -artístico comprendía el mérito de la obra, protestó contra nuestra -indigna cruzada, y algunos de los más ardientes de la falange se -vieron aporreados de<span class="pagenum" id="Page_31">p. 31</span> -improviso. Lo que tengo más presente es la mala aventura que ocurrió -al alumno de Apolo en aquella breve batalla por él provocada. Usaba un -sombrero trípico de dimensiones harto mayores que las proporcionadas -a su cabeza, y en el momento en que se volvía para contestar a las -injurias de cierto individuo, una mano vigorosa, cayendo a plomo -sobre aquella prenda hiperbólica, se la hundió hasta que las puntas -descansaron sobre los hombros. En esta actitud estuvo el infeliz -manoteando un rato sin ton ni son, incapaz para sacar a luz su cabeza -del tenebroso recinto en que había quedado sepultada.</p> - -<p>Por fin, los amigos le sacamos con gran esfuerzo el sombrero, y él -echando espumarajos por la boca, juró tomar venganza tan sangrienta -como pronta; pero no pasó de aquí su furor, porque todos los -circunstantes se reían de él, y a ninguno se dirigió para vengarse. -Le sacamos a la calle, donde se serenó algún tanto, y nos separamos, -prometiendo juntarnos otra vez al día siguiente en el mismo sitio.</p> - -<p>Tal fue el estreno de <i>El sí de las niñas</i>. Aunque la primera -tarde fuimos derrotados, aún había esperanza de hundir la obra en la -segunda o la tercera representación. Se sabía que el ministro Caballero -la desaprobaba, jurando castigar a su autor, y esto daba esperanza al -partido de los silbantes, que ya veían a Moratín en poder del Santo -Oficio, con coroza de sapos, sambenito y soga al cuello. Pero la -segunda tarde vinieron de un<span class="pagenum" id="Page_32">p. -32</span> golpe a tierra las ilusiones de los más ardientes -anti-Moratinistas, porque la presencia del Príncipe de la Paz impuso -silencio a las chicharras, y nadie osó formular demostraciones de -desagrado. Desde entonces el autor de <i>El sí</i>, a quien se dijo que -la conspiración había sido fraguada en el cuarto de mi ama, interrumpió -la tibia amistad que con esta le unía. La González pagó este desvío con -un cordial aborrecimiento.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch3"> - <h2 class="nobreak g0">III</h2> -</div> - -<p>Contado este suceso, muy anterior a los que son objeto del presente -libro, empezaré mi narración, la cual irá al compás de ciertos hechos -ocurridos en el otoño de 1807, año que en la mente de los madrileños -quedó marcado con el recuerdo de la famosa conspiración y causa del -Escorial.</p> - -<p>No quiero escribir una palabra más, sin daros a conocer a una -persona que desde aquellos días ocupó lugar privilegiado en mi -corazón, siendo a la vez, como se verá por este relato, lección viva -de mi existencia, pues la enseñanza que de su conocimiento me provino -contribuyó de un modo poderoso a formar mi carácter.</p> - -<p>Todas las ropas de teatro y de calle que usaba mi ama, eran -confeccionadas por una costurera de la calle de Cañizares, -excelente<span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span> y honradísima -mujer, joven aún, aunque desmejorada por el trabajo, discreta y afable, -en tales términos que por entre la corteza de su malestar presente -parecían distinguirse nacimiento y condición muy superiores. Esto no -era más que apariencia, pero a la citada persona le pasaba lo contrario -de lo que a otros pasa, y es que son nobles sin parecerlo. Doña Juana, -que este era el nombre de aquella santa mujer, tenía una hija llamada -Inés, de quince años de edad, la cual le ayudaba en sus tareas, con más -solicitud de la que podía esperarse de su delicado organismo y edad -temprana.</p> - -<p>Enaltecía a esta muchacha, además de las gracias de su persona, -un buen sentido, cual no he visto jamás en criaturas de su mismo -sexo ni aun del nuestro, amaestrado ya por los años. Inés tenía el -don especialísimo de poner todas las cosas en su verdadero lugar, -viéndolas con luz singular y muy clara, concedida a su privilegiado -entendimiento, sin duda para suplir con ella la inferioridad que le -negó la fortuna. No he visto en mi larga vida otra muchacha que a -aquella se asemejase, y estoy seguro de que a muchos parecerá este -tipo invención mía, pues no comprenderán que haya existido, entre las -infinitas hijas de Eva, una tan diferente de las demás. Pero créanlo -bajo mi palabra honrada.</p> - -<p>Si ustedes hubieran conocido a Inés, y notado la imperturbable -serenidad de su semblante, imagen del espíritu más tranquilo, más -equilibrado, más claro, más dueño de sí<span class="pagenum" -id="Page_34">p. 34</span> mismo que ha animado el corporal barro, no -pondrían en duda lo que digo. Todo en ella era sencillez, hasta su -hermosura, no a propósito para despertar mundano entusiasmo amoroso, -sino semejante a una de esas figuras simbólicas, que no están -materialmente representadas en ninguna parte; pero que vemos con los -ojos del alma, cuando las ideas agitándose en nuestra mente, pugnan por -vestirse de formas visibles en la oscura región del cerebro.</p> - -<p>Su lenguaje era también la misma sencillez; jamás decía cosa -alguna que no me sorprendiese como la más clara y expresiva verdad. -Sus razones, trayéndome al sentido equitativo y templado de todas las -cosas daban a mi entendimiento un descanso, un aplomo, de que carecía -obrando por sí mismo. Puedo decir, comparando mi espíritu con el de -Inés, y escudriñando la radical diferencia entre uno y otro, que el de -ella tenía un centro y el mío no. El mío divagaba llevado y traído por -impresiones diversas, por sentimientos contradictorios y repentinos: -mis facultades eran como meteoros errantes que tan pronto brillan como -se oscurecen, tan pronto marchan como chocan, según la influencia -recibida de superiores cuerpos; mientras las suyas eran un completo y -armónico sistema planetario, atraído, puesto en movimiento y calentado -por el gran sol de su pura conciencia.</p> - -<p>Alguien se burlará de estas indicaciones psicológicas que yo -quisiera fuesen tan exactas<span class="pagenum" id="Page_35">p. -35</span> como las concibe mi oscura inteligencia; alguien encontrará -digna de risa la presentación de semejante heroína, y harán mil -aspavientos al ver que he querido hacer una irrisoria <i>Beatrice</i> -con los materiales de una modistilla; pero estas burlas no me importan -y sigo.</p> - -<p>Desde que conocí a Inés, la amé del modo más extraño que pueden -ustedes imaginar: una viva inclinación arrastraba mi corazón hacia -ella: pero esta inclinación era como el culto que tributamos a una -superioridad indiscutible, como la fe que nos ocupa sublimando lo -más noble de nuestro ser; pero dejando siempre libre una parte de él -para las pasiones del mundo. Así es que, sin dejar de ser Inés para -mí la primera de todas las mujeres, yo creía poder amar a otras con -amor apropiado a las circunstancias de cada momento de la vida. Yo he -observado que los que se consagran a un ideal, casi nunca lo hacen -por entero, dejan una parte de sí mismos para el mundo, a que están -unidos aunque solo sea por el suelo que pisan. Hago esta observación -fastidiosa por si contribuye a esclarecer el peculiar estado de mi alma -ante tan noble criatura. ¡Y era una modista, una modistilla! Reíd si os -place.</p> - -<p>El tercer individuo de aquella honesta familia era el padre -Celestino Santos del Malvar, hermano del difunto esposo de doña Juana, -tío por lo tanto de Inés, clérigo desde su mocedad, varón simplísimo -y benévolo, pero el más desgraciado de su clase, pues no<span -class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span> tenía rentas, ni capellanía, -ni beneficio alguno. Su modestia, su buena fe y su candor inagotable -fueron sin duda parte a tenerle en la miseria por tanto tiempo; y él, -aunque era un gran latino, jamás pudo conseguir colocación alguna. -Pasaba la vida escribiendo memoriales al Príncipe de la Paz, de quien -era paisano y fue allá en la niñez amigo; mas ni el Príncipe ni nadie -le hacía caso.</p> - -<p>Cuando Godoy subió al ministerio prometiole una canonjía o ración, -y en la época de este relato hacía catorce años que D. Celestino del -Malvar estaba esperando lo prometido: mas sin que la tardanza del favor -hiciese desmayar su ingenua confianza. Siempre que se le preguntaba, -respondía:</p> - -<p>—La semana que viene recibiré el nombramiento: así me lo ha dicho el -oficial de la secretaría.</p> - -<p>De este modo pasaron catorce años, y la <i>semana que viene</i> no -venía nunca.</p> - -<p>Siempre que yo iba a aquella casa con recados de mi ama, me -detenía todo el tiempo posible, y a ella acudía también en mis ratos -de ocio, gozando mucho en contemplar la apacible existencia de una -familia, cuyos tres individuos tan honda simpatía habían despertado -en mi corazón. Doña Juana y su hija siempre cosiendo, cosiendo con -eterna aguja una tela sin fin. De esto vivían los tres, pues el padre -Celestino, tocando la flauta, haciendo versos latinos, o consumiendo -tinta y papel en larguísimos memoriales, no ganaba más caudal que el de -sus esperanzas, siempre colocadas a interés compuesto.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_37">p. 37</span>Nuestras -conversaciones eran siempre entretenidas y amenas. Yo les contaba mi -breve historia, y les hacía reír dándoles a conocer los locos proyectos -que imaginaba para lo porvenir. Nos reíamos discretamente y sin saña de -la buena fe de D. Celestino, y este después de salir a informarse de su -asunto, volvía lleno de júbilo, dejaba sobre una silla el sombrero de -teja y el manteo, y restregándose las manos, decía al sentarse junto a -nosotros:</p> - -<p>—Ahora sí que va de veras. La semana que entra, sin falta. Me han -dicho que ocurrieron ciertas dilacioncillas; pero ya están vencidas, a -Dios gracias. La semana que entra, sin falta.</p> - -<p>Cierto día le dije:</p> - -<p>—Usted, D. Celestino, no ha conseguido ya lo que desea, porque es -hombre encogido y no se lanza... pues... no se lanza.</p> - -<p>—¿Qué es eso de lanzarse, chiquillo? —me preguntó.</p> - -<p>—Pues... a mí me han dicho que hoy conviene pedir veinte para que -den cinco. Además, váyase el mérito con mil demonios: lo que conviene -es tener desvergüenza para meterse en todas partes, buscar la amistad -de personas poderosas; en fin, hacer lo que los demás han hecho para -subir a esos puestos en que son la admiración del mundo.</p> - -<p>—¡Ah, Gabriel! —dijo doña Juana—. Tú eres un ambiciosillo a quien -alguien ha trastornado el juicio. Lo que menos crees tú es que te has -de ver por ensalmo en la corte,<span class="pagenum" id="Page_38">p. -38</span> cubierto de galones y mandando y disponiendo desde la -Secretaría del Despacho.</p> - -<p>—Justo y cabal, señora mía —dije yo riendo y atento a lo que -expresaba el semblante de Inés, con quien repetidas veces había hablado -del mismo asunto—. Aunque estoy en el mundo sin padre ni madre, ni -perro que me ladre, yo creo que bien puedo esperar lo que otros han -tenido sin ser más sabios que yo. De menos hizo Dios a Cañete a quien -hizo de un puñete.</p> - -<p>—Tú tienes disposición, Gabriel —dijo gravemente D. Celestino—; -y mucho será que de un día para otro no te veamos convertido en -personaje. Entonces no te dignarás hablarnos, ni vendrás a casa; -pero hijo, es preciso que aprendas los clásicos latinos, sin lo -cual no hallarás abierta ninguna de las puertas de la fortuna; y -además te aconsejo que aprendas a tañer la flauta, porque la música -es suavizadora de las costumbres, endulza los ánimos más agrios, y -predispone a la benevolencia para con los que la manejan bien. Y si no, -ahí me tienes a mí, que de seguro nada habría conseguido si de antiguo -no cultivara mi entendimiento en aquellas dos divinísimas artes.</p> - -<p>—No echaré en saco roto la advertencia —repuse—, pues todos sabemos -a qué debe su encumbramiento el hombre más poderoso que hay hoy en -España después del Rey.</p> - -<p>—¡Calumnias! —exclamó irritado el sacerdote—. Mi paisano, amigo y -mecenas, el señor Príncipe de la Paz, debe su elevación a su<span -class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> gran mérito, a su sabiduría -y tacto político, y no a supuestas habilidades en la guitarra y en las -castañuelas, como dice el estólido vulgo.</p> - -<p>—Sea lo que quiera —añadí yo—, lo cierto es que ese hombre, de -humildísimo guardia ha subido a cuanto hay que subir. Bien claro -está.</p> - -<p>—Pues no dudes que tú harás otro tanto —dijo con ironía doña Juana—. -De hombres se hacen los obispos, como dijo el otro.</p> - -<p>—Verdad es —repuse siguiendo la broma—, y juro que he de hacer a D. -Celestino arzobispo de Toledo.</p> - -<p>—Alto allá —dijo el clérigo seriamente—. No acepto yo un cargo para -el que me reconozco sin méritos. Bastante tendré yo con una capellanía -de Reyes Nuevos o el arcedianato de Talavera.</p> - -<p>Así siguió entre veras y burlas la conversación, hasta que saliendo -de la salita doña Juana y el buen presbítero, nos dejaron solos a Inés -y a mí.</p> - -<p>—Cómo se ríen de mis proyectos, niñita mía —le dije—. Pero tú -comprenderás que un muchacho como yo no debe contentarse con servir -a cómicos por toda su vida. A ver: de todo lo que yo puedo ser, -Dios mediante, ¿qué te gusta más? Escoge: ¿te gustaría que fuese -capitán general, príncipe coronado, con vasallos y ejército, señor de -muchas tierras, primer ministro que quite y ponga los empleados a su -antojo, obispo?... No, obispo no, porque entonces no podría casarme -contigo,<span class="pagenum" id="Page_40">p. 40</span> para hacerte -llevar en carroza de doce caballos...</p> - -<p>Inés se puso a reír, como quien oye un cuento de esos cuyo chiste -consiste en la magnitud de lo absurdo.</p> - -<p>—Ríete de mí, pero contesta: ¿qué quieres más?</p> - -<p>—Lo que quiero —dijo con dulce voz y suspendiendo la costura—, es -verte general, primer ministro, gran duque, emperador o arzobispo; pero -de tal modo que cuando te acuestes por la noche en tu colchoncito de -plumas puedas decir: hoy no he hecho mal a nadie ni nadie ha muerto por -mi causa.</p> - -<p>—Pero, reinita —dije yo interesándome más cada vez en aquel -coloquio—, si llego a ser eso que dices (pues bien podría suceder), -¿qué importa que mueran por mí o por el bien del Estado tres o cuatro -prójimos que nada significan en el mundo?</p> - -<p>—Bueno —repuso ella—, pero que los maten otros. Si tú llegas a ser -eso que has dicho, y para mantenerte en un puesto que no mereces, -necesitas sacrificar a muchos desgraciados, buen provecho te haga.</p> - -<p>—¡Qué escrupulosa eres, Inesilla! —dije—. Si te hiciera caso, mi -vida se encerraría entre cuatro paredes. ¿Qué es eso de sacrificar -desgraciados? Yo voy a mi negocio, y los demás... como yo no he de -matar a nadie. Y sobre todo, si hago daño a alguno serán tantos los -que reciban beneficios de mi mano, que todo quedará compensado, -y mi conciencia en santa paz. Veo que tú no te entusiasmas<span -class="pagenum" id="Page_41">p. 41</span> como yo, ni piensas lo que -yo pienso. ¿Quieres que te sea franco? Pues oye. A mí se me ha metido -en la cabeza que cuando tenga más años, he de ocupar una posición... -qué sé yo... me mareo pensando en esto. No te puedo decir ni cómo he de -llegar a ella, ni quién me dará la mano para subir de un salto tantos -escalones; pero ello es que yo cavilo en esto, y me figuro que ya me -estoy viendo elevado a la más alta dignidad por una dama poderosa que -me haga su secretario, o por un joven que me crea listo para ayudarle -en sus asuntos...; no te enfades, chiquilla, que cuando tales cosas -se ocurren y uno tiene la cabeza llena a todas horas de los mismos -pensamientos, al fin tiene que salir cierto, como este es día.</p> - -<p>Inés no se enfadaba, sino que reía. Después, marcando con su aguja -el compás gramatical de su discurso, me dijo:</p> - -<p>—Pues mira: si tú hubieras nacido en cuna de príncipes, no te digo -que no. Pero has de saber que si tú, que eres un pobrecillo hijo de -pescadores y no tienes más ciencia que leer mal y escribir peor, llegas -a ser hombre ilustre y poderoso, no porque saques talento y sabiduría, -sino porque a una señora caprichosa o a un vejete rico se le ocurra -protegerte, como otros muchos de quienes cuentan maravillas; has de -saber, digo, que tan fácilmente como subas volverás a caer, y hasta los -sapos se reirán de ti.</p> - -<p>—Eso será lo que Dios quiera —respondí—. Caeremos o no, pues aunque -ignorantes,<span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span> no nos -faltará nuestra gramática parda.</p> - -<p>—¡Qué necio eres! Mira: a mí me han dicho... no, nadie me lo ha -dicho: pero lo sé... que en el mundo al fin y al cabo, pasa siempre lo -que debe pasar.</p> - -<p>—Reinita —dije—, en eso te equivocas, porque nosotros deberíamos ser -ricos, y no lo somos.</p> - -<p>—Todos creerán lo mismo, hijito, y es preciso que alguno esté -equivocado. Pues bien: todas las cosas del mundo concluyen siempre como -deben concluir. No sé si me explico.</p> - -<p>—Sí, te entiendo.</p> - -<p>—A mí me han dicho... no, no me lo han dicho: lo sé desde hace mil -años...: yo sé que en el mundo todo lo que pasa es según la ley..., -porque chiquillo, las cosas no pasan porque a ellas les da la gana, -sino porque así está dispuesto. Las aves vuelan y los gusanos se -arrastran, y las piedras se están quietas, y el sol alumbra, y las -flores huelen, y los ríos corren hacia abajo y el humo hacia arriba, -porque así es su regla... ¿me entiendes?</p> - -<p>—Lo que es eso todos lo sabemos —respondí menospreciando la ciencia -de Inesilla.</p> - -<p>—Bien, muchacho —continuó la profesora—: ¿crees tú que una tortuga -puede volar, aunque esté meneando toda la vida sus torpes patas?</p> - -<p>—No, seguramente.</p> - -<p>—Pues tú pensando en ser hombre ilustre y poderoso, sin ser noble, -ni rico, ni sabio,<span class="pagenum" id="Page_43">p. 43</span> eres -como una tortuga que se empeñara en subir volando al pico más alto de -Guadarrama.</p> - -<p>—Pero, reinita y emperatriz —dije yo—, si no pienso subir solo, sino -que pienso encontrar, como otros que yo me sé, una personita que me -suba en un periquete. Hazme el favor de decirme cuál era la sabiduría y -la riqueza <i>del otro</i>, cuando le hicieron duque y generalísimo.</p> - -<p>—Pero, señor duquillo —contestó ella jovialmente—, si esa personita -le sube a usted, será como si un águila o buitre cogiera por su concha -a la tortuga para llevársela por los aires. Sí, te levantará; pero -cuando estés arriba, el pájaro no va a estarse toda la vida con tanto -peso en las alas, te dirá: «Ahora, niño mío, mantente solo.» Tú moverás -las patucas; pero como no tienes alas, ¡pataplús! caerás en el suelo -haciéndote mil pedazos.</p> - -<p>—¡Qué tonta eres! —dije con petulancia—. Eso pasa en las cosas que -se ven y se tocan; pero chica, lo que se piensa y lo que se siente es -otro mundo aparte. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra?</p> - -<p>—Estás lucido, sí —repuso Inés—. Todo debe ser así mismamente. -Cuando tú quieres a una persona o cuando la aborreces, no es porque se -te antoje. ¡Ah! chico: el corazón tiene también... pues... su ley, y -todo lo que pensamos con nuestra cabecita, va según lo que debe ser y -está mandado.</p> - -<p>—Pero di, chiquilla, ¿de dónde sabes tú todo eso? —le pregunté.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_44">p. 44</span>—¿Pero esto es saber? -—respondió con naturalidad—. Pues esto lo sabes tú y todos. De veras -te digo que se me ocurrió cuando estabas hablando, y que jamás había -pensado en tales cosas.</p> - -<p>—¡Picarona! Cuando menos, tienes escondido un rimero de libros, con -los cuales te vas a hacer doctora por Salamanca.</p> - -<p>—No, hijito, no he leído más libros, fuera de los de devoción, que -<i>Don Quijote de la Mancha</i>. ¿Ves? A ti te va a pasar algo de lo de -aquel buen señor: solo que aquel tenía alas para volar, ¡pobrecillo! lo -que le faltaba era aire en que moverlas.</p> - -<p>Inesilla no dijo más. Yo callé también, porque a pesar de mi -petulancia, no pude menos de comprender que las palabras de mi amiga -encerraban profundo sentido. ¡Y la que así hablaba era una modista, una -modistilla! <i>Ridete cives.</i></p> - -<p>—Lo que yo sé —dije al fin sintiendo en mí un vivo arrebato de -afecto—, es que te quiero, que te amo, que te adoro, que me subyugas -y me dominas como a un papanatas, que eres una divinidad, y que juro -no hacer cosa alguna sin consultarte. Adiós, reinita: mañana te diré -lo que se me ocurra esta noche. Quién sabe, quién sabe si llegaremos a -ser... ¿Por qué no? Es preciso estar dispuesto, porque la escalera de -los honores es penosa, y si uno se rompe la crisma, como dices...</p> - -<p>—Siempre quedará la del cielo —dijo inclinando otra vez la cabeza -sobre la costura.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_45">p. 45</span>—Tienes cosas que me -hacen estremecer. Adiós, Inesilla, luz y pensamiento mío.</p> - -<p>Dicho esto, me despedí de ella y salí. Al abandonar la casa la sentí -cantar, y su armoniosa voz se mezclaba en extraña disonancia con los -ecos de la flauta que tañía en lo interior de la morada D. Celestino. -Siempre que salía de allí, mi espíritu experimentaba un reposo, una -estabilidad, no sé cómo expresarlo, una frescura, que luego destruía el -trato con personas de diversa condición. De esto hablaré enseguida; mas -ante todo me cumple manifestar que Inesilla tenía razón al burlarse de -mis locos proyectos. Es el caso que como a todas horas oía hablar de -personajes nulos, a quienes el cortesano favor elevó a honrosas alturas -sin mérito alguno, se me antojó que la Providencia me reservaba, como -en compensación de mi orfandad y pobreza, una de aquellas repentinas -y escandalosas mudanzas que por entonces ocurrían en nuestra España; -y de tal modo se encajó en mi cerebro semejante idea, que llegó a ser -artículo de fe. Me hallaba, por más señas, en la edad en que somos -tontos. No todos poseen el don de saber las cosas <i>desde hace mil -años</i>, como Inesilla.</p> - -<p>Ahora verán ustedes la serie de circunstancias que llevaron mi necia -credulidad al último extremo. Para esto tengo que dar a conocer a otras -personas, a quienes espero recibirá el lector con gusto. Hablemos, -pues, de teatros.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch4"> - <p><span class="pagenum" id="Page_46">p. 46</span></p> - <h2 class="nobreak g0">IV</h2> -</div> - -<p>El del Príncipe estaba ya reconstruido en 1807 por Villanueva, y -la compañía de Máiquez trabajaba en él, alternando con la de la ópera -dirigida por el célebre Manuel García; mi ama y la Prado eran las dos -damas principales de la compañía de Máiquez. Los galanes secundarios -valían poco, porque el gran Isidoro, en quien el orgullo era igual -al talento, no consentía que nadie despuntara en la escena, donde -tenía el pedestal de su inmensa gloria, y no se tomó el trabajo de -instruir a los demás en los secretos de su arte, temiendo que pudieran -llegar a aventajarle. Así es que alrededor del célebre histrión todo -era mediano. La Prado, mujer de Máiquez, y mi ama alternaban en los -papeles de primera dama, desempeñando aquella el de Clitemnestra en el -<i>Orestes</i>, el de Estrella en <i>Sancho Ortiz de las Roelas</i> y -otros. La segunda se distinguía en el de doña Blanca de <i>García del -Castañar</i>, y en el de Edelmira (Desdémona) del <i>Otello</i>.</p> - -<p>La compañía de ópera era muy buena. Además de Manuel García, que -era un gran maestro, cantaban su mujer Manuela Morales, un italiano -llamado Cristiani, y la Briones. De esta mujer, que era concubina de -Manuel García, nació el año siguiente el portento<span class="pagenum" -id="Page_47">p. 47</span> de las virtuosas, la reina de las cantantes -de ópera, Mariquita Felicidad García, conocida en su tiempo por la -<i>Malibrán</i>.</p> - -<p>Figúrense ustedes, señores míos, si estaría yo divertido con -representación o música por tarde y noche, asistiendo gratis, aunque -por dentro y en sitios donde se pierde parte de la ilusión, a las -funciones más bonitas y más aplaudidas que se celebraban en Madrid; -rozándome con guapísimas actrices, y familiarizado con los hombres que -hacían reír o llorar a la corte entera.</p> - -<p>Y no piensen ustedes que solo alternaba con los cómicos, gente que -entonces no era considerada como la nata de la sociedad; también me -veía frecuentemente en medio de personajes muy ilustres, de los que -menudeaban en los vestuarios; no faltando en tales sitios alguna dama -tan hermosa como linajuda de las que no desdeñaban de ensuciar su -guardapiés con el polvo de los escenarios.</p> - -<p>Precisamente voy a contar ahora cómo mi ama tenía relaciones de -íntima amistad con dos señoras de la corte, cuyos títulos nobiliarios, -de los más ilustres y sonoros que desde remoto tiempo han exornado -nuestra historia, me propongo callar por temor a que pudieran enojarse -las familias que todavía los llevan. Estos títulos, que recuerdo muy -bien, no serán escritos en este papel; y para designar a las dos -hermosas mujeres emplearé nombres convencionales.</p> - -<p>Recuerdo haber visto por aquel tiempo en la fábrica de Santa Bárbara -un hermoso<span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span> tapiz en que -estaban representadas dos lindas pastoras. Habiendo preguntado quiénes -eran aquellas simpáticas chicas, me dijeron:</p> - -<p>—Estas son las dos hijas de Artemidoro, a saber: Lesbia y -Amaranta.</p> - -<p>He aquí dos nombres que vienen de molde para mi objeto, amado -lector. Haz cuenta que siempre que diga <i>Lesbia</i>, quiero -significar a la duquesa de X, y cuando ponga <i>Amaranta</i>, a la -condesa de X. Con este sistema quedan a salvo todos los títulos -nobiliarios de aquellas dos diosas de mi tiempo.</p> - -<p>En cuanto a su hermosura, todo lo que mi descolorida pluma puede -expresar será poco para describirlas, porque eran encantadoras, -especialmente la condesa de... digo, Amaranta. Ambas tenían gusto -muy refinado por las artes, protegían a los pintores, aplaudían y -obsequiaban a los cómicos, ponían bajo su patrocinio las primeras -representaciones de la obra de algún poeta desvalido, coleccionaban -tapices, vasos y cajas de tabaco, introducían y propagaban las más -vistosas modas de la despótica París, se hacían llevar en litera a la -Florida, merendaban con Goya en el Canal, y recordaban con tristeza la -trágica muerte de Pepe Hillo, acontecida en 1803.</p> - -<p>Nada tiene de extraño, pues, que su misma vida, la tumultuosa -ansiedad de novedades y fuertes impresiones que las dominaba, -fuesen parte a lanzarlas en un dédalo de aventuras, tales como la -que voy a contar. Las pobrecillas no sabían otra cosa, y puesto que -habían perdido cuanto la rancia educación<span class="pagenum" -id="Page_49">p. 49</span> española pudo haberlas dado, sin adquirir -nada que llenase este vacío, no debemos culparlas acerbamente. Alguno -quizás las culpe, y con razón aunque por otras cosas; pero ¡ay! eran... -lindísimas.</p> - -<p>Una tarde mi ama salió con muy mal humor del teatro. Isidoro la -había reprendido no sé por qué, y aquí debo advertir que el sublime -actor trataba a sus subalternos como si fueran chiquillos de escuela. -Al llegar Pepita a su casa me dijo:</p> - -<p>—Prepara todo, que vendrán a cenar las señoras Lesbia y Amaranta.</p> - -<p>El preparar todo, consistía en azotar un poco los muebles de la sala -para que el polvo variara de sitio; en echar aceite en los velones; -en comprar la prima para la guitarra, si le faltaba; en llamar a D. -Higinio para que afinase el clave; limpiar las cornucopias; ir por -nueva remesa de pomada <i>a la Marechala</i>, etcétera, etc. En cuanto -a la cena, venía hecha de una repostería. Di cumplimiento a estos -encargos, y pedí nuevas órdenes; pero mi ama estaba de mal humor, y sin -hacer caso de lo que le decía, me preguntó:</p> - -<p>—¿No te dijo si venía esta noche?</p> - -<p>—¿Quién?</p> - -<p>—Isidoro.</p> - -<p>—No, señora, no me ha dicho nada.</p> - -<p>—Como hablaba contigo al concluir la representación...</p> - -<p>—Fue para decirme que si volvía a enredar entre bastidores mientras -él representaba, me mandaría desollar vivo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span>—¡Qué genio! Le -convidé para venir y no me contestó.</p> - -<p>Después de esto no dijo más, y con ademán triste y sombrío se -encerró en su cuarto con la criada para cambiar de vestido. Seguí -preparando todo, y al poco rato reapareció mi ama.</p> - -<p>—¿Qué hora es? —preguntó.</p> - -<p>—Las nueve acaban de dar en el reloj de la Trinidad.</p> - -<p>—Me parece que siento ruido en el portal —dijo con mucha -ansiedad.</p> - -<p>—La señora se equivoca.</p> - -<p>—De modo que él no te dijo terminantemente si venía o no venía.</p> - -<p>—¿Quién, Isidoro? No, señora.</p> - -<p>—Como tiene ese genio tan... ya ves qué incomodado estaba esta -tarde. Sin embargo, yo creo que vendrá. Le convidé ayer, y aunque no me -dijo una palabra... él es así.</p> - -<p>Al decir esto, mostraba en su semblante una inquietud, una -agitación, una zozobra, que eran señales de las vivas emociones de su -alma. ¿A qué tanto interés por la asistencia de Isidoro, persona a -quien diariamente veía en el teatro?</p> - -<p>Después examinó la sala, por ver si faltaba algo, y se sentó -aguardando la llegada de sus convidados. Al fin sentimos abrir la -puerta de la calle, y pasos de hombre sonaron en la escalera.</p> - -<p>—Es él —dijo mi ama levantándose de un salto y andando con cierto -atolondramiento por la habitación.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span>Yo corrí a abrir, y -un instante después el gran actor entró en la sala.</p> - -<p>Isidoro era un hombre de treinta y ocho años, de alta estatura, -actitud indolente, semblante pálido, y con tal expresión en este y en -la mirada, que observado una vez, su imagen no se borraba nunca de -la memoria. Aquella noche traía un traje verde oscuro, con pantalón -de ante y botas polonesas, prendas todas de irreprensible elegancia -que usaba con más propiedad que ninguno. Su vestir era un modo de -ser propio y personal; él constituía por sí una especie de moda, y -no se podía decir que se sometiera, cual dócil lechuguino, al uso -común. En otros infringir las reglas habría sido ridículo; pero en él -infringirlas era lo mismo que modificarlas o crearlas de nuevo.</p> - -<p>Ya os lo daré a conocer más adelanto como actor. Por ahora podréis -conocer algunos rasgos de su carácter como hombre. Al entrar se arrojó -sobre un sillón sin saludar a mi ama más que con una de esas fórmulas -familiares e indiferentes que se emplean entre personas acostumbradas -a verse con frecuencia. Por un buen rato permaneció sin decir nada, -tarareando un aria, con la vista fija en las paredes y el techo, y sin -dejar de golpearse la bota con el bastón.</p> - -<p>Salí de la sala a traer no sé qué cosa, y al volver oí a Isidoro que -decía:</p> - -<p>—¡Qué mal has representado esta tarde, Pepilla!</p> - -<p>Observó que mi ama, turbada como una<span class="pagenum" -id="Page_52">p. 52</span> chicuela ante el fiero maestro de escuela, -no supo contestar más que con trémulas frases a aquella brusca -reprensión.</p> - -<p>—Sí —continuó Isidoro—, de algún tiempo a esta parte estás -desconocida. Esta tarde todos los amigos se han quejado de ti y te -han llamado fría, torpe... Te equivocabas a cada instante, y parecías -tan distraída, que era preciso que yo te llamara la atención para que -salieras de tu embobamiento.</p> - -<p>Efectivamente, según oí entre bastidores aquella tarde, mi ama había -estado muy infeliz en su papel de Blanca en <i>García del Castañar</i>. -Todos los amigos estaban admirados, considerando la perfección con que -la actriz había desempeñado en otras ocasiones papel tan difícil.</p> - -<p>—Pues no sé —respondió mi ama con voz conmovida—. Yo creo que he -representado esta tarde lo mismo que las demás.</p> - -<p>—En algunas escenas sí; pero en las que dijiste conmigo estuviste -deplorable. Parece que habías olvidado el papel, o que trabajabas de -mala gana. En la escena de nuestra salida recitaste tu soneto como -una cómica de la legua que representa en Barajas o en Cacabelos. Al -decirme</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">No quieren más las flores al rocío</div> - <div class="verse indent0">que en los fragantes vasos el sol bebe...</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0">tu voz temblaba, como la de quien sale por primera vez a -las tablas... me diste la mano y la tenías ardiendo, como si estuvieras -con calentura... te equivocabas a cada momento,<span class="pagenum" -id="Page_53">p. 53</span> y parecías no hacer maldito caso de que yo -estaba en la escena.</p> - -<p>—¡Oh, no... pero te diré! El mismo miedo de hacerlo mal. Temía que -te enfadaras, y como nos reprendes con tanta violencia cuando nos -equivocamos...</p> - -<p>—Pues es preciso que te enmiendes si quieres seguir en mi compañía. -¿Estás enferma?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—¿Estás enamorada?</p> - -<p>—¡Oh, no, tampoco! —contestó la actriz con turbación.</p> - -<p>—Apuesto a que por atender demasiado a alguna persona de las -lunetas, no acertabas con los versos de la comedia.</p> - -<p>—No, Isidoro, te equivocas —dijo mi ama afectando buen humor.</p> - -<p>—Lo raro es que en las escenas que siguieron, sobre todo en la de D. -Mendo, hiciste perfectamente tu papel; pero luego en el tercer acto, -cuando te tocó otra vez declamar conmigo, vuelta a las andadas.</p> - -<p>—¿Dije mal el parlamento del bosque?</p> - -<p>—No, al contrario, recitaste con buena entonación los versos</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">¿Dónde voy sin aliento,</div> - <div class="verse indent0">cansada, sin amparo, sin intento,</div> - <div class="verse indent0">entre aquesta espesura?</div> - <div class="verse indent0">Llorad, ojos, llorad mi desventura.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>En la escena con la reina también estuviste muy feliz, lo mismo que -en el diálogo con D. Mendo. Con qué elocuente tono exclamaste<span -class="pagenum" id="Page_54">p. 54</span> «¡tengo esposo!» y después -aquello de</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent18">Sí harán,</div> - <div class="verse indent0">porque bien o mal nacido,</div> - <div class="verse indent0">el más indigno marido</div> - <div class="verse indent0">excede al mejor galán;</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0">pero desde que salí yo y me viste...</p> - -<p>—Es lo que digo. El temor de hacerlo mal y disgustarte...</p> - -<p>—Pues me has disgustado de veras. Cuando decías: «Esposo mío, -García», te hubiera dado un pescozón en medio de la escena y delante -del público. Marmota, ¿no te he dicho mil veces cómo deben pronunciarse -esas palabras? ¿No has comprendido todavía la situación? Blanca teme -que su marido sospecha una falta. El contento que experimenta al verle, -y el temor de que García dude de su inocencia, deben mezclarse en -aquella frase. Tú, en vez de expresar estos sentimientos, te dirigiste -a mí como una modistilla enamorada, que se encuentra de manos a boca -con su querido hortera. Luego cuando me suplicabas que te matara, -lo hiciste sin lo que llamamos nosotros decoro trágico. Parecía que -realmente deseas recibir la muerte de mi mano, y hasta te pusiste de -hinojos ante mí, cuando te tengo dicho terminantemente que no hagas tal -cosa, sino en los pasajes en que te lo ordene. En las décimas</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent0">García, guárdete el cielo,</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0">te equivocaste más de veinte veces, y cuando yo dije</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent0"><span class="pagenum" id="Page_55">p. 55</span>¡ay, querida esposa mía,</div> - <div class="verse indent0">qué dos contrarios extremos!</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0">te arrojaste en mis brazos, cuando aún no era llegada la -ocasión, y yo, preocupado con el agravio recibido, no podía entregarme -a halagos amorosos. Echaste a perder el final, Pepilla, desluciste la -comedia, y me desluciste a mí.</p> - -<p>—Yo no puedo deslucirte nunca.</p> - -<p>—Pues ya ves cómo no fui aplaudido esta tarde como las anteriores; -y de esto tienes tú la culpa, sí, tú misma, por tus torpezas y tus -tonterías. No haces caso de mis lecciones, no te esfuerzas por -complacerme, y por último me pondrás en el caso de quitarte el partido -en mi compañía, poniéndote de parte de por medio o racionera, si no me -obligas con tus descuidos a echarte del teatro.</p> - -<p>—¡Ay Isidoro! —dijo mi ama—. Yo procuro siempre hacerlo lo mejor -posible para que no te enfades ni me riñas; pero tanto miedo tengo a -que me reprendas que en la escena tiemblo desde que te veo aparecer. -¿Querrás creer una cosa? Pues cuando estamos representando juntos, -hasta temo hacerlo demasiado bien, porque si me aplauden mucho, -me parece que tomo para mí una parte del triunfo que a ti solo -corresponde, y creo que has de enfadarte si no te aplauden a ti solo. -Este temor, unido al que me causas cuando me amenazas por señas o me -corriges con enojo, me hace temblar y balbucir, y a veces no sé lo que -me digo. Pero descuida que ya me<span class="pagenum" id="Page_56">p. -56</span> enmendaré: no tendrás que echarme de tu teatro.</p> - -<p>No oí lo que siguió a estas palabras, porque salí con un velón que -exhalaba mal olor; al volver noté que la conversación había variado. -Isidoro permanecía en el sillón con indolencia y mostrando un gran -aburrimiento.</p> - -<p>—¿Pero no vienen tus convidados? —preguntó.</p> - -<p>—Es temprano. Veo que te fastidias en mi compañía —contestó mi -ama.</p> - -<p>—No; pero la reunión hasta ahora no tiene nada de divertida.</p> - -<p>Isidoro sacó un cigarro y fumó. Debo advertir que el ilustre actor -no gastaba tabaco por las narices, como casi todos los grandes hombres -de su tiempo, Talleyrand, Metternich, Rossini, Moratín y el mismo -Napoleón, que, si no miente la historia, por abreviar la operación de -sacar y destapar la tabaquera, llevaba derramado el aromático polvo -en el bolsillo del chaleco, forrado interiormente de hule; y mientras -disponía los escuadrones de Jena, o durante las conferencias de -Tilsitt, no cesaba de meter en el susodicho bolsillo los dedos pulgar -e índice para llevarlos a la nariz cada minuto. Por esta singular -costumbre dicen que el chaleco amarillo y las solapas que cubrían el -primer corazón del siglo, eran una de las cosas más sucias que se han -señoreado de la Europa entera.</p> - -<p>Farinelli también se atarugaba las narices entre un aria y -un oratorio, y de ciertos papeles viejos que hemos visto se -desprende,<span class="pagenum" id="Page_57">p. 57</span> que el mejor -regalo que podía hacer una dama enamorada, o un noble entusiasta, a -cualquier músico, pintor o <i>virtuoso</i> italiano, era un par de -arrobas de tabaco.</p> - -<p>El abate Pico della Mirandola, Rafael Mengs, el tenor Montagnana, la -soprano Pariggi, el violinista Alaí y otras notabilidades del teatro -del Buen Retiro, consumieron lo mejor que venía de América en los -regios galeones.</p> - -<p>Perdóneseme la digresión, y conste que Isidoro no usaba tabaco en -polvo.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch5"> - <h2 class="nobreak g0">V</h2> -</div> - -<p>Las diez serían cuando solemnemente entraron las dos damas de -que antes he hecho honorífica mención. ¡Lesbia, Amaranta! ¿Quién -podrá olvidaros si alguna vez os vio? Excusado es decir que iban de -incógnito, y en coche, no en litera donde fácil hubiera sido conocerlas -al indiscreto vulgo. Las pobrecillas gustaban mucho de aquellas -reuniones de confianza, donde hallaban desahogo sus almas comprimidas -por la etiqueta.</p> - -<p>Ha de saberse que en las reuniones clásicas de familia o de -palacio, en las reuniones donde reinaba con despótico imperio la ley -castiza, no ocurría cosa alguna que no fuese encaminada a producir -entre los asistentes un decoroso aburrimiento. No se hablaba, ni<span -class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span> mucho menos se reía. Las -damas ocupaban el estrado, los caballeros el resto de la sala, y las -conversaciones eran tan sosas como los refrescos. Si alguien tocaba -el clave o la guitarra, la tertulia se animaba un poco; pero pronto -volvía a reinar el más soporífero decoro. Se bailaba un minueto: -entonces los amantes podían saborear las platónicas e ideales delicias -que resultaban de tocarse las yemas de los dedos, y después de muchas -cortesías hechas con música, volvía a reinar el decoro, que era una -deidad parecida al silencio.</p> - -<p>Nada tiene de particular que algunas damas de imaginación buscaran -en reuniones menos austeras, pasatiempos más acordes con su naturaleza, -y aquí traigo a la memoria <i>El sí de las niñas</i>, que censurando -la hipocresía en la educación, es una general censura de la hipocresía -en todas las fases de nuestras antiguas costumbres. Todo anunciaba en -aquellos días una fuerte tendencia a adoptar usos un poco más libres, -relaciones más francas entre ambos sexos, sin dejar de ser honradas, -vida en fin, que se fundara antes en la confianza del bien, que en el -recelo del mal, y que no pusiera por fundamentos de la sociedad la -suspicacia y la probabilidad del pecado. La verdad es que había mucha -hipocresía entonces: porque las cosas no se hicieran en público, no -dejaban de hacerse, y siendo menos libres las costumbres, no por eso -eran mejores.</p> - -<p>Lesbia y Amaranta entraron haciendo<span class="pagenum" -id="Page_59">p. 59</span> cortesías y gestos encantadores, que -revelaban la alegría de sus corazones. Las acompañaba el tío de -Amaranta, viejo marqués diplomático; pero antes de decir quién era -este, voy a referiros cómo eran ellas.</p> - -<p>La duquesa de X (Lesbia), era una hermosura delicada y casi -infantil, de esas que, semejantes a ciertas flores con que poéticamente -son comparadas, parece que han de ajarse al impulso del viento, al -influjo de un fuerte sol, o perecer desechas si una débil tempestad las -agita. Las que se desataron en el corazón de Lesbia no hicieron estrago -alguno, al menos hasta entonces, en su belleza.</p> - -<p>Parecía haber salido el día antes del poder de las buenas madres -de Chamartín de la Rosa, y que aún no sabía hablar sino de los bollos -del convento, de las hormigas de la huerta, de la regla de San Benito -y de los cariños de la madre Circuncisión. ¡Pero cómo desmentía esta -creencia en cuanto comenzaba a hablar la picarona! En su lenguaje -tomaba mucha parte la risa, con tanta franqueza y tan discreta -desenvoltura, que nadie estaba triste en su presencia. Era rubia y no -muy alta, aunque sí esbelta y ligera como un pajarito. Todo en ella -respiraba felicidad y satisfacción de sí misma; era una naturaleza -tan voluntariosa como alegre, a quien ningún extraño albedrío podía -sujetar. Los que tal intentaran principiarían por enojarla, y enojarla -era echarla a perder, destruyendo la mitad de sus encantos.</p> - -<p>Entre las cualidades que hacían agradable<span class="pagenum" -id="Page_60">p. 60</span> el trato de Lesbia, descollaba su habilidad -en el arte de la declamación. Era una cómica consumada, y según conocí -después, su talento sin igual para la escena no se reducía a los -estrechos lienzos pintados de los teatros caseros, sino que tomaba más -ancho vuelo, desplegándose en todos los actos de la vida. Siempre que -se daba alguna función extraordinaria en cualquiera de las principales -casas de la corte, ella hacía la mejor parte, y a la sazón Máiquez le -enseñaba el papel de Edelmira en la tragedia de <i>Otello</i>, que -debía ponerse en escena en el teatro doméstico de cierta marquesa. -Isidoro y mi ama estaban también designados para cooperar en aquella -representación, anunciada como muy espléndida.</p> - -<p>Lesbia era casada. Tres años antes, y cuando apenas tenía diez y -nueve, contrajo matrimonio con un señor duque que se pasaba el tiempo -cazando como un Nemrod en sus vastas dehesas: venía alguna vez a Madrid -hecho un zafiote para pedir perdón a su mujer por las largas ausencias, -y jurarle que tenía el propósito de no disgustarla más, viviendo lejos -de ella. Sin que nadie me lo diga, afirmo que Lesbia se quejaría con su -dulce vocecita; pero cuidando de no esforzar su queja en términos que -pudieran decidir al duque a cambiar de vida.</p> - -<p>Amaranta era un tipo enteramente contrario al de Lesbia. Esta -agradaba; pero Amaranta entusiasmaba. La apacible y graciosa hermosura -de la primera hacía pasajeramente<span class="pagenum" id="Page_61">p. -61</span> felices a cuantos la miraban. La belleza ideal y grandiosa -de la segunda, causaba un sentimiento extraño, parecido a la tristeza. -Pensando en esto después, he creído que la singular estupefacción -que experimentamos ante uno de estos raros portentos de la hermosura -humana, consiste o en la creencia de nuestra inferioridad o en la poca -esperanza de poseer el afecto de una persona, que a causa de sus muchas -perfecciones, será solicitada por sin número de golosos.</p> - -<p>Entre las mujeres que he visto en mi vida, no recuerdo otra que -poseyera atracción tan seductora en su semblante, así es que no he -podido olvidarla nunca, y siempre que pienso en las cosas acabadas y -superiores, cuya existencia depende exclusivamente de la Naturaleza, -veo su cara y su actitud como intachables prototipos que me sirven para -mis comparaciones. Amaranta parecía tener treinta años. La gloria de -haber producido a aquella mujer te pertenece en primer término a ti, -Andalucía, y después a ti, Tarifa, fin de España, rincón de Europa -donde se han refugiado todas las gracias del tipo español, huyendo de -extranjera invasión.</p> - -<p>Con lo dicho, podrán ustedes formar idea de cómo era la incomparable -condesa de X, <i>alias</i> Amaranta, y excuso descender a pormenores -que ustedes podrán representarse fácilmente, tales como su arrogante -estatura, la blancura de su tez, el fino corte de todas las líneas de -su cara, la expresión de sus dulces y patéticos ojos, la negrura de sus -cabellos y<span class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span> otras muchas -indefinidas perfecciones que no escribo, porque no sé cómo expresarlas; -calidades que se comprenden, se sienten y se admiran por el inteligente -lector, pero cuyo análisis no debe este exigirnos, si no quiere que el -encanto de esas mil sutiles maravillas se disipe entre los dedos de -esta alquimia del estilo, que a veces afea cuanto toca.</p> - -<p>No conservo cabal memoria de sus vestidos. Al acordarme de Amaranta, -me parece que los encajes negros de una voluminosa mantilla, prendida -entre los dientes de la más fastuosa peineta, dejan ver por entre sus -mil recortes e intersticios el brillo de un raso carmesí, que en los -hombros y en las bocamangas vuelve a perderse entre la negra espuma de -otros encajes, bolillos y alamares. La basquiña del mismo raso carmesí, -y tan estrecha y ceñida como el uso del tiempo exigía, permite adivinar -la hermosa estatua que cubre; y de las rodillas abajo el mismo follaje -negro, y la cuajada y espesa pasamanería terminan el traje, dejando -ver los zapatos, cuyas respingadas puntas aparecen o se ocultan como -encantadores animalitos que juegan bajo la falda. Este accidente hasta -llega a ser un lenguaje cuando Amaranta, atenta a la conversación, -aumenta con el encanto de su palabra los demás encantos, y añade a -todas las elocuencias de su persona, la elocuencia de su abanico.</p> - -<p>Esto en cuanto a la condesa. Refiriéndome a Lesbia, si quiero -acordarme de su vestido, todo me parece azul. Figúrensela<span -class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span> ustedes con mantilla blanca -y guardapiés azul orlado de encajes negros; y si no es cierto que -estuviera así, tampoco es inverosímil que pudiera estarlo.</p> - -<p>Antes de la noche a que me refiero, había visto hasta tres veces a -las dos lindas mujeres en casa de mi ama. Desde luego comprendí que una -y otra eran personas muy metidas en los enredos de la corte, aunque en -las clandestinas tertulias de mi casa poco dejaban traslucir. Algunas -veces, sin embargo, disputaban las dos en tales términos y con tan mal -disimulado ensañamiento, que me pareció no existía entre ellas la mejor -armonía. También mentaban de vez en cuando los negocios públicos, y -a tal o cual persona de la real familia; pero en tales casos siempre -daba el tema el señor marqués y tío de Amaranta, personaje que no podía -estar en sosiego si no realzaba a todas horas su personalidad, sacando -a relucir a tontas y a locas los negocios diplomáticos en que se creía -muy experto.</p> - -<p>La noche a que corresponde mi narración, había asistido también -el celebérrimo tío, de quien ante todo diré que parecía cosido a las -faldas de su sobrina, pues la acompañaba a todas partes, sirviéndole -de rodrigón en la iglesia, de caballero en el paseo y de pareja en los -bailes. No sé si he dicho que Amaranta era viuda. Si antes lo dije, -dese por repetido.</p> - -<p>El marqués (callemos el título por las mismas razones que nos -movieron a disfrazar<span class="pagenum" id="Page_64">p. 64</span> el -de las damas) era un viejo de más de setenta años, que había ejercido -varios cargos diplomáticos. Elevado por Floridablanca, sostenido por -Aranda, y derribado al fin por Godoy, conservó rencorosa pasión contra -este Ministro, y por esta causa todas sus disertaciones, que eran -interminables, giraban sobre el capitalísimo tema de la caida del -favorito. Su carácter era vano, aparatoso y hueco, como de hombre que -habiéndose formado de sí mismo elevado concepto, se cree destinado -a desempeñar los más altos papeles. Por su grandilocuencia, que no -era inferior a la flojedad efectiva de su ánimo, servía como objeto -de agudísimas burlas entre sus amigos, y en todos los círculos que -frecuentaba se divertían oyéndole decir: <i>¿Qué hará la Rusia...? -¿Secundará el Austria tan atroz proyecto? ¡Un gran desastre nos -amaga...! ¡Ay de las potencias del Mediodía...!</i> y otras igualmente -misteriosas, con que se proponía darse importancia, cuidando siempre en -su estudiada reserva de decir las cosas a medias y de no dar noticias -claras de nada, para que los oyentes, llenos de dudas y oscuridades, le -rogasen con insistencia que fuera más explícito.</p> - -<p>He dado estos detalles para que se comprenda qué clase de espantajos -había entonces para regocijo de aquella generación. En cuanto a mí, -siempre me han hecho gracia estos tipos de la vanidad humana, que son -sin disputa los que más divierten y los que más enseñan.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span>Como hombre poco -dispuesto a transigir con las <i>novedades peligrosas</i>, y enemigo -del jacobinismo, el marqués se esforzaba en conseguir que su persona -fuese espejo fiel de sus elevados pensamientos; así es que miraba con -desdén los trajes de moda, y tenía gusto en sorprender al público -elegante de la corte y villa con vestidos anticuados de aquellos -que solo se veían ya en la veneranda persona de algún consejero de -Indias. Así es que si usó hasta 1798 la casaca de tontillo y la chupa -de mandil, en 1807 todavía no se había decidido a adoptar el frac -solapado y el chaleco ombliguero, que los poetas satíricos de entonces -calificaban de moda <i>anglo-gala</i>.</p> - -<p>Me falta añadir que el marqués, con su antijacobinismo y su peluca -empolvada, digna de figurar en las juntas de Coblenza, había sido -hombre de costumbres bastante disipadas. En la época de mi relación la -edad le había corregido un poco, y todas sus calaveradas no pasaban -de una benévola complicidad en todos los caprichos de su sobrina. No -vacilaba en acompañarla a sus excursiones y meriendas en la pradera del -Canal o en la Florida, con gente de categoría muy inferior a la suya. -Tampoco ponía reparos en ser su pareja en las orgías celebradas en casa -de la González o la Prado; pues tío y sobrina gustaban mucho de aquella -familiaridad con cómicos y otra gente de parecida laya. Excusado -es decir que tales excursiones eran secretas, y tenían por único -objeto esparcir y alegrar el espíritu abatido por la etiqueta.<span -class="pagenum" id="Page_66">p. 66</span> ¡Pobre gente! Aquellos nobles -que buscaban la compañía del pueblo, para disfrutar pasajeramente de -alguna libertad en las costumbres, estaban consumando, sin saberlo, la -revolución que tanto temían, pues antes de que vinieran los franceses y -los volterianos y los doceañistas, ya ellos estaban echando las bases -de la futura igualdad.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch6"> - <h2 class="nobreak g0">VI</h2> -</div> - -<p>Lesbia, dando golpecitos con su abanico en el hombro de Isidoro, -decía:</p> - -<p>—Estoy muy enfadada con usted, señor Máiquez, sí señor, muy -enfadada.</p> - -<p>—¿Porque he representado mal esta tarde? —contestó el actor—. -Pepilla tiene la culpa.</p> - -<p>—No es eso —continuó la dama—, y me las pagará usted todas -juntas.</p> - -<p>Al oír esto, Isidoro inclinó la cabeza. Lesbia acercó su rostro y -habló tan bajo, que ni yo ni los demás entendimos una palabra; pero -por la sonrisa de Máiquez se adivinaba que la dama le decía cosas muy -dulces. Después continuaron hablando en voz baja, y el uno atendía a -las palabras del otro con tal interés, daban tanta fuerza y energía -al lenguaje de los ojos, se ponían serios o joviales, tristes o -alborozados con transición tan ansiosa y brusca, que al menos listo -se le alcanzaba<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span> -la injerencia del travieso amor en las relaciones de aquellos dos -personajes.</p> - -<p>Para que todo se sepa de una vez, diré que el diplomático no miraba -con malos ojos a la González; esta no podía contestar a sus tiernas -insinuaciones, porque harto tenía que hacer atendiendo al íntimo -diálogo que sostenían Lesbia e Isidoro. A mi ama un color se le iba y -otro se le venía de pura zozobra; a veces parecía encendida en violenta -ira; a veces, dominada por punzante dolor, pugnaba por distraerlos, -ingiriendo en su conversación conceptos extraños, y al fin, no pudiendo -contenerse, dijo con muy mal humor:</p> - -<p>—¿No concluirá tan larga confesión? Si siguen ustedes así, -entonaremos todos el <i>yo pecador</i>.</p> - -<p>—¿Y a ti qué te importa? —dijo Máiquez con semblante sañudo y con -aquel despótico tono que usaba con los desdichados subalternos de su -compañía.</p> - -<p>Mi ama se quedó perpleja, y en un buen rato no dijo palabra.</p> - -<p>—Tienen que contarse muchas cosas —dijo Amaranta con malicia—. -Lo mismo sucedió el otro día en casa. Pero estas cosas pasan, señor -Máiquez. El placer es breve y fugaz. Conviene aprovechar las dulzuras -de la vida, hasta que el horrible hastío las amargue.</p> - -<p>Lesbia miró a su amiga... Mejor dicho, ambas se miraron de un modo -que no indicaba la existencia de una apacible concordia entre una y -otra.</p> - -<p>El secreteo entre Isidoro y la dama continuaba<span class="pagenum" -id="Page_68">p. 68</span> cada vez más íntimo, más ardoroso, más -impaciente. Parecía que el tiempo se les abreviaba entre palabra y -palabra, no permitiéndoles decirlo todo. Amaranta se aburría, el -marqués dirigía con ojos y boca inútiles flechas al enajenado corazón -de mi ama, y esta cada vez más inquieta, mostrando en su semblante -ya la interna rabia de los celos, ya la dolorosa conformidad del -martirio, no procuraba entablar conversación, ni parecía cuidarse de -sus convidados. Pero al fin el marqués, comprendiendo que aquella era -ocasión propicia para hablar, aunque fuera ante mujeres, de su tema -favorito, que eran los asuntos públicos, rompió el grave silencio y -dijo:</p> - -<p>—La verdad es que estamos aquí divirtiéndonos, y a estas horas tal -vez se preparan cosas que mañana nos dejarán a todos asombrados y -lelos.</p> - -<p>Hallándose mi ama, como he dicho, absorta entre el despecho y la -resignación, se dejó dominar del primero, que la inducía a trabar otro -diálogo íntimo con el diplomático, y dijo con viveza:</p> - -<p>—¿Pues qué pasa?</p> - -<p>—Ahí es nada... Parece mentira que estén ustedes con tanta calma -—contestó el marqués, retardando el dar las noticias.</p> - -<p>—Dejemos esas cuestiones que no son de este lugar —dijo la sobrina -con hastío.</p> - -<p>—¡Oh, oh, oh! —exclamó con grandes aspavientos el diplomático—. -¡Por qué no han de serlo! Yo sé que Pepa desea vivamente<span -class="pagenum" id="Page_69">p. 69</span> saber lo que pasa, y saberlo -de mis autorizados labios: ¿no?</p> - -<p>—Sí, muchísimo: quiero que usted me cuente todo —dijo mi ama—. -Esas cosas me encantan. Estoy de un humor... divertidísimo: hablemos, -hablemos, señor marqués.</p> - -<p>—Pepa, usted me electriza —dijo el marqués clavando en ella con -amor sus turbios y amortiguados ojos—. Tanto es así, que yo, a pesar -de haberme distinguido siempre, durante mi carrera diplomática, por -mi gran reserva, seré con usted franco, revelándole hasta los más -profundos secretos de que depende la suerte de las naciones.</p> - -<p>—¡Oh! me encantan los diplomáticos —dijo mi ama con cierta agitación -febril—. Hábleme usted, cuénteme todo lo que sepa. Quiero estar -hablando con usted toda la noche. Es usted, señor marqués, la persona -de conversación más dulce, más amena, más divertida que he tratado en -mi vida.</p> - -<p>—Nada te dirá, Pepa, sino lo que todo el mundo sabe —indicó -Amaranta—, y es que a estas horas las tropas de Napoleón deben de estar -entrando en España.</p> - -<p>—¡Oh, qué cosa más linda! —dijo mi ama—. Hable usted, señor -marqués.</p> - -<p>—Sobrina, ¿acabarás de apurarme la paciencia? —exclamó el marqués, -dando importancia extraordinaria al asunto—. No se trata de que entren -o no entren esas tropas, se trata de que van a Portugal a apoderarse de -aquel reino para repartirlo...</p> - -<p>—¿Para repartirlo? —dijo la González con<span class="pagenum" -id="Page_70">p. 70</span> su calenturienta jovialidad—. Bien: me -alegro. Que se lo repartan.</p> - -<p>—Lindísima Pepa, esas cosas no pueden decidirse tan de ligero —dijo -el marqués gravemente—. ¡Oh, usted aprenderá conmigo a tener juicio!</p> - -<p>—Es cierto —añadió Amaranta— que se ha acordado dividir a Portugal -en tres pedazos: el del Norte se dará a los reyes de Etruria; el centro -quedará para Francia y la provincia de Algarbes y Alentejo servirá -para hacer un pequeño reino, cuya corona se pondrá el Sr. Godoy en la -cabeza.</p> - -<p>—¡Patrañas, sobrina, patrañas! —dijo el marqués—. Eso es lo que dio -tanto que hablar el año pasado; pero ¿quién se acuerda ya de semejante -combinación? Tú no estás al tanto de lo que pasa... Por supuesto, no -necesito repetir que es preciso guardar absoluto secreto sobre lo que -voy a decir.</p> - -<p>—¡Ah! descuide usted —repuso mi ama—. En cuanto a mí, estoy -encantada de esta conversación.</p> - -<p>—El año pasado Godoy trató de ese asunto, por medio de Izquierdo, -su representante reservado, con Napoleón. Parece que la cosa estaba -arreglada. Pero de repente el emperador pareció desistir, y entonces D. -Manuel, ofendido en su amor propio y viendo defraudadas sus esperanzas, -quiso mostrarse fuerte contra Napoleón, publicó la famosa proclama de -octubre del año pasado, y envió un mensajero secreto a Inglaterra, -para tratar de adherirse a la coalición de las potencias del<span -class="pagenum" id="Page_71">p. 71</span> Norte contra Francia. Esto -lo tengo yo muy sabido... porque ¿qué secreto puede escaparse a mi -penetración y consumada experiencia de estos arduos negocios? Bien... -así las cosas, venció Napoleón a los prusianos en Jena, y ya tenemos -a nuestro D. Manuel asustadizo y hecho un lego motilón, temiendo la -venganza del que había sido gravemente ofendido con la publicación de -la proclama, considerada aquí y en Francia como una declaración de -guerra. Envió a Izquierdo a Alemania, para implorar perdón, y al fin le -fue concedido; pero no se volvió a hablar más del reparto de Portugal, -ni de la soberanía de los Algarbes. He aquí, señoras, la pura verdad. -Yo, por mis antecedentes y mis conocimientos, estoy al tanto de todos -estos asuntos, pues al paso que los atisbo y escudriño aquí, no falta -algún diplomático extranjero que me los comunique con toda reserva. Hoy -no se habla ya del reparto de Portugal, señora sobrinita. Lo que ocurre -es mucho más grave, y... pero no, no somos dueños de comunicar a nadie -ciertas cosas. Callaré hasta que el gran cataclismo se haga público... -¿Aprueba usted mi discreción, querida Pepa? ¿Conviene usted conmigo en -que la reserva es hermana gemela de la diplomacia?</p> - -<p>—¡Oh, la diplomacia! —exclamó mi ama con afectación—. Es cosa que -me tiene enamorada. ¡La pérfida Albión! ¡Los tratados! ¡Bonaparte! ¡La -coalición! ¡Oh, qué asuntos tan divinos! Confieso que hasta aquí me -han aburrido mucho; pero ahora... esta noche,<span class="pagenum" -id="Page_72">p. 72</span> rabio por conocerlos, y esta conversación, -señor marqués, me tiene embelesada.</p> - -<p>—Es verdad —dijo el diplomático relamiéndose de satisfacción—, que -pocas personas tratan de estas materias con tanta delicadeza, con tanta -prudencia, digámoslo de una vez, con tanta gracia como yo. Cuando -estaba en Viena por el año 84 todas las damas de la corte me rodeaban, -y si vieran ustedes cómo pasaban el rato oyéndome...</p> - -<p>—Lo comprendo: lo mismo me pasa a mí esta noche —dijo mi ama sin -cesar en extraña exaltación—. Por piedad, hábleme usted del Austria, de -la Turquía, de la China, del protocolo y de la guerra; sobre todo de la -guerra.</p> - -<p>—Dejemos a un lado por esta noche tan fastidiosa conversación -—indicó Amaranta—. No creo que usted, querido tío, sea de la ridícula -opinión que supone a Godoy intentando, con el auxilio de Bonaparte, -mandar a América a la Real familia, quedándose él de Rey de España.</p> - -<p>—Sobrina, por todos los santos, no me incites a hablar; no me hagas -olvidar el gran principio de que la discreción es hermana gemela de la -diplomacia.</p> - -<p>—Es absurdo también —continuó la sobrina— suponer que Napoleón haya -mandado sus tropas a España para poner la corona al príncipe Fernando. -El heredero de un trono no puede solicitar el favor de un soberano -extranjero para ningún fin contrario a los de sus reales padres.</p> - -<p>—Vamos, vamos, señoras, asuntos tan graves<span class="pagenum" -id="Page_73">p. 73</span> no pueden tratarse de ligero. Si yo me -decidiera a hablar, se quedarían ustedes espantadas, y no podríamos -cenar.</p> - -<p>A esta sazón ya había venido la cena, y yo comenzaba a servirla. -Isidoro y Lesbia, requeridos por mi ama para que se acercaran a la -mesa, dieron tregua al arrobamiento y tomaron parte por un rato en la -conversación general.</p> - -<p>—¿Pero, qué hablan ustedes? —dijo Lesbia—. ¿Hemos venido aquí para -ocuparnos de lo que no nos importa? ¡Bonito tema!</p> - -<p>—¿Pues de qué quiere usted que se hable, desgraciada?</p> - -<p>—De otras cosas... vamos; de bailes, de toros, de comedias, de -versos, de vestidos...</p> - -<p>—¡Qué sosada! —indicó mi ama con desdén—. Además, ustedes pueden -tratar de lo que gusten, y nosotras hablaremos de lo que más nos -convenga.</p> - -<p>—Ya veo por qué anda Pepa tan distraída —dijo Máiquez burlándose -de mi ama—. Se ha dedicado a estudiar la política y la diplomacia, -carreras más propias de su ingenio que la del teatro.</p> - -<p>Mi ama intentó contestar a esta mofa, pero las palabras expiraron en -sus labios y se puso muy encendida.</p> - -<p>—Aquí venimos a divertirnos —añadió Lesbia.</p> - -<p>—¡Oh, frívola y vana juventud! —exclamó el marqués después de -beberse un gran vaso de vino.—No piensa más que en divertirse, cuando -la Europa entera...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_74">p. 74</span>—Dale con la Europa -entera.</p> - -<p>—Pepa es la única que comprende la gravedad de las circunstancias. -Usted, encantadora actriz, será de las pocas que, como yo, no se -sorprendan del cataclismo.</p> - -<p>—¿Querrá usted explicarnos de una vez lo que va a pasar?</p> - -<p>—¡Por Dios y todos los santos! —exclamó el diplomático, afectando -cierta compunción suplicante—. Yo les ruego a ustedes que no me -obliguen con sus apremiantes excitaciones a decir lo que no debe salir -de mis labios. Aunque tengo confianza en mi propia prudencia, temo -mucho que si ustedes siguen hostigándome, se me escape alguna frase, -alguna palabra... Callen ustedes por Dios, que la amistad tiene en mí -fuerza irresistible, y no quiero verme obligado por ella a olvidar mis -honrosos antecedentes.</p> - -<p>—Pues callaremos: no deseamos saber nada, señor marqués —dijo -Máiquez, comprendiendo que el mejor medio para mortificar al buen viejo -consistía en no preguntarle cosa alguna.</p> - -<p>Hubo un momento de silencio. El marqués, contrariado en su -locuacidad, no cesaba de engullir, entablando relaciones oficiosas con -un capón, e impetrando para este fin los buenos oficios de una ensalada -de escarola, que le ayudaba en sus negociaciones. Mientras tanto se -deshacía en obsequios con mi ama, y sus turbios ojos, reanimados no sé -si por el vino o por el amor, brillaban entre los arrugados párpados -y bajo las espesas<span class="pagenum" id="Page_75">p. 75</span> -cenicientas cejas, que contraía siempre, en virtud de la costumbre de -leer la vieja letra de los <i>memorandums</i>. La González no decía -tampoco una palabra, y solo ponía su reconcentrada atención, aunque sin -mirarlos, en los dos amantes, mientras que Amaranta, agitada sin duda -por pensamientos muy diferentes, no miraba a Isidoro ni a Lesbia, ni a -mi ama, ni a su tío, sino... ¿tendré valor para decirlo? me miraba a -mí. Pero esto merece capítulo aparte, y pongo punto final en este para -descansar un poco.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch7"> - <h2 class="nobreak g0">VII</h2> -</div> - -<p>Sí, ¿lo creerán ustedes? me miraba, ¡y de qué modo! Yo no podía -explicarme la causa que motivaba aquella tenaz curiosidad, y si he de -decir verdad como hombre honrado, aún hoy no he salido de dudas. Yo -servía a la mesa, como es de suponer, y no pueden ustedes figurarse -cuál fue mi turbación cuando advertí que aquella hermosa dama, objeto -por parte mía de la más fervorosa admiración, fijaba en mí los ojos más -perfectos, que, según creo, se han abierto a la luz desde que hay luz -en el mundo. Un color se me iba y otro se me venía; a veces mi sangre -toda corría precipitadamente hacia mi semblante poniéndome encendido y -a veces se recogía por entero en mi palpitante corazón, dejándome<span -class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span> más pálido que un difunto. -Ignoro el número de fuentes que rompí aquella noche, pues las manos me -temblaban, y creo que serví de un modo lamentable, trocando el orden de -los platos, y dando sal cuando me pedían azúcar.</p> - -<p>Yo decía para mí: ¿qué es esto? ¿Tendré algo en la cara? ¿Por qué me -mirará tanto esa mujer?... Al salir fuera, iba a la cocina, me miraba -a toda prisa en un espejillo roto que allí tenía; mas no encontraba -en mi semblante nada que de notar fuese. Volvía a la sala, y otra vez -Amaranta me clavaba los ojos. Por un instante llegué a creer... ¡pero -quiá! me reía yo mismo de tan loca presunción. Cómo era posible que una -dama tan hermosa y principal sintiera... ¡Ay! recuerdo haber dicho, -aunque al revés, lo que después escribió en un célebre verso cierto -poeta moderno. Pero todo debía ser un sueño de mi infantil soberbia. -¿Cómo podía la estrella del cielo mirar al gusano de la tierra, sino -para recrearse, comparando, en su propia magnitud y belleza?</p> - -<p>Pero debo añadir otra circunstancia, y es que cuando mi ama me -reprendía por las muchas torpezas que cometí en el servicio de la mesa, -Amaranta acompañaba sus miradas de una dulce sonrisa, que parecía -implorar indulgencia por mis faltas. Yo estaba perplejo, y un violento -fluido que parecía súbito acrecentamiento de vida, corría por mis -nervios, produciéndome una actividad devoradora a la cual seguía un -vago aturdimiento.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span>Después de largo rato -la conversación, anudándose de nuevo, fue general. El marqués, viendo -que no se le preguntaba nada, estaba en gran desasosiego, y a los -rostros de todos dirigía con inquietud sus ojos buscando una víctima -de su conversación; pero nadie parecía dispuesto a escucharle, con lo -cual lleno de enojo, tomó la palabra para decir que si continuaban -apremiándole para que hablara, se vería en el caso de no poner segunda -vez a prueba su discreción concurriendo a tertulias donde no reinaba el -más profundo respeto hacia los secretos de la diplomacia.</p> - -<p>—Pero si no le hemos dicho a usted una palabra —indicó Lesbia -riendo.</p> - -<p>Isidoro, conociendo que el marqués era enemigo de Godoy, dijo con -mucha sorna:</p> - -<p>—No se puede negar que el Príncipe de la Paz, como hombre de gran -talento, burlará las intrigas de sus enemigos. Napoleón le apoya, y -no digo yo la coronita de los Algarbes, sino la de Portugal entero o -quizás otra mejor recibirá de manos de Su Majestad Imperial. Conozco -a Napoleón, le he tratado en París, y sé que gusta de los hombres -arrojados como Godoy. Verá usted, verá usted, señor marqués, todavía -le hemos de ver a usted llamado a los consejos del nuevo rey, y tal -vez representándole como plenipotenciario en alguna de las cortes de -Europa.</p> - -<p>El marqués se limpió la boca con la servilleta, echose hacia atrás, -sopló con fuerza, desahogando la satisfacción que le producía<span -class="pagenum" id="Page_78">p. 78</span> el verse interpelado de aquel -modo, fijó la vista en un vaso, como buscando misterioso punto de apoyo -para una sutil meditación, y dijo con mucha pausa:</p> - -<p>—Mis enemigos, que son muchos, han hecho correr por toda Europa -la especie de que yo llevaba correspondencia secreta con el Príncipe -de Talleyrand, con el Príncipe Borghese, con el Príncipe Piombino, -con el gran duque de Aremberg y con Luciano Bonaparte en connivencia -con Godoy, para estipular las bases de un tratado en virtud del cual -España cedería las provincias catalanas a Francia a cambio de Portugal -y el reino de Nápoles... pasando Milán a la reina de Etruria, y el -reino de Westfalia a un infante de España. Yo sé que esto se ha -dicho —añadió alzando la voz y dando un fuerte puñetazo en la mesa—. -¡Yo sé que esto se ha dicho: ha llegado a mis oídos, sí, señor! Los -calumniadores lo hicieron creer a los soberanos de Austria y Prusia; -se me interpeló sobre el caso, Rusia no titubeó en hacerse eco de la -calumnia, y fue preciso que yo empleara todo mi valimiento y tacto para -disipar las densas nubes que se habían acumulado en el horizonte de mi -reputación.</p> - -<p>Al decir esto, el marqués empleaba el mismo tono que habría usado -ante un Congreso de los principales políticos de Europa. Después de -sonarse con estrépito, prosiguió de esta manera:</p> - -<p>—Afortunadamente soy bien conocido, y al fin... tengo la -satisfacción de haber sido<span class="pagenum" id="Page_79">p. -79</span> objeto de las más satisfactorias frases por parte de -los soberanos citados. ¡Ah!... ya sé yo el objeto que guió a los -calumniadores y el sitio de donde partió la calumnia. En casa de Godoy -se inventó esa trama abominable con objeto de ver si, autorizada con -mi nombre, podía esa combinación correr con alguna fortuna por Europa. -Pero tan inicuos planes quedaron sin éxito, como era de suponer, y la -Europa entera convencida de que el Príncipe de la Paz y yo no podemos -obrar de concierto en negocio alguno de interés general para las -grandes potencias.</p> - -<p>—¿De modo —dijo Isidoro— que usted no es, como dicen, amigo secreto -de Godoy?</p> - -<p>El diplomático frunció el ceño, sonrió con desdén, llevó un polvo a -la nariz y continuó así:</p> - -<p>—¿Qué incongruentes especies no inventará la calumnia? ¿Qué torpes -ardides no imaginarán la astucia y la doblez contra la prudencia y el -saber? Mil veces me han hecho esos cargos, y mil veces los he rebatido. -Pero es fuerza que repita ahora lo que en otras ocasiones he dicho. -Había hecho propósito solemne de no ocuparme más de este asunto; pero -la terquedad de mis amigos y la obcecación del público me obligan a -ello. Hablaré claro: si en el calor de mi defensa hago revelaciones -que puedan sonar mal en ciertos oídos, cúlpese a los que me han -provocado, no a mí, que todo debo posponerlo al brillo de mi inmaculada -reputación.</p> - -<p>Lesbia, Isidoro y mi ama hacían esfuerzos<span class="pagenum" -id="Page_80">p. 80</span> para contener la risa, al ver el énfasis -con que nuestro hombre defendía, contra imaginarias acusaciones, -una personalidad de que nadie se ocupaba sino él. Amaranta parecía -meditabunda, mas sus reflexiones no le impedían fijar alguna vez en mí -sus incomparables ojos.</p> - -<p>—En el año de 1792 —dijo el viejo—, cayó del ministerio el conde -de Floridablanca, que se había propuesto poner coto a los estragos -de la revolución francesa. ¡Ah! El vulgo no conoció la mano oculta -que había arrojado de la Secretaría de Estado a aquel hombre insigne, -envejecido en servicio del Rey. ¿Pero cómo podía ocultarse a los -hombres perspicaces la máquina interior de aquel cambio de Ministerio? -Un joven de veinticinco años a quien los Reyes miraban con particular -afecto, y que tenía frecuente entrada en Palacio, y que hasta en los -consejos influyó en el cambio de Ministerio, y en la elevación del -señor conde de Aranda. ¿Tuve yo participación en aquel suceso? No, mil -veces no: hallábame a la sazón agregado a la Embajada española, cerca -del Emperador Leopoldo, y no pude de ningún modo influir para que -desempeñara el Ministerio mi amigo el conde de Aranda. Pero ¡ay! este -duró poco en el poder, porque nuevas maquinaciones le derribaron, y -en noviembre del mismo año España y el mundo todo vieron con sorpresa -que era elevado a la primera dignidad política aquel mismo joven de -veinticinco años, ya colmado de honores inmerecidos, tales como el -ducado de<span class="pagenum" id="Page_81">p. 81</span> la Alcudia -y la grandeza de España de primera clase, la gran cruz de Carlos -III, la cruz de Santiago, los cargos de ayudante general del Cuerpo -de Guardias, mariscal de campo de los reales ejércitos, gentilhombre -de cámara de S. M. con ejercicio, sargento mayor del real cuerpo de -Guardias de Corps, consejero de Estado, superintendente general de -Correos y Caminos, etc., etc. Empuñó Godoy las riendas del Estado en -tiempos muy críticos; todos los hombres de previsión comprendíamos la -proximidad de grandes males, e hicimos lo posible por conjurarlos. -El torpe duque de la Alcudia declaró la guerra a Francia, contra la -opinión de Aranda y de todos cuantos teníamos alguna experiencia en los -negocios. ¿Se nos hizo caso? No. ¿Se oyeron nuestros consejos? No. Pues -veamos ahora lo que ocurría después de hecha la paz con Francia.</p> - -<p>»El Rey continuaba acumulando en la persona de su favorito toda -clase de honores y distinciones, y por fin le enlazó con una princesa -de la familia real. Tanto favor dispensado a un hombre nulo y que -en los más indignos hechos buscaba ocasión de medro, produjo la -animadversión y el descontento de todos los españoles. La caida de un -favorito que había desconcertado el Erario público y desmoralizado la -justicia vendiendo los destinos, era segura. Y aquí debo decir, aunque -por un momento falte a las leyes de mi sistemática reserva; que yo -nada influí para que entraran en los ministerios de Hacienda<span -class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span> y Gracia y Justicia Saavedra -y Jovellanos. Ruego a ustedes que no revelen este secreto, que hoy por -primera vez sale de mis labios.</p> - -<p>—Seremos tan callados como guardacantones, señor marqués —dijo -Isidoro.</p> - -<p>—Pero la cosa no tenía remedio —continuó el diplomático dirigiendo -sus ojos a todos los lados de la sala, como si le oyera gran número de -personas—. Jovellanos y Saavedra no podían concertarse en el Gobierno -con quien ha sido siempre la misma torpeza y la corrupción en persona. -La república francesa trabajaba en contra del favorito. Jovellanos -y Saavedra se empeñaron en desprenderse de tan peligroso compañero, -y al fin el Rey, cediendo a tantas sugestiones y a la voz popular, -dio a Godoy su retiro en marzo de 1798. Yo declaro aquí de una vez -para siempre, que no tuve participación en su caida, como han dado -en suponer. Y esta sería ocasión de decir algo que sé, y que siempre -he callado; pero... no, no fío bastante en la prudencia de los que -me escuchan, y prefiero guardar silencio sobre un punto delicado que -nadie conoce. Conste tan solo que no contribuí a la caida de Godoy en -1798.</p> - -<p>—Pero la desgracia del Sr. D. Manuel duró poco —dijo Isidoro—, -porque el ministerio Jovellanos-Saavedra fue de poca duración, y el de -Caballero y Urquijo, que le sucedió, tampoco tuvo larga vida.</p> - -<p>—Efectivamente, a eso iba —continuó el marqués—. Los Reyes no -podían pasarse sin su amigo. Ocupó este nuevamente la Secretaría<span -class="pagenum" id="Page_83">p. 83</span> de Estado, y queriendo -acreditarse de guerrero, ideó la famosa expedición contra Portugal, -para obligar a este pequeño reino a romper sus relaciones con -Inglaterra. Ya desde entonces nuestro ministro no pensaba más que en -secundar los planes de Bonaparte del modo menos ventajoso para España. -Él mismo mandó aquel ejército, que se puso en planta a costa de grandes -sacrificios; y cuando los pobres portugueses abandonaron Olivenza -sin que pudiera entablarse una lucha formal, el favorito celebró sus -soñadas victorias con un festejo teatral que dio a aquella guerra -el nombre de <i>guerra de las naranjas</i>. Ustedes saben que los -Reyes habían acudido a la frontera. El favorito mandó construir unas -angarillas que adornó con flores y ramaje, y sobre esta máquina hizo -poner a la Reina, que fue tan chabacanamente llevada en procesión ante -las tropas, para recibir de manos del generalísimo un ramo de naranjas, -cogido en Elvas por nuestros soldados. No añadiré una palabra más, ni -recordaré los punzantes chistes que circularon en aquella ocasión de -boca en boca. Que cada cual se entienda con su conciencia, y que todos -tengan bastante energía para defender sus propios actos, como defiendo -yo los míos en este momento. Ahora paso a otra cuestión.</p> - -<p>»Y aunque necesite repetirlo mil veces, diré también que no tuve -parte alguna en las negociaciones del tratado de San Ildefonso, ni -en la alianza de nuestra marina con la francesa, origen del desastre -de Trafalgar.<span class="pagenum" id="Page_84">p. 84</span> Pero -sobre este tratado sé cosas curiosísimas que me confió el general -Duroc y que no puedo revelar a ustedes por más empeño que muestren -en conocerlas. No... no me pidan ustedes que revele lo que sé; no -pongan a prueba mi discreción: hay secretos que no pueden confiarse -en el seno de la amistad más íntima. Yo debo callar y callaré. Si los -dijese, cuán pronto confundiría al Príncipe de la Paz y a los que me -suponen cómplice de sus infames tratos con Bonaparte. Mi único afán ha -consistido en destruir sus combinaciones, y aquí en confianza puedo -decir que repetidas veces lo he conseguido. Por eso se empeña en -desacreditarme a los ojos de Europa, en malquistarme con los hombres de -Estado, que han depositado en mí su confianza; por eso suena mi nombre -unido a todas las combinaciones que fragua la izquierda en París. -Pero ¡ah! gracias a mi destreza podré anonadar a los calumniadores, -salvando mi buen nombre. Ojalá pudiera asimismo salvar a nuestros -Reyes y a nuestro país del descrédito a que los conduce ciegamente un -hombre abominable, que se ha elevado por las causas que todos sabemos, -y sigue dirigiendo la nave del Estado, valido de su torpe arrogancia e -insolente travesura.</p> - -<p>Dijo, y llevándose a la nariz con diplomático aplomo el polvo de -rapé se sonó con más estruendo que el de una batería, miró a todos -por encima del pañuelo, y luego pronunció algunas frases vagas que -anunciaban la agitación de su grande espíritu. Oyéndole y<span -class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span> viéndole, parecía que sobre -el mantel de la mesa que yo había servido iban a resolverse las más -arduas cuestiones europeas, repartiendo pueblos y arreglando naciones -como en el tapete de Campo-Formio, de Presburgo o de Luneville.</p> - -<p>—Estamos ya convencidos, señor marqués —dijo Lesbia—, de que usted -no ha tenido ni tiene parte alguna en los desastres ocasionados por el -Príncipe de la Paz; pero no nos ha dicho cuáles son los grandes males -que nos amenazan.</p> - -<p>—Ni una palabra más, no diré ni una palabra más —dijo el marqués -alzando la voz—. Cesen, pues, las preguntas. Todo es inútil, señoras -mías. Soy inflexible e implacable: todos los esfuerzos, todas las -astucias de la curiosidad no conseguirán arrancarme una revelación. -He suplicado a ustedes que no me preguntasen nada, y ahora, no ruego -sino mando que me dejen en paz, renunciando a corromper y sobornar mi -experimentada prudencia con los halagos de la amistad.</p> - -<p>Oyendo al diplomático, yo recordaba a cierto mentiroso que conocí -en Cádiz, llamado D. José María Malespina. Ambos eran portentos de -vanidad; pero el de Cádiz mentía desvergonzadamente y sin atadero, -mientras que el de Madrid, sin alterar nunca los sucesos reales, se -suponía hombre de importancia, y su prurito consistía en defenderse -de ataques imaginarios y en negarse a revelar secretos que no sabía. -Esto prueba la inmensa variedad que el Creador ha puesto<span -class="pagenum" id="Page_86">p. 86</span> en la fauna moral, así como -en la física.</p> - -<p>Isidoro y Lesbia, retirándose de la mesa, habían vuelto a formar -la tela de araña de sus comunicaciones amorosas. Mi ama había variado -en sus disposiciones favorables hacia el marqués. En vano le prometió -franquearse con ella, revelándole lo que ningún ser humano había oído -hasta entonces de sus labios; pero sin duda a la González no debió de -halagar mucho la promesa de conocer los planes de todas las potencias -europeas, porque no tuvo para su solícito cortejante palabra ni frase -alguna que no fuese el mismo acíbar.</p> - -<p>Amaranta, cuya reconcentración mental se desvanecía poco a poco, -clavó en mí sus ojos de una manera que parecía indicar vivo deseo -de entablar conversación conmigo. En efecto, contra todas las -prescripciones del decoro, en cierta ocasión en que yo recogía los -platos vacíos que tenía delante, se sonrió de un modo tan celestial, -atravesándome el corazón con estas palabras:</p> - -<p>—¿Estás contento con tu ama?</p> - -<p>No puedo asegurarlo; pero creo que sin mirarla, contesté:</p> - -<p>—Sí, señora.</p> - -<p>—¿Y no desearías cambiar de ama? ¿No deseas encontrar colocación en -otra parte?</p> - -<p>Tampoco aseguro que sea cierto, pero me parece que respondí:</p> - -<p>—Según con quién fuera.</p> - -<p>—Tú pareces un chico de disposición —añadió con una sonrisa que -parecía abrir el cielo ante mis ojos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_87">p. 87</span>A esto sí que estoy -seguro de no haber contestado una palabra. Después de una breve pausa, -en que mi corazón parecía querer echárseme fuera del pecho, tuve un -arranque de osadía, que hoy mismo me causa asombro, y dije:</p> - -<p>—¿Es que quiere usía tomarme a su servicio?</p> - -<p>Al oírme, Amaranta prorrumpió en graciosa carcajada, y yo me quedé -perplejo, creyendo haber dicho alguna inconveniencia. Al punto salí -de la sala con mi carga de platos: en la cocina procuré calmar mi -turbación, tratando de explicarme los sentimientos de Amaranta respecto -a mí, y después de mil dudas, dije:</p> - -<p>—Mañana mismo le contaré todo a Inés, y veremos lo que ella -piensa.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch8"> - <h2 class="nobreak g0">VIII</h2> -</div> - -<p>Cuando regresé a la sala, la escena continuaba la misma, pero la -llegada de un nuevo personaje iba a variarla por completo. Oímos ruido -de alegres voces y como preludios de guitarra en el portal, y después -entró un joven a quien diferentes veces había yo visto en el teatro. -Acompañábanle otros; pero se despidieron en la puerta, y él subió solo, -mas haciendo tanto ruido, que no parecía sino que un ejército se nos -metía en la casa. Me acuerdo<span class="pagenum" id="Page_88">p. -88</span> de que aquel joven vestía el traje popular, esto es, un -rico marsellés, gorra peluda de forma semejante a la de los sombreros -trípicos, pero mucho más pequeña, y capa de grana con forros de felpa -manchada. Al verlo con esta facha, no crean ustedes que era algún -manolo de Lavapiés o chispero de Maravillas, pues los arreos con que lo -he presentado cubrían la persona de uno de los principales caballeros -de la corte; solo que este, como otros muchos de su época, gustaba de -buscar pasatiempo entre la gente de baja estofa, y concurría a los -salones de <i>Polonia la Aguardentera</i>, <i>Juliana la Naranjera</i>, -y otras célebres majas de que se hablaba mucho entonces. En sus -nocturnas correrías usaba siempre aquel traje que, en honor de la -verdad, le caía a las mil maravillas.</p> - -<p>Pertenecía aquel joven a la Guardia Real, y sus conocimientos no -traspasaban más allá de la ciencia heráldica, en que era muy experto, -del arte del toreo y la equitación. Su constante oficio era la -galantería arriba y abajo, en los estrados y en los bailes de candil. -Parecían escritos expresamente para él los famosos versos:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent0">Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas</div> - <div class="verse indent0">de pardomonte envuelto...</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>—¡Oh, D. Juan! —exclamó Amaranta, al verle entrar—. Bienvenido sea -el Sr. de Mañara.</p> - -<p>Animose la reunión como por encanto con la entrada de aquel joven, -cuyo carácter<span class="pagenum" id="Page_89">p. 89</span> jovial y -bullanguero se manifestó desde el primer momento. Advertí que el rostro -de Amaranta adquiría de súbito extraordinaria viveza y malicia.</p> - -<p>—Sr. de Mañara —dijo con gran desenfado—, llega usted a tiempo. -Lesbia le echaba a usted de menos.</p> - -<p>Lesbia miró a su amiga de un modo terrible, mientras Isidoro parecía -dominado por violenta cólera.</p> - -<p>—Aquí, D. Juan, siéntese usted a mi lado —indicó mi ama con alegría, -señalando a Mañara la silla que tenía a la izquierda.</p> - -<p>—No creí encontrar a usted aquí, señora duquesa —dijo el petimetre -dirigiéndose a Lesbia—. He venido, sin embargo, impulsado por la voz de -mi corazón; ya veo que el corazón no se equivoca siempre.</p> - -<p>Lesbia estaba bastante turbada, mas no era mujer a quien arredraban -las situaciones críticas, así es que entre ella y Mañara hubo un -verdadero tiroteo de dichos agudos, risas y epigramas. Máiquez estaba -cada vez más intranquilo.</p> - -<p>—Esta es noche de suerte para mí —dijo D. Juan sacando un bolsillo -de seda—. He estado en casa de la Primorosa, y allí he ganado cerca de -dos mil reales.</p> - -<p>Diciendo esto, vació el oro sobre la mesa.</p> - -<p>—¿Había allí mucha gente? —preguntó Amaranta.</p> - -<p>—Mucha; mas la marquesita no pudo ir porque estaba con dolor de -muelas. ¡Ah! nos hemos divertido.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_90">p. 90</span>—Para usted —dijo -Amaranta con verdadero ensañamiento en su malicia— no hay diversión -allí donde no está Lesbia.</p> - -<p>Esta volvió a dirigir a su amiga terrible mirada.</p> - -<p>—Por eso he venido.</p> - -<p>—¿Quiere usted seguir probando fortuna? —dijo mi ama—. La baraja, -Gabriel; trae la baraja.</p> - -<p>Hice lo que se me mandaba, y los oros, las espadas, los bastos y las -copas se entremezclaron bajo los dedos del petimetre, que barajaba con -toda la rapidez que da la experiencia.</p> - -<p>—Sea usted banquero.</p> - -<p>—Bien; ahí va.</p> - -<p>Cayeron las primeras cartas: todos los personajes sacaron su dinero; -fijáronse ansiosas miradas en los terribles signos, y comenzó el -juego.</p> - -<p>Por un momento no se oyeron más que estas breves y elocuentes -frases: «¡Tres duros al caballo... Yo no abandono a mi siete de -espadas... Bien, por el rey... Gané... Perdí... Diez a mí... Maldita -sota!»</p> - -<p>—Mala suerte tiene usted esta noche, Máiquez —dijo Mañara, -recogiendo el dinero del actor, que ni una vez apuntaba sin perder -cuanto ponía.</p> - -<p>—¡Y yo qué buena! —dijo mi ama recogiendo sus monedas, que ascendían -ya a una respetable cantidad.</p> - -<p>—¡Oh, Pepa; para usted es toda la suerte! —exclamó el banquero—. -Pero dice el refrán:<span class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span> -«Afortunado en el juego, desgraciado en amores.»</p> - -<p>—En cambio, usted —dijo Amaranta— puede decir que es afortunado en -ambos juegos. ¿Verdad, Lesbia?</p> - -<p>Y luego, dirigiéndose a Isidoro, que perdía mucho, añadió:</p> - -<p>—Para usted, pobre Máiquez, sí que no se ha hecho aquel refrán; -porque usted es desgraciado en todo. ¿Verdad, Lesbia?</p> - -<p>El rostro de esta se encendió súbitamente. Me pareció que la vi -dispuesta a contestar con violencia a su amiga; pero se contuvo y la -tempestad quedó conjurada por algún tiempo. El marqués perdía siempre, -pero no paró de jugar mientras tuvo una peseta en su bolsillo. No así -Máiquez, que una vez desvalijado, recibió un préstamo del banquero, -y así siguió el juego hasta más de la una, hora en que comenzaron a -hablar de retirarse.</p> - -<p>—Debo a usted treinta y siete duros —dijo Máiquez.</p> - -<p>—Y por fin —preguntó el petimetre—, ¿cuál es la función escogida -para representarse, en casa de la señora marquesa?</p> - -<p>—Ya está acordado que sea <i>Otello</i>.</p> - -<p>—¡Oh! me parece bien, amigo Isidoro. Me entusiasma usted en el papel -de celoso —dijo Mañara.</p> - -<p>—¿Querría usted hacer el de Loredano? —preguntó el actor.</p> - -<p>—No, es papel muy desairado. Además, no sirvo para el teatro.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_92">p. 92</span>—Yo le enseñaré a -usted.</p> - -<p>—Gracias. ¿Ya ha enseñado usted a Lesbia su papel?</p> - -<p>—Lo sabe perfectamente.</p> - -<p>—Cuánto deseo que llegue esa noche —dijo Amaranta—. Pero diga usted, -Isidoro, si le ocurriera a usted un lance como el de <i>Otello</i>, si -se viera engañado por la mujer que ama, ¿sentiría usted aquel terrible -furor? ¿Sería capaz de matar a su Edelmira?</p> - -<p>Esta flecha iba dirigida a Lesbia.</p> - -<p>—¡Quiá! —exclamó Mañara—. Eso no pasa nunca sino en el teatro.</p> - -<p>—No mataría a Edelmira; pero sí a Loredano —repuso Máiquez con -firmeza, clavando enérgica mirada en el petimetre.</p> - -<p>Hubo un momento de silencio, durante el cual pude advertir -perfectamente las señales de la más reconcentrada rabia en el rostro de -Lesbia.</p> - -<p>—Pepa, no me has obsequiado esta noche —dijo Mañara—. Verdad es que -he cenado; pero son las dos, hija mía.</p> - -<p>Serví de beber al joven, y habiéndome retirado, oí desde fuera el -siguiente diálogo. Mañara, alzando una copa llena hasta los bordes, -dijo:</p> - -<p>—Señores: brindo por nuestro querido Príncipe de Asturias: -brindo por que la santa causa que representa tenga dentro de pocos -días el éxito más completo: brindo por la caida del favorito y el -destronamiento de los Reyes Padres.</p> - -<p>—Muy bien —exclamó Lesbia aplaudiendo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_93">p. 93</span>—Creo que estoy entre -amigos —continuó el joven—. Creo que un fiel súbdito del nuevo Rey -puede sin recelo manifestar aquí alegría y esperanza.</p> - -<p>—¡Qué horror! ¿Está usted loco? Prudencia, joven —dijo el -diplomático escandalizado—. ¿Cómo se atreve usted a revelar?...</p> - -<p>—Cuidado —dijo Lesbia con mucha viveza—, cuidado, Sr. Mañara, está -delante una confidenta de S. M. la Reina.</p> - -<p>—¿Quién?</p> - -<p>—Amaranta.</p> - -<p>—Tú también lo eres, y según dicen posees los secretos más -graves.</p> - -<p>—No tanto como tú, hija mía —dijo Lesbia sintiendo reponerse su -osadía—; tú, que, según se asegura, eres hoy depositaria de todas las -confianzas de nuestra amada soberana. Esto es una gran honra para -ti.</p> - -<p>—Seguramente —repuso Amaranta, dominando su cólera—. Sigo al lado de -mi bienhechora. La ingratitud es vicio muy feo, y no he querido imitar -el ejemplo de las que insultan a quien les ha favorecido. ¡Ah! es muy -cómodo hablar de las faltas ajenas para que no se fije la vista en las -propias.</p> - -<p>Lesbia, después de un momento de vacilación iba a contestar. El -diálogo tomaba alguna gravedad, y de seguro se habrían oído cosas -bastante duras, si el diplomático, interviniendo con su tacto de -costumbre, no hubiera dicho:</p> - -<p>—Señoras, por Dios... ¿qué es esto? ¿No son ustedes íntimas amigas? -¿Una diferencia<span class="pagenum" id="Page_94">p. 94</span> de -opinión puede turbar el cielo purísimo de la amistad? Dense las -manos, y bebamos todos el último vaso a la salud de Lesbia y Amaranta -enlazadas en dulce y amorosa fraternidad.</p> - -<p>—Estoy conforme; esta es mi mano —dijo Amaranta alargando la suya -con gravedad.</p> - -<p>—Ya hablaremos de esto —añadió Lesbia estrechando con desabrimiento -la mano de la otra dama—. Por ahora seremos amigas.</p> - -<p>—Bien: ya hablaremos de esto.</p> - -<p>En aquel momento entré yo y la expresión del semblante de una y -otra no me pareció indicar predisposiciones a la concordia. Con aquel -desagradable incidente, que por fortuna no tomó proporciones, tuvo -fin la tertulia, y la aparente reconciliación fue señal de partida. -Levantáronse todos, y mientras el diplomático y Mañara se despedían de -mi ama, Amaranta se llegó a mí con disimulo, acercó su boca a mi oído, -y me dijo con una vocecita que parecía resonar dentro de mi cerebro:</p> - -<p>—Tengo que hablarte.</p> - -<p>Dejome aturdido; pero mi sorpresa subió de punto un poco después, -cuando acompañé a la comitiva por la calle, precediéndola con un farol, -según costumbre, porque en aquel tiempo el alumbrado público, si en -alguna calle existía, era digno émulo de la oscuridad más profunda. -Llegamos a la calle de Cañizares, a una suntuosa casa, que era la misma -en cuyo sotabanco vivía Inés, aunque se subía por distinta escalera. -En el patio de aquella<span class="pagenum" id="Page_95">p. 95</span> -casa, que era la del marqués diplomático, o mejor dicho, de su hermana, -esperaban las literas que debían conducir a las dos damas a sus -respectivas mansiones. Antes de entrar en la litera, Amaranta me llamó -aparte, y díjome que al día siguiente fuese a buscarla a aquella misma -casa, preguntando por una tal Dolores, que luego supe era doncella -o confidenta suya, cuyo mandato me alegró mucho, porque en él vi el -fundamento de mi fortuna.</p> - -<p>Volví a casa apresuradamente, y encontré a mi ama muy agitada, -paseando con precipitación en la estrecha sala, y departiendo consigo -misma, como si no tuviera el juicio muy sano.</p> - -<p>—¿Observaste —me dijo— si Isidoro y Mañara disputaban por la -calle?</p> - -<p>—No reparé, señora —le respondí—. ¿Pues qué motivo tienen esos dos -caballeros para enemistarse?</p> - -<p>—¡Ah! no sabes cuán alegre estoy, Gabriel; estoy satisfecha —me dijo -la González con extraviados ojos y tan febril inquietud, que me impuso -miedo.</p> - -<p>—¿Por qué, señora? —pregunté—. Ya es hora de descansar, y usted -parece necesitar descanso.</p> - -<p>—No tonto, yo no duermo esta noche —dijo—. ¿No sabes que yo no puedo -dormir? ¡Ah, cuánto gozo considerando su desesperación!</p> - -<p>—No entiendo a usted.</p> - -<p>—Tú no entiendes de esto, chiquillo, vete<span class="pagenum" -id="Page_96">p. 96</span> a acostar... Pero no, no, ven acá y escucha. -¿Verdad que parece castigo de Dios? El muy simple no conoce la víbora -que tiene entre sus brazos.</p> - -<p>—Creo que se refiere usted a Isidoro.</p> - -<p>—Justo. Ya sabes que está enamorado de Lesbia. Está loco, como nunca -lo ha estado. ¡Ah! Con todo su orgullo, ¡qué vilmente se arrastra a los -pies de esa mujer! Él, acostumbrado a dominar, es dominado ahora, y su -impetuoso amor servirá de diversión y chacota en el teatro y fuera de -él.</p> - -<p>—Pero me parece que el Sr. Máiquez es correspondido.</p> - -<p>—Lo fue; pero los favores de Lesbia pasan pronto. ¡Oh! Bien merecido -le está. Lesbia es la misma inconstancia.</p> - -<p>—No lo hubiera creído en una persona tan simpática y tan linda.</p> - -<p>—Con esa carita angelical, con su sonrisa inalterable y su aire de -ingenuidad, Lesbia es un monstruo de liviandad y coquetería.</p> - -<p>—Tal vez ese Sr. Mañara...</p> - -<p>—Eso no tiene duda. Mañara es hoy el favorecido, y si habla con -Isidoro es para divertirse a su costa, jugando con el corazón de ese -desgraciado. Sí, el corazón de Isidoro está hoy como un ovillo de -algodón entre las patas de una gata traviesa. ¿Pero no es verdad que le -está bien merecido?... ¡Oh, rabio de placer!</p> - -<p>—Por eso la señora Amaranta no cesaba de decir aquellas cosas... -—indiqué, deseando que mi ama esclareciera mis dudas sobre<span -class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span> muchos sucesos y palabras de -aquella noche.</p> - -<p>—¡Ah! Lesbia y Amaranta, aunque vienen juntas aquí, se aborrecen, -se detestan, y quisieran destruirse una a otra. Antes se llevaban muy -bien; mas de algún tiempo a esta parte... yo creo que algo ocurrido en -Palacio es la causa de esta inquina que ha empezado hace poco, y será -pronto una guerra a muerte.</p> - -<p>—Bien se conoce que no se llevan bien.</p> - -<p>—En Palacio, según me han dicho, arden pasiones encarnizadas e -implacables. Amaranta es muy amiga de los Reyes Padres, mientras que -Lesbia parece que es de las damas que más intrigan en el bando de los -amigos del Príncipe de Asturias. Tan irritadas están hoy la una contra -la otra, que ya no saben disimular el odio que se profesan.</p> - -<p>—¿Y es Amaranta mujer de tan mala condición como su amiga? -—pregunté deseando inquirir noticias de la que ya consideraba como mi -protectora.</p> - -<p>—Todo lo contrario —repuso—. Amaranta es una gran señora, tan -discreta como hermosa, y de conducta intachable. Gusta de proteger a -los desvalidos: su sensible y tierno corazón es inagotable para los -menesterosos que necesitan de su ayuda; y como es poderosísima en la -corte, porque su valimiento casi excede al de los mismos Reyes, el que -tenga la dicha de caerle en gracia, ya se puede considerar puesto en -los cuernos de la luna.</p> - -<p>—Ya me lo parecía a mí —dije muy contento por tan lisonjeras -noticias.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_98">p. 98</span>—Espero que Amaranta -—prosiguió mi ama con la misma calenturienta agitación— me ayudará en -mi venganza.</p> - -<p>—¿Contra quién? —pregunté alarmado.</p> - -<p>—Creo que se ha aplazado la función de la marquesa —continuó -sin atender a mi pregunta—. Nadie quiere hacer el desairado papel -de Pésaro, y esto será ocasión de un lamentable retraso. ¿Querrás -desempeñarlo tú, Gabriel?</p> - -<p>—¡Yo, señora!... no sirvo para el caso.</p> - -<p>Quedose luego muy meditabunda, con el ceño fruncido y los ojos fijos -en el suelo, y por fin volvió a su primer tema.</p> - -<p>—Estoy satisfecha —dijo con esa hilaridad dolorosa, que indica las -grandes crisis de la pasión—. Lesbia le es infiel, Lesbia le engaña, -Lesbia le pone en ridículo, Lesbia le castiga... ¡Oh, Dios mío! Veo que -hay justicia en la tierra.</p> - -<p>Después serenándose un poco me mandó retirar, y cuando me hallé -fuera, dejándola con su doncella, la sentí llorar con lágrimas francas -y abundantes, que debían templar la irritación de su espíritu y poner -calma en su excitado cerebro. A los consuelos y ruegos de su criada -para que se retirase a descansar, no respondía más que esto:</p> - -<p>—¿Para qué me acuesto, si sé que no he de dormir en toda la -noche?</p> - -<p>Retireme a mi cuarto, que era un estrecho dormitorio donde jamás -entraban ni en pleno día importunas luces. Me acosté bastante afligido -al considerar la triste pasión de mi ama;<span class="pagenum" -id="Page_99">p. 99</span> pero estos pensamientos se enlazaron -con otros relativos a mi propio estado, los cuales, lejos de ser -tristes alborozaban mi alma; y acompañado por la imagen de Amaranta, -que iluminaba mi mezquino asilo como un rayo de luna, me dormí -profundamente pensando en la fábula de Diana y Endimión, que conocía -por una de las estampas de la sala.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch9"> - <h2 class="nobreak g0">IX</h2> -</div> - -<p>Al despertar en la mañana siguiente, acudieron en tropel a mi -pensamiento todas las ideas y las imágenes que me habían agitado -la noche anterior. La inclinación hacia mi persona que suponía en -Amaranta, me trastornaba el juicio como verá el amigo lector, si -le cuento los disparates que dije y las locuras que imaginé en las -reflexiones y monólogos de aquella mañana.</p> - -<p>«No veo la hora —decía para mí— de presentarme a esa señora. No -me queda duda de que le he caído en gracia, lo cual no es extraño, -pues algunas personas me han dicho que no tengo mal ver. Como dice -doña Juana, de hombres se hacen los obispos, y quién sabe si a vuelta -de una media docena de añitos, me encuentro hecho en dos palotadas -duque, conde o almirante, como otros que yo me sé y que deben lo que -son a haber caído en gracia a esta o la otra persona. Hablemos<span -class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span> claro, Gabriel. ¿No estás -oyendo mentar todos los días a cierto personaje que antes era un pobre -pelambrón, y ahora es todo cuanto puede ser un hombre? ¿Y todo por -qué? Por la inclinación de una elevada señora. Y ¿quién dice que lo -que puede pasar a un hombre, no le pueda suceder a otro? Verdad es que -el tal personaje es un gallardo mozo; pero yo bien sabido me tengo que -no soy saco de paja, pues muchas personas me han dicho que les gusto, -y que no puede negarse que tengo unos ojillos picarescos, capaces de -trastornar a todo el sexo femenino... Ánimo, Sr. Gabrielito. Mi ama -ha dicho que Amaranta es la mujer más poderosa de toda la Corte, y -quién sabe si será de sangre real. ¡Oh, divina Amaranta! ¿Qué haré -para merecerte? Por supuesto, que si llego a verme desempeñando esos -elevados cargos, juro por Dios y mi salvación, que he de ser el hombre -más formal que jamás haya gobernado en el mundo. A buen seguro que -nadie me acuse, como acusan al otro de haber hecho tantas picardías. Lo -que es eso... yo tendré las cosas bien arregladitas, y en mi persona -no gastaré sino lo muy preciso. Lo primero que voy a disponer es que -no haya pobres, que España no vuelva a unirse con Francia, y que en -todas las plazuelas del Reino se fije el precio de los comestibles, -para que los pobres compren todo muy barato. Veremos si sé yo mandar o -no sé... ¡y que tengo un geniecillo! Como no hagan lo que mando, nada, -nada... no me andaré con chiquitas. Al que no obedezca, cortarle<span -class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> la cabeza y se acabó... -así andarán todos derechos como un huso. Y lo dicho, dicho. Nada con -los franceses, Napoleón que se entienda solo; nosotros haremos lo que -nos dé la gana, y que no me busque el genio, porque yo tengo malas -moscas... ¡Oh! si esto sucediera, cómo se había de alegrar la pobre -Inés: entonces sí que no repetiría aquello de la tortuga y del águila. -Se me figura que Inés es algo corta de alcances; sin embargo, es tan -buena, que la amaré siempre... pero debo amar a Amaranta... pero ¿cómo -puedo dejar de amar a Inés?... Pero es preciso que adore sobre todas -las cosas a Amaranta... pero Inés es tan sencilla, tan buena, tan... -pero Amaranta me subyuga, me fascina, me vuelve loco... pero Inés... -pero Amaranta...»</p> - -<p>Esto decía yo, despeñado, como corcel salvaje, por los derrumbaderos -de mi fantasía; y ya habrá observado el lector que, al suponerme -amado por una mujer poderosa, mis primeras ideas versaron sobre mi -engrandecimiento personal y el ansia de adquirir honores y destinos. En -esto he reconocido después la sangre española. Siempre hemos sido los -mismos.</p> - -<p>Levanteme, cogí el cesto para ir a la compra, y cuando recorría los -puestos de la plazuela regateando las patatas y las coles, consideré -cuán inconveniente y deshonroso era que se ocupase en tan bajos -menesteres un joven destinado a ser dentro de algún tiempo generalísimo -de los ejércitos de mar y tierra, gran almirante, ministro, y quién -sabe<span class="pagenum" id="Page_102">p. 102</span> si rey de algún -reinito chico que le caería por chiripa en los repartos europeos.</p> - -<p>Dejando aparte por ahora lo que se refiere a mi persona, voy a dar -una idea de la opinión pública en aquellos días, con motivo de los -sucesos políticos. En la plazuela advertí que se hablaba del asunto, -y por las calles las personas se paraban preguntándose noticias, y -regalándose mutuamente las mentiras de que cada cual era forjador o -inocente vehículo. Yo hablé del caso con varias personas conocidas, -y voy a copiar imparcialmente el parecer de algunas, pues siendo las -más de diversa condición y capacidad, el conjunto de sus observaciones -puede ofrecer exactamente una muestra del pensamiento público.</p> - -<p>Un hortera de ultramarinos que era nuestro abastecedor, y hombre muy -aficionado a mover la sin hueso, me pareció más alegre que de ordinario -y en extremo jovial con sus parroquianos.</p> - -<p>—¿Qué nuevas corren por ahí? —le pregunté.</p> - -<p>—¡Oh! grandes nuevas. Los franceses han entrado en España. Yo estoy -contentísimo.</p> - -<p>Luego, bajando la voz, dijo con semblante risueño:</p> - -<p>—¡Van a conquistar a Portugal! Es para volverse loco de alegría.</p> - -<p>—Hombre, no lo entiendo.</p> - -<p>—¡Ah! Gabrielillo: tú como eres un pobre chico, no entiendes estas -cosas. Ven acá, mentecato. Si conquistan a Portugal, ¿para qué ha de -ser sino para regalárselo a España?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span>—¿Y un reino se -conquista y se regala, como si fuera una libra de nísperos, señor de -Cuacos?</p> - -<p>—Pues es claro. Napoleón es un hombre que me gusta. Quiere mucho a -España y se desvive por hacernos felices.</p> - -<p>—Vaya con el hombre. ¿Y nos quiere por nuestra linda cara o porque -le conviene, para sacarnos dinero, barcos, tropas y cuanto le da la -gana? —dije yo cada vez más resuelto a romper con Francia cuando fuese -ministro.</p> - -<p>—Nos quiere porque sí, y sobre todo ahora va a quitar de en medio al -Sr. Godoy, que ya nos tiene hasta el tragadero.</p> - -<p>—¿Querrá usted decirme qué es lo que ha hecho ese caballero para que -todos le quieran tan mal?</p> - -<p>—¡Bicoca! Ahí es nada lo del ojo. ¿No sabes que es un embustero, -atrevido, lascivo, tramposo y enredador? Ya sabemos todos a qué debe -su fortuna, y la verdad es que la culpa no la tiene él, sino quien lo -consiente. Ya sabes tú que vende los destinos, ¡y de qué manera! Los -que tienen mujer guapa o hija doncella, son los que consiguen de Su -Alteza cuanto solicitan. Pues ahora trata de que se vayan a América -los príncipes para quedarse él de rey de España... Pero no echó muy -bien las cuentas, y a lo mejor se presenta Napoleón para desbaratar sus -planes... Sabe Dios lo que ocurrirá dentro de algunos días: yo creo -que Napoleón, como amigo y admirador que es de nuestro gran Príncipe -de Asturias, nos lo va a poner en el trono, sí<span class="pagenum" -id="Page_104">p. 104</span> señor... y el Rey Carlos, con la buena -pieza de su mujer, se irá adonde mejor le convenga.</p> - -<p>No hablamos más del asunto. Entré luego en la tienda de doña -Ambrosia, a comprar un poco de seda que me había encargado la doncella, -y vi tras el mostrador a la grave tendera, acariciando su gato, sin -dejar por eso de atender a la conversación entablada entre D. Anatolio, -el papelista de la acera de enfrente, y el abate D. Lino Paniagua, que -estaba escogiendo unas cintas verdes y azules.</p> - -<p>—No le quede a usted duda, señora doña Ambrosia —decía el -papelista—; de esta vez nos veremos libres del <i>choricero</i>.</p> - -<p>—No puede ser menos —contestó la tendera— sino que alguna buena alma -ha ido a Francia y le ha contado a ese bendito Emperador todas las -picardías que aquí hace Godoy, por lo cual este ha mandado un ejército -entero para quitarle de en medio.</p> - -<p>—Pues, con perdón de ustedes —dijo el abate Paniagua alzando la -vista—, yo, que frecuento la sociedad de etiqueta, puedo asegurar -que las intenciones de Napoleón son muy distintas de lo que se cree -vulgarmente. Napoleón no manda sus tropas contra Godoy, sino para -Godoy; porque han de saber ustedes que en un tratado secreto (y esto lo -digo con reserva) se ha convenido echar de Portugal a los Braganzas, y -repartirse aquel reino entre tres personas, de las cuales una será el -Príncipe de la Paz.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_105">p. 105</span>—Eso se dijo hace -tiempo —observó con desdén D. Anatolio—; pero ahora no se trata de -tal reparto. La verdad pura y neta es que Napoleón viene a quitar el -Portugal a los ingleses, lo cual está muy retebién hecho; sí señor.</p> - -<p>—Pues a mí me han dicho —añadió doña Ambrosia—, que lo que quiere -Godoy es mandar al Príncipe a América con sus hermanos, para quedarse -él solito de rey de España. Eso no lo habíamos de consentir. ¿Verdá -usté, D. Anatolio? Miren qué ideas de hombre. Pero ¿qué se puede -esperar de quien está casado con dos mujeres?</p> - -<p>—Y creo que las dos se sientan con él a la mesa, una a la derecha y -otra a la izquierda —dijo D. Anatolio.</p> - -<p>—Por Dios, hablemos bajo —indicó con timidez D. Lino Paniagua—. Esas -cosas no se deben decir.</p> - -<p>—Nadie nos oye, y sobre todo... Si van a poner a la sombra a cuantos -hablan de estas cosas, pronto se quedará Madrid sin gente.</p> - -<p>—Verdad —dijo doña Ambrosia bajando la voz—. Mi difunto esposo, -que santa gloria haya, y era el hombre de más verdad que ha comido -nabos en el mundo, aseguraba... (y crean ustedes que lo sabía de buena -tinta) que cuando el <i>choricero</i> quiso que el Consejo de Estado -habilitase a la Reina para ser Regenta... pues, no sé si me explico... -era porque tenían el proyecto de despachar para el otro barrio a mi -señor D. Carlos, de modo que...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_106">p. 106</span>—¡Qué abominaciones -se dicen hoy! —exclamó el abate.</p> - -<p>—Como que es la pura verdad —dijo don Anatolio—. Yo también lo supe -por persona que estaba en el ajo.</p> - -<p>—Pero esto no se dice, señores, esto se calla —respondió Paniagua—. -Yo, francamente, no gusto de oír tales cosas. Me da miedo; y si llega a -oídos del señor Príncipe de la Paz, figúrense ustedes qué disgusto.</p> - -<p>—Como no nos ha dado prebendas, ni le pedimos congruas...</p> - -<p>—En fin, despácheme usted, señora doña Ambrosia, que tengo prisa. -Esas cintas verdes son de etiqueta; pero lo que es las azules, no me -atrevo a presentárselas a la señora condesa de Castro-Limón.</p> - -<p>Despacharon al abate, y luego a mí, con más presteza de la que -habría querido, pues de buen grado me hubiera detenido más para oír los -comentarios políticos que tanto me agradaban. Ya iba derecho a la casa, -cuando acerté a tropezar con el reverendo padre fray José Salmón, de -la orden de la Merced, el cual era un sujeto excelente que visitaba a -doña Dominguita (la abuela de mi ama) con tanta frecuencia como exigían -el arte de Hipócrates y el piadoso anhelo de bien morir; pues para -administrar lo primero y preparar el ánima a lo segundo era un águila -el buen mercenario Salmón, a quien solo faltaba una <i>o</i> en su -apellido para llamarse como el portento de la sabiduría. Detúvome, e -interpelándome con afabilidad y cortesía, dijo:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span>—¿Y esa -incomparable doña Dominga, cómo está? ¿Qué tal efecto le ha hecho el -cocimiento de cáscaras de frambuesa, o sea <i>tetragonia ficoide</i>, -que llama Dioscórides?</p> - -<p>—¡Magnífico efecto! —respondí, aunque estaba en completa ignorancia -del asunto.</p> - -<p>—Ya le llevaré esta tarde unas pildoritas... —prosiguió— con las -cuales, o yo no soy el padre Salmón de la orden de la Merced, o esa -señora ha de recobrar la agilidad de sus piernas... Pero chico: qué -buenas peras llevas ahí —añadió metiendo la mano en el cesto, y sacando -la fruta indicada—. Tú tienes buena mano derecha para comprar peras.</p> - -<p>Y acto continuo se la guardó, después de olerla, en la manga -del luengo hábito, sin pedir permiso para ello, pues aunque siguió -hablando, fue para añadir lo siguiente:</p> - -<p>—Dile que iré esta tarde por allá a contarle las grandes novedades -que ocurren en España.</p> - -<p>—Usted que sabe tanto —dije impulsado por mi curiosidad—, ¿podrá -explicarme a qué vienen esos ejércitos franceses?</p> - -<p>—Si tú tuvieras la mitad del talento que yo tengo —repuso—, te -pondría al tanto de las diversas razones que me hacen estar alegre -considerando la llegada de esos señores. ¿Por ventura no sabes -que Napoleón fue quien estableció el culto en Francia, después de -los horrores y herejías de la revolución? ¿No sabes también que -entre nosotros no falta algún endiablado personaje en cuya mente -bullen atrevidos proyectos contra la santa<span class="pagenum" -id="Page_108">p. 108</span> Iglesia? Pues sabiendo esto, ¿a quien no se -alcanza que el objeto de la entrada de esos ejércitos no es ni puede -ser otro que dar merecido castigo al insolente pecador, al polígamo -desvergonzado, al loco enemigo de los derechos eclesiásticos?</p> - -<p>—Luego ese Sr. Godoy, ¿no solo es un bribón y un acá y un allá, sino -que también es enemigo de la religión y los religiosos? —pregunté, -asombrado de ver cómo aumentaba el capítulo de las culpas del -favorito.</p> - -<p>—Sin duda —dijo el fraile—. Y si no, ¿qué nombre tiene el proyecto -de reformar las órdenes mendicantes, quitándoles la vida conventual -y obligando a esos buenos religiosos a servir en los Hospitales -generales? También agita en su diabólica mente el proyecto de sacar -de las granjas que nos pertenecen lo necesario para fundar unas a -modo de escuelas de agricultura; que sabe Dios lo que serán las tales -escuelitas. ¡Oh! Y si fuera cierto lo que se dice —añadió alargando -la mano para hacer segunda exploración en mi cesto—, si fuera cierto -lo que se dice respecto a la enajenación de parte de los bienes que -ellos llaman de manos muertas... Pero no nos ocupemos de esto, que más -bien causa risa que indignación, y fijemos la vista en el astro de -las Galias que, cual divino campeón, viene a libertarnos de la tiranía -de un necio valido, poniendo en el Trono al augusto Príncipe en cuya -sabiduría y prudencia fiamos.</p> - -<p>Al concluir esto había trasportado desde el cesto a las mangas de -su hábito otra pera<span class="pagenum" id="Page_109">p. 109</span> -y hasta media docena de ciruelas, dando después rienda suelta a los -encomios de mi destreza en el comprar. Yo me apresuré a separarme -de un interlocutor que me salía tan caro, y le di los buenos días, -renunciando a las lecciones de su sabiduría.</p> - -<p>No había sacado en limpio gran cosa, ni disipado mis dudas, sobre lo -que hoy llamaríamos la situación política, y lo único que vi con alguna -claridad fue la general animadversión de que era objeto el Príncipe -de la Paz, a quien se acusaba de corrompido, dilapidador, inmoral, -traficante de destinos, polígamo, enemigo de la Iglesia, y, por -añadidura, de querer sentarse en el Trono de nuestros Reyes, lo cual -me parecía el colmo de la atrocidad. También vi de un modo clarísimo -que todas las clases sociales amaban al príncipe de Asturias, siendo de -notar, que cuantos anhelaban su próxima elevación al Trono, fiaban tal -empresa a la amistad de Bonaparte, cuyos ejércitos estaban entrando ya -en España, para dirigirse a Portugal.</p> - -<p>Volví a la plazuela para reponer las bajas hechas en el cesto por -su paternidad, y allí encontré... ¿no adivinan ustedes a quién? El -infeliz, acompañado de su hija Joaquinita, a quien Natura había hecho -<i>poetisa entre dos platos</i>, se ocupaba en comprar al fiado no sé -qué piltrafas y miserables restos, que eran su ordinario alimento. El -pedía las cosas, la jorobadilla las regateaba, y entre los dos cargaban -la ración, cuyo peso no hubiera fatigado a un niño de cinco años. La -miseria había<span class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span> pintado -sus más feos rasgos en el semblante de la hija y del padre, el cual era -tan flaco y amarillo, que se dudaba cómo podía existir y moverse cuerpo -tan endeble, no siendo galvanizado por el misterioso fluido del numen -poético. ¿Necesito nombrarle? Era Comella.</p> - -<p>—¡Sr. D. Luciano, usted por aquí! —dije saludándole con mucho -afecto, porque aquel hombre me inspiraba la más viva compasión.</p> - -<p>—¡Ah, Gabriel! —contestó—, ¿y Pepita, y doña Dominga? Tiempo hace -que no las veo. Pero ya saben que aunque no las visito, porque el -trabajo me lo impide, les estoy muy agradecido.</p> - -<p>—Hoy espero ir por allá a llevarles a ustedes algún recadito —dije -respondiendo verbalmente a las tristes suplicantes miradas de la hija -del poeta, cuyos ojos me hablaban el lenguaje del hambre.</p> - -<p>—Es preciso que vayas por casa —continuó el poeta tomándome el -brazo, e indicando en su gravedad que lo que iba a confiarme era -importantísimo—. Como me has dicho que presenciaste lo de Trafalgar, -quiero consultarte sobre ciertos detalles... pues...</p> - -<p>—Ya. Escribe usted la historia de aquella batalla.</p> - -<p>—No: historia no; un dramita que va a dejar bizcos a los señores. -Verás qué pieza. Se titula <i>El tercer Gran Federico y combate del -21</i>.</p> - -<p>—Buen título —respondí—; pero no entiendo qué es eso del <i>tercer -Federico</i>.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_111">p. 111</span>—¡Qué tonto eres! -El <i>tercer Gran Federico</i> es Gravina, y como ya hubo en Prusia -un Gran Federico que era Segundo, ¿no comprendes que es ingenioso y -llamativo y tónico poner a nuestro almirante en la lista de los Grandes -Federicos que ha habido en el mundo?</p> - -<p>—Ciertamente. Es una idea que solo a usted se le hubiera -ocurrido.</p> - -<p>—Ya Joaquina ha escrito las primeras escenas, que son preciosísimas. -En primer término aparece la cubierta del <i>Santísima Trinidad</i>, a -la derecha el navío de Nelson, y a lo lejos Cádiz con sus castillos y -torreones. Debo advertirte que figuro a Nelson enamorado de la hija de -Gravina, el cual se niega a dársela en matrimonio. La escena empieza -con una sublevación de los marineros españoles que piden pan, porque -en todo el barco no hay una miga. El almirante se enfurece y les dice -que son unos cobardes, porque no tienen alma para resistir tres días -sin comer, y les da el ejemplo de la más plausible sobriedad mandándose -servir un pedacito de maroma asada. Nelson se presenta a decir que todo -se acabará al fin si le dan la niña para llevársela a Inglaterra: la -muchacha sale de la cámara bordando un pañuelo, y...</p> - -<p>No dijo más, porque la violenta risa en que prorrumpí, sin poderme -contener, le desconcertó un poco, aunque yo para que no se enojara le -aseguré que me reía por cierto recuerdo despertado en mi memoria.</p> - -<p>—La escena del hambre está escrita, y<span class="pagenum" -id="Page_112">p. 112</span> si he de decirte la verdad, no tiene -pero.</p> - -<p>—No dudo que esa escena puede ser admirable —dije con malicia—, -sobre todo si ha puesto la mano en ella la señorita Joaquina.</p> - -<p>—Ya hemos escrito a todos los teatros de Italia, que se disputarán -como siempre el derecho de traducirla —dijo Joaquinita.</p> - -<p>—¡Ah! Aquí no se recompensa el verdadero mérito. Bien dicen, que -nadie es profeta en su patria: verdad es que la posteridad hace -justicia; pero entre tanto que esa justicia llega, los hombres -superiores arrastramos miserable existencia y nos morimos como -cualquier pelafustán, sin que nadie se acuerde de nosotros. Vamos a -ver: ¿de qué me valen ahora a mí los mausoleos, las inscripciones, -las estatuas con que han de honrarme en tiempos futuros, cuando la -envidia calle y a nadie quede duda del mérito de mis obras? Y si -no, ahí tienes a Cervantes, que es otro ejemplo como este mío. ¿No -vivió en la miseria? ¿No murió abandonado? ¿Acaso tocó las ventajas -positivas de ser el primer escritor de su siglo? Pues a mí me pasa -dos cuartos de lo mismo: por supuesto, que si algo me consuela, es -considerar cuánto se avergonzará la España futura al saber que el autor -de <i>Catalina en Cromstadt</i>, de <i>Federico II en Glatz</i>, de -<i>El negro sensible</i>, de <i>La enferma fingida por amor</i>, de -<i>Cadma y Sinoris</i>, de <i>La escocesa de Lambrun</i> y de otras -muchas obras, ha vivido algún tiempo almorzando dos cuartos de sangre -frita y otras cosas que no nombro por respeto al arte de la poesía, -pues no<span class="pagenum" id="Page_113">p. 113</span> lo quiero -denigrar, denigrándome a mí mismo... Pero no hablemos de estas cosas, -que dan tristeza, y obligan a renegar de una patria que no sabe premiar -el mérito, y de unos tiempos en que los magnates protegen la envidia y -persiguen la inspiración.</p> - -<p>—Calma, calma, Sr. D. Luciano —dije yo mostrándome interesado por el -triunfo de la inspiración sobre la envidia—; tras esos tiempos vendrán -otros. ¡Quién sabe lo que pasará mañana!</p> - -<p>—Eso me han dicho, sí —repuso Comella bajando la voz y con sonrisa -de satisfacción—. ¿Será cierto que Napoleón es del partido del Príncipe -de Asturias? ¿Caerá Godoy?</p> - -<p>—Eso no tiene duda. ¿Pues qué quiere Napoleón más que el bien de los -españoles?</p> - -<p>—Justo; y aunque él y Godoy han sido muy amigotes, ya parece que -el otro ha conocido sus malas mañas, y sabe que todos queremos al -heredero, con lo cual dicho se está que nos hará el gusto. En cuanto -a Godoy, yo estoy en que no existe hombre peor en toda la redondez -de la tierra. Pueden perdonársele los medios de su elevación; puede -perdonársele que sea polígamo, ateo, verdugo, venal, y otras faltas -por el estilo; pero lo que no tiene nombre y prueba mejor que nada la -corrupción de las costumbres, es que proteja a los malos poetas, dando -cordelejo a los que son buenos y además nacionales, españoles como yo, -y no admitimos ese fárrago de reglas ridículas y extranjeras con que -Moratín y otros poetastros de polaina embaucan<span class="pagenum" -id="Page_114">p. 114</span> a los tontos. ¿No piensas como yo?</p> - -<p>—Lo mismito que usted —respondí—. Y ahora verá el Sr. D. Luciano -cómo los franceses, cuando hayan arreglado lo de Portugal, arreglarán a -España y se acabará la protección a los malos poetas.</p> - -<p>—Dios lo quiera así... Pero nos vamos, que antes de almorzar hemos -de concluir la escena entre Nelson y la hija de Gravina.</p> - -<p>—¿Tanta prisa corre?</p> - -<p>—Para fin de mes ha de estar en la Cruz. Tendrá un éxito atroz. Ya -verás, Gabrielillo. Es preciso que vayas a aplaudir, porque me temo -mucho que los de Estala, Melón y Moratinillo han de querer silbarla. -Hay que estar con cuidado, y si ellos tienen la protección del -Gobierno, no hay que asustarse por eso, la posteridad juzgará. Conque -adiós.</p> - -<p>Se marcharon a prisa, y yo me quedé pensando en la serie de maldades -que habría cometido el Príncipe de la Paz, para tener también en contra -suya a los malos poetas. Hasta mucho tiempo después no conocí que entre -los infinitos actos reprensibles de aquel monstruo de la fortuna había -algunos que la posteridad, por el contrario, debía recordar siempre con -agradecimiento...</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch10"> - <h2 class="nobreak g0">X</h2> -</div> - -<p>Aún me faltaba oír, antes de volver a casa, otra opinión muy -distinta de las anteriores, y era la para mí respetabilísima de<span -class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span> Pacorro Chinitas, el -amolador, personaje que tenía establecida su portátil industria en la -esquina de nuestra calle. Me parece que aún estoy viendo la piedra de -afilar, que en sus rápidas evoluciones despedía por la tangente, al -contacto del acero, una corriente de veloces chispas, semejantes a la -cola de un pequeño cometa; y como era mi costumbre no apartar la vista -de la máquina mientras hablaba con el Júpiter de aquellos rayos, el -fenómeno ha quedado vivamente impreso en mi imaginación.</p> - -<p>Era Pacorro Chinitas un hombre que aparentaba más edad de la -que realmente tenía, merced a los disgustos domésticos de que era -autora su mujer, célebre buñolera del Rastro, a quien llamaban la -<i>Primorosa</i>. No puedo menos de dar algunas noticias sobre este -ejemplar matrimonio, porque los dos seres que lo formaban figuran algo -en acontecimientos posteriores, y que he de contar, si para entonces -tengo vida y el lector paciencia, como espero.</p> - -<p>Es, pues, el caso que Pacorro Chinitas, varón manso y discreto, no -podía hacer buenas migas con la <i>Primorosa</i>, cuya fama, extendida -de polo a polo, es decir, desde la calle de la Pasión hasta el pórtico -de San Bernardino, la acusaba de mujer pendenciera, batalladora y -que partía de un bofetón un par de quijadas, sin que estas y otras -hazañas la hicieran nunca caer en manos de la justicia. Chinitas se -vio obligado a pedir una separación, resignándose a no tener más -compañera<span class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span> que la -rueda coronada de chispas, y en esta situación le conocí. Luego que -nos hicimos amigos contome las picardías de su antigua mitad, y así -como en otros temas era discretísimo, en este era muy pesado, pues no -pasaba día sin que me regalara un nuevo capítulo de la larga historia -de sus cuitas matrimoniales. Como yo encontrara en aquel hombre cierta -madurez de juicio, cierto sentido práctico que en los demás no hallaba, -resultó que me aficioné a su conversación, y cuanto él decía me parecía -entonces de perlas, sin que pudiera explicarme la razón de esta -preferencia por los juicios de un hombre ignorado y rudo. Después he -meditado bastante sobre las cosas de aquel tiempo, y sobre la opinión -general, y puedo deciros sin miedo de equivocarme, que el hombre de más -talento que conocí en aquellos días fue el amolador de la calle del -Baño.</p> - -<p>Para muestra referiré mi conversación con él.</p> - -<p>—¡Hola, Chinitas! ¿cómo va? ¿Qué es eso que cuentan por ahí? ¿Conque -tenemos a los franceses en España?</p> - -<p>—Eso dicen —contestó—. Y la gente está contenta.</p> - -<p>—Y parece que van a cogerse a Portugal.</p> - -<p>—Pues ello... así dicen.</p> - -<p>—Eso me parece muy bien. ¿Para qué sirve Portugal?</p> - -<p>—Mira, Gabrielillo —dijo incorporándose, y apartando de la rueda -las tijeras, con lo cual cesaron por un momento las chispas—; tú<span -class="pagenum" id="Page_117">p. 117</span> y yo somos unos brutos -que no entendemos palotada de cosas mayores. Pero ven acá: yo estoy -en que esos señores que se alegran porque han entrado los franceses, -no saben lo que se pescan, y pronto vas a ver cómo les sale la criada -respondona. ¿No piensas tú lo mismo?</p> - -<p>—¿Qué he de pensar? Como Godoy es tan malo de por sí, cátate ahí -que Napoleón viene a quitarle de en medio, y a poner en el trono al -Príncipe de Asturias, que dicen es un gerifalte para el gobierno.</p> - -<p>Chinitas volvió a aplicar el acero a la piedra, dando movimiento con -el pie, y después de contestar a mis observaciones con un mohín muy -expresivo, añadió:</p> - -<p>—Yo digo y repito que todos estos señores parece que están bobos. -Nosotros los que no sabemos leer ni escribir, acertamos a veces mejor -que ellos; y lo que ellos no pueden ver, porque les encandila el sol de -un poder que tienen tan cerca, lo vemos nosotros desde abajo; y si no, -di tú: ¿No es preciso estar ciego para comprender que Napoleón no dice -lo que tiene pensado? ¿Ese hombre no ha revuelto todas las partes del -mundo, no ha quitado de los tronos los reyes que ha querido para poner -a los mocosos de sus hermanos? Dicen que viene a poner al Príncipe de -Asturias y a quitar al <i>choricero</i>. De eso me río yo. Sí, porque -Godoy y él no están de compinche para hacer cualquier picardía... A mí -con esas. Lo que menos le importa a Napoleón es que reine Fernando o -prive D. Manuel;<span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span> lo -que él quiere es cogerse a Portugal para darle un pedazo a Godoy, y -otro pedazo a la infanta que han puesto de reina allá en <i>Trucha</i> -o <i>Truria</i>...</p> - -<p>—Pues que lo cojan y lo repartan —dije yo con gran crueldad para -nuestros vecinos—, ¿qué nos importa? Con tal que quiten a ese hombre -tan malo...</p> - -<p>—Si cogen a Portugal, porque es un reino chiquito, mañana cogerán a -España, porque es grande. Yo me enfado cuando veo a esos bobalicones -que andan por ahí, petimetres, abates, frailes, covachuelistas, y hasta -usías muy estirados, que se ríen y se alegran cuando oyen decir que -Napoleón se va a embolsar a Portugal, y con tal de ver por tierra al -guardia, no les importa que el francés eche el ojo a un bocadito de -España, que no le vendrá mal para acabar de llenar el buche.</p> - -<p>—Pero como dicen que no hay pecado que el <i>choricero</i> no haya -cometido...</p> - -<p>—Mira, chiquillo —contestó con aplomo probando con el dedo el filo -de las tijeras—; yo me río de todas las cosas que cuentan por ahí. Es -verdad que ese hombre es un ambicioso que no va más que a enriquecerse; -pero si ha llegado a ser duque, y general y príncipe y ministro, ¿de -quién es la culpa sino de quien le ha dado todo eso sin merecerlo? Si -vienen y te dicen a ti: «Gabriel, mañana vas a ser esto y lo otro, -porque me da la gana, y sin que necesites para ello quemarte las cejas -estudiando latín», ¿qué dirás tú? Dirías, «pues venga.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_119">p. 119</span>—Eso no tiene -duda.</p> - -<p>—Y aunque ese hombre es una buena pieza, y ha hecho muchas maldades, -la mitad de lo que dicen es mentira. También habrás visto que hoy le -escupen muchos que antes le adulaban; es que saben que va a caer, y -la sombra del árbol carcomido no le gusta a la gente. ¡Ah! me parece -que aquí vamos a ver grandes cosas, sí, señor, grandes cosas. Digo y -repito, que de esto va a resultar lo que nadie piensa, y muchos que hoy -se restregan las manos de contento, llorarán mañana a moco y baba; y si -no, acuérdate de lo que te digo.</p> - -<p>Aquellas razones, que me parecían encerrar profunda verdad, me -hicieron pensar; y como persona que ya se preciaba de saber escoger -los hombres, pensé que aquel sabio amolador era digno de ocupar un -puesto de consideración a mi lado, cuando yo fuera generalísimo, primer -secretario de Estado, archipámpano, y tuviera todas las jerarquías que -esperaba de la protección y ayuda de mi divina Amaranta.</p> - -<p>—Pues yo lo que deseo —dije— es que venga de una vez ese príncipe -tan bueno, que todo lo ha de arreglar a pedir de boca. ¿No cree usted -lo mismo?</p> - -<p>—Mira, chiquillo —repuso Chinitas con sibilítico tono—, yo me -tengo tragado que el heredero no vale para maldita la cosa, y esto -no se puede decir sino acá para entre los dos, porque si algunos nos -oyeran, lloverían almendradas. Cuando vivía la señora princesa<span -class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span> de Asturias, que en -gloria esté, todos decían que Fernandito era enemigo de los franceses -y de Napoleón, porque este ayudaba a Godoy, y ahora resulta que los -franceses son la mejor gente del mundo y Napoleón tan bueno como pan -bendito, solo porque parece arrimarse al partido del Príncipe de -Asturias. Esa no es gente formal, Gabrielillo; y yo lo que veo es que -el heredero tiene muchas ganas de serlo, antes de que muera su padre, -aunque es de creer que el canónigo de Toledo y otros personajes le -tienen sorbidos los sesos, y serían capaces de obligarle a ser mal -hijo, con tal que ellos pudieran después echarse al cuerpo los mejores -destinos. Esa gente de arriba es muy ambiciosa, y hablando mucho del -bien del reino, lo que quiere es mandar; tenlo presente. Yo, aunque -no me han enseñado a leer ni a escribir tengo mi gramática parda; sé -conocer a los hombres, y aunque parece que somos bobos y nos tragamos -todo lo que nos dicen, ello es que a veces columbramos la verdad mejor -que otros muy sabihondos, y vemos clarito lo que va a venir. Por eso te -digo que veremos cosas gordas, muy gordas; y si no, acuérdate de lo que -te digo.</p> - -<p>Así habló Chinitas. Cuando me separé de él para entrar en casa, -recuerdo que iba resumiendo las distintas conferencias de aquella -mañana, y lo mucho y vario que sobre un mismo asunto había oído en -anteriores días. Cada cual juzgaba los sucesos según sus pasiones, y -como yo no podía formarme idea<span class="pagenum" id="Page_121">p. -121</span> exacta de la importancia de aquellos hechos, en mi -juvenil ignorancia y equivocado patriotismo, creía muy justo que el -conquistador del siglo se apoderara de un pequeño reino, que a mi -juicio no servía más que de estorbo. En cuanto a Godoy, no había duda -de que los comerciantes, los nobles, los petimetres, el pueblo, los -frailes y hasta los malos poetas anhelaban su caida, unos con razón, -otros sin ella; unos por convicción de la ineptitud del valido; -bastantes por la envidia, y muchos porque creían a pie juntillas que -habíamos de estar mejor cuando nos gobernara el heredero de la Corona. -Fue singular cosa que todos se equivocaran respecto a la marcha de los -futuros sucesos, esperando el próximo arreglo de todos los trastornos; -fue singular cosa que el optimismo ciego de la mayoría no alcanzase a -comprender lo que penetró con su ruda desconfianza el buen juicio del -amolador. Cada vez estoy más convencido de que Pacorro Chinitas fue una -de las más grandes notabilidades de su época.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch11"> - <h2 class="nobreak g0">XI</h2> -</div> - -<p>Ignoro si fueron las conversaciones de aquel día u otras causas las -que enfriaron el entusiasmo de que yo estaba poseído por la mañana. -¡Cuánto he desvariado! —decía para mí—, y lo más seguro es que Amaranta -habrá<span class="pagenum" id="Page_122">p. 122</span> visto solamente -en mí un chico dispuesto a servirla mejor que otro.</p> - -<p>Sin embargo, mi curiosidad era tan viva, que no podía ocuparme en -cosa alguna ni estar con calma en ninguna parte. Aquel día ni aun pude -visitar a Inés; y cuando cumplí las obligaciones de la casa, me dispuse -a acudir a la cita. Vestime con el mayor esmero, dedicando el conjunto -de las fuerzas de mi inteligencia a conseguir que la persona de un -servidor de ustedes fuese el dechado de todas las gracias, y el resumen -de cuantas perfecciones concedió Naturaleza a la juventud. El pedazo de -espejo que limpié desde por la mañana aduló mi amor propio, confirmando -ante mí la enfática presunción de que no escaseaban en el semblante -del criado de la González ciertos agradables rasgos, dignos de hacer -fijar la atención. Fue aquella la primera vez que me sentí presumido: -después, recordándolo, he sentido ganas de abofetearme.</p> - -<p>Yo habría deseado tener entonces el vestido más rico, más lujoso, -más elegante, más luciente que pudieran hacer los sastres del planeta -que habitamos; pero tuve que contentarme con el mío humildísimo, sin -más adorno que el del aseo, la pulcritud y esmero de mi peinado. Mi -traje era modesto; pero a pesar de ello, yo conocía que estaba bien, y -que mi persona y aire predisponían en favor mío. Con esto y con pensar -durante un breve rato frases delicadas y elegantes que me parecían muy -propias para contestar a los<span class="pagenum" id="Page_123">p. -123</span> obsequios de la diosa, di por terminados los preparativos, y -salí de la casa, sin dar cuenta a nadie de mi expedición.</p> - -<p>Llegué a la casa de la calle de Cañizares, residencia de la señora -marquesa, de quien era hermano el diplomático; pregunté por doña -Dolores, apareció esta, y sin decirme nada, me condujo por largos y -oscuros pasadizos, hasta que al fin dio conmigo en un camarín muy -lujoso, donde me ordenó que esperase. Mientras así lo hacía, creí -sentir en la pieza inmediata algunas voces de señoras que hablaban y -reían, y también creí escuchar la voz desentonada del diplomático. -Amaranta no me hizo aguardar mucho tiempo. Cuando sentí el ruido de la -puerta, cuando vi entrar a la hermosa dama, cuando se adelantó hacia -mí sonriendo con bondad, pareciome que un ente sobrenatural se me -acercaba, y temblé de emoción.</p> - -<p>—Has sido puntual —me dijo—. ¿Estás dispuesto a entrar en mi -servicio?</p> - -<p>—Señora —contesté sin poder recordar ninguna de las frases que traía -preparadas—; estoy con mucho gusto a las órdenes de usía para cuanto se -digne mandarme.</p> - -<p>—O yo me engaño mucho —dijo la dama sentándose junto a mí—, o tú -eres un chico bien nacido, hijo de alguna noble familia, y te hallas -hoy en posición más baja de lo que te corresponde.</p> - -<p>—Mi padre era pescador en Cádiz —respondí, sintiendo por primera vez -en mi vida no ser noble.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_124">p. 124</span>—¡Qué lástima! -—exclamó Amaranta—; sin embargo, no importa. Pepa me ha dicho que -cumples lo que se te encarga con mucha puntualidad, y sobre todo con -gran reserva; que eres formal a toda prueba; me ha dicho también que -tienes imaginación, y que podrías ser en otra esfera un hombre de -provecho.</p> - -<p>—Mi ama —dije disimulando mi orgullo— me hace demasiado favor.</p> - -<p>—Bueno —continuó la diosa—. Ya comprendes que entrar en mi servicio -sin más recomendación que el propio mérito, es más de lo que pudieras -desear. Pero me parece que tú tienes disposición para más altos -empleos, y... creo que no serás desfavorecido por la fortuna. ¿Quién -sabe lo que llegarás a ser?</p> - -<p>—¡Oh, sí señora, quién sabe! —dije sin contener el entusiasmo que en -mí producían aquellas palabras.</p> - -<p>Amaranta estaba sentada frente a mí, como he dicho: su mano derecha -jugaba con un grueso medallón pendiente del cuello, y cuyos diamantes, -despidiendo mil luces, deslumbraban mis ojos. Tanta era mi gratitud y -admiración hacia aquella mujer, que no sé cómo no caí de rodillas a sus -plantas.</p> - -<p>—Por de pronto no te exijo sino una grande fidelidad en mi servicio. -Yo acostumbro recompensar bien a los que bien me sirven, y a ti más que -a nadie, porque me han cautivado tu orfandad, tu abandono y la modestia -y circunspección que hallo en tu persona.</p> - -<p>—Señora —exclamé en la efusión de mi gratitud—, ¿cómo pagaré tantos -sacrificios?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_125">p. 125</span>—Siéndome fiel y -haciendo puntualmente lo que te mande.</p> - -<p>—Seré fiel hasta la muerte, señora.</p> - -<p>—Ya ves que exijo poco. En cambio, Gabriel, yo puedo hacer por ti lo -que no has soñado ni podrías soñar. Otros con menos mérito que tú, se -han elevado a alturas inconcebibles. ¿No te ha ocurrido que podrías tú -subir lo mismo, encontrando una mano que te impulsara?</p> - -<p>—¡Sí, señora! Sí me ha ocurrido, y ese pensamiento me ha vuelto loco -—contesté—. Viendo que usía se dignaba fijar en mí sus ojos, llegué a -creer que Dios había tocado su buen corazón, y que todo lo que hasta -ahora me ha faltado en el mundo, iba a recibirlo de una sola vez.</p> - -<p>—Has pensado bien —dijo Amaranta sonriendo—. Tu adhesión a mi -persona y tu obediencia a mis órdenes te harán merecedor de lo que -deseas. Ahora escucha. Mañana voy al Escorial, y es preciso que vengas -conmigo. Nada digas a tu ama: yo me encargo de arreglarlo todo, de -manera que consienta en el cambio de servidumbre. No digas tampoco a -nadie que me has hablado, ¿entiendes? Pasado mañana irás a mi casa, -desde donde puedes hacer el viaje en los coches que saldrán al medio -día. Estaremos en el Escorial pocos días, porque regresaremos para ver -la representación que ha de darse en esta casa, y entonces, quizás -vuelvas por unos días al servicio de Pepa.</p> - -<p>—¡Otra vez allá! —dije admirado.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_126">p. 126</span>—Sí; ya sabrás más -adelante todo lo que tienes que hacer. Conque retírate ya: no faltes -mañana.</p> - -<p>Prometí ser puntual y me despedí de ella. Diome a besar su mano con -tan dulce complacencia que me sentí electrizado al poner mis labios en -su blanca y fina piel. Ni sus modales, ni sus miradas, ni ninguno de -los accidentes de su comportamiento para conmigo eran los de una ama -para con su criado. Más bien parecía tratarme como de igual a igual, -y en cambio yo, ciego ya para todo lo que no fuera la protección de -Amaranta, me lancé en la esfera de la atracción de aquel astro que -inundaba mi alma de luz y calor.</p> - -<p>Salí a la calle... ¿a quién comunicar mi alegría? Al punto me acordé -de Inés, y subí la escalerilla que conducía a su sotabanco, pues no sé -si he dicho que la habitación de mis amigos estaba en la misma casa. -Encontré a Inés muy triste, y habiendo preguntado la causa, supe que -doña Juana, cuya naturaleza se desmejoraba con el continuo trabajar, -había caído enferma.</p> - -<p>—¡Inés, Inesilla! —exclamé encontrándome solo en la sala con la -muchacha—. Quiero hablarte. ¿Sabes que me voy?</p> - -<p>—¿A dónde? —me preguntó con viveza.</p> - -<p>—A Palacio, a la corte, a correr fortuna. ¡Ah, picarona; ahora no te -reirás de mí; ahora va de veras!</p> - -<p>—¿Qué va de veras?</p> - -<p>—Que se me ha entrado por las puertas la<span class="pagenum" -id="Page_127">p. 127</span> fortuna, chiquilla. ¿Te acuerdas de lo que -hablamos el otro día? Bien te lo decía yo, y tú no me hacías caso. -¿Pero no ves, reinita, que eso se cae de su peso?</p> - -<p>—¿Qué se cae de su peso?</p> - -<p>—Que así como otros han llegado a la mayor altura sin mérito propio, -y solo porque a alguna gran persona se le antojó protegerles, nada -tendría de extraño que a mí me aconteciera dos cuartos de lo mismo, sí, -señorita.</p> - -<p>—Eso es muy claro: avisa cuando llegues arriba. De modo que mañana -te tendremos de general o ministro cuando menos.</p> - -<p>—No te burles, ¿estamos? Tanto como mañana, no; pero ¿quién sabe?</p> - -<p>Inés empezó a reír, dejándome bastante confuso.</p> - -<p>—Pero, ven acá, tonta —dije con una seriedad, cuyo recuerdo me hace -morir de risa—; tú no estás oyendo hablar todos los días de un hombre -que no era nada, y hoy lo es todo; de un hombre que entró a servir en -la Guardia española, y de la noche a la mañana...</p> - -<p>—¡Hola, hola! —dijo Inés burlándose de mí con más crueldad—. Esas -tenemos, Sr. D. Gabriel. ¡Qué callado lo tenía usted! ¿Se puede saber -quién es la dama que se ha enamorado de usted?</p> - -<p>—Tanto como enamorarse, no, tonta —respondí cortado—; pero... ya -ves. Como uno no es saco de paja... qué quieres. Todo el mundo, aunque -no valga nada, encuentra una persona a quien le gusta...</p> - -<p>Inés continuó riendo; pero yo conocí que<span class="pagenum" -id="Page_128">p. 128</span> después de mis últimas palabras, la pobre -necesitaba muchos esfuerzos para aparentar alegría. Como su carácter no -era apto para el disimulo, luego cesó de reír y se puso muy seria.</p> - -<p>—Bien, excelentísimo señor —dijo haciéndome una grave cortesía—; ya -sabemos a qué atenernos.</p> - -<p>—La cosa no es para enfadarse —dije yo sintiéndome repuesto de mi -turbación—; lo que hay es, que si una persona me quiere proteger, no he -de hacerle ascos. ¡Y si tú la conocieras, Inesilla; si tú vieras qué -mujer, qué señora!... Todo lo que te diga es poco; así es que no te -digo nada.</p> - -<p>—¿Y esa señora se ha enamorado de ti?</p> - -<p>—Dale con el enamoramiento; no es eso, mujer. Es que entro a -servirla; aunque quién sabe lo que podrá pasar... Si vieras cómo me -trata... Como de igual a igual, y se interesa mucho por mí... y es muy -rica... y vive en un palacio muy grande cerca de aquí... y tiene muchos -criados... y lleva en el cuello un medallón con un diamante como un -huevo... y cuando le mira a uno, se queda uno atortolado... y es muy -guapa... y en Palacio puede tanto como el Rey... y se llama...</p> - -<p>Recordé de pronto que Amaranta me había prohibido revelar su -entrevista con ella, y callé.</p> - -<p>—Bueno —dijo Inés—. Ya veo que dentro de poco le tendremos a usía -hecho un archipámpano, con muchos galones y cintajos, dando que hablar -a la gente, y teniendo el<span class="pagenum" id="Page_129">p. -129</span> gusto de oírse llamar ladrón, enredador, tramposo y cuanto -malo hay.</p> - -<p>—Mira tú lo que es no entender las cosas —dije algo incomodado—. -¿De dónde sacas tú que todos los hombres célebres y poderosos, sean -ladrones y pícaros? No, señor, también pueden ser buenos; y lo que es -yo... supón, chiquilla, que por arte del demonio llegara yo a ser... no -te rías, que de menos hizo Dios a Cañete; y todos somos hijos de Adán; -y tan de carne y hueso es Napoleón Bonaparte como yo. Pues suponte que -llego a ser... no te rías. Si te ríes me callo.</p> - -<p>—Si no me río —dijo Inés, conteniendo la hilaridad que de nuevo la -acometía—. Lo que dices está muy en razón, chiquillo. Si no hay más -que ponerse a ello. ¿Qué cuesta ser generalísimo, ministro, príncipe -o duque? Nada. Ni a qué viene el romperse los ojos estudiando por -aprender todas las cosas que se deben saber para gobernar? Si los -aguadores y los mozos de cuerda, y los horteras, y los monaguillos, -son unos tontos de camisón, cuando no se van todos a Palacio, sabiendo -que tienen seguro el sueldo de consejeros con solo guiñarle el ojo a -una dama. Y si todas no son tiernas de corazón, con tocarle el codo a -alguna de las cocineras de Palacio, está hecho todo.</p> - -<p>—No es eso: veo que tú no entiendes —dije, no sabiendo cómo hacerme -comprender de Inés—. Eso que dices de aprender y saber gobernar, y -lo demás, no viene al caso. Verdad es, que antes se necesitaba ser -hombre<span class="pagenum" id="Page_130">p. 130</span> de ciencia -para medrar; pero hoy, chiquilla, ya ves lo que pasa. No es solo Godoy, -son cientos de miles los que ocupan altos puestos sin valer maldita -de Dios la cosa. Con un poco de despejo basta. Si sabré yo lo que me -digo.</p> - -<p>—Ven acá, Gabriel —me dijo Inés, dejando su costura—. Las cosas del -mundo pasan siempre como deben pasar. Esto lo sé yo sin que nadie me lo -haya dicho. Los hombres que mandan a los demás, están en aquel puesto -por su nacimiento, pues... porque así está arreglado, de modo que los -reyes nacen de los reyes... Cuando algún hombre que no ha nacido en -cuna real, llega a gobernar el mundo, debe de ser porque Dios le ha -dado un talento, una cosa celestial que no tienen los demás. Y si no, -ahí me tienes a Napoleón, que es emperador de todo el mundo, y manda no -sé cuantos miles de millones de soldados; pero es porque él se lo ha -ganado, y porque desde chiquito aprendía cuanto hay que saber, y los -maestros se quedaban lelos, viendo que sabía más que ellos... El que -sube tanto sin tener mérito, es por casualidad, o por mil picardías, -o porque los reyes lo quieren así; ¿y qué hacen para tenerse arriba? -Engañan a la gente, oprimen al pobre, se enriquecen, venden los -destinos y hacen mil trampas. Pero buen pago les dan, porque todo el -mundo les aborrece, y lo que desean es verles por los suelos. ¡Ah, -chiquillo! Yo no sé cómo no entiendes esto, esto que es tan claro como -el agua...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_131">p. 131</span>A pesar de ser tan -claro como el agua, yo no lo comprendía. Muy lejos de eso, estaba tan -obcecado, tan dominado por la vanidad, que no vi sino impertinencias -y majaderías en las juiciosas razones de la modistilla. Aún fue más -lejos mi soberbia, porque mi amor propio se resintió; me sentí pavo -real, erguí mi cuello, levanté la cola tornasolada, y con mis feas -patas de pájaro vanidoso pisoteé la discreta paloma, diciéndole estas -palabras:</p> - -<p>—Inés, hablemos claro. Veo que tú no comprendes ciertas cosas... -Tú eres muy buena, y por eso te quiero y te estimo. No dudes, por lo -tanto, que de aquí en adelante haré en bien tuyo cuanto me sea posible. -Tú eres muy buena; pero es preciso confesar que tienes pocos alcances. -Al fin eres mujer, y las mujeres... como no sea de hacer calceta y de -poner el puchero a la lumbre, de nada entienden una higa. Este negocio -que tratamos no es para tu pobre cabecita. Los hombres son los que -los entendemos bien, porque tenemos un modo de ver las cosas más por -lo alto, porque en fin, tenemos más talento. No extraño lo que me has -dicho porque... ¿tú qué puedes entender?... Pero eres una chica muy -buena: te quiero, te quiero mucho, no te enfades. Puedes estar segura -de que jamás me olvidaré de ti.</p> - -<p>Lector: cuando leas esto te suplico que te despojes de toda -benevolencia para conmigo. Sé justiciero e implacable, y ya que no me -tienes, por ventaja mía, al alcance de tus honradas manos, descarga -en el libro tu ira,<span class="pagenum" id="Page_132">p. 132</span> -arrójalo lejos de ti, pisotéalo, escúpelo... ¡ay! pero no: él es -inocente, déjalo, no lo maltrates, él no tiene culpa de nada; su único -crimen es haber recibido en sus irresponsables hojas lo que yo he -querido poner en él, lo bueno y lo malo, lo plausible y lo irrisorio, -lo patético y lo tonto que al escribir esta historia he ido sacando, -escarbador infatigable, de los escombros de mi vida. Si algo encuentras -que me desfavorezca, tan mío es como lo que te parezca laudable. Ya -habrás conocido que no quiero ser héroe de novela: si hubiera querido -idealizarme, fácil me habría sido conseguirlo, cuidando de encerrar con -cien llaves todas mis flaquezas y necedades, para que solo quedasen a -la vista del público los hechos lisonjeros, adicionados con lindísimas -invenciones, que en caso de apuro no me habrían de faltar. Pero -repito que no quiero idealizarme: bien sé que a los ojos de muchos, -mi personalidad estaría cien codos más alta, si yo representase en mí -a un mozuelo desvergonzado, pendenciero y atrevido, que en los diez -y seis años de su edad hubiese tenido tiempo y fortuna para matar en -duelo a dos docenas de semejantes, y quitar la honra a igual número de -doncellas, casadas o viudas, esquivando la persecución de la justicia -y la venganza de celosos padres o maridos. Todo esto sería muy bonito; -pero diré con el latino: <i>sed nunc non erat his locus</i>.</p> - -<p>Como prueba de mi modestia, no he vacilado en copiar el diálogo -con Inés que me favorece tan poco, atreviéndome a esperar<span -class="pagenum" id="Page_133">p. 133</span> que, si el lector no me -adorase romántico, podrá apreciarme sincero. Hagamos, pues, las paces -y continuaré la narración en el mismo punto en que la dejé; y es que, -habiendo espetado las palabras referidas y aun algunas más, hijas de mi -estólida vanidad, dejé a Inés, creyendo que debía buscar interlocutor -más conforme a la alteza y sublimidad de mis pensamientos. Inés no me -dijo una palabra más, y yo, atraído por los alegres sones de la flauta -tocada por D. Celestino, fui a buscarle a su cuarto, y con las manos -juntas atrás, y el aire de persona protectora, le hablé así:</p> - -<p>—¿Cómo van esos asuntos, señor mío?</p> - -<p>—¡Oh, divinamente! —contestó con su optimismo de siempre—. Al fin -se me hará justicia, y según me ha dicho esta mañana el oficial de la -secretaría, no puede pasar de la semana que viene.</p> - -<p>—Me parece que a usted no le vendría mal un arciprestazgo de buena -renta o cosa así... Dígolo, porque aunque a usted le sorprenda, tal vez -exista alguna persona que se lo pueda conseguir.</p> - -<p>—¿Quién, hijo mío, quién, a no ser mi paisano y amigo el Serenísimo -Príncipe de la Paz?</p> - -<p>—En donde menos se piensa salta una liebre... Ya veremos, ya veremos -—dije yo haciendo todo lo posible para que la expresión de mi semblante -fuera la más misteriosa y grave.</p> - -<p>Quedose aturdido con mis palabras, y volví al lado de Inés, de quien -no quería despedirme<span class="pagenum" id="Page_134">p. 134</span> -dejándola enojada. Con gran sorpresa mía, la muchacha no conservaba -enfado alguno, y me habló con aquella incomparable ecuanimidad, que -siempre fue su principal atractivo. Despedime prometiendo que la -recordaría siempre, y ella se mostró tan afable, tan cariñosa como -si nada hubiera pasado. Su espíritu, cuya elevación y superioridad -desconocía yo entonces, confiaba firmemente sin duda en mi pronta -vuelta.</p> - -<p>A los dos días mi ama me dijo que había convenido con Amaranta en -que yo pasara a servir a esta. Arreglé mi pequeño ajuar, y fui a la -casa de mi nueva ama. Allí me pusieron una librea, y subiendo al coche -de la servidumbre, el cual seguía a otro ocupado por la marquesa y -su hermano el diplomático, emprendí el camino del Escorial, a donde -llegamos por la noche.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch12"> - <h2 class="nobreak g0">XII</h2> -</div> - -<p>Como al llegar al Escorial nos encontramos sorprendidos por la -noticia de gravísimos acontecimientos, no estará de más que mencione -lo que por el camino me contó el mayordomo de la marquesa, pues a sus -palabras dio profético sentido lo que ocurrió después.</p> - -<p>—Me parece que en el Real Sitio pasa algo que va a ser sonado —me -dijo—. Esta mañana<span class="pagenum" id="Page_135">p. 135</span> -se decía en Madrid... Pero lo que haya lo hemos de saber pronto, pues -dentro de tres horas y media, si Dios quiere, daremos fondo en la -lonja.</p> - -<p>—¿Y qué se decía en Madrid?</p> - -<p>—Allí todos quieren al Príncipe y aborrecen a los Reyes Padres, y -como parece que sus majestades se han propuesto mortificar al muchacho, -apretándole de su lado... Eso, yo lo he visto, y el Príncipe tiene una -cara que da compasión... Se dice que sus padres no le quieren, lo cual -está muy mal hecho: a mí me consta que ni una sola vez le lleva el Rey -a las cacerías, ni le sienta a la mesa, ni le muestra aquel cariño que -parece natural en un buen padre.</p> - -<p>—¿Será que el Príncipe anda metido en conspiraciones y enredos? -—dije.</p> - -<p>—Ello bien pudiera ser. Según oí la semana pasada en el Real Sitio, -el Príncipe se da unas encerronas, que ya, ya... no habla con nadie, -está como quien ve visiones, y se pasa las noches en vela. Con esto -la Corte anda muy alarmada, y parece que acordaron vigilarle hasta -averiguar lo que traía entre manos.</p> - -<p>—Pues ahora caigo en que me dijeron que el Príncipe era algo -literato, y se pasaba las noches traduciendo del francés o del latín, -que esto no lo recuerdo bien.</p> - -<p>—Sí, en el Escorial se cree eso; pero sabe Dios... Hay quien asegura -que lo que el Príncipe trae entre manos es cosa gorda; que las tropas -de Napoleón que han entrado en España lo que menos piensan es guerrear -con<span class="pagenum" id="Page_136">p. 136</span> Portugal, y -parece que vienen a apoyar a los partidarios del Príncipe.</p> - -<p>—Esas son patrañas; quizás el pobre Fernandito no piense más que en -traducir sus libros...</p> - -<p>—Parece que el que tradujo hace poco no gustó a los papás, porque -hablaba de no sé qué revoluciones, y ahora está con otro: como no sea -alguna endiablada tramoya para pescar el trono...</p> - -<p>Así continuó poco más o menos nuestra conversación hasta que -llegamos al Real Sitio. El diplomático y su hermana se apearon de su -coche y nosotros del nuestro. Como los dos viajeros debían aposentarse -en Palacio y en las habitaciones de Amaranta, que ya había llegado el -día anterior, desde luego el mayordomo nos encaminó allá, haciéndonos -recorrer medio mundo en escaleras, galerías, patios y pasillos. Todo -indicaba que ocurría algo extraordinario en la regia morada, porque -se veía por los pasillos y salas de tránsito más gente que la que -acostumbraba estar en pie a aquella hora, que era la de las diez. -Preguntó la marquesa, mas le contestaron de un modo tan vago, que nada -pudo sacar en claro.</p> - -<p>Instalados en las habitaciones de mi ama, donde me ocupé en acomodar -los equipajes, según las órdenes que se me daban, al poco rato entró -Amaranta tan inmutada, que fue preciso aguardar un poco para que, -repuesta de su zozobra, pudiese explicar lo que pasaba.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_137">p. 137</span>—¡Ay! —exclamó -cediendo a las reiteradas preguntas de sus tíos—; lo que pasa es -terrible. ¡Una conjuración, una revolución! ¿En Madrid no ocurría nada -cuando ustedes salieron?</p> - -<p>—Nada; todo estaba tranquilo.</p> - -<p>—Pues aquí... es una cosa tremenda, y quién sabe si estaremos vivos -mañana.</p> - -<p>—Pero hija, dínoslo claramente.</p> - -<p>—Parece que se ha descubierto que querían asesinar a los Reyes; todo -estaba preparado para un movimiento en Palacio.</p> - -<p>—¡Qué horror! —exclamó el diplomático—. decía yo que bajo la capita -de servidores del Rey se escondían aquí muchos jacobinos.</p> - -<p>—No es nada de jacobinos —continuó mi ama—. Lo más extraño es que el -alma de la conjuración es el Príncipe de Asturias.</p> - -<p>—No puede ser —dijo la marquesa, que era muy afecta a S. A.—. El -Príncipe es incapaz de tales infamias. Justo y cabal lo que yo decía. -Sus enemigos han ideado perderle por la calumnia, ya que no lo han -conseguido por otros medios.</p> - -<p>—Pues la revolución preparada, que por lo que dicen, iba a ser peor -que la francesa —prosiguió Amaranta—, se ha fraguado en el cuarto del -Príncipe, a quien se han encontrado unos papelitos que ya... Dícese -que están complicados el canónigo D. Juan de Escóiquiz, el duque del -Infantado, el conde de Orgaz y Pedro Collado, el aguador de la fuente -del Berro, hoy criado del Príncipe.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_138">p. 138</span>—Creo que tú, -sobrina —dijo el marqués, ofendido de que mi ama contase cosas que él -no sabía—, te dejas arrastrar por tu impresionable imaginación. Tal vez -lo que ocurre no tenga importancia alguna, y pueda yo esclarecerlo con -datos y noticias de índole muy reservada, que se me han trasmitido de -cierta parte que debo callar.</p> - -<p>—Yo contaré lo que me han dicho. Desde algún tiempo llamaba la -atención que el Príncipe pasase las noches encerrado en su cuarto sin -compañía, aunque los Reyes creían que se ocupaba en traducir un libro -francés. Pero ayer se encontró S. M. en su cuarto una carta cerrada, -cuyo sobre no tenía más que estas palabras: <i>luego, luego, luego</i>. -Abriola el Rey y leyó un aviso sin firma, en que le decían:</p> - -<blockquote> - - <p>«Cuidado, que se prepara una revolución en Palacio. Peligra el - Trono y la Reina María Luisa va a ser envenenada.»</p> - -</blockquote> - -<p>—¡Jesús, María y José! —exclamó la marquesa, que como mujer nerviosa -estuvo a punto de desmayarse—. Pero, ¿qué demonio del infierno se ha -metido en el Escorial?</p> - -<p>—Figúrense ustedes cómo se quedaría el pobre Rey. Al punto -sospecharon del Príncipe y decidieron ocuparle sus papeles. Dudaron -mucho tiempo sobre el modo de hacerlo; pero al fin el Rey se decidió -a reconocer él mismo en persona el cuarto de su hijo. Fue allá con -pretexto de regalarle un tomo de poesías, y según dicen, Fernando se -turbó de tal modo al verle entrar, que descubrió con su mirar medroso y -azorado el sitio en<span class="pagenum" id="Page_139">p. 139</span> -que estaban los papeles. El Rey los cogió todos, y parece que padre -e hijo se dijeron algunas cosas un poco fuertes; después de lo cual, -Carlos salió indignado, ordenándole que permaneciese en su cuarto sin -recibir a persona alguna... Esto fue ayer; enseguida vino el ministro -Caballero, y entre él y los Reyes examinaron los papeles. No sabemos lo -que pasó en esta conferencia, pero debió de ser cosa fuerte, porque la -Reina se retiró a su cuarto llorando. Después se dijo que los papeles -encontrados en poder del Príncipe contenían la clave de terribles -proyectos, y según afirmó Caballero después de hablar con los Reyes, el -Príncipe Fernando debía ser condenado a muerte.</p> - -<p>—¡A muerte! —exclamó la marquesa—. ¡Pero esa gente está loca! -¡Condenar a muerte a todo un Príncipe de Asturias!</p> - -<p>—No hay que apurarse todavía —dijo el diplomático con su -acostumbrada suficiencia—. Tal vez se nos muestren esos papeles para -saber nuestro dictamen, y haremos luminoso examen de todos ellos para -resolver lo que convenga.</p> - -<p>—Pero ¿no se sabe lo que contenían esos papeles? —preguntó la -marquesa.</p> - -<p>—Se cuentan tantas cosas en Palacio, que no se puede saber la -verdad. La Reina no nos ha dicho nada, y ha pasado toda la noche -llorando a lágrima viva, lamentándose de la ingratitud de su hijo. -También dice que no permitirá que se le persiga, porque él no -tiene la culpa de lo que ha hecho, sino esos<span class="pagenum" -id="Page_140">p. 140</span> dos o tres pícaros ambiciosos que le -rodean.</p> - -<p>—Dejémonos de anticipar juicios sobre estos sucesos —dijo el -marqués—. Ya lo averiguaré yo todo, y sabré si es un complot de -los enemigos del Príncipe o simplemente una verdadera y efectiva -conjuración; mas cuando yo lo sepa, guárdense ustedes de preguntarme, -pues ya conocen mis ideas...</p> - -<p>—Parece que han decidido formar causa para averiguar quiénes son -los delincuentes —continuó Amaranta—, y esta noche va el Príncipe a -declarar a la Cámara regia.</p> - -<p>A este punto llegaban de tan interesante conversación, cuando -sentimos cierto rumor como de gente que se agolpaba en sitio cercano a -la habitación en que estábamos. Como no tenía gran cosa que hacer cerca -de mi ama, y además la curiosidad me llamaba fuera, salí, bajé una -escalera y halleme en una anchurosa pieza tapizada, que correspondía -por ambos lados a otras de igual tamaño y parecidos adornos. Recorrí -dos o tres siguiendo la dirección de las personas que se encaminaban a -un lugar determinado, y no vi nada digno de llamar la atención más que -algunos grupos de palaciegos que cuchicheaban por lo bajo con mucho -calor.</p> - -<p>Yo me enorgullecía de encontrarme en Palacio, creyendo que solo por -el contacto del suelo que pisaban mis pies, tenía nuevos títulos a la -consideración del género humano; y como cuantos llevamos la generosa -sangre española en nuestras venas, somos propensos a la fatuidad, no -pude menos de<span class="pagenum" id="Page_141">p. 141</span> creerme -un verdadero y genuino personaje, y hubiera deseado encontrar al paso a -alguno de mis antiguos conocimientos de Madrid o Cádiz para mostrarle -en gestos y palabras el convencimiento de mi respetabilidad. Felizmente -no conocí alma de Dios entre tanta gente, y me libré de ponerme en -ridículo.</p> - -<p>Encontrábame en aquella larga serie de habitaciones tapizadas que, -recorriendo toda la extensión del Palacio por la parte interior, -sirve de lazo de unión a las moradas regias, cuyas luces se abren en -la fachada oriental del inmenso edificio. Seguí la dirección de los -demás sin reparar si debía aventurar mis pasos por aquellos sitios; -mas como nadie me dijo nada, continué muy impávido. Las salas estaban -muy débilmente alumbradas, y en la dulce penumbra las figuras de los -tapices parecían sombras detenidas en las paredes, o débiles reflejos -luminosos enviados por escondido foco sobre el oscuro fondo de las -cámaras. Paseé mi vista por aquella multitud de figuras mitológicas, -con cuya desnudez provocativa se habían adornado las negras murallas -construidas por Felipe, y ya consagraba mi atención a contemplarlas, -cuando pasó la extraña procesión de que voy a dar cuenta.</p> - -<p>El Príncipe de Asturias, a quien se había comenzado a instruir -sumaria por el delito de conspiración, volvía de la Cámara real, donde -acababa de prestar declaración. No olvidaré jamás ninguna de las -particularidades de aquella triste comitiva, cuyo desfile ante<span -class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span> mis asombrados ojos, me -impresionó vivísimamente aquella noche, quitándome el sueño. Iba -delante un señor con un gran candelero en la mano, como alumbrando -a todos, y para esto lo llevaba en alto, aunque tan poca luz servía -solo para hacer brillar los bordados de su casacón de gentilhombre. -Luego seguían algunos guardias españoles; tras ellos un joven en quien -al instante reconocí no sé por qué al Príncipe heredero. Era un mozo -robusto y de temperamento sanguíneo, de rostro poco agradable, pues la -espesura de sus negras cejas y la expresión singular de su boca hendida -y de su excelente nariz le hacían bastante antipático, por lo menos a -mis ojos. Iba con la vista fija en el suelo, y su semblante alterado y -hosco indicaba el rencor de su alma. A su lado iba un anciano como de -sesenta años, y al principio no comprendí que pudiera ser el rey Carlos -IV, pues yo me había figurado a este personaje como un hombrecito enano -y enteco, siendo lo cierto que tal como le vi aquella noche era un -señor de mediana estatura, grueso, de rostro pequeño y encendido, y sin -rasgo alguno en su semblante que mostrase las diferencias fisonómicas -establecidas por la Naturaleza entre un rey de pura sangre y un buen -almacenista de ultramarinos.</p> - -<p>En los personajes que le acompañaban, y eran, según después supe, -los ministros y el gobernador interino del Consejo, me fijé más que -en la real persona, y después daré a conocer a alguno de aquellos -esclarecidos varones.<span class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span> -Cerraba, por último, la procesión el zaguanete de la guardia española, -y nada más. Mientras pasó la comitiva, sepulcral silencio reinó en -todo el tránsito, y tan solo se oyeron las pisadas que se perdían -de cámara en cámara hasta llegar a las que formaban el cuarto de Su -Alteza. Cuando entraron en este la cháchara comenzó de nuevo entre los -circunstantes, y vi a Amaranta que, habiendo salido a buscarme, hablaba -con un caballero vestido de uniforme.</p> - -<p>—Creo que al declarar —dijo el caballero— Su Alteza ha estado un -poco irreverente con el Rey.</p> - -<p>—¿De modo que está preso? —preguntó Amaranta con curiosidad.</p> - -<p>—Sí, señora. Ahora quedará detenido en su cuarto con centinelas de -vista. Vea usted, ya salen. Deben haberle recogido su espada.</p> - -<p>La comitiva volvió a pasar sin el Príncipe, y precedida del -gentilhombre con el candelabro que iba abriendo camino. Cuando el Rey -y sus ministros se alejaron, los palaciegos que habían salido a las -galerías fueron desapareciendo también en sus respectivas madrigueras, -y por mucho tiempo no se oyó más que el violento cerrar de multitud -de puertas. Se apagaron las pocas luces que alumbraban tan vastos -recintos, y las hermosas figuras de los tapices se desvanecieron en -la oscuridad, como fantasmas a quienes el canto del gallo llama a sus -ignotas moradas.</p> - -<p>Yo subí con mi ama a nuestro departamento, y me asomé por una de -las ventanas<span class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span> que -caían hacia el interior, para reconocer como de costumbre, el sitio -en que estaba. Era oscurísima la noche y no vi más que una masa negra -e informe de la cual se destacaban altos tejados, cúpulas, torres, -chimeneas, paredones, aleros, arbotantes y veletas que desafiaban el -firmamento como los topes de un gran navío. Tal imponente vista causaba -cierto terror al espíritu, despertando meditaciones que se mezclaban a -las sugeridas por lo que acababa de ver; mas no pude ocuparme mucho en -trabajos del pensamiento, porque un sutilísimo ruido de faldas, y un -ligero <i>ce ce</i> con que se me llamaba me hizo volver la cabeza y -apartarme de la ventana.</p> - -<p>La transición fue extremadamente brusca, cuando distrayéndome de -la sombría perspectiva exterior, apareció ante mis ojos la figura de -Amaranta y su celestial sonrisa. Reinaba profundo silencio: el marqués -diplomático y su hermana se habían retirado ya. Amaranta había cambiado -su traje de camino por una vestidura blanca y suelta que aumentaba -su hermosura, si su hermosura fuera susceptible de aumento. Cuando -me llamó, aún no se había apartado su doncella; pero esta salió sin -tardanza, y luego nuestra seductora dueña, cerrando por sí misma la -puerta que daba a la galería, me hizo señas para que me acercase.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch13"> - <p><span class="pagenum" id="Page_145">p. 145</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XIII</h2> -</div> - -<p>—No olvides lo que me has jurado —dijo sentándose—. Yo confío en -tu fidelidad y en tu discreción. Ya te dije que me parecías un buen -muchacho, y pronto llegará la ocasión de probármelo.</p> - -<p>No recuerdo bien las vehementes expresiones con que juré mi -fidelidad; mas debieron ser muy acaloradas y aun creo que las acompañé -con dramáticos gestos, porque Amaranta se rio mucho y me recomendó que -convenía fuera menos fogoso. Después continuó así:</p> - -<p>—¿Y no deseas volver al lado de la González?</p> - -<p>—Ni al lado de la González, ni al lado de todos los reyes de la -tierra —contesté—, pues mientras viva no pienso apartarme del lado de -mi ama querida, a quien adoro.</p> - -<p>Si mal no recuerdo, me puse de rodillas ante el sillón en que -Amaranta reposaba con seductora indolencia; pero ella me hizo levantar, -diciéndome que debía pensar en volver a casa de mi antigua ama, aunque -continuara sirviendo a la nueva con toda reserva. Esto me pareció algo -misterioso e incomprensible, pero no insistí en que lo esclareciera por -no parecer impertinente.</p> - -<p>—Haciendo lo que te mando —continuó—, puedes<span class="pagenum" -id="Page_146">p. 146</span> estar seguro de que te irá bien en el -mundo. ¡Y quién sabe, Gabriel, si llegarás a ser persona de condición -y de fortuna! Otros con menos ingenio que tú se han convertido de la -mañana a la noche en verdaderos personajes.</p> - -<p>—Eso no tiene duda, señora. Pero yo he nacido en humilde cuna, yo -no tengo padres, yo no he aprendido más que a leer, y eso muy mal, en -libros que tengan letras como el puño, y apenas escribo más que mi -firma y rúbrica, en la cual hago más rasgos que todos los escribanos -del gremio.</p> - -<p>—Pues es preciso pensar en tu educación: el hombre debe ilustrarse. -Yo me encargo de eso. Pero será con la condición de que has de servirme -fielmente: no me canso de repetírtelo.</p> - -<p>—En cuanto a mi lealtad no hay más que hablar. Pero entéreme usía -de cuáles son mis obligaciones en este nuevo servicio —dije, anhelando -que satisfaciera mi curiosidad respecto a lo que tenía que hacer para -hacerme acreedor a tantas bondades.</p> - -<p>—Ya te lo iré diciendo. Es cosa difícil y delicada: pero confío en -tu buen ingenio.</p> - -<p>—Pues ya anhelo prestar a usía esos servicios tan difíciles y -delicados —contesté con todo el énfasis de mi bullicioso carácter—. No -seré un criado, seré un esclavo pronto a obedecer a usía, aunque pierda -en ello la vida.</p> - -<p>—No se necesita perder la vida —dijo sonriendo—. Basta con un poco -de vigilancia; y<span class="pagenum" id="Page_147">p. 147</span> -sobre todo teniendo completa adhesión a mi persona, sacrificándolo -todo a mi deseo, y no viendo más que la obligación de satisfacer mi -voluntad, te será fácil cumplir.</p> - -<p>—Pues estoy impaciente, deshecho por empezar de una vez.</p> - -<p>—Ya te enterarás con más calma. Esta noche tengo que escribir muchas -cartas... Y ahora que recuerdo; vas a empezar a cumplir lo que espero -de ti, respondiéndome a varias preguntas cuya contestación necesito -para escribir. Dime: ¿Lesbia solía ir a tu casa sin ser acompañada por -mí?</p> - -<p>Me quedé perplejo al oír una pregunta que me parecía tan lejos del -objeto de mi servicio, como el cielo de la tierra. Pero recogí mis -recuerdos y contesté:</p> - -<p>—Algunas veces, aunque no muchas.</p> - -<p>—¿Y la viste alguna vez en el vestuario del teatro del Príncipe?</p> - -<p>—Eso sí que no lo recuerdo bien, y por tanto no puedo jurar que la -vi, ni tampoco que no la vi.</p> - -<p>—No tiene nada de particular que la hayas visto, porque Lesbia no -se mira mucho para ir a semejantes sitios —dijo Amaranta con mucho -desdén.</p> - -<p>Después de una pausa en que me pareció muy preocupada, continuó -así:</p> - -<p>—Ella no guarda las conveniencias, y fiada en las simpatías -que encuentra en todas partes por su gracia, por su dulzura y por -su belleza... aunque la verdad es que su belleza no tiene nada de -particular.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_148">p. 148</span>—Nada absolutamente -de particular —añadí yo adulando la apasionada rivalidad de mi ama.</p> - -<p>—Pues bien —dijo—, ya me enterarás despacio de esta y de otras cosas -que necesito saber. Lo primero que te recomiendo es la más absoluta -reserva, Gabriel. Espero que estarás contento de mí y yo de ti, ¿no es -verdad?</p> - -<p>—¿Cómo podré pagar a usía tantos beneficios? —exclamé con la mayor -vehemencia—. Creo que voy a volverme loco, señora, y me volveré de -seguro. Yo no puedo menos de desahogar mi corazón, mostrando los -sentimientos que lo llenan desde el instante en que usía se dignó poner -los ojos en mí. Y ahora cuando usía me ha dicho que va a hacer de mí un -hombre de provecho, y a ponerme en disposición de ocupar puesto honroso -en el mundo, estoy pensando que aunque viva mil años adorando a mi -bienhechora, no le pagaré tantos favores. Yo tengo deseos muy fuertes -de ser hombre como algunos que veo por ahí. ¿No es esto posible? ¿Usía -cree que lo podré ser, instruyéndome con su ayuda? ¡Ay! Cuando uno ha -nacido pobre, sin parientes ricos, cuando se ha criado en la miseria -y en la triste condición de sirviente, no puede subir a otro puesto -mejor sino por la protección de alguna persona caritativa como usía. Si -yo llegara a conseguir lo que deseo, no sería el primer caso, ¿no es -verdad, señora? porque gentes hay aquí muy poderosas y muy grandes que -deben su fortuna y<span class="pagenum" id="Page_149">p. 149</span> su -carrera a alguna ilustrísima mujer que les dio la mano.</p> - -<p>—¡Ah! —dijo Amaranta con bondad—. Veo que tú eres ambicioso, -Gabrielillo. Lo que has dicho últimamente es cierto; hombres conocemos -a quienes ha elevado a desmedida altura la protección de una señora. -¡Quién sabe si encontrarás tú igual proporción! Es muy posible. Para -que no pierdas la esperanza, ahí va un ejemplo. En tiempos muy antiguos -y en tierras muy remotas había un grande imperio, que era gobernado -en completa paz por un soberano sin talento; pero tan bondadoso, que -sus vasallos se creían felices con él y le amaban mucho. La sultana -era mujer de naturaleza apasionada y viva imaginación; cualidades -contrarias a las de su marido, merced a cuya diferencia aquel -matrimonio no era completamente feliz. Cuando heredó a su padre, el -sultán tenía cincuenta años y la sultana treinta y cuatro. Acertó -entonces a entrar en la guardia jenízara un joven que se hallaba casi -en el mismo caso que tú, pues aunque no era de nacimiento tan humilde, -ni tampoco dejaba de tener alguna instrucción, era bastante pobre y no -podía esperar gran carrera de sus propios recursos. Al punto se corrió -en la Corte la voz de que el joven guardia había agradado a la esposa -del sultán, y esta sospecha se confirmó al verle avanzar rápidamente -en su carrera, hasta el punto de que a los veinticinco años de edad -ya había alcanzado todos los honores que pueden ser concedidos a -un<span class="pagenum" id="Page_150">p. 150</span> simple súbdito. -El sultán, lejos de poner reparos a tan rápido encumbramiento, había -fijado todo su cariño en el favorecido joven, y no contento con darle -las primeras dignidades, le entregó las riendas del Gobierno, le hizo -gran Visir, Príncipe, y le dio por esposa a una dama de su propia -familia. Con esto estaban los pueblos de aquella apartada y antigua -comarca muy descontentos, y aborrecían al joven y a la sultana. En su -Gobierno, el joven valido hizo algunas cosas buenas; mas el pueblo las -olvidaba, para no ocuparse sino de las malas, que fueron muchas, y -tales, que trajeron grandes calamidades a aquel pacífico imperio. El -sultán, cada vez más ciego, no comprendía el malestar de sus pueblos, -y la sultana, aunque lo comprendía no pudo en lo sucesivo remediarlo, -porque las intrigas de su Corte se lo impedían. Todos odiaban al -favorecido joven, y entre sus enemigos más encarnizados se distinguían -los demás individuos de la regia familia. Pero lo más extraño es que -el hombre, a quien una mano tan débil como generosa había elevado sin -merecimientos, se mostró ingrato con su protectora, y lejos de amarla -con constante fe, amó a otras mujeres y hasta llegó a maltratar a -aquella desventurada, a quien todo lo debía. Las damas de la sultana -contaban que algunas veces la vieron derramando acerbo llanto y con -señales en su cuerpo de haber recibido violentos golpes de una mano -sañuda.</p> - -<p>—¡Qué infame ingratitud! —exclamé sin<span class="pagenum" -id="Page_151">p. 151</span> poder contener mi indignación—. ¿Y Dios -no castigó a ese hombre, ni devolvió a aquellos inocentes pueblos su -tranquilidad, ni abrió los ojos del excelente sultán?</p> - -<p>—Eso no lo sé —contestó Amaranta, mordiendo las puntas blancas de -la pluma con que se preparaba a escribir—, porque estoy leyendo la -historia que te cuento en un libro muy viejo y no he llegado todavía al -desenlace.</p> - -<p>—¡Qué hombres tan malos hay en el mundo!</p> - -<p>—Tú no serás así —dijo Amaranta sonriendo—; y si algún día te vieras -elevado a tales alturas por las mismas causas, harías todo lo posible -por que se olvidara con la grandeza de tus actos, el origen de tu -encumbramiento.</p> - -<p>—Si por artes del Demonio eso sucediera —respondí—, lo haré tal -y como usía lo dice, o no soy quien soy, pues a mi me sobra alma y -corazón para gobernar, sin dejar de ser un hombre bueno, decente y -generoso.</p> - -<p>Estas últimas palabras la hicieron reír, y ofreciéndome que al día -siguiente me recomendaría a un padre jerónimo del monasterio para que -me instruyese, me dijo que iba a escribir cartas muy urgentes y que la -dejase sola. La doncella volvió para conducirme al cuarto donde debía -recogerme, y una vez dentro de él me acosté; mas los pensamientos -evocados en mi cabeza por la pasada conferencia me confundían de -tal modo, que mi sueño fue agitado y doloroso, cual opresora<span -class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span> pesadilla, y creí tener -sobre el pecho todas las cúpulas, torres, tejados, aleros, arbotantes y -hasta las piedras todas del inmenso Escorial.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch14"> - <h2 class="nobreak g0">XIV</h2> -</div> - -<p>Al día siguiente se reunieron a comer en casa de Amaranta, Lesbia, -el diplomático y su digna hermana. He hablado poco de esta buena -señora, que no figura gran cosa en los acontecimientos referidos, -lo cual es sensible, porque por su carácter y excelentes prendas, -merecería mención muy detallada. La marquesa era una dama ya de -avanzada edad, mujer orgullosa, de modestas costumbres, española -rancia por los cuatro costados, de carácter franco y sin artificios, -muy natural, muy caritativa, enemiga de trapisondas y aventuras, muy -cariñosa para todo el mundo; en fin, era la honra de su clase. Su lado -flaco consistía en creer que su hermano tenía mucho talento. Aunque -era modesta en su trato privado, gustaba de dar grandes fiestas, -prefiriendo las representaciones dramáticas a que tenía mucha afición. -Su teatro era el primero de la Corte, y para la representación de -<i>Otello</i> había gastado considerables sumas. Protegía y trataba a -los cómicos; pero siempre a mucha distancia.</p> - -<p>También estaba convidado a comer aquel<span class="pagenum" -id="Page_153">p. 153</span> día con mi ama el Sr. D. Juan de Mañara; -pero cuando fui a llevarle la invitación, contestó excusándose, por -tocarle entrar de guardia a la misma hora. Y a propósito del pisaverde, -no debo pasar en silencio la circunstancia de que le vi por la mañana -en compañía de Lesbia, ambos en traje que parecía indicar regresaban -de uno de esos crepusculares y campestres paseos, siempre anhelados -por los amantes. En la tarde de aquel mismo día le vi paseando muy -cabizbajo por el patio grande, y la mañana siguiente me detuvo en el -mismo paraje suplicándome que llevase una carta a la señora duquesa. -Negueme a esto, y allí quedó. Indudablemente algo le pasaba al Sr. de -Mañara.</p> - -<p>Amaranta pareció muy contrariada de que no se sentase a la mesa el -joven mencionado. Cuando volví con la respuesta estaba de visita en el -cuarto de Amaranta un caballero de los que la noche anterior vi en la -procesión descrita. Conferenciaron más de hora y media: cuando él se -retiró le examiné bien, y por cierto que pocas veces he visto facha más -desagradable. No le daría un puesto en la serie de mis recuerdos, si -aquel no fuera uno de los personajes más célebres de su tiempo, razón -por la cual me resuelvo, no solo a mencionarle, sino a describirle, -para edificación de los tiempos presentes. Era el marqués Caballero, -ministro de Gracia y Justicia.</p> - -<p>No vi a semejante hombre más que una vez, y jamás lo he olvidado. -Era de edad<span class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span> como de -cincuenta años, pequeño y rechoncho el cuerpo, turbia y traidora la -mirada de uno de sus ojos, pues el otro estaba cerrado a toda luz; con -el semblante amoratado y granulento, como de persona a quien envilece -y trastorna el vino; de andar y gestos sumamente ordinarios: en tanto -grado repugnante y soez toda su persona, que era preciso suponerle -dotado de extraordinarios talentos para comprender cómo se podía ser -ministro con tan innoble estampa. Pero no, señores míos. El marqués -Caballero era tan despreciable en lo moral como en lo físico, pudiendo -decirse que jamás cuerpo alguno encarnó de un modo tan fiel los ruines -sentimientos y bajas ideas de un alma. Hombre nulo, ignorante, sin más -habilidad que la de la intriga, era el tipo del leguleyo chismoso y -tramoyista que funda su ciencia en conocer, no los principios, sino los -escondrijos, las tortuosidades y las fórmulas escurridizas del derecho, -para enredar a su antojo las cosas más sencillas.</p> - -<p>Nadie podía explicarse su encumbramiento, tanto más enigmático -cuanto que el omnipotente Godoy no pasaba por amigo suyo, mas debió -aquel consistir en que habiéndose introducido en Palacio y héchose -valer, merced a viles intrigas de escaleras abajo, usó como instrumento -de su ambición cerca del Rey, la defensa de los intereses de la -Iglesia; y adulando la religiosidad del pobre Carlos, pintándole -imaginarios peligros y haciendo depender la seguridad del Trono -de<span class="pagenum" id="Page_155">p. 155</span> la adopción de una -política restrictiva en negocios eclesiásticos, logró hacerse necesario -en la corte. El mismo Godoy no pudo apartarle del Gobierno ni poner -coto a las medidas dictadas por el bestial fanatismo del ministro de -Gracia y Justicia, quien después de haber perseguido a muchos ilustres -hombres de su época, y encarcelado a Jovellanos, remató su gloriosa -carrera contribuyendo a derribar al mismo Príncipe de la Paz en marzo -de 1808.</p> - -<p>Damos estas ligeras noticias respecto a un hombre que gozaba -entonces de justa y general antipatía, para que se vea que la elevación -de los tontos y ruines y ordinarios, no es, como algunos creen, -desdicha peculiar de los modernos tiempos.</p> - -<p>Después de la conferencia indicada principió la comida que yo -serví.</p> - -<p>—Ya sé —dijo Amaranta al sentarse y sin disimular su intención de -mortificar a Lesbia—, ya sé lo que contenían esos papeles cogidos a S. -A. Caballero me lo ha dicho, encargándome la reserva; pero puesto que -pronto se ha de saber...</p> - -<p>—Sí, dínoslo. No lo confiaremos más que a nuestras amigas —indicó la -marquesa.</p> - -<p>—Pues yo opino que no se diga —objetó el diplomático, que siempre se -incomodaba cuando alguien revelaba secretos que él no conocía.</p> - -<p>—Entre los papeles —dijo Amaranta— hay una exposición al Rey que -se supone hecha por D. Juan Escóiquiz, aunque la letra es de<span -class="pagenum" id="Page_156">p. 156</span> Fernando. Parece que en -ella se pintan las malas costumbres del Príncipe de la Paz, con las -frases más indecentes. Allí han salido a relucir sus dos mujeres y -también lo que dicen de los destinos, pensiones y prebendas que concede -a cambio de...</p> - -<p>—¡Y tan cierto como es! —dijo la marquesa—. Yo sé de un señor a -quien el Príncipe de la Paz ofreció...</p> - -<p>La buena señora cayó en la cuenta de que estaba yo delante, y se -contuvo. Pero a mí siempre me han bastado pocas palabras para entender -las cosas, y supe pescar al vuelo lo que querían decir.</p> - -<p>—En esa exposición —continuó la duquesa— ponen a la pobre Tudó de -vuelta y media, y aconsejan al Rey que la encierre en un castillo. Por -último, se pretende que el de la Paz sea destituido, embargados todos -sus bienes, y que desde el mismo momento no se separe el Príncipe -heredero del lado de su padre.</p> - -<p>—Todo eso está muy puesto en razón —dijo la marquesa asombrada de -cómo concordaban las ideas de los conjurados con sus propias ideas—; -aunque me guardaré muy bien de decirlo fuera de aquí.</p> - -<p>—Pues aquí no temo decirlo —continuó Amaranta—. Caballero no guarda -muy bien el secreto, sé que lo ha dicho ya a varias personas. Otro -de los papeles es graciosísimo, y parece un sainete; pues todo él -está en diálogo y se creería que lo habían escrito para representarlo -en el teatro. Cada uno de los personajes<span class="pagenum" -id="Page_157">p. 157</span> que hablan tienen allí nombre supuesto, -así es que el Príncipe se llama <i>Don Agustín</i>, la Reina <i>Doña -Felipa</i>, el Rey <i>Don Diego</i>, Godoy <i>D. Nuño</i>, y la -Princesa con quien dicen han tratado de casar al heredero es una tal -<i>Doña Petra</i>.</p> - -<p>—¿Y qué objeto tiene esa comedia?</p> - -<p>—Es un proyecto de conversación con la Reina, y suponiendo las -observaciones que esta ha de hacer, se le responde a todo según un -plan combinado para convencerla de las picardías del Príncipe de la -Paz. También aquí abundan las frases soeces, y por último, el <i>D. -Agustín</i> parece que se niega redondamente a casarse con <i>Doña -Petra</i>, la cuñada del ministro y hermana del cardenal y de la de -Chinchón.</p> - -<p>—También eso está bien pensado —dijo la marquesa—; y si ese -sainetillo se representara, yo lo aplaudiría. Pues ¿por qué han de -querer casar al pobre muchacho con la cuñada del otro? ¿No es mejor que -le busquen mujer en cualquiera de las familias reinantes, que a buen -seguro todas ellas se darían con un canto en los pechos por entroncar -con nuestros reyes, casando a cualquiera de sus mozuelas con semejante -Príncipe?</p> - -<p>—¿Cómo se atreven ustedes a juzgar cosas tan graves? —dijo con -displicencia el diplomático—. Y en cuanto a los documentos citados, -extraño que una persona tan discreta como mi sobrina les dé publicidad -imprudentemente.</p> - -<p>—Vamos, usted dudaba antes que existieran,<span class="pagenum" -id="Page_158">p. 158</span> y ahora, creyendo que no deben revelarse, -los da como ciertos.</p> - -<p>—Sí que los doy —repuso el diplomático—, y ya que otra persona ha -descubierto hechos que yo me obstinaba en callar...</p> - -<p>El diplomático, no pudiendo negar aquellos secretos, resolvió -apropiárselos, fingiendo tener ya noticias de los papeles del -proceso.</p> - -<p>—¿De modo que ya tú lo sabías todo? —le preguntó su hermana—. Bien -decía yo que tú no podías menos de estar al tanto de estas cosas. La -verdad es que no se te escapa nada, y bien puedes afirmar que eres de -los que ven los mosquitos en el horizonte.</p> - -<p>—Desgraciadamente así es —contestó el diplomático con la mayor -hinchazón—. Todo llega a mis oídos, a pesar de mis repetidos propósitos -de no intervenir en nada y huir de los negocios. ¡Como ha de ser! Es -preciso tener paciencia.</p> - -<p>—Hermano, tú debes saber algo más y te lo callas —dijo la marquesa—. -Vamos a ver. ¿Napoleón tiene alguna parte en este negocio?</p> - -<p>—¿Ya comienzan las preguntitas? —repuso el viejo con retozona -sonrisa—. Déjense ustedes de preguntas, porque les juro que no me han -de sacar una sílaba. Ya conocen la rigidez de mi carácter en estas -materias.</p> - -<p>A todas estas, Lesbia no decía una palabra.</p> - -<p>—Pues voy a acabar mi cuento —añadió mi ama—. Aún me falta decir -cuál es el otro papel que se encontró al Príncipe.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span>—Más valdría que lo -callaras, querida sobrina —dijo el diplomático.</p> - -<p>—No; que lo diga, que lo diga.</p> - -<p>—Pues se ha encontrado la cifra y clave de la correspondencia que el -heredero sostiene con su maestro D. Juan Escóiquiz, y además... esto es -lo más grave.</p> - -<p>—Sí, lo más grave —indicó el diplomático—, y por eso debe -callarse.</p> - -<p>—Por lo mismo debe decirse.</p> - -<p>—Pues se encontró una carta en forma de nota, sin sobrescrito, -firma ni nombre, en que manifiesta estar dispuesto a elevar al Rey la -exposición por medio de un religioso. Lo más notable de este papelito -es que el Príncipe asegura que está decidido a tomar por modelo al -Santo mártir Hermenegildo; que se dispone a pelear... óiganlo ustedes -bien... a pelear por la justicia. Esto es hablar clarito de una -revolución. Pide después a los conjurados que le sostengan con firmeza; -que preparen las proclamas, y que...</p> - -<p>—¡Ah, las mujeres, las mujeres! ¿No aprenderán nunca a tener -discreción? —interrumpió el marqués—. Me admiro de ver con cuánta -frivolidad te ocupas de asuntos tan peligrosos.</p> - -<p>—En este papel —prosiguió la condesa sin atender a las fastidiosas -amonestaciones del diplomático— se indica a los Reyes y a Godoy -con nombres godos. <i>Leovigildo</i> es Carlos IV, la Reina es -<i>Goswinda</i> y el de la Paz <i>Sisberto</i>. Pues bien: el Príncipe, -que se atribuye el papel de <i>San Hermenegildo</i>, dice a<span -class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span> los conjurados que la -tempestad debe caer sobre <i>Sisberto</i> y <i>Goswinda</i>, y que -traten de embobar a <i>Leovigildo</i> con vítores y palmadas.</p> - -<p>—¿Y eso es todo? —preguntó la marquesa—. Pues no hay cosa más -inocente.</p> - -<p>—Está bien claro —indicó Amaranta con ira—, que se trata de -destronar a Carlos IV.</p> - -<p>—No lo veo yo así.</p> - -<p>—Pues yo sí —repuso la condesa—. La tempestad debe caer sobre -<i>Sisberto</i> y <i>Goswinda</i>. De modo que el heredero y sus -amigos, no solo tratan de mandar a paseo al guardia, sino que también -quieren hacer alguna picardía con la Reina, cuando menos llevarla a la -guillotina como a la pobre María Antonieta. Todos saben cuánto ama el -Rey a su esposa. Cualquier ofensa que a esta se le haga, la considera -como hecha a su propia persona.</p> - -<p>—Pues lo que digo es que si algo les pasa, bien merecido se lo -tienen —fue la contestación de la marquesa.</p> - -<p>—Y yo sostengo —añadió mi ama alterándose más— que el Príncipe -podía haber intentado cuantas conjuraciones quisiera para echar del -ministerio a Godoy; pero escribir exposiciones al Rey, poniendo en -duda el honor de su madre, y hablando de arrojar tempestades sobre -<i>Sisberto</i> y <i>Goswinda</i>, lo cual equivale a atentar contra la -vida de la Reina, me parece conducta indigna de un Príncipe español y -cristiano... Al fin es su madre: cualesquiera que hayan sido las faltas -de esta (y yo estoy segura de que no son tantas<span class="pagenum" -id="Page_161">p. 161</span> ni tan grandes como las de quien las -publica), no es propio de un hijo el reconocerlas o mencionarlas, ni -menos fundarse en ellas para perseguir a un enemigo.</p> - -<p>—Hija, no estás poco melindrosa —dijo con acrimonia la tía de -Amaranta—. Yo creo que el Príncipe hace muy retebién, y si a alguien -le pesa, más valiera no haber dado motivos con lo que todos sabemos, a -lo que está pasando. Y si no, hermano, tú que lo sabes todo, dinos tu -opinión.</p> - -<p>—¡Mi opinión! ¿Creéis que es fácil dar opinión sobre asunto tan -espinoso? Y lo que yo pueda pensar, conforme a mi experiencia y -luces, ¿puedo acaso decirlo en conferencia de mujeres, que al punto -van diciéndolo por cámaras y antecámaras a todo el que las quiera -oír...?</p> - -<p>—No hay quien te saque una palabra. Si yo supiera la mitad de lo que -tú sabes, hermano, gustaría de instruir a los ignorantes.</p> - -<p>—Para formar exacto juicio, vengan datos —dijo el marqués—. ¿Alguna -de ustedes sabe la opinión de la Reina sobre estas cosas?</p> - -<p>—Cuando se leyó en consejo el último de los papeles que he citado -—respondió la condesa—, Caballero dijo que el Príncipe merecía la pena -de muerte por siete capítulos. La Reina, indignada al oírle, respondió: -«<i>¿Pero no reparas que es mi hijo? Yo destruiré las pruebas que -le condenan; le han engañado, le han perdido</i>», y arrebatando el -papel lo escondió en su seno, y se arrojó llorando en un sillón. -¡Vean ustedes qué generosidad! Francamente<span class="pagenum" -id="Page_162">p. 162</span> aunque nunca me ha sido simpática la causa -del Príncipe, desde que sé sus proyectos contra los Reyes, me parece un -joven digno de lástima, si no de otro sentimiento peor.</p> - -<p>—¡Qué tontería! —exclamó la marquesa—. Ahora vienen los lloriqueos -y los dengues después de haber sido causa de tantos males. ¿Pues -qué, ocurrirían estas cosas, si no se hubieran cometido ciertas -faltas...?</p> - -<p>Lesbia, que hasta entonces había permanecido en silencio, con cierta -confusión y amilanamiento, no quiso callar más y apoyó las últimas -frases de la marquesa. Amaranta entonces se volvió a ella, y con acento -tan amargo como desdeñoso le dijo:</p> - -<p>—¡Cuánto hablar de faltas ajenas! Esa persona no esperaba ser -injuriada públicamente, como lo ha sido, por quien tantos favores -recibió de ella, por quien se ha sentado a su mesa y se ha honrado con -su amistad.</p> - -<p>—¡Ah! el sermoncito no está mal —dijo Lesbia con esa forzada -jovialidad, que a veces es la más terrible expresión de la ira—. Ya -lo esperaba: desde que me negué a ciertas condescendencias; desde que -cansada de un papel, admitido con ligereza e impropio de mí, lo cedí -a otras, que lo desempeñan con perfección, se me censura suponiéndome -divulgadora de lo que todo el mundo sabe. Ciertas personas no pueden -hacerse pasar por víctimas de la calumnia aunque lloren y giman, porque -sus vicios, en fuerza de ser tantos y tan grandes, han llegado a -vulgarizarse.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_163">p. 163</span>—Es verdad —repuso -Amaranta con perversa intención—. No falta quien sea prueba viva de -ello. Pero hija, el vicio más feo es el de la ingratitud.</p> - -<p>—Sí, pero ese es el vicio en que menos fácilmente pueden sentenciar -los hombres.</p> - -<p>—¡Oh, no! También sentencian, y pronto lo veremos. Precisamente -la causa del Príncipe es obra pura y simplemente consumada por la -ingratitud. Ya verás cómo esta se castiga.</p> - -<p>—Supongo —dijo Lesbia con malicia— que no querrás poner en la cárcel -a todos los que estamos aquí, por haber cometido el crimen de desear el -triunfo del Príncipe.</p> - -<p>—Yo no pongo a nadie en la cárcel; y los que aquí estamos, pueden -vivir tranquilos; pero quizás no esté muy segura otra persona muy amada -de alguien que me escucha.</p> - -<p>—¡Ah! —dijo imprudentemente el diplomático—, me han dicho que -también Mañara está complicado en la causa.</p> - -<p>—Creo que sí —añadió Amaranta cruelmente—; pero él fía mucho en el -arrimo de elevadas personas. Y como resulten complicadas las que se -sospecha, es de esperar que no les valga ninguna clase de apoyo.</p> - -<p>—Eso es —dijo la duquesa—. ¡Duro en ellos! Falta todavía conocer el -giro que tomará este negocio; falta saber si algún suceso inesperado -cambiará de improviso los términos, convirtiendo a los acusadores en -acusados.</p> - -<p>—¡Ya... confían en Bonaparte! —afirmó Amaranta con despecho.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_164">p. 164</span>—¡Alto, allá! -—exclamó el diplomático—; entran ustedes, señoras mías, en un terreno -peligroso.</p> - -<p>—Se hará justicia —dijo mi ama—, aunque no como se desea; pues no -será posible descubrirlo. Por ejemplo: hay gran empeño en averiguar -quién se encargaba de trasmitir a los conjurados la correspondencia -del Príncipe, y hasta ahora no se sabe nada. Hay sospechas de que -sea alguna de las muchas damas intrigantes y coquetuelas que hay en -palacio... hasta se han fijado en alguna; pero aún no hay suficientes -pruebas.</p> - -<p>Lesbia no dijo una palabra; pero la pícara se sonreía como quien -está libre de todo temor. Después hasta se atrevió a mortificar a su -enemiga de esta manera:</p> - -<p>—Quizás por lo mismo que es intrigante y coquetuela, tenga los -medios de burlar a sus perseguidores. Tal vez las circunstancias le -hayan proporcionado medios de desafiar y provocar a sus enemigos... -Tengo deseos de saber quién es esa buena pieza. ¿Nos lo podrías -decir?</p> - -<p>—Ahora no —repuso mi ama—, pero mañana, tal vez sí.</p> - -<p>Lesbia rio a carcajadas. Amaranta mudó de conversación, la marquesa -volvió a lamentar la suerte de Príncipe, y el diplomático aseguró que -por nada del mundo descorrería el velo que ocultaba los designios del -capitán del siglo, con lo cual dio fin la comida, y todos, menos mi -ama, se retiraron a dormir la siesta.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch15"> - <p><span class="pagenum" id="Page_165">p. 165</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XV</h2> -</div> - -<p>Al siguiente día, 30 de octubre, ocurrieron grandes y conmovedoras -novedades, si algo podía ya ocurrir capaz de aumentar la turbación de -los ánimos. Desde por la mañana me había despedido mi ama, diciéndome -que fuera a dar un paseo por la octava maravilla del mundo, y al -mismo tiempo me mandó visitase en su celda al padre jerónimo que -había de instruirme en las letras sagradas y profanas. Ambas cosas -me contentaron mucho, y más que nada el ocio de que disfrutaba -para recorrer a mi antojo el edificio y sus alrededores. El primer -espectáculo que se ofreció a mi curiosidad, fue la salida del Rey -a caza, lo cual no dejó de causarme extrañeza, pues me parecía que -atribulado y pesaroso S. M. por lo que estaba pasando, no tendría humor -para aquel alegre ejercicio. Pero después supe que nuestro buen monarca -le tenía tan viva afición, que ni en los días más terribles de su -existencia dejó de satisfacer aquella su pasión dominante, mejor dicho, -su única pasión.</p> - -<p>Yo le vi salir por la puerta del Norte, acompañado de dos o tres -personas, entrar en su coche, y partir hacia la sierra, con tanta -tranquilidad como si en palacio dejase la paz más perfecta. Sin -duda debía de ser en extremo<span class="pagenum" id="Page_166">p. -166</span> apacible su carácter, y tener la conciencia más pura y -limpia que los frescos manantiales de aquellas montañas. Sin embargo, -aquel buen anciano, a pesar de su alta posición y de la paz que yo -suponía en su interior, más me inspiraba lástima que envidia. Aquella -se aumentó cuando vi que la gente del pueblo, reunida en torno al -edificio, no mostraba a su Rey ningún afecto, y hasta me pareció oír en -algunos grupos murmullos y frases mal sonantes, que hasta entonces creo -no se habían aplicado a ningún soberano de esta honrada nación.</p> - -<p>Recorriendo después las galerías bajas del palacio y las -antecámaras altas, vi a otros individuos de la regia familia, y me -maravilló observar en todos la misma forma de narices colgantes, que -caracterizaba la casta de los Borbones. El primero que tuve ocasión -de admirar fue el cardenal de la Escala, don Luis de Borbón, célebre -después por haber recibido el juramento de los diputados en la isla -de León, y por otros hechos menos honrosos que irán saliendo a -medida que avancen estas historias. No era el señor cardenal hombre -grave, cubierto de canas, prenda natural de la edad y del estudio, -ni representaba su rostro aquella austeridad que parece ha de ser -inherente a los que desempeñan cargos tan difíciles: antes bien era un -jovenzuelo que no había llegado a los treinta años, edad en la cual -Lorenzana, Albornoz, Mendoza, Silíceo y otras lumbreras de la Iglesia -española no habían aún salido del seminario.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_167">p. 167</span>Verdad es que -existía la costumbre de consagrar al cardenalato a los príncipes -menores que no podían alcanzar ningún reino grande ni chico, y el señor -D. Luis de Borbón, primo del Rey Carlos IV, fue en esto uno de los -mortales más afortunados, porque con la leche en los labios empezó a -disfrutar las rentas de la mitra de Sevilla, y no cumplidos aún los -23, y mal digeridas las <i>Sentencias</i> de Pedro Lombardo, tomó -posesión de la silla de Toledo, cuyas fabulosas rentas habría envidiado -cualquier Príncipe de Alemania o de Italia.</p> - -<p>Pero cada cosa en su tiempo y los nabos en adviento. Lo que hemos -dicho era costumbre propia de la edad, y no es justo censurar al -infante porque tomase lo que le daban. Su eminencia, tal y como le vi -descender del coche en el vestíbulo de palacio, me pareció un mozo -coloradillo, rubicundo, de mirada inexpresiva, de nariz abultada y -colgante, parecida a las demás de la familia, por ser fruto del mismo -árbol, y con tan insignificante aspecto, que nadie se fijara en él, si -no fuera vestido con el traje cardenalicio. D. Luis de Borbón subió con -gran priesa a las habitaciones regias, y no le vi más.</p> - -<p>Pero mi buena estrella, que sin duda me tenía reservado el honor de -conocer de una vez a toda la familia real, hizo que viera aquel mismo -día al infante D. Carlos, segundo hijo de nuestro Rey. Este joven aún -no aparentaba veinte años, y me pareció de más agradable presencia -que su hermano el Príncipe<span class="pagenum" id="Page_168">p. -168</span> heredero. Yo le observé atentamente, porque en aquella época -me parecía que los individuos de sangre real habían de tener en sus -semblantes algo que indicase la superioridad; pero nada de esto había -en el del infante D. Carlos, que solo me llamó la atención por sus ojos -vivarachos y su carita de Pascua. Este personaje varió mucho con la -edad en fisonomía y carácter.</p> - -<p>También vi aquella misma tarde en el jardín al infante D. Francisco -de Paula, niño de pocos años que jugaba de aquí para allí, acompañado -de mi Amaranta y de otras damas; y por cierto que el Infante, saltando -y brincando con su traje de mameluco completamente encarnado, me hacía -reír, faltando con esto a la gravedad que era indispensable cuando se -ponía el pie en parajes hollados por la regia familia.</p> - -<p>Antes de bajar al jardín habían llamado mi atención unos recios -golpes de martillo que sentí en las habitaciones inferiores: después -sucedieron a los golpes unos delicados sones de zampoña, con tal -arte tañida, que parecían haberse trasladado al Real Sitio todos -los pastores de la Arcadia. Habiendo preguntado, me contestaron que -aquellos distintos ruidos salían del taller del infante don Antonio -Pascual, quien acostumbraba matar los ocios de la vida regia alternando -los entretenimientos del oficio de carpintero o de encuadernador con -el cultivo del arte de la zampoña. Yo me admiré de que un Príncipe -trabajase, y me dijeron que el D. Antonio<span class="pagenum" -id="Page_169">p. 169</span> Pascual, hermano menor de Carlos IV, era -el más laborioso de los Infantes de España, después del difunto D. -Gabriel, celebrado como humanista y muy devoto de las artes. Cuando -el ilustre carpintero y zampoñista dejó el taller para dar su paseo -ordinario por la huerta del Prior en compañía de los buenos Padres -Jerónimos que iban a buscarle todas las tardes, pude contemplarle a mis -anchas, y en verdad digo que jamás vi fisonomía tan bonachona. Tenía -costumbre de saludar con tanta solemnidad como cortesanía a cuantas -personas le salían al paso, y yo tuve la alta honra de merecerle -una bondadosa mirada y un movimiento de cabeza que me llenaron de -orgullo.</p> - -<p>Todos saben que D. Antonio Pascual, que después se hizo célebre por -su famosa despedida del valle de Josafat, parecía la bondad en persona. -Confieso que entonces aquel príncipe, casi anciano, cuya fisonomía se -habría confundido con la de cualquier sacristán de parroquia, era, -entre los individuos de la regia familia, el que me parecía de mejor -carácter. Más tarde conocí cuánto me había equivocado al juzgarle como -el más benévolo de los hombres. María Luisa, que le tachó de cruel, -en una de sus cartas profetizó lo que había de pasar a la vuelta de -Valencey, cuando el Infante congregaba en su cuarto lo más florido del -partido realista furibundo.</p> - -<p>Este pobre hombre, lo mismo que su sobrino el Infante D. Carlos, -eran partidarios del Príncipe Fernando, y aborrecían cordialmente<span -class="pagenum" id="Page_170">p. 170</span> al de la Paz; mas excusadas -son estas advertencias, porque entonces ningún español amaba a Godoy; -empezando por los individuos de la familia. Pero basta de digresiones, -y sigamos contando. Quedó, si mal no recuerdo, en el anuncio de ciertas -novedades que dieron inesperado giro a los sucesos; mas no dije cuáles -fueran. Parece que a eso de la una el ilustre prisionero, luego que -se enteró de que su padre había salido a caza, mandó a la Reina un -recado, suplicándola que fuese a su cuarto, donde le revelaría cosas -muy importantes. Negose la madre; pero envió al marqués Caballero, -quien recogió de labios del Príncipe las declaraciones de que voy a -hablar.</p> - -<p>No crean ustedes que tan estupendas nuevas eran del dominio de -todos los habitantes del Escorial. Yo las supe porque Amaranta las -contó al diplomático y a su hermana, y como por mi poca edad y aspecto -de mozuelo distraído y casquivano, creían que yo no había de prestar -atención a sus palabras, no se cuidaban de guardar reserva delante de -mí.</p> - -<p>Conforme dijo Amaranta, todas las personas reales andaban azoradas -y aturdidas, porque, según las últimas declaraciones del Príncipe, se -sabía ya con certeza que los conjurados tenían de su parte a Napoleón -en persona, cuyas tropas se acercaban cautelosamente a Madrid con -objeto de apoyar el movimiento. También había denunciado Fernando a -sus cómplices llamándoles <i>pérfidos</i> y<span class="pagenum" -id="Page_171">p. 171</span> <i>malvados</i>; y según las indicaciones -que hizo, los rumores tiempo ha propalados sobre proyecto de atentar -a la vida de la Reina, no carecían de fundamento. En cuanto al Rey, -los amigos del Príncipe no debían de tener muy buenas intenciones -respecto a él, porque este había nombrado generalísimo de las tropas -de mar y tierra al duque del Infantado en un decreto que empezaba así: -«<i>Habiendo Dios tenido a bien llamar para sí el alma del Rey, nuestro -Padre</i>, etc.»</p> - -<p>No se fijaron bien en mi imaginación estos pormenores; pero habiendo -leído más tarde los incidentes de aquel proceso célebre, puedo -auxiliar mi memoria con tanta eficacia que resulte la narración de los -hechos tan viva como hija del recuerdo. Lo que sí me acuerdo es que -Amaranta, alarmada con lo de Bonaparte, tenía gran placer en hacer -consideraciones sobre la bajeza del Príncipe al denunciar vilmente a -sus amigos. La marquesa se resistía a creerlo, y los comentarios, que -no copio, por no ser molesto, duraron mucho tiempo.</p> - -<p>No había aún oscurecido cuando volvió el Rey de caza, y hora y -media después un gran ruido en la parte baja del alcázar nos anunció -la llegada de otro importante personaje. Corrí al patio grande y ya no -pude verle, porque habiendo descendido rápidamente del coche, subió por -la escalera con prisa de llegar pronto arriba. Únicamente se distinguía -un bulto arrebujado en anchísima capa, como persona enferma que quiere -reservarse<span class="pagenum" id="Page_172">p. 172</span> del aire; -mas no fue posible ver sus facciones.</p> - -<p>—Es él —dijeron algunos criados que había junto a mí.</p> - -<p>—¿Quién? —pregunté con mucha curiosidad.</p> - -<p>Entonces un pinche de la cocina, con quien había yo trabado cierta -amistad por ser el funcionario encargado de darme de comer, acercó su -boca a mi oído, y me dijo muy quedamente:</p> - -<p>—El <i>choricero</i>.</p> - -<p>Más adelante tuve ocasión de hablar con este personaje; pero su -pintura pertenece a otro libro.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch16"> - <h2 class="nobreak g0">XVI</h2> -</div> - -<p>Seguí hablando con el pinche, por no perder tan buena coyuntura de -entablar relaciones con la gente de escalera abajo, y pregunté a mi -abastecedor cuál era la opinión más extendida en las reales cocinas -sobre los sucesos del día. Afortunadamente se aproximaba la hora de -cenar; y llevándome mi amigo al aposento destinado al efecto, me hizo -ver que el cuerpo de cocineros seguía a todo el país en la senda -trazada por los directores del partido fernandista.</p> - -<p>Nada más patriótico, nada más entusiasta que la actitud de aquel -puñado de valientes en cuyas cacerolas estaba por decirlo así el<span -class="pagenum" id="Page_173">p. 173</span> paladar de los reyes de -España, y que era árbitro hasta cierto punto de su bienestar, si no de -su existencia. Aunque muchos de los hombres que allí vi eran antiguos -y pacíficos servidores, que no participaban de la rebelde inquietud de -la gente moza, la mayor parte habían sido deslumbrados por la perruna -y grotesca elocuencia de Pedro Collado, el aguador de la fuente del -Berro, ya empleado en la servidumbre de Fernando. Este hombre, que -con las gracias de su burdo y ramplón ingenio se había conquistado -preferente lugar en el corazón del heredero, desempeñaba al principio -las funciones de espía en todas las regiones bajas de palacio, vigilaba -la servidumbre, la cual a poco empezó por temerle y concluyó por -someterse dócilmente a sus mandatos. De este modo llegó a ser Pedro -Collado respecto a los cocineros, pinches y lacayos un verdadero -cacique, al modo de los que hoy son alma y azote de las pequeñas -localidades en nuestra península.</p> - -<p>Cuando Pedro Collado bajaba contento, el regocijo se difundía -como don celeste entre toda la servidumbre: cuando Pedro Collado -bajaba taciturno y sombrío, melancólico silencio sustituía a la -anterior algazara. Cuando alguno perdía la gracia del aguador, ya -podía encomendarse a Dios, y los que tenían la suerte de merecer su -benevolencia o de servir de objeto a sus bromas, ya podían considerarse -con un pie puesto en la escala de la fortuna.</p> - -<p>Aquella noche fue para mí muy interesante,<span class="pagenum" -id="Page_174">p. 174</span> porque presencié la prisión de Pedro -Collado, contra quien habían resultado cargos muy graves en las -primeras actuaciones de la causa. El favorito del Príncipe comunicaba -a los más autorizados entre sus amigos las impresiones del día, cuando -un alguacil, seguido de algunos soldados de la guardia española, entró -a prenderle. No hizo resistencia el aguador, antes bien con la frente -erguida y provocativo ademán, siguió a sus guardianes que le condujeron -a la cárcel del Sitio, porque a causa de su baja condición no podía -alternar con el duque de San Carlos, ni con el del Infantado, presos en -las buhardillas de la parte del edificio llamado el Noviciado.</p> - -<p>La prisión del aguador produjo en la cocina cierto terror y -sepulcral silencio. Interrumpiéronlo después las voces de mando, -que cual la de los generales en la guerra, sirven para dirigir la -estrategia de las cocinas reales, no menos complicada que la de -los campos de batalla. Una voz decía: «Cena del señor infante D. -Antonio Pascual.» Y al punto la más rica menestra que ha incitado el -humano apetito pasó a manos de los criados que servían en el cuarto -del infante. Después se oyó la siguiente orden: «La sopa hervida -y el huevo estrellado de la señora infanta doña María Josefa.» -Luego, «El chocolate del señor infante D. Francisco de Paula», y -nuevos movimientos seguían a estas palabras. Hubo un instante de -sosiego, hasta que el cocinero mayor exclamó con voz solemne:<span -class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span> «¿Está la polla asada de su -eminencia el señor cardenal?» Al instante funcionaron las cacerolas, y -la polla asada con otros sustanciosos acompañamientos fue trasmitida -al cuarto del arzobispo. Por último, un señor muy obeso, y vestido de -uniforme con galones, que era designado con el estrambótico nombre de -<i>guardamangier</i>, se paró en la puerta y dirigiendo su mirada de -águila hacia los cocineros, exclamó: «La cena de Su Majestad el Rey.» -Era cosa de ver la multitud de platos que se destinaron a aliviar la -debilidad estomacal, diariamente producida en la naturaleza de Carlos -IV por el ejercicio de la caza. Como yo no podía apartar mis ojos de -aquella rica colección de manjares, cuyo aromático vapor convidaba a -comer, mi amigo el pinche me dijo:</p> - -<p>—Descuida, Gabrielillo, que ya probaremos algo de aquellos platos. -Al Rey le gusta ver muchos platos en su mesa; pero de cada uno no come -más que un poquito. Algunos vuelven como han ido. Voy a preparar el -agua helada.</p> - -<p>—¿Qué es eso de agua helada? —pregunté—. ¿Y quién se alimenta con -manjar de tan poca sustancia?</p> - -<p>—El Rey —me contestó—, una vez que llena bien el buche, pide un vaso -de agua helada como la misma nieve; coge un panecillo, le quita la -corteza, empapa bien la miga en el agua, y se la come después. Jamás -toma más postre que ese.</p> - -<p>Un buen rato después de haberse pedido<span class="pagenum" -id="Page_176">p. 176</span> la cena del Rey, pidieron la de la Reina, -y esta diferencia de tiempo llamó tanto mi atención, que pregunté a mi -amigo la razón de que no comieran juntos los Reyes y sus hijos.</p> - -<p>—Calla, tonto —me dijo—, eso no puede ser. En las casas de todo el -mundo, comen padres e hijos en una misma mesa. Pero aquí no: ¿no ves -que eso sería faltar a la etiqueta? Los Infantes comen cada uno en su -cuarto, y S. M. el Rey solo en el suyo, servido por los guardias. La -Reina es la única persona que podría comer con el Rey, pero ya sabes -que acostumbra comer sola, por lo que callo.</p> - -<p>—¿Por qué? dímelo a mí. Es que tendrá alguna persona que la acompañe -<i>de ocultis</i>.</p> - -<p>—¡Quiá! No come delante de alma viviente ni que la maten.</p> - -<p>—¿Ni tampoco delante de sus damas?</p> - -<p>—Solo la camarera que la sirve la ve comer. Te diré por qué —añadió -en voz baja—. ¿Ves aquellos dientes tan bonitos que enseña la Reina -cuando se ríe? Pues son postizos, y como tiene que quitárselos para -comer, no quiere que la vean.</p> - -<p>—Eso sí que está bueno.</p> - -<p>En efecto, lo que me dijo el pinche era cierto, y en aquellos -tiempos el arte odontológico no había adelantado lo suficiente -para permitir las funciones de la masticación con las herramientas -postizas.</p> - -<p>—Ya ves tú —continuó el pinche— si tienen razón los que critican -a la Reina porque engaña al pueblo, haciendo creer lo que no<span -class="pagenum" id="Page_177">p. 177</span> es. ¿Y cómo ha de hacerse -querer de sus vasallos una soberana que gasta dientes ajenos?</p> - -<p>Como yo no creía que las funciones de los Reyes fueran semejantes -a las de un perro de presa, no pensé lo mismo que mi amigo, aunque me -callé sobre el particular.</p> - -<p>Luego pidieron la cena de S. A. el Príncipe de la Paz, y la de los -Consejeros de Estado, lo cual me decidió a subir, creyendo llegada -la hora de servir también la de mi ama. Se acercaba para mí el dulce -momento de verla, de hablarla, de escuchar sus mandatos, de pasar junto -a ella rozando mi vestido con el suyo, de embelesarme con su sonrisa -y con su mirada. Ausente de ella, mi imaginación no se apartaba de -tan hermoso objeto, como mariposa que rodea sin cesar la luz que la -fascina. Pero muy contra mi voluntad aquella noche Amaranta no se dignó -ponerme al corriente de lo que deseaba saber respecto a mis servicios. -Estaba escrito que fuera a la noche siguiente.</p> - -<p>Aunque aún no me había acontecido en Palacio nada digno de notarse, -yo estaba un si es no es descorazonado. ¿Por qué? No podía decirlo. -Encerrado en mi cuarto, y tendido sobre el angosto lecho, rebelde mi -naturaleza al sueño, me puse a pensar en mi situación, en el carácter -de Amaranta que empezaba a parecerme muy raro, y en la clase de fortuna -que a su lado me aguardaba. Acordeme de Inés, a quien por aquellos -días tenía muy olvidada, y cuando su memoria, refrescando mi mente, me -predispuso a un dulce<span class="pagenum" id="Page_178">p. 178</span> -sueño, sentía (no sé si fue engañoso efecto del sueño) unos golpecitos -en mi pecho, producidos por vivas y dolorosas palpitaciones, como si -una mano amiga, perteneciente a persona que deseaba entrar a toda -costa, estuviese tocando a las puertas de mi corazón.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch17"> - <h2 class="nobreak g0">XVII</h2> -</div> - -<p>A la siguiente noche, Amaranta me mandó entrar en su cuarto. Estaba -con la misma vestidura blanca de las noches anteriores. Hízome sentar -a su lado en una banqueta más baja que su asiento, de modo que solo -faltaba un pequeño espacio para que sus rodillas fueran cojín de mi -frente. Me puso la mano en el hombro, y dijo:</p> - -<p>—Ahora sabré, Gabriel, si puedo contar contigo para lo que deseo. -Veremos si tus facultades están a la altura de lo que he pensado de -ti.</p> - -<p>—¿Y usía ha podido dudarlo? —repuse conmovido—. No puedo olvidar lo -que me dijo usía la otra noche, y fue que otros, con menos méritos que -yo, han llegado a subir hasta los últimos escalones de la fortuna.</p> - -<p>—¡Ah, pobrecillo! —dijo riendo—. Veo que sueñas con subir demasiado, -y esto es peligroso, porque ya sabes lo de Ícaro.</p> - -<p>Yo contesté que nada sabía de ningún<span class="pagenum" -id="Page_179">p. 179</span> señor Ícaro; contome ella la fábula, y -luego añadió:</p> - -<p>—La historia que te conté la otra noche, no debe servirte de -ejemplo, Gabriel. Después de lo que sabes, he leído un poco más y puedo -seguirla.</p> - -<p>—Quedó usía en aquello de que el joven de la guardia, a quien la -sultana había hecho gran visir, daba muy mal pago a su protectora, lo -cual me parece una grandísima picardía.</p> - -<p>—Pues bien: después he leído que la sultana estaba muy arrepentida -de su liviandad, y que el joven jenízaro, hecho príncipe y -generalísimo, era cada vez más aborrecido en el imperio. El sultán -continuaba tan ciego como antes, y no comprendía la causa del malestar -de sus vasallos. Pero ella, como mujer de agudo ingenio, conocía la -tempestad que amenazaba descargar sobre la real familia. Sus damas -la encontraban algunas veces llorando. Desahogando su conciencia con -alguna, le hizo ver su arrepentimiento por las faltas cometidas. Mas -ya parecía imposible remediarlas; el descontento de los súbditos era -inmenso, y se formó un grande y poderoso bando, a cuya cabeza se -hallaba el hijo mismo de los sultanes, con objeto de destronarles, -proyectando quitarles la vida, si la vida era un estorbo para sus -fines.</p> - -<p>—Y el gran visir ¿qué hacía?</p> - -<p>—El gran visir, que era hombre de pocos alcances, no sabía tampoco -qué partido tomar. Todos volvían los ojos al gran Tamerlán,<span -class="pagenum" id="Page_180">p. 180</span> insigne guerrero y -conquistador, que habían enviado sus tropas a aquel imperio como paso -para un pequeño reino que deseaba conquistar. En él creían ver un -salvador el padre y el hijo y la sultana y el gran visir; mas como no -es posible que el gran Tamerlán les favorezca a todos a un tiempo, es -seguro que alguno ha de equivocarse.</p> - -<p>—Y por último, ¿a quién favoreció ese señor guerrero?</p> - -<p>—Eso está en el final de la historia que no he leído todavía -—contestó Amaranta—; pero creo que no tardaré en conocer el desenlace, -y entonces podré contártelo.</p> - -<p>—Pues digo y repito, que si el gran visir hubiera gobernado bien a -los pueblos, como los gobernaría quien yo me sé, nada de eso habría -pasado. Haciendo justicia como Dios manda, esto es, castigando a los -malos y premiando a los buenos, es imposible que el imperio hubiese -venido a tales desdichas.</p> - -<p>—Pero eso ahora no nos importa gran cosa —dijo Amaranta—, y vamos a -nuestro asunto.</p> - -<p>—Sí, señora —respondí con calor—; ¿qué importan todos los imperios -del mundo?</p> - -<p>Al decir esto, creyendo que mis palabras eran frigidísima expresión -de lo que yo sentía, crucé las manos en la actitud más patética que -me fue posible, y dando rienda suelta a la ardorosa exaltación que -inflamaba mi cabeza, la expresó en palabras como mejor pude, exclamando -así:</p> - -<p>—¡Ah, señora condesa! Yo no solo os respeto como el más humilde de -vuestros criados,<span class="pagenum" id="Page_181">p. 181</span> -sino que os adoro, os idolatro, y no os enojéis conmigo si tengo el -atrevimiento de decíroslo. Arrojadme de vuestro lado, si esto os -desagrada, aunque con esto conseguiríais hacer de mí un muchacho -desgraciado, pero de ningún modo que dejase de amaros.</p> - -<p>Amaranta se rio de mis aspavientos y dijo:</p> - -<p>—Bueno, me gusta tu adhesión. Veo que podré contar contigo. En -cuanto a tus cualidades intelectuales también las creo atendibles. Pepa -me ha encomiado mucho tu facultad de observación. Parece que tienes -una extraordinaria aptitud para retener en la memoria los objetos, las -fisonomías, los diálogos y cuanto impresiona tus sentidos, pudiendo -referirlo después puntualísimamente. Esto unido a tu discreción, hace -de ti un mozo de provecho. Si a tantas prendas se añade el respeto y -amor a mi persona, de tal modo que lo sacrifiques todo a mí, y a nadie -revelas lo que hagas en mi servicio...</p> - -<p>—¡Yo revelar, señora! Ni a mi sombra, ni a mis padres, si los -tuviera, ni a Dios...</p> - -<p>—Además —añadió, clavando en mí sus ojos de un modo que me mareaba—, -tú eres un chico que sabe disimular.</p> - -<p>—Perfectísimamente.</p> - -<p>—Y observas, te enteras de cuanto hay alrededor tuyo... todo sin -excitar sospechas.</p> - -<p>—Estoy seguro de poseer todas esas cualidades.</p> - -<p>—Pues lo primero que has de hacer cuando volvamos a Madrid, es -ponerte al servicio de tu antigua ama.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_182">p. 182</span>—¿Cómo? ¿De mi -antigua ama?</p> - -<p>—Tonto, eso no quiere decir que dejes de servirme a mí. Al -contrario, irás todas las noches a casa, donde nos veremos. Aunque -no en apariencia, en realidad estarás siempre a mi servicio, y te -recompensaré liberalmente.</p> - -<p>—De modo que si sirvo a la cómica es...</p> - -<p>—Es para evitar sospechas.</p> - -<p>—¡Oh! ¡magnífico! sí, sí, ya comprendo. Así nadie podrá decir...</p> - -<p>—Justo. Y en casa de tu ama observarás con muchísima atención lo que -allí pasa, quién entra, quién sale, quién va por las noches, en fin -todo...</p> - -<p>—¿Y con qué objeto? —pregunté algo desconcertado, no comprendiendo -por qué me quería convertir en inquisidor.</p> - -<p>—El objeto no te importa —contestó mi dueña—. Además (y esto es -lo principal), en el teatro has de vigilar perfectamente a Isidoro -Máiquez, y siempre que este te dé alguna carta amorosa para tu ama, -me la traerás a mí primero, y después de enterarme de ella, te la -devolveré.</p> - -<p>Estas palabras me dejaron perplejo, y creyendo no haber comprendido -bien su misterioso sentido, roguela que me las explicara.</p> - -<p>—Oye bien otra cosa —prosiguió—. Lesbia continúa en relaciones con -Isidoro, aunque ama a otro, y yo sé que cuando ella vuelva a Madrid, -se darán cita en casa de la González. Tú observarás todo lo que allí -pase, y si consigues con tu ingenio y travesura, que sí lo<span -class="pagenum" id="Page_183">p. 183</span> conseguirás, hacerte -mensajero de sus amores, y siéndolo, me tienes al tanto de todo, -me harás el mayor servicio que hoy puedo recibir, y no tendrás que -arrepentirte.</p> - -<p>—Pero... pero... no sé cómo podré yo... —dije lleno de -confusiones.</p> - -<p>—Es muy fácil, tontuelo. Tú vas al teatro todas las tardes. Procura -que la duquesa te crea un chico servicial y discreto, ofrécete si es -preciso a servirla, haz ver a Isidoro que no tienes precio para llevar -un recado secreto, y los dos te tomarán por emisario de sus amores. En -tal caso, cuando cojas una esquela amorosa del uno o del otro, me la -traes, y punto concluido.</p> - -<p>—Señora —exclamé, sin poder volver de mi asombro—, lo que usía exige -de mí, es demasiado difícil.</p> - -<p>—¡Oh! ¡Qué salida! Pues me gusta la disposición del chico. ¿Y -aquello de te amo y te adoro...? ¿Pero te has vuelto tonto? Lo que -ahora te mando no es lo único que exijo de ti. Ya sabrás lo demás. Si -en esto que es tan sencillo, no me obedeces, ¿cómo quieres que haga de -ti un hombre respetable y poderoso?</p> - -<p>Aún pensaba yo que el papel que Amaranta quería hacerme representar -a su lado, no era tan bajo ni tan vil como de sus palabras se deducía, -y aún le pedí nuevas explicaciones, que me dio de buen grado, -dejándome, como dice el vulgo, completamente aplastado. La proposición -de Amaranta, me arrojó desde la cumbre de mi soberbia a la profunda -sima de mi envilecimiento.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span>No era posible, sin -embargo, protestar contra este, y tenía necesidad de afectar servil -sumisión a la voluntad de mi ama. Yo mismo me había dejado envolver en -aquellas redes; era preciso salir de ellas escapándome astutamente por -una malla rota, y sin intentar romperla con violencia.</p> - -<p>—¿Pero cree usía —dije, tratando de poner orden en mis ideas— que en -esa ocupación no perderé la dignidad que, según dicen, debe tener todo -aquel que aspira a ocupar en el mundo una posición honrosa?</p> - -<p>—Tú no sabes lo que te dices —me contestó, moviendo con donaire su -hermosa cabeza—. Al contrario: lo que te propongo será la mejor escuela -para que vayas aprendiendo el arte de medrar. El espionaje aguzará tu -entendimiento, y bien pronto te encontrarás en disposición de medir tus -armas con los más diestros cortesanos. ¿Tú has pensado que podrías ser -hombre de pro sin ejercitarte en la intriguilla, en el disimulo y en el -arte de conocer los corazones?</p> - -<p>—¡Señora —repuse—, qué escuela tan espantosa!</p> - -<p>—Es indudable que te pintas solo para observarlo todo, y que sabes -dar cuenta de cuanto ves de un modo asombroso. Esto, y algo que he -notado en ti, me ha hecho creer que eras un muchacho de facultades. ¿No -dices que tienes ambición?</p> - -<p>—Sí señora.</p> - -<p>—Pues para medrar en los palacios no hay otro camino que el que te -propongo. Supongamos<span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span> -que desempeñas satisfactoriamente la comisión indicada: en este caso -volverás a mi lado y serás mi paje. Casi siempre vivo en palacio: -ya ves si tienes ocasión de lucirte. Un paje puede entrar en muchas -partes; un paje está obligado a ser galán de las doncellas, de las -camaristas y damas de palacio, lo cual le pone en disposición de saber -secretos de todas clases. Un paje que sepa observar, y que al mismo -tiempo tenga mucha reserva y prudencia, junto con una exterioridad -agradable, es una potencia de primer orden en palacio.</p> - -<p>Tales razones me tenían confundido de tal modo que no sabía qué -contestar.</p> - -<p>—¡Cuántos hombres insignes ves tú por ahí que empezaron su carrera -de simples pajes! Paje fue el marqués Caballero, hoy Ministro de Gracia -y Justicia, y pajes fueron otros muchos. Yo me encargaré de sacarte -una ejecutoria de nobleza, con la cual y mi valimiento podrás entrar -después en la guardia de la real persona. Esta sería una nueva faz -de tu carrera. Un paje puede escurrirse tras una cortina para oír -lo que se dice en una sala, un paje puede traer y llevar recados de -gran importancia, un paje puede recibir de una doncella secretos de -estado; pero un guardia puede aún mucho más, porque su posición es -más interior. Si tiene las cualidades que adornaron al paje, su poder -es extraordinario: puede bienquistarse con damas de la corte, que -siempre son charlatanas, puede hacerse un sinnúmero de amigos en<span -class="pagenum" id="Page_186">p. 186</span> estas regiones, diciendo -aquí lo que oyó más allá, adornando las noticias a su modo y pintando -los hechos como le convenga. Tiene el guardia una ventaja que no poseen -los reyes mismos, y es que estos no conocen más que el palacio en que -viven, razón por la cual casi nunca gobiernan bien, mientras aquel -conoce el palacio y la calle, la gente de fuera y la de dentro, y esta -ciencia general le permite hacerse valer en una parte y otra, y pone -en sus manos un número infinito de resortes. El hombre que lo sabe -manejar aquí es más poderoso que todos los poderosos de la tierra, y -silenciosamente, sin que lo adviertan esos mismos que por ahí se dan -tanto tono llamándose ministros y consejeros, puede llevar su influjo -hasta los últimos rincones del reino.</p> - -<p>—¡Señora! —exclamó—. ¡Cuán distinto es todo esto de como yo me había -figurado!</p> - -<p>—A ti —añadió— te parecerá que es o no es bueno. Pero así lo hemos -encontrado, y puesto que no está en nuestra mano reformarlo, siga como -hasta aquí.</p> - -<p>—¡Ah! confieso mi necedad —exclamé—. Confieso que, alucinado por mi -disparatada imaginación, tuve locos y ridículos pensamientos, aunque -ahora caigo en que deben ser propios de mi propia edad e ignorancia. Es -verdad que yo creía que tonto y vano y humilde como soy, podría imitar -a otros muchos en su inmerecido encumbramiento. Tanto he oído hablar -de la buena fortuna de algunos necios, que dije: «Pues precisamente -todos los necios tienen buena fortuna.» Pero<span class="pagenum" -id="Page_187">p. 187</span> para conseguir esto, yo me representaba -medios nobles y decentes, y decía: «¿Quién me quita a mí de llegar a -ser lo que otros son? De ellos me diferenciaré en que si algún día -tengo poder, he de emplearlo en hacer bien, premiando a los buenos y -castigando a los malos, haciendo todas las cosas como Dios manda, y -como me dice el corazón que deben hacerse.» Nunca pensé ser hombre de -fortuna de otra manera, y si pensé en la necesidad de hacer algo malo, -creí que sería de eso que no deshonra, tal y como desafiarse, amar a -una dama en secreto sin decírselo a nadie, reventar siete caballos por -ir de aquí a Aranjuez para traer una flor, matar a los enemigos del -Rey, y otras cosas por el mismo estilo.</p> - -<p>—¡Ah! esos tiempos pasaron —dijo Amaranta riendo de mi simplicidad—. -Veo que tienes sentimientos elevados; pero ya no se trata de eso. -Tus escrúpulos se irán disipando cuando a las dos semanas de estar -a mi servicio conozcas las ventajas de vivir aquí. Además, esto te -proporcionará en adelante la satisfacción de hacer el bien a muchos que -lo soliciten.</p> - -<p>—¿Cómo?</p> - -<p>—¡Oh! muy fácilmente. Mi doncella ha conseguido en esta semana dos -canonjías, un beneficio simple y una plaza de la contaduría de espolios -y vacantes.</p> - -<p>—Pues qué —pregunté con el mayor asombro—, ¿las criadas nombran los -canónigos y los empleados?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_188">p. 188</span>—No, tontuelo; -los nombra el ministro; pero ¿cómo puede desatender el ministro una -recomendación mía, ni cómo he de desatender yo a una muchacha que sabe -peinarme tan bien?</p> - -<p>—Un amigo mío, muy respetable, está solicitando desde hace catorce -años un miserable destino, y aún no lo ha podido conseguir.</p> - -<p>—Dime su nombre y te probaré que, aun sin quererlo, ya comienzas a -ser un hombre de influencia.</p> - -<p>Díjele el nombre del padre Celestino del Malvar, con la plaza que -pretendía, y ella apuntó ambas cosas en un papel.</p> - -<p>—Mira —dijo después señalándome sus cartas—: son tantos los negocios -que traigo ahora entre manos, que no sé cómo podré despacharlos. La -gente de fuera ve a los ministros muy atareados, y dándose aire de -personas que hacen alguna cosa. Cualquiera creería que esos personajes -cargados de galones y de vanidad sirven para algo más que para cobrar -sus enormes sueldos; pero no hay nada de esto. No son más que ciegos -instrumentos y maniquíes que se mueven a impulsos de una fuerza que el -público no ve.</p> - -<p>—Pero el Príncipe de la Paz, ¿no es más poderoso que los mismos -Reyes?</p> - -<p>—Sí; mas no tanto como parece. Danle fuerza las raíces que tiene -acá dentro, y como estas son profundas, como se agarran a una -fértil tierra, como no cesamos de regarlas, de aquí que este árbol -frondoso extiende sus ramas fuera de aquí con gran lozanía.<span -class="pagenum" id="Page_189">p. 189</span> Godoy no debe nada de lo -que tiene a su propio mérito; débelo a quien se lo ha querido dar, y -ya comprendes que sería fácil quitárselo de improviso. No te dejes -nunca deslumbrar por la grandeza de esos figurones a quienes el vulgo -admira y envidia; su poderío está sostenido por hebras de seda, que -las tijeras de una mujer pueden cortar. Cuando hombres como Jovellanos -han querido entrar aquí, sus pies se han enredado en los mil hilos que -tenemos colgados de una parte a otra, y han venido al suelo.</p> - -<p>—Señora —dije dominado por amarga pesadumbre—, yo dudo mucho que -tenga ingenio para desempeñar lo que usía me encarga.</p> - -<p>—Yo sé que lo tendrás. Ejercítate primero en la embajada que te -he dado cerca de la González; proporcióname lo que necesito, y luego -podrás hacer nuevas proezas. Tú harás de modo que se aficione de ti -alguna persona de Palacio: fingirás luego que estás cansado de mi -servicio, yo haré el papel de que te despido, y tú entrarás al servicio -de esa otra persona, con la que alguna vez hablarás mal de mí para -que no sospeche la trama; entre tanto, diligente observador de cuanto -pase en el cuarto de tu nueva y aparente ama, lo contarás todo a la -antigua y a la verdadera que seré siempre yo, tu bienhechora y tu -Providencia.</p> - -<p>Ya me fue imposible oír con calma una tan descarada y cínica -exposición de las intrigas en que era la condesa consumada maestra, -y yo catecúmeno aún sin bautismo. Una<span class="pagenum" -id="Page_190">p. 190</span> elocuente voz interior protestaba contra -el vil oficio que se me proponía, y la vergüenza, agolpando la sangre -en mi rostro, me daba una confusión, un embarazo, que entorpecía mi -lengua para la negativa. Levanteme, y con voz trémula, di a la condesa -mis excusas, diciendo otra vez que no me creía capaz de desempeñar tan -difíciles cometidos. Ella volvió a reír, y me dijo:</p> - -<p>—Esta noche, aunque es hora muy avanzada, quizás celebren una -conferencia en este mi cuarto dos personajes, ha tiempo reñidos, y a -quienes yo trato de reconciliar. Hablarán solos, y en tal caso, espero -que tú, escondido tras el tapiz que conduce a mi alcoba, lo oirás todo, -para contármelo después.</p> - -<p>—Señora —dije—, me ha entrado de repente un fuerte dolor de cabeza; -y si usía me permitiera retirarme, se lo agradecería en el alma.</p> - -<p>—No —repuso mirando un reloj—, porque tengo que salir ahora mismo, y -es preciso que estés en vela, y aguardes aquí. Volveré pronto.</p> - -<p>Esto diciendo llamó a la doncella, pidió su cabriolé, especie de -manto que entonces se usaba; la doncella trajo dos, y envolviéndose -cada una en el suyo, salieron con presteza, dejándome solo.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch18"> - <p><span class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XVIII</h2> -</div> - -<p>La situación de mi espíritu era indefinible. Un frío glacial -invadió mi pecho, como si una hoja de finísimo acero lo atravesara. -La brusca y rápida mudanza verificada en mis sensaciones respecto de -Amaranta era tal, que todo mi ser se estremeció sintiendo vacilar sus -ignorados polos, como un planeta cuya ley de movimiento se trastorna de -improviso. Amaranta era, no una mujer traviesa e intrigante, sino la -intriga misma, era el demonio de los palacios, ese temible espíritu, -por quien la sencilla y honrada historia parece a veces maestra de -enredos y doctora de chismes; ese temible espíritu que ha confundido a -las generaciones, enemistado a los pueblos envileciendo lo mismo las -monarquías que las repúblicas, lo mismo los gobiernos despóticos que -los libres; era la personificación de aquella máquina interior, para el -vulgo desconocida, que se extendía desde la puerta de palacio hasta la -cámara del Rey, y de cuyos resortes por tantas manos tocados, pendían -honras, haciendas, vidas, la sangre generosa de los ejércitos y la -dignidad de las naciones; era la granjería, la realidad, el cohecho, -la injusticia, la simonía, la arbitrariedad, el libertinaje del mando, -todo esto era Amaranta; y sin embargo, ¡cuán hermosa! Hermosa<span -class="pagenum" id="Page_192">p. 192</span> como el pecado, como las -bellezas sobrehumanas con que Satán tentaba la castidad de los padres -del yermo, hermosa como todas las tentaciones que trastornan el juicio -al débil varón, y como los ideales que compone en su iluminado teatro -la embaucadora fantasía, cuando intenta engañarnos alevosamente cual a -chiquitines que creen ciertas y reales las figuras de magia.</p> - -<p>Una luz brillante me había deslumbrado; quise acercarme a ella y -me quemé. La sensación que yo experimentaba, era, si se me permite -expresarlo así, la de una quemadura en el alma.</p> - -<p>Cuando se fue disipando el aturdimiento en que me dejó mi ama, sentí -una viva indignación. Su hermosura misma, que ya me parecía terrible, -me compelía a apartarme de ella. «Ni un día más estaré aquí; me ahoga -esta atmósfera y me da espanto esta gente», exclamé dando paseos por la -habitación y declamando con calor, como si alguien me oyera.</p> - -<p>En el mismo momento sentí tras la puerta ruido de faldas, y el -cuchicheo de algunas mujeres. Creí que mi ama estaría de vuelta. La -puerta se abrió y entró una mujer, una sola: no era Amaranta.</p> - -<p>Aquella dama, pues lo era, y de las más esclarecidas a juzgar por su -porte distinguidísimo, se acercó a mí y preguntó con extrañeza:</p> - -<p>—¿Y Amaranta?</p> - -<p>—No está —respondí bruscamente.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_193">p. 193</span>—¿No vendrá pronto? -—dijo con zozobra, como si el no encontrar a mi ama fuese para ella una -gran contrariedad.</p> - -<p>—Eso es lo que no puedo decir a usted. Aunque sí... ahora caigo en -que dijo volvería pronto —contesté de muy mal talante.</p> - -<p>La dama se sentó sin decir más. Yo me senté también y apoyé la -cabeza entre las manos. No extrañe el lector mi descortesía, porque el -estado de mi ánimo era tal, que había cobrado repentino aborrecimiento -contra toda la gente de Palacio y ya no me consideraba criado de -Amaranta.</p> - -<p>La dama, después de esperar un rato, me interrogó imperiosamente:</p> - -<p>—¿Sabes dónde está Amaranta?</p> - -<p>—He dicho que no —respondí con la mayor displicencia—. ¿Soy yo de -los que averiguan lo que no les importa?</p> - -<p>—Ve a buscarla —dijo la dama—, no tan asombrada de mi conducta como -debiera estarlo.</p> - -<p>—Yo no tengo que ir a buscar a nadie. No tengo que hacer más que -irme a mi casa.</p> - -<p>Yo estaba indignado, furioso, ebrio de ira. Así se explican mis -bruscas contestaciones.</p> - -<p>—¿No eres criado de Amaranta?</p> - -<p>—Sí y no... pues...</p> - -<p>—Ella no acostumbra a salir a estas horas. Averigua dónde está y -dile al instante que venga —dijo la dama con mucha inquietud.</p> - -<p>—Ya he dicho que no quiero, que no iré, porque no soy criado de -la condesa —respondí—. Me voy a mi casa, a mi casita, a Madrid<span -class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span> ¿Quiere usted hablar a mi -ama? pues búsquela por Palacio. ¿Han creído que soy algún monigote?</p> - -<p>La dama dio tregua por un momento a su zozobra para pensar en mi -descortesía. Pareció muy asombrada de oír tal lenguaje, y se levantó -para tirar de la campanilla. En aquel momento me fijé por primera vez -atentamente en ella, y pude observar que era poco más o menos, de esta -manera.</p> - -<p>Edad que pudiera fijarse en el primer período de la vejez, aunque -tan bien disimulada por los artificios del tocador, que se confundía -con la juventud, con aquella juventud que se desvanece en las últimas -etapas de los cuarenta y ocho años. Estatura mediana y cuerpo esbelto -y airoso, realzado por esa suavidad y ligereza de andar que, si alguna -vez se observan en las chozas, son por lo regular cualidades propias -de los palacios. Su rostro bastante arrebolado no era muy interesante, -pues aunque tenía los ojos hermosos y negros, con extraordinaria viveza -y animación, la boca la afeaba bastante, por ser de estas que con la -edad se hienden, acercando la nariz a la barba. Los finísimos, blancos -y correctos dientes no conseguían embellecer una boca que fue airosa, -si no bella, veinte años antes. Las manos y brazos, por lo que de estos -descubría, advertí que eran a su edad las mejores joyas de su persona y -las únicas prendas que del naufragio de una regular hermosura se habían -salvado incólumes. Nada notable observé en su traje, que no era<span -class="pagenum" id="Page_195">p. 195</span> rico, aunque sí elegante y -propio del lugar y la hora.</p> - -<p>Abalanzose, como he dicho, a tirar de la campanilla, cuando de -improviso y antes de que aquella sonase, se abrió de nuevo la puerta -y entró mi ama. Recibiola la visitante con mucha alegría, y no se -acordaron más de mí, sino para mandarme salir. Retireme, pasando a -la pieza inmediata, por donde debía dirigirme a mi cuarto, cuando el -contacto del tapiz, deslizándose sobre mi espalda al atravesar la -puerta, despertó en mí la olvidada idea de las escuchas y el espionaje -que Amaranta me había encargado. Detúveme, y el tapiz me cubrió -perfectamente; desde allí se oía todo con completa claridad.</p> - -<p>Hice intención de alejarme para no incurrir en las mismas faltas -que tan feas me parecían; pero la curiosidad pudo más que todo y no -me moví. Tan cierto es que la malignidad de nuestra naturaleza puede -a veces más que todo. Al mismo tiempo el rencorcillo, el despecho, el -descorazonamiento que yo sentía, me impulsaban a ejercer sobre mi ama -la misma pérfida vigilancia que ella me encomendaba sobre los demás. -«¿No me mandas aplicar el oído? —dije para mí, recreándome en mi -venganza—. Pues ya lo aplico.»</p> - -<p>La dama desconocida había proferido muchas exclamaciones de -desconsuelo, y hasta me pareció que lloraba. Después, alzando la voz, -dijo con ansiedad:</p> - -<p>—Pero es preciso que en la causa no aparezca Lesbia.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span>—Será muy difícil -eliminarla, porque está averiguado que ella era quien trasmitía la -correspondencia —contestó mi ama.</p> - -<p>—Pues no hay otro remedio —continuó la dama—. Es preciso que Lesbia -no figure para nada, ni preste declaraciones. Yo no me atrevo a -decírselo a Caballero; pero tú con habilidad puedes hacerlo.</p> - -<p>—Lesbia —dijo Amaranta—, es nuestro más terrible enemigo. La causa -del Príncipe ha sido en su vil carácter un pretexto más bien que una -causa para hostilizarnos. ¡Qué de infamias cuenta, qué de absurdos -propala! Su lengua de víbora no perdona a quien ha sido su bienhechora -y también se ensaña conmigo, de quien ha contado horrores.</p> - -<p>—Contará lo de marras —repuso la dama de la boca hendida—. Tú -cometiste la gran falta de confiarle aquel secreto de hace quince años, -que nadie sabía.</p> - -<p>—Es verdad —dijo mi ama meditabunda.</p> - -<p>—Pero no hay que asustarse, hija —añadió la otra—. La enormidad -y el número de las faltas supuestas que nos atribuyen nos sirve de -consuelo y de expiación por las que realmente hayamos cometido, las -cuales son tan pocas, comparadas con lo que se dice, que casi no debe -pensarse en ellas. Es preciso que Lesbia no aparezca para nada en -la causa. Adviérteselo a Caballero; mañana podrían prenderla, y si -declara, puede vengarse mostrando pruebas terribles contra mí. Esto me -tiene desesperada: conozco su descaro, y la creo capaz de las mayores -infamias.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span>—Ella es dueña -sin duda de secretos peligrosos, y quizás conserve cartas o algún -objeto.</p> - -<p>—Sí —respondió con agitación la desconocida—. Pero tú lo sabes todo: -¿a qué me lo preguntas?</p> - -<p>—Entonces con harto dolor de mi corazón, le diré a Caballero que la -excluya de la causa. La pícara se jactaba ayer aquí mismo de que no -pondrían la mano sobre ella.</p> - -<p>—Ya se nos presentará otra ocasión... Dejarla por ahora. ¡Ah! -bien castigada está mi impremeditación. ¿Cómo fui capaz de fiarme de -ella? ¿Cómo no descubrí bajo la apariencia de su amena jovialidad y -ligereza, la perfidia y doblez de su corazón? Fui tan necia que su -gracia me cautivó; la complacencia con que me servía en todo acabó de -seducirme, y me entregué en cuerpo y alma a ella. Recuerdo cuando las -tres salíamos juntas de palacio en aquella breve temporada que pasamos -en Madrid hace cinco años. Pues después he sabido que una de aquellas -noches, avisó a cierta persona el punto a donde íbamos, para que me -viera, y me vio... Nosotros no advertimos nada; no conocimos que Lesbia -nos vendía; y hasta mucho después no descubrí su falsedad por una -singular coincidencia.</p> - -<p>—Ese estúpido y presuntuoso Mañara —dijo mi ama—, le ha trastornado -el juicio.</p> - -<p>—¡Ah! ¿no sabes que en el cuerpo de guardia se ha jactado ese -miserable de que ha sido amado por mí, añadiendo que me despreció? -¿Has visto? ¡Si yo jamás he pensado en semejante<span class="pagenum" -id="Page_198">p. 198</span> hombre, ni creo haber siquiera reparado -en él! ¡Ay, Amaranta! Tú eres joven aún; tú estás en el apogeo de -la hermosura; sírvate de lección. Cada falta que se comete, se paga -después con la vergüenza de las cien mil que no hemos cometido y que -nos imputan. Y ni aun en la conciencia tenemos fuerzas para protestar -contra tantas calumnias, porque una sola verdad entre mil calumnias -nos confunde, mayormente si nos vemos acusadas por nuestros propios -hijos.</p> - -<p>Al decir esto me pareció que lloraba. Después de una breve pausa, -Amaranta continuó así la conversación:</p> - -<p>—Ese necio Mañara, que no sabe hablar más que de toros, de caballos -y de su nobleza, ha tenido el honor de cautivar a Lesbia; tal para -cual... Él es quien la ha inducido a andar en tratos con los del -Príncipe, y entre los dos se han encargado de la trasmisión de la -correspondencia.</p> - -<p>—¿Pero no me dijiste —preguntó vivamente la desconocida— que Lesbia -estaba en relaciones con Isidoro?</p> - -<p>—Sí —contestó mi ama—; pero este amor, que ha durado poco tiempo, ha -sido un interregno durante el cual Mañara no bajó del trono. Lesbia amó -a Isidoro por vanidad, por coquetería, y continúa en relaciones con él. -Isidoro está locamente enamorado, y ella se complace en avivar su amor, -divirtiéndose con los martirios del pobre cómico.</p> - -<p>—¿Y no has pensado que se podría sacar partido de esos dobles -amores?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span>—¡Ya lo creo! -Lesbia e Isidoro se ven en casa de la González y en el teatro.</p> - -<p>—Puedes hacer que Mañara los descubra y...</p> - -<p>—No, mi plan es mejor aún. ¿Qué importa Mañara? Yo quiero apoderarme -de alguna carta o prenda que Lesbia entregue a cualquiera de sus dos -amantes, para presentarla a su marido, a ese señor que a pesar de su -misantropía, si llegara a saber con certeza las gracias de su mujer, -vendría a poner orden en la casa.</p> - -<p>—Indudablemente —dijo la desconocida animándose por grados—. ¿Y qué -vas hacer?</p> - -<p>—Según lo que den de sí las circunstancias. Pronto volveremos a -Madrid, porque en casa de la marquesa se prepara una representación -de <i>Otello</i>, en que Lesbia hará el papel de Edelmira, Isidoro el -suyo, y los demás corren a cargo de jóvenes aficionados.</p> - -<p>—¿Y cuándo es la representación?</p> - -<p>—Se ha aplazado porque falta un papel que ninguno quiere desempeñar, -por ser muy desairado; mas creo que pronto se encontrará actor a -propósito, y la función no puede retardarse. El duque ha prometido -dejar sus Estados para asistir a ella. La reunión de todas estas -personas ha de facilitar mucho una combinación ingeniosa, que nos -permita castigar a Lesbia como se merece.</p> - -<p>—¡Oh! sí, hazlo por Dios. Su ingratitud es tal, que no merece -perdón. ¿Sabes que es ella quien me ha acusado de haber querido -asesinar a Jovellanos?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_200">p. 200</span>—Sí: lo sabía.</p> - -<p>—¡Ves qué infamia! —añadió la desconocida, indicando en el tono de -su voz la ira que la dominaba—. Verdad es que aborrezco a ese pedante, -que en su fatuidad se permite dar lecciones a quien no las necesita -ni se las ha pedido; pero me parece que su encierro en el castillo -de Bellver es suficiente castigo, y jamás han pasado por mi mente -proyectos criminales, cuya sola idea me horroriza.</p> - -<p>—Lesbia se ha dado tan buena maña para propalar lo del -envenenamiento, que todo el mundo lo cree —dijo Amaranta—. ¡Ah, señora, -es preciso castigar duramente a esa mujer!</p> - -<p>—Sí, pero no incluyéndola en la causa: eso redundaría en perjuicio -mío. Manuel me lo ha advertido esta tarde con mucho empeño, y es -preciso hacer lo que él dice. Por su parte, Manuel le causa todo el -daño que puede. Desde que supo las infamias que contaba de mí, dejó -cesantes a todos los que habían recibido destino por recomendación -suya. Esta prueba de afecto me ha enternecido.</p> - -<p>—No sería malo que Mañara sintiera encima la mano de hierro del -generalísimo.</p> - -<p>—¡Oh, sí! Manuel me ha prometido buscar algún medio para que se le -forme causa y sea expulsado del cuerpo, como se hizo con aquellos dos -que nos conocieron cuando fuimos disfrazadas a la verbena de Santiago. -¡Oh! Manuel no se descuida: después que nos reconciliamos por mediación -tuya, su complacencia y finura conmigo no tiene límites.<span -class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span> No, no existe otro que como -él comprenda mi carácter, y posea el arte de las buenas formas aun para -negar lo que se le pide. Ahora precisamente estoy en lucha con él para -que me conceda una mitra...</p> - -<p>—¿Para mi recomendado el capellán de las monjas de Pinto?</p> - -<p>—No: es para un tío de Gregorilla la hermana de leche -del chiquitín<a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" -class="fnanchor">[*]</a>. Ya ves: se le ha puesto en la cabeza que su -tío ha de ser obispo, y verdaderamente no hay motivo alguno para que no -lo sea.</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[*]</a> D. -Francisco de Paula.</p> - -</div> - -<p>—¿Y el Príncipe se opone?</p> - -<p>—Sí; dice que el tío de Gregorilla ha sido contrabandista hasta -que se ordenó hace dos años, y que es un ignorante. Tiene razón, y el -candidato no es por su sabiduría ninguna lumbrera de la cristiandad; -pero hija, cuando vemos a otros... y si no ahí tienes a mi primo, -el cardenalito de la Escala<a id="FNanchor_2" href="#Footnote_2" -class="fnanchor">[**]</a>, que no sabe más latín que nosotras, y -si le examinaran, creo que ni aun para monaguillo le darían el -<i>exequatur</i>.</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_2" href="#FNanchor_2" class="label">[**]</a> El -cardenal infante D. Luis de Borbón, arzobispo de Toledo.</p> - -</div> - -<p>—Pero ese nombramiento lo ha de hacer Caballero —dijo Amaranta—. ¿Se -opone también?</p> - -<p>—Caballero, no —contestó riendo la desconocida—; ese ya sabes que -no hace sino lo que queremos, y capaz sería de convertir en regentes -de las Audiencias a los puntilleros de la plaza de toros, si se lo -mandáramos. Es<span class="pagenum" id="Page_202">p. 202</span> mi -buen sujeto que cumple con su deber con la docilidad del verdadero -ministro. El pobrecito se interesa mucho por el bien de la nación.</p> - -<p>—Pues él puede dar la mitra por sí ante sí al tío de Gregorilla.</p> - -<p>—No; Manuel se opone, ¡y de qué manera! Pero yo he discurrido un -medio de obligarle a ceder. ¿Sabes cuál? Pues me he valido del tratado -secreto celebrado con Francia, que se ratificará en Fontainebleau -dentro de unos días. Por él se da a Manuel la soberanía de los -Algarbes; pero nosotros no estamos aún decididos a consentir en el -repartimiento de Portugal, y le he dicho: «Si no haces obispo al tío -de Gregorilla, no ratificaremos el tratado y no serás rey de los -Algarbes.» Él se ríe mucho con estas cosas mías; pero al fin... ya -verás cómo consigo lo que deseo.</p> - -<p>—Y mucho más cuando estos nombramientos contribuyen a fortificar -nuestro partido. ¿Pero él no conoce que el del Príncipe es cada vez más -fuerte?</p> - -<p>—¡Ah! Manuel está muy disgustado —dijo la desconocida con tristeza—; -y lo que es peor, muy acobardado. Afirma que esto no puede concluir en -bien y tiene presentimientos horribles. Estos sucesos le han puesto muy -triste, y dice: «Yo he cometido muchas faltas, y el día de la expiación -se acerca.» ¡Pero qué bueno es! ¿Creerás que disculpa a mi hijo, -diciendo que le han engañado y envilecido los amigos ambiciosos que le -rodean? ¡Ah! mi corazón de madre se desgarra con<span class="pagenum" -id="Page_203">p. 203</span> esto; pero no puedo atenuar la falta del -Príncipe. Mi hijo es un infame.</p> - -<p>—¿Y él espera conjurar fácilmente tantos peligros? —preguntó mi -ama.</p> - -<p>—No lo sé —repuso la desconocida tristemente—. Manuel, como te -he dicho, está muy descorazonado. Aunque cree castigar pronto y muy -ejemplarmente a los conjurados, como hay algo que está por encima de -todo esto, y que...</p> - -<p>—Bonaparte sin duda.</p> - -<p>—No; Bonaparte creo que estará de nuestro lado, a pesar de que el -Príncipe lo presenta como amigo suyo. Manuel me ha tranquilizado en -este punto. Si Bonaparte se enojase con nosotros, le daríamos veinte o -treinta mil hombres para que los sacase de España, como sacó los de la -Romana. Eso es muy fácil y a nadie perjudica. Lo que nos entristece es -otra cosa, es lo que pasa en España. Según me ha dicho Manuel, todos -aman al Príncipe y le creen un dechado de perfecciones, mientras que a -nosotros, al pobre Carlos y a mí nos aborrecen. Parece mentira: ¿qué -hemos hecho para que así nos odien? Francamente te digo que esto me -tiene afectada, y estoy resuelta a no ir a Madrid en mucho tiempo. Te -juro que aborrezco a Madrid.</p> - -<p>—Yo no participo de ese temor —dijo Amaranta—, y espero que -castigados los conspiradores, la mala yerba no volverá a retoñar.</p> - -<p>—Manuel trabajará sin descanso: así me lo ha dicho. Pero es preciso -que se evite en todo lo que pueda escandalizar, y sobre todo que<span -class="pagenum" id="Page_204">p. 204</span> resulte desfavorable. -Por eso esta noche en cuanto llegó Manuel, vino a suplicarme que por -conducto tuyo, hiciese arrancar de la causa todo lo relativo a Lesbia, -que es poseedora de documentos terribles, y se vengaría cruelmente -en sus declaraciones. Ya sabes que tiene mucha imaginación, y sabe -inventar enredos con gran arte. Desde que Manuel me habló hasta que -te he visto, no he sosegado un momento. Pero ni él ni yo, podemos -hablar de esto con Caballero: háblale tú y arréglalo con tu buen -juicio y habilidad. ¡Ah! se me olvidaba. Caballero desea el toisón de -oro: ofréceselo sin cuidado; que aunque no es hombre para cargar tal -insignia, no habrá reparo en dársela, si se hace acreedor a ella con su -lealtad. ¿Harás lo que te digo?</p> - -<p>—Sí, señora. No habrá nada que temer.</p> - -<p>—Entonces me retiro tranquila. Confío en ti ahora como siempre —dijo -la desconocida levantándose.</p> - -<p>—Lesbia no será llamada a declarar; pero no nos faltará ocasión de -tratarla como merece.</p> - -<p>—Pues adiós, querida Amaranta —añadió la dama besando a mi ama—. -Gracias a ti, esta noche puedo dormir tranquila, y entre tantas penas, -no es poco consuelo contar con una fiel amiga que hace todo lo posible -por disminuirlas.</p> - -<p>—Adiós.</p> - -<p>—Es muy tarde... ¡Dios mío, qué tarde!</p> - -<p>Diciendo esto se encaminaron juntas a la<span class="pagenum" -id="Page_205">p. 205</span> puerta, y abierta esta aparecieron otras -dos damas, con las cuales se retiró la desconocida, después de -besar segunda vez a mi ama. Cuando esta se quedó sola se dirigió a -la habitación en que yo estaba. Mi primera intención fue retirarme -del escondite y huir; pero reflexionándolo brevemente, creí que -debía esperarla. Cuando ella entró y me vio, su sorpresa fue -extraordinaria.</p> - -<p>—¡Cómo, Gabriel, tú aquí! —exclamó.</p> - -<p>—Sí, señora —respondí serenamente—. He empezado a desempeñar las -funciones que usía me ha encargado.</p> - -<p>—¡Cómo! —dijo con ira—. ¿Has tenido el atrevimiento de...? ¿Has -oído?</p> - -<p>—Señora —respondí—, usía tiene razón: poseo un oído finísimo. ¿No me -mandaba usía que observara y atendiera...?</p> - -<p>—Sí —dijo más colérica—. Pero no a esto... ¿entiendes bien? Veo que -eres demasiado listo, y el exceso de celo puede costarte caro.</p> - -<p>—Señora —repuse con mucha ingenuidad—, quería empezar a instruirme -cuanto antes.</p> - -<p>—Bien —repuso procurando tranquilizarse—. Retírate. Pero te -advierto que si sé recompensar a los que me sirven bien, tengo medios -para castigar a los desleales y traidores. No te digo más. Si eres -imprudente, te acordarás de mí toda tu vida. Vete.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch19"> - <p><span class="pagenum" id="Page_206">p. 206</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XIX</h2> -</div> - -<p>Al día siguiente se levantó un servidor de ustedes de malísimo -humor, y su primera idea fue salir del Escorial lo más pronto que le -fuera posible. Para pensar en los medios de ejecutar tan buen propósito -fuese a pasear a los claustros del monasterio, y allí discurriendo -sobre su situación, se acaloró la cabeza del pobre muchacho revolviendo -en ella mil pensamientos que cree poder comunicar al discreto -lector.</p> - -<p>Los que hayan leído en el primer libro de mi vida el capítulo en que -di cuenta de mi inútil presencia en el combate de Trafalgar, recordarán -que en aquella alta ocasión y cuando la grandeza y majestad de lo que -pasaba ante mis ojos parecían sutilizar las facultades de mi alma, pude -concebir de un modo clarísimo la idea de la patria. Pues bien: en la -ocasión que ahora refiero, y cuando la desastrosa catástrofe de tan -ridículas ilusiones había conmovido hasta lo más profundo mi naturaleza -toda, el espíritu del pobre Gabriel hizo después de tanto abatimiento -una nueva adquisición, una nueva conquista de inmenso valor, la idea -del honor.</p> - -<p>¡Qué luz! Recordé lo que me había dicho Amaranta, y comparando -sus conceptos con los míos, sus ideas con lo que yo pensaba,<span -class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span> mezcla de ingenuo -engreimiento y de honrada fatuidad, no pude menos de enorgullecerme -de mí mismo. Y al pensar esto no pude menos de decir: «Yo soy hombre -de honor, yo soy hombre que siento en mí una repugnancia invencible a -acometer cualquier acción fea y villana que me deshonre a mis propios -ojos; y además la idea de que pueda ser objeto del menosprecio de los -demás me enardece la sangre y me pone furioso. Cierto que quiero llegar -a ser persona de provecho; pero de modo que mis acciones me enaltezcan -ante los demás y al mismo tiempo ante mí, porque de nada vale que mil -tontos me aplaudan, si yo mismo me desprecio. Grande y consolador debe -de ser, si vivo mucho tiempo, estar siempre contento de lo que haga, y -poder decir por las noches mientras me tapo bien con mis sabanitas para -matar el frío: <i>No he hecho nada que ofenda a Dios ni a los hombres. -Estoy satisfecho de ti, Gabriel.</i>»</p> - -<p>Debo advertir que en mis monólogos siempre hablaba conmigo, como si -yo fuera otro.</p> - -<p>Lo particular es que mientras pensaba estas cosas, la figura de mi -Inés no se apartaba un momento de mi imaginación y su recuerdo daba -vueltas en torno a mi espíritu, como esas mariposas o pajaritas que se -nos aparecen a veces en días tristes trayendo, según el vulgo cree, -alguna buena noticia.</p> - -<p>Tal era la situación de mi espíritu, cuando acertó a pasar cerca de -mí el caballero don Juan de Mañara, vestido de uniforme. Detúvose<span -class="pagenum" id="Page_208">p. 208</span> y me llamó con empeño, -demostrando que mi presencia era para él nada menos que un buen -hallazgo. No era aquella la primera vez que solicitaba de mí un pequeño -favor.</p> - -<p>—Gabriel —me dijo en tono bastante confidencial y sacando de su -bolsillo una moneda de oro—, esto es para ti, si me haces el favor que -voy a pedirte.</p> - -<p>—Señor —contesté—, con tal que sea cosa que no perjudique a mi -honor...</p> - -<p>—Pero, pedazo de zarramplín, ¿acaso tú tienes honor?</p> - -<p>—Pues sí que lo tengo, señor oficial —contesté muy enfadado—; y -deseo encontrar ocasión de darle a usted mil pruebas de ello.</p> - -<p>—Ahora te lo proporciono, porque nada más honroso que servir a un -caballero y a una señora.</p> - -<p>—Dígame usted lo que tengo que hacer —dije, deseando ardientemente -que la posesión del doblón que brillaba ante mis ojos fuera compatible -con la dignidad de un hombre como yo.</p> - -<p>—Nada más que lo siguiente —respondió el hermoso galán, sacando una -carta del bolsillo—: llevar este billete a la señorita Lesbia.</p> - -<p>—No tengo inconveniente —dije, reflexionando que en mi calidad de -criado, no podía deshonrarme llevando una carta amorosa—. Deme usted la -esquelita.</p> - -<p>—Pero ten en cuenta —añadió entregándomela— que si no desempeñas -bien la comisión, o este papel va a otras manos, tendrás memoria de mí -mientras vivas, si es<span class="pagenum" id="Page_209">p. 209</span> -que te queda vida después que todos tus huesos pasen por mis manos.</p> - -<p>Al decir esto el guardia, demostraba, apretándome fuertemente el -brazo, firme intención de hacer lo que decía. Yo le prometí cumplir su -encargo como me lo mandaba, y tratando de esto llegamos al gran patio -de Palacio, donde me sorprendió ver bastante gente reunida, descollando -entre todos algunas aves de mal agüero, tales como ministriles y demás -gente de la curia. Yo advertí, que al verles mi acompañante se inmutó -mucho, quedándose pálido, y hasta me parece que le oí pronunciar algún -juramento contra los pajarracos negros que tan de improviso se habían -presentado a nuestra vista. Pero yo no necesitaba reflexionar mucho -para comprender que aquella siniestra turbamulta nada tenía que ver -conmigo, así es que dejando al militar en la puerta del cuerpo de -guardia, y una vez trasladadas carta y moneda a mi bolsillo, subí en -cuatro zancajos la escalera chica, corriendo derecho a la cámara de la -señora Lesbia.</p> - -<p>No tardé en hacerme presentar a su señoría. Estaba de pie en medio -de la sala, y con entonación dramática leía en un cuadernillo aquellos -versos célebres:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent14">... todo me mata,</div> - <div class="verse indent0">todo va reuniéndose en mi daño!</div> - <div class="verse indent0">—Y todo te confunde, desdichada.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>Estaba estudiando su papel. Cuando me vio entrar cesó en su lectura, -y tuve el gusto<span class="pagenum" id="Page_210">p. 210</span> de -entregarle en persona el billete, pensando para mí: «¿Quién dirá que -con esa cara tan linda eres una de las mejores piezas que han hecho -enredos en el mundo?»</p> - -<p>Mientras leía, observé el ligero rubor y la sonrisa que hermoseaban -su agraciado rostro. Después que hubo concluido, me dijo un poco -alarmada:</p> - -<p>—¿Pero tú no sirves a Amaranta?</p> - -<p>—No, señora —respondí—. Desde anoche he dejado su servicio, y ahora -mismo me voy para Madrid.</p> - -<p>—¡Ah! Entonces, bien —dijo tranquilizándose.</p> - -<p>Yo en tanto no cesaba de pensar en el placer que habría -experimentado Amaranta si yo hubiera cometido la infamia de llevarle -aquella carta. ¡Qué pronto se me había presentado la ocasión de -portarme como un servidor honrado, aunque humilde! Lesbia, encontrando -ocasión de zaherir a su amiga, dijo:</p> - -<p>—Amaranta es muy rigurosa y cruel con sus criados.</p> - -<p>—¡Oh, no señora! —exclamé yo, gozoso de encontrar otra coyuntura de -portarme caballerosamente, rechazando la ofensa hecha a quien me daba -el pan—. La señora condesa me trata muy bien; pero yo no quiero servir -más en Palacio.</p> - -<p>—¿De modo que has dejado a Amaranta?</p> - -<p>—Completamente. Me marcharé a Madrid antes del medio día.</p> - -<p>—¿Y no querrías tú entrar en mi servidumbre?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span>—Estoy decidido a -aprender un oficio.</p> - -<p>—De modo que hoy estás libre, no dependes de nadie, ni siquiera -volverás a ver a tu antigua ama.</p> - -<p>—Ya me he despedido de su señoría y no pienso volver allá.</p> - -<p>No era verdad lo primero, pero sí lo segundo.</p> - -<p>Después, como yo hiciera una profunda reverencia para despedirme, me -contuvo diciendo:</p> - -<p>—Aguarda: tengo que contestar a la carta que has traído, y puesto -que estás hoy sin ocupación y no tienes quien te detenga, llevarás la -respuesta.</p> - -<p>Esto me infundió la grata esperanza de que mi capital engrosara -con otro doblón, y aguardé mirando las pinturas del techo y los -dibujos de los tapices. Cuando Lesbia hubo concluido su epístola, -la selló cuidadosamente y la puso en mis manos, ordenándome que la -llevase sin perder un instante. Así lo hice; pero ¡cuál no sería -mi sorpresa cuando al llegar al cuerpo de guardia me encontré con -la inesperada novedad de que sacaban preso a mi señor el guardia, -llevándole bonitamente entre dos soldados de los suyos! Yo temblé como -un azogado, creyendo que también iban a echarme mano, pues sabía que no -bastaba ser insignificante para librarse de los ministriles, quienes -deseando mostrar su celo en la causa del Escorial, comprendían en los -voluminosos autos el mayor número posible de personas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_212">p. 212</span>Cometí la -indiscreción de entrar en el cuerpo de guardia para curiosear, lo -cual hizo que un hombre allí presente, temerosa estantigua con nariz -de gancho, espejuelos verdes y larguísimos dientes del mismo color, -dirigiese hacia mi rostro aquellas partes del suyo, observándome con -mucha atención y diciendo con la voz más desagradable y bronca que en -mi vida oí:</p> - -<p>—Este es el muchacho a quien el preso entregó una carta poco antes -de caer en poder de la justicia.</p> - -<p>Un sudor frío corrió por mi cuerpo al oír tales palabras, y volví -la espalda con disimulo para marcharme a toda prisa; pero ¡ay! no -había andado dos pasos cuando sentí que se clavaban en mi hombro unas -como garras de gavilán, pues no otro nombre merecían las afiladas y -durísimas uñas del hombre de los espejuelos verdes en cuyo poder había -caído. La impresión que experimenté fue tan terrorífica, que nunca -pienso olvidarla, pues al encarar con su feísima estampa, los vidrios -redondos de sus gafas que remedaban la pupila cuajada, penetrante y -estupefacta del gato, me turbaron hasta lo sumo, y al mismo tiempo sus -dientes verdes, afilados sin duda por la voracidad, parecían ansiosos -de roerme.</p> - -<p>—No vaya usted tan de prisa, caballerito —dijo—, que tal vez haga -aquí más falta que en otra parte.</p> - -<p>—¿En qué puedo servir a usía? —pregunté melifluamente, comprendiendo -que no valdría mostrarme altanero con semejante lobo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_213">p. 213</span>—Eso lo veremos -—contestó con un gruñido que me obligó a encomendarme a Dios.</p> - -<p>Mientras aquel cernícalo, con la formidable zarpa clavada en mi -cuello, me llevaba a una pieza inmediata, yo evoqué mis facultades -intelectuales para ver si con el esfuerzo combinado de todas ellas, -encontraba medio de salir de tan apurado trance. En un instante de -reflexión, hice el siguiente rapidísimo cálculo: «Gabriel: este -instante es supremo. Nada conseguirás defendiéndote con la fuerza. Si -intentas escaparte, estás perdido. De modo que si por medio de algún -rasgo de astucia no te libras de las uñas de este pícaro, que te -enterrará vivo bajo una losa de papel sellado, ya puedes hacer acto de -contrición. Al mismo tiempo llevas sobre ti la honra de una dama que -sabe Dios lo que habrá escrito en esa endiablada carta. Conque ánimo, -muchacho, serenidad y a ver por dónde se sale.»</p> - -<p>Afortunadamente, Dios iluminó mi entendimiento en el instante en que -el curial se sentó en un desnudo banquillo, poniéndome delante para -que respondiera a sus preguntas. Recordé haber visto al feroz leguleyo -en el cuarto de Amaranta, a quien gustaba de ofrecer servilmente sus -respetos, y esto con la idea de que mi antigua ama era desafecta a las -personas a quienes se formaba la causa, me dio la norma del plan que -debía seguir para librarme de aquel vestiglo.</p> - -<p>—Conque tú andas llevando y trayendo cartitas, picaronazo —dijo en -la plenitud de<span class="pagenum" id="Page_214">p. 214</span> su -curial sevicia, gozándose de antemano con la contemplación imaginaria -de las resmas de papel sellado en que había de emparedarme—. Ahora -veremos para quiénes son esas cartas, y si te ocupas en comunicar a los -conjurados con los presos, para que burlen la acción de la justicia.</p> - -<p>—Señor licenciado —contesté yo recobrando un poco la serenidad—, -usted no me conoce, y sin duda me confunde con esos picarones que -se ocupan en traer y llevar papelitos a los que están presos en el -Noviciado.</p> - -<p>—¿Cómo? —exclamó con júbilo—. ¿Estás seguro de que eso pasa?</p> - -<p>—Sí, señor —respondí envalentonándome cada vez más—. Vaya usía ahora -mismo con disimulo al patio de los convalecientes, y verá que desde el -piso tercero del monasterio echan cartas a la buhardilla, valiéndose de -unas larguísimas cañas.</p> - -<p>—¿Qué me dices?</p> - -<p>—Lo que usía oye: y si quiere verlo con sus propios ojos vaya ahora -mismo: que esta es la hora que escogen los malvados para su intento, -por ser la de la siesta. Ya me podría usía recompensar por la noticia, -pues le doy este aviso, para que pueda prestar un gran servicio a -nuestro querido Rey.</p> - -<p>—Pero tú recibiste una carta del joven alférez, y si no me la das -ante todo, ya te ajustaré las cuentas.</p> - -<p>—¿Pero el señor licenciado no sabe —contesté— que soy paje de -la excelentísima señora condesa Amaranta, a quien sirvo hace<span -class="pagenum" id="Page_215">p. 215</span> algún tiempo? ¡Y que no -me tiene poco cariño mi ama en gracia de Dios! Mil veces ha dicho que -ya puede tentarse la ropa el que me tocase tan siquiera el pelo de la -misma.</p> - -<p>El leguleyo parecía recordar, y como era cierto que me había visto -repetidas veces en compañía de mi ama, advertí que su endemoniado -rostro se apaciguaba poco a poco.</p> - -<p>—Bien sabe el señor licenciado —continué— que la señora condesa me -protege, y habiendo conocido que yo sirvo para algo más que para este -bajo oficio, se propone instruirme y hacer de mí un hombre de provecho. -Ya he empezado a estudiar con el padre Antolínez, y después entraré -en la casa de pajes, porque ahora hemos descubierto, que yo aunque -pobre soy noble y desciendo en línea recta de unos al modo de duques o -marqueses de las islas Chafarinas.</p> - -<p>El leguleyo parecía muy preocupado con estas razones, que yo -pronuncié con mucho desparpajo.</p> - -<p>—Y ahora —proseguí—, iba al cuarto de mi ama, que me está esperando, -y en cuanto sepa que el señor licenciado me ha detenido se pondrá -furiosa: porque ha de saber el señor licenciado que mi ama me manda -recorrer estos patios y galerías para oír lo que dicen los partidarios -de los presos, y ella lo va apuntando en un libro que tiene no -menos grande que ese banco. Ella va a descubrir muchas cosas malas -de esa gente y está muy contenta con mi ayuda, pues dice que<span -class="pagenum" id="Page_216">p. 216</span> sin mí no sabría la mitad -de lo que sabe. Por ejemplo, lo de las cañas apuesto a que nadie lo -sabe más que yo, y agradézcame el señor licenciado que se lo haya dicho -antes que a ninguno.</p> - -<p>—Cierto es —dijo el ministril— que la señora condesa te protege, -pues ahora caigo en la cuenta de que algunas veces se lo he oído decir; -pero no me explico que tu ama se cartee con el alférez.</p> - -<p>—También a mí me llamó la atención —repuse—, porque mi ama decía -que ese señor era de los que primero debían ser puestos a la sombra; -pero vea el señor licenciado. La carta que recibí era para mi ama, y le -decía que viéndose próximo a caer en poder de la justicia, solicitaba -protección de la señora condesa para librarse de aquella.</p> - -<p>—¡Ah, Sr. Mañara, tunante, trapisondista! —exclamó el representante -de la justicia humana—. Quería escaparse de nuestras uñas, poniéndose -al amparo de una persona que está demostrando el mayor celo en favor de -la causa del Rey.</p> - -<p>—Pero no le valieron sus malas mañas, señor licenciadito de mi alma -—añadí entusiasmándome—, porque mi ama rompió la carta con desdén, y me -mandó contestarle de palabra que nada podía hacer por él.</p> - -<p>—¿Y a eso venías?</p> - -<p>—Precisamente. Ya sabía yo que no lograba nada el señor alférez, -y me alegro, me alegro. Porque yo digo: esos picarones ¿no -querían quitarle al Rey su corona, y a la<span class="pagenum" -id="Page_217">p. 217</span> Reina la vida? Pues que las paguen todas -juntas, que bien merecido tienen el cadalso; y como se descuiden, el -Príncipe de la Paz no se andará por las ramas.</p> - -<p>—Bien —dijo algo más benévolo para conmigo, pero sin que se -extinguiera su recelo—. Iremos juntos a ver a tu ama, y ella confirmará -lo que has dicho.</p> - -<p>—Ahora se fue al cuarto del Príncipe de la Paz, a quien piensa -recomendarme para que entre en la casa de Pajes. Y como el señor -licenciado se descuide, no podrá ver a los que echan la caña por los -balcones del piso tercero del monasterio. Vaya usía a enterarse de -esto, y luego puede pasar al cuarto de mi ama donde le espero. Ella -estará prevenida y recibirá a usía con mucho agasajo, porque le aprecia -y estima mucho.</p> - -<p>—¿Sí? ¿Le has oído hablar de mí alguna vez? —preguntó vivamente.</p> - -<p>—¿Alguna vez? Diga el señor licenciado mil veces. La otra noche -estuvo hablando de usía más de dos horas con el Príncipe de la Paz y -con el marqués Caballero.</p> - -<p>—¿De veras? —preguntó plegando su arrugada boca con una sonrisa -indefinible y dejando ver en todo su vasto desarrollo el mapa de su -verde dentadura—. ¿Y qué decía?</p> - -<p>—Que al señor licenciado se deben todas las averiguaciones que se -han hecho en la causa, y otras cosas que no digo por no ofender la -modestia de usía.</p> - -<p>—Dilas picarón, y no seas corto de genio.</p> - -<p>—Pues hizo grandes elogios de usía, ponderando<span class="pagenum" -id="Page_218">p. 218</span> su talento, su mucho saber, y su -disposición para sacar leyes aunque fuera de un canto rodado. Después -añadió que si no le hacían al señor licenciado consejero de Indias o de -la sala de alcaldes de Casa y Corte, no tendrían perdón de Dios.</p> - -<p>—¿Eso dijo? Veo que eres un chico formal y discreto. Di a la señora -condesa que dentro de un momento pasaré a visitarla, para consultar con -ella gravísimas cuestiones. Ella sabrá cuánto la aprecio y estimo. Con -respecto a ti, al principio pensé que la carta entregada por el alférez -era para la duquesa Lesbia.</p> - -<p>—¡Quiá! No voy yo al cuarto de esa señora, porque mi ama y ella -están reñidas.</p> - -<p>—Y como hoy —continuó— se procederá también a prender a esa señora, -que resulta complicada en el proceso lo mismo que su esposo el señor -duque...</p> - -<p>—¡También prenden a la señora Lesbia! —exclamé asombrado.</p> - -<p>—También; ya habrán subido mis compañeros a notificárselo. Conque, -joven, sube al cuarto de tu ama, y adviértele mi próxima visita.</p> - -<p>No esperé más para separarme de hombre tan fiero, y bendiciendo -fervorosamente a Dios, salí del cuerpo de guardia, muy satisfecho de -la estratagema empleada. Mi primera intención fue correr al cuarto -de Lesbia, no solo para devolverle la carta, sino para prevenirla -acerca del gran riesgo que su libertad corría; mas cuando subí, noté -que la<span class="pagenum" id="Page_219">p. 219</span> justicia -había invadido su vivienda. Era preciso huir de Palacio, donde corría -gran peligro de caer en poder del atroz licenciado, en cuanto este, -conferenciando con mi ama, descubriese mis estupendas mentiras. -Pies, ¿para qué os quiero? dije, y al punto subí precipitadamente a -mi caramanchón, cogí y empaqueté de cualquier modo mi ropa, y sin -despedirme de nadie salí del Palacio y del monasterio, resuelto a no -detenerme hasta Madrid.</p> - -<p>A pesar de mi zozobra, no quise partir sin provisiones, y habiéndome -surtido en la plaza del pueblo de lo más necesario, eché a andar, -volviendo a cada rato la vista, porque me parecía que el licenciado -caminaba detrás de mí. Hasta que no desapareció de mi vista la cúpula -y las torres del terrible monasterio no recobré la tranquilidad, y -después de dos horas de precipitada marcha, me aparté del camino, y -restauré mis fuerzas con pan, queso y uvas, seguro ya de que por el -momento las durísimas uñas del representante de la justicia no se -clavarían en mis hombros.</p> - -<p>En aquel rato de descanso y esparcimiento me reí a mis anchas, -recordando las mentiras que había empleado para salvarme; pero no me -remordía la conciencia por haberlas desembuchado con tanta largueza, -puesto que aquellos embustes, con los cuales no perjudicaba a la honra -de nadie, eran la única arma que me defendía contra una persecución -tan bárbara como injusta. Los trances difíciles aguzan el ingenio, -y en cuanto a mí, puedo<span class="pagenum" id="Page_220">p. -220</span> decir que antes de encontrarme en el que he referido, -jamás hubiera sido capaz de inventar tales desatinos. Bien dicen que -las circunstancias hacen al hombre tonto o discreto, aguzando el más -rústico entendimiento, u oscureciendo el que se precia de más claro.</p> - -<p>Más allá de Torrelodones encontré unos arrieros que por poco dinero -me dejaron montar en sus caballerías, y de este modo llegué a Madrid -cómodamente, ya muy avanzada la noche.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch20"> - <h2 class="nobreak g0">XX</h2> -</div> - -<p>Como era tarde, creí que no debía ir a casa de Inés hasta la mañana -siguiente, y entré en la de la González, que aún estaba levantada, y -como sin intención de recogerse todavía. Quedose muy asombrada al verme -entrar, y faltole tiempo para preguntarme lo que me había pasado, y si -había ocurrido alguna novedad a la señorita Amaranta. También quiso -saber lo de la famosa conjuración, asunto que según dijo, ocupaba la -atención de Madrid entero, y satisfecha su curiosidad en este y otros -puntos, me aseguró haber recibido una carta de Lesbia, en que le -anunciaba su viaje a la corte dentro de algunos días para acabar de -perfeccionarse en el papel de Edelmira.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_221">p. 221</span>Aunque el cansancio -me rendía, y más deseaba acostarme que hablar, le conté lo de la -carta y también el triste caso de la prisión de la duquesa. Pepita, -muy alterada con estas noticias, me rogó que le entregase la carta, a -lo cual me negué, jurando que la guardaría hasta que pudiera dársela -en propia mano a la misma persona de quien la recibí. Ella pareció -conformarse con mi negativa, y no hablamos más del asunto. Después le -dije que resuelto a aprender un oficio había abandonado a Amaranta para -regresar a la corte y me fui a acostar, deseando que llegase pronto la -mañana por ver a Inés. Excuso decir que dormí como un talego; levanteme -al día siguiente muy a prisa y mi primera impresión fue una gran -pesadumbre. Les contaré a ustedes: al vestirme busqué en mis ropas la -carta de Lesbia, y la carta no parecía. No quedó en mis bolsillos, ni -en mi breve equipaje escondrijo que no fuese revuelto; pero no encontré -nada. Muy afanado estaba, temiendo que la carta hubiese caído en manos -indiscretas, cuando le conté a mi ama lo que me pasaba, preguntándole -si había encontrado por el suelo la malhadada epístola. Entonces la -pícara, lanzando una carcajada de alegría, me contestó con la mayor -desvergüenza:</p> - -<p>—No la he encontrado, Gabrielillo, sino que anoche, luego que -te dormiste, entré en tu cuarto de puntillas, y saqué la carta del -bolsillo de tu chaqueta. Aquí la tengo, la he leído, y no la soltaré -por nada.</p> - -<p>Aquello me indignó sobremanera. Pedile<span class="pagenum" -id="Page_222">p. 222</span> la carta, diciéndole que mi honor me exigía -devolverla a su dueña, sin que nadie la leyera; mas ella me repuso que -yo no tenía honor que conservar, y que en cuanto a la carta, no la -devolvería, aunque le diesen tantos azotes como letras estaban escritas -en ella. Acto continuo me la leyó, y decía así, si mal no recuerdo:</p> - -<blockquote> - - <p>«Amado Juan: te perdono la ofensa y los desaires que me has hecho; - pero si quieres que crea en tu arrepentimiento, pruébamelo, viniendo - a cenar conmigo esta noche en mi cuarto, donde acabaré de disipar tus - infundados celos, haciéndote comprender que no he amado nunca, ni - puedo amar a Isidoro, ese salvaje, presumido comiquillo, a quien solo - he hablado alguna vez con objeto de divertirme con su necia pasión. - No faltes, si no quieres enfadar a tu —<i>Lesbia</i>.—P. D. No temas - que te prendan. Primero prenderán al Rey.»</p> - -</blockquote> - -<p>Leída la carta, la González se la guardó en el pecho, diciendo -entre risas y chistes, que ni por diez mil duros la devolvería. Todas -mis súplicas fueron inútiles, y al fin cansado de desgañitarme, salí -de la casa, muy apesadumbrado con aquel incidente; mas esperando -desvanecer mi mal humor con la vista de la infeliz Inés. Dirigime allá -muy conmovido, y al entrar por la calle, mirando a los balcones de su -casa, decía: «¡Cuán lejos estará ella de que yo acabo de doblar la -esquina y estoy en la calle! Estará sentada detrás de la cortinilla, y -aunque no tendría<span class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span> más -que asomarse un poco para verme, no me verá hasta que no entre en la -casa.»</p> - -<p>Llegué por fin, y desde que se me abrió la puerta comprendí que algo -grave pasaba allí; porque Inés no corrió a mi encuentro a pesar de las -fuertes voces que di al poner el pie dentro de la casa. Quien primero -me recibió fue el padre Celestino, con rostro tan demasiadamente -compungido, que no podía atribuirse su escualidez a la sola causa del -hambre.</p> - -<p>—Hijo mío, en mal hora vienes —me dijo—. Aquí tenemos una gran -desgracia. Mi hermana, la pobre Juana, se nos muere.</p> - -<p>—¿Pero Inés?</p> - -<p>—Buena: pero figúrate cómo estará la pobrecita con el ajetreo de -estos días. No se separa del lado de su madre, y si esto siguiera mucho -tiempo, creo que también se llevaría Dios al pobre angelito de mi -sobrina.</p> - -<p>—Bien le decíamos a la señora doña Juana que no trabajase tanto.</p> - -<p>—¿Y qué quieres, hijo mío? —respondió—. Ella mantenía la casa, -porque ya ves, todavía no me han dado el curato, ni la capellanía, ni -la coadjutoría, ni la ración, ni la beca, ni la congrua que me han -prometido, aunque tengo la seguridad de que a más tardar la semana que -entra se cumplirán mis deseos. Además, mi poema latino no hay librero -que lo quiera imprimir, aunque le den dinero encima, y aquí tienes la -situación. No sé qué va a ser de nosotros si mi hermana se muere.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_224">p. 224</span>Al decir esto, las -quijadas del pobre viejo se descoyuntaron en un bostezo descomunal que -me probó la magnitud de su hambre. Semejante espectáculo me oprimía el -corazón; pero afortunadamente yo tenía algún dinero de mis ahorros, y -además el doblón de Mañara, lo cual me permitía hacer una hombrada. -Echándome la mano al bolsillo, dije:</p> - -<p>—Señor cura, en celebración de la congrua que ha de recibir su -paternidad la semana que entra, le convido a chuletas.</p> - -<p>—No tengo gana —respondió haciendo alarde de aquella gentil -delicadeza que le caracterizaba—, y además, no quiero que gastes tus -ahorros; pero si quieres tú comerlas, que las traigan y aquí te las -aderezaremos.</p> - -<p>Al instante mandé a una vecina por la carne, y mientras venía, no -pudiendo contener mi impaciencia, me interné en busca de Inés. Hallela -en la habitación principal, no lejos de la cama de su madre, que dormía -profundamente.</p> - -<p>—Inesilla, Inesilla de mi corazón —dije corriendo a ella y dándole -media docena de abrazos.</p> - -<p>Por única respuesta Inés me señaló a la enferma, indicándome que no -hiciera ruido.</p> - -<p>—Tu madre se pondrá buena —le contesté en voz baja—. ¡Ay, Inesilla, -cuánto deseaba verte! Vengo a confesarte que soy un bruto, y que tú -tienes más talento que el mismo Salomón.</p> - -<p>Inés me miró sonriendo con serena tranquilidad, como si de antemano -hubiera sabido<span class="pagenum" id="Page_225">p. 225</span> que -yo vendría a hacer tales confesiones. Mi discreta y pobre amiga estaba -muy pálida por los insomnios y el trabajo; pero ¡cuánto más hermosa me -pareció que la terrible Amaranta! Todo había cambiado, y el equilibrio -de mis facultades estaba restablecido.</p> - -<p>—Mira, Inesilla —dije besándola las manos—, acertaste en todas -tus profecías. Estoy arrepentido de mi gran necedad, y he tenido la -suerte de encontrar pronto el desengaño. Bien dicen que los jóvenes nos -dejamos alucinar por sueños y fantasmas. Pero ¡ay! no todos tienen un -buen ángel como tú que les enseñe lo que han de hacer.</p> - -<p>—¿De modo que ya no le tendremos a usía de capitán general, ni de -virrey? —me dijo burlándose de mis locuras.</p> - -<p>—No, niñita; no estoy ya por los palacios ni por los uniformes. Si -vieras tú qué feas son ciertas cosas cuando se las ve de cerca. El que -quiere medrar en los palacios tiene que cometer mil bajezas contrarias -al honor, porque yo tengo también mi honor, sí señora... Nada, nada; -dejémonos de virreinatos y de bambollas. He sido un alma de cántaro; -pero bien dice el señor cura, tu tío, que la experiencia es una llama -que no alumbra sino quemando. Yo me he quemado vivo; pero ¡ay! hija, -¡si vieras cuánto he aprendido! Ya te contaré.</p> - -<p>—¿Y ya no vuelves allá?</p> - -<p>—No, señora; aquí me quedo, porque tengo un proyecto...</p> - -<p>—¿Otro proyecto?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_226">p. 226</span>—Sí; pero este te -ha de gustar, picarona. Voy a aprender un oficio. A ver cuál te parece -mejor. ¿Platero, ebanista, comerciante? Lo que tú quieras. Todo menos -el de criado.</p> - -<p>—Eso no está mal discurrido.</p> - -<p>—Pero detrás de este proyecto está otro mejor —dije gozando de un -modo indecible con aquel diálogo—. Sí, hijita; tengo el proyecto de -casarme con usted.</p> - -<p>La enferma hizo un movimiento, y entonces Inés, atendiendo a su -madre, no pudo dar contestación a mis vehementes palabras.</p> - -<p>—Yo tengo diez y seis años —continué—, tú quince; de modo que no hay -más que hablar. Aprenderé un oficio, en el cual pienso ganar pronto -muchísimo dinero, que tú irás guardando para nuestra boda. Verás, verás -qué bien vamos a estar. ¿Quieres, sí o no?</p> - -<p>—Gabriel —repuso en voz muy baja—, ahora somos muy pobres. Si me -quedo huérfana lo seremos mucho más. A mi tío no le darán nunca lo -que está esperando hace catorce años. ¿Qué va a ser de nosotros? Tú -no ganarás nada hasta que no pase algún tiempo: no pienses, pues, en -locuras.</p> - -<p>—Pero, tonta, dentro de cuatro años habré yo ganado más de lo que -peso. Entonces, para entonces... Mientras tanto, ya nos arreglaremos. -Para algo te ha dado Dios ese talento de doctora de la Iglesia que -tienes. Ahora conozco que sin ti no valgo nada, ni sirvo para nada.</p> - -<p>—Eso después que te reías de mí, cuando te decía: «Gabriel, vas por -mal camino.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_227">p. 227</span>—Tenías razón, -cordera. ¡Si vieras qué raro es el hombre por dentro, y cómo se -equivoca, y cómo ignora hasta lo mismo que le pasa! Cuando salí de aquí -creí que no te quería, y como aquella señora me tenía deslumbrado, -apenas me acordaba de ti. Pero no: te quería y te quiero más que a mi -vida, solo que a veces parece que se le ponen a uno telarañas en los -ojos que tenemos por dentro, y no vemos lo mismo que nos pasa en... -pues... por dentro. Y al mismo tiempo, queridita, tu carita se me venía -a la memoria, cuando, decidido a no ceder a los caprichos de aquella -dama endemoniada, pensaba que el hombre debe buscarse una fortuna por -medios honrosos.</p> - -<p>La enferma llamó a su hija, y nuestro dulce coloquio quedó -interrumpido. Pero tras el placer que había experimentado, -conferenciando con Inés, Dios me deparó el no menos grato de ver comer -las chuletas al padre Celestino, quien a pesar de la gran necesidad -que padecía, no las cató sin hacer mil remilgos, para poner a salvo su -dignidad y pundonor.</p> - -<p>—He almorzado hace un rato, Gabriel —dijo—; pero si te empeñas...</p> - -<p>Mientras comía recayó la conversación sobre los asuntos del -Escorial, y él, que no ocultaba su afición a Godoy, se expresó de este -modo:</p> - -<p>—Harán bien en extirpar de raíz la conjuración. Pues no es mala la -que tenían armada contra nuestros queridos Reyes y ese dignísimo<span -class="pagenum" id="Page_228">p. 228</span> Príncipe de la Paz, mi -paisano y amigo, protector de los menesterosos.</p> - -<p>—Pues la opinión general aquí, como en el Real Sitio —le contesté—, -es favorable al Príncipe Fernando, y todos acusan a Godoy de haber -fraguado esto para desacreditarle.</p> - -<p>—¡Pícaros, embusteros, rufianes! —exclamó furioso el clérigo—. -¿Qué saben ellos de eso? Si conocieran, como yo conozco, las intrigas -del partido fernandista... Descuiden que ya le contaré todo al señor -Príncipe de la Paz cuando vaya a darle las gracias por mi curato, lo -cual, según me ha dicho el oficial de la secretaría, no puede pasar -de la semana que entra. ¡Ah! Si tu conocieras al canónigo don Juan -de Escóiquiz, como le conozco yo... Aquí le tienen por un corderito -pascual, y es el bribón más grande que ha vestido sotana en el mundo. -¿Quién sino él se ha opuesto a que me den el curato? Y todo porque en -las oposiciones que hicimos en Zaragoza hace treinta y dos años, sobre -el tema <i>Utrum helemosinam</i>... no recuerdo lo demás... le dejé -bastante corrido. Desde entonces me ha tomado grande ojeriza. Cuando -estemos más despacio, Gabrielillo, te contaré las mil infames tretas -que ha empleado el arcediano de Alcaraz, para conquistar la voluntad -de su discípulo. ¡Ah! yo sé cosas muy gordas. Él es el alma de este -negocio; él ha urdido tan indigna trama; él ha estado en tratos con el -embajador de Francia, Mr. de Beauharnais, para entregar a Napoleón la -mitad de España,<span class="pagenum" id="Page_229">p. 229</span> con -tal que ponga en el Trono al Príncipe heredero, sí señor.</p> - -<p>—Pues oiga usted a todo el mundo —respondí—, y verá cómo al Sr. -Escóiquiz le ponen por esas nubes, mientras dicen mil picardías del -primer Ministro.</p> - -<p>—Envidia, chico, envidia. Es que todos le piden colocaciones, -destinos y prebendas, y como no los puede dar sino a las personas -decentes como yo, de aquí que la mayoría se queja, murmura, y ya -ves. ¿Y podrán negar que se le den multitud de cosas buenas, como la -protección a la enseñanza, la creación del seminario de caballeros -pajes, el fomento de la botánica, las escuelas de agricultura, los -jardines de aclimatación, la prohibición de enterrar en los templos, y -otras muchas reformas útiles, que aunque criticadas por los ignorantes, -ello es que son laudables y así ha de reconocerlo la posteridad? Cuando -estemos despacio te contaré otras cosas que te harán variar de opinión, -y si no, el tiempo. Yo bien sé que me arrastrarán los madrileños si -salgo por ahí diciendo estas cosas; pero amigo... <i>super omnia -veritas</i>.</p> - -<p>—Pues hablando de otra cosa —le dije—, aquí donde usted me ve, puede -que le haya conseguido un servidor el destinillo que pretendía.</p> - -<p>—¿Tú? ¿Qué puedes tú? Godoy quiere servirme: sí, él lo hará sin -necesidad de recomendaciones. Y a fe, hijo mío, que si no me colocan -pronto, y se muere Juana, lo vamos a pasar mal; pero muy mal.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_230">p. 230</span>—Pero doña Juana -tiene parientes ricos.</p> - -<p>—Sí, Mauro Requejo y su hermana Restituta, comerciantes de telas -en la calle de la Sal. Ya sabes que son avaros de aquellos de hártate -comilón con pasa y media. Jamás han hecho nada por sus parientes. La -pobre Inés no tiene que agradecerles ni un pañuelo.</p> - -<p>—¡Qué miserables!</p> - -<p>—Además, cuando yo me establecí en Madrid, hace catorce años, conocí -a ese Requejo. Juana estaba ya viuda, Inés era tamañita así, y tan -lindilla y tan amable como ahora. Pues bien: el primo de Juana, a quien -yo insté en cierta ocasión para que favoreciera a esta familia, me -dijo: «No puedo hacer nada por ellas, porque Juana ha renegado de sus -parientes; en cuanto a Inesilla estoy casi seguro de que no es de mi -sangre. Me han dicho que es una inclusera, a quien Juana ha recogido -haciéndola pasar por hija suya.» Pretexto, nada más que pretexto, para -disculpar su avaricia. No me fue posible convencer a aquel bárbaro, y -desde entonces no le he vuelto a ver.</p> - -<p>—¿De modo que no hay que contar con esa gente?</p> - -<p>—Como si no existieran.</p> - -<p>Estas palabras me llevaron a reflexionar sobre la suerte de aquella -infeliz familia. Hubiera deseado tener los tesoros de Creso para -ponérselos a Inés en el cestillo de la costura. Como nunca, sentí -entonces imperiosa y viva la primera necesidad del hombre honrado, -que está resuelto a no vender su conciencia.<span class="pagenum" -id="Page_231">p. 231</span> No tenía dinero... ¿Cómo adquirirlo?</p> - -<p>Fui otra vez al lado de Inés, a quien no podía menos de mostrar a -cada instante mi afecto vehemente; y después que conferenciamos otro -poco salí de casa, pensando en el ardid que emplearía para que el padre -Celestino recibiese, sin menoscabo en su dignidad, el doblón que me -dio Mañara, y diciendo entre mí a cada paso: «¡Maldito dinero! ¿Dónde -estás?»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch21"> - <h2 class="nobreak g0">XXI</h2> -</div> - -<p>Al entrar en casa de la González, esta acudió presurosa a mi -encuentro, y me causó sorpresa el verla muy alegre, con esa alegría -inquieta y febril de los niños, que ríen, cantan, golpean y destrozan -cuanto encuentran al paso. Mi ama me habló lo que después diré, y a -cada frase se interrumpía para cantar alguna tonada o estribillo de los -infinitos que enriquecían su repertorio de sainetes.</p> - -<p>—¿Qué pasa para tanta alegría, señora?</p> - -<p>—He tenido carta de la señora marquesa —me contestó—, la cual -viene mañana a preparar la función. Yo estoy encargada de dirigir la -escena.</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">Sal quiere el huevo</div> - <div class="verse indent0">y el demonio del gato</div> - <div class="verse indent0">vertió el salero.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p><span class="pagenum" id="Page_232">p. 232</span>—Buen provecho -—dije—. ¿Y qué cuenta de la señora Lesbia?</p> - -<p>—Que la pusieron en libertad a la media hora conociendo que nada -resultaba contra ella. También dejaron libre a D. Juan. Pronto les -tendremos aquí, y la función no se retrasará. ¡Qué placer! Yo dirijo la -escena.</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">Madre, y qué gusto</div> - <div class="verse indent0">es ver a dos gitanos</div> - <div class="verse indent0">trocar de burros.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>—Pues sea enhorabuena.</p> - -<p>—Pero hay un inconveniente, Gabriel —prosiguió—. Ya sabes que -ninguno de esos señores quiere hacer el papel de Pésaro por ser muy -desairado. Perico Rincón, mi compañero, dijo que lo haría, si le daban -mil reales; pero cátate que ha caído con una pulmonía, y si la función -es para el 6, no sé cómo nos compondremos. ¿Quieres tú hacer el papel -de Pésaro?</p> - -<p>—¡Yo, yo representar! —exclamé con espanto—. No quiero ser -cómico.</p> - -<p>—Pero representas de aficionado, tontuelo, y el honor de salir a -las tablas en un teatro como el de la marquesa es tal, que muchos -currutacos se desvivirían por obtenerlo. ¡Y yo dirijo la escena!</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">En mi casa me dicen</div> - <div class="verse indent0">que soy usía, que soy usía,</div> - <div class="verse indent0">porque amo a un escribiente</div> - <div class="verse indent0">de lotería.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0">Conque, chico, vas a aprender ese papel; que aunque es -superior a tu edad, con unas<span class="pagenum" id="Page_233">p. -233</span> barbas postizas, arregladas por mí, y teniendo tú cuidado -de ahuecar la voz, quedarás que ni pintado. Además, no olvides que -la señora marquesa ha ofrecido dos mil reales a todas las partes de -por medio que trabajan en esta representación. Juanica, que hace de -Hermancia, no cobra más que mil.</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">La noche de San Pedro</div> - <div class="verse indent0">te puse un ramo</div> - <div class="verse indent0">y amaneció florido</div> - <div class="verse indent0">como mil mayos.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0">¿Conque aceptas, chiquillo, sí o no?</p> - -<p>No pude menos de discurrir que sería muy tonto si renunciaba a -poseer aquellos dineros, que me venían como anillo al dedo para ofrecer -a Inés un auxilio en su tribulación. Sin embargo, me repugnaba el -oficio de cómico, y más aún la idea de verme nuevamente entre personas -a quienes había cobrado cierta repugnancia. Con todo, después de pesar -los inconvenientes y las ventajas, me decidí al fin, y hasta (debo -confesarlo) el pícaro demonio de la vanidad intentó de nuevo asaltar -mi alma poniendo ante los ojos de mi imaginación la honra, el lustro, -el tono que me daría alternando con tanta gente aristocrática en -aquellas magníficas salas cuyas alfombras no era dado pisar a todos los -mortales. Pero lo que principalmente me indujo a aceptar fue el premio -ofrecido, que era para mí una cantidad fabulosa, un sueño de oro.</p> - -<p>«La Providencia divina me envía esos dos mil reales que son diez -duros, y otros<span class="pagenum" id="Page_234">p. 234</span> diez, -y otros diez, y otros diez, etc... ¡quiá! si no se pueden contar. Buen -tonto seré si no los cojo.»</p> - -<p>Dejé a mi ama, que al retirarme yo cantaba:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">Alons, madamusella,</div> - <div class="verse indent0">asamble reunión</div> - <div class="verse indent0">a tour de la butella</div> - <div class="verse indent0">ferán le rigodón.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>Y volví a casa de Inés, a quien participé la riqueza que me -aguardaba, prometiendo regalársela. Pasé allí largas horas entristecido -por el espectáculo que ofrecía la pobre y enferma doña Juana, cada -vez más empeorada. Al salir a la calle, y cuando pasaba junto al -gran portal, vi que de un enorme carro sacaban telones pintados y -otros aparatos de teatro, los cuales trastos venían, según me dijo el -portero, de casa de D. Francisco Goya.</p> - -<p>—Dentro de tres o cuatro días —añadió— es la función. Ya es seguro -que vendrá la señora duquesa a hacer el papel de Edelmira.</p> - -<p>Oído esto, me retiré pensando en que tal vez alcanzaría un triunfo -escénico si tenía serenidad suficiente para no asustarme ante público -tan distinguido.</p> - -<p>Los ensayos de mi papel empezaron con gran actividad, y el mismo -Isidoro me dio varias lecciones, haciéndome declamar trozo a trozo los -principales y más difíciles pasajes. Entonces pude comprender mejor -que nunca el violento y arrebatado carácter del célebre actor, pues -cuando yo no aprendía un verso tan pronto y tan bien como él deseaba se -enfurecía,<span class="pagenum" id="Page_235">p. 235</span> llamándome -torpe, necio, estúpido, sin omitir otros calificativos algo más duros -y mal sonantes. Ensayando, tuve muy presente la máxima que corría muy -válida entre los cómicos del Príncipe, y era que, representando con -Máiquez, convenía trabajar bien, aunque no demasiado bien, pues en este -caso el gran maestro se enojaba tanto como en el caso contrario.</p> - -<p>A vuelta de dos o tres días de trabajo ya sabía regularmente mi -parte, siendo mi principal empeño declamar bien el parlamento de -salida, cuando el dux de Venecia me dice:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent0">Insigne amigo del valiente Otelo.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>Hubo un ensayo general, a que asistieron todos, menos Lesbia, -y me parece que no lo hice mal. Por mí la representación no debía -retrasarse, y el día 5 ya recitaba del principio al fin mi papel sin -que se me escapara un verso. Según me dijo mi ama, la señora duquesa -había venido del Escorial el 4 por la noche.</p> - -<p>—De modo que nada falta ya.</p> - -<p>—Nada —me contestó con la bulliciosa jovialidad que la afectaba por -aquellos días—. ¡Y yo dirijo la escena!</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">Donde yo campo</div> - <div class="verse indent0">nenguno campa.</div> - <div class="verse indent2">A bailar el bolero</div> - <div class="verse indent0">y asar castañas,</div> - <div class="verse indent0">apuesto a todo el orbe</div> - <div class="verse indent0">con la más guapa.</div> - <div class="verse indent2"><span class="pagenum" id="Page_236">p. 236</span>Dale que dale,</div> - <div class="verse indent0">suenen las castañetas</div> - <div class="verse indent0">rabie quien rabie.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>Llegó por fin el día señalado, y desde por la mañana muy temprano -me puse en ejercicio, corriendo de aquí para allí en busca de mil -cosas que mi antigua ama necesitaba. Los afeites de la calle del -Desengaño, los trajes pintados en la de la Reina, las telas y cintas, -cotonías, muselinetas, pañuelos salpicados de doña Ambrosia de los -Linos, todo se puso en movimiento para dar cumplida satisfacción a los -caprichos de Pepita. Debo advertir que aunque esta no trabajaba más -que como directora de escena en la tragedia <i>Otello</i>, cantaba en -el intermedio una graciosa tonadilla; y por fin de fiesta el sainete -titulado <i>La venganza del Zurdillo</i>, del buen Cruz, corría también -por cuenta de aquella. Mientras desempeñaba yo por Madrid tantas y tan -diferentes comisiones, iba recitando de memoria los versos de la parte -de Pésaro, y cuando se me trascordaba algún pasaje, sacaba el papel del -bolsillo, y metido en un portal, leía en voz alta, llamando la atención -de los transeúntes.</p> - -<p>Durante mi largo paseo por la villa, noté grande agitación. La gente -se detenía formando grupos, donde se hablaba con calor; y en alguno -de estos no faltaba quien leyese un papel, que al punto conocí era la -<i>Gaceta de Madrid</i>. En la tienda de doña Ambrosia encontré ¡oh -rara e inexplicable casualidad! a D. Lino Paniagua y a D. Anatolio, -el papelista<span class="pagenum" id="Page_237">p. 237</span> -de enfrente, cuyos personajes no ocultaban su inquietud por los -acontecimientos del día.</p> - -<p>—Ya me esperaba yo tan inaudita perfidia —dijo este último—. ¡Cómo -se ve en este decreto la mano alevosa del <i>choricero</i>!</p> - -<p>—Pero léanos usted de una vez el decreto —dijo doña Ambrosia—, -aunque sin oírle ya sé que el Sr. Godoy nos habrá hecho una nueva -trastada.</p> - -<p>—No es más —continuó el papelista— sino que se han ido a la prisión -del Príncipe, y poniéndole una pistola al pecho, le han obligado a -escribir estas herejías; sí, señores, porque es imposible que un joven -tan caballeroso, tan honrado y de tan buen entendimiento como es el -hijo de nuestros reyes, se rebaje y se humille hasta el extremo de -pedir perdón como un chico de escuela, y de acusar tan villanamente a -los que le han ayudado.</p> - -<p>—Pero lea usted, Sr. D. Anatolio.</p> - -<p>Entonces D. Anatolio limpió el gaznate, y con tono de pedagogo leyó -el famoso decreto de 5 de noviembre, que dice así:</p> - -<blockquote> - - <p>«<i>La voz de la naturaleza desarma el brazo de la venganza, y - cuando la inadvertencia reclama la piedad, no puede negarse a ello un - padre amoroso...</i>»</p> - -</blockquote> - -<p>Lo notable de este decreto, en que se anunciaba a la nación el -arrepentimiento del Príncipe conspirador, eran las dos cartas que él -había dirigido a la Reina y al Rey, y que casi puedo trascribir aquí -sin echar mano de la historia, donde están para <i>in æternum</i><span -class="pagenum" id="Page_238">p. 238</span> consignadas, porque las -recuerdo muy bien; tan originales y gráficos eran el lenguaje y tono en -que estaban escritas. Decía así la primera:</p> - -<blockquote> - - <p>«Papá mío: he delinquido, he faltado a V. M. como Rey y como - padre; pero me arrepiento y ofrezco a V. M. la obediencia más - humilde. Nada debía hacer sin noticia de V. M., pero fui sorprendido. - He delatado a los culpables, y pido a V. M. me perdone por haberle - mentido la otra noche, permitiendo besar sus reales pies a su - reconocido hijo, —<i>Fernando</i>.»</p> - -</blockquote> - -<p>La segunda era como sigue:</p> - -<blockquote> - - <p>«Mamá mía: estoy arrepentido del grandísimo delito que he cometido - contra mis padres y reyes, y así con la mayor humildad le pido a V. - M. se digne interceder con papá, para que permita ir a besar sus - reales pies a su reconocido hijo, —<i>Fernando</i>.»</p> - -</blockquote> - -<p>En estas cartas aparecía el pobre Príncipe como el más despreciable -de los seres, pues demostrando no tener ni asomo de dignidad en la -desgracia, confesaba que <i>había mentido</i>, y después de <i>delatar -a los culpables</i>, pedía perdón a sus papás, como un niño de seis -años que ha roto una escudilla. Pero entonces los honrados y crédulos -burgueses de Madrid no comprendían que ocurriera nada malo sin que -fuera causado por el atrevido Príncipe de la Paz, y hasta las malas -cosechas, los pedriscos, los naufragios, la fiebre amarilla y cuantas -calamidades podía enviar el cielo sobre la península, se atribuían -al favorito.<span class="pagenum" id="Page_239">p. 239</span> Así -es que nadie veía en las citadas cartas una manifestación espontánea -del Príncipe, sino antes bien una denigrante confesión arrancada por -sus carceleros, para ponerle en ridículo a los ojos del país entero. -Si esta fue la intención de la corte, produjo efecto muy contrario -al que se proponían, pues conocido el decreto, el público se puso de -parte del prisionero, y abrumó al valido con su ardiente maledicencia, -suponiéndole autor, no solo del decreto, sino de las cartas.</p> - -<p>—¿Necesita esto comentarios? —dijo don Anatolio, dejando la -<i>Gaceta</i> sobre el mostrador.</p> - -<p>—Pues yo —dijo doña Ambrosia— quisiera estar oyendo por el agujero -de una llave lo que dice Napoleón de todas estas cosas.</p> - -<p>—Eso —indicó con malicioso gesto don Anatolio— no necesitamos oírlo, -pues bien claro es que ya tiene decidido quitar del trono a los reyes -padres, para ponernos en él a nuestro Príncipe querido. Sí... que no -sabrá hacerlo en menos que canta un gallo el buen señor.</p> - -<p>—¡Qué escándalo! —exclamó con timidez D. Lino Paniagua—. Y eso -se dice en voz alta, donde pudieran oírlo personas allegadas al -gobierno.</p> - -<p>—¡Bah, bah! —respondió el papelista—. Amigo D. Lino, esto se va por -la posta. Dentro de un mes no queda aquí ni rastro de <i>choricero</i>, -ni reyes padres, ni escándalos, ni picardías, ni otras cosas que callo -por respeto a la nación.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_240">p. 240</span>—Ojalá tenga usted -boca de ángel, señor D. Anatolio —añadió la tendera—, y quiera Dios -tocarle pronto en el corazón al señor de Bonaparte, para que venga a -arreglar las cosas de España.</p> - -<p>El abate D. Lino no quiso oír más y se marchó; despacháronme a mí, y -allí quedaron ambos comerciantes arreglando los asuntos de España.</p> - -<p>No quise entrar en casa sin hablar un poco con Pacorro Chinitas, que -estaba en su sitio de costumbre, afilando cuchillos y tijeras.</p> - -<p>—¡Hola, Chinitas! —le dije—. ¡Cuánto tiempo que no nos vemos! Anda -la gente muy alarmada por ahí.</p> - -<p>—Sí: la <i>Gaceta</i> trae hoy no sé qué papel. En la tienda -del buñolero le oí leer y decían todos que era preciso colgar al -<i>choricero</i> por los pies.</p> - -<p>—¿De modo que creen ha sido escrito por él?</p> - -<p>—¿Y a mí qué más me da? —respondió incorporándose—. Lo que digo es -que todos son buenas piezas, y si no vengan acá. Dicen que el ministro -sacó de su cabeza esas cartas y obligó al Príncipe a firmarlas. ¿Pues -para qué las firmó? ¿Es acaso algún niño que todavía está en planas -de primera? ¿No tiene veintitrés años? Pues con veintitrés años a la -espalda se puede saber lo que se firma y lo que no se firma.</p> - -<p>Las razones de Chinitas me parecían de un buen sentido -incontestable.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_241">p. 241</span>—Aunque no sabes -leer ni escribir —le dije—, me parece, Chinitas, que tú tienes más -talento que un papa.</p> - -<p>—Pues los tenderos, los frailes, los currutacos, los usías, los -abates, los covachuelistas y toda esa gente que anda por ahí, están muy -entusiasmados creyendo que Napoleón va a venir a poner al Príncipe en -el trono. Dios nos la depare buena.</p> - -<p>—Y tú, ¿qué crees, insigne amolador...?</p> - -<p>—Creo que somos unos archipámpanos si nos fiamos de Napoleón. Este -hombre que ha conquistado la Europa como quien no dice nada, ¿no tendrá -ganillas de echarle la zarpa a la mejor tierra del mundo, que es -España, cuando vea que los reyes y los príncipes que la gobiernan andan -a la greña como mozas del partido? Él dirá y con razón: «Pues a esa -gente me la como yo con tres regimientos.» Ya ha metido en España más -de veinte mil hombres. Ya verás, ya verás, Gabrielillo, lo que te digo. -Aquí vamos a ver cosas gordas, y es preciso que estemos preparados, -porque de nuestros reyes nada se debe esperar y todo lo hemos de hacer -nosotros.</p> - -<p>Mucho meollo encerraban, como conocí más tarde, estas palabras, las -últimas que en aquella ocasión oí a Pacorro Chinitas. Él solo había -previsto los acontecimientos con ojo seguro, y en cambio el héroe del -siglo, que conocía a España por sus reyes, por sus ministros y por sus -usías, quería saberlo todo y no sabía nada. Su equivocación acerca del -país que iba a conquistar se explica fácilmente:<span class="pagenum" -id="Page_242">p. 242</span> supo sin duda lo que decían doña Ambrosia, -D. Anatolio, el hortera, el padre Salmón y otros personajes; pero ¡ay! -no oyó hablar al amolador.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch22"> - <h2 class="nobreak g0">XXII</h2> -</div> - -<p>Llegó la noche y la función de la marquesa era preparada con mucha -actividad. Cuando dejé las ropas de mi ama en el cuarto que se le había -destinado para vestirse, por la escalera pequeña subí al sotabanco, y -encontré a Inés muy apesadumbrada porque los dolores de la enferma se -habían recrudecido y mostraba la buena mujer mucha inquietud. Yo estuve -allí para consolar a mi amiga y a su buen tío todo el tiempo de que -pude disponer; pero al fin me fue forzoso abandonarlos, y bajé a casa -de la marquesa muy afligido.</p> - -<p>Describiré aquella hermosa mansión para que ustedes puedan formarse -idea de su esplendor en tan célebre noche. D. Francisco Goya había sido -encargado del ornato de la casa, y casi es excusado elogiar lo que -corría por cuenta de tan sabio maestro. Desde el recibimiento hasta la -sala había adornado las paredes con guirnaldas de flores y festones de -ramaje, hechas aquella con papel y estos con hojas de encina, ambas -obras tan perfectas,<span class="pagenum" id="Page_243">p. 243</span> -que nada más bello podía apetecer la vista. Las lámparas y candelillas -habían sido puestas con mucho arte, también en forma de guirnaldas y -festones de diversos colores, y su vivo resplandor daba fantástico -aspecto a la casa toda.</p> - -<p>El primer salón, de cuyas paredes las modas nuevas no habían -desterrado aún aquellos hermosos tapices, que pasaban de generación a -generación, entre los tesoros vinculados, no perdía con tan espléndidas -luminarias su grave aspecto; antes bien, las luces, dando extraños -reflejos a las armaduras de cuerpo entero que ocupaban los ángulos, -visera calada y lanza en mano, como centinelas de acero, parecían -imprimir el movimiento y el calor de la vida a los imaginarios cuerpos -que se suponían dentro de ellas. Alegres cuadros de toros disipaban -la tristeza producida en el ánimo por otros, en cuyo oscuros lienzos -habían sido retratados dos siglos antes por Pantoja de la Cruz o por -Sánchez Coello, hasta una docena de personajes ceñudos y sombríos, -conquistadores de medio mundo.</p> - -<p>Con estas joyas del arte nacional contrastaban notoriamente los -muebles recién introducidos por el gusto neoclásico de la revolución -francesa, y no puedo detenerme a describiros las formas griegas, -los grupos mitológicos, las figuras de Hora o de Neira o de Hermes, -que relucían sobre los relojes, al pie de los candelabros y en las -asas de los vasos de flores sus académicas actitudes. Todos aquellos -dioses menores, que jabelgados<span class="pagenum" id="Page_244">p. -244</span> de oro, renovaban dentro de los palacios los esplendores del -viejo Olimpo, no se avenían muy bien con la desenvoltura de los toreros -y las majas que el pincel y el telar habían representado con profusión -en tapices y cuadros; pero la mayor parte de las personas no paraban -mientes en esta inarmonía.</p> - -<p>El salón donde estaba el teatro era el más alegre. Goya había -pintado habilísimamente el telón y el marco que componían el -frontispicio. El Apolo que tocaba no sé si lira o guitarra en el -centro del lienzo, era un majo muy garboso, y a su lado nueve manolas -lindísimas demostraban en sus atributos y posiciones que el gran -artista se había acordado de las musas. Aquel grupo era encantador, -pero al mismo tiempo la más aguda y chistosa sátira que echó al mundo -con sus mágicos colores D. Francisco Goya; porque hasta el buen Pegaso -estaba representado por un poderoso alazán cordobés que, cubierto de -arreos comunes, brincaba en segundo término. En el marco menudeaban los -amorcillos, copiados con mucho donaire de los pilluelos del Rastro. -No era aquella la primera vez que el autor de los <i>Caprichos</i> se -burlaba del Parnaso.</p> - -<p>Pero dejemos los salones y penetremos entre bastidores, donde el -movimiento y la confusión eran tales que no nos podíamos revolver. Se -habían dispuesto varios cuartos para que los actores se vistieran: a -Máiquez se señaló uno, otro a mi ama, y en el tercero nos vestíamos, -sin distinción de sexos, todos los demás representantes venidos del -teatro.<span class="pagenum" id="Page_245">p. 245</span> Lesbia -tenía por tocador el mismo de la señora marquesa, y los dos galanes -aficionados se vestían en las habitaciones del amo de la casa. Creo que -yo fui el primero que se arregló, trocándome de festivo Gabrielillo en -el sombrío Pésaro, que es el Yago de la inmortal tragedia. El traje -que me pusieron creo que no pertenecía a época alguna de la historia, -y era como todos los que usaron los malos cómicos en las pasadas -edades. Hubiera servido para hacer de paje; pero con las barbas que me -aplicaron a las quijadas, me trasformé de tal modo, que los sastres -allí presentes me dieron por el más tétrico y espantable traidor que -había salido de sus manos.</p> - -<p>Mientras se vestían los demás, di un paseo por el escenario, -entreteniéndome en mirar al través de los agujeros del telón la -vistosa concurrencia que ya invadía la sala. A quien primero vi fue al -joven Mañara, sentado en primera fila junto al telón. Luego advertí -que hombres y mujeres dirigieron la vista a la puerta principal, -apartándose para dar paso a alguna persona que en aquel momento -entraba, y cuya presencia produjo en el alegre concurso general -silencio, seguido después de un murmullo de admiración. Una mujer -arrogante y hermosísima entró en la sala y avanzaba hacia el centro -recibiendo los saludos de amigos y amigas. Vestía de blanco, con uno -de aquellos trajes ligeros y ceñidos, que llamaban <i>volúbilis</i>, -llevando sobre el pecho una banda de rosas que la moda designaba con -el nombre de <i>croissures à la<span class="pagenum" id="Page_246">p. -246</span> victime</i>. Su peinado, de estilo griego, era el que -en la tecnología del arte capilar se llamaba entonces <i>toilette -Iphigénie</i>. A su hermosura, a la belleza de su vestido, daba mayor -realce la artística profusión de diamantes que encendían mil luces -microscópicas en su cabeza y en su seno. ¿Necesitaré decir que era -Amaranta?</p> - -<p>Viéndola no tardaron en encenderse dentro de mí, en los oscuros -centros de la imaginación aquellos fuegos vaporosos y tenues, que -se me representan como si una llama alcohólica bailase caracoleando -dentro de mi cerebro. Mientras la contemplaba, no traje a la memoria -el envilecimiento en que habría caído siguiendo en su servicio. -Su hermosura era tan hechicera, tan abrumadora; su actitud tan -orgullosamente noble, el imperio de sus miradas tan irresistible y -despótico, que valía la pena de doblar por un momento la terrible -hoja que yo había leído en el libro de su misterioso carácter. Con -tal fijeza la miraba, que parecía clavado tras el telón: mis ojos -trataban de buscar el rayo de los suyos, seguían los movimientos de su -cabeza, y observándole las facciones y el casi imperceptible modular -de sus labios, querían adivinar cuáles eran sus palabras, cuáles sus -pensamientos en aquel instante. Dentro de poco se alzaría el telón; -en mí se fijarían las miradas de toda aquella brillante muchedumbre -y especialmente de Amaranta; atenderían a mis estudiadas palabras; y -el desarrollo de la acción en que yo tomaba parte, despertaría<span -class="pagenum" id="Page_247">p. 247</span> sin duda la sensibilidad, -el interés, el entusiasmo de tan escogido auditorio. Estos -razonamientos fueron el aguijón que acabó de despabilar la adormecida -vanidad dentro de mí, y lleno de los más necios humos pensé que hacerse -aplaudir de tantas señoras y caballeros era una gloria cuyos rayos -debían proyectar clarísima luz sobre la vida entera.</p> - -<p>La orquesta, comenzando de improviso la sonata que había de preceder -a la representación, hizo llegar al último grado la excitación de mi -cerebro. La sangre circulaba velozmente por mis venas, dándome una -actividad devoradora; y me ocurrió que tener una casa como aquella, -convidar a tantos y tan nobles amigos, recibir, obsequiar a tal -conjunto de bellas damas, debía ser la mayor satisfacción concedida al -mortal sobre la tierra. Pero la tragedia iba a empezar; el apuntador -estaba en la concha, Isidoro había salido de su cuarto, y la misma -Lesbia, menos asustada de lo que yo suponía, se preparaba a salir a -la escena. Esto me distrajo y ya no sentí sino miedo. Pasaron algunos -minutos y se alzó el telón.</p> - -<p>La tragedia <i>Otello o el Moro de Venecia</i> era una detestable -traducción, que D. Teodoro La Calle había hecho del Otello de Ducis, -arreglo muy desgraciado del drama de Shakespeare. A pesar de la inmensa -escala descendente que aquella gran obra había recorrido desde la -eminente cumbre del poeta inglés hasta la bajísima sima del traductor -español, conservaba siempre los elementos<span class="pagenum" -id="Page_248">p. 248</span> dramáticos de su origen, y la impresión -que ejercía sobre el público era asombrosa. Supongo que todos ustedes -conocerán la tragedia primitiva, y así me costará poco darles a conocer -las variantes. Los personajes estaban reducidos a siete. Otelo era el -mismo. Los caracteres de Casio y Roderigo habían sido fundidos en una -figura de segundo término llamada Loredano, que se presentaba como hijo -del Dux. El senador Brabantio era Odalberto y tenía más intervención -en la fábula. Desdémona no había cambiado más que de nombre, pues se -llamaba Edelmira; Emilia se trocaba en Hermancia, y Yago, el traidor -y falso amigo del moro, tenía por nombre Pésaro. La acción estaba muy -simplificada, y los recursos escénicos del pañuelo habían desaparecido, -sustituyéndolos con una diadema y una carta, que debían pasar de las -manos de Edelmira a las de Loredano para que adquiridas luego por -Pésaro y presentadas a Otelo, confirmaran la calumnia de aquel. Pero -aparte de estas modificaciones y del estilo, y de la expresión y -energía de los afectos que desde la obra inglesa a la española ponían -tanta distancia como del cielo a la tierra, el drama en su estructura -íntima era el mismo, y sus escenas se repartían igualmente en cinco -actos. Para abreviar intermedios, Máiquez dispuso que en aquella -representación se reuniesen los actos segundo y tercero, y el cuarto -con el quinto, de modo que la obra quedó en tres jornadas.</p> - -<p>En la segunda escena, después que el Dux<span class="pagenum" -id="Page_249">p. 249</span> recitó algunos versos, me correspondía -salir a mí, haciendo en un parlamento no muy largo la relación de los -triunfos militares de Otelo. Con voz muy temblorosa dije los primeros -versos.</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent0">¡Que no hayan sido vuestros mismos ojos</div> - <div class="verse indent0">fieles testigos de su ardor bizarro!</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>Pero me fui reponiendo poco a poco, y la verdad es que no lo hice -tan mal, aunque no corresponda a mi pluma el describirlo. Después -entraban en escena Otelo y más tarde Edelmira. Nada puedo deciros de la -perfección con que Isidoro dijo ante el senado, el modo y manera con -que encendió la llama amorosa en el corazón de Edelmira; y en cuanto a -esta, debo desde luego señalarla como consumada actriz, porque en la -misma escena ante el senado, declamó con una sensibilidad que habría -envidiado Rita Luna.</p> - -<p>En el primer entreacto debían recitar versos Moratín, Arriaza y -Vargas Ponce. El escenario se había llenado de personajes que deseaban -felicitar a la triunfante Edelmira. Allí vi al diplomático, que no -había desistido al parecer de hacer la corte a mi ama, pues corrió -presuroso tras ella, diciéndole:</p> - -<p>—Puede usted estar segura, adorada Pepita, que <i>nuestra pasión</i> -quedará en secreto, pues ya se conoce mi reserva en estas delicadísimas -materias.</p> - -<p>Junto con él había subido al escenario D. Leandro Moratín, el cual -era entonces un hombre como de cuarenta y cinco años, pálido<span -class="pagenum" id="Page_250">p. 250</span> y serio, de mediana -estatura, dulce y apagada voz, con cierta expresión biliosa en su -semblante, como hombre a quien entristece la hipocondría e inquieta -el recelo. En sus conversaciones era siempre mucho menos festivo que -en sus escritos; pero tenía semejanza con estos por la serenidad -inalterable en las sátiras más crueles, por el comedimiento, el -aticismo, cierta urbanidad solapada e irónica, y la estudiada llaneza -de sus conceptos. Nadie le puede quitar la gloria de haber restaurado -la comedia española, y <i>El sí de las niñas</i>, en cuyo estreno -tuve, como he dicho, parte tan principal, me ha parecido siempre una -de las obras más acabadas del ingenio. Como hombre, tiene en su abono -la fidelidad que guardó al Príncipe de la Paz, cuando era moda hacer -leña de este gran árbol caído. Verdad es que el poeta vivió y medró -bastante a la sombra de aquel cuando estaba en pie y podía cubrir -a muchos con sus frondosas ramas. Si mi opinión pudiera servir de -algo, no vacilaría en poner a D. Leandro entre los primeros prosistas -castellanos; pero su poesía me ha parecido siempre, exceptuando algunas -composiciones ligeras, un artificioso tejido, o mejor, un clavazón -de durísimos versos, a quienes no pueden dar flexibilidad y brillo -todos los martillos de la retórica. Moratín además, en materia de -principios literarios, tenía toda la ciencia de su época, que no era -mucha; pero aun así, más le hubiera valido emplearla en componer mayor -número de obras, que no en señalar con tanta<span class="pagenum" -id="Page_251">p. 251</span> insistencia las faltas de los demás. Murió -en 1828, y en sus cartas y papeles no hay indicio de que conociera a -Byron, a Goethe y Schiller, de modo que bajó al sepulcro creyendo que -Goldoni era el primer poeta de su tiempo.</p> - -<p>Pido mil perdones por esta digresión, y sigo contando. En el -escenario leía Moratín el romance <i>Cosas pretenden de mí</i>, que -hizo reír a los concurrentes, porque en él pintaba con mucha gracia la -perplejidad en que le ponían sus amigos y sus detractores. El romance -era a cada momento interrumpido con afectuosas palmadas, especialmente -al llegar al pasaje en que está la conversación de los pedantes; ¿pero -quién negará que en aquella composición Moratín no hace otra cosa que -una apoteosis de su persona?</p> - -<p>Dejemos al grande ingenio asfixiándose en el humo de los plácemes -más lisonjeros, y sigamos la intriga del drama que iba a representarse -entre bastidores, no menos patético que el comenzado sobre las tablas y -ante el público.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch23"> - <h2 class="nobreak g0">XXIII</h2> -</div> - -<p>Al concluir el primer acto, y cuando aún no habían comenzado los -poetas a recitar sus versos, sorprendí a Isidoro en conversación -muy viva con Lesbia. Aunque hablaban en<span class="pagenum" -id="Page_252">p. 252</span> voz baja, me pareció oír en boca del actor -algunas recriminaciones y preguntas del tono más enérgico, y creí -advertir en el rostro de la dama cierta confusión o aturdimiento. -Cuando se separaron, mi desgracia quiso que Lesbia encarase conmigo, -interpelándome de este modo:</p> - -<p>—¡Ah, Gabriel! Buena ocasión de hablarte a solas. Ya podrás -figurarte para qué. He estado llena de inquietud desde que supe que -había sido presa la persona...</p> - -<p>—¡Ah! usía se refiere a la carta —dije atusándome los bigotes -postizos para disimular mi turbación.</p> - -<p>—Supongo que no iría a manos extrañas. Supongo que la guardarías, y -que la habrás traído esta noche para devolvérmela.</p> - -<p>—No señora, no la he traído; pero la buscaré... es decir...</p> - -<p>—¡Cómo! —exclamó con mucha inquietud—, ¿la has perdido?</p> - -<p>—No señora... quiero decir. La tengo allí... solo que yo... —fue la -única respuesta que se me vino a las mientes.</p> - -<p>—Confío en tu discreción y en tu honradez —dijo con mucha seriedad—, -y espero la carta.</p> - -<p>Sin añadir una palabra más se retiró, dejándome entristecido por -el grave compromiso en que me encontraba. Hice propósito de pedir -nuevamente a mi ama que me devolviese la carta, y con esta idea la -llamé aparte como si fuese a confiarle un secreto, y le supliqué del -modo más enfático que me diese<span class="pagenum" id="Page_253">p. -253</span> aquel malhadado objeto, cuya devolución era para mí un -caso de honra. Ella se mostró sorprendida, y luego se echó a reír, -diciendo:</p> - -<p>—Ya no me acordaba de tu carta. No sé dónde está.</p> - -<p>Comenzó el segundo acto, que no me ocupaba más que durante una -escena, y concluida esta, me retiré al interior del teatro resuelto a -poner en práctica un atrevido pensamiento. Consistía este en hacer una -requisa en el cuarto de mi ama, mientras esta se hallase fuera. Cuando -la González me quitó la carta, recién venido del Escorial, advertí -que la guardó en el bolsillo de su traje. Aquel traje era el mismo -que había traído a casa de la marquesa; mas habiéndose mudado para -la representación de la tonadilla, se lo quitó, y estaba colgado con -otras muchas prendas, tales como mantón, chal, enaguas, etc., en una -percha puesta al efecto sobre la pared del fondo. Era preciso registrar -aquellas ropas. Mi ama, que dirigía la escena, y era la que indicaba -las salidas, disponiéndolo todo, no vendría. Yo había quedado libre por -todo el acto segundo. Tenía tiempo y coyuntura a propósito para lograr -mi objeto, y semejante acción no me parecía muy vituperable, porque -mi fin era recobrar por sorpresa, lo que por sorpresa se me había -quitado.</p> - -<p>Hícelo así, y con tanta cautela como rapidez registré los bolsillos -del traje, de los cuales saqué mil baratijas, aunque no lo que tan -afanosamente buscaba. Ya había perdido la esperanza de conseguir mi -objeto, y casi estaba<span class="pagenum" id="Page_254">p. 254</span> -dispuesto a creer que la carta no volvía a mis manos por hallarse -demasiado guardada o quizás rota y perdida, cuando sentí acelerados -pasos que se acercaban al cuarto. Temiendo que ella me sorprendiera -en tan fea ocupación, y no siéndome posible escapar, me oculté bajo -la percha y tras los vestidos, cuyas faldas me ofrecían el más seguro -escondite. Casi en el mismo instante entraron Lesbia e Isidoro. Aquella -cerró la puerta y ambos se sentaron.</p> - -<p>Desde mi escondrijo les veía perfectamente. Máiquez en su traje de -Otelo parecía una figura antigua, que animada por misterioso agente, se -había desprendido del cuadro en que la grabara con los más calientes -colores el pincel veneciano. La tinta oscura con que tenía pintado -el rostro fingiendo la tez africana, aumentaba la expresión de sus -grandes ojos, la intensidad de su mirada, la blancura de sus dientes, -y la elocuencia de sus facciones. Un airoso turbante blanco y rojo, -sobre cuya tela se cruzaban filas de engastados diamantes, le cubría -la cabeza. Collares de ámbar y de gruesas perlas daban vueltas en su -negro cuello y desde los hombros hasta el tobillo le cubría un luengo -traje talar de tisú de oro, ceñido a la cintura y abierto por los -costados para dejar ver las calzas de púrpura estrechamente ajustadas. -Alfanje y daga, ambos con riquísima empuñadura, cuajada de pedrerías -pendían del tahalí, y en los brazos desnudos, que imitaban el matiz -artificial de la cara con una<span class="pagenum" id="Page_255">p. -255</span> finísima calza de punto color de mulato, y terminada en -guante para disfrazar también la mano, lucían dos gruesas esclavas de -bronce en figura de sierpe enroscada. Dábale la luz de frente, haciendo -resplandecer las facetas de las mil piedras falsas, y el tornasol -del tisú verdadero con que se cubría, y añadidas a estos efectos la -animación de su fisonomía, la nobleza de sus movimientos, presentaba el -más hermoso aspecto de figura humana que es posible imaginar.</p> - -<p>Lesbia vestía de tisú de plata, con tanta elegancia como sencillez, -y sus cabellos de oro peinados a la antigua, obedeciendo más bien a la -moda coetánea que a la propiedad escénica, se entrelazaban con cintas y -rosarios de menudas perlas, no ciertamente falsas como las de Isidoro, -sino del más puro y fino oriente. El moro, apretando con sus negras -manos las de Lesbia blanquísimas y finas, le dijo:</p> - -<p>—Aquí nos podemos hablar un instante.</p> - -<p>—Sí, Pepa nos ha dicho que podríamos vernos en su cuarto —repuso -ella—: pero esta cita no ha de ser larga, porque la marquesa me espera. -Ya sabes que está ahí mi marido.</p> - -<p>—¿A qué esa prisa? ¿Por qué no me escribiste desde el Escorial?</p> - -<p>—No pude escribir —repuso ella con impaciencia—, pero cuando -hablemos despacio te explicaré...</p> - -<p>—Ahora, ahora mismo has de contestar a lo que te pregunto.</p> - -<p>—No seas tonto. Me prometiste no ser impertinente,<span -class="pagenum" id="Page_256">p. 256</span> curioso, ni pesado —dijo -con coquetería.</p> - -<p>—Eso es lo mismo que prometer no amar, y yo te amo, Lesbia, te amo -demasiado por mi desgracia.</p> - -<p>—¿Estás celoso, Otelo? —preguntó la dama, y luego tomando el tono -trágico, dijo entre burlas y veras:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent0">¡Otelo mío! ¡Sí, para ti solo</div> - <div class="verse indent0">mi corazón reserva su cariño!</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>—Déjate de bromas. Estoy celoso, sí, no puedo ocultártelo —exclamó -el moro con viva ansiedad.</p> - -<p>—¿De quién?</p> - -<p>—¿Y me lo preguntas? Piensas que no he visto a ese necio de Mañara, -puesto en primera fila, y mirándote como un idiota.</p> - -<p>—¿Y no te fundas más que en eso? ¿No tienes otros motivos de -sospecha?</p> - -<p>—Pues si tuviera otros, desgraciada, ¿estarías con tanta calma -delante de mí?</p> - -<p>—Poquito a poco, señor Otelo. ¿Sabes que te tengo miedo?</p> - -<p>—En el Escorial ese joven se ha jactado públicamente de que le amas -—afirmó Isidoro, fijando tan terriblemente sus ojos en el rostro de -Lesbia, que parecía querer penetrar hasta el fondo del alma.</p> - -<p>—Si te pones así, me marcho más pronto —dijo Lesbia algo -desconcertada.</p> - -<p>—He recibido varios anónimos. En uno se me decía que ese joven te -escribió una carta<span class="pagenum" id="Page_257">p. 257</span> el -día de su prisión, y que tú le contestaste con otra. Además yo sé que -ese hombre te obsequia mucho, yo sé que te visitaba en Madrid. ¿Querrás -darme explicación sobre esto?</p> - -<p>—¡Ah! tengo una grande y terrible enemiga, a quien supongo autora de -los anónimos que has recibido.</p> - -<p>—¿Quién es?</p> - -<p>—Ya te he hablado de esto en otra ocasión. Es Amaranta; y también -te he dicho que tras de la enemistad de la condesa, se esconde el -odio de otra persona más alta. Todas las damas que en otro tiempo le -servimos con fidelidad, estamos cansadas de presenciar las liviandades -que han manchado el trono, y no queremos asociarnos a los escándalos -que envilecen esta pobre nación. No te he contado el motivo de nuestra -querella; pero ahora mismo la vas a saber, y no te enfades si oyes el -nombre de ese mismo Mañara, a quien tanto temes. Parece que Mañara -rechazó, cual otro José, los halagos de la elevada persona, cuya pasión -se trocó con esto en odio vivísimo y deseo de venganza. Al mismo tiempo -ese joven dio en hacerme la corte, y la mujer ofendida descargó sobre -mí su rencor, cuando yo ni siquiera había advertido que Mañara me -amaba. Jamás me fijé en semejante hombre. Se emprendió contra mí una -guerra terrible y solapada: quitaron sus destinos a cuantos habían -sido colocados por mi mediación, y todo su afán se dirigía a buscar -los medios de deshonrarme. Viéndome perseguida<span class="pagenum" -id="Page_258">p. 258</span> sin motivo, me hice partidaria del Príncipe -de Asturias, ofrecí mi auxilio a los conspiradores, y tengo la -satisfacción de haber servido eficazmente tan noble causa. A ti puedo -revelártelo sin miedo: yo he sido depositaria durante algún tiempo -de la correspondencia establecida entre el canónigo Escóiquiz y el -embajador de Francia: en mi casa se reunieron estos varias veces con -otros personajes: yo sola tenía noticia de las primeras conferencias -celebradas en el Retiro; yo poseía el secreto de todos los planes -descubiertos por una simpleza del Príncipe; yo conocía el proyecto -de casar a este con una princesa imperial; sabía que el duque del -Infantado no esperaba más que la orden firmada por Fernando para lanzar -a la calle tropa y pueblo... en fin, lo sabía todo.</p> - -<p>—Todo cuanto me dices parece inverosímil —dijo Isidoro—. Si es -cierto, ¿cómo no te han perseguido abiertamente, cómo te pusieron en -libertad a la media hora de estar presa?</p> - -<p>—Ya sabía yo que no sería molestada. Poseo un escudo terrible que me -defiende contra las asechanzas de la camarilla. Creo haberte contado -que cuando intervine en la primera reconciliación de Godoy, cuando -intenté por superior encargo, de atraerle de nuevo a palacio, fui -depositaria de secretos, cuya publicación haría estremecer de espanto -a ciertas personas. Poseo papeles que rebajan y envilecen del modo más -repugnante a quien los escribió, y conozco el secreto de la inversión -de ciertos fondos de obras pías<span class="pagenum" id="Page_259">p. -259</span> que se emplearon en lo que no tiene nada de piadoso. Esto -pasó en una época en que hacíamos excursiones clandestinas fuera de -palacio, cuando Amaranta hizo que Goya la retratase desnuda. Hacía un -año que estaba viuda: fue cuando por una coincidencia providencial -descubrí el gran secreto de su juventud, que me reveló una mujer -desconocida que vive a orillas del Manzanares, junto a la casa del -pintor. Ya te lo he dicho, y pienso hacer de manera que nadie lo -ignore. De un desgraciado y oculto amor que padeció Amaranta antes -de su matrimonio con el conde, nació una criatura que no sé si vive -todavía.</p> - -<p>—Nunca me hablaste eso.</p> - -<p>—Los padres de Amaranta supieron disimular su deshonra: el joven -amante, que pertenecía a una noble familia de Castilla y había venido a -Madrid buscando fortuna, huyó a Francia y fue muerto en las guerras de -la República.</p> - -<p>—Me has referido una curiosa novela —dijo Isidoro—; ¡pero con -cuánto arte has desviado la conversación del asunto principal! Al fin -confiesas que Mañara te ha hecho la corte.</p> - -<p>—Sí; pero jamás he pensado en corresponderle: ni le trato, ni le -veo, ni le hablo. Tus celos harán que por primera vez me fije en -semejante hombre.</p> - -<p>—No me convences, no: yo tengo indicios, tengo noticias de que tú -amas a ese hombre. ¡Oh! si mis sospechas se confirmaran... ¿Crees<span -class="pagenum" id="Page_260">p. 260</span> que no he advertido el -embobamiento con que atiende a tu declamación?</p> - -<p>—Procuraré entonces hacerlo mal para no conmover al público.</p> - -<p>—No, no intentes disculparte ni disimular. ¿Por qué aseguras que -no te fijas en él, si yo mismo, durante la escena del Senado, te he -sorprendido mirándole, y aun me parece que le hiciste alguna seña?</p> - -<p>—¿Yo? ¡estás loco! ¡Ah! no sabes. Mi marido, que dejó sus cacerías -para asistir a esta representación, está ahí esta noche, y la pérfida -Amaranta, sentada a su lado, le habla con mucho interés. Si me ves que -miro al público es porque me inspiran mucha inquietud los coloquios -del duque con Amaranta. Temo que esta le haya dirigido también -algún anónimo. Su frialdad y ademán sombrío me indican que también -sospecha.</p> - -<p>—¿Lo ves...? Y con motivo fundado.</p> - -<p>—Sí; porque sospecha de ti.</p> - -<p>—No... no —exclamó Isidoro—. No trastornes la cuestión. Tú amas a -Mañara; con todos tus artificios no puedes arrancar esta sospecha de -mi ardiente cerebro. ¡Y ese necio está ahí, gozándose en los aplausos -que te prodigan, que adulan su amor propio porque se siente amado de la -gloriosa artista! ¡No, no quiero que representes más! ¡Cuando contemplo -desde arriba el entusiasmo de tus admiradores; cuando les veo con los -ojos fijos en ti, participando de la pasión que indican tus palabras, -saltaría del escenario para cerrarles a golpes los ojos con que te -miran!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_261">p. 261</span>—Me haces -estremecer —dijo Lesbia—. No eres Isidoro, eres Otelo en persona. -Sosiégate, por Dios. Harto sabes lo mucho que te amo. ¿A qué me -mortificas con celos ilusorios?</p> - -<p>—Disípalos tú.</p> - -<p>—¿Cómo, si ninguna razón te convence? Tu violento carácter ha de -traerme algún compromiso. Modérate, por Dios, y no seas loco.</p> - -<p>—Lo haré si me amas. Tú no sabes quién soy. Isidoro no consiente -rivales ni en la escena, ni fuera de ella. De Isidoro no se ha burlado -hasta ahora ninguna mujer, ni menos ningún hombre. Entiéndelo bien.</p> - -<p>—Sí, señor mío, estoy en ello —contestó Lesbia en tono jovial y -levantándose para retirarse—. Pero aunque esta conversación me agrada -mucho, tengo que irme. ¿Sabes que te tengo miedo?</p> - -<p>—Quizás con razón. ¿Pero te vas tan pronto? —dijo el moro intentando -detenerla aún.</p> - -<p>—Sí; me voy —repuso Lesbia—. Ya ha concluido la tonadilla, y pronto -empezará el tercer acto.</p> - -<p>Y ligera como una corza se marchó. En aquel instante se oyeron los -aplausos con que era saludada mi ama al acabar la tonadilla, y poco -después entró en su cuarto radiante de júbilo, con el rostro encendido -por la emoción, y tan sofocada que al punto dio con su cuerpo en un -sofá.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch24"> - <p><span class="pagenum" id="Page_262">p. 262</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XXIV</h2> -</div> - -<p>—¡Oh, Isidoro! ¿Por qué no has ido a oírme? —exclamó con -entrecortadas palabras—. Aseguran que lo he hecho muy bien. ¡Cuánto me -han aplaudido!</p> - -<p>—¿Quieres dejarte de simplezas? —dijo Isidoro de muy mal talante.</p> - -<p>—Y a propósito: dicen que Lesbia hace la Edelmira mejor que yo. ¡Lo -que puede la hermosura! Con su buen palmito trae sin seso a todos los -hombres que hay en la sala. Sobre todo, ahí está uno que no le quita la -vista de encima, y parece...</p> - -<p>—¡Quieres callar! —exclamó bruscamente el moro.</p> - -<p>Después, como hombre que toma repentina resolución, se disipó el -fruncimiento temeroso de sus negras cejas, y sentándose junto a la -González, le habló en estos términos:</p> - -<p>—Pepa, espero de ti un favor.</p> - -<p>—Mándame lo que quieras.</p> - -<p>—Siempre te has mostrado muy agradecida por todo lo que he hecho en -beneficio tuyo. Varias veces has dicho: «¿Qué he de hacer, Isidoro, -para corresponder a lo que te debo...?» Pues bien, chiquilla, -ahora puedes prestarme un gran servicio, con lo cual quedará<span -class="pagenum" id="Page_263">p. 263</span> pagado largamente el hombre -que te sacó de la miseria, el que te enseñó el arte escénico, dándote -posición, gloria y fortuna.</p> - -<p>—Mi agradecimiento durará mientras viva, Isidoro —respondió la -cómica con serenidad—. ¿Qué necesitas ahora de mí?</p> - -<p>—Si la contrariedad que experimento afectara solo a mi corazón, la -resolvería fácilmente, porque sé padecer. Pero tal vez afecte a mi amor -propio, tal vez ponga en trance muy terrible mi dignidad, y me resigno -a sufrir los desengaños más crueles; pero de ningún modo consiento en -hacer ante mis amigos y el mundo un papel desairado y ridículo.</p> - -<p>—Ya sé lo que quieres decir. Lesbia me ha dicho que estás celoso; -¡si vieras cómo se ríe de ti, llamándote el <i>pobre Otelo</i>!</p> - -<p>—No debemos fiarnos de la afición que alguna vez nos muestran esas -personas tan superiores a nosotros por su clase. Un abismo nos separa -de ellas, y si alguna vez deslumbramos con nuestro talento y nuestro -arte, la ilusión les dura poco tiempo, y concluyen despreciándonos, -avergonzadas de habernos amado. Todos los que hemos brillado en la -escena conocemos tan triste verdad. ¿No la conoces tú también?</p> - -<p>—Sí —dijo mi ama—; y yo creí que tú estuvieras en esa parte más -aleccionado que todos los demás.</p> - -<p>—Esas personas —prosiguió Isidoro—, nos contemplan desde sus -aposentos; su imaginación se trastorna viéndonos remedar los grandes -caracteres, las nobles y elevadas pasiones,<span class="pagenum" -id="Page_264">p. 264</span> el amor, el heroísmo, la abnegación, -y se enamoran de lo que ven, de un ser ideal en quien se asocia y -confunde con nuestra persona, la del héroe que representamos. Con la -imaginación excitada, nos buscan entre bastidores y fuera del teatro; -pero en cuanto nos tratan un poco y advierten que somos lo mismo, si no -peores que los demás, y que todas las sublimidades del arte escénico -desaparecen con el vestido y las piedras falsas que arrojamos al -concluir el drama, se disipa de un soplo su entusiasmo, y no ven en -nosotros más que a una turba de tramposos y embusteros farsantes que -apenas valen el partido con que se les paga. Hasta ahora, Pepilla, no -me habían afectado gran cosa los bruscos desenlaces de las aventuras -con que algunas ilustres personas han honrado nuestra profesión; pero -esta en que ahora me hallo, me afecta profundamente, porque... te lo -diré con toda franqueza.</p> - -<p>—¿Amas verdaderamente a Lesbia?</p> - -<p>—Sí, por mi desgracia; esta pasión no es de aquellas pasajeras y -superficiales, que pasan satisfaciendo el afán de un día. Esa mujer ha -tenido el arte de ahondar en mi corazón de tal modo, que hoy empiezo a -reconocer en mí el embrutecimiento que acompaña a los amores exaltados. -Sin duda su coquetería, su frivolidad, los mil artificios de su -voluble y alegre carácter han realizado en mí este trastorno, y para -acabarme de confundir, los celos, la desconfianza y el temor de ser -ridículamente suplantado por otro, agitan mi alma<span class="pagenum" -id="Page_265">p. 265</span> de tal modo, que no respondo de lo que -podrá pasar.</p> - -<p>—¡Hola, hola! señor Otelo, ¿esas tenemos? —dijo mi ama -festivamente—. ¿A quién va usted a matar?</p> - -<p>—No te rías, loca —continuó el moro—. ¿Has visto en el salón a ese -miserable Mañara?</p> - -<p>—Sí, ocupa un sillón de primera fila, y no quita los ojos de la -señora Edelmira. Verdaderamente, chico, y sin que esto sea confirmar -tus sospechas, a todos los que están en el teatro ha llamado la -atención el exagerado entusiasmo de ese joven, y más de cuatro han -sorprendido las señas que hace a Lesbia durante la comedia. Y además... -yo no lo he visto; pero me han dicho que...</p> - -<p>—¿Qué te han dicho?</p> - -<p>—Que la duquesa le mira mucho también, y que parece representar solo -para él, pues todas las frases notables del drama las dice volviéndose -hacia el tal joven, como si quisiera arrojarse en sus brazos.</p> - -<p>—¡Oh! Es cierto. ¡Ves! —exclamó Isidoro bramando de furor—. ¡Y -se reirán todos de mí! y ese vil currutaco... ¡Ah! Pepa... quiero -descubrir fijamente lo que hay en esto... quiero acabar de una vez -estas terribles dudas... Quiero desenmascarar a esa infame, y si me -engaña, si ha sido capaz de preferir al amor de un hombre como yo a -los necios galanteos de ese vil y despreciable mozuelo... ¡ah! Pepa, -Pepa, mi venganza será terrible. Tú me ayudarás en ella; ¿no es verdad -que<span class="pagenum" id="Page_266">p. 266</span> me ayudarás? -Tú me lo debes todo, yo te saqué de la miseria, tú no puedes negar a -Isidoro la ayuda de tu ingenio para este fin, y proporcionándome placer -tan inefable, quedarás descargada de la inmensa deuda de gratitud que -tienes conmigo.</p> - -<p>Al decir esto, Isidoro se había levantado y daba vueltas en la -pequeña habitación como un león enjaulado, pronunciando con trémulo -labio palabras rencorosas. Lo raro fue que mi ama, ya porque tal fuera -el estado de su espíritu, ya porque creyera oportuno fingir en aquellos -momentos, lejos de amedrentarse al ver la ira de su amigo y maestro, -contestó con risas a sus ardientes palabras.</p> - -<p>—Te ríes —dijo Máiquez deteniéndose ante ella—. Haces bien: ha -llegado el momento de que hasta los metesillas del teatro se rían -de Isidoro. Tú no comprendes esto, chiquilla —añadió sentándose de -nuevo—. Tú no tienes vehemencia ni fogosidad en tus sentimientos. En -esto te admiro, y quisiera imitarte, porque yo sé muy bien que en las -inclinaciones que hasta ahora se te han conocido, has jugado con el -amor, tomándolo como un pasatiempo divertido que entretiene a uno mismo -y hace rabiar a los demás; pero hasta ahora, y Dios te libre de ello, -no conoces el amor que ocasiona las mortificaciones propias, mientras -los demás se ríen a costa nuestra.</p> - -<p>—¡Qué orgulloso eres! —contestó seriamente la González—. Hasta en -esto quieres saber más que todos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_267">p. 267</span>—Pues si amas de -veras, guárdate de enamorarte de esos usías presumidos y orgullosos, -que vendrán a ti para satisfacer su vanidad. Ellos no te amarán con -noble y desinteresado amor.</p> - -<p>—No creo que jamás pueda amar sino al que siendo igual a mí, no se -avergüence de tenerme por compañero.</p> - -<p>—¡Oh, qué buen sentido, Pepilla! ¿Dónde has aprendido eso? Pero te -aconsejo también que no ames a ningún hombre de teatro, si no quieres -tener rabiosos celos de todo el público femenino. ¿Sabes tú lo que es -eso?</p> - -<p>—Harto lo sé.</p> - -<p>—De modo que tu amor aún está dentro del teatro. Eso sí que es una -desgracia. Tu suerte consistirá en que el galán será de esos que, por -falta de genio, no excitan nunca la arrebatada admiración de las bellas -de la platea. Serás feliz, Pepilla; si quieres casarte, cuenta con mi -protección.</p> - -<p>—Estoy muy lejos de aspirar a eso.</p> - -<p>—¿Ese bruto será capaz de no amarte? ¿Acaso vale más que tú?</p> - -<p>—Muchísimo más —dijo la González aparentando con grandes esfuerzos -la serenidad que no tenía.</p> - -<p>—Apuesto a que es algún tenor de la compañía de Manolo García. -Déjalo por mi cuenta. Si es cierto lo que supongo, si ese loco no te -corresponde, y prefiere a tu sencillo cariño el falso amor de alguna -damisela de estas que arrastran su púrpura por entre los bastidores del -teatro, sabrás lo que son celos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_268">p. 268</span>—Demasiado lo -sé y demasiado padezco, Isidoro —dijo mi ama con tono de cariñosa -confianza—; pero yo tengo una ventaja sobre ti, que no poseyendo aún la -certeza de tu desgracia, ignoras qué partido tomar; yo conozco ya sin -género de duda que no soy amada, y las circunstancias se han ordenado -de tal modo que me presentan ocasión de tomar venganza.</p> - -<p>—¡Oh!, Pepa, estás desconocida. No te creí capaz... —indicó Isidoro -con energía—. Tú tomarás venganza. Descuida, te ayudaré, si tú me -ayudas a mí en la averiguación y en el castigo de las infamias de -Lesbia. Pero dime, chiquilla, dime quién es ese hombre. Sé franca -conmigo: yo soy tu mejor amigo.</p> - -<p>—Te lo diré más tarde, Isidoro. Por ahora me he propuesto guardar -secreto.</p> - -<p>—Tú vales mucho, Pepilla —añadió el cómico con acento reflexivo—. -No esperaba encontrar en ti un eco tan fiel de lo que en mí está -pasando. ¡Y ese miserable te desprecia por otra, ignorando las bondades -de tu fiel corazón! Dime quién es. ¿Será el mismo Manuel García? Por -supuesto chiquilla, ya sabrás cuánto padece la dignidad, el amor -propio, al ver que otra persona posee el afecto que nos pertenece. Te -mortificará horriblemente la idea de la triste figura que harás ante -el mundo, el pensamiento de los comentarios que hará sobre tu ridícula -posición el envidioso vulgo, y al considerar que tú, la persona -acostumbrada a rendir a tus pies los corazones, se ve menospreciada por -uno solo,<span class="pagenum" id="Page_269">p. 269</span> rabiará -tu orgullo herido y llorarás en silencio viéndote más baja de lo que -creías.</p> - -<p>—En esto —contestó mi ama con patética voz— no nos parecemos. Tú -estás frenético de celos; pero antes que al desaire de que ha sido -objeto tu corazón, atiendes a lo que sufre tu dignidad, la dignidad -del gran Isidoro, que siempre desprecia sin ser nunca despreciado; -te enfureces al considerar que se ríen de ti los envidiosos, y esas -terribles voces de venganza no las pronuncia tu amor sino tu orgullo. -Yo no soy así: amo el secreto; y si triunfara, gustaría de tener oculta -mi felicidad: nada me importaría que el hombre a quien amo aparentara -galantear a todas las mujeres de la tierra, con tal que en realidad a -ninguna amase más que a mí.</p> - -<p>—Eres singular, Pepilla, y me estás descubriendo tesoros de bondad -que no sospechaba existiesen en tu corazón.</p> - -<p>—Yo —continuó mi ama conmovida— no vivo más que para él, y los demás -me importan poco. Contigo debo ser franca y decírtelo todo, menos su -nombre que nadie debe saber. Yo no sé cómo ni cuándo empezó mi funesto -amor, y me parece que nací con esta viva inclinación, más dominadora -cuanto más intento sofocarla. Por él sacrificaría gustosa mi vida. Tú -quizás no comprendas esto; ni menos que yo sacrifique mi reputación -de artista, el aprecio y la admiración de la multitud. ¿Qué importa -todo eso? Se ama a la persona por la persona y no por la vanidad de -poseerla.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_270">p. 270</span>—El que te ha -inspirado tan noble cariño, sin corresponder a él —dijo Isidoro con -brío—, es un miserable que merece arrastrar su existencia despreciado -de todo el mundo. ¿No puedo saber tampoco quién es la mujer -preferida?</p> - -<p>—Tampoco debes saberlo —repuso mi ama; y después, no pudiendo -contener el llanto, exclamó así—: Yo no soy cruel; yo no deseaba una -venganza que puede ser muy terrible; pero se me ha venido a las manos y -he de llevarla adelante.</p> - -<p>—Haces bien —dijo Isidoro recreándose con pensamientos de -exterminio—. Véngate: yo también me vengaré. Nos ayudaremos el uno al -otro. ¿Puedo servirte de algo?</p> - -<p>—De mucho —dijo mi ama secando sus lágrimas—. Espero que tu ayuda -será de la mayor eficacia.</p> - -<p>—¿Y yo puedo contar contigo?</p> - -<p>—¿Y me lo preguntas?</p> - -<p>—Oye bien: Lesbia confía en tu amistad. ¿No ha celebrado en tu casa -entrevista alguna con ese joven?</p> - -<p>—Hasta ahora no.</p> - -<p>—Pues la celebrará. Si ella no te lo propone, propónselo tú con -buenos modos.</p> - -<p>—¿Cuál es tu objeto?</p> - -<p>—Sorprenderla en algún sitio con ese Mañara. Ella busca siempre las -casas de las amigas que no son de su clase, para evitar de este modo la -vigilancia de su familia y de su esposo.</p> - -<p>—Entiendo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_271">p. 271</span>—Confío en que no -te dejarás sobornar por ella, y en que ante todas las consideraciones, -será para ti la primera el servicio que me prestas, a mí, tu protector, -tu amigo. Espero que te será muy fácil lo que propongo. Si van a tu -casa, les entretienes allí, y me avisas. Yo haré de manera que ese -joven se acuerde de mí para toda su vida.</p> - -<p>—Ya tiemblas de gozo al pensar en tu venganza —dijo mi ama—. Lo -mismo me pasa a mí; pero con más motivo, porque la mía está más -cercana.</p> - -<p>—¿Puedo confiar en ti? ¿Me pondrás al corriente de todo cuanto -veas?</p> - -<p>—Puedes estar tranquilo, Isidoro. Tú no me conoces bien: en esta -ocasión sabrás lo que soy.</p> - -<p>—¿Y tú que crees? —preguntó el moro con interés—. ¿Crees que tengo -razón? ¿Lesbia amará a ese hombre?</p> - -<p>—Sí; creo que te engaña del modo más miserable; creo que todos -los que asisten a la representación se ríen de ti esta noche y el -afortunado amante no cabe en sí de satisfacción y orgullo.</p> - -<p>—¡Rayos y centellas! —dijo Máiquez con más furia—. Le escupiré -la cara desde el escenario. ¡Oh! Pepilla: yo admiro y envidio tu -tranquilidad. No desees nunca parecerte a mí; ojalá no sepas nunca lo -que son estas culebras de fuego que se enroscan dentro de mi pecho -y desparraman por mis arterias su veneno. ¡Oh, qué gran talento -tuvo ese poeta inglés que inventó el Otelo! ¡Qué bien pintó<span -class="pagenum" id="Page_272">p. 272</span> la rabia del celoso, la -horrible fruición con que se recrea, pensando que ha de poner el cuerpo -inanimado y sangriento de su rival ante los ojos que le cautivaron! -¡Qué razón tuvo al suponer el corazón de la mujer antro de maldades y -perfidias; qué bien se comprende la espantosa determinación del moro, y -el terrible placer de su alma, al considerarse sepultando el cuchillo -en los miembros palpitantes de quien le ofendió, y arrastrar después su -infame cadáver!</p> - -<p>—¿Qué cadáver, Isidoro? ¿El de él o el de ella? —preguntó mi ama con -frialdad.</p> - -<p>—El de los dos —contestó Otelo cerrando los puños—. ¿Conque dices -que se ríen de mí? ¡Y lo saben todos, y me observan, y estoy sirviendo -de espectáculo a ese miserable zascandil! De modo que Isidoro es el -hazme reír de las gentes, y tendrá que ocultarse y huir para evitar las -burlas de los envidiosos, y ya ninguna mujer se dignará mirarle a la -cara. Pero tú si sabías esto que pasa, ¿por qué no me lo dijiste? ¡Eres -tonta sin duda! ¡Oh! no tengo amigos verdaderos... nadie se interesa -por mi honor ni por mi decoro. ¡Estoy solo!... pero solo ¡vive Dios! -sabré volver al lugar que me corresponde.</p> - -<p>Diciendo esto, se levantó con resuelto ademán. En aquel momento -sonaron algunos golpes en la puerta: era la señal que llamaba a todos -los actores para empezar el tercer acto. Máiquez iba a salir; pero al -dar los primeros pasos un objeto cayó de su cintura al suelo. Era la -daga con puño de metal y hoja<span class="pagenum" id="Page_273">p. -273</span> de madera plateada: Pepa durante la conversación había -estado jugando con la larga cadena que la sostenía y esta se rompió.</p> - -<p>—Se ha saltado un eslabón —dijo mi ama recogiendo el arma—: yo te la -compondré enseguida atándola fuertemente.</p> - -<p>Isidoro salió, y mi ama acercándose a una mesa arrimada a la pared -de enfrente, se entretuvo durante un rato y con mucha prisa en una -operación que no pude ver; pero presumí fuera la compostura de la -cadena rota. Al fin salió, y quedándome solo, pude dejar mi sofocante -escondite para correr a la escena.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch25"> - <h2 class="nobreak g0">XXV</h2> -</div> - -<p>Dio principio el último acto, donde ocurren las principales -escenas del drama. En él Pésaro despierta poco a poco los celos en -el alma del crédulo moro hasta que engañándole con cruel y mañosa -calumnia, precipita el trágico desenlace. La importancia de mi papel, -me obligaba, pues, a fijar en él toda mi atención apartándola de las -impresiones recientemente recibidas. Durante mi primera escena con -Otelo, advertí que Máiquez inquieto y receloso, dirigía sus miradas al -joven Mañara, sentado muy cerca del escenario: a causa de la ansiedad -de su alma, el gran<span class="pagenum" id="Page_274">p. 274</span> -histrión desatendía impensadamente la representación. A veces algunas -de mis frases se quedaban sin réplica; también suprimía él bastantes -versos, y hasta llegó a trabarse su expedita lengua en uno de los -pasajes donde acostumbraba hacerse aplaudir más. El auditorio estaba -descontento, pues aunque conocía las genialidades de Isidoro, no creía -natural que se permitiera tales descuidos en una representación de -confianza y amistad, verificada ante lo más selecto de sus admiradores. -El silencio reinaba en la sala, y solo un sordo murmullo de sorpresa -o enfado acogía los versos, mal sentidos y fríamente dichos por el -príncipe de nuestros actores.</p> - -<p>Mas se esperaba verle repuesto en la segunda escena entro Otelo y -Pésaro. Este, urdiendo muy bien la trama que ideó contra Edelmira su -diabólica astucia, adquiere al fin las pruebas materiales que Otelo le -exige para creer en la infidelidad de la veneciana. Aquellas pruebas -son una diadema entregada por Edelmira a Loredano, y cierta carta que -su padre le obligó a firmar, amenazándola con matarse si no lo hacía. -Ni la entrega de la diadema, ni la carta firmada por fuerza, eran -pruebas que ante la fría razón comprometerían el honor de la esposa -de Otelo: pero este, en su ciego arrebato y salvaje impetuosidad, no -necesitaba más para caer en la trampa.</p> - -<p>Antes de comenzar esta escena, y hallándome entre bastidores, oí -a los concurrentes quejarse de la torpeza de Isidoro, y alguno<span -class="pagenum" id="Page_275">p. 275</span> achacó este defecto no -al gran actor, sino a mí, por haberle irritado con mi detestable -declamación. Esto me ofendió, y creyéndome autor del deslucimiento -de la pieza, resolví hacer todos los esfuerzos de que era capaz para -arrancar algún aplauso.</p> - -<p>Mi ama, como he dicho, dirigía la escena; indicaba las entradas y -salidas, cuidando de entregar a cada actor los objetos de que debía -hacer uso durante la representación. Diome la diadema y la carta y -salí en busca de Otelo que estaba solo en las tablas concluyendo su -monólogo. Entonces empecé aquella grandiosa escena, que es patética, -sublime y arrebatadora aun después de haber sido tamizada por el romo -ingenio de D. Teodoro La Calle.</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent-7">—¿Sabes tú padecer?</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0">—le dije—, y al punto Isidoro, mirándome sombríamente, -repuso:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent20">—Me han enseñado.</div> - <div class="verse indent0">—Y sin agitación —<i>dije yo</i>—, ¿el triste aviso</div> - <div class="verse indent0">de un infortunio grande escuchar puedes?</div> - <div class="verse indent0">—Hombre soy.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0">—respondió con calma.</p> - -<p>Continuó el diálogo, y parecía que Isidoro recobraba todo su genio, -pues los versos, inspirados por el recelo y la ansiedad le salían del -fondo del alma. Cuando dijo:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent0">¡Infiel! ¡La prueba necesito!</div> - <div class="verse indent0">¡Conque dámela luego!</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0"><span class="pagenum" id="Page_276">p. 276</span>me -apretó tan fuertemente la muñeca y sus rabiosos ojos me miraron con -tanta furia, que perdí la serenidad, y por un instante los versos que -seguían a aquella demanda, huyeron de mi memoria. Pero no tardé en -reponerme: le di la diadema, y poco después la carta.</p> - -<p>Mas en el momento en que vi en sus manos el fatal papel, un súbito -estremecimiento sacudió todo mi ser, y me quedé mudo de espanto. En -el color y en los dobleces del papel, en la forma de la letra, que -distinguí claramente cuando él fijó en ella la vista, reconocí la carta -que Lesbia me había dado en el Escorial para Mañara, y que después mi -ama sustrajo de mis ropas al llegar a Madrid.</p> - -<p>Otelo debía leer en voz alta la carta, que según el drama decía:</p> - -<blockquote> - - <p>«Padre mío: conozco la sinrazón con que os he ultrajado. Vos solo - tenéis derecho de disponer de vuestra hija, —<i>Edelmira</i>.»</p> - -</blockquote> - -<p>Pero el pliego que la pícara Pepa había hecho llegar a sus manos, -decía:</p> - -<blockquote> - - <p>«Amado Juan: Te perdono la ofensa y los desaires que me has hecho; - pero si quieres que crea en tu arrepentimiento, pruébamelo viniendo - a cenar conmigo esta noche en mi cuarto, donde acabaré de disipar - tus infundados celos, haciéndote comprender que no he amado nunca, - ni puedo amar a Isidoro, ese salvaje y presumido comiquillo, a quien - solo he hablado alguna vez deseando divertirme con su necia pasión. - No faltes, si no quieres enfadar a tu —<i>Lesbia</i>.—P.D. No temas - que te prendan. Primero prenderán al Rey.»</p> - -</blockquote> - -<p><span class="pagenum" id="Page_277">p. 277</span>Ocurrió una cosa -singular. Isidoro leyó el papel en silencio; sus labios secos y -lívidos temblaron, y como si aún creyera que era ilusión lo que veía, -lo leyó y releyó de nuevo, mientras el público, ignorando la causa de -aquel silencio, mostró su asombro en un sordo murmullo. Isidoro al -fin alzó la vista, se pasó las manos por la frente; parecía despertar -de un sueño; balbuceó algunas voces terribles, cerró los ojos, como -tratando de serenarse y reanudar su papel; dio algunos pasos hacia el -público y retrocedió luego. Los rumores aumentaron: el apuntador le -llamó repitiendo con fuerza los versos, hasta que al fin Isidoro se -estremeció todo, su semblante se encendió vivamente, cerró los puños, -agitó los brazos, golpeó el suelo, y declamó los terribles versos -siguientes:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">Mira: ves el papel, ves la diadema;</div> - <div class="verse indent0">pues yo quiero empaparlos, sumergirlos,</div> - <div class="verse indent0">en la sangre infeliz y detestable,</div> - <div class="verse indent0">en esa sangre impura que abomino.</div> - <div class="verse indent0">¿Concibes mi placer, cuando yo vea</div> - <div class="verse indent0">sobre el cadáver, pálido, marchito,</div> - <div class="verse indent0">de ese rival traidor, de ese tirano,</div> - <div class="verse indent0">el cuerpo de su amante reunido?</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>Jamás estos versos se habían declamado en la escena española con -tan fogosa elocuencia, con tan aterradora expresión. El artificio del -drama había desaparecido, y el hombre mismo, el bárbaro y apasionado -Otelo espantaba al auditorio con las voces de su inflamada ira. Un -aplauso atronador y unánime estremeció la sala, porque nunca los -concurrentes<span class="pagenum" id="Page_278">p. 278</span> habían -visto perfección semejante.</p> - -<p>Después las facciones del moro se alteraron; su rostro palideció: -oprimiose el pecho con ambas manos, y su voz, trocando el áspero tono -en otro desgarrador y patético, dijo:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent14">Las recias tempestades</div> - <div class="verse indent0">el viento anuncia con terrible ruido;</div> - <div class="verse indent0">el rayo con relámpagos avisa</div> - <div class="verse indent0">su golpe destructor, y los rugidos</div> - <div class="verse indent0">del león su presencia nos advierten;</div> - <div class="verse indent0">mas la mujer con ánimo tranquilo</div> - <div class="verse indent0">y aparentes halagos nos destroza</div> - <div class="verse indent0">el corazón cual pérfido asesino.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>Nueva explosión de entusiastas aplausos. Las mujeres lloraban, -algunos hombres no podían conservar su entereza y lloraban también. La -concurrencia estaba estremecida, atónita, electrizada, y cada cual, -suspensa y postergada su propia naturaleza, vivía momentáneamente con -la naturaleza y las pasiones de Otelo.</p> - -<p>La representación seguía: fuese Otelo, cambió la escena y apareció -la cámara de Edelmira. Entre tanto, todos me preguntaban la causa de la -turbación y desasosiego de Isidoro; mas yo no sabía qué responder.</p> - -<p>Entre bastidores le buscamos con inquietud, pero no le podíamos -ver por ninguna parte, ni nadie se daba razón de dónde pudiera -encontrarse. Edelmira dijo los versos de su monólogo con extraordinaria -sensibilidad: no cesaba de mirar a Mañara, y la vanidosa coquetería -de sus ojos parecía decir:<span class="pagenum" id="Page_279">p. -279</span> «¡qué bien represento!» mientras el afortunado amante, -embebecido en contemplarla, parecía contestarle: «¡qué guapa estás!»</p> - -<p>Y así era. Lesbia estaba encantadora, con los cabellos sueltos -sobre la espalda, y el ligero vestido blanco, que le ceñía el cuerpo -indolente. Entró luego Hermancia, la fiel amiga, y Edelmira le contó -sus tristes presentimientos. ¡Qué tono tan melancólico y dulce tenía su -voz al expresar el temor de una muerte funesta! ¡Cuán grande interés -despertaba su pena! Aunque yo había visto muchas veces la misma -tragedia, dentro de la escena, y había perdido toda ilusión, en aquella -noche sentía un terror inexplicable, y me conmovía la suerte de la -infeliz e inocente Edelmira.</p> - -<p>La esposa de Otelo, ansiando desahogar la sofocante angustia de su -pecho, toma el arpa y entona la canción de Laura al pie del sauce, -cuyos lastimeros quejidos son la voz de la misma muerte. Edelmira, a -quien Manuel García había enseñado la hermosa estrofa, cantó con dulce -y poética expresión. Su voz parecía que nos penetraba hasta los huesos, -y nos hacía estremecer con horripilante escalofrío, como el contacto de -una hoja de acero.</p> - -<p>Cesó la canción y sonó la tempestad en el interior del teatro. El -público estaba tan impresionado, que ni siquiera aplaudía. Acostose -Edelmira y todo quedó en profundo silencio. Otelo debía aparecer, y -en el breve momento en que estuvo la escena muda profundísimo<span -class="pagenum" id="Page_280">p. 280</span> silencio reinaba en la -sala. Yo creí sentir el palpitar de los corazones; pero solo escuchaba -las oscilaciones del mío. La más ardorosa inquietud se había apoderado -de mí, y miré en torno buscando una persona de confianza a quien -comunicar mis recelos; pero no vi sino el pálido semblante de mi ama -que se esforzaba en reír, diciendo:</p> - -<p>—¡Qué bien ha hecho Lesbia su papel! Me confieso derrotada, pues -representa mil veces mejor que yo. Pero ahora verán ustedes a Isidoro. -Esta noche está más inspirado que nunca.</p> - -<p>Observé a Máiquez que ya decía los primeros versos de la escena -junto al lecho de la veneciana. Su rostro aparentaba una serenidad -meditabunda. Cuando alzó las cortinas del lecho y dijo con voz -calmosa</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent0">No... tú no morirás... ¡cuánto realzan</div> - <div class="verse indent0">su hermosura estas lúgubres antorchas!</div> - </div> -</div> -</div> - -<p class="ti0">un rumor confuso surgió del apiñado auditorio; lloraban -casi todas las mujeres, y los hombros se esforzaban en sostener el -decoro de la insensibilidad. Otelo acerca su rostro al de Edelmira, y -dice con extasiado amor:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent0">¡Con qué pureza respirar la siento!</div> - <div class="verse indent0">¿Qué poderoso hechizo es el que arrastra</div> - <div class="verse indent0">mi persona a la suya con tal fuerza?</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>Edelmira despierta con sobresalto. Otelo disimula al principio; -mas luego no oculta el objeto que le trae, y Edelmira, aterrada y -confusa, jura que es inocente. Nada convence al<span class="pagenum" -id="Page_281">p. 281</span> terrible moro, que mudando de improviso -la expresión de su fisonomía, exclama con ferocidad y descompuestos -ademanes:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent0">Mírame, ¿me conoces... me conoces...?</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>El auditorio se estremeció de terror. Algunas señoras se desmayaron, -y oyéronse voces acongojadas que decían: «Piedad, piedad para -Edelmira... es inocente... ese infame Pésaro tiene la culpa... que -traigan a Pésaro.»</p> - -<p>Isidoro sacó el papel y lo mostró con fiero ademán a Lesbia, quien -lanzó un grito terrible, sin decir los versos que correspondían en -aquel momento. Otelo se acercó más a Edelmira, y Edelmira hizo un -movimiento para saltar del lecho. Se le habían olvidado los versos; -pero al fin, dominando un poco su turbación recordó algo, y el diálogo -siguió así:</p> - -<div class="teatro"> - -<p class="rol"><span class="smcap">Edelmira.</span></p> - -<div class="lineas2"> - <p class="i0">¿Y qué quieres decirme?</p> -</div> - -<p class="rol"><span class="smcap">Otelo.</span></p> - -<div class="lineas2"> - <p class="i21">Preparaos.</p> -</div> - -<p class="rol"><span class="smcap">Edelmira.</span></p> - -<div class="lineas2"> - <p class="i0">¿Pero a qué?</p> -</div> - -<p class="rol"><span class="smcap">Otelo.</span></p> - -<div class="lineas2"> - <p class="i11">Este acero os lo señala.</p> -</div> - -</div> - -<p>Diciendo esto, Isidoro desenvainó la daga; en lugar de la hoja de -madera plateada, vimos brillar en su mano una reluciente hoja de acero. -La conmoción fue general entre bastidores. Lanzose Edelmira del lecho -con precipitación y azoramiento, y recorrió la escena gritando como una -loca:</p> - -<p>—¡Favor, favor... que me mata!... ¡Al asesino!</p> - -<p>No puedo pintaros lo que fue aquel momento en la escena y fuera -de ella. Los espectadores<span class="pagenum" id="Page_282">p. -282</span> de primera fila trataron de subir al escenario en el momento -en que Lesbia perseguida por Isidoro fue asida por el vigoroso brazo de -este. En el mismo instante, no pudiendo contenerme, me abalancé hacia -la dama como impulsado por un resorte, y abraceme estrechamente a ella. -El puñal de Isidoro se levantó sobre mí. La presencia inesperada de una -víctima extraña hizo sin duda que el moro volviera en sí de su furiosa -obcecación; conmoviose todo, pareció que un velo se descorría ante sus -ojos, arrojó el puñal, quiso recobrar su aplomo, pronunció algún verso -tremendo clavando sus manos en mí, como si yo fuera Edelmira; esta, -desprendiéndose de mis brazos, cayó al suelo desmayada, y al punto nos -vimos rodeados de multitud de personas. Todo esto pasó en unos cuantos -segundos.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch26"> - <h2 class="nobreak g0">XXVI</h2> -</div> - -<p>El escenario se llenó de gente. Lesbia, alzada al instante del -suelo, fue objeto de los más solícitos cuidados. Al poco rato -desvaneciose su desmayo, abrió los ojos, y dijo algunas palabras. -No tenía la más ligera lesión, y todo había concluido sin más -consecuencias que las del susto. Su palidez y la alteración de su -semblante eran extraordinarias;<span class="pagenum" id="Page_283">p. -283</span> pero aún había entre los circunstantes una persona más -alterada y más pálida: era mi ama.</p> - -<p>Isidoro parecía embrutecido y avergonzado. Transcurrió media hora, y -cuando fue indudable que no había ocurrido la desgracia que se temía, -entablose una discusión muy viva sobre aquel acontecimiento, que la -mayoría de los presentes consideraba bajo el punto de vista artístico; -y era opinión de muchos que exaltado hasta un extremo de delirio el -genio artístico de Máiquez, se identificó con su papel de un modo -perfecto.</p> - -<p>—Pues lejos de ser este el camino de la perfección artística —dijo -Moratín—, lleva derecho a la corrupción del gusto, y extinguirá en las -ficciones el decoro y la gracia, para confundirlas con la repugnante -realidad.</p> - -<p>—Ni eso es representar, ni eso es nada —dijo Arriaza, que como es -sabido detestaba a Isidoro—. Desde que ese caballero introdujo aquí la -escuela francesa, ha corrompido el arte de la declamación.</p> - -<p>—Nunca he visto a Máiquez tan apasionado y fogoso —indicó un -caballero que se unió al grupo—. Me parece que en la escena ha pasado -algo extraño a la comedia.</p> - -<p>Otro joven acercó sus labios al oído del primero, y por un rato le -habló en voz muy baja. Después a los cuchicheos siguieron las risas. -Pasó Mañara no lejos de allí, y todos fijaron la vista en él.</p> - -<p>—Bien se explica la ferocidad de Isidoro —dijo uno.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_284">p. 284</span>—Hasta aquí —añadió -Moratín— siempre se le ha visto contenerse dentro del límite de las -conveniencias escénicas.</p> - -<p>—Me acuerdo de cuando Isidoro era un pedazo de hielo —dijo Arriaza—. -En el teatro no le llamaban sino el <i>marmolillo</i>.</p> - -<p>—Es verdad —repuso Moratín—. Pero cuando volvió de París vino muy -corregido, y no puede negarse que es un actor de gran mérito. En lo -patético no tiene igual; en lo trágico suele carecer de fuego: pero -esta noche lo ha tenido con exceso.</p> - -<p>—Le he tratado bastante —dijo un tercero—. Es hombre de pasiones -enérgicas. Como actor consumado, comprende bien que el arte es una -ficción, y representando no deja nunca de ser comedido y decoroso. Esta -noche, sin embargo, le hemos visto tal cual es.</p> - -<p>Otro personaje se acercó al grupo.</p> - -<p>—¿Qué le ha parecido a usted, señor duque, el desenlace de la -tragedia? —le preguntó Arriaza.</p> - -<p>—¡Magnífico! Esto se llama representar —contestó el marido de -Lesbia—. Parecía aquello la misma realidad. Pero no consentiré que -mi esposa salga otra vez a la escena. Representa demasiado bien y -entusiasma y trastorna a los actores que la acompañan.</p> - -<p>Un abanico tocó el hombro del señor duque: volviose este, y Amaranta -entró en el corrillo. Todos la saludaron, disputándose a porfía el -honor de dirigirle la palabra. Ella habló así:</p> - -<p>—Bien dije a usted, señor duque, que no<span class="pagenum" -id="Page_285">p. 285</span> había nada que temer. Un exceso de -inspiración dramática y nada más.</p> - -<p>—El exceso es malo en todo: yo creí que la duquesa iba a perecer a -manos de Isidoro por un exceso de inspiración.</p> - -<p>—Además —dijo Amaranta—, quizás alguna causa que no conocemos...</p> - -<p>Al decir esto pareció que los pies de la hermosa dama habían tocado -algún objeto arrojado en el escenario. Apartose ella vivamente, -apartáronse todos, y las faldas de Amaranta, al deslizarse sobre el -piso, dejaron ver un papel arrugado. Como si aquel papel fuera un -tesoro de inestimable precio, Amaranta bajose a cogerlo, y después de -mirarlo rápidamente lo guardó en su bolsillo. Era la carta fatal, como -diría un novelista.</p> - -<p>—¿Alguna causa que no conocemos?... —preguntó el duque continuando -la conversación interrumpida.</p> - -<p>—Sí —contestó la dama—; y me parece que puedo sacarle a usted de -dudas... Pero tengo que ir al cuarto de la González. Allí le aguardo a -usted y hablaremos.</p> - -<p>Quedaron solos los hombres otra vez. La marquesa atravesó la escena -preguntando por Isidoro.</p> - -<p>—¿Será posible —decía— que no pueda representarse <i>La venganza del -Zurdillo</i>? ¡Pepa!... ¿Pero dónde está Pepa?</p> - -<p>Esta pregunta se dirigió a mí, y al instante marché en busca de -mi ama. No estaba en su cuarto, y sí en el de Máiquez, quien una vez -pasada la excitación del terrible momento,<span class="pagenum" -id="Page_286">p. 286</span> se esforzaba en aparecer tranquilo y hasta -risueño, aunque era fácil conocer que la rabia no se había extinguido -en su pecho.</p> - -<p>—¡Qué broma tan pesada, Isidoro! —dijo la marquesa asomándose a la -puerta—. Aún no me he recobrado del susto.</p> - -<p>—Es verdad, señora —dijo el actor—; pero la señora duquesa tiene la -culpa, por la perfección con que ha hecho su papel. Su incomparable -talento tuvo el don, no solo de trasportarla a ella, sino de -trasportarme a mí mismo a la esfera de la realidad. Jamás me ha pasado -cosa igual desde que piso las tablas. Un actor inglés, representando en -cierta ocasión a Otelo, mató a la cómica que hacía de Desdémona. Esto -me parecía inverosímil; pero ahora comprendo que puede ser verdad.</p> - -<p>—¿No se suspenderá <i>La venganza del Zurdillo</i>?</p> - -<p>—Por ningún caso. Hace falta reír un poco, señora marquesa.</p> - -<p>Retirose esta y después que salieron algunos amigos de Máiquez, que -le acompañaban, el actor quedó solo con mi ama y conmigo.</p> - -<p>—Ven acá —me dijo el actor, apretándome vigorosamente el brazo—. -¿Quién te dio aquella carta?</p> - -<p>Señalé a mi ama.</p> - -<p>—Fui yo —dijo esta—. Quería que conocieras el corazón de Lesbia.</p> - -<p>—¿Por qué no me la diste en otra parte? Me has puesto al borde del -abismo; he estado<span class="pagenum" id="Page_287">p. 287</span> a -punto de cometer un crimen. Mi furor fue tan grande cuando leí aquel -papel, que lo olvidé todo, y aunque en el instante en que estuve fuera -de la escena procuré serenarme, mi cólera se encendió más, y... ya -sabes lo que pasó. Cuando la vi en la escena final quise contenerme; -pero sus miradas, su acento, me irritaban cada vez más, y sentí en -mí una crueldad, una ferocidad que nunca había conocido. Recordaba -sus tiernas promesas, sus apasionados arrebatos de amor, su falsa -sencillez, y por un momento creí que hasta era un deber castigar a -aquel monstruo de falsedad e hipocresía. Cuando saqué el puñal y -advertí que era una hoja de acero, experimenté un placer indecible. -¡Ay, Pepa! ¡Qué momento! No sé cómo no la maté, no sé cómo en aquel -instante no me perdí y me deshonré para siempre. Si Gabriel no se -hubiera abrazado a ella cubriéndola con su cuerpo, creo que a estas -horas... no lo quiero pensar.</p> - -<p>—A estas horas —dijo mi ama— estarías llorando sobre el cadáver de -tu amante, herida por tu propia mano.</p> - -<p>—No, Pepa, no; ya no la amo. La lectura de la carta ha ahuyentado -de mí todo sentimiento amoroso: ya no tengo para ella más que un -desprecio, una repugnancia de que no puedes formar idea. Me espanto de -haber amado a semejante mujer. Pero di: ¿fuiste tú quien trocó el puñal -de teatro por la hoja de acero?</p> - -<p>—Sí; yo fui.</p> - -<p>—¿Luego tú —exclamó con asombro— lo<span class="pagenum" -id="Page_288">p. 288</span> preparaste todo? ¿Qué interés, qué -intención...?</p> - -<p>—¡La aborrezco con toda mi alma!</p> - -<p>—¡Y quisiste hacerme instrumento de un crimen! Hace poco hablabas de -tu venganza. ¿Por qué aborreces a Lesbia?</p> - -<p>—La aborrezco porque... porque la aborrezco.</p> - -<p>—¿Y no te remuerde la conciencia de un sentimiento que te lleva -hasta el crimen?</p> - -<p>—¡La conciencia!... ¡Un crimen! —dijo mi ama con cierta enajenación, -y después, ocultando el rostro entre las manos, empezó a llorar -amargamente, exclamando—. ¡Oh! ¡Dios mío, qué desgraciada soy!</p> - -<p>—Pepa, ¿qué tienes? ¿qué es eso? —dijo Isidoro sentándose junto a -ella, y apartándole la manos del rostro—. Pero tú... Conque tú... De -modo que tú...</p> - -<p>Dieron golpes en la puerta, y una voz dijo:</p> - -<p>—El sainete: que va a empezar el sainete.</p> - -<p>El aviso no distrajo a los dos actores. Pepa seguía llorando e -Isidoro lleno de asombro.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch27"> - <h2 class="nobreak g0">XXVII</h2> -</div> - -<p>Creí prudente retirarme, no solo porque allí no hacía falta ninguna, -sino porque en mi mente bullía inquietándome mucho, un proyecto, que al -fin decidí poner en ejecución<span class="pagenum" id="Page_289">p. -289</span> sin pérdida de tiempo. Dirigime lleno de resolución al -cuarto de mi ama, Amaranta estaba allí y estaba sola.</p> - -<p>—¡Oh, Gabriel! —me dijo—, ¿tienes valor para presentarte delante de -mí? ¿Sabes que tienes un modo singular de despedirte? Veo que eres un -farsantuelo de quien nadie debe fiarse. Di: ¿es esa la lealtad con que -tú acostumbras pagar a tus favorecedores?</p> - -<p>—Señora —repuse desafiando el rayo de sus ojos, como el marino -desafía la tempestad—, el oficio a que usía me pensaba dedicar en -palacio no era de mi gusto. Si no me despedí de mi ama, fue porque el -temor de que me prendieran me obligó a salir del real Sitio.</p> - -<p>—No puedo negar —dijo riendo— que te burlaste con mucha gracia del -licenciado Lobo. Bien decía yo que eras un chico de mucha disposición. -Pero el talento más fecundo permanece oculto hasta que encuentra -ocasión de mostrarse. Aquel rasgo de ingenio habría sido completo, -habría sido sublime, si me hubieras entregado la carta.</p> - -<p>—No me la habían dado para usía.</p> - -<p>—Lo cierto es que no fue a poder de su dueña. Pepa te la quitó, y ha -hecho de ella el uso que sabes. Tampoco ella quiso entregármela; pero -al fin la casualidad la ha traído a mis manos. ¿La ves?</p> - -<p>—Creo que usía me la entregará, porque esa carta es mía, me -pertenece, tengo que devolverla a su dueño —dije con resolución.</p> - -<p>—¡Devolvértela! ¿Tú estás loco? —exclamó<span class="pagenum" -id="Page_290">p. 290</span> Amaranta riendo como quien oye un -despropósito.</p> - -<p>—Sí, señora, porque el recobrarla es para mí una cuestión de -honor.</p> - -<p>—¡Honor! —dijo la dama riendo más fuerte—. ¿Acaso tienes tú honor? -¿Sabes tú lo que es eso, chiquillo?</p> - -<p>—¿Pues no lo he de saber? —respondí—. Cuando usía me propuso el -oficio de espía, sentí que se me subía un calorcillo a la cara; y me -pareció que me estaba viendo a mí mismo en aquel empleo y en los de -engañar, fingir y mentir... y viéndome me daba espanto... y un sudor -se me iba y otro se me venía, parque el tal Gabriel que mi madre echó -al mundo se entretiene a veces oyendo lo que él mismo se dice por -dentro acerca de la manera de ser caballero, decente y honrado. Cuando -la señora duquesa me pidió su carta, y yo no podía dársela, sentí el -mismo embarazo... y también me ocurrió que no devolviendo el papel, y -permitiendo que otras personas sigan haciendo mal uso de él, el señor -Gabrielillo no vale dos cuartos. Si esto no es el honor, que venga Dios -y lo vea.</p> - -<p>Amaranta pareció muy sorprendida de estas razones, y me dijo con -bondad:</p> - -<p>—Tales ideas no son propias de ti. Tiempo tienes, cuando seas mayor, -de tener todo el honor que quieras. Cada vez te encuentro más propio -para desempeñar a mi lado los empleos de que te hablé. Me parece que -has empezado bien el curso en la universidad del mundo; y o mucho me -engaño, o te bastarán<span class="pagenum" id="Page_291">p. 291</span> -pocas lecciones más para ser maestro.</p> - -<p>—Creo que usía no se equivoca —respondí—, y en cuanto a las -lecciones que usía me ha dado, me parece que han sido de provecho.</p> - -<p>—¿Y no renuncias a tus proyectos de ser... como decías?... —me -preguntó irónicamente.</p> - -<p>—No señora, sigo en mis trece —contesté sin turbarme—, y a lo mejor -va a tener usía el gusto de verme de príncipe o tal vez de rey en -cualquier reino que las damas de la corte sacarán para mí. Si no hay -más que ponerse a ello, como dice Inesilla.</p> - -<p>—Pero di, chiquillo: ¿de veras creíste tú que ya te estaban labrando -la espada de general o la corona de duque?</p> - -<p>—Como esta es noche. Y usía, que se me figuraba una divinidad -bajada del cielo para favorecerme, acabó de trastornarme el juicio, -enseñándome lo que debía hacer para echarme a cuestas el manto regio o -cuando menos para ponerme los galones de capitán general.</p> - -<p>—Parece que te burlas; ¿qué quieres decir?</p> - -<p>—Digo que desde que usía me dijo que el camino de la fortuna estaba -en escuchar tras de los tapices, y llevar y traer chismes de cámara -en cámara, se han arreglado las cosas de tal modo, que sin querer -estoy descubriendo secretos, y aunque quiero taparme las orejas, las -picaronas se empeñan en oír...</p> - -<p>—¡Ah! tú quieres revelarme algo que has oído —dijo Amaranta con -complacencia—. Siéntate y habla.</p> - -<p>—Lo haré de buena gana, si usía me devuelve la carta de la señora -duquesa.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_292">p. 292</span>—Eso no lo pienses.</p> - -<p>—Pues entonces callaré como un marmolejo. En cambio contaré una -historia parecida a la que usía me refirió, aunque no es tan bonita. No -la he leído en ningún libro viejo, sino que la oí... Estas condenadas -orejas mías...</p> - -<p>—Pues empieza —dijo la condesa con alguna perplejidad.</p> - -<p>—Hace quince años había en Madrid una damita muy guapa, muy guapa, -que se llamaba... no me acuerdo de su nombre. Esto no pasaba en ningún -reino apartado ni antiguo, sino en Madrid, y no se trata de sultanes ni -de grandes ni pequeños visires, sino de una damita muy linda, la cual -damita se enamoró de un joven de buena familia que vino a la corte a -buscar fortuna. Parece que los padres se oponían; pero la damita amaba -ciegamente al joven; y como todo lo vence el amor, entre este y el -Demonio proporcionaron a los dos jóvenes entrevistas secretas que...</p> - -<p>Amaranta se puso pálida, y su mismo asombro la tenía muda.</p> - -<p>—Pues es el caso que la damita dio a luz una criatura —continuó.</p> - -<p>—No estoy aquí para oír necedades —dijo Amaranta dominando su -ira.</p> - -<p>—Pronto concluyo. Dio a luz una criaturita: huyó el joven a Francia -temiendo ser perseguido, y los padres de la damita se dieron tan buena -maña para echar tierra a aquel negocio, que nada se supo en la corte. -La damita<span class="pagenum" id="Page_293">p. 293</span> se casó -después con el conde de no sé cuántos, y... nada más.</p> - -<p>—Veo que eres rematadamente necio. No quiero oír más tus simplezas -—dijo la dama, cuyo semblante se cubría de vivísimo carmín.</p> - -<p>—Aún falta un poquito. Más tarde lo descubrieron algunas personas, y -hablaron de esto en sitio donde yo lo oí; pero como soy tan curioso, y -ahora ando amaestrándome en los chismes y enredos para ver si llego a -general o a príncipe, no me contento con aquellas noticias, y voy a que -me dé más una mujer que vive a orillas del Manzanares, junto a la casa -de D. Francisco Goya.</p> - -<p>—¡Oh! —exclamó Amaranta furiosa—. Sal de aquí, desvergonzado -mozalbete. ¿Qué me importan tus ridículas historias?</p> - -<p>—Y como estas historias no tienen valor hasta que no se traen de -aquí para ahí, pienso comunicárselas a la señora marquesa, para que me -ayude en mis pesquisas. ¿No cree usía, señora condesa, que esta es una -excelente idea?</p> - -<p>—Veo que sabes manejar la calumnia y las bajas y miserables -intrigas. Supongo quién habrá sido tu maestro. Vete, Gabriel; me -repugnas.</p> - -<p>—Me iré y callaré; pero es preciso que usía me vuelva la carta.</p> - -<p>—Miserable rapaz: ¡quieres burlarte de mí, quieres medir conmigo tus -indignas armas! —exclamó levantándose de su asiento.</p> - -<p>Su actitud decidida me turbó un poco; mas hice esfuerzos por -reponerme, y continué:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_294">p. 294</span>—Para hacer -fortuna no hay medio mejor que el espionaje y la intriguilla: el que -posee secretos graves lo tiene todo, y ahora salimos con que voy a -conseguir dos mitras, ocho canonjías, veinte bastones de coronel, cien -capellanías, y mil plazas de contaduría para todos mis amigos.</p> - -<p>—Déjame, no quiero verte. ¿Has oído?</p> - -<p>—Pero antes me dará usía la carta. Si no, he de llevar un recado a -la señora marquesa, o al señor diplomático, que como hombre reservado -no lo dirá a alma viviente.</p> - -<p>—¡Ah! imbécil, cuánto te desprecio —dijo revolviendo en su bolsillo -con febril inquietud—. Toma, toma la carta, vete con ella, y jamás -vuelvas a ponerte delante de mí.</p> - -<p>Diciendo esto arrojó en el suelo la carta que recogió un servidor de -ustedes.</p> - -<p>Después sentándose de nuevo, volvió hacia mí su rostro siempre -bello, y me dijo:</p> - -<p>—¿Quién te ha enseñado esas travesuras? Eres un necio.</p> - -<p>—De los necios se hacen los discretos —contesté—. Dando con un -buen maestro... Si usía no me hubiera despabilado tanto... Oyendo y -viendo se aprende mucho, señora; y yo, desde que entré al servicio de -usía hasta hoy, no he desperdiciado el tiempo. Bien haya quien me ha -abierto los ojitos que ven y las orejitas que oyen. Para ser discreto -es preciso haber sido tonto.</p> - -<p>Cuando pronuncié esta extraña sentencia, Amaranta echó sobre mí -una mirada de orgulloso desdén, y señalome la puerta. ¡Ay!<span -class="pagenum" id="Page_295">p. 295</span> estaba hermosa, hermosa -como nunca. Su noble ademán, sus mejillas teñidas de leve púrpura, el -incendio de sus ojos, la agitación de su seno encantaban la vista, y -no era posible aborrecerla. Indudablemente, señores, el mal es a veces -lindísimo.</p> - -<p>Ya me marchaba, cuando entró el señor duque acompañado del -diplomático.</p> - -<p>—Aquí estoy, Amaranta —dijo el primero—. Me habló usted de causas -que no conocemos...</p> - -<p>—No le hagas caso, sobrina —exclamó el marqués—. ¿Pues no ha dado -en la flor de estar celoso? Y dice que en el caso de Otelo él haría lo -mismo.</p> - -<p>—Sí —dijo el duque—. Si yo sospechara de mi mujer la mataría.</p> - -<p>—No me refería a nada que no fuese algún motivo artístico —indicó -secamente Amaranta.</p> - -<p>—No consiento que mi mujer salga más a las tablas en compañía de -ese bárbaro Otelo. La pobrecita debe haber padecido mucho. Pero veo -que en mi ausencia han ocurrido grandes novedades. Parece que también -han querido ponerla presa. ¡Pobre cordera mía! ¿Cómo es posible que -haya dado motivos para eso...? Si es la bondad, si es la dulzura en -persona.</p> - -<p>—Son tantos los que han incluido en la causa... —dijo Amaranta—. -Pero por mediación mía se la puso al instante en libertad.</p> - -<p>—¡Oh! Gracias, querida condesa. Verdad es que Lesbia es amiga -de usted desde la infancia,<span class="pagenum" id="Page_296">p. -296</span> y entre amigas... ¿Y no se la molestará más?</p> - -<p>—No —dijo el diplomático—. Felizmente puede arrancarse de la causa -todo lo que conviene, ¿no es verdad, sobrina?</p> - -<p>—Sí; precisamente se ha hecho eso con todo lo que se refiere al -Príncipe, porque como ha confesado y hecho acto de contrición de todas -sus faltas... Los jueces tienen buena mano, y suprimirán todo lo que se -quiera, dejando la causa tal como convenga presentarla al público.</p> - -<p>—Eso está muy bien dispuesto —afirmó el diplomático—, y prueba que -hay tacto en el Gobierno. ¿Y Napoleón?</p> - -<p>—Napoleón ha exigido que no se le nombre para nada, y por esto ha -sido preciso eliminar también cuanto a él se refiere. Aunque consta que -el Príncipe le escribió y tuvo tratos con su embajador, los jueces se -comerán todas las declaraciones y documentos en que esto se vea, para -que Bonaparte quede contento.</p> - -<p>—Bien, bien, eso me tranquiliza —afirmó el diplomático con mucho -énfasis—, y así lo pondré en conocimiento del Príncipe Borghese, del -Príncipe Piombino, de S. A. el gran duque de Aremberg. Por supuesto, -os encargo que no digáis a nadie mis propósitos; ¿lo oyes, Amaranta? -¿Lo oye usted, señor duque? ¡Ah! al duque no se le puede confiar un -secreto. Todo lo dice.</p> - -<p>—¿Qué? —preguntó Amaranta.</p> - -<p>—Por más que me empeño en que la más<span class="pagenum" -id="Page_297">p. 297</span> absoluta reserva sirva de impenetrable velo -a lo que ocurre entre la González y yo...</p> - -<p>—El señor marqués no abandona sus antiguas mañas —dijo el duque.</p> - -<p>—No, hijo; es que sin saber cómo ni cuándo... Nada he puesto de -mi parte. Hace tiempo que Pepita ha manifestado que hallaba en mí -cierto encanto... Pero la pícara no se cuida de disimular; ahora -mismo, durante el sainete, me echaba unas miradas... ¡Y qué bien -ha representado! Nunca la he visto tan alegre, tan graciosa, tan -juguetona, tan vivaracha. La verdad es que me está comprometiendo. ¿Lo -creerás, sobrina? Yo me empeño en ocultarlo, porque... ya sabes... ese -es mi carácter, y ella... pero si todo el mundo lo sabe. Al concluir -el sainete, no he podido menos de acercarme a ella y le he dicho: -«Disimule usted, Pepa; no olvide usted que la reserva es hermana gemela -de la... digo, del amor.» Sin duda por obedecer esta advertencia, se ha -marchado con Isidoro, fingiéndose muy contenta en su compañía. Ambos -iban muy amartelados, y cualquiera menos listo que yo, los habría -tenido por amantes.</p> - -<p>—Tal vez —dijo Amaranta.</p> - -<p>Salí del cuarto. Cuando después de buscar ávidamente a Lesbia por el -escenario, di con ella al fin y la entregué la carta, me dijo con mucha -ansiedad mientras la guardaba:</p> - -<p>—¡Ah, Gabrielillo! Esta noche me has salvado la vida dos veces.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch28"> - <p><span class="pagenum" id="Page_298">p. 298</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XXVIII</h2> -</div> - -<p>No quise estar más allí; salí decidido a huir para siempre del -vergonzoso arrimo de cómicos y danzantes, de damas intrigantuelas y de -hombres corrompidos y fatuos. Al salir, un vivo deseo de correr a casa -de Inés llenaba mi alma toda. Volé al cuarto piso tomando la pequeña -escalera, y por el camino, en mi precipitada marcha, iba arrojando los -postizos y adornos que me habían servido para la representación. Aquí -dejé las barbas y bigotes, allí las plumas de mi sombrero, más allá la -escarcela, y por último eché a rodar el tahalí y el collar. Me parecían -prendas de ignominia que no debían ir sobre mí al presentarme en la -casa del reposo.</p> - -<p>Subí y entré: el padre Celestino me abrió la puerta, y al punto -advertí que sus ojos habían llorado.</p> - -<p>—La pobre doña Juana ha muerto hace dos horas —dijo contestando a -mis preguntas.</p> - -<p>Esta noticia dio a todo mi ser el frío y la inmovilidad de una -estatua. Sepulcral silencio reinaba en la casa. En el fondo del pasillo -vi la puerta de la sala, cuyo recinto iluminaba una claridad rojiza. -Acerqueme con pasos lentos y conteniendo con la mano el latir de mi -corazón que parecía querer salírseme del pecho. Desde el umbral vi -el cuerpo<span class="pagenum" id="Page_299">p. 299</span> de la -santa mujer vestido de negro, y sobre el mismo lecho en que había -sido abandonado por el alma: sus manos cruzadas en actitud de orar, -sus cerrados ojos y la apacible y tranquila expresión de su semblante -blanco como el mármol, más que el aspecto de la triste muerte, dábanle -la fisonomía propia de un recogimiento meditabundo y de aquel místico -sueño que es en las gentes de exaltada piedad, como un viaje al cielo -para volver.</p> - -<p>Junto a ella, y sentada en el suelo, con la cabeza entre las -manos y apoyada en el lecho, estaba Inés. Su llanto tranquilo era el -natural desahogo de un dolor resignado, propio de quien acostumbraba -a relacionar las penas y las alegrías con la voluntad de arriba. No -hizo movimiento alguno para mirarme, ni yo seguramente lo merecía. Una -sola vela de cera, cuya llama puntiaguda y movible señalaba al cielo -con leve oscilación, iluminaba la silenciosa sala; y las imágenes de -vírgenes y santos que había en la pared, como afectadas del fúnebre -cuadro, parecían tener en sus rostros inusitada gravedad.</p> - -<p>A pesar de mi aflicción, yo experimentaba ante aquel espectáculo -una especie de alivio moral que me es imposible expresar con palabras. -Aquella tranquilidad que acompañaba a una gran pena, aquella paz de -espíritu que cubría el dolor, como las alas del misterioso ángel -protegen el alma, al salir turbada y temerosa del cuerpo pecador; -aquel silencio de la mujer muerta, que me hacía<span class="pagenum" -id="Page_300">p. 300</span> oír en lo profundo de mi mente un lejano -y celeste coro de triunfante música; el sereno llorar de la huérfana, -cuyo dolor modesto no acusaba a la suerte, ni a la casualidad, ni -a otro alguno de los irrisorios dioses que ha creado el holgazán -entendimiento humano; aquel aspecto de resignación; el reposo -imperturbable que ni aun la muerte había alterado en aquella mansión -de la conciencia pura, de los deberes, de la religión, del sencillo -amor, fueron para mi espíritu como un aura serena, como un templado -y regenerador ambiente que equilibra y uniforma la atmósfera por -tempestades revuelta o agitada por opuestas corrientes. Jamás he podido -comparar con más propiedad mi alma con la imagen de un terso lago, -de igual y no alterada superficie, ni jamás he distinguido con tanta -claridad el lejano fondo. Cual si mi pecho hubiese estado por largo -tiempo privado de fácil respiración, mis pulmones se dilataron y mi -aliento sacaba del corazón un gran peso.</p> - -<p>El cura me sacó de tales abstracciones llamándome fuera.</p> - -<p>—La pobre Juana —me dijo enjugando una lágrima— no tuvo tiempo de -ver satisfecho el deseo de toda mi vida.</p> - -<p>—¿Pues qué? Usted...</p> - -<p>—Sí, hijo mío; poco antes de su muerte recibí este papel en que se -me nombra ecónomo de la iglesia parroquial de Aranjuez. Al fin se me ha -hecho justicia. No me ha cogido de nuevo, y bien te decía yo que había -de<span class="pagenum" id="Page_301">p. 301</span> ser esta semana. -¿Ves, Gabrielillo? Dios ha acudido oportunamente a nosotros en esta -desgracia. Ya Inés no quedará desamparada, ni tendrá que pedir auxilio -a los parientes de Juana.</p> - -<p>—¡Pobre Inés! —exclamé—. A ella consagraré mi vida entera. Viviré -por ella y solo por ella.</p> - -<p>—¡Ah! —dijo el clérigo—. Ocurre una cosa singularísima, querido -Gabriel. ¿Sabes que la pobre Juana me ha hecho antes de morir una -revelación que... a ti puedo confiarlo porque casi eres de la -familia.</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—Después que confesó, llamome aparte y me dijo que Inés no es -hija suya... ¡Si vieras qué historia tan singular! Estoy confundido, -absorto. Pues, sí, Inés no es hija suya, sino de una gran señora -que...</p> - -<p>—¿Qué dice usted? —exclamé con asombro.</p> - -<p>—Lo que oyes: la verdadera madre... ya comprenderás que en esto hubo -una de esas secretas aventuras, que deshonran a una noble familia. -La verdadera madre abandonó a esa pobre niña, y... ya te contaré -despacio.</p> - -<p>—Pero el nombre, el nombre de esa señora es lo que quiero saber.</p> - -<p>—Juana iba a revelármelo: su relación la había fatigado mucho, y la -palabra tembló en sus labios ya paralizados por la muerte.</p> - -<p>Tal noticia produjo en mí espantosa confusión: volví a la sala y -contemplé a la muerta, casi esperando que sus labios pudieran articular -el deseado nombre.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_302">p. 302</span>—¿Es posible, Dios -mío —dije dirigiendo mi mente al cielo—, que no hagas bajar un rayo de -vida a este yerto cadáver, para que su fría lengua se mueva y pronuncie -una sola palabra?</p> - -<p>En mi ansiedad, hasta tuve por un momento la esperanza de que el -cadáver, reanimado por mis ruegos, volviese a la vida para revelarme el -nacimiento de Inés.</p> - -<p>—¡Qué loco soy! —dije después—. No faltarán medios de -averiguarlo.</p> - -<p>Desde entonces Inés fue para mí el resumen de la vida. Si antes -no la hubiera amado, su desgracia me habría inclinado con invencible -fuerza hacia ella. Empleé los dos mil reales en el entierro de la -difunta, y en el viaje que el padre Celestino y la huérfana hicieron -a Aranjuez, donde se instalaron. Yo regresé a Madrid. Inés reclamada -después por los parientes de doña Juana sufrió martirios y desgracias, -cuyo recuerdo hace aún estremecer de angustia mi corazón. Creimos al -fin asegurada nuestra felicidad; pero vinieron aciagos y terribles -días: vino la revolución de Aranjuez; vino el Dos de mayo, día de -sangre y luto; los franceses inmolaron muchas víctimas; Inés cayó en -poder de los invasores... pero ahora me faltan fuerzas para relatar tan -horrorosos acontecimientos. Estoy fatigado y necesito tomar aliento -para seguir contando.</p> - - -<p class="fin">FIN DE LA CORTE DE CARLOS IV</p> - - -<p class="smaller mt3">Madrid.—abril-mayo de 1873</p> - -<hr class="chap" /> - - -<hr class="full" /> - -<div lang='en' xml:lang='en'> -<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>LA CORTE DE CARLOS IV</span> ***</div> -<div style='text-align:left'> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Updated editions will replace the previous one—the old editions will -be renamed. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Redistribution is subject to the trademark -license, especially commercial redistribution. -</div> - -<div style='margin:0.83em 0; font-size:1.1em; text-align:center'>START: FULL LICENSE<br /> -<span style='font-size:smaller'>THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE<br /> -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK</span> -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -To protect the Project Gutenberg™ mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase “Project -Gutenberg”), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg™ License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg™ electronic works -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg™ -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg™ electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg™ electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the person -or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph 1.E.8. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.B. “Project Gutenberg” is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. 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Information about the Mission of Project Gutenberg™ -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s -goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg™ and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state’s laws. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation’s business office is located at 809 North 1500 West, -Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up -to date contact information can be found at the Foundation’s website -and official page at www.gutenberg.org/contact -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread -public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine-readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. 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Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Most people start at our website which has the main PG search -facility: <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -This website includes information about Project Gutenberg™, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. -</div> - -</div> -</div> -</body> -</html> diff --git a/old/67155-h/images/cover.jpg b/old/67155-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index bcdae27..0000000 --- a/old/67155-h/images/cover.jpg +++ /dev/null |
