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If you are not located in the United States, you -will have to check the laws of the country where you are located before -using this eBook. - -Title: Los valores literarios - -Author: José Martínez Ruiz Azorín - -Release Date: February 23, 2022 [eBook #67481] - -Language: Spanish - -Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading - Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from - images generously made available by The Internet - Archive/American Libraries.) - -*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS VALORES LITERARIOS *** - - - - - - AZORÍN - - - LOS VALORES - LITERARIOS - - - RENACIMIENTO - - MADRID BUENOS AIRES - PONTEJOS, 3 LIBERTAD, 170 - - 1913 - - - - - ES PROPIEDAD - - - ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO EDITORIAL.--PONTEJOS, 3. - - - - -_Á JOSÉ ORTEGA Y GASSET_ - - -_En la segunda parte de su libro_ =Racine= y =Shakespeare=, _Stendhal -pone el siguiente lema, que él titula_ =Diálogo=: - - «EL VIEJO.--=Continuemos.= - - EL JOVEN.--=Examinemos.= - - =He aquí todo el siglo= XIX.» - -_Sí, tiene razón Stendhal: he aquí todo el siglo_ XIX. _El siglo_ XIX -_en Francia y en otros países. En España, ¿podríamos decir_: =he aquí -el siglo= XX? _Todo el espíritu moderno está en ese brevísimo diálogo -del escritor francés. Ese es, precisamente, el espíritu que aquí, en -España, un grupo de pensadores, catedráticos, literatos--todavía muy -reducido--pretende, al fin y dichosamente, crear. «Continuemos», nos -dice la generación anterior, nos dicen los partidarios de todo lo -viejo, todo lo carcomido, todo lo podrido, en arte, en política, en -moral. «Examinemos», comienza á contestar un núcleo de gente nueva. No -sigamos admitiendo á ciegas, supersticiosamente, los viejos valores; -no cubramos con palabras decorativas y pomposas las seculares máculas; -no nos prestemos á que, con la brillante algazara, con el ruido de los -discursos grandilocuentes, continúe dominando y prevaleciendo lo viejo -nocivo. No_; =examinemos=. _Detengámonos un momento; veamos lo que hay -debajo de todas esas oriflamas y alharacas._ =Examinemos.= - -_Acepte usted, querido Ortega y Gasset, la dedicatoria de este -libro. Completa este volumen los dos anteriores titulados_ =Lecturas -españolas= _y_ =Clásicos y modernos=. _He intentado examinar en él -algunos valores literarios. Es usted inspirador de un grupo de gente -joven que se moldea en la critica de los valores tradicionales, y á -nadie mejor que á usted pueden ir dirigidas estas páginas, trazadas por -su cordial amigo._ - - _AZORÍN._ - - Madrid, noviembre, 1913. - - - - -SOBRE EL «QUIJOTE» - - -_La Lectura_ ha publicado el tomo VI de su edición del _Quijote_. Cuida -del texto y de las notas--como es sabido--el señor Rodríguez Marín. El -texto, puntuado, dispuesto por el señor Rodrígez Marín, merece entera -confianza; no le regatearemos nuestros elogios. La labor realizada -en las notas no puede ser expedida en cuatro palabras; requiere un -examen detenido, especial. Lo haremos otro día. En general, los -comentaristas del _Quijote_ adolecen de trabajar en lo abstracto; pecan -de aficionados en demasía á los libros, papeles y documentos... y á lo -que otros eruditos han dicho antes que ellos. El _Quijote_ es un libro -de realidad; la Mancha, principalmente, es el campo de acción de esta -novela. En la Mancha hay ahora paisajes, pueblos, aldeas, calles, tipos -de labriegos y de hidalgos casi lo mismo (por no decir lo mismo) que -en tiempos de Cervantes. La Mancha comienza ahí mismo, á las puertas -de Madrid, desde el cerrillo de San Blas para abajo... Sin embargo, -los comentaristas del _Quijote_ escriben en Madrid; revuelven mil -mamotretos; se fatigan investigando documentos; corren desalados tras -de un librejo que pudiera traer un dato interesante; lo hacen todo, en -suma, todo menos darse un paseo por la Mancha, que está ahí, á tiro -de escopeta, con todas las particularidades vivas y tangibles que -figuran en las páginas del _Quijote_. Nada nos dicen los comentaristas -de los tipos--existentes hoy--de Alonso Quijano y de Sancho, ni del -ama y la sobrina de Don Quijote, ni de las costumbres manchegas, ni de -los yantares y condumios propios de ese país (de los cuales Cervantes -habla), ni de la Cueva de Montesinos (que los viajeros nos describen), -ni de las lagunas de Ruidera, ni de los famosos batanes, que perduran -al presente como en aquella noche infausta de la célebre--y no -aromática--aventura. Hablar de todo esto, poner en relación la realidad -de hoy con la realidad pintada por Cervantes, sería establecer una -armonía de humanidad y cordialidad entre la obra y el lector; sería -ligar á sus raíces naturales--la tierra manchega, mejor, española--una -planta producida por las dichas raíces. Pero para los comentaristas del -_Quijote_ la Mancha no tiene realidad; la Mancha no existe. - -Nada más significativo á este respecto--aparte de lo dicho--que -contemplar las láminas que, en 1780, puso la Academia Española á la -edición del _Quijote_ que entonces hizo. ¿Qué idea de España se tenía -entonces? ¿Es posible que españoles, y españoles eminentes, tuvieran -tan estrafalaria y absurda idea de la realidad española? ¡Cómo! Estos -hombres viven en España, tienen ante los ojos sus paisajes, han -deambulado por sus caminos, han posado en sus ventas, han tropezado y -platicado con hidalgos, labriegos, artesanos... Y ahora, cuando en el -libro más español de todos los libros quieren dar, gráficamente, un -reflejo de la España en que ellos viven y ellos representan (con la más -alta representación literaria), nos ofrecen un desconocimiento absurdo -de España; nos ofrecen una España grotesta y ridícula. Y todo esto -cuando á las puertas de Madrid, donde la edición se prepara, está la -Mancha, con sus campiñas, sus ventas, sus caminos, sus Quijanos y sus -Sanchos. - -La segunda parte del _Quijote_ mejora notablemente con respecto á -la primera. Hablamos de la segunda parte porque á ella corresponde -el volumen publicado ahora por _La Lectura_. Mejora, repetimos, en -cuanto á la técnica y en cuanto á la contextura espiritual. Hay en -ella algo de etéreo, de indefinible, de inefable que no hay en la -primera parte. El hombre que escribe este volumen no es el mismo que -el que ha escrito el primero. Antes había--tal vez--pleno sol; ahora -la franja luminosa que tiñe lo alto de las bardas (_¡aún hay sol en -las bardas!_) es resplandor dorado, tenue, de ocaso, de melancolía. -Cervantes se despide de muchas cosas en esta segunda parte. La segunda -parte del _Quijote_ es un libro de despedida. En ella llega el autor á -una tenuidad portentosa de estilo; se piensa en los grises de la última -manera de Velázquez. Como se ve toda la modernidad de la segunda -parte del _Quijote_ es comparando su prosa á la de otros libros de la -misma época, á la prosa de Vélez de Guevara, de Castillo Solórzano, -de Quevedo, de Gracián. Lo que aquí es trabajo, técnica laboriosa, -particularidades de la época, en Cervantes es ligereza, sutilidad, -inactualidad. Páginas hay que, con ligeras modificaciones ortográficas, -parecerían escritas ahora; el autor va escribiendo embebido en su -propia visión interior sin reparar en la forma literaria. Cervantes _no -se da cuenta de cómo escribe_. Cuando se llega á este estado es cuando -realmente la expresión literaria alcanza su más alto valor. - -La segunda parte del _Quijote_ sugiere multitud de reflexiones; sobre -todo, los capítulos en que figuran los duques que aposentaron en su -palacio á Don Quijote y Sancho. Los tales duques nos parecen ahora -gente inculta, grosera y aun cruel. No se concibe cómo personas -discretas y cultas pueden recibir gusto y contento en someter á un -caballero como Alonso Quijano á las más estúpidas y angustiosas -burlas. (Recuérdese la aventura de los gatos, el «espanto cencerril -y gatuno».) Una temporada están Don Quijote y Sancho en casa de los -duques: se divierten éstos á su talante con ello; son expuestos -caballero y escudero á la mofa de toda la grey lacayuna; con la más -exquisita corrección se conduce y produce Alonso Quijano. Y luego los -tales duques dejan marchar, como si no hubiera pasado nada, al sin par -caballero y á su simpático edecán. Ya que se divirtieron de lo lindo -los duques, ¿no había medio de demostrar su gratitud de una manera -positiva y definitiva? Á esos señores debía de constarles que Don -Quijote era un pobre hidalgo de aldea; ¿no se les ocurrió nada, para -aliviar su situación, más ó menos sólidamente? Pero dejan marchar á -Don Quijote, y hacen todavía más: como si las estólidas burlas pasadas -no fueran bastantes, aun se ingenian para traerle á su castillo cuando -el caballero va de retirada á su aldea, y para darle una postrera y -pesada broma. Hemos dicho que _ahora_ notamos esta estúpida crueldad -de los duques; mas ya á últimos del siglo XVIII, cuando don Vicente de -los Ríos compuso su _Análisis del Quijote_, escribía que esas chanzas -de los duques con Alonso Quijano suponían un olvido «de la caridad -cristiana y de la humanidad misma». Hoy existen todavía comentadores -que encarecen la afabilidad, generosidad y cortesía de los duques... - -El episodio de Sancho en su ínsula da pie á reflexiones que podríamos -enlazar con la moderna modalidad de los partidos políticos en España. -Sancho demuestra ser un excelente gobernante y un honradísimo -administrador («Desnudo entré en el gobierno, y desnudo salgo», -repite él, cosa que ahora no podrían repetir muchos gobernadores -y gobernantes.) Sin embargo, los duques, señores que tendrán sus -_estados_, que necesitarán hombres aptos y probos para el gobierno de -su casa; los duques no advierten tales condiciones excepcionales en -Sancho, y en vez de darse el parabién por haber hallado un tal hombre, -que tan útil les puede ser, lo dejan marchar, como si no hubiera -sucedido nada. Pensamos irremediablemente en Cervantes y el conde de -Lemos cuando, nombrado virrey de Nápoles, no quiso llevarse consigo -á Cervantes, que lo pretendía. Pensamos en la curiosa selección--al -revés--que en la política española se suele hacer. - -Mucho tendríamos que escribir para comentar--á nuestro modo--los lances -y episodios de esta segunda parte del _Quijote_. Terminemos haciendo -una indicación sobre un incidente, de breves proporciones, pero de una -maravillosa _lejanía ideal_. Aludimos al encuentro y á la separación -de Don Quijote y don Álvaro Tarfe. En una venta se conocen uno y otro -caballero. Pocas horas duran sus relaciones. Preguntó Tarfe á Don -Quijote: - ---¿Adónde bueno camina vuesa merced, señor gentilhombre? - ---Á una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural--respondió Don -Quijote--. Y vuesa merced, ¿dónde camina? - ---Yo, señor--replicó Tarfe--, voy á Granada, que es mi patria. - -Al otro día reanudaron el viaje. Juntos fueron hasta cosa de media -legua de la venta. Quedaba establecida entre los dos corazones una viva -corriente de simpatía. «Á obra de media legua se apartaban dos caminos -diferentes, el uno que guiaba á la aldea de Don Quijote, y el otro -el que había de llevar don Álvaro.» Se abrazaron y cada cual siguió -su diferente camino. Ya Don Quijote iba vencido; sus días estaban -contados. Ni uno ni otro caballero habían de verse más. Nunca Alonso -Quijano había de repasar este camino. El presente minuto--eterno en -la historia--que él permanecía en esta bifurcación del camino, ya no -volvería á vivirlo. El sol tenue y dorado de lo alto de las bardas -acababa de desaparecer. Estos minutos, insignificantes al parecer, -tienen una importancia capital en nuestra vida; dejan una estela -de melancolía dulce que no dejan los clamorosos sucesos. Son unos -días pasados junto al mar, ó en una montaña; ó es una visita rápida -que hacemos á una vieja ciudad; ó bien el conocimiento inesperado, -momentáneo y grato de alguien á quien no hemos de volver á ver. Delante -de nosotros se abre el camino de la vida; nos detenemos un instante y -luego proseguimos--inexorablemente--la marcha. - - - - -LEMOS Y CERVANTES - - -En el artículo anterior aludíamos á las relaciones mediadas entre el -conde de Lemos y Cervantes. ¿Quién era el conde de Lemos? ¿Qué clase de -protección dispensó á Cervantes? Elucidaremos estas cuestiones teniendo -á la vista el libro publicado por el marqués de Rafal sobre don Pedro -de Castro. Se titula el libro _Un mecenas español del siglo_ XVII: _el -conde de Lemos_. El conde de Lemos no pasaba de ser un hombre mediocre; -hoy hubiera sido un excelente parlamentario; diversos ministerios -hubiera desempeñado. «No fué su elevación á los altos puestos que -ocupó--nos dice Rafal--sino consecuencia natural de su posición social -y estrecho parentesco con el poderoso duque de Lerma.» Líneas más -arriba acaba de advertirnos el autor de que «nada de verdaderamente -extraordinario ocurre en la persona de nuestro biografiado». Ocupó -Lemos los más altos y pingües cargos de la política; fué presidente -del Consejo de Indias; desempeñó durante seis años el virreinato de -Nápoles; presidió más tarde el Consejo de Italia. Era el virreinato de -Nápoles una de las sinecuras más suculentas y preciadas entonces. Un -autor de la época, hablando de este cargo, dice que era «el mayor y más -útil que daba el rey en Europa». - -Mostróse Lemos aficionado á las letras. Como empresas suyas referentes -á la cultura, se citan varias. Imprimió á sus expensas _La Dragontea_, -de Lope de Vega; estando en Nápoles «fundó una Universidad y escuelas, -para las que habilitó un magnífico edificio comenzado en tiempo de su -antecesor con destino á caballerizas». Intentó dotar á la misma ciudad -de Nápoles de una biblioteca; mas su designio no llegó á realizarse. -Escribió algunas poesías ligeras. Protegió á poetas y literatos... No -cosa de mayor entidad podemos decir del conde de Lemos. En resolución, -para este prócer, como para otros aristócratas de la época, las letras -eran un solaz y un deporte. De cuando en cuando se gustaba de los -versos livianos: se componían en las tertulias poesías de repente; -se amaba las representaciones fastuosas y pintorescas de comedias de -amor. No se sentía el arte tal como hoy un artista puede sentirlo; tal -como entonces lo sentía un Cervantes ó un Góngora. No podía en aquel -tiempo dispensar al arte un personaje como Lemos más atención que la -que se presta á un agradable devaneo. No lo consentía la sensibilidad -dominante en aquellas regiones sociales. Incompatible era el goce -estético delicado con el regodeo que se encontraba en las chocarrerías -y juegos de bufones, albardanes y demás sabandijas de los palacios. -El mismo Rafal nos cuenta en su libro un singular solaz que tomaron -en cierta ocasión los aristócratas palaciegos. Rodearon una noche la -casa de un bufón estando éste dormido; lo despertaron con estruendo -de arcabuces; lo amedrentaron; lo acongojaron; lleváronlo á una -prisión y lo pusieron en capilla, simulando que era llegada su última -hora... Cuando terminó la bárbara broma y quisieron indemnizar de sus -angustias al cuitado, regalándole una cadena de oro, el pobre hombre, -con un rasgo de altiva dignidad que le colocaba por encima de sus -atropelladores, se negó á recibir el presente. - -Una sociedad cuyos más elevados miembros encontraban solaz de tan -bárbaros devaneos no podía sentir el _Quijote_ como hoy lo sentimos -nosotros. Ya hemos dicho en otra ocasión--paradójicamente--que el -_Quijote_ no lo ha escrito Cervantes, sino la posteridad. No podía ser -tampoco considerado Cervantes como hoy lo consideramos. No caigamos en -la ilusión espiritual, al juzgar al autor y su obra, de transportar -al siglo XVII el ambiente que ahora rodea á Cervantes y al _Quijote_. -La clase de protección de Lemos á Cervantes se explica teniendo en -cuenta qué es lo que Cervantes era en la sociedad y en las letras de -la décimoséptima centuria. Más abajo volveremos sobre este punto y -veremos cómo, dado el carácter de Lemos y dada la clase de literatura -que producía Cervantes, no pudo ser otra la protección del conde. Ahora -examinemos el asunto referente á la ida á Nápoles. - -Fué nombrado Lemos virrey de Nápoles. Podía, desde tan alto cargo, -dispensar amplia y decorosa protección á la gente de letras. Puesto que -Lemos se ufanaba de ser el amparador de poetas y literatos, ésta era -la ocasión de demostrarlo cumplidamente. Figuraos que hoy llegara á la -presidencia del Consejo de ministros quien pusiera su gloria en alentar -y auxiliar á cuantos--dignamente--viven de la pluma. Ancho campo se -abriría á su noble afán. Con Lemos solicitaron pasar á Italia numerosos -literatos y poetas. Lo solicitaron, entre otros, Cervantes, Góngora, -Cristóbal Suárez de Figueroa. Había muerto el secretario del conde -tiempo atrás. Lemos nombró entonces para este cargo á Lupercio Leonardo -de Argensola. Correría Argensola con el cuidado de escoger el personal -que había de llevar el conde á Nápoles. Á Argensola, y no á Lemos, -debían, pues, dirigirse los pretendientes. Lemos, tan amante de los -hombres de letras, ponía entre su persona y los literatos una barrera. -Una barrera constituída por otro hombre de letras, es decir, por un -hombre que podía tener, respecto á rivales y competidores, sus recelos, -sus animadversiones, sus resquemores. ¿Cómo justificar la conducta de -Lemos en este caso, capital, capitalísimo en su vida? ¿Por qué él no se -entendió directamente con los que llamaba sus amigos, sus protegidos? -«Todo quedaba ya--dice Rafal--supeditado á la buena ó mala voluntad de -Lupercio.» - -Nuestro amado y gran Miguel fué de los que «más» solicitaron el ir á -Nápoles. Había puesto en ello Cervantes una fervorosa ilusión. No pudo -conseguirlo. Lo rechazaron los Argensola. El fracaso de su esperanza -produjo á Miguel una honda amargura. Rafal supone que la conducta de -Lemos «debió, no sólo ser correcta, sino cariñosa para Cervantes». -(Entre paréntesis, dilecto marqués: en la frase citada falta un _de_; -pero, sin querer, ha salido más exacta tal como está. En efecto, ésa -era la obligación del conde de Lemos para con Cervantes, obligación -que Lemos no cumplió.) Pero á seguida de escribir la frase transcrita, -el autor se pregunta: «¿Cómo pudo ello compaginarse, siendo, en último -término, la voluntad del conde la que había de prevalecer sobre la de -sus secretarios?» «No acertamos á dar con la respuesta...»--añade Rafal. - -Pero las razones que imagina nuestro historiador para justificar -á Lemos, antes nos confirman la mediocridad de éste que abonan su -proceder. El conde--nos dice Rafal--gustaba de las Academias en que se -repentizaba; el amor de Lemos á las letras, como el de sus congéneres, -se manifestaba, como queda dicho, en estas liviandades y devaneos -ridículos. Cervantes no podía hacer brillante papel en tales tertulias; -según él mismo confiesa, era tartamudo; no podía producir una ligera -y brillante cháchara. No era, pues, «á propósito para certámenes como -aquellos á que demostró Lemos y sus consejeros ser aficionados». -Dejemos esto. El hecho es que «ni uno solo de los comentadores de la -vida del insigne escritor puntualiza» al hablar de la protección de -Lemos á Cervantes. Como Cervantes hace en distintas partes protestas -efusivas de adhesión y cariño al conde, se viene á sospechar que la -tal protección fuera no otra cosa que una cantidad que periódicamente -pasaba Lemos á Miguel. Y con esto volvemos al punto que arriba dejamos -para tratarlo ahora. - -El conde de Lemos, gran señor, ocupador de suntuosas posiciones -políticas, tuvo en su vida numerosas ocasiones de favorecer, definitiva -y decorosamente, á Cervantes. Fácilmente pudo darle algún cargo digno; -fácilmente pudo hacer que Miguel, ya en la Administración, ya en la -Justicia, ya en cualquier otro de los ramos y engranajes del Estado, -encontrara un decente y duradero acomodo. ¿Por qué no lo hizo así? ¿Por -qué su amparo tomó la forma de una pensión, cuya cuantía ignoramos, y -que hoy nos molesta, nos repugna? ¿Por qué esta manera de limosna y no -la otra manera ostensible y digna de la protección en un cargo lícito -y decoroso? No olvidemos que el conde de Lemos vivía en el siglo XVII, -y que sobre eso--ello es importante--era un hombre mediocre y frívolo. -No olvidemos tampoco que Miguel no pasaba de ser un escritor de obras -festivas. Algunos de sus coetáneos le motejaban de _ingenio lego_; él -mismo sentía la pesadumbre de no ser mas que un _romancista_, es decir, -un escritor en lengua vulgar. Lo selecto y lo literario entonces, lo -verdaderamente intelectual era escribir en latín sobre especulaciones -filosóficas ó políticas; y si no en latín, al menos, urdir en -castellano algún grave y recio infolio de erudición. El _Quijote_ no -pasaba de ser un libro de burlas chocarreras. «¡Cómo!--podría decirnos -Lemos--. ¿Os quejáis de mi protección á Cervantes; la encontráis -indecorosa, mezquina, y no reparáis que Cervantes no es un gran -literato, un filósofo, un erudito? ¿Decís que la tal protección no -corresponde ni á la persona ni á la obra? ¡No lo comprendo!» - -Y, en efecto, ni Lemos ni sus contemporáneos lo comprenderían. -Pero Lemos, cuando quería proteger, sabía proteger decorosa y -espléndidamente. En el libro del marqués de Rafal se citan varios -casos. Uno es el de los propios Argensolas; á más de lo consignado, -el conde trabajó obstinadamente con la corte pontificia para que á -Bartolomé le fuera concedida una canonjía. Otro caso es el del jesuíta -padre Mendoza, en rebelión con la Compañía, hombre inquieto y bravío, -para quien Lemos, después de defenderlo y ampararlo largamente, logró -un obispado. El tercer caso es el del padre Arce, bibliotecario del -conde, á quien también favoreció Lemos con otro obispado. Sabía, sí, -sabía proteger el conde. Pero, ¡ay, querido Miguel! Tú, ¿quién eras y -qué eras? Tú eras un pobre hombre, lisiado y desdichado; tú no habías -compuesto ningún libro _serio_; tú no habías sacado de tu cabeza mas -que una historia estrafalaria y risible. - - - - -UNA NOBLE INDIGNACIÓN - - -Estas líneas no son mas que una apostilla al artículo anterior. Se nos -pide que insistamos--ampliándolo--sobre algún punto expuesto en dicho -trabajo. Lo haremos brevemente. ¿Cómo se compaginan--se dice--las -fervorosas protestas de adhesión y amistad hechas por Cervantes -respecto al conde de Lemos y la conducta mezquina, menguada de éste? -Hemos dicho bastante sobre este importante extremo; pero añadiremos -algo más. Es preciso colocarse en la situación de Cervantes. El autor -del _Quijote_ era un hombre pobre, necesitado; toda su vida la había -pasado en angustiosas y trabajosas andanzas. No figuró nunca entre la -alta intelectualidad de su patria. Cuando estuvo en Sevilla, aparte -vivió de los aristocráticos, delicados ingenios que allí había; -su amigo y su protector--honremos su memoria--fué un hombre del -pueblo: un mesonero. En Madrid, al publicarse el _Quijote_, hubo para -Cervantes una ventolera de renombre; pero no nos hagamos ilusiones: -aquel renombre no era como este de que ahora goza Cervantes; aquel -renombre era, más que respeto y comprensora admiración, curiosidad, -interés por un escritor que había trazado una historia graciosa, llena -de donairosos disparates. No fué nunca considerado Cervantes, como -al presente es considerado, un erudito ó un publicista consagrado -oficialmente, académico, ex ministro, etc. - -Por otra parte, el conde de Lemos no pasaba de ser un hombre mediocre, -limitado. Afectaba ser amigo de los literatos y protegerlos; mas -quienes verdaderamente se llevaban su consideración eran los que -en aquellos tiempos eran reputados por los verdaderos literatos y -pensadores: eruditos, teólogos, poetas aristocráticos. Aun siendo Lemos -amigo de Miguel, no podía colocar á éste en su estimación al nivel de -un Argensola, ó de un padre Arce, ó de un padre Mendoza. Le quería, -sí; mas en su afecto hacia Cervantes debió de haber esa corrección, -esa urbanidad fría, ese discreto acercamiento--ó alejamiento--que un -gran aristócrata ó un gran político saben poner entre su persona y la -persona de un hombre á quien se debe cierta gratitud, pero con quien no -se cree que debe establecerse una sincera, honda, cordial solidaridad -espiritual. ¿Qué iba á hacer Cervantes? Su situación era sumamente -apretada; si no le pasaba una pensión, regular y periódicamente, el -conde de Lemos (cosa que no está demostrada), por lo menos, debió -de hacerle, en ocasiones, algún señalado favor. Era Lemos la única -persona á quien Cervantes podía recurrir. ¿Iba Miguel á perder este -único asidero por adjetivo de más ó de menos en sus dedicatorias? ¿Qué -importaba un superlativo ó una hipérbole? Téngase en cuenta, además, el -estilo especial--todo encarecimientos--de esa literatura nuncupatoria. -Añádase también la generosidad nativa é inagotable de Miguel... - -El conde de Lemos, desempeñador de los más altos cargos de la política, -pudo asegurar decorosa y holgadamente el porvenir de Cervantes. No -quiso hacerlo. Hemos hablado del concepto social que rodeaba al autor -del _Quijote_; ello influyó eficacísimamente en la clase de relaciones -que mediaron entre, Lemos y Miguel. ¿Se podrá rastrear hoy, _todavía_, -este concepto social de Cervantes? No se olvide que Cervantes mismo se -tenía--y ello le apesadumbraba--por un mero _romancista_; no se eche -en olvido tampoco el dictado de _ingenio lego_ con que le motejaron -algunos intelectuales de su tiempo. ¿Podremos encontrar todavía en -el _subtractum_ español, en lo hondo de ciertas regiones sociales -españolas, este concepto respecto á Cervantes? Los cervantistas (y, -en general, los historiadores literarios) desdeñan la realidad viva; -buceando en el fondo de la realidad española pudieran encontrarse -noticias y pormenores curiosísimos. Las modas, las maneras de decir, -las ideas, las modalidades del sentimiento, de las altas capas sociales -caen á lo hondo, poco á poco, y allí perduran durante mucho tiempo. -Giros del castellano clásico, vocablos desaparecidos hace siglos, -los encontramos en la parla de un mercado ó de un horno, en boca de -zabarceras y comadres. Puesto que el concepto _Cervantes-ingenio lego_ -ha existido y ha dominado en la aristocracia intelectual de España, en -el siglo XVII y durante bastantes años, ¿podrá aún encontrarse rastro -vivo de este concepto, concepto que no calificamos porque no hace falta -y que ahora se resuelve en gloria de Miguel? - -En 1848 un colaborador del _Semanario Pintoresco_--J. Jiménez -Serrano--hizo un viaje por la Mancha; visitó ese escritor algunos de -los parajes por donde anduvo Don Quijote. Sus impresiones se publicaron -en dicha revista. Cuenta Jiménez Serrano que caminando de Argamasilla -al Toboso se encontró á un clérigo que iba también al mismo pueblo. -Trabaron conversación los dos viandantes y el clérigo dijo, entre otras -cosas, al viandante, al enterarse del propósito de éste: «Hace cuarenta -años que vivo en Lugar Nuevo, famosísima patria de Don Quijote, pero -nací en el Toboso, donde pasé al lado de mis padres los primeros años -de mi juventud y las vacaciones que nos daban en la insigne Universidad -de Toledo; he visto, por consiguiente, muchos extranjeros que venían -atraídos como usted por la fama de ese Cervantes Saavedra tan celebrado -en Madrid. Movióme entonces la curiosidad de leer _El Ingenioso -Hidalgo_ y no me pareció, con perdón sea dicho, cosa de tanto asombro, -pues ni allí hay doctrina ni hechos; no pasa, en mi pobre juicio, -de ser una obra graciosa, escrita por un hombre chistoso, pero sin -carrera». - -Léanse y reléanse las últimas frases transcritas; ese es, en 1848, -el concepto de Cervantes que profesaban en 1610 los intelectuales, -aristócratas, teólogos y grandes políticos. El _Quijote_ es una obra -graciosa, escrita por un hombre chistoso; no hay en ese libro doctrina. -Su autor es un hombre sin carrera. ¿Cómo había de dispensarle Lemos -la misma protección que á un Mendoza ó á un Arce? Dos años antes de -que el clérigo de Argamasilla expresara el juicio copiado, en 1846, un -escritor había dado la nota exacta al hablar de las relaciones mediadas -entre el conde y Miguel. Aludimos á Pablo Piferrer, agudo crítico y -elegante poeta. En su libro _Clásicos españoles_, Piferrer escribe, -tratando del desamparo de Cervantes: «Sólo el conde de Lemos, don Pedro -Fernández de Castro, aquel protector de los hermanos Argensolas, le -hizo _alguna_ merced, que, si bien muy digna de eterna loa, _no debió -de ser tan grande como pudiera deducirse de las expresiones que su -ánimo tan bueno y agradecido dictaba á Cervantes_.» «Mejor es verle así -dechado de generosidad y dulzura--añade el autor--; mas siendo un tanto -más sobrio en los elogios ajenos, fiando su propia defensa y la crítica -de los demás á su noble sátira, quizá el temor le hubiera granjeado -las consideraciones que se negaron tan villanamente á la indulgencia.» -«Aquí sólo la indignación mueve mi pluma--agrega Piferrer--; ni puedo -leer con calma que los mismos Argensolas anduviesen regateando el favor -del conde y dándose apariencias de patronos con aquel anciano en cuya -abierta frente resplandecía la bondad más pura. ¿Acaso todos los versos -juntos de aquellos poetas son en la sola poesía lo que cualquier -capítulo del _Quijote_ en toda la literatura?» - -_Aquí sólo la indignación mueve mi pluma_--dice Piferrer--. Acompañemos -en su noble indignación al querido y delicado poeta de la _Canción de -la primavera_. - - - - -HEINE Y CERVANTES - - -I - -Una excelente revista--_Hispania_--que, en lengua castellana, aparece -en Londres, ha publicado, no hace mucho, el estudio de Heine sobre el -_Quijote_. La traducción la ha hecho un distinguido escritor americano: -D. S. Restrepo. Lo traducido ahora, estaba ya traducido en España; -ignoramos si el señor Restrepo tenía conocimiento de esta traducción. -Aludimos á la publicada en la _Revista Contemporánea_ correspondiente -al 30 de Septiembre de 1877. El autor de esta traducción es el delicado -poeta Augusto Ferrán. En 1837 Enrique Heine escribió un prólogo para -una traducción alemana del _Quijote_; «escrito en París durante el -Carnaval de 1837», dice la fecha de esas páginas del poeta; no es -baladí consignar ese detalle, al parecer nimio, pero interesante, de -las circunstancias--algunas circunstancias, desde luego--en que Heine -meditó y redactó su proemio á la gran novela. Los traductores españoles -lo han desdeñado: Larra--que veía trágicamente el Carnaval--hubiera -tenido muy en cuenta este significativo pormenor; significativo -tratándose de un libro también cómico en la apariencia, pero asimismo -trágico en el fondo. - -La edición del _Quijote_ con proemio de Heine se publicó en Stuttgart -el año citado más arriba. No conocemos el original alemán de la obra -del poeta; la hemos leído en una edición francesa; incluída va en el -volumen que figura en las _Obras completas_ de Heine con el título de -_De tout un peu_; hizo esa edición Michel Levy, y la tirada que tenemos -á la vista es de 1867. Algo importante encontramos en la advertencia -que el editor pone al frente del volumen citado. Hablando del estudio -de Heine sobre el _Quijote_ se dice lo siguiente: «Heine se ha mostrado -severo, en su correspondencia, con su _Introducción al Quijote_, -que fué publicada en 1837 y que nosotros hemos incluído entre sus -fragmentos de crítica literaria. El lector seguramente no participará -sino á medias de ese juicio del poeta sobre uno de esos escritos; -juicio que hubiera sido menos duro, probablemente, si no se hubiera -tratado en este caso de consolar á su editor ordinario de Hamburgo de -haberle visto á él, Heine, aceptar para este trabajo los ofrecimientos -de otro editor de la Alemania meridional.» Pequeño, pero curioso -problema de psicología literaria es éste; ante todo, ni enteramente ni -_á medias_--como dicen los editores parisienses--aceptamos el juicio de -Heine sobre su trabajo cervantista; luego habría que ver los pasajes -de las cartas de Heine en que este habla del asunto; finalmente, -es verosímil, aunque parezca extraño, el motivo que se alega para -la autodepreciación citada. Dejemos simplemente consignadas estas -observaciones. - -No solamente no aceptamos á medias el juicio de Heine, sino que, lejos -de ello, tenemos las páginas escritas por el poeta acerca del _Quijote_ -como lo más bello, fundamental y sentido que jamás se haya escrito. -Siendo el _Quijote_ una obra universal, no es mucho lo que de un modo -original y emocionador se ha dicho del gran libro. ¿Cuántos son los -grandes espíritus que han hablado del _Quijote_? Estudios largos, -detenidos, podemos contar muy pocos; incidentalmente han hablado -del _Quijote_ elevados ingenios de todos los países; son alusiones, -indicaciones rápidas, frases sueltas, no otra cosa. Así han hablado -Rousseau, La Fontaine, Víctor Hugo, Tourgueneff, Flaubert (éste, -cuatro líneas, dedicadas á Sancho Panza, en su brevísimo estudio sobre -Rabelais). «Mil veces--ha escrito Clarín en sus _Notas sueltas_ sobre -el _Quijote_--, mil veces, leyendo á mis filósofos, sabios, poetas y -novelistas favoritos, de extrañas tierras, he pensado: ¡Qué lástima que -este espíritu no hubiese penetrado y recordado bien el de Cervantes! -La cita del _Quijote_ estaba muchas veces _indicada_... y no venía. En -Carlyle, en Renán, por ejemplo, ¡cuántas veces la _asociación de ideas_ -llamaba al _ingenioso hidalgo_... y no venía!» - -En las páginas de Heine se contienen muchos de los más importantes -puntos de vista que modernamente se habían de adoptar respecto á la -novela de Cervantes. Algunas de estas ideas, si no han sido originales -de Heine, al menos, la fuerza, la plasticidad, la emoción del poeta las -ha dado relieve extraordinario y las ha lanzado, desde la penumbra, á -plena y viva luz. No es inútil advertir que al hablar de tales puntos -de vista no nos referimos á triquiñuelas, fruslerías y minucias de -erudición; de lo que aquí se trata es de la interpretación psicológica, -ideal, _sentimental_ del _Quijote_, cosa de que nuestros eruditos no -tienen idea, ó á la cual conceden un valor muy secundario. Indicaremos -algunas de estas ideas que á Heine se deben; hoy las opiniones del -poeta se han convertido ya en tópicos corrientes. - -Hablando el poeta de la impresión que causaba en él la lectura del -_Quijote_, escribe: «Despreciábamos el bajo populacho que atacaba -cobardemente al héroe á estacazos; pero mucho mayor era nuestro -desprecio para el alto populacho que, vestido con trajes de seda, -hablando escogido lenguaje y adornado con un título ducal, se mofaba -de un hombre que le sobrepujaba en nobleza y en ingenio». (Todavía al -presente se elogia la caballerosidad y la cortesía de los duques con -Don Quijote. Hay comentaristas para todo.) El poeta ha hecho resaltar -también las diversas impresiones que, según la edad--es decir, según -la evolución de la sensibilidad á través de los años--, va produciendo -la novela en los lectores. «Cada lustro de mi vida--escribe Heine--he -releído _Don Quijote_ con impresiones alternativamente diferentes.» El -poeta, en un momento determinado de su vida, creía que lo ridículo del -quijotismo procedía de querer introducir en la vida, en contradicción -con la realidad presente, un pasado desaparecido definitivamente. -(En el _Quijote_, el pasado legendario y heroico.) «¡Ay!--exclama -Heine--; yo he aprendido después que es una tan amarga locura el querer -introducir demasiado pronto el porvenir en el presente, cuando, en -un combate análogo contra los rudos intereses del día, no se posee -sino un caballejo, una débil armadura y un cuerpo no menos frágil.» -(Pensamiento profundo; pensamiento en que se revela la analogía entre -Heine y el _Quijote_; no decimos Don Quijote porque queremos comprender -en la comparación tanto al caballero como á su edecán. Heine osciló -siempre, trágicamente, entre la añoranza del pasado y el anhelo de lo -porvenir. Este conflicto íntimo--que se da en muchos espíritus--es -lo que marca la característica del poeta y determina su romanticismo -especial. Léase á este propósito el estudio dedicado á Heine por -el original pensador francés Jules de Gaultier; estudio publicado -primitivamente en la _Revue des Idées_ y recogido después, según -creemos, en alguno de los últimos libros del autor.) - -Cervantes--prosigue Heine--era un hombre de una intuición profunda; -calaba en el fondo de las gentes que le rodeaban. Sin quererlo él, su -superioridad resaltaba por encima de sus coetáneos, de las personas -á quienes trataba, con quienes convivía. «¿Qué de extraño tiene que -Cervantes se haya enajenado así muchas simpatías y que en su carrera -terrestre no haya encontrado sino mediocres apoyos?» «Cervantes amaba -la música, las flores y las mujeres»--escribe poco más lejos Heine, -románticamente. (Pasemos sobre esta indicación del poeta; es posible -que Cervantes amara las flores; es posible que, como el Greco, amara -la música... Pero todo esto es escenografía del poeta.) En las novelas -precervantinas, en los primitivos libros de caballerías, todo estaba -idealizado, alambicado, y la cotidiana realidad no parecía por ninguna -parte. «En ningún lado, rastro de pueblo.» Cervantes destruye el viejo -y artificioso idealismo y funda otro nuevo basado en la realidad. «Así -proceden siempre los grandes poetas; al mismo tiempo que destruyen lo -que es viejo, fundan algo que es nuevo; no niegan jamás sin afirmar á -la par alguna cosa.» «Cervantes crea la novela moderna al introducir en -la novela caballeresca la descripción fiel de las clases inferiores, al -mezclar en ella la vida popular.» - -Cervantes y Goethe se asemejan. Goethe recuerda á Cervantes hasta en -las particularidades del estilo, en «esa prosa fácil, coloreada de la -más dulce y más inocente ironía». (Sí; dulce é inocente... cuando es -inocente y dulce. Dulce é inocente en un sentido superior, elevado: -en el sentido de la inefable indulgencia, de la _suprema comprensión_ -de las cosas que se desprende de la obra de Cervantes como de la de -Goethe.) «Cervantes y Goethe se parecen aun por sus defectos, por la -prolijidad de sus discursos, por esos largos períodos que encontramos -frecuentemente en ellos, comparables á un cortejo de gentes regias.» -No se encuentra á menudo en tales períodos sino un solo pensamiento, -grave, lento; pero «esa sola idea es siempre trascendental, -considerable; es como el soberano de esa cohorte». - -No queremos apuntar los demás puntos de vista del trabajo de Heine. -Popularísimos han llegado á ser todos; salidos de la pluma del poeta, -se han desparramado por el mundo, y hoy, acá y allá, de cuando en -cuando, los tropezamos, manoseados, viejecitos, valetudinarios, -sin el brío y el fuego que les prestara el poeta, en artículos -periodísticos y peroratas académicas. Agradezcamos al gran poeta (hoy -_perseguido_ en su patria, donde no tiene un solo busto); agradezcamos -al poeta estas maravillosas páginas que él, sobre el más alto libro -tragicómico, escribió en 1837, durante el Carnaval, la época--¡oh, -Larra!--tragicómica del año. - - -II - -Quedamos anteriormente en que Enrique Heine ha sido quien primero -ha visto y sentido--y, por lo tanto, interpretado--de una manera -verdaderamente moderna la obra capital de Cervantes. Ha visto y sentido -así Heine el _Quijote_: Primero, porque ya se había inaugurado la -revolución romántica; es decir, porque ya se había introducido en el -arte el elemento personal, lo subjetivo (en ello se estaba en 1837), -y, por lo tanto, en la novela, el drama, el poema, etc., podía verse -el reflejo del propio yo, ó podía poner el artista el propio yo. El -romanticismo ha renovado la crítica y la manera de sentir el pasado; -recuérdese, caso análogo al del _Quijote_, lo ocurrido con Calderón y -cómo, por los críticos alemanes, compatriotas de Heine, han sido vistos -_La vida es sueño_, _El mágico prodigioso_, _La devoción de la Cruz_. -Segundo, Heine vió el _Quijote_ como lo vió por la afinidad suya moral -con el libro de Cervantes; ó sea porque su conflicto interior era -análogo al conflicto expuesto en la gran novela. El mismo Cervantes -sentía su afinidad con Don Quijote. Un hispanista italiano, en un -libro recientísimo dedicado á Cervantes (_Cervantes_, por Paolo Savi -López.--Nápoles, 1913), habla de este _oscuro senso d’affinità morale_ -que une al autor con su creación, y en esa afinidad secreta juzga _che -sta appunto il più delicato fascino del libro_. - -En la traducción del trabajo de Heine, motivo de estas líneas--la hecha -por _Hispania_--, el traductor ha suprimido las últimas páginas del -ensayo del poeta. Reputamos por desafortunada tal supresión. Á las -ilustraciones del _Quijote_ se refiere Heine en esas páginas. ¿Cómo han -visto los pintores y dibujantes Don Quijote? ¿Qué pintores han sido los -que han interpretado la genial figura? ¿Por qué hasta ahora--es decir, -hasta 1837--no se ha sabido interpretar ese personaje? Tales son las -cuestiones que plantea brevemente Heine. De Hamlet ha dicho un crítico -que «hay tantos Hamlets como melancolías». Muchos Quijotes existen, -pintados y esculpidos por diversos pintores y escultores; rara vez se -llegó en esas obras á la expresión feliz; cada artista, en cada país, -imagina y traza la figura del hidalgo manchego de distinta manera. La -edición á que ponía prólogo Heine, por ejemplo, iba ilustrada por Tony -Johannot. (También existe una edición española que lleva las mismas -ilustraciones.) Los dibujos de Johannot, como los de Doré, pecan de -fantásticos, idealizadores en demasía. Ese prurito de alambicamiento y -sutilidad fantasmagórica, de que alardean los dos citados dibujantes -franceses, se da también en otro compatriota suyo; aludimos á Celestín -Nanteuil y á las litografías del _Quijote_ hechas por él y estampadas -en Madrid--por «J. J. Martínez, Desengaño, 10».--(Nanteuil puso también -algunas ilustraciones á _L’Espagne_, de Cuendias y Fereal, luego -traducida al castellano é ilustrada con los mismos dibujos. La edición -francesa es de 1848.) - -Heine menciona en su trabajo, entre otras interpretaciones, «algunos -bocetos de Decamps, el más original de los pintores franceses vivos». -No nos detendremos en ver si Decamps era, en 1837, el más original -de los pintores franceses. Desconocemos sus pinturas sobre el -_Quijote_. Heine, cuando escribía, no podía hablar de otro vigoroso -y singularísimo intérprete del inmortal caballero. Hasta bastantes -años después Honorato Daumier no pintó sus cuadros dedicados al -_Quijote_. Un poderoso y secreto atractivo lleva á los grandes -artistas infortunados hacia el libro de Cervantes. La vida de -Daumier tiene mucho de trágica; artista de un recio nervio, de una -vigorosa originalidad, satírico violento y elocuente. Daumier trabajó -infatigablemente, vivió luchando con la pobreza, gozó de una cierta -notoriedad superficial, y sólo en nuestros días, al cabo de cuarenta ó -cincuenta años, es cuando comienza á amársele y á admirársele cordial -y reflexivamente. En 1878, ya viejo y ciego Daumier, se celebró una -exposición de sus obras con objeto de allegarle recursos; en esa -exposición figuraron los cuadros sobre el _Quijote_. En el _Daumier_, -de León Rosenthal, se dedican unas páginas á hablar de esas obras y -se reproduce una de ellas. Hay en ese cuadro, en su cielo anubarrado -y lóbrego, en la lejanía de montañas yermas, en las figuras de Don -Quijote y de Sancho, una sensación de misterio y de tragedia. El -ambiente podrá ser ó no español; pero de él se desprende un agudo -sentido de la gran novela. Á grandes rasgos, nerviosamente, con -tosquedad genial, á la manera de Goya, el pintor ha arrojado sobre la -tela las figuras de Don Quijote y Sancho Panza. «Decamps, antes que -Daumier--se lee en el libro citado--, ha tratado los mismos temas, -y ciertamente lo ha hecho con acierto. Pero por divertidas que sean -sus narraciones, ¡cómo el relato aparece mezquino y recargado y cómo -el artificio es mediocre, comparados con la epopeya incorrecta de -Daumier!» (Hagamos observar entre paréntesis, ya que hemos nombrado á -Goya, la afinidad que existe entre el pintor francés y el aragonés; -afinidad no sólo de manera y tendencia, sino también física. Maravilla -la semejanza entre la fisonomía de Goya, viejo, y Daumier, viejo, -en 1878. Champfleury, citado por otro crítico de Daumier--Raymond -Escholier, en el libro dedicado al gran pintor--, escribe: «Daumier -y Goya no se asemejan sólo por el fuego interior; me sorprenden -ciertas analogías fisionómicas. Una apariencia burguesa á primera -vista; ojillos interrogadores, y, sobre todo, un labio superior de -una amplitud particular en los dos maestros»... Escholier, el autor -de este libro, escribe también, hablando del cervantismo de Daumier: -«Frecuentemente, sus lecturas, su La Fontaine, su Cervantes, sobre -todo, le arrastran á un mundo irreal. Á través de la Mancha resecada, -en el azul país del ensueño, Daumier va siguiendo, según su fantasía, -al caballero de la Triste Figura y á su honrado Sancho Panza»). - -Son raros los pintores que han interpretado originalmente el -_Quijote_. Heine aventura una explicación de este hecho. «¿Será -acaso--pregunta--que detrás de las figuras que el poeta hace pasar por -delante de nosotros hay ideas más profundas que el artista plástico -no puede expresar, de tal suerte profundas que el artista no podría -coger y reproducir de ellas sino la apariencia exterior, aun siendo -muy saliente esa apariencia, pero no su más hondo sentido?» Es posible -que eso sea lo verosímil--según añade el mismo Heine--; pero lo que -se nota examinando las pinturas consagradas á Don Quijote es un hecho -curioso. En 1837, cuando escribía Heine, ó mejor, treinta ó cuarenta -años antes, podría haber un paralelismo entre la representación -crítica del _Quijote_ y su representación gráfica. Á últimos del siglo -XVIII, por ejemplo, las láminas de la edición de la Academia concuerdan -exactamente con la manera como los eruditos ven y explican la obra de -Cervantes. Unos y otros veían el gran libro de un modo externo, árido, -sin cordialidad, sin humanidad, sin _lejanías ideales_. - -Pero el tiempo ha ido pasando; á partir de Heine se inicia la -interpretación psicológica del _Quijote_; vemos y sentimos hoy la -gran novela desde un punto de vista que no es el formalista de los -eruditos. (No hay que decir que estas interpretaciones formalistas -subsisten; pero son, ó secundarias, como trabajo auxiliador, ó de -ninguna importancia.) Y mientras la interpretación _literaria_ ha -evolucionado, la _gráfica_ ha quedado estacionada. Basta ver, para -notar este fenómeno, los cuadros cervantistas de algunos de nuestros -pintores. La representación gráfica, pictórica, por ejemplo, sólo -ve en el _Quijote_ los _resultados_, los _hechos_, en tanto que la -literaria, la psicológica se atiene al proceso que da por resultado ese -hecho. Se objetará que tal diferencia radica en la índole diversa de -uno y otro arte; pero pintura existe (y ahora estamos pensando en los -dos cuadritos de la Villa Médicis, de Velázquez) que expresa sola y -únicamente, no un _resultado_, sino un estado espiritual--melancolía, -idealidad--que se refleja en el ambiente, en el paisaje, en una casa, -en una simple y desnuda pared. ¿Por qué los pintores del _Quijote_ no -han tratado de expresar esos estados espirituales en conexión con -Alonso Quijano, con sus tristezas, sus anhelos, sus ansias? ¿Por qué, -lejos de esto, se han limitado á las aventuras ruidosas y llamativas, -á los actos notorios, á los resultados? Don Quijote, en uno de esos -momentos de desesperanza, de tristeza; en uno de esos instantes--frente -á la desolada llanura gris--en que parece dudar de sí mismo y de su -noble empresa, cansado, agobiado, dice más á nuestra sensibilidad -moderna que el mismo caballero alanceando unos molinos ó recibiendo el -irónico homenaje de unos zafios é inhumanos duques... - - - - -UNA CASA DE MADRID - - -Estamos en 1848. Es presidente del Consejo don Ramón María Narváez; -antes lo ha sido el señor García Goyena; antes, el señor Pacheco; -antes, el señor Martínez Irujo; antes, el señor Istúriz; antes, otra -vez el señor Narváez... Paseando por las calles de Madrid hemos -llegado á la casa de una familia amiga; viven nuestros amigos en el -número 10 de la calle de la Luna. La vivienda es modesta; modestos son -sus moradores; subamos un momento á charlar con ellos. Son éstos un -anciano--el abuelo--, un matrimonio y un niño--el nieto. Tiene ocho -años ahora el chico; es vivaracho, despierto, curioso, revolvedor. Anda -y devanea por todas las estancias de la casa; se sube á los muebles; -coge los diversos trebejos y cachivaches; enreda con las figurinas que -reposan sobre las consolas. La casa no es muy espaciosa. Examinémosla. -Consta de un recibimiento obscuro, de una sala, de un despachito, de -un comedor, de varias alhanías ó alcobas. La sala--pieza principal de -la vivienda--está pintada al temple; una consola de caoba se yergue -junto á una de las paredes; sobre ella, simétricamente colocados, -aparecen dos floreros hechos con diminutas conchas, y entre ellos se -levanta, bajo un fanal, la figura de un templario--nada menos que un -templario--, con su larga capa blanca y su cruz de Malta. Floreros y -templario se reflejan límpidamente en un ancho alinde colocado sobre -la consola. Al cuerpo ofrecen descanso un sofá y ocho sillas de enea, -blancas, con vivos y dibujos en negro. De las paredes penden diez ó -doce cuadros: litografías amarillentas, litografías hechas en Lyon ó -en Málaga, que representan las aventuras de Lavalliere ó las tristes -gestas de Chactas. - -Junto á la sala hay un reducido gabinete; está separado de ésta por -unas mamparas con las cortinillas de seda roja. Cuatro sillas y una -cómoda componen el menaje del gabinete. Sobre la cómoda, otro gran -cuadro: una imagen, grabada en cobre, del Cristo de los Guardias de -Corps. El anciano que vive en la casa guarda cuidadosamente en la -cómoda su ropa blanca. Dos artefactos hay también en la estancia que -sirven útilmente á este provecto morador de la vivienda. Fijaos bien: -uno es un molde de madera, á modo de cabeza humana, en que el anciano -coloca todas las noches, antes de acostarse, su peluca; otro es un -pequeño garfio ó colgadero en que pone su reloj: un reloj por el cual -este hombre ha regulado toda su vida, un reloj que ha contado durante -sesenta años sus alegrías y sus tristezas, un reloj que el día que este -anciano--su fiel compañero--expire continuará marchando, marchando con -su tic-tac impasible, inexorable. - -El comedor de la casa no tiene nada de notable. La luz la recibe por -un balcón que da á un patio. Un sofá, un péndulo en su caja y una mesa -cubierta de hule (sobre cuyo hule es de suponer que se extenderá un -mantel á las horas del yantar) son todos los muebles de esta pieza. -No es menos modesto el despacho del anciano, que ya conocemos. Hay en -él un bargueño con diminutos cajones, una escribanía de bronce y un -cacharrito de porcelana lleno de obleas. El niño que anda por la casa, -muchas veces entra en este despacho, abre y cierra los cajoncitos del -escritorio, vuelca las obleas, desparrama los papeles que estaban -cuidadosamente aperdigados. Cuando ha dado sus lecciones, ha paseado -por las calles y ha devaneado por la casa, este niño ha cumplido--por -ahora--su misión sobre la tierra. Á la noche entra en su alcoba y se -acuesta en una camita con barandilla; la barandilla es para que el -pequeño durmiente no caiga al suelo en su dormir inquieto. «Porque, -según parece--escribirá este niño muchos años después--, hasta -durmiendo era yo revoltoso.» - -Todo está limpio en la casa. La modestia no empece ni la pulcritud -ni el orden. En este año de 1848 (presidente del Consejo don Ramón -María Narváez; antes, García Goyena; antes, Pacheco; antes, Martínez -Irujo, etc.); en este mismo año de 1848, un desaforado romántico, un -amigo de Larra y de Espronceda, don Jacinto de Salas y Quiroga, acaba -de publicar una novela; se titula _El Dios del siglo_, y ha sido -estampada en la imprenta de don José María Alonso, Salón del Prado, -número 8. En el capítulo III de esta novela el autor nos describe -minuciosamente una casa, situada «en la calle de Fuencarral, no lejos -de la Red de San Luis». Salas y Quiroga hace su poco de filosofía á -propósito de esta casa. «En la coronada villa, capital de España, -especialmente, donde todavía no ha cundido el amor á las comodidades, -y en donde se confunde el lujo con la decencia, nada hay que dé más -cabal idea de las cabezas de familia ó de las señoras, que son las que -más parte tienen, por lo regular, en estos arreglos, que la elección de -casa.» - -«Viven--añade el autor--en las tertulias, en los paseos, en las -tiendas, y la casa les importa poco. Carecen de decoro doméstico, -defecto tan vulgar en España, y ni respetan á los demás ni se respetan -á sí mismos.» Salas pasa luego á describir la casa, y lo hace tan -minuciosamente como nosotros hemos descrito otra. ¿Por qué la casa -número 10 de la calle de la Luna nos ha recordado esta otra casa -situada cerca de ella, en la calle de Fuencarral, y descrita por un -novelista en el mismo año de 1848? Seguramente porque en esta vivienda -pintada por nosotros resplandecía ese _decoro doméstico_ de que, con -frase exacta, habla el amigo de Larra y de Espronceda. Decoro en la -limpieza, en el menaje, en las idas y venidas y en el gesto de sus -moradores--gente discreta--, en la solicitud y escrupulosidad con que -educan á este niño avispado y nervioso. - -Este niño se llama Julio Nombela. Setenta años más tarde, al escribir -los cuatro compactos volúmenes de sus Memorias--tituladas _Impresiones -y recuerdos_--, este hombre había de comenzar evocando el recuerdo de -la casa en que transcurrió su niñez. Con amor, con viva emoción, la -casa en que viviera aquellos lejanos años ha sido descrita en estas -páginas. La vida de este hombre ha sido larga y varia. Ha conocido á -Rodríguez Rubí y ha visto pintar á Federico de Madrazo; ha escuchado -discursos políticos de González Bravo y conferencias económicas de -don Luis María Pastor; ha sentido la emoción de lo trágico viendo -representar _La carcajada_ á don José Valero; aplaudió á don Manuel -Catalina y á García Luna; se mezcló en las guerras civiles; fué -secretario de don Carlos; puso su firma en el acta de reconocimiento -de la legalidad por parte de Cabrera; en París trató á Aüer y á -Janín; escuchó esas viejas óperas que se llaman _Poliutto_, _Linda di -Chamounix_, _La muta di Portici_; escribió en los periódicos; anduvo -por las provincias... Una impresión de vida laboriosa, humilde, callada -se desprende de estos volúmenes; acaso contribuya mucho á ello el -estilo--sencillo, minucioso--en que estas Memorias están escritas. La -mejor definición que podemos dar de las _Impresiones y recuerdos_ de -don Julio Nombela es decir que nos parecen el complemento obligado de -las comedias de Bretón y de los cuadros de Mesonero. - -Larga ha sido la vida de este infatigable y honrado obrero intelectual; -muchos más años le deseamos cordialmente que viva todavía. Toda -suerte de incidentes y acaecimientos han llenado esa existencia. Pero -seguramente cuando don Julio Nombela vuelva la vista á lo pretérito, no -verá ni sentirá como lo capital sus andanzas en París, ni su firma--ya -histórica--puesta en el acta de Cabrera, ni su estrecha amistad con -este general, ni sus servicios á don Carlos. No; seguramente lo que -entre lo pasado destacará será el recuerdo de aquella modesta casa de -la calle de la Luna, en que él dormía, siendo niño, en una camita con -barandilla; en la que había una consola con la figura de un templario. -Ocurría esto en 1848. Era entonces presidente del Consejo don Ramón -María Narváez; antes lo había sido el señor García Goyena; antes, -el señor Pacheco; antes, el señor Martínez Irujo; antes, el señor -Istúriz... - - - - -EL RETRATO DE CERVANTES - - -¿En qué estado se encuentra la cuestión relativa al -retrato--supuesto--de Cervantes? Recordará el lector que hace algún -tiempo se descubrió un retrato de Cervantes. Adquiriólo la Academia -Española. Se publicaron respecto á él propugnaciones é impugnaciones. -Hubo entusiasmo lírico y efusivo. Entre los que--cautamente--recelaron -de la autenticidad del retrato se contó don Juan Pérez de Guzmán; -los artículos impugnativos publicados por este erudito en _La Época_ -causaron indignación entre los cervantistas defensores de la efigie -encontrada. ¿En qué estado se encuentra esta cuestión? El señor Pérez -de Guzmán no ha publicado el extenso trabajo que anunciara (del cual -sus artículos eran simplemente el prólogo); los defensores del retrato, -ante tal silencio, no han dado tampoco á luz los datos que tenían -preparados para combatir el estudio anunciado. Y el discutido retrato -de Cervantes se halla, según creemos, en la Academia Española... que -tampoco se atreve á decir nada. - -El señor Foulché-Delbosc es un eminente amador de la literatura -española. Dirige la _Revue Hispanique_. Le estiman y admiran cuantos -entre nosotros, sinceramente, sin espíritu de bandería (que tantos -estragos hace entre los eruditos), se dedican á las investigaciones -literarias. Su caudal de erudición española representa una cantidad -formidable de perseverancia y de trabajo. Y lo que es más raro -tratándose de eruditos, gente gregaria y anodina; lo que es más raro, -lo que hace de este hispanista un hombre aparte: Foulché-Delbosc tiene -independencia mental, originalidad, juicio propio, rebeldía á la noción -secular y recibida. Decimos todo esto--que no huelga tratándose, no -del público de los profesionales, sino del gran público--para que se -tome en cuenta, en lo que vamos á exponer, el prestigio y la autoridad -de quien habla. Foulché-Delbosc ha publicado un breve trabajo sobre el -supuesto retrato de Cervantes. Dado á luz primeramente en la _Revue -Hispanique_, se ha hecho después de tal estudio una reducidísima -tirada. Á la buena amistad del autor debemos un ejemplar. - -El retrato descubierto se atribuye á Juan de Jáuregui. En el prólogo de -las _Novelas ejemplares_, Cervantes dice que si algún amigo quisiera -poner un grabado suyo--de Cervantes--al frente del libro, «le diera -mi retrato el famoso Juan de Xauregui». De estas palabras se ha -deducido que existía un retrato de Cervantes pintado por Jáuregui. Mas -la deducción es un poco precipitada. ¿Quiere decir Cervantes que el -retrato ha sido ya hecho y que si un amigo quisiera grabarlo se lo -podría dar su autor? ¿Quiere decir, por el contrario, que si ese tal -amigo quisiera hacer un grabado, Jáuregui, el pintor, podría hacer -un retrato de donde sacar el grabado? El verdadero sentido de la -frase citada no aparece muy claro. Es éste un pequeño problema, no de -erudición, sino de psicología. Si tuviéramos que inclinarnos á algún -lado, nos inclinaríamos á creer en la segunda interpretación; es decir, -en la que considera que el retrato de Jáuregui no existe, en la que -juzga que el pintor, á ser necesario, pudiera pintar un retrato para -los fines que se indican. - -Cervantes escribiría el prólogo de las _Novelas ejemplares_ en 1611; -el retrato descubierto lleva la fecha de 1600. ¿Tan peregrino es ese -retrato de Jáuregui que Cervantes se acuerda de él (y se acuerda para -determinada finalidad importante) á la distancia de once años? Once -años en la vida de Cervantes eran cosa considerable; once años de -angustias, de estrecheces y de dolorosas privaciones hacen cambiar la -fisonomía de un hombre. Envejece la faz, y la luz de la íntima tristeza -asoma--irreprimible--por los ojos y se marca en todas las líneas del -rostro. ¿Quería poner Cervantes al frente de su nuevo libro un retrato -que ya, con los once años transcurridos, estaba en discordancia con -el original? Si en ese mismo prólogo se pinta el mismo Cervantes como -envejecido, ¿de qué manera conciliar este espíritu de sinceridad--noble -espíritu--con el deseo de dar al público una imagen suya inexacta, ya -pasada, sin realidad presente? Otro pequeño problema de psicología -es éste--¡oh, eruditos!--De un lado está la delicada sinceridad de -Cervantes; de otro, un prurito de petulancia y rejuvenecimiento. - -Observando el supuesto retrato se notan en él algunas repintaciones. -Importantísimos son esos retoques y desfiguramientos. «Nadie, que yo -sepa, los ha hecho notar»--escribe Foulché-Delbosc. Llegamos á la parte -más grave del problema. Las repintaciones á que aludimos interesan -toda la región sincipital anterior. «La cabeza, antes de ser retocada, -tenía una frente de una mediana altura; el antiguo límite del cabello -es netamente visible, y el original no adolecía de ningún comienzo de -calvicie. Y Cervantes tenía una _frente lisa y desembarazada_. Hay -aquí, pues, una discordancia que, á mi juicio, es una nueva prueba de -inautenticidad.» (¿No habrá también--añadimos nosotros--repintación -en esos bigotes del retrato, bigotes recios, gruesos, pero hechos -infantilmente, ingenuamente, para acomodarlos á los _bigotes grandes_ -de que habla el propio Cervantes en el prólogo á las _Novelas?_) Ante -tan extraño hecho surge vehementemente la duda. La duda hace que -imaginemos una hipótesis. El retrato descubierto pudo ser arreglado y -repintado en el siglo XVIII sobre otro retrato antiguo. Indudablemente, -alguien quiso hacer pasar por de Cervantes ese retrato. Recordemos -el ambiente que en esa época se formó--á manera de un renacimiento, -de una reivindicación--en torno de Cervantes. Comenzó en esa época -el verdadero amor al gran novelista. ¿Por qué ha de ser absurda la -hipótesis indicada? No se encontraba retrato auténtico de Cervantes; en -el prólogo de las _Novelas ejemplares_ se daban minuciosos detalles de -la fisonomía de Cervantes. Surgió en algún cerebro la idea de _crear_ -una efigie auténtica del autor del _Quijote_. Á mano tenía un retrato -_parecido_; era sólo cuestión de desfigurarlo con hábiles retoques... - -En 1600, fecha del retrato aludido, Jáuregui tendría--según los -documentos encontrados--unos diez y seis años. No es una maravilla -la pintura; no pasa de ser un retrato mediocre. Pero ¿hasta qué -punto es verosímil que Jáuregui, á esa edad, hiciera ese retrato? Y -aparte de esto, ¿hasta dónde es verosímil también que Cervantes, á -la distancia de once años, sintiera la añoranza de una pintura, no -obrada por la mano de un gran maestro, sino mediocre, hecha por un mozo -inexperto? Aquí se impone el examen atento, detenido, escrupuloso, de -la inscripción que la pintura lleva. La fecha es de 1600. «La fecha de -1600, tan extraña hoy que sabemos que Jáuregui nació en Noviembre de -1583, se explica fácilmente si recordamos que hasta 1899 se creía que -el pintor-poeta había nacido en 1570 ó hacia ese año.» El desconocido -que en el siglo XVIII--ó cuando fuere--simuló el retrato de Cervantes, -puso bien la fecha, de modo que, según entonces se creía, el retrato no -resultaba una extraña precocidad de un pintor adolescente. - -Se impone--en conclusión--un examen técnico, realizado por técnicos, -de las condiciones materiales del retrato y de las condiciones del -rótulo que lleva. Empléense los reactivos y procedimientos que en -estos casos se acostumbra. ¿Se hará así? Mucho tememos que no. Y, sin -embargo, no padecería el prestigio de nadie, ni habría menoscabo de -nada, si se demostrase que esta pintura no es auténtica. Los que la han -propugnado y defendido, ¿qué cosa más noble, laudable y delicada pueden -haber hecho sino desear que, al cabo del tiempo, tras tantas rebuscas -é investigaciones, poseamos una imagen auténtica del más grande de -nuestros artistas literarios? - - - - -UN SENSITIVO - - -EL MARAVILLOSO SILENCIO.--Nos place imaginar un convento situado en -el declive suave de una loma; arriba está el pinar, rumoroso, bien -oliente, desde donde, cuando sopla el viento, descienden hasta el llano -ráfagas perfumadas. Delante se extiende la llanura inmensa, ondulada á -trechos por los oteros y lomazos. La ciudad se perfila en lontananza, -casi en los confines del horizonte. Un río lleva en curvas amplias -su cinta de plata--entre el verde de las huertas--y acá y allá unos -enhiestos y tremulantes pobos mueven blandamente sus hojas al céfiro. -Nada se oye en la campiña. Ningún ruido denota la vida del convento. En -el convento hay un patio central con una galería abierta; destaca en el -centro el brocal--labrado--de una cisterna. El agua de la cisterna es -delgada, frígida y cristalina. Cuando el caldero de cobre sube lleno, -desde lo hondo, en el breve cristal se refleja--límpidamente--el azul -del cielo. - -Detrás del convento se abre un huerto plantado de frutales y legumbres; -algún rosal muestra sus rosas bermejas ó blancas sobre el obscuro -follaje; y un vial de cipreses se recorta agudamente en el aire limpio -y diáfano. Á la noche, desde lo alto, mientras en el cielo parpadean -las eternas luminarias, se columbran, casi imperceptibles, allá -abajo los puntitos de las luces ciudadanas. Ni en el campo ni en el -convento interrumpe la paz augusta un solo ruido. En el convento, los -corredores son amplios y claros; la cal nítida de las paredes reverbera -cegadoramente en las horas del mediodía. Las celdas son chiquitas; -desde sus ventanas se atalaya el paisaje. Algún religioso, sentado -junto á la ventana, al levantar la vista del libro, ha visto en la -lejanía de un camino una caravana que se dirigía de una ciudad á otra -ciudad; acaso su corazón se ha oprimido un momento y sus ojos han -seguido el tropel hasta que se perdía en el horizonte. Hoy, al cabo -de cuatro siglos, esa ligera opresión la suscitaría tal vez el paso -vertiginoso de un convoy que deja sobre el añil del cielo un trazo -negro de humo... - -Miguel de Cervantes, que tanto había caminado por el mundo, amaba -el silencio. Cervantes había vivido, durante años, en un reducido -piso donde apenas podían revolverse las personas de su familia. Era -en Valladolid. Cervantes ocupaba un angosto cuartito que se hallaba -situado encima de una taberna. Día y noche conturbarían el silencio -de Miguel el tráfago ruidoso, las idas y venidas, las vociferaciones, -las riñas, los cantos de los bebedores. Durante la noche, hasta la -madrugada, hasta el alba, Miguel, acostado en su cama, estaría oyendo, -á través del piso delgado, allí cerca de su cráneo, esas porfiadas, -estólidas, soeces, inacabables altercaciones vinarias. Y mientras las -voces resonaron en la soledad, turbando el sosiego, Miguel ansiaría -cada vez más el silencio: el silencio sedante, el silencio dulce, el -silencio que es compañero de los coloquios interiores del artista. -Cuando Cervantes en el _Quijote_ pinta la casa del caballero del verde -gabán, recordad cómo hace notar que en ella reinaba el silencio. -Recordad también cómo adjetiva ese silencio. _Maravilloso silencio_ -es--escribe Miguel. Ese silencio maravilloso es el que reina en este -convento, donde mora y tiene sus soliloquios interiores un poeta. - -NO HAY OTRO EN CASTILLA.--Al trazar la etopeya de nuestro poeta, del -mismo modo que necesitamos ver el paisaje, es preciso hablar de sus -compañeros. Sus compañeros, las gentes que han vivido en su mismo -ambiente espiritual, unos han pasado á la historia y son ilustres en la -literatura; otros--humildísimos--han quedado esfumados en el tiempo. La -eterna corriente de las cosas se los llevó sin dejar de ellos mas que -un ligero recuerdo. Y, sin embargo, estas figuras tienen un profundo -encanto. Santa Teresa de Jesús ha pintado con rápidos rasguños algunas -de estas figuras. Santa Teresa de Jesús tiene la frase expresiva, -plástica y popular. Hablando, por ejemplo, de su pobreza, escribe: -«Aquel día ni una seroja de leña teníamos para asar una sardina». -Santa Teresa de Jesús hace vivir en cuatro líneas las personalidades -de Beatriz Óñez y de fray Antonio. Al _Libro de las fundaciones_ nos -referimos. Beatriz Óñez era una mujer abrumada y angustiada por el -dolor; en sus años mozos estaba. Un mal terrible la atenaceaba. No -perdió, con todo, su serenidad. «Jamás por cosa la vieron de diferente -semblante, sino con una alegría modesta»--escribe Teresa. «Un callar -sin pesadumbre, que con tener gran silencio era de manera que no se le -podía notar por cosa particular»--observa también la santa en Beatriz. -Y luego añade: «En todas las cosas era extraño su concierto interior -y exteriormente; esto nacía de traer muy presente la eternidad». La -semblanza de fray Antonio la hace Teresa de Jesús en dos líneas: fray -Antonio se le presentó pobre y humilde. No tenía nada. «Sólo de relojes -iba proveído, que llevaba cinco.» «Que me cayó en harta gracia»--añade -Teresa. Este frailecito llevaba nada menos que cinco relojes, «para -tener las horas concertadas». Ese frailecito, con sus cinco relojes, -se nos aparece como obsesionado por el tiempo que pasa, por el tiempo -suave é inexorable, por el tiempo que todo lo trae y todo se lo lleva. - -Nuestro poeta es un hombre chiquito; tiene la cabeza pequeña, -redondita, y en ella destacan unos ojos luminosos y una boca de -labios delgados. Su retrato da la impresión de una sensibilidad -hiperestesiada. Es nuestro poeta uno de esos hombres tímidos y fogosos -á la vez, uno de esos temperamentos silenciosos y delicados que vibran -fuertemente á los contactos del mundo exterior. No hay otro como él -en Castilla. «Es un hombre celestial y divino--escribe de él Teresa -de Jesús en una de sus cartas--. No he hallado en toda Castilla otro -como él.» Otros poetas, como Garcilaso, han sido refinados y cultos; -en sus versos han puesto la quinta esencia italiana; sus conceptos -amatorios han ido entremezclados de breves paisajes. Fray Luis de León -ha sido fogoso é impetuoso; tiene el ardimiento y la elocuencia de un -pagano; á veces--como en la primera _Oda á Nuestra Señora_--llega á lo -trágico en la expresión de sus dolores íntimos y de sus desesperanzas. -Nuestro poeta, San Juan de la Cruz--de cuyo _Cántico espiritual_ acaba -de publicarse una nueva edición--; San Juan de la Cruz es mórbido, -delicado, sensitivo. Ningún poeta castellano nos ofrece esta muestra -de frágil morbidez. Entre la penumbra de los símbolos, el espíritu -del poeta ondula, tiembla, gime, canta como un niño ó como una -delicada mujer. Hay momentos en que el lector de estos breves poemas -permanece absorto, indeciso, desorientado, sin acertar á distinguir la -trascendencia alegórica de la aparente realidad. - -En el silencio de la blanca celda vemos--espiritualmente--al poeta -trazando sus versos, y sintiendo al trazarlos una viva emoción, una -ansiedad febril, como pocos de nuestros poetas han sentido. No hay otro -como él en Castilla. - -LA FUENTE EN LA NOCHE.--El simbolismo de San Juan de la Cruz se halla -inspirado en la Naturaleza. El poeta nos habla de las montañas, -los valles solitarios y nemorosos, las ínsulas extrañas, las viñas -florecidas, la soledad sonora, las aves ligeras, las riberas verdes, -las subidas cavernas de las piedras, el canto de la dulce filomena, -el agua pura, las frescas mañanas, las tortolicas que revuelan -henchidas de amor... Oigámosle en uno de los más típicos, sugeridores, -trascendentes de sus poemas. El poeta piensa en una fuente; él sabe -dónde mana y corre. Y añade: _Aunque es de noche._ No puede decir -cuál es su origen; no lo tiene; pero todo se origina de esta fuente. -_Aunque es de noche._ No hay cosa tan bella en el universo; cielos y -tierra beben de este manantial. _Aunque es de noche._ Nunca ha sido -su claridad obscurecida; toda luz viene de ella; sus corrientes son -caudalosas; la inmensidad de las gentes se riega con ellas. _Aunque es -de noche._ Todas las criaturas son llamadas para que sacien su sed en -esta fuente; mi más ardiente deseo está en sus aguas. _Aunque es de -noche..._ Y así, el poeta--delicado y sensitivo--asocia á las tinieblas -lóbregas y perdurables de una noche la sensación de una fontana -cristalina y amorosa, que va manando casi calladamente, con un son -apacible, melódico. - - - - -UN LIBRO DE FRAY CANDIL - - -Emilio Bobadilla, nuestro querido y admirado crítico, acaba de publicar -un libro sobre ciudades y paisajes españoles. _Viajando por España_ se -titula el libro flamante de Bobadilla. Tiene este escritor--lo saben -los aficionados á las letras--una fina, extensa y variada cultura; -conoce escrupulosamente el movimiento filosófico y literario de Europa; -escribe en un estilo limpio, claro, preciso, nervioso. Bobadilla nos -habla en su libro--después de algunas páginas dedicadas á paisajes de -los Pirineos--de las viejas y gloriosas ciudades que se llaman Burgos, -Valladolid, Salamanca, Toledo. Hermosas son las descripciones que el -autor traza de panoramas urbanos y agrestes; no tienen menos interés -las reflexiones--más bien breves estudios--que entre paisaje y paisaje -intercala Bobadilla. Se habla aquí, por ejemplo, de nuestra poesía -medioeval, la lírica y la heroica; del descubrimiento de América; de -la vida estudiantil en el siglo XVI; de Miguel de Cervantes y de sus -dolorosas andanzas. - -El estudio más largo y substancioso de todos éstos es el dedicado á -la conquista de América. El tema reviste un interés supremo para los -españoles; fuera de España se escribe también abundantemente en estos -últimos años. La conquista de América ha sido diversamente juzgada á lo -largo de nuestra historia posterior á ella. Sucesos son ésos en que se -han fundamentado y se siguen fundamentando los juicios que de España -se hacen respecto á su actuación en el pasado: un pasado de cuatro -siglos. Un hombre generoso y ardiente--Bartolomé de las Casas--es quien -primero da argumentos copiosísimos á cuantos nos reprochan determinados -procedimientos de colonización. Codicia, violencia, rapacidad, -crueldad: en estas palabras sintetizan sus acusaciones los que se -apoyan en Las Casas. Pero ¿qué es lo que hay de cierto en el libro -famoso de aquel hombre caritativo? ¿En qué cantidad se halla en él la -verdad y en qué la hipérbole? - -Son numerosas las rectificaciones que se han hecho á Las Casas; -reputamos por una de las principales la publicada en el siglo XVIII -por el clérigo catalán don Juan Nuix. Tradujo esta obra, y la publicó -en 1782, un ministro del rey: don Pedro Varela y Ulloa. Alegamos la -alta calidad del traductor para que se conceda todo su valor á ciertas -frases del prólogo que él pone á su traducción, y en que se dice -que «aunque el fin del autor es defender á los conquistadores de la -América en común, _no por eso pretende disculparlos del todo_». Bastan -estas palabras para que la cuestión quede colocada en sus verdaderos -términos. En este largo y tenaz pleito de nuestra conquista americana; -en la luenga porfía entre apologistas y detractores, se va haciendo un -resquicio por el que surge la verdad. Entre la muchedumbre de libros -producidos á propósito de este tema, lo que, á nuestro entender, -quedará como expresión de serenidad y equilibrio será el _Diálogo entre -Guatimocin y Hernán Cortés_, trazado por don Francisco Pí y Margall. - -Pero si existe en el problema de la conquista de América este aspecto -universal, que interesa tanto en nuestro país como fuera de él, existe -también otro aspecto puramente, exclusivamente nacional: el que atañe -á lo que influyó en la marcha de España el descubrimiento del Nuevo -Mundo. Ángel Ganivet ha indicado en el _Idearium español_ una teoría -que merece ser meditada. Para Ganivet los Reyes Católicos emprendieron -la formación de España, de la nacionalidad española, sobre tres bases: -una, la _política_; otra, la _intelectual_; otra, la _material_. En la -primera estaba comprendida el saneamiento de las costumbres, corrección -de corruptelas administrativas, cauterización de abusos, escándalos, -irregularidades, latrocinios, etc., etc. La segunda abarcaba el fomento -de la instrucción pública, creación de centros de enseñanza, protección -á los estudios, aliento á literatos y publicistas, etc., etc. Y la -tercera, la material, iba encaminada á la creación de una industria -y de un comercio prósperos, al robustecimiento de la agricultura, -construcción de caminos, alumbramiento de aguas, trazado de canales, -etc., etc. Prescindamos--dicho sea de pasada--de exagerar un tantico -una fórmula determinada, un determinado propósito; al escribir -trabajos de historia, fácilmente se incurre en este error de ampliar y -sistematizar en siglos pasados, en hombres de otras épocas, planes y -designios que acaso no fueron mas que ideas embrionarias é inconexas. -Pero, en fin, hay mucho de exacto en lo que escribe Ganivet. Ahora -prosigamos. - -Las dos primeras acciones--la política y la intelectual--comenzaron á -realizarlas Fernando é Isabel con gran brío y eficacia. Se pueden citar -numerosos hechos que lo demuestran. En cuanto á la tercera acción--la -atañadera al fomento de la riqueza--, se disponían á emprenderla cuando -se interpuso el descubrimiento de América. Ese hecho magno torció -el curso de nuestra historia. América refulgió espléndidamente á lo -lejos con resplandores de oro. «Y dejando las prosaicas herramientas -del trabajo--escribe Ganivet--, allá partieron cuantos pudieron en -busca de la independencia personal, representada por el _Oro_; no por -el oro ganado en la industria ó el comercio, sino por el oro puro, -en pepitas.» Á partir de ese éxodo alucinante de millares y millares -de españoles--lo mejor de la nación--, la decadencia de España se -inicia. Nótese que el esplendor verdadero, robusto, no ha tenido -ocasión de comenzar; los Reyes Católicos apenas han puesto las primeras -piedras del nuevo y soñado edificio. Pero va á comenzar un período de -esplendor, de apogeo, de vitalidad nacional, completamente ficticio, -artificial, morboso. - -Tan exacto es esto, tan cierta es en el fondo la teoría de Ganivet, -que no podremos hallar otra más lógica y racional. En ella vienen -á parar implícita ú ostensiblemente cuantos reflexionan sobre el -desenvolvimiento de España desde el siglo XVI hasta la fecha. No de -otro modo que Ganivet piensa Jovellanos en su _Informe sobre la ley -agraria_. Para el gran pensador, el esplendor de España, ocasionado por -las conquistas de América y por las guerras europeas, «pasó como un -relámpago.» «Todo creció entonces--añade--si no la agricultura». «Las -artes, la industria, el comercio, la navegación recibieron el mayor -impulso; pero mientras la población y la opulencia de las ciudades -subía como la espuma--dice también Jovellanos--, _la deserción de los -campos y su débil cultivo descubrían el frágil y deleznable cimiento de -tanta gloria_.» - -Sí; el esplendor, la vitalidad, la solidez de un país no pueden ser -resultado más que del trabajo y de la ciencia. _Ciencia y trabajo_: he -ahí en dos palabras, para los nuevos españoles, todo un programa. - - * * * * * - -Fray Candil da en su libro una serie de visiones intensas y precisas -de viejas ciudades españolas. Toledo, Salamanca, Burgos pasan ante la -vista del lector evocadas en un estilo limpio, diáfano, nervioso, -preciso. No es un sentimental Emilio Bobadilla, ni, por el contrario, -tiene parentesco alguno con los secos eruditos catalogadores. Culto, -erudito, la cultura y la erudición son en el ilustre crítico un medio. -Lo importante para este artista--como para todos los artistas--es -la esencia de las cosas. Á ella llega Fray Candil en esas páginas -luminosas. - -Á Bobadilla debe la moderna cultura literaria española muchas de -las ideas que hoy, entre los jóvenes, andan en circulación. Su obra -crítica es paralela á la de Leopoldo Alas. Se podría hacer (y habrá -de hacerse) un catálogo de las ideas nuevas que la generación actual -debe á Clarín y á Fray Candil. Los dos han contribuído poderosamente á -renovar la sensibilidad artística española. Han enseñado á pensar... -y á sentir. Todavía Alas se sentía coartado por el compañerismo que -le unía á los escritores de la generación anterior; muchos de sus -juicios--hiperbólicos--nos desplacen hoy (por ejemplo, hablando de -Balart, de M. Pelayo, de Núñez de Arce, etc.); desearíamos un poco más -de _crítica_, de _examen_. - -Bobadilla, venido de fuera, más libre de toda solidaridad sentimental, -ha podido ser más sincero. Otro factor: su culto por la ciencia, su -entusiasmo por la experimentación ha hecho que en su espíritu chocaran, -más que en el de Alas, la enorme incoherencia, la formidable falta -de lógica, la terrible superficialidad--hablamos en general--de la -literatura producida por sus contemporáneos. Verbalismo, hipérboles, -falso lirismo, prejuicios sentimentales, efectismos ilícitos, ausencia -de cultura, mal gusto, chocarrería tradicional... todo esto ha sido -combatido, ridiculizado, escarnecido por Bobadilla. Viajero incansable -por Europa, curioso de todas las literaturas, Fray Candil ha sido uno -de los obradores primeros del actual contacto con el pensamiento de -fuera... - -No son estas líneas mas que sumarias indicaciones. El autor de ellas, -que tanto ha modelado su espíritu en la obra crítica de Bobadilla, se -complace en enviarle, desde estas páginas, la expresión de su sincero -reconocimiento. - - - - -CEJADOR Y EL ARCIPRESTE - - -Anunciamos en uno de los artículos anteriores que dedicaríamos unas -líneas á comentar ciertas afirmaciones de Julio Cejador. Ha hecho tales -aseveraciones Cejador en el prólogo á la edición flamante de Juan Ruiz, -por el dicho filólogo aliñada y por _La Lectura_ dada á luz. Américo -Castro estudiará detenidamente--con su reconocida competencia--la obra -exegética de Cejador en el próximo y segundo número de la _Revista -de Libros_. Aquí no se trata de ningún examen serio--ni no serio--, -sino de un simple devaneo impresionista. Julio Cejador ha publicado -también en estos días una novela--_Mirando á Loyola_--; en el prólogo -se lamenta de que hubiera quien, hace meses, no dijese nada respecto de -otro libro suyo. «Hubo quien no se arrestó--escribe Cejador--á saludar -su venida á esta común luz de la vida que todos gozamos.» Tiene razón -nuestro querido amigo en lamentarse del silencio; no hay nada peor que -el silencio para un literato, como para un actor, un orador, ó, en -general, un hombre que viva de la opinión y para la opinión. No somos -nosotros de los que hacen á los libros la guerra sorda del silencio. -Mejor que callar, preferimos ofrecer nuestro juicio duro--cuando es -duro--con toda su sinceridad. Esta sinceridad--más, mucho más que la -loanza convencional--preferimos que se tenga con nuestros libros. ¿Le -ocurre lo mismo á Cejador? Pues con todos los respetos á su persona -y con toda la admiración que nos inspira su vasta, varia y cultísima -labor, allá van las siguientes observaciones sobre su introducción á -Juan Ruiz. - -Lo primero que hemos de anotar es que Cejador es aficionado en -demasía á la generalización. Criticar es diferenciar, establecer las -discordancias, expresar los rasgos característicos, _únicos_, de un -autor ó de una obra. Recordemos siempre--aplicándolo á la crítica--la -lección de Flaubert respecto de la novela. «En la calle--decía -Flaubert--hay media docena de coches de punto estacionados en su -parada. La cuestión es salir, observarlos, y, aunque todos parecen -lo mismo, hacer de modo que, al describirlos, cada uno sea diferente -de los otros, cada uno tenga su vida propia.» Con superlativos, -con hipérboles, con loanzas épicas no se pinta á un artista, no se -nos dice cómo es. No; lo que hay que hacer no es generalizar, sino -particularizar. El juicio que Menéndez y Pelayo formula, por ejemplo, -de Gracián y _El criticón_ (en la cubierta de la nueva edición de esta -obra ha sido reproducido), lo mismo conviene á Gracián, que á Quevedo, -á Carlyle ó á Swift. Cuando Cejador nos habla del Arcipreste de Hita, -sus palabras ardorosas lo mismo pueden convenir á este poeta ó á -otro escritor (verbigracia, Rabelais) por el que sintamos el lírico -entusiasmo que Cejador siente por Juan Ruiz. «Este hombre--escribe -nuestro filólogo--es el gigantesco aquel llamado Polifemo que nos -pintó Homero, metido á escritor.» «Los sillares con que levanta su -obra--añade--son vivos peñascos arrancados de las cumbres de las -montañas y hacinados sin argamasa ni trabazones convencionales, de -las que no pueden prescindir los _más_ celebrados artistas.» (Note -el lector de pasada ese _más_ que hemos subrayado. ¿Por qué esas -trabazones--no nos explicamos bien lo que quiere decir Cejador--no las -ha de tener Juan Ruiz y sí los demás artistas? Y ¿por qué no ha de -haber ni uno solo entre los _más_ celebrados artistas que no posea esa -condición? Los más celebrados: es decir, todos. Homero, Shakespeare, -Cervantes, Dante, Lope, Leopardi, Virgilio, etc., etc., etc.) - -«El Greco se queda corto en pintura para lo que en literatura es Juan -Ruiz»--escribe más adelante nuestro buen amigo. Acaba de decir Cejador, -líneas arriba, que el arcipreste es «tan grande», «tan colosal», que -se le ha ido de vuelo á los críticos más agudos. No entendemos tampoco -bien lo que aquí se ha querido decir. Pero lo importante es la cita -del Greco después de lo que se acaba de decir. Ningún pintor estaba -menos indicado que Theotocópulos para este acercamiento á Juan Ruiz. -Aparte de que el Greco, aunque pintó mucho en cantidad, no se hace -notar por su abundancia excepcional, existe la diferencia hondísima de -orientación espiritual, de tendencia y procedimientos, entre el poeta -y el pintor. Si era preciso citar un pintor al hablar de Juan Ruiz, más -que al Greco, pudo citarse á Rubens, á Jordaens y aun al mismo Tiziano, -pintores todos del color, de la vida exuberante, de la jocundidad, del -goce pletórico de vivir. «Su obra, repito--sigue diciendo Cejador--, -es el libro más valiente que se halla en esta literatura castellana -de escritores valientes y desmesurados sobre toda otra literatura.» -Repetimos nosotros también nuestra observación: ¿para qué estos -extremos del más y del menos? En la literatura castellana hay libros -que nos parece son tan _valientes_ como el de Juan Ruiz. (Ignoramos -el verdadero alcance de este adjetivo.) Ahí está, por ejemplo, el -_Quijote_, ó _La Celestina_, ó _La vida es sueño_, ó el _Don Álvaro_, -ó _La Dorotea_... Y ¿por qué la literatura castellana ha de ganar á -las demás en libros _valientes_? Cuando Rabelais y Montaigne escribían -las cosas que escribían, ¿había alguien en Castilla que dijera esas -mismas cosas? Más tarde, compárese, por ejemplo, lo que dice Quevedo -(ingenio castellano de primer orden) con lo que dice en sus _Trágicas_, -y especialmente en la parte _Los príncipes_, Agripa de Aubigné (ingenio -francés, no de primera magnitud, sino secundario). - -Sigamos comentando. Hablando de los poetas que han llevado una vida -de libertinaje y disipación, escribe Cejador: «Yo concederé que entre -tales hombres pueda darse un poeta; jamás un extraordinario poeta». -«Los más encumbrados pensamientos y los sentimientos más delicados -no andan por las tabernas y lupanares.» Llegamos á la discordancia -á que hacíamos referencia en uno de los anteriores artículos: la -discordancia entre la vida del poeta y su obra. Sería difícil discutir -sobre este punto con Cejador, porque á su arbitrio habría de quedar el -alcance que diera al vocablo _extraordinario_ que acabamos de citar. -¿Qué es y quién es un poeta extraordinario? ¿Dónde acaba en un poeta -lo ordinario y dónde comienza lo extraordinario? Aquí tenemos, por -ejemplo, á un poeta libertino, relajado. Vivió la vida más disipada que -puede vivir ser humano. Figuró en una cuadrilla de bandidos; cometió -robos; mató á un clérigo en riña; estuvo en prisión; estuvo á punto -de morir en la horca. Se llamó este poeta Francisco Villon. ¿Es ó no -extraordinario? ¿Hay ó no emoción honda y delicadísima en sus baladas -de _Los ahorcados_, de _Las damas de antaño_, de _Los caballeros de -antaño_? ¿Son ó no son esos poemas poesía, y poesía de la más alta, -de la que hace sentir? (¡Oh, las nieves de antaño! _Mais où sont les -neiges d’antan?_) - -Pero no es sólo Villon. Los ejemplos abundan. ¿Es ó no gran poeta -Baudelaire? ¿Lo es ó no Edgardo Poe, aparte de sus libros en prosa? -¿Lo es ó no Verlaine, el _pobre Lelian_? Terminemos. Tendríamos que -examinar ahora la interpretación que Cejador da de _El libro de buen -amor_. Tarea larga sería esa. Cejador cree (lo repite á cada momento) -que el Arcipreste de Hita escribió su obra para edificación espiritual -de los lectores. Tanto valdría decir que Rubens pintó sus exuberantes -desnudos para que abomináramos de la carne. Más sencillo--y más lógico -y racional--es creer que Juan Ruiz escribió espontáneamente, sin -designio ético ni ascético, del mismo modo que ni Jordaens, ni Rubens, -ni Tiziano llevaban tal mira cuando pintaban sus cuadros. - - - - -UN LIBRO DE RAMÓN Y CAJAL - - -El doctor Ramón y Cajal ha publicado la tercera edición de su libro -_Reglas y consejos sobre investigación biológica_; aparece esta -reimpresión considerablemente aumentada. Hay libros que tienen un -clamoroso, pero fugacísimo éxito. Hay otros cuyo éxito parece como -clandestino, como _subterráneo_; ni la prensa ni el gran público -hablan apasionadamente de ellos; mas poco á poco se van vendiendo; un -círculo reducido de estudiosos los comenta; en trabajos de revista y en -conferencias y en _explicaciones_ de cátedras se va viendo lentamente -un reflejo, una influencia de esos libros; otros libros, en fin, nacen -engendrados por ellos; y en definitiva, tal volumen que no obtuvo éxito -ruidoso, que no entusiasmó á la gente que se halla en los aledaños -de la intelectualidad, ni llegó á noticia de los parlamentarios; tal -volumen, repetimos, ha sido fundamental en la ideología de un país--en -determinado momento--y ha constituído uno de los factores de su -evolución social ó literaria. De esta clase de libros es el citado del -doctor Cajal. Prueba de ello nos la ofrece la extensión que por España -y singularmente por los pueblos americanos van teniendo sus repetidas -ediciones, y las exhortaciones que, agotados los ejemplares, se hacen -de todas partes para que se le reimprima. - -El libro de nuestro gran sabio no es, como pudiera creerse, un libro -de técnica, de técnica relacionada con las investigaciones que á -Cajal le han dado renombre universal. Se trata, sí, de un conjunto -de observaciones y consejos dictados por la experiencia que pueden -ser útiles, no sólo al investigador biólogo, sino á toda clase de -estudiosos y científicos. Nada más lejos--aparentemente, al menos--de -la biología que la crítica literaria; sin embargo, pocos laboradores -podrán sacar tanto provecho de estas reglas y normas que dicta--sin -dogmatismo alguno--nuestro sabio, como los críticos literarios y los -historiadores de las letras. Imaginad, para formar idea de este libro, -algo así como _El criterio_, de Balmes, hecho por un verdadero hombre -de ciencia y en el cual se hayan aprovechado todas las aportaciones -del saber--y del _sentir_--moderno, á más de la rica experiencia de -uno de los cerebros contemporáneos más poderosos. En igual sentido -que Cajal, pero con un designio menos científico, menos limitado á un -solo objetivo, ha escrito el agudo é independiente pedagogo uruguayo -Carlos Vaz Ferreira, y su libro _Lógica viva_ puede ser recomendado, -sin reservas, efusivamente, al igual que el de nuestro sabio, á cuantos -deseen un _directorio espiritual_ á la moderna. - -Sobre las _Reglas y consejos_, de Cajal, habría mucho que hablar; nos -limitaremos á hacer algunas indicaciones; señalaremos, acá y allá, -algunos pasajes del libro, que son á manera de jalones en el espíritu -del autor. Ante todo, hemos de hacer constar el placer que causa el -ver á un hombre que por sus trabajos parecería ajeno al arte de la -prosa, escribiendo en un estilo verdaderamente literario, un estilo -claro, preciso, limpio, ameno, insinuante. Cajal hace honor, con la -pluma en la mano, á esa gran estirpe de prosistas aragoneses de donde -han salido los Argensola, Palafox, Gracián, Mor de Fuentes, Costa, -etc. Abriendo al azar el libro, y sin propósito de hacer una crítica -sistemática, nos encontramos con observaciones, atisbos, intuiciones -de una profunda clarividencia y de una grande y noble libertad de -espíritu. Por ejemplo, en las páginas 69 y 70 vemos el paralelo rápido -que el autor hace entre el héroe y el sabio. Después de hablarnos de -este último, Cajal escribe: «Por el contrario, el héroe sacrifica á -su prestigio una parte más ó menos considerable de la humanidad; su -estatua se alza siempre sobre un pedestal de ruinas y de cadáveres; -su triunfo es exclusivamente celebrado por una tribu, por un partido -ó por una nación, y deja tras sí en el pueblo vencido, y á menudo en -la historia, reguero de odios y de sangrientas reivindicaciones.» Al -hablar así, Ramón y Cajal se coloca plenamente dentro de la tradición -española; de una tradición creada por un núcleo--renovado á través del -tiempo--de pensadores y artistas literarios. En 1859 Campoamor decía -en su poema _Colón_, parte V, estrofa XXIV: «Toda fama es un crimen si -es sangrienta--ó la gloria no es gloria ó es incruenta». En el siglo -XVIII Feijóo compara á los héroes con los malhechores en su discurso -_La ambición en el solio_, y escribe: «No es paridad, sino identidad -la que propongo; porque verdaderamente esos grandes héroes que celebra -con sus clarines la fama, nada más fueron que unos malhechores de alta -guía. Si yo me pusiese á escribir un catálogo de los ladrones famosos -que hubo en el mundo, en primer lugar pondría á Alejandro Magno y á -Julio César». Cien años antes, en el siglo XVII, Quevedo escribía en -su _Marco Bruto_: «En el mundo los delitos pequeños se castigan y los -grandes se coronan, y sólo es delincuente el que puede ser castigado; y -el facineroso que no puede ser castigado es señor». - -En la página 30 y en la 54 Cajal se rebela contra la superstición -de lo sancionado y consagrado. Regla fundamental es ésta. Ni un -biólogo, ni un historiador, ni un crítico literario podrán aportar -nada nuevo á la ciencia y al arte si no están dotados de un espíritu -independiente. Y la base de esa independencia será la revisión -minuciosa de lo ya sancionado. No es que se trate de destruirlo todo -absurda y estúpidamente. No; se trata de ir á ver _personalmente_, con -escrupulosidad, si lo que se dice de tal ó cual valor científico, ó -literario es exacto; se trata de ir á verificar un juicio formulado -por las generaciones pasadas ó por grandes autoridades, con el fin de -comprobar si ese juicio, si esa sanción se ajusta ó no á la realidad. -Cajal cita diversos casos á él ocurridos en los comienzos de sus -investigaciones. No podría caminar la humanidad, ni evolucionarían la -ciencia y el arte, sin ese espíritu de rebeldía, de insumisión, de no -conformidad, que es el más hondo propulsor del progreso. - -Páginas de fina intuición también las dedicadas al _por qué de los -fenómenos_. ¿Llegaremos alguna vez á desentrañar el secreto de la vida -y del pensamiento? Hoy nuestros sentidos--dice el autor--son de «una -gran penuria analítica»; algún día acaso alcancemos una agudización -de los registros óptico y acústico que nos permita escudriñar ese -misterio; acaso el cerebro humano llegue á una sensibilización de -que no podemos formarnos hoy idea. Relacione el lector estas páginas -en que nuestro Cajal habla de los sentidos y de la realidad objetiva -con otras páginas análogas de Montaigne. Al cabo de cuatro siglos, -es curioso observar cómo un gran sabio se nos muestra embargado con -la misma preocupación que embargara á un espíritu fino y libre del -siglo XVI. ¿Cuál es la verdadera realidad?--se preguntaba Montaigne--. -¿No hay más que lo que nos _dicen_ los sentidos? ¿Y si tuviéramos -un sentido más, ó dos, ó tres más? «Hemos formado una verdad por la -consultación y concurrencia de nuestros cinco sentidos; pero acaso era -necesario el acuerdo y cooperación de ocho ó de diez sentidos para -percibir la realidad exactamente y en su esencia.» _Certainement et en -son essence_--así escribe Montaigne en el célebre capítulo XII, del -libro II, de los _Ensayos_. ¿Alcanzaremos algún día esa exactitud y esa -esencia?--pregunta ahora nuestro Cajal. Si para ello se necesitaran -más sentidos y no los tenemos, ¿llegará á hiperestesiarse el cerebro -humano--á través de los siglos--en grado tal que supla esa falta? - -Nos vemos precisados á terminar; la última parte del libro de Cajal -está consagrada al «problema» de España. Se expone en ella las -distintas teorías que sobre la decadencia española se han formulado -desde hace más de tres siglos: teorías _materialistas_ unas; teorías -_espiritualistas_ otras. Materialistas, por ejemplo, Saavedra Fajardo, -Gracián, Macías Picavea, etc., que ven nuestra postración en causas -materiales (guerras, abandono de los campos, falta de fomento en -la Marina, etc.); espiritualistas, los que consideran--como Larra, -como Cadalso--que nuestro abatimiento proviene de no habernos -incorporado, en la época del Renacimiento, al movimiento de renovación -intelectual--y emocional--de Europa. Á decir verdad, las dos teorías -capitales suelen ir mezcladas y entreveradas, como en Joaquín Costa, -y á la educación, al trabajo de rehacer el espíritu, sobre bases -científicas, fían la mayoría de los palingenistas el remedio. Esa es -la actitud--no podría ser otra--del doctor Ramón y Cajal, y por eso -su libro, en que tan bellas páginas hay, es un patriótico y alentador -libro. - - - - -D. ESTEBAN MANUEL DE VILLEGAS - - -_La Lectura_ ha publicado, en su colección de clásicos castellanos, -una edición de las poesías de don Esteban Manuel de Villegas. Ha -cuidado del texto y de las notas don Narciso Alonso Cortés. Es el -señor Alonso Cortés un erudito tan benemérito como modesto; de buen -gusto, sobriedad--cosa tan difícil--y cultura da muestras en su -trabajo. Examinemos--brevísimamente--la vida del poeta riojano, su -obra y la influencia de su obra... Don Esteban Manuel nace en un -pueblecito de la Rioja; viene á Madrid siendo muchacho; estudia leyes -en Salamanca; la ciudad castellana, henchida de tráfago estudiantil, -debió de ver los primeros ensueños, los primeros anhelos, los primeros -entusiasmos del poeta. En las orillas del Tormes muchos han sido -los soñadores españoles que han paseado sus quimeras. Vuelto á su -pueblo, don Esteban Manuel va tejiendo las poesías que más tarde -ha de reunir en un volumen. En Madrid lo publica; en la portada -hace estampar--arrogantemente--esta inscripción: _Me surgente quid -istae_? Temeraria es la mocedad. «¿Qué diré--escribe en _El Licenciado -Vidriera_ Cervantes hablando de los poetas--; qué diré del ladrar que -hacen los cachorros y modernos á los mastinazos antiguos y graves?» -Indignáronse con el lema del novicio poeta los _mastinazos antiguos y -graves_; comprendió Esteban Manuel su audacia--tinta en procacidad--y -apresuróse á suprimir el dicho lema en los ejemplares no sacados á -plaza todavía. - -Casóse el poeta; bien de la patria mereció en su matrimonio; siete -hijos dió á la tierra española. En Madrid anduvo entretenido en graves -asuntos de erudición, historia y humanidades; ricas bibliotecas de -magnates frecuentaba. ¿Habíase amortiguado ya en él la sacra llama? -Compuso unas _Disertaciones críticas_, un _Etimológico historial_, un -_Antiteatro_ ó _discurso contra las comedias_; alguno de estos libros -se ha perdido; de otros, más que decir que compuso, debemos decir que -tuvo en proyecto. No sintamos ni la pérdida ni la no ejecución; en las -viejas bibliotecas solemos ver, de tarde en tarde--nada más que ver--, -estos libros gruesos, recios, llenos de citas griegas y latinas, en -que, difusamente, se dilucida algún punto que no interesa á nadie. -(Afuera luce el cielo azul; la vida pasa rumorosa y fugaz...) - -Pasó el poeta por el dolor de ver morir en el albor de la juventud á -alguno de sus hijos. Tuvo pleitos; no sabemos, ó no recuerda el autor -de estas líneas, si los ganó; menos malo hubiera sido que los hubiera -perdido. Una vez, hallándose charlando en la paz de una biblioteca, -dijo algo sobre el libre albedrío. Cosa terrible era ésta, en verdad. -Véalo el lector: «San Anselmo dice que el poder pecar en el hombre -no pertenece al libre albedrío». ¿Dice esto San Anselmo? Alguien -escuchaba al poeta íntimamente escandalizado; la especie fué llevada -sigilosamente á los señores de la cruz verde. Se deliberó sobre el -caso; se deliberó madura, escrupulosa, detenidamente. Debieron de darse -muchas, muchas, muchas vueltas al asunto. Cinco ó seis años pasaron en -tales cavilaciones. Al cabo un día (¿no sería, para mayor color local, -una noche?), un día llamaron á la puerta del poeta y le participaron -que estaba procesado por la Santa Inquisición. - -El proceso fué largo; encerrado estuvo don Esteban Manuel en las -cárceles de Logroño; diez y ocho testigos le acusaron de producirse -temerariamente en materias religiosas. Otros, en cambio, atestiguaron -que era «hombre pío, limosnero, muy frecuentador de los sacramentos». -Fué condenado, sin embargo de esto; se le desterró. ¿Escucharía su -sentencia, como más tarde Olavide, con una vela verde en la mano y -una soga de esparto al cuello? Ya el poeta era viejo; estaba cansado, -fatigado; tenía más de setenta años. Volvió á su pueblo. En traducir -el libro _De consolación filosófica_, compuesto por Boecio, empleó sus -últimas energías mentales. Un día murió; contaba ochenta y ocho años. -Había nacido en 1589; finaba en 1669. - -Las poesías de don Esteban Manuel de Villegas, unas son originales, -otras, traducidas. De Anacreonte, de Horacio y de Tibulo ha -traducido el poeta. La poesía de don Esteban Manuel es ligera, -graciosa, fugitiva, alada; á veces también, el poeta se pierde y -extravía en un sutilísimo preciosismo. En las poesías de don Esteban -Manuel encontramos arroyuelos mansos, ruiseñores que cantan entre -los laureles, tortolillas, vientos apacibles, auras leves, abejas -que revolotean sobre las flores, prados verdes, mirtos, jilgueros -pintados, fontecicas que «corren con pies de plata por arenas de -oro». En esas poesías los galanes piden besos á sus enamoradas, y si -éstas se resisten--siempre con cierta coquetería--, ellos se atreven -á dárselos por fuerza. El dios ceguezuelo aparece en la figura de un -niño, de carnes sonrosadas, con una aljaba llena de pequeñas saetas -á la espalda. Hay fugitivas carreras de las mozas entre la enramada. -Suenan rabeles. El vino luce en las tazas («con el suave vino doy sueño -á las tristezas»). En el invierno, mientras las castañas saltan en el -fuego del hogar, los enamorados beben y retozan («echa vino, muchacho; -beba Lesbia y juguemos»). La primavera viste de alegría el campo («ya -las campañas secas empiezan á ser verdes»). Cupido, Baco, Venus van y -vienen de un verso á otro. Las pastoras se llaman--escuchad esta escala -melodiosa de nombres--: Camila, Celia, Drusila, Lidia, Filis, Flora, -Lamia, Lesbia, Licimna... - -De las poesías de don Esteban Manuel de Villegas, dos han pasado á las -antologías y son citadas y comentadas en las cátedras. Una de ellas es -la dedicada á un pajarillo infortunado; otra, los célebres sáficos -adónicos. Hay en la primera una nota de delicada sentimentalidad -mezclada á un matiz de prosaísmo. El pajarito, á quien le han robado su -nido, pía plañideramente posado en un tomillo. «Dame mi dulce compañía, -rústico fiero»--dice la avecica. «No quiero»--responde, un tanto -vulgarmente, pero con sencillo realismo, el inhumano patán. En los -sáficos, el verso que da la sensación capital es el de «céfiro blando»; -cuando leemos esta poesía sentimos cómo este vientecillo, tan tenue, -tan suave, tan dulce, un vientecillo que apenas mueve las hojas de los -árboles, lleva--allá á lo lejos, á través del espacio--nuestras quejas, -nuestros dolores íntimos. Y nos impresiona este contraste entre el aura -tan sutil y nuestra pena tan recia y permanente... - -Don Esteban Manuel de Villegas ha influído considerablemente en nuestra -lírica. Todo el siglo XVIII está lleno de Filis, Livias y Lisis. -Mientras eruditos, observadores y filósofos escudriñan los secretos -de la Naturaleza y de la historia; mientras, en este siglo frío y -reflexivo, se escribe de botánica, numismática, matemáticas, náutica, -física, epigrafía, embriogenia, los poetas van cantando las gracias, -primores, hechizos y retozos de Filis. De tal modo cantan Torres -Villarroel, Gerardo Lobo, Huerta, Cadalso, Forner, Sánchez Barbero, -Iglesias, Moratín, Meléndez Valdés, Arjona. Algunos de estos poetas -han cantado otras cosas, se han significado, principalmente, por otros -temas; pero ninguno ha dejado de rendir homenaje á esta galantería -alambicada y rusticana. ¿Cómo explicar esta especie de marea, de flujo -y reflujo, que en la evolución de la poesía se produce? La moda, el -contagio, hacen que en determinadas épocas, toda una generación poética -afecte determinada sensibilidad. En los tiempos presentes, por ejemplo, -la lírica se tiñe de un neo romanticismo. Se vive en una pretérita -edad. Reviven--artificiosamente--los viejos hidalgos, las callejuelas, -las tizonas, las espuelas de oro, el Cid, el arcipreste de Hita. Todo -ello es aparatoso y vacío; todo ello es tan falto de vida como el neo -clasicismo iniciado por Villegas... Poetas: observad vuestro tiempo; -sentid vuestro tiempo; amad vuestro tiempo; cantad vuestro tiempo. - - - - -«LA CELESTINA» - - -I - -_La Lectura_ acaba de publicar en su colección de clásicos una nueva -edición de _La Celestina_. Ha cuidado del texto y de las notas Julio -Cejador--trabajador infatigable. Hagamos algunas observaciones sobre -esta nueva aparición de nuestra antigua amiga Celestina. Se referirán -nuestras notas: unas, al autor del libro; otras, á la originalidad de -_La Celestina_ en el siglo XVI, es decir, al elemento de innovación que -la obra representa en el arte; las demás, á la psicología y carácter de -la protagonista. - -¿Quién es el autor de _La Celestina_? La primera aparición de la -obra fué de distinto modo á como la vemos hoy; constaba sólo de diez -y seis actos la obra primitiva; más tarde se le añadieron hasta -veintiuno. En esa forma la leemos hoy; en esa forma se la reimprime hoy -corrientemente. «¿De quién son los autos añadidos juntamente con el -_Prólogo_, en el cual alude á ellos y por ellos se escribió?--pregunta -Cejador.--Todos los críticos españoles, siguiendo á Menéndez y Pelayo, -opinan que son del mismo autor que compuso la primitiva _comedia_.» -Recordamos haber leído que, tras minuciosos exámenes, el fundamento -de esta opinión lo ponen (Menéndez y Pelayo y sus seguidores) en la -perfecta unidad y solidaridad técnica y psicológica que existe entre -unos actos--los primitivos--y otros--los añadidos más tarde. Difícil -sería no ver tales identidades técnicas y psicológicas. Figurémonos que -hoy, Eugenio Sellés añade un acto á una obra de Dicenta, ó Linares -Rivas á otra de Benavente. Dentro de tres siglos, si se ignoraran estos -añadimientos, ¿quién notaría diferencias entre una y otra técnica y una -y otra psicología? Existen indudablemente diferencias de estilo y de -observación entre los autores citados; no son completamente idénticas -sus tendencias y sus maneras de hacer. Pero esto que notamos hoy de -obra á obra, en conjunto, totalmente (y que se notará también dentro de -cien años), ¿cómo notarlo cuando se trata de una simple y accidental -ampliación ó añadido? - -Sin embargo, á pesar de todo, hay notables diferencias entre la primera -_Celestina_, la de los diez y seis actos, y la posterior, la de los -veintiuno. En la primera existe más ligereza, más sencillez, más -espontaneidad; en la segunda se ha practicado una especie de taracea en -la prosa; á lo largo de las páginas han ido embutiéndose sentencias, -reflexiones más ó menos discretas, citas de autores clásicos, refranes -y proloquios traídos con mayor ó menor pertinencia. La obra, en su -segunda aparición, ha perdido soltura, gracia, ímpetu, frescor de -pasión y de sentimiento. ¿Fué el mismo autor de la primera concepción -quien modificó la obra? ¿Fué mano distinta la que hizo estos cambios? -Frecuente es el caso de que sean los mismos autores los que tales -cambios y mudanzas hacen en sus libros; hace poco, en Francia, se -han publicado, en un mismo volumen, tres versiones distintas de una -misma novela. Aludimos á la novela _Charles Blanchard_, del malogrado -Charles-Louis Philippe, publicada por la _Nouvelle Revue Française_. Y -si se quiere ejemplo más insigne--aunque no más interesante, que éste -lo es en alto grado--, ¿cómo no recordar las distintas versiones de _La -tentación de San Antonio_, de Flaubert? ¿Puede darse nada más análogo, -si bien á la inversa, que el caso de Flaubert y el del autor--si es uno -solo el autor--de _La Celestina_? Hemos dicho á _la inversa_, porque en -la obra del novelista francés, la primitiva versión es la recargada y -densa, en tanto que la última es la ligera, la tenue, la sencilla. - -Julio Cejador opina que Fernando de Rojas fué el autor de los primeros -diez y seis actos de _La Celestina_, y un oficioso corrector, un -aficionado á cosas de letras--sin ser artista--, el de los restantes. -Cuando se compuso la primera _Celestina_, Rojas debía de tener, según -los eruditos, veinticuatro años. ¿Fué realmente el autor Fernando -de Rojas? ¿No lo fué? Se arguye en contra de la hipótesis á favor -de un autor de veinticuatro años el que en la obra hay visiones y -sensaciones de la realidad que parecen indicar experiencia y fatiga -del mundo. Más tarde veremos lo que tiene de exacto ese concepto de -_La Celestina_ como obra _sabia_, obra de experiencia, obra henchida -de enseñanzas. Ahora limitémonos á preguntar: ¿quién es el que puede -decir los misterios y prodigios de la intuición artística? Alfredo de -Musset, por ejemplo, que hizo una obra de análoga tensión pasional y -afectiva á la del autor de _La Celestina_--y mucho más extensa--, ¿á -qué edad la realizó? ¿Á qué edad murió nuestro Garcilaso? Y entrando -en esferas distintas, ¿no acabó sus días Larra á los veintisiete años? -No queremos decir con esto que nos inclinamos á creer que el indicado -Rojas sea el autor de _La Celestina_; ni afirmamos ni negamos. Lo que -sí, decididamente, parece cierto es que en la obra, tal como la vemos -hoy, han intervenido dos manos: una, la del primitivo autor, y otra, -la de quien añadió los actos posteriores. Las observaciones que á este -respecto hace Cejador y las pruebas que aduce son interesantísimas. - -El autor de _La Celestina_--llámese como se llame--debía de ser un -hombre culto, erudito, libresco, y por temperamento, vehemente, -impetuoso; un hombre, en suma, intelectual y joven. Se nota bien á las -claras en el estilo en que el libro está escrito. Del autor de _La -Celestina_, dice Cejador: «El habla ampulosa del Renacimiento erudito -la pone en los personajes aristocráticos y á veces en los mismos -criados que remedan á su señor». (¿Que remedan á su señor de propio -intento, dándose cuenta de ello, por burlería? O bien, ¿que hablan -así, imitándolos, sin propósito de escarnecerlos, por creer que es más -noble este lenguaje? Y aparte de esto, ¿no será esta manera de hablar -de los criados defecto de la obra, tan defecto como el habla de los -señores... aunque menos excusable y justificado?) «Adviértase--dice -más adelante Cejador--el estilo propio del comienzo del Renacimiento -clásico, enfático,rimbombante, lleno de transposiciones y de voces -latinas.» «Nos parece afectado--añade el autor hablando de tal -estilo--, porque de hecho lo era, pero debemos agradecer al autor el -que nos lo haya tan bien remedado del natural afectado de aquellos -caballeros.» Tenemos por un poco extremoso este concepto; ábrase _La -Celestina_ por la primera página; comiéncese su lectura. «_Calisto_: En -esto veo, Melibea, la grandeza de Dios. _Melibea_: ¿En qué, Calisto? -_Calisto_: En dar poder á Natura que de tan perfecta hermosura te -dotase é facer á mi inmérito tanta merced que verte alcanzase, é en tan -conveniente lugar que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda -incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, -devoción é obras pías, que por este lugar alcanzar tengo yo á Dios -ofrecido, ni otro poder mi voluntad humana puede cumplir.» Tal es -el comienzo del libro. ¿Hablaban, efectivamente, así los caballeros -del siglo XVI? De ningún modo. Hay en la obra de arte (en el teatro, -sobre todo) un realzamiento del lenguaje cotidiano; el diálogo real es -ennoblecido, dignificado. No hay mas que ver los diálogos de las obras -en que más se alardea de realismo. - -La transposición literal, exacta, de las conversaciones vulgares sería -absurda, estúpida. Pero la estilización de la prosa hablada tiene -también su límite discreto. ¿Quién fija ese límite? ¿Cómo saber en qué -medida nos hemos de apartar de lo cotidiano y cuál es la línea que en -lo noble, en lo estilizado, no debemos traspasar? Nadie puede decirlo; -no existen normas precisas sobre tal materia. Existe, de una parte, -una especie de ambiente literario que domina en toda la época, en un -determinado período histórico, especie de _temperatura espiritual_. -(Así vemos, por ejemplo, que en España, y en 1885, domina en el estilo -la nota solemne, amplia, enfática de la oratoria. Es la época en que -Castelar lo llena todo. Núñez de Arce es poeta oratorio. Cánovas crea -un estilo político de un ampuloso y artificioso casticismo oratorio. -Los artículos periodísticos son oratorios. Las crónicas literarias -son oratorias. Hay excepciones; pero el estilo, gracias á todas estas -influencias, es lo que en esa misma época se ha llamado con un adjetivo -repetido á todas horas en todas las redacciones: _brillante_. Hoy la -_temperatura intelectual_ ha variado, y no comprendemos ni sentimos -aquella prosa periodística, ni aquella oratoria, ni aquella poesía.) -Existe, por otro lado, el instinto del autor, es decir, su buen gusto, -su delicadeza, su sentido de la realidad innatos. Esos dos factores -determinan el punto en que el autor ha de situar su estilización de -la vida diaria. El autor de _La Celestina_ traspasa frecuentemente -la línea permitida al artista. ¿Es causa de ello, principalmente, -las circunstancias particulares que en el Renacimiento concurren? ¿Se -trata de una _concesión_ del autor á determinado grupo de lectores? -Afortunadamente, en _La Celestina_ alientan y palpitan otros elementos, -que son precisamente los que salvan, _á pesar de todo_, la obra y hacen -de ella uno de los libros capitales de nuestras letras. - - -II - -Nada más interesante que examinar cómo la obra de arte y el artista -son mirados y juzgados en el fondo del organismo social, entre los -elementos primarios de la sociedad. No sabemos, á punto fijo, lo que -sucederá en otras sociedades; pero en la española, en la primera -etapa de la masa social, cuando se quiere encarecer y ponderar el -valor de un libro se hace referencia á la suma sabiduría, y cuando -se quiere exaltar á un artista se le adjetiva como un hombre _muy -sabio_. ¿Cómo al pueblo ha descendido esta modalidad crítica? De -las altas clases seguramente ha bajado; un tiempo ha habido en -que--rudimentariamente--todo metro y todo contraste crítico se reducían -al tópico de sabiduría y de sabio. Recordemos el caso del _Quijote_; -durante el siglo XIX la ponderación y el ensalzamiento del _Quijote_, -ó mejor dicho, toda su crítica, se ha reducido á considerarle como -un libro sabio, el más sabio de todos los libros. Cervantes, en el -_Quijote_, era jurisconsulto, estratega, geógrafo, botánico, médico, -etc., etcétera. La crítica no decía las relaciones de la obra de arte -con la sensibilidad humana, sino que--infantilmente--se esforzaba -en demostrar la sabiduría (suma de conocimientos, enciclopedismo, -docencia) de un libro. Perdura todavía en España este procedimiento; -procedimiento, si bien intencionado, totalmente absurdo. ¿Á quién -se le ocurrirá considerar como obras sabias una novela de Flaubert, -ó una comedia de Molière, ó un diálogo de Leopardi? No está en eso -precisamente el arte. Cejador, temperamento casticísimo, espontáneo, -popular, ha cedido, al menos por esta vez, al prejuicio del primario -elemento social. «Que los que quieran conocer el mundo, el hombre, -el vivir y su amarga y dulce raíz, el amor, en que consiste toda -la sabiduría, y por cuyo conocimiento fuisteis vosotros mismos -sapientísimos varones y maestros de la filosofía española, leerán la -_Tragicomedia_ y aprenderán y... no se escandalizarán.» Así escribe -Cejador, refiriéndose á algunos autores graves (Guevara, Vives) que han -condenado _La Celestina_. - -Tenemos con esto considerada _La Celestina_ como libro sabio, libro de -profundas enseñanzas. De este modo--como antes con el _Quijote_--se -arroja sobre la clásica tragicomedia una luz que no es la que le -conviene. Proyectada esta luz equívoca sobre la obra, el lector -desprevenido ve en ella las conclusiones, los resultados de los -procesos psicológicos, los _actos_, en suma, considerados desde un -punto de vista, no estético, sino ético; y no ve en ella, ó lo ve -secundariamente, en segundo término, los matices, las transiciones -sutiles que componen esos mismos procesos de psicología, los cambiantes -aspectos de la sentimentalidad del autor--reflejada en las cosas, en -el paisaje--; todo, en fin, lo que constituye lo alado, lo impalpable -del arte. (Luego veremos, al hablar de cómo se considera á la propia -Celestina, fantástica, hiperbólicamente; luego veremos una de las -consecuencias _prácticas_ de este modo de hacer crítica.) Acéptese -ó no lo que acabamos de exponer, discútase ó no, lo cierto es que -_La Celestina_ no puede enseñarnos gran cosa respecto--como dice -Cejador--del mundo, del hombre y del vivir. ¿Dónde está este portento -de sabiduría? Sabido y archisabido tenemos ahora, como tenían en el -siglo XVI, lo que puede enseñarnos _La Celestina_. Si somos padres, -sabremos que una mujer astuta y lisonjera puede hacer cometer á nuestra -hija una falta más ó menos reparable (reparable en el caso de Melibea, -reparable si Calisto no hubiera tenido la desgracia de matarse). Si -somos amantes, sabremos también que las trazas y artes de una cobejera -pueden hacer que se logren nuestros apetitos. Sabremos, en resolución, -que hay madres descuidadas, criados groseros, gentes de distintas -condiciones que andan devaneando--aun las más respetables--y buscando -escondidamente sus placeres. ¿No es todo esto vulgar, corriente y viejo -de muchos siglos, por lo menos desde que escribió Luciano? - -_La Celestina_--conviene repetirlo--es una obra de juventud; de -juventud por su estilo fogoso, ardoroso, brillante, recargado, -profuso. (Un paréntesis: Cejador dice que _La Celestina_ es el libro -«más natural y elegante escrito hasta entonces». Lo de _natural_ -riñe con sus observaciones respecto al énfasis y á la pomposidad -del estilo; observaciones exactísimas. El libro más _natural_, todo -diafanidad, coherencia y sencillez, es _El conde Lucanor_, escrito -hacia 1329.) Es de juventud _La Celestina_ por su estilo, por su -erudición intempestiva--al menos, en boca de los criados--, por su -dejo de petulancia, por su lirismo. No hay nada en _La Celestina_ que -pueda ignorar un mozo inteligente y despierto; no hay reconditeces -y arcanos psicológicos sólo accesibles á una larga experiencia del -mundo. Todo, técnica, psicología, ambiente general de la obra, nos -están diciendo que _La Celestina_ es cosa de un mozo. Como se puede -comparar el Tiziano de la primera manera con el de la última, compárese -_La Celestina_, toda luz viva y cegadora, toda movimiento, toda -ímpetu y color áureo, con la segunda parte del _Quijote_, toda tonos -grises, transiciones calladas, simplificación técnica, suavidades casi -imperceptibles y melancólicas, dulzura y vaguedad de ese sol de la -tarde que--según el mismo Cervantes dice--queda todavía en lo alto de -las bardas. - -La originalidad de _La Celestina_ en el siglo XV, lo que _La Celestina_ -representa en la evolución del arte literario castellano, está -contenido, á nuestro entender, en dos hechos capitales. Primero: -por primera vez nos encontramos--se encuentran los coetáneos del -autor--ante un psicólogo, es decir, ante un escritor que crea, -desenvuelve, anima caracteres. En el arcipreste de Hita ya hay muchos -de los elementos decorativos, pintorescos y ornamentales que figuran -en _La Celestina_; pero en este libro hay lo que antes no existía. -Juan Ruiz es un pintor, un colorista, un _visual_; el autor de _La -Celestina_ es un analista de espíritus y de temperamentos. Pensemos -en lo que modernamente han sido Teófilo Gautier y Stendhal. En el -Arcipreste, maravilloso descripcionista, no encontraréis ni un solo -momento de emoción; el poeta nos hace asistir á pintorescos y variados -espectáculos; describe el color y la forma; no entra dentro ni de los -hombres, ni de las cosas; su espíritu no vibra emocionado con lo que -pinta del mundo exterior. En el autor de _La Celestina_, en cambio, hay -momentos de íntima y honda emoción: suplica, plañe, amenaza, llora. Los -personajes van poco á poco iniciándose, creciendo, desenvolviéndose; -tienen sus afanes, sus ansias, sus dolores, sus codicias, sus alegrías, -sus miserias... Segundo hecho: todos estos procesos psicológicos, -todo este análisis del espíritu no se desenvuelven en lo abstracto; -bellos procesos de amor y de pasión hay, por ejemplo, en los libros de -caballería; mas lo que allí, en esas historias amorosas falta, es lo -que el autor de _La Celestina_ ha traído al arte, esto es, una base de -realidad, y de realidad viva, cotidiana, menuda, prosaica. Y por encima -de esto, no de realidad indefinida (como lo es la de algunos cuadros -de _El conde Lucanor_), sino realidad de un determinado momento y de un -determinado país; realidad, en suma, española, castiza, de lo hondo de -nuestro pueblo. Á la creación, pues, de los caracteres, el autor de _La -Celestina_ añade el ligar íntima, profundamente esos caracteres á la -realidad de la vida de España. Ahí están viviendo perdurablemente todos -los detalles, los más pequeños detalles de nuestro vivir cotidiano: -las tenerías, la cuesta del río, el jarrillo desbocado de Celestina, -la camarilla de las escobas, las bujerías que la vieja lleva de una -casa á otra, las mudas y mixturas que confecciona... Únase á todo esto -la rapidez y viveza del diálogo, los modismos populares y refranes, el -lirismo exaltado de Calisto en determinados momentos, y se comprenderá -el encanto profundo de este libro y su inusitada, maravillosa novedad -en nuestro siglo XVI. - -Hemos anunciado antes que indicaríamos una _consecuencia práctica_ de -determinada modalidad crítica; aludimos al modo como ha sido juzgada -Celestina, uno de los tres personajes principales del libro. Recuérdese -lo que también hemos apuntado respecto á la temperatura espiritual en -que ha vivido la generación literaria anterior á la actual; temperatura -esencialmente oratoria. He aquí lo que dice Menéndez y Pelayo hablando -de Celestina: «Celestina es el genio del mal encarnado en una criatura -baja y plebeya, pero inteligentísima y astuta, que muestra en una -intriga vulgar tan redomada y sutil filatería, tanto caudal de -experiencia moderna, tan perversa y ejecutiva y dominante voluntad, -que parece nacida para corromper al mundo y arrastrarle encadenado y -sumiso por la senda lúbrica y tortuosa del placer.» (La última frase -es completamente de melodrama ó de discurso en mitin popular. Menéndez -y Pelayo, que no era orador _hablado_, tenía la preocupación de serlo -_escrito_. El estilo oratorio hace que se piense más en cómo va á -decirse la cosa, que en la cosa misma; las palabras, en ese estilo, -son siempre mucho más grandes que las cosas.) Julio Cejador, que copia -la anterior cita de M. Pelayo, añade por su cuenta: «Hay en Celestina -un positivo satanismo; es una hechicera y no una embaucadora. Es el -sublime de mala voluntad, que su creador supo pintar como mujer odiosa, -sin que llegase á ser nunca repugnante; es un abismo de perversidad; -pero algo humano queda en el fondo, y en esto lleva gran ventaja al -Yago de Shakespeare, no menos que en otras cosas». - -Como se ve por las frases transcritas, Menéndez y Pelayo se muestra -terminante y unilateral al juzgar á Celestina; Cejador condena con -igual fuerza, pero hace algunas atenuaciones (que no sabemos cómo -concordar con sus juicios supremos). Tenemos, pues, de lo copiado: que -Celestina es «el genio del mal»; que tiene tanto caudal de experiencia -y tan perversa voluntad que «parece nacida para corromper el mundo»; -que, además de corromper el mundo, su idea es «arrastrarle encadenado -y sumiso por la senda lúbrica y tortuosa del placer»; que posee un -«positivo satanismo»; que es «el sublime de mala voluntad»; que es -también, y finalmente, «un abismo de perversidad». Nada menos. Ha -quedado agotado el diccionario castellano en la calificación de la -maldad de un ser humano. _Genio del mal_--dice Menéndez y Pelayo. -_Abismo de perversidad_,--añade Cejador. Si después de esto quisiéramos -adjetivar á un gran criminal, no podríamos hacerlo. ¿Qué más podríamos -decir de un Troppmann, de un Lecenaire? Y dentro de las ficciones -literarias, ¿cómo vamos á definir, por ejemplo, á Lady Macbeth? (Hace -pocos meses, un famoso abogado de París, Henri-Robert, hizo en la -Universidad de los Anales una supuesta defensa forense de Lady Macbeth; -como si realmente estuviera defendiendo á la acusada, el ilustre -jurisconsulto examinó minuciosamente los hechos inculpados y adujo -las pruebas. Henri-Robert terminaba así su defensa: «Con la lejanía -del tiempo, considerando el ambiente sanguinario, y la anarquía de -la época, y el medio feudal, Lady Macbeth se nos aparece como digna -de alguna indulgencia». El original discurso forense de Henri-Robert -se ha publicado en el número de 1.º de Abril de 1913 del _Journal de -l’Université des Annales_.) - -¿Cómo definir á Lady Macbeth y á nuestra _mala pelegrina_? _La mala -pelegrina..._ ¿Quién es la mala pelegrina? Es una mujer real y -singularmente perversa; hace su retrato don Juan Manuel en el capitulo -XLV de _El conde Lucanor_. La mala pelegrina, astuta, sagacísima, logra -que un matrimonio tranquilo y feliz se desevenga; comienza á recelar el -marido de la mujer y la mujer del marido; crecen los disturbios; llega -el marido, gracias á una traza verdaderamente diabólica de la mala -pelegrina, á degollar á la mujer; se enzarzan los parientes de ésta con -el marido; lo asesinan; los deudos del marido entran en batalla con los -de la mujer; toman parte en la lucha los vecinos del pueblo; resultan -numerosos muertos... Tal es, en síntesis, la obra de esta fembra -perversa. ¿Se puede comparar con ella Celestina? _Genio del mal_, -_abismo de perversidad_... No tanto, no tanto: Celestina ha tenido -en su mocedad un prostíbulo; quebró el negocio; Celestina, ya vieja, -retiróse á una casilla miserable. Allí vive obscuramente; su oficio es -procurar ilícitas y solapadas recreaciones; pero lo hace discretamente, -sin escándalo. Todos, fiados en su discreción y sigilo, la buscan y -la solicitan. ¿Cuál es su enorme, formidable crimen en el asunto de -Calisto y Melibea? - -Tengamos en cuenta que Melibea está ya realmente enamorada de Calisto; -todos los detalles lo acusan; todos los detalles, incluso esa agria y -destemplada respuesta que da á Calisto en la primera escena, y luego, -más tarde, el préstamo del ceñidor. Está ya enamorada... sin que ella -misma se dé cuenta; el caso es frecuentísimo. Celestina no hace mas que -alumbrar esa pasión de Melibea y poner en relación--secreta--á uno y -otro enamorado. En esta concertación solapada, urdida por Celestina, -estriba todo el crimen de la vieja. ¿Pueden cometer una falta Melibea -y Calisto? Sí; deplorémoslo sinceramente. Pero añadamos que el hecho -puede ser reparado. ¿Por qué no se han de casar Calisto y Melibea? Á -familias igualmente distinguidas pertenecen uno y otro; no hay desdoro -para ninguna de las dos familias en este enlace. Seguramente que si -Calisto no hubiera tenido la desgracia de caerse desde lo alto de una -pared y de matarse, Melibea y Calisto se hubieran casado y hubieran -vivido felices. No se puede imputar á Celestina la muerte de Calisto -(mera casualidad), ni tampoco podemos hacerla responsable de la bárbara -codicia de unos criados (causa del asesinato de la vieja, por cuyo -asesinato luego son ajusticiados los matadores). ¿Qué queda, pues, -de este _genio del mal_, de este _abismo de perversidad_? El genio -del mal se llama aquí--como en tantas otras ocasiones--casualidad, -azar, fatalidad... Y esa fatalidad de las cosas, esa inexorabilidad -del destino es otro de los atractivos profundos, misteriosos de _La -Celestina_. - - - - -LA CELESTINA, LA PELEGRINA... - - -Recordará el lector (ó ya no se acordará de tal cosa) que hace poco -dedicábamos dos artículos á hablar de _La Celestina_; comentábamos en -esas líneas la edición reciente publicada por _La Lectura_ y cuidada y -anotada por Julio Cejador--querido amigo nuestro. Cejador, honrándonos -con ello, ha replicado á nuestras observaciones; su réplica la han -constituído otros dos artículos: en «Los lunes de _El Imparcial_» del -15 y del 22 del presente mes se han publicado. Termina Cejador su -alegato de defensa invitándonos á que reconozcamos nuestro error. La -cortesía obliga á no dejar sin contestación los artículos de Cejador. -Contestación breve, en que satisfaremos la urbanidad y aclararemos -todos nuestros anteriores puntos de vista. - -Cejador comienza diciendo que se nos han escapado en nuestro trabajo -varias «liebres». Al leer esto creímos que nuestro amigo iba á poner de -relieve algún error de hechos, de fechas, de nombres; algo, en suma, -material y concreto. Nos parece que el significado de la frase popular -citada («escaparse una liebre») encierra la comisión de un olvido, -de una negligencia. En olvido ó negligencia (ó ignorancia) podíamos -haber incurrido nosotros al disertar sobre _La Celestina_; ante -nosotros teníamos á un verdadero erudito; esperábamos, por tanto, una -rectificación completa de algo que aturdida ó ignorantemente hubiéramos -dicho. No ha habido, sin embargo, nada de esto. (Luego veremos que, -efectivamente, en nuestro artículo había un pequeño error... hasta -cierto punto.) Las _liebres_ de Cejador no son tales liebres. Liebre -habría cuando alguien estuviera en posesión cierta de una verdad -inconcusa, axiomática, y viera á otro desbarrar, andar errado, y -de pronto abriese su mano para soltar la verdad que en ella tenía -aprisionada. En el caso presente no se trata--lo repetiremos--de una -rectificación de hechos. Se trata, sí, de la interpretación psicológica -de una obra de arte. Cejador la interpreta de un modo; nosotros la -interpretamos de otro. Suponer que hay _liebre_ (es decir, verdad -irrebatible de una parte; error manifiesto de otra) es suponer que no -hay más verdad en este asunto que aquella que tiene en su posesión -Cejador. Lo demás es desvarío, y nosotros incautamente, como el meleno -ó matiego (seamos castizos) que comete un desliz, hemos caído en él, -se nos ha escapado la liebre. No creemos á nuestro buen amigo tan -inmodesto. - -No enseña _La Celestina_ nada que no conozca un muchacho despierto y -agudo de veinticinco ó treinta años. Se considera tal obra como un -dechado de enseñanzas psicológicas, y nosotros nos negamos á ver en -_La Celestina_ tal libro extraordinario--desde este punto de vista. La -psicología de la famosa tragicomedia es de lo más primario y elemental. -Una cobejera astuta, una madre descuidada, criados codiciosos, un -amante atolondrado y ferviente... esto es todo lo que encontramos en -esas páginas. Y esto dibujado y tramado de un modo impetuoso, enérgico, -con transiciones violentas, con fogosas y ardientes pinceladas. Libros -de sutil psicología, de una enseñanza honda del mundo y del vivir, -¿cuáles citaremos? Se nos ocurre ahora el _Wilhem Meister_, de Goethe, -libro que nos ofrece una trascendente lección de conformidad filosófica -con la realidad. Se nos ocurre--por citar ejemplos dispares--la -novela _Volupté_, de Saint-Beuve, calificada, no hace mucho, por -Julio Lemaitre de «libro extraño y profundo». Se nos ocurre el _Tomás -Graindorge_, de Taine, en que se ha querido ver una anticipación de -Nietzsche y en que hay páginas (las dedicadas á definir una cierta -moral) de una larga significación psicológica. Pero la psicología -de _La Celestina_, ¿no es de lo más sabido y repetido desde que hay -observadores en la literatura? Nada sería esa obra si no contuviera, -como contiene, subidos elementos de arte. - -Hemos dicho también--y este es el segundo punto rebatido por Cejador--; -hemos dicho también que Celestina, la protagonista, no es el monstruo -de maldad que nos pintan Menéndez y Pelayo y Cejador. _Genio del mal_ -la llama el primero; _abismo de perversidad_ la denomina el segundo. -_No tanto, no tanto_, decíamos nosotros. Cejador nos cita la relación -pintoresca de lo que Celestina tiene guardado en su casilla miserable -y nos habla de sus misteriosos procedimientos, artes y trazas. -Conocemos ese pasaje; repetidas veces--y atentamente--hemos leído _La -Celestina_. Celestina tiene mil hierbas é ingredientes extraños en su -cámara; Celestina hace tales ó cuales cosas diabólicas, misteriosas. -Todo eso no nos produce impresión ninguna. Todo eso es una prueba más -de la mocedad é inexperiencia del autor. Toda esa larga relación de -hierbajos, semillas y menjurjes, si interesante históricamente, sabe -á presuntuoso artificio: en ese aspecto de la pintura de Celestina, -como en la intempestiva erudición de los personajes de la obra, echamos -de ver la mocedad del autor. ¿Se concibe que un hombre experimentado, -_corrido_, que haya devaneado mucho por el mundo, se entretenga en -tales trampantojos y en ellos crea? Aquí aludimos concretamente -al llamamiento que la vieja hace al demonio y á su pacto con tal -personaje. «Como no tengo yo á _Azorín_ por tan aferrado á su propio -juicio que no confiese lo que ve á vista de ojos--escribe Cejador--, lo -único que dirá será que no había leído este trozo, y que verdaderamente -Celestina, no sólo hizo declarar á Melibea el amor que ya sentía por -Calisto y les facilitó los medios de verse, sino que por el pacto hecho -con Satanás forzó á éste con su conjuro á meterse en el hilado y á que -_abriese y lastimase el corazón de Melibea de crudo y fuerte amor de -Calisto_.» - -Puestas las cosas en este terreno, no es posible replicar nada. -Nosotros vemos en Celestina una mujer que concierta y prepara amores -más ó menos ilícitos; una astuta cobejera; una mujer á quien, por su -habilidad y discreción, todos acuden en estos trances. Antes pintó -un tipo análogo en Trotaconventos el arcipreste de Hita; después, -Lope de Vega en la Gerarda de su _Dorotea_. Todo lo demás, hechizos, -hierbajos, ungüentos, conjuraciones, pactos con el demonio, nosotros -lo tenemos por pura fantasía, por pintorescas pataratas. Cejador, en -cambio, saliendo de este campo puramente terrestre, humano, cree en los -maleficios, filtros mágicos y pactos diabólicos de la vieja. Contando -con tales fantasmagorías, nuestro amigo proclama á Celestina monstruo ó -abismo de perversidad. - -Citábamos en nuestros artículos, como ejemplar de mujer realmente -perversa, la pintada por don Juan Manuel en uno de los capítulos de -_El conde Lucanor_. (El error... hasta cierto punto, á que aludíamos -al comienzo consistía en haber llamado _Pelegrina_ á esta mujer, -siendo así que en otras versiones de la obra parece ser que se llama -_veguina_, del francés _béguine_, es decir, hembra artera y falsa. -Pelegrina dice la versión publicada en 1575 por Argote de Molina. El -mismo apelativo lleva esa mujer en la lección impresa en Vigo en 1902. -Pelegrina nos place más á nosotros por lo expresivo y pintoresco.) -¿Se puede comparar la vieja Celestina á la vieja Pelegrina? Por las -artes de ésta--y un poco inverosímilmente--se enemista un pacífico -matrimonio, el marido degüella á la mujer, riñen sangrientamente los -deudos del marido y los de la mujer, traban también sanguinosa batalla -todos los vecinos del pueblo. En Celestina no hay, en cambio, mas que -enlabios, arterías y zangamangas. - -No aparece por ninguna parte el abismo de perversidad ni la genialidad -en el mal de la vieja. Muere Calisto. ¿Tiene Celestina la culpa de -que Calisto se caiga de lo alto de una pared? Matan dos codiciosos -criados á Celestina para robarla una cadena de oro. ¿Tiene Celestina -la culpa de que estos hombres sean tan feroces que lleguen por un robo -casi sin importancia, ó de poca importancia, á cometer tal crimen? Se -suicida Melibea, angustiada por la desgracia de Calisto. ¿Podremos -hacer de ello responsable á Celestina? Fatalidad, inexorabilidad del -Destino--hemos escrito nosotros. Esa fatalidad de las cosas, esa -ceguedad de la corriente eterna del mundo, que presta un atractivo -misterioso y doloroso á _La Celestina_, lo mismo que más tarde al _Don -Álvaro_ ó á la maravillosa novela de Camilo Castello Branco _Amor de -perdición_. - -Pero Cejador no lo ve así. «¡Sortilegio, encantamiento, maleficio, -pacto!»,--exclama nuestro amigo, dejándonos un poco despavoridos. Mas -nos recobramos de nuestro espanto y apartamos lejos de nosotros toda -intervención extrahumana. No hemos citado indeliberadamente la obra -de don Juan Manuel. Compárese _El conde Lucanor_ con _La Celestina_ -y se verá la experiencia y la madurez de un autor al lado de la -inexperiencia y de la mocedad del otro. En 1854 don Pascual Gayangos -publicó un estudio sobre _El conde Lucanor_ en la _Revista Española -de Ambos Mundos_ (número correspondiente á Agosto). «Su autor--decía -Gayangos hablando de don Juan Manuel--se manifiesta constantemente -superior á su siglo y libre de muchas de las preocupaciones que á la -sazón reinaban. En los capítulos XI y XIII se burla de los que ponen -su fe en falsos agüeros y vaticinios, y el XX es una sátira punzante -de los frailes y sus pretensiones. En el VIII se ríe de su tío don -Alfonso el Sabio porque da crédito á las patrañas de los alquimistas y -pretendía haber descubierto la piedra filosofal.» «Toda la obra--añade -Gayangos--respira la observación fría y sagaz del hombre experimentado -que conocía á fondo el corazón humano y que ha sufrido demasiado para -conservar las engañosas ilusiones de la juventud.» - -¿Se concibe al retratista de la Pelegrina dando crédito en su obra á -hechicerías, pactos demoníacos y sortilegios? Quien se reía de los -horóscopos, de la piedra filosofal, de los sortilegios, no podía menos -de hacer un retrato verdaderamente humano, sólo humano, de una mujer -perversa. Si el autor de _La Celestina_ hubiera escrito su libro, no en -la mocedad--como parece ser--, sino ya maduro, corrido y desengañado, -seguramente que en su retrato de Celestina no hubiera puesto todo ese -aparato excesivo y estrafalario de influencias extraterrestres y -diabólicas. Y si de todos modos lo hubiera puesto, á nosotros, hombres -de ahora, hombres modernos, nos toca prescindir mentalmente de él y -considerar que si pasó lo que pasó en _La Celestina_, no fué por obra -misteriosa y siniestra de Satanás--¡qué horror!--, sino porque _asi -vinieron las cosas_. - - - - -DEJEMOS AL DIABLO... - - -Cuatro palabras para terminar--por nuestra parte y cordialmente--la -amistosa discusión que venimos sosteniendo con Julio Cejador... La -viejecita Celestina se halla recogida en su casa. Vive muy lejos, allá -fuera de la ciudad, en la cuesta del río. Cerca están las tenerías. -No muy distante se ve un viejo puente por donde pasan viandantes y -carros. La casa de Celestina es chiquita, medio caída; lo principal--y -casi lo único--de ella lo compone una camarilla con una ventanita; -por la ventanita se columbra el río manso y claro que discurre por -debajo del puente y luego se aleja entre dos filas de verdes álamos, -unos campos labrados, la silueta azul de unas remotas montañas. De la -ciudad llegan, de cuando en cuando, los campaneos de sus iglesias. En -la habitación de Celestina hay dos ó tres filas de anchos vasares y -un reducido armario: en los vasares forman, cuidadosamente colocados, -botecillos, picheles y redomas de diversos tamaños y colores. Encierran -esos botes y frascos variedad de ungüentos, aceites, mixturas, -grasas y jarabes; de todos estos aceites y ungüentos, unos curan -dolores, otros--aunque Celestina lo crea--no curan nada. Hacecillos -de hierbas montaraces penden del techo y de las paredes. Reposan en -el armario, bien guardados, algunos objetos y trebejos de apariencia -y usos extraños. Aquí hay soga de ahorcado, piedra del nido del -águila, espina de erizo, pie de tejón. Todas estas cosas, aunque en -ocasiones Celestina las venda muy caras y misteriosamente á gentes que -han perdido un poco el seso, lo cierto es que no sirven para nada. -En una cajuela la viejecita tiene sus instrumentos más preciados: -unas finísimas agujas y un sutilísimo hilo de seda. Y tampoco esto -sirve para gran cosa; pero sí puede engañarse con ello--alguna vez--á -los papanatas y á los incautos, á los incautos sobre todo, gente -atropellada y que no repara en detalles. - -Celestina se encuentra en un momento crítico; va á invocar á Satanás. -Necesita que el demonio le ayude en un trance en que se halla metida. -Ya ha cerrado la ventanita que mira al río y ha encendido una vela -(no la vela que se enciende á San Miguel, sino la que se enciende -al diablo). De todo su poder evocador va á usar Celestina; del más -formidable aparato mágico va á echar mano; del conjuro más poderoso, -más fuerte, más inapelable va á servirse. Todo es silencio y misterio -en la estancia. (Pero á lo lejos, de las tenerías, llegan unos cantos -populares y picarescos que desazonan un poco á la viejecita.) - -Celestina exclama, tratando de ahuecar la voz y haciendo terribles -aspavientos: - ---Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador -de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, -señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes étnicos montes -manan, gobernador y veedor de los tormentos é atormentadores de las -pecadoras ánimas, regidor de las tres furias: Tesifone, Megera y Aleto; -administrador de todas las cosas negras del reino de Stigie y Dite, con -todas sus lagunas y sombras infernales y litigiosos caos; mantenedor -de las volantes arpías, con toda la otra compañía de espantables y -pavorosas hidras... - -Se detiene un poco Celestina; no es para menos; la invocación que acaba -de hacer entra en la categoría de las más solemnes invocaciones. Luego -continúa: - ---Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y -fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave -con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos -que en este papel se contienen... vengas sin tardanza á obedecer... -hasta que Melibea con aparejada oportunidad... lastimes del crudo y -fuerte amor de Calixto... pide y demanda á mí tu voluntad... apremiaré -con mis ásperas palabras tu horrible nombre... me parto para allá con -mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto. - -Cuando la viejecita ha acabado su tremendo y formidable conjuro se ha -abierto bruscamente la ventanilla del chamizo y ha entrado un vivísimo -rayo de sol que ha dado en los ojos á Celestina. Celestina ha cerrado -los ojos, y al abrirlos de nuevo ha visto sentado en la única silla de -la estancia á un mancebo de tez morena y luminosa mirada. - ---Un momento, querida Celestina--ha dicho con voz melódica este mozo--: -tu conjuro ha sido tan aparatoso y tan vehemente, que he querido venir -yo mismo, en persona, á ver lo que se te ofrecía. La cosa debe de ser -de mucha importancia... - -Aunque la viejecita está acostumbrada á tratar con el demonio (ó, por -lo menos, lo dice ella), ha sufrido una viva sorpresa al contemplar -frente á ella al propio Satanás. Apenas acertaba á balbucir unas -palabras. - ---Cálmate, Celestina, cálmate--ha proseguido bondadosamente el -diablo--. El caso que te ha hecho llamarme tan aparatosamente debe -de ser verdaderamente grave y difícil. Siendo cosa tuya, ha de ser, -desde luego, cosa de amores... Sospecho que se trata de algún amor -_imposible_, desatinado. Acaso un viejo achacoso, decrépito, miserable, -nacido en el más bajo fondo social, se ha enamorado de una elevadísima, -angelical (permíteme la palabra) y elegantísima princesa... - -Celestina, todavía sobrecogida, mueve la cabeza con ademán denegatorio. - ---¿No?--prosigue el diablo--. ¿No? ¡Ah, ya caigo! Es el caso -contrario... Una labradorcita, una mozuela del campo, ingenua y linda, -se ha enamorado de su señor, el altivo magnate que ha entrevisto ella -un momento, al pasar él frente á la choza, caballero en un brioso -trotón... - -La viejecita vuelve á hacer signos de negación. - ---¿Tampoco?--torna á preguntar un tanto receloso el diablo--. -Entonces... entonces, ¿es cosa de algún rey... de la esposa de algún -rey, que contra toda ley, contra toda fidelidad...? - -Celestina hace nuevos ademanes de que no. - ---Pues no caigo; explícate; habla. - -Celestina entonces, ya más serena, ha contado que dos jóvenes, Calisto -y Melibea, se han encontrado en una huerta y que el mozo ha quedado -perdido de amor por la muchacha. Ahora es el diablo quien ha quedado -sorprendido, sin comprender. - ---¿Ella es rica, de buena familia?--ha preguntado Satanás. - ---Sí--ha contestado Celestina. - ---¿Él es rico, de buena familia? - ---Sí--ha vuelto á contestar Celestina. - ---¿No hay enemistad ninguna entre las dos casas? - ---Ninguna... Es más: yo creo que la muchacha, íntimamente, sin saberlo, -sin haberse dado cuenta de ello todavía, está enamorada del galán. - -Satanás ha callado un momento, estupefacto, sin saber qué decir. Al -cabo ha dicho: - ---Pues no lo entiendo, amiga Celestina; no lo entiendo, á menos de que -piense que tú, esta mañana, en vez de beberte tu jarrillo habitual, -te has bebido uno ó dos más. Se me puede llamar á mí con el aparato y -la vehemencia que tú lo has hecho, para remediar un amor fantástico -y quimérico, ó para que conceda toda la ciencia del universo á un -estudiante ó á un doctor (que á cambio de ella me venden su alma), ó -para que, con las mismas condiciones, dé á un perdulario todos los -goces del mundo... Pero llamarme para que intervenga en las relaciones -de mozo y moza en cuyo noviazgo no hay inconveniente ninguno, ni lo -hay tampoco en su casamiento... francamente, llamarme para eso es una -verdadera simpleza. - -Celestina ha sentido otra vez en los ojos un vivo resplandor. Los ha -cerrado, y al abrirlos de nuevo no estaba ya frente á ella el cetrino y -gallardo mancebo. Había en la estancia un ligero olor á azufre. - - * * * * * - -Querido Cejador: Ya ve usted lo que acaba de decir el diablo. El diablo -está muy ocupado y sus negocios son harto graves. No se le puede llamar -por una fruslería. - -Dejémosle estar; respetemos sus trabajos. Si hemos de llamarle alguna -vez, que sea, no por una futesa, como esa de Calisto y Melibea, sino -para hacerle hacer _una que sea sonada_. - - - - -LA INTELIGENCIA DE FEIJÓO - - -El profesor don Miguel Morayta ha publicado un excelente libro -sobre Feijóo. No ha dicho nada de él la prensa; no son muchos los -periodistas que en España se consagran á la divulgación de los libros; -poca costumbre existe entre nosotros--en los periódicos--de hablar -de libros; los libros casi no existen entre nosotros. El libro de -don Miguel Morayta merece comentario y divulgación; publicado en una -biblioteca popular--la valenciana de Sempere--, podrá ser adquirido por -cuantos no puedan, ordinariamente, hacer grandes dispendios tocante á -libros. Estudia el señor Morayta en su obra una de las más simpáticas -figuras de nuestro desenvolvimiento intelectual; es el autor claro, -sencillo, preciso. Ni hay en la obra las vacuas generalizaciones entre -nosotros tan usadas, ni estas páginas están escritas en el ampuloso -oratorio estilo de que no saben salir--en general--nuestros publicistas -y nuestros parlamentarios. Es, pues, la obra del señor Morayta obra -á propósito para ser leída por el tipo medio de lector deseoso de -un discreto y selecto aprovisionamiento intelectual. Añadiremos -que en _El padre Feijóo y sus obras_ (que así se titula el libro de -Morayta) resalta un juicio sereno, ecuánime, respetuoso y sin asomos de -sectarismo y de pasión. - -El libro de don Miguel Morayta nos ofrece oportunidad para -trazar--compendiosamente--la silueta moral y física de Feijóo. Veamos, -por tanto, cómo era Feijóo, cuál su obra, qué ideas eran las suyas, -cuál era su sensibilidad, qué consecuencias tuvieron sus trabajos. -Feijóo era un hombre alto, gallardo, recio; había dulzura, inteligencia -y apacibilidad en su semblante; de miembros ágiles, flexibles, sus -movimientos hacíanse notar por su presteza y desenvoltura; gozaba -de sanidad perfecta; su persona, en resumen, como dice un biógrafo, -sugería la sensación de un «hombre grande». Sanos, fuertes, enhiestos, -de prestancia gallarda y elegante, han sido copiosos trabajadores -intelectuales, como--por citar disparmente, en esferas distintas--un -Goethe ó un Joaquín Costa. Pero no generalicemos; otros hombres, -también formidables laboradores del cerebro, han sido frágiles, -enfermizos, raquíticos... - -Feijóo, como Costa, era sano y robusto. Trabajó, también como Costa, -de un modo abrumador. No salió de su retiro provinciano sino para -hacer rápidas visitas á Madrid; en su celda de Oviedo escribió -infatigablemente hasta los ochenta años; milagros de erudición -hizo con los no muchos libros que allí tenía; su intuición fina, -delicada, suplía muchas veces la falta de materiales para el trabajo. -Serenamente, desde su rincón, soportó la estruendosa baraúnda promovida -en España en torno de sus libros; no se amilanó por la hostilidad--en -algunos momentos verdaderamente terrible--que hacia sus publicaciones -mostraron elementos sociales poderosos; aun ante la amenaza de la -Inquisición se mantuvo ecuánime, confiado en sí mismo. No hay ejemplo -en España de más intensa agitación espiritual que la producida por -Feijóo. Pensemos en la actitud espiritual del escritor en medio de -esta ardiente tolvanera de pasiones, envidias, rencores, insidias; -formidable era el aluvión de folletos, papeles, críticas suscitadas -por la labor de Feijóo. Hoy difícilmente podemos formarnos idea de la -situación del escritor en este ambiente; era en el siglo XVIII menos en -cantidad y en calidad que actualmente la tolerancia y la comprensión. -Hoy sólo podemos imaginarnos la situación de Feijóo pensando, por -ejemplo, en Emilio Zola durante el período álgido del asunto Dreyfus. - -Á tal resistencia, fortaleza mental, unía Feijóo una delicadísima -sensibilidad. Marqués y Espejo, autor de un curioso _Diccionario -feijoniano_ publicado en 1802, y que no recordamos haber visto citado -en el libro, tan erudito, de Morayta; Marqués y Espejo, resumidor en -ese _Diccionario_ de las ideas de Feijóo, escribe lo siguiente: «Su -beneficencia nacía de su ternura, y una y otra poseían su corazón. -Se le veía temblar, en efecto, cuando la casualidad disponía que -presenciase la muerte de algún ave para el uso de la mesa; y aún habrá -tal vez algunos vecinos de Oviedo, de los que en la época desgraciada -de su necesidad le invocaban desde la calle, sin que jamás dejasen -de abrirse sus balcones y sus manos generosas para el socorro de su -indigencia». (El mismo Feijóo ha escrito muy sentidas páginas, que -cita Morayta, respecto de la compasión á los irracionales; páginas, -por decirlo así, _pretolstoyanas_.) Una sensibilidad delicada supone -una inteligencia viva; lo que en Feijóo domina es la inteligencia. No -confundamos la inteligencia con la memoria; tal confusión es corriente -en la vida diaria. Se puede ser un hombre de una vastísima cultura (un -formidable erudito ó un maravilloso orador) y ser un hombre muy poco -inteligente. La inteligencia implica originalidad; y la originalidad -es rebeldía. Cuanto más inteligente sea un hombre más rebelde será, -es decir, menos conformista, menos aceptador de lo ya hecho, de lo ya -pensado, de lo ya sentido. Feijóo--comprensor, humano, piadoso--se -nos aparece, en suma, como un rebelde, como una inteligencia en lucha -contra preocupaciones, prejuicios, supersticiones, corruptelas, -convencionalismos de su tiempo y de su pueblo. _Una sensación de -hostilidad hacia un determinado ambiente_: así, en síntesis, podemos -definir la obra de Feijóo. La inteligencia viva, aguda, vigilante, -dúctil y fuerte del escritor va escudriñando, durante cuarenta años, -por la sociedad y la historia de su pueblo. Producto de ese examen -libre y pertinaz ha sido la _precipitación_--en el sentido químico--de -un nuevo estado de conciencia y un gigantesco montón de escorias que -representan ideas y sentimientos que de esa crítica de Feijóo han -salido definitivamente muertos. - -«Logramos, en fin, que (como dice el señor Sempere en su _Biblioteca -española_) las obras de este sabio produjesen una fermentación útil.» -Así escribe el autor del _Diccionario feijoniano_. Y añade: «Hiciesen -empezar á dudar; diesen á conocer otros libros muy distintos de los -que había en el país; excitasen la curiosidad...» Páginas antes, en -la introducción de su obra, el mismo autor del _Diccionario_ expresa -de una manera pintoresca algunos aspectos de la labor de Feijóo. -«Ya, gracias al inmortal Feijóo--escribe--, los duendes no perturban -nuestras casas; las brujas han huído de los pueblos; no inficiona el -mal de ojo al tierno niño, ni nos consterna un eclipse, que con prolija -curiosidad examinamos muy atentos.» Incontables son las cuestiones -que ha tratado Feijóo á lo largo de su extensa obra; á todas las -disciplinas humanas pertenecen los problemas por él examinados. En lo -referente á la estética, por ejemplo, Feijóo ha planteado la discutida -cuestión del clasicismo en su verdadero sentido; por la modernidad -en el lenguaje se declara terminantemente; la belleza de la obra de -arte ve en la cantidad de vida que ésta tenga, y no en una ridícula y -absurda imitación de modelos pretéritos. Feijóo ha escrito, hablando -de los poetas españoles, lo siguiente: «El que menos mal lo hace, -exceptuando uno ú otro raro, parece que estudia en cómo lo ha de hacer -mal. Todo el cuidado se pone en hinchar el verso con hipérboles -irracionales y voces pomposas; conque sale una poesía hidrópica que da -asco y lástima verla. La propiedad y naturalidad, calidades esenciales -sin las cuales ni la poesía ni la prosa jamás pueden ser buenas, parece -que andan fugitivas de nuestras composiciones. No se acierta con aquel -resplandor nativo que hace brillar el concepto; antes los mejores -pensamientos se desfiguran con locuciones afectadas». - -En resumen: las consecuencias de la obra de Feijóo podemos expresarlas -en las frases copiadas del autor del _Diccionario feijoniano_. La -obra de Feijóo ha producido una fermentación útil; ha hecho empezar á -dudar; ha dado á conocer libros distintos de los que aquí se leían; -ha despertado la curiosidad. Vean los lectores si un libro como el -de don Miguel Morayta, en que tan escrupulosamente se refleja la -personalidad de Feijóo, merece ser leído y divulgado; si merece ser -leído y divulgado un libro consagrado á un despertador incansable de -curiosidades en este país en que no hay curiosidad ni interés casi por -nada. - - - - -LA PATRIA DE DON QUIJOTE - - -I - -Cuando en 1905 un joven escritor (romántico y con el pelo largo) hizo -un viaje por la Mancha siguiendo la ruta de Don Quijote, ignoraba que -muchos años antes, en 1848, otro joven escritor (con el pelo largo, -romántico) había realizado, en parte, el mismo viaje. Hasta hace -poco no ha sabido de las andanzas del primer viandante el segundo -deambulador. Quien viajó en 1848 fué J. Giménez Serrano. Colaboraba -este escritor en el _Semanario Pintoresco_; en esta Revista publicó -sus impresiones. Las publicó en los números correspondientes al 16 de -Enero, 30 del mismo mes, 6 de Febrero, 2 de Abril y 23 de igual mes. -Cinco son, por tanto, los artículos publicados. Llevan el título de _Un -paseo á la patria de Don Quijote_. Extractaremos lo más interesante de -ellos. Giménez Serrano--según él mismo nos dice--hizo el viaje á pie; -llevaba como guía á un labriego de la propia tierra manchega. Era joven -Giménez Serrano; también nos cuenta él mismo--incidentalmente--que -usaba melenas. Se trata, pues, al parecer, de un mozo romántico -que, enamorado del inmortal caballero, llega hasta emprender una -peregrinación á los principales lugares de su vida y andanzas. - -El joven viajero amaba á Don Quijote y ansiaba la realidad. Deseando -añadir un comentario al libro de Cervantes, este mozo, en vez de -revolver crónicas, papelotes y libracos, emprendió sencillamente un -viaje por la Mancha. Creemos que debieran imitar en esto á Giménez -Serrano los eruditos que, teniendo á mano la cantera viva, ahí á -las puertas de Madrid, se dan de calabazadas para encontrar en los -libros lo que se puede hallar en la realidad. «Desprecié el antiguo -método--dice nuestro autor--, y antes de todo me propuse visitar la -patria de Don Quijote, recorrer las calles de su lugar, seguir el -camino de sus primeras y más famosas aventuras, recoger las populares -tradiciones y apurar cuanto allí se supiese de las desgracias del -manco de Lepanto y de lo que pudo dar origen á su riquísima historia.» -El autor, además de sus impresiones literarias, nos ofrece algunos -croquis que ha ido trazando á lo largo de su viajata. Curiosos son, -en sus toscos grabados en madera, los dibujos de la venta en que se -supone fué manteado Sancho, de la iglesia de Argamasilla, de la casa -llamada de Medrano (en que la leyenda supuso prisionero á Cervantes; -leyenda que todavía se da como hecho positivo en 1912 en el Diccionario -Enciclopédico _Pal-las_), de la iglesia del Toboso. «Deseo--dice -Giménez Serrano--dar una base á los ilustradores del _Quijote_ para -que no sigan urdiendo disparatadas fantasías. Bien que con ello--añade -el autor--no harían mas que seguir á las Academias y á otros no menos -sabios editores.» En efecto; nada más absurdo y disparatado que las -ilustraciones puestas por la Academia á su edición monumental del -_Quijote_. ¿Cómo teniendo estos señores la Mancha al alcance de la mano -dieron en esas estampas una tan estrambótica representación de España? - -El primer paraje quijotesco que visita nuestro autor es la venta de -que queda hecha mención. Se halla situada á una media legua hacia el -sudeste de Fuente del Fresno. Dista como veinticinco leguas de Madrid -y cuatro y media de Consuegra. Antes este lugar era muy pasajero; dejó -de ser frecuentado á causa de la desviación de un importante camino. -Antiguamente llamábase esta venta del _Cuadrillero_; á últimos del -siglo XVIII la tomó á su cargo de un _rumboso sevillano_: enjalbegó -éste sus muros, y desde entonces llevó el nombre de _Casa blanca_. -Traspuesto el portal, á la izquierda se veían las escaleras, «que daban -al derribado camaranchón donde prepararon aquella famosa y maldita -cama que sirvió de potro para que le bizmasen al hidalgo manchego los -cardenales que en su cuerpo habían labrado las villanas estacas de -los yangüeses». (Advertencia: cuando Giménez Serrano visita la venta, -ésta se halla casi derruída; su techo lo componían unas faginas de -carrizo; habitaba en ella un labriego). Á la derecha, entrando, estaba -el corral; unos poyos rodeaban el hogar de la cocina. «En los poyos -que rodeaban el hogar--dice el autor--leyó el cura la novela de _El -curioso impertinente_, tan dramática como buena y bien razonada, y, -para mayor ilusión mía, sobre un arcón, en aquel lado, vi un recio -cuaderno que era nada menos que la _Historia de los doce pares_.» -Preguntó el autor al viejo habitador del mesón la causa de llamarse -éste del _Cuadrillero_. Contestóle el viejo con una larga historia de -un episodio sangriento de la guerra civil, que, en verdad, no tenía -conexión con el apelativo de la venta. Ahorramos el relato al lector. -De aquel trágico lance resultó el incendio de la venta. Y éste es uno -de esos antiguos y hoy derruídos mesones--sin techos, con las paredes -ahumadas--que ahora contemplamos en nuestras peregrinaciones por las -quebradas andaluzas ó por los llanos de Castilla; ruinas que nos hacen -pensar un momento en un drama que desconocemos; ruinas inseparables del -paisaje solitario y yermo de las campiñas castellanas. - -El autor sigue su viaje. Es verano; el sol inunda el campo manchego. -«La tierra, seca con los ardores del estío, comenzaba á _hervir_, según -la enérgica expresión de los segadores.» Sudoroso, jadeante, llega -Giménez Serrano á un ameno vallecillo. «Tres alcores sembrados de -encinas, alfombrados de enebros, jara y oloroso romero, rodeaban aquel -voluptuoso apartamiento de los montes, y al pie de la más gallarda de -las colinas, al amor de los blancos pobos, murmuraba una fuentecilla -que se derramaba en un reducido lecho de menudísimas guijas de -colores, cercado por una corona de musgo y mastranzos. Tan cristalina -y transparente era la superficie de aquel nacimiento, tan verdes sus -márgenes, que compararse pudiera con un espejo de acero por marco de -esmeraldas guarnecido.» (De acero el espejo, porque de acero los había -antaño.) En tan apacible lugar dice el autor que reposó Don Quijote -después de haber sudado buscando inútilmente á la pastora Marcela; allí -hidalgo y escudero, echada mano á las alforjas, tuvieron un sobrio -yantar. Con tristeza abandona el autor este grato lugar. Eran las dos -de la tarde. «Una ligera neblina del color del hierro candente velaba -los últimos términos del horizonte, que cambiaba á cada paso como en -todas las travesías de montaña. Al torcer de un recodo vi sobresalir -allá en la hondura la copa de un ciprés.» Se encaminó el viajero hacia -aquel lugar y vió que la tierra estaba cubierta de astillas. «Unos -leñadores acababan de cortar otros cuatro cipreses que antes daban -compañía al que ahora descollaba solitario.» Aquel paraje debía de ser -el lugar en que se desarrolló la triste aventura del pastor Crisóstomo. -Parecían indicarlo así «la quebrada que á la izquierda se veía, el tajo -cortado, al pie del cual alzaba su copa el ciprés que allí me habia -traído». El viajero continúa su peregrinación en busca de las ventas de -Puerto Lápice. - -Las ventas de Puerto Lápice se hallan en el camino de Madrid á -Andalucía. «Si no miente un editor famoso, distan quince leguas de -Aranjuez y veintiséis de Bailén.» «Situadas en el puerto que forman -las cordilleras que ocupan el centro de la curva elíptica trazada por -la unión del Giquela y el Valdespino, rodeadas de colinas con boscaje, -son el teatro más á propósito, como decía Don Quijote, para _meter -las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras_. Apenas se -anda por estas tierras una vara sin oir trágicas escenas de la última -guerra, robos, acometimientos, incendios. El viajero arriba al mesón, -come y se tiende en una pétrea cama, dispuesto á dormir. Mas fué en -vano su propósito: los viandantes reunidos en la posada armaron tal -trapatiesta y baraúnda, que hizo imposible el sueño. He aquí la curiosa -y archiespañola lista de los viajeros del mesón: «cuatro estudiantes de -la tuna, tres de los cuales eran descabezados rapistas; un cedacero con -gran provisión de sonajas; cuatro alegres napolitanos, calderero el uno -y _santi boniti_ los otros; dos pañeros de Fortuna; un abaniquero de -viejo; dos gitanos cantadores de la viña de Cádiz y un respetable coro -de mayorales y mozos que así destripaban un zaque de vino y rascaban -el vientre de una vihuela ó de un tenor malagueño, como entonaban por -el eco de los _panes calientes_ y de la castiza seguidilla manchega». -(¡Oh, abaniqueros de viejo y apañadores! ¡Oh, vosotros, pañeros de -Fortuna, famosos pañeros de Fortuna, cuyos pregones largos he oído -tantas veces en las silenciosas, limpias y blancas callejuelas de los -pueblos levantinos!) - -De Puerto Lápice se traslada Giménez Serrano á Villalta. En la llanura -de Villalta nos dice el autor que aconteció la temerosa aventura del -vizcaíno. De Villalta pasamos á Montiel. Por estos campos hizo Don -Quijote su primera salida. «Frente de mis ojos se alzaban las sombrías -ruinas del castillo de Montiel.» Más á lo lejos se columbraban las -casas de la Torre de Juan Abad, de la que era señor Quevedo, y en donde -el gran satírico enfermó para ir á morir á Villanueva de los Infantes. -Prosigue el viajero su camino y llega á Argamasilla de Alba. - - -II - -Nuestro buen Giménez Serrano--jóven romántico y con melenas--llega á -Argamasilla de Alba. Se llama también este pueblo _Lugar Nuevo_; la -denominación de Alba procede de haber reedificado esta villa el duque -de ese título. Argamasilla «se halla situada en una extensa llanura y -rodeada de huertas, molinos harineros y quinterías y alamedas. Su cielo -es limpio, despejado y sereno». (Un poco paradisíaca es tal sumaria -descripción de los aledaños argamasillescos. Una huerta cerrada, un -cortinal, hay á las puertas de la villa; macizos de álamos se yerguen -aquí y allá, á lo largo del Guadiana. Y las uniformes llanas tierras -paniegas se extienden hasta la remota lejanía del horizonte.) Cuando -el duque de Alba elevó la nueva población, los moriscos la ocuparon -en su mayor parte. «Como eran tan industriosos y frugales, la tierra -de migajón y fácil el regadío, se hizo opulenta la villa, y tanto, -que en su lengua la llamaban ellos _Río de la Plata_.» El viajero -penetra por sus calles mal arrecifadas; las casas están construídas -con tierra apisonada; constan de un solo piso; ciento ochenta, poco -más ó menos, componen la villa; no llegarán á mil cuatrocientos los -habitantes. «En la plaza no hay árboles ni fuentes, y las casas todas, -exceptuando algunas que ostentan en sus portadas escudos de armas, son -de miserable aspecto.» «Lo mal blanqueado de sus paredes--añade el -autor--, el polvo con que las cubre el viento solano de la llanura, sus -desvencijadas puertas y la desigualdad de los tejados y techumbres, dan -á este lugar, como á otros muchos de la Mancha, un aspecto monótono y -salvaje que repugna y entristece.» (La melancolía de la Mancha procede -de la llanura inmensa y gris. Hay en los pueblos unas paredes largas -y blancas, nítidas, con una ventanita angosta en toda su extensión, y -entre las dos paredes, en la calleja silenciosa y desierta, se otea -allá á lo lejos la mancha verde de los trigales y la mancha azul del -cielo. Una campanada sonora, muy de tarde en tarde, rasga el silencio.) - -Nuestro viajero se apresura á visitar la casa de Medrano; durante mucho -tiempo se ha creído que estuvo preso en ella Cervantes. La fachada es -sencilla; las jambas y el dintel de la puerta son de piedra; sobre la -puerta campea un escudo. Rejas saledizas destacan en el piso principal. -De una de ellas pende un manojo de brezos: advertimiento á los -transeuntes de que en aquel lugar se expende vino. Del techo sobresale -un ancho alero morisco. «El portón está desvencijado y tiene por -adornos gruesos clavos de hierro. Penetré por su achatado postigo, que -da entrada á un portal medianamente largo y del ancho de la portada. -Después está el patio, guarnecido, á la usanza árabe de cenadores, -de una galería descubierta en el piso principal, sostenida por seis -columnas de piedra y dos pilares de madera con capiteles labrados.» -(Tipo de la casa manchega; en una casa así, pero más modesta, fué á -morir Quevedo, año de 1645, en Villanueva de los Infantes, desde su -Torre de Juan Abad, donde se puso enfermo. En la casa hay una galería -con una barandilla de madera toscamente labrada. El zaguán es chiquito; -mezquina la estancia donde expiró el gran satírico. Titubeante, -exhausto de fuerzas, pálido, con la mirada triste, trágica, debió -de entrar Quevedo--para no salir vivo--por este zaguán empedrado de -menudos guijos.) En la casa de Medrano, puestos en el patio, lucían -sus orondas barrigas las tobosescas tinajas llenas del espeso vinazo -de la tierra. «En el lado de la izquierda estaba el _sótano inmundo_ -que me traía á aquella casa de aciago recuerdo.» Encendieron un candil, -desembarazaron la puerta de unos canastos que la obstruían, y nuestro -mozo bajó por una escalerilla de siete escalones. Se encontró Giménez -Serrano en una bodeguilla lóbrega y húmeda. La llenaban esteras y -trastos inútiles. «Á los rojizos reflejos de la luz huyeron los ratones -que habitaban descuidados entre los trastos, y bandadas inmensas de -correderas se pusieron en agitado movimiento; un olor insalubre y -fétido despedía tan sucio conjunto. Aquel subterráneo está nueve pies -más bajo que el nivel del patio; tiene unas cuatro varas de ancho, seis -y algunas pulgadas de largo, y una bóveda de yeso lo cubre.» - -Á la derecha de la entrada, en el muro, se conserva todavía un agujero -donde se supone estuvo clavada la cadena que sujetaba á Cervantes. -(Queda así transcrita circunstanciadamente la descripción que hace -nuestro autor. Si no estuvo Cervantes en este sótano, la opinión lo ha -supuesto durante mucho tiempo. Ya este lugar es definitivamente famoso. -Cuando en 1905 le visitamos nosotros vimos que la puerta de la cueva -estaba mellada y astillada. Nos dijeron que los viajeros extranjeros -que allí aportaban se llevaban, como recuerdo, pedacitos de la madera -de la puerta.) - -De Argamasilla, Giménez Serrano se encamina al Toboso; de la patria de -don Quijote, á la patria de Dulcinea. En el camino encuentra nuestro -autor á un clérigo que marcha caballero en su mula; era natural del -Toboso este cura; mas vivía en Argamasilla desde hacía cuarenta años. -Los dos viandantes traban conversación. El joven escritor da cuenta al -clérigo del motivo de su viaje. - ---¡Ah, vamos!--exclama el cura--. Usted ¿es el joven de melenas que -ha visitado esta mañana la iglesia, que ha dibujado en la plaza de -Argamasilla y que ha permanecido un gran rato á solas con los ratones -de la bodega de la preciosísima casa de Medrano? - -El clérigo relata al literato dos leyendas ó consejas relativas á -Cervantes. Se refieren las dos á una bárbara--y supuesta--venganza -que en el Toboso se tomaron con un recaudador de contribuciones ó -alcabalero, llamado Cervantes. Dicho Cervantes no era otro que el autor -del _Quijote_. Habiendo llegado el alcabalero al pueblo, y hallándose -durmiendo por la noche en el pajar de una casa, lo despertaron los -mozos y, «medio arrastrando, con una soga á la cintura, le sacaron -por las calles del pueblo». Afortunadamente, llegaron á tiempo los -cuadrilleros y libertaron á Cervantes de manos de la chusma. No era -otro el propósito de los mozos tobosinos sino el de llevar á Cervantes -á una laguna próxima y chapuzarlo en sus cenagosas aguas. En el Toboso -son peritísimos en esta operación. Cuando arriba allí algún recaudador, -lo somormugen en el dicho navazo. «¡Oh, en esto de atormentar á los -ejecutores ó comisionados son diestrísimos en el Toboso y con orgullo -salvaje les oiréis referir mil atrocidades de las consumadas en la -villa con estos pobres emisarios de la Hacienda!» (No olvide el -lector que estamos en 1848. Hoy suponemos que tales prácticas habrán -desaparecido.) «Muchos--añade el autor--han sido encerrados desnudos en -una de las tinajas colosales que allí se fabrican; otros, después de -haber bebido más de lo necesario, estimulados por los que se fingían -sus camaradas, han despertado en el cementerio, vestidos de hábito -y tendidos en un ataúd con sus blandones y su túmulo. Los más han -sufrido palizas, y ninguno ha vuelto con sus dietas sin poderlo contar -como milagro.» (¿Cómo, dado este ambiente, no había en el Toboso, en el -año 1848, plaza de toros?) - -Cerca del pueblo, á cosa de «dos millas» de él, vió nuestro viajero -las ruinas de un parador. Por allí había también antaño un encinar: -el boscaje en que Don Quijote quedó esperando en tanto que Sancho iba -al Toboso á celebrar una entrevista con Dulcinea. «El Toboso ha sido -pueblo de consideración, y así lo indican sus aristocráticas casas, -que, aunque de pobre aliño y en ruinas, ostentan portadas de mármol, -columnas, brocales y fuentes talladas, escudos sobre las puertas y -labrada rejería.» En su época de esplendor había en el Toboso telares -y alfarerías; de éstos salían las más admirables de todas las tinajas -españolas. - -«Desapareció todo esto, y un pueblo rico, industrioso, que ha contado -con más de 4.000 vecinos, se halla hoy reducido á poco menos de 800, y -apenas puede fabricar algunas tinajas y gloriarse con sus rábanos, que -son extraordinariamente gordos, blancos y tiernos, según me han dicho.» -Es mediodía; nuestro autor, después de recorrer el pueblo, se sienta en -los escalones del rollo que se yergue en la plaza, y comienza á tomar -un diseño de la iglesia. «Mas, en verdad sea dicho--escribe Giménez -Serrano--, no se muestran en el Toboso más aficionados á los artistas -que á los ejecutores, pues antes de que acabara de tantear la torre que -tomó Don Quijote por palacio, vino sobre mí tal nube de piedras, que -forzoso me fué dejar la obra para mejor ocasión, pues los tobosescos -angelitos daban mayor impulso á los cantos de lo que á mis delicadas -carnes convenía.» (¡Tate, tate con los paisanitos de Dulcinea! ¿Cómo no -había plaza de toros en el Toboso?). - -El colaborador del _Semanario Pintoresco_ da por terminado su viaje. -Con objeto de llevarse del Toboso un recuerdo, decide comprar un -queso. No es esta operación baladí. En una nota Giménez Serrano nos -dice lo siguiente: «Según nuevas por mí recogidas, han visitado muchos -extranjeros estos lugares, que yo tengo el orgullo de haber descrito -el primero. Entre ellos, varios ingleses compraron quesos para dar con -ellos un banquete á sus amigos de Londres.» Cerremos estos artículos -loando á los ingeniosos sajones; esos hombres demostraron delicadeza y -buen gusto al llevarse á Londres unos quesos manchegos. Se llevaban con -ellos un recuerdo de la patria de Don Quijote, y daban á la par prueba -de ser unos excelentes lamizneros, puesto que si Don Quijote era el más -excelso de los caballeros andantes, el queso manchego bueno es el más -exquisito de todos los quesos. - - - - -GLOSARIOS Á XENIUS - - -Á 630 metros.--Á 630 metros de altura, en esta altiplanicie castellana, -ante este paisaje austeramente noble, hemos conocido--y con él -cordialmente hemos charlado--á un hombre que venía de las doradas -riberas del Mediterráneo. Era un joven alto, trajeado con aliño y -sin atuendo; su musculatura destacaba proporcionada; en la placidez -de su cara brillaba una mirada inteligente. Ni era presuroso en el -ademán, ni locuaz. Su voz sonaba levemente; á menudo los finales de -sus frases--opacas, tenues--se perdían en una á manera de penumbra. -Tras de lo dicho con brevedad, flotaba como un ambiente de meditación -y de recogimiento. Cuando hacía una observación, se veía en la palabra -sucinta, en la reflexión rápida, el trabajo recopilador de una copiosa -lectura. Hay hombres que atraen y hechizan más--ó por lo menos, -tanto--por sus silencios como por sus palabras. Este joven que subía -á la altiplanicie castellana desde el piélago azul era uno de ellos. -En su presencia estábamos, no ante un hombre que habla, sino ante un -hombre que medita. - -Este hombre medita y escribe. Todos los días en las cuartillas -consigna alguna impresión: una impresión sugerida por el espectáculo -intelectual. Aparecen sus anotaciones en un periódico diario--_La Veu -de Catalunya_. Llevan el título genérico de «Glosario». Los glosarios -de Xenius son de todos los tamaños, tratan de todas las materias. -Unos tienen seis ú ocho líneas; alguno ha ocupado--ampliamente--toda -una plana del periódico. El espíritu ávido y curioso del glosador va -comentando en sus apuntes toda clase de acaecimientos, incidentes y -novedades intelectuales. La muerte de un poeta, la declaración de -una guerra, la venta de un cuadro célebre, un concierto clásico, -la publicación de un volumen de poesías líricas... He aquí, en -compendio, una serie de temas de los que figuran en los glosarios. -Durante ocho años, en la breve sección del periódico barcelonés, ha -ido reflejándose, día por día, la vida universal. La vida universal -vista, sentida, expresada por un temperamento que, siendo clásico, -pristinamente clásico, beneficia de todas las aportaciones--ya -definitivas--de la revolución romántica. - - * * * * * - -IMPRESO EN PARMA.--Sobre la mesa en que escribimos estas líneas tenemos -un libro impreso bellamente en Parma. Es un libro español: _La comedia -nueva_, de Moratín. Estampada está esta edición--blanca y clara--en la -«oficina de don Juan Bautista Bodoni» el año 1796. ¿Por qué hablamos -de esta elegante edición, elegante dentro de su sobriedad? No se ha -hecho una edición de Moratín más en consonancia con su genio. Siempre -que pensamos en Moratín tributamos mentalmente nuestra admiración á su -sentido de las proporciones y del equilibrio, á su amor á la claridad, -á su preocupación por el bello ordenanamiento y por la simetría, -á su buen gusto irreprochable. Y nuestra admiración va acompañada -de un irreprimible pesar: quisiéramos que á todas estas cualidades -enumeradas, que á tales condiciones de artista impecable, se uniera -un poco de entusiasmo, un poco de fuego, un poco de ímpetu, un poco -de exaltación ante el espectáculo de la Naturaleza ó los sublimes -artificios del arte. ¿Qué es lo que preferiremos: el fuego romántico ó -la disciplina clásica? ¿Con qué nos quedaremos: con la pasión romántica -ó con la serenidad clásica? Después de 1830, habiendo pasado tantos -años, á la distancia en que nos encontramos de aquella fecha, nuestra -sentencia no puede ser dudosa. El ideal es el de un escritor que -sintiendo vibrar entusiásticamente su espíritu ante el mundo exterior, -que mostrándose ávido de todo espectáculo mental, que siendo capaz de -exaltación y de entusiasmo, logre mantener su arte en una armónica -serenidad. La inquietud romántica dentro de la línea clásica: así -podemos expresar la fórmula del artista moderno. Nuestro glosador -pertenece á esta estirpe de artistas. - -UN RETRATO DE INGRES.--Estando Ingres en Roma, en 1839, comenzó á -pintar el retrato de un célebre músico; dicho retrato no fué terminado -hasta 1842, hallándose el pintor ya de vuelta en París. El artista -retratado figura en actitud pensativa, ensoñadora. Detrás de él, -una esbelta mujer--simbólica--extiende su mano sobre la cabeza del -artista... Xenius ha concentrado todo su arte de pensador y de poeta en -hacer el retrato de una mujer catalana, símbolo de la tradición y de -la raza. El libro se titula--con el apelativo de la protagonista--_La -ben plantada._ Nos place imaginar el retrato de Xenius con la figura -por él ideada--concentración de Cataluña--, extendiendo, amorosa y -simbólicamente, sobre la cabeza del artista su mano. - - * * * * * - -EL ORO SOBRE LO VERDE; LO BLANCO SOBRE LO AZUL.--Imaginemos un -pueblecito en las márgenes del Mediterráneo, en tierra catalana. Las -casas, puestas en lo alto, escalonadas, son blancas; por la mañana, á -los primeros rayos del sol, fulgen las nítidas paredes; á la tarde, -cuando el día muere, esas paredes albas hacen sobre el pueblo, en la -penumbra, en tanto que allá arriba brillan las primeras estrellas, un -vago resplandor. Esas paredes blancas son las que primero recogen la -luz naciente y las últimas que le dicen adiós. El pueblo está cercado -de huertos; de entre las casas, por las callejas, asoma el boscaje -verde de jardincillos interiores. Sobre el verde de la cortina de -los huertos destacan--como en la enramada de Botticelli--los puntos -encendidos, gualdos, áureos, de los naranjos. El verde resalta -sobre lo blanco del caserío. Y lo blanco y lo verde--en inefable -armonía--se funden sobre la inmensa mancha azul del cielo y sobre -la extensión azul del mar. Un profundo silencio reina sobre tales -radiantes colores. No es grande el pueblo; no hay en él fastuosidades -ni atracciones mundanas. Sólo unas pocas familias vienen en busca de -sedante solaz en los días caliginosos del verano. La intimidad reina -entre todos los veraneantes. Hombres y mujeres apegados á la tierra -nativa, practicadores de los usos tradicionales, el cosmopolitismo no -ha borrado de ellos la mentalidad secular de la raza. Aquí todo está -en armonía: el paisaje, las usanzas familiares, el culto al hogar -milenario, las modalidades del habla, las inflexiones de la voz, el -gesto, las actitudes de la marcha. La tradición y la raza aquí son -reposo, orden y claridad. Y entre todas las figuras que se destacan -sobre el azul, el verde y el blanco, ninguna como la de Teresa, á quien -por lo esbelta y por lo eurítmica llaman _la ben plantada_. - -En Teresa ha querido modelar Xenius una figura simbólica y real á la -vez. Ha culminado en su libro--tan alado y sabio--la sensibilidad -de su pueblo. No es posible en lengua catalana expresar un más -perfecto consorcio de romanticismo y de clasicismo. Esto en cuanto al -aspecto estético del libro. Pero tiene _la ben plantada_--y ello es -esencialísimo--una trascendencia social, nacional. Toda una fórmula -de tradicionalismo se encierra en esas páginas. Seamos nosotros -como nuestra esencia quiere lógicamente que seamos--parece decirnos -Xenius--; en nuestro suelo, en nuestro paisaje, en la disposición -de nuestras casas, en nuestro idioma, en nuestro arte, en nuestro -derecho hay un tipo ideal sobre el que debemos plasmarnos. No nos -descentremos violenta y absurdamente. La continuidad de la raza exige -la perseverancia en nosotros mismos. Un pueblo no puede ser grande y -bello en la incoherencia. La incoherencia es la contradicción entre los -elementos espontáneos y naturales y los elementos innovadores. No se -crea que por esto cerramos la puerta á la innovación; la vida necesita -renovarse. Mas la innovación ha de ser cauta, mesurada y prudente... Y -Xenius, tradicionalista, propugnador ferviente de determinada modalidad -social é histórica, nos da el ejemplo de la universalidad, de la -renovación, asomándose al tumulto del mundo moderno y anotando sus -palpitaciones, día por día, en su «Glosario». - - - - -EL CONDE LUCANOR - - -I - -UN RETRATO IMAGINARIO.--Este señor que estamos observando--año de -1329--es príncipe; su padre fué infante; su abuelo no era otro que -el santo rey don Fernando. Se llama este caballero el príncipe don -Juan Manuel. Ha peleado ardientemente en la guerra contra los moros; -muchos años ha pasado en estas lides allí cerca del mar Mediterráneo, -en la tierra murciana, donde hay palmeras y granados. Ha entrado ya -ahora en la senectud; tiene el paso lento--un poco tremulante--y los -cabellos canos. Toda su prestancia es de sosiego y de nobleza. En la -mano derecha, ahora cuando escribe, vemos lucir una gruesa esmeralda -en cerco de oro. Escribe atentamente el caballero en su cámara, con el -gesto sereno del Erasmo retratado por Holbein. En el silencio de la -estancia se percibe el vago rasgueo de la cortada pluma sobre el blanco -pergamino; de cuando en cuando, por la ventana abierta llega el lejano -son--rítmico y sonoro--de una campana. - -Cuando don Juan Manuel estaba en la guerra, su nota característica -era el ímpetu y la decisión. Al cabo de los años, cuando la vejez ha -venido, el príncipe quiere depositar en un libro su experiencia del -mundo. En prosa clara, limpia, irónica á ratos, sentimental y patética -de raro en raro, va escribiendo don Juan Manuel su libro en la soledad -de su cámara. Dos personajes figuran en la obra: un gran señor y un -consejero suyo. Á las dudas del magnate, en los trances dificultosos de -la vida, va respondiendo el consejero. Se llama aquél Lucanor; éste se -apellida Patronio. Para mejor expresar su doctrina, Patronio refiere -casos, anécdotas y sucedidos que vienen de molde á lo demandado por -Lucanor. Luego, á la postre, referido el caso, el consejero hace la -aplicación en palabras sencillas, bondadosas y graves. - -Una cuarentena de historias componen el libro de don Juan Manuel. _El -conde Lucanor_ lo titulamos ahora. Cuando nuestro caballero acaba -de escribir uno de sus capítulos, se levanta, da unos paseos por la -estancia, contempla sus libros, echa un vistazo por la ventana al -paisaje. Desde la ventana se descubre el severo y noble campo de -Castilla; una serranía azulina, con cimas blancas, cierra el horizonte; -hasta la línea azul se extiende una campiña suavemente ondulada por -los oteros y recuestos. Hay un encanto hondo en estas obras primitivas -de nuestra literatura. En _La Celestina_ la espontaneidad pasional va -mezclada con alardes intempestivos de erudición; la fuerza, la emoción, -el sentimiento del artista salva y hace olvidar estos engorrosos -arrequives escolásticos. En _El conde Lucanor_ todo es sencillo, limpio -y claro; la prosa es como el paisaje clásico de Levante--que el autor -tanto contemplara en su mocedad--, y el espíritu que entre líneas -circula, el alma del libro, semeja, por su gravedad, por su sutileza, -á este otro panorama que don Juan Manuel contempla ahora, ya en la -senectud, desde las ventanas de su cámara. - - * * * * * - -DON RODRIGO.--Para hacer ver lo que es el libro de nuestro autor, -extractaremos algunos de sus ejemplos; el lector nos perdonará si -añadimos pinceladas y detalles... Una vez vivía un caballero que se -llamaba don Rodrigo Meléndez de Valdés. Asistía con su consejo al -rey. Vivía holgada y cómodamente. Su casa era ancha y rica; un ancho -huerto se abría detrás del edificio. Don Rodrigo caminaba lentamente; -reposados eran sus ademanes. No gustaba en su morada de ruidos -turbadores. Su mesa mostrábase blanca, limpia y bien abastada. Cuando -hablaba nuestro caballero, lo hacía con palabras mesuradas y breves. Su -sosiego era inalterable. Si le acontecía un contratiempo, don Rodrigo -exclamaba sin irritarse: «¡Bendito sea Dios; ca pues Él lo fizo, -esto es lo mejor!» Siempre esta reflexión estaba en los labios del -caballero. No había pesadumbre ni angustia, por terribles que fueran, -que lograran sacarle de esta su sabia conformidad. Las gentes que le -rodeaban llegaron á tomar enojo de esta ecuanimidad. Sin duda el -sosegado caballero no tenía alma. - -Aconteció que los enemigos de don Rodrigo pusiéronle á mal con el rey. -Dijéronle al rey que el caballero había maquinado contra él una gran -maldad. (Los reyes se dejan engañar fácilmente.) El rey mandó matar á -don Rodrigo. Llamólo á su palacio y concertó con sus cortesanos que -cuando don Rodrigo se hallase en camino lo matasen. Nuestro caballero, -con su sosiego de siempre, se dispuso al viaje. Ya sale de su cámara. -Ya va á bajar la escalera. De pronto da un traspiés, rueda por los -escalones y se quiebra una pierna. Las gentes del caballero plañíanle -y le decían: «Vos que decides siempre: _Lo que Dios hace, esto es -lo mejor_, tened vos ahora este bien que Dios vos ha fecho». Y el -caballero movía tristemente la cabeza y perduraba en su conformidad con -lo acaecido. - -No pudo don Rodrigo acudir al llamamiento del rey. Con ello salvó -la vida. Descubrióse tiempo después la falsedad de lo imputado al -caballero y el rey le perdonó, lo recompensó con nuevas mercedes -y mandó castigar á los engañadores. La moralidad del caso podemos -exponerla en dos palabras. Conformémonos con la realidad cuando contra -la realidad no podamos hacer nada. Reaccionemos contra la realidad -cuando la realidad pueda ser modificada por nosotros. «Devedes entender -que aquellas cosas que acaescen son en dos maneras. La una es, si viene -á hombre algún embargo en que se pueda poner consejo. La otra es, si -viene á hombre algún embargo en que se non puede poner consejo alguno.» -Cuando llegue el primero de estos dos casos y la adversidad sea contra -nosotros, por nuestra inercia, no nos quejemos, no nos plañamos del -Destino ni de la Providencia; en nuestras manos ha estado nuestra -salvación y no la hemos querido aprovechar. Cuando nos acontezca lo -segundo, es decir, cuando no podamos, ni por ingenio ó fuerza, torcer -el curso de los hechos, no nos lamentemos tampoco, no nos expandamos -en vanos gemidos y reproches: seamos dignos en nuestra actitud; -mostrémonos tranquilos, serenos, ante la inexorable corriente de las -cosas. - - -II - -VA HEDE ZIAT ALHAQUIME.--Una vez era un rey.... Era un rey moro. ¿Dónde -vivía este rey? ¿Dónde reinaba? Vivía y reinaba en Córdoba; hace ya de -esto muchos siglos. El palacio de este monarca debía de ser espléndido. -Serían los pisos de grandes losas de mármol blanco. Se tejerían y -destejerían por las paredes arabescos azules, rojos y dorados. Los -techos serían de oloroso é incorruptible alerce. Habría fuentes de -ancho tazón en que caería--levemente--un surtidor de agua. (Y en que -también, en una hora trágica, caería, pesadamente, con un sordo ruido, -una cabeza ensangrentada.) Encuadrado en el patio--un patio con -mirtos--se vería un pedazo de cielo azul diáfano. Por una ventanita -de una cámara silenciosa se vería, allá en la lontananza, la serranía -parda... Alhaquime se llamaba el rey. Se aburría angustiadoramente -el rey. Debía de tener una carne blanca, un poco fofa, unos ojos -soñadores, de miradas largas y lentas, y unos labios sensuales, de -hombre que lo ha gustado todo y de todo se ha hastiado. Alhaquime -vagaría por las salas anchas y calladas de su palacio. No detendría -su mirada en las rosas rojas de los jardines, ni en el cielo azul, -ni en los arabescos de los muros. Cuando sus mujeres bailaran una -danza lenta y milenaria; cuando los suaves instrumentos tañeran una -música melodiosa, Alhaquime, sin parar atención en los movimientos -rítmicos, eurítmicos, de las beldades, pondría su mirada á lo lejos, -indefinidamente, como hombre abstraído por completo del mundo. - -Sin embargo, esta dulce música que suena entra en sus oídos y llega á -su espíritu. Plácenle al rey unas melodías singulares que el albogón -hace, en tanto que los demás instrumentos callan. Alhaquime ama el -sonido del albogón. Tanto le place, que, escuchando su tañido, él ha -llegado á creer que este son que el albogón produce podrá ser todavía -perfeccionado. Mucho piensa el rey en este problema musical; largos -ratos se lleva imaginando cómo el albogón pudiera ser modificado. Al -cabo halló la manera. «Tomó el albogón y añadió en él un forado á la -parte del yuso, en derecho de los otros forados, y dende en adelante -faría el albogón muy mejor son que hasta entonces facía.» - -Lo hecho por Alhaquime estaba bien hecho; no se podía negar. Mas no -era aquélla cosa en que pudiera emplearse un rey. («Non era tan gran -fecho como convenía de fazer al rey.») Por esto las gentes comenzaron -á loar desmesurada é hiperbólicamente, á manera de escarnio, la hazaña -del rey. Todo era comentarios, risas, sonrisas y alusiones en las -cámaras y retretes de palacio. Todo eran burlas y trebejos entre los -populares. «Y decían cuando llamaban á alguno, en arábigo: _Va hede -ziat Alhaquime_, que quiere decir: _Este es el añadimiento del rey -Alhaquime_.» El añadimiento regio de un agujero al albogón, era, en -suma, comidilla de todos los vasallos del rey moro. Tanto se habló -del caso, tan sin rebozo llegaron á ser las burlas, que el monarca se -percató de ello. Preguntó Alhaquime á sus cortesanos, y aunque los -cortesanos son artificiosos y lisonjeros, al fin tuvieron que hacer -lo que rarísima vez hacen: decir la verdad. Alhaquime, el rey de la -mirada absorta y de los labios sensuales, debió de sonreir. Y un día, -mandando juntar todos los alharifes, tallistas y estofadores de su -reino, mandó que la mezquita de la ciudad, hasta allí harto menguada, -fuese ensanchada y ornada espléndidamente. Desde entonces, cuando -los moros quieren loar alguna empresa grande, exclaman: «¡Este es el -añadimiento del rey Alhaquime!»; es decir: «¡_Va hede ziat Alhaquime_!» -Así el loamiento que antes se hacía por escarnio, después se hizo por -entusiasta admiración. - -Cuando nosotros, hombres del siglo XX, empapados en la civilización -occidental, entremos ahora á lo largo de nuestras andanzas en el patio -de la mezquita de Córdoba y allí, gozando del silencio, de la paz y del -cielo azul, nos detengamos entre los naranjos, exclamemos también: ¡_Va -hede ziat Alhaquime_! Y pensemos ante esta mezquita maravillosa que -aquel rey mandó agrandar; pensemos--nosotros, artistas, políticos--que -están bien las menudas y pulidas obras, pero que están mejor--y ése -debe ser nuestro ideal--las grandes, levantadas, generosas obras en que -pongamos nuestro corazón y nuestra fe. - - * * * * * - -DON CUERVO Y DON RAPOSO.--Un cuervo va volando por el azul. Lleva -en el pico un pedazo de queso: «un pedazo de queso muy grande». Va -contento el cuervo; debe de haber cogido este queso de algún cestillo -que llevaba un niño al mercado; los ojos del mozuelo habrán visto -asombrados cómo de pronto el cuervo remontábase á lo alto llevándose en -el pico el queso. Ahora el cuervo va á darse un suculento hartazgo. Se -posa en la rama de un árbol. ¿En la rama de un ciprés? El ciprés es de -las cornejas. ¿En la rama de un olivo? El olivo es de los mochuelos; -cada mochuelo tiene su ramita en un olivo. ¿En la rama de un almendro? -El almendro es de los cuclillos; en Levante, durante las claras -noches, en el llano plantado de grandes, sensitivos almendros, los -cuclillos tañen su flauta de dos notas... El cuervo se para en un árbol -cualquiera; esta estada del cuervo en una rama es accidental, fuera -de sus costumbres. No nos imaginamos á los cuervos posados serenamente -en un árbol, sino volando, volando, volando por los cielos azules -ó cenicientos, desde donde, bruscamente, descienden á las llanuras -rasgadas por interminables surcos paralelos. Nuestro cuervo se halla -posado en un árbol; en el pico tiene su queso; está indeciso. ¿Se lo -comerá aquí ó en la escondida quiebra de una montaña? - -Aparece el raposo. El raposo hállase pasando unos días muy amargos; -tal premia como ésta no la ha pasado él nunca. No cae ni una gallina, -ni una perdiz, ni una ingenua cogujada. Está harto el raposo de comer -grillos y saltamontes; los racimos de los majuelos están aún verdes. -El raposo oye un leve ruido en un árbol y levanta la cabeza. Allí -hay un cuervo con un queso en el pico. Ya tiene pitanza el raposo -para el día de hoy. He aquí cómo el raposo comienza á hablar al -cuervo: «Don Cuervo...» (Cortés, exquisitamente cortés, según veis, -es el raposo; por tanto, con el don con que él agracia al cuervo le -agraciaremos también á él nosotros.) Dice así don Raposo: «Don Cuervo: -muy gran tiempo ha que oí fablar de vos, y de la vuestra nobleza, y -de la vuestra apostura, é como quier que vos mucho busqué, non fué -la voluntad de Dios, nin la mi ventura, que vos pudiese fablar hasta -ahora; y ahora que vos veo, entiendo que ha mucho más bien en vos de -cuanto me dezían. Y porque veades que vos lo non digo por lisonja, -también como vos diré las aposturas que en vos entiendo, también vos -diré las cosas en que las gentes tienen que non sodes tan apuesto». - -Nótese cómo don Raposo da color de verdad sincerísima á su lisonja; él -dirá las gentilezas de don Cuervo, pero también le dirá á don Cuervo -las cosas que, según las gentes, no están bien á don Cuervo. Dicen las -gentes que el color negro es desapacible; negros tiene don Cuervo el -pelaje, los ojos, las garras, el pico. Eso dicen las gentes; mas las -gentes se engañan. Porque, ¿qué color más hermoso en los ojos que el -negro? - -Las péndolas del pavón, ¿no son negras también? Y ¿habrá animal más -bello que el pavón?... Todas las cosas, en fin, son cumplidas y -graciosas en don Cuervo; todo: las plumas, las garras, el pico, el -volar majestuoso y raudo. Con todo ello sería gran mengua si don Cuervo -no supiese cantar. Don Raposo está seguro de que don Cuervo canta -maravillosamente; pero, por desgracia, él no le ha oído nunca. ¿No -podría hacerle don Cuervo la merced de cantar? «Si yo pudiese de vos -oir el vuestro canto--dice zalameramente don Raposo--, para siempre me -ternía por de buena ventura.» Don Cuervo, emocionado, enternecido, va -á cantar. Abre el pico, cae el queso... Instantáneamente don Raposo lo -coge y se aleja corriendo. - -Las más dañosas falsías son aquellas que se realizan con elementos de -la verdad. Sepamos, en todo caso, resistir á la lisonja; más difícil -es permanecer ecuánimes ante el elogio que ante la diatriba. Artistas, -poetas, pintores, oradores: cuando se nos haga alguna loanza, no -salgamos de nuestro diapasón habitual. Leamos serenamente los elogios; -sepamos distinguir lo que en ellos hay de exacto, y lo que en ellos se -debe á las circunstancias y al afecto del loador. ¿Qué harán de todos -estos elogios las generaciones venideras? Y ¿qué pensar de los elogios -cuando vemos, frecuentemente, ponderadas en nuestra obra aquellas -partes deleznables, efímeras, á que no damos importancia, mientras los -entusiastas admiradores pasan en silencio, ignorándolas, aquellas otras -en que hemos puesto fervientemente toda nuestra alma? - - -III - -DON ILLÁN EL MÁGICO.--Don Illán el Mágico vive en Toledo. Un mágico -es un hombre sencillo y respetable. Tenéis una idea errada de lo que -es un mágico. Un mágico no es un señor barbado y hosco que lleva en -la cabeza un cucurucho con estrellas pintadas; un mágico es un hombre -silencioso, discreto, de una mirada inteligente y dulce, de unas -maneras suaves. Don Illán vive en Toledo; habita en una casa silenciosa -y limpia. Grande es su renombre de sabiduría; á todos los ámbitos de -España se extiende. Allá en Santiago de Galicia, un deán de la catedral -ha entrado en deseos de conocer los secretos del arte mágico. ¿Para qué -querrá conocer tales misterios este deán? Y ¿quién mejor que Don Illán -podrá--si quiere--enseñárselos? Pues á Toledo se encamina nuestro deán. -Cuando llega á Toledo endereza sus pasos á la casa de Don Illán. Á éste -«fallólo que estaba leyendo en una cámara muy apartada»; es decir, -tal vez en un desván, en un cuartito lejos de los ruidos de la calle, -y que tiene por panorama--que se atalaya desde la ventana--una vasta -extensión de tejados y de torrecillas, que se destacan bajo el cielo -azul; un cielo por el que caminan unas nubes blancas. - -Don Illán recibe cordialmente al viajero. Con exquisita amabilidad se -dispone á enseñar su ciencia al deán de Santiago. En el coloquio que -acaban de tener, el deán ha manifestado que él es hombre ante quien -se abre un halagüeño porvenir; ahora es deán; dentro de unos años, -seguramente llegará á arzobispo, á cardenal, á papa. El deán, en -cambio de la ciencia que le iba á comunicar Don Illán, «le prometió -y le aseguró que de cualquier bien que de él oviere, que nunca faría -sino lo que él mandase». No hay, por lo tanto, más que hablar. Don -Illán manifiesta que la ciencia que él ha de enseñar «non se podía -aprender sino en un lugar muy apartado». Esta misma noche tendrán los -dos la misteriosa conferencia. Antes, don Illán llama á su cocinera -y le ordena que prepare unas perdices para la cena. Don Illán desea -obsequiar con este yantar al viajero. - -Llega la noche; se dirigen ambos á esa cámara secreta donde don Illán -ha de dar su conferencia. «Entraron ambos por una escalera de piedra -muy bien labrada, y fueron descendiendo por ella muy gran pieza en -guisa que parescían tan bajos que pasaba el río Tajo sobre ellos; é -desque fueron en cabo de la escalera, fallaron una posada muy buena -en una cámara mucho apuesta que ahí havía, do estaban los libros y el -estudio en que habían de leer.» No os imaginéis retortas, matraces, -hornillos y redomas. No un gran caimán puesto colgando de una pared -(como vemos en las ilustraciones del _Fausto_). No tibias humanas ni un -ancho infolio y un reloj de arena colocados encima de una mesa. Esta -cámara subterránea, tan honda que sobre ella quizá pase el río Tajo; -esta cámara no es mas que una biblioteca henchida de raros y preciosos -libros. La estancia no está alumbrada por el resplandor rojo de los -hornillos (como también vemos en las estampas populares). Don Illán -debía de ser uno de estos hombres que, viviendo en su siglo (el XII ó -el XX), viven realmente en un futuro en que fuerzas misteriosas que -hoy desconocemos--pero que presentimos--harán que sea posible lo que -hoy juzgamos irrealizable. Cuando ha entrado por su puerta el deán de -Santiago, don Illán, á través de la materia y á través del tiempo ha -leído el alma de este hombre. Este hombre es un ingrato. - -Ya se dispone don Illán á comenzar su conferencia, cuando aparecen unos -mensajeros que le traen una carta al deán. Hemos olvidado decir que el -deán es sobrino del arzobispo de Santiago. En la carta se le notifica -una grave enfermedad del arzobispo. El deán contesta con otra epístola, -diciendo que siente mucho no poder ir á acompañar á su tío. «Dende á -cuatro días llegaron otros hombres á pie, que traían otras cartas al -deán, en que le fazía saber que el arzobispo era finado.» Se preparaba -en aquellos momentos en Santiago la elección de nuevo arzobispo; todos -deseaban elegir al deán. Transcurren siete ú ocho días más y aparecen -«dos escuderos muy bien vestidos y muy bien aparejados»; los cuales -escuderos se llegan hasta el deán, le besan reverentemente las manos -y le entregan una carta en que se le notifica que ha sido elegido -arzobispo de Santiago. - -Ya tenemos á nuestro deán hecho arzobispo electo. Ya rebosa de -satisfacción. Ya se ve en su palacio de Santiago sentado en uno de -esos sillones de terciopelo, con bordados ricos de sedas en que--más -tarde--había de poner Antonio Moro algunos de sus personajes regios. -Don Illán da la enhorabuena al electo arzobispo. Y como don Illán ha -sido generoso con él enseñándole su ciencia misteriosa, don Illán -ruega al arzobispo que el deanazgo vacante lo provea en un hijo suyo. -El arzobispo, cortés y atento, se dispone á acceder á la petición de -don Illán; sin embargo, deseaba exponerle una cierta consideración. -Él «le rogava que quisiese consentir que aquel deanazgo lo hubiese un -su hermano»... Nótese la irreprochable cortesía del electo arzobispo; -el deanazgo es para el hijo de don Illán; no hay más que hablar de -ello; mas él, el arzobispo, _ruega_ á don Illán que _quiera consentir_ -que sea para un hermano del arzobispo con quien el arzobispo tiene un -grande y antiguo compromiso. Y añade: «Más que él le faría bien en la -Iglesia en guisa que él fuese pagado, y que le rogava que se fuese con -él á Santiago y que levase con él á aquel su fijo». - -Ya están todos en Santiago. El arzobispo es un buen arzobispo; todos -le quieren bien; él es bondadoso con todos. Al cabo de algún tiempo -llegan unos mandaderos del papa. Ha vacado el obispado de Tolosa; para -esa sede nombra el papa al arzobispo de Santiago. Entonces don Illán -pide con mucho encarecimiento que el arzobispado vacante de Santiago -sea para su hijo. De nuevo torna á darle la razón el antiguo deán á su -amigo y bien hechor; pero le ruega que permita que este arzobispado -sea para un tío suyo, hermano de su padre. «Y don Illán dijo que bien -entendía que le faría muy gran tuerto, pero que lo consentía en tal -que fuese seguro que ge lo enmendaría en adelante.» De muy buen grado -se lo prometió el arzobispo, y rogóle que fuese con él á Tolosa y que -llevase á su hijo. Ya están todos en Tolosa. Á los dos años llegan -otra vez mandaderos del papa. El papa ha nombrado cardenal al obispo; -el obispado de Tolosa puede darlo á quien quiera. Aquí tenemos á don -Illán de nuevo solicitando la vacante para su hijo; tantas veces han -fallado sus pretensiones, tantas veces el favor le ha sido denegado, -que parece absurdo que ahora no se le cumplan sus afanes y el obispo le -dé una nueva excusa. Pero así es, desgraciadamente. El nuevo cardenal -ruega--tan cortés como siempre--que el obispado vacante de Tolosa sea -para un tío suyo, hermano de su madre. «Y don Illán quejóse mucho, -pero consintió en lo que el cardenal quiso, y fuése con él para la -corte.» - -Ya están todos en Roma. El nuevo cardenal desempeña admirablemente su -cargo; gran consideración le guardan los demás cardenales. Ocurrió -que el Papa falleció; los cardenales eligieron por papa al antiguo -deán de Santiago. Ha llegado la ocasión--¡por fin!--de que don Illán -pueda ver colmados sus deseos. Su amigo no podrá tener efugio alguno -para hacerlo. Al papa representa don Illán lo que espera de él. «Y el -papa dijo que no le afincase tanto, que siempre habría lugar en que -le hiciese merced según fuere razón.» Entonces don Illán, amargado, -desesperanzado, se lamentaba con palabras ardientes. Estas palabras -pusieron en indignación al papa. El papa, apurada la paciencia, -reprochó su pesadez y pertinacia á don Illán. Más hizo: le amenazó -con meterle en prisión si persistía en su actitud; puesto que él, don -Illán, era un hereje y un nigromántico, ejercitador de reprobadas y -diabólicas artes. Cuando esto oyó don Illán, no quiso permanecer más en -Roma. Ni para el camino le dió el papa, su antiguo amigo, un viático... - -Lector: Todo esto que nos cuenta un gran aristócrata, nieto de un santo -y rey á la vez--don Fernando--, no tiene nada de irreverente. Todo es -una ingeniosa ficción. Al llegar el relato al punto en que lo hemos -interrumpido, bruscamente, mágicamente, el deán de Santiago y don Illán -se encuentran los dos en la cámara subterránea de Toledo. Don Illán ha -visto, en un segundo, á través de la materia y el tiempo. Despide al -deán y él se come solo las perdices preparadas para la cena. Don Illán -había adivinado que si él tuviera con este hombre la generosidad de -enseñarle su ciencia, este hombre luego no sería agradecido con él. - -Seamos buenos, corteses, afables: que nuestro corazón esté siempre -dispuesto al bien. Pero cuando vayamos á poner toda nuestra alma, -nuestro trabajo, nuestro porvenir, la paz de los nuestros y aun nuestra -propia vida al servicio de un hombre ó de una causa, miremos si ese -hombre y si esa causa son dignos de nuestro supremo sacrificio. - - -IV - -LA RAPOSA MORTECINA.--Una raposita ha salido de su manida y se ha -dirigido hacia la aldea. Todo duerme; es media noche. En la obscuridad -no se percibe mas que--allá lejos--la raya negruzca de las montañas -sobre la foscura del cielo. Brillan las estrellas: brillan con -ese titileo radiante de las noches de invierno. En esas noches, á -la madrugada, en el profundo reposo de la tierra, ese relumbrar -vivo, radiante, de los astros trae á nuestro espíritu una profunda -nostalgia--¡oh fray Luis de León!--de algo que no sabemos... De cuando -en cuando un vientecillo ligero trae de la aldea un olor particular -que nuestra raposita recoge en sus narices. El ejido del poblado está -ya aquí; luego las casas; detrás de una de ellas se extienden las -largas tapias de un corral. No se sabe cómo la raposita ha entrado en -el corral. En los travesaños de un cobertizo están acurrucadas las -gallinas, los gallos. Los gallos, tan vigilantes, no se han percatado -de nada. Lentamente, pasito á paso, mirando á todos los lados, -venteando todos los olores, avanza la buena raposita. - ---Un momento, querido cronista. ¿Por qué llama usted buena á esta -raposa inquietadora, sanguinaria, que va á poner el espanto y la -destruccion en la república de las gallinas? - ---Perdón, querido lector. Todo es relativo, y la raposa, comparada con -el taciturno y violento lobo, es buena, es excelente. Hace mucho tiempo -que un gran naturalista--Buffón--ha hecho en pocas líneas el elogio -de la raposa. «La raposa no es un animal vagabundo, sino un animal -domiciliado--escribe Buffón.--Esta diferencia, que se hace sentir aun -entre los hombres, tiene más grande eficiencia y supone más grandes -causas entre los animales. La idea sola del domicilio presupone una -singular atención sobre sí mismo; luego, la elección del lugar, el arte -de fabricar la guarida y de solapar la entrada á ella, son tantos otros -indicios de un sentimiento superior.» - -Tiene, pues, nuestra raposita un sentimiento superior de la vida -y del mundo. Sólo que... La vida es dura; se tienen hijos; los -inviernos no ofrecen grandes recursos en el campo. No hay nidos -entre los atochares; las cepas de los majuelos aparecen desnudas y -secas. ¿Qué ha de hacer una raposa sino ir á los corrales donde las -gallinas reposan? En ello aventura la vida, que no es poco. Ya está -en el gallinero nuestra zorrita; las gallinas se han dado cuenta--un -poco tarde--del huésped que viene á visitarlas. La hora no es muy á -propósito para cortesías. Se ha producido un ruidoso remolino en el -cobertizo á la vista de la raposa. Todas las gallinas cacareaban y los -gallos cantaban--despavoridos. La raposa ha cogido una gallina entre -los dientes y la ha zarandeado con violencia. Con una tierna y gorda -gallina tendría la raposita para su yantar. Pero cuando ha sentido -la raposa correr entre sus fauces la sangre tibia, humeante, de la -gallina, ha perdido la cabeza. ¡Cómo brillan ahora sus ojos! ¡Cómo va -de una parte á otra furiosa, abstraída, tambaleándose, como ciega, como -borracha! - -No se harta de destrozar gallinas; tendidas quedan muchas por tierra. -En la casa deben de tener el sueño muy pesado; nadie se mueve. (O -¿qué sabemos? Estos labriegos que trabajan á costa de un amo son -muy ladinos. Pensad en las matanzas que hacen los pastores y se las -achacan á los lobos. Tal vez ahora saben que la zorra está destrozando -el gallinero; pero como la raposa no ha de poder llevarse todas las -gallinas y han de quedar algunas muertas...) Entusiasmada, encarnizada -en su labor siniestra, la raposita no ve que una claror blanquecina -aparece por Oriente. La aurora comienza á anunciarse. - -Tiene este momento único de la madrugada un encanto profundo. Nos -atrae misteriosamente esta palidez que en el cielo se inicia. Todavía -es de noche... y ya está ahí el día que llega. En este minuto supremo -las luces que han velado toda la noche van á borrarse en la claridad -del día; su misión ha terminado. - -Durante las tinieblas han puesto sus resplandores sobre una -mesa en que una cabeza se inclinaba sobre los libros; ó han -iluminado--tenuemente--la cara blanca, sobre ropas blancas, de un -enfermo; ó se han destacado, como puntitos rojos y verdes, en el -horizonte, en tanto que las locomotoras lanzaban agudos chillidos y -pasaban raudos los trenes. Cuando la claridad del día va aumentando, -las luces, todas las luces, luces trágicas ó luces de esperanza, se -retiran, se esfuman, se disuelven, se recogen en una tregua de reposo -hasta la noche venidera. Á esta hora de la madrugada, las montañas ya -comienzan á destacarse más vivamente sobre el cielo; el cielo es de -una claridad vaga y lívida. Dentro, en las casas, se hace una densa y -confusa penumbra. Las cosas van á surgir á la vida; las ventanas van á -recobrar su espíritu de luz y de sol. - -Á nuestra raposita se le ha hecho tarde. No puede salir sin peligro -del gallinero; van y vienen gentes por la aldea. Otros gallos lejanos -cantan; un can ladra. No tiene más recurso nuestra raposa que salir -á la calle y tenderse en medio haciéndose la muerta. Porque si la -vieran correr por las calles del pueblo, ¿qué sería de ella? (Son -muchos los animalitos que se hacen los muertos para librarse de las -trazas sanguinarias del hombre. Se hace la muerta esta arañita que, -en el campo, ha bajado desde un árbol, por un hilillo sutil, hasta -las páginas blancas de este libro que estamos leyendo. Se hace el -muerto, replegando sus patitas, este cetonia con que nuestros dedos han -tropezado en el fondo de una rosa, lecho fresco y fragante. Se hace el -muerto este glomérido que encontramos debajo de una piedra y que se -convierte en una bolita de acero. ¿Por qué se hacen los muertos? ¿Hemos -dicho que para defenderse del hombre? Pero ¿saben ellos del hombre? -Esta es una idea antropocéntrica. No sabemos siquiera si lo que hacen -es hacerse los muertos.) Nuestra raposita se hace la muerta; en medio -de la calle está tendida. No es cosa rara, donde hay muchas zorras, ver -una zorra muerta en medio del arroyo. Va paseando la gente. «Á cabo de -una pieza, passó por hi un home, y dixo que los cabellos de la frente -del raposo que eran muy buenos para poner en las frentes de los mozos -pequeños, porque no los ahojen.» Con unas tijeras, este hombre curioso -trasquila la frente de la zorrita. La zorrita se estuvo quieta. - -Después otro transeunte vió la raposa y dijo lo mismo de los pelos del -lomo. Le trasquiló los pelos del lomo. La raposita se estuvo quieta. -Luego otro hizo la misma observación respecto del pelo de las ijadas. -Le trasquiló las ijadas. La raposita se estuvo quieta. «Nunca se movió -el raposo, porque entendía que aquellos cabellos non le farían gran -daño en los perder.» Otro viandante llegó más tarde y dijo que la uña -del raposo es buena para curar los panadizos. Tajóle las uñas á la -raposita. La raposita no se movió. Después otro dijo que el diente de -la zorra cura los males de dientes. Quitóle un diente á la raposita. La -raposita no se movió. Á seguida vino otro y manifestó que el corazón -del raposo es conveniente para nuestros dolores de corazón. Metió mano -á un cuchillo para sacarle al raposo su corazón. «Y el raposo vió que -le querían sacar el corazón y que si gelo sacassen, que non era cosa -que se pudiese cobrar.» Entonces la raposita dió un salto, echó á -correr y se perdió á lo lejos. - -...En nuestras casas, en la vida cotidiana, debemos pasar por -alto--indulgentemente--las pequeñas cosas. En la vida pública, á la -vista de todos, de igual manera, no debemos de ponernos fieros ante -lo que en sí tiene escasa importancia. No coloquemos nuestro natural -y legítimo deseo de dignificación y de reivindicación en un plano -demasiado alto. Si el puntillo de honor lo ponemos muy subido, á cada -momento tendremos que estar en altercaciones, porfías y denuedos. -Nuestra vida se hará imposible. Una palabra, un gesto, un ademán, un -ligero desdén, una inflexión de cólera, un matiz de irritación en los -demás tendrán para nosotros una importancia decisiva. No; sepamos pasar -por todo esto. La raposita no se movía cuando le trasquilaban el lomo -y la frente; aquello no tenía para ella importancia. Pero cuando se -trate de cosa grande, cuando se trate del corazón--como en el caso de -la raposa--, entonces pongamos todas nuestras fuerzas, todo nuestro -ardor, todo nuestro ímpetu en defender la esencialidad de nuestro ser -moral: las ideas, los procedimientos, la conducta, la honradez, la -sinceridad. - - -V - -VALOR Y RIESGO DE LOS CONSEJOS.--Un breve epílogo á estas divagaciones -sobre motivos de _El conde Lucanor_. Ya se habrán percatado de ello los -lectores. No hemos expuesto fielmente las historias y ejemplos que trae -en su libro don Juan Manuel; muchos detalles hemos añadido; á nuestra -manera hemos contado los casos que el infante relata. No hemos sacado -tampoco--generalmente--de tales cuentecillos las enseñanzas que el -autor pone por contera; diferentes han sido alguna vez los proloquios -deducidos. Hemos hecho con el libro de don Juan Manuel lo que se suele -hacer con la música de las grandes óperas; de aquí y de allá, tomando -este tema y dejando tal otro, hemos compuesto una rapsodia. Pero -si algún lector entra en gana de leer el libro de don Juan Manuel, -desde luego habremos logrado nuestro propósito; propósito modesto; -el propósito de quien trata de excitar la curiosidad con palabras -encarecedoras de estas ó las otras excelencias de una obra. - -Ahora digamos algo respecto del valor de los consejos y del riesgo -que corre el que se aventura á darlos. ¿Qué valor tienen los avisos, -advertimientos y prevenciones que se suelen hacer en la vida? -Distingamos entre el consejo genérico y el consejo concreto. Es -decir, distingamos entre los consejos que se dan en los libros y los -consejos que, en la realidad cotidiana, damos al amigo ó al deudo. -Los libros de consejos por fuerza han de ser generales; aquí está -precisamente su punto flaco. Como es una regla genérica la que se da, -no sabremos, cuando llegue el caso, si precisamente en ese trance -debemos ó no aplicar el consejo que hemos leído. La vida es varia, -compleja, contradictoria, ondulante; el consejo--ó la norma--es rígida, -siempre igual, inflexible. ¿Cómo concordaremos la realidad cambiante y -fugitiva con el canon permanente? Dificultad es ésta de una grandísima -trascendencia; tanto lo es, que en ella van implícitos todo el arduo -problema de la moral y todo el magno negocio de la política. - -Contra la norma genérica de la ética surge el casuísmo, que -toma en cuenta el tiempo, el lugar, la persona y otras diversas -circunstancias. Contra el cumplimiento de la ley, en el gobernante -surge la consideración--análogamente--de que la ley _debe_ siempre ser -cristalización de la justicia, pero que _puede también no serlo_. Puede -no serlo: 1.º, porque originariamente, al hacer la ley, no se haya -interpretado en ella bien la justicia; 2.º, porque, aun interpretándose -primitivamente bien la justicia en la ley, el tiempo puede haber hecho -que cambie la sensibilidad ambiente (la justicia no es mas que una -cuestión de sensibilidad) y que la justicia contenida en el canon -formulado anteriormente sea escasa, pobre, deficiente; 3.º, porque, -aun siendo buena la ley, ley acomodada al tiempo, ley viva, ley actual, -unas pasajeras circunstancias pueden hacer que no se contenga en ella -la justicia. - -«¡Sed prudentes, sed enérgicos, sed sinceros!», nos dicen los consejos -genéricos de los libros. Está bien; la doctrina es inmejorable; -muchos hombres eminentes han practicado tales máximas. (Los hombres -eminentes, eminentes de veras, han hecho muchas cosas que han sacado, -ingénitamente, de sí mismos, y no de los libros.) Está bien; pero -en este trance en que ahora nos hallamos precisamente, ¿debemos ser -audaces, intrépidos, temerarios? ¿Es ahora, con estas circunstancias, -cuando debemos ser brutalmente sinceros, ó bien será en otra ocasión -y con tales otras particularidades? Los libros de consejos no -pueden decirnos nada de esto. «Un grano de audacia en todo--escribe -Gracián--es importante cordura.» ¿Hemos leído bien? _En todo_--dice el -psicólogo. O sea, seamos _siempre_ audaces; con la audacia empleada -en todos los momentos, con todos los motivos, nos irá siempre bien. -(Algunos políticos, harto desaprensivos--no nombramos á nadie--, -encontrarán admirable la máxima. Sí, la audacia á todo pasto es posible -que lleve á la fortuna; pero... las quiebras de tal juego suelen ser -terribles.) - -«No hacer negocio del no negocio--escribe también Gracián--. Así como -algunos todo lo hacen cuento, así otros todo negocio.» (Los negocios de -que aquí habla Gracián no son los negocios en que suelen andar metidos -los antes mencionados parlamentarios y políticos. Esos, sí, es cierto, -_todo lo hacen negocio_. Pero ahora Gracián habla de otra cosa; Gracián -nos dice que no lo hagamos todo cuestión personal, cosa de honra y de -dignidad.) «Siempre hablan de importancia--prosigue el autor--; todo -lo toman de veras, reduciéndolo á pendencia y á misterio. Pocas cosas -de enfado se han de tomar de propósito, que sería empeñarse sin él... -Muchas cosas que eran algo, dejándolas fueron nada; y otras que eran -nada, por haber hecho caso de ellas fueron mucho.» He aquí un sagaz -consejo, basado en la más fina observación de la vida diaria. Pero -¿cómo lo aplicaremos? En presencia de una de esas fruslerías cotidianas -que pueden ó no pueden ser algo--ó mucho--, ¿qué es lo que tendremos -que hacer? - -Mas si los libros de consejos no pueden orientarnos en el caso -concreto, aquí está el deudo, el amigo, ó simplemente el hombre -ducho y experimentado, á quien--sin conocerle, ó conociéndole -apenas--recurrimos en busca de una sabia prevención. Difícil y -arriesgado es, en general, el dar un consejo. Desconfiad--¡oh -escritores renombrados!--de los que, acercándose á vosotros, os -piden un consejo, una opinión, un juicio sincero, completamente -sincero, de una obra que os dan á leer. Si usáis, incautamente, de -vuestra sinceridad, os arrepentiréis; quien ha pedido sinceridad, -cuando sinceridad le sirven, cuando con ella le hablan y juzgan su -obra, podrá por cortesía, y por no desmentir las protestas hechas, -agradeceros aparentemente vuestras palabras; pero en el fondo ese -hombre siente por vosotros un vivo disgusto, una viva hostilidad. -«Entonces--preguntará el lector--, ¿habrá que mentir siempre? -¿Tendremos que ser unos hipócritas, unos faranduleros?» No; lo que -cabrá es, sin decir la verdad ruda y brutalmente, usar de tal modo de -los silencios, de los matices y de las gradaciones, que los lectores -entiendan nuestro verdadero pensamiento sobre la obra de que se trata. -Hay elogios en apariencia que son censuras, y hay pausas, silencios y -apartes que huelen á la más rotunda condenación. - -En la vida cotidiana, el consejo nos puede exponer á molestias, -contrariedades y pesadumbres. En sus _Empresas políticas_ (en la XLVII, -al final) Saavedra Fajardo escribió las siguientes palabras: «Ninguna -cosa más peligrosa que el aconsejar. Aun quien lo tiene por oficio -debe excusarlo cuando no es llamado y requerido, porque se juzgan los -consejos por el suceso, y éste pende de accidentes futuros que no puede -prevenir la prudencia; y lo que sucede mal se atribuye al consejero, -pero no lo que se acierta.» - -No se puede decir sobre la materia nada más exacto. En el mismo _Conde -Lucanor_ (historia del gallo y el raposo) el autor, encareciendo la -dificultad y riesgo del consejo, nos dice lo mismo que, más tarde, -había de escribir Saavedra. Es difícil dar el consejo--escribe don Juan -Manuel--, porque «non es ome seguro á que pueden recudir las cosas; ca -muchas veces vemos que cuida ome una cosa é recude después otra, ca lo -que cuida ome que es mal, recude á las vegadas á bien, é lo que cuida -ome que es bien, recude á las vegadas á mal». ¡Grande es la perplejidad -del consejero! De todos modos, acierte ó no, no se le agradecerá nada -al consejero. «Ca si el consejo que da recude á bien, non ha otras -gracias si non que dicen que fizo su debdo en dar buen consejo, é si el -consejo á bien non recude, siempre finca el consejero con daño é con -vergüenza.» - - - - -DON JUAN VALERA - - -Se están publicando en Madrid las obras completas de don Juan -Valera. Entre los volúmenes publicados figuran dos tomos de cartas -particulares. Nació Valera en 1824; murió en 1905, La primera de las -cartas citadas lleva la fecha de 1847; la última corresponde al año -1857. Aparecen escritas las cartas desde Madrid, Lisboa, Nápoles, Río -Janeiro, Dresde, Varsovia, Petersburgo. Tenía don Juan Valera cuando -escribió la primera carta veintitrés años. Documento importante es esta -correspondencia para el estudio del carácter del escritor cordobés. Dos -notas dominan en estas páginas: el ansia por el dinero y el amor--no á -la mujer--á las mujeres. Era hijo Valera de una familia distinguida; -vivía Valera con sus deudos en provincias; tenía Valera un espíritu -vivo, fino; al llegar á Madrid encontróse con un mundo nuevo para -él. Le atraía la sociedad elegante; le causaba íntima aversión la -convivencia con literatos--toscos y pobres--y con gente de mediano -pasar. Á la sociedad aristocrática pretendió incorporarse desde su -llegada á Madrid. Veamos cómo va sintiendo el espectáculo de la vida y -de qué manera va expresando sus anhelos y sus pesares. - -«Este país--escribe Valera--es un presidio rebelado. Hay poca -instrucción y menos moralidad; pero no falta ingenio natural, y sobra -desvergüenza y audacia.» Hablando de los escritores madrileños dice: -«Los que son eruditos están mal educados, son sucios y pedantes; los -que son limpios y cortesanos, tan mentecatos, que no hay medio de -poderlos aguantar.» «Con resignación--escribe--me propongo soportar el -trato de los pedantes del Café del Príncipe, y las cosas primitivas de -mi patria, y la presunción estúpida de sus hombres de Estado, filósofos -y sabios.» En la tertulia literaria del café del Príncipe «reina la -mayor franqueza y españolismo, esto es, el más exquisito mal tono y la -peor educación posible». No hay en España mas que mediocres prosistas é -insignificantes pensadores. «El único economista que tenemos es Flórez -Estrada; el único filósofo, Balmes, y ambos no pasan de medianos.» - -En este ambiente social se veía Valera: se veía pobre, sin medios de -fortuna, sin elementos que le hicieran dejar este ambiente de grosería -y vulgaridad para vivir entre la gente aristocrática, selecta, rica. -Su obsesión á lo largo de todas sus primeras cartas es el dinero. El -estudio literario considéralo Valera como su «mayor deseo, después del -de tener dinero». «Mis necesidades son grandes, mis gustos por el lujo -y el bienestar, y mis recursos extremadamente escasos.» «Harto conozco -que debiera ingeniarme y buscar un medio de ganar dinero, pero aún -no he hecho nada con este fin; sigo, sin embargo, emborronando papel, -pero nada me satisface.» «Si algo me impacienta es la pobreza. Por -eso me quiero meter, por el pronto, á autor dramático. Es el medio -más corto de obtener cien duros al mes, que es cuanto deseo para -vivir holgadamente.» Ingresa Valera en la carrera diplomática; el -contraste entre su medianía y el lujo que le rodea acentúase de un modo -angustioso. Su anhelo es la conquista del bienestar; aspira á vivir en -un medio de refinamiento y cortesanía. - -En el espectáculo de la vida le atraen las mujeres. Su sensibilidad -meridional se siente voluptuosamente conmovida ante la belleza femenil. -Hay en sus cartas multitud de pasajes referentes al amor sensual y -tangible. Á sus deudos más íntimos no se recata en hacer alusiones -sobre la materia. En la primera carta de la colección habla á su madre -de sus cortejos á una dama casada. Le anima con miradas y palabras esta -señora, y él escribe á su madre: «Con todos estos avances, ya se puede -usted figurar que yo no estaría muy pacífico, así es que hubo pisotones -y miradas lánguidas; me ofreció la casa, me dijo que fuera á visitarla, -que todo el día estaba sola, y también puso en mi noticia la hora en -que salía, dónde iba á pasear y cuándo acostumbraba estar fuera de casa -su digno consorte». Á su misma madre cuenta también otro chichisveo -con otra señora también casada: «La niña se reía mucho de todo esto. -Yo la he prometido llevarla á Nápoles sin hacerle nada por el camino -que ofenda su honestidad». De la coima de un amigo suyo habla asimismo -Valera á su propia hermana: «El señor Andrade se ha hecho grande amigo -mío, me ha confiado la historia de sus amores con la _prima donna_ del -teatro San Fernando, y el otro día me decía que quisiera la viese yo -desnuda para que admirase lo acabado de sus formas, lo que hace que -ella nunca lleve corsé». En Petersburgo, un día, tal impresión le causa -una mujer alta, gallarda, de labios encendidos, «respirando orgullo, -energía y lujuria á la vez», que queda «atortolado», tropieza con el -estribo de un coche y resbala en el hielo de una manera absurda y -cómica. - -Notables son, por lo pintorescos, los pasajes en que Valera cuenta -sus amores, en Petersburgo, con la actriz francesa Magdalena Brohan. -Durante una larga temporada complacióse la comedianta en excitar -diabólicamente al español; desesperábase éste; no acabó de entregarse -nunca la francesa. «Me estrechó en sus brazos--escribe Valera--y unió -y apretó su boca á la mía, y me mordió la lengua y el pescuezo, y me -besó mil veces los ojos, y me acarició y enredó el pelo con sus lindas -manos, diciendo que tenía reflejos azules y que estaba enamorada de -mi pelo; y me quería poner los besos en el alma, según lo íntima y -estrechamente que me los ponía dentro de la boca, y nos respirábamos -el aliento, sorbiendo para adentro muy unidos, como si quisiéramos -confundirnos y unimismarnos.» Tal escena se repitió muchos días. -Exasperado Valera, dió un formidable empellón una vez á la actriz; -no pudo, sin embargo, pasar adelante en sus amores. Profundamente -hechizaban á Valera las mujeres. «Esta afición mía á las faldas es -terrible»--escribe nuestro autor. - -Completemos los datos anteriores con otros varios; estas nuevas citas -acabarán de definir la idiosincrasia literaria de Valera. «El mundo, -al fin, no es una cosa tan mala»--escribe nuestro autor haciendo -profesión de optimismo. «Ya conocerá usted--escribe á su padre--que, -á pesar de mi liberalismo filosófico, soy aficionadísimo á la gente -de alto copete, y tanto, que me aflige y entristece la de mal tono.» -«Yo me siento incapaz de ser dogmático en mis opiniones filosóficas; -ando siempre saltando del pro al contra, y dudando y especulando, sin -atreverme á seguir doctrina alguna.» No transcribamos más. Realizó -don Juan Valera durante cuarenta años una copiosa labor literaria; -ideó novelas, compuso poesías, escribió multitud de ensayos críticos. -Fué siempre Valera el mismo que escribía estas cartas de 1847. En -1902, á los setenta y seis años, escribía Valera lo siguiente en la -introducción á su _Florilegio de Poesías Castellanas_: «¿Por qué hemos -de desdeñar ó estimar sólo como chiste ó agudeza de ingenio lo que -inventa Campoamor filosofando, y hemos de tomar tan por lo serio, -pongamos por caso, á Krause, Schopenhaüer ó Nietzsche?» Era esto -parangonar las mediocres abstracciones de Campoamor con los estudios de -Nietzsche y Schopenhaüer. En el mismo trabajo habla Valera livianamente -de las doctrinas evolucionistas; por la misma época trataba -festivamente--al hacer la crítica de un libro de Pompeyo Gener--las -concepciones de Nietzsche. Fué Valera en sus últimos tiempos, toda su -vida, el mismo de sus primeros años. Tuvo ingenio, donosura, erudición -vasta; le faltó poesía, emoción, idealidad. Un artista que hondamente -ame la belleza nos expresará en sus primeros años sus anhelos, sus -angustias, sus esperanzas por realizar la bella obra de arte. Valera, -pobre, desconocido, principiante, el ansia que siente es la de poder -figurar en la sociedad elegante, la de convivir con la gente cortesana -y mundana, la de ser rico y vivir bien. «Soy aficionadísimo á la gente -de alto copete, y tanto, que me aflige y entristece la de mal tono.» -La Humanidad, para Valera, es esa gente de buen tono. No fué nunca -Valera poeta; no llegó nunca en sus obras á hacer sentir la emoción del -dolor y de lo trágico. Mariposeó sobre todo como un discreto y amable -hombre de mundo. Á un lado están los artistas de la laya de un Carlyle, -de un Flaubert y de un Leopardi; los artistas inquietos, tormentosos, -obsesionados por la Idea. Á otro lado se hallan los escritores -amenos, agradables, áticos, irónicos. Sólo los primeros son grandes y -perdurables. Han sentido y hacen sentir. Han amado y hacen amar. Han -sido poetas y hacen soñar. - - - - -GABRIEL ALOMAR - - -Gabriel Alomar se encuentra desde hace algunos días en Madrid. -Antagonistas de Alomar en política, no le regateamos la -admiración--sincera y cordial--para su claro talento, su vasta cultura, -la impetuosidad y elegancia de su estro lírico. Enviamos nuestro saludo -al compañero en tareas literarias; algo queremos decir en estas líneas -respecto á su obra literaria. Gabriel Alomar es, á la hora presente, -una de las personalidades con más fuerte vigor representativo de la -intelectualidad española; si su nombre en tierras castellanas, entre el -público castellano, es poco conocido, débese á que Alomar ha escrito en -lengua catalana casi todos sus libros; periodista militante, en catalán -pergeña también sus múltiples artículos. ¿Cuántos son los hombres de -letras, los periodistas, los aficionados á libros que en Castilla, es -decir, fuera de Cataluña, siguen atentamente el movimiento literario -catalán? ¿Cuántos libros catalanes vemos en Madrid en los escaparates -de los libreros? Deplorable se nos antoja este desconocimiento en -Castilla de los libros catalanes; no mandan tampoco sus libros los -autores catalanes á los críticos castellanos. Aparte de esto, si -los mandaran--podrán argüir nuestros colegas de Cataluña--; si los -mandaran, ¿se hablaría de ellos en nuestros periódicos? ¿Se hablaría de -ellos con frecuencia, con interés, con efusión, con cordialidad? - -En sus recientes _Estudios de literatura catalana_, Manuel de Montolíu -ha escrito lo siguiente hablando de Alomar: «Alomar es, sin duda, -el más intenso y el más enérgico condensador del idealismo moderno -en nuestra Cataluña». La afirmación del crítico es exacta; Gabriel -Alomar sintetiza en su obra el más puro idealismo, basado en el más -profundo y escrupuloso sentido de la realidad. Su obra--joven todavía -Alomar--no es muy extensa; tiene, sí, una peregrina intensidad. Ha -publicado nuestro autor un largo ensayo titulado _Futurismo_; ha -trazado una hermosa glosa del _Quijote_; en las revistas ha publicado -también diversos trabajos (como el aparecido recientemente en _La -Lectura_, originalísimo, con el título de _Logometría_); en un volumen, -_La columna de foc_, ha reunido sus poesías líricas; finalmente, en -periódicos barceloneses, como _El Poble Català_, _La Campana de Gracia_ -y _La Esquella de la Torratxa_, ha desparramado multitud de artículos -sobre palpitantes cuestiones sociales y literarias. Siguiendo la labor -de Alomar en periódicos y revistas se descubren, ante todo, en el -autor dos cualidades dominantes: una gran originalidad y una vastísima -erudición. Alomar, crítico, es un disociador formidable; lejos de -aceptar los valores hechos, tradicionales, Alomar va examinándolos -á una luz nueva, contrastándolos, descomponiéndolos, para ver si -realmente se ajustan á la idea recibida ó si es preciso apartarlos de -su concepto secular, sancionado. Algunas veces, al tratar de obras -literarias castellanas, leíamos con vivo interés el sutil análisis -que el autor hacía de autores que entre nosotros no han alcanzado -todavía su verdadera significación; sirva de ejemplo su intento--tan -laudable--de rehabilitar al original José de Marchena; debemos -también llamar la atención sobre su comentario, de carácter puramente -psicológico, del _Quijote_. - -No es posible en un breve artículo de periódico dar una idea de una -personalidad literaria compleja. Aunque orientada francamente hacia -un ideal de progreso--un ideal _futurista_--, hay en el espíritu de -nuestro autor sutilidades y complejidades de difícil expresión. En -todo artista verdadero existirá siempre una lucha íntima, más ó menos -dolorosa, entre la contemplación de la realidad tal como es y el -anhelo de ver esa misma realidad transformada con arreglo á un ideal -de progreso. Se tratará, en suma, de un combate interior entre la -delectación estética y la idea ética. Claro está que todo nuevo ideal -ético lleva implícita una nueva estética. Pero ¿cómo el _futurista_ -más entusiasta logrará desprenderse de un amor, de una simpatía (todo -lo tenues que se quiera, pero al fin amor y simpatía) por una realidad -presente, cuya desaparición considera necesaria, indispensable? -Este ambiente de ahora, en el que nosotros vivimos, formado por lo -pretérito--la historia--y por lo actual; este ambiente físico y moral, -de hombres, de cosas, de ciudades, de paisajes, ha de desaparecer, -se ha de esfumar en el tiempo; su aniquilamiento lo percibimos, lo -vemos, lo ansiamos en aras de un ideal de justicia, de fraternidad y -de bienestar. Todo se va transformando y destruyendo en la corriente -eterna y universal de las cosas... Pensamos largamente en nuestras -soledades sobre tal fatal necesidad; imponemos á nuestra sensibilidad -de hombres nuevos tal norma. Y sin embargo--¡oh, contraste!--, esta -marcha inexorable del tiempo, este desfile eterno hacia _el ideal_, -esta corriente en busca de una verdad en que nosotros firmemente -creemos, produce en nuestro espíritu una honda melancolía. Nuestro -ideal ético--como decíamos antes--entra en pugna con nuestro ideal -estético. - -¿Es que con tales cosas pasamos también nosotros? ¿Es que sentimos, -con las cosas fugaces, desvanecerse también nuestro fugacísimo yo, -formado de tantos etéreos sentimientos, de tantas etéreas ideas que han -nacido de lo que nos rodea? Tal vez nuestra melancolía tenga su parte -en esta consideración de nuestra inestabilidad en medio de la corriente -eterna; pero si dentro de tres, de cuatro, de veinte siglos, nosotros, -futuristas fervientes; nosotros, enamorados fervientes del ideal, -pudiéramos resucitar en plena realización de ese ideal, seguramente -nos sentiríamos satisfechos; pero acaso habría en lo hondo de nuestro -espíritu una añoranza, una rememoración por estas cosas fugitivas y -frágiles de ahora en que hemos puesto nuestras esperanzas y nuestros -dolores. - -Leyendo las páginas consagradas por Alomar al futurismo, como -leyendo algunas de sus poesías, se percibe en nuestro artista este -espiritual é íntimo conflicto que acabamos de esbozar. Lo encontraremos -también en algunos grandes pensadores, que á la par eran delicados -artistas. En esa lucha íntima, en ese febril desasosiego perduró -Enrique Heine durante toda su vida. Si al fin un excelso compatricio -suyo--Goethe--logró alcanzar la serenidad tras ese trágico conflicto, -¿cuánto y cuán dolorosamente trabajó para alcanzarla? Y ¿hay derecho á -alcanzarla sembrando la angustia y la desesperanza en las almas que nos -rodean? ¿No valdrá más la piedad efusiva de un Francisco de Asís que la -serenidad olímpica de un Goethe? - -Sobre la tradición y la innovación, sobre el sentimiento del pasado -y el ansia de lo porvenir, tiene páginas Alomar en su _Futurismo_ de -un caluroso estro lírico. Esas páginas, como sus poesías, traducen -el fuego interno, la inquietud de su alma de artista. Un admirable -artista--plasmador de la prosa, cincelador del verso--es Gabriel -Alomar. Señalemos cordialmente su estancia entre nosotros. De desear -sería que sus compañeros de letras en Madrid le testimoniaran -públicamente su respeto y su admiración. - - - - -UNA ANTOLOGÍA OLVIDADA - - -Recientemente leíamos las poesías de fray Luis de León y los primeros -volúmenes de versos de Gabriel D’Annunzio. Conforme avanzábamos en la -lectura notábamos de nuevo lo que ya anteriormente habíamos observado: -el ambiente italiano que por las poesías de fray Luis circula. Á la -distancia de varios siglos, en el poeta español percibíamos algo -inefable, inconcretable, indefinible, que en el poeta italiano de -estos días respirábamos. No se trata de reminiscencias, ni de rasgos -análogos en la técnica, ni de idéntica fraseología. Podrá haber algo -de todo esto; pero hay algo más: una cierta atmósfera espiritual que -circunda por igual á uno y otro poeta. De estas afinidades se pueden -señalar muchas en las letras: un escritor español, por ejemplo, que -haya frecuentado los libros de Flaubert y que sea un temperamento -original, tendrá siempre una cierta _polarización intelectual_ pareja -con la del novelista francés. No descubriréis imitaciones, ni tal -vez analogías técnicas; pero sí una dirección ideal idéntica y casi -imposible de expresar con palabras. Nuestro fray Luis leyó mucho y -tradujo al Petrarca y á Bembo; amaba apasionadamente á Italia; era -su espíritu--ardiente é impetuoso--similar al de un italiano del -Renacimiento. Y sobre todo esto--como el poeta moderno italiano--, -enamorado de la antigüedad clásica. ¿Qué extraño tiene que apasionado -fray Luis de la lírica y del ambiente italianos, admirador al propio -tiempo de los poetas griegos y latinos; qué extraño tiene, repetimos, -que se perciba en sus versos el hálito particular que ahora, al cabo -de cuatro siglos, percibimos en Gabriel D’Annunzio? Y, sin embargo, -á primera vista, y para nuestros pétreos y herméticos eruditos, ¡qué -extraño--y aun qué irreverente--ha de parecer este acercamiento, á -través del tiempo, de los dos tan lejanos y diversos poetas! - -La lectura indicada suscitó en nosotros el deseo de leer á fray Luis -en italiano, á fray Luis y á otros poetas--Boscán, Garcilaso--que con -fray Luis han ido espiritualmente á Italia en busca de orientación. -Fácilmente podíamos satisfacer nuestro deseo; al alcance de la mano -teníamos una breve antología de poetas clásicos españoles puestos -en la lengua de Petrarca. Publicó esta colección don Juan Francisco -Masdeu. Vió la luz en Roma en 1786; la estampó Luigi Perego Salvioni. -Se titula: _Poesie di ventidue autori spagnuoli del cinquecento_. El -traductor hace seguir su nombre de su calidad de _barcellonese_, y -ostenta su título de arcade. _Sibari Tessalicense_ se llamaba Masdeu -entre los arcades. La antología consta de dos volúmenes, publicados -en el mismo año y con paginación correlativa. Veintidós poetas, como -se indica en el título, son los autores traducidos: uno de ellos no es -castellano, sino portugués: Camoens. Los poetas que Masdeu traslada -al italiano son: Alcázar, Lupercio Argensola, Bartolomé Argensola, -Balbuena, Boscán, Camoens, Cetina, Ercilla, Figueroa, Frías, Garcilaso, -Góngora, Herrera, León, Lomas Cantoral, Martín, Hurtado de Mendoza, -Quevedo, Rioja, Squilache, Lope de Vega, Villegas. Á estos poetas -añade Masdeu el nombre de San Francisco Xavier. Á San Francisco -Xavier atribuye Masdeu el célebre soneto _No me mueve, mi Dios, para -quererte_... Al final del libro lo ofrece traducido para cerrar la -antología. - -El traductor de nuestros poetas presenta en una página el texto -original, y en la frontera su versión italiana. Un breve prólogo -precede á las traducciones. Da también el autor noticias sucintas de -cada poeta traducido. En el prólogo nos dice Masdeu que generalmente -se cree que las características de nuestros poetas son «el desorden -de la imaginación, la hinchazón en el hablar y la agudeza en los -pensamientos». (¿Por qué entonces nos dice el autor, en su noticia de -Góngora, que este poeta, en las poesías cortas y de arte menor, marchó -por el buen camino; «pero que en las demás composiciones, así líricas -como épicas y teatrales, caminó por sendas erradas, _afectando la -hinchazón, las agudezas y las antítesis_»? Pues Góngora es uno de los -capitales poetas clásicos de los que más han influído en España.) Los -poetas españoles--nos dice Masdeu--no son hinchados ni caóticos. Son -esos rumores infundados; los han hecho correr, «desde el siglo pasado, -los enemigos de las armas de España». Para demostrar la falsedad de -tales especies, lo mejor que le ha parecido á Masdeu es poner en -italiano á los dichos poetas. No ha dudado en hacerlo. Doce años atrás -tradujo también á la lengua del Dante el _Aljedrez_, de Jerónimo -Vida. Los «efemeridistas romanos» censuraron su traducción; de ella -dijeron que estaba escrita con «spagnuola patavinità». Afortunadamente, -otros cultos italianos intervinieron en la contienda y defendieron -cumplidamente á Masdeu. - -Las noticias que nuestro autor da de los poetas traducidos son breves -y casi anodinas. Acá y allá se encuentra de raro en raro algún -rasgo interesante. De Alcázar elogia Masdeu «la delicadeza de sus -epigramas y demás poesías cortas». Las tragedias de Lupercio Leonardo -Argensola le parecen que «tienen varios defectos notables, pero que -son mucho mejores que todas las demás tragedias del siglo décimosexto -de franceses, ingleses é italianos». Al mérito de Balbuena «no ha -correspondido la fama ni el concepto que suelen tener de él los mismos -españoles»; su poema épico el _Bernardo_ es «el mejor tal vez que se -haya hecho en lengua castellana». (Luego veremos que, decididamente, -el primero es _La Araucana_; y con esto está en lo cierto Masdeu.) -Las poesías de Boscán son «ingeniosas y elegantes y deben estimarse -mucho, porque sirvieron de modelo para los demás poetas castellanos -de aquel siglo». El poema _La Araucana_ «es algo falto de invención -en su principal argumento», pero es admirable en lo demás; «en la -estimación de los hombres ha merecido tener el primer lugar entre los -muchos poemas que tiene la lengua castellana». «El señor de Voltaire -hizo de él un juicio en que quiso distinguirse, según su costumbre, -por la extravagancia. Dice que el razonamiento de Colocolo á los -indios araucanos es _infinitamente mejor_ que el que hizo Néstor á los -capitanes griegos en la _Iliada_, de Homero; pero que en lo restante -de la obra de Ercilla _no hay otra cosa buena_. Son dos extremos -dignos igualmente de censura.» Góngora fué el que, por distinguirse, -introdujo en España «la corrupción de Italia». Enemigos de la nueva -manera fueron «Bartolomé Leonardo de Argensola, Francisco de Quevedo, -y aun Lope de Vega, á quien, sin embargo, algunos extranjeros, ó -por grosera ignorancia, ó por echar sus cabras al corral de otro, -atribuyen la introducción del mal gusto». Las poesías de fray Luis -«son muy estimadas por su llaneza, sublimidad, y, sobre todo, por la -lindura y propiedad del lenguaje». Hurtado de Mendoza «en medio de -sus grandes ocupaciones literarias y políticas y de su extraordinaria -fealdad de rostro, vivió muy dedicado á los amores, que le ocasionaron -muy graves disgustos, singularmente en Roma. Esta ardiente pasión -de Mendoza nos ha privado de la mayor y mejor parte de sus poesías, -las cuales hasta ahora no se han impreso por su sobrada indecencia». -Lope de Vega escribió copiosísimamente; á pesar de tal abundancia, -«sus poesías líricas y pastoriles son casi todas de buen gusto. -Sólo pudo pegársele en Nápoles un poco de la corrupción poética del -_seiscientos_, que era ya común y antigua en Italia». Donde claudicó -Lope fué en sus obras épicas y teatrales. «Fuera de muy pocas comedias -perfectas, todas las demás, aunque llenas de mil preciosidades (de -que han robado todas las naciones), son defectuosas.» Conocíalo el -mismo Lope: excusábase diciendo que lo hacía por agradar al público, -«y, sobre todo, á las mujeres, que son las árbitras del teatro». -(Tomen nota los autores dramáticos de hogaño.) «Los mayores poetas de -Europa han tenido la misma flaqueza. Molière, muchas veces, no tanto -atendió á las reglas cuanto al designio de Luis XIV de divertir al -pueblo. Shakespeare ha caído con frecuencia en excesos increíbles para -seguir el gusto de su nación. Metastasio ha hecho de propósito varios -monstruos deliciosísimos para dar gusto á las gentes. Es muy conforme -á la flaqueza humana el buscar el aplauso popular, aunque sea luchando -contra la propia razón.» - -En los fragmentos de Boscán que Masdeu copia en castellano, para -traducirlos, suprime, dejándolos en blanco, numerosos versos; de -esos versos sólo conserva la palabra final. Lo mismo hace con otros -fragmentos de Bembo, en que Boscán se ha inspirado y que nuestro autor -cita en nota. La razón que da Masdeu es que de estampar esos versos -suprimidos pudiera con ello «ofenderse la modestia». No nos parece que, -caso de haber ofensa, fuera precisamente la _modestia_ la ofendida. - -Menéndez y Pelayo, en el prólogo á su _Antología de poetas líricos -castellanos_, habla de algunas antologías análogas á esta de don Juan -Francisco Masdeu; pero no cita la de nuestro autor. Menciona Menéndez -y Pelayo las traducciones francesas de Maury y las italianas de Conti. -¿Por qué no tener un recuerdo para esta empresa simpática de Masdeu? -Hablando de Conti, escribe el erudito montañés: «Puso en lengua -toscana, con singular elegancia y armonía, muchas obras de Boscán, -Garcilaso, fray Luis de León, Herrera, los Argensola y otros poetas -clásicos nuestros». Por lo que respecta al arte de traductor de Conti, -pueden verse en la antología de Masdeu las notas dedicadas á poner de -relieve las infidelidades é inexactitudes de Conti en su traducción de -Garcilaso. - -Otro gran erudito se ha olvidado también del libro de Masdeu; -aludimos al querido maestro Foulché-Delbosc. El director de la -_Revue Hispanique_ no cita á Masdeu en su _Bibliografía de Góngora_. -No pretende Foulché-Delbosc «disimularse ni las lagunas ni las -imperfecciones» de su trabajo. El primer libro que se menciona en -dicha bibliografía es la traducción de _Las Lusiadas_, publicada en -1580 por Gómez de Tapia; figura en el volumen una poesía de Góngora; -tenía entonces el poeta cordobés diez y nueve años. Foulché-Delbosc -va citando luego, tanto todas las ediciones de Góngora como aquellos -libros en que figuran, por varios títulos, composiciones suyas. De -estos últimos son, por ejemplo, algunas biografías de Cervantes (la de -Pellicer, la de Navarrete); la _Agudeza y arte de ingenio_, de Gracián; -el primer número de _El Criticón_, de Gallardo (en que se transcriben -dos poesías del vate cordobés); la citada _Espagne poétique_, de -Maury... La mención de la antología de Masdeu (con dos canciones de -Góngora) era, como se ve, oportuna. Merece ser recordada esta colección -estimable formada por un hombre que sentía vivo amor á su país y que -procuraba estimar y juzgar las cosas de su país con cierto sentido de -reserva y de crítica, no reñido con el más acendrado patriotismo. - - - - -PIFERRER Y LOS CLÁSICOS - - -Pablo Piferrer vivió treinta años. Nació en 1818; murió en 1848. -Escribió el tomo de Mallorca que figura en la colección de _Recuerdos -y bellezas de España_; fué poeta. En la breve antología formada por -Menéndez y Pelayo, y que lleva el título de _Las cien mejores poesías -líricas de la lengua castellana_, figura un poemita de Piferrer; -ninguna de las poesías de esa colección más delicada, más fina, más -emocionadora que la del poeta catalán. Fué corta la vida de Piferrer; -seguramente hubiera llegado, de vivir más, á ser un gran artista. -Con lo que escribió merece desde luego un lugar distinguido en la -literatura española. En los manuales de historia literaria se menciona -ligeramente á Piferrer; más ancho espacio merece quien supo ser -delicado y original poeta y crítico agudo de los clásicos castellanos. - -La crítica de los escritores antiguos la hizo Piferrer en una colección -de trozos escogidos por él. Publicóse el libro en 1846 en Barcelona; -se estampó en la imprenta de Tomás Gorchs. Se titula la antología de -Piferrer: _Clásicos españoles: colección de trozos de nuestros autores -antiguos y modernos que pueden servir de muestra para la lectura y el -análisis en el curso de retórica_. Menéndez y Pelayo, en su semblanza -de Milá y Fontanals, dice hablando de Piferrer que «fué un maestro de -la lengua y de la crítica en su libro _Clásicos españoles_». Nuestro -autor recoge en su libro fragmentos de diez autores; son éstos: Hurtado -de Mendoza, Granada, León, Mariana, Cervantes, Jovellanos, Capmany, -Moratín, Quintana y Martínez de la Rosa. Al final de muchos de los -trozos citados, Piferrer hace unas breves observaciones de carácter -crítico y psicológico. Amaba apasionadamente los clásicos nuestro -autor; estudiaba--y escribía--escrupulosamente el idioma castellano. - -«La experiencia de una larga enseñanza» dice él en la advertencia -preliminar de su libro que le ha hecho ver la necesidad de hacer -practicar los clásicos á los jóvenes estudiantes. Sólo estudiando -prácticamente los autores antiguos podrá conocerse y «aprenderse» su -secreto; es el secreto de los clásicos «cierta trabazón ingeniosa y -espontánea de los miembros, una plenitud en el número y una redondez -en la proporción de su forma general, que ha venido á ser peculiar de -España y distintivo de las mejores épocas de nuestra literatura». Por -esta manifestación, y por la orientación toda de la obra de nuestro -autor, se ve que Piferrer era entusiasta del castellano elegante, -levantado, elocuente. Más abajo veremos cómo su crítica, al llegar al -estilo de Santa Teresa, se muestra reservada y formula censuras en que -se descubren las preferencias íntimas del colector. - -Los _Clásicos españoles_ llevan al frente una extensa noticia -histórica. No otra cosa es esta introducción que una sucinta historia -de la literatura española. En siete épocas divide Piferrer la historia -literaria de España. La primera comprende desde el siglo X á principios -del XIII. La segunda, desde el siglo XIII á principios del XV. La -tercera, desde el XV hasta el XVI. La cuarta abarca el reinado de -Carlos I, ó sea desde el principio del siglo XVI hasta el año 1556. La -quinta comprende desde el último tercio del siglo XVI hasta el año de -1620, esto es, los reinados de Felipe II y de Felipe III. La sexta, -desde el segundo tercio del siglo XVII hasta más de la mitad del XVIII, -ó sea los reinados de Felipe IV y Carlos II, Felipe V y Fernando VI. La -séptima, desde el reinado de Carlos III--1759--hasta nuestros días. La -primera época está caracterizada por el _Poema del Cid_. En la segunda -figuran Gonzalo de Berceo, Juan Lorenzo Segura, López de Ayala. En la -tercera, el arcipreste Martínez de Toledo, Juan de Mena, el Tostado, -Santillana, Diego de Valera, Alfonso de la Torre. En la cuarta, Pérez -de Oliva, Guevara, Villalobos, Juan de Ávila, Morales, Gil Polo. En -la quinta, Hurtado de Mendoza, fray Luis de Granada, Santa Teresa -de Jesús, San Juan de la Cruz, Mateo Alemán, Mariana, Lope de Vega, -Cervantes. En la sexta, Quevedo, Gracián, Saavedra Fajardo, Solís, -Melo, Moncada, En la séptima, Feijóo, Isla, Jovellanos, Moratín, Larra. - -No hemos citado todos los autores que examina nuestro autor. La crítica -de Piferrer es perspicaz, aguda; de cuando en cuando encontramos rasgos -de verdadera originalidad. En la cuarta época, la lengua castellana -osténtase «ya formada, con índole peculiar suya, copiosa en modos -de decir vivos y rápidos, suelta en giros». Dos hechos capitales -contribuyeron al engrandecimiento del idioma: el estudio de la -antigüedad clásica y la influencia de Italia. «Mas uno y otro vinieron -á punto de ser en vano y en parte dañosos, así por el exclusivismo -escolástico á favor de la lengua latina, el cual llegó á lo sumo, -como por el sesgo muelle é imitador por donde echó nuestra literatura -durante una temporada.» Apuntaremos algunas de las observaciones de -Piferrer al hablar de los principales clásicos. Con los escritos de -fray Luis de Granada «comenzó la España á leer repartido el pensamiento -en aquella serie de cláusulas llenas, sonoras y rotundas, y ciertamente -de entonces ha de datar la elegancia de este arte». «El carácter -dominante del maestro Granada es la declamación.» (Más adelante, en -el examen de la época sexta, habla Piferrer también de «los tonos -retóricos y en demasía declamatorios del maestro Granada».) Á veces -Granada--debido á su «extremada facilidad»--adolece de «prolijidad, -uniformidad y languidez». «Pocas veces deja de emplearse en las obras -de Granada el tono oratorio.» Santa Teresa de Jesús «es una excepción -entre los escritores que forman la escuela de Granada». No puede -señalarse la prosa de Santa Teresa como un modelo de estilo. Hay en -ella calor y vehemencia; pero de la misma facilidad y espontaneidad -con que Santa Teresa escribe «dimanan incorrecciones, repeticiones -frecuentes, algún desorden y el romper de repente el hilo de la -oración, como también alguna llaneza demasiada». La historia de Mariana -«no será nunca citada como historia filosófica»; será, sí, tenida «como -una obra clásica de estilo». - -Aun siendo brillante y fácil la versificación de Lope, «la literatura -hubiera reportado no escaso provecho de que se hubiese valido para -algunas comedias de aquella prosa tan corriente y llena de firmeza -y gallardía de su obra dramática _La Dorotea_». Cervantes pintó por -primera vez «con toques graduados y exactos». Lo cotidiano y lo excelso -se expresa en su obra; «y el todo se enlazaba con una armonía general, -en que estaban muy en su punto las poblaciones, el verdor de los -árboles, la soledad de los barrancos, las corrientes deleitosas, el -espacio henchido de luz y de aire». Cervantes posee «sentimiento»; por -el sentimiento llega á la «esencia de las cosas». «Por esto hieren con -tanta fuerza la imaginación todas sus pinturas de la Naturaleza». «No -á otra cosa, sin duda, hay que atribuir su colorido del paisaje, tan -fresco, tan luminoso y tan inundado de aire y de vida.» (Admirables -son, en efecto, de una maravillosa--é indefinible--sugestividad, los -breves, etéreos apuntes de paisaje que de cuando en cuando aparecen -en las páginas del _Quijote_.) Quevedo no tiene «la ironía fina y -apacible» de Cervantes. «Como quiera que sea--dice el autor después -de elogiar á Quevedo--, la profundidad de su juicio, su conocimiento -del corazón humano, su espíritu de observación, no pudieron hacerle -superior á su época.» Jovellanos «sintió como pocos la verdadera -belleza»; «anticipándose á los tiempos futuros, adivinó en fuerza de -ese sentimiento estético los principios que ahora han cambiado la -faz de la literatura y del arte». «Ni tan sólo los adivinó, sino que -su mirada penetró en las más de las particularidades y en la misma -nomenclatura, hasta el punto de legar á la posteridad, claras y fijas, -las ideas fundamentales y parte de los procedimientos de la escuela -moderna.» - -«Así como en Martínez de la Rosa y en Quintana remata la serie de -escritores que restauraron la literatura, don Mariano José de Larra -encabeza otra mucho más fecunda, y en cierto modo representa la época -nueva que va discurriendo.» (Note el lector lo de _mucho más fecunda_.) -La frase de Larra es la que hoy cuadra á las plumas españolas. «¿Y -no marcan también otro período aquella aparente desigualdad, aquella -viveza, aquel desasosiego que tanto lo desasemejan, no sólo del sesgo -majestuoso de nuestros clásicos, sino aun de la sátira de Quevedo?» -(Excelente visión crítica; atinadísima. No olvide el lector que estamos -en 1846.) Los artículos literarios, políticos y de costumbres de Larra, -«sin disputa, han sido lo más profundo que durante los primeros años de -este turbulento período llenó las páginas de los diarios». - -Sirva lo antedicho como ejemplo--ligerísimo--de la manera que tenía -Piferrer de ver los clásicos. Aquí se nos descubre el crítico. Cuando -releemos su _Canción de la primavera_ se nos aparece el poeta; el poeta -que en sus versos sutiles y etéreos nos da una penetrante sensación del -tiempo y de las cosas que--inexorablemente--se lleva el tiempo. Pablo -Piferrer murió á los treinta años. En sus retratos le vemos con una faz -ovalada, un bigote caído y una barba encrespada y primeriza; lleva un -anchuroso, abierto y doblado cuello blanco, como los que nos muestran -en sus efigies Byron y Shelley. - - - - -JUAN R. JIMÉNEZ - - -Juan R. Jiménez--el delicado poeta lírico--apareció en la literatura -algo después que la generación de 1898. Pertenece á la generación que -sigue á ésta. No está trazada aún la historia de la poesía lírica en el -siglo XIX (ni en los otros siglos); desconocemos casi en absoluto el -movimiento romántico; sabemos mucho menos--aunque está más cerca--del -período de 1850 á 1870. Pero se puede decir que si el período romántico -fué fecundo para la lírica, en cambio, el lapso de tiempo comprendido -entre las fechas citadas lo fué calamitoso en extremo. La poesía, en -ese período, registra los nombres de García Tassara, López García, -Carolina Coronado, la Avellaneda... Vivía Zorrilla y publicaba -profusamente versos, sí; pero aparte de que, á nuestro entender, lo -mejor de Zorrilla son sus primitivas colecciones, el poeta castellano -es para nosotros, más que un puro lírico, un poeta subjetivo, _íntimo_, -un orador en verso, un espléndido declamador, un admirable fabricante -de retórica. Los nombres estampados más arriba no dicen, en realidad, -nada. ¿Quién podrá leer hoy la _Oda al sol_ ó cualquier otra poesía de -Tassara? Pues con Bernardo López García pasa como con esos discursos de -reuniones populares, dichos enfática y caliginosamente: los aplaudimos -sin escucharlos, por el tono de la voz, por el gesto del orador; y -luego, á medida que pasa el tiempo, queda entre los recuerdos aquella -soflama como una obra de elocuencia abrumadora. - -De 1870 á 1890 la poesía cuenta en España con Campoamor, Núñez de Arce, -Bécquer, Ventura Ruiz Aguilera, Rosalía de Castro. No son puramente -líricos tampoco, entre estos poetas, más que Bécquer y Rosalía; algo -tiene también Ruiz Aguilera; mas no puede ser puesto en la misma -línea del poeta gallego y del sevillano. De Ferrari, Velarde, Balart, -no hablemos. En torno del libro _Dolores_, del último, se formó, -cuando apareció--en 1894--,un ambiente entusiasta de admiración; -dos largos artículos henchidos de elogios le dedicó _Clarín_. Hoy -no comprendemos la admiración de 1894 por esas mediocres, vulgares -poesías de Balart. La novela absorbe lo más principal de la energía -literaria en el período indicado; el movimiento positivista--tendencia -puramente crítica--prepara el advenimiento de una nueva literatura. El -acercamiento á la realidad que supone la novela de Galdós ha de ser -indispensable para que florezca una lírica flamante, espléndida. No -puede darse la lírica sin una base sólida, fuerte, de realidad. Lo que -aparece menos real en la literatura, más caprichoso, más arbitrario, -necesita un constante alimento de realidad, de vida cotidiana, de -sensaciones vividas, de detalles auténticos. - -La tendencia realista que se manifiesta en España de 1895 á 1900 había -de producir una renovación en la poesía. Se comenzó entonces á amar el -paisaje; se viajó por las campiñas; se estudió los viejos pueblos; se -gustaba de penetrar en las viviendas humildes y de observar la vida -menuda, prosaica, cotidiana. Y todo esto--unido á otras influencias de -orden literario--determinó un ambiente especial, algo como un hálito de -las cosas, como un reflejo antes no visto de la vida, que fué lo que la -poesía lírica recogió en sus versos. Sería preciso hacer en un estudio -detenido un examen de la influencia de Rubén Darío en la poesía moderna -española. Desde Rubén, la poesía sigue una marcha distinta de antes; -no olvidemos lo que acabamos de decir respecto al factor capital de la -dicha renovación; no olvidemos tampoco que antes que Rubén, en 1884, -Rosalía de Castro había sido la precursora de la revolución poética -realizada en la métrica y en la ideología. - -Rubén Darío y su grupo llevan á cabo la obra iniciada años atrás -por Rosalía de Castro. La ideología poética sufre una considerable -transformación. Hecho capital en la nueva ideología es el siguiente: -antes las imágenes, la representación de la realidad, eran de una -coherencia aparente, superficial; un poeta que hubiera pintado en -sus versos los rasgos capitales, pero ocultos, íntimos, de una -cosa, hubiese pasado por un extravagante; su poesía no hubiera sido -comprendida; nadie hubiera podido comprender que aquella incoherencia -aparente del poeta llevaba en sí, en lo hondo, una coherencia, una -concordia de las características, una armonía de los rasgos de las -cosas, de un valor superior, estéticamente--y psicológicamente--, á -la aparente, brillante, sonora coherencia de antaño. (Un paréntesis: -sin embargo, Góngora, en muchos de sus misteriosos sonetos nos ofrece -ejemplos de esa nueva ideología, y es ahora cuando comenzamos á -comprender y á gustar plenamente esas poesías.) - -Entre todos los poetas nuevos, quizá ninguno represente más agudamente -esta modalidad psicológica que Juan R. Jiménez. Ha realizado ya nuestro -poeta una extensa labor; silenciosamente, año tras año, Juan R. Jiménez -viene publicando sus volúmenes de versos. Á más de veinte ascienden los -libros de versos de Jiménez; algunos lleva publicados también en prosa; -libros en que expone sus doctrinas estéticas ó comenta sentimentalmente -la vida. El último libro de nuestro poeta se titula _Melancolía_. Se -compone todo él de breves poesías de doce versos. Pudiera creerse que -libro así ha de adolecer de monotonía; pero no hay tal; la gama visual -y emotiva del poeta es tan grande, que el lector va de una en otra -página emocionado y hechizado. De las diversas partes que componen el -libro preferimos la titulada _En tren_. Juan R. Jiménez en sucintos -cuadros nos va pintando el paisaje--real é ideal--de diversos pueblos -y campiñas. - -En estas páginas es donde se ve patentemente el procedimiento y la -ideología de la nueva lírica. Veámoslo. Subamos al tren con el poeta. -¿En qué tren? ¿Dónde? ¿Para ir á qué parte? Nada de esto sabemos. (Y ya -todo esto hubiera parecido absurdo á un poeta de 1870.) El poeta está -en el tren; junto á él se halla una mujer bella, espumeante de batistas -blancas. Una escena de amor, de pasión... «Pasa el colorismo de oro -de los pueblos.» Se ven torres con azulejos en cielos de esmalte. Las -calles se abren hacia el tren; en ellas, mujeres con un cántaro en la -cadera saludan... Se perciben sones metálicos de campanas que suenan -unas vísperas; anhelos pasajeros quedan atrás en «villas momentáneas»; -la brisa de la tarde orea las mejillas. La dama se recoge el cabello; -«en sus ojos floridos las praderas pasaban». - -Otra poesía. Un paredón romano, recio, de la ciudad antigua, se recorta -sobre el ocaso; una lejana luz se refleja alargada en el río que se -desliza entre alcores. De una pradera, en que surte una fuente blanca, -llega un vago olor. Tintinea una esquila. Aparece la visión de una -moza de cántaro, «ya esfumada en la noche». Y el poeta--fíjese el -lector--termina: Parece que mi corazón remueve estampas de otros días, -estampas de una Edad Media de colores abigarrados; y parece que pasan -sobre el cielo sangriento del ocaso bosques de lanzas negras y morados -pendones. (La íntima coherencia de que hemos hablado se nos aparece -aquí bien clara. Ciudad vetusta con sus obras romanas--entrevista -al pasar en el tren--, una moza al pie de un torreón--enlace con el -recuerdo histórico--, escenas de guerra y de leyendas que este secular -castillo evoca. No necesitamos más para comprender, para sentir. Todo -eso un poeta de hace treinta años hubiera necesitado para decirlo cien -versos. Ahora á nuestro poeta le han bastado doce). - -Un ejemplo más, para terminar. Una grata frescura; el tren para. -«Azoteas, campanas melancólicas, miradores con sol.» Ocaso luminoso, -vibrante. Se columbra un olivar de plata á lo lejos; aquí las rosas -asoman entre las adelfas blancas; en el cristal del río se copia -vagamente el paisaje. La arena del andén está regada. Huele á -aguardiente. Suenan cristales. Los postreros rayos del sol se reflejan -en un balcón con rosas. «Mujeres de otras partes» nos hacen soñar un -momento contemplando la melancolía de sus ojos, sus bocas encendidas. -Por un camino se aleja, con son de cascabeles, un coche azul y rojo. Se -enciende el crepúsculo. Toca una campana; una corneta suena. El tren -parte. «Unos ojos grandes se vienen en la sombra»... - -No podrá darse una más sugeridora idealidad basada en una más -escrupulosa y menudamente observada realidad. El acercamiento á la -vida real es--lo repetiremos--lo que ha determinado el espléndido -renacimiento de nuestra lírica y ha hecho posible un poeta tan delicado -y sutil como Juan R. Jiménez. - - - - -LAS IDEAS ANTIDUELISTAS - - -Es interesante en grado sumo seguir á través del tiempo el incremento -de una corriente de opinión civilizadora. Ideas bienhechoras, síntomas -de civilización son, por ejemplo, los referentes al mejoramiento de -las condiciones del trabajo, al feminismo, al antialcoholismo, á la -cruzada contra el duelo, á la impugnación de las corridas de toros -(esta repugnante barbarie ahora tan en alza, gracias á los periódicos). -Desde que la idea nace, confusa y difusa, hasta que adquiere expansión -y robustez en una parte de la sociedad--por esto mismo _la mejor_--, -el camino es largo y las fuerzas y tentativas suelen ser múltiples. -Los libros que de la evolución de estas ideas hablan son instructivos; -ellos nos enseñan, palmariamente, la marcha de la humanidad; marcha -ondulante, claudicante, pero segura, hacia un fin. (Y perdonen los -adversarios del _finalismo_ en sociología. Si no fuéramos, en esta -materia, finalistas, ¿qué sería de nosotros? ¿Dónde estaría nuestra fe, -y con nuestra fe nuestro consuelo, nuestro gran consuelo?) - -Entre todas las ideas más arriba citadas fijémonos en la -antiduelista. Hagamos algunas indicaciones históricas. Contribuyamos -así--modestamente-- á la noble obra del barón de Albi. Lo que -expongamos no serán mas que datos sueltos que pueden ser aprovechados -para un estudio. En 1773 escribió Jovellanos su _Delincuente honrado_; -estrenóse este drama al año siguiente, en Aranjuez. El _Delincuente -honrado_, de Jovellanos, tiene como nudo de su fábula un desafío. Se -bate un personaje y mata á su contrario; queda en el misterio quién es -la persona que se ha batido con el personaje muerto. El matador sigue -haciendo su vida junto á la familia del difunto (era antes amigo de -ella). Hay más: se casa con la viuda de su amigo, de quien él estaba -enamorado. Ni ella ni su padre saben que este individuo es el matador -del esposo é hijo respectivamente. Andando el tiempo se descubre el -misterio; una terrible pena va á caer sobre el duelista; mas se ponen -en juego poderosas influencias y el rey le indulta... Tal es el drama; -luego examinaremos su doctrina. (Doctrina totalmente opuesta á lo que -Jovellanos quería demostrar.) - -La idea lanzada por Jovellanos va haciendo camino. En 1795 se publica -un librito titulado _El honor militar: causas de su origen, progresos -y decadencia_. Su autor es don Clemente Peñalosa y Zúñiga. Se imprimió -el volumen («con orden real») en la imprenta de Benito Cano. Es -elegante la impresión. Según la moda de últimos del siglo XVIII, moda -francesa, premonición del romanticismo, el autor finge que varios -personajes se cartean; la correspondencia de dichos corresponsales -es lo que constituye el libro. En esta obrita--dedicada á exaltar un -heroísmo reflexivo, sereno--existe un capítulo dedicado al duelo. -Contra el duelo se declara terminantemente uno de los carteantes, el -principal, el que encarna el verdadero espíritu del autor. Contra el -duelo se declara aun entre militares; diremos más: con mayor razón -entre militares que entre paisanos. Las armas--dice Peñalosa--no pueden -dar ni quitar valor á las palabras; las armas no pueden hacer que una -imputación falsa sea verdadera. «¡Qué! Los discursos y palabras de -un calumniador, ¿pueden erigirse en verdades inocentes con la punta -del acero? De ese modo el vicio, la mentira, el honor ó la infamia -estarían sujetas á la suerte de un desafío, y una sala de armas sería -el santuario más augusto de la justicia.» Así escribe nuestro autor. -Hay que despreciar la opinión de las gentes incultas ó malvadas--añade -Peñalosa--; no procedamos en nuestras decisiones sino con arreglo -á nuestra conciencia; con arreglo á la honradez, á la virtud, á la -inteligencia. - -Uno de los personajes de este librito le reprocha á otro (militar) de -haberse batido (con otro militar). En ejemplos ilustres de la antigua -Roma apoya su argumentación; incontestable nos parece su dialéctica, -fuerte y sutil. Además--añade--, ¿quién hubiera murmurado de tí si no -te hubieras batido? «Tus generales, ¿no saben que tienes valor? ¿No -has mostrado corazón en diez y seis acciones que has sufrido en siete -meses?» «Pues si eres valiente con los enemigos de la patria, importa -poco que seas cobarde con un hablador.» (Objeción: ¿y cuando el militar -no ha tenido ocasión de estar en campaña? No se podrá utilizar entonces -este argumento, aunque desde luego--claro es--se le suponga valeroso. -El resto de la dialéctica del autor nos parece más convincente.) - -En 1806 aparece otro librito dedicado todo á combatir los desafíos. -Lleva por título: _Impugnación físico moral á los desafíos dedicada á -la memoria de Miguel de Cervantes._ (En una nota puesta en el cuerpo -del volumen, en la página 81, se nos dice que Cervantes combatió el -duelo.) El autor de este libro se esconde bajo el seudónimo de Lúnar -y hace seguir su pseudónimo de las siguientes misteriosas iniciales: -H. M. S. S. F. N. M. P. Sumamente interesante es esta _Impugnación_; -lo más completo y circunstanciado que hemos leído sobre la materia se -nos antoja. Los razonamientos del tal _Lúnar_ son de varias clases: -físicos, psicológicos, morales, fisiológicos. También el volumen está -compuesto de una serie de cartas que cambian dos personajes. ¿Cómo -pudieron los autores de hace ciento ó ciento cincuenta años exponer sus -ideas sin este artificio de las cartas sentimentales, lacrimatorias y -románticas, románticas antes del romanticismo? «¡Oh débil opinión del -hombre!--exclama uno de los corresponsales--. En su errado concepto, -Pepe, es un infame el infeliz que arrebató un pan, instigado del -hambre y obedeciendo al terrible mandato de la Naturaleza, y colma -de alabanzas al homicida que con ocultas insidias quitó un padre á su -familia ó un ciudadano á la patria.» «¡Cuánto asesinato con la máscara -del duelo!»--exclama más adelante. - -Lo verdaderamente notable en nuestro autor es la demostración -minuciosa--y científica, digámoslo así--que hace de que en los duelos -no puede haber igualdad de condiciones entre los combatientes. -_Desigualdad espiritual_: no hay igualdad entre los combatientes porque -no la hay entre sus ánimos, sus espíritus. Un ciudadano honrado, -virtuoso, no puede ir al duelo con la impavidez con que va un pillete, -ni conducirse en él con la misma serenidad. Al uno no le importa nada -de nada; al otro le sobrecoge su responsabilidad, le impone su idea -del deber, las consecuencias del acto--si fueren desgraciadas--para -los suyos, para su familia. Consecuencia: la lucha es desigual; por -lo tanto, inicua, criminal. Las páginas en que _Lúnar_ hace esta -exposición de doctrina son interesantísimas; no podemos dar sino un -extracto. (Entre paréntesis: más tarde, allá por 1843, publica José -Somoza su _Carta sobre el desafío_, y en ella dice que en los casos -en que un ciudadano honrado y pobre, padre de familia, se bate con un -rico--ésta es otra desigualdad--no debiera celebrarse el duelo sin -antes asegurar, por medio de contrato, una renta ó indemnización el -combatiente rico á la familia del pobre, en el caso de que éste muera ó -quede inutilizado. Admirablemente dicho. Contundente lógica.) - -_Desigualdad en las armas_: no puede haber nunca igualdad en las -armas--prosigue _Lúnar_. Tal pretensa igualdad es una ilusión. Por -muy idénticas que sean las espadas, siempre habrá una ligerísima -desigualdad entre ellas, un detalle de fabricación casi imperceptible -que hará que en un momento dado, en un instante supremo, exista una -diferencia á favor ó en contra de uno de los combatientes. Lo mismo -que de las espadas se puede decir de las pistolas. Nada más falso que -la mayor igualdad que se atribuye á esta arma. _Lúnar_ se nos muestra -en esta parte de su libro como un conocedor técnico, profundo, de las -armas de combate. La misma composición química de la pólvora, por -ejemplo, puede ser motivo de desigualdad; motivo de desigualdad también -la frotación, no idéntica (y ¿cómo podría serlo?) de la bala con el -cañón. No podemos extractar esta sección del volumen de _Lúnar_: sería -necesario citarlo por entero. - -Y ahora, después de dejar probada la desigualdad en las condiciones del -duelo, el argumento supremo: aunque, por un milagro, se llegara á la -absoluta y perfecta paridad, ¿cómo el cambio de unas balas, el cruzarse -de dos espadas pudiera tener la eficacia de alterar los hechos? La -verdad será verdad antes del duelo y lo será después; la mentira lo era -antes y lo será después. Escribe _Lúnar_: «El que mintió, el que infamó -al prójimo, el que usurpó, es tan falsario, detractor y usurpador antes -del desafío como después de verificarlo para libertarse de alguna de -estas notas». «Un millar de combates que sostenga por ello--agrega--no -le añadirán una minutísima parte de razón; ni cuanta sangre derrame -ajena y propia lavará la mancha de su delito; porque no hay fuerzas en -lo humano para que no haya existido lo que una vez fué.» - -Digamos ahora dos palabras del _Delincuente honrado_. En realidad, -bien mirada la cosa, en el drama de Jovellanos no se combate el duelo, -pero la obra puede haber influído en la formación de la corriente -contra el duelo. Ha influído, seguramente. Las obras literarias suelen -tener una eficacia distinta de la que imagina el autor. No son, en -la generalidad de los casos, lo que el autor dice que son. Aparte -de esto, la posteridad, las generaciones y generaciones suelen ir -formando _la verdadera obra_; una obra que, siendo igual, es distinta -de como salió de la pluma del autor. Y aparte de esto--tercer aspecto -de la cuestión--, muchas veces un matiz secundario de la obra aventaja -formidablemente en eficacia y significación á la esencia, al fundamento -de ella. Y así se forma el _mito popular_ de la obra de arte. La -ironía, sobre todo, sufre hondas alteraciones en literatura; se asemeja -en esto á los colores de los cuadros. La ironía suele convertirse en -sentir recto y serio, y aun en lo patético. Á tan corta distancia de -nosotros--relativamente--Homais, el de _Madame Bobary_, por ejemplo, ya -es distinto de como lo concibió Flaubert. - -En el _Delincuente honrado_ no se condena el duelo en absoluto; lo -que se hace es justificarlo sólo cuando existe una ofensa grave que, -en virtud de las leyes del honor, obliga al desafío. No es lícito -el duelo en general; sí lo es cuando hay motivo grave para ello, -cuando hemos de dejar á salvo nuestro honor. Este es el pensamiento -de Jovellanos. Pero en el drama hay un personaje que representa -ideas reaccionarias y que es quien, á más de tener razón, encarna -el verdadero espíritu progresivo. Este personaje--don Simón de -Escobedo--opina y sostiene que tan culpable es el retado como el -retador; tanto el que recibe la injuria como quien la infiere. Ante -la ley todos deben ser iguales. Posición de Jovellanos: «Yo quiero -evitar por medio del duelo la manera brutal, irregular, feroz de -dirimir ó lavar una ofensa». Posición del personaje reaccionario -del drama: «Yo quiero que todas las ofensas, disensiones, injurias, -etc., se lleven ante los tribunales. Si se va al duelo, castíguese -por igual á los dos contendientes». La segunda posición (contra el -designio del autor) es más progresiva que la primera. Añadamos, para -terminar, un dato importantísimo: este paladín del honor, en el drama -de Jovellanos; este hombre tan celoso de su inmarcesibilidad; este -prototipo de caballerosidad que el autor nos ofrece como modelo, no -ha tenido inconveniente en casarse con la viuda del hombre á quien ha -muerto, ocultándole á ella y á su padre--que le creen inocente--su -acción. Él mismo lo reconoce así en un monólogo (escena VI, acto I), y -dirigiéndose á su mujer, ausente de la escena: «... Te he conseguido -por medio de un engaño». Pero ¿y el honor? - - - - -EL TEATRO Y LA NOVELA - - -Hace algún tiempo publicamos un artículo hablando del teatro clásico -y de la novela picaresca. Desagradó aquel trabajo; encontráronlo -inconveniente los apasionados á ultranza de una tradición literaria -cerrada, dogmática. Deseamos ahora ampliar--ratificándolos--algunos -puntos de vista entonces, en la ocasión aludida, expuestos. Parece que -no se puede hablar de los clásicos con espíritu libre; es prueba tal -intransigencia de incultura. ¿Basta que sobre un autor haya pasado el -tiempo--dos, tres, cuatro siglos--para que sea considerado intangible? -Hoy podemos hablar cuanto nos plazca de un escritor contemporáneo -nuestro; podemos decir: «No me gusta Echegaray, no me gusta Alarcón, -no me gusta Núñez de Arce». Pero no podemos decir: «Me desagrada -Calderón, me desagrada Quevedo; me desagrada Solís». Si lo decimos, -la indignación de los austeros varones que parecen tener en depósito -la tradición; la indignación, el sarcasmo y la burla de estos señores -serán con nosotros. Sin embargo, ¿por qué no admitir en esta materia -el espíritu de tolerancia, de diversidad de gustos que reina en otras? -¿Por qué si podemos decir que no nos gusta más un paisaje andaluz que -uno vasco--ó al revés--, no podremos afirmar que el teatro clásico no -nos place nada y en cambio nos encanta el moderno? ¿Por qué no diremos -que no nos interesa en lo más mínimo un drama de Calderón, y en cambio -nos apasiona una tragedia de Ibsen ó de D’Annunzio? - -Existen muchas hipocresías, muchas _mentiras convencionales_ respecto -á la literatura clásica; el teatro, como género más plástico y -de relieve, ha formado en su torno mayores y más indestructibles -prejuicios. Nada más deleznable que nuestra clásica dramaturgia; -cuando se representa por acaso alguna obra (después de podada y -aliñada) fingimos experimentar un vivo placer estético. En realidad, no -experimentamos nada; si fuéramos sinceros, lo diríamos á voces. Si esa -obra se representa bien, las decoraciones, los trajes, los adminículos -escénicos nos interesarán un poco; tal vez el arcaísmo del lenguaje -nos atraiga también. Pero eso es sólo un momento y para un día; y eso -es todo ello completamente ajeno al puro placer estético. ¿Cuántos -espectadores tolerarían una serie--seis ú ocho--de representaciones -clásicas? Haced otra prueba: coged una comedia clásica, modernizad el -lenguaje y haced que los personajes vistan como nosotros, es decir, -conservando la esencia de la obra; cambiadla hasta que desaparezca -todo el arcaísmo de su forma. ¿Quién resistiría la representación de -una obra tal? Sin embargo, salvo lo de los trajes, eso es, en fin de -cuentas, lo que se hace con una obra de Shakespeare, que traducida -del inglés á cualquiera otra lengua vemos representada en el lenguaje -moderno. No sabemos cuántas representaciones de Lope ó de Calderón -podrían darse en francés ó en inglés; no sabemos las que se han dado -recientemente, ni en qué teatro, de _La estrella de Sevilla_, de Lope, -traducida al francés por Camille La Senne... - -En las cátedras, academias y en los manuales de literatura se -repiten respecto del teatro y de la novela picaresca dos ó tres -tópicos fundamentales. Uno de ellos consiste en considerar el teatro -clásico como un espejo de virtudes, como el reflejo de las grandes -cualidades del pueblo castellano, como la escuela del honor, en suma. -Nada más inconmovible que ese error. Nada más tremendamente falso -que ese juicio. El teatro--lo mismo que la novela picaresca--abunda -profusamente en desafueros, tropelías, vilezas é inmoralidades de -todo género. Basta examinar de cerca una colección de comedias para -convencerse de ello. ¿De qué manera ha podido nacer este falso concepto -respecto á la dramaturgia clásica? ¿Cuándo ha comenzado á tomar cuerpo -esta absurda idea? Sospechamos que desde el movimiento romántico -arranca tal falsa visión; entonces, en los años en que se trataba de -hacer resurgir un pasado--más ó menos convencional--, surgió, se fué -formando, fué cristalizando la idea del teatro clásico espejo del -honor. Revistió en España el romanticismo caracteres particulares; no -revistió caracteres hondamente realistas, como en Francia (en oposición -á la _idealización clásica_); tendencia fantaseadora más que realista, -enamorada más de un pasado legendario que de una realidad viva, -mezclada de cómico y de trágico, el romanticismo español había de mirar -forzosamente el teatro clásico en sus apariencias y no en su íntima, -profunda verdad. De entonces arranca el prejuicio, hoy tan arraigado en -los medios universitarios y académicos. - -Pero no han faltado en España críticos que hayan señalado el verdadero -carácter de la dramaturgia clásica; ya en 1737 lo hacía Luzán en su -_Poética_; casi un siglo más tarde, en 1820, lo hacía también Marchena -en el prólogo de sus _Lecciones de filosofía moral_. Algunas veces -hemos tenido nosotros curiosidad en ir registrando, á lo largo de -nuestras lecturas de los dramaturgos, las tropelías y desafueros -cometidos por los personajes de las comedias antiguas. No es raro en -ellas, por ejemplo, que un galán deshonre á su dama y la abandone -luego; tampoco que la apalee, dejándola sola en el campo, una vez -logrado su propósito. La mentira, el enlabio y las trapacerías son -cosas frecuentísimas entre aquellos gentiles hidalgos. - -No hay nadie que no encubra una incorrección bajo las más floridas y -retumbantes palabras. El caso que hemos citado de una dama apaleada y -abandonada en las soledades de la campiña pertenece--si no recordamos -mal--á _La romera de Santiago_, de Vélez de Guevara. Hablando de -_El príncipe perfecto_ (nada menos que _perfecto_), de Lope, dice -Luzán: «No me parece que se pueda imaginar idea de príncipe más baja -ni más indigna de la que allí se propone en la persona del príncipe -don Juan». Hablando luego de _Las travesuras de Pantoja_ y de _En el -mayor imposible nadie pierda la esperanza_, las dos de Moreto, escribe -también Luzán: «Son una escuela de crueldad, de venganza y de falso -valor». Y el mismo juicio severo expone el crítico sobre otras muchas. -Merece ser leída detenidamente esa parte de la _Poética_, de Luzán. - -Más tarde, en 1820, Marchena abunda en las mismas ideas. Ejemplos -interesantes de comedias inmorales cita también. «Adolecen casi todos -nuestros poetas dramáticos--escribe--del defecto capital de no retratar -nunca un carácter verdaderamente virtuoso.» «Si miramos como escuela -de moral la escena--dice más adelante--, apenas se hallará otra que -más influya para estragar un pueblo que la española.» Exacto es ese -juicio. Y no hablemos del concepto fundamental del honor expuesto -por aquellos dramaturgos; concepto fundado en una desapoderada -ansia de derramamiento de sangre. Todo esto en cuanto á la ética; -si examináramos ahora la estética y la técnica, veríamos también -que ese teatro no puede decirnos nada (salvo alguna excepción) á -cuantos deseamos una dramaturgia fundada en la observación y en la -verdad. Nuestra antigua dramática reposa toda en la casualidad, en la -inverosimilitud; pedimos ahora lógica, _necesidad_, idealidad que se -apoye en una base de sólido realismo. - -La misma falta de verosimilitud y de lógica, en la novela picaresca. -El pretendido realismo de la novela picaresca no es mas que una -deformación de la realidad. Realismo es reflejo exacto, escrupuloso, -sincero de la realidad, no reflejo caricaturizado, hiperbolizado, -deformado. Repásese cualquier novela picaresca y se encontrarán en -ella frecuentemente lances inverosímiles, absurdos. Inverosímil en -_El Lazarillo_, por ejemplo, el episodio de la llave que el mozuelo -guardaba en la boca mientras dormía (en la aventura de Maqueda); -inverosímil, el lance del jarrillo de vino con un agujerito tapado con -cera. Inverosímil casi todo _El Celoso Extremeño_, de Cervantes (es -decir, si no en lo fundamental, que puede ser histórico, en su trama). -Inverosímiles, monstruosamente inverosímiles, casi todos los incidentes -de _El Gran Tacaño_, de Quevedo. - -¿Qué pensar de una sociedad que no supo ver la realidad, como -la sociedad española del siglo XVIII; que no se colocó nunca, -literariamente, nunca ó pocas veces, por excepción, en un terreno -de observación sincera, escrupulosa, de amor cordial y humano á la -realidad, á la vida? Hay excepciones, sí; pero ¿no es ésta, la marcada, -la norma psicológica, ideológica, general? Y ahora, para terminar, -añadamos que, al hacer la crítica del teatro citando textos de Luzán, -no nos colocamos en el punto de vista de los estéticos afrancesados -del siglo XVII; compartimos con ellos la crítica, pero divergimos -en la aspiración ideal. Aceptamos su reiterada condenación de la -inverosimilitud y de lo absurdo; pero sobre una base de realidad, -de minuciosa observación, queremos un impulso lírico, una libertad -intelectual, una independencia estética, una rebeldía á toda regla y á -todo canon que ellos no concebían. - - - - -MÁS DEL TEATRO CLÁSICO CASTELLANO - - -I - -Perdone el querido amigo Ricardo J. Catarineu--tan bondadoso y leal -compañero--el que no nos hayamos hecho cargo antes, mucho antes, -según nuestro deseo, de su artículo en defensa del teatro clásico -castellano. Lo hacemos ahora; con placer aprovechamos cuantas -ocasiones se nos presentan para afirmar nuestros puntos de vista -críticos. ¿De cuándo arrancan las falsas ideas--falsas, en nuestro -entender--que se tienen sobre el mencionado teatro? En dos grupos -podemos clasificar esas preocupaciones respecto á la vieja dramaturgia; -se refieren unas al valor _moral_ de tal teatro; otras corresponden -á su valor estético. Poco á poco, durante la segunda mitad del siglo -XIX, ha ido viéndose en el teatro clásico una «escuela del honor» -(del honor castellano, naturalmente). La tendencia arranca--no -es preciso decirlo--del entusiasmo que los primitivos románticos -alemanes sintieron por ese teatro; de nuestras antiguas comedias esos -críticos hicieron--un poco frívola y atolondradamente--el dechado de -la caballerosidad y de la hidalguía. (La verdadera realidad es otra, -como veremos después.) Repercutió en nuestra casa ese entusiasmo; -seguimos desde dentro la corriente iniciada fuera; nos halagaba ese -pasado--pasado literario--que de pronto surgía esplendoroso, brillante; -los académicos, catedráticos y políticos adoptaron con entusiasmo -ese punto de vista... Y allá fueron tópicos fervorosos, hipérboles, -encarecimientos, lirismos, apóstrofes, etc., basados en la indicada -«escuela del honor», que el teatro clásico nos ofrece. Recuérdense, -entre otros trabajos, los discursos académicos de don Mariano Catalina -y de don Adelardo López de Ayala. - -Pero como la verdad era otra, la verdad, acá y allá, fragmentariamente, -á retazos, iba apareciendo. No es en estos días cuando el teatro -clásico ha sido juzgado del modo como nosotros--siguiendo á otros -críticos--lo juzgamos. Como argumentos de autoridad citaremos algunos -de estos juicios; pertenecen á escritores de distintas escuelas, países -y tendencias. Comencemos por Goethe. Conocida es su crítica de _La hija -del aire_, de Calderón. «Juzgar esta comedia--escribe Goethe--es juzgar -todas las del autor.» «No tiene Calderón--añade--una manera original -de ver la Naturaleza; todo en él es puramente teatral, escénico.» «La -inteligencia descubre fácilmente el plan; las escenas se desenvuelven -siguiendo una marcha que recuerda las piezas de baile.» (Luego veremos -cómo un crítico inglés--Jorge Meredith--ve también en nuestro teatro -clásico una especie de baile.) «Buen procedimiento--añade Goethe--y -que se encuentra en nuestras óperas cómicas modernas.» (¿Qué dicen los -casticistas oficiales? ¡Comparar una de nuestras comedias clásicas -con una ópera cómica!) «Entre las escenas consagradas al desarrollo -poético de la acción principal se deslizan escenas intermediarias; aquí -se mueven elegantes y delicadas figuras que parecen ejecutar pasos de -danza; aquí reinan la retórica, la dialéctica, la sofística.» (Sigue -la idea del bailable... y además, la retórica, la dialéctica y la -sofística.) Goethe compara luego, con palabras profundas, á Calderón -con Shakespeare; la página debe ser leída en su integridad; algo -dice el crítico de «tenebrosos prejuicios» y de «estolidez», que, no -haciendo falta para nuestra argumentación, no debemos recoger aquí. - -Jorge Meredith ha hablado de nuestro teatro clásico--brevemente--en su -_Ensayo sobre la comedia_. He aquí, completo, el juicio del crítico -inglés: «El teatro español es más rico en comedias tales como la que -ha dado origen al _Menteur_, de Corneille; pero es preciso que nos -violentemos para creer que ese embustero no exagera sus disposiciones -naturales cuando amontona mentiras sobre mentiras». (Acusación de -falta de verdad, de defecto de observación exacta, real.) «La comedia -española--continúa el autor--está, generalmente, construída como un -esqueleto de líneas generales bien definidas, de movimientos rápidos -como los de los fantoches. Esa comedia podría ser representada por una -cuadrilla de danzarines, y el recuerdo que nos queda de su lectura -es, en suma, el de una agitación de pies que bailan.» (No decía -otra cosa Goethe.) «Esa comedia es, finalmente, cosa distinta de la -verdadera comedia. Donde los sexos están separados, los hombres y las -mujeres se convierten, como dicen los portugueses, en _affaimados_, -hambrientos los unos de los otros. Don Juan es un carácter dramático -que hace desvanecer las almas; el devaneo de destrozar los corazones -de una docena de mujeres no concilia la musa cómica precisamente -con la efusión de sangre.» (No sabemos á punto fijo lo que quiere -decir Meredith con esto último. Meredith escribe, poco más ó menos, -como Stendhal escribía, á trancas y á barrancas y hablando de todo -y aludiendo á las cosas más incongruentes... en la apariencia. -El _Ensayo_, de Meredith, puede colocarse al lado del _Racine y -Shakespeare_, de Stendhal.) - -Hemos dicho que son dos los puntos de vista desde que se puede juzgar -el teatro clásico castellano: el moral y el estético. En las citas que -hagamos á continuación irán mezclados los dos criterios. Vengamos á -la crítica española. Menéndez y Pelayo, al hablar en sus conferencias -sobre Calderón (1881, reeditadas luego con correcciones) del teatro -de este dramaturgo, dice algo que debemos tener en cuenta. Calderón -profesó, como sus coetáneos, «la moral del honor, moral relativa, -detestable en muchos casos y opuesta á la moral cristiana, y sostuvo -tesis como la de _A secreto agravio secreta venganza_, y extremó el -espíritu vindicativo, duelista y de punto de honra, y con esto y con -ciertas ligerezas, ya que no liviandades, de sus damas y sus galanes, -dió pie á las declamaciones de algunos moralistas»... Á Luzán, según -el mismo Menéndez y Pelayo, «no le falta razón» al hablar de que las -comedias clásicas parecen «vaciadas en el mismo troquel, pareciéndose -unos á otros, hasta confundirse, los galanes, las damas, los padres, -los hermanos». En fin, el propio Menéndez y Pelayo, hablando de -Shakespeare, confiesa que «efectivamente, el desarrollo de los afectos -en Calderón es superficial» y que «sólo por intervalos alcanzan sus -personajes la expresión verdadera y humana». - -No olvidemos que quien habla es un apologista del pasado literario; -apologista intransigente en su mocedad, en 1881, y que las frases -copiadas fueron dichas en conferencias solemnes hechas con motivo de -una apoteosis oficial de Calderón. Años antes, en 1854, otro escritor, -también netamente ortodoxo (y que había de ser más tarde académico), -Gavino Tejado, exponía también algunos juicios idénticos á los -expuestos luego por Menéndez y Pelayo; y los exponía en un trabajo -escrito para celebrar y exaltar la literatura clásica castellana. -(«Ensayo crítico sobre algunas épocas de la literatura española», en -la _Revista Española de Ambos Mundos_, correspondiente á Enero del -año citado. Interesante, curioso trabajo por el juicio que en él se -hace desde el punto de vista católico, de las comedias de Moratín.) -Nuestra literatura clásica, y en especial el teatro, según Gavino -Tejado, tendía «más á retratar en sus obras la vida externa, que al -análisis erudito y entrometido de los afectos y de las ideas; es decir, -de la vida interior». (Con otras palabras: carencia de observación -psicológica, superficialidad en el estudio de los caracteres. ¿Qué le -queda á una literatura donde esto pasa? No hablamos nosotros; habla un -panegirista entusiasta, fervoroso, de nuestro pasado literario.) - -«El carácter que más resalta en la forma de nuestro antiguo -teatro--escribe también Tejado--es la uniformidad, y casi pudiéramos -decir, la monotonía de sus elementos constitutivos, que nos representa -como vaciados en un mismo molde á los ingenios y las obras de aquella -edad eminentemente literaria.» (Si todos los autores son lo mismo, y -si todos son superficiales psicólogos, ¿qué hacemos de nuestra vieja -dramaturgia?) - - -II - -Hemos citado anteriormente la _Revista Española de Ambos Mundos_; -en uno de los números de dicha publicación (el correspondiente á -Noviembre de 1854) se publicó un interesante trabajo del que vamos á -tomar algunos datos. El trabajo aludido se titula _El Romanticismo_, -y es su autor el aragonés don Gerónimo Borao, conocido por su -diccionario de aragonesismos. Merece leerse el estudio de Borao; deben -leerlo los historiadores y críticos de nuestra literatura. No hemos -tenido por acá un prefacio de _Cromwell_; es decir, un manifiesto -en que elocuentemente, audazmente, se expusiera y propugnara la -nueva tendencia estética. Nuestro romanticismo no ha tenido nada -de espontáneo, de hondo, de nacional; cosa superficial y pegadiza, -nació por contagio de las literaturas extranjeras: de la francesa, en -Castilla; de la inglesa, en Cataluña. ¿Hay nada más hueco, palabrero, -incongruente y sin emoción que la poesía de Zorrilla? (Correspondencia -de literatura á literatura: de 1845, por ejemplo, el libro de leyendas -de Zorrilla titulado _El desafío del diablo_--Boix, editor. De 1843 -son _La muerte del lobo_ y _La salvaje_, de Alfredo de Vigny... Hugo y -Lamartine ya habían dado espléndidos frutos.) - -Pero, si algo retrasado, el estudio de Borao es una defensa vigorosa, -minuciosa y original del romanticismo. Tenemos este trabajo por lo -más exacto y fundamental que se ha escrito sobre la materia; algunos -de los argumentos expuestos en estas páginas se repiten en el día y -suenan á nuevo. (No olvidemos el prefacio de _Cromwell_, ni la parte -que en su libro _Racine y Shakespeare_ dedica Stendhal á definir y -defender el romanticismo. El trabajo de Stendhal es de 1823 y el de -Hugo de 1827.) Borao, por ejemplo, expone la idea del romanticismo -de Racine y Corneille; idea que recientemente desenvolvía con sutil -ingenio un crítico francés: Emilio Faguet. Borao rechaza la estética -clasicista como impropia de una nueva modalidad social. «Cuando en -nuestros días--escribe--se ha desplegado por completo la revolución de -las ideas; cuando se han desmoronado los caducos y ominosos edificios -del feudalismo y de la intolerancia; cuando todo es nuevo para nosotros -y todo es preciso que tenga su definición, su justificación, su examen -filosófico, ¿quiérese conservar para este orden de acontecimientos, -para este reciente planteo de nuestra civilización, la acompasada -tragedia clásica, el círculo de sus héroes, los caprichos de su -estructura, las leyes de su ya imposible composición?» La literatura es -un producto social. ¿De qué modo, en virtud de qué, se quiere imponer -á una sociedad la norma estética, la sensibilidad que otra, allí en la -lejanía de lo pretérito, ha producido? - -Una cita hace el autor de este estudio que queremos reproducir íntegra. -Hablando del concepto erróneo que se tiene del clasicismo, transcribe -Borao unas palabras que el helenista don Braulio Foz estampa en su -_Literatura griega_, impresa en Zaragoza el año 1853. «Ningún poeta -griego--escribe Foz--fué clásico, del modo que aquí entendemos esta -palabra, en las grandes épocas de su literatura; porque ni padecieron -el yugo infeliz de la imitación, ni se ajustaron á las formas arrugadas -del didactismo (que no existía), ni se educaron en el servilismo de -costumbres enemigas de la marcha libre y generosa del entendimiento. -Aristóteles mismo no hubiera criado verdaderos clásicos; su _Poética_ -no es lo que después han sido las de sus pedantes intérpretes y -sucesores.» Importa mucho esta cita, porque en ella se halla contenida -la verdadera doctrina del clasicismo (y de lo castizo); profesores, -eruditos, académicos propugnan y fomentan el culto á lo antiguo _por lo -antiguo_. Se es clásico--y se es castizo--, no por la observación de la -vida, no por la emoción y la fuerza que se ponga en la obra de arte, -sino por el giro que se dé á la frase, plasmándola sobre la frase de -los autores del siglo XVI ó XVII (este último más culto, más retorcido, -más artificioso que el anterior). Pero los griegos y los romanos no -hicieron lo que han hecho sus imitadores franceses y españoles de -las centurias decimaséptima y décimoctava; pero Cervantes, Lope, -Luis de León, etc., no han hecho tampoco lo que ahora, copiándoles, -calcándoles, hacen algunos inocentes novelistas y poetas. El verdadero -clasicismo está--como en la antigüedad helénica y como en la España -de Cervantes--en observar la vida y en trasladarla, con emoción, con -sentimiento, á la novela, al teatro y al poema. - -Hechas estas indicaciones sobre el estudio de don Jerónimo Borao, -vengamos ya, concretamente, á nuestro asunto. Hemos hablado de las -abundantes licencias é inmoralidades de nuestro teatro clásico. «La -licenciosidad--escribe Borao--campea sin escrúpulos en el teatro de -los religiosísimos Lope y Calderón, y del religioso mercedario Téllez, -no aduciendo nosotros prueba alguna en favor de esta proposición, por -parecernos cosa concedida y porque tendríamos que manchar la pluma -con obscenidades que hoy no son recibidas bajo ningún pretexto.» -(Recordemos que en la colección de comedias clásicas publicada, á -principios del siglo XIX, por Gorostiza y García Suelto, se ven -sustituídos por líneas de puntos muchos pasajes de comedias de Tirso.) -El teatro clásico castellano se ha dicho que es representación del -honor y de la caballerosidad; imprudente y atolondradamente algunos -escritores académicos han llegado en este sentido á encarecimientos é -hipérboles ridículos. Borao no quiere dar en su trabajo--como acabamos -de ver--muestras de las licenciosidades que en las comedias clásicas -abundan; pero cita, sí, otros ejemplos de hechos, que dejan malparados -el honor, la humanidad y la civilización de quienes los realizan. -Muchos más pudieran aducirse. Los reproduciremos en abono de nuestra -tesis. - -En _La devoción de la Cruz_ Eusebio mata en duelo al hermano de su -amante Julia, se hace bandolero, escala el convento en donde aquélla -se encuentra y viene ésta á ser bandolero y asesino como él. En el -_Castigo sin venganza_, de Lope, Federico ama á la esposa de su padre -el duque de Ferrara, y éste le obliga á que mate á un reo cubierto, que -se descubre ser Casandra, y le da muerte al punto, por medio de sus -guardias como á regicida. En _No hay cosa como callar_, de Calderón, -Juan halla dormida á Leonor, apaga la luz, tápale la boca, y cuenta -después con descaro cínico los pormenores de su perversidad. En -_Amigo, amante y leal_, el príncipe de Parma dice á Félix que quiere -gozar con poder ó con violencia á Aurora, amada de su interlocutor. -En _La Villana de Vallecas_, ésta es deshonrada y después entretiene -falsamente á un don Juan y engaña torpemente á un labrador. En _Don -Gil de las calzas verdes_ se presenta Juana como la anterior, y para -que no se dude, con sucesión, consiguiendo enlazarse con don Martín, -en fuerza de perseguirlo disfrazada de hombre. En _El condenado sin -fe_, de Tirso, un asesino ajusticiado es conducido por ángeles al -cielo, mientras un ermitaño es condenado por un instante de duda. -En _Marta la piadosa_, ella y su hija abrazan á un mismo amante. En -_La dama presidente_, de Leiva, Ana, que odiaba el amor, se agencia -un galán, le hace firmar de esposo, le da una daga para que la mate -y lo aburre hasta hacerle decir que «tras de la posesión se entra -el aborrecimiento». En _Todo es enredos de amor_, de Moreto, Elena -sigue vestida de estudiante á Félix, que no la conocía; sirve en -casa de su novia, le desacredita con ella y concluye por casarse -con él... Recordemos también el modo brutal como muchos amantes -tratan á sus amadas; bofetadas, palizas, abandonos en medio del -campo son frecuentes en las comedias clásicas. En _La Dorotea_, de -Lope, libro autobiográfico, ¿no se habla de un bofetón propinado por -Fernando--Lope--á Dorotea, ó sea á Elena Ossorio? (También la madre -de la muchacha, enfurecida, colérica, coge á ésta por los cabellos -violentamente y la maltrata.) - -Todo esto en cuanto al teatro que inaugura y representa Lope de -Vega. En el período anterior, la dramaturgia llamada propiamente -clásica--imitación del teatro griego--ofrece asimismo considerable -cantidad de horrores. Transcribiremos los casos que cita nuestro autor. -En _La libertad de Roma_, de Juan de la Cueva, hay desorejaduras, -desnarigaduras y quema pública de un cadáver. En _Los siete infantes de -Lara_, del mismo, doña Lambra es quemada, y en _El príncipe tirano_, -éste hace que Trasildoro abra una sepultura para cuando nazca su -hermana, y los entierra después de matarlos; esto sin la sencillez -(al cabo es una prueba judicial) de dar tormento á varios personajes. -En _La cruel Casandra_, de Virués, los muertos son ocho, cinco en -la escena, no quedando en pie sino el rey y unos criados. En la -_Semíramis_, del mismo, Nino quiere casarse con la esposa de Menon; -éste se ahorca; ella se declara á Zopiro, á quien después mata; se -casa con Nino, y más tarde lo destrona y envenena, y se declara al -cabo á su hijo Ninos, de quien recibe la muerte. En _Atila_, el rey -mata á la reina para casarse con Celia, es envenenado por Flaminia, -mata á aquélla, ahoga á ésta, y muere él propio haciendo compañía -á cincuenta y seis personajes, que no son menos los muertos en esa -tragedia de Virués. En _La infeliz Marcela_, del mismo autor, Felina -trata de envenenar á su amante Formio; éste, intentando antecogerle -el golpe, envenena á Marcela, y el príncipe Laudino mata á todos. En -la _Nise laureada_, de Bermúdez, un guardia escupe á los tres nobles -que causaron la muerte de Inés, el rey cruza la cara á Coello con un -látigo, el verdugo saca el corazón á los tres, y después se procede á -la quema de sus cadáveres. En la _Isabela_, de Argensola, mueren ella -y Muley, el rey mata á Eudalla, Aja mata al rey, y todo esto sucede -con acompañamiento de hogueras, suplicios, cadáveres y dos cabezas -cortadas. En la _Alejandra_, del mismo, Acoreo mata al rey, á la reina -y á su esposa, Luperio es destrozado, Alejandra envenenada, Acoreo -muerto, Orodante apuñalado por una princesa y ésta despeñada... - -¿Desea algo más el lector? Ni el teatro _clásico_ de Cueva, ni el -_romántico_ de Lope, pueden ser presentados como ejemplos de humanidad. -Más vale el segundo que el primero desde el punto de vista artístico; -pero no es gran cosa su trascendencia estética... Nos quedan por hacer -unas breves consideraciones. - - -III - -Recapitulemos... Por acaso, y de tarde en tarde, se encuentra en el -teatro clásico una obra que merezca alguna consideración. ¿Habrá -alguna que supere en trascendencia y en poesía á _La vida es sueño_? -Sin embargo, esa obra de Calderón no pasa de ser un embrión de obra -maestra; el pensamiento es admirable; su pensamiento encierra un -hondo simbolismo; hay en toda esa concepción grandeza ó idealidad. -Pero vemos, después de la primera lectura, sin necesidad de detenido -examen, que _La vida es sueño_ no pasa de ser un boceto de drama, -un rudimento, soberbio, sí; mas, al cabo, un rudimento. El autor no -acertó á desenvolver la idea del drama con toda su plenitud, con toda -la majestad y fuerza debida. Junto á la fábula principal--que debió -ser única--, Calderón, falto de vigor y de inspiración, ha tenido que -tejer otra intriga--infantil y absurda--con objeto de rellenar lo que -faltaba para el drama. De haberse penetrado de la grandeza de la idea -principal y de haber contado con vigor bastante para desenvolverla -cumplidamente, el autor hubiera llegado á hacer de _La vida es sueño_, -no un boceto--que es en lo que ha quedado--sino una verdadera y robusta -obra maestra. - -Y si esto se puede decir de una de las pocas obras capitales del -teatro clásico, ¿qué no se podrá decir del común de todas las demás -comedias? Ahí está _El mágico prodigioso_, y nada más inconsistente, -estrafalario é inverosímil. («Hay en el desarrollo de la obra--escribe -Menéndez y Pelayo--puerilidades verdaderamente indignas de Calderón -y del asunto.») Ahí está _El alcalde de Zalamea_--cuyo desenlace nos -repugna--, en el cual la emoción delicada sólo aparece en la escena -entre Pedro Crespo y don Lope de Figueroa. En las comedias llamadas -de capa y espada (y que pudieran llamarse de _alacena y balcón_) -lo absurdo y lo infantil llegan á grados increíbles. Galanes que -encuentran á otros galanes, ó al padre, ó al hermano, y que han de -esconderse en una alacena; galanes que se arrojan por el balcón; damas -que se disfrazan de hombre y no son reconocidas por sus amantes ni por -sus padres: una intriga dentro de otra intriga, y estas dos, á su vez, -dentro de otras... tal es, sumariamente, en esquema, el procedimiento -usual de nuestros dramaturgos; ellos mismos comprenden la puerilidad de -todo este juego y así, de cuando en cuando, lo ponen en ridículo por -medio de alguna observación humorística de un criado. - -Por ejemplo, en _La niña de Gómez Arias_, de Calderón (donde un galán, -dicho sea de pasada, abandona á su amada en medio del campo, y luego -más tarde la vende, así como suena, la vende á un capitán de bandoleros -moriscos); en _La niña de Gómez Arias_, al tener que esconderse un -galán porque llega otro, dice el criado de aquél: «Siempre vi suceder -de esta manera este paso»... (En el _Shylock_, de Shakespeare, -Bassanio, que ya es prometido de Portia, no reconoce á ésta, de quien -se acaba de separar, cuando, vestida de hombre, hace de juez ante el -tribunal, y cuando á él mismo le pide el anillo que no mucho antes le -había dado. Lo que nos parece absurdo en Lope y Calderón nos lo parece -también en Shakespeare.) - -En el artículo de Gavino Tejado, que anteriormente mencionamos, dice -este autor hablando de nuestro teatro clásico: «Nuestra poesía clásica -es el triunfo permanente del espíritu sobre la materia; los intereses -puramente mundanales, los que llamamos intereses positivos en estos -tiempos de materia y de prosa...» (¿Por qué son estos tiempos--los -de 1854--de materia y de prosa? ¿Por qué no lo eran también los de -1654, por ejemplo? Todos los tiempos son de materia y de prosa... -ó no lo son.) «... en estos tiempos de materia y de prosa, apenas -tienen espacio ni lugar en nuestra literatura; por eso no hay en -ella nada que repugne...» (Recuerde el lector la multitud de casos -citados en el artículo II.) Una literatura en que no se ve el reflejo -de los _intereses materiales_, es decir, de la materia, es decir, -de la realidad, es decir, de la vida cotidiana y corriente, es una -literatura sin apoyo ninguno en el mundo, sin base sólida de verdad y -de observación; una literatura fantaseadora, artificiosa, deleznable. -No se ha podido--en general--formular un más acertado juicio acerca -del teatro clásico y de la novela picaresca. La realidad se halla -profundamente falseada en esos dos géneros. - -Esta cuestión de la falta de observación de la realidad que se nota en -la novela y en el teatro está íntimamente ligada al problema--antaño -tan debatido--de la ciencia española. En la _Revista Contemporánea_ -(números del 15 de Agosto de 1876 y 15 de Abril de 1877) expusieron -su argumentación Manuel de la Revilla y José del Perojo; deben ser -leídos esos trabajos detenidamente; sus principales observaciones no -han podido ser rebatidas. No ha habido entre nosotros un vigoroso, -continuado, escrupuloso pensamiento filosófico y científico; un -ambiente, en fin, de amor á la vida, por las mismas razones por -que no han existido un teatro y una novela basados en la realidad. -¿Cómo pudiera haber ese ambiente cuando la literatura dramática y la -novelesca eran lo que eran? Si exceptuamos el caso de Cervantes--y -algunos otros--, ¿qué escritores han dado entre nosotros una visión -amorosa, honda y ecuánime de realidad? Cuando se hable de presiones -ó de determinadas influencias que han podido evitar, coartar el -desenvolvimiento del pensamiento científico, será preciso tener en -cuenta el caso de la novela y el teatro. Sí, se pudo coartar la -libertad de la investigación de la realidad--concedámoslo--; pero, ¿de -qué manera el literato que tenía la realidad ante él y pudo reflejarla -escrupulosamente, no lo hizo? ¿Cómo la observación no se ejercitó en el -arte literario? ¿Por qué, lejos de esto--y salvo excepciones--, dió en -lo absurdo y en lo caricaturesco? El campo, sin embargo, estaba libre; -el artista no era probable que encontrara trabas ni obstáculos para su -obra; no los encontró para su deformación de la realidad: menos pudo -encontrarlos para el reflejo escrupuloso y cordial de la vida. - -En 1841 don Nicomedes Pastor Díaz escribía en _El Conservador_ un -artículo, recogido luego en el tomo III de sus obras completas, en -que hablaba de la novela en España. No se explicaba Pastor Díaz cómo, -cuando en Francia escribían novelas Balzac, Sand, Hugo, Vigny, en -España no se cultivase este género. «Repetimos--decía el autor--que -se nos oculta la causa de este fenómeno.» La causa de este fenómeno -es que no puede haber novela sin observación de la realidad, y que -este espíritu, este amor, esta comprensión, aún no había comenzado -á despertarse entre nosotros. Cuando escribía Pastor Díaz, en 1841, -ya hacía seis años que Vigny había publicado los soberbios relatos -de _Grandeza y servidumbre militares_; relatos de una fuerza, una -sobriedad y una emoción tales como no han sido sobrepujados por las -modernas páginas de un France, un Barrès ó un Lemaitre. ¿Cómo se hacía -aquí el género novelesco en esa época, en 1835? - -Terminemos. Philarete Chasles, en sus _Études sur l’Espagne_, -publicados en 1847, compara nuestro teatro clásico al moderno -periodismo. «En el siglo XVII el drama--escribe Chasles--representaba -el papel de nuestra prensa.» «Todos los acontecimientos, todos los -recuerdos, todas las ideas, todas las locuras, todas las esperanzas -creaban algún drama nuevo.» «Lope y Calderón obraron en su época -como brillantes periodistas: ¡valientemente, vivamente, con pompa y -ligereza!» Comparar las comedias clásicas á las brillantes crónicas de -los periódicos, no está mal. Acaso tuviera razón Philarete Chasles... - - - - -LOS ESPAÑOLES - - -De don Francisco Gregorio Salas hemos hablado en alguna ocasión. -(Véase, si se quiere, nuestro libro _Clásicos y modernos_.) Conocemos -de Salas sus _Parábolas morales, políticas y literarias_, especie de -fábulas en prosa; su _Observatorio rústico_, librito precioso para -el estudio del idioma castellano; la _Colección de los epigramas y -otras poesías críticas, satíricas y jocosas_. De todos sus libros, -el más popular, aquel de que se han hecho más ediciones es el -_Observatorio_. Pero todos los ejemplares de todos los libros de Salas -que se encuentran en los baratillos aparecen sumamente grasientos, -sobados y manoseados; señal de que han sido muy leídos. Salas tiene -reputación--merecida--de escritor prosaico, chabacano; se le cita de -raro en raro como modelo de vulgarismo. Mas lo que no se añade--y esto -salva su nombre--es que en su poesía alienta un vivo y curioso espíritu -de observación. Don Francisco Gregorio vivía pobre y apaciblemente; se -le quería por su bondad; él iba poquito á poco devaneando por el mundo -(digo por Madrid) y escribiendo sus versitos, llenos de una candorosa -malicia y de una pulcra realidad. - -De don Francisco Gregorio ha dejado un retrato Moratín; en otros -autores de la época hay también tal cual alusión. Hemos encontrado, -por ejemplo, una referencia en un librito titulado _La Amalia ó cartas -de un amigo á otro residente en Aranjuez_. Su autor se llamaba don -Ramón Tamayo y Calvillo. Pues don Ramón habla elogiosamente de don -Francisco. La novelita--escrita en cartas--es una imitación de otro -escritor también original... á su manera, y también desconocido: Mor de -Fuentes. (Ha llegado la hora, señores míos, de hacer justicia á estos -pequeños clásicos ignorados. No hay más remedio.) Don Ramón, que es -un erudito, escribe así en una de las cartas de _La Amalia_, ó mejor -dicho, escribe uno de los personajes de la fábula: «Anoche, después -de haber hablado con nuestro sabio don Francisco Gregorio de Salas, -me ocurrió tomar la pluma para escribir la conversación que tuvimos y -él dedujo de las obras de sus amigos Marcial, Valbuena y Argensola, -cuyas circunstancias, si no las elevase á tu noticia, creerías que -era un hombre extravagante»... (No sabemos, á primera vista, lo que -quiere decir don Ramón. Luego vemos, fijándonos, que el autor tuvo -una conversación con don Francisco y que éste dijo tales cosas, -apoyándose en Marcial, Valbuena y Argensola--un poco incongruente es -este manojo--, que si él, don Ramón ó su personaje, citara las palabras -de Salas sin añadir las autoridades en que éste las apoyaba, se le -tendría por un extravagante. ¡Qué misterioso es todo esto! ¡Caramba!) - -En la _Colección_ de sus poesías, «nuestro sabio amigo don -Francisco»--como decía Tamayo y Calvillo--dedica unas páginas á trazar -el retrato moral ó etopeya de los habitadores de las distintas regiones -españolas. Hay cosas curiosas en este librito; por ejemplo--todo en -verso, desde luego--, las razones que da el autor para no imprimir sus -libros por cuenta propia, los motivos que alega para tener criados y no -criadas en su casa, la descripción que hace del «ajuar ó muebles que -vió el autor en varias casas». Dejando todas estas curiosidades aparte, -nos ocuparemos, según hemos prometido en el título, de los retratos -españoles. El autor titula esta parte de su libro «Juicio imparcial -ó definición crítica del carácter de los naturales de los reinos y -provincias de España». - -Lo primero que hace Salas es darnos una pintura del español «en -general». El español es honrado, valiente, cauto, etc.; tiene ingenio, -despierto; no le falta disposición natural para las empresas. Pero -al español «le falta aplicación» (en eso estamos), y por eso se -puede decir de él que es «un tesoro escondido». Después de esto, don -Francisco la emprende con Castilla la Vieja. Los castellanos viejos... -Pero antes permítame el lector--¡guarda Pablo!--que advirtamos que -nosotros no hacemos mas que transcribir lo que dice el sabio don -Francisco; lejos, muy lejos de nuestro ánimo está el hacer una terrible -labor antipatriótica. Continuemos: el castellano viejo es hombre -franco y bien intencionado; se le puede buscar para que nos dé un buen -consejo. Pero «no es hombre de gran despejo» y, además de esto, peca de -«algo lerdo y mohino». No da más fruto su sencillez que el que da su -tierra: «al pan, pan, y al vino, vino». (Ignoramos lo que quiere decir -con esto nuestro sabio amigo.) - -Mucho más enredado está lo que Salas dice de Castilla la Nueva. Es -éste un país agradable; bondadosa se muestra la gente; pero «afecta al -interés». Todos los campos que vemos cultivados en Castilla la Nueva, -«sin catar jamás el pan harán mucho más que un Cid, si dan un año con -otro, para Madrid, cebada». (Es decir, á lo que creemos columbrar, que -si los bancales de Castilla la Nueva dan cada dos años una cosecha de -cebada, y si esta cebada se vende en Madrid, los labradores pueden -darse más por satisfechos que si esas tierras produjeran pan.) Los -asturianos son «cerdosos, rechonchos, cuadrados». Se distinguen por -su honradez. De Asturias salen todos los alhameles ó soguillas de -España. Los maragatos, «bonazos», pueden ser presentados como modelos -de obtusidad; sin embargo, el autor añade que «van y vienen muy de -prisa con sus lienzos» y que acaban por llevarse nuestro dinero. (Pues -entonces no son tan tontos...) De los gallegos, el que sale agudo puede -darle ventaja al más astuto. No comen mas que «coles y pan seco»; -trabajan infatigablemente. - -«Amigo verdadero, arrestado marinero, honrado mercader»; todo esto es -el vizcaíno. Y algo más es el vizcaíno; es «por su entereza capaz, sin -que por ello la cabeza se le canse, de escribir más que el Tostado.» -(¿Cuántos tomos llevan escritos nuestros queridos y admirados amigos -Pío Baroja y Miguel de Unamuno? ¿Cuántos escribirán? _Ai posteri_...) -No se podrá negar que los navarros son rectos; pero también son -«un poco pesados». Comen tremendamente; beben al igual; todos son -asentistas, comerciantes, indianos y capadores. La gente riojana es «en -tal manera oficiosa, que á cualquier otra le puede cardar la lana». - -La «gloria» del montañés consiste en su «grande ejecutoria»; -ejecutorias que van á parar á las «alojerías»; sabido es que los -naturales de la Montaña de Santander se distinguen por ser los -alojeros, bodegoneros y botilleros de toda Andalucía. Del retrato que -Salas hace de los madrileños se han hecho populares los cuatro primeros -versos: - - Aun las personas más sanas, - si son en Madrid nacidas, - tienen que hacer sus comidas - de píldoras y tisanas. - -Con lo cual se quiere significar la destemplanza, rigor y desconcierto -del clima madrileño. Aparte de esto, los madrileños gustan de llevar -«diamantes como avellanas, corbatín estirado, espadín, ricas vueltas». -(La afición á las sortijitas es algo cierta.) Llevan también los -naturales de Madrid «siempre marcado el cuello con sellos de Antón -Martín». (¿Á qué se alude con esto? Lo que hemos tardado en consultar -el _Manual de Madrid_, de Mesonero Romanos, edición de 1831, página -182, hemos tardado en salir de dudas. En la plazuela de Antón Martín -había un cierto hospital. ¡Pero querido y bondadoso don Francisco -Gregorio...!) La Alcarria cría gente «muy fiel». (Un dato interesante -que añadir á la etopeya de Salas: don Fermín Caballero, en su _Manual -geográfico de España_--1844--dice que los alcarreños «han poblado -de libreros á Madrid, así como de criadas, que pasan por fieles y -pegajosas por su mojigatería». En lo de la fidelidad de los alcarreños -están, pues, de acuerdo Salas y Caballero). Los andaluces son -ponderativos, festeros; muéstranse aficionadísimos á galanteos; «jamás -están sin comadre»; se pelean de palabra y se desafían; «luego quedan -tan compadres». - -El aragonés es testarudo y porfiado; no perdona fatiga para llegar á -lo que se propone; «aspira siempre á la intriga, al dominio y á la -memoria». (Algo de esto dijo, mucho antes, Maquiavelo en el retrato -de Fernando V.) Vamos ahora con vosotros, catalanes. El catalán es -«oficioso, carruajero, navegante, fabricante, mercader»; no se da punto -de reposo. En un país escabroso, con mil dificultades, «marca tierras, -hace planes». En resolución, «aunque sea en un establo», el catalán, -por arte del diablo (lo del establo es fuerza del consonante), «hace -de las piedras, panes». Los valencianos son ligeros y mudables. Su -corazón es frío; «gente de regadío», se les puede llamar. El tesoro del -mallorquín es «el aceite y el vino». Aborrecen los mallorquines á los -argelinos y á los moros; «guardan bien su peculio»; en Mallorca, «todo -el año es mes de Julio»; «con rara veneración» los mallorquines «dan -culto y veneración á su Raimundo de Lulio». El murciano pasa la vida -alegremente; su preocupación son «los naranjicos» y «el gusanico». - -Terminemos. Los canarios son «siempre vagos». Con «un plátano y un -trago» se sustentan. Los ingleses, «con halago», sacan el fruto de -la tierra canaria. Por esto los canarios vienen á ser «vasallos del -rey de España y hermanos del de Inglaterra». Dos décimas dedica -también Salas á los portugueses y á los americanos; los primeros son -finchados; pretendientes eternos los segundos. Cuando leemos estas -semblanzas de los distintos españoles, trazadas por el buen don -Francisco Gregorio, evocamos los retratos de castellanos, andaluces, -catalanes, etc., estampados, con lindos colores, en los platos de una -vajilla del Retiro. Pareja hace una cosa con la otra. Y es interesante -la descripción de Salas para el estudio--á través del tiempo--del -concepto, concepto popular, que los españoles han tenido de sí mismos. - - - - -EUGENIO NOEL - - -Eugenio Noel ha publicado recientemente un folleto titulado _El -flamenquismo y las corridas de toros_ y un libro que lleva el título -de _Flamenquismo y república_. Eugenio Noel ha dedicado la mayor parte -de su actividad á combatir el flamenquismo: da conferencias en pueblos -y ciudades españolas; publica multitud de artículos. Continuamente -se halla Noel en peregrinación por tierras de España; á menudo, en -los periódicos encontramos noticias de discursos pronunciados por el -conferenciante; alguna vez nos sorprende la nueva de algún incidente -ruidoso provocado por las prédicas de Noel. Nos hacen suponer estos -incidentes--siempre lamentables--que el propagandista ha estado -demasiado agresivo en sus palabras; no podemos creer que, á exponer sus -ideas correctamente--y con todo el ardimiento que se quiera--, pudiera -haber quien atajase violentamente sus lícitas propagandas. De todos -modos, el espectáculo de un hombre joven que recorre España en perpetua -y caliginosa predicación contra el flamenquismo no puede menos de ser -interesante. - -En las dos obras que ahora publica, Eugenio Noel ha condensado su -pensamiento sobre la materia que él impugna tan denodadamente. -Paralelamente á un renacimiento fervoroso--fervoroso y vergonzoso--del -flamenquismo, Noel inicia y desenvuelve su cruzada. En el folleto -citado escribe nuestro autor: «El español trabaja poco, y lo que es -peor, su trabajo está á merced de los Gobiernos; ignora el valor de -la tierra; huye del campo y se arrincona en las ciudades; permite una -bárbara ocultación de riqueza, y no le extraña ver en manos inertes -inmensas extensiones territoriales que harían la riqueza de un pueblo». -Sumariamente, en cuatro rasgos, éste es el boceto de un cuadro. Ahora -el reverso. «Á cambio de esto--añade Noel--, he aquí lo que posee: -396 plazas de toros, en las que da anualmente 872 corridas, y á las -que asisten, en cifras redondas, siete millones de personas. En esas -orgías se matan 4.394 toros, cuyo valor es de 5.318.000 pesetas, y -5.618 caballos, que fenecen entre los más espantosos é inmerecidos -martirios. De divertir á tal gente y de tal modo se encargan 62 -matadores de alternativa y 324 novilleros, con 1.148 cuadrilleros de -oficio, que cobran cerca de cuatro millones de pesetas.» En _República -y flamenquismo_ el autor expone en unas páginas exactas un concepto del -valor que entre nosotros goza de gran predicamento y hace estragos. El -flamenquismo--dice Noel--implica la idea de que «el supremo valor es -la serenidad suficiente para que el pitón del toro roce las axilas»; -de donde saca, en consecuencia, que los peligros de la vida han de -afrontarse, como los cuernos del toro, con habilidad, con el engaño. -Es importante advertir que en otros pasajes de sus discursos y de sus -artículos el autor completa su idea del valor flamenco: completa la -idea del engaño (_listeza_ en política) con la idea de obstinación, -de testarudez, de obtusa pertinacia en el error ó en la decisión -desgraciada. Creemos que este segundo aspecto del fenómeno social es -más importante--y de más graves consecuencias--que el primero. Sea -de ello lo que quiera, el caso es que toda la doctrina que Eugenio -Noel desparrama en prosa hablada ó escrita se halla contenida en las -dos citas que acabamos de hacer. De un lado, la inmensa incultura, -la deplorable pasividad de una gran masa social en lo atañadero al -problema de su bienestar y de su conciencia de la vida; de otro, -formidable caudal de energía, de iniciativas y de riqueza, gastado, -derrochado espléndidamente en un deporte cruel. Agreguemos á esta -visión social una visión complementaria de la palingenesia de España -tal como la concibe Joaquín Costa, y tendremos esbozado el pensamiento -de Noel; pensamiento expuesto en una prosa cálida, pintoresca, un poco -redundante, un poco amplificadora. - -Las propagandas y los libros de nuestro autor se prestan á múltiples -reflexiones. Tendríamos que examinar, ante todo, los orígenes del -flamenquismo. No es de ahora esta tendencia; más de un siglo lleva -de vida; aún podríamos decir que en la decimoséptima centuria se ven -rastros de flamenquismo en las sátiras y protestaciones que contra -él hacen, por ejemplo, Quevedo y Góngora. Pero el flamenquismo ó -majismo--que así se llamaba entonces--,cuando adquiere alarmantes -proporciones es á mediados del siglo XVIII; desde esa época sigue su -marcha incierta, ondulante, hasta que modernamente, con el aumento de -las plazas de toros, con la sistematización, digámoslo así, de las -corridas, llega á su máximum. Nos hallamos ahora en un momento álgido -del flamenquismo. En 1899 publicó Morel-Fatio una edición crítica de -la sátira de Jovellanos contra la mala educación de la nobleza; en -ese trabajo el ilustre hispanista trata de dilucidar los orígenes del -majismo y expone interesantes textos que demuestran la preocupación -que en el siglo XVIII inspiraba ese morbo social. Clavijo y Fajardo, -Jovellanos, Cadalso, describen el señorito flamenco--con todas sus -consecuencias--tal como hoy lo vemos circular por nuestras calles; Noel -no va más lejos en sus pinturas--ni en sus anatemas--de donde han ido -estos insignes pensadores. Si retocáramos algo el estilo de alguna de -estas páginas de Clavijo ó de Cadalso, y las publicáramos sin firma, -diríamos seguramente que se trataba de cosas y hombres de ahora, y no -de cosas y hombres de hace más de un siglo. - -La literatura taurina y la antitaurina son extensísimas. No -intentaremos añadir una página más á la última; no es ese nuestro -propósito en este momento. Sí haremos notar la inmensa influencia -que ese deporte--si así puede llamarse--ejerce en todo un pueblo. -No son nocivos sólo los toros; es profundamente dañino también lo -que podríamos denominar los _aledaños de los toros_; es decir, el -ambiente, la particular _espiritualidad_ que la fiesta taurina crea -á su alrededor. Multitud de conceptos sociales, políticos, hasta -estéticos, son falseados por causa de los toros. La idea matriz del -valor que en los toros se engendra pasa á diversos órdenes de la vida. -El valor, dentro de ese ambiente, se concibe como fuerza física, -como obstinación, como ciega prosecución de un acto. En el extremo -opuesto de la escala psicológica se halla el _valor-inteligencia_, el -_valor-altruísmo_. Toda la marcha de la humanidad pudiéramos decir que -estriba en sustituir al valor-fuerza el valor-inteligencia. En la misma -guerra el valor sufre una transformación; el valor va siendo, no ímpetu -ciego, no intrépida temeridad, sino reflexión, cálculo, inteligencia, -ciencia. Vence quien más frialdad y ciencia tiene; y en la guerra la -victoria es lo que importa. - -Sigamos con interés--en lo que tienen de laudables--las propagandas -de Eugenio Noel. Combatamos el flamenquismo; continuemos la obra -de Jovellanos y de Cadalso. Si invocamos la tradición, he aquí -una bella tradición. Pongamos nuestros ojos, no en el héroe de un -deporte inhumano, sino en el héroe por la ciencia, en el héroe por el -progreso. - - - - -TORITOS, BARBARIE - - -Asistimos en estos tiempos á un renacimiento de la barbarie taurina. -Se ensalza fervorosamente á los toreros. Se llenan planas enteras en -los diarios con las hazañas y peripecias del estúpido espectáculo. En -una ciudad cantábrica se celebra una corrida de diez y ocho toros (en -la misma ciudad á la cual ha legado su biblioteca Menéndez y Pelayo). -Escritores y publicistas que parecía que debieran estar libres de -ese virus, se complacen en tratar y debatir sobre cosas de toros... -En un tiempo en que tal exaltación se produce, cuantos no amamos esa -fiesta cruel y estulta, cuantos detestamos los toros, debemos ver con -viva complacencia la campaña que contra los toros y el flamenquismo -viene haciendo desde hace tiempo un independiente escritor. Aludimos á -Eugenio Noel. Un libro nuevo sobre la materia acaba de publicar Noel. -En otra parte hemos hablado ya--con elogio--de la labor realizada -contra el espíritu de chulapismo por este publicista. Queremos aquí -añadir algo más. Se titula el nuevo libro de Eugenio Noel _Escenas -y andanzas de la campaña antiflamenca_. Se halla editado en edición -económica, al alcance de los más modestos lectores. - -Nos permitirá Eugenio Noel que hagamos algunos reparos á su ideología. -Adversarios políticos del publicista, nos hallamos muy lejos de -compartir con él todas sus afirmaciones; vaya por delante esta salvedad -como advertimiento á los lectores. Noel se muestra (en sus discursos, -mucho más que en sus libros) apasionado y acre en demasía á veces; -hemos hecho constar que deplorando, como deploramos, los incidentes -ruidosos á que han dado origen sus propagandas, esos lances y -trapatiestas pudieran haberse ahorrado con una poca más de mesura y de -flexibilidad (no de hipocresía) en la palabra. Todo se puede decir, sin -protesta de nadie, cuando se sabe decir. Y ¿cómo no creer que escritor -tan experimentado como Noel no ha de hallar forma--sin perjuicio de -la verdad--de decir las cosas más ásperas sin que sean rechazadas -estruendosa y violentamente? - -En su último libro, Eugenio Noel ha recopilado alguno de los trabajos -más notables publicados en la prensa. Hay en estas páginas invectivas -contra los toros, paisajes castellanos, excursiones por Andalucía, -vistas panorámicas de ciudades, meditaciones sobre monumentos -artísticos, etc., etc. El estilo de Eugenio Noel es un tanto -amplificador; el autor nos dice que él ha leído todos, «absolutamente -todos», los libros de Emilio Castelar: algo del énfasis y de la -redundancia castelarinas se nota en la prosa de Noel. ¿Por qué no ser -más precisos, más concretos? Da la impresión esta prosa de que ha sido -escrita febrilmente, al azar de los viajes, sin el reposo necesario -para una coordinación reflexiva. Así se ve, por ejemplo, que en las -descripciones hay cierta falta de matiz unificador, de transición de un -detalle á otro, de un aspecto á otro. - -Pudiéramos poner muchos ejemplos. Citaremos un texto para explicar -mejor lo que decimos. Noel está describiendo Sevilla desde lo alto -de la Giralda. Nos hace ver «las casas blancas del barrio clásico de -Santa Cruz, con terradillos de un mismo color, con azoteas llenas de -tiestos y flores; el paseo de Santa Catalina Rivera, la torre y cúpula -de la iglesia de San Bernardo, la cúpula y macizo de los Venerables». -Al llegar aquí acaba el párrafo. Nos disponemos á entrar en un nuevo -aspecto de la realidad descrita. En efecto, entramos; el autor comienza -así el párrafo siguiente: «De un jardincito sale un ciprés; hay allí -un cementerio de monjas»...; surge en nuestro espíritu la _sensación_ -de uno de esos jardines reducidos recoletos en lo interior de las -ciudades; el jardín de un convento de monjas; un jardín--visto desde -allá arriba, desde lo alto de una torre--en que se divisan unos -cipreses. Necesitamos algún detalle más que complete nuestra visión. -¡Oh, esos cipreses de los huertos monjiles, cipreses que se yerguen -sobre los rosales! El autor añade: «Se delinean en el macizo blanco las -estrechas calles con sus mil leyendas...» Pero ¿no habíamos pasado á -otra cosa? ¿Qué salto es éste que hemos dado ahora? ¿Qué tiene que ver -aquí ese _macizo_? Nuestro ritmo mental ha sido bruscamente roto. - -Otra observación hemos de hacer; ésta de más trascendencia. Nadie -duda que Eugenio Noel es un adversario acérrimo de los toros y el -flamenquismo. Mas la lectura de sus trabajos á las veces nos produce -el efecto de una exaltación de lo que se trata de deprimir y condenar. -No sabemos cómo explicar esto; pero el hecho es exacto. Si fuéramos -amadores de los toros, acaso encontráramos, leyendo los libros de Noel, -más gusto que encontramos siendo adversarios. Noel sabe menudamente -todo lo referente á los toros: historia, bibliografía, biografía de -toreros, gestos de toreros, dichos de toreros, andanzas de toreros. -No hay nada que se le escape. Nadie como él nos informa tan bien -de las cosas y lances del flamenquismo. Nadie ha descrito con más -entusiasmo, con más exaltación los bailes de una popular danzarina. -Sus meditaciones ante la estatua de un torero pueden colocarse por -encima de las que dedica al _Pensador_, de Rodín. ¿Qué sortilegio es -éste? Veníamos á buscar una triaca contra la ponzoña taurina y nos -encontramos con una morosa delectación. En verdad, en verdad que son -algo peligrosos estos libros contra los toros y el flamenquismo. - -Dicho esto, hemos de elogiar en el libro de Noel numerosas páginas; -elogiarlas desde el punto de vista artístico (bien que estas páginas -á que nos referimos no sean de aquellas que encierran una determinada -tendencia política). Pueden servir de ejemplo los capítulos dedicados -á la descripción de Triana, ó á hacer el retrato de un torero malogrado -y pintoresco, ó á describir una capea en Medina del Campo. En este -último capítulo citado, el autor escribe: «En Tordesillas se lidia el -llamado toro de la Vega, el cual en pleno campo se lancea; el mozo que -da la última lanzada tiene derecho á traer al pueblo en la punta de su -pica la oreja del animal, y es fama que aquella noche sueñan con él -las mujeres». Estas líneas, mero incidente en el capítulo, son para -nosotros más sugeridoras que el capítulo todo. Cuarenta y seis años -pasó una infortunada mujer--Juana, la reina--recluída en un caserón de -Tordesillas; Tordesillas va unida á la página sangrienta y patriótica -de los Comuneros. Eugenio Noel ha recordado que en ese pueblo se lancea -un toro en campo abierto. - -Así es, en efecto. En el _Semanario Pintoresco_ de 9 de Septiembre de -1849, uno de sus colaboradores, don Juan de la Rosa, hace una detenida -descripción de tal espectáculo tordesillense. Ese alanceamiento no -es mas (ó era en el año citado) que el último número de una variada -serie de espectáculos taurinos. Se corrían toritos («toritos» dice -el cronista); se los lidiaba por los señoritos de la localidad; se -celebraba también una mojiganga taurina, en la cual, por cierto, entre -otros personajes, figuraban Don Quijote y Sancho. El prólogo de esas -fiestas taurinas era la vaca encohetada. Se celebraba ese espectáculo -la noche antes de la primera corrida. La plaza del pueblo se llenaba de -una inmensa muchedumbre. «Cuando el concurso empieza á manifestar su -impaciencia--dice el señor Rosa--sueltan la vaca, la cual lleva puesta -sobre el lomo una manta impregnada de un combustible que se inflama con -facilidad, y sembrada de cohetes bien sujetos, y que á su tiempo se -incendian.» «Apenas el animal--añade el autor--siente el calor de la -manta que arde, empieza á dar brincos lanzando quejidos de dolor.» - -El colaborador del _Semanario Pintoresco_ describe después los otros -festejos taurinos. Al final pinta el espectáculo de los campos -tordesillenses cruzados y recruzados por los mozos que van persiguiendo -con sus picas al toro. Todo esto conmueve profundamente á don Juan de -la Rosa. Estos parajes le parecen encantadores. «Así es--escribe--que -al separarse de ellos, al darles el último adiós, siente uno renacer -en su espíritu un vago deseo de tristeza, y no puede menos de envidiar -á los moradores de aquellos sitios destinados á la felicidad.» ¡Oh, -ingenuidad peregrina! ¡Una Arcadia donde se tuesta viva á una vaca -enfundándola en una manta embreada y cubriéndola de cohetes! Si -viviéramos en 1849 diríamos, llenos de fervor: _¡Señor, líbranos de esa -Arcadia!_ - - - - -CARROS - - -Xenius ha dedicado, hace tiempo, uno de sus glosarios á los carros; los -carros--para el glosador--componen una característica del ambiente de -Cataluña; con el paisaje, el pueblo, las costumbres se armonizan los -carros. No sólo de la tierra catalana, sino de toda la tierra española, -son parte integrante los carros. Existen varias clases de carros. La -división fundamental es ésta: carritos ligeros; carros «gruesos». Los -ligeros corren y saltan por los caminos; son alegres y frívolos; tienen -pocos asientos; son para ir á una estación, para devanear por el campo, -para hacer un viaje á una granja, para realizar una alegre jira. En -Levante, en los crepúsculos vespertinos de primavera, cuando el aire -tiene una tibieza voluptuosa, cuando los frutales blanquean de flor, -los carritos tornan con ruido de cascabeles, con chasquidos ligeros -de látigos; de dentro parten, risas, carcajadas y voces femeninas; -parten canciones entonadas á coro. Esas levantinas, tan delicadas y -sensitivas, tornan de una merienda en un prado, al pie de una fontana, -y tienen los ojos brillantes, lucidores y las mejillas amapoladas. - -Los carros gruesos son graves, solemnes. Con ellos se portea el -vino, el aceite, los granos. Con ellos se hacen largos viajes por -los caminos que cruzan las llanuras, bordean los ríos, reptan por -las anfractuosidades de las montañas. Los varales de estos carros -son recios; recio el toldo, de unidos y trabados cañizos; recias las -escalas--pintadas de azul--; recia la honda «bolsa», que va cruzada por -el eje y que casi roza la tierra del camino. - -Llevan estos carros una barjuleta á la derecha, donde se pone la botija -con agua; á la izquierda, en otra barjuleta, van las provisiones del -viático. El ruido que hacen estos carros es sonoroso, estruendoso; -al rechocar en los hondos y pedregosos relejes, su voz se extiende -y repercute largamente. Una ringla de mulas arrastra al solemne -vehículo. En el paisaje levantino, el carro es inseparable de las -redondas y finas colinas, de las huertas que rodean las ciudades, de -las ventas y paradores, puestos en lo alto de los puertos, de los -caminos viejos--estrechos y amarillentos--y de las carreteras blancas y -polvorientas. - -Los carros evocan las andanzas de nuestra niñez y de nuestra -adolescencia. Evocamos los días en que--de un pueblo á otro--nos -llevaban al colegio, con los baúles, los colchones y la ropa blanca, -y en que, ya mozos, hemos viajado por los llanos y por los altozanos -suaves avizorando los paisajes. Al pensar en los carros vemos un -panorama de verdes viñedos--en Julio--; un panorama por el que un -camino angosto, torcido, con hondas carriladas, se aleja entre la -verdura. Caminamos y caminamos. El día ha llegado á su plenitud; -está el cielo limpio; ya el sol reverberante ha cegado los colores -del campo. No se percibe ni el más pequeño ruido; á intervalos, una -bocanada tibia de viento nos trae olores de tomillo, romero, cantueso. -Baja el olor desde una montaña vecina, que cierra, á mano izquierda, el -horizonte. Por la derecha el panorama se extiende, se aleja, se dilata -hasta perderse--esfumado, tenue--en el vaho caliginoso de la tierra. -Como en los paisajes de algunos maestros holandeses de batallas, vemos -en la extensión que la vista alcanza, caseríos blancos, acequias de -agua que relucen, un macizo de árboles, un pueblecito con su campanario -enhiesto. Callemos un momento; el carro ha parado. ¿No parece que oímos -lejano, muy lejano, casi imperceptible, el son de una campana? - -Caminamos y caminamos. Ya es mediodía. Hemos pasado por delante de una -casa de labor y nos hemos detenido. La puerta es ancha; empedrado está -el zaguán de menudos guijos, ó solado con anchas baldosas; las sillas -tienen el asiento de tomiza urdida con esparto crudo. Las mesas son -de pino blanco--con redondos nudos rojizos--y una de ellas es bajita, -casi terrera, y en torno de ella, en sillas también bajitas, se sientan -nuestros labriegos á comer. Con estos muebles forman concierto los -jarros, peroles, cazuelas, picheles en que se cocina ó se bebe. Las -formas de estos recipientes son armónicas y definitivas; de una vez -para todas--revelación de la idea--se han inventado estas rotundidades -y estas angosturas del barro y del metal... Repica el almirez; unas -palomas se entran por la puerta y marchan por el pavimento picoteando -entre las piedras. Á lo lejos se divisa el verde de los viñedos, el -azul tenue de las montañas. - -Cuando no comemos en una alquería que encontramos al paso, nos -detenemos junto á unos árboles. El olivo es el árbol de Levante; -invierno y verano, el olivo es el mismo; hiele ó haga calor, su ramaje -es siempre idéntico. Su tronco se hiende y se retuerce; su fronda -cenicienta, plateada, se destaca sobre el tapiz verde de las viñas. Al -pie de un olivo, en el silencio del mediodía, hacemos nuestro yantar. -Luego proseguimos el viaje, hasta que, cuando va declinando el día, -comenzamos á penetrar por las huertas y herreñales que rodean el pueblo -adonde nos dirigimos... Por los caminos de España marchan lentos, muy -lentos, los gruesos carros. - -Los carreteros, de bruces sobre la mercancía, reposan amodorrados. -Las picazas de la Mancha conocen los carros; las bandadas de cuervos -que cruzan sobre el azul son conocedoras también de los carros. -Con los carros se cruzan--ó siguen la misma ruta--los cosarios y -arrieros que portean cargas de carbón, corambres de aceite, cacharros -revueltos entre paja. Carros y almocrebes se perfilan sobre el cielo -radiante y azul de España. En Castilla los carros atronadores y recios -y los carreteros membrudos y coléricos nos traen á la memoria el -manteamiento de Sancho, las palizas de los yangüeses, el apedreamiento -de Don Quijote en la noche de su vela de armas. Los carros en Madrid, -cargados enormemente, son destrozo de pavimentos, atascamientos en las -cuestas, vociferaciones iracundas, blasfemias, chasquidos de trallas, -bárbaro apaleamiento á las pobres mulas, corro de bausanes para -presenciar la cruel y estulta escena. No son éstos nuestros carros; -no son los carritos de Levante, que armonizan con los granados, con -los almendros, con el mar lejano y con las voluptuosas carcajadas -femeninas. - - - - -LAS TEMERIDADES DE MARCHENA - - -La vida de Marchena ha sido dilucidada por los eruditos. Ninguna -vida tan pintoresca y desbaratada. Compendio es esta vida de -la total vida española. Como Duque de Estrada, como Ordóñez de -Ceballos, como tantos otros españoles aventureros, Marchena no tiene -plan ni disciplina; á campo traviesa camina por el mundo; los más -contradictorios sentimientos se barajan en su alma. Ex seminarista--no -abate--revolucionario, actor de la revolución francesa, autor de -una oda á Cristo crucificado--que él cree de lo mejor del Parnaso -castellano--, lector constante de la _Guía de pecadores_, traductor -de Voltaire, traductor de Molière... no hay nada en su tiempo de que -no haya sido curioso Marchena; no hay espectáculo intelectual á que -Marchena no se haya asomado. Nuestro autor ha sido también crítico -literario; una colección, en dos volúmenes, formó de trozos en prosa -y verso de los clásicos; en el largo prólogo puesto á esa obra -(_Lecciones de filosofía moral_, Burdeos, 1820) es donde el sacudido -ingenio sevillano expone sus puntos de vista respecto á la literatura -castellana. Menéndez y Pelayo--en la introducción á su _Antología -de líricos_, tomo I, ha calificado de «temeridades críticas» estos -juicios de Marchena. Temeridades--ó por lo menos, intrepideces--son, en -efecto, para el tiempo en que fueron escritas--y aun para hoy--, estas -opiniones de Marchena. - -Examinemos algunas de ellas. Inútil creemos advertir que no nos -adherimos á lo que Marchena diga; hacemos ahora de expositor, y -nada más. Ante todo, la estética de Marchena, en general. Marchena, -revolucionario; Marchena, innovador; Marchena, demoledor de los viejos -prestigios, es un enemigo formidable de la nueva fórmula literaria que -se anuncia allá por 1820; hablamos del romanticismo. Lo mismo ocurre -con otro arriscado revolucionario literario: con Mor de Fuentes. La -contradicción se explica (al menos en Marchena) teniendo en cuenta que -nuestro autor escribía y se había formado intelectualmente en Francia. -En Francia el romanticismo de primera hora fué tradicionalista, -conservador (al revés de lo que sucedía en España); en Francia lo -liberal era el clasicismo; es decir, un ideal que tomaba su inspiración -en las antiguas democracias de Grecia y Roma. Son curiosos para la -historia del romanticismo español los pasajes--dos--en que Marchena -habla de las nuevas tendencias. - -Hablando de la literatura alemana dice Marchena que Gellert, Haller -y Gessner «han introducido la corrección en el tudesco, que repelen -aún los sectarios de una nueva obscurísima escolástica, con nombre -de _estética_, que calificando de _romántico_ ó _novelesco_ cuanto -desatino la cabeza de un orate imaginarse pueda, se esfuerzan á hacer -del idioma y la literatura germánica tan desproporcionados monstruos, -que comparado con ello fuera un dechado de arreglo el que en su _Arte -poética_ nos describe Horacio». Más adelante, el autor escribe también, -ya más concretamente: «Si cuando los tudescos defensores del romantismo -ó novelería dijeron que cada pueblo debía cultivar una literatura -peculiar y privativa, se hubieran ceñido á decir que cada nación debía -pintar sus propias costumbres y ornarlas con los arreos que más á la -índole de su idioma, á las inclinaciones, estilo y costumbres de los -nacionales se adaptan, hubieran profesado una máxima de inconcusa -verdad». (En realidad, si eso que dice Marchena, es decir, lo que él -apunta que debe ser el romanticismo, no era _todo_ el romanticismo, al -menos, era una parte de él. Y esa es la enseñanza que se deduce del -libro _De la Alemania_, de la señora Staël.) - -Era un adversario Marchena del romanticismo ó novelería (él dice, como -Mor de Fuentes, _romantismo_); un poco más tarde, y en España, nuestro -autor hubiera sido tal vez su partidario. Tal vez... ó acaso no. La -estética de Marchena es profundamente clásica; en 1870, en Francia, -en la misma Francia en que él escribía, la hubiéramos calificado de -idealista. Frente al naturalismo, Marchena hubiera estado con Feuillet. -Hasta ahora, pues, nuestro inquieto revolucionario va resultando un -conservador. Donde expone Marchena su credo estético es al hablar de -lo que en su concepto debe ser la novela. El novelista, ¿debe copiar -_toda_ la realidad? (Fórmula del naturalismo.) ¿O debe copiar tan sólo -_parte_ de lo que se ofrece á sus ojos? (Fórmula idealista.) (Otro -paréntesis detrás de estos paréntesis: en realidad, del naturalismo al -idealismo sólo hay una diferencia de grado, no de esencia. El arte no -puede copiarlo todo, porque dejaría de ser arte. Los naturalistas no -lo han copiado todo. Aun los más extremados de todos ellos, un Paul -Alexis, por ejemplo, se han visto obligados á hacer una selección -previa _in mente_. Selección es ya, y, por lo tanto, aceptación y -rechazamiento, la manera de presentar la realidad en el fragmento -escrito.) «No nos equivoquemos--escribe Marchena--; no es el arte -una imitación de la Naturaleza, _tal cual ella es generalmente_; que -el buen imitador escoge en los objetos lo más vigoroso y lo más puro -que en muchos de ellos ve esparcido, y de estos variados rasgos, -_verdaderos y existentes todos_, forma el tipo ideal, cuya concepción -constituye el perfecto crítico teórico, cuya ejecución forma el -acabado escultor, el sublime poeta, realizando el Júpiter de Fidias, -el Aquiles de Homero, el Roger del Ariosto.» Si el lector tiene la -paciencia de repasar las _Investigaciones sobre la belleza ideal_, del -jesuíta Arteaga, verá que la estética allí expuesta--á fines del siglo -XVIII--no es otra que esta que ahora, en 1820, expone Marchena. Para -Arteaga, el ideal en pintura, por ejemplo, era Mengs; lógicamente, -para Marchena, si no era Mengs, no debía de ser Velázquez, el Velázquez -de los bufones. - -Sobre tal fondo de estética conservadora, hondamente tradicionalista, -Marchena edifica su crítica literaria. No hay que decir que muchas -veces las consecuencias prácticas están reñidas con la doctrina -fundamental. En realidad, Marchena no es un crítico literario, sino -un crítico social; según la obra de arte se acomode ó no á su ideal -político, en esa medida será buena ó mala. Y el ideal político de -Marchena está condensado en un ardiente y entusiasta progresismo. Toda -la civilización de un pueblo la gradúa nuestro autor según la mayor ó -menor libertad de pensar y expresarse. Á través de este prisma mira la -historia de España. Durante la Edad Media, bien que mal, nuestro pueblo -iba progresando. Se cultivaban las ciencias, se escribía con ingenio é -independencia. (El autor que cita como cultivador de las ciencias al -marqués de Villena, no repara en el arcipreste de Hita, y sí en Juan -de Mena, como ejemplo de literatos independientes.) «Todo anunciaba -la aurora de un día más puro, cuando, por irreparable desgracia de -la nación española, subieron Isabel y Fernando al trono de Castilla -y Aragón.» Se ha discutido años atrás--y aún hoy se discute--sobre -el momento en que comienza la decadencia de España; divergían las -opiniones expuestas por Salmerón y Costa. No recordamos exactamente -en qué punto hacían comenzar uno y otro el declive; pero aquí está -Marchena que es más radical que todos. Para Marchena no hay problema; -no hay problema sobre la decadencia... porque no ha habido período de -apogeo. Pudo haberlo habido; mas por irreparable desgracia de la nación -española subieron al trono Isabel y Fernando. El natural y espontáneo -desenvolvimiento de la vida nacional, tal como lo incubó la Edad Media, -quedó interrumpido. Para ser sinceros, diremos que no es sólo Marchena -quien así opina; con más ó menos distingos y paliativos, no faltan -quienes crean que muy distinta hubiera sido la vida de España (distinta -por lo próspera) sin el advenimiento de Fernando é Isabel. Del mismo -modo se ha preguntado también, en Francia, qué hubiera sido del país -vecino sin el Renacimiento; es decir, qué hubiera dado de sí, en pleno -desarrollo, la Edad Media, sin ingerimientos ni aportes de savia -extraña... - -Marchena, á seguida de la aseveración copiada, hace el retrato, en -cuatro líneas, de los Reyes Católicos. No creemos que hayan sido muchos -los que de esta manera áspera y cruel hayan pintado á dichos monarcas; -por lo menos, de Isabel no se ha solido hablar así. De Fernando, -sí; y lo que Marchena dice no es mas que un eco de la semblanza que -Maquiavelo traza en _Il Principe_--capítulo XXI--de Fernando V de -Aragón. Dejando á un lado este asunto, habría que exponer ahora los -puntos de vista literarios de Marchena. Nos contentaremos con indicar -algunos; aciertos son, á nuestro entender, sus opiniones sobre el -teatro clásico, que el autor considera semillero de corrupción. Hoy, -más que de inmoral--en muchos ejemplos, que Marchena especifica--, -lo calificaríamos de _amoral_. Acierto también es la crítica de los -sainetes de don Ramón de la Cruz, que á nosotros también se nos antoja -una de las cosas más desprovistas de observación, realidad y gracia que -se han escrito en España. Acierto, finalmente, lo que sobre Quevedo -escribe Marchena; Quevedo, soberano ingenio, pero que no caló más allá -de la corteza social. - -En resumen, y por lo que respecta al aspecto estético de la crítica -de Marchena: algunos de los juicios del autor podrán ser erróneos ó -injustos; otros, en cambio, ó han sido confirmados por los críticos -posteriores, ó llevan camino de serlo. En todo caso, la obra de -Marchena no puede ser desdeñada; en cuenta habrá de tomarla el -historiador de las letras castellanas. - - - - -VÍCTOR HUGO EN VASCONIA - - -El popular editor inglés Tomás Nelson está publicando, en tomitos -elegantes y baratos, las obras completas de Víctor Hugo. El último -volumen puesto en las librerías es una colección de viajes que el -poeta francés hizo por Francia, Bélgica, los Alpes y los Pirineos. -Tiene interés para los españoles este volumen, porque se contienen en -él, en la parte dedicada á los Pirineos, las impresiones de Víctor -Hugo respecto á España. Víctor Hugo estuvo con su padre, el general -Hugo, en nuestro país, cuando era un niño. No quedó de aquella mansión -en España casi nada en la mente de Hugo; sin embargo, el poeta hacía -vanagloria de su españolismo, preciaba de conocer nuestra lengua--lo -cual no era cierto--, y en su obra, á lo largo de su fastuoso y -espléndido escribir, ha ido esparciendo _visiones_ grandiosas de -España. Recuérdese, en la _Leyenda de los siglos_, su _Romancero del -Cid_; _Romancero_ en que nos ofrece un Rodrigo Díaz que, en resumidas -cuentas, digamos la verdad, no es ni más ni menos veraz--siendo tan -bello--que el Cid imaginario y poético del primitivo _Cantar_, ó el Cid -de los romances, ó el de Guillén de Castro, ó, modernamente, el de José -María de Heredia, en sus _Trofeos_, ó el de Manuel Machado, nuestro -poeta, en el breve y luminoso poema en que plastifica, amplifica y -colorea una de las más hermosas escenas del centenario, venerable -_Cantar_. - -Víctor Hugo no sabía el castellano; de nuestra lengua sólo conocía -leves rudimentos. Quien lo sabía muy bien y le fué muy útil al poeta -en sus _españolismos_ era su hermano Abel. Pero Víctor Hugo sentía un -gran entusiasmo por España; él mismo--si no recordamos mal--se jactaba -de ser un poeta español. En 1843 hizo un viaje á España el poeta; más -concretamente pudiéramos decir que la excursión la hizo al país vasco. -En Vasconia pasó Víctor Hugo el verano del citado año; su primera -página sobre España está fechada en San Sebastián, el 28 de Julio. El -autor de _Ruy Blas_ fué desde Bayona derechamente á San Sebastián; -desde allí trasladóse á Pasages y habitó una temporada no larga en -Pasages la casa en que, por solicitud patriótica de Deroulede, se puso -una lápida conmemorativa; de Pasages Víctor Hugo marchó á Pamplona; -permaneció unos días en la capital de Navarra; hizo una excursión por -la montaña, y regresó á Francia. Tal es el esquema de impresiones sobre -España que en su libro nos ofrece Hugo; marcado queda el itinerario de -su viaje por Vasconia. - -¿Dónde paró Víctor Hugo á su llegada á San Sebastián? En España--dice -el poeta--hay muchas ventas, es decir, tabernas; algunas posadas, es -decir, hospederías; muy pocas fondas, es decir, hoteles. El poeta -trabuca aquí un poco las cosas, según su costumbre. Las ventas, desde -luego, no son tabernas; son simplemente hosterías situadas fuera de -poblado, en la campiña. En San Sebastián, en 1843, cuando estuvo Hugo -en la ciudad, no había, según nos cuenta él, mas que una fonda á la -española, la «fonda de Isabel», y un hotel á la francesa, «dirigido -por un honrado y valiente hombre llamado Laffite». (Saludemos -reverentemente, de pasada, á esta Isabel y á este Laffite, patriarcas -de la industria hotelera que, andando los años, tanto auge, tanto -esplendor había de alcanzar en San Sebastián.) Víctor Hugo venía en -diligencia de Bayona á Donostia. Ya cerca de la ciudad, al llegar á -lo alto de una colina, descúbrese de pronto el panorama urbano de San -Sebastián. Con cuatro rasgos, á manera de grandes, airosos brochazos, -traza el poeta lo que ven sus ojos en aquel momento: «Un promontorio -á la derecha; un promontorio á la izquierda; dos golfos; un istmo en -medio; una montaña en el mar; al pie de la montaña una ciudad. He -aquí San Sebastián». Y, en efecto, nada más sintético ni más exacto. -El aspecto de San Sebastián--añade el poeta--es el de una ciudad -construída de nuevo, simétrica y cuadrada como un juego de damas. (No -se olvide que estamos en 1843, y que lo que el poeta está contemplando -es, en efecto, este tablerito de damas de la--ahora--ciudad vieja.) - -Aposentado en San Sebastián, Víctor Hugo nos refiere diversas -impresiones experimentadas por él en la ciudad; casi todas estas -páginas están dedicadas á los lances de la guerra carlista. -Continuamente daba el poeta grandes paseos por los aledaños de la -ciudad; un día se alargó hasta un paraje en que el agua del mar, -después de pasar por un freo ó angostura, se remansa en un ancho lago. -Cautivóle la hermosura y placidez del sitio; admirándolo estaba, cuando -le sacó de su arrobo una greguería estrepitosa de voces humanas. Paró -en ella atención el poeta y vió una grey de mujeres que en la orilla -del mar estaban apostadas y lanzaban gritos invitando al embarque en -unos ligeros bateles. ¿Á quién se dirigían estas mujeres? De todas -edades, trazas y pergeños las había entre ellas: ardimiento ponían en -sus palabras, pero ninguna de ellas se movía ni avanzaba. Víctor Hugo -derramó la vista en su torno; no había nadie allí mas que él; á él -debían dirigirse estas nautas femeninas. Á él, en efecto, se dirigían. -El poeta--documento precioso--nos ha conservado, en lengua castellana, -las exhortaciones que le lanzaban. Eran éstas: «¡Señor francés, benga -usted conmigo!--¡Conmigo, caballero!--Ben hombre, muy bonita soy!» El -autor de _Los Miserables_ tomó un batel y llegó á Pasages; dejamos -aparte numerosos y pintorescos detalles de la narración. Encanto -profundo produjo en el poeta esta villa de junto al agua. Las casas, -desde el mar, eran sencillas, modestas, pobres; una vez en el pueblo, -se veía que tales edificios tenían otra faz: una faz noble, severa, -con anchas puertas, berroqueños blasones, muros recios, fornidos. De -sorpresa en sorpresa caminaba Hugo por las callejas de Pasages; su -vista ponía con delectación en los escudos de las puertas, en los -hierros forjados de los balcones, en las paredes renegridas noblemente -por la pátina de los siglos. Á su vuelta á San Sebastián anunció su -propósito de irse á vivir á Pasages. Su designio causó «un espanto -general». - ---¿Qué va usted á hacer allí, señor?--le preguntaron--. Aquello es -un hoyo, un desierto, un país de salvajes. ¡No encontrará usted -alojamiento! - ---Me alojaré en la primera casa que encuentre--repuso el poeta--. Se -encuentra siempre una casa, un cuarto, una cama. - ---Pero las casas no tienen techo, ni puertas los cuartos, ni colchones -las camas. - ---Eso será interesante. - ---¿Qué comerá usted? - ---Lo que haya. - ---No habrá mas que pan mohoso, sidra agria, aceite rancio y vino con -sabor á pez. - ---Pues comeré eso. - ---¿Está usted decidido? - ---Decidido. - ---Hace usted lo que nadie hace aquí. - ---¿De veras? Eso me seduce. - ---¡Ir á dormir á Pasages! ¡No se ha visto nunca tal cosa! - -El poeta partió hacia Pasages; la misma batelera que habíale servido -la primera vez, le indicó una casa donde podría alojarse. Es la casa -histórica que hoy contemplamos--si somos artistas, si amamos la -patria--con emoción. Víctor Hugo la describe minuciosamente en estas -páginas; hasta un pequeño plano de ella, dibujado por él, nos ofrece. -Allí vivió unos días feliz, tranquilo; la hija de su patrona se llamaba -Pepita; la comida que le servían--por cinco francos diarios--era -abundante, sana, gustosa. Le seducía al poeta morar en esta vieja -casa, entre estos nobles muros; por las mañanas deambulaba por el -pueblo, en requisitoria de rincones y recovecos poéticos, interesantes, -históricos; á la tarde se marchaba hacia la montaña, peregrinaba -largamente, se sentaba en una eminencia frente al inmenso mar. Cuando -al anochecer retorna á la vieja casa consigna en las cuartillas sus -impresiones. Trasladaremos una de estas rápidas anotaciones del poeta. -Víctor Hugo ha subido á un escarpadísimo picacho; en su ascensión ha -tenido, á ratos, que ir á gatas. Ya ha llegado á la cima. «Descubro -un inmenso horizonte--escribe el poeta--. Todas las montañas hasta -Roncesvalles. Todo el mar desde Bilbao á la izquierda; todo el mar -desde Bayona á la derecha. Escribo estas líneas acodado sobre un bloque -en forma de cresta de gallo que forma la arista suprema de la montaña. -En esta roca han sido grabadas hondamente con un pico estas tres -letras, á la izquierda: L. R. H., y estas dos á la derecha: V. H. En -torno á esta roca hay una reducida meseta triangular cubierta de prados -calcinados y rodeada de una especie de foso abarrancado. En una quiebra -diviso una florecilla. La he cogido.» - -¿Cuál es el lugar descrito aquí por Víctor Hugo? ¿Se conservará la -inscripción de que el poeta habla, grabada en esa altísima roqueda? -Lezo, Hernani, Tolosa ocupan también varias páginas en el libro de -Hugo. El poeta ha dejado la vetusta casa de Pasages--en que tan serenas -y claras horas ha pasado--y se ha dirigido hacia Pamplona. Durante el -viaje ha podido ocurrir una catástrofe: la diligencia, parada en la -carretera, allí en lo alto de un precipicio, ha comenzado á recular; ya -una de las ruedas posteriores iba á llegar al borde del hondo barranco; -entonces un mendigo que allí estaba ha puesto una gruesa piedra ante -la rueda, y el cocherón se ha detenido. Si la diligencia se hubiera -derrumbado por aquel abismo, y se hubiera matado Víctor Hugo--como -era probable, verosímil--, á estas horas no podríamos leer muchas de -sus hermosas obras; y todo esto hubiese sucedido--¡complicación sutil -del sutil tejido de los hechos humanos!--si aquel mendigo que puso -obstáculo con la piedra á la caída no hubiese estado allí. Á un mendigo -vasco debe, pues, el Parnaso de Francia multitud de maravillosos -poemas. Tenía entonces, en 1843, Víctor Hugo cuarenta y un años; hasta -1885 había de vivir produciendo, laborando infatigablemente. - -En Pamplona mora Hugo unos días. Le encantan el claustro de la -catedral, la ancha plaza con soportales, el panorama que se descubre -desde el paseo de la Taconera. Corretea por las murallas y por las -callejuelas. Se celebraba en aquellos días de Julio la feria. Hugo -discurre entre los tipos de campesinos y compra multitud de chucherías -y baratijas: ligas con letreros, de Segovia; una caja de cerillas -químicas de Hernani; pilillas de agua bendita, de Bilbao: un hacecillo -de teas de Elizondo; papel de Tolosa; un cinturón ó garniel de cuero, -de Panticosa; dos mantas de Pamplona, «que son de lana magnífica, de -una manufactura recia y de un gusto exquisito». El libro del poeta--en -lo que se refiere á España--termina con una excursión de Hugo á las -montañas navarras, en donde el autor de las _Orientales_ pasa un día ó -dos viviendo en una choza. - -¿Cuál debe ser nuestro juicio sobre estas páginas que Víctor Hugo -dedica á España? Las impresiones del gran poeta no tienen la densidad -é intensidad de las de Teófilo Gautier; son notas ligeras, rápidas. La -más considerable es la referente á su estancia en Pasages. Pero Hugo, -como Gautier y como, años antes, Próspero Merimée, han sabido encontrar -en un rincón de España--descartando las inexactitudes en que hayan -podido incurrir--un aspecto de honda y perdurable poesía. Y vosotros -los artistas ó los que amáis el arte, contestad: ¿hay algo más real que -la poesía? ¿Hay algo más definitivo? - - - - -UN IDEÓLOGO DE 1850 - - -I - -El ideólogo á que nos referimos es don Ramón de la Sagra. Sobre La -Sagra encontramos indicaciones biográficas en el _Manual de biografía -y bibliografía de los escritores españoles del siglo XIX_, publicado -por Ovilo y Otero en París, librería de Rosa y Bouret, en 1859. Como -no nos proponemos hacer un trabajo biográfico de La Sagra, ni escribir -un estudio crítico de sus obras, nos limitaremos á unas breves notas -sobre su persona y sus libros. Nació La Sagra en 1798; fué varias -veces diputado; figuró en las Cortes de 1854; desempeñó la cátedra de -Botánica en la isla de Cuba; realizó numerosos viajes por Europa y -América. Era La Sagra lo que hoy llamamos un «europeo». Profesó las -más avanzadas ideas progresistas. «Hoy las ha modificado--escribe -Ovilo--, lo cual le ha valido algunas censuras.» Los libros, folletos -y publicaciones de distinta índole que La Sagra dió á luz son -innumerables. Según vemos en el _Manual_ citado, existe un _Tratado -cronológico_ de los escritos de La Sagra; pero sólo abarca este tratado -las publicaciones de 1822 á 1845. Muchas más deben de existir; con lo -cual bien podemos imaginar que don Ramón de la Sagra ha sido uno de los -escritores más prolíficos, fecundos y caudalosos que podemos imaginar. - -Á La Sagra le interesaba todo y escribía de todo. Escribió sobre -botánica, geografía, ciencia económica, sistemas penitenciarios, -política, industria, agricultura. En el libro de Otero, al copiar -éste un juicio de don Manuel Colmeiro sobre La Sagra, dice el autor: -«El doctor Colmeiro que, como nosotros, no supone tanto mérito, -tantos servicios, ni tanta ciencia en este laborioso é infatigable -escritor...» Se deduce de estas palabras que La Sagra era, no un -investigador original, sino simplemente un vulgarizador, un viajero y -un lector que luego iba exponiendo en libros y en artículos lo que por -el mundo había visto. Y juntamente con esto, no cabe, ni hay para qué -negar, que La Sagra poseería un deseo sincero de mejoramiento social, -de adelanto y de progreso respecto á España. - -En resolución: La Sagra ha sido, con mayor ó menor originalidad y -con mayor ó menor desinterés, un precursor de los hombres que, más -tarde, hacia 1898, trabajaron en favor de una política de regeneración -española. Hemos hablado de desinterés porque, registrando, tiempo -atrás, periódicos de la época, hemos hallado ataques á empresas -industriales de La Sagra; y entre las obras citadas por Ovilo figura -una _Vindicación de una apreciación injusta de un proyecto de ley -presentado á las Cortes Constituyentes el 14 de Diciembre de 1854, -seguido de algunas reflexiones sobre el estado fisico y económico -de España_. No decimos nada ni en pro ni en contra de La Sagra; lo -que queremos evitar es toda incauta apología. Hoy existen hombres -que, vanagloriándose de las más modernas ideas y de los móviles -más altruístas, se mezclan á empresas y gestiones que no merecen -beneplácito. Si ahora pudiéramos contemplar á un escritor de 1960 -escribiendo un artículo sobre estos hombres y desplegando en él la -más candorosa pompa apologética, seguramente que, por lo menos, -sonreiríamos. - -Nos proponemos ahora tan sólo hablar de algunas originales ideas -que nuestro autor expuso en un breve folleto. Se titula el opúsculo -_Aforismos sociales_; lleva por subtítulo: _Introducción á la ciencia -social_. En Madrid y en 1849 se publicó el librito, y en la portada -se lee la siguiente indicación: «Edición hecha sobre la cuarta -publicada en Bruselas en 1848». El ejemplar del folleto que poseemos -va encuadernado en volumen juntamente con otro opúsculo de La Sagra -escrito en francés y titulado _Revolution économique: causes et -moyens_. Del mismo año del folleto español es este francés; en París se -vendía en la librería de Capelle «et chez l’auteur, 27, rue Lamartine». -Los _Aforismos sociales_ resumen la ideología de La Sagra (como hoy -otros aforismos, los publicados recientemente por Gustavo Le Bon, -resumen la política, la sociología y la psicología social de este -escritor, también multiforme, abundante y diverso). - -Las máximas que nos presenta La Sagra son en número de 300. En varios -capítulos está dividida la obra. - -En el primero se estudia el orden social antiguo; en el segundo, la -emancipación del pensamiento; en el tercero, la sustitución de un nuevo -principio de orden social; en el cuarto, el orden por la fuerza; en el -quinto, la teoría del orden social racional; en el sexto y último, las -condiciones y medios para la organización social racional. Un resumen y -conclusiones cierran el folleto. - -En el breve prólogo de la obra nos dice el autor que estos aforismos -constituyen «parte de los teoremas» cuya demostración larga, minuciosa, -equivaldría á hacer el estudio de la humanidad. La Sagra ha hecho -cristalizar en ellos todo su pensamiento. Persigue también otro -propósito: el de «impedir que la calumnia ó la ignorancia le coloquen -en alguna de las escuelas en que se dividen las opiniones reinantes». -La Sagra desea ser conocido «no tal cual le suponen, sino tal cual es»; -es decir--añade el mismo La Sagra--, como «hombre observador y lógico». -(Hombre observador y lógico no así como se quiera, impreso en el mismo -tipo en que va impreso lo demás, sino estampado ostensiblemente, con -versalitas: HOMBRE OBSERVADOR Y LÓGICO... Repasando los periódicos -á que hemos aludido antes, periódicos de mil ochocientos cuarenta y -tantos, tenemos bien presente el haber visto que uno de ellos llamaba -_sabihondo_, humorísticamente, á La Sagra.) - -El autor, al publicar esta edición castellana de su libro, nos advierte -también que el trabajo ha sido redactado pensando en otros pueblos; -otros pueblos «más adelantados y, por consiguiente, más distantes de -la época antigua». En esas naciones se hallan muy debilitadas las -creencias individuales; hállase también la fe social «totalmente -extinguida, es decir, enteramente eliminada de la legislación». Muy -lejos de ese estado «fatal» nos hallamos nosotros los españoles; -«pero--añade La Sagra--conduce á él la doctrina y la práctica del -progreso». Esta última frase es altamente significativa. ¿Qué concepto -del progreso va á exponernos La Sagra? Él, un hombre avanzado, moderno, -científico, ¿va á lanzarnos por el camino de esas sugestionadoras -paradojas que, hablando del progreso (del progreso y sus _ilusiones_) -han proclamado también, bien mirados por los tradicionalistas, otros -espíritus igualmente modernos y científicos de estos días? Sí, algo hay -aquí, aparte de la antinomia de Comte, creador del positivismo y de una -nueva religión; algo hay aquí de Sorel, de Le Bon y de otros... - - -II - -Expongamos algunas de las ideas de don Ramón de La Sagra; nos -limitamos sencillamente al papel de expositores. No presentaremos -tampoco sistematizadas las ideas del autor (para eso, léase el -libro); indicaremos puntos de vista, consideraciones, observaciones. -Vivimos--dice La Sagra--en un tiempo en que la opinión es quien reina -y legisla. «El reinado de la opinión tiene por resultado la anarquía, -porque la opinión es variable por esencia.» El sufragio universal es -la consecuencia lógica de este régimen de opinión; pero, imperando las -mayorías, ¿á quién podrán apelar las minorías? (No olvide el lector que -estamos en 1849; la originalidad de estos juicios consiste precisamente -en haberse formulado en esa época en que eran novísimos... y ahora -también. No dejaremos, de cuando en cuando, de ir recordando la fecha -de este librito.) «El sufragio universal, considerado como base del -derecho, es, en realidad, la negación del derecho.» Con el sufragio -universal, el derecho queda sometido á la fuerza: á la fuerza de la -mayoría. Se somete el derecho á una voluntad general, universal, y de -ella se le hace depender. No se tiene en cuenta que actualmente la -humanidad no posee todavía «una voluntad racional é incontestable». Por -eso todo voto es la expresión de un interés pasional. - -Como no existe todavía una dirección racional en la sociedad, el voto -del sufragio no puede adaptarse á esa orientación. «Se llama _ley_ lo -que resulta de la decisión de intereses más ó menos numerosos, ó de -los que son bastante fuertes para hacerse admitir como generales.» Las -pasiones, los intereses, las razones individuales fingen someterse -á una supuesta voluntad general; esa voluntad general, expresión -del sufragio, flor de la democracia, no es mas que un agregado de -voluntades unidas por un interés que les es común. Y esta artificiosa -voluntad general se convierte en _autoridad_ con el auxilio de la -fuerza. «De consiguiente, bajo el imperio de las mayorías no reina el -_derecho_ fundado en la razón social y universalmente reconocida, sino -la fuerza resultante del número ó de la intriga.» - -El despotismo moderno se apoya en las mayorías; ese despotismo no es -mas que fuerza privada del prestigio de la fe. «Hallándose fundada la -autoridad moderna en la opinión, resulta contestable; y en una época -de libre discusión es necesariamente contestada». La supremacía del -número, como base de la autoridad, se halla en pugna con la razón; -forzosamente la investigación moderna ha de discutirla y combatirla. En -la esencia misma de este régimen de mayorías se encuentra el origen del -espíritu revolucionario. El espíritu revolucionario, inseparable del -régimen de mayorías, se manifiesta en actos ilegales ó legales. «En la -revolución llamada legal domina el voto; en la revolucionaria domina -la fuerza. Pero como en ambos casos son las pasiones las que dan el -impulso, resulta que la fuerza da la victoria, suponiendo que tiene los -votos en su apoyo.» - -Faltando la unidad espiritual, psicológica, que antiguamente daba -la religión al agregado social, y no habiendo sido esa orientación -reemplazada por otra, la autoridad y el poder se hallan en quiebra. -«En el día todo poder inspira desconfianza; toda autoridad se pone -en duda; todo mandato sugiere oposición.» La sumisión á la ley, al -dictado jurídico, á la regla moral, supone que lo que se ordena ha de -ser razonable, justo. «Pero ¿quién califica los actos como justos ó -injustos? La opinión de cada individuo. Por consiguiente, las órdenes -de la autoridad son calificables para la humanidad entera.» El desorden -será permanente. El orden sólo se establecerá cuando quede determinado -de un modo absoluto lo que la razón debe dictar y cuando cada ciudadano -pueda conocerlo. - -Lo que al presente se llama libertad no es mas que anarquía, desorden. -Las sociedades libres son eminentemente anárquicas. «La causa, pues, -del sentimiento revolucionario se halla en el principio mismo que sirve -de base á la autoridad moderna.» «La sociedad antigua reposaba sobre -la fe; la sociedad moderna reposa sobre la opinión, y la dominación -por la opinión es esencialmente anárquica.» (Esta es una de las ideas -fundamentales de La Sagra; él ve la sociedad antigua como formada toda -de una pieza, compacta, solidaria, gracias al aglutinante, digámoslo -así, de la unidad espiritual que proporcionaba la religión, y hoy -ve, por el contrario, fraccionado en mil fragmentos el todo social, -merced á la diversidad de opiniones que luchan, se oponen é imponen -unas á otras. Queda, por encima de todo esto, el sufragio, la voluntad -general; pero el sufragio es una ficción y no logra cohesionar -las fuerzas sociales ni dar una dirección lógica y racional á la -humanidad.) Escritores antiguos y modernos--continúa La Sagra--han -combatido el principio de las mayorías como base del derecho moderno. -Sin embargo, sólo ese principio sobrevive á la muerte de la fe. «Esto -procede de que hasta ahora no ha sido posible sustituir á la destruída -autoridad de derecho divino más que la autoridad del número.» - -Reina universalmente la anarquía: en el sistema industrial, en el -intelectual, en el moral, en el social. La dominación por la riqueza -ha reemplazado á la antigua dominación por el privilegio. «La antigua -dominación era compensada por la revelación, que declaraba meritorios -en otra vida los sufrimientos de los desgraciados explotados en ésta. -La dominación moderna no da á la explotación que ejerce más motivo que -la fuerza sin consuelo alguno.» El desorden y la incongruencia social -irán siendo mayores de día en día. Ese progreso del mal llegará á hacer -comunes á todas las clases los sufrimientos que ahora afligen á las -masas proletarias. Se hará preciso buscar entonces el remedio á males -que á nadie excluirán. El vínculo social que hoy falta sólo puede darlo -la ciencia. (Esta es otra de las ideas fundamentales de La Sagra; de La -Sagra, que escribe, repitámoslo, en 1849. Un año antes escribía Renán -su libro _El porvenir de la Ciencia: pensamientos de 1848_, libro que -no fué publicado hasta 1890.) «Hasta el día--añade La Sagra--la ciencia -no ha llegado más que al período materialista, que es la negación del -espiritualismo.» - -«Para la humanidad--añade nuestro autor--no puede haber mas que dos -géneros de existencia: ó por la _fe_ ó por la _ciencia_. El reinado -social de la fe ha desaparecido; es preciso, pues, que el de la ciencia -aparezca ó que la humanidad se extinga.» Nos hallamos á la hora -presente en un estado de conturbación espiritual y de desorientación. -No puede darse un período de más aguda crisis; en la historia de la -humanidad no habrá acaso época tan angustiosa como ésta. «En resumen: -el _despotismo es imposible_ y la _libertad es anárquica_.» De este -modo podemos caracterizar los tiempos que alcanzamos. Es decir, que -el elemento necesario para la marcha (la libertad) es origen de -perturbación y de desorden; y por otra parte, el factor que pudiera -remediar y encauzar el mal (la autoridad) se ha hecho imposible. ¿Cómo -resolver este formidable, trágico conflicto? - -Tales son, sumariamente, las ideas de don Ramón de La Sagra. -Sencillamente, somos expositores. Y lo somos porque para la historia -del pensamiento español durante el siglo XIX nos parece interesante -no olvidar á este divulgador de ideas, cualquiera que sea nuestra -opinión sobre él. Un hombre que en 1849 ha proclamado la religión de -la Ciencia: ése es La Sagra. La religión de la Ciencia como ideal -para la humanidad, como socializadora de la humanidad. La fe en la -Ciencia acabará con la anarquía producida por las opiniones diversas y -pugnantes. - - - - -BAROJA, HISTORIADOR - - -Pío Baroja acaba de publicar un nuevo libro; es este volumen de Baroja -el primero de una serie de novelas históricas. Se titula _El aprendiz -de conspirador_. El título genérico que llevarán estas novelas será el -de _Memorias de un hombre de acción_. Digamos, ante todo, el motivo -que Baroja ha tenido para emprender esta serie de obras novelables é -históricas: entre los antecesores del novelista se encuentra un vasto -andariego é inquieto, llamado Eugenio de Aviraneta; revolviendo Baroja -papeles viejos, allá en los arcones y armarios familiares, encontróse -con algunos documentos relativos á su antecesor; entróle curiosidad -por conocer más datos referentes á Aviraneta; leyó libros de Historia; -metióse en las bibliotecas y husmeó por los puestos de libros viejos; -fué enfrascándose poco á poco en el estudio de una época; á la postre, -nuestro Baroja--antihistórico y antirretórico--se encontró con un -cúmulo tal de pormenores, particularidades y detalles, que fácilmente -cayó en la tentación de entrarse, pluma en ristre, por los campos -lóbregos y falaces de la Historia. - -Sin embargo, no se asusten los devotos del novelista; más adelante -explicaremos cómo entiende Pío Baroja la Historia; afirmemos desde -luego que nuestro autor no es un copiante servil de la realidad, no -un amontonador de datos y fechas, no un frío hacinador de prolijos -pormenores que á nadie pueden interesar. _El aprendiz de conspirador_ -palpita de vida, de pasión y de amenidad en todas sus páginas. La -novela ha alcanzado ya á estas horas lisonjero éxito; se la elogia -entre los literatos y se la han dedicado artículos fervorosos en los -periódicos. Huelga decir que el libro está escrito en el estilo sobrio, -escueto, limpio, que es peculiar en Pío Baroja; nada más lejos que -Baroja de la prosa pseudocastiza, imitada de los clásicos del siglo -XVII, artificiosa, sin verdad y sin realidad. Todo un mundo separa á -las novelas escritas en este estilo (por ejemplo, la titulada _Ave -Maris stella_, de Juan García) de las novelas de Baroja; nuestro -novelista escribe para decir algo, y lo dice de la manera más rápida y -exacta. - -Se comienza á contar en la nueva novela la vida de un hombre de -acción. Los hombres de acción han atraído siempre á Pío Baroja; él -mismo se lamenta de no poder ser un hombre de acción. Pero el concepto -que se tiene del hombre de acción--el que tiene Baroja--será preciso -definirlo, con objeto de no exponernos á torcidas interpretaciones. Un -hombre de acción--para nosotros--es Goethe; lo es también Spinoza; lo -es Voltaire; lo es Spencer; lo es Tolstoi. Todos son hombres que no -han salido de las cuatro paredes de su estudio (como no salió tampoco -Kant), pero que han removido un mundo, han hecho transformarse las -sociedades (ellos, con auxilio de otros muchos), han creado nuevas -visiones de las cosas, han troquelado flamantes, desconocidos valores -intelectuales; han sido, en suma, excitantes y levaduras poderosas de -la marcha humana. ¿Quién es más hombre de acción: Kant ó Garibaldi? -¿Quién: Spencer ó Hernán Cortés? - -Mas Baroja, intelectual, removedor de prejuicios, impulsador--en más -ó menos escala--de deseos y de iniciativas (todo ello acción), se -encuentra seducido, hechizado por la _otra acción_: por las idas y -venidas, el afanoso tráfago, las agitaciones populares, las empresas -industriales, los largos viajes. De aquí que, desde su mesa de trabajo, -cada vez que se sienta á escribir, ponga su pensamiento en aventureros, -gentes errátiles, cabecillas, vagabundos, bohemios, hombres, en -fin, que se mueven continuamente y que hacen cosas. Eugenio de -Aviraneta--providencialmente descubierto en un armario viejo--ha venido -á ser el símbolo supremo, la representación más alta--y, desde luego, -ancestral--de la obra, las meditaciones, los anhelos y las esperanzas -de Pío Baroja. Un volumen acaba de consagrarle el novelista; pero un -volumen, ni dos, ni cuatro, es poco; de diez constará toda la vida de -Aviraneta. - -La obra que acaba de emprender Baroja, como toda obra henchida de -intensa vida, será motivo de comentarios y discusiones; se la -comentará y se la discutirá (y las discusiones y comentarios han -comenzado ya) por la concepción que el novelista expone en ella tanto -de la vida como de la representación de la vida en el pasado; es decir, -de la Historia. Aviraneta nació á fines del siglo XVIII; toda su vida -fué una perenne agitación; se mezcló en las guerras civiles y tramó -pintorescas conspiraciones. - -Contemplemos desde lejos la vida de Aviraneta; ya con las 300 páginas -que ahora nos da Baroja podemos comenzar á contemplarla. Primera -observación que se nos ocurre hacer; Aviraneta no es ni liberal ni -conservador; toma unas veces partido por los liberales y otras por -los conservadores. Aviraneta no es una línea recta; su vivir ondula, -se tuerce en un complicado zig-zag. Y, sin embargo--atajemos el -pensamiento del lector--, sin embargo, Aviraneta no es un vividor, -un logrero, un negociante turbio (lo que ahora son muchos políticos -españoles); Aviraneta no es tampoco un inconsciente, un ingenuo. -¿Cómo clasificar esta vida sinuosa? ¿De qué manera encasillar á este -hombre que, apenas nacido á la literatura, ya comienza á inquietarnos -y preocuparnos? No existen casilleros para los hombres como Eugenio -de Aviraneta; evoluciona este personaje por encima de los valores -conocidos; obra independientemente de la tradición sancionada. ¿Es un -enamorado de la fuerza por la fuerza? ¿Un dominador pre-nietzschano? -¿Un hombre que, secuaz de Maquiavelo, lector de _Il Principe_, no -repara en medios (zarpazo de león ó artimaña de vulpeja) para -llegar al fin que se propone: no su engrandecimiento--según el falso -maquiavelismo--, sino el engrandecimiento de la patria--según el -verdadero maquiavelismo? ¿Es un _superhombre_--como diría Nietzsche, ó -un _serpihombre_--como diría Gracián? Es realmente Aviraneta--por lo -que comenzamos á ver--un hombre superior, fuera de la medida ordinaria; -pero su superioridad, tan lejana del sentir medio de la masa, nos -inquieta y nos hace reflexionar. El espectáculo del mundo no es para -Aviraneta lo que para la mayoría de los hombres; su representación de -la realidad es distinta. Siendo la representación diversa, diversa -ha de ser también la moral. Aviraneta no es ni moral ni inmoral. De -_amoral_ estamos tentados de calificarle; por lo menos, seguidor de -una moral que no acopla con nuestra moral; una moral que principiamos -á entrever en este primer volumen de su vida y que quizá cuando se -publiquen los restantes podremos comprender y definir. Para entonces -aplazamos nuestro juicio sobre el asunto. - -Vengamos á la concepción histórica de Baroja. Alfredo de Vigny -ha sentado, en el célebre prólogo á su novela _Cinq-Mars_, una -teoría capital respecto de la Historia. En síntesis, para Vigny, la -verdad del arte es más verdadera que la verdad real. «El espíritu -humano--escribe Vigny--no parece preocuparse de lo _verdadero_ mas -que en cuanto al carácter general de una época; lo que sobre todo -le importa es la masa de los acontecimientos y los grandes pasos de -la humanidad que arrastran á los individuos.» «Pero indiferente en -los detalles--añade el autor--, el espíritu humano no los ama tanto -_reales_ cuanto _bellos_, ó _grandes_ y _completos_.» Es decir, que -dada la realidad histórica, á grandes pinceladas, de una época, luego, -sobre ese fondo de autenticidad, el artista, el gran artista, puede -dar á los personajes que en realidad existieron una vida _distinta_ de -la que tuvieron, pero más intensa, más bella, _más verdadera_ que la -auténtica. Sirvan de ejemplos el Cid creado por el desconocido poeta -del _Cantar_, ó el Felipe II, de Schiller, de Alfieri y del moderno -Verhaeren. Será inútil, completamente inútil que protestemos; serán -ineficaces cuantas refutaciones cuajadas de datos hagamos. La creación -artística vivirá perdurablemente, con luminosidad inextinguible, por -encima de la menguada rastrera realidad. Ante la sucesión de los siglos -se mantendrá incólume, tal como la ha creado el poeta alemán, la figura -del monarca de El Escorial; ante el tiempo, sin conmoverse, subsistirá -la imagen de Rodrigo Díaz que el ignorado vate ha estampado en su -_Poema_. - -La realidad que busca Pío Baroja en la serie de sus novelas históricas -es la realidad viva y palpitante que crea el arte. Sobre un lienzo de -realidad histórica Baroja construye sus figuras. ¿Qué importan detalles -más ó menos? Lo que importa es la vida. Y las creaciones de Pío Baroja -se mueven, hablan, sienten, gesticulan, se apasionan, ríen, plañen, -llegan á nuestro corazón é inquietan nuestro espíritu. - - - - -ARANJUEZ Ó LA SENSIBILIDAD ESPAÑOLA - - -Aranjuez en otoño tiene un encanto que no tiene (ó que tiene de otro -modo) en los días claros y espléndidos de la primavera. Las largas -avenidas, desiertas, muestran su fronda amarillenta, áurea. Caen -lentamente las hojas; un tapiz muelle cubre el suelo; entre los claros -del ramaje se columbra el pasar de las nubes. En los días opacos el -amarillo del follaje concierta--melancólicamente--con el color plomizo, -ceniciento, del cielo. Y si el viento, á intervalos, mueve las ramas de -los árboles y lleva las hojas de un lado para otro, la sensación del -otoño--tristeza, anhelo infinito--es completa en estos parajes, entre -estos árboles, á lo largo de estas seculares avenidas, solos, rodeados -de silencio; y nuestro espíritu se siente sobrecogido, sin saber qué -esperar y sin poder concretar su inquietud. Un tren silba á lo lejos y -pasa rápido, allá en la lontananza, por el extremo de una alameda... - -Aranjuez encierra recuerdos literarios y políticos de diverso orden. -Viajeros ilustres que han visitado en distintas épocas Madrid, han -llegado luego hasta las frondas de Aranjuez. Aranjuez, más ó tanto -como Madrid, ha sido, desde este punto de vista intelectual, el -_contraste_ de Europa con España, con su historia, con su paisaje y -con su raza. Aranjuez es una creación, no del pueblo, de la masa, -sino de lo más selecto de España; lo más elevado socialmente ha -podido aquí, materialmente, exteriorizarse. Alrededor de Aranjuez se -extiende el campo manchego, el campo uniforme, gris, triste, pobre, -el campo con sus pueblecillos, sus cortijos, sus labores someras y -escasas. Si Aranjuez representa la exteriorización--en los jardines -y en el palacio--de lo selecto español, esta campiña es la expresión -de lo popular de España. Por lo tanto, quienes después de pasar por -Madrid llegaban á Aranjuez desde los países extranjeros, era aquí -donde realmente ponían en contacto su espíritu moldeado en otros -medios con lo refinado español. Ningún elemento extraño estorbaba esta -comunicación espiritual; en Aranjuez, como en El Escorial, como en -Sevilla, el choque del resto de Europa con lo genuino de España podía -perfectamente verificarse. - -Saint-Simón es uno de los viajeros que nos han dejado sus impresiones -de Aranjuez. Vino á nuestro país Saint-Simón en 1721; precisamente en -el otoño fué cuando el aristócrata francés visitó el indicado Real -Sitio. ¿Qué impresión le causó Aranjuez, con los campos manchegos que -le rodean, á este hombre que venía de Versalles, que traía los ojos -empapados con los espléndidos jardines de Le Nôtre, que vivía en el -ambiente espiritual formado por Descartes, Molière, La Bruyère, Pascal? -¿Cómo un cerebro plasmado sobre el orden, la lógica, la simetría, la -tradición ordenada y coherente, sintió este medio nuestro? La visión -que Saint-Simón nos da de España es de las más originales, profundas -y fuertes; este hombre, habituado á la _temperatura moral_ más alta -que entonces había en Europa; este hombre fino y agudo, no se dejó -sorprender por la impresión primera; en sus juicios, semblanzas y -escenas llega, casi siempre, al fondo de las cosas. Un detalle hay en -su pintura de Aranjuez que es altamente significativo. Saint-Simón nos -dice que, acostumbrado á los jardines de Le Nôtre, no podía menos de -encontrar en los de Aranjuez _bien du petit et du colifichet_. Hemos -preferido dejar la frase en su original. ¿Cómo traduciríamos la palabra -_colifichet_ aplicada á los jardines de Aranjuez? (Dos _colifichets_ -clásicos é ilustres hemos encontrado á lo largo de nuestras lecturas; -clásicos é ilustres porque están usados en dos obras capitales de la -literatura francesa. Uno lo usa Molière en _El Misántropo_--acto I, -escena II--, cuando Alcestes habla de los versos artificiosos, pulidos, -rebuscados, de Oronte. Otro lo emplea Balzac en _Eugenia Grandet_, al -enumerar las fruslerías, perendengues y dijes que se lleva de París -á provincias el primo de la protagonista, joven elegante y apuesto.) -Saint-Simón añade: «Pero el conjunto resulta algo encantador y -sorprendente en Castilla, á causa de la densidad de las sombras y de la -frescura de las aguas». - -El detalle á que aludíamos antes lo da el autor en una observación que -hace á continuación. «Me chocó mucho--escribe--un molino sobre el Tajo, -á menos de cien pasos del Palacio; un molino que corta el curso del -río y que produce un ruido que se oye de todas partes.» Ya está aquí, -junto á una expresión de sociabilidad, de civilización (los jardines -de Aranjuez), el pormenor revelador de la incuria tradicional, de la -insensibilidad histórica. Por una parte, estos jardines nos hacen -pensar en una obra--más ó menos perfecta--de coherencia, de afinamiento -espiritual; por otra, este molino estruendoso que afea el paisaje y -molesta continuamente con su estrépito, nos demuestra que existe una -laguna en la sensibilidad creadora de estos parques. (Análogamente, los -enormes y toscos carromatos que discurren por las calles de Madrid, -con sus reatas de mulas y con sus violentos, coléricos y blasfemadores -carreteros; esos carros que pasan ante las tiendas modernas, lujosas, -y sobre los cuales, de noche, caen los resplandores de los arcos -voltaicos; esos carros son otra incongruencia de la sensibilidad -española. Se podrían citar numerosos ejemplos.) Saint-Simón no podía -explicarse la existencia de este molino sobre el Tajo. Descartes con su -_Discurso del método_, y Racine con sus tragedias, y La Fontaine con -sus fábulas (todos creadores de una sensibilidad) habían hecho que, -andando el tiempo, él, Saint-Simón, no pudiera comprender esta aceña de -nuestro Real Sitio. - -Le preocupaba el tal molino al aristócrata francés. Vuelto á Madrid, -Saint-Simón se apresuró á hablar del asunto al rey. «Hablé del molino y -me mostré sorprendido de cómo se le toleraba tan cerca del palacio, en -sitio en que su vista, que interrumpía la vista del Tajo, y más todavía -su ruido, eran tan desagradables que un particular no lo toleraría.» -Veamos cuál es la actitud del rey, es decir, de la representación más -alta--_oficialmente_--de la sensibilidad española. «Esta franqueza -mía--añade Saint-Simón--desagradó al rey, el cual me contestó que el -molino había estado siempre allí...» Detengámonos un momento, hagamos -resaltar la frase que sigue: «... había estado siempre allí, y que allí -_no hacía ningún daño_». Se ha verificado el choque de las modalidades -de sensibilidad; un detalle, una pequeñez, una fruslería, si queréis, -pero detalle de una alta significación. Saint-Simón, ante las palabras -del monarca, siente instantáneamente la capital diferenciación. _Je me -jetai promptement sur d’autres choses agréables d’Aranjuez..._ Y nada -más. - -Más tarde pasó por Aranjuez otro gran observador de hombres y de cosas: -el caballero Casanova de Seingalt. En Aranjuez moró una temporada -Casanova. En estas mismas páginas dedicadas al Real Sitio habla el -autor de su «deseo de observar los hombres y de hacerles hablar sobre -el motivo de sus acciones». (¿Es de Casanova ó de Stendhal esta -frase?) Paraba Casanova en la casa de un empleado de palacio. «Desde -las ventanas--escribe el autor--yo veía á su majestad partir todas -las mañanas para la caza y volver luego agotado por la fatiga.» -Unas páginas siguen en que Casanova muestra, al hablar del rey, su -visión _diferencial_ de España. No nos detendremos en ella; nos falta -el espacio; esta parte de las _Memorias_ de Casanova--la dedicada á -España--es sumamente interesante para los lectores españoles. Á notar: -un prodigioso, maravilloso retrato de mujer (_la señora Nina_). Á -notar: las siguientes profundas palabras, que sólo un gran observador -pudo escribir: «¿Quién duda de que España necesita una regeneración, -que no puede ser sino el resultado de una invasión extranjera, ella -sola capaz de reanimar en el corazón de todo español ese hogar de -patriotismo y de emulación que amenaza extinguirse en absoluto?» (La -invasión se produjo años más tarde; soberbia explosión de patriotismo -hubo también, en efecto; pero...) «Si España--sigue Casanova--recobra -alguna vez su puesto en la gran familia europea, mucho tememos por ella -que no sea sino á costa de una terrible conmoción. Sólo el rayo puede -despertar esos espíritus de bronce.» (Costa, Macías Picavea, ¿no era -esto lo que vosotros decíais un siglo más tarde?) - -Chateaubriand pasó también por Aranjuez. Encontramos la referencia -en sus _Memorias de ultratumba_. La parte en esa obra consagrada á -España fué traducida, en 1839, con el título de _El Congreso de Verona_ -(Madrid, «imprenta que fué de Fuentenebro»), por don Cayetano Cortés, -el mismo que escribió un agridulce estudio de Larra que todavía figura -al frente de algunas ediciones--la de Montaner, por ejemplo--de las -obras del satírico. «Un día--escribe Chateaubriand--nos paseábamos, en -1807, á orillas del Tajo, en los jardines de Aranjuez, y vimos venir -á Fernando á caballo y acompañado de don Carlos. ¡Cuán ajeno estaba -entonces de prever que aquel peregrino de Tierra Santa contribuiría -en algún tiempo á restituirle la corona!» Nada más sugestivo que -este encuentro del hombre que había de renovar toda la sensibilidad -literaria moderna y de Carlos IV y su hijo Fernando. Nada más -antitético que estas dos representaciones humanas, símbolos de dos -grandes y opuestas modalidades sociales... - -... Aranjuez, Aranjuez: en los días grises, velados, del otoño, cuando -paseamos por las desiertas alamedas, una vaga tristeza invade nuestro -espíritu. ¿En qué pensamos? ¿Qué tememos? ¿Qué esperamos? ¿Ponemos -nuestro anhelo en un perfeccionamiento de la sensibilidad española; un -perfeccionamiento que haga desaparecer tantas cosas, que haga surgir -otras? Las hojas caen; á lo lejos suena el agudo silbido de un tren. - - - - -PROCESO DEL PATRIOTISMO - - -Solicitado el autor para que enviase artículos á un periódico de la -Habana--el _Diario de la Marina_--inauguró su colaboración con el -siguiente trabajo (12 Septiembre 1913): - - LA GUERRA - - Un viejecito--simbólico--está viajando por España. Tiene este - viejecito una larga barba que le llega hasta las rodillas y unos ojos - claros, azules. Es chico: como un gnomo. Lleva en su mano un cayado - con regatón de hierro. Cuenta con muchos, muchos, muchos años. Allá en - las pretericiones de la Historia conoció á los primitivos pobladores - de España; luego anduvo entre los godos; más tarde estuvo con los - alarbes; después, durante la Edad Media, presenció cómo construían las - catedrales y cómo en unos talleres angostos imprimían los primeros - libros. Ha departido este viejecito con Mariana; ha platicado con - Saavedra Fajardo; ha visto pensativo y angustiado á Cervantes; ha - observado, desde lejos, el último paseo de Larra por Recoletos el - mismo día de su muerte... Nuestro viejecito--con su luenga barba y su - bastón herrado--camina sin parar por la patria española. En el Norte - ha subido á las verdes montañas y ha descansado, junto á los claros - riachuelos, en lo hondo de los sosegados valles. Ha preguntado á - labriegos y á oficiales de mano. Una paz dulce reina en las tierras - españolas del Norte; lo cantan así los poetas y los literatos. - Pero por debajo de esa paz tradicional, nuestro viajero ve la - intranquilidad y la penuria del labriego. No falta el agua del cielo, - que fecunda los campos; mas la vida es pobre, limitada, y ya algunos - morbos terribles de la civilización moderna van entrando, poco á poco, - en el hogar milenario, y van, poco á poco, corroyendo y aniquilando - esa dulzura que loan los poetas. En ninguna región de España hace - tantas devastaciones el alcoholismo como en Guipúzcoa. El alcoholismo - trae como secuela fatal é inevitable la tuberculosis. Diezma la - tuberculosis los habitantes de esa hermosa región de España. El cuadro - que nos presentan las estadísticas es verdaderamente aterrador. ¿Quién - creería que esta paz, que esta serenidad, que esta poética dulzura - encubre los estragos verdaderamente extraordinarios, hórridos, del - alcoholismo y de la tisis? - - De las provincias vascas, el viejecito de los ojos azules pasa á - Castilla. Atrás han quedado las verdes pomaradas; atrás los suaves - praderíos, con los puntitos rojos de las techumbres de las casas, - colgadas allá arriba en la altura; atrás los claros, silenciosos - regatos que se deslizan entre las anchas y resbaladizas lajas. Ya la - estepa castellana abre su horizonte ilimitado; antes la mirada no - podía extenderse más allá de un punto próximo; ahora se dilata por la - inmensidad gris, rojiza, amarillenta. Ya no hay bosques de árboles; - si acaso, algún macizo de álamos gráciles, tremulantes, se yergue á - la vera de un riachuelo. La tierra de sembradura produce poco; no se - la beneficia toda á la vez y todos los años. Se la divide en dos, - tres ó más hojas, y en cada añada una sola de estas tres suertes ó - tranzoneras es la que produce el grano. Son breves y superficiales las - labores; aún el labriego rige la mancera del milenario arado romano. - - Tan poco produce la tierra, que apenas tiene el labrador para pagar - el canon del arriendo, los pechos del fisco y los intereses de los - préstamos usurarios. Todo el día, desde que quiebra el alba hasta que - el sol se pone, el labrador permanece inclinado sobre su bancal. Los - fríos le atarazan; los ardores del sol le tuestan en el verano. No hay - leña en su vivienda para calentarse en el invierno. No prueba la carne - en sus yantares mas que una ó dos veces al año (cuando la prueba). - Largas sequías dejan exhaustos de humedad los campos; en tanto que la - sementera se malogra ó que los tiernos alcaceles se agostan, allí á - dos pasos, corre el agua de los ríos por los hondos álveos hacia el - mar, inaprovechada, baldía. No hay piedad para el labriego castellano, - ni en el usurero que presta al ciento por ciento, ni en el Estado - que agobia con su tributación, ni en el político que se expande en - discursos grandilocuentes y vanos. Castilla se nos aparece pobre y - desierta. No llegarán á treinta los habitantes por kilómetro cuadrado. - Incómodos y escasos son los caminos. En insalubres y desabrigadas - casas moran sus gentes. Leguas y leguas recorremos sin encontrar en la - triste paramera ni un árbol... - - Nuestro viajero deja Castilla y entra en Levante. Levante se abre - ante la vista del viandante con sus colinas suaves, sus llanos de - viñedos y sus pinares olorosos. En los pueblecillos, los huertos se - destacan en los aledaños con sus laureles, sus adelfas y sus granados. - El aire es tibio y transparente; en la lejanía espejea el mar de - intenso azul. Pero el labrador de Levante se siente oprimido--como - el de Castilla--por los múltiples males que le deparan el Estado y - la Naturaleza. Tan frugal es este cultivador de la tierra como el - cultivador castellano. No prueba jamás la carne; legumbres y verduras - constituyen su ordinaria alimentación. La tierra rinde poco; la - filoxera ha devastado la mayoría de los viñedos. El vino ha llegado - á una suma depreciación. De las campiñas y de los pueblos emigran á - bandadas los labriegos y los artesanos; emigran también de Galicia, - de Castilla y de Andalucía. Ahoga asimismo la usura á los pequeños - propietarios; han de malvender éstos sus casas y sus predios para - pagar al usurero. Los malos años, las sequías, las plagas del campo, - hacen que el número de jornaleros empleados en el beneficio de la - tierra disminuya; en las viviendas pobres--los que no emigran--pasan - los días inactivos, sin pan, viendo en la miseria más cruel á sus - mujeres y á sus hijos. - - Continúa nuestro viejecito su camino á través de España. Ahora ha - llegado á Andalucía. Sierras abruptas, como las de Córdoba y las de - Ronda, nos muestra la Naturaleza. Llanos grises y uniformes, como - los de Sevilla, se extienden ante la mirada. La frugalidad en los - trabajadores agrarios llega á su colmo en la tierra andaluza; una - jornada de trabajo produce apenas para comprar un poco de pan y una - escasa porción de aceite. Escuálidos, exangües vemos á los labriegos; - con andrajos cubren sus carnes; á centenares abandonan la patria - española. Y en tanto que se alejan de los campos que los vieron nacer, - en esos mismos campos permanecen incultos, yermos, pertenecientes á - unas pocas manos, leguas y leguas de terreno. - - ¡Ah, viejecito de la barba luenga y de los ojos azules! ¡Ah, viejecito - milenario, que tantas cosas has visto á lo largo de la historia de - España! La alborada de una nueva vida floreciente y renaciente, - el deseo formidable é íntimo de ser mejores no es todavía sino un - rudimento en los pechos de unos pocos españoles. Ahora, sobre las - calamidades tradicionales, centenarias, de la rutina, la ignorancia, - la pobreza, se añade la guerra. Una guerra devasta nuestra Hacienda y - deja exhaustos de brazos los campos y los talleres. Nuevos auxilios - se le piden al labrador, al industrial, al artesano, al pequeño - propietario, todos abrumados y angustiados por la usura, el fisco y - las malas cosechas. Una tremenda causa de despoblación se agrega á - las ya existentes: las ya existentes, que hacen que se camine durante - horas por las llanuras de Castilla sin encontrar un ser humano. No hay - escuelas, no hay caminos, no hay árboles, no hay hombres. El viejecito - de la barba larga se ha sentado en la cima de una montaña. Desde la - altura se divisaba un vasto panorama de oteros y de valles; en ese - paisaje estaba retratada en compendio la patria española. Nuestro - viajero ha pensado: «España: discursos, toros, guerra, fiestas, - protestas de patriotismo, exaltaciones líricas». Y ha pensado también: - «España: muchedumbre de labriegos resignados y buenos, emigración, - hogares sin pan y sin lumbre, tierras esquilmadas y secas, anhelo - noble en unos pocos espíritus de una vida de paz, de trabajo y de - justicia». - - * * * * * - -El anterior artículo motivó vivas protestas en algunos diarios de -la Habana; hemos procurado indagar el motivo que estos periódicos -pudieran tener para sus destemplanzas. Nos han dicho que estos -periódicos defienden á España. No lo entendemos. No fué esto sólo: -multitud de cartas llegaron á nuestras manos, en que se protestaba -también enérgicamente de nuestro artículo. Dimos de lado á protestas -periodísticas y á protestas postales y escribimos--continuando nuestra -colaboración--el artículo que transcribimos: - - UN EXTRANJERO EN ESPAÑA - - Cuando escribimos estas líneas, Madrid se prepara á recibir la visita - del jefe del Estado francés... Imaginemos una inocente fantasía. Un - francés, un buen francés que tenga un poco--aunque no sea mas que - un poco--de la finura crítica de un Sainte-Beuve, del colorismo de - un Gautier, de la escrupulosidad de un Flaubert (¿queréis más?), ha - releído una de las _Orientales_ del gran Hugo y se dispone á visitar á - España. Hugo, en esa poesía titulada _Granada_ hace un compendio de su - visión de la tierra española. Las principales ciudades de nuestro país - va enumerando el poeta. Jaén tiene «su palacio gótico con torrecillas - extrañas». Segovia posee «el altar cuyas gradas besamos» y además «el - acueducto con sus tres hileras de arcos». (No son mas que dos, querido - y glorioso poeta). Barcelona «en lo alto de una columna, eleva un faro - al mar.» Alicante «mezcla á los campanarios los alminares». (¿Dónde - están los alminares de Alicante?) Valencia cuenta «con los campanarios - de sus trescientas iglesias.» «Salamanca se duerme, «al son de las - mandolinas» y se despierta á los gritos de los escolares. Á Medina del - Campo no le quedan mas «que sus sicomoros; sus puertas las hicieron - los romanos y sus acueductos los moros»... - - Saint-Simón, Beaumarchais, Hugo, Gautier, Merimée marcan la línea - de la observación francesa respecto á España. Estos son los grandes - espíritus que de nosotros han sabido ver algo personal, intenso, - original. Conoce nuestro francés--el que hemos imaginado--toda esta - literatura hispanizante de sus compatriotas. Conoce también--un - poco--nuestros autores clásicos. Cuando se pone en el tren, su - imaginación va preparada para recibir el espíritu de España. (La - «canción de España», diría Barrès, que es el último de los románticos - franceses; romántico en una lengua clásica, densa, límpida y fresca). - El país vasco de España es idéntico al país vasco de Francia: el mismo - cielo bajo y sedante, las mismas praderías verdes y suaves, la misma - lejanía cerrada por la montaña y por la bruma. Los franceses--tal - Hugo--que ya ven, desde Fuenterrabía, el paisaje de España, la - reverberación de la luz vivaz, el colorido espléndido, se precipitan - un poco. Esperad un momento, buenos amigos. Cuando se llega á Vitoria, - ya el paisaje ha cambiado. Es la llanura alavesa un feliz eclecticismo - del paisaje vasco y del incipiente panorama castellano. Los horizontes - se descubren más dilatados y la luminosidad del cielo es más brillante. - - El tren--ó el automóvil--avanza. Ya en tierra de Burgos, el paisaje - ha cambiado. El aire es más puro y sutil; las llanuras comienzan. - Nada más violento, más brusco, que este contraste entre el terreno - desolado, yermo, seco, uniforme de Castilla y el verde y ondulado - campo francés. Nada más distante de aquellos ríos plácidos y anchos, - que estos ríos hondos, angostos y turbulentos. Nada más lejos de - aquellos pueblecillos que se sospechan á lo lejos escondidos entre - la fronda, que estos otros pueblecillos que se destacan en lo remoto - del horizonte, con silueta enérgica, recortados fuertemente en el - cielo radiante. ¿Á dónde iremos á parar en nuestra peregrinación por - España? ¿Cuál ha de ser nuestro primer contacto serio, íntimo, con - esta tierra de aspereza, de luminosidad y de aire vivo? No iremos á - Madrid; un hotel de Madrid--poco más ó menos--es como un hotel de - cualquier otra capital. No iremos á una ciudad populosa de provincias; - las ciudades populosas se van uniformando sobre un mismo patrón y con - un mismo aire. El tren ha llegado á la estación de una pequeña ciudad. - Detengámonos aquí. - - Un ómnibus nos lleva hasta la lejana población; este coche tiene los - cristales rotos, ó por lo menos, chiquitos, sucios; cuando anda hace - un ruido sonoro de tablas, de hierros, de desvencijamiento; si es - de noche, un farolillo colocado en lo interior humea apestosamente. - Avanzamos por las callejas del pueblo. En la fondita nos hacen subir - al piso alto; recorremos varios pasillos (en que hay ladrillos sueltos - que se mueven sonoramente al poner el pie encima); al fin nos abren un - cuartito del que se exhala un fuerte olor á vaho, á humo de tabaco, - tal vez á yodoformo. Nos acomodamos en él. ¿Qué remedio nos queda? - Ya en nuestro interior nos sentimos vivamente contrariados. «No - vale la pena--pensamos--de hacer este viaje; en España no se puede - viajar; no existen comodidades; los españoles--¡los pobres!--están muy - atrasados.» Nos disponemos á salir á la calle; al pasar por uno de - los corredores de la fondita nos asomamos á una ventana. El panorama - que entonces descubrimos nos deja profundamente pensativos. Es una - perspectiva de tejadillos, de paredones vetustos; entre la grisura de - las edificaciones columbramos unos cipreses que yerguen sus cimas - puntiagudas y negras. ¿De dónde salen esos cipreses? ¿Del patio de un - convento de monjas? Al final, más allá de las últimas edificaciones - de la ciudad, se destaca la larga pincelada de una sierra azul, y si - es en invierno, con los picachos blancos. Hay una serenidad profunda, - inefable, en el ambiente; forman una delicada armonía los cipreses - rígidos, el cielo azul límpido, los viejos seculares paredones y la - remota mancha de la montaña. Y en el silencio, intenso, denso, diríase - que el tiempo, en su correr eterno, se ha detenido. ¿Cómo verá un - extranjero todo esto? Es decir, ¿cómo sentirá un hombre, no habiendo - nacido en España, la unión suprema é inexpresable de este paisaje con - la raza, con la historia, con el arte, con la literatura de nuestra - tierra? - - En nuestros paseos por la ciudad vamos recorriendo las callejuelas, - entramos en la iglesia, nos asomamos á los viejos caserones. Hemos - necesitado un libro; hemos entrado en una tiendecilla; en el - escaparate, polvoriento, había unas estampas religiosas, artículos de - escribir y unos libros. En la tiendecilla no tienen ningún libro que - hable de la ciudad; no se lee nada en el pueblo; nadie pide ningún - libro; el librero no sabe tampoco nada de nada. (Poco más ó menos le - ocurre lo mismo á los libreros de las grandes ciudades.) Volvemos á - pensar, entristecidos, en la pobre España; va nuestra ira irreprimible - contra los que no aman á España, contra los que no la conocen, ni - quieren conocerla, ni, enfrascados en concupiscencias y equívocos - manejos, ni buscan ni procuran su bien. Pero, llegados junto al - río, en las afueras de la población, este panorama tan noble en su - austeridad, tan elegantemente severo, nos aplaca y hace olvidar el - enojo íntimo que antes nos desazonaba. - - En la fondita, cuando vamos á comer, comenzamos á entrar otra vez en - desasosiego. El yantar es mediocre; toleramos esto. Pero ¿por qué no - ha de ser limpio? En todas las fonditas españolas (ó en casi todas) - los tenedores tienen entre los intersticios manchas amarillentas - de huevo. ¿Por qué estas indefectibles manchas de los tenedores de - todas ó casi todas las fonditas españolas? Un momento después, en - nuestro cuarto, tenemos entre las manos las poesías de fray Luis, ó - el _Quijote_, ó _La Celestina_, ó _El Conde Lucanor_. Nuestro ánimo - ha vuelto á serenarse. Hemos contemplado durante el día el paisaje - de Castilla, el cielo, las ringleras de gráciles álamos, el río y - los oteros, la llanura amarillenta, las humaredas que se disuelven - lejanamente en el aire, las remotas montañas. Nuestro espíritu ha - vibrado hondamente frente á la vieja tierra. ¡Cuántas alegrías, - cuántos dolores, cuántas esperanzas, cuántas decepciones han pasado - por esta tierra durante siglos, á través de los años y de los años, - á lo largo de las generaciones! Y todas estas exaltaciones y estas - angustias de la larga cadena de nuestros antecesores, han venido - á crear en nosotros, artistas, esta sensibilidad que hace que nos - conmovamos ante el paisaje y que sintamos--ligada á él--esta página - de Cervantes ó esta rima de fray Luis. ¿Cómo un extranjero sentirá - esto? ¿Cómo, aun el mismo Barrès, que esto siente en su Lorena, podrá - sentirlo en la castellana Ávila, á la vista del panorama? Y ¿de qué - manera un extranjero pasará por encima de la desapacibilidad de la - fondita, del desabrimiento de los yantares, de la falta de libros, de - la parcial incultura--que nosotros mismos lamentamos--, para ver tan - sólo, suprema visión de arte, esta belleza de un paisaje concordado - íntima y espiritualmente con una raza y una literatura; para ver la - exacta é inefable relación que existe entre la grave prosa castellana - y ese macizo de álamos que se levantan esbeltos en el declive de un - recuesto austero y limpio? - - * * * * * - -El anterior artículo no fué publicado. Se nos devolvió en pruebas. -Comenzábamos á comprender que el patriotismo es un cristal á través -del cual se ve el paisaje de diverso modo. El patriotismo de un -pueblo no es igual al patriotismo de otro país. Cambia el concepto -del patriotismo según las mil circunstancias del agregado social. -Queremos ser escrupulosos al hablar de esta delicada materia. -Indudablemente, en Cuba la guerra colonial ha dejado un cierto -sedimento afectivo, sentimental; no podrán los españoles residentes -allí escuchar--ó leer--una crítica de las cosas de España con la -ecuanimidad--relativa--con que aquí las escuchamos ó leemos. Además, -y aparte de esto, lejos, muy lejos de la patria columbramos las cosas -de ella con otra luz con que las vemos desde la propia casa. Desde la -lejanía, el anhelo sentimental sufre menos, mucho menos la crítica; -la crítica, desde luego, justa, lógica, exacta, y, por lo tanto, -patriótica, alta, profunda, bienhechoramente patriótica. - -Pero ¿era tan terrible el anterior artículo transcrito? ¿Era tan -terrible que un gran periódico no se atreviese á publicarlo? Creemos -todo lo contrario; creemos que ese artículo está henchido de amor, de -dulce simpatía para las cosas de España. En la carta que acompañaba á -su devolución se nos pedía que habláramos de otro modo de España. ¿De -qué modo íbamos á hablar de España, de nuestra España? - -Sin aludir para nada á las cartas iracundas y á las protestas de los -periódicos, quisimos dirigirnos, discretamente, á tales protestadores. - -Enviamos al _Diario de la Marina_ el siguiente artículo (7 Noviembre -1913): - - EL PATRIOTISMO - - La cultura--y la índole de la cultura--de un pueblo puede graduarse - por su manera de entender el patriotismo. Lo que se aplica á las - naciones puede decirse de los individuos. De cuando en cuando en la - vida de un país surge un incidente, más ó menos ruidoso, originado - por la interpretación que, desde el punto de vista del patriotismo, - se ha dado á un hecho ó á una manifestación oral ó escrita. Ya es - un gobernante que lleva á cabo determinada resolución, ó ya es un - publicista que lanza un libro ó hace en la prensa periódica estas - ó las otras manifestaciones. El acto del gobernante puede llegar á - concitar contra su persona las multitudes; las manifestaciones del - publicista pueden acarrearle la animadversión de una inmensa mayoría - de lectores. Sin embargo, gobernante y publicista habrán procedido - rectamente, lealmente, guiados por el más acendrado amor á su patria. - Pasará el tiempo; las pasiones se aplacarán; el enardecimiento de - estos días no turbará el juicio de los ciudadanos; otra generación, - juzgadora de las consecuencias desastrosas de un régimen, se dará - cuenta de la pura intención de quienes lo condenaron valientemente. - Y los hombres antes denostados, vilipendiados, escarnecidos, - serán--¡tardía reparación!--honrados y enaltecidos. - - ¿Qué es lo que se puede decir en un país y qué es lo que no se puede - decir? ¿Hasta dónde podrá llegar la crítica que un observador puede - hacer de las cosas, los hombres, las instituciones de su patria, y - hasta dónde no podrá llegar? Hemos citado antes, al hablar de un - gobernante y de un publicista, el caso referente á un determinado - hecho que surge en la vida de una nación. Ahora no se trata de una - contingencia histórica, sino del ejercicio cotidiano, constante, - de la observación social, de la crítica. Un pueblo sin conciencia - es un pueblo muerto. La conciencia de un pueblo se manifiesta en - el conocimiento de sí mismo. El conocimiento de sí mismo supone la - reflexión sobre sus hombres, sus sentimientos y sus ideas. Reflexionar - sobre todo es pensar, medir, contrastar los méritos y deméritos, las - ventajas y las desventajas, los avances y los retrocesos. Todo esto, - en suma, es crítica. Cuanto más espíritu de crítica se contenga en - la vida de una nación, tanto más esa nación tendrá conciencia de lo - que ha hecho y de lo que le falta por hacer. Ahora, imaginad que en - nombre del patriotismo, en nombre de un falso, absurdo, monstruoso - patriotismo, se les dice á los ciudadanos de la nación: «Suponed que - todo son bienandanzas entre vosotros; cerrad los ojos á todas las - corruptelas, á todas las lacras sociales, á todos los desenfrenos de - vuestros gobernantes. Imaginad que todo va bien; desentendeos de toda - censura y de todo anatema para los obstáculos que mantienen retrasado - en el progreso á vuestro pueblo. Haciendo esto daréis muestras de - patriotismo». ¿Qué haríamos al escuchar tan extrañas palabras? ¿Cuál - sería la disposición de nuestro ánimo? - - Existen distintas clases de patriotismo. Las examinaremos brevemente. - El primer patriotismo lo ha expuesto pintoresca y amenamente Larra - en uno de sus artículos. Aludimos al titulado «El castellano viejo», - que vió la luz en _El Pobrecito Hablador_ en Diciembre de 1833. - Coleccionado está este trabajo en las obras de Larra; de los más - conocidos es entre los que salieron de la pluma del gran satírico. - El tipo retratado por Larra hace alarde del más puro, más ferviente, - más entusiasta patriotismo. Patriota, archipatriota es el castellano - viejo ante todo. Nada hay para él superior á lo de su patria. «Es - tal su patriotismo--escribe Larra--, que dará todas las lindezas del - extranjero por un dedo de su país. Esta ceguedad le hace adoptar - todas las responsabilidades de tan inconsiderado cariño; de paso que - defiende que no hay vinos como los españoles, en lo cual bien puede - tener razón, defiende que no hay educación como la española, en lo - cual bien pudiera no tenerla; á trueque de defender que el cielo - de Madrid es purísimo, defenderá que nuestras manolas son las más - encantadoras de todas las mujeres...» (Un breve alto y un paréntesis. - Dice Larra--en 1833--que su castellano viejo bien pudiera tener razón - en creer que los vinos de España son los mejores del mundo. Bueno - es el jerez; bueno el málaga; buenos los vinos claros y ligeros de - las llanuras manchegas, del Rivero y de la Rioja; bueno el fondillón - alicantino. Pero, querido Larra, ¿y el champagne? ¿Y el oporto? ¿Y - el rhin? ¿Y el burdeos? ¿Y el chianti? En cuanto á la educación, es - decir, á la cortesía, á la caballerosidad, cortesía y caballerosidad - hay entre franceses, ingleses, alemanes. Y mujeres, ¿no las hay - preciosas, encantadoras, en Inglaterra y Francia? ¿No son espléndidas - las americanas? Y respecto al cielo de España, ¿será menos bello - porque declaremos que en Nápoles--por no hablar de América--hay un - cielo radiante y purísimo?) - - ¿Quién aceptará hoy el patriotismo del castellano viejo de Larra? - ¿De qué manera podrá condenársenos como antipatriotas, como poco - afectos á nuestro país porque proclamemos que no todas las cosas de - él son las mejores del mundo, que en el mundo hay cosas tan buenas--ó - mejores--que las que existen en nuestra patria? Y, sin embargo, aun - en España perdura este concepto. «Es un hombre, en fin, que vive - de exclusivas»--añade Larra para acabar de trazar la silueta de su - personaje--. Abandonemos estos exclusivismos y mezclémonos á la vida - universal. - - La segunda clase de patriotismo, á que antes hemos aludido, es un - poco menos restrictiva que la anterior. «Está bien--se dice--hagamos - la crítica de nuestros defectos y nuestras máculas. Examinémonos - imparcial y rigurosamente. En tanto que no lleguemos á esta crítica, - no llegaremos tampoco á formar un anhelo firme de progreso y - mejoración. Está bien; pero esa crítica ejerzámosla dentro de casa, - entre nosotros, sin salir de la familia; no fuera, en el extranjero, - á la vista de gentes extrañas.» Así nos hablan estos patriotas y - hemos de reconocer--lealmente--que les impulsa, al hablar así, un - noble sentimiento. Aman su patria, sí; quieren, sí, la crítica de - lo malo que hay en su patria; pero desean que de esas miserias, - morbos y corruptelas no se enteren las gentes extrañas. (Santa - Teresa habla en su _Libro de las fundaciones_ de unos caballeros tan - pundonorosos, tan celosos de su decoro, que quieren más morirse de - hambre dentro de casa, «que no que lo sientan los de fuera». Grandeza - hay en esa dignidad castellana.) Pero el sistema de crítica interior - y no exterior es totalmente imposible. ¿Cómo nos compondremos para - lograr esto? Figurémonos que á nosotros, publicistas, nos pide una - revista extranjera un estudio serio, imparcial, escrupuloso, sobre - la situación de España, sobre el estado de su agricultura, de sus - artes, de sus letras. ¿Qué haremos en ese caso? ¿Diremos la verdad, ó - mentiremos? ¿Amañaremos la realidad innegable, ó expondremos esa misma - realidad tal cual es? - - Aparte de esto, si en nuestra propia casa hacemos crítica imparcial, - ¿de qué manera podremos evitar que los periódicos, los discursos, - los libros en que esa crítica se hace traspasen la frontera? ¿Vamos - á montar en los lindes de la nación un cuerpo especial de aduanas - encargado de no dejar pasar hacia afuera esos periódicos, libros y - discursos? Y cuando del extranjero se nos pida permiso para traducir - un libro nuestro en que se haga el examen de la vida española, ¿nos - negaremos á darlo? Todo esto es absurdo é infantil. Reconozcamos - el buen propósito; pero hagamos constar su impracticabilidad... y - su inutilidad. Al hacer constar tal cosa, entramos en la tercera - categoría del patriotismo. Dentro de esta categoría hay quienes - aman con mayor ó menor conciencia, con mayor ó menor reflexión la - tierra en que han nacido y viven, pero todos la aman leal, recta y - noblemente. Dentro de esta categoría, el ejemplar más acabado de - patriota podríamos representarlo en un hombre que, conociendo el arte, - la literatura y la historia de su patria, supiese ligar en su espíritu - un paisaje ó una vieja ciudad, _como estados de alma_, al libro de un - clásico ó al lienzo de un gran pintor del pasado; es decir, el hombre - que espiritualmente, lleno de amor, henchido de callado entusiasmo, - supiese fusionar, dentro de su espíritu, en un todo armónico, todos - estos elementos de su patria: el paisaje, la historia, el arte, la - literatura, los hombres. ¿Cuántos serán los que lleguen á estas - síntesis de alto patriotismo? - - Esta categoría de patriotismo no excluye la crítica, ni hace distingos - entre la crítica hecha en casa y la hecha fuera de casa. Como su amor - á España es sincero, perseverante y noble, su crítica transpirará - siempre todas esas cualidades de sinceridad y de delicadeza que él - pone en su patriotismo. No habrá en ella acrimonia ni odio; una - melancólica desesperanza se desprenderá, si acaso, de los lamentos y - reproches de ese hombre. Si es español--como venimos imaginando--al - hacer la crítica de las cosas, ideas, hombres é instituciones de - España, no hará mas que repetir lo que los hombres más eminentes de la - política y del periodismo han expresado. Costa, Giner, Pí y Margall, - Maura, Azcárate, Sánchez de Toca, Macías Picavea, ¿cuán áspera y - veracísima crítica no han hecho de nuestra administración, nuestra - justicia, nuestro parlamentarismo, nuestras Universidades? - - Cuando lejos de la patria, ausente largos años de la tierra española, - estas cosas se leen, irremediablemente un sentimiento de disgusto, - de contrariedad y de indignación invade nuestro espíritu. «¡Cómo se - pueden decir--exclamamos--estas cosas de nuestra amada España!» Con - los ojos del espíritu, allá en las remotísimas lejanías del espacio, - vemos las montañas, las llanuras, las ciudades, tal callejuela, tal - casa, de nuestra amada España. La crítica que acabamos de leer se - nos hace intolerable; arrojamos con despecho el periódico... Y, sin - embargo--¡oh, queridos compatriotas! ¡oh, hermanos en historia y en - raza!--esa crítica está inspirada en un noble amor á España. Aquí, en - el viejo solar, no alejados de él, nosotros sentimos los dolores de - España; sus angustias son nuestras angustias; sus tragedias están - hechas con nuestra sangre; con nuestro sudor regamos los campos de - donde sale el mantenimiento para todos; íntimamente maldecimos las - causas funestas que se oponen á su prosperidad; y desde lo más hondo - de nuestro ser anhelamos para ella--la noble y extenuada madre--días - de bienandanza, de paz y de progreso... - - * * * * * - -Se publicó el anterior artículo; pero se nos comunicó por la Dirección -del periódico que nuestra colaboración quedaba suspendida. Aquí tiene -el lector un pequeño proceso del patriotismo. Podrá ser instructivo -para el estudio--según las circunstancias sociales é intelectuales--del -sentimiento de patria. - - - - -NOTAS EPILOGALES - - -NIETZSCHE, EL QUIJOTE, LOS DUQUES.--Añádase al concepto formulado -por Heine, respecto del _Quijote_ y de los Duques, el formulado -por Nietzsche. Heine: 1837. Nietzsche: 1887. Nietzsche expone, -incidentalmente, su concepto en _La Genealogía de la moral_ (utilizamos -la versión francesa de ese libro hecha por Henri Albert.) Del año -citado es el libro de Nietzsche. Hablando del fenómeno referente á la -«espiritualización» y «deificación» de la crueldad, á lo largo de la -historia humana, el pensador alemán escribe: - -«En todos los casos, no hace todavía mucho tiempo, no se hubiera podido -imaginar ni boda principesca ni fiesta popular de gran rumbo sin -ejecuciones capitales, sin suplicios ó sin algunos autos de fe; y del -mismo modo toda casa de gente grande era imposible sin algunos seres -sobre los cuales se pudiera descargar la perversidad y la socarrona -crueldad»... - -Al llegar aquí, Nietzsche abre un paréntesis--¡oh admirable -paréntesis!--y añade: - -«(Que se piense en don Quijote en casa de la Duquesa. Cuando hoy -leemos el _Quijote_ íntegro, se nos pone en la boca un leve sabor -amargo; nuestro espíritu se angustia, cosa que parecería extraña y aun -incomprensible al autor y á sus contemporáneos--porque ellos leían ese -libro con la más tranquila conciencia, como si no hubiera nada más -alegre, como si fuera cosa de morir de risa).» - -Todo nuestro sentimiento moderno del _Quijote_ está en estas frases, -escritas en 1887. «El _Quijote_--hemos dicho paradójicamente--no lo ha -escrito Cervantes; lo ha escrito la posteridad.» Eso mismo es lo que -quiere decir Nietzsche. - - * * * * * - -EL RETRATO DE CERVANTES.--Conocedores en pintura que han visto el -cuadro y han leído el artículo de Foulché-Delbosc, convienen en la -falsedad de la pintura. Decididamente, creemos que Cervantes, en el -prólogo de las _Novelas_, lo que quiso decir fué que su amigo Xauregui -podía hacer el retrato, si se lo deseaba. Recuerdo y lisonja de la -amistad. - -La mixtificación hecha--probablemente--á fines del siglo XVIII, es -manifiesta. Pero ¿por qué se ha mezclado en este asunto el patriotismo? -Graves varones de la tradición y de la rebusca archivística, ¿qué tiene -que ver, decid, el patriotismo con que sea falso ó auténtico el retrato -de Miguel? Sobre el arte de las falsificaciones, véase el libro de Paul -Eudel _Le Truquage_ (Librairie Molière, París, sin año; pero de 1913.) -Eudel cuenta la historia curiosa de la falsificación, hecha por el -maravilloso falsificador Vrain-Lucas, de una extensa é importantísima -correspondencia entre Newton y Pascal. También entonces se apeló al -patriotismo, y hombres políticos, entre otros Thiers, estimaron caso de -honra nacional el que tal correspondencia no fuera declarada falsa. Y -su falsedad no podía ser más patente. Cayeron todos aquellos defensores -del epistolario, defensores por patriotismo, en el más espantoso -ridículo. Señores: ¿qué tiene que ver el amor á la patria con estas -cosas? - - * * * * * - -LA PATRIA DE DON QUIJOTE.--El Toboso, ¿ha debido á Cervantes el no ser -alguna vez saqueado y devastado? Charles Nodier habla de esto en el -prólogo á sus novelas. (Utilizamos la edición de Charpentier, 1855.) - -Escribe Nodier: «En una de esas guerras imperiales que tenían por -objeto dar á España un soberano á la manera de nuestro dueño, los -franceses, hostigados por las bandas populares, se vengaban, siguiendo -la usanza inmemorial de los héroes, recorriendo el país á la luz -del incendio. He aquí un pueblecillo más que la tea va á consumir. -Se le nombra: es el Toboso. Una explosión de carcajadas simpáticas -estalla en las filas. Las armas caen de las manos de los vencedores, -y los dichosos compatriotas de Dulcinea escapan á la matanza, bajo la -protección del genio de Cervantes.» - -No lo hubiera podido imaginar el gran Miguel. Si es cierta la leyenda -del atropello cometido por los toboseños en la persona de Miguel, -alcabalero, otra leyenda--ó historia--nos dice que Cervantes, desde -la lontananza de lo pretérito, libró de una sangrienta calamidad al -Toboso. Compensación... - - * * * * * - -GABRIEL ALOMAR.--Alomar vino á Madrid á hacer oposiciones á la cátedra -de Literatura de Barcelona--Instituto--. Había una inmensa distancia -entre Alomar y los demás opositores. Alomar pertenece al núcleo -revisionista de los valores clásicos. No ganó las oposiciones--excusado -es decirlo--. Votó en el tribunal, á favor de Alomar, don Rodolfo -Gil. El programa de esas oposiciones es de lo más curioso (por su -incongruencia y futilidad) que hemos leído jamás. Tenemos propósito -de publicarlo para que los futuros historiadores tengan un documento -preciosísimo referente á la enseñanza de la Literatura en España y en -1913 (y muchos años antes... y suponemos que muchos también de los -venideros). - -Algunos compañeros de letras de Alomar obsequiaron á éste en Madrid con -una comida íntima; el _A B C_ del 4 de Abril de 1913 daba cuenta del -acto en la siguiente nota (escrita por el autor de este libro): - -«En el _restaurant_ Inglés celebróse anoche una comida en honor -de Gabriel Alomar. Tuvo el banquete carácter de intimidad, y -exclusivamente literario--sin trascendencia alguna política--fué -tal acto. Poeta, periodista, pensador originalísimo Alomar, sus -compañeros de letras de Madrid han querido significarle su afecto y su -admiración. Originalidad é intensidad campea en toda la obra de Alomar. -Poeta es ante todo, en verso y en prosa, el autor de _La columna de -fuego_. Con visión de delicadísima poesía ha glosado Alomar el más -glorioso de los libros españoles: el _Quijote_. Pocas páginas se han -producido en España--en el comentario psicológico y lírico--superiores -á esa. La concepción generosa y profunda de la realidad que el gran -Hidalgo tiene, es la que Alomar exalta y magnifica en su glosa; esa -misma concepción informa toda la obra filosófica y poética de Alomar. -«¿Es la visión de Don Quijote--pregunta el poeta--la que hay que -aceptar como verdadera, en la íntima y esencial verdad, no en la verdad -aparente y externa?» La íntima y esencial verdad es la que persigue -el artista. «No hay frase que no tenga, animada por el estro de un -poeta, una potencia de sentido espiritual sobre la apariencia corriente -del sentido literal», ha escrito también Alomar en su ensayo _De -poetización_. Elegante, férvida y tumultuosa, la obra poética de Alomar -descuella por ese sentido hondo de la realidad y de la vida. - -Á tan exquisito escritor han querido festejar sus compañeros en Madrid. -Reinó en la comida la más efusiva cordialidad. Asistieron á ella -Jacinto Benavente, Ortega y Gasset, Roberto Castrovido, Valle-Inclán, -Luis de Zulueta, Juan R. Jiménez, Amadeo Vives, Luis Bello, _Azorín_.» - - * * * * * - -Pío Baroja no pudo asistir á esta comida, á causa de una desgracia de -familia; en espíritu y cordialísimamente estuvo con Alomar y sus amigos. - - * * * * * - -Derrotado Alomar y de regreso en Cataluña, los intelectuales catalanes -le obsequiaron con otro banquete. En él leyó Alomar un discurso que es -preciso tener en cuenta para el estudio de la estética del artista. -Deseamos que el autor lo recoja en alguno de sus libros. Se publicó ese -trabajo en _El Poble Catalá_ del 11 de mayo del año citado. - - * * * * * - -XENIUS.--Respondiendo á las indicaciones que hacíamos sobre su -modalidad literaria, Eugenio d’Ors nos escribía una carta de la -que vamos á copiar unos párrafos. (Perdone el querido Xenius esta -indiscreción; nos parece necesaria para completar el estudio de su -personalidad, ó por lo menos, para añadir á ese estudio un dato -interesante.) - -Dice Xenius: - -«Sí, en la fórmula del arte ha de entrar, para el artista moderno, la -pasión. Pero yo no llamo á esto romanticismo, sino á la ausencia del -Dominio del orden sobre la pasión. - -Más puede haber de ésta, púdica y recatada, en una bien medida -estrofa que en un libre grito.--¿Frialdad de los clásicos? Mi amigo -Vand Landoskz ha encontrado en los papeles de un maestro de baile -sietecentista esta dichosa frase: «_On ne voit pas tout ce qu’il y -a dans un menuet._» (Deliciosa, ¿verdad? Se ve al hombre de oficio, -amante de su oficio y que le de importancia, con una sabrosa punta -ligera de pedantería, con otra punta de melancolía, y que indica á -la vez, en una fórmula de carácter general, la exaltación de tantas -heroicas fiebres como el sacrificio, que es esencial en el arte, -escondido bajo la perfección formal, bajo la limitación estricta...) - -Fórmula de un verdadero clasicismo: «Sólo tiene valor la obediencia á -la ley en el que sería capaz de violarla».--Otra fórmula: «Sólo debe -violarse una ley, cuando con el acto de la violación se formula una ley -nueva». - - * * * * * - -VÍCTOR HUGO Y VASCONIA.--Profesó el poeta un cordial amor al país -vasco. En _El hombre que ríe_--libro I, capítulo I--, escribe Víctor -Hugo: «Vizcaya es la gracia pirinaica, como Saboya es la gracia -alpestre. Las temerosas bahías cercanas á San Sebastián, Lezo y -Fuenterrabía, mezclan á las tormentas, á los nublados, á las espumas -por encima de los cabos, á las cóleras de las olas y los vientos, al -horror, al fragor, las bateleras coronadas de rosas. Quien ha visto el -país vasco, desea volverlo á ver. Ésa es la tierra bendita»... - -En el _Semanario pintoresco_ de 19 de Enero de 1851, don Ramón de -Navarrete daba cuenta de una conversación con el poeta. Se titula el -artículo _Una tertulia en casa de Víctor Hugo_. La página es curiosa. -El poeta habló de España. «Luego, volviéndose hacia mí--escribe -Navarrete--, me habló largamente de la España, de su niñez, que pasó -en Madrid, siendo gobernador de Guadalajara el general Hugo, su padre; -de la casa del príncipe de Masserano, que habitaban en la calle de la -Reina; de sus impresiones y de sus recuerdos infantiles, pronunciando -como parte de estos algunas frases en castellano. Por último, conmemoró -otro viaje que hizo á las provincias vascongadas en 1844, expresándose -con vivo entusiasmo acerca de las costumbres sencillas y puras de aquel -país, de su dulce clima y de su magnífica vegetación. - ---Nada he visto en mis viajes--me decía--, tan pintoresco ni tan lindo -como Pasages, á no ser el lago de Ginebra. ¡Y van ustedes--añadía -dirigiéndose á los españoles en general--, van ustedes á visitar la -Suiza, teniendo otra Suiza más bella en su patria.» - -Días después de esta conversación, Hugo envió á Navarrete los -siguientes versos, dignos de ser conocidos y divulgados... - - ... Espagnols! soyons frères! - Échangeons nos grandeurs! Du même laurier d’or - couronnons, vous Corneille et nous Campeador! - Fils du même passé, la glorie est notre mère, - car vous avez l’Achille et nous avons l’Homère. - - - - -ÍNDICE - - - _Páginas._ - - Sobre el «Quijote» 7 - - Lemos y Cervantes 15 - - Una noble indignación 23 - - Heine y Cervantes 29 - - Una casa de Madrid 43 - - El retrato de Cervantes 49 - - Un sensitivo 55 - - Un libro de Fray Candil 61 - - Cejador y el Arcipreste 69 - - Un libro de Ramón y Cajal 75 - - D. Esteban Manuel de Villegas 81 - - «La Celestina» 87 - - «La Celestina», «La Pelegrina» 103 - - Dejemos al diablo 111 - - La inteligencia de Feijoo 117 - - La patria de Don Quijote 123 - - Glosarios á Xenius 137 - - El Conde Lucanor 143 - - Don Juan Valera 171 - - Gabriel Alomar 177 - - Una antología olvidada 183 - - Piferrer y los clásicos 191 - - Juan R. Jiménez 199 - - Las ideas antiduelistas 205 - - El teatro y la novela 213 - - Más del teatro clásico castellano 221 - - Los españoles 239 - - Eugenio Noel 247 - - Toritos, barbarie 253 - - Carros 259 - - Las temeridades de Marchena 265 - - Víctor Hugo en Vasconia 273 - - Un ideólogo de 1850 281 - - Baroja, historiador 291 - - Aranjuez ó la sensibilidad española 297 - - Proceso del patriotismo 305 - - Notas epilogales 325 - - - - -Notas - -Se corrigieron los errores obvios de puntuación e en la ortografía. Se -mantuvieron algunas palabras como en el texto original cuando no se -redujo la comprensión.(Obvious errors in punctuation and spelling were -fixed. Some words were left as in the original text when it did not -impact comprehension.) - -*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS VALORES LITERARIOS *** - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the -United States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for an eBook, except by following -the terms of the trademark license, including paying royalties for use -of the Project Gutenberg trademark. If you do not charge anything for -copies of this eBook, complying with the trademark license is very -easy. You may use this eBook for nearly any purpose such as creation -of derivative works, reports, performances and research. Project -Gutenberg eBooks may be modified and printed and given away--you may -do practically ANYTHING in the United States with eBooks not protected -by U.S. copyright law. Redistribution is subject to the trademark -license, especially commercial redistribution. - -START: FULL LICENSE - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg-tm License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project -Gutenberg-tm electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the -person or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph -1.E.8. - -1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. 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INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in -accordance with this agreement, and any volunteers associated with the -production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm -electronic works, harmless from all liability, costs and expenses, -including legal fees, that arise directly or indirectly from any of -the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this -or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or -additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any -Defect you cause. - -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm - -Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. 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Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our website which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This website includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. diff --git a/old/67481-0.zip b/old/67481-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index c9f2b07..0000000 --- a/old/67481-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/67481-h.zip b/old/67481-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 64391fa..0000000 --- a/old/67481-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/67481-h/67481-h.htm b/old/67481-h/67481-h.htm deleted file mode 100644 index 32e5100..0000000 --- a/old/67481-h/67481-h.htm +++ /dev/null @@ -1,8391 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" - "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> - <head> - <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html;charset=utf-8" /> - <meta http-equiv="Content-Style-Type" content="text/css" /> - <title> - Los Valores Literarios, by Azorin—A Project Gutenberg eBook - </title> - <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> - <style type="text/css"> - -body { - margin-left: 10%; - margin-right: 10%; -} - - h1,h2,h3,h4,h5,h6 { - text-align: center; /* all headings centered */ - clear: both; -} - -p { - margin-top: .51em; - text-align: justify; - margin-bottom: .49em; - text-indent: 1em; -} - -.p2 {margin-top: 2em;} -.p4 {margin-top: 4em;} -.p0 {text-indent: 0em;} - -hr { - width: 33%; - margin-top: 2em; - margin-bottom: 2em; - margin-left: 33.5%; - margin-right: 33.5%; - clear: both; -} - -hr.tb {width: 45%; margin-left: 27.5%; margin-right: 27.5%;} -hr.chap {width: 65%; margin-left: 17.5%; margin-right: 17.5%;} -@media print { hr.chap {display: none; visibility: hidden;} } - -hr.r5 {width: 5%; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; margin-left: 47.5%; margin-right: 47.5%;} -hr.r65 {width: 65%; margin-top: 3em; margin-bottom: 3em; margin-left: 17.5%; margin-right: 17.5%;} - -div.chapter {page-break-before: always;} -h2.nobreak {page-break-before: avoid;} - -.rtmarg {margin-right: 2%;} -table { - margin-left: auto; - margin-right: auto; -} -table.autotable { border-collapse: collapse; font-size: 1.1em; width: 60%; } -table.autotable td, -table.autotable th { padding: 4px; } -.x-ebookmaker table {width: 95%;} - -.tdr {text-align: right;} -.tdc {text-align: center;} - -.pagenum { /* uncomment the next line for invisible page numbers */ - /* visibility: hidden; */ - position: absolute; - left: 92%; - font-size: smaller; - text-align: right; - font-style: normal; - font-weight: normal; - font-variant: normal; -} /* page numbers */ - - -abbr[title] { - text-decoration: none; -} - - -.center {text-align: center;} - -.right {text-align: right;} - -.smcap {font-variant: small-caps;} - -.allsmcap {font-variant: small-caps; text-transform: lowercase;} - -.u {text-decoration: underline;} - -/* Images */ - -img { - max-width: 100%; - height: auto; -} - - -/* Poetry */ -.poetry {text-align: left; margin-left: 5%; margin-right: 5%;} -/* uncomment the next line for centered poetry in browsers */ -/* .poetry {display: inline-block;} */ -/* large inline blocks don't split well on paged devices */ -@media print { .poetry {display: block;} } -.x-ebookmaker .poetry {display: block;} - -/* Transcriber's notes */ -.transnote {background-color: #E6E6FA; - color: black; - font-size:smaller; - padding:0.5em; - margin-bottom:5em; - font-family:sans-serif, serif; } - - </style> - </head> -<body> -<div lang='en' xml:lang='en'> -<p style='text-align:center; font-size:1.2em; font-weight:bold'>The Project Gutenberg eBook of <span lang='es' xml:lang='es'>Los valores literarios</span>, by José Martínez Ruiz Azorín</p> -<div style='display:block; margin:1em 0'> -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and -most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. 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En -España, ¿podríamos decir</em>: <b>he aquí el siglo</b> <span class="allsmcap">XX</span>? -<em>Todo el espíritu moderno está en ese brevísimo diálogo del -escritor francés. Ese es, precisamente, el espíritu que aquí, en -España, un grupo de pensadores, catedráticos, literatos—todavía muy -reducido—pretende, al fin y dichosamente, crear. «Continuemos», nos -dice la generación anterior, nos dicen los partidarios de todo lo -viejo, todo lo carcomido, todo lo podrido, en arte, en política, en -moral. «Examinemos», comienza á contestar un núcleo de gente nueva. No -sigamos admitiendo á ciegas, supersticiosamente, los viejos valores; -no cubramos con palabras decorativas y pomposas las seculares máculas; -no nos prestemos á que, con la brillante algazara, con el ruido de -los discursos grandilocuentes, continúe dominando y prevaleciendo lo -viejo nocivo. No</em>; <b>examinemos</b>. <em>Detengámonos un momento; -veamos lo que hay debajo de todas esas oriflamas y alharacas.</em> -<b>Examinemos.</b></p> - -<p><em>Acepte usted, querido Ortega y Gasset, la dedicatoria de este libro. -Completa este volumen los dos anteriores titulados</em> <b>Lecturas -españolas</b> <em>y</em> <b>Clásicos y modernos</b>. <em>He intentado examinar en -él algunos valores literarios. Es usted inspirador de un grupo de gente -joven que se moldea en la critica de los valores tradicionales, y á -nadie mejor que á usted pueden ir dirigidas estas páginas, trazadas por -su cordial amigo.</em></p> - -<p class="right p0"> -<span style="margin-left: 1em;"><em>AZORÍN.</em></span><br /> -</p> - -<blockquote> - -<p>Madrid, noviembre, 1913.</p> -</blockquote> - - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_7">[Pg 7]</span></p> -<h2 class="nobreak" id="SOBRE_EL_QUIJOTE">SOBRE EL «QUIJOTE»</h2> -</div> - - -<p><em>La Lectura</em> ha publicado el tomo VI de su edición del -<em>Quijote</em>. Cuida del texto y de las notas—como es sabido—el -señor Rodríguez Marín. El texto, puntuado, dispuesto por el señor -Rodrígez Marín, merece entera confianza; no le regatearemos nuestros -elogios. La labor realizada en las notas no puede ser expedida en -cuatro palabras; requiere un examen detenido, especial. Lo haremos -otro día. En general, los comentaristas del <em>Quijote</em> adolecen -de trabajar en lo abstracto; pecan de aficionados en demasía á -los libros, papeles y documentos... y á lo que otros eruditos han -dicho antes que ellos. El <em>Quijote</em> es un libro de realidad; -la Mancha, principalmente, es el campo de acción de esta novela. -En la Mancha hay ahora paisajes, pueblos, aldeas, calles, tipos de -labriegos y de hidalgos casi lo mismo (por no decir lo mismo) que en -tiempos de Cervantes. La Mancha comienza ahí mismo, á las puertas de -Madrid, desde el cerrillo de San Blas para abajo... Sin embargo, los -comentaristas del <em>Quijote</em> escriben en Madrid; revuelven<span class="pagenum" id="Page_8">[Pg 8]</span> mil -mamotretos; se fatigan investigando documentos; corren desalados tras -de un librejo que pudiera traer un dato interesante; lo hacen todo, en -suma, todo menos darse un paseo por la Mancha, que está ahí, á tiro de -escopeta, con todas las particularidades vivas y tangibles que figuran -en las páginas del <em>Quijote</em>. Nada nos dicen los comentaristas -de los tipos—existentes hoy—de Alonso Quijano y de Sancho, ni del -ama y la sobrina de Don Quijote, ni de las costumbres manchegas, ni de -los yantares y condumios propios de ese país (de los cuales Cervantes -habla), ni de la Cueva de Montesinos (que los viajeros nos describen), -ni de las lagunas de Ruidera, ni de los famosos batanes, que perduran -al presente como en aquella noche infausta de la célebre—y no -aromática—aventura. Hablar de todo esto, poner en relación la realidad -de hoy con la realidad pintada por Cervantes, sería establecer una -armonía de humanidad y cordialidad entre la obra y el lector; sería -ligar á sus raíces naturales—la tierra manchega, mejor, española—una -planta producida por las dichas raíces. Pero para los comentaristas del -<em>Quijote</em> la Mancha no tiene realidad; la Mancha no existe.</p> - -<p>Nada más significativo á este respecto—aparte de lo dicho—que -contemplar las láminas que, en 1780, puso la Academia Española á la -edición del <em>Quijote</em> que entonces hizo. ¿Qué idea de España se -tenía entonces? ¿Es posible que españoles, y españoles eminentes, -tuvieran tan estrafalaria y absurda idea de la realidad española? -¡Cómo! Estos<span class="pagenum" id="Page_9">[Pg 9]</span> hombres viven en España, tienen ante los ojos sus -paisajes, han deambulado por sus caminos, han posado en sus ventas, -han tropezado y platicado con hidalgos, labriegos, artesanos... Y -ahora, cuando en el libro más español de todos los libros quieren -dar, gráficamente, un reflejo de la España en que ellos viven y ellos -representan (con la más alta representación literaria), nos ofrecen un -desconocimiento absurdo de España; nos ofrecen una España grotesta y -ridícula. Y todo esto cuando á las puertas de Madrid, donde la edición -se prepara, está la Mancha, con sus campiñas, sus ventas, sus caminos, -sus Quijanos y sus Sanchos.</p> - -<p>La segunda parte del <em>Quijote</em> mejora notablemente con respecto -á la primera. Hablamos de la segunda parte porque á ella corresponde -el volumen publicado ahora por <em>La Lectura</em>. Mejora, repetimos, -en cuanto á la técnica y en cuanto á la contextura espiritual. Hay -en ella algo de etéreo, de indefinible, de inefable que no hay en la -primera parte. El hombre que escribe este volumen no es el mismo que -el que ha escrito el primero. Antes había—tal vez—pleno sol; ahora -la franja luminosa que tiñe lo alto de las bardas (<em>¡aún hay sol en -las bardas!</em>) es resplandor dorado, tenue, de ocaso, de melancolía. -Cervantes se despide de muchas cosas en esta segunda parte. La segunda -parte del <em>Quijote</em> es un libro de despedida. En ella llega el -autor á una tenuidad portentosa de estilo; se piensa en los grises de -la última manera de Velázquez. Como se ve toda la modernidad de<span class="pagenum" id="Page_10">[Pg 10]</span> la -segunda parte del <em>Quijote</em> es comparando su prosa á la de otros -libros de la misma época, á la prosa de Vélez de Guevara, de Castillo -Solórzano, de Quevedo, de Gracián. Lo que aquí es trabajo, técnica -laboriosa, particularidades de la época, en Cervantes es ligereza, -sutilidad, inactualidad. Páginas hay que, con ligeras modificaciones -ortográficas, parecerían escritas ahora; el autor va escribiendo -embebido en su propia visión interior sin reparar en la forma -literaria. Cervantes <em>no se da cuenta de cómo escribe</em>. Cuando se -llega á este estado es cuando realmente la expresión literaria alcanza -su más alto valor.</p> - -<p>La segunda parte del <em>Quijote</em> sugiere multitud de reflexiones; -sobre todo, los capítulos en que figuran los duques que aposentaron -en su palacio á Don Quijote y Sancho. Los tales duques nos parecen -ahora gente inculta, grosera y aun cruel. No se concibe cómo personas -discretas y cultas pueden recibir gusto y contento en someter á un -caballero como Alonso Quijano á las más estúpidas y angustiosas -burlas. (Recuérdese la aventura de los gatos, el «espanto cencerril -y gatuno».) Una temporada están Don Quijote y Sancho en casa de los -duques: se divierten éstos á su talante con ello; son expuestos -caballero y escudero á la mofa de toda la grey lacayuna; con la más -exquisita corrección se conduce y produce Alonso Quijano. Y luego los -tales duques dejan marchar, como si no hubiera pasado nada, al sin par -caballero y á su simpático edecán. Ya que se divirtieron de lo lindo -los duques, ¿no había medio de demostrar su<span class="pagenum" id="Page_11">[Pg 11]</span> gratitud de una manera -positiva y definitiva? Á esos señores debía de constarles que Don -Quijote era un pobre hidalgo de aldea; ¿no se les ocurrió nada, para -aliviar su situación, más ó menos sólidamente? Pero dejan marchar á Don -Quijote, y hacen todavía más: como si las estólidas burlas pasadas no -fueran bastantes, aun se ingenian para traerle á su castillo cuando el -caballero va de retirada á su aldea, y para darle una postrera y pesada -broma. Hemos dicho que <em>ahora</em> notamos esta estúpida crueldad -de los duques; mas ya á últimos del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>, cuando don -Vicente de los Ríos compuso su <em>Análisis del Quijote</em>, escribía -que esas chanzas de los duques con Alonso Quijano suponían un olvido -«de la caridad cristiana y de la humanidad misma». Hoy existen todavía -comentadores que encarecen la afabilidad, generosidad y cortesía de los -duques...</p> - -<p>El episodio de Sancho en su ínsula da pie á reflexiones que podríamos -enlazar con la moderna modalidad de los partidos políticos en España. -Sancho demuestra ser un excelente gobernante y un honradísimo -administrador («Desnudo entré en el gobierno, y desnudo salgo», -repite él, cosa que ahora no podrían repetir muchos gobernadores -y gobernantes.) Sin embargo, los duques, señores que tendrán sus -<em>estados</em>, que necesitarán hombres aptos y probos para el gobierno -de su casa; los duques no advierten tales condiciones excepcionales en -Sancho, y en vez de darse el parabién por haber hallado un tal hombre, -que tan útil les puede ser, lo dejan marchar, como si no<span class="pagenum" id="Page_12">[Pg 12]</span> hubiera -sucedido nada. Pensamos irremediablemente en Cervantes y el conde de -Lemos cuando, nombrado virrey de Nápoles, no quiso llevarse consigo -á Cervantes, que lo pretendía. Pensamos en la curiosa selección—al -revés—que en la política española se suele hacer.</p> - -<p>Mucho tendríamos que escribir para comentar—á nuestro modo—los lances -y episodios de esta segunda parte del <em>Quijote</em>. Terminemos -haciendo una indicación sobre un incidente, de breves proporciones, -pero de una maravillosa <em>lejanía ideal</em>. Aludimos al encuentro -y á la separación de Don Quijote y don Álvaro Tarfe. En una venta -se conocen uno y otro caballero. Pocas horas duran sus relaciones. -Preguntó Tarfe á Don Quijote:</p> - -<p>—¿Adónde bueno camina vuesa merced, señor gentilhombre?</p> - -<p>—Á una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural—respondió Don -Quijote—. Y vuesa merced, ¿dónde camina?</p> - -<p>—Yo, señor—replicó Tarfe—, voy á Granada, que es mi patria.</p> - -<p>Al otro día reanudaron el viaje. Juntos fueron hasta cosa de media -legua de la venta. Quedaba establecida entre los dos corazones una viva -corriente de simpatía. «Á obra de media legua se apartaban dos caminos -diferentes, el uno que guiaba á la aldea de Don Quijote, y el otro -el que había de llevar don Álvaro.» Se abrazaron y cada cual siguió -su diferente camino. Ya Don Quijote iba vencido; sus días estaban -contados. Ni uno ni otro caballero habían de verse más. Nunca Alonso<span class="pagenum" id="Page_13">[Pg 13]</span> -Quijano había de repasar este camino. El presente minuto—eterno en -la historia—que él permanecía en esta bifurcación del camino, ya no -volvería á vivirlo. El sol tenue y dorado de lo alto de las bardas -acababa de desaparecer. Estos minutos, insignificantes al parecer, -tienen una importancia capital en nuestra vida; dejan una estela -de melancolía dulce que no dejan los clamorosos sucesos. Son unos -días pasados junto al mar, ó en una montaña; ó es una visita rápida -que hacemos á una vieja ciudad; ó bien el conocimiento inesperado, -momentáneo y grato de alguien á quien no hemos de volver á ver. Delante -de nosotros se abre el camino de la vida; nos detenemos un instante y -luego proseguimos—inexorablemente—la marcha.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_15">[Pg 15]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="LEMOS_Y_CERVANTES">LEMOS Y CERVANTES</h2> -</div> - - -<p>En el artículo anterior aludíamos á las relaciones mediadas entre el -conde de Lemos y Cervantes. ¿Quién era el conde de Lemos? ¿Qué clase de -protección dispensó á Cervantes? Elucidaremos estas cuestiones teniendo -á la vista el libro publicado por el marqués de Rafal sobre don Pedro -de Castro. Se titula el libro <em>Un mecenas español del siglo</em> -<span class="allsmcap">XVII</span>: <em>el conde de Lemos</em>. El conde de Lemos no pasaba de -ser un hombre mediocre; hoy hubiera sido un excelente parlamentario; -diversos ministerios hubiera desempeñado. «No fué su elevación á los -altos puestos que ocupó—nos dice Rafal—sino consecuencia natural -de su posición social y estrecho parentesco con el poderoso duque -de Lerma.» Líneas más arriba acaba de advertirnos el autor de que -«nada de verdaderamente extraordinario ocurre en la persona de -nuestro biografiado». Ocupó Lemos los más altos y pingües cargos de -la política; fué presidente del Consejo de Indias; desempeñó durante -seis años el virreinato de Nápoles; presidió más tarde el Consejo<span class="pagenum" id="Page_16">[Pg 16]</span> -de Italia. Era el virreinato de Nápoles una de las sinecuras más -suculentas y preciadas entonces. Un autor de la época, hablando de este -cargo, dice que era «el mayor y más útil que daba el rey en Europa».</p> - -<p>Mostróse Lemos aficionado á las letras. Como empresas suyas -referentes á la cultura, se citan varias. Imprimió á sus expensas -<em>La Dragontea</em>, de Lope de Vega; estando en Nápoles «fundó una -Universidad y escuelas, para las que habilitó un magnífico edificio -comenzado en tiempo de su antecesor con destino á caballerizas». -Intentó dotar á la misma ciudad de Nápoles de una biblioteca; mas su -designio no llegó á realizarse. Escribió algunas poesías ligeras. -Protegió á poetas y literatos... No cosa de mayor entidad podemos -decir del conde de Lemos. En resolución, para este prócer, como para -otros aristócratas de la época, las letras eran un solaz y un deporte. -De cuando en cuando se gustaba de los versos livianos: se componían -en las tertulias poesías de repente; se amaba las representaciones -fastuosas y pintorescas de comedias de amor. No se sentía el arte tal -como hoy un artista puede sentirlo; tal como entonces lo sentía un -Cervantes ó un Góngora. No podía en aquel tiempo dispensar al arte un -personaje como Lemos más atención que la que se presta á un agradable -devaneo. No lo consentía la sensibilidad dominante en aquellas regiones -sociales. Incompatible era el goce estético delicado con el regodeo -que se encontraba en las chocarrerías y juegos de bufones, albardanes -y demás sabandijas de los palacios.<span class="pagenum" id="Page_17">[Pg 17]</span> El mismo Rafal nos cuenta en su -libro un singular solaz que tomaron en cierta ocasión los aristócratas -palaciegos. Rodearon una noche la casa de un bufón estando éste -dormido; lo despertaron con estruendo de arcabuces; lo amedrentaron; -lo acongojaron; lleváronlo á una prisión y lo pusieron en capilla, -simulando que era llegada su última hora... Cuando terminó la bárbara -broma y quisieron indemnizar de sus angustias al cuitado, regalándole -una cadena de oro, el pobre hombre, con un rasgo de altiva dignidad -que le colocaba por encima de sus atropelladores, se negó á recibir el -presente.</p> - -<p>Una sociedad cuyos más elevados miembros encontraban solaz de tan -bárbaros devaneos no podía sentir el <em>Quijote</em> como hoy lo -sentimos nosotros. Ya hemos dicho en otra ocasión—paradójicamente—que -el <em>Quijote</em> no lo ha escrito Cervantes, sino la posteridad. No -podía ser tampoco considerado Cervantes como hoy lo consideramos. -No caigamos en la ilusión espiritual, al juzgar al autor y su obra, -de transportar al siglo <span class="allsmcap">XVII</span> el ambiente que ahora rodea -á Cervantes y al <em>Quijote</em>. La clase de protección de Lemos á -Cervantes se explica teniendo en cuenta qué es lo que Cervantes era en -la sociedad y en las letras de la décimoséptima centuria. Más abajo -volveremos sobre este punto y veremos cómo, dado el carácter de Lemos y -dada la clase de literatura que producía Cervantes, no pudo ser otra la -protección del conde. Ahora examinemos el asunto referente á la ida á -Nápoles.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_18">[Pg 18]</span></p> - -<p>Fué nombrado Lemos virrey de Nápoles. Podía, desde tan alto cargo, -dispensar amplia y decorosa protección á la gente de letras. Puesto que -Lemos se ufanaba de ser el amparador de poetas y literatos, ésta era -la ocasión de demostrarlo cumplidamente. Figuraos que hoy llegara á la -presidencia del Consejo de ministros quien pusiera su gloria en alentar -y auxiliar á cuantos—dignamente—viven de la pluma. Ancho campo se -abriría á su noble afán. Con Lemos solicitaron pasar á Italia numerosos -literatos y poetas. Lo solicitaron, entre otros, Cervantes, Góngora, -Cristóbal Suárez de Figueroa. Había muerto el secretario del conde -tiempo atrás. Lemos nombró entonces para este cargo á Lupercio Leonardo -de Argensola. Correría Argensola con el cuidado de escoger el personal -que había de llevar el conde á Nápoles. Á Argensola, y no á Lemos, -debían, pues, dirigirse los pretendientes. Lemos, tan amante de los -hombres de letras, ponía entre su persona y los literatos una barrera. -Una barrera constituída por otro hombre de letras, es decir, por un -hombre que podía tener, respecto á rivales y competidores, sus recelos, -sus animadversiones, sus resquemores. ¿Cómo justificar la conducta de -Lemos en este caso, capital, capitalísimo en su vida? ¿Por qué él no se -entendió directamente con los que llamaba sus amigos, sus protegidos? -«Todo quedaba ya—dice Rafal—supeditado á la buena ó mala voluntad de -Lupercio.»</p> - -<p>Nuestro amado y gran Miguel fué de los que «más» solicitaron el ir á -Nápoles. Había puesto en<span class="pagenum" id="Page_19">[Pg 19]</span> ello Cervantes una fervorosa ilusión. No pudo -conseguirlo. Lo rechazaron los Argensola. El fracaso de su esperanza -produjo á Miguel una honda amargura. Rafal supone que la conducta de -Lemos «debió, no sólo ser correcta, sino cariñosa para Cervantes». -(Entre paréntesis, dilecto marqués: en la frase citada falta un -<em>de</em>; pero, sin querer, ha salido más exacta tal como está. En -efecto, ésa era la obligación del conde de Lemos para con Cervantes, -obligación que Lemos no cumplió.) Pero á seguida de escribir la frase -transcrita, el autor se pregunta: «¿Cómo pudo ello compaginarse, -siendo, en último término, la voluntad del conde la que había de -prevalecer sobre la de sus secretarios?» «No acertamos á dar con la -respuesta...»—añade Rafal.</p> - -<p>Pero las razones que imagina nuestro historiador para justificar -á Lemos, antes nos confirman la mediocridad de éste que abonan su -proceder. El conde—nos dice Rafal—gustaba de las Academias en que se -repentizaba; el amor de Lemos á las letras, como el de sus congéneres, -se manifestaba, como queda dicho, en estas liviandades y devaneos -ridículos. Cervantes no podía hacer brillante papel en tales tertulias; -según él mismo confiesa, era tartamudo; no podía producir una ligera -y brillante cháchara. No era, pues, «á propósito para certámenes como -aquellos á que demostró Lemos y sus consejeros ser aficionados». -Dejemos esto. El hecho es que «ni uno solo de los comentadores de la -vida del insigne escritor puntualiza» al hablar de la protección de -Lemos á Cervantes.<span class="pagenum" id="Page_20">[Pg 20]</span> Como Cervantes hace en distintas partes protestas -efusivas de adhesión y cariño al conde, se viene á sospechar que la -tal protección fuera no otra cosa que una cantidad que periódicamente -pasaba Lemos á Miguel. Y con esto volvemos al punto que arriba dejamos -para tratarlo ahora.</p> - -<p>El conde de Lemos, gran señor, ocupador de suntuosas posiciones -políticas, tuvo en su vida numerosas ocasiones de favorecer, definitiva -y decorosamente, á Cervantes. Fácilmente pudo darle algún cargo digno; -fácilmente pudo hacer que Miguel, ya en la Administración, ya en la -Justicia, ya en cualquier otro de los ramos y engranajes del Estado, -encontrara un decente y duradero acomodo. ¿Por qué no lo hizo así? ¿Por -qué su amparo tomó la forma de una pensión, cuya cuantía ignoramos, -y que hoy nos molesta, nos repugna? ¿Por qué esta manera de limosna -y no la otra manera ostensible y digna de la protección en un cargo -lícito y decoroso? No olvidemos que el conde de Lemos vivía en el siglo -<span class="allsmcap">XVII</span>, y que sobre eso—ello es importante—era un hombre -mediocre y frívolo. No olvidemos tampoco que Miguel no pasaba de ser un -escritor de obras festivas. Algunos de sus coetáneos le motejaban de -<em>ingenio lego</em>; él mismo sentía la pesadumbre de no ser mas que un -<em>romancista</em>, es decir, un escritor en lengua vulgar. Lo selecto -y lo literario entonces, lo verdaderamente intelectual era escribir en -latín sobre especulaciones filosóficas ó políticas; y si no en latín, -al menos, urdir en castellano algún grave y recio infolio de erudición. -El <em>Quijote</em> no pasaba<span class="pagenum" id="Page_21">[Pg 21]</span> de ser un libro de burlas chocarreras. -«¡Cómo!—podría decirnos Lemos—. ¿Os quejáis de mi protección á -Cervantes; la encontráis indecorosa, mezquina, y no reparáis que -Cervantes no es un gran literato, un filósofo, un erudito? ¿Decís que -la tal protección no corresponde ni á la persona ni á la obra? ¡No lo -comprendo!»</p> - -<p>Y, en efecto, ni Lemos ni sus contemporáneos lo comprenderían. -Pero Lemos, cuando quería proteger, sabía proteger decorosa y -espléndidamente. En el libro del marqués de Rafal se citan varios -casos. Uno es el de los propios Argensolas; á más de lo consignado, -el conde trabajó obstinadamente con la corte pontificia para que á -Bartolomé le fuera concedida una canonjía. Otro caso es el del jesuíta -padre Mendoza, en rebelión con la Compañía, hombre inquieto y bravío, -para quien Lemos, después de defenderlo y ampararlo largamente, logró -un obispado. El tercer caso es el del padre Arce, bibliotecario del -conde, á quien también favoreció Lemos con otro obispado. Sabía, sí, -sabía proteger el conde. Pero, ¡ay, querido Miguel! Tú, ¿quién eras y -qué eras? Tú eras un pobre hombre, lisiado y desdichado; tú no habías -compuesto ningún libro <em>serio</em>; tú no habías sacado de tu cabeza -mas que una historia estrafalaria y risible.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_23">[Pg 23]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="UNA_NOBLE_INDIGNACION">UNA NOBLE INDIGNACIÓN</h2> -</div> - - -<p>Estas líneas no son mas que una apostilla al artículo anterior. Se nos -pide que insistamos—ampliándolo—sobre algún punto expuesto en dicho -trabajo. Lo haremos brevemente. ¿Cómo se compaginan—se dice—las -fervorosas protestas de adhesión y amistad hechas por Cervantes -respecto al conde de Lemos y la conducta mezquina, menguada de éste? -Hemos dicho bastante sobre este importante extremo; pero añadiremos -algo más. Es preciso colocarse en la situación de Cervantes. El autor -del <em>Quijote</em> era un hombre pobre, necesitado; toda su vida la -había pasado en angustiosas y trabajosas andanzas. No figuró nunca -entre la alta intelectualidad de su patria. Cuando estuvo en Sevilla, -aparte vivió de los aristocráticos, delicados ingenios que allí había; -su amigo y su protector—honremos su memoria—fué un hombre del pueblo: -un mesonero. En Madrid, al publicarse el <em>Quijote</em>, hubo para -Cervantes una ventolera de renombre; pero no nos hagamos ilusiones: -aquel renombre no era como este de que ahora goza<span class="pagenum" id="Page_24">[Pg 24]</span> Cervantes; aquel -renombre era, más que respeto y comprensora admiración, curiosidad, -interés por un escritor que había trazado una historia graciosa, llena -de donairosos disparates. No fué nunca considerado Cervantes, como -al presente es considerado, un erudito ó un publicista consagrado -oficialmente, académico, ex ministro, etc.</p> - -<p>Por otra parte, el conde de Lemos no pasaba de ser un hombre mediocre, -limitado. Afectaba ser amigo de los literatos y protegerlos; mas -quienes verdaderamente se llevaban su consideración eran los que -en aquellos tiempos eran reputados por los verdaderos literatos y -pensadores: eruditos, teólogos, poetas aristocráticos. Aun siendo Lemos -amigo de Miguel, no podía colocar á éste en su estimación al nivel de -un Argensola, ó de un padre Arce, ó de un padre Mendoza. Le quería, -sí; mas en su afecto hacia Cervantes debió de haber esa corrección, -esa urbanidad fría, ese discreto acercamiento—ó alejamiento—que un -gran aristócrata ó un gran político saben poner entre su persona y la -persona de un hombre á quien se debe cierta gratitud, pero con quien no -se cree que debe establecerse una sincera, honda, cordial solidaridad -espiritual. ¿Qué iba á hacer Cervantes? Su situación era sumamente -apretada; si no le pasaba una pensión, regular y periódicamente, el -conde de Lemos (cosa que no está demostrada), por lo menos, debió -de hacerle, en ocasiones, algún señalado favor. Era Lemos la única -persona á quien Cervantes podía recurrir. ¿Iba Miguel á perder este -único asidero por adjetivo de más ó<span class="pagenum" id="Page_25">[Pg 25]</span> de menos en sus dedicatorias? ¿Qué -importaba un superlativo ó una hipérbole? Téngase en cuenta, además, el -estilo especial—todo encarecimientos—de esa literatura nuncupatoria. -Añádase también la generosidad nativa é inagotable de Miguel...</p> - -<p>El conde de Lemos, desempeñador de los más altos cargos de la política, -pudo asegurar decorosa y holgadamente el porvenir de Cervantes. -No quiso hacerlo. Hemos hablado del concepto social que rodeaba -al autor del <em>Quijote</em>; ello influyó eficacísimamente en la -clase de relaciones que mediaron entre, Lemos y Miguel. ¿Se podrá -rastrear hoy, <em>todavía</em>, este concepto social de Cervantes? No -se olvide que Cervantes mismo se tenía—y ello le apesadumbraba—por -un mero <em>romancista</em>; no se eche en olvido tampoco el dictado -de <em>ingenio lego</em> con que le motejaron algunos intelectuales -de su tiempo. ¿Podremos encontrar todavía en el <em>subtractum</em> -español, en lo hondo de ciertas regiones sociales españolas, este -concepto respecto á Cervantes? Los cervantistas (y, en general, los -historiadores literarios) desdeñan la realidad viva; buceando en -el fondo de la realidad española pudieran encontrarse noticias y -pormenores curiosísimos. Las modas, las maneras de decir, las ideas, -las modalidades del sentimiento, de las altas capas sociales caen á lo -hondo, poco á poco, y allí perduran durante mucho tiempo. Giros del -castellano clásico, vocablos desaparecidos hace siglos, los encontramos -en la parla de un mercado ó de un horno, en boca de zabarceras y -comadres. Puesto que el concepto <em>Cervantes-ingenio lego</em> ha -existido<span class="pagenum" id="Page_26">[Pg 26]</span> y ha dominado en la aristocracia intelectual de España, en el -siglo <span class="allsmcap">XVII</span> y durante bastantes años, ¿podrá aún encontrarse -rastro vivo de este concepto, concepto que no calificamos porque no -hace falta y que ahora se resuelve en gloria de Miguel?</p> - -<p>En 1848 un colaborador del <em>Semanario Pintoresco</em>—J. Jiménez -Serrano—hizo un viaje por la Mancha; visitó ese escritor algunos de -los parajes por donde anduvo Don Quijote. Sus impresiones se publicaron -en dicha revista. Cuenta Jiménez Serrano que caminando de Argamasilla -al Toboso se encontró á un clérigo que iba también al mismo pueblo. -Trabaron conversación los dos viandantes y el clérigo dijo, entre otras -cosas, al viandante, al enterarse del propósito de éste: «Hace cuarenta -años que vivo en Lugar Nuevo, famosísima patria de Don Quijote, pero -nací en el Toboso, donde pasé al lado de mis padres los primeros años -de mi juventud y las vacaciones que nos daban en la insigne Universidad -de Toledo; he visto, por consiguiente, muchos extranjeros que venían -atraídos como usted por la fama de ese Cervantes Saavedra tan celebrado -en Madrid. Movióme entonces la curiosidad de leer <em>El Ingenioso -Hidalgo</em> y no me pareció, con perdón sea dicho, cosa de tanto -asombro, pues ni allí hay doctrina ni hechos; no pasa, en mi pobre -juicio, de ser una obra graciosa, escrita por un hombre chistoso, pero -sin carrera».</p> - -<p>Léanse y reléanse las últimas frases transcritas; ese es, en 1848, -el concepto de Cervantes que profesaban<span class="pagenum" id="Page_27">[Pg 27]</span> en 1610 los intelectuales, -aristócratas, teólogos y grandes políticos. El <em>Quijote</em> es -una obra graciosa, escrita por un hombre chistoso; no hay en ese -libro doctrina. Su autor es un hombre sin carrera. ¿Cómo había de -dispensarle Lemos la misma protección que á un Mendoza ó á un Arce? -Dos años antes de que el clérigo de Argamasilla expresara el juicio -copiado, en 1846, un escritor había dado la nota exacta al hablar de -las relaciones mediadas entre el conde y Miguel. Aludimos á Pablo -Piferrer, agudo crítico y elegante poeta. En su libro <em>Clásicos -españoles</em>, Piferrer escribe, tratando del desamparo de Cervantes: -«Sólo el conde de Lemos, don Pedro Fernández de Castro, aquel protector -de los hermanos Argensolas, le hizo <em>alguna</em> merced, que, si bien -muy digna de eterna loa, <em>no debió de ser tan grande como pudiera -deducirse de las expresiones que su ánimo tan bueno y agradecido -dictaba á Cervantes</em>.» «Mejor es verle así dechado de generosidad -y dulzura—añade el autor—; mas siendo un tanto más sobrio en los -elogios ajenos, fiando su propia defensa y la crítica de los demás á su -noble sátira, quizá el temor le hubiera granjeado las consideraciones -que se negaron tan villanamente á la indulgencia.» «Aquí sólo la -indignación mueve mi pluma—agrega Piferrer—; ni puedo leer con calma -que los mismos Argensolas anduviesen regateando el favor del conde -y dándose apariencias de patronos con aquel anciano en cuya abierta -frente resplandecía la bondad más pura. ¿Acaso todos los versos juntos -de aquellos poetas son en la sola poesía lo que<span class="pagenum" id="Page_28">[Pg 28]</span> cualquier capítulo del -<em>Quijote</em> en toda la literatura?»</p> - -<p><em>Aquí sólo la indignación mueve mi pluma</em>—dice Piferrer—. -Acompañemos en su noble indignación al querido y delicado poeta de la -<em>Canción de la primavera</em>.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_29">[Pg 29]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="HEINE_Y_CERVANTES">HEINE Y CERVANTES</h2> -</div> - - -<h3 class="p2">I</h3> - -<p>Una excelente revista—<em>Hispania</em>—que, en lengua castellana, -aparece en Londres, ha publicado, no hace mucho, el estudio de Heine -sobre el <em>Quijote</em>. La traducción la ha hecho un distinguido -escritor americano: D. S. Restrepo. Lo traducido ahora, estaba ya -traducido en España; ignoramos si el señor Restrepo tenía conocimiento -de esta traducción. Aludimos á la publicada en la <em>Revista -Contemporánea</em> correspondiente al 30 de Septiembre de 1877. El -autor de esta traducción es el delicado poeta Augusto Ferrán. En 1837 -Enrique Heine escribió un prólogo para una traducción alemana del -<em>Quijote</em>; «escrito en París durante el Carnaval de 1837», dice la -fecha de esas páginas del poeta; no es baladí consignar ese detalle, -al parecer nimio, pero interesante, de las circunstancias—algunas -circunstancias, desde luego—en que Heine meditó y redactó su proemio á -la gran novela. Los traductores españoles lo han desdeñado: Larra—que -veía trágicamente el Carnaval—hubiera<span class="pagenum" id="Page_30">[Pg 30]</span> tenido muy en cuenta este -significativo pormenor; significativo tratándose de un libro también -cómico en la apariencia, pero asimismo trágico en el fondo.</p> - -<p>La edición del <em>Quijote</em> con proemio de Heine se publicó en -Stuttgart el año citado más arriba. No conocemos el original alemán de -la obra del poeta; la hemos leído en una edición francesa; incluída va -en el volumen que figura en las <em>Obras completas</em> de Heine con el -título de <em xml:lang="fr" lang="fr">De tout un peu</em>; hizo esa edición Michel Levy, y la -tirada que tenemos á la vista es de 1867. Algo importante encontramos -en la advertencia que el editor pone al frente del volumen citado. -Hablando del estudio de Heine sobre el <em>Quijote</em> se dice lo -siguiente: «Heine se ha mostrado severo, en su correspondencia, con -su <em>Introducción al Quijote</em>, que fué publicada en 1837 y que -nosotros hemos incluído entre sus fragmentos de crítica literaria. -El lector seguramente no participará sino á medias de ese juicio del -poeta sobre uno de esos escritos; juicio que hubiera sido menos duro, -probablemente, si no se hubiera tratado en este caso de consolar á su -editor ordinario de Hamburgo de haberle visto á él, Heine, aceptar -para este trabajo los ofrecimientos de otro editor de la Alemania -meridional.» Pequeño, pero curioso problema de psicología literaria -es éste; ante todo, ni enteramente ni <em>á medias</em>—como dicen los -editores parisienses—aceptamos el juicio de Heine sobre su trabajo -cervantista; luego habría que ver los pasajes de las cartas de Heine en -que este habla del asunto; finalmente,<span class="pagenum" id="Page_31">[Pg 31]</span> es verosímil, aunque parezca -extraño, el motivo que se alega para la autodepreciación citada. -Dejemos simplemente consignadas estas observaciones.</p> - -<p>No solamente no aceptamos á medias el juicio de Heine, sino que, -lejos de ello, tenemos las páginas escritas por el poeta acerca del -<em>Quijote</em> como lo más bello, fundamental y sentido que jamás se -haya escrito. Siendo el <em>Quijote</em> una obra universal, no es mucho -lo que de un modo original y emocionador se ha dicho del gran libro. -¿Cuántos son los grandes espíritus que han hablado del <em>Quijote</em>? -Estudios largos, detenidos, podemos contar muy pocos; incidentalmente -han hablado del <em>Quijote</em> elevados ingenios de todos los países; -son alusiones, indicaciones rápidas, frases sueltas, no otra cosa. Así -han hablado Rousseau, La Fontaine, Víctor Hugo, Tourgueneff, Flaubert -(éste, cuatro líneas, dedicadas á Sancho Panza, en su brevísimo -estudio sobre Rabelais). «Mil veces—ha escrito Clarín en sus <em>Notas -sueltas</em> sobre el <em>Quijote</em>—, mil veces, leyendo á mis -filósofos, sabios, poetas y novelistas favoritos, de extrañas tierras, -he pensado: ¡Qué lástima que este espíritu no hubiese penetrado y -recordado bien el de Cervantes! La cita del <em>Quijote</em> estaba -muchas veces <em>indicada</em>... y no venía. En Carlyle, en Renán, -por ejemplo, ¡cuántas veces la <em>asociación de ideas</em> llamaba al -<em>ingenioso hidalgo</em>... y no venía!»</p> - -<p>En las páginas de Heine se contienen muchos de los más importantes -puntos de vista que modernamente se habían de adoptar respecto á la -novela<span class="pagenum" id="Page_32">[Pg 32]</span> de Cervantes. Algunas de estas ideas, si no han sido originales -de Heine, al menos, la fuerza, la plasticidad, la emoción del poeta las -ha dado relieve extraordinario y las ha lanzado, desde la penumbra, á -plena y viva luz. No es inútil advertir que al hablar de tales puntos -de vista no nos referimos á triquiñuelas, fruslerías y minucias de -erudición; de lo que aquí se trata es de la interpretación psicológica, -ideal, <em>sentimental</em> del <em>Quijote</em>, cosa de que nuestros -eruditos no tienen idea, ó á la cual conceden un valor muy secundario. -Indicaremos algunas de estas ideas que á Heine se deben; hoy las -opiniones del poeta se han convertido ya en tópicos corrientes.</p> - -<p>Hablando el poeta de la impresión que causaba en él la lectura del -<em>Quijote</em>, escribe: «Despreciábamos el bajo populacho que atacaba -cobardemente al héroe á estacazos; pero mucho mayor era nuestro -desprecio para el alto populacho que, vestido con trajes de seda, -hablando escogido lenguaje y adornado con un título ducal, se mofaba -de un hombre que le sobrepujaba en nobleza y en ingenio». (Todavía -al presente se elogia la caballerosidad y la cortesía de los duques -con Don Quijote. Hay comentaristas para todo.) El poeta ha hecho -resaltar también las diversas impresiones que, según la edad—es decir, -según la evolución de la sensibilidad á través de los años—, va -produciendo la novela en los lectores. «Cada lustro de mi vida—escribe -Heine—he releído <em>Don Quijote</em> con impresiones alternativamente -diferentes.» El poeta, en un momento determinado de<span class="pagenum" id="Page_33">[Pg 33]</span> su vida, creía -que lo ridículo del quijotismo procedía de querer introducir en la -vida, en contradicción con la realidad presente, un pasado desaparecido -definitivamente. (En el <em>Quijote</em>, el pasado legendario y -heroico.) «¡Ay!—exclama Heine—; yo he aprendido después que es una -tan amarga locura el querer introducir demasiado pronto el porvenir en -el presente, cuando, en un combate análogo contra los rudos intereses -del día, no se posee sino un caballejo, una débil armadura y un cuerpo -no menos frágil.» (Pensamiento profundo; pensamiento en que se revela -la analogía entre Heine y el <em>Quijote</em>; no decimos Don Quijote -porque queremos comprender en la comparación tanto al caballero como -á su edecán. Heine osciló siempre, trágicamente, entre la añoranza -del pasado y el anhelo de lo porvenir. Este conflicto íntimo—que se -da en muchos espíritus—es lo que marca la característica del poeta y -determina su romanticismo especial. Léase á este propósito el estudio -dedicado á Heine por el original pensador francés Jules de Gaultier; -estudio publicado primitivamente en la <em xml:lang="fr" lang="fr">Revue des Idées</em> y -recogido después, según creemos, en alguno de los últimos libros del -autor.)</p> - -<p>Cervantes—prosigue Heine—era un hombre de una intuición profunda; -calaba en el fondo de las gentes que le rodeaban. Sin quererlo él, su -superioridad resaltaba por encima de sus coetáneos, de las personas -á quienes trataba, con quienes convivía. «¿Qué de extraño tiene que -Cervantes se haya enajenado así muchas simpatías y que en<span class="pagenum" id="Page_34">[Pg 34]</span> su carrera -terrestre no haya encontrado sino mediocres apoyos?» «Cervantes amaba -la música, las flores y las mujeres»—escribe poco más lejos Heine, -románticamente. (Pasemos sobre esta indicación del poeta; es posible -que Cervantes amara las flores; es posible que, como el Greco, amara -la música... Pero todo esto es escenografía del poeta.) En las novelas -precervantinas, en los primitivos libros de caballerías, todo estaba -idealizado, alambicado, y la cotidiana realidad no parecía por ninguna -parte. «En ningún lado, rastro de pueblo.» Cervantes destruye el viejo -y artificioso idealismo y funda otro nuevo basado en la realidad. «Así -proceden siempre los grandes poetas; al mismo tiempo que destruyen lo -que es viejo, fundan algo que es nuevo; no niegan jamás sin afirmar á -la par alguna cosa.» «Cervantes crea la novela moderna al introducir en -la novela caballeresca la descripción fiel de las clases inferiores, al -mezclar en ella la vida popular.»</p> - -<p>Cervantes y Goethe se asemejan. Goethe recuerda á Cervantes hasta en -las particularidades del estilo, en «esa prosa fácil, coloreada de la -más dulce y más inocente ironía». (Sí; dulce é inocente... cuando es -inocente y dulce. Dulce é inocente en un sentido superior, elevado: en -el sentido de la inefable indulgencia, de la <em>suprema comprensión</em> -de las cosas que se desprende de la obra de Cervantes como de la de -Goethe.) «Cervantes y Goethe se parecen aun por sus defectos, por la -prolijidad de sus discursos, por esos largos períodos que encontramos -frecuentemente en ellos, comparables<span class="pagenum" id="Page_35">[Pg 35]</span> á un cortejo de gentes regias.» -No se encuentra á menudo en tales períodos sino un solo pensamiento, -grave, lento; pero «esa sola idea es siempre trascendental, -considerable; es como el soberano de esa cohorte».</p> - -<p>No queremos apuntar los demás puntos de vista del trabajo de Heine. -Popularísimos han llegado á ser todos; salidos de la pluma del poeta, -se han desparramado por el mundo, y hoy, acá y allá, de cuando en -cuando, los tropezamos, manoseados, viejecitos, valetudinarios, sin el -brío y el fuego que les prestara el poeta, en artículos periodísticos y -peroratas académicas. Agradezcamos al gran poeta (hoy <em>perseguido</em> -en su patria, donde no tiene un solo busto); agradezcamos al -poeta estas maravillosas páginas que él, sobre el más alto libro -tragicómico, escribió en 1837, durante el Carnaval, la época—¡oh, -Larra!—tragicómica del año.</p> - - -<h3 class="p2">II</h3> - -<p>Quedamos anteriormente en que Enrique Heine ha sido quien primero -ha visto y sentido—y, por lo tanto, interpretado—de una manera -verdaderamente moderna la obra capital de Cervantes. Ha visto y sentido -así Heine el <em>Quijote</em>: Primero, porque ya se había inaugurado -la revolución romántica; es decir, porque ya se había introducido en -el arte el elemento personal, lo subjetivo<span class="pagenum" id="Page_36">[Pg 36]</span> (en ello se estaba en -1837), y, por lo tanto, en la novela, el drama, el poema, etc., podía -verse el reflejo del propio yo, ó podía poner el artista el propio -yo. El romanticismo ha renovado la crítica y la manera de sentir el -pasado; recuérdese, caso análogo al del <em>Quijote</em>, lo ocurrido -con Calderón y cómo, por los críticos alemanes, compatriotas de Heine, -han sido vistos <em>La vida es sueño</em>, <em>El mágico prodigioso</em>, -<em>La devoción de la Cruz</em>. Segundo, Heine vió el <em>Quijote</em> -como lo vió por la afinidad suya moral con el libro de Cervantes; ó -sea porque su conflicto interior era análogo al conflicto expuesto en -la gran novela. El mismo Cervantes sentía su afinidad con Don Quijote. -Un hispanista italiano, en un libro recientísimo dedicado á Cervantes -(<em>Cervantes</em>, por Paolo Savi López.—Nápoles, 1913), habla de este -<em xml:lang="it" lang="it">oscuro senso d’affinità morale</em> que une al autor con su creación, -y en esa afinidad secreta juzga <em xml:lang="it" lang="it">che sta appunto il più delicato -fascino del libro</em>.</p> - -<p>En la traducción del trabajo de Heine, motivo de estas líneas—la hecha -por <em>Hispania</em>—, el traductor ha suprimido las últimas páginas -del ensayo del poeta. Reputamos por desafortunada tal supresión. Á las -ilustraciones del <em>Quijote</em> se refiere Heine en esas páginas. -¿Cómo han visto los pintores y dibujantes Don Quijote? ¿Qué pintores -han sido los que han interpretado la genial figura? ¿Por qué hasta -ahora—es decir, hasta 1837—no se ha sabido interpretar ese personaje? -Tales son las cuestiones que plantea brevemente Heine. De Hamlet ha -dicho un crítico que «hay tantos Hamlets<span class="pagenum" id="Page_37">[Pg 37]</span> como melancolías». Muchos -Quijotes existen, pintados y esculpidos por diversos pintores y -escultores; rara vez se llegó en esas obras á la expresión feliz; cada -artista, en cada país, imagina y traza la figura del hidalgo manchego -de distinta manera. La edición á que ponía prólogo Heine, por ejemplo, -iba ilustrada por Tony Johannot. (También existe una edición española -que lleva las mismas ilustraciones.) Los dibujos de Johannot, como los -de Doré, pecan de fantásticos, idealizadores en demasía. Ese prurito -de alambicamiento y sutilidad fantasmagórica, de que alardean los dos -citados dibujantes franceses, se da también en otro compatriota suyo; -aludimos á Celestín Nanteuil y á las litografías del <em>Quijote</em> -hechas por él y estampadas en Madrid—por «J. J. Martínez, Desengaño, -10».—(Nanteuil puso también algunas ilustraciones á <em xml:lang="fr" lang="fr">L’Espagne</em>, -de Cuendias y Fereal, luego traducida al castellano é ilustrada con los -mismos dibujos. La edición francesa es de 1848.)</p> - -<p>Heine menciona en su trabajo, entre otras interpretaciones, «algunos -bocetos de Decamps, el más original de los pintores franceses -vivos». No nos detendremos en ver si Decamps era, en 1837, el más -original de los pintores franceses. Desconocemos sus pinturas sobre -el <em>Quijote</em>. Heine, cuando escribía, no podía hablar de otro -vigoroso y singularísimo intérprete del inmortal caballero. Hasta -bastantes años después Honorato Daumier no pintó sus cuadros dedicados -al <em>Quijote</em>. Un poderoso y secreto atractivo lleva á los grandes -artistas infortunados hacia el libro de Cervantes. La vida de<span class="pagenum" id="Page_38">[Pg 38]</span> -Daumier tiene mucho de trágica; artista de un recio nervio, de una -vigorosa originalidad, satírico violento y elocuente. Daumier trabajó -infatigablemente, vivió luchando con la pobreza, gozó de una cierta -notoriedad superficial, y sólo en nuestros días, al cabo de cuarenta ó -cincuenta años, es cuando comienza á amársele y á admirársele cordial -y reflexivamente. En 1878, ya viejo y ciego Daumier, se celebró una -exposición de sus obras con objeto de allegarle recursos; en esa -exposición figuraron los cuadros sobre el <em>Quijote</em>. En el -<em>Daumier</em>, de León Rosenthal, se dedican unas páginas á hablar -de esas obras y se reproduce una de ellas. Hay en ese cuadro, en su -cielo anubarrado y lóbrego, en la lejanía de montañas yermas, en las -figuras de Don Quijote y de Sancho, una sensación de misterio y de -tragedia. El ambiente podrá ser ó no español; pero de él se desprende -un agudo sentido de la gran novela. Á grandes rasgos, nerviosamente, -con tosquedad genial, á la manera de Goya, el pintor ha arrojado sobre -la tela las figuras de Don Quijote y Sancho Panza. «Decamps, antes que -Daumier—se lee en el libro citado—, ha tratado los mismos temas, -y ciertamente lo ha hecho con acierto. Pero por divertidas que sean -sus narraciones, ¡cómo el relato aparece mezquino y recargado y cómo -el artificio es mediocre, comparados con la epopeya incorrecta de -Daumier!» (Hagamos observar entre paréntesis, ya que hemos nombrado á -Goya, la afinidad que existe entre el pintor francés y el aragonés; -afinidad no sólo de manera y tendencia, sino también<span class="pagenum" id="Page_39">[Pg 39]</span> física. Maravilla -la semejanza entre la fisonomía de Goya, viejo, y Daumier, viejo, -en 1878. Champfleury, citado por otro crítico de Daumier—Raymond -Escholier, en el libro dedicado al gran pintor—, escribe: «Daumier -y Goya no se asemejan sólo por el fuego interior; me sorprenden -ciertas analogías fisionómicas. Una apariencia burguesa á primera -vista; ojillos interrogadores, y, sobre todo, un labio superior de -una amplitud particular en los dos maestros»... Escholier, el autor -de este libro, escribe también, hablando del cervantismo de Daumier: -«Frecuentemente, sus lecturas, su La Fontaine, su Cervantes, sobre -todo, le arrastran á un mundo irreal. Á través de la Mancha resecada, -en el azul país del ensueño, Daumier va siguiendo, según su fantasía, -al caballero de la Triste Figura y á su honrado Sancho Panza»).</p> - -<p>Son raros los pintores que han interpretado originalmente el -<em>Quijote</em>. Heine aventura una explicación de este hecho. «¿Será -acaso—pregunta—que detrás de las figuras que el poeta hace pasar por -delante de nosotros hay ideas más profundas que el artista plástico -no puede expresar, de tal suerte profundas que el artista no podría -coger y reproducir de ellas sino la apariencia exterior, aun siendo -muy saliente esa apariencia, pero no su más hondo sentido?» Es posible -que eso sea lo verosímil—según añade el mismo Heine—; pero lo que -se nota examinando las pinturas consagradas á Don Quijote es un hecho -curioso. En 1837, cuando escribía Heine, ó mejor, treinta ó cuarenta -años antes, podría haber un paralelismo entre la representación<span class="pagenum" id="Page_40">[Pg 40]</span> -crítica del <em>Quijote</em> y su representación gráfica. Á últimos del -siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>, por ejemplo, las láminas de la edición de la -Academia concuerdan exactamente con la manera como los eruditos ven y -explican la obra de Cervantes. Unos y otros veían el gran libro de un -modo externo, árido, sin cordialidad, sin humanidad, sin <em>lejanías -ideales</em>.</p> - -<p>Pero el tiempo ha ido pasando; á partir de Heine se inicia la -interpretación psicológica del <em>Quijote</em>; vemos y sentimos hoy -la gran novela desde un punto de vista que no es el formalista de los -eruditos. (No hay que decir que estas interpretaciones formalistas -subsisten; pero son, ó secundarias, como trabajo auxiliador, ó de -ninguna importancia.) Y mientras la interpretación <em>literaria</em> -ha evolucionado, la <em>gráfica</em> ha quedado estacionada. Basta ver, -para notar este fenómeno, los cuadros cervantistas de algunos de -nuestros pintores. La representación gráfica, pictórica, por ejemplo, -sólo ve en el <em>Quijote</em> los <em>resultados</em>, los <em>hechos</em>, -en tanto que la literaria, la psicológica se atiene al proceso que da -por resultado ese hecho. Se objetará que tal diferencia radica en la -índole diversa de uno y otro arte; pero pintura existe (y ahora estamos -pensando en los dos cuadritos de la Villa Médicis, de Velázquez) que -expresa sola y únicamente, no un <em>resultado</em>, sino un estado -espiritual—melancolía, idealidad—que se refleja en el ambiente, en -el paisaje, en una casa, en una simple y desnuda pared. ¿Por qué los -pintores del <em>Quijote</em> no han tratado de expresar esos estados -espirituales<span class="pagenum" id="Page_41">[Pg 41]</span> en conexión con Alonso Quijano, con sus tristezas, -sus anhelos, sus ansias? ¿Por qué, lejos de esto, se han limitado -á las aventuras ruidosas y llamativas, á los actos notorios, á los -resultados? Don Quijote, en uno de esos momentos de desesperanza, -de tristeza; en uno de esos instantes—frente á la desolada llanura -gris—en que parece dudar de sí mismo y de su noble empresa, cansado, -agobiado, dice más á nuestra sensibilidad moderna que el mismo -caballero alanceando unos molinos ó recibiendo el irónico homenaje de -unos zafios é inhumanos duques...</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_43">[Pg 43]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="UNA_CASA_DE_MADRID">UNA CASA DE MADRID</h2> -</div> - - -<p>Estamos en 1848. Es presidente del Consejo don Ramón María Narváez; -antes lo ha sido el señor García Goyena; antes, el señor Pacheco; -antes, el señor Martínez Irujo; antes, el señor Istúriz; antes, otra -vez el señor Narváez... Paseando por las calles de Madrid hemos -llegado á la casa de una familia amiga; viven nuestros amigos en el -número 10 de la calle de la Luna. La vivienda es modesta; modestos son -sus moradores; subamos un momento á charlar con ellos. Son éstos un -anciano—el abuelo—, un matrimonio y un niño—el nieto. Tiene ocho -años ahora el chico; es vivaracho, despierto, curioso, revolvedor. Anda -y devanea por todas las estancias de la casa; se sube á los muebles; -coge los diversos trebejos y cachivaches; enreda con las figurinas que -reposan sobre las consolas. La casa no es muy espaciosa. Examinémosla. -Consta de un recibimiento obscuro, de una sala, de un despachito, de -un comedor, de varias alhanías ó alcobas. La sala—pieza principal de -la vivienda—está pintada al temple; una consola de<span class="pagenum" id="Page_44">[Pg 44]</span> caoba se yergue -junto á una de las paredes; sobre ella, simétricamente colocados, -aparecen dos floreros hechos con diminutas conchas, y entre ellos se -levanta, bajo un fanal, la figura de un templario—nada menos que un -templario—, con su larga capa blanca y su cruz de Malta. Floreros y -templario se reflejan límpidamente en un ancho alinde colocado sobre -la consola. Al cuerpo ofrecen descanso un sofá y ocho sillas de enea, -blancas, con vivos y dibujos en negro. De las paredes penden diez ó -doce cuadros: litografías amarillentas, litografías hechas en Lyon ó -en Málaga, que representan las aventuras de Lavalliere ó las tristes -gestas de Chactas.</p> - -<p>Junto á la sala hay un reducido gabinete; está separado de ésta por -unas mamparas con las cortinillas de seda roja. Cuatro sillas y una -cómoda componen el menaje del gabinete. Sobre la cómoda, otro gran -cuadro: una imagen, grabada en cobre, del Cristo de los Guardias de -Corps. El anciano que vive en la casa guarda cuidadosamente en la -cómoda su ropa blanca. Dos artefactos hay también en la estancia que -sirven útilmente á este provecto morador de la vivienda. Fijaos bien: -uno es un molde de madera, á modo de cabeza humana, en que el anciano -coloca todas las noches, antes de acostarse, su peluca; otro es un -pequeño garfio ó colgadero en que pone su reloj: un reloj por el cual -este hombre ha regulado toda su vida, un reloj que ha contado durante -sesenta años sus alegrías y sus tristezas, un reloj que el día que este -anciano—su fiel compañero—expire continuará<span class="pagenum" id="Page_45">[Pg 45]</span> marchando, marchando con -su tic-tac impasible, inexorable.</p> - -<p>El comedor de la casa no tiene nada de notable. La luz la recibe por -un balcón que da á un patio. Un sofá, un péndulo en su caja y una mesa -cubierta de hule (sobre cuyo hule es de suponer que se extenderá un -mantel á las horas del yantar) son todos los muebles de esta pieza. -No es menos modesto el despacho del anciano, que ya conocemos. Hay en -él un bargueño con diminutos cajones, una escribanía de bronce y un -cacharrito de porcelana lleno de obleas. El niño que anda por la casa, -muchas veces entra en este despacho, abre y cierra los cajoncitos del -escritorio, vuelca las obleas, desparrama los papeles que estaban -cuidadosamente aperdigados. Cuando ha dado sus lecciones, ha paseado -por las calles y ha devaneado por la casa, este niño ha cumplido—por -ahora—su misión sobre la tierra. Á la noche entra en su alcoba y se -acuesta en una camita con barandilla; la barandilla es para que el -pequeño durmiente no caiga al suelo en su dormir inquieto. «Porque, -según parece—escribirá este niño muchos años después—, hasta -durmiendo era yo revoltoso.»</p> - -<p>Todo está limpio en la casa. La modestia no empece ni la pulcritud ni -el orden. En este año de 1848 (presidente del Consejo don Ramón María -Narváez; antes, García Goyena; antes, Pacheco; antes, Martínez Irujo, -etc.); en este mismo año de 1848, un desaforado romántico, un amigo -de Larra y de Espronceda, don Jacinto de Salas y Quiroga, acaba de -publicar una novela; se titula<span class="pagenum" id="Page_46">[Pg 46]</span> <em>El Dios del siglo</em>, y ha sido -estampada en la imprenta de don José María Alonso, Salón del Prado, -número 8. En el capítulo III de esta novela el autor nos describe -minuciosamente una casa, situada «en la calle de Fuencarral, no lejos -de la Red de San Luis». Salas y Quiroga hace su poco de filosofía á -propósito de esta casa. «En la coronada villa, capital de España, -especialmente, donde todavía no ha cundido el amor á las comodidades, -y en donde se confunde el lujo con la decencia, nada hay que dé más -cabal idea de las cabezas de familia ó de las señoras, que son las que -más parte tienen, por lo regular, en estos arreglos, que la elección de -casa.»</p> - -<p>«Viven—añade el autor—en las tertulias, en los paseos, en las -tiendas, y la casa les importa poco. Carecen de decoro doméstico, -defecto tan vulgar en España, y ni respetan á los demás ni se respetan -á sí mismos.» Salas pasa luego á describir la casa, y lo hace tan -minuciosamente como nosotros hemos descrito otra. ¿Por qué la casa -número 10 de la calle de la Luna nos ha recordado esta otra casa -situada cerca de ella, en la calle de Fuencarral, y descrita por un -novelista en el mismo año de 1848? Seguramente porque en esta vivienda -pintada por nosotros resplandecía ese <em>decoro doméstico</em> de que, -con frase exacta, habla el amigo de Larra y de Espronceda. Decoro en -la limpieza, en el menaje, en las idas y venidas y en el gesto de sus -moradores—gente discreta—, en la solicitud y escrupulosidad con que -educan á este niño avispado y nervioso.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_47">[Pg 47]</span></p> - -<p>Este niño se llama Julio Nombela. Setenta años más tarde, al -escribir los cuatro compactos volúmenes de sus Memorias—tituladas -<em>Impresiones y recuerdos</em>—, este hombre había de comenzar -evocando el recuerdo de la casa en que transcurrió su niñez. Con -amor, con viva emoción, la casa en que viviera aquellos lejanos -años ha sido descrita en estas páginas. La vida de este hombre ha -sido larga y varia. Ha conocido á Rodríguez Rubí y ha visto pintar -á Federico de Madrazo; ha escuchado discursos políticos de González -Bravo y conferencias económicas de don Luis María Pastor; ha sentido -la emoción de lo trágico viendo representar <em>La carcajada</em> á don -José Valero; aplaudió á don Manuel Catalina y á García Luna; se mezcló -en las guerras civiles; fué secretario de don Carlos; puso su firma -en el acta de reconocimiento de la legalidad por parte de Cabrera; en -París trató á Aüer y á Janín; escuchó esas viejas óperas que se llaman -<em xml:lang="it" lang="it">Poliutto</em>, <em xml:lang="it" lang="it">Linda di Chamounix</em>, <em xml:lang="it" lang="it">La muta di Portici</em>; -escribió en los periódicos; anduvo por las provincias... Una impresión -de vida laboriosa, humilde, callada se desprende de estos volúmenes; -acaso contribuya mucho á ello el estilo—sencillo, minucioso—en que -estas Memorias están escritas. La mejor definición que podemos dar de -las <em>Impresiones y recuerdos</em> de don Julio Nombela es decir que -nos parecen el complemento obligado de las comedias de Bretón y de los -cuadros de Mesonero.</p> - -<p>Larga ha sido la vida de este infatigable y honrado obrero intelectual; -muchos más años le deseamos<span class="pagenum" id="Page_48">[Pg 48]</span> cordialmente que viva todavía. Toda -suerte de incidentes y acaecimientos han llenado esa existencia. Pero -seguramente cuando don Julio Nombela vuelva la vista á lo pretérito, no -verá ni sentirá como lo capital sus andanzas en París, ni su firma—ya -histórica—puesta en el acta de Cabrera, ni su estrecha amistad con -este general, ni sus servicios á don Carlos. No; seguramente lo que -entre lo pasado destacará será el recuerdo de aquella modesta casa de -la calle de la Luna, en que él dormía, siendo niño, en una camita con -barandilla; en la que había una consola con la figura de un templario. -Ocurría esto en 1848. Era entonces presidente del Consejo don Ramón -María Narváez; antes lo había sido el señor García Goyena; antes, -el señor Pacheco; antes, el señor Martínez Irujo; antes, el señor -Istúriz...</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_49">[Pg 49]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="EL_RETRATO_DE_CERVANTES">EL RETRATO DE CERVANTES</h2> -</div> - - -<p>¿En qué estado se encuentra la cuestión relativa al -retrato—supuesto—de Cervantes? Recordará el lector que hace algún -tiempo se descubrió un retrato de Cervantes. Adquiriólo la Academia -Española. Se publicaron respecto á él propugnaciones é impugnaciones. -Hubo entusiasmo lírico y efusivo. Entre los que—cautamente—recelaron -de la autenticidad del retrato se contó don Juan Pérez de Guzmán; los -artículos impugnativos publicados por este erudito en <em>La Época</em> -causaron indignación entre los cervantistas defensores de la efigie -encontrada. ¿En qué estado se encuentra esta cuestión? El señor Pérez -de Guzmán no ha publicado el extenso trabajo que anunciara (del cual -sus artículos eran simplemente el prólogo); los defensores del retrato, -ante tal silencio, no han dado tampoco á luz los datos que tenían -preparados para combatir el estudio anunciado. Y el discutido retrato -de Cervantes se halla, según creemos, en la Academia Española... que -tampoco se atreve á decir nada.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_50">[Pg 50]</span></p> - -<p>El señor Foulché-Delbosc es un eminente amador de la literatura -española. Dirige la <em xml:lang="fr" lang="fr">Revue Hispanique</em>. Le estiman y admiran -cuantos entre nosotros, sinceramente, sin espíritu de bandería -(que tantos estragos hace entre los eruditos), se dedican á las -investigaciones literarias. Su caudal de erudición española representa -una cantidad formidable de perseverancia y de trabajo. Y lo que es más -raro tratándose de eruditos, gente gregaria y anodina; lo que es más -raro, lo que hace de este hispanista un hombre aparte: Foulché-Delbosc -tiene independencia mental, originalidad, juicio propio, rebeldía á la -noción secular y recibida. Decimos todo esto—que no huelga tratándose, -no del público de los profesionales, sino del gran público—para que se -tome en cuenta, en lo que vamos á exponer, el prestigio y la autoridad -de quien habla. Foulché-Delbosc ha publicado un breve trabajo sobre el -supuesto retrato de Cervantes. Dado á luz primeramente en la <em xml:lang="fr" lang="fr">Revue -Hispanique</em>, se ha hecho después de tal estudio una reducidísima -tirada. Á la buena amistad del autor debemos un ejemplar.</p> - -<p>El retrato descubierto se atribuye á Juan de Jáuregui. En el prólogo -de las <em>Novelas ejemplares</em>, Cervantes dice que si algún amigo -quisiera poner un grabado suyo—de Cervantes—al frente del libro, «le -diera mi retrato el famoso Juan de Xauregui». De estas palabras se ha -deducido que existía un retrato de Cervantes pintado por Jáuregui. Mas -la deducción es un poco precipitada. ¿Quiere decir Cervantes que el -retrato ha sido ya<span class="pagenum" id="Page_51">[Pg 51]</span> hecho y que si un amigo quisiera grabarlo se lo -podría dar su autor? ¿Quiere decir, por el contrario, que si ese tal -amigo quisiera hacer un grabado, Jáuregui, el pintor, podría hacer -un retrato de donde sacar el grabado? El verdadero sentido de la -frase citada no aparece muy claro. Es éste un pequeño problema, no de -erudición, sino de psicología. Si tuviéramos que inclinarnos á algún -lado, nos inclinaríamos á creer en la segunda interpretación; es decir, -en la que considera que el retrato de Jáuregui no existe, en la que -juzga que el pintor, á ser necesario, pudiera pintar un retrato para -los fines que se indican.</p> - -<p>Cervantes escribiría el prólogo de las <em>Novelas ejemplares</em> en -1611; el retrato descubierto lleva la fecha de 1600. ¿Tan peregrino es -ese retrato de Jáuregui que Cervantes se acuerda de él (y se acuerda -para determinada finalidad importante) á la distancia de once años? -Once años en la vida de Cervantes eran cosa considerable; once años de -angustias, de estrecheces y de dolorosas privaciones hacen cambiar la -fisonomía de un hombre. Envejece la faz, y la luz de la íntima tristeza -asoma—irreprimible—por los ojos y se marca en todas las líneas del -rostro. ¿Quería poner Cervantes al frente de su nuevo libro un retrato -que ya, con los once años transcurridos, estaba en discordancia con -el original? Si en ese mismo prólogo se pinta el mismo Cervantes como -envejecido, ¿de qué manera conciliar este espíritu de sinceridad—noble -espíritu—con el deseo de dar al público una imagen suya inexacta, ya -pasada, sin realidad<span class="pagenum" id="Page_52">[Pg 52]</span> presente? Otro pequeño problema de psicología -es éste—¡oh, eruditos!—De un lado está la delicada sinceridad de -Cervantes; de otro, un prurito de petulancia y rejuvenecimiento.</p> - -<p>Observando el supuesto retrato se notan en él algunas repintaciones. -Importantísimos son esos retoques y desfiguramientos. «Nadie, que yo -sepa, los ha hecho notar»—escribe Foulché-Delbosc. Llegamos á la parte -más grave del problema. Las repintaciones á que aludimos interesan -toda la región sincipital anterior. «La cabeza, antes de ser retocada, -tenía una frente de una mediana altura; el antiguo límite del cabello -es netamente visible, y el original no adolecía de ningún comienzo de -calvicie. Y Cervantes tenía una <em>frente lisa y desembarazada</em>. -Hay aquí, pues, una discordancia que, á mi juicio, es una nueva prueba -de inautenticidad.» (¿No habrá también—añadimos nosotros—repintación -en esos bigotes del retrato, bigotes recios, gruesos, pero hechos -infantilmente, ingenuamente, para acomodarlos á los <em>bigotes -grandes</em> de que habla el propio Cervantes en el prólogo á las -<em>Novelas?</em>) Ante tan extraño hecho surge vehementemente la duda. -La duda hace que imaginemos una hipótesis. El retrato descubierto pudo -ser arreglado y repintado en el siglo <span class="allsmcap">XVIII</span> sobre otro retrato -antiguo. Indudablemente, alguien quiso hacer pasar por de Cervantes ese -retrato. Recordemos el ambiente que en esa época se formó—á manera -de un renacimiento, de una reivindicación—en torno de Cervantes. -Comenzó en esa época el verdadero amor al gran novelista.<span class="pagenum" id="Page_53">[Pg 53]</span> ¿Por qué -ha de ser absurda la hipótesis indicada? No se encontraba retrato -auténtico de Cervantes; en el prólogo de las <em>Novelas ejemplares</em> -se daban minuciosos detalles de la fisonomía de Cervantes. Surgió en -algún cerebro la idea de <em>crear</em> una efigie auténtica del autor -del <em>Quijote</em>. Á mano tenía un retrato <em>parecido</em>; era sólo -cuestión de desfigurarlo con hábiles retoques...</p> - -<p>En 1600, fecha del retrato aludido, Jáuregui tendría—según los -documentos encontrados—unos diez y seis años. No es una maravilla -la pintura; no pasa de ser un retrato mediocre. Pero ¿hasta qué -punto es verosímil que Jáuregui, á esa edad, hiciera ese retrato? Y -aparte de esto, ¿hasta dónde es verosímil también que Cervantes, á -la distancia de once años, sintiera la añoranza de una pintura, no -obrada por la mano de un gran maestro, sino mediocre, hecha por un mozo -inexperto? Aquí se impone el examen atento, detenido, escrupuloso, de -la inscripción que la pintura lleva. La fecha es de 1600. «La fecha de -1600, tan extraña hoy que sabemos que Jáuregui nació en Noviembre de -1583, se explica fácilmente si recordamos que hasta 1899 se creía que -el pintor-poeta había nacido en 1570 ó hacia ese año.» El desconocido -que en el siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>—ó cuando fuere—simuló el retrato de -Cervantes, puso bien la fecha, de modo que, según entonces se creía, el -retrato no resultaba una extraña precocidad de un pintor adolescente.</p> - -<p>Se impone—en conclusión—un examen técnico, realizado por técnicos, -de las condiciones materiales<span class="pagenum" id="Page_54">[Pg 54]</span> del retrato y de las condiciones del -rótulo que lleva. Empléense los reactivos y procedimientos que en -estos casos se acostumbra. ¿Se hará así? Mucho tememos que no. Y, sin -embargo, no padecería el prestigio de nadie, ni habría menoscabo de -nada, si se demostrase que esta pintura no es auténtica. Los que la han -propugnado y defendido, ¿qué cosa más noble, laudable y delicada pueden -haber hecho sino desear que, al cabo del tiempo, tras tantas rebuscas -é investigaciones, poseamos una imagen auténtica del más grande de -nuestros artistas literarios?</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_55">[Pg 55]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="UN_SENSITIVO">UN SENSITIVO</h2> -</div> - - -<p><span class="smcap">El maravilloso silencio.</span>—Nos place imaginar un convento -situado en el declive suave de una loma; arriba está el pinar, -rumoroso, bien oliente, desde donde, cuando sopla el viento, descienden -hasta el llano ráfagas perfumadas. Delante se extiende la llanura -inmensa, ondulada á trechos por los oteros y lomazos. La ciudad se -perfila en lontananza, casi en los confines del horizonte. Un río lleva -en curvas amplias su cinta de plata—entre el verde de las huertas—y -acá y allá unos enhiestos y tremulantes pobos mueven blandamente sus -hojas al céfiro. Nada se oye en la campiña. Ningún ruido denota la -vida del convento. En el convento hay un patio central con una galería -abierta; destaca en el centro el brocal—labrado—de una cisterna. -El agua de la cisterna es delgada, frígida y cristalina. Cuando el -caldero de cobre sube lleno, desde lo hondo, en el breve cristal se -refleja—límpidamente—el azul del cielo.</p> - -<p>Detrás del convento se abre un huerto plantado de frutales y legumbres; -algún rosal muestra sus<span class="pagenum" id="Page_56">[Pg 56]</span> rosas bermejas ó blancas sobre el obscuro -follaje; y un vial de cipreses se recorta agudamente en el aire limpio -y diáfano. Á la noche, desde lo alto, mientras en el cielo parpadean -las eternas luminarias, se columbran, casi imperceptibles, allá -abajo los puntitos de las luces ciudadanas. Ni en el campo ni en el -convento interrumpe la paz augusta un solo ruido. En el convento, los -corredores son amplios y claros; la cal nítida de las paredes reverbera -cegadoramente en las horas del mediodía. Las celdas son chiquitas; -desde sus ventanas se atalaya el paisaje. Algún religioso, sentado -junto á la ventana, al levantar la vista del libro, ha visto en la -lejanía de un camino una caravana que se dirigía de una ciudad á otra -ciudad; acaso su corazón se ha oprimido un momento y sus ojos han -seguido el tropel hasta que se perdía en el horizonte. Hoy, al cabo -de cuatro siglos, esa ligera opresión la suscitaría tal vez el paso -vertiginoso de un convoy que deja sobre el añil del cielo un trazo -negro de humo...</p> - -<p>Miguel de Cervantes, que tanto había caminado por el mundo, amaba -el silencio. Cervantes había vivido, durante años, en un reducido -piso donde apenas podían revolverse las personas de su familia. Era -en Valladolid. Cervantes ocupaba un angosto cuartito que se hallaba -situado encima de una taberna. Día y noche conturbarían el silencio -de Miguel el tráfago ruidoso, las idas y venidas, las vociferaciones, -las riñas, los cantos de los bebedores. Durante la noche, hasta la -madrugada, hasta el alba, Miguel, acostado en su cama, estaría<span class="pagenum" id="Page_57">[Pg 57]</span> oyendo, -á través del piso delgado, allí cerca de su cráneo, esas porfiadas, -estólidas, soeces, inacabables altercaciones vinarias. Y mientras las -voces resonaron en la soledad, turbando el sosiego, Miguel ansiaría -cada vez más el silencio: el silencio sedante, el silencio dulce, el -silencio que es compañero de los coloquios interiores del artista. -Cuando Cervantes en el <em>Quijote</em> pinta la casa del caballero -del verde gabán, recordad cómo hace notar que en ella reinaba el -silencio. Recordad también cómo adjetiva ese silencio. <em>Maravilloso -silencio</em> es—escribe Miguel. Ese silencio maravilloso es el que -reina en este convento, donde mora y tiene sus soliloquios interiores -un poeta.</p> - -<p><span class="smcap">No hay otro en Castilla.</span>—Al trazar la etopeya de nuestro -poeta, del mismo modo que necesitamos ver el paisaje, es preciso -hablar de sus compañeros. Sus compañeros, las gentes que han vivido -en su mismo ambiente espiritual, unos han pasado á la historia y son -ilustres en la literatura; otros—humildísimos—han quedado esfumados -en el tiempo. La eterna corriente de las cosas se los llevó sin dejar -de ellos mas que un ligero recuerdo. Y, sin embargo, estas figuras -tienen un profundo encanto. Santa Teresa de Jesús ha pintado con -rápidos rasguños algunas de estas figuras. Santa Teresa de Jesús tiene -la frase expresiva, plástica y popular. Hablando, por ejemplo, de su -pobreza, escribe: «Aquel día ni una seroja de leña teníamos<span class="pagenum" id="Page_58">[Pg 58]</span> para asar -una sardina». Santa Teresa de Jesús hace vivir en cuatro líneas las -personalidades de Beatriz Óñez y de fray Antonio. Al <em>Libro de las -fundaciones</em> nos referimos. Beatriz Óñez era una mujer abrumada y -angustiada por el dolor; en sus años mozos estaba. Un mal terrible -la atenaceaba. No perdió, con todo, su serenidad. «Jamás por cosa la -vieron de diferente semblante, sino con una alegría modesta»—escribe -Teresa. «Un callar sin pesadumbre, que con tener gran silencio era de -manera que no se le podía notar por cosa particular»—observa también -la santa en Beatriz. Y luego añade: «En todas las cosas era extraño su -concierto interior y exteriormente; esto nacía de traer muy presente -la eternidad». La semblanza de fray Antonio la hace Teresa de Jesús -en dos líneas: fray Antonio se le presentó pobre y humilde. No tenía -nada. «Sólo de relojes iba proveído, que llevaba cinco.» «Que me cayó -en harta gracia»—añade Teresa. Este frailecito llevaba nada menos que -cinco relojes, «para tener las horas concertadas». Ese frailecito, con -sus cinco relojes, se nos aparece como obsesionado por el tiempo que -pasa, por el tiempo suave é inexorable, por el tiempo que todo lo trae -y todo se lo lleva.</p> - -<p>Nuestro poeta es un hombre chiquito; tiene la cabeza pequeña, -redondita, y en ella destacan unos ojos luminosos y una boca de -labios delgados. Su retrato da la impresión de una sensibilidad -hiperestesiada. Es nuestro poeta uno de esos hombres tímidos y fogosos -á la vez, uno de esos temperamentos silenciosos y delicados que vibran<span class="pagenum" id="Page_59">[Pg 59]</span> -fuertemente á los contactos del mundo exterior. No hay otro como él en -Castilla. «Es un hombre celestial y divino—escribe de él Teresa de -Jesús en una de sus cartas—. No he hallado en toda Castilla otro como -él.» Otros poetas, como Garcilaso, han sido refinados y cultos; en sus -versos han puesto la quinta esencia italiana; sus conceptos amatorios -han ido entremezclados de breves paisajes. Fray Luis de León ha sido -fogoso é impetuoso; tiene el ardimiento y la elocuencia de un pagano; -á veces—como en la primera <em>Oda á Nuestra Señora</em>—llega á lo -trágico en la expresión de sus dolores íntimos y de sus desesperanzas. -Nuestro poeta, San Juan de la Cruz—de cuyo <em>Cántico espiritual</em> -acaba de publicarse una nueva edición—; San Juan de la Cruz es -mórbido, delicado, sensitivo. Ningún poeta castellano nos ofrece esta -muestra de frágil morbidez. Entre la penumbra de los símbolos, el -espíritu del poeta ondula, tiembla, gime, canta como un niño ó como una -delicada mujer. Hay momentos en que el lector de estos breves poemas -permanece absorto, indeciso, desorientado, sin acertar á distinguir la -trascendencia alegórica de la aparente realidad.</p> - -<p>En el silencio de la blanca celda vemos—espiritualmente—al poeta -trazando sus versos, y sintiendo al trazarlos una viva emoción, una -ansiedad febril, como pocos de nuestros poetas han sentido. No hay otro -como él en Castilla.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_60">[Pg 60]</span></p> - -<p><span class="smcap">La fuente en la noche.</span>—El simbolismo de San Juan de la -Cruz se halla inspirado en la Naturaleza. El poeta nos habla de las -montañas, los valles solitarios y nemorosos, las ínsulas extrañas, -las viñas florecidas, la soledad sonora, las aves ligeras, las -riberas verdes, las subidas cavernas de las piedras, el canto de la -dulce filomena, el agua pura, las frescas mañanas, las tortolicas -que revuelan henchidas de amor... Oigámosle en uno de los más -típicos, sugeridores, trascendentes de sus poemas. El poeta piensa -en una fuente; él sabe dónde mana y corre. Y añade: <em>Aunque es de -noche.</em> No puede decir cuál es su origen; no lo tiene; pero todo -se origina de esta fuente. <em>Aunque es de noche.</em> No hay cosa -tan bella en el universo; cielos y tierra beben de este manantial. -<em>Aunque es de noche.</em> Nunca ha sido su claridad obscurecida; -toda luz viene de ella; sus corrientes son caudalosas; la inmensidad -de las gentes se riega con ellas. <em>Aunque es de noche.</em> Todas -las criaturas son llamadas para que sacien su sed en esta fuente; mi -más ardiente deseo está en sus aguas. <em>Aunque es de noche...</em> Y -así, el poeta—delicado y sensitivo—asocia á las tinieblas lóbregas -y perdurables de una noche la sensación de una fontana cristalina -y amorosa, que va manando casi calladamente, con un son apacible, -melódico.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_61">[Pg 61]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="UN_LIBRO_DE_FRAY_CANDIL">UN LIBRO DE FRAY CANDIL</h2> -</div> - - -<p>Emilio Bobadilla, nuestro querido y admirado crítico, acaba de -publicar un libro sobre ciudades y paisajes españoles. <em>Viajando -por España</em> se titula el libro flamante de Bobadilla. Tiene este -escritor—lo saben los aficionados á las letras—una fina, extensa -y variada cultura; conoce escrupulosamente el movimiento filosófico -y literario de Europa; escribe en un estilo limpio, claro, preciso, -nervioso. Bobadilla nos habla en su libro—después de algunas páginas -dedicadas á paisajes de los Pirineos—de las viejas y gloriosas -ciudades que se llaman Burgos, Valladolid, Salamanca, Toledo. Hermosas -son las descripciones que el autor traza de panoramas urbanos y -agrestes; no tienen menos interés las reflexiones—más bien breves -estudios—que entre paisaje y paisaje intercala Bobadilla. Se habla -aquí, por ejemplo, de nuestra poesía medioeval, la lírica y la heroica; -del descubrimiento de América; de la vida estudiantil en el siglo -<span class="allsmcap">XVI</span>; de Miguel de Cervantes y de sus dolorosas andanzas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_62">[Pg 62]</span></p> - -<p>El estudio más largo y substancioso de todos éstos es el dedicado á -la conquista de América. El tema reviste un interés supremo para los -españoles; fuera de España se escribe también abundantemente en estos -últimos años. La conquista de América ha sido diversamente juzgada á lo -largo de nuestra historia posterior á ella. Sucesos son ésos en que se -han fundamentado y se siguen fundamentando los juicios que de España -se hacen respecto á su actuación en el pasado: un pasado de cuatro -siglos. Un hombre generoso y ardiente—Bartolomé de las Casas—es quien -primero da argumentos copiosísimos á cuantos nos reprochan determinados -procedimientos de colonización. Codicia, violencia, rapacidad, -crueldad: en estas palabras sintetizan sus acusaciones los que se -apoyan en Las Casas. Pero ¿qué es lo que hay de cierto en el libro -famoso de aquel hombre caritativo? ¿En qué cantidad se halla en él la -verdad y en qué la hipérbole?</p> - -<p>Son numerosas las rectificaciones que se han hecho á Las Casas; -reputamos por una de las principales la publicada en el siglo -<span class="allsmcap">XVIII</span> por el clérigo catalán don Juan Nuix. Tradujo esta -obra, y la publicó en 1782, un ministro del rey: don Pedro Varela y -Ulloa. Alegamos la alta calidad del traductor para que se conceda todo -su valor á ciertas frases del prólogo que él pone á su traducción, -y en que se dice que «aunque el fin del autor es defender á los -conquistadores de la América en común, <em>no por eso pretende -disculparlos del todo</em>». Bastan estas palabras para que la cuestión -quede<span class="pagenum" id="Page_63">[Pg 63]</span> colocada en sus verdaderos términos. En este largo y tenaz -pleito de nuestra conquista americana; en la luenga porfía entre -apologistas y detractores, se va haciendo un resquicio por el que -surge la verdad. Entre la muchedumbre de libros producidos á propósito -de este tema, lo que, á nuestro entender, quedará como expresión de -serenidad y equilibrio será el <em>Diálogo entre Guatimocin y Hernán -Cortés</em>, trazado por don Francisco Pí y Margall.</p> - -<p>Pero si existe en el problema de la conquista de América este aspecto -universal, que interesa tanto en nuestro país como fuera de él, existe -también otro aspecto puramente, exclusivamente nacional: el que atañe -á lo que influyó en la marcha de España el descubrimiento del Nuevo -Mundo. Ángel Ganivet ha indicado en el <em>Idearium español</em> una -teoría que merece ser meditada. Para Ganivet los Reyes Católicos -emprendieron la formación de España, de la nacionalidad española, sobre -tres bases: una, la <em>política</em>; otra, la <em>intelectual</em>; otra, -la <em>material</em>. En la primera estaba comprendida el saneamiento -de las costumbres, corrección de corruptelas administrativas, -cauterización de abusos, escándalos, irregularidades, latrocinios, -etc., etc. La segunda abarcaba el fomento de la instrucción pública, -creación de centros de enseñanza, protección á los estudios, aliento -á literatos y publicistas, etc., etc. Y la tercera, la material, -iba encaminada á la creación de una industria y de un comercio -prósperos, al robustecimiento de la agricultura, construcción de -caminos, alumbramiento<span class="pagenum" id="Page_64">[Pg 64]</span> de aguas, trazado de canales, etc., etc. -Prescindamos—dicho sea de pasada—de exagerar un tantico una fórmula -determinada, un determinado propósito; al escribir trabajos de -historia, fácilmente se incurre en este error de ampliar y sistematizar -en siglos pasados, en hombres de otras épocas, planes y designios que -acaso no fueron mas que ideas embrionarias é inconexas. Pero, en fin, -hay mucho de exacto en lo que escribe Ganivet. Ahora prosigamos.</p> - -<p>Las dos primeras acciones—la política y la intelectual—comenzaron á -realizarlas Fernando é Isabel con gran brío y eficacia. Se pueden citar -numerosos hechos que lo demuestran. En cuanto á la tercera acción—la -atañadera al fomento de la riqueza—, se disponían á emprenderla cuando -se interpuso el descubrimiento de América. Ese hecho magno torció -el curso de nuestra historia. América refulgió espléndidamente á lo -lejos con resplandores de oro. «Y dejando las prosaicas herramientas -del trabajo—escribe Ganivet—, allá partieron cuantos pudieron en -busca de la independencia personal, representada por el <em>Oro</em>; -no por el oro ganado en la industria ó el comercio, sino por el oro -puro, en pepitas.» Á partir de ese éxodo alucinante de millares y -millares de españoles—lo mejor de la nación—, la decadencia de España -se inicia. Nótese que el esplendor verdadero, robusto, no ha tenido -ocasión de comenzar; los Reyes Católicos apenas han puesto las primeras -piedras del nuevo y soñado edificio. Pero va á comenzar un período de -esplendor, de apogeo, de<span class="pagenum" id="Page_65">[Pg 65]</span> vitalidad nacional, completamente ficticio, -artificial, morboso.</p> - -<p>Tan exacto es esto, tan cierta es en el fondo la teoría de Ganivet, -que no podremos hallar otra más lógica y racional. En ella vienen -á parar implícita ú ostensiblemente cuantos reflexionan sobre el -desenvolvimiento de España desde el siglo <span class="allsmcap">XVI</span> hasta la fecha. -No de otro modo que Ganivet piensa Jovellanos en su <em>Informe sobre -la ley agraria</em>. Para el gran pensador, el esplendor de España, -ocasionado por las conquistas de América y por las guerras europeas, -«pasó como un relámpago.» «Todo creció entonces—añade—si no la -agricultura». «Las artes, la industria, el comercio, la navegación -recibieron el mayor impulso; pero mientras la población y la opulencia -de las ciudades subía como la espuma—dice también Jovellanos—, <em>la -deserción de los campos y su débil cultivo descubrían el frágil y -deleznable cimiento de tanta gloria</em>.»</p> - -<p>Sí; el esplendor, la vitalidad, la solidez de un país no pueden -ser resultado más que del trabajo y de la ciencia. <em>Ciencia y -trabajo</em>: he ahí en dos palabras, para los nuevos españoles, todo un -programa.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Fray Candil da en su libro una serie de visiones intensas y precisas -de viejas ciudades españolas. Toledo, Salamanca, Burgos pasan ante la -vista del lector evocadas en un estilo limpio, diáfano,<span class="pagenum" id="Page_66">[Pg 66]</span> nervioso, -preciso. No es un sentimental Emilio Bobadilla, ni, por el contrario, -tiene parentesco alguno con los secos eruditos catalogadores. Culto, -erudito, la cultura y la erudición son en el ilustre crítico un medio. -Lo importante para este artista—como para todos los artistas—es -la esencia de las cosas. Á ella llega Fray Candil en esas páginas -luminosas.</p> - -<p>Á Bobadilla debe la moderna cultura literaria española muchas de -las ideas que hoy, entre los jóvenes, andan en circulación. Su obra -crítica es paralela á la de Leopoldo Alas. Se podría hacer (y habrá -de hacerse) un catálogo de las ideas nuevas que la generación actual -debe á Clarín y á Fray Candil. Los dos han contribuído poderosamente á -renovar la sensibilidad artística española. Han enseñado á pensar... -y á sentir. Todavía Alas se sentía coartado por el compañerismo que -le unía á los escritores de la generación anterior; muchos de sus -juicios—hiperbólicos—nos desplacen hoy (por ejemplo, hablando de -Balart, de M. Pelayo, de Núñez de Arce, etc.); desearíamos un poco más -de <em>crítica</em>, de <em>examen</em>.</p> - -<p>Bobadilla, venido de fuera, más libre de toda solidaridad sentimental, -ha podido ser más sincero. Otro factor: su culto por la ciencia, su -entusiasmo por la experimentación ha hecho que en su espíritu chocaran, -más que en el de Alas, la enorme incoherencia, la formidable falta -de lógica, la terrible superficialidad—hablamos en general—de la -literatura producida por sus contemporáneos. Verbalismo, hipérboles, -falso lirismo, prejuicios sentimentales,<span class="pagenum" id="Page_67">[Pg 67]</span> efectismos ilícitos, ausencia -de cultura, mal gusto, chocarrería tradicional... todo esto ha sido -combatido, ridiculizado, escarnecido por Bobadilla. Viajero incansable -por Europa, curioso de todas las literaturas, Fray Candil ha sido uno -de los obradores primeros del actual contacto con el pensamiento de -fuera...</p> - -<p>No son estas líneas mas que sumarias indicaciones. El autor de ellas, -que tanto ha modelado su espíritu en la obra crítica de Bobadilla, se -complace en enviarle, desde estas páginas, la expresión de su sincero -reconocimiento.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_69">[Pg 69]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="CEJADOR_Y_EL_ARCIPRESTE">CEJADOR Y EL ARCIPRESTE</h2> -</div> - - -<p>Anunciamos en uno de los artículos anteriores que dedicaríamos unas -líneas á comentar ciertas afirmaciones de Julio Cejador. Ha hecho -tales aseveraciones Cejador en el prólogo á la edición flamante de -Juan Ruiz, por el dicho filólogo aliñada y por <em>La Lectura</em> dada -á luz. Américo Castro estudiará detenidamente—con su reconocida -competencia—la obra exegética de Cejador en el próximo y segundo -número de la <em>Revista de Libros</em>. Aquí no se trata de ningún -examen serio—ni no serio—, sino de un simple devaneo impresionista. -Julio Cejador ha publicado también en estos días una novela—<em>Mirando -á Loyola</em>—; en el prólogo se lamenta de que hubiera quien, hace -meses, no dijese nada respecto de otro libro suyo. «Hubo quien no -se arrestó—escribe Cejador—á saludar su venida á esta común luz -de la vida que todos gozamos.» Tiene razón nuestro querido amigo en -lamentarse del silencio; no hay nada peor que el silencio para un -literato, como para un actor, un orador, ó, en general, un hombre -que viva de la<span class="pagenum" id="Page_70">[Pg 70]</span> opinión y para la opinión. No somos nosotros de -los que hacen á los libros la guerra sorda del silencio. Mejor que -callar, preferimos ofrecer nuestro juicio duro—cuando es duro—con -toda su sinceridad. Esta sinceridad—más, mucho más que la loanza -convencional—preferimos que se tenga con nuestros libros. ¿Le ocurre -lo mismo á Cejador? Pues con todos los respetos á su persona y con toda -la admiración que nos inspira su vasta, varia y cultísima labor, allá -van las siguientes observaciones sobre su introducción á Juan Ruiz.</p> - -<p>Lo primero que hemos de anotar es que Cejador es aficionado en -demasía á la generalización. Criticar es diferenciar, establecer las -discordancias, expresar los rasgos característicos, <em>únicos</em>, -de un autor ó de una obra. Recordemos siempre—aplicándolo á -la crítica—la lección de Flaubert respecto de la novela. «En -la calle—decía Flaubert—hay media docena de coches de punto -estacionados en su parada. La cuestión es salir, observarlos, y, -aunque todos parecen lo mismo, hacer de modo que, al describirlos, -cada uno sea diferente de los otros, cada uno tenga su vida propia.» -Con superlativos, con hipérboles, con loanzas épicas no se pinta á -un artista, no se nos dice cómo es. No; lo que hay que hacer no es -generalizar, sino particularizar. El juicio que Menéndez y Pelayo -formula, por ejemplo, de Gracián y <em>El criticón</em> (en la cubierta -de la nueva edición de esta obra ha sido reproducido), lo mismo -conviene á Gracián, que á Quevedo, á Carlyle ó á Swift. Cuando Cejador -nos habla del Arcipreste de Hita, sus palabras ardorosas<span class="pagenum" id="Page_71">[Pg 71]</span> lo mismo -pueden convenir á este poeta ó á otro escritor (verbigracia, Rabelais) -por el que sintamos el lírico entusiasmo que Cejador siente por Juan -Ruiz. «Este hombre—escribe nuestro filólogo—es el gigantesco aquel -llamado Polifemo que nos pintó Homero, metido á escritor.» «Los -sillares con que levanta su obra—añade—son vivos peñascos arrancados -de las cumbres de las montañas y hacinados sin argamasa ni trabazones -convencionales, de las que no pueden prescindir los <em>más</em> -celebrados artistas.» (Note el lector de pasada ese <em>más</em> que -hemos subrayado. ¿Por qué esas trabazones—no nos explicamos bien lo -que quiere decir Cejador—no las ha de tener Juan Ruiz y sí los demás -artistas? Y ¿por qué no ha de haber ni uno solo entre los <em>más</em> -celebrados artistas que no posea esa condición? Los más celebrados: es -decir, todos. Homero, Shakespeare, Cervantes, Dante, Lope, Leopardi, -Virgilio, etc., etc., etc.)</p> - -<p>«El Greco se queda corto en pintura para lo que en literatura es Juan -Ruiz»—escribe más adelante nuestro buen amigo. Acaba de decir Cejador, -líneas arriba, que el arcipreste es «tan grande», «tan colosal», que -se le ha ido de vuelo á los críticos más agudos. No entendemos tampoco -bien lo que aquí se ha querido decir. Pero lo importante es la cita -del Greco después de lo que se acaba de decir. Ningún pintor estaba -menos indicado que Theotocópulos para este acercamiento á Juan Ruiz. -Aparte de que el Greco, aunque pintó mucho en cantidad, no se hace -notar por su abundancia excepcional, existe la diferencia hondísima -de orientación<span class="pagenum" id="Page_72">[Pg 72]</span> espiritual, de tendencia y procedimientos, entre el -poeta y el pintor. Si era preciso citar un pintor al hablar de Juan -Ruiz, más que al Greco, pudo citarse á Rubens, á Jordaens y aun al -mismo Tiziano, pintores todos del color, de la vida exuberante, de -la jocundidad, del goce pletórico de vivir. «Su obra, repito—sigue -diciendo Cejador—, es el libro más valiente que se halla en esta -literatura castellana de escritores valientes y desmesurados sobre -toda otra literatura.» Repetimos nosotros también nuestra observación: -¿para qué estos extremos del más y del menos? En la literatura -castellana hay libros que nos parece son tan <em>valientes</em> como el -de Juan Ruiz. (Ignoramos el verdadero alcance de este adjetivo.) Ahí -está, por ejemplo, el <em>Quijote</em>, ó <em>La Celestina</em>, ó <em>La -vida es sueño</em>, ó el <em>Don Álvaro</em>, ó <em>La Dorotea</em>... Y -¿por qué la literatura castellana ha de ganar á las demás en libros -<em>valientes</em>? Cuando Rabelais y Montaigne escribían las cosas que -escribían, ¿había alguien en Castilla que dijera esas mismas cosas? -Más tarde, compárese, por ejemplo, lo que dice Quevedo (ingenio -castellano de primer orden) con lo que dice en sus <em>Trágicas</em>, -y especialmente en la parte <em>Los príncipes</em>, Agripa de Aubigné -(ingenio francés, no de primera magnitud, sino secundario).</p> - -<p>Sigamos comentando. Hablando de los poetas que han llevado una vida -de libertinaje y disipación, escribe Cejador: «Yo concederé que entre -tales hombres pueda darse un poeta; jamás un extraordinario poeta». -«Los más encumbrados pensamientos<span class="pagenum" id="Page_73">[Pg 73]</span> y los sentimientos más delicados no -andan por las tabernas y lupanares.» Llegamos á la discordancia á que -hacíamos referencia en uno de los anteriores artículos: la discordancia -entre la vida del poeta y su obra. Sería difícil discutir sobre este -punto con Cejador, porque á su arbitrio habría de quedar el alcance que -diera al vocablo <em>extraordinario</em> que acabamos de citar. ¿Qué es y -quién es un poeta extraordinario? ¿Dónde acaba en un poeta lo ordinario -y dónde comienza lo extraordinario? Aquí tenemos, por ejemplo, á un -poeta libertino, relajado. Vivió la vida más disipada que puede vivir -ser humano. Figuró en una cuadrilla de bandidos; cometió robos; mató á -un clérigo en riña; estuvo en prisión; estuvo á punto de morir en la -horca. Se llamó este poeta Francisco Villon. ¿Es ó no extraordinario? -¿Hay ó no emoción honda y delicadísima en sus baladas de <em>Los -ahorcados</em>, de <em>Las damas de antaño</em>, de <em>Los caballeros de -antaño</em>? ¿Son ó no son esos poemas poesía, y poesía de la más alta, -de la que hace sentir? (¡Oh, las nieves de antaño! <em xml:lang="fr" lang="fr">Mais où sont les -neiges d’antan?</em>)</p> - -<p>Pero no es sólo Villon. Los ejemplos abundan. ¿Es ó no gran poeta -Baudelaire? ¿Lo es ó no Edgardo Poe, aparte de sus libros en prosa? -¿Lo es ó no Verlaine, el <em>pobre Lelian</em>? Terminemos. Tendríamos -que examinar ahora la interpretación que Cejador da de <em>El libro de -buen amor</em>. Tarea larga sería esa. Cejador cree (lo repite á cada -momento) que el Arcipreste de Hita escribió su obra para edificación -espiritual de los lectores. Tanto valdría decir que Rubens pintó -sus exuberantes<span class="pagenum" id="Page_74">[Pg 74]</span> desnudos para que abomináramos de la carne. Más -sencillo—y más lógico y racional—es creer que Juan Ruiz escribió -espontáneamente, sin designio ético ni ascético, del mismo modo que ni -Jordaens, ni Rubens, ni Tiziano llevaban tal mira cuando pintaban sus -cuadros.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_75">[Pg 75]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="UN_LIBRO_DE_RAMON_Y_CAJAL">UN LIBRO DE RAMÓN Y CAJAL</h2> -</div> - - -<p>El doctor Ramón y Cajal ha publicado la tercera edición de su libro -<em>Reglas y consejos sobre investigación biológica</em>; aparece esta -reimpresión considerablemente aumentada. Hay libros que tienen un -clamoroso, pero fugacísimo éxito. Hay otros cuyo éxito parece como -clandestino, como <em>subterráneo</em>; ni la prensa ni el gran público -hablan apasionadamente de ellos; mas poco á poco se van vendiendo; un -círculo reducido de estudiosos los comenta; en trabajos de revista y -en conferencias y en <em>explicaciones</em> de cátedras se va viendo -lentamente un reflejo, una influencia de esos libros; otros libros, -en fin, nacen engendrados por ellos; y en definitiva, tal volumen que -no obtuvo éxito ruidoso, que no entusiasmó á la gente que se halla -en los aledaños de la intelectualidad, ni llegó á noticia de los -parlamentarios; tal volumen, repetimos, ha sido fundamental en la -ideología de un país—en determinado momento—y ha constituído uno -de los factores de su evolución social ó literaria. De esta clase de -libros es el citado del<span class="pagenum" id="Page_76">[Pg 76]</span> doctor Cajal. Prueba de ello nos la ofrece la -extensión que por España y singularmente por los pueblos americanos van -teniendo sus repetidas ediciones, y las exhortaciones que, agotados los -ejemplares, se hacen de todas partes para que se le reimprima.</p> - -<p>El libro de nuestro gran sabio no es, como pudiera creerse, un libro -de técnica, de técnica relacionada con las investigaciones que á -Cajal le han dado renombre universal. Se trata, sí, de un conjunto -de observaciones y consejos dictados por la experiencia que pueden -ser útiles, no sólo al investigador biólogo, sino á toda clase de -estudiosos y científicos. Nada más lejos—aparentemente, al menos—de -la biología que la crítica literaria; sin embargo, pocos laboradores -podrán sacar tanto provecho de estas reglas y normas que dicta—sin -dogmatismo alguno—nuestro sabio, como los críticos literarios y -los historiadores de las letras. Imaginad, para formar idea de este -libro, algo así como <em>El criterio</em>, de Balmes, hecho por un -verdadero hombre de ciencia y en el cual se hayan aprovechado todas -las aportaciones del saber—y del <em>sentir</em>—moderno, á más de la -rica experiencia de uno de los cerebros contemporáneos más poderosos. -En igual sentido que Cajal, pero con un designio menos científico, -menos limitado á un solo objetivo, ha escrito el agudo é independiente -pedagogo uruguayo Carlos Vaz Ferreira, y su libro <em>Lógica viva</em> -puede ser recomendado, sin reservas, efusivamente, al igual que el de -nuestro sabio, á cuantos deseen un <em>directorio espiritual</em> á la -moderna.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_77">[Pg 77]</span></p> - -<p>Sobre las <em>Reglas y consejos</em>, de Cajal, habría mucho que hablar; -nos limitaremos á hacer algunas indicaciones; señalaremos, acá y allá, -algunos pasajes del libro, que son á manera de jalones en el espíritu -del autor. Ante todo, hemos de hacer constar el placer que causa el -ver á un hombre que por sus trabajos parecería ajeno al arte de la -prosa, escribiendo en un estilo verdaderamente literario, un estilo -claro, preciso, limpio, ameno, insinuante. Cajal hace honor, con la -pluma en la mano, á esa gran estirpe de prosistas aragoneses de donde -han salido los Argensola, Palafox, Gracián, Mor de Fuentes, Costa, -etc. Abriendo al azar el libro, y sin propósito de hacer una crítica -sistemática, nos encontramos con observaciones, atisbos, intuiciones -de una profunda clarividencia y de una grande y noble libertad de -espíritu. Por ejemplo, en las páginas 69 y 70 vemos el paralelo rápido -que el autor hace entre el héroe y el sabio. Después de hablarnos de -este último, Cajal escribe: «Por el contrario, el héroe sacrifica á -su prestigio una parte más ó menos considerable de la humanidad; su -estatua se alza siempre sobre un pedestal de ruinas y de cadáveres; -su triunfo es exclusivamente celebrado por una tribu, por un partido -ó por una nación, y deja tras sí en el pueblo vencido, y á menudo en -la historia, reguero de odios y de sangrientas reivindicaciones.» Al -hablar así, Ramón y Cajal se coloca plenamente dentro de la tradición -española; de una tradición creada por un núcleo—renovado á través del -tiempo—de pensadores y artistas literarios. En 1859<span class="pagenum" id="Page_78">[Pg 78]</span> Campoamor decía -en su poema <em>Colón</em>, parte V, estrofa XXIV: «Toda fama es un -crimen si es sangrienta—ó la gloria no es gloria ó es incruenta». En -el siglo <span class="allsmcap">XVIII</span> Feijóo compara á los héroes con los malhechores -en su discurso <em>La ambición en el solio</em>, y escribe: «No es -paridad, sino identidad la que propongo; porque verdaderamente esos -grandes héroes que celebra con sus clarines la fama, nada más fueron -que unos malhechores de alta guía. Si yo me pusiese á escribir un -catálogo de los ladrones famosos que hubo en el mundo, en primer lugar -pondría á Alejandro Magno y á Julio César». Cien años antes, en el -siglo <span class="allsmcap">XVII</span>, Quevedo escribía en su <em>Marco Bruto</em>: «En el -mundo los delitos pequeños se castigan y los grandes se coronan, y sólo -es delincuente el que puede ser castigado; y el facineroso que no puede -ser castigado es señor».</p> - -<p>En la página 30 y en la 54 Cajal se rebela contra la superstición de -lo sancionado y consagrado. Regla fundamental es ésta. Ni un biólogo, -ni un historiador, ni un crítico literario podrán aportar nada nuevo á -la ciencia y al arte si no están dotados de un espíritu independiente. -Y la base de esa independencia será la revisión minuciosa de lo -ya sancionado. No es que se trate de destruirlo todo absurda y -estúpidamente. No; se trata de ir á ver <em>personalmente</em>, con -escrupulosidad, si lo que se dice de tal ó cual valor científico, ó -literario es exacto; se trata de ir á verificar un juicio formulado -por las generaciones pasadas ó por grandes autoridades, con el fin de -comprobar si<span class="pagenum" id="Page_79">[Pg 79]</span> ese juicio, si esa sanción se ajusta ó no á la realidad. -Cajal cita diversos casos á él ocurridos en los comienzos de sus -investigaciones. No podría caminar la humanidad, ni evolucionarían la -ciencia y el arte, sin ese espíritu de rebeldía, de insumisión, de no -conformidad, que es el más hondo propulsor del progreso.</p> - -<p>Páginas de fina intuición también las dedicadas al <em>por qué de los -fenómenos</em>. ¿Llegaremos alguna vez á desentrañar el secreto de la -vida y del pensamiento? Hoy nuestros sentidos—dice el autor—son -de «una gran penuria analítica»; algún día acaso alcancemos una -agudización de los registros óptico y acústico que nos permita -escudriñar ese misterio; acaso el cerebro humano llegue á una -sensibilización de que no podemos formarnos hoy idea. Relacione el -lector estas páginas en que nuestro Cajal habla de los sentidos y de la -realidad objetiva con otras páginas análogas de Montaigne. Al cabo de -cuatro siglos, es curioso observar cómo un gran sabio se nos muestra -embargado con la misma preocupación que embargara á un espíritu fino -y libre del siglo <span class="allsmcap">XVI</span>. ¿Cuál es la verdadera realidad?—se -preguntaba Montaigne—. ¿No hay más que lo que nos <em>dicen</em> los -sentidos? ¿Y si tuviéramos un sentido más, ó dos, ó tres más? «Hemos -formado una verdad por la consultación y concurrencia de nuestros -cinco sentidos; pero acaso era necesario el acuerdo y cooperación de -ocho ó de diez sentidos para percibir la realidad exactamente y en su -esencia.» <em xml:lang="fr" lang="fr">Certainement et en son essence</em>—así escribe Montaigne -en el célebre capítulo<span class="pagenum" id="Page_80">[Pg 80]</span> XII, del libro II, de los <em>Ensayos</em>. -¿Alcanzaremos algún día esa exactitud y esa esencia?—pregunta ahora -nuestro Cajal. Si para ello se necesitaran más sentidos y no los -tenemos, ¿llegará á hiperestesiarse el cerebro humano—á través de los -siglos—en grado tal que supla esa falta?</p> - -<p>Nos vemos precisados á terminar; la última parte del libro de Cajal -está consagrada al «problema» de España. Se expone en ella las -distintas teorías que sobre la decadencia española se han formulado -desde hace más de tres siglos: teorías <em>materialistas</em> unas; -teorías <em>espiritualistas</em> otras. Materialistas, por ejemplo, -Saavedra Fajardo, Gracián, Macías Picavea, etc., que ven nuestra -postración en causas materiales (guerras, abandono de los campos, -falta de fomento en la Marina, etc.); espiritualistas, los que -consideran—como Larra, como Cadalso—que nuestro abatimiento proviene -de no habernos incorporado, en la época del Renacimiento, al movimiento -de renovación intelectual—y emocional—de Europa. Á decir verdad, -las dos teorías capitales suelen ir mezcladas y entreveradas, como en -Joaquín Costa, y á la educación, al trabajo de rehacer el espíritu, -sobre bases científicas, fían la mayoría de los palingenistas el -remedio. Esa es la actitud—no podría ser otra—del doctor Ramón -y Cajal, y por eso su libro, en que tan bellas páginas hay, es un -patriótico y alentador libro.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_81">[Pg 81]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="D_ESTEBAN_MANUEL_DE_VILLEGAS">D. ESTEBAN MANUEL DE VILLEGAS</h2> -</div> - - -<p><em>La Lectura</em> ha publicado, en su colección de clásicos -castellanos, una edición de las poesías de don Esteban Manuel de -Villegas. Ha cuidado del texto y de las notas don Narciso Alonso -Cortés. Es el señor Alonso Cortés un erudito tan benemérito como -modesto; de buen gusto, sobriedad—cosa tan difícil—y cultura da -muestras en su trabajo. Examinemos—brevísimamente—la vida del poeta -riojano, su obra y la influencia de su obra... Don Esteban Manuel -nace en un pueblecito de la Rioja; viene á Madrid siendo muchacho; -estudia leyes en Salamanca; la ciudad castellana, henchida de tráfago -estudiantil, debió de ver los primeros ensueños, los primeros anhelos, -los primeros entusiasmos del poeta. En las orillas del Tormes muchos -han sido los soñadores españoles que han paseado sus quimeras. Vuelto -á su pueblo, don Esteban Manuel va tejiendo las poesías que más tarde -ha de reunir en un volumen. En Madrid lo publica; en la portada hace -estampar—arrogantemente—esta inscripción: <em>Me surgente quid<span class="pagenum" id="Page_82">[Pg 82]</span> -istae</em>? Temeraria es la mocedad. «¿Qué diré—escribe en <em>El -Licenciado Vidriera</em> Cervantes hablando de los poetas—; qué diré -del ladrar que hacen los cachorros y modernos á los mastinazos antiguos -y graves?» Indignáronse con el lema del novicio poeta los <em>mastinazos -antiguos y graves</em>; comprendió Esteban Manuel su audacia—tinta en -procacidad—y apresuróse á suprimir el dicho lema en los ejemplares no -sacados á plaza todavía.</p> - -<p>Casóse el poeta; bien de la patria mereció en su matrimonio; siete -hijos dió á la tierra española. En Madrid anduvo entretenido en graves -asuntos de erudición, historia y humanidades; ricas bibliotecas -de magnates frecuentaba. ¿Habíase amortiguado ya en él la sacra -llama? Compuso unas <em>Disertaciones críticas</em>, un <em>Etimológico -historial</em>, un <em>Antiteatro</em> ó <em>discurso contra las -comedias</em>; alguno de estos libros se ha perdido; de otros, más que -decir que compuso, debemos decir que tuvo en proyecto. No sintamos ni -la pérdida ni la no ejecución; en las viejas bibliotecas solemos ver, -de tarde en tarde—nada más que ver—, estos libros gruesos, recios, -llenos de citas griegas y latinas, en que, difusamente, se dilucida -algún punto que no interesa á nadie. (Afuera luce el cielo azul; la -vida pasa rumorosa y fugaz...)</p> - -<p>Pasó el poeta por el dolor de ver morir en el albor de la juventud á -alguno de sus hijos. Tuvo pleitos; no sabemos, ó no recuerda el autor -de estas líneas, si los ganó; menos malo hubiera sido que los hubiera -perdido. Una vez, hallándose charlando en la paz de una biblioteca, -dijo algo<span class="pagenum" id="Page_83">[Pg 83]</span> sobre el libre albedrío. Cosa terrible era ésta, en verdad. -Véalo el lector: «San Anselmo dice que el poder pecar en el hombre -no pertenece al libre albedrío». ¿Dice esto San Anselmo? Alguien -escuchaba al poeta íntimamente escandalizado; la especie fué llevada -sigilosamente á los señores de la cruz verde. Se deliberó sobre el -caso; se deliberó madura, escrupulosa, detenidamente. Debieron de darse -muchas, muchas, muchas vueltas al asunto. Cinco ó seis años pasaron en -tales cavilaciones. Al cabo un día (¿no sería, para mayor color local, -una noche?), un día llamaron á la puerta del poeta y le participaron -que estaba procesado por la Santa Inquisición.</p> - -<p>El proceso fué largo; encerrado estuvo don Esteban Manuel en las -cárceles de Logroño; diez y ocho testigos le acusaron de producirse -temerariamente en materias religiosas. Otros, en cambio, atestiguaron -que era «hombre pío, limosnero, muy frecuentador de los sacramentos». -Fué condenado, sin embargo de esto; se le desterró. ¿Escucharía su -sentencia, como más tarde Olavide, con una vela verde en la mano y -una soga de esparto al cuello? Ya el poeta era viejo; estaba cansado, -fatigado; tenía más de setenta años. Volvió á su pueblo. En traducir el -libro <em>De consolación filosófica</em>, compuesto por Boecio, empleó -sus últimas energías mentales. Un día murió; contaba ochenta y ocho -años. Había nacido en 1589; finaba en 1669.</p> - -<p>Las poesías de don Esteban Manuel de Villegas, unas son originales, -otras, traducidas. De Anacreonte,<span class="pagenum" id="Page_84">[Pg 84]</span> de Horacio y de Tibulo ha -traducido el poeta. La poesía de don Esteban Manuel es ligera, -graciosa, fugitiva, alada; á veces también, el poeta se pierde y -extravía en un sutilísimo preciosismo. En las poesías de don Esteban -Manuel encontramos arroyuelos mansos, ruiseñores que cantan entre -los laureles, tortolillas, vientos apacibles, auras leves, abejas -que revolotean sobre las flores, prados verdes, mirtos, jilgueros -pintados, fontecicas que «corren con pies de plata por arenas de -oro». En esas poesías los galanes piden besos á sus enamoradas, y si -éstas se resisten—siempre con cierta coquetería—, ellos se atreven -á dárselos por fuerza. El dios ceguezuelo aparece en la figura de un -niño, de carnes sonrosadas, con una aljaba llena de pequeñas saetas -á la espalda. Hay fugitivas carreras de las mozas entre la enramada. -Suenan rabeles. El vino luce en las tazas («con el suave vino doy sueño -á las tristezas»). En el invierno, mientras las castañas saltan en el -fuego del hogar, los enamorados beben y retozan («echa vino, muchacho; -beba Lesbia y juguemos»). La primavera viste de alegría el campo («ya -las campañas secas empiezan á ser verdes»). Cupido, Baco, Venus van y -vienen de un verso á otro. Las pastoras se llaman—escuchad esta escala -melodiosa de nombres—: Camila, Celia, Drusila, Lidia, Filis, Flora, -Lamia, Lesbia, Licimna...</p> - -<p>De las poesías de don Esteban Manuel de Villegas, dos han pasado á las -antologías y son citadas y comentadas en las cátedras. Una de ellas es -la dedicada á un pajarillo infortunado; otra, los célebres<span class="pagenum" id="Page_85">[Pg 85]</span> sáficos -adónicos. Hay en la primera una nota de delicada sentimentalidad -mezclada á un matiz de prosaísmo. El pajarito, á quien le han robado su -nido, pía plañideramente posado en un tomillo. «Dame mi dulce compañía, -rústico fiero»—dice la avecica. «No quiero»—responde, un tanto -vulgarmente, pero con sencillo realismo, el inhumano patán. En los -sáficos, el verso que da la sensación capital es el de «céfiro blando»; -cuando leemos esta poesía sentimos cómo este vientecillo, tan tenue, -tan suave, tan dulce, un vientecillo que apenas mueve las hojas de los -árboles, lleva—allá á lo lejos, á través del espacio—nuestras quejas, -nuestros dolores íntimos. Y nos impresiona este contraste entre el aura -tan sutil y nuestra pena tan recia y permanente...</p> - -<p>Don Esteban Manuel de Villegas ha influído considerablemente en nuestra -lírica. Todo el siglo <span class="allsmcap">XVIII</span> está lleno de Filis, Livias y -Lisis. Mientras eruditos, observadores y filósofos escudriñan los -secretos de la Naturaleza y de la historia; mientras, en este siglo -frío y reflexivo, se escribe de botánica, numismática, matemáticas, -náutica, física, epigrafía, embriogenia, los poetas van cantando las -gracias, primores, hechizos y retozos de Filis. De tal modo cantan -Torres Villarroel, Gerardo Lobo, Huerta, Cadalso, Forner, Sánchez -Barbero, Iglesias, Moratín, Meléndez Valdés, Arjona. Algunos de estos -poetas han cantado otras cosas, se han significado, principalmente, -por otros temas; pero ninguno ha dejado de rendir homenaje á esta -galantería alambicada y rusticana. ¿Cómo<span class="pagenum" id="Page_86">[Pg 86]</span> explicar esta especie de -marea, de flujo y reflujo, que en la evolución de la poesía se produce? -La moda, el contagio, hacen que en determinadas épocas, toda una -generación poética afecte determinada sensibilidad. En los tiempos -presentes, por ejemplo, la lírica se tiñe de un neo romanticismo. Se -vive en una pretérita edad. Reviven—artificiosamente—los viejos -hidalgos, las callejuelas, las tizonas, las espuelas de oro, el Cid, el -arcipreste de Hita. Todo ello es aparatoso y vacío; todo ello es tan -falto de vida como el neo clasicismo iniciado por Villegas... Poetas: -observad vuestro tiempo; sentid vuestro tiempo; amad vuestro tiempo; -cantad vuestro tiempo.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_87">[Pg 87]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="LA_CELESTINA">«LA CELESTINA»</h2> -</div> - - -<h3 class="p2">I</h3> - -<p><em>La Lectura</em> acaba de publicar en su colección de clásicos -una nueva edición de <em>La Celestina</em>. Ha cuidado del texto -y de las notas Julio Cejador—trabajador infatigable. Hagamos -algunas observaciones sobre esta nueva aparición de nuestra antigua -amiga Celestina. Se referirán nuestras notas: unas, al autor del -libro; otras, á la originalidad de <em>La Celestina</em> en el siglo -<span class="allsmcap">XVI</span>, es decir, al elemento de innovación que la obra -representa en el arte; las demás, á la psicología y carácter de la -protagonista.</p> - -<p>¿Quién es el autor de <em>La Celestina</em>? La primera aparición de -la obra fué de distinto modo á como la vemos hoy; constaba sólo de -diez y seis actos la obra primitiva; más tarde se le añadieron hasta -veintiuno. En esa forma la leemos hoy; en esa forma se la reimprime -hoy corrientemente. «¿De quién son los autos añadidos juntamente -con el <em>Prólogo</em>, en el cual alude á ellos y por ellos se -escribió?—pregunta Cejador.—Todos los críticos<span class="pagenum" id="Page_88">[Pg 88]</span> españoles, siguiendo -á Menéndez y Pelayo, opinan que son del mismo autor que compuso la -primitiva <em>comedia</em>.» Recordamos haber leído que, tras minuciosos -exámenes, el fundamento de esta opinión lo ponen (Menéndez y Pelayo -y sus seguidores) en la perfecta unidad y solidaridad técnica y -psicológica que existe entre unos actos—los primitivos—y otros—los -añadidos más tarde. Difícil sería no ver tales identidades técnicas -y psicológicas. Figurémonos que hoy, Eugenio Sellés añade un acto -á una obra de Dicenta, ó Linares Rivas á otra de Benavente. Dentro -de tres siglos, si se ignoraran estos añadimientos, ¿quién notaría -diferencias entre una y otra técnica y una y otra psicología? Existen -indudablemente diferencias de estilo y de observación entre los autores -citados; no son completamente idénticas sus tendencias y sus maneras -de hacer. Pero esto que notamos hoy de obra á obra, en conjunto, -totalmente (y que se notará también dentro de cien años), ¿cómo notarlo -cuando se trata de una simple y accidental ampliación ó añadido?</p> - -<p>Sin embargo, á pesar de todo, hay notables diferencias entre la primera -<em>Celestina</em>, la de los diez y seis actos, y la posterior, la de -los veintiuno. En la primera existe más ligereza, más sencillez, más -espontaneidad; en la segunda se ha practicado una especie de taracea en -la prosa; á lo largo de las páginas han ido embutiéndose sentencias, -reflexiones más ó menos discretas, citas de autores clásicos, refranes -y proloquios traídos con mayor ó menor pertinencia. La obra,<span class="pagenum" id="Page_89">[Pg 89]</span> en su -segunda aparición, ha perdido soltura, gracia, ímpetu, frescor de -pasión y de sentimiento. ¿Fué el mismo autor de la primera concepción -quien modificó la obra? ¿Fué mano distinta la que hizo estos cambios? -Frecuente es el caso de que sean los mismos autores los que tales -cambios y mudanzas hacen en sus libros; hace poco, en Francia, se -han publicado, en un mismo volumen, tres versiones distintas de -una misma novela. Aludimos á la novela <em>Charles Blanchard</em>, -del malogrado Charles-Louis Philippe, publicada por la <em xml:lang="fr" lang="fr">Nouvelle -Revue Française</em>. Y si se quiere ejemplo más insigne—aunque no -más interesante, que éste lo es en alto grado—, ¿cómo no recordar -las distintas versiones de <em>La tentación de San Antonio</em>, de -Flaubert? ¿Puede darse nada más análogo, si bien á la inversa, que el -caso de Flaubert y el del autor—si es uno solo el autor—de <em>La -Celestina</em>? Hemos dicho á <em>la inversa</em>, porque en la obra del -novelista francés, la primitiva versión es la recargada y densa, en -tanto que la última es la ligera, la tenue, la sencilla.</p> - -<p>Julio Cejador opina que Fernando de Rojas fué el autor de los primeros -diez y seis actos de <em>La Celestina</em>, y un oficioso corrector, un -aficionado á cosas de letras—sin ser artista—, el de los restantes. -Cuando se compuso la primera <em>Celestina</em>, Rojas debía de tener, -según los eruditos, veinticuatro años. ¿Fué realmente el autor Fernando -de Rojas? ¿No lo fué? Se arguye en contra de la hipótesis á favor -de un autor de veinticuatro años el que en la obra hay visiones y -sensaciones de la realidad<span class="pagenum" id="Page_90">[Pg 90]</span> que parecen indicar experiencia y fatiga -del mundo. Más tarde veremos lo que tiene de exacto ese concepto de -<em>La Celestina</em> como obra <em>sabia</em>, obra de experiencia, obra -henchida de enseñanzas. Ahora limitémonos á preguntar: ¿quién es el -que puede decir los misterios y prodigios de la intuición artística? -Alfredo de Musset, por ejemplo, que hizo una obra de análoga tensión -pasional y afectiva á la del autor de <em>La Celestina</em>—y mucho -más extensa—, ¿á qué edad la realizó? ¿Á qué edad murió nuestro -Garcilaso? Y entrando en esferas distintas, ¿no acabó sus días Larra -á los veintisiete años? No queremos decir con esto que nos inclinamos -á creer que el indicado Rojas sea el autor de <em>La Celestina</em>; ni -afirmamos ni negamos. Lo que sí, decididamente, parece cierto es que en -la obra, tal como la vemos hoy, han intervenido dos manos: una, la del -primitivo autor, y otra, la de quien añadió los actos posteriores. Las -observaciones que á este respecto hace Cejador y las pruebas que aduce -son interesantísimas.</p> - -<p>El autor de <em>La Celestina</em>—llámese como se llame—debía de ser -un hombre culto, erudito, libresco, y por temperamento, vehemente, -impetuoso; un hombre, en suma, intelectual y joven. Se nota bien á -las claras en el estilo en que el libro está escrito. Del autor de -<em>La Celestina</em>, dice Cejador: «El habla ampulosa del Renacimiento -erudito la pone en los personajes aristocráticos y á veces en los -mismos criados que remedan á su señor». (¿Que remedan á su señor de -propio intento, dándose cuenta de ello, por burlería? O bien, ¿que<span class="pagenum" id="Page_91">[Pg 91]</span> -hablan así, imitándolos, sin propósito de escarnecerlos, por creer -que es más noble este lenguaje? Y aparte de esto, ¿no será esta -manera de hablar de los criados defecto de la obra, tan defecto como -el habla de los señores... aunque menos excusable y justificado?) -«Adviértase—dice más adelante Cejador—el estilo propio del -comienzo del Renacimiento clásico, enfático, rimbombante, lleno de -transposiciones y de voces latinas.» «Nos parece afectado—añade el -autor hablando de tal estilo—, porque de hecho lo era, pero debemos -agradecer al autor el que nos lo haya tan bien remedado del natural -afectado de aquellos caballeros.» Tenemos por un poco extremoso este -concepto; ábrase <em>La Celestina</em> por la primera página; comiéncese -su lectura. «<em>Calisto</em>: En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios. -<em>Melibea</em>: ¿En qué, Calisto? <em>Calisto</em>: En dar poder á Natura -que de tan perfecta hermosura te dotase é facer á mi inmérito tanta -merced que verte alcanzase, é en tan conveniente lugar que mi secreto -dolor manifestarte pudiese. Sin duda incomparablemente es mayor tal -galardón que el servicio, sacrificio, devoción é obras pías, que por -este lugar alcanzar tengo yo á Dios ofrecido, ni otro poder mi voluntad -humana puede cumplir.» Tal es el comienzo del libro. ¿Hablaban, -efectivamente, así los caballeros del siglo <span class="allsmcap">XVI</span>? De ningún -modo. Hay en la obra de arte (en el teatro, sobre todo) un realzamiento -del lenguaje cotidiano; el diálogo real es ennoblecido, dignificado. -No hay mas que ver los diálogos de las obras en que más se alardea de -realismo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_92">[Pg 92]</span></p> - -<p>La transposición literal, exacta, de las conversaciones vulgares sería -absurda, estúpida. Pero la estilización de la prosa hablada tiene -también su límite discreto. ¿Quién fija ese límite? ¿Cómo saber en -qué medida nos hemos de apartar de lo cotidiano y cuál es la línea -que en lo noble, en lo estilizado, no debemos traspasar? Nadie puede -decirlo; no existen normas precisas sobre tal materia. Existe, de -una parte, una especie de ambiente literario que domina en toda la -época, en un determinado período histórico, especie de <em>temperatura -espiritual</em>. (Así vemos, por ejemplo, que en España, y en 1885, -domina en el estilo la nota solemne, amplia, enfática de la oratoria. -Es la época en que Castelar lo llena todo. Núñez de Arce es poeta -oratorio. Cánovas crea un estilo político de un ampuloso y artificioso -casticismo oratorio. Los artículos periodísticos son oratorios. Las -crónicas literarias son oratorias. Hay excepciones; pero el estilo, -gracias á todas estas influencias, es lo que en esa misma época -se ha llamado con un adjetivo repetido á todas horas en todas las -redacciones: <em>brillante</em>. Hoy la <em>temperatura intelectual</em> -ha variado, y no comprendemos ni sentimos aquella prosa periodística, -ni aquella oratoria, ni aquella poesía.) Existe, por otro lado, el -instinto del autor, es decir, su buen gusto, su delicadeza, su sentido -de la realidad innatos. Esos dos factores determinan el punto en que el -autor ha de situar su estilización de la vida diaria. El autor de <em>La -Celestina</em> traspasa frecuentemente la línea permitida al artista. -¿Es causa de ello, principalmente,<span class="pagenum" id="Page_93">[Pg 93]</span> las circunstancias particulares -que en el Renacimiento concurren? ¿Se trata de una <em>concesión</em> -del autor á determinado grupo de lectores? Afortunadamente, en <em>La -Celestina</em> alientan y palpitan otros elementos, que son precisamente -los que salvan, <em>á pesar de todo</em>, la obra y hacen de ella uno de -los libros capitales de nuestras letras.</p> - - -<h3 class="p2">II</h3> - -<p>Nada más interesante que examinar cómo la obra de arte y el artista -son mirados y juzgados en el fondo del organismo social, entre los -elementos primarios de la sociedad. No sabemos, á punto fijo, lo que -sucederá en otras sociedades; pero en la española, en la primera -etapa de la masa social, cuando se quiere encarecer y ponderar el -valor de un libro se hace referencia á la suma sabiduría, y cuando -se quiere exaltar á un artista se le adjetiva como un hombre <em>muy -sabio</em>. ¿Cómo al pueblo ha descendido esta modalidad crítica? -De las altas clases seguramente ha bajado; un tiempo ha habido en -que—rudimentariamente—todo metro y todo contraste crítico se -reducían al tópico de sabiduría y de sabio. Recordemos el caso del -<em>Quijote</em>; durante el siglo <span class="allsmcap">XIX</span> la ponderación y el -ensalzamiento del <em>Quijote</em>, ó mejor dicho, toda su crítica, se ha -reducido á considerarle como un libro sabio, el más sabio de todos los -libros.<span class="pagenum" id="Page_94">[Pg 94]</span> Cervantes, en el <em>Quijote</em>, era jurisconsulto, estratega, -geógrafo, botánico, médico, etc., etcétera. La crítica no decía -las relaciones de la obra de arte con la sensibilidad humana, sino -que—infantilmente—se esforzaba en demostrar la sabiduría (suma de -conocimientos, enciclopedismo, docencia) de un libro. Perdura todavía -en España este procedimiento; procedimiento, si bien intencionado, -totalmente absurdo. ¿Á quién se le ocurrirá considerar como obras -sabias una novela de Flaubert, ó una comedia de Molière, ó un diálogo -de Leopardi? No está en eso precisamente el arte. Cejador, temperamento -casticísimo, espontáneo, popular, ha cedido, al menos por esta vez, al -prejuicio del primario elemento social. «Que los que quieran conocer el -mundo, el hombre, el vivir y su amarga y dulce raíz, el amor, en que -consiste toda la sabiduría, y por cuyo conocimiento fuisteis vosotros -mismos sapientísimos varones y maestros de la filosofía española, -leerán la <em>Tragicomedia</em> y aprenderán y... no se escandalizarán.» -Así escribe Cejador, refiriéndose á algunos autores graves (Guevara, -Vives) que han condenado <em>La Celestina</em>.</p> - -<p>Tenemos con esto considerada <em>La Celestina</em> como libro sabio, -libro de profundas enseñanzas. De este modo—como antes con el -<em>Quijote</em>—se arroja sobre la clásica tragicomedia una luz que no -es la que le conviene. Proyectada esta luz equívoca sobre la obra, el -lector desprevenido ve en ella las conclusiones, los resultados de los -procesos psicológicos, los <em>actos</em>, en suma, considerados<span class="pagenum" id="Page_95">[Pg 95]</span> desde -un punto de vista, no estético, sino ético; y no ve en ella, ó lo ve -secundariamente, en segundo término, los matices, las transiciones -sutiles que componen esos mismos procesos de psicología, los cambiantes -aspectos de la sentimentalidad del autor—reflejada en las cosas, en -el paisaje—; todo, en fin, lo que constituye lo alado, lo impalpable -del arte. (Luego veremos, al hablar de cómo se considera á la propia -Celestina, fantástica, hiperbólicamente; luego veremos una de las -consecuencias <em>prácticas</em> de este modo de hacer crítica.) Acéptese -ó no lo que acabamos de exponer, discútase ó no, lo cierto es que -<em>La Celestina</em> no puede enseñarnos gran cosa respecto—como dice -Cejador—del mundo, del hombre y del vivir. ¿Dónde está este portento -de sabiduría? Sabido y archisabido tenemos ahora, como tenían en el -siglo <span class="allsmcap">XVI</span>, lo que puede enseñarnos <em>La Celestina</em>. Si -somos padres, sabremos que una mujer astuta y lisonjera puede hacer -cometer á nuestra hija una falta más ó menos reparable (reparable en el -caso de Melibea, reparable si Calisto no hubiera tenido la desgracia de -matarse). Si somos amantes, sabremos también que las trazas y artes de -una cobejera pueden hacer que se logren nuestros apetitos. Sabremos, -en resolución, que hay madres descuidadas, criados groseros, gentes de -distintas condiciones que andan devaneando—aun las más respetables—y -buscando escondidamente sus placeres. ¿No es todo esto vulgar, -corriente y viejo de muchos siglos, por lo menos desde que escribió -Luciano?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_96">[Pg 96]</span></p> - -<p><em>La Celestina</em>—conviene repetirlo—es una obra de juventud; de -juventud por su estilo fogoso, ardoroso, brillante, recargado, profuso. -(Un paréntesis: Cejador dice que <em>La Celestina</em> es el libro «más -natural y elegante escrito hasta entonces». Lo de <em>natural</em> -riñe con sus observaciones respecto al énfasis y á la pomposidad del -estilo; observaciones exactísimas. El libro más <em>natural</em>, todo -diafanidad, coherencia y sencillez, es <em>El conde Lucanor</em>, escrito -hacia 1329.) Es de juventud <em>La Celestina</em> por su estilo, por su -erudición intempestiva—al menos, en boca de los criados—, por su dejo -de petulancia, por su lirismo. No hay nada en <em>La Celestina</em> que -pueda ignorar un mozo inteligente y despierto; no hay reconditeces y -arcanos psicológicos sólo accesibles á una larga experiencia del mundo. -Todo, técnica, psicología, ambiente general de la obra, nos están -diciendo que <em>La Celestina</em> es cosa de un mozo. Como se puede -comparar el Tiziano de la primera manera con el de la última, compárese -<em>La Celestina</em>, toda luz viva y cegadora, toda movimiento, toda -ímpetu y color áureo, con la segunda parte del <em>Quijote</em>, toda -tonos grises, transiciones calladas, simplificación técnica, suavidades -casi imperceptibles y melancólicas, dulzura y vaguedad de ese sol de la -tarde que—según el mismo Cervantes dice—queda todavía en lo alto de -las bardas.</p> - -<p>La originalidad de <em>La Celestina</em> en el siglo <span class="allsmcap">XV</span>, lo -que <em>La Celestina</em> representa en la evolución del arte literario -castellano, está contenido, á nuestro entender, en dos hechos -capitales. Primero:<span class="pagenum" id="Page_97">[Pg 97]</span> por primera vez nos encontramos—se encuentran los -coetáneos del autor—ante un psicólogo, es decir, ante un escritor que -crea, desenvuelve, anima caracteres. En el arcipreste de Hita ya hay -muchos de los elementos decorativos, pintorescos y ornamentales que -figuran en <em>La Celestina</em>; pero en este libro hay lo que antes -no existía. Juan Ruiz es un pintor, un colorista, un <em>visual</em>; -el autor de <em>La Celestina</em> es un analista de espíritus y de -temperamentos. Pensemos en lo que modernamente han sido Teófilo -Gautier y Stendhal. En el Arcipreste, maravilloso descripcionista, no -encontraréis ni un solo momento de emoción; el poeta nos hace asistir -á pintorescos y variados espectáculos; describe el color y la forma; -no entra dentro ni de los hombres, ni de las cosas; su espíritu no -vibra emocionado con lo que pinta del mundo exterior. En el autor -de <em>La Celestina</em>, en cambio, hay momentos de íntima y honda -emoción: suplica, plañe, amenaza, llora. Los personajes van poco á -poco iniciándose, creciendo, desenvolviéndose; tienen sus afanes, -sus ansias, sus dolores, sus codicias, sus alegrías, sus miserias... -Segundo hecho: todos estos procesos psicológicos, todo este análisis -del espíritu no se desenvuelven en lo abstracto; bellos procesos de -amor y de pasión hay, por ejemplo, en los libros de caballería; mas -lo que allí, en esas historias amorosas falta, es lo que el autor de -<em>La Celestina</em> ha traído al arte, esto es, una base de realidad, -y de realidad viva, cotidiana, menuda, prosaica. Y por encima de -esto, no de realidad indefinida (como lo es la de algunos<span class="pagenum" id="Page_98">[Pg 98]</span> cuadros -de <em>El conde Lucanor</em>), sino realidad de un determinado momento -y de un determinado país; realidad, en suma, española, castiza, de -lo hondo de nuestro pueblo. Á la creación, pues, de los caracteres, -el autor de <em>La Celestina</em> añade el ligar íntima, profundamente -esos caracteres á la realidad de la vida de España. Ahí están viviendo -perdurablemente todos los detalles, los más pequeños detalles de -nuestro vivir cotidiano: las tenerías, la cuesta del río, el jarrillo -desbocado de Celestina, la camarilla de las escobas, las bujerías -que la vieja lleva de una casa á otra, las mudas y mixturas que -confecciona... Únase á todo esto la rapidez y viveza del diálogo, -los modismos populares y refranes, el lirismo exaltado de Calisto en -determinados momentos, y se comprenderá el encanto profundo de este -libro y su inusitada, maravillosa novedad en nuestro siglo <span class="allsmcap">XVI</span>.</p> - -<p>Hemos anunciado antes que indicaríamos una <em>consecuencia práctica</em> -de determinada modalidad crítica; aludimos al modo como ha sido juzgada -Celestina, uno de los tres personajes principales del libro. Recuérdese -lo que también hemos apuntado respecto á la temperatura espiritual en -que ha vivido la generación literaria anterior á la actual; temperatura -esencialmente oratoria. He aquí lo que dice Menéndez y Pelayo hablando -de Celestina: «Celestina es el genio del mal encarnado en una criatura -baja y plebeya, pero inteligentísima y astuta, que muestra en una -intriga vulgar tan redomada y sutil filatería, tanto caudal de -experiencia moderna, tan perversa y ejecutiva y dominante voluntad, -que<span class="pagenum" id="Page_99">[Pg 99]</span> parece nacida para corromper al mundo y arrastrarle encadenado y -sumiso por la senda lúbrica y tortuosa del placer.» (La última frase -es completamente de melodrama ó de discurso en mitin popular. Menéndez -y Pelayo, que no era orador <em>hablado</em>, tenía la preocupación de -serlo <em>escrito</em>. El estilo oratorio hace que se piense más en -cómo va á decirse la cosa, que en la cosa misma; las palabras, en ese -estilo, son siempre mucho más grandes que las cosas.) Julio Cejador, -que copia la anterior cita de M. Pelayo, añade por su cuenta: «Hay en -Celestina un positivo satanismo; es una hechicera y no una embaucadora. -Es el sublime de mala voluntad, que su creador supo pintar como mujer -odiosa, sin que llegase á ser nunca repugnante; es un abismo de -perversidad; pero algo humano queda en el fondo, y en esto lleva gran -ventaja al Yago de Shakespeare, no menos que en otras cosas».</p> - -<p>Como se ve por las frases transcritas, Menéndez y Pelayo se muestra -terminante y unilateral al juzgar á Celestina; Cejador condena con -igual fuerza, pero hace algunas atenuaciones (que no sabemos cómo -concordar con sus juicios supremos). Tenemos, pues, de lo copiado: que -Celestina es «el genio del mal»; que tiene tanto caudal de experiencia -y tan perversa voluntad que «parece nacida para corromper el mundo»; -que, además de corromper el mundo, su idea es «arrastrarle encadenado -y sumiso por la senda lúbrica y tortuosa del placer»; que posee un -«positivo satanismo»; que es «el sublime de mala voluntad»;<span class="pagenum" id="Page_100">[Pg 100]</span> que es -también, y finalmente, «un abismo de perversidad». Nada menos. Ha -quedado agotado el diccionario castellano en la calificación de la -maldad de un ser humano. <em>Genio del mal</em>—dice Menéndez y Pelayo. -<em>Abismo de perversidad</em>,—añade Cejador. Si después de esto -quisiéramos adjetivar á un gran criminal, no podríamos hacerlo. ¿Qué -más podríamos decir de un Troppmann, de un Lecenaire? Y dentro de -las ficciones literarias, ¿cómo vamos á definir, por ejemplo, á Lady -Macbeth? (Hace pocos meses, un famoso abogado de París, Henri-Robert, -hizo en la Universidad de los Anales una supuesta defensa forense de -Lady Macbeth; como si realmente estuviera defendiendo á la acusada, -el ilustre jurisconsulto examinó minuciosamente los hechos inculpados -y adujo las pruebas. Henri-Robert terminaba así su defensa: «Con la -lejanía del tiempo, considerando el ambiente sanguinario, y la anarquía -de la época, y el medio feudal, Lady Macbeth se nos aparece como digna -de alguna indulgencia». El original discurso forense de Henri-Robert -se ha publicado en el número de 1.º de Abril de 1913 del <em>Journal de -l’Université des Annales</em>.)</p> - -<p>¿Cómo definir á Lady Macbeth y á nuestra <em>mala pelegrina</em>? <em>La -mala pelegrina...</em> ¿Quién es la mala pelegrina? Es una mujer real -y singularmente perversa; hace su retrato don Juan Manuel en el -capitulo XLV de <em>El conde Lucanor</em>. La mala pelegrina, astuta, -sagacísima, logra que un matrimonio tranquilo y feliz se desevenga; -comienza á recelar el marido de la mujer y la mujer del marido;<span class="pagenum" id="Page_101">[Pg 101]</span> crecen -los disturbios; llega el marido, gracias á una traza verdaderamente -diabólica de la mala pelegrina, á degollar á la mujer; se enzarzan los -parientes de ésta con el marido; lo asesinan; los deudos del marido -entran en batalla con los de la mujer; toman parte en la lucha los -vecinos del pueblo; resultan numerosos muertos... Tal es, en síntesis, -la obra de esta fembra perversa. ¿Se puede comparar con ella Celestina? -<em>Genio del mal</em>, <em>abismo de perversidad</em>... No tanto, no -tanto: Celestina ha tenido en su mocedad un prostíbulo; quebró el -negocio; Celestina, ya vieja, retiróse á una casilla miserable. -Allí vive obscuramente; su oficio es procurar ilícitas y solapadas -recreaciones; pero lo hace discretamente, sin escándalo. Todos, fiados -en su discreción y sigilo, la buscan y la solicitan. ¿Cuál es su -enorme, formidable crimen en el asunto de Calisto y Melibea?</p> - -<p>Tengamos en cuenta que Melibea está ya realmente enamorada de Calisto; -todos los detalles lo acusan; todos los detalles, incluso esa agria y -destemplada respuesta que da á Calisto en la primera escena, y luego, -más tarde, el préstamo del ceñidor. Está ya enamorada... sin que ella -misma se dé cuenta; el caso es frecuentísimo. Celestina no hace mas que -alumbrar esa pasión de Melibea y poner en relación—secreta—á uno y -otro enamorado. En esta concertación solapada, urdida por Celestina, -estriba todo el crimen de la vieja. ¿Pueden cometer una falta Melibea -y Calisto? Sí; deplorémoslo sinceramente. Pero añadamos que el hecho -puede ser reparado. ¿Por qué no se han de<span class="pagenum" id="Page_102">[Pg 102]</span> casar Calisto y Melibea? -Á familias igualmente distinguidas pertenecen uno y otro; no hay -desdoro para ninguna de las dos familias en este enlace. Seguramente -que si Calisto no hubiera tenido la desgracia de caerse desde lo alto -de una pared y de matarse, Melibea y Calisto se hubieran casado y -hubieran vivido felices. No se puede imputar á Celestina la muerte -de Calisto (mera casualidad), ni tampoco podemos hacerla responsable -de la bárbara codicia de unos criados (causa del asesinato de la -vieja, por cuyo asesinato luego son ajusticiados los matadores). -¿Qué queda, pues, de este <em>genio del mal</em>, de este <em>abismo de -perversidad</em>? El genio del mal se llama aquí—como en tantas otras -ocasiones—casualidad, azar, fatalidad... Y esa fatalidad de las cosas, -esa inexorabilidad del destino es otro de los atractivos profundos, -misteriosos de <em>La Celestina</em>.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_103">[Pg 103]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="LA_CELESTINA_LA_PELEGRINA">LA CELESTINA, LA PELEGRINA...</h2> -</div> - - -<p>Recordará el lector (ó ya no se acordará de tal cosa) que hace poco -dedicábamos dos artículos á hablar de <em>La Celestina</em>; comentábamos -en esas líneas la edición reciente publicada por <em>La Lectura</em> y -cuidada y anotada por Julio Cejador—querido amigo nuestro. Cejador, -honrándonos con ello, ha replicado á nuestras observaciones; su -réplica la han constituído otros dos artículos: en «Los lunes de <em>El -Imparcial</em>» del 15 y del 22 del presente mes se han publicado. -Termina Cejador su alegato de defensa invitándonos á que reconozcamos -nuestro error. La cortesía obliga á no dejar sin contestación los -artículos de Cejador. Contestación breve, en que satisfaremos la -urbanidad y aclararemos todos nuestros anteriores puntos de vista.</p> - -<p>Cejador comienza diciendo que se nos han escapado en nuestro trabajo -varias «liebres». Al leer esto creímos que nuestro amigo iba á poner de -relieve algún error de hechos, de fechas, de nombres; algo, en suma, -material y concreto. Nos<span class="pagenum" id="Page_104">[Pg 104]</span> parece que el significado de la frase popular -citada («escaparse una liebre») encierra la comisión de un olvido, -de una negligencia. En olvido ó negligencia (ó ignorancia) podíamos -haber incurrido nosotros al disertar sobre <em>La Celestina</em>; ante -nosotros teníamos á un verdadero erudito; esperábamos, por tanto, una -rectificación completa de algo que aturdida ó ignorantemente hubiéramos -dicho. No ha habido, sin embargo, nada de esto. (Luego veremos que, -efectivamente, en nuestro artículo había un pequeño error... hasta -cierto punto.) Las <em>liebres</em> de Cejador no son tales liebres. -Liebre habría cuando alguien estuviera en posesión cierta de una -verdad inconcusa, axiomática, y viera á otro desbarrar, andar errado, -y de pronto abriese su mano para soltar la verdad que en ella tenía -aprisionada. En el caso presente no se trata—lo repetiremos—de una -rectificación de hechos. Se trata, sí, de la interpretación psicológica -de una obra de arte. Cejador la interpreta de un modo; nosotros la -interpretamos de otro. Suponer que hay <em>liebre</em> (es decir, verdad -irrebatible de una parte; error manifiesto de otra) es suponer que no -hay más verdad en este asunto que aquella que tiene en su posesión -Cejador. Lo demás es desvarío, y nosotros incautamente, como el meleno -ó matiego (seamos castizos) que comete un desliz, hemos caído en él, -se nos ha escapado la liebre. No creemos á nuestro buen amigo tan -inmodesto.</p> - -<p>No enseña <em>La Celestina</em> nada que no conozca un muchacho despierto -y agudo de veinticinco ó<span class="pagenum" id="Page_105">[Pg 105]</span> treinta años. Se considera tal obra como -un dechado de enseñanzas psicológicas, y nosotros nos negamos á ver -en <em>La Celestina</em> tal libro extraordinario—desde este punto de -vista. La psicología de la famosa tragicomedia es de lo más primario -y elemental. Una cobejera astuta, una madre descuidada, criados -codiciosos, un amante atolondrado y ferviente... esto es todo lo -que encontramos en esas páginas. Y esto dibujado y tramado de un -modo impetuoso, enérgico, con transiciones violentas, con fogosas y -ardientes pinceladas. Libros de sutil psicología, de una enseñanza -honda del mundo y del vivir, ¿cuáles citaremos? Se nos ocurre ahora el -<em>Wilhem Meister</em>, de Goethe, libro que nos ofrece una trascendente -lección de conformidad filosófica con la realidad. Se nos ocurre—por -citar ejemplos dispares—la novela <em>Volupté</em>, de Saint-Beuve, -calificada, no hace mucho, por Julio Lemaitre de «libro extraño y -profundo». Se nos ocurre el <em>Tomás Graindorge</em>, de Taine, en que -se ha querido ver una anticipación de Nietzsche y en que hay páginas -(las dedicadas á definir una cierta moral) de una larga significación -psicológica. Pero la psicología de <em>La Celestina</em>, ¿no es de lo -más sabido y repetido desde que hay observadores en la literatura? Nada -sería esa obra si no contuviera, como contiene, subidos elementos de -arte.</p> - -<p>Hemos dicho también—y este es el segundo punto rebatido por Cejador—; -hemos dicho también que Celestina, la protagonista, no es el monstruo -de maldad que nos pintan Menéndez y Pelayo<span class="pagenum" id="Page_106">[Pg 106]</span> y Cejador. <em>Genio del -mal</em> la llama el primero; <em>abismo de perversidad</em> la denomina -el segundo. <em>No tanto, no tanto</em>, decíamos nosotros. Cejador nos -cita la relación pintoresca de lo que Celestina tiene guardado en su -casilla miserable y nos habla de sus misteriosos procedimientos, artes -y trazas. Conocemos ese pasaje; repetidas veces—y atentamente—hemos -leído <em>La Celestina</em>. Celestina tiene mil hierbas é ingredientes -extraños en su cámara; Celestina hace tales ó cuales cosas diabólicas, -misteriosas. Todo eso no nos produce impresión ninguna. Todo eso es -una prueba más de la mocedad é inexperiencia del autor. Toda esa -larga relación de hierbajos, semillas y menjurjes, si interesante -históricamente, sabe á presuntuoso artificio: en ese aspecto de -la pintura de Celestina, como en la intempestiva erudición de los -personajes de la obra, echamos de ver la mocedad del autor. ¿Se concibe -que un hombre experimentado, <em>corrido</em>, que haya devaneado mucho -por el mundo, se entretenga en tales trampantojos y en ellos crea? Aquí -aludimos concretamente al llamamiento que la vieja hace al demonio y -á su pacto con tal personaje. «Como no tengo yo á <em>Azorín</em> por -tan aferrado á su propio juicio que no confiese lo que ve á vista de -ojos—escribe Cejador—, lo único que dirá será que no había leído este -trozo, y que verdaderamente Celestina, no sólo hizo declarar á Melibea -el amor que ya sentía por Calisto y les facilitó los medios de verse, -sino que por el pacto hecho con Satanás forzó á éste con su conjuro -á meterse en el hilado y á que <em>abriese y<span class="pagenum" id="Page_107">[Pg 107]</span> lastimase el corazón de -Melibea de crudo y fuerte amor de Calisto</em>.»</p> - -<p>Puestas las cosas en este terreno, no es posible replicar nada. -Nosotros vemos en Celestina una mujer que concierta y prepara amores -más ó menos ilícitos; una astuta cobejera; una mujer á quien, por su -habilidad y discreción, todos acuden en estos trances. Antes pintó un -tipo análogo en Trotaconventos el arcipreste de Hita; después, Lope -de Vega en la Gerarda de su <em>Dorotea</em>. Todo lo demás, hechizos, -hierbajos, ungüentos, conjuraciones, pactos con el demonio, nosotros -lo tenemos por pura fantasía, por pintorescas pataratas. Cejador, en -cambio, saliendo de este campo puramente terrestre, humano, cree en los -maleficios, filtros mágicos y pactos diabólicos de la vieja. Contando -con tales fantasmagorías, nuestro amigo proclama á Celestina monstruo ó -abismo de perversidad.</p> - -<p>Citábamos en nuestros artículos, como ejemplar de mujer realmente -perversa, la pintada por don Juan Manuel en uno de los capítulos -de <em>El conde Lucanor</em>. (El error... hasta cierto punto, á que -aludíamos al comienzo consistía en haber llamado <em>Pelegrina</em> á -esta mujer, siendo así que en otras versiones de la obra parece ser -que se llama <em>veguina</em>, del francés <em xml:lang="fr" lang="fr">béguine</em>, es decir, -hembra artera y falsa. Pelegrina dice la versión publicada en 1575 por -Argote de Molina. El mismo apelativo lleva esa mujer en la lección -impresa en Vigo en 1902. Pelegrina nos place más á nosotros por lo -expresivo y pintoresco.) ¿Se<span class="pagenum" id="Page_108">[Pg 108]</span> puede comparar la vieja Celestina á la -vieja Pelegrina? Por las artes de ésta—y un poco inverosímilmente—se -enemista un pacífico matrimonio, el marido degüella á la mujer, riñen -sangrientamente los deudos del marido y los de la mujer, traban también -sanguinosa batalla todos los vecinos del pueblo. En Celestina no hay, -en cambio, mas que enlabios, arterías y zangamangas.</p> - -<p>No aparece por ninguna parte el abismo de perversidad ni la genialidad -en el mal de la vieja. Muere Calisto. ¿Tiene Celestina la culpa de -que Calisto se caiga de lo alto de una pared? Matan dos codiciosos -criados á Celestina para robarla una cadena de oro. ¿Tiene Celestina -la culpa de que estos hombres sean tan feroces que lleguen por un robo -casi sin importancia, ó de poca importancia, á cometer tal crimen? Se -suicida Melibea, angustiada por la desgracia de Calisto. ¿Podremos -hacer de ello responsable á Celestina? Fatalidad, inexorabilidad del -Destino—hemos escrito nosotros. Esa fatalidad de las cosas, esa -ceguedad de la corriente eterna del mundo, que presta un atractivo -misterioso y doloroso á <em>La Celestina</em>, lo mismo que más tarde al -<em>Don Álvaro</em> ó á la maravillosa novela de Camilo Castello Branco -<em>Amor de perdición</em>.</p> - -<p>Pero Cejador no lo ve así. «¡Sortilegio, encantamiento, maleficio, -pacto!»,—exclama nuestro amigo, dejándonos un poco despavoridos. -Mas nos recobramos de nuestro espanto y apartamos lejos de nosotros -toda intervención extrahumana. No hemos citado indeliberadamente -la obra de don<span class="pagenum" id="Page_109">[Pg 109]</span> Juan Manuel. Compárese <em>El conde Lucanor</em> con -<em>La Celestina</em> y se verá la experiencia y la madurez de un autor -al lado de la inexperiencia y de la mocedad del otro. En 1854 don -Pascual Gayangos publicó un estudio sobre <em>El conde Lucanor</em> en -la <em>Revista Española de Ambos Mundos</em> (número correspondiente á -Agosto). «Su autor—decía Gayangos hablando de don Juan Manuel—se -manifiesta constantemente superior á su siglo y libre de muchas de las -preocupaciones que á la sazón reinaban. En los capítulos XI y XIII se -burla de los que ponen su fe en falsos agüeros y vaticinios, y el XX -es una sátira punzante de los frailes y sus pretensiones. En el VIII -se ríe de su tío don Alfonso el Sabio porque da crédito á las patrañas -de los alquimistas y pretendía haber descubierto la piedra filosofal.» -«Toda la obra—añade Gayangos—respira la observación fría y sagaz -del hombre experimentado que conocía á fondo el corazón humano y que -ha sufrido demasiado para conservar las engañosas ilusiones de la -juventud.»</p> - -<p>¿Se concibe al retratista de la Pelegrina dando crédito en su obra á -hechicerías, pactos demoníacos y sortilegios? Quien se reía de los -horóscopos, de la piedra filosofal, de los sortilegios, no podía -menos de hacer un retrato verdaderamente humano, sólo humano, de una -mujer perversa. Si el autor de <em>La Celestina</em> hubiera escrito su -libro, no en la mocedad—como parece ser—, sino ya maduro, corrido -y desengañado, seguramente que en su retrato de Celestina no hubiera -puesto todo ese aparato excesivo y estrafalario de influencias -extraterrestres<span class="pagenum" id="Page_110">[Pg 110]</span> y diabólicas. Y si de todos modos lo hubiera puesto, -á nosotros, hombres de ahora, hombres modernos, nos toca prescindir -mentalmente de él y considerar que si pasó lo que pasó en <em>La -Celestina</em>, no fué por obra misteriosa y siniestra de Satanás—¡qué -horror!—, sino porque <em>asi vinieron las cosas</em>.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_111">[Pg 111]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="DEJEMOS_AL_DIABLO">DEJEMOS AL DIABLO...</h2> -</div> - - -<p>Cuatro palabras para terminar—por nuestra parte y cordialmente—la -amistosa discusión que venimos sosteniendo con Julio Cejador... La -viejecita Celestina se halla recogida en su casa. Vive muy lejos, allá -fuera de la ciudad, en la cuesta del río. Cerca están las tenerías. -No muy distante se ve un viejo puente por donde pasan viandantes y -carros. La casa de Celestina es chiquita, medio caída; lo principal—y -casi lo único—de ella lo compone una camarilla con una ventanita; -por la ventanita se columbra el río manso y claro que discurre por -debajo del puente y luego se aleja entre dos filas de verdes álamos, -unos campos labrados, la silueta azul de unas remotas montañas. De la -ciudad llegan, de cuando en cuando, los campaneos de sus iglesias. En -la habitación de Celestina hay dos ó tres filas de anchos vasares y -un reducido armario: en los vasares forman, cuidadosamente colocados, -botecillos, picheles y redomas de diversos tamaños y colores. Encierran -esos botes<span class="pagenum" id="Page_112">[Pg 112]</span> y frascos variedad de ungüentos, aceites, mixturas, -grasas y jarabes; de todos estos aceites y ungüentos, unos curan -dolores, otros—aunque Celestina lo crea—no curan nada. Hacecillos -de hierbas montaraces penden del techo y de las paredes. Reposan en -el armario, bien guardados, algunos objetos y trebejos de apariencia -y usos extraños. Aquí hay soga de ahorcado, piedra del nido del -águila, espina de erizo, pie de tejón. Todas estas cosas, aunque en -ocasiones Celestina las venda muy caras y misteriosamente á gentes que -han perdido un poco el seso, lo cierto es que no sirven para nada. -En una cajuela la viejecita tiene sus instrumentos más preciados: -unas finísimas agujas y un sutilísimo hilo de seda. Y tampoco esto -sirve para gran cosa; pero sí puede engañarse con ello—alguna vez—á -los papanatas y á los incautos, á los incautos sobre todo, gente -atropellada y que no repara en detalles.</p> - -<p>Celestina se encuentra en un momento crítico; va á invocar á Satanás. -Necesita que el demonio le ayude en un trance en que se halla metida. -Ya ha cerrado la ventanita que mira al río y ha encendido una vela -(no la vela que se enciende á San Miguel, sino la que se enciende -al diablo). De todo su poder evocador va á usar Celestina; del más -formidable aparato mágico va á echar mano; del conjuro más poderoso, -más fuerte, más inapelable va á servirse. Todo es silencio y misterio -en la estancia. (Pero á lo lejos, de las tenerías, llegan unos cantos -populares y picarescos que desazonan un poco á la viejecita.)</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_113">[Pg 113]</span></p> - -<p>Celestina exclama, tratando de ahuecar la voz y haciendo terribles -aspavientos:</p> - -<p>—Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador -de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, -señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes étnicos montes -manan, gobernador y veedor de los tormentos é atormentadores de las -pecadoras ánimas, regidor de las tres furias: Tesifone, Megera y Aleto; -administrador de todas las cosas negras del reino de Stigie y Dite, con -todas sus lagunas y sombras infernales y litigiosos caos; mantenedor -de las volantes arpías, con toda la otra compañía de espantables y -pavorosas hidras...</p> - -<p>Se detiene un poco Celestina; no es para menos; la invocación que acaba -de hacer entra en la categoría de las más solemnes invocaciones. Luego -continúa:</p> - -<p>—Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y -fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave -con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos -que en este papel se contienen... vengas sin tardanza á obedecer... -hasta que Melibea con aparejada oportunidad... lastimes del crudo y -fuerte amor de Calixto... pide y demanda á mí tu voluntad... apremiaré -con mis ásperas palabras tu horrible nombre... me parto para allá con -mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.</p> - -<p>Cuando la viejecita ha acabado su tremendo y formidable conjuro se ha -abierto bruscamente la ventanilla del chamizo y ha entrado un vivísimo<span class="pagenum" id="Page_114">[Pg 114]</span> -rayo de sol que ha dado en los ojos á Celestina. Celestina ha cerrado -los ojos, y al abrirlos de nuevo ha visto sentado en la única silla de -la estancia á un mancebo de tez morena y luminosa mirada.</p> - -<p>—Un momento, querida Celestina—ha dicho con voz melódica este mozo—: -tu conjuro ha sido tan aparatoso y tan vehemente, que he querido venir -yo mismo, en persona, á ver lo que se te ofrecía. La cosa debe de ser -de mucha importancia...</p> - -<p>Aunque la viejecita está acostumbrada á tratar con el demonio (ó, por -lo menos, lo dice ella), ha sufrido una viva sorpresa al contemplar -frente á ella al propio Satanás. Apenas acertaba á balbucir unas -palabras.</p> - -<p>—Cálmate, Celestina, cálmate—ha proseguido bondadosamente el -diablo—. El caso que te ha hecho llamarme tan aparatosamente debe -de ser verdaderamente grave y difícil. Siendo cosa tuya, ha de ser, -desde luego, cosa de amores... Sospecho que se trata de algún amor -<em>imposible</em>, desatinado. Acaso un viejo achacoso, decrépito, -miserable, nacido en el más bajo fondo social, se ha enamorado de una -elevadísima, angelical (permíteme la palabra) y elegantísima princesa...</p> - -<p>Celestina, todavía sobrecogida, mueve la cabeza con ademán denegatorio.</p> - -<p>—¿No?—prosigue el diablo—. ¿No? ¡Ah, ya caigo! Es el caso -contrario... Una labradorcita, una mozuela del campo, ingenua y linda, -se ha enamorado de su señor, el altivo magnate que ha entrevisto<span class="pagenum" id="Page_115">[Pg 115]</span> ella -un momento, al pasar él frente á la choza, caballero en un brioso -trotón...</p> - -<p>La viejecita vuelve á hacer signos de negación.</p> - -<p>—¿Tampoco?—torna á preguntar un tanto receloso el diablo—. -Entonces... entonces, ¿es cosa de algún rey... de la esposa de algún -rey, que contra toda ley, contra toda fidelidad...?</p> - -<p>Celestina hace nuevos ademanes de que no.</p> - -<p>—Pues no caigo; explícate; habla.</p> - -<p>Celestina entonces, ya más serena, ha contado que dos jóvenes, Calisto -y Melibea, se han encontrado en una huerta y que el mozo ha quedado -perdido de amor por la muchacha. Ahora es el diablo quien ha quedado -sorprendido, sin comprender.</p> - -<p>—¿Ella es rica, de buena familia?—ha preguntado Satanás.</p> - -<p>—Sí—ha contestado Celestina.</p> - -<p>—¿Él es rico, de buena familia?</p> - -<p>—Sí—ha vuelto á contestar Celestina.</p> - -<p>—¿No hay enemistad ninguna entre las dos casas?</p> - -<p>—Ninguna... Es más: yo creo que la muchacha, íntimamente, sin saberlo, -sin haberse dado cuenta de ello todavía, está enamorada del galán.</p> - -<p>Satanás ha callado un momento, estupefacto, sin saber qué decir. Al -cabo ha dicho:</p> - -<p>—Pues no lo entiendo, amiga Celestina; no lo entiendo, á menos de que -piense que tú, esta mañana, en vez de beberte tu jarrillo habitual, -te has bebido uno ó dos más. Se me puede llamar á mí con el aparato y -la vehemencia que tú lo has hecho,<span class="pagenum" id="Page_116">[Pg 116]</span> para remediar un amor fantástico -y quimérico, ó para que conceda toda la ciencia del universo á un -estudiante ó á un doctor (que á cambio de ella me venden su alma), ó -para que, con las mismas condiciones, dé á un perdulario todos los -goces del mundo... Pero llamarme para que intervenga en las relaciones -de mozo y moza en cuyo noviazgo no hay inconveniente ninguno, ni lo -hay tampoco en su casamiento... francamente, llamarme para eso es una -verdadera simpleza.</p> - -<p>Celestina ha sentido otra vez en los ojos un vivo resplandor. Los ha -cerrado, y al abrirlos de nuevo no estaba ya frente á ella el cetrino y -gallardo mancebo. Había en la estancia un ligero olor á azufre.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Querido Cejador: Ya ve usted lo que acaba de decir el diablo. El diablo -está muy ocupado y sus negocios son harto graves. No se le puede llamar -por una fruslería.</p> - -<p>Dejémosle estar; respetemos sus trabajos. Si hemos de llamarle alguna -vez, que sea, no por una futesa, como esa de Calisto y Melibea, sino -para hacerle hacer <em>una que sea sonada</em>.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_117">[Pg 117]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="LA_INTELIGENCIA_DE_FEIJOO">LA INTELIGENCIA DE FEIJÓO</h2> -</div> - - -<p>El profesor don Miguel Morayta ha publicado un excelente libro -sobre Feijóo. No ha dicho nada de él la prensa; no son muchos los -periodistas que en España se consagran á la divulgación de los libros; -poca costumbre existe entre nosotros—en los periódicos—de hablar -de libros; los libros casi no existen entre nosotros. El libro de -don Miguel Morayta merece comentario y divulgación; publicado en una -biblioteca popular—la valenciana de Sempere—, podrá ser adquirido por -cuantos no puedan, ordinariamente, hacer grandes dispendios tocante á -libros. Estudia el señor Morayta en su obra una de las más simpáticas -figuras de nuestro desenvolvimiento intelectual; es el autor claro, -sencillo, preciso. Ni hay en la obra las vacuas generalizaciones entre -nosotros tan usadas, ni estas páginas están escritas en el ampuloso -oratorio estilo de que no saben salir—en general—nuestros publicistas -y nuestros parlamentarios. Es, pues, la obra del señor Morayta obra -á propósito para ser leída por el tipo medio de lector deseoso de -un<span class="pagenum" id="Page_118">[Pg 118]</span> discreto y selecto aprovisionamiento intelectual. Añadiremos que -en <em>El padre Feijóo y sus obras</em> (que así se titula el libro de -Morayta) resalta un juicio sereno, ecuánime, respetuoso y sin asomos de -sectarismo y de pasión.</p> - -<p>El libro de don Miguel Morayta nos ofrece oportunidad para -trazar—compendiosamente—la silueta moral y física de Feijóo. Veamos, -por tanto, cómo era Feijóo, cuál su obra, qué ideas eran las suyas, -cuál era su sensibilidad, qué consecuencias tuvieron sus trabajos. -Feijóo era un hombre alto, gallardo, recio; había dulzura, inteligencia -y apacibilidad en su semblante; de miembros ágiles, flexibles, sus -movimientos hacíanse notar por su presteza y desenvoltura; gozaba -de sanidad perfecta; su persona, en resumen, como dice un biógrafo, -sugería la sensación de un «hombre grande». Sanos, fuertes, enhiestos, -de prestancia gallarda y elegante, han sido copiosos trabajadores -intelectuales, como—por citar disparmente, en esferas distintas—un -Goethe ó un Joaquín Costa. Pero no generalicemos; otros hombres, -también formidables laboradores del cerebro, han sido frágiles, -enfermizos, raquíticos...</p> - -<p>Feijóo, como Costa, era sano y robusto. Trabajó, también como Costa, -de un modo abrumador. No salió de su retiro provinciano sino para -hacer rápidas visitas á Madrid; en su celda de Oviedo escribió -infatigablemente hasta los ochenta años; milagros de erudición -hizo con los no muchos libros que allí tenía; su intuición fina, -delicada, suplía muchas veces la falta de materiales para el<span class="pagenum" id="Page_119">[Pg 119]</span> trabajo. -Serenamente, desde su rincón, soportó la estruendosa baraúnda promovida -en España en torno de sus libros; no se amilanó por la hostilidad—en -algunos momentos verdaderamente terrible—que hacia sus publicaciones -mostraron elementos sociales poderosos; aun ante la amenaza de la -Inquisición se mantuvo ecuánime, confiado en sí mismo. No hay ejemplo -en España de más intensa agitación espiritual que la producida por -Feijóo. Pensemos en la actitud espiritual del escritor en medio de -esta ardiente tolvanera de pasiones, envidias, rencores, insidias; -formidable era el aluvión de folletos, papeles, críticas suscitadas -por la labor de Feijóo. Hoy difícilmente podemos formarnos idea de la -situación del escritor en este ambiente; era en el siglo <span class="smcap">XVIII</span> menos en -cantidad y en calidad que actualmente la tolerancia y la comprensión. -Hoy sólo podemos imaginarnos la situación de Feijóo pensando, por -ejemplo, en Emilio Zola durante el período álgido del asunto Dreyfus.</p> - -<p>Á tal resistencia, fortaleza mental, unía Feijóo una delicadísima -sensibilidad. Marqués y Espejo, autor de un curioso <em>Diccionario -feijoniano</em> publicado en 1802, y que no recordamos haber visto -citado en el libro, tan erudito, de Morayta; Marqués y Espejo, -resumidor en ese <em>Diccionario</em> de las ideas de Feijóo, escribe -lo siguiente: «Su beneficencia nacía de su ternura, y una y otra -poseían su corazón. Se le veía temblar, en efecto, cuando la casualidad -disponía que presenciase la muerte de algún ave para el uso de la -mesa; y aún<span class="pagenum" id="Page_120">[Pg 120]</span> habrá tal vez algunos vecinos de Oviedo, de los que en -la época desgraciada de su necesidad le invocaban desde la calle, -sin que jamás dejasen de abrirse sus balcones y sus manos generosas -para el socorro de su indigencia». (El mismo Feijóo ha escrito muy -sentidas páginas, que cita Morayta, respecto de la compasión á los -irracionales; páginas, por decirlo así, <em>pretolstoyanas</em>.) Una -sensibilidad delicada supone una inteligencia viva; lo que en Feijóo -domina es la inteligencia. No confundamos la inteligencia con la -memoria; tal confusión es corriente en la vida diaria. Se puede ser un -hombre de una vastísima cultura (un formidable erudito ó un maravilloso -orador) y ser un hombre muy poco inteligente. La inteligencia implica -originalidad; y la originalidad es rebeldía. Cuanto más inteligente -sea un hombre más rebelde será, es decir, menos conformista, menos -aceptador de lo ya hecho, de lo ya pensado, de lo ya sentido. -Feijóo—comprensor, humano, piadoso—se nos aparece, en suma, como -un rebelde, como una inteligencia en lucha contra preocupaciones, -prejuicios, supersticiones, corruptelas, convencionalismos de su tiempo -y de su pueblo. <em>Una sensación de hostilidad hacia un determinado -ambiente</em>: así, en síntesis, podemos definir la obra de Feijóo. La -inteligencia viva, aguda, vigilante, dúctil y fuerte del escritor va -escudriñando, durante cuarenta años, por la sociedad y la historia -de su pueblo. Producto de ese examen libre y pertinaz ha sido la -<em>precipitación</em>—en el sentido químico—de un nuevo estado de -conciencia y un gigantesco<span class="pagenum" id="Page_121">[Pg 121]</span> montón de escorias que representan ideas y -sentimientos que de esa crítica de Feijóo han salido definitivamente -muertos.</p> - -<p>«Logramos, en fin, que (como dice el señor Sempere en su <em>Biblioteca -española</em>) las obras de este sabio produjesen una fermentación -útil.» Así escribe el autor del <em>Diccionario feijoniano</em>. Y añade: -«Hiciesen empezar á dudar; diesen á conocer otros libros muy distintos -de los que había en el país; excitasen la curiosidad...» Páginas antes, -en la introducción de su obra, el mismo autor del <em>Diccionario</em> -expresa de una manera pintoresca algunos aspectos de la labor de -Feijóo. «Ya, gracias al inmortal Feijóo—escribe—, los duendes no -perturban nuestras casas; las brujas han huído de los pueblos; no -inficiona el mal de ojo al tierno niño, ni nos consterna un eclipse, -que con prolija curiosidad examinamos muy atentos.» Incontables son las -cuestiones que ha tratado Feijóo á lo largo de su extensa obra; á todas -las disciplinas humanas pertenecen los problemas por él examinados. -En lo referente á la estética, por ejemplo, Feijóo ha planteado la -discutida cuestión del clasicismo en su verdadero sentido; por la -modernidad en el lenguaje se declara terminantemente; la belleza de -la obra de arte ve en la cantidad de vida que ésta tenga, y no en una -ridícula y absurda imitación de modelos pretéritos. Feijóo ha escrito, -hablando de los poetas españoles, lo siguiente: «El que menos mal lo -hace, exceptuando uno ú otro raro, parece que estudia en cómo lo ha de -hacer mal. Todo el cuidado se pone en hinchar<span class="pagenum" id="Page_122">[Pg 122]</span> el verso con hipérboles -irracionales y voces pomposas; conque sale una poesía hidrópica que da -asco y lástima verla. La propiedad y naturalidad, calidades esenciales -sin las cuales ni la poesía ni la prosa jamás pueden ser buenas, parece -que andan fugitivas de nuestras composiciones. No se acierta con aquel -resplandor nativo que hace brillar el concepto; antes los mejores -pensamientos se desfiguran con locuciones afectadas».</p> - -<p>En resumen: las consecuencias de la obra de Feijóo podemos expresarlas -en las frases copiadas del autor del <em>Diccionario feijoniano</em>. La -obra de Feijóo ha producido una fermentación útil; ha hecho empezar á -dudar; ha dado á conocer libros distintos de los que aquí se leían; -ha despertado la curiosidad. Vean los lectores si un libro como el -de don Miguel Morayta, en que tan escrupulosamente se refleja la -personalidad de Feijóo, merece ser leído y divulgado; si merece ser -leído y divulgado un libro consagrado á un despertador incansable de -curiosidades en este país en que no hay curiosidad ni interés casi por -nada.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_123">[Pg 123]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="LA_PATRIA_DE_DON_QUIJOTE">LA PATRIA DE DON QUIJOTE</h2> -</div> - - -<h3 class="p2">I</h3> - -<p>Cuando en 1905 un joven escritor (romántico y con el pelo largo) hizo -un viaje por la Mancha siguiendo la ruta de Don Quijote, ignoraba que -muchos años antes, en 1848, otro joven escritor (con el pelo largo, -romántico) había realizado, en parte, el mismo viaje. Hasta hace -poco no ha sabido de las andanzas del primer viandante el segundo -deambulador. Quien viajó en 1848 fué J. Giménez Serrano. Colaboraba -este escritor en el <em>Semanario Pintoresco</em>; en esta Revista -publicó sus impresiones. Las publicó en los números correspondientes -al 16 de Enero, 30 del mismo mes, 6 de Febrero, 2 de Abril y 23 de -igual mes. Cinco son, por tanto, los artículos publicados. Llevan el -título de <em>Un paseo á la patria de Don Quijote</em>. Extractaremos -lo más interesante de ellos. Giménez Serrano—según él mismo nos -dice—hizo el viaje á pie; llevaba como guía á un labriego de la propia -tierra manchega. Era joven Giménez Serrano; también nos cuenta él -mismo—incidentalmente—que<span class="pagenum" id="Page_124">[Pg 124]</span> usaba melenas. Se trata, pues, al parecer, -de un mozo romántico que, enamorado del inmortal caballero, llega hasta -emprender una peregrinación á los principales lugares de su vida y -andanzas.</p> - -<p>El joven viajero amaba á Don Quijote y ansiaba la realidad. Deseando -añadir un comentario al libro de Cervantes, este mozo, en vez de -revolver crónicas, papelotes y libracos, emprendió sencillamente un -viaje por la Mancha. Creemos que debieran imitar en esto á Giménez -Serrano los eruditos que, teniendo á mano la cantera viva, ahí á -las puertas de Madrid, se dan de calabazadas para encontrar en los -libros lo que se puede hallar en la realidad. «Desprecié el antiguo -método—dice nuestro autor—, y antes de todo me propuse visitar la -patria de Don Quijote, recorrer las calles de su lugar, seguir el -camino de sus primeras y más famosas aventuras, recoger las populares -tradiciones y apurar cuanto allí se supiese de las desgracias del -manco de Lepanto y de lo que pudo dar origen á su riquísima historia.» -El autor, además de sus impresiones literarias, nos ofrece algunos -croquis que ha ido trazando á lo largo de su viajata. Curiosos son, -en sus toscos grabados en madera, los dibujos de la venta en que se -supone fué manteado Sancho, de la iglesia de Argamasilla, de la casa -llamada de Medrano (en que la leyenda supuso prisionero á Cervantes; -leyenda que todavía se da como hecho positivo en 1912 en el Diccionario -Enciclopédico <em>Pal-las</em>), de la iglesia del Toboso. «Deseo—dice -Giménez Serrano—dar<span class="pagenum" id="Page_125">[Pg 125]</span> una base á los ilustradores del <em>Quijote</em> -para que no sigan urdiendo disparatadas fantasías. Bien que con -ello—añade el autor—no harían mas que seguir á las Academias y -á otros no menos sabios editores.» En efecto; nada más absurdo y -disparatado que las ilustraciones puestas por la Academia á su edición -monumental del <em>Quijote</em>. ¿Cómo teniendo estos señores la Mancha -al alcance de la mano dieron en esas estampas una tan estrambótica -representación de España?</p> - -<p>El primer paraje quijotesco que visita nuestro autor es la venta de -que queda hecha mención. Se halla situada á una media legua hacia el -sudeste de Fuente del Fresno. Dista como veinticinco leguas de Madrid -y cuatro y media de Consuegra. Antes este lugar era muy pasajero; -dejó de ser frecuentado á causa de la desviación de un importante -camino. Antiguamente llamábase esta venta del <em>Cuadrillero</em>; á -últimos del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span> la tomó á su cargo de un <em>rumboso -sevillano</em>: enjalbegó éste sus muros, y desde entonces llevó el -nombre de <em>Casa blanca</em>. Traspuesto el portal, á la izquierda -se veían las escaleras, «que daban al derribado camaranchón donde -prepararon aquella famosa y maldita cama que sirvió de potro para que -le bizmasen al hidalgo manchego los cardenales que en su cuerpo habían -labrado las villanas estacas de los yangüeses». (Advertencia: cuando -Giménez Serrano visita la venta, ésta se halla casi derruída; su techo -lo componían unas faginas de carrizo; habitaba en ella un labriego). Á -la derecha, entrando, estaba el corral; unos poyos rodeaban<span class="pagenum" id="Page_126">[Pg 126]</span> el hogar -de la cocina. «En los poyos que rodeaban el hogar—dice el autor—leyó -el cura la novela de <em>El curioso impertinente</em>, tan dramática como -buena y bien razonada, y, para mayor ilusión mía, sobre un arcón, en -aquel lado, vi un recio cuaderno que era nada menos que la <em>Historia -de los doce pares</em>.» Preguntó el autor al viejo habitador del -mesón la causa de llamarse éste del <em>Cuadrillero</em>. Contestóle el -viejo con una larga historia de un episodio sangriento de la guerra -civil, que, en verdad, no tenía conexión con el apelativo de la venta. -Ahorramos el relato al lector. De aquel trágico lance resultó el -incendio de la venta. Y éste es uno de esos antiguos y hoy derruídos -mesones—sin techos, con las paredes ahumadas—que ahora contemplamos -en nuestras peregrinaciones por las quebradas andaluzas ó por los -llanos de Castilla; ruinas que nos hacen pensar un momento en un drama -que desconocemos; ruinas inseparables del paisaje solitario y yermo de -las campiñas castellanas.</p> - -<p>El autor sigue su viaje. Es verano; el sol inunda el campo manchego. -«La tierra, seca con los ardores del estío, comenzaba á <em>hervir</em>, -según la enérgica expresión de los segadores.» Sudoroso, jadeante, -llega Giménez Serrano á un ameno vallecillo. «Tres alcores sembrados de -encinas, alfombrados de enebros, jara y oloroso romero, rodeaban aquel -voluptuoso apartamiento de los montes, y al pie de la más gallarda de -las colinas, al amor de los blancos pobos, murmuraba una fuentecilla -que se derramaba en un reducido lecho de menudísimas<span class="pagenum" id="Page_127">[Pg 127]</span> guijas de -colores, cercado por una corona de musgo y mastranzos. Tan cristalina -y transparente era la superficie de aquel nacimiento, tan verdes sus -márgenes, que compararse pudiera con un espejo de acero por marco de -esmeraldas guarnecido.» (De acero el espejo, porque de acero los había -antaño.) En tan apacible lugar dice el autor que reposó Don Quijote -después de haber sudado buscando inútilmente á la pastora Marcela; allí -hidalgo y escudero, echada mano á las alforjas, tuvieron un sobrio -yantar. Con tristeza abandona el autor este grato lugar. Eran las dos -de la tarde. «Una ligera neblina del color del hierro candente velaba -los últimos términos del horizonte, que cambiaba á cada paso como en -todas las travesías de montaña. Al torcer de un recodo vi sobresalir -allá en la hondura la copa de un ciprés.» Se encaminó el viajero hacia -aquel lugar y vió que la tierra estaba cubierta de astillas. «Unos -leñadores acababan de cortar otros cuatro cipreses que antes daban -compañía al que ahora descollaba solitario.» Aquel paraje debía de ser -el lugar en que se desarrolló la triste aventura del pastor Crisóstomo. -Parecían indicarlo así «la quebrada que á la izquierda se veía, el tajo -cortado, al pie del cual alzaba su copa el ciprés que allí me habia -traído». El viajero continúa su peregrinación en busca de las ventas de -Puerto Lápice.</p> - -<p>Las ventas de Puerto Lápice se hallan en el camino de Madrid á -Andalucía. «Si no miente un editor famoso, distan quince leguas de -Aranjuez y veintiséis de Bailén.» «Situadas en el puerto que<span class="pagenum" id="Page_128">[Pg 128]</span> forman -las cordilleras que ocupan el centro de la curva elíptica trazada por -la unión del Giquela y el Valdespino, rodeadas de colinas con boscaje, -son el teatro más á propósito, como decía Don Quijote, para <em>meter -las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras</em>. Apenas se -anda por estas tierras una vara sin oir trágicas escenas de la última -guerra, robos, acometimientos, incendios. El viajero arriba al mesón, -come y se tiende en una pétrea cama, dispuesto á dormir. Mas fué en -vano su propósito: los viandantes reunidos en la posada armaron tal -trapatiesta y baraúnda, que hizo imposible el sueño. He aquí la curiosa -y archiespañola lista de los viajeros del mesón: «cuatro estudiantes -de la tuna, tres de los cuales eran descabezados rapistas; un cedacero -con gran provisión de sonajas; cuatro alegres napolitanos, calderero -el uno y <em xml:lang="it" lang="it">santi boniti</em> los otros; dos pañeros de Fortuna; un -abaniquero de viejo; dos gitanos cantadores de la viña de Cádiz y un -respetable coro de mayorales y mozos que así destripaban un zaque de -vino y rascaban el vientre de una vihuela ó de un tenor malagueño, -como entonaban por el eco de los <em>panes calientes</em> y de la -castiza seguidilla manchega». (¡Oh, abaniqueros de viejo y apañadores! -¡Oh, vosotros, pañeros de Fortuna, famosos pañeros de Fortuna, cuyos -pregones largos he oído tantas veces en las silenciosas, limpias y -blancas callejuelas de los pueblos levantinos!)</p> - -<p>De Puerto Lápice se traslada Giménez Serrano á Villalta. En la llanura -de Villalta nos dice el<span class="pagenum" id="Page_129">[Pg 129]</span> autor que aconteció la temerosa aventura del -vizcaíno. De Villalta pasamos á Montiel. Por estos campos hizo Don -Quijote su primera salida. «Frente de mis ojos se alzaban las sombrías -ruinas del castillo de Montiel.» Más á lo lejos se columbraban las -casas de la Torre de Juan Abad, de la que era señor Quevedo, y en donde -el gran satírico enfermó para ir á morir á Villanueva de los Infantes. -Prosigue el viajero su camino y llega á Argamasilla de Alba.</p> - - -<h3 class="p2">II</h3> - -<p>Nuestro buen Giménez Serrano—jóven romántico y con melenas—llega á -Argamasilla de Alba. Se llama también este pueblo <em>Lugar Nuevo</em>; -la denominación de Alba procede de haber reedificado esta villa el -duque de ese título. Argamasilla «se halla situada en una extensa -llanura y rodeada de huertas, molinos harineros y quinterías y -alamedas. Su cielo es limpio, despejado y sereno». (Un poco paradisíaca -es tal sumaria descripción de los aledaños argamasillescos. Una -huerta cerrada, un cortinal, hay á las puertas de la villa; macizos -de álamos se yerguen aquí y allá, á lo largo del Guadiana. Y las -uniformes llanas tierras paniegas se extienden hasta la remota lejanía -del horizonte.) Cuando el duque de Alba elevó la nueva población, los -moriscos la ocuparon en su mayor parte. «Como eran tan industriosos<span class="pagenum" id="Page_130">[Pg 130]</span> -y frugales, la tierra de migajón y fácil el regadío, se hizo opulenta -la villa, y tanto, que en su lengua la llamaban ellos <em>Río de la -Plata</em>.» El viajero penetra por sus calles mal arrecifadas; las -casas están construídas con tierra apisonada; constan de un solo piso; -ciento ochenta, poco más ó menos, componen la villa; no llegarán á mil -cuatrocientos los habitantes. «En la plaza no hay árboles ni fuentes, -y las casas todas, exceptuando algunas que ostentan en sus portadas -escudos de armas, son de miserable aspecto.» «Lo mal blanqueado de -sus paredes—añade el autor—, el polvo con que las cubre el viento -solano de la llanura, sus desvencijadas puertas y la desigualdad de -los tejados y techumbres, dan á este lugar, como á otros muchos de la -Mancha, un aspecto monótono y salvaje que repugna y entristece.» (La -melancolía de la Mancha procede de la llanura inmensa y gris. Hay en -los pueblos unas paredes largas y blancas, nítidas, con una ventanita -angosta en toda su extensión, y entre las dos paredes, en la calleja -silenciosa y desierta, se otea allá á lo lejos la mancha verde de los -trigales y la mancha azul del cielo. Una campanada sonora, muy de tarde -en tarde, rasga el silencio.)</p> - -<p>Nuestro viajero se apresura á visitar la casa de Medrano; durante mucho -tiempo se ha creído que estuvo preso en ella Cervantes. La fachada es -sencilla; las jambas y el dintel de la puerta son de piedra; sobre la -puerta campea un escudo. Rejas saledizas destacan en el piso principal. -De una de ellas pende un manojo de brezos: advertimiento<span class="pagenum" id="Page_131">[Pg 131]</span> á los -transeuntes de que en aquel lugar se expende vino. Del techo sobresale -un ancho alero morisco. «El portón está desvencijado y tiene por -adornos gruesos clavos de hierro. Penetré por su achatado postigo, que -da entrada á un portal medianamente largo y del ancho de la portada. -Después está el patio, guarnecido, á la usanza árabe de cenadores, -de una galería descubierta en el piso principal, sostenida por seis -columnas de piedra y dos pilares de madera con capiteles labrados.» -(Tipo de la casa manchega; en una casa así, pero más modesta, fué á -morir Quevedo, año de 1645, en Villanueva de los Infantes, desde su -Torre de Juan Abad, donde se puso enfermo. En la casa hay una galería -con una barandilla de madera toscamente labrada. El zaguán es chiquito; -mezquina la estancia donde expiró el gran satírico. Titubeante, -exhausto de fuerzas, pálido, con la mirada triste, trágica, debió -de entrar Quevedo—para no salir vivo—por este zaguán empedrado de -menudos guijos.) En la casa de Medrano, puestos en el patio, lucían sus -orondas barrigas las tobosescas tinajas llenas del espeso vinazo de la -tierra. «En el lado de la izquierda estaba el <em>sótano inmundo</em> que -me traía á aquella casa de aciago recuerdo.» Encendieron un candil, -desembarazaron la puerta de unos canastos que la obstruían, y nuestro -mozo bajó por una escalerilla de siete escalones. Se encontró Giménez -Serrano en una bodeguilla lóbrega y húmeda. La llenaban esteras y -trastos inútiles. «Á los rojizos reflejos de la luz huyeron los ratones -que habitaban<span class="pagenum" id="Page_132">[Pg 132]</span> descuidados entre los trastos, y bandadas inmensas de -correderas se pusieron en agitado movimiento; un olor insalubre y -fétido despedía tan sucio conjunto. Aquel subterráneo está nueve pies -más bajo que el nivel del patio; tiene unas cuatro varas de ancho, seis -y algunas pulgadas de largo, y una bóveda de yeso lo cubre.»</p> - -<p>Á la derecha de la entrada, en el muro, se conserva todavía un agujero -donde se supone estuvo clavada la cadena que sujetaba á Cervantes. -(Queda así transcrita circunstanciadamente la descripción que hace -nuestro autor. Si no estuvo Cervantes en este sótano, la opinión lo ha -supuesto durante mucho tiempo. Ya este lugar es definitivamente famoso. -Cuando en 1905 le visitamos nosotros vimos que la puerta de la cueva -estaba mellada y astillada. Nos dijeron que los viajeros extranjeros -que allí aportaban se llevaban, como recuerdo, pedacitos de la madera -de la puerta.)</p> - -<p>De Argamasilla, Giménez Serrano se encamina al Toboso; de la patria de -don Quijote, á la patria de Dulcinea. En el camino encuentra nuestro -autor á un clérigo que marcha caballero en su mula; era natural del -Toboso este cura; mas vivía en Argamasilla desde hacía cuarenta años. -Los dos viandantes traban conversación. El joven escritor da cuenta al -clérigo del motivo de su viaje.</p> - -<p>—¡Ah, vamos!—exclama el cura—. Usted ¿es el joven de melenas que -ha visitado esta mañana la iglesia, que ha dibujado en la plaza de -Argamasilla y que ha permanecido un gran rato á solas<span class="pagenum" id="Page_133">[Pg 133]</span> con los ratones -de la bodega de la preciosísima casa de Medrano?</p> - -<p>El clérigo relata al literato dos leyendas ó consejas relativas á -Cervantes. Se refieren las dos á una bárbara—y supuesta—venganza -que en el Toboso se tomaron con un recaudador de contribuciones ó -alcabalero, llamado Cervantes. Dicho Cervantes no era otro que el -autor del <em>Quijote</em>. Habiendo llegado el alcabalero al pueblo, -y hallándose durmiendo por la noche en el pajar de una casa, lo -despertaron los mozos y, «medio arrastrando, con una soga á la cintura, -le sacaron por las calles del pueblo». Afortunadamente, llegaron á -tiempo los cuadrilleros y libertaron á Cervantes de manos de la chusma. -No era otro el propósito de los mozos tobosinos sino el de llevar á -Cervantes á una laguna próxima y chapuzarlo en sus cenagosas aguas. -En el Toboso son peritísimos en esta operación. Cuando arriba allí -algún recaudador, lo somormugen en el dicho navazo. «¡Oh, en esto de -atormentar á los ejecutores ó comisionados son diestrísimos en el -Toboso y con orgullo salvaje les oiréis referir mil atrocidades de las -consumadas en la villa con estos pobres emisarios de la Hacienda!» (No -olvide el lector que estamos en 1848. Hoy suponemos que tales prácticas -habrán desaparecido.) «Muchos—añade el autor—han sido encerrados -desnudos en una de las tinajas colosales que allí se fabrican; otros, -después de haber bebido más de lo necesario, estimulados por los que -se fingían sus camaradas, han despertado en el cementerio, vestidos de -hábito y tendidos en un<span class="pagenum" id="Page_134">[Pg 134]</span> ataúd con sus blandones y su túmulo. Los más -han sufrido palizas, y ninguno ha vuelto con sus dietas sin poderlo -contar como milagro.» (¿Cómo, dado este ambiente, no había en el -Toboso, en el año 1848, plaza de toros?)</p> - -<p>Cerca del pueblo, á cosa de «dos millas» de él, vió nuestro viajero -las ruinas de un parador. Por allí había también antaño un encinar: -el boscaje en que Don Quijote quedó esperando en tanto que Sancho iba -al Toboso á celebrar una entrevista con Dulcinea. «El Toboso ha sido -pueblo de consideración, y así lo indican sus aristocráticas casas, -que, aunque de pobre aliño y en ruinas, ostentan portadas de mármol, -columnas, brocales y fuentes talladas, escudos sobre las puertas y -labrada rejería.» En su época de esplendor había en el Toboso telares -y alfarerías; de éstos salían las más admirables de todas las tinajas -españolas.</p> - -<p>«Desapareció todo esto, y un pueblo rico, industrioso, que ha contado -con más de 4.000 vecinos, se halla hoy reducido á poco menos de 800, y -apenas puede fabricar algunas tinajas y gloriarse con sus rábanos, que -son extraordinariamente gordos, blancos y tiernos, según me han dicho.» -Es mediodía; nuestro autor, después de recorrer el pueblo, se sienta en -los escalones del rollo que se yergue en la plaza, y comienza á tomar -un diseño de la iglesia. «Mas, en verdad sea dicho—escribe Giménez -Serrano—, no se muestran en el Toboso más aficionados á los artistas -que á los ejecutores, pues antes de que acabara de tantear la torre que -tomó Don Quijote por palacio, vino sobre mí tal<span class="pagenum" id="Page_135">[Pg 135]</span> nube de piedras, que -forzoso me fué dejar la obra para mejor ocasión, pues los tobosescos -angelitos daban mayor impulso á los cantos de lo que á mis delicadas -carnes convenía.» (¡Tate, tate con los paisanitos de Dulcinea! ¿Cómo no -había plaza de toros en el Toboso?).</p> - -<p>El colaborador del <em>Semanario Pintoresco</em> da por terminado su -viaje. Con objeto de llevarse del Toboso un recuerdo, decide comprar -un queso. No es esta operación baladí. En una nota Giménez Serrano nos -dice lo siguiente: «Según nuevas por mí recogidas, han visitado muchos -extranjeros estos lugares, que yo tengo el orgullo de haber descrito -el primero. Entre ellos, varios ingleses compraron quesos para dar con -ellos un banquete á sus amigos de Londres.» Cerremos estos artículos -loando á los ingeniosos sajones; esos hombres demostraron delicadeza y -buen gusto al llevarse á Londres unos quesos manchegos. Se llevaban con -ellos un recuerdo de la patria de Don Quijote, y daban á la par prueba -de ser unos excelentes lamizneros, puesto que si Don Quijote era el más -excelso de los caballeros andantes, el queso manchego bueno es el más -exquisito de todos los quesos.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_137">[Pg 137]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="GLOSARIOS_A_XENIUS">GLOSARIOS Á XENIUS</h2> -</div> - - -<p>Á 630 metros.—Á 630 metros de altura, en esta altiplanicie castellana, -ante este paisaje austeramente noble, hemos conocido—y con él -cordialmente hemos charlado—á un hombre que venía de las doradas -riberas del Mediterráneo. Era un joven alto, trajeado con aliño y -sin atuendo; su musculatura destacaba proporcionada; en la placidez -de su cara brillaba una mirada inteligente. Ni era presuroso en el -ademán, ni locuaz. Su voz sonaba levemente; á menudo los finales de -sus frases—opacas, tenues—se perdían en una á manera de penumbra. -Tras de lo dicho con brevedad, flotaba como un ambiente de meditación -y de recogimiento. Cuando hacía una observación, se veía en la palabra -sucinta, en la reflexión rápida, el trabajo recopilador de una copiosa -lectura. Hay hombres que atraen y hechizan más—ó por lo menos, -tanto—por sus silencios como por sus palabras. Este joven que subía -á la altiplanicie castellana desde el piélago azul era uno de ellos. -En su presencia<span class="pagenum" id="Page_138">[Pg 138]</span> estábamos, no ante un hombre que habla, sino ante un -hombre que medita.</p> - -<p>Este hombre medita y escribe. Todos los días en las cuartillas -consigna alguna impresión: una impresión sugerida por el espectáculo -intelectual. Aparecen sus anotaciones en un periódico diario—<em>La -Veu de Catalunya</em>. Llevan el título genérico de «Glosario». -Los glosarios de Xenius son de todos los tamaños, tratan de -todas las materias. Unos tienen seis ú ocho líneas; alguno ha -ocupado—ampliamente—toda una plana del periódico. El espíritu ávido -y curioso del glosador va comentando en sus apuntes toda clase de -acaecimientos, incidentes y novedades intelectuales. La muerte de un -poeta, la declaración de una guerra, la venta de un cuadro célebre, un -concierto clásico, la publicación de un volumen de poesías líricas... -He aquí, en compendio, una serie de temas de los que figuran en los -glosarios. Durante ocho años, en la breve sección del periódico -barcelonés, ha ido reflejándose, día por día, la vida universal. -La vida universal vista, sentida, expresada por un temperamento -que, siendo clásico, pristinamente clásico, beneficia de todas las -aportaciones—ya definitivas—de la revolución romántica.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p><span class="smcap">Impreso en Parma.</span>—Sobre la mesa en que escribimos estas -líneas tenemos un libro impreso bellamente en Parma. Es un libro -español: <em>La comedia nueva</em>, de Moratín. Estampada está esta -edición—blanca y clara—en la «oficina de don<span class="pagenum" id="Page_139">[Pg 139]</span> Juan Bautista Bodoni» -el año 1796. ¿Por qué hablamos de esta elegante edición, elegante -dentro de su sobriedad? No se ha hecho una edición de Moratín más en -consonancia con su genio. Siempre que pensamos en Moratín tributamos -mentalmente nuestra admiración á su sentido de las proporciones y del -equilibrio, á su amor á la claridad, á su preocupación por el bello -ordenanamiento y por la simetría, á su buen gusto irreprochable. Y -nuestra admiración va acompañada de un irreprimible pesar: quisiéramos -que á todas estas cualidades enumeradas, que á tales condiciones -de artista impecable, se uniera un poco de entusiasmo, un poco de -fuego, un poco de ímpetu, un poco de exaltación ante el espectáculo -de la Naturaleza ó los sublimes artificios del arte. ¿Qué es lo que -preferiremos: el fuego romántico ó la disciplina clásica? ¿Con qué -nos quedaremos: con la pasión romántica ó con la serenidad clásica? -Después de 1830, habiendo pasado tantos años, á la distancia en que nos -encontramos de aquella fecha, nuestra sentencia no puede ser dudosa. -El ideal es el de un escritor que sintiendo vibrar entusiásticamente -su espíritu ante el mundo exterior, que mostrándose ávido de todo -espectáculo mental, que siendo capaz de exaltación y de entusiasmo, -logre mantener su arte en una armónica serenidad. La inquietud -romántica dentro de la línea clásica: así podemos expresar la fórmula -del artista moderno. Nuestro glosador pertenece á esta estirpe de -artistas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_140">[Pg 140]</span></p> - -<p><span class="smcap">Un retrato de Ingres.</span>—Estando Ingres en Roma, en 1839, -comenzó á pintar el retrato de un célebre músico; dicho retrato no fué -terminado hasta 1842, hallándose el pintor ya de vuelta en París. El -artista retratado figura en actitud pensativa, ensoñadora. Detrás de -él, una esbelta mujer—simbólica—extiende su mano sobre la cabeza del -artista... Xenius ha concentrado todo su arte de pensador y de poeta en -hacer el retrato de una mujer catalana, símbolo de la tradición y de la -raza. El libro se titula—con el apelativo de la protagonista—<em>La -ben plantada.</em> Nos place imaginar el retrato de Xenius con la figura -por él ideada—concentración de Cataluña—, extendiendo, amorosa y -simbólicamente, sobre la cabeza del artista su mano.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p><span class="smcap">El oro sobre lo verde; lo blanco sobre lo azul.</span>—Imaginemos un -pueblecito en las márgenes del Mediterráneo, en tierra catalana. Las -casas, puestas en lo alto, escalonadas, son blancas; por la mañana, á -los primeros rayos del sol, fulgen las nítidas paredes; á la tarde, -cuando el día muere, esas paredes albas hacen sobre el pueblo, en la -penumbra, en tanto que allá arriba brillan las primeras estrellas, un -vago resplandor. Esas paredes blancas son las que primero recogen la -luz naciente y las últimas que le dicen adiós. El pueblo está cercado -de huertos; de entre las casas, por las callejas, asoma el boscaje -verde de jardincillos<span class="pagenum" id="Page_141">[Pg 141]</span> interiores. Sobre el verde de la cortina de -los huertos destacan—como en la enramada de Botticelli—los puntos -encendidos, gualdos, áureos, de los naranjos. El verde resalta -sobre lo blanco del caserío. Y lo blanco y lo verde—en inefable -armonía—se funden sobre la inmensa mancha azul del cielo y sobre -la extensión azul del mar. Un profundo silencio reina sobre tales -radiantes colores. No es grande el pueblo; no hay en él fastuosidades -ni atracciones mundanas. Sólo unas pocas familias vienen en busca de -sedante solaz en los días caliginosos del verano. La intimidad reina -entre todos los veraneantes. Hombres y mujeres apegados á la tierra -nativa, practicadores de los usos tradicionales, el cosmopolitismo no -ha borrado de ellos la mentalidad secular de la raza. Aquí todo está -en armonía: el paisaje, las usanzas familiares, el culto al hogar -milenario, las modalidades del habla, las inflexiones de la voz, el -gesto, las actitudes de la marcha. La tradición y la raza aquí son -reposo, orden y claridad. Y entre todas las figuras que se destacan -sobre el azul, el verde y el blanco, ninguna como la de Teresa, á quien -por lo esbelta y por lo eurítmica llaman <em>la ben plantada</em>.</p> - -<p>En Teresa ha querido modelar Xenius una figura simbólica y real á la -vez. Ha culminado en su libro—tan alado y sabio—la sensibilidad de -su pueblo. No es posible en lengua catalana expresar un más perfecto -consorcio de romanticismo y de clasicismo. Esto en cuanto al aspecto -estético del libro. Pero tiene <em>la ben plantada</em>—y ello es -esencialísimo—una<span class="pagenum" id="Page_142">[Pg 142]</span> trascendencia social, nacional. Toda una fórmula -de tradicionalismo se encierra en esas páginas. Seamos nosotros -como nuestra esencia quiere lógicamente que seamos—parece decirnos -Xenius—; en nuestro suelo, en nuestro paisaje, en la disposición -de nuestras casas, en nuestro idioma, en nuestro arte, en nuestro -derecho hay un tipo ideal sobre el que debemos plasmarnos. No nos -descentremos violenta y absurdamente. La continuidad de la raza exige -la perseverancia en nosotros mismos. Un pueblo no puede ser grande y -bello en la incoherencia. La incoherencia es la contradicción entre los -elementos espontáneos y naturales y los elementos innovadores. No se -crea que por esto cerramos la puerta á la innovación; la vida necesita -renovarse. Mas la innovación ha de ser cauta, mesurada y prudente... Y -Xenius, tradicionalista, propugnador ferviente de determinada modalidad -social é histórica, nos da el ejemplo de la universalidad, de la -renovación, asomándose al tumulto del mundo moderno y anotando sus -palpitaciones, día por día, en su «Glosario».</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_143">[Pg 143]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="EL_CONDE_LUCANOR">EL CONDE LUCANOR</h2> -</div> - - -<h3 class="p2">I</h3> - -<p><span class="smcap">Un retrato imaginario.</span>—Este señor que estamos observando—año -de 1329—es príncipe; su padre fué infante; su abuelo no era otro que -el santo rey don Fernando. Se llama este caballero el príncipe don -Juan Manuel. Ha peleado ardientemente en la guerra contra los moros; -muchos años ha pasado en estas lides allí cerca del mar Mediterráneo, -en la tierra murciana, donde hay palmeras y granados. Ha entrado ya -ahora en la senectud; tiene el paso lento—un poco tremulante—y los -cabellos canos. Toda su prestancia es de sosiego y de nobleza. En la -mano derecha, ahora cuando escribe, vemos lucir una gruesa esmeralda -en cerco de oro. Escribe atentamente el caballero en su cámara, con el -gesto sereno del Erasmo retratado por Holbein. En el silencio de la -estancia se percibe el vago rasgueo de la cortada pluma sobre el blanco -pergamino; de cuando en cuando, por la ventana abierta llega el lejano -son—rítmico y sonoro—de una campana.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_144">[Pg 144]</span></p> - -<p>Cuando don Juan Manuel estaba en la guerra, su nota característica -era el ímpetu y la decisión. Al cabo de los años, cuando la vejez ha -venido, el príncipe quiere depositar en un libro su experiencia del -mundo. En prosa clara, limpia, irónica á ratos, sentimental y patética -de raro en raro, va escribiendo don Juan Manuel su libro en la soledad -de su cámara. Dos personajes figuran en la obra: un gran señor y un -consejero suyo. Á las dudas del magnate, en los trances dificultosos de -la vida, va respondiendo el consejero. Se llama aquél Lucanor; éste se -apellida Patronio. Para mejor expresar su doctrina, Patronio refiere -casos, anécdotas y sucedidos que vienen de molde á lo demandado por -Lucanor. Luego, á la postre, referido el caso, el consejero hace la -aplicación en palabras sencillas, bondadosas y graves.</p> - -<p>Una cuarentena de historias componen el libro de don Juan Manuel. -<em>El conde Lucanor</em> lo titulamos ahora. Cuando nuestro caballero -acaba de escribir uno de sus capítulos, se levanta, da unos paseos -por la estancia, contempla sus libros, echa un vistazo por la ventana -al paisaje. Desde la ventana se descubre el severo y noble campo de -Castilla; una serranía azulina, con cimas blancas, cierra el horizonte; -hasta la línea azul se extiende una campiña suavemente ondulada por los -oteros y recuestos. Hay un encanto hondo en estas obras primitivas de -nuestra literatura. En <em>La Celestina</em> la espontaneidad pasional va -mezclada con alardes intempestivos de erudición; la fuerza, la emoción, -el sentimiento del artista salva y hace olvidar estos<span class="pagenum" id="Page_145">[Pg 145]</span> engorrosos -arrequives escolásticos. En <em>El conde Lucanor</em> todo es sencillo, -limpio y claro; la prosa es como el paisaje clásico de Levante—que el -autor tanto contemplara en su mocedad—, y el espíritu que entre líneas -circula, el alma del libro, semeja, por su gravedad, por su sutileza, -á este otro panorama que don Juan Manuel contempla ahora, ya en la -senectud, desde las ventanas de su cámara.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p><span class="smcap">Don Rodrigo.</span>—Para hacer ver lo que es el libro de nuestro -autor, extractaremos algunos de sus ejemplos; el lector nos perdonará -si añadimos pinceladas y detalles... Una vez vivía un caballero que -se llamaba don Rodrigo Meléndez de Valdés. Asistía con su consejo al -rey. Vivía holgada y cómodamente. Su casa era ancha y rica; un ancho -huerto se abría detrás del edificio. Don Rodrigo caminaba lentamente; -reposados eran sus ademanes. No gustaba en su morada de ruidos -turbadores. Su mesa mostrábase blanca, limpia y bien abastada. Cuando -hablaba nuestro caballero, lo hacía con palabras mesuradas y breves. Su -sosiego era inalterable. Si le acontecía un contratiempo, don Rodrigo -exclamaba sin irritarse: «¡Bendito sea Dios; ca pues Él lo fizo, -esto es lo mejor!» Siempre esta reflexión estaba en los labios del -caballero. No había pesadumbre ni angustia, por terribles que fueran, -que lograran sacarle de esta su sabia conformidad. Las gentes que le -rodeaban llegaron<span class="pagenum" id="Page_146">[Pg 146]</span> á tomar enojo de esta ecuanimidad. Sin duda el -sosegado caballero no tenía alma.</p> - -<p>Aconteció que los enemigos de don Rodrigo pusiéronle á mal con el rey. -Dijéronle al rey que el caballero había maquinado contra él una gran -maldad. (Los reyes se dejan engañar fácilmente.) El rey mandó matar á -don Rodrigo. Llamólo á su palacio y concertó con sus cortesanos que -cuando don Rodrigo se hallase en camino lo matasen. Nuestro caballero, -con su sosiego de siempre, se dispuso al viaje. Ya sale de su cámara. -Ya va á bajar la escalera. De pronto da un traspiés, rueda por los -escalones y se quiebra una pierna. Las gentes del caballero plañíanle -y le decían: «Vos que decides siempre: <em>Lo que Dios hace, esto es -lo mejor</em>, tened vos ahora este bien que Dios vos ha fecho». Y el -caballero movía tristemente la cabeza y perduraba en su conformidad con -lo acaecido.</p> - -<p>No pudo don Rodrigo acudir al llamamiento del rey. Con ello salvó -la vida. Descubrióse tiempo después la falsedad de lo imputado al -caballero y el rey le perdonó, lo recompensó con nuevas mercedes -y mandó castigar á los engañadores. La moralidad del caso podemos -exponerla en dos palabras. Conformémonos con la realidad cuando contra -la realidad no podamos hacer nada. Reaccionemos contra la realidad -cuando la realidad pueda ser modificada por nosotros. «Devedes entender -que aquellas cosas que acaescen son en dos maneras. La una es, si viene -á hombre algún embargo en que se pueda poner consejo. La otra es,<span class="pagenum" id="Page_147">[Pg 147]</span> si -viene á hombre algún embargo en que se non puede poner consejo alguno.» -Cuando llegue el primero de estos dos casos y la adversidad sea contra -nosotros, por nuestra inercia, no nos quejemos, no nos plañamos del -Destino ni de la Providencia; en nuestras manos ha estado nuestra -salvación y no la hemos querido aprovechar. Cuando nos acontezca lo -segundo, es decir, cuando no podamos, ni por ingenio ó fuerza, torcer -el curso de los hechos, no nos lamentemos tampoco, no nos expandamos -en vanos gemidos y reproches: seamos dignos en nuestra actitud; -mostrémonos tranquilos, serenos, ante la inexorable corriente de las -cosas.</p> - - -<h3 class="p2">II</h3> - -<p><span class="smcap">Va hede ziat alhaquime.</span>—Una vez era un rey.... Era un rey -moro. ¿Dónde vivía este rey? ¿Dónde reinaba? Vivía y reinaba en -Córdoba; hace ya de esto muchos siglos. El palacio de este monarca -debía de ser espléndido. Serían los pisos de grandes losas de mármol -blanco. Se tejerían y destejerían por las paredes arabescos azules, -rojos y dorados. Los techos serían de oloroso é incorruptible alerce. -Habría fuentes de ancho tazón en que caería—levemente—un surtidor de -agua. (Y en que también, en una hora trágica, caería, pesadamente, con -un sordo ruido, una cabeza ensangrentada.) Encuadrado en el patio—un -patio<span class="pagenum" id="Page_148">[Pg 148]</span> con mirtos—se vería un pedazo de cielo azul diáfano. Por una -ventanita de una cámara silenciosa se vería, allá en la lontananza, -la serranía parda... Alhaquime se llamaba el rey. Se aburría -angustiadoramente el rey. Debía de tener una carne blanca, un poco -fofa, unos ojos soñadores, de miradas largas y lentas, y unos labios -sensuales, de hombre que lo ha gustado todo y de todo se ha hastiado. -Alhaquime vagaría por las salas anchas y calladas de su palacio. No -detendría su mirada en las rosas rojas de los jardines, ni en el cielo -azul, ni en los arabescos de los muros. Cuando sus mujeres bailaran -una danza lenta y milenaria; cuando los suaves instrumentos tañeran -una música melodiosa, Alhaquime, sin parar atención en los movimientos -rítmicos, eurítmicos, de las beldades, pondría su mirada á lo lejos, -indefinidamente, como hombre abstraído por completo del mundo.</p> - -<p>Sin embargo, esta dulce música que suena entra en sus oídos y llega á -su espíritu. Plácenle al rey unas melodías singulares que el albogón -hace, en tanto que los demás instrumentos callan. Alhaquime ama el -sonido del albogón. Tanto le place, que, escuchando su tañido, él ha -llegado á creer que este son que el albogón produce podrá ser todavía -perfeccionado. Mucho piensa el rey en este problema musical; largos -ratos se lleva imaginando cómo el albogón pudiera ser modificado. Al -cabo halló la manera. «Tomó el albogón y añadió en él un forado á la -parte del yuso, en derecho de los otros forados, y dende en adelante -faría el albogón muy mejor son que hasta entonces facía.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_149">[Pg 149]</span></p> - -<p>Lo hecho por Alhaquime estaba bien hecho; no se podía negar. Mas no -era aquélla cosa en que pudiera emplearse un rey. («Non era tan gran -fecho como convenía de fazer al rey.») Por esto las gentes comenzaron -á loar desmesurada é hiperbólicamente, á manera de escarnio, la hazaña -del rey. Todo era comentarios, risas, sonrisas y alusiones en las -cámaras y retretes de palacio. Todo eran burlas y trebejos entre los -populares. «Y decían cuando llamaban á alguno, en arábigo: <em xml:lang="ar" lang="ar">Va hede -ziat Alhaquime</em>, que quiere decir: <em>Este es el añadimiento del rey -Alhaquime</em>.» El añadimiento regio de un agujero al albogón, era, -en suma, comidilla de todos los vasallos del rey moro. Tanto se habló -del caso, tan sin rebozo llegaron á ser las burlas, que el monarca se -percató de ello. Preguntó Alhaquime á sus cortesanos, y aunque los -cortesanos son artificiosos y lisonjeros, al fin tuvieron que hacer lo -que rarísima vez hacen: decir la verdad. Alhaquime, el rey de la mirada -absorta y de los labios sensuales, debió de sonreir. Y un día, mandando -juntar todos los alharifes, tallistas y estofadores de su reino, -mandó que la mezquita de la ciudad, hasta allí harto menguada, fuese -ensanchada y ornada espléndidamente. Desde entonces, cuando los moros -quieren loar alguna empresa grande, exclaman: «¡Este es el añadimiento -del rey Alhaquime!»; es decir: «¡<em xml:lang="ar" lang="ar">Va hede ziat Alhaquime</em>!» Así -el loamiento que antes se hacía por escarnio, después se hizo por -entusiasta admiración.</p> - -<p>Cuando nosotros, hombres del siglo <span class="allsmcap">XX</span>, empapados en la -civilización occidental, entremos ahora<span class="pagenum" id="Page_150">[Pg 150]</span> á lo largo de nuestras -andanzas en el patio de la mezquita de Córdoba y allí, gozando del -silencio, de la paz y del cielo azul, nos detengamos entre los -naranjos, exclamemos también: ¡<em xml:lang="ar" lang="ar">Va hede ziat Alhaquime</em>! Y -pensemos ante esta mezquita maravillosa que aquel rey mandó agrandar; -pensemos—nosotros, artistas, políticos—que están bien las menudas y -pulidas obras, pero que están mejor—y ése debe ser nuestro ideal—las -grandes, levantadas, generosas obras en que pongamos nuestro corazón y -nuestra fe.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p><span class="smcap">Don Cuervo y don Raposo.</span>—Un cuervo va volando por el -azul. Lleva en el pico un pedazo de queso: «un pedazo de queso muy -grande». Va contento el cuervo; debe de haber cogido este queso de -algún cestillo que llevaba un niño al mercado; los ojos del mozuelo -habrán visto asombrados cómo de pronto el cuervo remontábase á lo -alto llevándose en el pico el queso. Ahora el cuervo va á darse un -suculento hartazgo. Se posa en la rama de un árbol. ¿En la rama de un -ciprés? El ciprés es de las cornejas. ¿En la rama de un olivo? El olivo -es de los mochuelos; cada mochuelo tiene su ramita en un olivo. ¿En -la rama de un almendro? El almendro es de los cuclillos; en Levante, -durante las claras noches, en el llano plantado de grandes, sensitivos -almendros, los cuclillos tañen su flauta de dos notas... El cuervo se -para en un árbol cualquiera;<span class="pagenum" id="Page_151">[Pg 151]</span> esta estada del cuervo en una rama es -accidental, fuera de sus costumbres. No nos imaginamos á los cuervos -posados serenamente en un árbol, sino volando, volando, volando por los -cielos azules ó cenicientos, desde donde, bruscamente, descienden á las -llanuras rasgadas por interminables surcos paralelos. Nuestro cuervo se -halla posado en un árbol; en el pico tiene su queso; está indeciso. ¿Se -lo comerá aquí ó en la escondida quiebra de una montaña?</p> - -<p>Aparece el raposo. El raposo hállase pasando unos días muy amargos; -tal premia como ésta no la ha pasado él nunca. No cae ni una gallina, -ni una perdiz, ni una ingenua cogujada. Está harto el raposo de comer -grillos y saltamontes; los racimos de los majuelos están aún verdes. -El raposo oye un leve ruido en un árbol y levanta la cabeza. Allí -hay un cuervo con un queso en el pico. Ya tiene pitanza el raposo -para el día de hoy. He aquí cómo el raposo comienza á hablar al -cuervo: «Don Cuervo...» (Cortés, exquisitamente cortés, según veis, -es el raposo; por tanto, con el don con que él agracia al cuervo le -agraciaremos también á él nosotros.) Dice así don Raposo: «Don Cuervo: -muy gran tiempo ha que oí fablar de vos, y de la vuestra nobleza, y -de la vuestra apostura, é como quier que vos mucho busqué, non fué -la voluntad de Dios, nin la mi ventura, que vos pudiese fablar hasta -ahora; y ahora que vos veo, entiendo que ha mucho más bien en vos de -cuanto me dezían. Y porque veades que vos lo non digo por lisonja, -también como vos diré las aposturas que en vos<span class="pagenum" id="Page_152">[Pg 152]</span> entiendo, también vos -diré las cosas en que las gentes tienen que non sodes tan apuesto».</p> - -<p>Nótese cómo don Raposo da color de verdad sincerísima á su lisonja; él -dirá las gentilezas de don Cuervo, pero también le dirá á don Cuervo -las cosas que, según las gentes, no están bien á don Cuervo. Dicen las -gentes que el color negro es desapacible; negros tiene don Cuervo el -pelaje, los ojos, las garras, el pico. Eso dicen las gentes; mas las -gentes se engañan. Porque, ¿qué color más hermoso en los ojos que el -negro?</p> - -<p>Las péndolas del pavón, ¿no son negras también? Y ¿habrá animal más -bello que el pavón?... Todas las cosas, en fin, son cumplidas y -graciosas en don Cuervo; todo: las plumas, las garras, el pico, el -volar majestuoso y raudo. Con todo ello sería gran mengua si don Cuervo -no supiese cantar. Don Raposo está seguro de que don Cuervo canta -maravillosamente; pero, por desgracia, él no le ha oído nunca. ¿No -podría hacerle don Cuervo la merced de cantar? «Si yo pudiese de vos -oir el vuestro canto—dice zalameramente don Raposo—, para siempre me -ternía por de buena ventura.» Don Cuervo, emocionado, enternecido, va -á cantar. Abre el pico, cae el queso... Instantáneamente don Raposo lo -coge y se aleja corriendo.</p> - -<p>Las más dañosas falsías son aquellas que se realizan con elementos de -la verdad. Sepamos, en todo caso, resistir á la lisonja; más difícil -es permanecer ecuánimes ante el elogio que ante la diatriba. Artistas, -poetas, pintores, oradores: cuando<span class="pagenum" id="Page_153">[Pg 153]</span> se nos haga alguna loanza, no -salgamos de nuestro diapasón habitual. Leamos serenamente los elogios; -sepamos distinguir lo que en ellos hay de exacto, y lo que en ellos se -debe á las circunstancias y al afecto del loador. ¿Qué harán de todos -estos elogios las generaciones venideras? Y ¿qué pensar de los elogios -cuando vemos, frecuentemente, ponderadas en nuestra obra aquellas -partes deleznables, efímeras, á que no damos importancia, mientras los -entusiastas admiradores pasan en silencio, ignorándolas, aquellas otras -en que hemos puesto fervientemente toda nuestra alma?</p> - - -<h3 class="p2">III</h3> - -<p><span class="smcap">Don Illán el Mágico.</span>—Don Illán el Mágico vive en Toledo. -Un mágico es un hombre sencillo y respetable. Tenéis una idea errada -de lo que es un mágico. Un mágico no es un señor barbado y hosco que -lleva en la cabeza un cucurucho con estrellas pintadas; un mágico es un -hombre silencioso, discreto, de una mirada inteligente y dulce, de unas -maneras suaves. Don Illán vive en Toledo; habita en una casa silenciosa -y limpia. Grande es su renombre de sabiduría; á todos los ámbitos de -España se extiende. Allá en Santiago de Galicia, un deán de la catedral -ha entrado en deseos de conocer los secretos del arte mágico. ¿Para qué -querrá conocer tales misterios este deán? Y ¿quién<span class="pagenum" id="Page_154">[Pg 154]</span> mejor que Don Illán -podrá—si quiere—enseñárselos? Pues á Toledo se encamina nuestro deán. -Cuando llega á Toledo endereza sus pasos á la casa de Don Illán. Á éste -«fallólo que estaba leyendo en una cámara muy apartada»; es decir, -tal vez en un desván, en un cuartito lejos de los ruidos de la calle, -y que tiene por panorama—que se atalaya desde la ventana—una vasta -extensión de tejados y de torrecillas, que se destacan bajo el cielo -azul; un cielo por el que caminan unas nubes blancas.</p> - -<p>Don Illán recibe cordialmente al viajero. Con exquisita amabilidad se -dispone á enseñar su ciencia al deán de Santiago. En el coloquio que -acaban de tener, el deán ha manifestado que él es hombre ante quien -se abre un halagüeño porvenir; ahora es deán; dentro de unos años, -seguramente llegará á arzobispo, á cardenal, á papa. El deán, en -cambio de la ciencia que le iba á comunicar Don Illán, «le prometió -y le aseguró que de cualquier bien que de él oviere, que nunca faría -sino lo que él mandase». No hay, por lo tanto, más que hablar. Don -Illán manifiesta que la ciencia que él ha de enseñar «non se podía -aprender sino en un lugar muy apartado». Esta misma noche tendrán los -dos la misteriosa conferencia. Antes, don Illán llama á su cocinera -y le ordena que prepare unas perdices para la cena. Don Illán desea -obsequiar con este yantar al viajero.</p> - -<p>Llega la noche; se dirigen ambos á esa cámara secreta donde don Illán -ha de dar su conferencia. «Entraron ambos por una escalera de piedra -muy<span class="pagenum" id="Page_155">[Pg 155]</span> bien labrada, y fueron descendiendo por ella muy gran pieza en -guisa que parescían tan bajos que pasaba el río Tajo sobre ellos; é -desque fueron en cabo de la escalera, fallaron una posada muy buena -en una cámara mucho apuesta que ahí havía, do estaban los libros y el -estudio en que habían de leer.» No os imaginéis retortas, matraces, -hornillos y redomas. No un gran caimán puesto colgando de una pared -(como vemos en las ilustraciones del <em>Fausto</em>). No tibias humanas -ni un ancho infolio y un reloj de arena colocados encima de una mesa. -Esta cámara subterránea, tan honda que sobre ella quizá pase el río -Tajo; esta cámara no es mas que una biblioteca henchida de raros y -preciosos libros. La estancia no está alumbrada por el resplandor rojo -de los hornillos (como también vemos en las estampas populares). Don -Illán debía de ser uno de estos hombres que, viviendo en su siglo (el -<span class="allsmcap">XII</span> ó el <span class="allsmcap">XX</span>), viven realmente en un futuro en que -fuerzas misteriosas que hoy desconocemos—pero que presentimos—harán -que sea posible lo que hoy juzgamos irrealizable. Cuando ha entrado por -su puerta el deán de Santiago, don Illán, á través de la materia y á -través del tiempo ha leído el alma de este hombre. Este hombre es un -ingrato.</p> - -<p>Ya se dispone don Illán á comenzar su conferencia, cuando aparecen unos -mensajeros que le traen una carta al deán. Hemos olvidado decir que el -deán es sobrino del arzobispo de Santiago. En la carta se le notifica -una grave enfermedad del arzobispo. El deán contesta con otra epístola, -diciendo<span class="pagenum" id="Page_156">[Pg 156]</span> que siente mucho no poder ir á acompañar á su tío. «Dende á -cuatro días llegaron otros hombres á pie, que traían otras cartas al -deán, en que le fazía saber que el arzobispo era finado.» Se preparaba -en aquellos momentos en Santiago la elección de nuevo arzobispo; todos -deseaban elegir al deán. Transcurren siete ú ocho días más y aparecen -«dos escuderos muy bien vestidos y muy bien aparejados»; los cuales -escuderos se llegan hasta el deán, le besan reverentemente las manos -y le entregan una carta en que se le notifica que ha sido elegido -arzobispo de Santiago.</p> - -<p>Ya tenemos á nuestro deán hecho arzobispo electo. Ya rebosa de -satisfacción. Ya se ve en su palacio de Santiago sentado en uno de -esos sillones de terciopelo, con bordados ricos de sedas en que—más -tarde—había de poner Antonio Moro algunos de sus personajes regios. -Don Illán da la enhorabuena al electo arzobispo. Y como don Illán ha -sido generoso con él enseñándole su ciencia misteriosa, don Illán -ruega al arzobispo que el deanazgo vacante lo provea en un hijo suyo. -El arzobispo, cortés y atento, se dispone á acceder á la petición de -don Illán; sin embargo, deseaba exponerle una cierta consideración. -Él «le rogava que quisiese consentir que aquel deanazgo lo hubiese un -su hermano»... Nótese la irreprochable cortesía del electo arzobispo; -el deanazgo es para el hijo de don Illán; no hay más que hablar de -ello; mas él, el arzobispo, <em>ruega</em> á don Illán que <em>quiera -consentir</em> que sea para un hermano del arzobispo con quien el -arzobispo tiene un grande y<span class="pagenum" id="Page_157">[Pg 157]</span> antiguo compromiso. Y añade: «Más que él -le faría bien en la Iglesia en guisa que él fuese pagado, y que le -rogava que se fuese con él á Santiago y que levase con él á aquel su -fijo».</p> - -<p>Ya están todos en Santiago. El arzobispo es un buen arzobispo; todos -le quieren bien; él es bondadoso con todos. Al cabo de algún tiempo -llegan unos mandaderos del papa. Ha vacado el obispado de Tolosa; para -esa sede nombra el papa al arzobispo de Santiago. Entonces don Illán -pide con mucho encarecimiento que el arzobispado vacante de Santiago -sea para su hijo. De nuevo torna á darle la razón el antiguo deán á su -amigo y bien hechor; pero le ruega que permita que este arzobispado -sea para un tío suyo, hermano de su padre. «Y don Illán dijo que bien -entendía que le faría muy gran tuerto, pero que lo consentía en tal -que fuese seguro que ge lo enmendaría en adelante.» De muy buen grado -se lo prometió el arzobispo, y rogóle que fuese con él á Tolosa y que -llevase á su hijo. Ya están todos en Tolosa. Á los dos años llegan -otra vez mandaderos del papa. El papa ha nombrado cardenal al obispo; -el obispado de Tolosa puede darlo á quien quiera. Aquí tenemos á don -Illán de nuevo solicitando la vacante para su hijo; tantas veces han -fallado sus pretensiones, tantas veces el favor le ha sido denegado, -que parece absurdo que ahora no se le cumplan sus afanes y el obispo le -dé una nueva excusa. Pero así es, desgraciadamente. El nuevo cardenal -ruega—tan cortés como siempre—que el obispado vacante de Tolosa sea -para un tío suyo,<span class="pagenum" id="Page_158">[Pg 158]</span> hermano de su madre. «Y don Illán quejóse mucho, -pero consintió en lo que el cardenal quiso, y fuése con él para la -corte.»</p> - -<p>Ya están todos en Roma. El nuevo cardenal desempeña admirablemente su -cargo; gran consideración le guardan los demás cardenales. Ocurrió -que el Papa falleció; los cardenales eligieron por papa al antiguo -deán de Santiago. Ha llegado la ocasión—¡por fin!—de que don Illán -pueda ver colmados sus deseos. Su amigo no podrá tener efugio alguno -para hacerlo. Al papa representa don Illán lo que espera de él. «Y el -papa dijo que no le afincase tanto, que siempre habría lugar en que -le hiciese merced según fuere razón.» Entonces don Illán, amargado, -desesperanzado, se lamentaba con palabras ardientes. Estas palabras -pusieron en indignación al papa. El papa, apurada la paciencia, -reprochó su pesadez y pertinacia á don Illán. Más hizo: le amenazó -con meterle en prisión si persistía en su actitud; puesto que él, don -Illán, era un hereje y un nigromántico, ejercitador de reprobadas y -diabólicas artes. Cuando esto oyó don Illán, no quiso permanecer más en -Roma. Ni para el camino le dió el papa, su antiguo amigo, un viático...</p> - -<p>Lector: Todo esto que nos cuenta un gran aristócrata, nieto de un santo -y rey á la vez—don Fernando—, no tiene nada de irreverente. Todo es -una ingeniosa ficción. Al llegar el relato al punto en que lo hemos -interrumpido, bruscamente, mágicamente, el deán de Santiago y don Illán -se encuentran los dos en la cámara subterránea de Toledo.<span class="pagenum" id="Page_159">[Pg 159]</span> Don Illán ha -visto, en un segundo, á través de la materia y el tiempo. Despide al -deán y él se come solo las perdices preparadas para la cena. Don Illán -había adivinado que si él tuviera con este hombre la generosidad de -enseñarle su ciencia, este hombre luego no sería agradecido con él.</p> - -<p>Seamos buenos, corteses, afables: que nuestro corazón esté siempre -dispuesto al bien. Pero cuando vayamos á poner toda nuestra alma, -nuestro trabajo, nuestro porvenir, la paz de los nuestros y aun nuestra -propia vida al servicio de un hombre ó de una causa, miremos si ese -hombre y si esa causa son dignos de nuestro supremo sacrificio.</p> - - -<h3 class="p2">IV</h3> - -<p><span class="smcap">La raposa mortecina.</span>—Una raposita ha salido de su manida -y se ha dirigido hacia la aldea. Todo duerme; es media noche. En la -obscuridad no se percibe mas que—allá lejos—la raya negruzca de las -montañas sobre la foscura del cielo. Brillan las estrellas: brillan -con ese titileo radiante de las noches de invierno. En esas noches, -á la madrugada, en el profundo reposo de la tierra, ese relumbrar -vivo, radiante, de los astros trae á nuestro espíritu una profunda -nostalgia—¡oh fray Luis de León!—de algo que no sabemos... De cuando -en cuando un vientecillo ligero trae de la aldea un olor particular -que nuestra raposita recoge en sus<span class="pagenum" id="Page_160">[Pg 160]</span> narices. El ejido del poblado está -ya aquí; luego las casas; detrás de una de ellas se extienden las -largas tapias de un corral. No se sabe cómo la raposita ha entrado en -el corral. En los travesaños de un cobertizo están acurrucadas las -gallinas, los gallos. Los gallos, tan vigilantes, no se han percatado -de nada. Lentamente, pasito á paso, mirando á todos los lados, -venteando todos los olores, avanza la buena raposita.</p> - -<p>—Un momento, querido cronista. ¿Por qué llama usted buena á esta -raposa inquietadora, sanguinaria, que va á poner el espanto y la -destruccion en la república de las gallinas?</p> - -<p>—Perdón, querido lector. Todo es relativo, y la raposa, comparada con -el taciturno y violento lobo, es buena, es excelente. Hace mucho tiempo -que un gran naturalista—Buffón—ha hecho en pocas líneas el elogio -de la raposa. «La raposa no es un animal vagabundo, sino un animal -domiciliado—escribe Buffón.—Esta diferencia, que se hace sentir aun -entre los hombres, tiene más grande eficiencia y supone más grandes -causas entre los animales. La idea sola del domicilio presupone una -singular atención sobre sí mismo; luego, la elección del lugar, el arte -de fabricar la guarida y de solapar la entrada á ella, son tantos otros -indicios de un sentimiento superior.»</p> - -<p>Tiene, pues, nuestra raposita un sentimiento superior de la vida -y del mundo. Sólo que... La vida es dura; se tienen hijos; los -inviernos no ofrecen grandes recursos en el campo. No hay nidos -entre los atochares; las cepas de los majuelos aparecen<span class="pagenum" id="Page_161">[Pg 161]</span> desnudas y -secas. ¿Qué ha de hacer una raposa sino ir á los corrales donde las -gallinas reposan? En ello aventura la vida, que no es poco. Ya está -en el gallinero nuestra zorrita; las gallinas se han dado cuenta—un -poco tarde—del huésped que viene á visitarlas. La hora no es muy á -propósito para cortesías. Se ha producido un ruidoso remolino en el -cobertizo á la vista de la raposa. Todas las gallinas cacareaban y los -gallos cantaban—despavoridos. La raposa ha cogido una gallina entre -los dientes y la ha zarandeado con violencia. Con una tierna y gorda -gallina tendría la raposita para su yantar. Pero cuando ha sentido -la raposa correr entre sus fauces la sangre tibia, humeante, de la -gallina, ha perdido la cabeza. ¡Cómo brillan ahora sus ojos! ¡Cómo va -de una parte á otra furiosa, abstraída, tambaleándose, como ciega, como -borracha!</p> - -<p>No se harta de destrozar gallinas; tendidas quedan muchas por tierra. -En la casa deben de tener el sueño muy pesado; nadie se mueve. (O -¿qué sabemos? Estos labriegos que trabajan á costa de un amo son -muy ladinos. Pensad en las matanzas que hacen los pastores y se las -achacan á los lobos. Tal vez ahora saben que la zorra está destrozando -el gallinero; pero como la raposa no ha de poder llevarse todas las -gallinas y han de quedar algunas muertas...) Entusiasmada, encarnizada -en su labor siniestra, la raposita no ve que una claror blanquecina -aparece por Oriente. La aurora comienza á anunciarse.</p> - -<p>Tiene este momento único de la madrugada un<span class="pagenum" id="Page_162">[Pg 162]</span> encanto profundo. Nos -atrae misteriosamente esta palidez que en el cielo se inicia. Todavía -es de noche... y ya está ahí el día que llega. En este minuto supremo -las luces que han velado toda la noche van á borrarse en la claridad -del día; su misión ha terminado.</p> - -<p>Durante las tinieblas han puesto sus resplandores sobre una -mesa en que una cabeza se inclinaba sobre los libros; ó han -iluminado—tenuemente—la cara blanca, sobre ropas blancas, de un -enfermo; ó se han destacado, como puntitos rojos y verdes, en el -horizonte, en tanto que las locomotoras lanzaban agudos chillidos y -pasaban raudos los trenes. Cuando la claridad del día va aumentando, -las luces, todas las luces, luces trágicas ó luces de esperanza, se -retiran, se esfuman, se disuelven, se recogen en una tregua de reposo -hasta la noche venidera. Á esta hora de la madrugada, las montañas ya -comienzan á destacarse más vivamente sobre el cielo; el cielo es de -una claridad vaga y lívida. Dentro, en las casas, se hace una densa y -confusa penumbra. Las cosas van á surgir á la vida; las ventanas van á -recobrar su espíritu de luz y de sol.</p> - -<p>Á nuestra raposita se le ha hecho tarde. No puede salir sin peligro -del gallinero; van y vienen gentes por la aldea. Otros gallos lejanos -cantan; un can ladra. No tiene más recurso nuestra raposa que salir -á la calle y tenderse en medio haciéndose la muerta. Porque si la -vieran correr por las calles del pueblo, ¿qué sería de ella? (Son -muchos los animalitos que se hacen los muertos<span class="pagenum" id="Page_163">[Pg 163]</span> para librarse de las -trazas sanguinarias del hombre. Se hace la muerta esta arañita que, en -el campo, ha bajado desde un árbol, por un hilillo sutil, hasta las -páginas blancas de este libro que estamos leyendo. Se hace el muerto, -replegando sus patitas, este cetonia con que nuestros dedos han tropezado -en el fondo de una rosa, lecho fresco y fragante. Se hace el muerto -este glomérido que encontramos debajo de una piedra y que se convierte -en una bolita de acero. ¿Por qué se hacen los muertos? ¿Hemos dicho que -para defenderse del hombre? Pero ¿saben ellos del hombre? Esta es una -idea antropocéntrica. No sabemos siquiera si lo que hacen es hacerse -los muertos.) Nuestra raposita se hace la muerta; en medio de la calle -está tendida. No es cosa rara, donde hay muchas zorras, ver una zorra -muerta en medio del arroyo. Va paseando la gente. «Á cabo de una pieza, -passó por hi un home, y dixo que los cabellos de la frente del raposo -que eran muy buenos para poner en las frentes de los mozos pequeños, -porque no los ahojen.» Con unas tijeras, este hombre curioso trasquila -la frente de la zorrita. La zorrita se estuvo quieta.</p> - -<p>Después otro transeunte vió la raposa y dijo lo mismo de los pelos del -lomo. Le trasquiló los pelos del lomo. La raposita se estuvo quieta. -Luego otro hizo la misma observación respecto del pelo de las ijadas. -Le trasquiló las ijadas. La raposita se estuvo quieta. «Nunca se movió -el raposo, porque entendía que aquellos cabellos non le farían gran -daño en los perder.» Otro viandante llegó<span class="pagenum" id="Page_164">[Pg 164]</span> más tarde y dijo que la uña -del raposo es buena para curar los panadizos. Tajóle las uñas á la -raposita. La raposita no se movió. Después otro dijo que el diente de -la zorra cura los males de dientes. Quitóle un diente á la raposita. La -raposita no se movió. Á seguida vino otro y manifestó que el corazón -del raposo es conveniente para nuestros dolores de corazón. Metió mano -á un cuchillo para sacarle al raposo su corazón. «Y el raposo vió que -le querían sacar el corazón y que si gelo sacassen, que non era cosa -que se pudiese cobrar.» Entonces la raposita dió un salto, echó á -correr y se perdió á lo lejos.</p> - -<p>...En nuestras casas, en la vida cotidiana, debemos pasar por -alto—indulgentemente—las pequeñas cosas. En la vida pública, á la -vista de todos, de igual manera, no debemos de ponernos fieros ante -lo que en sí tiene escasa importancia. No coloquemos nuestro natural -y legítimo deseo de dignificación y de reivindicación en un plano -demasiado alto. Si el puntillo de honor lo ponemos muy subido, á cada -momento tendremos que estar en altercaciones, porfías y denuedos. -Nuestra vida se hará imposible. Una palabra, un gesto, un ademán, un -ligero desdén, una inflexión de cólera, un matiz de irritación en los -demás tendrán para nosotros una importancia decisiva. No; sepamos pasar -por todo esto. La raposita no se movía cuando le trasquilaban el lomo -y la frente; aquello no tenía para ella importancia. Pero cuando se -trate de cosa grande, cuando se trate del corazón—como en el caso de -la raposa—, entonces pongamos todas<span class="pagenum" id="Page_165">[Pg 165]</span> nuestras fuerzas, todo nuestro -ardor, todo nuestro ímpetu en defender la esencialidad de nuestro ser -moral: las ideas, los procedimientos, la conducta, la honradez, la -sinceridad.</p> - - -<h3 class="p2">V</h3> - -<p><span class="smcap">Valor y riesgo de los consejos.</span>—Un breve epílogo á estas -divagaciones sobre motivos de <em>El conde Lucanor</em>. Ya se habrán -percatado de ello los lectores. No hemos expuesto fielmente las -historias y ejemplos que trae en su libro don Juan Manuel; muchos -detalles hemos añadido; á nuestra manera hemos contado los casos que -el infante relata. No hemos sacado tampoco—generalmente—de tales -cuentecillos las enseñanzas que el autor pone por contera; diferentes -han sido alguna vez los proloquios deducidos. Hemos hecho con el libro -de don Juan Manuel lo que se suele hacer con la música de las grandes -óperas; de aquí y de allá, tomando este tema y dejando tal otro, hemos -compuesto una rapsodia. Pero si algún lector entra en gana de leer -el libro de don Juan Manuel, desde luego habremos logrado nuestro -propósito; propósito modesto; el propósito de quien trata de excitar la -curiosidad con palabras encarecedoras de estas ó las otras excelencias -de una obra.</p> - -<p>Ahora digamos algo respecto del valor de los consejos y del riesgo -que corre el que se aventura á darlos. ¿Qué valor tienen los avisos, -advertimientos<span class="pagenum" id="Page_166">[Pg 166]</span> y prevenciones que se suelen hacer en la vida? -Distingamos entre el consejo genérico y el consejo concreto. Es -decir, distingamos entre los consejos que se dan en los libros y los -consejos que, en la realidad cotidiana, damos al amigo ó al deudo. -Los libros de consejos por fuerza han de ser generales; aquí está -precisamente su punto flaco. Como es una regla genérica la que se da, -no sabremos, cuando llegue el caso, si precisamente en ese trance -debemos ó no aplicar el consejo que hemos leído. La vida es varia, -compleja, contradictoria, ondulante; el consejo—ó la norma—es rígida, -siempre igual, inflexible. ¿Cómo concordaremos la realidad cambiante y -fugitiva con el canon permanente? Dificultad es ésta de una grandísima -trascendencia; tanto lo es, que en ella van implícitos todo el arduo -problema de la moral y todo el magno negocio de la política.</p> - -<p>Contra la norma genérica de la ética surge el casuísmo, que toma en -cuenta el tiempo, el lugar, la persona y otras diversas circunstancias. -Contra el cumplimiento de la ley, en el gobernante surge la -consideración—análogamente—de que la ley <em>debe</em> siempre ser -cristalización de la justicia, pero que <em>puede también no serlo</em>. -Puede no serlo: 1.º, porque originariamente, al hacer la ley, no -se haya interpretado en ella bien la justicia; 2.º, porque, aun -interpretándose primitivamente bien la justicia en la ley, el tiempo -puede haber hecho que cambie la sensibilidad ambiente (la justicia no -es mas que una cuestión de sensibilidad) y que la justicia contenida en -el canon formulado anteriormente<span class="pagenum" id="Page_167">[Pg 167]</span> sea escasa, pobre, deficiente; 3.º, -porque, aun siendo buena la ley, ley acomodada al tiempo, ley viva, ley -actual, unas pasajeras circunstancias pueden hacer que no se contenga -en ella la justicia.</p> - -<p>«¡Sed prudentes, sed enérgicos, sed sinceros!», nos dicen los consejos -genéricos de los libros. Está bien; la doctrina es inmejorable; -muchos hombres eminentes han practicado tales máximas. (Los hombres -eminentes, eminentes de veras, han hecho muchas cosas que han -sacado, ingénitamente, de sí mismos, y no de los libros.) Está -bien; pero en este trance en que ahora nos hallamos precisamente, -¿debemos ser audaces, intrépidos, temerarios? ¿Es ahora, con estas -circunstancias, cuando debemos ser brutalmente sinceros, ó bien será -en otra ocasión y con tales otras particularidades? Los libros de -consejos no pueden decirnos nada de esto. «Un grano de audacia en -todo—escribe Gracián—es importante cordura.» ¿Hemos leído bien? <em>En -todo</em>—dice el psicólogo. O sea, seamos <em>siempre</em> audaces; con -la audacia empleada en todos los momentos, con todos los motivos, nos -irá siempre bien. (Algunos políticos, harto desaprensivos—no nombramos -á nadie—, encontrarán admirable la máxima. Sí, la audacia á todo pasto -es posible que lleve á la fortuna; pero... las quiebras de tal juego -suelen ser terribles.)</p> - -<p>«No hacer negocio del no negocio—escribe también Gracián—. Así como -algunos todo lo hacen cuento, así otros todo negocio.» (Los negocios -de que aquí habla Gracián no son los negocios en que suelen andar -metidos los antes mencionados<span class="pagenum" id="Page_168">[Pg 168]</span> parlamentarios y políticos. Esos, sí, es -cierto, <em>todo lo hacen negocio</em>. Pero ahora Gracián habla de otra -cosa; Gracián nos dice que no lo hagamos todo cuestión personal, cosa -de honra y de dignidad.) «Siempre hablan de importancia—prosigue el -autor—; todo lo toman de veras, reduciéndolo á pendencia y á misterio. -Pocas cosas de enfado se han de tomar de propósito, que sería empeñarse -sin él... Muchas cosas que eran algo, dejándolas fueron nada; y otras -que eran nada, por haber hecho caso de ellas fueron mucho.» He aquí un -sagaz consejo, basado en la más fina observación de la vida diaria. -Pero ¿cómo lo aplicaremos? En presencia de una de esas fruslerías -cotidianas que pueden ó no pueden ser algo—ó mucho—, ¿qué es lo que -tendremos que hacer?</p> - -<p>Mas si los libros de consejos no pueden orientarnos en el caso -concreto, aquí está el deudo, el amigo, ó simplemente el hombre -ducho y experimentado, á quien—sin conocerle, ó conociéndole -apenas—recurrimos en busca de una sabia prevención. Difícil y -arriesgado es, en general, el dar un consejo. Desconfiad—¡oh -escritores renombrados!—de los que, acercándose á vosotros, os -piden un consejo, una opinión, un juicio sincero, completamente -sincero, de una obra que os dan á leer. Si usáis, incautamente, de -vuestra sinceridad, os arrepentiréis; quien ha pedido sinceridad, -cuando sinceridad le sirven, cuando con ella le hablan y juzgan su -obra, podrá por cortesía, y por no desmentir las protestas hechas, -agradeceros aparentemente vuestras palabras; pero en el fondo<span class="pagenum" id="Page_169">[Pg 169]</span> ese -hombre siente por vosotros un vivo disgusto, una viva hostilidad. -«Entonces—preguntará el lector—, ¿habrá que mentir siempre? -¿Tendremos que ser unos hipócritas, unos faranduleros?» No; lo que -cabrá es, sin decir la verdad ruda y brutalmente, usar de tal modo de -los silencios, de los matices y de las gradaciones, que los lectores -entiendan nuestro verdadero pensamiento sobre la obra de que se trata. -Hay elogios en apariencia que son censuras, y hay pausas, silencios y -apartes que huelen á la más rotunda condenación.</p> - -<p>En la vida cotidiana, el consejo nos puede exponer á molestias, -contrariedades y pesadumbres. En sus <em>Empresas políticas</em> (en la -<span class="allsmcap">XLVII</span>, al final) Saavedra Fajardo escribió las siguientes -palabras: «Ninguna cosa más peligrosa que el aconsejar. Aun quien lo -tiene por oficio debe excusarlo cuando no es llamado y requerido, -porque se juzgan los consejos por el suceso, y éste pende de accidentes -futuros que no puede prevenir la prudencia; y lo que sucede mal se -atribuye al consejero, pero no lo que se acierta.»</p> - -<p>No se puede decir sobre la materia nada más exacto. En el mismo -<em>Conde Lucanor</em> (historia del gallo y el raposo) el autor, -encareciendo la dificultad y riesgo del consejo, nos dice lo mismo -que, más tarde, había de escribir Saavedra. Es difícil dar el -consejo—escribe don Juan Manuel—, porque «non es ome seguro á que -pueden recudir las cosas; ca muchas veces vemos que cuida ome una cosa -é recude después otra, ca lo que cuida ome que es mal, recude á las -vegadas á bien, é lo que<span class="pagenum" id="Page_170">[Pg 170]</span> cuida ome que es bien, recude á las vegadas á -mal». ¡Grande es la perplejidad del consejero! De todos modos, acierte -ó no, no se le agradecerá nada al consejero. «Ca si el consejo que da -recude á bien, non ha otras gracias si non que dicen que fizo su debdo -en dar buen consejo, é si el consejo á bien non recude, siempre finca -el consejero con daño é con vergüenza.»</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_171">[Pg 171]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="DON_JUAN_VALERA">DON JUAN VALERA</h2> -</div> - - -<p>Se están publicando en Madrid las obras completas de don Juan -Valera. Entre los volúmenes publicados figuran dos tomos de cartas -particulares. Nació Valera en 1824; murió en 1905, La primera de las -cartas citadas lleva la fecha de 1847; la última corresponde al año -1857. Aparecen escritas las cartas desde Madrid, Lisboa, Nápoles, Río -Janeiro, Dresde, Varsovia, Petersburgo. Tenía don Juan Valera cuando -escribió la primera carta veintitrés años. Documento importante es esta -correspondencia para el estudio del carácter del escritor cordobés. Dos -notas dominan en estas páginas: el ansia por el dinero y el amor—no á -la mujer—á las mujeres. Era hijo Valera de una familia distinguida; -vivía Valera con sus deudos en provincias; tenía Valera un espíritu -vivo, fino; al llegar á Madrid encontróse con un mundo nuevo para -él. Le atraía la sociedad elegante; le causaba íntima aversión la -convivencia con literatos—toscos y pobres—y con gente de mediano -pasar. Á la sociedad aristocrática pretendió incorporarse<span class="pagenum" id="Page_172">[Pg 172]</span> desde su -llegada á Madrid. Veamos cómo va sintiendo el espectáculo de la vida y -de qué manera va expresando sus anhelos y sus pesares.</p> - -<p>«Este país—escribe Valera—es un presidio rebelado. Hay poca -instrucción y menos moralidad; pero no falta ingenio natural, y sobra -desvergüenza y audacia.» Hablando de los escritores madrileños dice: -«Los que son eruditos están mal educados, son sucios y pedantes; los -que son limpios y cortesanos, tan mentecatos, que no hay medio de -poderlos aguantar.» «Con resignación—escribe—me propongo soportar el -trato de los pedantes del Café del Príncipe, y las cosas primitivas de -mi patria, y la presunción estúpida de sus hombres de Estado, filósofos -y sabios.» En la tertulia literaria del café del Príncipe «reina la -mayor franqueza y españolismo, esto es, el más exquisito mal tono y la -peor educación posible». No hay en España mas que mediocres prosistas é -insignificantes pensadores. «El único economista que tenemos es Flórez -Estrada; el único filósofo, Balmes, y ambos no pasan de medianos.»</p> - -<p>En este ambiente social se veía Valera: se veía pobre, sin medios de -fortuna, sin elementos que le hicieran dejar este ambiente de grosería -y vulgaridad para vivir entre la gente aristocrática, selecta, rica. -Su obsesión á lo largo de todas sus primeras cartas es el dinero. El -estudio literario considéralo Valera como su «mayor deseo, después del -de tener dinero». «Mis necesidades son grandes, mis gustos por el lujo -y el bienestar, y mis recursos extremadamente escasos.» «Harto conozco -que<span class="pagenum" id="Page_173">[Pg 173]</span> debiera ingeniarme y buscar un medio de ganar dinero, pero aún -no he hecho nada con este fin; sigo, sin embargo, emborronando papel, -pero nada me satisface.» «Si algo me impacienta es la pobreza. Por -eso me quiero meter, por el pronto, á autor dramático. Es el medio -más corto de obtener cien duros al mes, que es cuanto deseo para -vivir holgadamente.» Ingresa Valera en la carrera diplomática; el -contraste entre su medianía y el lujo que le rodea acentúase de un modo -angustioso. Su anhelo es la conquista del bienestar; aspira á vivir en -un medio de refinamiento y cortesanía.</p> - -<p>En el espectáculo de la vida le atraen las mujeres. Su sensibilidad -meridional se siente voluptuosamente conmovida ante la belleza femenil. -Hay en sus cartas multitud de pasajes referentes al amor sensual y -tangible. Á sus deudos más íntimos no se recata en hacer alusiones -sobre la materia. En la primera carta de la colección habla á su madre -de sus cortejos á una dama casada. Le anima con miradas y palabras esta -señora, y él escribe á su madre: «Con todos estos avances, ya se puede -usted figurar que yo no estaría muy pacífico, así es que hubo pisotones -y miradas lánguidas; me ofreció la casa, me dijo que fuera á visitarla, -que todo el día estaba sola, y también puso en mi noticia la hora en -que salía, dónde iba á pasear y cuándo acostumbraba estar fuera de casa -su digno consorte». Á su misma madre cuenta también otro chichisveo -con otra señora también casada: «La niña se reía mucho de todo esto. -Yo la he prometido llevarla á Nápoles sin hacerle nada por el camino<span class="pagenum" id="Page_174">[Pg 174]</span> -que ofenda su honestidad». De la coima de un amigo suyo habla asimismo -Valera á su propia hermana: «El señor Andrade se ha hecho grande amigo -mío, me ha confiado la historia de sus amores con la <em>prima donna</em> -del teatro San Fernando, y el otro día me decía que quisiera la viese -yo desnuda para que admirase lo acabado de sus formas, lo que hace que -ella nunca lleve corsé». En Petersburgo, un día, tal impresión le causa -una mujer alta, gallarda, de labios encendidos, «respirando orgullo, -energía y lujuria á la vez», que queda «atortolado», tropieza con el -estribo de un coche y resbala en el hielo de una manera absurda y -cómica.</p> - -<p>Notables son, por lo pintorescos, los pasajes en que Valera cuenta -sus amores, en Petersburgo, con la actriz francesa Magdalena Brohan. -Durante una larga temporada complacióse la comedianta en excitar -diabólicamente al español; desesperábase éste; no acabó de entregarse -nunca la francesa. «Me estrechó en sus brazos—escribe Valera—y unió -y apretó su boca á la mía, y me mordió la lengua y el pescuezo, y me -besó mil veces los ojos, y me acarició y enredó el pelo con sus lindas -manos, diciendo que tenía reflejos azules y que estaba enamorada de -mi pelo; y me quería poner los besos en el alma, según lo íntima y -estrechamente que me los ponía dentro de la boca, y nos respirábamos -el aliento, sorbiendo para adentro muy unidos, como si quisiéramos -confundirnos y unimismarnos.» Tal escena se repitió muchos días. -Exasperado Valera, dió un formidable empellón<span class="pagenum" id="Page_175">[Pg 175]</span> una vez á la actriz; -no pudo, sin embargo, pasar adelante en sus amores. Profundamente -hechizaban á Valera las mujeres. «Esta afición mía á las faldas es -terrible»—escribe nuestro autor.</p> - -<p>Completemos los datos anteriores con otros varios; estas nuevas citas -acabarán de definir la idiosincrasia literaria de Valera. «El mundo, -al fin, no es una cosa tan mala»—escribe nuestro autor haciendo -profesión de optimismo. «Ya conocerá usted—escribe á su padre—que, -á pesar de mi liberalismo filosófico, soy aficionadísimo á la gente -de alto copete, y tanto, que me aflige y entristece la de mal tono.» -«Yo me siento incapaz de ser dogmático en mis opiniones filosóficas; -ando siempre saltando del pro al contra, y dudando y especulando, sin -atreverme á seguir doctrina alguna.» No transcribamos más. Realizó -don Juan Valera durante cuarenta años una copiosa labor literaria; -ideó novelas, compuso poesías, escribió multitud de ensayos críticos. -Fué siempre Valera el mismo que escribía estas cartas de 1847. En -1902, á los setenta y seis años, escribía Valera lo siguiente en la -introducción á su <em>Florilegio de Poesías Castellanas</em>: «¿Por qué -hemos de desdeñar ó estimar sólo como chiste ó agudeza de ingenio lo -que inventa Campoamor filosofando, y hemos de tomar tan por lo serio, -pongamos por caso, á Krause, Schopenhaüer ó Nietzsche?» Era esto -parangonar las mediocres abstracciones de Campoamor con los estudios de -Nietzsche y Schopenhaüer. En el mismo trabajo habla Valera livianamente -de las doctrinas evolucionistas; por la misma época trataba<span class="pagenum" id="Page_176">[Pg 176]</span> -festivamente—al hacer la crítica de un libro de Pompeyo Gener—las -concepciones de Nietzsche. Fué Valera en sus últimos tiempos, toda su -vida, el mismo de sus primeros años. Tuvo ingenio, donosura, erudición -vasta; le faltó poesía, emoción, idealidad. Un artista que hondamente -ame la belleza nos expresará en sus primeros años sus anhelos, sus -angustias, sus esperanzas por realizar la bella obra de arte. Valera, -pobre, desconocido, principiante, el ansia que siente es la de poder -figurar en la sociedad elegante, la de convivir con la gente cortesana -y mundana, la de ser rico y vivir bien. «Soy aficionadísimo á la gente -de alto copete, y tanto, que me aflige y entristece la de mal tono.» -La Humanidad, para Valera, es esa gente de buen tono. No fué nunca -Valera poeta; no llegó nunca en sus obras á hacer sentir la emoción del -dolor y de lo trágico. Mariposeó sobre todo como un discreto y amable -hombre de mundo. Á un lado están los artistas de la laya de un Carlyle, -de un Flaubert y de un Leopardi; los artistas inquietos, tormentosos, -obsesionados por la Idea. Á otro lado se hallan los escritores -amenos, agradables, áticos, irónicos. Sólo los primeros son grandes y -perdurables. Han sentido y hacen sentir. Han amado y hacen amar. Han -sido poetas y hacen soñar.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_177">[Pg 177]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="GABRIEL_ALOMAR">GABRIEL ALOMAR</h2> -</div> - - -<p>Gabriel Alomar se encuentra desde hace algunos días en Madrid. -Antagonistas de Alomar en política, no le regateamos la -admiración—sincera y cordial—para su claro talento, su vasta cultura, -la impetuosidad y elegancia de su estro lírico. Enviamos nuestro saludo -al compañero en tareas literarias; algo queremos decir en estas líneas -respecto á su obra literaria. Gabriel Alomar es, á la hora presente, -una de las personalidades con más fuerte vigor representativo de la -intelectualidad española; si su nombre en tierras castellanas, entre el -público castellano, es poco conocido, débese á que Alomar ha escrito en -lengua catalana casi todos sus libros; periodista militante, en catalán -pergeña también sus múltiples artículos. ¿Cuántos son los hombres de -letras, los periodistas, los aficionados á libros que en Castilla, es -decir, fuera de Cataluña, siguen atentamente el movimiento literario -catalán? ¿Cuántos libros catalanes vemos en Madrid en los escaparates -de los libreros? Deplorable se nos antoja este desconocimiento en<span class="pagenum" id="Page_178">[Pg 178]</span> -Castilla de los libros catalanes; no mandan tampoco sus libros los -autores catalanes á los críticos castellanos. Aparte de esto, si -los mandaran—podrán argüir nuestros colegas de Cataluña—; si los -mandaran, ¿se hablaría de ellos en nuestros periódicos? ¿Se hablaría de -ellos con frecuencia, con interés, con efusión, con cordialidad?</p> - -<p>En sus recientes <em>Estudios de literatura catalana</em>, Manuel de -Montolíu ha escrito lo siguiente hablando de Alomar: «Alomar es, sin -duda, el más intenso y el más enérgico condensador del idealismo -moderno en nuestra Cataluña». La afirmación del crítico es exacta; -Gabriel Alomar sintetiza en su obra el más puro idealismo, basado en -el más profundo y escrupuloso sentido de la realidad. Su obra—joven -todavía Alomar—no es muy extensa; tiene, sí, una peregrina intensidad. -Ha publicado nuestro autor un largo ensayo titulado <em>Futurismo</em>; -ha trazado una hermosa glosa del <em>Quijote</em>; en las revistas ha -publicado también diversos trabajos (como el aparecido recientemente en -<em>La Lectura</em>, originalísimo, con el título de <em>Logometría</em>); -en un volumen, <em>La columna de foc</em>, ha reunido sus poesías -líricas; finalmente, en periódicos barceloneses, como <em>El Poble -Català</em>, <em>La Campana de Gracia</em> y <em>La Esquella de la -Torratxa</em>, ha desparramado multitud de artículos sobre palpitantes -cuestiones sociales y literarias. Siguiendo la labor de Alomar en -periódicos y revistas se descubren, ante todo, en el autor dos -cualidades dominantes: una gran originalidad y una vastísima erudición. -Alomar, crítico, es un disociador<span class="pagenum" id="Page_179">[Pg 179]</span> formidable; lejos de aceptar los -valores hechos, tradicionales, Alomar va examinándolos á una luz -nueva, contrastándolos, descomponiéndolos, para ver si realmente se -ajustan á la idea recibida ó si es preciso apartarlos de su concepto -secular, sancionado. Algunas veces, al tratar de obras literarias -castellanas, leíamos con vivo interés el sutil análisis que el autor -hacía de autores que entre nosotros no han alcanzado todavía su -verdadera significación; sirva de ejemplo su intento—tan laudable—de -rehabilitar al original José de Marchena; debemos también llamar la -atención sobre su comentario, de carácter puramente psicológico, del -<em>Quijote</em>.</p> - -<p>No es posible en un breve artículo de periódico dar una idea de una -personalidad literaria compleja. Aunque orientada francamente hacia -un ideal de progreso—un ideal <em>futurista</em>—, hay en el espíritu -de nuestro autor sutilidades y complejidades de difícil expresión. -En todo artista verdadero existirá siempre una lucha íntima, más ó -menos dolorosa, entre la contemplación de la realidad tal como es -y el anhelo de ver esa misma realidad transformada con arreglo á -un ideal de progreso. Se tratará, en suma, de un combate interior -entre la delectación estética y la idea ética. Claro está que todo -nuevo ideal ético lleva implícita una nueva estética. Pero ¿cómo el -<em>futurista</em> más entusiasta logrará desprenderse de un amor, de una -simpatía (todo lo tenues que se quiera, pero al fin amor y simpatía) -por una realidad presente, cuya desaparición considera necesaria, -indispensable?<span class="pagenum" id="Page_180">[Pg 180]</span> Este ambiente de ahora, en el que nosotros vivimos, -formado por lo pretérito—la historia—y por lo actual; este ambiente -físico y moral, de hombres, de cosas, de ciudades, de paisajes, ha -de desaparecer, se ha de esfumar en el tiempo; su aniquilamiento lo -percibimos, lo vemos, lo ansiamos en aras de un ideal de justicia, de -fraternidad y de bienestar. Todo se va transformando y destruyendo en -la corriente eterna y universal de las cosas... Pensamos largamente -en nuestras soledades sobre tal fatal necesidad; imponemos á nuestra -sensibilidad de hombres nuevos tal norma. Y sin embargo—¡oh, -contraste!—, esta marcha inexorable del tiempo, este desfile eterno -hacia <em>el ideal</em>, esta corriente en busca de una verdad en que -nosotros firmemente creemos, produce en nuestro espíritu una honda -melancolía. Nuestro ideal ético—como decíamos antes—entra en pugna -con nuestro ideal estético.</p> - -<p>¿Es que con tales cosas pasamos también nosotros? ¿Es que sentimos, -con las cosas fugaces, desvanecerse también nuestro fugacísimo yo, -formado de tantos etéreos sentimientos, de tantas etéreas ideas que han -nacido de lo que nos rodea? Tal vez nuestra melancolía tenga su parte -en esta consideración de nuestra inestabilidad en medio de la corriente -eterna; pero si dentro de tres, de cuatro, de veinte siglos, nosotros, -futuristas fervientes; nosotros, enamorados fervientes del ideal, -pudiéramos resucitar en plena realización de ese ideal, seguramente -nos sentiríamos satisfechos; pero acaso habría en lo hondo de nuestro -espíritu<span class="pagenum" id="Page_181">[Pg 181]</span> una añoranza, una rememoración por estas cosas fugitivas y -frágiles de ahora en que hemos puesto nuestras esperanzas y nuestros -dolores.</p> - -<p>Leyendo las páginas consagradas por Alomar al futurismo, como -leyendo algunas de sus poesías, se percibe en nuestro artista este -espiritual é íntimo conflicto que acabamos de esbozar. Lo encontraremos -también en algunos grandes pensadores, que á la par eran delicados -artistas. En esa lucha íntima, en ese febril desasosiego perduró -Enrique Heine durante toda su vida. Si al fin un excelso compatricio -suyo—Goethe—logró alcanzar la serenidad tras ese trágico conflicto, -¿cuánto y cuán dolorosamente trabajó para alcanzarla? Y ¿hay derecho á -alcanzarla sembrando la angustia y la desesperanza en las almas que nos -rodean? ¿No valdrá más la piedad efusiva de un Francisco de Asís que la -serenidad olímpica de un Goethe?</p> - -<p>Sobre la tradición y la innovación, sobre el sentimiento del pasado y -el ansia de lo porvenir, tiene páginas Alomar en su <em>Futurismo</em> -de un caluroso estro lírico. Esas páginas, como sus poesías, traducen -el fuego interno, la inquietud de su alma de artista. Un admirable -artista—plasmador de la prosa, cincelador del verso—es Gabriel -Alomar. Señalemos cordialmente su estancia entre nosotros. De desear -sería que sus compañeros de letras en Madrid le testimoniaran -públicamente su respeto y su admiración.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_183">[Pg 183]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="UNA_ANTOLOGIA_OLVIDADA">UNA ANTOLOGÍA OLVIDADA</h2> -</div> - - -<p>Recientemente leíamos las poesías de fray Luis de León y los primeros -volúmenes de versos de Gabriel D’Annunzio. Conforme avanzábamos en la -lectura notábamos de nuevo lo que ya anteriormente habíamos observado: -el ambiente italiano que por las poesías de fray Luis circula. Á la -distancia de varios siglos, en el poeta español percibíamos algo -inefable, inconcretable, indefinible, que en el poeta italiano de -estos días respirábamos. No se trata de reminiscencias, ni de rasgos -análogos en la técnica, ni de idéntica fraseología. Podrá haber algo -de todo esto; pero hay algo más: una cierta atmósfera espiritual que -circunda por igual á uno y otro poeta. De estas afinidades se pueden -señalar muchas en las letras: un escritor español, por ejemplo, que -haya frecuentado los libros de Flaubert y que sea un temperamento -original, tendrá siempre una cierta <em>polarización intelectual</em> -pareja con la del novelista francés. No descubriréis imitaciones, ni -tal vez analogías técnicas; pero sí una dirección ideal<span class="pagenum" id="Page_184">[Pg 184]</span> idéntica y -casi imposible de expresar con palabras. Nuestro fray Luis leyó mucho -y tradujo al Petrarca y á Bembo; amaba apasionadamente á Italia; era -su espíritu—ardiente é impetuoso—similar al de un italiano del -Renacimiento. Y sobre todo esto—como el poeta moderno italiano—, -enamorado de la antigüedad clásica. ¿Qué extraño tiene que apasionado -fray Luis de la lírica y del ambiente italianos, admirador al propio -tiempo de los poetas griegos y latinos; qué extraño tiene, repetimos, -que se perciba en sus versos el hálito particular que ahora, al cabo -de cuatro siglos, percibimos en Gabriel D’Annunzio? Y, sin embargo, -á primera vista, y para nuestros pétreos y herméticos eruditos, ¡qué -extraño—y aun qué irreverente—ha de parecer este acercamiento, á -través del tiempo, de los dos tan lejanos y diversos poetas!</p> - -<p>La lectura indicada suscitó en nosotros el deseo de leer á fray Luis -en italiano, á fray Luis y á otros poetas—Boscán, Garcilaso—que con -fray Luis han ido espiritualmente á Italia en busca de orientación. -Fácilmente podíamos satisfacer nuestro deseo; al alcance de la mano -teníamos una breve antología de poetas clásicos españoles puestos en la -lengua de Petrarca. Publicó esta colección don Juan Francisco Masdeu. -Vió la luz en Roma en 1786; la estampó Luigi Perego Salvioni. Se -titula: <em xml:lang="it" lang="it">Poesie di ventidue autori spagnuoli del cinquecento</em>. El -traductor hace seguir su nombre de su calidad de <em>barcellonese</em>, -y ostenta su título de arcade. <em>Sibari Tessalicense</em> se llamaba -Masdeu entre los arcades. La antología consta de dos volúmenes,<span class="pagenum" id="Page_185">[Pg 185]</span> -publicados en el mismo año y con paginación correlativa. Veintidós -poetas, como se indica en el título, son los autores traducidos: uno -de ellos no es castellano, sino portugués: Camoens. Los poetas que -Masdeu traslada al italiano son: Alcázar, Lupercio Argensola, Bartolomé -Argensola, Balbuena, Boscán, Camoens, Cetina, Ercilla, Figueroa, Frías, -Garcilaso, Góngora, Herrera, León, Lomas Cantoral, Martín, Hurtado de -Mendoza, Quevedo, Rioja, Squilache, Lope de Vega, Villegas. Á estos -poetas añade Masdeu el nombre de San Francisco Xavier. Á San Francisco -Xavier atribuye Masdeu el célebre soneto <em>No me mueve, mi Dios, para -quererte</em>... Al final del libro lo ofrece traducido para cerrar la -antología.</p> - -<p>El traductor de nuestros poetas presenta en una página el texto -original, y en la frontera su versión italiana. Un breve prólogo -precede á las traducciones. Da también el autor noticias sucintas de -cada poeta traducido. En el prólogo nos dice Masdeu que generalmente -se cree que las características de nuestros poetas son «el desorden -de la imaginación, la hinchazón en el hablar y la agudeza en los -pensamientos». (¿Por qué entonces nos dice el autor, en su noticia de -Góngora, que este poeta, en las poesías cortas y de arte menor, marchó -por el buen camino; «pero que en las demás composiciones, así líricas -como épicas y teatrales, caminó por sendas erradas, <em>afectando la -hinchazón, las agudezas y las antítesis</em>»? Pues Góngora es uno de -los capitales poetas clásicos de los que más han influído en España.) -Los poetas<span class="pagenum" id="Page_186">[Pg 186]</span> españoles—nos dice Masdeu—no son hinchados ni caóticos. -Son esos rumores infundados; los han hecho correr, «desde el siglo -pasado, los enemigos de las armas de España». Para demostrar la -falsedad de tales especies, lo mejor que le ha parecido á Masdeu es -poner en italiano á los dichos poetas. No ha dudado en hacerlo. Doce -años atrás tradujo también á la lengua del Dante el <em>Aljedrez</em>, de -Jerónimo Vida. Los «efemeridistas romanos» censuraron su traducción; -de ella dijeron que estaba escrita con «spagnuola patavinità». -Afortunadamente, otros cultos italianos intervinieron en la contienda y -defendieron cumplidamente á Masdeu.</p> - -<p>Las noticias que nuestro autor da de los poetas traducidos son breves -y casi anodinas. Acá y allá se encuentra de raro en raro algún -rasgo interesante. De Alcázar elogia Masdeu «la delicadeza de sus -epigramas y demás poesías cortas». Las tragedias de Lupercio Leonardo -Argensola le parecen que «tienen varios defectos notables, pero que -son mucho mejores que todas las demás tragedias del siglo décimosexto -de franceses, ingleses é italianos». Al mérito de Balbuena «no ha -correspondido la fama ni el concepto que suelen tener de él los mismos -españoles»; su poema épico el <em>Bernardo</em> es «el mejor tal vez que -se haya hecho en lengua castellana». (Luego veremos que, decididamente, -el primero es <em>La Araucana</em>; y con esto está en lo cierto Masdeu.) -Las poesías de Boscán son «ingeniosas y elegantes y deben estimarse -mucho, porque sirvieron de modelo para los<span class="pagenum" id="Page_187">[Pg 187]</span> demás poetas castellanos de -aquel siglo». El poema <em>La Araucana</em> «es algo falto de invención -en su principal argumento», pero es admirable en lo demás; «en la -estimación de los hombres ha merecido tener el primer lugar entre los -muchos poemas que tiene la lengua castellana». «El señor de Voltaire -hizo de él un juicio en que quiso distinguirse, según su costumbre, -por la extravagancia. Dice que el razonamiento de Colocolo á los -indios araucanos es <em>infinitamente mejor</em> que el que hizo Néstor -á los capitanes griegos en la <em>Iliada</em>, de Homero; pero que en -lo restante de la obra de Ercilla <em>no hay otra cosa buena</em>. -Son dos extremos dignos igualmente de censura.» Góngora fué el que, -por distinguirse, introdujo en España «la corrupción de Italia». -Enemigos de la nueva manera fueron «Bartolomé Leonardo de Argensola, -Francisco de Quevedo, y aun Lope de Vega, á quien, sin embargo, algunos -extranjeros, ó por grosera ignorancia, ó por echar sus cabras al -corral de otro, atribuyen la introducción del mal gusto». Las poesías -de fray Luis «son muy estimadas por su llaneza, sublimidad, y, sobre -todo, por la lindura y propiedad del lenguaje». Hurtado de Mendoza -«en medio de sus grandes ocupaciones literarias y políticas y de su -extraordinaria fealdad de rostro, vivió muy dedicado á los amores, -que le ocasionaron muy graves disgustos, singularmente en Roma. Esta -ardiente pasión de Mendoza nos ha privado de la mayor y mejor parte de -sus poesías, las cuales hasta ahora no se han impreso por su sobrada -indecencia». Lope de Vega escribió copiosísimamente;<span class="pagenum" id="Page_188">[Pg 188]</span> á pesar de tal -abundancia, «sus poesías líricas y pastoriles son casi todas de buen -gusto. Sólo pudo pegársele en Nápoles un poco de la corrupción poética -del <em>seiscientos</em>, que era ya común y antigua en Italia». Donde -claudicó Lope fué en sus obras épicas y teatrales. «Fuera de muy pocas -comedias perfectas, todas las demás, aunque llenas de mil preciosidades -(de que han robado todas las naciones), son defectuosas.» Conocíalo el -mismo Lope: excusábase diciendo que lo hacía por agradar al público, -«y, sobre todo, á las mujeres, que son las árbitras del teatro». -(Tomen nota los autores dramáticos de hogaño.) «Los mayores poetas de -Europa han tenido la misma flaqueza. Molière, muchas veces, no tanto -atendió á las reglas cuanto al designio de Luis XIV de divertir al -pueblo. Shakespeare ha caído con frecuencia en excesos increíbles para -seguir el gusto de su nación. Metastasio ha hecho de propósito varios -monstruos deliciosísimos para dar gusto á las gentes. Es muy conforme -á la flaqueza humana el buscar el aplauso popular, aunque sea luchando -contra la propia razón.»</p> - -<p>En los fragmentos de Boscán que Masdeu copia en castellano, para -traducirlos, suprime, dejándolos en blanco, numerosos versos; de -esos versos sólo conserva la palabra final. Lo mismo hace con otros -fragmentos de Bembo, en que Boscán se ha inspirado y que nuestro autor -cita en nota. La razón que da Masdeu es que de estampar esos versos -suprimidos pudiera con ello «ofenderse la modestia». No nos parece -que, caso<span class="pagenum" id="Page_189">[Pg 189]</span> de haber ofensa, fuera precisamente la <em>modestia</em> la -ofendida.</p> - -<p>Menéndez y Pelayo, en el prólogo á su <em>Antología de poetas líricos -castellanos</em>, habla de algunas antologías análogas á esta de don -Juan Francisco Masdeu; pero no cita la de nuestro autor. Menciona -Menéndez y Pelayo las traducciones francesas de Maury y las italianas -de Conti. ¿Por qué no tener un recuerdo para esta empresa simpática de -Masdeu? Hablando de Conti, escribe el erudito montañés: «Puso en lengua -toscana, con singular elegancia y armonía, muchas obras de Boscán, -Garcilaso, fray Luis de León, Herrera, los Argensola y otros poetas -clásicos nuestros». Por lo que respecta al arte de traductor de Conti, -pueden verse en la antología de Masdeu las notas dedicadas á poner de -relieve las infidelidades é inexactitudes de Conti en su traducción de -Garcilaso.</p> - -<p>Otro gran erudito se ha olvidado también del libro de Masdeu; aludimos -al querido maestro Foulché-Delbosc. El director de la <em xml:lang="fr" lang="fr">Revue -Hispanique</em> no cita á Masdeu en su <em>Bibliografía de Góngora</em>. -No pretende Foulché-Delbosc «disimularse ni las lagunas ni las -imperfecciones» de su trabajo. El primer libro que se menciona en dicha -bibliografía es la traducción de <em>Las Lusiadas</em>, publicada en -1580 por Gómez de Tapia; figura en el volumen una poesía de Góngora; -tenía entonces el poeta cordobés diez y nueve años. Foulché-Delbosc -va citando luego, tanto todas las ediciones de Góngora como aquellos -libros en que figuran, por varios títulos, composiciones suyas. De -estos últimos<span class="pagenum" id="Page_190">[Pg 190]</span> son, por ejemplo, algunas biografías de Cervantes (la -de Pellicer, la de Navarrete); la <em>Agudeza y arte de ingenio</em>, de -Gracián; el primer número de <em>El Criticón</em>, de Gallardo (en que -se transcriben dos poesías del vate cordobés); la citada <em>Espagne -poétique</em>, de Maury... La mención de la antología de Masdeu (con dos -canciones de Góngora) era, como se ve, oportuna. Merece ser recordada -esta colección estimable formada por un hombre que sentía vivo amor -á su país y que procuraba estimar y juzgar las cosas de su país con -cierto sentido de reserva y de crítica, no reñido con el más acendrado -patriotismo.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_191">[Pg 191]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="PIFERRER_Y_LOS_CLASICOS">PIFERRER Y LOS CLÁSICOS</h2> -</div> - - -<p>Pablo Piferrer vivió treinta años. Nació en 1818; murió en 1848. -Escribió el tomo de Mallorca que figura en la colección de <em>Recuerdos -y bellezas de España</em>; fué poeta. En la breve antología formada por -Menéndez y Pelayo, y que lleva el título de <em>Las cien mejores poesías -líricas de la lengua castellana</em>, figura un poemita de Piferrer; -ninguna de las poesías de esa colección más delicada, más fina, más -emocionadora que la del poeta catalán. Fué corta la vida de Piferrer; -seguramente hubiera llegado, de vivir más, á ser un gran artista. -Con lo que escribió merece desde luego un lugar distinguido en la -literatura española. En los manuales de historia literaria se menciona -ligeramente á Piferrer; más ancho espacio merece quien supo ser -delicado y original poeta y crítico agudo de los clásicos castellanos.</p> - -<p>La crítica de los escritores antiguos la hizo Piferrer en una -colección de trozos escogidos por él. Publicóse el libro en 1846 en -Barcelona; se estampó en la imprenta de Tomás Gorchs. Se titula la<span class="pagenum" id="Page_192">[Pg 192]</span> -antología de Piferrer: <em>Clásicos españoles: colección de trozos de -nuestros autores antiguos y modernos que pueden servir de muestra -para la lectura y el análisis en el curso de retórica</em>. Menéndez -y Pelayo, en su semblanza de Milá y Fontanals, dice hablando de -Piferrer que «fué un maestro de la lengua y de la crítica en su -libro <em>Clásicos españoles</em>». Nuestro autor recoge en su libro -fragmentos de diez autores; son éstos: Hurtado de Mendoza, Granada, -León, Mariana, Cervantes, Jovellanos, Capmany, Moratín, Quintana y -Martínez de la Rosa. Al final de muchos de los trozos citados, Piferrer -hace unas breves observaciones de carácter crítico y psicológico. -Amaba apasionadamente los clásicos nuestro autor; estudiaba—y -escribía—escrupulosamente el idioma castellano.</p> - -<p>«La experiencia de una larga enseñanza» dice él en la advertencia -preliminar de su libro que le ha hecho ver la necesidad de hacer -practicar los clásicos á los jóvenes estudiantes. Sólo estudiando -prácticamente los autores antiguos podrá conocerse y «aprenderse» su -secreto; es el secreto de los clásicos «cierta trabazón ingeniosa y -espontánea de los miembros, una plenitud en el número y una redondez -en la proporción de su forma general, que ha venido á ser peculiar de -España y distintivo de las mejores épocas de nuestra literatura». Por -esta manifestación, y por la orientación toda de la obra de nuestro -autor, se ve que Piferrer era entusiasta del castellano elegante, -levantado, elocuente. Más abajo veremos cómo su crítica,<span class="pagenum" id="Page_193">[Pg 193]</span> al llegar al -estilo de Santa Teresa, se muestra reservada y formula censuras en que -se descubren las preferencias íntimas del colector.</p> - -<p>Los <em>Clásicos españoles</em> llevan al frente una extensa noticia -histórica. No otra cosa es esta introducción que una sucinta historia -de la literatura española. En siete épocas divide Piferrer la historia -literaria de España. La primera comprende desde el siglo <span class="allsmcap">X</span> á -principios del <span class="allsmcap">XIII</span>. La segunda, desde el siglo <span class="allsmcap">XIII</span> -á principios del <span class="allsmcap">XV</span>. La tercera, desde el <span class="allsmcap">XV</span> hasta el -<span class="allsmcap">XVI</span>. La cuarta abarca el reinado de Carlos I, ó sea desde el -principio del siglo <span class="allsmcap">XVI</span> hasta el año 1556. La quinta comprende -desde el último tercio del siglo <span class="allsmcap">XVI</span> hasta el año de 1620, -esto es, los reinados de Felipe II y de Felipe III. La sexta, desde -el segundo tercio del siglo <span class="allsmcap">XVII</span> hasta más de la mitad del -<span class="allsmcap">XVIII</span>, ó sea los reinados de Felipe IV y Carlos II, Felipe V -y Fernando VI. La séptima, desde el reinado de Carlos III—1759—hasta -nuestros días. La primera época está caracterizada por el <em>Poema del -Cid</em>. En la segunda figuran Gonzalo de Berceo, Juan Lorenzo Segura, -López de Ayala. En la tercera, el arcipreste Martínez de Toledo, Juan -de Mena, el Tostado, Santillana, Diego de Valera, Alfonso de la Torre. -En la cuarta, Pérez de Oliva, Guevara, Villalobos, Juan de Ávila, -Morales, Gil Polo. En la quinta, Hurtado de Mendoza, fray Luis de -Granada, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Mateo Alemán, -Mariana, Lope de Vega, Cervantes. En la sexta, Quevedo, Gracián, -Saavedra Fajardo, Solís, Melo, Moncada, En la séptima,<span class="pagenum" id="Page_194">[Pg 194]</span> Feijóo, Isla, -Jovellanos, Moratín, Larra.</p> - -<p>No hemos citado todos los autores que examina nuestro autor. La crítica -de Piferrer es perspicaz, aguda; de cuando en cuando encontramos rasgos -de verdadera originalidad. En la cuarta época, la lengua castellana -osténtase «ya formada, con índole peculiar suya, copiosa en modos -de decir vivos y rápidos, suelta en giros». Dos hechos capitales -contribuyeron al engrandecimiento del idioma: el estudio de la -antigüedad clásica y la influencia de Italia. «Mas uno y otro vinieron -á punto de ser en vano y en parte dañosos, así por el exclusivismo -escolástico á favor de la lengua latina, el cual llegó á lo sumo, -como por el sesgo muelle é imitador por donde echó nuestra literatura -durante una temporada.» Apuntaremos algunas de las observaciones de -Piferrer al hablar de los principales clásicos. Con los escritos de -fray Luis de Granada «comenzó la España á leer repartido el pensamiento -en aquella serie de cláusulas llenas, sonoras y rotundas, y ciertamente -de entonces ha de datar la elegancia de este arte». «El carácter -dominante del maestro Granada es la declamación.» (Más adelante, en -el examen de la época sexta, habla Piferrer también de «los tonos -retóricos y en demasía declamatorios del maestro Granada».) Á veces -Granada—debido á su «extremada facilidad»—adolece de «prolijidad, -uniformidad y languidez». «Pocas veces deja de emplearse en las obras -de Granada el tono oratorio.» Santa Teresa de Jesús «es una excepción -entre los escritores que forman la escuela de Granada».<span class="pagenum" id="Page_195">[Pg 195]</span> No puede -señalarse la prosa de Santa Teresa como un modelo de estilo. Hay en -ella calor y vehemencia; pero de la misma facilidad y espontaneidad -con que Santa Teresa escribe «dimanan incorrecciones, repeticiones -frecuentes, algún desorden y el romper de repente el hilo de la -oración, como también alguna llaneza demasiada». La historia de Mariana -«no será nunca citada como historia filosófica»; será, sí, tenida «como -una obra clásica de estilo».</p> - -<p>Aun siendo brillante y fácil la versificación de Lope, «la literatura -hubiera reportado no escaso provecho de que se hubiese valido para -algunas comedias de aquella prosa tan corriente y llena de firmeza y -gallardía de su obra dramática <em>La Dorotea</em>». Cervantes pintó -por primera vez «con toques graduados y exactos». Lo cotidiano y lo -excelso se expresa en su obra; «y el todo se enlazaba con una armonía -general, en que estaban muy en su punto las poblaciones, el verdor de -los árboles, la soledad de los barrancos, las corrientes deleitosas, -el espacio henchido de luz y de aire». Cervantes posee «sentimiento»; -por el sentimiento llega á la «esencia de las cosas». «Por esto hieren -con tanta fuerza la imaginación todas sus pinturas de la Naturaleza». -«No á otra cosa, sin duda, hay que atribuir su colorido del paisaje, -tan fresco, tan luminoso y tan inundado de aire y de vida.» (Admirables -son, en efecto, de una maravillosa—é indefinible—sugestividad, los -breves, etéreos apuntes de paisaje que de cuando en cuando aparecen -en las páginas del <em>Quijote</em>.) Quevedo<span class="pagenum" id="Page_196">[Pg 196]</span> no tiene «la ironía fina -y apacible» de Cervantes. «Como quiera que sea—dice el autor después -de elogiar á Quevedo—, la profundidad de su juicio, su conocimiento -del corazón humano, su espíritu de observación, no pudieron hacerle -superior á su época.» Jovellanos «sintió como pocos la verdadera -belleza»; «anticipándose á los tiempos futuros, adivinó en fuerza de -ese sentimiento estético los principios que ahora han cambiado la -faz de la literatura y del arte». «Ni tan sólo los adivinó, sino que -su mirada penetró en las más de las particularidades y en la misma -nomenclatura, hasta el punto de legar á la posteridad, claras y fijas, -las ideas fundamentales y parte de los procedimientos de la escuela -moderna.»</p> - -<p>«Así como en Martínez de la Rosa y en Quintana remata la serie de -escritores que restauraron la literatura, don Mariano José de Larra -encabeza otra mucho más fecunda, y en cierto modo representa la -época nueva que va discurriendo.» (Note el lector lo de <em>mucho -más fecunda</em>.) La frase de Larra es la que hoy cuadra á las -plumas españolas. «¿Y no marcan también otro período aquella -aparente desigualdad, aquella viveza, aquel desasosiego que tanto lo -desasemejan, no sólo del sesgo majestuoso de nuestros clásicos, sino -aun de la sátira de Quevedo?» (Excelente visión crítica; atinadísima. -No olvide el lector que estamos en 1846.) Los artículos literarios, -políticos y de costumbres de Larra, «sin disputa, han sido lo más -profundo que durante los primeros años de este turbulento período llenó -las páginas de los diarios».</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_197">[Pg 197]</span></p> - -<p>Sirva lo antedicho como ejemplo—ligerísimo—de la manera que tenía -Piferrer de ver los clásicos. Aquí se nos descubre el crítico. Cuando -releemos su <em>Canción de la primavera</em> se nos aparece el poeta; -el poeta que en sus versos sutiles y etéreos nos da una penetrante -sensación del tiempo y de las cosas que—inexorablemente—se lleva el -tiempo. Pablo Piferrer murió á los treinta años. En sus retratos le -vemos con una faz ovalada, un bigote caído y una barba encrespada y -primeriza; lleva un anchuroso, abierto y doblado cuello blanco, como -los que nos muestran en sus efigies Byron y Shelley.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_199">[Pg 199]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="JUAN_R_JIMENEZ">JUAN R. JIMÉNEZ</h2> -</div> - - -<p>Juan R. Jiménez—el delicado poeta lírico—apareció en la literatura -algo después que la generación de 1898. Pertenece á la generación que -sigue á ésta. No está trazada aún la historia de la poesía lírica en -el siglo <span class="allsmcap">XIX</span> (ni en los otros siglos); desconocemos casi en -absoluto el movimiento romántico; sabemos mucho menos—aunque está -más cerca—del período de 1850 á 1870. Pero se puede decir que si el -período romántico fué fecundo para la lírica, en cambio, el lapso -de tiempo comprendido entre las fechas citadas lo fué calamitoso en -extremo. La poesía, en ese período, registra los nombres de García -Tassara, López García, Carolina Coronado, la Avellaneda... Vivía -Zorrilla y publicaba profusamente versos, sí; pero aparte de que, á -nuestro entender, lo mejor de Zorrilla son sus primitivas colecciones, -el poeta castellano es para nosotros, más que un puro lírico, un poeta -subjetivo, <em>íntimo</em>, un orador en verso, un espléndido declamador, -un<span class="pagenum" id="Page_200">[Pg 200]</span> admirable fabricante de retórica. Los nombres estampados más arriba -no dicen, en realidad, nada. ¿Quién podrá leer hoy la <em>Oda al sol</em> -ó cualquier otra poesía de Tassara? Pues con Bernardo López García -pasa como con esos discursos de reuniones populares, dichos enfática -y caliginosamente: los aplaudimos sin escucharlos, por el tono de la -voz, por el gesto del orador; y luego, á medida que pasa el tiempo, -queda entre los recuerdos aquella soflama como una obra de elocuencia -abrumadora.</p> - -<p>De 1870 á 1890 la poesía cuenta en España con Campoamor, Núñez de Arce, -Bécquer, Ventura Ruiz Aguilera, Rosalía de Castro. No son puramente -líricos tampoco, entre estos poetas, más que Bécquer y Rosalía; algo -tiene también Ruiz Aguilera; mas no puede ser puesto en la misma línea -del poeta gallego y del sevillano. De Ferrari, Velarde, Balart, no -hablemos. En torno del libro <em>Dolores</em>, del último, se formó, -cuando apareció—en 1894—, un ambiente entusiasta de admiración; dos -largos artículos henchidos de elogios le dedicó <em>Clarín</em>. Hoy -no comprendemos la admiración de 1894 por esas mediocres, vulgares -poesías de Balart. La novela absorbe lo más principal de la energía -literaria en el período indicado; el movimiento positivista—tendencia -puramente crítica—prepara el advenimiento de una nueva literatura. El -acercamiento á la realidad que supone la novela de Galdós ha de ser -indispensable para que florezca una lírica flamante, espléndida. No -puede darse la lírica sin una base sólida, fuerte, de<span class="pagenum" id="Page_201">[Pg 201]</span> realidad. Lo que -aparece menos real en la literatura, más caprichoso, más arbitrario, -necesita un constante alimento de realidad, de vida cotidiana, de -sensaciones vividas, de detalles auténticos.</p> - -<p>La tendencia realista que se manifiesta en España de 1895 á 1900 había -de producir una renovación en la poesía. Se comenzó entonces á amar el -paisaje; se viajó por las campiñas; se estudió los viejos pueblos; se -gustaba de penetrar en las viviendas humildes y de observar la vida -menuda, prosaica, cotidiana. Y todo esto—unido á otras influencias de -orden literario—determinó un ambiente especial, algo como un hálito de -las cosas, como un reflejo antes no visto de la vida, que fué lo que la -poesía lírica recogió en sus versos. Sería preciso hacer en un estudio -detenido un examen de la influencia de Rubén Darío en la poesía moderna -española. Desde Rubén, la poesía sigue una marcha distinta de antes; -no olvidemos lo que acabamos de decir respecto al factor capital de la -dicha renovación; no olvidemos tampoco que antes que Rubén, en 1884, -Rosalía de Castro había sido la precursora de la revolución poética -realizada en la métrica y en la ideología.</p> - -<p>Rubén Darío y su grupo llevan á cabo la obra iniciada años atrás -por Rosalía de Castro. La ideología poética sufre una considerable -transformación. Hecho capital en la nueva ideología es el siguiente: -antes las imágenes, la representación de la realidad, eran de una -coherencia aparente, superficial; un poeta que hubiera pintado en -sus<span class="pagenum" id="Page_202">[Pg 202]</span> versos los rasgos capitales, pero ocultos, íntimos, de una -cosa, hubiese pasado por un extravagante; su poesía no hubiera sido -comprendida; nadie hubiera podido comprender que aquella incoherencia -aparente del poeta llevaba en sí, en lo hondo, una coherencia, una -concordia de las características, una armonía de los rasgos de las -cosas, de un valor superior, estéticamente—y psicológicamente—, á -la aparente, brillante, sonora coherencia de antaño. (Un paréntesis: -sin embargo, Góngora, en muchos de sus misteriosos sonetos nos ofrece -ejemplos de esa nueva ideología, y es ahora cuando comenzamos á -comprender y á gustar plenamente esas poesías.)</p> - -<p>Entre todos los poetas nuevos, quizá ninguno represente más agudamente -esta modalidad psicológica que Juan R. Jiménez. Ha realizado ya nuestro -poeta una extensa labor; silenciosamente, año tras año, Juan R. Jiménez -viene publicando sus volúmenes de versos. Á más de veinte ascienden los -libros de versos de Jiménez; algunos lleva publicados también en prosa; -libros en que expone sus doctrinas estéticas ó comenta sentimentalmente -la vida. El último libro de nuestro poeta se titula <em>Melancolía</em>. -Se compone todo él de breves poesías de doce versos. Pudiera creerse -que libro así ha de adolecer de monotonía; pero no hay tal; la gama -visual y emotiva del poeta es tan grande, que el lector va de una en -otra página emocionado y hechizado. De las diversas partes que componen -el libro preferimos la titulada <em>En tren</em>. Juan R. Jiménez en -sucintos cuadros nos va<span class="pagenum" id="Page_203">[Pg 203]</span> pintando el paisaje—real é ideal—de diversos -pueblos y campiñas.</p> - -<p>En estas páginas es donde se ve patentemente el procedimiento y la -ideología de la nueva lírica. Veámoslo. Subamos al tren con el poeta. -¿En qué tren? ¿Dónde? ¿Para ir á qué parte? Nada de esto sabemos. (Y ya -todo esto hubiera parecido absurdo á un poeta de 1870.) El poeta está -en el tren; junto á él se halla una mujer bella, espumeante de batistas -blancas. Una escena de amor, de pasión... «Pasa el colorismo de oro -de los pueblos.» Se ven torres con azulejos en cielos de esmalte. Las -calles se abren hacia el tren; en ellas, mujeres con un cántaro en la -cadera saludan... Se perciben sones metálicos de campanas que suenan -unas vísperas; anhelos pasajeros quedan atrás en «villas momentáneas»; -la brisa de la tarde orea las mejillas. La dama se recoge el cabello; -«en sus ojos floridos las praderas pasaban».</p> - -<p>Otra poesía. Un paredón romano, recio, de la ciudad antigua, se recorta -sobre el ocaso; una lejana luz se refleja alargada en el río que se -desliza entre alcores. De una pradera, en que surte una fuente blanca, -llega un vago olor. Tintinea una esquila. Aparece la visión de una -moza de cántaro, «ya esfumada en la noche». Y el poeta—fíjese el -lector—termina: Parece que mi corazón remueve estampas de otros días, -estampas de una Edad Media de colores abigarrados; y parece que pasan -sobre el cielo sangriento del ocaso bosques de lanzas negras y morados -pendones. (La íntima coherencia de que hemos hablado se nos aparece<span class="pagenum" id="Page_204">[Pg 204]</span> -aquí bien clara. Ciudad vetusta con sus obras romanas—entrevista -al pasar en el tren—, una moza al pie de un torreón—enlace con el -recuerdo histórico—, escenas de guerra y de leyendas que este secular -castillo evoca. No necesitamos más para comprender, para sentir. Todo -eso un poeta de hace treinta años hubiera necesitado para decirlo cien -versos. Ahora á nuestro poeta le han bastado doce).</p> - -<p>Un ejemplo más, para terminar. Una grata frescura; el tren para. -«Azoteas, campanas melancólicas, miradores con sol.» Ocaso luminoso, -vibrante. Se columbra un olivar de plata á lo lejos; aquí las rosas -asoman entre las adelfas blancas; en el cristal del río se copia -vagamente el paisaje. La arena del andén está regada. Huele á -aguardiente. Suenan cristales. Los postreros rayos del sol se reflejan -en un balcón con rosas. «Mujeres de otras partes» nos hacen soñar un -momento contemplando la melancolía de sus ojos, sus bocas encendidas. -Por un camino se aleja, con son de cascabeles, un coche azul y rojo. Se -enciende el crepúsculo. Toca una campana; una corneta suena. El tren -parte. «Unos ojos grandes se vienen en la sombra»...</p> - -<p>No podrá darse una más sugeridora idealidad basada en una más -escrupulosa y menudamente observada realidad. El acercamiento á la -vida real es—lo repetiremos—lo que ha determinado el espléndido -renacimiento de nuestra lírica y ha hecho posible un poeta tan delicado -y sutil como Juan R. Jiménez.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_205">[Pg 205]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="LAS_IDEAS_ANTIDUELISTAS">LAS IDEAS ANTIDUELISTAS</h2> -</div> - - -<p>Es interesante en grado sumo seguir á través del tiempo el incremento -de una corriente de opinión civilizadora. Ideas bienhechoras, síntomas -de civilización son, por ejemplo, los referentes al mejoramiento de las -condiciones del trabajo, al feminismo, al antialcoholismo, á la cruzada -contra el duelo, á la impugnación de las corridas de toros (esta -repugnante barbarie ahora tan en alza, gracias á los periódicos). Desde -que la idea nace, confusa y difusa, hasta que adquiere expansión y -robustez en una parte de la sociedad—por esto mismo <em>la mejor</em>—, -el camino es largo y las fuerzas y tentativas suelen ser múltiples. -Los libros que de la evolución de estas ideas hablan son instructivos; -ellos nos enseñan, palmariamente, la marcha de la humanidad; marcha -ondulante, claudicante, pero segura, hacia un fin. (Y perdonen los -adversarios del <em>finalismo</em> en sociología. Si no fuéramos, en esta -materia, finalistas, ¿qué sería de nosotros? ¿Dónde estaría nuestra fe, -y con nuestra fe nuestro consuelo, nuestro gran consuelo?)</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_206">[Pg 206]</span></p> - -<p>Entre todas las ideas más arriba citadas fijémonos en la -antiduelista. Hagamos algunas indicaciones históricas. Contribuyamos -así—modestamente— á la noble obra del barón de Albi. Lo que -expongamos no serán mas que datos sueltos que pueden ser aprovechados -para un estudio. En 1773 escribió Jovellanos su <em>Delincuente -honrado</em>; estrenóse este drama al año siguiente, en Aranjuez. El -<em>Delincuente honrado</em>, de Jovellanos, tiene como nudo de su fábula -un desafío. Se bate un personaje y mata á su contrario; queda en el -misterio quién es la persona que se ha batido con el personaje muerto. -El matador sigue haciendo su vida junto á la familia del difunto (era -antes amigo de ella). Hay más: se casa con la viuda de su amigo, de -quien él estaba enamorado. Ni ella ni su padre saben que este individuo -es el matador del esposo é hijo respectivamente. Andando el tiempo se -descubre el misterio; una terrible pena va á caer sobre el duelista; -mas se ponen en juego poderosas influencias y el rey le indulta... -Tal es el drama; luego examinaremos su doctrina. (Doctrina totalmente -opuesta á lo que Jovellanos quería demostrar.)</p> - -<p>La idea lanzada por Jovellanos va haciendo camino. En 1795 se publica -un librito titulado <em>El honor militar: causas de su origen, progresos -y decadencia</em>. Su autor es don Clemente Peñalosa y Zúñiga. Se -imprimió el volumen («con orden real») en la imprenta de Benito -Cano. Es elegante la impresión. Según la moda de últimos del siglo -<span class="allsmcap">XVIII</span>, moda francesa, premonición del romanticismo,<span class="pagenum" id="Page_207">[Pg 207]</span> el autor -finge que varios personajes se cartean; la correspondencia de dichos -corresponsales es lo que constituye el libro. En esta obrita—dedicada -á exaltar un heroísmo reflexivo, sereno—existe un capítulo dedicado -al duelo. Contra el duelo se declara terminantemente uno de los -carteantes, el principal, el que encarna el verdadero espíritu del -autor. Contra el duelo se declara aun entre militares; diremos más: -con mayor razón entre militares que entre paisanos. Las armas—dice -Peñalosa—no pueden dar ni quitar valor á las palabras; las armas -no pueden hacer que una imputación falsa sea verdadera. «¡Qué! Los -discursos y palabras de un calumniador, ¿pueden erigirse en verdades -inocentes con la punta del acero? De ese modo el vicio, la mentira, -el honor ó la infamia estarían sujetas á la suerte de un desafío, y -una sala de armas sería el santuario más augusto de la justicia.» Así -escribe nuestro autor. Hay que despreciar la opinión de las gentes -incultas ó malvadas—añade Peñalosa—; no procedamos en nuestras -decisiones sino con arreglo á nuestra conciencia; con arreglo á la -honradez, á la virtud, á la inteligencia.</p> - -<p>Uno de los personajes de este librito le reprocha á otro (militar) de -haberse batido (con otro militar). En ejemplos ilustres de la antigua -Roma apoya su argumentación; incontestable nos parece su dialéctica, -fuerte y sutil. Además—añade—, ¿quién hubiera murmurado de tí si no -te hubieras batido? «Tus generales, ¿no saben que tienes valor? ¿No -has mostrado corazón en diez y seis acciones<span class="pagenum" id="Page_208">[Pg 208]</span> que has sufrido en siete -meses?» «Pues si eres valiente con los enemigos de la patria, importa -poco que seas cobarde con un hablador.» (Objeción: ¿y cuando el militar -no ha tenido ocasión de estar en campaña? No se podrá utilizar entonces -este argumento, aunque desde luego—claro es—se le suponga valeroso. -El resto de la dialéctica del autor nos parece más convincente.)</p> - -<p>En 1806 aparece otro librito dedicado todo á combatir los desafíos. -Lleva por título: <em>Impugnación físico moral á los desafíos dedicada -á la memoria de Miguel de Cervantes.</em> (En una nota puesta en el -cuerpo del volumen, en la página 81, se nos dice que Cervantes combatió -el duelo.) El autor de este libro se esconde bajo el seudónimo de -Lúnar y hace seguir su pseudónimo de las siguientes misteriosas -iniciales: H. M. S. S. F. N. M. P. Sumamente interesante es esta -<em>Impugnación</em>; lo más completo y circunstanciado que hemos leído -sobre la materia se nos antoja. Los razonamientos del tal <em>Lúnar</em> -son de varias clases: físicos, psicológicos, morales, fisiológicos. -También el volumen está compuesto de una serie de cartas que cambian -dos personajes. ¿Cómo pudieron los autores de hace ciento ó ciento -cincuenta años exponer sus ideas sin este artificio de las cartas -sentimentales, lacrimatorias y románticas, románticas antes del -romanticismo? «¡Oh débil opinión del hombre!—exclama uno de los -corresponsales—. En su errado concepto, Pepe, es un infame el infeliz -que arrebató un pan, instigado del hambre y obedeciendo al terrible -mandato de la<span class="pagenum" id="Page_209">[Pg 209]</span> Naturaleza, y colma de alabanzas al homicida que con -ocultas insidias quitó un padre á su familia ó un ciudadano á la -patria.» «¡Cuánto asesinato con la máscara del duelo!»—exclama más -adelante.</p> - -<p>Lo verdaderamente notable en nuestro autor es la demostración -minuciosa—y científica, digámoslo así—que hace de que en los duelos -no puede haber igualdad de condiciones entre los combatientes. -<em>Desigualdad espiritual</em>: no hay igualdad entre los combatientes -porque no la hay entre sus ánimos, sus espíritus. Un ciudadano honrado, -virtuoso, no puede ir al duelo con la impavidez con que va un pillete, -ni conducirse en él con la misma serenidad. Al uno no le importa nada -de nada; al otro le sobrecoge su responsabilidad, le impone su idea -del deber, las consecuencias del acto—si fueren desgraciadas—para -los suyos, para su familia. Consecuencia: la lucha es desigual; por -lo tanto, inicua, criminal. Las páginas en que <em>Lúnar</em> hace esta -exposición de doctrina son interesantísimas; no podemos dar sino un -extracto. (Entre paréntesis: más tarde, allá por 1843, publica José -Somoza su <em>Carta sobre el desafío</em>, y en ella dice que en los -casos en que un ciudadano honrado y pobre, padre de familia, se bate -con un rico—ésta es otra desigualdad—no debiera celebrarse el duelo -sin antes asegurar, por medio de contrato, una renta ó indemnización el -combatiente rico á la familia del pobre, en el caso de que éste muera ó -quede inutilizado. Admirablemente dicho. Contundente lógica.)</p> - -<p><em>Desigualdad en las armas</em>: no puede haber<span class="pagenum" id="Page_210">[Pg 210]</span> nunca igualdad en las -armas—prosigue <em>Lúnar</em>. Tal pretensa igualdad es una ilusión. -Por muy idénticas que sean las espadas, siempre habrá una ligerísima -desigualdad entre ellas, un detalle de fabricación casi imperceptible -que hará que en un momento dado, en un instante supremo, exista una -diferencia á favor ó en contra de uno de los combatientes. Lo mismo que -de las espadas se puede decir de las pistolas. Nada más falso que la -mayor igualdad que se atribuye á esta arma. <em>Lúnar</em> se nos muestra -en esta parte de su libro como un conocedor técnico, profundo, de las -armas de combate. La misma composición química de la pólvora, por -ejemplo, puede ser motivo de desigualdad; motivo de desigualdad también -la frotación, no idéntica (y ¿cómo podría serlo?) de la bala con el -cañón. No podemos extractar esta sección del volumen de <em>Lúnar</em>: -sería necesario citarlo por entero.</p> - -<p>Y ahora, después de dejar probada la desigualdad en las condiciones del -duelo, el argumento supremo: aunque, por un milagro, se llegara á la -absoluta y perfecta paridad, ¿cómo el cambio de unas balas, el cruzarse -de dos espadas pudiera tener la eficacia de alterar los hechos? La -verdad será verdad antes del duelo y lo será después; la mentira lo -era antes y lo será después. Escribe <em>Lúnar</em>: «El que mintió, el -que infamó al prójimo, el que usurpó, es tan falsario, detractor y -usurpador antes del desafío como después de verificarlo para libertarse -de alguna de estas notas». «Un millar de combates que sostenga por -ello—agrega—no<span class="pagenum" id="Page_211">[Pg 211]</span> le añadirán una minutísima parte de razón; ni cuanta -sangre derrame ajena y propia lavará la mancha de su delito; porque no -hay fuerzas en lo humano para que no haya existido lo que una vez fué.»</p> - -<p>Digamos ahora dos palabras del <em>Delincuente honrado</em>. En realidad, -bien mirada la cosa, en el drama de Jovellanos no se combate el duelo, -pero la obra puede haber influído en la formación de la corriente -contra el duelo. Ha influído, seguramente. Las obras literarias suelen -tener una eficacia distinta de la que imagina el autor. No son, en -la generalidad de los casos, lo que el autor dice que son. Aparte de -esto, la posteridad, las generaciones y generaciones suelen ir formando -<em>la verdadera obra</em>; una obra que, siendo igual, es distinta de -como salió de la pluma del autor. Y aparte de esto—tercer aspecto de -la cuestión—, muchas veces un matiz secundario de la obra aventaja -formidablemente en eficacia y significación á la esencia, al fundamento -de ella. Y así se forma el <em>mito popular</em> de la obra de arte. La -ironía, sobre todo, sufre hondas alteraciones en literatura; se asemeja -en esto á los colores de los cuadros. La ironía suele convertirse en -sentir recto y serio, y aun en lo patético. Á tan corta distancia -de nosotros—relativamente—Homais, el de <em>Madame Bobary</em>, por -ejemplo, ya es distinto de como lo concibió Flaubert.</p> - -<p>En el <em>Delincuente honrado</em> no se condena el duelo en absoluto; -lo que se hace es justificarlo sólo cuando existe una ofensa grave -que, en virtud de las leyes del honor, obliga al desafío. No<span class="pagenum" id="Page_212">[Pg 212]</span> es -lícito el duelo en general; sí lo es cuando hay motivo grave para -ello, cuando hemos de dejar á salvo nuestro honor. Este es el -pensamiento de Jovellanos. Pero en el drama hay un personaje que -representa ideas reaccionarias y que es quien, á más de tener razón, -encarna el verdadero espíritu progresivo. Este personaje—don Simón -de Escobedo—opina y sostiene que tan culpable es el retado como el -retador; tanto el que recibe la injuria como quien la infiere. Ante -la ley todos deben ser iguales. Posición de Jovellanos: «Yo quiero -evitar por medio del duelo la manera brutal, irregular, feroz de -dirimir ó lavar una ofensa». Posición del personaje reaccionario -del drama: «Yo quiero que todas las ofensas, disensiones, injurias, -etc., se lleven ante los tribunales. Si se va al duelo, castíguese -por igual á los dos contendientes». La segunda posición (contra el -designio del autor) es más progresiva que la primera. Añadamos, para -terminar, un dato importantísimo: este paladín del honor, en el drama -de Jovellanos; este hombre tan celoso de su inmarcesibilidad; este -prototipo de caballerosidad que el autor nos ofrece como modelo, no -ha tenido inconveniente en casarse con la viuda del hombre á quien ha -muerto, ocultándole á ella y á su padre—que le creen inocente—su -acción. Él mismo lo reconoce así en un monólogo (escena VI, acto I), y -dirigiéndose á su mujer, ausente de la escena: «... Te he conseguido -por medio de un engaño». Pero ¿y el honor?</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_213">[Pg 213]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="EL_TEATRO_Y_LA_NOVELA">EL TEATRO Y LA NOVELA</h2> -</div> - - -<p>Hace algún tiempo publicamos un artículo hablando del teatro clásico -y de la novela picaresca. Desagradó aquel trabajo; encontráronlo -inconveniente los apasionados á ultranza de una tradición literaria -cerrada, dogmática. Deseamos ahora ampliar—ratificándolos—algunos -puntos de vista entonces, en la ocasión aludida, expuestos. Parece que -no se puede hablar de los clásicos con espíritu libre; es prueba tal -intransigencia de incultura. ¿Basta que sobre un autor haya pasado el -tiempo—dos, tres, cuatro siglos—para que sea considerado intangible? -Hoy podemos hablar cuanto nos plazca de un escritor contemporáneo -nuestro; podemos decir: «No me gusta Echegaray, no me gusta Alarcón, -no me gusta Núñez de Arce». Pero no podemos decir: «Me desagrada -Calderón, me desagrada Quevedo; me desagrada Solís». Si lo decimos, -la indignación de los austeros varones que parecen tener en depósito -la tradición; la indignación, el sarcasmo y la burla de estos señores -serán con nosotros. Sin embargo, ¿por qué no<span class="pagenum" id="Page_214">[Pg 214]</span> admitir en esta materia -el espíritu de tolerancia, de diversidad de gustos que reina en otras? -¿Por qué si podemos decir que no nos gusta más un paisaje andaluz que -uno vasco—ó al revés—, no podremos afirmar que el teatro clásico no -nos place nada y en cambio nos encanta el moderno? ¿Por qué no diremos -que no nos interesa en lo más mínimo un drama de Calderón, y en cambio -nos apasiona una tragedia de Ibsen ó de D’Annunzio?</p> - -<p>Existen muchas hipocresías, muchas <em>mentiras convencionales</em> -respecto á la literatura clásica; el teatro, como género más plástico -y de relieve, ha formado en su torno mayores y más indestructibles -prejuicios. Nada más deleznable que nuestra clásica dramaturgia; -cuando se representa por acaso alguna obra (después de podada y -aliñada) fingimos experimentar un vivo placer estético. En realidad, no -experimentamos nada; si fuéramos sinceros, lo diríamos á voces. Si esa -obra se representa bien, las decoraciones, los trajes, los adminículos -escénicos nos interesarán un poco; tal vez el arcaísmo del lenguaje -nos atraiga también. Pero eso es sólo un momento y para un día; y eso -es todo ello completamente ajeno al puro placer estético. ¿Cuántos -espectadores tolerarían una serie—seis ú ocho—de representaciones -clásicas? Haced otra prueba: coged una comedia clásica, modernizad el -lenguaje y haced que los personajes vistan como nosotros, es decir, -conservando la esencia de la obra; cambiadla hasta que desaparezca -todo el arcaísmo de su forma. ¿Quién<span class="pagenum" id="Page_215">[Pg 215]</span> resistiría la representación de -una obra tal? Sin embargo, salvo lo de los trajes, eso es, en fin de -cuentas, lo que se hace con una obra de Shakespeare, que traducida -del inglés á cualquiera otra lengua vemos representada en el lenguaje -moderno. No sabemos cuántas representaciones de Lope ó de Calderón -podrían darse en francés ó en inglés; no sabemos las que se han dado -recientemente, ni en qué teatro, de <em>La estrella de Sevilla</em>, de -Lope, traducida al francés por Camille La Senne...</p> - -<p>En las cátedras, academias y en los manuales de literatura se -repiten respecto del teatro y de la novela picaresca dos ó tres -tópicos fundamentales. Uno de ellos consiste en considerar el teatro -clásico como un espejo de virtudes, como el reflejo de las grandes -cualidades del pueblo castellano, como la escuela del honor, en suma. -Nada más inconmovible que ese error. Nada más tremendamente falso -que ese juicio. El teatro—lo mismo que la novela picaresca—abunda -profusamente en desafueros, tropelías, vilezas é inmoralidades de -todo género. Basta examinar de cerca una colección de comedias para -convencerse de ello. ¿De qué manera ha podido nacer este falso concepto -respecto á la dramaturgia clásica? ¿Cuándo ha comenzado á tomar cuerpo -esta absurda idea? Sospechamos que desde el movimiento romántico -arranca tal falsa visión; entonces, en los años en que se trataba de -hacer resurgir un pasado—más ó menos convencional—, surgió, se fué -formando, fué cristalizando la idea del teatro clásico espejo<span class="pagenum" id="Page_216">[Pg 216]</span> del -honor. Revistió en España el romanticismo caracteres particulares; no -revistió caracteres hondamente realistas, como en Francia (en oposición -á la <em>idealización clásica</em>); tendencia fantaseadora más que -realista, enamorada más de un pasado legendario que de una realidad -viva, mezclada de cómico y de trágico, el romanticismo español había -de mirar forzosamente el teatro clásico en sus apariencias y no en su -íntima, profunda verdad. De entonces arranca el prejuicio, hoy tan -arraigado en los medios universitarios y académicos.</p> - -<p>Pero no han faltado en España críticos que hayan señalado el verdadero -carácter de la dramaturgia clásica; ya en 1737 lo hacía Luzán en su -<em>Poética</em>; casi un siglo más tarde, en 1820, lo hacía también -Marchena en el prólogo de sus <em>Lecciones de filosofía moral</em>. -Algunas veces hemos tenido nosotros curiosidad en ir registrando, á -lo largo de nuestras lecturas de los dramaturgos, las tropelías y -desafueros cometidos por los personajes de las comedias antiguas. No -es raro en ellas, por ejemplo, que un galán deshonre á su dama y la -abandone luego; tampoco que la apalee, dejándola sola en el campo, una -vez logrado su propósito. La mentira, el enlabio y las trapacerías son -cosas frecuentísimas entre aquellos gentiles hidalgos.</p> - -<p>No hay nadie que no encubra una incorrección bajo las más floridas y -retumbantes palabras. El caso que hemos citado de una dama apaleada y -abandonada en las soledades de la campiña pertenece—si no recordamos -mal—á <em>La romera de<span class="pagenum" id="Page_217">[Pg 217]</span> Santiago</em>, de Vélez de Guevara. Hablando -de <em>El príncipe perfecto</em> (nada menos que <em>perfecto</em>), de -Lope, dice Luzán: «No me parece que se pueda imaginar idea de príncipe -más baja ni más indigna de la que allí se propone en la persona del -príncipe don Juan». Hablando luego de <em>Las travesuras de Pantoja</em> -y de <em>En el mayor imposible nadie pierda la esperanza</em>, las dos -de Moreto, escribe también Luzán: «Son una escuela de crueldad, de -venganza y de falso valor». Y el mismo juicio severo expone el crítico -sobre otras muchas. Merece ser leída detenidamente esa parte de la -<em>Poética</em>, de Luzán.</p> - -<p>Más tarde, en 1820, Marchena abunda en las mismas ideas. Ejemplos -interesantes de comedias inmorales cita también. «Adolecen casi todos -nuestros poetas dramáticos—escribe—del defecto capital de no retratar -nunca un carácter verdaderamente virtuoso.» «Si miramos como escuela -de moral la escena—dice más adelante—, apenas se hallará otra que -más influya para estragar un pueblo que la española.» Exacto es ese -juicio. Y no hablemos del concepto fundamental del honor expuesto -por aquellos dramaturgos; concepto fundado en una desapoderada -ansia de derramamiento de sangre. Todo esto en cuanto á la ética; -si examináramos ahora la estética y la técnica, veríamos también -que ese teatro no puede decirnos nada (salvo alguna excepción) á -cuantos deseamos una dramaturgia fundada en la observación y en la -verdad. Nuestra antigua dramática reposa toda en la casualidad, en la -inverosimilitud; pedimos<span class="pagenum" id="Page_218">[Pg 218]</span> ahora lógica, <em>necesidad</em>, idealidad que -se apoye en una base de sólido realismo.</p> - -<p>La misma falta de verosimilitud y de lógica, en la novela picaresca. -El pretendido realismo de la novela picaresca no es mas que una -deformación de la realidad. Realismo es reflejo exacto, escrupuloso, -sincero de la realidad, no reflejo caricaturizado, hiperbolizado, -deformado. Repásese cualquier novela picaresca y se encontrarán en ella -frecuentemente lances inverosímiles, absurdos. Inverosímil en <em>El -Lazarillo</em>, por ejemplo, el episodio de la llave que el mozuelo -guardaba en la boca mientras dormía (en la aventura de Maqueda); -inverosímil, el lance del jarrillo de vino con un agujerito tapado con -cera. Inverosímil casi todo <em>El Celoso Extremeño</em>, de Cervantes -(es decir, si no en lo fundamental, que puede ser histórico, en su -trama). Inverosímiles, monstruosamente inverosímiles, casi todos los -incidentes de <em>El Gran Tacaño</em>, de Quevedo.</p> - -<p>¿Qué pensar de una sociedad que no supo ver la realidad, como la -sociedad española del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>; que no se colocó nunca, -literariamente, nunca ó pocas veces, por excepción, en un terreno -de observación sincera, escrupulosa, de amor cordial y humano á la -realidad, á la vida? Hay excepciones, sí; pero ¿no es ésta, la marcada, -la norma psicológica, ideológica, general? Y ahora, para terminar, -añadamos que, al hacer la crítica del teatro citando textos de Luzán, -no nos colocamos en el punto de vista de los estéticos afrancesados -del siglo <span class="allsmcap">XVII</span>; compartimos con ellos la crítica,<span class="pagenum" id="Page_219">[Pg 219]</span> pero -divergimos en la aspiración ideal. Aceptamos su reiterada condenación -de la inverosimilitud y de lo absurdo; pero sobre una base de realidad, -de minuciosa observación, queremos un impulso lírico, una libertad -intelectual, una independencia estética, una rebeldía á toda regla y á -todo canon que ellos no concebían.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_221">[Pg 221]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="MAS_DEL_TEATRO_CLASICO_CASTELLANO">MÁS DEL TEATRO CLÁSICO CASTELLANO</h2> -</div> - - -<h3 class="p2">I</h3> - -<p>Perdone el querido amigo Ricardo J. Catarineu—tan bondadoso y leal -compañero—el que no nos hayamos hecho cargo antes, mucho antes, -según nuestro deseo, de su artículo en defensa del teatro clásico -castellano. Lo hacemos ahora; con placer aprovechamos cuantas ocasiones -se nos presentan para afirmar nuestros puntos de vista críticos. ¿De -cuándo arrancan las falsas ideas—falsas, en nuestro entender—que se -tienen sobre el mencionado teatro? En dos grupos podemos clasificar -esas preocupaciones respecto á la vieja dramaturgia; se refieren -unas al valor <em>moral</em> de tal teatro; otras corresponden á su -valor estético. Poco á poco, durante la segunda mitad del siglo -<span class="allsmcap">XIX</span>, ha ido viéndose en el teatro clásico una «escuela del -honor» (del honor castellano, naturalmente). La<span class="pagenum" id="Page_222">[Pg 222]</span> tendencia arranca—no -es preciso decirlo—del entusiasmo que los primitivos románticos -alemanes sintieron por ese teatro; de nuestras antiguas comedias esos -críticos hicieron—un poco frívola y atolondradamente—el dechado de -la caballerosidad y de la hidalguía. (La verdadera realidad es otra, -como veremos después.) Repercutió en nuestra casa ese entusiasmo; -seguimos desde dentro la corriente iniciada fuera; nos halagaba ese -pasado—pasado literario—que de pronto surgía esplendoroso, brillante; -los académicos, catedráticos y políticos adoptaron con entusiasmo -ese punto de vista... Y allá fueron tópicos fervorosos, hipérboles, -encarecimientos, lirismos, apóstrofes, etc., basados en la indicada -«escuela del honor», que el teatro clásico nos ofrece. Recuérdense, -entre otros trabajos, los discursos académicos de don Mariano Catalina -y de don Adelardo López de Ayala.</p> - -<p>Pero como la verdad era otra, la verdad, acá y allá, fragmentariamente, -á retazos, iba apareciendo. No es en estos días cuando el teatro -clásico ha sido juzgado del modo como nosotros—siguiendo á otros -críticos—lo juzgamos. Como argumentos de autoridad citaremos algunos -de estos juicios; pertenecen á escritores de distintas escuelas, -países y tendencias. Comencemos por Goethe. Conocida es su crítica de -<em>La hija del aire</em>, de Calderón. «Juzgar esta comedia—escribe -Goethe—es juzgar todas las del autor.» «No tiene Calderón—añade—una -manera original de ver la Naturaleza; todo en él es puramente teatral, -escénico.»<span class="pagenum" id="Page_223">[Pg 223]</span> «La inteligencia descubre fácilmente el plan; las escenas -se desenvuelven siguiendo una marcha que recuerda las piezas de -baile.» (Luego veremos cómo un crítico inglés—Jorge Meredith—ve -también en nuestro teatro clásico una especie de baile.) «Buen -procedimiento—añade Goethe—y que se encuentra en nuestras óperas -cómicas modernas.» (¿Qué dicen los casticistas oficiales? ¡Comparar -una de nuestras comedias clásicas con una ópera cómica!) «Entre las -escenas consagradas al desarrollo poético de la acción principal se -deslizan escenas intermediarias; aquí se mueven elegantes y delicadas -figuras que parecen ejecutar pasos de danza; aquí reinan la retórica, -la dialéctica, la sofística.» (Sigue la idea del bailable... y además, -la retórica, la dialéctica y la sofística.) Goethe compara luego, con -palabras profundas, á Calderón con Shakespeare; la página debe ser -leída en su integridad; algo dice el crítico de «tenebrosos prejuicios» -y de «estolidez», que, no haciendo falta para nuestra argumentación, no -debemos recoger aquí.</p> - -<p>Jorge Meredith ha hablado de nuestro teatro clásico—brevemente—en -su <em>Ensayo sobre la comedia</em>. He aquí, completo, el juicio del -crítico inglés: «El teatro español es más rico en comedias tales -como la que ha dado origen al <em>Menteur</em>, de Corneille; pero es -preciso que nos violentemos para creer que ese embustero no exagera -sus disposiciones naturales cuando amontona mentiras sobre mentiras». -(Acusación de falta de verdad, de defecto de observación exacta, -real.) «La comedia<span class="pagenum" id="Page_224">[Pg 224]</span> española—continúa el autor—está, generalmente, -construída como un esqueleto de líneas generales bien definidas, de -movimientos rápidos como los de los fantoches. Esa comedia podría -ser representada por una cuadrilla de danzarines, y el recuerdo que -nos queda de su lectura es, en suma, el de una agitación de pies que -bailan.» (No decía otra cosa Goethe.) «Esa comedia es, finalmente, cosa -distinta de la verdadera comedia. Donde los sexos están separados, -los hombres y las mujeres se convierten, como dicen los portugueses, -en <em>affaimados</em>, hambrientos los unos de los otros. Don Juan es -un carácter dramático que hace desvanecer las almas; el devaneo de -destrozar los corazones de una docena de mujeres no concilia la musa -cómica precisamente con la efusión de sangre.» (No sabemos á punto fijo -lo que quiere decir Meredith con esto último. Meredith escribe, poco -más ó menos, como Stendhal escribía, á trancas y á barrancas y hablando -de todo y aludiendo á las cosas más incongruentes... en la apariencia. -El <em>Ensayo</em>, de Meredith, puede colocarse al lado del <em>Racine y -Shakespeare</em>, de Stendhal.)</p> - -<p>Hemos dicho que son dos los puntos de vista desde que se puede juzgar -el teatro clásico castellano: el moral y el estético. En las citas que -hagamos á continuación irán mezclados los dos criterios. Vengamos á -la crítica española. Menéndez y Pelayo, al hablar en sus conferencias -sobre Calderón (1881, reeditadas luego con correcciones) del teatro -de este dramaturgo, dice algo que debemos<span class="pagenum" id="Page_225">[Pg 225]</span> tener en cuenta. Calderón -profesó, como sus coetáneos, «la moral del honor, moral relativa, -detestable en muchos casos y opuesta á la moral cristiana, y sostuvo -tesis como la de <em>A secreto agravio secreta venganza</em>, y extremó -el espíritu vindicativo, duelista y de punto de honra, y con esto y con -ciertas ligerezas, ya que no liviandades, de sus damas y sus galanes, -dió pie á las declamaciones de algunos moralistas»... Á Luzán, según -el mismo Menéndez y Pelayo, «no le falta razón» al hablar de que las -comedias clásicas parecen «vaciadas en el mismo troquel, pareciéndose -unos á otros, hasta confundirse, los galanes, las damas, los padres, -los hermanos». En fin, el propio Menéndez y Pelayo, hablando de -Shakespeare, confiesa que «efectivamente, el desarrollo de los afectos -en Calderón es superficial» y que «sólo por intervalos alcanzan sus -personajes la expresión verdadera y humana».</p> - -<p>No olvidemos que quien habla es un apologista del pasado literario; -apologista intransigente en su mocedad, en 1881, y que las frases -copiadas fueron dichas en conferencias solemnes hechas con motivo de -una apoteosis oficial de Calderón. Años antes, en 1854, otro escritor, -también netamente ortodoxo (y que había de ser más tarde académico), -Gavino Tejado, exponía también algunos juicios idénticos á los -expuestos luego por Menéndez y Pelayo; y los exponía en un trabajo -escrito para celebrar y exaltar la literatura clásica castellana. -(«Ensayo crítico sobre algunas épocas de la literatura española», en -la <em>Revista Española<span class="pagenum" id="Page_226">[Pg 226]</span> de Ambos Mundos</em>, correspondiente á Enero -del año citado. Interesante, curioso trabajo por el juicio que en él -se hace desde el punto de vista católico, de las comedias de Moratín.) -Nuestra literatura clásica, y en especial el teatro, según Gavino -Tejado, tendía «más á retratar en sus obras la vida externa, que al -análisis erudito y entrometido de los afectos y de las ideas; es decir, -de la vida interior». (Con otras palabras: carencia de observación -psicológica, superficialidad en el estudio de los caracteres. ¿Qué le -queda á una literatura donde esto pasa? No hablamos nosotros; habla un -panegirista entusiasta, fervoroso, de nuestro pasado literario.)</p> - -<p>«El carácter que más resalta en la forma de nuestro antiguo -teatro—escribe también Tejado—es la uniformidad, y casi pudiéramos -decir, la monotonía de sus elementos constitutivos, que nos representa -como vaciados en un mismo molde á los ingenios y las obras de aquella -edad eminentemente literaria.» (Si todos los autores son lo mismo, y -si todos son superficiales psicólogos, ¿qué hacemos de nuestra vieja -dramaturgia?)</p> - - -<h3 class="p2">II</h3> - -<p>Hemos citado anteriormente la <em>Revista Española de Ambos Mundos</em>; -en uno de los números de dicha publicación (el correspondiente -á Noviembre de 1854) se publicó un interesante trabajo del<span class="pagenum" id="Page_227">[Pg 227]</span> que -vamos á tomar algunos datos. El trabajo aludido se titula <em>El -Romanticismo</em>, y es su autor el aragonés don Gerónimo Borao, -conocido por su diccionario de aragonesismos. Merece leerse el estudio -de Borao; deben leerlo los historiadores y críticos de nuestra -literatura. No hemos tenido por acá un prefacio de <em>Cromwell</em>; es -decir, un manifiesto en que elocuentemente, audazmente, se expusiera -y propugnara la nueva tendencia estética. Nuestro romanticismo no ha -tenido nada de espontáneo, de hondo, de nacional; cosa superficial -y pegadiza, nació por contagio de las literaturas extranjeras: de -la francesa, en Castilla; de la inglesa, en Cataluña. ¿Hay nada -más hueco, palabrero, incongruente y sin emoción que la poesía de -Zorrilla? (Correspondencia de literatura á literatura: de 1845, por -ejemplo, el libro de leyendas de Zorrilla titulado <em>El desafío del -diablo</em>—Boix, editor. De 1843 son <em>La muerte del lobo</em> y <em>La -salvaje</em>, de Alfredo de Vigny... Hugo y Lamartine ya habían dado -espléndidos frutos.)</p> - -<p>Pero, si algo retrasado, el estudio de Borao es una defensa vigorosa, -minuciosa y original del romanticismo. Tenemos este trabajo por lo más -exacto y fundamental que se ha escrito sobre la materia; algunos de los -argumentos expuestos en estas páginas se repiten en el día y suenan á -nuevo. (No olvidemos el prefacio de <em>Cromwell</em>, ni la parte que -en su libro <em>Racine y Shakespeare</em> dedica Stendhal á definir y -defender el romanticismo. El trabajo de Stendhal es de 1823 y el de -Hugo de 1827.) Borao, por ejemplo, expone la idea<span class="pagenum" id="Page_228">[Pg 228]</span> del romanticismo -de Racine y Corneille; idea que recientemente desenvolvía con sutil -ingenio un crítico francés: Emilio Faguet. Borao rechaza la estética -clasicista como impropia de una nueva modalidad social. «Cuando en -nuestros días—escribe—se ha desplegado por completo la revolución de -las ideas; cuando se han desmoronado los caducos y ominosos edificios -del feudalismo y de la intolerancia; cuando todo es nuevo para nosotros -y todo es preciso que tenga su definición, su justificación, su examen -filosófico, ¿quiérese conservar para este orden de acontecimientos, -para este reciente planteo de nuestra civilización, la acompasada -tragedia clásica, el círculo de sus héroes, los caprichos de su -estructura, las leyes de su ya imposible composición?» La literatura es -un producto social. ¿De qué modo, en virtud de qué, se quiere imponer -á una sociedad la norma estética, la sensibilidad que otra, allí en la -lejanía de lo pretérito, ha producido?</p> - -<p>Una cita hace el autor de este estudio que queremos reproducir íntegra. -Hablando del concepto erróneo que se tiene del clasicismo, transcribe -Borao unas palabras que el helenista don Braulio Foz estampa en su -<em>Literatura griega</em>, impresa en Zaragoza el año 1853. «Ningún -poeta griego—escribe Foz—fué clásico, del modo que aquí entendemos -esta palabra, en las grandes épocas de su literatura; porque ni -padecieron el yugo infeliz de la imitación, ni se ajustaron á las -formas arrugadas del didactismo (que no existía), ni se educaron en el -servilismo de costumbres enemigas de la<span class="pagenum" id="Page_229">[Pg 229]</span> marcha libre y generosa del -entendimiento. Aristóteles mismo no hubiera criado verdaderos clásicos; -su <em>Poética</em> no es lo que después han sido las de sus pedantes -intérpretes y sucesores.» Importa mucho esta cita, porque en ella se -halla contenida la verdadera doctrina del clasicismo (y de lo castizo); -profesores, eruditos, académicos propugnan y fomentan el culto á lo -antiguo <em>por lo antiguo</em>. Se es clásico—y se es castizo—, no por -la observación de la vida, no por la emoción y la fuerza que se ponga -en la obra de arte, sino por el giro que se dé á la frase, plasmándola -sobre la frase de los autores del siglo <span class="allsmcap">XVI</span> ó <span class="allsmcap">XVII</span> -(este último más culto, más retorcido, más artificioso que el -anterior). Pero los griegos y los romanos no hicieron lo que han hecho -sus imitadores franceses y españoles de las centurias decimaséptima -y décimoctava; pero Cervantes, Lope, Luis de León, etc., no han -hecho tampoco lo que ahora, copiándoles, calcándoles, hacen algunos -inocentes novelistas y poetas. El verdadero clasicismo está—como en la -antigüedad helénica y como en la España de Cervantes—en observar la -vida y en trasladarla, con emoción, con sentimiento, á la novela, al -teatro y al poema.</p> - -<p>Hechas estas indicaciones sobre el estudio de don Jerónimo Borao, -vengamos ya, concretamente, á nuestro asunto. Hemos hablado de las -abundantes licencias é inmoralidades de nuestro teatro clásico. «La -licenciosidad—escribe Borao—campea sin escrúpulos en el teatro de -los religiosísimos Lope y Calderón, y del religioso mercedario Téllez, -no aduciendo nosotros prueba alguna en<span class="pagenum" id="Page_230">[Pg 230]</span> favor de esta proposición, por -parecernos cosa concedida y porque tendríamos que manchar la pluma -con obscenidades que hoy no son recibidas bajo ningún pretexto.» -(Recordemos que en la colección de comedias clásicas publicada, á -principios del siglo <span class="allsmcap">XIX</span>, por Gorostiza y García Suelto, se -ven sustituídos por líneas de puntos muchos pasajes de comedias de -Tirso.) El teatro clásico castellano se ha dicho que es representación -del honor y de la caballerosidad; imprudente y atolondradamente algunos -escritores académicos han llegado en este sentido á encarecimientos é -hipérboles ridículos. Borao no quiere dar en su trabajo—como acabamos -de ver—muestras de las licenciosidades que en las comedias clásicas -abundan; pero cita, sí, otros ejemplos de hechos, que dejan malparados -el honor, la humanidad y la civilización de quienes los realizan. -Muchos más pudieran aducirse. Los reproduciremos en abono de nuestra -tesis.</p> - -<p>En <em>La devoción de la Cruz</em> Eusebio mata en duelo al hermano -de su amante Julia, se hace bandolero, escala el convento en donde -aquélla se encuentra y viene ésta á ser bandolero y asesino como -él. En el <em>Castigo sin venganza</em>, de Lope, Federico ama á la -esposa de su padre el duque de Ferrara, y éste le obliga á que mate -á un reo cubierto, que se descubre ser Casandra, y le da muerte -al punto, por medio de sus guardias como á regicida. En <em>No hay -cosa como callar</em>, de Calderón, Juan halla dormida á Leonor, -apaga la luz, tápale la boca, y cuenta después con descaro cínico<span class="pagenum" id="Page_231">[Pg 231]</span> -los pormenores de su perversidad. En <em>Amigo, amante y leal</em>, -el príncipe de Parma dice á Félix que quiere gozar con poder ó con -violencia á Aurora, amada de su interlocutor. En <em>La Villana de -Vallecas</em>, ésta es deshonrada y después entretiene falsamente á -un don Juan y engaña torpemente á un labrador. En <em>Don Gil de las -calzas verdes</em> se presenta Juana como la anterior, y para que no se -dude, con sucesión, consiguiendo enlazarse con don Martín, en fuerza -de perseguirlo disfrazada de hombre. En <em>El condenado sin fe</em>, -de Tirso, un asesino ajusticiado es conducido por ángeles al cielo, -mientras un ermitaño es condenado por un instante de duda. En <em>Marta -la piadosa</em>, ella y su hija abrazan á un mismo amante. En <em>La -dama presidente</em>, de Leiva, Ana, que odiaba el amor, se agencia -un galán, le hace firmar de esposo, le da una daga para que la mate -y lo aburre hasta hacerle decir que «tras de la posesión se entra -el aborrecimiento». En <em>Todo es enredos de amor</em>, de Moreto, -Elena sigue vestida de estudiante á Félix, que no la conocía; sirve -en casa de su novia, le desacredita con ella y concluye por casarse -con él... Recordemos también el modo brutal como muchos amantes -tratan á sus amadas; bofetadas, palizas, abandonos en medio del campo -son frecuentes en las comedias clásicas. En <em>La Dorotea</em>, de -Lope, libro autobiográfico, ¿no se habla de un bofetón propinado por -Fernando—Lope—á Dorotea, ó sea á Elena Ossorio? (También la madre -de la muchacha, enfurecida, colérica, coge á ésta por los cabellos -violentamente y la maltrata.)</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_232">[Pg 232]</span></p> - -<p>Todo esto en cuanto al teatro que inaugura y representa Lope de -Vega. En el período anterior, la dramaturgia llamada propiamente -clásica—imitación del teatro griego—ofrece asimismo considerable -cantidad de horrores. Transcribiremos los casos que cita nuestro autor. -En <em>La libertad de Roma</em>, de Juan de la Cueva, hay desorejaduras, -desnarigaduras y quema pública de un cadáver. En <em>Los siete infantes -de Lara</em>, del mismo, doña Lambra es quemada, y en <em>El príncipe -tirano</em>, éste hace que Trasildoro abra una sepultura para cuando -nazca su hermana, y los entierra después de matarlos; esto sin la -sencillez (al cabo es una prueba judicial) de dar tormento á varios -personajes. En <em>La cruel Casandra</em>, de Virués, los muertos son -ocho, cinco en la escena, no quedando en pie sino el rey y unos -criados. En la <em>Semíramis</em>, del mismo, Nino quiere casarse -con la esposa de Menon; éste se ahorca; ella se declara á Zopiro, -á quien después mata; se casa con Nino, y más tarde lo destrona y -envenena, y se declara al cabo á su hijo Ninos, de quien recibe la -muerte. En <em>Atila</em>, el rey mata á la reina para casarse con -Celia, es envenenado por Flaminia, mata á aquélla, ahoga á ésta, y -muere él propio haciendo compañía á cincuenta y seis personajes, que -no son menos los muertos en esa tragedia de Virués. En <em>La infeliz -Marcela</em>, del mismo autor, Felina trata de envenenar á su amante -Formio; éste, intentando antecogerle el golpe, envenena á Marcela, y el -príncipe Laudino mata á todos. En la <em>Nise laureada</em>, de Bermúdez, -un guardia escupe á los tres nobles<span class="pagenum" id="Page_233">[Pg 233]</span> que causaron la muerte de Inés, -el rey cruza la cara á Coello con un látigo, el verdugo saca el -corazón á los tres, y después se procede á la quema de sus cadáveres. -En la <em>Isabela</em>, de Argensola, mueren ella y Muley, el rey mata -á Eudalla, Aja mata al rey, y todo esto sucede con acompañamiento -de hogueras, suplicios, cadáveres y dos cabezas cortadas. En la -<em>Alejandra</em>, del mismo, Acoreo mata al rey, á la reina y á su -esposa, Luperio es destrozado, Alejandra envenenada, Acoreo muerto, -Orodante apuñalado por una princesa y ésta despeñada...</p> - -<p>¿Desea algo más el lector? Ni el teatro <em>clásico</em> de Cueva, ni -el <em>romántico</em> de Lope, pueden ser presentados como ejemplos de -humanidad. Más vale el segundo que el primero desde el punto de vista -artístico; pero no es gran cosa su trascendencia estética... Nos quedan -por hacer unas breves consideraciones.</p> - - -<h3 class="p2">III</h3> - -<p>Recapitulemos... Por acaso, y de tarde en tarde, se encuentra en el -teatro clásico una obra que merezca alguna consideración. ¿Habrá alguna -que supere en trascendencia y en poesía á <em>La vida es sueño</em>? -Sin embargo, esa obra de Calderón no pasa de ser un embrión de obra -maestra; el pensamiento es admirable; su pensamiento encierra un -hondo simbolismo; hay en toda esa concepción<span class="pagenum" id="Page_234">[Pg 234]</span> grandeza ó idealidad. -Pero vemos, después de la primera lectura, sin necesidad de detenido -examen, que <em>La vida es sueño</em> no pasa de ser un boceto de drama, -un rudimento, soberbio, sí; mas, al cabo, un rudimento. El autor no -acertó á desenvolver la idea del drama con toda su plenitud, con toda -la majestad y fuerza debida. Junto á la fábula principal—que debió ser -única—, Calderón, falto de vigor y de inspiración, ha tenido que tejer -otra intriga—infantil y absurda—con objeto de rellenar lo que faltaba -para el drama. De haberse penetrado de la grandeza de la idea principal -y de haber contado con vigor bastante para desenvolverla cumplidamente, -el autor hubiera llegado á hacer de <em>La vida es sueño</em>, no un -boceto—que es en lo que ha quedado—sino una verdadera y robusta obra -maestra.</p> - -<p>Y si esto se puede decir de una de las pocas obras capitales del teatro -clásico, ¿qué no se podrá decir del común de todas las demás comedias? -Ahí está <em>El mágico prodigioso</em>, y nada más inconsistente, -estrafalario é inverosímil. («Hay en el desarrollo de la obra—escribe -Menéndez y Pelayo—puerilidades verdaderamente indignas de Calderón y -del asunto.») Ahí está <em>El alcalde de Zalamea</em>—cuyo desenlace nos -repugna—, en el cual la emoción delicada sólo aparece en la escena -entre Pedro Crespo y don Lope de Figueroa. En las comedias llamadas -de capa y espada (y que pudieran llamarse de <em>alacena y balcón</em>) -lo absurdo y lo infantil llegan á grados increíbles. Galanes que -encuentran á otros galanes, ó al padre, ó al<span class="pagenum" id="Page_235">[Pg 235]</span> hermano, y que han de -esconderse en una alacena; galanes que se arrojan por el balcón; damas -que se disfrazan de hombre y no son reconocidas por sus amantes ni por -sus padres: una intriga dentro de otra intriga, y estas dos, á su vez, -dentro de otras... tal es, sumariamente, en esquema, el procedimiento -usual de nuestros dramaturgos; ellos mismos comprenden la puerilidad de -todo este juego y así, de cuando en cuando, lo ponen en ridículo por -medio de alguna observación humorística de un criado.</p> - -<p>Por ejemplo, en <em>La niña de Gómez Arias</em>, de Calderón (donde un -galán, dicho sea de pasada, abandona á su amada en medio del campo, -y luego más tarde la vende, así como suena, la vende á un capitán -de bandoleros moriscos); en <em>La niña de Gómez Arias</em>, al tener -que esconderse un galán porque llega otro, dice el criado de aquél: -«Siempre vi suceder de esta manera este paso»... (En el <em>Shylock</em>, -de Shakespeare, Bassanio, que ya es prometido de Portia, no reconoce -á ésta, de quien se acaba de separar, cuando, vestida de hombre, hace -de juez ante el tribunal, y cuando á él mismo le pide el anillo que no -mucho antes le había dado. Lo que nos parece absurdo en Lope y Calderón -nos lo parece también en Shakespeare.)</p> - -<p>En el artículo de Gavino Tejado, que anteriormente mencionamos, dice -este autor hablando de nuestro teatro clásico: «Nuestra poesía clásica -es el triunfo permanente del espíritu sobre la materia; los intereses -puramente mundanales, los que<span class="pagenum" id="Page_236">[Pg 236]</span> llamamos intereses positivos en estos -tiempos de materia y de prosa...» (¿Por qué son estos tiempos—los -de 1854—de materia y de prosa? ¿Por qué no lo eran también los de -1654, por ejemplo? Todos los tiempos son de materia y de prosa... -ó no lo son.) «... en estos tiempos de materia y de prosa, apenas -tienen espacio ni lugar en nuestra literatura; por eso no hay en ella -nada que repugne...» (Recuerde el lector la multitud de casos citados -en el artículo II.) Una literatura en que no se ve el reflejo de -los <em>intereses materiales</em>, es decir, de la materia, es decir, -de la realidad, es decir, de la vida cotidiana y corriente, es una -literatura sin apoyo ninguno en el mundo, sin base sólida de verdad y -de observación; una literatura fantaseadora, artificiosa, deleznable. -No se ha podido—en general—formular un más acertado juicio acerca -del teatro clásico y de la novela picaresca. La realidad se halla -profundamente falseada en esos dos géneros.</p> - -<p>Esta cuestión de la falta de observación de la realidad que se -nota en la novela y en el teatro está íntimamente ligada al -problema—antaño tan debatido—de la ciencia española. En la <em>Revista -Contemporánea</em> (números del 15 de Agosto de 1876 y 15 de Abril de -1877) expusieron su argumentación Manuel de la Revilla y José del -Perojo; deben ser leídos esos trabajos detenidamente; sus principales -observaciones no han podido ser rebatidas. No ha habido entre -nosotros un vigoroso, continuado, escrupuloso pensamiento filosófico -y científico; un ambiente, en fin, de amor á<span class="pagenum" id="Page_237">[Pg 237]</span> la vida, por las mismas -razones por que no han existido un teatro y una novela basados en -la realidad. ¿Cómo pudiera haber ese ambiente cuando la literatura -dramática y la novelesca eran lo que eran? Si exceptuamos el caso de -Cervantes—y algunos otros—, ¿qué escritores han dado entre nosotros -una visión amorosa, honda y ecuánime de realidad? Cuando se hable de -presiones ó de determinadas influencias que han podido evitar, coartar -el desenvolvimiento del pensamiento científico, será preciso tener -en cuenta el caso de la novela y el teatro. Sí, se pudo coartar la -libertad de la investigación de la realidad—concedámoslo—; pero, ¿de -qué manera el literato que tenía la realidad ante él y pudo reflejarla -escrupulosamente, no lo hizo? ¿Cómo la observación no se ejercitó en el -arte literario? ¿Por qué, lejos de esto—y salvo excepciones—, dió en -lo absurdo y en lo caricaturesco? El campo, sin embargo, estaba libre; -el artista no era probable que encontrara trabas ni obstáculos para su -obra; no los encontró para su deformación de la realidad: menos pudo -encontrarlos para el reflejo escrupuloso y cordial de la vida.</p> - -<p>En 1841 don Nicomedes Pastor Díaz escribía en <em>El Conservador</em> -un artículo, recogido luego en el tomo III de sus obras completas, en -que hablaba de la novela en España. No se explicaba Pastor Díaz cómo, -cuando en Francia escribían novelas Balzac, Sand, Hugo, Vigny, en -España no se cultivase este género. «Repetimos—decía el autor—que -se nos oculta la causa de este fenómeno.» La causa de este fenómeno -es que no puede haber<span class="pagenum" id="Page_238">[Pg 238]</span> novela sin observación de la realidad, y que -este espíritu, este amor, esta comprensión, aún no había comenzado á -despertarse entre nosotros. Cuando escribía Pastor Díaz, en 1841, ya -hacía seis años que Vigny había publicado los soberbios relatos de -<em>Grandeza y servidumbre militares</em>; relatos de una fuerza, una -sobriedad y una emoción tales como no han sido sobrepujados por las -modernas páginas de un France, un Barrès ó un Lemaitre. ¿Cómo se hacía -aquí el género novelesco en esa época, en 1835?</p> - -<p>Terminemos. Philarete Chasles, en sus <em xml:lang="fr" lang="fr">Études sur l’Espagne</em>, -publicados en 1847, compara nuestro teatro clásico al moderno -periodismo. «En el siglo <span class="allsmcap">XVII</span> el drama—escribe -Chasles—representaba el papel de nuestra prensa.» «Todos los -acontecimientos, todos los recuerdos, todas las ideas, todas las -locuras, todas las esperanzas creaban algún drama nuevo.» «Lope -y Calderón obraron en su época como brillantes periodistas: -¡valientemente, vivamente, con pompa y ligereza!» Comparar las comedias -clásicas á las brillantes crónicas de los periódicos, no está mal. -Acaso tuviera razón Philarete Chasles...</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_239">[Pg 239]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="LOS_ESPANOLES">LOS ESPAÑOLES</h2> -</div> - - -<p>De don Francisco Gregorio Salas hemos hablado en alguna ocasión. -(Véase, si se quiere, nuestro libro <em>Clásicos y modernos</em>.) -Conocemos de Salas sus <em>Parábolas morales, políticas y -literarias</em>, especie de fábulas en prosa; su <em>Observatorio -rústico</em>, librito precioso para el estudio del idioma castellano; -la <em>Colección de los epigramas y otras poesías críticas, satíricas -y jocosas</em>. De todos sus libros, el más popular, aquel de que se -han hecho más ediciones es el <em>Observatorio</em>. Pero todos los -ejemplares de todos los libros de Salas que se encuentran en los -baratillos aparecen sumamente grasientos, sobados y manoseados; señal -de que han sido muy leídos. Salas tiene reputación—merecida—de -escritor prosaico, chabacano; se le cita de raro en raro como modelo -de vulgarismo. Mas lo que no se añade—y esto salva su nombre—es -que en su poesía alienta un vivo y curioso espíritu de observación. -Don Francisco Gregorio vivía pobre y apaciblemente; se le quería por -su bondad; él iba poquito á poco devaneando<span class="pagenum" id="Page_240">[Pg 240]</span> por el mundo (digo por -Madrid) y escribiendo sus versitos, llenos de una candorosa malicia y -de una pulcra realidad.</p> - -<p>De don Francisco Gregorio ha dejado un retrato Moratín; en otros -autores de la época hay también tal cual alusión. Hemos encontrado, por -ejemplo, una referencia en un librito titulado <em>La Amalia ó cartas -de un amigo á otro residente en Aranjuez</em>. Su autor se llamaba don -Ramón Tamayo y Calvillo. Pues don Ramón habla elogiosamente de don -Francisco. La novelita—escrita en cartas—es una imitación de otro -escritor también original... á su manera, y también desconocido: Mor de -Fuentes. (Ha llegado la hora, señores míos, de hacer justicia á estos -pequeños clásicos ignorados. No hay más remedio.) Don Ramón, que es un -erudito, escribe así en una de las cartas de <em>La Amalia</em>, ó mejor -dicho, escribe uno de los personajes de la fábula: «Anoche, después -de haber hablado con nuestro sabio don Francisco Gregorio de Salas, -me ocurrió tomar la pluma para escribir la conversación que tuvimos y -él dedujo de las obras de sus amigos Marcial, Valbuena y Argensola, -cuyas circunstancias, si no las elevase á tu noticia, creerías que -era un hombre extravagante»... (No sabemos, á primera vista, lo que -quiere decir don Ramón. Luego vemos, fijándonos, que el autor tuvo -una conversación con don Francisco y que éste dijo tales cosas, -apoyándose en Marcial, Valbuena y Argensola—un poco incongruente es -este manojo—, que si él, don Ramón ó su personaje, citara las palabras -de Salas<span class="pagenum" id="Page_241">[Pg 241]</span> sin añadir las autoridades en que éste las apoyaba, se le -tendría por un extravagante. ¡Qué misterioso es todo esto! ¡Caramba!)</p> - -<p>En la <em>Colección</em> de sus poesías, «nuestro sabio amigo don -Francisco»—como decía Tamayo y Calvillo—dedica unas páginas á trazar -el retrato moral ó etopeya de los habitadores de las distintas regiones -españolas. Hay cosas curiosas en este librito; por ejemplo—todo en -verso, desde luego—, las razones que da el autor para no imprimir sus -libros por cuenta propia, los motivos que alega para tener criados y no -criadas en su casa, la descripción que hace del «ajuar ó muebles que -vió el autor en varias casas». Dejando todas estas curiosidades aparte, -nos ocuparemos, según hemos prometido en el título, de los retratos -españoles. El autor titula esta parte de su libro «Juicio imparcial -ó definición crítica del carácter de los naturales de los reinos y -provincias de España».</p> - -<p>Lo primero que hace Salas es darnos una pintura del español «en -general». El español es honrado, valiente, cauto, etc.; tiene ingenio, -despierto; no le falta disposición natural para las empresas. Pero -al español «le falta aplicación» (en eso estamos), y por eso se -puede decir de él que es «un tesoro escondido». Después de esto, don -Francisco la emprende con Castilla la Vieja. Los castellanos viejos... -Pero antes permítame el lector—¡guarda Pablo!—que advirtamos que -nosotros no hacemos mas que transcribir lo que dice el sabio don -Francisco; lejos, muy lejos de nuestro ánimo está el hacer una terrible -labor antipatriótica. Continuemos:<span class="pagenum" id="Page_242">[Pg 242]</span> el castellano viejo es hombre -franco y bien intencionado; se le puede buscar para que nos dé un buen -consejo. Pero «no es hombre de gran despejo» y, además de esto, peca de -«algo lerdo y mohino». No da más fruto su sencillez que el que da su -tierra: «al pan, pan, y al vino, vino». (Ignoramos lo que quiere decir -con esto nuestro sabio amigo.)</p> - -<p>Mucho más enredado está lo que Salas dice de Castilla la Nueva. Es -éste un país agradable; bondadosa se muestra la gente; pero «afecta al -interés». Todos los campos que vemos cultivados en Castilla la Nueva, -«sin catar jamás el pan harán mucho más que un Cid, si dan un año con -otro, para Madrid, cebada». (Es decir, á lo que creemos columbrar, que -si los bancales de Castilla la Nueva dan cada dos años una cosecha de -cebada, y si esta cebada se vende en Madrid, los labradores pueden -darse más por satisfechos que si esas tierras produjeran pan.) Los -asturianos son «cerdosos, rechonchos, cuadrados». Se distinguen por -su honradez. De Asturias salen todos los alhameles ó soguillas de -España. Los maragatos, «bonazos», pueden ser presentados como modelos -de obtusidad; sin embargo, el autor añade que «van y vienen muy de -prisa con sus lienzos» y que acaban por llevarse nuestro dinero. (Pues -entonces no son tan tontos...) De los gallegos, el que sale agudo puede -darle ventaja al más astuto. No comen mas que «coles y pan seco»; -trabajan infatigablemente.</p> - -<p>«Amigo verdadero, arrestado marinero, honrado<span class="pagenum" id="Page_243">[Pg 243]</span> mercader»; todo esto -es el vizcaíno. Y algo más es el vizcaíno; es «por su entereza capaz, -sin que por ello la cabeza se le canse, de escribir más que el -Tostado.» (¿Cuántos tomos llevan escritos nuestros queridos y admirados -amigos Pío Baroja y Miguel de Unamuno? ¿Cuántos escribirán? <em>Ai -posteri</em>...) No se podrá negar que los navarros son rectos; pero -también son «un poco pesados». Comen tremendamente; beben al igual; -todos son asentistas, comerciantes, indianos y capadores. La gente -riojana es «en tal manera oficiosa, que á cualquier otra le puede -cardar la lana».</p> - -<p>La «gloria» del montañés consiste en su «grande ejecutoria»; -ejecutorias que van á parar á las «alojerías»; sabido es que los -naturales de la Montaña de Santander se distinguen por ser los -alojeros, bodegoneros y botilleros de toda Andalucía. Del retrato que -Salas hace de los madrileños se han hecho populares los cuatro primeros -versos:</p> - -<p class="poetry p0"> -<span style="margin-left: 1em;">Aun las personas más sanas,</span><br /> -si son en Madrid nacidas,<br /> -tienen que hacer sus comidas<br /> -de píldoras y tisanas.<br /> -</p> - -<p>Con lo cual se quiere significar la destemplanza, rigor y desconcierto -del clima madrileño. Aparte de esto, los madrileños gustan de llevar -«diamantes como avellanas, corbatín estirado, espadín, ricas vueltas». -(La afición á las sortijitas es algo cierta.) Llevan también los -naturales de Madrid «siempre marcado el cuello con sellos de Antón -Martín». (¿Á qué se alude con esto? Lo que hemos<span class="pagenum" id="Page_244">[Pg 244]</span> tardado en consultar -el <em>Manual de Madrid</em>, de Mesonero Romanos, edición de 1831, -página 182, hemos tardado en salir de dudas. En la plazuela de Antón -Martín había un cierto hospital. ¡Pero querido y bondadoso don -Francisco Gregorio...!) La Alcarria cría gente «muy fiel». (Un dato -interesante que añadir á la etopeya de Salas: don Fermín Caballero, en -su <em>Manual geográfico de España</em>—1844—dice que los alcarreños -«han poblado de libreros á Madrid, así como de criadas, que pasan por -fieles y pegajosas por su mojigatería». En lo de la fidelidad de los -alcarreños están, pues, de acuerdo Salas y Caballero). Los andaluces -son ponderativos, festeros; muéstranse aficionadísimos á galanteos; -«jamás están sin comadre»; se pelean de palabra y se desafían; «luego -quedan tan compadres».</p> - -<p>El aragonés es testarudo y porfiado; no perdona fatiga para llegar á -lo que se propone; «aspira siempre á la intriga, al dominio y á la -memoria». (Algo de esto dijo, mucho antes, Maquiavelo en el retrato -de Fernando V.) Vamos ahora con vosotros, catalanes. El catalán es -«oficioso, carruajero, navegante, fabricante, mercader»; no se da punto -de reposo. En un país escabroso, con mil dificultades, «marca tierras, -hace planes». En resolución, «aunque sea en un establo», el catalán, -por arte del diablo (lo del establo es fuerza del consonante), «hace -de las piedras, panes». Los valencianos son ligeros y mudables. Su -corazón es frío; «gente de regadío», se les puede llamar. El tesoro del -mallorquín es «el aceite y el vino».<span class="pagenum" id="Page_245">[Pg 245]</span> Aborrecen los mallorquines á los -argelinos y á los moros; «guardan bien su peculio»; en Mallorca, «todo -el año es mes de Julio»; «con rara veneración» los mallorquines «dan -culto y veneración á su Raimundo de Lulio». El murciano pasa la vida -alegremente; su preocupación son «los naranjicos» y «el gusanico».</p> - -<p>Terminemos. Los canarios son «siempre vagos». Con «un plátano y un -trago» se sustentan. Los ingleses, «con halago», sacan el fruto de -la tierra canaria. Por esto los canarios vienen á ser «vasallos del -rey de España y hermanos del de Inglaterra». Dos décimas dedica -también Salas á los portugueses y á los americanos; los primeros son -finchados; pretendientes eternos los segundos. Cuando leemos estas -semblanzas de los distintos españoles, trazadas por el buen don -Francisco Gregorio, evocamos los retratos de castellanos, andaluces, -catalanes, etc., estampados, con lindos colores, en los platos de una -vajilla del Retiro. Pareja hace una cosa con la otra. Y es interesante -la descripción de Salas para el estudio—á través del tiempo—del -concepto, concepto popular, que los españoles han tenido de sí mismos.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_247">[Pg 247]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="EUGENIO_NOEL">EUGENIO NOEL</h2> -</div> - - -<p>Eugenio Noel ha publicado recientemente un folleto titulado <em>El -flamenquismo y las corridas de toros</em> y un libro que lleva el -título de <em>Flamenquismo y república</em>. Eugenio Noel ha dedicado -la mayor parte de su actividad á combatir el flamenquismo: da -conferencias en pueblos y ciudades españolas; publica multitud de -artículos. Continuamente se halla Noel en peregrinación por tierras -de España; á menudo, en los periódicos encontramos noticias de -discursos pronunciados por el conferenciante; alguna vez nos sorprende -la nueva de algún incidente ruidoso provocado por las prédicas de -Noel. Nos hacen suponer estos incidentes—siempre lamentables—que -el propagandista ha estado demasiado agresivo en sus palabras; no -podemos creer que, á exponer sus ideas correctamente—y con todo el -ardimiento que se quiera—, pudiera haber quien atajase violentamente -sus lícitas propagandas. De todos modos, el espectáculo de un hombre -joven que recorre España en perpetua y caliginosa predicación contra<span class="pagenum" id="Page_248">[Pg 248]</span> -el flamenquismo no puede menos de ser interesante.</p> - -<p>En las dos obras que ahora publica, Eugenio Noel ha condensado su -pensamiento sobre la materia que él impugna tan denodadamente. -Paralelamente á un renacimiento fervoroso—fervoroso y vergonzoso—del -flamenquismo, Noel inicia y desenvuelve su cruzada. En el folleto -citado escribe nuestro autor: «El español trabaja poco, y lo que es -peor, su trabajo está á merced de los Gobiernos; ignora el valor de -la tierra; huye del campo y se arrincona en las ciudades; permite -una bárbara ocultación de riqueza, y no le extraña ver en manos -inertes inmensas extensiones territoriales que harían la riqueza de -un pueblo». Sumariamente, en cuatro rasgos, éste es el boceto de un -cuadro. Ahora el reverso. «Á cambio de esto—añade Noel—, he aquí -lo que posee: 396 plazas de toros, en las que da anualmente 872 -corridas, y á las que asisten, en cifras redondas, siete millones -de personas. En esas orgías se matan 4.394 toros, cuyo valor es -de 5.318.000 pesetas, y 5.618 caballos, que fenecen entre los más -espantosos é inmerecidos martirios. De divertir á tal gente y de tal -modo se encargan 62 matadores de alternativa y 324 novilleros, con -1.148 cuadrilleros de oficio, que cobran cerca de cuatro millones de -pesetas.» En <em>República y flamenquismo</em> el autor expone en unas -páginas exactas un concepto del valor que entre nosotros goza de gran -predicamento y hace estragos. El flamenquismo—dice Noel—implica la -idea de que «el<span class="pagenum" id="Page_249">[Pg 249]</span> supremo valor es la serenidad suficiente para que -el pitón del toro roce las axilas»; de donde saca, en consecuencia, -que los peligros de la vida han de afrontarse, como los cuernos del -toro, con habilidad, con el engaño. Es importante advertir que en -otros pasajes de sus discursos y de sus artículos el autor completa su -idea del valor flamenco: completa la idea del engaño (<em>listeza</em> -en política) con la idea de obstinación, de testarudez, de obtusa -pertinacia en el error ó en la decisión desgraciada. Creemos que este -segundo aspecto del fenómeno social es más importante—y de más graves -consecuencias—que el primero. Sea de ello lo que quiera, el caso es -que toda la doctrina que Eugenio Noel desparrama en prosa hablada ó -escrita se halla contenida en las dos citas que acabamos de hacer. De -un lado, la inmensa incultura, la deplorable pasividad de una gran masa -social en lo atañadero al problema de su bienestar y de su conciencia -de la vida; de otro, formidable caudal de energía, de iniciativas y -de riqueza, gastado, derrochado espléndidamente en un deporte cruel. -Agreguemos á esta visión social una visión complementaria de la -palingenesia de España tal como la concibe Joaquín Costa, y tendremos -esbozado el pensamiento de Noel; pensamiento expuesto en una prosa -cálida, pintoresca, un poco redundante, un poco amplificadora.</p> - -<p>Las propagandas y los libros de nuestro autor se prestan á múltiples -reflexiones. Tendríamos que examinar, ante todo, los orígenes del -flamenquismo. No es de ahora esta tendencia; más de<span class="pagenum" id="Page_250">[Pg 250]</span> un siglo lleva -de vida; aún podríamos decir que en la decimoséptima centuria se ven -rastros de flamenquismo en las sátiras y protestaciones que contra -él hacen, por ejemplo, Quevedo y Góngora. Pero el flamenquismo ó -majismo—que así se llamaba entonces—, cuando adquiere alarmantes -proporciones es á mediados del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>; desde esa época -sigue su marcha incierta, ondulante, hasta que modernamente, con el -aumento de las plazas de toros, con la sistematización, digámoslo -así, de las corridas, llega á su máximum. Nos hallamos ahora en un -momento álgido del flamenquismo. En 1899 publicó Morel-Fatio una -edición crítica de la sátira de Jovellanos contra la mala educación de -la nobleza; en ese trabajo el ilustre hispanista trata de dilucidar -los orígenes del majismo y expone interesantes textos que demuestran -la preocupación que en el siglo <span class="allsmcap">XVIII</span> inspiraba ese morbo -social. Clavijo y Fajardo, Jovellanos, Cadalso, describen el señorito -flamenco—con todas sus consecuencias—tal como hoy lo vemos circular -por nuestras calles; Noel no va más lejos en sus pinturas—ni en sus -anatemas—de donde han ido estos insignes pensadores. Si retocáramos -algo el estilo de alguna de estas páginas de Clavijo ó de Cadalso, y -las publicáramos sin firma, diríamos seguramente que se trataba de -cosas y hombres de ahora, y no de cosas y hombres de hace más de un -siglo.</p> - -<p>La literatura taurina y la antitaurina son extensísimas. No -intentaremos añadir una página más á la última; no es ese nuestro -propósito en este<span class="pagenum" id="Page_251">[Pg 251]</span> momento. Sí haremos notar la inmensa influencia -que ese deporte—si así puede llamarse—ejerce en todo un pueblo. No -son nocivos sólo los toros; es profundamente dañino también lo que -podríamos denominar los <em>aledaños de los toros</em>; es decir, el -ambiente, la particular <em>espiritualidad</em> que la fiesta taurina -crea á su alrededor. Multitud de conceptos sociales, políticos, hasta -estéticos, son falseados por causa de los toros. La idea matriz del -valor que en los toros se engendra pasa á diversos órdenes de la vida. -El valor, dentro de ese ambiente, se concibe como fuerza física, como -obstinación, como ciega prosecución de un acto. En el extremo opuesto -de la escala psicológica se halla el <em>valor-inteligencia</em>, el -<em>valor-altruísmo</em>. Toda la marcha de la humanidad pudiéramos decir -que estriba en sustituir al valor-fuerza el valor-inteligencia. En la -misma guerra el valor sufre una transformación; el valor va siendo, -no ímpetu ciego, no intrépida temeridad, sino reflexión, cálculo, -inteligencia, ciencia. Vence quien más frialdad y ciencia tiene; y en -la guerra la victoria es lo que importa.</p> - -<p>Sigamos con interés—en lo que tienen de laudables—las propagandas -de Eugenio Noel. Combatamos el flamenquismo; continuemos la obra -de Jovellanos y de Cadalso. Si invocamos la tradición, he aquí -una bella tradición. Pongamos nuestros ojos, no en el héroe de un -deporte inhumano, sino en el héroe por la ciencia, en el héroe por el -progreso.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_253">[Pg 253]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="TORITOS_BARBARIE">TORITOS, BARBARIE</h2> -</div> - - -<p>Asistimos en estos tiempos á un renacimiento de la barbarie taurina. -Se ensalza fervorosamente á los toreros. Se llenan planas enteras en -los diarios con las hazañas y peripecias del estúpido espectáculo. En -una ciudad cantábrica se celebra una corrida de diez y ocho toros (en -la misma ciudad á la cual ha legado su biblioteca Menéndez y Pelayo). -Escritores y publicistas que parecía que debieran estar libres de -ese virus, se complacen en tratar y debatir sobre cosas de toros... -En un tiempo en que tal exaltación se produce, cuantos no amamos esa -fiesta cruel y estulta, cuantos detestamos los toros, debemos ver con -viva complacencia la campaña que contra los toros y el flamenquismo -viene haciendo desde hace tiempo un independiente escritor. Aludimos á -Eugenio Noel. Un libro nuevo sobre la materia acaba de publicar Noel. -En otra parte hemos hablado ya—con elogio—de la labor realizada -contra el espíritu de chulapismo por este publicista. Queremos aquí -añadir algo más. Se titula el nuevo libro de Eugenio<span class="pagenum" id="Page_254">[Pg 254]</span> Noel <em>Escenas -y andanzas de la campaña antiflamenca</em>. Se halla editado en edición -económica, al alcance de los más modestos lectores.</p> - -<p>Nos permitirá Eugenio Noel que hagamos algunos reparos á su ideología. -Adversarios políticos del publicista, nos hallamos muy lejos de -compartir con él todas sus afirmaciones; vaya por delante esta salvedad -como advertimiento á los lectores. Noel se muestra (en sus discursos, -mucho más que en sus libros) apasionado y acre en demasía á veces; -hemos hecho constar que deplorando, como deploramos, los incidentes -ruidosos á que han dado origen sus propagandas, esos lances y -trapatiestas pudieran haberse ahorrado con una poca más de mesura y de -flexibilidad (no de hipocresía) en la palabra. Todo se puede decir, sin -protesta de nadie, cuando se sabe decir. Y ¿cómo no creer que escritor -tan experimentado como Noel no ha de hallar forma—sin perjuicio de -la verdad—de decir las cosas más ásperas sin que sean rechazadas -estruendosa y violentamente?</p> - -<p>En su último libro, Eugenio Noel ha recopilado alguno de los trabajos -más notables publicados en la prensa. Hay en estas páginas invectivas -contra los toros, paisajes castellanos, excursiones por Andalucía, -vistas panorámicas de ciudades, meditaciones sobre monumentos -artísticos, etc., etc. El estilo de Eugenio Noel es un tanto -amplificador; el autor nos dice que él ha leído todos, «absolutamente -todos», los libros de Emilio Castelar: algo del énfasis y de la -redundancia castelarinas se nota en la prosa de Noel. ¿Por qué no ser -más precisos,<span class="pagenum" id="Page_255">[Pg 255]</span> más concretos? Da la impresión esta prosa de que ha sido -escrita febrilmente, al azar de los viajes, sin el reposo necesario -para una coordinación reflexiva. Así se ve, por ejemplo, que en las -descripciones hay cierta falta de matiz unificador, de transición de un -detalle á otro, de un aspecto á otro.</p> - -<p>Pudiéramos poner muchos ejemplos. Citaremos un texto para explicar -mejor lo que decimos. Noel está describiendo Sevilla desde lo alto -de la Giralda. Nos hace ver «las casas blancas del barrio clásico de -Santa Cruz, con terradillos de un mismo color, con azoteas llenas de -tiestos y flores; el paseo de Santa Catalina Rivera, la torre y cúpula -de la iglesia de San Bernardo, la cúpula y macizo de los Venerables». -Al llegar aquí acaba el párrafo. Nos disponemos á entrar en un nuevo -aspecto de la realidad descrita. En efecto, entramos; el autor comienza -así el párrafo siguiente: «De un jardincito sale un ciprés; hay allí un -cementerio de monjas»...; surge en nuestro espíritu la <em>sensación</em> -de uno de esos jardines reducidos recoletos en lo interior de las -ciudades; el jardín de un convento de monjas; un jardín—visto desde -allá arriba, desde lo alto de una torre—en que se divisan unos -cipreses. Necesitamos algún detalle más que complete nuestra visión. -¡Oh, esos cipreses de los huertos monjiles, cipreses que se yerguen -sobre los rosales! El autor añade: «Se delinean en el macizo blanco las -estrechas calles con sus mil leyendas...» Pero ¿no habíamos pasado á -otra cosa? ¿Qué salto es éste que hemos dado ahora? ¿Qué<span class="pagenum" id="Page_256">[Pg 256]</span> tiene que ver -aquí ese <em>macizo</em>? Nuestro ritmo mental ha sido bruscamente roto.</p> - -<p>Otra observación hemos de hacer; ésta de más trascendencia. Nadie -duda que Eugenio Noel es un adversario acérrimo de los toros y el -flamenquismo. Mas la lectura de sus trabajos á las veces nos produce -el efecto de una exaltación de lo que se trata de deprimir y condenar. -No sabemos cómo explicar esto; pero el hecho es exacto. Si fuéramos -amadores de los toros, acaso encontráramos, leyendo los libros de Noel, -más gusto que encontramos siendo adversarios. Noel sabe menudamente -todo lo referente á los toros: historia, bibliografía, biografía de -toreros, gestos de toreros, dichos de toreros, andanzas de toreros. -No hay nada que se le escape. Nadie como él nos informa tan bien -de las cosas y lances del flamenquismo. Nadie ha descrito con más -entusiasmo, con más exaltación los bailes de una popular danzarina. -Sus meditaciones ante la estatua de un torero pueden colocarse por -encima de las que dedica al <em>Pensador</em>, de Rodín. ¿Qué sortilegio -es éste? Veníamos á buscar una triaca contra la ponzoña taurina y nos -encontramos con una morosa delectación. En verdad, en verdad que son -algo peligrosos estos libros contra los toros y el flamenquismo.</p> - -<p>Dicho esto, hemos de elogiar en el libro de Noel numerosas páginas; -elogiarlas desde el punto de vista artístico (bien que estas páginas -á que nos referimos no sean de aquellas que encierran una determinada -tendencia política). Pueden servir de<span class="pagenum" id="Page_257">[Pg 257]</span> ejemplo los capítulos dedicados -á la descripción de Triana, ó á hacer el retrato de un torero malogrado -y pintoresco, ó á describir una capea en Medina del Campo. En este -último capítulo citado, el autor escribe: «En Tordesillas se lidia el -llamado toro de la Vega, el cual en pleno campo se lancea; el mozo que -da la última lanzada tiene derecho á traer al pueblo en la punta de su -pica la oreja del animal, y es fama que aquella noche sueñan con él -las mujeres». Estas líneas, mero incidente en el capítulo, son para -nosotros más sugeridoras que el capítulo todo. Cuarenta y seis años -pasó una infortunada mujer—Juana, la reina—recluída en un caserón de -Tordesillas; Tordesillas va unida á la página sangrienta y patriótica -de los Comuneros. Eugenio Noel ha recordado que en ese pueblo se lancea -un toro en campo abierto.</p> - -<p>Así es, en efecto. En el <em>Semanario Pintoresco</em> de 9 de -Septiembre de 1849, uno de sus colaboradores, don Juan de la Rosa, -hace una detenida descripción de tal espectáculo tordesillense. Ese -alanceamiento no es mas (ó era en el año citado) que el último número -de una variada serie de espectáculos taurinos. Se corrían toritos -(«toritos» dice el cronista); se los lidiaba por los señoritos de la -localidad; se celebraba también una mojiganga taurina, en la cual, por -cierto, entre otros personajes, figuraban Don Quijote y Sancho. El -prólogo de esas fiestas taurinas era la vaca encohetada. Se celebraba -ese espectáculo la noche antes de la primera corrida. La plaza del -pueblo se llenaba de una inmensa muchedumbre. «Cuando el<span class="pagenum" id="Page_258">[Pg 258]</span> concurso -empieza á manifestar su impaciencia—dice el señor Rosa—sueltan la -vaca, la cual lleva puesta sobre el lomo una manta impregnada de un -combustible que se inflama con facilidad, y sembrada de cohetes bien -sujetos, y que á su tiempo se incendian.» «Apenas el animal—añade el -autor—siente el calor de la manta que arde, empieza á dar brincos -lanzando quejidos de dolor.»</p> - -<p>El colaborador del <em>Semanario Pintoresco</em> describe después los -otros festejos taurinos. Al final pinta el espectáculo de los campos -tordesillenses cruzados y recruzados por los mozos que van persiguiendo -con sus picas al toro. Todo esto conmueve profundamente á don Juan de -la Rosa. Estos parajes le parecen encantadores. «Así es—escribe—que -al separarse de ellos, al darles el último adiós, siente uno renacer -en su espíritu un vago deseo de tristeza, y no puede menos de envidiar -á los moradores de aquellos sitios destinados á la felicidad.» ¡Oh, -ingenuidad peregrina! ¡Una Arcadia donde se tuesta viva á una vaca -enfundándola en una manta embreada y cubriéndola de cohetes! Si -viviéramos en 1849 diríamos, llenos de fervor: <em>¡Señor, líbranos de -esa Arcadia!</em></p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_259">[Pg 259]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="CARROS">CARROS</h2> -</div> - - -<p>Xenius ha dedicado, hace tiempo, uno de sus glosarios á los carros; los -carros—para el glosador—componen una característica del ambiente de -Cataluña; con el paisaje, el pueblo, las costumbres se armonizan los -carros. No sólo de la tierra catalana, sino de toda la tierra española, -son parte integrante los carros. Existen varias clases de carros. La -división fundamental es ésta: carritos ligeros; carros «gruesos». Los -ligeros corren y saltan por los caminos; son alegres y frívolos; tienen -pocos asientos; son para ir á una estación, para devanear por el campo, -para hacer un viaje á una granja, para realizar una alegre jira. En -Levante, en los crepúsculos vespertinos de primavera, cuando el aire -tiene una tibieza voluptuosa, cuando los frutales blanquean de flor, -los carritos tornan con ruido de cascabeles, con chasquidos ligeros -de látigos; de dentro parten, risas, carcajadas y voces femeninas; -parten canciones entonadas á coro. Esas levantinas, tan delicadas y -sensitivas, tornan de una merienda en un<span class="pagenum" id="Page_260">[Pg 260]</span> prado, al pie de una fontana, -y tienen los ojos brillantes, lucidores y las mejillas amapoladas.</p> - -<p>Los carros gruesos son graves, solemnes. Con ellos se portea el -vino, el aceite, los granos. Con ellos se hacen largos viajes por -los caminos que cruzan las llanuras, bordean los ríos, reptan por -las anfractuosidades de las montañas. Los varales de estos carros -son recios; recio el toldo, de unidos y trabados cañizos; recias las -escalas—pintadas de azul—; recia la honda «bolsa», que va cruzada por -el eje y que casi roza la tierra del camino.</p> - -<p>Llevan estos carros una barjuleta á la derecha, donde se pone la botija -con agua; á la izquierda, en otra barjuleta, van las provisiones del -viático. El ruido que hacen estos carros es sonoroso, estruendoso; -al rechocar en los hondos y pedregosos relejes, su voz se extiende -y repercute largamente. Una ringla de mulas arrastra al solemne -vehículo. En el paisaje levantino, el carro es inseparable de las -redondas y finas colinas, de las huertas que rodean las ciudades, de -las ventas y paradores, puestos en lo alto de los puertos, de los -caminos viejos—estrechos y amarillentos—y de las carreteras blancas y -polvorientas.</p> - -<p>Los carros evocan las andanzas de nuestra niñez y de nuestra -adolescencia. Evocamos los días en que—de un pueblo á otro—nos -llevaban al colegio, con los baúles, los colchones y la ropa blanca, -y en que, ya mozos, hemos viajado por los llanos y por los altozanos -suaves avizorando los paisajes. Al pensar en los carros vemos un -panorama de verdes viñedos—en Julio—; un panorama por<span class="pagenum" id="Page_261">[Pg 261]</span> el que un -camino angosto, torcido, con hondas carriladas, se aleja entre la -verdura. Caminamos y caminamos. El día ha llegado á su plenitud; -está el cielo limpio; ya el sol reverberante ha cegado los colores -del campo. No se percibe ni el más pequeño ruido; á intervalos, una -bocanada tibia de viento nos trae olores de tomillo, romero, cantueso. -Baja el olor desde una montaña vecina, que cierra, á mano izquierda, el -horizonte. Por la derecha el panorama se extiende, se aleja, se dilata -hasta perderse—esfumado, tenue—en el vaho caliginoso de la tierra. -Como en los paisajes de algunos maestros holandeses de batallas, vemos -en la extensión que la vista alcanza, caseríos blancos, acequias de -agua que relucen, un macizo de árboles, un pueblecito con su campanario -enhiesto. Callemos un momento; el carro ha parado. ¿No parece que oímos -lejano, muy lejano, casi imperceptible, el son de una campana?</p> - -<p>Caminamos y caminamos. Ya es mediodía. Hemos pasado por delante de una -casa de labor y nos hemos detenido. La puerta es ancha; empedrado está -el zaguán de menudos guijos, ó solado con anchas baldosas; las sillas -tienen el asiento de tomiza urdida con esparto crudo. Las mesas son -de pino blanco—con redondos nudos rojizos—y una de ellas es bajita, -casi terrera, y en torno de ella, en sillas también bajitas, se sientan -nuestros labriegos á comer. Con estos muebles forman concierto los -jarros, peroles, cazuelas, picheles en que se cocina ó se bebe. Las -formas de estos recipientes son armónicas y definitivas; de una vez<span class="pagenum" id="Page_262">[Pg 262]</span> -para todas—revelación de la idea—se han inventado estas rotundidades -y estas angosturas del barro y del metal... Repica el almirez; unas -palomas se entran por la puerta y marchan por el pavimento picoteando -entre las piedras. Á lo lejos se divisa el verde de los viñedos, el -azul tenue de las montañas.</p> - -<p>Cuando no comemos en una alquería que encontramos al paso, nos -detenemos junto á unos árboles. El olivo es el árbol de Levante; -invierno y verano, el olivo es el mismo; hiele ó haga calor, su ramaje -es siempre idéntico. Su tronco se hiende y se retuerce; su fronda -cenicienta, plateada, se destaca sobre el tapiz verde de las viñas. Al -pie de un olivo, en el silencio del mediodía, hacemos nuestro yantar. -Luego proseguimos el viaje, hasta que, cuando va declinando el día, -comenzamos á penetrar por las huertas y herreñales que rodean el pueblo -adonde nos dirigimos... Por los caminos de España marchan lentos, muy -lentos, los gruesos carros.</p> - -<p>Los carreteros, de bruces sobre la mercancía, reposan amodorrados. -Las picazas de la Mancha conocen los carros; las bandadas de cuervos -que cruzan sobre el azul son conocedoras también de los carros. -Con los carros se cruzan—ó siguen la misma ruta—los cosarios y -arrieros que portean cargas de carbón, corambres de aceite, cacharros -revueltos entre paja. Carros y almocrebes se perfilan sobre el cielo -radiante y azul de España. En Castilla los carros atronadores y recios -y los carreteros membrudos y coléricos nos traen á la<span class="pagenum" id="Page_263">[Pg 263]</span> memoria el -manteamiento de Sancho, las palizas de los yangüeses, el apedreamiento -de Don Quijote en la noche de su vela de armas. Los carros en Madrid, -cargados enormemente, son destrozo de pavimentos, atascamientos en las -cuestas, vociferaciones iracundas, blasfemias, chasquidos de trallas, -bárbaro apaleamiento á las pobres mulas, corro de bausanes para -presenciar la cruel y estulta escena. No son éstos nuestros carros; -no son los carritos de Levante, que armonizan con los granados, con -los almendros, con el mar lejano y con las voluptuosas carcajadas -femeninas.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_265">[Pg 265]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="LAS_TEMERIDADES_DE_MARCHENA">LAS TEMERIDADES DE MARCHENA</h2> -</div> - - -<p>La vida de Marchena ha sido dilucidada por los eruditos. Ninguna -vida tan pintoresca y desbaratada. Compendio es esta vida de -la total vida española. Como Duque de Estrada, como Ordóñez de -Ceballos, como tantos otros españoles aventureros, Marchena no tiene -plan ni disciplina; á campo traviesa camina por el mundo; los más -contradictorios sentimientos se barajan en su alma. Ex seminarista—no -abate—revolucionario, actor de la revolución francesa, autor de -una oda á Cristo crucificado—que él cree de lo mejor del Parnaso -castellano—, lector constante de la <em>Guía de pecadores</em>, -traductor de Voltaire, traductor de Molière... no hay nada en su tiempo -de que no haya sido curioso Marchena; no hay espectáculo intelectual -á que Marchena no se haya asomado. Nuestro autor ha sido también -crítico literario; una colección, en dos volúmenes, formó de trozos -en prosa y verso de los clásicos; en el largo prólogo puesto á esa -obra (<em>Lecciones de filosofía moral</em>, Burdeos, 1820) es donde -el sacudido ingenio<span class="pagenum" id="Page_266">[Pg 266]</span> sevillano expone sus puntos de vista respecto á -la literatura castellana. Menéndez y Pelayo—en la introducción á su -<em>Antología de líricos</em>, tomo I, ha calificado de «temeridades -críticas» estos juicios de Marchena. Temeridades—ó por lo menos, -intrepideces—son, en efecto, para el tiempo en que fueron escritas—y -aun para hoy—, estas opiniones de Marchena.</p> - -<p>Examinemos algunas de ellas. Inútil creemos advertir que no nos -adherimos á lo que Marchena diga; hacemos ahora de expositor, y -nada más. Ante todo, la estética de Marchena, en general. Marchena, -revolucionario; Marchena, innovador; Marchena, demoledor de los viejos -prestigios, es un enemigo formidable de la nueva fórmula literaria que -se anuncia allá por 1820; hablamos del romanticismo. Lo mismo ocurre -con otro arriscado revolucionario literario: con Mor de Fuentes. La -contradicción se explica (al menos en Marchena) teniendo en cuenta que -nuestro autor escribía y se había formado intelectualmente en Francia. -En Francia el romanticismo de primera hora fué tradicionalista, -conservador (al revés de lo que sucedía en España); en Francia lo -liberal era el clasicismo; es decir, un ideal que tomaba su inspiración -en las antiguas democracias de Grecia y Roma. Son curiosos para la -historia del romanticismo español los pasajes—dos—en que Marchena -habla de las nuevas tendencias.</p> - -<p>Hablando de la literatura alemana dice Marchena que Gellert, Haller -y Gessner «han introducido la corrección en el tudesco, que repelen -aún<span class="pagenum" id="Page_267">[Pg 267]</span> los sectarios de una nueva obscurísima escolástica, con nombre de -<em>estética</em>, que calificando de <em>romántico</em> ó <em>novelesco</em> -cuanto desatino la cabeza de un orate imaginarse pueda, se esfuerzan -á hacer del idioma y la literatura germánica tan desproporcionados -monstruos, que comparado con ello fuera un dechado de arreglo el que -en su <em>Arte poética</em> nos describe Horacio». Más adelante, el -autor escribe también, ya más concretamente: «Si cuando los tudescos -defensores del romantismo ó novelería dijeron que cada pueblo debía -cultivar una literatura peculiar y privativa, se hubieran ceñido á -decir que cada nación debía pintar sus propias costumbres y ornarlas -con los arreos que más á la índole de su idioma, á las inclinaciones, -estilo y costumbres de los nacionales se adaptan, hubieran profesado -una máxima de inconcusa verdad». (En realidad, si eso que dice -Marchena, es decir, lo que él apunta que debe ser el romanticismo, no -era <em>todo</em> el romanticismo, al menos, era una parte de él. Y esa -es la enseñanza que se deduce del libro <em>De la Alemania</em>, de la -señora Staël.)</p> - -<p>Era un adversario Marchena del romanticismo ó novelería (él dice, -como Mor de Fuentes, <em>romantismo</em>); un poco más tarde, y en -España, nuestro autor hubiera sido tal vez su partidario. Tal vez... ó -acaso no. La estética de Marchena es profundamente clásica; en 1870, -en Francia, en la misma Francia en que él escribía, la hubiéramos -calificado de idealista. Frente al naturalismo, Marchena hubiera estado -con Feuillet. Hasta ahora, pues,<span class="pagenum" id="Page_268">[Pg 268]</span> nuestro inquieto revolucionario va -resultando un conservador. Donde expone Marchena su credo estético es -al hablar de lo que en su concepto debe ser la novela. El novelista, -¿debe copiar <em>toda</em> la realidad? (Fórmula del naturalismo.) ¿O -debe copiar tan sólo <em>parte</em> de lo que se ofrece á sus ojos? -(Fórmula idealista.) (Otro paréntesis detrás de estos paréntesis: en -realidad, del naturalismo al idealismo sólo hay una diferencia de -grado, no de esencia. El arte no puede copiarlo todo, porque dejaría -de ser arte. Los naturalistas no lo han copiado todo. Aun los más -extremados de todos ellos, un Paul Alexis, por ejemplo, se han visto -obligados á hacer una selección previa <em>in mente</em>. Selección es -ya, y, por lo tanto, aceptación y rechazamiento, la manera de presentar -la realidad en el fragmento escrito.) «No nos equivoquemos—escribe -Marchena—; no es el arte una imitación de la Naturaleza, <em>tal cual -ella es generalmente</em>; que el buen imitador escoge en los objetos -lo más vigoroso y lo más puro que en muchos de ellos ve esparcido, y -de estos variados rasgos, <em>verdaderos y existentes todos</em>, forma -el tipo ideal, cuya concepción constituye el perfecto crítico teórico, -cuya ejecución forma el acabado escultor, el sublime poeta, realizando -el Júpiter de Fidias, el Aquiles de Homero, el Roger del Ariosto.» Si -el lector tiene la paciencia de repasar las <em>Investigaciones sobre -la belleza ideal</em>, del jesuíta Arteaga, verá que la estética allí -expuesta—á fines del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>—no es otra que esta que -ahora, en 1820, expone Marchena. Para Arteaga, el ideal en pintura, -por<span class="pagenum" id="Page_269">[Pg 269]</span> ejemplo, era Mengs; lógicamente, para Marchena, si no era Mengs, -no debía de ser Velázquez, el Velázquez de los bufones.</p> - -<p>Sobre tal fondo de estética conservadora, hondamente tradicionalista, -Marchena edifica su crítica literaria. No hay que decir que muchas -veces las consecuencias prácticas están reñidas con la doctrina -fundamental. En realidad, Marchena no es un crítico literario, sino -un crítico social; según la obra de arte se acomode ó no á su ideal -político, en esa medida será buena ó mala. Y el ideal político de -Marchena está condensado en un ardiente y entusiasta progresismo. Toda -la civilización de un pueblo la gradúa nuestro autor según la mayor ó -menor libertad de pensar y expresarse. Á través de este prisma mira la -historia de España. Durante la Edad Media, bien que mal, nuestro pueblo -iba progresando. Se cultivaban las ciencias, se escribía con ingenio é -independencia. (El autor que cita como cultivador de las ciencias al -marqués de Villena, no repara en el arcipreste de Hita, y sí en Juan -de Mena, como ejemplo de literatos independientes.) «Todo anunciaba -la aurora de un día más puro, cuando, por irreparable desgracia de -la nación española, subieron Isabel y Fernando al trono de Castilla -y Aragón.» Se ha discutido años atrás—y aún hoy se discute—sobre -el momento en que comienza la decadencia de España; divergían las -opiniones expuestas por Salmerón y Costa. No recordamos exactamente -en qué punto hacían comenzar uno y otro el declive; pero aquí está -Marchena que es más radical que<span class="pagenum" id="Page_270">[Pg 270]</span> todos. Para Marchena no hay problema; -no hay problema sobre la decadencia... porque no ha habido período de -apogeo. Pudo haberlo habido; mas por irreparable desgracia de la nación -española subieron al trono Isabel y Fernando. El natural y espontáneo -desenvolvimiento de la vida nacional, tal como lo incubó la Edad Media, -quedó interrumpido. Para ser sinceros, diremos que no es sólo Marchena -quien así opina; con más ó menos distingos y paliativos, no faltan -quienes crean que muy distinta hubiera sido la vida de España (distinta -por lo próspera) sin el advenimiento de Fernando é Isabel. Del mismo -modo se ha preguntado también, en Francia, qué hubiera sido del país -vecino sin el Renacimiento; es decir, qué hubiera dado de sí, en pleno -desarrollo, la Edad Media, sin ingerimientos ni aportes de savia -extraña...</p> - -<p>Marchena, á seguida de la aseveración copiada, hace el retrato, en -cuatro líneas, de los Reyes Católicos. No creemos que hayan sido muchos -los que de esta manera áspera y cruel hayan pintado á dichos monarcas; -por lo menos, de Isabel no se ha solido hablar así. De Fernando, -sí; y lo que Marchena dice no es mas que un eco de la semblanza que -Maquiavelo traza en <em>Il Principe</em>—capítulo XXI—de Fernando V de -Aragón. Dejando á un lado este asunto, habría que exponer ahora los -puntos de vista literarios de Marchena. Nos contentaremos con indicar -algunos; aciertos son, á nuestro entender, sus opiniones sobre el -teatro clásico, que el autor considera semillero de corrupción. Hoy, -más que de inmoral—en muchos<span class="pagenum" id="Page_271">[Pg 271]</span> ejemplos, que Marchena especifica—, lo -calificaríamos de <em>amoral</em>. Acierto también es la crítica de los -sainetes de don Ramón de la Cruz, que á nosotros también se nos antoja -una de las cosas más desprovistas de observación, realidad y gracia que -se han escrito en España. Acierto, finalmente, lo que sobre Quevedo -escribe Marchena; Quevedo, soberano ingenio, pero que no caló más allá -de la corteza social.</p> - -<p>En resumen, y por lo que respecta al aspecto estético de la crítica -de Marchena: algunos de los juicios del autor podrán ser erróneos ó -injustos; otros, en cambio, ó han sido confirmados por los críticos -posteriores, ó llevan camino de serlo. En todo caso, la obra de -Marchena no puede ser desdeñada; en cuenta habrá de tomarla el -historiador de las letras castellanas.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_273">[Pg 273]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="VICTOR_HUGO_EN_VASCONIA">VÍCTOR HUGO EN VASCONIA</h2> -</div> - - -<p>El popular editor inglés Tomás Nelson está publicando, en tomitos -elegantes y baratos, las obras completas de Víctor Hugo. El último -volumen puesto en las librerías es una colección de viajes que el -poeta francés hizo por Francia, Bélgica, los Alpes y los Pirineos. -Tiene interés para los españoles este volumen, porque se contienen en -él, en la parte dedicada á los Pirineos, las impresiones de Víctor -Hugo respecto á España. Víctor Hugo estuvo con su padre, el general -Hugo, en nuestro país, cuando era un niño. No quedó de aquella mansión -en España casi nada en la mente de Hugo; sin embargo, el poeta hacía -vanagloria de su españolismo, preciaba de conocer nuestra lengua—lo -cual no era cierto—, y en su obra, á lo largo de su fastuoso y -espléndido escribir, ha ido esparciendo <em>visiones</em> grandiosas de -España. Recuérdese, en la <em>Leyenda de los siglos</em>, su <em>Romancero -del Cid</em>; <em>Romancero</em> en que nos ofrece un Rodrigo Díaz -que, en resumidas cuentas, digamos la verdad, no es ni más ni menos -veraz—siendo<span class="pagenum" id="Page_274">[Pg 274]</span> tan bello—que el Cid imaginario y poético del primitivo -<em>Cantar</em>, ó el Cid de los romances, ó el de Guillén de Castro, ó, -modernamente, el de José María de Heredia, en sus <em>Trofeos</em>, ó el -de Manuel Machado, nuestro poeta, en el breve y luminoso poema en que -plastifica, amplifica y colorea una de las más hermosas escenas del -centenario, venerable <em>Cantar</em>.</p> - -<p>Víctor Hugo no sabía el castellano; de nuestra lengua sólo conocía -leves rudimentos. Quien lo sabía muy bien y le fué muy útil al poeta en -sus <em>españolismos</em> era su hermano Abel. Pero Víctor Hugo sentía un -gran entusiasmo por España; él mismo—si no recordamos mal—se jactaba -de ser un poeta español. En 1843 hizo un viaje á España el poeta; más -concretamente pudiéramos decir que la excursión la hizo al país vasco. -En Vasconia pasó Víctor Hugo el verano del citado año; su primera -página sobre España está fechada en San Sebastián, el 28 de Julio. El -autor de <em>Ruy Blas</em> fué desde Bayona derechamente á San Sebastián; -desde allí trasladóse á Pasages y habitó una temporada no larga en -Pasages la casa en que, por solicitud patriótica de Deroulede, se puso -una lápida conmemorativa; de Pasages Víctor Hugo marchó á Pamplona; -permaneció unos días en la capital de Navarra; hizo una excursión por -la montaña, y regresó á Francia. Tal es el esquema de impresiones sobre -España que en su libro nos ofrece Hugo; marcado queda el itinerario de -su viaje por Vasconia.</p> - -<p>¿Dónde paró Víctor Hugo á su llegada á San<span class="pagenum" id="Page_275">[Pg 275]</span> Sebastián? En España—dice -el poeta—hay muchas ventas, es decir, tabernas; algunas posadas, es -decir, hospederías; muy pocas fondas, es decir, hoteles. El poeta -trabuca aquí un poco las cosas, según su costumbre. Las ventas, desde -luego, no son tabernas; son simplemente hosterías situadas fuera de -poblado, en la campiña. En San Sebastián, en 1843, cuando estuvo Hugo -en la ciudad, no había, según nos cuenta él, mas que una fonda á la -española, la «fonda de Isabel», y un hotel á la francesa, «dirigido -por un honrado y valiente hombre llamado Laffite». (Saludemos -reverentemente, de pasada, á esta Isabel y á este Laffite, patriarcas -de la industria hotelera que, andando los años, tanto auge, tanto -esplendor había de alcanzar en San Sebastián.) Víctor Hugo venía en -diligencia de Bayona á Donostia. Ya cerca de la ciudad, al llegar á -lo alto de una colina, descúbrese de pronto el panorama urbano de San -Sebastián. Con cuatro rasgos, á manera de grandes, airosos brochazos, -traza el poeta lo que ven sus ojos en aquel momento: «Un promontorio -á la derecha; un promontorio á la izquierda; dos golfos; un istmo en -medio; una montaña en el mar; al pie de la montaña una ciudad. He -aquí San Sebastián». Y, en efecto, nada más sintético ni más exacto. -El aspecto de San Sebastián—añade el poeta—es el de una ciudad -construída de nuevo, simétrica y cuadrada como un juego de damas. (No -se olvide que estamos en 1843, y que lo que el poeta está contemplando -es, en efecto, este tablerito de damas de la—ahora—ciudad vieja.)</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_276">[Pg 276]</span></p> - -<p>Aposentado en San Sebastián, Víctor Hugo nos refiere diversas -impresiones experimentadas por él en la ciudad; casi todas estas -páginas están dedicadas á los lances de la guerra carlista. -Continuamente daba el poeta grandes paseos por los aledaños de la -ciudad; un día se alargó hasta un paraje en que el agua del mar, -después de pasar por un freo ó angostura, se remansa en un ancho lago. -Cautivóle la hermosura y placidez del sitio; admirándolo estaba, cuando -le sacó de su arrobo una greguería estrepitosa de voces humanas. Paró -en ella atención el poeta y vió una grey de mujeres que en la orilla -del mar estaban apostadas y lanzaban gritos invitando al embarque en -unos ligeros bateles. ¿Á quién se dirigían estas mujeres? De todas -edades, trazas y pergeños las había entre ellas: ardimiento ponían en -sus palabras, pero ninguna de ellas se movía ni avanzaba. Víctor Hugo -derramó la vista en su torno; no había nadie allí mas que él; á él -debían dirigirse estas nautas femeninas. Á él, en efecto, se dirigían. -El poeta—documento precioso—nos ha conservado, en lengua castellana, -las exhortaciones que le lanzaban. Eran éstas: «¡Señor francés, benga -usted conmigo!—¡Conmigo, caballero!—Ben hombre, muy bonita soy!» El -autor de <em>Los Miserables</em> tomó un batel y llegó á Pasages; dejamos -aparte numerosos y pintorescos detalles de la narración. Encanto -profundo produjo en el poeta esta villa de junto al agua. Las casas, -desde el mar, eran sencillas, modestas, pobres; una vez en el pueblo, -se veía que tales edificios tenían otra faz: una faz<span class="pagenum" id="Page_277">[Pg 277]</span> noble, severa, -con anchas puertas, berroqueños blasones, muros recios, fornidos. De -sorpresa en sorpresa caminaba Hugo por las callejas de Pasages; su -vista ponía con delectación en los escudos de las puertas, en los -hierros forjados de los balcones, en las paredes renegridas noblemente -por la pátina de los siglos. Á su vuelta á San Sebastián anunció su -propósito de irse á vivir á Pasages. Su designio causó «un espanto -general».</p> - -<p>—¿Qué va usted á hacer allí, señor?—le preguntaron—. Aquello es -un hoyo, un desierto, un país de salvajes. ¡No encontrará usted -alojamiento!</p> - -<p>—Me alojaré en la primera casa que encuentre—repuso el poeta—. Se -encuentra siempre una casa, un cuarto, una cama.</p> - -<p>—Pero las casas no tienen techo, ni puertas los cuartos, ni colchones -las camas.</p> - -<p>—Eso será interesante.</p> - -<p>—¿Qué comerá usted?</p> - -<p>—Lo que haya.</p> - -<p>—No habrá mas que pan mohoso, sidra agria, aceite rancio y vino con -sabor á pez.</p> - -<p>—Pues comeré eso.</p> - -<p>—¿Está usted decidido?</p> - -<p>—Decidido.</p> - -<p>—Hace usted lo que nadie hace aquí.</p> - -<p>—¿De veras? Eso me seduce.</p> - -<p>—¡Ir á dormir á Pasages! ¡No se ha visto nunca tal cosa!</p> - -<p>El poeta partió hacia Pasages; la misma batelera que habíale servido -la primera vez, le indicó una casa donde podría alojarse. Es la casa -histórica<span class="pagenum" id="Page_278">[Pg 278]</span> que hoy contemplamos—si somos artistas, si amamos la -patria—con emoción. Víctor Hugo la describe minuciosamente en estas -páginas; hasta un pequeño plano de ella, dibujado por él, nos ofrece. -Allí vivió unos días feliz, tranquilo; la hija de su patrona se llamaba -Pepita; la comida que le servían—por cinco francos diarios—era -abundante, sana, gustosa. Le seducía al poeta morar en esta vieja -casa, entre estos nobles muros; por las mañanas deambulaba por el -pueblo, en requisitoria de rincones y recovecos poéticos, interesantes, -históricos; á la tarde se marchaba hacia la montaña, peregrinaba -largamente, se sentaba en una eminencia frente al inmenso mar. Cuando -al anochecer retorna á la vieja casa consigna en las cuartillas sus -impresiones. Trasladaremos una de estas rápidas anotaciones del poeta. -Víctor Hugo ha subido á un escarpadísimo picacho; en su ascensión ha -tenido, á ratos, que ir á gatas. Ya ha llegado á la cima. «Descubro -un inmenso horizonte—escribe el poeta—. Todas las montañas hasta -Roncesvalles. Todo el mar desde Bilbao á la izquierda; todo el mar -desde Bayona á la derecha. Escribo estas líneas acodado sobre un bloque -en forma de cresta de gallo que forma la arista suprema de la montaña. -En esta roca han sido grabadas hondamente con un pico estas tres -letras, á la izquierda: L. R. H., y estas dos á la derecha: V. H. En -torno á esta roca hay una reducida meseta triangular cubierta de prados -calcinados y rodeada de una especie de foso abarrancado. En una quiebra -diviso una florecilla. La he cogido.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_279">[Pg 279]</span></p> - -<p>¿Cuál es el lugar descrito aquí por Víctor Hugo? ¿Se conservará la -inscripción de que el poeta habla, grabada en esa altísima roqueda? -Lezo, Hernani, Tolosa ocupan también varias páginas en el libro de -Hugo. El poeta ha dejado la vetusta casa de Pasages—en que tan serenas -y claras horas ha pasado—y se ha dirigido hacia Pamplona. Durante el -viaje ha podido ocurrir una catástrofe: la diligencia, parada en la -carretera, allí en lo alto de un precipicio, ha comenzado á recular; ya -una de las ruedas posteriores iba á llegar al borde del hondo barranco; -entonces un mendigo que allí estaba ha puesto una gruesa piedra ante -la rueda, y el cocherón se ha detenido. Si la diligencia se hubiera -derrumbado por aquel abismo, y se hubiera matado Víctor Hugo—como -era probable, verosímil—, á estas horas no podríamos leer muchas de -sus hermosas obras; y todo esto hubiese sucedido—¡complicación sutil -del sutil tejido de los hechos humanos!—si aquel mendigo que puso -obstáculo con la piedra á la caída no hubiese estado allí. Á un mendigo -vasco debe, pues, el Parnaso de Francia multitud de maravillosos -poemas. Tenía entonces, en 1843, Víctor Hugo cuarenta y un años; hasta -1885 había de vivir produciendo, laborando infatigablemente.</p> - -<p>En Pamplona mora Hugo unos días. Le encantan el claustro de la -catedral, la ancha plaza con soportales, el panorama que se descubre -desde el paseo de la Taconera. Corretea por las murallas y por las -callejuelas. Se celebraba en aquellos días de Julio la feria. Hugo -discurre entre los tipos de<span class="pagenum" id="Page_280">[Pg 280]</span> campesinos y compra multitud de chucherías -y baratijas: ligas con letreros, de Segovia; una caja de cerillas -químicas de Hernani; pilillas de agua bendita, de Bilbao: un hacecillo -de teas de Elizondo; papel de Tolosa; un cinturón ó garniel de cuero, -de Panticosa; dos mantas de Pamplona, «que son de lana magnífica, de -una manufactura recia y de un gusto exquisito». El libro del poeta—en -lo que se refiere á España—termina con una excursión de Hugo á las -montañas navarras, en donde el autor de las <em>Orientales</em> pasa un -día ó dos viviendo en una choza.</p> - -<p>¿Cuál debe ser nuestro juicio sobre estas páginas que Víctor Hugo -dedica á España? Las impresiones del gran poeta no tienen la densidad -é intensidad de las de Teófilo Gautier; son notas ligeras, rápidas. La -más considerable es la referente á su estancia en Pasages. Pero Hugo, -como Gautier y como, años antes, Próspero Merimée, han sabido encontrar -en un rincón de España—descartando las inexactitudes en que hayan -podido incurrir—un aspecto de honda y perdurable poesía. Y vosotros -los artistas ó los que amáis el arte, contestad: ¿hay algo más real que -la poesía? ¿Hay algo más definitivo?</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_281">[Pg 281]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="UN_IDEOLOGO_DE_1850">UN IDEÓLOGO DE 1850</h2> -</div> - - -<h3 class="p2">I</h3> - -<p>El ideólogo á que nos referimos es don Ramón de la Sagra. Sobre La -Sagra encontramos indicaciones biográficas en el <em>Manual de biografía -y bibliografía de los escritores españoles del siglo XIX</em>, publicado -por Ovilo y Otero en París, librería de Rosa y Bouret, en 1859. Como -no nos proponemos hacer un trabajo biográfico de La Sagra, ni escribir -un estudio crítico de sus obras, nos limitaremos á unas breves notas -sobre su persona y sus libros. Nació La Sagra en 1798; fué varias -veces diputado; figuró en las Cortes de 1854; desempeñó la cátedra de -Botánica en la isla de Cuba; realizó numerosos viajes por Europa y -América. Era La Sagra lo que hoy llamamos un «europeo». Profesó las -más avanzadas ideas progresistas. «Hoy las ha modificado—escribe -Ovilo—, lo cual le ha valido algunas censuras.» Los libros, folletos -y publicaciones de distinta índole<span class="pagenum" id="Page_282">[Pg 282]</span> que La Sagra dió á luz son -innumerables. Según vemos en el <em>Manual</em> citado, existe un -<em>Tratado cronológico</em> de los escritos de La Sagra; pero sólo -abarca este tratado las publicaciones de 1822 á 1845. Muchas más deben -de existir; con lo cual bien podemos imaginar que don Ramón de la Sagra -ha sido uno de los escritores más prolíficos, fecundos y caudalosos que -podemos imaginar.</p> - -<p>Á La Sagra le interesaba todo y escribía de todo. Escribió sobre -botánica, geografía, ciencia económica, sistemas penitenciarios, -política, industria, agricultura. En el libro de Otero, al copiar -éste un juicio de don Manuel Colmeiro sobre La Sagra, dice el autor: -«El doctor Colmeiro que, como nosotros, no supone tanto mérito, -tantos servicios, ni tanta ciencia en este laborioso é infatigable -escritor...» Se deduce de estas palabras que La Sagra era, no un -investigador original, sino simplemente un vulgarizador, un viajero y -un lector que luego iba exponiendo en libros y en artículos lo que por -el mundo había visto. Y juntamente con esto, no cabe, ni hay para qué -negar, que La Sagra poseería un deseo sincero de mejoramiento social, -de adelanto y de progreso respecto á España.</p> - -<p>En resolución: La Sagra ha sido, con mayor ó menor originalidad y -con mayor ó menor desinterés, un precursor de los hombres que, más -tarde, hacia 1898, trabajaron en favor de una política de regeneración -española. Hemos hablado de desinterés porque, registrando, tiempo -atrás, periódicos de la época, hemos hallado ataques á empresas -industriales<span class="pagenum" id="Page_283">[Pg 283]</span> de La Sagra; y entre las obras citadas por Ovilo figura -una <em>Vindicación de una apreciación injusta de un proyecto de ley -presentado á las Cortes Constituyentes el 14 de Diciembre de 1854, -seguido de algunas reflexiones sobre el estado fisico y económico de -España</em>. No decimos nada ni en pro ni en contra de La Sagra; lo -que queremos evitar es toda incauta apología. Hoy existen hombres -que, vanagloriándose de las más modernas ideas y de los móviles -más altruístas, se mezclan á empresas y gestiones que no merecen -beneplácito. Si ahora pudiéramos contemplar á un escritor de 1960 -escribiendo un artículo sobre estos hombres y desplegando en él la -más candorosa pompa apologética, seguramente que, por lo menos, -sonreiríamos.</p> - -<p>Nos proponemos ahora tan sólo hablar de algunas originales ideas -que nuestro autor expuso en un breve folleto. Se titula el opúsculo -<em>Aforismos sociales</em>; lleva por subtítulo: <em>Introducción á la -ciencia social</em>. En Madrid y en 1849 se publicó el librito, y en -la portada se lee la siguiente indicación: «Edición hecha sobre la -cuarta publicada en Bruselas en 1848». El ejemplar del folleto que -poseemos va encuadernado en volumen juntamente con otro opúsculo de La -Sagra escrito en francés y titulado <em xml:lang="fr" lang="fr">Revolution économique: causes -et moyens</em>. Del mismo año del folleto español es este francés; en -París se vendía en la librería de Capelle «et chez l’auteur, 27, rue -Lamartine». Los <em>Aforismos sociales</em> resumen la ideología de La -Sagra (como hoy otros aforismos, los publicados recientemente<span class="pagenum" id="Page_284">[Pg 284]</span> por -Gustavo Le Bon, resumen la política, la sociología y la psicología -social de este escritor, también multiforme, abundante y diverso).</p> - -<p>Las máximas que nos presenta La Sagra son en número de 300. En varios -capítulos está dividida la obra.</p> - -<p>En el primero se estudia el orden social antiguo; en el segundo, la -emancipación del pensamiento; en el tercero, la sustitución de un nuevo -principio de orden social; en el cuarto, el orden por la fuerza; en el -quinto, la teoría del orden social racional; en el sexto y último, las -condiciones y medios para la organización social racional. Un resumen y -conclusiones cierran el folleto.</p> - -<p>En el breve prólogo de la obra nos dice el autor que estos aforismos -constituyen «parte de los teoremas» cuya demostración larga, minuciosa, -equivaldría á hacer el estudio de la humanidad. La Sagra ha hecho -cristalizar en ellos todo su pensamiento. Persigue también otro -propósito: el de «impedir que la calumnia ó la ignorancia le coloquen -en alguna de las escuelas en que se dividen las opiniones reinantes». -La Sagra desea ser conocido «no tal cual le suponen, sino tal cual es»; -es decir—añade el mismo La Sagra—, como «hombre observador y lógico». -(Hombre observador y lógico no así como se quiera, impreso en el mismo -tipo en que va impreso lo demás, sino estampado ostensiblemente, con -versalitas: <span class="allsmcap">Hombre Observador y Lógico</span>... Repasando los -periódicos á que hemos aludido antes, periódicos de mil ochocientos -cuarenta y tantos, tenemos bien presente el<span class="pagenum" id="Page_285">[Pg 285]</span> haber visto que uno de -ellos llamaba <em>sabihondo</em>, humorísticamente, á La Sagra.)</p> - -<p>El autor, al publicar esta edición castellana de su libro, nos -advierte también que el trabajo ha sido redactado pensando en -otros pueblos; otros pueblos «más adelantados y, por consiguiente, -más distantes de la época antigua». En esas naciones se hallan -muy debilitadas las creencias individuales; hállase también la fe -social «totalmente extinguida, es decir, enteramente eliminada de la -legislación». Muy lejos de ese estado «fatal» nos hallamos nosotros -los españoles; «pero—añade La Sagra—conduce á él la doctrina y la -práctica del progreso». Esta última frase es altamente significativa. -¿Qué concepto del progreso va á exponernos La Sagra? Él, un hombre -avanzado, moderno, científico, ¿va á lanzarnos por el camino de esas -sugestionadoras paradojas que, hablando del progreso (del progreso y -sus <em>ilusiones</em>) han proclamado también, bien mirados por los -tradicionalistas, otros espíritus igualmente modernos y científicos de -estos días? Sí, algo hay aquí, aparte de la antinomia de Comte, creador -del positivismo y de una nueva religión; algo hay aquí de Sorel, de Le -Bon y de otros...</p> - - -<h3 class="p2">II</h3> - -<p>Expongamos algunas de las ideas de don Ramón de La Sagra; nos -limitamos sencillamente al papel de expositores. No presentaremos -tampoco sistematizadas<span class="pagenum" id="Page_286">[Pg 286]</span> las ideas del autor (para eso, léase el -libro); indicaremos puntos de vista, consideraciones, observaciones. -Vivimos—dice La Sagra—en un tiempo en que la opinión es quien reina -y legisla. «El reinado de la opinión tiene por resultado la anarquía, -porque la opinión es variable por esencia.» El sufragio universal es -la consecuencia lógica de este régimen de opinión; pero, imperando las -mayorías, ¿á quién podrán apelar las minorías? (No olvide el lector que -estamos en 1849; la originalidad de estos juicios consiste precisamente -en haberse formulado en esa época en que eran novísimos... y ahora -también. No dejaremos, de cuando en cuando, de ir recordando la fecha -de este librito.) «El sufragio universal, considerado como base del -derecho, es, en realidad, la negación del derecho.» Con el sufragio -universal, el derecho queda sometido á la fuerza: á la fuerza de la -mayoría. Se somete el derecho á una voluntad general, universal, y de -ella se le hace depender. No se tiene en cuenta que actualmente la -humanidad no posee todavía «una voluntad racional é incontestable». Por -eso todo voto es la expresión de un interés pasional.</p> - -<p>Como no existe todavía una dirección racional en la sociedad, el voto -del sufragio no puede adaptarse á esa orientación. «Se llama <em>ley</em> -lo que resulta de la decisión de intereses más ó menos numerosos, ó -de los que son bastante fuertes para hacerse admitir como generales.» -Las pasiones, los intereses, las razones individuales fingen someterse -á una supuesta voluntad general; esa voluntad<span class="pagenum" id="Page_287">[Pg 287]</span> general, expresión -del sufragio, flor de la democracia, no es mas que un agregado de -voluntades unidas por un interés que les es común. Y esta artificiosa -voluntad general se convierte en <em>autoridad</em> con el auxilio de la -fuerza. «De consiguiente, bajo el imperio de las mayorías no reina el -<em>derecho</em> fundado en la razón social y universalmente reconocida, -sino la fuerza resultante del número ó de la intriga.»</p> - -<p>El despotismo moderno se apoya en las mayorías; ese despotismo no es -mas que fuerza privada del prestigio de la fe. «Hallándose fundada la -autoridad moderna en la opinión, resulta contestable; y en una época -de libre discusión es necesariamente contestada». La supremacía del -número, como base de la autoridad, se halla en pugna con la razón; -forzosamente la investigación moderna ha de discutirla y combatirla. En -la esencia misma de este régimen de mayorías se encuentra el origen del -espíritu revolucionario. El espíritu revolucionario, inseparable del -régimen de mayorías, se manifiesta en actos ilegales ó legales. «En la -revolución llamada legal domina el voto; en la revolucionaria domina -la fuerza. Pero como en ambos casos son las pasiones las que dan el -impulso, resulta que la fuerza da la victoria, suponiendo que tiene los -votos en su apoyo.»</p> - -<p>Faltando la unidad espiritual, psicológica, que antiguamente daba -la religión al agregado social, y no habiendo sido esa orientación -reemplazada por otra, la autoridad y el poder se hallan en quiebra. -«En el día todo poder inspira desconfianza;<span class="pagenum" id="Page_288">[Pg 288]</span> toda autoridad se pone -en duda; todo mandato sugiere oposición.» La sumisión á la ley, al -dictado jurídico, á la regla moral, supone que lo que se ordena ha de -ser razonable, justo. «Pero ¿quién califica los actos como justos ó -injustos? La opinión de cada individuo. Por consiguiente, las órdenes -de la autoridad son calificables para la humanidad entera.» El desorden -será permanente. El orden sólo se establecerá cuando quede determinado -de un modo absoluto lo que la razón debe dictar y cuando cada ciudadano -pueda conocerlo.</p> - -<p>Lo que al presente se llama libertad no es mas que anarquía, desorden. -Las sociedades libres son eminentemente anárquicas. «La causa, pues, -del sentimiento revolucionario se halla en el principio mismo que sirve -de base á la autoridad moderna.» «La sociedad antigua reposaba sobre -la fe; la sociedad moderna reposa sobre la opinión, y la dominación -por la opinión es esencialmente anárquica.» (Esta es una de las ideas -fundamentales de La Sagra; él ve la sociedad antigua como formada toda -de una pieza, compacta, solidaria, gracias al aglutinante, digámoslo -así, de la unidad espiritual que proporcionaba la religión, y hoy -ve, por el contrario, fraccionado en mil fragmentos el todo social, -merced á la diversidad de opiniones que luchan, se oponen é imponen -unas á otras. Queda, por encima de todo esto, el sufragio, la voluntad -general; pero el sufragio es una ficción y no logra cohesionar -las fuerzas sociales ni dar una dirección lógica y racional á la -humanidad.) Escritores antiguos y modernos—continúa La Sagra—han<span class="pagenum" id="Page_289">[Pg 289]</span> -combatido el principio de las mayorías como base del derecho moderno. -Sin embargo, sólo ese principio sobrevive á la muerte de la fe. «Esto -procede de que hasta ahora no ha sido posible sustituir á la destruída -autoridad de derecho divino más que la autoridad del número.»</p> - -<p>Reina universalmente la anarquía: en el sistema industrial, en el -intelectual, en el moral, en el social. La dominación por la riqueza -ha reemplazado á la antigua dominación por el privilegio. «La antigua -dominación era compensada por la revelación, que declaraba meritorios -en otra vida los sufrimientos de los desgraciados explotados en ésta. -La dominación moderna no da á la explotación que ejerce más motivo que -la fuerza sin consuelo alguno.» El desorden y la incongruencia social -irán siendo mayores de día en día. Ese progreso del mal llegará á hacer -comunes á todas las clases los sufrimientos que ahora afligen á las -masas proletarias. Se hará preciso buscar entonces el remedio á males -que á nadie excluirán. El vínculo social que hoy falta sólo puede darlo -la ciencia. (Esta es otra de las ideas fundamentales de La Sagra; de La -Sagra, que escribe, repitámoslo, en 1849. Un año antes escribía Renán -su libro <em>El porvenir de la Ciencia: pensamientos de 1848</em>, libro -que no fué publicado hasta 1890.) «Hasta el día—añade La Sagra—la -ciencia no ha llegado más que al período materialista, que es la -negación del espiritualismo.»</p> - -<p>«Para la humanidad—añade nuestro autor—no puede haber mas que dos -géneros de existencia: ó<span class="pagenum" id="Page_290">[Pg 290]</span> por la <em>fe</em> ó por la <em>ciencia</em>. El -reinado social de la fe ha desaparecido; es preciso, pues, que el de la -ciencia aparezca ó que la humanidad se extinga.» Nos hallamos á la hora -presente en un estado de conturbación espiritual y de desorientación. -No puede darse un período de más aguda crisis; en la historia de la -humanidad no habrá acaso época tan angustiosa como ésta. «En resumen: -el <em>despotismo es imposible</em> y la <em>libertad es anárquica</em>.» -De este modo podemos caracterizar los tiempos que alcanzamos. Es decir, -que el elemento necesario para la marcha (la libertad) es origen de -perturbación y de desorden; y por otra parte, el factor que pudiera -remediar y encauzar el mal (la autoridad) se ha hecho imposible. ¿Cómo -resolver este formidable, trágico conflicto?</p> - -<p>Tales son, sumariamente, las ideas de don Ramón de La Sagra. -Sencillamente, somos expositores. Y lo somos porque para la historia -del pensamiento español durante el siglo <span class="allsmcap">XIX</span> nos parece -interesante no olvidar á este divulgador de ideas, cualquiera que -sea nuestra opinión sobre él. Un hombre que en 1849 ha proclamado la -religión de la Ciencia: ése es La Sagra. La religión de la Ciencia como -ideal para la humanidad, como socializadora de la humanidad. La fe en -la Ciencia acabará con la anarquía producida por las opiniones diversas -y pugnantes.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_291">[Pg 291]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="BAROJA_HISTORIADOR">BAROJA, HISTORIADOR</h2> -</div> - - -<p>Pío Baroja acaba de publicar un nuevo libro; es este volumen de -Baroja el primero de una serie de novelas históricas. Se titula <em>El -aprendiz de conspirador</em>. El título genérico que llevarán estas -novelas será el de <em>Memorias de un hombre de acción</em>. Digamos, -ante todo, el motivo que Baroja ha tenido para emprender esta serie de -obras novelables é históricas: entre los antecesores del novelista se -encuentra un vasto andariego é inquieto, llamado Eugenio de Aviraneta; -revolviendo Baroja papeles viejos, allá en los arcones y armarios -familiares, encontróse con algunos documentos relativos á su antecesor; -entróle curiosidad por conocer más datos referentes á Aviraneta; leyó -libros de Historia; metióse en las bibliotecas y husmeó por los puestos -de libros viejos; fué enfrascándose poco á poco en el estudio de una -época; á la postre, nuestro Baroja—antihistórico y antirretórico—se -encontró con un cúmulo tal de pormenores, particularidades y detalles, -que fácilmente cayó en la tentación de entrarse, pluma en<span class="pagenum" id="Page_292">[Pg 292]</span> ristre, por -los campos lóbregos y falaces de la Historia.</p> - -<p>Sin embargo, no se asusten los devotos del novelista; más adelante -explicaremos cómo entiende Pío Baroja la Historia; afirmemos desde -luego que nuestro autor no es un copiante servil de la realidad, -no un amontonador de datos y fechas, no un frío hacinador de -prolijos pormenores que á nadie pueden interesar. <em>El aprendiz de -conspirador</em> palpita de vida, de pasión y de amenidad en todas sus -páginas. La novela ha alcanzado ya á estas horas lisonjero éxito; se la -elogia entre los literatos y se la han dedicado artículos fervorosos -en los periódicos. Huelga decir que el libro está escrito en el estilo -sobrio, escueto, limpio, que es peculiar en Pío Baroja; nada más lejos -que Baroja de la prosa pseudocastiza, imitada de los clásicos del siglo -<span class="allsmcap">XVII</span>, artificiosa, sin verdad y sin realidad. Todo un mundo -separa á las novelas escritas en este estilo (por ejemplo, la titulada -<em>Ave Maris stella</em>, de Juan García) de las novelas de Baroja; -nuestro novelista escribe para decir algo, y lo dice de la manera más -rápida y exacta.</p> - -<p>Se comienza á contar en la nueva novela la vida de un hombre de -acción. Los hombres de acción han atraído siempre á Pío Baroja; él -mismo se lamenta de no poder ser un hombre de acción. Pero el concepto -que se tiene del hombre de acción—el que tiene Baroja—será preciso -definirlo, con objeto de no exponernos á torcidas interpretaciones. Un -hombre de acción—para nosotros—es Goethe; lo es también Spinoza; lo -es Voltaire; lo<span class="pagenum" id="Page_293">[Pg 293]</span> es Spencer; lo es Tolstoi. Todos son hombres que no -han salido de las cuatro paredes de su estudio (como no salió tampoco -Kant), pero que han removido un mundo, han hecho transformarse las -sociedades (ellos, con auxilio de otros muchos), han creado nuevas -visiones de las cosas, han troquelado flamantes, desconocidos valores -intelectuales; han sido, en suma, excitantes y levaduras poderosas de -la marcha humana. ¿Quién es más hombre de acción: Kant ó Garibaldi? -¿Quién: Spencer ó Hernán Cortés?</p> - -<p>Mas Baroja, intelectual, removedor de prejuicios, impulsador—en -más ó menos escala—de deseos y de iniciativas (todo ello acción), -se encuentra seducido, hechizado por la <em>otra acción</em>: por las -idas y venidas, el afanoso tráfago, las agitaciones populares, las -empresas industriales, los largos viajes. De aquí que, desde su mesa -de trabajo, cada vez que se sienta á escribir, ponga su pensamiento -en aventureros, gentes errátiles, cabecillas, vagabundos, bohemios, -hombres, en fin, que se mueven continuamente y que hacen cosas. Eugenio -de Aviraneta—providencialmente descubierto en un armario viejo—ha -venido á ser el símbolo supremo, la representación más alta—y, desde -luego, ancestral—de la obra, las meditaciones, los anhelos y las -esperanzas de Pío Baroja. Un volumen acaba de consagrarle el novelista; -pero un volumen, ni dos, ni cuatro, es poco; de diez constará toda la -vida de Aviraneta.</p> - -<p>La obra que acaba de emprender Baroja, como toda obra henchida de -intensa vida, será motivo<span class="pagenum" id="Page_294">[Pg 294]</span> de comentarios y discusiones; se la -comentará y se la discutirá (y las discusiones y comentarios han -comenzado ya) por la concepción que el novelista expone en ella tanto -de la vida como de la representación de la vida en el pasado; es decir, -de la Historia. Aviraneta nació á fines del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>; toda -su vida fué una perenne agitación; se mezcló en las guerras civiles y -tramó pintorescas conspiraciones.</p> - -<p>Contemplemos desde lejos la vida de Aviraneta; ya con las 300 páginas -que ahora nos da Baroja podemos comenzar á contemplarla. Primera -observación que se nos ocurre hacer; Aviraneta no es ni liberal ni -conservador; toma unas veces partido por los liberales y otras por -los conservadores. Aviraneta no es una línea recta; su vivir ondula, -se tuerce en un complicado zig-zag. Y, sin embargo—atajemos el -pensamiento del lector—, sin embargo, Aviraneta no es un vividor, -un logrero, un negociante turbio (lo que ahora son muchos políticos -españoles); Aviraneta no es tampoco un inconsciente, un ingenuo. -¿Cómo clasificar esta vida sinuosa? ¿De qué manera encasillar á este -hombre que, apenas nacido á la literatura, ya comienza á inquietarnos -y preocuparnos? No existen casilleros para los hombres como Eugenio -de Aviraneta; evoluciona este personaje por encima de los valores -conocidos; obra independientemente de la tradición sancionada. ¿Es un -enamorado de la fuerza por la fuerza? ¿Un dominador pre-nietzschano? -¿Un hombre que, secuaz de Maquiavelo, lector de <em>Il Principe</em>, -no repara en medios (zarpazo<span class="pagenum" id="Page_295">[Pg 295]</span> de león ó artimaña de vulpeja) para -llegar al fin que se propone: no su engrandecimiento—según el -falso maquiavelismo—, sino el engrandecimiento de la patria—según -el verdadero maquiavelismo? ¿Es un <em>superhombre</em>—como diría -Nietzsche, ó un <em>serpihombre</em>—como diría Gracián? Es realmente -Aviraneta—por lo que comenzamos á ver—un hombre superior, fuera de -la medida ordinaria; pero su superioridad, tan lejana del sentir medio -de la masa, nos inquieta y nos hace reflexionar. El espectáculo del -mundo no es para Aviraneta lo que para la mayoría de los hombres; su -representación de la realidad es distinta. Siendo la representación -diversa, diversa ha de ser también la moral. Aviraneta no es ni moral -ni inmoral. De <em>amoral</em> estamos tentados de calificarle; por lo -menos, seguidor de una moral que no acopla con nuestra moral; una moral -que principiamos á entrever en este primer volumen de su vida y que -quizá cuando se publiquen los restantes podremos comprender y definir. -Para entonces aplazamos nuestro juicio sobre el asunto.</p> - -<p>Vengamos á la concepción histórica de Baroja. Alfredo de Vigny ha -sentado, en el célebre prólogo á su novela <em>Cinq-Mars</em>, una teoría -capital respecto de la Historia. En síntesis, para Vigny, la verdad del -arte es más verdadera que la verdad real. «El espíritu humano—escribe -Vigny—no parece preocuparse de lo <em>verdadero</em> mas que en cuanto -al carácter general de una época; lo que sobre todo le importa es la -masa de los acontecimientos y los grandes pasos de la humanidad que -arrastran<span class="pagenum" id="Page_296">[Pg 296]</span> á los individuos.» «Pero indiferente en los detalles—añade -el autor—, el espíritu humano no los ama tanto <em>reales</em> cuanto -<em>bellos</em>, ó <em>grandes</em> y <em>completos</em>.» Es decir, que -dada la realidad histórica, á grandes pinceladas, de una época, luego, -sobre ese fondo de autenticidad, el artista, el gran artista, puede dar -á los personajes que en realidad existieron una vida <em>distinta</em> -de la que tuvieron, pero más intensa, más bella, <em>más verdadera</em> -que la auténtica. Sirvan de ejemplos el Cid creado por el desconocido -poeta del <em>Cantar</em>, ó el Felipe II, de Schiller, de Alfieri -y del moderno Verhaeren. Será inútil, completamente inútil que -protestemos; serán ineficaces cuantas refutaciones cuajadas de datos -hagamos. La creación artística vivirá perdurablemente, con luminosidad -inextinguible, por encima de la menguada rastrera realidad. Ante la -sucesión de los siglos se mantendrá incólume, tal como la ha creado el -poeta alemán, la figura del monarca de El Escorial; ante el tiempo, sin -conmoverse, subsistirá la imagen de Rodrigo Díaz que el ignorado vate -ha estampado en su <em>Poema</em>.</p> - -<p>La realidad que busca Pío Baroja en la serie de sus novelas históricas -es la realidad viva y palpitante que crea el arte. Sobre un lienzo de -realidad histórica Baroja construye sus figuras. ¿Qué importan detalles -más ó menos? Lo que importa es la vida. Y las creaciones de Pío Baroja -se mueven, hablan, sienten, gesticulan, se apasionan, ríen, plañen, -llegan á nuestro corazón é inquietan nuestro espíritu.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_297">[Pg 297]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="ARANJUEZ_O_LA_SENSIBILIDAD_ESPANOLA">ARANJUEZ Ó LA SENSIBILIDAD ESPAÑOLA</h2> -</div> - - -<p>Aranjuez en otoño tiene un encanto que no tiene (ó que tiene de otro -modo) en los días claros y espléndidos de la primavera. Las largas -avenidas, desiertas, muestran su fronda amarillenta, áurea. Caen -lentamente las hojas; un tapiz muelle cubre el suelo; entre los claros -del ramaje se columbra el pasar de las nubes. En los días opacos el -amarillo del follaje concierta—melancólicamente—con el color plomizo, -ceniciento, del cielo. Y si el viento, á intervalos, mueve las ramas de -los árboles y lleva las hojas de un lado para otro, la sensación del -otoño—tristeza, anhelo infinito—es completa en estos parajes, entre -estos árboles, á lo largo de estas seculares avenidas, solos, rodeados -de silencio; y nuestro espíritu se siente sobrecogido, sin saber qué -esperar y sin poder concretar su inquietud. Un tren silba á lo lejos y -pasa rápido, allá en la lontananza, por el extremo de una alameda...</p> - -<p>Aranjuez encierra recuerdos literarios y políticos de diverso orden. -Viajeros ilustres que han<span class="pagenum" id="Page_298">[Pg 298]</span> visitado en distintas épocas Madrid, -han llegado luego hasta las frondas de Aranjuez. Aranjuez, más ó -tanto como Madrid, ha sido, desde este punto de vista intelectual, -el <em>contraste</em> de Europa con España, con su historia, con su -paisaje y con su raza. Aranjuez es una creación, no del pueblo, de la -masa, sino de lo más selecto de España; lo más elevado socialmente ha -podido aquí, materialmente, exteriorizarse. Alrededor de Aranjuez se -extiende el campo manchego, el campo uniforme, gris, triste, pobre, -el campo con sus pueblecillos, sus cortijos, sus labores someras y -escasas. Si Aranjuez representa la exteriorización—en los jardines -y en el palacio—de lo selecto español, esta campiña es la expresión -de lo popular de España. Por lo tanto, quienes después de pasar por -Madrid llegaban á Aranjuez desde los países extranjeros, era aquí -donde realmente ponían en contacto su espíritu moldeado en otros -medios con lo refinado español. Ningún elemento extraño estorbaba esta -comunicación espiritual; en Aranjuez, como en El Escorial, como en -Sevilla, el choque del resto de Europa con lo genuino de España podía -perfectamente verificarse.</p> - -<p>Saint-Simón es uno de los viajeros que nos han dejado sus impresiones -de Aranjuez. Vino á nuestro país Saint-Simón en 1721; precisamente en -el otoño fué cuando el aristócrata francés visitó el indicado Real -Sitio. ¿Qué impresión le causó Aranjuez, con los campos manchegos que -le rodean, á este hombre que venía de Versalles, que traía los ojos -empapados con los espléndidos jardines de Le<span class="pagenum" id="Page_299">[Pg 299]</span> Nôtre, que vivía en el -ambiente espiritual formado por Descartes, Molière, La Bruyère, Pascal? -¿Cómo un cerebro plasmado sobre el orden, la lógica, la simetría, la -tradición ordenada y coherente, sintió este medio nuestro? La visión -que Saint-Simón nos da de España es de las más originales, profundas -y fuertes; este hombre, habituado á la <em>temperatura moral</em> más -alta que entonces había en Europa; este hombre fino y agudo, no se -dejó sorprender por la impresión primera; en sus juicios, semblanzas -y escenas llega, casi siempre, al fondo de las cosas. Un detalle hay -en su pintura de Aranjuez que es altamente significativo. Saint-Simón -nos dice que, acostumbrado á los jardines de Le Nôtre, no podía menos -de encontrar en los de Aranjuez <em xml:lang="fr" lang="fr">bien du petit et du colifichet</em>. -Hemos preferido dejar la frase en su original. ¿Cómo traduciríamos -la palabra <em xml:lang="fr" lang="fr">colifichet</em> aplicada á los jardines de Aranjuez? -(Dos <em xml:lang="fr" lang="fr">colifichets</em> clásicos é ilustres hemos encontrado á lo -largo de nuestras lecturas; clásicos é ilustres porque están usados -en dos obras capitales de la literatura francesa. Uno lo usa Molière -en <em>El Misántropo</em>—acto I, escena II—, cuando Alcestes habla -de los versos artificiosos, pulidos, rebuscados, de Oronte. Otro lo -emplea Balzac en <em>Eugenia Grandet</em>, al enumerar las fruslerías, -perendengues y dijes que se lleva de París á provincias el primo de la -protagonista, joven elegante y apuesto.) Saint-Simón añade: «Pero el -conjunto resulta algo encantador y sorprendente en Castilla, á causa de -la densidad de las sombras y de la frescura de las aguas».</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_300">[Pg 300]</span></p> - -<p>El detalle á que aludíamos antes lo da el autor en una observación que -hace á continuación. «Me chocó mucho—escribe—un molino sobre el Tajo, -á menos de cien pasos del Palacio; un molino que corta el curso del -río y que produce un ruido que se oye de todas partes.» Ya está aquí, -junto á una expresión de sociabilidad, de civilización (los jardines -de Aranjuez), el pormenor revelador de la incuria tradicional, de la -insensibilidad histórica. Por una parte, estos jardines nos hacen -pensar en una obra—más ó menos perfecta—de coherencia, de afinamiento -espiritual; por otra, este molino estruendoso que afea el paisaje y -molesta continuamente con su estrépito, nos demuestra que existe una -laguna en la sensibilidad creadora de estos parques. (Análogamente, los -enormes y toscos carromatos que discurren por las calles de Madrid, -con sus reatas de mulas y con sus violentos, coléricos y blasfemadores -carreteros; esos carros que pasan ante las tiendas modernas, lujosas, -y sobre los cuales, de noche, caen los resplandores de los arcos -voltaicos; esos carros son otra incongruencia de la sensibilidad -española. Se podrían citar numerosos ejemplos.) Saint-Simón no podía -explicarse la existencia de este molino sobre el Tajo. Descartes con su -<em>Discurso del método</em>, y Racine con sus tragedias, y La Fontaine -con sus fábulas (todos creadores de una sensibilidad) habían hecho que, -andando el tiempo, él, Saint-Simón, no pudiera comprender esta aceña de -nuestro Real Sitio.</p> - -<p>Le preocupaba el tal molino al aristócrata francés.<span class="pagenum" id="Page_301">[Pg 301]</span> Vuelto á Madrid, -Saint-Simón se apresuró á hablar del asunto al rey. «Hablé del molino y -me mostré sorprendido de cómo se le toleraba tan cerca del palacio, en -sitio en que su vista, que interrumpía la vista del Tajo, y más todavía -su ruido, eran tan desagradables que un particular no lo toleraría.» -Veamos cuál es la actitud del rey, es decir, de la representación más -alta—<em>oficialmente</em>—de la sensibilidad española. «Esta franqueza -mía—añade Saint-Simón—desagradó al rey, el cual me contestó que el -molino había estado siempre allí...» Detengámonos un momento, hagamos -resaltar la frase que sigue: «... había estado siempre allí, y que -allí <em>no hacía ningún daño</em>». Se ha verificado el choque de las -modalidades de sensibilidad; un detalle, una pequeñez, una fruslería, -si queréis, pero detalle de una alta significación. Saint-Simón, -ante las palabras del monarca, siente instantáneamente la capital -diferenciación. <em xml:lang="fr" lang="fr">Je me jetai promptement sur d’autres choses -agréables d’Aranjuez...</em> Y nada más.</p> - -<p>Más tarde pasó por Aranjuez otro gran observador de hombres y de cosas: -el caballero Casanova de Seingalt. En Aranjuez moró una temporada -Casanova. En estas mismas páginas dedicadas al Real Sitio habla el -autor de su «deseo de observar los hombres y de hacerles hablar sobre -el motivo de sus acciones». (¿Es de Casanova ó de Stendhal esta -frase?) Paraba Casanova en la casa de un empleado de palacio. «Desde -las ventanas—escribe el autor—yo veía á su majestad partir todas -las mañanas para la caza y volver luego<span class="pagenum" id="Page_302">[Pg 302]</span> agotado por la fatiga.» Unas -páginas siguen en que Casanova muestra, al hablar del rey, su visión -<em>diferencial</em> de España. No nos detendremos en ella; nos falta el -espacio; esta parte de las <em>Memorias</em> de Casanova—la dedicada á -España—es sumamente interesante para los lectores españoles. Á notar: -un prodigioso, maravilloso retrato de mujer (<em>la señora Nina</em>). Á -notar: las siguientes profundas palabras, que sólo un gran observador -pudo escribir: «¿Quién duda de que España necesita una regeneración, -que no puede ser sino el resultado de una invasión extranjera, ella -sola capaz de reanimar en el corazón de todo español ese hogar de -patriotismo y de emulación que amenaza extinguirse en absoluto?» (La -invasión se produjo años más tarde; soberbia explosión de patriotismo -hubo también, en efecto; pero...) «Si España—sigue Casanova—recobra -alguna vez su puesto en la gran familia europea, mucho tememos por ella -que no sea sino á costa de una terrible conmoción. Sólo el rayo puede -despertar esos espíritus de bronce.» (Costa, Macías Picavea, ¿no era -esto lo que vosotros decíais un siglo más tarde?)</p> - -<p>Chateaubriand pasó también por Aranjuez. Encontramos la referencia en -sus <em>Memorias de ultratumba</em>. La parte en esa obra consagrada -á España fué traducida, en 1839, con el título de <em>El Congreso -de Verona</em> (Madrid, «imprenta que fué de Fuentenebro»), por don -Cayetano Cortés, el mismo que escribió un agridulce estudio de Larra -que todavía figura al frente de algunas ediciones—la<span class="pagenum" id="Page_303">[Pg 303]</span> de Montaner, por -ejemplo—de las obras del satírico. «Un día—escribe Chateaubriand—nos -paseábamos, en 1807, á orillas del Tajo, en los jardines de Aranjuez, -y vimos venir á Fernando á caballo y acompañado de don Carlos. ¡Cuán -ajeno estaba entonces de prever que aquel peregrino de Tierra Santa -contribuiría en algún tiempo á restituirle la corona!» Nada más -sugestivo que este encuentro del hombre que había de renovar toda la -sensibilidad literaria moderna y de Carlos IV y su hijo Fernando. Nada -más antitético que estas dos representaciones humanas, símbolos de dos -grandes y opuestas modalidades sociales...</p> - -<p>... Aranjuez, Aranjuez: en los días grises, velados, del otoño, cuando -paseamos por las desiertas alamedas, una vaga tristeza invade nuestro -espíritu. ¿En qué pensamos? ¿Qué tememos? ¿Qué esperamos? ¿Ponemos -nuestro anhelo en un perfeccionamiento de la sensibilidad española; un -perfeccionamiento que haga desaparecer tantas cosas, que haga surgir -otras? Las hojas caen; á lo lejos suena el agudo silbido de un tren.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_305">[Pg 305]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="PROCESO_DEL_PATRIOTISMO">PROCESO DEL PATRIOTISMO</h2> -</div> - - -<p>Solicitado el autor para que enviase artículos á un periódico de la -Habana—el <em>Diario de la Marina</em>—inauguró su colaboración con el -siguiente trabajo (12 Septiembre 1913):</p> - -<blockquote> - -<p class="center p0">LA GUERRA</p> - -<p>Un viejecito—simbólico—está viajando por España. Tiene este -viejecito una larga barba que le llega hasta las rodillas y unos ojos -claros, azules. Es chico: como un gnomo. Lleva en su mano un cayado -con regatón de hierro. Cuenta con muchos, muchos, muchos años. Allá en -las pretericiones de la Historia conoció á los primitivos pobladores -de España; luego anduvo entre los godos; más tarde estuvo con los -alarbes; después, durante la Edad Media, presenció cómo construían las -catedrales y cómo en unos talleres angostos imprimían los primeros -libros. Ha departido este viejecito con Mariana; ha platicado con -Saavedra Fajardo; ha visto pensativo y angustiado á Cervantes; ha -observado, desde lejos, el último paseo de Larra<span class="pagenum" id="Page_306">[Pg 306]</span> por Recoletos el -mismo día de su muerte... Nuestro viejecito—con su luenga barba y su -bastón herrado—camina sin parar por la patria española. En el Norte -ha subido á las verdes montañas y ha descansado, junto á los claros -riachuelos, en lo hondo de los sosegados valles. Ha preguntado á -labriegos y á oficiales de mano. Una paz dulce reina en las tierras -españolas del Norte; lo cantan así los poetas y los literatos. -Pero por debajo de esa paz tradicional, nuestro viajero ve la -intranquilidad y la penuria del labriego. No falta el agua del cielo, -que fecunda los campos; mas la vida es pobre, limitada, y ya algunos -morbos terribles de la civilización moderna van entrando, poco á poco, -en el hogar milenario, y van, poco á poco, corroyendo y aniquilando -esa dulzura que loan los poetas. En ninguna región de España hace -tantas devastaciones el alcoholismo como en Guipúzcoa. El alcoholismo -trae como secuela fatal é inevitable la tuberculosis. Diezma la -tuberculosis los habitantes de esa hermosa región de España. El cuadro -que nos presentan las estadísticas es verdaderamente aterrador. ¿Quién -creería que esta paz, que esta serenidad, que esta poética dulzura -encubre los estragos verdaderamente extraordinarios, hórridos, del -alcoholismo y de la tisis?</p> - -<p>De las provincias vascas, el viejecito de los ojos azules pasa á -Castilla. Atrás han quedado las verdes pomaradas; atrás los suaves -praderíos, con los puntitos rojos de las techumbres de las casas, -colgadas allá arriba en la altura; atrás los claros, silenciosos<span class="pagenum" id="Page_307">[Pg 307]</span> -regatos que se deslizan entre las anchas y resbaladizas lajas. Ya la -estepa castellana abre su horizonte ilimitado; antes la mirada no -podía extenderse más allá de un punto próximo; ahora se dilata por la -inmensidad gris, rojiza, amarillenta. Ya no hay bosques de árboles; -si acaso, algún macizo de álamos gráciles, tremulantes, se yergue á -la vera de un riachuelo. La tierra de sembradura produce poco; no se -la beneficia toda á la vez y todos los años. Se la divide en dos, -tres ó más hojas, y en cada añada una sola de estas tres suertes ó -tranzoneras es la que produce el grano. Son breves y superficiales las -labores; aún el labriego rige la mancera del milenario arado romano.</p> - -<p>Tan poco produce la tierra, que apenas tiene el labrador para pagar -el canon del arriendo, los pechos del fisco y los intereses de los -préstamos usurarios. Todo el día, desde que quiebra el alba hasta que -el sol se pone, el labrador permanece inclinado sobre su bancal. Los -fríos le atarazan; los ardores del sol le tuestan en el verano. No hay -leña en su vivienda para calentarse en el invierno. No prueba la carne -en sus yantares mas que una ó dos veces al año (cuando la prueba). -Largas sequías dejan exhaustos de humedad los campos; en tanto que la -sementera se malogra ó que los tiernos alcaceles se agostan, allí á -dos pasos, corre el agua de los ríos por los hondos álveos hacia el -mar, inaprovechada, baldía. No hay piedad para el labriego castellano, -ni en el usurero que presta al ciento por ciento, ni en el Estado -que agobia con<span class="pagenum" id="Page_308">[Pg 308]</span> su tributación, ni en el político que se expande en -discursos grandilocuentes y vanos. Castilla se nos aparece pobre y -desierta. No llegarán á treinta los habitantes por kilómetro cuadrado. -Incómodos y escasos son los caminos. En insalubres y desabrigadas -casas moran sus gentes. Leguas y leguas recorremos sin encontrar en la -triste paramera ni un árbol...</p> - -<p>Nuestro viajero deja Castilla y entra en Levante. Levante se abre -ante la vista del viandante con sus colinas suaves, sus llanos de -viñedos y sus pinares olorosos. En los pueblecillos, los huertos se -destacan en los aledaños con sus laureles, sus adelfas y sus granados. -El aire es tibio y transparente; en la lejanía espejea el mar de -intenso azul. Pero el labrador de Levante se siente oprimido—como -el de Castilla—por los múltiples males que le deparan el Estado y -la Naturaleza. Tan frugal es este cultivador de la tierra como el -cultivador castellano. No prueba jamás la carne; legumbres y verduras -constituyen su ordinaria alimentación. La tierra rinde poco; la -filoxera ha devastado la mayoría de los viñedos. El vino ha llegado -á una suma depreciación. De las campiñas y de los pueblos emigran á -bandadas los labriegos y los artesanos; emigran también de Galicia, -de Castilla y de Andalucía. Ahoga asimismo la usura á los pequeños -propietarios; han de malvender éstos sus casas y sus predios para -pagar al usurero. Los malos años, las sequías, las plagas del campo, -hacen que el número de jornaleros empleados en el beneficio de la -tierra disminuya; en las viviendas pobres—los<span class="pagenum" id="Page_309">[Pg 309]</span> que no emigran—pasan -los días inactivos, sin pan, viendo en la miseria más cruel á sus -mujeres y á sus hijos.</p> - -<p>Continúa nuestro viejecito su camino á través de España. Ahora ha -llegado á Andalucía. Sierras abruptas, como las de Córdoba y las de -Ronda, nos muestra la Naturaleza. Llanos grises y uniformes, como -los de Sevilla, se extienden ante la mirada. La frugalidad en los -trabajadores agrarios llega á su colmo en la tierra andaluza; una -jornada de trabajo produce apenas para comprar un poco de pan y una -escasa porción de aceite. Escuálidos, exangües vemos á los labriegos; -con andrajos cubren sus carnes; á centenares abandonan la patria -española. Y en tanto que se alejan de los campos que los vieron nacer, -en esos mismos campos permanecen incultos, yermos, pertenecientes á -unas pocas manos, leguas y leguas de terreno.</p> - -<p>¡Ah, viejecito de la barba luenga y de los ojos azules! ¡Ah, viejecito -milenario, que tantas cosas has visto á lo largo de la historia de -España! La alborada de una nueva vida floreciente y renaciente, -el deseo formidable é íntimo de ser mejores no es todavía sino un -rudimento en los pechos de unos pocos españoles. Ahora, sobre las -calamidades tradicionales, centenarias, de la rutina, la ignorancia, -la pobreza, se añade la guerra. Una guerra devasta nuestra Hacienda y -deja exhaustos de brazos los campos y los talleres. Nuevos auxilios -se le piden al labrador, al industrial, al artesano, al pequeño -propietario, todos abrumados y angustiados por la usura, el fisco y -las malas cosechas.<span class="pagenum" id="Page_310">[Pg 310]</span> Una tremenda causa de despoblación se agrega á -las ya existentes: las ya existentes, que hacen que se camine durante -horas por las llanuras de Castilla sin encontrar un ser humano. No hay -escuelas, no hay caminos, no hay árboles, no hay hombres. El viejecito -de la barba larga se ha sentado en la cima de una montaña. Desde la -altura se divisaba un vasto panorama de oteros y de valles; en ese -paisaje estaba retratada en compendio la patria española. Nuestro -viajero ha pensado: «España: discursos, toros, guerra, fiestas, -protestas de patriotismo, exaltaciones líricas». Y ha pensado también: -«España: muchedumbre de labriegos resignados y buenos, emigración, -hogares sin pan y sin lumbre, tierras esquilmadas y secas, anhelo -noble en unos pocos espíritus de una vida de paz, de trabajo y de -justicia».</p> -</blockquote> - -<hr class="tb" /> - -<p>El anterior artículo motivó vivas protestas en algunos diarios de -la Habana; hemos procurado indagar el motivo que estos periódicos -pudieran tener para sus destemplanzas. Nos han dicho que estos -periódicos defienden á España. No lo entendemos. No fué esto sólo: -multitud de cartas llegaron á nuestras manos, en que se protestaba -también enérgicamente de nuestro artículo. Dimos de lado á protestas -periodísticas y á protestas postales y escribimos—continuando nuestra -colaboración—el artículo que transcribimos:</p> - -<blockquote> - -<p class="center p0">UN EXTRANJERO EN ESPAÑA</p> - -<p>Cuando escribimos estas líneas, Madrid se prepara á recibir la visita -del jefe del Estado francés...<span class="pagenum" id="Page_311">[Pg 311]</span> Imaginemos una inocente fantasía. Un -francés, un buen francés que tenga un poco—aunque no sea mas que -un poco—de la finura crítica de un Sainte-Beuve, del colorismo de -un Gautier, de la escrupulosidad de un Flaubert (¿queréis más?), ha -releído una de las <em>Orientales</em> del gran Hugo y se dispone á -visitar á España. Hugo, en esa poesía titulada <em>Granada</em> hace un -compendio de su visión de la tierra española. Las principales ciudades -de nuestro país va enumerando el poeta. Jaén tiene «su palacio gótico -con torrecillas extrañas». Segovia posee «el altar cuyas gradas -besamos» y además «el acueducto con sus tres hileras de arcos». (No -son mas que dos, querido y glorioso poeta). Barcelona «en lo alto de -una columna, eleva un faro al mar.» Alicante «mezcla á los campanarios -los alminares». (¿Dónde están los alminares de Alicante?) Valencia -cuenta «con los campanarios de sus trescientas iglesias.» «Salamanca -se duerme, «al son de las mandolinas» y se despierta á los gritos de -los escolares. Á Medina del Campo no le quedan mas «que sus sicomoros; -sus puertas las hicieron los romanos y sus acueductos los moros»...</p> - -<p>Saint-Simón, Beaumarchais, Hugo, Gautier, Merimée marcan la línea -de la observación francesa respecto á España. Estos son los grandes -espíritus que de nosotros han sabido ver algo personal, intenso, -original. Conoce nuestro francés—el que hemos imaginado—toda esta -literatura hispanizante de sus compatriotas. Conoce también—un -poco—nuestros autores clásicos. Cuando se pone<span class="pagenum" id="Page_312">[Pg 312]</span> en el tren, su -imaginación va preparada para recibir el espíritu de España. (La -«canción de España», diría Barrès, que es el último de los románticos -franceses; romántico en una lengua clásica, densa, límpida y fresca). -El país vasco de España es idéntico al país vasco de Francia: el mismo -cielo bajo y sedante, las mismas praderías verdes y suaves, la misma -lejanía cerrada por la montaña y por la bruma. Los franceses—tal -Hugo—que ya ven, desde Fuenterrabía, el paisaje de España, la -reverberación de la luz vivaz, el colorido espléndido, se precipitan -un poco. Esperad un momento, buenos amigos. Cuando se llega á Vitoria, -ya el paisaje ha cambiado. Es la llanura alavesa un feliz eclecticismo -del paisaje vasco y del incipiente panorama castellano. Los horizontes -se descubren más dilatados y la luminosidad del cielo es más brillante.</p> - -<p>El tren—ó el automóvil—avanza. Ya en tierra de Burgos, el paisaje -ha cambiado. El aire es más puro y sutil; las llanuras comienzan. -Nada más violento, más brusco, que este contraste entre el terreno -desolado, yermo, seco, uniforme de Castilla y el verde y ondulado -campo francés. Nada más distante de aquellos ríos plácidos y anchos, -que estos ríos hondos, angostos y turbulentos. Nada más lejos de -aquellos pueblecillos que se sospechan á lo lejos escondidos entre -la fronda, que estos otros pueblecillos que se destacan en lo remoto -del horizonte, con silueta enérgica, recortados fuertemente en el -cielo radiante. ¿Á dónde iremos á parar en nuestra peregrinación por -España?<span class="pagenum" id="Page_313">[Pg 313]</span> ¿Cuál ha de ser nuestro primer contacto serio, íntimo, con -esta tierra de aspereza, de luminosidad y de aire vivo? No iremos á -Madrid; un hotel de Madrid—poco más ó menos—es como un hotel de -cualquier otra capital. No iremos á una ciudad populosa de provincias; -las ciudades populosas se van uniformando sobre un mismo patrón y con -un mismo aire. El tren ha llegado á la estación de una pequeña ciudad. -Detengámonos aquí.</p> - -<p>Un ómnibus nos lleva hasta la lejana población; este coche tiene los -cristales rotos, ó por lo menos, chiquitos, sucios; cuando anda hace -un ruido sonoro de tablas, de hierros, de desvencijamiento; si es -de noche, un farolillo colocado en lo interior humea apestosamente. -Avanzamos por las callejas del pueblo. En la fondita nos hacen subir -al piso alto; recorremos varios pasillos (en que hay ladrillos sueltos -que se mueven sonoramente al poner el pie encima); al fin nos abren un -cuartito del que se exhala un fuerte olor á vaho, á humo de tabaco, -tal vez á yodoformo. Nos acomodamos en él. ¿Qué remedio nos queda? -Ya en nuestro interior nos sentimos vivamente contrariados. «No -vale la pena—pensamos—de hacer este viaje; en España no se puede -viajar; no existen comodidades; los españoles—¡los pobres!—están muy -atrasados.» Nos disponemos á salir á la calle; al pasar por uno de -los corredores de la fondita nos asomamos á una ventana. El panorama -que entonces descubrimos nos deja profundamente pensativos. Es una -perspectiva de tejadillos, de paredones vetustos; entre la grisura de -las edificaciones columbramos<span class="pagenum" id="Page_314">[Pg 314]</span> unos cipreses que yerguen sus cimas -puntiagudas y negras. ¿De dónde salen esos cipreses? ¿Del patio de un -convento de monjas? Al final, más allá de las últimas edificaciones -de la ciudad, se destaca la larga pincelada de una sierra azul, y si -es en invierno, con los picachos blancos. Hay una serenidad profunda, -inefable, en el ambiente; forman una delicada armonía los cipreses -rígidos, el cielo azul límpido, los viejos seculares paredones y la -remota mancha de la montaña. Y en el silencio, intenso, denso, diríase -que el tiempo, en su correr eterno, se ha detenido. ¿Cómo verá un -extranjero todo esto? Es decir, ¿cómo sentirá un hombre, no habiendo -nacido en España, la unión suprema é inexpresable de este paisaje con -la raza, con la historia, con el arte, con la literatura de nuestra -tierra?</p> - -<p>En nuestros paseos por la ciudad vamos recorriendo las callejuelas, -entramos en la iglesia, nos asomamos á los viejos caserones. Hemos -necesitado un libro; hemos entrado en una tiendecilla; en el -escaparate, polvoriento, había unas estampas religiosas, artículos de -escribir y unos libros. En la tiendecilla no tienen ningún libro que -hable de la ciudad; no se lee nada en el pueblo; nadie pide ningún -libro; el librero no sabe tampoco nada de nada. (Poco más ó menos le -ocurre lo mismo á los libreros de las grandes ciudades.) Volvemos á -pensar, entristecidos, en la pobre España; va nuestra ira irreprimible -contra los que no aman á España, contra los que no la conocen, ni -quieren conocerla, ni, enfrascados en concupiscencias y equívocos<span class="pagenum" id="Page_315">[Pg 315]</span> -manejos, ni buscan ni procuran su bien. Pero, llegados junto al -río, en las afueras de la población, este panorama tan noble en su -austeridad, tan elegantemente severo, nos aplaca y hace olvidar el -enojo íntimo que antes nos desazonaba.</p> - -<p>En la fondita, cuando vamos á comer, comenzamos á entrar otra vez en -desasosiego. El yantar es mediocre; toleramos esto. Pero ¿por qué no -ha de ser limpio? En todas las fonditas españolas (ó en casi todas) -los tenedores tienen entre los intersticios manchas amarillentas -de huevo. ¿Por qué estas indefectibles manchas de los tenedores de -todas ó casi todas las fonditas españolas? Un momento después, en -nuestro cuarto, tenemos entre las manos las poesías de fray Luis, ó -el <em>Quijote</em>, ó <em>La Celestina</em>, ó <em>El Conde Lucanor</em>. -Nuestro ánimo ha vuelto á serenarse. Hemos contemplado durante el día -el paisaje de Castilla, el cielo, las ringleras de gráciles álamos, -el río y los oteros, la llanura amarillenta, las humaredas que se -disuelven lejanamente en el aire, las remotas montañas. Nuestro -espíritu ha vibrado hondamente frente á la vieja tierra. ¡Cuántas -alegrías, cuántos dolores, cuántas esperanzas, cuántas decepciones han -pasado por esta tierra durante siglos, á través de los años y de los -años, á lo largo de las generaciones! Y todas estas exaltaciones y -estas angustias de la larga cadena de nuestros antecesores, han venido -á crear en nosotros, artistas, esta sensibilidad que hace que nos -conmovamos ante el paisaje y que sintamos—ligada á él—esta página -de Cervantes ó esta rima de fray Luis. ¿Cómo un extranjero sentirá<span class="pagenum" id="Page_316">[Pg 316]</span> -esto? ¿Cómo, aun el mismo Barrès, que esto siente en su Lorena, podrá -sentirlo en la castellana Ávila, á la vista del panorama? Y ¿de qué -manera un extranjero pasará por encima de la desapacibilidad de la -fondita, del desabrimiento de los yantares, de la falta de libros, de -la parcial incultura—que nosotros mismos lamentamos—, para ver tan -sólo, suprema visión de arte, esta belleza de un paisaje concordado -íntima y espiritualmente con una raza y una literatura; para ver la -exacta é inefable relación que existe entre la grave prosa castellana -y ese macizo de álamos que se levantan esbeltos en el declive de un -recuesto austero y limpio?</p> -</blockquote> - -<hr class="tb" /> - -<p>El anterior artículo no fué publicado. Se nos devolvió en pruebas. -Comenzábamos á comprender que el patriotismo es un cristal á través -del cual se ve el paisaje de diverso modo. El patriotismo de un -pueblo no es igual al patriotismo de otro país. Cambia el concepto -del patriotismo según las mil circunstancias del agregado social. -Queremos ser escrupulosos al hablar de esta delicada materia. -Indudablemente, en Cuba la guerra colonial ha dejado un cierto -sedimento afectivo, sentimental; no podrán los españoles residentes -allí escuchar—ó leer—una crítica de las cosas de España con la -ecuanimidad—relativa—con que aquí las escuchamos ó leemos. Además, -y aparte de esto, lejos, muy lejos de la patria columbramos las cosas -de ella con otra luz con que las vemos desde la propia casa. Desde la -lejanía, el anhelo sentimental sufre menos, mucho menos la crítica; -la crítica, desde luego, justa, lógica, exacta, y, por lo tanto, -patriótica, alta, profunda, bienhechoramente patriótica.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_317">[Pg 317]</span></p> - -<p>Pero ¿era tan terrible el anterior artículo transcrito? ¿Era tan -terrible que un gran periódico no se atreviese á publicarlo? Creemos -todo lo contrario; creemos que ese artículo está henchido de amor, de -dulce simpatía para las cosas de España. En la carta que acompañaba á -su devolución se nos pedía que habláramos de otro modo de España. ¿De -qué modo íbamos á hablar de España, de nuestra España?</p> - -<p>Sin aludir para nada á las cartas iracundas y á las protestas de los -periódicos, quisimos dirigirnos, discretamente, á tales protestadores.</p> - -<p>Enviamos al <em>Diario de la Marina</em> el siguiente artículo (7 -Noviembre 1913):</p> - -<blockquote> - -<p class="center p0">EL PATRIOTISMO</p> - -<p>La cultura—y la índole de la cultura—de un pueblo puede graduarse -por su manera de entender el patriotismo. Lo que se aplica á las -naciones puede decirse de los individuos. De cuando en cuando en la -vida de un país surge un incidente, más ó menos ruidoso, originado -por la interpretación que, desde el punto de vista del patriotismo, -se ha dado á un hecho ó á una manifestación oral ó escrita. Ya es -un gobernante que lleva á cabo determinada resolución, ó ya es un -publicista que lanza un libro ó hace en la prensa periódica estas -ó las otras manifestaciones. El acto del gobernante puede llegar á -concitar contra su persona las multitudes; las manifestaciones del -publicista pueden acarrearle la animadversión de una inmensa mayoría -de lectores. Sin embargo, gobernante y publicista habrán procedido -rectamente, lealmente, guiados por el más acendrado amor á su patria.<span class="pagenum" id="Page_318">[Pg 318]</span> -Pasará el tiempo; las pasiones se aplacarán; el enardecimiento de -estos días no turbará el juicio de los ciudadanos; otra generación, -juzgadora de las consecuencias desastrosas de un régimen, se dará -cuenta de la pura intención de quienes lo condenaron valientemente. -Y los hombres antes denostados, vilipendiados, escarnecidos, -serán—¡tardía reparación!—honrados y enaltecidos.</p> - -<p>¿Qué es lo que se puede decir en un país y qué es lo que no se puede -decir? ¿Hasta dónde podrá llegar la crítica que un observador puede -hacer de las cosas, los hombres, las instituciones de su patria, y -hasta dónde no podrá llegar? Hemos citado antes, al hablar de un -gobernante y de un publicista, el caso referente á un determinado -hecho que surge en la vida de una nación. Ahora no se trata de una -contingencia histórica, sino del ejercicio cotidiano, constante, -de la observación social, de la crítica. Un pueblo sin conciencia -es un pueblo muerto. La conciencia de un pueblo se manifiesta en -el conocimiento de sí mismo. El conocimiento de sí mismo supone la -reflexión sobre sus hombres, sus sentimientos y sus ideas. Reflexionar -sobre todo es pensar, medir, contrastar los méritos y deméritos, las -ventajas y las desventajas, los avances y los retrocesos. Todo esto, -en suma, es crítica. Cuanto más espíritu de crítica se contenga en -la vida de una nación, tanto más esa nación tendrá conciencia de lo -que ha hecho y de lo que le falta por hacer. Ahora, imaginad que en -nombre del patriotismo, en nombre de un falso, absurdo, monstruoso -patriotismo, se les dice á los<span class="pagenum" id="Page_319">[Pg 319]</span> ciudadanos de la nación: «Suponed que -todo son bienandanzas entre vosotros; cerrad los ojos á todas las -corruptelas, á todas las lacras sociales, á todos los desenfrenos de -vuestros gobernantes. Imaginad que todo va bien; desentendeos de toda -censura y de todo anatema para los obstáculos que mantienen retrasado -en el progreso á vuestro pueblo. Haciendo esto daréis muestras de -patriotismo». ¿Qué haríamos al escuchar tan extrañas palabras? ¿Cuál -sería la disposición de nuestro ánimo?</p> - -<p>Existen distintas clases de patriotismo. Las examinaremos brevemente. -El primer patriotismo lo ha expuesto pintoresca y amenamente Larra -en uno de sus artículos. Aludimos al titulado «El castellano viejo», -que vió la luz en <em>El Pobrecito Hablador</em> en Diciembre de 1833. -Coleccionado está este trabajo en las obras de Larra; de los más -conocidos es entre los que salieron de la pluma del gran satírico. -El tipo retratado por Larra hace alarde del más puro, más ferviente, -más entusiasta patriotismo. Patriota, archipatriota es el castellano -viejo ante todo. Nada hay para él superior á lo de su patria. «Es -tal su patriotismo—escribe Larra—, que dará todas las lindezas del -extranjero por un dedo de su país. Esta ceguedad le hace adoptar -todas las responsabilidades de tan inconsiderado cariño; de paso que -defiende que no hay vinos como los españoles, en lo cual bien puede -tener razón, defiende que no hay educación como la española, en lo -cual bien pudiera no tenerla; á trueque de defender que el cielo -de Madrid es<span class="pagenum" id="Page_320">[Pg 320]</span> purísimo, defenderá que nuestras manolas son las más -encantadoras de todas las mujeres...» (Un breve alto y un paréntesis. -Dice Larra—en 1833—que su castellano viejo bien pudiera tener razón -en creer que los vinos de España son los mejores del mundo. Bueno -es el jerez; bueno el málaga; buenos los vinos claros y ligeros de -las llanuras manchegas, del Rivero y de la Rioja; bueno el fondillón -alicantino. Pero, querido Larra, ¿y el champagne? ¿Y el oporto? ¿Y -el rhin? ¿Y el burdeos? ¿Y el chianti? En cuanto á la educación, es -decir, á la cortesía, á la caballerosidad, cortesía y caballerosidad -hay entre franceses, ingleses, alemanes. Y mujeres, ¿no las hay -preciosas, encantadoras, en Inglaterra y Francia? ¿No son espléndidas -las americanas? Y respecto al cielo de España, ¿será menos bello -porque declaremos que en Nápoles—por no hablar de América—hay un -cielo radiante y purísimo?)</p> - -<p>¿Quién aceptará hoy el patriotismo del castellano viejo de Larra? -¿De qué manera podrá condenársenos como antipatriotas, como poco -afectos á nuestro país porque proclamemos que no todas las cosas de -él son las mejores del mundo, que en el mundo hay cosas tan buenas—ó -mejores—que las que existen en nuestra patria? Y, sin embargo, aun -en España perdura este concepto. «Es un hombre, en fin, que vive -de exclusivas»—añade Larra para acabar de trazar la silueta de su -personaje—. Abandonemos estos exclusivismos y mezclémonos á la vida -universal.</p> - -<p>La segunda clase de patriotismo, á que antes<span class="pagenum" id="Page_321">[Pg 321]</span> hemos aludido, es un -poco menos restrictiva que la anterior. «Está bien—se dice—hagamos -la crítica de nuestros defectos y nuestras máculas. Examinémonos -imparcial y rigurosamente. En tanto que no lleguemos á esta crítica, -no llegaremos tampoco á formar un anhelo firme de progreso y -mejoración. Está bien; pero esa crítica ejerzámosla dentro de casa, -entre nosotros, sin salir de la familia; no fuera, en el extranjero, -á la vista de gentes extrañas.» Así nos hablan estos patriotas y -hemos de reconocer—lealmente—que les impulsa, al hablar así, un -noble sentimiento. Aman su patria, sí; quieren, sí, la crítica de -lo malo que hay en su patria; pero desean que de esas miserias, -morbos y corruptelas no se enteren las gentes extrañas. (Santa Teresa -habla en su <em>Libro de las fundaciones</em> de unos caballeros tan -pundonorosos, tan celosos de su decoro, que quieren más morirse de -hambre dentro de casa, «que no que lo sientan los de fuera». Grandeza -hay en esa dignidad castellana.) Pero el sistema de crítica interior -y no exterior es totalmente imposible. ¿Cómo nos compondremos para -lograr esto? Figurémonos que á nosotros, publicistas, nos pide una -revista extranjera un estudio serio, imparcial, escrupuloso, sobre -la situación de España, sobre el estado de su agricultura, de sus -artes, de sus letras. ¿Qué haremos en ese caso? ¿Diremos la verdad, ó -mentiremos? ¿Amañaremos la realidad innegable, ó expondremos esa misma -realidad tal cual es?</p> - -<p>Aparte de esto, si en nuestra propia casa hacemos crítica imparcial, -¿de qué manera podremos<span class="pagenum" id="Page_322">[Pg 322]</span> evitar que los periódicos, los discursos, -los libros en que esa crítica se hace traspasen la frontera? ¿Vamos -á montar en los lindes de la nación un cuerpo especial de aduanas -encargado de no dejar pasar hacia afuera esos periódicos, libros y -discursos? Y cuando del extranjero se nos pida permiso para traducir -un libro nuestro en que se haga el examen de la vida española, ¿nos -negaremos á darlo? Todo esto es absurdo é infantil. Reconozcamos -el buen propósito; pero hagamos constar su impracticabilidad... y -su inutilidad. Al hacer constar tal cosa, entramos en la tercera -categoría del patriotismo. Dentro de esta categoría hay quienes -aman con mayor ó menor conciencia, con mayor ó menor reflexión la -tierra en que han nacido y viven, pero todos la aman leal, recta y -noblemente. Dentro de esta categoría, el ejemplar más acabado de -patriota podríamos representarlo en un hombre que, conociendo el arte, -la literatura y la historia de su patria, supiese ligar en su espíritu -un paisaje ó una vieja ciudad, <em>como estados de alma</em>, al libro -de un clásico ó al lienzo de un gran pintor del pasado; es decir, -el hombre que espiritualmente, lleno de amor, henchido de callado -entusiasmo, supiese fusionar, dentro de su espíritu, en un todo -armónico, todos estos elementos de su patria: el paisaje, la historia, -el arte, la literatura, los hombres. ¿Cuántos serán los que lleguen á -estas síntesis de alto patriotismo?</p> - -<p>Esta categoría de patriotismo no excluye la crítica, ni hace distingos -entre la crítica hecha en casa y la hecha fuera de casa. Como su amor -á<span class="pagenum" id="Page_323">[Pg 323]</span> España es sincero, perseverante y noble, su crítica transpirará -siempre todas esas cualidades de sinceridad y de delicadeza que él -pone en su patriotismo. No habrá en ella acrimonia ni odio; una -melancólica desesperanza se desprenderá, si acaso, de los lamentos y -reproches de ese hombre. Si es español—como venimos imaginando—al -hacer la crítica de las cosas, ideas, hombres é instituciones de -España, no hará mas que repetir lo que los hombres más eminentes de la -política y del periodismo han expresado. Costa, Giner, Pí y Margall, -Maura, Azcárate, Sánchez de Toca, Macías Picavea, ¿cuán áspera y -veracísima crítica no han hecho de nuestra administración, nuestra -justicia, nuestro parlamentarismo, nuestras Universidades?</p> - -<p>Cuando lejos de la patria, ausente largos años de la tierra española, -estas cosas se leen, irremediablemente un sentimiento de disgusto, -de contrariedad y de indignación invade nuestro espíritu. «¡Cómo se -pueden decir—exclamamos—estas cosas de nuestra amada España!» Con -los ojos del espíritu, allá en las remotísimas lejanías del espacio, -vemos las montañas, las llanuras, las ciudades, tal callejuela, tal -casa, de nuestra amada España. La crítica que acabamos de leer se -nos hace intolerable; arrojamos con despecho el periódico... Y, sin -embargo—¡oh, queridos compatriotas! ¡oh, hermanos en historia y en -raza!—esa crítica está inspirada en un noble amor á España. Aquí, en -el viejo solar, no alejados de él, nosotros sentimos los dolores de -España; sus angustias son<span class="pagenum" id="Page_324">[Pg 324]</span> nuestras angustias; sus tragedias están -hechas con nuestra sangre; con nuestro sudor regamos los campos de -donde sale el mantenimiento para todos; íntimamente maldecimos las -causas funestas que se oponen á su prosperidad; y desde lo más hondo -de nuestro ser anhelamos para ella—la noble y extenuada madre—días -de bienandanza, de paz y de progreso...</p> -</blockquote> - -<hr class="tb" /> - -<p>Se publicó el anterior artículo; pero se nos comunicó por la Dirección -del periódico que nuestra colaboración quedaba suspendida. Aquí tiene -el lector un pequeño proceso del patriotismo. Podrá ser instructivo -para el estudio—según las circunstancias sociales é intelectuales—del -sentimiento de patria.</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_325">[Pg 325]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="NOTAS_EPILOGALES">NOTAS EPILOGALES</h2> -</div> - - -<p><span class="smcap">Nietzsche, el quijote, los duques.</span>—Añádase al concepto -formulado por Heine, respecto del <em>Quijote</em> y de los Duques, -el formulado por Nietzsche. Heine: 1837. Nietzsche: 1887. Nietzsche -expone, incidentalmente, su concepto en <em>La Genealogía de la -moral</em> (utilizamos la versión francesa de ese libro hecha por Henri -Albert.) Del año citado es el libro de Nietzsche. Hablando del fenómeno -referente á la «espiritualización» y «deificación» de la crueldad, á lo -largo de la historia humana, el pensador alemán escribe:</p> - -<p>«En todos los casos, no hace todavía mucho tiempo, no se hubiera podido -imaginar ni boda principesca ni fiesta popular de gran rumbo sin -ejecuciones capitales, sin suplicios ó sin algunos autos de fe; y del -mismo modo toda casa de gente grande era imposible sin algunos seres -sobre los cuales se pudiera descargar la perversidad y la socarrona -crueldad»...</p> - -<p>Al llegar aquí, Nietzsche abre un paréntesis—¡oh admirable -paréntesis!—y añade:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_326">[Pg 326]</span></p> - -<p>«(Que se piense en don Quijote en casa de la Duquesa. Cuando hoy -leemos el <em>Quijote</em> íntegro, se nos pone en la boca un leve sabor -amargo; nuestro espíritu se angustia, cosa que parecería extraña y aun -incomprensible al autor y á sus contemporáneos—porque ellos leían ese -libro con la más tranquila conciencia, como si no hubiera nada más -alegre, como si fuera cosa de morir de risa).»</p> - -<p>Todo nuestro sentimiento moderno del <em>Quijote</em> está en -estas frases, escritas en 1887. «El <em>Quijote</em>—hemos dicho -paradójicamente—no lo ha escrito Cervantes; lo ha escrito la -posteridad.» Eso mismo es lo que quiere decir Nietzsche.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p><span class="smcap">El retrato de Cervantes.</span>—Conocedores en pintura que han visto -el cuadro y han leído el artículo de Foulché-Delbosc, convienen en la -falsedad de la pintura. Decididamente, creemos que Cervantes, en el -prólogo de las <em>Novelas</em>, lo que quiso decir fué que su amigo -Xauregui podía hacer el retrato, si se lo deseaba. Recuerdo y lisonja -de la amistad.</p> - -<p>La mixtificación hecha—probablemente—á fines del siglo -<span class="allsmcap">XVIII</span>, es manifiesta. Pero ¿por qué se ha mezclado en -este asunto el patriotismo? Graves varones de la tradición y de la -rebusca archivística, ¿qué tiene que ver, decid, el patriotismo -con que sea falso ó auténtico el retrato de Miguel? Sobre el -arte de las falsificaciones, véase el libro de Paul Eudel <em>Le -Truquage</em> (Librairie Molière, París, sin año; pero de 1913.) -Eudel cuenta la historia<span class="pagenum" id="Page_327">[Pg 327]</span> curiosa de la falsificación, hecha por el -maravilloso falsificador Vrain-Lucas, de una extensa é importantísima -correspondencia entre Newton y Pascal. También entonces se apeló al -patriotismo, y hombres políticos, entre otros Thiers, estimaron caso de -honra nacional el que tal correspondencia no fuera declarada falsa. Y -su falsedad no podía ser más patente. Cayeron todos aquellos defensores -del epistolario, defensores por patriotismo, en el más espantoso -ridículo. Señores: ¿qué tiene que ver el amor á la patria con estas -cosas?</p> - -<hr class="tb" /> - -<p><span class="smcap">La patria de Don Quijote.</span>—El Toboso, ¿ha debido á Cervantes -el no ser alguna vez saqueado y devastado? Charles Nodier habla de esto -en el prólogo á sus novelas. (Utilizamos la edición de Charpentier, -1855.)</p> - -<p>Escribe Nodier: «En una de esas guerras imperiales que tenían por -objeto dar á España un soberano á la manera de nuestro dueño, los -franceses, hostigados por las bandas populares, se vengaban, siguiendo -la usanza inmemorial de los héroes, recorriendo el país á la luz -del incendio. He aquí un pueblecillo más que la tea va á consumir. -Se le nombra: es el Toboso. Una explosión de carcajadas simpáticas -estalla en las filas. Las armas caen de las manos de los vencedores, -y los dichosos compatriotas de Dulcinea escapan á la matanza, bajo la -protección del genio de Cervantes.»</p> - -<p>No lo hubiera podido imaginar el gran Miguel. Si es cierta la leyenda -del atropello cometido por<span class="pagenum" id="Page_328">[Pg 328]</span> los toboseños en la persona de Miguel, -alcabalero, otra leyenda—ó historia—nos dice que Cervantes, desde -la lontananza de lo pretérito, libró de una sangrienta calamidad al -Toboso. Compensación...</p> - -<hr class="tb" /> - -<p><span class="smcap">Gabriel Alomar.</span>—Alomar vino á Madrid á hacer oposiciones -á la cátedra de Literatura de Barcelona—Instituto—. Había una -inmensa distancia entre Alomar y los demás opositores. Alomar -pertenece al núcleo revisionista de los valores clásicos. No ganó -las oposiciones—excusado es decirlo—. Votó en el tribunal, á favor -de Alomar, don Rodolfo Gil. El programa de esas oposiciones es de lo -más curioso (por su incongruencia y futilidad) que hemos leído jamás. -Tenemos propósito de publicarlo para que los futuros historiadores -tengan un documento preciosísimo referente á la enseñanza de la -Literatura en España y en 1913 (y muchos años antes... y suponemos que -muchos también de los venideros).</p> - -<p>Algunos compañeros de letras de Alomar obsequiaron á éste en Madrid con -una comida íntima; el <em>A B C</em> del 4 de Abril de 1913 daba cuenta -del acto en la siguiente nota (escrita por el autor de este libro):</p> - -<p>«En el <em>restaurant</em> Inglés celebróse anoche una comida en -honor de Gabriel Alomar. Tuvo el banquete carácter de intimidad, y -exclusivamente literario—sin trascendencia alguna política—fué -tal acto. Poeta, periodista, pensador originalísimo Alomar, sus -compañeros de letras de Madrid han<span class="pagenum" id="Page_329">[Pg 329]</span> querido significarle su afecto y -su admiración. Originalidad é intensidad campea en toda la obra de -Alomar. Poeta es ante todo, en verso y en prosa, el autor de <em>La -columna de fuego</em>. Con visión de delicadísima poesía ha glosado -Alomar el más glorioso de los libros españoles: el <em>Quijote</em>. -Pocas páginas se han producido en España—en el comentario psicológico -y lírico—superiores á esa. La concepción generosa y profunda de la -realidad que el gran Hidalgo tiene, es la que Alomar exalta y magnifica -en su glosa; esa misma concepción informa toda la obra filosófica y -poética de Alomar. «¿Es la visión de Don Quijote—pregunta el poeta—la -que hay que aceptar como verdadera, en la íntima y esencial verdad, no -en la verdad aparente y externa?» La íntima y esencial verdad es la que -persigue el artista. «No hay frase que no tenga, animada por el estro -de un poeta, una potencia de sentido espiritual sobre la apariencia -corriente del sentido literal», ha escrito también Alomar en su ensayo -<em>De poetización</em>. Elegante, férvida y tumultuosa, la obra poética -de Alomar descuella por ese sentido hondo de la realidad y de la vida.</p> - -<p>Á tan exquisito escritor han querido festejar sus compañeros en -Madrid. Reinó en la comida la más efusiva cordialidad. Asistieron á -ella Jacinto Benavente, Ortega y Gasset, Roberto Castrovido, Valle-Inclán, Luis de Zulueta, Juan R. Jiménez, Amadeo Vives, Luis Bello, -<em>Azorín</em>.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_330">[Pg 330]</span></p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Pío Baroja no pudo asistir á esta comida, á causa de una desgracia de -familia; en espíritu y cordialísimamente estuvo con Alomar y sus amigos.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Derrotado Alomar y de regreso en Cataluña, los intelectuales catalanes -le obsequiaron con otro banquete. En él leyó Alomar un discurso que es -preciso tener en cuenta para el estudio de la estética del artista. -Deseamos que el autor lo recoja en alguno de sus libros. Se publicó ese -trabajo en <em>El Poble Catalá</em> del 11 de mayo del año citado.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p><span class="smcap">Xenius.</span>—Respondiendo á las indicaciones que hacíamos sobre -su modalidad literaria, Eugenio d’Ors nos escribía una carta de la -que vamos á copiar unos párrafos. (Perdone el querido Xenius esta -indiscreción; nos parece necesaria para completar el estudio de su -personalidad, ó por lo menos, para añadir á ese estudio un dato -interesante.)</p> - -<p>Dice Xenius:</p> - -<p>«Sí, en la fórmula del arte ha de entrar, para el artista moderno, la -pasión. Pero yo no llamo á esto romanticismo, sino á la ausencia del -Dominio del orden sobre la pasión.</p> - -<p>Más puede haber de ésta, púdica y recatada, en una bien medida -estrofa que en un libre grito.—¿Frialdad de los clásicos? Mi amigo -Vand Landoskz ha encontrado en los papeles de un maestro de<span class="pagenum" id="Page_331">[Pg 331]</span> baile -sietecentista esta dichosa frase: «<em xml:lang="fr" lang="fr">On ne voit pas tout ce qu’il y a -dans un menuet.</em>» (Deliciosa, ¿verdad? Se ve al hombre de oficio, -amante de su oficio y que le de importancia, con una sabrosa punta -ligera de pedantería, con otra punta de melancolía, y que indica á -la vez, en una fórmula de carácter general, la exaltación de tantas -heroicas fiebres como el sacrificio, que es esencial en el arte, -escondido bajo la perfección formal, bajo la limitación estricta...)</p> - -<p>Fórmula de un verdadero clasicismo: «Sólo tiene valor la obediencia á -la ley en el que sería capaz de violarla».—Otra fórmula: «Sólo debe -violarse una ley, cuando con el acto de la violación se formula una ley -nueva».</p> - -<hr class="tb" /> - -<p><span class="smcap">Víctor Hugo y Vasconia.</span>—Profesó el poeta un cordial amor -al país vasco. En <em>El hombre que ríe</em>—libro I, capítulo I—, -escribe Víctor Hugo: «Vizcaya es la gracia pirinaica, como Saboya es la -gracia alpestre. Las temerosas bahías cercanas á San Sebastián, Lezo y -Fuenterrabía, mezclan á las tormentas, á los nublados, á las espumas -por encima de los cabos, á las cóleras de las olas y los vientos, al -horror, al fragor, las bateleras coronadas de rosas. Quien ha visto el -país vasco, desea volverlo á ver. Ésa es la tierra bendita»...</p> - -<p>En el <em>Semanario pintoresco</em> de 19 de Enero de 1851, don Ramón -de Navarrete daba cuenta<span class="pagenum" id="Page_332">[Pg 332]</span> de una conversación con el poeta. Se titula -el artículo <em>Una tertulia en casa de Víctor Hugo</em>. La página -es curiosa. El poeta habló de España. «Luego, volviéndose hacia -mí—escribe Navarrete—, me habló largamente de la España, de su niñez, -que pasó en Madrid, siendo gobernador de Guadalajara el general Hugo, -su padre; de la casa del príncipe de Masserano, que habitaban en la -calle de la Reina; de sus impresiones y de sus recuerdos infantiles, -pronunciando como parte de estos algunas frases en castellano. Por -último, conmemoró otro viaje que hizo á las provincias vascongadas -en 1844, expresándose con vivo entusiasmo acerca de las costumbres -sencillas y puras de aquel país, de su dulce clima y de su magnífica -vegetación.</p> - -<p>—Nada he visto en mis viajes—me decía—, tan pintoresco ni tan lindo -como Pasages, á no ser el lago de Ginebra. ¡Y van ustedes—añadía -dirigiéndose á los españoles en general—, van ustedes á visitar la -Suiza, teniendo otra Suiza más bella en su patria.»</p> - -<p>Días después de esta conversación, Hugo envió á Navarrete los -siguientes versos, dignos de ser conocidos y divulgados...</p> - -<p class="poetry p0" xml:lang="fr" lang="fr"> -<span style="margin-left: 1em;">... Espagnols! soyons frères!</span><br /> -Échangeons nos grandeurs! Du même laurier d’or<br /> -couronnons, vous Corneille et nous Campeador!<br /> -Fils du même passé, la glorie est notre mère,<br /> -car vous avez l’Achille et nous avons l’Homère.<br /> -</p> -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum" id="Page_333">[Pg 333]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="INDICE">ÍNDICE</h2> -</div> - -<table class="autotable"> -<tr> -<th> -</th> -<th class="tdr"> -<span class="u"><em>Páginas.</em></span> -</th> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#SOBRE_EL_QUIJOTE">Sobre el «Quijote»</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_7">7</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#LEMOS_Y_CERVANTES">Lemos y Cervantes</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_15">15</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#UNA_NOBLE_INDIGNACION">Una noble indignación</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_23">23</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#HEINE_Y_CERVANTES">Heine y Cervantes</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_29">29</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#UNA_CASA_DE_MADRID">Una casa de Madrid</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_43">43</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#EL_RETRATO_DE_CERVANTES">El retrato de Cervantes</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_49">49</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#UN_SENSITIVO">Un sensitivo</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_55">55</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#UN_LIBRO_DE_FRAY_CANDIL">Un libro de Fray Candil</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_61">61</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#CEJADOR_Y_EL_ARCIPRESTE">Cejador y el Arcipreste</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_69">69</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#UN_LIBRO_DE_RAMON_Y_CAJAL">Un libro de Ramón y Cajal</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_75">75</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#D_ESTEBAN_MANUEL_DE_VILLEGAS">D. Esteban Manuel de Villegas</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_81">81</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#LA_CELESTINA">«La Celestina»</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_87">87</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#LA_CELESTINA_LA_PELEGRINA">«La Celestina», «La Pelegrina»</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_103">103</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#DEJEMOS_AL_DIABLO">Dejemos al diablo</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_325">111</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#LA_INTELIGENCIA_DE_FEIJOO">La inteligencia de Feijoo</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_117">117</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#LA_PATRIA_DE_DON_QUIJOTE">La patria de Don Quijote</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_123">123</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#GLOSARIOS_A_XENIUS">Glosarios á Xenius</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_137">137</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#EL_CONDE_LUCANOR">El Conde Lucanor</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_143">143</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#DON_JUAN_VALERA">Don Juan Valera</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_171">171</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#GABRIEL_ALOMAR">Gabriel Alomar</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_177">177</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#UNA_ANTOLOGIA_OLVIDADA">Una antología olvidada</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_183">183</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#PIFERRER_Y_LOS_CLASICOS">Piferrer y los clásicos</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_191">191</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#JUAN_R_JIMENEZ">Juan R. Jiménez</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_199">199</a><span class="pagenum" id="Page_334">[Pg 334]</span> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#LAS_IDEAS_ANTIDUELISTAS">Las ideas antiduelistas</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_205">205</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#EL_TEATRO_Y_LA_NOVELA">El teatro y la novela</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_213">213</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#MAS_DEL_TEATRO_CLASICO_CASTELLANO">Más del teatro clásico castellano</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_221">221</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#LOS_ESPANOLES">Los españoles</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_239">239</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#EUGENIO_NOEL">Eugenio Noel</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_247">247</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#TORITOS_BARBARIE">Toritos, barbarie</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_253">253</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#CARROS">Carros</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_259">259</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#LAS_TEMERIDADES_DE_MARCHENA">Las temeridades de Marchena</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_265">265</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#VICTOR_HUGO_EN_VASCONIA">Víctor Hugo en Vasconia</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_273">273</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#UN_IDEOLOGO_DE_1850">Un ideólogo de 1850</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_281">281</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#BAROJA_HISTORIADOR">Baroja, historiador</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_291">291</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#ARANJUEZ_O_LA_SENSIBILIDAD_ESPANOLA">Aranjuez ó la sensibilidad española</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_297">297</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#PROCESO_DEL_PATRIOTISMO"> Proceso del patriotismo</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_305">305</a> -</td> -</tr> -<tr> -<td> -<a href="#NOTAS_EPILOGALES">Notas epilogales</a> -</td> -<td class="tdr"> -<a href="#Page_325">325</a> -</td> -</tr> -</table> - - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter transnote"> -<h2 class="nobreak" id="Notas">Notas</h2> - -<p>Se corrigieron los errores obvios de puntuación e en la ortografía. Se -mantuvieron algunas palabras como en el texto -original cuando no se redujo la comprensión. (<span xml:lang="en" lang="en">Obvious errors in -punctuation and spelling were fixed. Some words were left as in the original text when it did not impact comprehension.</span>)</p> - -<p>La portada del libro fue creada por el transcriptor utilizando la página del título y se coloca en el dominio público. (<span xml:lang="en" lang="en">The cover image was created by the transcriber from the title page and is placed in the public domain.</span>)</p> -</div> -<div lang='en' xml:lang='en'> -<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>LOS VALORES LITERARIOS</span> ***</div> -<div style='text-align:left'> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Updated editions will replace the previous one—the old editions will -be renamed. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg™ electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG™ -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for an eBook, except by following -the terms of the trademark license, including paying royalties for use -of the Project Gutenberg trademark. If you do not charge anything for -copies of this eBook, complying with the trademark license is very -easy. You may use this eBook for nearly any purpose such as creation -of derivative works, reports, performances and research. Project -Gutenberg eBooks may be modified and printed and given away—you may -do practically ANYTHING in the United States with eBooks not protected -by U.S. copyright law. Redistribution is subject to the trademark -license, especially commercial redistribution. -</div> - -<div style='margin:0.83em 0; font-size:1.1em; text-align:center'>START: FULL LICENSE<br /> -<span style='font-size:smaller'>THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE<br /> -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK</span> -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -To protect the Project Gutenberg™ mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase “Project -Gutenberg”), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg™ License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg™ electronic works -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg™ -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg™ electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg™ electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the person -or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph 1.E.8. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.B. “Project Gutenberg” is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few -things that you can do with most Project Gutenberg™ electronic works -even without complying with the full terms of this agreement. See -paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project -Gutenberg™ electronic works if you follow the terms of this -agreement and help preserve free future access to Project Gutenberg™ -electronic works. See paragraph 1.E below. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation (“the -Foundation” or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection -of Project Gutenberg™ electronic works. Nearly all the individual -works in the collection are in the public domain in the United -States. 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If any disclaimer or limitation set forth in this agreement -violates the law of the state applicable to this agreement, the -agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or -limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or -unenforceability of any provision of this agreement shall not void the -remaining provisions. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg™ electronic works in -accordance with this agreement, and any volunteers associated with the -production, promotion and distribution of Project Gutenberg™ -electronic works, harmless from all liability, costs and expenses, -including legal fees, that arise directly or indirectly from any of -the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this -or any Project Gutenberg™ work, (b) alteration, modification, or -additions or deletions to any Project Gutenberg™ work, and (c) any -Defect you cause. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg™ -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s -goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg™ and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state’s laws. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation’s business office is located at 809 North 1500 West, -Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up -to date contact information can be found at the Foundation’s website -and official page at www.gutenberg.org/contact -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread -public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine-readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To SEND -DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state -visit <a href="https://www.gutenberg.org/donate/">www.gutenberg.org/donate</a>. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Please check the Project Gutenberg web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. To -donate, please visit: www.gutenberg.org/donate -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 5. General Information About Project Gutenberg™ electronic works -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Professor Michael S. Hart was the originator of the Project -Gutenberg™ concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg™ eBooks with only a loose network of -volunteer support. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Most people start at our website which has the main PG search -facility: <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -This website includes information about Project Gutenberg™, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. -</div> - -</div> -</div> -</body> -</html> diff --git a/old/67481-h/images/cover.jpg b/old/67481-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 9e6096f..0000000 --- a/old/67481-h/images/cover.jpg +++ /dev/null |
