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-The Project Gutenberg eBook of Los valores literarios, by José
-Martínez Ruiz Azorín
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
-of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you
-will have to check the laws of the country where you are located before
-using this eBook.
-
-Title: Los valores literarios
-
-Author: José Martínez Ruiz Azorín
-
-Release Date: February 23, 2022 [eBook #67481]
-
-Language: Spanish
-
-Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading
- Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from
- images generously made available by The Internet
- Archive/American Libraries.)
-
-*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS VALORES LITERARIOS ***
-
-
-
-
-
- AZORÍN
-
-
- LOS VALORES
- LITERARIOS
-
-
- RENACIMIENTO
-
- MADRID BUENOS AIRES
- PONTEJOS, 3 LIBERTAD, 170
-
- 1913
-
-
-
-
- ES PROPIEDAD
-
-
- ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO EDITORIAL.--PONTEJOS, 3.
-
-
-
-
-_Á JOSÉ ORTEGA Y GASSET_
-
-
-_En la segunda parte de su libro_ =Racine= y =Shakespeare=, _Stendhal
-pone el siguiente lema, que él titula_ =Diálogo=:
-
- «EL VIEJO.--=Continuemos.=
-
- EL JOVEN.--=Examinemos.=
-
- =He aquí todo el siglo= XIX.»
-
-_Sí, tiene razón Stendhal: he aquí todo el siglo_ XIX. _El siglo_ XIX
-_en Francia y en otros países. En España, ¿podríamos decir_: =he aquí
-el siglo= XX? _Todo el espíritu moderno está en ese brevísimo diálogo
-del escritor francés. Ese es, precisamente, el espíritu que aquí, en
-España, un grupo de pensadores, catedráticos, literatos--todavía muy
-reducido--pretende, al fin y dichosamente, crear. «Continuemos», nos
-dice la generación anterior, nos dicen los partidarios de todo lo
-viejo, todo lo carcomido, todo lo podrido, en arte, en política, en
-moral. «Examinemos», comienza á contestar un núcleo de gente nueva. No
-sigamos admitiendo á ciegas, supersticiosamente, los viejos valores;
-no cubramos con palabras decorativas y pomposas las seculares máculas;
-no nos prestemos á que, con la brillante algazara, con el ruido de los
-discursos grandilocuentes, continúe dominando y prevaleciendo lo viejo
-nocivo. No_; =examinemos=. _Detengámonos un momento; veamos lo que hay
-debajo de todas esas oriflamas y alharacas._ =Examinemos.=
-
-_Acepte usted, querido Ortega y Gasset, la dedicatoria de este
-libro. Completa este volumen los dos anteriores titulados_ =Lecturas
-españolas= _y_ =Clásicos y modernos=. _He intentado examinar en él
-algunos valores literarios. Es usted inspirador de un grupo de gente
-joven que se moldea en la critica de los valores tradicionales, y á
-nadie mejor que á usted pueden ir dirigidas estas páginas, trazadas por
-su cordial amigo._
-
- _AZORÍN._
-
- Madrid, noviembre, 1913.
-
-
-
-
-SOBRE EL «QUIJOTE»
-
-
-_La Lectura_ ha publicado el tomo VI de su edición del _Quijote_. Cuida
-del texto y de las notas--como es sabido--el señor Rodríguez Marín. El
-texto, puntuado, dispuesto por el señor Rodrígez Marín, merece entera
-confianza; no le regatearemos nuestros elogios. La labor realizada
-en las notas no puede ser expedida en cuatro palabras; requiere un
-examen detenido, especial. Lo haremos otro día. En general, los
-comentaristas del _Quijote_ adolecen de trabajar en lo abstracto; pecan
-de aficionados en demasía á los libros, papeles y documentos... y á lo
-que otros eruditos han dicho antes que ellos. El _Quijote_ es un libro
-de realidad; la Mancha, principalmente, es el campo de acción de esta
-novela. En la Mancha hay ahora paisajes, pueblos, aldeas, calles, tipos
-de labriegos y de hidalgos casi lo mismo (por no decir lo mismo) que
-en tiempos de Cervantes. La Mancha comienza ahí mismo, á las puertas
-de Madrid, desde el cerrillo de San Blas para abajo... Sin embargo,
-los comentaristas del _Quijote_ escriben en Madrid; revuelven mil
-mamotretos; se fatigan investigando documentos; corren desalados tras
-de un librejo que pudiera traer un dato interesante; lo hacen todo, en
-suma, todo menos darse un paseo por la Mancha, que está ahí, á tiro
-de escopeta, con todas las particularidades vivas y tangibles que
-figuran en las páginas del _Quijote_. Nada nos dicen los comentaristas
-de los tipos--existentes hoy--de Alonso Quijano y de Sancho, ni del
-ama y la sobrina de Don Quijote, ni de las costumbres manchegas, ni de
-los yantares y condumios propios de ese país (de los cuales Cervantes
-habla), ni de la Cueva de Montesinos (que los viajeros nos describen),
-ni de las lagunas de Ruidera, ni de los famosos batanes, que perduran
-al presente como en aquella noche infausta de la célebre--y no
-aromática--aventura. Hablar de todo esto, poner en relación la realidad
-de hoy con la realidad pintada por Cervantes, sería establecer una
-armonía de humanidad y cordialidad entre la obra y el lector; sería
-ligar á sus raíces naturales--la tierra manchega, mejor, española--una
-planta producida por las dichas raíces. Pero para los comentaristas del
-_Quijote_ la Mancha no tiene realidad; la Mancha no existe.
-
-Nada más significativo á este respecto--aparte de lo dicho--que
-contemplar las láminas que, en 1780, puso la Academia Española á la
-edición del _Quijote_ que entonces hizo. ¿Qué idea de España se tenía
-entonces? ¿Es posible que españoles, y españoles eminentes, tuvieran
-tan estrafalaria y absurda idea de la realidad española? ¡Cómo! Estos
-hombres viven en España, tienen ante los ojos sus paisajes, han
-deambulado por sus caminos, han posado en sus ventas, han tropezado y
-platicado con hidalgos, labriegos, artesanos... Y ahora, cuando en el
-libro más español de todos los libros quieren dar, gráficamente, un
-reflejo de la España en que ellos viven y ellos representan (con la más
-alta representación literaria), nos ofrecen un desconocimiento absurdo
-de España; nos ofrecen una España grotesta y ridícula. Y todo esto
-cuando á las puertas de Madrid, donde la edición se prepara, está la
-Mancha, con sus campiñas, sus ventas, sus caminos, sus Quijanos y sus
-Sanchos.
-
-La segunda parte del _Quijote_ mejora notablemente con respecto á
-la primera. Hablamos de la segunda parte porque á ella corresponde
-el volumen publicado ahora por _La Lectura_. Mejora, repetimos, en
-cuanto á la técnica y en cuanto á la contextura espiritual. Hay en
-ella algo de etéreo, de indefinible, de inefable que no hay en la
-primera parte. El hombre que escribe este volumen no es el mismo que
-el que ha escrito el primero. Antes había--tal vez--pleno sol; ahora
-la franja luminosa que tiñe lo alto de las bardas (_¡aún hay sol en
-las bardas!_) es resplandor dorado, tenue, de ocaso, de melancolía.
-Cervantes se despide de muchas cosas en esta segunda parte. La segunda
-parte del _Quijote_ es un libro de despedida. En ella llega el autor á
-una tenuidad portentosa de estilo; se piensa en los grises de la última
-manera de Velázquez. Como se ve toda la modernidad de la segunda
-parte del _Quijote_ es comparando su prosa á la de otros libros de la
-misma época, á la prosa de Vélez de Guevara, de Castillo Solórzano,
-de Quevedo, de Gracián. Lo que aquí es trabajo, técnica laboriosa,
-particularidades de la época, en Cervantes es ligereza, sutilidad,
-inactualidad. Páginas hay que, con ligeras modificaciones ortográficas,
-parecerían escritas ahora; el autor va escribiendo embebido en su
-propia visión interior sin reparar en la forma literaria. Cervantes _no
-se da cuenta de cómo escribe_. Cuando se llega á este estado es cuando
-realmente la expresión literaria alcanza su más alto valor.
-
-La segunda parte del _Quijote_ sugiere multitud de reflexiones; sobre
-todo, los capítulos en que figuran los duques que aposentaron en su
-palacio á Don Quijote y Sancho. Los tales duques nos parecen ahora
-gente inculta, grosera y aun cruel. No se concibe cómo personas
-discretas y cultas pueden recibir gusto y contento en someter á un
-caballero como Alonso Quijano á las más estúpidas y angustiosas
-burlas. (Recuérdese la aventura de los gatos, el «espanto cencerril
-y gatuno».) Una temporada están Don Quijote y Sancho en casa de los
-duques: se divierten éstos á su talante con ello; son expuestos
-caballero y escudero á la mofa de toda la grey lacayuna; con la más
-exquisita corrección se conduce y produce Alonso Quijano. Y luego los
-tales duques dejan marchar, como si no hubiera pasado nada, al sin par
-caballero y á su simpático edecán. Ya que se divirtieron de lo lindo
-los duques, ¿no había medio de demostrar su gratitud de una manera
-positiva y definitiva? Á esos señores debía de constarles que Don
-Quijote era un pobre hidalgo de aldea; ¿no se les ocurrió nada, para
-aliviar su situación, más ó menos sólidamente? Pero dejan marchar á
-Don Quijote, y hacen todavía más: como si las estólidas burlas pasadas
-no fueran bastantes, aun se ingenian para traerle á su castillo cuando
-el caballero va de retirada á su aldea, y para darle una postrera y
-pesada broma. Hemos dicho que _ahora_ notamos esta estúpida crueldad
-de los duques; mas ya á últimos del siglo XVIII, cuando don Vicente de
-los Ríos compuso su _Análisis del Quijote_, escribía que esas chanzas
-de los duques con Alonso Quijano suponían un olvido «de la caridad
-cristiana y de la humanidad misma». Hoy existen todavía comentadores
-que encarecen la afabilidad, generosidad y cortesía de los duques...
-
-El episodio de Sancho en su ínsula da pie á reflexiones que podríamos
-enlazar con la moderna modalidad de los partidos políticos en España.
-Sancho demuestra ser un excelente gobernante y un honradísimo
-administrador («Desnudo entré en el gobierno, y desnudo salgo»,
-repite él, cosa que ahora no podrían repetir muchos gobernadores
-y gobernantes.) Sin embargo, los duques, señores que tendrán sus
-_estados_, que necesitarán hombres aptos y probos para el gobierno de
-su casa; los duques no advierten tales condiciones excepcionales en
-Sancho, y en vez de darse el parabién por haber hallado un tal hombre,
-que tan útil les puede ser, lo dejan marchar, como si no hubiera
-sucedido nada. Pensamos irremediablemente en Cervantes y el conde de
-Lemos cuando, nombrado virrey de Nápoles, no quiso llevarse consigo
-á Cervantes, que lo pretendía. Pensamos en la curiosa selección--al
-revés--que en la política española se suele hacer.
-
-Mucho tendríamos que escribir para comentar--á nuestro modo--los lances
-y episodios de esta segunda parte del _Quijote_. Terminemos haciendo
-una indicación sobre un incidente, de breves proporciones, pero de una
-maravillosa _lejanía ideal_. Aludimos al encuentro y á la separación
-de Don Quijote y don Álvaro Tarfe. En una venta se conocen uno y otro
-caballero. Pocas horas duran sus relaciones. Preguntó Tarfe á Don
-Quijote:
-
---¿Adónde bueno camina vuesa merced, señor gentilhombre?
-
---Á una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural--respondió Don
-Quijote--. Y vuesa merced, ¿dónde camina?
-
---Yo, señor--replicó Tarfe--, voy á Granada, que es mi patria.
-
-Al otro día reanudaron el viaje. Juntos fueron hasta cosa de media
-legua de la venta. Quedaba establecida entre los dos corazones una viva
-corriente de simpatía. «Á obra de media legua se apartaban dos caminos
-diferentes, el uno que guiaba á la aldea de Don Quijote, y el otro
-el que había de llevar don Álvaro.» Se abrazaron y cada cual siguió
-su diferente camino. Ya Don Quijote iba vencido; sus días estaban
-contados. Ni uno ni otro caballero habían de verse más. Nunca Alonso
-Quijano había de repasar este camino. El presente minuto--eterno en
-la historia--que él permanecía en esta bifurcación del camino, ya no
-volvería á vivirlo. El sol tenue y dorado de lo alto de las bardas
-acababa de desaparecer. Estos minutos, insignificantes al parecer,
-tienen una importancia capital en nuestra vida; dejan una estela
-de melancolía dulce que no dejan los clamorosos sucesos. Son unos
-días pasados junto al mar, ó en una montaña; ó es una visita rápida
-que hacemos á una vieja ciudad; ó bien el conocimiento inesperado,
-momentáneo y grato de alguien á quien no hemos de volver á ver. Delante
-de nosotros se abre el camino de la vida; nos detenemos un instante y
-luego proseguimos--inexorablemente--la marcha.
-
-
-
-
-LEMOS Y CERVANTES
-
-
-En el artículo anterior aludíamos á las relaciones mediadas entre el
-conde de Lemos y Cervantes. ¿Quién era el conde de Lemos? ¿Qué clase de
-protección dispensó á Cervantes? Elucidaremos estas cuestiones teniendo
-á la vista el libro publicado por el marqués de Rafal sobre don Pedro
-de Castro. Se titula el libro _Un mecenas español del siglo_ XVII: _el
-conde de Lemos_. El conde de Lemos no pasaba de ser un hombre mediocre;
-hoy hubiera sido un excelente parlamentario; diversos ministerios
-hubiera desempeñado. «No fué su elevación á los altos puestos que
-ocupó--nos dice Rafal--sino consecuencia natural de su posición social
-y estrecho parentesco con el poderoso duque de Lerma.» Líneas más
-arriba acaba de advertirnos el autor de que «nada de verdaderamente
-extraordinario ocurre en la persona de nuestro biografiado». Ocupó
-Lemos los más altos y pingües cargos de la política; fué presidente
-del Consejo de Indias; desempeñó durante seis años el virreinato de
-Nápoles; presidió más tarde el Consejo de Italia. Era el virreinato de
-Nápoles una de las sinecuras más suculentas y preciadas entonces. Un
-autor de la época, hablando de este cargo, dice que era «el mayor y más
-útil que daba el rey en Europa».
-
-Mostróse Lemos aficionado á las letras. Como empresas suyas referentes
-á la cultura, se citan varias. Imprimió á sus expensas _La Dragontea_,
-de Lope de Vega; estando en Nápoles «fundó una Universidad y escuelas,
-para las que habilitó un magnífico edificio comenzado en tiempo de su
-antecesor con destino á caballerizas». Intentó dotar á la misma ciudad
-de Nápoles de una biblioteca; mas su designio no llegó á realizarse.
-Escribió algunas poesías ligeras. Protegió á poetas y literatos... No
-cosa de mayor entidad podemos decir del conde de Lemos. En resolución,
-para este prócer, como para otros aristócratas de la época, las letras
-eran un solaz y un deporte. De cuando en cuando se gustaba de los
-versos livianos: se componían en las tertulias poesías de repente;
-se amaba las representaciones fastuosas y pintorescas de comedias de
-amor. No se sentía el arte tal como hoy un artista puede sentirlo; tal
-como entonces lo sentía un Cervantes ó un Góngora. No podía en aquel
-tiempo dispensar al arte un personaje como Lemos más atención que la
-que se presta á un agradable devaneo. No lo consentía la sensibilidad
-dominante en aquellas regiones sociales. Incompatible era el goce
-estético delicado con el regodeo que se encontraba en las chocarrerías
-y juegos de bufones, albardanes y demás sabandijas de los palacios.
-El mismo Rafal nos cuenta en su libro un singular solaz que tomaron
-en cierta ocasión los aristócratas palaciegos. Rodearon una noche la
-casa de un bufón estando éste dormido; lo despertaron con estruendo
-de arcabuces; lo amedrentaron; lo acongojaron; lleváronlo á una
-prisión y lo pusieron en capilla, simulando que era llegada su última
-hora... Cuando terminó la bárbara broma y quisieron indemnizar de sus
-angustias al cuitado, regalándole una cadena de oro, el pobre hombre,
-con un rasgo de altiva dignidad que le colocaba por encima de sus
-atropelladores, se negó á recibir el presente.
-
-Una sociedad cuyos más elevados miembros encontraban solaz de tan
-bárbaros devaneos no podía sentir el _Quijote_ como hoy lo sentimos
-nosotros. Ya hemos dicho en otra ocasión--paradójicamente--que el
-_Quijote_ no lo ha escrito Cervantes, sino la posteridad. No podía ser
-tampoco considerado Cervantes como hoy lo consideramos. No caigamos en
-la ilusión espiritual, al juzgar al autor y su obra, de transportar
-al siglo XVII el ambiente que ahora rodea á Cervantes y al _Quijote_.
-La clase de protección de Lemos á Cervantes se explica teniendo en
-cuenta qué es lo que Cervantes era en la sociedad y en las letras de
-la décimoséptima centuria. Más abajo volveremos sobre este punto y
-veremos cómo, dado el carácter de Lemos y dada la clase de literatura
-que producía Cervantes, no pudo ser otra la protección del conde. Ahora
-examinemos el asunto referente á la ida á Nápoles.
-
-Fué nombrado Lemos virrey de Nápoles. Podía, desde tan alto cargo,
-dispensar amplia y decorosa protección á la gente de letras. Puesto que
-Lemos se ufanaba de ser el amparador de poetas y literatos, ésta era
-la ocasión de demostrarlo cumplidamente. Figuraos que hoy llegara á la
-presidencia del Consejo de ministros quien pusiera su gloria en alentar
-y auxiliar á cuantos--dignamente--viven de la pluma. Ancho campo se
-abriría á su noble afán. Con Lemos solicitaron pasar á Italia numerosos
-literatos y poetas. Lo solicitaron, entre otros, Cervantes, Góngora,
-Cristóbal Suárez de Figueroa. Había muerto el secretario del conde
-tiempo atrás. Lemos nombró entonces para este cargo á Lupercio Leonardo
-de Argensola. Correría Argensola con el cuidado de escoger el personal
-que había de llevar el conde á Nápoles. Á Argensola, y no á Lemos,
-debían, pues, dirigirse los pretendientes. Lemos, tan amante de los
-hombres de letras, ponía entre su persona y los literatos una barrera.
-Una barrera constituída por otro hombre de letras, es decir, por un
-hombre que podía tener, respecto á rivales y competidores, sus recelos,
-sus animadversiones, sus resquemores. ¿Cómo justificar la conducta de
-Lemos en este caso, capital, capitalísimo en su vida? ¿Por qué él no se
-entendió directamente con los que llamaba sus amigos, sus protegidos?
-«Todo quedaba ya--dice Rafal--supeditado á la buena ó mala voluntad de
-Lupercio.»
-
-Nuestro amado y gran Miguel fué de los que «más» solicitaron el ir á
-Nápoles. Había puesto en ello Cervantes una fervorosa ilusión. No pudo
-conseguirlo. Lo rechazaron los Argensola. El fracaso de su esperanza
-produjo á Miguel una honda amargura. Rafal supone que la conducta de
-Lemos «debió, no sólo ser correcta, sino cariñosa para Cervantes».
-(Entre paréntesis, dilecto marqués: en la frase citada falta un _de_;
-pero, sin querer, ha salido más exacta tal como está. En efecto, ésa
-era la obligación del conde de Lemos para con Cervantes, obligación
-que Lemos no cumplió.) Pero á seguida de escribir la frase transcrita,
-el autor se pregunta: «¿Cómo pudo ello compaginarse, siendo, en último
-término, la voluntad del conde la que había de prevalecer sobre la de
-sus secretarios?» «No acertamos á dar con la respuesta...»--añade Rafal.
-
-Pero las razones que imagina nuestro historiador para justificar
-á Lemos, antes nos confirman la mediocridad de éste que abonan su
-proceder. El conde--nos dice Rafal--gustaba de las Academias en que se
-repentizaba; el amor de Lemos á las letras, como el de sus congéneres,
-se manifestaba, como queda dicho, en estas liviandades y devaneos
-ridículos. Cervantes no podía hacer brillante papel en tales tertulias;
-según él mismo confiesa, era tartamudo; no podía producir una ligera
-y brillante cháchara. No era, pues, «á propósito para certámenes como
-aquellos á que demostró Lemos y sus consejeros ser aficionados».
-Dejemos esto. El hecho es que «ni uno solo de los comentadores de la
-vida del insigne escritor puntualiza» al hablar de la protección de
-Lemos á Cervantes. Como Cervantes hace en distintas partes protestas
-efusivas de adhesión y cariño al conde, se viene á sospechar que la
-tal protección fuera no otra cosa que una cantidad que periódicamente
-pasaba Lemos á Miguel. Y con esto volvemos al punto que arriba dejamos
-para tratarlo ahora.
-
-El conde de Lemos, gran señor, ocupador de suntuosas posiciones
-políticas, tuvo en su vida numerosas ocasiones de favorecer, definitiva
-y decorosamente, á Cervantes. Fácilmente pudo darle algún cargo digno;
-fácilmente pudo hacer que Miguel, ya en la Administración, ya en la
-Justicia, ya en cualquier otro de los ramos y engranajes del Estado,
-encontrara un decente y duradero acomodo. ¿Por qué no lo hizo así? ¿Por
-qué su amparo tomó la forma de una pensión, cuya cuantía ignoramos, y
-que hoy nos molesta, nos repugna? ¿Por qué esta manera de limosna y no
-la otra manera ostensible y digna de la protección en un cargo lícito
-y decoroso? No olvidemos que el conde de Lemos vivía en el siglo XVII,
-y que sobre eso--ello es importante--era un hombre mediocre y frívolo.
-No olvidemos tampoco que Miguel no pasaba de ser un escritor de obras
-festivas. Algunos de sus coetáneos le motejaban de _ingenio lego_; él
-mismo sentía la pesadumbre de no ser mas que un _romancista_, es decir,
-un escritor en lengua vulgar. Lo selecto y lo literario entonces, lo
-verdaderamente intelectual era escribir en latín sobre especulaciones
-filosóficas ó políticas; y si no en latín, al menos, urdir en
-castellano algún grave y recio infolio de erudición. El _Quijote_ no
-pasaba de ser un libro de burlas chocarreras. «¡Cómo!--podría decirnos
-Lemos--. ¿Os quejáis de mi protección á Cervantes; la encontráis
-indecorosa, mezquina, y no reparáis que Cervantes no es un gran
-literato, un filósofo, un erudito? ¿Decís que la tal protección no
-corresponde ni á la persona ni á la obra? ¡No lo comprendo!»
-
-Y, en efecto, ni Lemos ni sus contemporáneos lo comprenderían.
-Pero Lemos, cuando quería proteger, sabía proteger decorosa y
-espléndidamente. En el libro del marqués de Rafal se citan varios
-casos. Uno es el de los propios Argensolas; á más de lo consignado,
-el conde trabajó obstinadamente con la corte pontificia para que á
-Bartolomé le fuera concedida una canonjía. Otro caso es el del jesuíta
-padre Mendoza, en rebelión con la Compañía, hombre inquieto y bravío,
-para quien Lemos, después de defenderlo y ampararlo largamente, logró
-un obispado. El tercer caso es el del padre Arce, bibliotecario del
-conde, á quien también favoreció Lemos con otro obispado. Sabía, sí,
-sabía proteger el conde. Pero, ¡ay, querido Miguel! Tú, ¿quién eras y
-qué eras? Tú eras un pobre hombre, lisiado y desdichado; tú no habías
-compuesto ningún libro _serio_; tú no habías sacado de tu cabeza mas
-que una historia estrafalaria y risible.
-
-
-
-
-UNA NOBLE INDIGNACIÓN
-
-
-Estas líneas no son mas que una apostilla al artículo anterior. Se nos
-pide que insistamos--ampliándolo--sobre algún punto expuesto en dicho
-trabajo. Lo haremos brevemente. ¿Cómo se compaginan--se dice--las
-fervorosas protestas de adhesión y amistad hechas por Cervantes
-respecto al conde de Lemos y la conducta mezquina, menguada de éste?
-Hemos dicho bastante sobre este importante extremo; pero añadiremos
-algo más. Es preciso colocarse en la situación de Cervantes. El autor
-del _Quijote_ era un hombre pobre, necesitado; toda su vida la había
-pasado en angustiosas y trabajosas andanzas. No figuró nunca entre la
-alta intelectualidad de su patria. Cuando estuvo en Sevilla, aparte
-vivió de los aristocráticos, delicados ingenios que allí había;
-su amigo y su protector--honremos su memoria--fué un hombre del
-pueblo: un mesonero. En Madrid, al publicarse el _Quijote_, hubo para
-Cervantes una ventolera de renombre; pero no nos hagamos ilusiones:
-aquel renombre no era como este de que ahora goza Cervantes; aquel
-renombre era, más que respeto y comprensora admiración, curiosidad,
-interés por un escritor que había trazado una historia graciosa, llena
-de donairosos disparates. No fué nunca considerado Cervantes, como
-al presente es considerado, un erudito ó un publicista consagrado
-oficialmente, académico, ex ministro, etc.
-
-Por otra parte, el conde de Lemos no pasaba de ser un hombre mediocre,
-limitado. Afectaba ser amigo de los literatos y protegerlos; mas
-quienes verdaderamente se llevaban su consideración eran los que
-en aquellos tiempos eran reputados por los verdaderos literatos y
-pensadores: eruditos, teólogos, poetas aristocráticos. Aun siendo Lemos
-amigo de Miguel, no podía colocar á éste en su estimación al nivel de
-un Argensola, ó de un padre Arce, ó de un padre Mendoza. Le quería,
-sí; mas en su afecto hacia Cervantes debió de haber esa corrección,
-esa urbanidad fría, ese discreto acercamiento--ó alejamiento--que un
-gran aristócrata ó un gran político saben poner entre su persona y la
-persona de un hombre á quien se debe cierta gratitud, pero con quien no
-se cree que debe establecerse una sincera, honda, cordial solidaridad
-espiritual. ¿Qué iba á hacer Cervantes? Su situación era sumamente
-apretada; si no le pasaba una pensión, regular y periódicamente, el
-conde de Lemos (cosa que no está demostrada), por lo menos, debió
-de hacerle, en ocasiones, algún señalado favor. Era Lemos la única
-persona á quien Cervantes podía recurrir. ¿Iba Miguel á perder este
-único asidero por adjetivo de más ó de menos en sus dedicatorias? ¿Qué
-importaba un superlativo ó una hipérbole? Téngase en cuenta, además, el
-estilo especial--todo encarecimientos--de esa literatura nuncupatoria.
-Añádase también la generosidad nativa é inagotable de Miguel...
-
-El conde de Lemos, desempeñador de los más altos cargos de la política,
-pudo asegurar decorosa y holgadamente el porvenir de Cervantes. No
-quiso hacerlo. Hemos hablado del concepto social que rodeaba al autor
-del _Quijote_; ello influyó eficacísimamente en la clase de relaciones
-que mediaron entre, Lemos y Miguel. ¿Se podrá rastrear hoy, _todavía_,
-este concepto social de Cervantes? No se olvide que Cervantes mismo se
-tenía--y ello le apesadumbraba--por un mero _romancista_; no se eche
-en olvido tampoco el dictado de _ingenio lego_ con que le motejaron
-algunos intelectuales de su tiempo. ¿Podremos encontrar todavía en
-el _subtractum_ español, en lo hondo de ciertas regiones sociales
-españolas, este concepto respecto á Cervantes? Los cervantistas (y,
-en general, los historiadores literarios) desdeñan la realidad viva;
-buceando en el fondo de la realidad española pudieran encontrarse
-noticias y pormenores curiosísimos. Las modas, las maneras de decir,
-las ideas, las modalidades del sentimiento, de las altas capas sociales
-caen á lo hondo, poco á poco, y allí perduran durante mucho tiempo.
-Giros del castellano clásico, vocablos desaparecidos hace siglos,
-los encontramos en la parla de un mercado ó de un horno, en boca de
-zabarceras y comadres. Puesto que el concepto _Cervantes-ingenio lego_
-ha existido y ha dominado en la aristocracia intelectual de España, en
-el siglo XVII y durante bastantes años, ¿podrá aún encontrarse rastro
-vivo de este concepto, concepto que no calificamos porque no hace falta
-y que ahora se resuelve en gloria de Miguel?
-
-En 1848 un colaborador del _Semanario Pintoresco_--J. Jiménez
-Serrano--hizo un viaje por la Mancha; visitó ese escritor algunos de
-los parajes por donde anduvo Don Quijote. Sus impresiones se publicaron
-en dicha revista. Cuenta Jiménez Serrano que caminando de Argamasilla
-al Toboso se encontró á un clérigo que iba también al mismo pueblo.
-Trabaron conversación los dos viandantes y el clérigo dijo, entre otras
-cosas, al viandante, al enterarse del propósito de éste: «Hace cuarenta
-años que vivo en Lugar Nuevo, famosísima patria de Don Quijote, pero
-nací en el Toboso, donde pasé al lado de mis padres los primeros años
-de mi juventud y las vacaciones que nos daban en la insigne Universidad
-de Toledo; he visto, por consiguiente, muchos extranjeros que venían
-atraídos como usted por la fama de ese Cervantes Saavedra tan celebrado
-en Madrid. Movióme entonces la curiosidad de leer _El Ingenioso
-Hidalgo_ y no me pareció, con perdón sea dicho, cosa de tanto asombro,
-pues ni allí hay doctrina ni hechos; no pasa, en mi pobre juicio,
-de ser una obra graciosa, escrita por un hombre chistoso, pero sin
-carrera».
-
-Léanse y reléanse las últimas frases transcritas; ese es, en 1848,
-el concepto de Cervantes que profesaban en 1610 los intelectuales,
-aristócratas, teólogos y grandes políticos. El _Quijote_ es una obra
-graciosa, escrita por un hombre chistoso; no hay en ese libro doctrina.
-Su autor es un hombre sin carrera. ¿Cómo había de dispensarle Lemos
-la misma protección que á un Mendoza ó á un Arce? Dos años antes de
-que el clérigo de Argamasilla expresara el juicio copiado, en 1846, un
-escritor había dado la nota exacta al hablar de las relaciones mediadas
-entre el conde y Miguel. Aludimos á Pablo Piferrer, agudo crítico y
-elegante poeta. En su libro _Clásicos españoles_, Piferrer escribe,
-tratando del desamparo de Cervantes: «Sólo el conde de Lemos, don Pedro
-Fernández de Castro, aquel protector de los hermanos Argensolas, le
-hizo _alguna_ merced, que, si bien muy digna de eterna loa, _no debió
-de ser tan grande como pudiera deducirse de las expresiones que su
-ánimo tan bueno y agradecido dictaba á Cervantes_.» «Mejor es verle así
-dechado de generosidad y dulzura--añade el autor--; mas siendo un tanto
-más sobrio en los elogios ajenos, fiando su propia defensa y la crítica
-de los demás á su noble sátira, quizá el temor le hubiera granjeado
-las consideraciones que se negaron tan villanamente á la indulgencia.»
-«Aquí sólo la indignación mueve mi pluma--agrega Piferrer--; ni puedo
-leer con calma que los mismos Argensolas anduviesen regateando el favor
-del conde y dándose apariencias de patronos con aquel anciano en cuya
-abierta frente resplandecía la bondad más pura. ¿Acaso todos los versos
-juntos de aquellos poetas son en la sola poesía lo que cualquier
-capítulo del _Quijote_ en toda la literatura?»
-
-_Aquí sólo la indignación mueve mi pluma_--dice Piferrer--. Acompañemos
-en su noble indignación al querido y delicado poeta de la _Canción de
-la primavera_.
-
-
-
-
-HEINE Y CERVANTES
-
-
-I
-
-Una excelente revista--_Hispania_--que, en lengua castellana, aparece
-en Londres, ha publicado, no hace mucho, el estudio de Heine sobre el
-_Quijote_. La traducción la ha hecho un distinguido escritor americano:
-D. S. Restrepo. Lo traducido ahora, estaba ya traducido en España;
-ignoramos si el señor Restrepo tenía conocimiento de esta traducción.
-Aludimos á la publicada en la _Revista Contemporánea_ correspondiente
-al 30 de Septiembre de 1877. El autor de esta traducción es el delicado
-poeta Augusto Ferrán. En 1837 Enrique Heine escribió un prólogo para
-una traducción alemana del _Quijote_; «escrito en París durante el
-Carnaval de 1837», dice la fecha de esas páginas del poeta; no es
-baladí consignar ese detalle, al parecer nimio, pero interesante, de
-las circunstancias--algunas circunstancias, desde luego--en que Heine
-meditó y redactó su proemio á la gran novela. Los traductores españoles
-lo han desdeñado: Larra--que veía trágicamente el Carnaval--hubiera
-tenido muy en cuenta este significativo pormenor; significativo
-tratándose de un libro también cómico en la apariencia, pero asimismo
-trágico en el fondo.
-
-La edición del _Quijote_ con proemio de Heine se publicó en Stuttgart
-el año citado más arriba. No conocemos el original alemán de la obra
-del poeta; la hemos leído en una edición francesa; incluída va en el
-volumen que figura en las _Obras completas_ de Heine con el título de
-_De tout un peu_; hizo esa edición Michel Levy, y la tirada que tenemos
-á la vista es de 1867. Algo importante encontramos en la advertencia
-que el editor pone al frente del volumen citado. Hablando del estudio
-de Heine sobre el _Quijote_ se dice lo siguiente: «Heine se ha mostrado
-severo, en su correspondencia, con su _Introducción al Quijote_,
-que fué publicada en 1837 y que nosotros hemos incluído entre sus
-fragmentos de crítica literaria. El lector seguramente no participará
-sino á medias de ese juicio del poeta sobre uno de esos escritos;
-juicio que hubiera sido menos duro, probablemente, si no se hubiera
-tratado en este caso de consolar á su editor ordinario de Hamburgo de
-haberle visto á él, Heine, aceptar para este trabajo los ofrecimientos
-de otro editor de la Alemania meridional.» Pequeño, pero curioso
-problema de psicología literaria es éste; ante todo, ni enteramente ni
-_á medias_--como dicen los editores parisienses--aceptamos el juicio de
-Heine sobre su trabajo cervantista; luego habría que ver los pasajes
-de las cartas de Heine en que este habla del asunto; finalmente,
-es verosímil, aunque parezca extraño, el motivo que se alega para
-la autodepreciación citada. Dejemos simplemente consignadas estas
-observaciones.
-
-No solamente no aceptamos á medias el juicio de Heine, sino que, lejos
-de ello, tenemos las páginas escritas por el poeta acerca del _Quijote_
-como lo más bello, fundamental y sentido que jamás se haya escrito.
-Siendo el _Quijote_ una obra universal, no es mucho lo que de un modo
-original y emocionador se ha dicho del gran libro. ¿Cuántos son los
-grandes espíritus que han hablado del _Quijote_? Estudios largos,
-detenidos, podemos contar muy pocos; incidentalmente han hablado
-del _Quijote_ elevados ingenios de todos los países; son alusiones,
-indicaciones rápidas, frases sueltas, no otra cosa. Así han hablado
-Rousseau, La Fontaine, Víctor Hugo, Tourgueneff, Flaubert (éste,
-cuatro líneas, dedicadas á Sancho Panza, en su brevísimo estudio sobre
-Rabelais). «Mil veces--ha escrito Clarín en sus _Notas sueltas_ sobre
-el _Quijote_--, mil veces, leyendo á mis filósofos, sabios, poetas y
-novelistas favoritos, de extrañas tierras, he pensado: ¡Qué lástima que
-este espíritu no hubiese penetrado y recordado bien el de Cervantes!
-La cita del _Quijote_ estaba muchas veces _indicada_... y no venía. En
-Carlyle, en Renán, por ejemplo, ¡cuántas veces la _asociación de ideas_
-llamaba al _ingenioso hidalgo_... y no venía!»
-
-En las páginas de Heine se contienen muchos de los más importantes
-puntos de vista que modernamente se habían de adoptar respecto á la
-novela de Cervantes. Algunas de estas ideas, si no han sido originales
-de Heine, al menos, la fuerza, la plasticidad, la emoción del poeta las
-ha dado relieve extraordinario y las ha lanzado, desde la penumbra, á
-plena y viva luz. No es inútil advertir que al hablar de tales puntos
-de vista no nos referimos á triquiñuelas, fruslerías y minucias de
-erudición; de lo que aquí se trata es de la interpretación psicológica,
-ideal, _sentimental_ del _Quijote_, cosa de que nuestros eruditos no
-tienen idea, ó á la cual conceden un valor muy secundario. Indicaremos
-algunas de estas ideas que á Heine se deben; hoy las opiniones del
-poeta se han convertido ya en tópicos corrientes.
-
-Hablando el poeta de la impresión que causaba en él la lectura del
-_Quijote_, escribe: «Despreciábamos el bajo populacho que atacaba
-cobardemente al héroe á estacazos; pero mucho mayor era nuestro
-desprecio para el alto populacho que, vestido con trajes de seda,
-hablando escogido lenguaje y adornado con un título ducal, se mofaba
-de un hombre que le sobrepujaba en nobleza y en ingenio». (Todavía al
-presente se elogia la caballerosidad y la cortesía de los duques con
-Don Quijote. Hay comentaristas para todo.) El poeta ha hecho resaltar
-también las diversas impresiones que, según la edad--es decir, según
-la evolución de la sensibilidad á través de los años--, va produciendo
-la novela en los lectores. «Cada lustro de mi vida--escribe Heine--he
-releído _Don Quijote_ con impresiones alternativamente diferentes.» El
-poeta, en un momento determinado de su vida, creía que lo ridículo del
-quijotismo procedía de querer introducir en la vida, en contradicción
-con la realidad presente, un pasado desaparecido definitivamente.
-(En el _Quijote_, el pasado legendario y heroico.) «¡Ay!--exclama
-Heine--; yo he aprendido después que es una tan amarga locura el querer
-introducir demasiado pronto el porvenir en el presente, cuando, en
-un combate análogo contra los rudos intereses del día, no se posee
-sino un caballejo, una débil armadura y un cuerpo no menos frágil.»
-(Pensamiento profundo; pensamiento en que se revela la analogía entre
-Heine y el _Quijote_; no decimos Don Quijote porque queremos comprender
-en la comparación tanto al caballero como á su edecán. Heine osciló
-siempre, trágicamente, entre la añoranza del pasado y el anhelo de lo
-porvenir. Este conflicto íntimo--que se da en muchos espíritus--es
-lo que marca la característica del poeta y determina su romanticismo
-especial. Léase á este propósito el estudio dedicado á Heine por
-el original pensador francés Jules de Gaultier; estudio publicado
-primitivamente en la _Revue des Idées_ y recogido después, según
-creemos, en alguno de los últimos libros del autor.)
-
-Cervantes--prosigue Heine--era un hombre de una intuición profunda;
-calaba en el fondo de las gentes que le rodeaban. Sin quererlo él, su
-superioridad resaltaba por encima de sus coetáneos, de las personas
-á quienes trataba, con quienes convivía. «¿Qué de extraño tiene que
-Cervantes se haya enajenado así muchas simpatías y que en su carrera
-terrestre no haya encontrado sino mediocres apoyos?» «Cervantes amaba
-la música, las flores y las mujeres»--escribe poco más lejos Heine,
-románticamente. (Pasemos sobre esta indicación del poeta; es posible
-que Cervantes amara las flores; es posible que, como el Greco, amara
-la música... Pero todo esto es escenografía del poeta.) En las novelas
-precervantinas, en los primitivos libros de caballerías, todo estaba
-idealizado, alambicado, y la cotidiana realidad no parecía por ninguna
-parte. «En ningún lado, rastro de pueblo.» Cervantes destruye el viejo
-y artificioso idealismo y funda otro nuevo basado en la realidad. «Así
-proceden siempre los grandes poetas; al mismo tiempo que destruyen lo
-que es viejo, fundan algo que es nuevo; no niegan jamás sin afirmar á
-la par alguna cosa.» «Cervantes crea la novela moderna al introducir en
-la novela caballeresca la descripción fiel de las clases inferiores, al
-mezclar en ella la vida popular.»
-
-Cervantes y Goethe se asemejan. Goethe recuerda á Cervantes hasta en
-las particularidades del estilo, en «esa prosa fácil, coloreada de la
-más dulce y más inocente ironía». (Sí; dulce é inocente... cuando es
-inocente y dulce. Dulce é inocente en un sentido superior, elevado:
-en el sentido de la inefable indulgencia, de la _suprema comprensión_
-de las cosas que se desprende de la obra de Cervantes como de la de
-Goethe.) «Cervantes y Goethe se parecen aun por sus defectos, por la
-prolijidad de sus discursos, por esos largos períodos que encontramos
-frecuentemente en ellos, comparables á un cortejo de gentes regias.»
-No se encuentra á menudo en tales períodos sino un solo pensamiento,
-grave, lento; pero «esa sola idea es siempre trascendental,
-considerable; es como el soberano de esa cohorte».
-
-No queremos apuntar los demás puntos de vista del trabajo de Heine.
-Popularísimos han llegado á ser todos; salidos de la pluma del poeta,
-se han desparramado por el mundo, y hoy, acá y allá, de cuando en
-cuando, los tropezamos, manoseados, viejecitos, valetudinarios,
-sin el brío y el fuego que les prestara el poeta, en artículos
-periodísticos y peroratas académicas. Agradezcamos al gran poeta (hoy
-_perseguido_ en su patria, donde no tiene un solo busto); agradezcamos
-al poeta estas maravillosas páginas que él, sobre el más alto libro
-tragicómico, escribió en 1837, durante el Carnaval, la época--¡oh,
-Larra!--tragicómica del año.
-
-
-II
-
-Quedamos anteriormente en que Enrique Heine ha sido quien primero
-ha visto y sentido--y, por lo tanto, interpretado--de una manera
-verdaderamente moderna la obra capital de Cervantes. Ha visto y sentido
-así Heine el _Quijote_: Primero, porque ya se había inaugurado la
-revolución romántica; es decir, porque ya se había introducido en el
-arte el elemento personal, lo subjetivo (en ello se estaba en 1837),
-y, por lo tanto, en la novela, el drama, el poema, etc., podía verse
-el reflejo del propio yo, ó podía poner el artista el propio yo. El
-romanticismo ha renovado la crítica y la manera de sentir el pasado;
-recuérdese, caso análogo al del _Quijote_, lo ocurrido con Calderón y
-cómo, por los críticos alemanes, compatriotas de Heine, han sido vistos
-_La vida es sueño_, _El mágico prodigioso_, _La devoción de la Cruz_.
-Segundo, Heine vió el _Quijote_ como lo vió por la afinidad suya moral
-con el libro de Cervantes; ó sea porque su conflicto interior era
-análogo al conflicto expuesto en la gran novela. El mismo Cervantes
-sentía su afinidad con Don Quijote. Un hispanista italiano, en un
-libro recientísimo dedicado á Cervantes (_Cervantes_, por Paolo Savi
-López.--Nápoles, 1913), habla de este _oscuro senso d’affinità morale_
-que une al autor con su creación, y en esa afinidad secreta juzga _che
-sta appunto il più delicato fascino del libro_.
-
-En la traducción del trabajo de Heine, motivo de estas líneas--la hecha
-por _Hispania_--, el traductor ha suprimido las últimas páginas del
-ensayo del poeta. Reputamos por desafortunada tal supresión. Á las
-ilustraciones del _Quijote_ se refiere Heine en esas páginas. ¿Cómo han
-visto los pintores y dibujantes Don Quijote? ¿Qué pintores han sido los
-que han interpretado la genial figura? ¿Por qué hasta ahora--es decir,
-hasta 1837--no se ha sabido interpretar ese personaje? Tales son las
-cuestiones que plantea brevemente Heine. De Hamlet ha dicho un crítico
-que «hay tantos Hamlets como melancolías». Muchos Quijotes existen,
-pintados y esculpidos por diversos pintores y escultores; rara vez se
-llegó en esas obras á la expresión feliz; cada artista, en cada país,
-imagina y traza la figura del hidalgo manchego de distinta manera. La
-edición á que ponía prólogo Heine, por ejemplo, iba ilustrada por Tony
-Johannot. (También existe una edición española que lleva las mismas
-ilustraciones.) Los dibujos de Johannot, como los de Doré, pecan de
-fantásticos, idealizadores en demasía. Ese prurito de alambicamiento y
-sutilidad fantasmagórica, de que alardean los dos citados dibujantes
-franceses, se da también en otro compatriota suyo; aludimos á Celestín
-Nanteuil y á las litografías del _Quijote_ hechas por él y estampadas
-en Madrid--por «J. J. Martínez, Desengaño, 10».--(Nanteuil puso también
-algunas ilustraciones á _L’Espagne_, de Cuendias y Fereal, luego
-traducida al castellano é ilustrada con los mismos dibujos. La edición
-francesa es de 1848.)
-
-Heine menciona en su trabajo, entre otras interpretaciones, «algunos
-bocetos de Decamps, el más original de los pintores franceses vivos».
-No nos detendremos en ver si Decamps era, en 1837, el más original
-de los pintores franceses. Desconocemos sus pinturas sobre el
-_Quijote_. Heine, cuando escribía, no podía hablar de otro vigoroso
-y singularísimo intérprete del inmortal caballero. Hasta bastantes
-años después Honorato Daumier no pintó sus cuadros dedicados al
-_Quijote_. Un poderoso y secreto atractivo lleva á los grandes
-artistas infortunados hacia el libro de Cervantes. La vida de
-Daumier tiene mucho de trágica; artista de un recio nervio, de una
-vigorosa originalidad, satírico violento y elocuente. Daumier trabajó
-infatigablemente, vivió luchando con la pobreza, gozó de una cierta
-notoriedad superficial, y sólo en nuestros días, al cabo de cuarenta ó
-cincuenta años, es cuando comienza á amársele y á admirársele cordial
-y reflexivamente. En 1878, ya viejo y ciego Daumier, se celebró una
-exposición de sus obras con objeto de allegarle recursos; en esa
-exposición figuraron los cuadros sobre el _Quijote_. En el _Daumier_,
-de León Rosenthal, se dedican unas páginas á hablar de esas obras y
-se reproduce una de ellas. Hay en ese cuadro, en su cielo anubarrado
-y lóbrego, en la lejanía de montañas yermas, en las figuras de Don
-Quijote y de Sancho, una sensación de misterio y de tragedia. El
-ambiente podrá ser ó no español; pero de él se desprende un agudo
-sentido de la gran novela. Á grandes rasgos, nerviosamente, con
-tosquedad genial, á la manera de Goya, el pintor ha arrojado sobre la
-tela las figuras de Don Quijote y Sancho Panza. «Decamps, antes que
-Daumier--se lee en el libro citado--, ha tratado los mismos temas,
-y ciertamente lo ha hecho con acierto. Pero por divertidas que sean
-sus narraciones, ¡cómo el relato aparece mezquino y recargado y cómo
-el artificio es mediocre, comparados con la epopeya incorrecta de
-Daumier!» (Hagamos observar entre paréntesis, ya que hemos nombrado á
-Goya, la afinidad que existe entre el pintor francés y el aragonés;
-afinidad no sólo de manera y tendencia, sino también física. Maravilla
-la semejanza entre la fisonomía de Goya, viejo, y Daumier, viejo,
-en 1878. Champfleury, citado por otro crítico de Daumier--Raymond
-Escholier, en el libro dedicado al gran pintor--, escribe: «Daumier
-y Goya no se asemejan sólo por el fuego interior; me sorprenden
-ciertas analogías fisionómicas. Una apariencia burguesa á primera
-vista; ojillos interrogadores, y, sobre todo, un labio superior de
-una amplitud particular en los dos maestros»... Escholier, el autor
-de este libro, escribe también, hablando del cervantismo de Daumier:
-«Frecuentemente, sus lecturas, su La Fontaine, su Cervantes, sobre
-todo, le arrastran á un mundo irreal. Á través de la Mancha resecada,
-en el azul país del ensueño, Daumier va siguiendo, según su fantasía,
-al caballero de la Triste Figura y á su honrado Sancho Panza»).
-
-Son raros los pintores que han interpretado originalmente el
-_Quijote_. Heine aventura una explicación de este hecho. «¿Será
-acaso--pregunta--que detrás de las figuras que el poeta hace pasar por
-delante de nosotros hay ideas más profundas que el artista plástico
-no puede expresar, de tal suerte profundas que el artista no podría
-coger y reproducir de ellas sino la apariencia exterior, aun siendo
-muy saliente esa apariencia, pero no su más hondo sentido?» Es posible
-que eso sea lo verosímil--según añade el mismo Heine--; pero lo que
-se nota examinando las pinturas consagradas á Don Quijote es un hecho
-curioso. En 1837, cuando escribía Heine, ó mejor, treinta ó cuarenta
-años antes, podría haber un paralelismo entre la representación
-crítica del _Quijote_ y su representación gráfica. Á últimos del siglo
-XVIII, por ejemplo, las láminas de la edición de la Academia concuerdan
-exactamente con la manera como los eruditos ven y explican la obra de
-Cervantes. Unos y otros veían el gran libro de un modo externo, árido,
-sin cordialidad, sin humanidad, sin _lejanías ideales_.
-
-Pero el tiempo ha ido pasando; á partir de Heine se inicia la
-interpretación psicológica del _Quijote_; vemos y sentimos hoy la
-gran novela desde un punto de vista que no es el formalista de los
-eruditos. (No hay que decir que estas interpretaciones formalistas
-subsisten; pero son, ó secundarias, como trabajo auxiliador, ó de
-ninguna importancia.) Y mientras la interpretación _literaria_ ha
-evolucionado, la _gráfica_ ha quedado estacionada. Basta ver, para
-notar este fenómeno, los cuadros cervantistas de algunos de nuestros
-pintores. La representación gráfica, pictórica, por ejemplo, sólo
-ve en el _Quijote_ los _resultados_, los _hechos_, en tanto que la
-literaria, la psicológica se atiene al proceso que da por resultado ese
-hecho. Se objetará que tal diferencia radica en la índole diversa de
-uno y otro arte; pero pintura existe (y ahora estamos pensando en los
-dos cuadritos de la Villa Médicis, de Velázquez) que expresa sola y
-únicamente, no un _resultado_, sino un estado espiritual--melancolía,
-idealidad--que se refleja en el ambiente, en el paisaje, en una casa,
-en una simple y desnuda pared. ¿Por qué los pintores del _Quijote_ no
-han tratado de expresar esos estados espirituales en conexión con
-Alonso Quijano, con sus tristezas, sus anhelos, sus ansias? ¿Por qué,
-lejos de esto, se han limitado á las aventuras ruidosas y llamativas,
-á los actos notorios, á los resultados? Don Quijote, en uno de esos
-momentos de desesperanza, de tristeza; en uno de esos instantes--frente
-á la desolada llanura gris--en que parece dudar de sí mismo y de su
-noble empresa, cansado, agobiado, dice más á nuestra sensibilidad
-moderna que el mismo caballero alanceando unos molinos ó recibiendo el
-irónico homenaje de unos zafios é inhumanos duques...
-
-
-
-
-UNA CASA DE MADRID
-
-
-Estamos en 1848. Es presidente del Consejo don Ramón María Narváez;
-antes lo ha sido el señor García Goyena; antes, el señor Pacheco;
-antes, el señor Martínez Irujo; antes, el señor Istúriz; antes, otra
-vez el señor Narváez... Paseando por las calles de Madrid hemos
-llegado á la casa de una familia amiga; viven nuestros amigos en el
-número 10 de la calle de la Luna. La vivienda es modesta; modestos son
-sus moradores; subamos un momento á charlar con ellos. Son éstos un
-anciano--el abuelo--, un matrimonio y un niño--el nieto. Tiene ocho
-años ahora el chico; es vivaracho, despierto, curioso, revolvedor. Anda
-y devanea por todas las estancias de la casa; se sube á los muebles;
-coge los diversos trebejos y cachivaches; enreda con las figurinas que
-reposan sobre las consolas. La casa no es muy espaciosa. Examinémosla.
-Consta de un recibimiento obscuro, de una sala, de un despachito, de
-un comedor, de varias alhanías ó alcobas. La sala--pieza principal de
-la vivienda--está pintada al temple; una consola de caoba se yergue
-junto á una de las paredes; sobre ella, simétricamente colocados,
-aparecen dos floreros hechos con diminutas conchas, y entre ellos se
-levanta, bajo un fanal, la figura de un templario--nada menos que un
-templario--, con su larga capa blanca y su cruz de Malta. Floreros y
-templario se reflejan límpidamente en un ancho alinde colocado sobre
-la consola. Al cuerpo ofrecen descanso un sofá y ocho sillas de enea,
-blancas, con vivos y dibujos en negro. De las paredes penden diez ó
-doce cuadros: litografías amarillentas, litografías hechas en Lyon ó
-en Málaga, que representan las aventuras de Lavalliere ó las tristes
-gestas de Chactas.
-
-Junto á la sala hay un reducido gabinete; está separado de ésta por
-unas mamparas con las cortinillas de seda roja. Cuatro sillas y una
-cómoda componen el menaje del gabinete. Sobre la cómoda, otro gran
-cuadro: una imagen, grabada en cobre, del Cristo de los Guardias de
-Corps. El anciano que vive en la casa guarda cuidadosamente en la
-cómoda su ropa blanca. Dos artefactos hay también en la estancia que
-sirven útilmente á este provecto morador de la vivienda. Fijaos bien:
-uno es un molde de madera, á modo de cabeza humana, en que el anciano
-coloca todas las noches, antes de acostarse, su peluca; otro es un
-pequeño garfio ó colgadero en que pone su reloj: un reloj por el cual
-este hombre ha regulado toda su vida, un reloj que ha contado durante
-sesenta años sus alegrías y sus tristezas, un reloj que el día que este
-anciano--su fiel compañero--expire continuará marchando, marchando con
-su tic-tac impasible, inexorable.
-
-El comedor de la casa no tiene nada de notable. La luz la recibe por
-un balcón que da á un patio. Un sofá, un péndulo en su caja y una mesa
-cubierta de hule (sobre cuyo hule es de suponer que se extenderá un
-mantel á las horas del yantar) son todos los muebles de esta pieza.
-No es menos modesto el despacho del anciano, que ya conocemos. Hay en
-él un bargueño con diminutos cajones, una escribanía de bronce y un
-cacharrito de porcelana lleno de obleas. El niño que anda por la casa,
-muchas veces entra en este despacho, abre y cierra los cajoncitos del
-escritorio, vuelca las obleas, desparrama los papeles que estaban
-cuidadosamente aperdigados. Cuando ha dado sus lecciones, ha paseado
-por las calles y ha devaneado por la casa, este niño ha cumplido--por
-ahora--su misión sobre la tierra. Á la noche entra en su alcoba y se
-acuesta en una camita con barandilla; la barandilla es para que el
-pequeño durmiente no caiga al suelo en su dormir inquieto. «Porque,
-según parece--escribirá este niño muchos años después--, hasta
-durmiendo era yo revoltoso.»
-
-Todo está limpio en la casa. La modestia no empece ni la pulcritud
-ni el orden. En este año de 1848 (presidente del Consejo don Ramón
-María Narváez; antes, García Goyena; antes, Pacheco; antes, Martínez
-Irujo, etc.); en este mismo año de 1848, un desaforado romántico, un
-amigo de Larra y de Espronceda, don Jacinto de Salas y Quiroga, acaba
-de publicar una novela; se titula _El Dios del siglo_, y ha sido
-estampada en la imprenta de don José María Alonso, Salón del Prado,
-número 8. En el capítulo III de esta novela el autor nos describe
-minuciosamente una casa, situada «en la calle de Fuencarral, no lejos
-de la Red de San Luis». Salas y Quiroga hace su poco de filosofía á
-propósito de esta casa. «En la coronada villa, capital de España,
-especialmente, donde todavía no ha cundido el amor á las comodidades,
-y en donde se confunde el lujo con la decencia, nada hay que dé más
-cabal idea de las cabezas de familia ó de las señoras, que son las que
-más parte tienen, por lo regular, en estos arreglos, que la elección de
-casa.»
-
-«Viven--añade el autor--en las tertulias, en los paseos, en las
-tiendas, y la casa les importa poco. Carecen de decoro doméstico,
-defecto tan vulgar en España, y ni respetan á los demás ni se respetan
-á sí mismos.» Salas pasa luego á describir la casa, y lo hace tan
-minuciosamente como nosotros hemos descrito otra. ¿Por qué la casa
-número 10 de la calle de la Luna nos ha recordado esta otra casa
-situada cerca de ella, en la calle de Fuencarral, y descrita por un
-novelista en el mismo año de 1848? Seguramente porque en esta vivienda
-pintada por nosotros resplandecía ese _decoro doméstico_ de que, con
-frase exacta, habla el amigo de Larra y de Espronceda. Decoro en la
-limpieza, en el menaje, en las idas y venidas y en el gesto de sus
-moradores--gente discreta--, en la solicitud y escrupulosidad con que
-educan á este niño avispado y nervioso.
-
-Este niño se llama Julio Nombela. Setenta años más tarde, al escribir
-los cuatro compactos volúmenes de sus Memorias--tituladas _Impresiones
-y recuerdos_--, este hombre había de comenzar evocando el recuerdo de
-la casa en que transcurrió su niñez. Con amor, con viva emoción, la
-casa en que viviera aquellos lejanos años ha sido descrita en estas
-páginas. La vida de este hombre ha sido larga y varia. Ha conocido á
-Rodríguez Rubí y ha visto pintar á Federico de Madrazo; ha escuchado
-discursos políticos de González Bravo y conferencias económicas de
-don Luis María Pastor; ha sentido la emoción de lo trágico viendo
-representar _La carcajada_ á don José Valero; aplaudió á don Manuel
-Catalina y á García Luna; se mezcló en las guerras civiles; fué
-secretario de don Carlos; puso su firma en el acta de reconocimiento
-de la legalidad por parte de Cabrera; en París trató á Aüer y á
-Janín; escuchó esas viejas óperas que se llaman _Poliutto_, _Linda di
-Chamounix_, _La muta di Portici_; escribió en los periódicos; anduvo
-por las provincias... Una impresión de vida laboriosa, humilde, callada
-se desprende de estos volúmenes; acaso contribuya mucho á ello el
-estilo--sencillo, minucioso--en que estas Memorias están escritas. La
-mejor definición que podemos dar de las _Impresiones y recuerdos_ de
-don Julio Nombela es decir que nos parecen el complemento obligado de
-las comedias de Bretón y de los cuadros de Mesonero.
-
-Larga ha sido la vida de este infatigable y honrado obrero intelectual;
-muchos más años le deseamos cordialmente que viva todavía. Toda
-suerte de incidentes y acaecimientos han llenado esa existencia. Pero
-seguramente cuando don Julio Nombela vuelva la vista á lo pretérito, no
-verá ni sentirá como lo capital sus andanzas en París, ni su firma--ya
-histórica--puesta en el acta de Cabrera, ni su estrecha amistad con
-este general, ni sus servicios á don Carlos. No; seguramente lo que
-entre lo pasado destacará será el recuerdo de aquella modesta casa de
-la calle de la Luna, en que él dormía, siendo niño, en una camita con
-barandilla; en la que había una consola con la figura de un templario.
-Ocurría esto en 1848. Era entonces presidente del Consejo don Ramón
-María Narváez; antes lo había sido el señor García Goyena; antes,
-el señor Pacheco; antes, el señor Martínez Irujo; antes, el señor
-Istúriz...
-
-
-
-
-EL RETRATO DE CERVANTES
-
-
-¿En qué estado se encuentra la cuestión relativa al
-retrato--supuesto--de Cervantes? Recordará el lector que hace algún
-tiempo se descubrió un retrato de Cervantes. Adquiriólo la Academia
-Española. Se publicaron respecto á él propugnaciones é impugnaciones.
-Hubo entusiasmo lírico y efusivo. Entre los que--cautamente--recelaron
-de la autenticidad del retrato se contó don Juan Pérez de Guzmán;
-los artículos impugnativos publicados por este erudito en _La Época_
-causaron indignación entre los cervantistas defensores de la efigie
-encontrada. ¿En qué estado se encuentra esta cuestión? El señor Pérez
-de Guzmán no ha publicado el extenso trabajo que anunciara (del cual
-sus artículos eran simplemente el prólogo); los defensores del retrato,
-ante tal silencio, no han dado tampoco á luz los datos que tenían
-preparados para combatir el estudio anunciado. Y el discutido retrato
-de Cervantes se halla, según creemos, en la Academia Española... que
-tampoco se atreve á decir nada.
-
-El señor Foulché-Delbosc es un eminente amador de la literatura
-española. Dirige la _Revue Hispanique_. Le estiman y admiran cuantos
-entre nosotros, sinceramente, sin espíritu de bandería (que tantos
-estragos hace entre los eruditos), se dedican á las investigaciones
-literarias. Su caudal de erudición española representa una cantidad
-formidable de perseverancia y de trabajo. Y lo que es más raro
-tratándose de eruditos, gente gregaria y anodina; lo que es más raro,
-lo que hace de este hispanista un hombre aparte: Foulché-Delbosc tiene
-independencia mental, originalidad, juicio propio, rebeldía á la noción
-secular y recibida. Decimos todo esto--que no huelga tratándose, no
-del público de los profesionales, sino del gran público--para que se
-tome en cuenta, en lo que vamos á exponer, el prestigio y la autoridad
-de quien habla. Foulché-Delbosc ha publicado un breve trabajo sobre el
-supuesto retrato de Cervantes. Dado á luz primeramente en la _Revue
-Hispanique_, se ha hecho después de tal estudio una reducidísima
-tirada. Á la buena amistad del autor debemos un ejemplar.
-
-El retrato descubierto se atribuye á Juan de Jáuregui. En el prólogo de
-las _Novelas ejemplares_, Cervantes dice que si algún amigo quisiera
-poner un grabado suyo--de Cervantes--al frente del libro, «le diera
-mi retrato el famoso Juan de Xauregui». De estas palabras se ha
-deducido que existía un retrato de Cervantes pintado por Jáuregui. Mas
-la deducción es un poco precipitada. ¿Quiere decir Cervantes que el
-retrato ha sido ya hecho y que si un amigo quisiera grabarlo se lo
-podría dar su autor? ¿Quiere decir, por el contrario, que si ese tal
-amigo quisiera hacer un grabado, Jáuregui, el pintor, podría hacer
-un retrato de donde sacar el grabado? El verdadero sentido de la
-frase citada no aparece muy claro. Es éste un pequeño problema, no de
-erudición, sino de psicología. Si tuviéramos que inclinarnos á algún
-lado, nos inclinaríamos á creer en la segunda interpretación; es decir,
-en la que considera que el retrato de Jáuregui no existe, en la que
-juzga que el pintor, á ser necesario, pudiera pintar un retrato para
-los fines que se indican.
-
-Cervantes escribiría el prólogo de las _Novelas ejemplares_ en 1611;
-el retrato descubierto lleva la fecha de 1600. ¿Tan peregrino es ese
-retrato de Jáuregui que Cervantes se acuerda de él (y se acuerda para
-determinada finalidad importante) á la distancia de once años? Once
-años en la vida de Cervantes eran cosa considerable; once años de
-angustias, de estrecheces y de dolorosas privaciones hacen cambiar la
-fisonomía de un hombre. Envejece la faz, y la luz de la íntima tristeza
-asoma--irreprimible--por los ojos y se marca en todas las líneas del
-rostro. ¿Quería poner Cervantes al frente de su nuevo libro un retrato
-que ya, con los once años transcurridos, estaba en discordancia con
-el original? Si en ese mismo prólogo se pinta el mismo Cervantes como
-envejecido, ¿de qué manera conciliar este espíritu de sinceridad--noble
-espíritu--con el deseo de dar al público una imagen suya inexacta, ya
-pasada, sin realidad presente? Otro pequeño problema de psicología
-es éste--¡oh, eruditos!--De un lado está la delicada sinceridad de
-Cervantes; de otro, un prurito de petulancia y rejuvenecimiento.
-
-Observando el supuesto retrato se notan en él algunas repintaciones.
-Importantísimos son esos retoques y desfiguramientos. «Nadie, que yo
-sepa, los ha hecho notar»--escribe Foulché-Delbosc. Llegamos á la parte
-más grave del problema. Las repintaciones á que aludimos interesan
-toda la región sincipital anterior. «La cabeza, antes de ser retocada,
-tenía una frente de una mediana altura; el antiguo límite del cabello
-es netamente visible, y el original no adolecía de ningún comienzo de
-calvicie. Y Cervantes tenía una _frente lisa y desembarazada_. Hay
-aquí, pues, una discordancia que, á mi juicio, es una nueva prueba de
-inautenticidad.» (¿No habrá también--añadimos nosotros--repintación
-en esos bigotes del retrato, bigotes recios, gruesos, pero hechos
-infantilmente, ingenuamente, para acomodarlos á los _bigotes grandes_
-de que habla el propio Cervantes en el prólogo á las _Novelas?_) Ante
-tan extraño hecho surge vehementemente la duda. La duda hace que
-imaginemos una hipótesis. El retrato descubierto pudo ser arreglado y
-repintado en el siglo XVIII sobre otro retrato antiguo. Indudablemente,
-alguien quiso hacer pasar por de Cervantes ese retrato. Recordemos
-el ambiente que en esa época se formó--á manera de un renacimiento,
-de una reivindicación--en torno de Cervantes. Comenzó en esa época
-el verdadero amor al gran novelista. ¿Por qué ha de ser absurda la
-hipótesis indicada? No se encontraba retrato auténtico de Cervantes; en
-el prólogo de las _Novelas ejemplares_ se daban minuciosos detalles de
-la fisonomía de Cervantes. Surgió en algún cerebro la idea de _crear_
-una efigie auténtica del autor del _Quijote_. Á mano tenía un retrato
-_parecido_; era sólo cuestión de desfigurarlo con hábiles retoques...
-
-En 1600, fecha del retrato aludido, Jáuregui tendría--según los
-documentos encontrados--unos diez y seis años. No es una maravilla
-la pintura; no pasa de ser un retrato mediocre. Pero ¿hasta qué
-punto es verosímil que Jáuregui, á esa edad, hiciera ese retrato? Y
-aparte de esto, ¿hasta dónde es verosímil también que Cervantes, á
-la distancia de once años, sintiera la añoranza de una pintura, no
-obrada por la mano de un gran maestro, sino mediocre, hecha por un mozo
-inexperto? Aquí se impone el examen atento, detenido, escrupuloso, de
-la inscripción que la pintura lleva. La fecha es de 1600. «La fecha de
-1600, tan extraña hoy que sabemos que Jáuregui nació en Noviembre de
-1583, se explica fácilmente si recordamos que hasta 1899 se creía que
-el pintor-poeta había nacido en 1570 ó hacia ese año.» El desconocido
-que en el siglo XVIII--ó cuando fuere--simuló el retrato de Cervantes,
-puso bien la fecha, de modo que, según entonces se creía, el retrato no
-resultaba una extraña precocidad de un pintor adolescente.
-
-Se impone--en conclusión--un examen técnico, realizado por técnicos,
-de las condiciones materiales del retrato y de las condiciones del
-rótulo que lleva. Empléense los reactivos y procedimientos que en
-estos casos se acostumbra. ¿Se hará así? Mucho tememos que no. Y, sin
-embargo, no padecería el prestigio de nadie, ni habría menoscabo de
-nada, si se demostrase que esta pintura no es auténtica. Los que la han
-propugnado y defendido, ¿qué cosa más noble, laudable y delicada pueden
-haber hecho sino desear que, al cabo del tiempo, tras tantas rebuscas
-é investigaciones, poseamos una imagen auténtica del más grande de
-nuestros artistas literarios?
-
-
-
-
-UN SENSITIVO
-
-
-EL MARAVILLOSO SILENCIO.--Nos place imaginar un convento situado en
-el declive suave de una loma; arriba está el pinar, rumoroso, bien
-oliente, desde donde, cuando sopla el viento, descienden hasta el llano
-ráfagas perfumadas. Delante se extiende la llanura inmensa, ondulada á
-trechos por los oteros y lomazos. La ciudad se perfila en lontananza,
-casi en los confines del horizonte. Un río lleva en curvas amplias
-su cinta de plata--entre el verde de las huertas--y acá y allá unos
-enhiestos y tremulantes pobos mueven blandamente sus hojas al céfiro.
-Nada se oye en la campiña. Ningún ruido denota la vida del convento. En
-el convento hay un patio central con una galería abierta; destaca en el
-centro el brocal--labrado--de una cisterna. El agua de la cisterna es
-delgada, frígida y cristalina. Cuando el caldero de cobre sube lleno,
-desde lo hondo, en el breve cristal se refleja--límpidamente--el azul
-del cielo.
-
-Detrás del convento se abre un huerto plantado de frutales y legumbres;
-algún rosal muestra sus rosas bermejas ó blancas sobre el obscuro
-follaje; y un vial de cipreses se recorta agudamente en el aire limpio
-y diáfano. Á la noche, desde lo alto, mientras en el cielo parpadean
-las eternas luminarias, se columbran, casi imperceptibles, allá
-abajo los puntitos de las luces ciudadanas. Ni en el campo ni en el
-convento interrumpe la paz augusta un solo ruido. En el convento, los
-corredores son amplios y claros; la cal nítida de las paredes reverbera
-cegadoramente en las horas del mediodía. Las celdas son chiquitas;
-desde sus ventanas se atalaya el paisaje. Algún religioso, sentado
-junto á la ventana, al levantar la vista del libro, ha visto en la
-lejanía de un camino una caravana que se dirigía de una ciudad á otra
-ciudad; acaso su corazón se ha oprimido un momento y sus ojos han
-seguido el tropel hasta que se perdía en el horizonte. Hoy, al cabo
-de cuatro siglos, esa ligera opresión la suscitaría tal vez el paso
-vertiginoso de un convoy que deja sobre el añil del cielo un trazo
-negro de humo...
-
-Miguel de Cervantes, que tanto había caminado por el mundo, amaba
-el silencio. Cervantes había vivido, durante años, en un reducido
-piso donde apenas podían revolverse las personas de su familia. Era
-en Valladolid. Cervantes ocupaba un angosto cuartito que se hallaba
-situado encima de una taberna. Día y noche conturbarían el silencio
-de Miguel el tráfago ruidoso, las idas y venidas, las vociferaciones,
-las riñas, los cantos de los bebedores. Durante la noche, hasta la
-madrugada, hasta el alba, Miguel, acostado en su cama, estaría oyendo,
-á través del piso delgado, allí cerca de su cráneo, esas porfiadas,
-estólidas, soeces, inacabables altercaciones vinarias. Y mientras las
-voces resonaron en la soledad, turbando el sosiego, Miguel ansiaría
-cada vez más el silencio: el silencio sedante, el silencio dulce, el
-silencio que es compañero de los coloquios interiores del artista.
-Cuando Cervantes en el _Quijote_ pinta la casa del caballero del verde
-gabán, recordad cómo hace notar que en ella reinaba el silencio.
-Recordad también cómo adjetiva ese silencio. _Maravilloso silencio_
-es--escribe Miguel. Ese silencio maravilloso es el que reina en este
-convento, donde mora y tiene sus soliloquios interiores un poeta.
-
-NO HAY OTRO EN CASTILLA.--Al trazar la etopeya de nuestro poeta, del
-mismo modo que necesitamos ver el paisaje, es preciso hablar de sus
-compañeros. Sus compañeros, las gentes que han vivido en su mismo
-ambiente espiritual, unos han pasado á la historia y son ilustres en la
-literatura; otros--humildísimos--han quedado esfumados en el tiempo. La
-eterna corriente de las cosas se los llevó sin dejar de ellos mas que
-un ligero recuerdo. Y, sin embargo, estas figuras tienen un profundo
-encanto. Santa Teresa de Jesús ha pintado con rápidos rasguños algunas
-de estas figuras. Santa Teresa de Jesús tiene la frase expresiva,
-plástica y popular. Hablando, por ejemplo, de su pobreza, escribe:
-«Aquel día ni una seroja de leña teníamos para asar una sardina».
-Santa Teresa de Jesús hace vivir en cuatro líneas las personalidades
-de Beatriz Óñez y de fray Antonio. Al _Libro de las fundaciones_ nos
-referimos. Beatriz Óñez era una mujer abrumada y angustiada por el
-dolor; en sus años mozos estaba. Un mal terrible la atenaceaba. No
-perdió, con todo, su serenidad. «Jamás por cosa la vieron de diferente
-semblante, sino con una alegría modesta»--escribe Teresa. «Un callar
-sin pesadumbre, que con tener gran silencio era de manera que no se le
-podía notar por cosa particular»--observa también la santa en Beatriz.
-Y luego añade: «En todas las cosas era extraño su concierto interior
-y exteriormente; esto nacía de traer muy presente la eternidad». La
-semblanza de fray Antonio la hace Teresa de Jesús en dos líneas: fray
-Antonio se le presentó pobre y humilde. No tenía nada. «Sólo de relojes
-iba proveído, que llevaba cinco.» «Que me cayó en harta gracia»--añade
-Teresa. Este frailecito llevaba nada menos que cinco relojes, «para
-tener las horas concertadas». Ese frailecito, con sus cinco relojes,
-se nos aparece como obsesionado por el tiempo que pasa, por el tiempo
-suave é inexorable, por el tiempo que todo lo trae y todo se lo lleva.
-
-Nuestro poeta es un hombre chiquito; tiene la cabeza pequeña,
-redondita, y en ella destacan unos ojos luminosos y una boca de
-labios delgados. Su retrato da la impresión de una sensibilidad
-hiperestesiada. Es nuestro poeta uno de esos hombres tímidos y fogosos
-á la vez, uno de esos temperamentos silenciosos y delicados que vibran
-fuertemente á los contactos del mundo exterior. No hay otro como él
-en Castilla. «Es un hombre celestial y divino--escribe de él Teresa
-de Jesús en una de sus cartas--. No he hallado en toda Castilla otro
-como él.» Otros poetas, como Garcilaso, han sido refinados y cultos;
-en sus versos han puesto la quinta esencia italiana; sus conceptos
-amatorios han ido entremezclados de breves paisajes. Fray Luis de León
-ha sido fogoso é impetuoso; tiene el ardimiento y la elocuencia de un
-pagano; á veces--como en la primera _Oda á Nuestra Señora_--llega á lo
-trágico en la expresión de sus dolores íntimos y de sus desesperanzas.
-Nuestro poeta, San Juan de la Cruz--de cuyo _Cántico espiritual_ acaba
-de publicarse una nueva edición--; San Juan de la Cruz es mórbido,
-delicado, sensitivo. Ningún poeta castellano nos ofrece esta muestra
-de frágil morbidez. Entre la penumbra de los símbolos, el espíritu
-del poeta ondula, tiembla, gime, canta como un niño ó como una
-delicada mujer. Hay momentos en que el lector de estos breves poemas
-permanece absorto, indeciso, desorientado, sin acertar á distinguir la
-trascendencia alegórica de la aparente realidad.
-
-En el silencio de la blanca celda vemos--espiritualmente--al poeta
-trazando sus versos, y sintiendo al trazarlos una viva emoción, una
-ansiedad febril, como pocos de nuestros poetas han sentido. No hay otro
-como él en Castilla.
-
-LA FUENTE EN LA NOCHE.--El simbolismo de San Juan de la Cruz se halla
-inspirado en la Naturaleza. El poeta nos habla de las montañas,
-los valles solitarios y nemorosos, las ínsulas extrañas, las viñas
-florecidas, la soledad sonora, las aves ligeras, las riberas verdes,
-las subidas cavernas de las piedras, el canto de la dulce filomena,
-el agua pura, las frescas mañanas, las tortolicas que revuelan
-henchidas de amor... Oigámosle en uno de los más típicos, sugeridores,
-trascendentes de sus poemas. El poeta piensa en una fuente; él sabe
-dónde mana y corre. Y añade: _Aunque es de noche._ No puede decir
-cuál es su origen; no lo tiene; pero todo se origina de esta fuente.
-_Aunque es de noche._ No hay cosa tan bella en el universo; cielos y
-tierra beben de este manantial. _Aunque es de noche._ Nunca ha sido
-su claridad obscurecida; toda luz viene de ella; sus corrientes son
-caudalosas; la inmensidad de las gentes se riega con ellas. _Aunque es
-de noche._ Todas las criaturas son llamadas para que sacien su sed en
-esta fuente; mi más ardiente deseo está en sus aguas. _Aunque es de
-noche..._ Y así, el poeta--delicado y sensitivo--asocia á las tinieblas
-lóbregas y perdurables de una noche la sensación de una fontana
-cristalina y amorosa, que va manando casi calladamente, con un son
-apacible, melódico.
-
-
-
-
-UN LIBRO DE FRAY CANDIL
-
-
-Emilio Bobadilla, nuestro querido y admirado crítico, acaba de publicar
-un libro sobre ciudades y paisajes españoles. _Viajando por España_ se
-titula el libro flamante de Bobadilla. Tiene este escritor--lo saben
-los aficionados á las letras--una fina, extensa y variada cultura;
-conoce escrupulosamente el movimiento filosófico y literario de Europa;
-escribe en un estilo limpio, claro, preciso, nervioso. Bobadilla nos
-habla en su libro--después de algunas páginas dedicadas á paisajes de
-los Pirineos--de las viejas y gloriosas ciudades que se llaman Burgos,
-Valladolid, Salamanca, Toledo. Hermosas son las descripciones que el
-autor traza de panoramas urbanos y agrestes; no tienen menos interés
-las reflexiones--más bien breves estudios--que entre paisaje y paisaje
-intercala Bobadilla. Se habla aquí, por ejemplo, de nuestra poesía
-medioeval, la lírica y la heroica; del descubrimiento de América; de
-la vida estudiantil en el siglo XVI; de Miguel de Cervantes y de sus
-dolorosas andanzas.
-
-El estudio más largo y substancioso de todos éstos es el dedicado á
-la conquista de América. El tema reviste un interés supremo para los
-españoles; fuera de España se escribe también abundantemente en estos
-últimos años. La conquista de América ha sido diversamente juzgada á lo
-largo de nuestra historia posterior á ella. Sucesos son ésos en que se
-han fundamentado y se siguen fundamentando los juicios que de España
-se hacen respecto á su actuación en el pasado: un pasado de cuatro
-siglos. Un hombre generoso y ardiente--Bartolomé de las Casas--es quien
-primero da argumentos copiosísimos á cuantos nos reprochan determinados
-procedimientos de colonización. Codicia, violencia, rapacidad,
-crueldad: en estas palabras sintetizan sus acusaciones los que se
-apoyan en Las Casas. Pero ¿qué es lo que hay de cierto en el libro
-famoso de aquel hombre caritativo? ¿En qué cantidad se halla en él la
-verdad y en qué la hipérbole?
-
-Son numerosas las rectificaciones que se han hecho á Las Casas;
-reputamos por una de las principales la publicada en el siglo XVIII
-por el clérigo catalán don Juan Nuix. Tradujo esta obra, y la publicó
-en 1782, un ministro del rey: don Pedro Varela y Ulloa. Alegamos la
-alta calidad del traductor para que se conceda todo su valor á ciertas
-frases del prólogo que él pone á su traducción, y en que se dice
-que «aunque el fin del autor es defender á los conquistadores de la
-América en común, _no por eso pretende disculparlos del todo_». Bastan
-estas palabras para que la cuestión quede colocada en sus verdaderos
-términos. En este largo y tenaz pleito de nuestra conquista americana;
-en la luenga porfía entre apologistas y detractores, se va haciendo un
-resquicio por el que surge la verdad. Entre la muchedumbre de libros
-producidos á propósito de este tema, lo que, á nuestro entender,
-quedará como expresión de serenidad y equilibrio será el _Diálogo entre
-Guatimocin y Hernán Cortés_, trazado por don Francisco Pí y Margall.
-
-Pero si existe en el problema de la conquista de América este aspecto
-universal, que interesa tanto en nuestro país como fuera de él, existe
-también otro aspecto puramente, exclusivamente nacional: el que atañe
-á lo que influyó en la marcha de España el descubrimiento del Nuevo
-Mundo. Ángel Ganivet ha indicado en el _Idearium español_ una teoría
-que merece ser meditada. Para Ganivet los Reyes Católicos emprendieron
-la formación de España, de la nacionalidad española, sobre tres bases:
-una, la _política_; otra, la _intelectual_; otra, la _material_. En la
-primera estaba comprendida el saneamiento de las costumbres, corrección
-de corruptelas administrativas, cauterización de abusos, escándalos,
-irregularidades, latrocinios, etc., etc. La segunda abarcaba el fomento
-de la instrucción pública, creación de centros de enseñanza, protección
-á los estudios, aliento á literatos y publicistas, etc., etc. Y la
-tercera, la material, iba encaminada á la creación de una industria
-y de un comercio prósperos, al robustecimiento de la agricultura,
-construcción de caminos, alumbramiento de aguas, trazado de canales,
-etc., etc. Prescindamos--dicho sea de pasada--de exagerar un tantico
-una fórmula determinada, un determinado propósito; al escribir
-trabajos de historia, fácilmente se incurre en este error de ampliar y
-sistematizar en siglos pasados, en hombres de otras épocas, planes y
-designios que acaso no fueron mas que ideas embrionarias é inconexas.
-Pero, en fin, hay mucho de exacto en lo que escribe Ganivet. Ahora
-prosigamos.
-
-Las dos primeras acciones--la política y la intelectual--comenzaron á
-realizarlas Fernando é Isabel con gran brío y eficacia. Se pueden citar
-numerosos hechos que lo demuestran. En cuanto á la tercera acción--la
-atañadera al fomento de la riqueza--, se disponían á emprenderla cuando
-se interpuso el descubrimiento de América. Ese hecho magno torció
-el curso de nuestra historia. América refulgió espléndidamente á lo
-lejos con resplandores de oro. «Y dejando las prosaicas herramientas
-del trabajo--escribe Ganivet--, allá partieron cuantos pudieron en
-busca de la independencia personal, representada por el _Oro_; no por
-el oro ganado en la industria ó el comercio, sino por el oro puro,
-en pepitas.» Á partir de ese éxodo alucinante de millares y millares
-de españoles--lo mejor de la nación--, la decadencia de España se
-inicia. Nótese que el esplendor verdadero, robusto, no ha tenido
-ocasión de comenzar; los Reyes Católicos apenas han puesto las primeras
-piedras del nuevo y soñado edificio. Pero va á comenzar un período de
-esplendor, de apogeo, de vitalidad nacional, completamente ficticio,
-artificial, morboso.
-
-Tan exacto es esto, tan cierta es en el fondo la teoría de Ganivet,
-que no podremos hallar otra más lógica y racional. En ella vienen
-á parar implícita ú ostensiblemente cuantos reflexionan sobre el
-desenvolvimiento de España desde el siglo XVI hasta la fecha. No de
-otro modo que Ganivet piensa Jovellanos en su _Informe sobre la ley
-agraria_. Para el gran pensador, el esplendor de España, ocasionado por
-las conquistas de América y por las guerras europeas, «pasó como un
-relámpago.» «Todo creció entonces--añade--si no la agricultura». «Las
-artes, la industria, el comercio, la navegación recibieron el mayor
-impulso; pero mientras la población y la opulencia de las ciudades
-subía como la espuma--dice también Jovellanos--, _la deserción de los
-campos y su débil cultivo descubrían el frágil y deleznable cimiento de
-tanta gloria_.»
-
-Sí; el esplendor, la vitalidad, la solidez de un país no pueden ser
-resultado más que del trabajo y de la ciencia. _Ciencia y trabajo_: he
-ahí en dos palabras, para los nuevos españoles, todo un programa.
-
- * * * * *
-
-Fray Candil da en su libro una serie de visiones intensas y precisas
-de viejas ciudades españolas. Toledo, Salamanca, Burgos pasan ante la
-vista del lector evocadas en un estilo limpio, diáfano, nervioso,
-preciso. No es un sentimental Emilio Bobadilla, ni, por el contrario,
-tiene parentesco alguno con los secos eruditos catalogadores. Culto,
-erudito, la cultura y la erudición son en el ilustre crítico un medio.
-Lo importante para este artista--como para todos los artistas--es
-la esencia de las cosas. Á ella llega Fray Candil en esas páginas
-luminosas.
-
-Á Bobadilla debe la moderna cultura literaria española muchas de
-las ideas que hoy, entre los jóvenes, andan en circulación. Su obra
-crítica es paralela á la de Leopoldo Alas. Se podría hacer (y habrá
-de hacerse) un catálogo de las ideas nuevas que la generación actual
-debe á Clarín y á Fray Candil. Los dos han contribuído poderosamente á
-renovar la sensibilidad artística española. Han enseñado á pensar...
-y á sentir. Todavía Alas se sentía coartado por el compañerismo que
-le unía á los escritores de la generación anterior; muchos de sus
-juicios--hiperbólicos--nos desplacen hoy (por ejemplo, hablando de
-Balart, de M. Pelayo, de Núñez de Arce, etc.); desearíamos un poco más
-de _crítica_, de _examen_.
-
-Bobadilla, venido de fuera, más libre de toda solidaridad sentimental,
-ha podido ser más sincero. Otro factor: su culto por la ciencia, su
-entusiasmo por la experimentación ha hecho que en su espíritu chocaran,
-más que en el de Alas, la enorme incoherencia, la formidable falta
-de lógica, la terrible superficialidad--hablamos en general--de la
-literatura producida por sus contemporáneos. Verbalismo, hipérboles,
-falso lirismo, prejuicios sentimentales, efectismos ilícitos, ausencia
-de cultura, mal gusto, chocarrería tradicional... todo esto ha sido
-combatido, ridiculizado, escarnecido por Bobadilla. Viajero incansable
-por Europa, curioso de todas las literaturas, Fray Candil ha sido uno
-de los obradores primeros del actual contacto con el pensamiento de
-fuera...
-
-No son estas líneas mas que sumarias indicaciones. El autor de ellas,
-que tanto ha modelado su espíritu en la obra crítica de Bobadilla, se
-complace en enviarle, desde estas páginas, la expresión de su sincero
-reconocimiento.
-
-
-
-
-CEJADOR Y EL ARCIPRESTE
-
-
-Anunciamos en uno de los artículos anteriores que dedicaríamos unas
-líneas á comentar ciertas afirmaciones de Julio Cejador. Ha hecho tales
-aseveraciones Cejador en el prólogo á la edición flamante de Juan Ruiz,
-por el dicho filólogo aliñada y por _La Lectura_ dada á luz. Américo
-Castro estudiará detenidamente--con su reconocida competencia--la obra
-exegética de Cejador en el próximo y segundo número de la _Revista
-de Libros_. Aquí no se trata de ningún examen serio--ni no serio--,
-sino de un simple devaneo impresionista. Julio Cejador ha publicado
-también en estos días una novela--_Mirando á Loyola_--; en el prólogo
-se lamenta de que hubiera quien, hace meses, no dijese nada respecto de
-otro libro suyo. «Hubo quien no se arrestó--escribe Cejador--á saludar
-su venida á esta común luz de la vida que todos gozamos.» Tiene razón
-nuestro querido amigo en lamentarse del silencio; no hay nada peor que
-el silencio para un literato, como para un actor, un orador, ó, en
-general, un hombre que viva de la opinión y para la opinión. No somos
-nosotros de los que hacen á los libros la guerra sorda del silencio.
-Mejor que callar, preferimos ofrecer nuestro juicio duro--cuando es
-duro--con toda su sinceridad. Esta sinceridad--más, mucho más que la
-loanza convencional--preferimos que se tenga con nuestros libros. ¿Le
-ocurre lo mismo á Cejador? Pues con todos los respetos á su persona
-y con toda la admiración que nos inspira su vasta, varia y cultísima
-labor, allá van las siguientes observaciones sobre su introducción á
-Juan Ruiz.
-
-Lo primero que hemos de anotar es que Cejador es aficionado en
-demasía á la generalización. Criticar es diferenciar, establecer las
-discordancias, expresar los rasgos característicos, _únicos_, de un
-autor ó de una obra. Recordemos siempre--aplicándolo á la crítica--la
-lección de Flaubert respecto de la novela. «En la calle--decía
-Flaubert--hay media docena de coches de punto estacionados en su
-parada. La cuestión es salir, observarlos, y, aunque todos parecen
-lo mismo, hacer de modo que, al describirlos, cada uno sea diferente
-de los otros, cada uno tenga su vida propia.» Con superlativos,
-con hipérboles, con loanzas épicas no se pinta á un artista, no se
-nos dice cómo es. No; lo que hay que hacer no es generalizar, sino
-particularizar. El juicio que Menéndez y Pelayo formula, por ejemplo,
-de Gracián y _El criticón_ (en la cubierta de la nueva edición de esta
-obra ha sido reproducido), lo mismo conviene á Gracián, que á Quevedo,
-á Carlyle ó á Swift. Cuando Cejador nos habla del Arcipreste de Hita,
-sus palabras ardorosas lo mismo pueden convenir á este poeta ó á
-otro escritor (verbigracia, Rabelais) por el que sintamos el lírico
-entusiasmo que Cejador siente por Juan Ruiz. «Este hombre--escribe
-nuestro filólogo--es el gigantesco aquel llamado Polifemo que nos
-pintó Homero, metido á escritor.» «Los sillares con que levanta su
-obra--añade--son vivos peñascos arrancados de las cumbres de las
-montañas y hacinados sin argamasa ni trabazones convencionales, de
-las que no pueden prescindir los _más_ celebrados artistas.» (Note
-el lector de pasada ese _más_ que hemos subrayado. ¿Por qué esas
-trabazones--no nos explicamos bien lo que quiere decir Cejador--no las
-ha de tener Juan Ruiz y sí los demás artistas? Y ¿por qué no ha de
-haber ni uno solo entre los _más_ celebrados artistas que no posea esa
-condición? Los más celebrados: es decir, todos. Homero, Shakespeare,
-Cervantes, Dante, Lope, Leopardi, Virgilio, etc., etc., etc.)
-
-«El Greco se queda corto en pintura para lo que en literatura es Juan
-Ruiz»--escribe más adelante nuestro buen amigo. Acaba de decir Cejador,
-líneas arriba, que el arcipreste es «tan grande», «tan colosal», que
-se le ha ido de vuelo á los críticos más agudos. No entendemos tampoco
-bien lo que aquí se ha querido decir. Pero lo importante es la cita
-del Greco después de lo que se acaba de decir. Ningún pintor estaba
-menos indicado que Theotocópulos para este acercamiento á Juan Ruiz.
-Aparte de que el Greco, aunque pintó mucho en cantidad, no se hace
-notar por su abundancia excepcional, existe la diferencia hondísima de
-orientación espiritual, de tendencia y procedimientos, entre el poeta
-y el pintor. Si era preciso citar un pintor al hablar de Juan Ruiz, más
-que al Greco, pudo citarse á Rubens, á Jordaens y aun al mismo Tiziano,
-pintores todos del color, de la vida exuberante, de la jocundidad, del
-goce pletórico de vivir. «Su obra, repito--sigue diciendo Cejador--,
-es el libro más valiente que se halla en esta literatura castellana
-de escritores valientes y desmesurados sobre toda otra literatura.»
-Repetimos nosotros también nuestra observación: ¿para qué estos
-extremos del más y del menos? En la literatura castellana hay libros
-que nos parece son tan _valientes_ como el de Juan Ruiz. (Ignoramos
-el verdadero alcance de este adjetivo.) Ahí está, por ejemplo, el
-_Quijote_, ó _La Celestina_, ó _La vida es sueño_, ó el _Don Álvaro_,
-ó _La Dorotea_... Y ¿por qué la literatura castellana ha de ganar á
-las demás en libros _valientes_? Cuando Rabelais y Montaigne escribían
-las cosas que escribían, ¿había alguien en Castilla que dijera esas
-mismas cosas? Más tarde, compárese, por ejemplo, lo que dice Quevedo
-(ingenio castellano de primer orden) con lo que dice en sus _Trágicas_,
-y especialmente en la parte _Los príncipes_, Agripa de Aubigné (ingenio
-francés, no de primera magnitud, sino secundario).
-
-Sigamos comentando. Hablando de los poetas que han llevado una vida
-de libertinaje y disipación, escribe Cejador: «Yo concederé que entre
-tales hombres pueda darse un poeta; jamás un extraordinario poeta».
-«Los más encumbrados pensamientos y los sentimientos más delicados
-no andan por las tabernas y lupanares.» Llegamos á la discordancia
-á que hacíamos referencia en uno de los anteriores artículos: la
-discordancia entre la vida del poeta y su obra. Sería difícil discutir
-sobre este punto con Cejador, porque á su arbitrio habría de quedar el
-alcance que diera al vocablo _extraordinario_ que acabamos de citar.
-¿Qué es y quién es un poeta extraordinario? ¿Dónde acaba en un poeta
-lo ordinario y dónde comienza lo extraordinario? Aquí tenemos, por
-ejemplo, á un poeta libertino, relajado. Vivió la vida más disipada que
-puede vivir ser humano. Figuró en una cuadrilla de bandidos; cometió
-robos; mató á un clérigo en riña; estuvo en prisión; estuvo á punto
-de morir en la horca. Se llamó este poeta Francisco Villon. ¿Es ó no
-extraordinario? ¿Hay ó no emoción honda y delicadísima en sus baladas
-de _Los ahorcados_, de _Las damas de antaño_, de _Los caballeros de
-antaño_? ¿Son ó no son esos poemas poesía, y poesía de la más alta,
-de la que hace sentir? (¡Oh, las nieves de antaño! _Mais où sont les
-neiges d’antan?_)
-
-Pero no es sólo Villon. Los ejemplos abundan. ¿Es ó no gran poeta
-Baudelaire? ¿Lo es ó no Edgardo Poe, aparte de sus libros en prosa?
-¿Lo es ó no Verlaine, el _pobre Lelian_? Terminemos. Tendríamos que
-examinar ahora la interpretación que Cejador da de _El libro de buen
-amor_. Tarea larga sería esa. Cejador cree (lo repite á cada momento)
-que el Arcipreste de Hita escribió su obra para edificación espiritual
-de los lectores. Tanto valdría decir que Rubens pintó sus exuberantes
-desnudos para que abomináramos de la carne. Más sencillo--y más lógico
-y racional--es creer que Juan Ruiz escribió espontáneamente, sin
-designio ético ni ascético, del mismo modo que ni Jordaens, ni Rubens,
-ni Tiziano llevaban tal mira cuando pintaban sus cuadros.
-
-
-
-
-UN LIBRO DE RAMÓN Y CAJAL
-
-
-El doctor Ramón y Cajal ha publicado la tercera edición de su libro
-_Reglas y consejos sobre investigación biológica_; aparece esta
-reimpresión considerablemente aumentada. Hay libros que tienen un
-clamoroso, pero fugacísimo éxito. Hay otros cuyo éxito parece como
-clandestino, como _subterráneo_; ni la prensa ni el gran público
-hablan apasionadamente de ellos; mas poco á poco se van vendiendo; un
-círculo reducido de estudiosos los comenta; en trabajos de revista y en
-conferencias y en _explicaciones_ de cátedras se va viendo lentamente
-un reflejo, una influencia de esos libros; otros libros, en fin, nacen
-engendrados por ellos; y en definitiva, tal volumen que no obtuvo éxito
-ruidoso, que no entusiasmó á la gente que se halla en los aledaños
-de la intelectualidad, ni llegó á noticia de los parlamentarios; tal
-volumen, repetimos, ha sido fundamental en la ideología de un país--en
-determinado momento--y ha constituído uno de los factores de su
-evolución social ó literaria. De esta clase de libros es el citado del
-doctor Cajal. Prueba de ello nos la ofrece la extensión que por España
-y singularmente por los pueblos americanos van teniendo sus repetidas
-ediciones, y las exhortaciones que, agotados los ejemplares, se hacen
-de todas partes para que se le reimprima.
-
-El libro de nuestro gran sabio no es, como pudiera creerse, un libro
-de técnica, de técnica relacionada con las investigaciones que á
-Cajal le han dado renombre universal. Se trata, sí, de un conjunto
-de observaciones y consejos dictados por la experiencia que pueden
-ser útiles, no sólo al investigador biólogo, sino á toda clase de
-estudiosos y científicos. Nada más lejos--aparentemente, al menos--de
-la biología que la crítica literaria; sin embargo, pocos laboradores
-podrán sacar tanto provecho de estas reglas y normas que dicta--sin
-dogmatismo alguno--nuestro sabio, como los críticos literarios y los
-historiadores de las letras. Imaginad, para formar idea de este libro,
-algo así como _El criterio_, de Balmes, hecho por un verdadero hombre
-de ciencia y en el cual se hayan aprovechado todas las aportaciones
-del saber--y del _sentir_--moderno, á más de la rica experiencia de
-uno de los cerebros contemporáneos más poderosos. En igual sentido
-que Cajal, pero con un designio menos científico, menos limitado á un
-solo objetivo, ha escrito el agudo é independiente pedagogo uruguayo
-Carlos Vaz Ferreira, y su libro _Lógica viva_ puede ser recomendado,
-sin reservas, efusivamente, al igual que el de nuestro sabio, á cuantos
-deseen un _directorio espiritual_ á la moderna.
-
-Sobre las _Reglas y consejos_, de Cajal, habría mucho que hablar; nos
-limitaremos á hacer algunas indicaciones; señalaremos, acá y allá,
-algunos pasajes del libro, que son á manera de jalones en el espíritu
-del autor. Ante todo, hemos de hacer constar el placer que causa el
-ver á un hombre que por sus trabajos parecería ajeno al arte de la
-prosa, escribiendo en un estilo verdaderamente literario, un estilo
-claro, preciso, limpio, ameno, insinuante. Cajal hace honor, con la
-pluma en la mano, á esa gran estirpe de prosistas aragoneses de donde
-han salido los Argensola, Palafox, Gracián, Mor de Fuentes, Costa,
-etc. Abriendo al azar el libro, y sin propósito de hacer una crítica
-sistemática, nos encontramos con observaciones, atisbos, intuiciones
-de una profunda clarividencia y de una grande y noble libertad de
-espíritu. Por ejemplo, en las páginas 69 y 70 vemos el paralelo rápido
-que el autor hace entre el héroe y el sabio. Después de hablarnos de
-este último, Cajal escribe: «Por el contrario, el héroe sacrifica á
-su prestigio una parte más ó menos considerable de la humanidad; su
-estatua se alza siempre sobre un pedestal de ruinas y de cadáveres;
-su triunfo es exclusivamente celebrado por una tribu, por un partido
-ó por una nación, y deja tras sí en el pueblo vencido, y á menudo en
-la historia, reguero de odios y de sangrientas reivindicaciones.» Al
-hablar así, Ramón y Cajal se coloca plenamente dentro de la tradición
-española; de una tradición creada por un núcleo--renovado á través del
-tiempo--de pensadores y artistas literarios. En 1859 Campoamor decía
-en su poema _Colón_, parte V, estrofa XXIV: «Toda fama es un crimen si
-es sangrienta--ó la gloria no es gloria ó es incruenta». En el siglo
-XVIII Feijóo compara á los héroes con los malhechores en su discurso
-_La ambición en el solio_, y escribe: «No es paridad, sino identidad
-la que propongo; porque verdaderamente esos grandes héroes que celebra
-con sus clarines la fama, nada más fueron que unos malhechores de alta
-guía. Si yo me pusiese á escribir un catálogo de los ladrones famosos
-que hubo en el mundo, en primer lugar pondría á Alejandro Magno y á
-Julio César». Cien años antes, en el siglo XVII, Quevedo escribía en
-su _Marco Bruto_: «En el mundo los delitos pequeños se castigan y los
-grandes se coronan, y sólo es delincuente el que puede ser castigado; y
-el facineroso que no puede ser castigado es señor».
-
-En la página 30 y en la 54 Cajal se rebela contra la superstición
-de lo sancionado y consagrado. Regla fundamental es ésta. Ni un
-biólogo, ni un historiador, ni un crítico literario podrán aportar
-nada nuevo á la ciencia y al arte si no están dotados de un espíritu
-independiente. Y la base de esa independencia será la revisión
-minuciosa de lo ya sancionado. No es que se trate de destruirlo todo
-absurda y estúpidamente. No; se trata de ir á ver _personalmente_, con
-escrupulosidad, si lo que se dice de tal ó cual valor científico, ó
-literario es exacto; se trata de ir á verificar un juicio formulado
-por las generaciones pasadas ó por grandes autoridades, con el fin de
-comprobar si ese juicio, si esa sanción se ajusta ó no á la realidad.
-Cajal cita diversos casos á él ocurridos en los comienzos de sus
-investigaciones. No podría caminar la humanidad, ni evolucionarían la
-ciencia y el arte, sin ese espíritu de rebeldía, de insumisión, de no
-conformidad, que es el más hondo propulsor del progreso.
-
-Páginas de fina intuición también las dedicadas al _por qué de los
-fenómenos_. ¿Llegaremos alguna vez á desentrañar el secreto de la vida
-y del pensamiento? Hoy nuestros sentidos--dice el autor--son de «una
-gran penuria analítica»; algún día acaso alcancemos una agudización
-de los registros óptico y acústico que nos permita escudriñar ese
-misterio; acaso el cerebro humano llegue á una sensibilización de
-que no podemos formarnos hoy idea. Relacione el lector estas páginas
-en que nuestro Cajal habla de los sentidos y de la realidad objetiva
-con otras páginas análogas de Montaigne. Al cabo de cuatro siglos,
-es curioso observar cómo un gran sabio se nos muestra embargado con
-la misma preocupación que embargara á un espíritu fino y libre del
-siglo XVI. ¿Cuál es la verdadera realidad?--se preguntaba Montaigne--.
-¿No hay más que lo que nos _dicen_ los sentidos? ¿Y si tuviéramos
-un sentido más, ó dos, ó tres más? «Hemos formado una verdad por la
-consultación y concurrencia de nuestros cinco sentidos; pero acaso era
-necesario el acuerdo y cooperación de ocho ó de diez sentidos para
-percibir la realidad exactamente y en su esencia.» _Certainement et en
-son essence_--así escribe Montaigne en el célebre capítulo XII, del
-libro II, de los _Ensayos_. ¿Alcanzaremos algún día esa exactitud y esa
-esencia?--pregunta ahora nuestro Cajal. Si para ello se necesitaran
-más sentidos y no los tenemos, ¿llegará á hiperestesiarse el cerebro
-humano--á través de los siglos--en grado tal que supla esa falta?
-
-Nos vemos precisados á terminar; la última parte del libro de Cajal
-está consagrada al «problema» de España. Se expone en ella las
-distintas teorías que sobre la decadencia española se han formulado
-desde hace más de tres siglos: teorías _materialistas_ unas; teorías
-_espiritualistas_ otras. Materialistas, por ejemplo, Saavedra Fajardo,
-Gracián, Macías Picavea, etc., que ven nuestra postración en causas
-materiales (guerras, abandono de los campos, falta de fomento en
-la Marina, etc.); espiritualistas, los que consideran--como Larra,
-como Cadalso--que nuestro abatimiento proviene de no habernos
-incorporado, en la época del Renacimiento, al movimiento de renovación
-intelectual--y emocional--de Europa. Á decir verdad, las dos teorías
-capitales suelen ir mezcladas y entreveradas, como en Joaquín Costa,
-y á la educación, al trabajo de rehacer el espíritu, sobre bases
-científicas, fían la mayoría de los palingenistas el remedio. Esa es
-la actitud--no podría ser otra--del doctor Ramón y Cajal, y por eso
-su libro, en que tan bellas páginas hay, es un patriótico y alentador
-libro.
-
-
-
-
-D. ESTEBAN MANUEL DE VILLEGAS
-
-
-_La Lectura_ ha publicado, en su colección de clásicos castellanos,
-una edición de las poesías de don Esteban Manuel de Villegas. Ha
-cuidado del texto y de las notas don Narciso Alonso Cortés. Es el
-señor Alonso Cortés un erudito tan benemérito como modesto; de buen
-gusto, sobriedad--cosa tan difícil--y cultura da muestras en su
-trabajo. Examinemos--brevísimamente--la vida del poeta riojano, su
-obra y la influencia de su obra... Don Esteban Manuel nace en un
-pueblecito de la Rioja; viene á Madrid siendo muchacho; estudia leyes
-en Salamanca; la ciudad castellana, henchida de tráfago estudiantil,
-debió de ver los primeros ensueños, los primeros anhelos, los primeros
-entusiasmos del poeta. En las orillas del Tormes muchos han sido
-los soñadores españoles que han paseado sus quimeras. Vuelto á su
-pueblo, don Esteban Manuel va tejiendo las poesías que más tarde
-ha de reunir en un volumen. En Madrid lo publica; en la portada
-hace estampar--arrogantemente--esta inscripción: _Me surgente quid
-istae_? Temeraria es la mocedad. «¿Qué diré--escribe en _El Licenciado
-Vidriera_ Cervantes hablando de los poetas--; qué diré del ladrar que
-hacen los cachorros y modernos á los mastinazos antiguos y graves?»
-Indignáronse con el lema del novicio poeta los _mastinazos antiguos y
-graves_; comprendió Esteban Manuel su audacia--tinta en procacidad--y
-apresuróse á suprimir el dicho lema en los ejemplares no sacados á
-plaza todavía.
-
-Casóse el poeta; bien de la patria mereció en su matrimonio; siete
-hijos dió á la tierra española. En Madrid anduvo entretenido en graves
-asuntos de erudición, historia y humanidades; ricas bibliotecas de
-magnates frecuentaba. ¿Habíase amortiguado ya en él la sacra llama?
-Compuso unas _Disertaciones críticas_, un _Etimológico historial_, un
-_Antiteatro_ ó _discurso contra las comedias_; alguno de estos libros
-se ha perdido; de otros, más que decir que compuso, debemos decir que
-tuvo en proyecto. No sintamos ni la pérdida ni la no ejecución; en las
-viejas bibliotecas solemos ver, de tarde en tarde--nada más que ver--,
-estos libros gruesos, recios, llenos de citas griegas y latinas, en
-que, difusamente, se dilucida algún punto que no interesa á nadie.
-(Afuera luce el cielo azul; la vida pasa rumorosa y fugaz...)
-
-Pasó el poeta por el dolor de ver morir en el albor de la juventud á
-alguno de sus hijos. Tuvo pleitos; no sabemos, ó no recuerda el autor
-de estas líneas, si los ganó; menos malo hubiera sido que los hubiera
-perdido. Una vez, hallándose charlando en la paz de una biblioteca,
-dijo algo sobre el libre albedrío. Cosa terrible era ésta, en verdad.
-Véalo el lector: «San Anselmo dice que el poder pecar en el hombre
-no pertenece al libre albedrío». ¿Dice esto San Anselmo? Alguien
-escuchaba al poeta íntimamente escandalizado; la especie fué llevada
-sigilosamente á los señores de la cruz verde. Se deliberó sobre el
-caso; se deliberó madura, escrupulosa, detenidamente. Debieron de darse
-muchas, muchas, muchas vueltas al asunto. Cinco ó seis años pasaron en
-tales cavilaciones. Al cabo un día (¿no sería, para mayor color local,
-una noche?), un día llamaron á la puerta del poeta y le participaron
-que estaba procesado por la Santa Inquisición.
-
-El proceso fué largo; encerrado estuvo don Esteban Manuel en las
-cárceles de Logroño; diez y ocho testigos le acusaron de producirse
-temerariamente en materias religiosas. Otros, en cambio, atestiguaron
-que era «hombre pío, limosnero, muy frecuentador de los sacramentos».
-Fué condenado, sin embargo de esto; se le desterró. ¿Escucharía su
-sentencia, como más tarde Olavide, con una vela verde en la mano y
-una soga de esparto al cuello? Ya el poeta era viejo; estaba cansado,
-fatigado; tenía más de setenta años. Volvió á su pueblo. En traducir
-el libro _De consolación filosófica_, compuesto por Boecio, empleó sus
-últimas energías mentales. Un día murió; contaba ochenta y ocho años.
-Había nacido en 1589; finaba en 1669.
-
-Las poesías de don Esteban Manuel de Villegas, unas son originales,
-otras, traducidas. De Anacreonte, de Horacio y de Tibulo ha
-traducido el poeta. La poesía de don Esteban Manuel es ligera,
-graciosa, fugitiva, alada; á veces también, el poeta se pierde y
-extravía en un sutilísimo preciosismo. En las poesías de don Esteban
-Manuel encontramos arroyuelos mansos, ruiseñores que cantan entre
-los laureles, tortolillas, vientos apacibles, auras leves, abejas
-que revolotean sobre las flores, prados verdes, mirtos, jilgueros
-pintados, fontecicas que «corren con pies de plata por arenas de
-oro». En esas poesías los galanes piden besos á sus enamoradas, y si
-éstas se resisten--siempre con cierta coquetería--, ellos se atreven
-á dárselos por fuerza. El dios ceguezuelo aparece en la figura de un
-niño, de carnes sonrosadas, con una aljaba llena de pequeñas saetas
-á la espalda. Hay fugitivas carreras de las mozas entre la enramada.
-Suenan rabeles. El vino luce en las tazas («con el suave vino doy sueño
-á las tristezas»). En el invierno, mientras las castañas saltan en el
-fuego del hogar, los enamorados beben y retozan («echa vino, muchacho;
-beba Lesbia y juguemos»). La primavera viste de alegría el campo («ya
-las campañas secas empiezan á ser verdes»). Cupido, Baco, Venus van y
-vienen de un verso á otro. Las pastoras se llaman--escuchad esta escala
-melodiosa de nombres--: Camila, Celia, Drusila, Lidia, Filis, Flora,
-Lamia, Lesbia, Licimna...
-
-De las poesías de don Esteban Manuel de Villegas, dos han pasado á las
-antologías y son citadas y comentadas en las cátedras. Una de ellas es
-la dedicada á un pajarillo infortunado; otra, los célebres sáficos
-adónicos. Hay en la primera una nota de delicada sentimentalidad
-mezclada á un matiz de prosaísmo. El pajarito, á quien le han robado su
-nido, pía plañideramente posado en un tomillo. «Dame mi dulce compañía,
-rústico fiero»--dice la avecica. «No quiero»--responde, un tanto
-vulgarmente, pero con sencillo realismo, el inhumano patán. En los
-sáficos, el verso que da la sensación capital es el de «céfiro blando»;
-cuando leemos esta poesía sentimos cómo este vientecillo, tan tenue,
-tan suave, tan dulce, un vientecillo que apenas mueve las hojas de los
-árboles, lleva--allá á lo lejos, á través del espacio--nuestras quejas,
-nuestros dolores íntimos. Y nos impresiona este contraste entre el aura
-tan sutil y nuestra pena tan recia y permanente...
-
-Don Esteban Manuel de Villegas ha influído considerablemente en nuestra
-lírica. Todo el siglo XVIII está lleno de Filis, Livias y Lisis.
-Mientras eruditos, observadores y filósofos escudriñan los secretos
-de la Naturaleza y de la historia; mientras, en este siglo frío y
-reflexivo, se escribe de botánica, numismática, matemáticas, náutica,
-física, epigrafía, embriogenia, los poetas van cantando las gracias,
-primores, hechizos y retozos de Filis. De tal modo cantan Torres
-Villarroel, Gerardo Lobo, Huerta, Cadalso, Forner, Sánchez Barbero,
-Iglesias, Moratín, Meléndez Valdés, Arjona. Algunos de estos poetas
-han cantado otras cosas, se han significado, principalmente, por otros
-temas; pero ninguno ha dejado de rendir homenaje á esta galantería
-alambicada y rusticana. ¿Cómo explicar esta especie de marea, de flujo
-y reflujo, que en la evolución de la poesía se produce? La moda, el
-contagio, hacen que en determinadas épocas, toda una generación poética
-afecte determinada sensibilidad. En los tiempos presentes, por ejemplo,
-la lírica se tiñe de un neo romanticismo. Se vive en una pretérita
-edad. Reviven--artificiosamente--los viejos hidalgos, las callejuelas,
-las tizonas, las espuelas de oro, el Cid, el arcipreste de Hita. Todo
-ello es aparatoso y vacío; todo ello es tan falto de vida como el neo
-clasicismo iniciado por Villegas... Poetas: observad vuestro tiempo;
-sentid vuestro tiempo; amad vuestro tiempo; cantad vuestro tiempo.
-
-
-
-
-«LA CELESTINA»
-
-
-I
-
-_La Lectura_ acaba de publicar en su colección de clásicos una nueva
-edición de _La Celestina_. Ha cuidado del texto y de las notas Julio
-Cejador--trabajador infatigable. Hagamos algunas observaciones sobre
-esta nueva aparición de nuestra antigua amiga Celestina. Se referirán
-nuestras notas: unas, al autor del libro; otras, á la originalidad de
-_La Celestina_ en el siglo XVI, es decir, al elemento de innovación que
-la obra representa en el arte; las demás, á la psicología y carácter de
-la protagonista.
-
-¿Quién es el autor de _La Celestina_? La primera aparición de la
-obra fué de distinto modo á como la vemos hoy; constaba sólo de diez
-y seis actos la obra primitiva; más tarde se le añadieron hasta
-veintiuno. En esa forma la leemos hoy; en esa forma se la reimprime hoy
-corrientemente. «¿De quién son los autos añadidos juntamente con el
-_Prólogo_, en el cual alude á ellos y por ellos se escribió?--pregunta
-Cejador.--Todos los críticos españoles, siguiendo á Menéndez y Pelayo,
-opinan que son del mismo autor que compuso la primitiva _comedia_.»
-Recordamos haber leído que, tras minuciosos exámenes, el fundamento
-de esta opinión lo ponen (Menéndez y Pelayo y sus seguidores) en la
-perfecta unidad y solidaridad técnica y psicológica que existe entre
-unos actos--los primitivos--y otros--los añadidos más tarde. Difícil
-sería no ver tales identidades técnicas y psicológicas. Figurémonos que
-hoy, Eugenio Sellés añade un acto á una obra de Dicenta, ó Linares
-Rivas á otra de Benavente. Dentro de tres siglos, si se ignoraran estos
-añadimientos, ¿quién notaría diferencias entre una y otra técnica y una
-y otra psicología? Existen indudablemente diferencias de estilo y de
-observación entre los autores citados; no son completamente idénticas
-sus tendencias y sus maneras de hacer. Pero esto que notamos hoy de
-obra á obra, en conjunto, totalmente (y que se notará también dentro de
-cien años), ¿cómo notarlo cuando se trata de una simple y accidental
-ampliación ó añadido?
-
-Sin embargo, á pesar de todo, hay notables diferencias entre la primera
-_Celestina_, la de los diez y seis actos, y la posterior, la de los
-veintiuno. En la primera existe más ligereza, más sencillez, más
-espontaneidad; en la segunda se ha practicado una especie de taracea en
-la prosa; á lo largo de las páginas han ido embutiéndose sentencias,
-reflexiones más ó menos discretas, citas de autores clásicos, refranes
-y proloquios traídos con mayor ó menor pertinencia. La obra, en su
-segunda aparición, ha perdido soltura, gracia, ímpetu, frescor de
-pasión y de sentimiento. ¿Fué el mismo autor de la primera concepción
-quien modificó la obra? ¿Fué mano distinta la que hizo estos cambios?
-Frecuente es el caso de que sean los mismos autores los que tales
-cambios y mudanzas hacen en sus libros; hace poco, en Francia, se
-han publicado, en un mismo volumen, tres versiones distintas de una
-misma novela. Aludimos á la novela _Charles Blanchard_, del malogrado
-Charles-Louis Philippe, publicada por la _Nouvelle Revue Française_. Y
-si se quiere ejemplo más insigne--aunque no más interesante, que éste
-lo es en alto grado--, ¿cómo no recordar las distintas versiones de _La
-tentación de San Antonio_, de Flaubert? ¿Puede darse nada más análogo,
-si bien á la inversa, que el caso de Flaubert y el del autor--si es uno
-solo el autor--de _La Celestina_? Hemos dicho á _la inversa_, porque en
-la obra del novelista francés, la primitiva versión es la recargada y
-densa, en tanto que la última es la ligera, la tenue, la sencilla.
-
-Julio Cejador opina que Fernando de Rojas fué el autor de los primeros
-diez y seis actos de _La Celestina_, y un oficioso corrector, un
-aficionado á cosas de letras--sin ser artista--, el de los restantes.
-Cuando se compuso la primera _Celestina_, Rojas debía de tener, según
-los eruditos, veinticuatro años. ¿Fué realmente el autor Fernando
-de Rojas? ¿No lo fué? Se arguye en contra de la hipótesis á favor
-de un autor de veinticuatro años el que en la obra hay visiones y
-sensaciones de la realidad que parecen indicar experiencia y fatiga
-del mundo. Más tarde veremos lo que tiene de exacto ese concepto de
-_La Celestina_ como obra _sabia_, obra de experiencia, obra henchida
-de enseñanzas. Ahora limitémonos á preguntar: ¿quién es el que puede
-decir los misterios y prodigios de la intuición artística? Alfredo de
-Musset, por ejemplo, que hizo una obra de análoga tensión pasional y
-afectiva á la del autor de _La Celestina_--y mucho más extensa--, ¿á
-qué edad la realizó? ¿Á qué edad murió nuestro Garcilaso? Y entrando
-en esferas distintas, ¿no acabó sus días Larra á los veintisiete años?
-No queremos decir con esto que nos inclinamos á creer que el indicado
-Rojas sea el autor de _La Celestina_; ni afirmamos ni negamos. Lo que
-sí, decididamente, parece cierto es que en la obra, tal como la vemos
-hoy, han intervenido dos manos: una, la del primitivo autor, y otra,
-la de quien añadió los actos posteriores. Las observaciones que á este
-respecto hace Cejador y las pruebas que aduce son interesantísimas.
-
-El autor de _La Celestina_--llámese como se llame--debía de ser un
-hombre culto, erudito, libresco, y por temperamento, vehemente,
-impetuoso; un hombre, en suma, intelectual y joven. Se nota bien á las
-claras en el estilo en que el libro está escrito. Del autor de _La
-Celestina_, dice Cejador: «El habla ampulosa del Renacimiento erudito
-la pone en los personajes aristocráticos y á veces en los mismos
-criados que remedan á su señor». (¿Que remedan á su señor de propio
-intento, dándose cuenta de ello, por burlería? O bien, ¿que hablan
-así, imitándolos, sin propósito de escarnecerlos, por creer que es más
-noble este lenguaje? Y aparte de esto, ¿no será esta manera de hablar
-de los criados defecto de la obra, tan defecto como el habla de los
-señores... aunque menos excusable y justificado?) «Adviértase--dice
-más adelante Cejador--el estilo propio del comienzo del Renacimiento
-clásico, enfático,rimbombante, lleno de transposiciones y de voces
-latinas.» «Nos parece afectado--añade el autor hablando de tal
-estilo--, porque de hecho lo era, pero debemos agradecer al autor el
-que nos lo haya tan bien remedado del natural afectado de aquellos
-caballeros.» Tenemos por un poco extremoso este concepto; ábrase _La
-Celestina_ por la primera página; comiéncese su lectura. «_Calisto_: En
-esto veo, Melibea, la grandeza de Dios. _Melibea_: ¿En qué, Calisto?
-_Calisto_: En dar poder á Natura que de tan perfecta hermosura te
-dotase é facer á mi inmérito tanta merced que verte alcanzase, é en tan
-conveniente lugar que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda
-incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio,
-devoción é obras pías, que por este lugar alcanzar tengo yo á Dios
-ofrecido, ni otro poder mi voluntad humana puede cumplir.» Tal es
-el comienzo del libro. ¿Hablaban, efectivamente, así los caballeros
-del siglo XVI? De ningún modo. Hay en la obra de arte (en el teatro,
-sobre todo) un realzamiento del lenguaje cotidiano; el diálogo real es
-ennoblecido, dignificado. No hay mas que ver los diálogos de las obras
-en que más se alardea de realismo.
-
-La transposición literal, exacta, de las conversaciones vulgares sería
-absurda, estúpida. Pero la estilización de la prosa hablada tiene
-también su límite discreto. ¿Quién fija ese límite? ¿Cómo saber en qué
-medida nos hemos de apartar de lo cotidiano y cuál es la línea que en
-lo noble, en lo estilizado, no debemos traspasar? Nadie puede decirlo;
-no existen normas precisas sobre tal materia. Existe, de una parte,
-una especie de ambiente literario que domina en toda la época, en un
-determinado período histórico, especie de _temperatura espiritual_.
-(Así vemos, por ejemplo, que en España, y en 1885, domina en el estilo
-la nota solemne, amplia, enfática de la oratoria. Es la época en que
-Castelar lo llena todo. Núñez de Arce es poeta oratorio. Cánovas crea
-un estilo político de un ampuloso y artificioso casticismo oratorio.
-Los artículos periodísticos son oratorios. Las crónicas literarias
-son oratorias. Hay excepciones; pero el estilo, gracias á todas estas
-influencias, es lo que en esa misma época se ha llamado con un adjetivo
-repetido á todas horas en todas las redacciones: _brillante_. Hoy la
-_temperatura intelectual_ ha variado, y no comprendemos ni sentimos
-aquella prosa periodística, ni aquella oratoria, ni aquella poesía.)
-Existe, por otro lado, el instinto del autor, es decir, su buen gusto,
-su delicadeza, su sentido de la realidad innatos. Esos dos factores
-determinan el punto en que el autor ha de situar su estilización de
-la vida diaria. El autor de _La Celestina_ traspasa frecuentemente
-la línea permitida al artista. ¿Es causa de ello, principalmente,
-las circunstancias particulares que en el Renacimiento concurren? ¿Se
-trata de una _concesión_ del autor á determinado grupo de lectores?
-Afortunadamente, en _La Celestina_ alientan y palpitan otros elementos,
-que son precisamente los que salvan, _á pesar de todo_, la obra y hacen
-de ella uno de los libros capitales de nuestras letras.
-
-
-II
-
-Nada más interesante que examinar cómo la obra de arte y el artista
-son mirados y juzgados en el fondo del organismo social, entre los
-elementos primarios de la sociedad. No sabemos, á punto fijo, lo que
-sucederá en otras sociedades; pero en la española, en la primera
-etapa de la masa social, cuando se quiere encarecer y ponderar el
-valor de un libro se hace referencia á la suma sabiduría, y cuando
-se quiere exaltar á un artista se le adjetiva como un hombre _muy
-sabio_. ¿Cómo al pueblo ha descendido esta modalidad crítica? De
-las altas clases seguramente ha bajado; un tiempo ha habido en
-que--rudimentariamente--todo metro y todo contraste crítico se reducían
-al tópico de sabiduría y de sabio. Recordemos el caso del _Quijote_;
-durante el siglo XIX la ponderación y el ensalzamiento del _Quijote_,
-ó mejor dicho, toda su crítica, se ha reducido á considerarle como
-un libro sabio, el más sabio de todos los libros. Cervantes, en el
-_Quijote_, era jurisconsulto, estratega, geógrafo, botánico, médico,
-etc., etcétera. La crítica no decía las relaciones de la obra de arte
-con la sensibilidad humana, sino que--infantilmente--se esforzaba
-en demostrar la sabiduría (suma de conocimientos, enciclopedismo,
-docencia) de un libro. Perdura todavía en España este procedimiento;
-procedimiento, si bien intencionado, totalmente absurdo. ¿Á quién
-se le ocurrirá considerar como obras sabias una novela de Flaubert,
-ó una comedia de Molière, ó un diálogo de Leopardi? No está en eso
-precisamente el arte. Cejador, temperamento casticísimo, espontáneo,
-popular, ha cedido, al menos por esta vez, al prejuicio del primario
-elemento social. «Que los que quieran conocer el mundo, el hombre,
-el vivir y su amarga y dulce raíz, el amor, en que consiste toda
-la sabiduría, y por cuyo conocimiento fuisteis vosotros mismos
-sapientísimos varones y maestros de la filosofía española, leerán la
-_Tragicomedia_ y aprenderán y... no se escandalizarán.» Así escribe
-Cejador, refiriéndose á algunos autores graves (Guevara, Vives) que han
-condenado _La Celestina_.
-
-Tenemos con esto considerada _La Celestina_ como libro sabio, libro de
-profundas enseñanzas. De este modo--como antes con el _Quijote_--se
-arroja sobre la clásica tragicomedia una luz que no es la que le
-conviene. Proyectada esta luz equívoca sobre la obra, el lector
-desprevenido ve en ella las conclusiones, los resultados de los
-procesos psicológicos, los _actos_, en suma, considerados desde un
-punto de vista, no estético, sino ético; y no ve en ella, ó lo ve
-secundariamente, en segundo término, los matices, las transiciones
-sutiles que componen esos mismos procesos de psicología, los cambiantes
-aspectos de la sentimentalidad del autor--reflejada en las cosas, en
-el paisaje--; todo, en fin, lo que constituye lo alado, lo impalpable
-del arte. (Luego veremos, al hablar de cómo se considera á la propia
-Celestina, fantástica, hiperbólicamente; luego veremos una de las
-consecuencias _prácticas_ de este modo de hacer crítica.) Acéptese
-ó no lo que acabamos de exponer, discútase ó no, lo cierto es que
-_La Celestina_ no puede enseñarnos gran cosa respecto--como dice
-Cejador--del mundo, del hombre y del vivir. ¿Dónde está este portento
-de sabiduría? Sabido y archisabido tenemos ahora, como tenían en el
-siglo XVI, lo que puede enseñarnos _La Celestina_. Si somos padres,
-sabremos que una mujer astuta y lisonjera puede hacer cometer á nuestra
-hija una falta más ó menos reparable (reparable en el caso de Melibea,
-reparable si Calisto no hubiera tenido la desgracia de matarse). Si
-somos amantes, sabremos también que las trazas y artes de una cobejera
-pueden hacer que se logren nuestros apetitos. Sabremos, en resolución,
-que hay madres descuidadas, criados groseros, gentes de distintas
-condiciones que andan devaneando--aun las más respetables--y buscando
-escondidamente sus placeres. ¿No es todo esto vulgar, corriente y viejo
-de muchos siglos, por lo menos desde que escribió Luciano?
-
-_La Celestina_--conviene repetirlo--es una obra de juventud; de
-juventud por su estilo fogoso, ardoroso, brillante, recargado,
-profuso. (Un paréntesis: Cejador dice que _La Celestina_ es el libro
-«más natural y elegante escrito hasta entonces». Lo de _natural_
-riñe con sus observaciones respecto al énfasis y á la pomposidad
-del estilo; observaciones exactísimas. El libro más _natural_, todo
-diafanidad, coherencia y sencillez, es _El conde Lucanor_, escrito
-hacia 1329.) Es de juventud _La Celestina_ por su estilo, por su
-erudición intempestiva--al menos, en boca de los criados--, por su
-dejo de petulancia, por su lirismo. No hay nada en _La Celestina_ que
-pueda ignorar un mozo inteligente y despierto; no hay reconditeces
-y arcanos psicológicos sólo accesibles á una larga experiencia del
-mundo. Todo, técnica, psicología, ambiente general de la obra, nos
-están diciendo que _La Celestina_ es cosa de un mozo. Como se puede
-comparar el Tiziano de la primera manera con el de la última, compárese
-_La Celestina_, toda luz viva y cegadora, toda movimiento, toda
-ímpetu y color áureo, con la segunda parte del _Quijote_, toda tonos
-grises, transiciones calladas, simplificación técnica, suavidades casi
-imperceptibles y melancólicas, dulzura y vaguedad de ese sol de la
-tarde que--según el mismo Cervantes dice--queda todavía en lo alto de
-las bardas.
-
-La originalidad de _La Celestina_ en el siglo XV, lo que _La Celestina_
-representa en la evolución del arte literario castellano, está
-contenido, á nuestro entender, en dos hechos capitales. Primero:
-por primera vez nos encontramos--se encuentran los coetáneos del
-autor--ante un psicólogo, es decir, ante un escritor que crea,
-desenvuelve, anima caracteres. En el arcipreste de Hita ya hay muchos
-de los elementos decorativos, pintorescos y ornamentales que figuran
-en _La Celestina_; pero en este libro hay lo que antes no existía.
-Juan Ruiz es un pintor, un colorista, un _visual_; el autor de _La
-Celestina_ es un analista de espíritus y de temperamentos. Pensemos
-en lo que modernamente han sido Teófilo Gautier y Stendhal. En el
-Arcipreste, maravilloso descripcionista, no encontraréis ni un solo
-momento de emoción; el poeta nos hace asistir á pintorescos y variados
-espectáculos; describe el color y la forma; no entra dentro ni de los
-hombres, ni de las cosas; su espíritu no vibra emocionado con lo que
-pinta del mundo exterior. En el autor de _La Celestina_, en cambio, hay
-momentos de íntima y honda emoción: suplica, plañe, amenaza, llora. Los
-personajes van poco á poco iniciándose, creciendo, desenvolviéndose;
-tienen sus afanes, sus ansias, sus dolores, sus codicias, sus alegrías,
-sus miserias... Segundo hecho: todos estos procesos psicológicos,
-todo este análisis del espíritu no se desenvuelven en lo abstracto;
-bellos procesos de amor y de pasión hay, por ejemplo, en los libros de
-caballería; mas lo que allí, en esas historias amorosas falta, es lo
-que el autor de _La Celestina_ ha traído al arte, esto es, una base de
-realidad, y de realidad viva, cotidiana, menuda, prosaica. Y por encima
-de esto, no de realidad indefinida (como lo es la de algunos cuadros
-de _El conde Lucanor_), sino realidad de un determinado momento y de un
-determinado país; realidad, en suma, española, castiza, de lo hondo de
-nuestro pueblo. Á la creación, pues, de los caracteres, el autor de _La
-Celestina_ añade el ligar íntima, profundamente esos caracteres á la
-realidad de la vida de España. Ahí están viviendo perdurablemente todos
-los detalles, los más pequeños detalles de nuestro vivir cotidiano:
-las tenerías, la cuesta del río, el jarrillo desbocado de Celestina,
-la camarilla de las escobas, las bujerías que la vieja lleva de una
-casa á otra, las mudas y mixturas que confecciona... Únase á todo esto
-la rapidez y viveza del diálogo, los modismos populares y refranes, el
-lirismo exaltado de Calisto en determinados momentos, y se comprenderá
-el encanto profundo de este libro y su inusitada, maravillosa novedad
-en nuestro siglo XVI.
-
-Hemos anunciado antes que indicaríamos una _consecuencia práctica_ de
-determinada modalidad crítica; aludimos al modo como ha sido juzgada
-Celestina, uno de los tres personajes principales del libro. Recuérdese
-lo que también hemos apuntado respecto á la temperatura espiritual en
-que ha vivido la generación literaria anterior á la actual; temperatura
-esencialmente oratoria. He aquí lo que dice Menéndez y Pelayo hablando
-de Celestina: «Celestina es el genio del mal encarnado en una criatura
-baja y plebeya, pero inteligentísima y astuta, que muestra en una
-intriga vulgar tan redomada y sutil filatería, tanto caudal de
-experiencia moderna, tan perversa y ejecutiva y dominante voluntad,
-que parece nacida para corromper al mundo y arrastrarle encadenado y
-sumiso por la senda lúbrica y tortuosa del placer.» (La última frase
-es completamente de melodrama ó de discurso en mitin popular. Menéndez
-y Pelayo, que no era orador _hablado_, tenía la preocupación de serlo
-_escrito_. El estilo oratorio hace que se piense más en cómo va á
-decirse la cosa, que en la cosa misma; las palabras, en ese estilo,
-son siempre mucho más grandes que las cosas.) Julio Cejador, que copia
-la anterior cita de M. Pelayo, añade por su cuenta: «Hay en Celestina
-un positivo satanismo; es una hechicera y no una embaucadora. Es el
-sublime de mala voluntad, que su creador supo pintar como mujer odiosa,
-sin que llegase á ser nunca repugnante; es un abismo de perversidad;
-pero algo humano queda en el fondo, y en esto lleva gran ventaja al
-Yago de Shakespeare, no menos que en otras cosas».
-
-Como se ve por las frases transcritas, Menéndez y Pelayo se muestra
-terminante y unilateral al juzgar á Celestina; Cejador condena con
-igual fuerza, pero hace algunas atenuaciones (que no sabemos cómo
-concordar con sus juicios supremos). Tenemos, pues, de lo copiado: que
-Celestina es «el genio del mal»; que tiene tanto caudal de experiencia
-y tan perversa voluntad que «parece nacida para corromper el mundo»;
-que, además de corromper el mundo, su idea es «arrastrarle encadenado
-y sumiso por la senda lúbrica y tortuosa del placer»; que posee un
-«positivo satanismo»; que es «el sublime de mala voluntad»; que es
-también, y finalmente, «un abismo de perversidad». Nada menos. Ha
-quedado agotado el diccionario castellano en la calificación de la
-maldad de un ser humano. _Genio del mal_--dice Menéndez y Pelayo.
-_Abismo de perversidad_,--añade Cejador. Si después de esto quisiéramos
-adjetivar á un gran criminal, no podríamos hacerlo. ¿Qué más podríamos
-decir de un Troppmann, de un Lecenaire? Y dentro de las ficciones
-literarias, ¿cómo vamos á definir, por ejemplo, á Lady Macbeth? (Hace
-pocos meses, un famoso abogado de París, Henri-Robert, hizo en la
-Universidad de los Anales una supuesta defensa forense de Lady Macbeth;
-como si realmente estuviera defendiendo á la acusada, el ilustre
-jurisconsulto examinó minuciosamente los hechos inculpados y adujo
-las pruebas. Henri-Robert terminaba así su defensa: «Con la lejanía
-del tiempo, considerando el ambiente sanguinario, y la anarquía de
-la época, y el medio feudal, Lady Macbeth se nos aparece como digna
-de alguna indulgencia». El original discurso forense de Henri-Robert
-se ha publicado en el número de 1.º de Abril de 1913 del _Journal de
-l’Université des Annales_.)
-
-¿Cómo definir á Lady Macbeth y á nuestra _mala pelegrina_? _La mala
-pelegrina..._ ¿Quién es la mala pelegrina? Es una mujer real y
-singularmente perversa; hace su retrato don Juan Manuel en el capitulo
-XLV de _El conde Lucanor_. La mala pelegrina, astuta, sagacísima, logra
-que un matrimonio tranquilo y feliz se desevenga; comienza á recelar el
-marido de la mujer y la mujer del marido; crecen los disturbios; llega
-el marido, gracias á una traza verdaderamente diabólica de la mala
-pelegrina, á degollar á la mujer; se enzarzan los parientes de ésta con
-el marido; lo asesinan; los deudos del marido entran en batalla con los
-de la mujer; toman parte en la lucha los vecinos del pueblo; resultan
-numerosos muertos... Tal es, en síntesis, la obra de esta fembra
-perversa. ¿Se puede comparar con ella Celestina? _Genio del mal_,
-_abismo de perversidad_... No tanto, no tanto: Celestina ha tenido
-en su mocedad un prostíbulo; quebró el negocio; Celestina, ya vieja,
-retiróse á una casilla miserable. Allí vive obscuramente; su oficio es
-procurar ilícitas y solapadas recreaciones; pero lo hace discretamente,
-sin escándalo. Todos, fiados en su discreción y sigilo, la buscan y
-la solicitan. ¿Cuál es su enorme, formidable crimen en el asunto de
-Calisto y Melibea?
-
-Tengamos en cuenta que Melibea está ya realmente enamorada de Calisto;
-todos los detalles lo acusan; todos los detalles, incluso esa agria y
-destemplada respuesta que da á Calisto en la primera escena, y luego,
-más tarde, el préstamo del ceñidor. Está ya enamorada... sin que ella
-misma se dé cuenta; el caso es frecuentísimo. Celestina no hace mas que
-alumbrar esa pasión de Melibea y poner en relación--secreta--á uno y
-otro enamorado. En esta concertación solapada, urdida por Celestina,
-estriba todo el crimen de la vieja. ¿Pueden cometer una falta Melibea
-y Calisto? Sí; deplorémoslo sinceramente. Pero añadamos que el hecho
-puede ser reparado. ¿Por qué no se han de casar Calisto y Melibea? Á
-familias igualmente distinguidas pertenecen uno y otro; no hay desdoro
-para ninguna de las dos familias en este enlace. Seguramente que si
-Calisto no hubiera tenido la desgracia de caerse desde lo alto de una
-pared y de matarse, Melibea y Calisto se hubieran casado y hubieran
-vivido felices. No se puede imputar á Celestina la muerte de Calisto
-(mera casualidad), ni tampoco podemos hacerla responsable de la bárbara
-codicia de unos criados (causa del asesinato de la vieja, por cuyo
-asesinato luego son ajusticiados los matadores). ¿Qué queda, pues,
-de este _genio del mal_, de este _abismo de perversidad_? El genio
-del mal se llama aquí--como en tantas otras ocasiones--casualidad,
-azar, fatalidad... Y esa fatalidad de las cosas, esa inexorabilidad
-del destino es otro de los atractivos profundos, misteriosos de _La
-Celestina_.
-
-
-
-
-LA CELESTINA, LA PELEGRINA...
-
-
-Recordará el lector (ó ya no se acordará de tal cosa) que hace poco
-dedicábamos dos artículos á hablar de _La Celestina_; comentábamos en
-esas líneas la edición reciente publicada por _La Lectura_ y cuidada y
-anotada por Julio Cejador--querido amigo nuestro. Cejador, honrándonos
-con ello, ha replicado á nuestras observaciones; su réplica la han
-constituído otros dos artículos: en «Los lunes de _El Imparcial_» del
-15 y del 22 del presente mes se han publicado. Termina Cejador su
-alegato de defensa invitándonos á que reconozcamos nuestro error. La
-cortesía obliga á no dejar sin contestación los artículos de Cejador.
-Contestación breve, en que satisfaremos la urbanidad y aclararemos
-todos nuestros anteriores puntos de vista.
-
-Cejador comienza diciendo que se nos han escapado en nuestro trabajo
-varias «liebres». Al leer esto creímos que nuestro amigo iba á poner de
-relieve algún error de hechos, de fechas, de nombres; algo, en suma,
-material y concreto. Nos parece que el significado de la frase popular
-citada («escaparse una liebre») encierra la comisión de un olvido,
-de una negligencia. En olvido ó negligencia (ó ignorancia) podíamos
-haber incurrido nosotros al disertar sobre _La Celestina_; ante
-nosotros teníamos á un verdadero erudito; esperábamos, por tanto, una
-rectificación completa de algo que aturdida ó ignorantemente hubiéramos
-dicho. No ha habido, sin embargo, nada de esto. (Luego veremos que,
-efectivamente, en nuestro artículo había un pequeño error... hasta
-cierto punto.) Las _liebres_ de Cejador no son tales liebres. Liebre
-habría cuando alguien estuviera en posesión cierta de una verdad
-inconcusa, axiomática, y viera á otro desbarrar, andar errado, y
-de pronto abriese su mano para soltar la verdad que en ella tenía
-aprisionada. En el caso presente no se trata--lo repetiremos--de una
-rectificación de hechos. Se trata, sí, de la interpretación psicológica
-de una obra de arte. Cejador la interpreta de un modo; nosotros la
-interpretamos de otro. Suponer que hay _liebre_ (es decir, verdad
-irrebatible de una parte; error manifiesto de otra) es suponer que no
-hay más verdad en este asunto que aquella que tiene en su posesión
-Cejador. Lo demás es desvarío, y nosotros incautamente, como el meleno
-ó matiego (seamos castizos) que comete un desliz, hemos caído en él,
-se nos ha escapado la liebre. No creemos á nuestro buen amigo tan
-inmodesto.
-
-No enseña _La Celestina_ nada que no conozca un muchacho despierto y
-agudo de veinticinco ó treinta años. Se considera tal obra como un
-dechado de enseñanzas psicológicas, y nosotros nos negamos á ver en
-_La Celestina_ tal libro extraordinario--desde este punto de vista. La
-psicología de la famosa tragicomedia es de lo más primario y elemental.
-Una cobejera astuta, una madre descuidada, criados codiciosos, un
-amante atolondrado y ferviente... esto es todo lo que encontramos en
-esas páginas. Y esto dibujado y tramado de un modo impetuoso, enérgico,
-con transiciones violentas, con fogosas y ardientes pinceladas. Libros
-de sutil psicología, de una enseñanza honda del mundo y del vivir,
-¿cuáles citaremos? Se nos ocurre ahora el _Wilhem Meister_, de Goethe,
-libro que nos ofrece una trascendente lección de conformidad filosófica
-con la realidad. Se nos ocurre--por citar ejemplos dispares--la
-novela _Volupté_, de Saint-Beuve, calificada, no hace mucho, por
-Julio Lemaitre de «libro extraño y profundo». Se nos ocurre el _Tomás
-Graindorge_, de Taine, en que se ha querido ver una anticipación de
-Nietzsche y en que hay páginas (las dedicadas á definir una cierta
-moral) de una larga significación psicológica. Pero la psicología
-de _La Celestina_, ¿no es de lo más sabido y repetido desde que hay
-observadores en la literatura? Nada sería esa obra si no contuviera,
-como contiene, subidos elementos de arte.
-
-Hemos dicho también--y este es el segundo punto rebatido por Cejador--;
-hemos dicho también que Celestina, la protagonista, no es el monstruo
-de maldad que nos pintan Menéndez y Pelayo y Cejador. _Genio del mal_
-la llama el primero; _abismo de perversidad_ la denomina el segundo.
-_No tanto, no tanto_, decíamos nosotros. Cejador nos cita la relación
-pintoresca de lo que Celestina tiene guardado en su casilla miserable
-y nos habla de sus misteriosos procedimientos, artes y trazas.
-Conocemos ese pasaje; repetidas veces--y atentamente--hemos leído _La
-Celestina_. Celestina tiene mil hierbas é ingredientes extraños en su
-cámara; Celestina hace tales ó cuales cosas diabólicas, misteriosas.
-Todo eso no nos produce impresión ninguna. Todo eso es una prueba más
-de la mocedad é inexperiencia del autor. Toda esa larga relación de
-hierbajos, semillas y menjurjes, si interesante históricamente, sabe
-á presuntuoso artificio: en ese aspecto de la pintura de Celestina,
-como en la intempestiva erudición de los personajes de la obra, echamos
-de ver la mocedad del autor. ¿Se concibe que un hombre experimentado,
-_corrido_, que haya devaneado mucho por el mundo, se entretenga en
-tales trampantojos y en ellos crea? Aquí aludimos concretamente
-al llamamiento que la vieja hace al demonio y á su pacto con tal
-personaje. «Como no tengo yo á _Azorín_ por tan aferrado á su propio
-juicio que no confiese lo que ve á vista de ojos--escribe Cejador--, lo
-único que dirá será que no había leído este trozo, y que verdaderamente
-Celestina, no sólo hizo declarar á Melibea el amor que ya sentía por
-Calisto y les facilitó los medios de verse, sino que por el pacto hecho
-con Satanás forzó á éste con su conjuro á meterse en el hilado y á que
-_abriese y lastimase el corazón de Melibea de crudo y fuerte amor de
-Calisto_.»
-
-Puestas las cosas en este terreno, no es posible replicar nada.
-Nosotros vemos en Celestina una mujer que concierta y prepara amores
-más ó menos ilícitos; una astuta cobejera; una mujer á quien, por su
-habilidad y discreción, todos acuden en estos trances. Antes pintó
-un tipo análogo en Trotaconventos el arcipreste de Hita; después,
-Lope de Vega en la Gerarda de su _Dorotea_. Todo lo demás, hechizos,
-hierbajos, ungüentos, conjuraciones, pactos con el demonio, nosotros
-lo tenemos por pura fantasía, por pintorescas pataratas. Cejador, en
-cambio, saliendo de este campo puramente terrestre, humano, cree en los
-maleficios, filtros mágicos y pactos diabólicos de la vieja. Contando
-con tales fantasmagorías, nuestro amigo proclama á Celestina monstruo ó
-abismo de perversidad.
-
-Citábamos en nuestros artículos, como ejemplar de mujer realmente
-perversa, la pintada por don Juan Manuel en uno de los capítulos de
-_El conde Lucanor_. (El error... hasta cierto punto, á que aludíamos
-al comienzo consistía en haber llamado _Pelegrina_ á esta mujer,
-siendo así que en otras versiones de la obra parece ser que se llama
-_veguina_, del francés _béguine_, es decir, hembra artera y falsa.
-Pelegrina dice la versión publicada en 1575 por Argote de Molina. El
-mismo apelativo lleva esa mujer en la lección impresa en Vigo en 1902.
-Pelegrina nos place más á nosotros por lo expresivo y pintoresco.)
-¿Se puede comparar la vieja Celestina á la vieja Pelegrina? Por las
-artes de ésta--y un poco inverosímilmente--se enemista un pacífico
-matrimonio, el marido degüella á la mujer, riñen sangrientamente los
-deudos del marido y los de la mujer, traban también sanguinosa batalla
-todos los vecinos del pueblo. En Celestina no hay, en cambio, mas que
-enlabios, arterías y zangamangas.
-
-No aparece por ninguna parte el abismo de perversidad ni la genialidad
-en el mal de la vieja. Muere Calisto. ¿Tiene Celestina la culpa de
-que Calisto se caiga de lo alto de una pared? Matan dos codiciosos
-criados á Celestina para robarla una cadena de oro. ¿Tiene Celestina
-la culpa de que estos hombres sean tan feroces que lleguen por un robo
-casi sin importancia, ó de poca importancia, á cometer tal crimen? Se
-suicida Melibea, angustiada por la desgracia de Calisto. ¿Podremos
-hacer de ello responsable á Celestina? Fatalidad, inexorabilidad del
-Destino--hemos escrito nosotros. Esa fatalidad de las cosas, esa
-ceguedad de la corriente eterna del mundo, que presta un atractivo
-misterioso y doloroso á _La Celestina_, lo mismo que más tarde al _Don
-Álvaro_ ó á la maravillosa novela de Camilo Castello Branco _Amor de
-perdición_.
-
-Pero Cejador no lo ve así. «¡Sortilegio, encantamiento, maleficio,
-pacto!»,--exclama nuestro amigo, dejándonos un poco despavoridos. Mas
-nos recobramos de nuestro espanto y apartamos lejos de nosotros toda
-intervención extrahumana. No hemos citado indeliberadamente la obra
-de don Juan Manuel. Compárese _El conde Lucanor_ con _La Celestina_
-y se verá la experiencia y la madurez de un autor al lado de la
-inexperiencia y de la mocedad del otro. En 1854 don Pascual Gayangos
-publicó un estudio sobre _El conde Lucanor_ en la _Revista Española
-de Ambos Mundos_ (número correspondiente á Agosto). «Su autor--decía
-Gayangos hablando de don Juan Manuel--se manifiesta constantemente
-superior á su siglo y libre de muchas de las preocupaciones que á la
-sazón reinaban. En los capítulos XI y XIII se burla de los que ponen
-su fe en falsos agüeros y vaticinios, y el XX es una sátira punzante
-de los frailes y sus pretensiones. En el VIII se ríe de su tío don
-Alfonso el Sabio porque da crédito á las patrañas de los alquimistas y
-pretendía haber descubierto la piedra filosofal.» «Toda la obra--añade
-Gayangos--respira la observación fría y sagaz del hombre experimentado
-que conocía á fondo el corazón humano y que ha sufrido demasiado para
-conservar las engañosas ilusiones de la juventud.»
-
-¿Se concibe al retratista de la Pelegrina dando crédito en su obra á
-hechicerías, pactos demoníacos y sortilegios? Quien se reía de los
-horóscopos, de la piedra filosofal, de los sortilegios, no podía menos
-de hacer un retrato verdaderamente humano, sólo humano, de una mujer
-perversa. Si el autor de _La Celestina_ hubiera escrito su libro, no en
-la mocedad--como parece ser--, sino ya maduro, corrido y desengañado,
-seguramente que en su retrato de Celestina no hubiera puesto todo ese
-aparato excesivo y estrafalario de influencias extraterrestres y
-diabólicas. Y si de todos modos lo hubiera puesto, á nosotros, hombres
-de ahora, hombres modernos, nos toca prescindir mentalmente de él y
-considerar que si pasó lo que pasó en _La Celestina_, no fué por obra
-misteriosa y siniestra de Satanás--¡qué horror!--, sino porque _asi
-vinieron las cosas_.
-
-
-
-
-DEJEMOS AL DIABLO...
-
-
-Cuatro palabras para terminar--por nuestra parte y cordialmente--la
-amistosa discusión que venimos sosteniendo con Julio Cejador... La
-viejecita Celestina se halla recogida en su casa. Vive muy lejos, allá
-fuera de la ciudad, en la cuesta del río. Cerca están las tenerías.
-No muy distante se ve un viejo puente por donde pasan viandantes y
-carros. La casa de Celestina es chiquita, medio caída; lo principal--y
-casi lo único--de ella lo compone una camarilla con una ventanita;
-por la ventanita se columbra el río manso y claro que discurre por
-debajo del puente y luego se aleja entre dos filas de verdes álamos,
-unos campos labrados, la silueta azul de unas remotas montañas. De la
-ciudad llegan, de cuando en cuando, los campaneos de sus iglesias. En
-la habitación de Celestina hay dos ó tres filas de anchos vasares y
-un reducido armario: en los vasares forman, cuidadosamente colocados,
-botecillos, picheles y redomas de diversos tamaños y colores. Encierran
-esos botes y frascos variedad de ungüentos, aceites, mixturas,
-grasas y jarabes; de todos estos aceites y ungüentos, unos curan
-dolores, otros--aunque Celestina lo crea--no curan nada. Hacecillos
-de hierbas montaraces penden del techo y de las paredes. Reposan en
-el armario, bien guardados, algunos objetos y trebejos de apariencia
-y usos extraños. Aquí hay soga de ahorcado, piedra del nido del
-águila, espina de erizo, pie de tejón. Todas estas cosas, aunque en
-ocasiones Celestina las venda muy caras y misteriosamente á gentes que
-han perdido un poco el seso, lo cierto es que no sirven para nada.
-En una cajuela la viejecita tiene sus instrumentos más preciados:
-unas finísimas agujas y un sutilísimo hilo de seda. Y tampoco esto
-sirve para gran cosa; pero sí puede engañarse con ello--alguna vez--á
-los papanatas y á los incautos, á los incautos sobre todo, gente
-atropellada y que no repara en detalles.
-
-Celestina se encuentra en un momento crítico; va á invocar á Satanás.
-Necesita que el demonio le ayude en un trance en que se halla metida.
-Ya ha cerrado la ventanita que mira al río y ha encendido una vela
-(no la vela que se enciende á San Miguel, sino la que se enciende
-al diablo). De todo su poder evocador va á usar Celestina; del más
-formidable aparato mágico va á echar mano; del conjuro más poderoso,
-más fuerte, más inapelable va á servirse. Todo es silencio y misterio
-en la estancia. (Pero á lo lejos, de las tenerías, llegan unos cantos
-populares y picarescos que desazonan un poco á la viejecita.)
-
-Celestina exclama, tratando de ahuecar la voz y haciendo terribles
-aspavientos:
-
---Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador
-de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles,
-señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes étnicos montes
-manan, gobernador y veedor de los tormentos é atormentadores de las
-pecadoras ánimas, regidor de las tres furias: Tesifone, Megera y Aleto;
-administrador de todas las cosas negras del reino de Stigie y Dite, con
-todas sus lagunas y sombras infernales y litigiosos caos; mantenedor
-de las volantes arpías, con toda la otra compañía de espantables y
-pavorosas hidras...
-
-Se detiene un poco Celestina; no es para menos; la invocación que acaba
-de hacer entra en la categoría de las más solemnes invocaciones. Luego
-continúa:
-
---Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y
-fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave
-con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos
-que en este papel se contienen... vengas sin tardanza á obedecer...
-hasta que Melibea con aparejada oportunidad... lastimes del crudo y
-fuerte amor de Calixto... pide y demanda á mí tu voluntad... apremiaré
-con mis ásperas palabras tu horrible nombre... me parto para allá con
-mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.
-
-Cuando la viejecita ha acabado su tremendo y formidable conjuro se ha
-abierto bruscamente la ventanilla del chamizo y ha entrado un vivísimo
-rayo de sol que ha dado en los ojos á Celestina. Celestina ha cerrado
-los ojos, y al abrirlos de nuevo ha visto sentado en la única silla de
-la estancia á un mancebo de tez morena y luminosa mirada.
-
---Un momento, querida Celestina--ha dicho con voz melódica este mozo--:
-tu conjuro ha sido tan aparatoso y tan vehemente, que he querido venir
-yo mismo, en persona, á ver lo que se te ofrecía. La cosa debe de ser
-de mucha importancia...
-
-Aunque la viejecita está acostumbrada á tratar con el demonio (ó, por
-lo menos, lo dice ella), ha sufrido una viva sorpresa al contemplar
-frente á ella al propio Satanás. Apenas acertaba á balbucir unas
-palabras.
-
---Cálmate, Celestina, cálmate--ha proseguido bondadosamente el
-diablo--. El caso que te ha hecho llamarme tan aparatosamente debe
-de ser verdaderamente grave y difícil. Siendo cosa tuya, ha de ser,
-desde luego, cosa de amores... Sospecho que se trata de algún amor
-_imposible_, desatinado. Acaso un viejo achacoso, decrépito, miserable,
-nacido en el más bajo fondo social, se ha enamorado de una elevadísima,
-angelical (permíteme la palabra) y elegantísima princesa...
-
-Celestina, todavía sobrecogida, mueve la cabeza con ademán denegatorio.
-
---¿No?--prosigue el diablo--. ¿No? ¡Ah, ya caigo! Es el caso
-contrario... Una labradorcita, una mozuela del campo, ingenua y linda,
-se ha enamorado de su señor, el altivo magnate que ha entrevisto ella
-un momento, al pasar él frente á la choza, caballero en un brioso
-trotón...
-
-La viejecita vuelve á hacer signos de negación.
-
---¿Tampoco?--torna á preguntar un tanto receloso el diablo--.
-Entonces... entonces, ¿es cosa de algún rey... de la esposa de algún
-rey, que contra toda ley, contra toda fidelidad...?
-
-Celestina hace nuevos ademanes de que no.
-
---Pues no caigo; explícate; habla.
-
-Celestina entonces, ya más serena, ha contado que dos jóvenes, Calisto
-y Melibea, se han encontrado en una huerta y que el mozo ha quedado
-perdido de amor por la muchacha. Ahora es el diablo quien ha quedado
-sorprendido, sin comprender.
-
---¿Ella es rica, de buena familia?--ha preguntado Satanás.
-
---Sí--ha contestado Celestina.
-
---¿Él es rico, de buena familia?
-
---Sí--ha vuelto á contestar Celestina.
-
---¿No hay enemistad ninguna entre las dos casas?
-
---Ninguna... Es más: yo creo que la muchacha, íntimamente, sin saberlo,
-sin haberse dado cuenta de ello todavía, está enamorada del galán.
-
-Satanás ha callado un momento, estupefacto, sin saber qué decir. Al
-cabo ha dicho:
-
---Pues no lo entiendo, amiga Celestina; no lo entiendo, á menos de que
-piense que tú, esta mañana, en vez de beberte tu jarrillo habitual,
-te has bebido uno ó dos más. Se me puede llamar á mí con el aparato y
-la vehemencia que tú lo has hecho, para remediar un amor fantástico
-y quimérico, ó para que conceda toda la ciencia del universo á un
-estudiante ó á un doctor (que á cambio de ella me venden su alma), ó
-para que, con las mismas condiciones, dé á un perdulario todos los
-goces del mundo... Pero llamarme para que intervenga en las relaciones
-de mozo y moza en cuyo noviazgo no hay inconveniente ninguno, ni lo
-hay tampoco en su casamiento... francamente, llamarme para eso es una
-verdadera simpleza.
-
-Celestina ha sentido otra vez en los ojos un vivo resplandor. Los ha
-cerrado, y al abrirlos de nuevo no estaba ya frente á ella el cetrino y
-gallardo mancebo. Había en la estancia un ligero olor á azufre.
-
- * * * * *
-
-Querido Cejador: Ya ve usted lo que acaba de decir el diablo. El diablo
-está muy ocupado y sus negocios son harto graves. No se le puede llamar
-por una fruslería.
-
-Dejémosle estar; respetemos sus trabajos. Si hemos de llamarle alguna
-vez, que sea, no por una futesa, como esa de Calisto y Melibea, sino
-para hacerle hacer _una que sea sonada_.
-
-
-
-
-LA INTELIGENCIA DE FEIJÓO
-
-
-El profesor don Miguel Morayta ha publicado un excelente libro
-sobre Feijóo. No ha dicho nada de él la prensa; no son muchos los
-periodistas que en España se consagran á la divulgación de los libros;
-poca costumbre existe entre nosotros--en los periódicos--de hablar
-de libros; los libros casi no existen entre nosotros. El libro de
-don Miguel Morayta merece comentario y divulgación; publicado en una
-biblioteca popular--la valenciana de Sempere--, podrá ser adquirido por
-cuantos no puedan, ordinariamente, hacer grandes dispendios tocante á
-libros. Estudia el señor Morayta en su obra una de las más simpáticas
-figuras de nuestro desenvolvimiento intelectual; es el autor claro,
-sencillo, preciso. Ni hay en la obra las vacuas generalizaciones entre
-nosotros tan usadas, ni estas páginas están escritas en el ampuloso
-oratorio estilo de que no saben salir--en general--nuestros publicistas
-y nuestros parlamentarios. Es, pues, la obra del señor Morayta obra
-á propósito para ser leída por el tipo medio de lector deseoso de
-un discreto y selecto aprovisionamiento intelectual. Añadiremos
-que en _El padre Feijóo y sus obras_ (que así se titula el libro de
-Morayta) resalta un juicio sereno, ecuánime, respetuoso y sin asomos de
-sectarismo y de pasión.
-
-El libro de don Miguel Morayta nos ofrece oportunidad para
-trazar--compendiosamente--la silueta moral y física de Feijóo. Veamos,
-por tanto, cómo era Feijóo, cuál su obra, qué ideas eran las suyas,
-cuál era su sensibilidad, qué consecuencias tuvieron sus trabajos.
-Feijóo era un hombre alto, gallardo, recio; había dulzura, inteligencia
-y apacibilidad en su semblante; de miembros ágiles, flexibles, sus
-movimientos hacíanse notar por su presteza y desenvoltura; gozaba
-de sanidad perfecta; su persona, en resumen, como dice un biógrafo,
-sugería la sensación de un «hombre grande». Sanos, fuertes, enhiestos,
-de prestancia gallarda y elegante, han sido copiosos trabajadores
-intelectuales, como--por citar disparmente, en esferas distintas--un
-Goethe ó un Joaquín Costa. Pero no generalicemos; otros hombres,
-también formidables laboradores del cerebro, han sido frágiles,
-enfermizos, raquíticos...
-
-Feijóo, como Costa, era sano y robusto. Trabajó, también como Costa,
-de un modo abrumador. No salió de su retiro provinciano sino para
-hacer rápidas visitas á Madrid; en su celda de Oviedo escribió
-infatigablemente hasta los ochenta años; milagros de erudición
-hizo con los no muchos libros que allí tenía; su intuición fina,
-delicada, suplía muchas veces la falta de materiales para el trabajo.
-Serenamente, desde su rincón, soportó la estruendosa baraúnda promovida
-en España en torno de sus libros; no se amilanó por la hostilidad--en
-algunos momentos verdaderamente terrible--que hacia sus publicaciones
-mostraron elementos sociales poderosos; aun ante la amenaza de la
-Inquisición se mantuvo ecuánime, confiado en sí mismo. No hay ejemplo
-en España de más intensa agitación espiritual que la producida por
-Feijóo. Pensemos en la actitud espiritual del escritor en medio de
-esta ardiente tolvanera de pasiones, envidias, rencores, insidias;
-formidable era el aluvión de folletos, papeles, críticas suscitadas
-por la labor de Feijóo. Hoy difícilmente podemos formarnos idea de la
-situación del escritor en este ambiente; era en el siglo XVIII menos en
-cantidad y en calidad que actualmente la tolerancia y la comprensión.
-Hoy sólo podemos imaginarnos la situación de Feijóo pensando, por
-ejemplo, en Emilio Zola durante el período álgido del asunto Dreyfus.
-
-Á tal resistencia, fortaleza mental, unía Feijóo una delicadísima
-sensibilidad. Marqués y Espejo, autor de un curioso _Diccionario
-feijoniano_ publicado en 1802, y que no recordamos haber visto citado
-en el libro, tan erudito, de Morayta; Marqués y Espejo, resumidor en
-ese _Diccionario_ de las ideas de Feijóo, escribe lo siguiente: «Su
-beneficencia nacía de su ternura, y una y otra poseían su corazón.
-Se le veía temblar, en efecto, cuando la casualidad disponía que
-presenciase la muerte de algún ave para el uso de la mesa; y aún habrá
-tal vez algunos vecinos de Oviedo, de los que en la época desgraciada
-de su necesidad le invocaban desde la calle, sin que jamás dejasen
-de abrirse sus balcones y sus manos generosas para el socorro de su
-indigencia». (El mismo Feijóo ha escrito muy sentidas páginas, que
-cita Morayta, respecto de la compasión á los irracionales; páginas,
-por decirlo así, _pretolstoyanas_.) Una sensibilidad delicada supone
-una inteligencia viva; lo que en Feijóo domina es la inteligencia. No
-confundamos la inteligencia con la memoria; tal confusión es corriente
-en la vida diaria. Se puede ser un hombre de una vastísima cultura (un
-formidable erudito ó un maravilloso orador) y ser un hombre muy poco
-inteligente. La inteligencia implica originalidad; y la originalidad
-es rebeldía. Cuanto más inteligente sea un hombre más rebelde será,
-es decir, menos conformista, menos aceptador de lo ya hecho, de lo ya
-pensado, de lo ya sentido. Feijóo--comprensor, humano, piadoso--se
-nos aparece, en suma, como un rebelde, como una inteligencia en lucha
-contra preocupaciones, prejuicios, supersticiones, corruptelas,
-convencionalismos de su tiempo y de su pueblo. _Una sensación de
-hostilidad hacia un determinado ambiente_: así, en síntesis, podemos
-definir la obra de Feijóo. La inteligencia viva, aguda, vigilante,
-dúctil y fuerte del escritor va escudriñando, durante cuarenta años,
-por la sociedad y la historia de su pueblo. Producto de ese examen
-libre y pertinaz ha sido la _precipitación_--en el sentido químico--de
-un nuevo estado de conciencia y un gigantesco montón de escorias que
-representan ideas y sentimientos que de esa crítica de Feijóo han
-salido definitivamente muertos.
-
-«Logramos, en fin, que (como dice el señor Sempere en su _Biblioteca
-española_) las obras de este sabio produjesen una fermentación útil.»
-Así escribe el autor del _Diccionario feijoniano_. Y añade: «Hiciesen
-empezar á dudar; diesen á conocer otros libros muy distintos de los
-que había en el país; excitasen la curiosidad...» Páginas antes, en
-la introducción de su obra, el mismo autor del _Diccionario_ expresa
-de una manera pintoresca algunos aspectos de la labor de Feijóo.
-«Ya, gracias al inmortal Feijóo--escribe--, los duendes no perturban
-nuestras casas; las brujas han huído de los pueblos; no inficiona el
-mal de ojo al tierno niño, ni nos consterna un eclipse, que con prolija
-curiosidad examinamos muy atentos.» Incontables son las cuestiones
-que ha tratado Feijóo á lo largo de su extensa obra; á todas las
-disciplinas humanas pertenecen los problemas por él examinados. En lo
-referente á la estética, por ejemplo, Feijóo ha planteado la discutida
-cuestión del clasicismo en su verdadero sentido; por la modernidad
-en el lenguaje se declara terminantemente; la belleza de la obra de
-arte ve en la cantidad de vida que ésta tenga, y no en una ridícula y
-absurda imitación de modelos pretéritos. Feijóo ha escrito, hablando
-de los poetas españoles, lo siguiente: «El que menos mal lo hace,
-exceptuando uno ú otro raro, parece que estudia en cómo lo ha de hacer
-mal. Todo el cuidado se pone en hinchar el verso con hipérboles
-irracionales y voces pomposas; conque sale una poesía hidrópica que da
-asco y lástima verla. La propiedad y naturalidad, calidades esenciales
-sin las cuales ni la poesía ni la prosa jamás pueden ser buenas, parece
-que andan fugitivas de nuestras composiciones. No se acierta con aquel
-resplandor nativo que hace brillar el concepto; antes los mejores
-pensamientos se desfiguran con locuciones afectadas».
-
-En resumen: las consecuencias de la obra de Feijóo podemos expresarlas
-en las frases copiadas del autor del _Diccionario feijoniano_. La
-obra de Feijóo ha producido una fermentación útil; ha hecho empezar á
-dudar; ha dado á conocer libros distintos de los que aquí se leían;
-ha despertado la curiosidad. Vean los lectores si un libro como el
-de don Miguel Morayta, en que tan escrupulosamente se refleja la
-personalidad de Feijóo, merece ser leído y divulgado; si merece ser
-leído y divulgado un libro consagrado á un despertador incansable de
-curiosidades en este país en que no hay curiosidad ni interés casi por
-nada.
-
-
-
-
-LA PATRIA DE DON QUIJOTE
-
-
-I
-
-Cuando en 1905 un joven escritor (romántico y con el pelo largo) hizo
-un viaje por la Mancha siguiendo la ruta de Don Quijote, ignoraba que
-muchos años antes, en 1848, otro joven escritor (con el pelo largo,
-romántico) había realizado, en parte, el mismo viaje. Hasta hace
-poco no ha sabido de las andanzas del primer viandante el segundo
-deambulador. Quien viajó en 1848 fué J. Giménez Serrano. Colaboraba
-este escritor en el _Semanario Pintoresco_; en esta Revista publicó
-sus impresiones. Las publicó en los números correspondientes al 16 de
-Enero, 30 del mismo mes, 6 de Febrero, 2 de Abril y 23 de igual mes.
-Cinco son, por tanto, los artículos publicados. Llevan el título de _Un
-paseo á la patria de Don Quijote_. Extractaremos lo más interesante de
-ellos. Giménez Serrano--según él mismo nos dice--hizo el viaje á pie;
-llevaba como guía á un labriego de la propia tierra manchega. Era joven
-Giménez Serrano; también nos cuenta él mismo--incidentalmente--que
-usaba melenas. Se trata, pues, al parecer, de un mozo romántico
-que, enamorado del inmortal caballero, llega hasta emprender una
-peregrinación á los principales lugares de su vida y andanzas.
-
-El joven viajero amaba á Don Quijote y ansiaba la realidad. Deseando
-añadir un comentario al libro de Cervantes, este mozo, en vez de
-revolver crónicas, papelotes y libracos, emprendió sencillamente un
-viaje por la Mancha. Creemos que debieran imitar en esto á Giménez
-Serrano los eruditos que, teniendo á mano la cantera viva, ahí á
-las puertas de Madrid, se dan de calabazadas para encontrar en los
-libros lo que se puede hallar en la realidad. «Desprecié el antiguo
-método--dice nuestro autor--, y antes de todo me propuse visitar la
-patria de Don Quijote, recorrer las calles de su lugar, seguir el
-camino de sus primeras y más famosas aventuras, recoger las populares
-tradiciones y apurar cuanto allí se supiese de las desgracias del
-manco de Lepanto y de lo que pudo dar origen á su riquísima historia.»
-El autor, además de sus impresiones literarias, nos ofrece algunos
-croquis que ha ido trazando á lo largo de su viajata. Curiosos son,
-en sus toscos grabados en madera, los dibujos de la venta en que se
-supone fué manteado Sancho, de la iglesia de Argamasilla, de la casa
-llamada de Medrano (en que la leyenda supuso prisionero á Cervantes;
-leyenda que todavía se da como hecho positivo en 1912 en el Diccionario
-Enciclopédico _Pal-las_), de la iglesia del Toboso. «Deseo--dice
-Giménez Serrano--dar una base á los ilustradores del _Quijote_ para
-que no sigan urdiendo disparatadas fantasías. Bien que con ello--añade
-el autor--no harían mas que seguir á las Academias y á otros no menos
-sabios editores.» En efecto; nada más absurdo y disparatado que las
-ilustraciones puestas por la Academia á su edición monumental del
-_Quijote_. ¿Cómo teniendo estos señores la Mancha al alcance de la mano
-dieron en esas estampas una tan estrambótica representación de España?
-
-El primer paraje quijotesco que visita nuestro autor es la venta de
-que queda hecha mención. Se halla situada á una media legua hacia el
-sudeste de Fuente del Fresno. Dista como veinticinco leguas de Madrid
-y cuatro y media de Consuegra. Antes este lugar era muy pasajero; dejó
-de ser frecuentado á causa de la desviación de un importante camino.
-Antiguamente llamábase esta venta del _Cuadrillero_; á últimos del
-siglo XVIII la tomó á su cargo de un _rumboso sevillano_: enjalbegó
-éste sus muros, y desde entonces llevó el nombre de _Casa blanca_.
-Traspuesto el portal, á la izquierda se veían las escaleras, «que daban
-al derribado camaranchón donde prepararon aquella famosa y maldita
-cama que sirvió de potro para que le bizmasen al hidalgo manchego los
-cardenales que en su cuerpo habían labrado las villanas estacas de
-los yangüeses». (Advertencia: cuando Giménez Serrano visita la venta,
-ésta se halla casi derruída; su techo lo componían unas faginas de
-carrizo; habitaba en ella un labriego). Á la derecha, entrando, estaba
-el corral; unos poyos rodeaban el hogar de la cocina. «En los poyos
-que rodeaban el hogar--dice el autor--leyó el cura la novela de _El
-curioso impertinente_, tan dramática como buena y bien razonada, y,
-para mayor ilusión mía, sobre un arcón, en aquel lado, vi un recio
-cuaderno que era nada menos que la _Historia de los doce pares_.»
-Preguntó el autor al viejo habitador del mesón la causa de llamarse
-éste del _Cuadrillero_. Contestóle el viejo con una larga historia de
-un episodio sangriento de la guerra civil, que, en verdad, no tenía
-conexión con el apelativo de la venta. Ahorramos el relato al lector.
-De aquel trágico lance resultó el incendio de la venta. Y éste es uno
-de esos antiguos y hoy derruídos mesones--sin techos, con las paredes
-ahumadas--que ahora contemplamos en nuestras peregrinaciones por las
-quebradas andaluzas ó por los llanos de Castilla; ruinas que nos hacen
-pensar un momento en un drama que desconocemos; ruinas inseparables del
-paisaje solitario y yermo de las campiñas castellanas.
-
-El autor sigue su viaje. Es verano; el sol inunda el campo manchego.
-«La tierra, seca con los ardores del estío, comenzaba á _hervir_, según
-la enérgica expresión de los segadores.» Sudoroso, jadeante, llega
-Giménez Serrano á un ameno vallecillo. «Tres alcores sembrados de
-encinas, alfombrados de enebros, jara y oloroso romero, rodeaban aquel
-voluptuoso apartamiento de los montes, y al pie de la más gallarda de
-las colinas, al amor de los blancos pobos, murmuraba una fuentecilla
-que se derramaba en un reducido lecho de menudísimas guijas de
-colores, cercado por una corona de musgo y mastranzos. Tan cristalina
-y transparente era la superficie de aquel nacimiento, tan verdes sus
-márgenes, que compararse pudiera con un espejo de acero por marco de
-esmeraldas guarnecido.» (De acero el espejo, porque de acero los había
-antaño.) En tan apacible lugar dice el autor que reposó Don Quijote
-después de haber sudado buscando inútilmente á la pastora Marcela; allí
-hidalgo y escudero, echada mano á las alforjas, tuvieron un sobrio
-yantar. Con tristeza abandona el autor este grato lugar. Eran las dos
-de la tarde. «Una ligera neblina del color del hierro candente velaba
-los últimos términos del horizonte, que cambiaba á cada paso como en
-todas las travesías de montaña. Al torcer de un recodo vi sobresalir
-allá en la hondura la copa de un ciprés.» Se encaminó el viajero hacia
-aquel lugar y vió que la tierra estaba cubierta de astillas. «Unos
-leñadores acababan de cortar otros cuatro cipreses que antes daban
-compañía al que ahora descollaba solitario.» Aquel paraje debía de ser
-el lugar en que se desarrolló la triste aventura del pastor Crisóstomo.
-Parecían indicarlo así «la quebrada que á la izquierda se veía, el tajo
-cortado, al pie del cual alzaba su copa el ciprés que allí me habia
-traído». El viajero continúa su peregrinación en busca de las ventas de
-Puerto Lápice.
-
-Las ventas de Puerto Lápice se hallan en el camino de Madrid á
-Andalucía. «Si no miente un editor famoso, distan quince leguas de
-Aranjuez y veintiséis de Bailén.» «Situadas en el puerto que forman
-las cordilleras que ocupan el centro de la curva elíptica trazada por
-la unión del Giquela y el Valdespino, rodeadas de colinas con boscaje,
-son el teatro más á propósito, como decía Don Quijote, para _meter
-las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras_. Apenas se
-anda por estas tierras una vara sin oir trágicas escenas de la última
-guerra, robos, acometimientos, incendios. El viajero arriba al mesón,
-come y se tiende en una pétrea cama, dispuesto á dormir. Mas fué en
-vano su propósito: los viandantes reunidos en la posada armaron tal
-trapatiesta y baraúnda, que hizo imposible el sueño. He aquí la curiosa
-y archiespañola lista de los viajeros del mesón: «cuatro estudiantes de
-la tuna, tres de los cuales eran descabezados rapistas; un cedacero con
-gran provisión de sonajas; cuatro alegres napolitanos, calderero el uno
-y _santi boniti_ los otros; dos pañeros de Fortuna; un abaniquero de
-viejo; dos gitanos cantadores de la viña de Cádiz y un respetable coro
-de mayorales y mozos que así destripaban un zaque de vino y rascaban
-el vientre de una vihuela ó de un tenor malagueño, como entonaban por
-el eco de los _panes calientes_ y de la castiza seguidilla manchega».
-(¡Oh, abaniqueros de viejo y apañadores! ¡Oh, vosotros, pañeros de
-Fortuna, famosos pañeros de Fortuna, cuyos pregones largos he oído
-tantas veces en las silenciosas, limpias y blancas callejuelas de los
-pueblos levantinos!)
-
-De Puerto Lápice se traslada Giménez Serrano á Villalta. En la llanura
-de Villalta nos dice el autor que aconteció la temerosa aventura del
-vizcaíno. De Villalta pasamos á Montiel. Por estos campos hizo Don
-Quijote su primera salida. «Frente de mis ojos se alzaban las sombrías
-ruinas del castillo de Montiel.» Más á lo lejos se columbraban las
-casas de la Torre de Juan Abad, de la que era señor Quevedo, y en donde
-el gran satírico enfermó para ir á morir á Villanueva de los Infantes.
-Prosigue el viajero su camino y llega á Argamasilla de Alba.
-
-
-II
-
-Nuestro buen Giménez Serrano--jóven romántico y con melenas--llega á
-Argamasilla de Alba. Se llama también este pueblo _Lugar Nuevo_; la
-denominación de Alba procede de haber reedificado esta villa el duque
-de ese título. Argamasilla «se halla situada en una extensa llanura y
-rodeada de huertas, molinos harineros y quinterías y alamedas. Su cielo
-es limpio, despejado y sereno». (Un poco paradisíaca es tal sumaria
-descripción de los aledaños argamasillescos. Una huerta cerrada, un
-cortinal, hay á las puertas de la villa; macizos de álamos se yerguen
-aquí y allá, á lo largo del Guadiana. Y las uniformes llanas tierras
-paniegas se extienden hasta la remota lejanía del horizonte.) Cuando
-el duque de Alba elevó la nueva población, los moriscos la ocuparon
-en su mayor parte. «Como eran tan industriosos y frugales, la tierra
-de migajón y fácil el regadío, se hizo opulenta la villa, y tanto,
-que en su lengua la llamaban ellos _Río de la Plata_.» El viajero
-penetra por sus calles mal arrecifadas; las casas están construídas
-con tierra apisonada; constan de un solo piso; ciento ochenta, poco
-más ó menos, componen la villa; no llegarán á mil cuatrocientos los
-habitantes. «En la plaza no hay árboles ni fuentes, y las casas todas,
-exceptuando algunas que ostentan en sus portadas escudos de armas, son
-de miserable aspecto.» «Lo mal blanqueado de sus paredes--añade el
-autor--, el polvo con que las cubre el viento solano de la llanura, sus
-desvencijadas puertas y la desigualdad de los tejados y techumbres, dan
-á este lugar, como á otros muchos de la Mancha, un aspecto monótono y
-salvaje que repugna y entristece.» (La melancolía de la Mancha procede
-de la llanura inmensa y gris. Hay en los pueblos unas paredes largas
-y blancas, nítidas, con una ventanita angosta en toda su extensión, y
-entre las dos paredes, en la calleja silenciosa y desierta, se otea
-allá á lo lejos la mancha verde de los trigales y la mancha azul del
-cielo. Una campanada sonora, muy de tarde en tarde, rasga el silencio.)
-
-Nuestro viajero se apresura á visitar la casa de Medrano; durante mucho
-tiempo se ha creído que estuvo preso en ella Cervantes. La fachada es
-sencilla; las jambas y el dintel de la puerta son de piedra; sobre la
-puerta campea un escudo. Rejas saledizas destacan en el piso principal.
-De una de ellas pende un manojo de brezos: advertimiento á los
-transeuntes de que en aquel lugar se expende vino. Del techo sobresale
-un ancho alero morisco. «El portón está desvencijado y tiene por
-adornos gruesos clavos de hierro. Penetré por su achatado postigo, que
-da entrada á un portal medianamente largo y del ancho de la portada.
-Después está el patio, guarnecido, á la usanza árabe de cenadores,
-de una galería descubierta en el piso principal, sostenida por seis
-columnas de piedra y dos pilares de madera con capiteles labrados.»
-(Tipo de la casa manchega; en una casa así, pero más modesta, fué á
-morir Quevedo, año de 1645, en Villanueva de los Infantes, desde su
-Torre de Juan Abad, donde se puso enfermo. En la casa hay una galería
-con una barandilla de madera toscamente labrada. El zaguán es chiquito;
-mezquina la estancia donde expiró el gran satírico. Titubeante,
-exhausto de fuerzas, pálido, con la mirada triste, trágica, debió
-de entrar Quevedo--para no salir vivo--por este zaguán empedrado de
-menudos guijos.) En la casa de Medrano, puestos en el patio, lucían
-sus orondas barrigas las tobosescas tinajas llenas del espeso vinazo
-de la tierra. «En el lado de la izquierda estaba el _sótano inmundo_
-que me traía á aquella casa de aciago recuerdo.» Encendieron un candil,
-desembarazaron la puerta de unos canastos que la obstruían, y nuestro
-mozo bajó por una escalerilla de siete escalones. Se encontró Giménez
-Serrano en una bodeguilla lóbrega y húmeda. La llenaban esteras y
-trastos inútiles. «Á los rojizos reflejos de la luz huyeron los ratones
-que habitaban descuidados entre los trastos, y bandadas inmensas de
-correderas se pusieron en agitado movimiento; un olor insalubre y
-fétido despedía tan sucio conjunto. Aquel subterráneo está nueve pies
-más bajo que el nivel del patio; tiene unas cuatro varas de ancho, seis
-y algunas pulgadas de largo, y una bóveda de yeso lo cubre.»
-
-Á la derecha de la entrada, en el muro, se conserva todavía un agujero
-donde se supone estuvo clavada la cadena que sujetaba á Cervantes.
-(Queda así transcrita circunstanciadamente la descripción que hace
-nuestro autor. Si no estuvo Cervantes en este sótano, la opinión lo ha
-supuesto durante mucho tiempo. Ya este lugar es definitivamente famoso.
-Cuando en 1905 le visitamos nosotros vimos que la puerta de la cueva
-estaba mellada y astillada. Nos dijeron que los viajeros extranjeros
-que allí aportaban se llevaban, como recuerdo, pedacitos de la madera
-de la puerta.)
-
-De Argamasilla, Giménez Serrano se encamina al Toboso; de la patria de
-don Quijote, á la patria de Dulcinea. En el camino encuentra nuestro
-autor á un clérigo que marcha caballero en su mula; era natural del
-Toboso este cura; mas vivía en Argamasilla desde hacía cuarenta años.
-Los dos viandantes traban conversación. El joven escritor da cuenta al
-clérigo del motivo de su viaje.
-
---¡Ah, vamos!--exclama el cura--. Usted ¿es el joven de melenas que
-ha visitado esta mañana la iglesia, que ha dibujado en la plaza de
-Argamasilla y que ha permanecido un gran rato á solas con los ratones
-de la bodega de la preciosísima casa de Medrano?
-
-El clérigo relata al literato dos leyendas ó consejas relativas á
-Cervantes. Se refieren las dos á una bárbara--y supuesta--venganza
-que en el Toboso se tomaron con un recaudador de contribuciones ó
-alcabalero, llamado Cervantes. Dicho Cervantes no era otro que el autor
-del _Quijote_. Habiendo llegado el alcabalero al pueblo, y hallándose
-durmiendo por la noche en el pajar de una casa, lo despertaron los
-mozos y, «medio arrastrando, con una soga á la cintura, le sacaron
-por las calles del pueblo». Afortunadamente, llegaron á tiempo los
-cuadrilleros y libertaron á Cervantes de manos de la chusma. No era
-otro el propósito de los mozos tobosinos sino el de llevar á Cervantes
-á una laguna próxima y chapuzarlo en sus cenagosas aguas. En el Toboso
-son peritísimos en esta operación. Cuando arriba allí algún recaudador,
-lo somormugen en el dicho navazo. «¡Oh, en esto de atormentar á los
-ejecutores ó comisionados son diestrísimos en el Toboso y con orgullo
-salvaje les oiréis referir mil atrocidades de las consumadas en la
-villa con estos pobres emisarios de la Hacienda!» (No olvide el
-lector que estamos en 1848. Hoy suponemos que tales prácticas habrán
-desaparecido.) «Muchos--añade el autor--han sido encerrados desnudos en
-una de las tinajas colosales que allí se fabrican; otros, después de
-haber bebido más de lo necesario, estimulados por los que se fingían
-sus camaradas, han despertado en el cementerio, vestidos de hábito
-y tendidos en un ataúd con sus blandones y su túmulo. Los más han
-sufrido palizas, y ninguno ha vuelto con sus dietas sin poderlo contar
-como milagro.» (¿Cómo, dado este ambiente, no había en el Toboso, en el
-año 1848, plaza de toros?)
-
-Cerca del pueblo, á cosa de «dos millas» de él, vió nuestro viajero
-las ruinas de un parador. Por allí había también antaño un encinar:
-el boscaje en que Don Quijote quedó esperando en tanto que Sancho iba
-al Toboso á celebrar una entrevista con Dulcinea. «El Toboso ha sido
-pueblo de consideración, y así lo indican sus aristocráticas casas,
-que, aunque de pobre aliño y en ruinas, ostentan portadas de mármol,
-columnas, brocales y fuentes talladas, escudos sobre las puertas y
-labrada rejería.» En su época de esplendor había en el Toboso telares
-y alfarerías; de éstos salían las más admirables de todas las tinajas
-españolas.
-
-«Desapareció todo esto, y un pueblo rico, industrioso, que ha contado
-con más de 4.000 vecinos, se halla hoy reducido á poco menos de 800, y
-apenas puede fabricar algunas tinajas y gloriarse con sus rábanos, que
-son extraordinariamente gordos, blancos y tiernos, según me han dicho.»
-Es mediodía; nuestro autor, después de recorrer el pueblo, se sienta en
-los escalones del rollo que se yergue en la plaza, y comienza á tomar
-un diseño de la iglesia. «Mas, en verdad sea dicho--escribe Giménez
-Serrano--, no se muestran en el Toboso más aficionados á los artistas
-que á los ejecutores, pues antes de que acabara de tantear la torre que
-tomó Don Quijote por palacio, vino sobre mí tal nube de piedras, que
-forzoso me fué dejar la obra para mejor ocasión, pues los tobosescos
-angelitos daban mayor impulso á los cantos de lo que á mis delicadas
-carnes convenía.» (¡Tate, tate con los paisanitos de Dulcinea! ¿Cómo no
-había plaza de toros en el Toboso?).
-
-El colaborador del _Semanario Pintoresco_ da por terminado su viaje.
-Con objeto de llevarse del Toboso un recuerdo, decide comprar un
-queso. No es esta operación baladí. En una nota Giménez Serrano nos
-dice lo siguiente: «Según nuevas por mí recogidas, han visitado muchos
-extranjeros estos lugares, que yo tengo el orgullo de haber descrito
-el primero. Entre ellos, varios ingleses compraron quesos para dar con
-ellos un banquete á sus amigos de Londres.» Cerremos estos artículos
-loando á los ingeniosos sajones; esos hombres demostraron delicadeza y
-buen gusto al llevarse á Londres unos quesos manchegos. Se llevaban con
-ellos un recuerdo de la patria de Don Quijote, y daban á la par prueba
-de ser unos excelentes lamizneros, puesto que si Don Quijote era el más
-excelso de los caballeros andantes, el queso manchego bueno es el más
-exquisito de todos los quesos.
-
-
-
-
-GLOSARIOS Á XENIUS
-
-
-Á 630 metros.--Á 630 metros de altura, en esta altiplanicie castellana,
-ante este paisaje austeramente noble, hemos conocido--y con él
-cordialmente hemos charlado--á un hombre que venía de las doradas
-riberas del Mediterráneo. Era un joven alto, trajeado con aliño y
-sin atuendo; su musculatura destacaba proporcionada; en la placidez
-de su cara brillaba una mirada inteligente. Ni era presuroso en el
-ademán, ni locuaz. Su voz sonaba levemente; á menudo los finales de
-sus frases--opacas, tenues--se perdían en una á manera de penumbra.
-Tras de lo dicho con brevedad, flotaba como un ambiente de meditación
-y de recogimiento. Cuando hacía una observación, se veía en la palabra
-sucinta, en la reflexión rápida, el trabajo recopilador de una copiosa
-lectura. Hay hombres que atraen y hechizan más--ó por lo menos,
-tanto--por sus silencios como por sus palabras. Este joven que subía
-á la altiplanicie castellana desde el piélago azul era uno de ellos.
-En su presencia estábamos, no ante un hombre que habla, sino ante un
-hombre que medita.
-
-Este hombre medita y escribe. Todos los días en las cuartillas
-consigna alguna impresión: una impresión sugerida por el espectáculo
-intelectual. Aparecen sus anotaciones en un periódico diario--_La Veu
-de Catalunya_. Llevan el título genérico de «Glosario». Los glosarios
-de Xenius son de todos los tamaños, tratan de todas las materias.
-Unos tienen seis ú ocho líneas; alguno ha ocupado--ampliamente--toda
-una plana del periódico. El espíritu ávido y curioso del glosador va
-comentando en sus apuntes toda clase de acaecimientos, incidentes y
-novedades intelectuales. La muerte de un poeta, la declaración de
-una guerra, la venta de un cuadro célebre, un concierto clásico,
-la publicación de un volumen de poesías líricas... He aquí, en
-compendio, una serie de temas de los que figuran en los glosarios.
-Durante ocho años, en la breve sección del periódico barcelonés, ha
-ido reflejándose, día por día, la vida universal. La vida universal
-vista, sentida, expresada por un temperamento que, siendo clásico,
-pristinamente clásico, beneficia de todas las aportaciones--ya
-definitivas--de la revolución romántica.
-
- * * * * *
-
-IMPRESO EN PARMA.--Sobre la mesa en que escribimos estas líneas tenemos
-un libro impreso bellamente en Parma. Es un libro español: _La comedia
-nueva_, de Moratín. Estampada está esta edición--blanca y clara--en la
-«oficina de don Juan Bautista Bodoni» el año 1796. ¿Por qué hablamos
-de esta elegante edición, elegante dentro de su sobriedad? No se ha
-hecho una edición de Moratín más en consonancia con su genio. Siempre
-que pensamos en Moratín tributamos mentalmente nuestra admiración á su
-sentido de las proporciones y del equilibrio, á su amor á la claridad,
-á su preocupación por el bello ordenanamiento y por la simetría,
-á su buen gusto irreprochable. Y nuestra admiración va acompañada
-de un irreprimible pesar: quisiéramos que á todas estas cualidades
-enumeradas, que á tales condiciones de artista impecable, se uniera
-un poco de entusiasmo, un poco de fuego, un poco de ímpetu, un poco
-de exaltación ante el espectáculo de la Naturaleza ó los sublimes
-artificios del arte. ¿Qué es lo que preferiremos: el fuego romántico ó
-la disciplina clásica? ¿Con qué nos quedaremos: con la pasión romántica
-ó con la serenidad clásica? Después de 1830, habiendo pasado tantos
-años, á la distancia en que nos encontramos de aquella fecha, nuestra
-sentencia no puede ser dudosa. El ideal es el de un escritor que
-sintiendo vibrar entusiásticamente su espíritu ante el mundo exterior,
-que mostrándose ávido de todo espectáculo mental, que siendo capaz de
-exaltación y de entusiasmo, logre mantener su arte en una armónica
-serenidad. La inquietud romántica dentro de la línea clásica: así
-podemos expresar la fórmula del artista moderno. Nuestro glosador
-pertenece á esta estirpe de artistas.
-
-UN RETRATO DE INGRES.--Estando Ingres en Roma, en 1839, comenzó á
-pintar el retrato de un célebre músico; dicho retrato no fué terminado
-hasta 1842, hallándose el pintor ya de vuelta en París. El artista
-retratado figura en actitud pensativa, ensoñadora. Detrás de él,
-una esbelta mujer--simbólica--extiende su mano sobre la cabeza del
-artista... Xenius ha concentrado todo su arte de pensador y de poeta en
-hacer el retrato de una mujer catalana, símbolo de la tradición y de
-la raza. El libro se titula--con el apelativo de la protagonista--_La
-ben plantada._ Nos place imaginar el retrato de Xenius con la figura
-por él ideada--concentración de Cataluña--, extendiendo, amorosa y
-simbólicamente, sobre la cabeza del artista su mano.
-
- * * * * *
-
-EL ORO SOBRE LO VERDE; LO BLANCO SOBRE LO AZUL.--Imaginemos un
-pueblecito en las márgenes del Mediterráneo, en tierra catalana. Las
-casas, puestas en lo alto, escalonadas, son blancas; por la mañana, á
-los primeros rayos del sol, fulgen las nítidas paredes; á la tarde,
-cuando el día muere, esas paredes albas hacen sobre el pueblo, en la
-penumbra, en tanto que allá arriba brillan las primeras estrellas, un
-vago resplandor. Esas paredes blancas son las que primero recogen la
-luz naciente y las últimas que le dicen adiós. El pueblo está cercado
-de huertos; de entre las casas, por las callejas, asoma el boscaje
-verde de jardincillos interiores. Sobre el verde de la cortina de
-los huertos destacan--como en la enramada de Botticelli--los puntos
-encendidos, gualdos, áureos, de los naranjos. El verde resalta
-sobre lo blanco del caserío. Y lo blanco y lo verde--en inefable
-armonía--se funden sobre la inmensa mancha azul del cielo y sobre
-la extensión azul del mar. Un profundo silencio reina sobre tales
-radiantes colores. No es grande el pueblo; no hay en él fastuosidades
-ni atracciones mundanas. Sólo unas pocas familias vienen en busca de
-sedante solaz en los días caliginosos del verano. La intimidad reina
-entre todos los veraneantes. Hombres y mujeres apegados á la tierra
-nativa, practicadores de los usos tradicionales, el cosmopolitismo no
-ha borrado de ellos la mentalidad secular de la raza. Aquí todo está
-en armonía: el paisaje, las usanzas familiares, el culto al hogar
-milenario, las modalidades del habla, las inflexiones de la voz, el
-gesto, las actitudes de la marcha. La tradición y la raza aquí son
-reposo, orden y claridad. Y entre todas las figuras que se destacan
-sobre el azul, el verde y el blanco, ninguna como la de Teresa, á quien
-por lo esbelta y por lo eurítmica llaman _la ben plantada_.
-
-En Teresa ha querido modelar Xenius una figura simbólica y real á la
-vez. Ha culminado en su libro--tan alado y sabio--la sensibilidad
-de su pueblo. No es posible en lengua catalana expresar un más
-perfecto consorcio de romanticismo y de clasicismo. Esto en cuanto al
-aspecto estético del libro. Pero tiene _la ben plantada_--y ello es
-esencialísimo--una trascendencia social, nacional. Toda una fórmula
-de tradicionalismo se encierra en esas páginas. Seamos nosotros
-como nuestra esencia quiere lógicamente que seamos--parece decirnos
-Xenius--; en nuestro suelo, en nuestro paisaje, en la disposición
-de nuestras casas, en nuestro idioma, en nuestro arte, en nuestro
-derecho hay un tipo ideal sobre el que debemos plasmarnos. No nos
-descentremos violenta y absurdamente. La continuidad de la raza exige
-la perseverancia en nosotros mismos. Un pueblo no puede ser grande y
-bello en la incoherencia. La incoherencia es la contradicción entre los
-elementos espontáneos y naturales y los elementos innovadores. No se
-crea que por esto cerramos la puerta á la innovación; la vida necesita
-renovarse. Mas la innovación ha de ser cauta, mesurada y prudente... Y
-Xenius, tradicionalista, propugnador ferviente de determinada modalidad
-social é histórica, nos da el ejemplo de la universalidad, de la
-renovación, asomándose al tumulto del mundo moderno y anotando sus
-palpitaciones, día por día, en su «Glosario».
-
-
-
-
-EL CONDE LUCANOR
-
-
-I
-
-UN RETRATO IMAGINARIO.--Este señor que estamos observando--año de
-1329--es príncipe; su padre fué infante; su abuelo no era otro que
-el santo rey don Fernando. Se llama este caballero el príncipe don
-Juan Manuel. Ha peleado ardientemente en la guerra contra los moros;
-muchos años ha pasado en estas lides allí cerca del mar Mediterráneo,
-en la tierra murciana, donde hay palmeras y granados. Ha entrado ya
-ahora en la senectud; tiene el paso lento--un poco tremulante--y los
-cabellos canos. Toda su prestancia es de sosiego y de nobleza. En la
-mano derecha, ahora cuando escribe, vemos lucir una gruesa esmeralda
-en cerco de oro. Escribe atentamente el caballero en su cámara, con el
-gesto sereno del Erasmo retratado por Holbein. En el silencio de la
-estancia se percibe el vago rasgueo de la cortada pluma sobre el blanco
-pergamino; de cuando en cuando, por la ventana abierta llega el lejano
-son--rítmico y sonoro--de una campana.
-
-Cuando don Juan Manuel estaba en la guerra, su nota característica
-era el ímpetu y la decisión. Al cabo de los años, cuando la vejez ha
-venido, el príncipe quiere depositar en un libro su experiencia del
-mundo. En prosa clara, limpia, irónica á ratos, sentimental y patética
-de raro en raro, va escribiendo don Juan Manuel su libro en la soledad
-de su cámara. Dos personajes figuran en la obra: un gran señor y un
-consejero suyo. Á las dudas del magnate, en los trances dificultosos de
-la vida, va respondiendo el consejero. Se llama aquél Lucanor; éste se
-apellida Patronio. Para mejor expresar su doctrina, Patronio refiere
-casos, anécdotas y sucedidos que vienen de molde á lo demandado por
-Lucanor. Luego, á la postre, referido el caso, el consejero hace la
-aplicación en palabras sencillas, bondadosas y graves.
-
-Una cuarentena de historias componen el libro de don Juan Manuel. _El
-conde Lucanor_ lo titulamos ahora. Cuando nuestro caballero acaba
-de escribir uno de sus capítulos, se levanta, da unos paseos por la
-estancia, contempla sus libros, echa un vistazo por la ventana al
-paisaje. Desde la ventana se descubre el severo y noble campo de
-Castilla; una serranía azulina, con cimas blancas, cierra el horizonte;
-hasta la línea azul se extiende una campiña suavemente ondulada por
-los oteros y recuestos. Hay un encanto hondo en estas obras primitivas
-de nuestra literatura. En _La Celestina_ la espontaneidad pasional va
-mezclada con alardes intempestivos de erudición; la fuerza, la emoción,
-el sentimiento del artista salva y hace olvidar estos engorrosos
-arrequives escolásticos. En _El conde Lucanor_ todo es sencillo, limpio
-y claro; la prosa es como el paisaje clásico de Levante--que el autor
-tanto contemplara en su mocedad--, y el espíritu que entre líneas
-circula, el alma del libro, semeja, por su gravedad, por su sutileza,
-á este otro panorama que don Juan Manuel contempla ahora, ya en la
-senectud, desde las ventanas de su cámara.
-
- * * * * *
-
-DON RODRIGO.--Para hacer ver lo que es el libro de nuestro autor,
-extractaremos algunos de sus ejemplos; el lector nos perdonará si
-añadimos pinceladas y detalles... Una vez vivía un caballero que se
-llamaba don Rodrigo Meléndez de Valdés. Asistía con su consejo al
-rey. Vivía holgada y cómodamente. Su casa era ancha y rica; un ancho
-huerto se abría detrás del edificio. Don Rodrigo caminaba lentamente;
-reposados eran sus ademanes. No gustaba en su morada de ruidos
-turbadores. Su mesa mostrábase blanca, limpia y bien abastada. Cuando
-hablaba nuestro caballero, lo hacía con palabras mesuradas y breves. Su
-sosiego era inalterable. Si le acontecía un contratiempo, don Rodrigo
-exclamaba sin irritarse: «¡Bendito sea Dios; ca pues Él lo fizo,
-esto es lo mejor!» Siempre esta reflexión estaba en los labios del
-caballero. No había pesadumbre ni angustia, por terribles que fueran,
-que lograran sacarle de esta su sabia conformidad. Las gentes que le
-rodeaban llegaron á tomar enojo de esta ecuanimidad. Sin duda el
-sosegado caballero no tenía alma.
-
-Aconteció que los enemigos de don Rodrigo pusiéronle á mal con el rey.
-Dijéronle al rey que el caballero había maquinado contra él una gran
-maldad. (Los reyes se dejan engañar fácilmente.) El rey mandó matar á
-don Rodrigo. Llamólo á su palacio y concertó con sus cortesanos que
-cuando don Rodrigo se hallase en camino lo matasen. Nuestro caballero,
-con su sosiego de siempre, se dispuso al viaje. Ya sale de su cámara.
-Ya va á bajar la escalera. De pronto da un traspiés, rueda por los
-escalones y se quiebra una pierna. Las gentes del caballero plañíanle
-y le decían: «Vos que decides siempre: _Lo que Dios hace, esto es
-lo mejor_, tened vos ahora este bien que Dios vos ha fecho». Y el
-caballero movía tristemente la cabeza y perduraba en su conformidad con
-lo acaecido.
-
-No pudo don Rodrigo acudir al llamamiento del rey. Con ello salvó
-la vida. Descubrióse tiempo después la falsedad de lo imputado al
-caballero y el rey le perdonó, lo recompensó con nuevas mercedes
-y mandó castigar á los engañadores. La moralidad del caso podemos
-exponerla en dos palabras. Conformémonos con la realidad cuando contra
-la realidad no podamos hacer nada. Reaccionemos contra la realidad
-cuando la realidad pueda ser modificada por nosotros. «Devedes entender
-que aquellas cosas que acaescen son en dos maneras. La una es, si viene
-á hombre algún embargo en que se pueda poner consejo. La otra es, si
-viene á hombre algún embargo en que se non puede poner consejo alguno.»
-Cuando llegue el primero de estos dos casos y la adversidad sea contra
-nosotros, por nuestra inercia, no nos quejemos, no nos plañamos del
-Destino ni de la Providencia; en nuestras manos ha estado nuestra
-salvación y no la hemos querido aprovechar. Cuando nos acontezca lo
-segundo, es decir, cuando no podamos, ni por ingenio ó fuerza, torcer
-el curso de los hechos, no nos lamentemos tampoco, no nos expandamos
-en vanos gemidos y reproches: seamos dignos en nuestra actitud;
-mostrémonos tranquilos, serenos, ante la inexorable corriente de las
-cosas.
-
-
-II
-
-VA HEDE ZIAT ALHAQUIME.--Una vez era un rey.... Era un rey moro. ¿Dónde
-vivía este rey? ¿Dónde reinaba? Vivía y reinaba en Córdoba; hace ya de
-esto muchos siglos. El palacio de este monarca debía de ser espléndido.
-Serían los pisos de grandes losas de mármol blanco. Se tejerían y
-destejerían por las paredes arabescos azules, rojos y dorados. Los
-techos serían de oloroso é incorruptible alerce. Habría fuentes de
-ancho tazón en que caería--levemente--un surtidor de agua. (Y en que
-también, en una hora trágica, caería, pesadamente, con un sordo ruido,
-una cabeza ensangrentada.) Encuadrado en el patio--un patio con
-mirtos--se vería un pedazo de cielo azul diáfano. Por una ventanita
-de una cámara silenciosa se vería, allá en la lontananza, la serranía
-parda... Alhaquime se llamaba el rey. Se aburría angustiadoramente
-el rey. Debía de tener una carne blanca, un poco fofa, unos ojos
-soñadores, de miradas largas y lentas, y unos labios sensuales, de
-hombre que lo ha gustado todo y de todo se ha hastiado. Alhaquime
-vagaría por las salas anchas y calladas de su palacio. No detendría
-su mirada en las rosas rojas de los jardines, ni en el cielo azul,
-ni en los arabescos de los muros. Cuando sus mujeres bailaran una
-danza lenta y milenaria; cuando los suaves instrumentos tañeran una
-música melodiosa, Alhaquime, sin parar atención en los movimientos
-rítmicos, eurítmicos, de las beldades, pondría su mirada á lo lejos,
-indefinidamente, como hombre abstraído por completo del mundo.
-
-Sin embargo, esta dulce música que suena entra en sus oídos y llega á
-su espíritu. Plácenle al rey unas melodías singulares que el albogón
-hace, en tanto que los demás instrumentos callan. Alhaquime ama el
-sonido del albogón. Tanto le place, que, escuchando su tañido, él ha
-llegado á creer que este son que el albogón produce podrá ser todavía
-perfeccionado. Mucho piensa el rey en este problema musical; largos
-ratos se lleva imaginando cómo el albogón pudiera ser modificado. Al
-cabo halló la manera. «Tomó el albogón y añadió en él un forado á la
-parte del yuso, en derecho de los otros forados, y dende en adelante
-faría el albogón muy mejor son que hasta entonces facía.»
-
-Lo hecho por Alhaquime estaba bien hecho; no se podía negar. Mas no
-era aquélla cosa en que pudiera emplearse un rey. («Non era tan gran
-fecho como convenía de fazer al rey.») Por esto las gentes comenzaron
-á loar desmesurada é hiperbólicamente, á manera de escarnio, la hazaña
-del rey. Todo era comentarios, risas, sonrisas y alusiones en las
-cámaras y retretes de palacio. Todo eran burlas y trebejos entre los
-populares. «Y decían cuando llamaban á alguno, en arábigo: _Va hede
-ziat Alhaquime_, que quiere decir: _Este es el añadimiento del rey
-Alhaquime_.» El añadimiento regio de un agujero al albogón, era, en
-suma, comidilla de todos los vasallos del rey moro. Tanto se habló
-del caso, tan sin rebozo llegaron á ser las burlas, que el monarca se
-percató de ello. Preguntó Alhaquime á sus cortesanos, y aunque los
-cortesanos son artificiosos y lisonjeros, al fin tuvieron que hacer
-lo que rarísima vez hacen: decir la verdad. Alhaquime, el rey de la
-mirada absorta y de los labios sensuales, debió de sonreir. Y un día,
-mandando juntar todos los alharifes, tallistas y estofadores de su
-reino, mandó que la mezquita de la ciudad, hasta allí harto menguada,
-fuese ensanchada y ornada espléndidamente. Desde entonces, cuando
-los moros quieren loar alguna empresa grande, exclaman: «¡Este es el
-añadimiento del rey Alhaquime!»; es decir: «¡_Va hede ziat Alhaquime_!»
-Así el loamiento que antes se hacía por escarnio, después se hizo por
-entusiasta admiración.
-
-Cuando nosotros, hombres del siglo XX, empapados en la civilización
-occidental, entremos ahora á lo largo de nuestras andanzas en el patio
-de la mezquita de Córdoba y allí, gozando del silencio, de la paz y del
-cielo azul, nos detengamos entre los naranjos, exclamemos también: ¡_Va
-hede ziat Alhaquime_! Y pensemos ante esta mezquita maravillosa que
-aquel rey mandó agrandar; pensemos--nosotros, artistas, políticos--que
-están bien las menudas y pulidas obras, pero que están mejor--y ése
-debe ser nuestro ideal--las grandes, levantadas, generosas obras en que
-pongamos nuestro corazón y nuestra fe.
-
- * * * * *
-
-DON CUERVO Y DON RAPOSO.--Un cuervo va volando por el azul. Lleva
-en el pico un pedazo de queso: «un pedazo de queso muy grande». Va
-contento el cuervo; debe de haber cogido este queso de algún cestillo
-que llevaba un niño al mercado; los ojos del mozuelo habrán visto
-asombrados cómo de pronto el cuervo remontábase á lo alto llevándose en
-el pico el queso. Ahora el cuervo va á darse un suculento hartazgo. Se
-posa en la rama de un árbol. ¿En la rama de un ciprés? El ciprés es de
-las cornejas. ¿En la rama de un olivo? El olivo es de los mochuelos;
-cada mochuelo tiene su ramita en un olivo. ¿En la rama de un almendro?
-El almendro es de los cuclillos; en Levante, durante las claras
-noches, en el llano plantado de grandes, sensitivos almendros, los
-cuclillos tañen su flauta de dos notas... El cuervo se para en un árbol
-cualquiera; esta estada del cuervo en una rama es accidental, fuera
-de sus costumbres. No nos imaginamos á los cuervos posados serenamente
-en un árbol, sino volando, volando, volando por los cielos azules
-ó cenicientos, desde donde, bruscamente, descienden á las llanuras
-rasgadas por interminables surcos paralelos. Nuestro cuervo se halla
-posado en un árbol; en el pico tiene su queso; está indeciso. ¿Se lo
-comerá aquí ó en la escondida quiebra de una montaña?
-
-Aparece el raposo. El raposo hállase pasando unos días muy amargos;
-tal premia como ésta no la ha pasado él nunca. No cae ni una gallina,
-ni una perdiz, ni una ingenua cogujada. Está harto el raposo de comer
-grillos y saltamontes; los racimos de los majuelos están aún verdes.
-El raposo oye un leve ruido en un árbol y levanta la cabeza. Allí
-hay un cuervo con un queso en el pico. Ya tiene pitanza el raposo
-para el día de hoy. He aquí cómo el raposo comienza á hablar al
-cuervo: «Don Cuervo...» (Cortés, exquisitamente cortés, según veis,
-es el raposo; por tanto, con el don con que él agracia al cuervo le
-agraciaremos también á él nosotros.) Dice así don Raposo: «Don Cuervo:
-muy gran tiempo ha que oí fablar de vos, y de la vuestra nobleza, y
-de la vuestra apostura, é como quier que vos mucho busqué, non fué
-la voluntad de Dios, nin la mi ventura, que vos pudiese fablar hasta
-ahora; y ahora que vos veo, entiendo que ha mucho más bien en vos de
-cuanto me dezían. Y porque veades que vos lo non digo por lisonja,
-también como vos diré las aposturas que en vos entiendo, también vos
-diré las cosas en que las gentes tienen que non sodes tan apuesto».
-
-Nótese cómo don Raposo da color de verdad sincerísima á su lisonja; él
-dirá las gentilezas de don Cuervo, pero también le dirá á don Cuervo
-las cosas que, según las gentes, no están bien á don Cuervo. Dicen las
-gentes que el color negro es desapacible; negros tiene don Cuervo el
-pelaje, los ojos, las garras, el pico. Eso dicen las gentes; mas las
-gentes se engañan. Porque, ¿qué color más hermoso en los ojos que el
-negro?
-
-Las péndolas del pavón, ¿no son negras también? Y ¿habrá animal más
-bello que el pavón?... Todas las cosas, en fin, son cumplidas y
-graciosas en don Cuervo; todo: las plumas, las garras, el pico, el
-volar majestuoso y raudo. Con todo ello sería gran mengua si don Cuervo
-no supiese cantar. Don Raposo está seguro de que don Cuervo canta
-maravillosamente; pero, por desgracia, él no le ha oído nunca. ¿No
-podría hacerle don Cuervo la merced de cantar? «Si yo pudiese de vos
-oir el vuestro canto--dice zalameramente don Raposo--, para siempre me
-ternía por de buena ventura.» Don Cuervo, emocionado, enternecido, va
-á cantar. Abre el pico, cae el queso... Instantáneamente don Raposo lo
-coge y se aleja corriendo.
-
-Las más dañosas falsías son aquellas que se realizan con elementos de
-la verdad. Sepamos, en todo caso, resistir á la lisonja; más difícil
-es permanecer ecuánimes ante el elogio que ante la diatriba. Artistas,
-poetas, pintores, oradores: cuando se nos haga alguna loanza, no
-salgamos de nuestro diapasón habitual. Leamos serenamente los elogios;
-sepamos distinguir lo que en ellos hay de exacto, y lo que en ellos se
-debe á las circunstancias y al afecto del loador. ¿Qué harán de todos
-estos elogios las generaciones venideras? Y ¿qué pensar de los elogios
-cuando vemos, frecuentemente, ponderadas en nuestra obra aquellas
-partes deleznables, efímeras, á que no damos importancia, mientras los
-entusiastas admiradores pasan en silencio, ignorándolas, aquellas otras
-en que hemos puesto fervientemente toda nuestra alma?
-
-
-III
-
-DON ILLÁN EL MÁGICO.--Don Illán el Mágico vive en Toledo. Un mágico
-es un hombre sencillo y respetable. Tenéis una idea errada de lo que
-es un mágico. Un mágico no es un señor barbado y hosco que lleva en
-la cabeza un cucurucho con estrellas pintadas; un mágico es un hombre
-silencioso, discreto, de una mirada inteligente y dulce, de unas
-maneras suaves. Don Illán vive en Toledo; habita en una casa silenciosa
-y limpia. Grande es su renombre de sabiduría; á todos los ámbitos de
-España se extiende. Allá en Santiago de Galicia, un deán de la catedral
-ha entrado en deseos de conocer los secretos del arte mágico. ¿Para qué
-querrá conocer tales misterios este deán? Y ¿quién mejor que Don Illán
-podrá--si quiere--enseñárselos? Pues á Toledo se encamina nuestro deán.
-Cuando llega á Toledo endereza sus pasos á la casa de Don Illán. Á éste
-«fallólo que estaba leyendo en una cámara muy apartada»; es decir,
-tal vez en un desván, en un cuartito lejos de los ruidos de la calle,
-y que tiene por panorama--que se atalaya desde la ventana--una vasta
-extensión de tejados y de torrecillas, que se destacan bajo el cielo
-azul; un cielo por el que caminan unas nubes blancas.
-
-Don Illán recibe cordialmente al viajero. Con exquisita amabilidad se
-dispone á enseñar su ciencia al deán de Santiago. En el coloquio que
-acaban de tener, el deán ha manifestado que él es hombre ante quien
-se abre un halagüeño porvenir; ahora es deán; dentro de unos años,
-seguramente llegará á arzobispo, á cardenal, á papa. El deán, en
-cambio de la ciencia que le iba á comunicar Don Illán, «le prometió
-y le aseguró que de cualquier bien que de él oviere, que nunca faría
-sino lo que él mandase». No hay, por lo tanto, más que hablar. Don
-Illán manifiesta que la ciencia que él ha de enseñar «non se podía
-aprender sino en un lugar muy apartado». Esta misma noche tendrán los
-dos la misteriosa conferencia. Antes, don Illán llama á su cocinera
-y le ordena que prepare unas perdices para la cena. Don Illán desea
-obsequiar con este yantar al viajero.
-
-Llega la noche; se dirigen ambos á esa cámara secreta donde don Illán
-ha de dar su conferencia. «Entraron ambos por una escalera de piedra
-muy bien labrada, y fueron descendiendo por ella muy gran pieza en
-guisa que parescían tan bajos que pasaba el río Tajo sobre ellos; é
-desque fueron en cabo de la escalera, fallaron una posada muy buena
-en una cámara mucho apuesta que ahí havía, do estaban los libros y el
-estudio en que habían de leer.» No os imaginéis retortas, matraces,
-hornillos y redomas. No un gran caimán puesto colgando de una pared
-(como vemos en las ilustraciones del _Fausto_). No tibias humanas ni un
-ancho infolio y un reloj de arena colocados encima de una mesa. Esta
-cámara subterránea, tan honda que sobre ella quizá pase el río Tajo;
-esta cámara no es mas que una biblioteca henchida de raros y preciosos
-libros. La estancia no está alumbrada por el resplandor rojo de los
-hornillos (como también vemos en las estampas populares). Don Illán
-debía de ser uno de estos hombres que, viviendo en su siglo (el XII ó
-el XX), viven realmente en un futuro en que fuerzas misteriosas que
-hoy desconocemos--pero que presentimos--harán que sea posible lo que
-hoy juzgamos irrealizable. Cuando ha entrado por su puerta el deán de
-Santiago, don Illán, á través de la materia y á través del tiempo ha
-leído el alma de este hombre. Este hombre es un ingrato.
-
-Ya se dispone don Illán á comenzar su conferencia, cuando aparecen unos
-mensajeros que le traen una carta al deán. Hemos olvidado decir que el
-deán es sobrino del arzobispo de Santiago. En la carta se le notifica
-una grave enfermedad del arzobispo. El deán contesta con otra epístola,
-diciendo que siente mucho no poder ir á acompañar á su tío. «Dende á
-cuatro días llegaron otros hombres á pie, que traían otras cartas al
-deán, en que le fazía saber que el arzobispo era finado.» Se preparaba
-en aquellos momentos en Santiago la elección de nuevo arzobispo; todos
-deseaban elegir al deán. Transcurren siete ú ocho días más y aparecen
-«dos escuderos muy bien vestidos y muy bien aparejados»; los cuales
-escuderos se llegan hasta el deán, le besan reverentemente las manos
-y le entregan una carta en que se le notifica que ha sido elegido
-arzobispo de Santiago.
-
-Ya tenemos á nuestro deán hecho arzobispo electo. Ya rebosa de
-satisfacción. Ya se ve en su palacio de Santiago sentado en uno de
-esos sillones de terciopelo, con bordados ricos de sedas en que--más
-tarde--había de poner Antonio Moro algunos de sus personajes regios.
-Don Illán da la enhorabuena al electo arzobispo. Y como don Illán ha
-sido generoso con él enseñándole su ciencia misteriosa, don Illán
-ruega al arzobispo que el deanazgo vacante lo provea en un hijo suyo.
-El arzobispo, cortés y atento, se dispone á acceder á la petición de
-don Illán; sin embargo, deseaba exponerle una cierta consideración.
-Él «le rogava que quisiese consentir que aquel deanazgo lo hubiese un
-su hermano»... Nótese la irreprochable cortesía del electo arzobispo;
-el deanazgo es para el hijo de don Illán; no hay más que hablar de
-ello; mas él, el arzobispo, _ruega_ á don Illán que _quiera consentir_
-que sea para un hermano del arzobispo con quien el arzobispo tiene un
-grande y antiguo compromiso. Y añade: «Más que él le faría bien en la
-Iglesia en guisa que él fuese pagado, y que le rogava que se fuese con
-él á Santiago y que levase con él á aquel su fijo».
-
-Ya están todos en Santiago. El arzobispo es un buen arzobispo; todos
-le quieren bien; él es bondadoso con todos. Al cabo de algún tiempo
-llegan unos mandaderos del papa. Ha vacado el obispado de Tolosa; para
-esa sede nombra el papa al arzobispo de Santiago. Entonces don Illán
-pide con mucho encarecimiento que el arzobispado vacante de Santiago
-sea para su hijo. De nuevo torna á darle la razón el antiguo deán á su
-amigo y bien hechor; pero le ruega que permita que este arzobispado
-sea para un tío suyo, hermano de su padre. «Y don Illán dijo que bien
-entendía que le faría muy gran tuerto, pero que lo consentía en tal
-que fuese seguro que ge lo enmendaría en adelante.» De muy buen grado
-se lo prometió el arzobispo, y rogóle que fuese con él á Tolosa y que
-llevase á su hijo. Ya están todos en Tolosa. Á los dos años llegan
-otra vez mandaderos del papa. El papa ha nombrado cardenal al obispo;
-el obispado de Tolosa puede darlo á quien quiera. Aquí tenemos á don
-Illán de nuevo solicitando la vacante para su hijo; tantas veces han
-fallado sus pretensiones, tantas veces el favor le ha sido denegado,
-que parece absurdo que ahora no se le cumplan sus afanes y el obispo le
-dé una nueva excusa. Pero así es, desgraciadamente. El nuevo cardenal
-ruega--tan cortés como siempre--que el obispado vacante de Tolosa sea
-para un tío suyo, hermano de su madre. «Y don Illán quejóse mucho,
-pero consintió en lo que el cardenal quiso, y fuése con él para la
-corte.»
-
-Ya están todos en Roma. El nuevo cardenal desempeña admirablemente su
-cargo; gran consideración le guardan los demás cardenales. Ocurrió
-que el Papa falleció; los cardenales eligieron por papa al antiguo
-deán de Santiago. Ha llegado la ocasión--¡por fin!--de que don Illán
-pueda ver colmados sus deseos. Su amigo no podrá tener efugio alguno
-para hacerlo. Al papa representa don Illán lo que espera de él. «Y el
-papa dijo que no le afincase tanto, que siempre habría lugar en que
-le hiciese merced según fuere razón.» Entonces don Illán, amargado,
-desesperanzado, se lamentaba con palabras ardientes. Estas palabras
-pusieron en indignación al papa. El papa, apurada la paciencia,
-reprochó su pesadez y pertinacia á don Illán. Más hizo: le amenazó
-con meterle en prisión si persistía en su actitud; puesto que él, don
-Illán, era un hereje y un nigromántico, ejercitador de reprobadas y
-diabólicas artes. Cuando esto oyó don Illán, no quiso permanecer más en
-Roma. Ni para el camino le dió el papa, su antiguo amigo, un viático...
-
-Lector: Todo esto que nos cuenta un gran aristócrata, nieto de un santo
-y rey á la vez--don Fernando--, no tiene nada de irreverente. Todo es
-una ingeniosa ficción. Al llegar el relato al punto en que lo hemos
-interrumpido, bruscamente, mágicamente, el deán de Santiago y don Illán
-se encuentran los dos en la cámara subterránea de Toledo. Don Illán ha
-visto, en un segundo, á través de la materia y el tiempo. Despide al
-deán y él se come solo las perdices preparadas para la cena. Don Illán
-había adivinado que si él tuviera con este hombre la generosidad de
-enseñarle su ciencia, este hombre luego no sería agradecido con él.
-
-Seamos buenos, corteses, afables: que nuestro corazón esté siempre
-dispuesto al bien. Pero cuando vayamos á poner toda nuestra alma,
-nuestro trabajo, nuestro porvenir, la paz de los nuestros y aun nuestra
-propia vida al servicio de un hombre ó de una causa, miremos si ese
-hombre y si esa causa son dignos de nuestro supremo sacrificio.
-
-
-IV
-
-LA RAPOSA MORTECINA.--Una raposita ha salido de su manida y se ha
-dirigido hacia la aldea. Todo duerme; es media noche. En la obscuridad
-no se percibe mas que--allá lejos--la raya negruzca de las montañas
-sobre la foscura del cielo. Brillan las estrellas: brillan con
-ese titileo radiante de las noches de invierno. En esas noches, á
-la madrugada, en el profundo reposo de la tierra, ese relumbrar
-vivo, radiante, de los astros trae á nuestro espíritu una profunda
-nostalgia--¡oh fray Luis de León!--de algo que no sabemos... De cuando
-en cuando un vientecillo ligero trae de la aldea un olor particular
-que nuestra raposita recoge en sus narices. El ejido del poblado está
-ya aquí; luego las casas; detrás de una de ellas se extienden las
-largas tapias de un corral. No se sabe cómo la raposita ha entrado en
-el corral. En los travesaños de un cobertizo están acurrucadas las
-gallinas, los gallos. Los gallos, tan vigilantes, no se han percatado
-de nada. Lentamente, pasito á paso, mirando á todos los lados,
-venteando todos los olores, avanza la buena raposita.
-
---Un momento, querido cronista. ¿Por qué llama usted buena á esta
-raposa inquietadora, sanguinaria, que va á poner el espanto y la
-destruccion en la república de las gallinas?
-
---Perdón, querido lector. Todo es relativo, y la raposa, comparada con
-el taciturno y violento lobo, es buena, es excelente. Hace mucho tiempo
-que un gran naturalista--Buffón--ha hecho en pocas líneas el elogio
-de la raposa. «La raposa no es un animal vagabundo, sino un animal
-domiciliado--escribe Buffón.--Esta diferencia, que se hace sentir aun
-entre los hombres, tiene más grande eficiencia y supone más grandes
-causas entre los animales. La idea sola del domicilio presupone una
-singular atención sobre sí mismo; luego, la elección del lugar, el arte
-de fabricar la guarida y de solapar la entrada á ella, son tantos otros
-indicios de un sentimiento superior.»
-
-Tiene, pues, nuestra raposita un sentimiento superior de la vida
-y del mundo. Sólo que... La vida es dura; se tienen hijos; los
-inviernos no ofrecen grandes recursos en el campo. No hay nidos
-entre los atochares; las cepas de los majuelos aparecen desnudas y
-secas. ¿Qué ha de hacer una raposa sino ir á los corrales donde las
-gallinas reposan? En ello aventura la vida, que no es poco. Ya está
-en el gallinero nuestra zorrita; las gallinas se han dado cuenta--un
-poco tarde--del huésped que viene á visitarlas. La hora no es muy á
-propósito para cortesías. Se ha producido un ruidoso remolino en el
-cobertizo á la vista de la raposa. Todas las gallinas cacareaban y los
-gallos cantaban--despavoridos. La raposa ha cogido una gallina entre
-los dientes y la ha zarandeado con violencia. Con una tierna y gorda
-gallina tendría la raposita para su yantar. Pero cuando ha sentido
-la raposa correr entre sus fauces la sangre tibia, humeante, de la
-gallina, ha perdido la cabeza. ¡Cómo brillan ahora sus ojos! ¡Cómo va
-de una parte á otra furiosa, abstraída, tambaleándose, como ciega, como
-borracha!
-
-No se harta de destrozar gallinas; tendidas quedan muchas por tierra.
-En la casa deben de tener el sueño muy pesado; nadie se mueve. (O
-¿qué sabemos? Estos labriegos que trabajan á costa de un amo son
-muy ladinos. Pensad en las matanzas que hacen los pastores y se las
-achacan á los lobos. Tal vez ahora saben que la zorra está destrozando
-el gallinero; pero como la raposa no ha de poder llevarse todas las
-gallinas y han de quedar algunas muertas...) Entusiasmada, encarnizada
-en su labor siniestra, la raposita no ve que una claror blanquecina
-aparece por Oriente. La aurora comienza á anunciarse.
-
-Tiene este momento único de la madrugada un encanto profundo. Nos
-atrae misteriosamente esta palidez que en el cielo se inicia. Todavía
-es de noche... y ya está ahí el día que llega. En este minuto supremo
-las luces que han velado toda la noche van á borrarse en la claridad
-del día; su misión ha terminado.
-
-Durante las tinieblas han puesto sus resplandores sobre una
-mesa en que una cabeza se inclinaba sobre los libros; ó han
-iluminado--tenuemente--la cara blanca, sobre ropas blancas, de un
-enfermo; ó se han destacado, como puntitos rojos y verdes, en el
-horizonte, en tanto que las locomotoras lanzaban agudos chillidos y
-pasaban raudos los trenes. Cuando la claridad del día va aumentando,
-las luces, todas las luces, luces trágicas ó luces de esperanza, se
-retiran, se esfuman, se disuelven, se recogen en una tregua de reposo
-hasta la noche venidera. Á esta hora de la madrugada, las montañas ya
-comienzan á destacarse más vivamente sobre el cielo; el cielo es de
-una claridad vaga y lívida. Dentro, en las casas, se hace una densa y
-confusa penumbra. Las cosas van á surgir á la vida; las ventanas van á
-recobrar su espíritu de luz y de sol.
-
-Á nuestra raposita se le ha hecho tarde. No puede salir sin peligro
-del gallinero; van y vienen gentes por la aldea. Otros gallos lejanos
-cantan; un can ladra. No tiene más recurso nuestra raposa que salir
-á la calle y tenderse en medio haciéndose la muerta. Porque si la
-vieran correr por las calles del pueblo, ¿qué sería de ella? (Son
-muchos los animalitos que se hacen los muertos para librarse de las
-trazas sanguinarias del hombre. Se hace la muerta esta arañita que,
-en el campo, ha bajado desde un árbol, por un hilillo sutil, hasta
-las páginas blancas de este libro que estamos leyendo. Se hace el
-muerto, replegando sus patitas, este cetonia con que nuestros dedos han
-tropezado en el fondo de una rosa, lecho fresco y fragante. Se hace el
-muerto este glomérido que encontramos debajo de una piedra y que se
-convierte en una bolita de acero. ¿Por qué se hacen los muertos? ¿Hemos
-dicho que para defenderse del hombre? Pero ¿saben ellos del hombre?
-Esta es una idea antropocéntrica. No sabemos siquiera si lo que hacen
-es hacerse los muertos.) Nuestra raposita se hace la muerta; en medio
-de la calle está tendida. No es cosa rara, donde hay muchas zorras, ver
-una zorra muerta en medio del arroyo. Va paseando la gente. «Á cabo de
-una pieza, passó por hi un home, y dixo que los cabellos de la frente
-del raposo que eran muy buenos para poner en las frentes de los mozos
-pequeños, porque no los ahojen.» Con unas tijeras, este hombre curioso
-trasquila la frente de la zorrita. La zorrita se estuvo quieta.
-
-Después otro transeunte vió la raposa y dijo lo mismo de los pelos del
-lomo. Le trasquiló los pelos del lomo. La raposita se estuvo quieta.
-Luego otro hizo la misma observación respecto del pelo de las ijadas.
-Le trasquiló las ijadas. La raposita se estuvo quieta. «Nunca se movió
-el raposo, porque entendía que aquellos cabellos non le farían gran
-daño en los perder.» Otro viandante llegó más tarde y dijo que la uña
-del raposo es buena para curar los panadizos. Tajóle las uñas á la
-raposita. La raposita no se movió. Después otro dijo que el diente de
-la zorra cura los males de dientes. Quitóle un diente á la raposita. La
-raposita no se movió. Á seguida vino otro y manifestó que el corazón
-del raposo es conveniente para nuestros dolores de corazón. Metió mano
-á un cuchillo para sacarle al raposo su corazón. «Y el raposo vió que
-le querían sacar el corazón y que si gelo sacassen, que non era cosa
-que se pudiese cobrar.» Entonces la raposita dió un salto, echó á
-correr y se perdió á lo lejos.
-
-...En nuestras casas, en la vida cotidiana, debemos pasar por
-alto--indulgentemente--las pequeñas cosas. En la vida pública, á la
-vista de todos, de igual manera, no debemos de ponernos fieros ante
-lo que en sí tiene escasa importancia. No coloquemos nuestro natural
-y legítimo deseo de dignificación y de reivindicación en un plano
-demasiado alto. Si el puntillo de honor lo ponemos muy subido, á cada
-momento tendremos que estar en altercaciones, porfías y denuedos.
-Nuestra vida se hará imposible. Una palabra, un gesto, un ademán, un
-ligero desdén, una inflexión de cólera, un matiz de irritación en los
-demás tendrán para nosotros una importancia decisiva. No; sepamos pasar
-por todo esto. La raposita no se movía cuando le trasquilaban el lomo
-y la frente; aquello no tenía para ella importancia. Pero cuando se
-trate de cosa grande, cuando se trate del corazón--como en el caso de
-la raposa--, entonces pongamos todas nuestras fuerzas, todo nuestro
-ardor, todo nuestro ímpetu en defender la esencialidad de nuestro ser
-moral: las ideas, los procedimientos, la conducta, la honradez, la
-sinceridad.
-
-
-V
-
-VALOR Y RIESGO DE LOS CONSEJOS.--Un breve epílogo á estas divagaciones
-sobre motivos de _El conde Lucanor_. Ya se habrán percatado de ello los
-lectores. No hemos expuesto fielmente las historias y ejemplos que trae
-en su libro don Juan Manuel; muchos detalles hemos añadido; á nuestra
-manera hemos contado los casos que el infante relata. No hemos sacado
-tampoco--generalmente--de tales cuentecillos las enseñanzas que el
-autor pone por contera; diferentes han sido alguna vez los proloquios
-deducidos. Hemos hecho con el libro de don Juan Manuel lo que se suele
-hacer con la música de las grandes óperas; de aquí y de allá, tomando
-este tema y dejando tal otro, hemos compuesto una rapsodia. Pero
-si algún lector entra en gana de leer el libro de don Juan Manuel,
-desde luego habremos logrado nuestro propósito; propósito modesto;
-el propósito de quien trata de excitar la curiosidad con palabras
-encarecedoras de estas ó las otras excelencias de una obra.
-
-Ahora digamos algo respecto del valor de los consejos y del riesgo
-que corre el que se aventura á darlos. ¿Qué valor tienen los avisos,
-advertimientos y prevenciones que se suelen hacer en la vida?
-Distingamos entre el consejo genérico y el consejo concreto. Es
-decir, distingamos entre los consejos que se dan en los libros y los
-consejos que, en la realidad cotidiana, damos al amigo ó al deudo.
-Los libros de consejos por fuerza han de ser generales; aquí está
-precisamente su punto flaco. Como es una regla genérica la que se da,
-no sabremos, cuando llegue el caso, si precisamente en ese trance
-debemos ó no aplicar el consejo que hemos leído. La vida es varia,
-compleja, contradictoria, ondulante; el consejo--ó la norma--es rígida,
-siempre igual, inflexible. ¿Cómo concordaremos la realidad cambiante y
-fugitiva con el canon permanente? Dificultad es ésta de una grandísima
-trascendencia; tanto lo es, que en ella van implícitos todo el arduo
-problema de la moral y todo el magno negocio de la política.
-
-Contra la norma genérica de la ética surge el casuísmo, que
-toma en cuenta el tiempo, el lugar, la persona y otras diversas
-circunstancias. Contra el cumplimiento de la ley, en el gobernante
-surge la consideración--análogamente--de que la ley _debe_ siempre ser
-cristalización de la justicia, pero que _puede también no serlo_. Puede
-no serlo: 1.º, porque originariamente, al hacer la ley, no se haya
-interpretado en ella bien la justicia; 2.º, porque, aun interpretándose
-primitivamente bien la justicia en la ley, el tiempo puede haber hecho
-que cambie la sensibilidad ambiente (la justicia no es mas que una
-cuestión de sensibilidad) y que la justicia contenida en el canon
-formulado anteriormente sea escasa, pobre, deficiente; 3.º, porque,
-aun siendo buena la ley, ley acomodada al tiempo, ley viva, ley actual,
-unas pasajeras circunstancias pueden hacer que no se contenga en ella
-la justicia.
-
-«¡Sed prudentes, sed enérgicos, sed sinceros!», nos dicen los consejos
-genéricos de los libros. Está bien; la doctrina es inmejorable;
-muchos hombres eminentes han practicado tales máximas. (Los hombres
-eminentes, eminentes de veras, han hecho muchas cosas que han sacado,
-ingénitamente, de sí mismos, y no de los libros.) Está bien; pero
-en este trance en que ahora nos hallamos precisamente, ¿debemos ser
-audaces, intrépidos, temerarios? ¿Es ahora, con estas circunstancias,
-cuando debemos ser brutalmente sinceros, ó bien será en otra ocasión
-y con tales otras particularidades? Los libros de consejos no
-pueden decirnos nada de esto. «Un grano de audacia en todo--escribe
-Gracián--es importante cordura.» ¿Hemos leído bien? _En todo_--dice el
-psicólogo. O sea, seamos _siempre_ audaces; con la audacia empleada
-en todos los momentos, con todos los motivos, nos irá siempre bien.
-(Algunos políticos, harto desaprensivos--no nombramos á nadie--,
-encontrarán admirable la máxima. Sí, la audacia á todo pasto es posible
-que lleve á la fortuna; pero... las quiebras de tal juego suelen ser
-terribles.)
-
-«No hacer negocio del no negocio--escribe también Gracián--. Así como
-algunos todo lo hacen cuento, así otros todo negocio.» (Los negocios de
-que aquí habla Gracián no son los negocios en que suelen andar metidos
-los antes mencionados parlamentarios y políticos. Esos, sí, es cierto,
-_todo lo hacen negocio_. Pero ahora Gracián habla de otra cosa; Gracián
-nos dice que no lo hagamos todo cuestión personal, cosa de honra y de
-dignidad.) «Siempre hablan de importancia--prosigue el autor--; todo
-lo toman de veras, reduciéndolo á pendencia y á misterio. Pocas cosas
-de enfado se han de tomar de propósito, que sería empeñarse sin él...
-Muchas cosas que eran algo, dejándolas fueron nada; y otras que eran
-nada, por haber hecho caso de ellas fueron mucho.» He aquí un sagaz
-consejo, basado en la más fina observación de la vida diaria. Pero
-¿cómo lo aplicaremos? En presencia de una de esas fruslerías cotidianas
-que pueden ó no pueden ser algo--ó mucho--, ¿qué es lo que tendremos
-que hacer?
-
-Mas si los libros de consejos no pueden orientarnos en el caso
-concreto, aquí está el deudo, el amigo, ó simplemente el hombre
-ducho y experimentado, á quien--sin conocerle, ó conociéndole
-apenas--recurrimos en busca de una sabia prevención. Difícil y
-arriesgado es, en general, el dar un consejo. Desconfiad--¡oh
-escritores renombrados!--de los que, acercándose á vosotros, os
-piden un consejo, una opinión, un juicio sincero, completamente
-sincero, de una obra que os dan á leer. Si usáis, incautamente, de
-vuestra sinceridad, os arrepentiréis; quien ha pedido sinceridad,
-cuando sinceridad le sirven, cuando con ella le hablan y juzgan su
-obra, podrá por cortesía, y por no desmentir las protestas hechas,
-agradeceros aparentemente vuestras palabras; pero en el fondo ese
-hombre siente por vosotros un vivo disgusto, una viva hostilidad.
-«Entonces--preguntará el lector--, ¿habrá que mentir siempre?
-¿Tendremos que ser unos hipócritas, unos faranduleros?» No; lo que
-cabrá es, sin decir la verdad ruda y brutalmente, usar de tal modo de
-los silencios, de los matices y de las gradaciones, que los lectores
-entiendan nuestro verdadero pensamiento sobre la obra de que se trata.
-Hay elogios en apariencia que son censuras, y hay pausas, silencios y
-apartes que huelen á la más rotunda condenación.
-
-En la vida cotidiana, el consejo nos puede exponer á molestias,
-contrariedades y pesadumbres. En sus _Empresas políticas_ (en la XLVII,
-al final) Saavedra Fajardo escribió las siguientes palabras: «Ninguna
-cosa más peligrosa que el aconsejar. Aun quien lo tiene por oficio
-debe excusarlo cuando no es llamado y requerido, porque se juzgan los
-consejos por el suceso, y éste pende de accidentes futuros que no puede
-prevenir la prudencia; y lo que sucede mal se atribuye al consejero,
-pero no lo que se acierta.»
-
-No se puede decir sobre la materia nada más exacto. En el mismo _Conde
-Lucanor_ (historia del gallo y el raposo) el autor, encareciendo la
-dificultad y riesgo del consejo, nos dice lo mismo que, más tarde,
-había de escribir Saavedra. Es difícil dar el consejo--escribe don Juan
-Manuel--, porque «non es ome seguro á que pueden recudir las cosas; ca
-muchas veces vemos que cuida ome una cosa é recude después otra, ca lo
-que cuida ome que es mal, recude á las vegadas á bien, é lo que cuida
-ome que es bien, recude á las vegadas á mal». ¡Grande es la perplejidad
-del consejero! De todos modos, acierte ó no, no se le agradecerá nada
-al consejero. «Ca si el consejo que da recude á bien, non ha otras
-gracias si non que dicen que fizo su debdo en dar buen consejo, é si el
-consejo á bien non recude, siempre finca el consejero con daño é con
-vergüenza.»
-
-
-
-
-DON JUAN VALERA
-
-
-Se están publicando en Madrid las obras completas de don Juan
-Valera. Entre los volúmenes publicados figuran dos tomos de cartas
-particulares. Nació Valera en 1824; murió en 1905, La primera de las
-cartas citadas lleva la fecha de 1847; la última corresponde al año
-1857. Aparecen escritas las cartas desde Madrid, Lisboa, Nápoles, Río
-Janeiro, Dresde, Varsovia, Petersburgo. Tenía don Juan Valera cuando
-escribió la primera carta veintitrés años. Documento importante es esta
-correspondencia para el estudio del carácter del escritor cordobés. Dos
-notas dominan en estas páginas: el ansia por el dinero y el amor--no á
-la mujer--á las mujeres. Era hijo Valera de una familia distinguida;
-vivía Valera con sus deudos en provincias; tenía Valera un espíritu
-vivo, fino; al llegar á Madrid encontróse con un mundo nuevo para
-él. Le atraía la sociedad elegante; le causaba íntima aversión la
-convivencia con literatos--toscos y pobres--y con gente de mediano
-pasar. Á la sociedad aristocrática pretendió incorporarse desde su
-llegada á Madrid. Veamos cómo va sintiendo el espectáculo de la vida y
-de qué manera va expresando sus anhelos y sus pesares.
-
-«Este país--escribe Valera--es un presidio rebelado. Hay poca
-instrucción y menos moralidad; pero no falta ingenio natural, y sobra
-desvergüenza y audacia.» Hablando de los escritores madrileños dice:
-«Los que son eruditos están mal educados, son sucios y pedantes; los
-que son limpios y cortesanos, tan mentecatos, que no hay medio de
-poderlos aguantar.» «Con resignación--escribe--me propongo soportar el
-trato de los pedantes del Café del Príncipe, y las cosas primitivas de
-mi patria, y la presunción estúpida de sus hombres de Estado, filósofos
-y sabios.» En la tertulia literaria del café del Príncipe «reina la
-mayor franqueza y españolismo, esto es, el más exquisito mal tono y la
-peor educación posible». No hay en España mas que mediocres prosistas é
-insignificantes pensadores. «El único economista que tenemos es Flórez
-Estrada; el único filósofo, Balmes, y ambos no pasan de medianos.»
-
-En este ambiente social se veía Valera: se veía pobre, sin medios de
-fortuna, sin elementos que le hicieran dejar este ambiente de grosería
-y vulgaridad para vivir entre la gente aristocrática, selecta, rica.
-Su obsesión á lo largo de todas sus primeras cartas es el dinero. El
-estudio literario considéralo Valera como su «mayor deseo, después del
-de tener dinero». «Mis necesidades son grandes, mis gustos por el lujo
-y el bienestar, y mis recursos extremadamente escasos.» «Harto conozco
-que debiera ingeniarme y buscar un medio de ganar dinero, pero aún
-no he hecho nada con este fin; sigo, sin embargo, emborronando papel,
-pero nada me satisface.» «Si algo me impacienta es la pobreza. Por
-eso me quiero meter, por el pronto, á autor dramático. Es el medio
-más corto de obtener cien duros al mes, que es cuanto deseo para
-vivir holgadamente.» Ingresa Valera en la carrera diplomática; el
-contraste entre su medianía y el lujo que le rodea acentúase de un modo
-angustioso. Su anhelo es la conquista del bienestar; aspira á vivir en
-un medio de refinamiento y cortesanía.
-
-En el espectáculo de la vida le atraen las mujeres. Su sensibilidad
-meridional se siente voluptuosamente conmovida ante la belleza femenil.
-Hay en sus cartas multitud de pasajes referentes al amor sensual y
-tangible. Á sus deudos más íntimos no se recata en hacer alusiones
-sobre la materia. En la primera carta de la colección habla á su madre
-de sus cortejos á una dama casada. Le anima con miradas y palabras esta
-señora, y él escribe á su madre: «Con todos estos avances, ya se puede
-usted figurar que yo no estaría muy pacífico, así es que hubo pisotones
-y miradas lánguidas; me ofreció la casa, me dijo que fuera á visitarla,
-que todo el día estaba sola, y también puso en mi noticia la hora en
-que salía, dónde iba á pasear y cuándo acostumbraba estar fuera de casa
-su digno consorte». Á su misma madre cuenta también otro chichisveo
-con otra señora también casada: «La niña se reía mucho de todo esto.
-Yo la he prometido llevarla á Nápoles sin hacerle nada por el camino
-que ofenda su honestidad». De la coima de un amigo suyo habla asimismo
-Valera á su propia hermana: «El señor Andrade se ha hecho grande amigo
-mío, me ha confiado la historia de sus amores con la _prima donna_ del
-teatro San Fernando, y el otro día me decía que quisiera la viese yo
-desnuda para que admirase lo acabado de sus formas, lo que hace que
-ella nunca lleve corsé». En Petersburgo, un día, tal impresión le causa
-una mujer alta, gallarda, de labios encendidos, «respirando orgullo,
-energía y lujuria á la vez», que queda «atortolado», tropieza con el
-estribo de un coche y resbala en el hielo de una manera absurda y
-cómica.
-
-Notables son, por lo pintorescos, los pasajes en que Valera cuenta
-sus amores, en Petersburgo, con la actriz francesa Magdalena Brohan.
-Durante una larga temporada complacióse la comedianta en excitar
-diabólicamente al español; desesperábase éste; no acabó de entregarse
-nunca la francesa. «Me estrechó en sus brazos--escribe Valera--y unió
-y apretó su boca á la mía, y me mordió la lengua y el pescuezo, y me
-besó mil veces los ojos, y me acarició y enredó el pelo con sus lindas
-manos, diciendo que tenía reflejos azules y que estaba enamorada de
-mi pelo; y me quería poner los besos en el alma, según lo íntima y
-estrechamente que me los ponía dentro de la boca, y nos respirábamos
-el aliento, sorbiendo para adentro muy unidos, como si quisiéramos
-confundirnos y unimismarnos.» Tal escena se repitió muchos días.
-Exasperado Valera, dió un formidable empellón una vez á la actriz;
-no pudo, sin embargo, pasar adelante en sus amores. Profundamente
-hechizaban á Valera las mujeres. «Esta afición mía á las faldas es
-terrible»--escribe nuestro autor.
-
-Completemos los datos anteriores con otros varios; estas nuevas citas
-acabarán de definir la idiosincrasia literaria de Valera. «El mundo,
-al fin, no es una cosa tan mala»--escribe nuestro autor haciendo
-profesión de optimismo. «Ya conocerá usted--escribe á su padre--que,
-á pesar de mi liberalismo filosófico, soy aficionadísimo á la gente
-de alto copete, y tanto, que me aflige y entristece la de mal tono.»
-«Yo me siento incapaz de ser dogmático en mis opiniones filosóficas;
-ando siempre saltando del pro al contra, y dudando y especulando, sin
-atreverme á seguir doctrina alguna.» No transcribamos más. Realizó
-don Juan Valera durante cuarenta años una copiosa labor literaria;
-ideó novelas, compuso poesías, escribió multitud de ensayos críticos.
-Fué siempre Valera el mismo que escribía estas cartas de 1847. En
-1902, á los setenta y seis años, escribía Valera lo siguiente en la
-introducción á su _Florilegio de Poesías Castellanas_: «¿Por qué hemos
-de desdeñar ó estimar sólo como chiste ó agudeza de ingenio lo que
-inventa Campoamor filosofando, y hemos de tomar tan por lo serio,
-pongamos por caso, á Krause, Schopenhaüer ó Nietzsche?» Era esto
-parangonar las mediocres abstracciones de Campoamor con los estudios de
-Nietzsche y Schopenhaüer. En el mismo trabajo habla Valera livianamente
-de las doctrinas evolucionistas; por la misma época trataba
-festivamente--al hacer la crítica de un libro de Pompeyo Gener--las
-concepciones de Nietzsche. Fué Valera en sus últimos tiempos, toda su
-vida, el mismo de sus primeros años. Tuvo ingenio, donosura, erudición
-vasta; le faltó poesía, emoción, idealidad. Un artista que hondamente
-ame la belleza nos expresará en sus primeros años sus anhelos, sus
-angustias, sus esperanzas por realizar la bella obra de arte. Valera,
-pobre, desconocido, principiante, el ansia que siente es la de poder
-figurar en la sociedad elegante, la de convivir con la gente cortesana
-y mundana, la de ser rico y vivir bien. «Soy aficionadísimo á la gente
-de alto copete, y tanto, que me aflige y entristece la de mal tono.»
-La Humanidad, para Valera, es esa gente de buen tono. No fué nunca
-Valera poeta; no llegó nunca en sus obras á hacer sentir la emoción del
-dolor y de lo trágico. Mariposeó sobre todo como un discreto y amable
-hombre de mundo. Á un lado están los artistas de la laya de un Carlyle,
-de un Flaubert y de un Leopardi; los artistas inquietos, tormentosos,
-obsesionados por la Idea. Á otro lado se hallan los escritores
-amenos, agradables, áticos, irónicos. Sólo los primeros son grandes y
-perdurables. Han sentido y hacen sentir. Han amado y hacen amar. Han
-sido poetas y hacen soñar.
-
-
-
-
-GABRIEL ALOMAR
-
-
-Gabriel Alomar se encuentra desde hace algunos días en Madrid.
-Antagonistas de Alomar en política, no le regateamos la
-admiración--sincera y cordial--para su claro talento, su vasta cultura,
-la impetuosidad y elegancia de su estro lírico. Enviamos nuestro saludo
-al compañero en tareas literarias; algo queremos decir en estas líneas
-respecto á su obra literaria. Gabriel Alomar es, á la hora presente,
-una de las personalidades con más fuerte vigor representativo de la
-intelectualidad española; si su nombre en tierras castellanas, entre el
-público castellano, es poco conocido, débese á que Alomar ha escrito en
-lengua catalana casi todos sus libros; periodista militante, en catalán
-pergeña también sus múltiples artículos. ¿Cuántos son los hombres de
-letras, los periodistas, los aficionados á libros que en Castilla, es
-decir, fuera de Cataluña, siguen atentamente el movimiento literario
-catalán? ¿Cuántos libros catalanes vemos en Madrid en los escaparates
-de los libreros? Deplorable se nos antoja este desconocimiento en
-Castilla de los libros catalanes; no mandan tampoco sus libros los
-autores catalanes á los críticos castellanos. Aparte de esto, si
-los mandaran--podrán argüir nuestros colegas de Cataluña--; si los
-mandaran, ¿se hablaría de ellos en nuestros periódicos? ¿Se hablaría de
-ellos con frecuencia, con interés, con efusión, con cordialidad?
-
-En sus recientes _Estudios de literatura catalana_, Manuel de Montolíu
-ha escrito lo siguiente hablando de Alomar: «Alomar es, sin duda,
-el más intenso y el más enérgico condensador del idealismo moderno
-en nuestra Cataluña». La afirmación del crítico es exacta; Gabriel
-Alomar sintetiza en su obra el más puro idealismo, basado en el más
-profundo y escrupuloso sentido de la realidad. Su obra--joven todavía
-Alomar--no es muy extensa; tiene, sí, una peregrina intensidad. Ha
-publicado nuestro autor un largo ensayo titulado _Futurismo_; ha
-trazado una hermosa glosa del _Quijote_; en las revistas ha publicado
-también diversos trabajos (como el aparecido recientemente en _La
-Lectura_, originalísimo, con el título de _Logometría_); en un volumen,
-_La columna de foc_, ha reunido sus poesías líricas; finalmente, en
-periódicos barceloneses, como _El Poble Català_, _La Campana de Gracia_
-y _La Esquella de la Torratxa_, ha desparramado multitud de artículos
-sobre palpitantes cuestiones sociales y literarias. Siguiendo la labor
-de Alomar en periódicos y revistas se descubren, ante todo, en el
-autor dos cualidades dominantes: una gran originalidad y una vastísima
-erudición. Alomar, crítico, es un disociador formidable; lejos de
-aceptar los valores hechos, tradicionales, Alomar va examinándolos
-á una luz nueva, contrastándolos, descomponiéndolos, para ver si
-realmente se ajustan á la idea recibida ó si es preciso apartarlos de
-su concepto secular, sancionado. Algunas veces, al tratar de obras
-literarias castellanas, leíamos con vivo interés el sutil análisis
-que el autor hacía de autores que entre nosotros no han alcanzado
-todavía su verdadera significación; sirva de ejemplo su intento--tan
-laudable--de rehabilitar al original José de Marchena; debemos
-también llamar la atención sobre su comentario, de carácter puramente
-psicológico, del _Quijote_.
-
-No es posible en un breve artículo de periódico dar una idea de una
-personalidad literaria compleja. Aunque orientada francamente hacia
-un ideal de progreso--un ideal _futurista_--, hay en el espíritu de
-nuestro autor sutilidades y complejidades de difícil expresión. En
-todo artista verdadero existirá siempre una lucha íntima, más ó menos
-dolorosa, entre la contemplación de la realidad tal como es y el
-anhelo de ver esa misma realidad transformada con arreglo á un ideal
-de progreso. Se tratará, en suma, de un combate interior entre la
-delectación estética y la idea ética. Claro está que todo nuevo ideal
-ético lleva implícita una nueva estética. Pero ¿cómo el _futurista_
-más entusiasta logrará desprenderse de un amor, de una simpatía (todo
-lo tenues que se quiera, pero al fin amor y simpatía) por una realidad
-presente, cuya desaparición considera necesaria, indispensable?
-Este ambiente de ahora, en el que nosotros vivimos, formado por lo
-pretérito--la historia--y por lo actual; este ambiente físico y moral,
-de hombres, de cosas, de ciudades, de paisajes, ha de desaparecer,
-se ha de esfumar en el tiempo; su aniquilamiento lo percibimos, lo
-vemos, lo ansiamos en aras de un ideal de justicia, de fraternidad y
-de bienestar. Todo se va transformando y destruyendo en la corriente
-eterna y universal de las cosas... Pensamos largamente en nuestras
-soledades sobre tal fatal necesidad; imponemos á nuestra sensibilidad
-de hombres nuevos tal norma. Y sin embargo--¡oh, contraste!--, esta
-marcha inexorable del tiempo, este desfile eterno hacia _el ideal_,
-esta corriente en busca de una verdad en que nosotros firmemente
-creemos, produce en nuestro espíritu una honda melancolía. Nuestro
-ideal ético--como decíamos antes--entra en pugna con nuestro ideal
-estético.
-
-¿Es que con tales cosas pasamos también nosotros? ¿Es que sentimos,
-con las cosas fugaces, desvanecerse también nuestro fugacísimo yo,
-formado de tantos etéreos sentimientos, de tantas etéreas ideas que han
-nacido de lo que nos rodea? Tal vez nuestra melancolía tenga su parte
-en esta consideración de nuestra inestabilidad en medio de la corriente
-eterna; pero si dentro de tres, de cuatro, de veinte siglos, nosotros,
-futuristas fervientes; nosotros, enamorados fervientes del ideal,
-pudiéramos resucitar en plena realización de ese ideal, seguramente
-nos sentiríamos satisfechos; pero acaso habría en lo hondo de nuestro
-espíritu una añoranza, una rememoración por estas cosas fugitivas y
-frágiles de ahora en que hemos puesto nuestras esperanzas y nuestros
-dolores.
-
-Leyendo las páginas consagradas por Alomar al futurismo, como
-leyendo algunas de sus poesías, se percibe en nuestro artista este
-espiritual é íntimo conflicto que acabamos de esbozar. Lo encontraremos
-también en algunos grandes pensadores, que á la par eran delicados
-artistas. En esa lucha íntima, en ese febril desasosiego perduró
-Enrique Heine durante toda su vida. Si al fin un excelso compatricio
-suyo--Goethe--logró alcanzar la serenidad tras ese trágico conflicto,
-¿cuánto y cuán dolorosamente trabajó para alcanzarla? Y ¿hay derecho á
-alcanzarla sembrando la angustia y la desesperanza en las almas que nos
-rodean? ¿No valdrá más la piedad efusiva de un Francisco de Asís que la
-serenidad olímpica de un Goethe?
-
-Sobre la tradición y la innovación, sobre el sentimiento del pasado
-y el ansia de lo porvenir, tiene páginas Alomar en su _Futurismo_ de
-un caluroso estro lírico. Esas páginas, como sus poesías, traducen
-el fuego interno, la inquietud de su alma de artista. Un admirable
-artista--plasmador de la prosa, cincelador del verso--es Gabriel
-Alomar. Señalemos cordialmente su estancia entre nosotros. De desear
-sería que sus compañeros de letras en Madrid le testimoniaran
-públicamente su respeto y su admiración.
-
-
-
-
-UNA ANTOLOGÍA OLVIDADA
-
-
-Recientemente leíamos las poesías de fray Luis de León y los primeros
-volúmenes de versos de Gabriel D’Annunzio. Conforme avanzábamos en la
-lectura notábamos de nuevo lo que ya anteriormente habíamos observado:
-el ambiente italiano que por las poesías de fray Luis circula. Á la
-distancia de varios siglos, en el poeta español percibíamos algo
-inefable, inconcretable, indefinible, que en el poeta italiano de
-estos días respirábamos. No se trata de reminiscencias, ni de rasgos
-análogos en la técnica, ni de idéntica fraseología. Podrá haber algo
-de todo esto; pero hay algo más: una cierta atmósfera espiritual que
-circunda por igual á uno y otro poeta. De estas afinidades se pueden
-señalar muchas en las letras: un escritor español, por ejemplo, que
-haya frecuentado los libros de Flaubert y que sea un temperamento
-original, tendrá siempre una cierta _polarización intelectual_ pareja
-con la del novelista francés. No descubriréis imitaciones, ni tal
-vez analogías técnicas; pero sí una dirección ideal idéntica y casi
-imposible de expresar con palabras. Nuestro fray Luis leyó mucho y
-tradujo al Petrarca y á Bembo; amaba apasionadamente á Italia; era
-su espíritu--ardiente é impetuoso--similar al de un italiano del
-Renacimiento. Y sobre todo esto--como el poeta moderno italiano--,
-enamorado de la antigüedad clásica. ¿Qué extraño tiene que apasionado
-fray Luis de la lírica y del ambiente italianos, admirador al propio
-tiempo de los poetas griegos y latinos; qué extraño tiene, repetimos,
-que se perciba en sus versos el hálito particular que ahora, al cabo
-de cuatro siglos, percibimos en Gabriel D’Annunzio? Y, sin embargo,
-á primera vista, y para nuestros pétreos y herméticos eruditos, ¡qué
-extraño--y aun qué irreverente--ha de parecer este acercamiento, á
-través del tiempo, de los dos tan lejanos y diversos poetas!
-
-La lectura indicada suscitó en nosotros el deseo de leer á fray Luis
-en italiano, á fray Luis y á otros poetas--Boscán, Garcilaso--que con
-fray Luis han ido espiritualmente á Italia en busca de orientación.
-Fácilmente podíamos satisfacer nuestro deseo; al alcance de la mano
-teníamos una breve antología de poetas clásicos españoles puestos
-en la lengua de Petrarca. Publicó esta colección don Juan Francisco
-Masdeu. Vió la luz en Roma en 1786; la estampó Luigi Perego Salvioni.
-Se titula: _Poesie di ventidue autori spagnuoli del cinquecento_. El
-traductor hace seguir su nombre de su calidad de _barcellonese_, y
-ostenta su título de arcade. _Sibari Tessalicense_ se llamaba Masdeu
-entre los arcades. La antología consta de dos volúmenes, publicados
-en el mismo año y con paginación correlativa. Veintidós poetas, como
-se indica en el título, son los autores traducidos: uno de ellos no es
-castellano, sino portugués: Camoens. Los poetas que Masdeu traslada
-al italiano son: Alcázar, Lupercio Argensola, Bartolomé Argensola,
-Balbuena, Boscán, Camoens, Cetina, Ercilla, Figueroa, Frías, Garcilaso,
-Góngora, Herrera, León, Lomas Cantoral, Martín, Hurtado de Mendoza,
-Quevedo, Rioja, Squilache, Lope de Vega, Villegas. Á estos poetas
-añade Masdeu el nombre de San Francisco Xavier. Á San Francisco
-Xavier atribuye Masdeu el célebre soneto _No me mueve, mi Dios, para
-quererte_... Al final del libro lo ofrece traducido para cerrar la
-antología.
-
-El traductor de nuestros poetas presenta en una página el texto
-original, y en la frontera su versión italiana. Un breve prólogo
-precede á las traducciones. Da también el autor noticias sucintas de
-cada poeta traducido. En el prólogo nos dice Masdeu que generalmente
-se cree que las características de nuestros poetas son «el desorden
-de la imaginación, la hinchazón en el hablar y la agudeza en los
-pensamientos». (¿Por qué entonces nos dice el autor, en su noticia de
-Góngora, que este poeta, en las poesías cortas y de arte menor, marchó
-por el buen camino; «pero que en las demás composiciones, así líricas
-como épicas y teatrales, caminó por sendas erradas, _afectando la
-hinchazón, las agudezas y las antítesis_»? Pues Góngora es uno de los
-capitales poetas clásicos de los que más han influído en España.) Los
-poetas españoles--nos dice Masdeu--no son hinchados ni caóticos. Son
-esos rumores infundados; los han hecho correr, «desde el siglo pasado,
-los enemigos de las armas de España». Para demostrar la falsedad de
-tales especies, lo mejor que le ha parecido á Masdeu es poner en
-italiano á los dichos poetas. No ha dudado en hacerlo. Doce años atrás
-tradujo también á la lengua del Dante el _Aljedrez_, de Jerónimo
-Vida. Los «efemeridistas romanos» censuraron su traducción; de ella
-dijeron que estaba escrita con «spagnuola patavinità». Afortunadamente,
-otros cultos italianos intervinieron en la contienda y defendieron
-cumplidamente á Masdeu.
-
-Las noticias que nuestro autor da de los poetas traducidos son breves
-y casi anodinas. Acá y allá se encuentra de raro en raro algún
-rasgo interesante. De Alcázar elogia Masdeu «la delicadeza de sus
-epigramas y demás poesías cortas». Las tragedias de Lupercio Leonardo
-Argensola le parecen que «tienen varios defectos notables, pero que
-son mucho mejores que todas las demás tragedias del siglo décimosexto
-de franceses, ingleses é italianos». Al mérito de Balbuena «no ha
-correspondido la fama ni el concepto que suelen tener de él los mismos
-españoles»; su poema épico el _Bernardo_ es «el mejor tal vez que se
-haya hecho en lengua castellana». (Luego veremos que, decididamente,
-el primero es _La Araucana_; y con esto está en lo cierto Masdeu.)
-Las poesías de Boscán son «ingeniosas y elegantes y deben estimarse
-mucho, porque sirvieron de modelo para los demás poetas castellanos
-de aquel siglo». El poema _La Araucana_ «es algo falto de invención
-en su principal argumento», pero es admirable en lo demás; «en la
-estimación de los hombres ha merecido tener el primer lugar entre los
-muchos poemas que tiene la lengua castellana». «El señor de Voltaire
-hizo de él un juicio en que quiso distinguirse, según su costumbre,
-por la extravagancia. Dice que el razonamiento de Colocolo á los
-indios araucanos es _infinitamente mejor_ que el que hizo Néstor á los
-capitanes griegos en la _Iliada_, de Homero; pero que en lo restante
-de la obra de Ercilla _no hay otra cosa buena_. Son dos extremos
-dignos igualmente de censura.» Góngora fué el que, por distinguirse,
-introdujo en España «la corrupción de Italia». Enemigos de la nueva
-manera fueron «Bartolomé Leonardo de Argensola, Francisco de Quevedo,
-y aun Lope de Vega, á quien, sin embargo, algunos extranjeros, ó
-por grosera ignorancia, ó por echar sus cabras al corral de otro,
-atribuyen la introducción del mal gusto». Las poesías de fray Luis
-«son muy estimadas por su llaneza, sublimidad, y, sobre todo, por la
-lindura y propiedad del lenguaje». Hurtado de Mendoza «en medio de
-sus grandes ocupaciones literarias y políticas y de su extraordinaria
-fealdad de rostro, vivió muy dedicado á los amores, que le ocasionaron
-muy graves disgustos, singularmente en Roma. Esta ardiente pasión
-de Mendoza nos ha privado de la mayor y mejor parte de sus poesías,
-las cuales hasta ahora no se han impreso por su sobrada indecencia».
-Lope de Vega escribió copiosísimamente; á pesar de tal abundancia,
-«sus poesías líricas y pastoriles son casi todas de buen gusto.
-Sólo pudo pegársele en Nápoles un poco de la corrupción poética del
-_seiscientos_, que era ya común y antigua en Italia». Donde claudicó
-Lope fué en sus obras épicas y teatrales. «Fuera de muy pocas comedias
-perfectas, todas las demás, aunque llenas de mil preciosidades (de
-que han robado todas las naciones), son defectuosas.» Conocíalo el
-mismo Lope: excusábase diciendo que lo hacía por agradar al público,
-«y, sobre todo, á las mujeres, que son las árbitras del teatro».
-(Tomen nota los autores dramáticos de hogaño.) «Los mayores poetas de
-Europa han tenido la misma flaqueza. Molière, muchas veces, no tanto
-atendió á las reglas cuanto al designio de Luis XIV de divertir al
-pueblo. Shakespeare ha caído con frecuencia en excesos increíbles para
-seguir el gusto de su nación. Metastasio ha hecho de propósito varios
-monstruos deliciosísimos para dar gusto á las gentes. Es muy conforme
-á la flaqueza humana el buscar el aplauso popular, aunque sea luchando
-contra la propia razón.»
-
-En los fragmentos de Boscán que Masdeu copia en castellano, para
-traducirlos, suprime, dejándolos en blanco, numerosos versos; de
-esos versos sólo conserva la palabra final. Lo mismo hace con otros
-fragmentos de Bembo, en que Boscán se ha inspirado y que nuestro autor
-cita en nota. La razón que da Masdeu es que de estampar esos versos
-suprimidos pudiera con ello «ofenderse la modestia». No nos parece que,
-caso de haber ofensa, fuera precisamente la _modestia_ la ofendida.
-
-Menéndez y Pelayo, en el prólogo á su _Antología de poetas líricos
-castellanos_, habla de algunas antologías análogas á esta de don Juan
-Francisco Masdeu; pero no cita la de nuestro autor. Menciona Menéndez
-y Pelayo las traducciones francesas de Maury y las italianas de Conti.
-¿Por qué no tener un recuerdo para esta empresa simpática de Masdeu?
-Hablando de Conti, escribe el erudito montañés: «Puso en lengua
-toscana, con singular elegancia y armonía, muchas obras de Boscán,
-Garcilaso, fray Luis de León, Herrera, los Argensola y otros poetas
-clásicos nuestros». Por lo que respecta al arte de traductor de Conti,
-pueden verse en la antología de Masdeu las notas dedicadas á poner de
-relieve las infidelidades é inexactitudes de Conti en su traducción de
-Garcilaso.
-
-Otro gran erudito se ha olvidado también del libro de Masdeu;
-aludimos al querido maestro Foulché-Delbosc. El director de la
-_Revue Hispanique_ no cita á Masdeu en su _Bibliografía de Góngora_.
-No pretende Foulché-Delbosc «disimularse ni las lagunas ni las
-imperfecciones» de su trabajo. El primer libro que se menciona en
-dicha bibliografía es la traducción de _Las Lusiadas_, publicada en
-1580 por Gómez de Tapia; figura en el volumen una poesía de Góngora;
-tenía entonces el poeta cordobés diez y nueve años. Foulché-Delbosc
-va citando luego, tanto todas las ediciones de Góngora como aquellos
-libros en que figuran, por varios títulos, composiciones suyas. De
-estos últimos son, por ejemplo, algunas biografías de Cervantes (la de
-Pellicer, la de Navarrete); la _Agudeza y arte de ingenio_, de Gracián;
-el primer número de _El Criticón_, de Gallardo (en que se transcriben
-dos poesías del vate cordobés); la citada _Espagne poétique_, de
-Maury... La mención de la antología de Masdeu (con dos canciones de
-Góngora) era, como se ve, oportuna. Merece ser recordada esta colección
-estimable formada por un hombre que sentía vivo amor á su país y que
-procuraba estimar y juzgar las cosas de su país con cierto sentido de
-reserva y de crítica, no reñido con el más acendrado patriotismo.
-
-
-
-
-PIFERRER Y LOS CLÁSICOS
-
-
-Pablo Piferrer vivió treinta años. Nació en 1818; murió en 1848.
-Escribió el tomo de Mallorca que figura en la colección de _Recuerdos
-y bellezas de España_; fué poeta. En la breve antología formada por
-Menéndez y Pelayo, y que lleva el título de _Las cien mejores poesías
-líricas de la lengua castellana_, figura un poemita de Piferrer;
-ninguna de las poesías de esa colección más delicada, más fina, más
-emocionadora que la del poeta catalán. Fué corta la vida de Piferrer;
-seguramente hubiera llegado, de vivir más, á ser un gran artista.
-Con lo que escribió merece desde luego un lugar distinguido en la
-literatura española. En los manuales de historia literaria se menciona
-ligeramente á Piferrer; más ancho espacio merece quien supo ser
-delicado y original poeta y crítico agudo de los clásicos castellanos.
-
-La crítica de los escritores antiguos la hizo Piferrer en una colección
-de trozos escogidos por él. Publicóse el libro en 1846 en Barcelona;
-se estampó en la imprenta de Tomás Gorchs. Se titula la antología de
-Piferrer: _Clásicos españoles: colección de trozos de nuestros autores
-antiguos y modernos que pueden servir de muestra para la lectura y el
-análisis en el curso de retórica_. Menéndez y Pelayo, en su semblanza
-de Milá y Fontanals, dice hablando de Piferrer que «fué un maestro de
-la lengua y de la crítica en su libro _Clásicos españoles_». Nuestro
-autor recoge en su libro fragmentos de diez autores; son éstos: Hurtado
-de Mendoza, Granada, León, Mariana, Cervantes, Jovellanos, Capmany,
-Moratín, Quintana y Martínez de la Rosa. Al final de muchos de los
-trozos citados, Piferrer hace unas breves observaciones de carácter
-crítico y psicológico. Amaba apasionadamente los clásicos nuestro
-autor; estudiaba--y escribía--escrupulosamente el idioma castellano.
-
-«La experiencia de una larga enseñanza» dice él en la advertencia
-preliminar de su libro que le ha hecho ver la necesidad de hacer
-practicar los clásicos á los jóvenes estudiantes. Sólo estudiando
-prácticamente los autores antiguos podrá conocerse y «aprenderse» su
-secreto; es el secreto de los clásicos «cierta trabazón ingeniosa y
-espontánea de los miembros, una plenitud en el número y una redondez
-en la proporción de su forma general, que ha venido á ser peculiar de
-España y distintivo de las mejores épocas de nuestra literatura». Por
-esta manifestación, y por la orientación toda de la obra de nuestro
-autor, se ve que Piferrer era entusiasta del castellano elegante,
-levantado, elocuente. Más abajo veremos cómo su crítica, al llegar al
-estilo de Santa Teresa, se muestra reservada y formula censuras en que
-se descubren las preferencias íntimas del colector.
-
-Los _Clásicos españoles_ llevan al frente una extensa noticia
-histórica. No otra cosa es esta introducción que una sucinta historia
-de la literatura española. En siete épocas divide Piferrer la historia
-literaria de España. La primera comprende desde el siglo X á principios
-del XIII. La segunda, desde el siglo XIII á principios del XV. La
-tercera, desde el XV hasta el XVI. La cuarta abarca el reinado de
-Carlos I, ó sea desde el principio del siglo XVI hasta el año 1556. La
-quinta comprende desde el último tercio del siglo XVI hasta el año de
-1620, esto es, los reinados de Felipe II y de Felipe III. La sexta,
-desde el segundo tercio del siglo XVII hasta más de la mitad del XVIII,
-ó sea los reinados de Felipe IV y Carlos II, Felipe V y Fernando VI. La
-séptima, desde el reinado de Carlos III--1759--hasta nuestros días. La
-primera época está caracterizada por el _Poema del Cid_. En la segunda
-figuran Gonzalo de Berceo, Juan Lorenzo Segura, López de Ayala. En la
-tercera, el arcipreste Martínez de Toledo, Juan de Mena, el Tostado,
-Santillana, Diego de Valera, Alfonso de la Torre. En la cuarta, Pérez
-de Oliva, Guevara, Villalobos, Juan de Ávila, Morales, Gil Polo. En
-la quinta, Hurtado de Mendoza, fray Luis de Granada, Santa Teresa
-de Jesús, San Juan de la Cruz, Mateo Alemán, Mariana, Lope de Vega,
-Cervantes. En la sexta, Quevedo, Gracián, Saavedra Fajardo, Solís,
-Melo, Moncada, En la séptima, Feijóo, Isla, Jovellanos, Moratín, Larra.
-
-No hemos citado todos los autores que examina nuestro autor. La crítica
-de Piferrer es perspicaz, aguda; de cuando en cuando encontramos rasgos
-de verdadera originalidad. En la cuarta época, la lengua castellana
-osténtase «ya formada, con índole peculiar suya, copiosa en modos
-de decir vivos y rápidos, suelta en giros». Dos hechos capitales
-contribuyeron al engrandecimiento del idioma: el estudio de la
-antigüedad clásica y la influencia de Italia. «Mas uno y otro vinieron
-á punto de ser en vano y en parte dañosos, así por el exclusivismo
-escolástico á favor de la lengua latina, el cual llegó á lo sumo,
-como por el sesgo muelle é imitador por donde echó nuestra literatura
-durante una temporada.» Apuntaremos algunas de las observaciones de
-Piferrer al hablar de los principales clásicos. Con los escritos de
-fray Luis de Granada «comenzó la España á leer repartido el pensamiento
-en aquella serie de cláusulas llenas, sonoras y rotundas, y ciertamente
-de entonces ha de datar la elegancia de este arte». «El carácter
-dominante del maestro Granada es la declamación.» (Más adelante, en
-el examen de la época sexta, habla Piferrer también de «los tonos
-retóricos y en demasía declamatorios del maestro Granada».) Á veces
-Granada--debido á su «extremada facilidad»--adolece de «prolijidad,
-uniformidad y languidez». «Pocas veces deja de emplearse en las obras
-de Granada el tono oratorio.» Santa Teresa de Jesús «es una excepción
-entre los escritores que forman la escuela de Granada». No puede
-señalarse la prosa de Santa Teresa como un modelo de estilo. Hay en
-ella calor y vehemencia; pero de la misma facilidad y espontaneidad
-con que Santa Teresa escribe «dimanan incorrecciones, repeticiones
-frecuentes, algún desorden y el romper de repente el hilo de la
-oración, como también alguna llaneza demasiada». La historia de Mariana
-«no será nunca citada como historia filosófica»; será, sí, tenida «como
-una obra clásica de estilo».
-
-Aun siendo brillante y fácil la versificación de Lope, «la literatura
-hubiera reportado no escaso provecho de que se hubiese valido para
-algunas comedias de aquella prosa tan corriente y llena de firmeza
-y gallardía de su obra dramática _La Dorotea_». Cervantes pintó por
-primera vez «con toques graduados y exactos». Lo cotidiano y lo excelso
-se expresa en su obra; «y el todo se enlazaba con una armonía general,
-en que estaban muy en su punto las poblaciones, el verdor de los
-árboles, la soledad de los barrancos, las corrientes deleitosas, el
-espacio henchido de luz y de aire». Cervantes posee «sentimiento»; por
-el sentimiento llega á la «esencia de las cosas». «Por esto hieren con
-tanta fuerza la imaginación todas sus pinturas de la Naturaleza». «No
-á otra cosa, sin duda, hay que atribuir su colorido del paisaje, tan
-fresco, tan luminoso y tan inundado de aire y de vida.» (Admirables
-son, en efecto, de una maravillosa--é indefinible--sugestividad, los
-breves, etéreos apuntes de paisaje que de cuando en cuando aparecen
-en las páginas del _Quijote_.) Quevedo no tiene «la ironía fina y
-apacible» de Cervantes. «Como quiera que sea--dice el autor después
-de elogiar á Quevedo--, la profundidad de su juicio, su conocimiento
-del corazón humano, su espíritu de observación, no pudieron hacerle
-superior á su época.» Jovellanos «sintió como pocos la verdadera
-belleza»; «anticipándose á los tiempos futuros, adivinó en fuerza de
-ese sentimiento estético los principios que ahora han cambiado la
-faz de la literatura y del arte». «Ni tan sólo los adivinó, sino que
-su mirada penetró en las más de las particularidades y en la misma
-nomenclatura, hasta el punto de legar á la posteridad, claras y fijas,
-las ideas fundamentales y parte de los procedimientos de la escuela
-moderna.»
-
-«Así como en Martínez de la Rosa y en Quintana remata la serie de
-escritores que restauraron la literatura, don Mariano José de Larra
-encabeza otra mucho más fecunda, y en cierto modo representa la época
-nueva que va discurriendo.» (Note el lector lo de _mucho más fecunda_.)
-La frase de Larra es la que hoy cuadra á las plumas españolas. «¿Y
-no marcan también otro período aquella aparente desigualdad, aquella
-viveza, aquel desasosiego que tanto lo desasemejan, no sólo del sesgo
-majestuoso de nuestros clásicos, sino aun de la sátira de Quevedo?»
-(Excelente visión crítica; atinadísima. No olvide el lector que estamos
-en 1846.) Los artículos literarios, políticos y de costumbres de Larra,
-«sin disputa, han sido lo más profundo que durante los primeros años de
-este turbulento período llenó las páginas de los diarios».
-
-Sirva lo antedicho como ejemplo--ligerísimo--de la manera que tenía
-Piferrer de ver los clásicos. Aquí se nos descubre el crítico. Cuando
-releemos su _Canción de la primavera_ se nos aparece el poeta; el poeta
-que en sus versos sutiles y etéreos nos da una penetrante sensación del
-tiempo y de las cosas que--inexorablemente--se lleva el tiempo. Pablo
-Piferrer murió á los treinta años. En sus retratos le vemos con una faz
-ovalada, un bigote caído y una barba encrespada y primeriza; lleva un
-anchuroso, abierto y doblado cuello blanco, como los que nos muestran
-en sus efigies Byron y Shelley.
-
-
-
-
-JUAN R. JIMÉNEZ
-
-
-Juan R. Jiménez--el delicado poeta lírico--apareció en la literatura
-algo después que la generación de 1898. Pertenece á la generación que
-sigue á ésta. No está trazada aún la historia de la poesía lírica en el
-siglo XIX (ni en los otros siglos); desconocemos casi en absoluto el
-movimiento romántico; sabemos mucho menos--aunque está más cerca--del
-período de 1850 á 1870. Pero se puede decir que si el período romántico
-fué fecundo para la lírica, en cambio, el lapso de tiempo comprendido
-entre las fechas citadas lo fué calamitoso en extremo. La poesía, en
-ese período, registra los nombres de García Tassara, López García,
-Carolina Coronado, la Avellaneda... Vivía Zorrilla y publicaba
-profusamente versos, sí; pero aparte de que, á nuestro entender, lo
-mejor de Zorrilla son sus primitivas colecciones, el poeta castellano
-es para nosotros, más que un puro lírico, un poeta subjetivo, _íntimo_,
-un orador en verso, un espléndido declamador, un admirable fabricante
-de retórica. Los nombres estampados más arriba no dicen, en realidad,
-nada. ¿Quién podrá leer hoy la _Oda al sol_ ó cualquier otra poesía de
-Tassara? Pues con Bernardo López García pasa como con esos discursos de
-reuniones populares, dichos enfática y caliginosamente: los aplaudimos
-sin escucharlos, por el tono de la voz, por el gesto del orador; y
-luego, á medida que pasa el tiempo, queda entre los recuerdos aquella
-soflama como una obra de elocuencia abrumadora.
-
-De 1870 á 1890 la poesía cuenta en España con Campoamor, Núñez de Arce,
-Bécquer, Ventura Ruiz Aguilera, Rosalía de Castro. No son puramente
-líricos tampoco, entre estos poetas, más que Bécquer y Rosalía; algo
-tiene también Ruiz Aguilera; mas no puede ser puesto en la misma
-línea del poeta gallego y del sevillano. De Ferrari, Velarde, Balart,
-no hablemos. En torno del libro _Dolores_, del último, se formó,
-cuando apareció--en 1894--,un ambiente entusiasta de admiración;
-dos largos artículos henchidos de elogios le dedicó _Clarín_. Hoy
-no comprendemos la admiración de 1894 por esas mediocres, vulgares
-poesías de Balart. La novela absorbe lo más principal de la energía
-literaria en el período indicado; el movimiento positivista--tendencia
-puramente crítica--prepara el advenimiento de una nueva literatura. El
-acercamiento á la realidad que supone la novela de Galdós ha de ser
-indispensable para que florezca una lírica flamante, espléndida. No
-puede darse la lírica sin una base sólida, fuerte, de realidad. Lo que
-aparece menos real en la literatura, más caprichoso, más arbitrario,
-necesita un constante alimento de realidad, de vida cotidiana, de
-sensaciones vividas, de detalles auténticos.
-
-La tendencia realista que se manifiesta en España de 1895 á 1900 había
-de producir una renovación en la poesía. Se comenzó entonces á amar el
-paisaje; se viajó por las campiñas; se estudió los viejos pueblos; se
-gustaba de penetrar en las viviendas humildes y de observar la vida
-menuda, prosaica, cotidiana. Y todo esto--unido á otras influencias de
-orden literario--determinó un ambiente especial, algo como un hálito de
-las cosas, como un reflejo antes no visto de la vida, que fué lo que la
-poesía lírica recogió en sus versos. Sería preciso hacer en un estudio
-detenido un examen de la influencia de Rubén Darío en la poesía moderna
-española. Desde Rubén, la poesía sigue una marcha distinta de antes;
-no olvidemos lo que acabamos de decir respecto al factor capital de la
-dicha renovación; no olvidemos tampoco que antes que Rubén, en 1884,
-Rosalía de Castro había sido la precursora de la revolución poética
-realizada en la métrica y en la ideología.
-
-Rubén Darío y su grupo llevan á cabo la obra iniciada años atrás
-por Rosalía de Castro. La ideología poética sufre una considerable
-transformación. Hecho capital en la nueva ideología es el siguiente:
-antes las imágenes, la representación de la realidad, eran de una
-coherencia aparente, superficial; un poeta que hubiera pintado en
-sus versos los rasgos capitales, pero ocultos, íntimos, de una
-cosa, hubiese pasado por un extravagante; su poesía no hubiera sido
-comprendida; nadie hubiera podido comprender que aquella incoherencia
-aparente del poeta llevaba en sí, en lo hondo, una coherencia, una
-concordia de las características, una armonía de los rasgos de las
-cosas, de un valor superior, estéticamente--y psicológicamente--, á
-la aparente, brillante, sonora coherencia de antaño. (Un paréntesis:
-sin embargo, Góngora, en muchos de sus misteriosos sonetos nos ofrece
-ejemplos de esa nueva ideología, y es ahora cuando comenzamos á
-comprender y á gustar plenamente esas poesías.)
-
-Entre todos los poetas nuevos, quizá ninguno represente más agudamente
-esta modalidad psicológica que Juan R. Jiménez. Ha realizado ya nuestro
-poeta una extensa labor; silenciosamente, año tras año, Juan R. Jiménez
-viene publicando sus volúmenes de versos. Á más de veinte ascienden los
-libros de versos de Jiménez; algunos lleva publicados también en prosa;
-libros en que expone sus doctrinas estéticas ó comenta sentimentalmente
-la vida. El último libro de nuestro poeta se titula _Melancolía_. Se
-compone todo él de breves poesías de doce versos. Pudiera creerse que
-libro así ha de adolecer de monotonía; pero no hay tal; la gama visual
-y emotiva del poeta es tan grande, que el lector va de una en otra
-página emocionado y hechizado. De las diversas partes que componen el
-libro preferimos la titulada _En tren_. Juan R. Jiménez en sucintos
-cuadros nos va pintando el paisaje--real é ideal--de diversos pueblos
-y campiñas.
-
-En estas páginas es donde se ve patentemente el procedimiento y la
-ideología de la nueva lírica. Veámoslo. Subamos al tren con el poeta.
-¿En qué tren? ¿Dónde? ¿Para ir á qué parte? Nada de esto sabemos. (Y ya
-todo esto hubiera parecido absurdo á un poeta de 1870.) El poeta está
-en el tren; junto á él se halla una mujer bella, espumeante de batistas
-blancas. Una escena de amor, de pasión... «Pasa el colorismo de oro
-de los pueblos.» Se ven torres con azulejos en cielos de esmalte. Las
-calles se abren hacia el tren; en ellas, mujeres con un cántaro en la
-cadera saludan... Se perciben sones metálicos de campanas que suenan
-unas vísperas; anhelos pasajeros quedan atrás en «villas momentáneas»;
-la brisa de la tarde orea las mejillas. La dama se recoge el cabello;
-«en sus ojos floridos las praderas pasaban».
-
-Otra poesía. Un paredón romano, recio, de la ciudad antigua, se recorta
-sobre el ocaso; una lejana luz se refleja alargada en el río que se
-desliza entre alcores. De una pradera, en que surte una fuente blanca,
-llega un vago olor. Tintinea una esquila. Aparece la visión de una
-moza de cántaro, «ya esfumada en la noche». Y el poeta--fíjese el
-lector--termina: Parece que mi corazón remueve estampas de otros días,
-estampas de una Edad Media de colores abigarrados; y parece que pasan
-sobre el cielo sangriento del ocaso bosques de lanzas negras y morados
-pendones. (La íntima coherencia de que hemos hablado se nos aparece
-aquí bien clara. Ciudad vetusta con sus obras romanas--entrevista
-al pasar en el tren--, una moza al pie de un torreón--enlace con el
-recuerdo histórico--, escenas de guerra y de leyendas que este secular
-castillo evoca. No necesitamos más para comprender, para sentir. Todo
-eso un poeta de hace treinta años hubiera necesitado para decirlo cien
-versos. Ahora á nuestro poeta le han bastado doce).
-
-Un ejemplo más, para terminar. Una grata frescura; el tren para.
-«Azoteas, campanas melancólicas, miradores con sol.» Ocaso luminoso,
-vibrante. Se columbra un olivar de plata á lo lejos; aquí las rosas
-asoman entre las adelfas blancas; en el cristal del río se copia
-vagamente el paisaje. La arena del andén está regada. Huele á
-aguardiente. Suenan cristales. Los postreros rayos del sol se reflejan
-en un balcón con rosas. «Mujeres de otras partes» nos hacen soñar un
-momento contemplando la melancolía de sus ojos, sus bocas encendidas.
-Por un camino se aleja, con son de cascabeles, un coche azul y rojo. Se
-enciende el crepúsculo. Toca una campana; una corneta suena. El tren
-parte. «Unos ojos grandes se vienen en la sombra»...
-
-No podrá darse una más sugeridora idealidad basada en una más
-escrupulosa y menudamente observada realidad. El acercamiento á la
-vida real es--lo repetiremos--lo que ha determinado el espléndido
-renacimiento de nuestra lírica y ha hecho posible un poeta tan delicado
-y sutil como Juan R. Jiménez.
-
-
-
-
-LAS IDEAS ANTIDUELISTAS
-
-
-Es interesante en grado sumo seguir á través del tiempo el incremento
-de una corriente de opinión civilizadora. Ideas bienhechoras, síntomas
-de civilización son, por ejemplo, los referentes al mejoramiento de
-las condiciones del trabajo, al feminismo, al antialcoholismo, á la
-cruzada contra el duelo, á la impugnación de las corridas de toros
-(esta repugnante barbarie ahora tan en alza, gracias á los periódicos).
-Desde que la idea nace, confusa y difusa, hasta que adquiere expansión
-y robustez en una parte de la sociedad--por esto mismo _la mejor_--,
-el camino es largo y las fuerzas y tentativas suelen ser múltiples.
-Los libros que de la evolución de estas ideas hablan son instructivos;
-ellos nos enseñan, palmariamente, la marcha de la humanidad; marcha
-ondulante, claudicante, pero segura, hacia un fin. (Y perdonen los
-adversarios del _finalismo_ en sociología. Si no fuéramos, en esta
-materia, finalistas, ¿qué sería de nosotros? ¿Dónde estaría nuestra fe,
-y con nuestra fe nuestro consuelo, nuestro gran consuelo?)
-
-Entre todas las ideas más arriba citadas fijémonos en la
-antiduelista. Hagamos algunas indicaciones históricas. Contribuyamos
-así--modestamente-- á la noble obra del barón de Albi. Lo que
-expongamos no serán mas que datos sueltos que pueden ser aprovechados
-para un estudio. En 1773 escribió Jovellanos su _Delincuente honrado_;
-estrenóse este drama al año siguiente, en Aranjuez. El _Delincuente
-honrado_, de Jovellanos, tiene como nudo de su fábula un desafío. Se
-bate un personaje y mata á su contrario; queda en el misterio quién es
-la persona que se ha batido con el personaje muerto. El matador sigue
-haciendo su vida junto á la familia del difunto (era antes amigo de
-ella). Hay más: se casa con la viuda de su amigo, de quien él estaba
-enamorado. Ni ella ni su padre saben que este individuo es el matador
-del esposo é hijo respectivamente. Andando el tiempo se descubre el
-misterio; una terrible pena va á caer sobre el duelista; mas se ponen
-en juego poderosas influencias y el rey le indulta... Tal es el drama;
-luego examinaremos su doctrina. (Doctrina totalmente opuesta á lo que
-Jovellanos quería demostrar.)
-
-La idea lanzada por Jovellanos va haciendo camino. En 1795 se publica
-un librito titulado _El honor militar: causas de su origen, progresos
-y decadencia_. Su autor es don Clemente Peñalosa y Zúñiga. Se imprimió
-el volumen («con orden real») en la imprenta de Benito Cano. Es
-elegante la impresión. Según la moda de últimos del siglo XVIII, moda
-francesa, premonición del romanticismo, el autor finge que varios
-personajes se cartean; la correspondencia de dichos corresponsales
-es lo que constituye el libro. En esta obrita--dedicada á exaltar un
-heroísmo reflexivo, sereno--existe un capítulo dedicado al duelo.
-Contra el duelo se declara terminantemente uno de los carteantes, el
-principal, el que encarna el verdadero espíritu del autor. Contra el
-duelo se declara aun entre militares; diremos más: con mayor razón
-entre militares que entre paisanos. Las armas--dice Peñalosa--no pueden
-dar ni quitar valor á las palabras; las armas no pueden hacer que una
-imputación falsa sea verdadera. «¡Qué! Los discursos y palabras de
-un calumniador, ¿pueden erigirse en verdades inocentes con la punta
-del acero? De ese modo el vicio, la mentira, el honor ó la infamia
-estarían sujetas á la suerte de un desafío, y una sala de armas sería
-el santuario más augusto de la justicia.» Así escribe nuestro autor.
-Hay que despreciar la opinión de las gentes incultas ó malvadas--añade
-Peñalosa--; no procedamos en nuestras decisiones sino con arreglo
-á nuestra conciencia; con arreglo á la honradez, á la virtud, á la
-inteligencia.
-
-Uno de los personajes de este librito le reprocha á otro (militar) de
-haberse batido (con otro militar). En ejemplos ilustres de la antigua
-Roma apoya su argumentación; incontestable nos parece su dialéctica,
-fuerte y sutil. Además--añade--, ¿quién hubiera murmurado de tí si no
-te hubieras batido? «Tus generales, ¿no saben que tienes valor? ¿No
-has mostrado corazón en diez y seis acciones que has sufrido en siete
-meses?» «Pues si eres valiente con los enemigos de la patria, importa
-poco que seas cobarde con un hablador.» (Objeción: ¿y cuando el militar
-no ha tenido ocasión de estar en campaña? No se podrá utilizar entonces
-este argumento, aunque desde luego--claro es--se le suponga valeroso.
-El resto de la dialéctica del autor nos parece más convincente.)
-
-En 1806 aparece otro librito dedicado todo á combatir los desafíos.
-Lleva por título: _Impugnación físico moral á los desafíos dedicada á
-la memoria de Miguel de Cervantes._ (En una nota puesta en el cuerpo
-del volumen, en la página 81, se nos dice que Cervantes combatió el
-duelo.) El autor de este libro se esconde bajo el seudónimo de Lúnar
-y hace seguir su pseudónimo de las siguientes misteriosas iniciales:
-H. M. S. S. F. N. M. P. Sumamente interesante es esta _Impugnación_;
-lo más completo y circunstanciado que hemos leído sobre la materia se
-nos antoja. Los razonamientos del tal _Lúnar_ son de varias clases:
-físicos, psicológicos, morales, fisiológicos. También el volumen está
-compuesto de una serie de cartas que cambian dos personajes. ¿Cómo
-pudieron los autores de hace ciento ó ciento cincuenta años exponer sus
-ideas sin este artificio de las cartas sentimentales, lacrimatorias y
-románticas, románticas antes del romanticismo? «¡Oh débil opinión del
-hombre!--exclama uno de los corresponsales--. En su errado concepto,
-Pepe, es un infame el infeliz que arrebató un pan, instigado del
-hambre y obedeciendo al terrible mandato de la Naturaleza, y colma
-de alabanzas al homicida que con ocultas insidias quitó un padre á su
-familia ó un ciudadano á la patria.» «¡Cuánto asesinato con la máscara
-del duelo!»--exclama más adelante.
-
-Lo verdaderamente notable en nuestro autor es la demostración
-minuciosa--y científica, digámoslo así--que hace de que en los duelos
-no puede haber igualdad de condiciones entre los combatientes.
-_Desigualdad espiritual_: no hay igualdad entre los combatientes porque
-no la hay entre sus ánimos, sus espíritus. Un ciudadano honrado,
-virtuoso, no puede ir al duelo con la impavidez con que va un pillete,
-ni conducirse en él con la misma serenidad. Al uno no le importa nada
-de nada; al otro le sobrecoge su responsabilidad, le impone su idea
-del deber, las consecuencias del acto--si fueren desgraciadas--para
-los suyos, para su familia. Consecuencia: la lucha es desigual; por
-lo tanto, inicua, criminal. Las páginas en que _Lúnar_ hace esta
-exposición de doctrina son interesantísimas; no podemos dar sino un
-extracto. (Entre paréntesis: más tarde, allá por 1843, publica José
-Somoza su _Carta sobre el desafío_, y en ella dice que en los casos
-en que un ciudadano honrado y pobre, padre de familia, se bate con un
-rico--ésta es otra desigualdad--no debiera celebrarse el duelo sin
-antes asegurar, por medio de contrato, una renta ó indemnización el
-combatiente rico á la familia del pobre, en el caso de que éste muera ó
-quede inutilizado. Admirablemente dicho. Contundente lógica.)
-
-_Desigualdad en las armas_: no puede haber nunca igualdad en las
-armas--prosigue _Lúnar_. Tal pretensa igualdad es una ilusión. Por
-muy idénticas que sean las espadas, siempre habrá una ligerísima
-desigualdad entre ellas, un detalle de fabricación casi imperceptible
-que hará que en un momento dado, en un instante supremo, exista una
-diferencia á favor ó en contra de uno de los combatientes. Lo mismo
-que de las espadas se puede decir de las pistolas. Nada más falso que
-la mayor igualdad que se atribuye á esta arma. _Lúnar_ se nos muestra
-en esta parte de su libro como un conocedor técnico, profundo, de las
-armas de combate. La misma composición química de la pólvora, por
-ejemplo, puede ser motivo de desigualdad; motivo de desigualdad también
-la frotación, no idéntica (y ¿cómo podría serlo?) de la bala con el
-cañón. No podemos extractar esta sección del volumen de _Lúnar_: sería
-necesario citarlo por entero.
-
-Y ahora, después de dejar probada la desigualdad en las condiciones del
-duelo, el argumento supremo: aunque, por un milagro, se llegara á la
-absoluta y perfecta paridad, ¿cómo el cambio de unas balas, el cruzarse
-de dos espadas pudiera tener la eficacia de alterar los hechos? La
-verdad será verdad antes del duelo y lo será después; la mentira lo era
-antes y lo será después. Escribe _Lúnar_: «El que mintió, el que infamó
-al prójimo, el que usurpó, es tan falsario, detractor y usurpador antes
-del desafío como después de verificarlo para libertarse de alguna de
-estas notas». «Un millar de combates que sostenga por ello--agrega--no
-le añadirán una minutísima parte de razón; ni cuanta sangre derrame
-ajena y propia lavará la mancha de su delito; porque no hay fuerzas en
-lo humano para que no haya existido lo que una vez fué.»
-
-Digamos ahora dos palabras del _Delincuente honrado_. En realidad,
-bien mirada la cosa, en el drama de Jovellanos no se combate el duelo,
-pero la obra puede haber influído en la formación de la corriente
-contra el duelo. Ha influído, seguramente. Las obras literarias suelen
-tener una eficacia distinta de la que imagina el autor. No son, en
-la generalidad de los casos, lo que el autor dice que son. Aparte
-de esto, la posteridad, las generaciones y generaciones suelen ir
-formando _la verdadera obra_; una obra que, siendo igual, es distinta
-de como salió de la pluma del autor. Y aparte de esto--tercer aspecto
-de la cuestión--, muchas veces un matiz secundario de la obra aventaja
-formidablemente en eficacia y significación á la esencia, al fundamento
-de ella. Y así se forma el _mito popular_ de la obra de arte. La
-ironía, sobre todo, sufre hondas alteraciones en literatura; se asemeja
-en esto á los colores de los cuadros. La ironía suele convertirse en
-sentir recto y serio, y aun en lo patético. Á tan corta distancia de
-nosotros--relativamente--Homais, el de _Madame Bobary_, por ejemplo, ya
-es distinto de como lo concibió Flaubert.
-
-En el _Delincuente honrado_ no se condena el duelo en absoluto; lo
-que se hace es justificarlo sólo cuando existe una ofensa grave que,
-en virtud de las leyes del honor, obliga al desafío. No es lícito
-el duelo en general; sí lo es cuando hay motivo grave para ello,
-cuando hemos de dejar á salvo nuestro honor. Este es el pensamiento
-de Jovellanos. Pero en el drama hay un personaje que representa
-ideas reaccionarias y que es quien, á más de tener razón, encarna
-el verdadero espíritu progresivo. Este personaje--don Simón de
-Escobedo--opina y sostiene que tan culpable es el retado como el
-retador; tanto el que recibe la injuria como quien la infiere. Ante
-la ley todos deben ser iguales. Posición de Jovellanos: «Yo quiero
-evitar por medio del duelo la manera brutal, irregular, feroz de
-dirimir ó lavar una ofensa». Posición del personaje reaccionario
-del drama: «Yo quiero que todas las ofensas, disensiones, injurias,
-etc., se lleven ante los tribunales. Si se va al duelo, castíguese
-por igual á los dos contendientes». La segunda posición (contra el
-designio del autor) es más progresiva que la primera. Añadamos, para
-terminar, un dato importantísimo: este paladín del honor, en el drama
-de Jovellanos; este hombre tan celoso de su inmarcesibilidad; este
-prototipo de caballerosidad que el autor nos ofrece como modelo, no
-ha tenido inconveniente en casarse con la viuda del hombre á quien ha
-muerto, ocultándole á ella y á su padre--que le creen inocente--su
-acción. Él mismo lo reconoce así en un monólogo (escena VI, acto I), y
-dirigiéndose á su mujer, ausente de la escena: «... Te he conseguido
-por medio de un engaño». Pero ¿y el honor?
-
-
-
-
-EL TEATRO Y LA NOVELA
-
-
-Hace algún tiempo publicamos un artículo hablando del teatro clásico
-y de la novela picaresca. Desagradó aquel trabajo; encontráronlo
-inconveniente los apasionados á ultranza de una tradición literaria
-cerrada, dogmática. Deseamos ahora ampliar--ratificándolos--algunos
-puntos de vista entonces, en la ocasión aludida, expuestos. Parece que
-no se puede hablar de los clásicos con espíritu libre; es prueba tal
-intransigencia de incultura. ¿Basta que sobre un autor haya pasado el
-tiempo--dos, tres, cuatro siglos--para que sea considerado intangible?
-Hoy podemos hablar cuanto nos plazca de un escritor contemporáneo
-nuestro; podemos decir: «No me gusta Echegaray, no me gusta Alarcón,
-no me gusta Núñez de Arce». Pero no podemos decir: «Me desagrada
-Calderón, me desagrada Quevedo; me desagrada Solís». Si lo decimos,
-la indignación de los austeros varones que parecen tener en depósito
-la tradición; la indignación, el sarcasmo y la burla de estos señores
-serán con nosotros. Sin embargo, ¿por qué no admitir en esta materia
-el espíritu de tolerancia, de diversidad de gustos que reina en otras?
-¿Por qué si podemos decir que no nos gusta más un paisaje andaluz que
-uno vasco--ó al revés--, no podremos afirmar que el teatro clásico no
-nos place nada y en cambio nos encanta el moderno? ¿Por qué no diremos
-que no nos interesa en lo más mínimo un drama de Calderón, y en cambio
-nos apasiona una tragedia de Ibsen ó de D’Annunzio?
-
-Existen muchas hipocresías, muchas _mentiras convencionales_ respecto
-á la literatura clásica; el teatro, como género más plástico y
-de relieve, ha formado en su torno mayores y más indestructibles
-prejuicios. Nada más deleznable que nuestra clásica dramaturgia;
-cuando se representa por acaso alguna obra (después de podada y
-aliñada) fingimos experimentar un vivo placer estético. En realidad, no
-experimentamos nada; si fuéramos sinceros, lo diríamos á voces. Si esa
-obra se representa bien, las decoraciones, los trajes, los adminículos
-escénicos nos interesarán un poco; tal vez el arcaísmo del lenguaje
-nos atraiga también. Pero eso es sólo un momento y para un día; y eso
-es todo ello completamente ajeno al puro placer estético. ¿Cuántos
-espectadores tolerarían una serie--seis ú ocho--de representaciones
-clásicas? Haced otra prueba: coged una comedia clásica, modernizad el
-lenguaje y haced que los personajes vistan como nosotros, es decir,
-conservando la esencia de la obra; cambiadla hasta que desaparezca
-todo el arcaísmo de su forma. ¿Quién resistiría la representación de
-una obra tal? Sin embargo, salvo lo de los trajes, eso es, en fin de
-cuentas, lo que se hace con una obra de Shakespeare, que traducida
-del inglés á cualquiera otra lengua vemos representada en el lenguaje
-moderno. No sabemos cuántas representaciones de Lope ó de Calderón
-podrían darse en francés ó en inglés; no sabemos las que se han dado
-recientemente, ni en qué teatro, de _La estrella de Sevilla_, de Lope,
-traducida al francés por Camille La Senne...
-
-En las cátedras, academias y en los manuales de literatura se
-repiten respecto del teatro y de la novela picaresca dos ó tres
-tópicos fundamentales. Uno de ellos consiste en considerar el teatro
-clásico como un espejo de virtudes, como el reflejo de las grandes
-cualidades del pueblo castellano, como la escuela del honor, en suma.
-Nada más inconmovible que ese error. Nada más tremendamente falso
-que ese juicio. El teatro--lo mismo que la novela picaresca--abunda
-profusamente en desafueros, tropelías, vilezas é inmoralidades de
-todo género. Basta examinar de cerca una colección de comedias para
-convencerse de ello. ¿De qué manera ha podido nacer este falso concepto
-respecto á la dramaturgia clásica? ¿Cuándo ha comenzado á tomar cuerpo
-esta absurda idea? Sospechamos que desde el movimiento romántico
-arranca tal falsa visión; entonces, en los años en que se trataba de
-hacer resurgir un pasado--más ó menos convencional--, surgió, se fué
-formando, fué cristalizando la idea del teatro clásico espejo del
-honor. Revistió en España el romanticismo caracteres particulares; no
-revistió caracteres hondamente realistas, como en Francia (en oposición
-á la _idealización clásica_); tendencia fantaseadora más que realista,
-enamorada más de un pasado legendario que de una realidad viva,
-mezclada de cómico y de trágico, el romanticismo español había de mirar
-forzosamente el teatro clásico en sus apariencias y no en su íntima,
-profunda verdad. De entonces arranca el prejuicio, hoy tan arraigado en
-los medios universitarios y académicos.
-
-Pero no han faltado en España críticos que hayan señalado el verdadero
-carácter de la dramaturgia clásica; ya en 1737 lo hacía Luzán en su
-_Poética_; casi un siglo más tarde, en 1820, lo hacía también Marchena
-en el prólogo de sus _Lecciones de filosofía moral_. Algunas veces
-hemos tenido nosotros curiosidad en ir registrando, á lo largo de
-nuestras lecturas de los dramaturgos, las tropelías y desafueros
-cometidos por los personajes de las comedias antiguas. No es raro en
-ellas, por ejemplo, que un galán deshonre á su dama y la abandone
-luego; tampoco que la apalee, dejándola sola en el campo, una vez
-logrado su propósito. La mentira, el enlabio y las trapacerías son
-cosas frecuentísimas entre aquellos gentiles hidalgos.
-
-No hay nadie que no encubra una incorrección bajo las más floridas y
-retumbantes palabras. El caso que hemos citado de una dama apaleada y
-abandonada en las soledades de la campiña pertenece--si no recordamos
-mal--á _La romera de Santiago_, de Vélez de Guevara. Hablando de
-_El príncipe perfecto_ (nada menos que _perfecto_), de Lope, dice
-Luzán: «No me parece que se pueda imaginar idea de príncipe más baja
-ni más indigna de la que allí se propone en la persona del príncipe
-don Juan». Hablando luego de _Las travesuras de Pantoja_ y de _En el
-mayor imposible nadie pierda la esperanza_, las dos de Moreto, escribe
-también Luzán: «Son una escuela de crueldad, de venganza y de falso
-valor». Y el mismo juicio severo expone el crítico sobre otras muchas.
-Merece ser leída detenidamente esa parte de la _Poética_, de Luzán.
-
-Más tarde, en 1820, Marchena abunda en las mismas ideas. Ejemplos
-interesantes de comedias inmorales cita también. «Adolecen casi todos
-nuestros poetas dramáticos--escribe--del defecto capital de no retratar
-nunca un carácter verdaderamente virtuoso.» «Si miramos como escuela
-de moral la escena--dice más adelante--, apenas se hallará otra que
-más influya para estragar un pueblo que la española.» Exacto es ese
-juicio. Y no hablemos del concepto fundamental del honor expuesto
-por aquellos dramaturgos; concepto fundado en una desapoderada
-ansia de derramamiento de sangre. Todo esto en cuanto á la ética;
-si examináramos ahora la estética y la técnica, veríamos también
-que ese teatro no puede decirnos nada (salvo alguna excepción) á
-cuantos deseamos una dramaturgia fundada en la observación y en la
-verdad. Nuestra antigua dramática reposa toda en la casualidad, en la
-inverosimilitud; pedimos ahora lógica, _necesidad_, idealidad que se
-apoye en una base de sólido realismo.
-
-La misma falta de verosimilitud y de lógica, en la novela picaresca.
-El pretendido realismo de la novela picaresca no es mas que una
-deformación de la realidad. Realismo es reflejo exacto, escrupuloso,
-sincero de la realidad, no reflejo caricaturizado, hiperbolizado,
-deformado. Repásese cualquier novela picaresca y se encontrarán en
-ella frecuentemente lances inverosímiles, absurdos. Inverosímil en
-_El Lazarillo_, por ejemplo, el episodio de la llave que el mozuelo
-guardaba en la boca mientras dormía (en la aventura de Maqueda);
-inverosímil, el lance del jarrillo de vino con un agujerito tapado con
-cera. Inverosímil casi todo _El Celoso Extremeño_, de Cervantes (es
-decir, si no en lo fundamental, que puede ser histórico, en su trama).
-Inverosímiles, monstruosamente inverosímiles, casi todos los incidentes
-de _El Gran Tacaño_, de Quevedo.
-
-¿Qué pensar de una sociedad que no supo ver la realidad, como
-la sociedad española del siglo XVIII; que no se colocó nunca,
-literariamente, nunca ó pocas veces, por excepción, en un terreno
-de observación sincera, escrupulosa, de amor cordial y humano á la
-realidad, á la vida? Hay excepciones, sí; pero ¿no es ésta, la marcada,
-la norma psicológica, ideológica, general? Y ahora, para terminar,
-añadamos que, al hacer la crítica del teatro citando textos de Luzán,
-no nos colocamos en el punto de vista de los estéticos afrancesados
-del siglo XVII; compartimos con ellos la crítica, pero divergimos
-en la aspiración ideal. Aceptamos su reiterada condenación de la
-inverosimilitud y de lo absurdo; pero sobre una base de realidad,
-de minuciosa observación, queremos un impulso lírico, una libertad
-intelectual, una independencia estética, una rebeldía á toda regla y á
-todo canon que ellos no concebían.
-
-
-
-
-MÁS DEL TEATRO CLÁSICO CASTELLANO
-
-
-I
-
-Perdone el querido amigo Ricardo J. Catarineu--tan bondadoso y leal
-compañero--el que no nos hayamos hecho cargo antes, mucho antes,
-según nuestro deseo, de su artículo en defensa del teatro clásico
-castellano. Lo hacemos ahora; con placer aprovechamos cuantas
-ocasiones se nos presentan para afirmar nuestros puntos de vista
-críticos. ¿De cuándo arrancan las falsas ideas--falsas, en nuestro
-entender--que se tienen sobre el mencionado teatro? En dos grupos
-podemos clasificar esas preocupaciones respecto á la vieja dramaturgia;
-se refieren unas al valor _moral_ de tal teatro; otras corresponden
-á su valor estético. Poco á poco, durante la segunda mitad del siglo
-XIX, ha ido viéndose en el teatro clásico una «escuela del honor»
-(del honor castellano, naturalmente). La tendencia arranca--no
-es preciso decirlo--del entusiasmo que los primitivos románticos
-alemanes sintieron por ese teatro; de nuestras antiguas comedias esos
-críticos hicieron--un poco frívola y atolondradamente--el dechado de
-la caballerosidad y de la hidalguía. (La verdadera realidad es otra,
-como veremos después.) Repercutió en nuestra casa ese entusiasmo;
-seguimos desde dentro la corriente iniciada fuera; nos halagaba ese
-pasado--pasado literario--que de pronto surgía esplendoroso, brillante;
-los académicos, catedráticos y políticos adoptaron con entusiasmo
-ese punto de vista... Y allá fueron tópicos fervorosos, hipérboles,
-encarecimientos, lirismos, apóstrofes, etc., basados en la indicada
-«escuela del honor», que el teatro clásico nos ofrece. Recuérdense,
-entre otros trabajos, los discursos académicos de don Mariano Catalina
-y de don Adelardo López de Ayala.
-
-Pero como la verdad era otra, la verdad, acá y allá, fragmentariamente,
-á retazos, iba apareciendo. No es en estos días cuando el teatro
-clásico ha sido juzgado del modo como nosotros--siguiendo á otros
-críticos--lo juzgamos. Como argumentos de autoridad citaremos algunos
-de estos juicios; pertenecen á escritores de distintas escuelas, países
-y tendencias. Comencemos por Goethe. Conocida es su crítica de _La hija
-del aire_, de Calderón. «Juzgar esta comedia--escribe Goethe--es juzgar
-todas las del autor.» «No tiene Calderón--añade--una manera original
-de ver la Naturaleza; todo en él es puramente teatral, escénico.» «La
-inteligencia descubre fácilmente el plan; las escenas se desenvuelven
-siguiendo una marcha que recuerda las piezas de baile.» (Luego veremos
-cómo un crítico inglés--Jorge Meredith--ve también en nuestro teatro
-clásico una especie de baile.) «Buen procedimiento--añade Goethe--y
-que se encuentra en nuestras óperas cómicas modernas.» (¿Qué dicen los
-casticistas oficiales? ¡Comparar una de nuestras comedias clásicas
-con una ópera cómica!) «Entre las escenas consagradas al desarrollo
-poético de la acción principal se deslizan escenas intermediarias; aquí
-se mueven elegantes y delicadas figuras que parecen ejecutar pasos de
-danza; aquí reinan la retórica, la dialéctica, la sofística.» (Sigue
-la idea del bailable... y además, la retórica, la dialéctica y la
-sofística.) Goethe compara luego, con palabras profundas, á Calderón
-con Shakespeare; la página debe ser leída en su integridad; algo
-dice el crítico de «tenebrosos prejuicios» y de «estolidez», que, no
-haciendo falta para nuestra argumentación, no debemos recoger aquí.
-
-Jorge Meredith ha hablado de nuestro teatro clásico--brevemente--en su
-_Ensayo sobre la comedia_. He aquí, completo, el juicio del crítico
-inglés: «El teatro español es más rico en comedias tales como la que
-ha dado origen al _Menteur_, de Corneille; pero es preciso que nos
-violentemos para creer que ese embustero no exagera sus disposiciones
-naturales cuando amontona mentiras sobre mentiras». (Acusación de
-falta de verdad, de defecto de observación exacta, real.) «La comedia
-española--continúa el autor--está, generalmente, construída como un
-esqueleto de líneas generales bien definidas, de movimientos rápidos
-como los de los fantoches. Esa comedia podría ser representada por una
-cuadrilla de danzarines, y el recuerdo que nos queda de su lectura
-es, en suma, el de una agitación de pies que bailan.» (No decía
-otra cosa Goethe.) «Esa comedia es, finalmente, cosa distinta de la
-verdadera comedia. Donde los sexos están separados, los hombres y las
-mujeres se convierten, como dicen los portugueses, en _affaimados_,
-hambrientos los unos de los otros. Don Juan es un carácter dramático
-que hace desvanecer las almas; el devaneo de destrozar los corazones
-de una docena de mujeres no concilia la musa cómica precisamente
-con la efusión de sangre.» (No sabemos á punto fijo lo que quiere
-decir Meredith con esto último. Meredith escribe, poco más ó menos,
-como Stendhal escribía, á trancas y á barrancas y hablando de todo
-y aludiendo á las cosas más incongruentes... en la apariencia.
-El _Ensayo_, de Meredith, puede colocarse al lado del _Racine y
-Shakespeare_, de Stendhal.)
-
-Hemos dicho que son dos los puntos de vista desde que se puede juzgar
-el teatro clásico castellano: el moral y el estético. En las citas que
-hagamos á continuación irán mezclados los dos criterios. Vengamos á
-la crítica española. Menéndez y Pelayo, al hablar en sus conferencias
-sobre Calderón (1881, reeditadas luego con correcciones) del teatro
-de este dramaturgo, dice algo que debemos tener en cuenta. Calderón
-profesó, como sus coetáneos, «la moral del honor, moral relativa,
-detestable en muchos casos y opuesta á la moral cristiana, y sostuvo
-tesis como la de _A secreto agravio secreta venganza_, y extremó el
-espíritu vindicativo, duelista y de punto de honra, y con esto y con
-ciertas ligerezas, ya que no liviandades, de sus damas y sus galanes,
-dió pie á las declamaciones de algunos moralistas»... Á Luzán, según
-el mismo Menéndez y Pelayo, «no le falta razón» al hablar de que las
-comedias clásicas parecen «vaciadas en el mismo troquel, pareciéndose
-unos á otros, hasta confundirse, los galanes, las damas, los padres,
-los hermanos». En fin, el propio Menéndez y Pelayo, hablando de
-Shakespeare, confiesa que «efectivamente, el desarrollo de los afectos
-en Calderón es superficial» y que «sólo por intervalos alcanzan sus
-personajes la expresión verdadera y humana».
-
-No olvidemos que quien habla es un apologista del pasado literario;
-apologista intransigente en su mocedad, en 1881, y que las frases
-copiadas fueron dichas en conferencias solemnes hechas con motivo de
-una apoteosis oficial de Calderón. Años antes, en 1854, otro escritor,
-también netamente ortodoxo (y que había de ser más tarde académico),
-Gavino Tejado, exponía también algunos juicios idénticos á los
-expuestos luego por Menéndez y Pelayo; y los exponía en un trabajo
-escrito para celebrar y exaltar la literatura clásica castellana.
-(«Ensayo crítico sobre algunas épocas de la literatura española», en
-la _Revista Española de Ambos Mundos_, correspondiente á Enero del
-año citado. Interesante, curioso trabajo por el juicio que en él se
-hace desde el punto de vista católico, de las comedias de Moratín.)
-Nuestra literatura clásica, y en especial el teatro, según Gavino
-Tejado, tendía «más á retratar en sus obras la vida externa, que al
-análisis erudito y entrometido de los afectos y de las ideas; es decir,
-de la vida interior». (Con otras palabras: carencia de observación
-psicológica, superficialidad en el estudio de los caracteres. ¿Qué le
-queda á una literatura donde esto pasa? No hablamos nosotros; habla un
-panegirista entusiasta, fervoroso, de nuestro pasado literario.)
-
-«El carácter que más resalta en la forma de nuestro antiguo
-teatro--escribe también Tejado--es la uniformidad, y casi pudiéramos
-decir, la monotonía de sus elementos constitutivos, que nos representa
-como vaciados en un mismo molde á los ingenios y las obras de aquella
-edad eminentemente literaria.» (Si todos los autores son lo mismo, y
-si todos son superficiales psicólogos, ¿qué hacemos de nuestra vieja
-dramaturgia?)
-
-
-II
-
-Hemos citado anteriormente la _Revista Española de Ambos Mundos_;
-en uno de los números de dicha publicación (el correspondiente á
-Noviembre de 1854) se publicó un interesante trabajo del que vamos á
-tomar algunos datos. El trabajo aludido se titula _El Romanticismo_,
-y es su autor el aragonés don Gerónimo Borao, conocido por su
-diccionario de aragonesismos. Merece leerse el estudio de Borao; deben
-leerlo los historiadores y críticos de nuestra literatura. No hemos
-tenido por acá un prefacio de _Cromwell_; es decir, un manifiesto
-en que elocuentemente, audazmente, se expusiera y propugnara la
-nueva tendencia estética. Nuestro romanticismo no ha tenido nada
-de espontáneo, de hondo, de nacional; cosa superficial y pegadiza,
-nació por contagio de las literaturas extranjeras: de la francesa, en
-Castilla; de la inglesa, en Cataluña. ¿Hay nada más hueco, palabrero,
-incongruente y sin emoción que la poesía de Zorrilla? (Correspondencia
-de literatura á literatura: de 1845, por ejemplo, el libro de leyendas
-de Zorrilla titulado _El desafío del diablo_--Boix, editor. De 1843
-son _La muerte del lobo_ y _La salvaje_, de Alfredo de Vigny... Hugo y
-Lamartine ya habían dado espléndidos frutos.)
-
-Pero, si algo retrasado, el estudio de Borao es una defensa vigorosa,
-minuciosa y original del romanticismo. Tenemos este trabajo por lo
-más exacto y fundamental que se ha escrito sobre la materia; algunos
-de los argumentos expuestos en estas páginas se repiten en el día y
-suenan á nuevo. (No olvidemos el prefacio de _Cromwell_, ni la parte
-que en su libro _Racine y Shakespeare_ dedica Stendhal á definir y
-defender el romanticismo. El trabajo de Stendhal es de 1823 y el de
-Hugo de 1827.) Borao, por ejemplo, expone la idea del romanticismo
-de Racine y Corneille; idea que recientemente desenvolvía con sutil
-ingenio un crítico francés: Emilio Faguet. Borao rechaza la estética
-clasicista como impropia de una nueva modalidad social. «Cuando en
-nuestros días--escribe--se ha desplegado por completo la revolución de
-las ideas; cuando se han desmoronado los caducos y ominosos edificios
-del feudalismo y de la intolerancia; cuando todo es nuevo para nosotros
-y todo es preciso que tenga su definición, su justificación, su examen
-filosófico, ¿quiérese conservar para este orden de acontecimientos,
-para este reciente planteo de nuestra civilización, la acompasada
-tragedia clásica, el círculo de sus héroes, los caprichos de su
-estructura, las leyes de su ya imposible composición?» La literatura es
-un producto social. ¿De qué modo, en virtud de qué, se quiere imponer
-á una sociedad la norma estética, la sensibilidad que otra, allí en la
-lejanía de lo pretérito, ha producido?
-
-Una cita hace el autor de este estudio que queremos reproducir íntegra.
-Hablando del concepto erróneo que se tiene del clasicismo, transcribe
-Borao unas palabras que el helenista don Braulio Foz estampa en su
-_Literatura griega_, impresa en Zaragoza el año 1853. «Ningún poeta
-griego--escribe Foz--fué clásico, del modo que aquí entendemos esta
-palabra, en las grandes épocas de su literatura; porque ni padecieron
-el yugo infeliz de la imitación, ni se ajustaron á las formas arrugadas
-del didactismo (que no existía), ni se educaron en el servilismo de
-costumbres enemigas de la marcha libre y generosa del entendimiento.
-Aristóteles mismo no hubiera criado verdaderos clásicos; su _Poética_
-no es lo que después han sido las de sus pedantes intérpretes y
-sucesores.» Importa mucho esta cita, porque en ella se halla contenida
-la verdadera doctrina del clasicismo (y de lo castizo); profesores,
-eruditos, académicos propugnan y fomentan el culto á lo antiguo _por lo
-antiguo_. Se es clásico--y se es castizo--, no por la observación de la
-vida, no por la emoción y la fuerza que se ponga en la obra de arte,
-sino por el giro que se dé á la frase, plasmándola sobre la frase de
-los autores del siglo XVI ó XVII (este último más culto, más retorcido,
-más artificioso que el anterior). Pero los griegos y los romanos no
-hicieron lo que han hecho sus imitadores franceses y españoles de
-las centurias decimaséptima y décimoctava; pero Cervantes, Lope,
-Luis de León, etc., no han hecho tampoco lo que ahora, copiándoles,
-calcándoles, hacen algunos inocentes novelistas y poetas. El verdadero
-clasicismo está--como en la antigüedad helénica y como en la España
-de Cervantes--en observar la vida y en trasladarla, con emoción, con
-sentimiento, á la novela, al teatro y al poema.
-
-Hechas estas indicaciones sobre el estudio de don Jerónimo Borao,
-vengamos ya, concretamente, á nuestro asunto. Hemos hablado de las
-abundantes licencias é inmoralidades de nuestro teatro clásico. «La
-licenciosidad--escribe Borao--campea sin escrúpulos en el teatro de
-los religiosísimos Lope y Calderón, y del religioso mercedario Téllez,
-no aduciendo nosotros prueba alguna en favor de esta proposición, por
-parecernos cosa concedida y porque tendríamos que manchar la pluma
-con obscenidades que hoy no son recibidas bajo ningún pretexto.»
-(Recordemos que en la colección de comedias clásicas publicada, á
-principios del siglo XIX, por Gorostiza y García Suelto, se ven
-sustituídos por líneas de puntos muchos pasajes de comedias de Tirso.)
-El teatro clásico castellano se ha dicho que es representación del
-honor y de la caballerosidad; imprudente y atolondradamente algunos
-escritores académicos han llegado en este sentido á encarecimientos é
-hipérboles ridículos. Borao no quiere dar en su trabajo--como acabamos
-de ver--muestras de las licenciosidades que en las comedias clásicas
-abundan; pero cita, sí, otros ejemplos de hechos, que dejan malparados
-el honor, la humanidad y la civilización de quienes los realizan.
-Muchos más pudieran aducirse. Los reproduciremos en abono de nuestra
-tesis.
-
-En _La devoción de la Cruz_ Eusebio mata en duelo al hermano de su
-amante Julia, se hace bandolero, escala el convento en donde aquélla
-se encuentra y viene ésta á ser bandolero y asesino como él. En el
-_Castigo sin venganza_, de Lope, Federico ama á la esposa de su padre
-el duque de Ferrara, y éste le obliga á que mate á un reo cubierto, que
-se descubre ser Casandra, y le da muerte al punto, por medio de sus
-guardias como á regicida. En _No hay cosa como callar_, de Calderón,
-Juan halla dormida á Leonor, apaga la luz, tápale la boca, y cuenta
-después con descaro cínico los pormenores de su perversidad. En
-_Amigo, amante y leal_, el príncipe de Parma dice á Félix que quiere
-gozar con poder ó con violencia á Aurora, amada de su interlocutor.
-En _La Villana de Vallecas_, ésta es deshonrada y después entretiene
-falsamente á un don Juan y engaña torpemente á un labrador. En _Don
-Gil de las calzas verdes_ se presenta Juana como la anterior, y para
-que no se dude, con sucesión, consiguiendo enlazarse con don Martín,
-en fuerza de perseguirlo disfrazada de hombre. En _El condenado sin
-fe_, de Tirso, un asesino ajusticiado es conducido por ángeles al
-cielo, mientras un ermitaño es condenado por un instante de duda.
-En _Marta la piadosa_, ella y su hija abrazan á un mismo amante. En
-_La dama presidente_, de Leiva, Ana, que odiaba el amor, se agencia
-un galán, le hace firmar de esposo, le da una daga para que la mate
-y lo aburre hasta hacerle decir que «tras de la posesión se entra
-el aborrecimiento». En _Todo es enredos de amor_, de Moreto, Elena
-sigue vestida de estudiante á Félix, que no la conocía; sirve en
-casa de su novia, le desacredita con ella y concluye por casarse
-con él... Recordemos también el modo brutal como muchos amantes
-tratan á sus amadas; bofetadas, palizas, abandonos en medio del
-campo son frecuentes en las comedias clásicas. En _La Dorotea_, de
-Lope, libro autobiográfico, ¿no se habla de un bofetón propinado por
-Fernando--Lope--á Dorotea, ó sea á Elena Ossorio? (También la madre
-de la muchacha, enfurecida, colérica, coge á ésta por los cabellos
-violentamente y la maltrata.)
-
-Todo esto en cuanto al teatro que inaugura y representa Lope de
-Vega. En el período anterior, la dramaturgia llamada propiamente
-clásica--imitación del teatro griego--ofrece asimismo considerable
-cantidad de horrores. Transcribiremos los casos que cita nuestro autor.
-En _La libertad de Roma_, de Juan de la Cueva, hay desorejaduras,
-desnarigaduras y quema pública de un cadáver. En _Los siete infantes de
-Lara_, del mismo, doña Lambra es quemada, y en _El príncipe tirano_,
-éste hace que Trasildoro abra una sepultura para cuando nazca su
-hermana, y los entierra después de matarlos; esto sin la sencillez
-(al cabo es una prueba judicial) de dar tormento á varios personajes.
-En _La cruel Casandra_, de Virués, los muertos son ocho, cinco en
-la escena, no quedando en pie sino el rey y unos criados. En la
-_Semíramis_, del mismo, Nino quiere casarse con la esposa de Menon;
-éste se ahorca; ella se declara á Zopiro, á quien después mata; se
-casa con Nino, y más tarde lo destrona y envenena, y se declara al
-cabo á su hijo Ninos, de quien recibe la muerte. En _Atila_, el rey
-mata á la reina para casarse con Celia, es envenenado por Flaminia,
-mata á aquélla, ahoga á ésta, y muere él propio haciendo compañía
-á cincuenta y seis personajes, que no son menos los muertos en esa
-tragedia de Virués. En _La infeliz Marcela_, del mismo autor, Felina
-trata de envenenar á su amante Formio; éste, intentando antecogerle
-el golpe, envenena á Marcela, y el príncipe Laudino mata á todos. En
-la _Nise laureada_, de Bermúdez, un guardia escupe á los tres nobles
-que causaron la muerte de Inés, el rey cruza la cara á Coello con un
-látigo, el verdugo saca el corazón á los tres, y después se procede á
-la quema de sus cadáveres. En la _Isabela_, de Argensola, mueren ella
-y Muley, el rey mata á Eudalla, Aja mata al rey, y todo esto sucede
-con acompañamiento de hogueras, suplicios, cadáveres y dos cabezas
-cortadas. En la _Alejandra_, del mismo, Acoreo mata al rey, á la reina
-y á su esposa, Luperio es destrozado, Alejandra envenenada, Acoreo
-muerto, Orodante apuñalado por una princesa y ésta despeñada...
-
-¿Desea algo más el lector? Ni el teatro _clásico_ de Cueva, ni el
-_romántico_ de Lope, pueden ser presentados como ejemplos de humanidad.
-Más vale el segundo que el primero desde el punto de vista artístico;
-pero no es gran cosa su trascendencia estética... Nos quedan por hacer
-unas breves consideraciones.
-
-
-III
-
-Recapitulemos... Por acaso, y de tarde en tarde, se encuentra en el
-teatro clásico una obra que merezca alguna consideración. ¿Habrá
-alguna que supere en trascendencia y en poesía á _La vida es sueño_?
-Sin embargo, esa obra de Calderón no pasa de ser un embrión de obra
-maestra; el pensamiento es admirable; su pensamiento encierra un
-hondo simbolismo; hay en toda esa concepción grandeza ó idealidad.
-Pero vemos, después de la primera lectura, sin necesidad de detenido
-examen, que _La vida es sueño_ no pasa de ser un boceto de drama,
-un rudimento, soberbio, sí; mas, al cabo, un rudimento. El autor no
-acertó á desenvolver la idea del drama con toda su plenitud, con toda
-la majestad y fuerza debida. Junto á la fábula principal--que debió
-ser única--, Calderón, falto de vigor y de inspiración, ha tenido que
-tejer otra intriga--infantil y absurda--con objeto de rellenar lo que
-faltaba para el drama. De haberse penetrado de la grandeza de la idea
-principal y de haber contado con vigor bastante para desenvolverla
-cumplidamente, el autor hubiera llegado á hacer de _La vida es sueño_,
-no un boceto--que es en lo que ha quedado--sino una verdadera y robusta
-obra maestra.
-
-Y si esto se puede decir de una de las pocas obras capitales del
-teatro clásico, ¿qué no se podrá decir del común de todas las demás
-comedias? Ahí está _El mágico prodigioso_, y nada más inconsistente,
-estrafalario é inverosímil. («Hay en el desarrollo de la obra--escribe
-Menéndez y Pelayo--puerilidades verdaderamente indignas de Calderón
-y del asunto.») Ahí está _El alcalde de Zalamea_--cuyo desenlace nos
-repugna--, en el cual la emoción delicada sólo aparece en la escena
-entre Pedro Crespo y don Lope de Figueroa. En las comedias llamadas
-de capa y espada (y que pudieran llamarse de _alacena y balcón_)
-lo absurdo y lo infantil llegan á grados increíbles. Galanes que
-encuentran á otros galanes, ó al padre, ó al hermano, y que han de
-esconderse en una alacena; galanes que se arrojan por el balcón; damas
-que se disfrazan de hombre y no son reconocidas por sus amantes ni por
-sus padres: una intriga dentro de otra intriga, y estas dos, á su vez,
-dentro de otras... tal es, sumariamente, en esquema, el procedimiento
-usual de nuestros dramaturgos; ellos mismos comprenden la puerilidad de
-todo este juego y así, de cuando en cuando, lo ponen en ridículo por
-medio de alguna observación humorística de un criado.
-
-Por ejemplo, en _La niña de Gómez Arias_, de Calderón (donde un galán,
-dicho sea de pasada, abandona á su amada en medio del campo, y luego
-más tarde la vende, así como suena, la vende á un capitán de bandoleros
-moriscos); en _La niña de Gómez Arias_, al tener que esconderse un
-galán porque llega otro, dice el criado de aquél: «Siempre vi suceder
-de esta manera este paso»... (En el _Shylock_, de Shakespeare,
-Bassanio, que ya es prometido de Portia, no reconoce á ésta, de quien
-se acaba de separar, cuando, vestida de hombre, hace de juez ante el
-tribunal, y cuando á él mismo le pide el anillo que no mucho antes le
-había dado. Lo que nos parece absurdo en Lope y Calderón nos lo parece
-también en Shakespeare.)
-
-En el artículo de Gavino Tejado, que anteriormente mencionamos, dice
-este autor hablando de nuestro teatro clásico: «Nuestra poesía clásica
-es el triunfo permanente del espíritu sobre la materia; los intereses
-puramente mundanales, los que llamamos intereses positivos en estos
-tiempos de materia y de prosa...» (¿Por qué son estos tiempos--los
-de 1854--de materia y de prosa? ¿Por qué no lo eran también los de
-1654, por ejemplo? Todos los tiempos son de materia y de prosa...
-ó no lo son.) «... en estos tiempos de materia y de prosa, apenas
-tienen espacio ni lugar en nuestra literatura; por eso no hay en
-ella nada que repugne...» (Recuerde el lector la multitud de casos
-citados en el artículo II.) Una literatura en que no se ve el reflejo
-de los _intereses materiales_, es decir, de la materia, es decir,
-de la realidad, es decir, de la vida cotidiana y corriente, es una
-literatura sin apoyo ninguno en el mundo, sin base sólida de verdad y
-de observación; una literatura fantaseadora, artificiosa, deleznable.
-No se ha podido--en general--formular un más acertado juicio acerca
-del teatro clásico y de la novela picaresca. La realidad se halla
-profundamente falseada en esos dos géneros.
-
-Esta cuestión de la falta de observación de la realidad que se nota en
-la novela y en el teatro está íntimamente ligada al problema--antaño
-tan debatido--de la ciencia española. En la _Revista Contemporánea_
-(números del 15 de Agosto de 1876 y 15 de Abril de 1877) expusieron
-su argumentación Manuel de la Revilla y José del Perojo; deben ser
-leídos esos trabajos detenidamente; sus principales observaciones no
-han podido ser rebatidas. No ha habido entre nosotros un vigoroso,
-continuado, escrupuloso pensamiento filosófico y científico; un
-ambiente, en fin, de amor á la vida, por las mismas razones por
-que no han existido un teatro y una novela basados en la realidad.
-¿Cómo pudiera haber ese ambiente cuando la literatura dramática y la
-novelesca eran lo que eran? Si exceptuamos el caso de Cervantes--y
-algunos otros--, ¿qué escritores han dado entre nosotros una visión
-amorosa, honda y ecuánime de realidad? Cuando se hable de presiones
-ó de determinadas influencias que han podido evitar, coartar el
-desenvolvimiento del pensamiento científico, será preciso tener en
-cuenta el caso de la novela y el teatro. Sí, se pudo coartar la
-libertad de la investigación de la realidad--concedámoslo--; pero, ¿de
-qué manera el literato que tenía la realidad ante él y pudo reflejarla
-escrupulosamente, no lo hizo? ¿Cómo la observación no se ejercitó en el
-arte literario? ¿Por qué, lejos de esto--y salvo excepciones--, dió en
-lo absurdo y en lo caricaturesco? El campo, sin embargo, estaba libre;
-el artista no era probable que encontrara trabas ni obstáculos para su
-obra; no los encontró para su deformación de la realidad: menos pudo
-encontrarlos para el reflejo escrupuloso y cordial de la vida.
-
-En 1841 don Nicomedes Pastor Díaz escribía en _El Conservador_ un
-artículo, recogido luego en el tomo III de sus obras completas, en
-que hablaba de la novela en España. No se explicaba Pastor Díaz cómo,
-cuando en Francia escribían novelas Balzac, Sand, Hugo, Vigny, en
-España no se cultivase este género. «Repetimos--decía el autor--que
-se nos oculta la causa de este fenómeno.» La causa de este fenómeno
-es que no puede haber novela sin observación de la realidad, y que
-este espíritu, este amor, esta comprensión, aún no había comenzado
-á despertarse entre nosotros. Cuando escribía Pastor Díaz, en 1841,
-ya hacía seis años que Vigny había publicado los soberbios relatos
-de _Grandeza y servidumbre militares_; relatos de una fuerza, una
-sobriedad y una emoción tales como no han sido sobrepujados por las
-modernas páginas de un France, un Barrès ó un Lemaitre. ¿Cómo se hacía
-aquí el género novelesco en esa época, en 1835?
-
-Terminemos. Philarete Chasles, en sus _Études sur l’Espagne_,
-publicados en 1847, compara nuestro teatro clásico al moderno
-periodismo. «En el siglo XVII el drama--escribe Chasles--representaba
-el papel de nuestra prensa.» «Todos los acontecimientos, todos los
-recuerdos, todas las ideas, todas las locuras, todas las esperanzas
-creaban algún drama nuevo.» «Lope y Calderón obraron en su época
-como brillantes periodistas: ¡valientemente, vivamente, con pompa y
-ligereza!» Comparar las comedias clásicas á las brillantes crónicas de
-los periódicos, no está mal. Acaso tuviera razón Philarete Chasles...
-
-
-
-
-LOS ESPAÑOLES
-
-
-De don Francisco Gregorio Salas hemos hablado en alguna ocasión.
-(Véase, si se quiere, nuestro libro _Clásicos y modernos_.) Conocemos
-de Salas sus _Parábolas morales, políticas y literarias_, especie de
-fábulas en prosa; su _Observatorio rústico_, librito precioso para
-el estudio del idioma castellano; la _Colección de los epigramas y
-otras poesías críticas, satíricas y jocosas_. De todos sus libros,
-el más popular, aquel de que se han hecho más ediciones es el
-_Observatorio_. Pero todos los ejemplares de todos los libros de Salas
-que se encuentran en los baratillos aparecen sumamente grasientos,
-sobados y manoseados; señal de que han sido muy leídos. Salas tiene
-reputación--merecida--de escritor prosaico, chabacano; se le cita de
-raro en raro como modelo de vulgarismo. Mas lo que no se añade--y esto
-salva su nombre--es que en su poesía alienta un vivo y curioso espíritu
-de observación. Don Francisco Gregorio vivía pobre y apaciblemente; se
-le quería por su bondad; él iba poquito á poco devaneando por el mundo
-(digo por Madrid) y escribiendo sus versitos, llenos de una candorosa
-malicia y de una pulcra realidad.
-
-De don Francisco Gregorio ha dejado un retrato Moratín; en otros
-autores de la época hay también tal cual alusión. Hemos encontrado,
-por ejemplo, una referencia en un librito titulado _La Amalia ó cartas
-de un amigo á otro residente en Aranjuez_. Su autor se llamaba don
-Ramón Tamayo y Calvillo. Pues don Ramón habla elogiosamente de don
-Francisco. La novelita--escrita en cartas--es una imitación de otro
-escritor también original... á su manera, y también desconocido: Mor de
-Fuentes. (Ha llegado la hora, señores míos, de hacer justicia á estos
-pequeños clásicos ignorados. No hay más remedio.) Don Ramón, que es
-un erudito, escribe así en una de las cartas de _La Amalia_, ó mejor
-dicho, escribe uno de los personajes de la fábula: «Anoche, después
-de haber hablado con nuestro sabio don Francisco Gregorio de Salas,
-me ocurrió tomar la pluma para escribir la conversación que tuvimos y
-él dedujo de las obras de sus amigos Marcial, Valbuena y Argensola,
-cuyas circunstancias, si no las elevase á tu noticia, creerías que
-era un hombre extravagante»... (No sabemos, á primera vista, lo que
-quiere decir don Ramón. Luego vemos, fijándonos, que el autor tuvo
-una conversación con don Francisco y que éste dijo tales cosas,
-apoyándose en Marcial, Valbuena y Argensola--un poco incongruente es
-este manojo--, que si él, don Ramón ó su personaje, citara las palabras
-de Salas sin añadir las autoridades en que éste las apoyaba, se le
-tendría por un extravagante. ¡Qué misterioso es todo esto! ¡Caramba!)
-
-En la _Colección_ de sus poesías, «nuestro sabio amigo don
-Francisco»--como decía Tamayo y Calvillo--dedica unas páginas á trazar
-el retrato moral ó etopeya de los habitadores de las distintas regiones
-españolas. Hay cosas curiosas en este librito; por ejemplo--todo en
-verso, desde luego--, las razones que da el autor para no imprimir sus
-libros por cuenta propia, los motivos que alega para tener criados y no
-criadas en su casa, la descripción que hace del «ajuar ó muebles que
-vió el autor en varias casas». Dejando todas estas curiosidades aparte,
-nos ocuparemos, según hemos prometido en el título, de los retratos
-españoles. El autor titula esta parte de su libro «Juicio imparcial
-ó definición crítica del carácter de los naturales de los reinos y
-provincias de España».
-
-Lo primero que hace Salas es darnos una pintura del español «en
-general». El español es honrado, valiente, cauto, etc.; tiene ingenio,
-despierto; no le falta disposición natural para las empresas. Pero
-al español «le falta aplicación» (en eso estamos), y por eso se
-puede decir de él que es «un tesoro escondido». Después de esto, don
-Francisco la emprende con Castilla la Vieja. Los castellanos viejos...
-Pero antes permítame el lector--¡guarda Pablo!--que advirtamos que
-nosotros no hacemos mas que transcribir lo que dice el sabio don
-Francisco; lejos, muy lejos de nuestro ánimo está el hacer una terrible
-labor antipatriótica. Continuemos: el castellano viejo es hombre
-franco y bien intencionado; se le puede buscar para que nos dé un buen
-consejo. Pero «no es hombre de gran despejo» y, además de esto, peca de
-«algo lerdo y mohino». No da más fruto su sencillez que el que da su
-tierra: «al pan, pan, y al vino, vino». (Ignoramos lo que quiere decir
-con esto nuestro sabio amigo.)
-
-Mucho más enredado está lo que Salas dice de Castilla la Nueva. Es
-éste un país agradable; bondadosa se muestra la gente; pero «afecta al
-interés». Todos los campos que vemos cultivados en Castilla la Nueva,
-«sin catar jamás el pan harán mucho más que un Cid, si dan un año con
-otro, para Madrid, cebada». (Es decir, á lo que creemos columbrar, que
-si los bancales de Castilla la Nueva dan cada dos años una cosecha de
-cebada, y si esta cebada se vende en Madrid, los labradores pueden
-darse más por satisfechos que si esas tierras produjeran pan.) Los
-asturianos son «cerdosos, rechonchos, cuadrados». Se distinguen por
-su honradez. De Asturias salen todos los alhameles ó soguillas de
-España. Los maragatos, «bonazos», pueden ser presentados como modelos
-de obtusidad; sin embargo, el autor añade que «van y vienen muy de
-prisa con sus lienzos» y que acaban por llevarse nuestro dinero. (Pues
-entonces no son tan tontos...) De los gallegos, el que sale agudo puede
-darle ventaja al más astuto. No comen mas que «coles y pan seco»;
-trabajan infatigablemente.
-
-«Amigo verdadero, arrestado marinero, honrado mercader»; todo esto es
-el vizcaíno. Y algo más es el vizcaíno; es «por su entereza capaz, sin
-que por ello la cabeza se le canse, de escribir más que el Tostado.»
-(¿Cuántos tomos llevan escritos nuestros queridos y admirados amigos
-Pío Baroja y Miguel de Unamuno? ¿Cuántos escribirán? _Ai posteri_...)
-No se podrá negar que los navarros son rectos; pero también son
-«un poco pesados». Comen tremendamente; beben al igual; todos son
-asentistas, comerciantes, indianos y capadores. La gente riojana es «en
-tal manera oficiosa, que á cualquier otra le puede cardar la lana».
-
-La «gloria» del montañés consiste en su «grande ejecutoria»;
-ejecutorias que van á parar á las «alojerías»; sabido es que los
-naturales de la Montaña de Santander se distinguen por ser los
-alojeros, bodegoneros y botilleros de toda Andalucía. Del retrato que
-Salas hace de los madrileños se han hecho populares los cuatro primeros
-versos:
-
- Aun las personas más sanas,
- si son en Madrid nacidas,
- tienen que hacer sus comidas
- de píldoras y tisanas.
-
-Con lo cual se quiere significar la destemplanza, rigor y desconcierto
-del clima madrileño. Aparte de esto, los madrileños gustan de llevar
-«diamantes como avellanas, corbatín estirado, espadín, ricas vueltas».
-(La afición á las sortijitas es algo cierta.) Llevan también los
-naturales de Madrid «siempre marcado el cuello con sellos de Antón
-Martín». (¿Á qué se alude con esto? Lo que hemos tardado en consultar
-el _Manual de Madrid_, de Mesonero Romanos, edición de 1831, página
-182, hemos tardado en salir de dudas. En la plazuela de Antón Martín
-había un cierto hospital. ¡Pero querido y bondadoso don Francisco
-Gregorio...!) La Alcarria cría gente «muy fiel». (Un dato interesante
-que añadir á la etopeya de Salas: don Fermín Caballero, en su _Manual
-geográfico de España_--1844--dice que los alcarreños «han poblado
-de libreros á Madrid, así como de criadas, que pasan por fieles y
-pegajosas por su mojigatería». En lo de la fidelidad de los alcarreños
-están, pues, de acuerdo Salas y Caballero). Los andaluces son
-ponderativos, festeros; muéstranse aficionadísimos á galanteos; «jamás
-están sin comadre»; se pelean de palabra y se desafían; «luego quedan
-tan compadres».
-
-El aragonés es testarudo y porfiado; no perdona fatiga para llegar á
-lo que se propone; «aspira siempre á la intriga, al dominio y á la
-memoria». (Algo de esto dijo, mucho antes, Maquiavelo en el retrato
-de Fernando V.) Vamos ahora con vosotros, catalanes. El catalán es
-«oficioso, carruajero, navegante, fabricante, mercader»; no se da punto
-de reposo. En un país escabroso, con mil dificultades, «marca tierras,
-hace planes». En resolución, «aunque sea en un establo», el catalán,
-por arte del diablo (lo del establo es fuerza del consonante), «hace
-de las piedras, panes». Los valencianos son ligeros y mudables. Su
-corazón es frío; «gente de regadío», se les puede llamar. El tesoro del
-mallorquín es «el aceite y el vino». Aborrecen los mallorquines á los
-argelinos y á los moros; «guardan bien su peculio»; en Mallorca, «todo
-el año es mes de Julio»; «con rara veneración» los mallorquines «dan
-culto y veneración á su Raimundo de Lulio». El murciano pasa la vida
-alegremente; su preocupación son «los naranjicos» y «el gusanico».
-
-Terminemos. Los canarios son «siempre vagos». Con «un plátano y un
-trago» se sustentan. Los ingleses, «con halago», sacan el fruto de
-la tierra canaria. Por esto los canarios vienen á ser «vasallos del
-rey de España y hermanos del de Inglaterra». Dos décimas dedica
-también Salas á los portugueses y á los americanos; los primeros son
-finchados; pretendientes eternos los segundos. Cuando leemos estas
-semblanzas de los distintos españoles, trazadas por el buen don
-Francisco Gregorio, evocamos los retratos de castellanos, andaluces,
-catalanes, etc., estampados, con lindos colores, en los platos de una
-vajilla del Retiro. Pareja hace una cosa con la otra. Y es interesante
-la descripción de Salas para el estudio--á través del tiempo--del
-concepto, concepto popular, que los españoles han tenido de sí mismos.
-
-
-
-
-EUGENIO NOEL
-
-
-Eugenio Noel ha publicado recientemente un folleto titulado _El
-flamenquismo y las corridas de toros_ y un libro que lleva el título
-de _Flamenquismo y república_. Eugenio Noel ha dedicado la mayor parte
-de su actividad á combatir el flamenquismo: da conferencias en pueblos
-y ciudades españolas; publica multitud de artículos. Continuamente
-se halla Noel en peregrinación por tierras de España; á menudo, en
-los periódicos encontramos noticias de discursos pronunciados por el
-conferenciante; alguna vez nos sorprende la nueva de algún incidente
-ruidoso provocado por las prédicas de Noel. Nos hacen suponer estos
-incidentes--siempre lamentables--que el propagandista ha estado
-demasiado agresivo en sus palabras; no podemos creer que, á exponer sus
-ideas correctamente--y con todo el ardimiento que se quiera--, pudiera
-haber quien atajase violentamente sus lícitas propagandas. De todos
-modos, el espectáculo de un hombre joven que recorre España en perpetua
-y caliginosa predicación contra el flamenquismo no puede menos de ser
-interesante.
-
-En las dos obras que ahora publica, Eugenio Noel ha condensado su
-pensamiento sobre la materia que él impugna tan denodadamente.
-Paralelamente á un renacimiento fervoroso--fervoroso y vergonzoso--del
-flamenquismo, Noel inicia y desenvuelve su cruzada. En el folleto
-citado escribe nuestro autor: «El español trabaja poco, y lo que es
-peor, su trabajo está á merced de los Gobiernos; ignora el valor de
-la tierra; huye del campo y se arrincona en las ciudades; permite una
-bárbara ocultación de riqueza, y no le extraña ver en manos inertes
-inmensas extensiones territoriales que harían la riqueza de un pueblo».
-Sumariamente, en cuatro rasgos, éste es el boceto de un cuadro. Ahora
-el reverso. «Á cambio de esto--añade Noel--, he aquí lo que posee:
-396 plazas de toros, en las que da anualmente 872 corridas, y á las
-que asisten, en cifras redondas, siete millones de personas. En esas
-orgías se matan 4.394 toros, cuyo valor es de 5.318.000 pesetas, y
-5.618 caballos, que fenecen entre los más espantosos é inmerecidos
-martirios. De divertir á tal gente y de tal modo se encargan 62
-matadores de alternativa y 324 novilleros, con 1.148 cuadrilleros de
-oficio, que cobran cerca de cuatro millones de pesetas.» En _República
-y flamenquismo_ el autor expone en unas páginas exactas un concepto del
-valor que entre nosotros goza de gran predicamento y hace estragos. El
-flamenquismo--dice Noel--implica la idea de que «el supremo valor es
-la serenidad suficiente para que el pitón del toro roce las axilas»;
-de donde saca, en consecuencia, que los peligros de la vida han de
-afrontarse, como los cuernos del toro, con habilidad, con el engaño.
-Es importante advertir que en otros pasajes de sus discursos y de sus
-artículos el autor completa su idea del valor flamenco: completa la
-idea del engaño (_listeza_ en política) con la idea de obstinación,
-de testarudez, de obtusa pertinacia en el error ó en la decisión
-desgraciada. Creemos que este segundo aspecto del fenómeno social es
-más importante--y de más graves consecuencias--que el primero. Sea
-de ello lo que quiera, el caso es que toda la doctrina que Eugenio
-Noel desparrama en prosa hablada ó escrita se halla contenida en las
-dos citas que acabamos de hacer. De un lado, la inmensa incultura,
-la deplorable pasividad de una gran masa social en lo atañadero al
-problema de su bienestar y de su conciencia de la vida; de otro,
-formidable caudal de energía, de iniciativas y de riqueza, gastado,
-derrochado espléndidamente en un deporte cruel. Agreguemos á esta
-visión social una visión complementaria de la palingenesia de España
-tal como la concibe Joaquín Costa, y tendremos esbozado el pensamiento
-de Noel; pensamiento expuesto en una prosa cálida, pintoresca, un poco
-redundante, un poco amplificadora.
-
-Las propagandas y los libros de nuestro autor se prestan á múltiples
-reflexiones. Tendríamos que examinar, ante todo, los orígenes del
-flamenquismo. No es de ahora esta tendencia; más de un siglo lleva
-de vida; aún podríamos decir que en la decimoséptima centuria se ven
-rastros de flamenquismo en las sátiras y protestaciones que contra
-él hacen, por ejemplo, Quevedo y Góngora. Pero el flamenquismo ó
-majismo--que así se llamaba entonces--,cuando adquiere alarmantes
-proporciones es á mediados del siglo XVIII; desde esa época sigue su
-marcha incierta, ondulante, hasta que modernamente, con el aumento de
-las plazas de toros, con la sistematización, digámoslo así, de las
-corridas, llega á su máximum. Nos hallamos ahora en un momento álgido
-del flamenquismo. En 1899 publicó Morel-Fatio una edición crítica de
-la sátira de Jovellanos contra la mala educación de la nobleza; en
-ese trabajo el ilustre hispanista trata de dilucidar los orígenes del
-majismo y expone interesantes textos que demuestran la preocupación
-que en el siglo XVIII inspiraba ese morbo social. Clavijo y Fajardo,
-Jovellanos, Cadalso, describen el señorito flamenco--con todas sus
-consecuencias--tal como hoy lo vemos circular por nuestras calles; Noel
-no va más lejos en sus pinturas--ni en sus anatemas--de donde han ido
-estos insignes pensadores. Si retocáramos algo el estilo de alguna de
-estas páginas de Clavijo ó de Cadalso, y las publicáramos sin firma,
-diríamos seguramente que se trataba de cosas y hombres de ahora, y no
-de cosas y hombres de hace más de un siglo.
-
-La literatura taurina y la antitaurina son extensísimas. No
-intentaremos añadir una página más á la última; no es ese nuestro
-propósito en este momento. Sí haremos notar la inmensa influencia
-que ese deporte--si así puede llamarse--ejerce en todo un pueblo.
-No son nocivos sólo los toros; es profundamente dañino también lo
-que podríamos denominar los _aledaños de los toros_; es decir, el
-ambiente, la particular _espiritualidad_ que la fiesta taurina crea
-á su alrededor. Multitud de conceptos sociales, políticos, hasta
-estéticos, son falseados por causa de los toros. La idea matriz del
-valor que en los toros se engendra pasa á diversos órdenes de la vida.
-El valor, dentro de ese ambiente, se concibe como fuerza física,
-como obstinación, como ciega prosecución de un acto. En el extremo
-opuesto de la escala psicológica se halla el _valor-inteligencia_, el
-_valor-altruísmo_. Toda la marcha de la humanidad pudiéramos decir que
-estriba en sustituir al valor-fuerza el valor-inteligencia. En la misma
-guerra el valor sufre una transformación; el valor va siendo, no ímpetu
-ciego, no intrépida temeridad, sino reflexión, cálculo, inteligencia,
-ciencia. Vence quien más frialdad y ciencia tiene; y en la guerra la
-victoria es lo que importa.
-
-Sigamos con interés--en lo que tienen de laudables--las propagandas
-de Eugenio Noel. Combatamos el flamenquismo; continuemos la obra
-de Jovellanos y de Cadalso. Si invocamos la tradición, he aquí
-una bella tradición. Pongamos nuestros ojos, no en el héroe de un
-deporte inhumano, sino en el héroe por la ciencia, en el héroe por el
-progreso.
-
-
-
-
-TORITOS, BARBARIE
-
-
-Asistimos en estos tiempos á un renacimiento de la barbarie taurina.
-Se ensalza fervorosamente á los toreros. Se llenan planas enteras en
-los diarios con las hazañas y peripecias del estúpido espectáculo. En
-una ciudad cantábrica se celebra una corrida de diez y ocho toros (en
-la misma ciudad á la cual ha legado su biblioteca Menéndez y Pelayo).
-Escritores y publicistas que parecía que debieran estar libres de
-ese virus, se complacen en tratar y debatir sobre cosas de toros...
-En un tiempo en que tal exaltación se produce, cuantos no amamos esa
-fiesta cruel y estulta, cuantos detestamos los toros, debemos ver con
-viva complacencia la campaña que contra los toros y el flamenquismo
-viene haciendo desde hace tiempo un independiente escritor. Aludimos á
-Eugenio Noel. Un libro nuevo sobre la materia acaba de publicar Noel.
-En otra parte hemos hablado ya--con elogio--de la labor realizada
-contra el espíritu de chulapismo por este publicista. Queremos aquí
-añadir algo más. Se titula el nuevo libro de Eugenio Noel _Escenas
-y andanzas de la campaña antiflamenca_. Se halla editado en edición
-económica, al alcance de los más modestos lectores.
-
-Nos permitirá Eugenio Noel que hagamos algunos reparos á su ideología.
-Adversarios políticos del publicista, nos hallamos muy lejos de
-compartir con él todas sus afirmaciones; vaya por delante esta salvedad
-como advertimiento á los lectores. Noel se muestra (en sus discursos,
-mucho más que en sus libros) apasionado y acre en demasía á veces;
-hemos hecho constar que deplorando, como deploramos, los incidentes
-ruidosos á que han dado origen sus propagandas, esos lances y
-trapatiestas pudieran haberse ahorrado con una poca más de mesura y de
-flexibilidad (no de hipocresía) en la palabra. Todo se puede decir, sin
-protesta de nadie, cuando se sabe decir. Y ¿cómo no creer que escritor
-tan experimentado como Noel no ha de hallar forma--sin perjuicio de
-la verdad--de decir las cosas más ásperas sin que sean rechazadas
-estruendosa y violentamente?
-
-En su último libro, Eugenio Noel ha recopilado alguno de los trabajos
-más notables publicados en la prensa. Hay en estas páginas invectivas
-contra los toros, paisajes castellanos, excursiones por Andalucía,
-vistas panorámicas de ciudades, meditaciones sobre monumentos
-artísticos, etc., etc. El estilo de Eugenio Noel es un tanto
-amplificador; el autor nos dice que él ha leído todos, «absolutamente
-todos», los libros de Emilio Castelar: algo del énfasis y de la
-redundancia castelarinas se nota en la prosa de Noel. ¿Por qué no ser
-más precisos, más concretos? Da la impresión esta prosa de que ha sido
-escrita febrilmente, al azar de los viajes, sin el reposo necesario
-para una coordinación reflexiva. Así se ve, por ejemplo, que en las
-descripciones hay cierta falta de matiz unificador, de transición de un
-detalle á otro, de un aspecto á otro.
-
-Pudiéramos poner muchos ejemplos. Citaremos un texto para explicar
-mejor lo que decimos. Noel está describiendo Sevilla desde lo alto
-de la Giralda. Nos hace ver «las casas blancas del barrio clásico de
-Santa Cruz, con terradillos de un mismo color, con azoteas llenas de
-tiestos y flores; el paseo de Santa Catalina Rivera, la torre y cúpula
-de la iglesia de San Bernardo, la cúpula y macizo de los Venerables».
-Al llegar aquí acaba el párrafo. Nos disponemos á entrar en un nuevo
-aspecto de la realidad descrita. En efecto, entramos; el autor comienza
-así el párrafo siguiente: «De un jardincito sale un ciprés; hay allí
-un cementerio de monjas»...; surge en nuestro espíritu la _sensación_
-de uno de esos jardines reducidos recoletos en lo interior de las
-ciudades; el jardín de un convento de monjas; un jardín--visto desde
-allá arriba, desde lo alto de una torre--en que se divisan unos
-cipreses. Necesitamos algún detalle más que complete nuestra visión.
-¡Oh, esos cipreses de los huertos monjiles, cipreses que se yerguen
-sobre los rosales! El autor añade: «Se delinean en el macizo blanco las
-estrechas calles con sus mil leyendas...» Pero ¿no habíamos pasado á
-otra cosa? ¿Qué salto es éste que hemos dado ahora? ¿Qué tiene que ver
-aquí ese _macizo_? Nuestro ritmo mental ha sido bruscamente roto.
-
-Otra observación hemos de hacer; ésta de más trascendencia. Nadie
-duda que Eugenio Noel es un adversario acérrimo de los toros y el
-flamenquismo. Mas la lectura de sus trabajos á las veces nos produce
-el efecto de una exaltación de lo que se trata de deprimir y condenar.
-No sabemos cómo explicar esto; pero el hecho es exacto. Si fuéramos
-amadores de los toros, acaso encontráramos, leyendo los libros de Noel,
-más gusto que encontramos siendo adversarios. Noel sabe menudamente
-todo lo referente á los toros: historia, bibliografía, biografía de
-toreros, gestos de toreros, dichos de toreros, andanzas de toreros.
-No hay nada que se le escape. Nadie como él nos informa tan bien
-de las cosas y lances del flamenquismo. Nadie ha descrito con más
-entusiasmo, con más exaltación los bailes de una popular danzarina.
-Sus meditaciones ante la estatua de un torero pueden colocarse por
-encima de las que dedica al _Pensador_, de Rodín. ¿Qué sortilegio es
-éste? Veníamos á buscar una triaca contra la ponzoña taurina y nos
-encontramos con una morosa delectación. En verdad, en verdad que son
-algo peligrosos estos libros contra los toros y el flamenquismo.
-
-Dicho esto, hemos de elogiar en el libro de Noel numerosas páginas;
-elogiarlas desde el punto de vista artístico (bien que estas páginas
-á que nos referimos no sean de aquellas que encierran una determinada
-tendencia política). Pueden servir de ejemplo los capítulos dedicados
-á la descripción de Triana, ó á hacer el retrato de un torero malogrado
-y pintoresco, ó á describir una capea en Medina del Campo. En este
-último capítulo citado, el autor escribe: «En Tordesillas se lidia el
-llamado toro de la Vega, el cual en pleno campo se lancea; el mozo que
-da la última lanzada tiene derecho á traer al pueblo en la punta de su
-pica la oreja del animal, y es fama que aquella noche sueñan con él
-las mujeres». Estas líneas, mero incidente en el capítulo, son para
-nosotros más sugeridoras que el capítulo todo. Cuarenta y seis años
-pasó una infortunada mujer--Juana, la reina--recluída en un caserón de
-Tordesillas; Tordesillas va unida á la página sangrienta y patriótica
-de los Comuneros. Eugenio Noel ha recordado que en ese pueblo se lancea
-un toro en campo abierto.
-
-Así es, en efecto. En el _Semanario Pintoresco_ de 9 de Septiembre de
-1849, uno de sus colaboradores, don Juan de la Rosa, hace una detenida
-descripción de tal espectáculo tordesillense. Ese alanceamiento no
-es mas (ó era en el año citado) que el último número de una variada
-serie de espectáculos taurinos. Se corrían toritos («toritos» dice
-el cronista); se los lidiaba por los señoritos de la localidad; se
-celebraba también una mojiganga taurina, en la cual, por cierto, entre
-otros personajes, figuraban Don Quijote y Sancho. El prólogo de esas
-fiestas taurinas era la vaca encohetada. Se celebraba ese espectáculo
-la noche antes de la primera corrida. La plaza del pueblo se llenaba de
-una inmensa muchedumbre. «Cuando el concurso empieza á manifestar su
-impaciencia--dice el señor Rosa--sueltan la vaca, la cual lleva puesta
-sobre el lomo una manta impregnada de un combustible que se inflama con
-facilidad, y sembrada de cohetes bien sujetos, y que á su tiempo se
-incendian.» «Apenas el animal--añade el autor--siente el calor de la
-manta que arde, empieza á dar brincos lanzando quejidos de dolor.»
-
-El colaborador del _Semanario Pintoresco_ describe después los otros
-festejos taurinos. Al final pinta el espectáculo de los campos
-tordesillenses cruzados y recruzados por los mozos que van persiguiendo
-con sus picas al toro. Todo esto conmueve profundamente á don Juan de
-la Rosa. Estos parajes le parecen encantadores. «Así es--escribe--que
-al separarse de ellos, al darles el último adiós, siente uno renacer
-en su espíritu un vago deseo de tristeza, y no puede menos de envidiar
-á los moradores de aquellos sitios destinados á la felicidad.» ¡Oh,
-ingenuidad peregrina! ¡Una Arcadia donde se tuesta viva á una vaca
-enfundándola en una manta embreada y cubriéndola de cohetes! Si
-viviéramos en 1849 diríamos, llenos de fervor: _¡Señor, líbranos de esa
-Arcadia!_
-
-
-
-
-CARROS
-
-
-Xenius ha dedicado, hace tiempo, uno de sus glosarios á los carros; los
-carros--para el glosador--componen una característica del ambiente de
-Cataluña; con el paisaje, el pueblo, las costumbres se armonizan los
-carros. No sólo de la tierra catalana, sino de toda la tierra española,
-son parte integrante los carros. Existen varias clases de carros. La
-división fundamental es ésta: carritos ligeros; carros «gruesos». Los
-ligeros corren y saltan por los caminos; son alegres y frívolos; tienen
-pocos asientos; son para ir á una estación, para devanear por el campo,
-para hacer un viaje á una granja, para realizar una alegre jira. En
-Levante, en los crepúsculos vespertinos de primavera, cuando el aire
-tiene una tibieza voluptuosa, cuando los frutales blanquean de flor,
-los carritos tornan con ruido de cascabeles, con chasquidos ligeros
-de látigos; de dentro parten, risas, carcajadas y voces femeninas;
-parten canciones entonadas á coro. Esas levantinas, tan delicadas y
-sensitivas, tornan de una merienda en un prado, al pie de una fontana,
-y tienen los ojos brillantes, lucidores y las mejillas amapoladas.
-
-Los carros gruesos son graves, solemnes. Con ellos se portea el
-vino, el aceite, los granos. Con ellos se hacen largos viajes por
-los caminos que cruzan las llanuras, bordean los ríos, reptan por
-las anfractuosidades de las montañas. Los varales de estos carros
-son recios; recio el toldo, de unidos y trabados cañizos; recias las
-escalas--pintadas de azul--; recia la honda «bolsa», que va cruzada por
-el eje y que casi roza la tierra del camino.
-
-Llevan estos carros una barjuleta á la derecha, donde se pone la botija
-con agua; á la izquierda, en otra barjuleta, van las provisiones del
-viático. El ruido que hacen estos carros es sonoroso, estruendoso;
-al rechocar en los hondos y pedregosos relejes, su voz se extiende
-y repercute largamente. Una ringla de mulas arrastra al solemne
-vehículo. En el paisaje levantino, el carro es inseparable de las
-redondas y finas colinas, de las huertas que rodean las ciudades, de
-las ventas y paradores, puestos en lo alto de los puertos, de los
-caminos viejos--estrechos y amarillentos--y de las carreteras blancas y
-polvorientas.
-
-Los carros evocan las andanzas de nuestra niñez y de nuestra
-adolescencia. Evocamos los días en que--de un pueblo á otro--nos
-llevaban al colegio, con los baúles, los colchones y la ropa blanca,
-y en que, ya mozos, hemos viajado por los llanos y por los altozanos
-suaves avizorando los paisajes. Al pensar en los carros vemos un
-panorama de verdes viñedos--en Julio--; un panorama por el que un
-camino angosto, torcido, con hondas carriladas, se aleja entre la
-verdura. Caminamos y caminamos. El día ha llegado á su plenitud;
-está el cielo limpio; ya el sol reverberante ha cegado los colores
-del campo. No se percibe ni el más pequeño ruido; á intervalos, una
-bocanada tibia de viento nos trae olores de tomillo, romero, cantueso.
-Baja el olor desde una montaña vecina, que cierra, á mano izquierda, el
-horizonte. Por la derecha el panorama se extiende, se aleja, se dilata
-hasta perderse--esfumado, tenue--en el vaho caliginoso de la tierra.
-Como en los paisajes de algunos maestros holandeses de batallas, vemos
-en la extensión que la vista alcanza, caseríos blancos, acequias de
-agua que relucen, un macizo de árboles, un pueblecito con su campanario
-enhiesto. Callemos un momento; el carro ha parado. ¿No parece que oímos
-lejano, muy lejano, casi imperceptible, el son de una campana?
-
-Caminamos y caminamos. Ya es mediodía. Hemos pasado por delante de una
-casa de labor y nos hemos detenido. La puerta es ancha; empedrado está
-el zaguán de menudos guijos, ó solado con anchas baldosas; las sillas
-tienen el asiento de tomiza urdida con esparto crudo. Las mesas son
-de pino blanco--con redondos nudos rojizos--y una de ellas es bajita,
-casi terrera, y en torno de ella, en sillas también bajitas, se sientan
-nuestros labriegos á comer. Con estos muebles forman concierto los
-jarros, peroles, cazuelas, picheles en que se cocina ó se bebe. Las
-formas de estos recipientes son armónicas y definitivas; de una vez
-para todas--revelación de la idea--se han inventado estas rotundidades
-y estas angosturas del barro y del metal... Repica el almirez; unas
-palomas se entran por la puerta y marchan por el pavimento picoteando
-entre las piedras. Á lo lejos se divisa el verde de los viñedos, el
-azul tenue de las montañas.
-
-Cuando no comemos en una alquería que encontramos al paso, nos
-detenemos junto á unos árboles. El olivo es el árbol de Levante;
-invierno y verano, el olivo es el mismo; hiele ó haga calor, su ramaje
-es siempre idéntico. Su tronco se hiende y se retuerce; su fronda
-cenicienta, plateada, se destaca sobre el tapiz verde de las viñas. Al
-pie de un olivo, en el silencio del mediodía, hacemos nuestro yantar.
-Luego proseguimos el viaje, hasta que, cuando va declinando el día,
-comenzamos á penetrar por las huertas y herreñales que rodean el pueblo
-adonde nos dirigimos... Por los caminos de España marchan lentos, muy
-lentos, los gruesos carros.
-
-Los carreteros, de bruces sobre la mercancía, reposan amodorrados.
-Las picazas de la Mancha conocen los carros; las bandadas de cuervos
-que cruzan sobre el azul son conocedoras también de los carros.
-Con los carros se cruzan--ó siguen la misma ruta--los cosarios y
-arrieros que portean cargas de carbón, corambres de aceite, cacharros
-revueltos entre paja. Carros y almocrebes se perfilan sobre el cielo
-radiante y azul de España. En Castilla los carros atronadores y recios
-y los carreteros membrudos y coléricos nos traen á la memoria el
-manteamiento de Sancho, las palizas de los yangüeses, el apedreamiento
-de Don Quijote en la noche de su vela de armas. Los carros en Madrid,
-cargados enormemente, son destrozo de pavimentos, atascamientos en las
-cuestas, vociferaciones iracundas, blasfemias, chasquidos de trallas,
-bárbaro apaleamiento á las pobres mulas, corro de bausanes para
-presenciar la cruel y estulta escena. No son éstos nuestros carros;
-no son los carritos de Levante, que armonizan con los granados, con
-los almendros, con el mar lejano y con las voluptuosas carcajadas
-femeninas.
-
-
-
-
-LAS TEMERIDADES DE MARCHENA
-
-
-La vida de Marchena ha sido dilucidada por los eruditos. Ninguna
-vida tan pintoresca y desbaratada. Compendio es esta vida de
-la total vida española. Como Duque de Estrada, como Ordóñez de
-Ceballos, como tantos otros españoles aventureros, Marchena no tiene
-plan ni disciplina; á campo traviesa camina por el mundo; los más
-contradictorios sentimientos se barajan en su alma. Ex seminarista--no
-abate--revolucionario, actor de la revolución francesa, autor de
-una oda á Cristo crucificado--que él cree de lo mejor del Parnaso
-castellano--, lector constante de la _Guía de pecadores_, traductor
-de Voltaire, traductor de Molière... no hay nada en su tiempo de que
-no haya sido curioso Marchena; no hay espectáculo intelectual á que
-Marchena no se haya asomado. Nuestro autor ha sido también crítico
-literario; una colección, en dos volúmenes, formó de trozos en prosa
-y verso de los clásicos; en el largo prólogo puesto á esa obra
-(_Lecciones de filosofía moral_, Burdeos, 1820) es donde el sacudido
-ingenio sevillano expone sus puntos de vista respecto á la literatura
-castellana. Menéndez y Pelayo--en la introducción á su _Antología
-de líricos_, tomo I, ha calificado de «temeridades críticas» estos
-juicios de Marchena. Temeridades--ó por lo menos, intrepideces--son, en
-efecto, para el tiempo en que fueron escritas--y aun para hoy--, estas
-opiniones de Marchena.
-
-Examinemos algunas de ellas. Inútil creemos advertir que no nos
-adherimos á lo que Marchena diga; hacemos ahora de expositor, y
-nada más. Ante todo, la estética de Marchena, en general. Marchena,
-revolucionario; Marchena, innovador; Marchena, demoledor de los viejos
-prestigios, es un enemigo formidable de la nueva fórmula literaria que
-se anuncia allá por 1820; hablamos del romanticismo. Lo mismo ocurre
-con otro arriscado revolucionario literario: con Mor de Fuentes. La
-contradicción se explica (al menos en Marchena) teniendo en cuenta que
-nuestro autor escribía y se había formado intelectualmente en Francia.
-En Francia el romanticismo de primera hora fué tradicionalista,
-conservador (al revés de lo que sucedía en España); en Francia lo
-liberal era el clasicismo; es decir, un ideal que tomaba su inspiración
-en las antiguas democracias de Grecia y Roma. Son curiosos para la
-historia del romanticismo español los pasajes--dos--en que Marchena
-habla de las nuevas tendencias.
-
-Hablando de la literatura alemana dice Marchena que Gellert, Haller
-y Gessner «han introducido la corrección en el tudesco, que repelen
-aún los sectarios de una nueva obscurísima escolástica, con nombre
-de _estética_, que calificando de _romántico_ ó _novelesco_ cuanto
-desatino la cabeza de un orate imaginarse pueda, se esfuerzan á hacer
-del idioma y la literatura germánica tan desproporcionados monstruos,
-que comparado con ello fuera un dechado de arreglo el que en su _Arte
-poética_ nos describe Horacio». Más adelante, el autor escribe también,
-ya más concretamente: «Si cuando los tudescos defensores del romantismo
-ó novelería dijeron que cada pueblo debía cultivar una literatura
-peculiar y privativa, se hubieran ceñido á decir que cada nación debía
-pintar sus propias costumbres y ornarlas con los arreos que más á la
-índole de su idioma, á las inclinaciones, estilo y costumbres de los
-nacionales se adaptan, hubieran profesado una máxima de inconcusa
-verdad». (En realidad, si eso que dice Marchena, es decir, lo que él
-apunta que debe ser el romanticismo, no era _todo_ el romanticismo, al
-menos, era una parte de él. Y esa es la enseñanza que se deduce del
-libro _De la Alemania_, de la señora Staël.)
-
-Era un adversario Marchena del romanticismo ó novelería (él dice, como
-Mor de Fuentes, _romantismo_); un poco más tarde, y en España, nuestro
-autor hubiera sido tal vez su partidario. Tal vez... ó acaso no. La
-estética de Marchena es profundamente clásica; en 1870, en Francia,
-en la misma Francia en que él escribía, la hubiéramos calificado de
-idealista. Frente al naturalismo, Marchena hubiera estado con Feuillet.
-Hasta ahora, pues, nuestro inquieto revolucionario va resultando un
-conservador. Donde expone Marchena su credo estético es al hablar de
-lo que en su concepto debe ser la novela. El novelista, ¿debe copiar
-_toda_ la realidad? (Fórmula del naturalismo.) ¿O debe copiar tan sólo
-_parte_ de lo que se ofrece á sus ojos? (Fórmula idealista.) (Otro
-paréntesis detrás de estos paréntesis: en realidad, del naturalismo al
-idealismo sólo hay una diferencia de grado, no de esencia. El arte no
-puede copiarlo todo, porque dejaría de ser arte. Los naturalistas no
-lo han copiado todo. Aun los más extremados de todos ellos, un Paul
-Alexis, por ejemplo, se han visto obligados á hacer una selección
-previa _in mente_. Selección es ya, y, por lo tanto, aceptación y
-rechazamiento, la manera de presentar la realidad en el fragmento
-escrito.) «No nos equivoquemos--escribe Marchena--; no es el arte
-una imitación de la Naturaleza, _tal cual ella es generalmente_; que
-el buen imitador escoge en los objetos lo más vigoroso y lo más puro
-que en muchos de ellos ve esparcido, y de estos variados rasgos,
-_verdaderos y existentes todos_, forma el tipo ideal, cuya concepción
-constituye el perfecto crítico teórico, cuya ejecución forma el
-acabado escultor, el sublime poeta, realizando el Júpiter de Fidias,
-el Aquiles de Homero, el Roger del Ariosto.» Si el lector tiene la
-paciencia de repasar las _Investigaciones sobre la belleza ideal_, del
-jesuíta Arteaga, verá que la estética allí expuesta--á fines del siglo
-XVIII--no es otra que esta que ahora, en 1820, expone Marchena. Para
-Arteaga, el ideal en pintura, por ejemplo, era Mengs; lógicamente,
-para Marchena, si no era Mengs, no debía de ser Velázquez, el Velázquez
-de los bufones.
-
-Sobre tal fondo de estética conservadora, hondamente tradicionalista,
-Marchena edifica su crítica literaria. No hay que decir que muchas
-veces las consecuencias prácticas están reñidas con la doctrina
-fundamental. En realidad, Marchena no es un crítico literario, sino
-un crítico social; según la obra de arte se acomode ó no á su ideal
-político, en esa medida será buena ó mala. Y el ideal político de
-Marchena está condensado en un ardiente y entusiasta progresismo. Toda
-la civilización de un pueblo la gradúa nuestro autor según la mayor ó
-menor libertad de pensar y expresarse. Á través de este prisma mira la
-historia de España. Durante la Edad Media, bien que mal, nuestro pueblo
-iba progresando. Se cultivaban las ciencias, se escribía con ingenio é
-independencia. (El autor que cita como cultivador de las ciencias al
-marqués de Villena, no repara en el arcipreste de Hita, y sí en Juan
-de Mena, como ejemplo de literatos independientes.) «Todo anunciaba
-la aurora de un día más puro, cuando, por irreparable desgracia de
-la nación española, subieron Isabel y Fernando al trono de Castilla
-y Aragón.» Se ha discutido años atrás--y aún hoy se discute--sobre
-el momento en que comienza la decadencia de España; divergían las
-opiniones expuestas por Salmerón y Costa. No recordamos exactamente
-en qué punto hacían comenzar uno y otro el declive; pero aquí está
-Marchena que es más radical que todos. Para Marchena no hay problema;
-no hay problema sobre la decadencia... porque no ha habido período de
-apogeo. Pudo haberlo habido; mas por irreparable desgracia de la nación
-española subieron al trono Isabel y Fernando. El natural y espontáneo
-desenvolvimiento de la vida nacional, tal como lo incubó la Edad Media,
-quedó interrumpido. Para ser sinceros, diremos que no es sólo Marchena
-quien así opina; con más ó menos distingos y paliativos, no faltan
-quienes crean que muy distinta hubiera sido la vida de España (distinta
-por lo próspera) sin el advenimiento de Fernando é Isabel. Del mismo
-modo se ha preguntado también, en Francia, qué hubiera sido del país
-vecino sin el Renacimiento; es decir, qué hubiera dado de sí, en pleno
-desarrollo, la Edad Media, sin ingerimientos ni aportes de savia
-extraña...
-
-Marchena, á seguida de la aseveración copiada, hace el retrato, en
-cuatro líneas, de los Reyes Católicos. No creemos que hayan sido muchos
-los que de esta manera áspera y cruel hayan pintado á dichos monarcas;
-por lo menos, de Isabel no se ha solido hablar así. De Fernando,
-sí; y lo que Marchena dice no es mas que un eco de la semblanza que
-Maquiavelo traza en _Il Principe_--capítulo XXI--de Fernando V de
-Aragón. Dejando á un lado este asunto, habría que exponer ahora los
-puntos de vista literarios de Marchena. Nos contentaremos con indicar
-algunos; aciertos son, á nuestro entender, sus opiniones sobre el
-teatro clásico, que el autor considera semillero de corrupción. Hoy,
-más que de inmoral--en muchos ejemplos, que Marchena especifica--,
-lo calificaríamos de _amoral_. Acierto también es la crítica de los
-sainetes de don Ramón de la Cruz, que á nosotros también se nos antoja
-una de las cosas más desprovistas de observación, realidad y gracia que
-se han escrito en España. Acierto, finalmente, lo que sobre Quevedo
-escribe Marchena; Quevedo, soberano ingenio, pero que no caló más allá
-de la corteza social.
-
-En resumen, y por lo que respecta al aspecto estético de la crítica
-de Marchena: algunos de los juicios del autor podrán ser erróneos ó
-injustos; otros, en cambio, ó han sido confirmados por los críticos
-posteriores, ó llevan camino de serlo. En todo caso, la obra de
-Marchena no puede ser desdeñada; en cuenta habrá de tomarla el
-historiador de las letras castellanas.
-
-
-
-
-VÍCTOR HUGO EN VASCONIA
-
-
-El popular editor inglés Tomás Nelson está publicando, en tomitos
-elegantes y baratos, las obras completas de Víctor Hugo. El último
-volumen puesto en las librerías es una colección de viajes que el
-poeta francés hizo por Francia, Bélgica, los Alpes y los Pirineos.
-Tiene interés para los españoles este volumen, porque se contienen en
-él, en la parte dedicada á los Pirineos, las impresiones de Víctor
-Hugo respecto á España. Víctor Hugo estuvo con su padre, el general
-Hugo, en nuestro país, cuando era un niño. No quedó de aquella mansión
-en España casi nada en la mente de Hugo; sin embargo, el poeta hacía
-vanagloria de su españolismo, preciaba de conocer nuestra lengua--lo
-cual no era cierto--, y en su obra, á lo largo de su fastuoso y
-espléndido escribir, ha ido esparciendo _visiones_ grandiosas de
-España. Recuérdese, en la _Leyenda de los siglos_, su _Romancero del
-Cid_; _Romancero_ en que nos ofrece un Rodrigo Díaz que, en resumidas
-cuentas, digamos la verdad, no es ni más ni menos veraz--siendo tan
-bello--que el Cid imaginario y poético del primitivo _Cantar_, ó el Cid
-de los romances, ó el de Guillén de Castro, ó, modernamente, el de José
-María de Heredia, en sus _Trofeos_, ó el de Manuel Machado, nuestro
-poeta, en el breve y luminoso poema en que plastifica, amplifica y
-colorea una de las más hermosas escenas del centenario, venerable
-_Cantar_.
-
-Víctor Hugo no sabía el castellano; de nuestra lengua sólo conocía
-leves rudimentos. Quien lo sabía muy bien y le fué muy útil al poeta
-en sus _españolismos_ era su hermano Abel. Pero Víctor Hugo sentía un
-gran entusiasmo por España; él mismo--si no recordamos mal--se jactaba
-de ser un poeta español. En 1843 hizo un viaje á España el poeta; más
-concretamente pudiéramos decir que la excursión la hizo al país vasco.
-En Vasconia pasó Víctor Hugo el verano del citado año; su primera
-página sobre España está fechada en San Sebastián, el 28 de Julio. El
-autor de _Ruy Blas_ fué desde Bayona derechamente á San Sebastián;
-desde allí trasladóse á Pasages y habitó una temporada no larga en
-Pasages la casa en que, por solicitud patriótica de Deroulede, se puso
-una lápida conmemorativa; de Pasages Víctor Hugo marchó á Pamplona;
-permaneció unos días en la capital de Navarra; hizo una excursión por
-la montaña, y regresó á Francia. Tal es el esquema de impresiones sobre
-España que en su libro nos ofrece Hugo; marcado queda el itinerario de
-su viaje por Vasconia.
-
-¿Dónde paró Víctor Hugo á su llegada á San Sebastián? En España--dice
-el poeta--hay muchas ventas, es decir, tabernas; algunas posadas, es
-decir, hospederías; muy pocas fondas, es decir, hoteles. El poeta
-trabuca aquí un poco las cosas, según su costumbre. Las ventas, desde
-luego, no son tabernas; son simplemente hosterías situadas fuera de
-poblado, en la campiña. En San Sebastián, en 1843, cuando estuvo Hugo
-en la ciudad, no había, según nos cuenta él, mas que una fonda á la
-española, la «fonda de Isabel», y un hotel á la francesa, «dirigido
-por un honrado y valiente hombre llamado Laffite». (Saludemos
-reverentemente, de pasada, á esta Isabel y á este Laffite, patriarcas
-de la industria hotelera que, andando los años, tanto auge, tanto
-esplendor había de alcanzar en San Sebastián.) Víctor Hugo venía en
-diligencia de Bayona á Donostia. Ya cerca de la ciudad, al llegar á
-lo alto de una colina, descúbrese de pronto el panorama urbano de San
-Sebastián. Con cuatro rasgos, á manera de grandes, airosos brochazos,
-traza el poeta lo que ven sus ojos en aquel momento: «Un promontorio
-á la derecha; un promontorio á la izquierda; dos golfos; un istmo en
-medio; una montaña en el mar; al pie de la montaña una ciudad. He
-aquí San Sebastián». Y, en efecto, nada más sintético ni más exacto.
-El aspecto de San Sebastián--añade el poeta--es el de una ciudad
-construída de nuevo, simétrica y cuadrada como un juego de damas. (No
-se olvide que estamos en 1843, y que lo que el poeta está contemplando
-es, en efecto, este tablerito de damas de la--ahora--ciudad vieja.)
-
-Aposentado en San Sebastián, Víctor Hugo nos refiere diversas
-impresiones experimentadas por él en la ciudad; casi todas estas
-páginas están dedicadas á los lances de la guerra carlista.
-Continuamente daba el poeta grandes paseos por los aledaños de la
-ciudad; un día se alargó hasta un paraje en que el agua del mar,
-después de pasar por un freo ó angostura, se remansa en un ancho lago.
-Cautivóle la hermosura y placidez del sitio; admirándolo estaba, cuando
-le sacó de su arrobo una greguería estrepitosa de voces humanas. Paró
-en ella atención el poeta y vió una grey de mujeres que en la orilla
-del mar estaban apostadas y lanzaban gritos invitando al embarque en
-unos ligeros bateles. ¿Á quién se dirigían estas mujeres? De todas
-edades, trazas y pergeños las había entre ellas: ardimiento ponían en
-sus palabras, pero ninguna de ellas se movía ni avanzaba. Víctor Hugo
-derramó la vista en su torno; no había nadie allí mas que él; á él
-debían dirigirse estas nautas femeninas. Á él, en efecto, se dirigían.
-El poeta--documento precioso--nos ha conservado, en lengua castellana,
-las exhortaciones que le lanzaban. Eran éstas: «¡Señor francés, benga
-usted conmigo!--¡Conmigo, caballero!--Ben hombre, muy bonita soy!» El
-autor de _Los Miserables_ tomó un batel y llegó á Pasages; dejamos
-aparte numerosos y pintorescos detalles de la narración. Encanto
-profundo produjo en el poeta esta villa de junto al agua. Las casas,
-desde el mar, eran sencillas, modestas, pobres; una vez en el pueblo,
-se veía que tales edificios tenían otra faz: una faz noble, severa,
-con anchas puertas, berroqueños blasones, muros recios, fornidos. De
-sorpresa en sorpresa caminaba Hugo por las callejas de Pasages; su
-vista ponía con delectación en los escudos de las puertas, en los
-hierros forjados de los balcones, en las paredes renegridas noblemente
-por la pátina de los siglos. Á su vuelta á San Sebastián anunció su
-propósito de irse á vivir á Pasages. Su designio causó «un espanto
-general».
-
---¿Qué va usted á hacer allí, señor?--le preguntaron--. Aquello es
-un hoyo, un desierto, un país de salvajes. ¡No encontrará usted
-alojamiento!
-
---Me alojaré en la primera casa que encuentre--repuso el poeta--. Se
-encuentra siempre una casa, un cuarto, una cama.
-
---Pero las casas no tienen techo, ni puertas los cuartos, ni colchones
-las camas.
-
---Eso será interesante.
-
---¿Qué comerá usted?
-
---Lo que haya.
-
---No habrá mas que pan mohoso, sidra agria, aceite rancio y vino con
-sabor á pez.
-
---Pues comeré eso.
-
---¿Está usted decidido?
-
---Decidido.
-
---Hace usted lo que nadie hace aquí.
-
---¿De veras? Eso me seduce.
-
---¡Ir á dormir á Pasages! ¡No se ha visto nunca tal cosa!
-
-El poeta partió hacia Pasages; la misma batelera que habíale servido
-la primera vez, le indicó una casa donde podría alojarse. Es la casa
-histórica que hoy contemplamos--si somos artistas, si amamos la
-patria--con emoción. Víctor Hugo la describe minuciosamente en estas
-páginas; hasta un pequeño plano de ella, dibujado por él, nos ofrece.
-Allí vivió unos días feliz, tranquilo; la hija de su patrona se llamaba
-Pepita; la comida que le servían--por cinco francos diarios--era
-abundante, sana, gustosa. Le seducía al poeta morar en esta vieja
-casa, entre estos nobles muros; por las mañanas deambulaba por el
-pueblo, en requisitoria de rincones y recovecos poéticos, interesantes,
-históricos; á la tarde se marchaba hacia la montaña, peregrinaba
-largamente, se sentaba en una eminencia frente al inmenso mar. Cuando
-al anochecer retorna á la vieja casa consigna en las cuartillas sus
-impresiones. Trasladaremos una de estas rápidas anotaciones del poeta.
-Víctor Hugo ha subido á un escarpadísimo picacho; en su ascensión ha
-tenido, á ratos, que ir á gatas. Ya ha llegado á la cima. «Descubro
-un inmenso horizonte--escribe el poeta--. Todas las montañas hasta
-Roncesvalles. Todo el mar desde Bilbao á la izquierda; todo el mar
-desde Bayona á la derecha. Escribo estas líneas acodado sobre un bloque
-en forma de cresta de gallo que forma la arista suprema de la montaña.
-En esta roca han sido grabadas hondamente con un pico estas tres
-letras, á la izquierda: L. R. H., y estas dos á la derecha: V. H. En
-torno á esta roca hay una reducida meseta triangular cubierta de prados
-calcinados y rodeada de una especie de foso abarrancado. En una quiebra
-diviso una florecilla. La he cogido.»
-
-¿Cuál es el lugar descrito aquí por Víctor Hugo? ¿Se conservará la
-inscripción de que el poeta habla, grabada en esa altísima roqueda?
-Lezo, Hernani, Tolosa ocupan también varias páginas en el libro de
-Hugo. El poeta ha dejado la vetusta casa de Pasages--en que tan serenas
-y claras horas ha pasado--y se ha dirigido hacia Pamplona. Durante el
-viaje ha podido ocurrir una catástrofe: la diligencia, parada en la
-carretera, allí en lo alto de un precipicio, ha comenzado á recular; ya
-una de las ruedas posteriores iba á llegar al borde del hondo barranco;
-entonces un mendigo que allí estaba ha puesto una gruesa piedra ante
-la rueda, y el cocherón se ha detenido. Si la diligencia se hubiera
-derrumbado por aquel abismo, y se hubiera matado Víctor Hugo--como
-era probable, verosímil--, á estas horas no podríamos leer muchas de
-sus hermosas obras; y todo esto hubiese sucedido--¡complicación sutil
-del sutil tejido de los hechos humanos!--si aquel mendigo que puso
-obstáculo con la piedra á la caída no hubiese estado allí. Á un mendigo
-vasco debe, pues, el Parnaso de Francia multitud de maravillosos
-poemas. Tenía entonces, en 1843, Víctor Hugo cuarenta y un años; hasta
-1885 había de vivir produciendo, laborando infatigablemente.
-
-En Pamplona mora Hugo unos días. Le encantan el claustro de la
-catedral, la ancha plaza con soportales, el panorama que se descubre
-desde el paseo de la Taconera. Corretea por las murallas y por las
-callejuelas. Se celebraba en aquellos días de Julio la feria. Hugo
-discurre entre los tipos de campesinos y compra multitud de chucherías
-y baratijas: ligas con letreros, de Segovia; una caja de cerillas
-químicas de Hernani; pilillas de agua bendita, de Bilbao: un hacecillo
-de teas de Elizondo; papel de Tolosa; un cinturón ó garniel de cuero,
-de Panticosa; dos mantas de Pamplona, «que son de lana magnífica, de
-una manufactura recia y de un gusto exquisito». El libro del poeta--en
-lo que se refiere á España--termina con una excursión de Hugo á las
-montañas navarras, en donde el autor de las _Orientales_ pasa un día ó
-dos viviendo en una choza.
-
-¿Cuál debe ser nuestro juicio sobre estas páginas que Víctor Hugo
-dedica á España? Las impresiones del gran poeta no tienen la densidad
-é intensidad de las de Teófilo Gautier; son notas ligeras, rápidas. La
-más considerable es la referente á su estancia en Pasages. Pero Hugo,
-como Gautier y como, años antes, Próspero Merimée, han sabido encontrar
-en un rincón de España--descartando las inexactitudes en que hayan
-podido incurrir--un aspecto de honda y perdurable poesía. Y vosotros
-los artistas ó los que amáis el arte, contestad: ¿hay algo más real que
-la poesía? ¿Hay algo más definitivo?
-
-
-
-
-UN IDEÓLOGO DE 1850
-
-
-I
-
-El ideólogo á que nos referimos es don Ramón de la Sagra. Sobre La
-Sagra encontramos indicaciones biográficas en el _Manual de biografía
-y bibliografía de los escritores españoles del siglo XIX_, publicado
-por Ovilo y Otero en París, librería de Rosa y Bouret, en 1859. Como
-no nos proponemos hacer un trabajo biográfico de La Sagra, ni escribir
-un estudio crítico de sus obras, nos limitaremos á unas breves notas
-sobre su persona y sus libros. Nació La Sagra en 1798; fué varias
-veces diputado; figuró en las Cortes de 1854; desempeñó la cátedra de
-Botánica en la isla de Cuba; realizó numerosos viajes por Europa y
-América. Era La Sagra lo que hoy llamamos un «europeo». Profesó las
-más avanzadas ideas progresistas. «Hoy las ha modificado--escribe
-Ovilo--, lo cual le ha valido algunas censuras.» Los libros, folletos
-y publicaciones de distinta índole que La Sagra dió á luz son
-innumerables. Según vemos en el _Manual_ citado, existe un _Tratado
-cronológico_ de los escritos de La Sagra; pero sólo abarca este tratado
-las publicaciones de 1822 á 1845. Muchas más deben de existir; con lo
-cual bien podemos imaginar que don Ramón de la Sagra ha sido uno de los
-escritores más prolíficos, fecundos y caudalosos que podemos imaginar.
-
-Á La Sagra le interesaba todo y escribía de todo. Escribió sobre
-botánica, geografía, ciencia económica, sistemas penitenciarios,
-política, industria, agricultura. En el libro de Otero, al copiar
-éste un juicio de don Manuel Colmeiro sobre La Sagra, dice el autor:
-«El doctor Colmeiro que, como nosotros, no supone tanto mérito,
-tantos servicios, ni tanta ciencia en este laborioso é infatigable
-escritor...» Se deduce de estas palabras que La Sagra era, no un
-investigador original, sino simplemente un vulgarizador, un viajero y
-un lector que luego iba exponiendo en libros y en artículos lo que por
-el mundo había visto. Y juntamente con esto, no cabe, ni hay para qué
-negar, que La Sagra poseería un deseo sincero de mejoramiento social,
-de adelanto y de progreso respecto á España.
-
-En resolución: La Sagra ha sido, con mayor ó menor originalidad y
-con mayor ó menor desinterés, un precursor de los hombres que, más
-tarde, hacia 1898, trabajaron en favor de una política de regeneración
-española. Hemos hablado de desinterés porque, registrando, tiempo
-atrás, periódicos de la época, hemos hallado ataques á empresas
-industriales de La Sagra; y entre las obras citadas por Ovilo figura
-una _Vindicación de una apreciación injusta de un proyecto de ley
-presentado á las Cortes Constituyentes el 14 de Diciembre de 1854,
-seguido de algunas reflexiones sobre el estado fisico y económico
-de España_. No decimos nada ni en pro ni en contra de La Sagra; lo
-que queremos evitar es toda incauta apología. Hoy existen hombres
-que, vanagloriándose de las más modernas ideas y de los móviles
-más altruístas, se mezclan á empresas y gestiones que no merecen
-beneplácito. Si ahora pudiéramos contemplar á un escritor de 1960
-escribiendo un artículo sobre estos hombres y desplegando en él la
-más candorosa pompa apologética, seguramente que, por lo menos,
-sonreiríamos.
-
-Nos proponemos ahora tan sólo hablar de algunas originales ideas
-que nuestro autor expuso en un breve folleto. Se titula el opúsculo
-_Aforismos sociales_; lleva por subtítulo: _Introducción á la ciencia
-social_. En Madrid y en 1849 se publicó el librito, y en la portada
-se lee la siguiente indicación: «Edición hecha sobre la cuarta
-publicada en Bruselas en 1848». El ejemplar del folleto que poseemos
-va encuadernado en volumen juntamente con otro opúsculo de La Sagra
-escrito en francés y titulado _Revolution économique: causes et
-moyens_. Del mismo año del folleto español es este francés; en París se
-vendía en la librería de Capelle «et chez l’auteur, 27, rue Lamartine».
-Los _Aforismos sociales_ resumen la ideología de La Sagra (como hoy
-otros aforismos, los publicados recientemente por Gustavo Le Bon,
-resumen la política, la sociología y la psicología social de este
-escritor, también multiforme, abundante y diverso).
-
-Las máximas que nos presenta La Sagra son en número de 300. En varios
-capítulos está dividida la obra.
-
-En el primero se estudia el orden social antiguo; en el segundo, la
-emancipación del pensamiento; en el tercero, la sustitución de un nuevo
-principio de orden social; en el cuarto, el orden por la fuerza; en el
-quinto, la teoría del orden social racional; en el sexto y último, las
-condiciones y medios para la organización social racional. Un resumen y
-conclusiones cierran el folleto.
-
-En el breve prólogo de la obra nos dice el autor que estos aforismos
-constituyen «parte de los teoremas» cuya demostración larga, minuciosa,
-equivaldría á hacer el estudio de la humanidad. La Sagra ha hecho
-cristalizar en ellos todo su pensamiento. Persigue también otro
-propósito: el de «impedir que la calumnia ó la ignorancia le coloquen
-en alguna de las escuelas en que se dividen las opiniones reinantes».
-La Sagra desea ser conocido «no tal cual le suponen, sino tal cual es»;
-es decir--añade el mismo La Sagra--, como «hombre observador y lógico».
-(Hombre observador y lógico no así como se quiera, impreso en el mismo
-tipo en que va impreso lo demás, sino estampado ostensiblemente, con
-versalitas: HOMBRE OBSERVADOR Y LÓGICO... Repasando los periódicos
-á que hemos aludido antes, periódicos de mil ochocientos cuarenta y
-tantos, tenemos bien presente el haber visto que uno de ellos llamaba
-_sabihondo_, humorísticamente, á La Sagra.)
-
-El autor, al publicar esta edición castellana de su libro, nos advierte
-también que el trabajo ha sido redactado pensando en otros pueblos;
-otros pueblos «más adelantados y, por consiguiente, más distantes de
-la época antigua». En esas naciones se hallan muy debilitadas las
-creencias individuales; hállase también la fe social «totalmente
-extinguida, es decir, enteramente eliminada de la legislación». Muy
-lejos de ese estado «fatal» nos hallamos nosotros los españoles;
-«pero--añade La Sagra--conduce á él la doctrina y la práctica del
-progreso». Esta última frase es altamente significativa. ¿Qué concepto
-del progreso va á exponernos La Sagra? Él, un hombre avanzado, moderno,
-científico, ¿va á lanzarnos por el camino de esas sugestionadoras
-paradojas que, hablando del progreso (del progreso y sus _ilusiones_)
-han proclamado también, bien mirados por los tradicionalistas, otros
-espíritus igualmente modernos y científicos de estos días? Sí, algo hay
-aquí, aparte de la antinomia de Comte, creador del positivismo y de una
-nueva religión; algo hay aquí de Sorel, de Le Bon y de otros...
-
-
-II
-
-Expongamos algunas de las ideas de don Ramón de La Sagra; nos
-limitamos sencillamente al papel de expositores. No presentaremos
-tampoco sistematizadas las ideas del autor (para eso, léase el
-libro); indicaremos puntos de vista, consideraciones, observaciones.
-Vivimos--dice La Sagra--en un tiempo en que la opinión es quien reina
-y legisla. «El reinado de la opinión tiene por resultado la anarquía,
-porque la opinión es variable por esencia.» El sufragio universal es
-la consecuencia lógica de este régimen de opinión; pero, imperando las
-mayorías, ¿á quién podrán apelar las minorías? (No olvide el lector que
-estamos en 1849; la originalidad de estos juicios consiste precisamente
-en haberse formulado en esa época en que eran novísimos... y ahora
-también. No dejaremos, de cuando en cuando, de ir recordando la fecha
-de este librito.) «El sufragio universal, considerado como base del
-derecho, es, en realidad, la negación del derecho.» Con el sufragio
-universal, el derecho queda sometido á la fuerza: á la fuerza de la
-mayoría. Se somete el derecho á una voluntad general, universal, y de
-ella se le hace depender. No se tiene en cuenta que actualmente la
-humanidad no posee todavía «una voluntad racional é incontestable». Por
-eso todo voto es la expresión de un interés pasional.
-
-Como no existe todavía una dirección racional en la sociedad, el voto
-del sufragio no puede adaptarse á esa orientación. «Se llama _ley_ lo
-que resulta de la decisión de intereses más ó menos numerosos, ó de
-los que son bastante fuertes para hacerse admitir como generales.» Las
-pasiones, los intereses, las razones individuales fingen someterse
-á una supuesta voluntad general; esa voluntad general, expresión
-del sufragio, flor de la democracia, no es mas que un agregado de
-voluntades unidas por un interés que les es común. Y esta artificiosa
-voluntad general se convierte en _autoridad_ con el auxilio de la
-fuerza. «De consiguiente, bajo el imperio de las mayorías no reina el
-_derecho_ fundado en la razón social y universalmente reconocida, sino
-la fuerza resultante del número ó de la intriga.»
-
-El despotismo moderno se apoya en las mayorías; ese despotismo no es
-mas que fuerza privada del prestigio de la fe. «Hallándose fundada la
-autoridad moderna en la opinión, resulta contestable; y en una época
-de libre discusión es necesariamente contestada». La supremacía del
-número, como base de la autoridad, se halla en pugna con la razón;
-forzosamente la investigación moderna ha de discutirla y combatirla. En
-la esencia misma de este régimen de mayorías se encuentra el origen del
-espíritu revolucionario. El espíritu revolucionario, inseparable del
-régimen de mayorías, se manifiesta en actos ilegales ó legales. «En la
-revolución llamada legal domina el voto; en la revolucionaria domina
-la fuerza. Pero como en ambos casos son las pasiones las que dan el
-impulso, resulta que la fuerza da la victoria, suponiendo que tiene los
-votos en su apoyo.»
-
-Faltando la unidad espiritual, psicológica, que antiguamente daba
-la religión al agregado social, y no habiendo sido esa orientación
-reemplazada por otra, la autoridad y el poder se hallan en quiebra.
-«En el día todo poder inspira desconfianza; toda autoridad se pone
-en duda; todo mandato sugiere oposición.» La sumisión á la ley, al
-dictado jurídico, á la regla moral, supone que lo que se ordena ha de
-ser razonable, justo. «Pero ¿quién califica los actos como justos ó
-injustos? La opinión de cada individuo. Por consiguiente, las órdenes
-de la autoridad son calificables para la humanidad entera.» El desorden
-será permanente. El orden sólo se establecerá cuando quede determinado
-de un modo absoluto lo que la razón debe dictar y cuando cada ciudadano
-pueda conocerlo.
-
-Lo que al presente se llama libertad no es mas que anarquía, desorden.
-Las sociedades libres son eminentemente anárquicas. «La causa, pues,
-del sentimiento revolucionario se halla en el principio mismo que sirve
-de base á la autoridad moderna.» «La sociedad antigua reposaba sobre
-la fe; la sociedad moderna reposa sobre la opinión, y la dominación
-por la opinión es esencialmente anárquica.» (Esta es una de las ideas
-fundamentales de La Sagra; él ve la sociedad antigua como formada toda
-de una pieza, compacta, solidaria, gracias al aglutinante, digámoslo
-así, de la unidad espiritual que proporcionaba la religión, y hoy
-ve, por el contrario, fraccionado en mil fragmentos el todo social,
-merced á la diversidad de opiniones que luchan, se oponen é imponen
-unas á otras. Queda, por encima de todo esto, el sufragio, la voluntad
-general; pero el sufragio es una ficción y no logra cohesionar
-las fuerzas sociales ni dar una dirección lógica y racional á la
-humanidad.) Escritores antiguos y modernos--continúa La Sagra--han
-combatido el principio de las mayorías como base del derecho moderno.
-Sin embargo, sólo ese principio sobrevive á la muerte de la fe. «Esto
-procede de que hasta ahora no ha sido posible sustituir á la destruída
-autoridad de derecho divino más que la autoridad del número.»
-
-Reina universalmente la anarquía: en el sistema industrial, en el
-intelectual, en el moral, en el social. La dominación por la riqueza
-ha reemplazado á la antigua dominación por el privilegio. «La antigua
-dominación era compensada por la revelación, que declaraba meritorios
-en otra vida los sufrimientos de los desgraciados explotados en ésta.
-La dominación moderna no da á la explotación que ejerce más motivo que
-la fuerza sin consuelo alguno.» El desorden y la incongruencia social
-irán siendo mayores de día en día. Ese progreso del mal llegará á hacer
-comunes á todas las clases los sufrimientos que ahora afligen á las
-masas proletarias. Se hará preciso buscar entonces el remedio á males
-que á nadie excluirán. El vínculo social que hoy falta sólo puede darlo
-la ciencia. (Esta es otra de las ideas fundamentales de La Sagra; de La
-Sagra, que escribe, repitámoslo, en 1849. Un año antes escribía Renán
-su libro _El porvenir de la Ciencia: pensamientos de 1848_, libro que
-no fué publicado hasta 1890.) «Hasta el día--añade La Sagra--la ciencia
-no ha llegado más que al período materialista, que es la negación del
-espiritualismo.»
-
-«Para la humanidad--añade nuestro autor--no puede haber mas que dos
-géneros de existencia: ó por la _fe_ ó por la _ciencia_. El reinado
-social de la fe ha desaparecido; es preciso, pues, que el de la ciencia
-aparezca ó que la humanidad se extinga.» Nos hallamos á la hora
-presente en un estado de conturbación espiritual y de desorientación.
-No puede darse un período de más aguda crisis; en la historia de la
-humanidad no habrá acaso época tan angustiosa como ésta. «En resumen:
-el _despotismo es imposible_ y la _libertad es anárquica_.» De este
-modo podemos caracterizar los tiempos que alcanzamos. Es decir, que
-el elemento necesario para la marcha (la libertad) es origen de
-perturbación y de desorden; y por otra parte, el factor que pudiera
-remediar y encauzar el mal (la autoridad) se ha hecho imposible. ¿Cómo
-resolver este formidable, trágico conflicto?
-
-Tales son, sumariamente, las ideas de don Ramón de La Sagra.
-Sencillamente, somos expositores. Y lo somos porque para la historia
-del pensamiento español durante el siglo XIX nos parece interesante
-no olvidar á este divulgador de ideas, cualquiera que sea nuestra
-opinión sobre él. Un hombre que en 1849 ha proclamado la religión de
-la Ciencia: ése es La Sagra. La religión de la Ciencia como ideal
-para la humanidad, como socializadora de la humanidad. La fe en la
-Ciencia acabará con la anarquía producida por las opiniones diversas y
-pugnantes.
-
-
-
-
-BAROJA, HISTORIADOR
-
-
-Pío Baroja acaba de publicar un nuevo libro; es este volumen de Baroja
-el primero de una serie de novelas históricas. Se titula _El aprendiz
-de conspirador_. El título genérico que llevarán estas novelas será el
-de _Memorias de un hombre de acción_. Digamos, ante todo, el motivo
-que Baroja ha tenido para emprender esta serie de obras novelables é
-históricas: entre los antecesores del novelista se encuentra un vasto
-andariego é inquieto, llamado Eugenio de Aviraneta; revolviendo Baroja
-papeles viejos, allá en los arcones y armarios familiares, encontróse
-con algunos documentos relativos á su antecesor; entróle curiosidad
-por conocer más datos referentes á Aviraneta; leyó libros de Historia;
-metióse en las bibliotecas y husmeó por los puestos de libros viejos;
-fué enfrascándose poco á poco en el estudio de una época; á la postre,
-nuestro Baroja--antihistórico y antirretórico--se encontró con un
-cúmulo tal de pormenores, particularidades y detalles, que fácilmente
-cayó en la tentación de entrarse, pluma en ristre, por los campos
-lóbregos y falaces de la Historia.
-
-Sin embargo, no se asusten los devotos del novelista; más adelante
-explicaremos cómo entiende Pío Baroja la Historia; afirmemos desde
-luego que nuestro autor no es un copiante servil de la realidad, no
-un amontonador de datos y fechas, no un frío hacinador de prolijos
-pormenores que á nadie pueden interesar. _El aprendiz de conspirador_
-palpita de vida, de pasión y de amenidad en todas sus páginas. La
-novela ha alcanzado ya á estas horas lisonjero éxito; se la elogia
-entre los literatos y se la han dedicado artículos fervorosos en los
-periódicos. Huelga decir que el libro está escrito en el estilo sobrio,
-escueto, limpio, que es peculiar en Pío Baroja; nada más lejos que
-Baroja de la prosa pseudocastiza, imitada de los clásicos del siglo
-XVII, artificiosa, sin verdad y sin realidad. Todo un mundo separa á
-las novelas escritas en este estilo (por ejemplo, la titulada _Ave
-Maris stella_, de Juan García) de las novelas de Baroja; nuestro
-novelista escribe para decir algo, y lo dice de la manera más rápida y
-exacta.
-
-Se comienza á contar en la nueva novela la vida de un hombre de
-acción. Los hombres de acción han atraído siempre á Pío Baroja; él
-mismo se lamenta de no poder ser un hombre de acción. Pero el concepto
-que se tiene del hombre de acción--el que tiene Baroja--será preciso
-definirlo, con objeto de no exponernos á torcidas interpretaciones. Un
-hombre de acción--para nosotros--es Goethe; lo es también Spinoza; lo
-es Voltaire; lo es Spencer; lo es Tolstoi. Todos son hombres que no
-han salido de las cuatro paredes de su estudio (como no salió tampoco
-Kant), pero que han removido un mundo, han hecho transformarse las
-sociedades (ellos, con auxilio de otros muchos), han creado nuevas
-visiones de las cosas, han troquelado flamantes, desconocidos valores
-intelectuales; han sido, en suma, excitantes y levaduras poderosas de
-la marcha humana. ¿Quién es más hombre de acción: Kant ó Garibaldi?
-¿Quién: Spencer ó Hernán Cortés?
-
-Mas Baroja, intelectual, removedor de prejuicios, impulsador--en más
-ó menos escala--de deseos y de iniciativas (todo ello acción), se
-encuentra seducido, hechizado por la _otra acción_: por las idas y
-venidas, el afanoso tráfago, las agitaciones populares, las empresas
-industriales, los largos viajes. De aquí que, desde su mesa de trabajo,
-cada vez que se sienta á escribir, ponga su pensamiento en aventureros,
-gentes errátiles, cabecillas, vagabundos, bohemios, hombres, en
-fin, que se mueven continuamente y que hacen cosas. Eugenio de
-Aviraneta--providencialmente descubierto en un armario viejo--ha venido
-á ser el símbolo supremo, la representación más alta--y, desde luego,
-ancestral--de la obra, las meditaciones, los anhelos y las esperanzas
-de Pío Baroja. Un volumen acaba de consagrarle el novelista; pero un
-volumen, ni dos, ni cuatro, es poco; de diez constará toda la vida de
-Aviraneta.
-
-La obra que acaba de emprender Baroja, como toda obra henchida de
-intensa vida, será motivo de comentarios y discusiones; se la
-comentará y se la discutirá (y las discusiones y comentarios han
-comenzado ya) por la concepción que el novelista expone en ella tanto
-de la vida como de la representación de la vida en el pasado; es decir,
-de la Historia. Aviraneta nació á fines del siglo XVIII; toda su vida
-fué una perenne agitación; se mezcló en las guerras civiles y tramó
-pintorescas conspiraciones.
-
-Contemplemos desde lejos la vida de Aviraneta; ya con las 300 páginas
-que ahora nos da Baroja podemos comenzar á contemplarla. Primera
-observación que se nos ocurre hacer; Aviraneta no es ni liberal ni
-conservador; toma unas veces partido por los liberales y otras por
-los conservadores. Aviraneta no es una línea recta; su vivir ondula,
-se tuerce en un complicado zig-zag. Y, sin embargo--atajemos el
-pensamiento del lector--, sin embargo, Aviraneta no es un vividor,
-un logrero, un negociante turbio (lo que ahora son muchos políticos
-españoles); Aviraneta no es tampoco un inconsciente, un ingenuo.
-¿Cómo clasificar esta vida sinuosa? ¿De qué manera encasillar á este
-hombre que, apenas nacido á la literatura, ya comienza á inquietarnos
-y preocuparnos? No existen casilleros para los hombres como Eugenio
-de Aviraneta; evoluciona este personaje por encima de los valores
-conocidos; obra independientemente de la tradición sancionada. ¿Es un
-enamorado de la fuerza por la fuerza? ¿Un dominador pre-nietzschano?
-¿Un hombre que, secuaz de Maquiavelo, lector de _Il Principe_, no
-repara en medios (zarpazo de león ó artimaña de vulpeja) para
-llegar al fin que se propone: no su engrandecimiento--según el falso
-maquiavelismo--, sino el engrandecimiento de la patria--según el
-verdadero maquiavelismo? ¿Es un _superhombre_--como diría Nietzsche, ó
-un _serpihombre_--como diría Gracián? Es realmente Aviraneta--por lo
-que comenzamos á ver--un hombre superior, fuera de la medida ordinaria;
-pero su superioridad, tan lejana del sentir medio de la masa, nos
-inquieta y nos hace reflexionar. El espectáculo del mundo no es para
-Aviraneta lo que para la mayoría de los hombres; su representación de
-la realidad es distinta. Siendo la representación diversa, diversa
-ha de ser también la moral. Aviraneta no es ni moral ni inmoral. De
-_amoral_ estamos tentados de calificarle; por lo menos, seguidor de
-una moral que no acopla con nuestra moral; una moral que principiamos
-á entrever en este primer volumen de su vida y que quizá cuando se
-publiquen los restantes podremos comprender y definir. Para entonces
-aplazamos nuestro juicio sobre el asunto.
-
-Vengamos á la concepción histórica de Baroja. Alfredo de Vigny
-ha sentado, en el célebre prólogo á su novela _Cinq-Mars_, una
-teoría capital respecto de la Historia. En síntesis, para Vigny, la
-verdad del arte es más verdadera que la verdad real. «El espíritu
-humano--escribe Vigny--no parece preocuparse de lo _verdadero_ mas
-que en cuanto al carácter general de una época; lo que sobre todo
-le importa es la masa de los acontecimientos y los grandes pasos de
-la humanidad que arrastran á los individuos.» «Pero indiferente en
-los detalles--añade el autor--, el espíritu humano no los ama tanto
-_reales_ cuanto _bellos_, ó _grandes_ y _completos_.» Es decir, que
-dada la realidad histórica, á grandes pinceladas, de una época, luego,
-sobre ese fondo de autenticidad, el artista, el gran artista, puede
-dar á los personajes que en realidad existieron una vida _distinta_ de
-la que tuvieron, pero más intensa, más bella, _más verdadera_ que la
-auténtica. Sirvan de ejemplos el Cid creado por el desconocido poeta
-del _Cantar_, ó el Felipe II, de Schiller, de Alfieri y del moderno
-Verhaeren. Será inútil, completamente inútil que protestemos; serán
-ineficaces cuantas refutaciones cuajadas de datos hagamos. La creación
-artística vivirá perdurablemente, con luminosidad inextinguible, por
-encima de la menguada rastrera realidad. Ante la sucesión de los siglos
-se mantendrá incólume, tal como la ha creado el poeta alemán, la figura
-del monarca de El Escorial; ante el tiempo, sin conmoverse, subsistirá
-la imagen de Rodrigo Díaz que el ignorado vate ha estampado en su
-_Poema_.
-
-La realidad que busca Pío Baroja en la serie de sus novelas históricas
-es la realidad viva y palpitante que crea el arte. Sobre un lienzo de
-realidad histórica Baroja construye sus figuras. ¿Qué importan detalles
-más ó menos? Lo que importa es la vida. Y las creaciones de Pío Baroja
-se mueven, hablan, sienten, gesticulan, se apasionan, ríen, plañen,
-llegan á nuestro corazón é inquietan nuestro espíritu.
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-ARANJUEZ Ó LA SENSIBILIDAD ESPAÑOLA
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-Aranjuez en otoño tiene un encanto que no tiene (ó que tiene de otro
-modo) en los días claros y espléndidos de la primavera. Las largas
-avenidas, desiertas, muestran su fronda amarillenta, áurea. Caen
-lentamente las hojas; un tapiz muelle cubre el suelo; entre los claros
-del ramaje se columbra el pasar de las nubes. En los días opacos el
-amarillo del follaje concierta--melancólicamente--con el color plomizo,
-ceniciento, del cielo. Y si el viento, á intervalos, mueve las ramas de
-los árboles y lleva las hojas de un lado para otro, la sensación del
-otoño--tristeza, anhelo infinito--es completa en estos parajes, entre
-estos árboles, á lo largo de estas seculares avenidas, solos, rodeados
-de silencio; y nuestro espíritu se siente sobrecogido, sin saber qué
-esperar y sin poder concretar su inquietud. Un tren silba á lo lejos y
-pasa rápido, allá en la lontananza, por el extremo de una alameda...
-
-Aranjuez encierra recuerdos literarios y políticos de diverso orden.
-Viajeros ilustres que han visitado en distintas épocas Madrid, han
-llegado luego hasta las frondas de Aranjuez. Aranjuez, más ó tanto
-como Madrid, ha sido, desde este punto de vista intelectual, el
-_contraste_ de Europa con España, con su historia, con su paisaje y
-con su raza. Aranjuez es una creación, no del pueblo, de la masa,
-sino de lo más selecto de España; lo más elevado socialmente ha
-podido aquí, materialmente, exteriorizarse. Alrededor de Aranjuez se
-extiende el campo manchego, el campo uniforme, gris, triste, pobre,
-el campo con sus pueblecillos, sus cortijos, sus labores someras y
-escasas. Si Aranjuez representa la exteriorización--en los jardines
-y en el palacio--de lo selecto español, esta campiña es la expresión
-de lo popular de España. Por lo tanto, quienes después de pasar por
-Madrid llegaban á Aranjuez desde los países extranjeros, era aquí
-donde realmente ponían en contacto su espíritu moldeado en otros
-medios con lo refinado español. Ningún elemento extraño estorbaba esta
-comunicación espiritual; en Aranjuez, como en El Escorial, como en
-Sevilla, el choque del resto de Europa con lo genuino de España podía
-perfectamente verificarse.
-
-Saint-Simón es uno de los viajeros que nos han dejado sus impresiones
-de Aranjuez. Vino á nuestro país Saint-Simón en 1721; precisamente en
-el otoño fué cuando el aristócrata francés visitó el indicado Real
-Sitio. ¿Qué impresión le causó Aranjuez, con los campos manchegos que
-le rodean, á este hombre que venía de Versalles, que traía los ojos
-empapados con los espléndidos jardines de Le Nôtre, que vivía en el
-ambiente espiritual formado por Descartes, Molière, La Bruyère, Pascal?
-¿Cómo un cerebro plasmado sobre el orden, la lógica, la simetría, la
-tradición ordenada y coherente, sintió este medio nuestro? La visión
-que Saint-Simón nos da de España es de las más originales, profundas
-y fuertes; este hombre, habituado á la _temperatura moral_ más alta
-que entonces había en Europa; este hombre fino y agudo, no se dejó
-sorprender por la impresión primera; en sus juicios, semblanzas y
-escenas llega, casi siempre, al fondo de las cosas. Un detalle hay en
-su pintura de Aranjuez que es altamente significativo. Saint-Simón nos
-dice que, acostumbrado á los jardines de Le Nôtre, no podía menos de
-encontrar en los de Aranjuez _bien du petit et du colifichet_. Hemos
-preferido dejar la frase en su original. ¿Cómo traduciríamos la palabra
-_colifichet_ aplicada á los jardines de Aranjuez? (Dos _colifichets_
-clásicos é ilustres hemos encontrado á lo largo de nuestras lecturas;
-clásicos é ilustres porque están usados en dos obras capitales de la
-literatura francesa. Uno lo usa Molière en _El Misántropo_--acto I,
-escena II--, cuando Alcestes habla de los versos artificiosos, pulidos,
-rebuscados, de Oronte. Otro lo emplea Balzac en _Eugenia Grandet_, al
-enumerar las fruslerías, perendengues y dijes que se lleva de París
-á provincias el primo de la protagonista, joven elegante y apuesto.)
-Saint-Simón añade: «Pero el conjunto resulta algo encantador y
-sorprendente en Castilla, á causa de la densidad de las sombras y de la
-frescura de las aguas».
-
-El detalle á que aludíamos antes lo da el autor en una observación que
-hace á continuación. «Me chocó mucho--escribe--un molino sobre el Tajo,
-á menos de cien pasos del Palacio; un molino que corta el curso del
-río y que produce un ruido que se oye de todas partes.» Ya está aquí,
-junto á una expresión de sociabilidad, de civilización (los jardines
-de Aranjuez), el pormenor revelador de la incuria tradicional, de la
-insensibilidad histórica. Por una parte, estos jardines nos hacen
-pensar en una obra--más ó menos perfecta--de coherencia, de afinamiento
-espiritual; por otra, este molino estruendoso que afea el paisaje y
-molesta continuamente con su estrépito, nos demuestra que existe una
-laguna en la sensibilidad creadora de estos parques. (Análogamente, los
-enormes y toscos carromatos que discurren por las calles de Madrid,
-con sus reatas de mulas y con sus violentos, coléricos y blasfemadores
-carreteros; esos carros que pasan ante las tiendas modernas, lujosas,
-y sobre los cuales, de noche, caen los resplandores de los arcos
-voltaicos; esos carros son otra incongruencia de la sensibilidad
-española. Se podrían citar numerosos ejemplos.) Saint-Simón no podía
-explicarse la existencia de este molino sobre el Tajo. Descartes con su
-_Discurso del método_, y Racine con sus tragedias, y La Fontaine con
-sus fábulas (todos creadores de una sensibilidad) habían hecho que,
-andando el tiempo, él, Saint-Simón, no pudiera comprender esta aceña de
-nuestro Real Sitio.
-
-Le preocupaba el tal molino al aristócrata francés. Vuelto á Madrid,
-Saint-Simón se apresuró á hablar del asunto al rey. «Hablé del molino y
-me mostré sorprendido de cómo se le toleraba tan cerca del palacio, en
-sitio en que su vista, que interrumpía la vista del Tajo, y más todavía
-su ruido, eran tan desagradables que un particular no lo toleraría.»
-Veamos cuál es la actitud del rey, es decir, de la representación más
-alta--_oficialmente_--de la sensibilidad española. «Esta franqueza
-mía--añade Saint-Simón--desagradó al rey, el cual me contestó que el
-molino había estado siempre allí...» Detengámonos un momento, hagamos
-resaltar la frase que sigue: «... había estado siempre allí, y que allí
-_no hacía ningún daño_». Se ha verificado el choque de las modalidades
-de sensibilidad; un detalle, una pequeñez, una fruslería, si queréis,
-pero detalle de una alta significación. Saint-Simón, ante las palabras
-del monarca, siente instantáneamente la capital diferenciación. _Je me
-jetai promptement sur d’autres choses agréables d’Aranjuez..._ Y nada
-más.
-
-Más tarde pasó por Aranjuez otro gran observador de hombres y de cosas:
-el caballero Casanova de Seingalt. En Aranjuez moró una temporada
-Casanova. En estas mismas páginas dedicadas al Real Sitio habla el
-autor de su «deseo de observar los hombres y de hacerles hablar sobre
-el motivo de sus acciones». (¿Es de Casanova ó de Stendhal esta
-frase?) Paraba Casanova en la casa de un empleado de palacio. «Desde
-las ventanas--escribe el autor--yo veía á su majestad partir todas
-las mañanas para la caza y volver luego agotado por la fatiga.»
-Unas páginas siguen en que Casanova muestra, al hablar del rey, su
-visión _diferencial_ de España. No nos detendremos en ella; nos falta
-el espacio; esta parte de las _Memorias_ de Casanova--la dedicada á
-España--es sumamente interesante para los lectores españoles. Á notar:
-un prodigioso, maravilloso retrato de mujer (_la señora Nina_). Á
-notar: las siguientes profundas palabras, que sólo un gran observador
-pudo escribir: «¿Quién duda de que España necesita una regeneración,
-que no puede ser sino el resultado de una invasión extranjera, ella
-sola capaz de reanimar en el corazón de todo español ese hogar de
-patriotismo y de emulación que amenaza extinguirse en absoluto?» (La
-invasión se produjo años más tarde; soberbia explosión de patriotismo
-hubo también, en efecto; pero...) «Si España--sigue Casanova--recobra
-alguna vez su puesto en la gran familia europea, mucho tememos por ella
-que no sea sino á costa de una terrible conmoción. Sólo el rayo puede
-despertar esos espíritus de bronce.» (Costa, Macías Picavea, ¿no era
-esto lo que vosotros decíais un siglo más tarde?)
-
-Chateaubriand pasó también por Aranjuez. Encontramos la referencia
-en sus _Memorias de ultratumba_. La parte en esa obra consagrada á
-España fué traducida, en 1839, con el título de _El Congreso de Verona_
-(Madrid, «imprenta que fué de Fuentenebro»), por don Cayetano Cortés,
-el mismo que escribió un agridulce estudio de Larra que todavía figura
-al frente de algunas ediciones--la de Montaner, por ejemplo--de las
-obras del satírico. «Un día--escribe Chateaubriand--nos paseábamos, en
-1807, á orillas del Tajo, en los jardines de Aranjuez, y vimos venir
-á Fernando á caballo y acompañado de don Carlos. ¡Cuán ajeno estaba
-entonces de prever que aquel peregrino de Tierra Santa contribuiría
-en algún tiempo á restituirle la corona!» Nada más sugestivo que
-este encuentro del hombre que había de renovar toda la sensibilidad
-literaria moderna y de Carlos IV y su hijo Fernando. Nada más
-antitético que estas dos representaciones humanas, símbolos de dos
-grandes y opuestas modalidades sociales...
-
-... Aranjuez, Aranjuez: en los días grises, velados, del otoño, cuando
-paseamos por las desiertas alamedas, una vaga tristeza invade nuestro
-espíritu. ¿En qué pensamos? ¿Qué tememos? ¿Qué esperamos? ¿Ponemos
-nuestro anhelo en un perfeccionamiento de la sensibilidad española; un
-perfeccionamiento que haga desaparecer tantas cosas, que haga surgir
-otras? Las hojas caen; á lo lejos suena el agudo silbido de un tren.
-
-
-
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-PROCESO DEL PATRIOTISMO
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-
-Solicitado el autor para que enviase artículos á un periódico de la
-Habana--el _Diario de la Marina_--inauguró su colaboración con el
-siguiente trabajo (12 Septiembre 1913):
-
- LA GUERRA
-
- Un viejecito--simbólico--está viajando por España. Tiene este
- viejecito una larga barba que le llega hasta las rodillas y unos ojos
- claros, azules. Es chico: como un gnomo. Lleva en su mano un cayado
- con regatón de hierro. Cuenta con muchos, muchos, muchos años. Allá en
- las pretericiones de la Historia conoció á los primitivos pobladores
- de España; luego anduvo entre los godos; más tarde estuvo con los
- alarbes; después, durante la Edad Media, presenció cómo construían las
- catedrales y cómo en unos talleres angostos imprimían los primeros
- libros. Ha departido este viejecito con Mariana; ha platicado con
- Saavedra Fajardo; ha visto pensativo y angustiado á Cervantes; ha
- observado, desde lejos, el último paseo de Larra por Recoletos el
- mismo día de su muerte... Nuestro viejecito--con su luenga barba y su
- bastón herrado--camina sin parar por la patria española. En el Norte
- ha subido á las verdes montañas y ha descansado, junto á los claros
- riachuelos, en lo hondo de los sosegados valles. Ha preguntado á
- labriegos y á oficiales de mano. Una paz dulce reina en las tierras
- españolas del Norte; lo cantan así los poetas y los literatos.
- Pero por debajo de esa paz tradicional, nuestro viajero ve la
- intranquilidad y la penuria del labriego. No falta el agua del cielo,
- que fecunda los campos; mas la vida es pobre, limitada, y ya algunos
- morbos terribles de la civilización moderna van entrando, poco á poco,
- en el hogar milenario, y van, poco á poco, corroyendo y aniquilando
- esa dulzura que loan los poetas. En ninguna región de España hace
- tantas devastaciones el alcoholismo como en Guipúzcoa. El alcoholismo
- trae como secuela fatal é inevitable la tuberculosis. Diezma la
- tuberculosis los habitantes de esa hermosa región de España. El cuadro
- que nos presentan las estadísticas es verdaderamente aterrador. ¿Quién
- creería que esta paz, que esta serenidad, que esta poética dulzura
- encubre los estragos verdaderamente extraordinarios, hórridos, del
- alcoholismo y de la tisis?
-
- De las provincias vascas, el viejecito de los ojos azules pasa á
- Castilla. Atrás han quedado las verdes pomaradas; atrás los suaves
- praderíos, con los puntitos rojos de las techumbres de las casas,
- colgadas allá arriba en la altura; atrás los claros, silenciosos
- regatos que se deslizan entre las anchas y resbaladizas lajas. Ya la
- estepa castellana abre su horizonte ilimitado; antes la mirada no
- podía extenderse más allá de un punto próximo; ahora se dilata por la
- inmensidad gris, rojiza, amarillenta. Ya no hay bosques de árboles;
- si acaso, algún macizo de álamos gráciles, tremulantes, se yergue á
- la vera de un riachuelo. La tierra de sembradura produce poco; no se
- la beneficia toda á la vez y todos los años. Se la divide en dos,
- tres ó más hojas, y en cada añada una sola de estas tres suertes ó
- tranzoneras es la que produce el grano. Son breves y superficiales las
- labores; aún el labriego rige la mancera del milenario arado romano.
-
- Tan poco produce la tierra, que apenas tiene el labrador para pagar
- el canon del arriendo, los pechos del fisco y los intereses de los
- préstamos usurarios. Todo el día, desde que quiebra el alba hasta que
- el sol se pone, el labrador permanece inclinado sobre su bancal. Los
- fríos le atarazan; los ardores del sol le tuestan en el verano. No hay
- leña en su vivienda para calentarse en el invierno. No prueba la carne
- en sus yantares mas que una ó dos veces al año (cuando la prueba).
- Largas sequías dejan exhaustos de humedad los campos; en tanto que la
- sementera se malogra ó que los tiernos alcaceles se agostan, allí á
- dos pasos, corre el agua de los ríos por los hondos álveos hacia el
- mar, inaprovechada, baldía. No hay piedad para el labriego castellano,
- ni en el usurero que presta al ciento por ciento, ni en el Estado
- que agobia con su tributación, ni en el político que se expande en
- discursos grandilocuentes y vanos. Castilla se nos aparece pobre y
- desierta. No llegarán á treinta los habitantes por kilómetro cuadrado.
- Incómodos y escasos son los caminos. En insalubres y desabrigadas
- casas moran sus gentes. Leguas y leguas recorremos sin encontrar en la
- triste paramera ni un árbol...
-
- Nuestro viajero deja Castilla y entra en Levante. Levante se abre
- ante la vista del viandante con sus colinas suaves, sus llanos de
- viñedos y sus pinares olorosos. En los pueblecillos, los huertos se
- destacan en los aledaños con sus laureles, sus adelfas y sus granados.
- El aire es tibio y transparente; en la lejanía espejea el mar de
- intenso azul. Pero el labrador de Levante se siente oprimido--como
- el de Castilla--por los múltiples males que le deparan el Estado y
- la Naturaleza. Tan frugal es este cultivador de la tierra como el
- cultivador castellano. No prueba jamás la carne; legumbres y verduras
- constituyen su ordinaria alimentación. La tierra rinde poco; la
- filoxera ha devastado la mayoría de los viñedos. El vino ha llegado
- á una suma depreciación. De las campiñas y de los pueblos emigran á
- bandadas los labriegos y los artesanos; emigran también de Galicia,
- de Castilla y de Andalucía. Ahoga asimismo la usura á los pequeños
- propietarios; han de malvender éstos sus casas y sus predios para
- pagar al usurero. Los malos años, las sequías, las plagas del campo,
- hacen que el número de jornaleros empleados en el beneficio de la
- tierra disminuya; en las viviendas pobres--los que no emigran--pasan
- los días inactivos, sin pan, viendo en la miseria más cruel á sus
- mujeres y á sus hijos.
-
- Continúa nuestro viejecito su camino á través de España. Ahora ha
- llegado á Andalucía. Sierras abruptas, como las de Córdoba y las de
- Ronda, nos muestra la Naturaleza. Llanos grises y uniformes, como
- los de Sevilla, se extienden ante la mirada. La frugalidad en los
- trabajadores agrarios llega á su colmo en la tierra andaluza; una
- jornada de trabajo produce apenas para comprar un poco de pan y una
- escasa porción de aceite. Escuálidos, exangües vemos á los labriegos;
- con andrajos cubren sus carnes; á centenares abandonan la patria
- española. Y en tanto que se alejan de los campos que los vieron nacer,
- en esos mismos campos permanecen incultos, yermos, pertenecientes á
- unas pocas manos, leguas y leguas de terreno.
-
- ¡Ah, viejecito de la barba luenga y de los ojos azules! ¡Ah, viejecito
- milenario, que tantas cosas has visto á lo largo de la historia de
- España! La alborada de una nueva vida floreciente y renaciente,
- el deseo formidable é íntimo de ser mejores no es todavía sino un
- rudimento en los pechos de unos pocos españoles. Ahora, sobre las
- calamidades tradicionales, centenarias, de la rutina, la ignorancia,
- la pobreza, se añade la guerra. Una guerra devasta nuestra Hacienda y
- deja exhaustos de brazos los campos y los talleres. Nuevos auxilios
- se le piden al labrador, al industrial, al artesano, al pequeño
- propietario, todos abrumados y angustiados por la usura, el fisco y
- las malas cosechas. Una tremenda causa de despoblación se agrega á
- las ya existentes: las ya existentes, que hacen que se camine durante
- horas por las llanuras de Castilla sin encontrar un ser humano. No hay
- escuelas, no hay caminos, no hay árboles, no hay hombres. El viejecito
- de la barba larga se ha sentado en la cima de una montaña. Desde la
- altura se divisaba un vasto panorama de oteros y de valles; en ese
- paisaje estaba retratada en compendio la patria española. Nuestro
- viajero ha pensado: «España: discursos, toros, guerra, fiestas,
- protestas de patriotismo, exaltaciones líricas». Y ha pensado también:
- «España: muchedumbre de labriegos resignados y buenos, emigración,
- hogares sin pan y sin lumbre, tierras esquilmadas y secas, anhelo
- noble en unos pocos espíritus de una vida de paz, de trabajo y de
- justicia».
-
- * * * * *
-
-El anterior artículo motivó vivas protestas en algunos diarios de
-la Habana; hemos procurado indagar el motivo que estos periódicos
-pudieran tener para sus destemplanzas. Nos han dicho que estos
-periódicos defienden á España. No lo entendemos. No fué esto sólo:
-multitud de cartas llegaron á nuestras manos, en que se protestaba
-también enérgicamente de nuestro artículo. Dimos de lado á protestas
-periodísticas y á protestas postales y escribimos--continuando nuestra
-colaboración--el artículo que transcribimos:
-
- UN EXTRANJERO EN ESPAÑA
-
- Cuando escribimos estas líneas, Madrid se prepara á recibir la visita
- del jefe del Estado francés... Imaginemos una inocente fantasía. Un
- francés, un buen francés que tenga un poco--aunque no sea mas que
- un poco--de la finura crítica de un Sainte-Beuve, del colorismo de
- un Gautier, de la escrupulosidad de un Flaubert (¿queréis más?), ha
- releído una de las _Orientales_ del gran Hugo y se dispone á visitar á
- España. Hugo, en esa poesía titulada _Granada_ hace un compendio de su
- visión de la tierra española. Las principales ciudades de nuestro país
- va enumerando el poeta. Jaén tiene «su palacio gótico con torrecillas
- extrañas». Segovia posee «el altar cuyas gradas besamos» y además «el
- acueducto con sus tres hileras de arcos». (No son mas que dos, querido
- y glorioso poeta). Barcelona «en lo alto de una columna, eleva un faro
- al mar.» Alicante «mezcla á los campanarios los alminares». (¿Dónde
- están los alminares de Alicante?) Valencia cuenta «con los campanarios
- de sus trescientas iglesias.» «Salamanca se duerme, «al son de las
- mandolinas» y se despierta á los gritos de los escolares. Á Medina del
- Campo no le quedan mas «que sus sicomoros; sus puertas las hicieron
- los romanos y sus acueductos los moros»...
-
- Saint-Simón, Beaumarchais, Hugo, Gautier, Merimée marcan la línea
- de la observación francesa respecto á España. Estos son los grandes
- espíritus que de nosotros han sabido ver algo personal, intenso,
- original. Conoce nuestro francés--el que hemos imaginado--toda esta
- literatura hispanizante de sus compatriotas. Conoce también--un
- poco--nuestros autores clásicos. Cuando se pone en el tren, su
- imaginación va preparada para recibir el espíritu de España. (La
- «canción de España», diría Barrès, que es el último de los románticos
- franceses; romántico en una lengua clásica, densa, límpida y fresca).
- El país vasco de España es idéntico al país vasco de Francia: el mismo
- cielo bajo y sedante, las mismas praderías verdes y suaves, la misma
- lejanía cerrada por la montaña y por la bruma. Los franceses--tal
- Hugo--que ya ven, desde Fuenterrabía, el paisaje de España, la
- reverberación de la luz vivaz, el colorido espléndido, se precipitan
- un poco. Esperad un momento, buenos amigos. Cuando se llega á Vitoria,
- ya el paisaje ha cambiado. Es la llanura alavesa un feliz eclecticismo
- del paisaje vasco y del incipiente panorama castellano. Los horizontes
- se descubren más dilatados y la luminosidad del cielo es más brillante.
-
- El tren--ó el automóvil--avanza. Ya en tierra de Burgos, el paisaje
- ha cambiado. El aire es más puro y sutil; las llanuras comienzan.
- Nada más violento, más brusco, que este contraste entre el terreno
- desolado, yermo, seco, uniforme de Castilla y el verde y ondulado
- campo francés. Nada más distante de aquellos ríos plácidos y anchos,
- que estos ríos hondos, angostos y turbulentos. Nada más lejos de
- aquellos pueblecillos que se sospechan á lo lejos escondidos entre
- la fronda, que estos otros pueblecillos que se destacan en lo remoto
- del horizonte, con silueta enérgica, recortados fuertemente en el
- cielo radiante. ¿Á dónde iremos á parar en nuestra peregrinación por
- España? ¿Cuál ha de ser nuestro primer contacto serio, íntimo, con
- esta tierra de aspereza, de luminosidad y de aire vivo? No iremos á
- Madrid; un hotel de Madrid--poco más ó menos--es como un hotel de
- cualquier otra capital. No iremos á una ciudad populosa de provincias;
- las ciudades populosas se van uniformando sobre un mismo patrón y con
- un mismo aire. El tren ha llegado á la estación de una pequeña ciudad.
- Detengámonos aquí.
-
- Un ómnibus nos lleva hasta la lejana población; este coche tiene los
- cristales rotos, ó por lo menos, chiquitos, sucios; cuando anda hace
- un ruido sonoro de tablas, de hierros, de desvencijamiento; si es
- de noche, un farolillo colocado en lo interior humea apestosamente.
- Avanzamos por las callejas del pueblo. En la fondita nos hacen subir
- al piso alto; recorremos varios pasillos (en que hay ladrillos sueltos
- que se mueven sonoramente al poner el pie encima); al fin nos abren un
- cuartito del que se exhala un fuerte olor á vaho, á humo de tabaco,
- tal vez á yodoformo. Nos acomodamos en él. ¿Qué remedio nos queda?
- Ya en nuestro interior nos sentimos vivamente contrariados. «No
- vale la pena--pensamos--de hacer este viaje; en España no se puede
- viajar; no existen comodidades; los españoles--¡los pobres!--están muy
- atrasados.» Nos disponemos á salir á la calle; al pasar por uno de
- los corredores de la fondita nos asomamos á una ventana. El panorama
- que entonces descubrimos nos deja profundamente pensativos. Es una
- perspectiva de tejadillos, de paredones vetustos; entre la grisura de
- las edificaciones columbramos unos cipreses que yerguen sus cimas
- puntiagudas y negras. ¿De dónde salen esos cipreses? ¿Del patio de un
- convento de monjas? Al final, más allá de las últimas edificaciones
- de la ciudad, se destaca la larga pincelada de una sierra azul, y si
- es en invierno, con los picachos blancos. Hay una serenidad profunda,
- inefable, en el ambiente; forman una delicada armonía los cipreses
- rígidos, el cielo azul límpido, los viejos seculares paredones y la
- remota mancha de la montaña. Y en el silencio, intenso, denso, diríase
- que el tiempo, en su correr eterno, se ha detenido. ¿Cómo verá un
- extranjero todo esto? Es decir, ¿cómo sentirá un hombre, no habiendo
- nacido en España, la unión suprema é inexpresable de este paisaje con
- la raza, con la historia, con el arte, con la literatura de nuestra
- tierra?
-
- En nuestros paseos por la ciudad vamos recorriendo las callejuelas,
- entramos en la iglesia, nos asomamos á los viejos caserones. Hemos
- necesitado un libro; hemos entrado en una tiendecilla; en el
- escaparate, polvoriento, había unas estampas religiosas, artículos de
- escribir y unos libros. En la tiendecilla no tienen ningún libro que
- hable de la ciudad; no se lee nada en el pueblo; nadie pide ningún
- libro; el librero no sabe tampoco nada de nada. (Poco más ó menos le
- ocurre lo mismo á los libreros de las grandes ciudades.) Volvemos á
- pensar, entristecidos, en la pobre España; va nuestra ira irreprimible
- contra los que no aman á España, contra los que no la conocen, ni
- quieren conocerla, ni, enfrascados en concupiscencias y equívocos
- manejos, ni buscan ni procuran su bien. Pero, llegados junto al
- río, en las afueras de la población, este panorama tan noble en su
- austeridad, tan elegantemente severo, nos aplaca y hace olvidar el
- enojo íntimo que antes nos desazonaba.
-
- En la fondita, cuando vamos á comer, comenzamos á entrar otra vez en
- desasosiego. El yantar es mediocre; toleramos esto. Pero ¿por qué no
- ha de ser limpio? En todas las fonditas españolas (ó en casi todas)
- los tenedores tienen entre los intersticios manchas amarillentas
- de huevo. ¿Por qué estas indefectibles manchas de los tenedores de
- todas ó casi todas las fonditas españolas? Un momento después, en
- nuestro cuarto, tenemos entre las manos las poesías de fray Luis, ó
- el _Quijote_, ó _La Celestina_, ó _El Conde Lucanor_. Nuestro ánimo
- ha vuelto á serenarse. Hemos contemplado durante el día el paisaje
- de Castilla, el cielo, las ringleras de gráciles álamos, el río y
- los oteros, la llanura amarillenta, las humaredas que se disuelven
- lejanamente en el aire, las remotas montañas. Nuestro espíritu ha
- vibrado hondamente frente á la vieja tierra. ¡Cuántas alegrías,
- cuántos dolores, cuántas esperanzas, cuántas decepciones han pasado
- por esta tierra durante siglos, á través de los años y de los años,
- á lo largo de las generaciones! Y todas estas exaltaciones y estas
- angustias de la larga cadena de nuestros antecesores, han venido
- á crear en nosotros, artistas, esta sensibilidad que hace que nos
- conmovamos ante el paisaje y que sintamos--ligada á él--esta página
- de Cervantes ó esta rima de fray Luis. ¿Cómo un extranjero sentirá
- esto? ¿Cómo, aun el mismo Barrès, que esto siente en su Lorena, podrá
- sentirlo en la castellana Ávila, á la vista del panorama? Y ¿de qué
- manera un extranjero pasará por encima de la desapacibilidad de la
- fondita, del desabrimiento de los yantares, de la falta de libros, de
- la parcial incultura--que nosotros mismos lamentamos--, para ver tan
- sólo, suprema visión de arte, esta belleza de un paisaje concordado
- íntima y espiritualmente con una raza y una literatura; para ver la
- exacta é inefable relación que existe entre la grave prosa castellana
- y ese macizo de álamos que se levantan esbeltos en el declive de un
- recuesto austero y limpio?
-
- * * * * *
-
-El anterior artículo no fué publicado. Se nos devolvió en pruebas.
-Comenzábamos á comprender que el patriotismo es un cristal á través
-del cual se ve el paisaje de diverso modo. El patriotismo de un
-pueblo no es igual al patriotismo de otro país. Cambia el concepto
-del patriotismo según las mil circunstancias del agregado social.
-Queremos ser escrupulosos al hablar de esta delicada materia.
-Indudablemente, en Cuba la guerra colonial ha dejado un cierto
-sedimento afectivo, sentimental; no podrán los españoles residentes
-allí escuchar--ó leer--una crítica de las cosas de España con la
-ecuanimidad--relativa--con que aquí las escuchamos ó leemos. Además,
-y aparte de esto, lejos, muy lejos de la patria columbramos las cosas
-de ella con otra luz con que las vemos desde la propia casa. Desde la
-lejanía, el anhelo sentimental sufre menos, mucho menos la crítica;
-la crítica, desde luego, justa, lógica, exacta, y, por lo tanto,
-patriótica, alta, profunda, bienhechoramente patriótica.
-
-Pero ¿era tan terrible el anterior artículo transcrito? ¿Era tan
-terrible que un gran periódico no se atreviese á publicarlo? Creemos
-todo lo contrario; creemos que ese artículo está henchido de amor, de
-dulce simpatía para las cosas de España. En la carta que acompañaba á
-su devolución se nos pedía que habláramos de otro modo de España. ¿De
-qué modo íbamos á hablar de España, de nuestra España?
-
-Sin aludir para nada á las cartas iracundas y á las protestas de los
-periódicos, quisimos dirigirnos, discretamente, á tales protestadores.
-
-Enviamos al _Diario de la Marina_ el siguiente artículo (7 Noviembre
-1913):
-
- EL PATRIOTISMO
-
- La cultura--y la índole de la cultura--de un pueblo puede graduarse
- por su manera de entender el patriotismo. Lo que se aplica á las
- naciones puede decirse de los individuos. De cuando en cuando en la
- vida de un país surge un incidente, más ó menos ruidoso, originado
- por la interpretación que, desde el punto de vista del patriotismo,
- se ha dado á un hecho ó á una manifestación oral ó escrita. Ya es
- un gobernante que lleva á cabo determinada resolución, ó ya es un
- publicista que lanza un libro ó hace en la prensa periódica estas
- ó las otras manifestaciones. El acto del gobernante puede llegar á
- concitar contra su persona las multitudes; las manifestaciones del
- publicista pueden acarrearle la animadversión de una inmensa mayoría
- de lectores. Sin embargo, gobernante y publicista habrán procedido
- rectamente, lealmente, guiados por el más acendrado amor á su patria.
- Pasará el tiempo; las pasiones se aplacarán; el enardecimiento de
- estos días no turbará el juicio de los ciudadanos; otra generación,
- juzgadora de las consecuencias desastrosas de un régimen, se dará
- cuenta de la pura intención de quienes lo condenaron valientemente.
- Y los hombres antes denostados, vilipendiados, escarnecidos,
- serán--¡tardía reparación!--honrados y enaltecidos.
-
- ¿Qué es lo que se puede decir en un país y qué es lo que no se puede
- decir? ¿Hasta dónde podrá llegar la crítica que un observador puede
- hacer de las cosas, los hombres, las instituciones de su patria, y
- hasta dónde no podrá llegar? Hemos citado antes, al hablar de un
- gobernante y de un publicista, el caso referente á un determinado
- hecho que surge en la vida de una nación. Ahora no se trata de una
- contingencia histórica, sino del ejercicio cotidiano, constante,
- de la observación social, de la crítica. Un pueblo sin conciencia
- es un pueblo muerto. La conciencia de un pueblo se manifiesta en
- el conocimiento de sí mismo. El conocimiento de sí mismo supone la
- reflexión sobre sus hombres, sus sentimientos y sus ideas. Reflexionar
- sobre todo es pensar, medir, contrastar los méritos y deméritos, las
- ventajas y las desventajas, los avances y los retrocesos. Todo esto,
- en suma, es crítica. Cuanto más espíritu de crítica se contenga en
- la vida de una nación, tanto más esa nación tendrá conciencia de lo
- que ha hecho y de lo que le falta por hacer. Ahora, imaginad que en
- nombre del patriotismo, en nombre de un falso, absurdo, monstruoso
- patriotismo, se les dice á los ciudadanos de la nación: «Suponed que
- todo son bienandanzas entre vosotros; cerrad los ojos á todas las
- corruptelas, á todas las lacras sociales, á todos los desenfrenos de
- vuestros gobernantes. Imaginad que todo va bien; desentendeos de toda
- censura y de todo anatema para los obstáculos que mantienen retrasado
- en el progreso á vuestro pueblo. Haciendo esto daréis muestras de
- patriotismo». ¿Qué haríamos al escuchar tan extrañas palabras? ¿Cuál
- sería la disposición de nuestro ánimo?
-
- Existen distintas clases de patriotismo. Las examinaremos brevemente.
- El primer patriotismo lo ha expuesto pintoresca y amenamente Larra
- en uno de sus artículos. Aludimos al titulado «El castellano viejo»,
- que vió la luz en _El Pobrecito Hablador_ en Diciembre de 1833.
- Coleccionado está este trabajo en las obras de Larra; de los más
- conocidos es entre los que salieron de la pluma del gran satírico.
- El tipo retratado por Larra hace alarde del más puro, más ferviente,
- más entusiasta patriotismo. Patriota, archipatriota es el castellano
- viejo ante todo. Nada hay para él superior á lo de su patria. «Es
- tal su patriotismo--escribe Larra--, que dará todas las lindezas del
- extranjero por un dedo de su país. Esta ceguedad le hace adoptar
- todas las responsabilidades de tan inconsiderado cariño; de paso que
- defiende que no hay vinos como los españoles, en lo cual bien puede
- tener razón, defiende que no hay educación como la española, en lo
- cual bien pudiera no tenerla; á trueque de defender que el cielo
- de Madrid es purísimo, defenderá que nuestras manolas son las más
- encantadoras de todas las mujeres...» (Un breve alto y un paréntesis.
- Dice Larra--en 1833--que su castellano viejo bien pudiera tener razón
- en creer que los vinos de España son los mejores del mundo. Bueno
- es el jerez; bueno el málaga; buenos los vinos claros y ligeros de
- las llanuras manchegas, del Rivero y de la Rioja; bueno el fondillón
- alicantino. Pero, querido Larra, ¿y el champagne? ¿Y el oporto? ¿Y
- el rhin? ¿Y el burdeos? ¿Y el chianti? En cuanto á la educación, es
- decir, á la cortesía, á la caballerosidad, cortesía y caballerosidad
- hay entre franceses, ingleses, alemanes. Y mujeres, ¿no las hay
- preciosas, encantadoras, en Inglaterra y Francia? ¿No son espléndidas
- las americanas? Y respecto al cielo de España, ¿será menos bello
- porque declaremos que en Nápoles--por no hablar de América--hay un
- cielo radiante y purísimo?)
-
- ¿Quién aceptará hoy el patriotismo del castellano viejo de Larra?
- ¿De qué manera podrá condenársenos como antipatriotas, como poco
- afectos á nuestro país porque proclamemos que no todas las cosas de
- él son las mejores del mundo, que en el mundo hay cosas tan buenas--ó
- mejores--que las que existen en nuestra patria? Y, sin embargo, aun
- en España perdura este concepto. «Es un hombre, en fin, que vive
- de exclusivas»--añade Larra para acabar de trazar la silueta de su
- personaje--. Abandonemos estos exclusivismos y mezclémonos á la vida
- universal.
-
- La segunda clase de patriotismo, á que antes hemos aludido, es un
- poco menos restrictiva que la anterior. «Está bien--se dice--hagamos
- la crítica de nuestros defectos y nuestras máculas. Examinémonos
- imparcial y rigurosamente. En tanto que no lleguemos á esta crítica,
- no llegaremos tampoco á formar un anhelo firme de progreso y
- mejoración. Está bien; pero esa crítica ejerzámosla dentro de casa,
- entre nosotros, sin salir de la familia; no fuera, en el extranjero,
- á la vista de gentes extrañas.» Así nos hablan estos patriotas y
- hemos de reconocer--lealmente--que les impulsa, al hablar así, un
- noble sentimiento. Aman su patria, sí; quieren, sí, la crítica de
- lo malo que hay en su patria; pero desean que de esas miserias,
- morbos y corruptelas no se enteren las gentes extrañas. (Santa
- Teresa habla en su _Libro de las fundaciones_ de unos caballeros tan
- pundonorosos, tan celosos de su decoro, que quieren más morirse de
- hambre dentro de casa, «que no que lo sientan los de fuera». Grandeza
- hay en esa dignidad castellana.) Pero el sistema de crítica interior
- y no exterior es totalmente imposible. ¿Cómo nos compondremos para
- lograr esto? Figurémonos que á nosotros, publicistas, nos pide una
- revista extranjera un estudio serio, imparcial, escrupuloso, sobre
- la situación de España, sobre el estado de su agricultura, de sus
- artes, de sus letras. ¿Qué haremos en ese caso? ¿Diremos la verdad, ó
- mentiremos? ¿Amañaremos la realidad innegable, ó expondremos esa misma
- realidad tal cual es?
-
- Aparte de esto, si en nuestra propia casa hacemos crítica imparcial,
- ¿de qué manera podremos evitar que los periódicos, los discursos,
- los libros en que esa crítica se hace traspasen la frontera? ¿Vamos
- á montar en los lindes de la nación un cuerpo especial de aduanas
- encargado de no dejar pasar hacia afuera esos periódicos, libros y
- discursos? Y cuando del extranjero se nos pida permiso para traducir
- un libro nuestro en que se haga el examen de la vida española, ¿nos
- negaremos á darlo? Todo esto es absurdo é infantil. Reconozcamos
- el buen propósito; pero hagamos constar su impracticabilidad... y
- su inutilidad. Al hacer constar tal cosa, entramos en la tercera
- categoría del patriotismo. Dentro de esta categoría hay quienes
- aman con mayor ó menor conciencia, con mayor ó menor reflexión la
- tierra en que han nacido y viven, pero todos la aman leal, recta y
- noblemente. Dentro de esta categoría, el ejemplar más acabado de
- patriota podríamos representarlo en un hombre que, conociendo el arte,
- la literatura y la historia de su patria, supiese ligar en su espíritu
- un paisaje ó una vieja ciudad, _como estados de alma_, al libro de un
- clásico ó al lienzo de un gran pintor del pasado; es decir, el hombre
- que espiritualmente, lleno de amor, henchido de callado entusiasmo,
- supiese fusionar, dentro de su espíritu, en un todo armónico, todos
- estos elementos de su patria: el paisaje, la historia, el arte, la
- literatura, los hombres. ¿Cuántos serán los que lleguen á estas
- síntesis de alto patriotismo?
-
- Esta categoría de patriotismo no excluye la crítica, ni hace distingos
- entre la crítica hecha en casa y la hecha fuera de casa. Como su amor
- á España es sincero, perseverante y noble, su crítica transpirará
- siempre todas esas cualidades de sinceridad y de delicadeza que él
- pone en su patriotismo. No habrá en ella acrimonia ni odio; una
- melancólica desesperanza se desprenderá, si acaso, de los lamentos y
- reproches de ese hombre. Si es español--como venimos imaginando--al
- hacer la crítica de las cosas, ideas, hombres é instituciones de
- España, no hará mas que repetir lo que los hombres más eminentes de la
- política y del periodismo han expresado. Costa, Giner, Pí y Margall,
- Maura, Azcárate, Sánchez de Toca, Macías Picavea, ¿cuán áspera y
- veracísima crítica no han hecho de nuestra administración, nuestra
- justicia, nuestro parlamentarismo, nuestras Universidades?
-
- Cuando lejos de la patria, ausente largos años de la tierra española,
- estas cosas se leen, irremediablemente un sentimiento de disgusto,
- de contrariedad y de indignación invade nuestro espíritu. «¡Cómo se
- pueden decir--exclamamos--estas cosas de nuestra amada España!» Con
- los ojos del espíritu, allá en las remotísimas lejanías del espacio,
- vemos las montañas, las llanuras, las ciudades, tal callejuela, tal
- casa, de nuestra amada España. La crítica que acabamos de leer se
- nos hace intolerable; arrojamos con despecho el periódico... Y, sin
- embargo--¡oh, queridos compatriotas! ¡oh, hermanos en historia y en
- raza!--esa crítica está inspirada en un noble amor á España. Aquí, en
- el viejo solar, no alejados de él, nosotros sentimos los dolores de
- España; sus angustias son nuestras angustias; sus tragedias están
- hechas con nuestra sangre; con nuestro sudor regamos los campos de
- donde sale el mantenimiento para todos; íntimamente maldecimos las
- causas funestas que se oponen á su prosperidad; y desde lo más hondo
- de nuestro ser anhelamos para ella--la noble y extenuada madre--días
- de bienandanza, de paz y de progreso...
-
- * * * * *
-
-Se publicó el anterior artículo; pero se nos comunicó por la Dirección
-del periódico que nuestra colaboración quedaba suspendida. Aquí tiene
-el lector un pequeño proceso del patriotismo. Podrá ser instructivo
-para el estudio--según las circunstancias sociales é intelectuales--del
-sentimiento de patria.
-
-
-
-
-NOTAS EPILOGALES
-
-
-NIETZSCHE, EL QUIJOTE, LOS DUQUES.--Añádase al concepto formulado
-por Heine, respecto del _Quijote_ y de los Duques, el formulado
-por Nietzsche. Heine: 1837. Nietzsche: 1887. Nietzsche expone,
-incidentalmente, su concepto en _La Genealogía de la moral_ (utilizamos
-la versión francesa de ese libro hecha por Henri Albert.) Del año
-citado es el libro de Nietzsche. Hablando del fenómeno referente á la
-«espiritualización» y «deificación» de la crueldad, á lo largo de la
-historia humana, el pensador alemán escribe:
-
-«En todos los casos, no hace todavía mucho tiempo, no se hubiera podido
-imaginar ni boda principesca ni fiesta popular de gran rumbo sin
-ejecuciones capitales, sin suplicios ó sin algunos autos de fe; y del
-mismo modo toda casa de gente grande era imposible sin algunos seres
-sobre los cuales se pudiera descargar la perversidad y la socarrona
-crueldad»...
-
-Al llegar aquí, Nietzsche abre un paréntesis--¡oh admirable
-paréntesis!--y añade:
-
-«(Que se piense en don Quijote en casa de la Duquesa. Cuando hoy
-leemos el _Quijote_ íntegro, se nos pone en la boca un leve sabor
-amargo; nuestro espíritu se angustia, cosa que parecería extraña y aun
-incomprensible al autor y á sus contemporáneos--porque ellos leían ese
-libro con la más tranquila conciencia, como si no hubiera nada más
-alegre, como si fuera cosa de morir de risa).»
-
-Todo nuestro sentimiento moderno del _Quijote_ está en estas frases,
-escritas en 1887. «El _Quijote_--hemos dicho paradójicamente--no lo ha
-escrito Cervantes; lo ha escrito la posteridad.» Eso mismo es lo que
-quiere decir Nietzsche.
-
- * * * * *
-
-EL RETRATO DE CERVANTES.--Conocedores en pintura que han visto el
-cuadro y han leído el artículo de Foulché-Delbosc, convienen en la
-falsedad de la pintura. Decididamente, creemos que Cervantes, en el
-prólogo de las _Novelas_, lo que quiso decir fué que su amigo Xauregui
-podía hacer el retrato, si se lo deseaba. Recuerdo y lisonja de la
-amistad.
-
-La mixtificación hecha--probablemente--á fines del siglo XVIII, es
-manifiesta. Pero ¿por qué se ha mezclado en este asunto el patriotismo?
-Graves varones de la tradición y de la rebusca archivística, ¿qué tiene
-que ver, decid, el patriotismo con que sea falso ó auténtico el retrato
-de Miguel? Sobre el arte de las falsificaciones, véase el libro de Paul
-Eudel _Le Truquage_ (Librairie Molière, París, sin año; pero de 1913.)
-Eudel cuenta la historia curiosa de la falsificación, hecha por el
-maravilloso falsificador Vrain-Lucas, de una extensa é importantísima
-correspondencia entre Newton y Pascal. También entonces se apeló al
-patriotismo, y hombres políticos, entre otros Thiers, estimaron caso de
-honra nacional el que tal correspondencia no fuera declarada falsa. Y
-su falsedad no podía ser más patente. Cayeron todos aquellos defensores
-del epistolario, defensores por patriotismo, en el más espantoso
-ridículo. Señores: ¿qué tiene que ver el amor á la patria con estas
-cosas?
-
- * * * * *
-
-LA PATRIA DE DON QUIJOTE.--El Toboso, ¿ha debido á Cervantes el no ser
-alguna vez saqueado y devastado? Charles Nodier habla de esto en el
-prólogo á sus novelas. (Utilizamos la edición de Charpentier, 1855.)
-
-Escribe Nodier: «En una de esas guerras imperiales que tenían por
-objeto dar á España un soberano á la manera de nuestro dueño, los
-franceses, hostigados por las bandas populares, se vengaban, siguiendo
-la usanza inmemorial de los héroes, recorriendo el país á la luz
-del incendio. He aquí un pueblecillo más que la tea va á consumir.
-Se le nombra: es el Toboso. Una explosión de carcajadas simpáticas
-estalla en las filas. Las armas caen de las manos de los vencedores,
-y los dichosos compatriotas de Dulcinea escapan á la matanza, bajo la
-protección del genio de Cervantes.»
-
-No lo hubiera podido imaginar el gran Miguel. Si es cierta la leyenda
-del atropello cometido por los toboseños en la persona de Miguel,
-alcabalero, otra leyenda--ó historia--nos dice que Cervantes, desde
-la lontananza de lo pretérito, libró de una sangrienta calamidad al
-Toboso. Compensación...
-
- * * * * *
-
-GABRIEL ALOMAR.--Alomar vino á Madrid á hacer oposiciones á la cátedra
-de Literatura de Barcelona--Instituto--. Había una inmensa distancia
-entre Alomar y los demás opositores. Alomar pertenece al núcleo
-revisionista de los valores clásicos. No ganó las oposiciones--excusado
-es decirlo--. Votó en el tribunal, á favor de Alomar, don Rodolfo
-Gil. El programa de esas oposiciones es de lo más curioso (por su
-incongruencia y futilidad) que hemos leído jamás. Tenemos propósito
-de publicarlo para que los futuros historiadores tengan un documento
-preciosísimo referente á la enseñanza de la Literatura en España y en
-1913 (y muchos años antes... y suponemos que muchos también de los
-venideros).
-
-Algunos compañeros de letras de Alomar obsequiaron á éste en Madrid con
-una comida íntima; el _A B C_ del 4 de Abril de 1913 daba cuenta del
-acto en la siguiente nota (escrita por el autor de este libro):
-
-«En el _restaurant_ Inglés celebróse anoche una comida en honor
-de Gabriel Alomar. Tuvo el banquete carácter de intimidad, y
-exclusivamente literario--sin trascendencia alguna política--fué
-tal acto. Poeta, periodista, pensador originalísimo Alomar, sus
-compañeros de letras de Madrid han querido significarle su afecto y su
-admiración. Originalidad é intensidad campea en toda la obra de Alomar.
-Poeta es ante todo, en verso y en prosa, el autor de _La columna de
-fuego_. Con visión de delicadísima poesía ha glosado Alomar el más
-glorioso de los libros españoles: el _Quijote_. Pocas páginas se han
-producido en España--en el comentario psicológico y lírico--superiores
-á esa. La concepción generosa y profunda de la realidad que el gran
-Hidalgo tiene, es la que Alomar exalta y magnifica en su glosa; esa
-misma concepción informa toda la obra filosófica y poética de Alomar.
-«¿Es la visión de Don Quijote--pregunta el poeta--la que hay que
-aceptar como verdadera, en la íntima y esencial verdad, no en la verdad
-aparente y externa?» La íntima y esencial verdad es la que persigue
-el artista. «No hay frase que no tenga, animada por el estro de un
-poeta, una potencia de sentido espiritual sobre la apariencia corriente
-del sentido literal», ha escrito también Alomar en su ensayo _De
-poetización_. Elegante, férvida y tumultuosa, la obra poética de Alomar
-descuella por ese sentido hondo de la realidad y de la vida.
-
-Á tan exquisito escritor han querido festejar sus compañeros en Madrid.
-Reinó en la comida la más efusiva cordialidad. Asistieron á ella
-Jacinto Benavente, Ortega y Gasset, Roberto Castrovido, Valle-Inclán,
-Luis de Zulueta, Juan R. Jiménez, Amadeo Vives, Luis Bello, _Azorín_.»
-
- * * * * *
-
-Pío Baroja no pudo asistir á esta comida, á causa de una desgracia de
-familia; en espíritu y cordialísimamente estuvo con Alomar y sus amigos.
-
- * * * * *
-
-Derrotado Alomar y de regreso en Cataluña, los intelectuales catalanes
-le obsequiaron con otro banquete. En él leyó Alomar un discurso que es
-preciso tener en cuenta para el estudio de la estética del artista.
-Deseamos que el autor lo recoja en alguno de sus libros. Se publicó ese
-trabajo en _El Poble Catalá_ del 11 de mayo del año citado.
-
- * * * * *
-
-XENIUS.--Respondiendo á las indicaciones que hacíamos sobre su
-modalidad literaria, Eugenio d’Ors nos escribía una carta de la
-que vamos á copiar unos párrafos. (Perdone el querido Xenius esta
-indiscreción; nos parece necesaria para completar el estudio de su
-personalidad, ó por lo menos, para añadir á ese estudio un dato
-interesante.)
-
-Dice Xenius:
-
-«Sí, en la fórmula del arte ha de entrar, para el artista moderno, la
-pasión. Pero yo no llamo á esto romanticismo, sino á la ausencia del
-Dominio del orden sobre la pasión.
-
-Más puede haber de ésta, púdica y recatada, en una bien medida
-estrofa que en un libre grito.--¿Frialdad de los clásicos? Mi amigo
-Vand Landoskz ha encontrado en los papeles de un maestro de baile
-sietecentista esta dichosa frase: «_On ne voit pas tout ce qu’il y
-a dans un menuet._» (Deliciosa, ¿verdad? Se ve al hombre de oficio,
-amante de su oficio y que le de importancia, con una sabrosa punta
-ligera de pedantería, con otra punta de melancolía, y que indica á
-la vez, en una fórmula de carácter general, la exaltación de tantas
-heroicas fiebres como el sacrificio, que es esencial en el arte,
-escondido bajo la perfección formal, bajo la limitación estricta...)
-
-Fórmula de un verdadero clasicismo: «Sólo tiene valor la obediencia á
-la ley en el que sería capaz de violarla».--Otra fórmula: «Sólo debe
-violarse una ley, cuando con el acto de la violación se formula una ley
-nueva».
-
- * * * * *
-
-VÍCTOR HUGO Y VASCONIA.--Profesó el poeta un cordial amor al país
-vasco. En _El hombre que ríe_--libro I, capítulo I--, escribe Víctor
-Hugo: «Vizcaya es la gracia pirinaica, como Saboya es la gracia
-alpestre. Las temerosas bahías cercanas á San Sebastián, Lezo y
-Fuenterrabía, mezclan á las tormentas, á los nublados, á las espumas
-por encima de los cabos, á las cóleras de las olas y los vientos, al
-horror, al fragor, las bateleras coronadas de rosas. Quien ha visto el
-país vasco, desea volverlo á ver. Ésa es la tierra bendita»...
-
-En el _Semanario pintoresco_ de 19 de Enero de 1851, don Ramón de
-Navarrete daba cuenta de una conversación con el poeta. Se titula el
-artículo _Una tertulia en casa de Víctor Hugo_. La página es curiosa.
-El poeta habló de España. «Luego, volviéndose hacia mí--escribe
-Navarrete--, me habló largamente de la España, de su niñez, que pasó
-en Madrid, siendo gobernador de Guadalajara el general Hugo, su padre;
-de la casa del príncipe de Masserano, que habitaban en la calle de la
-Reina; de sus impresiones y de sus recuerdos infantiles, pronunciando
-como parte de estos algunas frases en castellano. Por último, conmemoró
-otro viaje que hizo á las provincias vascongadas en 1844, expresándose
-con vivo entusiasmo acerca de las costumbres sencillas y puras de aquel
-país, de su dulce clima y de su magnífica vegetación.
-
---Nada he visto en mis viajes--me decía--, tan pintoresco ni tan lindo
-como Pasages, á no ser el lago de Ginebra. ¡Y van ustedes--añadía
-dirigiéndose á los españoles en general--, van ustedes á visitar la
-Suiza, teniendo otra Suiza más bella en su patria.»
-
-Días después de esta conversación, Hugo envió á Navarrete los
-siguientes versos, dignos de ser conocidos y divulgados...
-
- ... Espagnols! soyons frères!
- Échangeons nos grandeurs! Du même laurier d’or
- couronnons, vous Corneille et nous Campeador!
- Fils du même passé, la glorie est notre mère,
- car vous avez l’Achille et nous avons l’Homère.
-
-
-
-
-ÍNDICE
-
-
- _Páginas._
-
- Sobre el «Quijote» 7
-
- Lemos y Cervantes 15
-
- Una noble indignación 23
-
- Heine y Cervantes 29
-
- Una casa de Madrid 43
-
- El retrato de Cervantes 49
-
- Un sensitivo 55
-
- Un libro de Fray Candil 61
-
- Cejador y el Arcipreste 69
-
- Un libro de Ramón y Cajal 75
-
- D. Esteban Manuel de Villegas 81
-
- «La Celestina» 87
-
- «La Celestina», «La Pelegrina» 103
-
- Dejemos al diablo 111
-
- La inteligencia de Feijoo 117
-
- La patria de Don Quijote 123
-
- Glosarios á Xenius 137
-
- El Conde Lucanor 143
-
- Don Juan Valera 171
-
- Gabriel Alomar 177
-
- Una antología olvidada 183
-
- Piferrer y los clásicos 191
-
- Juan R. Jiménez 199
-
- Las ideas antiduelistas 205
-
- El teatro y la novela 213
-
- Más del teatro clásico castellano 221
-
- Los españoles 239
-
- Eugenio Noel 247
-
- Toritos, barbarie 253
-
- Carros 259
-
- Las temeridades de Marchena 265
-
- Víctor Hugo en Vasconia 273
-
- Un ideólogo de 1850 281
-
- Baroja, historiador 291
-
- Aranjuez ó la sensibilidad española 297
-
- Proceso del patriotismo 305
-
- Notas epilogales 325
-
-
-
-
-Notas
-
-Se corrigieron los errores obvios de puntuación e en la ortografía. Se
-mantuvieron algunas palabras como en el texto original cuando no se
-redujo la comprensión.(Obvious errors in punctuation and spelling were
-fixed. Some words were left as in the original text when it did not
-impact comprehension.)
-
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- Los Valores Literarios, by Azorin&mdash;A Project Gutenberg eBook
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-<div lang='en' xml:lang='en'>
-<p style='text-align:center; font-size:1.2em; font-weight:bold'>The Project Gutenberg eBook of <span lang='es' xml:lang='es'>Los valores literarios</span>, by José Martínez Ruiz Azorín</p>
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
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-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
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-</div>
-
-<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:1em; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Title: <span lang='es' xml:lang='es'>Los valores literarios</span></p>
-<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Author: José Martínez Ruiz Azorín</p>
-<p style='display:block; text-indent:0; margin:1em 0'>Release Date: February 23, 2022 [eBook #67481]</p>
-<p style='display:block; text-indent:0; margin:1em 0'>Language: Spanish</p>
- <p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em; text-align:left'>Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/American Libraries.)</p>
-<div style='margin-top:2em; margin-bottom:4em'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>LOS VALORES LITERARIOS</span> ***</div>
-
-
-<p class="center p0"><big>AZORÍN</big></p>
-<h1>LOS VALORES<br />
-LITERARIOS</h1>
-
-
-<p class="center p0 p4"><big>RENACIMIENTO</big></p>
-
-<table class="autotable">
-<tr>
-<td class="tdc">
-MADRID
-</td>
-<td class="tdc">
-BUENOS AIRES
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td class="tdc">
-<small>PONTEJOS, 3</small>
-</td>
-<td class="tdc">
-<small>LIBERTAD, 170</small>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td colspan="2" class="tdc">
-1913
-</td>
-</tr>
-</table>
-
-
-<hr class="r65" />
-
-<hr class="r5" />
-<p class="center p0"> ES PROPIEDAD</p>
-<hr class="r5" />
-<p class="center p0 p4">ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO EDITORIAL.&mdash;PONTEJOS, 3.</p>
-
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<h2 class="nobreak" id="A_JOSE_ORTEGA_Y_GASSET"><em>Á JOSÉ ORTEGA Y GASSET</em></h2>
-</div>
-<p><em>En la segunda parte de su libro</em> <b>Racine</b> y
-<b>Shakespeare</b>, <em>Stendhal pone el siguiente lema, que él
-titula</em> <b>Diálogo</b>:</p>
-
-<p class="right p0">
-<span class="rtmarg">«<span class="smcap">El viejo.</span>&mdash;<b>Continuemos.</b></span><br />
-<span class="rtmarg"><span class="smcap">El joven.</span>&mdash;<b>Examinemos.</b></span><br />
-<span style="margin-left: 2em;"><b>He aquí todo el siglo</b> <span class="allsmcap">XIX</span>.»</span><br />
-</p>
-
-<p><em>Sí, tiene razón Stendhal: he aquí todo el siglo</em> <span class="allsmcap">XIX</span>.
-<em>El siglo</em> <span class="allsmcap">XIX</span> <em>en Francia y en otros países. En
-España, ¿podríamos decir</em>: <b>he aquí el siglo</b> <span class="allsmcap">XX</span>?
-<em>Todo el espíritu moderno está en ese brevísimo diálogo del
-escritor francés. Ese es, precisamente, el espíritu que aquí, en
-España, un grupo de pensadores, catedráticos, literatos&mdash;todavía muy
-reducido&mdash;pretende, al fin y dichosamente, crear. «Continuemos», nos
-dice la generación anterior, nos dicen los partidarios de todo lo
-viejo, todo lo carcomido, todo lo podrido, en arte, en política, en
-moral. «Examinemos», comienza á contestar un núcleo de gente nueva. No
-sigamos admitiendo á ciegas, supersticiosamente, los viejos valores;
-no cubramos con palabras decorativas y pomposas las seculares máculas;
-no nos prestemos á que, con la brillante algazara, con el ruido de
-los discursos grandilocuentes, continúe dominando y prevaleciendo lo
-viejo nocivo. No</em>; <b>examinemos</b>. <em>Detengámonos un momento;
-veamos lo que hay debajo de todas esas oriflamas y alharacas.</em>
-<b>Examinemos.</b></p>
-
-<p><em>Acepte usted, querido Ortega y Gasset, la dedicatoria de este libro.
-Completa este volumen los dos anteriores titulados</em> <b>Lecturas
-españolas</b> <em>y</em> <b>Clásicos y modernos</b>. <em>He intentado examinar en
-él algunos valores literarios. Es usted inspirador de un grupo de gente
-joven que se moldea en la critica de los valores tradicionales, y á
-nadie mejor que á usted pueden ir dirigidas estas páginas, trazadas por
-su cordial amigo.</em></p>
-
-<p class="right p0">
-<span style="margin-left: 1em;"><em>AZORÍN.</em></span><br />
-</p>
-
-<blockquote>
-
-<p>Madrid, noviembre, 1913.</p>
-</blockquote>
-
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_7">[Pg 7]</span></p>
-<h2 class="nobreak" id="SOBRE_EL_QUIJOTE">SOBRE EL «QUIJOTE»</h2>
-</div>
-
-
-<p><em>La Lectura</em> ha publicado el tomo VI de su edición del
-<em>Quijote</em>. Cuida del texto y de las notas&mdash;como es sabido&mdash;el
-señor Rodríguez Marín. El texto, puntuado, dispuesto por el señor
-Rodrígez Marín, merece entera confianza; no le regatearemos nuestros
-elogios. La labor realizada en las notas no puede ser expedida en
-cuatro palabras; requiere un examen detenido, especial. Lo haremos
-otro día. En general, los comentaristas del <em>Quijote</em> adolecen
-de trabajar en lo abstracto; pecan de aficionados en demasía á
-los libros, papeles y documentos... y á lo que otros eruditos han
-dicho antes que ellos. El <em>Quijote</em> es un libro de realidad;
-la Mancha, principalmente, es el campo de acción de esta novela.
-En la Mancha hay ahora paisajes, pueblos, aldeas, calles, tipos de
-labriegos y de hidalgos casi lo mismo (por no decir lo mismo) que en
-tiempos de Cervantes. La Mancha comienza ahí mismo, á las puertas de
-Madrid, desde el cerrillo de San Blas para abajo... Sin embargo, los
-comentaristas del <em>Quijote</em> escriben en Madrid; revuelven<span class="pagenum" id="Page_8">[Pg 8]</span> mil
-mamotretos; se fatigan investigando documentos; corren desalados tras
-de un librejo que pudiera traer un dato interesante; lo hacen todo, en
-suma, todo menos darse un paseo por la Mancha, que está ahí, á tiro de
-escopeta, con todas las particularidades vivas y tangibles que figuran
-en las páginas del <em>Quijote</em>. Nada nos dicen los comentaristas
-de los tipos&mdash;existentes hoy&mdash;de Alonso Quijano y de Sancho, ni del
-ama y la sobrina de Don Quijote, ni de las costumbres manchegas, ni de
-los yantares y condumios propios de ese país (de los cuales Cervantes
-habla), ni de la Cueva de Montesinos (que los viajeros nos describen),
-ni de las lagunas de Ruidera, ni de los famosos batanes, que perduran
-al presente como en aquella noche infausta de la célebre&mdash;y no
-aromática&mdash;aventura. Hablar de todo esto, poner en relación la realidad
-de hoy con la realidad pintada por Cervantes, sería establecer una
-armonía de humanidad y cordialidad entre la obra y el lector; sería
-ligar á sus raíces naturales&mdash;la tierra manchega, mejor, española&mdash;una
-planta producida por las dichas raíces. Pero para los comentaristas del
-<em>Quijote</em> la Mancha no tiene realidad; la Mancha no existe.</p>
-
-<p>Nada más significativo á este respecto&mdash;aparte de lo dicho&mdash;que
-contemplar las láminas que, en 1780, puso la Academia Española á la
-edición del <em>Quijote</em> que entonces hizo. ¿Qué idea de España se
-tenía entonces? ¿Es posible que españoles, y españoles eminentes,
-tuvieran tan estrafalaria y absurda idea de la realidad española?
-¡Cómo! Estos<span class="pagenum" id="Page_9">[Pg 9]</span> hombres viven en España, tienen ante los ojos sus
-paisajes, han deambulado por sus caminos, han posado en sus ventas,
-han tropezado y platicado con hidalgos, labriegos, artesanos... Y
-ahora, cuando en el libro más español de todos los libros quieren
-dar, gráficamente, un reflejo de la España en que ellos viven y ellos
-representan (con la más alta representación literaria), nos ofrecen un
-desconocimiento absurdo de España; nos ofrecen una España grotesta y
-ridícula. Y todo esto cuando á las puertas de Madrid, donde la edición
-se prepara, está la Mancha, con sus campiñas, sus ventas, sus caminos,
-sus Quijanos y sus Sanchos.</p>
-
-<p>La segunda parte del <em>Quijote</em> mejora notablemente con respecto
-á la primera. Hablamos de la segunda parte porque á ella corresponde
-el volumen publicado ahora por <em>La Lectura</em>. Mejora, repetimos,
-en cuanto á la técnica y en cuanto á la contextura espiritual. Hay
-en ella algo de etéreo, de indefinible, de inefable que no hay en la
-primera parte. El hombre que escribe este volumen no es el mismo que
-el que ha escrito el primero. Antes había&mdash;tal vez&mdash;pleno sol; ahora
-la franja luminosa que tiñe lo alto de las bardas (<em>¡aún hay sol en
-las bardas!</em>) es resplandor dorado, tenue, de ocaso, de melancolía.
-Cervantes se despide de muchas cosas en esta segunda parte. La segunda
-parte del <em>Quijote</em> es un libro de despedida. En ella llega el
-autor á una tenuidad portentosa de estilo; se piensa en los grises de
-la última manera de Velázquez. Como se ve toda la modernidad de<span class="pagenum" id="Page_10">[Pg 10]</span> la
-segunda parte del <em>Quijote</em> es comparando su prosa á la de otros
-libros de la misma época, á la prosa de Vélez de Guevara, de Castillo
-Solórzano, de Quevedo, de Gracián. Lo que aquí es trabajo, técnica
-laboriosa, particularidades de la época, en Cervantes es ligereza,
-sutilidad, inactualidad. Páginas hay que, con ligeras modificaciones
-ortográficas, parecerían escritas ahora; el autor va escribiendo
-embebido en su propia visión interior sin reparar en la forma
-literaria. Cervantes <em>no se da cuenta de cómo escribe</em>. Cuando se
-llega á este estado es cuando realmente la expresión literaria alcanza
-su más alto valor.</p>
-
-<p>La segunda parte del <em>Quijote</em> sugiere multitud de reflexiones;
-sobre todo, los capítulos en que figuran los duques que aposentaron
-en su palacio á Don Quijote y Sancho. Los tales duques nos parecen
-ahora gente inculta, grosera y aun cruel. No se concibe cómo personas
-discretas y cultas pueden recibir gusto y contento en someter á un
-caballero como Alonso Quijano á las más estúpidas y angustiosas
-burlas. (Recuérdese la aventura de los gatos, el «espanto cencerril
-y gatuno».) Una temporada están Don Quijote y Sancho en casa de los
-duques: se divierten éstos á su talante con ello; son expuestos
-caballero y escudero á la mofa de toda la grey lacayuna; con la más
-exquisita corrección se conduce y produce Alonso Quijano. Y luego los
-tales duques dejan marchar, como si no hubiera pasado nada, al sin par
-caballero y á su simpático edecán. Ya que se divirtieron de lo lindo
-los duques, ¿no había medio de demostrar su<span class="pagenum" id="Page_11">[Pg 11]</span> gratitud de una manera
-positiva y definitiva? Á esos señores debía de constarles que Don
-Quijote era un pobre hidalgo de aldea; ¿no se les ocurrió nada, para
-aliviar su situación, más ó menos sólidamente? Pero dejan marchar á Don
-Quijote, y hacen todavía más: como si las estólidas burlas pasadas no
-fueran bastantes, aun se ingenian para traerle á su castillo cuando el
-caballero va de retirada á su aldea, y para darle una postrera y pesada
-broma. Hemos dicho que <em>ahora</em> notamos esta estúpida crueldad
-de los duques; mas ya á últimos del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>, cuando don
-Vicente de los Ríos compuso su <em>Análisis del Quijote</em>, escribía
-que esas chanzas de los duques con Alonso Quijano suponían un olvido
-«de la caridad cristiana y de la humanidad misma». Hoy existen todavía
-comentadores que encarecen la afabilidad, generosidad y cortesía de los
-duques...</p>
-
-<p>El episodio de Sancho en su ínsula da pie á reflexiones que podríamos
-enlazar con la moderna modalidad de los partidos políticos en España.
-Sancho demuestra ser un excelente gobernante y un honradísimo
-administrador («Desnudo entré en el gobierno, y desnudo salgo»,
-repite él, cosa que ahora no podrían repetir muchos gobernadores
-y gobernantes.) Sin embargo, los duques, señores que tendrán sus
-<em>estados</em>, que necesitarán hombres aptos y probos para el gobierno
-de su casa; los duques no advierten tales condiciones excepcionales en
-Sancho, y en vez de darse el parabién por haber hallado un tal hombre,
-que tan útil les puede ser, lo dejan marchar, como si no<span class="pagenum" id="Page_12">[Pg 12]</span> hubiera
-sucedido nada. Pensamos irremediablemente en Cervantes y el conde de
-Lemos cuando, nombrado virrey de Nápoles, no quiso llevarse consigo
-á Cervantes, que lo pretendía. Pensamos en la curiosa selección&mdash;al
-revés&mdash;que en la política española se suele hacer.</p>
-
-<p>Mucho tendríamos que escribir para comentar&mdash;á nuestro modo&mdash;los lances
-y episodios de esta segunda parte del <em>Quijote</em>. Terminemos
-haciendo una indicación sobre un incidente, de breves proporciones,
-pero de una maravillosa <em>lejanía ideal</em>. Aludimos al encuentro
-y á la separación de Don Quijote y don Álvaro Tarfe. En una venta
-se conocen uno y otro caballero. Pocas horas duran sus relaciones.
-Preguntó Tarfe á Don Quijote:</p>
-
-<p>&mdash;¿Adónde bueno camina vuesa merced, señor gentilhombre?</p>
-
-<p>&mdash;Á una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural&mdash;respondió Don
-Quijote&mdash;. Y vuesa merced, ¿dónde camina?</p>
-
-<p>&mdash;Yo, señor&mdash;replicó Tarfe&mdash;, voy á Granada, que es mi patria.</p>
-
-<p>Al otro día reanudaron el viaje. Juntos fueron hasta cosa de media
-legua de la venta. Quedaba establecida entre los dos corazones una viva
-corriente de simpatía. «Á obra de media legua se apartaban dos caminos
-diferentes, el uno que guiaba á la aldea de Don Quijote, y el otro
-el que había de llevar don Álvaro.» Se abrazaron y cada cual siguió
-su diferente camino. Ya Don Quijote iba vencido; sus días estaban
-contados. Ni uno ni otro caballero habían de verse más. Nunca Alonso<span class="pagenum" id="Page_13">[Pg 13]</span>
-Quijano había de repasar este camino. El presente minuto&mdash;eterno en
-la historia&mdash;que él permanecía en esta bifurcación del camino, ya no
-volvería á vivirlo. El sol tenue y dorado de lo alto de las bardas
-acababa de desaparecer. Estos minutos, insignificantes al parecer,
-tienen una importancia capital en nuestra vida; dejan una estela
-de melancolía dulce que no dejan los clamorosos sucesos. Son unos
-días pasados junto al mar, ó en una montaña; ó es una visita rápida
-que hacemos á una vieja ciudad; ó bien el conocimiento inesperado,
-momentáneo y grato de alguien á quien no hemos de volver á ver. Delante
-de nosotros se abre el camino de la vida; nos detenemos un instante y
-luego proseguimos&mdash;inexorablemente&mdash;la marcha.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_15">[Pg 15]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="LEMOS_Y_CERVANTES">LEMOS Y CERVANTES</h2>
-</div>
-
-
-<p>En el artículo anterior aludíamos á las relaciones mediadas entre el
-conde de Lemos y Cervantes. ¿Quién era el conde de Lemos? ¿Qué clase de
-protección dispensó á Cervantes? Elucidaremos estas cuestiones teniendo
-á la vista el libro publicado por el marqués de Rafal sobre don Pedro
-de Castro. Se titula el libro <em>Un mecenas español del siglo</em>
-<span class="allsmcap">XVII</span>: <em>el conde de Lemos</em>. El conde de Lemos no pasaba de
-ser un hombre mediocre; hoy hubiera sido un excelente parlamentario;
-diversos ministerios hubiera desempeñado. «No fué su elevación á los
-altos puestos que ocupó&mdash;nos dice Rafal&mdash;sino consecuencia natural
-de su posición social y estrecho parentesco con el poderoso duque
-de Lerma.» Líneas más arriba acaba de advertirnos el autor de que
-«nada de verdaderamente extraordinario ocurre en la persona de
-nuestro biografiado». Ocupó Lemos los más altos y pingües cargos de
-la política; fué presidente del Consejo de Indias; desempeñó durante
-seis años el virreinato de Nápoles; presidió más tarde el Consejo<span class="pagenum" id="Page_16">[Pg 16]</span>
-de Italia. Era el virreinato de Nápoles una de las sinecuras más
-suculentas y preciadas entonces. Un autor de la época, hablando de este
-cargo, dice que era «el mayor y más útil que daba el rey en Europa».</p>
-
-<p>Mostróse Lemos aficionado á las letras. Como empresas suyas
-referentes á la cultura, se citan varias. Imprimió á sus expensas
-<em>La Dragontea</em>, de Lope de Vega; estando en Nápoles «fundó una
-Universidad y escuelas, para las que habilitó un magnífico edificio
-comenzado en tiempo de su antecesor con destino á caballerizas».
-Intentó dotar á la misma ciudad de Nápoles de una biblioteca; mas su
-designio no llegó á realizarse. Escribió algunas poesías ligeras.
-Protegió á poetas y literatos... No cosa de mayor entidad podemos
-decir del conde de Lemos. En resolución, para este prócer, como para
-otros aristócratas de la época, las letras eran un solaz y un deporte.
-De cuando en cuando se gustaba de los versos livianos: se componían
-en las tertulias poesías de repente; se amaba las representaciones
-fastuosas y pintorescas de comedias de amor. No se sentía el arte tal
-como hoy un artista puede sentirlo; tal como entonces lo sentía un
-Cervantes ó un Góngora. No podía en aquel tiempo dispensar al arte un
-personaje como Lemos más atención que la que se presta á un agradable
-devaneo. No lo consentía la sensibilidad dominante en aquellas regiones
-sociales. Incompatible era el goce estético delicado con el regodeo
-que se encontraba en las chocarrerías y juegos de bufones, albardanes
-y demás sabandijas de los palacios.<span class="pagenum" id="Page_17">[Pg 17]</span> El mismo Rafal nos cuenta en su
-libro un singular solaz que tomaron en cierta ocasión los aristócratas
-palaciegos. Rodearon una noche la casa de un bufón estando éste
-dormido; lo despertaron con estruendo de arcabuces; lo amedrentaron;
-lo acongojaron; lleváronlo á una prisión y lo pusieron en capilla,
-simulando que era llegada su última hora... Cuando terminó la bárbara
-broma y quisieron indemnizar de sus angustias al cuitado, regalándole
-una cadena de oro, el pobre hombre, con un rasgo de altiva dignidad
-que le colocaba por encima de sus atropelladores, se negó á recibir el
-presente.</p>
-
-<p>Una sociedad cuyos más elevados miembros encontraban solaz de tan
-bárbaros devaneos no podía sentir el <em>Quijote</em> como hoy lo
-sentimos nosotros. Ya hemos dicho en otra ocasión&mdash;paradójicamente&mdash;que
-el <em>Quijote</em> no lo ha escrito Cervantes, sino la posteridad. No
-podía ser tampoco considerado Cervantes como hoy lo consideramos.
-No caigamos en la ilusión espiritual, al juzgar al autor y su obra,
-de transportar al siglo <span class="allsmcap">XVII</span> el ambiente que ahora rodea
-á Cervantes y al <em>Quijote</em>. La clase de protección de Lemos á
-Cervantes se explica teniendo en cuenta qué es lo que Cervantes era en
-la sociedad y en las letras de la décimoséptima centuria. Más abajo
-volveremos sobre este punto y veremos cómo, dado el carácter de Lemos y
-dada la clase de literatura que producía Cervantes, no pudo ser otra la
-protección del conde. Ahora examinemos el asunto referente á la ida á
-Nápoles.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_18">[Pg 18]</span></p>
-
-<p>Fué nombrado Lemos virrey de Nápoles. Podía, desde tan alto cargo,
-dispensar amplia y decorosa protección á la gente de letras. Puesto que
-Lemos se ufanaba de ser el amparador de poetas y literatos, ésta era
-la ocasión de demostrarlo cumplidamente. Figuraos que hoy llegara á la
-presidencia del Consejo de ministros quien pusiera su gloria en alentar
-y auxiliar á cuantos&mdash;dignamente&mdash;viven de la pluma. Ancho campo se
-abriría á su noble afán. Con Lemos solicitaron pasar á Italia numerosos
-literatos y poetas. Lo solicitaron, entre otros, Cervantes, Góngora,
-Cristóbal Suárez de Figueroa. Había muerto el secretario del conde
-tiempo atrás. Lemos nombró entonces para este cargo á Lupercio Leonardo
-de Argensola. Correría Argensola con el cuidado de escoger el personal
-que había de llevar el conde á Nápoles. Á Argensola, y no á Lemos,
-debían, pues, dirigirse los pretendientes. Lemos, tan amante de los
-hombres de letras, ponía entre su persona y los literatos una barrera.
-Una barrera constituída por otro hombre de letras, es decir, por un
-hombre que podía tener, respecto á rivales y competidores, sus recelos,
-sus animadversiones, sus resquemores. ¿Cómo justificar la conducta de
-Lemos en este caso, capital, capitalísimo en su vida? ¿Por qué él no se
-entendió directamente con los que llamaba sus amigos, sus protegidos?
-«Todo quedaba ya&mdash;dice Rafal&mdash;supeditado á la buena ó mala voluntad de
-Lupercio.»</p>
-
-<p>Nuestro amado y gran Miguel fué de los que «más» solicitaron el ir á
-Nápoles. Había puesto en<span class="pagenum" id="Page_19">[Pg 19]</span> ello Cervantes una fervorosa ilusión. No pudo
-conseguirlo. Lo rechazaron los Argensola. El fracaso de su esperanza
-produjo á Miguel una honda amargura. Rafal supone que la conducta de
-Lemos «debió, no sólo ser correcta, sino cariñosa para Cervantes».
-(Entre paréntesis, dilecto marqués: en la frase citada falta un
-<em>de</em>; pero, sin querer, ha salido más exacta tal como está. En
-efecto, ésa era la obligación del conde de Lemos para con Cervantes,
-obligación que Lemos no cumplió.) Pero á seguida de escribir la frase
-transcrita, el autor se pregunta: «¿Cómo pudo ello compaginarse,
-siendo, en último término, la voluntad del conde la que había de
-prevalecer sobre la de sus secretarios?» «No acertamos á dar con la
-respuesta...»&mdash;añade Rafal.</p>
-
-<p>Pero las razones que imagina nuestro historiador para justificar
-á Lemos, antes nos confirman la mediocridad de éste que abonan su
-proceder. El conde&mdash;nos dice Rafal&mdash;gustaba de las Academias en que se
-repentizaba; el amor de Lemos á las letras, como el de sus congéneres,
-se manifestaba, como queda dicho, en estas liviandades y devaneos
-ridículos. Cervantes no podía hacer brillante papel en tales tertulias;
-según él mismo confiesa, era tartamudo; no podía producir una ligera
-y brillante cháchara. No era, pues, «á propósito para certámenes como
-aquellos á que demostró Lemos y sus consejeros ser aficionados».
-Dejemos esto. El hecho es que «ni uno solo de los comentadores de la
-vida del insigne escritor puntualiza» al hablar de la protección de
-Lemos á Cervantes.<span class="pagenum" id="Page_20">[Pg 20]</span> Como Cervantes hace en distintas partes protestas
-efusivas de adhesión y cariño al conde, se viene á sospechar que la
-tal protección fuera no otra cosa que una cantidad que periódicamente
-pasaba Lemos á Miguel. Y con esto volvemos al punto que arriba dejamos
-para tratarlo ahora.</p>
-
-<p>El conde de Lemos, gran señor, ocupador de suntuosas posiciones
-políticas, tuvo en su vida numerosas ocasiones de favorecer, definitiva
-y decorosamente, á Cervantes. Fácilmente pudo darle algún cargo digno;
-fácilmente pudo hacer que Miguel, ya en la Administración, ya en la
-Justicia, ya en cualquier otro de los ramos y engranajes del Estado,
-encontrara un decente y duradero acomodo. ¿Por qué no lo hizo así? ¿Por
-qué su amparo tomó la forma de una pensión, cuya cuantía ignoramos,
-y que hoy nos molesta, nos repugna? ¿Por qué esta manera de limosna
-y no la otra manera ostensible y digna de la protección en un cargo
-lícito y decoroso? No olvidemos que el conde de Lemos vivía en el siglo
-<span class="allsmcap">XVII</span>, y que sobre eso&mdash;ello es importante&mdash;era un hombre
-mediocre y frívolo. No olvidemos tampoco que Miguel no pasaba de ser un
-escritor de obras festivas. Algunos de sus coetáneos le motejaban de
-<em>ingenio lego</em>; él mismo sentía la pesadumbre de no ser mas que un
-<em>romancista</em>, es decir, un escritor en lengua vulgar. Lo selecto
-y lo literario entonces, lo verdaderamente intelectual era escribir en
-latín sobre especulaciones filosóficas ó políticas; y si no en latín,
-al menos, urdir en castellano algún grave y recio infolio de erudición.
-El <em>Quijote</em> no pasaba<span class="pagenum" id="Page_21">[Pg 21]</span> de ser un libro de burlas chocarreras.
-«¡Cómo!&mdash;podría decirnos Lemos&mdash;. ¿Os quejáis de mi protección á
-Cervantes; la encontráis indecorosa, mezquina, y no reparáis que
-Cervantes no es un gran literato, un filósofo, un erudito? ¿Decís que
-la tal protección no corresponde ni á la persona ni á la obra? ¡No lo
-comprendo!»</p>
-
-<p>Y, en efecto, ni Lemos ni sus contemporáneos lo comprenderían.
-Pero Lemos, cuando quería proteger, sabía proteger decorosa y
-espléndidamente. En el libro del marqués de Rafal se citan varios
-casos. Uno es el de los propios Argensolas; á más de lo consignado,
-el conde trabajó obstinadamente con la corte pontificia para que á
-Bartolomé le fuera concedida una canonjía. Otro caso es el del jesuíta
-padre Mendoza, en rebelión con la Compañía, hombre inquieto y bravío,
-para quien Lemos, después de defenderlo y ampararlo largamente, logró
-un obispado. El tercer caso es el del padre Arce, bibliotecario del
-conde, á quien también favoreció Lemos con otro obispado. Sabía, sí,
-sabía proteger el conde. Pero, ¡ay, querido Miguel! Tú, ¿quién eras y
-qué eras? Tú eras un pobre hombre, lisiado y desdichado; tú no habías
-compuesto ningún libro <em>serio</em>; tú no habías sacado de tu cabeza
-mas que una historia estrafalaria y risible.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_23">[Pg 23]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="UNA_NOBLE_INDIGNACION">UNA NOBLE INDIGNACIÓN</h2>
-</div>
-
-
-<p>Estas líneas no son mas que una apostilla al artículo anterior. Se nos
-pide que insistamos&mdash;ampliándolo&mdash;sobre algún punto expuesto en dicho
-trabajo. Lo haremos brevemente. ¿Cómo se compaginan&mdash;se dice&mdash;las
-fervorosas protestas de adhesión y amistad hechas por Cervantes
-respecto al conde de Lemos y la conducta mezquina, menguada de éste?
-Hemos dicho bastante sobre este importante extremo; pero añadiremos
-algo más. Es preciso colocarse en la situación de Cervantes. El autor
-del <em>Quijote</em> era un hombre pobre, necesitado; toda su vida la
-había pasado en angustiosas y trabajosas andanzas. No figuró nunca
-entre la alta intelectualidad de su patria. Cuando estuvo en Sevilla,
-aparte vivió de los aristocráticos, delicados ingenios que allí había;
-su amigo y su protector&mdash;honremos su memoria&mdash;fué un hombre del pueblo:
-un mesonero. En Madrid, al publicarse el <em>Quijote</em>, hubo para
-Cervantes una ventolera de renombre; pero no nos hagamos ilusiones:
-aquel renombre no era como este de que ahora goza<span class="pagenum" id="Page_24">[Pg 24]</span> Cervantes; aquel
-renombre era, más que respeto y comprensora admiración, curiosidad,
-interés por un escritor que había trazado una historia graciosa, llena
-de donairosos disparates. No fué nunca considerado Cervantes, como
-al presente es considerado, un erudito ó un publicista consagrado
-oficialmente, académico, ex ministro, etc.</p>
-
-<p>Por otra parte, el conde de Lemos no pasaba de ser un hombre mediocre,
-limitado. Afectaba ser amigo de los literatos y protegerlos; mas
-quienes verdaderamente se llevaban su consideración eran los que
-en aquellos tiempos eran reputados por los verdaderos literatos y
-pensadores: eruditos, teólogos, poetas aristocráticos. Aun siendo Lemos
-amigo de Miguel, no podía colocar á éste en su estimación al nivel de
-un Argensola, ó de un padre Arce, ó de un padre Mendoza. Le quería,
-sí; mas en su afecto hacia Cervantes debió de haber esa corrección,
-esa urbanidad fría, ese discreto acercamiento&mdash;ó alejamiento&mdash;que un
-gran aristócrata ó un gran político saben poner entre su persona y la
-persona de un hombre á quien se debe cierta gratitud, pero con quien no
-se cree que debe establecerse una sincera, honda, cordial solidaridad
-espiritual. ¿Qué iba á hacer Cervantes? Su situación era sumamente
-apretada; si no le pasaba una pensión, regular y periódicamente, el
-conde de Lemos (cosa que no está demostrada), por lo menos, debió
-de hacerle, en ocasiones, algún señalado favor. Era Lemos la única
-persona á quien Cervantes podía recurrir. ¿Iba Miguel á perder este
-único asidero por adjetivo de más ó<span class="pagenum" id="Page_25">[Pg 25]</span> de menos en sus dedicatorias? ¿Qué
-importaba un superlativo ó una hipérbole? Téngase en cuenta, además, el
-estilo especial&mdash;todo encarecimientos&mdash;de esa literatura nuncupatoria.
-Añádase también la generosidad nativa é inagotable de Miguel...</p>
-
-<p>El conde de Lemos, desempeñador de los más altos cargos de la política,
-pudo asegurar decorosa y holgadamente el porvenir de Cervantes.
-No quiso hacerlo. Hemos hablado del concepto social que rodeaba
-al autor del <em>Quijote</em>; ello influyó eficacísimamente en la
-clase de relaciones que mediaron entre, Lemos y Miguel. ¿Se podrá
-rastrear hoy, <em>todavía</em>, este concepto social de Cervantes? No
-se olvide que Cervantes mismo se tenía&mdash;y ello le apesadumbraba&mdash;por
-un mero <em>romancista</em>; no se eche en olvido tampoco el dictado
-de <em>ingenio lego</em> con que le motejaron algunos intelectuales
-de su tiempo. ¿Podremos encontrar todavía en el <em>subtractum</em>
-español, en lo hondo de ciertas regiones sociales españolas, este
-concepto respecto á Cervantes? Los cervantistas (y, en general, los
-historiadores literarios) desdeñan la realidad viva; buceando en
-el fondo de la realidad española pudieran encontrarse noticias y
-pormenores curiosísimos. Las modas, las maneras de decir, las ideas,
-las modalidades del sentimiento, de las altas capas sociales caen á lo
-hondo, poco á poco, y allí perduran durante mucho tiempo. Giros del
-castellano clásico, vocablos desaparecidos hace siglos, los encontramos
-en la parla de un mercado ó de un horno, en boca de zabarceras y
-comadres. Puesto que el concepto <em>Cervantes-ingenio lego</em> ha
-existido<span class="pagenum" id="Page_26">[Pg 26]</span> y ha dominado en la aristocracia intelectual de España, en el
-siglo <span class="allsmcap">XVII</span> y durante bastantes años, ¿podrá aún encontrarse
-rastro vivo de este concepto, concepto que no calificamos porque no
-hace falta y que ahora se resuelve en gloria de Miguel?</p>
-
-<p>En 1848 un colaborador del <em>Semanario Pintoresco</em>&mdash;J. Jiménez
-Serrano&mdash;hizo un viaje por la Mancha; visitó ese escritor algunos de
-los parajes por donde anduvo Don Quijote. Sus impresiones se publicaron
-en dicha revista. Cuenta Jiménez Serrano que caminando de Argamasilla
-al Toboso se encontró á un clérigo que iba también al mismo pueblo.
-Trabaron conversación los dos viandantes y el clérigo dijo, entre otras
-cosas, al viandante, al enterarse del propósito de éste: «Hace cuarenta
-años que vivo en Lugar Nuevo, famosísima patria de Don Quijote, pero
-nací en el Toboso, donde pasé al lado de mis padres los primeros años
-de mi juventud y las vacaciones que nos daban en la insigne Universidad
-de Toledo; he visto, por consiguiente, muchos extranjeros que venían
-atraídos como usted por la fama de ese Cervantes Saavedra tan celebrado
-en Madrid. Movióme entonces la curiosidad de leer <em>El Ingenioso
-Hidalgo</em> y no me pareció, con perdón sea dicho, cosa de tanto
-asombro, pues ni allí hay doctrina ni hechos; no pasa, en mi pobre
-juicio, de ser una obra graciosa, escrita por un hombre chistoso, pero
-sin carrera».</p>
-
-<p>Léanse y reléanse las últimas frases transcritas; ese es, en 1848,
-el concepto de Cervantes que profesaban<span class="pagenum" id="Page_27">[Pg 27]</span> en 1610 los intelectuales,
-aristócratas, teólogos y grandes políticos. El <em>Quijote</em> es
-una obra graciosa, escrita por un hombre chistoso; no hay en ese
-libro doctrina. Su autor es un hombre sin carrera. ¿Cómo había de
-dispensarle Lemos la misma protección que á un Mendoza ó á un Arce?
-Dos años antes de que el clérigo de Argamasilla expresara el juicio
-copiado, en 1846, un escritor había dado la nota exacta al hablar de
-las relaciones mediadas entre el conde y Miguel. Aludimos á Pablo
-Piferrer, agudo crítico y elegante poeta. En su libro <em>Clásicos
-españoles</em>, Piferrer escribe, tratando del desamparo de Cervantes:
-«Sólo el conde de Lemos, don Pedro Fernández de Castro, aquel protector
-de los hermanos Argensolas, le hizo <em>alguna</em> merced, que, si bien
-muy digna de eterna loa, <em>no debió de ser tan grande como pudiera
-deducirse de las expresiones que su ánimo tan bueno y agradecido
-dictaba á Cervantes</em>.» «Mejor es verle así dechado de generosidad
-y dulzura&mdash;añade el autor&mdash;; mas siendo un tanto más sobrio en los
-elogios ajenos, fiando su propia defensa y la crítica de los demás á su
-noble sátira, quizá el temor le hubiera granjeado las consideraciones
-que se negaron tan villanamente á la indulgencia.» «Aquí sólo la
-indignación mueve mi pluma&mdash;agrega Piferrer&mdash;; ni puedo leer con calma
-que los mismos Argensolas anduviesen regateando el favor del conde
-y dándose apariencias de patronos con aquel anciano en cuya abierta
-frente resplandecía la bondad más pura. ¿Acaso todos los versos juntos
-de aquellos poetas son en la sola poesía lo que<span class="pagenum" id="Page_28">[Pg 28]</span> cualquier capítulo del
-<em>Quijote</em> en toda la literatura?»</p>
-
-<p><em>Aquí sólo la indignación mueve mi pluma</em>&mdash;dice Piferrer&mdash;.
-Acompañemos en su noble indignación al querido y delicado poeta de la
-<em>Canción de la primavera</em>.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_29">[Pg 29]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="HEINE_Y_CERVANTES">HEINE Y CERVANTES</h2>
-</div>
-
-
-<h3 class="p2">I</h3>
-
-<p>Una excelente revista&mdash;<em>Hispania</em>&mdash;que, en lengua castellana,
-aparece en Londres, ha publicado, no hace mucho, el estudio de Heine
-sobre el <em>Quijote</em>. La traducción la ha hecho un distinguido
-escritor americano: D. S. Restrepo. Lo traducido ahora, estaba ya
-traducido en España; ignoramos si el señor Restrepo tenía conocimiento
-de esta traducción. Aludimos á la publicada en la <em>Revista
-Contemporánea</em> correspondiente al 30 de Septiembre de 1877. El
-autor de esta traducción es el delicado poeta Augusto Ferrán. En 1837
-Enrique Heine escribió un prólogo para una traducción alemana del
-<em>Quijote</em>; «escrito en París durante el Carnaval de 1837», dice la
-fecha de esas páginas del poeta; no es baladí consignar ese detalle,
-al parecer nimio, pero interesante, de las circunstancias&mdash;algunas
-circunstancias, desde luego&mdash;en que Heine meditó y redactó su proemio á
-la gran novela. Los traductores españoles lo han desdeñado: Larra&mdash;que
-veía trágicamente el Carnaval&mdash;hubiera<span class="pagenum" id="Page_30">[Pg 30]</span> tenido muy en cuenta este
-significativo pormenor; significativo tratándose de un libro también
-cómico en la apariencia, pero asimismo trágico en el fondo.</p>
-
-<p>La edición del <em>Quijote</em> con proemio de Heine se publicó en
-Stuttgart el año citado más arriba. No conocemos el original alemán de
-la obra del poeta; la hemos leído en una edición francesa; incluída va
-en el volumen que figura en las <em>Obras completas</em> de Heine con el
-título de <em xml:lang="fr" lang="fr">De tout un peu</em>; hizo esa edición Michel Levy, y la
-tirada que tenemos á la vista es de 1867. Algo importante encontramos
-en la advertencia que el editor pone al frente del volumen citado.
-Hablando del estudio de Heine sobre el <em>Quijote</em> se dice lo
-siguiente: «Heine se ha mostrado severo, en su correspondencia, con
-su <em>Introducción al Quijote</em>, que fué publicada en 1837 y que
-nosotros hemos incluído entre sus fragmentos de crítica literaria.
-El lector seguramente no participará sino á medias de ese juicio del
-poeta sobre uno de esos escritos; juicio que hubiera sido menos duro,
-probablemente, si no se hubiera tratado en este caso de consolar á su
-editor ordinario de Hamburgo de haberle visto á él, Heine, aceptar
-para este trabajo los ofrecimientos de otro editor de la Alemania
-meridional.» Pequeño, pero curioso problema de psicología literaria
-es éste; ante todo, ni enteramente ni <em>á medias</em>&mdash;como dicen los
-editores parisienses&mdash;aceptamos el juicio de Heine sobre su trabajo
-cervantista; luego habría que ver los pasajes de las cartas de Heine en
-que este habla del asunto; finalmente,<span class="pagenum" id="Page_31">[Pg 31]</span> es verosímil, aunque parezca
-extraño, el motivo que se alega para la autodepreciación citada.
-Dejemos simplemente consignadas estas observaciones.</p>
-
-<p>No solamente no aceptamos á medias el juicio de Heine, sino que,
-lejos de ello, tenemos las páginas escritas por el poeta acerca del
-<em>Quijote</em> como lo más bello, fundamental y sentido que jamás se
-haya escrito. Siendo el <em>Quijote</em> una obra universal, no es mucho
-lo que de un modo original y emocionador se ha dicho del gran libro.
-¿Cuántos son los grandes espíritus que han hablado del <em>Quijote</em>?
-Estudios largos, detenidos, podemos contar muy pocos; incidentalmente
-han hablado del <em>Quijote</em> elevados ingenios de todos los países;
-son alusiones, indicaciones rápidas, frases sueltas, no otra cosa. Así
-han hablado Rousseau, La Fontaine, Víctor Hugo, Tourgueneff, Flaubert
-(éste, cuatro líneas, dedicadas á Sancho Panza, en su brevísimo
-estudio sobre Rabelais). «Mil veces&mdash;ha escrito Clarín en sus <em>Notas
-sueltas</em> sobre el <em>Quijote</em>&mdash;, mil veces, leyendo á mis
-filósofos, sabios, poetas y novelistas favoritos, de extrañas tierras,
-he pensado: ¡Qué lástima que este espíritu no hubiese penetrado y
-recordado bien el de Cervantes! La cita del <em>Quijote</em> estaba
-muchas veces <em>indicada</em>... y no venía. En Carlyle, en Renán,
-por ejemplo, ¡cuántas veces la <em>asociación de ideas</em> llamaba al
-<em>ingenioso hidalgo</em>... y no venía!»</p>
-
-<p>En las páginas de Heine se contienen muchos de los más importantes
-puntos de vista que modernamente se habían de adoptar respecto á la
-novela<span class="pagenum" id="Page_32">[Pg 32]</span> de Cervantes. Algunas de estas ideas, si no han sido originales
-de Heine, al menos, la fuerza, la plasticidad, la emoción del poeta las
-ha dado relieve extraordinario y las ha lanzado, desde la penumbra, á
-plena y viva luz. No es inútil advertir que al hablar de tales puntos
-de vista no nos referimos á triquiñuelas, fruslerías y minucias de
-erudición; de lo que aquí se trata es de la interpretación psicológica,
-ideal, <em>sentimental</em> del <em>Quijote</em>, cosa de que nuestros
-eruditos no tienen idea, ó á la cual conceden un valor muy secundario.
-Indicaremos algunas de estas ideas que á Heine se deben; hoy las
-opiniones del poeta se han convertido ya en tópicos corrientes.</p>
-
-<p>Hablando el poeta de la impresión que causaba en él la lectura del
-<em>Quijote</em>, escribe: «Despreciábamos el bajo populacho que atacaba
-cobardemente al héroe á estacazos; pero mucho mayor era nuestro
-desprecio para el alto populacho que, vestido con trajes de seda,
-hablando escogido lenguaje y adornado con un título ducal, se mofaba
-de un hombre que le sobrepujaba en nobleza y en ingenio». (Todavía
-al presente se elogia la caballerosidad y la cortesía de los duques
-con Don Quijote. Hay comentaristas para todo.) El poeta ha hecho
-resaltar también las diversas impresiones que, según la edad&mdash;es decir,
-según la evolución de la sensibilidad á través de los años&mdash;, va
-produciendo la novela en los lectores. «Cada lustro de mi vida&mdash;escribe
-Heine&mdash;he releído <em>Don Quijote</em> con impresiones alternativamente
-diferentes.» El poeta, en un momento determinado de<span class="pagenum" id="Page_33">[Pg 33]</span> su vida, creía
-que lo ridículo del quijotismo procedía de querer introducir en la
-vida, en contradicción con la realidad presente, un pasado desaparecido
-definitivamente. (En el <em>Quijote</em>, el pasado legendario y
-heroico.) «¡Ay!&mdash;exclama Heine&mdash;; yo he aprendido después que es una
-tan amarga locura el querer introducir demasiado pronto el porvenir en
-el presente, cuando, en un combate análogo contra los rudos intereses
-del día, no se posee sino un caballejo, una débil armadura y un cuerpo
-no menos frágil.» (Pensamiento profundo; pensamiento en que se revela
-la analogía entre Heine y el <em>Quijote</em>; no decimos Don Quijote
-porque queremos comprender en la comparación tanto al caballero como
-á su edecán. Heine osciló siempre, trágicamente, entre la añoranza
-del pasado y el anhelo de lo porvenir. Este conflicto íntimo&mdash;que se
-da en muchos espíritus&mdash;es lo que marca la característica del poeta y
-determina su romanticismo especial. Léase á este propósito el estudio
-dedicado á Heine por el original pensador francés Jules de Gaultier;
-estudio publicado primitivamente en la <em xml:lang="fr" lang="fr">Revue des Idées</em> y
-recogido después, según creemos, en alguno de los últimos libros del
-autor.)</p>
-
-<p>Cervantes&mdash;prosigue Heine&mdash;era un hombre de una intuición profunda;
-calaba en el fondo de las gentes que le rodeaban. Sin quererlo él, su
-superioridad resaltaba por encima de sus coetáneos, de las personas
-á quienes trataba, con quienes convivía. «¿Qué de extraño tiene que
-Cervantes se haya enajenado así muchas simpatías y que en<span class="pagenum" id="Page_34">[Pg 34]</span> su carrera
-terrestre no haya encontrado sino mediocres apoyos?» «Cervantes amaba
-la música, las flores y las mujeres»&mdash;escribe poco más lejos Heine,
-románticamente. (Pasemos sobre esta indicación del poeta; es posible
-que Cervantes amara las flores; es posible que, como el Greco, amara
-la música... Pero todo esto es escenografía del poeta.) En las novelas
-precervantinas, en los primitivos libros de caballerías, todo estaba
-idealizado, alambicado, y la cotidiana realidad no parecía por ninguna
-parte. «En ningún lado, rastro de pueblo.» Cervantes destruye el viejo
-y artificioso idealismo y funda otro nuevo basado en la realidad. «Así
-proceden siempre los grandes poetas; al mismo tiempo que destruyen lo
-que es viejo, fundan algo que es nuevo; no niegan jamás sin afirmar á
-la par alguna cosa.» «Cervantes crea la novela moderna al introducir en
-la novela caballeresca la descripción fiel de las clases inferiores, al
-mezclar en ella la vida popular.»</p>
-
-<p>Cervantes y Goethe se asemejan. Goethe recuerda á Cervantes hasta en
-las particularidades del estilo, en «esa prosa fácil, coloreada de la
-más dulce y más inocente ironía». (Sí; dulce é inocente... cuando es
-inocente y dulce. Dulce é inocente en un sentido superior, elevado: en
-el sentido de la inefable indulgencia, de la <em>suprema comprensión</em>
-de las cosas que se desprende de la obra de Cervantes como de la de
-Goethe.) «Cervantes y Goethe se parecen aun por sus defectos, por la
-prolijidad de sus discursos, por esos largos períodos que encontramos
-frecuentemente en ellos, comparables<span class="pagenum" id="Page_35">[Pg 35]</span> á un cortejo de gentes regias.»
-No se encuentra á menudo en tales períodos sino un solo pensamiento,
-grave, lento; pero «esa sola idea es siempre trascendental,
-considerable; es como el soberano de esa cohorte».</p>
-
-<p>No queremos apuntar los demás puntos de vista del trabajo de Heine.
-Popularísimos han llegado á ser todos; salidos de la pluma del poeta,
-se han desparramado por el mundo, y hoy, acá y allá, de cuando en
-cuando, los tropezamos, manoseados, viejecitos, valetudinarios, sin el
-brío y el fuego que les prestara el poeta, en artículos periodísticos y
-peroratas académicas. Agradezcamos al gran poeta (hoy <em>perseguido</em>
-en su patria, donde no tiene un solo busto); agradezcamos al
-poeta estas maravillosas páginas que él, sobre el más alto libro
-tragicómico, escribió en 1837, durante el Carnaval, la época&mdash;¡oh,
-Larra!&mdash;tragicómica del año.</p>
-
-
-<h3 class="p2">II</h3>
-
-<p>Quedamos anteriormente en que Enrique Heine ha sido quien primero
-ha visto y sentido&mdash;y, por lo tanto, interpretado&mdash;de una manera
-verdaderamente moderna la obra capital de Cervantes. Ha visto y sentido
-así Heine el <em>Quijote</em>: Primero, porque ya se había inaugurado
-la revolución romántica; es decir, porque ya se había introducido en
-el arte el elemento personal, lo subjetivo<span class="pagenum" id="Page_36">[Pg 36]</span> (en ello se estaba en
-1837), y, por lo tanto, en la novela, el drama, el poema, etc., podía
-verse el reflejo del propio yo, ó podía poner el artista el propio
-yo. El romanticismo ha renovado la crítica y la manera de sentir el
-pasado; recuérdese, caso análogo al del <em>Quijote</em>, lo ocurrido
-con Calderón y cómo, por los críticos alemanes, compatriotas de Heine,
-han sido vistos <em>La vida es sueño</em>, <em>El mágico prodigioso</em>,
-<em>La devoción de la Cruz</em>. Segundo, Heine vió el <em>Quijote</em>
-como lo vió por la afinidad suya moral con el libro de Cervantes; ó
-sea porque su conflicto interior era análogo al conflicto expuesto en
-la gran novela. El mismo Cervantes sentía su afinidad con Don Quijote.
-Un hispanista italiano, en un libro recientísimo dedicado á Cervantes
-(<em>Cervantes</em>, por Paolo Savi López.&mdash;Nápoles, 1913), habla de este
-<em xml:lang="it" lang="it">oscuro senso d’affinità morale</em> que une al autor con su creación,
-y en esa afinidad secreta juzga <em xml:lang="it" lang="it">che sta appunto il più delicato
-fascino del libro</em>.</p>
-
-<p>En la traducción del trabajo de Heine, motivo de estas líneas&mdash;la hecha
-por <em>Hispania</em>&mdash;, el traductor ha suprimido las últimas páginas
-del ensayo del poeta. Reputamos por desafortunada tal supresión. Á las
-ilustraciones del <em>Quijote</em> se refiere Heine en esas páginas.
-¿Cómo han visto los pintores y dibujantes Don Quijote? ¿Qué pintores
-han sido los que han interpretado la genial figura? ¿Por qué hasta
-ahora&mdash;es decir, hasta 1837&mdash;no se ha sabido interpretar ese personaje?
-Tales son las cuestiones que plantea brevemente Heine. De Hamlet ha
-dicho un crítico que «hay tantos Hamlets<span class="pagenum" id="Page_37">[Pg 37]</span> como melancolías». Muchos
-Quijotes existen, pintados y esculpidos por diversos pintores y
-escultores; rara vez se llegó en esas obras á la expresión feliz; cada
-artista, en cada país, imagina y traza la figura del hidalgo manchego
-de distinta manera. La edición á que ponía prólogo Heine, por ejemplo,
-iba ilustrada por Tony Johannot. (También existe una edición española
-que lleva las mismas ilustraciones.) Los dibujos de Johannot, como los
-de Doré, pecan de fantásticos, idealizadores en demasía. Ese prurito
-de alambicamiento y sutilidad fantasmagórica, de que alardean los dos
-citados dibujantes franceses, se da también en otro compatriota suyo;
-aludimos á Celestín Nanteuil y á las litografías del <em>Quijote</em>
-hechas por él y estampadas en Madrid&mdash;por «J. J. Martínez, Desengaño,
-10».&mdash;(Nanteuil puso también algunas ilustraciones á <em xml:lang="fr" lang="fr">L’Espagne</em>,
-de Cuendias y Fereal, luego traducida al castellano é ilustrada con los
-mismos dibujos. La edición francesa es de 1848.)</p>
-
-<p>Heine menciona en su trabajo, entre otras interpretaciones, «algunos
-bocetos de Decamps, el más original de los pintores franceses
-vivos». No nos detendremos en ver si Decamps era, en 1837, el más
-original de los pintores franceses. Desconocemos sus pinturas sobre
-el <em>Quijote</em>. Heine, cuando escribía, no podía hablar de otro
-vigoroso y singularísimo intérprete del inmortal caballero. Hasta
-bastantes años después Honorato Daumier no pintó sus cuadros dedicados
-al <em>Quijote</em>. Un poderoso y secreto atractivo lleva á los grandes
-artistas infortunados hacia el libro de Cervantes. La vida de<span class="pagenum" id="Page_38">[Pg 38]</span>
-Daumier tiene mucho de trágica; artista de un recio nervio, de una
-vigorosa originalidad, satírico violento y elocuente. Daumier trabajó
-infatigablemente, vivió luchando con la pobreza, gozó de una cierta
-notoriedad superficial, y sólo en nuestros días, al cabo de cuarenta ó
-cincuenta años, es cuando comienza á amársele y á admirársele cordial
-y reflexivamente. En 1878, ya viejo y ciego Daumier, se celebró una
-exposición de sus obras con objeto de allegarle recursos; en esa
-exposición figuraron los cuadros sobre el <em>Quijote</em>. En el
-<em>Daumier</em>, de León Rosenthal, se dedican unas páginas á hablar
-de esas obras y se reproduce una de ellas. Hay en ese cuadro, en su
-cielo anubarrado y lóbrego, en la lejanía de montañas yermas, en las
-figuras de Don Quijote y de Sancho, una sensación de misterio y de
-tragedia. El ambiente podrá ser ó no español; pero de él se desprende
-un agudo sentido de la gran novela. Á grandes rasgos, nerviosamente,
-con tosquedad genial, á la manera de Goya, el pintor ha arrojado sobre
-la tela las figuras de Don Quijote y Sancho Panza. «Decamps, antes que
-Daumier&mdash;se lee en el libro citado&mdash;, ha tratado los mismos temas,
-y ciertamente lo ha hecho con acierto. Pero por divertidas que sean
-sus narraciones, ¡cómo el relato aparece mezquino y recargado y cómo
-el artificio es mediocre, comparados con la epopeya incorrecta de
-Daumier!» (Hagamos observar entre paréntesis, ya que hemos nombrado á
-Goya, la afinidad que existe entre el pintor francés y el aragonés;
-afinidad no sólo de manera y tendencia, sino también<span class="pagenum" id="Page_39">[Pg 39]</span> física. Maravilla
-la semejanza entre la fisonomía de Goya, viejo, y Daumier, viejo,
-en 1878. Champfleury, citado por otro crítico de Daumier&mdash;Raymond
-Escholier, en el libro dedicado al gran pintor&mdash;, escribe: «Daumier
-y Goya no se asemejan sólo por el fuego interior; me sorprenden
-ciertas analogías fisionómicas. Una apariencia burguesa á primera
-vista; ojillos interrogadores, y, sobre todo, un labio superior de
-una amplitud particular en los dos maestros»... Escholier, el autor
-de este libro, escribe también, hablando del cervantismo de Daumier:
-«Frecuentemente, sus lecturas, su La Fontaine, su Cervantes, sobre
-todo, le arrastran á un mundo irreal. Á través de la Mancha resecada,
-en el azul país del ensueño, Daumier va siguiendo, según su fantasía,
-al caballero de la Triste Figura y á su honrado Sancho Panza»).</p>
-
-<p>Son raros los pintores que han interpretado originalmente el
-<em>Quijote</em>. Heine aventura una explicación de este hecho. «¿Será
-acaso&mdash;pregunta&mdash;que detrás de las figuras que el poeta hace pasar por
-delante de nosotros hay ideas más profundas que el artista plástico
-no puede expresar, de tal suerte profundas que el artista no podría
-coger y reproducir de ellas sino la apariencia exterior, aun siendo
-muy saliente esa apariencia, pero no su más hondo sentido?» Es posible
-que eso sea lo verosímil&mdash;según añade el mismo Heine&mdash;; pero lo que
-se nota examinando las pinturas consagradas á Don Quijote es un hecho
-curioso. En 1837, cuando escribía Heine, ó mejor, treinta ó cuarenta
-años antes, podría haber un paralelismo entre la representación<span class="pagenum" id="Page_40">[Pg 40]</span>
-crítica del <em>Quijote</em> y su representación gráfica. Á últimos del
-siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>, por ejemplo, las láminas de la edición de la
-Academia concuerdan exactamente con la manera como los eruditos ven y
-explican la obra de Cervantes. Unos y otros veían el gran libro de un
-modo externo, árido, sin cordialidad, sin humanidad, sin <em>lejanías
-ideales</em>.</p>
-
-<p>Pero el tiempo ha ido pasando; á partir de Heine se inicia la
-interpretación psicológica del <em>Quijote</em>; vemos y sentimos hoy
-la gran novela desde un punto de vista que no es el formalista de los
-eruditos. (No hay que decir que estas interpretaciones formalistas
-subsisten; pero son, ó secundarias, como trabajo auxiliador, ó de
-ninguna importancia.) Y mientras la interpretación <em>literaria</em>
-ha evolucionado, la <em>gráfica</em> ha quedado estacionada. Basta ver,
-para notar este fenómeno, los cuadros cervantistas de algunos de
-nuestros pintores. La representación gráfica, pictórica, por ejemplo,
-sólo ve en el <em>Quijote</em> los <em>resultados</em>, los <em>hechos</em>,
-en tanto que la literaria, la psicológica se atiene al proceso que da
-por resultado ese hecho. Se objetará que tal diferencia radica en la
-índole diversa de uno y otro arte; pero pintura existe (y ahora estamos
-pensando en los dos cuadritos de la Villa Médicis, de Velázquez) que
-expresa sola y únicamente, no un <em>resultado</em>, sino un estado
-espiritual&mdash;melancolía, idealidad&mdash;que se refleja en el ambiente, en
-el paisaje, en una casa, en una simple y desnuda pared. ¿Por qué los
-pintores del <em>Quijote</em> no han tratado de expresar esos estados
-espirituales<span class="pagenum" id="Page_41">[Pg 41]</span> en conexión con Alonso Quijano, con sus tristezas,
-sus anhelos, sus ansias? ¿Por qué, lejos de esto, se han limitado
-á las aventuras ruidosas y llamativas, á los actos notorios, á los
-resultados? Don Quijote, en uno de esos momentos de desesperanza,
-de tristeza; en uno de esos instantes&mdash;frente á la desolada llanura
-gris&mdash;en que parece dudar de sí mismo y de su noble empresa, cansado,
-agobiado, dice más á nuestra sensibilidad moderna que el mismo
-caballero alanceando unos molinos ó recibiendo el irónico homenaje de
-unos zafios é inhumanos duques...</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_43">[Pg 43]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="UNA_CASA_DE_MADRID">UNA CASA DE MADRID</h2>
-</div>
-
-
-<p>Estamos en 1848. Es presidente del Consejo don Ramón María Narváez;
-antes lo ha sido el señor García Goyena; antes, el señor Pacheco;
-antes, el señor Martínez Irujo; antes, el señor Istúriz; antes, otra
-vez el señor Narváez... Paseando por las calles de Madrid hemos
-llegado á la casa de una familia amiga; viven nuestros amigos en el
-número 10 de la calle de la Luna. La vivienda es modesta; modestos son
-sus moradores; subamos un momento á charlar con ellos. Son éstos un
-anciano&mdash;el abuelo&mdash;, un matrimonio y un niño&mdash;el nieto. Tiene ocho
-años ahora el chico; es vivaracho, despierto, curioso, revolvedor. Anda
-y devanea por todas las estancias de la casa; se sube á los muebles;
-coge los diversos trebejos y cachivaches; enreda con las figurinas que
-reposan sobre las consolas. La casa no es muy espaciosa. Examinémosla.
-Consta de un recibimiento obscuro, de una sala, de un despachito, de
-un comedor, de varias alhanías ó alcobas. La sala&mdash;pieza principal de
-la vivienda&mdash;está pintada al temple; una consola de<span class="pagenum" id="Page_44">[Pg 44]</span> caoba se yergue
-junto á una de las paredes; sobre ella, simétricamente colocados,
-aparecen dos floreros hechos con diminutas conchas, y entre ellos se
-levanta, bajo un fanal, la figura de un templario&mdash;nada menos que un
-templario&mdash;, con su larga capa blanca y su cruz de Malta. Floreros y
-templario se reflejan límpidamente en un ancho alinde colocado sobre
-la consola. Al cuerpo ofrecen descanso un sofá y ocho sillas de enea,
-blancas, con vivos y dibujos en negro. De las paredes penden diez ó
-doce cuadros: litografías amarillentas, litografías hechas en Lyon ó
-en Málaga, que representan las aventuras de Lavalliere ó las tristes
-gestas de Chactas.</p>
-
-<p>Junto á la sala hay un reducido gabinete; está separado de ésta por
-unas mamparas con las cortinillas de seda roja. Cuatro sillas y una
-cómoda componen el menaje del gabinete. Sobre la cómoda, otro gran
-cuadro: una imagen, grabada en cobre, del Cristo de los Guardias de
-Corps. El anciano que vive en la casa guarda cuidadosamente en la
-cómoda su ropa blanca. Dos artefactos hay también en la estancia que
-sirven útilmente á este provecto morador de la vivienda. Fijaos bien:
-uno es un molde de madera, á modo de cabeza humana, en que el anciano
-coloca todas las noches, antes de acostarse, su peluca; otro es un
-pequeño garfio ó colgadero en que pone su reloj: un reloj por el cual
-este hombre ha regulado toda su vida, un reloj que ha contado durante
-sesenta años sus alegrías y sus tristezas, un reloj que el día que este
-anciano&mdash;su fiel compañero&mdash;expire continuará<span class="pagenum" id="Page_45">[Pg 45]</span> marchando, marchando con
-su tic-tac impasible, inexorable.</p>
-
-<p>El comedor de la casa no tiene nada de notable. La luz la recibe por
-un balcón que da á un patio. Un sofá, un péndulo en su caja y una mesa
-cubierta de hule (sobre cuyo hule es de suponer que se extenderá un
-mantel á las horas del yantar) son todos los muebles de esta pieza.
-No es menos modesto el despacho del anciano, que ya conocemos. Hay en
-él un bargueño con diminutos cajones, una escribanía de bronce y un
-cacharrito de porcelana lleno de obleas. El niño que anda por la casa,
-muchas veces entra en este despacho, abre y cierra los cajoncitos del
-escritorio, vuelca las obleas, desparrama los papeles que estaban
-cuidadosamente aperdigados. Cuando ha dado sus lecciones, ha paseado
-por las calles y ha devaneado por la casa, este niño ha cumplido&mdash;por
-ahora&mdash;su misión sobre la tierra. Á la noche entra en su alcoba y se
-acuesta en una camita con barandilla; la barandilla es para que el
-pequeño durmiente no caiga al suelo en su dormir inquieto. «Porque,
-según parece&mdash;escribirá este niño muchos años después&mdash;, hasta
-durmiendo era yo revoltoso.»</p>
-
-<p>Todo está limpio en la casa. La modestia no empece ni la pulcritud ni
-el orden. En este año de 1848 (presidente del Consejo don Ramón María
-Narváez; antes, García Goyena; antes, Pacheco; antes, Martínez Irujo,
-etc.); en este mismo año de 1848, un desaforado romántico, un amigo
-de Larra y de Espronceda, don Jacinto de Salas y Quiroga, acaba de
-publicar una novela; se titula<span class="pagenum" id="Page_46">[Pg 46]</span> <em>El Dios del siglo</em>, y ha sido
-estampada en la imprenta de don José María Alonso, Salón del Prado,
-número 8. En el capítulo III de esta novela el autor nos describe
-minuciosamente una casa, situada «en la calle de Fuencarral, no lejos
-de la Red de San Luis». Salas y Quiroga hace su poco de filosofía á
-propósito de esta casa. «En la coronada villa, capital de España,
-especialmente, donde todavía no ha cundido el amor á las comodidades,
-y en donde se confunde el lujo con la decencia, nada hay que dé más
-cabal idea de las cabezas de familia ó de las señoras, que son las que
-más parte tienen, por lo regular, en estos arreglos, que la elección de
-casa.»</p>
-
-<p>«Viven&mdash;añade el autor&mdash;en las tertulias, en los paseos, en las
-tiendas, y la casa les importa poco. Carecen de decoro doméstico,
-defecto tan vulgar en España, y ni respetan á los demás ni se respetan
-á sí mismos.» Salas pasa luego á describir la casa, y lo hace tan
-minuciosamente como nosotros hemos descrito otra. ¿Por qué la casa
-número 10 de la calle de la Luna nos ha recordado esta otra casa
-situada cerca de ella, en la calle de Fuencarral, y descrita por un
-novelista en el mismo año de 1848? Seguramente porque en esta vivienda
-pintada por nosotros resplandecía ese <em>decoro doméstico</em> de que,
-con frase exacta, habla el amigo de Larra y de Espronceda. Decoro en
-la limpieza, en el menaje, en las idas y venidas y en el gesto de sus
-moradores&mdash;gente discreta&mdash;, en la solicitud y escrupulosidad con que
-educan á este niño avispado y nervioso.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_47">[Pg 47]</span></p>
-
-<p>Este niño se llama Julio Nombela. Setenta años más tarde, al
-escribir los cuatro compactos volúmenes de sus Memorias&mdash;tituladas
-<em>Impresiones y recuerdos</em>&mdash;, este hombre había de comenzar
-evocando el recuerdo de la casa en que transcurrió su niñez. Con
-amor, con viva emoción, la casa en que viviera aquellos lejanos
-años ha sido descrita en estas páginas. La vida de este hombre ha
-sido larga y varia. Ha conocido á Rodríguez Rubí y ha visto pintar
-á Federico de Madrazo; ha escuchado discursos políticos de González
-Bravo y conferencias económicas de don Luis María Pastor; ha sentido
-la emoción de lo trágico viendo representar <em>La carcajada</em> á don
-José Valero; aplaudió á don Manuel Catalina y á García Luna; se mezcló
-en las guerras civiles; fué secretario de don Carlos; puso su firma
-en el acta de reconocimiento de la legalidad por parte de Cabrera; en
-París trató á Aüer y á Janín; escuchó esas viejas óperas que se llaman
-<em xml:lang="it" lang="it">Poliutto</em>, <em xml:lang="it" lang="it">Linda di Chamounix</em>, <em xml:lang="it" lang="it">La muta di Portici</em>;
-escribió en los periódicos; anduvo por las provincias... Una impresión
-de vida laboriosa, humilde, callada se desprende de estos volúmenes;
-acaso contribuya mucho á ello el estilo&mdash;sencillo, minucioso&mdash;en que
-estas Memorias están escritas. La mejor definición que podemos dar de
-las <em>Impresiones y recuerdos</em> de don Julio Nombela es decir que
-nos parecen el complemento obligado de las comedias de Bretón y de los
-cuadros de Mesonero.</p>
-
-<p>Larga ha sido la vida de este infatigable y honrado obrero intelectual;
-muchos más años le deseamos<span class="pagenum" id="Page_48">[Pg 48]</span> cordialmente que viva todavía. Toda
-suerte de incidentes y acaecimientos han llenado esa existencia. Pero
-seguramente cuando don Julio Nombela vuelva la vista á lo pretérito, no
-verá ni sentirá como lo capital sus andanzas en París, ni su firma&mdash;ya
-histórica&mdash;puesta en el acta de Cabrera, ni su estrecha amistad con
-este general, ni sus servicios á don Carlos. No; seguramente lo que
-entre lo pasado destacará será el recuerdo de aquella modesta casa de
-la calle de la Luna, en que él dormía, siendo niño, en una camita con
-barandilla; en la que había una consola con la figura de un templario.
-Ocurría esto en 1848. Era entonces presidente del Consejo don Ramón
-María Narváez; antes lo había sido el señor García Goyena; antes,
-el señor Pacheco; antes, el señor Martínez Irujo; antes, el señor
-Istúriz...</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_49">[Pg 49]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="EL_RETRATO_DE_CERVANTES">EL RETRATO DE CERVANTES</h2>
-</div>
-
-
-<p>¿En qué estado se encuentra la cuestión relativa al
-retrato&mdash;supuesto&mdash;de Cervantes? Recordará el lector que hace algún
-tiempo se descubrió un retrato de Cervantes. Adquiriólo la Academia
-Española. Se publicaron respecto á él propugnaciones é impugnaciones.
-Hubo entusiasmo lírico y efusivo. Entre los que&mdash;cautamente&mdash;recelaron
-de la autenticidad del retrato se contó don Juan Pérez de Guzmán; los
-artículos impugnativos publicados por este erudito en <em>La Época</em>
-causaron indignación entre los cervantistas defensores de la efigie
-encontrada. ¿En qué estado se encuentra esta cuestión? El señor Pérez
-de Guzmán no ha publicado el extenso trabajo que anunciara (del cual
-sus artículos eran simplemente el prólogo); los defensores del retrato,
-ante tal silencio, no han dado tampoco á luz los datos que tenían
-preparados para combatir el estudio anunciado. Y el discutido retrato
-de Cervantes se halla, según creemos, en la Academia Española... que
-tampoco se atreve á decir nada.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_50">[Pg 50]</span></p>
-
-<p>El señor Foulché-Delbosc es un eminente amador de la literatura
-española. Dirige la <em xml:lang="fr" lang="fr">Revue Hispanique</em>. Le estiman y admiran
-cuantos entre nosotros, sinceramente, sin espíritu de bandería
-(que tantos estragos hace entre los eruditos), se dedican á las
-investigaciones literarias. Su caudal de erudición española representa
-una cantidad formidable de perseverancia y de trabajo. Y lo que es más
-raro tratándose de eruditos, gente gregaria y anodina; lo que es más
-raro, lo que hace de este hispanista un hombre aparte: Foulché-Delbosc
-tiene independencia mental, originalidad, juicio propio, rebeldía á la
-noción secular y recibida. Decimos todo esto&mdash;que no huelga tratándose,
-no del público de los profesionales, sino del gran público&mdash;para que se
-tome en cuenta, en lo que vamos á exponer, el prestigio y la autoridad
-de quien habla. Foulché-Delbosc ha publicado un breve trabajo sobre el
-supuesto retrato de Cervantes. Dado á luz primeramente en la <em xml:lang="fr" lang="fr">Revue
-Hispanique</em>, se ha hecho después de tal estudio una reducidísima
-tirada. Á la buena amistad del autor debemos un ejemplar.</p>
-
-<p>El retrato descubierto se atribuye á Juan de Jáuregui. En el prólogo
-de las <em>Novelas ejemplares</em>, Cervantes dice que si algún amigo
-quisiera poner un grabado suyo&mdash;de Cervantes&mdash;al frente del libro, «le
-diera mi retrato el famoso Juan de Xauregui». De estas palabras se ha
-deducido que existía un retrato de Cervantes pintado por Jáuregui. Mas
-la deducción es un poco precipitada. ¿Quiere decir Cervantes que el
-retrato ha sido ya<span class="pagenum" id="Page_51">[Pg 51]</span> hecho y que si un amigo quisiera grabarlo se lo
-podría dar su autor? ¿Quiere decir, por el contrario, que si ese tal
-amigo quisiera hacer un grabado, Jáuregui, el pintor, podría hacer
-un retrato de donde sacar el grabado? El verdadero sentido de la
-frase citada no aparece muy claro. Es éste un pequeño problema, no de
-erudición, sino de psicología. Si tuviéramos que inclinarnos á algún
-lado, nos inclinaríamos á creer en la segunda interpretación; es decir,
-en la que considera que el retrato de Jáuregui no existe, en la que
-juzga que el pintor, á ser necesario, pudiera pintar un retrato para
-los fines que se indican.</p>
-
-<p>Cervantes escribiría el prólogo de las <em>Novelas ejemplares</em> en
-1611; el retrato descubierto lleva la fecha de 1600. ¿Tan peregrino es
-ese retrato de Jáuregui que Cervantes se acuerda de él (y se acuerda
-para determinada finalidad importante) á la distancia de once años?
-Once años en la vida de Cervantes eran cosa considerable; once años de
-angustias, de estrecheces y de dolorosas privaciones hacen cambiar la
-fisonomía de un hombre. Envejece la faz, y la luz de la íntima tristeza
-asoma&mdash;irreprimible&mdash;por los ojos y se marca en todas las líneas del
-rostro. ¿Quería poner Cervantes al frente de su nuevo libro un retrato
-que ya, con los once años transcurridos, estaba en discordancia con
-el original? Si en ese mismo prólogo se pinta el mismo Cervantes como
-envejecido, ¿de qué manera conciliar este espíritu de sinceridad&mdash;noble
-espíritu&mdash;con el deseo de dar al público una imagen suya inexacta, ya
-pasada, sin realidad<span class="pagenum" id="Page_52">[Pg 52]</span> presente? Otro pequeño problema de psicología
-es éste&mdash;¡oh, eruditos!&mdash;De un lado está la delicada sinceridad de
-Cervantes; de otro, un prurito de petulancia y rejuvenecimiento.</p>
-
-<p>Observando el supuesto retrato se notan en él algunas repintaciones.
-Importantísimos son esos retoques y desfiguramientos. «Nadie, que yo
-sepa, los ha hecho notar»&mdash;escribe Foulché-Delbosc. Llegamos á la parte
-más grave del problema. Las repintaciones á que aludimos interesan
-toda la región sincipital anterior. «La cabeza, antes de ser retocada,
-tenía una frente de una mediana altura; el antiguo límite del cabello
-es netamente visible, y el original no adolecía de ningún comienzo de
-calvicie. Y Cervantes tenía una <em>frente lisa y desembarazada</em>.
-Hay aquí, pues, una discordancia que, á mi juicio, es una nueva prueba
-de inautenticidad.» (¿No habrá también&mdash;añadimos nosotros&mdash;repintación
-en esos bigotes del retrato, bigotes recios, gruesos, pero hechos
-infantilmente, ingenuamente, para acomodarlos á los <em>bigotes
-grandes</em> de que habla el propio Cervantes en el prólogo á las
-<em>Novelas?</em>) Ante tan extraño hecho surge vehementemente la duda.
-La duda hace que imaginemos una hipótesis. El retrato descubierto pudo
-ser arreglado y repintado en el siglo <span class="allsmcap">XVIII</span> sobre otro retrato
-antiguo. Indudablemente, alguien quiso hacer pasar por de Cervantes ese
-retrato. Recordemos el ambiente que en esa época se formó&mdash;á manera
-de un renacimiento, de una reivindicación&mdash;en torno de Cervantes.
-Comenzó en esa época el verdadero amor al gran novelista.<span class="pagenum" id="Page_53">[Pg 53]</span> ¿Por qué
-ha de ser absurda la hipótesis indicada? No se encontraba retrato
-auténtico de Cervantes; en el prólogo de las <em>Novelas ejemplares</em>
-se daban minuciosos detalles de la fisonomía de Cervantes. Surgió en
-algún cerebro la idea de <em>crear</em> una efigie auténtica del autor
-del <em>Quijote</em>. Á mano tenía un retrato <em>parecido</em>; era sólo
-cuestión de desfigurarlo con hábiles retoques...</p>
-
-<p>En 1600, fecha del retrato aludido, Jáuregui tendría&mdash;según los
-documentos encontrados&mdash;unos diez y seis años. No es una maravilla
-la pintura; no pasa de ser un retrato mediocre. Pero ¿hasta qué
-punto es verosímil que Jáuregui, á esa edad, hiciera ese retrato? Y
-aparte de esto, ¿hasta dónde es verosímil también que Cervantes, á
-la distancia de once años, sintiera la añoranza de una pintura, no
-obrada por la mano de un gran maestro, sino mediocre, hecha por un mozo
-inexperto? Aquí se impone el examen atento, detenido, escrupuloso, de
-la inscripción que la pintura lleva. La fecha es de 1600. «La fecha de
-1600, tan extraña hoy que sabemos que Jáuregui nació en Noviembre de
-1583, se explica fácilmente si recordamos que hasta 1899 se creía que
-el pintor-poeta había nacido en 1570 ó hacia ese año.» El desconocido
-que en el siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>&mdash;ó cuando fuere&mdash;simuló el retrato de
-Cervantes, puso bien la fecha, de modo que, según entonces se creía, el
-retrato no resultaba una extraña precocidad de un pintor adolescente.</p>
-
-<p>Se impone&mdash;en conclusión&mdash;un examen técnico, realizado por técnicos,
-de las condiciones materiales<span class="pagenum" id="Page_54">[Pg 54]</span> del retrato y de las condiciones del
-rótulo que lleva. Empléense los reactivos y procedimientos que en
-estos casos se acostumbra. ¿Se hará así? Mucho tememos que no. Y, sin
-embargo, no padecería el prestigio de nadie, ni habría menoscabo de
-nada, si se demostrase que esta pintura no es auténtica. Los que la han
-propugnado y defendido, ¿qué cosa más noble, laudable y delicada pueden
-haber hecho sino desear que, al cabo del tiempo, tras tantas rebuscas
-é investigaciones, poseamos una imagen auténtica del más grande de
-nuestros artistas literarios?</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_55">[Pg 55]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="UN_SENSITIVO">UN SENSITIVO</h2>
-</div>
-
-
-<p><span class="smcap">El maravilloso silencio.</span>&mdash;Nos place imaginar un convento
-situado en el declive suave de una loma; arriba está el pinar,
-rumoroso, bien oliente, desde donde, cuando sopla el viento, descienden
-hasta el llano ráfagas perfumadas. Delante se extiende la llanura
-inmensa, ondulada á trechos por los oteros y lomazos. La ciudad se
-perfila en lontananza, casi en los confines del horizonte. Un río lleva
-en curvas amplias su cinta de plata&mdash;entre el verde de las huertas&mdash;y
-acá y allá unos enhiestos y tremulantes pobos mueven blandamente sus
-hojas al céfiro. Nada se oye en la campiña. Ningún ruido denota la
-vida del convento. En el convento hay un patio central con una galería
-abierta; destaca en el centro el brocal&mdash;labrado&mdash;de una cisterna.
-El agua de la cisterna es delgada, frígida y cristalina. Cuando el
-caldero de cobre sube lleno, desde lo hondo, en el breve cristal se
-refleja&mdash;límpidamente&mdash;el azul del cielo.</p>
-
-<p>Detrás del convento se abre un huerto plantado de frutales y legumbres;
-algún rosal muestra sus<span class="pagenum" id="Page_56">[Pg 56]</span> rosas bermejas ó blancas sobre el obscuro
-follaje; y un vial de cipreses se recorta agudamente en el aire limpio
-y diáfano. Á la noche, desde lo alto, mientras en el cielo parpadean
-las eternas luminarias, se columbran, casi imperceptibles, allá
-abajo los puntitos de las luces ciudadanas. Ni en el campo ni en el
-convento interrumpe la paz augusta un solo ruido. En el convento, los
-corredores son amplios y claros; la cal nítida de las paredes reverbera
-cegadoramente en las horas del mediodía. Las celdas son chiquitas;
-desde sus ventanas se atalaya el paisaje. Algún religioso, sentado
-junto á la ventana, al levantar la vista del libro, ha visto en la
-lejanía de un camino una caravana que se dirigía de una ciudad á otra
-ciudad; acaso su corazón se ha oprimido un momento y sus ojos han
-seguido el tropel hasta que se perdía en el horizonte. Hoy, al cabo
-de cuatro siglos, esa ligera opresión la suscitaría tal vez el paso
-vertiginoso de un convoy que deja sobre el añil del cielo un trazo
-negro de humo...</p>
-
-<p>Miguel de Cervantes, que tanto había caminado por el mundo, amaba
-el silencio. Cervantes había vivido, durante años, en un reducido
-piso donde apenas podían revolverse las personas de su familia. Era
-en Valladolid. Cervantes ocupaba un angosto cuartito que se hallaba
-situado encima de una taberna. Día y noche conturbarían el silencio
-de Miguel el tráfago ruidoso, las idas y venidas, las vociferaciones,
-las riñas, los cantos de los bebedores. Durante la noche, hasta la
-madrugada, hasta el alba, Miguel, acostado en su cama, estaría<span class="pagenum" id="Page_57">[Pg 57]</span> oyendo,
-á través del piso delgado, allí cerca de su cráneo, esas porfiadas,
-estólidas, soeces, inacabables altercaciones vinarias. Y mientras las
-voces resonaron en la soledad, turbando el sosiego, Miguel ansiaría
-cada vez más el silencio: el silencio sedante, el silencio dulce, el
-silencio que es compañero de los coloquios interiores del artista.
-Cuando Cervantes en el <em>Quijote</em> pinta la casa del caballero
-del verde gabán, recordad cómo hace notar que en ella reinaba el
-silencio. Recordad también cómo adjetiva ese silencio. <em>Maravilloso
-silencio</em> es&mdash;escribe Miguel. Ese silencio maravilloso es el que
-reina en este convento, donde mora y tiene sus soliloquios interiores
-un poeta.</p>
-
-<p><span class="smcap">No hay otro en Castilla.</span>&mdash;Al trazar la etopeya de nuestro
-poeta, del mismo modo que necesitamos ver el paisaje, es preciso
-hablar de sus compañeros. Sus compañeros, las gentes que han vivido
-en su mismo ambiente espiritual, unos han pasado á la historia y son
-ilustres en la literatura; otros&mdash;humildísimos&mdash;han quedado esfumados
-en el tiempo. La eterna corriente de las cosas se los llevó sin dejar
-de ellos mas que un ligero recuerdo. Y, sin embargo, estas figuras
-tienen un profundo encanto. Santa Teresa de Jesús ha pintado con
-rápidos rasguños algunas de estas figuras. Santa Teresa de Jesús tiene
-la frase expresiva, plástica y popular. Hablando, por ejemplo, de su
-pobreza, escribe: «Aquel día ni una seroja de leña teníamos<span class="pagenum" id="Page_58">[Pg 58]</span> para asar
-una sardina». Santa Teresa de Jesús hace vivir en cuatro líneas las
-personalidades de Beatriz Óñez y de fray Antonio. Al <em>Libro de las
-fundaciones</em> nos referimos. Beatriz Óñez era una mujer abrumada y
-angustiada por el dolor; en sus años mozos estaba. Un mal terrible
-la atenaceaba. No perdió, con todo, su serenidad. «Jamás por cosa la
-vieron de diferente semblante, sino con una alegría modesta»&mdash;escribe
-Teresa. «Un callar sin pesadumbre, que con tener gran silencio era de
-manera que no se le podía notar por cosa particular»&mdash;observa también
-la santa en Beatriz. Y luego añade: «En todas las cosas era extraño su
-concierto interior y exteriormente; esto nacía de traer muy presente
-la eternidad». La semblanza de fray Antonio la hace Teresa de Jesús
-en dos líneas: fray Antonio se le presentó pobre y humilde. No tenía
-nada. «Sólo de relojes iba proveído, que llevaba cinco.» «Que me cayó
-en harta gracia»&mdash;añade Teresa. Este frailecito llevaba nada menos que
-cinco relojes, «para tener las horas concertadas». Ese frailecito, con
-sus cinco relojes, se nos aparece como obsesionado por el tiempo que
-pasa, por el tiempo suave é inexorable, por el tiempo que todo lo trae
-y todo se lo lleva.</p>
-
-<p>Nuestro poeta es un hombre chiquito; tiene la cabeza pequeña,
-redondita, y en ella destacan unos ojos luminosos y una boca de
-labios delgados. Su retrato da la impresión de una sensibilidad
-hiperestesiada. Es nuestro poeta uno de esos hombres tímidos y fogosos
-á la vez, uno de esos temperamentos silenciosos y delicados que vibran<span class="pagenum" id="Page_59">[Pg 59]</span>
-fuertemente á los contactos del mundo exterior. No hay otro como él en
-Castilla. «Es un hombre celestial y divino&mdash;escribe de él Teresa de
-Jesús en una de sus cartas&mdash;. No he hallado en toda Castilla otro como
-él.» Otros poetas, como Garcilaso, han sido refinados y cultos; en sus
-versos han puesto la quinta esencia italiana; sus conceptos amatorios
-han ido entremezclados de breves paisajes. Fray Luis de León ha sido
-fogoso é impetuoso; tiene el ardimiento y la elocuencia de un pagano;
-á veces&mdash;como en la primera <em>Oda á Nuestra Señora</em>&mdash;llega á lo
-trágico en la expresión de sus dolores íntimos y de sus desesperanzas.
-Nuestro poeta, San Juan de la Cruz&mdash;de cuyo <em>Cántico espiritual</em>
-acaba de publicarse una nueva edición&mdash;; San Juan de la Cruz es
-mórbido, delicado, sensitivo. Ningún poeta castellano nos ofrece esta
-muestra de frágil morbidez. Entre la penumbra de los símbolos, el
-espíritu del poeta ondula, tiembla, gime, canta como un niño ó como una
-delicada mujer. Hay momentos en que el lector de estos breves poemas
-permanece absorto, indeciso, desorientado, sin acertar á distinguir la
-trascendencia alegórica de la aparente realidad.</p>
-
-<p>En el silencio de la blanca celda vemos&mdash;espiritualmente&mdash;al poeta
-trazando sus versos, y sintiendo al trazarlos una viva emoción, una
-ansiedad febril, como pocos de nuestros poetas han sentido. No hay otro
-como él en Castilla.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_60">[Pg 60]</span></p>
-
-<p><span class="smcap">La fuente en la noche.</span>&mdash;El simbolismo de San Juan de la
-Cruz se halla inspirado en la Naturaleza. El poeta nos habla de las
-montañas, los valles solitarios y nemorosos, las ínsulas extrañas,
-las viñas florecidas, la soledad sonora, las aves ligeras, las
-riberas verdes, las subidas cavernas de las piedras, el canto de la
-dulce filomena, el agua pura, las frescas mañanas, las tortolicas
-que revuelan henchidas de amor... Oigámosle en uno de los más
-típicos, sugeridores, trascendentes de sus poemas. El poeta piensa
-en una fuente; él sabe dónde mana y corre. Y añade: <em>Aunque es de
-noche.</em> No puede decir cuál es su origen; no lo tiene; pero todo
-se origina de esta fuente. <em>Aunque es de noche.</em> No hay cosa
-tan bella en el universo; cielos y tierra beben de este manantial.
-<em>Aunque es de noche.</em> Nunca ha sido su claridad obscurecida;
-toda luz viene de ella; sus corrientes son caudalosas; la inmensidad
-de las gentes se riega con ellas. <em>Aunque es de noche.</em> Todas
-las criaturas son llamadas para que sacien su sed en esta fuente; mi
-más ardiente deseo está en sus aguas. <em>Aunque es de noche...</em> Y
-así, el poeta&mdash;delicado y sensitivo&mdash;asocia á las tinieblas lóbregas
-y perdurables de una noche la sensación de una fontana cristalina
-y amorosa, que va manando casi calladamente, con un son apacible,
-melódico.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_61">[Pg 61]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="UN_LIBRO_DE_FRAY_CANDIL">UN LIBRO DE FRAY CANDIL</h2>
-</div>
-
-
-<p>Emilio Bobadilla, nuestro querido y admirado crítico, acaba de
-publicar un libro sobre ciudades y paisajes españoles. <em>Viajando
-por España</em> se titula el libro flamante de Bobadilla. Tiene este
-escritor&mdash;lo saben los aficionados á las letras&mdash;una fina, extensa
-y variada cultura; conoce escrupulosamente el movimiento filosófico
-y literario de Europa; escribe en un estilo limpio, claro, preciso,
-nervioso. Bobadilla nos habla en su libro&mdash;después de algunas páginas
-dedicadas á paisajes de los Pirineos&mdash;de las viejas y gloriosas
-ciudades que se llaman Burgos, Valladolid, Salamanca, Toledo. Hermosas
-son las descripciones que el autor traza de panoramas urbanos y
-agrestes; no tienen menos interés las reflexiones&mdash;más bien breves
-estudios&mdash;que entre paisaje y paisaje intercala Bobadilla. Se habla
-aquí, por ejemplo, de nuestra poesía medioeval, la lírica y la heroica;
-del descubrimiento de América; de la vida estudiantil en el siglo
-<span class="allsmcap">XVI</span>; de Miguel de Cervantes y de sus dolorosas andanzas.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_62">[Pg 62]</span></p>
-
-<p>El estudio más largo y substancioso de todos éstos es el dedicado á
-la conquista de América. El tema reviste un interés supremo para los
-españoles; fuera de España se escribe también abundantemente en estos
-últimos años. La conquista de América ha sido diversamente juzgada á lo
-largo de nuestra historia posterior á ella. Sucesos son ésos en que se
-han fundamentado y se siguen fundamentando los juicios que de España
-se hacen respecto á su actuación en el pasado: un pasado de cuatro
-siglos. Un hombre generoso y ardiente&mdash;Bartolomé de las Casas&mdash;es quien
-primero da argumentos copiosísimos á cuantos nos reprochan determinados
-procedimientos de colonización. Codicia, violencia, rapacidad,
-crueldad: en estas palabras sintetizan sus acusaciones los que se
-apoyan en Las Casas. Pero ¿qué es lo que hay de cierto en el libro
-famoso de aquel hombre caritativo? ¿En qué cantidad se halla en él la
-verdad y en qué la hipérbole?</p>
-
-<p>Son numerosas las rectificaciones que se han hecho á Las Casas;
-reputamos por una de las principales la publicada en el siglo
-<span class="allsmcap">XVIII</span> por el clérigo catalán don Juan Nuix. Tradujo esta
-obra, y la publicó en 1782, un ministro del rey: don Pedro Varela y
-Ulloa. Alegamos la alta calidad del traductor para que se conceda todo
-su valor á ciertas frases del prólogo que él pone á su traducción,
-y en que se dice que «aunque el fin del autor es defender á los
-conquistadores de la América en común, <em>no por eso pretende
-disculparlos del todo</em>». Bastan estas palabras para que la cuestión
-quede<span class="pagenum" id="Page_63">[Pg 63]</span> colocada en sus verdaderos términos. En este largo y tenaz
-pleito de nuestra conquista americana; en la luenga porfía entre
-apologistas y detractores, se va haciendo un resquicio por el que
-surge la verdad. Entre la muchedumbre de libros producidos á propósito
-de este tema, lo que, á nuestro entender, quedará como expresión de
-serenidad y equilibrio será el <em>Diálogo entre Guatimocin y Hernán
-Cortés</em>, trazado por don Francisco Pí y Margall.</p>
-
-<p>Pero si existe en el problema de la conquista de América este aspecto
-universal, que interesa tanto en nuestro país como fuera de él, existe
-también otro aspecto puramente, exclusivamente nacional: el que atañe
-á lo que influyó en la marcha de España el descubrimiento del Nuevo
-Mundo. Ángel Ganivet ha indicado en el <em>Idearium español</em> una
-teoría que merece ser meditada. Para Ganivet los Reyes Católicos
-emprendieron la formación de España, de la nacionalidad española, sobre
-tres bases: una, la <em>política</em>; otra, la <em>intelectual</em>; otra,
-la <em>material</em>. En la primera estaba comprendida el saneamiento
-de las costumbres, corrección de corruptelas administrativas,
-cauterización de abusos, escándalos, irregularidades, latrocinios,
-etc., etc. La segunda abarcaba el fomento de la instrucción pública,
-creación de centros de enseñanza, protección á los estudios, aliento
-á literatos y publicistas, etc., etc. Y la tercera, la material,
-iba encaminada á la creación de una industria y de un comercio
-prósperos, al robustecimiento de la agricultura, construcción de
-caminos, alumbramiento<span class="pagenum" id="Page_64">[Pg 64]</span> de aguas, trazado de canales, etc., etc.
-Prescindamos&mdash;dicho sea de pasada&mdash;de exagerar un tantico una fórmula
-determinada, un determinado propósito; al escribir trabajos de
-historia, fácilmente se incurre en este error de ampliar y sistematizar
-en siglos pasados, en hombres de otras épocas, planes y designios que
-acaso no fueron mas que ideas embrionarias é inconexas. Pero, en fin,
-hay mucho de exacto en lo que escribe Ganivet. Ahora prosigamos.</p>
-
-<p>Las dos primeras acciones&mdash;la política y la intelectual&mdash;comenzaron á
-realizarlas Fernando é Isabel con gran brío y eficacia. Se pueden citar
-numerosos hechos que lo demuestran. En cuanto á la tercera acción&mdash;la
-atañadera al fomento de la riqueza&mdash;, se disponían á emprenderla cuando
-se interpuso el descubrimiento de América. Ese hecho magno torció
-el curso de nuestra historia. América refulgió espléndidamente á lo
-lejos con resplandores de oro. «Y dejando las prosaicas herramientas
-del trabajo&mdash;escribe Ganivet&mdash;, allá partieron cuantos pudieron en
-busca de la independencia personal, representada por el <em>Oro</em>;
-no por el oro ganado en la industria ó el comercio, sino por el oro
-puro, en pepitas.» Á partir de ese éxodo alucinante de millares y
-millares de españoles&mdash;lo mejor de la nación&mdash;, la decadencia de España
-se inicia. Nótese que el esplendor verdadero, robusto, no ha tenido
-ocasión de comenzar; los Reyes Católicos apenas han puesto las primeras
-piedras del nuevo y soñado edificio. Pero va á comenzar un período de
-esplendor, de apogeo, de<span class="pagenum" id="Page_65">[Pg 65]</span> vitalidad nacional, completamente ficticio,
-artificial, morboso.</p>
-
-<p>Tan exacto es esto, tan cierta es en el fondo la teoría de Ganivet,
-que no podremos hallar otra más lógica y racional. En ella vienen
-á parar implícita ú ostensiblemente cuantos reflexionan sobre el
-desenvolvimiento de España desde el siglo <span class="allsmcap">XVI</span> hasta la fecha.
-No de otro modo que Ganivet piensa Jovellanos en su <em>Informe sobre
-la ley agraria</em>. Para el gran pensador, el esplendor de España,
-ocasionado por las conquistas de América y por las guerras europeas,
-«pasó como un relámpago.» «Todo creció entonces&mdash;añade&mdash;si no la
-agricultura». «Las artes, la industria, el comercio, la navegación
-recibieron el mayor impulso; pero mientras la población y la opulencia
-de las ciudades subía como la espuma&mdash;dice también Jovellanos&mdash;, <em>la
-deserción de los campos y su débil cultivo descubrían el frágil y
-deleznable cimiento de tanta gloria</em>.»</p>
-
-<p>Sí; el esplendor, la vitalidad, la solidez de un país no pueden
-ser resultado más que del trabajo y de la ciencia. <em>Ciencia y
-trabajo</em>: he ahí en dos palabras, para los nuevos españoles, todo un
-programa.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Fray Candil da en su libro una serie de visiones intensas y precisas
-de viejas ciudades españolas. Toledo, Salamanca, Burgos pasan ante la
-vista del lector evocadas en un estilo limpio, diáfano,<span class="pagenum" id="Page_66">[Pg 66]</span> nervioso,
-preciso. No es un sentimental Emilio Bobadilla, ni, por el contrario,
-tiene parentesco alguno con los secos eruditos catalogadores. Culto,
-erudito, la cultura y la erudición son en el ilustre crítico un medio.
-Lo importante para este artista&mdash;como para todos los artistas&mdash;es
-la esencia de las cosas. Á ella llega Fray Candil en esas páginas
-luminosas.</p>
-
-<p>Á Bobadilla debe la moderna cultura literaria española muchas de
-las ideas que hoy, entre los jóvenes, andan en circulación. Su obra
-crítica es paralela á la de Leopoldo Alas. Se podría hacer (y habrá
-de hacerse) un catálogo de las ideas nuevas que la generación actual
-debe á Clarín y á Fray Candil. Los dos han contribuído poderosamente á
-renovar la sensibilidad artística española. Han enseñado á pensar...
-y á sentir. Todavía Alas se sentía coartado por el compañerismo que
-le unía á los escritores de la generación anterior; muchos de sus
-juicios&mdash;hiperbólicos&mdash;nos desplacen hoy (por ejemplo, hablando de
-Balart, de M. Pelayo, de Núñez de Arce, etc.); desearíamos un poco más
-de <em>crítica</em>, de <em>examen</em>.</p>
-
-<p>Bobadilla, venido de fuera, más libre de toda solidaridad sentimental,
-ha podido ser más sincero. Otro factor: su culto por la ciencia, su
-entusiasmo por la experimentación ha hecho que en su espíritu chocaran,
-más que en el de Alas, la enorme incoherencia, la formidable falta
-de lógica, la terrible superficialidad&mdash;hablamos en general&mdash;de la
-literatura producida por sus contemporáneos. Verbalismo, hipérboles,
-falso lirismo, prejuicios sentimentales,<span class="pagenum" id="Page_67">[Pg 67]</span> efectismos ilícitos, ausencia
-de cultura, mal gusto, chocarrería tradicional... todo esto ha sido
-combatido, ridiculizado, escarnecido por Bobadilla. Viajero incansable
-por Europa, curioso de todas las literaturas, Fray Candil ha sido uno
-de los obradores primeros del actual contacto con el pensamiento de
-fuera...</p>
-
-<p>No son estas líneas mas que sumarias indicaciones. El autor de ellas,
-que tanto ha modelado su espíritu en la obra crítica de Bobadilla, se
-complace en enviarle, desde estas páginas, la expresión de su sincero
-reconocimiento.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_69">[Pg 69]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="CEJADOR_Y_EL_ARCIPRESTE">CEJADOR Y EL ARCIPRESTE</h2>
-</div>
-
-
-<p>Anunciamos en uno de los artículos anteriores que dedicaríamos unas
-líneas á comentar ciertas afirmaciones de Julio Cejador. Ha hecho
-tales aseveraciones Cejador en el prólogo á la edición flamante de
-Juan Ruiz, por el dicho filólogo aliñada y por <em>La Lectura</em> dada
-á luz. Américo Castro estudiará detenidamente&mdash;con su reconocida
-competencia&mdash;la obra exegética de Cejador en el próximo y segundo
-número de la <em>Revista de Libros</em>. Aquí no se trata de ningún
-examen serio&mdash;ni no serio&mdash;, sino de un simple devaneo impresionista.
-Julio Cejador ha publicado también en estos días una novela&mdash;<em>Mirando
-á Loyola</em>&mdash;; en el prólogo se lamenta de que hubiera quien, hace
-meses, no dijese nada respecto de otro libro suyo. «Hubo quien no
-se arrestó&mdash;escribe Cejador&mdash;á saludar su venida á esta común luz
-de la vida que todos gozamos.» Tiene razón nuestro querido amigo en
-lamentarse del silencio; no hay nada peor que el silencio para un
-literato, como para un actor, un orador, ó, en general, un hombre
-que viva de la<span class="pagenum" id="Page_70">[Pg 70]</span> opinión y para la opinión. No somos nosotros de
-los que hacen á los libros la guerra sorda del silencio. Mejor que
-callar, preferimos ofrecer nuestro juicio duro&mdash;cuando es duro&mdash;con
-toda su sinceridad. Esta sinceridad&mdash;más, mucho más que la loanza
-convencional&mdash;preferimos que se tenga con nuestros libros. ¿Le ocurre
-lo mismo á Cejador? Pues con todos los respetos á su persona y con toda
-la admiración que nos inspira su vasta, varia y cultísima labor, allá
-van las siguientes observaciones sobre su introducción á Juan Ruiz.</p>
-
-<p>Lo primero que hemos de anotar es que Cejador es aficionado en
-demasía á la generalización. Criticar es diferenciar, establecer las
-discordancias, expresar los rasgos característicos, <em>únicos</em>,
-de un autor ó de una obra. Recordemos siempre&mdash;aplicándolo á
-la crítica&mdash;la lección de Flaubert respecto de la novela. «En
-la calle&mdash;decía Flaubert&mdash;hay media docena de coches de punto
-estacionados en su parada. La cuestión es salir, observarlos, y,
-aunque todos parecen lo mismo, hacer de modo que, al describirlos,
-cada uno sea diferente de los otros, cada uno tenga su vida propia.»
-Con superlativos, con hipérboles, con loanzas épicas no se pinta á
-un artista, no se nos dice cómo es. No; lo que hay que hacer no es
-generalizar, sino particularizar. El juicio que Menéndez y Pelayo
-formula, por ejemplo, de Gracián y <em>El criticón</em> (en la cubierta
-de la nueva edición de esta obra ha sido reproducido), lo mismo
-conviene á Gracián, que á Quevedo, á Carlyle ó á Swift. Cuando Cejador
-nos habla del Arcipreste de Hita, sus palabras ardorosas<span class="pagenum" id="Page_71">[Pg 71]</span> lo mismo
-pueden convenir á este poeta ó á otro escritor (verbigracia, Rabelais)
-por el que sintamos el lírico entusiasmo que Cejador siente por Juan
-Ruiz. «Este hombre&mdash;escribe nuestro filólogo&mdash;es el gigantesco aquel
-llamado Polifemo que nos pintó Homero, metido á escritor.» «Los
-sillares con que levanta su obra&mdash;añade&mdash;son vivos peñascos arrancados
-de las cumbres de las montañas y hacinados sin argamasa ni trabazones
-convencionales, de las que no pueden prescindir los <em>más</em>
-celebrados artistas.» (Note el lector de pasada ese <em>más</em> que
-hemos subrayado. ¿Por qué esas trabazones&mdash;no nos explicamos bien lo
-que quiere decir Cejador&mdash;no las ha de tener Juan Ruiz y sí los demás
-artistas? Y ¿por qué no ha de haber ni uno solo entre los <em>más</em>
-celebrados artistas que no posea esa condición? Los más celebrados: es
-decir, todos. Homero, Shakespeare, Cervantes, Dante, Lope, Leopardi,
-Virgilio, etc., etc., etc.)</p>
-
-<p>«El Greco se queda corto en pintura para lo que en literatura es Juan
-Ruiz»&mdash;escribe más adelante nuestro buen amigo. Acaba de decir Cejador,
-líneas arriba, que el arcipreste es «tan grande», «tan colosal», que
-se le ha ido de vuelo á los críticos más agudos. No entendemos tampoco
-bien lo que aquí se ha querido decir. Pero lo importante es la cita
-del Greco después de lo que se acaba de decir. Ningún pintor estaba
-menos indicado que Theotocópulos para este acercamiento á Juan Ruiz.
-Aparte de que el Greco, aunque pintó mucho en cantidad, no se hace
-notar por su abundancia excepcional, existe la diferencia hondísima
-de orientación<span class="pagenum" id="Page_72">[Pg 72]</span> espiritual, de tendencia y procedimientos, entre el
-poeta y el pintor. Si era preciso citar un pintor al hablar de Juan
-Ruiz, más que al Greco, pudo citarse á Rubens, á Jordaens y aun al
-mismo Tiziano, pintores todos del color, de la vida exuberante, de
-la jocundidad, del goce pletórico de vivir. «Su obra, repito&mdash;sigue
-diciendo Cejador&mdash;, es el libro más valiente que se halla en esta
-literatura castellana de escritores valientes y desmesurados sobre
-toda otra literatura.» Repetimos nosotros también nuestra observación:
-¿para qué estos extremos del más y del menos? En la literatura
-castellana hay libros que nos parece son tan <em>valientes</em> como el
-de Juan Ruiz. (Ignoramos el verdadero alcance de este adjetivo.) Ahí
-está, por ejemplo, el <em>Quijote</em>, ó <em>La Celestina</em>, ó <em>La
-vida es sueño</em>, ó el <em>Don Álvaro</em>, ó <em>La Dorotea</em>... Y
-¿por qué la literatura castellana ha de ganar á las demás en libros
-<em>valientes</em>? Cuando Rabelais y Montaigne escribían las cosas que
-escribían, ¿había alguien en Castilla que dijera esas mismas cosas?
-Más tarde, compárese, por ejemplo, lo que dice Quevedo (ingenio
-castellano de primer orden) con lo que dice en sus <em>Trágicas</em>,
-y especialmente en la parte <em>Los príncipes</em>, Agripa de Aubigné
-(ingenio francés, no de primera magnitud, sino secundario).</p>
-
-<p>Sigamos comentando. Hablando de los poetas que han llevado una vida
-de libertinaje y disipación, escribe Cejador: «Yo concederé que entre
-tales hombres pueda darse un poeta; jamás un extraordinario poeta».
-«Los más encumbrados pensamientos<span class="pagenum" id="Page_73">[Pg 73]</span> y los sentimientos más delicados no
-andan por las tabernas y lupanares.» Llegamos á la discordancia á que
-hacíamos referencia en uno de los anteriores artículos: la discordancia
-entre la vida del poeta y su obra. Sería difícil discutir sobre este
-punto con Cejador, porque á su arbitrio habría de quedar el alcance que
-diera al vocablo <em>extraordinario</em> que acabamos de citar. ¿Qué es y
-quién es un poeta extraordinario? ¿Dónde acaba en un poeta lo ordinario
-y dónde comienza lo extraordinario? Aquí tenemos, por ejemplo, á un
-poeta libertino, relajado. Vivió la vida más disipada que puede vivir
-ser humano. Figuró en una cuadrilla de bandidos; cometió robos; mató á
-un clérigo en riña; estuvo en prisión; estuvo á punto de morir en la
-horca. Se llamó este poeta Francisco Villon. ¿Es ó no extraordinario?
-¿Hay ó no emoción honda y delicadísima en sus baladas de <em>Los
-ahorcados</em>, de <em>Las damas de antaño</em>, de <em>Los caballeros de
-antaño</em>? ¿Son ó no son esos poemas poesía, y poesía de la más alta,
-de la que hace sentir? (¡Oh, las nieves de antaño! <em xml:lang="fr" lang="fr">Mais où sont les
-neiges d’antan?</em>)</p>
-
-<p>Pero no es sólo Villon. Los ejemplos abundan. ¿Es ó no gran poeta
-Baudelaire? ¿Lo es ó no Edgardo Poe, aparte de sus libros en prosa?
-¿Lo es ó no Verlaine, el <em>pobre Lelian</em>? Terminemos. Tendríamos
-que examinar ahora la interpretación que Cejador da de <em>El libro de
-buen amor</em>. Tarea larga sería esa. Cejador cree (lo repite á cada
-momento) que el Arcipreste de Hita escribió su obra para edificación
-espiritual de los lectores. Tanto valdría decir que Rubens pintó
-sus exuberantes<span class="pagenum" id="Page_74">[Pg 74]</span> desnudos para que abomináramos de la carne. Más
-sencillo&mdash;y más lógico y racional&mdash;es creer que Juan Ruiz escribió
-espontáneamente, sin designio ético ni ascético, del mismo modo que ni
-Jordaens, ni Rubens, ni Tiziano llevaban tal mira cuando pintaban sus
-cuadros.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_75">[Pg 75]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="UN_LIBRO_DE_RAMON_Y_CAJAL">UN LIBRO DE RAMÓN Y CAJAL</h2>
-</div>
-
-
-<p>El doctor Ramón y Cajal ha publicado la tercera edición de su libro
-<em>Reglas y consejos sobre investigación biológica</em>; aparece esta
-reimpresión considerablemente aumentada. Hay libros que tienen un
-clamoroso, pero fugacísimo éxito. Hay otros cuyo éxito parece como
-clandestino, como <em>subterráneo</em>; ni la prensa ni el gran público
-hablan apasionadamente de ellos; mas poco á poco se van vendiendo; un
-círculo reducido de estudiosos los comenta; en trabajos de revista y
-en conferencias y en <em>explicaciones</em> de cátedras se va viendo
-lentamente un reflejo, una influencia de esos libros; otros libros,
-en fin, nacen engendrados por ellos; y en definitiva, tal volumen que
-no obtuvo éxito ruidoso, que no entusiasmó á la gente que se halla
-en los aledaños de la intelectualidad, ni llegó á noticia de los
-parlamentarios; tal volumen, repetimos, ha sido fundamental en la
-ideología de un país&mdash;en determinado momento&mdash;y ha constituído uno
-de los factores de su evolución social ó literaria. De esta clase de
-libros es el citado del<span class="pagenum" id="Page_76">[Pg 76]</span> doctor Cajal. Prueba de ello nos la ofrece la
-extensión que por España y singularmente por los pueblos americanos van
-teniendo sus repetidas ediciones, y las exhortaciones que, agotados los
-ejemplares, se hacen de todas partes para que se le reimprima.</p>
-
-<p>El libro de nuestro gran sabio no es, como pudiera creerse, un libro
-de técnica, de técnica relacionada con las investigaciones que á
-Cajal le han dado renombre universal. Se trata, sí, de un conjunto
-de observaciones y consejos dictados por la experiencia que pueden
-ser útiles, no sólo al investigador biólogo, sino á toda clase de
-estudiosos y científicos. Nada más lejos&mdash;aparentemente, al menos&mdash;de
-la biología que la crítica literaria; sin embargo, pocos laboradores
-podrán sacar tanto provecho de estas reglas y normas que dicta&mdash;sin
-dogmatismo alguno&mdash;nuestro sabio, como los críticos literarios y
-los historiadores de las letras. Imaginad, para formar idea de este
-libro, algo así como <em>El criterio</em>, de Balmes, hecho por un
-verdadero hombre de ciencia y en el cual se hayan aprovechado todas
-las aportaciones del saber&mdash;y del <em>sentir</em>&mdash;moderno, á más de la
-rica experiencia de uno de los cerebros contemporáneos más poderosos.
-En igual sentido que Cajal, pero con un designio menos científico,
-menos limitado á un solo objetivo, ha escrito el agudo é independiente
-pedagogo uruguayo Carlos Vaz Ferreira, y su libro <em>Lógica viva</em>
-puede ser recomendado, sin reservas, efusivamente, al igual que el de
-nuestro sabio, á cuantos deseen un <em>directorio espiritual</em> á la
-moderna.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_77">[Pg 77]</span></p>
-
-<p>Sobre las <em>Reglas y consejos</em>, de Cajal, habría mucho que hablar;
-nos limitaremos á hacer algunas indicaciones; señalaremos, acá y allá,
-algunos pasajes del libro, que son á manera de jalones en el espíritu
-del autor. Ante todo, hemos de hacer constar el placer que causa el
-ver á un hombre que por sus trabajos parecería ajeno al arte de la
-prosa, escribiendo en un estilo verdaderamente literario, un estilo
-claro, preciso, limpio, ameno, insinuante. Cajal hace honor, con la
-pluma en la mano, á esa gran estirpe de prosistas aragoneses de donde
-han salido los Argensola, Palafox, Gracián, Mor de Fuentes, Costa,
-etc. Abriendo al azar el libro, y sin propósito de hacer una crítica
-sistemática, nos encontramos con observaciones, atisbos, intuiciones
-de una profunda clarividencia y de una grande y noble libertad de
-espíritu. Por ejemplo, en las páginas 69 y 70 vemos el paralelo rápido
-que el autor hace entre el héroe y el sabio. Después de hablarnos de
-este último, Cajal escribe: «Por el contrario, el héroe sacrifica á
-su prestigio una parte más ó menos considerable de la humanidad; su
-estatua se alza siempre sobre un pedestal de ruinas y de cadáveres;
-su triunfo es exclusivamente celebrado por una tribu, por un partido
-ó por una nación, y deja tras sí en el pueblo vencido, y á menudo en
-la historia, reguero de odios y de sangrientas reivindicaciones.» Al
-hablar así, Ramón y Cajal se coloca plenamente dentro de la tradición
-española; de una tradición creada por un núcleo&mdash;renovado á través del
-tiempo&mdash;de pensadores y artistas literarios. En 1859<span class="pagenum" id="Page_78">[Pg 78]</span> Campoamor decía
-en su poema <em>Colón</em>, parte V, estrofa XXIV: «Toda fama es un
-crimen si es sangrienta&mdash;ó la gloria no es gloria ó es incruenta». En
-el siglo <span class="allsmcap">XVIII</span> Feijóo compara á los héroes con los malhechores
-en su discurso <em>La ambición en el solio</em>, y escribe: «No es
-paridad, sino identidad la que propongo; porque verdaderamente esos
-grandes héroes que celebra con sus clarines la fama, nada más fueron
-que unos malhechores de alta guía. Si yo me pusiese á escribir un
-catálogo de los ladrones famosos que hubo en el mundo, en primer lugar
-pondría á Alejandro Magno y á Julio César». Cien años antes, en el
-siglo <span class="allsmcap">XVII</span>, Quevedo escribía en su <em>Marco Bruto</em>: «En el
-mundo los delitos pequeños se castigan y los grandes se coronan, y sólo
-es delincuente el que puede ser castigado; y el facineroso que no puede
-ser castigado es señor».</p>
-
-<p>En la página 30 y en la 54 Cajal se rebela contra la superstición de
-lo sancionado y consagrado. Regla fundamental es ésta. Ni un biólogo,
-ni un historiador, ni un crítico literario podrán aportar nada nuevo á
-la ciencia y al arte si no están dotados de un espíritu independiente.
-Y la base de esa independencia será la revisión minuciosa de lo
-ya sancionado. No es que se trate de destruirlo todo absurda y
-estúpidamente. No; se trata de ir á ver <em>personalmente</em>, con
-escrupulosidad, si lo que se dice de tal ó cual valor científico, ó
-literario es exacto; se trata de ir á verificar un juicio formulado
-por las generaciones pasadas ó por grandes autoridades, con el fin de
-comprobar si<span class="pagenum" id="Page_79">[Pg 79]</span> ese juicio, si esa sanción se ajusta ó no á la realidad.
-Cajal cita diversos casos á él ocurridos en los comienzos de sus
-investigaciones. No podría caminar la humanidad, ni evolucionarían la
-ciencia y el arte, sin ese espíritu de rebeldía, de insumisión, de no
-conformidad, que es el más hondo propulsor del progreso.</p>
-
-<p>Páginas de fina intuición también las dedicadas al <em>por qué de los
-fenómenos</em>. ¿Llegaremos alguna vez á desentrañar el secreto de la
-vida y del pensamiento? Hoy nuestros sentidos&mdash;dice el autor&mdash;son
-de «una gran penuria analítica»; algún día acaso alcancemos una
-agudización de los registros óptico y acústico que nos permita
-escudriñar ese misterio; acaso el cerebro humano llegue á una
-sensibilización de que no podemos formarnos hoy idea. Relacione el
-lector estas páginas en que nuestro Cajal habla de los sentidos y de la
-realidad objetiva con otras páginas análogas de Montaigne. Al cabo de
-cuatro siglos, es curioso observar cómo un gran sabio se nos muestra
-embargado con la misma preocupación que embargara á un espíritu fino
-y libre del siglo <span class="allsmcap">XVI</span>. ¿Cuál es la verdadera realidad?&mdash;se
-preguntaba Montaigne&mdash;. ¿No hay más que lo que nos <em>dicen</em> los
-sentidos? ¿Y si tuviéramos un sentido más, ó dos, ó tres más? «Hemos
-formado una verdad por la consultación y concurrencia de nuestros
-cinco sentidos; pero acaso era necesario el acuerdo y cooperación de
-ocho ó de diez sentidos para percibir la realidad exactamente y en su
-esencia.» <em xml:lang="fr" lang="fr">Certainement et en son essence</em>&mdash;así escribe Montaigne
-en el célebre capítulo<span class="pagenum" id="Page_80">[Pg 80]</span> XII, del libro II, de los <em>Ensayos</em>.
-¿Alcanzaremos algún día esa exactitud y esa esencia?&mdash;pregunta ahora
-nuestro Cajal. Si para ello se necesitaran más sentidos y no los
-tenemos, ¿llegará á hiperestesiarse el cerebro humano&mdash;á través de los
-siglos&mdash;en grado tal que supla esa falta?</p>
-
-<p>Nos vemos precisados á terminar; la última parte del libro de Cajal
-está consagrada al «problema» de España. Se expone en ella las
-distintas teorías que sobre la decadencia española se han formulado
-desde hace más de tres siglos: teorías <em>materialistas</em> unas;
-teorías <em>espiritualistas</em> otras. Materialistas, por ejemplo,
-Saavedra Fajardo, Gracián, Macías Picavea, etc., que ven nuestra
-postración en causas materiales (guerras, abandono de los campos,
-falta de fomento en la Marina, etc.); espiritualistas, los que
-consideran&mdash;como Larra, como Cadalso&mdash;que nuestro abatimiento proviene
-de no habernos incorporado, en la época del Renacimiento, al movimiento
-de renovación intelectual&mdash;y emocional&mdash;de Europa. Á decir verdad,
-las dos teorías capitales suelen ir mezcladas y entreveradas, como en
-Joaquín Costa, y á la educación, al trabajo de rehacer el espíritu,
-sobre bases científicas, fían la mayoría de los palingenistas el
-remedio. Esa es la actitud&mdash;no podría ser otra&mdash;del doctor Ramón
-y Cajal, y por eso su libro, en que tan bellas páginas hay, es un
-patriótico y alentador libro.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_81">[Pg 81]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="D_ESTEBAN_MANUEL_DE_VILLEGAS">D. ESTEBAN MANUEL DE VILLEGAS</h2>
-</div>
-
-
-<p><em>La Lectura</em> ha publicado, en su colección de clásicos
-castellanos, una edición de las poesías de don Esteban Manuel de
-Villegas. Ha cuidado del texto y de las notas don Narciso Alonso
-Cortés. Es el señor Alonso Cortés un erudito tan benemérito como
-modesto; de buen gusto, sobriedad&mdash;cosa tan difícil&mdash;y cultura da
-muestras en su trabajo. Examinemos&mdash;brevísimamente&mdash;la vida del poeta
-riojano, su obra y la influencia de su obra... Don Esteban Manuel
-nace en un pueblecito de la Rioja; viene á Madrid siendo muchacho;
-estudia leyes en Salamanca; la ciudad castellana, henchida de tráfago
-estudiantil, debió de ver los primeros ensueños, los primeros anhelos,
-los primeros entusiasmos del poeta. En las orillas del Tormes muchos
-han sido los soñadores españoles que han paseado sus quimeras. Vuelto
-á su pueblo, don Esteban Manuel va tejiendo las poesías que más tarde
-ha de reunir en un volumen. En Madrid lo publica; en la portada hace
-estampar&mdash;arrogantemente&mdash;esta inscripción: <em>Me surgente quid<span class="pagenum" id="Page_82">[Pg 82]</span>
-istae</em>? Temeraria es la mocedad. «¿Qué diré&mdash;escribe en <em>El
-Licenciado Vidriera</em> Cervantes hablando de los poetas&mdash;; qué diré
-del ladrar que hacen los cachorros y modernos á los mastinazos antiguos
-y graves?» Indignáronse con el lema del novicio poeta los <em>mastinazos
-antiguos y graves</em>; comprendió Esteban Manuel su audacia&mdash;tinta en
-procacidad&mdash;y apresuróse á suprimir el dicho lema en los ejemplares no
-sacados á plaza todavía.</p>
-
-<p>Casóse el poeta; bien de la patria mereció en su matrimonio; siete
-hijos dió á la tierra española. En Madrid anduvo entretenido en graves
-asuntos de erudición, historia y humanidades; ricas bibliotecas
-de magnates frecuentaba. ¿Habíase amortiguado ya en él la sacra
-llama? Compuso unas <em>Disertaciones críticas</em>, un <em>Etimológico
-historial</em>, un <em>Antiteatro</em> ó <em>discurso contra las
-comedias</em>; alguno de estos libros se ha perdido; de otros, más que
-decir que compuso, debemos decir que tuvo en proyecto. No sintamos ni
-la pérdida ni la no ejecución; en las viejas bibliotecas solemos ver,
-de tarde en tarde&mdash;nada más que ver&mdash;, estos libros gruesos, recios,
-llenos de citas griegas y latinas, en que, difusamente, se dilucida
-algún punto que no interesa á nadie. (Afuera luce el cielo azul; la
-vida pasa rumorosa y fugaz...)</p>
-
-<p>Pasó el poeta por el dolor de ver morir en el albor de la juventud á
-alguno de sus hijos. Tuvo pleitos; no sabemos, ó no recuerda el autor
-de estas líneas, si los ganó; menos malo hubiera sido que los hubiera
-perdido. Una vez, hallándose charlando en la paz de una biblioteca,
-dijo algo<span class="pagenum" id="Page_83">[Pg 83]</span> sobre el libre albedrío. Cosa terrible era ésta, en verdad.
-Véalo el lector: «San Anselmo dice que el poder pecar en el hombre
-no pertenece al libre albedrío». ¿Dice esto San Anselmo? Alguien
-escuchaba al poeta íntimamente escandalizado; la especie fué llevada
-sigilosamente á los señores de la cruz verde. Se deliberó sobre el
-caso; se deliberó madura, escrupulosa, detenidamente. Debieron de darse
-muchas, muchas, muchas vueltas al asunto. Cinco ó seis años pasaron en
-tales cavilaciones. Al cabo un día (¿no sería, para mayor color local,
-una noche?), un día llamaron á la puerta del poeta y le participaron
-que estaba procesado por la Santa Inquisición.</p>
-
-<p>El proceso fué largo; encerrado estuvo don Esteban Manuel en las
-cárceles de Logroño; diez y ocho testigos le acusaron de producirse
-temerariamente en materias religiosas. Otros, en cambio, atestiguaron
-que era «hombre pío, limosnero, muy frecuentador de los sacramentos».
-Fué condenado, sin embargo de esto; se le desterró. ¿Escucharía su
-sentencia, como más tarde Olavide, con una vela verde en la mano y
-una soga de esparto al cuello? Ya el poeta era viejo; estaba cansado,
-fatigado; tenía más de setenta años. Volvió á su pueblo. En traducir el
-libro <em>De consolación filosófica</em>, compuesto por Boecio, empleó
-sus últimas energías mentales. Un día murió; contaba ochenta y ocho
-años. Había nacido en 1589; finaba en 1669.</p>
-
-<p>Las poesías de don Esteban Manuel de Villegas, unas son originales,
-otras, traducidas. De Anacreonte,<span class="pagenum" id="Page_84">[Pg 84]</span> de Horacio y de Tibulo ha
-traducido el poeta. La poesía de don Esteban Manuel es ligera,
-graciosa, fugitiva, alada; á veces también, el poeta se pierde y
-extravía en un sutilísimo preciosismo. En las poesías de don Esteban
-Manuel encontramos arroyuelos mansos, ruiseñores que cantan entre
-los laureles, tortolillas, vientos apacibles, auras leves, abejas
-que revolotean sobre las flores, prados verdes, mirtos, jilgueros
-pintados, fontecicas que «corren con pies de plata por arenas de
-oro». En esas poesías los galanes piden besos á sus enamoradas, y si
-éstas se resisten&mdash;siempre con cierta coquetería&mdash;, ellos se atreven
-á dárselos por fuerza. El dios ceguezuelo aparece en la figura de un
-niño, de carnes sonrosadas, con una aljaba llena de pequeñas saetas
-á la espalda. Hay fugitivas carreras de las mozas entre la enramada.
-Suenan rabeles. El vino luce en las tazas («con el suave vino doy sueño
-á las tristezas»). En el invierno, mientras las castañas saltan en el
-fuego del hogar, los enamorados beben y retozan («echa vino, muchacho;
-beba Lesbia y juguemos»). La primavera viste de alegría el campo («ya
-las campañas secas empiezan á ser verdes»). Cupido, Baco, Venus van y
-vienen de un verso á otro. Las pastoras se llaman&mdash;escuchad esta escala
-melodiosa de nombres&mdash;: Camila, Celia, Drusila, Lidia, Filis, Flora,
-Lamia, Lesbia, Licimna...</p>
-
-<p>De las poesías de don Esteban Manuel de Villegas, dos han pasado á las
-antologías y son citadas y comentadas en las cátedras. Una de ellas es
-la dedicada á un pajarillo infortunado; otra, los célebres<span class="pagenum" id="Page_85">[Pg 85]</span> sáficos
-adónicos. Hay en la primera una nota de delicada sentimentalidad
-mezclada á un matiz de prosaísmo. El pajarito, á quien le han robado su
-nido, pía plañideramente posado en un tomillo. «Dame mi dulce compañía,
-rústico fiero»&mdash;dice la avecica. «No quiero»&mdash;responde, un tanto
-vulgarmente, pero con sencillo realismo, el inhumano patán. En los
-sáficos, el verso que da la sensación capital es el de «céfiro blando»;
-cuando leemos esta poesía sentimos cómo este vientecillo, tan tenue,
-tan suave, tan dulce, un vientecillo que apenas mueve las hojas de los
-árboles, lleva&mdash;allá á lo lejos, á través del espacio&mdash;nuestras quejas,
-nuestros dolores íntimos. Y nos impresiona este contraste entre el aura
-tan sutil y nuestra pena tan recia y permanente...</p>
-
-<p>Don Esteban Manuel de Villegas ha influído considerablemente en nuestra
-lírica. Todo el siglo <span class="allsmcap">XVIII</span> está lleno de Filis, Livias y
-Lisis. Mientras eruditos, observadores y filósofos escudriñan los
-secretos de la Naturaleza y de la historia; mientras, en este siglo
-frío y reflexivo, se escribe de botánica, numismática, matemáticas,
-náutica, física, epigrafía, embriogenia, los poetas van cantando las
-gracias, primores, hechizos y retozos de Filis. De tal modo cantan
-Torres Villarroel, Gerardo Lobo, Huerta, Cadalso, Forner, Sánchez
-Barbero, Iglesias, Moratín, Meléndez Valdés, Arjona. Algunos de estos
-poetas han cantado otras cosas, se han significado, principalmente,
-por otros temas; pero ninguno ha dejado de rendir homenaje á esta
-galantería alambicada y rusticana. ¿Cómo<span class="pagenum" id="Page_86">[Pg 86]</span> explicar esta especie de
-marea, de flujo y reflujo, que en la evolución de la poesía se produce?
-La moda, el contagio, hacen que en determinadas épocas, toda una
-generación poética afecte determinada sensibilidad. En los tiempos
-presentes, por ejemplo, la lírica se tiñe de un neo romanticismo. Se
-vive en una pretérita edad. Reviven&mdash;artificiosamente&mdash;los viejos
-hidalgos, las callejuelas, las tizonas, las espuelas de oro, el Cid, el
-arcipreste de Hita. Todo ello es aparatoso y vacío; todo ello es tan
-falto de vida como el neo clasicismo iniciado por Villegas... Poetas:
-observad vuestro tiempo; sentid vuestro tiempo; amad vuestro tiempo;
-cantad vuestro tiempo.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_87">[Pg 87]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="LA_CELESTINA">«LA CELESTINA»</h2>
-</div>
-
-
-<h3 class="p2">I</h3>
-
-<p><em>La Lectura</em> acaba de publicar en su colección de clásicos
-una nueva edición de <em>La Celestina</em>. Ha cuidado del texto
-y de las notas Julio Cejador&mdash;trabajador infatigable. Hagamos
-algunas observaciones sobre esta nueva aparición de nuestra antigua
-amiga Celestina. Se referirán nuestras notas: unas, al autor del
-libro; otras, á la originalidad de <em>La Celestina</em> en el siglo
-<span class="allsmcap">XVI</span>, es decir, al elemento de innovación que la obra
-representa en el arte; las demás, á la psicología y carácter de la
-protagonista.</p>
-
-<p>¿Quién es el autor de <em>La Celestina</em>? La primera aparición de
-la obra fué de distinto modo á como la vemos hoy; constaba sólo de
-diez y seis actos la obra primitiva; más tarde se le añadieron hasta
-veintiuno. En esa forma la leemos hoy; en esa forma se la reimprime
-hoy corrientemente. «¿De quién son los autos añadidos juntamente
-con el <em>Prólogo</em>, en el cual alude á ellos y por ellos se
-escribió?&mdash;pregunta Cejador.&mdash;Todos los críticos<span class="pagenum" id="Page_88">[Pg 88]</span> españoles, siguiendo
-á Menéndez y Pelayo, opinan que son del mismo autor que compuso la
-primitiva <em>comedia</em>.» Recordamos haber leído que, tras minuciosos
-exámenes, el fundamento de esta opinión lo ponen (Menéndez y Pelayo
-y sus seguidores) en la perfecta unidad y solidaridad técnica y
-psicológica que existe entre unos actos&mdash;los primitivos&mdash;y otros&mdash;los
-añadidos más tarde. Difícil sería no ver tales identidades técnicas
-y psicológicas. Figurémonos que hoy, Eugenio Sellés añade un acto
-á una obra de Dicenta, ó Linares Rivas á otra de Benavente. Dentro
-de tres siglos, si se ignoraran estos añadimientos, ¿quién notaría
-diferencias entre una y otra técnica y una y otra psicología? Existen
-indudablemente diferencias de estilo y de observación entre los autores
-citados; no son completamente idénticas sus tendencias y sus maneras
-de hacer. Pero esto que notamos hoy de obra á obra, en conjunto,
-totalmente (y que se notará también dentro de cien años), ¿cómo notarlo
-cuando se trata de una simple y accidental ampliación ó añadido?</p>
-
-<p>Sin embargo, á pesar de todo, hay notables diferencias entre la primera
-<em>Celestina</em>, la de los diez y seis actos, y la posterior, la de
-los veintiuno. En la primera existe más ligereza, más sencillez, más
-espontaneidad; en la segunda se ha practicado una especie de taracea en
-la prosa; á lo largo de las páginas han ido embutiéndose sentencias,
-reflexiones más ó menos discretas, citas de autores clásicos, refranes
-y proloquios traídos con mayor ó menor pertinencia. La obra,<span class="pagenum" id="Page_89">[Pg 89]</span> en su
-segunda aparición, ha perdido soltura, gracia, ímpetu, frescor de
-pasión y de sentimiento. ¿Fué el mismo autor de la primera concepción
-quien modificó la obra? ¿Fué mano distinta la que hizo estos cambios?
-Frecuente es el caso de que sean los mismos autores los que tales
-cambios y mudanzas hacen en sus libros; hace poco, en Francia, se
-han publicado, en un mismo volumen, tres versiones distintas de
-una misma novela. Aludimos á la novela <em>Charles Blanchard</em>,
-del malogrado Charles-Louis Philippe, publicada por la <em xml:lang="fr" lang="fr">Nouvelle
-Revue Française</em>. Y si se quiere ejemplo más insigne&mdash;aunque no
-más interesante, que éste lo es en alto grado&mdash;, ¿cómo no recordar
-las distintas versiones de <em>La tentación de San Antonio</em>, de
-Flaubert? ¿Puede darse nada más análogo, si bien á la inversa, que el
-caso de Flaubert y el del autor&mdash;si es uno solo el autor&mdash;de <em>La
-Celestina</em>? Hemos dicho á <em>la inversa</em>, porque en la obra del
-novelista francés, la primitiva versión es la recargada y densa, en
-tanto que la última es la ligera, la tenue, la sencilla.</p>
-
-<p>Julio Cejador opina que Fernando de Rojas fué el autor de los primeros
-diez y seis actos de <em>La Celestina</em>, y un oficioso corrector, un
-aficionado á cosas de letras&mdash;sin ser artista&mdash;, el de los restantes.
-Cuando se compuso la primera <em>Celestina</em>, Rojas debía de tener,
-según los eruditos, veinticuatro años. ¿Fué realmente el autor Fernando
-de Rojas? ¿No lo fué? Se arguye en contra de la hipótesis á favor
-de un autor de veinticuatro años el que en la obra hay visiones y
-sensaciones de la realidad<span class="pagenum" id="Page_90">[Pg 90]</span> que parecen indicar experiencia y fatiga
-del mundo. Más tarde veremos lo que tiene de exacto ese concepto de
-<em>La Celestina</em> como obra <em>sabia</em>, obra de experiencia, obra
-henchida de enseñanzas. Ahora limitémonos á preguntar: ¿quién es el
-que puede decir los misterios y prodigios de la intuición artística?
-Alfredo de Musset, por ejemplo, que hizo una obra de análoga tensión
-pasional y afectiva á la del autor de <em>La Celestina</em>&mdash;y mucho
-más extensa&mdash;, ¿á qué edad la realizó? ¿Á qué edad murió nuestro
-Garcilaso? Y entrando en esferas distintas, ¿no acabó sus días Larra
-á los veintisiete años? No queremos decir con esto que nos inclinamos
-á creer que el indicado Rojas sea el autor de <em>La Celestina</em>; ni
-afirmamos ni negamos. Lo que sí, decididamente, parece cierto es que en
-la obra, tal como la vemos hoy, han intervenido dos manos: una, la del
-primitivo autor, y otra, la de quien añadió los actos posteriores. Las
-observaciones que á este respecto hace Cejador y las pruebas que aduce
-son interesantísimas.</p>
-
-<p>El autor de <em>La Celestina</em>&mdash;llámese como se llame&mdash;debía de ser
-un hombre culto, erudito, libresco, y por temperamento, vehemente,
-impetuoso; un hombre, en suma, intelectual y joven. Se nota bien á
-las claras en el estilo en que el libro está escrito. Del autor de
-<em>La Celestina</em>, dice Cejador: «El habla ampulosa del Renacimiento
-erudito la pone en los personajes aristocráticos y á veces en los
-mismos criados que remedan á su señor». (¿Que remedan á su señor de
-propio intento, dándose cuenta de ello, por burlería? O bien, ¿que<span class="pagenum" id="Page_91">[Pg 91]</span>
-hablan así, imitándolos, sin propósito de escarnecerlos, por creer
-que es más noble este lenguaje? Y aparte de esto, ¿no será esta
-manera de hablar de los criados defecto de la obra, tan defecto como
-el habla de los señores... aunque menos excusable y justificado?)
-«Adviértase&mdash;dice más adelante Cejador&mdash;el estilo propio del
-comienzo del Renacimiento clásico, enfático, rimbombante, lleno de
-transposiciones y de voces latinas.» «Nos parece afectado&mdash;añade el
-autor hablando de tal estilo&mdash;, porque de hecho lo era, pero debemos
-agradecer al autor el que nos lo haya tan bien remedado del natural
-afectado de aquellos caballeros.» Tenemos por un poco extremoso este
-concepto; ábrase <em>La Celestina</em> por la primera página; comiéncese
-su lectura. «<em>Calisto</em>: En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
-<em>Melibea</em>: ¿En qué, Calisto? <em>Calisto</em>: En dar poder á Natura
-que de tan perfecta hermosura te dotase é facer á mi inmérito tanta
-merced que verte alcanzase, é en tan conveniente lugar que mi secreto
-dolor manifestarte pudiese. Sin duda incomparablemente es mayor tal
-galardón que el servicio, sacrificio, devoción é obras pías, que por
-este lugar alcanzar tengo yo á Dios ofrecido, ni otro poder mi voluntad
-humana puede cumplir.» Tal es el comienzo del libro. ¿Hablaban,
-efectivamente, así los caballeros del siglo <span class="allsmcap">XVI</span>? De ningún
-modo. Hay en la obra de arte (en el teatro, sobre todo) un realzamiento
-del lenguaje cotidiano; el diálogo real es ennoblecido, dignificado.
-No hay mas que ver los diálogos de las obras en que más se alardea de
-realismo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_92">[Pg 92]</span></p>
-
-<p>La transposición literal, exacta, de las conversaciones vulgares sería
-absurda, estúpida. Pero la estilización de la prosa hablada tiene
-también su límite discreto. ¿Quién fija ese límite? ¿Cómo saber en
-qué medida nos hemos de apartar de lo cotidiano y cuál es la línea
-que en lo noble, en lo estilizado, no debemos traspasar? Nadie puede
-decirlo; no existen normas precisas sobre tal materia. Existe, de
-una parte, una especie de ambiente literario que domina en toda la
-época, en un determinado período histórico, especie de <em>temperatura
-espiritual</em>. (Así vemos, por ejemplo, que en España, y en 1885,
-domina en el estilo la nota solemne, amplia, enfática de la oratoria.
-Es la época en que Castelar lo llena todo. Núñez de Arce es poeta
-oratorio. Cánovas crea un estilo político de un ampuloso y artificioso
-casticismo oratorio. Los artículos periodísticos son oratorios. Las
-crónicas literarias son oratorias. Hay excepciones; pero el estilo,
-gracias á todas estas influencias, es lo que en esa misma época
-se ha llamado con un adjetivo repetido á todas horas en todas las
-redacciones: <em>brillante</em>. Hoy la <em>temperatura intelectual</em>
-ha variado, y no comprendemos ni sentimos aquella prosa periodística,
-ni aquella oratoria, ni aquella poesía.) Existe, por otro lado, el
-instinto del autor, es decir, su buen gusto, su delicadeza, su sentido
-de la realidad innatos. Esos dos factores determinan el punto en que el
-autor ha de situar su estilización de la vida diaria. El autor de <em>La
-Celestina</em> traspasa frecuentemente la línea permitida al artista.
-¿Es causa de ello, principalmente,<span class="pagenum" id="Page_93">[Pg 93]</span> las circunstancias particulares
-que en el Renacimiento concurren? ¿Se trata de una <em>concesión</em>
-del autor á determinado grupo de lectores? Afortunadamente, en <em>La
-Celestina</em> alientan y palpitan otros elementos, que son precisamente
-los que salvan, <em>á pesar de todo</em>, la obra y hacen de ella uno de
-los libros capitales de nuestras letras.</p>
-
-
-<h3 class="p2">II</h3>
-
-<p>Nada más interesante que examinar cómo la obra de arte y el artista
-son mirados y juzgados en el fondo del organismo social, entre los
-elementos primarios de la sociedad. No sabemos, á punto fijo, lo que
-sucederá en otras sociedades; pero en la española, en la primera
-etapa de la masa social, cuando se quiere encarecer y ponderar el
-valor de un libro se hace referencia á la suma sabiduría, y cuando
-se quiere exaltar á un artista se le adjetiva como un hombre <em>muy
-sabio</em>. ¿Cómo al pueblo ha descendido esta modalidad crítica?
-De las altas clases seguramente ha bajado; un tiempo ha habido en
-que&mdash;rudimentariamente&mdash;todo metro y todo contraste crítico se
-reducían al tópico de sabiduría y de sabio. Recordemos el caso del
-<em>Quijote</em>; durante el siglo <span class="allsmcap">XIX</span> la ponderación y el
-ensalzamiento del <em>Quijote</em>, ó mejor dicho, toda su crítica, se ha
-reducido á considerarle como un libro sabio, el más sabio de todos los
-libros.<span class="pagenum" id="Page_94">[Pg 94]</span> Cervantes, en el <em>Quijote</em>, era jurisconsulto, estratega,
-geógrafo, botánico, médico, etc., etcétera. La crítica no decía
-las relaciones de la obra de arte con la sensibilidad humana, sino
-que&mdash;infantilmente&mdash;se esforzaba en demostrar la sabiduría (suma de
-conocimientos, enciclopedismo, docencia) de un libro. Perdura todavía
-en España este procedimiento; procedimiento, si bien intencionado,
-totalmente absurdo. ¿Á quién se le ocurrirá considerar como obras
-sabias una novela de Flaubert, ó una comedia de Molière, ó un diálogo
-de Leopardi? No está en eso precisamente el arte. Cejador, temperamento
-casticísimo, espontáneo, popular, ha cedido, al menos por esta vez, al
-prejuicio del primario elemento social. «Que los que quieran conocer el
-mundo, el hombre, el vivir y su amarga y dulce raíz, el amor, en que
-consiste toda la sabiduría, y por cuyo conocimiento fuisteis vosotros
-mismos sapientísimos varones y maestros de la filosofía española,
-leerán la <em>Tragicomedia</em> y aprenderán y... no se escandalizarán.»
-Así escribe Cejador, refiriéndose á algunos autores graves (Guevara,
-Vives) que han condenado <em>La Celestina</em>.</p>
-
-<p>Tenemos con esto considerada <em>La Celestina</em> como libro sabio,
-libro de profundas enseñanzas. De este modo&mdash;como antes con el
-<em>Quijote</em>&mdash;se arroja sobre la clásica tragicomedia una luz que no
-es la que le conviene. Proyectada esta luz equívoca sobre la obra, el
-lector desprevenido ve en ella las conclusiones, los resultados de los
-procesos psicológicos, los <em>actos</em>, en suma, considerados<span class="pagenum" id="Page_95">[Pg 95]</span> desde
-un punto de vista, no estético, sino ético; y no ve en ella, ó lo ve
-secundariamente, en segundo término, los matices, las transiciones
-sutiles que componen esos mismos procesos de psicología, los cambiantes
-aspectos de la sentimentalidad del autor&mdash;reflejada en las cosas, en
-el paisaje&mdash;; todo, en fin, lo que constituye lo alado, lo impalpable
-del arte. (Luego veremos, al hablar de cómo se considera á la propia
-Celestina, fantástica, hiperbólicamente; luego veremos una de las
-consecuencias <em>prácticas</em> de este modo de hacer crítica.) Acéptese
-ó no lo que acabamos de exponer, discútase ó no, lo cierto es que
-<em>La Celestina</em> no puede enseñarnos gran cosa respecto&mdash;como dice
-Cejador&mdash;del mundo, del hombre y del vivir. ¿Dónde está este portento
-de sabiduría? Sabido y archisabido tenemos ahora, como tenían en el
-siglo <span class="allsmcap">XVI</span>, lo que puede enseñarnos <em>La Celestina</em>. Si
-somos padres, sabremos que una mujer astuta y lisonjera puede hacer
-cometer á nuestra hija una falta más ó menos reparable (reparable en el
-caso de Melibea, reparable si Calisto no hubiera tenido la desgracia de
-matarse). Si somos amantes, sabremos también que las trazas y artes de
-una cobejera pueden hacer que se logren nuestros apetitos. Sabremos,
-en resolución, que hay madres descuidadas, criados groseros, gentes de
-distintas condiciones que andan devaneando&mdash;aun las más respetables&mdash;y
-buscando escondidamente sus placeres. ¿No es todo esto vulgar,
-corriente y viejo de muchos siglos, por lo menos desde que escribió
-Luciano?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_96">[Pg 96]</span></p>
-
-<p><em>La Celestina</em>&mdash;conviene repetirlo&mdash;es una obra de juventud; de
-juventud por su estilo fogoso, ardoroso, brillante, recargado, profuso.
-(Un paréntesis: Cejador dice que <em>La Celestina</em> es el libro «más
-natural y elegante escrito hasta entonces». Lo de <em>natural</em>
-riñe con sus observaciones respecto al énfasis y á la pomposidad del
-estilo; observaciones exactísimas. El libro más <em>natural</em>, todo
-diafanidad, coherencia y sencillez, es <em>El conde Lucanor</em>, escrito
-hacia 1329.) Es de juventud <em>La Celestina</em> por su estilo, por su
-erudición intempestiva&mdash;al menos, en boca de los criados&mdash;, por su dejo
-de petulancia, por su lirismo. No hay nada en <em>La Celestina</em> que
-pueda ignorar un mozo inteligente y despierto; no hay reconditeces y
-arcanos psicológicos sólo accesibles á una larga experiencia del mundo.
-Todo, técnica, psicología, ambiente general de la obra, nos están
-diciendo que <em>La Celestina</em> es cosa de un mozo. Como se puede
-comparar el Tiziano de la primera manera con el de la última, compárese
-<em>La Celestina</em>, toda luz viva y cegadora, toda movimiento, toda
-ímpetu y color áureo, con la segunda parte del <em>Quijote</em>, toda
-tonos grises, transiciones calladas, simplificación técnica, suavidades
-casi imperceptibles y melancólicas, dulzura y vaguedad de ese sol de la
-tarde que&mdash;según el mismo Cervantes dice&mdash;queda todavía en lo alto de
-las bardas.</p>
-
-<p>La originalidad de <em>La Celestina</em> en el siglo <span class="allsmcap">XV</span>, lo
-que <em>La Celestina</em> representa en la evolución del arte literario
-castellano, está contenido, á nuestro entender, en dos hechos
-capitales. Primero:<span class="pagenum" id="Page_97">[Pg 97]</span> por primera vez nos encontramos&mdash;se encuentran los
-coetáneos del autor&mdash;ante un psicólogo, es decir, ante un escritor que
-crea, desenvuelve, anima caracteres. En el arcipreste de Hita ya hay
-muchos de los elementos decorativos, pintorescos y ornamentales que
-figuran en <em>La Celestina</em>; pero en este libro hay lo que antes
-no existía. Juan Ruiz es un pintor, un colorista, un <em>visual</em>;
-el autor de <em>La Celestina</em> es un analista de espíritus y de
-temperamentos. Pensemos en lo que modernamente han sido Teófilo
-Gautier y Stendhal. En el Arcipreste, maravilloso descripcionista, no
-encontraréis ni un solo momento de emoción; el poeta nos hace asistir
-á pintorescos y variados espectáculos; describe el color y la forma;
-no entra dentro ni de los hombres, ni de las cosas; su espíritu no
-vibra emocionado con lo que pinta del mundo exterior. En el autor
-de <em>La Celestina</em>, en cambio, hay momentos de íntima y honda
-emoción: suplica, plañe, amenaza, llora. Los personajes van poco á
-poco iniciándose, creciendo, desenvolviéndose; tienen sus afanes,
-sus ansias, sus dolores, sus codicias, sus alegrías, sus miserias...
-Segundo hecho: todos estos procesos psicológicos, todo este análisis
-del espíritu no se desenvuelven en lo abstracto; bellos procesos de
-amor y de pasión hay, por ejemplo, en los libros de caballería; mas
-lo que allí, en esas historias amorosas falta, es lo que el autor de
-<em>La Celestina</em> ha traído al arte, esto es, una base de realidad,
-y de realidad viva, cotidiana, menuda, prosaica. Y por encima de
-esto, no de realidad indefinida (como lo es la de algunos<span class="pagenum" id="Page_98">[Pg 98]</span> cuadros
-de <em>El conde Lucanor</em>), sino realidad de un determinado momento
-y de un determinado país; realidad, en suma, española, castiza, de
-lo hondo de nuestro pueblo. Á la creación, pues, de los caracteres,
-el autor de <em>La Celestina</em> añade el ligar íntima, profundamente
-esos caracteres á la realidad de la vida de España. Ahí están viviendo
-perdurablemente todos los detalles, los más pequeños detalles de
-nuestro vivir cotidiano: las tenerías, la cuesta del río, el jarrillo
-desbocado de Celestina, la camarilla de las escobas, las bujerías
-que la vieja lleva de una casa á otra, las mudas y mixturas que
-confecciona... Únase á todo esto la rapidez y viveza del diálogo,
-los modismos populares y refranes, el lirismo exaltado de Calisto en
-determinados momentos, y se comprenderá el encanto profundo de este
-libro y su inusitada, maravillosa novedad en nuestro siglo <span class="allsmcap">XVI</span>.</p>
-
-<p>Hemos anunciado antes que indicaríamos una <em>consecuencia práctica</em>
-de determinada modalidad crítica; aludimos al modo como ha sido juzgada
-Celestina, uno de los tres personajes principales del libro. Recuérdese
-lo que también hemos apuntado respecto á la temperatura espiritual en
-que ha vivido la generación literaria anterior á la actual; temperatura
-esencialmente oratoria. He aquí lo que dice Menéndez y Pelayo hablando
-de Celestina: «Celestina es el genio del mal encarnado en una criatura
-baja y plebeya, pero inteligentísima y astuta, que muestra en una
-intriga vulgar tan redomada y sutil filatería, tanto caudal de
-experiencia moderna, tan perversa y ejecutiva y dominante voluntad,
-que<span class="pagenum" id="Page_99">[Pg 99]</span> parece nacida para corromper al mundo y arrastrarle encadenado y
-sumiso por la senda lúbrica y tortuosa del placer.» (La última frase
-es completamente de melodrama ó de discurso en mitin popular. Menéndez
-y Pelayo, que no era orador <em>hablado</em>, tenía la preocupación de
-serlo <em>escrito</em>. El estilo oratorio hace que se piense más en
-cómo va á decirse la cosa, que en la cosa misma; las palabras, en ese
-estilo, son siempre mucho más grandes que las cosas.) Julio Cejador,
-que copia la anterior cita de M. Pelayo, añade por su cuenta: «Hay en
-Celestina un positivo satanismo; es una hechicera y no una embaucadora.
-Es el sublime de mala voluntad, que su creador supo pintar como mujer
-odiosa, sin que llegase á ser nunca repugnante; es un abismo de
-perversidad; pero algo humano queda en el fondo, y en esto lleva gran
-ventaja al Yago de Shakespeare, no menos que en otras cosas».</p>
-
-<p>Como se ve por las frases transcritas, Menéndez y Pelayo se muestra
-terminante y unilateral al juzgar á Celestina; Cejador condena con
-igual fuerza, pero hace algunas atenuaciones (que no sabemos cómo
-concordar con sus juicios supremos). Tenemos, pues, de lo copiado: que
-Celestina es «el genio del mal»; que tiene tanto caudal de experiencia
-y tan perversa voluntad que «parece nacida para corromper el mundo»;
-que, además de corromper el mundo, su idea es «arrastrarle encadenado
-y sumiso por la senda lúbrica y tortuosa del placer»; que posee un
-«positivo satanismo»; que es «el sublime de mala voluntad»;<span class="pagenum" id="Page_100">[Pg 100]</span> que es
-también, y finalmente, «un abismo de perversidad». Nada menos. Ha
-quedado agotado el diccionario castellano en la calificación de la
-maldad de un ser humano. <em>Genio del mal</em>&mdash;dice Menéndez y Pelayo.
-<em>Abismo de perversidad</em>,&mdash;añade Cejador. Si después de esto
-quisiéramos adjetivar á un gran criminal, no podríamos hacerlo. ¿Qué
-más podríamos decir de un Troppmann, de un Lecenaire? Y dentro de
-las ficciones literarias, ¿cómo vamos á definir, por ejemplo, á Lady
-Macbeth? (Hace pocos meses, un famoso abogado de París, Henri-Robert,
-hizo en la Universidad de los Anales una supuesta defensa forense de
-Lady Macbeth; como si realmente estuviera defendiendo á la acusada,
-el ilustre jurisconsulto examinó minuciosamente los hechos inculpados
-y adujo las pruebas. Henri-Robert terminaba así su defensa: «Con la
-lejanía del tiempo, considerando el ambiente sanguinario, y la anarquía
-de la época, y el medio feudal, Lady Macbeth se nos aparece como digna
-de alguna indulgencia». El original discurso forense de Henri-Robert
-se ha publicado en el número de 1.º de Abril de 1913 del <em>Journal de
-l’Université des Annales</em>.)</p>
-
-<p>¿Cómo definir á Lady Macbeth y á nuestra <em>mala pelegrina</em>? <em>La
-mala pelegrina...</em> ¿Quién es la mala pelegrina? Es una mujer real
-y singularmente perversa; hace su retrato don Juan Manuel en el
-capitulo XLV de <em>El conde Lucanor</em>. La mala pelegrina, astuta,
-sagacísima, logra que un matrimonio tranquilo y feliz se desevenga;
-comienza á recelar el marido de la mujer y la mujer del marido;<span class="pagenum" id="Page_101">[Pg 101]</span> crecen
-los disturbios; llega el marido, gracias á una traza verdaderamente
-diabólica de la mala pelegrina, á degollar á la mujer; se enzarzan los
-parientes de ésta con el marido; lo asesinan; los deudos del marido
-entran en batalla con los de la mujer; toman parte en la lucha los
-vecinos del pueblo; resultan numerosos muertos... Tal es, en síntesis,
-la obra de esta fembra perversa. ¿Se puede comparar con ella Celestina?
-<em>Genio del mal</em>, <em>abismo de perversidad</em>... No tanto, no
-tanto: Celestina ha tenido en su mocedad un prostíbulo; quebró el
-negocio; Celestina, ya vieja, retiróse á una casilla miserable.
-Allí vive obscuramente; su oficio es procurar ilícitas y solapadas
-recreaciones; pero lo hace discretamente, sin escándalo. Todos, fiados
-en su discreción y sigilo, la buscan y la solicitan. ¿Cuál es su
-enorme, formidable crimen en el asunto de Calisto y Melibea?</p>
-
-<p>Tengamos en cuenta que Melibea está ya realmente enamorada de Calisto;
-todos los detalles lo acusan; todos los detalles, incluso esa agria y
-destemplada respuesta que da á Calisto en la primera escena, y luego,
-más tarde, el préstamo del ceñidor. Está ya enamorada... sin que ella
-misma se dé cuenta; el caso es frecuentísimo. Celestina no hace mas que
-alumbrar esa pasión de Melibea y poner en relación&mdash;secreta&mdash;á uno y
-otro enamorado. En esta concertación solapada, urdida por Celestina,
-estriba todo el crimen de la vieja. ¿Pueden cometer una falta Melibea
-y Calisto? Sí; deplorémoslo sinceramente. Pero añadamos que el hecho
-puede ser reparado. ¿Por qué no se han de<span class="pagenum" id="Page_102">[Pg 102]</span> casar Calisto y Melibea?
-Á familias igualmente distinguidas pertenecen uno y otro; no hay
-desdoro para ninguna de las dos familias en este enlace. Seguramente
-que si Calisto no hubiera tenido la desgracia de caerse desde lo alto
-de una pared y de matarse, Melibea y Calisto se hubieran casado y
-hubieran vivido felices. No se puede imputar á Celestina la muerte
-de Calisto (mera casualidad), ni tampoco podemos hacerla responsable
-de la bárbara codicia de unos criados (causa del asesinato de la
-vieja, por cuyo asesinato luego son ajusticiados los matadores).
-¿Qué queda, pues, de este <em>genio del mal</em>, de este <em>abismo de
-perversidad</em>? El genio del mal se llama aquí&mdash;como en tantas otras
-ocasiones&mdash;casualidad, azar, fatalidad... Y esa fatalidad de las cosas,
-esa inexorabilidad del destino es otro de los atractivos profundos,
-misteriosos de <em>La Celestina</em>.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_103">[Pg 103]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="LA_CELESTINA_LA_PELEGRINA">LA CELESTINA, LA PELEGRINA...</h2>
-</div>
-
-
-<p>Recordará el lector (ó ya no se acordará de tal cosa) que hace poco
-dedicábamos dos artículos á hablar de <em>La Celestina</em>; comentábamos
-en esas líneas la edición reciente publicada por <em>La Lectura</em> y
-cuidada y anotada por Julio Cejador&mdash;querido amigo nuestro. Cejador,
-honrándonos con ello, ha replicado á nuestras observaciones; su
-réplica la han constituído otros dos artículos: en «Los lunes de <em>El
-Imparcial</em>» del 15 y del 22 del presente mes se han publicado.
-Termina Cejador su alegato de defensa invitándonos á que reconozcamos
-nuestro error. La cortesía obliga á no dejar sin contestación los
-artículos de Cejador. Contestación breve, en que satisfaremos la
-urbanidad y aclararemos todos nuestros anteriores puntos de vista.</p>
-
-<p>Cejador comienza diciendo que se nos han escapado en nuestro trabajo
-varias «liebres». Al leer esto creímos que nuestro amigo iba á poner de
-relieve algún error de hechos, de fechas, de nombres; algo, en suma,
-material y concreto. Nos<span class="pagenum" id="Page_104">[Pg 104]</span> parece que el significado de la frase popular
-citada («escaparse una liebre») encierra la comisión de un olvido,
-de una negligencia. En olvido ó negligencia (ó ignorancia) podíamos
-haber incurrido nosotros al disertar sobre <em>La Celestina</em>; ante
-nosotros teníamos á un verdadero erudito; esperábamos, por tanto, una
-rectificación completa de algo que aturdida ó ignorantemente hubiéramos
-dicho. No ha habido, sin embargo, nada de esto. (Luego veremos que,
-efectivamente, en nuestro artículo había un pequeño error... hasta
-cierto punto.) Las <em>liebres</em> de Cejador no son tales liebres.
-Liebre habría cuando alguien estuviera en posesión cierta de una
-verdad inconcusa, axiomática, y viera á otro desbarrar, andar errado,
-y de pronto abriese su mano para soltar la verdad que en ella tenía
-aprisionada. En el caso presente no se trata&mdash;lo repetiremos&mdash;de una
-rectificación de hechos. Se trata, sí, de la interpretación psicológica
-de una obra de arte. Cejador la interpreta de un modo; nosotros la
-interpretamos de otro. Suponer que hay <em>liebre</em> (es decir, verdad
-irrebatible de una parte; error manifiesto de otra) es suponer que no
-hay más verdad en este asunto que aquella que tiene en su posesión
-Cejador. Lo demás es desvarío, y nosotros incautamente, como el meleno
-ó matiego (seamos castizos) que comete un desliz, hemos caído en él,
-se nos ha escapado la liebre. No creemos á nuestro buen amigo tan
-inmodesto.</p>
-
-<p>No enseña <em>La Celestina</em> nada que no conozca un muchacho despierto
-y agudo de veinticinco ó<span class="pagenum" id="Page_105">[Pg 105]</span> treinta años. Se considera tal obra como
-un dechado de enseñanzas psicológicas, y nosotros nos negamos á ver
-en <em>La Celestina</em> tal libro extraordinario&mdash;desde este punto de
-vista. La psicología de la famosa tragicomedia es de lo más primario
-y elemental. Una cobejera astuta, una madre descuidada, criados
-codiciosos, un amante atolondrado y ferviente... esto es todo lo
-que encontramos en esas páginas. Y esto dibujado y tramado de un
-modo impetuoso, enérgico, con transiciones violentas, con fogosas y
-ardientes pinceladas. Libros de sutil psicología, de una enseñanza
-honda del mundo y del vivir, ¿cuáles citaremos? Se nos ocurre ahora el
-<em>Wilhem Meister</em>, de Goethe, libro que nos ofrece una trascendente
-lección de conformidad filosófica con la realidad. Se nos ocurre&mdash;por
-citar ejemplos dispares&mdash;la novela <em>Volupté</em>, de Saint-Beuve,
-calificada, no hace mucho, por Julio Lemaitre de «libro extraño y
-profundo». Se nos ocurre el <em>Tomás Graindorge</em>, de Taine, en que
-se ha querido ver una anticipación de Nietzsche y en que hay páginas
-(las dedicadas á definir una cierta moral) de una larga significación
-psicológica. Pero la psicología de <em>La Celestina</em>, ¿no es de lo
-más sabido y repetido desde que hay observadores en la literatura? Nada
-sería esa obra si no contuviera, como contiene, subidos elementos de
-arte.</p>
-
-<p>Hemos dicho también&mdash;y este es el segundo punto rebatido por Cejador&mdash;;
-hemos dicho también que Celestina, la protagonista, no es el monstruo
-de maldad que nos pintan Menéndez y Pelayo<span class="pagenum" id="Page_106">[Pg 106]</span> y Cejador. <em>Genio del
-mal</em> la llama el primero; <em>abismo de perversidad</em> la denomina
-el segundo. <em>No tanto, no tanto</em>, decíamos nosotros. Cejador nos
-cita la relación pintoresca de lo que Celestina tiene guardado en su
-casilla miserable y nos habla de sus misteriosos procedimientos, artes
-y trazas. Conocemos ese pasaje; repetidas veces&mdash;y atentamente&mdash;hemos
-leído <em>La Celestina</em>. Celestina tiene mil hierbas é ingredientes
-extraños en su cámara; Celestina hace tales ó cuales cosas diabólicas,
-misteriosas. Todo eso no nos produce impresión ninguna. Todo eso es
-una prueba más de la mocedad é inexperiencia del autor. Toda esa
-larga relación de hierbajos, semillas y menjurjes, si interesante
-históricamente, sabe á presuntuoso artificio: en ese aspecto de
-la pintura de Celestina, como en la intempestiva erudición de los
-personajes de la obra, echamos de ver la mocedad del autor. ¿Se concibe
-que un hombre experimentado, <em>corrido</em>, que haya devaneado mucho
-por el mundo, se entretenga en tales trampantojos y en ellos crea? Aquí
-aludimos concretamente al llamamiento que la vieja hace al demonio y
-á su pacto con tal personaje. «Como no tengo yo á <em>Azorín</em> por
-tan aferrado á su propio juicio que no confiese lo que ve á vista de
-ojos&mdash;escribe Cejador&mdash;, lo único que dirá será que no había leído este
-trozo, y que verdaderamente Celestina, no sólo hizo declarar á Melibea
-el amor que ya sentía por Calisto y les facilitó los medios de verse,
-sino que por el pacto hecho con Satanás forzó á éste con su conjuro
-á meterse en el hilado y á que <em>abriese y<span class="pagenum" id="Page_107">[Pg 107]</span> lastimase el corazón de
-Melibea de crudo y fuerte amor de Calisto</em>.»</p>
-
-<p>Puestas las cosas en este terreno, no es posible replicar nada.
-Nosotros vemos en Celestina una mujer que concierta y prepara amores
-más ó menos ilícitos; una astuta cobejera; una mujer á quien, por su
-habilidad y discreción, todos acuden en estos trances. Antes pintó un
-tipo análogo en Trotaconventos el arcipreste de Hita; después, Lope
-de Vega en la Gerarda de su <em>Dorotea</em>. Todo lo demás, hechizos,
-hierbajos, ungüentos, conjuraciones, pactos con el demonio, nosotros
-lo tenemos por pura fantasía, por pintorescas pataratas. Cejador, en
-cambio, saliendo de este campo puramente terrestre, humano, cree en los
-maleficios, filtros mágicos y pactos diabólicos de la vieja. Contando
-con tales fantasmagorías, nuestro amigo proclama á Celestina monstruo ó
-abismo de perversidad.</p>
-
-<p>Citábamos en nuestros artículos, como ejemplar de mujer realmente
-perversa, la pintada por don Juan Manuel en uno de los capítulos
-de <em>El conde Lucanor</em>. (El error... hasta cierto punto, á que
-aludíamos al comienzo consistía en haber llamado <em>Pelegrina</em> á
-esta mujer, siendo así que en otras versiones de la obra parece ser
-que se llama <em>veguina</em>, del francés <em xml:lang="fr" lang="fr">béguine</em>, es decir,
-hembra artera y falsa. Pelegrina dice la versión publicada en 1575 por
-Argote de Molina. El mismo apelativo lleva esa mujer en la lección
-impresa en Vigo en 1902. Pelegrina nos place más á nosotros por lo
-expresivo y pintoresco.) ¿Se<span class="pagenum" id="Page_108">[Pg 108]</span> puede comparar la vieja Celestina á la
-vieja Pelegrina? Por las artes de ésta&mdash;y un poco inverosímilmente&mdash;se
-enemista un pacífico matrimonio, el marido degüella á la mujer, riñen
-sangrientamente los deudos del marido y los de la mujer, traban también
-sanguinosa batalla todos los vecinos del pueblo. En Celestina no hay,
-en cambio, mas que enlabios, arterías y zangamangas.</p>
-
-<p>No aparece por ninguna parte el abismo de perversidad ni la genialidad
-en el mal de la vieja. Muere Calisto. ¿Tiene Celestina la culpa de
-que Calisto se caiga de lo alto de una pared? Matan dos codiciosos
-criados á Celestina para robarla una cadena de oro. ¿Tiene Celestina
-la culpa de que estos hombres sean tan feroces que lleguen por un robo
-casi sin importancia, ó de poca importancia, á cometer tal crimen? Se
-suicida Melibea, angustiada por la desgracia de Calisto. ¿Podremos
-hacer de ello responsable á Celestina? Fatalidad, inexorabilidad del
-Destino&mdash;hemos escrito nosotros. Esa fatalidad de las cosas, esa
-ceguedad de la corriente eterna del mundo, que presta un atractivo
-misterioso y doloroso á <em>La Celestina</em>, lo mismo que más tarde al
-<em>Don Álvaro</em> ó á la maravillosa novela de Camilo Castello Branco
-<em>Amor de perdición</em>.</p>
-
-<p>Pero Cejador no lo ve así. «¡Sortilegio, encantamiento, maleficio,
-pacto!»,&mdash;exclama nuestro amigo, dejándonos un poco despavoridos.
-Mas nos recobramos de nuestro espanto y apartamos lejos de nosotros
-toda intervención extrahumana. No hemos citado indeliberadamente
-la obra de don<span class="pagenum" id="Page_109">[Pg 109]</span> Juan Manuel. Compárese <em>El conde Lucanor</em> con
-<em>La Celestina</em> y se verá la experiencia y la madurez de un autor
-al lado de la inexperiencia y de la mocedad del otro. En 1854 don
-Pascual Gayangos publicó un estudio sobre <em>El conde Lucanor</em> en
-la <em>Revista Española de Ambos Mundos</em> (número correspondiente á
-Agosto). «Su autor&mdash;decía Gayangos hablando de don Juan Manuel&mdash;se
-manifiesta constantemente superior á su siglo y libre de muchas de las
-preocupaciones que á la sazón reinaban. En los capítulos XI y XIII se
-burla de los que ponen su fe en falsos agüeros y vaticinios, y el XX
-es una sátira punzante de los frailes y sus pretensiones. En el VIII
-se ríe de su tío don Alfonso el Sabio porque da crédito á las patrañas
-de los alquimistas y pretendía haber descubierto la piedra filosofal.»
-«Toda la obra&mdash;añade Gayangos&mdash;respira la observación fría y sagaz
-del hombre experimentado que conocía á fondo el corazón humano y que
-ha sufrido demasiado para conservar las engañosas ilusiones de la
-juventud.»</p>
-
-<p>¿Se concibe al retratista de la Pelegrina dando crédito en su obra á
-hechicerías, pactos demoníacos y sortilegios? Quien se reía de los
-horóscopos, de la piedra filosofal, de los sortilegios, no podía
-menos de hacer un retrato verdaderamente humano, sólo humano, de una
-mujer perversa. Si el autor de <em>La Celestina</em> hubiera escrito su
-libro, no en la mocedad&mdash;como parece ser&mdash;, sino ya maduro, corrido
-y desengañado, seguramente que en su retrato de Celestina no hubiera
-puesto todo ese aparato excesivo y estrafalario de influencias
-extraterrestres<span class="pagenum" id="Page_110">[Pg 110]</span> y diabólicas. Y si de todos modos lo hubiera puesto,
-á nosotros, hombres de ahora, hombres modernos, nos toca prescindir
-mentalmente de él y considerar que si pasó lo que pasó en <em>La
-Celestina</em>, no fué por obra misteriosa y siniestra de Satanás&mdash;¡qué
-horror!&mdash;, sino porque <em>asi vinieron las cosas</em>.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_111">[Pg 111]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="DEJEMOS_AL_DIABLO">DEJEMOS AL DIABLO...</h2>
-</div>
-
-
-<p>Cuatro palabras para terminar&mdash;por nuestra parte y cordialmente&mdash;la
-amistosa discusión que venimos sosteniendo con Julio Cejador... La
-viejecita Celestina se halla recogida en su casa. Vive muy lejos, allá
-fuera de la ciudad, en la cuesta del río. Cerca están las tenerías.
-No muy distante se ve un viejo puente por donde pasan viandantes y
-carros. La casa de Celestina es chiquita, medio caída; lo principal&mdash;y
-casi lo único&mdash;de ella lo compone una camarilla con una ventanita;
-por la ventanita se columbra el río manso y claro que discurre por
-debajo del puente y luego se aleja entre dos filas de verdes álamos,
-unos campos labrados, la silueta azul de unas remotas montañas. De la
-ciudad llegan, de cuando en cuando, los campaneos de sus iglesias. En
-la habitación de Celestina hay dos ó tres filas de anchos vasares y
-un reducido armario: en los vasares forman, cuidadosamente colocados,
-botecillos, picheles y redomas de diversos tamaños y colores. Encierran
-esos botes<span class="pagenum" id="Page_112">[Pg 112]</span> y frascos variedad de ungüentos, aceites, mixturas,
-grasas y jarabes; de todos estos aceites y ungüentos, unos curan
-dolores, otros&mdash;aunque Celestina lo crea&mdash;no curan nada. Hacecillos
-de hierbas montaraces penden del techo y de las paredes. Reposan en
-el armario, bien guardados, algunos objetos y trebejos de apariencia
-y usos extraños. Aquí hay soga de ahorcado, piedra del nido del
-águila, espina de erizo, pie de tejón. Todas estas cosas, aunque en
-ocasiones Celestina las venda muy caras y misteriosamente á gentes que
-han perdido un poco el seso, lo cierto es que no sirven para nada.
-En una cajuela la viejecita tiene sus instrumentos más preciados:
-unas finísimas agujas y un sutilísimo hilo de seda. Y tampoco esto
-sirve para gran cosa; pero sí puede engañarse con ello&mdash;alguna vez&mdash;á
-los papanatas y á los incautos, á los incautos sobre todo, gente
-atropellada y que no repara en detalles.</p>
-
-<p>Celestina se encuentra en un momento crítico; va á invocar á Satanás.
-Necesita que el demonio le ayude en un trance en que se halla metida.
-Ya ha cerrado la ventanita que mira al río y ha encendido una vela
-(no la vela que se enciende á San Miguel, sino la que se enciende
-al diablo). De todo su poder evocador va á usar Celestina; del más
-formidable aparato mágico va á echar mano; del conjuro más poderoso,
-más fuerte, más inapelable va á servirse. Todo es silencio y misterio
-en la estancia. (Pero á lo lejos, de las tenerías, llegan unos cantos
-populares y picarescos que desazonan un poco á la viejecita.)</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_113">[Pg 113]</span></p>
-
-<p>Celestina exclama, tratando de ahuecar la voz y haciendo terribles
-aspavientos:</p>
-
-<p>&mdash;Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador
-de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles,
-señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes étnicos montes
-manan, gobernador y veedor de los tormentos é atormentadores de las
-pecadoras ánimas, regidor de las tres furias: Tesifone, Megera y Aleto;
-administrador de todas las cosas negras del reino de Stigie y Dite, con
-todas sus lagunas y sombras infernales y litigiosos caos; mantenedor
-de las volantes arpías, con toda la otra compañía de espantables y
-pavorosas hidras...</p>
-
-<p>Se detiene un poco Celestina; no es para menos; la invocación que acaba
-de hacer entra en la categoría de las más solemnes invocaciones. Luego
-continúa:</p>
-
-<p>&mdash;Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y
-fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave
-con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos
-que en este papel se contienen... vengas sin tardanza á obedecer...
-hasta que Melibea con aparejada oportunidad... lastimes del crudo y
-fuerte amor de Calixto... pide y demanda á mí tu voluntad... apremiaré
-con mis ásperas palabras tu horrible nombre... me parto para allá con
-mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.</p>
-
-<p>Cuando la viejecita ha acabado su tremendo y formidable conjuro se ha
-abierto bruscamente la ventanilla del chamizo y ha entrado un vivísimo<span class="pagenum" id="Page_114">[Pg 114]</span>
-rayo de sol que ha dado en los ojos á Celestina. Celestina ha cerrado
-los ojos, y al abrirlos de nuevo ha visto sentado en la única silla de
-la estancia á un mancebo de tez morena y luminosa mirada.</p>
-
-<p>&mdash;Un momento, querida Celestina&mdash;ha dicho con voz melódica este mozo&mdash;:
-tu conjuro ha sido tan aparatoso y tan vehemente, que he querido venir
-yo mismo, en persona, á ver lo que se te ofrecía. La cosa debe de ser
-de mucha importancia...</p>
-
-<p>Aunque la viejecita está acostumbrada á tratar con el demonio (ó, por
-lo menos, lo dice ella), ha sufrido una viva sorpresa al contemplar
-frente á ella al propio Satanás. Apenas acertaba á balbucir unas
-palabras.</p>
-
-<p>&mdash;Cálmate, Celestina, cálmate&mdash;ha proseguido bondadosamente el
-diablo&mdash;. El caso que te ha hecho llamarme tan aparatosamente debe
-de ser verdaderamente grave y difícil. Siendo cosa tuya, ha de ser,
-desde luego, cosa de amores... Sospecho que se trata de algún amor
-<em>imposible</em>, desatinado. Acaso un viejo achacoso, decrépito,
-miserable, nacido en el más bajo fondo social, se ha enamorado de una
-elevadísima, angelical (permíteme la palabra) y elegantísima princesa...</p>
-
-<p>Celestina, todavía sobrecogida, mueve la cabeza con ademán denegatorio.</p>
-
-<p>&mdash;¿No?&mdash;prosigue el diablo&mdash;. ¿No? ¡Ah, ya caigo! Es el caso
-contrario... Una labradorcita, una mozuela del campo, ingenua y linda,
-se ha enamorado de su señor, el altivo magnate que ha entrevisto<span class="pagenum" id="Page_115">[Pg 115]</span> ella
-un momento, al pasar él frente á la choza, caballero en un brioso
-trotón...</p>
-
-<p>La viejecita vuelve á hacer signos de negación.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tampoco?&mdash;torna á preguntar un tanto receloso el diablo&mdash;.
-Entonces... entonces, ¿es cosa de algún rey... de la esposa de algún
-rey, que contra toda ley, contra toda fidelidad...?</p>
-
-<p>Celestina hace nuevos ademanes de que no.</p>
-
-<p>&mdash;Pues no caigo; explícate; habla.</p>
-
-<p>Celestina entonces, ya más serena, ha contado que dos jóvenes, Calisto
-y Melibea, se han encontrado en una huerta y que el mozo ha quedado
-perdido de amor por la muchacha. Ahora es el diablo quien ha quedado
-sorprendido, sin comprender.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ella es rica, de buena familia?&mdash;ha preguntado Satanás.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;ha contestado Celestina.</p>
-
-<p>&mdash;¿Él es rico, de buena familia?</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;ha vuelto á contestar Celestina.</p>
-
-<p>&mdash;¿No hay enemistad ninguna entre las dos casas?</p>
-
-<p>&mdash;Ninguna... Es más: yo creo que la muchacha, íntimamente, sin saberlo,
-sin haberse dado cuenta de ello todavía, está enamorada del galán.</p>
-
-<p>Satanás ha callado un momento, estupefacto, sin saber qué decir. Al
-cabo ha dicho:</p>
-
-<p>&mdash;Pues no lo entiendo, amiga Celestina; no lo entiendo, á menos de que
-piense que tú, esta mañana, en vez de beberte tu jarrillo habitual,
-te has bebido uno ó dos más. Se me puede llamar á mí con el aparato y
-la vehemencia que tú lo has hecho,<span class="pagenum" id="Page_116">[Pg 116]</span> para remediar un amor fantástico
-y quimérico, ó para que conceda toda la ciencia del universo á un
-estudiante ó á un doctor (que á cambio de ella me venden su alma), ó
-para que, con las mismas condiciones, dé á un perdulario todos los
-goces del mundo... Pero llamarme para que intervenga en las relaciones
-de mozo y moza en cuyo noviazgo no hay inconveniente ninguno, ni lo
-hay tampoco en su casamiento... francamente, llamarme para eso es una
-verdadera simpleza.</p>
-
-<p>Celestina ha sentido otra vez en los ojos un vivo resplandor. Los ha
-cerrado, y al abrirlos de nuevo no estaba ya frente á ella el cetrino y
-gallardo mancebo. Había en la estancia un ligero olor á azufre.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Querido Cejador: Ya ve usted lo que acaba de decir el diablo. El diablo
-está muy ocupado y sus negocios son harto graves. No se le puede llamar
-por una fruslería.</p>
-
-<p>Dejémosle estar; respetemos sus trabajos. Si hemos de llamarle alguna
-vez, que sea, no por una futesa, como esa de Calisto y Melibea, sino
-para hacerle hacer <em>una que sea sonada</em>.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_117">[Pg 117]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="LA_INTELIGENCIA_DE_FEIJOO">LA INTELIGENCIA DE FEIJÓO</h2>
-</div>
-
-
-<p>El profesor don Miguel Morayta ha publicado un excelente libro
-sobre Feijóo. No ha dicho nada de él la prensa; no son muchos los
-periodistas que en España se consagran á la divulgación de los libros;
-poca costumbre existe entre nosotros&mdash;en los periódicos&mdash;de hablar
-de libros; los libros casi no existen entre nosotros. El libro de
-don Miguel Morayta merece comentario y divulgación; publicado en una
-biblioteca popular&mdash;la valenciana de Sempere&mdash;, podrá ser adquirido por
-cuantos no puedan, ordinariamente, hacer grandes dispendios tocante á
-libros. Estudia el señor Morayta en su obra una de las más simpáticas
-figuras de nuestro desenvolvimiento intelectual; es el autor claro,
-sencillo, preciso. Ni hay en la obra las vacuas generalizaciones entre
-nosotros tan usadas, ni estas páginas están escritas en el ampuloso
-oratorio estilo de que no saben salir&mdash;en general&mdash;nuestros publicistas
-y nuestros parlamentarios. Es, pues, la obra del señor Morayta obra
-á propósito para ser leída por el tipo medio de lector deseoso de
-un<span class="pagenum" id="Page_118">[Pg 118]</span> discreto y selecto aprovisionamiento intelectual. Añadiremos que
-en <em>El padre Feijóo y sus obras</em> (que así se titula el libro de
-Morayta) resalta un juicio sereno, ecuánime, respetuoso y sin asomos de
-sectarismo y de pasión.</p>
-
-<p>El libro de don Miguel Morayta nos ofrece oportunidad para
-trazar&mdash;compendiosamente&mdash;la silueta moral y física de Feijóo. Veamos,
-por tanto, cómo era Feijóo, cuál su obra, qué ideas eran las suyas,
-cuál era su sensibilidad, qué consecuencias tuvieron sus trabajos.
-Feijóo era un hombre alto, gallardo, recio; había dulzura, inteligencia
-y apacibilidad en su semblante; de miembros ágiles, flexibles, sus
-movimientos hacíanse notar por su presteza y desenvoltura; gozaba
-de sanidad perfecta; su persona, en resumen, como dice un biógrafo,
-sugería la sensación de un «hombre grande». Sanos, fuertes, enhiestos,
-de prestancia gallarda y elegante, han sido copiosos trabajadores
-intelectuales, como&mdash;por citar disparmente, en esferas distintas&mdash;un
-Goethe ó un Joaquín Costa. Pero no generalicemos; otros hombres,
-también formidables laboradores del cerebro, han sido frágiles,
-enfermizos, raquíticos...</p>
-
-<p>Feijóo, como Costa, era sano y robusto. Trabajó, también como Costa,
-de un modo abrumador. No salió de su retiro provinciano sino para
-hacer rápidas visitas á Madrid; en su celda de Oviedo escribió
-infatigablemente hasta los ochenta años; milagros de erudición
-hizo con los no muchos libros que allí tenía; su intuición fina,
-delicada, suplía muchas veces la falta de materiales para el<span class="pagenum" id="Page_119">[Pg 119]</span> trabajo.
-Serenamente, desde su rincón, soportó la estruendosa baraúnda promovida
-en España en torno de sus libros; no se amilanó por la hostilidad&mdash;en
-algunos momentos verdaderamente terrible&mdash;que hacia sus publicaciones
-mostraron elementos sociales poderosos; aun ante la amenaza de la
-Inquisición se mantuvo ecuánime, confiado en sí mismo. No hay ejemplo
-en España de más intensa agitación espiritual que la producida por
-Feijóo. Pensemos en la actitud espiritual del escritor en medio de
-esta ardiente tolvanera de pasiones, envidias, rencores, insidias;
-formidable era el aluvión de folletos, papeles, críticas suscitadas
-por la labor de Feijóo. Hoy difícilmente podemos formarnos idea de la
-situación del escritor en este ambiente; era en el siglo <span class="smcap">XVIII</span> menos en
-cantidad y en calidad que actualmente la tolerancia y la comprensión.
-Hoy sólo podemos imaginarnos la situación de Feijóo pensando, por
-ejemplo, en Emilio Zola durante el período álgido del asunto Dreyfus.</p>
-
-<p>Á tal resistencia, fortaleza mental, unía Feijóo una delicadísima
-sensibilidad. Marqués y Espejo, autor de un curioso <em>Diccionario
-feijoniano</em> publicado en 1802, y que no recordamos haber visto
-citado en el libro, tan erudito, de Morayta; Marqués y Espejo,
-resumidor en ese <em>Diccionario</em> de las ideas de Feijóo, escribe
-lo siguiente: «Su beneficencia nacía de su ternura, y una y otra
-poseían su corazón. Se le veía temblar, en efecto, cuando la casualidad
-disponía que presenciase la muerte de algún ave para el uso de la
-mesa; y aún<span class="pagenum" id="Page_120">[Pg 120]</span> habrá tal vez algunos vecinos de Oviedo, de los que en
-la época desgraciada de su necesidad le invocaban desde la calle,
-sin que jamás dejasen de abrirse sus balcones y sus manos generosas
-para el socorro de su indigencia». (El mismo Feijóo ha escrito muy
-sentidas páginas, que cita Morayta, respecto de la compasión á los
-irracionales; páginas, por decirlo así, <em>pretolstoyanas</em>.) Una
-sensibilidad delicada supone una inteligencia viva; lo que en Feijóo
-domina es la inteligencia. No confundamos la inteligencia con la
-memoria; tal confusión es corriente en la vida diaria. Se puede ser un
-hombre de una vastísima cultura (un formidable erudito ó un maravilloso
-orador) y ser un hombre muy poco inteligente. La inteligencia implica
-originalidad; y la originalidad es rebeldía. Cuanto más inteligente
-sea un hombre más rebelde será, es decir, menos conformista, menos
-aceptador de lo ya hecho, de lo ya pensado, de lo ya sentido.
-Feijóo&mdash;comprensor, humano, piadoso&mdash;se nos aparece, en suma, como
-un rebelde, como una inteligencia en lucha contra preocupaciones,
-prejuicios, supersticiones, corruptelas, convencionalismos de su tiempo
-y de su pueblo. <em>Una sensación de hostilidad hacia un determinado
-ambiente</em>: así, en síntesis, podemos definir la obra de Feijóo. La
-inteligencia viva, aguda, vigilante, dúctil y fuerte del escritor va
-escudriñando, durante cuarenta años, por la sociedad y la historia
-de su pueblo. Producto de ese examen libre y pertinaz ha sido la
-<em>precipitación</em>&mdash;en el sentido químico&mdash;de un nuevo estado de
-conciencia y un gigantesco<span class="pagenum" id="Page_121">[Pg 121]</span> montón de escorias que representan ideas y
-sentimientos que de esa crítica de Feijóo han salido definitivamente
-muertos.</p>
-
-<p>«Logramos, en fin, que (como dice el señor Sempere en su <em>Biblioteca
-española</em>) las obras de este sabio produjesen una fermentación
-útil.» Así escribe el autor del <em>Diccionario feijoniano</em>. Y añade:
-«Hiciesen empezar á dudar; diesen á conocer otros libros muy distintos
-de los que había en el país; excitasen la curiosidad...» Páginas antes,
-en la introducción de su obra, el mismo autor del <em>Diccionario</em>
-expresa de una manera pintoresca algunos aspectos de la labor de
-Feijóo. «Ya, gracias al inmortal Feijóo&mdash;escribe&mdash;, los duendes no
-perturban nuestras casas; las brujas han huído de los pueblos; no
-inficiona el mal de ojo al tierno niño, ni nos consterna un eclipse,
-que con prolija curiosidad examinamos muy atentos.» Incontables son las
-cuestiones que ha tratado Feijóo á lo largo de su extensa obra; á todas
-las disciplinas humanas pertenecen los problemas por él examinados.
-En lo referente á la estética, por ejemplo, Feijóo ha planteado la
-discutida cuestión del clasicismo en su verdadero sentido; por la
-modernidad en el lenguaje se declara terminantemente; la belleza de
-la obra de arte ve en la cantidad de vida que ésta tenga, y no en una
-ridícula y absurda imitación de modelos pretéritos. Feijóo ha escrito,
-hablando de los poetas españoles, lo siguiente: «El que menos mal lo
-hace, exceptuando uno ú otro raro, parece que estudia en cómo lo ha de
-hacer mal. Todo el cuidado se pone en hinchar<span class="pagenum" id="Page_122">[Pg 122]</span> el verso con hipérboles
-irracionales y voces pomposas; conque sale una poesía hidrópica que da
-asco y lástima verla. La propiedad y naturalidad, calidades esenciales
-sin las cuales ni la poesía ni la prosa jamás pueden ser buenas, parece
-que andan fugitivas de nuestras composiciones. No se acierta con aquel
-resplandor nativo que hace brillar el concepto; antes los mejores
-pensamientos se desfiguran con locuciones afectadas».</p>
-
-<p>En resumen: las consecuencias de la obra de Feijóo podemos expresarlas
-en las frases copiadas del autor del <em>Diccionario feijoniano</em>. La
-obra de Feijóo ha producido una fermentación útil; ha hecho empezar á
-dudar; ha dado á conocer libros distintos de los que aquí se leían;
-ha despertado la curiosidad. Vean los lectores si un libro como el
-de don Miguel Morayta, en que tan escrupulosamente se refleja la
-personalidad de Feijóo, merece ser leído y divulgado; si merece ser
-leído y divulgado un libro consagrado á un despertador incansable de
-curiosidades en este país en que no hay curiosidad ni interés casi por
-nada.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_123">[Pg 123]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="LA_PATRIA_DE_DON_QUIJOTE">LA PATRIA DE DON QUIJOTE</h2>
-</div>
-
-
-<h3 class="p2">I</h3>
-
-<p>Cuando en 1905 un joven escritor (romántico y con el pelo largo) hizo
-un viaje por la Mancha siguiendo la ruta de Don Quijote, ignoraba que
-muchos años antes, en 1848, otro joven escritor (con el pelo largo,
-romántico) había realizado, en parte, el mismo viaje. Hasta hace
-poco no ha sabido de las andanzas del primer viandante el segundo
-deambulador. Quien viajó en 1848 fué J. Giménez Serrano. Colaboraba
-este escritor en el <em>Semanario Pintoresco</em>; en esta Revista
-publicó sus impresiones. Las publicó en los números correspondientes
-al 16 de Enero, 30 del mismo mes, 6 de Febrero, 2 de Abril y 23 de
-igual mes. Cinco son, por tanto, los artículos publicados. Llevan el
-título de <em>Un paseo á la patria de Don Quijote</em>. Extractaremos
-lo más interesante de ellos. Giménez Serrano&mdash;según él mismo nos
-dice&mdash;hizo el viaje á pie; llevaba como guía á un labriego de la propia
-tierra manchega. Era joven Giménez Serrano; también nos cuenta él
-mismo&mdash;incidentalmente&mdash;que<span class="pagenum" id="Page_124">[Pg 124]</span> usaba melenas. Se trata, pues, al parecer,
-de un mozo romántico que, enamorado del inmortal caballero, llega hasta
-emprender una peregrinación á los principales lugares de su vida y
-andanzas.</p>
-
-<p>El joven viajero amaba á Don Quijote y ansiaba la realidad. Deseando
-añadir un comentario al libro de Cervantes, este mozo, en vez de
-revolver crónicas, papelotes y libracos, emprendió sencillamente un
-viaje por la Mancha. Creemos que debieran imitar en esto á Giménez
-Serrano los eruditos que, teniendo á mano la cantera viva, ahí á
-las puertas de Madrid, se dan de calabazadas para encontrar en los
-libros lo que se puede hallar en la realidad. «Desprecié el antiguo
-método&mdash;dice nuestro autor&mdash;, y antes de todo me propuse visitar la
-patria de Don Quijote, recorrer las calles de su lugar, seguir el
-camino de sus primeras y más famosas aventuras, recoger las populares
-tradiciones y apurar cuanto allí se supiese de las desgracias del
-manco de Lepanto y de lo que pudo dar origen á su riquísima historia.»
-El autor, además de sus impresiones literarias, nos ofrece algunos
-croquis que ha ido trazando á lo largo de su viajata. Curiosos son,
-en sus toscos grabados en madera, los dibujos de la venta en que se
-supone fué manteado Sancho, de la iglesia de Argamasilla, de la casa
-llamada de Medrano (en que la leyenda supuso prisionero á Cervantes;
-leyenda que todavía se da como hecho positivo en 1912 en el Diccionario
-Enciclopédico <em>Pal-las</em>), de la iglesia del Toboso. «Deseo&mdash;dice
-Giménez Serrano&mdash;dar<span class="pagenum" id="Page_125">[Pg 125]</span> una base á los ilustradores del <em>Quijote</em>
-para que no sigan urdiendo disparatadas fantasías. Bien que con
-ello&mdash;añade el autor&mdash;no harían mas que seguir á las Academias y
-á otros no menos sabios editores.» En efecto; nada más absurdo y
-disparatado que las ilustraciones puestas por la Academia á su edición
-monumental del <em>Quijote</em>. ¿Cómo teniendo estos señores la Mancha
-al alcance de la mano dieron en esas estampas una tan estrambótica
-representación de España?</p>
-
-<p>El primer paraje quijotesco que visita nuestro autor es la venta de
-que queda hecha mención. Se halla situada á una media legua hacia el
-sudeste de Fuente del Fresno. Dista como veinticinco leguas de Madrid
-y cuatro y media de Consuegra. Antes este lugar era muy pasajero;
-dejó de ser frecuentado á causa de la desviación de un importante
-camino. Antiguamente llamábase esta venta del <em>Cuadrillero</em>; á
-últimos del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span> la tomó á su cargo de un <em>rumboso
-sevillano</em>: enjalbegó éste sus muros, y desde entonces llevó el
-nombre de <em>Casa blanca</em>. Traspuesto el portal, á la izquierda
-se veían las escaleras, «que daban al derribado camaranchón donde
-prepararon aquella famosa y maldita cama que sirvió de potro para que
-le bizmasen al hidalgo manchego los cardenales que en su cuerpo habían
-labrado las villanas estacas de los yangüeses». (Advertencia: cuando
-Giménez Serrano visita la venta, ésta se halla casi derruída; su techo
-lo componían unas faginas de carrizo; habitaba en ella un labriego). Á
-la derecha, entrando, estaba el corral; unos poyos rodeaban<span class="pagenum" id="Page_126">[Pg 126]</span> el hogar
-de la cocina. «En los poyos que rodeaban el hogar&mdash;dice el autor&mdash;leyó
-el cura la novela de <em>El curioso impertinente</em>, tan dramática como
-buena y bien razonada, y, para mayor ilusión mía, sobre un arcón, en
-aquel lado, vi un recio cuaderno que era nada menos que la <em>Historia
-de los doce pares</em>.» Preguntó el autor al viejo habitador del
-mesón la causa de llamarse éste del <em>Cuadrillero</em>. Contestóle el
-viejo con una larga historia de un episodio sangriento de la guerra
-civil, que, en verdad, no tenía conexión con el apelativo de la venta.
-Ahorramos el relato al lector. De aquel trágico lance resultó el
-incendio de la venta. Y éste es uno de esos antiguos y hoy derruídos
-mesones&mdash;sin techos, con las paredes ahumadas&mdash;que ahora contemplamos
-en nuestras peregrinaciones por las quebradas andaluzas ó por los
-llanos de Castilla; ruinas que nos hacen pensar un momento en un drama
-que desconocemos; ruinas inseparables del paisaje solitario y yermo de
-las campiñas castellanas.</p>
-
-<p>El autor sigue su viaje. Es verano; el sol inunda el campo manchego.
-«La tierra, seca con los ardores del estío, comenzaba á <em>hervir</em>,
-según la enérgica expresión de los segadores.» Sudoroso, jadeante,
-llega Giménez Serrano á un ameno vallecillo. «Tres alcores sembrados de
-encinas, alfombrados de enebros, jara y oloroso romero, rodeaban aquel
-voluptuoso apartamiento de los montes, y al pie de la más gallarda de
-las colinas, al amor de los blancos pobos, murmuraba una fuentecilla
-que se derramaba en un reducido lecho de menudísimas<span class="pagenum" id="Page_127">[Pg 127]</span> guijas de
-colores, cercado por una corona de musgo y mastranzos. Tan cristalina
-y transparente era la superficie de aquel nacimiento, tan verdes sus
-márgenes, que compararse pudiera con un espejo de acero por marco de
-esmeraldas guarnecido.» (De acero el espejo, porque de acero los había
-antaño.) En tan apacible lugar dice el autor que reposó Don Quijote
-después de haber sudado buscando inútilmente á la pastora Marcela; allí
-hidalgo y escudero, echada mano á las alforjas, tuvieron un sobrio
-yantar. Con tristeza abandona el autor este grato lugar. Eran las dos
-de la tarde. «Una ligera neblina del color del hierro candente velaba
-los últimos términos del horizonte, que cambiaba á cada paso como en
-todas las travesías de montaña. Al torcer de un recodo vi sobresalir
-allá en la hondura la copa de un ciprés.» Se encaminó el viajero hacia
-aquel lugar y vió que la tierra estaba cubierta de astillas. «Unos
-leñadores acababan de cortar otros cuatro cipreses que antes daban
-compañía al que ahora descollaba solitario.» Aquel paraje debía de ser
-el lugar en que se desarrolló la triste aventura del pastor Crisóstomo.
-Parecían indicarlo así «la quebrada que á la izquierda se veía, el tajo
-cortado, al pie del cual alzaba su copa el ciprés que allí me habia
-traído». El viajero continúa su peregrinación en busca de las ventas de
-Puerto Lápice.</p>
-
-<p>Las ventas de Puerto Lápice se hallan en el camino de Madrid á
-Andalucía. «Si no miente un editor famoso, distan quince leguas de
-Aranjuez y veintiséis de Bailén.» «Situadas en el puerto que<span class="pagenum" id="Page_128">[Pg 128]</span> forman
-las cordilleras que ocupan el centro de la curva elíptica trazada por
-la unión del Giquela y el Valdespino, rodeadas de colinas con boscaje,
-son el teatro más á propósito, como decía Don Quijote, para <em>meter
-las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras</em>. Apenas se
-anda por estas tierras una vara sin oir trágicas escenas de la última
-guerra, robos, acometimientos, incendios. El viajero arriba al mesón,
-come y se tiende en una pétrea cama, dispuesto á dormir. Mas fué en
-vano su propósito: los viandantes reunidos en la posada armaron tal
-trapatiesta y baraúnda, que hizo imposible el sueño. He aquí la curiosa
-y archiespañola lista de los viajeros del mesón: «cuatro estudiantes
-de la tuna, tres de los cuales eran descabezados rapistas; un cedacero
-con gran provisión de sonajas; cuatro alegres napolitanos, calderero
-el uno y <em xml:lang="it" lang="it">santi boniti</em> los otros; dos pañeros de Fortuna; un
-abaniquero de viejo; dos gitanos cantadores de la viña de Cádiz y un
-respetable coro de mayorales y mozos que así destripaban un zaque de
-vino y rascaban el vientre de una vihuela ó de un tenor malagueño,
-como entonaban por el eco de los <em>panes calientes</em> y de la
-castiza seguidilla manchega». (¡Oh, abaniqueros de viejo y apañadores!
-¡Oh, vosotros, pañeros de Fortuna, famosos pañeros de Fortuna, cuyos
-pregones largos he oído tantas veces en las silenciosas, limpias y
-blancas callejuelas de los pueblos levantinos!)</p>
-
-<p>De Puerto Lápice se traslada Giménez Serrano á Villalta. En la llanura
-de Villalta nos dice el<span class="pagenum" id="Page_129">[Pg 129]</span> autor que aconteció la temerosa aventura del
-vizcaíno. De Villalta pasamos á Montiel. Por estos campos hizo Don
-Quijote su primera salida. «Frente de mis ojos se alzaban las sombrías
-ruinas del castillo de Montiel.» Más á lo lejos se columbraban las
-casas de la Torre de Juan Abad, de la que era señor Quevedo, y en donde
-el gran satírico enfermó para ir á morir á Villanueva de los Infantes.
-Prosigue el viajero su camino y llega á Argamasilla de Alba.</p>
-
-
-<h3 class="p2">II</h3>
-
-<p>Nuestro buen Giménez Serrano&mdash;jóven romántico y con melenas&mdash;llega á
-Argamasilla de Alba. Se llama también este pueblo <em>Lugar Nuevo</em>;
-la denominación de Alba procede de haber reedificado esta villa el
-duque de ese título. Argamasilla «se halla situada en una extensa
-llanura y rodeada de huertas, molinos harineros y quinterías y
-alamedas. Su cielo es limpio, despejado y sereno». (Un poco paradisíaca
-es tal sumaria descripción de los aledaños argamasillescos. Una
-huerta cerrada, un cortinal, hay á las puertas de la villa; macizos
-de álamos se yerguen aquí y allá, á lo largo del Guadiana. Y las
-uniformes llanas tierras paniegas se extienden hasta la remota lejanía
-del horizonte.) Cuando el duque de Alba elevó la nueva población, los
-moriscos la ocuparon en su mayor parte. «Como eran tan industriosos<span class="pagenum" id="Page_130">[Pg 130]</span>
-y frugales, la tierra de migajón y fácil el regadío, se hizo opulenta
-la villa, y tanto, que en su lengua la llamaban ellos <em>Río de la
-Plata</em>.» El viajero penetra por sus calles mal arrecifadas; las
-casas están construídas con tierra apisonada; constan de un solo piso;
-ciento ochenta, poco más ó menos, componen la villa; no llegarán á mil
-cuatrocientos los habitantes. «En la plaza no hay árboles ni fuentes,
-y las casas todas, exceptuando algunas que ostentan en sus portadas
-escudos de armas, son de miserable aspecto.» «Lo mal blanqueado de
-sus paredes&mdash;añade el autor&mdash;, el polvo con que las cubre el viento
-solano de la llanura, sus desvencijadas puertas y la desigualdad de
-los tejados y techumbres, dan á este lugar, como á otros muchos de la
-Mancha, un aspecto monótono y salvaje que repugna y entristece.» (La
-melancolía de la Mancha procede de la llanura inmensa y gris. Hay en
-los pueblos unas paredes largas y blancas, nítidas, con una ventanita
-angosta en toda su extensión, y entre las dos paredes, en la calleja
-silenciosa y desierta, se otea allá á lo lejos la mancha verde de los
-trigales y la mancha azul del cielo. Una campanada sonora, muy de tarde
-en tarde, rasga el silencio.)</p>
-
-<p>Nuestro viajero se apresura á visitar la casa de Medrano; durante mucho
-tiempo se ha creído que estuvo preso en ella Cervantes. La fachada es
-sencilla; las jambas y el dintel de la puerta son de piedra; sobre la
-puerta campea un escudo. Rejas saledizas destacan en el piso principal.
-De una de ellas pende un manojo de brezos: advertimiento<span class="pagenum" id="Page_131">[Pg 131]</span> á los
-transeuntes de que en aquel lugar se expende vino. Del techo sobresale
-un ancho alero morisco. «El portón está desvencijado y tiene por
-adornos gruesos clavos de hierro. Penetré por su achatado postigo, que
-da entrada á un portal medianamente largo y del ancho de la portada.
-Después está el patio, guarnecido, á la usanza árabe de cenadores,
-de una galería descubierta en el piso principal, sostenida por seis
-columnas de piedra y dos pilares de madera con capiteles labrados.»
-(Tipo de la casa manchega; en una casa así, pero más modesta, fué á
-morir Quevedo, año de 1645, en Villanueva de los Infantes, desde su
-Torre de Juan Abad, donde se puso enfermo. En la casa hay una galería
-con una barandilla de madera toscamente labrada. El zaguán es chiquito;
-mezquina la estancia donde expiró el gran satírico. Titubeante,
-exhausto de fuerzas, pálido, con la mirada triste, trágica, debió
-de entrar Quevedo&mdash;para no salir vivo&mdash;por este zaguán empedrado de
-menudos guijos.) En la casa de Medrano, puestos en el patio, lucían sus
-orondas barrigas las tobosescas tinajas llenas del espeso vinazo de la
-tierra. «En el lado de la izquierda estaba el <em>sótano inmundo</em> que
-me traía á aquella casa de aciago recuerdo.» Encendieron un candil,
-desembarazaron la puerta de unos canastos que la obstruían, y nuestro
-mozo bajó por una escalerilla de siete escalones. Se encontró Giménez
-Serrano en una bodeguilla lóbrega y húmeda. La llenaban esteras y
-trastos inútiles. «Á los rojizos reflejos de la luz huyeron los ratones
-que habitaban<span class="pagenum" id="Page_132">[Pg 132]</span> descuidados entre los trastos, y bandadas inmensas de
-correderas se pusieron en agitado movimiento; un olor insalubre y
-fétido despedía tan sucio conjunto. Aquel subterráneo está nueve pies
-más bajo que el nivel del patio; tiene unas cuatro varas de ancho, seis
-y algunas pulgadas de largo, y una bóveda de yeso lo cubre.»</p>
-
-<p>Á la derecha de la entrada, en el muro, se conserva todavía un agujero
-donde se supone estuvo clavada la cadena que sujetaba á Cervantes.
-(Queda así transcrita circunstanciadamente la descripción que hace
-nuestro autor. Si no estuvo Cervantes en este sótano, la opinión lo ha
-supuesto durante mucho tiempo. Ya este lugar es definitivamente famoso.
-Cuando en 1905 le visitamos nosotros vimos que la puerta de la cueva
-estaba mellada y astillada. Nos dijeron que los viajeros extranjeros
-que allí aportaban se llevaban, como recuerdo, pedacitos de la madera
-de la puerta.)</p>
-
-<p>De Argamasilla, Giménez Serrano se encamina al Toboso; de la patria de
-don Quijote, á la patria de Dulcinea. En el camino encuentra nuestro
-autor á un clérigo que marcha caballero en su mula; era natural del
-Toboso este cura; mas vivía en Argamasilla desde hacía cuarenta años.
-Los dos viandantes traban conversación. El joven escritor da cuenta al
-clérigo del motivo de su viaje.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, vamos!&mdash;exclama el cura&mdash;. Usted ¿es el joven de melenas que
-ha visitado esta mañana la iglesia, que ha dibujado en la plaza de
-Argamasilla y que ha permanecido un gran rato á solas<span class="pagenum" id="Page_133">[Pg 133]</span> con los ratones
-de la bodega de la preciosísima casa de Medrano?</p>
-
-<p>El clérigo relata al literato dos leyendas ó consejas relativas á
-Cervantes. Se refieren las dos á una bárbara&mdash;y supuesta&mdash;venganza
-que en el Toboso se tomaron con un recaudador de contribuciones ó
-alcabalero, llamado Cervantes. Dicho Cervantes no era otro que el
-autor del <em>Quijote</em>. Habiendo llegado el alcabalero al pueblo,
-y hallándose durmiendo por la noche en el pajar de una casa, lo
-despertaron los mozos y, «medio arrastrando, con una soga á la cintura,
-le sacaron por las calles del pueblo». Afortunadamente, llegaron á
-tiempo los cuadrilleros y libertaron á Cervantes de manos de la chusma.
-No era otro el propósito de los mozos tobosinos sino el de llevar á
-Cervantes á una laguna próxima y chapuzarlo en sus cenagosas aguas.
-En el Toboso son peritísimos en esta operación. Cuando arriba allí
-algún recaudador, lo somormugen en el dicho navazo. «¡Oh, en esto de
-atormentar á los ejecutores ó comisionados son diestrísimos en el
-Toboso y con orgullo salvaje les oiréis referir mil atrocidades de las
-consumadas en la villa con estos pobres emisarios de la Hacienda!» (No
-olvide el lector que estamos en 1848. Hoy suponemos que tales prácticas
-habrán desaparecido.) «Muchos&mdash;añade el autor&mdash;han sido encerrados
-desnudos en una de las tinajas colosales que allí se fabrican; otros,
-después de haber bebido más de lo necesario, estimulados por los que
-se fingían sus camaradas, han despertado en el cementerio, vestidos de
-hábito y tendidos en un<span class="pagenum" id="Page_134">[Pg 134]</span> ataúd con sus blandones y su túmulo. Los más
-han sufrido palizas, y ninguno ha vuelto con sus dietas sin poderlo
-contar como milagro.» (¿Cómo, dado este ambiente, no había en el
-Toboso, en el año 1848, plaza de toros?)</p>
-
-<p>Cerca del pueblo, á cosa de «dos millas» de él, vió nuestro viajero
-las ruinas de un parador. Por allí había también antaño un encinar:
-el boscaje en que Don Quijote quedó esperando en tanto que Sancho iba
-al Toboso á celebrar una entrevista con Dulcinea. «El Toboso ha sido
-pueblo de consideración, y así lo indican sus aristocráticas casas,
-que, aunque de pobre aliño y en ruinas, ostentan portadas de mármol,
-columnas, brocales y fuentes talladas, escudos sobre las puertas y
-labrada rejería.» En su época de esplendor había en el Toboso telares
-y alfarerías; de éstos salían las más admirables de todas las tinajas
-españolas.</p>
-
-<p>«Desapareció todo esto, y un pueblo rico, industrioso, que ha contado
-con más de 4.000 vecinos, se halla hoy reducido á poco menos de 800, y
-apenas puede fabricar algunas tinajas y gloriarse con sus rábanos, que
-son extraordinariamente gordos, blancos y tiernos, según me han dicho.»
-Es mediodía; nuestro autor, después de recorrer el pueblo, se sienta en
-los escalones del rollo que se yergue en la plaza, y comienza á tomar
-un diseño de la iglesia. «Mas, en verdad sea dicho&mdash;escribe Giménez
-Serrano&mdash;, no se muestran en el Toboso más aficionados á los artistas
-que á los ejecutores, pues antes de que acabara de tantear la torre que
-tomó Don Quijote por palacio, vino sobre mí tal<span class="pagenum" id="Page_135">[Pg 135]</span> nube de piedras, que
-forzoso me fué dejar la obra para mejor ocasión, pues los tobosescos
-angelitos daban mayor impulso á los cantos de lo que á mis delicadas
-carnes convenía.» (¡Tate, tate con los paisanitos de Dulcinea! ¿Cómo no
-había plaza de toros en el Toboso?).</p>
-
-<p>El colaborador del <em>Semanario Pintoresco</em> da por terminado su
-viaje. Con objeto de llevarse del Toboso un recuerdo, decide comprar
-un queso. No es esta operación baladí. En una nota Giménez Serrano nos
-dice lo siguiente: «Según nuevas por mí recogidas, han visitado muchos
-extranjeros estos lugares, que yo tengo el orgullo de haber descrito
-el primero. Entre ellos, varios ingleses compraron quesos para dar con
-ellos un banquete á sus amigos de Londres.» Cerremos estos artículos
-loando á los ingeniosos sajones; esos hombres demostraron delicadeza y
-buen gusto al llevarse á Londres unos quesos manchegos. Se llevaban con
-ellos un recuerdo de la patria de Don Quijote, y daban á la par prueba
-de ser unos excelentes lamizneros, puesto que si Don Quijote era el más
-excelso de los caballeros andantes, el queso manchego bueno es el más
-exquisito de todos los quesos.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_137">[Pg 137]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="GLOSARIOS_A_XENIUS">GLOSARIOS Á XENIUS</h2>
-</div>
-
-
-<p>Á 630 metros.&mdash;Á 630 metros de altura, en esta altiplanicie castellana,
-ante este paisaje austeramente noble, hemos conocido&mdash;y con él
-cordialmente hemos charlado&mdash;á un hombre que venía de las doradas
-riberas del Mediterráneo. Era un joven alto, trajeado con aliño y
-sin atuendo; su musculatura destacaba proporcionada; en la placidez
-de su cara brillaba una mirada inteligente. Ni era presuroso en el
-ademán, ni locuaz. Su voz sonaba levemente; á menudo los finales de
-sus frases&mdash;opacas, tenues&mdash;se perdían en una á manera de penumbra.
-Tras de lo dicho con brevedad, flotaba como un ambiente de meditación
-y de recogimiento. Cuando hacía una observación, se veía en la palabra
-sucinta, en la reflexión rápida, el trabajo recopilador de una copiosa
-lectura. Hay hombres que atraen y hechizan más&mdash;ó por lo menos,
-tanto&mdash;por sus silencios como por sus palabras. Este joven que subía
-á la altiplanicie castellana desde el piélago azul era uno de ellos.
-En su presencia<span class="pagenum" id="Page_138">[Pg 138]</span> estábamos, no ante un hombre que habla, sino ante un
-hombre que medita.</p>
-
-<p>Este hombre medita y escribe. Todos los días en las cuartillas
-consigna alguna impresión: una impresión sugerida por el espectáculo
-intelectual. Aparecen sus anotaciones en un periódico diario&mdash;<em>La
-Veu de Catalunya</em>. Llevan el título genérico de «Glosario».
-Los glosarios de Xenius son de todos los tamaños, tratan de
-todas las materias. Unos tienen seis ú ocho líneas; alguno ha
-ocupado&mdash;ampliamente&mdash;toda una plana del periódico. El espíritu ávido
-y curioso del glosador va comentando en sus apuntes toda clase de
-acaecimientos, incidentes y novedades intelectuales. La muerte de un
-poeta, la declaración de una guerra, la venta de un cuadro célebre, un
-concierto clásico, la publicación de un volumen de poesías líricas...
-He aquí, en compendio, una serie de temas de los que figuran en los
-glosarios. Durante ocho años, en la breve sección del periódico
-barcelonés, ha ido reflejándose, día por día, la vida universal.
-La vida universal vista, sentida, expresada por un temperamento
-que, siendo clásico, pristinamente clásico, beneficia de todas las
-aportaciones&mdash;ya definitivas&mdash;de la revolución romántica.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p><span class="smcap">Impreso en Parma.</span>&mdash;Sobre la mesa en que escribimos estas
-líneas tenemos un libro impreso bellamente en Parma. Es un libro
-español: <em>La comedia nueva</em>, de Moratín. Estampada está esta
-edición&mdash;blanca y clara&mdash;en la «oficina de don<span class="pagenum" id="Page_139">[Pg 139]</span> Juan Bautista Bodoni»
-el año 1796. ¿Por qué hablamos de esta elegante edición, elegante
-dentro de su sobriedad? No se ha hecho una edición de Moratín más en
-consonancia con su genio. Siempre que pensamos en Moratín tributamos
-mentalmente nuestra admiración á su sentido de las proporciones y del
-equilibrio, á su amor á la claridad, á su preocupación por el bello
-ordenanamiento y por la simetría, á su buen gusto irreprochable. Y
-nuestra admiración va acompañada de un irreprimible pesar: quisiéramos
-que á todas estas cualidades enumeradas, que á tales condiciones
-de artista impecable, se uniera un poco de entusiasmo, un poco de
-fuego, un poco de ímpetu, un poco de exaltación ante el espectáculo
-de la Naturaleza ó los sublimes artificios del arte. ¿Qué es lo que
-preferiremos: el fuego romántico ó la disciplina clásica? ¿Con qué
-nos quedaremos: con la pasión romántica ó con la serenidad clásica?
-Después de 1830, habiendo pasado tantos años, á la distancia en que nos
-encontramos de aquella fecha, nuestra sentencia no puede ser dudosa.
-El ideal es el de un escritor que sintiendo vibrar entusiásticamente
-su espíritu ante el mundo exterior, que mostrándose ávido de todo
-espectáculo mental, que siendo capaz de exaltación y de entusiasmo,
-logre mantener su arte en una armónica serenidad. La inquietud
-romántica dentro de la línea clásica: así podemos expresar la fórmula
-del artista moderno. Nuestro glosador pertenece á esta estirpe de
-artistas.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_140">[Pg 140]</span></p>
-
-<p><span class="smcap">Un retrato de Ingres.</span>&mdash;Estando Ingres en Roma, en 1839,
-comenzó á pintar el retrato de un célebre músico; dicho retrato no fué
-terminado hasta 1842, hallándose el pintor ya de vuelta en París. El
-artista retratado figura en actitud pensativa, ensoñadora. Detrás de
-él, una esbelta mujer&mdash;simbólica&mdash;extiende su mano sobre la cabeza del
-artista... Xenius ha concentrado todo su arte de pensador y de poeta en
-hacer el retrato de una mujer catalana, símbolo de la tradición y de la
-raza. El libro se titula&mdash;con el apelativo de la protagonista&mdash;<em>La
-ben plantada.</em> Nos place imaginar el retrato de Xenius con la figura
-por él ideada&mdash;concentración de Cataluña&mdash;, extendiendo, amorosa y
-simbólicamente, sobre la cabeza del artista su mano.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p><span class="smcap">El oro sobre lo verde; lo blanco sobre lo azul.</span>&mdash;Imaginemos un
-pueblecito en las márgenes del Mediterráneo, en tierra catalana. Las
-casas, puestas en lo alto, escalonadas, son blancas; por la mañana, á
-los primeros rayos del sol, fulgen las nítidas paredes; á la tarde,
-cuando el día muere, esas paredes albas hacen sobre el pueblo, en la
-penumbra, en tanto que allá arriba brillan las primeras estrellas, un
-vago resplandor. Esas paredes blancas son las que primero recogen la
-luz naciente y las últimas que le dicen adiós. El pueblo está cercado
-de huertos; de entre las casas, por las callejas, asoma el boscaje
-verde de jardincillos<span class="pagenum" id="Page_141">[Pg 141]</span> interiores. Sobre el verde de la cortina de
-los huertos destacan&mdash;como en la enramada de Botticelli&mdash;los puntos
-encendidos, gualdos, áureos, de los naranjos. El verde resalta
-sobre lo blanco del caserío. Y lo blanco y lo verde&mdash;en inefable
-armonía&mdash;se funden sobre la inmensa mancha azul del cielo y sobre
-la extensión azul del mar. Un profundo silencio reina sobre tales
-radiantes colores. No es grande el pueblo; no hay en él fastuosidades
-ni atracciones mundanas. Sólo unas pocas familias vienen en busca de
-sedante solaz en los días caliginosos del verano. La intimidad reina
-entre todos los veraneantes. Hombres y mujeres apegados á la tierra
-nativa, practicadores de los usos tradicionales, el cosmopolitismo no
-ha borrado de ellos la mentalidad secular de la raza. Aquí todo está
-en armonía: el paisaje, las usanzas familiares, el culto al hogar
-milenario, las modalidades del habla, las inflexiones de la voz, el
-gesto, las actitudes de la marcha. La tradición y la raza aquí son
-reposo, orden y claridad. Y entre todas las figuras que se destacan
-sobre el azul, el verde y el blanco, ninguna como la de Teresa, á quien
-por lo esbelta y por lo eurítmica llaman <em>la ben plantada</em>.</p>
-
-<p>En Teresa ha querido modelar Xenius una figura simbólica y real á la
-vez. Ha culminado en su libro&mdash;tan alado y sabio&mdash;la sensibilidad de
-su pueblo. No es posible en lengua catalana expresar un más perfecto
-consorcio de romanticismo y de clasicismo. Esto en cuanto al aspecto
-estético del libro. Pero tiene <em>la ben plantada</em>&mdash;y ello es
-esencialísimo&mdash;una<span class="pagenum" id="Page_142">[Pg 142]</span> trascendencia social, nacional. Toda una fórmula
-de tradicionalismo se encierra en esas páginas. Seamos nosotros
-como nuestra esencia quiere lógicamente que seamos&mdash;parece decirnos
-Xenius&mdash;; en nuestro suelo, en nuestro paisaje, en la disposición
-de nuestras casas, en nuestro idioma, en nuestro arte, en nuestro
-derecho hay un tipo ideal sobre el que debemos plasmarnos. No nos
-descentremos violenta y absurdamente. La continuidad de la raza exige
-la perseverancia en nosotros mismos. Un pueblo no puede ser grande y
-bello en la incoherencia. La incoherencia es la contradicción entre los
-elementos espontáneos y naturales y los elementos innovadores. No se
-crea que por esto cerramos la puerta á la innovación; la vida necesita
-renovarse. Mas la innovación ha de ser cauta, mesurada y prudente... Y
-Xenius, tradicionalista, propugnador ferviente de determinada modalidad
-social é histórica, nos da el ejemplo de la universalidad, de la
-renovación, asomándose al tumulto del mundo moderno y anotando sus
-palpitaciones, día por día, en su «Glosario».</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_143">[Pg 143]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="EL_CONDE_LUCANOR">EL CONDE LUCANOR</h2>
-</div>
-
-
-<h3 class="p2">I</h3>
-
-<p><span class="smcap">Un retrato imaginario.</span>&mdash;Este señor que estamos observando&mdash;año
-de 1329&mdash;es príncipe; su padre fué infante; su abuelo no era otro que
-el santo rey don Fernando. Se llama este caballero el príncipe don
-Juan Manuel. Ha peleado ardientemente en la guerra contra los moros;
-muchos años ha pasado en estas lides allí cerca del mar Mediterráneo,
-en la tierra murciana, donde hay palmeras y granados. Ha entrado ya
-ahora en la senectud; tiene el paso lento&mdash;un poco tremulante&mdash;y los
-cabellos canos. Toda su prestancia es de sosiego y de nobleza. En la
-mano derecha, ahora cuando escribe, vemos lucir una gruesa esmeralda
-en cerco de oro. Escribe atentamente el caballero en su cámara, con el
-gesto sereno del Erasmo retratado por Holbein. En el silencio de la
-estancia se percibe el vago rasgueo de la cortada pluma sobre el blanco
-pergamino; de cuando en cuando, por la ventana abierta llega el lejano
-son&mdash;rítmico y sonoro&mdash;de una campana.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_144">[Pg 144]</span></p>
-
-<p>Cuando don Juan Manuel estaba en la guerra, su nota característica
-era el ímpetu y la decisión. Al cabo de los años, cuando la vejez ha
-venido, el príncipe quiere depositar en un libro su experiencia del
-mundo. En prosa clara, limpia, irónica á ratos, sentimental y patética
-de raro en raro, va escribiendo don Juan Manuel su libro en la soledad
-de su cámara. Dos personajes figuran en la obra: un gran señor y un
-consejero suyo. Á las dudas del magnate, en los trances dificultosos de
-la vida, va respondiendo el consejero. Se llama aquél Lucanor; éste se
-apellida Patronio. Para mejor expresar su doctrina, Patronio refiere
-casos, anécdotas y sucedidos que vienen de molde á lo demandado por
-Lucanor. Luego, á la postre, referido el caso, el consejero hace la
-aplicación en palabras sencillas, bondadosas y graves.</p>
-
-<p>Una cuarentena de historias componen el libro de don Juan Manuel.
-<em>El conde Lucanor</em> lo titulamos ahora. Cuando nuestro caballero
-acaba de escribir uno de sus capítulos, se levanta, da unos paseos
-por la estancia, contempla sus libros, echa un vistazo por la ventana
-al paisaje. Desde la ventana se descubre el severo y noble campo de
-Castilla; una serranía azulina, con cimas blancas, cierra el horizonte;
-hasta la línea azul se extiende una campiña suavemente ondulada por los
-oteros y recuestos. Hay un encanto hondo en estas obras primitivas de
-nuestra literatura. En <em>La Celestina</em> la espontaneidad pasional va
-mezclada con alardes intempestivos de erudición; la fuerza, la emoción,
-el sentimiento del artista salva y hace olvidar estos<span class="pagenum" id="Page_145">[Pg 145]</span> engorrosos
-arrequives escolásticos. En <em>El conde Lucanor</em> todo es sencillo,
-limpio y claro; la prosa es como el paisaje clásico de Levante&mdash;que el
-autor tanto contemplara en su mocedad&mdash;, y el espíritu que entre líneas
-circula, el alma del libro, semeja, por su gravedad, por su sutileza,
-á este otro panorama que don Juan Manuel contempla ahora, ya en la
-senectud, desde las ventanas de su cámara.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p><span class="smcap">Don Rodrigo.</span>&mdash;Para hacer ver lo que es el libro de nuestro
-autor, extractaremos algunos de sus ejemplos; el lector nos perdonará
-si añadimos pinceladas y detalles... Una vez vivía un caballero que
-se llamaba don Rodrigo Meléndez de Valdés. Asistía con su consejo al
-rey. Vivía holgada y cómodamente. Su casa era ancha y rica; un ancho
-huerto se abría detrás del edificio. Don Rodrigo caminaba lentamente;
-reposados eran sus ademanes. No gustaba en su morada de ruidos
-turbadores. Su mesa mostrábase blanca, limpia y bien abastada. Cuando
-hablaba nuestro caballero, lo hacía con palabras mesuradas y breves. Su
-sosiego era inalterable. Si le acontecía un contratiempo, don Rodrigo
-exclamaba sin irritarse: «¡Bendito sea Dios; ca pues Él lo fizo,
-esto es lo mejor!» Siempre esta reflexión estaba en los labios del
-caballero. No había pesadumbre ni angustia, por terribles que fueran,
-que lograran sacarle de esta su sabia conformidad. Las gentes que le
-rodeaban llegaron<span class="pagenum" id="Page_146">[Pg 146]</span> á tomar enojo de esta ecuanimidad. Sin duda el
-sosegado caballero no tenía alma.</p>
-
-<p>Aconteció que los enemigos de don Rodrigo pusiéronle á mal con el rey.
-Dijéronle al rey que el caballero había maquinado contra él una gran
-maldad. (Los reyes se dejan engañar fácilmente.) El rey mandó matar á
-don Rodrigo. Llamólo á su palacio y concertó con sus cortesanos que
-cuando don Rodrigo se hallase en camino lo matasen. Nuestro caballero,
-con su sosiego de siempre, se dispuso al viaje. Ya sale de su cámara.
-Ya va á bajar la escalera. De pronto da un traspiés, rueda por los
-escalones y se quiebra una pierna. Las gentes del caballero plañíanle
-y le decían: «Vos que decides siempre: <em>Lo que Dios hace, esto es
-lo mejor</em>, tened vos ahora este bien que Dios vos ha fecho». Y el
-caballero movía tristemente la cabeza y perduraba en su conformidad con
-lo acaecido.</p>
-
-<p>No pudo don Rodrigo acudir al llamamiento del rey. Con ello salvó
-la vida. Descubrióse tiempo después la falsedad de lo imputado al
-caballero y el rey le perdonó, lo recompensó con nuevas mercedes
-y mandó castigar á los engañadores. La moralidad del caso podemos
-exponerla en dos palabras. Conformémonos con la realidad cuando contra
-la realidad no podamos hacer nada. Reaccionemos contra la realidad
-cuando la realidad pueda ser modificada por nosotros. «Devedes entender
-que aquellas cosas que acaescen son en dos maneras. La una es, si viene
-á hombre algún embargo en que se pueda poner consejo. La otra es,<span class="pagenum" id="Page_147">[Pg 147]</span> si
-viene á hombre algún embargo en que se non puede poner consejo alguno.»
-Cuando llegue el primero de estos dos casos y la adversidad sea contra
-nosotros, por nuestra inercia, no nos quejemos, no nos plañamos del
-Destino ni de la Providencia; en nuestras manos ha estado nuestra
-salvación y no la hemos querido aprovechar. Cuando nos acontezca lo
-segundo, es decir, cuando no podamos, ni por ingenio ó fuerza, torcer
-el curso de los hechos, no nos lamentemos tampoco, no nos expandamos
-en vanos gemidos y reproches: seamos dignos en nuestra actitud;
-mostrémonos tranquilos, serenos, ante la inexorable corriente de las
-cosas.</p>
-
-
-<h3 class="p2">II</h3>
-
-<p><span class="smcap">Va hede ziat alhaquime.</span>&mdash;Una vez era un rey.... Era un rey
-moro. ¿Dónde vivía este rey? ¿Dónde reinaba? Vivía y reinaba en
-Córdoba; hace ya de esto muchos siglos. El palacio de este monarca
-debía de ser espléndido. Serían los pisos de grandes losas de mármol
-blanco. Se tejerían y destejerían por las paredes arabescos azules,
-rojos y dorados. Los techos serían de oloroso é incorruptible alerce.
-Habría fuentes de ancho tazón en que caería&mdash;levemente&mdash;un surtidor de
-agua. (Y en que también, en una hora trágica, caería, pesadamente, con
-un sordo ruido, una cabeza ensangrentada.) Encuadrado en el patio&mdash;un
-patio<span class="pagenum" id="Page_148">[Pg 148]</span> con mirtos&mdash;se vería un pedazo de cielo azul diáfano. Por una
-ventanita de una cámara silenciosa se vería, allá en la lontananza,
-la serranía parda... Alhaquime se llamaba el rey. Se aburría
-angustiadoramente el rey. Debía de tener una carne blanca, un poco
-fofa, unos ojos soñadores, de miradas largas y lentas, y unos labios
-sensuales, de hombre que lo ha gustado todo y de todo se ha hastiado.
-Alhaquime vagaría por las salas anchas y calladas de su palacio. No
-detendría su mirada en las rosas rojas de los jardines, ni en el cielo
-azul, ni en los arabescos de los muros. Cuando sus mujeres bailaran
-una danza lenta y milenaria; cuando los suaves instrumentos tañeran
-una música melodiosa, Alhaquime, sin parar atención en los movimientos
-rítmicos, eurítmicos, de las beldades, pondría su mirada á lo lejos,
-indefinidamente, como hombre abstraído por completo del mundo.</p>
-
-<p>Sin embargo, esta dulce música que suena entra en sus oídos y llega á
-su espíritu. Plácenle al rey unas melodías singulares que el albogón
-hace, en tanto que los demás instrumentos callan. Alhaquime ama el
-sonido del albogón. Tanto le place, que, escuchando su tañido, él ha
-llegado á creer que este son que el albogón produce podrá ser todavía
-perfeccionado. Mucho piensa el rey en este problema musical; largos
-ratos se lleva imaginando cómo el albogón pudiera ser modificado. Al
-cabo halló la manera. «Tomó el albogón y añadió en él un forado á la
-parte del yuso, en derecho de los otros forados, y dende en adelante
-faría el albogón muy mejor son que hasta entonces facía.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_149">[Pg 149]</span></p>
-
-<p>Lo hecho por Alhaquime estaba bien hecho; no se podía negar. Mas no
-era aquélla cosa en que pudiera emplearse un rey. («Non era tan gran
-fecho como convenía de fazer al rey.») Por esto las gentes comenzaron
-á loar desmesurada é hiperbólicamente, á manera de escarnio, la hazaña
-del rey. Todo era comentarios, risas, sonrisas y alusiones en las
-cámaras y retretes de palacio. Todo eran burlas y trebejos entre los
-populares. «Y decían cuando llamaban á alguno, en arábigo: <em xml:lang="ar" lang="ar">Va hede
-ziat Alhaquime</em>, que quiere decir: <em>Este es el añadimiento del rey
-Alhaquime</em>.» El añadimiento regio de un agujero al albogón, era,
-en suma, comidilla de todos los vasallos del rey moro. Tanto se habló
-del caso, tan sin rebozo llegaron á ser las burlas, que el monarca se
-percató de ello. Preguntó Alhaquime á sus cortesanos, y aunque los
-cortesanos son artificiosos y lisonjeros, al fin tuvieron que hacer lo
-que rarísima vez hacen: decir la verdad. Alhaquime, el rey de la mirada
-absorta y de los labios sensuales, debió de sonreir. Y un día, mandando
-juntar todos los alharifes, tallistas y estofadores de su reino,
-mandó que la mezquita de la ciudad, hasta allí harto menguada, fuese
-ensanchada y ornada espléndidamente. Desde entonces, cuando los moros
-quieren loar alguna empresa grande, exclaman: «¡Este es el añadimiento
-del rey Alhaquime!»; es decir: «¡<em xml:lang="ar" lang="ar">Va hede ziat Alhaquime</em>!» Así
-el loamiento que antes se hacía por escarnio, después se hizo por
-entusiasta admiración.</p>
-
-<p>Cuando nosotros, hombres del siglo <span class="allsmcap">XX</span>, empapados en la
-civilización occidental, entremos ahora<span class="pagenum" id="Page_150">[Pg 150]</span> á lo largo de nuestras
-andanzas en el patio de la mezquita de Córdoba y allí, gozando del
-silencio, de la paz y del cielo azul, nos detengamos entre los
-naranjos, exclamemos también: ¡<em xml:lang="ar" lang="ar">Va hede ziat Alhaquime</em>! Y
-pensemos ante esta mezquita maravillosa que aquel rey mandó agrandar;
-pensemos&mdash;nosotros, artistas, políticos&mdash;que están bien las menudas y
-pulidas obras, pero que están mejor&mdash;y ése debe ser nuestro ideal&mdash;las
-grandes, levantadas, generosas obras en que pongamos nuestro corazón y
-nuestra fe.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p><span class="smcap">Don Cuervo y don Raposo.</span>&mdash;Un cuervo va volando por el
-azul. Lleva en el pico un pedazo de queso: «un pedazo de queso muy
-grande». Va contento el cuervo; debe de haber cogido este queso de
-algún cestillo que llevaba un niño al mercado; los ojos del mozuelo
-habrán visto asombrados cómo de pronto el cuervo remontábase á lo
-alto llevándose en el pico el queso. Ahora el cuervo va á darse un
-suculento hartazgo. Se posa en la rama de un árbol. ¿En la rama de un
-ciprés? El ciprés es de las cornejas. ¿En la rama de un olivo? El olivo
-es de los mochuelos; cada mochuelo tiene su ramita en un olivo. ¿En
-la rama de un almendro? El almendro es de los cuclillos; en Levante,
-durante las claras noches, en el llano plantado de grandes, sensitivos
-almendros, los cuclillos tañen su flauta de dos notas... El cuervo se
-para en un árbol cualquiera;<span class="pagenum" id="Page_151">[Pg 151]</span> esta estada del cuervo en una rama es
-accidental, fuera de sus costumbres. No nos imaginamos á los cuervos
-posados serenamente en un árbol, sino volando, volando, volando por los
-cielos azules ó cenicientos, desde donde, bruscamente, descienden á las
-llanuras rasgadas por interminables surcos paralelos. Nuestro cuervo se
-halla posado en un árbol; en el pico tiene su queso; está indeciso. ¿Se
-lo comerá aquí ó en la escondida quiebra de una montaña?</p>
-
-<p>Aparece el raposo. El raposo hállase pasando unos días muy amargos;
-tal premia como ésta no la ha pasado él nunca. No cae ni una gallina,
-ni una perdiz, ni una ingenua cogujada. Está harto el raposo de comer
-grillos y saltamontes; los racimos de los majuelos están aún verdes.
-El raposo oye un leve ruido en un árbol y levanta la cabeza. Allí
-hay un cuervo con un queso en el pico. Ya tiene pitanza el raposo
-para el día de hoy. He aquí cómo el raposo comienza á hablar al
-cuervo: «Don Cuervo...» (Cortés, exquisitamente cortés, según veis,
-es el raposo; por tanto, con el don con que él agracia al cuervo le
-agraciaremos también á él nosotros.) Dice así don Raposo: «Don Cuervo:
-muy gran tiempo ha que oí fablar de vos, y de la vuestra nobleza, y
-de la vuestra apostura, é como quier que vos mucho busqué, non fué
-la voluntad de Dios, nin la mi ventura, que vos pudiese fablar hasta
-ahora; y ahora que vos veo, entiendo que ha mucho más bien en vos de
-cuanto me dezían. Y porque veades que vos lo non digo por lisonja,
-también como vos diré las aposturas que en vos<span class="pagenum" id="Page_152">[Pg 152]</span> entiendo, también vos
-diré las cosas en que las gentes tienen que non sodes tan apuesto».</p>
-
-<p>Nótese cómo don Raposo da color de verdad sincerísima á su lisonja; él
-dirá las gentilezas de don Cuervo, pero también le dirá á don Cuervo
-las cosas que, según las gentes, no están bien á don Cuervo. Dicen las
-gentes que el color negro es desapacible; negros tiene don Cuervo el
-pelaje, los ojos, las garras, el pico. Eso dicen las gentes; mas las
-gentes se engañan. Porque, ¿qué color más hermoso en los ojos que el
-negro?</p>
-
-<p>Las péndolas del pavón, ¿no son negras también? Y ¿habrá animal más
-bello que el pavón?... Todas las cosas, en fin, son cumplidas y
-graciosas en don Cuervo; todo: las plumas, las garras, el pico, el
-volar majestuoso y raudo. Con todo ello sería gran mengua si don Cuervo
-no supiese cantar. Don Raposo está seguro de que don Cuervo canta
-maravillosamente; pero, por desgracia, él no le ha oído nunca. ¿No
-podría hacerle don Cuervo la merced de cantar? «Si yo pudiese de vos
-oir el vuestro canto&mdash;dice zalameramente don Raposo&mdash;, para siempre me
-ternía por de buena ventura.» Don Cuervo, emocionado, enternecido, va
-á cantar. Abre el pico, cae el queso... Instantáneamente don Raposo lo
-coge y se aleja corriendo.</p>
-
-<p>Las más dañosas falsías son aquellas que se realizan con elementos de
-la verdad. Sepamos, en todo caso, resistir á la lisonja; más difícil
-es permanecer ecuánimes ante el elogio que ante la diatriba. Artistas,
-poetas, pintores, oradores: cuando<span class="pagenum" id="Page_153">[Pg 153]</span> se nos haga alguna loanza, no
-salgamos de nuestro diapasón habitual. Leamos serenamente los elogios;
-sepamos distinguir lo que en ellos hay de exacto, y lo que en ellos se
-debe á las circunstancias y al afecto del loador. ¿Qué harán de todos
-estos elogios las generaciones venideras? Y ¿qué pensar de los elogios
-cuando vemos, frecuentemente, ponderadas en nuestra obra aquellas
-partes deleznables, efímeras, á que no damos importancia, mientras los
-entusiastas admiradores pasan en silencio, ignorándolas, aquellas otras
-en que hemos puesto fervientemente toda nuestra alma?</p>
-
-
-<h3 class="p2">III</h3>
-
-<p><span class="smcap">Don Illán el Mágico.</span>&mdash;Don Illán el Mágico vive en Toledo.
-Un mágico es un hombre sencillo y respetable. Tenéis una idea errada
-de lo que es un mágico. Un mágico no es un señor barbado y hosco que
-lleva en la cabeza un cucurucho con estrellas pintadas; un mágico es un
-hombre silencioso, discreto, de una mirada inteligente y dulce, de unas
-maneras suaves. Don Illán vive en Toledo; habita en una casa silenciosa
-y limpia. Grande es su renombre de sabiduría; á todos los ámbitos de
-España se extiende. Allá en Santiago de Galicia, un deán de la catedral
-ha entrado en deseos de conocer los secretos del arte mágico. ¿Para qué
-querrá conocer tales misterios este deán? Y ¿quién<span class="pagenum" id="Page_154">[Pg 154]</span> mejor que Don Illán
-podrá&mdash;si quiere&mdash;enseñárselos? Pues á Toledo se encamina nuestro deán.
-Cuando llega á Toledo endereza sus pasos á la casa de Don Illán. Á éste
-«fallólo que estaba leyendo en una cámara muy apartada»; es decir,
-tal vez en un desván, en un cuartito lejos de los ruidos de la calle,
-y que tiene por panorama&mdash;que se atalaya desde la ventana&mdash;una vasta
-extensión de tejados y de torrecillas, que se destacan bajo el cielo
-azul; un cielo por el que caminan unas nubes blancas.</p>
-
-<p>Don Illán recibe cordialmente al viajero. Con exquisita amabilidad se
-dispone á enseñar su ciencia al deán de Santiago. En el coloquio que
-acaban de tener, el deán ha manifestado que él es hombre ante quien
-se abre un halagüeño porvenir; ahora es deán; dentro de unos años,
-seguramente llegará á arzobispo, á cardenal, á papa. El deán, en
-cambio de la ciencia que le iba á comunicar Don Illán, «le prometió
-y le aseguró que de cualquier bien que de él oviere, que nunca faría
-sino lo que él mandase». No hay, por lo tanto, más que hablar. Don
-Illán manifiesta que la ciencia que él ha de enseñar «non se podía
-aprender sino en un lugar muy apartado». Esta misma noche tendrán los
-dos la misteriosa conferencia. Antes, don Illán llama á su cocinera
-y le ordena que prepare unas perdices para la cena. Don Illán desea
-obsequiar con este yantar al viajero.</p>
-
-<p>Llega la noche; se dirigen ambos á esa cámara secreta donde don Illán
-ha de dar su conferencia. «Entraron ambos por una escalera de piedra
-muy<span class="pagenum" id="Page_155">[Pg 155]</span> bien labrada, y fueron descendiendo por ella muy gran pieza en
-guisa que parescían tan bajos que pasaba el río Tajo sobre ellos; é
-desque fueron en cabo de la escalera, fallaron una posada muy buena
-en una cámara mucho apuesta que ahí havía, do estaban los libros y el
-estudio en que habían de leer.» No os imaginéis retortas, matraces,
-hornillos y redomas. No un gran caimán puesto colgando de una pared
-(como vemos en las ilustraciones del <em>Fausto</em>). No tibias humanas
-ni un ancho infolio y un reloj de arena colocados encima de una mesa.
-Esta cámara subterránea, tan honda que sobre ella quizá pase el río
-Tajo; esta cámara no es mas que una biblioteca henchida de raros y
-preciosos libros. La estancia no está alumbrada por el resplandor rojo
-de los hornillos (como también vemos en las estampas populares). Don
-Illán debía de ser uno de estos hombres que, viviendo en su siglo (el
-<span class="allsmcap">XII</span> ó el <span class="allsmcap">XX</span>), viven realmente en un futuro en que
-fuerzas misteriosas que hoy desconocemos&mdash;pero que presentimos&mdash;harán
-que sea posible lo que hoy juzgamos irrealizable. Cuando ha entrado por
-su puerta el deán de Santiago, don Illán, á través de la materia y á
-través del tiempo ha leído el alma de este hombre. Este hombre es un
-ingrato.</p>
-
-<p>Ya se dispone don Illán á comenzar su conferencia, cuando aparecen unos
-mensajeros que le traen una carta al deán. Hemos olvidado decir que el
-deán es sobrino del arzobispo de Santiago. En la carta se le notifica
-una grave enfermedad del arzobispo. El deán contesta con otra epístola,
-diciendo<span class="pagenum" id="Page_156">[Pg 156]</span> que siente mucho no poder ir á acompañar á su tío. «Dende á
-cuatro días llegaron otros hombres á pie, que traían otras cartas al
-deán, en que le fazía saber que el arzobispo era finado.» Se preparaba
-en aquellos momentos en Santiago la elección de nuevo arzobispo; todos
-deseaban elegir al deán. Transcurren siete ú ocho días más y aparecen
-«dos escuderos muy bien vestidos y muy bien aparejados»; los cuales
-escuderos se llegan hasta el deán, le besan reverentemente las manos
-y le entregan una carta en que se le notifica que ha sido elegido
-arzobispo de Santiago.</p>
-
-<p>Ya tenemos á nuestro deán hecho arzobispo electo. Ya rebosa de
-satisfacción. Ya se ve en su palacio de Santiago sentado en uno de
-esos sillones de terciopelo, con bordados ricos de sedas en que&mdash;más
-tarde&mdash;había de poner Antonio Moro algunos de sus personajes regios.
-Don Illán da la enhorabuena al electo arzobispo. Y como don Illán ha
-sido generoso con él enseñándole su ciencia misteriosa, don Illán
-ruega al arzobispo que el deanazgo vacante lo provea en un hijo suyo.
-El arzobispo, cortés y atento, se dispone á acceder á la petición de
-don Illán; sin embargo, deseaba exponerle una cierta consideración.
-Él «le rogava que quisiese consentir que aquel deanazgo lo hubiese un
-su hermano»... Nótese la irreprochable cortesía del electo arzobispo;
-el deanazgo es para el hijo de don Illán; no hay más que hablar de
-ello; mas él, el arzobispo, <em>ruega</em> á don Illán que <em>quiera
-consentir</em> que sea para un hermano del arzobispo con quien el
-arzobispo tiene un grande y<span class="pagenum" id="Page_157">[Pg 157]</span> antiguo compromiso. Y añade: «Más que él
-le faría bien en la Iglesia en guisa que él fuese pagado, y que le
-rogava que se fuese con él á Santiago y que levase con él á aquel su
-fijo».</p>
-
-<p>Ya están todos en Santiago. El arzobispo es un buen arzobispo; todos
-le quieren bien; él es bondadoso con todos. Al cabo de algún tiempo
-llegan unos mandaderos del papa. Ha vacado el obispado de Tolosa; para
-esa sede nombra el papa al arzobispo de Santiago. Entonces don Illán
-pide con mucho encarecimiento que el arzobispado vacante de Santiago
-sea para su hijo. De nuevo torna á darle la razón el antiguo deán á su
-amigo y bien hechor; pero le ruega que permita que este arzobispado
-sea para un tío suyo, hermano de su padre. «Y don Illán dijo que bien
-entendía que le faría muy gran tuerto, pero que lo consentía en tal
-que fuese seguro que ge lo enmendaría en adelante.» De muy buen grado
-se lo prometió el arzobispo, y rogóle que fuese con él á Tolosa y que
-llevase á su hijo. Ya están todos en Tolosa. Á los dos años llegan
-otra vez mandaderos del papa. El papa ha nombrado cardenal al obispo;
-el obispado de Tolosa puede darlo á quien quiera. Aquí tenemos á don
-Illán de nuevo solicitando la vacante para su hijo; tantas veces han
-fallado sus pretensiones, tantas veces el favor le ha sido denegado,
-que parece absurdo que ahora no se le cumplan sus afanes y el obispo le
-dé una nueva excusa. Pero así es, desgraciadamente. El nuevo cardenal
-ruega&mdash;tan cortés como siempre&mdash;que el obispado vacante de Tolosa sea
-para un tío suyo,<span class="pagenum" id="Page_158">[Pg 158]</span> hermano de su madre. «Y don Illán quejóse mucho,
-pero consintió en lo que el cardenal quiso, y fuése con él para la
-corte.»</p>
-
-<p>Ya están todos en Roma. El nuevo cardenal desempeña admirablemente su
-cargo; gran consideración le guardan los demás cardenales. Ocurrió
-que el Papa falleció; los cardenales eligieron por papa al antiguo
-deán de Santiago. Ha llegado la ocasión&mdash;¡por fin!&mdash;de que don Illán
-pueda ver colmados sus deseos. Su amigo no podrá tener efugio alguno
-para hacerlo. Al papa representa don Illán lo que espera de él. «Y el
-papa dijo que no le afincase tanto, que siempre habría lugar en que
-le hiciese merced según fuere razón.» Entonces don Illán, amargado,
-desesperanzado, se lamentaba con palabras ardientes. Estas palabras
-pusieron en indignación al papa. El papa, apurada la paciencia,
-reprochó su pesadez y pertinacia á don Illán. Más hizo: le amenazó
-con meterle en prisión si persistía en su actitud; puesto que él, don
-Illán, era un hereje y un nigromántico, ejercitador de reprobadas y
-diabólicas artes. Cuando esto oyó don Illán, no quiso permanecer más en
-Roma. Ni para el camino le dió el papa, su antiguo amigo, un viático...</p>
-
-<p>Lector: Todo esto que nos cuenta un gran aristócrata, nieto de un santo
-y rey á la vez&mdash;don Fernando&mdash;, no tiene nada de irreverente. Todo es
-una ingeniosa ficción. Al llegar el relato al punto en que lo hemos
-interrumpido, bruscamente, mágicamente, el deán de Santiago y don Illán
-se encuentran los dos en la cámara subterránea de Toledo.<span class="pagenum" id="Page_159">[Pg 159]</span> Don Illán ha
-visto, en un segundo, á través de la materia y el tiempo. Despide al
-deán y él se come solo las perdices preparadas para la cena. Don Illán
-había adivinado que si él tuviera con este hombre la generosidad de
-enseñarle su ciencia, este hombre luego no sería agradecido con él.</p>
-
-<p>Seamos buenos, corteses, afables: que nuestro corazón esté siempre
-dispuesto al bien. Pero cuando vayamos á poner toda nuestra alma,
-nuestro trabajo, nuestro porvenir, la paz de los nuestros y aun nuestra
-propia vida al servicio de un hombre ó de una causa, miremos si ese
-hombre y si esa causa son dignos de nuestro supremo sacrificio.</p>
-
-
-<h3 class="p2">IV</h3>
-
-<p><span class="smcap">La raposa mortecina.</span>&mdash;Una raposita ha salido de su manida
-y se ha dirigido hacia la aldea. Todo duerme; es media noche. En la
-obscuridad no se percibe mas que&mdash;allá lejos&mdash;la raya negruzca de las
-montañas sobre la foscura del cielo. Brillan las estrellas: brillan
-con ese titileo radiante de las noches de invierno. En esas noches,
-á la madrugada, en el profundo reposo de la tierra, ese relumbrar
-vivo, radiante, de los astros trae á nuestro espíritu una profunda
-nostalgia&mdash;¡oh fray Luis de León!&mdash;de algo que no sabemos... De cuando
-en cuando un vientecillo ligero trae de la aldea un olor particular
-que nuestra raposita recoge en sus<span class="pagenum" id="Page_160">[Pg 160]</span> narices. El ejido del poblado está
-ya aquí; luego las casas; detrás de una de ellas se extienden las
-largas tapias de un corral. No se sabe cómo la raposita ha entrado en
-el corral. En los travesaños de un cobertizo están acurrucadas las
-gallinas, los gallos. Los gallos, tan vigilantes, no se han percatado
-de nada. Lentamente, pasito á paso, mirando á todos los lados,
-venteando todos los olores, avanza la buena raposita.</p>
-
-<p>&mdash;Un momento, querido cronista. ¿Por qué llama usted buena á esta
-raposa inquietadora, sanguinaria, que va á poner el espanto y la
-destruccion en la república de las gallinas?</p>
-
-<p>&mdash;Perdón, querido lector. Todo es relativo, y la raposa, comparada con
-el taciturno y violento lobo, es buena, es excelente. Hace mucho tiempo
-que un gran naturalista&mdash;Buffón&mdash;ha hecho en pocas líneas el elogio
-de la raposa. «La raposa no es un animal vagabundo, sino un animal
-domiciliado&mdash;escribe Buffón.&mdash;Esta diferencia, que se hace sentir aun
-entre los hombres, tiene más grande eficiencia y supone más grandes
-causas entre los animales. La idea sola del domicilio presupone una
-singular atención sobre sí mismo; luego, la elección del lugar, el arte
-de fabricar la guarida y de solapar la entrada á ella, son tantos otros
-indicios de un sentimiento superior.»</p>
-
-<p>Tiene, pues, nuestra raposita un sentimiento superior de la vida
-y del mundo. Sólo que... La vida es dura; se tienen hijos; los
-inviernos no ofrecen grandes recursos en el campo. No hay nidos
-entre los atochares; las cepas de los majuelos aparecen<span class="pagenum" id="Page_161">[Pg 161]</span> desnudas y
-secas. ¿Qué ha de hacer una raposa sino ir á los corrales donde las
-gallinas reposan? En ello aventura la vida, que no es poco. Ya está
-en el gallinero nuestra zorrita; las gallinas se han dado cuenta&mdash;un
-poco tarde&mdash;del huésped que viene á visitarlas. La hora no es muy á
-propósito para cortesías. Se ha producido un ruidoso remolino en el
-cobertizo á la vista de la raposa. Todas las gallinas cacareaban y los
-gallos cantaban&mdash;despavoridos. La raposa ha cogido una gallina entre
-los dientes y la ha zarandeado con violencia. Con una tierna y gorda
-gallina tendría la raposita para su yantar. Pero cuando ha sentido
-la raposa correr entre sus fauces la sangre tibia, humeante, de la
-gallina, ha perdido la cabeza. ¡Cómo brillan ahora sus ojos! ¡Cómo va
-de una parte á otra furiosa, abstraída, tambaleándose, como ciega, como
-borracha!</p>
-
-<p>No se harta de destrozar gallinas; tendidas quedan muchas por tierra.
-En la casa deben de tener el sueño muy pesado; nadie se mueve. (O
-¿qué sabemos? Estos labriegos que trabajan á costa de un amo son
-muy ladinos. Pensad en las matanzas que hacen los pastores y se las
-achacan á los lobos. Tal vez ahora saben que la zorra está destrozando
-el gallinero; pero como la raposa no ha de poder llevarse todas las
-gallinas y han de quedar algunas muertas...) Entusiasmada, encarnizada
-en su labor siniestra, la raposita no ve que una claror blanquecina
-aparece por Oriente. La aurora comienza á anunciarse.</p>
-
-<p>Tiene este momento único de la madrugada un<span class="pagenum" id="Page_162">[Pg 162]</span> encanto profundo. Nos
-atrae misteriosamente esta palidez que en el cielo se inicia. Todavía
-es de noche... y ya está ahí el día que llega. En este minuto supremo
-las luces que han velado toda la noche van á borrarse en la claridad
-del día; su misión ha terminado.</p>
-
-<p>Durante las tinieblas han puesto sus resplandores sobre una
-mesa en que una cabeza se inclinaba sobre los libros; ó han
-iluminado&mdash;tenuemente&mdash;la cara blanca, sobre ropas blancas, de un
-enfermo; ó se han destacado, como puntitos rojos y verdes, en el
-horizonte, en tanto que las locomotoras lanzaban agudos chillidos y
-pasaban raudos los trenes. Cuando la claridad del día va aumentando,
-las luces, todas las luces, luces trágicas ó luces de esperanza, se
-retiran, se esfuman, se disuelven, se recogen en una tregua de reposo
-hasta la noche venidera. Á esta hora de la madrugada, las montañas ya
-comienzan á destacarse más vivamente sobre el cielo; el cielo es de
-una claridad vaga y lívida. Dentro, en las casas, se hace una densa y
-confusa penumbra. Las cosas van á surgir á la vida; las ventanas van á
-recobrar su espíritu de luz y de sol.</p>
-
-<p>Á nuestra raposita se le ha hecho tarde. No puede salir sin peligro
-del gallinero; van y vienen gentes por la aldea. Otros gallos lejanos
-cantan; un can ladra. No tiene más recurso nuestra raposa que salir
-á la calle y tenderse en medio haciéndose la muerta. Porque si la
-vieran correr por las calles del pueblo, ¿qué sería de ella? (Son
-muchos los animalitos que se hacen los muertos<span class="pagenum" id="Page_163">[Pg 163]</span> para librarse de las
-trazas sanguinarias del hombre. Se hace la muerta esta arañita que, en
-el campo, ha bajado desde un árbol, por un hilillo sutil, hasta las
-páginas blancas de este libro que estamos leyendo. Se hace el muerto,
-replegando sus patitas, este cetonia con que nuestros dedos han tropezado
-en el fondo de una rosa, lecho fresco y fragante. Se hace el muerto
-este glomérido que encontramos debajo de una piedra y que se convierte
-en una bolita de acero. ¿Por qué se hacen los muertos? ¿Hemos dicho que
-para defenderse del hombre? Pero ¿saben ellos del hombre? Esta es una
-idea antropocéntrica. No sabemos siquiera si lo que hacen es hacerse
-los muertos.) Nuestra raposita se hace la muerta; en medio de la calle
-está tendida. No es cosa rara, donde hay muchas zorras, ver una zorra
-muerta en medio del arroyo. Va paseando la gente. «Á cabo de una pieza,
-passó por hi un home, y dixo que los cabellos de la frente del raposo
-que eran muy buenos para poner en las frentes de los mozos pequeños,
-porque no los ahojen.» Con unas tijeras, este hombre curioso trasquila
-la frente de la zorrita. La zorrita se estuvo quieta.</p>
-
-<p>Después otro transeunte vió la raposa y dijo lo mismo de los pelos del
-lomo. Le trasquiló los pelos del lomo. La raposita se estuvo quieta.
-Luego otro hizo la misma observación respecto del pelo de las ijadas.
-Le trasquiló las ijadas. La raposita se estuvo quieta. «Nunca se movió
-el raposo, porque entendía que aquellos cabellos non le farían gran
-daño en los perder.» Otro viandante llegó<span class="pagenum" id="Page_164">[Pg 164]</span> más tarde y dijo que la uña
-del raposo es buena para curar los panadizos. Tajóle las uñas á la
-raposita. La raposita no se movió. Después otro dijo que el diente de
-la zorra cura los males de dientes. Quitóle un diente á la raposita. La
-raposita no se movió. Á seguida vino otro y manifestó que el corazón
-del raposo es conveniente para nuestros dolores de corazón. Metió mano
-á un cuchillo para sacarle al raposo su corazón. «Y el raposo vió que
-le querían sacar el corazón y que si gelo sacassen, que non era cosa
-que se pudiese cobrar.» Entonces la raposita dió un salto, echó á
-correr y se perdió á lo lejos.</p>
-
-<p>...En nuestras casas, en la vida cotidiana, debemos pasar por
-alto&mdash;indulgentemente&mdash;las pequeñas cosas. En la vida pública, á la
-vista de todos, de igual manera, no debemos de ponernos fieros ante
-lo que en sí tiene escasa importancia. No coloquemos nuestro natural
-y legítimo deseo de dignificación y de reivindicación en un plano
-demasiado alto. Si el puntillo de honor lo ponemos muy subido, á cada
-momento tendremos que estar en altercaciones, porfías y denuedos.
-Nuestra vida se hará imposible. Una palabra, un gesto, un ademán, un
-ligero desdén, una inflexión de cólera, un matiz de irritación en los
-demás tendrán para nosotros una importancia decisiva. No; sepamos pasar
-por todo esto. La raposita no se movía cuando le trasquilaban el lomo
-y la frente; aquello no tenía para ella importancia. Pero cuando se
-trate de cosa grande, cuando se trate del corazón&mdash;como en el caso de
-la raposa&mdash;, entonces pongamos todas<span class="pagenum" id="Page_165">[Pg 165]</span> nuestras fuerzas, todo nuestro
-ardor, todo nuestro ímpetu en defender la esencialidad de nuestro ser
-moral: las ideas, los procedimientos, la conducta, la honradez, la
-sinceridad.</p>
-
-
-<h3 class="p2">V</h3>
-
-<p><span class="smcap">Valor y riesgo de los consejos.</span>&mdash;Un breve epílogo á estas
-divagaciones sobre motivos de <em>El conde Lucanor</em>. Ya se habrán
-percatado de ello los lectores. No hemos expuesto fielmente las
-historias y ejemplos que trae en su libro don Juan Manuel; muchos
-detalles hemos añadido; á nuestra manera hemos contado los casos que
-el infante relata. No hemos sacado tampoco&mdash;generalmente&mdash;de tales
-cuentecillos las enseñanzas que el autor pone por contera; diferentes
-han sido alguna vez los proloquios deducidos. Hemos hecho con el libro
-de don Juan Manuel lo que se suele hacer con la música de las grandes
-óperas; de aquí y de allá, tomando este tema y dejando tal otro, hemos
-compuesto una rapsodia. Pero si algún lector entra en gana de leer
-el libro de don Juan Manuel, desde luego habremos logrado nuestro
-propósito; propósito modesto; el propósito de quien trata de excitar la
-curiosidad con palabras encarecedoras de estas ó las otras excelencias
-de una obra.</p>
-
-<p>Ahora digamos algo respecto del valor de los consejos y del riesgo
-que corre el que se aventura á darlos. ¿Qué valor tienen los avisos,
-advertimientos<span class="pagenum" id="Page_166">[Pg 166]</span> y prevenciones que se suelen hacer en la vida?
-Distingamos entre el consejo genérico y el consejo concreto. Es
-decir, distingamos entre los consejos que se dan en los libros y los
-consejos que, en la realidad cotidiana, damos al amigo ó al deudo.
-Los libros de consejos por fuerza han de ser generales; aquí está
-precisamente su punto flaco. Como es una regla genérica la que se da,
-no sabremos, cuando llegue el caso, si precisamente en ese trance
-debemos ó no aplicar el consejo que hemos leído. La vida es varia,
-compleja, contradictoria, ondulante; el consejo&mdash;ó la norma&mdash;es rígida,
-siempre igual, inflexible. ¿Cómo concordaremos la realidad cambiante y
-fugitiva con el canon permanente? Dificultad es ésta de una grandísima
-trascendencia; tanto lo es, que en ella van implícitos todo el arduo
-problema de la moral y todo el magno negocio de la política.</p>
-
-<p>Contra la norma genérica de la ética surge el casuísmo, que toma en
-cuenta el tiempo, el lugar, la persona y otras diversas circunstancias.
-Contra el cumplimiento de la ley, en el gobernante surge la
-consideración&mdash;análogamente&mdash;de que la ley <em>debe</em> siempre ser
-cristalización de la justicia, pero que <em>puede también no serlo</em>.
-Puede no serlo: 1.º, porque originariamente, al hacer la ley, no
-se haya interpretado en ella bien la justicia; 2.º, porque, aun
-interpretándose primitivamente bien la justicia en la ley, el tiempo
-puede haber hecho que cambie la sensibilidad ambiente (la justicia no
-es mas que una cuestión de sensibilidad) y que la justicia contenida en
-el canon formulado anteriormente<span class="pagenum" id="Page_167">[Pg 167]</span> sea escasa, pobre, deficiente; 3.º,
-porque, aun siendo buena la ley, ley acomodada al tiempo, ley viva, ley
-actual, unas pasajeras circunstancias pueden hacer que no se contenga
-en ella la justicia.</p>
-
-<p>«¡Sed prudentes, sed enérgicos, sed sinceros!», nos dicen los consejos
-genéricos de los libros. Está bien; la doctrina es inmejorable;
-muchos hombres eminentes han practicado tales máximas. (Los hombres
-eminentes, eminentes de veras, han hecho muchas cosas que han
-sacado, ingénitamente, de sí mismos, y no de los libros.) Está
-bien; pero en este trance en que ahora nos hallamos precisamente,
-¿debemos ser audaces, intrépidos, temerarios? ¿Es ahora, con estas
-circunstancias, cuando debemos ser brutalmente sinceros, ó bien será
-en otra ocasión y con tales otras particularidades? Los libros de
-consejos no pueden decirnos nada de esto. «Un grano de audacia en
-todo&mdash;escribe Gracián&mdash;es importante cordura.» ¿Hemos leído bien? <em>En
-todo</em>&mdash;dice el psicólogo. O sea, seamos <em>siempre</em> audaces; con
-la audacia empleada en todos los momentos, con todos los motivos, nos
-irá siempre bien. (Algunos políticos, harto desaprensivos&mdash;no nombramos
-á nadie&mdash;, encontrarán admirable la máxima. Sí, la audacia á todo pasto
-es posible que lleve á la fortuna; pero... las quiebras de tal juego
-suelen ser terribles.)</p>
-
-<p>«No hacer negocio del no negocio&mdash;escribe también Gracián&mdash;. Así como
-algunos todo lo hacen cuento, así otros todo negocio.» (Los negocios
-de que aquí habla Gracián no son los negocios en que suelen andar
-metidos los antes mencionados<span class="pagenum" id="Page_168">[Pg 168]</span> parlamentarios y políticos. Esos, sí, es
-cierto, <em>todo lo hacen negocio</em>. Pero ahora Gracián habla de otra
-cosa; Gracián nos dice que no lo hagamos todo cuestión personal, cosa
-de honra y de dignidad.) «Siempre hablan de importancia&mdash;prosigue el
-autor&mdash;; todo lo toman de veras, reduciéndolo á pendencia y á misterio.
-Pocas cosas de enfado se han de tomar de propósito, que sería empeñarse
-sin él... Muchas cosas que eran algo, dejándolas fueron nada; y otras
-que eran nada, por haber hecho caso de ellas fueron mucho.» He aquí un
-sagaz consejo, basado en la más fina observación de la vida diaria.
-Pero ¿cómo lo aplicaremos? En presencia de una de esas fruslerías
-cotidianas que pueden ó no pueden ser algo&mdash;ó mucho&mdash;, ¿qué es lo que
-tendremos que hacer?</p>
-
-<p>Mas si los libros de consejos no pueden orientarnos en el caso
-concreto, aquí está el deudo, el amigo, ó simplemente el hombre
-ducho y experimentado, á quien&mdash;sin conocerle, ó conociéndole
-apenas&mdash;recurrimos en busca de una sabia prevención. Difícil y
-arriesgado es, en general, el dar un consejo. Desconfiad&mdash;¡oh
-escritores renombrados!&mdash;de los que, acercándose á vosotros, os
-piden un consejo, una opinión, un juicio sincero, completamente
-sincero, de una obra que os dan á leer. Si usáis, incautamente, de
-vuestra sinceridad, os arrepentiréis; quien ha pedido sinceridad,
-cuando sinceridad le sirven, cuando con ella le hablan y juzgan su
-obra, podrá por cortesía, y por no desmentir las protestas hechas,
-agradeceros aparentemente vuestras palabras; pero en el fondo<span class="pagenum" id="Page_169">[Pg 169]</span> ese
-hombre siente por vosotros un vivo disgusto, una viva hostilidad.
-«Entonces&mdash;preguntará el lector&mdash;, ¿habrá que mentir siempre?
-¿Tendremos que ser unos hipócritas, unos faranduleros?» No; lo que
-cabrá es, sin decir la verdad ruda y brutalmente, usar de tal modo de
-los silencios, de los matices y de las gradaciones, que los lectores
-entiendan nuestro verdadero pensamiento sobre la obra de que se trata.
-Hay elogios en apariencia que son censuras, y hay pausas, silencios y
-apartes que huelen á la más rotunda condenación.</p>
-
-<p>En la vida cotidiana, el consejo nos puede exponer á molestias,
-contrariedades y pesadumbres. En sus <em>Empresas políticas</em> (en la
-<span class="allsmcap">XLVII</span>, al final) Saavedra Fajardo escribió las siguientes
-palabras: «Ninguna cosa más peligrosa que el aconsejar. Aun quien lo
-tiene por oficio debe excusarlo cuando no es llamado y requerido,
-porque se juzgan los consejos por el suceso, y éste pende de accidentes
-futuros que no puede prevenir la prudencia; y lo que sucede mal se
-atribuye al consejero, pero no lo que se acierta.»</p>
-
-<p>No se puede decir sobre la materia nada más exacto. En el mismo
-<em>Conde Lucanor</em> (historia del gallo y el raposo) el autor,
-encareciendo la dificultad y riesgo del consejo, nos dice lo mismo
-que, más tarde, había de escribir Saavedra. Es difícil dar el
-consejo&mdash;escribe don Juan Manuel&mdash;, porque «non es ome seguro á que
-pueden recudir las cosas; ca muchas veces vemos que cuida ome una cosa
-é recude después otra, ca lo que cuida ome que es mal, recude á las
-vegadas á bien, é lo que<span class="pagenum" id="Page_170">[Pg 170]</span> cuida ome que es bien, recude á las vegadas á
-mal». ¡Grande es la perplejidad del consejero! De todos modos, acierte
-ó no, no se le agradecerá nada al consejero. «Ca si el consejo que da
-recude á bien, non ha otras gracias si non que dicen que fizo su debdo
-en dar buen consejo, é si el consejo á bien non recude, siempre finca
-el consejero con daño é con vergüenza.»</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_171">[Pg 171]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="DON_JUAN_VALERA">DON JUAN VALERA</h2>
-</div>
-
-
-<p>Se están publicando en Madrid las obras completas de don Juan
-Valera. Entre los volúmenes publicados figuran dos tomos de cartas
-particulares. Nació Valera en 1824; murió en 1905, La primera de las
-cartas citadas lleva la fecha de 1847; la última corresponde al año
-1857. Aparecen escritas las cartas desde Madrid, Lisboa, Nápoles, Río
-Janeiro, Dresde, Varsovia, Petersburgo. Tenía don Juan Valera cuando
-escribió la primera carta veintitrés años. Documento importante es esta
-correspondencia para el estudio del carácter del escritor cordobés. Dos
-notas dominan en estas páginas: el ansia por el dinero y el amor&mdash;no á
-la mujer&mdash;á las mujeres. Era hijo Valera de una familia distinguida;
-vivía Valera con sus deudos en provincias; tenía Valera un espíritu
-vivo, fino; al llegar á Madrid encontróse con un mundo nuevo para
-él. Le atraía la sociedad elegante; le causaba íntima aversión la
-convivencia con literatos&mdash;toscos y pobres&mdash;y con gente de mediano
-pasar. Á la sociedad aristocrática pretendió incorporarse<span class="pagenum" id="Page_172">[Pg 172]</span> desde su
-llegada á Madrid. Veamos cómo va sintiendo el espectáculo de la vida y
-de qué manera va expresando sus anhelos y sus pesares.</p>
-
-<p>«Este país&mdash;escribe Valera&mdash;es un presidio rebelado. Hay poca
-instrucción y menos moralidad; pero no falta ingenio natural, y sobra
-desvergüenza y audacia.» Hablando de los escritores madrileños dice:
-«Los que son eruditos están mal educados, son sucios y pedantes; los
-que son limpios y cortesanos, tan mentecatos, que no hay medio de
-poderlos aguantar.» «Con resignación&mdash;escribe&mdash;me propongo soportar el
-trato de los pedantes del Café del Príncipe, y las cosas primitivas de
-mi patria, y la presunción estúpida de sus hombres de Estado, filósofos
-y sabios.» En la tertulia literaria del café del Príncipe «reina la
-mayor franqueza y españolismo, esto es, el más exquisito mal tono y la
-peor educación posible». No hay en España mas que mediocres prosistas é
-insignificantes pensadores. «El único economista que tenemos es Flórez
-Estrada; el único filósofo, Balmes, y ambos no pasan de medianos.»</p>
-
-<p>En este ambiente social se veía Valera: se veía pobre, sin medios de
-fortuna, sin elementos que le hicieran dejar este ambiente de grosería
-y vulgaridad para vivir entre la gente aristocrática, selecta, rica.
-Su obsesión á lo largo de todas sus primeras cartas es el dinero. El
-estudio literario considéralo Valera como su «mayor deseo, después del
-de tener dinero». «Mis necesidades son grandes, mis gustos por el lujo
-y el bienestar, y mis recursos extremadamente escasos.» «Harto conozco
-que<span class="pagenum" id="Page_173">[Pg 173]</span> debiera ingeniarme y buscar un medio de ganar dinero, pero aún
-no he hecho nada con este fin; sigo, sin embargo, emborronando papel,
-pero nada me satisface.» «Si algo me impacienta es la pobreza. Por
-eso me quiero meter, por el pronto, á autor dramático. Es el medio
-más corto de obtener cien duros al mes, que es cuanto deseo para
-vivir holgadamente.» Ingresa Valera en la carrera diplomática; el
-contraste entre su medianía y el lujo que le rodea acentúase de un modo
-angustioso. Su anhelo es la conquista del bienestar; aspira á vivir en
-un medio de refinamiento y cortesanía.</p>
-
-<p>En el espectáculo de la vida le atraen las mujeres. Su sensibilidad
-meridional se siente voluptuosamente conmovida ante la belleza femenil.
-Hay en sus cartas multitud de pasajes referentes al amor sensual y
-tangible. Á sus deudos más íntimos no se recata en hacer alusiones
-sobre la materia. En la primera carta de la colección habla á su madre
-de sus cortejos á una dama casada. Le anima con miradas y palabras esta
-señora, y él escribe á su madre: «Con todos estos avances, ya se puede
-usted figurar que yo no estaría muy pacífico, así es que hubo pisotones
-y miradas lánguidas; me ofreció la casa, me dijo que fuera á visitarla,
-que todo el día estaba sola, y también puso en mi noticia la hora en
-que salía, dónde iba á pasear y cuándo acostumbraba estar fuera de casa
-su digno consorte». Á su misma madre cuenta también otro chichisveo
-con otra señora también casada: «La niña se reía mucho de todo esto.
-Yo la he prometido llevarla á Nápoles sin hacerle nada por el camino<span class="pagenum" id="Page_174">[Pg 174]</span>
-que ofenda su honestidad». De la coima de un amigo suyo habla asimismo
-Valera á su propia hermana: «El señor Andrade se ha hecho grande amigo
-mío, me ha confiado la historia de sus amores con la <em>prima donna</em>
-del teatro San Fernando, y el otro día me decía que quisiera la viese
-yo desnuda para que admirase lo acabado de sus formas, lo que hace que
-ella nunca lleve corsé». En Petersburgo, un día, tal impresión le causa
-una mujer alta, gallarda, de labios encendidos, «respirando orgullo,
-energía y lujuria á la vez», que queda «atortolado», tropieza con el
-estribo de un coche y resbala en el hielo de una manera absurda y
-cómica.</p>
-
-<p>Notables son, por lo pintorescos, los pasajes en que Valera cuenta
-sus amores, en Petersburgo, con la actriz francesa Magdalena Brohan.
-Durante una larga temporada complacióse la comedianta en excitar
-diabólicamente al español; desesperábase éste; no acabó de entregarse
-nunca la francesa. «Me estrechó en sus brazos&mdash;escribe Valera&mdash;y unió
-y apretó su boca á la mía, y me mordió la lengua y el pescuezo, y me
-besó mil veces los ojos, y me acarició y enredó el pelo con sus lindas
-manos, diciendo que tenía reflejos azules y que estaba enamorada de
-mi pelo; y me quería poner los besos en el alma, según lo íntima y
-estrechamente que me los ponía dentro de la boca, y nos respirábamos
-el aliento, sorbiendo para adentro muy unidos, como si quisiéramos
-confundirnos y unimismarnos.» Tal escena se repitió muchos días.
-Exasperado Valera, dió un formidable empellón<span class="pagenum" id="Page_175">[Pg 175]</span> una vez á la actriz;
-no pudo, sin embargo, pasar adelante en sus amores. Profundamente
-hechizaban á Valera las mujeres. «Esta afición mía á las faldas es
-terrible»&mdash;escribe nuestro autor.</p>
-
-<p>Completemos los datos anteriores con otros varios; estas nuevas citas
-acabarán de definir la idiosincrasia literaria de Valera. «El mundo,
-al fin, no es una cosa tan mala»&mdash;escribe nuestro autor haciendo
-profesión de optimismo. «Ya conocerá usted&mdash;escribe á su padre&mdash;que,
-á pesar de mi liberalismo filosófico, soy aficionadísimo á la gente
-de alto copete, y tanto, que me aflige y entristece la de mal tono.»
-«Yo me siento incapaz de ser dogmático en mis opiniones filosóficas;
-ando siempre saltando del pro al contra, y dudando y especulando, sin
-atreverme á seguir doctrina alguna.» No transcribamos más. Realizó
-don Juan Valera durante cuarenta años una copiosa labor literaria;
-ideó novelas, compuso poesías, escribió multitud de ensayos críticos.
-Fué siempre Valera el mismo que escribía estas cartas de 1847. En
-1902, á los setenta y seis años, escribía Valera lo siguiente en la
-introducción á su <em>Florilegio de Poesías Castellanas</em>: «¿Por qué
-hemos de desdeñar ó estimar sólo como chiste ó agudeza de ingenio lo
-que inventa Campoamor filosofando, y hemos de tomar tan por lo serio,
-pongamos por caso, á Krause, Schopenhaüer ó Nietzsche?» Era esto
-parangonar las mediocres abstracciones de Campoamor con los estudios de
-Nietzsche y Schopenhaüer. En el mismo trabajo habla Valera livianamente
-de las doctrinas evolucionistas; por la misma época trataba<span class="pagenum" id="Page_176">[Pg 176]</span>
-festivamente&mdash;al hacer la crítica de un libro de Pompeyo Gener&mdash;las
-concepciones de Nietzsche. Fué Valera en sus últimos tiempos, toda su
-vida, el mismo de sus primeros años. Tuvo ingenio, donosura, erudición
-vasta; le faltó poesía, emoción, idealidad. Un artista que hondamente
-ame la belleza nos expresará en sus primeros años sus anhelos, sus
-angustias, sus esperanzas por realizar la bella obra de arte. Valera,
-pobre, desconocido, principiante, el ansia que siente es la de poder
-figurar en la sociedad elegante, la de convivir con la gente cortesana
-y mundana, la de ser rico y vivir bien. «Soy aficionadísimo á la gente
-de alto copete, y tanto, que me aflige y entristece la de mal tono.»
-La Humanidad, para Valera, es esa gente de buen tono. No fué nunca
-Valera poeta; no llegó nunca en sus obras á hacer sentir la emoción del
-dolor y de lo trágico. Mariposeó sobre todo como un discreto y amable
-hombre de mundo. Á un lado están los artistas de la laya de un Carlyle,
-de un Flaubert y de un Leopardi; los artistas inquietos, tormentosos,
-obsesionados por la Idea. Á otro lado se hallan los escritores
-amenos, agradables, áticos, irónicos. Sólo los primeros son grandes y
-perdurables. Han sentido y hacen sentir. Han amado y hacen amar. Han
-sido poetas y hacen soñar.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_177">[Pg 177]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="GABRIEL_ALOMAR">GABRIEL ALOMAR</h2>
-</div>
-
-
-<p>Gabriel Alomar se encuentra desde hace algunos días en Madrid.
-Antagonistas de Alomar en política, no le regateamos la
-admiración&mdash;sincera y cordial&mdash;para su claro talento, su vasta cultura,
-la impetuosidad y elegancia de su estro lírico. Enviamos nuestro saludo
-al compañero en tareas literarias; algo queremos decir en estas líneas
-respecto á su obra literaria. Gabriel Alomar es, á la hora presente,
-una de las personalidades con más fuerte vigor representativo de la
-intelectualidad española; si su nombre en tierras castellanas, entre el
-público castellano, es poco conocido, débese á que Alomar ha escrito en
-lengua catalana casi todos sus libros; periodista militante, en catalán
-pergeña también sus múltiples artículos. ¿Cuántos son los hombres de
-letras, los periodistas, los aficionados á libros que en Castilla, es
-decir, fuera de Cataluña, siguen atentamente el movimiento literario
-catalán? ¿Cuántos libros catalanes vemos en Madrid en los escaparates
-de los libreros? Deplorable se nos antoja este desconocimiento en<span class="pagenum" id="Page_178">[Pg 178]</span>
-Castilla de los libros catalanes; no mandan tampoco sus libros los
-autores catalanes á los críticos castellanos. Aparte de esto, si
-los mandaran&mdash;podrán argüir nuestros colegas de Cataluña&mdash;; si los
-mandaran, ¿se hablaría de ellos en nuestros periódicos? ¿Se hablaría de
-ellos con frecuencia, con interés, con efusión, con cordialidad?</p>
-
-<p>En sus recientes <em>Estudios de literatura catalana</em>, Manuel de
-Montolíu ha escrito lo siguiente hablando de Alomar: «Alomar es, sin
-duda, el más intenso y el más enérgico condensador del idealismo
-moderno en nuestra Cataluña». La afirmación del crítico es exacta;
-Gabriel Alomar sintetiza en su obra el más puro idealismo, basado en
-el más profundo y escrupuloso sentido de la realidad. Su obra&mdash;joven
-todavía Alomar&mdash;no es muy extensa; tiene, sí, una peregrina intensidad.
-Ha publicado nuestro autor un largo ensayo titulado <em>Futurismo</em>;
-ha trazado una hermosa glosa del <em>Quijote</em>; en las revistas ha
-publicado también diversos trabajos (como el aparecido recientemente en
-<em>La Lectura</em>, originalísimo, con el título de <em>Logometría</em>);
-en un volumen, <em>La columna de foc</em>, ha reunido sus poesías
-líricas; finalmente, en periódicos barceloneses, como <em>El Poble
-Català</em>, <em>La Campana de Gracia</em> y <em>La Esquella de la
-Torratxa</em>, ha desparramado multitud de artículos sobre palpitantes
-cuestiones sociales y literarias. Siguiendo la labor de Alomar en
-periódicos y revistas se descubren, ante todo, en el autor dos
-cualidades dominantes: una gran originalidad y una vastísima erudición.
-Alomar, crítico, es un disociador<span class="pagenum" id="Page_179">[Pg 179]</span> formidable; lejos de aceptar los
-valores hechos, tradicionales, Alomar va examinándolos á una luz
-nueva, contrastándolos, descomponiéndolos, para ver si realmente se
-ajustan á la idea recibida ó si es preciso apartarlos de su concepto
-secular, sancionado. Algunas veces, al tratar de obras literarias
-castellanas, leíamos con vivo interés el sutil análisis que el autor
-hacía de autores que entre nosotros no han alcanzado todavía su
-verdadera significación; sirva de ejemplo su intento&mdash;tan laudable&mdash;de
-rehabilitar al original José de Marchena; debemos también llamar la
-atención sobre su comentario, de carácter puramente psicológico, del
-<em>Quijote</em>.</p>
-
-<p>No es posible en un breve artículo de periódico dar una idea de una
-personalidad literaria compleja. Aunque orientada francamente hacia
-un ideal de progreso&mdash;un ideal <em>futurista</em>&mdash;, hay en el espíritu
-de nuestro autor sutilidades y complejidades de difícil expresión.
-En todo artista verdadero existirá siempre una lucha íntima, más ó
-menos dolorosa, entre la contemplación de la realidad tal como es
-y el anhelo de ver esa misma realidad transformada con arreglo á
-un ideal de progreso. Se tratará, en suma, de un combate interior
-entre la delectación estética y la idea ética. Claro está que todo
-nuevo ideal ético lleva implícita una nueva estética. Pero ¿cómo el
-<em>futurista</em> más entusiasta logrará desprenderse de un amor, de una
-simpatía (todo lo tenues que se quiera, pero al fin amor y simpatía)
-por una realidad presente, cuya desaparición considera necesaria,
-indispensable?<span class="pagenum" id="Page_180">[Pg 180]</span> Este ambiente de ahora, en el que nosotros vivimos,
-formado por lo pretérito&mdash;la historia&mdash;y por lo actual; este ambiente
-físico y moral, de hombres, de cosas, de ciudades, de paisajes, ha
-de desaparecer, se ha de esfumar en el tiempo; su aniquilamiento lo
-percibimos, lo vemos, lo ansiamos en aras de un ideal de justicia, de
-fraternidad y de bienestar. Todo se va transformando y destruyendo en
-la corriente eterna y universal de las cosas... Pensamos largamente
-en nuestras soledades sobre tal fatal necesidad; imponemos á nuestra
-sensibilidad de hombres nuevos tal norma. Y sin embargo&mdash;¡oh,
-contraste!&mdash;, esta marcha inexorable del tiempo, este desfile eterno
-hacia <em>el ideal</em>, esta corriente en busca de una verdad en que
-nosotros firmemente creemos, produce en nuestro espíritu una honda
-melancolía. Nuestro ideal ético&mdash;como decíamos antes&mdash;entra en pugna
-con nuestro ideal estético.</p>
-
-<p>¿Es que con tales cosas pasamos también nosotros? ¿Es que sentimos,
-con las cosas fugaces, desvanecerse también nuestro fugacísimo yo,
-formado de tantos etéreos sentimientos, de tantas etéreas ideas que han
-nacido de lo que nos rodea? Tal vez nuestra melancolía tenga su parte
-en esta consideración de nuestra inestabilidad en medio de la corriente
-eterna; pero si dentro de tres, de cuatro, de veinte siglos, nosotros,
-futuristas fervientes; nosotros, enamorados fervientes del ideal,
-pudiéramos resucitar en plena realización de ese ideal, seguramente
-nos sentiríamos satisfechos; pero acaso habría en lo hondo de nuestro
-espíritu<span class="pagenum" id="Page_181">[Pg 181]</span> una añoranza, una rememoración por estas cosas fugitivas y
-frágiles de ahora en que hemos puesto nuestras esperanzas y nuestros
-dolores.</p>
-
-<p>Leyendo las páginas consagradas por Alomar al futurismo, como
-leyendo algunas de sus poesías, se percibe en nuestro artista este
-espiritual é íntimo conflicto que acabamos de esbozar. Lo encontraremos
-también en algunos grandes pensadores, que á la par eran delicados
-artistas. En esa lucha íntima, en ese febril desasosiego perduró
-Enrique Heine durante toda su vida. Si al fin un excelso compatricio
-suyo&mdash;Goethe&mdash;logró alcanzar la serenidad tras ese trágico conflicto,
-¿cuánto y cuán dolorosamente trabajó para alcanzarla? Y ¿hay derecho á
-alcanzarla sembrando la angustia y la desesperanza en las almas que nos
-rodean? ¿No valdrá más la piedad efusiva de un Francisco de Asís que la
-serenidad olímpica de un Goethe?</p>
-
-<p>Sobre la tradición y la innovación, sobre el sentimiento del pasado y
-el ansia de lo porvenir, tiene páginas Alomar en su <em>Futurismo</em>
-de un caluroso estro lírico. Esas páginas, como sus poesías, traducen
-el fuego interno, la inquietud de su alma de artista. Un admirable
-artista&mdash;plasmador de la prosa, cincelador del verso&mdash;es Gabriel
-Alomar. Señalemos cordialmente su estancia entre nosotros. De desear
-sería que sus compañeros de letras en Madrid le testimoniaran
-públicamente su respeto y su admiración.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_183">[Pg 183]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="UNA_ANTOLOGIA_OLVIDADA">UNA ANTOLOGÍA OLVIDADA</h2>
-</div>
-
-
-<p>Recientemente leíamos las poesías de fray Luis de León y los primeros
-volúmenes de versos de Gabriel D’Annunzio. Conforme avanzábamos en la
-lectura notábamos de nuevo lo que ya anteriormente habíamos observado:
-el ambiente italiano que por las poesías de fray Luis circula. Á la
-distancia de varios siglos, en el poeta español percibíamos algo
-inefable, inconcretable, indefinible, que en el poeta italiano de
-estos días respirábamos. No se trata de reminiscencias, ni de rasgos
-análogos en la técnica, ni de idéntica fraseología. Podrá haber algo
-de todo esto; pero hay algo más: una cierta atmósfera espiritual que
-circunda por igual á uno y otro poeta. De estas afinidades se pueden
-señalar muchas en las letras: un escritor español, por ejemplo, que
-haya frecuentado los libros de Flaubert y que sea un temperamento
-original, tendrá siempre una cierta <em>polarización intelectual</em>
-pareja con la del novelista francés. No descubriréis imitaciones, ni
-tal vez analogías técnicas; pero sí una dirección ideal<span class="pagenum" id="Page_184">[Pg 184]</span> idéntica y
-casi imposible de expresar con palabras. Nuestro fray Luis leyó mucho
-y tradujo al Petrarca y á Bembo; amaba apasionadamente á Italia; era
-su espíritu&mdash;ardiente é impetuoso&mdash;similar al de un italiano del
-Renacimiento. Y sobre todo esto&mdash;como el poeta moderno italiano&mdash;,
-enamorado de la antigüedad clásica. ¿Qué extraño tiene que apasionado
-fray Luis de la lírica y del ambiente italianos, admirador al propio
-tiempo de los poetas griegos y latinos; qué extraño tiene, repetimos,
-que se perciba en sus versos el hálito particular que ahora, al cabo
-de cuatro siglos, percibimos en Gabriel D’Annunzio? Y, sin embargo,
-á primera vista, y para nuestros pétreos y herméticos eruditos, ¡qué
-extraño&mdash;y aun qué irreverente&mdash;ha de parecer este acercamiento, á
-través del tiempo, de los dos tan lejanos y diversos poetas!</p>
-
-<p>La lectura indicada suscitó en nosotros el deseo de leer á fray Luis
-en italiano, á fray Luis y á otros poetas&mdash;Boscán, Garcilaso&mdash;que con
-fray Luis han ido espiritualmente á Italia en busca de orientación.
-Fácilmente podíamos satisfacer nuestro deseo; al alcance de la mano
-teníamos una breve antología de poetas clásicos españoles puestos en la
-lengua de Petrarca. Publicó esta colección don Juan Francisco Masdeu.
-Vió la luz en Roma en 1786; la estampó Luigi Perego Salvioni. Se
-titula: <em xml:lang="it" lang="it">Poesie di ventidue autori spagnuoli del cinquecento</em>. El
-traductor hace seguir su nombre de su calidad de <em>barcellonese</em>,
-y ostenta su título de arcade. <em>Sibari Tessalicense</em> se llamaba
-Masdeu entre los arcades. La antología consta de dos volúmenes,<span class="pagenum" id="Page_185">[Pg 185]</span>
-publicados en el mismo año y con paginación correlativa. Veintidós
-poetas, como se indica en el título, son los autores traducidos: uno
-de ellos no es castellano, sino portugués: Camoens. Los poetas que
-Masdeu traslada al italiano son: Alcázar, Lupercio Argensola, Bartolomé
-Argensola, Balbuena, Boscán, Camoens, Cetina, Ercilla, Figueroa, Frías,
-Garcilaso, Góngora, Herrera, León, Lomas Cantoral, Martín, Hurtado de
-Mendoza, Quevedo, Rioja, Squilache, Lope de Vega, Villegas. Á estos
-poetas añade Masdeu el nombre de San Francisco Xavier. Á San Francisco
-Xavier atribuye Masdeu el célebre soneto <em>No me mueve, mi Dios, para
-quererte</em>... Al final del libro lo ofrece traducido para cerrar la
-antología.</p>
-
-<p>El traductor de nuestros poetas presenta en una página el texto
-original, y en la frontera su versión italiana. Un breve prólogo
-precede á las traducciones. Da también el autor noticias sucintas de
-cada poeta traducido. En el prólogo nos dice Masdeu que generalmente
-se cree que las características de nuestros poetas son «el desorden
-de la imaginación, la hinchazón en el hablar y la agudeza en los
-pensamientos». (¿Por qué entonces nos dice el autor, en su noticia de
-Góngora, que este poeta, en las poesías cortas y de arte menor, marchó
-por el buen camino; «pero que en las demás composiciones, así líricas
-como épicas y teatrales, caminó por sendas erradas, <em>afectando la
-hinchazón, las agudezas y las antítesis</em>»? Pues Góngora es uno de
-los capitales poetas clásicos de los que más han influído en España.)
-Los poetas<span class="pagenum" id="Page_186">[Pg 186]</span> españoles&mdash;nos dice Masdeu&mdash;no son hinchados ni caóticos.
-Son esos rumores infundados; los han hecho correr, «desde el siglo
-pasado, los enemigos de las armas de España». Para demostrar la
-falsedad de tales especies, lo mejor que le ha parecido á Masdeu es
-poner en italiano á los dichos poetas. No ha dudado en hacerlo. Doce
-años atrás tradujo también á la lengua del Dante el <em>Aljedrez</em>, de
-Jerónimo Vida. Los «efemeridistas romanos» censuraron su traducción;
-de ella dijeron que estaba escrita con «spagnuola patavinità».
-Afortunadamente, otros cultos italianos intervinieron en la contienda y
-defendieron cumplidamente á Masdeu.</p>
-
-<p>Las noticias que nuestro autor da de los poetas traducidos son breves
-y casi anodinas. Acá y allá se encuentra de raro en raro algún
-rasgo interesante. De Alcázar elogia Masdeu «la delicadeza de sus
-epigramas y demás poesías cortas». Las tragedias de Lupercio Leonardo
-Argensola le parecen que «tienen varios defectos notables, pero que
-son mucho mejores que todas las demás tragedias del siglo décimosexto
-de franceses, ingleses é italianos». Al mérito de Balbuena «no ha
-correspondido la fama ni el concepto que suelen tener de él los mismos
-españoles»; su poema épico el <em>Bernardo</em> es «el mejor tal vez que
-se haya hecho en lengua castellana». (Luego veremos que, decididamente,
-el primero es <em>La Araucana</em>; y con esto está en lo cierto Masdeu.)
-Las poesías de Boscán son «ingeniosas y elegantes y deben estimarse
-mucho, porque sirvieron de modelo para los<span class="pagenum" id="Page_187">[Pg 187]</span> demás poetas castellanos de
-aquel siglo». El poema <em>La Araucana</em> «es algo falto de invención
-en su principal argumento», pero es admirable en lo demás; «en la
-estimación de los hombres ha merecido tener el primer lugar entre los
-muchos poemas que tiene la lengua castellana». «El señor de Voltaire
-hizo de él un juicio en que quiso distinguirse, según su costumbre,
-por la extravagancia. Dice que el razonamiento de Colocolo á los
-indios araucanos es <em>infinitamente mejor</em> que el que hizo Néstor
-á los capitanes griegos en la <em>Iliada</em>, de Homero; pero que en
-lo restante de la obra de Ercilla <em>no hay otra cosa buena</em>.
-Son dos extremos dignos igualmente de censura.» Góngora fué el que,
-por distinguirse, introdujo en España «la corrupción de Italia».
-Enemigos de la nueva manera fueron «Bartolomé Leonardo de Argensola,
-Francisco de Quevedo, y aun Lope de Vega, á quien, sin embargo, algunos
-extranjeros, ó por grosera ignorancia, ó por echar sus cabras al
-corral de otro, atribuyen la introducción del mal gusto». Las poesías
-de fray Luis «son muy estimadas por su llaneza, sublimidad, y, sobre
-todo, por la lindura y propiedad del lenguaje». Hurtado de Mendoza
-«en medio de sus grandes ocupaciones literarias y políticas y de su
-extraordinaria fealdad de rostro, vivió muy dedicado á los amores,
-que le ocasionaron muy graves disgustos, singularmente en Roma. Esta
-ardiente pasión de Mendoza nos ha privado de la mayor y mejor parte de
-sus poesías, las cuales hasta ahora no se han impreso por su sobrada
-indecencia». Lope de Vega escribió copiosísimamente;<span class="pagenum" id="Page_188">[Pg 188]</span> á pesar de tal
-abundancia, «sus poesías líricas y pastoriles son casi todas de buen
-gusto. Sólo pudo pegársele en Nápoles un poco de la corrupción poética
-del <em>seiscientos</em>, que era ya común y antigua en Italia». Donde
-claudicó Lope fué en sus obras épicas y teatrales. «Fuera de muy pocas
-comedias perfectas, todas las demás, aunque llenas de mil preciosidades
-(de que han robado todas las naciones), son defectuosas.» Conocíalo el
-mismo Lope: excusábase diciendo que lo hacía por agradar al público,
-«y, sobre todo, á las mujeres, que son las árbitras del teatro».
-(Tomen nota los autores dramáticos de hogaño.) «Los mayores poetas de
-Europa han tenido la misma flaqueza. Molière, muchas veces, no tanto
-atendió á las reglas cuanto al designio de Luis XIV de divertir al
-pueblo. Shakespeare ha caído con frecuencia en excesos increíbles para
-seguir el gusto de su nación. Metastasio ha hecho de propósito varios
-monstruos deliciosísimos para dar gusto á las gentes. Es muy conforme
-á la flaqueza humana el buscar el aplauso popular, aunque sea luchando
-contra la propia razón.»</p>
-
-<p>En los fragmentos de Boscán que Masdeu copia en castellano, para
-traducirlos, suprime, dejándolos en blanco, numerosos versos; de
-esos versos sólo conserva la palabra final. Lo mismo hace con otros
-fragmentos de Bembo, en que Boscán se ha inspirado y que nuestro autor
-cita en nota. La razón que da Masdeu es que de estampar esos versos
-suprimidos pudiera con ello «ofenderse la modestia». No nos parece
-que, caso<span class="pagenum" id="Page_189">[Pg 189]</span> de haber ofensa, fuera precisamente la <em>modestia</em> la
-ofendida.</p>
-
-<p>Menéndez y Pelayo, en el prólogo á su <em>Antología de poetas líricos
-castellanos</em>, habla de algunas antologías análogas á esta de don
-Juan Francisco Masdeu; pero no cita la de nuestro autor. Menciona
-Menéndez y Pelayo las traducciones francesas de Maury y las italianas
-de Conti. ¿Por qué no tener un recuerdo para esta empresa simpática de
-Masdeu? Hablando de Conti, escribe el erudito montañés: «Puso en lengua
-toscana, con singular elegancia y armonía, muchas obras de Boscán,
-Garcilaso, fray Luis de León, Herrera, los Argensola y otros poetas
-clásicos nuestros». Por lo que respecta al arte de traductor de Conti,
-pueden verse en la antología de Masdeu las notas dedicadas á poner de
-relieve las infidelidades é inexactitudes de Conti en su traducción de
-Garcilaso.</p>
-
-<p>Otro gran erudito se ha olvidado también del libro de Masdeu; aludimos
-al querido maestro Foulché-Delbosc. El director de la <em xml:lang="fr" lang="fr">Revue
-Hispanique</em> no cita á Masdeu en su <em>Bibliografía de Góngora</em>.
-No pretende Foulché-Delbosc «disimularse ni las lagunas ni las
-imperfecciones» de su trabajo. El primer libro que se menciona en dicha
-bibliografía es la traducción de <em>Las Lusiadas</em>, publicada en
-1580 por Gómez de Tapia; figura en el volumen una poesía de Góngora;
-tenía entonces el poeta cordobés diez y nueve años. Foulché-Delbosc
-va citando luego, tanto todas las ediciones de Góngora como aquellos
-libros en que figuran, por varios títulos, composiciones suyas. De
-estos últimos<span class="pagenum" id="Page_190">[Pg 190]</span> son, por ejemplo, algunas biografías de Cervantes (la
-de Pellicer, la de Navarrete); la <em>Agudeza y arte de ingenio</em>, de
-Gracián; el primer número de <em>El Criticón</em>, de Gallardo (en que
-se transcriben dos poesías del vate cordobés); la citada <em>Espagne
-poétique</em>, de Maury... La mención de la antología de Masdeu (con dos
-canciones de Góngora) era, como se ve, oportuna. Merece ser recordada
-esta colección estimable formada por un hombre que sentía vivo amor
-á su país y que procuraba estimar y juzgar las cosas de su país con
-cierto sentido de reserva y de crítica, no reñido con el más acendrado
-patriotismo.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_191">[Pg 191]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="PIFERRER_Y_LOS_CLASICOS">PIFERRER Y LOS CLÁSICOS</h2>
-</div>
-
-
-<p>Pablo Piferrer vivió treinta años. Nació en 1818; murió en 1848.
-Escribió el tomo de Mallorca que figura en la colección de <em>Recuerdos
-y bellezas de España</em>; fué poeta. En la breve antología formada por
-Menéndez y Pelayo, y que lleva el título de <em>Las cien mejores poesías
-líricas de la lengua castellana</em>, figura un poemita de Piferrer;
-ninguna de las poesías de esa colección más delicada, más fina, más
-emocionadora que la del poeta catalán. Fué corta la vida de Piferrer;
-seguramente hubiera llegado, de vivir más, á ser un gran artista.
-Con lo que escribió merece desde luego un lugar distinguido en la
-literatura española. En los manuales de historia literaria se menciona
-ligeramente á Piferrer; más ancho espacio merece quien supo ser
-delicado y original poeta y crítico agudo de los clásicos castellanos.</p>
-
-<p>La crítica de los escritores antiguos la hizo Piferrer en una
-colección de trozos escogidos por él. Publicóse el libro en 1846 en
-Barcelona; se estampó en la imprenta de Tomás Gorchs. Se titula la<span class="pagenum" id="Page_192">[Pg 192]</span>
-antología de Piferrer: <em>Clásicos españoles: colección de trozos de
-nuestros autores antiguos y modernos que pueden servir de muestra
-para la lectura y el análisis en el curso de retórica</em>. Menéndez
-y Pelayo, en su semblanza de Milá y Fontanals, dice hablando de
-Piferrer que «fué un maestro de la lengua y de la crítica en su
-libro <em>Clásicos españoles</em>». Nuestro autor recoge en su libro
-fragmentos de diez autores; son éstos: Hurtado de Mendoza, Granada,
-León, Mariana, Cervantes, Jovellanos, Capmany, Moratín, Quintana y
-Martínez de la Rosa. Al final de muchos de los trozos citados, Piferrer
-hace unas breves observaciones de carácter crítico y psicológico.
-Amaba apasionadamente los clásicos nuestro autor; estudiaba&mdash;y
-escribía&mdash;escrupulosamente el idioma castellano.</p>
-
-<p>«La experiencia de una larga enseñanza» dice él en la advertencia
-preliminar de su libro que le ha hecho ver la necesidad de hacer
-practicar los clásicos á los jóvenes estudiantes. Sólo estudiando
-prácticamente los autores antiguos podrá conocerse y «aprenderse» su
-secreto; es el secreto de los clásicos «cierta trabazón ingeniosa y
-espontánea de los miembros, una plenitud en el número y una redondez
-en la proporción de su forma general, que ha venido á ser peculiar de
-España y distintivo de las mejores épocas de nuestra literatura». Por
-esta manifestación, y por la orientación toda de la obra de nuestro
-autor, se ve que Piferrer era entusiasta del castellano elegante,
-levantado, elocuente. Más abajo veremos cómo su crítica,<span class="pagenum" id="Page_193">[Pg 193]</span> al llegar al
-estilo de Santa Teresa, se muestra reservada y formula censuras en que
-se descubren las preferencias íntimas del colector.</p>
-
-<p>Los <em>Clásicos españoles</em> llevan al frente una extensa noticia
-histórica. No otra cosa es esta introducción que una sucinta historia
-de la literatura española. En siete épocas divide Piferrer la historia
-literaria de España. La primera comprende desde el siglo <span class="allsmcap">X</span> á
-principios del <span class="allsmcap">XIII</span>. La segunda, desde el siglo <span class="allsmcap">XIII</span>
-á principios del <span class="allsmcap">XV</span>. La tercera, desde el <span class="allsmcap">XV</span> hasta el
-<span class="allsmcap">XVI</span>. La cuarta abarca el reinado de Carlos I, ó sea desde el
-principio del siglo <span class="allsmcap">XVI</span> hasta el año 1556. La quinta comprende
-desde el último tercio del siglo <span class="allsmcap">XVI</span> hasta el año de 1620,
-esto es, los reinados de Felipe II y de Felipe III. La sexta, desde
-el segundo tercio del siglo <span class="allsmcap">XVII</span> hasta más de la mitad del
-<span class="allsmcap">XVIII</span>, ó sea los reinados de Felipe IV y Carlos II, Felipe V
-y Fernando VI. La séptima, desde el reinado de Carlos III&mdash;1759&mdash;hasta
-nuestros días. La primera época está caracterizada por el <em>Poema del
-Cid</em>. En la segunda figuran Gonzalo de Berceo, Juan Lorenzo Segura,
-López de Ayala. En la tercera, el arcipreste Martínez de Toledo, Juan
-de Mena, el Tostado, Santillana, Diego de Valera, Alfonso de la Torre.
-En la cuarta, Pérez de Oliva, Guevara, Villalobos, Juan de Ávila,
-Morales, Gil Polo. En la quinta, Hurtado de Mendoza, fray Luis de
-Granada, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Mateo Alemán,
-Mariana, Lope de Vega, Cervantes. En la sexta, Quevedo, Gracián,
-Saavedra Fajardo, Solís, Melo, Moncada, En la séptima,<span class="pagenum" id="Page_194">[Pg 194]</span> Feijóo, Isla,
-Jovellanos, Moratín, Larra.</p>
-
-<p>No hemos citado todos los autores que examina nuestro autor. La crítica
-de Piferrer es perspicaz, aguda; de cuando en cuando encontramos rasgos
-de verdadera originalidad. En la cuarta época, la lengua castellana
-osténtase «ya formada, con índole peculiar suya, copiosa en modos
-de decir vivos y rápidos, suelta en giros». Dos hechos capitales
-contribuyeron al engrandecimiento del idioma: el estudio de la
-antigüedad clásica y la influencia de Italia. «Mas uno y otro vinieron
-á punto de ser en vano y en parte dañosos, así por el exclusivismo
-escolástico á favor de la lengua latina, el cual llegó á lo sumo,
-como por el sesgo muelle é imitador por donde echó nuestra literatura
-durante una temporada.» Apuntaremos algunas de las observaciones de
-Piferrer al hablar de los principales clásicos. Con los escritos de
-fray Luis de Granada «comenzó la España á leer repartido el pensamiento
-en aquella serie de cláusulas llenas, sonoras y rotundas, y ciertamente
-de entonces ha de datar la elegancia de este arte». «El carácter
-dominante del maestro Granada es la declamación.» (Más adelante, en
-el examen de la época sexta, habla Piferrer también de «los tonos
-retóricos y en demasía declamatorios del maestro Granada».) Á veces
-Granada&mdash;debido á su «extremada facilidad»&mdash;adolece de «prolijidad,
-uniformidad y languidez». «Pocas veces deja de emplearse en las obras
-de Granada el tono oratorio.» Santa Teresa de Jesús «es una excepción
-entre los escritores que forman la escuela de Granada».<span class="pagenum" id="Page_195">[Pg 195]</span> No puede
-señalarse la prosa de Santa Teresa como un modelo de estilo. Hay en
-ella calor y vehemencia; pero de la misma facilidad y espontaneidad
-con que Santa Teresa escribe «dimanan incorrecciones, repeticiones
-frecuentes, algún desorden y el romper de repente el hilo de la
-oración, como también alguna llaneza demasiada». La historia de Mariana
-«no será nunca citada como historia filosófica»; será, sí, tenida «como
-una obra clásica de estilo».</p>
-
-<p>Aun siendo brillante y fácil la versificación de Lope, «la literatura
-hubiera reportado no escaso provecho de que se hubiese valido para
-algunas comedias de aquella prosa tan corriente y llena de firmeza y
-gallardía de su obra dramática <em>La Dorotea</em>». Cervantes pintó
-por primera vez «con toques graduados y exactos». Lo cotidiano y lo
-excelso se expresa en su obra; «y el todo se enlazaba con una armonía
-general, en que estaban muy en su punto las poblaciones, el verdor de
-los árboles, la soledad de los barrancos, las corrientes deleitosas,
-el espacio henchido de luz y de aire». Cervantes posee «sentimiento»;
-por el sentimiento llega á la «esencia de las cosas». «Por esto hieren
-con tanta fuerza la imaginación todas sus pinturas de la Naturaleza».
-«No á otra cosa, sin duda, hay que atribuir su colorido del paisaje,
-tan fresco, tan luminoso y tan inundado de aire y de vida.» (Admirables
-son, en efecto, de una maravillosa&mdash;é indefinible&mdash;sugestividad, los
-breves, etéreos apuntes de paisaje que de cuando en cuando aparecen
-en las páginas del <em>Quijote</em>.) Quevedo<span class="pagenum" id="Page_196">[Pg 196]</span> no tiene «la ironía fina
-y apacible» de Cervantes. «Como quiera que sea&mdash;dice el autor después
-de elogiar á Quevedo&mdash;, la profundidad de su juicio, su conocimiento
-del corazón humano, su espíritu de observación, no pudieron hacerle
-superior á su época.» Jovellanos «sintió como pocos la verdadera
-belleza»; «anticipándose á los tiempos futuros, adivinó en fuerza de
-ese sentimiento estético los principios que ahora han cambiado la
-faz de la literatura y del arte». «Ni tan sólo los adivinó, sino que
-su mirada penetró en las más de las particularidades y en la misma
-nomenclatura, hasta el punto de legar á la posteridad, claras y fijas,
-las ideas fundamentales y parte de los procedimientos de la escuela
-moderna.»</p>
-
-<p>«Así como en Martínez de la Rosa y en Quintana remata la serie de
-escritores que restauraron la literatura, don Mariano José de Larra
-encabeza otra mucho más fecunda, y en cierto modo representa la
-época nueva que va discurriendo.» (Note el lector lo de <em>mucho
-más fecunda</em>.) La frase de Larra es la que hoy cuadra á las
-plumas españolas. «¿Y no marcan también otro período aquella
-aparente desigualdad, aquella viveza, aquel desasosiego que tanto lo
-desasemejan, no sólo del sesgo majestuoso de nuestros clásicos, sino
-aun de la sátira de Quevedo?» (Excelente visión crítica; atinadísima.
-No olvide el lector que estamos en 1846.) Los artículos literarios,
-políticos y de costumbres de Larra, «sin disputa, han sido lo más
-profundo que durante los primeros años de este turbulento período llenó
-las páginas de los diarios».</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_197">[Pg 197]</span></p>
-
-<p>Sirva lo antedicho como ejemplo&mdash;ligerísimo&mdash;de la manera que tenía
-Piferrer de ver los clásicos. Aquí se nos descubre el crítico. Cuando
-releemos su <em>Canción de la primavera</em> se nos aparece el poeta;
-el poeta que en sus versos sutiles y etéreos nos da una penetrante
-sensación del tiempo y de las cosas que&mdash;inexorablemente&mdash;se lleva el
-tiempo. Pablo Piferrer murió á los treinta años. En sus retratos le
-vemos con una faz ovalada, un bigote caído y una barba encrespada y
-primeriza; lleva un anchuroso, abierto y doblado cuello blanco, como
-los que nos muestran en sus efigies Byron y Shelley.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_199">[Pg 199]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="JUAN_R_JIMENEZ">JUAN R. JIMÉNEZ</h2>
-</div>
-
-
-<p>Juan R. Jiménez&mdash;el delicado poeta lírico&mdash;apareció en la literatura
-algo después que la generación de 1898. Pertenece á la generación que
-sigue á ésta. No está trazada aún la historia de la poesía lírica en
-el siglo <span class="allsmcap">XIX</span> (ni en los otros siglos); desconocemos casi en
-absoluto el movimiento romántico; sabemos mucho menos&mdash;aunque está
-más cerca&mdash;del período de 1850 á 1870. Pero se puede decir que si el
-período romántico fué fecundo para la lírica, en cambio, el lapso
-de tiempo comprendido entre las fechas citadas lo fué calamitoso en
-extremo. La poesía, en ese período, registra los nombres de García
-Tassara, López García, Carolina Coronado, la Avellaneda... Vivía
-Zorrilla y publicaba profusamente versos, sí; pero aparte de que, á
-nuestro entender, lo mejor de Zorrilla son sus primitivas colecciones,
-el poeta castellano es para nosotros, más que un puro lírico, un poeta
-subjetivo, <em>íntimo</em>, un orador en verso, un espléndido declamador,
-un<span class="pagenum" id="Page_200">[Pg 200]</span> admirable fabricante de retórica. Los nombres estampados más arriba
-no dicen, en realidad, nada. ¿Quién podrá leer hoy la <em>Oda al sol</em>
-ó cualquier otra poesía de Tassara? Pues con Bernardo López García
-pasa como con esos discursos de reuniones populares, dichos enfática
-y caliginosamente: los aplaudimos sin escucharlos, por el tono de la
-voz, por el gesto del orador; y luego, á medida que pasa el tiempo,
-queda entre los recuerdos aquella soflama como una obra de elocuencia
-abrumadora.</p>
-
-<p>De 1870 á 1890 la poesía cuenta en España con Campoamor, Núñez de Arce,
-Bécquer, Ventura Ruiz Aguilera, Rosalía de Castro. No son puramente
-líricos tampoco, entre estos poetas, más que Bécquer y Rosalía; algo
-tiene también Ruiz Aguilera; mas no puede ser puesto en la misma línea
-del poeta gallego y del sevillano. De Ferrari, Velarde, Balart, no
-hablemos. En torno del libro <em>Dolores</em>, del último, se formó,
-cuando apareció&mdash;en 1894&mdash;, un ambiente entusiasta de admiración; dos
-largos artículos henchidos de elogios le dedicó <em>Clarín</em>. Hoy
-no comprendemos la admiración de 1894 por esas mediocres, vulgares
-poesías de Balart. La novela absorbe lo más principal de la energía
-literaria en el período indicado; el movimiento positivista&mdash;tendencia
-puramente crítica&mdash;prepara el advenimiento de una nueva literatura. El
-acercamiento á la realidad que supone la novela de Galdós ha de ser
-indispensable para que florezca una lírica flamante, espléndida. No
-puede darse la lírica sin una base sólida, fuerte, de<span class="pagenum" id="Page_201">[Pg 201]</span> realidad. Lo que
-aparece menos real en la literatura, más caprichoso, más arbitrario,
-necesita un constante alimento de realidad, de vida cotidiana, de
-sensaciones vividas, de detalles auténticos.</p>
-
-<p>La tendencia realista que se manifiesta en España de 1895 á 1900 había
-de producir una renovación en la poesía. Se comenzó entonces á amar el
-paisaje; se viajó por las campiñas; se estudió los viejos pueblos; se
-gustaba de penetrar en las viviendas humildes y de observar la vida
-menuda, prosaica, cotidiana. Y todo esto&mdash;unido á otras influencias de
-orden literario&mdash;determinó un ambiente especial, algo como un hálito de
-las cosas, como un reflejo antes no visto de la vida, que fué lo que la
-poesía lírica recogió en sus versos. Sería preciso hacer en un estudio
-detenido un examen de la influencia de Rubén Darío en la poesía moderna
-española. Desde Rubén, la poesía sigue una marcha distinta de antes;
-no olvidemos lo que acabamos de decir respecto al factor capital de la
-dicha renovación; no olvidemos tampoco que antes que Rubén, en 1884,
-Rosalía de Castro había sido la precursora de la revolución poética
-realizada en la métrica y en la ideología.</p>
-
-<p>Rubén Darío y su grupo llevan á cabo la obra iniciada años atrás
-por Rosalía de Castro. La ideología poética sufre una considerable
-transformación. Hecho capital en la nueva ideología es el siguiente:
-antes las imágenes, la representación de la realidad, eran de una
-coherencia aparente, superficial; un poeta que hubiera pintado en
-sus<span class="pagenum" id="Page_202">[Pg 202]</span> versos los rasgos capitales, pero ocultos, íntimos, de una
-cosa, hubiese pasado por un extravagante; su poesía no hubiera sido
-comprendida; nadie hubiera podido comprender que aquella incoherencia
-aparente del poeta llevaba en sí, en lo hondo, una coherencia, una
-concordia de las características, una armonía de los rasgos de las
-cosas, de un valor superior, estéticamente&mdash;y psicológicamente&mdash;, á
-la aparente, brillante, sonora coherencia de antaño. (Un paréntesis:
-sin embargo, Góngora, en muchos de sus misteriosos sonetos nos ofrece
-ejemplos de esa nueva ideología, y es ahora cuando comenzamos á
-comprender y á gustar plenamente esas poesías.)</p>
-
-<p>Entre todos los poetas nuevos, quizá ninguno represente más agudamente
-esta modalidad psicológica que Juan R. Jiménez. Ha realizado ya nuestro
-poeta una extensa labor; silenciosamente, año tras año, Juan R. Jiménez
-viene publicando sus volúmenes de versos. Á más de veinte ascienden los
-libros de versos de Jiménez; algunos lleva publicados también en prosa;
-libros en que expone sus doctrinas estéticas ó comenta sentimentalmente
-la vida. El último libro de nuestro poeta se titula <em>Melancolía</em>.
-Se compone todo él de breves poesías de doce versos. Pudiera creerse
-que libro así ha de adolecer de monotonía; pero no hay tal; la gama
-visual y emotiva del poeta es tan grande, que el lector va de una en
-otra página emocionado y hechizado. De las diversas partes que componen
-el libro preferimos la titulada <em>En tren</em>. Juan R. Jiménez en
-sucintos cuadros nos va<span class="pagenum" id="Page_203">[Pg 203]</span> pintando el paisaje&mdash;real é ideal&mdash;de diversos
-pueblos y campiñas.</p>
-
-<p>En estas páginas es donde se ve patentemente el procedimiento y la
-ideología de la nueva lírica. Veámoslo. Subamos al tren con el poeta.
-¿En qué tren? ¿Dónde? ¿Para ir á qué parte? Nada de esto sabemos. (Y ya
-todo esto hubiera parecido absurdo á un poeta de 1870.) El poeta está
-en el tren; junto á él se halla una mujer bella, espumeante de batistas
-blancas. Una escena de amor, de pasión... «Pasa el colorismo de oro
-de los pueblos.» Se ven torres con azulejos en cielos de esmalte. Las
-calles se abren hacia el tren; en ellas, mujeres con un cántaro en la
-cadera saludan... Se perciben sones metálicos de campanas que suenan
-unas vísperas; anhelos pasajeros quedan atrás en «villas momentáneas»;
-la brisa de la tarde orea las mejillas. La dama se recoge el cabello;
-«en sus ojos floridos las praderas pasaban».</p>
-
-<p>Otra poesía. Un paredón romano, recio, de la ciudad antigua, se recorta
-sobre el ocaso; una lejana luz se refleja alargada en el río que se
-desliza entre alcores. De una pradera, en que surte una fuente blanca,
-llega un vago olor. Tintinea una esquila. Aparece la visión de una
-moza de cántaro, «ya esfumada en la noche». Y el poeta&mdash;fíjese el
-lector&mdash;termina: Parece que mi corazón remueve estampas de otros días,
-estampas de una Edad Media de colores abigarrados; y parece que pasan
-sobre el cielo sangriento del ocaso bosques de lanzas negras y morados
-pendones. (La íntima coherencia de que hemos hablado se nos aparece<span class="pagenum" id="Page_204">[Pg 204]</span>
-aquí bien clara. Ciudad vetusta con sus obras romanas&mdash;entrevista
-al pasar en el tren&mdash;, una moza al pie de un torreón&mdash;enlace con el
-recuerdo histórico&mdash;, escenas de guerra y de leyendas que este secular
-castillo evoca. No necesitamos más para comprender, para sentir. Todo
-eso un poeta de hace treinta años hubiera necesitado para decirlo cien
-versos. Ahora á nuestro poeta le han bastado doce).</p>
-
-<p>Un ejemplo más, para terminar. Una grata frescura; el tren para.
-«Azoteas, campanas melancólicas, miradores con sol.» Ocaso luminoso,
-vibrante. Se columbra un olivar de plata á lo lejos; aquí las rosas
-asoman entre las adelfas blancas; en el cristal del río se copia
-vagamente el paisaje. La arena del andén está regada. Huele á
-aguardiente. Suenan cristales. Los postreros rayos del sol se reflejan
-en un balcón con rosas. «Mujeres de otras partes» nos hacen soñar un
-momento contemplando la melancolía de sus ojos, sus bocas encendidas.
-Por un camino se aleja, con son de cascabeles, un coche azul y rojo. Se
-enciende el crepúsculo. Toca una campana; una corneta suena. El tren
-parte. «Unos ojos grandes se vienen en la sombra»...</p>
-
-<p>No podrá darse una más sugeridora idealidad basada en una más
-escrupulosa y menudamente observada realidad. El acercamiento á la
-vida real es&mdash;lo repetiremos&mdash;lo que ha determinado el espléndido
-renacimiento de nuestra lírica y ha hecho posible un poeta tan delicado
-y sutil como Juan R. Jiménez.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_205">[Pg 205]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="LAS_IDEAS_ANTIDUELISTAS">LAS IDEAS ANTIDUELISTAS</h2>
-</div>
-
-
-<p>Es interesante en grado sumo seguir á través del tiempo el incremento
-de una corriente de opinión civilizadora. Ideas bienhechoras, síntomas
-de civilización son, por ejemplo, los referentes al mejoramiento de las
-condiciones del trabajo, al feminismo, al antialcoholismo, á la cruzada
-contra el duelo, á la impugnación de las corridas de toros (esta
-repugnante barbarie ahora tan en alza, gracias á los periódicos). Desde
-que la idea nace, confusa y difusa, hasta que adquiere expansión y
-robustez en una parte de la sociedad&mdash;por esto mismo <em>la mejor</em>&mdash;,
-el camino es largo y las fuerzas y tentativas suelen ser múltiples.
-Los libros que de la evolución de estas ideas hablan son instructivos;
-ellos nos enseñan, palmariamente, la marcha de la humanidad; marcha
-ondulante, claudicante, pero segura, hacia un fin. (Y perdonen los
-adversarios del <em>finalismo</em> en sociología. Si no fuéramos, en esta
-materia, finalistas, ¿qué sería de nosotros? ¿Dónde estaría nuestra fe,
-y con nuestra fe nuestro consuelo, nuestro gran consuelo?)</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_206">[Pg 206]</span></p>
-
-<p>Entre todas las ideas más arriba citadas fijémonos en la
-antiduelista. Hagamos algunas indicaciones históricas. Contribuyamos
-así&mdash;modestamente&mdash; á la noble obra del barón de Albi. Lo que
-expongamos no serán mas que datos sueltos que pueden ser aprovechados
-para un estudio. En 1773 escribió Jovellanos su <em>Delincuente
-honrado</em>; estrenóse este drama al año siguiente, en Aranjuez. El
-<em>Delincuente honrado</em>, de Jovellanos, tiene como nudo de su fábula
-un desafío. Se bate un personaje y mata á su contrario; queda en el
-misterio quién es la persona que se ha batido con el personaje muerto.
-El matador sigue haciendo su vida junto á la familia del difunto (era
-antes amigo de ella). Hay más: se casa con la viuda de su amigo, de
-quien él estaba enamorado. Ni ella ni su padre saben que este individuo
-es el matador del esposo é hijo respectivamente. Andando el tiempo se
-descubre el misterio; una terrible pena va á caer sobre el duelista;
-mas se ponen en juego poderosas influencias y el rey le indulta...
-Tal es el drama; luego examinaremos su doctrina. (Doctrina totalmente
-opuesta á lo que Jovellanos quería demostrar.)</p>
-
-<p>La idea lanzada por Jovellanos va haciendo camino. En 1795 se publica
-un librito titulado <em>El honor militar: causas de su origen, progresos
-y decadencia</em>. Su autor es don Clemente Peñalosa y Zúñiga. Se
-imprimió el volumen («con orden real») en la imprenta de Benito
-Cano. Es elegante la impresión. Según la moda de últimos del siglo
-<span class="allsmcap">XVIII</span>, moda francesa, premonición del romanticismo,<span class="pagenum" id="Page_207">[Pg 207]</span> el autor
-finge que varios personajes se cartean; la correspondencia de dichos
-corresponsales es lo que constituye el libro. En esta obrita&mdash;dedicada
-á exaltar un heroísmo reflexivo, sereno&mdash;existe un capítulo dedicado
-al duelo. Contra el duelo se declara terminantemente uno de los
-carteantes, el principal, el que encarna el verdadero espíritu del
-autor. Contra el duelo se declara aun entre militares; diremos más:
-con mayor razón entre militares que entre paisanos. Las armas&mdash;dice
-Peñalosa&mdash;no pueden dar ni quitar valor á las palabras; las armas
-no pueden hacer que una imputación falsa sea verdadera. «¡Qué! Los
-discursos y palabras de un calumniador, ¿pueden erigirse en verdades
-inocentes con la punta del acero? De ese modo el vicio, la mentira,
-el honor ó la infamia estarían sujetas á la suerte de un desafío, y
-una sala de armas sería el santuario más augusto de la justicia.» Así
-escribe nuestro autor. Hay que despreciar la opinión de las gentes
-incultas ó malvadas&mdash;añade Peñalosa&mdash;; no procedamos en nuestras
-decisiones sino con arreglo á nuestra conciencia; con arreglo á la
-honradez, á la virtud, á la inteligencia.</p>
-
-<p>Uno de los personajes de este librito le reprocha á otro (militar) de
-haberse batido (con otro militar). En ejemplos ilustres de la antigua
-Roma apoya su argumentación; incontestable nos parece su dialéctica,
-fuerte y sutil. Además&mdash;añade&mdash;, ¿quién hubiera murmurado de tí si no
-te hubieras batido? «Tus generales, ¿no saben que tienes valor? ¿No
-has mostrado corazón en diez y seis acciones<span class="pagenum" id="Page_208">[Pg 208]</span> que has sufrido en siete
-meses?» «Pues si eres valiente con los enemigos de la patria, importa
-poco que seas cobarde con un hablador.» (Objeción: ¿y cuando el militar
-no ha tenido ocasión de estar en campaña? No se podrá utilizar entonces
-este argumento, aunque desde luego&mdash;claro es&mdash;se le suponga valeroso.
-El resto de la dialéctica del autor nos parece más convincente.)</p>
-
-<p>En 1806 aparece otro librito dedicado todo á combatir los desafíos.
-Lleva por título: <em>Impugnación físico moral á los desafíos dedicada
-á la memoria de Miguel de Cervantes.</em> (En una nota puesta en el
-cuerpo del volumen, en la página 81, se nos dice que Cervantes combatió
-el duelo.) El autor de este libro se esconde bajo el seudónimo de
-Lúnar y hace seguir su pseudónimo de las siguientes misteriosas
-iniciales: H. M. S. S. F. N. M. P. Sumamente interesante es esta
-<em>Impugnación</em>; lo más completo y circunstanciado que hemos leído
-sobre la materia se nos antoja. Los razonamientos del tal <em>Lúnar</em>
-son de varias clases: físicos, psicológicos, morales, fisiológicos.
-También el volumen está compuesto de una serie de cartas que cambian
-dos personajes. ¿Cómo pudieron los autores de hace ciento ó ciento
-cincuenta años exponer sus ideas sin este artificio de las cartas
-sentimentales, lacrimatorias y románticas, románticas antes del
-romanticismo? «¡Oh débil opinión del hombre!&mdash;exclama uno de los
-corresponsales&mdash;. En su errado concepto, Pepe, es un infame el infeliz
-que arrebató un pan, instigado del hambre y obedeciendo al terrible
-mandato de la<span class="pagenum" id="Page_209">[Pg 209]</span> Naturaleza, y colma de alabanzas al homicida que con
-ocultas insidias quitó un padre á su familia ó un ciudadano á la
-patria.» «¡Cuánto asesinato con la máscara del duelo!»&mdash;exclama más
-adelante.</p>
-
-<p>Lo verdaderamente notable en nuestro autor es la demostración
-minuciosa&mdash;y científica, digámoslo así&mdash;que hace de que en los duelos
-no puede haber igualdad de condiciones entre los combatientes.
-<em>Desigualdad espiritual</em>: no hay igualdad entre los combatientes
-porque no la hay entre sus ánimos, sus espíritus. Un ciudadano honrado,
-virtuoso, no puede ir al duelo con la impavidez con que va un pillete,
-ni conducirse en él con la misma serenidad. Al uno no le importa nada
-de nada; al otro le sobrecoge su responsabilidad, le impone su idea
-del deber, las consecuencias del acto&mdash;si fueren desgraciadas&mdash;para
-los suyos, para su familia. Consecuencia: la lucha es desigual; por
-lo tanto, inicua, criminal. Las páginas en que <em>Lúnar</em> hace esta
-exposición de doctrina son interesantísimas; no podemos dar sino un
-extracto. (Entre paréntesis: más tarde, allá por 1843, publica José
-Somoza su <em>Carta sobre el desafío</em>, y en ella dice que en los
-casos en que un ciudadano honrado y pobre, padre de familia, se bate
-con un rico&mdash;ésta es otra desigualdad&mdash;no debiera celebrarse el duelo
-sin antes asegurar, por medio de contrato, una renta ó indemnización el
-combatiente rico á la familia del pobre, en el caso de que éste muera ó
-quede inutilizado. Admirablemente dicho. Contundente lógica.)</p>
-
-<p><em>Desigualdad en las armas</em>: no puede haber<span class="pagenum" id="Page_210">[Pg 210]</span> nunca igualdad en las
-armas&mdash;prosigue <em>Lúnar</em>. Tal pretensa igualdad es una ilusión.
-Por muy idénticas que sean las espadas, siempre habrá una ligerísima
-desigualdad entre ellas, un detalle de fabricación casi imperceptible
-que hará que en un momento dado, en un instante supremo, exista una
-diferencia á favor ó en contra de uno de los combatientes. Lo mismo que
-de las espadas se puede decir de las pistolas. Nada más falso que la
-mayor igualdad que se atribuye á esta arma. <em>Lúnar</em> se nos muestra
-en esta parte de su libro como un conocedor técnico, profundo, de las
-armas de combate. La misma composición química de la pólvora, por
-ejemplo, puede ser motivo de desigualdad; motivo de desigualdad también
-la frotación, no idéntica (y ¿cómo podría serlo?) de la bala con el
-cañón. No podemos extractar esta sección del volumen de <em>Lúnar</em>:
-sería necesario citarlo por entero.</p>
-
-<p>Y ahora, después de dejar probada la desigualdad en las condiciones del
-duelo, el argumento supremo: aunque, por un milagro, se llegara á la
-absoluta y perfecta paridad, ¿cómo el cambio de unas balas, el cruzarse
-de dos espadas pudiera tener la eficacia de alterar los hechos? La
-verdad será verdad antes del duelo y lo será después; la mentira lo
-era antes y lo será después. Escribe <em>Lúnar</em>: «El que mintió, el
-que infamó al prójimo, el que usurpó, es tan falsario, detractor y
-usurpador antes del desafío como después de verificarlo para libertarse
-de alguna de estas notas». «Un millar de combates que sostenga por
-ello&mdash;agrega&mdash;no<span class="pagenum" id="Page_211">[Pg 211]</span> le añadirán una minutísima parte de razón; ni cuanta
-sangre derrame ajena y propia lavará la mancha de su delito; porque no
-hay fuerzas en lo humano para que no haya existido lo que una vez fué.»</p>
-
-<p>Digamos ahora dos palabras del <em>Delincuente honrado</em>. En realidad,
-bien mirada la cosa, en el drama de Jovellanos no se combate el duelo,
-pero la obra puede haber influído en la formación de la corriente
-contra el duelo. Ha influído, seguramente. Las obras literarias suelen
-tener una eficacia distinta de la que imagina el autor. No son, en
-la generalidad de los casos, lo que el autor dice que son. Aparte de
-esto, la posteridad, las generaciones y generaciones suelen ir formando
-<em>la verdadera obra</em>; una obra que, siendo igual, es distinta de
-como salió de la pluma del autor. Y aparte de esto&mdash;tercer aspecto de
-la cuestión&mdash;, muchas veces un matiz secundario de la obra aventaja
-formidablemente en eficacia y significación á la esencia, al fundamento
-de ella. Y así se forma el <em>mito popular</em> de la obra de arte. La
-ironía, sobre todo, sufre hondas alteraciones en literatura; se asemeja
-en esto á los colores de los cuadros. La ironía suele convertirse en
-sentir recto y serio, y aun en lo patético. Á tan corta distancia
-de nosotros&mdash;relativamente&mdash;Homais, el de <em>Madame Bobary</em>, por
-ejemplo, ya es distinto de como lo concibió Flaubert.</p>
-
-<p>En el <em>Delincuente honrado</em> no se condena el duelo en absoluto;
-lo que se hace es justificarlo sólo cuando existe una ofensa grave
-que, en virtud de las leyes del honor, obliga al desafío. No<span class="pagenum" id="Page_212">[Pg 212]</span> es
-lícito el duelo en general; sí lo es cuando hay motivo grave para
-ello, cuando hemos de dejar á salvo nuestro honor. Este es el
-pensamiento de Jovellanos. Pero en el drama hay un personaje que
-representa ideas reaccionarias y que es quien, á más de tener razón,
-encarna el verdadero espíritu progresivo. Este personaje&mdash;don Simón
-de Escobedo&mdash;opina y sostiene que tan culpable es el retado como el
-retador; tanto el que recibe la injuria como quien la infiere. Ante
-la ley todos deben ser iguales. Posición de Jovellanos: «Yo quiero
-evitar por medio del duelo la manera brutal, irregular, feroz de
-dirimir ó lavar una ofensa». Posición del personaje reaccionario
-del drama: «Yo quiero que todas las ofensas, disensiones, injurias,
-etc., se lleven ante los tribunales. Si se va al duelo, castíguese
-por igual á los dos contendientes». La segunda posición (contra el
-designio del autor) es más progresiva que la primera. Añadamos, para
-terminar, un dato importantísimo: este paladín del honor, en el drama
-de Jovellanos; este hombre tan celoso de su inmarcesibilidad; este
-prototipo de caballerosidad que el autor nos ofrece como modelo, no
-ha tenido inconveniente en casarse con la viuda del hombre á quien ha
-muerto, ocultándole á ella y á su padre&mdash;que le creen inocente&mdash;su
-acción. Él mismo lo reconoce así en un monólogo (escena VI, acto I), y
-dirigiéndose á su mujer, ausente de la escena: «... Te he conseguido
-por medio de un engaño». Pero ¿y el honor?</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_213">[Pg 213]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="EL_TEATRO_Y_LA_NOVELA">EL TEATRO Y LA NOVELA</h2>
-</div>
-
-
-<p>Hace algún tiempo publicamos un artículo hablando del teatro clásico
-y de la novela picaresca. Desagradó aquel trabajo; encontráronlo
-inconveniente los apasionados á ultranza de una tradición literaria
-cerrada, dogmática. Deseamos ahora ampliar&mdash;ratificándolos&mdash;algunos
-puntos de vista entonces, en la ocasión aludida, expuestos. Parece que
-no se puede hablar de los clásicos con espíritu libre; es prueba tal
-intransigencia de incultura. ¿Basta que sobre un autor haya pasado el
-tiempo&mdash;dos, tres, cuatro siglos&mdash;para que sea considerado intangible?
-Hoy podemos hablar cuanto nos plazca de un escritor contemporáneo
-nuestro; podemos decir: «No me gusta Echegaray, no me gusta Alarcón,
-no me gusta Núñez de Arce». Pero no podemos decir: «Me desagrada
-Calderón, me desagrada Quevedo; me desagrada Solís». Si lo decimos,
-la indignación de los austeros varones que parecen tener en depósito
-la tradición; la indignación, el sarcasmo y la burla de estos señores
-serán con nosotros. Sin embargo, ¿por qué no<span class="pagenum" id="Page_214">[Pg 214]</span> admitir en esta materia
-el espíritu de tolerancia, de diversidad de gustos que reina en otras?
-¿Por qué si podemos decir que no nos gusta más un paisaje andaluz que
-uno vasco&mdash;ó al revés&mdash;, no podremos afirmar que el teatro clásico no
-nos place nada y en cambio nos encanta el moderno? ¿Por qué no diremos
-que no nos interesa en lo más mínimo un drama de Calderón, y en cambio
-nos apasiona una tragedia de Ibsen ó de D’Annunzio?</p>
-
-<p>Existen muchas hipocresías, muchas <em>mentiras convencionales</em>
-respecto á la literatura clásica; el teatro, como género más plástico
-y de relieve, ha formado en su torno mayores y más indestructibles
-prejuicios. Nada más deleznable que nuestra clásica dramaturgia;
-cuando se representa por acaso alguna obra (después de podada y
-aliñada) fingimos experimentar un vivo placer estético. En realidad, no
-experimentamos nada; si fuéramos sinceros, lo diríamos á voces. Si esa
-obra se representa bien, las decoraciones, los trajes, los adminículos
-escénicos nos interesarán un poco; tal vez el arcaísmo del lenguaje
-nos atraiga también. Pero eso es sólo un momento y para un día; y eso
-es todo ello completamente ajeno al puro placer estético. ¿Cuántos
-espectadores tolerarían una serie&mdash;seis ú ocho&mdash;de representaciones
-clásicas? Haced otra prueba: coged una comedia clásica, modernizad el
-lenguaje y haced que los personajes vistan como nosotros, es decir,
-conservando la esencia de la obra; cambiadla hasta que desaparezca
-todo el arcaísmo de su forma. ¿Quién<span class="pagenum" id="Page_215">[Pg 215]</span> resistiría la representación de
-una obra tal? Sin embargo, salvo lo de los trajes, eso es, en fin de
-cuentas, lo que se hace con una obra de Shakespeare, que traducida
-del inglés á cualquiera otra lengua vemos representada en el lenguaje
-moderno. No sabemos cuántas representaciones de Lope ó de Calderón
-podrían darse en francés ó en inglés; no sabemos las que se han dado
-recientemente, ni en qué teatro, de <em>La estrella de Sevilla</em>, de
-Lope, traducida al francés por Camille La Senne...</p>
-
-<p>En las cátedras, academias y en los manuales de literatura se
-repiten respecto del teatro y de la novela picaresca dos ó tres
-tópicos fundamentales. Uno de ellos consiste en considerar el teatro
-clásico como un espejo de virtudes, como el reflejo de las grandes
-cualidades del pueblo castellano, como la escuela del honor, en suma.
-Nada más inconmovible que ese error. Nada más tremendamente falso
-que ese juicio. El teatro&mdash;lo mismo que la novela picaresca&mdash;abunda
-profusamente en desafueros, tropelías, vilezas é inmoralidades de
-todo género. Basta examinar de cerca una colección de comedias para
-convencerse de ello. ¿De qué manera ha podido nacer este falso concepto
-respecto á la dramaturgia clásica? ¿Cuándo ha comenzado á tomar cuerpo
-esta absurda idea? Sospechamos que desde el movimiento romántico
-arranca tal falsa visión; entonces, en los años en que se trataba de
-hacer resurgir un pasado&mdash;más ó menos convencional&mdash;, surgió, se fué
-formando, fué cristalizando la idea del teatro clásico espejo<span class="pagenum" id="Page_216">[Pg 216]</span> del
-honor. Revistió en España el romanticismo caracteres particulares; no
-revistió caracteres hondamente realistas, como en Francia (en oposición
-á la <em>idealización clásica</em>); tendencia fantaseadora más que
-realista, enamorada más de un pasado legendario que de una realidad
-viva, mezclada de cómico y de trágico, el romanticismo español había
-de mirar forzosamente el teatro clásico en sus apariencias y no en su
-íntima, profunda verdad. De entonces arranca el prejuicio, hoy tan
-arraigado en los medios universitarios y académicos.</p>
-
-<p>Pero no han faltado en España críticos que hayan señalado el verdadero
-carácter de la dramaturgia clásica; ya en 1737 lo hacía Luzán en su
-<em>Poética</em>; casi un siglo más tarde, en 1820, lo hacía también
-Marchena en el prólogo de sus <em>Lecciones de filosofía moral</em>.
-Algunas veces hemos tenido nosotros curiosidad en ir registrando, á
-lo largo de nuestras lecturas de los dramaturgos, las tropelías y
-desafueros cometidos por los personajes de las comedias antiguas. No
-es raro en ellas, por ejemplo, que un galán deshonre á su dama y la
-abandone luego; tampoco que la apalee, dejándola sola en el campo, una
-vez logrado su propósito. La mentira, el enlabio y las trapacerías son
-cosas frecuentísimas entre aquellos gentiles hidalgos.</p>
-
-<p>No hay nadie que no encubra una incorrección bajo las más floridas y
-retumbantes palabras. El caso que hemos citado de una dama apaleada y
-abandonada en las soledades de la campiña pertenece&mdash;si no recordamos
-mal&mdash;á <em>La romera de<span class="pagenum" id="Page_217">[Pg 217]</span> Santiago</em>, de Vélez de Guevara. Hablando
-de <em>El príncipe perfecto</em> (nada menos que <em>perfecto</em>), de
-Lope, dice Luzán: «No me parece que se pueda imaginar idea de príncipe
-más baja ni más indigna de la que allí se propone en la persona del
-príncipe don Juan». Hablando luego de <em>Las travesuras de Pantoja</em>
-y de <em>En el mayor imposible nadie pierda la esperanza</em>, las dos
-de Moreto, escribe también Luzán: «Son una escuela de crueldad, de
-venganza y de falso valor». Y el mismo juicio severo expone el crítico
-sobre otras muchas. Merece ser leída detenidamente esa parte de la
-<em>Poética</em>, de Luzán.</p>
-
-<p>Más tarde, en 1820, Marchena abunda en las mismas ideas. Ejemplos
-interesantes de comedias inmorales cita también. «Adolecen casi todos
-nuestros poetas dramáticos&mdash;escribe&mdash;del defecto capital de no retratar
-nunca un carácter verdaderamente virtuoso.» «Si miramos como escuela
-de moral la escena&mdash;dice más adelante&mdash;, apenas se hallará otra que
-más influya para estragar un pueblo que la española.» Exacto es ese
-juicio. Y no hablemos del concepto fundamental del honor expuesto
-por aquellos dramaturgos; concepto fundado en una desapoderada
-ansia de derramamiento de sangre. Todo esto en cuanto á la ética;
-si examináramos ahora la estética y la técnica, veríamos también
-que ese teatro no puede decirnos nada (salvo alguna excepción) á
-cuantos deseamos una dramaturgia fundada en la observación y en la
-verdad. Nuestra antigua dramática reposa toda en la casualidad, en la
-inverosimilitud; pedimos<span class="pagenum" id="Page_218">[Pg 218]</span> ahora lógica, <em>necesidad</em>, idealidad que
-se apoye en una base de sólido realismo.</p>
-
-<p>La misma falta de verosimilitud y de lógica, en la novela picaresca.
-El pretendido realismo de la novela picaresca no es mas que una
-deformación de la realidad. Realismo es reflejo exacto, escrupuloso,
-sincero de la realidad, no reflejo caricaturizado, hiperbolizado,
-deformado. Repásese cualquier novela picaresca y se encontrarán en ella
-frecuentemente lances inverosímiles, absurdos. Inverosímil en <em>El
-Lazarillo</em>, por ejemplo, el episodio de la llave que el mozuelo
-guardaba en la boca mientras dormía (en la aventura de Maqueda);
-inverosímil, el lance del jarrillo de vino con un agujerito tapado con
-cera. Inverosímil casi todo <em>El Celoso Extremeño</em>, de Cervantes
-(es decir, si no en lo fundamental, que puede ser histórico, en su
-trama). Inverosímiles, monstruosamente inverosímiles, casi todos los
-incidentes de <em>El Gran Tacaño</em>, de Quevedo.</p>
-
-<p>¿Qué pensar de una sociedad que no supo ver la realidad, como la
-sociedad española del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>; que no se colocó nunca,
-literariamente, nunca ó pocas veces, por excepción, en un terreno
-de observación sincera, escrupulosa, de amor cordial y humano á la
-realidad, á la vida? Hay excepciones, sí; pero ¿no es ésta, la marcada,
-la norma psicológica, ideológica, general? Y ahora, para terminar,
-añadamos que, al hacer la crítica del teatro citando textos de Luzán,
-no nos colocamos en el punto de vista de los estéticos afrancesados
-del siglo <span class="allsmcap">XVII</span>; compartimos con ellos la crítica,<span class="pagenum" id="Page_219">[Pg 219]</span> pero
-divergimos en la aspiración ideal. Aceptamos su reiterada condenación
-de la inverosimilitud y de lo absurdo; pero sobre una base de realidad,
-de minuciosa observación, queremos un impulso lírico, una libertad
-intelectual, una independencia estética, una rebeldía á toda regla y á
-todo canon que ellos no concebían.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_221">[Pg 221]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="MAS_DEL_TEATRO_CLASICO_CASTELLANO">MÁS DEL TEATRO CLÁSICO CASTELLANO</h2>
-</div>
-
-
-<h3 class="p2">I</h3>
-
-<p>Perdone el querido amigo Ricardo J. Catarineu&mdash;tan bondadoso y leal
-compañero&mdash;el que no nos hayamos hecho cargo antes, mucho antes,
-según nuestro deseo, de su artículo en defensa del teatro clásico
-castellano. Lo hacemos ahora; con placer aprovechamos cuantas ocasiones
-se nos presentan para afirmar nuestros puntos de vista críticos. ¿De
-cuándo arrancan las falsas ideas&mdash;falsas, en nuestro entender&mdash;que se
-tienen sobre el mencionado teatro? En dos grupos podemos clasificar
-esas preocupaciones respecto á la vieja dramaturgia; se refieren
-unas al valor <em>moral</em> de tal teatro; otras corresponden á su
-valor estético. Poco á poco, durante la segunda mitad del siglo
-<span class="allsmcap">XIX</span>, ha ido viéndose en el teatro clásico una «escuela del
-honor» (del honor castellano, naturalmente). La<span class="pagenum" id="Page_222">[Pg 222]</span> tendencia arranca&mdash;no
-es preciso decirlo&mdash;del entusiasmo que los primitivos románticos
-alemanes sintieron por ese teatro; de nuestras antiguas comedias esos
-críticos hicieron&mdash;un poco frívola y atolondradamente&mdash;el dechado de
-la caballerosidad y de la hidalguía. (La verdadera realidad es otra,
-como veremos después.) Repercutió en nuestra casa ese entusiasmo;
-seguimos desde dentro la corriente iniciada fuera; nos halagaba ese
-pasado&mdash;pasado literario&mdash;que de pronto surgía esplendoroso, brillante;
-los académicos, catedráticos y políticos adoptaron con entusiasmo
-ese punto de vista... Y allá fueron tópicos fervorosos, hipérboles,
-encarecimientos, lirismos, apóstrofes, etc., basados en la indicada
-«escuela del honor», que el teatro clásico nos ofrece. Recuérdense,
-entre otros trabajos, los discursos académicos de don Mariano Catalina
-y de don Adelardo López de Ayala.</p>
-
-<p>Pero como la verdad era otra, la verdad, acá y allá, fragmentariamente,
-á retazos, iba apareciendo. No es en estos días cuando el teatro
-clásico ha sido juzgado del modo como nosotros&mdash;siguiendo á otros
-críticos&mdash;lo juzgamos. Como argumentos de autoridad citaremos algunos
-de estos juicios; pertenecen á escritores de distintas escuelas,
-países y tendencias. Comencemos por Goethe. Conocida es su crítica de
-<em>La hija del aire</em>, de Calderón. «Juzgar esta comedia&mdash;escribe
-Goethe&mdash;es juzgar todas las del autor.» «No tiene Calderón&mdash;añade&mdash;una
-manera original de ver la Naturaleza; todo en él es puramente teatral,
-escénico.»<span class="pagenum" id="Page_223">[Pg 223]</span> «La inteligencia descubre fácilmente el plan; las escenas
-se desenvuelven siguiendo una marcha que recuerda las piezas de
-baile.» (Luego veremos cómo un crítico inglés&mdash;Jorge Meredith&mdash;ve
-también en nuestro teatro clásico una especie de baile.) «Buen
-procedimiento&mdash;añade Goethe&mdash;y que se encuentra en nuestras óperas
-cómicas modernas.» (¿Qué dicen los casticistas oficiales? ¡Comparar
-una de nuestras comedias clásicas con una ópera cómica!) «Entre las
-escenas consagradas al desarrollo poético de la acción principal se
-deslizan escenas intermediarias; aquí se mueven elegantes y delicadas
-figuras que parecen ejecutar pasos de danza; aquí reinan la retórica,
-la dialéctica, la sofística.» (Sigue la idea del bailable... y además,
-la retórica, la dialéctica y la sofística.) Goethe compara luego, con
-palabras profundas, á Calderón con Shakespeare; la página debe ser
-leída en su integridad; algo dice el crítico de «tenebrosos prejuicios»
-y de «estolidez», que, no haciendo falta para nuestra argumentación, no
-debemos recoger aquí.</p>
-
-<p>Jorge Meredith ha hablado de nuestro teatro clásico&mdash;brevemente&mdash;en
-su <em>Ensayo sobre la comedia</em>. He aquí, completo, el juicio del
-crítico inglés: «El teatro español es más rico en comedias tales
-como la que ha dado origen al <em>Menteur</em>, de Corneille; pero es
-preciso que nos violentemos para creer que ese embustero no exagera
-sus disposiciones naturales cuando amontona mentiras sobre mentiras».
-(Acusación de falta de verdad, de defecto de observación exacta,
-real.) «La comedia<span class="pagenum" id="Page_224">[Pg 224]</span> española&mdash;continúa el autor&mdash;está, generalmente,
-construída como un esqueleto de líneas generales bien definidas, de
-movimientos rápidos como los de los fantoches. Esa comedia podría
-ser representada por una cuadrilla de danzarines, y el recuerdo que
-nos queda de su lectura es, en suma, el de una agitación de pies que
-bailan.» (No decía otra cosa Goethe.) «Esa comedia es, finalmente, cosa
-distinta de la verdadera comedia. Donde los sexos están separados,
-los hombres y las mujeres se convierten, como dicen los portugueses,
-en <em>affaimados</em>, hambrientos los unos de los otros. Don Juan es
-un carácter dramático que hace desvanecer las almas; el devaneo de
-destrozar los corazones de una docena de mujeres no concilia la musa
-cómica precisamente con la efusión de sangre.» (No sabemos á punto fijo
-lo que quiere decir Meredith con esto último. Meredith escribe, poco
-más ó menos, como Stendhal escribía, á trancas y á barrancas y hablando
-de todo y aludiendo á las cosas más incongruentes... en la apariencia.
-El <em>Ensayo</em>, de Meredith, puede colocarse al lado del <em>Racine y
-Shakespeare</em>, de Stendhal.)</p>
-
-<p>Hemos dicho que son dos los puntos de vista desde que se puede juzgar
-el teatro clásico castellano: el moral y el estético. En las citas que
-hagamos á continuación irán mezclados los dos criterios. Vengamos á
-la crítica española. Menéndez y Pelayo, al hablar en sus conferencias
-sobre Calderón (1881, reeditadas luego con correcciones) del teatro
-de este dramaturgo, dice algo que debemos<span class="pagenum" id="Page_225">[Pg 225]</span> tener en cuenta. Calderón
-profesó, como sus coetáneos, «la moral del honor, moral relativa,
-detestable en muchos casos y opuesta á la moral cristiana, y sostuvo
-tesis como la de <em>A secreto agravio secreta venganza</em>, y extremó
-el espíritu vindicativo, duelista y de punto de honra, y con esto y con
-ciertas ligerezas, ya que no liviandades, de sus damas y sus galanes,
-dió pie á las declamaciones de algunos moralistas»... Á Luzán, según
-el mismo Menéndez y Pelayo, «no le falta razón» al hablar de que las
-comedias clásicas parecen «vaciadas en el mismo troquel, pareciéndose
-unos á otros, hasta confundirse, los galanes, las damas, los padres,
-los hermanos». En fin, el propio Menéndez y Pelayo, hablando de
-Shakespeare, confiesa que «efectivamente, el desarrollo de los afectos
-en Calderón es superficial» y que «sólo por intervalos alcanzan sus
-personajes la expresión verdadera y humana».</p>
-
-<p>No olvidemos que quien habla es un apologista del pasado literario;
-apologista intransigente en su mocedad, en 1881, y que las frases
-copiadas fueron dichas en conferencias solemnes hechas con motivo de
-una apoteosis oficial de Calderón. Años antes, en 1854, otro escritor,
-también netamente ortodoxo (y que había de ser más tarde académico),
-Gavino Tejado, exponía también algunos juicios idénticos á los
-expuestos luego por Menéndez y Pelayo; y los exponía en un trabajo
-escrito para celebrar y exaltar la literatura clásica castellana.
-(«Ensayo crítico sobre algunas épocas de la literatura española», en
-la <em>Revista Española<span class="pagenum" id="Page_226">[Pg 226]</span> de Ambos Mundos</em>, correspondiente á Enero
-del año citado. Interesante, curioso trabajo por el juicio que en él
-se hace desde el punto de vista católico, de las comedias de Moratín.)
-Nuestra literatura clásica, y en especial el teatro, según Gavino
-Tejado, tendía «más á retratar en sus obras la vida externa, que al
-análisis erudito y entrometido de los afectos y de las ideas; es decir,
-de la vida interior». (Con otras palabras: carencia de observación
-psicológica, superficialidad en el estudio de los caracteres. ¿Qué le
-queda á una literatura donde esto pasa? No hablamos nosotros; habla un
-panegirista entusiasta, fervoroso, de nuestro pasado literario.)</p>
-
-<p>«El carácter que más resalta en la forma de nuestro antiguo
-teatro&mdash;escribe también Tejado&mdash;es la uniformidad, y casi pudiéramos
-decir, la monotonía de sus elementos constitutivos, que nos representa
-como vaciados en un mismo molde á los ingenios y las obras de aquella
-edad eminentemente literaria.» (Si todos los autores son lo mismo, y
-si todos son superficiales psicólogos, ¿qué hacemos de nuestra vieja
-dramaturgia?)</p>
-
-
-<h3 class="p2">II</h3>
-
-<p>Hemos citado anteriormente la <em>Revista Española de Ambos Mundos</em>;
-en uno de los números de dicha publicación (el correspondiente
-á Noviembre de 1854) se publicó un interesante trabajo del<span class="pagenum" id="Page_227">[Pg 227]</span> que
-vamos á tomar algunos datos. El trabajo aludido se titula <em>El
-Romanticismo</em>, y es su autor el aragonés don Gerónimo Borao,
-conocido por su diccionario de aragonesismos. Merece leerse el estudio
-de Borao; deben leerlo los historiadores y críticos de nuestra
-literatura. No hemos tenido por acá un prefacio de <em>Cromwell</em>; es
-decir, un manifiesto en que elocuentemente, audazmente, se expusiera
-y propugnara la nueva tendencia estética. Nuestro romanticismo no ha
-tenido nada de espontáneo, de hondo, de nacional; cosa superficial
-y pegadiza, nació por contagio de las literaturas extranjeras: de
-la francesa, en Castilla; de la inglesa, en Cataluña. ¿Hay nada
-más hueco, palabrero, incongruente y sin emoción que la poesía de
-Zorrilla? (Correspondencia de literatura á literatura: de 1845, por
-ejemplo, el libro de leyendas de Zorrilla titulado <em>El desafío del
-diablo</em>&mdash;Boix, editor. De 1843 son <em>La muerte del lobo</em> y <em>La
-salvaje</em>, de Alfredo de Vigny... Hugo y Lamartine ya habían dado
-espléndidos frutos.)</p>
-
-<p>Pero, si algo retrasado, el estudio de Borao es una defensa vigorosa,
-minuciosa y original del romanticismo. Tenemos este trabajo por lo más
-exacto y fundamental que se ha escrito sobre la materia; algunos de los
-argumentos expuestos en estas páginas se repiten en el día y suenan á
-nuevo. (No olvidemos el prefacio de <em>Cromwell</em>, ni la parte que
-en su libro <em>Racine y Shakespeare</em> dedica Stendhal á definir y
-defender el romanticismo. El trabajo de Stendhal es de 1823 y el de
-Hugo de 1827.) Borao, por ejemplo, expone la idea<span class="pagenum" id="Page_228">[Pg 228]</span> del romanticismo
-de Racine y Corneille; idea que recientemente desenvolvía con sutil
-ingenio un crítico francés: Emilio Faguet. Borao rechaza la estética
-clasicista como impropia de una nueva modalidad social. «Cuando en
-nuestros días&mdash;escribe&mdash;se ha desplegado por completo la revolución de
-las ideas; cuando se han desmoronado los caducos y ominosos edificios
-del feudalismo y de la intolerancia; cuando todo es nuevo para nosotros
-y todo es preciso que tenga su definición, su justificación, su examen
-filosófico, ¿quiérese conservar para este orden de acontecimientos,
-para este reciente planteo de nuestra civilización, la acompasada
-tragedia clásica, el círculo de sus héroes, los caprichos de su
-estructura, las leyes de su ya imposible composición?» La literatura es
-un producto social. ¿De qué modo, en virtud de qué, se quiere imponer
-á una sociedad la norma estética, la sensibilidad que otra, allí en la
-lejanía de lo pretérito, ha producido?</p>
-
-<p>Una cita hace el autor de este estudio que queremos reproducir íntegra.
-Hablando del concepto erróneo que se tiene del clasicismo, transcribe
-Borao unas palabras que el helenista don Braulio Foz estampa en su
-<em>Literatura griega</em>, impresa en Zaragoza el año 1853. «Ningún
-poeta griego&mdash;escribe Foz&mdash;fué clásico, del modo que aquí entendemos
-esta palabra, en las grandes épocas de su literatura; porque ni
-padecieron el yugo infeliz de la imitación, ni se ajustaron á las
-formas arrugadas del didactismo (que no existía), ni se educaron en el
-servilismo de costumbres enemigas de la<span class="pagenum" id="Page_229">[Pg 229]</span> marcha libre y generosa del
-entendimiento. Aristóteles mismo no hubiera criado verdaderos clásicos;
-su <em>Poética</em> no es lo que después han sido las de sus pedantes
-intérpretes y sucesores.» Importa mucho esta cita, porque en ella se
-halla contenida la verdadera doctrina del clasicismo (y de lo castizo);
-profesores, eruditos, académicos propugnan y fomentan el culto á lo
-antiguo <em>por lo antiguo</em>. Se es clásico&mdash;y se es castizo&mdash;, no por
-la observación de la vida, no por la emoción y la fuerza que se ponga
-en la obra de arte, sino por el giro que se dé á la frase, plasmándola
-sobre la frase de los autores del siglo <span class="allsmcap">XVI</span> ó <span class="allsmcap">XVII</span>
-(este último más culto, más retorcido, más artificioso que el
-anterior). Pero los griegos y los romanos no hicieron lo que han hecho
-sus imitadores franceses y españoles de las centurias decimaséptima
-y décimoctava; pero Cervantes, Lope, Luis de León, etc., no han
-hecho tampoco lo que ahora, copiándoles, calcándoles, hacen algunos
-inocentes novelistas y poetas. El verdadero clasicismo está&mdash;como en la
-antigüedad helénica y como en la España de Cervantes&mdash;en observar la
-vida y en trasladarla, con emoción, con sentimiento, á la novela, al
-teatro y al poema.</p>
-
-<p>Hechas estas indicaciones sobre el estudio de don Jerónimo Borao,
-vengamos ya, concretamente, á nuestro asunto. Hemos hablado de las
-abundantes licencias é inmoralidades de nuestro teatro clásico. «La
-licenciosidad&mdash;escribe Borao&mdash;campea sin escrúpulos en el teatro de
-los religiosísimos Lope y Calderón, y del religioso mercedario Téllez,
-no aduciendo nosotros prueba alguna en<span class="pagenum" id="Page_230">[Pg 230]</span> favor de esta proposición, por
-parecernos cosa concedida y porque tendríamos que manchar la pluma
-con obscenidades que hoy no son recibidas bajo ningún pretexto.»
-(Recordemos que en la colección de comedias clásicas publicada, á
-principios del siglo <span class="allsmcap">XIX</span>, por Gorostiza y García Suelto, se
-ven sustituídos por líneas de puntos muchos pasajes de comedias de
-Tirso.) El teatro clásico castellano se ha dicho que es representación
-del honor y de la caballerosidad; imprudente y atolondradamente algunos
-escritores académicos han llegado en este sentido á encarecimientos é
-hipérboles ridículos. Borao no quiere dar en su trabajo&mdash;como acabamos
-de ver&mdash;muestras de las licenciosidades que en las comedias clásicas
-abundan; pero cita, sí, otros ejemplos de hechos, que dejan malparados
-el honor, la humanidad y la civilización de quienes los realizan.
-Muchos más pudieran aducirse. Los reproduciremos en abono de nuestra
-tesis.</p>
-
-<p>En <em>La devoción de la Cruz</em> Eusebio mata en duelo al hermano
-de su amante Julia, se hace bandolero, escala el convento en donde
-aquélla se encuentra y viene ésta á ser bandolero y asesino como
-él. En el <em>Castigo sin venganza</em>, de Lope, Federico ama á la
-esposa de su padre el duque de Ferrara, y éste le obliga á que mate
-á un reo cubierto, que se descubre ser Casandra, y le da muerte
-al punto, por medio de sus guardias como á regicida. En <em>No hay
-cosa como callar</em>, de Calderón, Juan halla dormida á Leonor,
-apaga la luz, tápale la boca, y cuenta después con descaro cínico<span class="pagenum" id="Page_231">[Pg 231]</span>
-los pormenores de su perversidad. En <em>Amigo, amante y leal</em>,
-el príncipe de Parma dice á Félix que quiere gozar con poder ó con
-violencia á Aurora, amada de su interlocutor. En <em>La Villana de
-Vallecas</em>, ésta es deshonrada y después entretiene falsamente á
-un don Juan y engaña torpemente á un labrador. En <em>Don Gil de las
-calzas verdes</em> se presenta Juana como la anterior, y para que no se
-dude, con sucesión, consiguiendo enlazarse con don Martín, en fuerza
-de perseguirlo disfrazada de hombre. En <em>El condenado sin fe</em>,
-de Tirso, un asesino ajusticiado es conducido por ángeles al cielo,
-mientras un ermitaño es condenado por un instante de duda. En <em>Marta
-la piadosa</em>, ella y su hija abrazan á un mismo amante. En <em>La
-dama presidente</em>, de Leiva, Ana, que odiaba el amor, se agencia
-un galán, le hace firmar de esposo, le da una daga para que la mate
-y lo aburre hasta hacerle decir que «tras de la posesión se entra
-el aborrecimiento». En <em>Todo es enredos de amor</em>, de Moreto,
-Elena sigue vestida de estudiante á Félix, que no la conocía; sirve
-en casa de su novia, le desacredita con ella y concluye por casarse
-con él... Recordemos también el modo brutal como muchos amantes
-tratan á sus amadas; bofetadas, palizas, abandonos en medio del campo
-son frecuentes en las comedias clásicas. En <em>La Dorotea</em>, de
-Lope, libro autobiográfico, ¿no se habla de un bofetón propinado por
-Fernando&mdash;Lope&mdash;á Dorotea, ó sea á Elena Ossorio? (También la madre
-de la muchacha, enfurecida, colérica, coge á ésta por los cabellos
-violentamente y la maltrata.)</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_232">[Pg 232]</span></p>
-
-<p>Todo esto en cuanto al teatro que inaugura y representa Lope de
-Vega. En el período anterior, la dramaturgia llamada propiamente
-clásica&mdash;imitación del teatro griego&mdash;ofrece asimismo considerable
-cantidad de horrores. Transcribiremos los casos que cita nuestro autor.
-En <em>La libertad de Roma</em>, de Juan de la Cueva, hay desorejaduras,
-desnarigaduras y quema pública de un cadáver. En <em>Los siete infantes
-de Lara</em>, del mismo, doña Lambra es quemada, y en <em>El príncipe
-tirano</em>, éste hace que Trasildoro abra una sepultura para cuando
-nazca su hermana, y los entierra después de matarlos; esto sin la
-sencillez (al cabo es una prueba judicial) de dar tormento á varios
-personajes. En <em>La cruel Casandra</em>, de Virués, los muertos son
-ocho, cinco en la escena, no quedando en pie sino el rey y unos
-criados. En la <em>Semíramis</em>, del mismo, Nino quiere casarse
-con la esposa de Menon; éste se ahorca; ella se declara á Zopiro,
-á quien después mata; se casa con Nino, y más tarde lo destrona y
-envenena, y se declara al cabo á su hijo Ninos, de quien recibe la
-muerte. En <em>Atila</em>, el rey mata á la reina para casarse con
-Celia, es envenenado por Flaminia, mata á aquélla, ahoga á ésta, y
-muere él propio haciendo compañía á cincuenta y seis personajes, que
-no son menos los muertos en esa tragedia de Virués. En <em>La infeliz
-Marcela</em>, del mismo autor, Felina trata de envenenar á su amante
-Formio; éste, intentando antecogerle el golpe, envenena á Marcela, y el
-príncipe Laudino mata á todos. En la <em>Nise laureada</em>, de Bermúdez,
-un guardia escupe á los tres nobles<span class="pagenum" id="Page_233">[Pg 233]</span> que causaron la muerte de Inés,
-el rey cruza la cara á Coello con un látigo, el verdugo saca el
-corazón á los tres, y después se procede á la quema de sus cadáveres.
-En la <em>Isabela</em>, de Argensola, mueren ella y Muley, el rey mata
-á Eudalla, Aja mata al rey, y todo esto sucede con acompañamiento
-de hogueras, suplicios, cadáveres y dos cabezas cortadas. En la
-<em>Alejandra</em>, del mismo, Acoreo mata al rey, á la reina y á su
-esposa, Luperio es destrozado, Alejandra envenenada, Acoreo muerto,
-Orodante apuñalado por una princesa y ésta despeñada...</p>
-
-<p>¿Desea algo más el lector? Ni el teatro <em>clásico</em> de Cueva, ni
-el <em>romántico</em> de Lope, pueden ser presentados como ejemplos de
-humanidad. Más vale el segundo que el primero desde el punto de vista
-artístico; pero no es gran cosa su trascendencia estética... Nos quedan
-por hacer unas breves consideraciones.</p>
-
-
-<h3 class="p2">III</h3>
-
-<p>Recapitulemos... Por acaso, y de tarde en tarde, se encuentra en el
-teatro clásico una obra que merezca alguna consideración. ¿Habrá alguna
-que supere en trascendencia y en poesía á <em>La vida es sueño</em>?
-Sin embargo, esa obra de Calderón no pasa de ser un embrión de obra
-maestra; el pensamiento es admirable; su pensamiento encierra un
-hondo simbolismo; hay en toda esa concepción<span class="pagenum" id="Page_234">[Pg 234]</span> grandeza ó idealidad.
-Pero vemos, después de la primera lectura, sin necesidad de detenido
-examen, que <em>La vida es sueño</em> no pasa de ser un boceto de drama,
-un rudimento, soberbio, sí; mas, al cabo, un rudimento. El autor no
-acertó á desenvolver la idea del drama con toda su plenitud, con toda
-la majestad y fuerza debida. Junto á la fábula principal&mdash;que debió ser
-única&mdash;, Calderón, falto de vigor y de inspiración, ha tenido que tejer
-otra intriga&mdash;infantil y absurda&mdash;con objeto de rellenar lo que faltaba
-para el drama. De haberse penetrado de la grandeza de la idea principal
-y de haber contado con vigor bastante para desenvolverla cumplidamente,
-el autor hubiera llegado á hacer de <em>La vida es sueño</em>, no un
-boceto&mdash;que es en lo que ha quedado&mdash;sino una verdadera y robusta obra
-maestra.</p>
-
-<p>Y si esto se puede decir de una de las pocas obras capitales del teatro
-clásico, ¿qué no se podrá decir del común de todas las demás comedias?
-Ahí está <em>El mágico prodigioso</em>, y nada más inconsistente,
-estrafalario é inverosímil. («Hay en el desarrollo de la obra&mdash;escribe
-Menéndez y Pelayo&mdash;puerilidades verdaderamente indignas de Calderón y
-del asunto.») Ahí está <em>El alcalde de Zalamea</em>&mdash;cuyo desenlace nos
-repugna&mdash;, en el cual la emoción delicada sólo aparece en la escena
-entre Pedro Crespo y don Lope de Figueroa. En las comedias llamadas
-de capa y espada (y que pudieran llamarse de <em>alacena y balcón</em>)
-lo absurdo y lo infantil llegan á grados increíbles. Galanes que
-encuentran á otros galanes, ó al padre, ó al<span class="pagenum" id="Page_235">[Pg 235]</span> hermano, y que han de
-esconderse en una alacena; galanes que se arrojan por el balcón; damas
-que se disfrazan de hombre y no son reconocidas por sus amantes ni por
-sus padres: una intriga dentro de otra intriga, y estas dos, á su vez,
-dentro de otras... tal es, sumariamente, en esquema, el procedimiento
-usual de nuestros dramaturgos; ellos mismos comprenden la puerilidad de
-todo este juego y así, de cuando en cuando, lo ponen en ridículo por
-medio de alguna observación humorística de un criado.</p>
-
-<p>Por ejemplo, en <em>La niña de Gómez Arias</em>, de Calderón (donde un
-galán, dicho sea de pasada, abandona á su amada en medio del campo,
-y luego más tarde la vende, así como suena, la vende á un capitán
-de bandoleros moriscos); en <em>La niña de Gómez Arias</em>, al tener
-que esconderse un galán porque llega otro, dice el criado de aquél:
-«Siempre vi suceder de esta manera este paso»... (En el <em>Shylock</em>,
-de Shakespeare, Bassanio, que ya es prometido de Portia, no reconoce
-á ésta, de quien se acaba de separar, cuando, vestida de hombre, hace
-de juez ante el tribunal, y cuando á él mismo le pide el anillo que no
-mucho antes le había dado. Lo que nos parece absurdo en Lope y Calderón
-nos lo parece también en Shakespeare.)</p>
-
-<p>En el artículo de Gavino Tejado, que anteriormente mencionamos, dice
-este autor hablando de nuestro teatro clásico: «Nuestra poesía clásica
-es el triunfo permanente del espíritu sobre la materia; los intereses
-puramente mundanales, los que<span class="pagenum" id="Page_236">[Pg 236]</span> llamamos intereses positivos en estos
-tiempos de materia y de prosa...» (¿Por qué son estos tiempos&mdash;los
-de 1854&mdash;de materia y de prosa? ¿Por qué no lo eran también los de
-1654, por ejemplo? Todos los tiempos son de materia y de prosa...
-ó no lo son.) «... en estos tiempos de materia y de prosa, apenas
-tienen espacio ni lugar en nuestra literatura; por eso no hay en ella
-nada que repugne...» (Recuerde el lector la multitud de casos citados
-en el artículo II.) Una literatura en que no se ve el reflejo de
-los <em>intereses materiales</em>, es decir, de la materia, es decir,
-de la realidad, es decir, de la vida cotidiana y corriente, es una
-literatura sin apoyo ninguno en el mundo, sin base sólida de verdad y
-de observación; una literatura fantaseadora, artificiosa, deleznable.
-No se ha podido&mdash;en general&mdash;formular un más acertado juicio acerca
-del teatro clásico y de la novela picaresca. La realidad se halla
-profundamente falseada en esos dos géneros.</p>
-
-<p>Esta cuestión de la falta de observación de la realidad que se
-nota en la novela y en el teatro está íntimamente ligada al
-problema&mdash;antaño tan debatido&mdash;de la ciencia española. En la <em>Revista
-Contemporánea</em> (números del 15 de Agosto de 1876 y 15 de Abril de
-1877) expusieron su argumentación Manuel de la Revilla y José del
-Perojo; deben ser leídos esos trabajos detenidamente; sus principales
-observaciones no han podido ser rebatidas. No ha habido entre
-nosotros un vigoroso, continuado, escrupuloso pensamiento filosófico
-y científico; un ambiente, en fin, de amor á<span class="pagenum" id="Page_237">[Pg 237]</span> la vida, por las mismas
-razones por que no han existido un teatro y una novela basados en
-la realidad. ¿Cómo pudiera haber ese ambiente cuando la literatura
-dramática y la novelesca eran lo que eran? Si exceptuamos el caso de
-Cervantes&mdash;y algunos otros&mdash;, ¿qué escritores han dado entre nosotros
-una visión amorosa, honda y ecuánime de realidad? Cuando se hable de
-presiones ó de determinadas influencias que han podido evitar, coartar
-el desenvolvimiento del pensamiento científico, será preciso tener
-en cuenta el caso de la novela y el teatro. Sí, se pudo coartar la
-libertad de la investigación de la realidad&mdash;concedámoslo&mdash;; pero, ¿de
-qué manera el literato que tenía la realidad ante él y pudo reflejarla
-escrupulosamente, no lo hizo? ¿Cómo la observación no se ejercitó en el
-arte literario? ¿Por qué, lejos de esto&mdash;y salvo excepciones&mdash;, dió en
-lo absurdo y en lo caricaturesco? El campo, sin embargo, estaba libre;
-el artista no era probable que encontrara trabas ni obstáculos para su
-obra; no los encontró para su deformación de la realidad: menos pudo
-encontrarlos para el reflejo escrupuloso y cordial de la vida.</p>
-
-<p>En 1841 don Nicomedes Pastor Díaz escribía en <em>El Conservador</em>
-un artículo, recogido luego en el tomo III de sus obras completas, en
-que hablaba de la novela en España. No se explicaba Pastor Díaz cómo,
-cuando en Francia escribían novelas Balzac, Sand, Hugo, Vigny, en
-España no se cultivase este género. «Repetimos&mdash;decía el autor&mdash;que
-se nos oculta la causa de este fenómeno.» La causa de este fenómeno
-es que no puede haber<span class="pagenum" id="Page_238">[Pg 238]</span> novela sin observación de la realidad, y que
-este espíritu, este amor, esta comprensión, aún no había comenzado á
-despertarse entre nosotros. Cuando escribía Pastor Díaz, en 1841, ya
-hacía seis años que Vigny había publicado los soberbios relatos de
-<em>Grandeza y servidumbre militares</em>; relatos de una fuerza, una
-sobriedad y una emoción tales como no han sido sobrepujados por las
-modernas páginas de un France, un Barrès ó un Lemaitre. ¿Cómo se hacía
-aquí el género novelesco en esa época, en 1835?</p>
-
-<p>Terminemos. Philarete Chasles, en sus <em xml:lang="fr" lang="fr">Études sur l’Espagne</em>,
-publicados en 1847, compara nuestro teatro clásico al moderno
-periodismo. «En el siglo <span class="allsmcap">XVII</span> el drama&mdash;escribe
-Chasles&mdash;representaba el papel de nuestra prensa.» «Todos los
-acontecimientos, todos los recuerdos, todas las ideas, todas las
-locuras, todas las esperanzas creaban algún drama nuevo.» «Lope
-y Calderón obraron en su época como brillantes periodistas:
-¡valientemente, vivamente, con pompa y ligereza!» Comparar las comedias
-clásicas á las brillantes crónicas de los periódicos, no está mal.
-Acaso tuviera razón Philarete Chasles...</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_239">[Pg 239]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="LOS_ESPANOLES">LOS ESPAÑOLES</h2>
-</div>
-
-
-<p>De don Francisco Gregorio Salas hemos hablado en alguna ocasión.
-(Véase, si se quiere, nuestro libro <em>Clásicos y modernos</em>.)
-Conocemos de Salas sus <em>Parábolas morales, políticas y
-literarias</em>, especie de fábulas en prosa; su <em>Observatorio
-rústico</em>, librito precioso para el estudio del idioma castellano;
-la <em>Colección de los epigramas y otras poesías críticas, satíricas
-y jocosas</em>. De todos sus libros, el más popular, aquel de que se
-han hecho más ediciones es el <em>Observatorio</em>. Pero todos los
-ejemplares de todos los libros de Salas que se encuentran en los
-baratillos aparecen sumamente grasientos, sobados y manoseados; señal
-de que han sido muy leídos. Salas tiene reputación&mdash;merecida&mdash;de
-escritor prosaico, chabacano; se le cita de raro en raro como modelo
-de vulgarismo. Mas lo que no se añade&mdash;y esto salva su nombre&mdash;es
-que en su poesía alienta un vivo y curioso espíritu de observación.
-Don Francisco Gregorio vivía pobre y apaciblemente; se le quería por
-su bondad; él iba poquito á poco devaneando<span class="pagenum" id="Page_240">[Pg 240]</span> por el mundo (digo por
-Madrid) y escribiendo sus versitos, llenos de una candorosa malicia y
-de una pulcra realidad.</p>
-
-<p>De don Francisco Gregorio ha dejado un retrato Moratín; en otros
-autores de la época hay también tal cual alusión. Hemos encontrado, por
-ejemplo, una referencia en un librito titulado <em>La Amalia ó cartas
-de un amigo á otro residente en Aranjuez</em>. Su autor se llamaba don
-Ramón Tamayo y Calvillo. Pues don Ramón habla elogiosamente de don
-Francisco. La novelita&mdash;escrita en cartas&mdash;es una imitación de otro
-escritor también original... á su manera, y también desconocido: Mor de
-Fuentes. (Ha llegado la hora, señores míos, de hacer justicia á estos
-pequeños clásicos ignorados. No hay más remedio.) Don Ramón, que es un
-erudito, escribe así en una de las cartas de <em>La Amalia</em>, ó mejor
-dicho, escribe uno de los personajes de la fábula: «Anoche, después
-de haber hablado con nuestro sabio don Francisco Gregorio de Salas,
-me ocurrió tomar la pluma para escribir la conversación que tuvimos y
-él dedujo de las obras de sus amigos Marcial, Valbuena y Argensola,
-cuyas circunstancias, si no las elevase á tu noticia, creerías que
-era un hombre extravagante»... (No sabemos, á primera vista, lo que
-quiere decir don Ramón. Luego vemos, fijándonos, que el autor tuvo
-una conversación con don Francisco y que éste dijo tales cosas,
-apoyándose en Marcial, Valbuena y Argensola&mdash;un poco incongruente es
-este manojo&mdash;, que si él, don Ramón ó su personaje, citara las palabras
-de Salas<span class="pagenum" id="Page_241">[Pg 241]</span> sin añadir las autoridades en que éste las apoyaba, se le
-tendría por un extravagante. ¡Qué misterioso es todo esto! ¡Caramba!)</p>
-
-<p>En la <em>Colección</em> de sus poesías, «nuestro sabio amigo don
-Francisco»&mdash;como decía Tamayo y Calvillo&mdash;dedica unas páginas á trazar
-el retrato moral ó etopeya de los habitadores de las distintas regiones
-españolas. Hay cosas curiosas en este librito; por ejemplo&mdash;todo en
-verso, desde luego&mdash;, las razones que da el autor para no imprimir sus
-libros por cuenta propia, los motivos que alega para tener criados y no
-criadas en su casa, la descripción que hace del «ajuar ó muebles que
-vió el autor en varias casas». Dejando todas estas curiosidades aparte,
-nos ocuparemos, según hemos prometido en el título, de los retratos
-españoles. El autor titula esta parte de su libro «Juicio imparcial
-ó definición crítica del carácter de los naturales de los reinos y
-provincias de España».</p>
-
-<p>Lo primero que hace Salas es darnos una pintura del español «en
-general». El español es honrado, valiente, cauto, etc.; tiene ingenio,
-despierto; no le falta disposición natural para las empresas. Pero
-al español «le falta aplicación» (en eso estamos), y por eso se
-puede decir de él que es «un tesoro escondido». Después de esto, don
-Francisco la emprende con Castilla la Vieja. Los castellanos viejos...
-Pero antes permítame el lector&mdash;¡guarda Pablo!&mdash;que advirtamos que
-nosotros no hacemos mas que transcribir lo que dice el sabio don
-Francisco; lejos, muy lejos de nuestro ánimo está el hacer una terrible
-labor antipatriótica. Continuemos:<span class="pagenum" id="Page_242">[Pg 242]</span> el castellano viejo es hombre
-franco y bien intencionado; se le puede buscar para que nos dé un buen
-consejo. Pero «no es hombre de gran despejo» y, además de esto, peca de
-«algo lerdo y mohino». No da más fruto su sencillez que el que da su
-tierra: «al pan, pan, y al vino, vino». (Ignoramos lo que quiere decir
-con esto nuestro sabio amigo.)</p>
-
-<p>Mucho más enredado está lo que Salas dice de Castilla la Nueva. Es
-éste un país agradable; bondadosa se muestra la gente; pero «afecta al
-interés». Todos los campos que vemos cultivados en Castilla la Nueva,
-«sin catar jamás el pan harán mucho más que un Cid, si dan un año con
-otro, para Madrid, cebada». (Es decir, á lo que creemos columbrar, que
-si los bancales de Castilla la Nueva dan cada dos años una cosecha de
-cebada, y si esta cebada se vende en Madrid, los labradores pueden
-darse más por satisfechos que si esas tierras produjeran pan.) Los
-asturianos son «cerdosos, rechonchos, cuadrados». Se distinguen por
-su honradez. De Asturias salen todos los alhameles ó soguillas de
-España. Los maragatos, «bonazos», pueden ser presentados como modelos
-de obtusidad; sin embargo, el autor añade que «van y vienen muy de
-prisa con sus lienzos» y que acaban por llevarse nuestro dinero. (Pues
-entonces no son tan tontos...) De los gallegos, el que sale agudo puede
-darle ventaja al más astuto. No comen mas que «coles y pan seco»;
-trabajan infatigablemente.</p>
-
-<p>«Amigo verdadero, arrestado marinero, honrado<span class="pagenum" id="Page_243">[Pg 243]</span> mercader»; todo esto
-es el vizcaíno. Y algo más es el vizcaíno; es «por su entereza capaz,
-sin que por ello la cabeza se le canse, de escribir más que el
-Tostado.» (¿Cuántos tomos llevan escritos nuestros queridos y admirados
-amigos Pío Baroja y Miguel de Unamuno? ¿Cuántos escribirán? <em>Ai
-posteri</em>...) No se podrá negar que los navarros son rectos; pero
-también son «un poco pesados». Comen tremendamente; beben al igual;
-todos son asentistas, comerciantes, indianos y capadores. La gente
-riojana es «en tal manera oficiosa, que á cualquier otra le puede
-cardar la lana».</p>
-
-<p>La «gloria» del montañés consiste en su «grande ejecutoria»;
-ejecutorias que van á parar á las «alojerías»; sabido es que los
-naturales de la Montaña de Santander se distinguen por ser los
-alojeros, bodegoneros y botilleros de toda Andalucía. Del retrato que
-Salas hace de los madrileños se han hecho populares los cuatro primeros
-versos:</p>
-
-<p class="poetry p0">
-<span style="margin-left: 1em;">Aun las personas más sanas,</span><br />
-si son en Madrid nacidas,<br />
-tienen que hacer sus comidas<br />
-de píldoras y tisanas.<br />
-</p>
-
-<p>Con lo cual se quiere significar la destemplanza, rigor y desconcierto
-del clima madrileño. Aparte de esto, los madrileños gustan de llevar
-«diamantes como avellanas, corbatín estirado, espadín, ricas vueltas».
-(La afición á las sortijitas es algo cierta.) Llevan también los
-naturales de Madrid «siempre marcado el cuello con sellos de Antón
-Martín». (¿Á qué se alude con esto? Lo que hemos<span class="pagenum" id="Page_244">[Pg 244]</span> tardado en consultar
-el <em>Manual de Madrid</em>, de Mesonero Romanos, edición de 1831,
-página 182, hemos tardado en salir de dudas. En la plazuela de Antón
-Martín había un cierto hospital. ¡Pero querido y bondadoso don
-Francisco Gregorio...!) La Alcarria cría gente «muy fiel». (Un dato
-interesante que añadir á la etopeya de Salas: don Fermín Caballero, en
-su <em>Manual geográfico de España</em>&mdash;1844&mdash;dice que los alcarreños
-«han poblado de libreros á Madrid, así como de criadas, que pasan por
-fieles y pegajosas por su mojigatería». En lo de la fidelidad de los
-alcarreños están, pues, de acuerdo Salas y Caballero). Los andaluces
-son ponderativos, festeros; muéstranse aficionadísimos á galanteos;
-«jamás están sin comadre»; se pelean de palabra y se desafían; «luego
-quedan tan compadres».</p>
-
-<p>El aragonés es testarudo y porfiado; no perdona fatiga para llegar á
-lo que se propone; «aspira siempre á la intriga, al dominio y á la
-memoria». (Algo de esto dijo, mucho antes, Maquiavelo en el retrato
-de Fernando V.) Vamos ahora con vosotros, catalanes. El catalán es
-«oficioso, carruajero, navegante, fabricante, mercader»; no se da punto
-de reposo. En un país escabroso, con mil dificultades, «marca tierras,
-hace planes». En resolución, «aunque sea en un establo», el catalán,
-por arte del diablo (lo del establo es fuerza del consonante), «hace
-de las piedras, panes». Los valencianos son ligeros y mudables. Su
-corazón es frío; «gente de regadío», se les puede llamar. El tesoro del
-mallorquín es «el aceite y el vino».<span class="pagenum" id="Page_245">[Pg 245]</span> Aborrecen los mallorquines á los
-argelinos y á los moros; «guardan bien su peculio»; en Mallorca, «todo
-el año es mes de Julio»; «con rara veneración» los mallorquines «dan
-culto y veneración á su Raimundo de Lulio». El murciano pasa la vida
-alegremente; su preocupación son «los naranjicos» y «el gusanico».</p>
-
-<p>Terminemos. Los canarios son «siempre vagos». Con «un plátano y un
-trago» se sustentan. Los ingleses, «con halago», sacan el fruto de
-la tierra canaria. Por esto los canarios vienen á ser «vasallos del
-rey de España y hermanos del de Inglaterra». Dos décimas dedica
-también Salas á los portugueses y á los americanos; los primeros son
-finchados; pretendientes eternos los segundos. Cuando leemos estas
-semblanzas de los distintos españoles, trazadas por el buen don
-Francisco Gregorio, evocamos los retratos de castellanos, andaluces,
-catalanes, etc., estampados, con lindos colores, en los platos de una
-vajilla del Retiro. Pareja hace una cosa con la otra. Y es interesante
-la descripción de Salas para el estudio&mdash;á través del tiempo&mdash;del
-concepto, concepto popular, que los españoles han tenido de sí mismos.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_247">[Pg 247]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="EUGENIO_NOEL">EUGENIO NOEL</h2>
-</div>
-
-
-<p>Eugenio Noel ha publicado recientemente un folleto titulado <em>El
-flamenquismo y las corridas de toros</em> y un libro que lleva el
-título de <em>Flamenquismo y república</em>. Eugenio Noel ha dedicado
-la mayor parte de su actividad á combatir el flamenquismo: da
-conferencias en pueblos y ciudades españolas; publica multitud de
-artículos. Continuamente se halla Noel en peregrinación por tierras
-de España; á menudo, en los periódicos encontramos noticias de
-discursos pronunciados por el conferenciante; alguna vez nos sorprende
-la nueva de algún incidente ruidoso provocado por las prédicas de
-Noel. Nos hacen suponer estos incidentes&mdash;siempre lamentables&mdash;que
-el propagandista ha estado demasiado agresivo en sus palabras; no
-podemos creer que, á exponer sus ideas correctamente&mdash;y con todo el
-ardimiento que se quiera&mdash;, pudiera haber quien atajase violentamente
-sus lícitas propagandas. De todos modos, el espectáculo de un hombre
-joven que recorre España en perpetua y caliginosa predicación contra<span class="pagenum" id="Page_248">[Pg 248]</span>
-el flamenquismo no puede menos de ser interesante.</p>
-
-<p>En las dos obras que ahora publica, Eugenio Noel ha condensado su
-pensamiento sobre la materia que él impugna tan denodadamente.
-Paralelamente á un renacimiento fervoroso&mdash;fervoroso y vergonzoso&mdash;del
-flamenquismo, Noel inicia y desenvuelve su cruzada. En el folleto
-citado escribe nuestro autor: «El español trabaja poco, y lo que es
-peor, su trabajo está á merced de los Gobiernos; ignora el valor de
-la tierra; huye del campo y se arrincona en las ciudades; permite
-una bárbara ocultación de riqueza, y no le extraña ver en manos
-inertes inmensas extensiones territoriales que harían la riqueza de
-un pueblo». Sumariamente, en cuatro rasgos, éste es el boceto de un
-cuadro. Ahora el reverso. «Á cambio de esto&mdash;añade Noel&mdash;, he aquí
-lo que posee: 396 plazas de toros, en las que da anualmente 872
-corridas, y á las que asisten, en cifras redondas, siete millones
-de personas. En esas orgías se matan 4.394 toros, cuyo valor es
-de 5.318.000 pesetas, y 5.618 caballos, que fenecen entre los más
-espantosos é inmerecidos martirios. De divertir á tal gente y de tal
-modo se encargan 62 matadores de alternativa y 324 novilleros, con
-1.148 cuadrilleros de oficio, que cobran cerca de cuatro millones de
-pesetas.» En <em>República y flamenquismo</em> el autor expone en unas
-páginas exactas un concepto del valor que entre nosotros goza de gran
-predicamento y hace estragos. El flamenquismo&mdash;dice Noel&mdash;implica la
-idea de que «el<span class="pagenum" id="Page_249">[Pg 249]</span> supremo valor es la serenidad suficiente para que
-el pitón del toro roce las axilas»; de donde saca, en consecuencia,
-que los peligros de la vida han de afrontarse, como los cuernos del
-toro, con habilidad, con el engaño. Es importante advertir que en
-otros pasajes de sus discursos y de sus artículos el autor completa su
-idea del valor flamenco: completa la idea del engaño (<em>listeza</em>
-en política) con la idea de obstinación, de testarudez, de obtusa
-pertinacia en el error ó en la decisión desgraciada. Creemos que este
-segundo aspecto del fenómeno social es más importante&mdash;y de más graves
-consecuencias&mdash;que el primero. Sea de ello lo que quiera, el caso es
-que toda la doctrina que Eugenio Noel desparrama en prosa hablada ó
-escrita se halla contenida en las dos citas que acabamos de hacer. De
-un lado, la inmensa incultura, la deplorable pasividad de una gran masa
-social en lo atañadero al problema de su bienestar y de su conciencia
-de la vida; de otro, formidable caudal de energía, de iniciativas y
-de riqueza, gastado, derrochado espléndidamente en un deporte cruel.
-Agreguemos á esta visión social una visión complementaria de la
-palingenesia de España tal como la concibe Joaquín Costa, y tendremos
-esbozado el pensamiento de Noel; pensamiento expuesto en una prosa
-cálida, pintoresca, un poco redundante, un poco amplificadora.</p>
-
-<p>Las propagandas y los libros de nuestro autor se prestan á múltiples
-reflexiones. Tendríamos que examinar, ante todo, los orígenes del
-flamenquismo. No es de ahora esta tendencia; más de<span class="pagenum" id="Page_250">[Pg 250]</span> un siglo lleva
-de vida; aún podríamos decir que en la decimoséptima centuria se ven
-rastros de flamenquismo en las sátiras y protestaciones que contra
-él hacen, por ejemplo, Quevedo y Góngora. Pero el flamenquismo ó
-majismo&mdash;que así se llamaba entonces&mdash;, cuando adquiere alarmantes
-proporciones es á mediados del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>; desde esa época
-sigue su marcha incierta, ondulante, hasta que modernamente, con el
-aumento de las plazas de toros, con la sistematización, digámoslo
-así, de las corridas, llega á su máximum. Nos hallamos ahora en un
-momento álgido del flamenquismo. En 1899 publicó Morel-Fatio una
-edición crítica de la sátira de Jovellanos contra la mala educación de
-la nobleza; en ese trabajo el ilustre hispanista trata de dilucidar
-los orígenes del majismo y expone interesantes textos que demuestran
-la preocupación que en el siglo <span class="allsmcap">XVIII</span> inspiraba ese morbo
-social. Clavijo y Fajardo, Jovellanos, Cadalso, describen el señorito
-flamenco&mdash;con todas sus consecuencias&mdash;tal como hoy lo vemos circular
-por nuestras calles; Noel no va más lejos en sus pinturas&mdash;ni en sus
-anatemas&mdash;de donde han ido estos insignes pensadores. Si retocáramos
-algo el estilo de alguna de estas páginas de Clavijo ó de Cadalso, y
-las publicáramos sin firma, diríamos seguramente que se trataba de
-cosas y hombres de ahora, y no de cosas y hombres de hace más de un
-siglo.</p>
-
-<p>La literatura taurina y la antitaurina son extensísimas. No
-intentaremos añadir una página más á la última; no es ese nuestro
-propósito en este<span class="pagenum" id="Page_251">[Pg 251]</span> momento. Sí haremos notar la inmensa influencia
-que ese deporte&mdash;si así puede llamarse&mdash;ejerce en todo un pueblo. No
-son nocivos sólo los toros; es profundamente dañino también lo que
-podríamos denominar los <em>aledaños de los toros</em>; es decir, el
-ambiente, la particular <em>espiritualidad</em> que la fiesta taurina
-crea á su alrededor. Multitud de conceptos sociales, políticos, hasta
-estéticos, son falseados por causa de los toros. La idea matriz del
-valor que en los toros se engendra pasa á diversos órdenes de la vida.
-El valor, dentro de ese ambiente, se concibe como fuerza física, como
-obstinación, como ciega prosecución de un acto. En el extremo opuesto
-de la escala psicológica se halla el <em>valor-inteligencia</em>, el
-<em>valor-altruísmo</em>. Toda la marcha de la humanidad pudiéramos decir
-que estriba en sustituir al valor-fuerza el valor-inteligencia. En la
-misma guerra el valor sufre una transformación; el valor va siendo,
-no ímpetu ciego, no intrépida temeridad, sino reflexión, cálculo,
-inteligencia, ciencia. Vence quien más frialdad y ciencia tiene; y en
-la guerra la victoria es lo que importa.</p>
-
-<p>Sigamos con interés&mdash;en lo que tienen de laudables&mdash;las propagandas
-de Eugenio Noel. Combatamos el flamenquismo; continuemos la obra
-de Jovellanos y de Cadalso. Si invocamos la tradición, he aquí
-una bella tradición. Pongamos nuestros ojos, no en el héroe de un
-deporte inhumano, sino en el héroe por la ciencia, en el héroe por el
-progreso.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_253">[Pg 253]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="TORITOS_BARBARIE">TORITOS, BARBARIE</h2>
-</div>
-
-
-<p>Asistimos en estos tiempos á un renacimiento de la barbarie taurina.
-Se ensalza fervorosamente á los toreros. Se llenan planas enteras en
-los diarios con las hazañas y peripecias del estúpido espectáculo. En
-una ciudad cantábrica se celebra una corrida de diez y ocho toros (en
-la misma ciudad á la cual ha legado su biblioteca Menéndez y Pelayo).
-Escritores y publicistas que parecía que debieran estar libres de
-ese virus, se complacen en tratar y debatir sobre cosas de toros...
-En un tiempo en que tal exaltación se produce, cuantos no amamos esa
-fiesta cruel y estulta, cuantos detestamos los toros, debemos ver con
-viva complacencia la campaña que contra los toros y el flamenquismo
-viene haciendo desde hace tiempo un independiente escritor. Aludimos á
-Eugenio Noel. Un libro nuevo sobre la materia acaba de publicar Noel.
-En otra parte hemos hablado ya&mdash;con elogio&mdash;de la labor realizada
-contra el espíritu de chulapismo por este publicista. Queremos aquí
-añadir algo más. Se titula el nuevo libro de Eugenio<span class="pagenum" id="Page_254">[Pg 254]</span> Noel <em>Escenas
-y andanzas de la campaña antiflamenca</em>. Se halla editado en edición
-económica, al alcance de los más modestos lectores.</p>
-
-<p>Nos permitirá Eugenio Noel que hagamos algunos reparos á su ideología.
-Adversarios políticos del publicista, nos hallamos muy lejos de
-compartir con él todas sus afirmaciones; vaya por delante esta salvedad
-como advertimiento á los lectores. Noel se muestra (en sus discursos,
-mucho más que en sus libros) apasionado y acre en demasía á veces;
-hemos hecho constar que deplorando, como deploramos, los incidentes
-ruidosos á que han dado origen sus propagandas, esos lances y
-trapatiestas pudieran haberse ahorrado con una poca más de mesura y de
-flexibilidad (no de hipocresía) en la palabra. Todo se puede decir, sin
-protesta de nadie, cuando se sabe decir. Y ¿cómo no creer que escritor
-tan experimentado como Noel no ha de hallar forma&mdash;sin perjuicio de
-la verdad&mdash;de decir las cosas más ásperas sin que sean rechazadas
-estruendosa y violentamente?</p>
-
-<p>En su último libro, Eugenio Noel ha recopilado alguno de los trabajos
-más notables publicados en la prensa. Hay en estas páginas invectivas
-contra los toros, paisajes castellanos, excursiones por Andalucía,
-vistas panorámicas de ciudades, meditaciones sobre monumentos
-artísticos, etc., etc. El estilo de Eugenio Noel es un tanto
-amplificador; el autor nos dice que él ha leído todos, «absolutamente
-todos», los libros de Emilio Castelar: algo del énfasis y de la
-redundancia castelarinas se nota en la prosa de Noel. ¿Por qué no ser
-más precisos,<span class="pagenum" id="Page_255">[Pg 255]</span> más concretos? Da la impresión esta prosa de que ha sido
-escrita febrilmente, al azar de los viajes, sin el reposo necesario
-para una coordinación reflexiva. Así se ve, por ejemplo, que en las
-descripciones hay cierta falta de matiz unificador, de transición de un
-detalle á otro, de un aspecto á otro.</p>
-
-<p>Pudiéramos poner muchos ejemplos. Citaremos un texto para explicar
-mejor lo que decimos. Noel está describiendo Sevilla desde lo alto
-de la Giralda. Nos hace ver «las casas blancas del barrio clásico de
-Santa Cruz, con terradillos de un mismo color, con azoteas llenas de
-tiestos y flores; el paseo de Santa Catalina Rivera, la torre y cúpula
-de la iglesia de San Bernardo, la cúpula y macizo de los Venerables».
-Al llegar aquí acaba el párrafo. Nos disponemos á entrar en un nuevo
-aspecto de la realidad descrita. En efecto, entramos; el autor comienza
-así el párrafo siguiente: «De un jardincito sale un ciprés; hay allí un
-cementerio de monjas»...; surge en nuestro espíritu la <em>sensación</em>
-de uno de esos jardines reducidos recoletos en lo interior de las
-ciudades; el jardín de un convento de monjas; un jardín&mdash;visto desde
-allá arriba, desde lo alto de una torre&mdash;en que se divisan unos
-cipreses. Necesitamos algún detalle más que complete nuestra visión.
-¡Oh, esos cipreses de los huertos monjiles, cipreses que se yerguen
-sobre los rosales! El autor añade: «Se delinean en el macizo blanco las
-estrechas calles con sus mil leyendas...» Pero ¿no habíamos pasado á
-otra cosa? ¿Qué salto es éste que hemos dado ahora? ¿Qué<span class="pagenum" id="Page_256">[Pg 256]</span> tiene que ver
-aquí ese <em>macizo</em>? Nuestro ritmo mental ha sido bruscamente roto.</p>
-
-<p>Otra observación hemos de hacer; ésta de más trascendencia. Nadie
-duda que Eugenio Noel es un adversario acérrimo de los toros y el
-flamenquismo. Mas la lectura de sus trabajos á las veces nos produce
-el efecto de una exaltación de lo que se trata de deprimir y condenar.
-No sabemos cómo explicar esto; pero el hecho es exacto. Si fuéramos
-amadores de los toros, acaso encontráramos, leyendo los libros de Noel,
-más gusto que encontramos siendo adversarios. Noel sabe menudamente
-todo lo referente á los toros: historia, bibliografía, biografía de
-toreros, gestos de toreros, dichos de toreros, andanzas de toreros.
-No hay nada que se le escape. Nadie como él nos informa tan bien
-de las cosas y lances del flamenquismo. Nadie ha descrito con más
-entusiasmo, con más exaltación los bailes de una popular danzarina.
-Sus meditaciones ante la estatua de un torero pueden colocarse por
-encima de las que dedica al <em>Pensador</em>, de Rodín. ¿Qué sortilegio
-es éste? Veníamos á buscar una triaca contra la ponzoña taurina y nos
-encontramos con una morosa delectación. En verdad, en verdad que son
-algo peligrosos estos libros contra los toros y el flamenquismo.</p>
-
-<p>Dicho esto, hemos de elogiar en el libro de Noel numerosas páginas;
-elogiarlas desde el punto de vista artístico (bien que estas páginas
-á que nos referimos no sean de aquellas que encierran una determinada
-tendencia política). Pueden servir de<span class="pagenum" id="Page_257">[Pg 257]</span> ejemplo los capítulos dedicados
-á la descripción de Triana, ó á hacer el retrato de un torero malogrado
-y pintoresco, ó á describir una capea en Medina del Campo. En este
-último capítulo citado, el autor escribe: «En Tordesillas se lidia el
-llamado toro de la Vega, el cual en pleno campo se lancea; el mozo que
-da la última lanzada tiene derecho á traer al pueblo en la punta de su
-pica la oreja del animal, y es fama que aquella noche sueñan con él
-las mujeres». Estas líneas, mero incidente en el capítulo, son para
-nosotros más sugeridoras que el capítulo todo. Cuarenta y seis años
-pasó una infortunada mujer&mdash;Juana, la reina&mdash;recluída en un caserón de
-Tordesillas; Tordesillas va unida á la página sangrienta y patriótica
-de los Comuneros. Eugenio Noel ha recordado que en ese pueblo se lancea
-un toro en campo abierto.</p>
-
-<p>Así es, en efecto. En el <em>Semanario Pintoresco</em> de 9 de
-Septiembre de 1849, uno de sus colaboradores, don Juan de la Rosa,
-hace una detenida descripción de tal espectáculo tordesillense. Ese
-alanceamiento no es mas (ó era en el año citado) que el último número
-de una variada serie de espectáculos taurinos. Se corrían toritos
-(«toritos» dice el cronista); se los lidiaba por los señoritos de la
-localidad; se celebraba también una mojiganga taurina, en la cual, por
-cierto, entre otros personajes, figuraban Don Quijote y Sancho. El
-prólogo de esas fiestas taurinas era la vaca encohetada. Se celebraba
-ese espectáculo la noche antes de la primera corrida. La plaza del
-pueblo se llenaba de una inmensa muchedumbre. «Cuando el<span class="pagenum" id="Page_258">[Pg 258]</span> concurso
-empieza á manifestar su impaciencia&mdash;dice el señor Rosa&mdash;sueltan la
-vaca, la cual lleva puesta sobre el lomo una manta impregnada de un
-combustible que se inflama con facilidad, y sembrada de cohetes bien
-sujetos, y que á su tiempo se incendian.» «Apenas el animal&mdash;añade el
-autor&mdash;siente el calor de la manta que arde, empieza á dar brincos
-lanzando quejidos de dolor.»</p>
-
-<p>El colaborador del <em>Semanario Pintoresco</em> describe después los
-otros festejos taurinos. Al final pinta el espectáculo de los campos
-tordesillenses cruzados y recruzados por los mozos que van persiguiendo
-con sus picas al toro. Todo esto conmueve profundamente á don Juan de
-la Rosa. Estos parajes le parecen encantadores. «Así es&mdash;escribe&mdash;que
-al separarse de ellos, al darles el último adiós, siente uno renacer
-en su espíritu un vago deseo de tristeza, y no puede menos de envidiar
-á los moradores de aquellos sitios destinados á la felicidad.» ¡Oh,
-ingenuidad peregrina! ¡Una Arcadia donde se tuesta viva á una vaca
-enfundándola en una manta embreada y cubriéndola de cohetes! Si
-viviéramos en 1849 diríamos, llenos de fervor: <em>¡Señor, líbranos de
-esa Arcadia!</em></p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_259">[Pg 259]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="CARROS">CARROS</h2>
-</div>
-
-
-<p>Xenius ha dedicado, hace tiempo, uno de sus glosarios á los carros; los
-carros&mdash;para el glosador&mdash;componen una característica del ambiente de
-Cataluña; con el paisaje, el pueblo, las costumbres se armonizan los
-carros. No sólo de la tierra catalana, sino de toda la tierra española,
-son parte integrante los carros. Existen varias clases de carros. La
-división fundamental es ésta: carritos ligeros; carros «gruesos». Los
-ligeros corren y saltan por los caminos; son alegres y frívolos; tienen
-pocos asientos; son para ir á una estación, para devanear por el campo,
-para hacer un viaje á una granja, para realizar una alegre jira. En
-Levante, en los crepúsculos vespertinos de primavera, cuando el aire
-tiene una tibieza voluptuosa, cuando los frutales blanquean de flor,
-los carritos tornan con ruido de cascabeles, con chasquidos ligeros
-de látigos; de dentro parten, risas, carcajadas y voces femeninas;
-parten canciones entonadas á coro. Esas levantinas, tan delicadas y
-sensitivas, tornan de una merienda en un<span class="pagenum" id="Page_260">[Pg 260]</span> prado, al pie de una fontana,
-y tienen los ojos brillantes, lucidores y las mejillas amapoladas.</p>
-
-<p>Los carros gruesos son graves, solemnes. Con ellos se portea el
-vino, el aceite, los granos. Con ellos se hacen largos viajes por
-los caminos que cruzan las llanuras, bordean los ríos, reptan por
-las anfractuosidades de las montañas. Los varales de estos carros
-son recios; recio el toldo, de unidos y trabados cañizos; recias las
-escalas&mdash;pintadas de azul&mdash;; recia la honda «bolsa», que va cruzada por
-el eje y que casi roza la tierra del camino.</p>
-
-<p>Llevan estos carros una barjuleta á la derecha, donde se pone la botija
-con agua; á la izquierda, en otra barjuleta, van las provisiones del
-viático. El ruido que hacen estos carros es sonoroso, estruendoso;
-al rechocar en los hondos y pedregosos relejes, su voz se extiende
-y repercute largamente. Una ringla de mulas arrastra al solemne
-vehículo. En el paisaje levantino, el carro es inseparable de las
-redondas y finas colinas, de las huertas que rodean las ciudades, de
-las ventas y paradores, puestos en lo alto de los puertos, de los
-caminos viejos&mdash;estrechos y amarillentos&mdash;y de las carreteras blancas y
-polvorientas.</p>
-
-<p>Los carros evocan las andanzas de nuestra niñez y de nuestra
-adolescencia. Evocamos los días en que&mdash;de un pueblo á otro&mdash;nos
-llevaban al colegio, con los baúles, los colchones y la ropa blanca,
-y en que, ya mozos, hemos viajado por los llanos y por los altozanos
-suaves avizorando los paisajes. Al pensar en los carros vemos un
-panorama de verdes viñedos&mdash;en Julio&mdash;; un panorama por<span class="pagenum" id="Page_261">[Pg 261]</span> el que un
-camino angosto, torcido, con hondas carriladas, se aleja entre la
-verdura. Caminamos y caminamos. El día ha llegado á su plenitud;
-está el cielo limpio; ya el sol reverberante ha cegado los colores
-del campo. No se percibe ni el más pequeño ruido; á intervalos, una
-bocanada tibia de viento nos trae olores de tomillo, romero, cantueso.
-Baja el olor desde una montaña vecina, que cierra, á mano izquierda, el
-horizonte. Por la derecha el panorama se extiende, se aleja, se dilata
-hasta perderse&mdash;esfumado, tenue&mdash;en el vaho caliginoso de la tierra.
-Como en los paisajes de algunos maestros holandeses de batallas, vemos
-en la extensión que la vista alcanza, caseríos blancos, acequias de
-agua que relucen, un macizo de árboles, un pueblecito con su campanario
-enhiesto. Callemos un momento; el carro ha parado. ¿No parece que oímos
-lejano, muy lejano, casi imperceptible, el son de una campana?</p>
-
-<p>Caminamos y caminamos. Ya es mediodía. Hemos pasado por delante de una
-casa de labor y nos hemos detenido. La puerta es ancha; empedrado está
-el zaguán de menudos guijos, ó solado con anchas baldosas; las sillas
-tienen el asiento de tomiza urdida con esparto crudo. Las mesas son
-de pino blanco&mdash;con redondos nudos rojizos&mdash;y una de ellas es bajita,
-casi terrera, y en torno de ella, en sillas también bajitas, se sientan
-nuestros labriegos á comer. Con estos muebles forman concierto los
-jarros, peroles, cazuelas, picheles en que se cocina ó se bebe. Las
-formas de estos recipientes son armónicas y definitivas; de una vez<span class="pagenum" id="Page_262">[Pg 262]</span>
-para todas&mdash;revelación de la idea&mdash;se han inventado estas rotundidades
-y estas angosturas del barro y del metal... Repica el almirez; unas
-palomas se entran por la puerta y marchan por el pavimento picoteando
-entre las piedras. Á lo lejos se divisa el verde de los viñedos, el
-azul tenue de las montañas.</p>
-
-<p>Cuando no comemos en una alquería que encontramos al paso, nos
-detenemos junto á unos árboles. El olivo es el árbol de Levante;
-invierno y verano, el olivo es el mismo; hiele ó haga calor, su ramaje
-es siempre idéntico. Su tronco se hiende y se retuerce; su fronda
-cenicienta, plateada, se destaca sobre el tapiz verde de las viñas. Al
-pie de un olivo, en el silencio del mediodía, hacemos nuestro yantar.
-Luego proseguimos el viaje, hasta que, cuando va declinando el día,
-comenzamos á penetrar por las huertas y herreñales que rodean el pueblo
-adonde nos dirigimos... Por los caminos de España marchan lentos, muy
-lentos, los gruesos carros.</p>
-
-<p>Los carreteros, de bruces sobre la mercancía, reposan amodorrados.
-Las picazas de la Mancha conocen los carros; las bandadas de cuervos
-que cruzan sobre el azul son conocedoras también de los carros.
-Con los carros se cruzan&mdash;ó siguen la misma ruta&mdash;los cosarios y
-arrieros que portean cargas de carbón, corambres de aceite, cacharros
-revueltos entre paja. Carros y almocrebes se perfilan sobre el cielo
-radiante y azul de España. En Castilla los carros atronadores y recios
-y los carreteros membrudos y coléricos nos traen á la<span class="pagenum" id="Page_263">[Pg 263]</span> memoria el
-manteamiento de Sancho, las palizas de los yangüeses, el apedreamiento
-de Don Quijote en la noche de su vela de armas. Los carros en Madrid,
-cargados enormemente, son destrozo de pavimentos, atascamientos en las
-cuestas, vociferaciones iracundas, blasfemias, chasquidos de trallas,
-bárbaro apaleamiento á las pobres mulas, corro de bausanes para
-presenciar la cruel y estulta escena. No son éstos nuestros carros;
-no son los carritos de Levante, que armonizan con los granados, con
-los almendros, con el mar lejano y con las voluptuosas carcajadas
-femeninas.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_265">[Pg 265]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="LAS_TEMERIDADES_DE_MARCHENA">LAS TEMERIDADES DE MARCHENA</h2>
-</div>
-
-
-<p>La vida de Marchena ha sido dilucidada por los eruditos. Ninguna
-vida tan pintoresca y desbaratada. Compendio es esta vida de
-la total vida española. Como Duque de Estrada, como Ordóñez de
-Ceballos, como tantos otros españoles aventureros, Marchena no tiene
-plan ni disciplina; á campo traviesa camina por el mundo; los más
-contradictorios sentimientos se barajan en su alma. Ex seminarista&mdash;no
-abate&mdash;revolucionario, actor de la revolución francesa, autor de
-una oda á Cristo crucificado&mdash;que él cree de lo mejor del Parnaso
-castellano&mdash;, lector constante de la <em>Guía de pecadores</em>,
-traductor de Voltaire, traductor de Molière... no hay nada en su tiempo
-de que no haya sido curioso Marchena; no hay espectáculo intelectual
-á que Marchena no se haya asomado. Nuestro autor ha sido también
-crítico literario; una colección, en dos volúmenes, formó de trozos
-en prosa y verso de los clásicos; en el largo prólogo puesto á esa
-obra (<em>Lecciones de filosofía moral</em>, Burdeos, 1820) es donde
-el sacudido ingenio<span class="pagenum" id="Page_266">[Pg 266]</span> sevillano expone sus puntos de vista respecto á
-la literatura castellana. Menéndez y Pelayo&mdash;en la introducción á su
-<em>Antología de líricos</em>, tomo I, ha calificado de «temeridades
-críticas» estos juicios de Marchena. Temeridades&mdash;ó por lo menos,
-intrepideces&mdash;son, en efecto, para el tiempo en que fueron escritas&mdash;y
-aun para hoy&mdash;, estas opiniones de Marchena.</p>
-
-<p>Examinemos algunas de ellas. Inútil creemos advertir que no nos
-adherimos á lo que Marchena diga; hacemos ahora de expositor, y
-nada más. Ante todo, la estética de Marchena, en general. Marchena,
-revolucionario; Marchena, innovador; Marchena, demoledor de los viejos
-prestigios, es un enemigo formidable de la nueva fórmula literaria que
-se anuncia allá por 1820; hablamos del romanticismo. Lo mismo ocurre
-con otro arriscado revolucionario literario: con Mor de Fuentes. La
-contradicción se explica (al menos en Marchena) teniendo en cuenta que
-nuestro autor escribía y se había formado intelectualmente en Francia.
-En Francia el romanticismo de primera hora fué tradicionalista,
-conservador (al revés de lo que sucedía en España); en Francia lo
-liberal era el clasicismo; es decir, un ideal que tomaba su inspiración
-en las antiguas democracias de Grecia y Roma. Son curiosos para la
-historia del romanticismo español los pasajes&mdash;dos&mdash;en que Marchena
-habla de las nuevas tendencias.</p>
-
-<p>Hablando de la literatura alemana dice Marchena que Gellert, Haller
-y Gessner «han introducido la corrección en el tudesco, que repelen
-aún<span class="pagenum" id="Page_267">[Pg 267]</span> los sectarios de una nueva obscurísima escolástica, con nombre de
-<em>estética</em>, que calificando de <em>romántico</em> ó <em>novelesco</em>
-cuanto desatino la cabeza de un orate imaginarse pueda, se esfuerzan
-á hacer del idioma y la literatura germánica tan desproporcionados
-monstruos, que comparado con ello fuera un dechado de arreglo el que
-en su <em>Arte poética</em> nos describe Horacio». Más adelante, el
-autor escribe también, ya más concretamente: «Si cuando los tudescos
-defensores del romantismo ó novelería dijeron que cada pueblo debía
-cultivar una literatura peculiar y privativa, se hubieran ceñido á
-decir que cada nación debía pintar sus propias costumbres y ornarlas
-con los arreos que más á la índole de su idioma, á las inclinaciones,
-estilo y costumbres de los nacionales se adaptan, hubieran profesado
-una máxima de inconcusa verdad». (En realidad, si eso que dice
-Marchena, es decir, lo que él apunta que debe ser el romanticismo, no
-era <em>todo</em> el romanticismo, al menos, era una parte de él. Y esa
-es la enseñanza que se deduce del libro <em>De la Alemania</em>, de la
-señora Staël.)</p>
-
-<p>Era un adversario Marchena del romanticismo ó novelería (él dice,
-como Mor de Fuentes, <em>romantismo</em>); un poco más tarde, y en
-España, nuestro autor hubiera sido tal vez su partidario. Tal vez... ó
-acaso no. La estética de Marchena es profundamente clásica; en 1870,
-en Francia, en la misma Francia en que él escribía, la hubiéramos
-calificado de idealista. Frente al naturalismo, Marchena hubiera estado
-con Feuillet. Hasta ahora, pues,<span class="pagenum" id="Page_268">[Pg 268]</span> nuestro inquieto revolucionario va
-resultando un conservador. Donde expone Marchena su credo estético es
-al hablar de lo que en su concepto debe ser la novela. El novelista,
-¿debe copiar <em>toda</em> la realidad? (Fórmula del naturalismo.) ¿O
-debe copiar tan sólo <em>parte</em> de lo que se ofrece á sus ojos?
-(Fórmula idealista.) (Otro paréntesis detrás de estos paréntesis: en
-realidad, del naturalismo al idealismo sólo hay una diferencia de
-grado, no de esencia. El arte no puede copiarlo todo, porque dejaría
-de ser arte. Los naturalistas no lo han copiado todo. Aun los más
-extremados de todos ellos, un Paul Alexis, por ejemplo, se han visto
-obligados á hacer una selección previa <em>in mente</em>. Selección es
-ya, y, por lo tanto, aceptación y rechazamiento, la manera de presentar
-la realidad en el fragmento escrito.) «No nos equivoquemos&mdash;escribe
-Marchena&mdash;; no es el arte una imitación de la Naturaleza, <em>tal cual
-ella es generalmente</em>; que el buen imitador escoge en los objetos
-lo más vigoroso y lo más puro que en muchos de ellos ve esparcido, y
-de estos variados rasgos, <em>verdaderos y existentes todos</em>, forma
-el tipo ideal, cuya concepción constituye el perfecto crítico teórico,
-cuya ejecución forma el acabado escultor, el sublime poeta, realizando
-el Júpiter de Fidias, el Aquiles de Homero, el Roger del Ariosto.» Si
-el lector tiene la paciencia de repasar las <em>Investigaciones sobre
-la belleza ideal</em>, del jesuíta Arteaga, verá que la estética allí
-expuesta&mdash;á fines del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>&mdash;no es otra que esta que
-ahora, en 1820, expone Marchena. Para Arteaga, el ideal en pintura,
-por<span class="pagenum" id="Page_269">[Pg 269]</span> ejemplo, era Mengs; lógicamente, para Marchena, si no era Mengs,
-no debía de ser Velázquez, el Velázquez de los bufones.</p>
-
-<p>Sobre tal fondo de estética conservadora, hondamente tradicionalista,
-Marchena edifica su crítica literaria. No hay que decir que muchas
-veces las consecuencias prácticas están reñidas con la doctrina
-fundamental. En realidad, Marchena no es un crítico literario, sino
-un crítico social; según la obra de arte se acomode ó no á su ideal
-político, en esa medida será buena ó mala. Y el ideal político de
-Marchena está condensado en un ardiente y entusiasta progresismo. Toda
-la civilización de un pueblo la gradúa nuestro autor según la mayor ó
-menor libertad de pensar y expresarse. Á través de este prisma mira la
-historia de España. Durante la Edad Media, bien que mal, nuestro pueblo
-iba progresando. Se cultivaban las ciencias, se escribía con ingenio é
-independencia. (El autor que cita como cultivador de las ciencias al
-marqués de Villena, no repara en el arcipreste de Hita, y sí en Juan
-de Mena, como ejemplo de literatos independientes.) «Todo anunciaba
-la aurora de un día más puro, cuando, por irreparable desgracia de
-la nación española, subieron Isabel y Fernando al trono de Castilla
-y Aragón.» Se ha discutido años atrás&mdash;y aún hoy se discute&mdash;sobre
-el momento en que comienza la decadencia de España; divergían las
-opiniones expuestas por Salmerón y Costa. No recordamos exactamente
-en qué punto hacían comenzar uno y otro el declive; pero aquí está
-Marchena que es más radical que<span class="pagenum" id="Page_270">[Pg 270]</span> todos. Para Marchena no hay problema;
-no hay problema sobre la decadencia... porque no ha habido período de
-apogeo. Pudo haberlo habido; mas por irreparable desgracia de la nación
-española subieron al trono Isabel y Fernando. El natural y espontáneo
-desenvolvimiento de la vida nacional, tal como lo incubó la Edad Media,
-quedó interrumpido. Para ser sinceros, diremos que no es sólo Marchena
-quien así opina; con más ó menos distingos y paliativos, no faltan
-quienes crean que muy distinta hubiera sido la vida de España (distinta
-por lo próspera) sin el advenimiento de Fernando é Isabel. Del mismo
-modo se ha preguntado también, en Francia, qué hubiera sido del país
-vecino sin el Renacimiento; es decir, qué hubiera dado de sí, en pleno
-desarrollo, la Edad Media, sin ingerimientos ni aportes de savia
-extraña...</p>
-
-<p>Marchena, á seguida de la aseveración copiada, hace el retrato, en
-cuatro líneas, de los Reyes Católicos. No creemos que hayan sido muchos
-los que de esta manera áspera y cruel hayan pintado á dichos monarcas;
-por lo menos, de Isabel no se ha solido hablar así. De Fernando,
-sí; y lo que Marchena dice no es mas que un eco de la semblanza que
-Maquiavelo traza en <em>Il Principe</em>&mdash;capítulo XXI&mdash;de Fernando V de
-Aragón. Dejando á un lado este asunto, habría que exponer ahora los
-puntos de vista literarios de Marchena. Nos contentaremos con indicar
-algunos; aciertos son, á nuestro entender, sus opiniones sobre el
-teatro clásico, que el autor considera semillero de corrupción. Hoy,
-más que de inmoral&mdash;en muchos<span class="pagenum" id="Page_271">[Pg 271]</span> ejemplos, que Marchena especifica&mdash;, lo
-calificaríamos de <em>amoral</em>. Acierto también es la crítica de los
-sainetes de don Ramón de la Cruz, que á nosotros también se nos antoja
-una de las cosas más desprovistas de observación, realidad y gracia que
-se han escrito en España. Acierto, finalmente, lo que sobre Quevedo
-escribe Marchena; Quevedo, soberano ingenio, pero que no caló más allá
-de la corteza social.</p>
-
-<p>En resumen, y por lo que respecta al aspecto estético de la crítica
-de Marchena: algunos de los juicios del autor podrán ser erróneos ó
-injustos; otros, en cambio, ó han sido confirmados por los críticos
-posteriores, ó llevan camino de serlo. En todo caso, la obra de
-Marchena no puede ser desdeñada; en cuenta habrá de tomarla el
-historiador de las letras castellanas.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_273">[Pg 273]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="VICTOR_HUGO_EN_VASCONIA">VÍCTOR HUGO EN VASCONIA</h2>
-</div>
-
-
-<p>El popular editor inglés Tomás Nelson está publicando, en tomitos
-elegantes y baratos, las obras completas de Víctor Hugo. El último
-volumen puesto en las librerías es una colección de viajes que el
-poeta francés hizo por Francia, Bélgica, los Alpes y los Pirineos.
-Tiene interés para los españoles este volumen, porque se contienen en
-él, en la parte dedicada á los Pirineos, las impresiones de Víctor
-Hugo respecto á España. Víctor Hugo estuvo con su padre, el general
-Hugo, en nuestro país, cuando era un niño. No quedó de aquella mansión
-en España casi nada en la mente de Hugo; sin embargo, el poeta hacía
-vanagloria de su españolismo, preciaba de conocer nuestra lengua&mdash;lo
-cual no era cierto&mdash;, y en su obra, á lo largo de su fastuoso y
-espléndido escribir, ha ido esparciendo <em>visiones</em> grandiosas de
-España. Recuérdese, en la <em>Leyenda de los siglos</em>, su <em>Romancero
-del Cid</em>; <em>Romancero</em> en que nos ofrece un Rodrigo Díaz
-que, en resumidas cuentas, digamos la verdad, no es ni más ni menos
-veraz&mdash;siendo<span class="pagenum" id="Page_274">[Pg 274]</span> tan bello&mdash;que el Cid imaginario y poético del primitivo
-<em>Cantar</em>, ó el Cid de los romances, ó el de Guillén de Castro, ó,
-modernamente, el de José María de Heredia, en sus <em>Trofeos</em>, ó el
-de Manuel Machado, nuestro poeta, en el breve y luminoso poema en que
-plastifica, amplifica y colorea una de las más hermosas escenas del
-centenario, venerable <em>Cantar</em>.</p>
-
-<p>Víctor Hugo no sabía el castellano; de nuestra lengua sólo conocía
-leves rudimentos. Quien lo sabía muy bien y le fué muy útil al poeta en
-sus <em>españolismos</em> era su hermano Abel. Pero Víctor Hugo sentía un
-gran entusiasmo por España; él mismo&mdash;si no recordamos mal&mdash;se jactaba
-de ser un poeta español. En 1843 hizo un viaje á España el poeta; más
-concretamente pudiéramos decir que la excursión la hizo al país vasco.
-En Vasconia pasó Víctor Hugo el verano del citado año; su primera
-página sobre España está fechada en San Sebastián, el 28 de Julio. El
-autor de <em>Ruy Blas</em> fué desde Bayona derechamente á San Sebastián;
-desde allí trasladóse á Pasages y habitó una temporada no larga en
-Pasages la casa en que, por solicitud patriótica de Deroulede, se puso
-una lápida conmemorativa; de Pasages Víctor Hugo marchó á Pamplona;
-permaneció unos días en la capital de Navarra; hizo una excursión por
-la montaña, y regresó á Francia. Tal es el esquema de impresiones sobre
-España que en su libro nos ofrece Hugo; marcado queda el itinerario de
-su viaje por Vasconia.</p>
-
-<p>¿Dónde paró Víctor Hugo á su llegada á San<span class="pagenum" id="Page_275">[Pg 275]</span> Sebastián? En España&mdash;dice
-el poeta&mdash;hay muchas ventas, es decir, tabernas; algunas posadas, es
-decir, hospederías; muy pocas fondas, es decir, hoteles. El poeta
-trabuca aquí un poco las cosas, según su costumbre. Las ventas, desde
-luego, no son tabernas; son simplemente hosterías situadas fuera de
-poblado, en la campiña. En San Sebastián, en 1843, cuando estuvo Hugo
-en la ciudad, no había, según nos cuenta él, mas que una fonda á la
-española, la «fonda de Isabel», y un hotel á la francesa, «dirigido
-por un honrado y valiente hombre llamado Laffite». (Saludemos
-reverentemente, de pasada, á esta Isabel y á este Laffite, patriarcas
-de la industria hotelera que, andando los años, tanto auge, tanto
-esplendor había de alcanzar en San Sebastián.) Víctor Hugo venía en
-diligencia de Bayona á Donostia. Ya cerca de la ciudad, al llegar á
-lo alto de una colina, descúbrese de pronto el panorama urbano de San
-Sebastián. Con cuatro rasgos, á manera de grandes, airosos brochazos,
-traza el poeta lo que ven sus ojos en aquel momento: «Un promontorio
-á la derecha; un promontorio á la izquierda; dos golfos; un istmo en
-medio; una montaña en el mar; al pie de la montaña una ciudad. He
-aquí San Sebastián». Y, en efecto, nada más sintético ni más exacto.
-El aspecto de San Sebastián&mdash;añade el poeta&mdash;es el de una ciudad
-construída de nuevo, simétrica y cuadrada como un juego de damas. (No
-se olvide que estamos en 1843, y que lo que el poeta está contemplando
-es, en efecto, este tablerito de damas de la&mdash;ahora&mdash;ciudad vieja.)</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_276">[Pg 276]</span></p>
-
-<p>Aposentado en San Sebastián, Víctor Hugo nos refiere diversas
-impresiones experimentadas por él en la ciudad; casi todas estas
-páginas están dedicadas á los lances de la guerra carlista.
-Continuamente daba el poeta grandes paseos por los aledaños de la
-ciudad; un día se alargó hasta un paraje en que el agua del mar,
-después de pasar por un freo ó angostura, se remansa en un ancho lago.
-Cautivóle la hermosura y placidez del sitio; admirándolo estaba, cuando
-le sacó de su arrobo una greguería estrepitosa de voces humanas. Paró
-en ella atención el poeta y vió una grey de mujeres que en la orilla
-del mar estaban apostadas y lanzaban gritos invitando al embarque en
-unos ligeros bateles. ¿Á quién se dirigían estas mujeres? De todas
-edades, trazas y pergeños las había entre ellas: ardimiento ponían en
-sus palabras, pero ninguna de ellas se movía ni avanzaba. Víctor Hugo
-derramó la vista en su torno; no había nadie allí mas que él; á él
-debían dirigirse estas nautas femeninas. Á él, en efecto, se dirigían.
-El poeta&mdash;documento precioso&mdash;nos ha conservado, en lengua castellana,
-las exhortaciones que le lanzaban. Eran éstas: «¡Señor francés, benga
-usted conmigo!&mdash;¡Conmigo, caballero!&mdash;Ben hombre, muy bonita soy!» El
-autor de <em>Los Miserables</em> tomó un batel y llegó á Pasages; dejamos
-aparte numerosos y pintorescos detalles de la narración. Encanto
-profundo produjo en el poeta esta villa de junto al agua. Las casas,
-desde el mar, eran sencillas, modestas, pobres; una vez en el pueblo,
-se veía que tales edificios tenían otra faz: una faz<span class="pagenum" id="Page_277">[Pg 277]</span> noble, severa,
-con anchas puertas, berroqueños blasones, muros recios, fornidos. De
-sorpresa en sorpresa caminaba Hugo por las callejas de Pasages; su
-vista ponía con delectación en los escudos de las puertas, en los
-hierros forjados de los balcones, en las paredes renegridas noblemente
-por la pátina de los siglos. Á su vuelta á San Sebastián anunció su
-propósito de irse á vivir á Pasages. Su designio causó «un espanto
-general».</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué va usted á hacer allí, señor?&mdash;le preguntaron&mdash;. Aquello es
-un hoyo, un desierto, un país de salvajes. ¡No encontrará usted
-alojamiento!</p>
-
-<p>&mdash;Me alojaré en la primera casa que encuentre&mdash;repuso el poeta&mdash;. Se
-encuentra siempre una casa, un cuarto, una cama.</p>
-
-<p>&mdash;Pero las casas no tienen techo, ni puertas los cuartos, ni colchones
-las camas.</p>
-
-<p>&mdash;Eso será interesante.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué comerá usted?</p>
-
-<p>&mdash;Lo que haya.</p>
-
-<p>&mdash;No habrá mas que pan mohoso, sidra agria, aceite rancio y vino con
-sabor á pez.</p>
-
-<p>&mdash;Pues comeré eso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Está usted decidido?</p>
-
-<p>&mdash;Decidido.</p>
-
-<p>&mdash;Hace usted lo que nadie hace aquí.</p>
-
-<p>&mdash;¿De veras? Eso me seduce.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ir á dormir á Pasages! ¡No se ha visto nunca tal cosa!</p>
-
-<p>El poeta partió hacia Pasages; la misma batelera que habíale servido
-la primera vez, le indicó una casa donde podría alojarse. Es la casa
-histórica<span class="pagenum" id="Page_278">[Pg 278]</span> que hoy contemplamos&mdash;si somos artistas, si amamos la
-patria&mdash;con emoción. Víctor Hugo la describe minuciosamente en estas
-páginas; hasta un pequeño plano de ella, dibujado por él, nos ofrece.
-Allí vivió unos días feliz, tranquilo; la hija de su patrona se llamaba
-Pepita; la comida que le servían&mdash;por cinco francos diarios&mdash;era
-abundante, sana, gustosa. Le seducía al poeta morar en esta vieja
-casa, entre estos nobles muros; por las mañanas deambulaba por el
-pueblo, en requisitoria de rincones y recovecos poéticos, interesantes,
-históricos; á la tarde se marchaba hacia la montaña, peregrinaba
-largamente, se sentaba en una eminencia frente al inmenso mar. Cuando
-al anochecer retorna á la vieja casa consigna en las cuartillas sus
-impresiones. Trasladaremos una de estas rápidas anotaciones del poeta.
-Víctor Hugo ha subido á un escarpadísimo picacho; en su ascensión ha
-tenido, á ratos, que ir á gatas. Ya ha llegado á la cima. «Descubro
-un inmenso horizonte&mdash;escribe el poeta&mdash;. Todas las montañas hasta
-Roncesvalles. Todo el mar desde Bilbao á la izquierda; todo el mar
-desde Bayona á la derecha. Escribo estas líneas acodado sobre un bloque
-en forma de cresta de gallo que forma la arista suprema de la montaña.
-En esta roca han sido grabadas hondamente con un pico estas tres
-letras, á la izquierda: L. R. H., y estas dos á la derecha: V. H. En
-torno á esta roca hay una reducida meseta triangular cubierta de prados
-calcinados y rodeada de una especie de foso abarrancado. En una quiebra
-diviso una florecilla. La he cogido.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_279">[Pg 279]</span></p>
-
-<p>¿Cuál es el lugar descrito aquí por Víctor Hugo? ¿Se conservará la
-inscripción de que el poeta habla, grabada en esa altísima roqueda?
-Lezo, Hernani, Tolosa ocupan también varias páginas en el libro de
-Hugo. El poeta ha dejado la vetusta casa de Pasages&mdash;en que tan serenas
-y claras horas ha pasado&mdash;y se ha dirigido hacia Pamplona. Durante el
-viaje ha podido ocurrir una catástrofe: la diligencia, parada en la
-carretera, allí en lo alto de un precipicio, ha comenzado á recular; ya
-una de las ruedas posteriores iba á llegar al borde del hondo barranco;
-entonces un mendigo que allí estaba ha puesto una gruesa piedra ante
-la rueda, y el cocherón se ha detenido. Si la diligencia se hubiera
-derrumbado por aquel abismo, y se hubiera matado Víctor Hugo&mdash;como
-era probable, verosímil&mdash;, á estas horas no podríamos leer muchas de
-sus hermosas obras; y todo esto hubiese sucedido&mdash;¡complicación sutil
-del sutil tejido de los hechos humanos!&mdash;si aquel mendigo que puso
-obstáculo con la piedra á la caída no hubiese estado allí. Á un mendigo
-vasco debe, pues, el Parnaso de Francia multitud de maravillosos
-poemas. Tenía entonces, en 1843, Víctor Hugo cuarenta y un años; hasta
-1885 había de vivir produciendo, laborando infatigablemente.</p>
-
-<p>En Pamplona mora Hugo unos días. Le encantan el claustro de la
-catedral, la ancha plaza con soportales, el panorama que se descubre
-desde el paseo de la Taconera. Corretea por las murallas y por las
-callejuelas. Se celebraba en aquellos días de Julio la feria. Hugo
-discurre entre los tipos de<span class="pagenum" id="Page_280">[Pg 280]</span> campesinos y compra multitud de chucherías
-y baratijas: ligas con letreros, de Segovia; una caja de cerillas
-químicas de Hernani; pilillas de agua bendita, de Bilbao: un hacecillo
-de teas de Elizondo; papel de Tolosa; un cinturón ó garniel de cuero,
-de Panticosa; dos mantas de Pamplona, «que son de lana magnífica, de
-una manufactura recia y de un gusto exquisito». El libro del poeta&mdash;en
-lo que se refiere á España&mdash;termina con una excursión de Hugo á las
-montañas navarras, en donde el autor de las <em>Orientales</em> pasa un
-día ó dos viviendo en una choza.</p>
-
-<p>¿Cuál debe ser nuestro juicio sobre estas páginas que Víctor Hugo
-dedica á España? Las impresiones del gran poeta no tienen la densidad
-é intensidad de las de Teófilo Gautier; son notas ligeras, rápidas. La
-más considerable es la referente á su estancia en Pasages. Pero Hugo,
-como Gautier y como, años antes, Próspero Merimée, han sabido encontrar
-en un rincón de España&mdash;descartando las inexactitudes en que hayan
-podido incurrir&mdash;un aspecto de honda y perdurable poesía. Y vosotros
-los artistas ó los que amáis el arte, contestad: ¿hay algo más real que
-la poesía? ¿Hay algo más definitivo?</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_281">[Pg 281]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="UN_IDEOLOGO_DE_1850">UN IDEÓLOGO DE 1850</h2>
-</div>
-
-
-<h3 class="p2">I</h3>
-
-<p>El ideólogo á que nos referimos es don Ramón de la Sagra. Sobre La
-Sagra encontramos indicaciones biográficas en el <em>Manual de biografía
-y bibliografía de los escritores españoles del siglo XIX</em>, publicado
-por Ovilo y Otero en París, librería de Rosa y Bouret, en 1859. Como
-no nos proponemos hacer un trabajo biográfico de La Sagra, ni escribir
-un estudio crítico de sus obras, nos limitaremos á unas breves notas
-sobre su persona y sus libros. Nació La Sagra en 1798; fué varias
-veces diputado; figuró en las Cortes de 1854; desempeñó la cátedra de
-Botánica en la isla de Cuba; realizó numerosos viajes por Europa y
-América. Era La Sagra lo que hoy llamamos un «europeo». Profesó las
-más avanzadas ideas progresistas. «Hoy las ha modificado&mdash;escribe
-Ovilo&mdash;, lo cual le ha valido algunas censuras.» Los libros, folletos
-y publicaciones de distinta índole<span class="pagenum" id="Page_282">[Pg 282]</span> que La Sagra dió á luz son
-innumerables. Según vemos en el <em>Manual</em> citado, existe un
-<em>Tratado cronológico</em> de los escritos de La Sagra; pero sólo
-abarca este tratado las publicaciones de 1822 á 1845. Muchas más deben
-de existir; con lo cual bien podemos imaginar que don Ramón de la Sagra
-ha sido uno de los escritores más prolíficos, fecundos y caudalosos que
-podemos imaginar.</p>
-
-<p>Á La Sagra le interesaba todo y escribía de todo. Escribió sobre
-botánica, geografía, ciencia económica, sistemas penitenciarios,
-política, industria, agricultura. En el libro de Otero, al copiar
-éste un juicio de don Manuel Colmeiro sobre La Sagra, dice el autor:
-«El doctor Colmeiro que, como nosotros, no supone tanto mérito,
-tantos servicios, ni tanta ciencia en este laborioso é infatigable
-escritor...» Se deduce de estas palabras que La Sagra era, no un
-investigador original, sino simplemente un vulgarizador, un viajero y
-un lector que luego iba exponiendo en libros y en artículos lo que por
-el mundo había visto. Y juntamente con esto, no cabe, ni hay para qué
-negar, que La Sagra poseería un deseo sincero de mejoramiento social,
-de adelanto y de progreso respecto á España.</p>
-
-<p>En resolución: La Sagra ha sido, con mayor ó menor originalidad y
-con mayor ó menor desinterés, un precursor de los hombres que, más
-tarde, hacia 1898, trabajaron en favor de una política de regeneración
-española. Hemos hablado de desinterés porque, registrando, tiempo
-atrás, periódicos de la época, hemos hallado ataques á empresas
-industriales<span class="pagenum" id="Page_283">[Pg 283]</span> de La Sagra; y entre las obras citadas por Ovilo figura
-una <em>Vindicación de una apreciación injusta de un proyecto de ley
-presentado á las Cortes Constituyentes el 14 de Diciembre de 1854,
-seguido de algunas reflexiones sobre el estado fisico y económico de
-España</em>. No decimos nada ni en pro ni en contra de La Sagra; lo
-que queremos evitar es toda incauta apología. Hoy existen hombres
-que, vanagloriándose de las más modernas ideas y de los móviles
-más altruístas, se mezclan á empresas y gestiones que no merecen
-beneplácito. Si ahora pudiéramos contemplar á un escritor de 1960
-escribiendo un artículo sobre estos hombres y desplegando en él la
-más candorosa pompa apologética, seguramente que, por lo menos,
-sonreiríamos.</p>
-
-<p>Nos proponemos ahora tan sólo hablar de algunas originales ideas
-que nuestro autor expuso en un breve folleto. Se titula el opúsculo
-<em>Aforismos sociales</em>; lleva por subtítulo: <em>Introducción á la
-ciencia social</em>. En Madrid y en 1849 se publicó el librito, y en
-la portada se lee la siguiente indicación: «Edición hecha sobre la
-cuarta publicada en Bruselas en 1848». El ejemplar del folleto que
-poseemos va encuadernado en volumen juntamente con otro opúsculo de La
-Sagra escrito en francés y titulado <em xml:lang="fr" lang="fr">Revolution économique: causes
-et moyens</em>. Del mismo año del folleto español es este francés; en
-París se vendía en la librería de Capelle «et chez l’auteur, 27, rue
-Lamartine». Los <em>Aforismos sociales</em> resumen la ideología de La
-Sagra (como hoy otros aforismos, los publicados recientemente<span class="pagenum" id="Page_284">[Pg 284]</span> por
-Gustavo Le Bon, resumen la política, la sociología y la psicología
-social de este escritor, también multiforme, abundante y diverso).</p>
-
-<p>Las máximas que nos presenta La Sagra son en número de 300. En varios
-capítulos está dividida la obra.</p>
-
-<p>En el primero se estudia el orden social antiguo; en el segundo, la
-emancipación del pensamiento; en el tercero, la sustitución de un nuevo
-principio de orden social; en el cuarto, el orden por la fuerza; en el
-quinto, la teoría del orden social racional; en el sexto y último, las
-condiciones y medios para la organización social racional. Un resumen y
-conclusiones cierran el folleto.</p>
-
-<p>En el breve prólogo de la obra nos dice el autor que estos aforismos
-constituyen «parte de los teoremas» cuya demostración larga, minuciosa,
-equivaldría á hacer el estudio de la humanidad. La Sagra ha hecho
-cristalizar en ellos todo su pensamiento. Persigue también otro
-propósito: el de «impedir que la calumnia ó la ignorancia le coloquen
-en alguna de las escuelas en que se dividen las opiniones reinantes».
-La Sagra desea ser conocido «no tal cual le suponen, sino tal cual es»;
-es decir&mdash;añade el mismo La Sagra&mdash;, como «hombre observador y lógico».
-(Hombre observador y lógico no así como se quiera, impreso en el mismo
-tipo en que va impreso lo demás, sino estampado ostensiblemente, con
-versalitas: <span class="allsmcap">Hombre Observador y Lógico</span>... Repasando los
-periódicos á que hemos aludido antes, periódicos de mil ochocientos
-cuarenta y tantos, tenemos bien presente el<span class="pagenum" id="Page_285">[Pg 285]</span> haber visto que uno de
-ellos llamaba <em>sabihondo</em>, humorísticamente, á La Sagra.)</p>
-
-<p>El autor, al publicar esta edición castellana de su libro, nos
-advierte también que el trabajo ha sido redactado pensando en
-otros pueblos; otros pueblos «más adelantados y, por consiguiente,
-más distantes de la época antigua». En esas naciones se hallan
-muy debilitadas las creencias individuales; hállase también la fe
-social «totalmente extinguida, es decir, enteramente eliminada de la
-legislación». Muy lejos de ese estado «fatal» nos hallamos nosotros
-los españoles; «pero&mdash;añade La Sagra&mdash;conduce á él la doctrina y la
-práctica del progreso». Esta última frase es altamente significativa.
-¿Qué concepto del progreso va á exponernos La Sagra? Él, un hombre
-avanzado, moderno, científico, ¿va á lanzarnos por el camino de esas
-sugestionadoras paradojas que, hablando del progreso (del progreso y
-sus <em>ilusiones</em>) han proclamado también, bien mirados por los
-tradicionalistas, otros espíritus igualmente modernos y científicos de
-estos días? Sí, algo hay aquí, aparte de la antinomia de Comte, creador
-del positivismo y de una nueva religión; algo hay aquí de Sorel, de Le
-Bon y de otros...</p>
-
-
-<h3 class="p2">II</h3>
-
-<p>Expongamos algunas de las ideas de don Ramón de La Sagra; nos
-limitamos sencillamente al papel de expositores. No presentaremos
-tampoco sistematizadas<span class="pagenum" id="Page_286">[Pg 286]</span> las ideas del autor (para eso, léase el
-libro); indicaremos puntos de vista, consideraciones, observaciones.
-Vivimos&mdash;dice La Sagra&mdash;en un tiempo en que la opinión es quien reina
-y legisla. «El reinado de la opinión tiene por resultado la anarquía,
-porque la opinión es variable por esencia.» El sufragio universal es
-la consecuencia lógica de este régimen de opinión; pero, imperando las
-mayorías, ¿á quién podrán apelar las minorías? (No olvide el lector que
-estamos en 1849; la originalidad de estos juicios consiste precisamente
-en haberse formulado en esa época en que eran novísimos... y ahora
-también. No dejaremos, de cuando en cuando, de ir recordando la fecha
-de este librito.) «El sufragio universal, considerado como base del
-derecho, es, en realidad, la negación del derecho.» Con el sufragio
-universal, el derecho queda sometido á la fuerza: á la fuerza de la
-mayoría. Se somete el derecho á una voluntad general, universal, y de
-ella se le hace depender. No se tiene en cuenta que actualmente la
-humanidad no posee todavía «una voluntad racional é incontestable». Por
-eso todo voto es la expresión de un interés pasional.</p>
-
-<p>Como no existe todavía una dirección racional en la sociedad, el voto
-del sufragio no puede adaptarse á esa orientación. «Se llama <em>ley</em>
-lo que resulta de la decisión de intereses más ó menos numerosos, ó
-de los que son bastante fuertes para hacerse admitir como generales.»
-Las pasiones, los intereses, las razones individuales fingen someterse
-á una supuesta voluntad general; esa voluntad<span class="pagenum" id="Page_287">[Pg 287]</span> general, expresión
-del sufragio, flor de la democracia, no es mas que un agregado de
-voluntades unidas por un interés que les es común. Y esta artificiosa
-voluntad general se convierte en <em>autoridad</em> con el auxilio de la
-fuerza. «De consiguiente, bajo el imperio de las mayorías no reina el
-<em>derecho</em> fundado en la razón social y universalmente reconocida,
-sino la fuerza resultante del número ó de la intriga.»</p>
-
-<p>El despotismo moderno se apoya en las mayorías; ese despotismo no es
-mas que fuerza privada del prestigio de la fe. «Hallándose fundada la
-autoridad moderna en la opinión, resulta contestable; y en una época
-de libre discusión es necesariamente contestada». La supremacía del
-número, como base de la autoridad, se halla en pugna con la razón;
-forzosamente la investigación moderna ha de discutirla y combatirla. En
-la esencia misma de este régimen de mayorías se encuentra el origen del
-espíritu revolucionario. El espíritu revolucionario, inseparable del
-régimen de mayorías, se manifiesta en actos ilegales ó legales. «En la
-revolución llamada legal domina el voto; en la revolucionaria domina
-la fuerza. Pero como en ambos casos son las pasiones las que dan el
-impulso, resulta que la fuerza da la victoria, suponiendo que tiene los
-votos en su apoyo.»</p>
-
-<p>Faltando la unidad espiritual, psicológica, que antiguamente daba
-la religión al agregado social, y no habiendo sido esa orientación
-reemplazada por otra, la autoridad y el poder se hallan en quiebra.
-«En el día todo poder inspira desconfianza;<span class="pagenum" id="Page_288">[Pg 288]</span> toda autoridad se pone
-en duda; todo mandato sugiere oposición.» La sumisión á la ley, al
-dictado jurídico, á la regla moral, supone que lo que se ordena ha de
-ser razonable, justo. «Pero ¿quién califica los actos como justos ó
-injustos? La opinión de cada individuo. Por consiguiente, las órdenes
-de la autoridad son calificables para la humanidad entera.» El desorden
-será permanente. El orden sólo se establecerá cuando quede determinado
-de un modo absoluto lo que la razón debe dictar y cuando cada ciudadano
-pueda conocerlo.</p>
-
-<p>Lo que al presente se llama libertad no es mas que anarquía, desorden.
-Las sociedades libres son eminentemente anárquicas. «La causa, pues,
-del sentimiento revolucionario se halla en el principio mismo que sirve
-de base á la autoridad moderna.» «La sociedad antigua reposaba sobre
-la fe; la sociedad moderna reposa sobre la opinión, y la dominación
-por la opinión es esencialmente anárquica.» (Esta es una de las ideas
-fundamentales de La Sagra; él ve la sociedad antigua como formada toda
-de una pieza, compacta, solidaria, gracias al aglutinante, digámoslo
-así, de la unidad espiritual que proporcionaba la religión, y hoy
-ve, por el contrario, fraccionado en mil fragmentos el todo social,
-merced á la diversidad de opiniones que luchan, se oponen é imponen
-unas á otras. Queda, por encima de todo esto, el sufragio, la voluntad
-general; pero el sufragio es una ficción y no logra cohesionar
-las fuerzas sociales ni dar una dirección lógica y racional á la
-humanidad.) Escritores antiguos y modernos&mdash;continúa La Sagra&mdash;han<span class="pagenum" id="Page_289">[Pg 289]</span>
-combatido el principio de las mayorías como base del derecho moderno.
-Sin embargo, sólo ese principio sobrevive á la muerte de la fe. «Esto
-procede de que hasta ahora no ha sido posible sustituir á la destruída
-autoridad de derecho divino más que la autoridad del número.»</p>
-
-<p>Reina universalmente la anarquía: en el sistema industrial, en el
-intelectual, en el moral, en el social. La dominación por la riqueza
-ha reemplazado á la antigua dominación por el privilegio. «La antigua
-dominación era compensada por la revelación, que declaraba meritorios
-en otra vida los sufrimientos de los desgraciados explotados en ésta.
-La dominación moderna no da á la explotación que ejerce más motivo que
-la fuerza sin consuelo alguno.» El desorden y la incongruencia social
-irán siendo mayores de día en día. Ese progreso del mal llegará á hacer
-comunes á todas las clases los sufrimientos que ahora afligen á las
-masas proletarias. Se hará preciso buscar entonces el remedio á males
-que á nadie excluirán. El vínculo social que hoy falta sólo puede darlo
-la ciencia. (Esta es otra de las ideas fundamentales de La Sagra; de La
-Sagra, que escribe, repitámoslo, en 1849. Un año antes escribía Renán
-su libro <em>El porvenir de la Ciencia: pensamientos de 1848</em>, libro
-que no fué publicado hasta 1890.) «Hasta el día&mdash;añade La Sagra&mdash;la
-ciencia no ha llegado más que al período materialista, que es la
-negación del espiritualismo.»</p>
-
-<p>«Para la humanidad&mdash;añade nuestro autor&mdash;no puede haber mas que dos
-géneros de existencia: ó<span class="pagenum" id="Page_290">[Pg 290]</span> por la <em>fe</em> ó por la <em>ciencia</em>. El
-reinado social de la fe ha desaparecido; es preciso, pues, que el de la
-ciencia aparezca ó que la humanidad se extinga.» Nos hallamos á la hora
-presente en un estado de conturbación espiritual y de desorientación.
-No puede darse un período de más aguda crisis; en la historia de la
-humanidad no habrá acaso época tan angustiosa como ésta. «En resumen:
-el <em>despotismo es imposible</em> y la <em>libertad es anárquica</em>.»
-De este modo podemos caracterizar los tiempos que alcanzamos. Es decir,
-que el elemento necesario para la marcha (la libertad) es origen de
-perturbación y de desorden; y por otra parte, el factor que pudiera
-remediar y encauzar el mal (la autoridad) se ha hecho imposible. ¿Cómo
-resolver este formidable, trágico conflicto?</p>
-
-<p>Tales son, sumariamente, las ideas de don Ramón de La Sagra.
-Sencillamente, somos expositores. Y lo somos porque para la historia
-del pensamiento español durante el siglo <span class="allsmcap">XIX</span> nos parece
-interesante no olvidar á este divulgador de ideas, cualquiera que
-sea nuestra opinión sobre él. Un hombre que en 1849 ha proclamado la
-religión de la Ciencia: ése es La Sagra. La religión de la Ciencia como
-ideal para la humanidad, como socializadora de la humanidad. La fe en
-la Ciencia acabará con la anarquía producida por las opiniones diversas
-y pugnantes.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_291">[Pg 291]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="BAROJA_HISTORIADOR">BAROJA, HISTORIADOR</h2>
-</div>
-
-
-<p>Pío Baroja acaba de publicar un nuevo libro; es este volumen de
-Baroja el primero de una serie de novelas históricas. Se titula <em>El
-aprendiz de conspirador</em>. El título genérico que llevarán estas
-novelas será el de <em>Memorias de un hombre de acción</em>. Digamos,
-ante todo, el motivo que Baroja ha tenido para emprender esta serie de
-obras novelables é históricas: entre los antecesores del novelista se
-encuentra un vasto andariego é inquieto, llamado Eugenio de Aviraneta;
-revolviendo Baroja papeles viejos, allá en los arcones y armarios
-familiares, encontróse con algunos documentos relativos á su antecesor;
-entróle curiosidad por conocer más datos referentes á Aviraneta; leyó
-libros de Historia; metióse en las bibliotecas y husmeó por los puestos
-de libros viejos; fué enfrascándose poco á poco en el estudio de una
-época; á la postre, nuestro Baroja&mdash;antihistórico y antirretórico&mdash;se
-encontró con un cúmulo tal de pormenores, particularidades y detalles,
-que fácilmente cayó en la tentación de entrarse, pluma en<span class="pagenum" id="Page_292">[Pg 292]</span> ristre, por
-los campos lóbregos y falaces de la Historia.</p>
-
-<p>Sin embargo, no se asusten los devotos del novelista; más adelante
-explicaremos cómo entiende Pío Baroja la Historia; afirmemos desde
-luego que nuestro autor no es un copiante servil de la realidad,
-no un amontonador de datos y fechas, no un frío hacinador de
-prolijos pormenores que á nadie pueden interesar. <em>El aprendiz de
-conspirador</em> palpita de vida, de pasión y de amenidad en todas sus
-páginas. La novela ha alcanzado ya á estas horas lisonjero éxito; se la
-elogia entre los literatos y se la han dedicado artículos fervorosos
-en los periódicos. Huelga decir que el libro está escrito en el estilo
-sobrio, escueto, limpio, que es peculiar en Pío Baroja; nada más lejos
-que Baroja de la prosa pseudocastiza, imitada de los clásicos del siglo
-<span class="allsmcap">XVII</span>, artificiosa, sin verdad y sin realidad. Todo un mundo
-separa á las novelas escritas en este estilo (por ejemplo, la titulada
-<em>Ave Maris stella</em>, de Juan García) de las novelas de Baroja;
-nuestro novelista escribe para decir algo, y lo dice de la manera más
-rápida y exacta.</p>
-
-<p>Se comienza á contar en la nueva novela la vida de un hombre de
-acción. Los hombres de acción han atraído siempre á Pío Baroja; él
-mismo se lamenta de no poder ser un hombre de acción. Pero el concepto
-que se tiene del hombre de acción&mdash;el que tiene Baroja&mdash;será preciso
-definirlo, con objeto de no exponernos á torcidas interpretaciones. Un
-hombre de acción&mdash;para nosotros&mdash;es Goethe; lo es también Spinoza; lo
-es Voltaire; lo<span class="pagenum" id="Page_293">[Pg 293]</span> es Spencer; lo es Tolstoi. Todos son hombres que no
-han salido de las cuatro paredes de su estudio (como no salió tampoco
-Kant), pero que han removido un mundo, han hecho transformarse las
-sociedades (ellos, con auxilio de otros muchos), han creado nuevas
-visiones de las cosas, han troquelado flamantes, desconocidos valores
-intelectuales; han sido, en suma, excitantes y levaduras poderosas de
-la marcha humana. ¿Quién es más hombre de acción: Kant ó Garibaldi?
-¿Quién: Spencer ó Hernán Cortés?</p>
-
-<p>Mas Baroja, intelectual, removedor de prejuicios, impulsador&mdash;en
-más ó menos escala&mdash;de deseos y de iniciativas (todo ello acción),
-se encuentra seducido, hechizado por la <em>otra acción</em>: por las
-idas y venidas, el afanoso tráfago, las agitaciones populares, las
-empresas industriales, los largos viajes. De aquí que, desde su mesa
-de trabajo, cada vez que se sienta á escribir, ponga su pensamiento
-en aventureros, gentes errátiles, cabecillas, vagabundos, bohemios,
-hombres, en fin, que se mueven continuamente y que hacen cosas. Eugenio
-de Aviraneta&mdash;providencialmente descubierto en un armario viejo&mdash;ha
-venido á ser el símbolo supremo, la representación más alta&mdash;y, desde
-luego, ancestral&mdash;de la obra, las meditaciones, los anhelos y las
-esperanzas de Pío Baroja. Un volumen acaba de consagrarle el novelista;
-pero un volumen, ni dos, ni cuatro, es poco; de diez constará toda la
-vida de Aviraneta.</p>
-
-<p>La obra que acaba de emprender Baroja, como toda obra henchida de
-intensa vida, será motivo<span class="pagenum" id="Page_294">[Pg 294]</span> de comentarios y discusiones; se la
-comentará y se la discutirá (y las discusiones y comentarios han
-comenzado ya) por la concepción que el novelista expone en ella tanto
-de la vida como de la representación de la vida en el pasado; es decir,
-de la Historia. Aviraneta nació á fines del siglo <span class="allsmcap">XVIII</span>; toda
-su vida fué una perenne agitación; se mezcló en las guerras civiles y
-tramó pintorescas conspiraciones.</p>
-
-<p>Contemplemos desde lejos la vida de Aviraneta; ya con las 300 páginas
-que ahora nos da Baroja podemos comenzar á contemplarla. Primera
-observación que se nos ocurre hacer; Aviraneta no es ni liberal ni
-conservador; toma unas veces partido por los liberales y otras por
-los conservadores. Aviraneta no es una línea recta; su vivir ondula,
-se tuerce en un complicado zig-zag. Y, sin embargo&mdash;atajemos el
-pensamiento del lector&mdash;, sin embargo, Aviraneta no es un vividor,
-un logrero, un negociante turbio (lo que ahora son muchos políticos
-españoles); Aviraneta no es tampoco un inconsciente, un ingenuo.
-¿Cómo clasificar esta vida sinuosa? ¿De qué manera encasillar á este
-hombre que, apenas nacido á la literatura, ya comienza á inquietarnos
-y preocuparnos? No existen casilleros para los hombres como Eugenio
-de Aviraneta; evoluciona este personaje por encima de los valores
-conocidos; obra independientemente de la tradición sancionada. ¿Es un
-enamorado de la fuerza por la fuerza? ¿Un dominador pre-nietzschano?
-¿Un hombre que, secuaz de Maquiavelo, lector de <em>Il Principe</em>,
-no repara en medios (zarpazo<span class="pagenum" id="Page_295">[Pg 295]</span> de león ó artimaña de vulpeja) para
-llegar al fin que se propone: no su engrandecimiento&mdash;según el
-falso maquiavelismo&mdash;, sino el engrandecimiento de la patria&mdash;según
-el verdadero maquiavelismo? ¿Es un <em>superhombre</em>&mdash;como diría
-Nietzsche, ó un <em>serpihombre</em>&mdash;como diría Gracián? Es realmente
-Aviraneta&mdash;por lo que comenzamos á ver&mdash;un hombre superior, fuera de
-la medida ordinaria; pero su superioridad, tan lejana del sentir medio
-de la masa, nos inquieta y nos hace reflexionar. El espectáculo del
-mundo no es para Aviraneta lo que para la mayoría de los hombres; su
-representación de la realidad es distinta. Siendo la representación
-diversa, diversa ha de ser también la moral. Aviraneta no es ni moral
-ni inmoral. De <em>amoral</em> estamos tentados de calificarle; por lo
-menos, seguidor de una moral que no acopla con nuestra moral; una moral
-que principiamos á entrever en este primer volumen de su vida y que
-quizá cuando se publiquen los restantes podremos comprender y definir.
-Para entonces aplazamos nuestro juicio sobre el asunto.</p>
-
-<p>Vengamos á la concepción histórica de Baroja. Alfredo de Vigny ha
-sentado, en el célebre prólogo á su novela <em>Cinq-Mars</em>, una teoría
-capital respecto de la Historia. En síntesis, para Vigny, la verdad del
-arte es más verdadera que la verdad real. «El espíritu humano&mdash;escribe
-Vigny&mdash;no parece preocuparse de lo <em>verdadero</em> mas que en cuanto
-al carácter general de una época; lo que sobre todo le importa es la
-masa de los acontecimientos y los grandes pasos de la humanidad que
-arrastran<span class="pagenum" id="Page_296">[Pg 296]</span> á los individuos.» «Pero indiferente en los detalles&mdash;añade
-el autor&mdash;, el espíritu humano no los ama tanto <em>reales</em> cuanto
-<em>bellos</em>, ó <em>grandes</em> y <em>completos</em>.» Es decir, que
-dada la realidad histórica, á grandes pinceladas, de una época, luego,
-sobre ese fondo de autenticidad, el artista, el gran artista, puede dar
-á los personajes que en realidad existieron una vida <em>distinta</em>
-de la que tuvieron, pero más intensa, más bella, <em>más verdadera</em>
-que la auténtica. Sirvan de ejemplos el Cid creado por el desconocido
-poeta del <em>Cantar</em>, ó el Felipe II, de Schiller, de Alfieri
-y del moderno Verhaeren. Será inútil, completamente inútil que
-protestemos; serán ineficaces cuantas refutaciones cuajadas de datos
-hagamos. La creación artística vivirá perdurablemente, con luminosidad
-inextinguible, por encima de la menguada rastrera realidad. Ante la
-sucesión de los siglos se mantendrá incólume, tal como la ha creado el
-poeta alemán, la figura del monarca de El Escorial; ante el tiempo, sin
-conmoverse, subsistirá la imagen de Rodrigo Díaz que el ignorado vate
-ha estampado en su <em>Poema</em>.</p>
-
-<p>La realidad que busca Pío Baroja en la serie de sus novelas históricas
-es la realidad viva y palpitante que crea el arte. Sobre un lienzo de
-realidad histórica Baroja construye sus figuras. ¿Qué importan detalles
-más ó menos? Lo que importa es la vida. Y las creaciones de Pío Baroja
-se mueven, hablan, sienten, gesticulan, se apasionan, ríen, plañen,
-llegan á nuestro corazón é inquietan nuestro espíritu.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_297">[Pg 297]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="ARANJUEZ_O_LA_SENSIBILIDAD_ESPANOLA">ARANJUEZ Ó LA SENSIBILIDAD ESPAÑOLA</h2>
-</div>
-
-
-<p>Aranjuez en otoño tiene un encanto que no tiene (ó que tiene de otro
-modo) en los días claros y espléndidos de la primavera. Las largas
-avenidas, desiertas, muestran su fronda amarillenta, áurea. Caen
-lentamente las hojas; un tapiz muelle cubre el suelo; entre los claros
-del ramaje se columbra el pasar de las nubes. En los días opacos el
-amarillo del follaje concierta&mdash;melancólicamente&mdash;con el color plomizo,
-ceniciento, del cielo. Y si el viento, á intervalos, mueve las ramas de
-los árboles y lleva las hojas de un lado para otro, la sensación del
-otoño&mdash;tristeza, anhelo infinito&mdash;es completa en estos parajes, entre
-estos árboles, á lo largo de estas seculares avenidas, solos, rodeados
-de silencio; y nuestro espíritu se siente sobrecogido, sin saber qué
-esperar y sin poder concretar su inquietud. Un tren silba á lo lejos y
-pasa rápido, allá en la lontananza, por el extremo de una alameda...</p>
-
-<p>Aranjuez encierra recuerdos literarios y políticos de diverso orden.
-Viajeros ilustres que han<span class="pagenum" id="Page_298">[Pg 298]</span> visitado en distintas épocas Madrid,
-han llegado luego hasta las frondas de Aranjuez. Aranjuez, más ó
-tanto como Madrid, ha sido, desde este punto de vista intelectual,
-el <em>contraste</em> de Europa con España, con su historia, con su
-paisaje y con su raza. Aranjuez es una creación, no del pueblo, de la
-masa, sino de lo más selecto de España; lo más elevado socialmente ha
-podido aquí, materialmente, exteriorizarse. Alrededor de Aranjuez se
-extiende el campo manchego, el campo uniforme, gris, triste, pobre,
-el campo con sus pueblecillos, sus cortijos, sus labores someras y
-escasas. Si Aranjuez representa la exteriorización&mdash;en los jardines
-y en el palacio&mdash;de lo selecto español, esta campiña es la expresión
-de lo popular de España. Por lo tanto, quienes después de pasar por
-Madrid llegaban á Aranjuez desde los países extranjeros, era aquí
-donde realmente ponían en contacto su espíritu moldeado en otros
-medios con lo refinado español. Ningún elemento extraño estorbaba esta
-comunicación espiritual; en Aranjuez, como en El Escorial, como en
-Sevilla, el choque del resto de Europa con lo genuino de España podía
-perfectamente verificarse.</p>
-
-<p>Saint-Simón es uno de los viajeros que nos han dejado sus impresiones
-de Aranjuez. Vino á nuestro país Saint-Simón en 1721; precisamente en
-el otoño fué cuando el aristócrata francés visitó el indicado Real
-Sitio. ¿Qué impresión le causó Aranjuez, con los campos manchegos que
-le rodean, á este hombre que venía de Versalles, que traía los ojos
-empapados con los espléndidos jardines de Le<span class="pagenum" id="Page_299">[Pg 299]</span> Nôtre, que vivía en el
-ambiente espiritual formado por Descartes, Molière, La Bruyère, Pascal?
-¿Cómo un cerebro plasmado sobre el orden, la lógica, la simetría, la
-tradición ordenada y coherente, sintió este medio nuestro? La visión
-que Saint-Simón nos da de España es de las más originales, profundas
-y fuertes; este hombre, habituado á la <em>temperatura moral</em> más
-alta que entonces había en Europa; este hombre fino y agudo, no se
-dejó sorprender por la impresión primera; en sus juicios, semblanzas
-y escenas llega, casi siempre, al fondo de las cosas. Un detalle hay
-en su pintura de Aranjuez que es altamente significativo. Saint-Simón
-nos dice que, acostumbrado á los jardines de Le Nôtre, no podía menos
-de encontrar en los de Aranjuez <em xml:lang="fr" lang="fr">bien du petit et du colifichet</em>.
-Hemos preferido dejar la frase en su original. ¿Cómo traduciríamos
-la palabra <em xml:lang="fr" lang="fr">colifichet</em> aplicada á los jardines de Aranjuez?
-(Dos <em xml:lang="fr" lang="fr">colifichets</em> clásicos é ilustres hemos encontrado á lo
-largo de nuestras lecturas; clásicos é ilustres porque están usados
-en dos obras capitales de la literatura francesa. Uno lo usa Molière
-en <em>El Misántropo</em>&mdash;acto I, escena II&mdash;, cuando Alcestes habla
-de los versos artificiosos, pulidos, rebuscados, de Oronte. Otro lo
-emplea Balzac en <em>Eugenia Grandet</em>, al enumerar las fruslerías,
-perendengues y dijes que se lleva de París á provincias el primo de la
-protagonista, joven elegante y apuesto.) Saint-Simón añade: «Pero el
-conjunto resulta algo encantador y sorprendente en Castilla, á causa de
-la densidad de las sombras y de la frescura de las aguas».</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_300">[Pg 300]</span></p>
-
-<p>El detalle á que aludíamos antes lo da el autor en una observación que
-hace á continuación. «Me chocó mucho&mdash;escribe&mdash;un molino sobre el Tajo,
-á menos de cien pasos del Palacio; un molino que corta el curso del
-río y que produce un ruido que se oye de todas partes.» Ya está aquí,
-junto á una expresión de sociabilidad, de civilización (los jardines
-de Aranjuez), el pormenor revelador de la incuria tradicional, de la
-insensibilidad histórica. Por una parte, estos jardines nos hacen
-pensar en una obra&mdash;más ó menos perfecta&mdash;de coherencia, de afinamiento
-espiritual; por otra, este molino estruendoso que afea el paisaje y
-molesta continuamente con su estrépito, nos demuestra que existe una
-laguna en la sensibilidad creadora de estos parques. (Análogamente, los
-enormes y toscos carromatos que discurren por las calles de Madrid,
-con sus reatas de mulas y con sus violentos, coléricos y blasfemadores
-carreteros; esos carros que pasan ante las tiendas modernas, lujosas,
-y sobre los cuales, de noche, caen los resplandores de los arcos
-voltaicos; esos carros son otra incongruencia de la sensibilidad
-española. Se podrían citar numerosos ejemplos.) Saint-Simón no podía
-explicarse la existencia de este molino sobre el Tajo. Descartes con su
-<em>Discurso del método</em>, y Racine con sus tragedias, y La Fontaine
-con sus fábulas (todos creadores de una sensibilidad) habían hecho que,
-andando el tiempo, él, Saint-Simón, no pudiera comprender esta aceña de
-nuestro Real Sitio.</p>
-
-<p>Le preocupaba el tal molino al aristócrata francés.<span class="pagenum" id="Page_301">[Pg 301]</span> Vuelto á Madrid,
-Saint-Simón se apresuró á hablar del asunto al rey. «Hablé del molino y
-me mostré sorprendido de cómo se le toleraba tan cerca del palacio, en
-sitio en que su vista, que interrumpía la vista del Tajo, y más todavía
-su ruido, eran tan desagradables que un particular no lo toleraría.»
-Veamos cuál es la actitud del rey, es decir, de la representación más
-alta&mdash;<em>oficialmente</em>&mdash;de la sensibilidad española. «Esta franqueza
-mía&mdash;añade Saint-Simón&mdash;desagradó al rey, el cual me contestó que el
-molino había estado siempre allí...» Detengámonos un momento, hagamos
-resaltar la frase que sigue: «... había estado siempre allí, y que
-allí <em>no hacía ningún daño</em>». Se ha verificado el choque de las
-modalidades de sensibilidad; un detalle, una pequeñez, una fruslería,
-si queréis, pero detalle de una alta significación. Saint-Simón,
-ante las palabras del monarca, siente instantáneamente la capital
-diferenciación. <em xml:lang="fr" lang="fr">Je me jetai promptement sur d’autres choses
-agréables d’Aranjuez...</em> Y nada más.</p>
-
-<p>Más tarde pasó por Aranjuez otro gran observador de hombres y de cosas:
-el caballero Casanova de Seingalt. En Aranjuez moró una temporada
-Casanova. En estas mismas páginas dedicadas al Real Sitio habla el
-autor de su «deseo de observar los hombres y de hacerles hablar sobre
-el motivo de sus acciones». (¿Es de Casanova ó de Stendhal esta
-frase?) Paraba Casanova en la casa de un empleado de palacio. «Desde
-las ventanas&mdash;escribe el autor&mdash;yo veía á su majestad partir todas
-las mañanas para la caza y volver luego<span class="pagenum" id="Page_302">[Pg 302]</span> agotado por la fatiga.» Unas
-páginas siguen en que Casanova muestra, al hablar del rey, su visión
-<em>diferencial</em> de España. No nos detendremos en ella; nos falta el
-espacio; esta parte de las <em>Memorias</em> de Casanova&mdash;la dedicada á
-España&mdash;es sumamente interesante para los lectores españoles. Á notar:
-un prodigioso, maravilloso retrato de mujer (<em>la señora Nina</em>). Á
-notar: las siguientes profundas palabras, que sólo un gran observador
-pudo escribir: «¿Quién duda de que España necesita una regeneración,
-que no puede ser sino el resultado de una invasión extranjera, ella
-sola capaz de reanimar en el corazón de todo español ese hogar de
-patriotismo y de emulación que amenaza extinguirse en absoluto?» (La
-invasión se produjo años más tarde; soberbia explosión de patriotismo
-hubo también, en efecto; pero...) «Si España&mdash;sigue Casanova&mdash;recobra
-alguna vez su puesto en la gran familia europea, mucho tememos por ella
-que no sea sino á costa de una terrible conmoción. Sólo el rayo puede
-despertar esos espíritus de bronce.» (Costa, Macías Picavea, ¿no era
-esto lo que vosotros decíais un siglo más tarde?)</p>
-
-<p>Chateaubriand pasó también por Aranjuez. Encontramos la referencia en
-sus <em>Memorias de ultratumba</em>. La parte en esa obra consagrada
-á España fué traducida, en 1839, con el título de <em>El Congreso
-de Verona</em> (Madrid, «imprenta que fué de Fuentenebro»), por don
-Cayetano Cortés, el mismo que escribió un agridulce estudio de Larra
-que todavía figura al frente de algunas ediciones&mdash;la<span class="pagenum" id="Page_303">[Pg 303]</span> de Montaner, por
-ejemplo&mdash;de las obras del satírico. «Un día&mdash;escribe Chateaubriand&mdash;nos
-paseábamos, en 1807, á orillas del Tajo, en los jardines de Aranjuez,
-y vimos venir á Fernando á caballo y acompañado de don Carlos. ¡Cuán
-ajeno estaba entonces de prever que aquel peregrino de Tierra Santa
-contribuiría en algún tiempo á restituirle la corona!» Nada más
-sugestivo que este encuentro del hombre que había de renovar toda la
-sensibilidad literaria moderna y de Carlos IV y su hijo Fernando. Nada
-más antitético que estas dos representaciones humanas, símbolos de dos
-grandes y opuestas modalidades sociales...</p>
-
-<p>... Aranjuez, Aranjuez: en los días grises, velados, del otoño, cuando
-paseamos por las desiertas alamedas, una vaga tristeza invade nuestro
-espíritu. ¿En qué pensamos? ¿Qué tememos? ¿Qué esperamos? ¿Ponemos
-nuestro anhelo en un perfeccionamiento de la sensibilidad española; un
-perfeccionamiento que haga desaparecer tantas cosas, que haga surgir
-otras? Las hojas caen; á lo lejos suena el agudo silbido de un tren.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_305">[Pg 305]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="PROCESO_DEL_PATRIOTISMO">PROCESO DEL PATRIOTISMO</h2>
-</div>
-
-
-<p>Solicitado el autor para que enviase artículos á un periódico de la
-Habana&mdash;el <em>Diario de la Marina</em>&mdash;inauguró su colaboración con el
-siguiente trabajo (12 Septiembre 1913):</p>
-
-<blockquote>
-
-<p class="center p0">LA GUERRA</p>
-
-<p>Un viejecito&mdash;simbólico&mdash;está viajando por España. Tiene este
-viejecito una larga barba que le llega hasta las rodillas y unos ojos
-claros, azules. Es chico: como un gnomo. Lleva en su mano un cayado
-con regatón de hierro. Cuenta con muchos, muchos, muchos años. Allá en
-las pretericiones de la Historia conoció á los primitivos pobladores
-de España; luego anduvo entre los godos; más tarde estuvo con los
-alarbes; después, durante la Edad Media, presenció cómo construían las
-catedrales y cómo en unos talleres angostos imprimían los primeros
-libros. Ha departido este viejecito con Mariana; ha platicado con
-Saavedra Fajardo; ha visto pensativo y angustiado á Cervantes; ha
-observado, desde lejos, el último paseo de Larra<span class="pagenum" id="Page_306">[Pg 306]</span> por Recoletos el
-mismo día de su muerte... Nuestro viejecito&mdash;con su luenga barba y su
-bastón herrado&mdash;camina sin parar por la patria española. En el Norte
-ha subido á las verdes montañas y ha descansado, junto á los claros
-riachuelos, en lo hondo de los sosegados valles. Ha preguntado á
-labriegos y á oficiales de mano. Una paz dulce reina en las tierras
-españolas del Norte; lo cantan así los poetas y los literatos.
-Pero por debajo de esa paz tradicional, nuestro viajero ve la
-intranquilidad y la penuria del labriego. No falta el agua del cielo,
-que fecunda los campos; mas la vida es pobre, limitada, y ya algunos
-morbos terribles de la civilización moderna van entrando, poco á poco,
-en el hogar milenario, y van, poco á poco, corroyendo y aniquilando
-esa dulzura que loan los poetas. En ninguna región de España hace
-tantas devastaciones el alcoholismo como en Guipúzcoa. El alcoholismo
-trae como secuela fatal é inevitable la tuberculosis. Diezma la
-tuberculosis los habitantes de esa hermosa región de España. El cuadro
-que nos presentan las estadísticas es verdaderamente aterrador. ¿Quién
-creería que esta paz, que esta serenidad, que esta poética dulzura
-encubre los estragos verdaderamente extraordinarios, hórridos, del
-alcoholismo y de la tisis?</p>
-
-<p>De las provincias vascas, el viejecito de los ojos azules pasa á
-Castilla. Atrás han quedado las verdes pomaradas; atrás los suaves
-praderíos, con los puntitos rojos de las techumbres de las casas,
-colgadas allá arriba en la altura; atrás los claros, silenciosos<span class="pagenum" id="Page_307">[Pg 307]</span>
-regatos que se deslizan entre las anchas y resbaladizas lajas. Ya la
-estepa castellana abre su horizonte ilimitado; antes la mirada no
-podía extenderse más allá de un punto próximo; ahora se dilata por la
-inmensidad gris, rojiza, amarillenta. Ya no hay bosques de árboles;
-si acaso, algún macizo de álamos gráciles, tremulantes, se yergue á
-la vera de un riachuelo. La tierra de sembradura produce poco; no se
-la beneficia toda á la vez y todos los años. Se la divide en dos,
-tres ó más hojas, y en cada añada una sola de estas tres suertes ó
-tranzoneras es la que produce el grano. Son breves y superficiales las
-labores; aún el labriego rige la mancera del milenario arado romano.</p>
-
-<p>Tan poco produce la tierra, que apenas tiene el labrador para pagar
-el canon del arriendo, los pechos del fisco y los intereses de los
-préstamos usurarios. Todo el día, desde que quiebra el alba hasta que
-el sol se pone, el labrador permanece inclinado sobre su bancal. Los
-fríos le atarazan; los ardores del sol le tuestan en el verano. No hay
-leña en su vivienda para calentarse en el invierno. No prueba la carne
-en sus yantares mas que una ó dos veces al año (cuando la prueba).
-Largas sequías dejan exhaustos de humedad los campos; en tanto que la
-sementera se malogra ó que los tiernos alcaceles se agostan, allí á
-dos pasos, corre el agua de los ríos por los hondos álveos hacia el
-mar, inaprovechada, baldía. No hay piedad para el labriego castellano,
-ni en el usurero que presta al ciento por ciento, ni en el Estado
-que agobia con<span class="pagenum" id="Page_308">[Pg 308]</span> su tributación, ni en el político que se expande en
-discursos grandilocuentes y vanos. Castilla se nos aparece pobre y
-desierta. No llegarán á treinta los habitantes por kilómetro cuadrado.
-Incómodos y escasos son los caminos. En insalubres y desabrigadas
-casas moran sus gentes. Leguas y leguas recorremos sin encontrar en la
-triste paramera ni un árbol...</p>
-
-<p>Nuestro viajero deja Castilla y entra en Levante. Levante se abre
-ante la vista del viandante con sus colinas suaves, sus llanos de
-viñedos y sus pinares olorosos. En los pueblecillos, los huertos se
-destacan en los aledaños con sus laureles, sus adelfas y sus granados.
-El aire es tibio y transparente; en la lejanía espejea el mar de
-intenso azul. Pero el labrador de Levante se siente oprimido&mdash;como
-el de Castilla&mdash;por los múltiples males que le deparan el Estado y
-la Naturaleza. Tan frugal es este cultivador de la tierra como el
-cultivador castellano. No prueba jamás la carne; legumbres y verduras
-constituyen su ordinaria alimentación. La tierra rinde poco; la
-filoxera ha devastado la mayoría de los viñedos. El vino ha llegado
-á una suma depreciación. De las campiñas y de los pueblos emigran á
-bandadas los labriegos y los artesanos; emigran también de Galicia,
-de Castilla y de Andalucía. Ahoga asimismo la usura á los pequeños
-propietarios; han de malvender éstos sus casas y sus predios para
-pagar al usurero. Los malos años, las sequías, las plagas del campo,
-hacen que el número de jornaleros empleados en el beneficio de la
-tierra disminuya; en las viviendas pobres&mdash;los<span class="pagenum" id="Page_309">[Pg 309]</span> que no emigran&mdash;pasan
-los días inactivos, sin pan, viendo en la miseria más cruel á sus
-mujeres y á sus hijos.</p>
-
-<p>Continúa nuestro viejecito su camino á través de España. Ahora ha
-llegado á Andalucía. Sierras abruptas, como las de Córdoba y las de
-Ronda, nos muestra la Naturaleza. Llanos grises y uniformes, como
-los de Sevilla, se extienden ante la mirada. La frugalidad en los
-trabajadores agrarios llega á su colmo en la tierra andaluza; una
-jornada de trabajo produce apenas para comprar un poco de pan y una
-escasa porción de aceite. Escuálidos, exangües vemos á los labriegos;
-con andrajos cubren sus carnes; á centenares abandonan la patria
-española. Y en tanto que se alejan de los campos que los vieron nacer,
-en esos mismos campos permanecen incultos, yermos, pertenecientes á
-unas pocas manos, leguas y leguas de terreno.</p>
-
-<p>¡Ah, viejecito de la barba luenga y de los ojos azules! ¡Ah, viejecito
-milenario, que tantas cosas has visto á lo largo de la historia de
-España! La alborada de una nueva vida floreciente y renaciente,
-el deseo formidable é íntimo de ser mejores no es todavía sino un
-rudimento en los pechos de unos pocos españoles. Ahora, sobre las
-calamidades tradicionales, centenarias, de la rutina, la ignorancia,
-la pobreza, se añade la guerra. Una guerra devasta nuestra Hacienda y
-deja exhaustos de brazos los campos y los talleres. Nuevos auxilios
-se le piden al labrador, al industrial, al artesano, al pequeño
-propietario, todos abrumados y angustiados por la usura, el fisco y
-las malas cosechas.<span class="pagenum" id="Page_310">[Pg 310]</span> Una tremenda causa de despoblación se agrega á
-las ya existentes: las ya existentes, que hacen que se camine durante
-horas por las llanuras de Castilla sin encontrar un ser humano. No hay
-escuelas, no hay caminos, no hay árboles, no hay hombres. El viejecito
-de la barba larga se ha sentado en la cima de una montaña. Desde la
-altura se divisaba un vasto panorama de oteros y de valles; en ese
-paisaje estaba retratada en compendio la patria española. Nuestro
-viajero ha pensado: «España: discursos, toros, guerra, fiestas,
-protestas de patriotismo, exaltaciones líricas». Y ha pensado también:
-«España: muchedumbre de labriegos resignados y buenos, emigración,
-hogares sin pan y sin lumbre, tierras esquilmadas y secas, anhelo
-noble en unos pocos espíritus de una vida de paz, de trabajo y de
-justicia».</p>
-</blockquote>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>El anterior artículo motivó vivas protestas en algunos diarios de
-la Habana; hemos procurado indagar el motivo que estos periódicos
-pudieran tener para sus destemplanzas. Nos han dicho que estos
-periódicos defienden á España. No lo entendemos. No fué esto sólo:
-multitud de cartas llegaron á nuestras manos, en que se protestaba
-también enérgicamente de nuestro artículo. Dimos de lado á protestas
-periodísticas y á protestas postales y escribimos&mdash;continuando nuestra
-colaboración&mdash;el artículo que transcribimos:</p>
-
-<blockquote>
-
-<p class="center p0">UN EXTRANJERO EN ESPAÑA</p>
-
-<p>Cuando escribimos estas líneas, Madrid se prepara á recibir la visita
-del jefe del Estado francés...<span class="pagenum" id="Page_311">[Pg 311]</span> Imaginemos una inocente fantasía. Un
-francés, un buen francés que tenga un poco&mdash;aunque no sea mas que
-un poco&mdash;de la finura crítica de un Sainte-Beuve, del colorismo de
-un Gautier, de la escrupulosidad de un Flaubert (¿queréis más?), ha
-releído una de las <em>Orientales</em> del gran Hugo y se dispone á
-visitar á España. Hugo, en esa poesía titulada <em>Granada</em> hace un
-compendio de su visión de la tierra española. Las principales ciudades
-de nuestro país va enumerando el poeta. Jaén tiene «su palacio gótico
-con torrecillas extrañas». Segovia posee «el altar cuyas gradas
-besamos» y además «el acueducto con sus tres hileras de arcos». (No
-son mas que dos, querido y glorioso poeta). Barcelona «en lo alto de
-una columna, eleva un faro al mar.» Alicante «mezcla á los campanarios
-los alminares». (¿Dónde están los alminares de Alicante?) Valencia
-cuenta «con los campanarios de sus trescientas iglesias.» «Salamanca
-se duerme, «al son de las mandolinas» y se despierta á los gritos de
-los escolares. Á Medina del Campo no le quedan mas «que sus sicomoros;
-sus puertas las hicieron los romanos y sus acueductos los moros»...</p>
-
-<p>Saint-Simón, Beaumarchais, Hugo, Gautier, Merimée marcan la línea
-de la observación francesa respecto á España. Estos son los grandes
-espíritus que de nosotros han sabido ver algo personal, intenso,
-original. Conoce nuestro francés&mdash;el que hemos imaginado&mdash;toda esta
-literatura hispanizante de sus compatriotas. Conoce también&mdash;un
-poco&mdash;nuestros autores clásicos. Cuando se pone<span class="pagenum" id="Page_312">[Pg 312]</span> en el tren, su
-imaginación va preparada para recibir el espíritu de España. (La
-«canción de España», diría Barrès, que es el último de los románticos
-franceses; romántico en una lengua clásica, densa, límpida y fresca).
-El país vasco de España es idéntico al país vasco de Francia: el mismo
-cielo bajo y sedante, las mismas praderías verdes y suaves, la misma
-lejanía cerrada por la montaña y por la bruma. Los franceses&mdash;tal
-Hugo&mdash;que ya ven, desde Fuenterrabía, el paisaje de España, la
-reverberación de la luz vivaz, el colorido espléndido, se precipitan
-un poco. Esperad un momento, buenos amigos. Cuando se llega á Vitoria,
-ya el paisaje ha cambiado. Es la llanura alavesa un feliz eclecticismo
-del paisaje vasco y del incipiente panorama castellano. Los horizontes
-se descubren más dilatados y la luminosidad del cielo es más brillante.</p>
-
-<p>El tren&mdash;ó el automóvil&mdash;avanza. Ya en tierra de Burgos, el paisaje
-ha cambiado. El aire es más puro y sutil; las llanuras comienzan.
-Nada más violento, más brusco, que este contraste entre el terreno
-desolado, yermo, seco, uniforme de Castilla y el verde y ondulado
-campo francés. Nada más distante de aquellos ríos plácidos y anchos,
-que estos ríos hondos, angostos y turbulentos. Nada más lejos de
-aquellos pueblecillos que se sospechan á lo lejos escondidos entre
-la fronda, que estos otros pueblecillos que se destacan en lo remoto
-del horizonte, con silueta enérgica, recortados fuertemente en el
-cielo radiante. ¿Á dónde iremos á parar en nuestra peregrinación por
-España?<span class="pagenum" id="Page_313">[Pg 313]</span> ¿Cuál ha de ser nuestro primer contacto serio, íntimo, con
-esta tierra de aspereza, de luminosidad y de aire vivo? No iremos á
-Madrid; un hotel de Madrid&mdash;poco más ó menos&mdash;es como un hotel de
-cualquier otra capital. No iremos á una ciudad populosa de provincias;
-las ciudades populosas se van uniformando sobre un mismo patrón y con
-un mismo aire. El tren ha llegado á la estación de una pequeña ciudad.
-Detengámonos aquí.</p>
-
-<p>Un ómnibus nos lleva hasta la lejana población; este coche tiene los
-cristales rotos, ó por lo menos, chiquitos, sucios; cuando anda hace
-un ruido sonoro de tablas, de hierros, de desvencijamiento; si es
-de noche, un farolillo colocado en lo interior humea apestosamente.
-Avanzamos por las callejas del pueblo. En la fondita nos hacen subir
-al piso alto; recorremos varios pasillos (en que hay ladrillos sueltos
-que se mueven sonoramente al poner el pie encima); al fin nos abren un
-cuartito del que se exhala un fuerte olor á vaho, á humo de tabaco,
-tal vez á yodoformo. Nos acomodamos en él. ¿Qué remedio nos queda?
-Ya en nuestro interior nos sentimos vivamente contrariados. «No
-vale la pena&mdash;pensamos&mdash;de hacer este viaje; en España no se puede
-viajar; no existen comodidades; los españoles&mdash;¡los pobres!&mdash;están muy
-atrasados.» Nos disponemos á salir á la calle; al pasar por uno de
-los corredores de la fondita nos asomamos á una ventana. El panorama
-que entonces descubrimos nos deja profundamente pensativos. Es una
-perspectiva de tejadillos, de paredones vetustos; entre la grisura de
-las edificaciones columbramos<span class="pagenum" id="Page_314">[Pg 314]</span> unos cipreses que yerguen sus cimas
-puntiagudas y negras. ¿De dónde salen esos cipreses? ¿Del patio de un
-convento de monjas? Al final, más allá de las últimas edificaciones
-de la ciudad, se destaca la larga pincelada de una sierra azul, y si
-es en invierno, con los picachos blancos. Hay una serenidad profunda,
-inefable, en el ambiente; forman una delicada armonía los cipreses
-rígidos, el cielo azul límpido, los viejos seculares paredones y la
-remota mancha de la montaña. Y en el silencio, intenso, denso, diríase
-que el tiempo, en su correr eterno, se ha detenido. ¿Cómo verá un
-extranjero todo esto? Es decir, ¿cómo sentirá un hombre, no habiendo
-nacido en España, la unión suprema é inexpresable de este paisaje con
-la raza, con la historia, con el arte, con la literatura de nuestra
-tierra?</p>
-
-<p>En nuestros paseos por la ciudad vamos recorriendo las callejuelas,
-entramos en la iglesia, nos asomamos á los viejos caserones. Hemos
-necesitado un libro; hemos entrado en una tiendecilla; en el
-escaparate, polvoriento, había unas estampas religiosas, artículos de
-escribir y unos libros. En la tiendecilla no tienen ningún libro que
-hable de la ciudad; no se lee nada en el pueblo; nadie pide ningún
-libro; el librero no sabe tampoco nada de nada. (Poco más ó menos le
-ocurre lo mismo á los libreros de las grandes ciudades.) Volvemos á
-pensar, entristecidos, en la pobre España; va nuestra ira irreprimible
-contra los que no aman á España, contra los que no la conocen, ni
-quieren conocerla, ni, enfrascados en concupiscencias y equívocos<span class="pagenum" id="Page_315">[Pg 315]</span>
-manejos, ni buscan ni procuran su bien. Pero, llegados junto al
-río, en las afueras de la población, este panorama tan noble en su
-austeridad, tan elegantemente severo, nos aplaca y hace olvidar el
-enojo íntimo que antes nos desazonaba.</p>
-
-<p>En la fondita, cuando vamos á comer, comenzamos á entrar otra vez en
-desasosiego. El yantar es mediocre; toleramos esto. Pero ¿por qué no
-ha de ser limpio? En todas las fonditas españolas (ó en casi todas)
-los tenedores tienen entre los intersticios manchas amarillentas
-de huevo. ¿Por qué estas indefectibles manchas de los tenedores de
-todas ó casi todas las fonditas españolas? Un momento después, en
-nuestro cuarto, tenemos entre las manos las poesías de fray Luis, ó
-el <em>Quijote</em>, ó <em>La Celestina</em>, ó <em>El Conde Lucanor</em>.
-Nuestro ánimo ha vuelto á serenarse. Hemos contemplado durante el día
-el paisaje de Castilla, el cielo, las ringleras de gráciles álamos,
-el río y los oteros, la llanura amarillenta, las humaredas que se
-disuelven lejanamente en el aire, las remotas montañas. Nuestro
-espíritu ha vibrado hondamente frente á la vieja tierra. ¡Cuántas
-alegrías, cuántos dolores, cuántas esperanzas, cuántas decepciones han
-pasado por esta tierra durante siglos, á través de los años y de los
-años, á lo largo de las generaciones! Y todas estas exaltaciones y
-estas angustias de la larga cadena de nuestros antecesores, han venido
-á crear en nosotros, artistas, esta sensibilidad que hace que nos
-conmovamos ante el paisaje y que sintamos&mdash;ligada á él&mdash;esta página
-de Cervantes ó esta rima de fray Luis. ¿Cómo un extranjero sentirá<span class="pagenum" id="Page_316">[Pg 316]</span>
-esto? ¿Cómo, aun el mismo Barrès, que esto siente en su Lorena, podrá
-sentirlo en la castellana Ávila, á la vista del panorama? Y ¿de qué
-manera un extranjero pasará por encima de la desapacibilidad de la
-fondita, del desabrimiento de los yantares, de la falta de libros, de
-la parcial incultura&mdash;que nosotros mismos lamentamos&mdash;, para ver tan
-sólo, suprema visión de arte, esta belleza de un paisaje concordado
-íntima y espiritualmente con una raza y una literatura; para ver la
-exacta é inefable relación que existe entre la grave prosa castellana
-y ese macizo de álamos que se levantan esbeltos en el declive de un
-recuesto austero y limpio?</p>
-</blockquote>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>El anterior artículo no fué publicado. Se nos devolvió en pruebas.
-Comenzábamos á comprender que el patriotismo es un cristal á través
-del cual se ve el paisaje de diverso modo. El patriotismo de un
-pueblo no es igual al patriotismo de otro país. Cambia el concepto
-del patriotismo según las mil circunstancias del agregado social.
-Queremos ser escrupulosos al hablar de esta delicada materia.
-Indudablemente, en Cuba la guerra colonial ha dejado un cierto
-sedimento afectivo, sentimental; no podrán los españoles residentes
-allí escuchar&mdash;ó leer&mdash;una crítica de las cosas de España con la
-ecuanimidad&mdash;relativa&mdash;con que aquí las escuchamos ó leemos. Además,
-y aparte de esto, lejos, muy lejos de la patria columbramos las cosas
-de ella con otra luz con que las vemos desde la propia casa. Desde la
-lejanía, el anhelo sentimental sufre menos, mucho menos la crítica;
-la crítica, desde luego, justa, lógica, exacta, y, por lo tanto,
-patriótica, alta, profunda, bienhechoramente patriótica.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_317">[Pg 317]</span></p>
-
-<p>Pero ¿era tan terrible el anterior artículo transcrito? ¿Era tan
-terrible que un gran periódico no se atreviese á publicarlo? Creemos
-todo lo contrario; creemos que ese artículo está henchido de amor, de
-dulce simpatía para las cosas de España. En la carta que acompañaba á
-su devolución se nos pedía que habláramos de otro modo de España. ¿De
-qué modo íbamos á hablar de España, de nuestra España?</p>
-
-<p>Sin aludir para nada á las cartas iracundas y á las protestas de los
-periódicos, quisimos dirigirnos, discretamente, á tales protestadores.</p>
-
-<p>Enviamos al <em>Diario de la Marina</em> el siguiente artículo (7
-Noviembre 1913):</p>
-
-<blockquote>
-
-<p class="center p0">EL PATRIOTISMO</p>
-
-<p>La cultura&mdash;y la índole de la cultura&mdash;de un pueblo puede graduarse
-por su manera de entender el patriotismo. Lo que se aplica á las
-naciones puede decirse de los individuos. De cuando en cuando en la
-vida de un país surge un incidente, más ó menos ruidoso, originado
-por la interpretación que, desde el punto de vista del patriotismo,
-se ha dado á un hecho ó á una manifestación oral ó escrita. Ya es
-un gobernante que lleva á cabo determinada resolución, ó ya es un
-publicista que lanza un libro ó hace en la prensa periódica estas
-ó las otras manifestaciones. El acto del gobernante puede llegar á
-concitar contra su persona las multitudes; las manifestaciones del
-publicista pueden acarrearle la animadversión de una inmensa mayoría
-de lectores. Sin embargo, gobernante y publicista habrán procedido
-rectamente, lealmente, guiados por el más acendrado amor á su patria.<span class="pagenum" id="Page_318">[Pg 318]</span>
-Pasará el tiempo; las pasiones se aplacarán; el enardecimiento de
-estos días no turbará el juicio de los ciudadanos; otra generación,
-juzgadora de las consecuencias desastrosas de un régimen, se dará
-cuenta de la pura intención de quienes lo condenaron valientemente.
-Y los hombres antes denostados, vilipendiados, escarnecidos,
-serán&mdash;¡tardía reparación!&mdash;honrados y enaltecidos.</p>
-
-<p>¿Qué es lo que se puede decir en un país y qué es lo que no se puede
-decir? ¿Hasta dónde podrá llegar la crítica que un observador puede
-hacer de las cosas, los hombres, las instituciones de su patria, y
-hasta dónde no podrá llegar? Hemos citado antes, al hablar de un
-gobernante y de un publicista, el caso referente á un determinado
-hecho que surge en la vida de una nación. Ahora no se trata de una
-contingencia histórica, sino del ejercicio cotidiano, constante,
-de la observación social, de la crítica. Un pueblo sin conciencia
-es un pueblo muerto. La conciencia de un pueblo se manifiesta en
-el conocimiento de sí mismo. El conocimiento de sí mismo supone la
-reflexión sobre sus hombres, sus sentimientos y sus ideas. Reflexionar
-sobre todo es pensar, medir, contrastar los méritos y deméritos, las
-ventajas y las desventajas, los avances y los retrocesos. Todo esto,
-en suma, es crítica. Cuanto más espíritu de crítica se contenga en
-la vida de una nación, tanto más esa nación tendrá conciencia de lo
-que ha hecho y de lo que le falta por hacer. Ahora, imaginad que en
-nombre del patriotismo, en nombre de un falso, absurdo, monstruoso
-patriotismo, se les dice á los<span class="pagenum" id="Page_319">[Pg 319]</span> ciudadanos de la nación: «Suponed que
-todo son bienandanzas entre vosotros; cerrad los ojos á todas las
-corruptelas, á todas las lacras sociales, á todos los desenfrenos de
-vuestros gobernantes. Imaginad que todo va bien; desentendeos de toda
-censura y de todo anatema para los obstáculos que mantienen retrasado
-en el progreso á vuestro pueblo. Haciendo esto daréis muestras de
-patriotismo». ¿Qué haríamos al escuchar tan extrañas palabras? ¿Cuál
-sería la disposición de nuestro ánimo?</p>
-
-<p>Existen distintas clases de patriotismo. Las examinaremos brevemente.
-El primer patriotismo lo ha expuesto pintoresca y amenamente Larra
-en uno de sus artículos. Aludimos al titulado «El castellano viejo»,
-que vió la luz en <em>El Pobrecito Hablador</em> en Diciembre de 1833.
-Coleccionado está este trabajo en las obras de Larra; de los más
-conocidos es entre los que salieron de la pluma del gran satírico.
-El tipo retratado por Larra hace alarde del más puro, más ferviente,
-más entusiasta patriotismo. Patriota, archipatriota es el castellano
-viejo ante todo. Nada hay para él superior á lo de su patria. «Es
-tal su patriotismo&mdash;escribe Larra&mdash;, que dará todas las lindezas del
-extranjero por un dedo de su país. Esta ceguedad le hace adoptar
-todas las responsabilidades de tan inconsiderado cariño; de paso que
-defiende que no hay vinos como los españoles, en lo cual bien puede
-tener razón, defiende que no hay educación como la española, en lo
-cual bien pudiera no tenerla; á trueque de defender que el cielo
-de Madrid es<span class="pagenum" id="Page_320">[Pg 320]</span> purísimo, defenderá que nuestras manolas son las más
-encantadoras de todas las mujeres...» (Un breve alto y un paréntesis.
-Dice Larra&mdash;en 1833&mdash;que su castellano viejo bien pudiera tener razón
-en creer que los vinos de España son los mejores del mundo. Bueno
-es el jerez; bueno el málaga; buenos los vinos claros y ligeros de
-las llanuras manchegas, del Rivero y de la Rioja; bueno el fondillón
-alicantino. Pero, querido Larra, ¿y el champagne? ¿Y el oporto? ¿Y
-el rhin? ¿Y el burdeos? ¿Y el chianti? En cuanto á la educación, es
-decir, á la cortesía, á la caballerosidad, cortesía y caballerosidad
-hay entre franceses, ingleses, alemanes. Y mujeres, ¿no las hay
-preciosas, encantadoras, en Inglaterra y Francia? ¿No son espléndidas
-las americanas? Y respecto al cielo de España, ¿será menos bello
-porque declaremos que en Nápoles&mdash;por no hablar de América&mdash;hay un
-cielo radiante y purísimo?)</p>
-
-<p>¿Quién aceptará hoy el patriotismo del castellano viejo de Larra?
-¿De qué manera podrá condenársenos como antipatriotas, como poco
-afectos á nuestro país porque proclamemos que no todas las cosas de
-él son las mejores del mundo, que en el mundo hay cosas tan buenas&mdash;ó
-mejores&mdash;que las que existen en nuestra patria? Y, sin embargo, aun
-en España perdura este concepto. «Es un hombre, en fin, que vive
-de exclusivas»&mdash;añade Larra para acabar de trazar la silueta de su
-personaje&mdash;. Abandonemos estos exclusivismos y mezclémonos á la vida
-universal.</p>
-
-<p>La segunda clase de patriotismo, á que antes<span class="pagenum" id="Page_321">[Pg 321]</span> hemos aludido, es un
-poco menos restrictiva que la anterior. «Está bien&mdash;se dice&mdash;hagamos
-la crítica de nuestros defectos y nuestras máculas. Examinémonos
-imparcial y rigurosamente. En tanto que no lleguemos á esta crítica,
-no llegaremos tampoco á formar un anhelo firme de progreso y
-mejoración. Está bien; pero esa crítica ejerzámosla dentro de casa,
-entre nosotros, sin salir de la familia; no fuera, en el extranjero,
-á la vista de gentes extrañas.» Así nos hablan estos patriotas y
-hemos de reconocer&mdash;lealmente&mdash;que les impulsa, al hablar así, un
-noble sentimiento. Aman su patria, sí; quieren, sí, la crítica de
-lo malo que hay en su patria; pero desean que de esas miserias,
-morbos y corruptelas no se enteren las gentes extrañas. (Santa Teresa
-habla en su <em>Libro de las fundaciones</em> de unos caballeros tan
-pundonorosos, tan celosos de su decoro, que quieren más morirse de
-hambre dentro de casa, «que no que lo sientan los de fuera». Grandeza
-hay en esa dignidad castellana.) Pero el sistema de crítica interior
-y no exterior es totalmente imposible. ¿Cómo nos compondremos para
-lograr esto? Figurémonos que á nosotros, publicistas, nos pide una
-revista extranjera un estudio serio, imparcial, escrupuloso, sobre
-la situación de España, sobre el estado de su agricultura, de sus
-artes, de sus letras. ¿Qué haremos en ese caso? ¿Diremos la verdad, ó
-mentiremos? ¿Amañaremos la realidad innegable, ó expondremos esa misma
-realidad tal cual es?</p>
-
-<p>Aparte de esto, si en nuestra propia casa hacemos crítica imparcial,
-¿de qué manera podremos<span class="pagenum" id="Page_322">[Pg 322]</span> evitar que los periódicos, los discursos,
-los libros en que esa crítica se hace traspasen la frontera? ¿Vamos
-á montar en los lindes de la nación un cuerpo especial de aduanas
-encargado de no dejar pasar hacia afuera esos periódicos, libros y
-discursos? Y cuando del extranjero se nos pida permiso para traducir
-un libro nuestro en que se haga el examen de la vida española, ¿nos
-negaremos á darlo? Todo esto es absurdo é infantil. Reconozcamos
-el buen propósito; pero hagamos constar su impracticabilidad... y
-su inutilidad. Al hacer constar tal cosa, entramos en la tercera
-categoría del patriotismo. Dentro de esta categoría hay quienes
-aman con mayor ó menor conciencia, con mayor ó menor reflexión la
-tierra en que han nacido y viven, pero todos la aman leal, recta y
-noblemente. Dentro de esta categoría, el ejemplar más acabado de
-patriota podríamos representarlo en un hombre que, conociendo el arte,
-la literatura y la historia de su patria, supiese ligar en su espíritu
-un paisaje ó una vieja ciudad, <em>como estados de alma</em>, al libro
-de un clásico ó al lienzo de un gran pintor del pasado; es decir,
-el hombre que espiritualmente, lleno de amor, henchido de callado
-entusiasmo, supiese fusionar, dentro de su espíritu, en un todo
-armónico, todos estos elementos de su patria: el paisaje, la historia,
-el arte, la literatura, los hombres. ¿Cuántos serán los que lleguen á
-estas síntesis de alto patriotismo?</p>
-
-<p>Esta categoría de patriotismo no excluye la crítica, ni hace distingos
-entre la crítica hecha en casa y la hecha fuera de casa. Como su amor
-á<span class="pagenum" id="Page_323">[Pg 323]</span> España es sincero, perseverante y noble, su crítica transpirará
-siempre todas esas cualidades de sinceridad y de delicadeza que él
-pone en su patriotismo. No habrá en ella acrimonia ni odio; una
-melancólica desesperanza se desprenderá, si acaso, de los lamentos y
-reproches de ese hombre. Si es español&mdash;como venimos imaginando&mdash;al
-hacer la crítica de las cosas, ideas, hombres é instituciones de
-España, no hará mas que repetir lo que los hombres más eminentes de la
-política y del periodismo han expresado. Costa, Giner, Pí y Margall,
-Maura, Azcárate, Sánchez de Toca, Macías Picavea, ¿cuán áspera y
-veracísima crítica no han hecho de nuestra administración, nuestra
-justicia, nuestro parlamentarismo, nuestras Universidades?</p>
-
-<p>Cuando lejos de la patria, ausente largos años de la tierra española,
-estas cosas se leen, irremediablemente un sentimiento de disgusto,
-de contrariedad y de indignación invade nuestro espíritu. «¡Cómo se
-pueden decir&mdash;exclamamos&mdash;estas cosas de nuestra amada España!» Con
-los ojos del espíritu, allá en las remotísimas lejanías del espacio,
-vemos las montañas, las llanuras, las ciudades, tal callejuela, tal
-casa, de nuestra amada España. La crítica que acabamos de leer se
-nos hace intolerable; arrojamos con despecho el periódico... Y, sin
-embargo&mdash;¡oh, queridos compatriotas! ¡oh, hermanos en historia y en
-raza!&mdash;esa crítica está inspirada en un noble amor á España. Aquí, en
-el viejo solar, no alejados de él, nosotros sentimos los dolores de
-España; sus angustias son<span class="pagenum" id="Page_324">[Pg 324]</span> nuestras angustias; sus tragedias están
-hechas con nuestra sangre; con nuestro sudor regamos los campos de
-donde sale el mantenimiento para todos; íntimamente maldecimos las
-causas funestas que se oponen á su prosperidad; y desde lo más hondo
-de nuestro ser anhelamos para ella&mdash;la noble y extenuada madre&mdash;días
-de bienandanza, de paz y de progreso...</p>
-</blockquote>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Se publicó el anterior artículo; pero se nos comunicó por la Dirección
-del periódico que nuestra colaboración quedaba suspendida. Aquí tiene
-el lector un pequeño proceso del patriotismo. Podrá ser instructivo
-para el estudio&mdash;según las circunstancias sociales é intelectuales&mdash;del
-sentimiento de patria.</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_325">[Pg 325]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="NOTAS_EPILOGALES">NOTAS EPILOGALES</h2>
-</div>
-
-
-<p><span class="smcap">Nietzsche, el quijote, los duques.</span>&mdash;Añádase al concepto
-formulado por Heine, respecto del <em>Quijote</em> y de los Duques,
-el formulado por Nietzsche. Heine: 1837. Nietzsche: 1887. Nietzsche
-expone, incidentalmente, su concepto en <em>La Genealogía de la
-moral</em> (utilizamos la versión francesa de ese libro hecha por Henri
-Albert.) Del año citado es el libro de Nietzsche. Hablando del fenómeno
-referente á la «espiritualización» y «deificación» de la crueldad, á lo
-largo de la historia humana, el pensador alemán escribe:</p>
-
-<p>«En todos los casos, no hace todavía mucho tiempo, no se hubiera podido
-imaginar ni boda principesca ni fiesta popular de gran rumbo sin
-ejecuciones capitales, sin suplicios ó sin algunos autos de fe; y del
-mismo modo toda casa de gente grande era imposible sin algunos seres
-sobre los cuales se pudiera descargar la perversidad y la socarrona
-crueldad»...</p>
-
-<p>Al llegar aquí, Nietzsche abre un paréntesis&mdash;¡oh admirable
-paréntesis!&mdash;y añade:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_326">[Pg 326]</span></p>
-
-<p>«(Que se piense en don Quijote en casa de la Duquesa. Cuando hoy
-leemos el <em>Quijote</em> íntegro, se nos pone en la boca un leve sabor
-amargo; nuestro espíritu se angustia, cosa que parecería extraña y aun
-incomprensible al autor y á sus contemporáneos&mdash;porque ellos leían ese
-libro con la más tranquila conciencia, como si no hubiera nada más
-alegre, como si fuera cosa de morir de risa).»</p>
-
-<p>Todo nuestro sentimiento moderno del <em>Quijote</em> está en
-estas frases, escritas en 1887. «El <em>Quijote</em>&mdash;hemos dicho
-paradójicamente&mdash;no lo ha escrito Cervantes; lo ha escrito la
-posteridad.» Eso mismo es lo que quiere decir Nietzsche.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p><span class="smcap">El retrato de Cervantes.</span>&mdash;Conocedores en pintura que han visto
-el cuadro y han leído el artículo de Foulché-Delbosc, convienen en la
-falsedad de la pintura. Decididamente, creemos que Cervantes, en el
-prólogo de las <em>Novelas</em>, lo que quiso decir fué que su amigo
-Xauregui podía hacer el retrato, si se lo deseaba. Recuerdo y lisonja
-de la amistad.</p>
-
-<p>La mixtificación hecha&mdash;probablemente&mdash;á fines del siglo
-<span class="allsmcap">XVIII</span>, es manifiesta. Pero ¿por qué se ha mezclado en
-este asunto el patriotismo? Graves varones de la tradición y de la
-rebusca archivística, ¿qué tiene que ver, decid, el patriotismo
-con que sea falso ó auténtico el retrato de Miguel? Sobre el
-arte de las falsificaciones, véase el libro de Paul Eudel <em>Le
-Truquage</em> (Librairie Molière, París, sin año; pero de 1913.)
-Eudel cuenta la historia<span class="pagenum" id="Page_327">[Pg 327]</span> curiosa de la falsificación, hecha por el
-maravilloso falsificador Vrain-Lucas, de una extensa é importantísima
-correspondencia entre Newton y Pascal. También entonces se apeló al
-patriotismo, y hombres políticos, entre otros Thiers, estimaron caso de
-honra nacional el que tal correspondencia no fuera declarada falsa. Y
-su falsedad no podía ser más patente. Cayeron todos aquellos defensores
-del epistolario, defensores por patriotismo, en el más espantoso
-ridículo. Señores: ¿qué tiene que ver el amor á la patria con estas
-cosas?</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p><span class="smcap">La patria de Don Quijote.</span>&mdash;El Toboso, ¿ha debido á Cervantes
-el no ser alguna vez saqueado y devastado? Charles Nodier habla de esto
-en el prólogo á sus novelas. (Utilizamos la edición de Charpentier,
-1855.)</p>
-
-<p>Escribe Nodier: «En una de esas guerras imperiales que tenían por
-objeto dar á España un soberano á la manera de nuestro dueño, los
-franceses, hostigados por las bandas populares, se vengaban, siguiendo
-la usanza inmemorial de los héroes, recorriendo el país á la luz
-del incendio. He aquí un pueblecillo más que la tea va á consumir.
-Se le nombra: es el Toboso. Una explosión de carcajadas simpáticas
-estalla en las filas. Las armas caen de las manos de los vencedores,
-y los dichosos compatriotas de Dulcinea escapan á la matanza, bajo la
-protección del genio de Cervantes.»</p>
-
-<p>No lo hubiera podido imaginar el gran Miguel. Si es cierta la leyenda
-del atropello cometido por<span class="pagenum" id="Page_328">[Pg 328]</span> los toboseños en la persona de Miguel,
-alcabalero, otra leyenda&mdash;ó historia&mdash;nos dice que Cervantes, desde
-la lontananza de lo pretérito, libró de una sangrienta calamidad al
-Toboso. Compensación...</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p><span class="smcap">Gabriel Alomar.</span>&mdash;Alomar vino á Madrid á hacer oposiciones
-á la cátedra de Literatura de Barcelona&mdash;Instituto&mdash;. Había una
-inmensa distancia entre Alomar y los demás opositores. Alomar
-pertenece al núcleo revisionista de los valores clásicos. No ganó
-las oposiciones&mdash;excusado es decirlo&mdash;. Votó en el tribunal, á favor
-de Alomar, don Rodolfo Gil. El programa de esas oposiciones es de lo
-más curioso (por su incongruencia y futilidad) que hemos leído jamás.
-Tenemos propósito de publicarlo para que los futuros historiadores
-tengan un documento preciosísimo referente á la enseñanza de la
-Literatura en España y en 1913 (y muchos años antes... y suponemos que
-muchos también de los venideros).</p>
-
-<p>Algunos compañeros de letras de Alomar obsequiaron á éste en Madrid con
-una comida íntima; el <em>A B C</em> del 4 de Abril de 1913 daba cuenta
-del acto en la siguiente nota (escrita por el autor de este libro):</p>
-
-<p>«En el <em>restaurant</em> Inglés celebróse anoche una comida en
-honor de Gabriel Alomar. Tuvo el banquete carácter de intimidad, y
-exclusivamente literario&mdash;sin trascendencia alguna política&mdash;fué
-tal acto. Poeta, periodista, pensador originalísimo Alomar, sus
-compañeros de letras de Madrid han<span class="pagenum" id="Page_329">[Pg 329]</span> querido significarle su afecto y
-su admiración. Originalidad é intensidad campea en toda la obra de
-Alomar. Poeta es ante todo, en verso y en prosa, el autor de <em>La
-columna de fuego</em>. Con visión de delicadísima poesía ha glosado
-Alomar el más glorioso de los libros españoles: el <em>Quijote</em>.
-Pocas páginas se han producido en España&mdash;en el comentario psicológico
-y lírico&mdash;superiores á esa. La concepción generosa y profunda de la
-realidad que el gran Hidalgo tiene, es la que Alomar exalta y magnifica
-en su glosa; esa misma concepción informa toda la obra filosófica y
-poética de Alomar. «¿Es la visión de Don Quijote&mdash;pregunta el poeta&mdash;la
-que hay que aceptar como verdadera, en la íntima y esencial verdad, no
-en la verdad aparente y externa?» La íntima y esencial verdad es la que
-persigue el artista. «No hay frase que no tenga, animada por el estro
-de un poeta, una potencia de sentido espiritual sobre la apariencia
-corriente del sentido literal», ha escrito también Alomar en su ensayo
-<em>De poetización</em>. Elegante, férvida y tumultuosa, la obra poética
-de Alomar descuella por ese sentido hondo de la realidad y de la vida.</p>
-
-<p>Á tan exquisito escritor han querido festejar sus compañeros en
-Madrid. Reinó en la comida la más efusiva cordialidad. Asistieron á
-ella Jacinto Benavente, Ortega y Gasset, Roberto Castrovido, Valle-Inclán, Luis de Zulueta, Juan R. Jiménez, Amadeo Vives, Luis Bello,
-<em>Azorín</em>.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_330">[Pg 330]</span></p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Pío Baroja no pudo asistir á esta comida, á causa de una desgracia de
-familia; en espíritu y cordialísimamente estuvo con Alomar y sus amigos.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Derrotado Alomar y de regreso en Cataluña, los intelectuales catalanes
-le obsequiaron con otro banquete. En él leyó Alomar un discurso que es
-preciso tener en cuenta para el estudio de la estética del artista.
-Deseamos que el autor lo recoja en alguno de sus libros. Se publicó ese
-trabajo en <em>El Poble Catalá</em> del 11 de mayo del año citado.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p><span class="smcap">Xenius.</span>&mdash;Respondiendo á las indicaciones que hacíamos sobre
-su modalidad literaria, Eugenio d’Ors nos escribía una carta de la
-que vamos á copiar unos párrafos. (Perdone el querido Xenius esta
-indiscreción; nos parece necesaria para completar el estudio de su
-personalidad, ó por lo menos, para añadir á ese estudio un dato
-interesante.)</p>
-
-<p>Dice Xenius:</p>
-
-<p>«Sí, en la fórmula del arte ha de entrar, para el artista moderno, la
-pasión. Pero yo no llamo á esto romanticismo, sino á la ausencia del
-Dominio del orden sobre la pasión.</p>
-
-<p>Más puede haber de ésta, púdica y recatada, en una bien medida
-estrofa que en un libre grito.&mdash;¿Frialdad de los clásicos? Mi amigo
-Vand Landoskz ha encontrado en los papeles de un maestro de<span class="pagenum" id="Page_331">[Pg 331]</span> baile
-sietecentista esta dichosa frase: «<em xml:lang="fr" lang="fr">On ne voit pas tout ce qu’il y a
-dans un menuet.</em>» (Deliciosa, ¿verdad? Se ve al hombre de oficio,
-amante de su oficio y que le de importancia, con una sabrosa punta
-ligera de pedantería, con otra punta de melancolía, y que indica á
-la vez, en una fórmula de carácter general, la exaltación de tantas
-heroicas fiebres como el sacrificio, que es esencial en el arte,
-escondido bajo la perfección formal, bajo la limitación estricta...)</p>
-
-<p>Fórmula de un verdadero clasicismo: «Sólo tiene valor la obediencia á
-la ley en el que sería capaz de violarla».&mdash;Otra fórmula: «Sólo debe
-violarse una ley, cuando con el acto de la violación se formula una ley
-nueva».</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p><span class="smcap">Víctor Hugo y Vasconia.</span>&mdash;Profesó el poeta un cordial amor
-al país vasco. En <em>El hombre que ríe</em>&mdash;libro I, capítulo I&mdash;,
-escribe Víctor Hugo: «Vizcaya es la gracia pirinaica, como Saboya es la
-gracia alpestre. Las temerosas bahías cercanas á San Sebastián, Lezo y
-Fuenterrabía, mezclan á las tormentas, á los nublados, á las espumas
-por encima de los cabos, á las cóleras de las olas y los vientos, al
-horror, al fragor, las bateleras coronadas de rosas. Quien ha visto el
-país vasco, desea volverlo á ver. Ésa es la tierra bendita»...</p>
-
-<p>En el <em>Semanario pintoresco</em> de 19 de Enero de 1851, don Ramón
-de Navarrete daba cuenta<span class="pagenum" id="Page_332">[Pg 332]</span> de una conversación con el poeta. Se titula
-el artículo <em>Una tertulia en casa de Víctor Hugo</em>. La página
-es curiosa. El poeta habló de España. «Luego, volviéndose hacia
-mí&mdash;escribe Navarrete&mdash;, me habló largamente de la España, de su niñez,
-que pasó en Madrid, siendo gobernador de Guadalajara el general Hugo,
-su padre; de la casa del príncipe de Masserano, que habitaban en la
-calle de la Reina; de sus impresiones y de sus recuerdos infantiles,
-pronunciando como parte de estos algunas frases en castellano. Por
-último, conmemoró otro viaje que hizo á las provincias vascongadas
-en 1844, expresándose con vivo entusiasmo acerca de las costumbres
-sencillas y puras de aquel país, de su dulce clima y de su magnífica
-vegetación.</p>
-
-<p>&mdash;Nada he visto en mis viajes&mdash;me decía&mdash;, tan pintoresco ni tan lindo
-como Pasages, á no ser el lago de Ginebra. ¡Y van ustedes&mdash;añadía
-dirigiéndose á los españoles en general&mdash;, van ustedes á visitar la
-Suiza, teniendo otra Suiza más bella en su patria.»</p>
-
-<p>Días después de esta conversación, Hugo envió á Navarrete los
-siguientes versos, dignos de ser conocidos y divulgados...</p>
-
-<p class="poetry p0" xml:lang="fr" lang="fr">
-<span style="margin-left: 1em;">... Espagnols! soyons frères!</span><br />
-Échangeons nos grandeurs! Du même laurier d’or<br />
-couronnons, vous Corneille et nous Campeador!<br />
-Fils du même passé, la glorie est notre mère,<br />
-car vous avez l’Achille et nous avons l’Homère.<br />
-</p>
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter">
-<p><span class="pagenum" id="Page_333">[Pg 333]</span></p>
-
-<h2 class="nobreak" id="INDICE">ÍNDICE</h2>
-</div>
-
-<table class="autotable">
-<tr>
-<th>
-</th>
-<th class="tdr">
-<span class="u"><em>Páginas.</em></span>
-</th>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#SOBRE_EL_QUIJOTE">Sobre el «Quijote»</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_7">7</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#LEMOS_Y_CERVANTES">Lemos y Cervantes</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_15">15</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#UNA_NOBLE_INDIGNACION">Una noble indignación</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_23">23</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#HEINE_Y_CERVANTES">Heine y Cervantes</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_29">29</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#UNA_CASA_DE_MADRID">Una casa de Madrid</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_43">43</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#EL_RETRATO_DE_CERVANTES">El retrato de Cervantes</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_49">49</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#UN_SENSITIVO">Un sensitivo</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_55">55</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#UN_LIBRO_DE_FRAY_CANDIL">Un libro de Fray Candil</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_61">61</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#CEJADOR_Y_EL_ARCIPRESTE">Cejador y el Arcipreste</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_69">69</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#UN_LIBRO_DE_RAMON_Y_CAJAL">Un libro de Ramón y Cajal</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_75">75</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#D_ESTEBAN_MANUEL_DE_VILLEGAS">D. Esteban Manuel de Villegas</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_81">81</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#LA_CELESTINA">«La Celestina»</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_87">87</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#LA_CELESTINA_LA_PELEGRINA">«La Celestina», «La Pelegrina»</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_103">103</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#DEJEMOS_AL_DIABLO">Dejemos al diablo</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_325">111</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#LA_INTELIGENCIA_DE_FEIJOO">La inteligencia de Feijoo</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_117">117</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#LA_PATRIA_DE_DON_QUIJOTE">La patria de Don Quijote</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_123">123</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#GLOSARIOS_A_XENIUS">Glosarios á Xenius</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_137">137</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#EL_CONDE_LUCANOR">El Conde Lucanor</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_143">143</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#DON_JUAN_VALERA">Don Juan Valera</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_171">171</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#GABRIEL_ALOMAR">Gabriel Alomar</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_177">177</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#UNA_ANTOLOGIA_OLVIDADA">Una antología olvidada</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_183">183</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#PIFERRER_Y_LOS_CLASICOS">Piferrer y los clásicos</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_191">191</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#JUAN_R_JIMENEZ">Juan R. Jiménez</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_199">199</a><span class="pagenum" id="Page_334">[Pg 334]</span>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#LAS_IDEAS_ANTIDUELISTAS">Las ideas antiduelistas</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_205">205</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#EL_TEATRO_Y_LA_NOVELA">El teatro y la novela</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_213">213</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#MAS_DEL_TEATRO_CLASICO_CASTELLANO">Más del teatro clásico castellano</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_221">221</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#LOS_ESPANOLES">Los españoles</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_239">239</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#EUGENIO_NOEL">Eugenio Noel</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_247">247</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#TORITOS_BARBARIE">Toritos, barbarie</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_253">253</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#CARROS">Carros</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_259">259</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#LAS_TEMERIDADES_DE_MARCHENA">Las temeridades de Marchena</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_265">265</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#VICTOR_HUGO_EN_VASCONIA">Víctor Hugo en Vasconia</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_273">273</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#UN_IDEOLOGO_DE_1850">Un ideólogo de 1850</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_281">281</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#BAROJA_HISTORIADOR">Baroja, historiador</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_291">291</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#ARANJUEZ_O_LA_SENSIBILIDAD_ESPANOLA">Aranjuez ó la sensibilidad española</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_297">297</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#PROCESO_DEL_PATRIOTISMO"> Proceso del patriotismo</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_305">305</a>
-</td>
-</tr>
-<tr>
-<td>
-<a href="#NOTAS_EPILOGALES">Notas epilogales</a>
-</td>
-<td class="tdr">
-<a href="#Page_325">325</a>
-</td>
-</tr>
-</table>
-
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter transnote">
-<h2 class="nobreak" id="Notas">Notas</h2>
-
-<p>Se corrigieron los errores obvios de puntuación e en la ortografía. Se
-mantuvieron algunas palabras como en el texto
-original cuando no se redujo la comprensión. (<span xml:lang="en" lang="en">Obvious errors in
-punctuation and spelling were fixed. Some words were left as in the original text when it did not impact comprehension.</span>)</p>
-
-<p>La portada del libro fue creada por el transcriptor utilizando la página del título y se coloca en el dominio público. (<span xml:lang="en" lang="en">The cover image was created by the transcriber from the title page and is placed in the public domain.</span>)</p>
-</div>
-<div lang='en' xml:lang='en'>
-<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>LOS VALORES LITERARIOS</span> ***</div>
-<div style='text-align:left'>
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-Defect you cause.
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-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg&#8482;
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; is synonymous with the free distribution of
-electronic works in formats readable by the widest variety of
-computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
-exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
-from people in all walks of life.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg&#8482;&#8217;s
-goals and ensuring that the Project Gutenberg&#8482; collection will
-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg&#8482; and future
-generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org.
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation&#8217;s EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
-U.S. federal laws and your state&#8217;s laws.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Foundation&#8217;s business office is located at 809 North 1500 West,
-Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up
-to date contact information can be found at the Foundation&#8217;s website
-and official page at www.gutenberg.org/contact
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; depends upon and cannot survive without widespread
-public support and donations to carry out its mission of
-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine-readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
-DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state
-visit <a href="https://www.gutenberg.org/donate/">www.gutenberg.org/donate</a>.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Please check the Project Gutenberg web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations. To
-donate, please visit: www.gutenberg.org/donate
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 5. General Information About Project Gutenberg&#8482; electronic works
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
-Gutenberg&#8482; concept of a library of electronic works that could be
-freely shared with anyone. For forty years, he produced and
-distributed Project Gutenberg&#8482; eBooks with only a loose network of
-volunteer support.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
-the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
-necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
-edition.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Most people start at our website which has the main PG search
-facility: <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-This website includes information about Project Gutenberg&#8482;,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
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