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+ <title>Entre Naranjos | Project Gutenberg</title>
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+<div>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 30122 ***</div>
+<div class='ph3'>VICENTE BLASCO IBÁÑEZ</div>
+
+<h1>ENTRE NARANJOS</h1>
+
+<p class="c"><b>—NOVELA—</b></p>
+
+<p class="c"><b>15.000</b></p>
+
+<p class="c"><b>F. Sempere y C.<sup>a</sup>, Editores</b><br>
+<b>CALLE DE ISABEL LA CATÓLICA, 5</b><br>
+<b>VALENCIA</b><br>
+<b>1904</b></p>
+
+<div class="caja">
+<p class="c">
+<a href="#PRIMERA_PARTE"><b>PRIMERA PARTE</b></a><br>
+<a href="#Ia"><b>I, </b></a>
+<a href="#IIa"><b>II, </b></a>
+<a href="#IIIa"><b>III, </b></a>
+<a href="#IVa"><b>IV, </b></a>
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+
+<p class="c">
+<a href="#SEGUNDA_PARTE"><b>SEGUNDA PARTE</b></a><br>
+<a href="#Ib"><b>I, </b></a>
+<a href="#IIb"><b>II, </b></a>
+<a href="#IIIb"><b>III, </b></a>
+<a href="#IVb"><b>IV, </b></a>
+<a href="#Vb"><b>V, </b></a>
+<a href="#VIb"><b>VI, </b></a>
+<a href="#VIIb"><b>VII</b></a></p>
+
+<p class="c">
+<a href="#TERCERA_PARTE"><b>TERCERA PARTE</b></a><br>
+<a href="#Ic"><b>I, </b></a>
+<a href="#IIc"><b>II, </b></a>
+<a href="#IIIc"><b>III</b></a></p>
+</div>
+
+
+<div class='chapter'><h2><a id="PRIMERA_PARTE"></a>PRIMERA PARTE</h2></div>
+
+<p class="c"><b>———</b></p>
+
+
+<h3><a id="Ia"></a>I</h3>
+
+
+<p>—Los amigos te esperan en el casino. Sólo te han visto un momento esta
+mañana: querrán oírte; que les cuentes algo de Madrid.</p>
+
+<p>Y doña Bernarda fijaba en el joven diputado una mirada profunda y
+escudriñadora de madre severa que recordaba a Rafael sus inquietudes de
+la niñez.</p>
+
+<p>—¿Vas directamente al Casino?...—añadió.—Ahora mismo irá Andrés.</p>
+
+<p>Saludó Rafael a su madre y a don Andrés, que aún quedaban a la mesa
+saboreando el café, y salió del comedor.</p>
+
+<p>Al verse en la ancha escalera de mármol rojo, envuelto en el silencio de
+aquel caserón vetusto y señorial, experimentó el bienestar voluptuoso
+del que entra en un baño tras un penoso viaje.</p>
+
+<p>Después de su llegada, del ruidoso recibimiento en la estación, de los
+vítores y música hasta ensordecer, apretones de manos aquí, empellones
+allá, y una continua presión de más de mil cuerpos que se arremolinaban
+en las calles de Alcira para verle de cerca, era el primer momento en
+que se contemplaba solo, dueño de sí mismo, pudiendo andar o detenerse a
+voluntad, sin precisión de sonreír automáticamente y de acoger con
+cariñosas demostraciones a gentes cuyas caras apenas reconocía.</p>
+
+<p>¿Qué bien respiraba descendiendo por la silenciosa escalera, resonante
+con el eco de sus pasos! ¡Qué grande y hermoso le parecía el patio con
+sus cajones pintados de verde, en los que crecían los plátanos de anchas
+y lustrosas hojas! Allí habían pasado los mejores años de su niñez. Los
+chicuelos que entonces le espiaban desde el gran portalón, esperando una
+oportunidad para jugar con el hijo del poderoso don Ramón Brull, eran
+los mismos que dos horas antes marchaban agitando sus fuertes brazos de
+hortelanos, desde la estación a la casa, dando vivas al diputado, al
+ilustre hijo de Alcira.</p>
+
+<p>Este contraste entre el pasado y el presente halagaba su amor propio,
+aunque allá en el fondo del pensamiento le escarabajease la sospecha de
+que en la preparación del recibimiento habían entrado por mucho las
+ambiciones de su madre y la fidelidad de don Andrés con todos los amigos
+unidos a la grandeza de los Brull, caciques y señores del distrito.</p>
+
+<p>Dominado por los recuerdos, al verse de nuevo en su casa, después de
+algunos meses de estancia en Madrid, permaneció un buen rato inmóvil en
+el patio, mirando los balcones del primer piso, las ventanas de los
+graneros—de las que tantas veces se había retirado de niño, advertido
+por los gritos de su madre;—y al final, como un velo azul y luminoso,
+un pedazo de cielo empapado de ese sol que madura como cosecha de oro
+los racimos de inflamadas naranjas.</p>
+
+<p>Le parecía ver aún a su padre, el imponente y grave don Ramón, paseando
+por el patio, con las manos atrás, contestando con pocas y reposadas
+palabras las consultas de los partidarios que le seguían en sus
+evoluciones con mirada de idolatras. ¡Si hubiera podido resucitar
+aquella mañana, para ver a su hijo aclamado por toda la ciudad!...</p>
+
+<p>Un ligero rumor semejante al aleteo de dos moscas turbaba el profundo
+silencio de la casa. El diputado miró al único balcón que estaba
+entreabierto. Su madre y don Andrés hablaban en el comedor: se ocuparían
+de él como siempre. Y cual si temiera ser llamado, perdiendo en un
+instante el bienestar de la soledad, abandonó el patio, saliendo a la
+calle.</p>
+
+<p>Las dos de la tarde. Casi hacía calor, aunque era el mes de Marzo.
+Rafael, habituado al viento frío de Madrid y a las lluvias de invierno,
+aspiraba con placer la tibia brisa que esparcía el perfume de los
+huertos por las estrechas callejuelas de la ciudad vieja.</p>
+
+<p>Años antes había estado en Italia con motivo de una peregrinación
+católica: su madre le había confiado a la tutela de un canónigo de
+Valencia, que no quiso volver a España sin visitar a don Carlos, y
+Rafael recordaba las callejuelas de Venecia, al pasar por las calles de
+la vieja Alcira, profundas como pozos, sombrías, estrechas, oprimidas
+por las altas casas, con toda la economía de una ciudad que, edificada
+sobre una isla, sube sus viviendas conforme aumenta el vecindario y sólo
+deja a la circulación el terreno preciso.</p>
+
+<p>Las calles estaban solitarias. Se habían ido a los campos los que horas
+antes las llenaban en ruidosa manifestación. Los desocupados se
+encerraban en los cafés, frente a los cuales pasaba apresuradamente el
+diputado, recibiendo al través de las ventanas el vaho ardiente en que
+zumbaban choques de fichas y bolas de marfil, y las animadas discusiones
+de los parroquianos.</p>
+
+<p>Rafael llegó al puente del Arrabal, una de las dos salidas de la vieja
+ciudad edificada sobre la isla. El Júcar peinaba sus aguas fangosas y
+rojizas en los machones del puente. Unas cuantas canoas balanceábanse
+amarradas a las casas de la orilla. Rafael reconoció entre ellas la
+barca que en otro tiempo le servía para sus solitarias excursiones por
+el río, y que, olvidada por su dueño, iba soltando la blanca capa de
+pintura.</p>
+
+<p>Después se fijó en el puente; en su puerta ojival, resto de las antiguas
+fortificaciones; en los pretiles de piedra amarillenta y roída como si
+por las noches vinieran a devorarla todas las ratas del río, y en los
+dos casilicios que guardaban unas imágenes mutiladas y cubiertas de
+polvo.</p>
+
+<p>Eran el patrono de Alcira y sus santas hermanas; el adorado San
+Bernardo, el príncipe Hamete, hijo del rey moro de Carlet, atraído al
+cristianismo por la mística poesía del culto, ostentando en su frente
+destrozada el clavo del martirio.</p>
+
+<p>Los recuerdos de su niñez, vigilada por una madre de devoción crédula e
+intransigente, despertaban en Rafael al pasar ante la imagen. Aquella
+estatua desfigurada y vulgar era el penate de la población, y la cándida
+leyenda de la enemistad y la lucha entre San Vicente y San Bernardo,
+inventada por la religiosidad popular, venía a su memoria.</p>
+
+<p>El elocuente fraile llegaba a Alcira en una de sus correrías de
+predicador y se detenía en el puente, ante la casa de un veterinario,
+pidiendo que le herrasen su borriquilla. Al marcharse le exigía el
+herrador el precio de su trabajo, e indignado San Vicente por su
+costumbre de vivir a costa de los fieles, miraba al Júcar exclamando:</p>
+
+<p>—<i>Algún día dirán: así estaba Alsira</i>.</p>
+
+<p>—<i>No mentres Bernat estiga</i>,—contestaba desde su pedestal la imagen de
+San Bernardo.</p>
+
+<p>Y, efectivamente; allí estaba aún la estatua del santo como centinela
+eterno, vigilando el Júcar para oponerse a la maldición del rencoroso
+San Vicente. Es verdad que el río crecía y se desbordaba todos los años,
+llegando hasta los mismos pies de <i>San Bernat</i>, faltando poco para
+arrastrarle en su corriente; es verdad también que cada cinco o seis
+años derribaba casas, asolaba campos, ahogaba personas y cometía otras
+espantables fechorías, obedeciendo la maldición del patrón de Valencia;
+pero el de Alcira podía más, y buena prueba era que la ciudad seguía
+firme y en pie, salvo los consiguientes desperfectos y peligros cada
+vez que llovía mucho y bajaban las aguas de Cuenca.</p>
+
+<p>Rafael, sonriendo al poderoso santo como a un amigo de su niñez, pasó el
+puente y entró en el Arrabal, la ciudad nueva, anchurosa y
+despejada—como si las apretadas casas de la isla, cansadas de la
+opresión, hubiesen pasado en tropel a la ribera opuesta, esparciéndose
+con el alborozo y el desorden de colegiales en libertad.</p>
+
+<p>El diputado se detuvo en la entrada de la calle donde estaba el Casino.
+Hasta él llegaba el rumor de la concurrencia, mayor que otros días, con
+motivo de su llegada. ¿Qué iba a hacer allí? Hablar de los asuntos del
+distrito, de la cosecha de la naranja o de las riñas de gallos,
+describirles cómo era el jefe del gobierno y el carácter de cada
+ministro. Pensó con cierta inquietud en don Andrés, aquel Mentor que por
+recomendación de su madre, si se despegaba de él alguna vez, era para
+seguirle de lejos... Pero, ¡bah!, que le esperasen en el Casino. Tiempo
+le quedaba en toda la tarde para abismarse en aquel salón lleno de humo,
+donde todos al verle se abalanzarían a él mareándole con sus preguntas y
+confidencias.</p>
+
+<p>Y embriagado cada vez más por la luz meridional y aquellos perfumes
+primaverales en pleno invierno, torció por una callejuela, dirigiéndose
+al campo.</p>
+
+<p>Al salir del antiguo barrio de la Judería y verse en plena campiña,
+respiró con amplitud, como si quisiera encerrar en sus pulmones toda la
+vida, la frescura y los colores de su tierra.</p>
+
+<p>Los huertos de naranjos extendían sus rectas filas de copas verdes y
+redondas en ambas riberas del río; brillaba el sol en las barnizadas
+hojas: sonaban como zumbidos de lejanos insectos los engranajes de las
+máquinas del riego, la humedad de las acequias, unida a las tenues
+nubecillas de las chimeneas de los motores, formaba en el espacio una
+neblina sutilísima que transparentaba la dorada luz de la tarde con
+reflejos de nácar.</p>
+
+<p>A un lado alzábase la colina de San Salvador con su ermita en la cumbre,
+rodeada de pinos, cipreses y chumberas. El tosco monumento de la piedad
+popular parecía hablarle como un amigo indiscreto, revelando el motivo
+que le hacía abandonar a los partidarios y desobedecer a su madre.</p>
+
+<p>Era algo más que la belleza del campo lo que le atraía fuera de la
+ciudad. Cuando los rayos del sol naciente le despertaron por la mañana
+en el vagón, lo primero que <i>vio</i>, antes de abrir los ojos, fue un
+huerto de naranjos, la orilla del Júcar y una casa pintada de azul, la
+misma que asomaba ahora, a lo lejos, entre las redondas copas de
+follaje, allá en la ribera del río.</p>
+
+<p>¡Cuántas veces la había visto en los últimos meses con los ojos de la
+imaginación!...</p>
+
+<p>Muchas tardes en el Congreso, oyendo al jefe que desde el banco azul
+contestaba con voz incisiva a los cargos de las oposiciones, su cerebro,
+como abrumado por el incesante martilleo de palabras, comenzaba a
+dormirse. Ante sus ojos entornados desarrollábase una neblina parda,
+como si espesara la penumbra húmeda de bodega en que está siempre el
+salón de sesiones; y sobre este telón destacábanse como visión
+cinematográfica las filas de naranjos, la casa azul con sus ventanas
+abiertas, y por una de ellas salía un chorro de notas, una voz velada y
+dulcísima cantando <i>lieders</i> y romanzas que servía de acompañamiento a
+los duros y sonoros párrafos del jefe del gobierno. De repente, Rafael
+despertaba con los aplausos y el barullo. Había llegado el momento de
+votar, y el diputado, viendo todavía los últimos contornos de la casa
+azul que se desvanecían, preguntaba a su vecino de banco:</p>
+
+<p>—¿Qué, votamos? ¿Sí o no?</p>
+
+<p>La misma visión se le presentaba por las noches en el teatro Real, allí
+donde la música sólo servía para hacerle recordar la voz del huerto
+extendiéndose por entre los naranjos como un hilo de oro, y en las
+comidas con los compañeros de comisión, cuando con el veguero en los
+labios y retozándoles la alegría voluptuosa de una digestión feliz, iban
+todos a acabar la noche en alguna casa de confianza donde no corriera
+peligro su dignidad de representantes del país.</p>
+
+<p>Ahora volvía a ver con intensa emoción aquella casa y marchaba hacia
+ella, no sin vacilaciones; con cierto temor que no podía explicarse y
+que agitaba su diafragma, oprimiéndole los pulmones.</p>
+
+<p>Pasaban los hortelanos junto al diputado, cediéndole el borde del
+camino, y él contestaba distraídamente a su saludo.</p>
+
+<p>Todos ellos se encargarían de contar dónde le habían visto. No tardaría
+su madre en saberlo. Por la noche tempestad en el comedor de su casa. Y
+Rafael, siempre caminando hacia la casa azul, pensaba con amargura en su
+situación. ¿A qué iba allá? ¿Por qué empeñarse en complicar su vida con
+dificultades que no podía vencer? Recordaba las dos o tres escenas
+cortas, pero violentas, que meses antes había tenido con su madre. El
+furor autoritario de aquella señora tan devota y rígida de costumbres,
+al enterarse de que su hijo visitaba la casa azul y era amigo de una
+extranjera a la que no trataban las personas decentes de la ciudad y de
+la que sólo hablaban bien los hombres en el Casino cuando se veían
+libres de la protesta de sus familias.</p>
+
+<p>Fueron escenas borrascosísimas. Por aquellos días le iban a elegir
+diputado. ¿Es que quería deshonrar el nombre de la familia
+comprometiendo su porvenir político? ¿Para eso había arrastrado su padre
+una vida de luchas, de servicios al partido, realizados muchas veces
+escopeta en mano? ¿Una <i>perdida</i> podía comprometer la casa de los Brull,
+arruinada por treinta años de política y de elecciones para los señores
+de Madrid, ahora que su representante iba a tocar el resultado de tanto
+sacrificio consiguiendo la diputación y tal vez el medio de salvar las
+antiguas fincas, abrumadas por el peso de embargos e hipotecas?...</p>
+
+<p>Rafael, anonadado por aquella madre enérgica que era el alma del
+partido, prometió no volver más a la casa azul, no ver a la <i>perdida</i>,
+como la llamaba doña Bernarda, con una entonación que hacía silbar la
+palabra.</p>
+
+<p>Pero de entonces databa el convencimiento de su debilidad. A pesar de su
+promesa, volvió. Iba por caminos extraviados, dando grandes rodeos,
+ocultándose como cuando de niño marchaba con los camaradas a comer fruta
+en los huertos. El encuentro con una labradora; con un chicuelo o con un
+mendigo, le hacía temblar, a él, cuyo nombre repetía todo el distrito, y
+que de un momento a otro iba a conseguir la investidura popular, el
+eterno ensueño de su padre. Y al presentarse en la casa azul tenía que
+fingir que llegaba por un acto libre de su voluntad, sin miedo alguno.
+Así, sin que lo supiera su madre, siguió viendo a aquella mujer hasta la
+víspera de su salida para Madrid.</p>
+
+<p>Al llegar Rafael a este punto de sus recuerdos, preguntábase qué
+esperanza le movía a desobedecer a su madre, arrostrando su temible
+indignación.</p>
+
+<p>En aquella casa sólo había encontrado una amistad franca y
+despreocupada, un compañerismo algo irónico, como de persona obligada
+por la soledad a escoger entre los inferiores el camarada menos
+repulsivo. ¡Ay! cómo veía aún las risas escépticas y frías con que eran
+acogidas sus palabras, que él creía de ardorosa pasión. ¡Qué carcajada
+aquella, insolente y brutal como un latigazo, el día en que se atrevió a
+decir que estaba enamorado!</p>
+
+<p>—Nada de romanticismo, ¿eh, Rafaelito?... Si quiere usted que sigamos
+amigos, sea con la condición de que me trate como a un hombre. Camaradas
+y nada más.</p>
+
+<p>Y mirándole con sus ojos verdes, luminosos, diabólicos, se sentaba al
+piano y comenzaba uno de aquellos cantos ideales, como si quisiera con
+la magia del arte levantar una barrera entre los dos.</p>
+
+<p>Otro día estaba nerviosa; la molestaban las miradas de Rafael, sus
+palabras de amorosa adoración, y le decía con brutal franqueza.</p>
+
+<p>—No se canse usted. Yo ya no puedo amar: conozco mucho a los hombres,
+pero si alguno me hiciese volver al amor, no sería usted, Rafaelito.</p>
+
+<p>Y él allí; insensible a los arañazos y desprecios de aquel terrible
+amigo con faldas; indiferente ante los conflictos que la ciega pasión
+podía provocar en su casa.</p>
+
+<p>Quería librarse del deseo y no podía. Para arrancarse de tal atracción
+pensaba en el pasado de aquella mujer: se decía que a pesar de su
+belleza, de su aire aristocrático, de la cultura con que le deslumbraba
+a él, pobre provinciano, no era más que una aventurera que había corrido
+medio mundo, pasando de unos a otros brazos. Resultaba una gran cosa el
+conseguirla; hacerla su amante; sentirse en el contacto carnal camarada
+de príncipes y célebres artistas; pero ya que era imposible, ¿a qué
+insistir comprometiéndose y quebrantando la tranquilidad de su casa?</p>
+
+<p>Para olvidarla rebuscaba el recuerdo de palabras y actitudes, queriendo
+convertirlas en defectos. Saboreaba el goce del deber cumplido, cuando
+tras esta gimnasia de su voluntad pensaba en ella sin sentir el deseo de
+poseerla, una satisfacción de eunuco que contempla frío e indiferente,
+como pedazos de carne muerta, las desnudas bellezas tendidas a sus pies.</p>
+
+<p>Al principio de su vida en Madrid se creyó curado. Su nueva existencia,
+las continuas y pequeñas satisfacciones del amor propio, el saludo de
+los ujieres del Congreso, la admiración de los que venían de allá y le
+pedían una papeleta para las tribunas; el verse tratado como compañero
+por aquellos señores, de muchos de los cuales hablaba su padre con el
+mismo respeto que si fuesen semidioses; el oírse llamar <i>señoría</i>, él, a
+quien Alcira entera tuteaba con afectuosa familiaridad, y rozarse en los
+bancos de la mayoría conservadora con un batallón de duques, condes y
+marqueses, jóvenes que eran diputados como complemento de la distinción
+que da una querida guapa y un buen caballo de carreras, todo esto le
+embriagaba, le aturdía, haciéndole olvidar, creyéndose completamente
+curado.</p>
+
+<p>Pero al familiarizarse con su nueva vida, al perder el encanto de la
+novedad estos halagos del amor propio, volvían los tenaces recuerdos a
+emerger en su memoria. Y por la noche, cuando el sueño aflojaba su
+voluntad en dolorosa tensión, la casa azul, los ojos verdes y diabólicos
+de su dueña, y la boca fresca, grande y carnosa con su sonrisa irónica
+que parecía temblar entre los dientes blancos y luminosos, eran el
+centro inevitable de todos sus ensueños.</p>
+
+<p>¿Para qué resistir más? Podía pensar en ella cuanto quisiera; esto no lo
+sabría su madre. Y se entregó a unos amores de imaginación, en los
+cuales la distancia hermoseaba aún más a aquella mujer.</p>
+
+<p>Sintió el deseo vehemente de volver a su ciudad. La ausencia y la
+distancia parecían allanar los obstáculos. Su madre no era tan temible
+como él creía. ¡Quién sabe si al volver allá,—ahora que él mismo se
+creía cambiado por su nueva vida,—le sería fácil continuar aquellas
+relaciones y preparada ella por el aislamiento y la soledad le recibiría
+mejor!</p>
+
+<p>Las Cortes iban a cerrarse, y obedeciendo las continuas indicaciones de
+los partidarios y de doña Bernarda que le pedían que hiciese
+<i>algo</i>—fuese lo que fuese—<i>algo</i> beneficioso para la ciudad, una
+tarde, a primera hora, cuando en el salón de sesiones no estaban más que
+el presidente, los maceros y unos cuantos periodistas dormidos en la
+tribuna, se levantó con el almuerzo subido a la garganta por la emoción,
+para pedir al ministro de Fomento más actividad en el expediente de las
+obras de defensa de Alcira contra las invasiones del río; un mamotreto
+que contaba unos sesenta años de vida y aún estaba en la niñez.</p>
+
+<p>Después de esto ya podía volver con la aureola de diputado <i>práctico</i>,
+«celoso defensor de nuestros intereses materiales», como le titulaba el
+semanario de la localidad, órgano del partido. Y aquella mañana, al
+bajar del tren, entre los apretones de la muchedumbre, el diputado,
+sordo a la <i>Marcha Real</i> y a los vivas, se levantaba sobre las puntas de
+los pies, buscando ver a lo lejos, entre las banderas, la casa azul con
+sus masas de naranjos.</p>
+
+<p>Al llegar a ella por la tarde la emoción erizaba su epidermis y oprimía
+su estómago. Pensó por última vez en su madre, amante de su prestigio y
+temerosa de las murmuraciones de los enemigos; en aquellos demagogos
+que por la mañana se asomaban a la puerta de los cafés burlándose de la
+manifestación; pero todos sus escrúpulos se desvanecieron al ver la
+cerca de altas adelfas y punzantes espinos, las dos pilastras azules en
+que se apoyaba la puerta de verdes barrotes, y empujando esta entró en
+el huerto.</p>
+
+<p>Los naranjos extendíanse en filas, formando calles de roja tierra,
+anchas y rectas como las de una ciudad moderna tirada a cordel, en la
+que las casas fuesen cúpulas de un verde obscuro y lustroso. A ambos
+lados de la avenida que conducía a la casa, extendían y entrelazaban los
+altos rosales sus espinosas ramas. Comenzaban a brotar en ellas los
+primeros botones anunciando la primavera.</p>
+
+<p>Entre el rumor de la brisa agitando los árboles y el parloteo de los
+gorriones que saltaban en torno de los troncos, Rafael percibió una
+música lejana, el sonido de un piano apenas rozado con los dedos, y una
+voz velada, tímida, como si cantase para si misma.</p>
+
+<p>Era ella. Rafael conocía la música; un <i>lieder</i> de Schubert, el favorito
+de aquella época; un maestro que «aún tenía lo mejor por descolgar»,
+según decía la artista en el argot aprendido de los grandes músicos,
+aludiendo a que sólo se habían popularizado las obras más vulgares del
+melancólico compositor.</p>
+
+<p>El joven avanzaba lentamente, con miedo, como si temiera que el ruido de
+sus pasos cortase aquella melodía que parecía mecer amorosamente el
+huerto, dormido bajo la luz de oro de la tarde.</p>
+
+<p>Llegó a la plazoleta, frente a la casa, y vio de nuevo sus palmeras
+rumorosas, los bancos de mampostería con asiento y respaldo de floreados
+azulejos. Allí había reído ella muchas veces escuchándole.</p>
+
+<p>La puerta estaba cerrada. Al través de un balcón entreabierto veíase un
+pedazo de seda azul ligeramente curvado: la espalda de una mujer.</p>
+
+<p>Los pasos de Rafael hicieron ladrar a un perro en el fondo del huerto;
+huyeron cacareando las gallinas que picoteaban en un extremo de la
+plazoleta y cesó la música, oyéndose el arrastrar de una silla, como si
+alguien se pusiera en pie.</p>
+
+<p>Apareció en el balcón una amplia bata de color celeste. Lo único que vio
+Rafael fueron los ojos, el relámpago verde que pareció llenar de luz
+todo el hueco del balcón.</p>
+
+<p>—<i>¡Beppa! ¡Beppina!</i>—gritó una voz firme, sonora y caliente de
+soprano.—<i>Apri la porta.</i></p>
+
+<p>E inclinando su cabeza rubia obscura, cargada de gruesas trenzas, como
+un casco de oro antiguo, dijo sonriendo con confianza amistosa y
+burlona:</p>
+
+<p>—Bien venido, Rafaelito. No sé por qué, le esperaba esta tarde. Ya nos
+hemos enterado de sus triunfos: hasta este desierto llegaron la música y
+los vivas. Mi enhorabuena, señor diputado. Pase adelante su señoría.</p>
+
+
+
+<h3><a id="IIa"></a>II</h3>
+
+
+<p>Desde Valencia hasta Játiva, en toda la inmensa extensión cubierta de
+arrozales y naranjos que la gente valenciana encierra bajo el vago
+título de <i>la Ribera</i>, no había quien ignorase el nombre de Brull y la
+fuerza política que significaba.</p>
+
+<p>Cual si no se hubiera realizado la unidad nacional, y el país siguiera
+dividido en taifas o waliatos como cuando existía un rey moro en Carlet,
+otro en Denia y otro en Játiva, el régimen de elecciones mantenía una
+especie de señorío inviolable en cada distrito, y al recorrer en el
+gobierno de la provincia el mapa político, siempre que se fijaban en
+Alcira, decían lo mismo.</p>
+
+<p>—Ahí estamos seguros. Contamos con Brull.</p>
+
+<p>Era una dinastía que venía reinando treinta años sobre el distrito, cada
+vez con mayor fuerza.</p>
+
+<p>El fundador de la casa soberana había sido el abuelo de Rafael, el
+ladino don Jaime, que había amasado la fortuna de la familia con
+cincuenta años de lenta explotación de la ignorancia y la miseria.
+Comenzó de escribiente en el ayuntamiento; después había sido secretario
+del juzgado municipal, pasante del notario y ayudante en el Registro de
+la propiedad. No quedó empleo menudo de los que ponen en contacto a la
+ley con el pobre que él no monopolizase, y de este modo, vendiendo la
+justicia como favor y valiéndose de la arbitrariedad o la astucia para
+dominar al rebelde, fue haciendo camino y apropiándose pedazos de aquel
+suelo riquísimo que adoraba con ansias de avaro.</p>
+
+<p>Charlatán solemne que a cada momento hablaba del artículo tantos de la
+ley aplicable al caso, los pobres hortelanos tenían tanta fe en su
+sabiduría como miedo a su mala intención, y acudían a solicitar su
+consejo en todos los conflictos, pagándole como a un abogado.</p>
+
+<p>Cuando hizo una pequeña fortuna, continuó en las modestas funciones para
+conservar en su persona ese respeto supersticioso que infunde a los
+labriegos todo el que está en buenas relaciones con la ley, pero en vez
+de ser un pedigüeño, solicitante eterno del ochavo de los pobres, se
+dedicó a sacarles de apuros, prestándoles dinero con la garantía de las
+futuras cosechas.</p>
+
+<p>Dar dinero a préstamo le parecía una mezquindad. Las angustias de los
+labradores eran cuando moría el caballo y había que comprar otro. Por
+esto don Jaime se dedicó a vender a los hortelanos bestias de labor más
+o menos defectuosas que le proporcionaban unos gitanos de Valencia y que
+él colocaba con tantos elogios cual si se tratase del caballo del Cid.
+Nada de venta a plazos. Dinero al contado; los caballos no eran de
+él—según afirmaba con la mano puesta en el pecho—y sus dueños querían
+cobrarlos en seguida. Lo único que podía hacer, obedeciendo a su gran
+corazón, débil ante la miseria, era buscar dinero para la compra,
+pidiéndolo a cualquier amigo.</p>
+
+<p>Caía en la trampa el infeliz labriego impulsado por la necesidad y se
+llevaba el caballo después de firmar con toda clase de garantías y
+responsabilidades el préstamo de una cantidad que no había visto, pues
+el don Jaime, representante de un ser oculto que facilitaba el dinero,
+la entregaba al mismo don Jaime, representante del dueño del caballo.
+Total: que el rústico adquiría una bestia sin regateo por el duplo de su
+valor, habiendo además tomado a préstamo una cantidad con crecido
+interés. En cada negocio de estos, don Jaime doblaba el capital. Después
+venían inevitablemente los apuros de la víctima; los intereses
+amontonándose; las nuevas concesiones, más ruinosas todavía, para
+amansar a don Jaime y que diese un mes de <i>respiro</i>.</p>
+
+<p>Todos los miércoles, día de mercado en Alcira y de gran aglomeración de
+hortelanos, la calle donde vivía don Jaime era un jubileo. Se
+presentaban a pedir prórrogas entregando algunas pesetas como donativo
+gracioso que no influía en la rebaja del débito; solicitaban otros un
+préstamo humildemente, con timidez, como si vinieran a robar al
+avariento rábula; y lo extraño del caso era que, según notaban los
+vecinos, toda aquella gente después de dejar allí cuanto tenía, marchaba
+contenta, con rostro de satisfacción, como si acabara de librarse de un
+peligro.</p>
+
+<p>Esta era la principal habilidad de don Jaime. La usura sabía
+presentarla como un favor; hablaba siempre en nombre de los <i>otros</i>, de
+los ocultos dueños del dinero y los caballos, hombres sin entrañas que
+le <i>apretaban</i> a él haciéndole responsable de las faltas de los
+deudores. Aquellos disgustos los merecía por tener buen corazón, por
+meterse a hacer favores, y tal convicción sabía infundir a sus víctimas
+el demonio del hombre, que cuando llegaba el embargo y la apropiación
+del campo o de la casita, aún decían con resignación muchos de los
+despojados:</p>
+
+<p>—El no tiene la culpa. ¿Qué había de hacer el pobre si le obligaban?
+Son los otros; los otros que se chupan la sangre del pobre.</p>
+
+<p>Y de este modo, tranquilamente, el pobre don Jaime adquiría un campo
+aquí, luego otro más allá, después un tercero que unía a los dos, y a la
+vuelta de pocos años formaban un hermoso huerto de naranjos, adquirido
+con más trampas y malas artes que dinero efectivo. Así iba agrandando
+sus propiedades, y siempre risueño, las gafas sobre la frente y el
+estómago cada vez más voluminoso, se le veía entre sus víctimas,
+tuteándolas con fraternal cariño, dándolas palmaditas en la espalda
+cuando llegaban con nuevas peticiones y jurando que le haría morir en la
+calle como un perro aquella manía de hacer favores.</p>
+
+<p>Así fue prosperando, sin que las burlas de la gente de la ciudad le
+hicieran perder la confianza de aquel rebaño de rústicos que le temían
+como a la Ley y creían en él como en la Providencia.</p>
+
+<p>Un préstamo a un mayorazgo derrochador le hizo dueño del caserón
+señorial que desde entonces pasó a ser de la familia Brull. Comenzó a
+frecuentar el trato de los grandes propietarios de la ciudad, que aunque
+despreciándole, le abrieron un hueco entre ellos con esa instintiva
+solidaridad de la masonería del dinero. Para adquirir mayores respetos,
+se hizo devoto de San Bernardo, pagó fiestas de iglesia y estuvo siempre
+al lado del alcalde, fuese quien fuese. Para él no hubo ya en Alcira
+otras personas, que las que al llegar la cosecha recogían miles de
+duros; los demás eran la canalla.</p>
+
+<p>Por entonces, emancipado de los bajos oficios que había desempeñado y
+dejando los negocios de usura en manos de los que antes le servían de
+intermediarios, comenzó a preocuparse del casamiento de su hijo Ramón.
+Era su único heredero, una mala cabeza que alteraba con sus genialidades
+el bienestar tranquilo que rodeaba al viejo Brull descansando de sus
+rapiñas.</p>
+
+<p>El padre sentía una satisfacción animal al verle grande, fuerte,
+atrevido e insolente, haciéndose respetar en cafés y casinos, más aún
+por sus puños que por la especial inmunidad que da el dinero en las
+pequeñas poblaciones. ¡Cualquiera se atrevería a burlarse del viejo
+usurero teniendo a su lado tal hijo!</p>
+
+<p>Quería ser militar, pero su padre se indignaba cada vez que el muchacho
+hacía referencia a lo que llamaba su vocación. ¿Para eso había trabajado
+él haciéndose rico? Recordaba la época en que, pobre escribiente, tenía
+que halagar a sus superiores y escuchar sus reprimendas humildemente
+con el espinazo doblado. No quería que a su único hijo lo llevasen de
+aquí para allá como una máquina.</p>
+
+<p>—¡Mucho dorado!—exclamaba con el desprecio del que no se siente
+atraído por las exterioridades,—¡mucho galón, pero al fin un esclavo!</p>
+
+<p>Quería a su hijo libre y poderoso, continuando la conquista de la
+ciudad, completando la grandeza de la familia iniciada por él,
+apoderándose de las personas, como él se había apoderado del dinero.</p>
+
+<p>Sería abogado; la carrera de los hombres que gobiernan. Era un vehemente
+deseo de antiguo rábula; ver a su vástago entrando con la frente alta en
+el vedado de la ley donde él se había introducido siempre
+cautelosamente, expuesto en muchas ocasiones a salir arrastrado con una
+cadena al pie.</p>
+
+<p>Ramón pasó algunos años en Valencia, sin que pudiera saltar más allá de
+los prolegómenos del Derecho, por la maldita razón de que las clases
+eran por la mañana y él tenía que acostarse al amanecer, hora en que se
+apagan los reverberos que enfocaban su luz sobre la mesa verde. Además
+tenía en su cuarto de la casa de huéspedes una magnífica escopeta,
+regalo de su padre, y la nostalgia de los huertos le hacía pasar muchas
+tardes en el tiro del palomo, donde era más conocido que en la
+Universidad.</p>
+
+<p>Aquel hermoso ejemplar de belleza varonil, grande, musculoso, bronceado,
+con unos ojos imperiosos, endurecidos por pobladas cejas, había sido
+creado para la acción, para la actividad; era incapaz de enfocar su
+inteligencia en el estudio.</p>
+
+<p>El viejo Brull, que por avaricia y por prudencia, tenía a su hijo a
+media ración—como él decía—sólo le enviaba el dinero justo para vivir;
+pero víctima a su vez de aquellas malas artes con las que otro tiempo
+explotaba a los labriegos, había de hacer frecuentes viajes a Valencia,
+buscando arreglo con ciertos usureros que hacían préstamos, al hijo en
+tales condiciones, que la insolvencia podía conducirle a la cárcel.</p>
+
+<p>Hasta Alcira llegaba el rumor de otras hazañas del <i>príncipe</i>, como le
+llamaba don Jaime al ver la despreocupación con que gastaba el dinero.
+En las tertulias de familias amigas se hablaba con escándalo de las
+calaveradas de Ramón; de una riña por cuestión de juego a la salida de
+un casino; de un padre y un hermano, gente ordinaria, de blusa, que
+juraban matarle si no se casaba con cierta muchacha a la que acompañaba
+de día al taller y de noche al baile.</p>
+
+<p>El viejo Brull no quiso tolerar por más tiempo las calaveradas de su
+hijo y le hizo abandonar los estudios. No sería abogado: al fin no era
+necesario un título para ser personaje. Además, se sentía achacoso; le
+era difícil vigilar en persona los trabajos de sus huertos, y necesitaba
+la ayuda de aquel hijo que parecía nacido para imponer su autoridad a
+cuantos le rodeaban.</p>
+
+<p>Hacía tiempo que había fijado su atención en la hija de un amigo suyo.
+En la casa se notaba la falta de una mujer. Su esposa había muerto poco
+después de retirarse él de los <i>negocios</i>, y el viejo Brull se indignaba
+ante el descuido y falta de interés de las criadas. Casaría a su Ramón
+con Bernarda, una muchacha fea, malhumorada, cetrina y enjuta de carnes,
+que heredaría de sus padres tres hermosos huertos. Además, llamaba la
+atención por lo hacendosa y económica, con una parsimonia en sus gastos
+que rayaba en tacañería.</p>
+
+<p>Ramón obedeció a su padre. Educado en los prejuicios de la riqueza
+rural, creía que una persona decente no podía oponerse a la unión con
+una hembra fea y arisca, siempre que tuviese fortuna.</p>
+
+<p>El suegro y la nuera se entendían perfectamente. Enternecíase el viejo
+viendo a aquella mujer seria y de pocas palabras indignarse por el más
+leve despilfarro de las criadas, gritar a los colonos cuando notaba el
+menor descuido en los huertos y discutir y pelearse con los compradores
+de naranja por un céntimo de más o menos en la arroba. Aquella nueva
+hija era el consuelo de su vejez.</p>
+
+<p>Mientras tanto el <i>príncipe</i> cazaba por la mañana en los montes
+cercanos, y se pasaba la tarde en el café; pero ya no le satisfacía el
+aplauso de los que se agrupaban en torno de la mesa de billar, ni
+visitaba la <i>partida</i> del piso superior. Buscaba la tertulia de las
+personas serias, era amigo del alcalde y hablaba de la necesidad de que
+todas las personas <i>pudientes</i> estuviesen unidas para meter en un puño a
+la pillería.</p>
+
+<p>—Ya le pica la ambición—decía el viejo alegremente a su
+nuera.—Déjale, mujer; él se abrirá paso... Así le quiero ver.</p>
+
+<p>Comenzó por entrar en el ayuntamiento y pronto adquirió notoriedad. La
+menor objeción en el consistorio era para él una ofensa personal;
+terminaba las discusiones en la calle con amenazas y golpes; su mayor
+gloria era que los enemigos se dijeran:</p>
+
+<p>—Cuidado con Ramón... Mirad que ese es muy bruto.</p>
+
+<p>Y junto con su acometividad, mostraba para captarse amigos, una
+esplendidez que era el tormento de su padre. <i>Hacía favores</i>, mantenía a
+todos los que por su repulsión al trabajo y su mala cabeza eran
+temibles; daba dinero a los que servían de heraldos de su naciente fama
+en tabernas y cafés.</p>
+
+<p>Su ascensión fue rápida. Los viejos que le protegían y guiaban, se
+vieron postergados. Al poco tiempo fue alcalde; su influencia,
+encontrando estrecha la ciudad, se esparció por todo el distrito y
+encontró firmes apoyos en la capital de la provincia. Libraba del
+servicio militar a mozos sanos y fuertes; cubría las trampas de los
+ayuntamientos que le eran adictos, aunque merecieran ir a presidio;
+lograba que la guardia civil no persiguiera con mucho encono a los
+<i>roders</i> que, por un escopetazo certero en tiempo de elecciones, iban
+fugitivos por los montes; y en todo el contorno nadie se movía sin la
+voluntad de don Ramón, al que los suyos llamaban con respeto el <i>quefe</i>.</p>
+
+<p>Su padre murió viéndole en el apogeo de su gloria. Aquella mala cabeza
+realizaba su sueño: la conquista de la ciudad, el dominio de los hombres
+completando el acaparamiento del dinero. Y también antes de morir vio
+perpetuada la dinastía de los Brull con el nacimiento de su nieto
+Rafael, producto de los encuentros conyugales instintivos e insípidos de
+un matrimonio al que sólo unía la costumbre y el deseo de dominación.</p>
+
+<p>El viejo Brull murió como un santo. Salió de la vida ayudado por todos
+los últimos sacramentos; no quedó clérigo en la ciudad que no empujase
+en alma camino del cielo, con nubes de incensario en los solemnes
+funerales, y aunque los pillos, los rebeldes a la influencia del hijo
+recordaban aquellos días de mercado en los cuales el rebaño de los
+huertos venía a dejarse esquilar en su despacho de rábula, toda la gente
+sensata que tenía que perder, lloró la muerte del hombre digno y
+laborioso que, salido de la nada, había sabido crearse una fortuna con
+su trabajo.</p>
+
+<p>En el padre de Rafael aún quedaba mucho de aquel estudiantón que tanto
+había dado que hablar. Sus gustos de libertino rústico le hacían
+perseguir a las hortelanas, a las muchachuelas que empapelaban la
+naranja en los almacenes de exportación. Pero tales devaneos quedaban en
+el secreto; el miedo al <i>quefe</i> ahogaba la murmuración y como además
+costaban poco dinero, doña Bernarda no se daba por enterada.</p>
+
+<p>No amaba a su marido: tenía el egoísmo de la señora campesina que
+considera cumplidos todos sus deberes con ser fiel al esposo y ahorrar
+dinero.</p>
+
+<p>Por una anomalía notable, ella, tan avara, tan guardadora, capaz de
+palabrotas de plazuela cuando había que defender el dinero de la casa,
+disputando con jornaleros o con los compradores de la cosecha era
+tolerante con los despilfarros del esposo para mantener su soberanía
+sobre el distrito.</p>
+
+<p>Cada elección abría una brecha en la fortuna de la casa. Don Ramón
+recibía el encargo de sacar triunfante a tal señor desconocido, que
+apenas si pasaba un par de días en el distrito. Era la voluntad de los
+que gobernaban allá en Madrid. Había que quedar bien, y en todos los
+pueblos volteaban corderos enteros sobre las hogueras; corrían a espita
+rota los toneles de las tabernas; se distribuían puñados de pesetas
+entre los más reacios o se perdonaban deudas, todo por cuenta de don
+Ramón; y su mujer, que vestía hábito para gastar menos y guisaba la
+comida con tal estrechez que apenas si dejaban algo para los criados,
+era la más espléndida al llegar la lucha, y poseída de fiebre belicosa,
+ayudaba a su marido a echar la casa por la ventana.</p>
+
+<p>Era esto un cálculo de su avaricia. El dinero esparcido locamente, era
+un préstamo que cobraría con creces en un día determinado. Y acariciaba
+con sus ojos penetrantes al pequeñín moreno e inquieto que tenía sobre
+sus rodillas, viendo en él al privilegiado que recogería el resultado de
+todos los sacrificios de la familia.</p>
+
+<p>Se había refugiado en la devoción como un oasis fresco y agradable en
+medio de su vida monótona y vulgar, y experimentaba una sensación de
+orgullo cuando algún sacerdote amigo la decía a la puerta de la iglesia:</p>
+
+<p>—Cuide usted mucho de don Ramón. Gracias a él la ola de la demagogia se
+detiene ante el templo y los malos principios no triunfan en el
+distrito. El es quien tiene en un puño a los impíos.</p>
+
+<p>Y cuando tras una declaración como esta que halagaba su amor propio,
+dándole cierta tranquilidad para después de la muerte, pasaba por las
+calles de Alcira con su hábito modesto y su mantilla, no muy limpia,
+saludada con afecto por los vecinos más importantes, le perdonaba a su
+Ramón todos los devaneos de que tenía noticia y daba por bien empleados
+los sacrificios de fortuna.</p>
+
+<p>¡Si no fuera por ellos, qué ocurriría en el distrito!... Triunfarían los
+descamisados, aquellos menestrales que leían los papeles de Valencia y
+predicaban la igualdad. Tal vez se repartirían los huertos y querrían
+que el producto de las cosechas, inmensa pila de miles de duros que
+dejaban ingleses y franceses, fuese para todos. Pero para evitar tal
+cataclismo, allí estaba su Ramón, el azote de los malos, el campeón de
+la buena causa, que la sacaba adelante dirigiendo las elecciones
+escopeta en mano, y así como sabía enviar a presidio a los que le
+molestaban con su rebeldía, lograba conservar en la calle a los que con
+varias muertes en su historia, se prestaban a servir al gobierno
+sostenedor del orden y de los buenos principios.</p>
+
+<p>Bajaba la fortuna de la casa de Brull, pero aumentaba su prestigio. Las
+talegas recogidas por el viejo a costa de tantas picardías, se
+desparramaban por el distrito sin que bastasen a reemplazar su hueco
+algunas distracciones de fondos municipales. Don Ramón contemplaba
+impávido aquel derroche, satisfecho de que hablasen de su generosidad
+tanto como de su poder.</p>
+
+<p>Todo el distrito miraba como una bandera sagrada aquel corpachón
+bronceado, musculoso, que arbolaba en su parte superior unos enormes
+mostachos en los cuales comenzaban a brillar muchas canas.</p>
+
+<p>—Don Ramón: debía usted quitarse esos bigotes—le decían los curas
+amigos con acento de cariñoso reproche.—Parece usted el propio Víctor
+Manuel, el carcelero del Papa.</p>
+
+<p>Pero aunque don Ramón era un ferviente católico (que casi nunca iba a
+misa) y odiaba a los impíos verdugos del Santo Padre, sonreía
+acariciándose los mostachos, muy satisfecho en el fondo de tener alguna
+semejanza con un rey.</p>
+
+<p>El patio de la casa era el solio de su soberanía. Sus partidarios le
+encontraban paseando de un extremo a otro, por entre los verdes cajones
+de los plátanos, con las manos cruzadas en la espalda anchurosa, fuerte
+y algo encorvada por la edad: una espalda majestuosa, capaz de sostener
+a todos sus amigos.</p>
+
+<p>Allí administraba justicia, decidía la suerte de las familias, arreglaba
+la vida de los pueblos; todo con pocas y enérgicas palabras, como un rey
+moro de los que en aquella misma tierra gobernaban siglos antes a sus
+súbditos a cielo descubierto. En los días de mercado se llenaba el
+patio. Deteníanse los carros ante la puerta, todas las rejas de la calle
+tenían cabalgaduras atadas a sus hierros, y dentro de la casa sonaba el
+zumbido de la rústica aglomeración.</p>
+
+<p>Don Ramón les escuchaba a todos, gravo, cejijunto, con la cabeza
+inclinada, teniendo a su lado al pequeño Rafael, apoyándose en él con un
+ademán copiado de los cromos, donde él había visto a ciertos reyes
+acariciando al príncipe heredero.</p>
+
+<p>Las tardes de sesión en el Ayuntamiento, el cacique no podía abandonar
+su patio. En la casa municipal no se movía una silla sin su permiso,
+pero le gustaba permanecer invisible como Dios, haciendo sentir su
+voluntad oculta.</p>
+
+<p>Toda la tarde se pasaba en un continuo ir y venir de concejales desde la
+casa del pueblo al patio de don Ramón.</p>
+
+<p>Los escasos enemigos que tenía en el municipio, gente de oficio—como
+decía doña Bernarda—devoradora de papeles contrarios al rey y la
+religión, atacaban al cacique, censuraban sus actos, y todo el rebaño de
+don Ramón se estremecía de cólera e impotencia. ¡Había que contestar! A
+ver: uno que fuese a consultar al <i>quefe</i>.</p>
+
+<p>Y salía un regidor corriendo como un galgo, y al llegar a la casa
+señorial echando los bofes, sonreía y suspiraba con satisfacción viendo
+que el <i>quefe</i> estaba allí, paseando como siempre por su patio,
+dispuesto a sacarles del apuro como inagotable Providencia. «Fulano
+había dicho esto y lo otro». Deteníase en sus paseos don Ramón, meditaba
+un rato y acababa diciendo con fosca voz de oráculo; «Bueno; pues
+contestadle aquello y lo de más allá». El partidario salía desbocado
+como un caballo de carreras; todos sus compañeros se agrupaban ansiosos
+para conocer la sabia opinión y se establecía un pugilato entre ellos,
+queriendo cada uno ser el encargado de anonadar al enemigo con las
+santas palabras, hablando todos a la vez como pájaros que de repente ven
+la luz y rompen a cantar desaforadamente.</p>
+
+<p>Si el enemigo replicaba, otra vez la estupefacción y el silencio; nueva
+corrida en busca de la consulta, y así transcurrían las sesiones con
+gran regocijo del barbero <i>Cupido</i>—la peor lengua de la ciudad—el
+cual, siempre que se reunía el municipio, decía a los parroquianos:</p>
+
+<p>—Hoy es día de fiesta: corrida de concejales en pelo.</p>
+
+<p>Cuando las exigencias del partido le hacían abandonar la ciudad, era su
+esposa, la enérgica doña Bernarda, la que atendía las consultas, dando
+respuestas, en concepto del partido, tan acertadas y sabias como las del
+<i>quefe</i>.</p>
+
+<p>Esta colaboración en el sostenimiento de la autoridad de la familia era
+lo único que unía a los esposos. Aquella mujer, falta de ternura, que
+jamás había experimentado la menor emoción en su roce conyugal y se
+prestaba al amor con la pasividad de una fiera amansada y fría,
+enrojecía de emoción cada vez que el jefe admitía como buenas sus ideas.
+¡Si ella dirigiera el partido!... Ya se lo decía muchas veces don
+Andrés, el amigo íntimo de su esposo, uno de esos hombres que nacen para
+ser segundos en todas partes, y fiel a la familia hasta el sacrificio,
+formaba con los dos esposos la santa trinidad de la religión de los
+Brull esparcida por todo el distrito.</p>
+
+<p>Allí donde don Ramón no podía ir, se presentaba don Andrés, como si
+fuese la propia persona del jefe. En los pueblos le respetaban como
+vicario supremo de aquel dios que tronaba en el patio de los plátanos, y
+los que no se atrevían a aproximarse a éste con sus súplicas, buscaban a
+aquel solterón de carácter alegre y familiar que siempre tenía una
+sonrisa en su cara tostada cubierta de arrugas y un cuento bajo su
+bigote recio tostado por el cigarro.</p>
+
+<p>No tenía parientes y pasaba casi todo el día en la casa de Brull. Era
+como un mueble que interceptaba el paso en las habitaciones, y
+acostumbrados todos a él, resultaba indispensable para la familia. Don
+Ramón le había conocido en su juventud de modesto empleado en el
+ayuntamiento, y le enganchó bajo su bandera, haciéndole al poco tiempo
+su jefe de estado mayor. Según él, no había en el mundo persona de más
+mala intención y con más memoria para recordar nombres y caras. Brull
+era el caudillo que dirigía las batallas; el otro ordenaba los
+movimientos y remataba a los enemigos cuando estaban divididos y
+deshechos. Don Ramón era dado a arreglarlo todo con la violencia, y a la
+menor contrariedad hablaba de echar mano a la escopeta. De seguir sus
+impulsos, la gente de acción del partido hubiera hecho cada día una
+muerte. Don Andrés hablaba con seráfica sonrisa de <i>enredarle las patas</i>
+al alcalde o al elector influyente que se mostraba rebelde y arrojaba un
+chaparrón de papel sellado sobre el distrito, promoviendo procesos
+complicados que no terminaban nunca.</p>
+
+<p>Despachaba la correspondencia del jefe; tomaba parte en los juegos de
+Rafael, acompañándole a pasear por los huertos y cerca de Bernarda,
+desempeñaba las funciones de consejero de confianza.</p>
+
+<p>Aquella mujer arisca y severa, únicamente se mostraba expansiva y
+confiada con don Andrés. Cuando esté la llamaba su <i>ama</i> o la <i>señora
+maestra</i>, no podía evitar un movimiento de satisfacción, y con él se
+lamentaba de los devaneos del marido. Era un afecto semejante al de las
+antiguas damas por el escudero de confianza. El entusiasmo por la gloria
+de la casa les unía con tal familiaridad, que los enemigos murmuraban,
+creyendo que doña Bernarda, despechada por las infidelidades del
+cónyuge, se entregaba al lugarteniente. Y don Andrés que sonreía con
+desprecio cuando le acusaban de aprovechar la influencia del jefe en
+pequeños negocios, indignábase si la maledicencia se cebaba en su
+amistad con la señora.</p>
+
+<p>Lo que más íntimamente unía a las tres personas era el afecto por
+Rafael, aquel pequeño que había de ilustrar el apellido de Brull,
+realizando las ilusiones del abuelo y el padre.</p>
+
+<p>Era un muchacho tranquilo y melancólico, cuya dulzura parecía molestar a
+la rígida doña Bernarda. Siempre pegado a sus faldas. Al levantar los
+ojos, encontraba fija en ella la mirada del pequeño.</p>
+
+<p>—Anda a jugar al patio—decía la madre.</p>
+
+<p>Y el pequeño salía inmediatamente triste y resignado, como obedeciendo
+una orden penosa.</p>
+
+<p>Don Andrés era el único que le alegraba con sus cuentos y sus paseos por
+los huertos, cogiendo flores para él, fabricándole flautas de caña. El
+fue quien se encargó de acompañarle a la escuela y de hacerse lenguas de
+su afición al estudio.</p>
+
+<p>Si era serio y melancólico, es porque iba para sabio, y en el casino del
+partido les decía a los correligionarios:</p>
+
+<p>Ya veréis lo que es bueno, así que Rafaelito sea hombre. Ese va a ser un
+Cánovas.</p>
+
+<p>Y ante aquella reunión de gente tosca, pasaba como un relámpago la
+visión de un Brull jefe del gobierno, llenando la primera plana de los
+periódicos con discursos de seis columnas y al final <i>Se continuará</i>; y
+todos ellos nadando en dinero y gobernando a su capricho España, como
+ahora manejaban el distrito.</p>
+
+<p>Jamás príncipe heredero creció entre el respeto y la adulación que el
+pequeño Brull. En la escuela los muchachos le miraban como un ser
+superior que por bondad descendía a educarse entre ellos. Una plana bien
+garrapateada; una lección repetida de corrido, bastaban para que el
+maestro, que era del partido para cobrar el sueldo sin grandes retrasos,
+dijera con tono profético.</p>
+
+<p>—Siga usted tan aplicado, señor de Brull. Usted está destinado a
+grandes cosas.</p>
+
+<p>Y en las tertulias a que asistía su madre, le bastaba recitar una
+fabulita o lanzar alguna pedantería de niño aplicado que desea
+introducir en la conversación algo de sus lecciones, para que
+inmediatamente se abalanzasen a él las señoras cubriéndole de besos:</p>
+
+<p>—¡Pero cuánto sabe este niño!... ¡Qué listo es!</p>
+
+<p>Y alguna vieja añadía sentenciosamente:</p>
+
+<p>—Bernarda, cuida del chico; que no estudie tanto. Eso es malo. ¡Mira
+qué amarillento está!...</p>
+
+<p>Terminó sus estudios superiores con los padres escolapios, siendo el
+protagonista de los repartos de premios; el primer papel en todas las
+comedias organizadas en el teatrito de los frailes. El semanario del
+partido dedicaba un artículo todos los años a los sobresalientes y
+premios de honor del «aprovechado hijo de nuestro distinguido jefe don
+Ramón Brull esperanza de la patria que ya merece el título de futura
+lumbrera».</p>
+
+<p>Cuando Rafael volvía a casa con el pecho cargado de medallas y los
+diplomas bajo el brazo, escoltado por su madre y media docena de señoras
+que habían asistido a la ceremonia, besaba a su padre la vellosa y
+nervuda mano. Aquella garra le acariciaba la cabeza e instintivamente se
+hundía en el bolsillo del chaleco por la costumbre de agradecer del
+mismo modo todas las acciones gratas.</p>
+
+<p>—Muy bien—murmuraba la bronca voz.—Así me gusta... Toma un duro.</p>
+
+<p>Y hasta el año siguiente, rara vez se veía el muchacho acariciado por su
+padre. En ciertas ocasiones, jugando en el patio, había sorprendido la
+mirada del imponente señor fija en él, como si quisiera adivinar el
+porvenir.</p>
+
+<p>Don Andrés se encargó de su instalación en Valencia al comenzar los
+estudios en la Universidad. Se cumpliría el deseo del abuelo abortado en
+el padre.</p>
+
+<p>—¡Este sí que será abogado!—decía doña Bernarda poseída del mismo
+afán que el viejo por aquel título que era el ennoblecimiento de la
+familia.</p>
+
+<p>Y temiendo que la corrupción de la ciudad despertase en el hijo las
+mismas aficiones del padre, enviaba con frecuencia a don Andrés a la
+capital y escribía cartas y más cartas a los amigos de Valencia y en
+especial a un canónigo de su confianza, para que no perdiese de vista al
+muchacho.</p>
+
+<p>Pero Rafael era juicioso; un modelo de jóvenes serios según decía a su
+madre el buen canónigo. Los sobresalientes y premios del colegio de
+Alcira continuaban en Valencia, y además, don Ramón y su esposa se
+enteraban por los periódicos de los triunfos alcanzados por su hijo en
+la «Juventud jurídico escolar», una reunión nocturna en un aula de la
+Universidad, donde los futuros abogados se soltaban a hablar discutiendo
+temas tan originales como si la «Revolución Francesa había sido buena o
+mala», o «el socialismo, comparado con el cristianismo».</p>
+
+<p>Algunos muchachos terribles, que habían de entrar en casa antes de las
+diez, so pena de arrostrar la indignación de los padres, se declaraban
+rabiosos socialistas y asustaban a los bedeles, maldiciendo la propiedad
+sin perjuicio de proponerse—tan pronto como terminasen la
+carrera—conseguir una notaría o un registro. Pero Rafael, siempre
+mesurado y correcto no era de estos; figuraba en la derecha de la docta
+asamblea, y en todas las cuestiones sostenía el criterio sano, pensando
+<i>con</i> santo Tomás y otros sabios que le señalaba el canónigo encargado
+de su dirección.</p>
+
+<p>Estos triunfos no tardaban en ser propalados por el semanario del
+partido, que para aumentar la gloria del jefe y que los enemigos no le
+tachasen de parcialidad, comenzaba siempre: «Según leemos en la prensa
+de la capital»...</p>
+
+<p>—¡Qué muchacho!—decían a doña Bernarda los curas de la
+población.—¡Qué pico de oro! Ya lo verá usted, será otro Manterola.</p>
+
+<p>Y la devota señora, cuando Rafael por fiestas o vacaciones volvía a
+casa, cada vez más alto, con modales que a ella se le antojaban la
+quinta esencia de la distinción y vistiendo con arreglo al último
+figurín, se decía con una satisfacción de madre fea:</p>
+
+<p>—Será un real mozo. Todas las chicas ricas de la ciudad le desearán. No
+habrá más que escoger.</p>
+
+<p>Doña Bernarda sentíase orgullosa al contemplar a su Rafael, alto, las
+manos finas y fuertes, los ojos grandes, aguileña la nariz, la barba
+rizada y cierta gracia ondulante y perezosa en su cuerpo que le daba el
+aspecto de uno de esos jóvenes árabes de blanco alquicel y ricas
+babuchas que forman la aristocracia indígena en las colonias de Africa.</p>
+
+<p>Cada vez que volvía a su casa el estudiante, era recibido por su padre
+con la misma caricia muda. El duro había sido reemplazado por billetes
+de Banco, pero la garra poderosa que se posaba sobre su cabeza,
+acariciábale cada vez con mayor flojedad; pesaba menos.</p>
+
+<p>Rafael, por sus ausencias, notaba mejor que los demás el estado de su
+padre. Estaba enfermo, muy enfermo. Erguido como siempre, grave,
+imponente, hablando apenas; pero adelgazaba, se hundían los fieros ojos,
+sólo quedaba de él el macizo esqueleto, marcábanse en aquel cuello, que
+antes parecía la cerviz de un toro, los tendones y arterias entre la
+piel colgante y flácida, y los arrogantes mostachos, cada vez más
+blancos, caían con desmayo como una bandera rota.</p>
+
+<p>Al estudiante le sorprendió el gesto de ira, la mirada fiera empañada
+por lágrimas de despecho con que acogió la madre sus temores:</p>
+
+<p>—Que se muera cuanto antes... ¡Para lo que hace!... Que el señor nos
+proteja llevándoselo pronto.</p>
+
+<p>Rafael calló, no queriendo ahondar en el drama conyugal que se
+desarrollaba junto a él, oculto y silencioso.</p>
+
+<p>Aquel sombrío vividor de insaciables apetitos, entregado a una crápula
+obscura y misteriosa, atravesaba el último torbellino de sus
+tempestuosos deseos. La virilidad, al sentir la cercanía de la vejez,
+antes de declararse vencida, ardía en él con más fuerza, y el poderoso
+jefe se abrasaba en el postrer destello de su animalidad exuberante. Era
+una puesta de sol que incendiaba su vida.</p>
+
+<p>Siempre grave y con gesto sombrío, corría el distrito como un sátiro
+loco, sin más guía que el deseo; sus encuentros brutales, sus abusos de
+autoridad, llegaban como un eco doloroso a la casa señorial, donde su
+amigo don Andrés intentaba en vano consolar a la esposa.</p>
+
+<p>—¡Pero ese hombre!—rugía iracunda doña Bernarda.—Ese hombre nos va a
+perder; no mira que compromete el porvenir de su hijo.</p>
+
+<p>Era un apetito loco que, en su furia, se abalanzaba sobre la fruta
+verde, sin sazonar. Caían anonadadas y temblorosas ante su ardor senil,
+en las frondosidades de los huertos, en los almacenes de naranja, o al
+anochecer, al borde de un camino, las vírgenes apenas salidas de la
+niñez, casi calvas, con el pelo untado de aceite, el pecho liso y los
+miembros enjutos, tristes, con una delgadez de muchacho, bajo las sucias
+faldas de la miseria. Por la noche salía de casa pretextando necesidades
+del partido y le veían entrar en los arrabales buscando jornaleras de
+formas desbaratadas por la maternidad, a cuyos maridos enviaba con
+antelación a trabajar en sus huertos. Compraba a docenas zapatos de
+mujer; pagaba en las tiendas pañuelos y refajos que al día siguiente
+eran ostentados en las afueras de la ciudad. Los más entusiastas
+correligionarios, sin perder el tradicional respeto, hablaban sonriendo
+de sus <i>debilidades</i>, y señalaban un sinnúmero de arrapiezos del arrabal
+morenotes, fuertes y ceñudos, como si fueran una reproducción del
+<i>quefe</i>. Por la noche, cuando don Ramón, rendido por la lucha con el
+insaciable demonio que le arañaba las entrañas, roncaba dolorosamente
+con un estertor que silbaba en sus pulmones y un reguero de baba en los
+tristes bigotes, doña Bernarda, incorporada en la cama, los flacos
+brazos sobre el pecho, le miraba ceñuda, con unos ojos que parecían
+apuñalarle y rogaba mentalmente:</p>
+
+<p>—¡Señor! ¡Dios mío! ¡Que se muera pronto este hombre! ¡Que acabe tanto
+asco!</p>
+
+<p>Y el Dios de doña Bernarda debió oírla, pues su marido marchaba
+rápidamente hacia la muerte, pero como un convencido, sin retroceder ni
+sentir miedo, impulsado por aquella llama que le consumía; sin
+preocuparse de la pérdida de sus fuerzas y de la tos que sonaba como un
+trueno lejano, arrastrándose pavorosamente por las cavernas de su pecho.</p>
+
+<p>—Cuídese usted, don Ramón,—decían los curas amigos, únicos que osaban
+aludir a los desórdenes de su vida.—Va usted haciéndose viejo y a su
+edad, vivir como un joven, es llamar a la muerte.</p>
+
+<p>Sonreía el cacique, orgulloso en el fondo de que los hombres conocieran
+sus hazañas, y volvía a sumirse en su rabiosa hidropesía, sintiendo que
+cada trago de placer le quemaba con nuevos deseos.</p>
+
+<p>Aún acarició a su hijo el día que le vio entrar en el patio, escoltado
+por don Andrés, con el título de abogado. Le regaló su escopeta, una
+verdadera joya, admirada por todo el distrito, y un magnífico caballo. Y
+como si sólo esperase ver cumplido el deseo del viejo Brull, que él no
+supo realizar, a los pocos días lanzó su última tos, sonaron
+quejumbrosamente todas las campanas de la ciudad, salió con una orla
+negra de a palmo el semanario del partido, y de todo el distrito llegó
+la gente como en procesión, para ver si el cadáver del poderoso don
+Ramón Brull, que sabía detener o acelerar el curso de la justicia en la
+tierra, se pudría lo mismo que los despojos de los demás hombres.</p>
+
+
+
+<h3><a id="IIIa"></a>III</h3>
+
+
+<p>Cuando doña Bernarda se vio sola y dueña absoluta de su casa, no pudo
+ocultar su satisfacción.</p>
+
+<p>Ahora se vería de lo que era capaz una mujer.</p>
+
+<p>Contaba con el consejo y experiencia de don Andrés, más unido a ella que
+nunca y con la figura de Rafael, el joven abogado sostenedor del nombre
+de los Brull.</p>
+
+<p>El prestigio de la familia seguía inalterable. Don Andrés, que con la
+muerte de su patrón había adquirido en la casa una autoridad de segundo
+padre, se encargaba de mantener las relaciones con las autoridades de la
+capital y los señorones de Madrid. En la casa, se atendían lo mismo las
+peticiones: encontraban igual acogida los partidarios fieles y se hacían
+idénticos favores, sin que desmayara la influencia en los lugares que
+don Andrés llamaba «las esferas de la administración pública».</p>
+
+<p>Llegó una elección de diputados, y como siempre, Doña Bernarda sacó
+triunfante al individuo que le designaron desde Madrid. Don Ramón había
+dejado la máquina ajustada y montada perfectamente; sólo faltaba el
+engrase para que siguiera marchando, y allí estaba su viuda, siempre
+activa, apenas notaba el más leve chirrido en los engranajes.</p>
+
+<p>En el gobierno de la provincia se hablaba del distrito con la misma
+seguridad que en otros tiempos.</p>
+
+<p>—Es nuestro. El hijo de Brull tiene igual fuerza que su padre.</p>
+
+<p>La verdad era que a Rafael no le interesaba mucho el partido. Mirábalo
+como una de las fincas de la familia cuya legítima posesión nadie le
+podía disputar, y se limitaba a obedecer a su madre:—«Ve con don Andrés
+a Riola. Nuestros amigos se alegrarán de verte». Y emprendía el viaje
+para sufrir el tormento de una paella interminable, en la cual los
+partidarios le acongojaban con su regocijo alborotado y los obsequios
+ofrecidos entre los rústicos dedos.—«Convendría que dejases descansar
+al caballo unos días. En vez de pasear ve por las tardes al casino. Los
+correligionarios se quejan porque no te ven». Y abandonando aquellos
+paseos que eran su único placer, se hundía en un ambiente denso, cargado
+de gritos y humo, donde había de contestar a los más ilustrados del
+partido que, llenando de ceniza los platillos del café, querían saber
+quién hablaba mejor, Castelar o Cánovas, y en caso de una guerra entre
+Francia y Alemania, cuál de las dos naciones vencería; asuntos que
+provocaban disputas y enfriaban amistades.</p>
+
+<p>La única relación entablada voluntariamente con el partido era cuando
+cogía la pluma y fabricaba para el semanario algún artículo sobre «El
+Derecho y la Moral», o «La Libertad y la Fe», resabios de estudiante
+aprovechado y laborioso; largas tiradas de lugares comunes con
+fragmentos de lecciones de Metafísica, que nadie entendía y excitaban
+por lo mismo la admiración de los correligionarios, los cuales decían a
+Don Andrés guiñando los ojos:</p>
+
+<p>—¡Qué plumita! ¿eh? Cualquiera discute con él... ¡Qué <i>profundo!</i>...</p>
+
+<p>Cuando su madre no le obligaba por las noches a visitar la casa de algún
+<i>pudiente</i>, al que convenía tener contento, leía; no ya como en Valencia
+los libros que le prestaba el canónigo, sino obras que compraba
+siguiendo las indicaciones de los periódicos; volúmenes que respetaba su
+madre con la santa veneración que la inspiraba el papel cosido y
+encuadernado, sólo comparable al desprecio que sentía por los
+periódicos, dedicados casi todos ellos a insultar las cosas santas y
+favorecer los instintos de la pillería.</p>
+
+<p>Aquellos años de lectura al azar y sin los escrúpulos y temores de
+estudiante, abatían sordamente muchas de sus firmes creencias; rompían
+la horma que los amigos de la madre habían metido en su pensamiento; le
+hacían soñar con una vida grande, de la que no tenían ni noticias los
+que le rodeaban.</p>
+
+<p>Las novelas francesas le trasladaban a aquel París que obscurecía el
+Madrid apenas conocido en su época del doctorado; los relatos de amores
+despertaban en su cuerpo de joven y virtuoso, sin otros deslices que los
+vulgares desahogos de la crápula estudiantil, un ardor de aventuras y de
+complicadas pasiones en el que latía algo del intenso fuego que había
+consumido a su padre.</p>
+
+<p>Vivía en el mundo ideal de sus lecturas, rozándose con mujeres
+elegantes, perfumadas, espirituales, de cierto arte en el refinamiento
+de sus vicios.</p>
+
+<p>Las hortelanas tostadas por el sol que enloquecían a su padre como
+brutal afrodisíaco, causábanle la misma repugnancia que si fuesen
+mujeres de otra raza; seres de una casta inferior. Las señoritas de la
+ciudad, parecíanle campesinas disfrazadas, con los mismos instintos de
+egoísmo y economía de sus padres, conociendo el precio a que se vendía
+la naranja, sabiendo el número de hanegadas con que contaba cada
+aspirante a su cariño, ajustando el amor a la riqueza y creyendo que la
+honradez consistía en ser implacable con todo el que no se amoldaba a su
+vida tradicional y mezquina.</p>
+
+<p>Por esto le causaba hondo tedio su existencia monótona y gris, separada
+por ancho foso de aquella otra vida puramente imaginativa que le
+envolvía como un perfume exótico y excitante, surgiendo de entre las
+páginas de los libros.</p>
+
+<p>Algún día se vería libre, levantaría las alas; y esta liberación había
+de realizarse cuando le eligiesen diputado. Deseaba su mayoría de edad,
+como el príncipe heredero ansía el momento de ser coronado rey.</p>
+
+<p>Desde niño le habían acostumbrado a esperar este suceso que dividiría su
+vida en dos, presentándole nuevos caminos para marchar rectamente a la
+gloria y la riqueza.</p>
+
+<p>—Cuando mi niño sea diputado—le decía la madre en sus raros arrebatos
+de expansión cariñosa—como es tan guapo, se lo disputarán las chicas y
+se casará con una millonaria.</p>
+
+<p>Y esperando con impaciencia esta edad, iba transcurriendo la vida de
+Rafael, sin alteración alguna; una existencia de aspirante, seguro de su
+destino, que aguarda el paso del tiempo para entrar en la vida. Era como
+los niños nobles de otros siglos, que, agraciados en la cuna por el
+monarca con un título de coronel, aguardaban jugando al trompo la hora
+de ir a ponerse al frente de su regimiento. Había nacido diputado y lo
+sería; ahora esperaba entre bastidores.</p>
+
+<p>Su viaje a Italia, en la peregrinación papal, fue lo único que alteró la
+monotonía de su existencia. Guiado por el canónigo, visitó más iglesias
+que museos: teatros sólo vio dos, aprovechándose de la flojedad que las
+peripecias del viaje causaban en el carácter austero de su guía. Pasaban
+indiferentes ante las famosas obras artísticas de los templos y se
+detenían a venerar cualquier reliquia acreditada por absurdos milagros.
+Pero aún así pudo ver Rafael confusamente y como de pasada, un mundo
+distinto al de su país, donde fatalmente debía arrastrarse su
+existencia. Sintió el roce de la misma vida de placer y pasión que
+absorbía en los libros como vino embriagador; y aunque de lejos, admiró
+en Milán la dorada y aventurera bohemia de los cantantes; en Roma, el
+esplendor de una aristocracia señorial y artista en perpetua rivalidad
+con la de París y Londres, y en Florencia, la elegancia inglesa emigrada
+en busca del sol, paseando sus <i>canotiers</i> de paja, las cabelleras de
+oro de las <i>misses</i> y sus parloteos de pájaro por los jardines donde
+meditaba el sombrío poeta y relataba Bocaccio sus alegres cuentos para
+alejar el miedo a la peste.</p>
+
+<p>Aquel viaje, rápido como una visión cinematográfica, dejando en Rafael
+una confusa maraña de nombres, edificios, cuadros y ciudades, sirvió
+para dar a sus pensamientos más amplitud y ligereza, para hacer mayor
+aún el foso que le aislaba dentro de su vida vulgar.</p>
+
+<p>Sentía la nostalgia de lo extraordinario, de lo original; le agitaba el
+ansia de aventuras de la juventud, y dueño de un distrito heredero de un
+señorío casi feudal, leía con el respeto supersticioso de un patán, el
+nombre de un escritor, de un pintor cualquiera; «gente perdida que no
+tiene sobre qué caerse muerta», según declaraba su madre, pero que él
+envidiaba en secreto, imaginándose una existencia llena de placeres y
+aventuras.</p>
+
+<p>¡Cuánto hubiera dado por ser un bohemio como los que encontraba en los
+libros de Mürger, formando regocijada banda; paseando la alegría de
+vivir y el fiero amor al arte por ese mundo burgués, agitado por la
+calentura del dinero y las manías de clases! ¡Talento para escribir
+cosas hermosas, versos con alas como los pájaros, un cuartito bajo las
+tejas, allá en el barrio Latino; una Mimi pobre pero sentimental, que le
+amase hablando entre dos besos de <i>cosas elevadas</i> y no del precio de la
+naranja como aquellas señoritas que le seguían con ojos tiernos; y a
+cambio de esto daría la futura diputación y todos los huertos de su
+herencia, que aunque gravados por el padre con hipotecas y trampas,
+todavía le proporcionaban una renta deshonrosa para sus ensueños de
+bohemio!</p>
+
+<p>El continuo contacto con estas fantasías le hacía intolerable su vida de
+jefe obligado a intervenir en los asuntos de sus partidarios, y a riesgo
+de enfadar a su madre, huía del casino, buscando la soledad del campo.
+Allí se desarrollaba con más soltura su imaginación, poblando de seres
+fantásticos el camino y las arboledas, conversando muchas veces en voz
+alta con las heroínas de unos amores ideales, arreglados conforme al
+patrón de la última novela leída.</p>
+
+<p>Una tarde, al finalizar el verano, subía Rafael la pequeña montaña de
+San Salvador, inmediata a la ciudad. Le gustaba contemplar desde aquella
+altura el inmenso señorío de la familia. Toda la gente que habitaba la
+rica llanura—según decía don Andrés describiendo la grandeza del
+partido—llevaba el apellido de Brull como un hierro de ganadería.</p>
+
+<p>Rafael, siguiendo el camino pedregoso de rápidos zigzags, recordaba las
+montañas de Asís que había visitado con su amigo el canónigo, gran
+admirador del santo de la Umbría. Era un paisaje ascético. Los peñascos
+azulados o rojos asomando sus cabezas a los lados del camino; pinos y
+cipreses saliendo de sus hendiduras, extendiendo sobre la yerma tierra
+sus raíces tortuosas y negras como enormes serpientes; a trechos,
+blancas pilastras con tejadillo, y en el centro, ocupando un hueco,
+azulejos con los sufrimientos de Jesús en la calle de Amargura. Los
+cipreses agitaban su puntiagudo gorro verde como queriendo espantar las
+blancas mariposas que zumbaban sobre los romeros y las ortigas; los
+pinos extendían arriba su quitasol, proyectando manchas de sombra sobre
+el camino ardiente, en el cual, la tierra endurecida por el sol, crujía
+bajo los pies.</p>
+
+<p>Al llegar Rafael a la plazoleta de la ermita, descansó de la ascensión,
+tendiéndose en el banco de mampostería que formaba una gran media luna
+ante el santuario.</p>
+
+<p>Reinaba allí el silencio de las alturas. Los ruidos de abajo, todos los
+rumores de vida y labor incesante de la inmensa llanura, llegaban
+arrollados y aplastados por el viento, cual el susurro de un lejano
+oleaje. Entre la apretada fila de chumberas que se extendía detrás del
+banco, revoloteaban los insectos, brillando al sol como botones de oro,
+llenando el profundo silencio con su zumbido. Unas gallinas—las del
+ermitaño—picoteaban en un extremo de la plazoleta, cloqueando y
+moviendo rudamente sus plumas.</p>
+
+<p>Rafael se abismaba en la contemplación del hermoso panorama. Con razón
+le llamaban paraíso sus antiguos dueños, aquellos moros cuyos abuelos,
+salidos de los mágicos jardines de Bagdad y acostumbrados a los
+esplendores de <i>Las mil y una noches</i>, se extasiaron sin embargo al ver
+por primera vez la tierra valenciana.</p>
+
+<p>En el inmenso valle, los naranjales como un oleaje aterciopelado; las
+cercas y vallados de vegetación menos obscura, cortando la tierra
+carmesí en geométricas formas; los grupos de palmeras agitando sus
+surtidores de plumas, como chorros de hojas que quisieran tocar el cielo
+cayendo después con lánguido desmayo; villas azules y de color de rosa,
+entre macizos de jardinería; blancas alquerías casi ocultas tras el
+verde bullón de un bosquecillo; las altas chimeneas de las máquinas de
+riego, amarillentas como cirios con la punta chamuscada; Alcira, con sus
+casas apiñadas en la isla y desbordándose en la orilla opuesta, toda
+ella de un color mate de hueso, acribillada de ventanitas, como roída
+por una viruela de negros agujeros. Más allá, Carcagente, la ciudad
+rival envuelta en el cinturón de sus frondosos huertos; por la parte del
+mar, las montañas angulosas, esquinadas, con aristas que de lejos
+semejan los fantásticos castillos imaginados por Doré, y en el extremo
+opuesto los pueblos de la Ribera alta, flotando en los lagos de
+esmeralda de sus huertos, las lejanas montañas de un tono violeta, y el
+sol que comenzaba a descender como un erizo de oro, resbalando entre las
+gasas formadas por la evaporación del incesante riego.</p>
+
+<p>Rafael, incorporándose, veía por detrás de la ermita toda la Ribera
+baja; la extensión de arrozales bajo la inundación artificial; ricas
+ciudades, Sueca y Cullera, asomando su blanco caserío sobre aquellas
+fecundas lagunas que recordaban los paisajes de la India; más allá la
+Albufera, el inmenso lago como una faja de estaño hirviendo bajo el sol;
+Valencia cual un lejano soplo de polvo, marcándose a ras del suelo sobre
+la sierra azul y esfumada; y en el fondo, sirviendo de límite a esta
+apoteosis de luz y color, el Mediterráneo; el golfo azul y temblón,
+guardado por el cabo de San Antonio y las montañas de Sagunto y Almenara
+que cortaban el horizonte con sus negras gibas como enormes cetáceos.</p>
+
+<p>Mirando Rafael en una hondonada las torres del ruinoso convento de la
+Murta, casi ocultas entre los pinares, evocaba la tragedia de la
+reconquista; lamentaba la suerte de aquellos guerreros agricultores
+cuyos blancos alquiceles aún parecían flotar entre los naranjos, los
+mágicos árboles de los paraísos de Asia.</p>
+
+<p>Era un cariño atávico. La herencia mora que llevaba en su carácter
+melancólico y soñador, le hacía lamentar—contrariando sus creencias
+religiosas—la triste suerte de los creadores de aquel edén.</p>
+
+<p>Se imaginaba los pequeños reinos de los walís feudatarios; señoríos
+semejantes al de su familia, sólo que en vez de estar cimentados en la
+influencia y el proceso, se sostenían con la lanza de aquellos jinetes
+que así labraban la tierra como caracoleaban en juntas y encuentros con
+una elegancia jamás igualada por caballero alguno. Veía la corte de
+Valencia con sus poéticos jardines de Ruzafa, donde los poetas cantaban
+versos melancólicos a la decadencia del moro valenciano, escuchados por
+las hermosas, ocultas tras los altos rosales. Y después sobrevenía la
+catástrofe. Llegaban como torrente de hierro los hombres rudos de las
+áridas montañas de Aragón, empujados al llano por el hambre; los
+almogávares desnudos, horribles y fieros, como salvajes; gente inculta,
+belicosa e implacable, que se diferenciaba del sarraceno no lavándose
+nunca. Varones cristianos arrastrados a la guerra por sus trampas; los
+míseros terrenos de su señorío empeñados en manos del israelita; y con
+ellos un tropel de jinetes con cascos alados y cimeras espantables de
+dragón; aventureros que hablaban diversas lenguas, soldados errantes en
+busca de la rapiña y el saqueo bajo la cruz; «lo peor de cada casa», que
+apoderándose del inmenso jardín, se instalaban en los palacios, y se
+convertían en condes y marqueses para guardar con sus espadas al rey
+aragonés aquella tierra privilegiada que los vencidos seguirían
+fecundando con su sudor.</p>
+
+<p>«¡Valencia, Valencia, Valencia! Tus muros son ruinas; tus jardines
+cementerios, tus hijos esclavos del cristiano»... gemía el poeta
+cubriéndose los ojos con el alquicel. Y como banda de fantasmas,
+encorvados sobre sus caballos pequeños, nerviosos, finos, que parecían
+volar con las patas rectas, arrojando humo por las narices, Rafael veía
+pasar al pueblo valenciano, a los moros, vencidos y debilitados por la
+abundancia del suelo, huyendo al través de los jardines, empujados por
+los invasores brutales e incultos para ir a sumirse en la eterna noche
+de la barbarie africana.</p>
+
+<p>Y siguiendo con la imaginación la fuga sin término de los primeros
+valencianos que dejaban olvidada y perdida una civilización cuyos
+últimos vestigios resucitan hoy en las universidades de Fez, Rafael
+sentía el mismo disgusto que si se tratara de una desgracia de su
+familia o su partido.</p>
+
+<p>Mientras en aquella soledad evocaba las cosas muertas, la vida le
+rodeaba con su agitación. En el tejado de la ermita revoloteaba una nube
+de gorriones; en la falda de la montaña pastaba un rebaño de ovejas de
+rojizos vellones, las cuales, al encontrar entre los peñascos alguna
+brizna de hierba, se llamaban con melancólico balido.</p>
+
+<p>Rafael oyó voces de mujeres que subían por el camino, y tendido como
+estaba vio aparecer sobre el borde del banco e ir remontándose poco a
+poco dos sombrillas; una de seda roja, brillante, con primorosos
+bordados como la cúpula de afiligranada mezquita, la otra de percal
+rameado, modesta y respetuosamente rezagada.</p>
+
+<p>Dos mujeres entraron en la plazoleta, y al incorporarse Rafael,
+quitándose el sombrero, la más alta, que parecía la señora, contestó con
+una leve inclinación de cabeza, y se dirigió al otro extremo,
+volviéndole la espalda para contemplar el paisaje.</p>
+
+<p>La otra se sentó a alguna distancia de Rafael, respirando penosamente
+con la fatiga de la ascensión.</p>
+
+<p>¿Quiénes eran aquellas mujeres?... Rafael conocía toda la ciudad y jamás
+las había visto.</p>
+
+<p>La que estaba cerca de él, era indudablemente una servidora de la otra;
+la doncella, la acompañante. Vestía de negro, con cierta gracia
+sencilla, como una de esas <i>soubrettes</i> francesas que él había visto en
+las novelas ilustradas.</p>
+
+<p>Pero el origen campesino, la rudeza nativa, se revelaba en las manos
+cortas, con las uñas anchas y aplastadas, y el dorso afeado con ligeras
+manchas amarillas; en los pies gruesos y pesados, a pesar de mostrarse
+cubiertos por unas elegantes botinas que delataban con su finura haber
+pertenecido antes a la señora. Era bonita, con la frescura de la
+juventud. Tenía unos ojos grises, grandes, crédulos, de cordero sencillo
+y retozón: el pelo lacio, de un rubio blanquecino, colgaba en desmayadas
+mechas sobre la cara tostada y rojiza, sembrada de pecas. Manejaba con
+torpeza la cerrada sombrilla, y de vez en cuando miraba con ansiedad la
+doble cadena de oro que descendía del cuello a la cintura, como si
+temiese la desaparición de un regalo largamente solicitado.</p>
+
+<p>Rafael dejó de examinarla para fijarse en su señora. Su vista recorría
+aquella nuca rematada por la apretada cabellera rubia, como una cimera
+de oro; el cuello blanco, redondo, carnoso; la espalda amplia y esbelta,
+oculta, bajo una blusa de seda azul, adelgazando sus líneas rápidamente
+en el talle y ensanchándose después, para marcar el contorno de las
+caderas bajo la falda gris ajustada en armónicos pliegues como los paños
+de una estatua, y por cuyo borde asomaban los sólidos tacones de unos
+zapatos ingleses, encerrando el pie pequeño, ágil y fuerte.</p>
+
+<p>La señora llamó a su doncella. Su voz sonora, pastosa, vibrante, lanzó
+unas palabras de las que apenas pudo Rafael alcanzar las principales
+sílabas. El rumoroso silencio de la altura pareció plegarlas y
+confundirlas; pero el joven estaba seguro de que no había hablado en
+español. Era sin duda una extranjera...</p>
+
+<p>Mostraba admiración y entusiasmo ante el panorama; hablaba rápidamente
+a su doméstica, señalándole las principales poblaciones que desde allí
+veía, citándolas por sus nombres, que era lo único que llegaba
+claramente a los oídos de Rafael. ¿Quién era aquella mujer nunca vista
+que hablaba en idioma extranjero y conocía el país? Tal vez la esposa de
+algún exportador francés o inglés de los que se establecían en la ciudad
+para la compra de la naranja. Y obligado por el aislamiento y la
+vulgaridad de su vida a una dolorosa continencia, devoraba con sus ojos
+los contornos de aquella mujer, el dorso soberbio, opulento y elegante
+que parecía desafiarla con su indiferencia.</p>
+
+<p>Vio Rafael cómo cautelosamente salía de su casa el ermitaño, un rústico
+que vivía de las personas que visitaban aquellas alturas. Atraído por el
+aspecto de la desconocida señora se presentaba a saludarla ofreciéndola
+agua de la cisterna y descubrir en su honor la milagrosa virgen.</p>
+
+<p>Volviose la señora para contestar al ermitaño, y entonces pudo
+contemplarla Rafael con toda tranquilidad. Era alta, muy alta, tal vez
+tenía su misma estatura, pero amortiguada por curvas que delataban la
+robustez unida a la elegancia. El pecho opulento y firme y sobre él una
+cabeza que causó honda impresión en Rafael. Le parecía ver a través de
+una nube—del cálido vapor de la emoción—los ojos verdes, grandes,
+luminosos, la nariz graciosa, de alillas palpitantes y rosadas, y aquel
+cabello rubio que caía sobre la tez blanca, con transparencias de nácar,
+surcada de venas débilmente azules. Era un perfil de hermosura moderna,
+graciosa y picante. Rafael creía encontrar en aquellos rasgos la huella
+de innumerables artistas. La había visto antes. ¿Dónde?... no lo sabía.
+Tal vez en los periódicos ilustrados, en los álbums de bellezas
+artísticas; era posible que en las cajas de fósforos que reproducen las
+beldades de moda. Lo cierto era que ante aquel rostro visto por primera
+vez, sentía en su memoria la misma impresión que al encontrar una cara
+amiga tras larga ausencia.</p>
+
+<p>El ermitaño, excitado por la esperanza de la propina, llevábalas hacia
+la ermita, a cuya puerta se asomaban curiosas su mujer y su hija,
+deslumbradas por los enormes brillantes que centelleaban en las orejas
+de la desconocida.</p>
+
+<p>—Entre usted, <i>señoreta</i>—decía el rústico.—Le enseñaré la Virgen
+¿sabe usted? la Virgen del Lluch, la legítima, la que vino ella sola
+desde Mallorca hasta aquí. Allá en Palma creen tener la verdadera, ¿pero
+qué han de decir ellos? Les hace rabiar la idea de que Nuestra Señora
+prefiere a Alcira, y aquí la tenemos, probando que es la verdadera con
+los portentosos milagros que realiza.</p>
+
+<p>Abría la puerta de la pequeña iglesia fresca y sombría como una bodega,
+mostrando en el fondo, metida en un altar barroco de oro apagado, la
+pequeña imagen con el manto hueco y la cara negra.</p>
+
+<p>El buen hombre, recitaba a toda prisa, como quien la sabe de memoria, la
+historia de la imagen. Era la Virgen del Lluch, la patrona de Mallorca.
+Un ermitaño vino huyendo de allá, no se sabía por qué: tal vez por
+alguna sarracina de las de aquella época de guerras y atropellos, y para
+salvar a la Virgen de profanaciones, se la trajo a Alcira, edificando
+aquel santuario. Llegaron después los de Mallorca para restituirla a su
+isla, pero como la celestial señora les había tomado ley a Alcira y a
+sus habitantes, volvió volando sobre el mar sin mojarse los pies, y los
+baleares, para ocultar este suceso, labraron una imagen igual. Todo era
+cierto, y como prueba allí estaba el primer ermitaño enterrado al pie
+del altar, y allí la Virgen con su carita negra a consecuencia del sol y
+la humedad del mar que la ennegrecieron en su milagroso viaje.</p>
+
+<p>La señora escuchaba al buen hombre sonriendo ligeramente; su doncella
+aguzaba el oído con el miedo de perder alguna palabra de un idioma
+comprendido a medias, y sus ojazos de campesina crédula, iban de la
+imagen al narrador, expresando admiración por tan portentoso milagro.
+Rafael las había seguido dentro de la ermita, y se aproximaba a la
+desconocida que afectaba no verle.</p>
+
+<p>—Esta es una tradición—se atrevió a decir cuando el rústico acabó su
+relato.—Ya comprenderá usted, señora, que aquí nadie acepta tales
+cosas.</p>
+
+<p>—Así lo creo—contestó gravemente la hermosa desconocida.</p>
+
+<p>—<i>Traición</i> o no, Don Rafael—gruñó el ermitaño con descontento—así lo
+contaba mi abuelo y todos los de su época, y así lo cree la gente.
+Cuando tanto se ha dicho, por algo será.</p>
+
+<p>En la mancha de sol que proyectaba el hueco de la puerta sobre las
+baldosas, se marcó la sombra de una mujer.</p>
+
+<p>Era una hortelana pobremente vestida. Parecía joven, pero su cara pálida
+y flácida como de papel marcando los salientes y cavidades de su cráneo,
+los ojos hundidos y mates y las mechas de cabello sucio que se escapaban
+por bajo el anudado pañuelo, dábanla aspecto de enfermedad y miseria.
+Caminaba descalza, con los zapatos en la mano, balanceándose
+penosamente, con las piernas abiertas, como si experimentara inmenso
+dolor al poner las plantas en el suelo.</p>
+
+<p>El ermitaño la conocía mucho, y mientras la infeliz, jadeante por la
+ascensión, y el dolor de sus pies desnudos, se dejaba caer en un
+banquillo, contaba él su historia en pocas palabras a la señora y a
+Rafael.</p>
+
+<p>Estaba muy enferma; una dolencia de la matriz que acababa con ella
+rápidamente. No creía en los médicos que, según ella, «la engañaban con
+palabras»; además repugnaba a su pudor de buena mujer, cristianamente
+educada, prestarse a vergonzosas exhibiciones de los órganos enfermos.
+Conocía el único remedio: la Virgen del Lluch acabaría por curarla. Y
+todas las semanas, descalza, con los zapatos en la mano, subía la penosa
+cuesta, ella que en su huerto apenas podía moverse de la silla y
+necesitaba que el marido la arrease para cuidar la casa.</p>
+
+<p>El ermitaño se aproximó a la enferma, tomando una pieza de cobre que
+llevaba en la mano. Quería unos gozos como siempre, ¿eh?</p>
+
+<p>—¡<i>Visanteta, uns gochos!</i>—gritó el rústico asomando a la puerta.</p>
+
+<p>Y entró en la iglesia su hija, una mocetona morenota y sucia, con ojos
+africanos: una beldad rústica que parecía escapada de un aduar.</p>
+
+<p>Se acomodó en un banco, volviendo la espalda a la virgen con el gesto de
+mal humor del que se ve obligado a hacer todos los días la misma cosa, y
+con una voz bronca, desgarrada, furiosa, que hacía temblar las paredes
+del santuario, comenzó una melopea lenta, cantando la historia de la
+imagen y sus portentosos milagros.</p>
+
+<p>La enferma, arrodillada ante el altar sin soltar los zapatos, mostrando
+por entre las faldas las plantas de los pies amoratadas y sangrientas
+por los arañazos de las piedras, repetía el estribillo al final de cada
+estrofa, implorando la protección de la Virgen.</p>
+
+<p>Su voz sonaba débil, triste, como un vagido de niño enfermo. Tenía los
+macilentos ojos fijos en la imagen con una expresión dolorosa de
+súplica, y se cubrían de lágrimas mientras la voz sonaba cada vez más
+trémula y lejana.</p>
+
+<p>La hermosa desconocida mostraba cierta emoción ante el espectáculo. La
+doncella arrodillándose y siguiendo con movimientos de cabeza el
+sonsonete del canto, rezaba en un idioma que al fin conoció Rafael; era
+italiano. La señora miraba a la enferma con ojos de conmiseración.</p>
+
+<p>—¡Qué gran cosa es la fe!—murmuró con suspirante voz.</p>
+
+<p>—Sí, señora; una cosa hermosa.</p>
+
+<p>Y Rafael hubiera añadido alguna frase retórica y <i>brillante</i> de las
+muchas que había leído en los autores <i>sanos</i>, sobre las grandezas de la
+fe; pero en vano rebuscó en su memoria; no había nada: aquella mujer
+turbaba profundamente su timidez de solitario.</p>
+
+<p>Terminaron los gozos. Con la última estrofa desapareció la cerril
+cantante, y la enferma se incorporó trabajosamente, poniéndose en pie
+tras varias tentativas dolorosas.</p>
+
+<p>El ermitaño se acercó a ella con la obsequiosidad de un tendero que
+ensalza los géneros del establecimiento.—¿Iba aquello mejor? ¿Probaba
+la visita a la Virgen?... La pobre enferma, cada vez más pálida,
+revelando con una mueca de dolor las terribles punzadas que sufría en
+sus entrañas, no se atrevía a contestar por miedo a ofender a la
+milagrosa señora. «¡No sabía!... Sí... realmente debía estar mejor...
+¡Pero aquella subida!... Esta promesa no había dado tan buen resultado
+como las anteriores, pero tenía fe: la Virgen sería buena para ella y la
+curaría».</p>
+
+<p>A la salida de la iglesia, mientras revelaba su esperanza con palabras
+entrecortadas, fue tanto el dolor, que casi se tendió en el suelo. El
+ermitaño la colocó en su silla y corrió después a la cisterna para
+traerla un vaso de agua.</p>
+
+<p>La doncella italiana, con los ojos desmesuradamente abiertos por el
+susto, quedó ante la pobre mujer consolándola con palabras sueltas que
+le arrancaba la lástima <i>«¡Povera! ¡poverina!... ¡coraggio!»</i> Y la
+hortelana, en medio de su desfallecimiento, abría los ojos para mirar a
+la extranjera, no comprendiendo las palabras, pero adivinando su
+ternura.</p>
+
+<p>La señora salió a la plazoleta. Parecía hondamente impresionada por
+aquel dolor. Rafael la seguía fingiéndose distraído, algo avergonzado
+de su insistencia, y deseando al mismo tiempo una oportunidad para
+reanudar la conversación.</p>
+
+<p>Respiró con amplitud la señora al verse en aquel espacio abierto,
+inmenso, donde la vista se perdía en el azul del horizonte.</p>
+
+<p>—¡Dios mío!—dijo como si hablase con ella misma.—¡Qué tristeza y qué
+alegría al mismo tiempo! Esto es muy hermoso. ¡Pero esa mujer!... ¡esa
+pobre mujer!</p>
+
+<p>—Hace ya años que la veo así,—dijo Rafael, fingiendo conocerla mucho,
+a pesar de que hasta entonces rara vez se había fijado en la pobre
+hortelana.—Todos los de su clase son gente muy especial. Desprecían a
+los médicos, no les atienden, y se matan con estas bárbaras devociones,
+de las que esperan la salud.</p>
+
+<p>—¡Quién sabe si lo suyo es lo mejor! El mal es invencible, y la ciencia
+puede contra él tanto como la fe. A veces, menos aún... ¡Y pensar que
+reímos y gozamos mientras el mal pasa por nuestro lado rozándonos sin
+ser visto!...</p>
+
+<p>A esto no supo Rafael qué contestar. ¿Pero qué mujer era aquella? ¡Qué
+modo de expresarse, caballeros! Acostumbrado el pobre muchacho a las
+vulgaridades y soseces de las amigas de su madre, y bajo la impresión de
+aquel encuentro que tan profundamente le turbaba, creía estar en
+presencia de un sabio con faldas, un filósofo venido de allá lejos, de
+alguna sombría cervecería alemana, para turbarle bajo el disfraz de la
+belleza.</p>
+
+<p>La desconocida quedó en silencio, con los ojos fijos en el horizonte. En
+su boca, grande, de labios sensuales y carnosos, por entre los cuales
+asomaba la dentadura espléndida y luminosa, parecía apuntar una sonrisa
+acariciando el paisaje.</p>
+
+<p>—¡Qué hermoso es esto!—dijo sin volverse hacia su acompañante.—¡Cómo
+deseaba volver a verlo!</p>
+
+<p>Por fin llegaba la ocasión para hacer la ansiada pregunta: ella misma se
+la ofrecía.</p>
+
+<p>—¿Es usted de <i>aquí</i>?—preguntó con voz trémula, temiendo que su
+curiosidad fuese repelida por el desprecio.</p>
+
+<p>—Sí, señor—se limitó a contestar la señora.</p>
+
+<p>—Pues es particular. Nunca la he visto a usted...</p>
+
+<p>—Nada tiene de extraño. Llegué ayer.</p>
+
+<p>—¡Ya decía yo!... Conozco a todas las personas de la ciudad. Me llamo
+Rafael Brull, y soy hijo de don Ramón, que fue muchas veces alcalde de
+Alcira.</p>
+
+<p>Ya lo había soltado. El pobre muchacho sentía la comezón de revelar su
+nombre, de decir quién era, de hacer sonar aquel apellido famoso en el
+distrito, para que su personalidad adquiriera realce ante la
+desconocida. Influida ella por el ejemplo, tal vez dijese quién era.
+Pero la hermosa señora se limitó a acoger su declaración con un ¡ah! de
+fría extrañeza, que no revelaba siquiera si su nombre le era conocido.
+Pero al mismo tiempo, le envolvió en una rápida mirada investigadora y
+burlona que parecía decir:</p>
+
+<p>—Este muchacho tiene buena presencia, pero debe ser tonto.</p>
+
+<p>Rafael enrojeció, adivinando que había cometido una simpleza al revelar
+su nombre sin que nadie se lo preguntara, con la misma prosopopeya que
+si estuviera en presencia de un rústico del distrito.</p>
+
+<p>Se hizo un silencio penoso. Rafael quería salir de esta situación, le
+molestaba ver a aquella mujer glacial, indiferente; tratándole con
+cortesía desdeñosa, sosteniendo con gran corrección las distancias para
+evitar la familiaridad. Pero puesto ya en la pendiente, se atrevió a
+seguir preguntando:</p>
+
+<p>—¿Y piensa usted permanecer mucho tiempo en Alcira?...</p>
+
+<p>Rafael creyó que se hundía el suelo bajo sus pies. Una nueva mirada de
+aquellos ojos verdes: pero esta vez fría, amenazadora, algo así como un
+relámpago lívido, reflejándose en el hielo.</p>
+
+<p>—No sé...—contestó con una lentitud que parecía subrayar su
+desdén.—Yo acostumbro a abandonar los sitios cuando me fastidio en
+ellos.</p>
+
+<p>Y tras una nueva pausa, miró a Rafael de frente, para saludarle con un
+frío movimiento de cabeza.</p>
+
+<p>—Buenas tardes, caballero.</p>
+
+<p>Rafael quedó anonadado. Vio cómo se dirigió a la portalada del santuario
+llamando a la doncella. Cada uno de sus pasos, cada balanceo de las
+arrogantes caderas, parecía levantar un obstáculo entre ella y Rafael.
+La vio cómo inclinándose cariñosamente sobre la hortelana enferma, abría
+un pequeño saco de raso que le presentaba su doncella; y rebuscando
+entre brillantes baratijas y bordados pañuelos sacaba la mano llena,
+brillando la plata entre sus dedos. La vació sobre el delantal de la
+asombrada campesina, dio algo también al ermitaño, que no manifestaba
+menos sobresalto, y abriendo la sombrilla roja emprendió la marcha
+seguida por la doncella.</p>
+
+<p>Al pasar frente a Rafael, contestó al sombrerazo de éste con una
+inclinación elegante, casi sin mirarle, y comenzó a bajar la pedregosa
+pendiente de la montaña.</p>
+
+<p>La seguía el joven con la mirada, al través de los pinos y los cipreses,
+viendo empequeñecerse aquel cuerpo soberbio de mujer fuerte y sana.</p>
+
+<p>En torno de él parecía flotar aún su perfume, como si al alejarse le
+dejara envuelto en el ambiente de superioridad, de exótica elegancia que
+emanaba de su persona.</p>
+
+<p>Vio Rafael aproximarse al ermitaño, ganoso de comunicar su admiración.</p>
+
+<p>—<i>¡Quina señora!</i> decía poniendo los ojos en blanco para expresar su
+entusiasmo.</p>
+
+<p>Le había dado un duro, una rodaja blanca de las que hacía muchos años,
+por culpa de la poca fe, no subían a aquellas alturas. Y allí estaba
+<i>Visanteta</i>, la pobre enferma, sentada en la puerta de la ermita mirando
+fijamente su delantal, como hipnotizada por el brillo del puñado de
+plata; duros, pesetas dobles y sencillas, monedas de cincuenta céntimos;
+todo el contenido del bolso; hasta un botón de oro que debía ser de
+algún guante.</p>
+
+<p>Rafael participaba del asombro. ¿Pero quién era aquella mujer?</p>
+
+<p>—<i>¿Yo qué sé?</i>—contestaba el rústico. Y guiándose por las palabras
+incomprensibles de la doncella, añadía con gran convicción:—<i>Será
+alguna fransesa... Una fransesa rica</i>.</p>
+
+<p>Volvió Rafael a seguir con la vista las dos sombrillas que descendían la
+pendiente como insectos de colores. Disminuían rápidamente. Ya no era la
+grande más que un punto rojo: ya se perdía abajo en la llanura entre las
+verdes masas de los primeros huertos... ya había desaparecido.</p>
+
+<p>Y al quedar solo, completamente solo, Rafael sufrió una gran explosión
+de ira. Le parecía odioso aquel lugar donde tan tímido y tan torpe se
+había mostrado. Le molestaba ver aún allí el relampagueo de aquella
+mirada fría, repeliéndole, evitando la aproximación. Le avergonzaba el
+recuerdo de sus estúpidas preguntas.</p>
+
+<p>Y sin contestar al saludo del ermitaño y su familia, se lanzó monte
+abajo con la esperanza de volver a encontrarla, no sabía dónde. Rodaban
+las rojas piedras bajo sus pies. El heredero de don Ramón, esperanza del
+distrito, iba furioso; agitaba sus manos con nervioso temblor, como si
+quisiera abofetearse. Y con acento agresivo, como si hablase con su <i>yo</i>
+que abandonando la envoltura del cuerpo caminase delante de él, gritaba:</p>
+
+<p>—¡Imbécil!... ¡estúpido!... <i>¡¡Provinciano!!</i></p>
+
+
+
+<h3><a id="IVa"></a>IV</h3>
+
+
+<p>Doña Bernarda no llegó a sospechar el motivo por el cual su hijo se
+levantó al día siguiente pálido y ojeroso como quien ha pasado una mala
+noche. Tampoco sus amigos políticos adivinaron por la tarde la razón por
+la que Rafael, haciendo buen tiempo, fuese a encerrarse en la atmósfera
+densa del Casino.</p>
+
+<p>Los más bulliciosos correligionarios le rodearon para hablar una vez más
+de la gran noticia que hacía una semana traía revuelto al partido. Iban
+a ser disueltas las Cortes; los diarios no hablaban de otra cosa. Dentro
+de dos o tres meses, antes de finalizar el año, nuevas elecciones, y con
+ellas el triunfo ruidoso y unánime de la candidatura de Rafael.</p>
+
+<p>Don Andrés y los más graves de sus adeptos, andaban preocupados
+recordando fechas y haciendo cuentas con los dedos, como cortesanos que
+forman sus cálculos en vísperas de la declaración de mayor edad del
+príncipe.</p>
+
+<p>El íntimo amigo y lugarteniente de la casa de Brull, era el más
+enterado. Si las elecciones se verificaban en la fecha indicada por los
+periódicos, a Rafael le faltarían unos cuantos meses, cinco o seis,
+para cumplir los veinticinco años. Pero él había escrito a Madrid
+consultando a los personajes del partido; el ministro de la Gobernación
+se mostraba conforme, <i>había precedentes</i>, y aunque a Rafael le faltase
+el requisito de la edad, el distrito sería para él. Ya no enviarían de
+Madrid más <i>cuneros</i>. Se acabaron los señorones desconocidos. Y toda la
+grey <i>brullesca</i>, se preparaba para la lucha con el entusiasmo ruidoso
+del que sabe que el triunfo está asegurado de antemano.</p>
+
+<p>Todas estas manifestaciones dejaban frío a Rafael. El, que tanto había
+deseado la llegada de las elecciones para verse libre, allá en Madrid,
+permanecía insensible aquella tarde como si se tratara de la suerte de
+otro.</p>
+
+<p>Miraba con impaciencia la mesa de tresillo donde don Andrés con otros
+tres prohombres jugaba su diaria partida, y esperaba el momento en que
+viniera cual de costumbre a sentarse junto a él, para que le
+contemplasen en sus funciones de Regente, cobijando bajo su autoridad y
+sabiduría de maestro al príncipe heredero.</p>
+
+<p>Bien mediada la tarde, cuando el salón del casino estaba menos
+concurrido, la atmósfera más despejada, y las bolas de marfil quietas
+sobre el paño verde, don Andrés dio por terminada la partida,
+aproximándose a su discípulo, rodeado como siempre por los partidarios
+más pegajosos y aduladores.</p>
+
+<p>Rafael fingía escucharles mientras preparaba mentalmente la pregunta que
+desde el día anterior deseaba hacer a don Andrés.</p>
+
+<p>Por fin se decidió:</p>
+
+<p>—Usted que conoce a todo el mundo. ¿Quién es una señora muy guapa que
+parece extranjera y que encontré ayer en la montañita de San Salvador?</p>
+
+<p>Comenzó a reír el viejo, echando atrás la silla para que su vientre
+estremecido por la ruidosa carcajada, no chocase con el borde de la
+mesa.</p>
+
+<p>—¿También tú la has visto?—dijo entre los estertores de su risa.—Pues
+señor, ¡que ciudad esta! Llegó anteayer, y todos la han visto ya, y no
+hablan de otra cosa. Tú eres el único que faltaba a preguntarme... ¡Jo!
+¡jo! ¡jo! ¡Pero qué ciudad esta!</p>
+
+<p>Después, extinguida su risa, que asombraba a Rafael, continuó más
+tranquilo:</p>
+
+<p>—Pues esa señora extranjera, como tú dices, es de aquí, y ha nacido en
+la misma calle que tú. ¿No conoces a doña Pepa, <i>la del médico</i>, como la
+llaman; una señora pequeña que tiene un huerto junto al río y vive en
+una casa azul que se inunda siempre que sube el Júcar? Era dueña de la
+casa que tenéis un poco más arriba de la vuestra, y se la vendió a tu
+padre; la única compra que hizo don Ramón, ¿no te acuerdas?</p>
+
+<p>Sí, creía conocerla. Poniendo en tensión su memoria salía de los más
+remotos rincones una señora vieja, arrugada, con la espalda algo curva,
+y una cara de simpleza y bondad. La veía con el rosario al puño, la
+silla de tijera al brazo y la mantilla sobre los ojos, como cuando
+pasaba por frente a su puerta saludando a su madre, la cual decía con
+aire protector:—Esa doña Pepa es muy buena; un alma de Dios... La única
+persona decente de su familia.</p>
+
+<p>—Sí; sé quien es; la conozco,—dijo Rafael.</p>
+
+<p>—Pues esa <i>señora extranjera</i>—continuó don Andrés—es sobrina de doña
+Pepa. La hija de su hermano el médico, una muchacha que hasta ahora ha
+ido por el mundo cantando óperas. Tú no te acordarás del doctor Moreno,
+que tanto dio que hablar en sus tiempos...</p>
+
+<p>¡Vaya si se acordaba! No necesitó poner en tortura su memoria. Aquel
+nombre aún se conservaba fresco entre los recuerdos de la niñez.
+Representaba muchas noches de sueño alterado por el miedo; de súbitas
+alarmas en las cuales ocultaba bajo las sábanas la cabeza temblorosa; de
+amenazas, cuando negándose a dormir porque le acostaban temprano, su
+madre le decía con voz imperiosa:</p>
+
+<p>—Si no callas y duermes, llamaré al doctor Moreno.</p>
+
+<p>¡Terrible y sombrío personaje! Rafael recordaba como si las hubiera
+visto al entrar en el casino, aquellas barbas enormes, negras y rizosas;
+los ojos grandes y ardientes, mirando siempre con exaltación, y el
+cuerpo alto, con una grandeza que aún parecía mayor al joven Brull,
+evocándola desde los recuerdos de su infancia. Tal vez era una buena
+persona; así lo creía Rafael cuando pensaba en aquel lejano período de
+su vida; pero aún tenía presente el susto que experimentó siendo niño,
+al encontrar en una calleja al terrible doctor, que le miró con sus ojos
+de brasa acariciándole las mejillas bondadosamente, con una mano que al
+arrapiezo le pareció de fuego. Huyó despavorido, como huían casi todos
+los chicuelos cuando les acariciaba el doctor.</p>
+
+<p>¡Qué horrible fama la suya! Los curas de la población hablaban de él con
+terribles aspavientos. Era un impío, un excomulgado. Nadie sabía
+ciertamente qué alta autoridad había lanzado sobre él la excomunión;
+pero era indudable que estaba fuera del gremio de las personas decentes
+y cristianas. Bastaba para esto saber que todo el granero de su casa lo
+tenía lleno de libros misteriosos, en idiomas extranjeros, todos
+conteniendo horribles doctrinas contra las sanas creencias en Dios y en
+la autoridad de sus representantes. Era defensor de un tal Darwin, que
+sostenía que el hombre es pariente del mono, lo que regocijaba a la
+indignada doña Bernarda, haciéndola repetir todos los chistes que a
+costa de esta locura soltaban sus amigos los curas los domingos en el
+púlpito. Y lo peor era que con tales brujerías, no había enfermedad que
+se resistiera al doctor Moreno. Hacía prodigios en los arrabales, entre
+la tosca gente de los huertos que le adoraba con tanto afecto como
+temor. Devolvía la salud a los que habían declarado incurables los
+viejos médicos de larga levita y bastón con puño de oro, venerables
+sabios, más creyentes en Dios que en la ciencia, según decía en su
+elogio la madre de Rafael. Aquel exaltado se valía de nuevos
+medicamentos, de sistemas originales, aprendidos en las revistas y
+libracos que recibía de muy lejos. A los enemigos les desconcertaba en
+su murmuración la manía del doctor por curar gratuitamente a los pobres,
+añadiendo muchas veces una limosna; e indignábales la testarudez con que
+se negaba otras muchas a asistir a las personas acaudaladas y de sanos
+principios que habían tenido que solicitar el permiso de su confesor
+para ponerse en tales manos.</p>
+
+<p>—¡Pillo! ¡Hereje!... ¡Descamisado!...—exclamaba doña Bernarda.</p>
+
+<p>Pero lo decía en voz muy baja y con cierto miedo, pues aquellos tiempos
+eran malos para la casa de Brull. Rafael recordaba que su padre
+mostrábase por entonces más sombrío que nunca, y apenas salía del patio.</p>
+
+<p>A no ser por el respeto que inspiraban sus garras vellosas y el
+entrecejo tempestuoso, se lo hubieran comido. Mandaban los otros...
+todos menos la casa de Brull.</p>
+
+<p>La monarquía se la había llevado la mala trampa; legislaban en Madrid
+los hombres de la revolución de Septiembre. Los industrialillos de la
+ciudad, rebeldes siempre a la soberanía de don Ramón, tenían fusiles en
+las manos, formaban una milicia, y eran capaces de plantar un balazo a
+los que antes les habían tenido bajo el pie. Se daban en las calles
+vivas a la República, faltaba poco para que se encendieran cirios ante
+la estampa de Castelar; y entre este torbellino de discursos,
+aclamaciones, <i>Marsellesa</i> a todas horas y percalina tricolor,
+destacábase el fanático médico, predicando en las plazas, hablando en
+las eras de los pueblos vecinos, explicando los Derechos del Hombre en
+las veladas nocturnas del casino republicano de la ciudad; entusiasta
+hasta el lirismo, repetía con diversas palabras las mismas odas
+oratorias del tribuno portentoso que en aquella época corría España de
+una punta a otra, haciendo comulgar al pueblo en la democracia al son
+de sus estrofas, que sacaban de la tumba todas las grandezas de la
+historia.</p>
+
+<p>La madre de Rafael, cerrando puertas y balcones, miraba irritada al
+cielo cada vez que la masa popular, a la vuelta de un <i>meeting</i>, pasaba
+por su calle con banderas al frente, para detenerse un poco más allá,
+ante la vivienda del doctor, al que aclamaba con entusiasmo.—«¿Hasta
+cuándo iba a consentir Dios que las personas honradas sufriesen?» Y
+aunque nadie la insultaba ni la pedía un alfiler, hablaba de la
+necesidad de trasladarse a otro punto. Aquellas gentes pedían la
+República, eran de la <i>Repartidora</i>, como ella decía; al paso que
+marchaban las cosas, no tardarían en triunfar, y entonces vendría el
+saqueo de la casa; tal vez el degüello de ella y su hijo.</p>
+
+<p>—¡Déjalos, mujer!—decía el caído cacique con burlona sonrisa—No son
+tan malos como crees. Que sigan cantando su <i>Marsellesa</i> y dando vivas,
+ya que con tan poco se contentan. Este tiempo, otro traerá. Los
+carlistas se encargarán de hacer triunfar a los nuestros.</p>
+
+<p>Para el padre de Rafael, el doctor era un buen hombre. «Un excelente
+chico, al que los libros habían trastornado». Le conocía mucho; habían
+ido juntos a la escuela, y jamás quiso unirse al coro de maldiciones
+contra Moreno. Lo único que pareció molestarle, fue que a raíz de la
+proclamación de la República, los entusiastas del doctor quisieran
+enviarle diputado a la Constituyente del 73. ¡Diputado aquel loco,
+cuando él, el amigo y agente de tantos ministros moderados, no había
+osado nunca pensar en el cargo por el respeto casi supersticioso que le
+inspiraba! ¡Aquello era el fin del mundo!...</p>
+
+<p>Pero el doctor se opuso a tales deseos. Si iba a Madrid, ¿qué sería del
+triste rebaño que encontraba en él salud y protección? Además, él era un
+sedentario. Se sentía ligado a aquella vida de estudio y soledad, en la
+que cumplía sus gustos sin obstáculo alguno. Sus convicciones le
+arrastraban a mezclarse entre la masa, a hablar en los lugares públicos,
+provocando tempestades de entusiasmo; pero se negaba a tomar parte en
+las organizaciones de partido, y después de una reunión pública, pasaba
+días y días encerrado en casa entre sus libros y revistas, sin más
+compañía que la de su hermana, dócil devota que le adoraba, aunque
+lamentando su irreligiosidad, y la de su hija, una niña rubia que Rafael
+recordaba apenas, pues la antipatía que inspiraba el padre a las
+principales familias, obligaba a la pequeña a un forzoso aislamiento.</p>
+
+<p>El doctor tenía una pasión: la música. Todos admiraban su habilidad.
+¿Qué no sabría aquel hombre? Según doña Bernarda y sus amigas, aquel
+talento portentoso era adquirido con <i>malas artes</i>, fruto de su
+impiedad. Pero esto no impedía que por las noches, cuando hacía sonar el
+violoncello, acompañado por ciertos amigotes de Valencia que venían a
+pasar con él algunos días,—todos gente greñuda y estrambótica, que
+hablaban un lenguaje raro y nombraban a un tal Beethoven con tanta
+unción como si fuese San Bernardo, el patrón de Alcira,—la gente se
+agolpase en la calle, siseando para que caminasen más quedo los que
+poco a poco se aproximaban, y abríanse cautelosamente balcones y
+ventanas ante los prodigios del endemoniado doctor.</p>
+
+<p>—Sí, don Andrés—dijo Rafael;—recuerdo perfectamente al doctor Moreno.</p>
+
+<p>El miedo que le había inspirado en la niñez, y las diabólicas melodías
+que por la noche llegaban hasta su camita, estaban aún frescos en su
+memoria.</p>
+
+<p>—Pues bien—continuó el viejo;—esa señora es la hija del doctor. ¡Qué
+hombre aquel! ¡Cómo nos hacía rabiar a tu padre y a mí en el 73! Ahora
+que todo aquello está tan lejos, te digo que era un buen sujeto. Algo
+sorbido de sesos por la lectura, como Don Quijote; chiflado
+completamente por la música. Tenía cosas graciosísimas. Se casó con una
+hortelana muy guapa, pero pobre. Decía que el casamiento era... para
+perpetuar la especie: éstas eran sus palabras; para echar al mundo gente
+fuerte y sana. Por esto lo de menos era preocuparse de la posición de la
+esposa, sino de su caudal de salud. Así se buscó él aquella Teresa,
+fuerte como un castillo y fresca como una manzana. Pero de poco le valió
+a la pobre. Tuvo la niña, y a consecuencia del parto murió a los pocos
+días, sin que sirvieran de nada los estudios y los desesperados
+esfuerzos del marido. No llegaron a vivir juntos un año.</p>
+
+<p>Los compañeros de Rafael escuchaban con tanta atención como éste. Les
+agitaba la malsana curiosidad de las pequeñas poblaciones donde el
+ahondar de la vida ajena es el más vivo de los placeres.</p>
+
+<p>—Y ahora viene lo bueno—continuó don Andrés,—El loco del doctor tenía
+dos santos: Castelar y Beethoven, cuyos retratos figuraban en todas las
+habitaciones de su casa, hasta en el granero. Ese Beethoven (por si no
+lo sabéis), es un italiano o inglés, no lo sé cierto, de esos que se
+sacan la música de la cabeza para que la toquen en los teatros o se
+diviertan a solas los locos como Moreno. Al tener una hija, anduvo
+preocupado con el nombre que había de ponerla. Quería llamarla Emilia
+para hacer así un homenaje a su ídolo Castelar; pero le gustaba más
+Leonora, (¡fijáos bien! no digo Leonor), Leonora, que según nos dijo él,
+era el título de la única función escrita por Beethoven, una ópera que
+leía él a ratos perdidos, como yo leo el periódico. El recuerdo del
+extranjero pudo más, y envió a su hermana a la iglesia con unas cuantas
+vecinas pobres a bautizar la niña, con el encargo de que le pusieran por
+nombre Leonora. Figuráos qué contestaría el cura después de buscar en
+vano en el santoral. Yo estaba entonces en las oficinas del ayuntamiento
+y tuve que intervenir. Era antes de la Revolución; mandaba González
+Bravo; los buenos tiempos; por poco que alzase el gallo un enemigo del
+orden y las sanas creencias, iba en cuerda camino de Fernando Póo. Y sin
+embargo, ¡floja zambra armó aquel hombre! se plantó en la iglesia, donde
+no había entrado nunca, empeñado en que bautizasen a la pequeña a su
+gusto. Después quiso llevársela sin bautizar, diciendo que le tenía sin
+cuidado este requisito y que sólo lo cumplía por dar gusto a su hermana.
+En la disputa llamaba con gran retintín a los curas y acólitos reunidos
+en la sacristía, cuadrilla de <i>bramantes</i>...</p>
+
+<p>—Les llamaría brahamantes—interrumpió Rafael.</p>
+
+<p>—Sí, eso es: y también bonzos; así, por chunga; de esto me acuerdo
+bien. Por fin, dejó que el cura la bautizase con el nombre de Leonor.
+Pero como si nada. Al marcharse le dijo al párroco:—«Será Leonora por
+razones que le placen al padre y que no comprendería usted aunque yo se
+las explicase». ¡Qué tremolina aquella! Tuvimos que intervenir tu padre
+y yo para amansar a los buenos curas: querían formarle un proceso por
+sacrilegio, ultrajes a la religión y qué se yo cuántas cosas más. Nos
+dio lástima. ¡Ay, hijo mío! en aquel tiempo una causa así era más de
+cuidado que hacer una muerte.</p>
+
+<p>—¿Y cómo ha seguido llamándose?—preguntó un amigo de Rafael.</p>
+
+<p>—Leonora, como quería su padre. Esa muchacha salió idéntica al doctor;
+tan chiflada como él: su mismo carácter. No la he visto aún; dicen que
+es muy guapa; se parecerá a su madre, que era una rubia, la más buena
+moza de estos contornos. Cuando el doctor vistió a su mujer de señora,
+no era gran cosa como <i>finura</i>, pero nos dejó asombrados a todos...</p>
+
+<p>—Y Moreno ¿qué se hizo?—preguntó otro.—¿Es verdad, como se dijo hace
+años, que se había pegado un tiro?</p>
+
+<p>—Sobre eso se cuentan muchas cosas; tal vez sea todo mentira. ¡Quién
+sabe! ¡se marchó tan lejos!... Cuando al caer la República volvió el
+tiempo de las personas decentes, el pobre Moreno se puso peor aún que
+al morir su Teresa. Vivía encerrado en su casa. Tu padre era respetado
+más que nunca; mandábamos que era un gusto. Don Antonio, desde Madrid,
+daba orden a los gobernadores de que abriesen la mano, dejándonos en
+completa libertad para barrer lo que quedaba de la revolución, y los que
+antes aclamaban al doctor, huían de él para que nosotros no les
+tomásemos entre ojos. Alguna tarde salía a pasear por las afueras; iba
+al huerto de su hermana, junto al río, llevando siempre al lado a
+Leonora, que ya tenía unos once años. En ella concentraba todo su
+afecto... ¡Pobre doctor! Ya estaban lejos aquellos tiempos en que toda
+su banda de amigotes se agarraba a tiros con la tropa en las calles de
+Alcira, dando vivas a la Federal... Su soledad y la tristeza de la
+derrota, le hicieron entregarse más que nunca a la música. Sólo tenía
+una alegría en medio de la desesperación que le causaba el fracaso de
+sus perversas ideas. Leonora amaba la música tanto como él. Aprendía
+rápidamente sus lecciones; acompañaba al piano el violoncello del papá,
+y así se pasaban los días toca que toca, revolviendo todo el inmenso
+montón de solfas que guardaban en el granero, junto con los libros
+malditos. Además, la pequeña mostraba cada día una voz más hermosa y
+sonora. «Será una artista, una gran artista», decía el padre
+entusiasmado. Y cuando algún arrendatario de sus tierras o uno de sus
+protegidos entraba en la casa y permanecía embobado ante la chicuela,
+que cantaba como un ángel, decía el doctor con entusiasmo: «¿Qué os
+parece la señorita?... Algún día estarán orgullosos en Alcira de que
+haya nacido aquí».</p>
+
+<p>Se detuvo don Andrés para coordinar sus recuerdos y añadió tras larga
+pausa:</p>
+
+<p>—La verdad es que no puedo deciros más. En aquella época, como ya
+mandábamos, apenas si me trataba con el doctor. Le perdimos de vista; no
+le hacíamos caso. La musiquilla oída al pasar frente a su casa, era lo
+único que nos le traía a la memoria. Supimos un día, por su hermana doña
+Pepa, que se había ido con la niña, lejos, muy lejos, a aquella ciudad
+donde estuviste tú, Rafael: a Milán, que, según me han contado, es el
+mercado de todos los que cantan. Quería que su Leonora fuese una gran
+tiple. Ya no le vimos más. ¡Pobre hombre!... La cosa debió marchar bien.
+Cada año escribía a su hermana para que vendiese un campo, y en unos
+cuantos voló toda la fortunita que el doctor había heredado de sus
+padres. La pobre doña Pepa, siempre tan buena, hasta vendió la casa que
+era de los dos hermanos, para enviarle el último dinero y se trasladó al
+huerto, desde donde viene con un sol horrible a misa y a las Cuarenta
+horas. Después... después ya no he sabido nada cierto. ¡Dicen tantas
+mentiras! Unos, que el pobre Moreno se pegó un tiro al verse abandonado
+por su hija, que ya cantaba en los teatros; otros que murió en un
+hospital solo como un perro. Lo único cierto es que murió el infeliz y
+que su hija se ha dado la gran vida por esos mundos. Se ha divertido la
+maldita. ¡Qué modo de correrla!... Hasta cuentan que se ha acostado con
+reyes. Y de dinero no digamos. ¡Qué modo de ganarlo y de tirarlo, hijos
+míos! Esto quien lo sabe es el barbero Cupido. Como se cree artista
+porque toca la guitarra, y además, figura entre los de la cáscara amarga
+y le tenía gran simpatía al padre, es el único de la ciudad que ha
+seguido leyendo en los papeles todas las idas y venidas de esa mujer.
+Dice que no canta con su apellido. Gasta otro nombre más sonoro y raro,
+un apellido extranjero. Como es tan métomeentodo ese Cupido y en su
+barbería se saben las cosas al minuto, ayer mismo estuvo en la alquería
+de doña Pepa a saludar a la <i>eminente artista</i>, como él dice. Cuenta que
+no acaba. Maletas por todos los rincones, mundos que pueden contener una
+casa; de trajes de seda... ¡la mar!; sombreros, no sé cuantos; estuches
+sobre todas las mesas con diamantes que quitan la vista; y todavía la
+maldita encargó a Cupido que avisara al jefe de estación para que envíe,
+así que llegue, lo que falta por venir; el equipaje gordo, un sinnúmero
+de bultos que llegan de muy lejos, del otro rincón del mundo, y cuestan
+un capital por su traslado... ¡Y, eche usted!... ¡Claro! ¡Para lo que le
+cuesta de ganar!</p>
+
+<p>Guiñaba los ojos maliciosamente y reía como un fauno viejo, dándole con
+el codo a Rafael, que le escuchaba absorto.</p>
+
+<p>—¿Pero se queda aquí?—preguntó el joven.—¿Acostumbrada a correr el
+mundo, le gusta este rincón?</p>
+
+<p>—Nada se sabe de eso—contestó don Andrés;—ni el mismo Cupido pudo
+averiguarlo. Estará hasta que se canse. Y para aburrirse menos se ha
+traído la casa encima como el caracol.</p>
+
+<p>—Pues es fácil que se aburra pronto—dijo un amigo de Rafael.—¡Si cree
+que aquí la van a admirar y mimar como en el extranjero!... ¡La hija del
+doctor Moreno! ¡del médico descamisado, como le llama mi padre! ¿Han
+visto ustedes qué personajes?... Y luego, ¡con una historia! Anoche se
+hablaba de su llegada en todas las casas decentes y no hubo señor que no
+prometiese abstenerse de todo trato con ella. Si cree que Alcira es como
+esas tierras donde se baila el <i>can can</i> y no hay vergüenza, se lleva
+chasco.</p>
+
+<p>Don Andrés se reía con una expresión de perro viejo.</p>
+
+<p>—Sí; ¡hijos míos! se lleva chasco. Aquí hay mucha moral, y sobre todo,
+mucho miedo al escándalo. Seremos tan pecadores como en otra parte, pero
+no queremos que nadie se entere. Me temo que esa Leonora se pase la vida
+sin más sociedad que la de su tía, que es tonta, y la de una criada
+franchuta que dicen ha traído... Aunque ella ya se lo recela. ¿Sabéis lo
+que le dijo ayer a Cupido? Que venía aquí únicamente por el deseo de
+vivir sola, de no ver gente, y cuando el barbero le habló del señorío de
+Alcira, hizo un gesto burlón como si se tratara de gente despreciable de
+poco más o menos. Esto es lo que más se comentaba anoche por las
+señoras. ¡Ya se ve: acostumbrada a ser la querida de grandes
+personajes!...</p>
+
+<p>Por la arrugada frente de don Andrés pareció pasar una idea provocando
+su risa.</p>
+
+<p>—¿Sabes lo que pienso, Rafael? Que tú que eres joven y guapo, y has
+estado en aquellos países, podías dedicarte a conquistarla, aunque sólo
+fuera por bajarle un poco los humos y demostrar que aquí también hay
+personas. Dicen que es muy guapa y ¡qué demonio! la cosa no será
+difícil. ¡Cuando sepa quién eres!...</p>
+
+<p>Dijo esto el viejo con la certidumbre de la adulación, convencido de que
+el prestigio de su <i>príncipe</i> era tal, que forzosamente había de turbar
+a toda mujer. Pero a Rafael, estas palabras, después de la escena de la
+tarde anterior, le parecían una crueldad.</p>
+
+<p>Don Andrés se puso serio de repente, como si ante sus ojos pasase una
+pavorosa visión y añadió con tono respetuoso:</p>
+
+<p>—Pero no: fuera bromas. No hagas caso de lo que digo. Tu madre sufriría
+un gran disgusto.</p>
+
+<p>El nombre de doña Bernarda, representación de la temible virtud, al caer
+en medio de la conversación puso serios a todos los del corro.</p>
+
+<p>—Lo que más extraño—dijo Rafael que deseaba desviar la
+conversación—es que todos se acuerden ahora de la hija del doctor. Han
+pasado años y más años, sin que nadie pronunciase su nombre.</p>
+
+<p>—Estas son cosas de aquí—contestó el viejo.—Los de vuestra edad no la
+habíais visto, y vuestros padres, que conocieron al doctor y a su hija,
+han tenido siempre buen cuidado de no sacar a conversación a esa mujer,
+que, como dice tu madre es la deshonra de Alcira. De vez en cuando se
+sabía algo; una noticia que Cupido pescaba en los periódicos y propagaba
+por ahí; una revelación de la tonta doña Pepa, que contaba a los
+curiosos las glorias de su sobrina en el extranjero; muchas mentiras
+que se inventaban no se sabe dónde ni por quien. Todo esto quedaba
+oculto como el fuego bajo la ceniza. Si a esa muchacha no se le hubiera
+ocurrido volver a Alcira... nada. Pero ha venido, y de pronto todos
+hablan de ella, y resulta que saben o creen saber su vida, desembuchando
+las noticias de muchos años. ¿Queréis creerme, hijos míos? Yo la he
+considerado siempre una pájara de cuenta, pero aquí se miente mucho...
+mucho; se le levanta un mal testimonio al mismo verbo divino; y no será
+tanto como dicen... ¡Si fuese uno a hacer caso! ¿No era el pobre don
+Ramón el más grande hombre de esta tierra? ¿Y qué cosas no decían de
+él?...</p>
+
+<p>Ya no se habló más de la hija del doctor Moreno. Rafael sabía cuanto
+deseaba. Aquella mujer había nacido a corta distancia de donde él nació;
+sus infancias habían transcurrido casi juntas y, sin embargo, en el
+primer encuentro de su vida, se habían sentido separados por la frialdad
+de lo desconocido.</p>
+
+<p>Esta separación sería cada vez mayor. Ella se burlaba de la ciudad,
+vivía fuera de su influencia, en pleno campo, despreciándola, y la
+ciudad no iría a ella.</p>
+
+<p>¿Cómo aproximarse?... Rafael estuvo tentado aquella misma tarde,
+paseando sin rumbo por las calles de buscar en su tienda al barbero
+Cupido. El alegre bohemio era el único de Alcira que entraba en su casa.
+Pero lo detuvo el miedo a su lengua murmuradora.</p>
+
+<p>A su respetabilidad de hombre de partido le repugnaba entrar en aquella
+barbería empapelada con láminas de <i>El Motín</i> y presidida por el
+retrato de Pí y Margall. ¿Cómo justificaría su presencia allí, donde
+jamás había entrado? ¿Cómo explicar a Cupido su interés por aquella
+mujer, sin exponerse a que en la misma noche lo supiera toda la ciudad?</p>
+
+<p>Pasó por dos veces frente a los rayados cristales de la barbería, sin
+atreverse a poner la mano en el picaporte, y acabó por salir al campo,
+siguiendo la orilla del río, lentamente, con la vista fija en aquella
+alquería azul, que nunca había llamado su atención, y ahora le parecía
+la más hermosa del dilatado paraíso de naranjos.</p>
+
+<p>Por entre la arboleda veía el balcón de la casa y con él una mujer
+desdoblando ropas brillantes, de finos colores; faldas que sacudía para
+borrar los pliegues de la opresión en las maletas.</p>
+
+<p>Era la doncella italiana; aquella Beppa de pelo rojizo que había visto
+en la tarde anterior, acompañando a su señora.</p>
+
+<p>Creyó que la muchacha le miraba, que le reconocía por entre el follaje,
+a pesar de la distancia, y sintiendo un repentino miedo de chiquillo que
+se ve sorprendido en plena travesura, volvió la espalda y se alejó
+rápidamente hacia la ciudad, experimentando después cierta satisfacción,
+como si hubiera adelantado algo en el conocimiento de Leonora, sólo con
+llegar a las inmediaciones de la casa azul.</p>
+
+
+
+<h3><a id="Va"></a>V</h3>
+
+
+<p>Las primeras lluvias del invierno caían con insistencia sobre la
+comarca. El cielo gris, cargado de nubes, parecía tocar la copa de los
+árboles. La tierra rojiza de los campos obscurecíase bajo el continuo
+chaparrón; los caminos hondos y tortuosos, entre las tapias y setos de
+los huertos, convertíanse en barrancos; paralizábase la vida laboriosa
+del cultivo y los pobres naranjos, tristes y llorosos, encogíanse bajo
+el diluvio, como protestando de aquel cambio brusco en el país del sol.</p>
+
+<p>El río crecía. Las aguas rojas y gelatinosas, como arcilla líquida,
+chocaban contra las pilastras de los puentes, hirviendo como montones
+removidos de hojas secas. Los habitantes de las casas inmediatas al
+Júcar seguían con mirada ansiosa el curso del río y plantaban en la
+orilla cañas y palos para convencerse de la subida de su nivel.</p>
+
+<p>—<i>¿Munta?...</i>—preguntaban los que vivían en el interior.</p>
+
+<p>—<i>Sí que munta</i>—contestaban los ribereños.</p>
+
+<p>El agua subía con lentitud, amenazando a la ciudad que audazmente había
+echado raíces en medio de su curso.</p>
+
+<p>Pero a pesar del peligro, los vecinos no iban más allá de una alarmada
+curiosidad. Nadie sentía miedo ni abandonaba su casa para pasar los
+puentes, buscando un refugio en tierra firme. ¿Para qué? Aquella
+inundación sería como todas. Era inevitable de vez en cuando la cólera
+del río: hasta había que agradecerla, pues constituía diversión
+inesperada; una agradable paralización de trabajo. La confianza moruna
+daba tranquilidad a la gente. Lo mismo había hecho en tiempo de sus
+padres, de sus abuelos y tatarabuelos, y nunca se llevó la población:
+algunas casas la vez que más. ¿Y había de sobrevenir ahora la
+catástrofe?... El río era el amigo de Alcira: se guardaban el afecto de
+un matrimonio que, entre besos y bofetadas, llevase seis o siete siglos
+de vida común. Además, para la gente menuda, estaba allí el <i>padre</i> San
+Bernardo, tan poderoso como Dios en todo lo que tocase a Alcira, y único
+capaz de domar aquel monstruo que desarrollaba sus ondulantes anillos de
+olas rojizas.</p>
+
+<p>Llovía día y noche, y sin embargo, la ciudad, por su animación, parecía
+estar de fiesta. Los muchachos, emancipados de la escuela por el mal
+tiempo, iban a los puentes a arrojar ramas para apreciar la velocidad de
+la corriente, o descendían por las callejuelas vecinas al río para
+colocar señales, aguardando que la lámina de agua, ensanchándose,
+llegase hasta ellas.</p>
+
+<p>La gente de los cafés se deslizaba por las calles al abrigo de los
+grandes aleros, cuyas canales rotas vomitaban chorros como brazos, y
+después de mirar al río, bajo el débil abrigo de sus paraguas, volvían
+muy ufanos, parándose en todas las casas, para dar su opinión sobre la
+crecida.</p>
+
+<p>Era una de pareceres, discusiones ardorosas y diversas profecías, que
+agitaban la ciudad de un extremo a otro, con el calor y la vehemencia de
+la sangre meridional. Se disputaba, se enfriaban amistades, por si en
+media hora el río había subido cuatro dedos o uno solo; y faltaba poco
+para venir a las manos por si esta riada era más importante que la
+anterior.</p>
+
+<p>Y mientras tanto el cielo, llorando incesantemente por sus innumerables
+ojos; el río hinchándose de rugiente cólera, lamiendo con sus lenguas
+rojas la entrada de las calles bajas, asomábase a los huertos de las
+orillas y penetraba por entre los naranjos, después de abrir agujeros en
+los setos y en las tapias.</p>
+
+<p>La única preocupación era si llovería al mismo tiempo en las montañas de
+Cuenca. Si bajaba agua de allá, la inundación sería cosa seria. Y los
+curiosos hacían esfuerzos al anochecer por adivinar el color de las
+aguas, temiendo verlas negruzcas, señal cierta de que venían de la otra
+provincia.</p>
+
+<p>Cerca de dos días duraba aquel diluvio. Cerró la noche y en la
+obscuridad sonaba lúgubre el mugido del río. Sobre su negra superficie
+reflejábanse, como inquietos pescados de fuego, las luces de las casas
+ribereñas y los farolillos de los curiosos que examinaban las orillas.</p>
+
+<p>En las calles bajas, el agua, al extenderse, se colaba por debajo de las
+puertas. Las mujeres y los chicos refugiábanse en los graneros, y los
+hombres, arremangados de piernas, chapoteaban en el líquido fangoso,
+poniendo en salvo los aperos de labranza, o tirando de algún borriquillo
+que retrocedía asustado, metiéndose cada vez más en el agua.</p>
+
+<p>Toda aquella gente de los arrabales, al verse en las tinieblas de la
+noche, con la casa inundada, perdió la calma burlona de que había hecho
+alarde durante el día. La dominaba el pavor de lo sobrenatural y buscaba
+con infantil ansiedad una protección, un poder fuerte que atajase el
+peligro. Tal vez esta riada era la definitiva. ¿Quién sabe si serían
+ellos los destinados a perecer con las últimas ruinas de la ciudad?...
+Las mujeres gritaban asustadas al ver las míseras callejuelas
+convertidas en acequias.</p>
+
+<p>—<i>¡El pare San Bernat!...</i> <i>¡Que traguen al pare San Bernat!</i></p>
+
+<p>Los hombres se miraban con inquietud. Nadie podía arreglar aquello como
+el glorioso patrón. Ya era hora de buscarle, cual otras veces, para que
+hiciese el milagro.</p>
+
+<p>Había que ir al ayuntamiento: obligar a los señores de viso, gente algo
+descreída, a que sacasen el santo para consuelo de los pobres.</p>
+
+<p>En un momento se formó un verdadero ejército. Salían de las lóbregas
+callejuelas, chapoteando en el agua como ranas, vociferando su grito de
+guerra: <i>¡San Bernat! ¡San Bernat!</i> Los hombres, remangados de piernas y
+brazos, o desnudos, sin otra concesión al pudor que la faja, esa prenda
+que jamás se despega de la piel del labriego; las mujeres con las faldas
+a la cabeza, hundiendo en el barro sus tostadas y enjutas piernas de
+bestias de trabajo; todos mojados de cabeza a pies, con las ropas
+mustias y colgantes adheridas a la carne. Al frente del inmenso grupo,
+iban unos mocetones con hachas de viento, cuyas llamas se enroscaban
+crepitantes bajo la lluvia, paseando sus reflejos de incendio sobre la
+vociferante multitud.</p>
+
+<p>—<i>¡San Bernat!</i> <i>¡San Bernat!</i>... <i>¡Viva el pare San Bernat!</i></p>
+
+<p>Pasaban por las calles con el estrépito y la violencia de un pueblo
+amotinado, bajo el continuo gotear del cielo y los chorros de los
+aleros. Abríanse puertas y ventanas, uniéndose nuevas voces a la
+delirante aclamación, y en cada bocacalle, un grupo de gente engrosaba
+la negra avalancha.</p>
+
+<p>Iban todos al ayuntamiento, furiosos y amenazantes como si solicitaran
+algo que podían negarles, y entre la muchedumbre veíanse escopetas,
+viejos trabucos y antiguas pistolas de arzón enormes como arcabuces.
+Parecía que iban a matar al río.</p>
+
+<p>El alcalde, con todos los del ayuntamiento, aguardaba a la puerta de la
+casa de la ciudad. Habían llegado corriendo, seguidos de alguaciles y
+gente de la ronda, para hacer frente al motín.</p>
+
+<p>—<i>¿Qué voleu?</i>—preguntaba el alcalde a la muchedumbre.</p>
+
+<p>¡Qué había de querer! El único remedio, la salvación; llevar al santo
+omnipotente a la orilla del río para que le metiera miedo con su
+presencia; lo que venían haciendo siglos y siglos sus ascendientes,
+gracias a lo cual aún existía la ciudad.</p>
+
+<p>Algunos vecinos que eran mal mirados por la gente del campo, a causa de
+su incredulidad, sonreían. ¿No sería mejor desalojar las casas cercanas
+al río? Una tempestad de protestas seguía a esta proposición. ¡Fuera!
+¡Querían que saliese el santo! ¡Que hiciera el milagro, como siempre!</p>
+
+<p>Y acudía a la memoria de la gente sencilla el recuerdo de los prodigios,
+aprendidos en la niñez sobre las faldas de la madre; las veces que en
+otros siglos había bastado asomar a San Bernardo a un callejón de la
+orilla, para que inmediatamente el río se fuera hacia abajo,
+desapareciendo como el agua de un cántaro que se rompe.</p>
+
+<p>El alcalde, fiel a la dinastía de los Brull, estaba perplejo. Le
+atemorizaba el populacho y quería acceder, como de costumbre, pero era
+grave falta no consultar al <i>quefe</i>. Por fortuna, cuando la gran masa
+negra comenzaba a revolverse indignada por su silencio y salían de ella
+silbidos y gritos hostiles, llegó Rafael.</p>
+
+<p>Doña Bernarda le había hecho salir al primer asomo de la popular
+manifestación. En aquellas circunstancias era cuando se lucía su marido,
+dando disposiciones que de nada servían. Pero al volver el río a su
+normalidad y desaparecer el peligro, el popular rebaño admiraba sus
+sacrificios, llamándole el padre de los pobres. Si el milagroso santo
+había de salir, que fuese Rafael quien concediera el permiso. Las
+elecciones de diputados estaban próximas; la inundación no podía llegar
+con más oportunidad. Nada de imprudencias, ni de darla un susto; pero
+debía hacer algo, para que la gente hablase de él como hablaba de su
+padre en tales casos.</p>
+
+<p>Por esto Rafael, después de hacerse explicar por los más exaltados el
+deseo de la manifestación ordenó con majestuoso ademán:</p>
+
+<p>—Concedido: que saquen a <i>San Bernat</i>.</p>
+
+<p>Entre un estrépito de aplausos y vivas a Brull, la negra avalancha se
+dirigió a la iglesia.</p>
+
+<p>Había que hablar con el cura para sacar el santo, y el buen párroco,
+bondadoso, obeso y un tanto socarrón, se resistía siempre a acceder a lo
+que él llamaba una tradicional mojiganga. Le complacía poco salir en
+procesión, bajo un paraguas, con la sotana remangada, perdiendo a cada
+paso los zapatos en el barro. Además, cualquier día, después de sacar en
+rogativa a San Bernardo, el río se llevaba media ciudad, ¿y en qué
+postura,—como decía él—quedaba la religión por culpa de aquella turba
+de vociferadores?</p>
+
+<p>Rafael y sus acólitos del ayuntamiento se esforzaban por convencer al
+cura, pero éste sólo contestaba a su petición preguntando si venía agua
+de Cuenca.</p>
+
+<p>—Creo que sí—dijo el alcalde.—Ya ve usted que con esto aumenta el
+peligro y se hace más precisa la salida del santo.</p>
+
+<p>—Pues si viene agua de allá—contestó el párroco,—lo mejor es dejarla
+pasar, y que San Bernardo se quede en su casa. Estas cosas de santos se
+han de tocar con mucha discreción, créanme ustedes... Y si no acuérdense
+de aquella riada en la que el agua iba por encima de los puentes.
+Sacamos el santo, y poco faltó para que el río se lo llevara agua abajo.</p>
+
+<p>La muchedumbre inquieta por la tardanza, gritaba contra el cura. Era una
+escena extraña ver al hombre de iglesia protestando en nombre del buen
+sentido; pretendiendo luchar contra las preocupaciones amontonadas por
+varios siglos de fanatismo.</p>
+
+<p>—Puesto que ustedes lo quieren, sea—dijo por fin.—Saquen el santo y
+que Dios se apiade de nosotros.</p>
+
+<p>Una aclamación inmensa de la muchedumbre, que llenaba la plaza de la
+iglesia, saludó la noticia. Seguía cayendo la lluvia y sobre las
+apretadas filas de cabezas cubiertas con faldas, mantas y alguno que
+otro paraguas, pasaban las rojizas llamas de los hachones tiñendo de
+escarlata las mojadas caras.</p>
+
+<p>Sonreía la gente bajo aquel temporal con la confianza del éxito;
+gozándose por adelantado con el terror del río apenas entrase en él la
+bendita imagen. ¿Qué no podría San Bernardo? Su historia portentosa,
+como un romance de moros y cristianos, inflamaba todas las
+imaginaciones. Era un santo de la tierra: el hijo segundo del rey moro
+de Carlet. Por su talento, su cortesía y su hermosura, obtuvo tanto
+éxito en la corte del rey de Valencia, que llegó a ser su primer
+ministro, y cuando su señor tuvo que andar en tratos con el rey de
+Aragón, envió a Barcelona a San Bernardo, que entonces se llamaba el
+príncipe Hamete.</p>
+
+<p>En su viaje, llega una noche a las puertas del monasterio de Poblet.
+Los cánticos de los cistercienses, difundiéndose místicos y vagorosos en
+la calma de la noche al través de las ojivas, conmueven el alma del
+joven sarraceno, que se siente atraído a la religión de los enemigos por
+el encanto de la poesía. Se bautiza, toma el blanco hábito de San
+Bernardo de Clairveux y vuelve algún tiempo después al reino de Valencia
+para predicar el cristianismo. Le respeta la tolerancia con que los
+monarcas sarracenos acogían todas las doctrinas religiosas, y convierte
+a sus dos hermanas, dos hermosas moras que toman los nombres de Gracia y
+María, e inflamadas de santo entusiasmo quieren acompañar al hermano en
+sus predicaciones.</p>
+
+<p>Pero el viejo rey de Carlet había muerto. En el mando del pequeño estado
+feudatario, especie de jefatura de kabila militar, le había sucedido su
+primogénito, el arrogante Almanzor, un moro brutal y orgulloso, que se
+afrenta de que individuos de su familia vayan por los caminos rotos y
+miserables, predicando una religión de mendigos, y con unos cuantos
+jinetes sale en persecución de sus hermanos. Los encuentra junto a
+Alcira ocultos en la orilla del río; con un revés de su espada, corta el
+cuello a las dos hermanas y San Bernardo es crucificado y le taladran la
+frente con un clavo enorme. Así pereció el santo patrón, adorado con
+fervor por los pequeños; el príncipe hermoso, convertido en vagabundo y
+pordiosero, sacrificio que halagaba a los más pobres de sus devotos.</p>
+
+<p>La muchedumbre recordaba esta historia, repetida de generación en
+generación, sin más crédito que las tradiciones ni otros documentos
+justificantes que la fe popular, y daba vivas al padre San Bernardo,
+convencida de que era el primer ministro de Dios como lo había sido del
+rey moro de Valencia.</p>
+
+<p>Se organizaba rápidamente la procesión. Por las estrechas calles de la
+isla corría la lluvia formando arroyos, y descalzos o hundiendo sus
+zapatos en el agua, llegaban hombres con hachones y trabucos; mujeres
+guardando sus pequeñuelos bajo la hinchada tienda que formaban las sayas
+subidas a la cabeza. Presentábanse los músicos con las piernas desnudas,
+levita de uniforme y emplumado chacó, semejantes a esos jefes indígenas
+que adornan su desnudez con casacas y tricornios de deshecho.</p>
+
+<p>Frente a la iglesia brillaban como un incendio los grupos de hachones, y
+al través del gran hueco de la puerta veíanse, cual lejanas
+constelaciones, los cirios de los altares.</p>
+
+<p>Casi todo el vecindario estaba en la plaza, a pesar de la lluvia cada
+vez más fuerte. Muchos miraban al negro espacio con expresión burlona.
+¡Qué chasco iba a llevarse! Hacía bien en aprovechar la ocasión soltando
+tanto agua; ya cesaría de chorrear tan pronto como saliese San Bernardo.</p>
+
+<p>La procesión comenzaba a extender su doble cadena de llamas entre el
+apretado gentío.</p>
+
+<p>—<i>¡Vítol el pare San Bernat!</i>—gritaban a la vez un sinnúmero de voces
+roncas.</p>
+
+<p>—<i>¡Vítol les chermanetes!</i>—añadían otros corrigiendo la falta de
+galantería de los más entusiastas.</p>
+
+<p>Porque las hermanitas, las santas mártires Gracia y María, también
+figuraban en la procesión. San Bernardo no iba solo a ninguna parte. Era
+cosa sabida hasta por los niños, que no había fuerza en el mundo capaz
+de arrancar al santo de su altar si antes no salían las hermanas. Juntas
+todas las caballerías de los huertos, y tirando un año, no conseguirían
+moverle de su pedestal. Era éste uno de sus milagros acreditados por la
+tradición. Le inspiraban las mujeres poca confianza—según decían los
+comentadores alegres—y no queriendo perder de vista a sus hermanas,
+para salir él de su altar, habían de ir éstas por delante.</p>
+
+<p>Asomaron a la puerta de la iglesia las santas hermanas, balanceándose en
+su peana sobre las cabezas de los devotos.</p>
+
+<p>—<i>¡Vítol les chermanetes!</i></p>
+
+<p>Y las pobres <i>chermanetes</i>, goteando por todos los pliegues de sus
+vestiduras, avanzaban en aquella atmósfera casi líquida, obscura,
+tempestuosa, cortada a trechos por el crudo resplandor de los hachones.</p>
+
+<p>Los músicos probaban los instrumentos preparándose a soplar la Marcha
+Real. En el hueco iluminado de la puerta se marcó algo que brillaba
+sobre las cabezas como un ídolo de oro. Avanzaba pesadamente, con
+fatigoso cabeceo, como movido por las olas de un mar irritado.</p>
+
+<p>La multitud lanzó un rugido. La música rompió a tocar.</p>
+
+<p>—<i>¡Vítol el pare San Bernat!</i></p>
+
+<p>Pero la música y las aclamaciones quedaron ahogadas por un estrépito
+horripilante, como si la isla se abriera en mil pedazos, arrastrando la
+ciudad al centro de la tierra. La plaza se llenó de relámpagos. Era una
+verdadera batalla, descargas cerradas, arcabuzazos sueltos, tiros que
+parecían cañonazos. Todas las armas del vecindario saludaban la salida
+del santo. Los viejos trabucos cargados hasta la boca, tronaban con
+fogonazos que quitaban la vista, chamuscando a los más cercanos;
+disparábanse los pistolones de arzón entre las piernas de los fieles;
+repetían sus secas detonaciones las escopetas de fabricación moderna, y
+la muchedumbre aficionada a correr la pólvora, arremolinábase
+gesticulante y ronca, enardecida por el excitante humo mezclado con la
+humedad de la lluvia y por la presencia de aquella imagen de bronce,
+cuya cara redonda y bondadosa de frailecillo sano, parecía adquirir
+palpitaciones de vida a la luz de las antorchas.</p>
+
+<p>Ocho hombres forzudos y casi en cueros encorvábanse bajo el peso del
+santo. Las oleadas de gente estrellábanse contra ellos, haciendo vacilar
+las andas. Dos atletas despechugados, admiradores del santo, marchaban a
+ambos lados, conteniendo el gentío.</p>
+
+<p>Las mujeres, sofocadas por la aglomeración, empujadas y golpeadas por el
+vaivén, rompían a llorar con la vista fija en el santo, agitadas por un
+sollozo histérico.</p>
+
+<p>—<i>¡Ay, pare San Bernat!</i> <i>¡Pare San Bernat, salveumos!</i></p>
+
+<p>Otras sacaban chiquillos de entre los pliegues de sus faldas, y
+levantándoles sobre sus cabezas, buscaban los brazos de los dos
+poderosos atletas.</p>
+
+<p>—<i>¡Agárralo!</i> <i>¡Qu’ el bese!</i></p>
+
+<p>Y el atleta, por encima de la gente, agarraba al chiquillo con una mano
+que parecía una garra. Le asía del primer sitio que encontraba;
+elevábale hasta el nivel del santo para que besase el bronce y lo
+devolvía como una pelota a los brazos de su madre. Todo con rapidez,
+automáticamente, dejando un chiquillo para coger otro, con la
+regularidad de una máquina en función. Muchas veces el impulso era
+demasiado rudo; chocaban las cabezas de los niños con sordo ruido,
+aplastábanse las tiernas narices contra los pliegues del metálico
+hábito, pero el fervor de la muchedumbre parecía contagiar a los
+pequeños; eran los futuros adoradores del fraile moro, y rascándose los
+chichones con las tiernas manecitas, se tragaban las lágrimas y volvían
+a adherirse a las faldas de sus madres.</p>
+
+<p>Detrás del glorioso santo marchaban Rafael y los señores del
+ayuntamiento con gruesos blandones; el cura, bufando al sentir las
+primeras caricias de la lluvia, bajo el gran paraguas de seda roja con
+que le cubría el sacristán; y la muchedumbre de hortelanos confundidos
+con los músicos, que más atentos a mirar donde ponían los pies que a los
+instrumentos, entonaban una marcha desacorde y rara. Seguían los tiros,
+las aclamaciones delirantes a San Bernardo y sus hermanas, y rodeado de
+un nimbo rojo por el resplandor de las antorchas, saludada en cada
+esquina por una descarga cerrada, iba navegando la imagen sobre aquel
+oleaje de cabezas azotado por la lluvia que, a la luz de los cirios,
+tomaba la transparencia de hilos de cristal. Y en torno del santo, los
+brazos de los atletas siempre en movimiento, subiendo y bajando
+chiquillos que babeaban el mojado bronce del padre San Bernardo. En
+balcones y ventanas aglomerábanse las mujeres con la cabeza resguardada
+por las faldas. El paso del santo provocaba profundos suspiros,
+dolorosas exclamaciones de súplica. Era un coro de desesperación y de
+esperanza.</p>
+
+<p>—<i>¡Salveumos, pare San Bernat!</i>... <i>¡Salveumos!</i>...</p>
+
+<p>La procesión llegó al río, pasando y repasando el puente del arrabal.
+Reflejáronse las inquietas llamas en las olas lóbregas del río, cada vez
+más mugientes y aterradoras. El agua todavía no llegaba al pretil como
+otras veces. ¡Milagro! Allí estaba San Bernardo que la pondría freno.
+Después la procesión se metió en las lenguas del río que inundaban los
+callejones.</p>
+
+<p>Era un espectáculo extraño ver toda aquella gente empujada por la fe,
+descendiendo por las callejuelas convertidas en barrancos. Los devotos,
+levantando el hachón sobre sus cabezas, entraban sin vacilar agua
+adelante hasta que el espeso líquido les llegaba cerca de los hombros.
+Había que acompañar al santo.</p>
+
+<p>Un viejo temblaba de fiebre. Había cogido unas tercianas en los
+arrozales, y sosteniendo el hachón con sus manos trémulas, vacilaba
+antes de meterse en el río.</p>
+
+<p>—<i>Entre, agüelo</i>—gritaban con fe las mujeres.—<i>El pare San Bernat el
+curará.</i></p>
+
+<p>Había que aprovechar las ocasiones. Puesto el santo a hacer milagros se
+acordaría también de él.</p>
+
+<p>Y el viejo, temblando bajo sus ropas mojadas, se metió resueltamente en
+el agua dando diente con diente.</p>
+
+<p>La imagen iba entrando con lentitud en los callejones inundados. Los
+robustos gañanes, encorvados bajo el peso de las andas, se hundían en el
+agua; sólo podían avanzar ayudados por un grupo de fieles que se cogían
+a la peana por todos lados. Era una confusa maraña de brazos nervudos y
+desnudos saliendo del agua para sostener al santo; un pólipo humano que
+parecía flotar en la roja corriente sosteniendo la imagen sobre sus
+lomos.</p>
+
+<p>Detrás iban el cura y los <i>mandones</i> a horcajadas sobre algunos
+entusiastas que para mayor lustre de la fiesta, se prestaban a hacer de
+caballerías, llevando ante las narices el cirio, de los jinetes.</p>
+
+<p>El cura, asustado al sentir el frío del agua cerca de la espalda daba
+órdenes para que el santo volviera atrás. Ya estaba al final de la
+callejuela, en el mismo río; se notaban los esfuerzos desesperados, el
+recular forzado de aquellos entusiastas que comenzaban a sufrir el
+impulso de la corriente. Creían que cuando más entrase el santo en el
+río más pronto bajarían las aguas. Por fin el instinto de conservación
+les hizo retroceder y salieron de una callejuela para entrar en otra,
+repitiendo la misma ceremonia. De pronto cesó de llover.</p>
+
+<p>Una aclamación inmensa, un grito de alegría y triunfo sacudió a la
+muchedumbre.</p>
+
+<p>—<i>¡Vítol el pare San Bernat!</i>... ¿Y aún dudaban de su inmenso poder los
+vecinos de los pueblos inmediatos?... Allí estaba la prueba. Dos días de
+lluvia incesante, y de repente, no más agua; había bastado que el santo
+saliera a la calle.</p>
+
+<p>E inflamadas por el agradecimiento las mujeres lloraban, abalanzándose a
+las andas del santo, besando en ellas lo primero que encontraban, los
+barrotes de los portadores o los adornos de la peana; y toda la fábrica
+de madera y bronce sacudíase como una barquilla entre el oleaje de
+cabezas vociferantes, de brazos extendidos y trémulos por el entusiasmo.</p>
+
+<p>Aún anduvo la procesión más de una hora por las inmediaciones del río,
+hasta que el cura que chorreaba por todas las puntas de su sotana y
+llevaba cansados más de doce feligreses convertidos voluntariamente en
+cabalgaduras, se negó a pasar adelante. Por voluntad de aquella gente,
+el paseo de San Bernardo hubiese durado hasta el amanecer. Pero lo que
+respondía el cura:—«¡Lo que al santo le tocaba hacer ya lo ha hecho! ¡A
+casa!»</p>
+
+<p>Rafael, dejando el cirial a uno de los suyos, se quedó en el puente
+entre un grupo de conocedores del país, que lamentaba los daños de la
+inundación. Llegaban a cada instante, no se sabía cómo noticias
+alarmantes de los daños causados por el río. Tal molino estaba aislado
+por las aguas, y sus habitantes refugiados en el tejado, disparaban las
+escopetas pidiendo auxilio. Muchos huertos habían desaparecido bajo las
+aguas. Las pocas barcas que había en la ciudad iban como podían por
+aquel inmenso lago salvando familias, expuestas a estrellarse contra los
+obstáculos sumergidos, teniendo que librarse con desesperados golpes de
+remo de la veloz corriente.</p>
+
+<p>Y a pesar del peligro, la gente hablaba con una relativa tranquilidad.
+Estaban habituados a aquella catástrofe casi anual, la inundación era un
+mal inevitable de su vida y lo acogían con resignación. Además, hablaban
+de los telegramas recibidos por el alcalde con expresión de esperanza.
+Al amanecer tendrían auxilio. Llegaría el gobernador de Valencia con los
+marineros de guerra y se llenaría de barcas la laguna. No quedaban más
+que unas cuantas horas de espera. Lo importante era que no subiese el
+nivel del agua.</p>
+
+<p>Y se consultaban las señales puestas en el río, promoviéndose terribles
+discusiones. Rafael vio que aún seguía subiendo, aunque con lentitud.</p>
+
+<p>Los hortelanos no querían convencerse. ¿Cómo había de crecer el río
+después de entrar en él el <i>pare San Bernat?</i> No, señor; no subía: eran
+mentiras para desacreditar al santo. Y un mocetón de ojos feroces
+hablaba de vaciarle el vientre de una cuchillada a cierto burlón que
+aseguraba que el río subiría sólo por el gusto de dejar mal parado al
+milagroso fraile.</p>
+
+<p>Rafael se acercó al grupo, y a la luz de una linterna reconoció al
+barbero Cupido, un maldito guasón de rizadas patillas y nariz aguileña,
+que tenía gusto en burlarse de la dura y salvaje fe de la gente
+sencilla.</p>
+
+<p>Brull conocía mucho al barbero. Era una de sus admiraciones de
+adolescente. El miedo a su madre fue lo único que le impidió de muchacho
+el frecuentar aquella barbería, refugio de la gente más alegre de la
+ciudad, nido de murmuraciones y francachelas, escuela de guitarreos y
+romanzas amorosas que ponían en conmoción a toda la calle. Además, aquel
+<i>Cupido</i> era el excéntrico de la ciudad, el bohemio despreocupado y
+mordaz a quien todo se toleraba; el hombre que se permitía tener <i>cosas</i>
+y hablar mal de todo el mundo sin que la gente se indignase. Era el
+único que podía burlarse de la tiranía de los Brull, sin que esto le
+impidiese la entrada en el Casino del partido, donde los jóvenes
+admiraban sus chistes y sus trajes estrambóticos.</p>
+
+<p>Rafael le quería, aunque su trato con él no fuese muy íntimo. Entre la
+gente solemne y conservadora que le rodeaba, aparecíasele el barbero
+como el único hombre con quien podía hablar. Casi era un artista. Iba a
+Valencia en invierno para oír las óperas que elogiaban los diarios, y en
+un rincón de su tienda tenía montones de novelas y periódicos
+ilustrados, reblandecidos por la humedad y con las hojas gastadas por el
+continuo roce de los parroquianos.</p>
+
+<p>Trataba poco a Rafael, adivinando que su madre no había de ver con
+buenos ojos esta amistad, pero mostraba cierto aprecio por el joven; le
+tuteaba por haberle conocido niño, y decía de él en todas partes.</p>
+
+<p>—Es el mejor de la familia; el único Brull que tiene más talento que
+malicia.</p>
+
+<p>No ocurría suceso en Alcira que él ignorase; todas las debilidades y
+ridiculeces de los personajes de la ciudad, las hacía públicas en su
+barbería para regocijo de los de la cáscara amarga que se reunían allí a
+leer los órganos del partido. Los señores del ayuntamiento temían al
+barbero más que a diez periódicos, y cuando en alguno de los discursos
+que los grandes hombres del partido conservador pronunciaban en Madrid
+leían algo sobre la «hidra revolucionaria», o «el foco de la anarquía»,
+se imaginaban una barbería como la de Cupido, pero mucho más grande,
+esparciendo por toda la nación una atmósfera venenosa de burlas crueles
+y perversas insolencias.</p>
+
+<p>No ocurría en la ciudad suceso que no tuviese por indispensable testigo
+al barbero. Bien podía desarrollarse en lo último del arrabal o en algún
+huerto; era indispensable que a los pocos minutos apareciese allí Cupido
+para enterarse de todo, prestar socorro al que lo necesitara, intervenir
+entre los contendientes y relatar después con mil detalles todo lo
+ocurrido.</p>
+
+<p>Gozaba de libertad para seguir llevando esta vida. A los parroquianos
+les servían dos mancebos, tan locos como su maestro: dos chicuelos a los
+que Cupido pagaba con lecciones de guitarra y una comida mejor o peor,
+según los ingresos repartidos entre los tres fraternalmente. Y si el
+maestro asombraba a la ciudad saliendo a paseo en pleno invierno con
+traje de hilo blanco, ellos, por no quedar a la zaga, afeitábanse la
+cabeza y las cejas y asomaban tras la vidriera sus testas como bolas de
+billar, con gran alborozo de la ciudad, que acudía a ver los «chinos de
+Cupido».</p>
+
+<p>Una inundación era para el barbero un gran día. Cerraba la tienda y se
+establecía en el puente, sin cuidarse del mal tiempo, perorando ante un
+gran grupo, asustando a los pobres hortelanos con sus exageraciones y
+mentiras, dando noticias que, según él, acababa de remitirle el
+gobernador por telégrafo y con arreglo a las cuales, antes de dos horas
+no quedaría en la ciudad piedra sobre piedra y hasta el milagroso San
+Bernardo iría a parar al mar.</p>
+
+<p>Cuando Rafael le encontró en el puente después de la procesión, estaba
+próximo a venir a las manos con unos cuantos rústicos, indignados por
+sus impiedades.</p>
+
+<p>Separándose de los grupos hablaron los dos de los peligros de la
+inundación. Cupido se mostraba, como siempre, bien enterado. Le habían
+dicho que el río se llevaba agua abajo a un pobre viejo sorprendido en
+un huerto. No sería esta la única desgracia. Caballos y cerdos habían
+pasado muchos bajo el puente en plena tarde, flotando entre los rojos
+remolinos con el vientre hinchado como un odre y las patas tiesas.</p>
+
+<p>EL barbero hablaba con gravedad, con cierto aire de tristeza. Rafael le
+oía, mirándole ansiosamente, como si deseara que hablase de algo que no
+se atrevía a indicar. Por fin se decidió:</p>
+
+<p>—Y en la casa azul, en ese huerto de doña Pepita, donde tú vas algunas
+veces, ¿no ocurrirá algo?</p>
+
+<p>—La casa es fuerte—contestó el barbero—y no es esta la primera
+inundación que aguanta... Pero está cerca del río y el huerto será un
+lago a estas horas; de seguro que el agua llega al primer piso. La pobre
+sobrina de doña Pepa tendrá un buen susto... ¡Mira que venir de tan
+lejos, de sitios tan hermosos, para ver estas cosas!...</p>
+
+<p>Rafael pareció reflexionar un rato, como si acabara de ocurrírsele la
+proposición que danzaba en su cabeza desde mucho antes.</p>
+
+<p>—Si fuéramos allá... ¿Qué te parece Cupido?</p>
+
+<p>—¡Ir allá!... ¿Y cómo?</p>
+
+<p>Pero la proposición, por su audacia, forzosamente había de agradar a un
+hombre como el barbero, el cual acabó riendo, como si la aventura fuese
+graciosísima.</p>
+
+<p>—Es verdad; podríamos ir. Tendrá chiste que la <i>célebre diva</i> nos vea
+llegar como unos venecianos para darla una serenata en medio de su
+susto... Casi estoy por ir a casa y traerme la guitarra.</p>
+
+<p>—No, Cupido del demonio: fuera guitarras. ¡Qué cosas se te ocurren! Lo
+que importa es prestar auxilio a esas señoras. Ya ves, ¡si ocurriera una
+desgracia!...</p>
+
+<p>El barbero, atajado en su proyecto novelesco fijó sus ojos en Rafael.</p>
+
+<p>—Tú te interesas también por la <i>ilustre artista</i>... ¡Ah pillo! También
+te ha dado golpe por guapa... Pero ya recuerdo; tú la has visto: me lo
+dijo ella.</p>
+
+<p>—¡Ella!... ¿ella te ha hablado de mí?</p>
+
+<p>—Algo sin importancia. Me dijo que te había visto en la ermita una
+tarde.</p>
+
+<p>Y Cupido se calló lo demás. No dijo que Leonora, al nombrarle, había
+añadido que le parecía «un muchacho tonto».</p>
+
+<p>Rafael mostrábase entusiasmado por la noticia. ¡Había hablado de él! ¡No
+olvidaba aquel encuentro de penoso recuerdo!... ¿Qué hacía aún allí,
+inmóvil, en el puente, cuando allá abajo estarían necesitando la
+presencia de un hombre?</p>
+
+<p>—Oye, Cupido; ahí tengo mi barca; ya sabes; la que mi padre encargó a
+Valencia para regalármela. Costillaje de acero; madera magnífica; más
+segura que un navío. Tú entiendes el río... más de una vez te he visto
+remar; yo no soy manco... ¿Vamos?</p>
+
+<p>—Andando—dijo el barbero con resolución.</p>
+
+<p>Buscaron una antorcha, y ayudados por varios mocetones, trajeron la
+barca de Rafael hasta una escalerilla de la ribera.</p>
+
+<p>El río mugía con sordo hervor en torno del bote, pugnando por
+arrebatarlo. Los robustos brazos tiraban con fuerza de la cuerda,
+manteniéndolo junto a la orilla.</p>
+
+<p>Arriba en el puente, entre los grupos corría la noticia de la
+expedición, pero agrandada y desfigurada por los curiosos. Se trataba de
+salvar a una pobre familia refugiada en la techumbre de su casa, mísera
+gente que iba a perecer de un momento a otro. Lo había sabido Rafael y
+allá iba a salvarles exponiendo su vida; él tan rico, tan poderoso. ¡Qué
+hombres todos los de la familia de Brull!... ¿Y aún había quien hablaba
+contra ellos? ¡Qué corazón! Y los pobres huertanos seguían el movimiento
+de la antorcha encendida en la proa del bote, que arrojaba sobre las
+aguas una gran mancha sangrienta; contemplaban con adoración a Rafael,
+encorvado en la popa para sujetar bien el timón. De la obscuridad
+partían ruegos y proposiciones en voz suplicante. Eran fieles
+entusiastas que querían acompañar al <i>quefe</i>; ahogarse con él si era
+preciso.</p>
+
+<p>Cupido protestaba. No; para aquella empresa cuanto menos gente mejor; la
+barca había de estar ligera: él se bastaba para los remos y don Rafael
+para el timón.</p>
+
+<p>—¡<i>Solteu</i>! ¡<i>solteu</i>!—ordenó el hijo de doña Bernarda.</p>
+
+<p>Y soltando la cuerda los mocetones, la barca, después de algunos
+cabeceos, partió como una flecha, arrastrada por la corriente.</p>
+
+<p>Encajonado el brazo del río entre la ciudad vieja y la nueva, las aguas
+altas y veloces arrastraban el bote como una rama. El barbero sólo había
+de mover los remos para desviar la barca de la orilla. Los obstáculos
+sumergidos producían grandes remolinos que sacudían la embarcación, y a
+la luz de la antorcha que ensangrentaba las ondas gelatinosas, veíanse
+pasar troncos de árboles, cadáveres de animales, objetos informes que
+apenas si asomaban una punta negra en la superficie, y hacían pensar en
+ahogados, cubiertos de barro, flotando entre dos aguas. Arrastrados por
+la vertiginosa corriente, respirando el vaho fangoso del río como si
+mascasen tierra, sacudidos a cada momento por los remolinos, Rafael se
+creía en plena pesadilla; comenzaba a sentirse arrepentido de su
+audacia. De las casas inmediatas al río partían gritos. Se iluminaban
+las ventanas. En sus huecos algunas sombras saludaban con brazos que
+parecían aspas, aquella llama roja que resbalaba sobre el río, marcando
+la línea negra de la barca y las siluetas de los dos hombres encogidos
+en sus asientos. Había corrido la noticia de la expedición por toda la
+ciudad y la gente gritaba saludando el rápido paso de la barca: ¡Viva
+don Rafael! ¡viva Brull!</p>
+
+<p>Y el héroe que causaba admiración exponiendo su vida por salvar una
+familia pobre, hundido en la obscuridad, en aquella atmósfera pegajosa y
+pesada de tumba, pensaba únicamente en la casa azul, donde iba a
+penetrar por fin, pero de un modo extraño y novelesco.</p>
+
+<p>De vez en cuando un crujido, un salto de la barca, le volvían a la
+realidad.</p>
+
+<p>—¡Ese timón!—gritaba Cupido, que no separaba sus ojos de las
+aguas.—¡Atención Rafaelito! Evita los choques.</p>
+
+<p>Y en verdad que el bote era bueno, pues otro, sin sus sólidas maderas y
+su costillaje de acero, se hubiera abierto en uno de los encontronazos
+con los sumergidos obstáculos.</p>
+
+<p>Daban rápidamente la vuelta a la ciudad. Ya no se veían casas con
+ventanas iluminadas. Altos ribazos coronados por tapias; inabordables
+riberas de barro y cañaverales sumergidos; un poco más allá el río
+libre, la confluencia de los dos brazos que abarcaban la antigua ciudad
+y unían sus corrientes extendiéndose como inmenso lago.</p>
+
+<p>Los dos hombres iban a la ventura. Carecían, para guiarse, de las
+señales normales. Habían desaparecido las riberas, y en la obscuridad,
+más allá del círculo rojo de la antorcha, sólo se veía agua y más agua,
+una inmensa sábana que se desarrollaba en incesante movimiento,
+arrastrándoles en sus ondulaciones. De vez en cuando, a ras de la
+líquida superficie, surgía una mancha negra; las crestas de los
+cañaverales inundados; las copas de los árboles; vegetaciones extrañas y
+monstruosas que parecían enroscarse en la sombra.</p>
+
+<p>El silencio era absoluto. El río, libre de la opresión de la ciudad, no
+mugía ya; se agitaba y arremolinaba en silencio, borrando todos los
+vestigios de la tierra. Los dos hombres se creían náufragos abandonados
+en un mar sin límites, en una noche eterna, sin otra compañía que la
+llama rojiza que serpenteaba en la proa y aquellas vegetaciones
+sumergidas que aparecían y desaparecían como los objetos vistos desde un
+tren a gran velocidad.</p>
+
+<p>—Boga, Cupido—dijo Rafael.—La corriente es muy fuerte; aún estamos en
+el río. Vamos hacia la derecha; a ver si nos metemos en los huertos.</p>
+
+<p>El barbero se encorvó sobre los remos, y la barca, siempre impelida por
+la corriente, comenzó a torcer su proa con lentitud, buscando aquella
+vegetación que asomaba a flor de agua como los sargazos del Océano.</p>
+
+<p>La barca comenzó a tropezar con obstáculos invisibles. Eran capas
+crujientes que parecían aprisionarla por debajo; invisibles telarañas
+que se agarraban a la quilla y se abrían trabajosamente después de
+muchos golpes de remo. Continuaba el lago obscuro y sin límites; pero la
+corriente era menos ruda, más dulces las ondulaciones, y los dos
+tripulantes sentían la sensación del que navega en aguas muertas.</p>
+
+<p>La luz de la antorcha marcaba sobre la superficie, aquí y allá,
+gigantescos hongos obscuros, grandes paraguas, cúpulas barnizadas que
+brillaban reflejando la roja llama. Eran naranjos sumergidos. Estaban en
+los huertos. ¿Pero en cuáles? ¿Cómo guiarse en la obscuridad? De vez en
+cuando chocaba la barca con algún árbol invisible; conmovíase el bote,
+como si fuese a estallar, y había que retroceder, dar un rodeo, buscando
+otro paso.</p>
+
+<p>Deslizábanse lentamente por temor a los choques; iban de un lado a otro,
+evitando los obstáculos, y acabaron por desorientarse, no sabiendo ya a
+qué lado estaba el río. Por todas partes obscuridad y agua. Los naranjos
+sumergidos, todos iguales, formando sobre la corriente complicados
+callejones, un dédalo en el que se enredaban cada vez más, vagando sin
+dirección.</p>
+
+<p>Cupido sudaba moviendo sin cesar los remos. La barca arrastrábase
+pesadamente en aquella agua fangosa, llena de marañas vegetales que se
+agarraban a la quilla.</p>
+
+<p>—Esto es peor que el río—murmuraba.—Rafael, tú que vas de frente. ¿No
+ves ninguna luz?</p>
+
+<p>—Nada.</p>
+
+<p>El rojo reflejo de la antorcha chocaba en las enormes bolas de hojas que
+asomaban sobre el agua o se hundía en el espacio, ahogado por las
+húmedas y pesadas tinieblas.</p>
+
+<p>Así vagaron algunas horas por la campiña inundada. El barbero no podía
+más; había entregado los remos a Rafael, que también desfallecía de
+fatiga.</p>
+
+<p>¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Iban a quedarse allí para siempre? y
+embotado su pensamiento por la fatiga y el vértigo de la desorientación,
+creían que la noche no iba a terminar nunca, que se apagaría la antorcha
+y la barca se convertiría en negro ataúd, sobre el cual flotarían
+eternamente sus cadáveres.</p>
+
+<p>Rafael, que iba de espaldas a la proa, vio una luz a su izquierda. La
+dejaban atrás, se alejaban de ella: tal vez estaba allí la casa tan
+penosamente buscada.</p>
+
+<p>—Puede que sea—afirmó Cupido.—Tal vez hemos pasado cerca sin verla y
+vamos abajo, hacia el mar... Y aunque no sea la casa azul, ¿qué? Lo
+importante es que allí hay alguien y vale más eso que errar en la
+obscuridad. Dame los remos, Rafael. Si no es la casa de doña Pepita, al
+menos sabremos dónde estamos.</p>
+
+<p>Viró la barca, y por entre el dédalo de árboles sumergidos, fue poco a
+poco deslizándose hacia la luz. Chocaron con varios obstáculos, cercas
+tal vez de huerto, tapias arruinadas y sumergidas, y la luz iba
+agrandándose; era ya un gran cuadro rojizo en el que se agitaban negras
+siluetas. Marcaba sobre las aguas una mancha dorada e inquieta.</p>
+
+<p>La luz de la barca comenzó a trazar en la obscuridad el contorno de una
+casa ancha y de techo bajo que parecía flotar sobre las aguas. Era el
+piso superior de un edificio invadido por la inundación. El piso bajo
+estaba sumergido; faltaba poco para que el agua llegase a las
+habitaciones superiores. Los balcones y ventanas podían servir de
+embarcaderos en aquel lago inmenso.</p>
+
+<p>—Me parece que hemos acertado—dijo el barbero.</p>
+
+<p>Una voz sonora y ardiente, voz de mujer en la que vibraba una intensa
+dulzura, rasgó el silencio.</p>
+
+<p>—¡Ah de la barca!... ¡Aquí, aquí!</p>
+
+<p>Aquella voz no revelaba temor, no temblaba de emoción.</p>
+
+<p>—¡No lo dije!...—Exclamó el barbero.—Ya tenemos lo que buscábamos.
+¡Doña Leonor!... ¡Soy yo!</p>
+
+<p>Una carcajada sonora animó con sus interminables ondas la tétrica
+obscuridad.</p>
+
+<p>—¡Si es Cupido! ¡el amigo Cupido!...le conozco en la voz. Tía, tía; no
+llores más, ni te asustes ni reces; aquí viene el dios del Amor en una
+barquilla de nácar a prestarnos auxilio.</p>
+
+<p>Rafael se sentía intimidado por aquella voz ligeramente burlona que
+parecía poblar la obscuridad de mariposas de brillantes colores.</p>
+
+<p>Distinguía perfectamente su arrogante silueta en el cuadro luminoso del
+balcón, entre las otras figuras negras que iban y venían curiosas y
+alborozadas por el inesperado arribo.</p>
+
+<p>Se aproximaron al balcón. Puestos de pie tocaban los hierros del
+antepecho, y el barbero, erguido en la proa, buscaba el punto más fuerte
+para amarrar la barca.</p>
+
+<p>Leonora, apoyando en la balaustrada su pecho soberbio, inclinaba la
+cabeza, brillando a la luz de la antorcha el casco de oro de su opulenta
+cabellera. Buscaba conocer en la penumbra a aquel otro tripulante que
+permanecía sentado y encogido junto al timón.</p>
+
+<p>—¡Pero qué buen amigo es este Cupido!... Gracias, muchas gracias. Esta
+es una atención de las que no se olvidan... ¿Pero quién viene con
+usted?...</p>
+
+<p>El barbero ataba ya la barca a los hierros cuando Leonora le hizo esta
+pregunta.</p>
+
+<p>—Es don Rafael Brull—contestó con lentitud.—Un señor al que creo ha
+visto usted otra vez. A él debe agradecerle la visita. La barca es suya,
+y él es quien me metió en la aventura.</p>
+
+<p>—Gracias, caballero—dijo Leonora saludando con una mano que al moverse
+lanzó relámpagos azules y rojos de todos los dedos cubiertos de
+sortijas.—Repito lo mismo que dije a nuestro amigo. Pase usted adelante
+y perdone el modo extraño con que le hago entrar en la casa.</p>
+
+<p>Rafael estaba en pie y saludaba con torpes movimientos de cabeza,
+agarrado a los hierros del balcón. Saltó Cupido dentro de la casa y le
+siguió el joven, esforzándose por mostrar una gallarda soltura.</p>
+
+<p>Realmente no se dio cuenta de cómo entró. Eran demasiadas emociones en
+una noche; primero la vertiginosa marcha por el río a través de la
+ciudad, entre rápidas corrientes y remolinos, creyendo a cada momento
+verse tragado por aquel barro líquido sembrado de inmundicias; después
+la confusión, el esfuerzo desesperado, el bogar sin rumbo por las
+tortuosidades de la campiña inundada, y ahora, de repente, el piso firme
+bajo sus pies, un techo, luz, calor y la proximidad de aquella mujer que
+parecía embriagarle con su perfume y cuyos ojos no podía mirar de
+frente, dominado por una invencible timidez.</p>
+
+<p>—Pase usted, caballero—le decía.—Necesitan reponerse después de esta
+locura. Están ustedes mojados... ¡pobres! ¡cómo van!... ¡Beppa!... ¡tía!
+Pero pase usted.</p>
+
+<p>Y casi le empujaba, con cierta superioridad maternal; como una mujer
+bondadosa que cuida a su hijo después de una travesura que le llena de
+orgullo.</p>
+
+<p>Las habitaciones estaban en desorden. Ropas por todas partes; montones
+de muebles rústicos que contrastaban con otros alineados junto a las
+paredes. Eran los objetos del piso bajo, el menaje de los hortelanos,
+subido al comenzar la inundación. Un labrador viejo, su mujer trémula de
+espanto y unos cuantos chicuelos que se ocultaban por los rincones, se
+habían refugiado arriba, con las señoras, al ver que el agua penetraba
+en su modesta casa.</p>
+
+<p>Rafael entró en el comedor y allí vio a doña Pepita, la pobre vieja,
+apelotonada en una silla, con las arrugas de su cara mojadas de lágrimas
+y las dos manos en un rosario. En vano Cupido pretendía distraerla
+haciendo chistes sobre la inundación.</p>
+
+<p>—Mira, tía, este caballero es el hijo de tu amiga doña Bernarda. Ha
+venido embarcado para prestarnos auxilio. Es muy bueno, ¿verdad?</p>
+
+<p>La vieja parecía imbécil por el terror. Miraba con ojos sin expresión a
+los recién llegados, como si hubieran estado allí toda su vida. Por fin
+pareció enterarse de lo que le decían.</p>
+
+<p>—¡Es Rafael!—exclamó admirada,—Rafaelito... ¿y has venido con este
+tiempo? ¿Y si te ahogas? ¿qué diría tu madre?... ¡Qué locura, Señor!</p>
+
+<p>Pero no era locura, y si lo era resultaba muy dulce. Se lo decían a
+Rafael aquellos ojos claros, luminosos, con reflejos de oro, que le
+acariciaron con su contacto aterciopelado tantas veces como osó levantar
+la vista. Leonora se fijaba en él: le examinaba a la luz de la lámpara
+de la habitación, como si buscase la diferencia con aquel otro muchacho
+que había conocido en el paseo a la ermita.</p>
+
+<p>La vieja, reanimada por la presencia de los dos hombres, se enteraba del
+peligro. Ya no subía el agua; hasta podía afirmarse que comenzaba a
+descender lentamente. Y la vieja, con su supremo esfuerzo de voluntad,
+se decidió a abandonar su silla para ver la inundación.</p>
+
+<p>—¡Cuánta agua, Dios y señor nuestro!... ¡Qué de desgracias se contarán
+mañana! Esto debe ser castigo de Dios... un aviso por nuestros muchos
+pecados.</p>
+
+<p>Mientras los dos hombres oían a la vieja, Leonora iba de una parte a
+otra dando prisas a su doncella y a la hortelana. Aquellos señores no
+podían estar así con las ropas impregnadas de humedad, cansados y
+desfallecidos por una noche de lucha. ¡Pobrecitos, bastaba verles! Y
+colocaba sobre la mesa galletas, pasteles, una botella de ron; todo lo
+que podía encontrar en la despensa, y hasta un paquete de cigarrillos
+rusos con boquilla dorada que la hortelana miraba con escándalo.</p>
+
+<p>—Déjalos, tía—decía a la pobre vieja.—No les entretengas ahora. Que
+coman y beban un poco. Necesitan entrar en calor... Dispensen ustedes si
+les ofrezco tan poca cosa. ¿Qué les daré, Dios mío, qué les daré?</p>
+
+<p>Y mientras los dos hombres se veían impulsados por un cariño un tanto
+despótico a sentarse a la mesa, Leonora, seguida de su doncella, entraba
+en la habitación inmediata, poniéndola en revolución con un retintín de
+llaves y ruidoso abrir de cofres.</p>
+
+<p>Rafael, emocionado, apenas si pudo sorber unas cuantas gotas de ron,
+mientras el barbero mascaba a dos carrillos, bebía copa tras copa y con
+la cara cada vez más roja, hablaba y hablaba, la boca llena de pasta.</p>
+
+<p>Apareció Leonora, seguida de la doncella, que llevaba en los brazos un
+lío de ropas.</p>
+
+<p>—Ya comprenderán ustedes que aquí no hay trajes de hombre. Pero en la
+guerra se vive como se puede y aquí estamos sitiados.</p>
+
+<p>Rafael admiraba los hoyuelos que una risa graciosa trazaba en aquellas
+mejillas; la luminosa dentadura, que parecía temblar en su estuche de
+rosa.</p>
+
+<p>—A ver, Cupido; fuera pronto ese traje; no quiero que por mí pille
+usted una pulmonía que prive a la ciudad de su principal regocijo. Aquí
+tiene usted para cubrirse mientras secamos sus ropas.</p>
+
+<p>Y ofrecía al barbero una bata magnífica de peluche azul, con grandes
+cascadas de encajes en el pecho y las mangas.</p>
+
+<p>Cupido se retorcía de risa en su asiento. ¡Pero qué gracioso era
+aquello!... ¿Iba él a vestirse con tal preciosidad? ¿Y sus patillas?...
+¡Cómo reirían los de Alcira si le viesen! Y halagado por la
+extravagancia del disfraz, se apresuró a meterse en la inmediata
+habitación para ponerse la bata.</p>
+
+<p>—Para usted—dijo Leonora a Rafael con maternal sonrisa—sólo he
+encontrado esta capa de pieles. Vamos, quítese usted esa chaqueta que
+está chorreando.</p>
+
+<p>El joven se resistió ruboroso y avergonzado como una doncella. Estaba
+bien así; no le ocurriría nada; otras veces se había mojado más.</p>
+
+<p>Leonora, siempre sonriente, parecía impacientarse. Bien sabían en la
+casa que ella no admitía réplicas.</p>
+
+<p>—Vamos, Rafael, no sea usted tonto. Habrá que tratarle como a un niño.</p>
+
+<p>Y cogiéndole por una manga, como si se tratara de un chiquitín, comenzó
+a tirarle de la chaqueta.</p>
+
+<p>El joven, en su turbación, no sabía lo que le pasaba. Le parecía marchar
+por un horizonte sin fin, con más velocidad que horas antes se deslizaba
+por el río. Oía su nombre en la boca de aquella mujer, se veía agasajado
+en una casa cuya entrada no sabía antes cómo franquear, y ella, Leonora,
+le llamaba niño y le trataba como a tal, cual si la intimidad datase
+desde el principio de su vida. ¿Qué mujer era aquella? Estaba en un
+mundo nuevo y las mujeres de la ciudad, aquellas que él trataba en las
+tertulias caseras, le parecían seres de otra raza, viviendo lejos, muy
+lejos, en otro extremo de la tierra, de la que le separaba la inmensa
+sábana de agua.</p>
+
+<p>—Vamos, señor testarudo; habrá que tratarle a usted como a un bebé.</p>
+
+<p>Le hablaba a poca distancia de su rostro; sentía en sus mejillas el
+aleteo de aquella boca, su respiración tibia, que le cosquilleaba con
+intensos estremecimientos. Y al mismo tiempo sus manos, finas y ágiles,
+le empujaban cariñosamente, quitándole con rapidez la chaqueta y el
+chaleco.</p>
+
+<p>Sintió sobre sus hombros la caliente caricia de la capa de pieles. Una
+preciosidad; un manto suave como la seda, grueso, tupido y ligero, como
+fabricado con plumas de fantásticas aves. Era de pieles de zorro azul, y
+a pesar de la estatura de Rafael, sus bordes rozaban el suelo. El joven
+comprendió que le habían echado sobre los hombros unos cuantos miles de
+francos, y tímido, con temblorosa mano, recogía el borde, temeroso de
+pisarlo.</p>
+
+<p>Leonora reía de su timidez.</p>
+
+<p>—No se encoja usted; no importa que lo estropee. ¡Parece que lleva
+usted un velo sagrado por el respeto con que lo trata! No vale la pena.
+Yo sólo uso esta capa en los viajes. Me la regaló un gran duque en San
+Petersburgo.</p>
+
+<p>Y para asegurar más su desprecio por el rico manto, embozó al joven en
+él, golpeando sus hombros para que amoldara más a su cuerpo.</p>
+
+<p>Lentamente volvían a la sala donde estaba el balcón, mientras en el
+comedor sonaban carcajadas saludando la aparición del barbero, envuelto
+en su lujosa bata. Cupido sacaba partido de la situación para provocar
+la risa, y recogiéndose la cola y atusándose las patillas, braceaba cual
+una tiple en una romanza dramática cantando de falsete. Los hortelanos
+reían como locos, olvidando el agua que llenaba su casa; Beppa abría
+desmesuradamente sus ojos, admirada por la figura, las contorsiones de
+aquel señor y la gracia con que estropeaba los versos italianos, y hasta
+la pobre doña Pepa se retorcía en su silla, admirando al barbero, que
+según ella, era el más gracioso de todos los demonios.</p>
+
+<p>Rafael estaba en el balcón, junto a Leonora, con la mirada perdida en la
+obscuridad, arrullado por la música de aquella voz, que con marcado
+interés le hacía preguntas sobre el desesperado viaje por el río.</p>
+
+<p>La finura de aquella capa que le envolvía, dábale la sensación de una
+epidermis satinada y tibia. Parecíale que aún quedaba en aquella
+suavidad algo del calor de los hombros desnudos; creía estar envuelto en
+la piel de Leonora, y el perfume de su cuerpo, que sentía junto a él,
+aumentaba esta ilusión.</p>
+
+<p>Rafael, con voz entrecortada, contestaba a sus preguntas.</p>
+
+<p>—Lo que usted ha hecho—decía la artista—merece honda gratitud. Es un
+arranque caballeresco digno de otros tiempos. Lohengrín, llegando en su
+barquilla para salvar a Elsa. Sólo falta el cisne... a no ser que el
+barbero se contente con este papel... Hablando en serio, no creía que
+aquí hubiese un hombre capaz de portarse así.</p>
+
+<p>—¡Y si usted hubiese muerto!...—exclamó el joven para justificar su
+aventura.</p>
+
+<p>—¡Morir!... Le confieso a usted que al principio tuve algún miedo; no
+de morir, que yo le temo poco a la muerte. Estoy algo cansada de la
+vida; ya se convencerá usted de ello cuando me conozca más. Pero morir
+ahogada en el barro, sofocada por esa agua que huele tan mal, no me
+hacía gracia. ¡Si al menos fuese el agua verde y transparente de los
+lagos suizos!... Yo busco la belleza hasta en la muerte; me preocupo de
+la última postura como los romanos y temía perecer aquí como una rata
+sitiada en la alcantarilla... Y, sin embargo, ¡si supiera usted lo que
+he reído viendo el terror de mi tía y de esas pobres gentes que nos
+sirven!... Ahora el agua no sube ya, la casa es fuerte, no hay más
+molestia que la de verse sitiados y espero el día para ver. Debe ser muy
+hermoso el espectáculo de toda esa hermosa campiña convertida en un
+lago. ¿Verdad, Rafael?</p>
+
+<p>—Usted habrá visto cosas más interesantes—dijo el joven.</p>
+
+<p>—No digo que no; pero a mí, lo que más me impresiona es la sensación
+del momento.</p>
+
+<p>Y calló, mostrando en su repentina seriedad la molestia que le causaba
+la ligera alusión al pasado.</p>
+
+<p>Quedaron los dos en silencio un buen rato, hasta que Leonora reanudó la
+conversación.</p>
+
+<p>—La verdad es que si el agua sigue subiendo, a usted le hubiéramos
+agradecido la vida... Vamos a ver, con franqueza; ¿por qué ha venido
+usted? ¿Qué buen espíritu le ha hecho acordarse de mí a quien apenas
+conoce?</p>
+
+<p>Rafael enrojeció de rubor, tembló de cabeza a pies, como si le exigiera
+una confesión mortal. Iba a soltar la verdad, a volcar de un golpe su
+pensamiento, con todos los ensueños y las angustias de aquellos días,
+pero se contuvo y se asió a un pretexto.</p>
+
+<p>—Mi entusiasmo por la artista—dijo con timidez.—Yo admiro mucho el
+talento de usted.</p>
+
+<p>Leonora prorrumpió en una ruidosa carcajada.</p>
+
+<p>—¡Pero si usted no me conoce! ¡Si usted no me ha oído nunca!... ¿Qué
+sabe usted de eso que llaman mi talento? A no ser por ese parlanchín de
+Cupido, hasta ignorarían en Alcira que yo canto y soy conocida fuera de
+aquí.</p>
+
+<p>Rafael quedó aplastado por la réplica; no se atrevía a protestar.</p>
+
+<p>—Vamos, Rafael—continuó cariñosamente la artista—no sea usted niño ni
+pretenda turbarme con esas mentirillas semejantes a las que se usan para
+engañar a la mamá. Yo sé por qué ha venido aquí. ¿Cree usted que no le
+han visto desde este mismo balcón rondando la casa todas las tardes,
+apostándose en el camino como un espía? Está usted descubierto, señor
+mío.</p>
+
+<p>El tímido Rafael creía que el balcón iba a hundirse bajo sus pies.
+Temblaba de miedo, arrebujábase en el manto de pieles, sin saber lo que
+hacía y protestaba con enérgicas cabezadas, negando las afirmaciones de
+Leonora.</p>
+
+<p>—¿Conque no es verdad, embusterillo?—dijo ésta con cómica
+indignación.—¿Conque niega usted que desde que nos vimos en la ermita,
+su paseo de todas las tardes son estos alrededores? ¡Dios mío! ¡qué
+monstruo de falsedad es este chico! ¡con qué aplomo miente!</p>
+
+<p>Y Rafael, vencido por aquella alegría franca, acabó riéndose, confesando
+con una carcajada su delito.</p>
+
+<p>—Usted se extrañará de mis actos y palabras—continuó Leonora
+aproximándose más a él, apoyando un hombro en el suyo, con un abandono
+fraternal, como si estuviera junto a una amiga.—Yo no soy como la
+mayoría de las mujeres. ¡Bueno fuera que con la vida que llevo me
+mostrara hipócrita!... Mi pobre tía me cree una loca, porque digo las
+cosas como las siento: en mi vida me han querido mucho o me han
+aborrecido, por esta manía de no ocultar la verdad... ¿Quiere usted que
+se la diga?... Pues bien, usted ha venido aquí porque me ama, o al menos
+cree amarme; el defecto de todos los muchachos de su edad apenas
+encuentran una mujer que no es igual a las otras que conocen.</p>
+
+<p>Rafael estaba silencioso y cabizbajo; no osaba levantar la vista; sentía
+en su nuca la mirada de aquellos ojos verdes que parecían registrarle el
+alma.</p>
+
+<p>—A ver; levante usted esa cabeza; proteste un poquito como antes. ¿Es
+verdad o no lo que digo?</p>
+
+<p>—¿Y si fuera?...—se atrevió a suspirar Rafael, viéndose descubierto
+bruscamente.</p>
+
+<p>—Como sé que es cierto he querido provocar esta explicación para que
+usted no viva en el engaño. Después de lo de esta noche deseo que seamos
+amigos; amigos nada más; dos camaradas unidos por el agradecimiento.
+Pero para evitar la confusión, había que marcar nuestras respectivas
+situaciones. Seremos amigos, ¿eh?... Esta es su casa, yo le consideraré
+como un camarada simpático; con lo de esta noche ha ganado usted en mi
+ánimo más que con un continuo trato; pero va usted a prometerme que no
+reincidirá en esas tonterías de admiración amorosa que han sido siempre
+el tormento de mi vida.</p>
+
+<p>—¿Y si no puedo?...—murmuró Rafael.</p>
+
+<p>—La cantinela de siempre—dijo riendo Leonora, remedando la voz y la
+expresión del joven.—¿<i>Y si no puedo</i>? ¿Por qué no ha de poder usted?
+¿Por qué ha de ser verdad ese amor tan inmenso por una mujer que ve
+usted ahora por segunda vez? Esas pasiones repentinas se las inventan
+ustedes; no son verdad; las han aprendido en las novelas o las han oído
+cantadas por nosotras en las óperas. Invenciones de poeta que los
+muchachos se tragan como unos bobos y quieren trasplantar a la vida, no
+comprendiendo que los que estamos en el secreto nos reímos de su
+necedad. Con que ya lo sabe usted; a ser formal, a no ponerse pesado con
+miradas tiernas y frases entrecortadas. Así seremos amigos y esta será
+su casa.</p>
+
+<p>Se detuvo Leonora, y amenazándole graciosamente con el índice, añadió:</p>
+
+<p>—De lo contrario, seré todo lo ingrata y cruel que usted quiera; pero
+a pesar de la hermosa acción de esta noche, usted no entrará más aquí.
+No quiero adoradores: he venido buscando reposo, amigos, tranquilidad...
+¡El amor! ¡hermosa y cruel patraña!...</p>
+
+<p>Dijo estas últimas palabras con acento grave, y quedó inmóvil mucho
+rato, con la vista perdida en la inmensa sábana de agua.</p>
+
+<p>Ahora la miraba Rafael. Había levantado la cabeza y contemplaba a
+Leonora pensativa. Su hermoso rostro se teñía de una luz azulada que
+parecía envolverla en un nimbo de idealidad. Comenzaba a amanecer y los
+plomizos velos del cielo se rasgaban por la parte del mar,
+transparentando una claridad lívida.</p>
+
+<p>Leonora se estremeció, como si sintiera frío, apretándose
+instintivamente contra Rafael. Pareció sacudir con un movimiento de
+cabeza un tropel de penosos pensamientos, y dijo tendiéndole la mano:</p>
+
+<p>—¿Qué resolvemos? ¿Amigos o indiferentes? ¿Promete usted no incurrir en
+niñerías y ser un camarada formal?</p>
+
+<p>Rafael estrechó con avidez aquella mano suave y fuerte, sintiendo en sus
+dedos como cariñosa mordedura, el contacto de las sortijas.</p>
+
+<p>—¡Amigo!... me resignaré ya que no hay otro remedio.</p>
+
+<p>—Se resignará usted y encontrará dulce y tolerable eso que cree un
+sacrificio; usted no me conoce, pero créame a mí que me conozco bien.
+Aunque llegase a amarle (y esto no será nunca), saldría usted perdiendo.
+Yo valgo más como amiga que como amante. Hay en el mundo más de uno y
+de dos que lo saben bien.</p>
+
+<p>—Seré un amigo dispuesto a hacer por usted mucho más que esta noche.
+También espero yo que usted llegará a conocerme.</p>
+
+<p>—Déjese usted de promesas. ¿Qué más ha de hacer usted por mí? El río no
+se desborda todos los días, ni son posibles a cada momento estas hazañas
+novelescas. Me basta con lo de esta noche. No sabe usted cuánto se lo
+agradezco. Ha sido un paso decisivo en mi corazón de amiga... ¿Quiere
+usted que siga siendo franca? Pues cuando le encontré allá en la ermita,
+me pareció usted uno de esos señoritos lugareños que, acostumbrados a
+triunfar en el pueblo, miran como de su dominio cuantas mujeres
+encuentran. Después, al verle rondando esta casa, se aumentó mi
+desprecio y mi rabia. «¿Pero ese señoritín qué se habrá figurado?» ¡Lo
+que hemos reído a costa de usted Beppa y yo! Ni siquiera me había fijado
+en su cara y su figura: no me había dado cuenta de que es usted guapo...</p>
+
+<p>Leonora reía recordando sus cóleras contra Rafael, y éste, anonadado por
+su franqueza, sonreía también para ocultar su turbación.</p>
+
+<p>—Pero después de lo de esta noche, le quiero a usted... como un buen
+amigo. Estoy sola: la amistad de un muchacho bueno y noble como usted,
+capaz del sacrificio por una mujer a la que apenas conoce, resulta
+grata. Además, esto no compromete. Yo soy ave de paso: he venido porque
+estoy cansada, enferma no sé de qué, pero profundamente quebrantada en
+mi espíritu. Necesito reposo, vida animal, sumirme en una dulce
+imbecilidad, olvidarlo todo, y acepto con reconocimiento su mano amiga.
+Después, el día que menos lo piense usted, levantaré el vuelo; la
+primera mañana que despierte alegre y me cante dentro de la cabeza el
+pájaro travieso que tantas locuras me ha aconsejado, hago las maletas y
+¡a mover las alas! Le escribiré; le enviaré periódicos que hablen de mí
+y usted verá como tiene una amiga que no le olvida y le saluda desde
+Londres, San Petersburgo, o Nueva York, cualquiera de los rincones de
+este mundo que muchos creen grande y en el cual no puedo revolverme sin
+tropezar con el fastidio.</p>
+
+<p>—¡Que tarde ese momento!—dijo Rafael.—¡Que no llegue nunca!</p>
+
+<p>—¡Loco!—exclamó Leonora.—Usted no sabe cómo soy. Si estuviera aquí
+mucho tiempo, acabaríamos por reñir y pegarnos. En el fondo odio a los
+hombres; he sido siempre su más terrible enemiga.</p>
+
+<p>Oyeron a sus espaldas el roce de la bata que arrastraba Cupido con
+grotescos contoneos: se aproximaba al balcón con doña Pepita para
+contemplar el amanecer.</p>
+
+<p>Comenzaba a desplomarse del cielo una luz gris, cernida por el denso
+celaje: la inmensa sábana de agua tomaba un color blancuzco de ajenjo.
+Flotaban en la corriente, como escobazos de miseria, los despojos de la
+inundación; árboles arrancados de cuajo, haces de cañas, techumbres de
+paja de las chozas; todo sucio, pringoso, nauseabundo. Estas almadías
+del desastre, se enredaban entre los naranjos y formaban barreras que,
+poco a poco iban engrosándose con nuevos despojos de la corriente.</p>
+
+<p>Allá lejos, en el límite de la laguna, movíanse con regularidad algunos
+puntos negros, agitando sus patas como moscas acuáticas, en torno de las
+casas, que apenas asomaban sus techumbres sobre la inmensa lámina de
+agua. Eran los socorros que llegaban de Valencia; los botes de la
+Armada, traídos en ferrocarril hasta el límite de la inundación.</p>
+
+<p>Iban a llegar a Alcira las autoridades; la presencia de Rafael era
+indispensable. El mismo Cupido, con repentina gravedad, le aconsejaba
+salir al encuentro de aquellas barcas.</p>
+
+<p>Mientras el barbero recobraba su traje, Rafael se despojó con gran
+disgusto de su capa de pieles.</p>
+
+<p>Le parecía que abandonándola, iba a perder el calor de aquella noche de
+dulce intimidad, el contacto del hombro suave y carnoso que había estado
+horas enteras apoyado en él.</p>
+
+<p>Mientras se ajustaba al cuerpo las prendas de su traje ya secas, Leonora
+le miraba fijamente.</p>
+
+<p>—Quedamos entendidos, ¿eh?—preguntó con lentitud.—Amigos, sin
+esperanza de más. Si rompe usted el pacto, no entrará aquí, ni aun por
+el balcón como esta noche.</p>
+
+<p>—Sí; amigos y nada más—murmuró Rafael con sincero acento de tristeza
+que pareció conmover a Leonora.</p>
+
+<p>Sus ojos verdes se iluminaron; brilló el polvo de oro que moteaba sus
+pupilas y avanzó hacia Rafael, tendiéndole la mano.</p>
+
+<p>—Buen muchacho; así me gusta: resignado y obediente. Por esta vez y en
+premio a su cordura, habrá extraordinario. No nos despidamos así... Como
+en la escena. Bese usted.</p>
+
+<p>Y puso su mano al nivel de la boca del joven. Rafael la agarró
+ávidamente y besó, besó, hasta que Leonora, desasiéndose con un brusco
+movimiento que demostraba su extraordinario vigor, le amenazó con su
+mano.</p>
+
+<p>—¡Ah, tunante!... ¡Bebé travieso! ¡Qué manera de abusar! ¡Adiós!
+¡adiós! Cupido llama... Hasta la vista.</p>
+
+<p>—Y le empujó al balcón, a cuyos hierros estaba agarrado el barbero
+sosteniendo la barca.</p>
+
+<p>—Salta, Rafael—dijo Cupido.—Apóyate en mí; el agua desciende y la
+barca está muy baja.</p>
+
+<p>Rafael se deslizó en su bote blanco, manchado por el agua rojiza. El
+barbero movió los remos; comenzaron a alejarse.</p>
+
+<p>—¡Adiós! ¡adiós! ¡muchas gracias!—gritaban desde el balcón la tía, la
+doncella y toda la familia del hortelano.</p>
+
+<p>Rafael, abandonando el timón, con el rostro vuelto a la casa, sólo veía
+aquella arrogante figura, que agitaba un pañuelo saludándoles. La vio
+mucho tiempo, y cuando las copas de los árboles sumergidos le ocultaron
+el balcón, inclinó la cabeza, entregándose al silencioso placer de
+saborear la dulzura que aún sentía en sus labios.</p>
+
+
+
+<h3><a id="VIa"></a>VI</h3>
+
+
+<p>Las elecciones pusieron en movimiento a todo el distrito. Había llegado
+el momento solemne para la casa de Brull y todos sus fieles, no seguros
+aún de la omnipotencia del partido, como si temieran a ocultos enemigos
+que podían presentarse inesperadamente, se agitaban en la ciudad y los
+pueblos lanzando cual grito de victoria el nombre de Rafael.</p>
+
+<p>Pocos se acordaban de la inundación. El sol bienhechor había secado los
+campos; los huertos se mostraban más hermosos que nunca, como si el río,
+al invadirlos, les hubiese fecundado con nueva vida; se anunciaba una
+cosecha magnífica, y sólo como recuerdo de la catástrofe quedaba algún
+seto aplastado, alguna cerca desmoronada, algún camino hondo con los
+ribazos destruidos.</p>
+
+<p>Todo se reparaba con relativa rapidez y la gente mostrábase contenta
+hablando del pasado peligro con desprecio. ¡Hasta la otra!</p>
+
+<p>Además, se había repartido mucho dinero. Llegaron socorros de la capital
+de la provincia, de Madrid, de toda España, gracias al trompeteo
+lastimoso de la prensa, y los hortelanos, con la credulidad del devoto
+que atribuye todos sus bienes a la protección del santo patrono,
+agradecían la limosna a Rafael y su madre, proponiéndose ser cada vez
+más fieles a la poderosa familia. ¡Viva el padre de los pobres!</p>
+
+<p>Doña Bernarda, viendo próximos a realizarse sus ensueños de ambición, no
+se daba un momento de reposo. Indignábase ante la indiferencia y
+frialdad de su hijo. El distrito era suyo, pero no había que dormirse.
+¿Quién sabe lo que a última hora podían hacer los enemigos del orden,
+que eran bastantes en la ciudad? Había que ir a tal pueblo para decir
+cuatro palabras a los electores ricos; visitar al alcalde del otro para
+que viera <i>que se le hacía caso;</i> moverse mucho, que toda la gente se
+preocupara de su persona.</p>
+
+<p>Y Rafael obedecía, pero evitando que le acompañase don Andrés, pues a la
+ida o a la vuelta pasaba unas cuantas horas en la casa azul o suprimía
+por completo el viaje para quedarse allí temblando al volver a casa por
+si su madre se enteraba de tales distracciones.</p>
+
+<p>Doña Bernarda conocía aquella nueva amistad. Sin otra preocupación que
+la salud y los actos de Rafael, y ayudada por el chismorreo de una
+ciudad curiosa, nada hacía su hijo que no lo supiera a las pocas horas.
+Hasta tenía noticias, por una indiscreción de Cupido, de aquel
+arriesgado viaje de noche y a través de los peligros de la inundación,
+para ir a presentarse a <i>la cómica</i>, como ella decía con rabioso acento
+de desprecio.</p>
+
+<p>Entonces ocurrieron las tormentosas escenas que habían de dejar en
+Rafael una profunda impresión de amargura y miedo.</p>
+
+<p>La dureza del carácter de doña Bernarda quebrantó al joven, haciéndole
+comprender con cuánta razón había temido siempre a su madre. La áspera
+devota, con su coraza de virtud y sanos principios, le aplastó desde las
+primeras palabras. ¿Se había propuesto deshonrar la casa? Ahora que tras
+muchos años de trabajos iba a alcanzar el fruto de tantos sacrificios
+¿quería, por su afición a una cómica, ponerse en ridículo dando motivos
+de burla a los enemigos? E indignada, no vaciló en rasgar brutalmente el
+velo de prudencia tras el cual se habían desarrollado misteriosamente
+sus desventuras y sus rabias conyugales; no dudó en volcar sobre la
+cabeza del hijo todas las miserias ocultas de su matrimonio.</p>
+
+<p>—Lo mismo que tu padre—exclamó iracunda doña Bernarda.—No puedes
+negar su sangre: mujeriego, amigo de las perdidas, capaz por una
+cualquiera de comprometer la suerte de la casa... ¡Y yo, grandísima
+tonta, trabajando por ellos! ¡olvidando la salvación de mi alma, para
+lograr que llegues donde no llegó tu padre!... ¡Y cómo me lo
+agradeces!... ¡Lo mismo que aquél! con un disgusto a cada momento.</p>
+
+<p>Humanizándose después, sintiendo la necesidad de comunicar sus proyectos
+para lo porvenir, pasó de la ira a la amistosa confidencia, y comenzó a
+revelar a Rafael el estado de la casa. Ocupado él en hojear librotes y
+en las cosas del partido, no sabía cómo marchaban los asuntos. Ni
+necesitaba saberlo: para eso estaba ella. Pero quería que conociera las
+brechas que en su fortuna habían abierto a última hora las locuras de su
+padre.</p>
+
+<p>Ella hacía milagros de economía. Muchas deudas estaban pagadas ya;
+llevaba levantadas algunas hipotecas; gracias a su buena administración,
+ayudada por el fiel don Andrés; pero la carga era grande y en muchos
+años no conseguiría librarse de ella.</p>
+
+<p>Además (y al llegar aquí doña Bernarda se mostraba más tierna y con voz
+insinuante), ya que era el primer hombre del distrito, debía ser el más
+acaudalado; lograrlo no resultaba difícil. Todo consistía en ser buen
+hijo, en dejarse guiar por ella, la que mejor le quería en el mundo...
+Ahora diputado y después, cuando volviera de Madrid, a casarse. No
+faltarían buenas muchachas, educadas con el temor de Dios, y además
+millonarias que se darían por contentas siendo su mujer.</p>
+
+<p>Rafael la atajó con una débil sonrisa. Ya sabía de quién hablaba su
+madre; de Remedios, la hija del más rico de la ciudad, un rústico de
+suerte loca que inundaba de naranja los mercados de Inglaterra, ganando
+por instinto, a despecho de todas las combinaciones comerciales.</p>
+
+<p>Por esto le recomendaba su madre con tanto interés que visitase aquella
+casa, enviándole a ella con cualquier pretexto. Además, doña Bernarda
+llevaba a Remedios a la suya con frecuencia, y rara era la tarde que al
+entrar en su casa Rafael no encontraba a aquella muchacha tímida, torpe
+y de una belleza insignificante, vestida con trajes que aprisionaban
+cruelmente su soltura de chicuela criada en los huertos, transformada
+rápidamente en señorita por la buena suerte del padre.</p>
+
+<p>—Pero mamá—dijo Rafael sonriendo—¡Si yo no pienso casarme!... ¡Si
+eso, cuando llegue, ha de ser a gusto mío!</p>
+
+<p>La madre y el hijo quedaron moralmente separados después de la
+borrascosa entrevista. Era una situación que recordaba a Rafael su
+infancia, cuando después de una travesura encontraba la miraba fiera y
+el rostro ceñudo de su madre. Pero ahora, esta seriedad agresiva se
+prolongaba días y días.</p>
+
+<p>Al entrar en casa por las noches se veía interrogado durante la cena en
+presencia de don Andrés, que no osaba levantar la cabeza ante la
+poderosa señora. ¿Dónde había estado? ¿A quién había visto?... Rafael
+sentía el espionaje, siguiéndole en sus paseos por la ciudad y el campo.</p>
+
+<p>—Hoy has estado en casa de la cómica... ¡Cuidado, Rafael! ¡me vas a
+matar!</p>
+
+<p>Y Rafael, para ir a casa de <i>la cómica</i>, se ocultaba como en su época de
+niño, cuando robaba fruta en los huertos; marchaba por sendas y ribazos
+al abrigo de los setos, y la vista de una hortelana o de un muchacho le
+obligaba a pesados rodeos. Y el hombre que hacía esto era el mismo que
+en aquel instante llenaba con su nombre todo el distrito; aquel de quien
+los alcaldes y prohombres decían con plena convicción.—«Aquí no hay más
+diputado que don Rafael. Ese procurará por nosotros».</p>
+
+<p>Don Andrés se esforzaba por consolar a su ama. Todo aquello era un
+capricho de muchacho. Había que dejarle que se divirtiera. Al fin era un
+joven guapo y de buena casa. En su cinismo de viejo acostumbrado a las
+fáciles conquistas del arrabal, guiñaba sus ojos maliciosamente,
+creyendo que Rafael había conseguido un triunfo completo en la casa
+azul. Sólo así podía explicarse su asiduidad en las visitas, la mansa
+rebeldía a la autoridad maternal.</p>
+
+<p>—Esas cosas, por dulces que sean, acaban por cansar, doña
+Bernarda—decía el viejo sentenciosamente.—La cómica levantará el vuelo
+cualquier día; además, deje usted que Rafael vaya como diputado a Madrid
+y vea aquel mundo; a la vuelta no se acordará de esa mujer.</p>
+
+<p>El fiel lugarteniente de los Brull se hubiera asombrado al ver lo poco
+que conseguía Rafael.</p>
+
+<p>Leonora no era la misma de la noche de la inundación. Pasado el encanto
+del peligro, la novedad de la aventura, lo extraordinario de aquella
+entrevista, trataba a Rafael con amistosa calma, como a uno de los
+muchos que en la vida habían girado en torno de ella. Le miraba como un
+mueble más de su casa que todas las tardes venía a colocarse ante su
+paso; un autómata que se presentaba para pasar horas y horas
+contemplándola, pálido y emocionado, con el encogimiento de la
+inferioridad, contestando sus palabras muchas veces con simplezas que la
+hacían reír. Su ironía y aquella franqueza de que hacía gala, le herían
+cruelmente.</p>
+
+<p>—Hola, Rafaelillo—le decía muchas tardes al verle llegar.—¿Pero por
+qué viene usted con tanta frecuencia? Nos van a tomar por novios. ¿Qué
+dirá su mamá?</p>
+
+<p>Y Rafael sufría cruelmente; se avergonzaba de sí mismo, pensando en lo
+que ocurría en su casa; en las iras que arrastraba para llegar allí.
+Pero le era imposible librarse de la atracción que sobre él ejercía
+Leonora.</p>
+
+<p>Además, ¡qué tardes aquellas en que quería ser buena; cuando cansada de
+pasear por el huerto, fastidiada en su carácter ligero y voluble por la
+monotonía de los naranjos y las palmeras, se refugiaba en el salón
+poniendo sus manos en el piano! Rafael, con el recogimiento de un
+devoto, se sentaba en un rincón, y contemplando los soberbios hombros
+sobre los cuales ondeaban como plumas de oro los rizados bucles de la
+nuca, oía aquella voz hermosa que sonaba dulce y velada, mezclándose a
+los desmayados acordes del piano, mientras que por las abiertas ventanas
+entraba la respiración del huerto rumoroso bajo la dorada luz del otoño,
+el perfume sazonado de las naranjas maduras que asomaban sus caras de
+fuego entre los festones de hojas.</p>
+
+<p>Era Schubert, con sus melancólicas romanzas, el músico preferido; la
+dominaba en aquella soledad el encanto de la música triste. Su alma
+pasional y tumultuosa parecía desmayarse, enervada por el perfume de los
+naranjos. Algunas veces, de repente, venía a morderle el recuerdo de sus
+triunfos escénicos, la gloria artística conquistada sobre las tablas, y
+golpeando el piano con la sublime furia de la cabalgada de las
+walkirias, lanzaba el ¡<i>hojotoho</i>! de Brunilda, el grito de guerra
+impetuoso y salvaje de la hija de Wotan; relincho armónico con el cual
+había puesto en pie a muchos públicos y que en aquella soledad
+estremecía a Rafael, haciéndole admirar a su amiga como una divinidad
+extraña; cual una diosa rubia de ojos verdes, acostumbrada a cabalgar
+sobre los hielos, entre los torbellinos del huracán, y que en el país
+del sol se resignaba a ser mujer.</p>
+
+<p>Otras veces, echando atrás su hermoso busto, como si contemplara con la
+imaginación salones festoneados de rosas, en los que danzasen huecas
+faldas, pelucas empolvadas y tacones rojos, rozaba las teclas, haciendo
+sonar un minuetto de Mozart, vagoroso como un perfume elegante, cual la
+sonrisa de una boca de princesa, pintada y con lunares postizos.</p>
+
+<p>Rafael no olvidaba la noche de amistad; la mano entregada a sus labios
+en aquel mismo salón. Una vez intentó repetir la escena, e inclinándose
+sobre las teclas, quiso besar la diestra de Leonora.</p>
+
+<p>La artista se estremeció, como si despertase. Relampaguearon sus ojos
+con ira, y sin dejar por esto de sonreír, levantó amenazante la mano,
+con todo su fantástico brillo de pedrería, como si fuese a abofetearle:</p>
+
+<p>—Cuidado, Rafael: es usted un chiquillo y le trataré como a tal. Ya
+sabe que no gusto de que me molesten. No le despediré; pero si sigue así
+¡va usted a llevarse cada bofetada!... ¡Qué pegajoso! Eso sólo se
+permite una vez, y no olvide usted que cuando yo quiero que me besen la
+mano, comienzo por darla voluntariamente... Ya no hay más música; se
+acabó. Vamos a entretener al niño para que esté quietecito.</p>
+
+<p>Y comenzó una de aquellas revistas de equipaje que entusiasmaba a
+Rafael; una exhibición de recuerdos de su vida artística que al joven le
+parecían nuevos avances en su intimidad con Leonora.</p>
+
+<p>Contemplaba sus retratos en las diversas óperas por ella cantadas; una
+numerosa colección de hermosas fotografías, llevando al pie el nombre
+del gabinete en casi todos los idiomas de Europa; en alfabetos raros que
+hacían parpadear a Rafael. La Elisabeta, pálida y mística, del
+<i>Tanhäuser</i>, había sido retratada en Milán; la Elsa, ideal y romántica
+de <i>Lohengrín</i>, era de Munich; había una Eva, cándida y burguesa de <i>Los
+maestros cantores</i>, fotografiada en Viena, y una Brunilda soberbia,
+arrogante, de mirada hostil y centelleadora, que llevaba al pie el sello
+de San Petersburgo. Esto sin contar un sinnúmero de otras fotografías,
+recuerdo de temporadas en el Convent-Garden de Londres, el San Carlos de
+Lisboa, los grandes coliseos de toda Italia, y los teatros de América,
+desde el de Nueva York al de Río Janiero.</p>
+
+<p>Rafael, manejando aquellas cartulinas enormes sentía la impresión del
+que pasea por un puerto y percibe el perfume de países lejanos y
+misteriosos, contemplando los barcos que llegan. Cada retrato parecía
+envolverle en el ambiente de su país, y desde el tranquilo salón,
+impregnado de la respiración del silencioso huerto, creía pasear por
+toda la tierra.</p>
+
+<p>Las fotografías representaban siempre los mismos personajes: las
+heroínas de Wagner. Leonora, adoradora rabiosa del genio alemán,
+hablando de él con intima confianza, como si le hubiera conocido, no
+quería cantar otras óperas que las suyas, y con el afán de abarcar la
+obra del maestro, no vacilaba en comprometer su prestigio de artista
+fuerte y vigorosa, interpretando los personajes delicados.</p>
+
+<p>Rafael se fijaba en los retratos uno por uno: aquí parecía más esbelta y
+triste, como si acabara de salir de una enfermedad; allí fuerte y
+arrogante, como si desafiara la vida con su hermosura.</p>
+
+<p>—¡Ay, Rafael!—murmuraba ella pensativa.—No todo son alegrías. Yo he
+pasado mis tempestades como todos. He vivido mucho, y estos pedazos de
+cartón son capítulos de mí existencia.</p>
+
+<p>Y mientras ella soñaba saboreando el pasado, entusiasmábase Rafael
+contemplando el retrato de Brunilda, una hermosa fotografía en cuyo robo
+había pensado más de una vez.</p>
+
+<p>Aquella era Leonora; la walkiria arrogante, la hembra fuerte y valerosa,
+capaz de darle de bofetadas al más leve atrevimiento y de manejarle como
+un niño. Bajo el casco de acero brillante como un espejo, con sus dos
+alas de blancas plumas, caían los rubios bucles, brillaban con salvaje
+furor los ojos verdes y parecían palpitar las aletas de la nariz con
+indomable fiereza. El manto colgaba del cuello, redondo, carnoso y
+fuerte; la coraza de escamas de acero hinchábase con la presión del
+pecho mórbido de arrogante dureza, y los brazos desnudos, revelando el
+vigor del músculo bajo la suave curva de la grasa femenil, se apoyaban,
+uno en la lanza y otro en el escudo brillante y luminoso, como una
+lámina de cristal. Estaba allí con la majestad de la diosa; era una
+Palas de la mitología septentrional, hermosa como el heroísmo, terrible
+como la guerra. Rafael comprendía el enardecimiento loco, la conmoción
+eléctrica de los públicos al verla aparecer entre las rocas de lienzo
+pintado, haciendo temblar las tablas con su paso vigoroso, elevando con
+rudeza sobre las blancas alas del casco la lanza y el escudo y lanzando
+el grito de la walkiria, el <i>¡hojotoho!</i> que, repetido en el tranquilo
+huerto, parecía estremecer las calles de follaje con una corriente de
+entusiasmo.</p>
+
+<p>Aquella mujer caprichosa, aventurera y alocada, de cuya vida de artista
+tantas cosas se contaban, había paseado por el mundo la arrogancia de la
+virgen guerrera soñada por Wagner consiguiendo inmensos triunfos. En un
+libro abultado, de desiguales hojas, donde guardaba con minuciosa
+puerilidad de cantante todo lo que habían dicho de ella los periódicos
+del mundo, encontraba Rafael un eco de las estruendosas ovaciones.
+Miraba los recortes de papel impreso, muchos de ellos amarillos ya por
+el tiempo, y pasaba ante sus ojos la visión de teatros llenos de
+elegantes descotes y pecheras rígidas y brillantes como corazas;
+ambientes caldeados por la luz y el entusiasmo, donde centelleaban ojos
+y joyas, y en el fondo, con su casco y su lanza, ella, la walkiria
+dominadora, saludada con aplausos y gritos de admiración.</p>
+
+<p>En aquellas hojas encontraba grabados de ilustraciones reproduciendo los
+retratos de la artista, biografías y artículos de crítica relatando los
+triunfos de la célebre diva Leonora Brunna—que éste era el nombre de
+guerra de la hija del doctor Moreno,—retazos y más retazos de papel
+impreso en castellano puro y americanizado; columnas de letra apretada y
+clara de los periódicos ingleses, párrafos sobre el papel basto y sutil
+de la prensa francesa e italiana; compactas masas de caracteres góticos
+que turbaban los ojos de Rafael, e ininteligibles garabatos rusos que
+parecían caprichos de una mano infantil. Y todos alabando a Leonora,
+rindiendo un tributo universal al talento de aquella mujer, mirada con
+desprecio por los burgueses de Alcira. Rafael admiraba a su amiga con la
+misma emoción que si se hallase en presencia de una divinidad y sentía
+odio y desprecio ante la grosera y áspera virtud de los que hacían el
+vacío en torno de ella. ¿Por qué había venido allí? ¿qué motivo la había
+impulsado a abandonar un mundo de triunfos donde todos la admiraban,
+para meterse en una vida estrecha para un corral?</p>
+
+<p>Después venía la exhibición de recuerdos más íntimos; joyas
+hermosísimas, costosos juguetes, relatos de las <i>seratas d’onore</i>
+presentados en el <i>camerino</i>, mientras el público aplaudía delirante, y
+ella, bajando su lanza, saludaba en las candilejas, bajo una lluvia de
+talco y flores, rodeada de lacayos que sostenían grandes ramos. Rafael
+contemplaba un medallón con el retrato venerable de don Pedro del
+Brasil; el emperador artista que saludaba a la cantante en una
+dedicatoria trazada con brillantes; planchas de oro y pedrería, recuerdo
+de entusiastas que tal vez comenzaron por desear la mujer y se
+resignaron admirando la artista; pintarrajeados diplomas de sociedades
+dándola las gracias por su concurso de funciones benéficas; un abanico
+de la reina Victoria con la fecha de un concierto en el palacio Windsor;
+una pulsera regia de Isabel II, como recuerdo de varias veladas en París
+en el palacio Castilla, y un sinnúmero de costosas chucherías, de
+caprichos riquísimos, presentes de príncipes, grandes duques y
+presidentes de repúblicas americanas. Hasta había carteras con áureas
+dedicatorias, y la piel gastada por el roce y el tiempo, conteniendo
+enormes papelotes, acciones de ferrocarriles a través de países
+salvajes, títulos de propiedad de territorios sobre los cuales habían de
+levantarse ciudades; valores de empresas locas que se desarrollaban en
+las praderas yankees o las pampas argentinas regalados en noche de
+beneficio, como testimonio del afecto práctico de los americanos que al
+entusiasmo unen siempre la utilidad.</p>
+
+<p>La arrogante walkiria, al pasear por el mundo su guerrero manto, había
+barrido entre aplausos y vítores aquellos ricos testimonios de
+adoración. Rafael sentía orgullo por ser su amigo; y al mismo tiempo
+reconocía su pequeñez; se asustaba de su atrevimiento amoroso,
+exagerando en su imaginación la diferencia que les separaba.</p>
+
+<p>Al final de estas deliciosas rebuscas en el pasado, venía lo más
+interesante, lo más íntimo, el álbum de ella sólo le permitía hojear de
+prisa, obligándole a no mirar ciertas páginas. Era un volumen
+modestamente encuadernado en cuero negro con broches de plata, pero
+Rafael lo contemplaba como un prodigioso fetiche, con la adoración que
+inspiran los grandes hombres.</p>
+
+<p>Veía el mundo entero inclinándose ante aquella diosa. No sólo la
+saludaban los potentados; los poderosos del arte estaban allí, pasaban
+de hoja en hoja, dedicando una palabra de afecto, un verso, una frase
+musical a la hermosa cantante. Rafael contemplaba como un bobo la firma
+del viejo Verdi y la de Boito; venían después los jóvenes maestros de la
+nueva escuela italiana, ruidosa y triunfante, con el estrépito de la
+belleza puesta al alcance del vulgo; los franceses Massenet y Saint
+Saëns saludaban a la feliz intérprete del primero de los músicos; los
+grandes libretistas italianos dedicaban a la artista versos que
+deletreaba Rafael, percibiendo su suave perfume, a pesar de que apenas
+conocía el idioma; había un soneto de Illica que le hacía llorar; y
+luego venían los ininteligibles para él, unos cuantos renglones de Hans
+Keller, el gran director de orquesta, el discípulo y confidente de
+Wagner, su testamentario artístico, encargado de velar por la gloria del
+maestro, aquel Hans Keller de que hablaba Leonora a cada instante, con
+cariño de mujer y admiración de artista, sin perjuicio de añadir a
+continuación que era un bárbaro. Estrofas en alemán, en ruso y en
+inglés, que al ser releídas por la cantante la hacían sonreír
+satisfecha, como si aspirase un perfume favorito, con gran
+desesperación de Rafael, que no podía conseguir que las tradujese.</p>
+
+<p>—Son cosas que no entiende usted. Adelante, adelante. No quiero que se
+ruborice.</p>
+
+<p>Y tratándole como a un niño, le hacía volver las hojas sin dar
+explicación.</p>
+
+<p>Unos versos italianos, escritos con mano trémula y en torcidas líneas,
+llamaban la atención de Rafael. Los entendía a medias, pero Leonora
+nunca le permitía acabar la lectura. Era un lamento amoroso,
+desesperado; un grito de pasión rabiosa, condenada a la soledad,
+revolviéndose en el aislamiento como una fiera en su jaula. Luigi
+Maquia.</p>
+
+<p>—¿Pero éste quién es?—preguntaba Rafael.—¿Por qué estaba tan
+desesperado?</p>
+
+<p>—Un muchacho de Nápoles—contestó por fin una tarde Leonora con voz
+triste, parpadeando, como si quisiera ocultar sus pupilas, en las que
+asomaban lágrimas.—Un día le encontraron bajo los pinos de Posilippo
+con la cabeza atravesada de un balazo. Quería morir y se mató... Pero
+recoja usted todo eso y bajemos al jardín. Necesito aire.</p>
+
+<p>Pasearon por la avenida orlada de rosales y transcurrieron algunos
+minutos, sin que se cruzara entre los dos una palabra. Leonora se
+mostraba pensativa, con las cejas contraídas y los labios apretados,
+como si sufriera la mordedura de penosos recuerdos.</p>
+
+<p>—¡Matarse!—dijo por fin.—¿No le parece, Rafael, que es una tontería?
+¡Y matarse por una mujer! ¡Como si las mujeres tuvieran la obligación
+de amar a todos los que creen amarlas!... ¡Qué imbécil es el hombre!
+Hemos de ser sus siervas; hemos de quererle forzosamente, y si no, se
+mata por fatuidad.</p>
+
+<p>Calló unos instantes.</p>
+
+<p>—¡Pobre Maquia! Era un muchacho bueno, digno de ser feliz, ¡pero si
+fuera una a creer en todos los juramentos de desesperado!... Ese lo hizo
+tal como lo decía... ¡Qué loco! Y lo peor es que como él he encontrado
+otros en el mundo.</p>
+
+<p>Ya no dijo más. Rafael respetó su silencio. La miraba, queriendo
+adivinar en vano los pensamientos que se revolvían tras sus ojos verdes
+y dorados como el mar bajo el sol de mediodía. ¡Qué aventuras debían
+ocultarse en el pasado de aquella mujer! ¡Qué novelas dormirían ocultas
+en el tejido de su vida!...</p>
+
+<p>Así transcurrieron los días, hasta el momento de la elección de Rafael.
+Olvidado éste de sus trabajos políticos y en pasiva rebeldía contra su
+madre, que apenas si le hablaba, llegó el domingo de su elección.
+Triunfo completo. Ya era diputado. Pasó la noche estrechando manos,
+recibiendo plácemes, aguantando serenatas, y a la mañana siguiente
+corrió a la casa azul par recibir la irónica enhorabuena de Leonora.</p>
+
+<p>—Lo celebro mucho—dijo la artista.—Así saldrá usted pronto de aquí;
+le perderé de vista, que bien lo necesito; porque usted, apreciable
+niño, ya iba resaltándome pesado con sus asiduidades de adorador y su
+muda admiración de pegajoso. Allá en Madrid se curará de tales
+tonterías... No me diga usted que no; no haga juramentos. ¡Si sabré lo
+que son los jóvenes! Usted es igual que todos. Cuando volvamos a vernos
+llevará usted en el pensamiento otras imágenes. Yo seré su amiga nada
+más; es lo que deseo.</p>
+
+<p>—¿Pero la encontraré aquí cuando vuelva?—preguntó Rafael con ansiedad.</p>
+
+<p>—Quiere usted saber más que todos los que me han conocido. ¿Qué sé yo
+si estaré aquí? Nadie en el mundo ha estado seguro de tenerme. Ni yo
+misma sé dónde estaré mañana... Pero no—continuó con gravedad;—si
+viene usted en primavera aquí me encontrará. Pienso permanecer hasta
+entonces. Quiero ver cómo florece el naranjo; volver a mis recuerdos de
+niña, la única memoria de mi pasado que me ha seguido a todas partes.
+Muchas veces he ido a Niza, gastando un dineral para ver florecer cuatro
+naranjos de mala muerte; ahora quiero embriagarme en la inundación de
+azahar de estos campos. Es el único deseo que me sostiene aquí... Estoy
+segura. Si vuelve usted para entonces, me encontrará y nos veremos por
+última vez, porque después irremisiblemente levanto el vuelo, aunque
+llore y rabie la pobre tía... Por ahora estoy bien aquí. ¡Qué cansada me
+encuentro! Esto es una cama después de un largo viaje. Sólo un gran
+suceso me obligaría a saltar.</p>
+
+<p>Se vieron aún muchas tardes en el jardín, saturado de olor de las
+naranjas maduras. El inmenso valle azuleaba bajo el sol de invierno; las
+naranjas, asomaban sus caras de fuego entre las hojas, como ofreciendo a
+las manos laboriosas que las arrancaban de las ramas. En los caminos
+chirriaban los ejes de los carros balanceando sobre los baches sus
+montones de dorados frutos; sonaban en los grandes almacenes los
+cánticos de las muchachas encargadas de escoger y empapelar las
+naranjas; retumbaban los martillos sobre los cajones de madera, y en
+oleadas de tráfico salían hacia Francia e Inglaterra las hijas del
+Mediodía, aquellas cápsulas de piel de oro, repletas de dulce jugo que
+parecía miel del sol.</p>
+
+<p>Leonora, de pie junto a un viejo naranjo, volviendo la espalda a Rafael,
+buscaba entre las apretadas ramas, empinándose sobre las puntas de los
+pies, balanceando las arrogantes y graciosas curvas de su robustez
+esbelta.</p>
+
+<p>—Mañana me voy—dijo el joven con desaliento.</p>
+
+<p>Leonora se volvió. Había cogido una naranja y abría su piel con las
+sonrosadas y largas uñas.</p>
+
+<p>—¿Mañana?—dijo sonriente.—Todo llega por fin... Que tenga usted
+grandes éxitos, señor diputado.</p>
+
+<p>Y acercando a su boca el perfumado fruto, clavaba en la dorada carne sus
+dientes blancos y brillantes. Cerraba los ojos con delicia, como
+embriagada por la tibia dulzura del jugo. Crujían los gajos entre sus
+dientes, y el líquido de color de ámbar rezumaba, cayendo a gotas por la
+comisura de los labios carnosos y rojos.</p>
+
+<p>Rafael estaba pálido y tembloroso como si le agitase un propósito
+criminal.</p>
+
+<p>—¡Leonora! ¡Leonora!... ¿Y he de marcharme así?</p>
+
+<p>Le enloquecía aquella boca impregnada de miel, y de repente,
+disparándose en él la pasión contenida y sujeta por el miedo, se
+abalanzó sobre la artista, la agarró las manos y buscó ávido sus labios,
+como si pretendiera beber el zumo que se deslizaba hasta la redonda
+barbilla.</p>
+
+<p>—¡Eh! ¿Qué es esto, Rafael?... ¿Qué atrevimientos se permite usted?</p>
+
+<p>Y con sólo un impulso de sus soberbios brazos envió al tembloroso joven
+contra el naranjo, haciéndole vacilar sobre sus pies. Quedó el joven
+cabizbajo y como avergonzado.</p>
+
+<p>—Ya ve usted que soy fuerte—dijo Leonora con voz algo temblona por la
+ira.—Nada de juegos o saldrá usted perdiendo.</p>
+
+<p>Después de una larga pausa, Leonora pareció reponerse de aquella
+impresión y acabó riendo ante el aspecto avergonzado del joven.</p>
+
+<p>—¡Pero qué niño este!... ¿Es manera de despedirse de los amigos la que
+usted usa?... Tonto, fatuo; ¡cuán poco me conoce usted! Querer tomarme a
+mí por la fuerza, ¡a mí! la mujer inexpugnable cuando no quiero, por
+quien se han muerto los hombres, sin poder conseguir ni un beso en la
+mano. Márchese usted mañana, Rafael. Seremos amigos... Pero por si hemos
+de volver a vernos no olvide usted lo que le digo. Acabemos de una vez
+con todas estas tonterías. No se fatigue; yo no puedo ser suya. Estoy
+cansada de los hombres; tal vez los odio. Yo he conocido a los más
+hermosos, a los más elegantes, a los más ilustres. He sido hasta reina;
+reina de la mano izquierda, como dicen los franceses, pero tan dueña de
+la situación, que a haber querido meterme en tales vulgaridades,
+hubiese cambiado ministerios y trastornado países. Hombres famosos en
+Europa por su elegancia y sus locuras, han caído a mis pies y los he
+tratado como chiquillos. Me han envidiado y odiado las damas más
+célebres, copiando mis trajes y mis gestos. Y cuando cansada de este
+Carnaval brillante le he dicho ¡adiós! para venir a esta soledad como a
+un convento, ¡había de entregarme a un señorito de pueblo, capaz
+únicamente de entusiasmar a las lugareñas!... ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!...</p>
+
+<p>Y reía con una risa cruel, con carcajadas incisivas y sardónicas que
+parecían penetrar en las carnes de Rafael, estremeciéndole con su
+frialdad. El joven bajaba la cabeza; agitábase su pecho con un penoso
+estertor, como si le ahogase el llanto al no encontrar salida en aquel
+cuerpo varonil. La emoción de Rafael, abrumado por aquella crueldad,
+enterneció a Leonora, haciéndola cambiar de tono.</p>
+
+<p>Se aproximó al joven, casi se pegó a él, y agarrándole la barba con sus
+finas manos, le obligo a levantar la cabeza.</p>
+
+<p>—¡Ay! ¡Cuán mala soy! ¡Qué cosas le he dicho a este pobre niño! A ver,
+levante usted la cabeza; míreme de frente; diga que me perdona... ¡Esta
+maldita manía de no callarme nada! Le he ofendido... no diga usted que
+no le he ofendido; pero no haga usted caso; lo que he dicho sólo son
+tonterías. ¡Qué modo de agradecer lo que usted hizo por mí aquella
+noche!... No: ¡pero si usted es muy guapo... y muy distinguido... y hará
+usted una gran carrera política!... Será usted un personaje y se casará
+en Madrid con una muchacha elegantísima. Se lo aseguro... Pero hijo; en
+mí no piense usted; seremos amigos, nada más que amigos... ¿Pero llora
+usted? Vamos... béseme la mano, se lo permito... como en aquella noche:
+así. Yo sólo podría ser de usted por el amor, pero ¡ay! nunca llegaré a
+enamorarme del atrevido Rafaelito. Soy vieja ya: en fuerza de gastar el
+corazón, creo que no le tengo... ¡Ay, pobrecito bebé mío! Lo siento
+mucho... pero ha llegado usted tarde.</p>
+
+
+
+<div class='chapter'><h2><a id="SEGUNDA_PARTE"></a>SEGUNDA PARTE</h2></div>
+
+<p class="c"><b>———</b></p>
+
+
+<h3><a id="Ib"></a>I</h3>
+
+
+<p>En la plazoleta que formaban frente a la casa azul los altos y tupidos
+rosales, erguíanse cuatro palmeras que, abandonadas muchos años, dejaban
+colgar las secas ramas como miembros muertos debajo de las palmas
+nuevas, arrogantes y rumorosas. Hundidos en el follaje de los rosales, a
+la entrada de la plazoleta, había dos bancos antiguos de mampostería,
+blanqueados con cal, con el asiento y el respaldo de viejos azulejos
+valencianos de una transparencia aterciopelada, en la que resaltaban los
+floreados arabescos, los caprichos multicolores de una fabricación
+heredada de los árabes.</p>
+
+<p>Eran bancos con la elegancia de líneas de un sofá del pasado siglo,
+frescos y de saludable dureza, en los que gustaba sentarse Leonora por
+las tardes, cuando las palmeras extendían su sombra en la plazoleta.</p>
+
+<p>En uno de ellos leía la sencilla doña Pepita la historia del santo del
+día, ayudada por unas antiguas gafas con montura de plata. Beppa la
+doncella, escuchábala atenta para comprender todas las palabras, con
+una admiración respetuosa de muchacha de la campiña romana familiarizada
+con la devoción desde sus primeros años.</p>
+
+<p>En el otro banco estaban Leonora y Rafael. La artista, con la cabeza
+baja, seguía el movimiento de sus manos, ocupadas en la confección de
+una de esas labores que sólo sirven para pasar más fácilmente el tiempo
+engañando la atención.</p>
+
+<p>Rafael la encontraba cambiada por los meses de ausencia. Vestía con
+sencillez, como una señorita de la ciudad; su cara y sus manos, tan
+blancas antes, habían tomado con la continua caricia, del sol una
+transparencia dorada de trigo maduro; los dedos mostrábanse en toda su
+esbeltez libres de sortijas, y en el lóbulo sonrosado de las orejas, los
+sutiles agujeros no soportaban el peso como otras veces de la gruesa
+masa de brillantes.</p>
+
+<p>—Estoy hecha una campesina, ¿verdad?—dijo como si leyera en los ojos
+de Rafael el asombro por aquel cambio.—La vida del campo obra estos
+milagros: un día un adorno, mañana otro, va una despojándose de todo lo
+que antes era como una parte del cuerpo. Me siento mejor así... ¿Creerá
+usted que hasta tengo abandonado mi tocador y allí se pierden cuantos
+perfumes traje? Agua fresca, mucha agua... eso es lo que me gusta. ¡Cuán
+lejos está ya aquella Leonora que había de pintarse todas las noches
+como un payaso para mostrarse al público! Míreme usted bien: ¿cómo me
+encuentra? ¿No es verdad que parezco una de sus <i>vasallas?</i> De seguro
+que si salgo esta mañana a darle vivas en la estación, no me reconoce
+entre los grupos.</p>
+
+<p>Rafael intentó decir que la encontraba más hermosa que antes, y así lo
+creía de buena fe. La veía más cerca de su persona: era como si
+descendiese de su altura para aproximarse a él. Pero Leonora, adivinando
+sus palabras y queriendo evitarlas, se apresuró a seguir hablando.</p>
+
+<p>—No diga usted que le gusto más así. ¡Qué disparate! ¡ahora que viene
+usted de Madrid, de ver un mundo que no conocía!... Pero en fin; a mí me
+gusta esta sencillez y lo que me importa es agradarme a mí misma. Ha
+sido una transformación lenta, pero irresistible: el campo me ha
+saturado con su calma; se me ha subido a la cabeza como una embriaguez
+mansa y dulce, y duermo y duermo, siguiendo esta vida animal, monótona y
+sin emociones, deseando no despertar nunca. ¡Ay Rafaelito! Como no
+ocurra algo extraordinario y el diablo tire de la manta, me parece que
+aquí me quedo para siempre. Pienso en el mundo como un marino piensa en
+el mar cuando se ve en su casa; después de un viaje de continuos
+temporales.</p>
+
+<p>—Sí, quédese usted—dijo Rafael.—No puede usted figurarse el miedo que
+he pasado en Madrid, pensando si la encontraría o no al volver.</p>
+
+<p>—No mienta usted—dijo sonriendo Leonora dulcemente con cierta
+expresión de gratitud.—¿Cree usted que por aquí no nos hemos enterado
+de lo que hacía en Madrid? Usted que nunca tuvo grandes relaciones de
+amistad con el bueno de Cupido, le ha escrito con frecuencia contándole
+tonterías; todo para al final, como posdata importantísima, encargar
+saludos a la <i>ilustre artista</i>, tranquilizándose al recibir en la
+respuesta la noticia de que esa <i>ilustre artista</i> aún estaba aquí. ¡Poco
+que he reído leyendo esas cartitas!</p>
+
+<p>—Eso le demostrará a usted que yo no mentía el día que le aseguré
+cierta cosa. Le demostrará que no la he olvidado en Madrid. No, Leonora,
+no olvido. Esta ausencia ha agrandado más mi afecto.</p>
+
+<p>—Gracias, Rafael—dijo la artista con gravedad, como si en ella no
+fuese ya posible la ironía de otros tiempos.—Estoy convencida de ello,
+y me entristece, pues es inútil. Ya sabe usted que no puedo
+corresponderle... Hablemos de otra cosa.</p>
+
+<p>Y apresuradamente, queriendo desviar con su charla el curso de la
+conversación, que le parecía peligroso, comenzó a hablar de sus rústicos
+placeres.</p>
+
+<p>—Tengo un gallinero que es un encanto. ¡Si me viera usted por las
+mañanas rodeada de plumas y cacareos, arrojando el maíz a puñados,
+teniendo a raya a los gallos que se meten bajo mis faldas y me pican los
+pies! Me parece mentira que sea yo la misma de otros tiempos, que
+blandía la lanza e interpretaba, así regularmente, los ensueños de
+Wagner. Ya verá usted a mi gente. Tengo gallinas de una fecundidad
+asombrosa, y como un ratero, revuelvo todas las mañanas la paja para
+sorberme los huevos todavía calientes... El piano lo tengo olvidado.
+Hace más de una semana que no lo había abierto; pero esta tarde, no sé
+por qué, sentí el deseo de rozarme con los genios. Tenía sed de
+música... algo de los caprichos melancólicos de otros tiempos. Tal vez
+el presentimiento de que usted vendría: los recuerdos de aquellas tardes
+en que usted estaba arriba, sentadito e inmóvil como un bobo,
+escuchándome... Pero no vaya usted a creer, señor diputado, que todo es
+aquí juego con las gallinas y pereza campestre. Han entretenido mi
+soledad de este invierno cosas más serias. He hecho en la casa grandes
+obras. Un cuarto de baño que escandaliza a mi pobre tía y hace que le
+diga a Beppa que es pecado pensar tanto en las cosas del cuerpo. Aunque
+olvidadas mis antiguas costumbres, yo no podía pasar sin el baño; es el
+único lujo que conservo, y mandé venir de Valencia artesanos con
+mármoles y maderas finas para que arreglasen una preciosidad. Ya lo verá
+usted; cosa buena. Si algún día me da el arrechucho de huir y levanto el
+vuelo, ahí quedará eso para que mi pobre tía se indigne a cada instante
+viendo que su loca gastó tanto dinero en tonterías pecaminosas, como
+ella dice.</p>
+
+<p>Y reía mirando a la inocente doña Pepa, que allá en el otro banco
+explicaba por centésima, vez a la italiana, los portentosos milagros del
+patrón de Alcira, con el anhelo de que la extranjera pusiera su fe en el
+santo, dando de lado a todos los bienaventurados de su país.</p>
+
+<p>—No crea usted—continuó la artista—que yo le he olvidado en este
+tiempo. Soy su amiga y lo de usted me interesa. He sabido por Cupido,
+que de todo se entera, lo que usted hacía en Madrid. También he figurado
+entre sus admiradores. ¡Lo que puede la amistad!... Yo no sé qué será
+esto; pero tratándose del señor Brull, me trago las mayores mentiras,
+aun sabiendo que lo son. Cuando usted habló en el Congreso sobre eso del
+río, envié a Alcira a comprar el periódico y lo leí no sé cuántas veces,
+creyendo ciegamente cuanto allí decían en su honor. Yo he hablado con
+Gladstone en un concierto de la reina en Windsor; he conocido a hombres
+que llegaron por su palabra a presidentes de República; y no digamos de
+los políticos de España: a la mayoría de ellos los tuve como cadetes de
+mi <i>camerino</i>, una vez que canté en el Real. Y a pesar de esto, yo tomé
+en serio por unos días los elogios disparados con que le incensaban sus
+correligionarios. En mi imaginación aparecía usted al mismo nivel que
+todos esos señores solemnes y poderosos que he conocido. ¿Por qué será
+esto? Tal vez el aislamiento y la calma que agrandan las cosas; tal vez
+el ambiente de esta tierra, en la que es imposible vivir sin ser súbdito
+de Brull... ¿Si me iré enamorando de usted sin saberlo?</p>
+
+<p>Y volvía a reír con la risa regocijada y francamente burlona de otros
+tiempos. Le había recibido grave y sencilla, influida por el cambio que
+la soledad, la vida campestre y el deseo de descanso producían en ella.
+Pero al contacto de Rafael, al ver en sus ojos aquella expresión amorosa
+que ahora se marcaba con más atrevimiento, reaparecía la mujer de antes
+y reía con la misma carcajada irónica que penetraba como acero en las
+carnes del joven.</p>
+
+<p>—¿Y qué de extraño tendría eso?—preguntó audazmente Rafael, imitando
+la sonrisa burlona.</p>
+
+<p>—¿No podría ser que usted, compadecida de mí, acabase por amarme? ¿No
+se han visto cosas más imposibles?</p>
+
+<p>—No—dijo rotundamente Leonora.—No le amaré a usted nunca... Y si
+llegase a amarle—continuó en un tono dulce y casi maternal—se lo
+ocultaría piadosamente para evitar que usted se exaltara viéndose
+correspondido. Toda la tarde estoy evitando esta explicación. He hablado
+de mil cosas, me he enterado de su vida en Madrid hasta en detalles que
+nada me importan; todo para impedir que llegásemos a hablar de amor.
+Pero con usted es imposible; hay que abordar la materia más pronto o más
+tarde. Ya que usted lo quiere, sea... Yo no le amaré nunca; yo no debo
+amarle. Si le hubiera conocido lejos de aquí, aproximados por las
+circunstancias, como en aquella noche de la inundación, no digo que no.
+¿Pero aquí?... Serán escrúpulos de los que puede usted reírse, pero me
+parece que amándole, cometería un delito; algo así como si entrase en
+una casa y agradeciera la hospitalidad robando un objeto.</p>
+
+<p>—¿Pero qué disparates son esos?—exclamó Rafael.—¿Qué quiere usted
+decir?... Crea que no la entiendo.</p>
+
+<p>—Como usted vive aquí no se da cuenta del ambiente que le rodea.
+¡Amarse sólo por el amor! Eso puede ser en ese mundo del cual vengo;
+donde la gente no se escandaliza; donde la virtud es ancha y no pincha,
+y cada uno, por egoísmo, porque respetan sus debilidades, procura no
+censurar las ajenas. ¡Pero aquí!... Aquí el amor es un camino recto que
+forzosamente ha de conducir al matrimonio; y vamos a ver, ¿sería usted
+capaz de mentir asegurando que se casaría conmigo?...</p>
+
+<p>Miraba de frente al joven con sus grandes ojos verdes, luminosos y
+burlones, con tal franqueza, que Rafael inclinó la frente tartamudeando.</p>
+
+<p>—No se casaría usted, y haría muy bien. ¡Como que resultaría una
+solemne barbaridad! Yo no soy de las mujeres que sirven para eso. Muchos
+me lo han propuesto en mi vida, acreditándose con ello de imbéciles. Más
+de una vez me han ofrecido sus coronas de duque o de marqués, creyendo
+que con esto me aprisionaban, me podían conservar, cuando yo sintiendo
+fastidio pretendía levantar el vuelo. ¡Casada yo! ¡Qué disparate!...</p>
+
+<p>Reía como una loca con una risa que hacía daño a Rafael. Era una
+carcajada sardónica, de inmenso desprecio, que recordaba al joven la
+risa de Mefistófeles en su infernal serenata a Margarita.</p>
+
+<p>—Además—continuó Leonora serenándose,—usted no se da cuenta de lo que
+soy aquí. ¿Cree usted que ignoro lo que de mí se dice en la ciudad?...
+Me basta ver los ojos con que me contemplan las señoras las pocas veces
+que voy allá. Y también conozco lo que le ocurría a usted antes de ir a
+Madrid. Aquí se sabe todo, Rafaelito; el chismorreo de esa pobre gente
+es tan grande que llega hasta esta soledad. Conozco perfectamente el
+odio que la madre de usted me tiene y hasta he oído algo de disgustos
+domésticos, por si usted venía o no venía aquí. Si han de repetirse esas
+cosas tan enojosas, le ruego que no vuelva; seré siempre su amiga; pero
+no viéndonos, ganaremos usted y yo.</p>
+
+<p>Rafael se sentía avergonzado al ver que Leonora conocía sus secretos. Se
+creía en ridículo, y para salir del pasó afirmó con petulancia:</p>
+
+<p>—No crea usted tales cosas; son chismes de enemigos. Yo soy mayor de
+edad, y me figuro que sin miedo a mamá puedo ir donde mejor me parezca.</p>
+
+<p>—Sea así; siga viniendo, ya que tal es su gusto; pero no me negará
+usted que existe contra mí una hostilidad declarada. Y si yo llegase a
+amarle, ¡Dios mío! ¿qué dirían entonces de mí? Creerían que había venido
+únicamente para seducir a don Rafael, y ya ve usted cuán lejos estoy de
+ello. Con esto perdería la tranquilidad que tanto me gusta. Si ahora
+hablan contra mí ¡figúrese lo que sería entonces!... No: yo deseo
+permanecer quieta. Que me muerdan cuanto quieran pero que sea sin
+motivo; por pura envidia. Ya ve usted el caso que hago.</p>
+
+<p>Y mirando hacía el punto donde estaba la ciudad oculta tras las filas de
+naranjos, reía desdeñosamente.</p>
+
+<p>Volvía otra vez aquella franqueza regocijada, de la que se hacía ella la
+primera víctima, y continuó bajando el tono de voz con su acento
+confidencial y cariñoso:</p>
+
+<p>—Y luego, Rafaelito, usted no se ha fijado bien en mí. ¡Si soy casi una
+vieja!... Ya lo sé; no necesito su advertencia: tenemos la misma edad,
+pero la diferencia de sexo y de vida aumentan considerablemente la mía.
+Usted es hombre y casi comienza ahora a vivir. Yo voy desde los
+dieciséis años rodando por el mundo, de escenario en escenario, y este
+maldito carácter, este afán de no ocultar nada, de no mentir, ha
+contribuido a hacerme peor de lo que soy. Yo tengo en el mundo muchos
+enemigos que a estas horas se creerán felices con mi inexplicable
+desaparición. En nuestra vida de artistas es imposible avanzar un paso
+sin despertar el odio del camarada, la más implacable de las pasiones. Y
+¿sabe usted lo que han dicho de mí esas buenas gentes? Pues que soy una
+mujer galante más bien que una artista; una especie de <i>cocotte</i> que
+canta y se exhibe en el escenario como en un escaparate.</p>
+
+<p>—Eso es una infamia—dijo Rafael con arrogancia.—Quisiera que alguna
+vez lo dijesen delante de mí.</p>
+
+<p>—¡Bah! No sea usted niño. Será una infamia, pero no carece por completo
+de fundamento. He sido algo de eso que dicen; pero a los hombres les
+corresponde más culpa que a mí... He sido una loca sin freno en mis
+caprichos, dejándome tentar unas veces por el esplendor de la riqueza,
+otras por la hermosura o por el valor; huyendo tan pronto como me
+convencía de que no había de encontrar nada nuevo, sin importarme la
+desesperación de los hombres al ver su ensueño interrumpido. Y de toda
+esta carrera loca, desesperando a unos, enloqueciendo a otros,
+trastornando la vida en muchos puntos de Europa, he sacado una
+consecuencia: o eso que los poetas llaman amor no existe y es una
+invención agradabilísima, o yo no he nacido para amar y soy inmune,
+puesto que después de una vida tan agitada, cuando recopilo el pasado,
+reconozco que mi corazón no ha sentido de verdad... ni esto.</p>
+
+<p>Y hacía chasquear entre los dientes la uña sonrosada y aguda de su
+pulgar.</p>
+
+<p>—A usted se lo digo todo—continuó.—Después de su larga ausencia, en
+la que alguna vez me he acordado de usted, siento el deseo de que me
+conozca bien y para siempre. A ver si así vivimos tranquilos. Comprendo
+que ansíen confesarse esas buenas mujeres de los huertos, que van en
+busca del cura caminando bajo el sol o la lluvia. Esta tarde necesito yo
+decirlo todo. Tengo aquí dentro un diablillo que empuja y empuja para
+echar afuera todo mi pasado.</p>
+
+<p>—Pues hable usted. Si soy su confesor y merezco su confianza, algo voy
+adelantando.</p>
+
+<p>—¿Para qué quiere usted adelantar en mi corazón si está vacío? ¿Cree
+usted que haría una gran cosa conquistándome? ¡Si no valgo nada! No ría
+usted: no valgo nada. Aquí en esta soledad, puedo examinarme
+detenidamente y lo reconozco: nada. ¿El físico?... sí: confieso que no
+soy fea, y aunque lo negase con ridícula modestia, ahí está mi historia,
+para probar que he gustado mucho. Pero ¡ay, Rafaelito! eso es el
+exterior, la fachada, y con unos cuantos inviernos que lluevan sobre
+ella quedará despintada y llena de grietas. Pero interiormente créame
+usted, soy una ruina. Con tantas fiestas y alborotos los tabiques se
+caen, los pisos se bambolean. He corrido muy aprisa; me he quemado las
+alas por arrojarme de cabeza en la llama de la vida. ¿Sabe usted lo que
+soy? Una de esas barcas viejas, caídas en la playa, que vistas de lejos
+aún conservan el color de sus primeros viajes, pero que sólo piden el
+olvido para ir envejeciendo y pudriéndose sobre la arena. Y usted que
+empieza ahora, ¿se presenta pidiendo un puesto en la peligrosa carroña
+que al volver al oleaje perecería llevándoselo a fondo?... Rafael, amigo
+mío, no sea usted tonto. Yo soy buena para amiga; no puedo ser ya más...
+aun cuando le amase. Somos de diferente casta. Le he estudiado a usted y
+veo que es sensato, honrado y tímido. Yo soy de la casta de los locos,
+de los desequilibrados; me alisté para siempre bajo las banderas de la
+bohemia, y no puedo desertar. Cada uno por su camino. Usted encontrará
+fácilmente una mujer que le haga feliz... Cuanto más tonta, mejor...
+Usted ha nacido para padre de familia.</p>
+
+<p>Rafael creyó que se burlaba de él como otras veces. Pero no: su acento
+era sincero, su rostro no estaba contraído por la sonrisa irónica;
+hablaba con ternura, como amonestando a un hijo que sigue torcidos
+derroteros.</p>
+
+<p>—Sea usted como es. Si el mundo se compusiera de gente como yo
+resultaría imposible la vida. También tengo mis ratos en que quisiera
+transfigurarme, ser ave de corral como toda la gente que me rodea.
+Pensar en el dinero y en lo que comeré mañana, comprar tierras, discutir
+con los labriegos, estudiar los abonos, tener hijos que me preocupen con
+sus resfriados y los zapatos que rompen; no llevar mis aspiraciones
+mundanales más allá de vender bien la cosecha. Hay momentos en que
+quisiera ser gallina. ¡Qué bien! Un cercado de cañas por todo mundo, la
+comida al alcance del pico, y pasar horas y más horas al sol, inmóvil
+sobre una caña... ¿Se ríe usted? Pues esta vida he comenzado a ensayarla
+y me va muy bien. Voy todos los miércoles al mercado, compro pollos y
+huevos, discuto por gusto con las vendedoras para acabar dándolas lo que
+piden, convido en la chocolatería a las hortelanas de este contorno, y
+vuelvo a casa escoltada por todas ellas, que se admiran al oírme hablar
+con Beppa en un lenguaje extraño. ¡Si viera usted lo que me quieren!...
+En sus ojos leo el asombro al reconocer que la <i>señoreta</i> no es tan mala
+como dicen las de la ciudad. ¿Recuerda usted la pobre hortelana enferma
+que vimos en la ermita aquella tarde? Pues viene por aquí con frecuencia
+y siempre la doy algo. También esa me quiere... Todo esto es muy
+agradable, ¿verdad? Paz; cariño de los humildes; una anciana inocente,
+mi pobre tía, que parece haberse rejuvenecido teniéndome aquí. Sin
+embargo, cualquier día esta corteza rústica, formada por el sol y el
+aire de los huertos, se romperá en mil pedazos y volverá a aparecer la
+de siempre, la walkiria. ¡A caballo en seguida! ¡A galopar otra vez por
+el mundo, entre la tempestad de placeres, aclamada por el coro del deseo
+brutal!... Presiento que esto va a ocurrir. Hasta la primavera he jurado
+estar aquí y ya comienza a aletear sobre este suelo. Mire usted estos
+rosales; mire esos naranjos... ¡Ay! me da miedo la primavera; ha sido
+siempre para mí la estación fatal.</p>
+
+<p>Quedó pensativa algunos minutos. Doña Pepa y la italiana se habían
+metido en la casa. La buena vieja no podía pasar mucho tiempo lejos de
+la cocina.</p>
+
+<p>Leonora había dejado caer su labor sobre el banco y miraba a lo alto,
+marcándose la suave curva de su garganta en tensión. Parecía sumida en
+un éxtasis, como si pasase ante sus ojos la visión del pasado. De pronto
+se incorporó con un estremecimiento.</p>
+
+<p>—Creo que estoy enferma, Rafael. No sé qué tengo hoy. Tal vez la
+extrañeza de verle; de seguir esta conversación que evoca mi pasado
+después de tantos meses de calma... No hable usted; no diga nada, por
+favor. Usted tiene la rara habilidad, sin saberlo, de hacerme hablar, de
+recordarme lo que deseo tener olvidado... A ver, deme usted el brazo,
+paseemos por el jardín: esto me sentará bien.</p>
+
+<p>Se levantó Leonora apoyándose en el brazo de Rafael, y comenzaron a
+pasear por las ancha avenida que conducía a la plazoleta desde la verja
+de entrada. Al alejarse de la casa, por entre las tupidas copas de los
+naranjos, la artista sonrió maliciosamente, moviendo una mano en actitud
+de amenaza.</p>
+
+<p>—Confío en que usted habrá vuelto de su viaje más serio y respetuoso.
+Nada de juegos y atrevimientos, ¿eh? Ya sabe usted que soy fuerte y cómo
+las gasto.</p>
+
+
+
+<h3><a id="IIb"></a>II</h3>
+
+
+<p>Toda la noche la pasó Rafael despierto y revolviéndose en su cama.</p>
+
+<p>Los partidarios le habían obsequiado con una serenata hasta más de media
+noche. Los más notables se mostraban ofendidos por haber pasado toda la
+tarde en el casino esperando en vano al diputado. Este, apareció allí al
+anochecer, y después de estrechar de nuevo manos y contestar saludos
+como por la mañana, volvió a su casa sin atreverse a levantar la cabeza
+ante su madre.</p>
+
+<p>Tenía miedo a aquellos ojos iracundos, en los que podría leer
+seguramente el relato de cuanto había hecho por la tarde; pero al mismo
+tiempo abrigaba el propósito de desobedecer a su madre, oponiendo a su
+energía una resistencia glacial.</p>
+
+<p>Apenas terminó la serenata, se metió en su cuarto, huyendo de toda
+explicación con doña Bernarda.</p>
+
+<p>Hundido en la cama y apagada la luz, sentía una intensa voluptuosidad
+recordando todo lo ocurrido aquella tarde. El cansancio del viaje, la
+mala noche pasada en el vagón, no le daban sueño, y con los ojos
+abiertos en la obscuridad iba reconstituyendo lo que la artista le
+había contado a última hora paseando por el jardín. Era casi toda la
+historia de su vida, confesada en desorden, como impulsada por el ansia
+de descargar en alguien sus secretos, con lagunas y saltos que Rafael
+rellenaba haciendo esfuerzos de imaginación.</p>
+
+<p>Los recuerdos de su viaje por Italia volvían a él vivos y latentes, como
+refrescados por las revelaciones de Leonora.</p>
+
+<p>Veía en la densa obscuridad la Galería Víctor Manuel, de Milán, con su
+inmenso arco triunfal, boca gigantesca que parece querer tragarse la
+catedral; el Duomo, que se alza a pocos pasos, coronado por un bosque de
+estatuas y caladas agujas.</p>
+
+<p>La doble galería cortándose en forma de cruz, con sus muros cubiertos de
+columnas, perforados por cuatro filas de ventanas soportando la gran
+techumbre de cristales. Los pisos bajos, casi sin pared exterior, todos
+de cristal; escaparates de librerías y almacenes de música, vidrieras de
+cafés y cervecerías, tiendas de joyeros y sastres deslumbrantes de lujo.</p>
+
+<p>A un extremo el Duomo; al otro el monumento a Leonardo de Vinci, y el
+teatro famoso de la Scala: y en los cuatro brazos de la Galería, un
+continuo movimiento de gente, un incesante ir y venir de grupos que se
+confunden y se separan, de manos que se estrechan, de gritos que
+expresan la sorpresa del reconocimiento; cuádruple avalancha que afluye
+al centro de la cruz, a la replaza donde el café Biffi, conocido en
+todos los teatros del mundo, extiende sus filas de veladores de mármol.
+Los pasos suenan en las galerías como en un claustro inmenso, los gritos
+se confunden y la alta montera de cristales parece palpitar con el
+zumbido de las hormigas humanas que abajo se agitan día y noche.</p>
+
+<p>Allí está el mercado de los artistas; la lonja de la música, el banderín
+reclutador de voces. De allí salen para la gloria o para el hospital
+todos los que un día se tocaron la garganta, reconociendo que <i>tenían
+algo</i>, y arrojaron la aguja, la herramienta o la pluma, corriendo a
+Milán desde todos los extremos del mundo. Allí se reúnen para digerir
+los macarrones de la <i>trattoría</i> esperando que el mundo les haga
+justicia, sembrando de millones el camino de su vida, todos los reclutas
+infelices del arte: los que empiezan, y para entrar en la gloria buscan
+una contrata en cualquier teatrillo municipal del Milanesado y un suelto
+en el semanario de la localidad, enviándolo a su país para que amigos y
+parientes crean en sus grandes triunfos. Y mezclados con ellos,
+abrumándoles con la importancia de su pasado, los veteranos del arte,
+los que hicieron las delicias de una generación casi desaparecida:
+tenores con canas y dientes postizos; viejos fuertes y arrogantes que
+tosen y ahuecan la voz para hacer ver que aún conservan la sonoridad del
+barítono; gente que pone en movimiento sus ahorros, con esa tacañería
+italiana comparable únicamente a la codicia de los judíos y presta
+dinero o abre tienda después de haber arrastrado sedas y terciopelos
+sobre las tablas.</p>
+
+<p>Las dos docenas de eminencias universales que cantan en los primeros
+teatros del mundo, al pasar por la Galería despiertan el mismo rumor de
+admiración que los reyes cuando se dejan ver de sus súbditos. Los parias
+del arte, siempre en espera de contrata, saludan con veneración y hablan
+del castillo del lago de Como comprado por el gran tenor, de las
+deslumbrantes joyas de la eminente tiple, del modo gracioso con que se
+coloca el sombrero el aplaudido barítono, y en sus palabras de
+admiración hay un sabor de amargura contra el destino, un
+estremecimiento de envidia, la convicción de ser tan dignos como ellos
+de tales esplendores, la protesta contra la mala suerte a la que
+atribuyen su desgracia.</p>
+
+<p>La esperanza revolotea ante ellos, deslumbrándoles con el reflejo de sus
+escamas de oro, manteniéndoles en la miserable pasividad del hambriento
+que espera y confía sin saber ciertamente por donde llegarán la gloria y
+la riqueza. Y por entre estos grupos de juventud que se consume en la
+impotencia, destinada tal vez a morir de pie en la Galería, pasa con
+menudo y ligero paso el otro rebaño de la quimera; las muchachas que con
+el <i>spartito</i> bajo el brazo van a casa de los maestros; inglesitas
+rubias y flacuchas que quieren ser tiples ligeras; rusas regordetas y
+peliblancas que saludan con ademán de soprano dramática; españolas de
+atrevido mirar y valiente garbo que se preparan a ser sobre las tablas
+la cigarrera de Bizet, pájaros frívolos y sonoros que tienen el nido a
+muchos centenares de leguas y levantaron el vuelo deslumbrados por los
+espejuelos de la gloria.</p>
+
+<p>Al terminar la temporada de Carnaval, aparecen en la Galería los
+artistas que han pasado el invierno en los principales teatros del
+mundo. Llegan de Londres, de San Petersburgo, de Nueva York o de
+Melbourne en busca de nuevas contratas; han corrido el globo con la
+indiferencia del que tiene todo el mundo por casa; han pasado una semana
+en el tren o meses en el vapor, para volver a su rincón de la Galería,
+sin que el viaje les haya reformado, reanudando sus enredos,
+maledicencias y envidias, como si hubiesen salido de allí el día
+anterior. Se agrupan ante los grandes escaparates con aire desdeñoso,
+como príncipes que van de incógnito y no saben ocultar su elevado
+origen; hablan de las estruendosas ovaciones, tributadas por públicos
+exóticos; exhiben con satisfacción infantil, brillantes en los dedos y
+la corbata, insinúan con estudiada reserva los arrebatos de las grandes
+damas, que locas de amor querían seguirles a Milán; exageran las
+cantidades ganadas en su viaje y fruncen el ceño con altivez cuando
+algún camarada desgraciado les pide un refresco en el inmediato café
+Biffi.</p>
+
+<p>Y cuando llegan las nuevas contratas, los mercenarios ruiseñores
+levantan otra vez el vuelo, indiferentes, sin importarles dónde van; y
+de nuevo los trenes y los <i>steamers</i> los distribuyen por toda la tierra
+con sus ridiculeces y manías para recogerles meses después y devolverles
+a la Galería, su legítima casa, el escenario fijo en el cual han de
+arrastrar su vejez.</p>
+
+<p>Mientras tanto, los parias, los que nunca llegan, los bohemios de Milán,
+al quedar solos, se consuelan hablando mal de los compañeros famosos;
+mienten contratas que nadie les ha ofrecido, fingen una altivez
+irreductible con empresarios y compositores, para justificar su
+inacción; y con el filtro garibaldino en el cogote, enfundados en el
+ruso que casi barre el suelo, ruedan las mesas de Biffi desafiando la
+fría ventolera que sopla en el crucero de la Galería, hablan y hablan
+para distraer el hambre que les muerde las entrañas, y despreciando el
+trabajo vulgar de los que se ganan el pan con las manos, siguen
+impávidos en su miseria, satisfechos de su calidad de artistas, haciendo
+cara a la desgracia con una candidez y una fuerza de voluntad que
+conmueven, iluminados por la Esperanza, que les acompaña hasta el último
+instante para cerrarles los ojos.</p>
+
+<p>Rafael recordaba este mundo extraño, visto ligeramente en los pocos días
+que permaneció en Milán. Su acompañante, el canónigo, había encontrado
+allí un antiguo niño de coro de la catedral de Valencia, sin otra
+ocupación ahora que estar día y noche plantado en la Galería. Con él
+había conocido Brull la vida de aquellos jornaleros del arte, siempre de
+pie en el mercado, esperando el amo que no llega.</p>
+
+<p>Se imaginaba la adolescencia de Leonora en aquella gran ciudad, formando
+parte del innumerable rebaño de muchachas que trota graciosamente por
+las aceras con la partitura bajo el brazo o anima los estrechos
+callejones con sus trinos y gorgoritos al través de las ventanas.</p>
+
+<p>La veía pasando por la Galería al lado del doctor Moreno: ella rubia,
+flacucha, angulosa, con el desequilibrio de un exagerado crecimiento,
+mirando asombrada con sus ojazos verdes aquella ciudad fría y
+tumultuosa tan distinta de los cálidos huertos de su niñez; el padre,
+barbudo, cejijunto, enérgico, irritado todavía por el fracaso de sus
+adoradas creencias; un espantable ogro para los que no conocieran su
+sencillez casi infantil. Los dos marchaban como desterrados que habían
+encontrado un refugio en el arte; se agitaban en el vacío de aquella
+vida, entre maestros avaros que querían prolongar indefinidamente la
+enseñanza y artistas incapaces de hablar bien hasta de sí mismos.</p>
+
+<p>Vivían en un cuarto piso de la vía Pasarella, estrecha, sombría y de
+altas paredes, como las calles de la vieja Alcira; un callejón habitado
+por editores de música, agencias teatrales y artistas retirados. El
+portero era un antiguo cabo de coros; el principal estaba ocupado por
+una agencia donde de sol a sol no se hacía otra cosa que poner voces a
+prueba; los demás pisos los habitaban cantantes que al saltar de la cama
+comenzaban a hacer ejercicios de garganta conmoviendo la casa del tejado
+a la cueva como si fuese una caja de música. El doctor y su hija
+ocupaban dos habitaciones en casa de una antigua bailarina que había
+conseguido grandes triunfos amorosos en las principales cortes de
+Europa, y era ahora un esqueleto apergaminado, andando casi a tientas
+por los pasillos, entablando con las criadas disputas de avara matizadas
+con juramentos de carretero, sin otros vestigios de su pasado que los
+trajes de crujiente seda y los brillantes, esmeraldas y perlas que iban
+reemplazándose en sus orejas acartonadas.</p>
+
+<p>Quería a Leonora con el cariño del inválido por el recluta que entra en
+filas. Todos los días el doctor Moreno iba a un café de la Galería,
+donde encontraba una tertulia de viejos músicos que habían peleado a las
+órdenes de Garibaldi, y jóvenes que escribían libretos para la escena y
+artículos en los periódicos republicanos y socialistas. Aquel era su
+mundo: lo único que le hacía simpática su permanencia en Milán. Después
+de su aislamiento allá abajo en su patria, le parecía un paraíso aquel
+rincón del café lleno de humo, donde en trabajoso italiano, matizado de
+españolas interjecciones, podía hablar de Beethoven y del héroe de
+Marsala, y permanecía horas enteras en delicioso éxtasis, viendo a
+través de la densa atmósfera la camisa roja y las melenas rubias y
+canosas del gran <i>Giuseppe</i> mientras sus compañeros le relataban las
+hazañas del más novelesco de los caudillos.</p>
+
+<p>Cuando él estaba en el café, Leonora permanecía al cuidado de la
+patrona, y la niña tímida, encogida y como asombrada, pasaba las horas
+en el salón de la antigua bailarina, rodeada de las amigas de ésta,
+ruinas del pasado, adoraciones ardientes de grandes señores que hacía
+muchos años pudrían la tierra; brujas requemadas por el amor, que
+miraban a cada instante sus vistosas joyas, como temiendo ser robadas, y
+fumando cigarrillos contemplaban a <i>la pequeña</i>, discutiendo su
+hermosura, profetizándola que iría muy lejos si sabía vivir.</p>
+
+<p>—Tuve excelentes maestras—decía Leonora al recordar aquel período de
+su juventud.—Eran buenas en el fondo, pero con ellas nada quedaba por
+aprender. No recuerdo cuándo abrí los ojos. Creo que no he sido nunca
+inocente.</p>
+
+<p>Algunas noches la llevaba el doctor a su tertulia del café o a la
+galería alta de la Scala si algún músico le regalaba billetes. Así fue
+conociendo a los amigos de su padre; aquella bohemia en la que la música
+iba unida siempre a un ideal de revolución europea; mezcla confusa de
+artistas y conspiradores; viejos profesores calvos, miopes, con la
+espalda encorvada por toda una vida de inclinación ante el atril;
+jóvenes morenos de ojos de brasa con erizadas melenas y corbata roja,
+que hablaban de destruir la sociedad, haciéndola responsable de que su
+ópera no fuese admitida en la Scala o de que ningún gran maestro
+quisiera echar una mirada a sus dramas líricos. Uno de ellos llamó la
+atención de Leonora. Le contemplaba horas enteras hundida en el diván
+del café, casi oculta por los brazos, siempre en movimiento, de su
+padre. Era un joven extremadamente delgado y rubio. Su estrecha perilla
+y las finas melenas cubiertas por el desmesurado fieltro, recordaban a
+Leonora el Carlos I de Inglaterra, pintado por Van Dik, y visto por ella
+en las ilustraciones. En la reunión le llamaban el poeta, y según
+murmuraban, una gran artista retirada y vieja se encargaba de su
+manutención y entretenimiento, hasta que sus versos le hiciesen célebre.</p>
+
+<p>—Aquel fue mi primer amor—decía riendo Leonora, al recordar el pasado.</p>
+
+<p>Amor de niña, pasión de colegiala que nadie adivinó, pues aunque la hija
+del doctor pasaba las horas con sus ojos verdes y dorados puestos en el
+poeta, éste nunca se dio cuenta de la muda adoración, como si la
+protectora y vieja diva le abrumase hasta el punto de hacerle insensible
+para las demás mujeres.</p>
+
+<p>¡Cómo recordaba Leonora aquella época de estrechez y ensueños!... Poco a
+poco iban devorando la pequeña fortuna que al doctor le restaba allá
+abajo. Había que vivir y pagar a los maestros. Doña Pepa, apremiada por
+las cartas de su hermano, vendía campo tras campo; pero aun así en
+muchas ocasiones se retrasaba el envío de dinero, y en vez de comer en
+la <i>trattoría</i>, cerca de la Scala, entre alumnas de baile y artistas de
+reciente contrata, se quedaban en casa, y Leonora, olvidando sus
+partituras, cocinaba valerosamente, aprendiendo las misteriosas recetas
+de la vieja bailarina. Pasaban semanas enteras condenados a los
+macarrones y el arroz cargado de manteca que repugnaba al buen doctor:
+muchas veces había de fingirse éste enfermo para evitarse la visita al
+café; pero estas rachas de estrechez y miseria las aguantaban padre e
+hija en silencio, sosteniendo ante los amigos su condición de gentes que
+tenían en su país de qué vivir.</p>
+
+<p>Leonora se transformaba rápidamente. Había ya pasado el período del
+crecimiento, esa iniciación de la adolescencia, en la cual las facciones
+se remueven antes de adquirir su definitiva forma y los miembros se
+prolongan y adelgazan. Ya no era la muchacha zanquilarga, con
+movimientos de pilluela que parecían querer arrojar lejos las faldas.
+Sus ojos adquirían el brillo misterioso de la pubertad; los trajes
+parecían estrecharse con el impulso de las formas cada vez más llenas y
+redondeadas y las faldas bajaban hasta los pies, cubriendo algo distinto
+de aquellas tibias infantiles, secas y nerviosas, vistas tantas veces
+por la gente de la Galería.</p>
+
+<p>El <i>signor</i> Boldini, su maestro de canto, estaba admirado de la
+hermosura de su discípula. Era un antiguo tenor que había tenido su hora
+de éxito allá por los tiempos del Statuto, cuando Víctor Manuel era
+todavía rey del Piamonte y los austríacos gobernaban Milán. Convencido
+de que no podría alzar más el vuelo, se había tendido en el surco,
+dejando pasar a los que venían detrás, y se dedicó a explotar su
+experiencia escénica como maestro de numerosas muchachas a las que
+manoseaba bondadoso y paternal. Su blanca barbilla de chivo viejo
+estremecíase de entusiasmo al acariciar aquellas gargantas vírgenes que,
+según él, le pertenecían. «¡Todo por el arte!» Y esta divisa de su vida
+le hacía simpático al doctor Moreno.</p>
+
+<p>—Ese Boldini quiere a mi Leonora como a una hija—decía el médico cada
+vez que el maestro elogiaba la belleza y el talento de su discípula,
+profetizándola triunfos inmensos.</p>
+
+<p>Y Leonora seguía sus lecciones acariciada por las manos ardorosas y
+húmedas del viejo cantante, permaneciendo horas enteras a solas con él,
+gracias a la inmensa confianza del doctor, hasta que una tarde, en mitad
+de una romanza, el tembloroso sátiro que todo lo hacía por el arte, cayó
+sobre ella. Fue una escena odiosa: el maestro, haciendo valer su derecho
+feudal, cobrándose a viva fuerza las primicias de la iniciación en el
+mundo del teatro. Y entre lágrimas y desesperados gritos, que nadie
+podía oír, la muchacha conoció las torturas del amor, sin placer alguno,
+con una profunda impresión de asco, pareciéndole el más horrible de los
+tormentos aquel acto misterioso vagamente adivinado en sus curiosidades
+de joven educada en un ambiente libre de escrúpulos.</p>
+
+<p>Calló por miedo a su padre, temiendo su explosión de cólera al ver
+engañada la ciega confianza que tenía en el maestro. Se sumió en una
+pasividad de bestia resignada y siguió acudiendo todos los días a casa
+de Boldini, sufriendo aquellas lecciones que se interrumpían con
+acometidas de valetudinario ardoroso o pegajosos halagos de refinada
+corrupción.</p>
+
+<p>La pobre Leonora entró en el vicio por la puerta grande. De un golpe se
+sumergió en todas las vilezas aprendidas por aquel vejestorio en su
+larga carrera por <i>camerinos</i> y bastidores. Boldini hubiera querido
+conservar eternamente a su discípula; nunca la encontraba
+suficientemente preparada para hacer su <i>debut</i>. Pero de allá abajo,
+apenas si venía dinero. La pobre doña Pepa, vendido ya todo lo de su
+hermano y gran parte de lo suyo, sólo a costa de penosos ahorros podía
+enviarle cantidades insignificantes. El doctor, valiéndose de sus
+amistades con directores errantes y empresarios de aventura, <i>lanzó</i> a
+su hija, y Leonora comenzó a cantar en los teatrillos municipales de los
+pueblos del Milanesado, en las representaciones por dos o tres noches
+organizadas con motivo de las ferias. Eran compañías formadas en la
+Galería, al azar, la víspera misma de la función; tropas como las
+antiguas de la legua que partían casi a la ventura, en vagón de tercera,
+con la terrible perspectiva de volver a pie, si no vigilaban al
+empresario, pronto siempre a escapar con los fondos.</p>
+
+<p>Leonora comenzó a oír aplausos, a repetir romanzas ante un público
+endomingado, de propietarios rurales y señoras cargadas de sortijas y
+cadenas falsas, y sonrió por primera vez como mujer, al recibir ramos y
+sonetos de los tenientes de las pequeñas guarniciones. En todas sus
+correrías la seguía el tirano, el maestro, que enloquecido por una
+pasión que tal vez era la última, abandonaba sus lecciones para salir a
+su encuentro. ¡Todo por el arte! Quería gozarse en la contemplación de
+su obra, presenciar los triunfos de su discípula. Y apenas el padre,
+agradecido por tanto afecto, se separaba un poco, caía sobre ella
+imponiéndola su esclavitud.</p>
+
+<p>Por fin salió de aquella bohemia artística, cantando en Padua todo un
+invierno. Allí conoció al tenor Salvatti, un gran señor que trataba
+desdeñosamente a los compañeros y era tolerado por el público en
+consideración a su pasado.</p>
+
+<p>Por su figura arrogante había triunfado muchos años sobre la escena. En
+torno de su cabeza retocada por la tintura y el colorete, parecía flotar
+con un nimbo aquella leyenda de triunfos galantes que evocaba su nombre.
+Las grandes damas disputándosele con sorda guerra; una reina
+escandalizando a sus súbditos con su ciega pasión por él; dos divas
+eminentes vendiendo sus diamantes por conservarle fiel en fuerza de
+regalos. La envidia de los compañeros exageraba prodigiosamente esta
+leyenda, y Salvatti, cansado, pobre, conservando de su pasado una
+belleza fatigada y ademanes de gran señor, vivía de los públicos de
+provincia que le aplaudían bondadosamente, con la misma satisfacción de
+amor propio que si socorrieran a un príncipe destronado.</p>
+
+<p>Leonora, al cantar frente a aquel hombre famoso, al agarrar en pleno dúo
+aquellas manos que habían besado las reinas del arte, sentíase
+profundamente turbada. Era el mundo soñado en su cuartito de Milán, las
+grandezas aristocráticas que llegaban hasta ella en el ambiente
+fuertemente perfumado que envolvía a Salvatti. Este no tardó en
+comprender la impresión que causaba en aquella joven que prometía ser
+una belleza y con su frialdad de amante egoísta se propuso sacar partido
+de la <i>pequeña</i>. ¿Fue el amor lo que empujó a Leonora hacia los brazos
+de Salvatti? La artista, cuando examinaba su pasado, protestaba
+enérgicamente. No era amor; Salvatti era incapaz de inspirar una pasión
+verdadera. Su egoísmo, su corrupción moral se revelaban en seguida. Era
+un entretenido, capaz únicamente de explotar a las mujeres. Pero fue una
+alucinación que la cegó, que la hizo sentir en los primeros días la
+dulce turbación, el voluptuoso abandono de un amor verdadero. Fue la
+esclava del arruinado tenor, voluntariamente, como lo había sido por
+miedo del maestro. Y tanto llegó a dominarla el imperioso amante, tal
+embriaguez produjo en su naturaleza sensual aquel primer amor, que
+obedeciendo a Salvatti, se fugó con él al terminar la temporada,
+abandonando a su padre.</p>
+
+<p>Este era el hecho más terrible de su vida. Ella, tan valerosa con el
+pasado, que no se arrepentía de nada, parpadeaba conteniendo las
+lágrimas al recordar tal locura.</p>
+
+<p>Era mentira lo que contaba la gente sobre el fin de su padre. El pobre
+doctor Moreno no se había suicidado. Tenía demasiada altivez para
+revelar, dándose la muerte, el inmenso dolor que le había causado
+aquella ingratitud.</p>
+
+<p>—No me hable usted de ella—dijo con fiereza a su patrona de Milán
+cuando intentó hablarle de Leonora.—Yo no tengo hija: fue una
+equivocación.</p>
+
+<p>Ocultándose de Salvatti, que al verse en decadencia era terriblemente
+avaro, Leonora envió a su padre algunos centenares de francos desde
+Londres y desde Nápoles. El doctor devolvió los cheques a su procedencia
+sin añadir una palabra, a pesar de hallarse en la miseria. Entonces
+Leonora envió todos los meses algún dinero a la vieja bailarina,
+encargándola que no abandonase a su padre.</p>
+
+<p>Bien necesitaba el pobre de cuidados. La patrona y sus viejas amigas
+lamentaban el estado del <i>povero signor espagnuolo</i>. Pasaba los días
+como un maniático, encerrado en su cuarto, el violoncello entre las
+rodillas, leyendo a Beethoven, su único pariente—según él decía,—el
+que jamás le había engañado. Cuando la vieja Isabella, cansada de oírle,
+le empujaba a la calle con pretexto de velar por su salud, vagaba como
+un espectro por la Galería, saludado de lejos por los antiguos amigos
+que huían del contagio de su negra tristeza, y temían las explosiones de
+furor con que acogía las noticias de su hija.</p>
+
+<p>¡Qué modo de hacer carrera! Las viejas carroñas reunidas en el saloncito
+de la bailarina, comentaban con admiración los adelantos de la pequeña y
+hasta se indignaban un poco contra el padre, por no aceptar las cosas
+tales como eran. Aquel Salvatti era el apoyo que necesitaba; un piloto,
+experto conocedor del mundo, que la dirigía sin tropezar en escollos ni
+perder bordada.</p>
+
+<p>Había organizado sabiamente una <i>reclame</i> universal en torno de su joven
+compañera. La belleza de Leonora y su entusiasmo artístico conquistaban
+los públicos. Tenía contratas en los primeros teatros de Europa, y
+aunque la crítica encontrara defectos, el respeto a la hermosura se
+encargaba de olvidarlos, exaltando a la joven artista. Salvatti,
+amparado de aquel prestigio que cuidaba religiosamente, se sostenía como
+artista. Despedíase de la vida a la sombra de aquella mujer, la última
+que había creído en él y que toleraba su explotación.</p>
+
+<p>Aplaudida por públicos famosos, cortejada en su <i>camerino</i> por grandes
+señores, Leonora comenzaba a encontrar intolerable la tiranía de
+Salvatti. Lo veía tal como era; avaro, petulante, habituado a que le
+prestasen adoración; arrebatándole (para ocultarlo Dios sabe dónde)
+cuanto dinero llegaba a sus manos. Deseosa de vengarse y seducida al
+mismo tiempo por el esplendor de aquel mundo elegante con el que se
+rozaba sin penetrar en él, tuvo aventuras y engañó muchas veces a
+Salvatti, experimentando con ello un diabólico placer. Pero no; después
+de transcurridos los años, al examinar el pasado con la frialdad de la
+experiencia, comprendía los hechos. La engañada era ella. Recordaba la
+facilidad con que se alejaba Salvatti, en el momento oportuno; la rara
+casualidad con que se combinaban los sucesos para facilitar sus
+infidelidades; comprendía que aquel hombre era un rufián que
+cautelosamente preparaba sus aventuras con hombres poderosos presentados
+por él mismo, para sacar provechos que quedaban en el misterio. Después
+se mostraba cruel y susceptible durante muchos días; era su amor propio
+de antiguo buen mozo perseguido por las mujeres, que se sentía
+lastimado: la rabia de traicionarse a sí mismo para ahorrar una pequeña
+fortuna; y buscaba cualquier pretexto para armar querella a su amante,
+promoviendo escenas borrascosas en las que la abofeteaba, jurando como
+en su juventud cuando descargaba las barcazas del Tíber.</p>
+
+<p>A los tres años de esta vida, estando Leonora en todo el esplendor de su
+belleza, fue en Niza la mujer de moda una primavera completa. Los
+periódicos de París, en sus crónicas del gran mundo, hablaron de la
+pasión de un anciano rey, un monarca democrático que abandonando su
+estado partía en <i>villegiatura</i> para la Costa Azul, como un fabricante
+de Londres o un bolsista de París. Leonora sentíase intimidada por aquel
+señor alto, robusto, de barba patriarcal—el tipo de los reyes
+bondadosos de las leyendas,—que orgulloso de mostrar cierto verdor a
+sus años, no temía presentarse en público con la hermosa artista.</p>
+
+<p>Aquello pasó, dejando como rastro en Leonora una marca de distinción,
+algo de ese vago ambiente que tienen los objetos hermosos cuando se sabe
+que han sido usados por personajes históricos. Todo el rebaño masculino
+que con la flor en el ojal y el monóculo hundido en la ceja bailaba y
+aventuraba luises en la ruleta, desde Niza a Monte Carlo, la miraba con
+avidez y respeto, como un caballo de raza que acabase de ganar el Gran
+Premio en las carreras.</p>
+
+<p>—¡Ah! ¡La Brunna!—decían con entusiasmo.</p>
+
+<p>—La querida del rey Ernesto... una gran artista.</p>
+
+<p>E intentaban abrirse paso hasta ella, entre el tropel de adoradores que
+continuamente la asediaban bajo la mirada inteligente y voraz de
+Salvatti.</p>
+
+<p>Por entonces murió su padre en un hospital de Milán. Un final
+tristísimo, según le explicaba en sus cartas la antigua bailarina. ¿De
+qué había muerto?... Isabella no sabía explicarlo. Cada médico había
+dicho una cosa; pero la bailarina resumía claramente su pensamiento: el
+<i>povero signor espagnuolo</i> había muerto porque estaba cansado de vivir.
+Un desplome general de aquel cuerpo fuerte y poderoso, en el que
+influían con ímpetu irresistible los afectos morales. Estaba casi ciego
+al entrar en el hospital; parecía idiota, sumido en inquebrantable
+silencio; Isabella no podía conservarle en su casa, por su estado de
+inconsciencia. Pero lo raro fue que al aproximarse la muerte, reapareció
+de un golpe en su memoria todo el pasado, y los enfermeros le oyeron
+gemir noches enteras, murmurando en español, con una tenacidad de
+maniático:—¡Leonora! ¡pequeña mía!, ¿dónde estás?...</p>
+
+<p>Lloró la artista oculta en su hotel más de una semana, con gran enfado
+de Salvatti, que no gustaba de la desesperación dolorosa porque agostaba
+la hermosura.</p>
+
+<p>¡Sola!... Con su locura había causado la muerte de su padre; ya sólo le
+quedaba en el mundo aquella buena tía que vegetaba lejos como una planta
+sin más vida que la devoción. Miró a Salvatti con odio. El la había
+inducido a abandonar a su padre, turbándola con una embriaguez
+voluptuosa. Sintió el deseo de vengarse, de recobrar su libertad, y
+abandonando a Salvatti, huyó con el conde Selivestroff, un ruso de
+varonil belleza, rico y capitán de la Guardia Imperial.</p>
+
+<p>Su suerte estaba echada; pasaría de brazo en brazo. Su vida era el canto
+y dejarse adorar por los hombres. Sería en su lecho como en la escena:
+de todos y de ninguno.</p>
+
+<p>Aquel Apolo rubio, de músculos duros y blancos como el mármol, de ojos
+grises, bondadosos y acariciadores, la amaba de veras.</p>
+
+<p>Leonora, recorriendo el pasado, confesaba que Selivestroff había sido su
+mejor amante. Se enroscaba a sus pies sumiso y adorador, como Hércules
+ante Ariadna, acariciándola las rodillas con su hermosa barba de oro. Se
+acercaba todos los días con timidez, cual si la viese por vez primera y
+temiese ser rechazado; la besaba con adoración y recogimiento como una
+joya frágil que pudiera romperse bajo sus caricias.</p>
+
+<p>¡Pobre Selivestroff! Era el único amante cuyo recuerdo conmovía a
+Leonora. Habían vivido un año en su castillo, en plena campiña rusa con
+la fastuosidad del boyardo, paseando su amor fresco, insaciable y sin
+cesar renovado, por entre los embrutecidos mujiks que contemplaban a
+aquella mujer hermosa, envuelta en pieles blancas y azules, con la misma
+devoción que si fuese una virgen despegada del fondo dorado del <i>icona</i>.</p>
+
+<p>Pero Leonora no podía vivir lejos de la escena; las grandes damas huían
+de ella en el campo, y Leonora quería que la aplaudiesen y festejasen.
+Decidió a Selivestroff a trasladarse a San Petersburgo y cantó en la
+ópera todo un invierno, como una gran señora, convertida en artista por
+entusiasmo.</p>
+
+<p>Volvió a ser la mujer de moda. La juventud rusa, todos aquellos
+aristócratas que tenían grados en la Guardia Imperial o altos puestos en
+la administración, hablaban con entusiasmo de la hermosa española y
+envidiaban a Selivestroff. El conde recordaba con melancolía la soledad
+de su castillo, guardadora de tantos recuerdos amorosos. En el bullicio
+de la capital volvíase huraño, receloso y triste por la necesidad de
+defender su amor. Adivinaba el asedio oculto de los innumerables
+adoradores de Leonora.</p>
+
+<p>Una mañana saltó la artista de su lecho para ver al conde tendido en un
+diván, pálido, con la camisa ensangrentada, rodeado de varios señores
+vestidos de negro, que acababan de bajarle de un carruaje. Un duelo al
+amanecer y una bala en el pecho. La noche anterior, a la salida del
+teatro, el conde había subido un momento a su círculo. Algunas palabras
+cogidas al vuelo sobre Leonora y él; rompimiento con un amigo; bofetadas
+y el encuentro concertado a toda prisa, esperando la primera luz del día
+para cruzar las balas.</p>
+
+<p>Selivestroff murió sonriendo entre los brazos de su amante, buscando por
+última vez con su boca sanguinolenta aquellas manos de nácar delicadas y
+fuertes. Leonora lloró como una viuda, le fue odiosa la tierra donde
+había sido feliz con el primer hombre amado, y abandonando gran parte de
+las riquezas que le había cedido el conde, se lanzó en el mundo,
+corriendo los principales teatros, en su fiebre de aventuras y viajes.</p>
+
+<p>Tenía entonces veintitrés años y se consideraba vieja. ¡Cómo había
+cambiado!... ¿Amores? Al recordar aquel período de su historia, Leonora
+sentía un estremecimiento de pudor, un remordimiento de vergüenza. Era
+una loca que paseaba la tierra como una bandera de escándalo, prodigando
+su hermosura, ebria de poder, haciendo el regio regalo de su cuerpo a
+cuantos la interesaban un instante.</p>
+
+<p>Daba el cuerpo, como sobre las tablas daba la voz, con el desprecio de
+quien está seguro de su fuerza indestructible. Era en su lecho como en
+la escena; de todos y de ninguno, y al quedarse a solas con sus
+pensamientos, comprendía que algo se ocultaba en ella, todavía virgen:
+algo que se replegaba con vergüenza al sentir los estremecimientos y
+apetitos monstruosos de la envoltura, y tal vez estaba destinado a morir
+sin nacer, como esas flores que se secan dentro del capullo. No podía
+recordar los nombres de los que la habían amado en aquella época de
+locura. ¡Eran tantos los arrastrados por su ruidoso revuelo al través
+del mundo! Volvió a Rusia y fue expulsada por el Czar en vista de sus
+escándalos públicos con un Gran Duque, quien loco de rabia amorosa,
+quería casarse con ella, comprometiendo el prestigio de la familia
+imperial. En Roma se desnudó ante un joven escultor de escaso renombre,
+al que había hecho el regalo de una noche, apiadada de su muda
+admiración. Le dio su cuerpo para modelo de una Venus y ella mismo lo
+hizo público, buscando que el escándalo mundano diese celebridad a la
+obra y a su autor. Encontró a Salvatti en Génova, retirado de la escena,
+dedicado a comerciar con sus ahorros. Le recibió con amable sonrisa,
+almorzó con él, tratándole como a un camarada, y a los postres, cuando
+le vio ebrio, enarboló un látigo y vengó su antigua servidumbre, los
+golpes recibidos en la época de timidez y encogimiento, con una
+ferocidad encarnizada que manchó de sangre su habitación y atrajo la
+policía al hotel. Un escándalo más y su nombre en los tribunales,
+mientras ella, fugitiva y orgullosa de su hazaña, cantaba en los Estados
+Unidos, aclamada locamente por el público americano que admiraba a la
+amazona más aún que a la artista.</p>
+
+<p>Allí conoció a Hans Keller, el famoso director de orquesta, el discípulo
+de Wagner. El maestro alemán fue su segundo amor. Con el cabello duro y
+rojizo, sus gruesas gafas y el enorme mostacho cayendo a ambos lados de
+la boca y encuadrando la mandíbula, no era ciertamente hermoso como
+Selivestroff, pero tenía la magia irresistible del arte. Después de
+oprimir entre sus brazos los músculos del Apolo ruso, blancos y fuertes,
+necesitaba quemarse en la llama inmortal que tiembla sobre la frente del
+Arte, y adoró al músico famoso. Ella, tan solicitada, descendió por
+primera vez de su altura para buscar al hombre, y con sus insinuaciones
+amorosas turbó la plácida calma de aquel artista, embebido en el culto
+del sublime maestro.</p>
+
+<p>Hans Keller, al ver la sonrisa que caía como un rayo de sol sobre sus
+partituras, las cerró, dejándose arrastrar por el amor.</p>
+
+<p>La vida de Leonora con el maestro fue un rompimiento absoluto con el
+pasado. Quería amar y ser amada, que su vida se deslizase en el misterio
+y se avergonzaba de sus aventuras. Turbaba con su pasión al músico y se
+sentía a su vez conmovida y transfigurada por el ambiente de fervor
+artístico que rodeaba al ilustre discípulo de Wagner.</p>
+
+<p>Las revelaciones de él, del Maestro, como decía con unción Hans Keller,
+fulguraban ante los ojos de la cantante, como el relámpago que
+transformó a Pablo en el camino de Damasco. Ahora veía claro. La música
+no era un medio para deleitar a las muchedumbres, luciendo la hermosura
+y llevando por todo el mundo una vida de <i>cocotte</i> célebre; era una
+religión, la misteriosa fuerza que relaciona el infinito interior con la
+inmensidad que nos rodea. Sentía la misma unción que la pecadora que
+despierta arrepentida y en su fervor religioso no duda en hundirse en el
+claustro. Era Magdalena, tocada en medio de una vida de frivolidades
+galantes y de locos escándalos por la sublimidad mística del arte y se
+arrojaba a los pies de Él, del Maestro soberano, como el más victorioso
+de los hombres, señor del sublime misterio que turba las almas.</p>
+
+<p>La imagen del gran muerto parecía presenciar todos los arrebatos de
+aquel amor, mezcla de pasión carnal y misticismo artístico: sus ojos
+azules, sumidos en la inmensidad, atravesaban los muros de la casita de
+los alrededores de Munich, donde se arrullaban pensando en él, el
+discípulo y la entusiasta devota.</p>
+
+<p>—Háblame de Él—decía Leonora frotando su cabeza en el duro pecho del
+músico alemán, con el dulce abandono de la pasión saciada.—¡Cuánto
+daría por haberle conocido como tú!... Todavía le vi en Venecia: eran
+sus últimos días... estaba moribundo.</p>
+
+<p>Y evocaba aquel encuentro, uno de sus recuerdos más firmes y bien
+delineados. La caída de la tarde animando con reflejos de ópalo las
+aguas obscuras del Gran Canal, una góndola pasando junto a la suya en
+dirección contraria, y en ella unos ojos azules, imperiosos, brillantes,
+unos ojos de esos que no pueden confundirse, que son ventanas tras cuyos
+vidrios fulgura el fuego divino del escogido, del semidiós y que
+parecieron envolverla en un relámpago de luz cerúlea. Era él, se sentía
+enfermo, iba a morir. Su corazón estaba herido, traspasado tal vez por
+misteriosas melodías, cómo esos corazones de virgen que sangran en los
+altares erizados de espadas.</p>
+
+<p>Leonora le vio más pequeño de lo que realmente era; encogido y
+quebrantado por el dolor, inclinando su enorme cabeza de genio sobre el
+pecho de su esposa Cósima. Le veía aún como si le tuviera delante. Se
+había quitado el negro fieltro para sentir mejor el fresco de la tarde,
+que agitaba sus lacios cabellos grises. De una mirada abarcó Leonora su
+frente espaciosa y abombada, que parecía pesar sobre todo su cuerpo como
+un cofre de marfil cargado de misteriosas riquezas; los ojos glaucos e
+imperiosos brillando con la frialdad azul del acero bajo el pabellón de
+las pobladas cejas, y la nariz arrogante, fuerte como el pico de un ave
+de combate, buscando por encima de la hundida boca la mandíbula sensual
+y robusta encuadrada por una barba gris que corría por el cuello
+arrugado y de tirantes tendones. Fue una rápida aparición, pero le vio,
+y su figura dolorida y pequeña, encorvada por la vejez y la enfermedad,
+quedó en su memoria como esos paisajes entrevistos a la luz de un
+relámpago. Le vio cuando llegaba a Venecia para morir en el silencio de
+los canales, en aquella calma únicamente turbada por el golpe del remo,
+donde muchos años antes había creído perecer mientras escribía su
+<i>Tristán</i>, el himno a la muerte, pura y libertadora. Le vio casi tendido
+en la negra barca, y el choque del agua contra el mármol de los palacios
+resonó en su imaginación como las trompas plañideras y espeluznantes del
+entierro de Sigfrido, y le pareció contemplar al héroe de la Poesía
+marchando al Walhalla de la inmortalidad y la gloria, sobre un escudo de
+ébano, inerte como el joven héroe de la leyenda germánica: seguido por
+el lamento de la humanidad, pobre prisionera de la vida que busca
+ansiosa un agujero, un resquicio por donde penetre el rayo de belleza
+que alegra y conforta.</p>
+
+<p>Y la cantante, enternecida por el recuerdo, contemplaba con ojos
+lacrimosos la ancha boina de terciopelo negro, un mechón de cabellos
+grises, dos plumas de acero gastadas y corroídas, todos los recuerdos
+del maestro, guardados piadosamente en una vitrina por Hans Keller.</p>
+
+<p>—Tú que le conociste, dime cómo vivía. Cuéntamelo todo: háblame del
+poeta... del héroe.</p>
+
+<p>Y el músico, no menos conmovido, evocaba sus recuerdos sobre Wagner. Lo
+describía tal como le había visto en su época de salud, pequeño,
+estrechamente envuelto en su paletó; de fuerte y pesada osamenta a pesar
+de su delgadez; inquieto como una mujer nerviosa, vibrante como un
+paquete de resortes y con una sonrisa amarga, contrayendo sus labios
+sutiles y sin color. Después venían sus <i>genialidades</i>, sus caprichos
+que habían constituido una leyenda. Su traje de trabajo, de satín de oro
+con botones que eran flores de perlas; su apasionado amor por los
+suntuosos colores, las telas que se extendían como olas de luz en su
+gabinete de trabajo, los terciopelos y las sedas con reflejos de
+incendio desparramados sobre los muebles y las mesas sin ninguna
+utilidad, sin otro fin que su belleza, para animarle los ojos con el
+acicate de sus matices. Y las ropas del maestro, todas las brillantes
+estofas de esplendor oriental, impregnadas de esencia de rosa; frascos
+enteros derramados al azar, saturado el ambiente de un perfume de jardín
+fabuloso, capaz de marear al más fuerte y que excitaba al monstruo en
+su lucha con lo desconocido.</p>
+
+<p>Y Hans Keller describía después al hombre, siempre inquieto, estremecido
+por misteriosas ráfagas, incapaz de sentarse como no fuese ante el piano
+o la mesa de comer; recibiendo de pie a los visitantes, yendo y viniendo
+por su salón, con las manos agitadas por nerviosa incertidumbre,
+cambiando de sitio los sillones, desordenando las sillas, buscando una
+tabaquera o unos lentes que no encontraba nunca; removiendo sus
+bolsillos y martirizando su boina de terciopelo, tan pronto caída sobre
+un ojo como empujada hacia el extremo opuesto y que acababa por arrojar
+a lo alto con gritos de alegría o estrujaba entre sus dedos crispados
+por el ardor de una discusión.</p>
+
+<p>El músico cerraba los ojos, creyendo escuchar aún en el silencio la voz
+cascada e imperiosa del maestro. ¡Oh! ¿dónde estaba? ¿Desde qué estrella
+seguía atentamente esa inmensa melodía de los astros, cuyos ecos sólo
+podía percibir su oído? Y Hans Keller, para ahogar su emoción, se
+sentaba al piano mientras Leonora, sugestionada, se aproximaba a él,
+rígida como una estatua, y con las manos perdidas en la áspera cabellera
+del músico, cantaba un fragmento de la inmortal Tetralogía.</p>
+
+<p>La adoración al gran muerto la convertía en una mujer nueva. Adoraba a
+Keller como un reflejo perdido de aquel astro apagado para siempre;
+sentía la necesidad de humillarse, la dulzura del sacrificio como el
+devoto que se prosterna ante el sacerdote, no viendo en él al hombre,
+sino al elegido de la divinidad. Quería arrodillarse ante sus plantas
+para que la pisara, para que hiciese alfombra de sus encantos: quería
+servir como una esclava a aquel amante que era el depositario del
+pensamiento de Él, y parecía agigantado por tal tesoro.</p>
+
+<p>Cuidábale con exquisitas dulzuras de sierva enamorada; le seguía en sus
+excursiones a Leipzig, a Ginebra, a París, en primavera, época de los
+grandes conciertos; y ella, la famosa artista, permanecía entre
+bastidores sin sentir la nostalgia de los aplausos, aguardando el
+momento en que Hans, sudoroso y fatigado, abandonaba la batuta entre las
+aclamaciones de la muchedumbre wagneriana, para enjugarle la frente con
+una caricia casi filial.</p>
+
+<p>Y así corrían media Europa, propagando la luz del maestro; ella,
+obscurecida voluntariamente, como una de aquellas patricias que,
+vestidas de esclavas, seguían a los apóstoles ansiosas por los progresos
+de la buena nueva.</p>
+
+<p>El maestro alemán se dejaba adorar; recibía todas las caricias del
+entusiasmo y del amor con la distracción de un artista que, preocupado
+con los sonidos, acaba por odiar las palabras. Enseñaba su idioma a
+Leonora para que algún día pudiese cantar en Bayreuth, realizando su más
+ferviente deseo, y la infundía el pensamiento que había guiado al
+maestro al trazar sus principales protagonistas.</p>
+
+<p>Por esto cuando Leonora se presentó sobre las tablas un invierno con el
+alado casco de walkiria, tremolando la lanza de virgen belicosa,
+prodújose aquella explosión de entusiasmo que había de seguirla en toda
+su carrera. El mismo Hans se estremeció en su sillón de director,
+admirando la facilidad con que su amante había sabido asimilarse el
+espíritu del maestro.</p>
+
+<p>—¡Si Él te oyese!—decía con convicción—tengo la certeza de que se
+mostraría satisfecho. Y así corrieron el mundo los dos. En primavera
+contemplándole ella desde lejos, con la batuta en la mano, haciendo
+surgir alada y victoriosa la gloria del maestro de las masas de
+instrumentación que se ocultaban en la bávara colina de Bayreuth, en el
+foso llamado el <i>Abismo Místico</i>. En invierno era él quien se
+entusiasmaba escuchando unas veces su <i>¡hojotoho!</i> fiero de walkiria que
+teme al austero padre Wotan; viéndola otras despertar entre las llamas,
+ante el animoso Sigfrido, héroe que no teme nada en el mundo, y se
+estremece ante la primera mirada de amor.</p>
+
+<p>Pero las pasiones de artista son iguales a las flores por su intenso
+perfume y su corta duración. El rudo maestro alemán era un ser infantil,
+voluble y tornadizo, pronto a palmotear ante un nuevo juguete. Leonora,
+consultando su pasado, se reconocía capaz de haber llegado hasta la
+vejez sumisa a él, obediente a todos sus caprichos y nerviosidades. Pero
+un día Keller la abandonó como ella había abandonado a otros; se fue
+arrastrado por el marchito encanto de una contralto tísica y lánguida,
+que tenía el enfermizo perfume, la malsana delicadeza de una flor de
+estufa. Leonora, loca de amor y de despecho, le persiguió, fue a llamar
+a su puerta como una criada, sintió una amarga voluptuosidad viéndose
+por primera vez despreciada y desconocida, hasta que una reacción de
+carácter hizo renacer en ella su antigua altivez.</p>
+
+<p>Se acabó el amor. ¡Adiós a los artistas! Gente muy interesante, pero
+nada quería ya con ellos. Eran preferibles los hombres vulgares que
+había conocido en otros tiempos; y cuanto más imbéciles, mejor. No
+volvería a enamorarse.</p>
+
+<p>Y cansada, perdidas las ilusiones, volvió a lanzarse en el mundo. La
+molestaba aquella leyenda galante de sus tiempos de locura; la furia con
+que corrían hacia ella los hombres, ofreciéndola riquezas a cambio de
+una pasividad amorosa. La locura volvió a cogerla entre sus engranajes.
+Los hombres hablaban de matarse si ella resistía, como si su deber fuese
+entregarse al primero que apeteciese su cuerpo y la negativa resultase
+una traición. El melancólico Maquia se suicidó en Nápoles al verla
+insensible a sus tristes sonetos; en Viena se batieron por ella y murió
+uno de sus admiradores; un inglés excéntrico la seguía a todas partes,
+proyectando sobre su cabeza una sombra de árbol fatal y jurando matar a
+todo el que ella prefiriese... ¡Ya había bastante! Estaba cansada de
+aquella vida; sentía náuseas ante la voracidad varonil que le salía al
+paso en todas partes. Se veía quebrantada por la tempestad de pasión que
+desencadenaba su nombre.</p>
+
+<p>Quería sumergirse, desaparecer, descansar entregada a un sueño sin
+límites, y pensó como en un blando y misterioso lecho, en aquella tierra
+lejana de su infancia, donde estaba su único pariente, la tía devota y
+simple que la escribía dos veces por año, recomendándola que pusiera su
+alma en regla con Dios, para lo cual ya ayudaba ella con sus devociones.</p>
+
+<p>Creía también, sin saber por qué, que aquel regreso a la tierra natal
+amortiguaría el recuerdo doloroso de la ingratitud que había costado la
+vida a su padre. Cuidaría a la pobre vieja, alegraría con su presencia
+aquella vida monótona y gris que se había deslizado sin la más leve
+ondulación. Su voz y su cuerpo necesitaban reposo. Y bruscamente una
+noche, después de ser Isolda, por última vez ante el público de
+Florencia, dio la orden de partida a Beppa, la fiel y silenciosa
+compañera de su vida errante.</p>
+
+<p>A la tierra natal y ¡ojalá encontrara allí algo que la retuviera, no
+dejándola volver a un mundo tan agitado!</p>
+
+<p>Era la princesa de los cuentos que desea convertirse en pastora; y allí
+permanecía adormecida, a la sombra de sus naranjos, sacudida algunas
+veces por el recuerdo; queriendo gozar eternamente aquella calma,
+repeliendo con fiereza a Rafael, que intentaba despertarla como Sigfrido
+despierta a Brunilda atravesando el fuego.</p>
+
+<p>No: amigos nada más. No quería amor: ya sabía ella lo que era aquello.
+Además, llegaba tarde.</p>
+
+<p>Y Rafael revolvíase insomne en su cama, repasando en la obscuridad
+aquella historia cortada a trozos, con lagunas que rellenaba su
+adivinación. Sentíase empequeñecido, anonadado por los hombres que le
+habían precedido en la adoración a aquella mujer.</p>
+
+<p>Un rey, grandes artistas, paladines hermosos y aristocráticos como el
+conde ruso, potentados que disponían de grandes riquezas. ¡Y él, pobre
+provinciano, diputado obscuro, sometido como un chicuelo al despotismo
+de su madre y sin dinero casi para sus gastos, pretendía sucederles!</p>
+
+<p>Reía con amarga ironía de su propia audacia; comprendía el acento burlón
+de Leonora, la energía con que había repelido todos sus atrevimientos de
+zafio que intenta poseer una gran dama por la fuerza. Pero a pesar del
+desprecio que a sí mismo se inspiraba, faltábanle fuerzas para
+retirarse.</p>
+
+<p>Estaba cogido en la estela de seducción, en aquel torbellino de amor que
+seguía a la artista por todas partes, aprisionando a los hombres,
+arrojándoles al suelo quebrantados y sin voluntad, como siervos de la
+belleza.</p>
+
+
+
+<h3><a id="IIIb"></a>III</h3>
+
+
+<p>—Temprano nos vemos hoy: buenos días, Rafaelito... Madrugo por ver el
+mercado. De niña era para mí un acontecimiento la llegada del miércoles.
+¡Cuánta gente!</p>
+
+<p>Y Leonora, olvidada ya de las aglomeraciones de las grandes ciudades, se
+admiraba ante la confusión de gente que se agita en la plaza llamada del
+Prado, donde todos los miércoles se verificaba el gran mercado del
+distrito.</p>
+
+<p>Llegaban los labradores, con la faja abultada por los cartuchos de
+dinero, a comprar lo que necesitaban para toda la semana allá en su
+desierto, rodeado de naranjos; iban de un puesto a otro las hortelanas,
+elegantes y esbeltas cual campesinas de opereta, peinadas como
+señoritas, con faldas de batista clara que, al recogerse, dejaban al
+descubierto las medias finas y los zapatos ajustados. El rostro tostado
+y las manos duras era lo único que delataba la rusticidad de aquellas
+muchachas a quienes un cultivo riquísimo hacía vivir en la abundancia.</p>
+
+<p>A lo largo de las paredes cloqueaban las gallinas, atadas en racimos;
+amontonábanse las pirámides de huevos, de verduras y frutas y en las
+tiendas portátiles de los pañeros extendíanse las fajas de colores, las
+piezas de percal e indiana y el negro paño, eterno traje de todo
+ribereño. Fuera del Prado, los labriegos buscaban en Alborchí el mercado
+de los cerdos, o probaban caballerías en el <i>Hostal Gran</i>. Era la compra
+de todo lo necesario para la semana; el día destinado a los negocios; la
+llegada en masa de la población de los huertos, para pedir dinero a los
+prestamistas o devolvérselo con creces; repoblar el gallinero, comprar
+el cerdo, cuya creciente obesidad había de seguir con ansia la familia o
+adquirir a plazos el rocín, motivo de inquietud y de desesperado ahorro.</p>
+
+<p>La muchedumbre, oliendo a sudor y a tierra, agitábase en el mercado,
+bajo la luz de los primeros rayos del sol. Se abrazaban las hortelanas
+al encontrarse, y con la cesta en la cadera metíanse en la chocolatería
+a celebrar el encuentro; los labriegos formaban corro, y de vez en
+cuando iban a beber una copa de aguardiente dulce para tomar fuerzas. Y
+por entre medio de esta invasión rústica, pasaba la gente de la ciudad;
+los burguesillos de arregladas costumbres con una capa vieja y un enorme
+capazo, en el que metían las provisiones, después de regatearlas
+tenazmente; las señoritas que veían en el mercado de los miércoles algo
+extraordinario que alegraba la monotonía de su existencia; los
+desocupados que pasaban horas enteras de pie, junto al puesto de un
+vendedor amigo, curioseando lo que cada cual llevaba en su cesta,
+murmurando de la avaricia de unos y de la generosidad de otros.</p>
+
+<p>Rafael contemplaba con asombro a su amiga. ¡Qué guapa estaba!...
+¡Cualquiera podía adivinar en ella a la artista de inmenso renombre!</p>
+
+<p>Parecía una hortelana, vestida de fresco percal, como anunciando la
+primavera; al cuello un pañolito rojo y la rubia cabellera al
+descubierto, peinada con artístico descuido, anudada rápidamente sobre
+la nuca. Ni una joya, ni una flor. Su estatura y su elegancia era lo
+único que la hacía destacar sobre la muchedumbre. Y bajo la curiosa y
+ávida mirada de todo el mercado, Rafael sonreía frente a ella,
+admirándola fresca, sonrosada, con la viveza de la ablución matinal,
+esparciendo un perfume indefinible de carne sana y fuerte que embriagaba
+al joven.</p>
+
+<p>Hablaba riendo, como si quisiera cegar con el brillo de su dentadura a
+todos los papanatas que la contemplaban de lejos. Por todo el mercado
+extendíase un rumor de curiosidad, un zumbido de admiración y escándalo,
+al ver frente a frente, a la faz de toda la ciudad, hablando con sonrisa
+de buena amistad al diputado y la cantante.</p>
+
+<p>Los amigos de Rafael, los principales personajes del municipio que
+rondaban por el mercado, no podían ocultar su satisfacción. Hasta el
+último alguacil sentía cierto orgullo. «Hablaba con el <i>quefe</i>. Le
+sonreía». Era un honor para el partido que una mujer tan hermosa tratase
+amablemente a Don Rafael, aunque, bien considerado, merecía esto y algo
+más. Y aquellos hombres, que en presencia de sus esposas tenían buen
+cuidado de callarse cuando éstas hablaban con indignación de la
+extranjera, admirábanla con el fervor instintivo que inspira la belleza
+y envidiaban a su diputado.</p>
+
+<p>Las viejas hortelanas envolvían a los dos en una mirada cariñosa.
+«Formaban buena pareja; ¡qué matrimonio tan guapo podrían hacer!»</p>
+
+<p>Y las señoras fingían no verles al pasar por su lado; se alejaban
+torciendo la boca con un gesto de altivez, y al encontrarse con una
+amiga, decían con acento irónico: «¿Ha visto usted?... Ahí está esa
+echándole el anzuelo, delante de todos, al hijo de doña Bernarda».
+Aquello era escandaloso: las señoras decentes tendrían que quedarse en
+casa.</p>
+
+<p>Leonora, insensible a la curiosidad, sin reparar en los centenares de
+ojos fijos en ella, seguía hablando de sus asuntos. Beppa se había
+quedado con la tía, y ella con su hortelana y otra mujer, que aguardaban
+a pocos pasos con grandes cestas, había venido a comprar un sin fin de
+cosas, cuya enumeración la hacía reír. Ahora era persona formal; sí
+señor. Sabía el precio de lo que comía; podría indicar, céntimo por
+céntimo, el coste de su vida; creía haber retrocedido a aquella dura
+época de Milán, cuando con la partitura bajo el brazo, entraba en casa
+del especiero por los macarrones, la manteca o el café. ¡Cómo la
+divertía aquello!... Y no queriendo prolongar por más tiempo la
+expectación escandalizada de la gente que interpretaba sus sonrisas y su
+voluble charla del peor modo, dio su mano a Rafael despidiéndose. Se
+hacía tarde; si permanecía allí charlando, no encontraría nada; lo mejor
+del mercado se lo habrían llevado otros.</p>
+
+<p>—A la obligación: hasta la vista, Rafaelito.</p>
+
+<p>Y el joven la vio cómo se abría paso entre el gentío, seguida de las dos
+campesinas; como se detenía ante los puestos, acogida por una sonrisa
+amable de los vendedores cual parroquiana que no regateaba jamás; cómo
+se interrumpía en sus compras para acariciar los niños sucios y
+aulladores que las pobres mujeres llevaban al brazo, sacando de su cesta
+las mejores frutas para dárselas.</p>
+
+<p>La admiración de todo el mercado la seguía a través de los puestos.
+<i>¡Así, señoreta!</i> gritaban las vendedoras. <i>¡Vinga, doña Leonor!</i> decían
+otras llamándola por su nombre para demostrar mayor intimidad. Y ella
+sonreía, hablaba con todos familiarmente, echaba mano a cada instante al
+bolso de piel de Rusia que colgaba de su diestra y, como una nube de
+moscas, agitábanse en torno de ella, tullidos, ciegos y mancos, avisados
+de la generosidad de aquella señora que daba la calderilla a puñados.</p>
+
+<p>Rafael la seguía con la vista, acogiendo con forzosa sonrisa los
+cumplimientos de los notables que le felicitaban por su buena suerte. El
+alcalde—un hombre que, según decían los enemigos temblaba en presencia
+de su esposa—afirmaba con los ojos chispeantes, que por una mujer así
+era él capaz de hacer toda clase de locuras. Y todos unían su voz al
+coro de alabanzas envidiosas, considerando como hecho indiscutible que
+Rafael era el amante de la artista, mientras este sonreía con amargura
+recordando sus explicaciones con Leonora.</p>
+
+<p>Ya no la veía. Estaba en el otro extremo del mercado, oculta por el
+oleaje de cabezas. De vez en cuando distinguía por un instante su casco
+de oro por encima de las demás mujeres.</p>
+
+<p>Deseaba ir allá, pero no podía. Estaba a su lado don Matías, el
+afortunado exportador de naranja, aquel ricachón cuya hija Remedios
+pasaba el día junto a su madre como discípula sumisa.</p>
+
+<p>Aquel señor, de palabra pesada y tardo pensamiento, enmarañábale en su
+charla sobre el comercio de la naranja. Le daba consejos; un plan entero
+que había discurrido y le ofrecía para presentarlo al Congreso; medidas
+de protección para los exportadores de naranja. La riqueza de la ciudad;
+todos nadando en dinero: lo garantizaba él con la mano sobre el corazón.</p>
+
+<p>Y Rafael, con la vista perdida en el fondo del Prado, espiando las
+rápidas apariciones de la cabellera de oro para convencerse de que
+Leonora aún estaba allí, oía como en un sueño a aquel hombre que, según
+afirmaban los maliciosos, estaba destinado a ser su segundo padre. De
+todo el lento chorrear de palabras, sólo algunas llegaban hasta su
+cerebro, clavándose en él con la persistencia de la obsesión «Glasgow...
+Liverpool... necesarios nuevos mercados... abaratar las tarifas de
+ferrocarriles... los agentes ingleses son unos ladrones...»</p>
+
+<p>«Bueno, que los ahorquen», contestaba mentalmente Rafael. Y sin cesar de
+mostrar su asentimiento a lo que no oía, con movimientos afirmativos de
+cabeza, miraba allá abajo ansiosamente, temiendo que Leonora se hubiese
+marchado. Se tranquilizó al abrirse un claro en la muchedumbre y ver a
+la artista sentada en una silla que le había cedido una vendedora, con
+un niño sobre las rodillas, hablando con una mujercita pequeña,
+miserable, enfermiza, que a Rafael le pareció la hortelana que
+encontraron en la ermita.</p>
+
+<p>—¿Qué opina usted de mi plan?—preguntaba en aquel mismo instante don
+Matías.</p>
+
+<p>—Excelente; un plan grandioso, digno de usted que conoce a fondo la
+cuestión. Ya hablaremos detenidamente cuando vuelva a las Cortes.</p>
+
+<p>Y para evitar una segunda exposición de lo que no había oído, acariciaba
+al afortunado patán, daba palmaditas en su espalda de oso, asombrado
+como siempre de que la buena suerte hubiera escogido como amante a aquel
+hombre.</p>
+
+<p>Toda la ciudad le había conocido calzando alpargatas, cultivando como
+arrendatario un pequeño huerto. Su hijo, un mocetón casi imbécil, que
+aprovechaba el menor descuido para robarle y llevar en Valencia una vida
+alegre con toreros, jugadores y chalanes de caballos iba descalzo en
+aquella época, correteando por los caminos con los chicuelos de los
+gitanos acampados en el Alberchí; su hija, aquella Remedios tan modosita
+y tímida que se pasaba los días en complicadas labores de aguja bajo la
+dirección de doña Bernarda, se había criado como una bestezuela en el
+campo, repitiendo con escandalosa fidelidad las interjecciones de los
+carreteros, con los cuales bebía su padre.</p>
+
+<p>«Pero no hay como ser bruto para llegar a rico», según decía el barbero
+Cupido al hablar de don Matías.</p>
+
+<p>Poco a poco fue lanzándose en la exportación de la naranja a Inglaterra.
+Compró a crédito las primeras partidas y comenzó a soplar para él la
+racha de loca suerte que todavía duraba. Su fortuna fue cosa de pocos
+años. Donde los más poderosos navíos, naufragaban, aquella barcaza ruda
+y pesada, navegando a la ventura del instinto, no sufría el menor
+perjuicio. Sus envíos llegaban siempre con prodigiosa oportunidad. La
+rica naranja de otros comerciantes, cuidadosamente escogida, llegaba a
+Liverpool o Londres cuando los mercados estaban atestados y bajaban los
+precios escandalosamente. El afortunado palurdo enviaba cualquier cosa,
+lo que le convenía por su baratura, y siempre se arreglaban las
+circunstancias de modo que encontraba el mercado vacío, los precios por
+las nubes, sin reparar en la calidad del género, y realizaba fabulosas
+ganancias. Se burlaba de las sabias combinaciones de todos aquellos
+exportadores que leían periódicos ingleses, recibían boletines y
+comparaban las cotizaciones de unos años con otros para hacer cálculos
+que daban por resultado salir del negocio con las manos en la cabeza. El
+no sabía ni quería saber nada; fiaba en su buena estrella. Cuando mejor
+le parecía, embarcaba el género en el puerto de Valencia, y, ¡allá va!
+Siempre se concertaban las cosas de modo que su naranja arribaba sin
+concurrencia y con precios altos. Más de una vez era el mar el que,
+causando averías al buque, retrasaba su llegaba y daba tiempo a que el
+mercado quedase limpio, colaborando de este modo en el buen éxito de la
+expedición.</p>
+
+<p>A los dos años vivía en la ciudad como un personaje y afirmaba riendo
+que «no se dejaría colgar» por ochenta mil duros. Después, siempre hacia
+arriba, su fortuna llegó a una altura loca. Las gentes, asombradas, se
+decían al oído con cierto respeto supersticioso los miles de duros que
+ganaba en limpio al final de cada campaña. Tenía en los alrededores de
+Alcira almacenes enormes como iglesias, donde ejércitos de muchachas
+empapelaban cantando las naranjas, y cuadrillas de carpinteros
+martilleaban día y noche en la blanca madera de las cajas de
+exportación. Compraba con un solo golpe de vista la cosecha de huertos
+enteros, sin equivocarse más allá de algunas arrobas. En cuanto al pago;
+la ciudad estaba orgullosa de su millonario. Ni en el Banco de España
+había la formalidad y la confianza que en su casa. Nada de empleados ni
+mesas; todo a la pata llana; pero ya se podían pedir miles de duros que,
+como él quisiera, no tenía más que meterse en su alcoba, y de
+misteriosos escondrijos sacaba cada fajo de billetes que metía miedo.</p>
+
+<p>Y este rústico afortunado, al verse rico, sin más mérito que el capricho
+de la suerte, se daba aires de inteligente con la petulancia que
+proporciona el dinero y acosaba a Rafael, a <i>su diputado</i>, con una
+reforma de tarifas de ferrocarril para esparcir la naranja por el
+interior de España. ¡Como si él hubiese necesitado de planes para
+hacerse rico!</p>
+
+<p>De su pasado miserable sólo quedaba en él un vestigio: el respeto a la
+casa de los Brulls. Trataba con cierta altanería a toda la ciudad, pero
+no podía ocultar el respeto que le inspiraba doña Bernarda, al cual iba
+unida una gran gratitud por la amabilidad con que le distinguía al verle
+rico y el interés que mostraba por su pequeña. Tenía muy presente al
+padre de Rafael, el hombre más eminente que había conocido en su vida y
+le parecía verle aún como cuando se detenía ante su casita de hortelano,
+sobre su enorme rocín y con aire de gran señor le ordenaba lo que debía
+hacer en las próximas elecciones. Sabía el mal estado en que aquel
+grande hombre había dejado sus negocios al morir, y más de una vez había
+dado dinero a doña Bernarda, orgulloso de que ésta en sus apuros le
+dispensase el honor de buscarle; pero para él la casa de los Brulls,
+pobre o rica, era siempre la casa de los amos, la cuna de aquella
+dinastía cuya autoridad no podía abatir poder alguno. Si él tenía
+dinero, los <i>otros</i> ¡ah! los otros tenían allá lejos, en Madrid,
+poderosas amistades; llegaban cuando querían hasta el trono; eran de los
+que tenían la sartén por el mango; y si en su presencia se murmuraba que
+la madre de Rafael pensaba en su hija para nuera, don Matías enrojecía
+de satisfacción y murmuraba modestamente:</p>
+
+<p>—No sé; creo que todo son habladurías. Mi Remedios sólo es una muchacha
+de pueblo y el diputado querrá una señorona de Madrid.</p>
+
+<p>Rafael hacía tiempo que conocía el designio de su madre. El no quería a
+aquella gente. El padre, a pesar de pegajosa afición a ofrecerle planes,
+le era simpático por el respeto que mostraba hacia su familia. La hija
+era un ser insignificante, sin otra belleza que la frescura de su
+juventud, morena, ocultando tras la mansedumbre servicial una
+inteligencia más obtusa que la del padre, sin otras manifestaciones que
+la devoción y los escrúpulos en que la habían educado.</p>
+
+<p>Aquella mañana pasó por dos veces junto a Rafael, seguida de una vieja
+sirvienta, con toda la gravedad de una huérfana que tiene que ocuparse
+del gobierno de su casa y hacer las veces de señora mayor. Apenas si le
+miró. La mansa sonrisa de futura sierva con que le saludaba otras veces
+había desaparecido. Estaba pálida y apretaba los labios descoloridos.
+Seguramente le había visto de lejos hablando y riendo con Leonora.
+Pronto sabría su madre el encuentro. Aquella muchacha parecía mirarle
+como cosa suya, y su gesto de mal humor era ya el de la esposa que se
+prepara para una escena, de celos a puerta cerrada.</p>
+
+<p>Como si le amagase un peligro se despidió de don Matías y sus amigos y
+evitando un nuevo encuentro con Remedios, salió del mercado.</p>
+
+<p>Leonora aún estaba allí. La esperaría en el camino del huerto; había que
+aprovechar la mañana.</p>
+
+<p>El campo parecía estremecerse bajo los primeros besos de la primavera.
+Cubríanse de hojas tiernas los esbeltos chopos que bordeaban el camino;
+en los huertos, los naranjos calentados por la nueva savia abrían sus
+brotes, preparándose a lanzar como una explosión de perfume la blanca
+flor del azahar; en los ribazos crecían entre enmarañadas cabelleras de
+hierba las primeras flores. Rafael se sentó al borde del camino,
+acariciado por la frescura del césped. ¡Qué bien olía aquello!</p>
+
+<p>La violeta, asustadiza y fragante, debía andar por allí cerca, oculta
+bajo las hojas. Sus manos buscaron a lo largo del ribazo las florecillas
+moradas, cuyo perfume hace soñar con estremecimientos de amor. Formaría
+un ramito para ofrecérselo a Leonora cuando pasase.</p>
+
+<p>Sentíase animado por una audacia que nunca había conocido y sus manos
+ardían de fiebre. Tal vez era la emoción que le producía su propio
+atrevimiento. Estaba resuelto a decidir su suerte aquella misma mañana.
+La fatuidad del hombre que se cree en ridículo y desea realzarse a los
+ojos de sus admiradores le excitaba, dándole una cínica audacia.</p>
+
+<p>¿Qué dirían sus amigos, que le envidiaban como amante de Leonora, al
+saber que ésta le trataba como un amigo insignificante, como un buen
+muchacho que la distraía en la soledad de su voluntario destierro?</p>
+
+<p>Unos cuantos besos en la mano, cuatro palabras agradables; algunas
+bromas crueles de camarada que tiene conciencia de su superioridad...
+todo esto había conseguido después de muchos meses de asidua corte, de
+resistir a su madre, viviendo en su casa como un extraño, sin cariño y
+bajo miradas de indignación; de entregarse por entero a la maledicencia
+de los enemigos que le suponían <i>liado</i> con la artista y hacían
+aspavientos en nombre de la moral.</p>
+
+<p>¡Cómo se burlarían, si conocieran la verdad, aquellos calaveras que en
+el Casino relataban sus aventuras amorosas teniendo siempre por prólogo
+el repentino empujón, la lucha, la posesión violenta a brazo partido al
+borde de una senda, bajo un naranjo o en el rincón más obscuro de una
+casa!</p>
+
+<p>Y Rafael, perturbado por el miedo a parecer ridículo, se decía que
+aquellos brutos estaban tal vez en lo cierto, que así se triunfaba, y
+que él sufría por su culpa, por contemplar a Leonora respetuosamente, de
+lejos, como un idólatra sumiso. ¡Cristo! ¿No era él el hombre y por
+tanto el más fuerte? Pues a hacer sentir la autoridad del sexo. Le
+gustaba y había de ser suya. Además, cuando ella le trataba con tanto
+cariño, seguramente le quería. Los escrúpulos eran lo único que les
+mantenía separados y él se encargaba de allanarlos violentamente en la
+primera ocasión propicia.</p>
+
+<p>Cuando acababa de surgir entera e imperiosa la brutal decisión entre las
+continuas fluctuaciones de su carácter débil e irresoluto, oyó voces en
+el camino, e incorporándose vio venir a Leonora seguida de las dos
+labriegas con el busto encorvado sobre las pesadas cestas.</p>
+
+<p>—¡También aquí!—exclamó la artista con una risa que hinchaba su
+garganta de suaves estremecimientos.—Usted es mi sombra. En el mercado,
+en el camino, en todas partes me sale al encuentro...</p>
+
+<p>Y tomó el ramito de violetas que le ofrecía el joven, aspirándolo con
+delicia.</p>
+
+<p>—Gracias, Rafael: son las primeras que veo este año. Ya está aquí mi
+fiel amiga, la primavera; usted me la trae, pero hace ya días que
+adivinaba su llegada. Estoy contenta, ¿no lo nota usted? Me parece que
+he sido durante el invierno un gusano de seda apelotonado en el capullo,
+y que ahora me salen alas y voy a volar por ese inmenso salón verde que
+exhala sus primeros perfumes. ¿No siente usted lo mismo?</p>
+
+<p>Rafael afirmaba con gravedad. También él sentía el hervor de la sangre,
+los pinchazos de la vida en todos sus poros.</p>
+
+<p>Y contemplaba con ojos extraviados aquella garganta desnuda, de
+tentadora nitidez, realzada por el rojo pañuelo; el pecho robusto, sobre
+cuya tersa morbidez descansaban sus violetas.</p>
+
+<p>Las dos hortelanas al ver a Rafael cambiaron una sonrisa maliciosa, un
+guiño significativo, y pasaron delante de la señora con el propósito
+marcado de no estorbarla con su presencia.</p>
+
+<p>—Sigan ustedes—dijo Leonora.—Nosotros iremos despacio hasta casa.</p>
+
+<p>Se alejaron las dos mujeres con vivo paso, hablando en voz baja. Leonora
+adivinaba la sonrisa de sus rostros invisibles.</p>
+
+<p>—¿Ha visto usted a esas?—dijo señalándolas con su cerrada
+sombrilla.—¿No se ha fijado usted en sus sonrisas y guiños al verle en
+el camino?... ¡Ay, Rafael! Usted está ciego y resulta terrible. Si yo
+tuviera que guardar mi fama, aviada estaba con un amigo como usted. ¡Qué
+cosas suponen por ahí!</p>
+
+<p>Y reía con una expresión de superioridad, considerándose muy por encima
+de cuanto pudieran decir las gentes de su amistad con Rafael.</p>
+
+<p>—En el mercado me hablan de usted todas las vendedoras como si esto
+fuese para mí el más irresistible de los halagos; aseguran que formamos
+una soberbia pareja. Mi hortelana aprovecha todas las ocasiones para
+decirme que es usted muy guapo. Dele usted las gracias... ¿Qué más?
+Hasta mi tía, mi pobre tía que vive en el Limbo, ha salido de él para
+decirme el otro día: «¿Sabes que Rafaelito viene mucho por aquí? ¿si
+querrá casarse contigo?» Ya ve usted; casarse ¡já! ¡já! ¡já! ¡casarse!
+La pobre señora no ve más que esto en el mundo.</p>
+
+<p>Y seguía arrojando a la cara de Rafael, sombrío por sus malos
+pensamientos, aquella risa franca y burlona que parecía el parloteo de
+un pájaro travieso satisfecho de su libertad.</p>
+
+<p>—¡Pero qué mala cara tiene usted hoy! ¿Está usted enfermo?... ¿Qué le
+pasa?</p>
+
+<p>Rafael aprovechó el momento. Estaba enfermo, sí; enfermo de amor.
+Comprendía que toda la ciudad hablase de ellos; él no podía ocultar sus
+sentimientos. ¡Si supiera lo que le costaba aquella adoración muda!
+Quería arrancar de su pensamiento la devoción por ella, y no podía.
+Necesitaba verla, oírla; sólo vivía para ella. ¿Leer? imposible. ¿Hablar
+con sus amigos? Todos le repugnaban. Su casa era una cueva en la que
+entraba con gran esfuerzo para comer y dormir. Salía de ella tan pronto
+como despertaba y abandonaba la ciudad, que le parecía una cárcel. Al
+campo; y en el campo la casa azul donde ella vivía. ¡Con qué
+impaciencia esperaba la llegada de la tarde, la hora en que por una
+tácita costumbre, que ninguno de los dos marcó, podía él entrar en el
+huerto y encontrarla en su banco bajo las palmeras!... No podía vivir
+así. La pobre gente le envidiaba al verle poderoso, diputado tan joven;
+y él quería ser... ¿a qué no lo adivinaba? ¡qué cosas tan absurdas! ¡que
+no se burlara Leonora! El daría cuanto era por ser aquel banco del
+jardín, abrumado dulcemente por su peso las tardes enteras; por
+convertirse en la labor que giraba entre sus dedos delicados; por
+transfigurarse en una de las personas que la rodeaban a todas horas, de
+aquella Beppa, por ejemplo, que la despertaba por las mañanas,
+inclinándose sobre su cabeza dormida, moviendo con su aliento la
+cabellera deshecha, esparcida como una ola de oro sobre la almohada y
+que secaba sus carnes de marfil a la salida del baño, deslizando sus
+manos por las curvas entrantes y salientes de su suave cuerpo. Siervo,
+animal, objeto inanimado, algo que estuviera en perpetuo contacto con su
+persona, eso ansiaba él: no verse obligado con la llegada de la noche a
+alejarse tras una interminable despedida prolongada con infantiles
+pretextos, al volver a la irritante vulgaridad de su vida, a la soledad
+de su cuarto, en cuyos rincones obscuros, como maléfica tentación, creía
+ver fijos en él unos ojos verdes.</p>
+
+<p>Leonora no reía. Abríanse desmesuradamente sus ojos moteados de oro;
+palpitaban de emoción las alillas de su nariz, y parecía conmovida por
+la sinceridad elocuente del joven.</p>
+
+<p>—¡Pobre Rafael! ¡Pobrecito mío!... ¿Y qué vamos a hacer?</p>
+
+<p>En el huerto, Rafael jamás se había atrevido a hablar con tanta
+franqueza. Le cohibía la proximidad de los allegados de Leonora; le
+intimidaba el aire superficial y burlón con que ella recibía sus
+visitas; la ironía con que le desconcertaba apenas apuntaba él una frase
+de amor. Pero allí, en medio del camino, era otra cosa; se sentía libre,
+quería vaciar su corazón. ¡Qué tormentos! Todos los días iba hacia la
+casa azul trémulo de esperanza, agitado por la ilusión. «Tal vez sea
+hoy», se decía. Y le temblaban las piernas, y la saliva parecía
+solidificarse en su garganta, ahogándole. Y horas más tarde, al
+anochecer, la vuelta desesperada al hogar, marchando desalentado a la
+luz de las estrellas, haciendo <i>eses</i> en el camino como si estuviera
+ebrio, sintiendo que las lágrimas le escarabajeaban en los párpados,
+queriendo morir, como el que necesita pasar adelante y se rompe los
+puños contra un muro inmenso de bloques de hielo. ¿No se fijaba en él?
+¿no veía los inmensos esfuerzos que hacía para agradarla?... Ignorante,
+humilde, reconociendo la inmensa diferencia que separaba a ambos por su
+distinta vida, ¡qué de esfuerzos para llegar a su altura; por colocarse
+al nivel de aquellos hombres que la habían poseído por unos días o por
+años enteros! Ella debía haberlo notado. Si le hablaba del conde ruso,
+modelo de elegancia, al día siguiente Rafael, con gran asombro de los de
+su casa, sacaba su mejor ropa, y sudando bajo el sol, oprimido por el
+alto cuello, emprendía aquel camino que era su calle de Amargura,
+andando como una señorita para que el polvo no amortiguase el brillo de
+sus botas. Si el músico alemán cruzaba por el recuerdo de Leonora, él
+repasaba sus libros, y afectando el exterior descuidado de aquellos
+artistas vistos en las novelas, llegaba allá con el propósito de hablar
+del inmortal maestro, de Wagner, al que apenas conocía, pero al que
+adoraba como a una persona de su familia... ¡Dios mío! Todo esto
+resultaba ridículo, bien lo sabía él; mejor era presentarse sin disfraz,
+con toda su pequeñez. Reconocía que era imposible aquella lucha para
+igualarse con los mil fantasmas que llenaban la memoria de Leonora;
+¡pero qué no haría él por despertar aquel corazón por ser amado un
+momento, un día nada más, y después morir!</p>
+
+<p>Y había tal sinceridad en esta confesión de amor, que Leonora, cada vez
+más conmovida, se aproximaba a él, caminaba pegada a su cuerpo sin darse
+cuenta y sonreía levemente, repitiendo su frase, mezcla de afecto
+maternal y de lástima.</p>
+
+<p>—¡Pobre Rafael!... ¡Pobrecito mío!</p>
+
+<p>Habían llegado a la verja que daba entrada al huerto. La avenida estaba
+desierta. En la plazoleta, frente a la cerrada casa, correteaban las
+gallinas.</p>
+
+<p>Rafael, abrumado por el esfuerzo de aquella confesión, en la que daba
+curso a las angustias y ensueños de muchos meses, se apoyó en el tronco
+de un viejo naranjo. Leonora estaba frente a él escuchándole con la
+cabeza baja, rayando el suelo con la contera de su roja sombrilla.</p>
+
+<p>Morir, sí; él había leído esto muchas veces en las novelas sin poder
+contener una sonrisa. Ahora ya no reía. Había pensado algunas noches, en
+la turbación del delirio, terminar aquel amor de un modo trágico. La
+sangre de su padre, violenta y avasalladora, hervía en él. Si llegaba a
+convencerse de que nunca sería suya, ¡matarla para que no fuese de
+nadie, y matarse él después! Caer los dos sobre la tierra empapada de
+sangre, como sobre un lecho de damasco rojo; besarla él, en los labios
+fríos, sin miedo a que nadie le estorbara; besarla y besarla hasta que
+el último soplo de vida fuese a perderse en la lívida boca de ella.</p>
+
+<p>Lo decía con convicción, vibrando todos los músculos de su cara varonil,
+ardiendo como brasas sus ojos de moro veteados por la pasión con
+venillas de sangre. Y Leonora le miraba ahora con apasionamiento, como
+si viese un hombre nuevo. Estremecíase con una emoción nueva al oír los
+bárbaros ensueños, las amenazas de muerte. Aquel no se mataba
+melancólicamente como el poeta italiano viendo perdido su amor: moría
+matando, destrozaba el ídolo, ya que no atendía sus súplicas.</p>
+
+<p>Y dulcemente conmovida por la expresión trágica de Rafael, se dejaba
+llevar por éste, que la había cogido un brazo y la atraía lejos de la
+avenida entre las copas bajas de los naranjos.</p>
+
+<p>Permanecieron los dos en silencio mucho rato. Leonora parecía embriagada
+por el perfume viril de aquellas amenazas de pasión salvaje.</p>
+
+<p>Rafael, al ver cabizbaja y silenciosa a la artista, creyó que la habían
+ofendido sus palabras, y se arrepintió de ellas.</p>
+
+<p>Debía perdonarle, estaba loco. Se exasperaba ante su resistencia
+inexplicable. ¡Leonora! ¡Leonora! ¿A qué empeñarse en estorbar la obra
+del amor? El no era indiferente para ella, no le inspiraba antipatía ni
+odio; de lo contrario, no serían amigos ni le permitiría las continuas
+visitas. ¿Amor?... Estaba seguro de que no lo sentía por él, pobre
+infeliz, incapaz de inspirar una pasión a una mujer como ella. Pero que
+no se resistiera; ya le amaría con el tiempo; él lograría conquistarla
+en fuerza de cariño y de adoración. ¡Ay! con sólo su amor, había para
+los dos y para todos los amantes famosos en la historia. Sería su
+esclavo, la alfombra en que pondría sus pies; el perro, siempre tendido
+ante ella, con la mirada ardiente de la eterna fidelidad, acabaría por
+quererle, si no por amor, por gratitud y por lástima.</p>
+
+<p>Y al hablar así, acercaba su rostro al de Leonora, buscando su imagen en
+el fondo de los ojos verdes; oprimía su brazo con la fiebre de la
+pasión.</p>
+
+<p>—Cuidado, Rafael... me hace usted daño, suélteme usted.</p>
+
+<p>Y como si despertara en pleno peligro después de un dulce sueño, se
+estremeció, desasiéndose con nervioso impulso.</p>
+
+<p>Después comenzó a hablar con calma, repuesta ya de la embriaguez con que
+le habían turbado las apasionadas palabras de Rafael.</p>
+
+<p>No, lo que él deseaba era imposible. La suerte estaba echada, no quería
+amor... La amistad les había llevado algo lejos. Ella tenía la culpa,
+pero sabría remediarlo. Era ya un barco viejo que no podía cargar con el
+peso de una nueva pasión. Si le hubiera conocido años antes, tal vez.
+Reconocía que hubiese llegado a quererle; le creía más digno de su amor
+que otros hombres a los que había amado. Pero llegaba tarde; ahora sólo
+quería vivir. ¡Qué horror! ¡las emociones de la pasión en un ambiente
+mezquino, en aquel mundo pequeño de curiosidades y maledicencias!
+¡Ocultarse como criminales para quererse! ¡Ella, que gustaba del amor al
+aire libre, con el sublime impudor de la estatua que escandaliza a los
+imbéciles con su desnuda hermosura! ¡Verse roída a todas horas por la
+murmuración de los tontos, después de haber dado su cuerpo y su alma a
+un hombre! ¡Sentir en torno el desprecio y la indignación de todo un
+pueblo que la acusaría de haber corrompido una juventud, separándola de
+su camino, alejándola para siempre de los suyos! No, Rafael, mil veces
+no; ella tenía conciencia, ya no era la loca de otros tiempos.</p>
+
+<p>—Pero ¿y yo?—suspiraba el joven agarrando de nuevo su brazo con
+ansiedad infantil—usted piensa en sí misma y en todos, olvidándome a
+mi. ¿Qué voy a hacer yo a solas con mi pasión?</p>
+
+<p>—Usted olvidará—dijo gravemente Leonora.—Hoy he visto que es
+imposible mi estancia aquí. Los dos necesitamos alejarnos. Huiré antes
+que termine la primavera; iré no sé dónde, volveré al mundo, a cantar,
+donde no encuentre hombres como usted, y el tiempo y la ausencia se
+encargarán de curarle.</p>
+
+<p>Leonora se estremeció al ver la llamarada de salvaje pasión que pasó por
+los ojos de Rafael. Sintió junto a los labios el ardoroso resuello de
+aquella boca que buscaba la suya, murmurando con apagado rugido:</p>
+
+<p>—No, no te irás; quiero que no te vayas.</p>
+
+<p>Y se sintió enlazada, conmovida de cabeza a pies por unos brazos
+nerviosos a los que la pasión daba nueva fuerza. Sus pies se despegaron
+del suelo, se sintió elevada; un impulso brutal la hizo caer de costado
+al pie de un naranjo, al mismo tiempo que en sus ropas se agitaban unas
+manos convulsas, estremecidas, que herían las carnes con caricias de
+fiera.</p>
+
+<p>Fue una lucha brutal, innoble que duró unos instantes. La walkyria
+reapareció en la mujer vencida. Su cuerpo robusto vibró con un supremo
+esfuerzo, incorporose sofocando con su peso a Rafael, y al fin Leonora
+se irguió, poniendo su pie brutalmente, sin misericordia, sobre el pecho
+del joven, apretando como si quisiera hacer crujir la osamenta de su
+pecho.</p>
+
+<p>Su aspecto era terrible. Parecía loca, con su rubia cabellera deshecha y
+sucia de tierra. Sus verdes ojos brillaban con reflejos metálicos como
+agudos puñales, y su boca, descolorida por la emoción, contraíase,
+lanzando, por la fuerza de la costumbre, por el instinto del esfuerzo,
+su grito de guerra, un <i>¡hojotoho!</i> desgarrado, salvaje, que conmovió la
+calma del huerto, estremeciendo a las aves de corral, que corrieron
+asustadas por los senderos.</p>
+
+<p>Blandía con furor la sombrilla cual si fuese la lanza de las hijas de
+Wotan, y varias veces apuntó con ella a los ojos de Rafael como si
+quisiera sacárselos.</p>
+
+<p>El joven parecía abatido por su esfuerzo, avergonzado de su brutalidad,
+inerte en el suelo, sin protesta, como si deseara no levantarse jamás;
+morir bajo aquel pie que le asfixiaba iracundo.</p>
+
+<p>Leonora se serenó, y lentamente fue retrocediendo algunos pasos,
+mientras Rafael se incorporaba, recogiendo su sombrero.</p>
+
+<p>Fue una escena penosa. Los dos sentían frío, no veían luz, como si el
+sol se hubiera apagado y sobre el huerto soplase un viento glacial.</p>
+
+<p>Rafael miraba avergonzado al suelo; tenía miedo de verla, miedo de
+contemplarse con las ropas en desorden, sucio de tierra, batido y
+golpeado como un ladrón al que sorprende un amo fuerte.</p>
+
+<p>Oyó la voz de Leonora, hablándole con la despreciativa familiaridad que
+se usa con los miserables.</p>
+
+<p>—¡Vete!</p>
+
+<p>Levantó los ojos y vio los de Leonora irritados y altivos, fijos en él.</p>
+
+<p>—A mí no se me toma—dijo con frialdad;—me entrego, si es que quiero.</p>
+
+<p>Y en el gesto de desprecio y rabia con que despedía a Rafael, parecía
+marcarse el recuerdo odioso de Boldini, aquel viejo repugnante, el único
+en el mundo que la había tomado por la fuerza.</p>
+
+<p>Rafael quiso excusarse, pedir perdón, pero aquel recuerdo de la
+adolescencia evocado por la escena brutal, la hacía implacable.</p>
+
+<p>—¡Vete, vete, o te abofeteo!... Jamás vuelvas aquí.</p>
+
+<p>Y para dar más fuerza a estas palabras cuando Rafael, humillado y
+sucio, salió del huerto, Leonora cerró tras él la verja de madera con
+tan brutal ímpetu, que casi hizo saltar los barrotes.</p>
+
+
+
+<h3><a id="IVb"></a>IV</h3>
+
+
+<p>Doña Bernarda mostrábase contenta de su Rafael. Se acabaron las miradas
+feroces, los gestos severos, las mudas escenas entre madre e hijo, que
+presenciaban con temor los íntimos de la casa.</p>
+
+<p>Ya no iba a la casa azul; lo sabía con gran certeza, gracias al
+espionaje gratuito con que la servían las gentes afectas a la familia.
+Apenas salía de casa; un rato al casino por las tardes, y el resto del
+día en el comedor con ella y los amigos, o encerrado en su cuarto, a
+vueltas sin duda con sus libros, que la austera señora miraba con el
+respeto supersticioso de su ignorancia.</p>
+
+<p>Don Andrés, el consejero, se mostraba triunfante al comentar aquel
+cambio. ¿Qué había dicho él, siempre que doña Bernarda, en las íntimas
+confidencias de aquella amistad que casi tomaba el carácter de una
+pasión senil, tranquila y respetuosa, se quejaba de la rebeldía del
+muchacho? Aquello pasaría: era un capricho de la edad; había que dar a
+la juventud lo suyo. Rafael no había estudiado para cartujo. ¡Otros a su
+edad y aun con más años eran peores!... Y el viejo señor pensaba
+sonriendo en sus fáciles conquistas de los almacenes, entre el rebaño
+despeinado, miserable y de sucios zagalejos que empapela la naranja. La
+buena doña Bernarda, después de sufrir tanto de su marido era demasiado
+exigente con su hijo. ¡Que se divirtiera! ¡que gozara! Ya se cansaría de
+la artista con ser tan hermosa, y entonces sería fácil volverle a la
+buena senda.</p>
+
+<p>Doña Bernarda admiraba una vez más el talento del consejero, viendo
+cumplidas sus predicciones, hechas con un cinismo que enrojecía a la
+devota señora.</p>
+
+<p>Ella también lo creía acabado todo. Su hijo era menos ciego que el
+padre. Se había cansado del amor de una mujer perdida como aquella; no
+quería reñir con su madre por tan poca cosa, ni que los enemigos le
+desacreditasen y volvía a su deber con gran alegría de la buena señora
+que le rodeaba de solícitas atenciones.</p>
+
+<p>—¿Y de <i>aquello</i>?—le preguntaban misteriosamente sus amigas.</p>
+
+<p>—Nada—respondía con una sonrisa de orgullo.—Han pasado tres semanas,
+y ni asomos de querer volver allá. Mi Rafael es bueno. Lo ocurrido no
+fue más que una distracción de muchacho. ¡Si le vierais por las tardes
+haciéndome compañía en la sala! Un ángel, un verdadero ángel. Se pasa
+las horas hablando conmigo y con la hija de Matías.</p>
+
+<p>Y añadía, extremando su sonrisa y con ojos maliciosos:</p>
+
+<p>—Creo que hay algo.</p>
+
+<p>Algo había, sí; o por lo menos apariencia de haberlo. Rafael, cansado de
+vagar por la casa fatigado de los libros ante los cuales pasaba horas
+enteras volviendo hojas, sin darse cuenta de lo que decían, refugiábase
+en el salón donde cosía su madre, vigilando un complicado bordado de la
+hija de don Matías.</p>
+
+<p>Rafael gustaba de la mansa sencillez de aquella muchacha. Su simplicidad
+producía en él una impresión de frescura y descanso. La veía como una
+cuevecita angosta y oculta en la cual dormitaba tranquilo después de una
+tempestad. La sonrisa satisfecha de su madre le animaba a permanecer
+allí. Jamás la había visto tan bondadosa y comunicativa. El goce de
+tenerle otra vez seguro y sumiso modificaba su carácter austero hasta la
+rudeza.</p>
+
+<p>Remedios, con la cabeza inclinada sobre su bordado, enrojecía
+intensamente cada vez que Rafael alababa su obra o la decía que era la
+muchacha más bonita de Alcira. La ayudaba a enhebrar las agujas; con las
+manos extendidas servía de devanadera a las madejas que ovillaba la
+joven, y más de una vez la pellizcaba por debajo del bastidor, con la
+confianza de haberla conocido niña, lo que no evitaba sus gritos
+escandalizados.</p>
+
+<p>—Rafael, no seas loco—decía la madre amenazándole bondadosamente con
+sus secas manos.—Deja trabajar a Remedios; si te portas tan mal no te
+permitiré entrar en la sala.</p>
+
+<p>Y por la noche, a solas en el comedor con don Andrés, cuando llegaba la
+hora de las confidencias, doña Bernarda olvidaba los asuntos de la casa
+y del partido para decir con satisfacción:</p>
+
+<p>—Eso marcha.</p>
+
+<p>—¿Se enamora Rafaelito?...</p>
+
+<p>—Cada día más. La cosa va a todo vapor. Ese chico es en esto el vivo
+retrato de su padre. Crea usted que conviene que no les pierda de vista.
+Si no estuviera yo aquí, ese diablillo sería capaz de una locura que
+desacreditase la casa.</p>
+
+<p>Y la buena señora, estaba segura de que para Rafael no existía ya la
+hija del doctor Moreno, criatura abominable, cuya belleza había sido su
+pesadilla durante algunos meses.</p>
+
+<p>Sabía por sus espías que una mañana de mercado se habían encontrado los
+dos en las calles de Alcira. Rafael volvió la mirada como si buscase un
+sitio por donde huir; ella palideció y siguió adelante fingiendo no
+verle. ¿Qué significaba esto?... La ruptura para siempre. Ella, la buena
+pieza, palidecía de rabia, tal vez porque no podía atrapar de nuevo a su
+Rafael, porque éste, cansado de inmundicia, la abandonaba para siempre.
+¡Ah, la perdida! ¡la ramera!</p>
+
+<p>¿Pues qué no había más que educar un hijo en las más sanas y virtuosas
+creencias y hacer de él un personaje, para que después llegase una
+correntona peor mil veces que las que por dinero hacen porquerías en un
+callejón para llevársele con sus manos sucias? ¿Qué había creído la hija
+del descamisado?... ¡Rabia! ¡Palidece de pena, al ver que se te va para
+siempre!</p>
+
+<p>En la alegría de su triunfo, comenzaba a pensar en la boda de su hijo
+con Remedios, y levantando una punta de su reserva de gran señora,
+trataba a don Matías como de la familia, ensalzando el afecto cada vez
+más vivo que unía a los chicos.</p>
+
+<p>—Pues si se quieren—decía el burdo ricachón,—por mí que sea la boda
+cuanto antes. Remedios hace mucho papel a mi lado: una mujercita como
+hay pocas para el gobierno de la casa; pero esto que no sea obstáculo
+para el casorio. Muy satisfecho, doña Bernarda, de que seamos parientes.
+Sólo siento que don Ramón no pueda ver estas cosas.</p>
+
+<p>Y era verdad que lo único que empañaba la alegría del rústico
+millonario, era que no viviese el alto e imponente señor para darse el
+gusto de tratarle como un igual, coronando así el éxito de su asombrosa
+fortuna.</p>
+
+<p>Doña Bernarda también veía en aquella unión la cúspide de sus ensueños;
+el dinero unido al poder; los millones de un comercio cuyos éxitos
+maravillosos parecían golpes de juego, viniendo a vivificar con savia de
+oro el árbol de los Brulls, algo resquebrajado y viejo por largos años
+de lucha.</p>
+
+<p>Comenzaba la primavera. Algunas tardes doña Bernarda llevaba los chicos
+a sus huertos o a las ricas fincas del padre de Remedios. Había que ver
+con qué aire de bondad vigilaba a la joven pareja, gritando alarmada si
+en sus correrías permanecían algunos minutos ocultos tras los naranjos.</p>
+
+<p>—¡Este Rafael!—decía a su consejero con aquella confianza que le había
+hecho relatar más de una vez las tristezas de la intimidad con su
+esposo.—¡Qué pillo es! ¡De seguro que la estará besando!</p>
+
+<p>—Déjelos usted, doña Bernarda. Cuanto más se meta en harina, menos
+peligro de que vuelva a la otra.</p>
+
+<p>¿Volver?... No había cuidado. Bastaba contemplar a Rafael cómo cogía las
+flores y las colocaba riendo en la cabeza o el pecho de Remedios, que se
+resistía débilmente, con un rubor de colegiala, conmovida por tales
+homenajes.</p>
+
+<p>—Quieto, Rafaelito—murmuraba con una voz que parecía un balido
+suplicante.—No me toques; no seas atrevido.</p>
+
+<p>Y su emoción la traicionaba de tal modo, que parecía estar pidiendo que
+el joven volviese a poner en su cuerpo aquellas manos que la trastornaba
+desde los pies a la raíz de los cabellos. Se replegaba por educación,
+huía de él porque este es el deber de una joven cristiana y bien
+educada; escapaba como una cabrita con graciosos saltos por entre las
+filas de naranjos, y el señor diputado salía detrás a todo galope con
+las narices palpitantes y los ojos ardorosos.</p>
+
+<p>—¡Que te coge, Remedios!—gritaba la mamá, riendo.—¡Corre; que te
+coge!</p>
+
+<p>Don Andrés contraía su cara arrugada con una sonrisa de viejo fauno.
+Aquellos juegos le rejuvenecían.</p>
+
+<p>—¡Hum, señora! Sí que va la cosa a todo vapor. Está que arde. Cáselos
+usted pronto; mire que si no, podemos dar mucho que reír a Alcira.</p>
+
+<p>Y todos se engañaban. Ni la madre ni el amigo veían la expresión de
+desaliento y tristeza de Rafael cuando quedaba solo, encerrado en un
+cuarto en cuyos obscuros rincones seguía viendo aquellos ojos verdes y
+misteriosos de que había hablado a Leonora.</p>
+
+<p>¿Volver a ella? Nunca. Duraba en él la vergüenza y el anonadamiento por
+lo de aquella mañana. Se veía en toda su trágica ridiculez, apelotonado
+en el suelo, oprimido por el pie de la viril amazona, manchado de
+tierra, humilde y confuso como un delincuente que no acierta a
+disculparse. Y después la palabra terrible como un latigazo: «¡Vete!»;
+como a un lacayo que osa atreverse a su señora, y la verja, cerrándose a
+sus espaldas con estrépito cayendo como una losa de tumba entre él y la
+artista.</p>
+
+<p>No volvería: le faltaba valor para arrostrar su mirada. La mañana en que
+la encontró casualmente cerca del mercado, creyó morir de vergüenza; le
+temblaron las piernas, vio que la calle se obscurecía como si
+repentinamente llegase la noche. Había desaparecido ella, y todavía le
+zumbaban los oídos y buscaba apoyarse en algo, como si el suelo se
+balanceara bajo sus pies.</p>
+
+<p>Necesitaba olvidar su vergonzosa torpeza aquel recuerdo tenaz como un
+remordimiento, y, se aturdía cerca de la protegida de su madre. Era una
+mujer, y sus manos, que parecían desatadas desde aquella mañana
+dolorosa, iban a ella; su lengua libre, después de la vehemente
+confesión de amor a la puerta del huerto, hablaba ahora con ligereza,
+expresando una adoración que parecía resbalar sin huella alguna por la
+cara inexpresiva de Remedios, yendo lejos, muy lejos, donde permanecía
+oculta y ofendida la otra.</p>
+
+<p>Se aturdía cerca de Remedios para caer en una estúpida tristeza apenas
+se veía sólo. Era una embriaguez de espuma que se evaporaba en la
+soledad. Remedios le parecía uno de esos frutos sin sazonar, sanos, con
+la película de la virginidad, limpios de picaduras y manchas, pero sin
+el sabor que deleita ni el perfume que embriaga.</p>
+
+<p>En su extraña situación, viviendo durante el día de jugueteos infantiles
+con una muchacha que no despertaba en él más que el regocijo de la
+camaradería fraternal y durante la noche de tristes recuerdos, lo único
+que le placía era la confianza de su madre, la tranquilidad de la casa,
+el poder ir y venir sin sentir fijos en él unos ojos irritados y
+escuchar palabras de indignación ahogadas entre dientes.</p>
+
+<p>Don Andrés y los amigos del casino le preguntaban cuándo sería la boda;
+su madre hablaba en presencia de los chicos de las grandes
+trasformaciones que se tendrían que hacer en la casa. Ella, con las
+criadas abajo, y todo el primer piso para el matrimonio, con
+habitaciones nuevas que habían de ser asombro de la ciudad, y para cuyo
+adorno vendrían los mejores decoradores de Valencia. Don Matías le
+trataba familiarmente, como cuando se presentaba en el patio a recibir
+órdenes, y le veía niño, jugueteando en torno del imponente don Ramón.</p>
+
+<p>—Todo cuanto tengo, para vosotros será. Remedios es un ángel, y el día
+que yo muera tendrá más que el pillo de mi hijo. Sólo te ruego que no te
+la lleves a Madrid: ya que abandona mi casa, al menos que la pueda ver
+todos los días.</p>
+
+<p>Y Rafael oía todas estas cosas como en sueños. Realmente él no había
+manifestado ningún deseo de casarse; pero allí estaba su madre que lo
+arreglaba todo, que le imponía su voluntad, que aceleraba aquel afecto
+tenue y ligero, empujándole hacia Remedios. Su boda era cosa decidida,
+un tema de conversación para toda la ciudad.</p>
+
+<p>Sumido en su tristeza, agarrotado por la tranquilidad que ahora le
+rodeaba y que temía romper, débil y sin voluntad, encontraba un consuelo
+pensando que la solución preparada por su madre era la mejor.</p>
+
+<p>Su amistad con Leonora se había roto para siempre. Cualquier día
+levantaría ella el vuelo; lo había dicho muchas veces, se marcharía
+pronto, cuando terminase la primavera. ¿Qué le quedaba a él?... Obedecer
+a su madre; se casaría y tal vez esto le distrajese. Poco a poco iría
+creciendo su afecto por Remedios y tal vez llegase a amarla con el
+tiempo.</p>
+
+<p>Estas reflexiones le daban un poco de tranquilidad; le sumían en una
+inconsciencia agradable. Quería ser como de niño; que su madre se
+encargase de todo, él se dejaría llevar sin resistencia ni movimiento
+por la corriente de su destino.</p>
+
+<p>Pero esta resignación se rasgaba a veces con arranques de protesta, con
+palpitaciones violentas de pasión.</p>
+
+<p>Comenzaban a florecer los naranjos. La primavera hacía densa la
+atmósfera. El azahar como olorosa nieve, cubría los huertos y esparcía
+su perfume por los callejones de la ciudad. Al respirar se mascaban
+flores.</p>
+
+<p>Rafael no podía dormir. Por las rendijas de las ventanas, por debajo de
+las puertas, al través de las paredes parecía filtrarse el perfume
+virginal de los inmensos huertos; aquel olor que evocaba la visión de
+carnales desnudeces, acosaba con agudas punzadas su joven virilidad. Era
+el aliento embriagador que venía de allá abajo, después de haber pasado
+tal vez por los pulmones de ella agitando su mórbido pecho.</p>
+
+<p>¡Ah, los terribles recuerdos! Rafael se revolvía en la cama, creyendo
+sentir todavía en sus manos el contacto sedoso de las misteriosas
+interioridades tanteadas ávidamente en la fiebre de la lucha; se
+imaginaba tener ante sus ojos aquella rápida visión de nieve sonrosada,
+entrevista como a la luz de un relámpago, mientras el iracundo pie le
+oprimía el pecho... y revolviéndose furioso entre las sábanas rugía de
+pasión, mordiendo la almohada:</p>
+
+<p>—¡Leonora! ¡Leonora!</p>
+
+<p>Una noche, a fines de Abril, Rafael se detuvo en la puerta de su cuarto
+con el mismo temor que si fuese a entrar en un horno. Estremecíase al
+pensar en la noche que le esperaba. La ciudad entera parecía desfallecer
+en aquel ambiente cargado de perfume. Era un latigazo de la Primavera,
+acelerando con su excitación la vida, dando mayor potencia a los
+sentidos.</p>
+
+<p>No soplaba ni la más leve brisa; los huertos impregnaban con su olorosa
+respiración la atmósfera encalmada; dilatábanse los pulmones como si no
+encontrasen aire, queriendo aspirar de un golpe todo el espacio. Un
+estremecimiento voluptuoso agitaba la ciudad, adormecida bajo la luz de
+la luna.</p>
+
+<p>Rafael, sin darse cuenta de lo que hacía, bajó a la calle y poco
+después, se vio en el puente, donde algunos noctámbulos, con el sombrero
+en la mano, respiraban con avidez, contemplando el haz de reflejos
+sueltos, como fragmentos de espejo, que la luna proyectaba sobre las
+aguas del río.</p>
+
+<p>Siguió adelante Rafael por las calles del arrabal, solitarias,
+silenciosas, resonantes bajo sus pasos con una hilera de casas blancas y
+brillantes bajo la luna, y la otra sumida en la sombra. Se sentía
+subyugado por el misterioso silencio del campo.</p>
+
+<p>Su madre dormía descuidada; él estaba libre hasta el amanecer y seguía
+adelante, como atraído por aquellos caminos, serpenteantes entre los
+huertos, donde tantas veces había soñado y esperado.</p>
+
+<p>Para Rafael no era una novedad el espectáculo. Todos los años
+presenciaba la germinación primaveral de aquella tierra, cubriéndose de
+flores, impregnando el espacio de perfume, y, sin embargo, aquella
+noche, al ver sobre los campos el inmenso manto de nieve del azahar
+blanqueando a la luz de la luna, sintiose dominado por una dulce
+emoción.</p>
+
+<p>Los naranjos, cubiertos desde el tronco a la cima de blancas florecillas
+con la nitidez del marfil, parecían árboles de cristal hilado:
+recordaban a Rafael esos fantásticos paisajes nevados que tiemblan en la
+esfera de los pisapapeles. Las ondas de perfume, sin cesar renovadas,
+extendíanse por el infinito con misterioso estremecimiento,
+transfigurando el paisaje, dándole una atmósfera sobrenatural, evocando
+la imagen de un mundo mejor, de un astro lejano donde los hombres se
+alimentasen con perfumes y vivieran en eterna poesía. Todo esto
+transfigurado por aquel ambiente de gabinete de amor iluminado por un
+inmenso fanal de nácar. Los crujidos secos de las ramas sonaban en el
+profundo silencio como besos; el murmullo del río le parecía a Rafael el
+eco lejano de una de esas conversaciones sostenidas con voz
+desfallecida, susurrando junto al oído palabras temblorosas de pasión.
+En los cañaverales cantaba un ruiseñor débilmente como anonadado por la
+belleza de la noche.</p>
+
+<p>Se deseaba vivir más que nunca; la sangre parecía correr por el cuerpo
+más aprisa, los sentidos se afinaban y el paisaje imponía silencio con
+su belleza pálida, como esas intensas voluptuosidades que se paladean
+con un recogimiento místico. Rafael seguía el camino de siempre, iba
+hacia la casa azul.</p>
+
+<p>Aún duraba en él la vergüenza de su torpeza; si hubiese visto a Leonora
+en medio del camino, habría retrocedido con infantil terror; pero la
+seguridad de que a aquella hora no podría encontrarla, le daba fuerzas
+para seguir adelante. A sus espaldas, sobre los tejados de la ciudad,
+habían sonado las doce. Llegaría hasta las tapias de su huerto, entraría
+en él si le era posible y permanecería algunos minutos recogido y
+silencioso al pie de la casa, adorando las ventanas tras las cuales
+dormía la artista.</p>
+
+<p>Era su despedida. Un capricho de romántico sentimentalismo que se le
+había ocurrido al salir de la ciudad y ver los primeros naranjos
+cubiertos de aquella flor cuyo perfume había retenido en paciente espera
+a la artista durante muchos meses. Leonora no sabría que había estado
+cerca de ella, en el huerto silencioso inundado de luna, adorándola por
+última vez, despidiéndose con el dolor mudo con que se dice adiós a la
+ilusión que se pierde en el horizonte.</p>
+
+<p>Vio ante él la verja de verdes barrotes, aquella que se había cerrado a
+sus espaldas con el estrépito de una injuriosa despedida. Buscó en la
+cerca de espinos una brecha que conocía de la época en que rondaba la
+casa. La pasó, y sus pies se hundieron en la tierra fina y arenisca de
+las calles de naranjos. Sobre las copas de estos aparecía la casa
+blanquecina bajo la luna, brillando como plata las canales del tejado y
+los antepechos de las ventanas. Todas estaban cerradas: la casa dormía.</p>
+
+<p>Al ir a avanzar, saltó de entre dos naranjos un bulto negro, cayendo
+junto a él con sordo rugido. Era el perro de la alquería, un animal feo
+y torvo que mordía antes de ladrar.</p>
+
+<p>Rafael dio un paso atrás, sintiendo el vaho de aquella boca anhelante y
+rabiosa que buscaba hacer presa en sus piernas, pero se tranquilizó al
+ver que el perro, tras una corta indecisión, movía bondadosamente la
+cola y se limitaba a husmear los pantalones para convencerse de la
+identidad de la persona. Le había conocido: agradecía sus caricias;
+recordaba la mano pasada automáticamente por el lomo, mientras
+conversaba con Leonora en el banco de la plazoleta.</p>
+
+<p>Le pareció un buen presagio aquel encuentro, y siguió adelante mientras
+que el perro volvía a agazaparse en la sombra.</p>
+
+<p>Avanzaba tímidamente, al amparo de la ancha faja de obscuridad que
+proyectaban los naranjos, casi arrastrándose, como un ladrón que teme
+caer en una emboscada.</p>
+
+<p>Salió a la avenida cerca de la plazoleta, y cuando entró en ella
+experimentó una impresión de sorpresa al ver la puerta entreabierta, al
+mismo tiempo que cerca de él sonaba un grito.</p>
+
+<p>Se volvió, y en el banco de azulejos, envuelta en la sombra de las
+palmeras y los rosales, vio una figura blanca, una mujer que al
+incorporarse quedó con el rostro en plena luz: Leonora.</p>
+
+<p>El joven hubiera querido desaparecer, que se lo tragara la tierra.</p>
+
+<p>—¡Rafael! ¿Usted aquí?...</p>
+
+<p>Y los dos quedaron silenciosos frente a frente; él avergonzado, mirando
+al suelo; ella contemplándole con cierta indecisión.</p>
+
+<p>—Me ha dado usted un susto que no se lo perdono—dijo por fin:—¿A qué
+viene usted aquí?...</p>
+
+<p>Rafael no sabía qué contestar. Balbulceaba con una timidez, que
+impresionó a Leonora, pero a pesar de su turbación, notó un brillo
+extraño en los ojos de la artista, una veladura misteriosa en la voz,
+que la transfiguraba.</p>
+
+<p>—Vamos—dijo Leonora bondadosamente;—no busque usted esas excusas tan
+raras... ¿Que venía usted a despedirse sin querer verme? ¿Qué galimatías
+es ese? Diga usted sencillamente que es una víctima de esta noche
+peligrosa; yo también lo soy.</p>
+
+<p>Y abarcaba con sus ojos de un brillo lacrimoso, la plazoleta blanca por
+la luna; los nevados naranjos y los rosales y palmeras que parecían
+negros, destacándose sobre el espacio azul, en el que vibraban los
+astros como granos de luminosa arena. Su voz temblaba, tenía una
+opacidad suave; acariciaba como terciopelo.</p>
+
+<p>Rafael, animado por aquella tolerancia, quiso pedir perdón, habló de la
+locura que le había expulsado de allí; pero la artista le atajó.</p>
+
+<p>—No hablemos de aquella infamia, me hace daño recordarla. Queda usted
+perdonado, y ya que cae aquí como llovido del cielo, quédese un momento.
+Pero... nada de audacias. Ya me conoce usted.</p>
+
+<p>Y recobrando su viril apostura de amazona, segura de sí misma, volvió al
+banco, indicando a Rafael que se sentara al otro extremo.</p>
+
+<p>—¡Qué noche!... Estoy ebria sin haber bebido. Los naranjos me
+emborrachan con su aliento. Hace una hora sentía que mi habitación daba
+vueltas, que la cabeza se me iba; la cama me parecía un barco en plena
+tempestad. He bajado como otras veces y aquí me tiene usted hasta que el
+sueño pueda más que la hermosura de la noche.</p>
+
+<p>Hablaba con languidez, abandonándose, con temblores de voz y
+estremecimientos del pecho, como si la angustiase aquel perfume,
+comprimiendo su poderosa vitalidad. Rafael la veía a corta distancia,
+blanca, escultural, envuelta en el jaique en que se cubría al pasar de
+la cama al baño; lo primero que había encontrado a mano al bajar al
+huerto.</p>
+
+<p>Y bajo la fina lana, delatábanse las tibias redondeces con un perfume de
+carne sana, fuerte y limpia que, atravesando la tela, se confundía con
+la virginal respiración del azahar.</p>
+
+<p>—He tenido miedo al verle—continuó con voz lenta y apagada,—un poco
+de miedo nada más; la natural sorpresa, y, sin embargo, estaba pensando
+en usted en aquel momento. Se lo confieso. Me decía: «¿Qué hará aquel
+loco a estas horas?»; y repentinamente se presenta usted aquí como un
+aparecido. No podría usted dormir excitado por ese ambiente, y ha venido
+a tentar de nuevo la suerte con la misma esperanza que le guiaba otras
+veces.</p>
+
+<p>Hablaba sin su ironía habitual, quedamente, como si conversase con ella
+misma. Descansaba con abandono su busto en el respaldo del banco con un
+brazo cruzado tras la cabeza.</p>
+
+<p>Rafael quiso hablar otra vez de su arrepentimiento, de aquel deseo de
+arrodillarse ante la casa para pedir mudamente perdón a la que dormía
+arriba, pero Leonora le atajó de nuevo.</p>
+
+<p>—Cállese usted; habla muy fuerte y podrían oírle. Mi tía duerme al otro
+lado de la casa, tiene el sueño ligero... Además, no quiero oír nada de
+remordimiento y perdón. Eso me trae a la memoria la vergüenza de aquella
+mañana. ¿No le dice a usted bastante que yo le permita estar aquí? De
+nada quiero acordarme... ¡A callar, Rafael! En silencio se paladea mejor
+la belleza de la noche; parece que el campo habla con la luna y el eco
+de sus palabras son estas olas de perfume que nos envuelven.</p>
+
+<p>Y quedó inmóvil y silenciosa con los ojos en lo alto, reflejándose en
+sus córneas la luz de la luna con una humedad lacrimosa. Rafael veía de
+vez en cuando agitarse su cuerpo con misteriosos estremecimientos,
+extenderse sus brazos, cruzándose tras la dorada cabellera con
+desperezos que hacían crujir la blanca envoltura, poniendo en voluptuosa
+tensión todos sus miembros. Parecía trastornada, enferma, su respiración
+anhelante tomaba a veces el estertor del sollozo; inclinaba la cabeza
+sobre un hombro y desahogaba su pecho con suspiros interminables.</p>
+
+<p>El joven callaba obediente, temiendo que el recuerdo de su torpe audacia
+surgiera de nuevo en la conversación, sin ánimo para acortar la
+distancia que les separaba en el banco. Ella, como si adivinase el
+pensamiento de Rafael, hablaba con lentitud del estado anormal en que se
+hallaba.</p>
+
+<p>—No sé qué tengo esta noche. Quiero llorar sin saber por qué; siento en
+mí una inexplicable felicidad, y sin embargo prorrumpiría en sollozos.
+Es la primavera; ese maldito perfume que es un latigazo para mis
+nervios. Creo que estoy loca... ¡La primavera! ¡Mi mejor amiga y no le
+debo más que rencores! Si alguna locura he hecho en mi vida, ella ha
+sido la consejera... Es la juventud que renace en nosotros; la locura
+que nos hace la visita anual... ¡Y yo, fiel siempre a ella; adorándola;
+aguardando su llegada cerca de un año en este rincón para verla aparecer
+con su mejor traje, coronada de azahar como una virgen, una virgen
+malvada que paga mi cariño con golpes!... Mire usted cómo me ha puesto.
+Estoy enferma no sé de qué: enferma de exceso de vida; me empuja no sé
+dónde; seguramente donde no debo ir... Si no fuese por mi fuerza de
+voluntad, caería tendida en este banco. Estoy como los ebrios que hacen
+esfuerzos por mantenerse sobre las piernas y marchar rectos.</p>
+
+<p>Era verdad, estaba enferma. Cada vez sus ojos aparecían más lacrimosos;
+su cuerpo, estremecido, parecía encojerse, desplomarse sobre si mismo,
+como si la vida, cual un fluido dilatado, buscase escape por todos los
+poros.</p>
+
+<p>Calló de nuevo por mucho rato con la mirada vaga y perdida en el
+infinito, y de pronto murmuró como contestando a sus recuerdos:</p>
+
+<p>—Nadie como él conoció esto. Lo sabía todo, sentía como nadie el
+misterio de las ocultas fuerzas de la Naturaleza, y cantó la primavera
+como un dios. Hans me lo dijo muchas veces y es verdad.</p>
+
+<p>Y añadió sin volver la cabeza, con la voz vaga de una sonámbula.</p>
+
+<p>—Rafael, usted no conoce <i>La Walkyria</i>, ¿verdad?; no ha oído el canto
+de la primavera.</p>
+
+<p>No; el diputado no sabía lo que le preguntaban. Y Leonora, siempre con
+los ojos en la luna, la nuca apoyada en sus brazos, que escapaban
+nacarados, fuertes y redondos de las caídas mangas, hablaba lentamente,
+evocando sus recuerdos, viendo pasar ante su imaginación la escena de
+intensa poesía, la glorificación y el triunfo de la Naturaleza y el
+amor.</p>
+
+<p>La cabaña de Hunding, bárbara, con salvajes trofeos y espantosas pieles,
+revelando la brutal existencia del hombre apenas posesionado del mundo,
+en lucha perpetua con los elementos y las fieras. El eterno fugitivo,
+olvidado de su padre; Sigmundo, que así mismo se da por nombre
+<i>Desesperación</i>, errante años y años a través de las selvas, acosado por
+los animales feroces, que le creen una bestia al verle cubierto de
+pieles, descansa por fin al pie del gigantesco fresno que sostiene la
+cabaña, y al beber el hidromiel en el cuerno que le ofrece la dulce
+Siglinda conoce por primera vez la existencia del Amor, mirándose en sus
+cándidos ojos.</p>
+
+<p>El marido, Hunding, el feroz cazador, se despide de él al terminar la
+rústica cena «Tu padre era el Lobo y yo soy de la raza de los cazadores.
+Hasta que apunte el día mi casa te protege, eres mi huésped; pero así
+que el sol se remonte, serás mi enemigo y combatiremos... Mujer, prepara
+la bebida de la noche y vámonos al lecho».</p>
+
+<p>Y el desterrado queda solo junto al fuego, pensando en su inmensa
+soledad. Ni hogar, ni familia, ni la espada milagrosa que le prometió su
+padre el Lobo. Y cuando apunte el día, de la cabaña que le cobija,
+saldrá el enemigo que ha de darle muerte. El recuerdo de la mujer que
+apagó su sed, la chispa de aquellos ojos cándidos, envolviéndole en una
+mirada de piedad y amor, es lo único que le sostiene... Ella llega,
+después de dejar dormido al feroz compañero. Le enseña en el fresno la
+empuñadura de la espada que hundió el dios Wotan: nadie puede
+arrancarla; sólo obedecerá a la mano de aquel para quien la ha destinado
+el dios.</p>
+
+<p>Y mientras ella habla, el salvaje errante la contempla extasiado, como
+blanca aparición que le revela la existencia en el mundo de algo más que
+la fuerza y la lucha. Es el amor que le habla. Lentamente se aproxima;
+la abraza, la estrecha contra su pecho, y la puerta se abre a impulsos
+de la brisa, y aparece la selva verde y olorosa a la luz de la luna, la
+primavera nocturna, radiante y gloriosa, envuelta en su atmósfera de
+rumores y perfumes.</p>
+
+<p>Siglinda se estremece, «¿Quién ha entrado?» Nadie, y sin embargo, un
+nuevo ser acaba de penetrar en la cabaña, abatiendo la puerta con su
+invisible rodillazo. Y Sigmundo, con la inspiración del amor, adivina
+quién es el recién llegado. «Es la Primavera que ríe en el aire en torno
+de tus cabellos. Se acabaron las tempestades; terminó la obscura
+soledad. El luminoso mes de Mayo, joven guerrero con armadura de flores,
+se presenta a dar caza al negro invierno, y en medio de la fiesta de la
+Naturaleza regocijada, busca a su amante: la Juventud. Esta noche, en
+que te veo por vez primera, es la noche de bodas infinita de la
+Primavera y de la Juventud».</p>
+
+<p>Y Leonora se estremecía, escuchando internamente el murmullo de la
+orquesta al acompañar el canto de ternura inspirado por la Primavera; la
+vibración de la selva agitando sus ramas entumecidas por el invierno, al
+recibir la nueva savia como torrente de vida; y en medio de la iluminada
+plazoleta, creía contemplar a Sigmundo y Siglinda, estrechándose en
+eterno abrazo, formando un solo cuerpo como cuando los veía desde los
+bastidores, vestida de walkyria, esperando la hora de despertar el
+entusiasmo del público con su alarido <i>¡Hojotoho!</i></p>
+
+<p>Sentía la misma tristeza de Sigmundo en la cabaña de Hunding. Sin
+familia, sin hogar, errante, buscaba algo en que apoyarse, algo que
+estrechar cariñosamente, y sin darse cuenta de sus movimientos, era ella
+la que se aproximaba a Rafael, la que había puesto una mano entre las
+suyas.</p>
+
+<p>Estaba enferma. Sollozaba quedamente con una timidez suplicante de niña,
+como si la intensa poesía de aquel recuerdo artístico hubiese
+quebrantado el débil resto de voluntad que la había mantenido dueña de
+sí.</p>
+
+<p>—No sé qué tengo... Me siento morir... pero con una muerte ¡tan dulce!
+¡tan dulce!... ¡Qué locura Rafael! ¡qué imprudencia haberme visto esta
+noche!...</p>
+
+<p>Y abarcaba con una mirada suplicante, como pidiendo gracia, la noche
+majestuosa, en cuyo silencio parecía agitarse la vibración de una nueva
+vida.</p>
+
+<p>Adivinaba que algo iba a morir en ella. La voluntad yacía inánime en el
+suelo, sin fuerzas para defenderse.</p>
+
+<p>Rafael también se sentía trastornado. La tenía apoyada en su pecho, una
+mano entre las suyas; floja, desmayada, sin voluntad, incapaz de
+resistencia, y, sin embargo, no sentía el ardor brutal de aquella
+mañana, no osaba moverse por el temor de parecer audaz y bárbaro. Le
+invadía una inmensa ternura; sólo ambicionaba pasar horas y horas en
+contacto con aquel cuerpo, estrechándolo fuertemente, cual si quisiera
+abrirse y encerrar dentro de él a la mujer adorada, como el estuche
+guarda la joya.</p>
+
+<p>La hablaba misteriosamente al oído, sin saber casi lo que decía;
+murmuraba en su sonrosada oreja palabras acariciadoras que le parecían
+dichas por otro y le estremecían al decirlas con escalofríos de pasión.</p>
+
+<p>Sí, era verdad; aquella noche era la soñada por el gran artista: la
+noche de bodas del arrogante Mayo con su armadura de flores y la
+sonriente Juventud. El campo se estremecía voluptuosamente bajo la luz
+de la luna; y ellos, jóvenes, sintiendo el revoloteo del amor en torno
+de sus cabellos estremecidos hasta la raíz, ¿qué hacían allí, ciegos
+ante la hermosura de la noche, sordos al infinito beso que resonaba en
+torno de sus cabezas?</p>
+
+<p>—¡Leonora! ¡Leonora!—gemía Rafael.</p>
+
+<p>Se había deslizado del banco: estaba casi sin saberlo, arrodillado ante
+ella, agarrado a sus manos y avanzaba el rostro, sin atreverse a llegar
+hasta su boca.</p>
+
+<p>Y ella, echando atrás el busto con desmayo, murmuraba débilmente con un
+quejido de niña:</p>
+
+<p>—No, no: me haría daño... me siento morir.</p>
+
+<p>—Los dos en uno—continuaba el joven, con sorda exaltación,—unidos
+para siempre; mirándose en los ojos como en un espejo; repitiendo sus
+nombres con la entonación de una estrofa; morir así si era preciso para
+librarse de la murmuración de la gente. ¿Qué les importaba a ellos el
+mundo y sus opiniones?</p>
+
+<p>Y Leonora, cada vez más débil, seguía negándose.</p>
+
+<p>—No, no;... tengo vergüenza. Un sentimiento que no puedo definir.</p>
+
+<p>Y así era. El dulce estertor de la naturaleza bajo el beso primaveral,
+aquel intenso perfume de la flor emblema de la virginidad, la
+transfiguraba. La loca, la aventurera de accidentada historia, entrada
+en el placer por el empujón de la violencia, sentía por primera vez
+rubor en los brazos de un hombre; experimentaba la alarma de la virgen
+al contacto del macho, la misma agitación que impulsa a la doncella a
+entregarse entre estremecimientos de miedo a lo desconocido. La
+naturaleza, al embriagarla abatiendo su resistencia, parecía crear una
+virginidad extraña en aquel cuerpo fatigado por el placer.</p>
+
+<p>—¡Dios mío! ¿qué es esto?... ¿Qué me pasa? Debe ser el amor; un amor
+nuevo que no conocía... Rafael... ¡Rafael mío!</p>
+
+<p>Y llorando dulcemente, oprimía entre sus manos la cabeza del joven,
+apretaba su boca contra la suya, echándose después atrás, con los ojos
+extraviados, enloquecida por el contacto de los labios.</p>
+
+<p>Estrechamente abrazados habían caído sobre el banco. El jardín rumoroso
+les servía de cámara nupcial: la luna les dejaba en la discreta sombra.</p>
+
+<p>—¡Por fin!—murmuró ella—lograste tu deseo. Tuya... pero para siempre.
+Te quería antes, pero ahora te adoro... Por primera vez lo digo con toda
+mi alma.</p>
+
+<p>Rafael, impulsado por la dicha, tuvo un arranque de generosidad.
+Necesitaba darlo todo.</p>
+
+<p>—Sí; mía para siempre. No temas entregarte, hacerme feliz... Me casaré
+contigo.</p>
+
+<p>En medio de su embriaguez vio cómo la artista abría con extrañeza sus
+ojos, cómo pasaba por su boca una sonrisa triste.</p>
+
+<p>—¡Casarnos! ¿y para qué?... Eso es para otros. Quiéreme mucho, niño
+mío, ámame cuanto puedas... Yo sólo creo en el Amor.</p>
+
+
+
+<h3><a id="Vb"></a>V</h3>
+
+
+<p>—Pero bebé, ¿cuándo llegamos a la isla?... Me fatiga estar en este
+banco, lejos de ti, viendo esos bracitos míos, cómo se cansan de tanto
+darle a los remos. ¡Un beso!... ¡aunque te enfades! Eso te refrescará.</p>
+
+<p>Y poniéndose en pie, Leonora dio dos pasos en la blanca barca,
+imprimiéndola un fuerte balanceo, y besó varias veces a Rafael, que
+soltando los remos se defendía entre risas.</p>
+
+<p>—¡Loca! Así no llegaremos nunca. Con descansos como estos se hace poco
+camino, y yo te he prometido llevarte a la isla.</p>
+
+<p>Volvió a encorvarse sobre los remos bogando por el centro del río, sobre
+las aguas que temblaban reflejando la luna, como si quisiera que la
+arboleda de ambas orillas gozase por igual en la contemplación de la
+amorosa escapatoria.</p>
+
+<p>Había sido un capricho de la artista, un deseo repetido en sus visitas a
+la casa azul, unas veces por la tarde en presencia de doña Pepa y la
+doncella, y todas las noches pasando por la brecha de la cerca, donde ya
+le esperaban en la obscuridad los desnudos brazos de Leonora, aquella
+boca fresca que se adhería con furor a la suya como si quisiera
+absorberle.</p>
+
+<p>Llevaba más de una semana de dulce embriaguez. Jamás había creído que la
+vida fuese tan hermosa. Vivía en una dulce inconsciencia. La ciudad no
+existía para él. Le parecían fantasmas todos los que le rodeaban; su
+madre y Remedios eran como seres invisibles a cuyas palabras contestaba
+sin tomarse el trabajo de levantar la cabeza para verlas.</p>
+
+<p>Pasaba los días agitado por el vehemente deseo de que llegase pronto la
+noche, que terminase la cena en familia, para subir a su cuarto y salir
+después cautelosamente, apenas quedaba silenciosa la casa, con la calma
+del sueño.</p>
+
+<p>No adivinaba la extrañeza que esta conducta debía producir en su madre,
+al ver cerrado su cuarto toda la mañana mientras él dormía con la fatiga
+de una noche de amor. No se fijaba en el rostro ceñudo de doña Bernarda,
+cansada ya de preguntarle si estaba enfermo y de oír la misma respuesta:</p>
+
+<p>—No, mamá; es que trabajo de noche; un estudio importante.</p>
+
+<p>La madre tenía que contenerse para no gritar: ¡Mentira! por dos noches
+había subido a su cuarto, encontrando cerrada la puerta y obscuro el ojo
+de la cerradura. Su hijo no estaba allí. Le vigilaba, y todos los días
+poco antes del amanecer, escuchaba cómo abría suavemente la puerta de la
+calle y subía las escaleras quedamente, tal vez descalzo.</p>
+
+<p>La austera señora callaba amontonando en silencio su indignación,
+lamentándose ante don Andrés de aquel retoñamiento de locura que
+trastornaba sus planes. El consejero vigilaba al joven por medio de sus
+numerosos devotos que le seguían cautelosamente por la noche hasta la
+casa azul.</p>
+
+<p>—¡Qué escándalo!—exclamaba doña Bernarda.—¡De noche también! ¡Acabará
+por traerla a esta casa! ¿Pero es que esa boba de doña Pepita no ve nada
+de esto?</p>
+
+<p>Y Rafael, insensible al ambiente de indignación que se formaba en torno
+de él; sin dignarse siquiera dirigir una palabra, una mirada a la pobre
+Remedios que, cabizbaja como una cabrita enfurruñada, parecía llorar el
+recuerdo de aquellos paseos regocijados bajo la vigilancia de doña
+Bernarda.</p>
+
+<p>El diputado no veía nada fuera de la casa azul; le cegaba su felicidad.
+Lo único que le molestaba era tener que ocultarla, no poder hacer
+pública su dicha para que se enterasen de ella todos sus admiradores.</p>
+
+<p>Hubiera querido transportarse de un golpe a la decadencia romana, donde
+los amores de los poderosos tomaban la majestad de la pública adoración.</p>
+
+<p>—¡Qué me importa lo que murmuren!—decía una noche en el dormitorio de
+Leonora a donde subía cautelosamente todas las noches.—Mira si te
+quiero, que desearía ver a toda esa gente prestándote adoración.
+Quisiera poder cogerte en brazos así como estás, casi desnuda, y en
+pleno mediodía presentarme en el puente del Arrabal ante la muchedumbre
+embobada por tu belleza: «¿Soy o no soy vuestro jefe? Pues si lo soy,
+adorad a esta mujer que es mi alma y sin la cual no puedo vivir. El
+afecto que me tengáis a mí, partidlo para que también sea de ella». Y lo
+haría, a ser posible, tal como lo digo.</p>
+
+<p>—Loco... nene adorable—decía ella cubriéndole la cara de besos,
+acariciando la negra barba con su boca suave y estremecedora.</p>
+
+<p>Y en una de estas entrevistas, donde las palabras se interrumpían con
+repentinos impulsos de pasión y las frases se cortaban con un salto de
+bestia en celo, ahogándose entre las bocas juntas y los pechos oprimidos
+por el abrazo, fue cuando Leonora manifestó su capricho.</p>
+
+<p>—Me ahogo aquí dentro. Me repugna acariciarte entre cuatro paredes,
+junto a una cama vulgar, como un amante de momentáneo capricho. Esto es
+indigno de ti. Eres el amor que vino a buscarme en la más hermosa de las
+noches. Al aire libre me gusta más; el amor es fresco y puro en medio
+del campo. Te veo más hermoso y yo me siento más joven.</p>
+
+<p>Y recordando las expediciones río abajo que tantas veces le había
+relatado Rafael en sus conversaciones de amigo, aquella isleta con sus
+cortinas de juncos, los sauces inclinándose sobre el agua y el ruiseñor
+cantando oculto, le preguntaba, ansiosa:</p>
+
+<p>—¿Qué noche me llevas? Es un capricho, una locura; pero ¿para qué
+existe el Amor, sino para hacer alegres disparates que endulcen la
+vida?... Llévame en tu barca; ella que te condujo aquí nos trasladará a
+esa isla encantada; nos amaremos toda una noche al aire libre.</p>
+
+<p>Y Rafael, que se sentía halagado por la idea de pasear su amor río
+abajo, al través de la campiña dormida, desamarró su barca a media noche
+bajo el puente del Arrabal, llevándola hasta un cañar inmediato al
+huerto de Leonora.</p>
+
+<p>Una hora después atravesaban la brecha, cogidos del brazo, riendo de
+aquella escapatoria de colegiales traviesos, estrechándose el uno contra
+otro, turbando con besos ruidosos e insolentes el majestuoso silencio
+del campo.</p>
+
+<p>Se embarcaron, y la lancha, impulsada por la corriente, guiada por los
+remos de Rafael, comenzó a descender el Júcar arrullada por el susurro
+de las aguas al deslizarse por las altas riberas de barro, cubiertas de
+cañaverales que se inclinaban formando misteriosos escondrijos.</p>
+
+<p>Leonora palmoteaba de alegría. Se echaba sobre la nuca la blonda con que
+había cubierto su cabeza, desabrochaba su ligero gabán de viaje y
+aspiraba con delicia el airecillo húmedo y algo pegajoso que rizaba la
+superficie del río. Su mano se estremecía acariciando el agua.</p>
+
+<p>¡Qué hermosa resultaba la escapatoria! Solos y errantes, como si el
+mundo no existiera; como si toda la naturaleza fuese para ellos; pasando
+por cerca de las alquerías dormidas, dejando atrás la ciudad, sin que
+nadie se diera cuenta de aquel amor que, en su entusiasmo, se
+desbordaba, saliendo del misterioso escondrijo para tener por testigos
+el cielo y el campo. Leonora hubiese querido que la noche no terminase
+nunca; que aquella luna menguante, que parecía partida de un sablazo, se
+detuviera eternamente en el cielo para envolverles en su luz difusa y
+mortecina; que el río no tuviese fin y la barca flotase y flotase hasta
+que anonadados ellos de tanto amar, exhalasen el resto de su vida en un
+beso tenue como un suspiro.</p>
+
+<p>—¡Si supieras cuánto te agradezco este paseo!... Rafael, estoy
+contenta. Nunca he tenido una noche como esta. ¿Pero dónde está tu isla?
+¿Nos hemos extraviado como en la noche de la inundación?</p>
+
+<p>No; llegaban a la isla donde muchas veces había pasado las tardes
+Rafael, oculto en los matorrales, aislado por el agua, soñando con ser
+uno de aquellos aventureros de las praderas vírgenes o de los inmensos
+ríos americanos, cuyas peripecias seguía en las novelas de Fenimore
+Cooper y Maine Reid.</p>
+
+<p>Un pequeño río tributario se unía al Júcar desembocando mansamente bajo
+una aglomeración de cañas y árboles; un arco triunfal de follaje. Y en
+la confluencia de las dos corrientes emergía la isla, una pequeña
+extensión de terreno casi al ras del agua, pero fresca, verde y
+perfumada como un ramillete acuático, con espesos haces de juncos sobre
+los cuales zumbaban de día los insectos de oro, y unos cuantos sauces
+que inclinaban sobre el agua sus finas cabelleras formando bóvedas
+sombrías, bajo las cuales se deslizaba la barca.</p>
+
+<p>Los dos amantes entraron en la obscuridad. La cortina de ramas les
+ocultaba el río; la luna apenas si podía filtrar alguna lágrima de luz
+por entre el ramaje de los sauces.</p>
+
+<p>Leonora se sintió intimidada por aquel ambiente de cueva lóbrego y
+húmedo. Invisibles animales caían en el agua con sordo chapoteo al
+sentir la proa de la barca cabeceando sobre el barro de la ribera. La
+artista se agarraba nerviosamente al brazo de su amante.</p>
+
+<p>—No tengas miedo—murmuró Rafael.—Apóyate y salta... Poco a poco. ¿No
+querías oír al ruiseñor? Ahí le tenemos, escucha.</p>
+
+<p>Era verdad. En uno de los sauces, al otro lado de la isla, el misterioso
+pájaro oculto lanzaba sus trinos, sus vertiginosas cascadas de notas,
+deteniéndose en lo más vehemente del torbellino musical, para filar un
+quejido dulce e interminable como un hilo de oro que se extendía en el
+silencio de la noche sobre el río que parecía aplaudirle con su sordo
+murmullo.</p>
+
+<p>Los amantes avanzaban entre los juncos, encorvándose, titubeando antes
+de dar un paso, temiendo el chasquido de las ramas bajo sus pies. La
+continua humedad había cubierto la isla de una vegetación exuberante.
+Leonora hacía esfuerzos por contener su risa de niña, al sentirse con
+los pies apresados por las marañas de juncos y recibir las duras
+caricias de las ramas que se encorvaban al paso de Rafael, y recobrando
+su elasticidad la golpeaban el rostro.</p>
+
+<p>Pedía auxilio con apagada voz, y Rafael, riendo también, la tendía la
+mano, arrastrándola hasta el pie del árbol donde cantaba el ruiseñor.</p>
+
+<p>Calló el pájaro adivinando la presencia de los amantes. Oyó sin duda el
+ruido de sus cuerpos al caer al pie del árbol, las palabras tenues
+murmuradas al oído.</p>
+
+<p>Reinaba el gran silencio de la naturaleza dormida, ese silencio
+compuesto de mil ruidos que se armonizan y funden en la majestuosa
+calma: susurro del agua, rumor de las hojas, misteriosas vibraciones de
+seres ocultos, imperceptibles, que se arrastran bajo el follaje o abren
+pacientemente tortuosas galerías en el tronco que cruje.</p>
+
+<p>El ruiseñor volvió a cantar con timidez, como un artista que teme ser
+interrumpido. Lanzó algunas notas sueltas con angustiosos intervalos,
+como entrecortados suspiros de amor; después fue enardeciéndose poco a
+poco, adquiriendo confianza, y comenzó a cantar, acompañado por el
+murmullo de las hojas agitadas por la blanda brisa.</p>
+
+<p>Embriagábase a sí mismo con su voz; sentíase arrastrado por el vértigo
+de sus trinos; parecía vérsele en la obscuridad hinchado, jadeante,
+ardiente, con la fiebre de su entusiasmo musical. Entregado a sí mismo;
+arrebatado por la propia belleza de su voz, no oía nada, no percibía el
+incesante crujir de la maleza, como si en la sombra se desarrollara una
+lucha, los bruscos movimientos de los juncos, agitados por misterioso
+espasmo, hasta que un doble gemido brutal, profundo, como arrancado de
+las entrañas de alguien que se sintiera morir, hizo enmudecer asustado
+al pobre pájaro.</p>
+
+<p>Un largo espacio de silencio. Abajo despertaban los dos amantes
+estrechamente abrazados en el éxtasis todavía de aquel canto de amor.</p>
+
+<p>Leonora apoyaba su despeinada cabeza en el hombro de Rafael. Acariciaba
+su cuello con la anhelante y fatigada respiración que agitaba su pecho.
+Murmuraba junto a su oído frases incoherentes, en las que aún vibraba la
+emoción.</p>
+
+<p>¡Qué feliz se sentía allí! Todo llega para el amor. Muchas veces en su
+época de resistencia, al contemplar por la noche desde su balcón aquel
+río que serpenteaba a través de la campiña dormida, había pensado con
+delicia en un paseo por el inmenso jardín del brazo de Rafael, en
+deslizarse por el Júcar, llegando hasta la isla.</p>
+
+<p>—Mi amor es ya antiguo—murmuraba al oído de Rafael.—¿Crees tú que
+sólo te quiero desde la otra noche? Te adoro desde hace mucho tiempo,
+mucho... ¡Pero no vaya usted a ponerse por esto orgulloso, señorito
+mío!... No sé como comenzó: creo que fue cuando estabas en Madrid. Al
+verte de nuevo comprendí que estaba perdida. Si me resistí, es porque
+estaba en mi sana razón; porque veía claro. Ahora estoy loca y lo he
+echado todo a rodar. Dios sea con nosotros... Pero aunque venga lo que
+venga, quiéreme mucho, Rafael; júrame que me querrás. Sería una crueldad
+huir después de haberme despertado.</p>
+
+<p>Y se apretaba con cierto terror contra el pecho de Rafael, hundía las
+manos en el cabello del joven, echaba atrás su cabeza para pasear su
+boca ávida por toda la cara, besándole en los ojos, en la frente, en la
+boca, mordiéndole la nariz y la barba suavemente, pero con una
+vehemencia cariñosa que arrancaba ligeros gritos a Rafael.</p>
+
+<p>—¡Loca!—murmuraba sonriendo.—¡Que me haces daño!</p>
+
+<p>Leonora le miraba fijamente con aquellos ojazos que brillaban en la
+sombra con el fulgor de una fiera en celo.</p>
+
+<p>—Te devoraría—murmuraba con voz grave que parecía un rugido
+lejano.—Siento impulsos de comerte, mi cielo, mi rey, mi dios... ¿Qué
+me has dado, di, niño? ¿cómo has podido enloquecerme, haciéndome sentir
+lo que nunca había sentido?</p>
+
+<p>Y de nuevo caía sobre él agarrando su cabeza, oprimiéndola con furia
+sobre su robusto y firme pecho, en cuyas desnudeces se perdía la
+anhelante boca de Rafael, poseído también de avidez rabiosa.</p>
+
+<p>—Ya no canta el ruiseñor—murmuraba el joven.</p>
+
+<p>—¡Ambicioso!—decía riendo quedamente la artista.—¿Ya quieres oírle de
+nuevo?...</p>
+
+<p>Callaban los dos, estrechamente abrazados, formando un solo cuerpo,
+trastornados por el ambiente de poesía con que les rodeaba la noche.</p>
+
+<p>Otra vez comenzaron a resonar entre las altas ramas las notas sueltas,
+los lamentos tiernos del solitario pájaro, llamando al amor invisible. Y
+familiarizado con los extraños rumores que aquella noche poblaban la
+isla y que llegaban de nuevo hasta él como bocanadas de lejano incendio,
+se lanzó en una carrera loca de trinos, cual si se sintiera espoleado
+por la voluptuosidad de la noche y fuese a reventar de fatiga, cayendo
+del árbol su envoltura de pluma como un saco vacío después de haber
+derramado su tesoro de notas.</p>
+
+<p>Rafael se estremeció en los brazos de su amante como si despertase.</p>
+
+<p>—Debe ser tarde. ¿Cuántas horas estamos aquí?</p>
+
+<p>—Sí, muy tarde—contestó Leonora con tristeza.—Las horas de placer van
+siempre al galope.</p>
+
+<p>La obscuridad era densa: había desaparecido la luna. Cogidos de la mano,
+guiándose a tientas, llegaron a la barca y el chapoteo de los remos
+comenzó a sonar río arriba sobre la negra corriente.</p>
+
+<p>El ruiseñor cantaba en el sauce melancólicamente, como saludando una
+ilusión que se aleja.</p>
+
+<p>—Mira, mi vida—dijo Leonora.—El pobrecito nos despide. Oye como nos
+dice adiós.</p>
+
+<p>Y súbitamente, en su fatigado desaliento, anonadada y muelle por la
+noche de amor, sintió la llama del arte, estremeciéndola de pies a
+cabeza.</p>
+
+<p>Venía a su memoria el himno que en <i>Los Maestros Cantores</i> entona el
+buen pueblo de Nuremberg viendo en el estrado del certamen a Hans Sachs,
+su cantor popular, bondadoso y dulce como el Padre Eterno. Era la
+canción que el poeta menestral, el amigo de Alberto Durero, escribió en
+honor de Lutero al iniciarse la gran revolución: y la artista, puesta de
+pie en la popa, saludando con su sonrisa al ruiseñor, comenzó a cantar:</p>
+
+<p class="poem">
+<span style="margin-left: 2em;"><i>Sorgiam, che spunta il dolce albor,</i></span><br>
+<span style="margin-left: 2em;"><i>Cantar ascolto in mezzo ai fior</i></span><br>
+<span style="margin-left: 2em;"><i>Voluttuoso un usignuol</i></span><br>
+<span style="margin-left: 2em;"><i>Spiegando a noi l’amante vol!...</i></span></p>
+
+<p>Su voz ardorosa y fuerte parecía hacer temblar la negra superficie del
+río; se extendía en ondas armoniosas por los campos, perdíase en la
+frondosidad de la lejana isla, desde donde contestaba como un suspiro
+lejano el trino del ruiseñor. Imitaba, esforzándose, la majestuosa
+sonoridad del coro wagneriano; remedaba con murmullos a flor de labio el
+rumoroso acompañamiento de la orquesta, y Rafael batía el agua con sus
+remos al compás de la melodía piadosa y entusiasta con que el gran
+maestro había impetrado el favor de la poesía popular, saludando la
+aparición de la Reforma.</p>
+
+<p>Iban río arriba, luchando contra la corriente. Rafael se doblaba sobre
+los remos, moviendo sus brazos nerviosos como resortes de acero. Llevaba
+la barca por cerca de la orilla, donde la corriente era menos viva y las
+ramas rozaban las cabezas de los amantes, mojando la cara de la artista
+con el rocío depositado en sus hojas. Muchas veces se hundía la barca en
+una de aquellas bóvedas de verdura, abriéndose paso lentamente entre las
+plantas acuáticas, y el follaje temblaba con el impulso armonioso de
+aquella voz vibrante y poderosa como gigantesca campana de plata.</p>
+
+<p>Aún no llegaba el día, no <i>spuntaba il dolce albor</i> de la canción de
+Hans Sachs, pero se adivinaba que de un momento a otro comenzaría a
+clarear en el cielo la faja sonrosada del amanecer.</p>
+
+<p>Rafael hacía esfuerzos para llegar cuanto antes, animado por la voz de
+Leonora, que marcaba el compás a los remos. Su canto sonoro parecía
+despertar la campiña. En una alquería se iluminaba una ventana. Rafael
+creyó varias veces oír en la ribera, a lo largo de los cañaverales,
+ruido de cañas tronchadas, pasos cautelosos de gente que les seguía.</p>
+
+<p>—Calla, alma mía. No cantes; te van a conocer. Adivinarán quién eres.</p>
+
+<p>Llegaron al ribazo donde habían embarcado. Leonora saltó a tierra;
+quería ir sola hasta casa; se separarían allí. Y la despedida fue dulce,
+lenta, interminable.</p>
+
+<p>—Adiós, amor; un beso. Hasta mañana... no, hasta luego.</p>
+
+<p>Se alejaba algunos pasos ribazo arriba, y volvía de repente buscando los
+brazos de su amante.</p>
+
+<p>—Otro, príncipe mío... el último.</p>
+
+<p>Era la eterna despedida de amor; arrancarse con nervioso impulso de los
+brazos para volver al momento con la angustia de la separación.</p>
+
+<p>Comenzaba a clarear el día. No cantaba la alondra, como en el jardín de
+Verona anunciando el alba a los amantes de Shakespeare; pero comenzaba a
+oírse el chirrido lejano de los carros en los caminos de la campiña, y
+una canción perezosa y soñolienta entonada por una voz infantil.</p>
+
+<p>—Adiós, Rafael... Ahora sí que es el último. Nos van a sorprender.</p>
+
+<p>Y recogiéndose el abrigo subió de un salto al ribazo, saludándole por
+última vez con el pañuelo.</p>
+
+<p>Rafael remó río arriba hacia la ciudad. Aquel viaje a solas, cansado y
+luchando contra la corriente, fue lo peor de la noche.</p>
+
+<p>Cuando amarró su barca cerca del puente era ya de día. Se abrían las
+ventanas de las casas vecinas al río; pasaban por el puente los carros
+cargados de vituallas para el mercado y las filas de hortelanas con
+grandes cestas en la cabeza. Toda aquella gente miraba con interés al
+diputado. Vendría de pasar la noche pescando. Se lo decían unos a
+otros, a pesar de que en la barca no se veía ningún útil de pesca.
+Envidiaban a la gente rica que puede dormir de día y entretener su
+tiempo como mejor le parece.</p>
+
+<p>Rafael saltó a tierra molestado por la curiosidad de los grupos. Pronto
+estaría enterada su madre.</p>
+
+<p>Al subir al puente con paso tardo y perezoso, muertos los brazos por sus
+esfuerzos de remero, oyó que le llamaban.</p>
+
+<p>Don Andrés estaba allí mirándole con sus ojillos de color de aceite que
+brillaban entre las arrugas con una expresión de autoridad.</p>
+
+<p>—Me has dado la gran noche, Rafael. Sé dónde has estado. Vi anoche cómo
+te embarcaste con esa mujer, y no han faltado amigos que os han seguido
+para saber dónde ibais. Habéis estado en la isla toda la noche; esa
+mujer cantaba sus cosas como una loca... Pero ¡rediós! ¿es que no hay
+casas en el mundo? ¿es que os divertís así más, paseando a cielo abierto
+vuestro enredo para que todo Cristo se entere?</p>
+
+<p>Y el viejo se indignaba de veras, como libertino rústico y ducho que
+adoptaba toda clase de precauciones para no comprometerse en sus
+<i>debilidades</i> con la chiquillería de los almacenes de naranja. Sentía
+furor y tal vez envidia al ver aquella pareja sin miedo a la
+murmuración, inconsciente ante el peligro, burlándose de toda prudencia,
+ostentando su pasión con la insolencia de la dicha.</p>
+
+<p>—Además, tu madre lo sabe todo. Estas noches ha sorprendido tus
+escapatorias, ha visto que no estabas en tu cuarto. La vas a matar de un
+disgusto.</p>
+
+<p>Y con la severidad de un padre, hablaba de la desesperación de doña
+Bernarda; el porvenir de la casa en peligro, el compromiso con Don
+Matías, la palabra dada, la hija esperando la prometida boda.</p>
+
+<p>Rafael callaba, caminando como un autómata, irritado por aquella charla
+que le traía a la memoria todas las obligaciones molestas de su vida.
+Sentía el enojo del que se ve despertado por un criado torpe en mitad de
+un dulce ensueño. Aún llevaba en sus labios la huella de los besos de
+Leonora; todo su cuerpo estaba impregnado de su dulce calor; ¡y aquel
+viejo venía a hablarle del deber, de la familia, del qué dirán, sin
+acordarse para nada del amor! ¡como si el amor no fuese nada en la vida!
+Aquello era un complot contra su dicha, y sentía que un impulso de lucha
+y de revuelta agitaba su voluntad.</p>
+
+<p>Habían llegado frente a la gran casa de Brull. Rafael buscaba con su
+llave la cerradura.</p>
+
+<p>—Y bien—dijo el viejo irritado,—¿qué dices tú a todo esto? ¿Qué
+piensas hacer? Contesta; pareces mudo.</p>
+
+<p>—Yo—repuso el joven con energía—yo haré lo que mejor me parezca.</p>
+
+<p>Don Andrés se estremeció. ¡Ay, cómo le habían cambiado a su Rafael!...
+Aquella chispa agresiva, arrogante, belicosa, que brillaba en sus ojos,
+no la había visto nunca.</p>
+
+<p>—Rafael, ¿así me contestas? ¡A mí, que te he visto nacer! ¡A mí, que
+te quiero como te quería tu padre!</p>
+
+<p>—Soy ya mayor de edad. No quiero tolerar más esta comedia de ser
+personaje en la calle y un chiquillo en casa. Guárdese los consejos para
+cuando los pida. Buenos días.</p>
+
+<p>Al subir la escalera vio en el primer rellano en la penumbra de la casa
+cerrada, sin otra luz que la de las rendijas de las ventanas, a su
+madre, erguida, ceñuda, tempestuosa, como una imagen de la justicia.</p>
+
+<p>Pero Rafael no vaciló. Siguió subiendo los peldaños, sin recatarse, sin
+temblar cual otras veces; como el señor que ha estado ausente mucho
+tiempo y entra arrogante en la casa que es suya.</p>
+
+
+
+<h3><a id="VIb"></a>VI</h3>
+
+
+<p>—Dice usted bien, Andrés. Rafael no es mi hijo; me lo han cambiado. Esa
+perdida ha hecho de él otro hombre. Peor, mil veces peor que su padre.
+Loco por esa mujer; capaz de pasar por encima de mí si le separo de
+ella. Usted se queja de su falta de respeto; ¿pues y yo?... Se hubiera
+avergonzado usted viéndole. La otra mañana al entrar en casa me trató
+igual que a usted. Pocas palabras, pero buenas. El hará lo que quiera, o
+lo que es lo mismo, seguirá con esa mujer hasta que se canse o reviente
+de una indigestión de pecados como su padre... ¡Dios mío! ¿y para esto
+he sufrido yo? ¿para esto me he sacrificado años y más años queriendo
+hacer de él un grande hombre?</p>
+
+<p>La austera doña Bernarda, vencida en su autoridad por la rebeldía tenaz
+del hijo, lloraba hablando con su íntimo confidente. En sus lágrimas de
+dolor maternal había también algo del despecho de mujer autoritaria, al
+ver en la propia casa una voluntad que se rebelaba, colocándose por
+encima de la suya.</p>
+
+<p>Relataba a don Andrés entre suspiros la vida de su hijo en aquellos
+días, desde que había adquirido su independencia. Ya no se recataba
+para pasar la noche fuera de casa. Volvía después de amanecer, y por la
+tarde con el bocado en la boca, como ella decía, emprendía de nuevo el
+camino de la casa azul apresuradamente, como si le faltase el tiempo
+para ver a aquella condenada.</p>
+
+<p>La misma fiebre de su padre, el mismo ardor loco que consumiría
+rápidamente su cuerpo. No había más que verle, descolorido, con una
+palidez amarillenta, tirante la piel de la cara como si fuese a marcar
+con fidelidad enfermiza los relieves del hueso; sin más animación que
+aquel fuego que brillaba en sus ojos como una chispa de loca alegría.
+¡Oh familia desgraciada! ¡todos iguales!...</p>
+
+<p>La madre hacía esfuerzos para ocultar la verdad a Remedios. ¡Pobre
+muchacha! Triste, cabizbaja, sin poder explicarse el repentino
+alejamiento de Rafael.</p>
+
+<p>Convenía ocultar el suceso, y esto es lo que limitaba la cólera de doña
+Bernarda en sus rápidas entrevistas con el hijo.</p>
+
+<p>Tal vez podría sobrevenir un arreglo, algo inesperado que deshiciese
+aquella maléfica influencia sobre Rafael, y con esta esperanza hacía
+esfuerzos para que Remedios y su padre no se dieran cuenta de lo que
+ocurría; fingía contento en presencia de ellos, inventaba mil pretextos
+de estudios, preocupaciones y hasta enfermedades para justificar la
+conducta de su hijo.</p>
+
+<p>Pero la desconsolada señora temía a la gente que la rodeaba; aquella
+curiosidad de ciudad pequeña, aburrida en su monotonía, siempre alerta,
+a la caza de un nuevo suceso para gozar el placer de la murmuración.</p>
+
+<p>Se esparcía rápidamente la noticia de aquellos amores: circulaba de boca
+en boca, considerablemente aumentado, el relato de la expedición por el
+río, los paseos por entre los naranjos; las noches que pasaba Rafael en
+la casa de doña Pepita, entrando a obscuras y descalzo como un ladrón;
+las siluetas de los amantes, destacándose en la ventana del dormitorio,
+abrazados por el talle, contemplando la noche: todo visto por gentes
+dedicadas por voluntad al espionaje, para poder decir «yo lo he
+presenciado» y que pasaban la noche ocultos en un ribazo, emboscados
+tras una cerca para sorprender al diputado, a la ida o la vuelta de sus
+citas de amor.</p>
+
+<p>Los hombres, en los cafés o en el casino envidiaban a Rafael, comentando
+con ojos brillantes su buena suerte. Aquel chico había nacido de pie.
+Pero luego en sus casas unían su voz severa al coro de mujeres
+indignadas. ¡Qué escándalo! ¡Un diputado, un personaje que debía dar
+ejemplo! Aquello era burlarse de la ciudad. Y cuando el general rumor de
+protesta llegaba hasta doña Bernarda, ésta elevaba las manos con
+desesperación. ¿Dónde irían a parar? Su hijo quería perderse.</p>
+
+<p>Don Matías, el rústico millonario, callaba, y en presencia de doña
+Bernarda fingía ignorarlo todo. Su interés por emparentar con la familia
+Brull le hacía ser prudente. El también esperaba que pasaría aquello,
+una ceguera de joven, y creyéndose investido de la autoridad de padre,
+intentó dar algunos consejos a Rafael al encontrarle en la calle. Pero
+tuvo que desistir a las pocas palabras, intimidado por la mirada altiva
+del joven. Creyó por un momento que aún era el pobre cultivador de
+naranjos de otro tiempo y que se hallaba en presencia de aquel Don Ramón
+majestuoso como un gran señor.</p>
+
+<p>Rafael se defendía con el silencio y la altivez. No necesitaba consejos,
+pero ¡ay! cuando llegaba por la noche a la casa de su amada, cuando se
+veía en aquel dormitorio que parecía exhalar el mismo perfume de
+Leonora, como si hubiera absorbido en sus muebles y cortinas la esencia
+de su cuerpo, sentía los efectos de aquella murmuración encarnizada, de
+la curiosidad de toda una población fija en ellos.</p>
+
+<p>Eran solos los dos contra mucha gente; se abandonaban con el plácido
+impudor de los antiguos idilios en medio de la monotonía de una vida
+estrecha, en la que la murmuración era el más apreciado de los talentos.</p>
+
+<p>Leonora estaba triste. Sonreía como siempre, le halagaba con la misma
+adoración que si fuese un ídolo, se mostraba juguetona y alegre, pero en
+los momentos de calma, cuando creía no ser observada, sorprendía Rafael
+en su boca una contracción de amargura, veía pasar por sus ojos obscuros
+relámpagos, como reflejo de penosos pensamientos.</p>
+
+<p>Una noche le habló con regocijo de lo que la gente decía de ellos. Todo
+se sabía en aquella ciudad. Hasta la casa azul llegaba el eco de las
+murmuraciones. La hortelana la había recomendado bondadosamente que no
+pasease mucho por el río: podía pillar unas tercianas. En el mercado
+sólo se hablaba de aquel paseo nocturno por el Júcar; el diputado,
+sudoroso, encorvado sobre los remos, y ella despertando con sus
+canciones extrañas a la gente de las alquerías. ¡Lo que decían aquellos
+maldicientes!... Y ella reía, pero con risa ruidosa, agitada por
+estremecimientos nerviosos; con una risa que sonaba a falsa; sin una
+palabra de queja.</p>
+
+<p>Rafael sufría recordando que ya había adivinado ella esta situación
+cuando se resistía a su amor. Admiraba su resignación viendo que no
+profería ninguna palabra de queja, que fingía regocijo, ocultando lo que
+la gente decía. ¡Ah, los miserables! ¿Qué mal les había hecho aquella
+mujer? Amarle, entregarse a él haciéndole la regia limosna de su cuerpo.
+Y el diputado comenzaba a odiar su ciudad, viendo que devolvía con
+infames insultos el bien y la felicidad que él gozaba.</p>
+
+<p>Otra noche Leonora le recibió con una sonrisa que daba miedo. Se
+esforzaba por parecer alegre, intentaba aturdirse, abrumando a su amante
+con una charla graciosa y ligera; pero de repente se abandonó, no pudo
+más, y en mitad de una caricia rompió a llorar, cayó en un diván agitada
+por los sollozos.</p>
+
+<p>—¿Qué tienes? ¿Qué ocurre?...</p>
+
+<p>Pero ella no podía contestar, sofocada por el llanto, hasta que por fin,
+con las palabras sacudidas por un hipo doloroso, comenzó a hablar,
+abatida, inerte, ocultando en un hombro de su amante su rostro bañado en
+lágrimas.</p>
+
+<p>No podía más; el martirio resultaba abrumador, le era imposible fingir
+por más tiempo. Conocía como él lo que hablaban en la ciudad de aquellas
+entrevistas. Les espiaban tal vez a todas horas; en los caminos
+inmediatos al huerto había gente emboscada con la esperanza de ver algo
+nuevo. Su amor, tan dulce, tan joven, era motivo de risa, tema de
+diversión para las malas lenguas que la escarnecían como a una
+mujerzuela de la acera, porque había sido buena con él, porque la había
+faltado crueldad para presenciar impasible las torturas de una juventud
+apasionada... Pero con ser tan molesto este odio de la gran masa
+escandalizada, ella no sentía miedo ni indignación: lo despreciaba.
+¡Ay!, pero quedaban los otros, los íntimos de Rafael, sus amigos, su
+familia... su madre.</p>
+
+<p>Leonora calló un momento, como esperando el efecto de sus últimas
+palabras, intimidada un poco al hablar a Rafael de su familia,
+mezclándola en sus lamentaciones. El joven temblaba, presintiendo algo
+terrible. Doña Bernarda no era capaz de permanecer inactiva y resignada
+ante la rebeldía de su hijo.</p>
+
+<p>—Sí; mi madre—dijo sordamente.—Adivino que algo habrá hecho contra
+nosotros. Habla, no temas. Tú estás para mí por encima de todo el mundo.</p>
+
+<p>Leonora habló de su tía, aquella pobre señora resignada y casi imbécil,
+que al ver a Rafael en su casa con tanta asiduidad, creía en el probable
+casamiento de su sobrina. Por la tarde una escena dolorosa entre Leonora
+y ella. Doña Pepa había ido a la ciudad por sus devociones, y a la
+salida de la iglesia encontró a doña Bernarda. ¡Pobre vieja! Sus ojos
+aterrados, su cabeza temblorosa, delataban la intensa emoción que en su
+alma simple había sabido despertar la madre de Rafael, a quien ella
+respetaba mucho. Su sobrina, su ídolo yacía por el suelo, despojada de
+aquella fe entusiasta y cariñosa que hasta entonces la había inspirado.
+Todas las historias pasadas, los ecos de su vida de aventuras, llegados
+hasta ella débilmente y que jamás quiso creer considerándolos obra de la
+envidia, se los repitió doña Bernarda con su autoridad de señora formal
+y buena cristiana, incapaz de mentir. Y a continuación, el escándalo con
+que conmovían a toda la ciudad su sobrina y su hijo; las entrevistas
+nocturnas, los paseos a través de los campos con una audacia del
+demonio, haciendo gala de su pecado; todos los atrevimientos y locuras
+que convertían su santa casa, la casa de doña Pepa, en un antro de
+vicios, en una mancebía del diablo.</p>
+
+<p>Y la pobre vieja lloraba como una niña en presencia de su sobrina, se
+esforzaba en convencerla para que «abandonase la mala senda del pecado»;
+estremecíase de horror pensando en su inmensa responsabilidad ante Dios.
+«Toda una vida de devoción para tener limpia el alma, creerse casi en
+estado de gracia y despertar de repente en pleno pecado <i>sin comerlo ni
+beberlo</i>, por causa de su sobrina, que convertía su santa casa en una
+sucursal del infierno, haciéndola vivir rodeada del pecado». Y el miedo
+de la pobre señora, el escrúpulo y el terror de aquella alma sencilla,
+eran lo que más profundamente hería a Leonora.</p>
+
+<p>—Me han robado mi única familia—murmuraba con desaliento.—Me han
+quitado el cariño del único ser que me quedaba. Ya no soy para ella la
+niña de antes; no hay más que ver cómo me mira, cómo se aparta temiendo
+mi contacto... Y todo por ti, por amarte, por no haber sido cruel. ¡Ay,
+aquella noche! ¡cómo la he de llorar!... ¡cómo presentía yo estas
+tristezas!...</p>
+
+<p>Rafael estaba aterrado. Sentía vergüenza y remordimiento viendo lo que
+sufría aquella mujer por haberse entregado a él. ¿Cómo remediarlo? Se
+sentía humillado; quería ser hombre fuerte, la mano enérgica que protege
+en el peligro a la mujer amada. Pero ¿sobre quién había de caer para
+defenderla?...</p>
+
+<p>Leonora abandonó el hombro de su amante, se desasió de sus brazos;
+limpiaba sus lágrimas y se erguía con la firmeza del que ha adoptado una
+resolución irrevocable.</p>
+
+<p>—Estoy decidida a todo. Me hace mucho daño lo que voy a decirte, pero
+no retrocederé: será inútil que protestes. Ya no puedo estar bajo este
+techo; comprendo que he acabado para mi tía: ¡pobre vieja! Mi ilusión
+era verla morir entre mis brazos como una lucecita que se apaga; ser
+para ella lo que no fui para mi padre... Pero la venda ha caído de sus
+ojos; yo no soy más que una pecadora que con mi presencia turbo su
+vida... Me voy, pues. Ya he dicho a Beppa que mañana arregle los
+equipajes... Rafael, dueño mío, esta es la última noche... Pasado mañana
+ya no me verás.</p>
+
+<p>El joven retrocedió asombrado, como si repentinamente acabasen de
+herirle en medio del pecho.</p>
+
+<p>—¿Irte? ¿Y lo haces con esa frialdad?... ¿Irte tú, así, así, en plena
+dicha?</p>
+
+<p>Se tranquilizaba a los pocos momentos. Aquello no era más que la
+resolución momentánea en un arranque de indignación. No se iría,
+¿verdad? Debía reflexionar, ver con claridad las cosas. ¡Qué disparate!
+¡partir abandonando a su Rafael! Nunca: era imposible.</p>
+
+<p>Leonora sonreía con tristeza. Aguardaba aquellas protestas. También ella
+había sufrido mucho, mucho, antes de decidirse a adoptar tal resolución.</p>
+
+<p>Sentía frío hasta en la raíz de los cabellos al pensar que antes de dos
+días se vería sola, vagabunda por Europa, cayendo de nuevo en aquella
+vida agitada y loca a través del arte y del amor. Después de haber
+gozado la dulzura de la pasión más fuerte de su existencia, lo que ella
+creía <i>su primer amor</i>, resultaba cruel lanzarse de nuevo en una
+navegación sin rumbo a través de las tempestades. Le quería más que
+nunca: le adoraba con nuevo ardor, ahora que iba perderle.</p>
+
+<p>—¿Entonces por qué te vas?—pregunta el joven.—Si me amas ¿por qué me
+dejas?</p>
+
+<p>—Porque te quiero, Rafael... Porque deseo tu tranquilidad.</p>
+
+<p>Quedarse allí era perderle. Para defenderla a ella, para seguir a su
+lado, tendría que luchar con su madre, que era el más encarnizado
+enemigo, perder su cariño, atropellarla tal vez. ¡Oh, no! ¡qué horror!
+Ya había bastante con aquella crueldad filial que entenebrecía su
+pasado. ¿Era acaso un ser funesto, nacido para corromper con su nombre
+lo más santo, lo más puro?</p>
+
+<p>—No, resígnate, corazón mío. Es preciso que parta; es imposible que
+sigamos amándonos aquí. Yo te escribiré, te daré cuenta exacta de mi
+vida... todos los días sabrás de mí aunque esté en el polo; pero
+quédate, no desesperes a tu madre, cierra los ojos ante sus injusticias,
+que al fin obedecen a lo mucho que te quiere... ¿Crees que yo no sufro
+al dejarte? ¿Te imaginas que es poco huir dejando aquí la mayor
+felicidad de mi existencia?...</p>
+
+<p>Y para dar más fuerza a sus ruegos se abrazaba a Rafael, acariciaba su
+cabeza caída y pensativa, dentro de la cual se agitaban tempestuosas las
+ideas, removiendo profundamente su voluntad.</p>
+
+<p>Instintivamente, las manos del joven recorrían la desnudez de su amante,
+marcando sus tesoros bajo la tela blanca y fina; sentía el suave calor,
+la palpitación misteriosa de aquella carne que había infiltrado en su
+cuerpo algo de su propia vida en los espasmos de la pasión, en el dulce
+arrobamiento de la comunión amorosa. Y los lazos que él creía eternos
+¿iban a romperse? ¿tan fácilmente podía perder aquel cuerpo admirado por
+el mundo y cuya posesión le hacía considerarse el primero de los
+hombres? Ella le hablaba del amor a distancia, persistente a través de
+los viajes y los azares de una existencia errante, le prometía
+escribirle todos los días... ¡escribirle! tal vez al mismo tiempo que su
+cuerpo divino sentiría el contacto de otra mano que no fuese la suya...
+No; él no perdía aquello; estaba resuelto.</p>
+
+<p>—No te irás, Leonora—afirmaba con energía.—Un amor como el nuestro no
+puede terminar de este modo. La fuga sería una ofensa para mí, huir como
+afrentada por la tristeza de haberme amado.</p>
+
+<p>Sentía en su ánimo un afán de protesta caballeresco: se avergonzaba de
+pensar que ella huyese por haberle querido y que él quedase allí, triste
+e inerte como una doncella a la que abandona su amante convencido de que
+con su amor la causa grave daño. ¡Ira de Dios! El era un hombre y no
+podía tolerar que aquella mujer le abandonase en un arranque de
+abnegación, por devolverle la tranquilidad de la familia, la calma
+dentro de su casa, la sonrisa satisfecha de su madre. Huían muchas veces
+las muchachas, olvidando padres y hogar, cuando se sentían dominadas por
+el amor; y él, un hombre, un personaje ¿había de quedarse allí, viendo
+como se alejaba Leonora, triste y llorando, todo porque no perdiese él
+el respeto de aquella ciudad en la que se ahogaba, y el afecto de una
+madre que jamás había sabido bajar hasta su corazón con una sonrisa de
+cariño? Además, ¿qué amor era el suyo que retrocedía ante una resolución
+enérgica; siempre cobarde e indeciso cuando se trataba de conservar una
+mujer por la cual se habían muerto o arruinado hombres más ricos, más
+poderosos, ligados a la vida por atracciones que él jamás había gozado
+en su monótona existencia?...</p>
+
+<p>—No te irás—repetía con sorda firmeza.—Yo no pierdo mi felicidad tan
+fácilmente... Y si te empeñas en irte, partiremos juntos.</p>
+
+<p>Leonora se irguió estremecida. Esperaba aquello; se lo decía el corazón.
+¿Escapar juntos los dos? ¿aparecer ella como una aventurera que se lleva
+tras si a Rafael después de enloquecerle de amor arrancándole de los
+brazos de su madre? ¡Oh, no! muchas gracias. Ella tenía conciencia; no
+quería cargar su vida con la execración de todo un pueblo. Le suplicaba
+a Rafael con calma; le rogaba que arrastrase valientemente la desgracia.
+Debía partir sola; después, más adelante ya vería; buscarían ocasión
+para verse; tal vez podría ser en Madrid, cuando abiertas las Cortes
+estuviera allá solo, ella cantaría en el Real gratuitamente si era
+preciso.</p>
+
+<p>Pero Rafael se revolvía furioso contra su resistencia. ¡No verla!
+¡transcurrir meses y meses en mortal espera! Una sola noche sin sentir
+su cuerpo confundido con el suyo, sería la desesperación. Acabaría por
+entregarse a la mortal tristeza de Maquia; se pegaría un tiro como el
+poeta italiano.</p>
+
+<p>Y lo decía con convicción, mirando al suelo con ojos extraviados, como
+si se viera ya sobre el pavimento, inerte, ensangrentado, con el
+revólver en la crispada diestra.</p>
+
+<p>—¡Oh, no! ¡qué horror! ¡Rafael! ¡Rafael mío!—gemía Leonora abrazándose
+a su cuello, colgándose de él, estremecida por la sangrienta visión.</p>
+
+<p>El amante seguía protestando. Era libre. Si fuese casado, si dejara tras
+su fuga una mujer que llorase su traición, hijos que le llamaran en
+vano, aún comprendería aquella resistencia; la repugnancia de un corazón
+bueno que no quiere que su amor deje tras sí la maldición de una familia
+dispersa. Pero ¿a quién abandonaba en su fuga? A su madre nada más, que
+se consolaría al poco tiempo sabiendo que estaba sano y era feliz. A su
+madre, que se oponía con ese ciego cariño maternal que no quiere
+encontrar rivalidades en el amor al hijo y por celos estorba muchas
+veces su felicidad. El mal que causase siguiéndola a ella no sería
+irreparable. Huirían juntos; pasearían su amor por el mundo.</p>
+
+<p>Y Leonora, cabizbaja, repetía débilmente:</p>
+
+<p>—No; estoy resuelta. Partiré mañana sola. No tengo fuerzas para
+arrostrar el odio de una madre.</p>
+
+<p>Rafael se indignaba.</p>
+
+<p>—Entonces di que no me amas. Te has cansado de mí. Quieres levantar las
+alas; te impulsa la locura de otros tiempos; deseas volar de nuevo
+locamente por tu mundo.</p>
+
+<p>La artista fijaba en él sus grandes ojos empañados por las lágrimas. Su
+mirada era de ternura y de lástima.</p>
+
+<p>—¡Cansarme de ti!... ¡Cuando jamás me he sentido tan triste como esta
+noche!... Crees que ansío mi antigua vida, y al alejarme siento lo mismo
+que si entrase en un lugar de tormento... ¡Ay, dueño mío, mi alma!... Tú
+no comprenderás nunca hasta donde he llegado en mi amor.</p>
+
+<p>—¿Pues entonces?</p>
+
+<p>Y en su afán irresistible de decirlo todo, de no perdonar el relato de
+ninguno de los peligros que sobrevendrían tras la separación, Rafael
+habló de su madre, de lo que ocurriría al quedar solo con ella sumido en
+la monotonía de la ciudad. ¿Creía ella que todo era cariño en la
+indignada oposición de su madre? Le quería, sí; era su hijo único; pero
+en sus cálculos entraba por mucho la ambición, aquel afán por el
+engrandecimiento de la casa, que había ocupado toda su existencia. Le
+tenía destinado, sin consultar su voluntad, a servir de rehén en la
+alianza que meditaba con una gran fortuna. Quería casarle: y si ella
+partía, si se veía solo, abandonado, la tristeza y el tiempo que todo lo
+pueden, morderían su voluntad, hasta hacerle caer inerte, entregándose
+como una víctima que en su aturdimiento no abarca la importancia del
+sacrificio.</p>
+
+<p>Ella le escuchaba estremecida; con los ojos desmesuradamente abiertos
+por el terror. Acudían en tropel a su memoria palabras sueltas que en
+días anteriores habían llegado hasta ella y la demostraban ahora la
+certeza de lo que decía su amante... ¡Rafael destinado por su madre a
+otra mujer!... ¡encadenándose para siempre si ella partía!...</p>
+
+<p>—Y yo no quiero, ¿sabes Leonora?—continuó el amante con tranquila
+firmeza—Yo sólo soy tuyo, sólo te amo a ti. Prefiero seguirte por el
+mundo, aunque no quieras; ser tu criado, verte... hablarte, mejor que
+enterrar aquí mi desesperación bajo millones.</p>
+
+<p>—¡Ah, niño! ¡niño mío!... ¡Cómo me quieres! ¡Cómo te adoro!</p>
+
+<p>Y cayó sobre él frenética de pasión, impetuosa, loca, apresándole entre
+sus brazos como una fiera. Rafael se sintió acariciado con un ardor que
+casi le dio miedo; envuelto en una espiral de placer que no tenía fin.
+Estremeciose empujado, descoyuntado, arrollado por una ola tan
+voluptuosa, tan inmensa que le hacía daño. Creyó morir desmenuzado,
+hecho polvo sobre aquel cuerpo que le agarrotaba, absorbiéndole con la
+fiera voracidad de esas simas lóbregas donde desaparecen de un golpe los
+torrentes sin dejar una gota de su avalancha tumultuosa. Y
+desfalleciendo sus sentidos en aquel tembloroso ofuscamiento, cerró los
+ojos.</p>
+
+<p>Cuando volvió a abrirlos vio la habitación en la obscuridad, sintió en
+sus espaldas la blandura del lecho y bajo su nuca un brazo mórbido que
+le sostenía cariñosamente. Leonora le hablaba al oído con la lentitud
+del cansancio.</p>
+
+<p>Convenidos. Huirían juntos, irían a continuar su dúo de amor donde nadie
+les conociera, donde la envidia y la vulgaridad no turbasen su dulce
+existencia. Leonora conocía todos los rincones del mundo. Nada de Niza
+ni de las otras ciudades de la Costa Azul, bonitas, coquetas, empolvadas
+y pintadas como una dama que sale del tocador. Encontrarían en ellas
+demasiada gente. Venecia les convenía más. Pasearían por los estrechos
+canales, solitarios y silenciosos, tendidos en la camareta de la
+góndola, acariciándose entre risas, compadeciendo a los que pasasen los
+puentes sin adivinar que por bajo de sus pies se deslizaba el amor...</p>
+
+<p>Pero Venecia es triste; cuando la lluvia se decide a caer, no se cansa
+nunca. Mejor era Nápoles; sí, Nápoles. ¡Viva! Y Leonora agitaba las
+manos como queriendo aplaudir su idea. La vida al sol, la libertad,
+amarse con el mismo impudor sublime de los <i>lazaronis</i> que viven
+desnudos y se reproducen en la acera. Ella tenía allá en el Posilippo
+una pequeña casa, un <i>villino</i> de color de rosa, una bicoca con un
+jardín de higueras nopales y pinos parasoles, que bajaba en rápida
+pendiente desde el promontorio hasta el mar. Pescarían en el golfo terso
+y azul como un inmenso espejo, y a la caída de la tarde, mientras él
+volviese los remos, ella cantaría mirando el mar inflamado por el sol al
+hundirse en las aguas, el penacho del Vesubio de tonos morados, la
+inmensa ciudad blanca con sus infinitas vidrieras como placas de oro,
+reflejando el crepúsculo.</p>
+
+<p>Corretear como dos bohemios por los innumerables pueblecillos blancos de
+la ribera del golfo; besarse en pleno mar entre las barcas pescadoras,
+de las que salen romanzas apasionadas; pasar la noche al aire libre,
+abrazados sobre la arena, oyendo a lo lejos la risa de perlas de las
+mandolinas como aquella noche escuchaban al ruiseñor... ¡Dios mío! ¡qué
+hermoso!</p>
+
+<p>Y hasta el amanecer estuvieron fantaseando sobre el porvenir, arreglando
+todos los detalles de la fuga.</p>
+
+<p>Ella partiría cuanto antes; él iría a su encuentro dos días después
+cuando hubiese renacido la confianza y todos la creyeran lejos, muy
+lejos. ¿Dónde se encontrarían? Primero pensaron en Marsella, pero era
+demasiado lejos. Después en Barcelona. Regateaban las horas y los
+minutos. Les parecía intolerable pasar varios días sin verse. Cuanto
+antes se reuniesen, mejor, lo importante era salir de la ciudad. Y
+acabaron por decidir que se reunirían lo más cerca posible: en Valencia.
+El amor gusta de la audacia.</p>
+
+
+
+<h3><a id="VIIb"></a>VII</h3>
+
+
+<p>Acababan de almorzar entre las maletas y las cajas, que ocupaban una
+gran parte de la habitación de Leonora en el hotel de Roma.</p>
+
+<p>Por primera vez se sentaban en la mesa juntos en familiar intimidad, sin
+otro testigo que Beppa, la fiel doncella, acostumbrada por la azarosa
+vida de su señora a toda clase de sorpresas, y que contemplaba a Rafael
+con respetuosa sonrisa, como un ídolo nuevo con el que debía compartir
+la devota sumisión que sentía por Leonora.</p>
+
+<p>Era el primer momento de tranquilidad y alegría que había tenido el
+joven en algunos días. El antiguo hotel con sus habitaciones grandes, de
+alto techo; sus corredores en discreta penumbra y su calma conventual,
+le parecía un lugar de delicias, un ameno retiro en el que se
+consideraba libre ya de las murmuraciones y luchas que le habían
+oprimido como un círculo infernal. Además, sentía allí ese viento
+exótico que parece soplar en los puertos y las grandes estaciones de
+ferrocarril. Todo le hablaba de la fuga, de la incógnita y deliciosa
+ocultación en aquel país tan calurosamente descrito por Leonora, desde
+los macarrones del almuerzo y el Chianti en empajada y ventruda redoma,
+hasta el castellano defectuoso y musical de los dueños del hotel,
+carnosos hombretones con enormes bigotes que recordaban los
+tradicionales mostachos de la casa de Saboya.</p>
+
+<p>Leonora le había citado allí, en el refugio predilecto de los artistas,
+que aislado de la circulación, ocupa todo un lado de una plaza
+solitaria, señorial y tranquila, sin más ruidos que los gritos de los
+cocheros de alquiler y las patadas de los caballos.</p>
+
+<p>Había llegado en el primer tren de la mañana, sin equipaje alguno, como
+un colegial que se fuga con solo lo puesto. Los dos días transcurridos
+desde que Leonora abandonó la ciudad, habían sido de tormentos para él.
+La gente comentando la huida de la cantante; escandalizándose de su
+inmenso equipaje que, agrandado por la imaginación de los murmuradores,
+llenaba no se sabía cuántos carros.</p>
+
+<p>Esto quien lo sabía bien era el barbero Cupido, que, cual de costumbre,
+había corrido con todo el servicio del equipaje. Sabía a dónde había
+dirigido su vuelo aquella mujer peligrosa, y lo decía a todos. Volvía a
+Italia. El mismo había facturado para la frontera todo el equipaje
+grueso, mundos enormes como casas, cajones donde podía ocultarse
+cómodamente él con sus pelados mancebos. Y las mujeres, oyéndole,
+celebraban aquella huida como si las librase de un gran peligro. ¡Vaya
+bendita de Dios!</p>
+
+<p>Rafael, después de la partida de su amante, apenas salió a la calle. Le
+molestaba la curiosidad de la gente, la conmiseración burlona de los
+amigos que envidiaban su pasada felicidad y permaneció dos días en su
+casa, seguido por la mirada interrogante de su madre. Doña Bernarda
+mostrábase más tranquila al verle libre de la maléfica influencia de la
+artista, pero sin abandonar por esto su gesto ceñudo, como avisada por
+el instinto maternal que aún presentía el peligro.</p>
+
+<p>El joven estaba agitado por la impaciencia de la fuga. Le parecía
+intolerable permanecer allí mientras ella estaba sola, aislada en un
+cuarto de hotel, aguardando con igual impaciencia el momento de la
+reunión.</p>
+
+<p>¡Qué amanecer el de la partida! Rafael se avergonzaba viéndose descalzo;
+caminando de puntillas, como un ratero, por la sala donde su madre
+recibía a los hortelanos y ajustaba las cuentas del cultivo. Avanzaba a
+tientas, sin otro guía que los luminosos resquicios de las cerradas
+ventanas. Su madre dormía en una habitación inmediata: oía su
+respiración, el fatigado estertor de un sueño pesado, con el que se
+reponía de aquellas noches en vela espiando su regreso de las citas de
+amor. Creía aún sentir el estremecimiento que le producía el suave
+tintineo de las llaves, abandonadas con la confianza de una autoridad
+sin límites en la cerraja de un mueble antiguo donde guardaba Doña
+Bernarda sus ahorros. Así ocultó con mano trémula en sus bolsillos todos
+los billetes guardados en los pequeños cajones.</p>
+
+<p>Temblaba de emoción al consumar el acto audaz. Se llevaba lo suyo; no
+había pedido nada de la herencia de su padre. Leonora era rica; con una
+delicadeza admirable había rehuido hablar de dinero al discutir los
+preparativos del viaje; pero él no iba a ser un entretenido, no quería
+vivir como aquel Salvatti que explotó la juventud de la artista. Estos
+pensamientos le dieron fuerzas para llevarse el dinero y abandonar la
+casa; pero en el tren aún duraba su inquietud, y el personaje, el
+diputado experimentaba un miedo instintivo al ver en las estaciones los
+tricornios de la guardia civil. Palidecía pensando en el despertar de su
+madre si casualmente se daba cuenta del despojo.</p>
+
+<p>La confianza y la alegría renacieron al entrar en el hotel como si
+entrase en un lugar de asilo. La encontró en la cama, la cabellera
+esparcida sobre la almohada como una ola de oro, los ojos entornados, la
+boca sonriente como si la sorprendiera en mitad de un ensueño saboreando
+sus recuerdos de amor. A medio día se levantaron para almorzar en el
+cuarto, pálidos, fatigados, proponiéndose emprender su viaje cuanto
+antes. No más locuras; sensatez hasta que se viesen fuera de España. Al
+anochecer saldrían en el correo de Barcelona hacia la frontera. Y
+tranquilamente como un matrimonio que discute en la calma placentera del
+hogar los detalles de la vida material, pasaban revista de los objetos
+necesarios para el viaje.</p>
+
+<p>Rafael no tenía nada. Había huido como quien escapa de un incendio, con
+el traje que primero encontró al saltar de la cama. Necesitaba muchas
+cosas indispensables y pensaba salir a comprarlas: asunto de un
+momento.</p>
+
+<p>—¿Pero vas a ir tú?—preguntaba Leonora con cierta angustia, como si su
+instinto femenil adivinase en el peligro.—¿Vas a dejarme sola?...</p>
+
+<p>—Un momento nada más. No te haré esperar mucho.</p>
+
+<p>Se despidieron en el corredor con la ruidosa y descuidada alegría de su
+pasión; sin fijarse en los camareros que iban y venían al otro extremo
+del largo pasadizo.</p>
+
+<p>—Adiós, Rafael... Uno; uno nada más.</p>
+
+<p>Y cuando él salió a la plaza, con el sabor en los labios del último
+beso, todavía le saludó desde un balcón una mano cubierta de pedrería.</p>
+
+<p>El joven andaba apresuradamente. Quería volver cuanto antes, y pasó con
+rapidez por entre la nube de cocheros que le ofrecían sus servicios
+frente al gran palacio de Dos Aguas, cerrado, silencioso, dormido como
+los dos gigantes que guardan su portada, desarrollando bajo la lluvia de
+oro del sol la suntuosidad recargada y graciosa del estilo rococó.</p>
+
+<p>—Rafael, Rafael...</p>
+
+<p>El diputado volviose al oír su nombre, y palideció como en presencia de
+una aparición. Era don Andrés quien le llamaba.</p>
+
+<p>—¿Usted aquí?</p>
+
+<p>—He llegado en el correo de Madrid. Hace dos horas que te busco por
+todas las fondas de Valencia. Ya sabía que estabas aquí... Pero vámonos,
+tenemos que hablar; este no es buen sitio.</p>
+
+<p>Y lanzaba una intensa mirada de odio al hotel, como si quisiera
+aniquilar al enorme caserón con todos los seres que encerraba.</p>
+
+<p>Se alejaron, caminando lentamente sin saber dónde iban, errando a la
+ventura, doblando esquinas, pasando varias veces por la misma calle, con
+el pensamiento concentrado, los nervios estremecidos, prontos a gritar y
+haciendo esfuerzos por que su voz fuese débil, apagada, y no llamase la
+atención de los transeúntes que pasaban rozándoles por las estrechas
+aceras.</p>
+
+<p>Don Andrés comenzaba, como era de esperar.</p>
+
+<p>—¿Te parece bien lo que has hecho?</p>
+
+<p>Al ver que él, cobardemente intentaba mostrarse asombrado, asegurando
+que nada había hecho, que había venido a Valencia por un asunto
+insignificante, el viejo se indignó.</p>
+
+<p>—No mientas: o somos hombres o no lo somos. Tú debes sostener lo hecho,
+si te figuras haber obrado bien. No creas que vas a engañarme para echar
+a correr con esa señora, Dios sabe dónde. Te he encontrado y no te dejo.
+Quiero que lo sepas todo: tu madre en cama; yo, avisado por ella de lo
+ocurrido, saliendo en el primer tren a encontrarte; toda la casa en
+revolución, creyendo en el primer instante en un robo, y la ciudad
+llevándote en lenguas tal vez a estas horas. Qué... ¿estás contento?
+¿deseas matar a tu madre? Pues la matarás... ¡Dios mío! ¡y estos son los
+hombres de talento! ¡los señoritos con carrera! Cuánto mejor que fueses
+un bruto como yo o como tu padre; sin estudios, pero sabiendo vivir y
+divertirse sin compromiso.</p>
+
+<p>Después relataba minuciosamente lo ocurrido. La madre teniendo que
+visitar su viejo mueble para hacer un pago a los jornaleros; el grito
+de horror y alarma que puso en conmoción la casa; la llegada de Don
+Andrés, avisado apresuradamente; la sospecha contra la fidelidad
+doméstica, pasando revista a todas las sirvientes, que lloraban
+protestando con indignación, hasta que doña Bernarda cayó en una silla,
+casi desmayada, murmurando al oído de su consejero:</p>
+
+<p>—Rafael no está en casa. Se ha ido... tal vez para no volver. Lo
+adivino; él tiene el dinero.</p>
+
+<p>Y mientras metían en la cama a la madre sollozante y avisaban al médico,
+él salía hacia la estación para coger el tren, y leía en las miradas
+curiosas el presentimiento de lo ocurrido, la prontitud con que los
+maldicientes unían aquella agitación sorda en la casa de Brull con la
+subida de Rafael en el primer tren, presenciada por algunos, a pesar de
+sus precauciones.</p>
+
+<p>—Rafael; señor diputado, ¿está usted contento?... ¿Quiere usted dar que
+reír más aún a sus enemigos?</p>
+
+<p>El viejo hablaba con voz temblona; parecía próximo a llorar. La obra de
+toda su vida, las grandes victorias ganadas al lado de Don Ramón, aquel
+poder político tan cuidadosamente pulido y aguzado, todo iba a quebrarse
+y perderse por culpa de un chiquillo ligero, vehemente; que al adorar a
+una mujer arrojaba a sus pies lo suyo y lo de los demás.</p>
+
+<p>Rafael, que en el primer momento se sentía agresivo, dispuesto a
+contestar con la violencia si el viejo camarada extremaba la reprensión,
+mostrábase ablandado y un tanto conmovido por el sincero dolor de aquel
+hombre, sin otro sentimiento que la dominación, semejante a su padre,
+como el gato se parece al tigre, y casi sollozante al ver en peligro el
+prestigio de la casa.</p>
+
+<p>Cabizbajo, aterrado por la imagen de aquella escena, después de su
+huida, Rafael no sabía por dónde marchaban. Le sorprendió de pronto un
+perfume de flores. Atravesaban un jardín, y al levantar la cabeza vio
+brillando al sol la arrogante figura del conquistador de Valencia sobre
+su nervudo caballo de guerra.</p>
+
+<p>Siguieron adelante. El viejo hablaba con acento plañidero de la
+situación de la casa. Aquel dinero que tal vez llevaba en el bolsillo,
+más de treinta mil pesetas, representaba los últimos esfuerzos de su
+madre para sacar a flote la fortuna de la familia, puesta en peligro por
+las genialidades de don Ramón. Suyo era el dinero, nada tenía él que
+decir; podía derrocharlo por el mundo: pero no hablaba a ningún niño,
+hablaba a un hombre que tenía corazón y sólo le pedía como preceptor de
+su infancia, como su más antiguo amigo, que pensase en los sacrificios
+de su madre, en su exagerada y ruda economía, en las privaciones que se
+había impuesto, vestida de hábito en todo tiempo, peleándose por un
+céntimo con las criadas, a pesar de sus aires de gran señora, privándose
+de esas golosinas y regalos que tanto gustan en la vejez, todo para que
+su señor hijo se gastara alegremente con una mujer aquella cantidad de
+la que hablaba don Andrés con respeto, pensando en lo que había costado
+reunir. ¡Vamos, hombre, que era para morirse el ver tales cosas!...</p>
+
+<p>¿Y si el padre, si don Ramón levantase la cabeza? ¿Si viese cómo su hijo
+por un amor destruía de golpe lo que tantos años había costado
+levantar?...</p>
+
+<p>Pasaban un puente. Abajo, en el seco cauce, se destacaban las manchas
+rojas y azules de un grupo de soldados y sonaba el redoble de los
+tambores como el zumbido de una enorme colmena. Aquel estrépito belicoso
+acompañaba dignamente la evocación del padre hecha por el viejo. Rafael
+creía ver delante de sus pasos aquel enorme cuerpo de hombre de lucha,
+sus grandes bigotes, su fiero entrecejo de conquistador, de aventurero
+nacido para guiar hombres e imponerles su voluntad.</p>
+
+<p>—¡Si don Ramón viese esto!... El era capaz de dar toda su fortuna por
+una mujer, pero no hubiera tomado juntas las más hermosas del mundo a
+cambio de perder un solo voto.</p>
+
+<p>Y su hijo, aquel retoño en el que había puesto sus esperanzas, el
+destinado a elevar la casa a su mayor gloria, el que había de ser
+personaje en Madrid, y al nacer encontraba el camino hecho, arrojaba por
+la ventana todo el trabajo del padre con el fácil abandono con que se
+pierde lo que no costó nada de ganar. ¡Bien se veía que no había
+conocido los tiempos malos! La época de la Revolución, cuando estaban
+caídos y había que hacerse respetar escopeta en mano; las desesperadas
+batallas electorales, en las que se alcanzaba el triunfo pasando sobre
+algún muerto; los galopes audaces en víspera de escrutinio, a través de
+los campos, envueltos en la sombra de la noche, sabiendo que por cerca
+estaba emboscado el <i>roder</i> de carabina certera, que había jurado su
+muerte; los procesos interminables por coacción y violencias que hacían
+vivir en perpetua angustia, esperando de un momento a otro la catástrofe
+final, el presidio con la pérdida de los bienes. Todo esto lo había
+arrastrado su padre por él; por labrarle un pedestal, por crearle un
+distrito propio, abriéndole camino para llegar lejos, muy lejos. Y él lo
+perdía todo, se despojaba para siempre de un poder formado a costa de
+años y peligros, si aquella misma noche no volvía a casa, destruyendo
+con su presencia las suposiciones de la gente escandalizada.</p>
+
+<p>Rafael movía la cabeza negativamente, conmovido por el recuerdo de su
+padre, convencido por las razones del viejo, pero resuelto a resistir.
+No, y no; la suerte estaba echada; él seguiría su camino.</p>
+
+<p>Estaban bajo los árboles de la Alameda. Pasaban los carruajes formando
+una inmensa rueda en el centro del paseo; brillantes los arreos de los
+caballos y los faroles del pescante con el reflejo del sol; viéndose a
+través de las ventanillas los sombreros de las señoras y las blancas
+blondas de los niños.</p>
+
+<p>Don Andrés se indignaba ante la tenacidad del joven. Enseñábale aquellas
+familias, de exterior tranquilo y feliz, paseando dentro de sus
+carruajes, con la plácida calma de una abundancia sedentaria y exenta de
+emociones. ¡Cristo! ¿Tan mala era aquella vida? Pues así podía vivir él
+si era bueno, si no volvía la espalda al deber; rico, influyente,
+respetado, envejeciendo rodeado de hijos; lo único que en este mundo
+puede desear una persona honrada.</p>
+
+<p>Todo esto del amor sin trabas ni leyes, del amor que se hurta de la
+sociedad y sus costumbres, bastándose a si mismo y, despreciando el que
+dirán, eran mentiras de poetas, músicos y danzantes, gente perdida y
+loca como aquella mujer que le arrebataba lejos, muy lejos, rompiendo
+para siempre sus lazos con la familia y con su país.</p>
+
+<p>El viejo parecía animarse con el silencio de Rafael. Creía llegado el
+momento de atacar su amor audazmente.</p>
+
+<p>—Y luego, ¡qué mujer! Yo he sido joven como tú; es verdad que no he
+conocido señoras como esa, pero, ¡bah! todas son iguales. He tenido mis
+debilidades; pero te digo que por una mujer como esa no hubiese perdido
+ni una uña. Cualquier muchacha de las que tenemos por allá vale más.
+Mucho traje, mucha palabra, polvos y pinturas a puñados... No es que yo
+diga que sea fea, no señor; ¡pero hijo, poco necesitas para volverte
+loco; las sobras de los demás!...</p>
+
+<p>Y habló del pasado de la artista; de aquella historia galante y
+tormentosa, exagerada por la leyenda; los amantes a docenas, su cuerpo
+desnudo reproducido en estatuas y cuadros; la mirada de toda Europa
+corriendo sobre su belleza, con la confianza del que entra en su casa,
+conociendo hasta el último rincón. ¡Vaya una virginidad para volverse
+loco! ¿Y por esa conquista lo iba a perder todo?</p>
+
+<p>El viejo sintió miedo al ver la punta de brasa que la ira encendió en
+los ojos de Rafael. Acababan de pasar otro puente; entraban de nuevo en
+la ciudad, y don Andrés en su miseria de viejo malicioso y cobarde,
+retrocedió como si quisiera ocultarse tras la casilla de los guardias de
+consumos, librándose de la bofetada que ya veía cortando el aire.</p>
+
+<p>El diputado, tras breve indecisión, siguió adelante, desalentado,
+cabizbajo, sin fijarse en el viejo que había vuelto a colocarse a su
+lado.</p>
+
+<p>¡Ah, el maldito! ¡Qué bien había sabido herirle! El pasado de Leonora;
+su amor repartido con loca generosidad por los cuatro puntos de la
+tierra; todos los pueblos pasando sobre su cuerpo, domándola un instante
+con el atractivo de la elegancia o el encanto del arte; sus entrañas
+estremeciéndose hoy en un palacio y mañana en un cuarto de hotel; su
+boca repitiendo en diversos idiomas aquellas mismas frases de amor,
+entrecortadas por el espasmo, que le enardecían, como si fuese el
+primero en oírlas. ¿Y por estos restos que aún sobrevivían
+milagrosamente después del loco derroche, iba él a perderlo todo, a huir
+dejando a sus espaldas el escándalo, el descrédito y tal vez el cadáver
+de su madre? ¡Ah, terrible don Andrés! ¡Y cómo después de herirle metía
+los dedos en el sangriento desgarrón agrandando la herida! La lógica
+llana y vulgar del viejo había desvanecido su ensueño. Aquel hombre,
+había sido el Sancho rústico y malicioso que aconsejaba a su quijotesco
+padre, y ahora seguía su misión cerca del hijo.</p>
+
+<p>Recordaba de un golpe toda la historia de Leonora, las francas
+confidencias de su época de pura amistad, cuando se lo contaba todo para
+impedir que la siguiese deseando. Por mucho que ella le adorase no
+sería más que un sucesor del conde ruso, del músico alemán, o de alguno
+de aquellos amantes de pocos días, apenas mencionados, pero que algo
+habían dejado en su memoria. ¡Un sucesor! ¡el último que llega con
+algunos años de retraso y se contenta mordiendo en la cálida madurez que
+ellos conocieron con la frescura y la suave película de la juventud! Los
+besos que tan profundamente le turbaban tenían algo más que la caricia
+de la mujer: era el perfume embriagador y malsano de todas las
+corrupciones y locuras de la tierra; el olor concentrado de un mundo que
+había corrido loco hacia su belleza como los pájaros nocturnos se
+agolpaban a la luz del faro.</p>
+
+<p>¡Abandonarlo todo por ella! ¡Correr la tierra, libres y orgullosos de su
+amor!... Y en ese mundo encontraría a muchos de sus antecesores
+contemplándole con mirada curiosa e irónica; sobrevivientes de las
+pasadas aventuras que, en su presencia, la desnudarían con la mirada,
+adivinando de antemano las frases entrecortadas que ella había de decir
+por la noche, los extravíos de su pasión nunca satisfecha.</p>
+
+<p>Lo extraño era que nada de esto se le había ocurrido antes. La ceguera
+de la felicidad jamás le había dejado pensar que no era él el primero
+que pasaba por sus brazos, que aquellas palabras que le mecían como
+dulce música podían haber sido oídas por otros y otros antes que él...</p>
+
+<p>¿Cuánto tiempo iban por las calles de Valencia?... Le temblaban las
+piernas, estaba desfallecido, apenas veía. Los aleros de las casas aún
+estaban bañados de sol, y a él le parecía andar a tientas en la
+penumbra del crepúsculo.</p>
+
+<p>—Tengo sed, Don Andrés. Entremos en cualquier sitio.</p>
+
+<p>El viejo le encaminaba al café de España, su refugio favorito. Tenía la
+mesa al pie de los cuatro relojes que sustenta el ángel de la Fama en el
+centro del gran salón cuadrado, con sus enormes espejos de fantásticas
+perspectivas y sus dorados, obscurecidos por el humo y la luz
+crepuscular que desciende por la alta linterna como una inmensa cripta.</p>
+
+<p>Rafael bebió, sin saber ciertamente el contenido del vaso; un veneno tal
+vez que le helaba el corazón. Don Andrés contemplaba sobre el mármol de
+la mesa el recado de escribir; la cartera de roto hule y el mísero tarro
+de tinta, golpeándolos con el rabo de la pluma, una pluma de café,
+engrasada, torcida de puntas, instrumento de tortura para desesperar la
+mano.</p>
+
+<p>—Falta una hora para el tren. Rafael, sé hombre; aún es tiempo. Vente y
+remediaremos esta chiquillada.</p>
+
+<p>Y le tendía la pluma, a pesar de no haberse mencionado en la
+conversación el propósito de escribir a persona alguna.</p>
+
+<p>—No puedo, don Andrés. Soy un caballero, tengo mi palabra dada y no
+retrocedo venga lo que venga.</p>
+
+<p>El viejo sonreía con sarcasmo.</p>
+
+<p>—Sé todo lo caballero que quieras. Lo serás para esa mujer. Pero cuando
+rompas con ella, cuando te deje o la abandones tú no vuelvas a Alcira.
+Tu madre no existirá: yo estaré no sé dónde, y los que te hicieron
+diputado te mirarán como un ladrón que robó y mató a su madre...
+Enfurécete, pégame si quieres; ya nos miran de las otras mesas... da un
+escándalo en el café; no por esto dejará de ser verdad lo que te digo...</p>
+
+<p>Mientras tanto Leonora se impacientaba en su cuarto del hotel. Habían
+transcurrido tres horas. Para calmar su inquietud se sentó en el balcón,
+tras la verde persiana, siguiendo con distraídos ojos el paso de los
+escasos transeúntes que atravesaban la plaza.</p>
+
+<p>Encontraba en ella un recuerdo de las plazoletas de Florencia, rodeadas
+de mansiones señoriales, cerradas e imponentes, con su pavimento de
+guijarros ardientes por el sol, entre los cuales crece la hierba y que
+despiertan de su modorra al paso tardo de una mujer, de un cura o un
+viajero, repitiendo sus pisadas cuando ya están lejos.</p>
+
+<p>Miraba los viejos caserones de la plaza, un ángulo del palacio de Dos
+Aguas, con sus tableros de estucado jaspe entre las molduras de follaje
+de los balcones; escuchaba las conversaciones de los cocheros, agrupados
+en la puerta del hotel, en torno de los dueños y los criados, todos
+aquellos italianos bigotudos que sacaban sillas a la acera como en una
+calle de pueblo. De vez en cuando miraba los tejados de enfrente, de los
+cuales iba retirándose la luz del sol, cada vez más pálida y
+dulcificada.</p>
+
+<p>Miró su reloj. Las seis. ¿Pero dónde se había metido aquel hombre? Iban
+a perder el tren, y para aprovechar hasta el último minuto, daba
+órdenes a Beppa, queriendo que todo estuviese en orden y dispuesto para
+la marcha. Recogía sus objetos de tocador, cerraba las maletas después
+de pasear su mirada interrogante por todo el cuarto con la inquietud de
+una partida rápida, y colocaba en una butaca, junto al balcón, el abrigo
+de viaje, el saco de mano, el sombrero y el velo para arreglarse sin
+tardanzas ni vacilaciones, apenas se presentase Rafael, jadeante y
+cansado por el retraso.</p>
+
+<p>Y el amante sin venir... Sintió impulsos de salir en su busca; pero
+¿dónde encontrarle? Desde niña no había estado en la ciudad, desconocía
+sus calles, podía cruzarse, sin saberlo, con Rafael, vagar errante
+mientras él la esperase en el hotel. Mejor era aguardar.</p>
+
+<p>Acababa el día. En el cuarto extendíase la sombra del crepúsculo,
+confundiendo los objetos. Volvió al balcón trémula de impaciencia,
+triste, como la luz violeta que se difundía por el cielo, con vetas
+rojas que reflejaban el sol poniente. Iban a perder el tren; tendrían
+que aguardar hasta el día siguiente. Un contratiempo que trastornaba la
+seguridad de su huida.</p>
+
+<p>Volviose con nervioso movimiento al oír que la llamaban desde la puerta
+de la habitación:</p>
+
+<p>—<i>Signora</i>, <i>una lettera</i>.</p>
+
+<p>¡Una carta para ella!... La tomó febril de la mano del camarero, ante la
+mirada vaga y sin expresión de la doncella, sentada sobre las maletas.</p>
+
+<p>Le temblaban las manos. El recuerdo de Hans Keller, el artista ingrato
+surgió repentinamente en su memoria. Buscó una bujía en su alcoba y
+acabó por volver al balcón, examinando la carta a la luz del crepúsculo.</p>
+
+<p>Su letra en el sobre; pero portentosa, penosa, como arrancada con
+esfuerzo. Sentía toda su sangre replegarse en el corazón; leía con el
+ansia del que quiere apurar de un golpe toda la amargura y saltaba
+renglones, adivinándolos.</p>
+
+<p>«Mi madre muy enferma... voy allá por unos días nada más... mi deber de
+hijo... pronto nos veremos»; y las cobardes excusas de costumbre para
+suavizar la rudeza de la despedida; la promesa de reunirse con ella tan
+pronto como le fuese posible; los juramentos apasionados, afirmando que
+era la única mujer que amaba en el mundo.</p>
+
+<p>Pasó como un relámpago por su voluntad el propósito de salir en seguida
+para Alcira aunque fuese a pie; quería avistarse con Rafael, arrojarle
+al rostro aquella carta, abofetearle, batirse.</p>
+
+<p>—¡Ah, el miserable! ¡el infame!—rugía.</p>
+
+<p>Y la doncella, que acababa de encender luz, vio a su señora pálida, con
+una blancura mate, los ojos desmesuradamente abiertos, los labios
+lívidos, andando erguida con dolorosa tensión, como si no moviese los
+pies, como si la empujara una mano invisible.</p>
+
+<p>—Beppa—gimió.—¡Se ha ido! ¡me deja!...</p>
+
+<p>La doncella, insensible ante la fuga del señorito, sólo atendía a
+Leonora, adivinando la próxima crisis, contemplando con sus ojos de vaca
+mansa el desencajado rostro de la señora.</p>
+
+<p>—¡El miserable!—rugía yendo de un lado a otro de la habitación.—¡Cuán
+loca he sido! ¡Entregarme a él, creerle un hombre, confiarme a su amor,
+perder la tranquilidad y la única familia que me resta!... ¿Por qué no
+me dejó marchar sola? Me hizo soñar en una primavera eterna de amor y me
+abandona... Ha jugado conmigo... se burla de mí... y no puedo
+aborrecerle. ¿Por qué me despertó cuando yo estaba allá abajo recogida,
+tranquila, insensible, en un egoísta aislamiento?... Embustero,
+miserable... ¿Pero por qué lloro?... Se acabó. Alégrate, Beppa; otra vez
+a cantar, correremos el mundo; jamás volverás a este rincón de todos,
+donde he querido educar niños. ¡A vivir! ¡A tratar a puntapiés al
+hombre! ¡así! ¡así! ¡como el peor de los animales! Me río al pensar en
+mi estupidez; ¡qué locura, creer en ciertas cosas! ¡Ja, ja, ja!</p>
+
+<p>Y desde la plaza se oyeron las carcajadas. Una risa loca, aguda,
+acerada, que parecía rasgar las carnes y puso en conmoción todo el
+hotel, mientras la artista, con los labios espumeantes caía al suelo y
+se revolvía furiosa, volcando los muebles, hiriéndose con las metálicas
+aristas de sus maletas.</p>
+
+
+
+<div class='chapter'><h2><a id="TERCERA_PARTE"></a>TERCERA PARTE</h2></div>
+
+<p class="c"><b>———</b></p>
+
+<h3><a id="Ic"></a>I</h3>
+
+
+<p>—Don Rafael; los señores de la Comisión de Presupuestos aguardan a usía
+en la sección segunda.</p>
+
+<p>—Voy al momento.</p>
+
+<p>Y el diputado siguió inclinado sobre su pupitre en el gabinete de
+escritura del Congreso, terminando su última carta, añadiendo un sobre
+más al montón de correspondencia que se apilaba en el extremo de la
+mesa, junto al bastón y el sombrero de copa.</p>
+
+<p>Era la tarea diaria, la pesada corbea de la tarde, que junto a él
+cumplían con gesto aburrido un gran número de representantes del país.
+Contestar peticiones y consultas, ahogar las quejas y entretener las
+locas pretensiones que llegaban del distrito, el clamoreo sin fin del
+rebaño electoral, que no tropezaba con el más leve obstáculo sin acudir
+inmediatamente al diputado como el devoto apela al milagroso patrón.</p>
+
+<p>Recogió sus cartas, entregándolas a un ujier para que las llevase a la
+estafeta, y contoneando su cuerpo voluminoso, con una falsa gallardía
+juvenil, salió al pasillo central, prolongación del gran mentidero del
+salón de Conferencias.</p>
+
+<p>El Excmo. Sr. D. Rafael Brull sentíase como en su propia casa al entrar
+en aquel corredor; lóbrega garganta cargada de humo de tabaco, llena de
+trajes negros que se agolpaban en corrillos o se movían abriéndose paso
+trabajosamente con los codos.</p>
+
+<p>Ocho años estaba allí. Casi había perdido la cuenta de las veces que le
+declararon el acta limpia en el caprichoso vaivén de la política
+española, que da a los parlamentos una vida fugaz. Los ujieres, el
+personal de secretaría, todos los dependientes de la casa le miraban con
+respetuosa confianza, como un compañero superior, unido cual ellos para
+siempre a la vida del Congreso. No era de los que pescan milagrosamente
+un acta en el oleaje de la política y no repiten la suerte, quedando
+adheridos por toda la vida a los divanes del salón de Conferencias,
+tristes, con la nostalgia de la perdida grandeza, siendo los primeros
+todas las tardes a entrar en el Congreso para conservar su carácter de
+exdiputados, deseando con vehemencia que vuelvan los suyos para sentarse
+otra vez allá dentro en los escaños rojos. Era un señor con distrito
+propio: llegaba con su acta pura e indiscutible, lo mismo si mandaban
+los suyos que si el partido estaba en la oposición. A falta de otros
+méritos decían de él los de la casa: «Ese es de los pocos que vienen
+aquí de verdad». Su nombre no figuraba gran cosa en el extracto de las
+sesiones, pero no había empleado, periodista o tertuliano de la clase de
+caídos que al ver el apellido de Brull invariablemente en la lista de
+todas las comisiones que se formaban, no dijera «¡Ah! sí: Brull el de
+Alcira».</p>
+
+<p>Ocho años de servicios al país; de vivir en una mediana casa de
+huéspedes, teniendo allá abajo su aparatoso caserón adornado con una
+suntuosidad que había costado una fortuna a su madre y a su suegro.
+Largas temporadas de alejamiento de su mujer y sus hijos, aburriéndose
+con la vida monótona del que no quiere gastar mucho para que la familia
+ausente no suponga locuras y olvidos del deber. ¡Qué de sacrificios en
+los ocho años de diputación! El estómago estragado por la incalculable
+cantidad de vasos de agua con azucarillo apurados en la cantina del
+Congreso; callos en los pies por los interminables plantones en el
+pasillo central, rompiendo distraídamente con la contera del bastón el
+barniz de los azulejos del zócalo; una cantidad incalculable de pesetas
+gastadas en coches de punto por culpa de los entusiastas del distrito
+que le hacían ir todas las mañanas de ministerio en ministerio pidiendo
+la luna, para contentarse al fin con algunos granos de arena.</p>
+
+<p>Hacía su carrera con lentitud, mas según los maldicientes del salón de
+Conferencias, era un joven serio y discreto, de pocas palabras, pero
+seguras, que acabaría por llegar a alguna parte. Y él, satisfecho del
+papel de hombre serio que le asignaban, reía pocas veces, vestía
+fúnebremente, sin el menor color disonante sobre sus negras ropas;
+prefería oír pacientemente cosas que no le importaban a aventurar una
+opinión, y estaba contento de engordar prematuramente, de que su cráneo
+se despoblara, brillando con venerable luz bajo las lámparas del salón
+de sesiones, y de que en el vértice de sus ojos se fuera marcando la
+pata de gallo de la vejez prematura. Tenía treinta y cuatro años y
+parecía estar más allá de los cuarenta. Al hablar se calaba los lentes
+con un movimiento de altivez cuidadosamente imitado del difunto jefe del
+partido, y nunca manifestaba su opinión sin decir antes: «Yo
+entiendo»... o «sobre ese asunto tengo mis ideas particulares y
+propias»... ¡Lo que había aprendido en aquellos ocho años de abono
+parlamentario!...</p>
+
+<p>El nuevo jefe del partido, viendo en él a un compañero seguro que se
+buscaba por sí mismo la entrada en el Congreso, le tenía alguna
+consideración. Era un soldado que no faltaba a la lista. Llegaba
+puntualmente al formarse un nuevo parlamento; presentábase con su acta
+limpia, lo mismo si el partido ocupaba los amplios bancos de la derecha
+con la insolencia del vencedor, que si se apelotonaba en la izquierda,
+reducido, recortado, con la rabiosa ansia de volver a sentarse enfrente
+y el loco deseo de encontrarlo todo mal. Dos legislaturas pasadas en la
+izquierda del salón, le habían hecho adquirir cierta confianza con el
+jefe; le permitían esa franca camaradería de la oposición, donde desde
+el <i>leader</i> hasta el que calla, todos viven igualados por su cualidad
+común de simples diputados. Además, en aquellas temporadas de desgracia;
+para ayudar a la obra destructora de los suyos, podía permitirse sus
+preguntitas al gobierno a primera hora de las sesiones, y más de una vez
+escuchó de la boca sonriente y descolorida del jefe: «Muy bien, Brull;
+ha estado usted intencionado». Y la felicitación llegaba hasta el
+distrito, agrandada por el popular asombro.</p>
+
+<p>Junto con esto, los honores parlamentarios, la gran cruz que le habían
+dado como esas gratificaciones que se conceden por años de servicios y
+el formar en todas las comisiones encargadas de representar el poder
+legislativo en las solemnidades públicas. Si había que llevar a Palacio
+la contestación del Mensaje, él era de los designados y temblaba de
+emoción pensando en su madre, en su mujer, en todos los de allá al verse
+en los carruajes de gala, precedido de brillantes jinetes y saludado por
+las trompetas que entonaban la regia marcha. También era él de los que
+salían a la escalinata del Congreso a recibir las reales personas en la
+sesión inaugural, y en una legislatura fue de la comisión de gobierno
+interior, lo que le dio gran realce ante los ujieres.</p>
+
+<p>—Ese Brull—decían en el salón de Conferencias—será algo el día en que
+suban los suyos.</p>
+
+<p>Ya habían subido; ocupaba su partido el poder en uno de aquellos cambios
+de rumbo previstos y ordenados a que vivía sometida la nación por la
+política de balancín, y Rafael era de la Comisión de Presupuestos, para
+que se soltase a hablar con algo más que preguntas. Había que hacer
+méritos; justificar su llegada a uno de aquellos puestos, que según
+decían, le guardaba el jefe.</p>
+
+<p>Los diputados nuevos (la juventud, que componía la mayoría, escogida y
+triunfante desde el ministerio de la Gobernación) le respetaban y
+atendían como los alumnos atienden a un pasante que recibe directamente
+las órdenes del maestro. Era la supeditación de los novatos ante el
+discípulo viejo habituado a los usos de la casa.</p>
+
+<p>Cuando llegaba una votación y se agitaban las oposiciones creyendo en la
+posibilidad de la victoria, el ministro de la Gobernación le buscaba en
+los bancos con mirada ansiosa:</p>
+
+<p>—A ver, Brull, traiga usted a esa gente; somos pocos.</p>
+
+<p>Y Brull, orgulloso del mandato, salía como un rayo entre el estrépito de
+los timbres que llamaban los diputados a votar y las correrías de los
+ujieres. Pasaba por entre los pupitres del gabinete de escritura, se
+asomaba a la cantina, subía a las comisiones, deshacía a codazos los
+grupos de los pasillos y ensoberbecido con la autoridad conferida,
+empujaba rudamente el rebaño ministerial hacia el salón, refunfuñando
+con el enfado de un viejo, asegurando que en <i>sus tiempos</i>, cuando él
+comenzaba, había más disciplina. Al ganarse la votación, suspiraba
+satisfecho como quien acaba de salvar al gobierno y al país.</p>
+
+<p>Muchas veces, lo que quedaba en él de sincero y franco, un resto del
+carácter de la juventud, le sorprendía, levantando una duda cruel en su
+pensamiento. ¿No estaban allí representando una comedia engorrosa y sin
+brillo? Realmente, ¿le importaba al país cuanto hacían y decían?</p>
+
+<p>Inmóvil en el corredor, sentía en torno de él el revoloteo nervioso de
+los periodistas, aquella juventud pobre, inteligente y simpática, que se
+ganaba el pan duramente, y desde su tribuna les contemplaba como los
+pájaros miran desde el árbol las miserias de la calle; riendo ante los
+disparates de las solemnes calvas, como ríe en los teatros el público
+sano y alegre de la galería. Parecían traer con ellos el viento de la
+calle a una atmósfera densa y viciada por muchos años de aislamiento;
+eran el pensamiento exterior, la idea sin padre conocido, el
+estremecimiento de la gran masa, que se introducía como un aire colado
+en aquel ambiente denso semejante al de una habitación donde agoniza,
+sin llegar a morir, un enfermo crónico.</p>
+
+<p>Su opinión era siempre distinta de la de los representantes del país. El
+excelentísimo señor Tal, era para ellos un <i>congrio</i>; el ilustre orador
+Cual, que ocupaba con su prosa más de una resma de papel en el <i>Diario
+de Sesiones</i>, era un <i>percebe</i>; cada acto del parlamento les parecía un
+disparate, aunque por exigencias de la vida dijeran lo contrario en sus
+periódicos, y lo más extraño era que el país, con misteriosa
+adivinación, repetía lo mismo que ellos pensaron en el primer impulso de
+su ardor juvenil.</p>
+
+<p>¿Tendrían que bajar de su tribuna a los bancos para que por primera vez
+se dejase oír allí la opinión nacional?</p>
+
+<p>Y el diputado acababa por reconocer que también estaba la opinión entre
+ellos, pero como la momia está en el sarcófago; inmóvil, dormida,
+agarrotada por duras vendas, ungida con el ungüento de la retórica y el
+correcto bien decir que considera como pecados de mal gusto el arrebato
+de la fe, el tumulto de la indignación.</p>
+
+<p>En realidad, todo iba bien. La nación callaba, permanecía inmóvil;
+luego estaba contenta. Terminada ya para siempre la era de las
+revoluciones, aquel era el sistema infalible de gobernar, con sus crisis
+concertadas y sus papeles cambiados amistosamente por los partidos,
+marcando con toda suerte de detalles lo que cada cual había de decir en
+el poder y en la oposición.</p>
+
+<p>En aquel palacio, de extravagante arquitectura, adornado con el mismo
+mal gusto que la casa de un millonario improvisado, debía pasar Rafael
+su existencia para realizar el sueño de los suyos, aspirando una
+atmósfera densa, cálida y entorpecedora, mientras afuera sonreía el
+cielo azul y se cubrían de flores los jardines. Debía pasar gran parte
+del año lejos de sus naranjos, pensando melancólicamente en el ambiente
+tibio y perfumado de los huertos, mientras se subía el cuello del gabán
+o se envolvía en la capa, saltando de un golpe del ardor de los
+caloríferos del Congreso al frío seco y cruel del invierno en las calles
+de Madrid.</p>
+
+<p>Nada notable había ocurrido para él durante aquellos ocho años. Su vida
+era un río turbio, monótono, sin brillantez ni belleza, deslizándose
+sordamente como el Júcar en invierno. Al repasar su existencia, la
+resumía en pocas palabras. Se había casado; Remedios era su mujer, don
+Matías su suegro. Era rico, disponía por completo de una gran fortuna,
+mandando despóticamente sobre el rudo padre de su esposa, el más
+ferviente de sus admiradores. Su madre, como si los esfuerzos para
+emparentar con la riqueza hubiesen agotado la fuerza de su carácter,
+había caído en un marasmo senil rayano en la idiotez, sin más
+manifestaciones de vida que la permanencia en la iglesia hasta que la
+despedían cerrando las puertas, y el rosario, continuamente murmurado
+por los rincones de la casa, huyendo de los gritos y los juegos de sus
+nietos. Don Andrés había muerto, dejando con su desaparición árbitro y
+señor absoluto del partido a Rafael. El nacimiento de sus tres hijos,
+las enfermedades propias de la infancia, el diente que apunta con
+rabioso dolor, el constipado que obliga a la madre a pasar la noche en
+vela y las estúpidas travesuras de su cuñado—aquel hermano de Remedios
+que le temía a él más que a su padre, influenciado por el respeto que
+infundía su majestuosa persona—eran los únicos sucesos que habían
+alterado un poco la monotonía de su existencia.</p>
+
+<p>Todos los años adquiría nuevas propiedades; sentía el estremecimiento
+del orgullo contemplando desde la montaña de San Salvador—aquella
+ermita ¡ay! de tenaz recuerdo—los grandes pedazos de tierra aquí y
+allá, cercados de verdes tapias, sobre los cuales extendíanse los
+naranjos en correctas filas. Todo era suyo; la dulzura de la posesión,
+la borrachera de la propiedad subíansele a la cabeza.</p>
+
+<p>Al entrar en el antiguo caserón, rejuvenecido y transformado,
+experimentaba idéntica impresión de bienestar y poder. El viejo mueble
+donde su madre guardaba el dinero estaba en el mismo sitio; pero ya no
+ocultaba cantidades amasadas lentamente a costa de sacrificios y
+privaciones para alzar hipotecas y suprimir acreedores. Ya no llegaba a
+él de puntillas; palpando en la sombra; ahora lo abría a raíz de la
+cosecha y sus manos se perdían con temblores de felicidad en los fajos
+de billetes entregados por su suegro a cambio de las naranjas, y pensaba
+con fruición en lo que este guardaba en los Bancos y algún día vendría a
+su poder.</p>
+
+<p>El ansia de la riqueza, el delirio de la tierra se había apoderado de él
+como una pasión deleitosa, la única que honestamente podía tener en su
+vida monótona, siempre igual, marcándose por la noche hora por hora todo
+lo que haría al día siguiente. En aquella pasión por la riqueza había
+algo de contagio matrimonial. Ocho años de dormir juntos, en casto
+contacto de cabeza a pies, confundiendo el sudor de sus cuerpos y la
+respiración de sus pulmones, habían acabado por infiltrar en Rafael una
+gran parte de las manías y aficiones de su esposa.</p>
+
+<p>La cabrita mansa y asustadiza que correteaba perseguida por él, y le
+miraba con ojos tristes en sus días de alejamiento, era una mujer con
+toda la firmeza imperiosa y la superioridad dominante de las hembras de
+los países meridionales. La limpieza y el ahorro tomaban en ella el
+carácter de intolerables tiranías. Reñía a su marido si con sus pies
+trasladaba la más leve pella de barro de la calle al salón, y revolvía
+la casa haciendo ir de cabeza a todos los domésticos apenas descubría en
+la cocina unas gotas de aceite derramadas fuera de la vasija o un pedazo
+de pan abandonado en un rincón.</p>
+
+<p>—Una perla para la casa: ¿no lo decía yo?—murmuraba el padre
+satisfecho.</p>
+
+<p>Su virtud era intolerable. Rafael había querido amarla en los primeros
+tiempos de su matrimonio. Deseaba olvidar; sentía los mismos arrebatos
+apasionados y juguetones de aquellos días en que la perseguía por los
+huertos. Pero ella, pasada la primera fiebre de amor, satisfecha su
+curiosidad de doncella ante el misterio del matrimonio, opuso en
+adelante una pasividad fría y grave a las caricias del marido. No era
+una mujer lo que encontraba; era una hembra fríamente resignada con los
+deberes de la procreación.</p>
+
+<p>Sobre esto tenía ella sus «ideas particulares y propias» como su marido
+allá en las Cortes. El querer mucho a los hombres no era de mujeres
+buenas; eso de entregarse a la caricia con estremecimientos de pasión y
+abandonos de locura, era propio de las <i>malas</i>, de las perdidas. La
+buena esposa debía resignarse para tener hijos... y nada más; lo que no
+fuese esto eran porquerías, pecados y abominación. Estaba enterada por
+personas que sabían bien lo que se decían. Y orgullosa de aquella virtud
+rígida y áspera como el esparto, se ofrecía a su esposo con una frialdad
+que parecía pincharle, sin otro anhelo que lanzar al mundo nuevos hijos
+que perpetuasen el nombre de Brull y enorgulleciesen al abuelo don
+Matías, que veía en ellos un plantel de personajes, destinados a las
+mayores grandezas.</p>
+
+<p>Rafael vivía envuelto en aquel mismo ambiente tibio y suave del hogar
+honrado, que una tarde, paseando por Valencia, le mostró don Andrés como
+esperanza risueña si quería volver la espalda a la locura. Tenía mujer e
+hijos; era rico. Sus escopetas las encargaba el suegro a los
+corresponsales de Inglaterra; en la cuadra tenía cada año un caballo
+nuevo, encargándose el mismo don Matías de comprar lo mejor que se
+encontraba en las ferias de Andalucía. Cazaba, galopaba por los caminos
+del distrito, distribuía justicia en el patio de la casa lo mismo que su
+padre; sus tres pequeños, intimidados por sus largos viajes a Madrid y
+más familiarizados con los abuelos que con él, colocábanse cabizbajos en
+torno de sus rodillas, aguardando en silencio el beso paternal; todo
+cuanto le rodeaba estaba al alcance de su deseo, y, sin embargo, no era
+feliz.</p>
+
+<p>De vez en cuando surgía en su memoria el recuerdo de aquella aventura de
+la juventud. Los ocho años transcurridos le parecían un siglo. Rafael se
+sentía alejado de aquellos sucesos por toda una vida. El rostro de
+Leonora se había esfumado poco a poco en su memoria hasta perderse. Sólo
+recordaba los ojos verdes, la cabellera brillante como un casco de oro.
+Hacía tiempo que había muerto la tía, aquella doña Pepita, sencilla y
+devota, dejando sus bienes para la salvación del alma. El huerto y la
+casa azul eran ahora de su suegro, que había trasladado a su domicilio
+todo lo mejor, los muebles y los adornos comprados por Leonora en su
+época de aislamiento, mientras Rafael estaba en Madrid y soñaba ella en
+quedarse allí para siempre.</p>
+
+<p>Rafael evitó con gran cuidado volver a la casa azul. Temía despertar
+cierta susceptibilidad de su esposa. Bastante le pesaba en ciertos
+momentos el silencio de ella; su prudencia extraña que jamás le
+permitió hacer la más leve alusión al pasado, mientras que en su mirada
+fría y en la entereza con que abominaba de las locuras del amor
+adivinábase el recuerdo tenaz de aquella aventura que todos habían
+querido ocultar y que turbó profundamente los preparativos de tu
+matrimonio.</p>
+
+<p>Cuando el diputado estaba solo en Madrid, libre, como en su época de
+soltero, el recuerdo de Leonora surgía en su memoria con entera
+libertad, sin aquella coacción que parecía turbarle allá abajo, en el
+ambiente de la familia.</p>
+
+<p>¿Qué sería de ella? ¿A qué locuras se habría entregado después de aquel
+rompimiento que aún hacía enrojecer a Rafael, como si en su oído
+murmurasen atroces insultos? Los periódicos españoles hablan poco de las
+cosas de fuera de casa, y sólo dos veces encontró en ellos el nombre de
+guerra de Leonora, al dar cuenta de sus triunfos artísticos. Había
+cantado en París, como una artista francesa, asombrando la pureza de su
+acento; había estrenado en Roma una ópera de un joven maestro, preparada
+por el reclamo editorial como un gran acontecimiento. La obra había
+gustado poco, pero la artista había sido aclamada por el público,
+enloquecido y lacrimoso ante su patética desesperación en el acto final,
+al llorar el amor perdido.</p>
+
+<p>Después nada: ninguna noticia; se había eclipsado, impulsada, sin duda,
+por el amor, dominada, por aquella vehemencia que le hacía seguir al
+hombre preferido como una esclava. Y Rafael, al pensar en esto, sentía
+celos, cual si tuviera algún derecho sobre aquella mujer, olvidando la
+crueldad con que le había dicho adiós. Aquella despedida era su
+remordimiento. Comprendía que Leonora había sido para él la única
+pasión; el amor que pasa una sola vez en la vida al alcance de la mano.
+Y él en vez de apresarle, lo había espantado para siempre con un acto
+villano, con una despedida cruel, cuyo recuerdo le avergonzaba.</p>
+
+<p>Coronado del azahar de los huertos, el amor había pasado ante él,
+cantando el himno de la juventud loca, sin escrúpulos ni ambiciones,
+invitándole a ir tras sus pasos, y él le había contestado con una
+pedrada en las espaldas.</p>
+
+<p>Ya no volvería a pasar, lo presentía. Aquel ser misterioso, risueño y
+juguetón sólo se presentaba una vez en el camino. Había que cerrar los
+ojos y seguirle agarrado a la mano de la mujer que ofrecía. Si era una
+virgen, bueno; si era una mujer como Leonora, bien; había que
+conformarse ciegamente, y el que se detenía como él, el que retrocedía
+estaba perdido; veía en torno una noche sin fin, y jamás volvía a pasar
+ante sus ojos el risueño amor coronado de flores, entonando esa canción
+que sólo se oye una vez en la vida.</p>
+
+<p>Eran vanos todos sus esfuerzos por salir de la monomanía de su
+existencia, por rejuvenecerse sacudiendo la vejez de ánimo. Se convencía
+con tristeza de que era imposible la repetición de la aventura.</p>
+
+<p>Por dos meses fue el amante de Cora, una muchacha popular en los
+entresuelos de Fornos; una gallega alta, esbelta y fuerte (¡ay, como la
+otra!) que había pasado algunos meses en París y al volver de allá con
+el pelo teñido de rubio, recogiéndose el vestido con la misma gracia
+que si hiciera el <i>trottoir</i> en los boulevares, mezclando con dulzura en
+la conversación palabras francesas, llamando <i>mon cher</i> a todo el mundo
+y dándosela de entendida en la organización de una cena, brillaba como
+una gran <i>cocotte</i> entre sus amigas, sin más alardes que el lamentable
+flamenco y la palabra desvergonzada de brutal gracia.</p>
+
+<p>Pero se cansó pronto de aquellas relaciones. El labio superior de Cora,
+sudoroso bajo los polvos de arroz, siempre cubierto de un rocío de
+salud, le disgustaba como el hocico de una hermosa bestia de grosera
+vitalidad; su empalagosa charla, siempre girando sobre las modas, los
+apuros pecuniarios o las ridiculeces de las amigas, acabó por causarle
+náuseas. Además, en aquello no había amor, ni capricho siquiera. Le
+costaban dinero y no poco tales relaciones, y él se alarmaba en sus
+mezquindades de rico; pensaba con remordimiento en el porvenir de sus
+hijos como si estuviera arruinándoles, en lo que diría ante los gastos
+considerablemente aumentados aquella Remedios tan económica, tan
+dispuesta a la defensa del céntimo, sin otros despilfarros que el manto
+nuevo para la virgen o la fiesta estruendosa con gran orquesta y bosques
+de cirios.</p>
+
+<p>Rompió sus relaciones con la gallega del boulevar, sintiendo un dulce
+descanso al no tener que comparar sus recuerdos de la juventud con
+aquella pasión mercenaria en la que terminaban los arrebatos de amor con
+la presentación de alguna cuenta que había que pagar a la mañana
+siguiente.</p>
+
+<p>Terminó la vergonzosa alianza de la que se afrentaba Rafael, justamente
+cuando su partido ocupaba de nuevo el poder y volvía él a sentarse en
+los escaños de la derecha, cerca del banco ministerial, en su calidad de
+diputado antiguo. Había llegado el momento de trabajar; a ver si de un
+buen empujón lograba abrirse paso. Le nombraron de la Comisión de
+presupuestos y tomó sobre sí la obligación de contestar a varias
+enmiendas presentadas por las oposiciones al presupuesto de Gracia y
+Justicia. El ministro era amigo suyo: un marqués respetable y solemne
+que había sido absolutista y cansado de <i>platonismos</i>, como él decía,
+acabó por reconocer el régimen liberal aunque conservando sus antiguas
+ideas.</p>
+
+<p>Le agitaba el temblor del muchacho en vísperas de exámenes. Estudiaba en
+la biblioteca lo que habían dicho sobre la materia innumerables
+generaciones de diputados en un siglo de parlamentarismo.</p>
+
+<p>Sus amigos del Salón de Conferencias, todos aquellos derrotados y
+caídos, la bohemia parlamentaria, que le quería a cambio de papeletas
+para las tribunas, animábale profetizando un triunfo. Ya no se
+aproximaban a él para decirle: «Cuando yo era gobernador...»
+embriagándose a sí mismos con el esplendor de sus glorias muertas; ya no
+le preguntaban sobre lo que pensaba don Francisco de esto o de aquello,
+para sacar locas deducciones de sus respuestas.</p>
+
+<p>Le aconsejaban, dábanle indicaciones con arreglo a lo que ellos habían
+dicho o pensado decir al discutirse el presupuesto en tiempos de
+González Bravo, y acababan por murmurar con una sonrisa que le causaba
+escalofríos:—Allá veremos: que quede usted bien.</p>
+
+<p>Y todo aquel rebaño de malhumorados que esperando un acta jamás llegada,
+corrían como viejos caballos al olor de la pólvora a aglomerarse en dos
+masas al lado de la presidencia, apenas en el salón se armaba bronca con
+campanillazos, no podían imaginarse que el joven diputado muchas noches
+interrumpía su lectura con la tentación de arrojar contra la pared los
+gruesos tomos de las sesiones, y acababa pensando con escalofríos de
+intensa voluptuosidad en lo que habría sido de él corriendo el mundo
+tras unos ojos verdes cuya luz dorada creía ver temblar entre los
+renglones de la amazacotada prosa parlamentaria.</p>
+
+
+
+<h3><a id="IIc"></a>II</h3>
+
+
+<p>—Orden del día: continúa la discusión del presupuesto de obligaciones
+eclesiásticas.</p>
+
+<p>En el salón de sesiones se marcó un movimiento de fuga; el mismo pánico
+que desbanda los ejércitos y disuelve las multitudes. Se levantaban los
+más resueltos para escapar y les seguían en su huida grupos enteros,
+aclarándose por momentos los escaños.</p>
+
+<p>La Cámara estaba llena desde primera hora. Era día de emociones: una
+discusión entre el jefe del gobierno y un antiguo compañero que ahora
+estaba en la oposición; un antagonismo de viejos compadres, en el que
+salían a luz los secretos de la intimidad, todas las antiguas artimañas
+en común para sostenerse en el poder. Y el silencioso público que se
+deleitaba con este pugilato, los diputados que llenaban los escaños, las
+dos masas que se estrujaban a ambos lados de la presidencia,
+emprendieron la fuga al ver terminado el incidente, sabiéndoles a poco
+las dos horas de alusiones y punzantes recuerdos.</p>
+
+<p>El nombre del orador que iba a hablar sobre las obligaciones
+eclesiásticas, contuvo un poco aquella fuga; produjo el efecto de un
+gran recuerdo histórico lanzado en medio de una dispersión. Algunos
+diputados volvieron a sus asientos, mirando a los bancos más extremos de
+la izquierda, donde asomaba tras el rojo respaldo una gran cabeza
+blanca, en la que brillaban las gafas con luz semejante a la de una
+sonrisa dulcemente irónica.</p>
+
+<p>Púsose en pie el anciano. Era tan pequeño, tan débil de cuerpo, que aún
+parecía estar sentado. Toda la fuerza de su vida se había concentrado en
+la cabeza, enorme, de nobles líneas, sonrosada en la cúspide, entre los
+blancos mechones echados atrás. Su cara pálida tenía esa transparencia
+de cera de una vejez sana y vigorosa, a la que añadían nueva majestad
+las barbas plateadas, brillantes, luminosas como las que el arte da
+siempre al Todopoderoso.</p>
+
+<p>Aguardaba con los brazos cruzados a que cesase el rumor de colmena
+revuelta que zumbaba en el salón y los últimos fugitivos hubiesen
+traspuesto las puertas de salida. Por fin, comenzó a hablar ante la
+Cámara casi vacía, entre los siseos de los periodistas, que asomados a
+su tribuna como un gran racimo de cabezas, imponían silencio para no
+perder palabra.</p>
+
+<p>Era el patriarca de la Cámara. Representaba la revolución no sólo
+política, sino social y económica; era el enemigo de todo lo existente;
+sus teorías causaban profunda irritación como una música nueva e
+incomprensible que alterase el oído adormecido. Pero se le escuchaba con
+respeto, con la veneración que inspiraban sus años y su historia
+irreprochable. Su voz tenía el sonido débil y dulce de una lejana
+campanilla de plata; y en el silencio del salón se desarrollaba su
+palabra con cierta unción evangélica, como si al hablar pasase ante sus
+ojos la visión de un mundo mejor, de la sociedad perfecta del porvenir
+sin opresión ni tristezas, tantas veces soñadas en la soledad de su
+gabinete de estudio.</p>
+
+<p>Rafael estaba a la cabeza del banco de la comisión, algo separado de sus
+compañeros. Le dejaban espacio libre como los toreros al camarada que va
+a matar. Había apilado en su asiento legajos y volúmenes por si le
+ocurría citar textos en su contestación al venerable orador.</p>
+
+<p>Le contemplaba en silencio, admirándole. Aquel sí que era fuerte, con la
+dureza y la frialdad del hielo. Habría tenido sus pasiones como todos;
+en ciertos momentos se escapaba a través de su exterior inmutable y
+tranquilo un arranque de vehemencia. Sus ardores de poeta perdido en la
+política delatábanse algunas veces, como esos volcanes ocultos bajo una
+sima de nieve se revelan con lejano trueno. Pero había sabido ajustar su
+existencia al deber, y sin creer en Dios, sin otro apoyo que la
+filosofía, la fuerza de su virtud era tal, que desarmaba a los más
+apasionados enemigos.</p>
+
+<p>¡Y a un hombre así había de contestarle él!... Comenzaba a sentir miedo,
+y para recuperar el ánimo, paseaba su mirada por el salón. Lo que
+llamaban una media entrada los familiares de la casa. En los escaños
+veíanse esparcidos algunos grupos de diputados; la tribuna pública llena
+de gente popular quieta y en recogimiento, como si bebiese la palabra
+del viejo republicano. En las otras tribunas, poco antes repletas de
+curiosos para contemplar el pugilato de primera hora, sólo quedaban los
+forasteros, mirando abajo con expresión de asombro, deslumbrados por los
+fantásticos trajes de los maceros y con el propósito firme de no moverse
+hasta que los despidieran. Algunas señoras de la clase de
+<i>parlamentarias</i>, que acudían todas las tardes de bronca, rumiaban
+caramelos y miraban con extrañeza a aquel viejo de terrible fama, cuyo
+nombre jamás se pronunciaba en sus tertulias, admirando su aspecto
+bondadoso y la natural distinción con que llevaba la levita. ¡Parecía
+imposible!... En la tribuna diplomática sólo quedaba una señora
+lujosamente vestida, con un gran sombrero de plumas negras, tras el cual
+casi desaparecía un joven rubio, peinado en <i>bandós</i>, correcto y
+estirado. Sería alguna extranjera. Rafael la tenía frente a su banco y
+veía su mano enguantada apoyándose en el antepecho de la tribuna,
+agitando el abanico con escandaloso crujido. El resto de su cuerpo se
+confundía en la penumbra de la tribuna al echarse atrás para cuchichear
+y reír con su acompañante.</p>
+
+<p>Distraído por aquella revista, Rafael apenas atendía al orador. Había
+adivinado todo lo que estaba diciendo y esto le satisfacía. Así no
+quedaba desbaratado el andamiaje de la larga contestación que traía
+preparada.</p>
+
+<p>Aquel hombre era inflexible e inmutable. Llevaba treinta años diciendo
+lo mismo. Aquel discurso lo había leído Rafael un sinnúmero de veces.
+Estudiando atentamente los males nacionales, los abusos imperantes en el
+país, había formulado una crítica completa y despiadada, en la que
+resaltaban los absurdos por el efecto del contraste. Con la convicción
+de que la verdad sólo es una y nada tan nuevo como ella, venía
+repitiendo su crítica todos los años en un estilo puro, conciso, sonoro,
+que parecía esparcir en el ambiente el maduro perfume de los clásicos.</p>
+
+<p>Hablaba en nombre de la España del porvenir, de un pueblo que no tendría
+reyes, porque se gobernaría por sí mismo; que no pagaría sacerdotes,
+porque respetando la conciencia nacional permitiría todos los cultos sin
+privilegiar alguno. Y con sencilla amenidad, como si construyese y
+juntase versos, emparejaba cifras, haciendo resaltar la manera absurda
+con que la nación se despedía de un siglo de revoluciones, durante el
+cual todos los pueblos habían conseguido más que el nuestro.</p>
+
+<p>En el mantenimiento de la casa real se gastaba más que en enseñanza
+pública. El sostenimiento de una sola familia resultaba de más valía que
+el despertar a la vida moderna de todo un pueblo. En Madrid, en la
+capital, a la vista de todos ellos, las escuelas instaladas en inmundos
+zaquizamíes; iglesias y conventos surgiendo de la noche a la mañana como
+palacios encantados en las principales calles. En veintitantos años de
+restauración, más de cincuenta edificios religiosos completamente
+nuevos, estrechando la capital con una cintura de construcciones
+flamantes; y en cambio una sola escuela moderna como la de cualquier
+población pequeña de Inglaterra o Suiza. La juventud débil, apagada,
+egoísta y devota, contrastando con sus padres, que adoraban los
+generosos ideales de la libertad y la democracia y hacían revoluciones.
+El hijo, envejecido, con el pecho lleno de medallas, sin más vida
+intelectual que las reuniones de cofradía, confiando su porvenir y su
+voluntad al jesuita introducido en la familia por la madre, mientras el
+padre sonríe amargamente, reconociendo que es de otro mundo, de una
+generación que se va: la que logró galvanizar la nación por un momento
+con la protesta revolucionaria.</p>
+
+<p>La iglesia cobrando todos sus servicios a los fieles y cobrando al mismo
+tiempo del Estado. La Hacienda demandando economías, mientras se crean
+nuevos obispados y las obligaciones eclesiásticas aumentan en provecho
+del alto clero, sin beneficio alguno para el populacho de sotana, para
+los de abajo, que necesitan entregarse a la más despiadada codicia,
+explotando sin escrúpulos la casa de Dios. Y mientras tanto, sin dinero
+para las obras públicas, poblaciones sin caminos, regiones enteras sin
+haber oído jamás el silbato del ferrocarril que resuena en regiones
+salvajes de Asia y Africa, campiñas pereciendo de sed mientras los ríos
+pasan junto a ellas llevando al mar sus inútiles aguas.</p>
+
+<p>El estremecimiento de la convicción pasaba por la Cámara silenciosa,
+anhelante para no perder nada de aquella voz débil, lejana, como salida
+de una tumba. Todos sentían en el ambiente el paso de la verdad, y
+cuando terminó con una invocación al porvenir, en el cual no existirían
+absurdos ni injusticias, se hizo más profundo el silencio, como si un
+viento glacial, una brisa de muerte hubiese aleteado sobre aquellas
+cabezas que creían estar deliberando en el mejor de los mundos.</p>
+
+<p>Al terminar el venerable orador se levantó Rafael, pálido, tirando de
+los puños de la camisa, dejando pasar algunos minutos para que se
+calmara la agitación de la Cámara, ansiosa de expansionarse, de murmurar
+después del largo recogimiento a que la había obligado la palabra tenue
+y concisa del anciano.</p>
+
+<p>Si a Rafael le había de animar la benevolencia del auditorio, buen
+principio tenía. El salón se vaciaba por momentos. Era la fuga prevista
+apenas se levantaba el señor de la comisión a contestar a las
+oposiciones, teniendo al lado un rimero de papeles. Una <i>lata</i>,
+¡huyamos! Y pasaban por enfrente de Rafael, atravesando el hemiciclo,
+los grupos de compañeros; mientras arriba en las tribunas la dispersión
+era general, como si el edificio se incendiase. Las señoras, mascando el
+último caramelo y viendo terminado por aquel día el desfile de hombres
+ilustres, abandonaban las tribunas. Abajo las aguardaba el coche para
+dar un paseo por la Castellana. Aquella extranjera de la tribuna
+diplomática también se movía para irse. Pero no; daba la mano a su
+acompañante, le despedía y se quedaba, moviendo aquel abanico que con su
+revoloteo turbaba a Rafael. Muchas gracias, señora. Aunque él, por su
+gusto, hubiera querido que se marchasen todos, que no quedasen en el
+salón otras personas que el presidente y los maceros para hablar con
+menos miedo. Le atemorizaba la tribuna pública, donde no se había movido
+nadie, aguardando sin duda la rectificación del venerable orador: toda
+aquella aglomeración de blusas blancas y pecheras sin corbata, rematadas
+por cabezas morenas que le miraban con fija frialdad como
+diciendo:—Ahora veremos lo que contesta ese tío.</p>
+
+<p>Rafael comenzó por un elogio a la historia intachable, a la consecuencia
+política, a la sabiduría de aquel venerable septuagenario que todavía
+tenía fuerzas para batallar por los ideales de su juventud. Era de
+rúbrica un exordio como este; así lo hacía el jefe. Y al hablar, su
+vista se fijaba angustiosamente en el reloj. Quería ser largo, muy
+largo. Si no hablaba hora y media o dos horas, estaba deshonrado. Era el
+tiempo que correspondía a un hombre de su importancia. Había visto a los
+jefes de partido, a los caudillos de grupo, hablar toda una tarde, desde
+las cuatro hasta las ocho, roncos y congestionados, sudando como
+cavadores, con el cuello de la camisa hecho un trapo sucio y mirando el
+gran reloj del salón con angustia de condenados. «Aún falta una hora
+para levantar la sesión», decían los amigos. Y el gran orador, como un
+caballo cansado, pero de buena sangre, sacaba nuevas fuerzas y emprendía
+otra vez la carrera, falto de espacio para galopar, volviendo sobre sus
+pasos, repitiendo lo que ya había dicho un sinnúmero de veces,
+resumiendo la media docena de ideas desenvueltas en cuatro horas de
+sonora charla. Los buenos discursos se apreciaban reloj en mano. El rey
+de la casa era un señor rubio que desde los bancos de la oposición se
+divertía molestando al jefe del gobierno: un diputado eterno con fuerzas
+para hablar tres días seguidos.</p>
+
+<p>Rafael había oído ponderar la concisión y la claridad de la oratoria
+moderna en los parlamentos de Europa. Los discursos de los jefes de
+gobierno en París o Londres llenaban media columna de un periódico.
+También el venerable orador a quien iba a contestar, por ser original en
+todo, hablaba con esta concisión: cada período encerraba tres o cuatro
+ideas. Pero él no se dejaba tentar por la austeridad oratoria; creía que
+el peso y la medida sin tasa eran cualidades indispensables en la
+elocuencia, y deseando llenar todo un cuaderno del <i>Diario de sesiones</i>
+para que allá en su distrito se asombraran ante el interminable batallón
+de columnas impresas, hablaba y hablaba sin más preocupación que no
+soltar idea alguna; guardándolas todas con avaro celo, con la certeza de
+que cuanto más las conservara prisioneras, más larga y solemne
+resultaría su oración.</p>
+
+<p>Llevaba hablando un cuarto de hora sin contestar a nada del anterior
+discurso, llenando de flores al ilustre personaje. «Su señoría era
+respetable por esto o aquello, había hecho lo otro y lo de más allá...
+pero», y al llegar por fin al <i>pero</i> comenzó a soltar algo de lo que
+traía preparado. Su señoría era un ideólogo de inmenso talento, pero
+siempre fuera de la realidad; quería gobernar los pueblos con arreglo a
+las teorías adquiridas en los libros, sin atenerse a la práctica, al
+carácter propio e indestructible que tiene cada nación.</p>
+
+<p>Y había que oír con qué ligero tono de desprecio marcaba aquello de
+<i>ideólogo</i> y lo de sabiduría adquirida en los libros y lo de vivir fuera
+de la realidad.</p>
+
+<p>Muy bien; así, así,—le decían los compañeros de comisión, moviendo sus
+cabezas peinadas, lustrosas e indignadas contra todos los seres que
+quisieran vivir fuera de la realidad. Había que cantarles las verdades a
+los <i>ideólogos</i>.</p>
+
+<p>Y el ministro, amigo de Rafael, el único que ocupaba el banco azul,
+abrumando con su enorme tronco el pupitre, volvía su cabeza de búho
+gordo, pelado y con agudo pico para sonreír benévolamente al joven.</p>
+
+<p>El orador continuaba cada vez más sereno, fortalecido por aquellas
+muestras de aprobación. Hablaba de los detenidos y profundos estudios
+que la comisión había hecho de los presupuestos. El era el más modesto,
+el último, pero allí estaban sus compañeros—todos aquellos señores con
+levita inglesa y pelo partido de la frente a la nuca,—jóvenes
+estudiosos que le habían ilustrado con sus profundas apreciaciones, y
+cuando ellos no habían hecho más economías, era porque resultaba
+imposible.</p>
+
+<p>Y las cabezas de la comisión se movían para murmurar el optimismo del
+agradecimiento:—¡Pero este Brull habla muy bien!...</p>
+
+<p>El gobierno estaba dispuesto a cuantas economías fuesen prudentes y
+factibles, sin menoscabo de la dignidad y del país; pero era el gobierno
+de una nación eminentemente religiosa; favorecida por Dios en todos sus
+trances, y no tocaría un céntimo de las obligaciones eclesiásticas.
+¡Jamás! ¡Jamás!</p>
+
+<p>Su voz resonaba con ese triste eco que conmueve las casas vacías. Miró
+el reloj con angustia. Media hora; ya llevaba media hora hablando y aún
+no había comenzado de veras el discurso. Ahora lamentaba que la Cámara
+estuviese vacía. ¡Tan bien que marchaba aquello!... Frente a él, en la
+penumbra de la tribuna diplomática, seguía moviéndose el abanico,
+distrayéndole con su aleteo. ¡Diablo de señora! Bien podía estarse
+quieta.</p>
+
+<p>El presidente, siempre con la campanilla en la mano, inquieto y
+vigilante cuando hablaba alguien de las oposiciones, descansaba ahora
+con los ojos entornados y la cabeza en el respaldo del sillón,
+dormitando con la confianza de un director que no teme desafinaciones.
+Los vidrios de la claraboya tomaban un tinte acaramelado con los rayos
+del sol, pero abajo solo descendía una luz verde y difusa, una claridad
+de bodega, discreta y dulce, que parecía sumir la Cámara en una calma
+monástica. Por las ventanas del techo, encima de la presidencia, veíanse
+pedazos de cielo azul impregnados de la suave luz de una tarde de
+primavera. Un palomo blanco revoloteaba a lo lejos en estos cuadros
+azules.</p>
+
+<p>Rafael sintió un desmayo de la voluntad, una invasión de entorpecedora
+pereza. Aquella sonrisa dulce de la naturaleza asomando a los tragaluces
+de la lóbrega cripta parlamentaria le hizo pensar en sus campos de
+naranjos, y por un capricho de la imaginación vio praderas cubiertas de
+flores, damas vestidas de pastoras como en los abanicos antiguos
+bailando sobre la punta de sus tacones al son de juguetones violines, y
+sintió un impulso de acabar en cuatro palabras, de tomar el sombrero y
+huir para perderse en las arboledas del Retiro. Existiendo el sol y las
+flores ¿qué hacía allí, hablando de cosas que no le importaban?... Pero
+se repuso pronto de aquella rápida crisis. Cesó de buscar entre los
+legajos amontonados en el escaño, de hojear papeles para disimular su
+turbación, y tremolando el primer pliego que encontró a mano, continuó
+su discurso.</p>
+
+<p>No se le ocultaba la intención que guiaba a su señoría al combatir aquel
+presupuesto. Sobre este punto tenía él ideas particulares y propias. «Yo
+entiendo que su señoría, proponiendo economías, busca también combatir
+las instituciones religiosas, de las que es enemigo».</p>
+
+<p>Y al llegar a este punto Rafael se lanzó en loca carrera, pisando
+terreno firme y conocido. Toda esta parte del discurso la tenía
+preparada, párrafo por párrafo; una apología del catolicismo, de la fe
+religiosa unida íntimamente a la historia de España, con arranques
+líricos y estremecimientos de entusiasmo, como si predicase una nueva
+cruzada.</p>
+
+<p>Veía en los bancos de enfrente el brillo irónico de unas gafas, el
+estremecimiento de una barba blanca sobre los brazos cruzados, como si
+una sonrisa bondadosa e indulgente saludase el desfile de tantos lugares
+comunes, mustios y descoloridos como flores de trapo. Pero Rafael no se
+intimidaba. Ya le faltaba poco para llegar a una hora de discurso.
+Adelante, adelante, a soltar todos sus arranques líricos sobre la gran
+epopeya nacional y cristiana. Y desfilaban por el oratorio
+cinematógrafo, la cueva de Covadonga; un árbol fantástico de la
+Reconquista «donde el guerrero colgaba su espada, el poeta su arpa,
+etc., etc.», pues todos acudían a colgar cualquier cosa; los siete
+siglos de batallas por la cruz, plazo algo largo, mediante el cual fue
+expulsada del suelo español la impiedad sarracena. Y a continuación los
+grandes triunfos de la unidad católica. España dueña de casi todo el
+mundo, el sol obligado a alumbrar eternamente la tierra española; las
+carabelas de Colón llevando la cruz a las tierras vírgenes; la luz del
+cristianismo saliendo de entre los pliegues de la bandera nacional para
+esparcirse por toda la tierra.</p>
+
+<p>Y como si hubiera sido una señal aquel himno a la luz cristiana entonado
+por el orador casi invisible en la penumbra del salón, comenzaron a
+encenderse las lámparas eléctricas, saliendo de la obscuridad los
+cuadros, los dorados, los escudos, las figuras duras y chillonas
+pintadas en la cúpula.</p>
+
+<p>Rafael se sentía trémulo, fuera de sí, embriagado por la facilidad con
+que desenvolvía su discurso. Aquella ola de luz que se derramaba por el
+salón, en plena tarde, mientras en la claraboya aún brillaba el sol,
+parecíale la repentina entrada en la gloria que venía hacia él, para
+darle el espaldarazo del renombre.</p>
+
+<p>Arrebatado por su verbosidad seguía soltando cuanto había almacenado
+aquellos días en su pensamiento. «En vano se cansaba su señoría: España
+era profundamente religiosa, su historia era la del catolicismo: se
+había salvado en todos sus conflictos abrazada a la cruz». Y abarcaba
+todas las grandes luchas nacionales; desde las batallas en que la piedad
+popular veía a Santiago en su caballo blanco, cortando las cabezas de la
+morisma con alfanje de oro, hasta el levantamiento de los pueblos contra
+Napoleón, tras el pendón de la parroquia y con el escapulario al pecho.
+No hablaba una palabra del presente: dejaba en pie aquella crítica
+despiadada del viejo revolucionario, despreciándola como un sueño de
+<i>ideólogo</i>, y se enfrascaba en su canto al pasado, afirmando por
+centésima vez que habíamos sido grandes por ser católicos, que en el
+momento no lo fuimos, todos los males del mundo cayeron sobre nosotros,
+y hablaba de los excesos de la revolución, de la tormentosa república
+del 73, cruel pesadilla de las personas sensatas, y del Cantón de
+Cartagena, el supremo recurso de la oratoria ministerial, una verdadera
+fiesta de caníbales, un horror jamás conocido en la tierra de los
+pronunciamientos y guerras civiles. Se esforzaba por hacer sentir al
+auditorio el terror de aquellas revoluciones, cuyo principal defecto era
+no haber revolucionado nada... Y a continuación una apología entusiasta
+de la familia cristiana, del hogar católico, nido de virtudes y
+dulzuras, con tal fervor, que no parecía sino que en los países donde no
+imperaba el catolicismo, eran todas las casas repugnantes lupanares u
+horrorosas cuevas de bandidos.</p>
+
+<p>—Muy bien, Brull muy bien—mugía el ministro, de bruces en su pupitre,
+oyendo con delicia sus propias ideas en la boca del joven.</p>
+
+<p>El orador descansó un instante, paseando su mirada por las tribunas,
+iluminadas ahora por las lámparas. La dama de la tribuna diplomática
+había cesado de abanicarse, mirándole fijamente.</p>
+
+<p>Faltó poco para que Rafael se sentara de golpe, anonadado por la
+sorpresa. ¡Aquellos ojos!... ¡tal vez una asombrosa semejanza! Pero no;
+era ella, le sonreía con la misma sonrisa burlona de los primeros
+tiempos.</p>
+
+<p>Sentía la turbación del pájaro que se revuelve en el árbol sin poder
+librarse de la mirada magnética de la serpiente encogida junto al
+tronco. Aquellos ojos que se burlaban de él trastornaban todas sus
+ideas. Quiso acabar; callarse pronto: cada minuto le parecía un
+suplicio; creía oír los mudos chistes que aquella boca estaría haciendo
+a costa suya.</p>
+
+<p>Miró otra vez el reloj; con quince minutos más redondeaba el discurso. Y
+emprendió una carrera loca, con voz precipitada, olvidando su economía
+de ideas para prolongar la peroración, soltándolas todas de golpe, con
+el deseo de terminar cuanto antes. «El Concordato... obligaciones
+sagradas con el clero... sus antiguos bienes... compromisos de estrecha
+amistad con el Papado, padre generoso de España... en fin, que no podían
+hacerse economías ni por valor de un céntimo y que la comisión sostenía
+el presupuesto sin reforma alguna».</p>
+
+<p>Al sentarse, sudoroso, conmovido, restregándose con fuerza el
+congestionado rostro, los compañeros del banco le felicitaron,
+tendiéndole las manos. «Era todo un orador; debía lanzarse; hablar más;
+tenía condiciones».</p>
+
+<p>Y del banco de abajo venía el mugido del ministro:</p>
+
+<p>—Muy bien, muy bien. Ha dicho usted lo mismo que hubiera dicho yo.</p>
+
+<p>El viejo revolucionario se levantaba para hacer una corta rectificación,
+repitiendo las mismas afirmaciones de antes que no habían sido
+contestadas.</p>
+
+<p>—Me he cansado mucho—suspiraba Rafael contestando a las
+felicitaciones.</p>
+
+<p>—Salga usted si quiere—dijo el ministro.—Yo pienso contestar la
+rectificación. Es un deber de cortesía con un diputado tan antiguo.</p>
+
+<p>Rafael levantó la cabeza y vio vacía la tribuna diplomática. Aún creyó
+distinguir en su lóbrego fondo las grandes plumas del sombrero.</p>
+
+<p>Salió del banco apresuradamente y se lanzó al pasillo, donde le
+detuvieron muchos para felicitarle.</p>
+
+<p>Ninguno le había oído, pero todos le daban la enhorabuena, le
+estrechaban la mano, impidiéndole avanzar.</p>
+
+<p>De nuevo creyó ver al extremo del corredor, al pie de la escalera de las
+secciones, destacándose sobre la vidriera de salida, aquellas plumas
+negras y ondulantes.</p>
+
+<p>Se abrió paso entre los grupos, sordo a las felicitaciones, empujando a
+los que le tendían la mano y tropezó en la cancela de cristales con dos
+compañeros que miraban hacia fuera con ojos de entusiasmo.</p>
+
+<p>—¡Qué hembra! ¿eh?</p>
+
+<p>—Parece extranjera. Será mujer de algún diplomático.</p>
+
+
+
+<h3><a id="IIIc"></a>III</h3>
+
+
+<p>Al salir del palacio la vio en la acera, disponiéndose a subir en una
+berlina. Un ujier del Congreso sostenía la portezuela con el respeto que
+inspira el coche oficial, el galón de oro brillante en el sombrero de
+los cocheros.</p>
+
+<p>Rafael se aproximaba, creyendo todavía a la vista de aquel carruaje en
+una asombrosa semejanza. Pero no, era ella; la misma; ¡como si no
+hubiesen transcurrido ocho años!</p>
+
+<p>—¡Leonora! ¡Usted aquí!...</p>
+
+<p>Ella sonrió como si aguardara el encuentro.</p>
+
+<p>—Le he visto y le he oído. Muy bien, Rafael: acabo de pasar un rato
+delicioso.</p>
+
+<p>Y estrechando su mano con un franco apretón de amistad, entró en el
+carruaje, con estrépito de sedas y finos lienzos.</p>
+
+<p>—Vamos, ¿no sube usted?—preguntó sonriendo.—Acompáñeme; daremos un
+paseo por la Castellana. La tarde es magnífica; un poco de oxígeno
+sienta bien después de ese ambiente tan pesado.</p>
+
+<p>Rafael subió, seguido por la mirada de asombro del ujier, admirado al
+verle en tan seductora compañía.</p>
+
+<p>Comenzó a rodar la berlina; los dos, en íntimo contacto, sintiendo el
+calor de sus cuerpos, chocando dulcemente con el suave movimiento de los
+muelles.</p>
+
+<p>Rafael no sabía qué decir. Le turbaba la sonrisa irónica y fría de su
+antigua amante; sentíase avergonzado por el recuerdo de su brutal
+despedida. Quería hablar, y sin embargo, no sabía qué decir; le pesaba
+aquel <i>usted</i> ceremonioso con que se habían tratado al subir al coche.
+Por fin se atrevió a decir tímidamente, hablando en tercera persona:</p>
+
+<p>—Encontrarnos aquí, ¡qué sorpresa!</p>
+
+<p>—Llegué ayer, mañana salgo para Lisboa. Una corta detención: hablar dos
+palabras con el empresario del Real; tal vez venga el próximo invierno a
+cantar <i>La Walkyria</i>. Pero hablemos de usted, ilustre orador... más bien
+dicho de ti, porque nosotros creo que aún somos amigos.</p>
+
+<p>—Sí: amigos, Leonora... yo no he podido olvidarte.</p>
+
+<p>Pero el entusiasmo con que dijo estas palabras, se desvaneció ante la
+fría sonrisa de la artista.</p>
+
+<p>—Amigos; eso es—dijo con lentitud:—amigos nada más. Entre nosotros
+hay un muerto que nos impide aproximarnos.</p>
+
+<p>—¿Un muerto?—preguntó Rafael no comprendiendo a la artista.</p>
+
+<p>—Sí; aquel amor que mataste... Amigos nada más; camaradas unidos con la
+complicidad del crimen.</p>
+
+<p>Y reía con su irónica crueldad, mientras el carruaje corría por una de
+las avenidas de Recoletos. Leonora miraba distraídamente el paseo
+central; sus filas de sillas de hierro, llenas de gente; los grupos de
+niños, que vigilados por las criadas, corrían alborozados bajo la luz
+dorada y dulce de la tarde primaveral.</p>
+
+<p>—Leí esta mañana en los periódicos que don Rafael Brull, de la
+<i>comisión</i>, se encargaría de contestar en eso de los presupuestos, y
+rogué a un antiguo amigo, el secretario de la embajada inglesa, que
+viniese a recogerme para acompañarme al Congreso. Este coche es el
+suyo... Pobre muchacho; no te conoce, pero apenas vio que te levantabas,
+emprendió la fuga... Una injusticia, porque tú no has estado mal. Estoy
+asombrada. Y di, Rafael, ¿de dónde sacas todas esas cosas?</p>
+
+<p>Pero Rafael no aceptaba el elogio, mirando con inquietud aquella sonrisa
+cruel. Además, ¿qué le importaba su discurso? Creía estar años enteros
+dentro de aquel coche; le parecía haber transcurrido toda una vida desde
+que salió del Congreso: el recuerdo de la sesión se borraba de su
+memoria. La contemplaba con admiración, paseando una mirada de asombro
+por su rostro y su cuerpo.</p>
+
+<p>—¡Qué hermosa estás!—murmuró con arrobamiento.—La misma que entonces.
+Parece imposible que hayan transcurrido ocho años.</p>
+
+<p>—Sí; reconozco que no estoy del todo mal. El tiempo no me muerde. Un
+poco más de tocador, he ahí todo. Yo soy de las que mueren de pie, sin
+sacrificar a la edad nada de su exterior. Antes que entregarme me
+mataría. Quiero eclipsar a Ninon de Lenclos.</p>
+
+<p>Era verdad. Los ocho años no habían marcado su paso por ella. La misma
+frescura, igual esbeltez, robusta y fuerte; idéntico fuego de arrogante
+vitalidad en sus ojos verdes. Parecía que al arder en incesante llama de
+pasión, en vez de consumirse se endurecía, haciéndose más fuerte.</p>
+
+<p>Su mirada abarcaba al diputado con una curiosidad irónica.</p>
+
+<p>—¡Pobre Rafael! siento no poder decirte lo mismo. ¡Cuán cambiado estás!
+Pareces un señor casi venerable. En el Congreso me costó trabajo
+reconocerte. Grueso, calvo, con esos lentes que trastornan tu antigua
+cara de moro de leyenda. ¡Pobrecito mío! ¡Si ya tienes arrugas!...</p>
+
+<p>Y reía, como si le causara intenso gozo el placer de la venganza, ver a
+su antiguo amante anonadado y cabizbajo por el retrato de su decadencia.</p>
+
+<p>—No eres feliz, ¿verdad? y sin embarga debías serlo. Te habrás casado
+con aquella muchacha que te ofrecía tu madre; tendrás hijos... no
+intentes negarlo para hacerte el interesante: lo adivino en tu persona,
+tienes el aire de padre de familia; a mí no se me escapan estas cosas...
+¿Y por qué no eres feliz? Tienes todo el aspecto de un personaje y lo
+serás muy pronto; de seguro que usas faja para disimular el vientre;
+eres rico, hablas en esa cueva lóbrega y antipática; tus amigos de allá
+se entusiasmarán leyendo el discurso del señor diputado, y estarán ya
+preparando los cohetes y la música para recibirte. ¿Qué te falta?</p>
+
+<p>Y con los ojos entornados, sonriendo maliciosamente, esperaba la
+respuesta, adivinándola.</p>
+
+<p>—¿Qué me falta? El amor; lo que tenía contigo.</p>
+
+<p>Y con la vehemencia de otros tiempos, como si aún estuvieran entre los
+naranjos de la casa azul, el diputado daba salida a sus melancolías de
+ocho años.</p>
+
+<p>La ofrecía la imagen inspirada por su tristeza. El amor, que pasa una
+sola vez en la vida coronada de flores con su cortejo de besos y risas.
+Quien le sigue obediente, encuentra la felicidad al fin de la dulce
+carrera. El que por orgullo o egoísmo se queda al borde del camino, ese
+llora su torpeza, la expía con una existencia de tedio y dolor. El había
+pecado, lo reconocía e imploraba su perdón; había purgado su falta con
+ocho años monótonos, abrumadores como una noche sofocante y sin fin:
+pero ya que volvían a encontrarse, aún era tiempo, Leonora, aún podía
+hacer retoñar la primavera de su vida, obligar al amor a que volviese
+sobre sus pasos, a que pasase de nuevo, tendiéndoles sus dulces manos.</p>
+
+<p>La artista le escuchaba sonriendo, con los ojos cerrados, reclinada en
+el fondo del carruaje, con un gesto de placer, como si paladease con
+fruición aquel fuego de amor que aún ardía en Rafael y que era su
+venganza.</p>
+
+<p>Los caballos marchaban al paso por la Castellana. Pasaban junto a ellos
+otros carruajes en los que brillaban curiosas miradas, sondeando el
+interior de la berlina y admirando aquella mujer hermosa y desconocida.</p>
+
+<p>—¿Qué contestas, Leonora? Aún podemos ser felices. Olvida mi falta, el
+tiempo pasado; imagínate que ayer fue nuestra despedida en aquel
+huerto, que hoy nos encontramos para vivir eternamente unidos.</p>
+
+<p>—No—dijo fríamente la artista.—Tú lo has dicho, el amor sólo pasa una
+vez en la vida. Lo sé por cruel experiencia y he procurado olvidarlo.
+Para nosotros pasó ya, y es una locura pretender que nos busque de
+nuevo. Ese no retrocede nunca. Si le buscásemos, sólo a costa de
+esfuerzos encontraríamos su sombra. Le dejaste escapar; llora tu culpa
+como yo lloré tu torpeza... Además, tú no te das cuenta de la situación.
+Acuérdate de lo que hablábamos en nuestra primer noche a la luz de la
+luna: «El arrogante mes de Mayo, el joven guerrero con armadura de
+flores busca a su amada la Juventud». ¿Y dónde está en nosotros la
+juventud? La mía búscala en mi tocador; se la compro al perfumista, y
+aunque sabe disfrazarme bien, oculta una vejez de ánimo, un desaliento
+en el que no quiero pensar porque me asusta. La tuya ¡pobre Rafael! no
+existe ya, ni aun exteriormente. Mírate bien: estás muy feo ¡hijo mío!
+Has perdido aquella esbeltez interesante de la juventud. Me haces reír
+con tus ensueños. ¡Una pasión a estas horas! ¡el idilio de una jamona
+retocada y un padre de familia calvo y con abdomen! ¡Ja, ja, ja!</p>
+
+<p>¡Cruel! ¡Cómo reía! ¡cómo se vengaba! Rafael irritábase ante aquella
+resistencia punzante e irónica; se exaltaba al hablar de su pasión...
+Nada importaban los desgastes del tiempo. ¿No podía obrar milagros el
+amor? El la amaba más aún que en otros tiempos; sentía hambre loca por
+su cuerpo; la pasión les daría el fuego de la juventud. El amor era
+como la primavera que vivifica los troncos aletargados por el invierno,
+cubriéndolos de flores. ¡Que ella dijera <i>sí</i>, y vería al instante el
+milagro, la resurrección de su vida entumecida; el despertar de su alma
+a la vida del amor!</p>
+
+<p>—¿Y la mujer? ¿y los hijos?—preguntó Leonora brutalmente, como si le
+quisiera despertar con este recuerdo, cruel como un latigazo.</p>
+
+<p>Pero Rafael estaba ebrio de pasión. Le trastornaba el contacto tibio de
+aquel cuerpo tantas veces deseado en su aislamiento; las emanaciones
+perfumadas de voluptuosidad con que impregnaba el interior del carruaje.</p>
+
+<p>Todo lo olvidaría por ella; familia, porvenir, posición. El sólo la
+necesitaba a ella para vivir y ser feliz.</p>
+
+<p>—Huiré contigo; todos me son extraños cuando pienso en ti. Tú sola eres
+mi vida.</p>
+
+<p>—Muchas gracias—contestó Leonora con gravedad.—Renuncio a ese
+sacrificio... ¿Y la santidad de la familia de que hace poco hablabas en
+aquel salón? ¿Y la moral cristiana sin la cual sería imposible la vida?
+¡Cómo reía yo escuchándote! ¡Qué de mentiras decís allí para los
+bobos!...</p>
+
+<p>Y volvía a reír cruelmente, regocijada por el contraste entre las
+palabras del discurso y aquella loca proposición de abandonarlo todo
+para seguirla en su correría por el mundo. ¡Ah, farsante!</p>
+
+<p>Ya había presentido ella en su solitaria tribuna que todo eran mentiras,
+convencionalismos, frases hechas; que el único que hablaba allí con la
+firmeza de la virtud, era aquel viejecito, al que contemplaba con
+veneración por haber sido de los ídolos de su padre.</p>
+
+<p>Rafael se sentía avergonzado. La rotunda negativa de Leonora; la burla
+despiadada de su hipocresía le hacían darse cuenta de la enormidad de su
+deseo. Se vengaba haciéndole revolcarse en la abyección de su amor loco
+y desesperado, capaz de las mayores vergüenzas.</p>
+
+<p>Comenzaba el crepúsculo. Leonora dio orden al cochero para volver a la
+plaza de Oriente. Vivía en una de las casas inmediatas al teatro Real,
+que sirven de alojamiento a los artistas. Tenía prisa; había de comer
+con aquel joven de la embajada y dos críticos musicales cuya
+presentación le había anunciado.</p>
+
+<p>—¿Y yo, Leonora? ¿No nos veremos más?</p>
+
+<p>—Tú me dejarás en la puerta, y ¡hasta que volvamos a encontrarnos!</p>
+
+<p>—Quédate unos días. Al menos que te vea; que tenga el consuelo de
+hablarte, de sentir el amargo placer de tus burlas.</p>
+
+<p>¡Quedarse!... Tenía sus días contados; iba de un extremo a otro del
+mundo, arreglando su vida con la exactitud de un reloj. De allí a dos
+días cantaría en el San Carlos de Lisboa tres representaciones de Wagner
+nada más; y después de un salto a Stokolmo y luego no sabía con certeza
+donde; a Odessa o al Cairo. Era el Judío Errante, la walkyria galopando
+entre las nubes de una tempestad musical, pasando a través de las más
+diversas temperaturas, saltando sobre los más distintos países,
+arrogante y victoriosa, sin sufrir el más leve menoscabo en su salud y
+su hermosura.</p>
+
+<p>—¡Ah, si tú quisieras! ¡Si me permitieses seguirte! ¡Como amigo nada
+más! ¡Como criado, si es preciso!</p>
+
+<p>Y la cogía una mano, oprimiéndola con pasión; hundía sus dedos en la
+manga, acariciando el brazo por debajo del guante.</p>
+
+<p>—¿Lo ves?—decía ella sonriendo con frialdad.—Es inútil; ni el más
+leve estremecimiento. Para mí eres un muerto. Mi carne no despierta a tu
+contacto; se encoge como al sentir un roce molesto.</p>
+
+<p>Rafael lo reconocía así. Aquella piel que en otros tiempos se estremecía
+locamente bajo sus caricias, era ahora insensible; tenía la frialdad
+indiferente con que se acoge lo desconocido.</p>
+
+<p>—No te esfuerces, Rafael. Esto se acabó. El amor que dejaste pasar está
+lejos, tan lejos que aunque corriéramos mucho, nunca le daríamos
+alcance. ¿A qué cansarnos? Al verte ahora, siento la misma curiosidad
+que ante uno de esos vestidos viejos que en otro tiempo fueron nuestra
+alegría. Veo fríamente los defectos, las ridiculeces de la moda pasada.
+Nuestra pasión murió porque debía morir. Tal vez fue un bien que
+huyeses. Para romper después, cuando yo me hubiese amoldado para siempre
+a tu cariño, mejor fue que lo hicieses en plena luna de miel. Nos
+aproximó el ambiente, aquella maldita primavera, pero ni tú eras para
+mí, ni yo para ti. Somos de diferente raza. Tú naciste burgués, yo llevo
+en las venas el ardor de la bohemia. El amor, la novedad de mi vida te
+deslumbraron; batiste las alas para seguirme, pero caíste con el peso de
+los afectos heredados. Tú tienes los apetitos de tu gente. Ahora te
+crees infeliz, pero ya te consolarás viéndote personaje, contemplando
+tus huertos cada vez más grandes y tus hijos creciendo para heredar el
+poder y la fortuna del papá. Esto del amor por el amor, burlándose de
+leyes y costumbres, despreciando la vida y la tranquilidad, es nuestro
+privilegio, la única fortuna de los locos a los que la sociedad mira con
+desconfianza desdeñosa. Cada uno a lo suyo. Las aves de corral a su
+pacífica tranquilidad, a engordar al sol; los pájaros errantes a cantar
+vagabundos, unas veces sobre un jardín, otras tiritando bajo la
+tempestad.</p>
+
+<p>Y riendo de nuevo como arrepentida de estas palabras dichas con gravedad
+y convicción, en las que resumía toda la historia de aquel amor, añadió
+con expresión burlona:</p>
+
+<p>—Qué parrafito, ¿eh? ¡Qué efecto hubiese hecho al final de tu discurso!</p>
+
+<p>El carruaje entraba ya en la plaza de Oriente: iba a detenerse ante la
+casa de Leonora.</p>
+
+<p>—¿Subo?—preguntó el diputado con angustia, con la entonación del niño
+que implora un juguete.</p>
+
+<p>—¿Para qué? Te aburrirías; seré la misma que aquí. Arriba no hay luna
+ni naranjos en flor. Es inútil esperar una borrachera como la de aquella
+noche. Además, no quiero que te vea Beppa. Se acuerda mucho de aquella
+tarde en el hotel de Roma al recibir tu carta, y me creería una mujer
+sin dignidad al verme contigo.</p>
+
+<p>Le invitaba a bajar con un gesto imperioso. Cuando partió el carruaje,
+los dos quedaron un momento en la acera, contemplándose por última vez.</p>
+
+<p>—Adiós, Rafael. Cuídate, no envejezcas tan aprisa. Cree que he tenido
+un verdadero gusto en volver a verte; el gusto de convencerme de que
+aquello acabó.</p>
+
+<p>—¡Pero así te vas!... ¡Así acaba para ti una pasión que aún llena mi
+vida!... ¿Cuándo volveremos a vernos?</p>
+
+<p>—No sé: nunca... tal vez cuando menos lo esperes. El mundo es grande,
+pero rodando por él como yo ruedo, hay encuentros inesperados, como
+este.</p>
+
+<p>Rafael señalaba al inmediato teatro.</p>
+
+<p>—¿Y si vinieras a cantar ahí?... ¿Si yo volviera a verte?...</p>
+
+<p>Leonora sonreía con altivez, adivinando su pregunta.</p>
+
+<p>—Si vuelvo, serás uno de mis innumerables amigos; nada más. Y no creas
+que soy ahora una santa. La misma que antes de conocerte; pero de todos,
+¿sabes? del portero del teatro, si es preciso, antes que de ti. Tú eres
+un muerto... Adiós, Rafael.</p>
+
+<p>La vio desaparecer en el portal, y permaneció aún mucho rato en la acera
+dominado por el anonadamiento; abstraído en la contemplación de los
+últimos resplandores del crepúsculo que palidecían más allá de los
+tejados del Palacio real.</p>
+
+<p>Las bandadas de pájaros piaban sobre los árboles del jardín,
+estremeciendo las hojas con sus aleteos juguetones como enardecidos por
+la primavera que llegaba para ellos fiel y puntual como todos los años.</p>
+
+<p>Emprendió la marcha hacia el interior de la ciudad, lentamente, con
+desaliento, pensando morir; diciendo adiós a todas las ilusiones que
+aquella mujer parecía haberse llevado consigo al volverle implacable la
+espalda. Sí; era un muerto que paseaba su cadáver bajo la luz triste de
+los primeros faroles de gas que comenzaban a encenderse. ¡Adiós, amor!
+¡adiós juventud! Para él ya no había primavera. La alegre locura le
+rechazaba como un desertor indigno; su porvenir era engordar dentro del
+hábito de hombre serio.</p>
+
+<p>En la calle del Arenal oyó que le llamaban. Era un diputado, un camarada
+de banco que volvía de la sesión.</p>
+
+<p>—Compañero; deje usted que se le felicite: estuvo usted
+archimonumental. El ministro ha hablado con gran entusiasmo de su
+discurso al presidente del Consejo. Cosa hecha; a la primera combinación
+es usted director general o subsecretario. ¡Mi enhorabuena, compañero!</p>
+
+<h3>FIN</h3>
+
+<p class="malvarrosa">Playa de la Malvarrosa (Valencia).<br>Julio-Septiembre de 1900.</p>
+
+<hr>
+
+<h3>DEL MISMO AUTOR</h3>
+
+<ul>
+<li><span class="un">NOVELAS</span>
+<ul>
+<li>Arroz y tartana. <i>Una peseta</i>.</li>
+<li>Flor de Mayo. <i>Una peseta</i>.</li>
+<li>La Barraca. <i>3’50 pesetas</i>.</li>
+<li>Cañas y barro. <i>3 pesetas</i>.</li>
+<li>Sónnica la cortesana. <i>3 pesetas</i>.</li>
+<li>La Catedral. <i>3 pesetas</i>.</li>
+<li>El Intruso. <i>3 pesetas</i>.</li>
+</ul>
+</li>
+
+<li><span class="un">CUENTOS</span>
+<ul>
+<li>Cuentos valencianos. <i>Una peseta</i>.</li>
+<li>La Condenada. <i>Una peseta</i>.</li>
+</ul>
+</li>
+
+<li><span class="un">VIAJES</span>
+<ul>
+<li>París (<i>agotada</i>).</li>
+<li>En el país del Arte (<i>Tres meses en Italia</i>). 1’50 ptas.</li>
+</ul>
+</li>
+</ul>
+
+<p class="c">Imp. de EL PUEBLO.—Don Juan de Austria, 14, Valencia</p>
+<div>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 30122 ***</div>
+</body>
+</html>
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