diff options
Diffstat (limited to 'old/30122-h')
| -rw-r--r-- | old/30122-h/30122-h.htm | 9204 | ||||
| -rw-r--r-- | old/30122-h/images/cover.jpg | bin | 0 -> 861860 bytes |
2 files changed, 9204 insertions, 0 deletions
diff --git a/old/30122-h/30122-h.htm b/old/30122-h/30122-h.htm new file mode 100644 index 0000000..1dced43 --- /dev/null +++ b/old/30122-h/30122-h.htm @@ -0,0 +1,9204 @@ +<!DOCTYPE html> +<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> + <head> + <meta charset="UTF-8"> + <title>Entre Naranjos | Project Gutenberg</title> + <link rel="icon" href="images/cover.jpg" type="image/x-cover"> +<style> + p {margin-top:.75em;text-align:justify;margin-bottom:.75em;text-indent:2%;} + +p.malvarrosa {margin:5% auto auto 10%;text-indent:-5%;} + +.c {text-align:center;text-indent:0%;} + + h1,h2 {text-align:center;clear:both;} + + h3,.ph3 {margin-top:15%;text-align:center;clear:both;} + + h3.pg {margin-top:0em;text-align:center;clear:both;} + + hr {width:100%;margin:5% auto 5% auto;border:4px double gray;} + + body{margin-left:10%;margin-right:10%;background:#fdfdfd;color:black;font-family:"Times New Roman", serif;font-size:medium;} + + div.caja {border:4px double gray;margin:10% 30% 5% 30%;padding:2%;} + +.un {text-decoration:underline;} + +a:link {background-color:#ffffff;color:blue;text-decoration:none;} + + link {background-color:#ffffff;color:blue;text-decoration:none;} + +a:visited {background-color:#ffffff;color:purple;text-decoration:none;} + +a:hover {background-color:#ffffff;color:#FF0000;text-decoration:underline;} + + sup {font-size:75%;} + +.poem {margin-left:25%;white-space:nowrap;text-indent:0%;} + + hr.full { width: 100%; + margin-top: 3em; + margin-bottom: 0em; + margin-left: auto; + margin-right: auto; + height: 4px; + border-width: 4px 0 0 0; /* remove all borders except the top one */ + border-style: solid; + border-color: #000000; + clear: both; } + pre {font-size: 85%;} + +div.chapter {page-break-before: always;} + </style> +</head> +<body> +<div>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 30122 ***</div> +<div class='ph3'>VICENTE BLASCO IBÁÑEZ</div> + +<h1>ENTRE NARANJOS</h1> + +<p class="c"><b>—NOVELA—</b></p> + +<p class="c"><b>15.000</b></p> + +<p class="c"><b>F. Sempere y C.<sup>a</sup>, Editores</b><br> +<b>CALLE DE ISABEL LA CATÓLICA, 5</b><br> +<b>VALENCIA</b><br> +<b>1904</b></p> + +<div class="caja"> +<p class="c"> +<a href="#PRIMERA_PARTE"><b>PRIMERA PARTE</b></a><br> +<a href="#Ia"><b>I, </b></a> +<a href="#IIa"><b>II, </b></a> +<a href="#IIIa"><b>III, </b></a> +<a href="#IVa"><b>IV, </b></a> +<a href="#Va"><b>V, </b></a> +<a href="#VIa"><b>VI</b></a></p> + +<p class="c"> +<a href="#SEGUNDA_PARTE"><b>SEGUNDA PARTE</b></a><br> +<a href="#Ib"><b>I, </b></a> +<a href="#IIb"><b>II, </b></a> +<a href="#IIIb"><b>III, </b></a> +<a href="#IVb"><b>IV, </b></a> +<a href="#Vb"><b>V, </b></a> +<a href="#VIb"><b>VI, </b></a> +<a href="#VIIb"><b>VII</b></a></p> + +<p class="c"> +<a href="#TERCERA_PARTE"><b>TERCERA PARTE</b></a><br> +<a href="#Ic"><b>I, </b></a> +<a href="#IIc"><b>II, </b></a> +<a href="#IIIc"><b>III</b></a></p> +</div> + + +<div class='chapter'><h2><a id="PRIMERA_PARTE"></a>PRIMERA PARTE</h2></div> + +<p class="c"><b>———</b></p> + + +<h3><a id="Ia"></a>I</h3> + + +<p>—Los amigos te esperan en el casino. Sólo te han visto un momento esta +mañana: querrán oírte; que les cuentes algo de Madrid.</p> + +<p>Y doña Bernarda fijaba en el joven diputado una mirada profunda y +escudriñadora de madre severa que recordaba a Rafael sus inquietudes de +la niñez.</p> + +<p>—¿Vas directamente al Casino?...—añadió.—Ahora mismo irá Andrés.</p> + +<p>Saludó Rafael a su madre y a don Andrés, que aún quedaban a la mesa +saboreando el café, y salió del comedor.</p> + +<p>Al verse en la ancha escalera de mármol rojo, envuelto en el silencio de +aquel caserón vetusto y señorial, experimentó el bienestar voluptuoso +del que entra en un baño tras un penoso viaje.</p> + +<p>Después de su llegada, del ruidoso recibimiento en la estación, de los +vítores y música hasta ensordecer, apretones de manos aquí, empellones +allá, y una continua presión de más de mil cuerpos que se arremolinaban +en las calles de Alcira para verle de cerca, era el primer momento en +que se contemplaba solo, dueño de sí mismo, pudiendo andar o detenerse a +voluntad, sin precisión de sonreír automáticamente y de acoger con +cariñosas demostraciones a gentes cuyas caras apenas reconocía.</p> + +<p>¿Qué bien respiraba descendiendo por la silenciosa escalera, resonante +con el eco de sus pasos! ¡Qué grande y hermoso le parecía el patio con +sus cajones pintados de verde, en los que crecían los plátanos de anchas +y lustrosas hojas! Allí habían pasado los mejores años de su niñez. Los +chicuelos que entonces le espiaban desde el gran portalón, esperando una +oportunidad para jugar con el hijo del poderoso don Ramón Brull, eran +los mismos que dos horas antes marchaban agitando sus fuertes brazos de +hortelanos, desde la estación a la casa, dando vivas al diputado, al +ilustre hijo de Alcira.</p> + +<p>Este contraste entre el pasado y el presente halagaba su amor propio, +aunque allá en el fondo del pensamiento le escarabajease la sospecha de +que en la preparación del recibimiento habían entrado por mucho las +ambiciones de su madre y la fidelidad de don Andrés con todos los amigos +unidos a la grandeza de los Brull, caciques y señores del distrito.</p> + +<p>Dominado por los recuerdos, al verse de nuevo en su casa, después de +algunos meses de estancia en Madrid, permaneció un buen rato inmóvil en +el patio, mirando los balcones del primer piso, las ventanas de los +graneros—de las que tantas veces se había retirado de niño, advertido +por los gritos de su madre;—y al final, como un velo azul y luminoso, +un pedazo de cielo empapado de ese sol que madura como cosecha de oro +los racimos de inflamadas naranjas.</p> + +<p>Le parecía ver aún a su padre, el imponente y grave don Ramón, paseando +por el patio, con las manos atrás, contestando con pocas y reposadas +palabras las consultas de los partidarios que le seguían en sus +evoluciones con mirada de idolatras. ¡Si hubiera podido resucitar +aquella mañana, para ver a su hijo aclamado por toda la ciudad!...</p> + +<p>Un ligero rumor semejante al aleteo de dos moscas turbaba el profundo +silencio de la casa. El diputado miró al único balcón que estaba +entreabierto. Su madre y don Andrés hablaban en el comedor: se ocuparían +de él como siempre. Y cual si temiera ser llamado, perdiendo en un +instante el bienestar de la soledad, abandonó el patio, saliendo a la +calle.</p> + +<p>Las dos de la tarde. Casi hacía calor, aunque era el mes de Marzo. +Rafael, habituado al viento frío de Madrid y a las lluvias de invierno, +aspiraba con placer la tibia brisa que esparcía el perfume de los +huertos por las estrechas callejuelas de la ciudad vieja.</p> + +<p>Años antes había estado en Italia con motivo de una peregrinación +católica: su madre le había confiado a la tutela de un canónigo de +Valencia, que no quiso volver a España sin visitar a don Carlos, y +Rafael recordaba las callejuelas de Venecia, al pasar por las calles de +la vieja Alcira, profundas como pozos, sombrías, estrechas, oprimidas +por las altas casas, con toda la economía de una ciudad que, edificada +sobre una isla, sube sus viviendas conforme aumenta el vecindario y sólo +deja a la circulación el terreno preciso.</p> + +<p>Las calles estaban solitarias. Se habían ido a los campos los que horas +antes las llenaban en ruidosa manifestación. Los desocupados se +encerraban en los cafés, frente a los cuales pasaba apresuradamente el +diputado, recibiendo al través de las ventanas el vaho ardiente en que +zumbaban choques de fichas y bolas de marfil, y las animadas discusiones +de los parroquianos.</p> + +<p>Rafael llegó al puente del Arrabal, una de las dos salidas de la vieja +ciudad edificada sobre la isla. El Júcar peinaba sus aguas fangosas y +rojizas en los machones del puente. Unas cuantas canoas balanceábanse +amarradas a las casas de la orilla. Rafael reconoció entre ellas la +barca que en otro tiempo le servía para sus solitarias excursiones por +el río, y que, olvidada por su dueño, iba soltando la blanca capa de +pintura.</p> + +<p>Después se fijó en el puente; en su puerta ojival, resto de las antiguas +fortificaciones; en los pretiles de piedra amarillenta y roída como si +por las noches vinieran a devorarla todas las ratas del río, y en los +dos casilicios que guardaban unas imágenes mutiladas y cubiertas de +polvo.</p> + +<p>Eran el patrono de Alcira y sus santas hermanas; el adorado San +Bernardo, el príncipe Hamete, hijo del rey moro de Carlet, atraído al +cristianismo por la mística poesía del culto, ostentando en su frente +destrozada el clavo del martirio.</p> + +<p>Los recuerdos de su niñez, vigilada por una madre de devoción crédula e +intransigente, despertaban en Rafael al pasar ante la imagen. Aquella +estatua desfigurada y vulgar era el penate de la población, y la cándida +leyenda de la enemistad y la lucha entre San Vicente y San Bernardo, +inventada por la religiosidad popular, venía a su memoria.</p> + +<p>El elocuente fraile llegaba a Alcira en una de sus correrías de +predicador y se detenía en el puente, ante la casa de un veterinario, +pidiendo que le herrasen su borriquilla. Al marcharse le exigía el +herrador el precio de su trabajo, e indignado San Vicente por su +costumbre de vivir a costa de los fieles, miraba al Júcar exclamando:</p> + +<p>—<i>Algún día dirán: así estaba Alsira</i>.</p> + +<p>—<i>No mentres Bernat estiga</i>,—contestaba desde su pedestal la imagen de +San Bernardo.</p> + +<p>Y, efectivamente; allí estaba aún la estatua del santo como centinela +eterno, vigilando el Júcar para oponerse a la maldición del rencoroso +San Vicente. Es verdad que el río crecía y se desbordaba todos los años, +llegando hasta los mismos pies de <i>San Bernat</i>, faltando poco para +arrastrarle en su corriente; es verdad también que cada cinco o seis +años derribaba casas, asolaba campos, ahogaba personas y cometía otras +espantables fechorías, obedeciendo la maldición del patrón de Valencia; +pero el de Alcira podía más, y buena prueba era que la ciudad seguía +firme y en pie, salvo los consiguientes desperfectos y peligros cada +vez que llovía mucho y bajaban las aguas de Cuenca.</p> + +<p>Rafael, sonriendo al poderoso santo como a un amigo de su niñez, pasó el +puente y entró en el Arrabal, la ciudad nueva, anchurosa y +despejada—como si las apretadas casas de la isla, cansadas de la +opresión, hubiesen pasado en tropel a la ribera opuesta, esparciéndose +con el alborozo y el desorden de colegiales en libertad.</p> + +<p>El diputado se detuvo en la entrada de la calle donde estaba el Casino. +Hasta él llegaba el rumor de la concurrencia, mayor que otros días, con +motivo de su llegada. ¿Qué iba a hacer allí? Hablar de los asuntos del +distrito, de la cosecha de la naranja o de las riñas de gallos, +describirles cómo era el jefe del gobierno y el carácter de cada +ministro. Pensó con cierta inquietud en don Andrés, aquel Mentor que por +recomendación de su madre, si se despegaba de él alguna vez, era para +seguirle de lejos... Pero, ¡bah!, que le esperasen en el Casino. Tiempo +le quedaba en toda la tarde para abismarse en aquel salón lleno de humo, +donde todos al verle se abalanzarían a él mareándole con sus preguntas y +confidencias.</p> + +<p>Y embriagado cada vez más por la luz meridional y aquellos perfumes +primaverales en pleno invierno, torció por una callejuela, dirigiéndose +al campo.</p> + +<p>Al salir del antiguo barrio de la Judería y verse en plena campiña, +respiró con amplitud, como si quisiera encerrar en sus pulmones toda la +vida, la frescura y los colores de su tierra.</p> + +<p>Los huertos de naranjos extendían sus rectas filas de copas verdes y +redondas en ambas riberas del río; brillaba el sol en las barnizadas +hojas: sonaban como zumbidos de lejanos insectos los engranajes de las +máquinas del riego, la humedad de las acequias, unida a las tenues +nubecillas de las chimeneas de los motores, formaba en el espacio una +neblina sutilísima que transparentaba la dorada luz de la tarde con +reflejos de nácar.</p> + +<p>A un lado alzábase la colina de San Salvador con su ermita en la cumbre, +rodeada de pinos, cipreses y chumberas. El tosco monumento de la piedad +popular parecía hablarle como un amigo indiscreto, revelando el motivo +que le hacía abandonar a los partidarios y desobedecer a su madre.</p> + +<p>Era algo más que la belleza del campo lo que le atraía fuera de la +ciudad. Cuando los rayos del sol naciente le despertaron por la mañana +en el vagón, lo primero que <i>vio</i>, antes de abrir los ojos, fue un +huerto de naranjos, la orilla del Júcar y una casa pintada de azul, la +misma que asomaba ahora, a lo lejos, entre las redondas copas de +follaje, allá en la ribera del río.</p> + +<p>¡Cuántas veces la había visto en los últimos meses con los ojos de la +imaginación!...</p> + +<p>Muchas tardes en el Congreso, oyendo al jefe que desde el banco azul +contestaba con voz incisiva a los cargos de las oposiciones, su cerebro, +como abrumado por el incesante martilleo de palabras, comenzaba a +dormirse. Ante sus ojos entornados desarrollábase una neblina parda, +como si espesara la penumbra húmeda de bodega en que está siempre el +salón de sesiones; y sobre este telón destacábanse como visión +cinematográfica las filas de naranjos, la casa azul con sus ventanas +abiertas, y por una de ellas salía un chorro de notas, una voz velada y +dulcísima cantando <i>lieders</i> y romanzas que servía de acompañamiento a +los duros y sonoros párrafos del jefe del gobierno. De repente, Rafael +despertaba con los aplausos y el barullo. Había llegado el momento de +votar, y el diputado, viendo todavía los últimos contornos de la casa +azul que se desvanecían, preguntaba a su vecino de banco:</p> + +<p>—¿Qué, votamos? ¿Sí o no?</p> + +<p>La misma visión se le presentaba por las noches en el teatro Real, allí +donde la música sólo servía para hacerle recordar la voz del huerto +extendiéndose por entre los naranjos como un hilo de oro, y en las +comidas con los compañeros de comisión, cuando con el veguero en los +labios y retozándoles la alegría voluptuosa de una digestión feliz, iban +todos a acabar la noche en alguna casa de confianza donde no corriera +peligro su dignidad de representantes del país.</p> + +<p>Ahora volvía a ver con intensa emoción aquella casa y marchaba hacia +ella, no sin vacilaciones; con cierto temor que no podía explicarse y +que agitaba su diafragma, oprimiéndole los pulmones.</p> + +<p>Pasaban los hortelanos junto al diputado, cediéndole el borde del +camino, y él contestaba distraídamente a su saludo.</p> + +<p>Todos ellos se encargarían de contar dónde le habían visto. No tardaría +su madre en saberlo. Por la noche tempestad en el comedor de su casa. Y +Rafael, siempre caminando hacia la casa azul, pensaba con amargura en su +situación. ¿A qué iba allá? ¿Por qué empeñarse en complicar su vida con +dificultades que no podía vencer? Recordaba las dos o tres escenas +cortas, pero violentas, que meses antes había tenido con su madre. El +furor autoritario de aquella señora tan devota y rígida de costumbres, +al enterarse de que su hijo visitaba la casa azul y era amigo de una +extranjera a la que no trataban las personas decentes de la ciudad y de +la que sólo hablaban bien los hombres en el Casino cuando se veían +libres de la protesta de sus familias.</p> + +<p>Fueron escenas borrascosísimas. Por aquellos días le iban a elegir +diputado. ¿Es que quería deshonrar el nombre de la familia +comprometiendo su porvenir político? ¿Para eso había arrastrado su padre +una vida de luchas, de servicios al partido, realizados muchas veces +escopeta en mano? ¿Una <i>perdida</i> podía comprometer la casa de los Brull, +arruinada por treinta años de política y de elecciones para los señores +de Madrid, ahora que su representante iba a tocar el resultado de tanto +sacrificio consiguiendo la diputación y tal vez el medio de salvar las +antiguas fincas, abrumadas por el peso de embargos e hipotecas?...</p> + +<p>Rafael, anonadado por aquella madre enérgica que era el alma del +partido, prometió no volver más a la casa azul, no ver a la <i>perdida</i>, +como la llamaba doña Bernarda, con una entonación que hacía silbar la +palabra.</p> + +<p>Pero de entonces databa el convencimiento de su debilidad. A pesar de su +promesa, volvió. Iba por caminos extraviados, dando grandes rodeos, +ocultándose como cuando de niño marchaba con los camaradas a comer fruta +en los huertos. El encuentro con una labradora; con un chicuelo o con un +mendigo, le hacía temblar, a él, cuyo nombre repetía todo el distrito, y +que de un momento a otro iba a conseguir la investidura popular, el +eterno ensueño de su padre. Y al presentarse en la casa azul tenía que +fingir que llegaba por un acto libre de su voluntad, sin miedo alguno. +Así, sin que lo supiera su madre, siguió viendo a aquella mujer hasta la +víspera de su salida para Madrid.</p> + +<p>Al llegar Rafael a este punto de sus recuerdos, preguntábase qué +esperanza le movía a desobedecer a su madre, arrostrando su temible +indignación.</p> + +<p>En aquella casa sólo había encontrado una amistad franca y +despreocupada, un compañerismo algo irónico, como de persona obligada +por la soledad a escoger entre los inferiores el camarada menos +repulsivo. ¡Ay! cómo veía aún las risas escépticas y frías con que eran +acogidas sus palabras, que él creía de ardorosa pasión. ¡Qué carcajada +aquella, insolente y brutal como un latigazo, el día en que se atrevió a +decir que estaba enamorado!</p> + +<p>—Nada de romanticismo, ¿eh, Rafaelito?... Si quiere usted que sigamos +amigos, sea con la condición de que me trate como a un hombre. Camaradas +y nada más.</p> + +<p>Y mirándole con sus ojos verdes, luminosos, diabólicos, se sentaba al +piano y comenzaba uno de aquellos cantos ideales, como si quisiera con +la magia del arte levantar una barrera entre los dos.</p> + +<p>Otro día estaba nerviosa; la molestaban las miradas de Rafael, sus +palabras de amorosa adoración, y le decía con brutal franqueza.</p> + +<p>—No se canse usted. Yo ya no puedo amar: conozco mucho a los hombres, +pero si alguno me hiciese volver al amor, no sería usted, Rafaelito.</p> + +<p>Y él allí; insensible a los arañazos y desprecios de aquel terrible +amigo con faldas; indiferente ante los conflictos que la ciega pasión +podía provocar en su casa.</p> + +<p>Quería librarse del deseo y no podía. Para arrancarse de tal atracción +pensaba en el pasado de aquella mujer: se decía que a pesar de su +belleza, de su aire aristocrático, de la cultura con que le deslumbraba +a él, pobre provinciano, no era más que una aventurera que había corrido +medio mundo, pasando de unos a otros brazos. Resultaba una gran cosa el +conseguirla; hacerla su amante; sentirse en el contacto carnal camarada +de príncipes y célebres artistas; pero ya que era imposible, ¿a qué +insistir comprometiéndose y quebrantando la tranquilidad de su casa?</p> + +<p>Para olvidarla rebuscaba el recuerdo de palabras y actitudes, queriendo +convertirlas en defectos. Saboreaba el goce del deber cumplido, cuando +tras esta gimnasia de su voluntad pensaba en ella sin sentir el deseo de +poseerla, una satisfacción de eunuco que contempla frío e indiferente, +como pedazos de carne muerta, las desnudas bellezas tendidas a sus pies.</p> + +<p>Al principio de su vida en Madrid se creyó curado. Su nueva existencia, +las continuas y pequeñas satisfacciones del amor propio, el saludo de +los ujieres del Congreso, la admiración de los que venían de allá y le +pedían una papeleta para las tribunas; el verse tratado como compañero +por aquellos señores, de muchos de los cuales hablaba su padre con el +mismo respeto que si fuesen semidioses; el oírse llamar <i>señoría</i>, él, a +quien Alcira entera tuteaba con afectuosa familiaridad, y rozarse en los +bancos de la mayoría conservadora con un batallón de duques, condes y +marqueses, jóvenes que eran diputados como complemento de la distinción +que da una querida guapa y un buen caballo de carreras, todo esto le +embriagaba, le aturdía, haciéndole olvidar, creyéndose completamente +curado.</p> + +<p>Pero al familiarizarse con su nueva vida, al perder el encanto de la +novedad estos halagos del amor propio, volvían los tenaces recuerdos a +emerger en su memoria. Y por la noche, cuando el sueño aflojaba su +voluntad en dolorosa tensión, la casa azul, los ojos verdes y diabólicos +de su dueña, y la boca fresca, grande y carnosa con su sonrisa irónica +que parecía temblar entre los dientes blancos y luminosos, eran el +centro inevitable de todos sus ensueños.</p> + +<p>¿Para qué resistir más? Podía pensar en ella cuanto quisiera; esto no lo +sabría su madre. Y se entregó a unos amores de imaginación, en los +cuales la distancia hermoseaba aún más a aquella mujer.</p> + +<p>Sintió el deseo vehemente de volver a su ciudad. La ausencia y la +distancia parecían allanar los obstáculos. Su madre no era tan temible +como él creía. ¡Quién sabe si al volver allá,—ahora que él mismo se +creía cambiado por su nueva vida,—le sería fácil continuar aquellas +relaciones y preparada ella por el aislamiento y la soledad le recibiría +mejor!</p> + +<p>Las Cortes iban a cerrarse, y obedeciendo las continuas indicaciones de +los partidarios y de doña Bernarda que le pedían que hiciese +<i>algo</i>—fuese lo que fuese—<i>algo</i> beneficioso para la ciudad, una +tarde, a primera hora, cuando en el salón de sesiones no estaban más que +el presidente, los maceros y unos cuantos periodistas dormidos en la +tribuna, se levantó con el almuerzo subido a la garganta por la emoción, +para pedir al ministro de Fomento más actividad en el expediente de las +obras de defensa de Alcira contra las invasiones del río; un mamotreto +que contaba unos sesenta años de vida y aún estaba en la niñez.</p> + +<p>Después de esto ya podía volver con la aureola de diputado <i>práctico</i>, +«celoso defensor de nuestros intereses materiales», como le titulaba el +semanario de la localidad, órgano del partido. Y aquella mañana, al +bajar del tren, entre los apretones de la muchedumbre, el diputado, +sordo a la <i>Marcha Real</i> y a los vivas, se levantaba sobre las puntas de +los pies, buscando ver a lo lejos, entre las banderas, la casa azul con +sus masas de naranjos.</p> + +<p>Al llegar a ella por la tarde la emoción erizaba su epidermis y oprimía +su estómago. Pensó por última vez en su madre, amante de su prestigio y +temerosa de las murmuraciones de los enemigos; en aquellos demagogos +que por la mañana se asomaban a la puerta de los cafés burlándose de la +manifestación; pero todos sus escrúpulos se desvanecieron al ver la +cerca de altas adelfas y punzantes espinos, las dos pilastras azules en +que se apoyaba la puerta de verdes barrotes, y empujando esta entró en +el huerto.</p> + +<p>Los naranjos extendíanse en filas, formando calles de roja tierra, +anchas y rectas como las de una ciudad moderna tirada a cordel, en la +que las casas fuesen cúpulas de un verde obscuro y lustroso. A ambos +lados de la avenida que conducía a la casa, extendían y entrelazaban los +altos rosales sus espinosas ramas. Comenzaban a brotar en ellas los +primeros botones anunciando la primavera.</p> + +<p>Entre el rumor de la brisa agitando los árboles y el parloteo de los +gorriones que saltaban en torno de los troncos, Rafael percibió una +música lejana, el sonido de un piano apenas rozado con los dedos, y una +voz velada, tímida, como si cantase para si misma.</p> + +<p>Era ella. Rafael conocía la música; un <i>lieder</i> de Schubert, el favorito +de aquella época; un maestro que «aún tenía lo mejor por descolgar», +según decía la artista en el argot aprendido de los grandes músicos, +aludiendo a que sólo se habían popularizado las obras más vulgares del +melancólico compositor.</p> + +<p>El joven avanzaba lentamente, con miedo, como si temiera que el ruido de +sus pasos cortase aquella melodía que parecía mecer amorosamente el +huerto, dormido bajo la luz de oro de la tarde.</p> + +<p>Llegó a la plazoleta, frente a la casa, y vio de nuevo sus palmeras +rumorosas, los bancos de mampostería con asiento y respaldo de floreados +azulejos. Allí había reído ella muchas veces escuchándole.</p> + +<p>La puerta estaba cerrada. Al través de un balcón entreabierto veíase un +pedazo de seda azul ligeramente curvado: la espalda de una mujer.</p> + +<p>Los pasos de Rafael hicieron ladrar a un perro en el fondo del huerto; +huyeron cacareando las gallinas que picoteaban en un extremo de la +plazoleta y cesó la música, oyéndose el arrastrar de una silla, como si +alguien se pusiera en pie.</p> + +<p>Apareció en el balcón una amplia bata de color celeste. Lo único que vio +Rafael fueron los ojos, el relámpago verde que pareció llenar de luz +todo el hueco del balcón.</p> + +<p>—<i>¡Beppa! ¡Beppina!</i>—gritó una voz firme, sonora y caliente de +soprano.—<i>Apri la porta.</i></p> + +<p>E inclinando su cabeza rubia obscura, cargada de gruesas trenzas, como +un casco de oro antiguo, dijo sonriendo con confianza amistosa y +burlona:</p> + +<p>—Bien venido, Rafaelito. No sé por qué, le esperaba esta tarde. Ya nos +hemos enterado de sus triunfos: hasta este desierto llegaron la música y +los vivas. Mi enhorabuena, señor diputado. Pase adelante su señoría.</p> + + + +<h3><a id="IIa"></a>II</h3> + + +<p>Desde Valencia hasta Játiva, en toda la inmensa extensión cubierta de +arrozales y naranjos que la gente valenciana encierra bajo el vago +título de <i>la Ribera</i>, no había quien ignorase el nombre de Brull y la +fuerza política que significaba.</p> + +<p>Cual si no se hubiera realizado la unidad nacional, y el país siguiera +dividido en taifas o waliatos como cuando existía un rey moro en Carlet, +otro en Denia y otro en Játiva, el régimen de elecciones mantenía una +especie de señorío inviolable en cada distrito, y al recorrer en el +gobierno de la provincia el mapa político, siempre que se fijaban en +Alcira, decían lo mismo.</p> + +<p>—Ahí estamos seguros. Contamos con Brull.</p> + +<p>Era una dinastía que venía reinando treinta años sobre el distrito, cada +vez con mayor fuerza.</p> + +<p>El fundador de la casa soberana había sido el abuelo de Rafael, el +ladino don Jaime, que había amasado la fortuna de la familia con +cincuenta años de lenta explotación de la ignorancia y la miseria. +Comenzó de escribiente en el ayuntamiento; después había sido secretario +del juzgado municipal, pasante del notario y ayudante en el Registro de +la propiedad. No quedó empleo menudo de los que ponen en contacto a la +ley con el pobre que él no monopolizase, y de este modo, vendiendo la +justicia como favor y valiéndose de la arbitrariedad o la astucia para +dominar al rebelde, fue haciendo camino y apropiándose pedazos de aquel +suelo riquísimo que adoraba con ansias de avaro.</p> + +<p>Charlatán solemne que a cada momento hablaba del artículo tantos de la +ley aplicable al caso, los pobres hortelanos tenían tanta fe en su +sabiduría como miedo a su mala intención, y acudían a solicitar su +consejo en todos los conflictos, pagándole como a un abogado.</p> + +<p>Cuando hizo una pequeña fortuna, continuó en las modestas funciones para +conservar en su persona ese respeto supersticioso que infunde a los +labriegos todo el que está en buenas relaciones con la ley, pero en vez +de ser un pedigüeño, solicitante eterno del ochavo de los pobres, se +dedicó a sacarles de apuros, prestándoles dinero con la garantía de las +futuras cosechas.</p> + +<p>Dar dinero a préstamo le parecía una mezquindad. Las angustias de los +labradores eran cuando moría el caballo y había que comprar otro. Por +esto don Jaime se dedicó a vender a los hortelanos bestias de labor más +o menos defectuosas que le proporcionaban unos gitanos de Valencia y que +él colocaba con tantos elogios cual si se tratase del caballo del Cid. +Nada de venta a plazos. Dinero al contado; los caballos no eran de +él—según afirmaba con la mano puesta en el pecho—y sus dueños querían +cobrarlos en seguida. Lo único que podía hacer, obedeciendo a su gran +corazón, débil ante la miseria, era buscar dinero para la compra, +pidiéndolo a cualquier amigo.</p> + +<p>Caía en la trampa el infeliz labriego impulsado por la necesidad y se +llevaba el caballo después de firmar con toda clase de garantías y +responsabilidades el préstamo de una cantidad que no había visto, pues +el don Jaime, representante de un ser oculto que facilitaba el dinero, +la entregaba al mismo don Jaime, representante del dueño del caballo. +Total: que el rústico adquiría una bestia sin regateo por el duplo de su +valor, habiendo además tomado a préstamo una cantidad con crecido +interés. En cada negocio de estos, don Jaime doblaba el capital. Después +venían inevitablemente los apuros de la víctima; los intereses +amontonándose; las nuevas concesiones, más ruinosas todavía, para +amansar a don Jaime y que diese un mes de <i>respiro</i>.</p> + +<p>Todos los miércoles, día de mercado en Alcira y de gran aglomeración de +hortelanos, la calle donde vivía don Jaime era un jubileo. Se +presentaban a pedir prórrogas entregando algunas pesetas como donativo +gracioso que no influía en la rebaja del débito; solicitaban otros un +préstamo humildemente, con timidez, como si vinieran a robar al +avariento rábula; y lo extraño del caso era que, según notaban los +vecinos, toda aquella gente después de dejar allí cuanto tenía, marchaba +contenta, con rostro de satisfacción, como si acabara de librarse de un +peligro.</p> + +<p>Esta era la principal habilidad de don Jaime. La usura sabía +presentarla como un favor; hablaba siempre en nombre de los <i>otros</i>, de +los ocultos dueños del dinero y los caballos, hombres sin entrañas que +le <i>apretaban</i> a él haciéndole responsable de las faltas de los +deudores. Aquellos disgustos los merecía por tener buen corazón, por +meterse a hacer favores, y tal convicción sabía infundir a sus víctimas +el demonio del hombre, que cuando llegaba el embargo y la apropiación +del campo o de la casita, aún decían con resignación muchos de los +despojados:</p> + +<p>—El no tiene la culpa. ¿Qué había de hacer el pobre si le obligaban? +Son los otros; los otros que se chupan la sangre del pobre.</p> + +<p>Y de este modo, tranquilamente, el pobre don Jaime adquiría un campo +aquí, luego otro más allá, después un tercero que unía a los dos, y a la +vuelta de pocos años formaban un hermoso huerto de naranjos, adquirido +con más trampas y malas artes que dinero efectivo. Así iba agrandando +sus propiedades, y siempre risueño, las gafas sobre la frente y el +estómago cada vez más voluminoso, se le veía entre sus víctimas, +tuteándolas con fraternal cariño, dándolas palmaditas en la espalda +cuando llegaban con nuevas peticiones y jurando que le haría morir en la +calle como un perro aquella manía de hacer favores.</p> + +<p>Así fue prosperando, sin que las burlas de la gente de la ciudad le +hicieran perder la confianza de aquel rebaño de rústicos que le temían +como a la Ley y creían en él como en la Providencia.</p> + +<p>Un préstamo a un mayorazgo derrochador le hizo dueño del caserón +señorial que desde entonces pasó a ser de la familia Brull. Comenzó a +frecuentar el trato de los grandes propietarios de la ciudad, que aunque +despreciándole, le abrieron un hueco entre ellos con esa instintiva +solidaridad de la masonería del dinero. Para adquirir mayores respetos, +se hizo devoto de San Bernardo, pagó fiestas de iglesia y estuvo siempre +al lado del alcalde, fuese quien fuese. Para él no hubo ya en Alcira +otras personas, que las que al llegar la cosecha recogían miles de +duros; los demás eran la canalla.</p> + +<p>Por entonces, emancipado de los bajos oficios que había desempeñado y +dejando los negocios de usura en manos de los que antes le servían de +intermediarios, comenzó a preocuparse del casamiento de su hijo Ramón. +Era su único heredero, una mala cabeza que alteraba con sus genialidades +el bienestar tranquilo que rodeaba al viejo Brull descansando de sus +rapiñas.</p> + +<p>El padre sentía una satisfacción animal al verle grande, fuerte, +atrevido e insolente, haciéndose respetar en cafés y casinos, más aún +por sus puños que por la especial inmunidad que da el dinero en las +pequeñas poblaciones. ¡Cualquiera se atrevería a burlarse del viejo +usurero teniendo a su lado tal hijo!</p> + +<p>Quería ser militar, pero su padre se indignaba cada vez que el muchacho +hacía referencia a lo que llamaba su vocación. ¿Para eso había trabajado +él haciéndose rico? Recordaba la época en que, pobre escribiente, tenía +que halagar a sus superiores y escuchar sus reprimendas humildemente +con el espinazo doblado. No quería que a su único hijo lo llevasen de +aquí para allá como una máquina.</p> + +<p>—¡Mucho dorado!—exclamaba con el desprecio del que no se siente +atraído por las exterioridades,—¡mucho galón, pero al fin un esclavo!</p> + +<p>Quería a su hijo libre y poderoso, continuando la conquista de la +ciudad, completando la grandeza de la familia iniciada por él, +apoderándose de las personas, como él se había apoderado del dinero.</p> + +<p>Sería abogado; la carrera de los hombres que gobiernan. Era un vehemente +deseo de antiguo rábula; ver a su vástago entrando con la frente alta en +el vedado de la ley donde él se había introducido siempre +cautelosamente, expuesto en muchas ocasiones a salir arrastrado con una +cadena al pie.</p> + +<p>Ramón pasó algunos años en Valencia, sin que pudiera saltar más allá de +los prolegómenos del Derecho, por la maldita razón de que las clases +eran por la mañana y él tenía que acostarse al amanecer, hora en que se +apagan los reverberos que enfocaban su luz sobre la mesa verde. Además +tenía en su cuarto de la casa de huéspedes una magnífica escopeta, +regalo de su padre, y la nostalgia de los huertos le hacía pasar muchas +tardes en el tiro del palomo, donde era más conocido que en la +Universidad.</p> + +<p>Aquel hermoso ejemplar de belleza varonil, grande, musculoso, bronceado, +con unos ojos imperiosos, endurecidos por pobladas cejas, había sido +creado para la acción, para la actividad; era incapaz de enfocar su +inteligencia en el estudio.</p> + +<p>El viejo Brull, que por avaricia y por prudencia, tenía a su hijo a +media ración—como él decía—sólo le enviaba el dinero justo para vivir; +pero víctima a su vez de aquellas malas artes con las que otro tiempo +explotaba a los labriegos, había de hacer frecuentes viajes a Valencia, +buscando arreglo con ciertos usureros que hacían préstamos, al hijo en +tales condiciones, que la insolvencia podía conducirle a la cárcel.</p> + +<p>Hasta Alcira llegaba el rumor de otras hazañas del <i>príncipe</i>, como le +llamaba don Jaime al ver la despreocupación con que gastaba el dinero. +En las tertulias de familias amigas se hablaba con escándalo de las +calaveradas de Ramón; de una riña por cuestión de juego a la salida de +un casino; de un padre y un hermano, gente ordinaria, de blusa, que +juraban matarle si no se casaba con cierta muchacha a la que acompañaba +de día al taller y de noche al baile.</p> + +<p>El viejo Brull no quiso tolerar por más tiempo las calaveradas de su +hijo y le hizo abandonar los estudios. No sería abogado: al fin no era +necesario un título para ser personaje. Además, se sentía achacoso; le +era difícil vigilar en persona los trabajos de sus huertos, y necesitaba +la ayuda de aquel hijo que parecía nacido para imponer su autoridad a +cuantos le rodeaban.</p> + +<p>Hacía tiempo que había fijado su atención en la hija de un amigo suyo. +En la casa se notaba la falta de una mujer. Su esposa había muerto poco +después de retirarse él de los <i>negocios</i>, y el viejo Brull se indignaba +ante el descuido y falta de interés de las criadas. Casaría a su Ramón +con Bernarda, una muchacha fea, malhumorada, cetrina y enjuta de carnes, +que heredaría de sus padres tres hermosos huertos. Además, llamaba la +atención por lo hacendosa y económica, con una parsimonia en sus gastos +que rayaba en tacañería.</p> + +<p>Ramón obedeció a su padre. Educado en los prejuicios de la riqueza +rural, creía que una persona decente no podía oponerse a la unión con +una hembra fea y arisca, siempre que tuviese fortuna.</p> + +<p>El suegro y la nuera se entendían perfectamente. Enternecíase el viejo +viendo a aquella mujer seria y de pocas palabras indignarse por el más +leve despilfarro de las criadas, gritar a los colonos cuando notaba el +menor descuido en los huertos y discutir y pelearse con los compradores +de naranja por un céntimo de más o menos en la arroba. Aquella nueva +hija era el consuelo de su vejez.</p> + +<p>Mientras tanto el <i>príncipe</i> cazaba por la mañana en los montes +cercanos, y se pasaba la tarde en el café; pero ya no le satisfacía el +aplauso de los que se agrupaban en torno de la mesa de billar, ni +visitaba la <i>partida</i> del piso superior. Buscaba la tertulia de las +personas serias, era amigo del alcalde y hablaba de la necesidad de que +todas las personas <i>pudientes</i> estuviesen unidas para meter en un puño a +la pillería.</p> + +<p>—Ya le pica la ambición—decía el viejo alegremente a su +nuera.—Déjale, mujer; él se abrirá paso... Así le quiero ver.</p> + +<p>Comenzó por entrar en el ayuntamiento y pronto adquirió notoriedad. La +menor objeción en el consistorio era para él una ofensa personal; +terminaba las discusiones en la calle con amenazas y golpes; su mayor +gloria era que los enemigos se dijeran:</p> + +<p>—Cuidado con Ramón... Mirad que ese es muy bruto.</p> + +<p>Y junto con su acometividad, mostraba para captarse amigos, una +esplendidez que era el tormento de su padre. <i>Hacía favores</i>, mantenía a +todos los que por su repulsión al trabajo y su mala cabeza eran +temibles; daba dinero a los que servían de heraldos de su naciente fama +en tabernas y cafés.</p> + +<p>Su ascensión fue rápida. Los viejos que le protegían y guiaban, se +vieron postergados. Al poco tiempo fue alcalde; su influencia, +encontrando estrecha la ciudad, se esparció por todo el distrito y +encontró firmes apoyos en la capital de la provincia. Libraba del +servicio militar a mozos sanos y fuertes; cubría las trampas de los +ayuntamientos que le eran adictos, aunque merecieran ir a presidio; +lograba que la guardia civil no persiguiera con mucho encono a los +<i>roders</i> que, por un escopetazo certero en tiempo de elecciones, iban +fugitivos por los montes; y en todo el contorno nadie se movía sin la +voluntad de don Ramón, al que los suyos llamaban con respeto el <i>quefe</i>.</p> + +<p>Su padre murió viéndole en el apogeo de su gloria. Aquella mala cabeza +realizaba su sueño: la conquista de la ciudad, el dominio de los hombres +completando el acaparamiento del dinero. Y también antes de morir vio +perpetuada la dinastía de los Brull con el nacimiento de su nieto +Rafael, producto de los encuentros conyugales instintivos e insípidos de +un matrimonio al que sólo unía la costumbre y el deseo de dominación.</p> + +<p>El viejo Brull murió como un santo. Salió de la vida ayudado por todos +los últimos sacramentos; no quedó clérigo en la ciudad que no empujase +en alma camino del cielo, con nubes de incensario en los solemnes +funerales, y aunque los pillos, los rebeldes a la influencia del hijo +recordaban aquellos días de mercado en los cuales el rebaño de los +huertos venía a dejarse esquilar en su despacho de rábula, toda la gente +sensata que tenía que perder, lloró la muerte del hombre digno y +laborioso que, salido de la nada, había sabido crearse una fortuna con +su trabajo.</p> + +<p>En el padre de Rafael aún quedaba mucho de aquel estudiantón que tanto +había dado que hablar. Sus gustos de libertino rústico le hacían +perseguir a las hortelanas, a las muchachuelas que empapelaban la +naranja en los almacenes de exportación. Pero tales devaneos quedaban en +el secreto; el miedo al <i>quefe</i> ahogaba la murmuración y como además +costaban poco dinero, doña Bernarda no se daba por enterada.</p> + +<p>No amaba a su marido: tenía el egoísmo de la señora campesina que +considera cumplidos todos sus deberes con ser fiel al esposo y ahorrar +dinero.</p> + +<p>Por una anomalía notable, ella, tan avara, tan guardadora, capaz de +palabrotas de plazuela cuando había que defender el dinero de la casa, +disputando con jornaleros o con los compradores de la cosecha era +tolerante con los despilfarros del esposo para mantener su soberanía +sobre el distrito.</p> + +<p>Cada elección abría una brecha en la fortuna de la casa. Don Ramón +recibía el encargo de sacar triunfante a tal señor desconocido, que +apenas si pasaba un par de días en el distrito. Era la voluntad de los +que gobernaban allá en Madrid. Había que quedar bien, y en todos los +pueblos volteaban corderos enteros sobre las hogueras; corrían a espita +rota los toneles de las tabernas; se distribuían puñados de pesetas +entre los más reacios o se perdonaban deudas, todo por cuenta de don +Ramón; y su mujer, que vestía hábito para gastar menos y guisaba la +comida con tal estrechez que apenas si dejaban algo para los criados, +era la más espléndida al llegar la lucha, y poseída de fiebre belicosa, +ayudaba a su marido a echar la casa por la ventana.</p> + +<p>Era esto un cálculo de su avaricia. El dinero esparcido locamente, era +un préstamo que cobraría con creces en un día determinado. Y acariciaba +con sus ojos penetrantes al pequeñín moreno e inquieto que tenía sobre +sus rodillas, viendo en él al privilegiado que recogería el resultado de +todos los sacrificios de la familia.</p> + +<p>Se había refugiado en la devoción como un oasis fresco y agradable en +medio de su vida monótona y vulgar, y experimentaba una sensación de +orgullo cuando algún sacerdote amigo la decía a la puerta de la iglesia:</p> + +<p>—Cuide usted mucho de don Ramón. Gracias a él la ola de la demagogia se +detiene ante el templo y los malos principios no triunfan en el +distrito. El es quien tiene en un puño a los impíos.</p> + +<p>Y cuando tras una declaración como esta que halagaba su amor propio, +dándole cierta tranquilidad para después de la muerte, pasaba por las +calles de Alcira con su hábito modesto y su mantilla, no muy limpia, +saludada con afecto por los vecinos más importantes, le perdonaba a su +Ramón todos los devaneos de que tenía noticia y daba por bien empleados +los sacrificios de fortuna.</p> + +<p>¡Si no fuera por ellos, qué ocurriría en el distrito!... Triunfarían los +descamisados, aquellos menestrales que leían los papeles de Valencia y +predicaban la igualdad. Tal vez se repartirían los huertos y querrían +que el producto de las cosechas, inmensa pila de miles de duros que +dejaban ingleses y franceses, fuese para todos. Pero para evitar tal +cataclismo, allí estaba su Ramón, el azote de los malos, el campeón de +la buena causa, que la sacaba adelante dirigiendo las elecciones +escopeta en mano, y así como sabía enviar a presidio a los que le +molestaban con su rebeldía, lograba conservar en la calle a los que con +varias muertes en su historia, se prestaban a servir al gobierno +sostenedor del orden y de los buenos principios.</p> + +<p>Bajaba la fortuna de la casa de Brull, pero aumentaba su prestigio. Las +talegas recogidas por el viejo a costa de tantas picardías, se +desparramaban por el distrito sin que bastasen a reemplazar su hueco +algunas distracciones de fondos municipales. Don Ramón contemplaba +impávido aquel derroche, satisfecho de que hablasen de su generosidad +tanto como de su poder.</p> + +<p>Todo el distrito miraba como una bandera sagrada aquel corpachón +bronceado, musculoso, que arbolaba en su parte superior unos enormes +mostachos en los cuales comenzaban a brillar muchas canas.</p> + +<p>—Don Ramón: debía usted quitarse esos bigotes—le decían los curas +amigos con acento de cariñoso reproche.—Parece usted el propio Víctor +Manuel, el carcelero del Papa.</p> + +<p>Pero aunque don Ramón era un ferviente católico (que casi nunca iba a +misa) y odiaba a los impíos verdugos del Santo Padre, sonreía +acariciándose los mostachos, muy satisfecho en el fondo de tener alguna +semejanza con un rey.</p> + +<p>El patio de la casa era el solio de su soberanía. Sus partidarios le +encontraban paseando de un extremo a otro, por entre los verdes cajones +de los plátanos, con las manos cruzadas en la espalda anchurosa, fuerte +y algo encorvada por la edad: una espalda majestuosa, capaz de sostener +a todos sus amigos.</p> + +<p>Allí administraba justicia, decidía la suerte de las familias, arreglaba +la vida de los pueblos; todo con pocas y enérgicas palabras, como un rey +moro de los que en aquella misma tierra gobernaban siglos antes a sus +súbditos a cielo descubierto. En los días de mercado se llenaba el +patio. Deteníanse los carros ante la puerta, todas las rejas de la calle +tenían cabalgaduras atadas a sus hierros, y dentro de la casa sonaba el +zumbido de la rústica aglomeración.</p> + +<p>Don Ramón les escuchaba a todos, gravo, cejijunto, con la cabeza +inclinada, teniendo a su lado al pequeño Rafael, apoyándose en él con un +ademán copiado de los cromos, donde él había visto a ciertos reyes +acariciando al príncipe heredero.</p> + +<p>Las tardes de sesión en el Ayuntamiento, el cacique no podía abandonar +su patio. En la casa municipal no se movía una silla sin su permiso, +pero le gustaba permanecer invisible como Dios, haciendo sentir su +voluntad oculta.</p> + +<p>Toda la tarde se pasaba en un continuo ir y venir de concejales desde la +casa del pueblo al patio de don Ramón.</p> + +<p>Los escasos enemigos que tenía en el municipio, gente de oficio—como +decía doña Bernarda—devoradora de papeles contrarios al rey y la +religión, atacaban al cacique, censuraban sus actos, y todo el rebaño de +don Ramón se estremecía de cólera e impotencia. ¡Había que contestar! A +ver: uno que fuese a consultar al <i>quefe</i>.</p> + +<p>Y salía un regidor corriendo como un galgo, y al llegar a la casa +señorial echando los bofes, sonreía y suspiraba con satisfacción viendo +que el <i>quefe</i> estaba allí, paseando como siempre por su patio, +dispuesto a sacarles del apuro como inagotable Providencia. «Fulano +había dicho esto y lo otro». Deteníase en sus paseos don Ramón, meditaba +un rato y acababa diciendo con fosca voz de oráculo; «Bueno; pues +contestadle aquello y lo de más allá». El partidario salía desbocado +como un caballo de carreras; todos sus compañeros se agrupaban ansiosos +para conocer la sabia opinión y se establecía un pugilato entre ellos, +queriendo cada uno ser el encargado de anonadar al enemigo con las +santas palabras, hablando todos a la vez como pájaros que de repente ven +la luz y rompen a cantar desaforadamente.</p> + +<p>Si el enemigo replicaba, otra vez la estupefacción y el silencio; nueva +corrida en busca de la consulta, y así transcurrían las sesiones con +gran regocijo del barbero <i>Cupido</i>—la peor lengua de la ciudad—el +cual, siempre que se reunía el municipio, decía a los parroquianos:</p> + +<p>—Hoy es día de fiesta: corrida de concejales en pelo.</p> + +<p>Cuando las exigencias del partido le hacían abandonar la ciudad, era su +esposa, la enérgica doña Bernarda, la que atendía las consultas, dando +respuestas, en concepto del partido, tan acertadas y sabias como las del +<i>quefe</i>.</p> + +<p>Esta colaboración en el sostenimiento de la autoridad de la familia era +lo único que unía a los esposos. Aquella mujer, falta de ternura, que +jamás había experimentado la menor emoción en su roce conyugal y se +prestaba al amor con la pasividad de una fiera amansada y fría, +enrojecía de emoción cada vez que el jefe admitía como buenas sus ideas. +¡Si ella dirigiera el partido!... Ya se lo decía muchas veces don +Andrés, el amigo íntimo de su esposo, uno de esos hombres que nacen para +ser segundos en todas partes, y fiel a la familia hasta el sacrificio, +formaba con los dos esposos la santa trinidad de la religión de los +Brull esparcida por todo el distrito.</p> + +<p>Allí donde don Ramón no podía ir, se presentaba don Andrés, como si +fuese la propia persona del jefe. En los pueblos le respetaban como +vicario supremo de aquel dios que tronaba en el patio de los plátanos, y +los que no se atrevían a aproximarse a éste con sus súplicas, buscaban a +aquel solterón de carácter alegre y familiar que siempre tenía una +sonrisa en su cara tostada cubierta de arrugas y un cuento bajo su +bigote recio tostado por el cigarro.</p> + +<p>No tenía parientes y pasaba casi todo el día en la casa de Brull. Era +como un mueble que interceptaba el paso en las habitaciones, y +acostumbrados todos a él, resultaba indispensable para la familia. Don +Ramón le había conocido en su juventud de modesto empleado en el +ayuntamiento, y le enganchó bajo su bandera, haciéndole al poco tiempo +su jefe de estado mayor. Según él, no había en el mundo persona de más +mala intención y con más memoria para recordar nombres y caras. Brull +era el caudillo que dirigía las batallas; el otro ordenaba los +movimientos y remataba a los enemigos cuando estaban divididos y +deshechos. Don Ramón era dado a arreglarlo todo con la violencia, y a la +menor contrariedad hablaba de echar mano a la escopeta. De seguir sus +impulsos, la gente de acción del partido hubiera hecho cada día una +muerte. Don Andrés hablaba con seráfica sonrisa de <i>enredarle las patas</i> +al alcalde o al elector influyente que se mostraba rebelde y arrojaba un +chaparrón de papel sellado sobre el distrito, promoviendo procesos +complicados que no terminaban nunca.</p> + +<p>Despachaba la correspondencia del jefe; tomaba parte en los juegos de +Rafael, acompañándole a pasear por los huertos y cerca de Bernarda, +desempeñaba las funciones de consejero de confianza.</p> + +<p>Aquella mujer arisca y severa, únicamente se mostraba expansiva y +confiada con don Andrés. Cuando esté la llamaba su <i>ama</i> o la <i>señora +maestra</i>, no podía evitar un movimiento de satisfacción, y con él se +lamentaba de los devaneos del marido. Era un afecto semejante al de las +antiguas damas por el escudero de confianza. El entusiasmo por la gloria +de la casa les unía con tal familiaridad, que los enemigos murmuraban, +creyendo que doña Bernarda, despechada por las infidelidades del +cónyuge, se entregaba al lugarteniente. Y don Andrés que sonreía con +desprecio cuando le acusaban de aprovechar la influencia del jefe en +pequeños negocios, indignábase si la maledicencia se cebaba en su +amistad con la señora.</p> + +<p>Lo que más íntimamente unía a las tres personas era el afecto por +Rafael, aquel pequeño que había de ilustrar el apellido de Brull, +realizando las ilusiones del abuelo y el padre.</p> + +<p>Era un muchacho tranquilo y melancólico, cuya dulzura parecía molestar a +la rígida doña Bernarda. Siempre pegado a sus faldas. Al levantar los +ojos, encontraba fija en ella la mirada del pequeño.</p> + +<p>—Anda a jugar al patio—decía la madre.</p> + +<p>Y el pequeño salía inmediatamente triste y resignado, como obedeciendo +una orden penosa.</p> + +<p>Don Andrés era el único que le alegraba con sus cuentos y sus paseos por +los huertos, cogiendo flores para él, fabricándole flautas de caña. El +fue quien se encargó de acompañarle a la escuela y de hacerse lenguas de +su afición al estudio.</p> + +<p>Si era serio y melancólico, es porque iba para sabio, y en el casino del +partido les decía a los correligionarios:</p> + +<p>Ya veréis lo que es bueno, así que Rafaelito sea hombre. Ese va a ser un +Cánovas.</p> + +<p>Y ante aquella reunión de gente tosca, pasaba como un relámpago la +visión de un Brull jefe del gobierno, llenando la primera plana de los +periódicos con discursos de seis columnas y al final <i>Se continuará</i>; y +todos ellos nadando en dinero y gobernando a su capricho España, como +ahora manejaban el distrito.</p> + +<p>Jamás príncipe heredero creció entre el respeto y la adulación que el +pequeño Brull. En la escuela los muchachos le miraban como un ser +superior que por bondad descendía a educarse entre ellos. Una plana bien +garrapateada; una lección repetida de corrido, bastaban para que el +maestro, que era del partido para cobrar el sueldo sin grandes retrasos, +dijera con tono profético.</p> + +<p>—Siga usted tan aplicado, señor de Brull. Usted está destinado a +grandes cosas.</p> + +<p>Y en las tertulias a que asistía su madre, le bastaba recitar una +fabulita o lanzar alguna pedantería de niño aplicado que desea +introducir en la conversación algo de sus lecciones, para que +inmediatamente se abalanzasen a él las señoras cubriéndole de besos:</p> + +<p>—¡Pero cuánto sabe este niño!... ¡Qué listo es!</p> + +<p>Y alguna vieja añadía sentenciosamente:</p> + +<p>—Bernarda, cuida del chico; que no estudie tanto. Eso es malo. ¡Mira +qué amarillento está!...</p> + +<p>Terminó sus estudios superiores con los padres escolapios, siendo el +protagonista de los repartos de premios; el primer papel en todas las +comedias organizadas en el teatrito de los frailes. El semanario del +partido dedicaba un artículo todos los años a los sobresalientes y +premios de honor del «aprovechado hijo de nuestro distinguido jefe don +Ramón Brull esperanza de la patria que ya merece el título de futura +lumbrera».</p> + +<p>Cuando Rafael volvía a casa con el pecho cargado de medallas y los +diplomas bajo el brazo, escoltado por su madre y media docena de señoras +que habían asistido a la ceremonia, besaba a su padre la vellosa y +nervuda mano. Aquella garra le acariciaba la cabeza e instintivamente se +hundía en el bolsillo del chaleco por la costumbre de agradecer del +mismo modo todas las acciones gratas.</p> + +<p>—Muy bien—murmuraba la bronca voz.—Así me gusta... Toma un duro.</p> + +<p>Y hasta el año siguiente, rara vez se veía el muchacho acariciado por su +padre. En ciertas ocasiones, jugando en el patio, había sorprendido la +mirada del imponente señor fija en él, como si quisiera adivinar el +porvenir.</p> + +<p>Don Andrés se encargó de su instalación en Valencia al comenzar los +estudios en la Universidad. Se cumpliría el deseo del abuelo abortado en +el padre.</p> + +<p>—¡Este sí que será abogado!—decía doña Bernarda poseída del mismo +afán que el viejo por aquel título que era el ennoblecimiento de la +familia.</p> + +<p>Y temiendo que la corrupción de la ciudad despertase en el hijo las +mismas aficiones del padre, enviaba con frecuencia a don Andrés a la +capital y escribía cartas y más cartas a los amigos de Valencia y en +especial a un canónigo de su confianza, para que no perdiese de vista al +muchacho.</p> + +<p>Pero Rafael era juicioso; un modelo de jóvenes serios según decía a su +madre el buen canónigo. Los sobresalientes y premios del colegio de +Alcira continuaban en Valencia, y además, don Ramón y su esposa se +enteraban por los periódicos de los triunfos alcanzados por su hijo en +la «Juventud jurídico escolar», una reunión nocturna en un aula de la +Universidad, donde los futuros abogados se soltaban a hablar discutiendo +temas tan originales como si la «Revolución Francesa había sido buena o +mala», o «el socialismo, comparado con el cristianismo».</p> + +<p>Algunos muchachos terribles, que habían de entrar en casa antes de las +diez, so pena de arrostrar la indignación de los padres, se declaraban +rabiosos socialistas y asustaban a los bedeles, maldiciendo la propiedad +sin perjuicio de proponerse—tan pronto como terminasen la +carrera—conseguir una notaría o un registro. Pero Rafael, siempre +mesurado y correcto no era de estos; figuraba en la derecha de la docta +asamblea, y en todas las cuestiones sostenía el criterio sano, pensando +<i>con</i> santo Tomás y otros sabios que le señalaba el canónigo encargado +de su dirección.</p> + +<p>Estos triunfos no tardaban en ser propalados por el semanario del +partido, que para aumentar la gloria del jefe y que los enemigos no le +tachasen de parcialidad, comenzaba siempre: «Según leemos en la prensa +de la capital»...</p> + +<p>—¡Qué muchacho!—decían a doña Bernarda los curas de la +población.—¡Qué pico de oro! Ya lo verá usted, será otro Manterola.</p> + +<p>Y la devota señora, cuando Rafael por fiestas o vacaciones volvía a +casa, cada vez más alto, con modales que a ella se le antojaban la +quinta esencia de la distinción y vistiendo con arreglo al último +figurín, se decía con una satisfacción de madre fea:</p> + +<p>—Será un real mozo. Todas las chicas ricas de la ciudad le desearán. No +habrá más que escoger.</p> + +<p>Doña Bernarda sentíase orgullosa al contemplar a su Rafael, alto, las +manos finas y fuertes, los ojos grandes, aguileña la nariz, la barba +rizada y cierta gracia ondulante y perezosa en su cuerpo que le daba el +aspecto de uno de esos jóvenes árabes de blanco alquicel y ricas +babuchas que forman la aristocracia indígena en las colonias de Africa.</p> + +<p>Cada vez que volvía a su casa el estudiante, era recibido por su padre +con la misma caricia muda. El duro había sido reemplazado por billetes +de Banco, pero la garra poderosa que se posaba sobre su cabeza, +acariciábale cada vez con mayor flojedad; pesaba menos.</p> + +<p>Rafael, por sus ausencias, notaba mejor que los demás el estado de su +padre. Estaba enfermo, muy enfermo. Erguido como siempre, grave, +imponente, hablando apenas; pero adelgazaba, se hundían los fieros ojos, +sólo quedaba de él el macizo esqueleto, marcábanse en aquel cuello, que +antes parecía la cerviz de un toro, los tendones y arterias entre la +piel colgante y flácida, y los arrogantes mostachos, cada vez más +blancos, caían con desmayo como una bandera rota.</p> + +<p>Al estudiante le sorprendió el gesto de ira, la mirada fiera empañada +por lágrimas de despecho con que acogió la madre sus temores:</p> + +<p>—Que se muera cuanto antes... ¡Para lo que hace!... Que el señor nos +proteja llevándoselo pronto.</p> + +<p>Rafael calló, no queriendo ahondar en el drama conyugal que se +desarrollaba junto a él, oculto y silencioso.</p> + +<p>Aquel sombrío vividor de insaciables apetitos, entregado a una crápula +obscura y misteriosa, atravesaba el último torbellino de sus +tempestuosos deseos. La virilidad, al sentir la cercanía de la vejez, +antes de declararse vencida, ardía en él con más fuerza, y el poderoso +jefe se abrasaba en el postrer destello de su animalidad exuberante. Era +una puesta de sol que incendiaba su vida.</p> + +<p>Siempre grave y con gesto sombrío, corría el distrito como un sátiro +loco, sin más guía que el deseo; sus encuentros brutales, sus abusos de +autoridad, llegaban como un eco doloroso a la casa señorial, donde su +amigo don Andrés intentaba en vano consolar a la esposa.</p> + +<p>—¡Pero ese hombre!—rugía iracunda doña Bernarda.—Ese hombre nos va a +perder; no mira que compromete el porvenir de su hijo.</p> + +<p>Era un apetito loco que, en su furia, se abalanzaba sobre la fruta +verde, sin sazonar. Caían anonadadas y temblorosas ante su ardor senil, +en las frondosidades de los huertos, en los almacenes de naranja, o al +anochecer, al borde de un camino, las vírgenes apenas salidas de la +niñez, casi calvas, con el pelo untado de aceite, el pecho liso y los +miembros enjutos, tristes, con una delgadez de muchacho, bajo las sucias +faldas de la miseria. Por la noche salía de casa pretextando necesidades +del partido y le veían entrar en los arrabales buscando jornaleras de +formas desbaratadas por la maternidad, a cuyos maridos enviaba con +antelación a trabajar en sus huertos. Compraba a docenas zapatos de +mujer; pagaba en las tiendas pañuelos y refajos que al día siguiente +eran ostentados en las afueras de la ciudad. Los más entusiastas +correligionarios, sin perder el tradicional respeto, hablaban sonriendo +de sus <i>debilidades</i>, y señalaban un sinnúmero de arrapiezos del arrabal +morenotes, fuertes y ceñudos, como si fueran una reproducción del +<i>quefe</i>. Por la noche, cuando don Ramón, rendido por la lucha con el +insaciable demonio que le arañaba las entrañas, roncaba dolorosamente +con un estertor que silbaba en sus pulmones y un reguero de baba en los +tristes bigotes, doña Bernarda, incorporada en la cama, los flacos +brazos sobre el pecho, le miraba ceñuda, con unos ojos que parecían +apuñalarle y rogaba mentalmente:</p> + +<p>—¡Señor! ¡Dios mío! ¡Que se muera pronto este hombre! ¡Que acabe tanto +asco!</p> + +<p>Y el Dios de doña Bernarda debió oírla, pues su marido marchaba +rápidamente hacia la muerte, pero como un convencido, sin retroceder ni +sentir miedo, impulsado por aquella llama que le consumía; sin +preocuparse de la pérdida de sus fuerzas y de la tos que sonaba como un +trueno lejano, arrastrándose pavorosamente por las cavernas de su pecho.</p> + +<p>—Cuídese usted, don Ramón,—decían los curas amigos, únicos que osaban +aludir a los desórdenes de su vida.—Va usted haciéndose viejo y a su +edad, vivir como un joven, es llamar a la muerte.</p> + +<p>Sonreía el cacique, orgulloso en el fondo de que los hombres conocieran +sus hazañas, y volvía a sumirse en su rabiosa hidropesía, sintiendo que +cada trago de placer le quemaba con nuevos deseos.</p> + +<p>Aún acarició a su hijo el día que le vio entrar en el patio, escoltado +por don Andrés, con el título de abogado. Le regaló su escopeta, una +verdadera joya, admirada por todo el distrito, y un magnífico caballo. Y +como si sólo esperase ver cumplido el deseo del viejo Brull, que él no +supo realizar, a los pocos días lanzó su última tos, sonaron +quejumbrosamente todas las campanas de la ciudad, salió con una orla +negra de a palmo el semanario del partido, y de todo el distrito llegó +la gente como en procesión, para ver si el cadáver del poderoso don +Ramón Brull, que sabía detener o acelerar el curso de la justicia en la +tierra, se pudría lo mismo que los despojos de los demás hombres.</p> + + + +<h3><a id="IIIa"></a>III</h3> + + +<p>Cuando doña Bernarda se vio sola y dueña absoluta de su casa, no pudo +ocultar su satisfacción.</p> + +<p>Ahora se vería de lo que era capaz una mujer.</p> + +<p>Contaba con el consejo y experiencia de don Andrés, más unido a ella que +nunca y con la figura de Rafael, el joven abogado sostenedor del nombre +de los Brull.</p> + +<p>El prestigio de la familia seguía inalterable. Don Andrés, que con la +muerte de su patrón había adquirido en la casa una autoridad de segundo +padre, se encargaba de mantener las relaciones con las autoridades de la +capital y los señorones de Madrid. En la casa, se atendían lo mismo las +peticiones: encontraban igual acogida los partidarios fieles y se hacían +idénticos favores, sin que desmayara la influencia en los lugares que +don Andrés llamaba «las esferas de la administración pública».</p> + +<p>Llegó una elección de diputados, y como siempre, Doña Bernarda sacó +triunfante al individuo que le designaron desde Madrid. Don Ramón había +dejado la máquina ajustada y montada perfectamente; sólo faltaba el +engrase para que siguiera marchando, y allí estaba su viuda, siempre +activa, apenas notaba el más leve chirrido en los engranajes.</p> + +<p>En el gobierno de la provincia se hablaba del distrito con la misma +seguridad que en otros tiempos.</p> + +<p>—Es nuestro. El hijo de Brull tiene igual fuerza que su padre.</p> + +<p>La verdad era que a Rafael no le interesaba mucho el partido. Mirábalo +como una de las fincas de la familia cuya legítima posesión nadie le +podía disputar, y se limitaba a obedecer a su madre:—«Ve con don Andrés +a Riola. Nuestros amigos se alegrarán de verte». Y emprendía el viaje +para sufrir el tormento de una paella interminable, en la cual los +partidarios le acongojaban con su regocijo alborotado y los obsequios +ofrecidos entre los rústicos dedos.—«Convendría que dejases descansar +al caballo unos días. En vez de pasear ve por las tardes al casino. Los +correligionarios se quejan porque no te ven». Y abandonando aquellos +paseos que eran su único placer, se hundía en un ambiente denso, cargado +de gritos y humo, donde había de contestar a los más ilustrados del +partido que, llenando de ceniza los platillos del café, querían saber +quién hablaba mejor, Castelar o Cánovas, y en caso de una guerra entre +Francia y Alemania, cuál de las dos naciones vencería; asuntos que +provocaban disputas y enfriaban amistades.</p> + +<p>La única relación entablada voluntariamente con el partido era cuando +cogía la pluma y fabricaba para el semanario algún artículo sobre «El +Derecho y la Moral», o «La Libertad y la Fe», resabios de estudiante +aprovechado y laborioso; largas tiradas de lugares comunes con +fragmentos de lecciones de Metafísica, que nadie entendía y excitaban +por lo mismo la admiración de los correligionarios, los cuales decían a +Don Andrés guiñando los ojos:</p> + +<p>—¡Qué plumita! ¿eh? Cualquiera discute con él... ¡Qué <i>profundo!</i>...</p> + +<p>Cuando su madre no le obligaba por las noches a visitar la casa de algún +<i>pudiente</i>, al que convenía tener contento, leía; no ya como en Valencia +los libros que le prestaba el canónigo, sino obras que compraba +siguiendo las indicaciones de los periódicos; volúmenes que respetaba su +madre con la santa veneración que la inspiraba el papel cosido y +encuadernado, sólo comparable al desprecio que sentía por los +periódicos, dedicados casi todos ellos a insultar las cosas santas y +favorecer los instintos de la pillería.</p> + +<p>Aquellos años de lectura al azar y sin los escrúpulos y temores de +estudiante, abatían sordamente muchas de sus firmes creencias; rompían +la horma que los amigos de la madre habían metido en su pensamiento; le +hacían soñar con una vida grande, de la que no tenían ni noticias los +que le rodeaban.</p> + +<p>Las novelas francesas le trasladaban a aquel París que obscurecía el +Madrid apenas conocido en su época del doctorado; los relatos de amores +despertaban en su cuerpo de joven y virtuoso, sin otros deslices que los +vulgares desahogos de la crápula estudiantil, un ardor de aventuras y de +complicadas pasiones en el que latía algo del intenso fuego que había +consumido a su padre.</p> + +<p>Vivía en el mundo ideal de sus lecturas, rozándose con mujeres +elegantes, perfumadas, espirituales, de cierto arte en el refinamiento +de sus vicios.</p> + +<p>Las hortelanas tostadas por el sol que enloquecían a su padre como +brutal afrodisíaco, causábanle la misma repugnancia que si fuesen +mujeres de otra raza; seres de una casta inferior. Las señoritas de la +ciudad, parecíanle campesinas disfrazadas, con los mismos instintos de +egoísmo y economía de sus padres, conociendo el precio a que se vendía +la naranja, sabiendo el número de hanegadas con que contaba cada +aspirante a su cariño, ajustando el amor a la riqueza y creyendo que la +honradez consistía en ser implacable con todo el que no se amoldaba a su +vida tradicional y mezquina.</p> + +<p>Por esto le causaba hondo tedio su existencia monótona y gris, separada +por ancho foso de aquella otra vida puramente imaginativa que le +envolvía como un perfume exótico y excitante, surgiendo de entre las +páginas de los libros.</p> + +<p>Algún día se vería libre, levantaría las alas; y esta liberación había +de realizarse cuando le eligiesen diputado. Deseaba su mayoría de edad, +como el príncipe heredero ansía el momento de ser coronado rey.</p> + +<p>Desde niño le habían acostumbrado a esperar este suceso que dividiría su +vida en dos, presentándole nuevos caminos para marchar rectamente a la +gloria y la riqueza.</p> + +<p>—Cuando mi niño sea diputado—le decía la madre en sus raros arrebatos +de expansión cariñosa—como es tan guapo, se lo disputarán las chicas y +se casará con una millonaria.</p> + +<p>Y esperando con impaciencia esta edad, iba transcurriendo la vida de +Rafael, sin alteración alguna; una existencia de aspirante, seguro de su +destino, que aguarda el paso del tiempo para entrar en la vida. Era como +los niños nobles de otros siglos, que, agraciados en la cuna por el +monarca con un título de coronel, aguardaban jugando al trompo la hora +de ir a ponerse al frente de su regimiento. Había nacido diputado y lo +sería; ahora esperaba entre bastidores.</p> + +<p>Su viaje a Italia, en la peregrinación papal, fue lo único que alteró la +monotonía de su existencia. Guiado por el canónigo, visitó más iglesias +que museos: teatros sólo vio dos, aprovechándose de la flojedad que las +peripecias del viaje causaban en el carácter austero de su guía. Pasaban +indiferentes ante las famosas obras artísticas de los templos y se +detenían a venerar cualquier reliquia acreditada por absurdos milagros. +Pero aún así pudo ver Rafael confusamente y como de pasada, un mundo +distinto al de su país, donde fatalmente debía arrastrarse su +existencia. Sintió el roce de la misma vida de placer y pasión que +absorbía en los libros como vino embriagador; y aunque de lejos, admiró +en Milán la dorada y aventurera bohemia de los cantantes; en Roma, el +esplendor de una aristocracia señorial y artista en perpetua rivalidad +con la de París y Londres, y en Florencia, la elegancia inglesa emigrada +en busca del sol, paseando sus <i>canotiers</i> de paja, las cabelleras de +oro de las <i>misses</i> y sus parloteos de pájaro por los jardines donde +meditaba el sombrío poeta y relataba Bocaccio sus alegres cuentos para +alejar el miedo a la peste.</p> + +<p>Aquel viaje, rápido como una visión cinematográfica, dejando en Rafael +una confusa maraña de nombres, edificios, cuadros y ciudades, sirvió +para dar a sus pensamientos más amplitud y ligereza, para hacer mayor +aún el foso que le aislaba dentro de su vida vulgar.</p> + +<p>Sentía la nostalgia de lo extraordinario, de lo original; le agitaba el +ansia de aventuras de la juventud, y dueño de un distrito heredero de un +señorío casi feudal, leía con el respeto supersticioso de un patán, el +nombre de un escritor, de un pintor cualquiera; «gente perdida que no +tiene sobre qué caerse muerta», según declaraba su madre, pero que él +envidiaba en secreto, imaginándose una existencia llena de placeres y +aventuras.</p> + +<p>¡Cuánto hubiera dado por ser un bohemio como los que encontraba en los +libros de Mürger, formando regocijada banda; paseando la alegría de +vivir y el fiero amor al arte por ese mundo burgués, agitado por la +calentura del dinero y las manías de clases! ¡Talento para escribir +cosas hermosas, versos con alas como los pájaros, un cuartito bajo las +tejas, allá en el barrio Latino; una Mimi pobre pero sentimental, que le +amase hablando entre dos besos de <i>cosas elevadas</i> y no del precio de la +naranja como aquellas señoritas que le seguían con ojos tiernos; y a +cambio de esto daría la futura diputación y todos los huertos de su +herencia, que aunque gravados por el padre con hipotecas y trampas, +todavía le proporcionaban una renta deshonrosa para sus ensueños de +bohemio!</p> + +<p>El continuo contacto con estas fantasías le hacía intolerable su vida de +jefe obligado a intervenir en los asuntos de sus partidarios, y a riesgo +de enfadar a su madre, huía del casino, buscando la soledad del campo. +Allí se desarrollaba con más soltura su imaginación, poblando de seres +fantásticos el camino y las arboledas, conversando muchas veces en voz +alta con las heroínas de unos amores ideales, arreglados conforme al +patrón de la última novela leída.</p> + +<p>Una tarde, al finalizar el verano, subía Rafael la pequeña montaña de +San Salvador, inmediata a la ciudad. Le gustaba contemplar desde aquella +altura el inmenso señorío de la familia. Toda la gente que habitaba la +rica llanura—según decía don Andrés describiendo la grandeza del +partido—llevaba el apellido de Brull como un hierro de ganadería.</p> + +<p>Rafael, siguiendo el camino pedregoso de rápidos zigzags, recordaba las +montañas de Asís que había visitado con su amigo el canónigo, gran +admirador del santo de la Umbría. Era un paisaje ascético. Los peñascos +azulados o rojos asomando sus cabezas a los lados del camino; pinos y +cipreses saliendo de sus hendiduras, extendiendo sobre la yerma tierra +sus raíces tortuosas y negras como enormes serpientes; a trechos, +blancas pilastras con tejadillo, y en el centro, ocupando un hueco, +azulejos con los sufrimientos de Jesús en la calle de Amargura. Los +cipreses agitaban su puntiagudo gorro verde como queriendo espantar las +blancas mariposas que zumbaban sobre los romeros y las ortigas; los +pinos extendían arriba su quitasol, proyectando manchas de sombra sobre +el camino ardiente, en el cual, la tierra endurecida por el sol, crujía +bajo los pies.</p> + +<p>Al llegar Rafael a la plazoleta de la ermita, descansó de la ascensión, +tendiéndose en el banco de mampostería que formaba una gran media luna +ante el santuario.</p> + +<p>Reinaba allí el silencio de las alturas. Los ruidos de abajo, todos los +rumores de vida y labor incesante de la inmensa llanura, llegaban +arrollados y aplastados por el viento, cual el susurro de un lejano +oleaje. Entre la apretada fila de chumberas que se extendía detrás del +banco, revoloteaban los insectos, brillando al sol como botones de oro, +llenando el profundo silencio con su zumbido. Unas gallinas—las del +ermitaño—picoteaban en un extremo de la plazoleta, cloqueando y +moviendo rudamente sus plumas.</p> + +<p>Rafael se abismaba en la contemplación del hermoso panorama. Con razón +le llamaban paraíso sus antiguos dueños, aquellos moros cuyos abuelos, +salidos de los mágicos jardines de Bagdad y acostumbrados a los +esplendores de <i>Las mil y una noches</i>, se extasiaron sin embargo al ver +por primera vez la tierra valenciana.</p> + +<p>En el inmenso valle, los naranjales como un oleaje aterciopelado; las +cercas y vallados de vegetación menos obscura, cortando la tierra +carmesí en geométricas formas; los grupos de palmeras agitando sus +surtidores de plumas, como chorros de hojas que quisieran tocar el cielo +cayendo después con lánguido desmayo; villas azules y de color de rosa, +entre macizos de jardinería; blancas alquerías casi ocultas tras el +verde bullón de un bosquecillo; las altas chimeneas de las máquinas de +riego, amarillentas como cirios con la punta chamuscada; Alcira, con sus +casas apiñadas en la isla y desbordándose en la orilla opuesta, toda +ella de un color mate de hueso, acribillada de ventanitas, como roída +por una viruela de negros agujeros. Más allá, Carcagente, la ciudad +rival envuelta en el cinturón de sus frondosos huertos; por la parte del +mar, las montañas angulosas, esquinadas, con aristas que de lejos +semejan los fantásticos castillos imaginados por Doré, y en el extremo +opuesto los pueblos de la Ribera alta, flotando en los lagos de +esmeralda de sus huertos, las lejanas montañas de un tono violeta, y el +sol que comenzaba a descender como un erizo de oro, resbalando entre las +gasas formadas por la evaporación del incesante riego.</p> + +<p>Rafael, incorporándose, veía por detrás de la ermita toda la Ribera +baja; la extensión de arrozales bajo la inundación artificial; ricas +ciudades, Sueca y Cullera, asomando su blanco caserío sobre aquellas +fecundas lagunas que recordaban los paisajes de la India; más allá la +Albufera, el inmenso lago como una faja de estaño hirviendo bajo el sol; +Valencia cual un lejano soplo de polvo, marcándose a ras del suelo sobre +la sierra azul y esfumada; y en el fondo, sirviendo de límite a esta +apoteosis de luz y color, el Mediterráneo; el golfo azul y temblón, +guardado por el cabo de San Antonio y las montañas de Sagunto y Almenara +que cortaban el horizonte con sus negras gibas como enormes cetáceos.</p> + +<p>Mirando Rafael en una hondonada las torres del ruinoso convento de la +Murta, casi ocultas entre los pinares, evocaba la tragedia de la +reconquista; lamentaba la suerte de aquellos guerreros agricultores +cuyos blancos alquiceles aún parecían flotar entre los naranjos, los +mágicos árboles de los paraísos de Asia.</p> + +<p>Era un cariño atávico. La herencia mora que llevaba en su carácter +melancólico y soñador, le hacía lamentar—contrariando sus creencias +religiosas—la triste suerte de los creadores de aquel edén.</p> + +<p>Se imaginaba los pequeños reinos de los walís feudatarios; señoríos +semejantes al de su familia, sólo que en vez de estar cimentados en la +influencia y el proceso, se sostenían con la lanza de aquellos jinetes +que así labraban la tierra como caracoleaban en juntas y encuentros con +una elegancia jamás igualada por caballero alguno. Veía la corte de +Valencia con sus poéticos jardines de Ruzafa, donde los poetas cantaban +versos melancólicos a la decadencia del moro valenciano, escuchados por +las hermosas, ocultas tras los altos rosales. Y después sobrevenía la +catástrofe. Llegaban como torrente de hierro los hombres rudos de las +áridas montañas de Aragón, empujados al llano por el hambre; los +almogávares desnudos, horribles y fieros, como salvajes; gente inculta, +belicosa e implacable, que se diferenciaba del sarraceno no lavándose +nunca. Varones cristianos arrastrados a la guerra por sus trampas; los +míseros terrenos de su señorío empeñados en manos del israelita; y con +ellos un tropel de jinetes con cascos alados y cimeras espantables de +dragón; aventureros que hablaban diversas lenguas, soldados errantes en +busca de la rapiña y el saqueo bajo la cruz; «lo peor de cada casa», que +apoderándose del inmenso jardín, se instalaban en los palacios, y se +convertían en condes y marqueses para guardar con sus espadas al rey +aragonés aquella tierra privilegiada que los vencidos seguirían +fecundando con su sudor.</p> + +<p>«¡Valencia, Valencia, Valencia! Tus muros son ruinas; tus jardines +cementerios, tus hijos esclavos del cristiano»... gemía el poeta +cubriéndose los ojos con el alquicel. Y como banda de fantasmas, +encorvados sobre sus caballos pequeños, nerviosos, finos, que parecían +volar con las patas rectas, arrojando humo por las narices, Rafael veía +pasar al pueblo valenciano, a los moros, vencidos y debilitados por la +abundancia del suelo, huyendo al través de los jardines, empujados por +los invasores brutales e incultos para ir a sumirse en la eterna noche +de la barbarie africana.</p> + +<p>Y siguiendo con la imaginación la fuga sin término de los primeros +valencianos que dejaban olvidada y perdida una civilización cuyos +últimos vestigios resucitan hoy en las universidades de Fez, Rafael +sentía el mismo disgusto que si se tratara de una desgracia de su +familia o su partido.</p> + +<p>Mientras en aquella soledad evocaba las cosas muertas, la vida le +rodeaba con su agitación. En el tejado de la ermita revoloteaba una nube +de gorriones; en la falda de la montaña pastaba un rebaño de ovejas de +rojizos vellones, las cuales, al encontrar entre los peñascos alguna +brizna de hierba, se llamaban con melancólico balido.</p> + +<p>Rafael oyó voces de mujeres que subían por el camino, y tendido como +estaba vio aparecer sobre el borde del banco e ir remontándose poco a +poco dos sombrillas; una de seda roja, brillante, con primorosos +bordados como la cúpula de afiligranada mezquita, la otra de percal +rameado, modesta y respetuosamente rezagada.</p> + +<p>Dos mujeres entraron en la plazoleta, y al incorporarse Rafael, +quitándose el sombrero, la más alta, que parecía la señora, contestó con +una leve inclinación de cabeza, y se dirigió al otro extremo, +volviéndole la espalda para contemplar el paisaje.</p> + +<p>La otra se sentó a alguna distancia de Rafael, respirando penosamente +con la fatiga de la ascensión.</p> + +<p>¿Quiénes eran aquellas mujeres?... Rafael conocía toda la ciudad y jamás +las había visto.</p> + +<p>La que estaba cerca de él, era indudablemente una servidora de la otra; +la doncella, la acompañante. Vestía de negro, con cierta gracia +sencilla, como una de esas <i>soubrettes</i> francesas que él había visto en +las novelas ilustradas.</p> + +<p>Pero el origen campesino, la rudeza nativa, se revelaba en las manos +cortas, con las uñas anchas y aplastadas, y el dorso afeado con ligeras +manchas amarillas; en los pies gruesos y pesados, a pesar de mostrarse +cubiertos por unas elegantes botinas que delataban con su finura haber +pertenecido antes a la señora. Era bonita, con la frescura de la +juventud. Tenía unos ojos grises, grandes, crédulos, de cordero sencillo +y retozón: el pelo lacio, de un rubio blanquecino, colgaba en desmayadas +mechas sobre la cara tostada y rojiza, sembrada de pecas. Manejaba con +torpeza la cerrada sombrilla, y de vez en cuando miraba con ansiedad la +doble cadena de oro que descendía del cuello a la cintura, como si +temiese la desaparición de un regalo largamente solicitado.</p> + +<p>Rafael dejó de examinarla para fijarse en su señora. Su vista recorría +aquella nuca rematada por la apretada cabellera rubia, como una cimera +de oro; el cuello blanco, redondo, carnoso; la espalda amplia y esbelta, +oculta, bajo una blusa de seda azul, adelgazando sus líneas rápidamente +en el talle y ensanchándose después, para marcar el contorno de las +caderas bajo la falda gris ajustada en armónicos pliegues como los paños +de una estatua, y por cuyo borde asomaban los sólidos tacones de unos +zapatos ingleses, encerrando el pie pequeño, ágil y fuerte.</p> + +<p>La señora llamó a su doncella. Su voz sonora, pastosa, vibrante, lanzó +unas palabras de las que apenas pudo Rafael alcanzar las principales +sílabas. El rumoroso silencio de la altura pareció plegarlas y +confundirlas; pero el joven estaba seguro de que no había hablado en +español. Era sin duda una extranjera...</p> + +<p>Mostraba admiración y entusiasmo ante el panorama; hablaba rápidamente +a su doméstica, señalándole las principales poblaciones que desde allí +veía, citándolas por sus nombres, que era lo único que llegaba +claramente a los oídos de Rafael. ¿Quién era aquella mujer nunca vista +que hablaba en idioma extranjero y conocía el país? Tal vez la esposa de +algún exportador francés o inglés de los que se establecían en la ciudad +para la compra de la naranja. Y obligado por el aislamiento y la +vulgaridad de su vida a una dolorosa continencia, devoraba con sus ojos +los contornos de aquella mujer, el dorso soberbio, opulento y elegante +que parecía desafiarla con su indiferencia.</p> + +<p>Vio Rafael cómo cautelosamente salía de su casa el ermitaño, un rústico +que vivía de las personas que visitaban aquellas alturas. Atraído por el +aspecto de la desconocida señora se presentaba a saludarla ofreciéndola +agua de la cisterna y descubrir en su honor la milagrosa virgen.</p> + +<p>Volviose la señora para contestar al ermitaño, y entonces pudo +contemplarla Rafael con toda tranquilidad. Era alta, muy alta, tal vez +tenía su misma estatura, pero amortiguada por curvas que delataban la +robustez unida a la elegancia. El pecho opulento y firme y sobre él una +cabeza que causó honda impresión en Rafael. Le parecía ver a través de +una nube—del cálido vapor de la emoción—los ojos verdes, grandes, +luminosos, la nariz graciosa, de alillas palpitantes y rosadas, y aquel +cabello rubio que caía sobre la tez blanca, con transparencias de nácar, +surcada de venas débilmente azules. Era un perfil de hermosura moderna, +graciosa y picante. Rafael creía encontrar en aquellos rasgos la huella +de innumerables artistas. La había visto antes. ¿Dónde?... no lo sabía. +Tal vez en los periódicos ilustrados, en los álbums de bellezas +artísticas; era posible que en las cajas de fósforos que reproducen las +beldades de moda. Lo cierto era que ante aquel rostro visto por primera +vez, sentía en su memoria la misma impresión que al encontrar una cara +amiga tras larga ausencia.</p> + +<p>El ermitaño, excitado por la esperanza de la propina, llevábalas hacia +la ermita, a cuya puerta se asomaban curiosas su mujer y su hija, +deslumbradas por los enormes brillantes que centelleaban en las orejas +de la desconocida.</p> + +<p>—Entre usted, <i>señoreta</i>—decía el rústico.—Le enseñaré la Virgen +¿sabe usted? la Virgen del Lluch, la legítima, la que vino ella sola +desde Mallorca hasta aquí. Allá en Palma creen tener la verdadera, ¿pero +qué han de decir ellos? Les hace rabiar la idea de que Nuestra Señora +prefiere a Alcira, y aquí la tenemos, probando que es la verdadera con +los portentosos milagros que realiza.</p> + +<p>Abría la puerta de la pequeña iglesia fresca y sombría como una bodega, +mostrando en el fondo, metida en un altar barroco de oro apagado, la +pequeña imagen con el manto hueco y la cara negra.</p> + +<p>El buen hombre, recitaba a toda prisa, como quien la sabe de memoria, la +historia de la imagen. Era la Virgen del Lluch, la patrona de Mallorca. +Un ermitaño vino huyendo de allá, no se sabía por qué: tal vez por +alguna sarracina de las de aquella época de guerras y atropellos, y para +salvar a la Virgen de profanaciones, se la trajo a Alcira, edificando +aquel santuario. Llegaron después los de Mallorca para restituirla a su +isla, pero como la celestial señora les había tomado ley a Alcira y a +sus habitantes, volvió volando sobre el mar sin mojarse los pies, y los +baleares, para ocultar este suceso, labraron una imagen igual. Todo era +cierto, y como prueba allí estaba el primer ermitaño enterrado al pie +del altar, y allí la Virgen con su carita negra a consecuencia del sol y +la humedad del mar que la ennegrecieron en su milagroso viaje.</p> + +<p>La señora escuchaba al buen hombre sonriendo ligeramente; su doncella +aguzaba el oído con el miedo de perder alguna palabra de un idioma +comprendido a medias, y sus ojazos de campesina crédula, iban de la +imagen al narrador, expresando admiración por tan portentoso milagro. +Rafael las había seguido dentro de la ermita, y se aproximaba a la +desconocida que afectaba no verle.</p> + +<p>—Esta es una tradición—se atrevió a decir cuando el rústico acabó su +relato.—Ya comprenderá usted, señora, que aquí nadie acepta tales +cosas.</p> + +<p>—Así lo creo—contestó gravemente la hermosa desconocida.</p> + +<p>—<i>Traición</i> o no, Don Rafael—gruñó el ermitaño con descontento—así lo +contaba mi abuelo y todos los de su época, y así lo cree la gente. +Cuando tanto se ha dicho, por algo será.</p> + +<p>En la mancha de sol que proyectaba el hueco de la puerta sobre las +baldosas, se marcó la sombra de una mujer.</p> + +<p>Era una hortelana pobremente vestida. Parecía joven, pero su cara pálida +y flácida como de papel marcando los salientes y cavidades de su cráneo, +los ojos hundidos y mates y las mechas de cabello sucio que se escapaban +por bajo el anudado pañuelo, dábanla aspecto de enfermedad y miseria. +Caminaba descalza, con los zapatos en la mano, balanceándose +penosamente, con las piernas abiertas, como si experimentara inmenso +dolor al poner las plantas en el suelo.</p> + +<p>El ermitaño la conocía mucho, y mientras la infeliz, jadeante por la +ascensión, y el dolor de sus pies desnudos, se dejaba caer en un +banquillo, contaba él su historia en pocas palabras a la señora y a +Rafael.</p> + +<p>Estaba muy enferma; una dolencia de la matriz que acababa con ella +rápidamente. No creía en los médicos que, según ella, «la engañaban con +palabras»; además repugnaba a su pudor de buena mujer, cristianamente +educada, prestarse a vergonzosas exhibiciones de los órganos enfermos. +Conocía el único remedio: la Virgen del Lluch acabaría por curarla. Y +todas las semanas, descalza, con los zapatos en la mano, subía la penosa +cuesta, ella que en su huerto apenas podía moverse de la silla y +necesitaba que el marido la arrease para cuidar la casa.</p> + +<p>El ermitaño se aproximó a la enferma, tomando una pieza de cobre que +llevaba en la mano. Quería unos gozos como siempre, ¿eh?</p> + +<p>—¡<i>Visanteta, uns gochos!</i>—gritó el rústico asomando a la puerta.</p> + +<p>Y entró en la iglesia su hija, una mocetona morenota y sucia, con ojos +africanos: una beldad rústica que parecía escapada de un aduar.</p> + +<p>Se acomodó en un banco, volviendo la espalda a la virgen con el gesto de +mal humor del que se ve obligado a hacer todos los días la misma cosa, y +con una voz bronca, desgarrada, furiosa, que hacía temblar las paredes +del santuario, comenzó una melopea lenta, cantando la historia de la +imagen y sus portentosos milagros.</p> + +<p>La enferma, arrodillada ante el altar sin soltar los zapatos, mostrando +por entre las faldas las plantas de los pies amoratadas y sangrientas +por los arañazos de las piedras, repetía el estribillo al final de cada +estrofa, implorando la protección de la Virgen.</p> + +<p>Su voz sonaba débil, triste, como un vagido de niño enfermo. Tenía los +macilentos ojos fijos en la imagen con una expresión dolorosa de +súplica, y se cubrían de lágrimas mientras la voz sonaba cada vez más +trémula y lejana.</p> + +<p>La hermosa desconocida mostraba cierta emoción ante el espectáculo. La +doncella arrodillándose y siguiendo con movimientos de cabeza el +sonsonete del canto, rezaba en un idioma que al fin conoció Rafael; era +italiano. La señora miraba a la enferma con ojos de conmiseración.</p> + +<p>—¡Qué gran cosa es la fe!—murmuró con suspirante voz.</p> + +<p>—Sí, señora; una cosa hermosa.</p> + +<p>Y Rafael hubiera añadido alguna frase retórica y <i>brillante</i> de las +muchas que había leído en los autores <i>sanos</i>, sobre las grandezas de la +fe; pero en vano rebuscó en su memoria; no había nada: aquella mujer +turbaba profundamente su timidez de solitario.</p> + +<p>Terminaron los gozos. Con la última estrofa desapareció la cerril +cantante, y la enferma se incorporó trabajosamente, poniéndose en pie +tras varias tentativas dolorosas.</p> + +<p>El ermitaño se acercó a ella con la obsequiosidad de un tendero que +ensalza los géneros del establecimiento.—¿Iba aquello mejor? ¿Probaba +la visita a la Virgen?... La pobre enferma, cada vez más pálida, +revelando con una mueca de dolor las terribles punzadas que sufría en +sus entrañas, no se atrevía a contestar por miedo a ofender a la +milagrosa señora. «¡No sabía!... Sí... realmente debía estar mejor... +¡Pero aquella subida!... Esta promesa no había dado tan buen resultado +como las anteriores, pero tenía fe: la Virgen sería buena para ella y la +curaría».</p> + +<p>A la salida de la iglesia, mientras revelaba su esperanza con palabras +entrecortadas, fue tanto el dolor, que casi se tendió en el suelo. El +ermitaño la colocó en su silla y corrió después a la cisterna para +traerla un vaso de agua.</p> + +<p>La doncella italiana, con los ojos desmesuradamente abiertos por el +susto, quedó ante la pobre mujer consolándola con palabras sueltas que +le arrancaba la lástima <i>«¡Povera! ¡poverina!... ¡coraggio!»</i> Y la +hortelana, en medio de su desfallecimiento, abría los ojos para mirar a +la extranjera, no comprendiendo las palabras, pero adivinando su +ternura.</p> + +<p>La señora salió a la plazoleta. Parecía hondamente impresionada por +aquel dolor. Rafael la seguía fingiéndose distraído, algo avergonzado +de su insistencia, y deseando al mismo tiempo una oportunidad para +reanudar la conversación.</p> + +<p>Respiró con amplitud la señora al verse en aquel espacio abierto, +inmenso, donde la vista se perdía en el azul del horizonte.</p> + +<p>—¡Dios mío!—dijo como si hablase con ella misma.—¡Qué tristeza y qué +alegría al mismo tiempo! Esto es muy hermoso. ¡Pero esa mujer!... ¡esa +pobre mujer!</p> + +<p>—Hace ya años que la veo así,—dijo Rafael, fingiendo conocerla mucho, +a pesar de que hasta entonces rara vez se había fijado en la pobre +hortelana.—Todos los de su clase son gente muy especial. Desprecían a +los médicos, no les atienden, y se matan con estas bárbaras devociones, +de las que esperan la salud.</p> + +<p>—¡Quién sabe si lo suyo es lo mejor! El mal es invencible, y la ciencia +puede contra él tanto como la fe. A veces, menos aún... ¡Y pensar que +reímos y gozamos mientras el mal pasa por nuestro lado rozándonos sin +ser visto!...</p> + +<p>A esto no supo Rafael qué contestar. ¿Pero qué mujer era aquella? ¡Qué +modo de expresarse, caballeros! Acostumbrado el pobre muchacho a las +vulgaridades y soseces de las amigas de su madre, y bajo la impresión de +aquel encuentro que tan profundamente le turbaba, creía estar en +presencia de un sabio con faldas, un filósofo venido de allá lejos, de +alguna sombría cervecería alemana, para turbarle bajo el disfraz de la +belleza.</p> + +<p>La desconocida quedó en silencio, con los ojos fijos en el horizonte. En +su boca, grande, de labios sensuales y carnosos, por entre los cuales +asomaba la dentadura espléndida y luminosa, parecía apuntar una sonrisa +acariciando el paisaje.</p> + +<p>—¡Qué hermoso es esto!—dijo sin volverse hacia su acompañante.—¡Cómo +deseaba volver a verlo!</p> + +<p>Por fin llegaba la ocasión para hacer la ansiada pregunta: ella misma se +la ofrecía.</p> + +<p>—¿Es usted de <i>aquí</i>?—preguntó con voz trémula, temiendo que su +curiosidad fuese repelida por el desprecio.</p> + +<p>—Sí, señor—se limitó a contestar la señora.</p> + +<p>—Pues es particular. Nunca la he visto a usted...</p> + +<p>—Nada tiene de extraño. Llegué ayer.</p> + +<p>—¡Ya decía yo!... Conozco a todas las personas de la ciudad. Me llamo +Rafael Brull, y soy hijo de don Ramón, que fue muchas veces alcalde de +Alcira.</p> + +<p>Ya lo había soltado. El pobre muchacho sentía la comezón de revelar su +nombre, de decir quién era, de hacer sonar aquel apellido famoso en el +distrito, para que su personalidad adquiriera realce ante la +desconocida. Influida ella por el ejemplo, tal vez dijese quién era. +Pero la hermosa señora se limitó a acoger su declaración con un ¡ah! de +fría extrañeza, que no revelaba siquiera si su nombre le era conocido. +Pero al mismo tiempo, le envolvió en una rápida mirada investigadora y +burlona que parecía decir:</p> + +<p>—Este muchacho tiene buena presencia, pero debe ser tonto.</p> + +<p>Rafael enrojeció, adivinando que había cometido una simpleza al revelar +su nombre sin que nadie se lo preguntara, con la misma prosopopeya que +si estuviera en presencia de un rústico del distrito.</p> + +<p>Se hizo un silencio penoso. Rafael quería salir de esta situación, le +molestaba ver a aquella mujer glacial, indiferente; tratándole con +cortesía desdeñosa, sosteniendo con gran corrección las distancias para +evitar la familiaridad. Pero puesto ya en la pendiente, se atrevió a +seguir preguntando:</p> + +<p>—¿Y piensa usted permanecer mucho tiempo en Alcira?...</p> + +<p>Rafael creyó que se hundía el suelo bajo sus pies. Una nueva mirada de +aquellos ojos verdes: pero esta vez fría, amenazadora, algo así como un +relámpago lívido, reflejándose en el hielo.</p> + +<p>—No sé...—contestó con una lentitud que parecía subrayar su +desdén.—Yo acostumbro a abandonar los sitios cuando me fastidio en +ellos.</p> + +<p>Y tras una nueva pausa, miró a Rafael de frente, para saludarle con un +frío movimiento de cabeza.</p> + +<p>—Buenas tardes, caballero.</p> + +<p>Rafael quedó anonadado. Vio cómo se dirigió a la portalada del santuario +llamando a la doncella. Cada uno de sus pasos, cada balanceo de las +arrogantes caderas, parecía levantar un obstáculo entre ella y Rafael. +La vio cómo inclinándose cariñosamente sobre la hortelana enferma, abría +un pequeño saco de raso que le presentaba su doncella; y rebuscando +entre brillantes baratijas y bordados pañuelos sacaba la mano llena, +brillando la plata entre sus dedos. La vació sobre el delantal de la +asombrada campesina, dio algo también al ermitaño, que no manifestaba +menos sobresalto, y abriendo la sombrilla roja emprendió la marcha +seguida por la doncella.</p> + +<p>Al pasar frente a Rafael, contestó al sombrerazo de éste con una +inclinación elegante, casi sin mirarle, y comenzó a bajar la pedregosa +pendiente de la montaña.</p> + +<p>La seguía el joven con la mirada, al través de los pinos y los cipreses, +viendo empequeñecerse aquel cuerpo soberbio de mujer fuerte y sana.</p> + +<p>En torno de él parecía flotar aún su perfume, como si al alejarse le +dejara envuelto en el ambiente de superioridad, de exótica elegancia que +emanaba de su persona.</p> + +<p>Vio Rafael aproximarse al ermitaño, ganoso de comunicar su admiración.</p> + +<p>—<i>¡Quina señora!</i> decía poniendo los ojos en blanco para expresar su +entusiasmo.</p> + +<p>Le había dado un duro, una rodaja blanca de las que hacía muchos años, +por culpa de la poca fe, no subían a aquellas alturas. Y allí estaba +<i>Visanteta</i>, la pobre enferma, sentada en la puerta de la ermita mirando +fijamente su delantal, como hipnotizada por el brillo del puñado de +plata; duros, pesetas dobles y sencillas, monedas de cincuenta céntimos; +todo el contenido del bolso; hasta un botón de oro que debía ser de +algún guante.</p> + +<p>Rafael participaba del asombro. ¿Pero quién era aquella mujer?</p> + +<p>—<i>¿Yo qué sé?</i>—contestaba el rústico. Y guiándose por las palabras +incomprensibles de la doncella, añadía con gran convicción:—<i>Será +alguna fransesa... Una fransesa rica</i>.</p> + +<p>Volvió Rafael a seguir con la vista las dos sombrillas que descendían la +pendiente como insectos de colores. Disminuían rápidamente. Ya no era la +grande más que un punto rojo: ya se perdía abajo en la llanura entre las +verdes masas de los primeros huertos... ya había desaparecido.</p> + +<p>Y al quedar solo, completamente solo, Rafael sufrió una gran explosión +de ira. Le parecía odioso aquel lugar donde tan tímido y tan torpe se +había mostrado. Le molestaba ver aún allí el relampagueo de aquella +mirada fría, repeliéndole, evitando la aproximación. Le avergonzaba el +recuerdo de sus estúpidas preguntas.</p> + +<p>Y sin contestar al saludo del ermitaño y su familia, se lanzó monte +abajo con la esperanza de volver a encontrarla, no sabía dónde. Rodaban +las rojas piedras bajo sus pies. El heredero de don Ramón, esperanza del +distrito, iba furioso; agitaba sus manos con nervioso temblor, como si +quisiera abofetearse. Y con acento agresivo, como si hablase con su <i>yo</i> +que abandonando la envoltura del cuerpo caminase delante de él, gritaba:</p> + +<p>—¡Imbécil!... ¡estúpido!... <i>¡¡Provinciano!!</i></p> + + + +<h3><a id="IVa"></a>IV</h3> + + +<p>Doña Bernarda no llegó a sospechar el motivo por el cual su hijo se +levantó al día siguiente pálido y ojeroso como quien ha pasado una mala +noche. Tampoco sus amigos políticos adivinaron por la tarde la razón por +la que Rafael, haciendo buen tiempo, fuese a encerrarse en la atmósfera +densa del Casino.</p> + +<p>Los más bulliciosos correligionarios le rodearon para hablar una vez más +de la gran noticia que hacía una semana traía revuelto al partido. Iban +a ser disueltas las Cortes; los diarios no hablaban de otra cosa. Dentro +de dos o tres meses, antes de finalizar el año, nuevas elecciones, y con +ellas el triunfo ruidoso y unánime de la candidatura de Rafael.</p> + +<p>Don Andrés y los más graves de sus adeptos, andaban preocupados +recordando fechas y haciendo cuentas con los dedos, como cortesanos que +forman sus cálculos en vísperas de la declaración de mayor edad del +príncipe.</p> + +<p>El íntimo amigo y lugarteniente de la casa de Brull, era el más +enterado. Si las elecciones se verificaban en la fecha indicada por los +periódicos, a Rafael le faltarían unos cuantos meses, cinco o seis, +para cumplir los veinticinco años. Pero él había escrito a Madrid +consultando a los personajes del partido; el ministro de la Gobernación +se mostraba conforme, <i>había precedentes</i>, y aunque a Rafael le faltase +el requisito de la edad, el distrito sería para él. Ya no enviarían de +Madrid más <i>cuneros</i>. Se acabaron los señorones desconocidos. Y toda la +grey <i>brullesca</i>, se preparaba para la lucha con el entusiasmo ruidoso +del que sabe que el triunfo está asegurado de antemano.</p> + +<p>Todas estas manifestaciones dejaban frío a Rafael. El, que tanto había +deseado la llegada de las elecciones para verse libre, allá en Madrid, +permanecía insensible aquella tarde como si se tratara de la suerte de +otro.</p> + +<p>Miraba con impaciencia la mesa de tresillo donde don Andrés con otros +tres prohombres jugaba su diaria partida, y esperaba el momento en que +viniera cual de costumbre a sentarse junto a él, para que le +contemplasen en sus funciones de Regente, cobijando bajo su autoridad y +sabiduría de maestro al príncipe heredero.</p> + +<p>Bien mediada la tarde, cuando el salón del casino estaba menos +concurrido, la atmósfera más despejada, y las bolas de marfil quietas +sobre el paño verde, don Andrés dio por terminada la partida, +aproximándose a su discípulo, rodeado como siempre por los partidarios +más pegajosos y aduladores.</p> + +<p>Rafael fingía escucharles mientras preparaba mentalmente la pregunta que +desde el día anterior deseaba hacer a don Andrés.</p> + +<p>Por fin se decidió:</p> + +<p>—Usted que conoce a todo el mundo. ¿Quién es una señora muy guapa que +parece extranjera y que encontré ayer en la montañita de San Salvador?</p> + +<p>Comenzó a reír el viejo, echando atrás la silla para que su vientre +estremecido por la ruidosa carcajada, no chocase con el borde de la +mesa.</p> + +<p>—¿También tú la has visto?—dijo entre los estertores de su risa.—Pues +señor, ¡que ciudad esta! Llegó anteayer, y todos la han visto ya, y no +hablan de otra cosa. Tú eres el único que faltaba a preguntarme... ¡Jo! +¡jo! ¡jo! ¡Pero qué ciudad esta!</p> + +<p>Después, extinguida su risa, que asombraba a Rafael, continuó más +tranquilo:</p> + +<p>—Pues esa señora extranjera, como tú dices, es de aquí, y ha nacido en +la misma calle que tú. ¿No conoces a doña Pepa, <i>la del médico</i>, como la +llaman; una señora pequeña que tiene un huerto junto al río y vive en +una casa azul que se inunda siempre que sube el Júcar? Era dueña de la +casa que tenéis un poco más arriba de la vuestra, y se la vendió a tu +padre; la única compra que hizo don Ramón, ¿no te acuerdas?</p> + +<p>Sí, creía conocerla. Poniendo en tensión su memoria salía de los más +remotos rincones una señora vieja, arrugada, con la espalda algo curva, +y una cara de simpleza y bondad. La veía con el rosario al puño, la +silla de tijera al brazo y la mantilla sobre los ojos, como cuando +pasaba por frente a su puerta saludando a su madre, la cual decía con +aire protector:—Esa doña Pepa es muy buena; un alma de Dios... La única +persona decente de su familia.</p> + +<p>—Sí; sé quien es; la conozco,—dijo Rafael.</p> + +<p>—Pues esa <i>señora extranjera</i>—continuó don Andrés—es sobrina de doña +Pepa. La hija de su hermano el médico, una muchacha que hasta ahora ha +ido por el mundo cantando óperas. Tú no te acordarás del doctor Moreno, +que tanto dio que hablar en sus tiempos...</p> + +<p>¡Vaya si se acordaba! No necesitó poner en tortura su memoria. Aquel +nombre aún se conservaba fresco entre los recuerdos de la niñez. +Representaba muchas noches de sueño alterado por el miedo; de súbitas +alarmas en las cuales ocultaba bajo las sábanas la cabeza temblorosa; de +amenazas, cuando negándose a dormir porque le acostaban temprano, su +madre le decía con voz imperiosa:</p> + +<p>—Si no callas y duermes, llamaré al doctor Moreno.</p> + +<p>¡Terrible y sombrío personaje! Rafael recordaba como si las hubiera +visto al entrar en el casino, aquellas barbas enormes, negras y rizosas; +los ojos grandes y ardientes, mirando siempre con exaltación, y el +cuerpo alto, con una grandeza que aún parecía mayor al joven Brull, +evocándola desde los recuerdos de su infancia. Tal vez era una buena +persona; así lo creía Rafael cuando pensaba en aquel lejano período de +su vida; pero aún tenía presente el susto que experimentó siendo niño, +al encontrar en una calleja al terrible doctor, que le miró con sus ojos +de brasa acariciándole las mejillas bondadosamente, con una mano que al +arrapiezo le pareció de fuego. Huyó despavorido, como huían casi todos +los chicuelos cuando les acariciaba el doctor.</p> + +<p>¡Qué horrible fama la suya! Los curas de la población hablaban de él con +terribles aspavientos. Era un impío, un excomulgado. Nadie sabía +ciertamente qué alta autoridad había lanzado sobre él la excomunión; +pero era indudable que estaba fuera del gremio de las personas decentes +y cristianas. Bastaba para esto saber que todo el granero de su casa lo +tenía lleno de libros misteriosos, en idiomas extranjeros, todos +conteniendo horribles doctrinas contra las sanas creencias en Dios y en +la autoridad de sus representantes. Era defensor de un tal Darwin, que +sostenía que el hombre es pariente del mono, lo que regocijaba a la +indignada doña Bernarda, haciéndola repetir todos los chistes que a +costa de esta locura soltaban sus amigos los curas los domingos en el +púlpito. Y lo peor era que con tales brujerías, no había enfermedad que +se resistiera al doctor Moreno. Hacía prodigios en los arrabales, entre +la tosca gente de los huertos que le adoraba con tanto afecto como +temor. Devolvía la salud a los que habían declarado incurables los +viejos médicos de larga levita y bastón con puño de oro, venerables +sabios, más creyentes en Dios que en la ciencia, según decía en su +elogio la madre de Rafael. Aquel exaltado se valía de nuevos +medicamentos, de sistemas originales, aprendidos en las revistas y +libracos que recibía de muy lejos. A los enemigos les desconcertaba en +su murmuración la manía del doctor por curar gratuitamente a los pobres, +añadiendo muchas veces una limosna; e indignábales la testarudez con que +se negaba otras muchas a asistir a las personas acaudaladas y de sanos +principios que habían tenido que solicitar el permiso de su confesor +para ponerse en tales manos.</p> + +<p>—¡Pillo! ¡Hereje!... ¡Descamisado!...—exclamaba doña Bernarda.</p> + +<p>Pero lo decía en voz muy baja y con cierto miedo, pues aquellos tiempos +eran malos para la casa de Brull. Rafael recordaba que su padre +mostrábase por entonces más sombrío que nunca, y apenas salía del patio.</p> + +<p>A no ser por el respeto que inspiraban sus garras vellosas y el +entrecejo tempestuoso, se lo hubieran comido. Mandaban los otros... +todos menos la casa de Brull.</p> + +<p>La monarquía se la había llevado la mala trampa; legislaban en Madrid +los hombres de la revolución de Septiembre. Los industrialillos de la +ciudad, rebeldes siempre a la soberanía de don Ramón, tenían fusiles en +las manos, formaban una milicia, y eran capaces de plantar un balazo a +los que antes les habían tenido bajo el pie. Se daban en las calles +vivas a la República, faltaba poco para que se encendieran cirios ante +la estampa de Castelar; y entre este torbellino de discursos, +aclamaciones, <i>Marsellesa</i> a todas horas y percalina tricolor, +destacábase el fanático médico, predicando en las plazas, hablando en +las eras de los pueblos vecinos, explicando los Derechos del Hombre en +las veladas nocturnas del casino republicano de la ciudad; entusiasta +hasta el lirismo, repetía con diversas palabras las mismas odas +oratorias del tribuno portentoso que en aquella época corría España de +una punta a otra, haciendo comulgar al pueblo en la democracia al son +de sus estrofas, que sacaban de la tumba todas las grandezas de la +historia.</p> + +<p>La madre de Rafael, cerrando puertas y balcones, miraba irritada al +cielo cada vez que la masa popular, a la vuelta de un <i>meeting</i>, pasaba +por su calle con banderas al frente, para detenerse un poco más allá, +ante la vivienda del doctor, al que aclamaba con entusiasmo.—«¿Hasta +cuándo iba a consentir Dios que las personas honradas sufriesen?» Y +aunque nadie la insultaba ni la pedía un alfiler, hablaba de la +necesidad de trasladarse a otro punto. Aquellas gentes pedían la +República, eran de la <i>Repartidora</i>, como ella decía; al paso que +marchaban las cosas, no tardarían en triunfar, y entonces vendría el +saqueo de la casa; tal vez el degüello de ella y su hijo.</p> + +<p>—¡Déjalos, mujer!—decía el caído cacique con burlona sonrisa—No son +tan malos como crees. Que sigan cantando su <i>Marsellesa</i> y dando vivas, +ya que con tan poco se contentan. Este tiempo, otro traerá. Los +carlistas se encargarán de hacer triunfar a los nuestros.</p> + +<p>Para el padre de Rafael, el doctor era un buen hombre. «Un excelente +chico, al que los libros habían trastornado». Le conocía mucho; habían +ido juntos a la escuela, y jamás quiso unirse al coro de maldiciones +contra Moreno. Lo único que pareció molestarle, fue que a raíz de la +proclamación de la República, los entusiastas del doctor quisieran +enviarle diputado a la Constituyente del 73. ¡Diputado aquel loco, +cuando él, el amigo y agente de tantos ministros moderados, no había +osado nunca pensar en el cargo por el respeto casi supersticioso que le +inspiraba! ¡Aquello era el fin del mundo!...</p> + +<p>Pero el doctor se opuso a tales deseos. Si iba a Madrid, ¿qué sería del +triste rebaño que encontraba en él salud y protección? Además, él era un +sedentario. Se sentía ligado a aquella vida de estudio y soledad, en la +que cumplía sus gustos sin obstáculo alguno. Sus convicciones le +arrastraban a mezclarse entre la masa, a hablar en los lugares públicos, +provocando tempestades de entusiasmo; pero se negaba a tomar parte en +las organizaciones de partido, y después de una reunión pública, pasaba +días y días encerrado en casa entre sus libros y revistas, sin más +compañía que la de su hermana, dócil devota que le adoraba, aunque +lamentando su irreligiosidad, y la de su hija, una niña rubia que Rafael +recordaba apenas, pues la antipatía que inspiraba el padre a las +principales familias, obligaba a la pequeña a un forzoso aislamiento.</p> + +<p>El doctor tenía una pasión: la música. Todos admiraban su habilidad. +¿Qué no sabría aquel hombre? Según doña Bernarda y sus amigas, aquel +talento portentoso era adquirido con <i>malas artes</i>, fruto de su +impiedad. Pero esto no impedía que por las noches, cuando hacía sonar el +violoncello, acompañado por ciertos amigotes de Valencia que venían a +pasar con él algunos días,—todos gente greñuda y estrambótica, que +hablaban un lenguaje raro y nombraban a un tal Beethoven con tanta +unción como si fuese San Bernardo, el patrón de Alcira,—la gente se +agolpase en la calle, siseando para que caminasen más quedo los que +poco a poco se aproximaban, y abríanse cautelosamente balcones y +ventanas ante los prodigios del endemoniado doctor.</p> + +<p>—Sí, don Andrés—dijo Rafael;—recuerdo perfectamente al doctor Moreno.</p> + +<p>El miedo que le había inspirado en la niñez, y las diabólicas melodías +que por la noche llegaban hasta su camita, estaban aún frescos en su +memoria.</p> + +<p>—Pues bien—continuó el viejo;—esa señora es la hija del doctor. ¡Qué +hombre aquel! ¡Cómo nos hacía rabiar a tu padre y a mí en el 73! Ahora +que todo aquello está tan lejos, te digo que era un buen sujeto. Algo +sorbido de sesos por la lectura, como Don Quijote; chiflado +completamente por la música. Tenía cosas graciosísimas. Se casó con una +hortelana muy guapa, pero pobre. Decía que el casamiento era... para +perpetuar la especie: éstas eran sus palabras; para echar al mundo gente +fuerte y sana. Por esto lo de menos era preocuparse de la posición de la +esposa, sino de su caudal de salud. Así se buscó él aquella Teresa, +fuerte como un castillo y fresca como una manzana. Pero de poco le valió +a la pobre. Tuvo la niña, y a consecuencia del parto murió a los pocos +días, sin que sirvieran de nada los estudios y los desesperados +esfuerzos del marido. No llegaron a vivir juntos un año.</p> + +<p>Los compañeros de Rafael escuchaban con tanta atención como éste. Les +agitaba la malsana curiosidad de las pequeñas poblaciones donde el +ahondar de la vida ajena es el más vivo de los placeres.</p> + +<p>—Y ahora viene lo bueno—continuó don Andrés,—El loco del doctor tenía +dos santos: Castelar y Beethoven, cuyos retratos figuraban en todas las +habitaciones de su casa, hasta en el granero. Ese Beethoven (por si no +lo sabéis), es un italiano o inglés, no lo sé cierto, de esos que se +sacan la música de la cabeza para que la toquen en los teatros o se +diviertan a solas los locos como Moreno. Al tener una hija, anduvo +preocupado con el nombre que había de ponerla. Quería llamarla Emilia +para hacer así un homenaje a su ídolo Castelar; pero le gustaba más +Leonora, (¡fijáos bien! no digo Leonor), Leonora, que según nos dijo él, +era el título de la única función escrita por Beethoven, una ópera que +leía él a ratos perdidos, como yo leo el periódico. El recuerdo del +extranjero pudo más, y envió a su hermana a la iglesia con unas cuantas +vecinas pobres a bautizar la niña, con el encargo de que le pusieran por +nombre Leonora. Figuráos qué contestaría el cura después de buscar en +vano en el santoral. Yo estaba entonces en las oficinas del ayuntamiento +y tuve que intervenir. Era antes de la Revolución; mandaba González +Bravo; los buenos tiempos; por poco que alzase el gallo un enemigo del +orden y las sanas creencias, iba en cuerda camino de Fernando Póo. Y sin +embargo, ¡floja zambra armó aquel hombre! se plantó en la iglesia, donde +no había entrado nunca, empeñado en que bautizasen a la pequeña a su +gusto. Después quiso llevársela sin bautizar, diciendo que le tenía sin +cuidado este requisito y que sólo lo cumplía por dar gusto a su hermana. +En la disputa llamaba con gran retintín a los curas y acólitos reunidos +en la sacristía, cuadrilla de <i>bramantes</i>...</p> + +<p>—Les llamaría brahamantes—interrumpió Rafael.</p> + +<p>—Sí, eso es: y también bonzos; así, por chunga; de esto me acuerdo +bien. Por fin, dejó que el cura la bautizase con el nombre de Leonor. +Pero como si nada. Al marcharse le dijo al párroco:—«Será Leonora por +razones que le placen al padre y que no comprendería usted aunque yo se +las explicase». ¡Qué tremolina aquella! Tuvimos que intervenir tu padre +y yo para amansar a los buenos curas: querían formarle un proceso por +sacrilegio, ultrajes a la religión y qué se yo cuántas cosas más. Nos +dio lástima. ¡Ay, hijo mío! en aquel tiempo una causa así era más de +cuidado que hacer una muerte.</p> + +<p>—¿Y cómo ha seguido llamándose?—preguntó un amigo de Rafael.</p> + +<p>—Leonora, como quería su padre. Esa muchacha salió idéntica al doctor; +tan chiflada como él: su mismo carácter. No la he visto aún; dicen que +es muy guapa; se parecerá a su madre, que era una rubia, la más buena +moza de estos contornos. Cuando el doctor vistió a su mujer de señora, +no era gran cosa como <i>finura</i>, pero nos dejó asombrados a todos...</p> + +<p>—Y Moreno ¿qué se hizo?—preguntó otro.—¿Es verdad, como se dijo hace +años, que se había pegado un tiro?</p> + +<p>—Sobre eso se cuentan muchas cosas; tal vez sea todo mentira. ¡Quién +sabe! ¡se marchó tan lejos!... Cuando al caer la República volvió el +tiempo de las personas decentes, el pobre Moreno se puso peor aún que +al morir su Teresa. Vivía encerrado en su casa. Tu padre era respetado +más que nunca; mandábamos que era un gusto. Don Antonio, desde Madrid, +daba orden a los gobernadores de que abriesen la mano, dejándonos en +completa libertad para barrer lo que quedaba de la revolución, y los que +antes aclamaban al doctor, huían de él para que nosotros no les +tomásemos entre ojos. Alguna tarde salía a pasear por las afueras; iba +al huerto de su hermana, junto al río, llevando siempre al lado a +Leonora, que ya tenía unos once años. En ella concentraba todo su +afecto... ¡Pobre doctor! Ya estaban lejos aquellos tiempos en que toda +su banda de amigotes se agarraba a tiros con la tropa en las calles de +Alcira, dando vivas a la Federal... Su soledad y la tristeza de la +derrota, le hicieron entregarse más que nunca a la música. Sólo tenía +una alegría en medio de la desesperación que le causaba el fracaso de +sus perversas ideas. Leonora amaba la música tanto como él. Aprendía +rápidamente sus lecciones; acompañaba al piano el violoncello del papá, +y así se pasaban los días toca que toca, revolviendo todo el inmenso +montón de solfas que guardaban en el granero, junto con los libros +malditos. Además, la pequeña mostraba cada día una voz más hermosa y +sonora. «Será una artista, una gran artista», decía el padre +entusiasmado. Y cuando algún arrendatario de sus tierras o uno de sus +protegidos entraba en la casa y permanecía embobado ante la chicuela, +que cantaba como un ángel, decía el doctor con entusiasmo: «¿Qué os +parece la señorita?... Algún día estarán orgullosos en Alcira de que +haya nacido aquí».</p> + +<p>Se detuvo don Andrés para coordinar sus recuerdos y añadió tras larga +pausa:</p> + +<p>—La verdad es que no puedo deciros más. En aquella época, como ya +mandábamos, apenas si me trataba con el doctor. Le perdimos de vista; no +le hacíamos caso. La musiquilla oída al pasar frente a su casa, era lo +único que nos le traía a la memoria. Supimos un día, por su hermana doña +Pepa, que se había ido con la niña, lejos, muy lejos, a aquella ciudad +donde estuviste tú, Rafael: a Milán, que, según me han contado, es el +mercado de todos los que cantan. Quería que su Leonora fuese una gran +tiple. Ya no le vimos más. ¡Pobre hombre!... La cosa debió marchar bien. +Cada año escribía a su hermana para que vendiese un campo, y en unos +cuantos voló toda la fortunita que el doctor había heredado de sus +padres. La pobre doña Pepa, siempre tan buena, hasta vendió la casa que +era de los dos hermanos, para enviarle el último dinero y se trasladó al +huerto, desde donde viene con un sol horrible a misa y a las Cuarenta +horas. Después... después ya no he sabido nada cierto. ¡Dicen tantas +mentiras! Unos, que el pobre Moreno se pegó un tiro al verse abandonado +por su hija, que ya cantaba en los teatros; otros que murió en un +hospital solo como un perro. Lo único cierto es que murió el infeliz y +que su hija se ha dado la gran vida por esos mundos. Se ha divertido la +maldita. ¡Qué modo de correrla!... Hasta cuentan que se ha acostado con +reyes. Y de dinero no digamos. ¡Qué modo de ganarlo y de tirarlo, hijos +míos! Esto quien lo sabe es el barbero Cupido. Como se cree artista +porque toca la guitarra, y además, figura entre los de la cáscara amarga +y le tenía gran simpatía al padre, es el único de la ciudad que ha +seguido leyendo en los papeles todas las idas y venidas de esa mujer. +Dice que no canta con su apellido. Gasta otro nombre más sonoro y raro, +un apellido extranjero. Como es tan métomeentodo ese Cupido y en su +barbería se saben las cosas al minuto, ayer mismo estuvo en la alquería +de doña Pepa a saludar a la <i>eminente artista</i>, como él dice. Cuenta que +no acaba. Maletas por todos los rincones, mundos que pueden contener una +casa; de trajes de seda... ¡la mar!; sombreros, no sé cuantos; estuches +sobre todas las mesas con diamantes que quitan la vista; y todavía la +maldita encargó a Cupido que avisara al jefe de estación para que envíe, +así que llegue, lo que falta por venir; el equipaje gordo, un sinnúmero +de bultos que llegan de muy lejos, del otro rincón del mundo, y cuestan +un capital por su traslado... ¡Y, eche usted!... ¡Claro! ¡Para lo que le +cuesta de ganar!</p> + +<p>Guiñaba los ojos maliciosamente y reía como un fauno viejo, dándole con +el codo a Rafael, que le escuchaba absorto.</p> + +<p>—¿Pero se queda aquí?—preguntó el joven.—¿Acostumbrada a correr el +mundo, le gusta este rincón?</p> + +<p>—Nada se sabe de eso—contestó don Andrés;—ni el mismo Cupido pudo +averiguarlo. Estará hasta que se canse. Y para aburrirse menos se ha +traído la casa encima como el caracol.</p> + +<p>—Pues es fácil que se aburra pronto—dijo un amigo de Rafael.—¡Si cree +que aquí la van a admirar y mimar como en el extranjero!... ¡La hija del +doctor Moreno! ¡del médico descamisado, como le llama mi padre! ¿Han +visto ustedes qué personajes?... Y luego, ¡con una historia! Anoche se +hablaba de su llegada en todas las casas decentes y no hubo señor que no +prometiese abstenerse de todo trato con ella. Si cree que Alcira es como +esas tierras donde se baila el <i>can can</i> y no hay vergüenza, se lleva +chasco.</p> + +<p>Don Andrés se reía con una expresión de perro viejo.</p> + +<p>—Sí; ¡hijos míos! se lleva chasco. Aquí hay mucha moral, y sobre todo, +mucho miedo al escándalo. Seremos tan pecadores como en otra parte, pero +no queremos que nadie se entere. Me temo que esa Leonora se pase la vida +sin más sociedad que la de su tía, que es tonta, y la de una criada +franchuta que dicen ha traído... Aunque ella ya se lo recela. ¿Sabéis lo +que le dijo ayer a Cupido? Que venía aquí únicamente por el deseo de +vivir sola, de no ver gente, y cuando el barbero le habló del señorío de +Alcira, hizo un gesto burlón como si se tratara de gente despreciable de +poco más o menos. Esto es lo que más se comentaba anoche por las +señoras. ¡Ya se ve: acostumbrada a ser la querida de grandes +personajes!...</p> + +<p>Por la arrugada frente de don Andrés pareció pasar una idea provocando +su risa.</p> + +<p>—¿Sabes lo que pienso, Rafael? Que tú que eres joven y guapo, y has +estado en aquellos países, podías dedicarte a conquistarla, aunque sólo +fuera por bajarle un poco los humos y demostrar que aquí también hay +personas. Dicen que es muy guapa y ¡qué demonio! la cosa no será +difícil. ¡Cuando sepa quién eres!...</p> + +<p>Dijo esto el viejo con la certidumbre de la adulación, convencido de que +el prestigio de su <i>príncipe</i> era tal, que forzosamente había de turbar +a toda mujer. Pero a Rafael, estas palabras, después de la escena de la +tarde anterior, le parecían una crueldad.</p> + +<p>Don Andrés se puso serio de repente, como si ante sus ojos pasase una +pavorosa visión y añadió con tono respetuoso:</p> + +<p>—Pero no: fuera bromas. No hagas caso de lo que digo. Tu madre sufriría +un gran disgusto.</p> + +<p>El nombre de doña Bernarda, representación de la temible virtud, al caer +en medio de la conversación puso serios a todos los del corro.</p> + +<p>—Lo que más extraño—dijo Rafael que deseaba desviar la +conversación—es que todos se acuerden ahora de la hija del doctor. Han +pasado años y más años, sin que nadie pronunciase su nombre.</p> + +<p>—Estas son cosas de aquí—contestó el viejo.—Los de vuestra edad no la +habíais visto, y vuestros padres, que conocieron al doctor y a su hija, +han tenido siempre buen cuidado de no sacar a conversación a esa mujer, +que, como dice tu madre es la deshonra de Alcira. De vez en cuando se +sabía algo; una noticia que Cupido pescaba en los periódicos y propagaba +por ahí; una revelación de la tonta doña Pepa, que contaba a los +curiosos las glorias de su sobrina en el extranjero; muchas mentiras +que se inventaban no se sabe dónde ni por quien. Todo esto quedaba +oculto como el fuego bajo la ceniza. Si a esa muchacha no se le hubiera +ocurrido volver a Alcira... nada. Pero ha venido, y de pronto todos +hablan de ella, y resulta que saben o creen saber su vida, desembuchando +las noticias de muchos años. ¿Queréis creerme, hijos míos? Yo la he +considerado siempre una pájara de cuenta, pero aquí se miente mucho... +mucho; se le levanta un mal testimonio al mismo verbo divino; y no será +tanto como dicen... ¡Si fuese uno a hacer caso! ¿No era el pobre don +Ramón el más grande hombre de esta tierra? ¿Y qué cosas no decían de +él?...</p> + +<p>Ya no se habló más de la hija del doctor Moreno. Rafael sabía cuanto +deseaba. Aquella mujer había nacido a corta distancia de donde él nació; +sus infancias habían transcurrido casi juntas y, sin embargo, en el +primer encuentro de su vida, se habían sentido separados por la frialdad +de lo desconocido.</p> + +<p>Esta separación sería cada vez mayor. Ella se burlaba de la ciudad, +vivía fuera de su influencia, en pleno campo, despreciándola, y la +ciudad no iría a ella.</p> + +<p>¿Cómo aproximarse?... Rafael estuvo tentado aquella misma tarde, +paseando sin rumbo por las calles de buscar en su tienda al barbero +Cupido. El alegre bohemio era el único de Alcira que entraba en su casa. +Pero lo detuvo el miedo a su lengua murmuradora.</p> + +<p>A su respetabilidad de hombre de partido le repugnaba entrar en aquella +barbería empapelada con láminas de <i>El Motín</i> y presidida por el +retrato de Pí y Margall. ¿Cómo justificaría su presencia allí, donde +jamás había entrado? ¿Cómo explicar a Cupido su interés por aquella +mujer, sin exponerse a que en la misma noche lo supiera toda la ciudad?</p> + +<p>Pasó por dos veces frente a los rayados cristales de la barbería, sin +atreverse a poner la mano en el picaporte, y acabó por salir al campo, +siguiendo la orilla del río, lentamente, con la vista fija en aquella +alquería azul, que nunca había llamado su atención, y ahora le parecía +la más hermosa del dilatado paraíso de naranjos.</p> + +<p>Por entre la arboleda veía el balcón de la casa y con él una mujer +desdoblando ropas brillantes, de finos colores; faldas que sacudía para +borrar los pliegues de la opresión en las maletas.</p> + +<p>Era la doncella italiana; aquella Beppa de pelo rojizo que había visto +en la tarde anterior, acompañando a su señora.</p> + +<p>Creyó que la muchacha le miraba, que le reconocía por entre el follaje, +a pesar de la distancia, y sintiendo un repentino miedo de chiquillo que +se ve sorprendido en plena travesura, volvió la espalda y se alejó +rápidamente hacia la ciudad, experimentando después cierta satisfacción, +como si hubiera adelantado algo en el conocimiento de Leonora, sólo con +llegar a las inmediaciones de la casa azul.</p> + + + +<h3><a id="Va"></a>V</h3> + + +<p>Las primeras lluvias del invierno caían con insistencia sobre la +comarca. El cielo gris, cargado de nubes, parecía tocar la copa de los +árboles. La tierra rojiza de los campos obscurecíase bajo el continuo +chaparrón; los caminos hondos y tortuosos, entre las tapias y setos de +los huertos, convertíanse en barrancos; paralizábase la vida laboriosa +del cultivo y los pobres naranjos, tristes y llorosos, encogíanse bajo +el diluvio, como protestando de aquel cambio brusco en el país del sol.</p> + +<p>El río crecía. Las aguas rojas y gelatinosas, como arcilla líquida, +chocaban contra las pilastras de los puentes, hirviendo como montones +removidos de hojas secas. Los habitantes de las casas inmediatas al +Júcar seguían con mirada ansiosa el curso del río y plantaban en la +orilla cañas y palos para convencerse de la subida de su nivel.</p> + +<p>—<i>¿Munta?...</i>—preguntaban los que vivían en el interior.</p> + +<p>—<i>Sí que munta</i>—contestaban los ribereños.</p> + +<p>El agua subía con lentitud, amenazando a la ciudad que audazmente había +echado raíces en medio de su curso.</p> + +<p>Pero a pesar del peligro, los vecinos no iban más allá de una alarmada +curiosidad. Nadie sentía miedo ni abandonaba su casa para pasar los +puentes, buscando un refugio en tierra firme. ¿Para qué? Aquella +inundación sería como todas. Era inevitable de vez en cuando la cólera +del río: hasta había que agradecerla, pues constituía diversión +inesperada; una agradable paralización de trabajo. La confianza moruna +daba tranquilidad a la gente. Lo mismo había hecho en tiempo de sus +padres, de sus abuelos y tatarabuelos, y nunca se llevó la población: +algunas casas la vez que más. ¿Y había de sobrevenir ahora la +catástrofe?... El río era el amigo de Alcira: se guardaban el afecto de +un matrimonio que, entre besos y bofetadas, llevase seis o siete siglos +de vida común. Además, para la gente menuda, estaba allí el <i>padre</i> San +Bernardo, tan poderoso como Dios en todo lo que tocase a Alcira, y único +capaz de domar aquel monstruo que desarrollaba sus ondulantes anillos de +olas rojizas.</p> + +<p>Llovía día y noche, y sin embargo, la ciudad, por su animación, parecía +estar de fiesta. Los muchachos, emancipados de la escuela por el mal +tiempo, iban a los puentes a arrojar ramas para apreciar la velocidad de +la corriente, o descendían por las callejuelas vecinas al río para +colocar señales, aguardando que la lámina de agua, ensanchándose, +llegase hasta ellas.</p> + +<p>La gente de los cafés se deslizaba por las calles al abrigo de los +grandes aleros, cuyas canales rotas vomitaban chorros como brazos, y +después de mirar al río, bajo el débil abrigo de sus paraguas, volvían +muy ufanos, parándose en todas las casas, para dar su opinión sobre la +crecida.</p> + +<p>Era una de pareceres, discusiones ardorosas y diversas profecías, que +agitaban la ciudad de un extremo a otro, con el calor y la vehemencia de +la sangre meridional. Se disputaba, se enfriaban amistades, por si en +media hora el río había subido cuatro dedos o uno solo; y faltaba poco +para venir a las manos por si esta riada era más importante que la +anterior.</p> + +<p>Y mientras tanto el cielo, llorando incesantemente por sus innumerables +ojos; el río hinchándose de rugiente cólera, lamiendo con sus lenguas +rojas la entrada de las calles bajas, asomábase a los huertos de las +orillas y penetraba por entre los naranjos, después de abrir agujeros en +los setos y en las tapias.</p> + +<p>La única preocupación era si llovería al mismo tiempo en las montañas de +Cuenca. Si bajaba agua de allá, la inundación sería cosa seria. Y los +curiosos hacían esfuerzos al anochecer por adivinar el color de las +aguas, temiendo verlas negruzcas, señal cierta de que venían de la otra +provincia.</p> + +<p>Cerca de dos días duraba aquel diluvio. Cerró la noche y en la +obscuridad sonaba lúgubre el mugido del río. Sobre su negra superficie +reflejábanse, como inquietos pescados de fuego, las luces de las casas +ribereñas y los farolillos de los curiosos que examinaban las orillas.</p> + +<p>En las calles bajas, el agua, al extenderse, se colaba por debajo de las +puertas. Las mujeres y los chicos refugiábanse en los graneros, y los +hombres, arremangados de piernas, chapoteaban en el líquido fangoso, +poniendo en salvo los aperos de labranza, o tirando de algún borriquillo +que retrocedía asustado, metiéndose cada vez más en el agua.</p> + +<p>Toda aquella gente de los arrabales, al verse en las tinieblas de la +noche, con la casa inundada, perdió la calma burlona de que había hecho +alarde durante el día. La dominaba el pavor de lo sobrenatural y buscaba +con infantil ansiedad una protección, un poder fuerte que atajase el +peligro. Tal vez esta riada era la definitiva. ¿Quién sabe si serían +ellos los destinados a perecer con las últimas ruinas de la ciudad?... +Las mujeres gritaban asustadas al ver las míseras callejuelas +convertidas en acequias.</p> + +<p>—<i>¡El pare San Bernat!...</i> <i>¡Que traguen al pare San Bernat!</i></p> + +<p>Los hombres se miraban con inquietud. Nadie podía arreglar aquello como +el glorioso patrón. Ya era hora de buscarle, cual otras veces, para que +hiciese el milagro.</p> + +<p>Había que ir al ayuntamiento: obligar a los señores de viso, gente algo +descreída, a que sacasen el santo para consuelo de los pobres.</p> + +<p>En un momento se formó un verdadero ejército. Salían de las lóbregas +callejuelas, chapoteando en el agua como ranas, vociferando su grito de +guerra: <i>¡San Bernat! ¡San Bernat!</i> Los hombres, remangados de piernas y +brazos, o desnudos, sin otra concesión al pudor que la faja, esa prenda +que jamás se despega de la piel del labriego; las mujeres con las faldas +a la cabeza, hundiendo en el barro sus tostadas y enjutas piernas de +bestias de trabajo; todos mojados de cabeza a pies, con las ropas +mustias y colgantes adheridas a la carne. Al frente del inmenso grupo, +iban unos mocetones con hachas de viento, cuyas llamas se enroscaban +crepitantes bajo la lluvia, paseando sus reflejos de incendio sobre la +vociferante multitud.</p> + +<p>—<i>¡San Bernat!</i> <i>¡San Bernat!</i>... <i>¡Viva el pare San Bernat!</i></p> + +<p>Pasaban por las calles con el estrépito y la violencia de un pueblo +amotinado, bajo el continuo gotear del cielo y los chorros de los +aleros. Abríanse puertas y ventanas, uniéndose nuevas voces a la +delirante aclamación, y en cada bocacalle, un grupo de gente engrosaba +la negra avalancha.</p> + +<p>Iban todos al ayuntamiento, furiosos y amenazantes como si solicitaran +algo que podían negarles, y entre la muchedumbre veíanse escopetas, +viejos trabucos y antiguas pistolas de arzón enormes como arcabuces. +Parecía que iban a matar al río.</p> + +<p>El alcalde, con todos los del ayuntamiento, aguardaba a la puerta de la +casa de la ciudad. Habían llegado corriendo, seguidos de alguaciles y +gente de la ronda, para hacer frente al motín.</p> + +<p>—<i>¿Qué voleu?</i>—preguntaba el alcalde a la muchedumbre.</p> + +<p>¡Qué había de querer! El único remedio, la salvación; llevar al santo +omnipotente a la orilla del río para que le metiera miedo con su +presencia; lo que venían haciendo siglos y siglos sus ascendientes, +gracias a lo cual aún existía la ciudad.</p> + +<p>Algunos vecinos que eran mal mirados por la gente del campo, a causa de +su incredulidad, sonreían. ¿No sería mejor desalojar las casas cercanas +al río? Una tempestad de protestas seguía a esta proposición. ¡Fuera! +¡Querían que saliese el santo! ¡Que hiciera el milagro, como siempre!</p> + +<p>Y acudía a la memoria de la gente sencilla el recuerdo de los prodigios, +aprendidos en la niñez sobre las faldas de la madre; las veces que en +otros siglos había bastado asomar a San Bernardo a un callejón de la +orilla, para que inmediatamente el río se fuera hacia abajo, +desapareciendo como el agua de un cántaro que se rompe.</p> + +<p>El alcalde, fiel a la dinastía de los Brull, estaba perplejo. Le +atemorizaba el populacho y quería acceder, como de costumbre, pero era +grave falta no consultar al <i>quefe</i>. Por fortuna, cuando la gran masa +negra comenzaba a revolverse indignada por su silencio y salían de ella +silbidos y gritos hostiles, llegó Rafael.</p> + +<p>Doña Bernarda le había hecho salir al primer asomo de la popular +manifestación. En aquellas circunstancias era cuando se lucía su marido, +dando disposiciones que de nada servían. Pero al volver el río a su +normalidad y desaparecer el peligro, el popular rebaño admiraba sus +sacrificios, llamándole el padre de los pobres. Si el milagroso santo +había de salir, que fuese Rafael quien concediera el permiso. Las +elecciones de diputados estaban próximas; la inundación no podía llegar +con más oportunidad. Nada de imprudencias, ni de darla un susto; pero +debía hacer algo, para que la gente hablase de él como hablaba de su +padre en tales casos.</p> + +<p>Por esto Rafael, después de hacerse explicar por los más exaltados el +deseo de la manifestación ordenó con majestuoso ademán:</p> + +<p>—Concedido: que saquen a <i>San Bernat</i>.</p> + +<p>Entre un estrépito de aplausos y vivas a Brull, la negra avalancha se +dirigió a la iglesia.</p> + +<p>Había que hablar con el cura para sacar el santo, y el buen párroco, +bondadoso, obeso y un tanto socarrón, se resistía siempre a acceder a lo +que él llamaba una tradicional mojiganga. Le complacía poco salir en +procesión, bajo un paraguas, con la sotana remangada, perdiendo a cada +paso los zapatos en el barro. Además, cualquier día, después de sacar en +rogativa a San Bernardo, el río se llevaba media ciudad, ¿y en qué +postura,—como decía él—quedaba la religión por culpa de aquella turba +de vociferadores?</p> + +<p>Rafael y sus acólitos del ayuntamiento se esforzaban por convencer al +cura, pero éste sólo contestaba a su petición preguntando si venía agua +de Cuenca.</p> + +<p>—Creo que sí—dijo el alcalde.—Ya ve usted que con esto aumenta el +peligro y se hace más precisa la salida del santo.</p> + +<p>—Pues si viene agua de allá—contestó el párroco,—lo mejor es dejarla +pasar, y que San Bernardo se quede en su casa. Estas cosas de santos se +han de tocar con mucha discreción, créanme ustedes... Y si no acuérdense +de aquella riada en la que el agua iba por encima de los puentes. +Sacamos el santo, y poco faltó para que el río se lo llevara agua abajo.</p> + +<p>La muchedumbre inquieta por la tardanza, gritaba contra el cura. Era una +escena extraña ver al hombre de iglesia protestando en nombre del buen +sentido; pretendiendo luchar contra las preocupaciones amontonadas por +varios siglos de fanatismo.</p> + +<p>—Puesto que ustedes lo quieren, sea—dijo por fin.—Saquen el santo y +que Dios se apiade de nosotros.</p> + +<p>Una aclamación inmensa de la muchedumbre, que llenaba la plaza de la +iglesia, saludó la noticia. Seguía cayendo la lluvia y sobre las +apretadas filas de cabezas cubiertas con faldas, mantas y alguno que +otro paraguas, pasaban las rojizas llamas de los hachones tiñendo de +escarlata las mojadas caras.</p> + +<p>Sonreía la gente bajo aquel temporal con la confianza del éxito; +gozándose por adelantado con el terror del río apenas entrase en él la +bendita imagen. ¿Qué no podría San Bernardo? Su historia portentosa, +como un romance de moros y cristianos, inflamaba todas las +imaginaciones. Era un santo de la tierra: el hijo segundo del rey moro +de Carlet. Por su talento, su cortesía y su hermosura, obtuvo tanto +éxito en la corte del rey de Valencia, que llegó a ser su primer +ministro, y cuando su señor tuvo que andar en tratos con el rey de +Aragón, envió a Barcelona a San Bernardo, que entonces se llamaba el +príncipe Hamete.</p> + +<p>En su viaje, llega una noche a las puertas del monasterio de Poblet. +Los cánticos de los cistercienses, difundiéndose místicos y vagorosos en +la calma de la noche al través de las ojivas, conmueven el alma del +joven sarraceno, que se siente atraído a la religión de los enemigos por +el encanto de la poesía. Se bautiza, toma el blanco hábito de San +Bernardo de Clairveux y vuelve algún tiempo después al reino de Valencia +para predicar el cristianismo. Le respeta la tolerancia con que los +monarcas sarracenos acogían todas las doctrinas religiosas, y convierte +a sus dos hermanas, dos hermosas moras que toman los nombres de Gracia y +María, e inflamadas de santo entusiasmo quieren acompañar al hermano en +sus predicaciones.</p> + +<p>Pero el viejo rey de Carlet había muerto. En el mando del pequeño estado +feudatario, especie de jefatura de kabila militar, le había sucedido su +primogénito, el arrogante Almanzor, un moro brutal y orgulloso, que se +afrenta de que individuos de su familia vayan por los caminos rotos y +miserables, predicando una religión de mendigos, y con unos cuantos +jinetes sale en persecución de sus hermanos. Los encuentra junto a +Alcira ocultos en la orilla del río; con un revés de su espada, corta el +cuello a las dos hermanas y San Bernardo es crucificado y le taladran la +frente con un clavo enorme. Así pereció el santo patrón, adorado con +fervor por los pequeños; el príncipe hermoso, convertido en vagabundo y +pordiosero, sacrificio que halagaba a los más pobres de sus devotos.</p> + +<p>La muchedumbre recordaba esta historia, repetida de generación en +generación, sin más crédito que las tradiciones ni otros documentos +justificantes que la fe popular, y daba vivas al padre San Bernardo, +convencida de que era el primer ministro de Dios como lo había sido del +rey moro de Valencia.</p> + +<p>Se organizaba rápidamente la procesión. Por las estrechas calles de la +isla corría la lluvia formando arroyos, y descalzos o hundiendo sus +zapatos en el agua, llegaban hombres con hachones y trabucos; mujeres +guardando sus pequeñuelos bajo la hinchada tienda que formaban las sayas +subidas a la cabeza. Presentábanse los músicos con las piernas desnudas, +levita de uniforme y emplumado chacó, semejantes a esos jefes indígenas +que adornan su desnudez con casacas y tricornios de deshecho.</p> + +<p>Frente a la iglesia brillaban como un incendio los grupos de hachones, y +al través del gran hueco de la puerta veíanse, cual lejanas +constelaciones, los cirios de los altares.</p> + +<p>Casi todo el vecindario estaba en la plaza, a pesar de la lluvia cada +vez más fuerte. Muchos miraban al negro espacio con expresión burlona. +¡Qué chasco iba a llevarse! Hacía bien en aprovechar la ocasión soltando +tanto agua; ya cesaría de chorrear tan pronto como saliese San Bernardo.</p> + +<p>La procesión comenzaba a extender su doble cadena de llamas entre el +apretado gentío.</p> + +<p>—<i>¡Vítol el pare San Bernat!</i>—gritaban a la vez un sinnúmero de voces +roncas.</p> + +<p>—<i>¡Vítol les chermanetes!</i>—añadían otros corrigiendo la falta de +galantería de los más entusiastas.</p> + +<p>Porque las hermanitas, las santas mártires Gracia y María, también +figuraban en la procesión. San Bernardo no iba solo a ninguna parte. Era +cosa sabida hasta por los niños, que no había fuerza en el mundo capaz +de arrancar al santo de su altar si antes no salían las hermanas. Juntas +todas las caballerías de los huertos, y tirando un año, no conseguirían +moverle de su pedestal. Era éste uno de sus milagros acreditados por la +tradición. Le inspiraban las mujeres poca confianza—según decían los +comentadores alegres—y no queriendo perder de vista a sus hermanas, +para salir él de su altar, habían de ir éstas por delante.</p> + +<p>Asomaron a la puerta de la iglesia las santas hermanas, balanceándose en +su peana sobre las cabezas de los devotos.</p> + +<p>—<i>¡Vítol les chermanetes!</i></p> + +<p>Y las pobres <i>chermanetes</i>, goteando por todos los pliegues de sus +vestiduras, avanzaban en aquella atmósfera casi líquida, obscura, +tempestuosa, cortada a trechos por el crudo resplandor de los hachones.</p> + +<p>Los músicos probaban los instrumentos preparándose a soplar la Marcha +Real. En el hueco iluminado de la puerta se marcó algo que brillaba +sobre las cabezas como un ídolo de oro. Avanzaba pesadamente, con +fatigoso cabeceo, como movido por las olas de un mar irritado.</p> + +<p>La multitud lanzó un rugido. La música rompió a tocar.</p> + +<p>—<i>¡Vítol el pare San Bernat!</i></p> + +<p>Pero la música y las aclamaciones quedaron ahogadas por un estrépito +horripilante, como si la isla se abriera en mil pedazos, arrastrando la +ciudad al centro de la tierra. La plaza se llenó de relámpagos. Era una +verdadera batalla, descargas cerradas, arcabuzazos sueltos, tiros que +parecían cañonazos. Todas las armas del vecindario saludaban la salida +del santo. Los viejos trabucos cargados hasta la boca, tronaban con +fogonazos que quitaban la vista, chamuscando a los más cercanos; +disparábanse los pistolones de arzón entre las piernas de los fieles; +repetían sus secas detonaciones las escopetas de fabricación moderna, y +la muchedumbre aficionada a correr la pólvora, arremolinábase +gesticulante y ronca, enardecida por el excitante humo mezclado con la +humedad de la lluvia y por la presencia de aquella imagen de bronce, +cuya cara redonda y bondadosa de frailecillo sano, parecía adquirir +palpitaciones de vida a la luz de las antorchas.</p> + +<p>Ocho hombres forzudos y casi en cueros encorvábanse bajo el peso del +santo. Las oleadas de gente estrellábanse contra ellos, haciendo vacilar +las andas. Dos atletas despechugados, admiradores del santo, marchaban a +ambos lados, conteniendo el gentío.</p> + +<p>Las mujeres, sofocadas por la aglomeración, empujadas y golpeadas por el +vaivén, rompían a llorar con la vista fija en el santo, agitadas por un +sollozo histérico.</p> + +<p>—<i>¡Ay, pare San Bernat!</i> <i>¡Pare San Bernat, salveumos!</i></p> + +<p>Otras sacaban chiquillos de entre los pliegues de sus faldas, y +levantándoles sobre sus cabezas, buscaban los brazos de los dos +poderosos atletas.</p> + +<p>—<i>¡Agárralo!</i> <i>¡Qu’ el bese!</i></p> + +<p>Y el atleta, por encima de la gente, agarraba al chiquillo con una mano +que parecía una garra. Le asía del primer sitio que encontraba; +elevábale hasta el nivel del santo para que besase el bronce y lo +devolvía como una pelota a los brazos de su madre. Todo con rapidez, +automáticamente, dejando un chiquillo para coger otro, con la +regularidad de una máquina en función. Muchas veces el impulso era +demasiado rudo; chocaban las cabezas de los niños con sordo ruido, +aplastábanse las tiernas narices contra los pliegues del metálico +hábito, pero el fervor de la muchedumbre parecía contagiar a los +pequeños; eran los futuros adoradores del fraile moro, y rascándose los +chichones con las tiernas manecitas, se tragaban las lágrimas y volvían +a adherirse a las faldas de sus madres.</p> + +<p>Detrás del glorioso santo marchaban Rafael y los señores del +ayuntamiento con gruesos blandones; el cura, bufando al sentir las +primeras caricias de la lluvia, bajo el gran paraguas de seda roja con +que le cubría el sacristán; y la muchedumbre de hortelanos confundidos +con los músicos, que más atentos a mirar donde ponían los pies que a los +instrumentos, entonaban una marcha desacorde y rara. Seguían los tiros, +las aclamaciones delirantes a San Bernardo y sus hermanas, y rodeado de +un nimbo rojo por el resplandor de las antorchas, saludada en cada +esquina por una descarga cerrada, iba navegando la imagen sobre aquel +oleaje de cabezas azotado por la lluvia que, a la luz de los cirios, +tomaba la transparencia de hilos de cristal. Y en torno del santo, los +brazos de los atletas siempre en movimiento, subiendo y bajando +chiquillos que babeaban el mojado bronce del padre San Bernardo. En +balcones y ventanas aglomerábanse las mujeres con la cabeza resguardada +por las faldas. El paso del santo provocaba profundos suspiros, +dolorosas exclamaciones de súplica. Era un coro de desesperación y de +esperanza.</p> + +<p>—<i>¡Salveumos, pare San Bernat!</i>... <i>¡Salveumos!</i>...</p> + +<p>La procesión llegó al río, pasando y repasando el puente del arrabal. +Reflejáronse las inquietas llamas en las olas lóbregas del río, cada vez +más mugientes y aterradoras. El agua todavía no llegaba al pretil como +otras veces. ¡Milagro! Allí estaba San Bernardo que la pondría freno. +Después la procesión se metió en las lenguas del río que inundaban los +callejones.</p> + +<p>Era un espectáculo extraño ver toda aquella gente empujada por la fe, +descendiendo por las callejuelas convertidas en barrancos. Los devotos, +levantando el hachón sobre sus cabezas, entraban sin vacilar agua +adelante hasta que el espeso líquido les llegaba cerca de los hombros. +Había que acompañar al santo.</p> + +<p>Un viejo temblaba de fiebre. Había cogido unas tercianas en los +arrozales, y sosteniendo el hachón con sus manos trémulas, vacilaba +antes de meterse en el río.</p> + +<p>—<i>Entre, agüelo</i>—gritaban con fe las mujeres.—<i>El pare San Bernat el +curará.</i></p> + +<p>Había que aprovechar las ocasiones. Puesto el santo a hacer milagros se +acordaría también de él.</p> + +<p>Y el viejo, temblando bajo sus ropas mojadas, se metió resueltamente en +el agua dando diente con diente.</p> + +<p>La imagen iba entrando con lentitud en los callejones inundados. Los +robustos gañanes, encorvados bajo el peso de las andas, se hundían en el +agua; sólo podían avanzar ayudados por un grupo de fieles que se cogían +a la peana por todos lados. Era una confusa maraña de brazos nervudos y +desnudos saliendo del agua para sostener al santo; un pólipo humano que +parecía flotar en la roja corriente sosteniendo la imagen sobre sus +lomos.</p> + +<p>Detrás iban el cura y los <i>mandones</i> a horcajadas sobre algunos +entusiastas que para mayor lustre de la fiesta, se prestaban a hacer de +caballerías, llevando ante las narices el cirio, de los jinetes.</p> + +<p>El cura, asustado al sentir el frío del agua cerca de la espalda daba +órdenes para que el santo volviera atrás. Ya estaba al final de la +callejuela, en el mismo río; se notaban los esfuerzos desesperados, el +recular forzado de aquellos entusiastas que comenzaban a sufrir el +impulso de la corriente. Creían que cuando más entrase el santo en el +río más pronto bajarían las aguas. Por fin el instinto de conservación +les hizo retroceder y salieron de una callejuela para entrar en otra, +repitiendo la misma ceremonia. De pronto cesó de llover.</p> + +<p>Una aclamación inmensa, un grito de alegría y triunfo sacudió a la +muchedumbre.</p> + +<p>—<i>¡Vítol el pare San Bernat!</i>... ¿Y aún dudaban de su inmenso poder los +vecinos de los pueblos inmediatos?... Allí estaba la prueba. Dos días de +lluvia incesante, y de repente, no más agua; había bastado que el santo +saliera a la calle.</p> + +<p>E inflamadas por el agradecimiento las mujeres lloraban, abalanzándose a +las andas del santo, besando en ellas lo primero que encontraban, los +barrotes de los portadores o los adornos de la peana; y toda la fábrica +de madera y bronce sacudíase como una barquilla entre el oleaje de +cabezas vociferantes, de brazos extendidos y trémulos por el entusiasmo.</p> + +<p>Aún anduvo la procesión más de una hora por las inmediaciones del río, +hasta que el cura que chorreaba por todas las puntas de su sotana y +llevaba cansados más de doce feligreses convertidos voluntariamente en +cabalgaduras, se negó a pasar adelante. Por voluntad de aquella gente, +el paseo de San Bernardo hubiese durado hasta el amanecer. Pero lo que +respondía el cura:—«¡Lo que al santo le tocaba hacer ya lo ha hecho! ¡A +casa!»</p> + +<p>Rafael, dejando el cirial a uno de los suyos, se quedó en el puente +entre un grupo de conocedores del país, que lamentaba los daños de la +inundación. Llegaban a cada instante, no se sabía cómo noticias +alarmantes de los daños causados por el río. Tal molino estaba aislado +por las aguas, y sus habitantes refugiados en el tejado, disparaban las +escopetas pidiendo auxilio. Muchos huertos habían desaparecido bajo las +aguas. Las pocas barcas que había en la ciudad iban como podían por +aquel inmenso lago salvando familias, expuestas a estrellarse contra los +obstáculos sumergidos, teniendo que librarse con desesperados golpes de +remo de la veloz corriente.</p> + +<p>Y a pesar del peligro, la gente hablaba con una relativa tranquilidad. +Estaban habituados a aquella catástrofe casi anual, la inundación era un +mal inevitable de su vida y lo acogían con resignación. Además, hablaban +de los telegramas recibidos por el alcalde con expresión de esperanza. +Al amanecer tendrían auxilio. Llegaría el gobernador de Valencia con los +marineros de guerra y se llenaría de barcas la laguna. No quedaban más +que unas cuantas horas de espera. Lo importante era que no subiese el +nivel del agua.</p> + +<p>Y se consultaban las señales puestas en el río, promoviéndose terribles +discusiones. Rafael vio que aún seguía subiendo, aunque con lentitud.</p> + +<p>Los hortelanos no querían convencerse. ¿Cómo había de crecer el río +después de entrar en él el <i>pare San Bernat?</i> No, señor; no subía: eran +mentiras para desacreditar al santo. Y un mocetón de ojos feroces +hablaba de vaciarle el vientre de una cuchillada a cierto burlón que +aseguraba que el río subiría sólo por el gusto de dejar mal parado al +milagroso fraile.</p> + +<p>Rafael se acercó al grupo, y a la luz de una linterna reconoció al +barbero Cupido, un maldito guasón de rizadas patillas y nariz aguileña, +que tenía gusto en burlarse de la dura y salvaje fe de la gente +sencilla.</p> + +<p>Brull conocía mucho al barbero. Era una de sus admiraciones de +adolescente. El miedo a su madre fue lo único que le impidió de muchacho +el frecuentar aquella barbería, refugio de la gente más alegre de la +ciudad, nido de murmuraciones y francachelas, escuela de guitarreos y +romanzas amorosas que ponían en conmoción a toda la calle. Además, aquel +<i>Cupido</i> era el excéntrico de la ciudad, el bohemio despreocupado y +mordaz a quien todo se toleraba; el hombre que se permitía tener <i>cosas</i> +y hablar mal de todo el mundo sin que la gente se indignase. Era el +único que podía burlarse de la tiranía de los Brull, sin que esto le +impidiese la entrada en el Casino del partido, donde los jóvenes +admiraban sus chistes y sus trajes estrambóticos.</p> + +<p>Rafael le quería, aunque su trato con él no fuese muy íntimo. Entre la +gente solemne y conservadora que le rodeaba, aparecíasele el barbero +como el único hombre con quien podía hablar. Casi era un artista. Iba a +Valencia en invierno para oír las óperas que elogiaban los diarios, y en +un rincón de su tienda tenía montones de novelas y periódicos +ilustrados, reblandecidos por la humedad y con las hojas gastadas por el +continuo roce de los parroquianos.</p> + +<p>Trataba poco a Rafael, adivinando que su madre no había de ver con +buenos ojos esta amistad, pero mostraba cierto aprecio por el joven; le +tuteaba por haberle conocido niño, y decía de él en todas partes.</p> + +<p>—Es el mejor de la familia; el único Brull que tiene más talento que +malicia.</p> + +<p>No ocurría suceso en Alcira que él ignorase; todas las debilidades y +ridiculeces de los personajes de la ciudad, las hacía públicas en su +barbería para regocijo de los de la cáscara amarga que se reunían allí a +leer los órganos del partido. Los señores del ayuntamiento temían al +barbero más que a diez periódicos, y cuando en alguno de los discursos +que los grandes hombres del partido conservador pronunciaban en Madrid +leían algo sobre la «hidra revolucionaria», o «el foco de la anarquía», +se imaginaban una barbería como la de Cupido, pero mucho más grande, +esparciendo por toda la nación una atmósfera venenosa de burlas crueles +y perversas insolencias.</p> + +<p>No ocurría en la ciudad suceso que no tuviese por indispensable testigo +al barbero. Bien podía desarrollarse en lo último del arrabal o en algún +huerto; era indispensable que a los pocos minutos apareciese allí Cupido +para enterarse de todo, prestar socorro al que lo necesitara, intervenir +entre los contendientes y relatar después con mil detalles todo lo +ocurrido.</p> + +<p>Gozaba de libertad para seguir llevando esta vida. A los parroquianos +les servían dos mancebos, tan locos como su maestro: dos chicuelos a los +que Cupido pagaba con lecciones de guitarra y una comida mejor o peor, +según los ingresos repartidos entre los tres fraternalmente. Y si el +maestro asombraba a la ciudad saliendo a paseo en pleno invierno con +traje de hilo blanco, ellos, por no quedar a la zaga, afeitábanse la +cabeza y las cejas y asomaban tras la vidriera sus testas como bolas de +billar, con gran alborozo de la ciudad, que acudía a ver los «chinos de +Cupido».</p> + +<p>Una inundación era para el barbero un gran día. Cerraba la tienda y se +establecía en el puente, sin cuidarse del mal tiempo, perorando ante un +gran grupo, asustando a los pobres hortelanos con sus exageraciones y +mentiras, dando noticias que, según él, acababa de remitirle el +gobernador por telégrafo y con arreglo a las cuales, antes de dos horas +no quedaría en la ciudad piedra sobre piedra y hasta el milagroso San +Bernardo iría a parar al mar.</p> + +<p>Cuando Rafael le encontró en el puente después de la procesión, estaba +próximo a venir a las manos con unos cuantos rústicos, indignados por +sus impiedades.</p> + +<p>Separándose de los grupos hablaron los dos de los peligros de la +inundación. Cupido se mostraba, como siempre, bien enterado. Le habían +dicho que el río se llevaba agua abajo a un pobre viejo sorprendido en +un huerto. No sería esta la única desgracia. Caballos y cerdos habían +pasado muchos bajo el puente en plena tarde, flotando entre los rojos +remolinos con el vientre hinchado como un odre y las patas tiesas.</p> + +<p>EL barbero hablaba con gravedad, con cierto aire de tristeza. Rafael le +oía, mirándole ansiosamente, como si deseara que hablase de algo que no +se atrevía a indicar. Por fin se decidió:</p> + +<p>—Y en la casa azul, en ese huerto de doña Pepita, donde tú vas algunas +veces, ¿no ocurrirá algo?</p> + +<p>—La casa es fuerte—contestó el barbero—y no es esta la primera +inundación que aguanta... Pero está cerca del río y el huerto será un +lago a estas horas; de seguro que el agua llega al primer piso. La pobre +sobrina de doña Pepa tendrá un buen susto... ¡Mira que venir de tan +lejos, de sitios tan hermosos, para ver estas cosas!...</p> + +<p>Rafael pareció reflexionar un rato, como si acabara de ocurrírsele la +proposición que danzaba en su cabeza desde mucho antes.</p> + +<p>—Si fuéramos allá... ¿Qué te parece Cupido?</p> + +<p>—¡Ir allá!... ¿Y cómo?</p> + +<p>Pero la proposición, por su audacia, forzosamente había de agradar a un +hombre como el barbero, el cual acabó riendo, como si la aventura fuese +graciosísima.</p> + +<p>—Es verdad; podríamos ir. Tendrá chiste que la <i>célebre diva</i> nos vea +llegar como unos venecianos para darla una serenata en medio de su +susto... Casi estoy por ir a casa y traerme la guitarra.</p> + +<p>—No, Cupido del demonio: fuera guitarras. ¡Qué cosas se te ocurren! Lo +que importa es prestar auxilio a esas señoras. Ya ves, ¡si ocurriera una +desgracia!...</p> + +<p>El barbero, atajado en su proyecto novelesco fijó sus ojos en Rafael.</p> + +<p>—Tú te interesas también por la <i>ilustre artista</i>... ¡Ah pillo! También +te ha dado golpe por guapa... Pero ya recuerdo; tú la has visto: me lo +dijo ella.</p> + +<p>—¡Ella!... ¿ella te ha hablado de mí?</p> + +<p>—Algo sin importancia. Me dijo que te había visto en la ermita una +tarde.</p> + +<p>Y Cupido se calló lo demás. No dijo que Leonora, al nombrarle, había +añadido que le parecía «un muchacho tonto».</p> + +<p>Rafael mostrábase entusiasmado por la noticia. ¡Había hablado de él! ¡No +olvidaba aquel encuentro de penoso recuerdo!... ¿Qué hacía aún allí, +inmóvil, en el puente, cuando allá abajo estarían necesitando la +presencia de un hombre?</p> + +<p>—Oye, Cupido; ahí tengo mi barca; ya sabes; la que mi padre encargó a +Valencia para regalármela. Costillaje de acero; madera magnífica; más +segura que un navío. Tú entiendes el río... más de una vez te he visto +remar; yo no soy manco... ¿Vamos?</p> + +<p>—Andando—dijo el barbero con resolución.</p> + +<p>Buscaron una antorcha, y ayudados por varios mocetones, trajeron la +barca de Rafael hasta una escalerilla de la ribera.</p> + +<p>El río mugía con sordo hervor en torno del bote, pugnando por +arrebatarlo. Los robustos brazos tiraban con fuerza de la cuerda, +manteniéndolo junto a la orilla.</p> + +<p>Arriba en el puente, entre los grupos corría la noticia de la +expedición, pero agrandada y desfigurada por los curiosos. Se trataba de +salvar a una pobre familia refugiada en la techumbre de su casa, mísera +gente que iba a perecer de un momento a otro. Lo había sabido Rafael y +allá iba a salvarles exponiendo su vida; él tan rico, tan poderoso. ¡Qué +hombres todos los de la familia de Brull!... ¿Y aún había quien hablaba +contra ellos? ¡Qué corazón! Y los pobres huertanos seguían el movimiento +de la antorcha encendida en la proa del bote, que arrojaba sobre las +aguas una gran mancha sangrienta; contemplaban con adoración a Rafael, +encorvado en la popa para sujetar bien el timón. De la obscuridad +partían ruegos y proposiciones en voz suplicante. Eran fieles +entusiastas que querían acompañar al <i>quefe</i>; ahogarse con él si era +preciso.</p> + +<p>Cupido protestaba. No; para aquella empresa cuanto menos gente mejor; la +barca había de estar ligera: él se bastaba para los remos y don Rafael +para el timón.</p> + +<p>—¡<i>Solteu</i>! ¡<i>solteu</i>!—ordenó el hijo de doña Bernarda.</p> + +<p>Y soltando la cuerda los mocetones, la barca, después de algunos +cabeceos, partió como una flecha, arrastrada por la corriente.</p> + +<p>Encajonado el brazo del río entre la ciudad vieja y la nueva, las aguas +altas y veloces arrastraban el bote como una rama. El barbero sólo había +de mover los remos para desviar la barca de la orilla. Los obstáculos +sumergidos producían grandes remolinos que sacudían la embarcación, y a +la luz de la antorcha que ensangrentaba las ondas gelatinosas, veíanse +pasar troncos de árboles, cadáveres de animales, objetos informes que +apenas si asomaban una punta negra en la superficie, y hacían pensar en +ahogados, cubiertos de barro, flotando entre dos aguas. Arrastrados por +la vertiginosa corriente, respirando el vaho fangoso del río como si +mascasen tierra, sacudidos a cada momento por los remolinos, Rafael se +creía en plena pesadilla; comenzaba a sentirse arrepentido de su +audacia. De las casas inmediatas al río partían gritos. Se iluminaban +las ventanas. En sus huecos algunas sombras saludaban con brazos que +parecían aspas, aquella llama roja que resbalaba sobre el río, marcando +la línea negra de la barca y las siluetas de los dos hombres encogidos +en sus asientos. Había corrido la noticia de la expedición por toda la +ciudad y la gente gritaba saludando el rápido paso de la barca: ¡Viva +don Rafael! ¡viva Brull!</p> + +<p>Y el héroe que causaba admiración exponiendo su vida por salvar una +familia pobre, hundido en la obscuridad, en aquella atmósfera pegajosa y +pesada de tumba, pensaba únicamente en la casa azul, donde iba a +penetrar por fin, pero de un modo extraño y novelesco.</p> + +<p>De vez en cuando un crujido, un salto de la barca, le volvían a la +realidad.</p> + +<p>—¡Ese timón!—gritaba Cupido, que no separaba sus ojos de las +aguas.—¡Atención Rafaelito! Evita los choques.</p> + +<p>Y en verdad que el bote era bueno, pues otro, sin sus sólidas maderas y +su costillaje de acero, se hubiera abierto en uno de los encontronazos +con los sumergidos obstáculos.</p> + +<p>Daban rápidamente la vuelta a la ciudad. Ya no se veían casas con +ventanas iluminadas. Altos ribazos coronados por tapias; inabordables +riberas de barro y cañaverales sumergidos; un poco más allá el río +libre, la confluencia de los dos brazos que abarcaban la antigua ciudad +y unían sus corrientes extendiéndose como inmenso lago.</p> + +<p>Los dos hombres iban a la ventura. Carecían, para guiarse, de las +señales normales. Habían desaparecido las riberas, y en la obscuridad, +más allá del círculo rojo de la antorcha, sólo se veía agua y más agua, +una inmensa sábana que se desarrollaba en incesante movimiento, +arrastrándoles en sus ondulaciones. De vez en cuando, a ras de la +líquida superficie, surgía una mancha negra; las crestas de los +cañaverales inundados; las copas de los árboles; vegetaciones extrañas y +monstruosas que parecían enroscarse en la sombra.</p> + +<p>El silencio era absoluto. El río, libre de la opresión de la ciudad, no +mugía ya; se agitaba y arremolinaba en silencio, borrando todos los +vestigios de la tierra. Los dos hombres se creían náufragos abandonados +en un mar sin límites, en una noche eterna, sin otra compañía que la +llama rojiza que serpenteaba en la proa y aquellas vegetaciones +sumergidas que aparecían y desaparecían como los objetos vistos desde un +tren a gran velocidad.</p> + +<p>—Boga, Cupido—dijo Rafael.—La corriente es muy fuerte; aún estamos en +el río. Vamos hacia la derecha; a ver si nos metemos en los huertos.</p> + +<p>El barbero se encorvó sobre los remos, y la barca, siempre impelida por +la corriente, comenzó a torcer su proa con lentitud, buscando aquella +vegetación que asomaba a flor de agua como los sargazos del Océano.</p> + +<p>La barca comenzó a tropezar con obstáculos invisibles. Eran capas +crujientes que parecían aprisionarla por debajo; invisibles telarañas +que se agarraban a la quilla y se abrían trabajosamente después de +muchos golpes de remo. Continuaba el lago obscuro y sin límites; pero la +corriente era menos ruda, más dulces las ondulaciones, y los dos +tripulantes sentían la sensación del que navega en aguas muertas.</p> + +<p>La luz de la antorcha marcaba sobre la superficie, aquí y allá, +gigantescos hongos obscuros, grandes paraguas, cúpulas barnizadas que +brillaban reflejando la roja llama. Eran naranjos sumergidos. Estaban en +los huertos. ¿Pero en cuáles? ¿Cómo guiarse en la obscuridad? De vez en +cuando chocaba la barca con algún árbol invisible; conmovíase el bote, +como si fuese a estallar, y había que retroceder, dar un rodeo, buscando +otro paso.</p> + +<p>Deslizábanse lentamente por temor a los choques; iban de un lado a otro, +evitando los obstáculos, y acabaron por desorientarse, no sabiendo ya a +qué lado estaba el río. Por todas partes obscuridad y agua. Los naranjos +sumergidos, todos iguales, formando sobre la corriente complicados +callejones, un dédalo en el que se enredaban cada vez más, vagando sin +dirección.</p> + +<p>Cupido sudaba moviendo sin cesar los remos. La barca arrastrábase +pesadamente en aquella agua fangosa, llena de marañas vegetales que se +agarraban a la quilla.</p> + +<p>—Esto es peor que el río—murmuraba.—Rafael, tú que vas de frente. ¿No +ves ninguna luz?</p> + +<p>—Nada.</p> + +<p>El rojo reflejo de la antorcha chocaba en las enormes bolas de hojas que +asomaban sobre el agua o se hundía en el espacio, ahogado por las +húmedas y pesadas tinieblas.</p> + +<p>Así vagaron algunas horas por la campiña inundada. El barbero no podía +más; había entregado los remos a Rafael, que también desfallecía de +fatiga.</p> + +<p>¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Iban a quedarse allí para siempre? y +embotado su pensamiento por la fatiga y el vértigo de la desorientación, +creían que la noche no iba a terminar nunca, que se apagaría la antorcha +y la barca se convertiría en negro ataúd, sobre el cual flotarían +eternamente sus cadáveres.</p> + +<p>Rafael, que iba de espaldas a la proa, vio una luz a su izquierda. La +dejaban atrás, se alejaban de ella: tal vez estaba allí la casa tan +penosamente buscada.</p> + +<p>—Puede que sea—afirmó Cupido.—Tal vez hemos pasado cerca sin verla y +vamos abajo, hacia el mar... Y aunque no sea la casa azul, ¿qué? Lo +importante es que allí hay alguien y vale más eso que errar en la +obscuridad. Dame los remos, Rafael. Si no es la casa de doña Pepita, al +menos sabremos dónde estamos.</p> + +<p>Viró la barca, y por entre el dédalo de árboles sumergidos, fue poco a +poco deslizándose hacia la luz. Chocaron con varios obstáculos, cercas +tal vez de huerto, tapias arruinadas y sumergidas, y la luz iba +agrandándose; era ya un gran cuadro rojizo en el que se agitaban negras +siluetas. Marcaba sobre las aguas una mancha dorada e inquieta.</p> + +<p>La luz de la barca comenzó a trazar en la obscuridad el contorno de una +casa ancha y de techo bajo que parecía flotar sobre las aguas. Era el +piso superior de un edificio invadido por la inundación. El piso bajo +estaba sumergido; faltaba poco para que el agua llegase a las +habitaciones superiores. Los balcones y ventanas podían servir de +embarcaderos en aquel lago inmenso.</p> + +<p>—Me parece que hemos acertado—dijo el barbero.</p> + +<p>Una voz sonora y ardiente, voz de mujer en la que vibraba una intensa +dulzura, rasgó el silencio.</p> + +<p>—¡Ah de la barca!... ¡Aquí, aquí!</p> + +<p>Aquella voz no revelaba temor, no temblaba de emoción.</p> + +<p>—¡No lo dije!...—Exclamó el barbero.—Ya tenemos lo que buscábamos. +¡Doña Leonor!... ¡Soy yo!</p> + +<p>Una carcajada sonora animó con sus interminables ondas la tétrica +obscuridad.</p> + +<p>—¡Si es Cupido! ¡el amigo Cupido!...le conozco en la voz. Tía, tía; no +llores más, ni te asustes ni reces; aquí viene el dios del Amor en una +barquilla de nácar a prestarnos auxilio.</p> + +<p>Rafael se sentía intimidado por aquella voz ligeramente burlona que +parecía poblar la obscuridad de mariposas de brillantes colores.</p> + +<p>Distinguía perfectamente su arrogante silueta en el cuadro luminoso del +balcón, entre las otras figuras negras que iban y venían curiosas y +alborozadas por el inesperado arribo.</p> + +<p>Se aproximaron al balcón. Puestos de pie tocaban los hierros del +antepecho, y el barbero, erguido en la proa, buscaba el punto más fuerte +para amarrar la barca.</p> + +<p>Leonora, apoyando en la balaustrada su pecho soberbio, inclinaba la +cabeza, brillando a la luz de la antorcha el casco de oro de su opulenta +cabellera. Buscaba conocer en la penumbra a aquel otro tripulante que +permanecía sentado y encogido junto al timón.</p> + +<p>—¡Pero qué buen amigo es este Cupido!... Gracias, muchas gracias. Esta +es una atención de las que no se olvidan... ¿Pero quién viene con +usted?...</p> + +<p>El barbero ataba ya la barca a los hierros cuando Leonora le hizo esta +pregunta.</p> + +<p>—Es don Rafael Brull—contestó con lentitud.—Un señor al que creo ha +visto usted otra vez. A él debe agradecerle la visita. La barca es suya, +y él es quien me metió en la aventura.</p> + +<p>—Gracias, caballero—dijo Leonora saludando con una mano que al moverse +lanzó relámpagos azules y rojos de todos los dedos cubiertos de +sortijas.—Repito lo mismo que dije a nuestro amigo. Pase usted adelante +y perdone el modo extraño con que le hago entrar en la casa.</p> + +<p>Rafael estaba en pie y saludaba con torpes movimientos de cabeza, +agarrado a los hierros del balcón. Saltó Cupido dentro de la casa y le +siguió el joven, esforzándose por mostrar una gallarda soltura.</p> + +<p>Realmente no se dio cuenta de cómo entró. Eran demasiadas emociones en +una noche; primero la vertiginosa marcha por el río a través de la +ciudad, entre rápidas corrientes y remolinos, creyendo a cada momento +verse tragado por aquel barro líquido sembrado de inmundicias; después +la confusión, el esfuerzo desesperado, el bogar sin rumbo por las +tortuosidades de la campiña inundada, y ahora, de repente, el piso firme +bajo sus pies, un techo, luz, calor y la proximidad de aquella mujer que +parecía embriagarle con su perfume y cuyos ojos no podía mirar de +frente, dominado por una invencible timidez.</p> + +<p>—Pase usted, caballero—le decía.—Necesitan reponerse después de esta +locura. Están ustedes mojados... ¡pobres! ¡cómo van!... ¡Beppa!... ¡tía! +Pero pase usted.</p> + +<p>Y casi le empujaba, con cierta superioridad maternal; como una mujer +bondadosa que cuida a su hijo después de una travesura que le llena de +orgullo.</p> + +<p>Las habitaciones estaban en desorden. Ropas por todas partes; montones +de muebles rústicos que contrastaban con otros alineados junto a las +paredes. Eran los objetos del piso bajo, el menaje de los hortelanos, +subido al comenzar la inundación. Un labrador viejo, su mujer trémula de +espanto y unos cuantos chicuelos que se ocultaban por los rincones, se +habían refugiado arriba, con las señoras, al ver que el agua penetraba +en su modesta casa.</p> + +<p>Rafael entró en el comedor y allí vio a doña Pepita, la pobre vieja, +apelotonada en una silla, con las arrugas de su cara mojadas de lágrimas +y las dos manos en un rosario. En vano Cupido pretendía distraerla +haciendo chistes sobre la inundación.</p> + +<p>—Mira, tía, este caballero es el hijo de tu amiga doña Bernarda. Ha +venido embarcado para prestarnos auxilio. Es muy bueno, ¿verdad?</p> + +<p>La vieja parecía imbécil por el terror. Miraba con ojos sin expresión a +los recién llegados, como si hubieran estado allí toda su vida. Por fin +pareció enterarse de lo que le decían.</p> + +<p>—¡Es Rafael!—exclamó admirada,—Rafaelito... ¿y has venido con este +tiempo? ¿Y si te ahogas? ¿qué diría tu madre?... ¡Qué locura, Señor!</p> + +<p>Pero no era locura, y si lo era resultaba muy dulce. Se lo decían a +Rafael aquellos ojos claros, luminosos, con reflejos de oro, que le +acariciaron con su contacto aterciopelado tantas veces como osó levantar +la vista. Leonora se fijaba en él: le examinaba a la luz de la lámpara +de la habitación, como si buscase la diferencia con aquel otro muchacho +que había conocido en el paseo a la ermita.</p> + +<p>La vieja, reanimada por la presencia de los dos hombres, se enteraba del +peligro. Ya no subía el agua; hasta podía afirmarse que comenzaba a +descender lentamente. Y la vieja, con su supremo esfuerzo de voluntad, +se decidió a abandonar su silla para ver la inundación.</p> + +<p>—¡Cuánta agua, Dios y señor nuestro!... ¡Qué de desgracias se contarán +mañana! Esto debe ser castigo de Dios... un aviso por nuestros muchos +pecados.</p> + +<p>Mientras los dos hombres oían a la vieja, Leonora iba de una parte a +otra dando prisas a su doncella y a la hortelana. Aquellos señores no +podían estar así con las ropas impregnadas de humedad, cansados y +desfallecidos por una noche de lucha. ¡Pobrecitos, bastaba verles! Y +colocaba sobre la mesa galletas, pasteles, una botella de ron; todo lo +que podía encontrar en la despensa, y hasta un paquete de cigarrillos +rusos con boquilla dorada que la hortelana miraba con escándalo.</p> + +<p>—Déjalos, tía—decía a la pobre vieja.—No les entretengas ahora. Que +coman y beban un poco. Necesitan entrar en calor... Dispensen ustedes si +les ofrezco tan poca cosa. ¿Qué les daré, Dios mío, qué les daré?</p> + +<p>Y mientras los dos hombres se veían impulsados por un cariño un tanto +despótico a sentarse a la mesa, Leonora, seguida de su doncella, entraba +en la habitación inmediata, poniéndola en revolución con un retintín de +llaves y ruidoso abrir de cofres.</p> + +<p>Rafael, emocionado, apenas si pudo sorber unas cuantas gotas de ron, +mientras el barbero mascaba a dos carrillos, bebía copa tras copa y con +la cara cada vez más roja, hablaba y hablaba, la boca llena de pasta.</p> + +<p>Apareció Leonora, seguida de la doncella, que llevaba en los brazos un +lío de ropas.</p> + +<p>—Ya comprenderán ustedes que aquí no hay trajes de hombre. Pero en la +guerra se vive como se puede y aquí estamos sitiados.</p> + +<p>Rafael admiraba los hoyuelos que una risa graciosa trazaba en aquellas +mejillas; la luminosa dentadura, que parecía temblar en su estuche de +rosa.</p> + +<p>—A ver, Cupido; fuera pronto ese traje; no quiero que por mí pille +usted una pulmonía que prive a la ciudad de su principal regocijo. Aquí +tiene usted para cubrirse mientras secamos sus ropas.</p> + +<p>Y ofrecía al barbero una bata magnífica de peluche azul, con grandes +cascadas de encajes en el pecho y las mangas.</p> + +<p>Cupido se retorcía de risa en su asiento. ¡Pero qué gracioso era +aquello!... ¿Iba él a vestirse con tal preciosidad? ¿Y sus patillas?... +¡Cómo reirían los de Alcira si le viesen! Y halagado por la +extravagancia del disfraz, se apresuró a meterse en la inmediata +habitación para ponerse la bata.</p> + +<p>—Para usted—dijo Leonora a Rafael con maternal sonrisa—sólo he +encontrado esta capa de pieles. Vamos, quítese usted esa chaqueta que +está chorreando.</p> + +<p>El joven se resistió ruboroso y avergonzado como una doncella. Estaba +bien así; no le ocurriría nada; otras veces se había mojado más.</p> + +<p>Leonora, siempre sonriente, parecía impacientarse. Bien sabían en la +casa que ella no admitía réplicas.</p> + +<p>—Vamos, Rafael, no sea usted tonto. Habrá que tratarle como a un niño.</p> + +<p>Y cogiéndole por una manga, como si se tratara de un chiquitín, comenzó +a tirarle de la chaqueta.</p> + +<p>El joven, en su turbación, no sabía lo que le pasaba. Le parecía marchar +por un horizonte sin fin, con más velocidad que horas antes se deslizaba +por el río. Oía su nombre en la boca de aquella mujer, se veía agasajado +en una casa cuya entrada no sabía antes cómo franquear, y ella, Leonora, +le llamaba niño y le trataba como a tal, cual si la intimidad datase +desde el principio de su vida. ¿Qué mujer era aquella? Estaba en un +mundo nuevo y las mujeres de la ciudad, aquellas que él trataba en las +tertulias caseras, le parecían seres de otra raza, viviendo lejos, muy +lejos, en otro extremo de la tierra, de la que le separaba la inmensa +sábana de agua.</p> + +<p>—Vamos, señor testarudo; habrá que tratarle a usted como a un bebé.</p> + +<p>Le hablaba a poca distancia de su rostro; sentía en sus mejillas el +aleteo de aquella boca, su respiración tibia, que le cosquilleaba con +intensos estremecimientos. Y al mismo tiempo sus manos, finas y ágiles, +le empujaban cariñosamente, quitándole con rapidez la chaqueta y el +chaleco.</p> + +<p>Sintió sobre sus hombros la caliente caricia de la capa de pieles. Una +preciosidad; un manto suave como la seda, grueso, tupido y ligero, como +fabricado con plumas de fantásticas aves. Era de pieles de zorro azul, y +a pesar de la estatura de Rafael, sus bordes rozaban el suelo. El joven +comprendió que le habían echado sobre los hombros unos cuantos miles de +francos, y tímido, con temblorosa mano, recogía el borde, temeroso de +pisarlo.</p> + +<p>Leonora reía de su timidez.</p> + +<p>—No se encoja usted; no importa que lo estropee. ¡Parece que lleva +usted un velo sagrado por el respeto con que lo trata! No vale la pena. +Yo sólo uso esta capa en los viajes. Me la regaló un gran duque en San +Petersburgo.</p> + +<p>Y para asegurar más su desprecio por el rico manto, embozó al joven en +él, golpeando sus hombros para que amoldara más a su cuerpo.</p> + +<p>Lentamente volvían a la sala donde estaba el balcón, mientras en el +comedor sonaban carcajadas saludando la aparición del barbero, envuelto +en su lujosa bata. Cupido sacaba partido de la situación para provocar +la risa, y recogiéndose la cola y atusándose las patillas, braceaba cual +una tiple en una romanza dramática cantando de falsete. Los hortelanos +reían como locos, olvidando el agua que llenaba su casa; Beppa abría +desmesuradamente sus ojos, admirada por la figura, las contorsiones de +aquel señor y la gracia con que estropeaba los versos italianos, y hasta +la pobre doña Pepa se retorcía en su silla, admirando al barbero, que +según ella, era el más gracioso de todos los demonios.</p> + +<p>Rafael estaba en el balcón, junto a Leonora, con la mirada perdida en la +obscuridad, arrullado por la música de aquella voz, que con marcado +interés le hacía preguntas sobre el desesperado viaje por el río.</p> + +<p>La finura de aquella capa que le envolvía, dábale la sensación de una +epidermis satinada y tibia. Parecíale que aún quedaba en aquella +suavidad algo del calor de los hombros desnudos; creía estar envuelto en +la piel de Leonora, y el perfume de su cuerpo, que sentía junto a él, +aumentaba esta ilusión.</p> + +<p>Rafael, con voz entrecortada, contestaba a sus preguntas.</p> + +<p>—Lo que usted ha hecho—decía la artista—merece honda gratitud. Es un +arranque caballeresco digno de otros tiempos. Lohengrín, llegando en su +barquilla para salvar a Elsa. Sólo falta el cisne... a no ser que el +barbero se contente con este papel... Hablando en serio, no creía que +aquí hubiese un hombre capaz de portarse así.</p> + +<p>—¡Y si usted hubiese muerto!...—exclamó el joven para justificar su +aventura.</p> + +<p>—¡Morir!... Le confieso a usted que al principio tuve algún miedo; no +de morir, que yo le temo poco a la muerte. Estoy algo cansada de la +vida; ya se convencerá usted de ello cuando me conozca más. Pero morir +ahogada en el barro, sofocada por esa agua que huele tan mal, no me +hacía gracia. ¡Si al menos fuese el agua verde y transparente de los +lagos suizos!... Yo busco la belleza hasta en la muerte; me preocupo de +la última postura como los romanos y temía perecer aquí como una rata +sitiada en la alcantarilla... Y, sin embargo, ¡si supiera usted lo que +he reído viendo el terror de mi tía y de esas pobres gentes que nos +sirven!... Ahora el agua no sube ya, la casa es fuerte, no hay más +molestia que la de verse sitiados y espero el día para ver. Debe ser muy +hermoso el espectáculo de toda esa hermosa campiña convertida en un +lago. ¿Verdad, Rafael?</p> + +<p>—Usted habrá visto cosas más interesantes—dijo el joven.</p> + +<p>—No digo que no; pero a mí, lo que más me impresiona es la sensación +del momento.</p> + +<p>Y calló, mostrando en su repentina seriedad la molestia que le causaba +la ligera alusión al pasado.</p> + +<p>Quedaron los dos en silencio un buen rato, hasta que Leonora reanudó la +conversación.</p> + +<p>—La verdad es que si el agua sigue subiendo, a usted le hubiéramos +agradecido la vida... Vamos a ver, con franqueza; ¿por qué ha venido +usted? ¿Qué buen espíritu le ha hecho acordarse de mí a quien apenas +conoce?</p> + +<p>Rafael enrojeció de rubor, tembló de cabeza a pies, como si le exigiera +una confesión mortal. Iba a soltar la verdad, a volcar de un golpe su +pensamiento, con todos los ensueños y las angustias de aquellos días, +pero se contuvo y se asió a un pretexto.</p> + +<p>—Mi entusiasmo por la artista—dijo con timidez.—Yo admiro mucho el +talento de usted.</p> + +<p>Leonora prorrumpió en una ruidosa carcajada.</p> + +<p>—¡Pero si usted no me conoce! ¡Si usted no me ha oído nunca!... ¿Qué +sabe usted de eso que llaman mi talento? A no ser por ese parlanchín de +Cupido, hasta ignorarían en Alcira que yo canto y soy conocida fuera de +aquí.</p> + +<p>Rafael quedó aplastado por la réplica; no se atrevía a protestar.</p> + +<p>—Vamos, Rafael—continuó cariñosamente la artista—no sea usted niño ni +pretenda turbarme con esas mentirillas semejantes a las que se usan para +engañar a la mamá. Yo sé por qué ha venido aquí. ¿Cree usted que no le +han visto desde este mismo balcón rondando la casa todas las tardes, +apostándose en el camino como un espía? Está usted descubierto, señor +mío.</p> + +<p>El tímido Rafael creía que el balcón iba a hundirse bajo sus pies. +Temblaba de miedo, arrebujábase en el manto de pieles, sin saber lo que +hacía y protestaba con enérgicas cabezadas, negando las afirmaciones de +Leonora.</p> + +<p>—¿Conque no es verdad, embusterillo?—dijo ésta con cómica +indignación.—¿Conque niega usted que desde que nos vimos en la ermita, +su paseo de todas las tardes son estos alrededores? ¡Dios mío! ¡qué +monstruo de falsedad es este chico! ¡con qué aplomo miente!</p> + +<p>Y Rafael, vencido por aquella alegría franca, acabó riéndose, confesando +con una carcajada su delito.</p> + +<p>—Usted se extrañará de mis actos y palabras—continuó Leonora +aproximándose más a él, apoyando un hombro en el suyo, con un abandono +fraternal, como si estuviera junto a una amiga.—Yo no soy como la +mayoría de las mujeres. ¡Bueno fuera que con la vida que llevo me +mostrara hipócrita!... Mi pobre tía me cree una loca, porque digo las +cosas como las siento: en mi vida me han querido mucho o me han +aborrecido, por esta manía de no ocultar la verdad... ¿Quiere usted que +se la diga?... Pues bien, usted ha venido aquí porque me ama, o al menos +cree amarme; el defecto de todos los muchachos de su edad apenas +encuentran una mujer que no es igual a las otras que conocen.</p> + +<p>Rafael estaba silencioso y cabizbajo; no osaba levantar la vista; sentía +en su nuca la mirada de aquellos ojos verdes que parecían registrarle el +alma.</p> + +<p>—A ver; levante usted esa cabeza; proteste un poquito como antes. ¿Es +verdad o no lo que digo?</p> + +<p>—¿Y si fuera?...—se atrevió a suspirar Rafael, viéndose descubierto +bruscamente.</p> + +<p>—Como sé que es cierto he querido provocar esta explicación para que +usted no viva en el engaño. Después de lo de esta noche deseo que seamos +amigos; amigos nada más; dos camaradas unidos por el agradecimiento. +Pero para evitar la confusión, había que marcar nuestras respectivas +situaciones. Seremos amigos, ¿eh?... Esta es su casa, yo le consideraré +como un camarada simpático; con lo de esta noche ha ganado usted en mi +ánimo más que con un continuo trato; pero va usted a prometerme que no +reincidirá en esas tonterías de admiración amorosa que han sido siempre +el tormento de mi vida.</p> + +<p>—¿Y si no puedo?...—murmuró Rafael.</p> + +<p>—La cantinela de siempre—dijo riendo Leonora, remedando la voz y la +expresión del joven.—¿<i>Y si no puedo</i>? ¿Por qué no ha de poder usted? +¿Por qué ha de ser verdad ese amor tan inmenso por una mujer que ve +usted ahora por segunda vez? Esas pasiones repentinas se las inventan +ustedes; no son verdad; las han aprendido en las novelas o las han oído +cantadas por nosotras en las óperas. Invenciones de poeta que los +muchachos se tragan como unos bobos y quieren trasplantar a la vida, no +comprendiendo que los que estamos en el secreto nos reímos de su +necedad. Con que ya lo sabe usted; a ser formal, a no ponerse pesado con +miradas tiernas y frases entrecortadas. Así seremos amigos y esta será +su casa.</p> + +<p>Se detuvo Leonora, y amenazándole graciosamente con el índice, añadió:</p> + +<p>—De lo contrario, seré todo lo ingrata y cruel que usted quiera; pero +a pesar de la hermosa acción de esta noche, usted no entrará más aquí. +No quiero adoradores: he venido buscando reposo, amigos, tranquilidad... +¡El amor! ¡hermosa y cruel patraña!...</p> + +<p>Dijo estas últimas palabras con acento grave, y quedó inmóvil mucho +rato, con la vista perdida en la inmensa sábana de agua.</p> + +<p>Ahora la miraba Rafael. Había levantado la cabeza y contemplaba a +Leonora pensativa. Su hermoso rostro se teñía de una luz azulada que +parecía envolverla en un nimbo de idealidad. Comenzaba a amanecer y los +plomizos velos del cielo se rasgaban por la parte del mar, +transparentando una claridad lívida.</p> + +<p>Leonora se estremeció, como si sintiera frío, apretándose +instintivamente contra Rafael. Pareció sacudir con un movimiento de +cabeza un tropel de penosos pensamientos, y dijo tendiéndole la mano:</p> + +<p>—¿Qué resolvemos? ¿Amigos o indiferentes? ¿Promete usted no incurrir en +niñerías y ser un camarada formal?</p> + +<p>Rafael estrechó con avidez aquella mano suave y fuerte, sintiendo en sus +dedos como cariñosa mordedura, el contacto de las sortijas.</p> + +<p>—¡Amigo!... me resignaré ya que no hay otro remedio.</p> + +<p>—Se resignará usted y encontrará dulce y tolerable eso que cree un +sacrificio; usted no me conoce, pero créame a mí que me conozco bien. +Aunque llegase a amarle (y esto no será nunca), saldría usted perdiendo. +Yo valgo más como amiga que como amante. Hay en el mundo más de uno y +de dos que lo saben bien.</p> + +<p>—Seré un amigo dispuesto a hacer por usted mucho más que esta noche. +También espero yo que usted llegará a conocerme.</p> + +<p>—Déjese usted de promesas. ¿Qué más ha de hacer usted por mí? El río no +se desborda todos los días, ni son posibles a cada momento estas hazañas +novelescas. Me basta con lo de esta noche. No sabe usted cuánto se lo +agradezco. Ha sido un paso decisivo en mi corazón de amiga... ¿Quiere +usted que siga siendo franca? Pues cuando le encontré allá en la ermita, +me pareció usted uno de esos señoritos lugareños que, acostumbrados a +triunfar en el pueblo, miran como de su dominio cuantas mujeres +encuentran. Después, al verle rondando esta casa, se aumentó mi +desprecio y mi rabia. «¿Pero ese señoritín qué se habrá figurado?» ¡Lo +que hemos reído a costa de usted Beppa y yo! Ni siquiera me había fijado +en su cara y su figura: no me había dado cuenta de que es usted guapo...</p> + +<p>Leonora reía recordando sus cóleras contra Rafael, y éste, anonadado por +su franqueza, sonreía también para ocultar su turbación.</p> + +<p>—Pero después de lo de esta noche, le quiero a usted... como un buen +amigo. Estoy sola: la amistad de un muchacho bueno y noble como usted, +capaz del sacrificio por una mujer a la que apenas conoce, resulta +grata. Además, esto no compromete. Yo soy ave de paso: he venido porque +estoy cansada, enferma no sé de qué, pero profundamente quebrantada en +mi espíritu. Necesito reposo, vida animal, sumirme en una dulce +imbecilidad, olvidarlo todo, y acepto con reconocimiento su mano amiga. +Después, el día que menos lo piense usted, levantaré el vuelo; la +primera mañana que despierte alegre y me cante dentro de la cabeza el +pájaro travieso que tantas locuras me ha aconsejado, hago las maletas y +¡a mover las alas! Le escribiré; le enviaré periódicos que hablen de mí +y usted verá como tiene una amiga que no le olvida y le saluda desde +Londres, San Petersburgo, o Nueva York, cualquiera de los rincones de +este mundo que muchos creen grande y en el cual no puedo revolverme sin +tropezar con el fastidio.</p> + +<p>—¡Que tarde ese momento!—dijo Rafael.—¡Que no llegue nunca!</p> + +<p>—¡Loco!—exclamó Leonora.—Usted no sabe cómo soy. Si estuviera aquí +mucho tiempo, acabaríamos por reñir y pegarnos. En el fondo odio a los +hombres; he sido siempre su más terrible enemiga.</p> + +<p>Oyeron a sus espaldas el roce de la bata que arrastraba Cupido con +grotescos contoneos: se aproximaba al balcón con doña Pepita para +contemplar el amanecer.</p> + +<p>Comenzaba a desplomarse del cielo una luz gris, cernida por el denso +celaje: la inmensa sábana de agua tomaba un color blancuzco de ajenjo. +Flotaban en la corriente, como escobazos de miseria, los despojos de la +inundación; árboles arrancados de cuajo, haces de cañas, techumbres de +paja de las chozas; todo sucio, pringoso, nauseabundo. Estas almadías +del desastre, se enredaban entre los naranjos y formaban barreras que, +poco a poco iban engrosándose con nuevos despojos de la corriente.</p> + +<p>Allá lejos, en el límite de la laguna, movíanse con regularidad algunos +puntos negros, agitando sus patas como moscas acuáticas, en torno de las +casas, que apenas asomaban sus techumbres sobre la inmensa lámina de +agua. Eran los socorros que llegaban de Valencia; los botes de la +Armada, traídos en ferrocarril hasta el límite de la inundación.</p> + +<p>Iban a llegar a Alcira las autoridades; la presencia de Rafael era +indispensable. El mismo Cupido, con repentina gravedad, le aconsejaba +salir al encuentro de aquellas barcas.</p> + +<p>Mientras el barbero recobraba su traje, Rafael se despojó con gran +disgusto de su capa de pieles.</p> + +<p>Le parecía que abandonándola, iba a perder el calor de aquella noche de +dulce intimidad, el contacto del hombro suave y carnoso que había estado +horas enteras apoyado en él.</p> + +<p>Mientras se ajustaba al cuerpo las prendas de su traje ya secas, Leonora +le miraba fijamente.</p> + +<p>—Quedamos entendidos, ¿eh?—preguntó con lentitud.—Amigos, sin +esperanza de más. Si rompe usted el pacto, no entrará aquí, ni aun por +el balcón como esta noche.</p> + +<p>—Sí; amigos y nada más—murmuró Rafael con sincero acento de tristeza +que pareció conmover a Leonora.</p> + +<p>Sus ojos verdes se iluminaron; brilló el polvo de oro que moteaba sus +pupilas y avanzó hacia Rafael, tendiéndole la mano.</p> + +<p>—Buen muchacho; así me gusta: resignado y obediente. Por esta vez y en +premio a su cordura, habrá extraordinario. No nos despidamos así... Como +en la escena. Bese usted.</p> + +<p>Y puso su mano al nivel de la boca del joven. Rafael la agarró +ávidamente y besó, besó, hasta que Leonora, desasiéndose con un brusco +movimiento que demostraba su extraordinario vigor, le amenazó con su +mano.</p> + +<p>—¡Ah, tunante!... ¡Bebé travieso! ¡Qué manera de abusar! ¡Adiós! +¡adiós! Cupido llama... Hasta la vista.</p> + +<p>—Y le empujó al balcón, a cuyos hierros estaba agarrado el barbero +sosteniendo la barca.</p> + +<p>—Salta, Rafael—dijo Cupido.—Apóyate en mí; el agua desciende y la +barca está muy baja.</p> + +<p>Rafael se deslizó en su bote blanco, manchado por el agua rojiza. El +barbero movió los remos; comenzaron a alejarse.</p> + +<p>—¡Adiós! ¡adiós! ¡muchas gracias!—gritaban desde el balcón la tía, la +doncella y toda la familia del hortelano.</p> + +<p>Rafael, abandonando el timón, con el rostro vuelto a la casa, sólo veía +aquella arrogante figura, que agitaba un pañuelo saludándoles. La vio +mucho tiempo, y cuando las copas de los árboles sumergidos le ocultaron +el balcón, inclinó la cabeza, entregándose al silencioso placer de +saborear la dulzura que aún sentía en sus labios.</p> + + + +<h3><a id="VIa"></a>VI</h3> + + +<p>Las elecciones pusieron en movimiento a todo el distrito. Había llegado +el momento solemne para la casa de Brull y todos sus fieles, no seguros +aún de la omnipotencia del partido, como si temieran a ocultos enemigos +que podían presentarse inesperadamente, se agitaban en la ciudad y los +pueblos lanzando cual grito de victoria el nombre de Rafael.</p> + +<p>Pocos se acordaban de la inundación. El sol bienhechor había secado los +campos; los huertos se mostraban más hermosos que nunca, como si el río, +al invadirlos, les hubiese fecundado con nueva vida; se anunciaba una +cosecha magnífica, y sólo como recuerdo de la catástrofe quedaba algún +seto aplastado, alguna cerca desmoronada, algún camino hondo con los +ribazos destruidos.</p> + +<p>Todo se reparaba con relativa rapidez y la gente mostrábase contenta +hablando del pasado peligro con desprecio. ¡Hasta la otra!</p> + +<p>Además, se había repartido mucho dinero. Llegaron socorros de la capital +de la provincia, de Madrid, de toda España, gracias al trompeteo +lastimoso de la prensa, y los hortelanos, con la credulidad del devoto +que atribuye todos sus bienes a la protección del santo patrono, +agradecían la limosna a Rafael y su madre, proponiéndose ser cada vez +más fieles a la poderosa familia. ¡Viva el padre de los pobres!</p> + +<p>Doña Bernarda, viendo próximos a realizarse sus ensueños de ambición, no +se daba un momento de reposo. Indignábase ante la indiferencia y +frialdad de su hijo. El distrito era suyo, pero no había que dormirse. +¿Quién sabe lo que a última hora podían hacer los enemigos del orden, +que eran bastantes en la ciudad? Había que ir a tal pueblo para decir +cuatro palabras a los electores ricos; visitar al alcalde del otro para +que viera <i>que se le hacía caso;</i> moverse mucho, que toda la gente se +preocupara de su persona.</p> + +<p>Y Rafael obedecía, pero evitando que le acompañase don Andrés, pues a la +ida o a la vuelta pasaba unas cuantas horas en la casa azul o suprimía +por completo el viaje para quedarse allí temblando al volver a casa por +si su madre se enteraba de tales distracciones.</p> + +<p>Doña Bernarda conocía aquella nueva amistad. Sin otra preocupación que +la salud y los actos de Rafael, y ayudada por el chismorreo de una +ciudad curiosa, nada hacía su hijo que no lo supiera a las pocas horas. +Hasta tenía noticias, por una indiscreción de Cupido, de aquel +arriesgado viaje de noche y a través de los peligros de la inundación, +para ir a presentarse a <i>la cómica</i>, como ella decía con rabioso acento +de desprecio.</p> + +<p>Entonces ocurrieron las tormentosas escenas que habían de dejar en +Rafael una profunda impresión de amargura y miedo.</p> + +<p>La dureza del carácter de doña Bernarda quebrantó al joven, haciéndole +comprender con cuánta razón había temido siempre a su madre. La áspera +devota, con su coraza de virtud y sanos principios, le aplastó desde las +primeras palabras. ¿Se había propuesto deshonrar la casa? Ahora que tras +muchos años de trabajos iba a alcanzar el fruto de tantos sacrificios +¿quería, por su afición a una cómica, ponerse en ridículo dando motivos +de burla a los enemigos? E indignada, no vaciló en rasgar brutalmente el +velo de prudencia tras el cual se habían desarrollado misteriosamente +sus desventuras y sus rabias conyugales; no dudó en volcar sobre la +cabeza del hijo todas las miserias ocultas de su matrimonio.</p> + +<p>—Lo mismo que tu padre—exclamó iracunda doña Bernarda.—No puedes +negar su sangre: mujeriego, amigo de las perdidas, capaz por una +cualquiera de comprometer la suerte de la casa... ¡Y yo, grandísima +tonta, trabajando por ellos! ¡olvidando la salvación de mi alma, para +lograr que llegues donde no llegó tu padre!... ¡Y cómo me lo +agradeces!... ¡Lo mismo que aquél! con un disgusto a cada momento.</p> + +<p>Humanizándose después, sintiendo la necesidad de comunicar sus proyectos +para lo porvenir, pasó de la ira a la amistosa confidencia, y comenzó a +revelar a Rafael el estado de la casa. Ocupado él en hojear librotes y +en las cosas del partido, no sabía cómo marchaban los asuntos. Ni +necesitaba saberlo: para eso estaba ella. Pero quería que conociera las +brechas que en su fortuna habían abierto a última hora las locuras de su +padre.</p> + +<p>Ella hacía milagros de economía. Muchas deudas estaban pagadas ya; +llevaba levantadas algunas hipotecas; gracias a su buena administración, +ayudada por el fiel don Andrés; pero la carga era grande y en muchos +años no conseguiría librarse de ella.</p> + +<p>Además (y al llegar aquí doña Bernarda se mostraba más tierna y con voz +insinuante), ya que era el primer hombre del distrito, debía ser el más +acaudalado; lograrlo no resultaba difícil. Todo consistía en ser buen +hijo, en dejarse guiar por ella, la que mejor le quería en el mundo... +Ahora diputado y después, cuando volviera de Madrid, a casarse. No +faltarían buenas muchachas, educadas con el temor de Dios, y además +millonarias que se darían por contentas siendo su mujer.</p> + +<p>Rafael la atajó con una débil sonrisa. Ya sabía de quién hablaba su +madre; de Remedios, la hija del más rico de la ciudad, un rústico de +suerte loca que inundaba de naranja los mercados de Inglaterra, ganando +por instinto, a despecho de todas las combinaciones comerciales.</p> + +<p>Por esto le recomendaba su madre con tanto interés que visitase aquella +casa, enviándole a ella con cualquier pretexto. Además, doña Bernarda +llevaba a Remedios a la suya con frecuencia, y rara era la tarde que al +entrar en su casa Rafael no encontraba a aquella muchacha tímida, torpe +y de una belleza insignificante, vestida con trajes que aprisionaban +cruelmente su soltura de chicuela criada en los huertos, transformada +rápidamente en señorita por la buena suerte del padre.</p> + +<p>—Pero mamá—dijo Rafael sonriendo—¡Si yo no pienso casarme!... ¡Si +eso, cuando llegue, ha de ser a gusto mío!</p> + +<p>La madre y el hijo quedaron moralmente separados después de la +borrascosa entrevista. Era una situación que recordaba a Rafael su +infancia, cuando después de una travesura encontraba la miraba fiera y +el rostro ceñudo de su madre. Pero ahora, esta seriedad agresiva se +prolongaba días y días.</p> + +<p>Al entrar en casa por las noches se veía interrogado durante la cena en +presencia de don Andrés, que no osaba levantar la cabeza ante la +poderosa señora. ¿Dónde había estado? ¿A quién había visto?... Rafael +sentía el espionaje, siguiéndole en sus paseos por la ciudad y el campo.</p> + +<p>—Hoy has estado en casa de la cómica... ¡Cuidado, Rafael! ¡me vas a +matar!</p> + +<p>Y Rafael, para ir a casa de <i>la cómica</i>, se ocultaba como en su época de +niño, cuando robaba fruta en los huertos; marchaba por sendas y ribazos +al abrigo de los setos, y la vista de una hortelana o de un muchacho le +obligaba a pesados rodeos. Y el hombre que hacía esto era el mismo que +en aquel instante llenaba con su nombre todo el distrito; aquel de quien +los alcaldes y prohombres decían con plena convicción.—«Aquí no hay más +diputado que don Rafael. Ese procurará por nosotros».</p> + +<p>Don Andrés se esforzaba por consolar a su ama. Todo aquello era un +capricho de muchacho. Había que dejarle que se divirtiera. Al fin era un +joven guapo y de buena casa. En su cinismo de viejo acostumbrado a las +fáciles conquistas del arrabal, guiñaba sus ojos maliciosamente, +creyendo que Rafael había conseguido un triunfo completo en la casa +azul. Sólo así podía explicarse su asiduidad en las visitas, la mansa +rebeldía a la autoridad maternal.</p> + +<p>—Esas cosas, por dulces que sean, acaban por cansar, doña +Bernarda—decía el viejo sentenciosamente.—La cómica levantará el vuelo +cualquier día; además, deje usted que Rafael vaya como diputado a Madrid +y vea aquel mundo; a la vuelta no se acordará de esa mujer.</p> + +<p>El fiel lugarteniente de los Brull se hubiera asombrado al ver lo poco +que conseguía Rafael.</p> + +<p>Leonora no era la misma de la noche de la inundación. Pasado el encanto +del peligro, la novedad de la aventura, lo extraordinario de aquella +entrevista, trataba a Rafael con amistosa calma, como a uno de los +muchos que en la vida habían girado en torno de ella. Le miraba como un +mueble más de su casa que todas las tardes venía a colocarse ante su +paso; un autómata que se presentaba para pasar horas y horas +contemplándola, pálido y emocionado, con el encogimiento de la +inferioridad, contestando sus palabras muchas veces con simplezas que la +hacían reír. Su ironía y aquella franqueza de que hacía gala, le herían +cruelmente.</p> + +<p>—Hola, Rafaelillo—le decía muchas tardes al verle llegar.—¿Pero por +qué viene usted con tanta frecuencia? Nos van a tomar por novios. ¿Qué +dirá su mamá?</p> + +<p>Y Rafael sufría cruelmente; se avergonzaba de sí mismo, pensando en lo +que ocurría en su casa; en las iras que arrastraba para llegar allí. +Pero le era imposible librarse de la atracción que sobre él ejercía +Leonora.</p> + +<p>Además, ¡qué tardes aquellas en que quería ser buena; cuando cansada de +pasear por el huerto, fastidiada en su carácter ligero y voluble por la +monotonía de los naranjos y las palmeras, se refugiaba en el salón +poniendo sus manos en el piano! Rafael, con el recogimiento de un +devoto, se sentaba en un rincón, y contemplando los soberbios hombros +sobre los cuales ondeaban como plumas de oro los rizados bucles de la +nuca, oía aquella voz hermosa que sonaba dulce y velada, mezclándose a +los desmayados acordes del piano, mientras que por las abiertas ventanas +entraba la respiración del huerto rumoroso bajo la dorada luz del otoño, +el perfume sazonado de las naranjas maduras que asomaban sus caras de +fuego entre los festones de hojas.</p> + +<p>Era Schubert, con sus melancólicas romanzas, el músico preferido; la +dominaba en aquella soledad el encanto de la música triste. Su alma +pasional y tumultuosa parecía desmayarse, enervada por el perfume de los +naranjos. Algunas veces, de repente, venía a morderle el recuerdo de sus +triunfos escénicos, la gloria artística conquistada sobre las tablas, y +golpeando el piano con la sublime furia de la cabalgada de las +walkirias, lanzaba el ¡<i>hojotoho</i>! de Brunilda, el grito de guerra +impetuoso y salvaje de la hija de Wotan; relincho armónico con el cual +había puesto en pie a muchos públicos y que en aquella soledad +estremecía a Rafael, haciéndole admirar a su amiga como una divinidad +extraña; cual una diosa rubia de ojos verdes, acostumbrada a cabalgar +sobre los hielos, entre los torbellinos del huracán, y que en el país +del sol se resignaba a ser mujer.</p> + +<p>Otras veces, echando atrás su hermoso busto, como si contemplara con la +imaginación salones festoneados de rosas, en los que danzasen huecas +faldas, pelucas empolvadas y tacones rojos, rozaba las teclas, haciendo +sonar un minuetto de Mozart, vagoroso como un perfume elegante, cual la +sonrisa de una boca de princesa, pintada y con lunares postizos.</p> + +<p>Rafael no olvidaba la noche de amistad; la mano entregada a sus labios +en aquel mismo salón. Una vez intentó repetir la escena, e inclinándose +sobre las teclas, quiso besar la diestra de Leonora.</p> + +<p>La artista se estremeció, como si despertase. Relampaguearon sus ojos +con ira, y sin dejar por esto de sonreír, levantó amenazante la mano, +con todo su fantástico brillo de pedrería, como si fuese a abofetearle:</p> + +<p>—Cuidado, Rafael: es usted un chiquillo y le trataré como a tal. Ya +sabe que no gusto de que me molesten. No le despediré; pero si sigue así +¡va usted a llevarse cada bofetada!... ¡Qué pegajoso! Eso sólo se +permite una vez, y no olvide usted que cuando yo quiero que me besen la +mano, comienzo por darla voluntariamente... Ya no hay más música; se +acabó. Vamos a entretener al niño para que esté quietecito.</p> + +<p>Y comenzó una de aquellas revistas de equipaje que entusiasmaba a +Rafael; una exhibición de recuerdos de su vida artística que al joven le +parecían nuevos avances en su intimidad con Leonora.</p> + +<p>Contemplaba sus retratos en las diversas óperas por ella cantadas; una +numerosa colección de hermosas fotografías, llevando al pie el nombre +del gabinete en casi todos los idiomas de Europa; en alfabetos raros que +hacían parpadear a Rafael. La Elisabeta, pálida y mística, del +<i>Tanhäuser</i>, había sido retratada en Milán; la Elsa, ideal y romántica +de <i>Lohengrín</i>, era de Munich; había una Eva, cándida y burguesa de <i>Los +maestros cantores</i>, fotografiada en Viena, y una Brunilda soberbia, +arrogante, de mirada hostil y centelleadora, que llevaba al pie el sello +de San Petersburgo. Esto sin contar un sinnúmero de otras fotografías, +recuerdo de temporadas en el Convent-Garden de Londres, el San Carlos de +Lisboa, los grandes coliseos de toda Italia, y los teatros de América, +desde el de Nueva York al de Río Janiero.</p> + +<p>Rafael, manejando aquellas cartulinas enormes sentía la impresión del +que pasea por un puerto y percibe el perfume de países lejanos y +misteriosos, contemplando los barcos que llegan. Cada retrato parecía +envolverle en el ambiente de su país, y desde el tranquilo salón, +impregnado de la respiración del silencioso huerto, creía pasear por +toda la tierra.</p> + +<p>Las fotografías representaban siempre los mismos personajes: las +heroínas de Wagner. Leonora, adoradora rabiosa del genio alemán, +hablando de él con intima confianza, como si le hubiera conocido, no +quería cantar otras óperas que las suyas, y con el afán de abarcar la +obra del maestro, no vacilaba en comprometer su prestigio de artista +fuerte y vigorosa, interpretando los personajes delicados.</p> + +<p>Rafael se fijaba en los retratos uno por uno: aquí parecía más esbelta y +triste, como si acabara de salir de una enfermedad; allí fuerte y +arrogante, como si desafiara la vida con su hermosura.</p> + +<p>—¡Ay, Rafael!—murmuraba ella pensativa.—No todo son alegrías. Yo he +pasado mis tempestades como todos. He vivido mucho, y estos pedazos de +cartón son capítulos de mí existencia.</p> + +<p>Y mientras ella soñaba saboreando el pasado, entusiasmábase Rafael +contemplando el retrato de Brunilda, una hermosa fotografía en cuyo robo +había pensado más de una vez.</p> + +<p>Aquella era Leonora; la walkiria arrogante, la hembra fuerte y valerosa, +capaz de darle de bofetadas al más leve atrevimiento y de manejarle como +un niño. Bajo el casco de acero brillante como un espejo, con sus dos +alas de blancas plumas, caían los rubios bucles, brillaban con salvaje +furor los ojos verdes y parecían palpitar las aletas de la nariz con +indomable fiereza. El manto colgaba del cuello, redondo, carnoso y +fuerte; la coraza de escamas de acero hinchábase con la presión del +pecho mórbido de arrogante dureza, y los brazos desnudos, revelando el +vigor del músculo bajo la suave curva de la grasa femenil, se apoyaban, +uno en la lanza y otro en el escudo brillante y luminoso, como una +lámina de cristal. Estaba allí con la majestad de la diosa; era una +Palas de la mitología septentrional, hermosa como el heroísmo, terrible +como la guerra. Rafael comprendía el enardecimiento loco, la conmoción +eléctrica de los públicos al verla aparecer entre las rocas de lienzo +pintado, haciendo temblar las tablas con su paso vigoroso, elevando con +rudeza sobre las blancas alas del casco la lanza y el escudo y lanzando +el grito de la walkiria, el <i>¡hojotoho!</i> que, repetido en el tranquilo +huerto, parecía estremecer las calles de follaje con una corriente de +entusiasmo.</p> + +<p>Aquella mujer caprichosa, aventurera y alocada, de cuya vida de artista +tantas cosas se contaban, había paseado por el mundo la arrogancia de la +virgen guerrera soñada por Wagner consiguiendo inmensos triunfos. En un +libro abultado, de desiguales hojas, donde guardaba con minuciosa +puerilidad de cantante todo lo que habían dicho de ella los periódicos +del mundo, encontraba Rafael un eco de las estruendosas ovaciones. +Miraba los recortes de papel impreso, muchos de ellos amarillos ya por +el tiempo, y pasaba ante sus ojos la visión de teatros llenos de +elegantes descotes y pecheras rígidas y brillantes como corazas; +ambientes caldeados por la luz y el entusiasmo, donde centelleaban ojos +y joyas, y en el fondo, con su casco y su lanza, ella, la walkiria +dominadora, saludada con aplausos y gritos de admiración.</p> + +<p>En aquellas hojas encontraba grabados de ilustraciones reproduciendo los +retratos de la artista, biografías y artículos de crítica relatando los +triunfos de la célebre diva Leonora Brunna—que éste era el nombre de +guerra de la hija del doctor Moreno,—retazos y más retazos de papel +impreso en castellano puro y americanizado; columnas de letra apretada y +clara de los periódicos ingleses, párrafos sobre el papel basto y sutil +de la prensa francesa e italiana; compactas masas de caracteres góticos +que turbaban los ojos de Rafael, e ininteligibles garabatos rusos que +parecían caprichos de una mano infantil. Y todos alabando a Leonora, +rindiendo un tributo universal al talento de aquella mujer, mirada con +desprecio por los burgueses de Alcira. Rafael admiraba a su amiga con la +misma emoción que si se hallase en presencia de una divinidad y sentía +odio y desprecio ante la grosera y áspera virtud de los que hacían el +vacío en torno de ella. ¿Por qué había venido allí? ¿qué motivo la había +impulsado a abandonar un mundo de triunfos donde todos la admiraban, +para meterse en una vida estrecha para un corral?</p> + +<p>Después venía la exhibición de recuerdos más íntimos; joyas +hermosísimas, costosos juguetes, relatos de las <i>seratas d’onore</i> +presentados en el <i>camerino</i>, mientras el público aplaudía delirante, y +ella, bajando su lanza, saludaba en las candilejas, bajo una lluvia de +talco y flores, rodeada de lacayos que sostenían grandes ramos. Rafael +contemplaba un medallón con el retrato venerable de don Pedro del +Brasil; el emperador artista que saludaba a la cantante en una +dedicatoria trazada con brillantes; planchas de oro y pedrería, recuerdo +de entusiastas que tal vez comenzaron por desear la mujer y se +resignaron admirando la artista; pintarrajeados diplomas de sociedades +dándola las gracias por su concurso de funciones benéficas; un abanico +de la reina Victoria con la fecha de un concierto en el palacio Windsor; +una pulsera regia de Isabel II, como recuerdo de varias veladas en París +en el palacio Castilla, y un sinnúmero de costosas chucherías, de +caprichos riquísimos, presentes de príncipes, grandes duques y +presidentes de repúblicas americanas. Hasta había carteras con áureas +dedicatorias, y la piel gastada por el roce y el tiempo, conteniendo +enormes papelotes, acciones de ferrocarriles a través de países +salvajes, títulos de propiedad de territorios sobre los cuales habían de +levantarse ciudades; valores de empresas locas que se desarrollaban en +las praderas yankees o las pampas argentinas regalados en noche de +beneficio, como testimonio del afecto práctico de los americanos que al +entusiasmo unen siempre la utilidad.</p> + +<p>La arrogante walkiria, al pasear por el mundo su guerrero manto, había +barrido entre aplausos y vítores aquellos ricos testimonios de +adoración. Rafael sentía orgullo por ser su amigo; y al mismo tiempo +reconocía su pequeñez; se asustaba de su atrevimiento amoroso, +exagerando en su imaginación la diferencia que les separaba.</p> + +<p>Al final de estas deliciosas rebuscas en el pasado, venía lo más +interesante, lo más íntimo, el álbum de ella sólo le permitía hojear de +prisa, obligándole a no mirar ciertas páginas. Era un volumen +modestamente encuadernado en cuero negro con broches de plata, pero +Rafael lo contemplaba como un prodigioso fetiche, con la adoración que +inspiran los grandes hombres.</p> + +<p>Veía el mundo entero inclinándose ante aquella diosa. No sólo la +saludaban los potentados; los poderosos del arte estaban allí, pasaban +de hoja en hoja, dedicando una palabra de afecto, un verso, una frase +musical a la hermosa cantante. Rafael contemplaba como un bobo la firma +del viejo Verdi y la de Boito; venían después los jóvenes maestros de la +nueva escuela italiana, ruidosa y triunfante, con el estrépito de la +belleza puesta al alcance del vulgo; los franceses Massenet y Saint +Saëns saludaban a la feliz intérprete del primero de los músicos; los +grandes libretistas italianos dedicaban a la artista versos que +deletreaba Rafael, percibiendo su suave perfume, a pesar de que apenas +conocía el idioma; había un soneto de Illica que le hacía llorar; y +luego venían los ininteligibles para él, unos cuantos renglones de Hans +Keller, el gran director de orquesta, el discípulo y confidente de +Wagner, su testamentario artístico, encargado de velar por la gloria del +maestro, aquel Hans Keller de que hablaba Leonora a cada instante, con +cariño de mujer y admiración de artista, sin perjuicio de añadir a +continuación que era un bárbaro. Estrofas en alemán, en ruso y en +inglés, que al ser releídas por la cantante la hacían sonreír +satisfecha, como si aspirase un perfume favorito, con gran +desesperación de Rafael, que no podía conseguir que las tradujese.</p> + +<p>—Son cosas que no entiende usted. Adelante, adelante. No quiero que se +ruborice.</p> + +<p>Y tratándole como a un niño, le hacía volver las hojas sin dar +explicación.</p> + +<p>Unos versos italianos, escritos con mano trémula y en torcidas líneas, +llamaban la atención de Rafael. Los entendía a medias, pero Leonora +nunca le permitía acabar la lectura. Era un lamento amoroso, +desesperado; un grito de pasión rabiosa, condenada a la soledad, +revolviéndose en el aislamiento como una fiera en su jaula. Luigi +Maquia.</p> + +<p>—¿Pero éste quién es?—preguntaba Rafael.—¿Por qué estaba tan +desesperado?</p> + +<p>—Un muchacho de Nápoles—contestó por fin una tarde Leonora con voz +triste, parpadeando, como si quisiera ocultar sus pupilas, en las que +asomaban lágrimas.—Un día le encontraron bajo los pinos de Posilippo +con la cabeza atravesada de un balazo. Quería morir y se mató... Pero +recoja usted todo eso y bajemos al jardín. Necesito aire.</p> + +<p>Pasearon por la avenida orlada de rosales y transcurrieron algunos +minutos, sin que se cruzara entre los dos una palabra. Leonora se +mostraba pensativa, con las cejas contraídas y los labios apretados, +como si sufriera la mordedura de penosos recuerdos.</p> + +<p>—¡Matarse!—dijo por fin.—¿No le parece, Rafael, que es una tontería? +¡Y matarse por una mujer! ¡Como si las mujeres tuvieran la obligación +de amar a todos los que creen amarlas!... ¡Qué imbécil es el hombre! +Hemos de ser sus siervas; hemos de quererle forzosamente, y si no, se +mata por fatuidad.</p> + +<p>Calló unos instantes.</p> + +<p>—¡Pobre Maquia! Era un muchacho bueno, digno de ser feliz, ¡pero si +fuera una a creer en todos los juramentos de desesperado!... Ese lo hizo +tal como lo decía... ¡Qué loco! Y lo peor es que como él he encontrado +otros en el mundo.</p> + +<p>Ya no dijo más. Rafael respetó su silencio. La miraba, queriendo +adivinar en vano los pensamientos que se revolvían tras sus ojos verdes +y dorados como el mar bajo el sol de mediodía. ¡Qué aventuras debían +ocultarse en el pasado de aquella mujer! ¡Qué novelas dormirían ocultas +en el tejido de su vida!...</p> + +<p>Así transcurrieron los días, hasta el momento de la elección de Rafael. +Olvidado éste de sus trabajos políticos y en pasiva rebeldía contra su +madre, que apenas si le hablaba, llegó el domingo de su elección. +Triunfo completo. Ya era diputado. Pasó la noche estrechando manos, +recibiendo plácemes, aguantando serenatas, y a la mañana siguiente +corrió a la casa azul par recibir la irónica enhorabuena de Leonora.</p> + +<p>—Lo celebro mucho—dijo la artista.—Así saldrá usted pronto de aquí; +le perderé de vista, que bien lo necesito; porque usted, apreciable +niño, ya iba resaltándome pesado con sus asiduidades de adorador y su +muda admiración de pegajoso. Allá en Madrid se curará de tales +tonterías... No me diga usted que no; no haga juramentos. ¡Si sabré lo +que son los jóvenes! Usted es igual que todos. Cuando volvamos a vernos +llevará usted en el pensamiento otras imágenes. Yo seré su amiga nada +más; es lo que deseo.</p> + +<p>—¿Pero la encontraré aquí cuando vuelva?—preguntó Rafael con ansiedad.</p> + +<p>—Quiere usted saber más que todos los que me han conocido. ¿Qué sé yo +si estaré aquí? Nadie en el mundo ha estado seguro de tenerme. Ni yo +misma sé dónde estaré mañana... Pero no—continuó con gravedad;—si +viene usted en primavera aquí me encontrará. Pienso permanecer hasta +entonces. Quiero ver cómo florece el naranjo; volver a mis recuerdos de +niña, la única memoria de mi pasado que me ha seguido a todas partes. +Muchas veces he ido a Niza, gastando un dineral para ver florecer cuatro +naranjos de mala muerte; ahora quiero embriagarme en la inundación de +azahar de estos campos. Es el único deseo que me sostiene aquí... Estoy +segura. Si vuelve usted para entonces, me encontrará y nos veremos por +última vez, porque después irremisiblemente levanto el vuelo, aunque +llore y rabie la pobre tía... Por ahora estoy bien aquí. ¡Qué cansada me +encuentro! Esto es una cama después de un largo viaje. Sólo un gran +suceso me obligaría a saltar.</p> + +<p>Se vieron aún muchas tardes en el jardín, saturado de olor de las +naranjas maduras. El inmenso valle azuleaba bajo el sol de invierno; las +naranjas, asomaban sus caras de fuego entre las hojas, como ofreciendo a +las manos laboriosas que las arrancaban de las ramas. En los caminos +chirriaban los ejes de los carros balanceando sobre los baches sus +montones de dorados frutos; sonaban en los grandes almacenes los +cánticos de las muchachas encargadas de escoger y empapelar las +naranjas; retumbaban los martillos sobre los cajones de madera, y en +oleadas de tráfico salían hacia Francia e Inglaterra las hijas del +Mediodía, aquellas cápsulas de piel de oro, repletas de dulce jugo que +parecía miel del sol.</p> + +<p>Leonora, de pie junto a un viejo naranjo, volviendo la espalda a Rafael, +buscaba entre las apretadas ramas, empinándose sobre las puntas de los +pies, balanceando las arrogantes y graciosas curvas de su robustez +esbelta.</p> + +<p>—Mañana me voy—dijo el joven con desaliento.</p> + +<p>Leonora se volvió. Había cogido una naranja y abría su piel con las +sonrosadas y largas uñas.</p> + +<p>—¿Mañana?—dijo sonriente.—Todo llega por fin... Que tenga usted +grandes éxitos, señor diputado.</p> + +<p>Y acercando a su boca el perfumado fruto, clavaba en la dorada carne sus +dientes blancos y brillantes. Cerraba los ojos con delicia, como +embriagada por la tibia dulzura del jugo. Crujían los gajos entre sus +dientes, y el líquido de color de ámbar rezumaba, cayendo a gotas por la +comisura de los labios carnosos y rojos.</p> + +<p>Rafael estaba pálido y tembloroso como si le agitase un propósito +criminal.</p> + +<p>—¡Leonora! ¡Leonora!... ¿Y he de marcharme así?</p> + +<p>Le enloquecía aquella boca impregnada de miel, y de repente, +disparándose en él la pasión contenida y sujeta por el miedo, se +abalanzó sobre la artista, la agarró las manos y buscó ávido sus labios, +como si pretendiera beber el zumo que se deslizaba hasta la redonda +barbilla.</p> + +<p>—¡Eh! ¿Qué es esto, Rafael?... ¿Qué atrevimientos se permite usted?</p> + +<p>Y con sólo un impulso de sus soberbios brazos envió al tembloroso joven +contra el naranjo, haciéndole vacilar sobre sus pies. Quedó el joven +cabizbajo y como avergonzado.</p> + +<p>—Ya ve usted que soy fuerte—dijo Leonora con voz algo temblona por la +ira.—Nada de juegos o saldrá usted perdiendo.</p> + +<p>Después de una larga pausa, Leonora pareció reponerse de aquella +impresión y acabó riendo ante el aspecto avergonzado del joven.</p> + +<p>—¡Pero qué niño este!... ¿Es manera de despedirse de los amigos la que +usted usa?... Tonto, fatuo; ¡cuán poco me conoce usted! Querer tomarme a +mí por la fuerza, ¡a mí! la mujer inexpugnable cuando no quiero, por +quien se han muerto los hombres, sin poder conseguir ni un beso en la +mano. Márchese usted mañana, Rafael. Seremos amigos... Pero por si hemos +de volver a vernos no olvide usted lo que le digo. Acabemos de una vez +con todas estas tonterías. No se fatigue; yo no puedo ser suya. Estoy +cansada de los hombres; tal vez los odio. Yo he conocido a los más +hermosos, a los más elegantes, a los más ilustres. He sido hasta reina; +reina de la mano izquierda, como dicen los franceses, pero tan dueña de +la situación, que a haber querido meterme en tales vulgaridades, +hubiese cambiado ministerios y trastornado países. Hombres famosos en +Europa por su elegancia y sus locuras, han caído a mis pies y los he +tratado como chiquillos. Me han envidiado y odiado las damas más +célebres, copiando mis trajes y mis gestos. Y cuando cansada de este +Carnaval brillante le he dicho ¡adiós! para venir a esta soledad como a +un convento, ¡había de entregarme a un señorito de pueblo, capaz +únicamente de entusiasmar a las lugareñas!... ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!...</p> + +<p>Y reía con una risa cruel, con carcajadas incisivas y sardónicas que +parecían penetrar en las carnes de Rafael, estremeciéndole con su +frialdad. El joven bajaba la cabeza; agitábase su pecho con un penoso +estertor, como si le ahogase el llanto al no encontrar salida en aquel +cuerpo varonil. La emoción de Rafael, abrumado por aquella crueldad, +enterneció a Leonora, haciéndola cambiar de tono.</p> + +<p>Se aproximó al joven, casi se pegó a él, y agarrándole la barba con sus +finas manos, le obligo a levantar la cabeza.</p> + +<p>—¡Ay! ¡Cuán mala soy! ¡Qué cosas le he dicho a este pobre niño! A ver, +levante usted la cabeza; míreme de frente; diga que me perdona... ¡Esta +maldita manía de no callarme nada! Le he ofendido... no diga usted que +no le he ofendido; pero no haga usted caso; lo que he dicho sólo son +tonterías. ¡Qué modo de agradecer lo que usted hizo por mí aquella +noche!... No: ¡pero si usted es muy guapo... y muy distinguido... y hará +usted una gran carrera política!... Será usted un personaje y se casará +en Madrid con una muchacha elegantísima. Se lo aseguro... Pero hijo; en +mí no piense usted; seremos amigos, nada más que amigos... ¿Pero llora +usted? Vamos... béseme la mano, se lo permito... como en aquella noche: +así. Yo sólo podría ser de usted por el amor, pero ¡ay! nunca llegaré a +enamorarme del atrevido Rafaelito. Soy vieja ya: en fuerza de gastar el +corazón, creo que no le tengo... ¡Ay, pobrecito bebé mío! Lo siento +mucho... pero ha llegado usted tarde.</p> + + + +<div class='chapter'><h2><a id="SEGUNDA_PARTE"></a>SEGUNDA PARTE</h2></div> + +<p class="c"><b>———</b></p> + + +<h3><a id="Ib"></a>I</h3> + + +<p>En la plazoleta que formaban frente a la casa azul los altos y tupidos +rosales, erguíanse cuatro palmeras que, abandonadas muchos años, dejaban +colgar las secas ramas como miembros muertos debajo de las palmas +nuevas, arrogantes y rumorosas. Hundidos en el follaje de los rosales, a +la entrada de la plazoleta, había dos bancos antiguos de mampostería, +blanqueados con cal, con el asiento y el respaldo de viejos azulejos +valencianos de una transparencia aterciopelada, en la que resaltaban los +floreados arabescos, los caprichos multicolores de una fabricación +heredada de los árabes.</p> + +<p>Eran bancos con la elegancia de líneas de un sofá del pasado siglo, +frescos y de saludable dureza, en los que gustaba sentarse Leonora por +las tardes, cuando las palmeras extendían su sombra en la plazoleta.</p> + +<p>En uno de ellos leía la sencilla doña Pepita la historia del santo del +día, ayudada por unas antiguas gafas con montura de plata. Beppa la +doncella, escuchábala atenta para comprender todas las palabras, con +una admiración respetuosa de muchacha de la campiña romana familiarizada +con la devoción desde sus primeros años.</p> + +<p>En el otro banco estaban Leonora y Rafael. La artista, con la cabeza +baja, seguía el movimiento de sus manos, ocupadas en la confección de +una de esas labores que sólo sirven para pasar más fácilmente el tiempo +engañando la atención.</p> + +<p>Rafael la encontraba cambiada por los meses de ausencia. Vestía con +sencillez, como una señorita de la ciudad; su cara y sus manos, tan +blancas antes, habían tomado con la continua caricia, del sol una +transparencia dorada de trigo maduro; los dedos mostrábanse en toda su +esbeltez libres de sortijas, y en el lóbulo sonrosado de las orejas, los +sutiles agujeros no soportaban el peso como otras veces de la gruesa +masa de brillantes.</p> + +<p>—Estoy hecha una campesina, ¿verdad?—dijo como si leyera en los ojos +de Rafael el asombro por aquel cambio.—La vida del campo obra estos +milagros: un día un adorno, mañana otro, va una despojándose de todo lo +que antes era como una parte del cuerpo. Me siento mejor así... ¿Creerá +usted que hasta tengo abandonado mi tocador y allí se pierden cuantos +perfumes traje? Agua fresca, mucha agua... eso es lo que me gusta. ¡Cuán +lejos está ya aquella Leonora que había de pintarse todas las noches +como un payaso para mostrarse al público! Míreme usted bien: ¿cómo me +encuentra? ¿No es verdad que parezco una de sus <i>vasallas?</i> De seguro +que si salgo esta mañana a darle vivas en la estación, no me reconoce +entre los grupos.</p> + +<p>Rafael intentó decir que la encontraba más hermosa que antes, y así lo +creía de buena fe. La veía más cerca de su persona: era como si +descendiese de su altura para aproximarse a él. Pero Leonora, adivinando +sus palabras y queriendo evitarlas, se apresuró a seguir hablando.</p> + +<p>—No diga usted que le gusto más así. ¡Qué disparate! ¡ahora que viene +usted de Madrid, de ver un mundo que no conocía!... Pero en fin; a mí me +gusta esta sencillez y lo que me importa es agradarme a mí misma. Ha +sido una transformación lenta, pero irresistible: el campo me ha +saturado con su calma; se me ha subido a la cabeza como una embriaguez +mansa y dulce, y duermo y duermo, siguiendo esta vida animal, monótona y +sin emociones, deseando no despertar nunca. ¡Ay Rafaelito! Como no +ocurra algo extraordinario y el diablo tire de la manta, me parece que +aquí me quedo para siempre. Pienso en el mundo como un marino piensa en +el mar cuando se ve en su casa; después de un viaje de continuos +temporales.</p> + +<p>—Sí, quédese usted—dijo Rafael.—No puede usted figurarse el miedo que +he pasado en Madrid, pensando si la encontraría o no al volver.</p> + +<p>—No mienta usted—dijo sonriendo Leonora dulcemente con cierta +expresión de gratitud.—¿Cree usted que por aquí no nos hemos enterado +de lo que hacía en Madrid? Usted que nunca tuvo grandes relaciones de +amistad con el bueno de Cupido, le ha escrito con frecuencia contándole +tonterías; todo para al final, como posdata importantísima, encargar +saludos a la <i>ilustre artista</i>, tranquilizándose al recibir en la +respuesta la noticia de que esa <i>ilustre artista</i> aún estaba aquí. ¡Poco +que he reído leyendo esas cartitas!</p> + +<p>—Eso le demostrará a usted que yo no mentía el día que le aseguré +cierta cosa. Le demostrará que no la he olvidado en Madrid. No, Leonora, +no olvido. Esta ausencia ha agrandado más mi afecto.</p> + +<p>—Gracias, Rafael—dijo la artista con gravedad, como si en ella no +fuese ya posible la ironía de otros tiempos.—Estoy convencida de ello, +y me entristece, pues es inútil. Ya sabe usted que no puedo +corresponderle... Hablemos de otra cosa.</p> + +<p>Y apresuradamente, queriendo desviar con su charla el curso de la +conversación, que le parecía peligroso, comenzó a hablar de sus rústicos +placeres.</p> + +<p>—Tengo un gallinero que es un encanto. ¡Si me viera usted por las +mañanas rodeada de plumas y cacareos, arrojando el maíz a puñados, +teniendo a raya a los gallos que se meten bajo mis faldas y me pican los +pies! Me parece mentira que sea yo la misma de otros tiempos, que +blandía la lanza e interpretaba, así regularmente, los ensueños de +Wagner. Ya verá usted a mi gente. Tengo gallinas de una fecundidad +asombrosa, y como un ratero, revuelvo todas las mañanas la paja para +sorberme los huevos todavía calientes... El piano lo tengo olvidado. +Hace más de una semana que no lo había abierto; pero esta tarde, no sé +por qué, sentí el deseo de rozarme con los genios. Tenía sed de +música... algo de los caprichos melancólicos de otros tiempos. Tal vez +el presentimiento de que usted vendría: los recuerdos de aquellas tardes +en que usted estaba arriba, sentadito e inmóvil como un bobo, +escuchándome... Pero no vaya usted a creer, señor diputado, que todo es +aquí juego con las gallinas y pereza campestre. Han entretenido mi +soledad de este invierno cosas más serias. He hecho en la casa grandes +obras. Un cuarto de baño que escandaliza a mi pobre tía y hace que le +diga a Beppa que es pecado pensar tanto en las cosas del cuerpo. Aunque +olvidadas mis antiguas costumbres, yo no podía pasar sin el baño; es el +único lujo que conservo, y mandé venir de Valencia artesanos con +mármoles y maderas finas para que arreglasen una preciosidad. Ya lo verá +usted; cosa buena. Si algún día me da el arrechucho de huir y levanto el +vuelo, ahí quedará eso para que mi pobre tía se indigne a cada instante +viendo que su loca gastó tanto dinero en tonterías pecaminosas, como +ella dice.</p> + +<p>Y reía mirando a la inocente doña Pepa, que allá en el otro banco +explicaba por centésima, vez a la italiana, los portentosos milagros del +patrón de Alcira, con el anhelo de que la extranjera pusiera su fe en el +santo, dando de lado a todos los bienaventurados de su país.</p> + +<p>—No crea usted—continuó la artista—que yo le he olvidado en este +tiempo. Soy su amiga y lo de usted me interesa. He sabido por Cupido, +que de todo se entera, lo que usted hacía en Madrid. También he figurado +entre sus admiradores. ¡Lo que puede la amistad!... Yo no sé qué será +esto; pero tratándose del señor Brull, me trago las mayores mentiras, +aun sabiendo que lo son. Cuando usted habló en el Congreso sobre eso del +río, envié a Alcira a comprar el periódico y lo leí no sé cuántas veces, +creyendo ciegamente cuanto allí decían en su honor. Yo he hablado con +Gladstone en un concierto de la reina en Windsor; he conocido a hombres +que llegaron por su palabra a presidentes de República; y no digamos de +los políticos de España: a la mayoría de ellos los tuve como cadetes de +mi <i>camerino</i>, una vez que canté en el Real. Y a pesar de esto, yo tomé +en serio por unos días los elogios disparados con que le incensaban sus +correligionarios. En mi imaginación aparecía usted al mismo nivel que +todos esos señores solemnes y poderosos que he conocido. ¿Por qué será +esto? Tal vez el aislamiento y la calma que agrandan las cosas; tal vez +el ambiente de esta tierra, en la que es imposible vivir sin ser súbdito +de Brull... ¿Si me iré enamorando de usted sin saberlo?</p> + +<p>Y volvía a reír con la risa regocijada y francamente burlona de otros +tiempos. Le había recibido grave y sencilla, influida por el cambio que +la soledad, la vida campestre y el deseo de descanso producían en ella. +Pero al contacto de Rafael, al ver en sus ojos aquella expresión amorosa +que ahora se marcaba con más atrevimiento, reaparecía la mujer de antes +y reía con la misma carcajada irónica que penetraba como acero en las +carnes del joven.</p> + +<p>—¿Y qué de extraño tendría eso?—preguntó audazmente Rafael, imitando +la sonrisa burlona.</p> + +<p>—¿No podría ser que usted, compadecida de mí, acabase por amarme? ¿No +se han visto cosas más imposibles?</p> + +<p>—No—dijo rotundamente Leonora.—No le amaré a usted nunca... Y si +llegase a amarle—continuó en un tono dulce y casi maternal—se lo +ocultaría piadosamente para evitar que usted se exaltara viéndose +correspondido. Toda la tarde estoy evitando esta explicación. He hablado +de mil cosas, me he enterado de su vida en Madrid hasta en detalles que +nada me importan; todo para impedir que llegásemos a hablar de amor. +Pero con usted es imposible; hay que abordar la materia más pronto o más +tarde. Ya que usted lo quiere, sea... Yo no le amaré nunca; yo no debo +amarle. Si le hubiera conocido lejos de aquí, aproximados por las +circunstancias, como en aquella noche de la inundación, no digo que no. +¿Pero aquí?... Serán escrúpulos de los que puede usted reírse, pero me +parece que amándole, cometería un delito; algo así como si entrase en +una casa y agradeciera la hospitalidad robando un objeto.</p> + +<p>—¿Pero qué disparates son esos?—exclamó Rafael.—¿Qué quiere usted +decir?... Crea que no la entiendo.</p> + +<p>—Como usted vive aquí no se da cuenta del ambiente que le rodea. +¡Amarse sólo por el amor! Eso puede ser en ese mundo del cual vengo; +donde la gente no se escandaliza; donde la virtud es ancha y no pincha, +y cada uno, por egoísmo, porque respetan sus debilidades, procura no +censurar las ajenas. ¡Pero aquí!... Aquí el amor es un camino recto que +forzosamente ha de conducir al matrimonio; y vamos a ver, ¿sería usted +capaz de mentir asegurando que se casaría conmigo?...</p> + +<p>Miraba de frente al joven con sus grandes ojos verdes, luminosos y +burlones, con tal franqueza, que Rafael inclinó la frente tartamudeando.</p> + +<p>—No se casaría usted, y haría muy bien. ¡Como que resultaría una +solemne barbaridad! Yo no soy de las mujeres que sirven para eso. Muchos +me lo han propuesto en mi vida, acreditándose con ello de imbéciles. Más +de una vez me han ofrecido sus coronas de duque o de marqués, creyendo +que con esto me aprisionaban, me podían conservar, cuando yo sintiendo +fastidio pretendía levantar el vuelo. ¡Casada yo! ¡Qué disparate!...</p> + +<p>Reía como una loca con una risa que hacía daño a Rafael. Era una +carcajada sardónica, de inmenso desprecio, que recordaba al joven la +risa de Mefistófeles en su infernal serenata a Margarita.</p> + +<p>—Además—continuó Leonora serenándose,—usted no se da cuenta de lo que +soy aquí. ¿Cree usted que ignoro lo que de mí se dice en la ciudad?... +Me basta ver los ojos con que me contemplan las señoras las pocas veces +que voy allá. Y también conozco lo que le ocurría a usted antes de ir a +Madrid. Aquí se sabe todo, Rafaelito; el chismorreo de esa pobre gente +es tan grande que llega hasta esta soledad. Conozco perfectamente el +odio que la madre de usted me tiene y hasta he oído algo de disgustos +domésticos, por si usted venía o no venía aquí. Si han de repetirse esas +cosas tan enojosas, le ruego que no vuelva; seré siempre su amiga; pero +no viéndonos, ganaremos usted y yo.</p> + +<p>Rafael se sentía avergonzado al ver que Leonora conocía sus secretos. Se +creía en ridículo, y para salir del pasó afirmó con petulancia:</p> + +<p>—No crea usted tales cosas; son chismes de enemigos. Yo soy mayor de +edad, y me figuro que sin miedo a mamá puedo ir donde mejor me parezca.</p> + +<p>—Sea así; siga viniendo, ya que tal es su gusto; pero no me negará +usted que existe contra mí una hostilidad declarada. Y si yo llegase a +amarle, ¡Dios mío! ¿qué dirían entonces de mí? Creerían que había venido +únicamente para seducir a don Rafael, y ya ve usted cuán lejos estoy de +ello. Con esto perdería la tranquilidad que tanto me gusta. Si ahora +hablan contra mí ¡figúrese lo que sería entonces!... No: yo deseo +permanecer quieta. Que me muerdan cuanto quieran pero que sea sin +motivo; por pura envidia. Ya ve usted el caso que hago.</p> + +<p>Y mirando hacía el punto donde estaba la ciudad oculta tras las filas de +naranjos, reía desdeñosamente.</p> + +<p>Volvía otra vez aquella franqueza regocijada, de la que se hacía ella la +primera víctima, y continuó bajando el tono de voz con su acento +confidencial y cariñoso:</p> + +<p>—Y luego, Rafaelito, usted no se ha fijado bien en mí. ¡Si soy casi una +vieja!... Ya lo sé; no necesito su advertencia: tenemos la misma edad, +pero la diferencia de sexo y de vida aumentan considerablemente la mía. +Usted es hombre y casi comienza ahora a vivir. Yo voy desde los +dieciséis años rodando por el mundo, de escenario en escenario, y este +maldito carácter, este afán de no ocultar nada, de no mentir, ha +contribuido a hacerme peor de lo que soy. Yo tengo en el mundo muchos +enemigos que a estas horas se creerán felices con mi inexplicable +desaparición. En nuestra vida de artistas es imposible avanzar un paso +sin despertar el odio del camarada, la más implacable de las pasiones. Y +¿sabe usted lo que han dicho de mí esas buenas gentes? Pues que soy una +mujer galante más bien que una artista; una especie de <i>cocotte</i> que +canta y se exhibe en el escenario como en un escaparate.</p> + +<p>—Eso es una infamia—dijo Rafael con arrogancia.—Quisiera que alguna +vez lo dijesen delante de mí.</p> + +<p>—¡Bah! No sea usted niño. Será una infamia, pero no carece por completo +de fundamento. He sido algo de eso que dicen; pero a los hombres les +corresponde más culpa que a mí... He sido una loca sin freno en mis +caprichos, dejándome tentar unas veces por el esplendor de la riqueza, +otras por la hermosura o por el valor; huyendo tan pronto como me +convencía de que no había de encontrar nada nuevo, sin importarme la +desesperación de los hombres al ver su ensueño interrumpido. Y de toda +esta carrera loca, desesperando a unos, enloqueciendo a otros, +trastornando la vida en muchos puntos de Europa, he sacado una +consecuencia: o eso que los poetas llaman amor no existe y es una +invención agradabilísima, o yo no he nacido para amar y soy inmune, +puesto que después de una vida tan agitada, cuando recopilo el pasado, +reconozco que mi corazón no ha sentido de verdad... ni esto.</p> + +<p>Y hacía chasquear entre los dientes la uña sonrosada y aguda de su +pulgar.</p> + +<p>—A usted se lo digo todo—continuó.—Después de su larga ausencia, en +la que alguna vez me he acordado de usted, siento el deseo de que me +conozca bien y para siempre. A ver si así vivimos tranquilos. Comprendo +que ansíen confesarse esas buenas mujeres de los huertos, que van en +busca del cura caminando bajo el sol o la lluvia. Esta tarde necesito yo +decirlo todo. Tengo aquí dentro un diablillo que empuja y empuja para +echar afuera todo mi pasado.</p> + +<p>—Pues hable usted. Si soy su confesor y merezco su confianza, algo voy +adelantando.</p> + +<p>—¿Para qué quiere usted adelantar en mi corazón si está vacío? ¿Cree +usted que haría una gran cosa conquistándome? ¡Si no valgo nada! No ría +usted: no valgo nada. Aquí en esta soledad, puedo examinarme +detenidamente y lo reconozco: nada. ¿El físico?... sí: confieso que no +soy fea, y aunque lo negase con ridícula modestia, ahí está mi historia, +para probar que he gustado mucho. Pero ¡ay, Rafaelito! eso es el +exterior, la fachada, y con unos cuantos inviernos que lluevan sobre +ella quedará despintada y llena de grietas. Pero interiormente créame +usted, soy una ruina. Con tantas fiestas y alborotos los tabiques se +caen, los pisos se bambolean. He corrido muy aprisa; me he quemado las +alas por arrojarme de cabeza en la llama de la vida. ¿Sabe usted lo que +soy? Una de esas barcas viejas, caídas en la playa, que vistas de lejos +aún conservan el color de sus primeros viajes, pero que sólo piden el +olvido para ir envejeciendo y pudriéndose sobre la arena. Y usted que +empieza ahora, ¿se presenta pidiendo un puesto en la peligrosa carroña +que al volver al oleaje perecería llevándoselo a fondo?... Rafael, amigo +mío, no sea usted tonto. Yo soy buena para amiga; no puedo ser ya más... +aun cuando le amase. Somos de diferente casta. Le he estudiado a usted y +veo que es sensato, honrado y tímido. Yo soy de la casta de los locos, +de los desequilibrados; me alisté para siempre bajo las banderas de la +bohemia, y no puedo desertar. Cada uno por su camino. Usted encontrará +fácilmente una mujer que le haga feliz... Cuanto más tonta, mejor... +Usted ha nacido para padre de familia.</p> + +<p>Rafael creyó que se burlaba de él como otras veces. Pero no: su acento +era sincero, su rostro no estaba contraído por la sonrisa irónica; +hablaba con ternura, como amonestando a un hijo que sigue torcidos +derroteros.</p> + +<p>—Sea usted como es. Si el mundo se compusiera de gente como yo +resultaría imposible la vida. También tengo mis ratos en que quisiera +transfigurarme, ser ave de corral como toda la gente que me rodea. +Pensar en el dinero y en lo que comeré mañana, comprar tierras, discutir +con los labriegos, estudiar los abonos, tener hijos que me preocupen con +sus resfriados y los zapatos que rompen; no llevar mis aspiraciones +mundanales más allá de vender bien la cosecha. Hay momentos en que +quisiera ser gallina. ¡Qué bien! Un cercado de cañas por todo mundo, la +comida al alcance del pico, y pasar horas y más horas al sol, inmóvil +sobre una caña... ¿Se ríe usted? Pues esta vida he comenzado a ensayarla +y me va muy bien. Voy todos los miércoles al mercado, compro pollos y +huevos, discuto por gusto con las vendedoras para acabar dándolas lo que +piden, convido en la chocolatería a las hortelanas de este contorno, y +vuelvo a casa escoltada por todas ellas, que se admiran al oírme hablar +con Beppa en un lenguaje extraño. ¡Si viera usted lo que me quieren!... +En sus ojos leo el asombro al reconocer que la <i>señoreta</i> no es tan mala +como dicen las de la ciudad. ¿Recuerda usted la pobre hortelana enferma +que vimos en la ermita aquella tarde? Pues viene por aquí con frecuencia +y siempre la doy algo. También esa me quiere... Todo esto es muy +agradable, ¿verdad? Paz; cariño de los humildes; una anciana inocente, +mi pobre tía, que parece haberse rejuvenecido teniéndome aquí. Sin +embargo, cualquier día esta corteza rústica, formada por el sol y el +aire de los huertos, se romperá en mil pedazos y volverá a aparecer la +de siempre, la walkiria. ¡A caballo en seguida! ¡A galopar otra vez por +el mundo, entre la tempestad de placeres, aclamada por el coro del deseo +brutal!... Presiento que esto va a ocurrir. Hasta la primavera he jurado +estar aquí y ya comienza a aletear sobre este suelo. Mire usted estos +rosales; mire esos naranjos... ¡Ay! me da miedo la primavera; ha sido +siempre para mí la estación fatal.</p> + +<p>Quedó pensativa algunos minutos. Doña Pepa y la italiana se habían +metido en la casa. La buena vieja no podía pasar mucho tiempo lejos de +la cocina.</p> + +<p>Leonora había dejado caer su labor sobre el banco y miraba a lo alto, +marcándose la suave curva de su garganta en tensión. Parecía sumida en +un éxtasis, como si pasase ante sus ojos la visión del pasado. De pronto +se incorporó con un estremecimiento.</p> + +<p>—Creo que estoy enferma, Rafael. No sé qué tengo hoy. Tal vez la +extrañeza de verle; de seguir esta conversación que evoca mi pasado +después de tantos meses de calma... No hable usted; no diga nada, por +favor. Usted tiene la rara habilidad, sin saberlo, de hacerme hablar, de +recordarme lo que deseo tener olvidado... A ver, deme usted el brazo, +paseemos por el jardín: esto me sentará bien.</p> + +<p>Se levantó Leonora apoyándose en el brazo de Rafael, y comenzaron a +pasear por las ancha avenida que conducía a la plazoleta desde la verja +de entrada. Al alejarse de la casa, por entre las tupidas copas de los +naranjos, la artista sonrió maliciosamente, moviendo una mano en actitud +de amenaza.</p> + +<p>—Confío en que usted habrá vuelto de su viaje más serio y respetuoso. +Nada de juegos y atrevimientos, ¿eh? Ya sabe usted que soy fuerte y cómo +las gasto.</p> + + + +<h3><a id="IIb"></a>II</h3> + + +<p>Toda la noche la pasó Rafael despierto y revolviéndose en su cama.</p> + +<p>Los partidarios le habían obsequiado con una serenata hasta más de media +noche. Los más notables se mostraban ofendidos por haber pasado toda la +tarde en el casino esperando en vano al diputado. Este, apareció allí al +anochecer, y después de estrechar de nuevo manos y contestar saludos +como por la mañana, volvió a su casa sin atreverse a levantar la cabeza +ante su madre.</p> + +<p>Tenía miedo a aquellos ojos iracundos, en los que podría leer +seguramente el relato de cuanto había hecho por la tarde; pero al mismo +tiempo abrigaba el propósito de desobedecer a su madre, oponiendo a su +energía una resistencia glacial.</p> + +<p>Apenas terminó la serenata, se metió en su cuarto, huyendo de toda +explicación con doña Bernarda.</p> + +<p>Hundido en la cama y apagada la luz, sentía una intensa voluptuosidad +recordando todo lo ocurrido aquella tarde. El cansancio del viaje, la +mala noche pasada en el vagón, no le daban sueño, y con los ojos +abiertos en la obscuridad iba reconstituyendo lo que la artista le +había contado a última hora paseando por el jardín. Era casi toda la +historia de su vida, confesada en desorden, como impulsada por el ansia +de descargar en alguien sus secretos, con lagunas y saltos que Rafael +rellenaba haciendo esfuerzos de imaginación.</p> + +<p>Los recuerdos de su viaje por Italia volvían a él vivos y latentes, como +refrescados por las revelaciones de Leonora.</p> + +<p>Veía en la densa obscuridad la Galería Víctor Manuel, de Milán, con su +inmenso arco triunfal, boca gigantesca que parece querer tragarse la +catedral; el Duomo, que se alza a pocos pasos, coronado por un bosque de +estatuas y caladas agujas.</p> + +<p>La doble galería cortándose en forma de cruz, con sus muros cubiertos de +columnas, perforados por cuatro filas de ventanas soportando la gran +techumbre de cristales. Los pisos bajos, casi sin pared exterior, todos +de cristal; escaparates de librerías y almacenes de música, vidrieras de +cafés y cervecerías, tiendas de joyeros y sastres deslumbrantes de lujo.</p> + +<p>A un extremo el Duomo; al otro el monumento a Leonardo de Vinci, y el +teatro famoso de la Scala: y en los cuatro brazos de la Galería, un +continuo movimiento de gente, un incesante ir y venir de grupos que se +confunden y se separan, de manos que se estrechan, de gritos que +expresan la sorpresa del reconocimiento; cuádruple avalancha que afluye +al centro de la cruz, a la replaza donde el café Biffi, conocido en +todos los teatros del mundo, extiende sus filas de veladores de mármol. +Los pasos suenan en las galerías como en un claustro inmenso, los gritos +se confunden y la alta montera de cristales parece palpitar con el +zumbido de las hormigas humanas que abajo se agitan día y noche.</p> + +<p>Allí está el mercado de los artistas; la lonja de la música, el banderín +reclutador de voces. De allí salen para la gloria o para el hospital +todos los que un día se tocaron la garganta, reconociendo que <i>tenían +algo</i>, y arrojaron la aguja, la herramienta o la pluma, corriendo a +Milán desde todos los extremos del mundo. Allí se reúnen para digerir +los macarrones de la <i>trattoría</i> esperando que el mundo les haga +justicia, sembrando de millones el camino de su vida, todos los reclutas +infelices del arte: los que empiezan, y para entrar en la gloria buscan +una contrata en cualquier teatrillo municipal del Milanesado y un suelto +en el semanario de la localidad, enviándolo a su país para que amigos y +parientes crean en sus grandes triunfos. Y mezclados con ellos, +abrumándoles con la importancia de su pasado, los veteranos del arte, +los que hicieron las delicias de una generación casi desaparecida: +tenores con canas y dientes postizos; viejos fuertes y arrogantes que +tosen y ahuecan la voz para hacer ver que aún conservan la sonoridad del +barítono; gente que pone en movimiento sus ahorros, con esa tacañería +italiana comparable únicamente a la codicia de los judíos y presta +dinero o abre tienda después de haber arrastrado sedas y terciopelos +sobre las tablas.</p> + +<p>Las dos docenas de eminencias universales que cantan en los primeros +teatros del mundo, al pasar por la Galería despiertan el mismo rumor de +admiración que los reyes cuando se dejan ver de sus súbditos. Los parias +del arte, siempre en espera de contrata, saludan con veneración y hablan +del castillo del lago de Como comprado por el gran tenor, de las +deslumbrantes joyas de la eminente tiple, del modo gracioso con que se +coloca el sombrero el aplaudido barítono, y en sus palabras de +admiración hay un sabor de amargura contra el destino, un +estremecimiento de envidia, la convicción de ser tan dignos como ellos +de tales esplendores, la protesta contra la mala suerte a la que +atribuyen su desgracia.</p> + +<p>La esperanza revolotea ante ellos, deslumbrándoles con el reflejo de sus +escamas de oro, manteniéndoles en la miserable pasividad del hambriento +que espera y confía sin saber ciertamente por donde llegarán la gloria y +la riqueza. Y por entre estos grupos de juventud que se consume en la +impotencia, destinada tal vez a morir de pie en la Galería, pasa con +menudo y ligero paso el otro rebaño de la quimera; las muchachas que con +el <i>spartito</i> bajo el brazo van a casa de los maestros; inglesitas +rubias y flacuchas que quieren ser tiples ligeras; rusas regordetas y +peliblancas que saludan con ademán de soprano dramática; españolas de +atrevido mirar y valiente garbo que se preparan a ser sobre las tablas +la cigarrera de Bizet, pájaros frívolos y sonoros que tienen el nido a +muchos centenares de leguas y levantaron el vuelo deslumbrados por los +espejuelos de la gloria.</p> + +<p>Al terminar la temporada de Carnaval, aparecen en la Galería los +artistas que han pasado el invierno en los principales teatros del +mundo. Llegan de Londres, de San Petersburgo, de Nueva York o de +Melbourne en busca de nuevas contratas; han corrido el globo con la +indiferencia del que tiene todo el mundo por casa; han pasado una semana +en el tren o meses en el vapor, para volver a su rincón de la Galería, +sin que el viaje les haya reformado, reanudando sus enredos, +maledicencias y envidias, como si hubiesen salido de allí el día +anterior. Se agrupan ante los grandes escaparates con aire desdeñoso, +como príncipes que van de incógnito y no saben ocultar su elevado +origen; hablan de las estruendosas ovaciones, tributadas por públicos +exóticos; exhiben con satisfacción infantil, brillantes en los dedos y +la corbata, insinúan con estudiada reserva los arrebatos de las grandes +damas, que locas de amor querían seguirles a Milán; exageran las +cantidades ganadas en su viaje y fruncen el ceño con altivez cuando +algún camarada desgraciado les pide un refresco en el inmediato café +Biffi.</p> + +<p>Y cuando llegan las nuevas contratas, los mercenarios ruiseñores +levantan otra vez el vuelo, indiferentes, sin importarles dónde van; y +de nuevo los trenes y los <i>steamers</i> los distribuyen por toda la tierra +con sus ridiculeces y manías para recogerles meses después y devolverles +a la Galería, su legítima casa, el escenario fijo en el cual han de +arrastrar su vejez.</p> + +<p>Mientras tanto, los parias, los que nunca llegan, los bohemios de Milán, +al quedar solos, se consuelan hablando mal de los compañeros famosos; +mienten contratas que nadie les ha ofrecido, fingen una altivez +irreductible con empresarios y compositores, para justificar su +inacción; y con el filtro garibaldino en el cogote, enfundados en el +ruso que casi barre el suelo, ruedan las mesas de Biffi desafiando la +fría ventolera que sopla en el crucero de la Galería, hablan y hablan +para distraer el hambre que les muerde las entrañas, y despreciando el +trabajo vulgar de los que se ganan el pan con las manos, siguen +impávidos en su miseria, satisfechos de su calidad de artistas, haciendo +cara a la desgracia con una candidez y una fuerza de voluntad que +conmueven, iluminados por la Esperanza, que les acompaña hasta el último +instante para cerrarles los ojos.</p> + +<p>Rafael recordaba este mundo extraño, visto ligeramente en los pocos días +que permaneció en Milán. Su acompañante, el canónigo, había encontrado +allí un antiguo niño de coro de la catedral de Valencia, sin otra +ocupación ahora que estar día y noche plantado en la Galería. Con él +había conocido Brull la vida de aquellos jornaleros del arte, siempre de +pie en el mercado, esperando el amo que no llega.</p> + +<p>Se imaginaba la adolescencia de Leonora en aquella gran ciudad, formando +parte del innumerable rebaño de muchachas que trota graciosamente por +las aceras con la partitura bajo el brazo o anima los estrechos +callejones con sus trinos y gorgoritos al través de las ventanas.</p> + +<p>La veía pasando por la Galería al lado del doctor Moreno: ella rubia, +flacucha, angulosa, con el desequilibrio de un exagerado crecimiento, +mirando asombrada con sus ojazos verdes aquella ciudad fría y +tumultuosa tan distinta de los cálidos huertos de su niñez; el padre, +barbudo, cejijunto, enérgico, irritado todavía por el fracaso de sus +adoradas creencias; un espantable ogro para los que no conocieran su +sencillez casi infantil. Los dos marchaban como desterrados que habían +encontrado un refugio en el arte; se agitaban en el vacío de aquella +vida, entre maestros avaros que querían prolongar indefinidamente la +enseñanza y artistas incapaces de hablar bien hasta de sí mismos.</p> + +<p>Vivían en un cuarto piso de la vía Pasarella, estrecha, sombría y de +altas paredes, como las calles de la vieja Alcira; un callejón habitado +por editores de música, agencias teatrales y artistas retirados. El +portero era un antiguo cabo de coros; el principal estaba ocupado por +una agencia donde de sol a sol no se hacía otra cosa que poner voces a +prueba; los demás pisos los habitaban cantantes que al saltar de la cama +comenzaban a hacer ejercicios de garganta conmoviendo la casa del tejado +a la cueva como si fuese una caja de música. El doctor y su hija +ocupaban dos habitaciones en casa de una antigua bailarina que había +conseguido grandes triunfos amorosos en las principales cortes de +Europa, y era ahora un esqueleto apergaminado, andando casi a tientas +por los pasillos, entablando con las criadas disputas de avara matizadas +con juramentos de carretero, sin otros vestigios de su pasado que los +trajes de crujiente seda y los brillantes, esmeraldas y perlas que iban +reemplazándose en sus orejas acartonadas.</p> + +<p>Quería a Leonora con el cariño del inválido por el recluta que entra en +filas. Todos los días el doctor Moreno iba a un café de la Galería, +donde encontraba una tertulia de viejos músicos que habían peleado a las +órdenes de Garibaldi, y jóvenes que escribían libretos para la escena y +artículos en los periódicos republicanos y socialistas. Aquel era su +mundo: lo único que le hacía simpática su permanencia en Milán. Después +de su aislamiento allá abajo en su patria, le parecía un paraíso aquel +rincón del café lleno de humo, donde en trabajoso italiano, matizado de +españolas interjecciones, podía hablar de Beethoven y del héroe de +Marsala, y permanecía horas enteras en delicioso éxtasis, viendo a +través de la densa atmósfera la camisa roja y las melenas rubias y +canosas del gran <i>Giuseppe</i> mientras sus compañeros le relataban las +hazañas del más novelesco de los caudillos.</p> + +<p>Cuando él estaba en el café, Leonora permanecía al cuidado de la +patrona, y la niña tímida, encogida y como asombrada, pasaba las horas +en el salón de la antigua bailarina, rodeada de las amigas de ésta, +ruinas del pasado, adoraciones ardientes de grandes señores que hacía +muchos años pudrían la tierra; brujas requemadas por el amor, que +miraban a cada instante sus vistosas joyas, como temiendo ser robadas, y +fumando cigarrillos contemplaban a <i>la pequeña</i>, discutiendo su +hermosura, profetizándola que iría muy lejos si sabía vivir.</p> + +<p>—Tuve excelentes maestras—decía Leonora al recordar aquel período de +su juventud.—Eran buenas en el fondo, pero con ellas nada quedaba por +aprender. No recuerdo cuándo abrí los ojos. Creo que no he sido nunca +inocente.</p> + +<p>Algunas noches la llevaba el doctor a su tertulia del café o a la +galería alta de la Scala si algún músico le regalaba billetes. Así fue +conociendo a los amigos de su padre; aquella bohemia en la que la música +iba unida siempre a un ideal de revolución europea; mezcla confusa de +artistas y conspiradores; viejos profesores calvos, miopes, con la +espalda encorvada por toda una vida de inclinación ante el atril; +jóvenes morenos de ojos de brasa con erizadas melenas y corbata roja, +que hablaban de destruir la sociedad, haciéndola responsable de que su +ópera no fuese admitida en la Scala o de que ningún gran maestro +quisiera echar una mirada a sus dramas líricos. Uno de ellos llamó la +atención de Leonora. Le contemplaba horas enteras hundida en el diván +del café, casi oculta por los brazos, siempre en movimiento, de su +padre. Era un joven extremadamente delgado y rubio. Su estrecha perilla +y las finas melenas cubiertas por el desmesurado fieltro, recordaban a +Leonora el Carlos I de Inglaterra, pintado por Van Dik, y visto por ella +en las ilustraciones. En la reunión le llamaban el poeta, y según +murmuraban, una gran artista retirada y vieja se encargaba de su +manutención y entretenimiento, hasta que sus versos le hiciesen célebre.</p> + +<p>—Aquel fue mi primer amor—decía riendo Leonora, al recordar el pasado.</p> + +<p>Amor de niña, pasión de colegiala que nadie adivinó, pues aunque la hija +del doctor pasaba las horas con sus ojos verdes y dorados puestos en el +poeta, éste nunca se dio cuenta de la muda adoración, como si la +protectora y vieja diva le abrumase hasta el punto de hacerle insensible +para las demás mujeres.</p> + +<p>¡Cómo recordaba Leonora aquella época de estrechez y ensueños!... Poco a +poco iban devorando la pequeña fortuna que al doctor le restaba allá +abajo. Había que vivir y pagar a los maestros. Doña Pepa, apremiada por +las cartas de su hermano, vendía campo tras campo; pero aun así en +muchas ocasiones se retrasaba el envío de dinero, y en vez de comer en +la <i>trattoría</i>, cerca de la Scala, entre alumnas de baile y artistas de +reciente contrata, se quedaban en casa, y Leonora, olvidando sus +partituras, cocinaba valerosamente, aprendiendo las misteriosas recetas +de la vieja bailarina. Pasaban semanas enteras condenados a los +macarrones y el arroz cargado de manteca que repugnaba al buen doctor: +muchas veces había de fingirse éste enfermo para evitarse la visita al +café; pero estas rachas de estrechez y miseria las aguantaban padre e +hija en silencio, sosteniendo ante los amigos su condición de gentes que +tenían en su país de qué vivir.</p> + +<p>Leonora se transformaba rápidamente. Había ya pasado el período del +crecimiento, esa iniciación de la adolescencia, en la cual las facciones +se remueven antes de adquirir su definitiva forma y los miembros se +prolongan y adelgazan. Ya no era la muchacha zanquilarga, con +movimientos de pilluela que parecían querer arrojar lejos las faldas. +Sus ojos adquirían el brillo misterioso de la pubertad; los trajes +parecían estrecharse con el impulso de las formas cada vez más llenas y +redondeadas y las faldas bajaban hasta los pies, cubriendo algo distinto +de aquellas tibias infantiles, secas y nerviosas, vistas tantas veces +por la gente de la Galería.</p> + +<p>El <i>signor</i> Boldini, su maestro de canto, estaba admirado de la +hermosura de su discípula. Era un antiguo tenor que había tenido su hora +de éxito allá por los tiempos del Statuto, cuando Víctor Manuel era +todavía rey del Piamonte y los austríacos gobernaban Milán. Convencido +de que no podría alzar más el vuelo, se había tendido en el surco, +dejando pasar a los que venían detrás, y se dedicó a explotar su +experiencia escénica como maestro de numerosas muchachas a las que +manoseaba bondadoso y paternal. Su blanca barbilla de chivo viejo +estremecíase de entusiasmo al acariciar aquellas gargantas vírgenes que, +según él, le pertenecían. «¡Todo por el arte!» Y esta divisa de su vida +le hacía simpático al doctor Moreno.</p> + +<p>—Ese Boldini quiere a mi Leonora como a una hija—decía el médico cada +vez que el maestro elogiaba la belleza y el talento de su discípula, +profetizándola triunfos inmensos.</p> + +<p>Y Leonora seguía sus lecciones acariciada por las manos ardorosas y +húmedas del viejo cantante, permaneciendo horas enteras a solas con él, +gracias a la inmensa confianza del doctor, hasta que una tarde, en mitad +de una romanza, el tembloroso sátiro que todo lo hacía por el arte, cayó +sobre ella. Fue una escena odiosa: el maestro, haciendo valer su derecho +feudal, cobrándose a viva fuerza las primicias de la iniciación en el +mundo del teatro. Y entre lágrimas y desesperados gritos, que nadie +podía oír, la muchacha conoció las torturas del amor, sin placer alguno, +con una profunda impresión de asco, pareciéndole el más horrible de los +tormentos aquel acto misterioso vagamente adivinado en sus curiosidades +de joven educada en un ambiente libre de escrúpulos.</p> + +<p>Calló por miedo a su padre, temiendo su explosión de cólera al ver +engañada la ciega confianza que tenía en el maestro. Se sumió en una +pasividad de bestia resignada y siguió acudiendo todos los días a casa +de Boldini, sufriendo aquellas lecciones que se interrumpían con +acometidas de valetudinario ardoroso o pegajosos halagos de refinada +corrupción.</p> + +<p>La pobre Leonora entró en el vicio por la puerta grande. De un golpe se +sumergió en todas las vilezas aprendidas por aquel vejestorio en su +larga carrera por <i>camerinos</i> y bastidores. Boldini hubiera querido +conservar eternamente a su discípula; nunca la encontraba +suficientemente preparada para hacer su <i>debut</i>. Pero de allá abajo, +apenas si venía dinero. La pobre doña Pepa, vendido ya todo lo de su +hermano y gran parte de lo suyo, sólo a costa de penosos ahorros podía +enviarle cantidades insignificantes. El doctor, valiéndose de sus +amistades con directores errantes y empresarios de aventura, <i>lanzó</i> a +su hija, y Leonora comenzó a cantar en los teatrillos municipales de los +pueblos del Milanesado, en las representaciones por dos o tres noches +organizadas con motivo de las ferias. Eran compañías formadas en la +Galería, al azar, la víspera misma de la función; tropas como las +antiguas de la legua que partían casi a la ventura, en vagón de tercera, +con la terrible perspectiva de volver a pie, si no vigilaban al +empresario, pronto siempre a escapar con los fondos.</p> + +<p>Leonora comenzó a oír aplausos, a repetir romanzas ante un público +endomingado, de propietarios rurales y señoras cargadas de sortijas y +cadenas falsas, y sonrió por primera vez como mujer, al recibir ramos y +sonetos de los tenientes de las pequeñas guarniciones. En todas sus +correrías la seguía el tirano, el maestro, que enloquecido por una +pasión que tal vez era la última, abandonaba sus lecciones para salir a +su encuentro. ¡Todo por el arte! Quería gozarse en la contemplación de +su obra, presenciar los triunfos de su discípula. Y apenas el padre, +agradecido por tanto afecto, se separaba un poco, caía sobre ella +imponiéndola su esclavitud.</p> + +<p>Por fin salió de aquella bohemia artística, cantando en Padua todo un +invierno. Allí conoció al tenor Salvatti, un gran señor que trataba +desdeñosamente a los compañeros y era tolerado por el público en +consideración a su pasado.</p> + +<p>Por su figura arrogante había triunfado muchos años sobre la escena. En +torno de su cabeza retocada por la tintura y el colorete, parecía flotar +con un nimbo aquella leyenda de triunfos galantes que evocaba su nombre. +Las grandes damas disputándosele con sorda guerra; una reina +escandalizando a sus súbditos con su ciega pasión por él; dos divas +eminentes vendiendo sus diamantes por conservarle fiel en fuerza de +regalos. La envidia de los compañeros exageraba prodigiosamente esta +leyenda, y Salvatti, cansado, pobre, conservando de su pasado una +belleza fatigada y ademanes de gran señor, vivía de los públicos de +provincia que le aplaudían bondadosamente, con la misma satisfacción de +amor propio que si socorrieran a un príncipe destronado.</p> + +<p>Leonora, al cantar frente a aquel hombre famoso, al agarrar en pleno dúo +aquellas manos que habían besado las reinas del arte, sentíase +profundamente turbada. Era el mundo soñado en su cuartito de Milán, las +grandezas aristocráticas que llegaban hasta ella en el ambiente +fuertemente perfumado que envolvía a Salvatti. Este no tardó en +comprender la impresión que causaba en aquella joven que prometía ser +una belleza y con su frialdad de amante egoísta se propuso sacar partido +de la <i>pequeña</i>. ¿Fue el amor lo que empujó a Leonora hacia los brazos +de Salvatti? La artista, cuando examinaba su pasado, protestaba +enérgicamente. No era amor; Salvatti era incapaz de inspirar una pasión +verdadera. Su egoísmo, su corrupción moral se revelaban en seguida. Era +un entretenido, capaz únicamente de explotar a las mujeres. Pero fue una +alucinación que la cegó, que la hizo sentir en los primeros días la +dulce turbación, el voluptuoso abandono de un amor verdadero. Fue la +esclava del arruinado tenor, voluntariamente, como lo había sido por +miedo del maestro. Y tanto llegó a dominarla el imperioso amante, tal +embriaguez produjo en su naturaleza sensual aquel primer amor, que +obedeciendo a Salvatti, se fugó con él al terminar la temporada, +abandonando a su padre.</p> + +<p>Este era el hecho más terrible de su vida. Ella, tan valerosa con el +pasado, que no se arrepentía de nada, parpadeaba conteniendo las +lágrimas al recordar tal locura.</p> + +<p>Era mentira lo que contaba la gente sobre el fin de su padre. El pobre +doctor Moreno no se había suicidado. Tenía demasiada altivez para +revelar, dándose la muerte, el inmenso dolor que le había causado +aquella ingratitud.</p> + +<p>—No me hable usted de ella—dijo con fiereza a su patrona de Milán +cuando intentó hablarle de Leonora.—Yo no tengo hija: fue una +equivocación.</p> + +<p>Ocultándose de Salvatti, que al verse en decadencia era terriblemente +avaro, Leonora envió a su padre algunos centenares de francos desde +Londres y desde Nápoles. El doctor devolvió los cheques a su procedencia +sin añadir una palabra, a pesar de hallarse en la miseria. Entonces +Leonora envió todos los meses algún dinero a la vieja bailarina, +encargándola que no abandonase a su padre.</p> + +<p>Bien necesitaba el pobre de cuidados. La patrona y sus viejas amigas +lamentaban el estado del <i>povero signor espagnuolo</i>. Pasaba los días +como un maniático, encerrado en su cuarto, el violoncello entre las +rodillas, leyendo a Beethoven, su único pariente—según él decía,—el +que jamás le había engañado. Cuando la vieja Isabella, cansada de oírle, +le empujaba a la calle con pretexto de velar por su salud, vagaba como +un espectro por la Galería, saludado de lejos por los antiguos amigos +que huían del contagio de su negra tristeza, y temían las explosiones de +furor con que acogía las noticias de su hija.</p> + +<p>¡Qué modo de hacer carrera! Las viejas carroñas reunidas en el saloncito +de la bailarina, comentaban con admiración los adelantos de la pequeña y +hasta se indignaban un poco contra el padre, por no aceptar las cosas +tales como eran. Aquel Salvatti era el apoyo que necesitaba; un piloto, +experto conocedor del mundo, que la dirigía sin tropezar en escollos ni +perder bordada.</p> + +<p>Había organizado sabiamente una <i>reclame</i> universal en torno de su joven +compañera. La belleza de Leonora y su entusiasmo artístico conquistaban +los públicos. Tenía contratas en los primeros teatros de Europa, y +aunque la crítica encontrara defectos, el respeto a la hermosura se +encargaba de olvidarlos, exaltando a la joven artista. Salvatti, +amparado de aquel prestigio que cuidaba religiosamente, se sostenía como +artista. Despedíase de la vida a la sombra de aquella mujer, la última +que había creído en él y que toleraba su explotación.</p> + +<p>Aplaudida por públicos famosos, cortejada en su <i>camerino</i> por grandes +señores, Leonora comenzaba a encontrar intolerable la tiranía de +Salvatti. Lo veía tal como era; avaro, petulante, habituado a que le +prestasen adoración; arrebatándole (para ocultarlo Dios sabe dónde) +cuanto dinero llegaba a sus manos. Deseosa de vengarse y seducida al +mismo tiempo por el esplendor de aquel mundo elegante con el que se +rozaba sin penetrar en él, tuvo aventuras y engañó muchas veces a +Salvatti, experimentando con ello un diabólico placer. Pero no; después +de transcurridos los años, al examinar el pasado con la frialdad de la +experiencia, comprendía los hechos. La engañada era ella. Recordaba la +facilidad con que se alejaba Salvatti, en el momento oportuno; la rara +casualidad con que se combinaban los sucesos para facilitar sus +infidelidades; comprendía que aquel hombre era un rufián que +cautelosamente preparaba sus aventuras con hombres poderosos presentados +por él mismo, para sacar provechos que quedaban en el misterio. Después +se mostraba cruel y susceptible durante muchos días; era su amor propio +de antiguo buen mozo perseguido por las mujeres, que se sentía +lastimado: la rabia de traicionarse a sí mismo para ahorrar una pequeña +fortuna; y buscaba cualquier pretexto para armar querella a su amante, +promoviendo escenas borrascosas en las que la abofeteaba, jurando como +en su juventud cuando descargaba las barcazas del Tíber.</p> + +<p>A los tres años de esta vida, estando Leonora en todo el esplendor de su +belleza, fue en Niza la mujer de moda una primavera completa. Los +periódicos de París, en sus crónicas del gran mundo, hablaron de la +pasión de un anciano rey, un monarca democrático que abandonando su +estado partía en <i>villegiatura</i> para la Costa Azul, como un fabricante +de Londres o un bolsista de París. Leonora sentíase intimidada por aquel +señor alto, robusto, de barba patriarcal—el tipo de los reyes +bondadosos de las leyendas,—que orgulloso de mostrar cierto verdor a +sus años, no temía presentarse en público con la hermosa artista.</p> + +<p>Aquello pasó, dejando como rastro en Leonora una marca de distinción, +algo de ese vago ambiente que tienen los objetos hermosos cuando se sabe +que han sido usados por personajes históricos. Todo el rebaño masculino +que con la flor en el ojal y el monóculo hundido en la ceja bailaba y +aventuraba luises en la ruleta, desde Niza a Monte Carlo, la miraba con +avidez y respeto, como un caballo de raza que acabase de ganar el Gran +Premio en las carreras.</p> + +<p>—¡Ah! ¡La Brunna!—decían con entusiasmo.</p> + +<p>—La querida del rey Ernesto... una gran artista.</p> + +<p>E intentaban abrirse paso hasta ella, entre el tropel de adoradores que +continuamente la asediaban bajo la mirada inteligente y voraz de +Salvatti.</p> + +<p>Por entonces murió su padre en un hospital de Milán. Un final +tristísimo, según le explicaba en sus cartas la antigua bailarina. ¿De +qué había muerto?... Isabella no sabía explicarlo. Cada médico había +dicho una cosa; pero la bailarina resumía claramente su pensamiento: el +<i>povero signor espagnuolo</i> había muerto porque estaba cansado de vivir. +Un desplome general de aquel cuerpo fuerte y poderoso, en el que +influían con ímpetu irresistible los afectos morales. Estaba casi ciego +al entrar en el hospital; parecía idiota, sumido en inquebrantable +silencio; Isabella no podía conservarle en su casa, por su estado de +inconsciencia. Pero lo raro fue que al aproximarse la muerte, reapareció +de un golpe en su memoria todo el pasado, y los enfermeros le oyeron +gemir noches enteras, murmurando en español, con una tenacidad de +maniático:—¡Leonora! ¡pequeña mía!, ¿dónde estás?...</p> + +<p>Lloró la artista oculta en su hotel más de una semana, con gran enfado +de Salvatti, que no gustaba de la desesperación dolorosa porque agostaba +la hermosura.</p> + +<p>¡Sola!... Con su locura había causado la muerte de su padre; ya sólo le +quedaba en el mundo aquella buena tía que vegetaba lejos como una planta +sin más vida que la devoción. Miró a Salvatti con odio. El la había +inducido a abandonar a su padre, turbándola con una embriaguez +voluptuosa. Sintió el deseo de vengarse, de recobrar su libertad, y +abandonando a Salvatti, huyó con el conde Selivestroff, un ruso de +varonil belleza, rico y capitán de la Guardia Imperial.</p> + +<p>Su suerte estaba echada; pasaría de brazo en brazo. Su vida era el canto +y dejarse adorar por los hombres. Sería en su lecho como en la escena: +de todos y de ninguno.</p> + +<p>Aquel Apolo rubio, de músculos duros y blancos como el mármol, de ojos +grises, bondadosos y acariciadores, la amaba de veras.</p> + +<p>Leonora, recorriendo el pasado, confesaba que Selivestroff había sido su +mejor amante. Se enroscaba a sus pies sumiso y adorador, como Hércules +ante Ariadna, acariciándola las rodillas con su hermosa barba de oro. Se +acercaba todos los días con timidez, cual si la viese por vez primera y +temiese ser rechazado; la besaba con adoración y recogimiento como una +joya frágil que pudiera romperse bajo sus caricias.</p> + +<p>¡Pobre Selivestroff! Era el único amante cuyo recuerdo conmovía a +Leonora. Habían vivido un año en su castillo, en plena campiña rusa con +la fastuosidad del boyardo, paseando su amor fresco, insaciable y sin +cesar renovado, por entre los embrutecidos mujiks que contemplaban a +aquella mujer hermosa, envuelta en pieles blancas y azules, con la misma +devoción que si fuese una virgen despegada del fondo dorado del <i>icona</i>.</p> + +<p>Pero Leonora no podía vivir lejos de la escena; las grandes damas huían +de ella en el campo, y Leonora quería que la aplaudiesen y festejasen. +Decidió a Selivestroff a trasladarse a San Petersburgo y cantó en la +ópera todo un invierno, como una gran señora, convertida en artista por +entusiasmo.</p> + +<p>Volvió a ser la mujer de moda. La juventud rusa, todos aquellos +aristócratas que tenían grados en la Guardia Imperial o altos puestos en +la administración, hablaban con entusiasmo de la hermosa española y +envidiaban a Selivestroff. El conde recordaba con melancolía la soledad +de su castillo, guardadora de tantos recuerdos amorosos. En el bullicio +de la capital volvíase huraño, receloso y triste por la necesidad de +defender su amor. Adivinaba el asedio oculto de los innumerables +adoradores de Leonora.</p> + +<p>Una mañana saltó la artista de su lecho para ver al conde tendido en un +diván, pálido, con la camisa ensangrentada, rodeado de varios señores +vestidos de negro, que acababan de bajarle de un carruaje. Un duelo al +amanecer y una bala en el pecho. La noche anterior, a la salida del +teatro, el conde había subido un momento a su círculo. Algunas palabras +cogidas al vuelo sobre Leonora y él; rompimiento con un amigo; bofetadas +y el encuentro concertado a toda prisa, esperando la primera luz del día +para cruzar las balas.</p> + +<p>Selivestroff murió sonriendo entre los brazos de su amante, buscando por +última vez con su boca sanguinolenta aquellas manos de nácar delicadas y +fuertes. Leonora lloró como una viuda, le fue odiosa la tierra donde +había sido feliz con el primer hombre amado, y abandonando gran parte de +las riquezas que le había cedido el conde, se lanzó en el mundo, +corriendo los principales teatros, en su fiebre de aventuras y viajes.</p> + +<p>Tenía entonces veintitrés años y se consideraba vieja. ¡Cómo había +cambiado!... ¿Amores? Al recordar aquel período de su historia, Leonora +sentía un estremecimiento de pudor, un remordimiento de vergüenza. Era +una loca que paseaba la tierra como una bandera de escándalo, prodigando +su hermosura, ebria de poder, haciendo el regio regalo de su cuerpo a +cuantos la interesaban un instante.</p> + +<p>Daba el cuerpo, como sobre las tablas daba la voz, con el desprecio de +quien está seguro de su fuerza indestructible. Era en su lecho como en +la escena; de todos y de ninguno, y al quedarse a solas con sus +pensamientos, comprendía que algo se ocultaba en ella, todavía virgen: +algo que se replegaba con vergüenza al sentir los estremecimientos y +apetitos monstruosos de la envoltura, y tal vez estaba destinado a morir +sin nacer, como esas flores que se secan dentro del capullo. No podía +recordar los nombres de los que la habían amado en aquella época de +locura. ¡Eran tantos los arrastrados por su ruidoso revuelo al través +del mundo! Volvió a Rusia y fue expulsada por el Czar en vista de sus +escándalos públicos con un Gran Duque, quien loco de rabia amorosa, +quería casarse con ella, comprometiendo el prestigio de la familia +imperial. En Roma se desnudó ante un joven escultor de escaso renombre, +al que había hecho el regalo de una noche, apiadada de su muda +admiración. Le dio su cuerpo para modelo de una Venus y ella mismo lo +hizo público, buscando que el escándalo mundano diese celebridad a la +obra y a su autor. Encontró a Salvatti en Génova, retirado de la escena, +dedicado a comerciar con sus ahorros. Le recibió con amable sonrisa, +almorzó con él, tratándole como a un camarada, y a los postres, cuando +le vio ebrio, enarboló un látigo y vengó su antigua servidumbre, los +golpes recibidos en la época de timidez y encogimiento, con una +ferocidad encarnizada que manchó de sangre su habitación y atrajo la +policía al hotel. Un escándalo más y su nombre en los tribunales, +mientras ella, fugitiva y orgullosa de su hazaña, cantaba en los Estados +Unidos, aclamada locamente por el público americano que admiraba a la +amazona más aún que a la artista.</p> + +<p>Allí conoció a Hans Keller, el famoso director de orquesta, el discípulo +de Wagner. El maestro alemán fue su segundo amor. Con el cabello duro y +rojizo, sus gruesas gafas y el enorme mostacho cayendo a ambos lados de +la boca y encuadrando la mandíbula, no era ciertamente hermoso como +Selivestroff, pero tenía la magia irresistible del arte. Después de +oprimir entre sus brazos los músculos del Apolo ruso, blancos y fuertes, +necesitaba quemarse en la llama inmortal que tiembla sobre la frente del +Arte, y adoró al músico famoso. Ella, tan solicitada, descendió por +primera vez de su altura para buscar al hombre, y con sus insinuaciones +amorosas turbó la plácida calma de aquel artista, embebido en el culto +del sublime maestro.</p> + +<p>Hans Keller, al ver la sonrisa que caía como un rayo de sol sobre sus +partituras, las cerró, dejándose arrastrar por el amor.</p> + +<p>La vida de Leonora con el maestro fue un rompimiento absoluto con el +pasado. Quería amar y ser amada, que su vida se deslizase en el misterio +y se avergonzaba de sus aventuras. Turbaba con su pasión al músico y se +sentía a su vez conmovida y transfigurada por el ambiente de fervor +artístico que rodeaba al ilustre discípulo de Wagner.</p> + +<p>Las revelaciones de él, del Maestro, como decía con unción Hans Keller, +fulguraban ante los ojos de la cantante, como el relámpago que +transformó a Pablo en el camino de Damasco. Ahora veía claro. La música +no era un medio para deleitar a las muchedumbres, luciendo la hermosura +y llevando por todo el mundo una vida de <i>cocotte</i> célebre; era una +religión, la misteriosa fuerza que relaciona el infinito interior con la +inmensidad que nos rodea. Sentía la misma unción que la pecadora que +despierta arrepentida y en su fervor religioso no duda en hundirse en el +claustro. Era Magdalena, tocada en medio de una vida de frivolidades +galantes y de locos escándalos por la sublimidad mística del arte y se +arrojaba a los pies de Él, del Maestro soberano, como el más victorioso +de los hombres, señor del sublime misterio que turba las almas.</p> + +<p>La imagen del gran muerto parecía presenciar todos los arrebatos de +aquel amor, mezcla de pasión carnal y misticismo artístico: sus ojos +azules, sumidos en la inmensidad, atravesaban los muros de la casita de +los alrededores de Munich, donde se arrullaban pensando en él, el +discípulo y la entusiasta devota.</p> + +<p>—Háblame de Él—decía Leonora frotando su cabeza en el duro pecho del +músico alemán, con el dulce abandono de la pasión saciada.—¡Cuánto +daría por haberle conocido como tú!... Todavía le vi en Venecia: eran +sus últimos días... estaba moribundo.</p> + +<p>Y evocaba aquel encuentro, uno de sus recuerdos más firmes y bien +delineados. La caída de la tarde animando con reflejos de ópalo las +aguas obscuras del Gran Canal, una góndola pasando junto a la suya en +dirección contraria, y en ella unos ojos azules, imperiosos, brillantes, +unos ojos de esos que no pueden confundirse, que son ventanas tras cuyos +vidrios fulgura el fuego divino del escogido, del semidiós y que +parecieron envolverla en un relámpago de luz cerúlea. Era él, se sentía +enfermo, iba a morir. Su corazón estaba herido, traspasado tal vez por +misteriosas melodías, cómo esos corazones de virgen que sangran en los +altares erizados de espadas.</p> + +<p>Leonora le vio más pequeño de lo que realmente era; encogido y +quebrantado por el dolor, inclinando su enorme cabeza de genio sobre el +pecho de su esposa Cósima. Le veía aún como si le tuviera delante. Se +había quitado el negro fieltro para sentir mejor el fresco de la tarde, +que agitaba sus lacios cabellos grises. De una mirada abarcó Leonora su +frente espaciosa y abombada, que parecía pesar sobre todo su cuerpo como +un cofre de marfil cargado de misteriosas riquezas; los ojos glaucos e +imperiosos brillando con la frialdad azul del acero bajo el pabellón de +las pobladas cejas, y la nariz arrogante, fuerte como el pico de un ave +de combate, buscando por encima de la hundida boca la mandíbula sensual +y robusta encuadrada por una barba gris que corría por el cuello +arrugado y de tirantes tendones. Fue una rápida aparición, pero le vio, +y su figura dolorida y pequeña, encorvada por la vejez y la enfermedad, +quedó en su memoria como esos paisajes entrevistos a la luz de un +relámpago. Le vio cuando llegaba a Venecia para morir en el silencio de +los canales, en aquella calma únicamente turbada por el golpe del remo, +donde muchos años antes había creído perecer mientras escribía su +<i>Tristán</i>, el himno a la muerte, pura y libertadora. Le vio casi tendido +en la negra barca, y el choque del agua contra el mármol de los palacios +resonó en su imaginación como las trompas plañideras y espeluznantes del +entierro de Sigfrido, y le pareció contemplar al héroe de la Poesía +marchando al Walhalla de la inmortalidad y la gloria, sobre un escudo de +ébano, inerte como el joven héroe de la leyenda germánica: seguido por +el lamento de la humanidad, pobre prisionera de la vida que busca +ansiosa un agujero, un resquicio por donde penetre el rayo de belleza +que alegra y conforta.</p> + +<p>Y la cantante, enternecida por el recuerdo, contemplaba con ojos +lacrimosos la ancha boina de terciopelo negro, un mechón de cabellos +grises, dos plumas de acero gastadas y corroídas, todos los recuerdos +del maestro, guardados piadosamente en una vitrina por Hans Keller.</p> + +<p>—Tú que le conociste, dime cómo vivía. Cuéntamelo todo: háblame del +poeta... del héroe.</p> + +<p>Y el músico, no menos conmovido, evocaba sus recuerdos sobre Wagner. Lo +describía tal como le había visto en su época de salud, pequeño, +estrechamente envuelto en su paletó; de fuerte y pesada osamenta a pesar +de su delgadez; inquieto como una mujer nerviosa, vibrante como un +paquete de resortes y con una sonrisa amarga, contrayendo sus labios +sutiles y sin color. Después venían sus <i>genialidades</i>, sus caprichos +que habían constituido una leyenda. Su traje de trabajo, de satín de oro +con botones que eran flores de perlas; su apasionado amor por los +suntuosos colores, las telas que se extendían como olas de luz en su +gabinete de trabajo, los terciopelos y las sedas con reflejos de +incendio desparramados sobre los muebles y las mesas sin ninguna +utilidad, sin otro fin que su belleza, para animarle los ojos con el +acicate de sus matices. Y las ropas del maestro, todas las brillantes +estofas de esplendor oriental, impregnadas de esencia de rosa; frascos +enteros derramados al azar, saturado el ambiente de un perfume de jardín +fabuloso, capaz de marear al más fuerte y que excitaba al monstruo en +su lucha con lo desconocido.</p> + +<p>Y Hans Keller describía después al hombre, siempre inquieto, estremecido +por misteriosas ráfagas, incapaz de sentarse como no fuese ante el piano +o la mesa de comer; recibiendo de pie a los visitantes, yendo y viniendo +por su salón, con las manos agitadas por nerviosa incertidumbre, +cambiando de sitio los sillones, desordenando las sillas, buscando una +tabaquera o unos lentes que no encontraba nunca; removiendo sus +bolsillos y martirizando su boina de terciopelo, tan pronto caída sobre +un ojo como empujada hacia el extremo opuesto y que acababa por arrojar +a lo alto con gritos de alegría o estrujaba entre sus dedos crispados +por el ardor de una discusión.</p> + +<p>El músico cerraba los ojos, creyendo escuchar aún en el silencio la voz +cascada e imperiosa del maestro. ¡Oh! ¿dónde estaba? ¿Desde qué estrella +seguía atentamente esa inmensa melodía de los astros, cuyos ecos sólo +podía percibir su oído? Y Hans Keller, para ahogar su emoción, se +sentaba al piano mientras Leonora, sugestionada, se aproximaba a él, +rígida como una estatua, y con las manos perdidas en la áspera cabellera +del músico, cantaba un fragmento de la inmortal Tetralogía.</p> + +<p>La adoración al gran muerto la convertía en una mujer nueva. Adoraba a +Keller como un reflejo perdido de aquel astro apagado para siempre; +sentía la necesidad de humillarse, la dulzura del sacrificio como el +devoto que se prosterna ante el sacerdote, no viendo en él al hombre, +sino al elegido de la divinidad. Quería arrodillarse ante sus plantas +para que la pisara, para que hiciese alfombra de sus encantos: quería +servir como una esclava a aquel amante que era el depositario del +pensamiento de Él, y parecía agigantado por tal tesoro.</p> + +<p>Cuidábale con exquisitas dulzuras de sierva enamorada; le seguía en sus +excursiones a Leipzig, a Ginebra, a París, en primavera, época de los +grandes conciertos; y ella, la famosa artista, permanecía entre +bastidores sin sentir la nostalgia de los aplausos, aguardando el +momento en que Hans, sudoroso y fatigado, abandonaba la batuta entre las +aclamaciones de la muchedumbre wagneriana, para enjugarle la frente con +una caricia casi filial.</p> + +<p>Y así corrían media Europa, propagando la luz del maestro; ella, +obscurecida voluntariamente, como una de aquellas patricias que, +vestidas de esclavas, seguían a los apóstoles ansiosas por los progresos +de la buena nueva.</p> + +<p>El maestro alemán se dejaba adorar; recibía todas las caricias del +entusiasmo y del amor con la distracción de un artista que, preocupado +con los sonidos, acaba por odiar las palabras. Enseñaba su idioma a +Leonora para que algún día pudiese cantar en Bayreuth, realizando su más +ferviente deseo, y la infundía el pensamiento que había guiado al +maestro al trazar sus principales protagonistas.</p> + +<p>Por esto cuando Leonora se presentó sobre las tablas un invierno con el +alado casco de walkiria, tremolando la lanza de virgen belicosa, +prodújose aquella explosión de entusiasmo que había de seguirla en toda +su carrera. El mismo Hans se estremeció en su sillón de director, +admirando la facilidad con que su amante había sabido asimilarse el +espíritu del maestro.</p> + +<p>—¡Si Él te oyese!—decía con convicción—tengo la certeza de que se +mostraría satisfecho. Y así corrieron el mundo los dos. En primavera +contemplándole ella desde lejos, con la batuta en la mano, haciendo +surgir alada y victoriosa la gloria del maestro de las masas de +instrumentación que se ocultaban en la bávara colina de Bayreuth, en el +foso llamado el <i>Abismo Místico</i>. En invierno era él quien se +entusiasmaba escuchando unas veces su <i>¡hojotoho!</i> fiero de walkiria que +teme al austero padre Wotan; viéndola otras despertar entre las llamas, +ante el animoso Sigfrido, héroe que no teme nada en el mundo, y se +estremece ante la primera mirada de amor.</p> + +<p>Pero las pasiones de artista son iguales a las flores por su intenso +perfume y su corta duración. El rudo maestro alemán era un ser infantil, +voluble y tornadizo, pronto a palmotear ante un nuevo juguete. Leonora, +consultando su pasado, se reconocía capaz de haber llegado hasta la +vejez sumisa a él, obediente a todos sus caprichos y nerviosidades. Pero +un día Keller la abandonó como ella había abandonado a otros; se fue +arrastrado por el marchito encanto de una contralto tísica y lánguida, +que tenía el enfermizo perfume, la malsana delicadeza de una flor de +estufa. Leonora, loca de amor y de despecho, le persiguió, fue a llamar +a su puerta como una criada, sintió una amarga voluptuosidad viéndose +por primera vez despreciada y desconocida, hasta que una reacción de +carácter hizo renacer en ella su antigua altivez.</p> + +<p>Se acabó el amor. ¡Adiós a los artistas! Gente muy interesante, pero +nada quería ya con ellos. Eran preferibles los hombres vulgares que +había conocido en otros tiempos; y cuanto más imbéciles, mejor. No +volvería a enamorarse.</p> + +<p>Y cansada, perdidas las ilusiones, volvió a lanzarse en el mundo. La +molestaba aquella leyenda galante de sus tiempos de locura; la furia con +que corrían hacia ella los hombres, ofreciéndola riquezas a cambio de +una pasividad amorosa. La locura volvió a cogerla entre sus engranajes. +Los hombres hablaban de matarse si ella resistía, como si su deber fuese +entregarse al primero que apeteciese su cuerpo y la negativa resultase +una traición. El melancólico Maquia se suicidó en Nápoles al verla +insensible a sus tristes sonetos; en Viena se batieron por ella y murió +uno de sus admiradores; un inglés excéntrico la seguía a todas partes, +proyectando sobre su cabeza una sombra de árbol fatal y jurando matar a +todo el que ella prefiriese... ¡Ya había bastante! Estaba cansada de +aquella vida; sentía náuseas ante la voracidad varonil que le salía al +paso en todas partes. Se veía quebrantada por la tempestad de pasión que +desencadenaba su nombre.</p> + +<p>Quería sumergirse, desaparecer, descansar entregada a un sueño sin +límites, y pensó como en un blando y misterioso lecho, en aquella tierra +lejana de su infancia, donde estaba su único pariente, la tía devota y +simple que la escribía dos veces por año, recomendándola que pusiera su +alma en regla con Dios, para lo cual ya ayudaba ella con sus devociones.</p> + +<p>Creía también, sin saber por qué, que aquel regreso a la tierra natal +amortiguaría el recuerdo doloroso de la ingratitud que había costado la +vida a su padre. Cuidaría a la pobre vieja, alegraría con su presencia +aquella vida monótona y gris que se había deslizado sin la más leve +ondulación. Su voz y su cuerpo necesitaban reposo. Y bruscamente una +noche, después de ser Isolda, por última vez ante el público de +Florencia, dio la orden de partida a Beppa, la fiel y silenciosa +compañera de su vida errante.</p> + +<p>A la tierra natal y ¡ojalá encontrara allí algo que la retuviera, no +dejándola volver a un mundo tan agitado!</p> + +<p>Era la princesa de los cuentos que desea convertirse en pastora; y allí +permanecía adormecida, a la sombra de sus naranjos, sacudida algunas +veces por el recuerdo; queriendo gozar eternamente aquella calma, +repeliendo con fiereza a Rafael, que intentaba despertarla como Sigfrido +despierta a Brunilda atravesando el fuego.</p> + +<p>No: amigos nada más. No quería amor: ya sabía ella lo que era aquello. +Además, llegaba tarde.</p> + +<p>Y Rafael revolvíase insomne en su cama, repasando en la obscuridad +aquella historia cortada a trozos, con lagunas que rellenaba su +adivinación. Sentíase empequeñecido, anonadado por los hombres que le +habían precedido en la adoración a aquella mujer.</p> + +<p>Un rey, grandes artistas, paladines hermosos y aristocráticos como el +conde ruso, potentados que disponían de grandes riquezas. ¡Y él, pobre +provinciano, diputado obscuro, sometido como un chicuelo al despotismo +de su madre y sin dinero casi para sus gastos, pretendía sucederles!</p> + +<p>Reía con amarga ironía de su propia audacia; comprendía el acento burlón +de Leonora, la energía con que había repelido todos sus atrevimientos de +zafio que intenta poseer una gran dama por la fuerza. Pero a pesar del +desprecio que a sí mismo se inspiraba, faltábanle fuerzas para +retirarse.</p> + +<p>Estaba cogido en la estela de seducción, en aquel torbellino de amor que +seguía a la artista por todas partes, aprisionando a los hombres, +arrojándoles al suelo quebrantados y sin voluntad, como siervos de la +belleza.</p> + + + +<h3><a id="IIIb"></a>III</h3> + + +<p>—Temprano nos vemos hoy: buenos días, Rafaelito... Madrugo por ver el +mercado. De niña era para mí un acontecimiento la llegada del miércoles. +¡Cuánta gente!</p> + +<p>Y Leonora, olvidada ya de las aglomeraciones de las grandes ciudades, se +admiraba ante la confusión de gente que se agita en la plaza llamada del +Prado, donde todos los miércoles se verificaba el gran mercado del +distrito.</p> + +<p>Llegaban los labradores, con la faja abultada por los cartuchos de +dinero, a comprar lo que necesitaban para toda la semana allá en su +desierto, rodeado de naranjos; iban de un puesto a otro las hortelanas, +elegantes y esbeltas cual campesinas de opereta, peinadas como +señoritas, con faldas de batista clara que, al recogerse, dejaban al +descubierto las medias finas y los zapatos ajustados. El rostro tostado +y las manos duras era lo único que delataba la rusticidad de aquellas +muchachas a quienes un cultivo riquísimo hacía vivir en la abundancia.</p> + +<p>A lo largo de las paredes cloqueaban las gallinas, atadas en racimos; +amontonábanse las pirámides de huevos, de verduras y frutas y en las +tiendas portátiles de los pañeros extendíanse las fajas de colores, las +piezas de percal e indiana y el negro paño, eterno traje de todo +ribereño. Fuera del Prado, los labriegos buscaban en Alborchí el mercado +de los cerdos, o probaban caballerías en el <i>Hostal Gran</i>. Era la compra +de todo lo necesario para la semana; el día destinado a los negocios; la +llegada en masa de la población de los huertos, para pedir dinero a los +prestamistas o devolvérselo con creces; repoblar el gallinero, comprar +el cerdo, cuya creciente obesidad había de seguir con ansia la familia o +adquirir a plazos el rocín, motivo de inquietud y de desesperado ahorro.</p> + +<p>La muchedumbre, oliendo a sudor y a tierra, agitábase en el mercado, +bajo la luz de los primeros rayos del sol. Se abrazaban las hortelanas +al encontrarse, y con la cesta en la cadera metíanse en la chocolatería +a celebrar el encuentro; los labriegos formaban corro, y de vez en +cuando iban a beber una copa de aguardiente dulce para tomar fuerzas. Y +por entre medio de esta invasión rústica, pasaba la gente de la ciudad; +los burguesillos de arregladas costumbres con una capa vieja y un enorme +capazo, en el que metían las provisiones, después de regatearlas +tenazmente; las señoritas que veían en el mercado de los miércoles algo +extraordinario que alegraba la monotonía de su existencia; los +desocupados que pasaban horas enteras de pie, junto al puesto de un +vendedor amigo, curioseando lo que cada cual llevaba en su cesta, +murmurando de la avaricia de unos y de la generosidad de otros.</p> + +<p>Rafael contemplaba con asombro a su amiga. ¡Qué guapa estaba!... +¡Cualquiera podía adivinar en ella a la artista de inmenso renombre!</p> + +<p>Parecía una hortelana, vestida de fresco percal, como anunciando la +primavera; al cuello un pañolito rojo y la rubia cabellera al +descubierto, peinada con artístico descuido, anudada rápidamente sobre +la nuca. Ni una joya, ni una flor. Su estatura y su elegancia era lo +único que la hacía destacar sobre la muchedumbre. Y bajo la curiosa y +ávida mirada de todo el mercado, Rafael sonreía frente a ella, +admirándola fresca, sonrosada, con la viveza de la ablución matinal, +esparciendo un perfume indefinible de carne sana y fuerte que embriagaba +al joven.</p> + +<p>Hablaba riendo, como si quisiera cegar con el brillo de su dentadura a +todos los papanatas que la contemplaban de lejos. Por todo el mercado +extendíase un rumor de curiosidad, un zumbido de admiración y escándalo, +al ver frente a frente, a la faz de toda la ciudad, hablando con sonrisa +de buena amistad al diputado y la cantante.</p> + +<p>Los amigos de Rafael, los principales personajes del municipio que +rondaban por el mercado, no podían ocultar su satisfacción. Hasta el +último alguacil sentía cierto orgullo. «Hablaba con el <i>quefe</i>. Le +sonreía». Era un honor para el partido que una mujer tan hermosa tratase +amablemente a Don Rafael, aunque, bien considerado, merecía esto y algo +más. Y aquellos hombres, que en presencia de sus esposas tenían buen +cuidado de callarse cuando éstas hablaban con indignación de la +extranjera, admirábanla con el fervor instintivo que inspira la belleza +y envidiaban a su diputado.</p> + +<p>Las viejas hortelanas envolvían a los dos en una mirada cariñosa. +«Formaban buena pareja; ¡qué matrimonio tan guapo podrían hacer!»</p> + +<p>Y las señoras fingían no verles al pasar por su lado; se alejaban +torciendo la boca con un gesto de altivez, y al encontrarse con una +amiga, decían con acento irónico: «¿Ha visto usted?... Ahí está esa +echándole el anzuelo, delante de todos, al hijo de doña Bernarda». +Aquello era escandaloso: las señoras decentes tendrían que quedarse en +casa.</p> + +<p>Leonora, insensible a la curiosidad, sin reparar en los centenares de +ojos fijos en ella, seguía hablando de sus asuntos. Beppa se había +quedado con la tía, y ella con su hortelana y otra mujer, que aguardaban +a pocos pasos con grandes cestas, había venido a comprar un sin fin de +cosas, cuya enumeración la hacía reír. Ahora era persona formal; sí +señor. Sabía el precio de lo que comía; podría indicar, céntimo por +céntimo, el coste de su vida; creía haber retrocedido a aquella dura +época de Milán, cuando con la partitura bajo el brazo, entraba en casa +del especiero por los macarrones, la manteca o el café. ¡Cómo la +divertía aquello!... Y no queriendo prolongar por más tiempo la +expectación escandalizada de la gente que interpretaba sus sonrisas y su +voluble charla del peor modo, dio su mano a Rafael despidiéndose. Se +hacía tarde; si permanecía allí charlando, no encontraría nada; lo mejor +del mercado se lo habrían llevado otros.</p> + +<p>—A la obligación: hasta la vista, Rafaelito.</p> + +<p>Y el joven la vio cómo se abría paso entre el gentío, seguida de las dos +campesinas; como se detenía ante los puestos, acogida por una sonrisa +amable de los vendedores cual parroquiana que no regateaba jamás; cómo +se interrumpía en sus compras para acariciar los niños sucios y +aulladores que las pobres mujeres llevaban al brazo, sacando de su cesta +las mejores frutas para dárselas.</p> + +<p>La admiración de todo el mercado la seguía a través de los puestos. +<i>¡Así, señoreta!</i> gritaban las vendedoras. <i>¡Vinga, doña Leonor!</i> decían +otras llamándola por su nombre para demostrar mayor intimidad. Y ella +sonreía, hablaba con todos familiarmente, echaba mano a cada instante al +bolso de piel de Rusia que colgaba de su diestra y, como una nube de +moscas, agitábanse en torno de ella, tullidos, ciegos y mancos, avisados +de la generosidad de aquella señora que daba la calderilla a puñados.</p> + +<p>Rafael la seguía con la vista, acogiendo con forzosa sonrisa los +cumplimientos de los notables que le felicitaban por su buena suerte. El +alcalde—un hombre que, según decían los enemigos temblaba en presencia +de su esposa—afirmaba con los ojos chispeantes, que por una mujer así +era él capaz de hacer toda clase de locuras. Y todos unían su voz al +coro de alabanzas envidiosas, considerando como hecho indiscutible que +Rafael era el amante de la artista, mientras este sonreía con amargura +recordando sus explicaciones con Leonora.</p> + +<p>Ya no la veía. Estaba en el otro extremo del mercado, oculta por el +oleaje de cabezas. De vez en cuando distinguía por un instante su casco +de oro por encima de las demás mujeres.</p> + +<p>Deseaba ir allá, pero no podía. Estaba a su lado don Matías, el +afortunado exportador de naranja, aquel ricachón cuya hija Remedios +pasaba el día junto a su madre como discípula sumisa.</p> + +<p>Aquel señor, de palabra pesada y tardo pensamiento, enmarañábale en su +charla sobre el comercio de la naranja. Le daba consejos; un plan entero +que había discurrido y le ofrecía para presentarlo al Congreso; medidas +de protección para los exportadores de naranja. La riqueza de la ciudad; +todos nadando en dinero: lo garantizaba él con la mano sobre el corazón.</p> + +<p>Y Rafael, con la vista perdida en el fondo del Prado, espiando las +rápidas apariciones de la cabellera de oro para convencerse de que +Leonora aún estaba allí, oía como en un sueño a aquel hombre que, según +afirmaban los maliciosos, estaba destinado a ser su segundo padre. De +todo el lento chorrear de palabras, sólo algunas llegaban hasta su +cerebro, clavándose en él con la persistencia de la obsesión «Glasgow... +Liverpool... necesarios nuevos mercados... abaratar las tarifas de +ferrocarriles... los agentes ingleses son unos ladrones...»</p> + +<p>«Bueno, que los ahorquen», contestaba mentalmente Rafael. Y sin cesar de +mostrar su asentimiento a lo que no oía, con movimientos afirmativos de +cabeza, miraba allá abajo ansiosamente, temiendo que Leonora se hubiese +marchado. Se tranquilizó al abrirse un claro en la muchedumbre y ver a +la artista sentada en una silla que le había cedido una vendedora, con +un niño sobre las rodillas, hablando con una mujercita pequeña, +miserable, enfermiza, que a Rafael le pareció la hortelana que +encontraron en la ermita.</p> + +<p>—¿Qué opina usted de mi plan?—preguntaba en aquel mismo instante don +Matías.</p> + +<p>—Excelente; un plan grandioso, digno de usted que conoce a fondo la +cuestión. Ya hablaremos detenidamente cuando vuelva a las Cortes.</p> + +<p>Y para evitar una segunda exposición de lo que no había oído, acariciaba +al afortunado patán, daba palmaditas en su espalda de oso, asombrado +como siempre de que la buena suerte hubiera escogido como amante a aquel +hombre.</p> + +<p>Toda la ciudad le había conocido calzando alpargatas, cultivando como +arrendatario un pequeño huerto. Su hijo, un mocetón casi imbécil, que +aprovechaba el menor descuido para robarle y llevar en Valencia una vida +alegre con toreros, jugadores y chalanes de caballos iba descalzo en +aquella época, correteando por los caminos con los chicuelos de los +gitanos acampados en el Alberchí; su hija, aquella Remedios tan modosita +y tímida que se pasaba los días en complicadas labores de aguja bajo la +dirección de doña Bernarda, se había criado como una bestezuela en el +campo, repitiendo con escandalosa fidelidad las interjecciones de los +carreteros, con los cuales bebía su padre.</p> + +<p>«Pero no hay como ser bruto para llegar a rico», según decía el barbero +Cupido al hablar de don Matías.</p> + +<p>Poco a poco fue lanzándose en la exportación de la naranja a Inglaterra. +Compró a crédito las primeras partidas y comenzó a soplar para él la +racha de loca suerte que todavía duraba. Su fortuna fue cosa de pocos +años. Donde los más poderosos navíos, naufragaban, aquella barcaza ruda +y pesada, navegando a la ventura del instinto, no sufría el menor +perjuicio. Sus envíos llegaban siempre con prodigiosa oportunidad. La +rica naranja de otros comerciantes, cuidadosamente escogida, llegaba a +Liverpool o Londres cuando los mercados estaban atestados y bajaban los +precios escandalosamente. El afortunado palurdo enviaba cualquier cosa, +lo que le convenía por su baratura, y siempre se arreglaban las +circunstancias de modo que encontraba el mercado vacío, los precios por +las nubes, sin reparar en la calidad del género, y realizaba fabulosas +ganancias. Se burlaba de las sabias combinaciones de todos aquellos +exportadores que leían periódicos ingleses, recibían boletines y +comparaban las cotizaciones de unos años con otros para hacer cálculos +que daban por resultado salir del negocio con las manos en la cabeza. El +no sabía ni quería saber nada; fiaba en su buena estrella. Cuando mejor +le parecía, embarcaba el género en el puerto de Valencia, y, ¡allá va! +Siempre se concertaban las cosas de modo que su naranja arribaba sin +concurrencia y con precios altos. Más de una vez era el mar el que, +causando averías al buque, retrasaba su llegaba y daba tiempo a que el +mercado quedase limpio, colaborando de este modo en el buen éxito de la +expedición.</p> + +<p>A los dos años vivía en la ciudad como un personaje y afirmaba riendo +que «no se dejaría colgar» por ochenta mil duros. Después, siempre hacia +arriba, su fortuna llegó a una altura loca. Las gentes, asombradas, se +decían al oído con cierto respeto supersticioso los miles de duros que +ganaba en limpio al final de cada campaña. Tenía en los alrededores de +Alcira almacenes enormes como iglesias, donde ejércitos de muchachas +empapelaban cantando las naranjas, y cuadrillas de carpinteros +martilleaban día y noche en la blanca madera de las cajas de +exportación. Compraba con un solo golpe de vista la cosecha de huertos +enteros, sin equivocarse más allá de algunas arrobas. En cuanto al pago; +la ciudad estaba orgullosa de su millonario. Ni en el Banco de España +había la formalidad y la confianza que en su casa. Nada de empleados ni +mesas; todo a la pata llana; pero ya se podían pedir miles de duros que, +como él quisiera, no tenía más que meterse en su alcoba, y de +misteriosos escondrijos sacaba cada fajo de billetes que metía miedo.</p> + +<p>Y este rústico afortunado, al verse rico, sin más mérito que el capricho +de la suerte, se daba aires de inteligente con la petulancia que +proporciona el dinero y acosaba a Rafael, a <i>su diputado</i>, con una +reforma de tarifas de ferrocarril para esparcir la naranja por el +interior de España. ¡Como si él hubiese necesitado de planes para +hacerse rico!</p> + +<p>De su pasado miserable sólo quedaba en él un vestigio: el respeto a la +casa de los Brulls. Trataba con cierta altanería a toda la ciudad, pero +no podía ocultar el respeto que le inspiraba doña Bernarda, al cual iba +unida una gran gratitud por la amabilidad con que le distinguía al verle +rico y el interés que mostraba por su pequeña. Tenía muy presente al +padre de Rafael, el hombre más eminente que había conocido en su vida y +le parecía verle aún como cuando se detenía ante su casita de hortelano, +sobre su enorme rocín y con aire de gran señor le ordenaba lo que debía +hacer en las próximas elecciones. Sabía el mal estado en que aquel +grande hombre había dejado sus negocios al morir, y más de una vez había +dado dinero a doña Bernarda, orgulloso de que ésta en sus apuros le +dispensase el honor de buscarle; pero para él la casa de los Brulls, +pobre o rica, era siempre la casa de los amos, la cuna de aquella +dinastía cuya autoridad no podía abatir poder alguno. Si él tenía +dinero, los <i>otros</i> ¡ah! los otros tenían allá lejos, en Madrid, +poderosas amistades; llegaban cuando querían hasta el trono; eran de los +que tenían la sartén por el mango; y si en su presencia se murmuraba que +la madre de Rafael pensaba en su hija para nuera, don Matías enrojecía +de satisfacción y murmuraba modestamente:</p> + +<p>—No sé; creo que todo son habladurías. Mi Remedios sólo es una muchacha +de pueblo y el diputado querrá una señorona de Madrid.</p> + +<p>Rafael hacía tiempo que conocía el designio de su madre. El no quería a +aquella gente. El padre, a pesar de pegajosa afición a ofrecerle planes, +le era simpático por el respeto que mostraba hacia su familia. La hija +era un ser insignificante, sin otra belleza que la frescura de su +juventud, morena, ocultando tras la mansedumbre servicial una +inteligencia más obtusa que la del padre, sin otras manifestaciones que +la devoción y los escrúpulos en que la habían educado.</p> + +<p>Aquella mañana pasó por dos veces junto a Rafael, seguida de una vieja +sirvienta, con toda la gravedad de una huérfana que tiene que ocuparse +del gobierno de su casa y hacer las veces de señora mayor. Apenas si le +miró. La mansa sonrisa de futura sierva con que le saludaba otras veces +había desaparecido. Estaba pálida y apretaba los labios descoloridos. +Seguramente le había visto de lejos hablando y riendo con Leonora. +Pronto sabría su madre el encuentro. Aquella muchacha parecía mirarle +como cosa suya, y su gesto de mal humor era ya el de la esposa que se +prepara para una escena, de celos a puerta cerrada.</p> + +<p>Como si le amagase un peligro se despidió de don Matías y sus amigos y +evitando un nuevo encuentro con Remedios, salió del mercado.</p> + +<p>Leonora aún estaba allí. La esperaría en el camino del huerto; había que +aprovechar la mañana.</p> + +<p>El campo parecía estremecerse bajo los primeros besos de la primavera. +Cubríanse de hojas tiernas los esbeltos chopos que bordeaban el camino; +en los huertos, los naranjos calentados por la nueva savia abrían sus +brotes, preparándose a lanzar como una explosión de perfume la blanca +flor del azahar; en los ribazos crecían entre enmarañadas cabelleras de +hierba las primeras flores. Rafael se sentó al borde del camino, +acariciado por la frescura del césped. ¡Qué bien olía aquello!</p> + +<p>La violeta, asustadiza y fragante, debía andar por allí cerca, oculta +bajo las hojas. Sus manos buscaron a lo largo del ribazo las florecillas +moradas, cuyo perfume hace soñar con estremecimientos de amor. Formaría +un ramito para ofrecérselo a Leonora cuando pasase.</p> + +<p>Sentíase animado por una audacia que nunca había conocido y sus manos +ardían de fiebre. Tal vez era la emoción que le producía su propio +atrevimiento. Estaba resuelto a decidir su suerte aquella misma mañana. +La fatuidad del hombre que se cree en ridículo y desea realzarse a los +ojos de sus admiradores le excitaba, dándole una cínica audacia.</p> + +<p>¿Qué dirían sus amigos, que le envidiaban como amante de Leonora, al +saber que ésta le trataba como un amigo insignificante, como un buen +muchacho que la distraía en la soledad de su voluntario destierro?</p> + +<p>Unos cuantos besos en la mano, cuatro palabras agradables; algunas +bromas crueles de camarada que tiene conciencia de su superioridad... +todo esto había conseguido después de muchos meses de asidua corte, de +resistir a su madre, viviendo en su casa como un extraño, sin cariño y +bajo miradas de indignación; de entregarse por entero a la maledicencia +de los enemigos que le suponían <i>liado</i> con la artista y hacían +aspavientos en nombre de la moral.</p> + +<p>¡Cómo se burlarían, si conocieran la verdad, aquellos calaveras que en +el Casino relataban sus aventuras amorosas teniendo siempre por prólogo +el repentino empujón, la lucha, la posesión violenta a brazo partido al +borde de una senda, bajo un naranjo o en el rincón más obscuro de una +casa!</p> + +<p>Y Rafael, perturbado por el miedo a parecer ridículo, se decía que +aquellos brutos estaban tal vez en lo cierto, que así se triunfaba, y +que él sufría por su culpa, por contemplar a Leonora respetuosamente, de +lejos, como un idólatra sumiso. ¡Cristo! ¿No era él el hombre y por +tanto el más fuerte? Pues a hacer sentir la autoridad del sexo. Le +gustaba y había de ser suya. Además, cuando ella le trataba con tanto +cariño, seguramente le quería. Los escrúpulos eran lo único que les +mantenía separados y él se encargaba de allanarlos violentamente en la +primera ocasión propicia.</p> + +<p>Cuando acababa de surgir entera e imperiosa la brutal decisión entre las +continuas fluctuaciones de su carácter débil e irresoluto, oyó voces en +el camino, e incorporándose vio venir a Leonora seguida de las dos +labriegas con el busto encorvado sobre las pesadas cestas.</p> + +<p>—¡También aquí!—exclamó la artista con una risa que hinchaba su +garganta de suaves estremecimientos.—Usted es mi sombra. En el mercado, +en el camino, en todas partes me sale al encuentro...</p> + +<p>Y tomó el ramito de violetas que le ofrecía el joven, aspirándolo con +delicia.</p> + +<p>—Gracias, Rafael: son las primeras que veo este año. Ya está aquí mi +fiel amiga, la primavera; usted me la trae, pero hace ya días que +adivinaba su llegada. Estoy contenta, ¿no lo nota usted? Me parece que +he sido durante el invierno un gusano de seda apelotonado en el capullo, +y que ahora me salen alas y voy a volar por ese inmenso salón verde que +exhala sus primeros perfumes. ¿No siente usted lo mismo?</p> + +<p>Rafael afirmaba con gravedad. También él sentía el hervor de la sangre, +los pinchazos de la vida en todos sus poros.</p> + +<p>Y contemplaba con ojos extraviados aquella garganta desnuda, de +tentadora nitidez, realzada por el rojo pañuelo; el pecho robusto, sobre +cuya tersa morbidez descansaban sus violetas.</p> + +<p>Las dos hortelanas al ver a Rafael cambiaron una sonrisa maliciosa, un +guiño significativo, y pasaron delante de la señora con el propósito +marcado de no estorbarla con su presencia.</p> + +<p>—Sigan ustedes—dijo Leonora.—Nosotros iremos despacio hasta casa.</p> + +<p>Se alejaron las dos mujeres con vivo paso, hablando en voz baja. Leonora +adivinaba la sonrisa de sus rostros invisibles.</p> + +<p>—¿Ha visto usted a esas?—dijo señalándolas con su cerrada +sombrilla.—¿No se ha fijado usted en sus sonrisas y guiños al verle en +el camino?... ¡Ay, Rafael! Usted está ciego y resulta terrible. Si yo +tuviera que guardar mi fama, aviada estaba con un amigo como usted. ¡Qué +cosas suponen por ahí!</p> + +<p>Y reía con una expresión de superioridad, considerándose muy por encima +de cuanto pudieran decir las gentes de su amistad con Rafael.</p> + +<p>—En el mercado me hablan de usted todas las vendedoras como si esto +fuese para mí el más irresistible de los halagos; aseguran que formamos +una soberbia pareja. Mi hortelana aprovecha todas las ocasiones para +decirme que es usted muy guapo. Dele usted las gracias... ¿Qué más? +Hasta mi tía, mi pobre tía que vive en el Limbo, ha salido de él para +decirme el otro día: «¿Sabes que Rafaelito viene mucho por aquí? ¿si +querrá casarse contigo?» Ya ve usted; casarse ¡já! ¡já! ¡já! ¡casarse! +La pobre señora no ve más que esto en el mundo.</p> + +<p>Y seguía arrojando a la cara de Rafael, sombrío por sus malos +pensamientos, aquella risa franca y burlona que parecía el parloteo de +un pájaro travieso satisfecho de su libertad.</p> + +<p>—¡Pero qué mala cara tiene usted hoy! ¿Está usted enfermo?... ¿Qué le +pasa?</p> + +<p>Rafael aprovechó el momento. Estaba enfermo, sí; enfermo de amor. +Comprendía que toda la ciudad hablase de ellos; él no podía ocultar sus +sentimientos. ¡Si supiera lo que le costaba aquella adoración muda! +Quería arrancar de su pensamiento la devoción por ella, y no podía. +Necesitaba verla, oírla; sólo vivía para ella. ¿Leer? imposible. ¿Hablar +con sus amigos? Todos le repugnaban. Su casa era una cueva en la que +entraba con gran esfuerzo para comer y dormir. Salía de ella tan pronto +como despertaba y abandonaba la ciudad, que le parecía una cárcel. Al +campo; y en el campo la casa azul donde ella vivía. ¡Con qué +impaciencia esperaba la llegada de la tarde, la hora en que por una +tácita costumbre, que ninguno de los dos marcó, podía él entrar en el +huerto y encontrarla en su banco bajo las palmeras!... No podía vivir +así. La pobre gente le envidiaba al verle poderoso, diputado tan joven; +y él quería ser... ¿a qué no lo adivinaba? ¡qué cosas tan absurdas! ¡que +no se burlara Leonora! El daría cuanto era por ser aquel banco del +jardín, abrumado dulcemente por su peso las tardes enteras; por +convertirse en la labor que giraba entre sus dedos delicados; por +transfigurarse en una de las personas que la rodeaban a todas horas, de +aquella Beppa, por ejemplo, que la despertaba por las mañanas, +inclinándose sobre su cabeza dormida, moviendo con su aliento la +cabellera deshecha, esparcida como una ola de oro sobre la almohada y +que secaba sus carnes de marfil a la salida del baño, deslizando sus +manos por las curvas entrantes y salientes de su suave cuerpo. Siervo, +animal, objeto inanimado, algo que estuviera en perpetuo contacto con su +persona, eso ansiaba él: no verse obligado con la llegada de la noche a +alejarse tras una interminable despedida prolongada con infantiles +pretextos, al volver a la irritante vulgaridad de su vida, a la soledad +de su cuarto, en cuyos rincones obscuros, como maléfica tentación, creía +ver fijos en él unos ojos verdes.</p> + +<p>Leonora no reía. Abríanse desmesuradamente sus ojos moteados de oro; +palpitaban de emoción las alillas de su nariz, y parecía conmovida por +la sinceridad elocuente del joven.</p> + +<p>—¡Pobre Rafael! ¡Pobrecito mío!... ¿Y qué vamos a hacer?</p> + +<p>En el huerto, Rafael jamás se había atrevido a hablar con tanta +franqueza. Le cohibía la proximidad de los allegados de Leonora; le +intimidaba el aire superficial y burlón con que ella recibía sus +visitas; la ironía con que le desconcertaba apenas apuntaba él una frase +de amor. Pero allí, en medio del camino, era otra cosa; se sentía libre, +quería vaciar su corazón. ¡Qué tormentos! Todos los días iba hacia la +casa azul trémulo de esperanza, agitado por la ilusión. «Tal vez sea +hoy», se decía. Y le temblaban las piernas, y la saliva parecía +solidificarse en su garganta, ahogándole. Y horas más tarde, al +anochecer, la vuelta desesperada al hogar, marchando desalentado a la +luz de las estrellas, haciendo <i>eses</i> en el camino como si estuviera +ebrio, sintiendo que las lágrimas le escarabajeaban en los párpados, +queriendo morir, como el que necesita pasar adelante y se rompe los +puños contra un muro inmenso de bloques de hielo. ¿No se fijaba en él? +¿no veía los inmensos esfuerzos que hacía para agradarla?... Ignorante, +humilde, reconociendo la inmensa diferencia que separaba a ambos por su +distinta vida, ¡qué de esfuerzos para llegar a su altura; por colocarse +al nivel de aquellos hombres que la habían poseído por unos días o por +años enteros! Ella debía haberlo notado. Si le hablaba del conde ruso, +modelo de elegancia, al día siguiente Rafael, con gran asombro de los de +su casa, sacaba su mejor ropa, y sudando bajo el sol, oprimido por el +alto cuello, emprendía aquel camino que era su calle de Amargura, +andando como una señorita para que el polvo no amortiguase el brillo de +sus botas. Si el músico alemán cruzaba por el recuerdo de Leonora, él +repasaba sus libros, y afectando el exterior descuidado de aquellos +artistas vistos en las novelas, llegaba allá con el propósito de hablar +del inmortal maestro, de Wagner, al que apenas conocía, pero al que +adoraba como a una persona de su familia... ¡Dios mío! Todo esto +resultaba ridículo, bien lo sabía él; mejor era presentarse sin disfraz, +con toda su pequeñez. Reconocía que era imposible aquella lucha para +igualarse con los mil fantasmas que llenaban la memoria de Leonora; +¡pero qué no haría él por despertar aquel corazón por ser amado un +momento, un día nada más, y después morir!</p> + +<p>Y había tal sinceridad en esta confesión de amor, que Leonora, cada vez +más conmovida, se aproximaba a él, caminaba pegada a su cuerpo sin darse +cuenta y sonreía levemente, repitiendo su frase, mezcla de afecto +maternal y de lástima.</p> + +<p>—¡Pobre Rafael!... ¡Pobrecito mío!</p> + +<p>Habían llegado a la verja que daba entrada al huerto. La avenida estaba +desierta. En la plazoleta, frente a la cerrada casa, correteaban las +gallinas.</p> + +<p>Rafael, abrumado por el esfuerzo de aquella confesión, en la que daba +curso a las angustias y ensueños de muchos meses, se apoyó en el tronco +de un viejo naranjo. Leonora estaba frente a él escuchándole con la +cabeza baja, rayando el suelo con la contera de su roja sombrilla.</p> + +<p>Morir, sí; él había leído esto muchas veces en las novelas sin poder +contener una sonrisa. Ahora ya no reía. Había pensado algunas noches, en +la turbación del delirio, terminar aquel amor de un modo trágico. La +sangre de su padre, violenta y avasalladora, hervía en él. Si llegaba a +convencerse de que nunca sería suya, ¡matarla para que no fuese de +nadie, y matarse él después! Caer los dos sobre la tierra empapada de +sangre, como sobre un lecho de damasco rojo; besarla él, en los labios +fríos, sin miedo a que nadie le estorbara; besarla y besarla hasta que +el último soplo de vida fuese a perderse en la lívida boca de ella.</p> + +<p>Lo decía con convicción, vibrando todos los músculos de su cara varonil, +ardiendo como brasas sus ojos de moro veteados por la pasión con +venillas de sangre. Y Leonora le miraba ahora con apasionamiento, como +si viese un hombre nuevo. Estremecíase con una emoción nueva al oír los +bárbaros ensueños, las amenazas de muerte. Aquel no se mataba +melancólicamente como el poeta italiano viendo perdido su amor: moría +matando, destrozaba el ídolo, ya que no atendía sus súplicas.</p> + +<p>Y dulcemente conmovida por la expresión trágica de Rafael, se dejaba +llevar por éste, que la había cogido un brazo y la atraía lejos de la +avenida entre las copas bajas de los naranjos.</p> + +<p>Permanecieron los dos en silencio mucho rato. Leonora parecía embriagada +por el perfume viril de aquellas amenazas de pasión salvaje.</p> + +<p>Rafael, al ver cabizbaja y silenciosa a la artista, creyó que la habían +ofendido sus palabras, y se arrepintió de ellas.</p> + +<p>Debía perdonarle, estaba loco. Se exasperaba ante su resistencia +inexplicable. ¡Leonora! ¡Leonora! ¿A qué empeñarse en estorbar la obra +del amor? El no era indiferente para ella, no le inspiraba antipatía ni +odio; de lo contrario, no serían amigos ni le permitiría las continuas +visitas. ¿Amor?... Estaba seguro de que no lo sentía por él, pobre +infeliz, incapaz de inspirar una pasión a una mujer como ella. Pero que +no se resistiera; ya le amaría con el tiempo; él lograría conquistarla +en fuerza de cariño y de adoración. ¡Ay! con sólo su amor, había para +los dos y para todos los amantes famosos en la historia. Sería su +esclavo, la alfombra en que pondría sus pies; el perro, siempre tendido +ante ella, con la mirada ardiente de la eterna fidelidad, acabaría por +quererle, si no por amor, por gratitud y por lástima.</p> + +<p>Y al hablar así, acercaba su rostro al de Leonora, buscando su imagen en +el fondo de los ojos verdes; oprimía su brazo con la fiebre de la +pasión.</p> + +<p>—Cuidado, Rafael... me hace usted daño, suélteme usted.</p> + +<p>Y como si despertara en pleno peligro después de un dulce sueño, se +estremeció, desasiéndose con nervioso impulso.</p> + +<p>Después comenzó a hablar con calma, repuesta ya de la embriaguez con que +le habían turbado las apasionadas palabras de Rafael.</p> + +<p>No, lo que él deseaba era imposible. La suerte estaba echada, no quería +amor... La amistad les había llevado algo lejos. Ella tenía la culpa, +pero sabría remediarlo. Era ya un barco viejo que no podía cargar con el +peso de una nueva pasión. Si le hubiera conocido años antes, tal vez. +Reconocía que hubiese llegado a quererle; le creía más digno de su amor +que otros hombres a los que había amado. Pero llegaba tarde; ahora sólo +quería vivir. ¡Qué horror! ¡las emociones de la pasión en un ambiente +mezquino, en aquel mundo pequeño de curiosidades y maledicencias! +¡Ocultarse como criminales para quererse! ¡Ella, que gustaba del amor al +aire libre, con el sublime impudor de la estatua que escandaliza a los +imbéciles con su desnuda hermosura! ¡Verse roída a todas horas por la +murmuración de los tontos, después de haber dado su cuerpo y su alma a +un hombre! ¡Sentir en torno el desprecio y la indignación de todo un +pueblo que la acusaría de haber corrompido una juventud, separándola de +su camino, alejándola para siempre de los suyos! No, Rafael, mil veces +no; ella tenía conciencia, ya no era la loca de otros tiempos.</p> + +<p>—Pero ¿y yo?—suspiraba el joven agarrando de nuevo su brazo con +ansiedad infantil—usted piensa en sí misma y en todos, olvidándome a +mi. ¿Qué voy a hacer yo a solas con mi pasión?</p> + +<p>—Usted olvidará—dijo gravemente Leonora.—Hoy he visto que es +imposible mi estancia aquí. Los dos necesitamos alejarnos. Huiré antes +que termine la primavera; iré no sé dónde, volveré al mundo, a cantar, +donde no encuentre hombres como usted, y el tiempo y la ausencia se +encargarán de curarle.</p> + +<p>Leonora se estremeció al ver la llamarada de salvaje pasión que pasó por +los ojos de Rafael. Sintió junto a los labios el ardoroso resuello de +aquella boca que buscaba la suya, murmurando con apagado rugido:</p> + +<p>—No, no te irás; quiero que no te vayas.</p> + +<p>Y se sintió enlazada, conmovida de cabeza a pies por unos brazos +nerviosos a los que la pasión daba nueva fuerza. Sus pies se despegaron +del suelo, se sintió elevada; un impulso brutal la hizo caer de costado +al pie de un naranjo, al mismo tiempo que en sus ropas se agitaban unas +manos convulsas, estremecidas, que herían las carnes con caricias de +fiera.</p> + +<p>Fue una lucha brutal, innoble que duró unos instantes. La walkyria +reapareció en la mujer vencida. Su cuerpo robusto vibró con un supremo +esfuerzo, incorporose sofocando con su peso a Rafael, y al fin Leonora +se irguió, poniendo su pie brutalmente, sin misericordia, sobre el pecho +del joven, apretando como si quisiera hacer crujir la osamenta de su +pecho.</p> + +<p>Su aspecto era terrible. Parecía loca, con su rubia cabellera deshecha y +sucia de tierra. Sus verdes ojos brillaban con reflejos metálicos como +agudos puñales, y su boca, descolorida por la emoción, contraíase, +lanzando, por la fuerza de la costumbre, por el instinto del esfuerzo, +su grito de guerra, un <i>¡hojotoho!</i> desgarrado, salvaje, que conmovió la +calma del huerto, estremeciendo a las aves de corral, que corrieron +asustadas por los senderos.</p> + +<p>Blandía con furor la sombrilla cual si fuese la lanza de las hijas de +Wotan, y varias veces apuntó con ella a los ojos de Rafael como si +quisiera sacárselos.</p> + +<p>El joven parecía abatido por su esfuerzo, avergonzado de su brutalidad, +inerte en el suelo, sin protesta, como si deseara no levantarse jamás; +morir bajo aquel pie que le asfixiaba iracundo.</p> + +<p>Leonora se serenó, y lentamente fue retrocediendo algunos pasos, +mientras Rafael se incorporaba, recogiendo su sombrero.</p> + +<p>Fue una escena penosa. Los dos sentían frío, no veían luz, como si el +sol se hubiera apagado y sobre el huerto soplase un viento glacial.</p> + +<p>Rafael miraba avergonzado al suelo; tenía miedo de verla, miedo de +contemplarse con las ropas en desorden, sucio de tierra, batido y +golpeado como un ladrón al que sorprende un amo fuerte.</p> + +<p>Oyó la voz de Leonora, hablándole con la despreciativa familiaridad que +se usa con los miserables.</p> + +<p>—¡Vete!</p> + +<p>Levantó los ojos y vio los de Leonora irritados y altivos, fijos en él.</p> + +<p>—A mí no se me toma—dijo con frialdad;—me entrego, si es que quiero.</p> + +<p>Y en el gesto de desprecio y rabia con que despedía a Rafael, parecía +marcarse el recuerdo odioso de Boldini, aquel viejo repugnante, el único +en el mundo que la había tomado por la fuerza.</p> + +<p>Rafael quiso excusarse, pedir perdón, pero aquel recuerdo de la +adolescencia evocado por la escena brutal, la hacía implacable.</p> + +<p>—¡Vete, vete, o te abofeteo!... Jamás vuelvas aquí.</p> + +<p>Y para dar más fuerza a estas palabras cuando Rafael, humillado y +sucio, salió del huerto, Leonora cerró tras él la verja de madera con +tan brutal ímpetu, que casi hizo saltar los barrotes.</p> + + + +<h3><a id="IVb"></a>IV</h3> + + +<p>Doña Bernarda mostrábase contenta de su Rafael. Se acabaron las miradas +feroces, los gestos severos, las mudas escenas entre madre e hijo, que +presenciaban con temor los íntimos de la casa.</p> + +<p>Ya no iba a la casa azul; lo sabía con gran certeza, gracias al +espionaje gratuito con que la servían las gentes afectas a la familia. +Apenas salía de casa; un rato al casino por las tardes, y el resto del +día en el comedor con ella y los amigos, o encerrado en su cuarto, a +vueltas sin duda con sus libros, que la austera señora miraba con el +respeto supersticioso de su ignorancia.</p> + +<p>Don Andrés, el consejero, se mostraba triunfante al comentar aquel +cambio. ¿Qué había dicho él, siempre que doña Bernarda, en las íntimas +confidencias de aquella amistad que casi tomaba el carácter de una +pasión senil, tranquila y respetuosa, se quejaba de la rebeldía del +muchacho? Aquello pasaría: era un capricho de la edad; había que dar a +la juventud lo suyo. Rafael no había estudiado para cartujo. ¡Otros a su +edad y aun con más años eran peores!... Y el viejo señor pensaba +sonriendo en sus fáciles conquistas de los almacenes, entre el rebaño +despeinado, miserable y de sucios zagalejos que empapela la naranja. La +buena doña Bernarda, después de sufrir tanto de su marido era demasiado +exigente con su hijo. ¡Que se divirtiera! ¡que gozara! Ya se cansaría de +la artista con ser tan hermosa, y entonces sería fácil volverle a la +buena senda.</p> + +<p>Doña Bernarda admiraba una vez más el talento del consejero, viendo +cumplidas sus predicciones, hechas con un cinismo que enrojecía a la +devota señora.</p> + +<p>Ella también lo creía acabado todo. Su hijo era menos ciego que el +padre. Se había cansado del amor de una mujer perdida como aquella; no +quería reñir con su madre por tan poca cosa, ni que los enemigos le +desacreditasen y volvía a su deber con gran alegría de la buena señora +que le rodeaba de solícitas atenciones.</p> + +<p>—¿Y de <i>aquello</i>?—le preguntaban misteriosamente sus amigas.</p> + +<p>—Nada—respondía con una sonrisa de orgullo.—Han pasado tres semanas, +y ni asomos de querer volver allá. Mi Rafael es bueno. Lo ocurrido no +fue más que una distracción de muchacho. ¡Si le vierais por las tardes +haciéndome compañía en la sala! Un ángel, un verdadero ángel. Se pasa +las horas hablando conmigo y con la hija de Matías.</p> + +<p>Y añadía, extremando su sonrisa y con ojos maliciosos:</p> + +<p>—Creo que hay algo.</p> + +<p>Algo había, sí; o por lo menos apariencia de haberlo. Rafael, cansado de +vagar por la casa fatigado de los libros ante los cuales pasaba horas +enteras volviendo hojas, sin darse cuenta de lo que decían, refugiábase +en el salón donde cosía su madre, vigilando un complicado bordado de la +hija de don Matías.</p> + +<p>Rafael gustaba de la mansa sencillez de aquella muchacha. Su simplicidad +producía en él una impresión de frescura y descanso. La veía como una +cuevecita angosta y oculta en la cual dormitaba tranquilo después de una +tempestad. La sonrisa satisfecha de su madre le animaba a permanecer +allí. Jamás la había visto tan bondadosa y comunicativa. El goce de +tenerle otra vez seguro y sumiso modificaba su carácter austero hasta la +rudeza.</p> + +<p>Remedios, con la cabeza inclinada sobre su bordado, enrojecía +intensamente cada vez que Rafael alababa su obra o la decía que era la +muchacha más bonita de Alcira. La ayudaba a enhebrar las agujas; con las +manos extendidas servía de devanadera a las madejas que ovillaba la +joven, y más de una vez la pellizcaba por debajo del bastidor, con la +confianza de haberla conocido niña, lo que no evitaba sus gritos +escandalizados.</p> + +<p>—Rafael, no seas loco—decía la madre amenazándole bondadosamente con +sus secas manos.—Deja trabajar a Remedios; si te portas tan mal no te +permitiré entrar en la sala.</p> + +<p>Y por la noche, a solas en el comedor con don Andrés, cuando llegaba la +hora de las confidencias, doña Bernarda olvidaba los asuntos de la casa +y del partido para decir con satisfacción:</p> + +<p>—Eso marcha.</p> + +<p>—¿Se enamora Rafaelito?...</p> + +<p>—Cada día más. La cosa va a todo vapor. Ese chico es en esto el vivo +retrato de su padre. Crea usted que conviene que no les pierda de vista. +Si no estuviera yo aquí, ese diablillo sería capaz de una locura que +desacreditase la casa.</p> + +<p>Y la buena señora, estaba segura de que para Rafael no existía ya la +hija del doctor Moreno, criatura abominable, cuya belleza había sido su +pesadilla durante algunos meses.</p> + +<p>Sabía por sus espías que una mañana de mercado se habían encontrado los +dos en las calles de Alcira. Rafael volvió la mirada como si buscase un +sitio por donde huir; ella palideció y siguió adelante fingiendo no +verle. ¿Qué significaba esto?... La ruptura para siempre. Ella, la buena +pieza, palidecía de rabia, tal vez porque no podía atrapar de nuevo a su +Rafael, porque éste, cansado de inmundicia, la abandonaba para siempre. +¡Ah, la perdida! ¡la ramera!</p> + +<p>¿Pues qué no había más que educar un hijo en las más sanas y virtuosas +creencias y hacer de él un personaje, para que después llegase una +correntona peor mil veces que las que por dinero hacen porquerías en un +callejón para llevársele con sus manos sucias? ¿Qué había creído la hija +del descamisado?... ¡Rabia! ¡Palidece de pena, al ver que se te va para +siempre!</p> + +<p>En la alegría de su triunfo, comenzaba a pensar en la boda de su hijo +con Remedios, y levantando una punta de su reserva de gran señora, +trataba a don Matías como de la familia, ensalzando el afecto cada vez +más vivo que unía a los chicos.</p> + +<p>—Pues si se quieren—decía el burdo ricachón,—por mí que sea la boda +cuanto antes. Remedios hace mucho papel a mi lado: una mujercita como +hay pocas para el gobierno de la casa; pero esto que no sea obstáculo +para el casorio. Muy satisfecho, doña Bernarda, de que seamos parientes. +Sólo siento que don Ramón no pueda ver estas cosas.</p> + +<p>Y era verdad que lo único que empañaba la alegría del rústico +millonario, era que no viviese el alto e imponente señor para darse el +gusto de tratarle como un igual, coronando así el éxito de su asombrosa +fortuna.</p> + +<p>Doña Bernarda también veía en aquella unión la cúspide de sus ensueños; +el dinero unido al poder; los millones de un comercio cuyos éxitos +maravillosos parecían golpes de juego, viniendo a vivificar con savia de +oro el árbol de los Brulls, algo resquebrajado y viejo por largos años +de lucha.</p> + +<p>Comenzaba la primavera. Algunas tardes doña Bernarda llevaba los chicos +a sus huertos o a las ricas fincas del padre de Remedios. Había que ver +con qué aire de bondad vigilaba a la joven pareja, gritando alarmada si +en sus correrías permanecían algunos minutos ocultos tras los naranjos.</p> + +<p>—¡Este Rafael!—decía a su consejero con aquella confianza que le había +hecho relatar más de una vez las tristezas de la intimidad con su +esposo.—¡Qué pillo es! ¡De seguro que la estará besando!</p> + +<p>—Déjelos usted, doña Bernarda. Cuanto más se meta en harina, menos +peligro de que vuelva a la otra.</p> + +<p>¿Volver?... No había cuidado. Bastaba contemplar a Rafael cómo cogía las +flores y las colocaba riendo en la cabeza o el pecho de Remedios, que se +resistía débilmente, con un rubor de colegiala, conmovida por tales +homenajes.</p> + +<p>—Quieto, Rafaelito—murmuraba con una voz que parecía un balido +suplicante.—No me toques; no seas atrevido.</p> + +<p>Y su emoción la traicionaba de tal modo, que parecía estar pidiendo que +el joven volviese a poner en su cuerpo aquellas manos que la trastornaba +desde los pies a la raíz de los cabellos. Se replegaba por educación, +huía de él porque este es el deber de una joven cristiana y bien +educada; escapaba como una cabrita con graciosos saltos por entre las +filas de naranjos, y el señor diputado salía detrás a todo galope con +las narices palpitantes y los ojos ardorosos.</p> + +<p>—¡Que te coge, Remedios!—gritaba la mamá, riendo.—¡Corre; que te +coge!</p> + +<p>Don Andrés contraía su cara arrugada con una sonrisa de viejo fauno. +Aquellos juegos le rejuvenecían.</p> + +<p>—¡Hum, señora! Sí que va la cosa a todo vapor. Está que arde. Cáselos +usted pronto; mire que si no, podemos dar mucho que reír a Alcira.</p> + +<p>Y todos se engañaban. Ni la madre ni el amigo veían la expresión de +desaliento y tristeza de Rafael cuando quedaba solo, encerrado en un +cuarto en cuyos obscuros rincones seguía viendo aquellos ojos verdes y +misteriosos de que había hablado a Leonora.</p> + +<p>¿Volver a ella? Nunca. Duraba en él la vergüenza y el anonadamiento por +lo de aquella mañana. Se veía en toda su trágica ridiculez, apelotonado +en el suelo, oprimido por el pie de la viril amazona, manchado de +tierra, humilde y confuso como un delincuente que no acierta a +disculparse. Y después la palabra terrible como un latigazo: «¡Vete!»; +como a un lacayo que osa atreverse a su señora, y la verja, cerrándose a +sus espaldas con estrépito cayendo como una losa de tumba entre él y la +artista.</p> + +<p>No volvería: le faltaba valor para arrostrar su mirada. La mañana en que +la encontró casualmente cerca del mercado, creyó morir de vergüenza; le +temblaron las piernas, vio que la calle se obscurecía como si +repentinamente llegase la noche. Había desaparecido ella, y todavía le +zumbaban los oídos y buscaba apoyarse en algo, como si el suelo se +balanceara bajo sus pies.</p> + +<p>Necesitaba olvidar su vergonzosa torpeza aquel recuerdo tenaz como un +remordimiento, y, se aturdía cerca de la protegida de su madre. Era una +mujer, y sus manos, que parecían desatadas desde aquella mañana +dolorosa, iban a ella; su lengua libre, después de la vehemente +confesión de amor a la puerta del huerto, hablaba ahora con ligereza, +expresando una adoración que parecía resbalar sin huella alguna por la +cara inexpresiva de Remedios, yendo lejos, muy lejos, donde permanecía +oculta y ofendida la otra.</p> + +<p>Se aturdía cerca de Remedios para caer en una estúpida tristeza apenas +se veía sólo. Era una embriaguez de espuma que se evaporaba en la +soledad. Remedios le parecía uno de esos frutos sin sazonar, sanos, con +la película de la virginidad, limpios de picaduras y manchas, pero sin +el sabor que deleita ni el perfume que embriaga.</p> + +<p>En su extraña situación, viviendo durante el día de jugueteos infantiles +con una muchacha que no despertaba en él más que el regocijo de la +camaradería fraternal y durante la noche de tristes recuerdos, lo único +que le placía era la confianza de su madre, la tranquilidad de la casa, +el poder ir y venir sin sentir fijos en él unos ojos irritados y +escuchar palabras de indignación ahogadas entre dientes.</p> + +<p>Don Andrés y los amigos del casino le preguntaban cuándo sería la boda; +su madre hablaba en presencia de los chicos de las grandes +trasformaciones que se tendrían que hacer en la casa. Ella, con las +criadas abajo, y todo el primer piso para el matrimonio, con +habitaciones nuevas que habían de ser asombro de la ciudad, y para cuyo +adorno vendrían los mejores decoradores de Valencia. Don Matías le +trataba familiarmente, como cuando se presentaba en el patio a recibir +órdenes, y le veía niño, jugueteando en torno del imponente don Ramón.</p> + +<p>—Todo cuanto tengo, para vosotros será. Remedios es un ángel, y el día +que yo muera tendrá más que el pillo de mi hijo. Sólo te ruego que no te +la lleves a Madrid: ya que abandona mi casa, al menos que la pueda ver +todos los días.</p> + +<p>Y Rafael oía todas estas cosas como en sueños. Realmente él no había +manifestado ningún deseo de casarse; pero allí estaba su madre que lo +arreglaba todo, que le imponía su voluntad, que aceleraba aquel afecto +tenue y ligero, empujándole hacia Remedios. Su boda era cosa decidida, +un tema de conversación para toda la ciudad.</p> + +<p>Sumido en su tristeza, agarrotado por la tranquilidad que ahora le +rodeaba y que temía romper, débil y sin voluntad, encontraba un consuelo +pensando que la solución preparada por su madre era la mejor.</p> + +<p>Su amistad con Leonora se había roto para siempre. Cualquier día +levantaría ella el vuelo; lo había dicho muchas veces, se marcharía +pronto, cuando terminase la primavera. ¿Qué le quedaba a él?... Obedecer +a su madre; se casaría y tal vez esto le distrajese. Poco a poco iría +creciendo su afecto por Remedios y tal vez llegase a amarla con el +tiempo.</p> + +<p>Estas reflexiones le daban un poco de tranquilidad; le sumían en una +inconsciencia agradable. Quería ser como de niño; que su madre se +encargase de todo, él se dejaría llevar sin resistencia ni movimiento +por la corriente de su destino.</p> + +<p>Pero esta resignación se rasgaba a veces con arranques de protesta, con +palpitaciones violentas de pasión.</p> + +<p>Comenzaban a florecer los naranjos. La primavera hacía densa la +atmósfera. El azahar como olorosa nieve, cubría los huertos y esparcía +su perfume por los callejones de la ciudad. Al respirar se mascaban +flores.</p> + +<p>Rafael no podía dormir. Por las rendijas de las ventanas, por debajo de +las puertas, al través de las paredes parecía filtrarse el perfume +virginal de los inmensos huertos; aquel olor que evocaba la visión de +carnales desnudeces, acosaba con agudas punzadas su joven virilidad. Era +el aliento embriagador que venía de allá abajo, después de haber pasado +tal vez por los pulmones de ella agitando su mórbido pecho.</p> + +<p>¡Ah, los terribles recuerdos! Rafael se revolvía en la cama, creyendo +sentir todavía en sus manos el contacto sedoso de las misteriosas +interioridades tanteadas ávidamente en la fiebre de la lucha; se +imaginaba tener ante sus ojos aquella rápida visión de nieve sonrosada, +entrevista como a la luz de un relámpago, mientras el iracundo pie le +oprimía el pecho... y revolviéndose furioso entre las sábanas rugía de +pasión, mordiendo la almohada:</p> + +<p>—¡Leonora! ¡Leonora!</p> + +<p>Una noche, a fines de Abril, Rafael se detuvo en la puerta de su cuarto +con el mismo temor que si fuese a entrar en un horno. Estremecíase al +pensar en la noche que le esperaba. La ciudad entera parecía desfallecer +en aquel ambiente cargado de perfume. Era un latigazo de la Primavera, +acelerando con su excitación la vida, dando mayor potencia a los +sentidos.</p> + +<p>No soplaba ni la más leve brisa; los huertos impregnaban con su olorosa +respiración la atmósfera encalmada; dilatábanse los pulmones como si no +encontrasen aire, queriendo aspirar de un golpe todo el espacio. Un +estremecimiento voluptuoso agitaba la ciudad, adormecida bajo la luz de +la luna.</p> + +<p>Rafael, sin darse cuenta de lo que hacía, bajó a la calle y poco +después, se vio en el puente, donde algunos noctámbulos, con el sombrero +en la mano, respiraban con avidez, contemplando el haz de reflejos +sueltos, como fragmentos de espejo, que la luna proyectaba sobre las +aguas del río.</p> + +<p>Siguió adelante Rafael por las calles del arrabal, solitarias, +silenciosas, resonantes bajo sus pasos con una hilera de casas blancas y +brillantes bajo la luna, y la otra sumida en la sombra. Se sentía +subyugado por el misterioso silencio del campo.</p> + +<p>Su madre dormía descuidada; él estaba libre hasta el amanecer y seguía +adelante, como atraído por aquellos caminos, serpenteantes entre los +huertos, donde tantas veces había soñado y esperado.</p> + +<p>Para Rafael no era una novedad el espectáculo. Todos los años +presenciaba la germinación primaveral de aquella tierra, cubriéndose de +flores, impregnando el espacio de perfume, y, sin embargo, aquella +noche, al ver sobre los campos el inmenso manto de nieve del azahar +blanqueando a la luz de la luna, sintiose dominado por una dulce +emoción.</p> + +<p>Los naranjos, cubiertos desde el tronco a la cima de blancas florecillas +con la nitidez del marfil, parecían árboles de cristal hilado: +recordaban a Rafael esos fantásticos paisajes nevados que tiemblan en la +esfera de los pisapapeles. Las ondas de perfume, sin cesar renovadas, +extendíanse por el infinito con misterioso estremecimiento, +transfigurando el paisaje, dándole una atmósfera sobrenatural, evocando +la imagen de un mundo mejor, de un astro lejano donde los hombres se +alimentasen con perfumes y vivieran en eterna poesía. Todo esto +transfigurado por aquel ambiente de gabinete de amor iluminado por un +inmenso fanal de nácar. Los crujidos secos de las ramas sonaban en el +profundo silencio como besos; el murmullo del río le parecía a Rafael el +eco lejano de una de esas conversaciones sostenidas con voz +desfallecida, susurrando junto al oído palabras temblorosas de pasión. +En los cañaverales cantaba un ruiseñor débilmente como anonadado por la +belleza de la noche.</p> + +<p>Se deseaba vivir más que nunca; la sangre parecía correr por el cuerpo +más aprisa, los sentidos se afinaban y el paisaje imponía silencio con +su belleza pálida, como esas intensas voluptuosidades que se paladean +con un recogimiento místico. Rafael seguía el camino de siempre, iba +hacia la casa azul.</p> + +<p>Aún duraba en él la vergüenza de su torpeza; si hubiese visto a Leonora +en medio del camino, habría retrocedido con infantil terror; pero la +seguridad de que a aquella hora no podría encontrarla, le daba fuerzas +para seguir adelante. A sus espaldas, sobre los tejados de la ciudad, +habían sonado las doce. Llegaría hasta las tapias de su huerto, entraría +en él si le era posible y permanecería algunos minutos recogido y +silencioso al pie de la casa, adorando las ventanas tras las cuales +dormía la artista.</p> + +<p>Era su despedida. Un capricho de romántico sentimentalismo que se le +había ocurrido al salir de la ciudad y ver los primeros naranjos +cubiertos de aquella flor cuyo perfume había retenido en paciente espera +a la artista durante muchos meses. Leonora no sabría que había estado +cerca de ella, en el huerto silencioso inundado de luna, adorándola por +última vez, despidiéndose con el dolor mudo con que se dice adiós a la +ilusión que se pierde en el horizonte.</p> + +<p>Vio ante él la verja de verdes barrotes, aquella que se había cerrado a +sus espaldas con el estrépito de una injuriosa despedida. Buscó en la +cerca de espinos una brecha que conocía de la época en que rondaba la +casa. La pasó, y sus pies se hundieron en la tierra fina y arenisca de +las calles de naranjos. Sobre las copas de estos aparecía la casa +blanquecina bajo la luna, brillando como plata las canales del tejado y +los antepechos de las ventanas. Todas estaban cerradas: la casa dormía.</p> + +<p>Al ir a avanzar, saltó de entre dos naranjos un bulto negro, cayendo +junto a él con sordo rugido. Era el perro de la alquería, un animal feo +y torvo que mordía antes de ladrar.</p> + +<p>Rafael dio un paso atrás, sintiendo el vaho de aquella boca anhelante y +rabiosa que buscaba hacer presa en sus piernas, pero se tranquilizó al +ver que el perro, tras una corta indecisión, movía bondadosamente la +cola y se limitaba a husmear los pantalones para convencerse de la +identidad de la persona. Le había conocido: agradecía sus caricias; +recordaba la mano pasada automáticamente por el lomo, mientras +conversaba con Leonora en el banco de la plazoleta.</p> + +<p>Le pareció un buen presagio aquel encuentro, y siguió adelante mientras +que el perro volvía a agazaparse en la sombra.</p> + +<p>Avanzaba tímidamente, al amparo de la ancha faja de obscuridad que +proyectaban los naranjos, casi arrastrándose, como un ladrón que teme +caer en una emboscada.</p> + +<p>Salió a la avenida cerca de la plazoleta, y cuando entró en ella +experimentó una impresión de sorpresa al ver la puerta entreabierta, al +mismo tiempo que cerca de él sonaba un grito.</p> + +<p>Se volvió, y en el banco de azulejos, envuelta en la sombra de las +palmeras y los rosales, vio una figura blanca, una mujer que al +incorporarse quedó con el rostro en plena luz: Leonora.</p> + +<p>El joven hubiera querido desaparecer, que se lo tragara la tierra.</p> + +<p>—¡Rafael! ¿Usted aquí?...</p> + +<p>Y los dos quedaron silenciosos frente a frente; él avergonzado, mirando +al suelo; ella contemplándole con cierta indecisión.</p> + +<p>—Me ha dado usted un susto que no se lo perdono—dijo por fin:—¿A qué +viene usted aquí?...</p> + +<p>Rafael no sabía qué contestar. Balbulceaba con una timidez, que +impresionó a Leonora, pero a pesar de su turbación, notó un brillo +extraño en los ojos de la artista, una veladura misteriosa en la voz, +que la transfiguraba.</p> + +<p>—Vamos—dijo Leonora bondadosamente;—no busque usted esas excusas tan +raras... ¿Que venía usted a despedirse sin querer verme? ¿Qué galimatías +es ese? Diga usted sencillamente que es una víctima de esta noche +peligrosa; yo también lo soy.</p> + +<p>Y abarcaba con sus ojos de un brillo lacrimoso, la plazoleta blanca por +la luna; los nevados naranjos y los rosales y palmeras que parecían +negros, destacándose sobre el espacio azul, en el que vibraban los +astros como granos de luminosa arena. Su voz temblaba, tenía una +opacidad suave; acariciaba como terciopelo.</p> + +<p>Rafael, animado por aquella tolerancia, quiso pedir perdón, habló de la +locura que le había expulsado de allí; pero la artista le atajó.</p> + +<p>—No hablemos de aquella infamia, me hace daño recordarla. Queda usted +perdonado, y ya que cae aquí como llovido del cielo, quédese un momento. +Pero... nada de audacias. Ya me conoce usted.</p> + +<p>Y recobrando su viril apostura de amazona, segura de sí misma, volvió al +banco, indicando a Rafael que se sentara al otro extremo.</p> + +<p>—¡Qué noche!... Estoy ebria sin haber bebido. Los naranjos me +emborrachan con su aliento. Hace una hora sentía que mi habitación daba +vueltas, que la cabeza se me iba; la cama me parecía un barco en plena +tempestad. He bajado como otras veces y aquí me tiene usted hasta que el +sueño pueda más que la hermosura de la noche.</p> + +<p>Hablaba con languidez, abandonándose, con temblores de voz y +estremecimientos del pecho, como si la angustiase aquel perfume, +comprimiendo su poderosa vitalidad. Rafael la veía a corta distancia, +blanca, escultural, envuelta en el jaique en que se cubría al pasar de +la cama al baño; lo primero que había encontrado a mano al bajar al +huerto.</p> + +<p>Y bajo la fina lana, delatábanse las tibias redondeces con un perfume de +carne sana, fuerte y limpia que, atravesando la tela, se confundía con +la virginal respiración del azahar.</p> + +<p>—He tenido miedo al verle—continuó con voz lenta y apagada,—un poco +de miedo nada más; la natural sorpresa, y, sin embargo, estaba pensando +en usted en aquel momento. Se lo confieso. Me decía: «¿Qué hará aquel +loco a estas horas?»; y repentinamente se presenta usted aquí como un +aparecido. No podría usted dormir excitado por ese ambiente, y ha venido +a tentar de nuevo la suerte con la misma esperanza que le guiaba otras +veces.</p> + +<p>Hablaba sin su ironía habitual, quedamente, como si conversase con ella +misma. Descansaba con abandono su busto en el respaldo del banco con un +brazo cruzado tras la cabeza.</p> + +<p>Rafael quiso hablar otra vez de su arrepentimiento, de aquel deseo de +arrodillarse ante la casa para pedir mudamente perdón a la que dormía +arriba, pero Leonora le atajó de nuevo.</p> + +<p>—Cállese usted; habla muy fuerte y podrían oírle. Mi tía duerme al otro +lado de la casa, tiene el sueño ligero... Además, no quiero oír nada de +remordimiento y perdón. Eso me trae a la memoria la vergüenza de aquella +mañana. ¿No le dice a usted bastante que yo le permita estar aquí? De +nada quiero acordarme... ¡A callar, Rafael! En silencio se paladea mejor +la belleza de la noche; parece que el campo habla con la luna y el eco +de sus palabras son estas olas de perfume que nos envuelven.</p> + +<p>Y quedó inmóvil y silenciosa con los ojos en lo alto, reflejándose en +sus córneas la luz de la luna con una humedad lacrimosa. Rafael veía de +vez en cuando agitarse su cuerpo con misteriosos estremecimientos, +extenderse sus brazos, cruzándose tras la dorada cabellera con +desperezos que hacían crujir la blanca envoltura, poniendo en voluptuosa +tensión todos sus miembros. Parecía trastornada, enferma, su respiración +anhelante tomaba a veces el estertor del sollozo; inclinaba la cabeza +sobre un hombro y desahogaba su pecho con suspiros interminables.</p> + +<p>El joven callaba obediente, temiendo que el recuerdo de su torpe audacia +surgiera de nuevo en la conversación, sin ánimo para acortar la +distancia que les separaba en el banco. Ella, como si adivinase el +pensamiento de Rafael, hablaba con lentitud del estado anormal en que se +hallaba.</p> + +<p>—No sé qué tengo esta noche. Quiero llorar sin saber por qué; siento en +mí una inexplicable felicidad, y sin embargo prorrumpiría en sollozos. +Es la primavera; ese maldito perfume que es un latigazo para mis +nervios. Creo que estoy loca... ¡La primavera! ¡Mi mejor amiga y no le +debo más que rencores! Si alguna locura he hecho en mi vida, ella ha +sido la consejera... Es la juventud que renace en nosotros; la locura +que nos hace la visita anual... ¡Y yo, fiel siempre a ella; adorándola; +aguardando su llegada cerca de un año en este rincón para verla aparecer +con su mejor traje, coronada de azahar como una virgen, una virgen +malvada que paga mi cariño con golpes!... Mire usted cómo me ha puesto. +Estoy enferma no sé de qué: enferma de exceso de vida; me empuja no sé +dónde; seguramente donde no debo ir... Si no fuese por mi fuerza de +voluntad, caería tendida en este banco. Estoy como los ebrios que hacen +esfuerzos por mantenerse sobre las piernas y marchar rectos.</p> + +<p>Era verdad, estaba enferma. Cada vez sus ojos aparecían más lacrimosos; +su cuerpo, estremecido, parecía encojerse, desplomarse sobre si mismo, +como si la vida, cual un fluido dilatado, buscase escape por todos los +poros.</p> + +<p>Calló de nuevo por mucho rato con la mirada vaga y perdida en el +infinito, y de pronto murmuró como contestando a sus recuerdos:</p> + +<p>—Nadie como él conoció esto. Lo sabía todo, sentía como nadie el +misterio de las ocultas fuerzas de la Naturaleza, y cantó la primavera +como un dios. Hans me lo dijo muchas veces y es verdad.</p> + +<p>Y añadió sin volver la cabeza, con la voz vaga de una sonámbula.</p> + +<p>—Rafael, usted no conoce <i>La Walkyria</i>, ¿verdad?; no ha oído el canto +de la primavera.</p> + +<p>No; el diputado no sabía lo que le preguntaban. Y Leonora, siempre con +los ojos en la luna, la nuca apoyada en sus brazos, que escapaban +nacarados, fuertes y redondos de las caídas mangas, hablaba lentamente, +evocando sus recuerdos, viendo pasar ante su imaginación la escena de +intensa poesía, la glorificación y el triunfo de la Naturaleza y el +amor.</p> + +<p>La cabaña de Hunding, bárbara, con salvajes trofeos y espantosas pieles, +revelando la brutal existencia del hombre apenas posesionado del mundo, +en lucha perpetua con los elementos y las fieras. El eterno fugitivo, +olvidado de su padre; Sigmundo, que así mismo se da por nombre +<i>Desesperación</i>, errante años y años a través de las selvas, acosado por +los animales feroces, que le creen una bestia al verle cubierto de +pieles, descansa por fin al pie del gigantesco fresno que sostiene la +cabaña, y al beber el hidromiel en el cuerno que le ofrece la dulce +Siglinda conoce por primera vez la existencia del Amor, mirándose en sus +cándidos ojos.</p> + +<p>El marido, Hunding, el feroz cazador, se despide de él al terminar la +rústica cena «Tu padre era el Lobo y yo soy de la raza de los cazadores. +Hasta que apunte el día mi casa te protege, eres mi huésped; pero así +que el sol se remonte, serás mi enemigo y combatiremos... Mujer, prepara +la bebida de la noche y vámonos al lecho».</p> + +<p>Y el desterrado queda solo junto al fuego, pensando en su inmensa +soledad. Ni hogar, ni familia, ni la espada milagrosa que le prometió su +padre el Lobo. Y cuando apunte el día, de la cabaña que le cobija, +saldrá el enemigo que ha de darle muerte. El recuerdo de la mujer que +apagó su sed, la chispa de aquellos ojos cándidos, envolviéndole en una +mirada de piedad y amor, es lo único que le sostiene... Ella llega, +después de dejar dormido al feroz compañero. Le enseña en el fresno la +empuñadura de la espada que hundió el dios Wotan: nadie puede +arrancarla; sólo obedecerá a la mano de aquel para quien la ha destinado +el dios.</p> + +<p>Y mientras ella habla, el salvaje errante la contempla extasiado, como +blanca aparición que le revela la existencia en el mundo de algo más que +la fuerza y la lucha. Es el amor que le habla. Lentamente se aproxima; +la abraza, la estrecha contra su pecho, y la puerta se abre a impulsos +de la brisa, y aparece la selva verde y olorosa a la luz de la luna, la +primavera nocturna, radiante y gloriosa, envuelta en su atmósfera de +rumores y perfumes.</p> + +<p>Siglinda se estremece, «¿Quién ha entrado?» Nadie, y sin embargo, un +nuevo ser acaba de penetrar en la cabaña, abatiendo la puerta con su +invisible rodillazo. Y Sigmundo, con la inspiración del amor, adivina +quién es el recién llegado. «Es la Primavera que ríe en el aire en torno +de tus cabellos. Se acabaron las tempestades; terminó la obscura +soledad. El luminoso mes de Mayo, joven guerrero con armadura de flores, +se presenta a dar caza al negro invierno, y en medio de la fiesta de la +Naturaleza regocijada, busca a su amante: la Juventud. Esta noche, en +que te veo por vez primera, es la noche de bodas infinita de la +Primavera y de la Juventud».</p> + +<p>Y Leonora se estremecía, escuchando internamente el murmullo de la +orquesta al acompañar el canto de ternura inspirado por la Primavera; la +vibración de la selva agitando sus ramas entumecidas por el invierno, al +recibir la nueva savia como torrente de vida; y en medio de la iluminada +plazoleta, creía contemplar a Sigmundo y Siglinda, estrechándose en +eterno abrazo, formando un solo cuerpo como cuando los veía desde los +bastidores, vestida de walkyria, esperando la hora de despertar el +entusiasmo del público con su alarido <i>¡Hojotoho!</i></p> + +<p>Sentía la misma tristeza de Sigmundo en la cabaña de Hunding. Sin +familia, sin hogar, errante, buscaba algo en que apoyarse, algo que +estrechar cariñosamente, y sin darse cuenta de sus movimientos, era ella +la que se aproximaba a Rafael, la que había puesto una mano entre las +suyas.</p> + +<p>Estaba enferma. Sollozaba quedamente con una timidez suplicante de niña, +como si la intensa poesía de aquel recuerdo artístico hubiese +quebrantado el débil resto de voluntad que la había mantenido dueña de +sí.</p> + +<p>—No sé qué tengo... Me siento morir... pero con una muerte ¡tan dulce! +¡tan dulce!... ¡Qué locura Rafael! ¡qué imprudencia haberme visto esta +noche!...</p> + +<p>Y abarcaba con una mirada suplicante, como pidiendo gracia, la noche +majestuosa, en cuyo silencio parecía agitarse la vibración de una nueva +vida.</p> + +<p>Adivinaba que algo iba a morir en ella. La voluntad yacía inánime en el +suelo, sin fuerzas para defenderse.</p> + +<p>Rafael también se sentía trastornado. La tenía apoyada en su pecho, una +mano entre las suyas; floja, desmayada, sin voluntad, incapaz de +resistencia, y, sin embargo, no sentía el ardor brutal de aquella +mañana, no osaba moverse por el temor de parecer audaz y bárbaro. Le +invadía una inmensa ternura; sólo ambicionaba pasar horas y horas en +contacto con aquel cuerpo, estrechándolo fuertemente, cual si quisiera +abrirse y encerrar dentro de él a la mujer adorada, como el estuche +guarda la joya.</p> + +<p>La hablaba misteriosamente al oído, sin saber casi lo que decía; +murmuraba en su sonrosada oreja palabras acariciadoras que le parecían +dichas por otro y le estremecían al decirlas con escalofríos de pasión.</p> + +<p>Sí, era verdad; aquella noche era la soñada por el gran artista: la +noche de bodas del arrogante Mayo con su armadura de flores y la +sonriente Juventud. El campo se estremecía voluptuosamente bajo la luz +de la luna; y ellos, jóvenes, sintiendo el revoloteo del amor en torno +de sus cabellos estremecidos hasta la raíz, ¿qué hacían allí, ciegos +ante la hermosura de la noche, sordos al infinito beso que resonaba en +torno de sus cabezas?</p> + +<p>—¡Leonora! ¡Leonora!—gemía Rafael.</p> + +<p>Se había deslizado del banco: estaba casi sin saberlo, arrodillado ante +ella, agarrado a sus manos y avanzaba el rostro, sin atreverse a llegar +hasta su boca.</p> + +<p>Y ella, echando atrás el busto con desmayo, murmuraba débilmente con un +quejido de niña:</p> + +<p>—No, no: me haría daño... me siento morir.</p> + +<p>—Los dos en uno—continuaba el joven, con sorda exaltación,—unidos +para siempre; mirándose en los ojos como en un espejo; repitiendo sus +nombres con la entonación de una estrofa; morir así si era preciso para +librarse de la murmuración de la gente. ¿Qué les importaba a ellos el +mundo y sus opiniones?</p> + +<p>Y Leonora, cada vez más débil, seguía negándose.</p> + +<p>—No, no;... tengo vergüenza. Un sentimiento que no puedo definir.</p> + +<p>Y así era. El dulce estertor de la naturaleza bajo el beso primaveral, +aquel intenso perfume de la flor emblema de la virginidad, la +transfiguraba. La loca, la aventurera de accidentada historia, entrada +en el placer por el empujón de la violencia, sentía por primera vez +rubor en los brazos de un hombre; experimentaba la alarma de la virgen +al contacto del macho, la misma agitación que impulsa a la doncella a +entregarse entre estremecimientos de miedo a lo desconocido. La +naturaleza, al embriagarla abatiendo su resistencia, parecía crear una +virginidad extraña en aquel cuerpo fatigado por el placer.</p> + +<p>—¡Dios mío! ¿qué es esto?... ¿Qué me pasa? Debe ser el amor; un amor +nuevo que no conocía... Rafael... ¡Rafael mío!</p> + +<p>Y llorando dulcemente, oprimía entre sus manos la cabeza del joven, +apretaba su boca contra la suya, echándose después atrás, con los ojos +extraviados, enloquecida por el contacto de los labios.</p> + +<p>Estrechamente abrazados habían caído sobre el banco. El jardín rumoroso +les servía de cámara nupcial: la luna les dejaba en la discreta sombra.</p> + +<p>—¡Por fin!—murmuró ella—lograste tu deseo. Tuya... pero para siempre. +Te quería antes, pero ahora te adoro... Por primera vez lo digo con toda +mi alma.</p> + +<p>Rafael, impulsado por la dicha, tuvo un arranque de generosidad. +Necesitaba darlo todo.</p> + +<p>—Sí; mía para siempre. No temas entregarte, hacerme feliz... Me casaré +contigo.</p> + +<p>En medio de su embriaguez vio cómo la artista abría con extrañeza sus +ojos, cómo pasaba por su boca una sonrisa triste.</p> + +<p>—¡Casarnos! ¿y para qué?... Eso es para otros. Quiéreme mucho, niño +mío, ámame cuanto puedas... Yo sólo creo en el Amor.</p> + + + +<h3><a id="Vb"></a>V</h3> + + +<p>—Pero bebé, ¿cuándo llegamos a la isla?... Me fatiga estar en este +banco, lejos de ti, viendo esos bracitos míos, cómo se cansan de tanto +darle a los remos. ¡Un beso!... ¡aunque te enfades! Eso te refrescará.</p> + +<p>Y poniéndose en pie, Leonora dio dos pasos en la blanca barca, +imprimiéndola un fuerte balanceo, y besó varias veces a Rafael, que +soltando los remos se defendía entre risas.</p> + +<p>—¡Loca! Así no llegaremos nunca. Con descansos como estos se hace poco +camino, y yo te he prometido llevarte a la isla.</p> + +<p>Volvió a encorvarse sobre los remos bogando por el centro del río, sobre +las aguas que temblaban reflejando la luna, como si quisiera que la +arboleda de ambas orillas gozase por igual en la contemplación de la +amorosa escapatoria.</p> + +<p>Había sido un capricho de la artista, un deseo repetido en sus visitas a +la casa azul, unas veces por la tarde en presencia de doña Pepa y la +doncella, y todas las noches pasando por la brecha de la cerca, donde ya +le esperaban en la obscuridad los desnudos brazos de Leonora, aquella +boca fresca que se adhería con furor a la suya como si quisiera +absorberle.</p> + +<p>Llevaba más de una semana de dulce embriaguez. Jamás había creído que la +vida fuese tan hermosa. Vivía en una dulce inconsciencia. La ciudad no +existía para él. Le parecían fantasmas todos los que le rodeaban; su +madre y Remedios eran como seres invisibles a cuyas palabras contestaba +sin tomarse el trabajo de levantar la cabeza para verlas.</p> + +<p>Pasaba los días agitado por el vehemente deseo de que llegase pronto la +noche, que terminase la cena en familia, para subir a su cuarto y salir +después cautelosamente, apenas quedaba silenciosa la casa, con la calma +del sueño.</p> + +<p>No adivinaba la extrañeza que esta conducta debía producir en su madre, +al ver cerrado su cuarto toda la mañana mientras él dormía con la fatiga +de una noche de amor. No se fijaba en el rostro ceñudo de doña Bernarda, +cansada ya de preguntarle si estaba enfermo y de oír la misma respuesta:</p> + +<p>—No, mamá; es que trabajo de noche; un estudio importante.</p> + +<p>La madre tenía que contenerse para no gritar: ¡Mentira! por dos noches +había subido a su cuarto, encontrando cerrada la puerta y obscuro el ojo +de la cerradura. Su hijo no estaba allí. Le vigilaba, y todos los días +poco antes del amanecer, escuchaba cómo abría suavemente la puerta de la +calle y subía las escaleras quedamente, tal vez descalzo.</p> + +<p>La austera señora callaba amontonando en silencio su indignación, +lamentándose ante don Andrés de aquel retoñamiento de locura que +trastornaba sus planes. El consejero vigilaba al joven por medio de sus +numerosos devotos que le seguían cautelosamente por la noche hasta la +casa azul.</p> + +<p>—¡Qué escándalo!—exclamaba doña Bernarda.—¡De noche también! ¡Acabará +por traerla a esta casa! ¿Pero es que esa boba de doña Pepita no ve nada +de esto?</p> + +<p>Y Rafael, insensible al ambiente de indignación que se formaba en torno +de él; sin dignarse siquiera dirigir una palabra, una mirada a la pobre +Remedios que, cabizbaja como una cabrita enfurruñada, parecía llorar el +recuerdo de aquellos paseos regocijados bajo la vigilancia de doña +Bernarda.</p> + +<p>El diputado no veía nada fuera de la casa azul; le cegaba su felicidad. +Lo único que le molestaba era tener que ocultarla, no poder hacer +pública su dicha para que se enterasen de ella todos sus admiradores.</p> + +<p>Hubiera querido transportarse de un golpe a la decadencia romana, donde +los amores de los poderosos tomaban la majestad de la pública adoración.</p> + +<p>—¡Qué me importa lo que murmuren!—decía una noche en el dormitorio de +Leonora a donde subía cautelosamente todas las noches.—Mira si te +quiero, que desearía ver a toda esa gente prestándote adoración. +Quisiera poder cogerte en brazos así como estás, casi desnuda, y en +pleno mediodía presentarme en el puente del Arrabal ante la muchedumbre +embobada por tu belleza: «¿Soy o no soy vuestro jefe? Pues si lo soy, +adorad a esta mujer que es mi alma y sin la cual no puedo vivir. El +afecto que me tengáis a mí, partidlo para que también sea de ella». Y lo +haría, a ser posible, tal como lo digo.</p> + +<p>—Loco... nene adorable—decía ella cubriéndole la cara de besos, +acariciando la negra barba con su boca suave y estremecedora.</p> + +<p>Y en una de estas entrevistas, donde las palabras se interrumpían con +repentinos impulsos de pasión y las frases se cortaban con un salto de +bestia en celo, ahogándose entre las bocas juntas y los pechos oprimidos +por el abrazo, fue cuando Leonora manifestó su capricho.</p> + +<p>—Me ahogo aquí dentro. Me repugna acariciarte entre cuatro paredes, +junto a una cama vulgar, como un amante de momentáneo capricho. Esto es +indigno de ti. Eres el amor que vino a buscarme en la más hermosa de las +noches. Al aire libre me gusta más; el amor es fresco y puro en medio +del campo. Te veo más hermoso y yo me siento más joven.</p> + +<p>Y recordando las expediciones río abajo que tantas veces le había +relatado Rafael en sus conversaciones de amigo, aquella isleta con sus +cortinas de juncos, los sauces inclinándose sobre el agua y el ruiseñor +cantando oculto, le preguntaba, ansiosa:</p> + +<p>—¿Qué noche me llevas? Es un capricho, una locura; pero ¿para qué +existe el Amor, sino para hacer alegres disparates que endulcen la +vida?... Llévame en tu barca; ella que te condujo aquí nos trasladará a +esa isla encantada; nos amaremos toda una noche al aire libre.</p> + +<p>Y Rafael, que se sentía halagado por la idea de pasear su amor río +abajo, al través de la campiña dormida, desamarró su barca a media noche +bajo el puente del Arrabal, llevándola hasta un cañar inmediato al +huerto de Leonora.</p> + +<p>Una hora después atravesaban la brecha, cogidos del brazo, riendo de +aquella escapatoria de colegiales traviesos, estrechándose el uno contra +otro, turbando con besos ruidosos e insolentes el majestuoso silencio +del campo.</p> + +<p>Se embarcaron, y la lancha, impulsada por la corriente, guiada por los +remos de Rafael, comenzó a descender el Júcar arrullada por el susurro +de las aguas al deslizarse por las altas riberas de barro, cubiertas de +cañaverales que se inclinaban formando misteriosos escondrijos.</p> + +<p>Leonora palmoteaba de alegría. Se echaba sobre la nuca la blonda con que +había cubierto su cabeza, desabrochaba su ligero gabán de viaje y +aspiraba con delicia el airecillo húmedo y algo pegajoso que rizaba la +superficie del río. Su mano se estremecía acariciando el agua.</p> + +<p>¡Qué hermosa resultaba la escapatoria! Solos y errantes, como si el +mundo no existiera; como si toda la naturaleza fuese para ellos; pasando +por cerca de las alquerías dormidas, dejando atrás la ciudad, sin que +nadie se diera cuenta de aquel amor que, en su entusiasmo, se +desbordaba, saliendo del misterioso escondrijo para tener por testigos +el cielo y el campo. Leonora hubiese querido que la noche no terminase +nunca; que aquella luna menguante, que parecía partida de un sablazo, se +detuviera eternamente en el cielo para envolverles en su luz difusa y +mortecina; que el río no tuviese fin y la barca flotase y flotase hasta +que anonadados ellos de tanto amar, exhalasen el resto de su vida en un +beso tenue como un suspiro.</p> + +<p>—¡Si supieras cuánto te agradezco este paseo!... Rafael, estoy +contenta. Nunca he tenido una noche como esta. ¿Pero dónde está tu isla? +¿Nos hemos extraviado como en la noche de la inundación?</p> + +<p>No; llegaban a la isla donde muchas veces había pasado las tardes +Rafael, oculto en los matorrales, aislado por el agua, soñando con ser +uno de aquellos aventureros de las praderas vírgenes o de los inmensos +ríos americanos, cuyas peripecias seguía en las novelas de Fenimore +Cooper y Maine Reid.</p> + +<p>Un pequeño río tributario se unía al Júcar desembocando mansamente bajo +una aglomeración de cañas y árboles; un arco triunfal de follaje. Y en +la confluencia de las dos corrientes emergía la isla, una pequeña +extensión de terreno casi al ras del agua, pero fresca, verde y +perfumada como un ramillete acuático, con espesos haces de juncos sobre +los cuales zumbaban de día los insectos de oro, y unos cuantos sauces +que inclinaban sobre el agua sus finas cabelleras formando bóvedas +sombrías, bajo las cuales se deslizaba la barca.</p> + +<p>Los dos amantes entraron en la obscuridad. La cortina de ramas les +ocultaba el río; la luna apenas si podía filtrar alguna lágrima de luz +por entre el ramaje de los sauces.</p> + +<p>Leonora se sintió intimidada por aquel ambiente de cueva lóbrego y +húmedo. Invisibles animales caían en el agua con sordo chapoteo al +sentir la proa de la barca cabeceando sobre el barro de la ribera. La +artista se agarraba nerviosamente al brazo de su amante.</p> + +<p>—No tengas miedo—murmuró Rafael.—Apóyate y salta... Poco a poco. ¿No +querías oír al ruiseñor? Ahí le tenemos, escucha.</p> + +<p>Era verdad. En uno de los sauces, al otro lado de la isla, el misterioso +pájaro oculto lanzaba sus trinos, sus vertiginosas cascadas de notas, +deteniéndose en lo más vehemente del torbellino musical, para filar un +quejido dulce e interminable como un hilo de oro que se extendía en el +silencio de la noche sobre el río que parecía aplaudirle con su sordo +murmullo.</p> + +<p>Los amantes avanzaban entre los juncos, encorvándose, titubeando antes +de dar un paso, temiendo el chasquido de las ramas bajo sus pies. La +continua humedad había cubierto la isla de una vegetación exuberante. +Leonora hacía esfuerzos por contener su risa de niña, al sentirse con +los pies apresados por las marañas de juncos y recibir las duras +caricias de las ramas que se encorvaban al paso de Rafael, y recobrando +su elasticidad la golpeaban el rostro.</p> + +<p>Pedía auxilio con apagada voz, y Rafael, riendo también, la tendía la +mano, arrastrándola hasta el pie del árbol donde cantaba el ruiseñor.</p> + +<p>Calló el pájaro adivinando la presencia de los amantes. Oyó sin duda el +ruido de sus cuerpos al caer al pie del árbol, las palabras tenues +murmuradas al oído.</p> + +<p>Reinaba el gran silencio de la naturaleza dormida, ese silencio +compuesto de mil ruidos que se armonizan y funden en la majestuosa +calma: susurro del agua, rumor de las hojas, misteriosas vibraciones de +seres ocultos, imperceptibles, que se arrastran bajo el follaje o abren +pacientemente tortuosas galerías en el tronco que cruje.</p> + +<p>El ruiseñor volvió a cantar con timidez, como un artista que teme ser +interrumpido. Lanzó algunas notas sueltas con angustiosos intervalos, +como entrecortados suspiros de amor; después fue enardeciéndose poco a +poco, adquiriendo confianza, y comenzó a cantar, acompañado por el +murmullo de las hojas agitadas por la blanda brisa.</p> + +<p>Embriagábase a sí mismo con su voz; sentíase arrastrado por el vértigo +de sus trinos; parecía vérsele en la obscuridad hinchado, jadeante, +ardiente, con la fiebre de su entusiasmo musical. Entregado a sí mismo; +arrebatado por la propia belleza de su voz, no oía nada, no percibía el +incesante crujir de la maleza, como si en la sombra se desarrollara una +lucha, los bruscos movimientos de los juncos, agitados por misterioso +espasmo, hasta que un doble gemido brutal, profundo, como arrancado de +las entrañas de alguien que se sintiera morir, hizo enmudecer asustado +al pobre pájaro.</p> + +<p>Un largo espacio de silencio. Abajo despertaban los dos amantes +estrechamente abrazados en el éxtasis todavía de aquel canto de amor.</p> + +<p>Leonora apoyaba su despeinada cabeza en el hombro de Rafael. Acariciaba +su cuello con la anhelante y fatigada respiración que agitaba su pecho. +Murmuraba junto a su oído frases incoherentes, en las que aún vibraba la +emoción.</p> + +<p>¡Qué feliz se sentía allí! Todo llega para el amor. Muchas veces en su +época de resistencia, al contemplar por la noche desde su balcón aquel +río que serpenteaba a través de la campiña dormida, había pensado con +delicia en un paseo por el inmenso jardín del brazo de Rafael, en +deslizarse por el Júcar, llegando hasta la isla.</p> + +<p>—Mi amor es ya antiguo—murmuraba al oído de Rafael.—¿Crees tú que +sólo te quiero desde la otra noche? Te adoro desde hace mucho tiempo, +mucho... ¡Pero no vaya usted a ponerse por esto orgulloso, señorito +mío!... No sé como comenzó: creo que fue cuando estabas en Madrid. Al +verte de nuevo comprendí que estaba perdida. Si me resistí, es porque +estaba en mi sana razón; porque veía claro. Ahora estoy loca y lo he +echado todo a rodar. Dios sea con nosotros... Pero aunque venga lo que +venga, quiéreme mucho, Rafael; júrame que me querrás. Sería una crueldad +huir después de haberme despertado.</p> + +<p>Y se apretaba con cierto terror contra el pecho de Rafael, hundía las +manos en el cabello del joven, echaba atrás su cabeza para pasear su +boca ávida por toda la cara, besándole en los ojos, en la frente, en la +boca, mordiéndole la nariz y la barba suavemente, pero con una +vehemencia cariñosa que arrancaba ligeros gritos a Rafael.</p> + +<p>—¡Loca!—murmuraba sonriendo.—¡Que me haces daño!</p> + +<p>Leonora le miraba fijamente con aquellos ojazos que brillaban en la +sombra con el fulgor de una fiera en celo.</p> + +<p>—Te devoraría—murmuraba con voz grave que parecía un rugido +lejano.—Siento impulsos de comerte, mi cielo, mi rey, mi dios... ¿Qué +me has dado, di, niño? ¿cómo has podido enloquecerme, haciéndome sentir +lo que nunca había sentido?</p> + +<p>Y de nuevo caía sobre él agarrando su cabeza, oprimiéndola con furia +sobre su robusto y firme pecho, en cuyas desnudeces se perdía la +anhelante boca de Rafael, poseído también de avidez rabiosa.</p> + +<p>—Ya no canta el ruiseñor—murmuraba el joven.</p> + +<p>—¡Ambicioso!—decía riendo quedamente la artista.—¿Ya quieres oírle de +nuevo?...</p> + +<p>Callaban los dos, estrechamente abrazados, formando un solo cuerpo, +trastornados por el ambiente de poesía con que les rodeaba la noche.</p> + +<p>Otra vez comenzaron a resonar entre las altas ramas las notas sueltas, +los lamentos tiernos del solitario pájaro, llamando al amor invisible. Y +familiarizado con los extraños rumores que aquella noche poblaban la +isla y que llegaban de nuevo hasta él como bocanadas de lejano incendio, +se lanzó en una carrera loca de trinos, cual si se sintiera espoleado +por la voluptuosidad de la noche y fuese a reventar de fatiga, cayendo +del árbol su envoltura de pluma como un saco vacío después de haber +derramado su tesoro de notas.</p> + +<p>Rafael se estremeció en los brazos de su amante como si despertase.</p> + +<p>—Debe ser tarde. ¿Cuántas horas estamos aquí?</p> + +<p>—Sí, muy tarde—contestó Leonora con tristeza.—Las horas de placer van +siempre al galope.</p> + +<p>La obscuridad era densa: había desaparecido la luna. Cogidos de la mano, +guiándose a tientas, llegaron a la barca y el chapoteo de los remos +comenzó a sonar río arriba sobre la negra corriente.</p> + +<p>El ruiseñor cantaba en el sauce melancólicamente, como saludando una +ilusión que se aleja.</p> + +<p>—Mira, mi vida—dijo Leonora.—El pobrecito nos despide. Oye como nos +dice adiós.</p> + +<p>Y súbitamente, en su fatigado desaliento, anonadada y muelle por la +noche de amor, sintió la llama del arte, estremeciéndola de pies a +cabeza.</p> + +<p>Venía a su memoria el himno que en <i>Los Maestros Cantores</i> entona el +buen pueblo de Nuremberg viendo en el estrado del certamen a Hans Sachs, +su cantor popular, bondadoso y dulce como el Padre Eterno. Era la +canción que el poeta menestral, el amigo de Alberto Durero, escribió en +honor de Lutero al iniciarse la gran revolución: y la artista, puesta de +pie en la popa, saludando con su sonrisa al ruiseñor, comenzó a cantar:</p> + +<p class="poem"> +<span style="margin-left: 2em;"><i>Sorgiam, che spunta il dolce albor,</i></span><br> +<span style="margin-left: 2em;"><i>Cantar ascolto in mezzo ai fior</i></span><br> +<span style="margin-left: 2em;"><i>Voluttuoso un usignuol</i></span><br> +<span style="margin-left: 2em;"><i>Spiegando a noi l’amante vol!...</i></span></p> + +<p>Su voz ardorosa y fuerte parecía hacer temblar la negra superficie del +río; se extendía en ondas armoniosas por los campos, perdíase en la +frondosidad de la lejana isla, desde donde contestaba como un suspiro +lejano el trino del ruiseñor. Imitaba, esforzándose, la majestuosa +sonoridad del coro wagneriano; remedaba con murmullos a flor de labio el +rumoroso acompañamiento de la orquesta, y Rafael batía el agua con sus +remos al compás de la melodía piadosa y entusiasta con que el gran +maestro había impetrado el favor de la poesía popular, saludando la +aparición de la Reforma.</p> + +<p>Iban río arriba, luchando contra la corriente. Rafael se doblaba sobre +los remos, moviendo sus brazos nerviosos como resortes de acero. Llevaba +la barca por cerca de la orilla, donde la corriente era menos viva y las +ramas rozaban las cabezas de los amantes, mojando la cara de la artista +con el rocío depositado en sus hojas. Muchas veces se hundía la barca en +una de aquellas bóvedas de verdura, abriéndose paso lentamente entre las +plantas acuáticas, y el follaje temblaba con el impulso armonioso de +aquella voz vibrante y poderosa como gigantesca campana de plata.</p> + +<p>Aún no llegaba el día, no <i>spuntaba il dolce albor</i> de la canción de +Hans Sachs, pero se adivinaba que de un momento a otro comenzaría a +clarear en el cielo la faja sonrosada del amanecer.</p> + +<p>Rafael hacía esfuerzos para llegar cuanto antes, animado por la voz de +Leonora, que marcaba el compás a los remos. Su canto sonoro parecía +despertar la campiña. En una alquería se iluminaba una ventana. Rafael +creyó varias veces oír en la ribera, a lo largo de los cañaverales, +ruido de cañas tronchadas, pasos cautelosos de gente que les seguía.</p> + +<p>—Calla, alma mía. No cantes; te van a conocer. Adivinarán quién eres.</p> + +<p>Llegaron al ribazo donde habían embarcado. Leonora saltó a tierra; +quería ir sola hasta casa; se separarían allí. Y la despedida fue dulce, +lenta, interminable.</p> + +<p>—Adiós, amor; un beso. Hasta mañana... no, hasta luego.</p> + +<p>Se alejaba algunos pasos ribazo arriba, y volvía de repente buscando los +brazos de su amante.</p> + +<p>—Otro, príncipe mío... el último.</p> + +<p>Era la eterna despedida de amor; arrancarse con nervioso impulso de los +brazos para volver al momento con la angustia de la separación.</p> + +<p>Comenzaba a clarear el día. No cantaba la alondra, como en el jardín de +Verona anunciando el alba a los amantes de Shakespeare; pero comenzaba a +oírse el chirrido lejano de los carros en los caminos de la campiña, y +una canción perezosa y soñolienta entonada por una voz infantil.</p> + +<p>—Adiós, Rafael... Ahora sí que es el último. Nos van a sorprender.</p> + +<p>Y recogiéndose el abrigo subió de un salto al ribazo, saludándole por +última vez con el pañuelo.</p> + +<p>Rafael remó río arriba hacia la ciudad. Aquel viaje a solas, cansado y +luchando contra la corriente, fue lo peor de la noche.</p> + +<p>Cuando amarró su barca cerca del puente era ya de día. Se abrían las +ventanas de las casas vecinas al río; pasaban por el puente los carros +cargados de vituallas para el mercado y las filas de hortelanas con +grandes cestas en la cabeza. Toda aquella gente miraba con interés al +diputado. Vendría de pasar la noche pescando. Se lo decían unos a +otros, a pesar de que en la barca no se veía ningún útil de pesca. +Envidiaban a la gente rica que puede dormir de día y entretener su +tiempo como mejor le parece.</p> + +<p>Rafael saltó a tierra molestado por la curiosidad de los grupos. Pronto +estaría enterada su madre.</p> + +<p>Al subir al puente con paso tardo y perezoso, muertos los brazos por sus +esfuerzos de remero, oyó que le llamaban.</p> + +<p>Don Andrés estaba allí mirándole con sus ojillos de color de aceite que +brillaban entre las arrugas con una expresión de autoridad.</p> + +<p>—Me has dado la gran noche, Rafael. Sé dónde has estado. Vi anoche cómo +te embarcaste con esa mujer, y no han faltado amigos que os han seguido +para saber dónde ibais. Habéis estado en la isla toda la noche; esa +mujer cantaba sus cosas como una loca... Pero ¡rediós! ¿es que no hay +casas en el mundo? ¿es que os divertís así más, paseando a cielo abierto +vuestro enredo para que todo Cristo se entere?</p> + +<p>Y el viejo se indignaba de veras, como libertino rústico y ducho que +adoptaba toda clase de precauciones para no comprometerse en sus +<i>debilidades</i> con la chiquillería de los almacenes de naranja. Sentía +furor y tal vez envidia al ver aquella pareja sin miedo a la +murmuración, inconsciente ante el peligro, burlándose de toda prudencia, +ostentando su pasión con la insolencia de la dicha.</p> + +<p>—Además, tu madre lo sabe todo. Estas noches ha sorprendido tus +escapatorias, ha visto que no estabas en tu cuarto. La vas a matar de un +disgusto.</p> + +<p>Y con la severidad de un padre, hablaba de la desesperación de doña +Bernarda; el porvenir de la casa en peligro, el compromiso con Don +Matías, la palabra dada, la hija esperando la prometida boda.</p> + +<p>Rafael callaba, caminando como un autómata, irritado por aquella charla +que le traía a la memoria todas las obligaciones molestas de su vida. +Sentía el enojo del que se ve despertado por un criado torpe en mitad de +un dulce ensueño. Aún llevaba en sus labios la huella de los besos de +Leonora; todo su cuerpo estaba impregnado de su dulce calor; ¡y aquel +viejo venía a hablarle del deber, de la familia, del qué dirán, sin +acordarse para nada del amor! ¡como si el amor no fuese nada en la vida! +Aquello era un complot contra su dicha, y sentía que un impulso de lucha +y de revuelta agitaba su voluntad.</p> + +<p>Habían llegado frente a la gran casa de Brull. Rafael buscaba con su +llave la cerradura.</p> + +<p>—Y bien—dijo el viejo irritado,—¿qué dices tú a todo esto? ¿Qué +piensas hacer? Contesta; pareces mudo.</p> + +<p>—Yo—repuso el joven con energía—yo haré lo que mejor me parezca.</p> + +<p>Don Andrés se estremeció. ¡Ay, cómo le habían cambiado a su Rafael!... +Aquella chispa agresiva, arrogante, belicosa, que brillaba en sus ojos, +no la había visto nunca.</p> + +<p>—Rafael, ¿así me contestas? ¡A mí, que te he visto nacer! ¡A mí, que +te quiero como te quería tu padre!</p> + +<p>—Soy ya mayor de edad. No quiero tolerar más esta comedia de ser +personaje en la calle y un chiquillo en casa. Guárdese los consejos para +cuando los pida. Buenos días.</p> + +<p>Al subir la escalera vio en el primer rellano en la penumbra de la casa +cerrada, sin otra luz que la de las rendijas de las ventanas, a su +madre, erguida, ceñuda, tempestuosa, como una imagen de la justicia.</p> + +<p>Pero Rafael no vaciló. Siguió subiendo los peldaños, sin recatarse, sin +temblar cual otras veces; como el señor que ha estado ausente mucho +tiempo y entra arrogante en la casa que es suya.</p> + + + +<h3><a id="VIb"></a>VI</h3> + + +<p>—Dice usted bien, Andrés. Rafael no es mi hijo; me lo han cambiado. Esa +perdida ha hecho de él otro hombre. Peor, mil veces peor que su padre. +Loco por esa mujer; capaz de pasar por encima de mí si le separo de +ella. Usted se queja de su falta de respeto; ¿pues y yo?... Se hubiera +avergonzado usted viéndole. La otra mañana al entrar en casa me trató +igual que a usted. Pocas palabras, pero buenas. El hará lo que quiera, o +lo que es lo mismo, seguirá con esa mujer hasta que se canse o reviente +de una indigestión de pecados como su padre... ¡Dios mío! ¿y para esto +he sufrido yo? ¿para esto me he sacrificado años y más años queriendo +hacer de él un grande hombre?</p> + +<p>La austera doña Bernarda, vencida en su autoridad por la rebeldía tenaz +del hijo, lloraba hablando con su íntimo confidente. En sus lágrimas de +dolor maternal había también algo del despecho de mujer autoritaria, al +ver en la propia casa una voluntad que se rebelaba, colocándose por +encima de la suya.</p> + +<p>Relataba a don Andrés entre suspiros la vida de su hijo en aquellos +días, desde que había adquirido su independencia. Ya no se recataba +para pasar la noche fuera de casa. Volvía después de amanecer, y por la +tarde con el bocado en la boca, como ella decía, emprendía de nuevo el +camino de la casa azul apresuradamente, como si le faltase el tiempo +para ver a aquella condenada.</p> + +<p>La misma fiebre de su padre, el mismo ardor loco que consumiría +rápidamente su cuerpo. No había más que verle, descolorido, con una +palidez amarillenta, tirante la piel de la cara como si fuese a marcar +con fidelidad enfermiza los relieves del hueso; sin más animación que +aquel fuego que brillaba en sus ojos como una chispa de loca alegría. +¡Oh familia desgraciada! ¡todos iguales!...</p> + +<p>La madre hacía esfuerzos para ocultar la verdad a Remedios. ¡Pobre +muchacha! Triste, cabizbaja, sin poder explicarse el repentino +alejamiento de Rafael.</p> + +<p>Convenía ocultar el suceso, y esto es lo que limitaba la cólera de doña +Bernarda en sus rápidas entrevistas con el hijo.</p> + +<p>Tal vez podría sobrevenir un arreglo, algo inesperado que deshiciese +aquella maléfica influencia sobre Rafael, y con esta esperanza hacía +esfuerzos para que Remedios y su padre no se dieran cuenta de lo que +ocurría; fingía contento en presencia de ellos, inventaba mil pretextos +de estudios, preocupaciones y hasta enfermedades para justificar la +conducta de su hijo.</p> + +<p>Pero la desconsolada señora temía a la gente que la rodeaba; aquella +curiosidad de ciudad pequeña, aburrida en su monotonía, siempre alerta, +a la caza de un nuevo suceso para gozar el placer de la murmuración.</p> + +<p>Se esparcía rápidamente la noticia de aquellos amores: circulaba de boca +en boca, considerablemente aumentado, el relato de la expedición por el +río, los paseos por entre los naranjos; las noches que pasaba Rafael en +la casa de doña Pepita, entrando a obscuras y descalzo como un ladrón; +las siluetas de los amantes, destacándose en la ventana del dormitorio, +abrazados por el talle, contemplando la noche: todo visto por gentes +dedicadas por voluntad al espionaje, para poder decir «yo lo he +presenciado» y que pasaban la noche ocultos en un ribazo, emboscados +tras una cerca para sorprender al diputado, a la ida o la vuelta de sus +citas de amor.</p> + +<p>Los hombres, en los cafés o en el casino envidiaban a Rafael, comentando +con ojos brillantes su buena suerte. Aquel chico había nacido de pie. +Pero luego en sus casas unían su voz severa al coro de mujeres +indignadas. ¡Qué escándalo! ¡Un diputado, un personaje que debía dar +ejemplo! Aquello era burlarse de la ciudad. Y cuando el general rumor de +protesta llegaba hasta doña Bernarda, ésta elevaba las manos con +desesperación. ¿Dónde irían a parar? Su hijo quería perderse.</p> + +<p>Don Matías, el rústico millonario, callaba, y en presencia de doña +Bernarda fingía ignorarlo todo. Su interés por emparentar con la familia +Brull le hacía ser prudente. El también esperaba que pasaría aquello, +una ceguera de joven, y creyéndose investido de la autoridad de padre, +intentó dar algunos consejos a Rafael al encontrarle en la calle. Pero +tuvo que desistir a las pocas palabras, intimidado por la mirada altiva +del joven. Creyó por un momento que aún era el pobre cultivador de +naranjos de otro tiempo y que se hallaba en presencia de aquel Don Ramón +majestuoso como un gran señor.</p> + +<p>Rafael se defendía con el silencio y la altivez. No necesitaba consejos, +pero ¡ay! cuando llegaba por la noche a la casa de su amada, cuando se +veía en aquel dormitorio que parecía exhalar el mismo perfume de +Leonora, como si hubiera absorbido en sus muebles y cortinas la esencia +de su cuerpo, sentía los efectos de aquella murmuración encarnizada, de +la curiosidad de toda una población fija en ellos.</p> + +<p>Eran solos los dos contra mucha gente; se abandonaban con el plácido +impudor de los antiguos idilios en medio de la monotonía de una vida +estrecha, en la que la murmuración era el más apreciado de los talentos.</p> + +<p>Leonora estaba triste. Sonreía como siempre, le halagaba con la misma +adoración que si fuese un ídolo, se mostraba juguetona y alegre, pero en +los momentos de calma, cuando creía no ser observada, sorprendía Rafael +en su boca una contracción de amargura, veía pasar por sus ojos obscuros +relámpagos, como reflejo de penosos pensamientos.</p> + +<p>Una noche le habló con regocijo de lo que la gente decía de ellos. Todo +se sabía en aquella ciudad. Hasta la casa azul llegaba el eco de las +murmuraciones. La hortelana la había recomendado bondadosamente que no +pasease mucho por el río: podía pillar unas tercianas. En el mercado +sólo se hablaba de aquel paseo nocturno por el Júcar; el diputado, +sudoroso, encorvado sobre los remos, y ella despertando con sus +canciones extrañas a la gente de las alquerías. ¡Lo que decían aquellos +maldicientes!... Y ella reía, pero con risa ruidosa, agitada por +estremecimientos nerviosos; con una risa que sonaba a falsa; sin una +palabra de queja.</p> + +<p>Rafael sufría recordando que ya había adivinado ella esta situación +cuando se resistía a su amor. Admiraba su resignación viendo que no +profería ninguna palabra de queja, que fingía regocijo, ocultando lo que +la gente decía. ¡Ah, los miserables! ¿Qué mal les había hecho aquella +mujer? Amarle, entregarse a él haciéndole la regia limosna de su cuerpo. +Y el diputado comenzaba a odiar su ciudad, viendo que devolvía con +infames insultos el bien y la felicidad que él gozaba.</p> + +<p>Otra noche Leonora le recibió con una sonrisa que daba miedo. Se +esforzaba por parecer alegre, intentaba aturdirse, abrumando a su amante +con una charla graciosa y ligera; pero de repente se abandonó, no pudo +más, y en mitad de una caricia rompió a llorar, cayó en un diván agitada +por los sollozos.</p> + +<p>—¿Qué tienes? ¿Qué ocurre?...</p> + +<p>Pero ella no podía contestar, sofocada por el llanto, hasta que por fin, +con las palabras sacudidas por un hipo doloroso, comenzó a hablar, +abatida, inerte, ocultando en un hombro de su amante su rostro bañado en +lágrimas.</p> + +<p>No podía más; el martirio resultaba abrumador, le era imposible fingir +por más tiempo. Conocía como él lo que hablaban en la ciudad de aquellas +entrevistas. Les espiaban tal vez a todas horas; en los caminos +inmediatos al huerto había gente emboscada con la esperanza de ver algo +nuevo. Su amor, tan dulce, tan joven, era motivo de risa, tema de +diversión para las malas lenguas que la escarnecían como a una +mujerzuela de la acera, porque había sido buena con él, porque la había +faltado crueldad para presenciar impasible las torturas de una juventud +apasionada... Pero con ser tan molesto este odio de la gran masa +escandalizada, ella no sentía miedo ni indignación: lo despreciaba. +¡Ay!, pero quedaban los otros, los íntimos de Rafael, sus amigos, su +familia... su madre.</p> + +<p>Leonora calló un momento, como esperando el efecto de sus últimas +palabras, intimidada un poco al hablar a Rafael de su familia, +mezclándola en sus lamentaciones. El joven temblaba, presintiendo algo +terrible. Doña Bernarda no era capaz de permanecer inactiva y resignada +ante la rebeldía de su hijo.</p> + +<p>—Sí; mi madre—dijo sordamente.—Adivino que algo habrá hecho contra +nosotros. Habla, no temas. Tú estás para mí por encima de todo el mundo.</p> + +<p>Leonora habló de su tía, aquella pobre señora resignada y casi imbécil, +que al ver a Rafael en su casa con tanta asiduidad, creía en el probable +casamiento de su sobrina. Por la tarde una escena dolorosa entre Leonora +y ella. Doña Pepa había ido a la ciudad por sus devociones, y a la +salida de la iglesia encontró a doña Bernarda. ¡Pobre vieja! Sus ojos +aterrados, su cabeza temblorosa, delataban la intensa emoción que en su +alma simple había sabido despertar la madre de Rafael, a quien ella +respetaba mucho. Su sobrina, su ídolo yacía por el suelo, despojada de +aquella fe entusiasta y cariñosa que hasta entonces la había inspirado. +Todas las historias pasadas, los ecos de su vida de aventuras, llegados +hasta ella débilmente y que jamás quiso creer considerándolos obra de la +envidia, se los repitió doña Bernarda con su autoridad de señora formal +y buena cristiana, incapaz de mentir. Y a continuación, el escándalo con +que conmovían a toda la ciudad su sobrina y su hijo; las entrevistas +nocturnas, los paseos a través de los campos con una audacia del +demonio, haciendo gala de su pecado; todos los atrevimientos y locuras +que convertían su santa casa, la casa de doña Pepa, en un antro de +vicios, en una mancebía del diablo.</p> + +<p>Y la pobre vieja lloraba como una niña en presencia de su sobrina, se +esforzaba en convencerla para que «abandonase la mala senda del pecado»; +estremecíase de horror pensando en su inmensa responsabilidad ante Dios. +«Toda una vida de devoción para tener limpia el alma, creerse casi en +estado de gracia y despertar de repente en pleno pecado <i>sin comerlo ni +beberlo</i>, por causa de su sobrina, que convertía su santa casa en una +sucursal del infierno, haciéndola vivir rodeada del pecado». Y el miedo +de la pobre señora, el escrúpulo y el terror de aquella alma sencilla, +eran lo que más profundamente hería a Leonora.</p> + +<p>—Me han robado mi única familia—murmuraba con desaliento.—Me han +quitado el cariño del único ser que me quedaba. Ya no soy para ella la +niña de antes; no hay más que ver cómo me mira, cómo se aparta temiendo +mi contacto... Y todo por ti, por amarte, por no haber sido cruel. ¡Ay, +aquella noche! ¡cómo la he de llorar!... ¡cómo presentía yo estas +tristezas!...</p> + +<p>Rafael estaba aterrado. Sentía vergüenza y remordimiento viendo lo que +sufría aquella mujer por haberse entregado a él. ¿Cómo remediarlo? Se +sentía humillado; quería ser hombre fuerte, la mano enérgica que protege +en el peligro a la mujer amada. Pero ¿sobre quién había de caer para +defenderla?...</p> + +<p>Leonora abandonó el hombro de su amante, se desasió de sus brazos; +limpiaba sus lágrimas y se erguía con la firmeza del que ha adoptado una +resolución irrevocable.</p> + +<p>—Estoy decidida a todo. Me hace mucho daño lo que voy a decirte, pero +no retrocederé: será inútil que protestes. Ya no puedo estar bajo este +techo; comprendo que he acabado para mi tía: ¡pobre vieja! Mi ilusión +era verla morir entre mis brazos como una lucecita que se apaga; ser +para ella lo que no fui para mi padre... Pero la venda ha caído de sus +ojos; yo no soy más que una pecadora que con mi presencia turbo su +vida... Me voy, pues. Ya he dicho a Beppa que mañana arregle los +equipajes... Rafael, dueño mío, esta es la última noche... Pasado mañana +ya no me verás.</p> + +<p>El joven retrocedió asombrado, como si repentinamente acabasen de +herirle en medio del pecho.</p> + +<p>—¿Irte? ¿Y lo haces con esa frialdad?... ¿Irte tú, así, así, en plena +dicha?</p> + +<p>Se tranquilizaba a los pocos momentos. Aquello no era más que la +resolución momentánea en un arranque de indignación. No se iría, +¿verdad? Debía reflexionar, ver con claridad las cosas. ¡Qué disparate! +¡partir abandonando a su Rafael! Nunca: era imposible.</p> + +<p>Leonora sonreía con tristeza. Aguardaba aquellas protestas. También ella +había sufrido mucho, mucho, antes de decidirse a adoptar tal resolución.</p> + +<p>Sentía frío hasta en la raíz de los cabellos al pensar que antes de dos +días se vería sola, vagabunda por Europa, cayendo de nuevo en aquella +vida agitada y loca a través del arte y del amor. Después de haber +gozado la dulzura de la pasión más fuerte de su existencia, lo que ella +creía <i>su primer amor</i>, resultaba cruel lanzarse de nuevo en una +navegación sin rumbo a través de las tempestades. Le quería más que +nunca: le adoraba con nuevo ardor, ahora que iba perderle.</p> + +<p>—¿Entonces por qué te vas?—pregunta el joven.—Si me amas ¿por qué me +dejas?</p> + +<p>—Porque te quiero, Rafael... Porque deseo tu tranquilidad.</p> + +<p>Quedarse allí era perderle. Para defenderla a ella, para seguir a su +lado, tendría que luchar con su madre, que era el más encarnizado +enemigo, perder su cariño, atropellarla tal vez. ¡Oh, no! ¡qué horror! +Ya había bastante con aquella crueldad filial que entenebrecía su +pasado. ¿Era acaso un ser funesto, nacido para corromper con su nombre +lo más santo, lo más puro?</p> + +<p>—No, resígnate, corazón mío. Es preciso que parta; es imposible que +sigamos amándonos aquí. Yo te escribiré, te daré cuenta exacta de mi +vida... todos los días sabrás de mí aunque esté en el polo; pero +quédate, no desesperes a tu madre, cierra los ojos ante sus injusticias, +que al fin obedecen a lo mucho que te quiere... ¿Crees que yo no sufro +al dejarte? ¿Te imaginas que es poco huir dejando aquí la mayor +felicidad de mi existencia?...</p> + +<p>Y para dar más fuerza a sus ruegos se abrazaba a Rafael, acariciaba su +cabeza caída y pensativa, dentro de la cual se agitaban tempestuosas las +ideas, removiendo profundamente su voluntad.</p> + +<p>Instintivamente, las manos del joven recorrían la desnudez de su amante, +marcando sus tesoros bajo la tela blanca y fina; sentía el suave calor, +la palpitación misteriosa de aquella carne que había infiltrado en su +cuerpo algo de su propia vida en los espasmos de la pasión, en el dulce +arrobamiento de la comunión amorosa. Y los lazos que él creía eternos +¿iban a romperse? ¿tan fácilmente podía perder aquel cuerpo admirado por +el mundo y cuya posesión le hacía considerarse el primero de los +hombres? Ella le hablaba del amor a distancia, persistente a través de +los viajes y los azares de una existencia errante, le prometía +escribirle todos los días... ¡escribirle! tal vez al mismo tiempo que su +cuerpo divino sentiría el contacto de otra mano que no fuese la suya... +No; él no perdía aquello; estaba resuelto.</p> + +<p>—No te irás, Leonora—afirmaba con energía.—Un amor como el nuestro no +puede terminar de este modo. La fuga sería una ofensa para mí, huir como +afrentada por la tristeza de haberme amado.</p> + +<p>Sentía en su ánimo un afán de protesta caballeresco: se avergonzaba de +pensar que ella huyese por haberle querido y que él quedase allí, triste +e inerte como una doncella a la que abandona su amante convencido de que +con su amor la causa grave daño. ¡Ira de Dios! El era un hombre y no +podía tolerar que aquella mujer le abandonase en un arranque de +abnegación, por devolverle la tranquilidad de la familia, la calma +dentro de su casa, la sonrisa satisfecha de su madre. Huían muchas veces +las muchachas, olvidando padres y hogar, cuando se sentían dominadas por +el amor; y él, un hombre, un personaje ¿había de quedarse allí, viendo +como se alejaba Leonora, triste y llorando, todo porque no perdiese él +el respeto de aquella ciudad en la que se ahogaba, y el afecto de una +madre que jamás había sabido bajar hasta su corazón con una sonrisa de +cariño? Además, ¿qué amor era el suyo que retrocedía ante una resolución +enérgica; siempre cobarde e indeciso cuando se trataba de conservar una +mujer por la cual se habían muerto o arruinado hombres más ricos, más +poderosos, ligados a la vida por atracciones que él jamás había gozado +en su monótona existencia?...</p> + +<p>—No te irás—repetía con sorda firmeza.—Yo no pierdo mi felicidad tan +fácilmente... Y si te empeñas en irte, partiremos juntos.</p> + +<p>Leonora se irguió estremecida. Esperaba aquello; se lo decía el corazón. +¿Escapar juntos los dos? ¿aparecer ella como una aventurera que se lleva +tras si a Rafael después de enloquecerle de amor arrancándole de los +brazos de su madre? ¡Oh, no! muchas gracias. Ella tenía conciencia; no +quería cargar su vida con la execración de todo un pueblo. Le suplicaba +a Rafael con calma; le rogaba que arrastrase valientemente la desgracia. +Debía partir sola; después, más adelante ya vería; buscarían ocasión +para verse; tal vez podría ser en Madrid, cuando abiertas las Cortes +estuviera allá solo, ella cantaría en el Real gratuitamente si era +preciso.</p> + +<p>Pero Rafael se revolvía furioso contra su resistencia. ¡No verla! +¡transcurrir meses y meses en mortal espera! Una sola noche sin sentir +su cuerpo confundido con el suyo, sería la desesperación. Acabaría por +entregarse a la mortal tristeza de Maquia; se pegaría un tiro como el +poeta italiano.</p> + +<p>Y lo decía con convicción, mirando al suelo con ojos extraviados, como +si se viera ya sobre el pavimento, inerte, ensangrentado, con el +revólver en la crispada diestra.</p> + +<p>—¡Oh, no! ¡qué horror! ¡Rafael! ¡Rafael mío!—gemía Leonora abrazándose +a su cuello, colgándose de él, estremecida por la sangrienta visión.</p> + +<p>El amante seguía protestando. Era libre. Si fuese casado, si dejara tras +su fuga una mujer que llorase su traición, hijos que le llamaran en +vano, aún comprendería aquella resistencia; la repugnancia de un corazón +bueno que no quiere que su amor deje tras sí la maldición de una familia +dispersa. Pero ¿a quién abandonaba en su fuga? A su madre nada más, que +se consolaría al poco tiempo sabiendo que estaba sano y era feliz. A su +madre, que se oponía con ese ciego cariño maternal que no quiere +encontrar rivalidades en el amor al hijo y por celos estorba muchas +veces su felicidad. El mal que causase siguiéndola a ella no sería +irreparable. Huirían juntos; pasearían su amor por el mundo.</p> + +<p>Y Leonora, cabizbaja, repetía débilmente:</p> + +<p>—No; estoy resuelta. Partiré mañana sola. No tengo fuerzas para +arrostrar el odio de una madre.</p> + +<p>Rafael se indignaba.</p> + +<p>—Entonces di que no me amas. Te has cansado de mí. Quieres levantar las +alas; te impulsa la locura de otros tiempos; deseas volar de nuevo +locamente por tu mundo.</p> + +<p>La artista fijaba en él sus grandes ojos empañados por las lágrimas. Su +mirada era de ternura y de lástima.</p> + +<p>—¡Cansarme de ti!... ¡Cuando jamás me he sentido tan triste como esta +noche!... Crees que ansío mi antigua vida, y al alejarme siento lo mismo +que si entrase en un lugar de tormento... ¡Ay, dueño mío, mi alma!... Tú +no comprenderás nunca hasta donde he llegado en mi amor.</p> + +<p>—¿Pues entonces?</p> + +<p>Y en su afán irresistible de decirlo todo, de no perdonar el relato de +ninguno de los peligros que sobrevendrían tras la separación, Rafael +habló de su madre, de lo que ocurriría al quedar solo con ella sumido en +la monotonía de la ciudad. ¿Creía ella que todo era cariño en la +indignada oposición de su madre? Le quería, sí; era su hijo único; pero +en sus cálculos entraba por mucho la ambición, aquel afán por el +engrandecimiento de la casa, que había ocupado toda su existencia. Le +tenía destinado, sin consultar su voluntad, a servir de rehén en la +alianza que meditaba con una gran fortuna. Quería casarle: y si ella +partía, si se veía solo, abandonado, la tristeza y el tiempo que todo lo +pueden, morderían su voluntad, hasta hacerle caer inerte, entregándose +como una víctima que en su aturdimiento no abarca la importancia del +sacrificio.</p> + +<p>Ella le escuchaba estremecida; con los ojos desmesuradamente abiertos +por el terror. Acudían en tropel a su memoria palabras sueltas que en +días anteriores habían llegado hasta ella y la demostraban ahora la +certeza de lo que decía su amante... ¡Rafael destinado por su madre a +otra mujer!... ¡encadenándose para siempre si ella partía!...</p> + +<p>—Y yo no quiero, ¿sabes Leonora?—continuó el amante con tranquila +firmeza—Yo sólo soy tuyo, sólo te amo a ti. Prefiero seguirte por el +mundo, aunque no quieras; ser tu criado, verte... hablarte, mejor que +enterrar aquí mi desesperación bajo millones.</p> + +<p>—¡Ah, niño! ¡niño mío!... ¡Cómo me quieres! ¡Cómo te adoro!</p> + +<p>Y cayó sobre él frenética de pasión, impetuosa, loca, apresándole entre +sus brazos como una fiera. Rafael se sintió acariciado con un ardor que +casi le dio miedo; envuelto en una espiral de placer que no tenía fin. +Estremeciose empujado, descoyuntado, arrollado por una ola tan +voluptuosa, tan inmensa que le hacía daño. Creyó morir desmenuzado, +hecho polvo sobre aquel cuerpo que le agarrotaba, absorbiéndole con la +fiera voracidad de esas simas lóbregas donde desaparecen de un golpe los +torrentes sin dejar una gota de su avalancha tumultuosa. Y +desfalleciendo sus sentidos en aquel tembloroso ofuscamiento, cerró los +ojos.</p> + +<p>Cuando volvió a abrirlos vio la habitación en la obscuridad, sintió en +sus espaldas la blandura del lecho y bajo su nuca un brazo mórbido que +le sostenía cariñosamente. Leonora le hablaba al oído con la lentitud +del cansancio.</p> + +<p>Convenidos. Huirían juntos, irían a continuar su dúo de amor donde nadie +les conociera, donde la envidia y la vulgaridad no turbasen su dulce +existencia. Leonora conocía todos los rincones del mundo. Nada de Niza +ni de las otras ciudades de la Costa Azul, bonitas, coquetas, empolvadas +y pintadas como una dama que sale del tocador. Encontrarían en ellas +demasiada gente. Venecia les convenía más. Pasearían por los estrechos +canales, solitarios y silenciosos, tendidos en la camareta de la +góndola, acariciándose entre risas, compadeciendo a los que pasasen los +puentes sin adivinar que por bajo de sus pies se deslizaba el amor...</p> + +<p>Pero Venecia es triste; cuando la lluvia se decide a caer, no se cansa +nunca. Mejor era Nápoles; sí, Nápoles. ¡Viva! Y Leonora agitaba las +manos como queriendo aplaudir su idea. La vida al sol, la libertad, +amarse con el mismo impudor sublime de los <i>lazaronis</i> que viven +desnudos y se reproducen en la acera. Ella tenía allá en el Posilippo +una pequeña casa, un <i>villino</i> de color de rosa, una bicoca con un +jardín de higueras nopales y pinos parasoles, que bajaba en rápida +pendiente desde el promontorio hasta el mar. Pescarían en el golfo terso +y azul como un inmenso espejo, y a la caída de la tarde, mientras él +volviese los remos, ella cantaría mirando el mar inflamado por el sol al +hundirse en las aguas, el penacho del Vesubio de tonos morados, la +inmensa ciudad blanca con sus infinitas vidrieras como placas de oro, +reflejando el crepúsculo.</p> + +<p>Corretear como dos bohemios por los innumerables pueblecillos blancos de +la ribera del golfo; besarse en pleno mar entre las barcas pescadoras, +de las que salen romanzas apasionadas; pasar la noche al aire libre, +abrazados sobre la arena, oyendo a lo lejos la risa de perlas de las +mandolinas como aquella noche escuchaban al ruiseñor... ¡Dios mío! ¡qué +hermoso!</p> + +<p>Y hasta el amanecer estuvieron fantaseando sobre el porvenir, arreglando +todos los detalles de la fuga.</p> + +<p>Ella partiría cuanto antes; él iría a su encuentro dos días después +cuando hubiese renacido la confianza y todos la creyeran lejos, muy +lejos. ¿Dónde se encontrarían? Primero pensaron en Marsella, pero era +demasiado lejos. Después en Barcelona. Regateaban las horas y los +minutos. Les parecía intolerable pasar varios días sin verse. Cuanto +antes se reuniesen, mejor, lo importante era salir de la ciudad. Y +acabaron por decidir que se reunirían lo más cerca posible: en Valencia. +El amor gusta de la audacia.</p> + + + +<h3><a id="VIIb"></a>VII</h3> + + +<p>Acababan de almorzar entre las maletas y las cajas, que ocupaban una +gran parte de la habitación de Leonora en el hotel de Roma.</p> + +<p>Por primera vez se sentaban en la mesa juntos en familiar intimidad, sin +otro testigo que Beppa, la fiel doncella, acostumbrada por la azarosa +vida de su señora a toda clase de sorpresas, y que contemplaba a Rafael +con respetuosa sonrisa, como un ídolo nuevo con el que debía compartir +la devota sumisión que sentía por Leonora.</p> + +<p>Era el primer momento de tranquilidad y alegría que había tenido el +joven en algunos días. El antiguo hotel con sus habitaciones grandes, de +alto techo; sus corredores en discreta penumbra y su calma conventual, +le parecía un lugar de delicias, un ameno retiro en el que se +consideraba libre ya de las murmuraciones y luchas que le habían +oprimido como un círculo infernal. Además, sentía allí ese viento +exótico que parece soplar en los puertos y las grandes estaciones de +ferrocarril. Todo le hablaba de la fuga, de la incógnita y deliciosa +ocultación en aquel país tan calurosamente descrito por Leonora, desde +los macarrones del almuerzo y el Chianti en empajada y ventruda redoma, +hasta el castellano defectuoso y musical de los dueños del hotel, +carnosos hombretones con enormes bigotes que recordaban los +tradicionales mostachos de la casa de Saboya.</p> + +<p>Leonora le había citado allí, en el refugio predilecto de los artistas, +que aislado de la circulación, ocupa todo un lado de una plaza +solitaria, señorial y tranquila, sin más ruidos que los gritos de los +cocheros de alquiler y las patadas de los caballos.</p> + +<p>Había llegado en el primer tren de la mañana, sin equipaje alguno, como +un colegial que se fuga con solo lo puesto. Los dos días transcurridos +desde que Leonora abandonó la ciudad, habían sido de tormentos para él. +La gente comentando la huida de la cantante; escandalizándose de su +inmenso equipaje que, agrandado por la imaginación de los murmuradores, +llenaba no se sabía cuántos carros.</p> + +<p>Esto quien lo sabía bien era el barbero Cupido, que, cual de costumbre, +había corrido con todo el servicio del equipaje. Sabía a dónde había +dirigido su vuelo aquella mujer peligrosa, y lo decía a todos. Volvía a +Italia. El mismo había facturado para la frontera todo el equipaje +grueso, mundos enormes como casas, cajones donde podía ocultarse +cómodamente él con sus pelados mancebos. Y las mujeres, oyéndole, +celebraban aquella huida como si las librase de un gran peligro. ¡Vaya +bendita de Dios!</p> + +<p>Rafael, después de la partida de su amante, apenas salió a la calle. Le +molestaba la curiosidad de la gente, la conmiseración burlona de los +amigos que envidiaban su pasada felicidad y permaneció dos días en su +casa, seguido por la mirada interrogante de su madre. Doña Bernarda +mostrábase más tranquila al verle libre de la maléfica influencia de la +artista, pero sin abandonar por esto su gesto ceñudo, como avisada por +el instinto maternal que aún presentía el peligro.</p> + +<p>El joven estaba agitado por la impaciencia de la fuga. Le parecía +intolerable permanecer allí mientras ella estaba sola, aislada en un +cuarto de hotel, aguardando con igual impaciencia el momento de la +reunión.</p> + +<p>¡Qué amanecer el de la partida! Rafael se avergonzaba viéndose descalzo; +caminando de puntillas, como un ratero, por la sala donde su madre +recibía a los hortelanos y ajustaba las cuentas del cultivo. Avanzaba a +tientas, sin otro guía que los luminosos resquicios de las cerradas +ventanas. Su madre dormía en una habitación inmediata: oía su +respiración, el fatigado estertor de un sueño pesado, con el que se +reponía de aquellas noches en vela espiando su regreso de las citas de +amor. Creía aún sentir el estremecimiento que le producía el suave +tintineo de las llaves, abandonadas con la confianza de una autoridad +sin límites en la cerraja de un mueble antiguo donde guardaba Doña +Bernarda sus ahorros. Así ocultó con mano trémula en sus bolsillos todos +los billetes guardados en los pequeños cajones.</p> + +<p>Temblaba de emoción al consumar el acto audaz. Se llevaba lo suyo; no +había pedido nada de la herencia de su padre. Leonora era rica; con una +delicadeza admirable había rehuido hablar de dinero al discutir los +preparativos del viaje; pero él no iba a ser un entretenido, no quería +vivir como aquel Salvatti que explotó la juventud de la artista. Estos +pensamientos le dieron fuerzas para llevarse el dinero y abandonar la +casa; pero en el tren aún duraba su inquietud, y el personaje, el +diputado experimentaba un miedo instintivo al ver en las estaciones los +tricornios de la guardia civil. Palidecía pensando en el despertar de su +madre si casualmente se daba cuenta del despojo.</p> + +<p>La confianza y la alegría renacieron al entrar en el hotel como si +entrase en un lugar de asilo. La encontró en la cama, la cabellera +esparcida sobre la almohada como una ola de oro, los ojos entornados, la +boca sonriente como si la sorprendiera en mitad de un ensueño saboreando +sus recuerdos de amor. A medio día se levantaron para almorzar en el +cuarto, pálidos, fatigados, proponiéndose emprender su viaje cuanto +antes. No más locuras; sensatez hasta que se viesen fuera de España. Al +anochecer saldrían en el correo de Barcelona hacia la frontera. Y +tranquilamente como un matrimonio que discute en la calma placentera del +hogar los detalles de la vida material, pasaban revista de los objetos +necesarios para el viaje.</p> + +<p>Rafael no tenía nada. Había huido como quien escapa de un incendio, con +el traje que primero encontró al saltar de la cama. Necesitaba muchas +cosas indispensables y pensaba salir a comprarlas: asunto de un +momento.</p> + +<p>—¿Pero vas a ir tú?—preguntaba Leonora con cierta angustia, como si su +instinto femenil adivinase en el peligro.—¿Vas a dejarme sola?...</p> + +<p>—Un momento nada más. No te haré esperar mucho.</p> + +<p>Se despidieron en el corredor con la ruidosa y descuidada alegría de su +pasión; sin fijarse en los camareros que iban y venían al otro extremo +del largo pasadizo.</p> + +<p>—Adiós, Rafael... Uno; uno nada más.</p> + +<p>Y cuando él salió a la plaza, con el sabor en los labios del último +beso, todavía le saludó desde un balcón una mano cubierta de pedrería.</p> + +<p>El joven andaba apresuradamente. Quería volver cuanto antes, y pasó con +rapidez por entre la nube de cocheros que le ofrecían sus servicios +frente al gran palacio de Dos Aguas, cerrado, silencioso, dormido como +los dos gigantes que guardan su portada, desarrollando bajo la lluvia de +oro del sol la suntuosidad recargada y graciosa del estilo rococó.</p> + +<p>—Rafael, Rafael...</p> + +<p>El diputado volviose al oír su nombre, y palideció como en presencia de +una aparición. Era don Andrés quien le llamaba.</p> + +<p>—¿Usted aquí?</p> + +<p>—He llegado en el correo de Madrid. Hace dos horas que te busco por +todas las fondas de Valencia. Ya sabía que estabas aquí... Pero vámonos, +tenemos que hablar; este no es buen sitio.</p> + +<p>Y lanzaba una intensa mirada de odio al hotel, como si quisiera +aniquilar al enorme caserón con todos los seres que encerraba.</p> + +<p>Se alejaron, caminando lentamente sin saber dónde iban, errando a la +ventura, doblando esquinas, pasando varias veces por la misma calle, con +el pensamiento concentrado, los nervios estremecidos, prontos a gritar y +haciendo esfuerzos por que su voz fuese débil, apagada, y no llamase la +atención de los transeúntes que pasaban rozándoles por las estrechas +aceras.</p> + +<p>Don Andrés comenzaba, como era de esperar.</p> + +<p>—¿Te parece bien lo que has hecho?</p> + +<p>Al ver que él, cobardemente intentaba mostrarse asombrado, asegurando +que nada había hecho, que había venido a Valencia por un asunto +insignificante, el viejo se indignó.</p> + +<p>—No mientas: o somos hombres o no lo somos. Tú debes sostener lo hecho, +si te figuras haber obrado bien. No creas que vas a engañarme para echar +a correr con esa señora, Dios sabe dónde. Te he encontrado y no te dejo. +Quiero que lo sepas todo: tu madre en cama; yo, avisado por ella de lo +ocurrido, saliendo en el primer tren a encontrarte; toda la casa en +revolución, creyendo en el primer instante en un robo, y la ciudad +llevándote en lenguas tal vez a estas horas. Qué... ¿estás contento? +¿deseas matar a tu madre? Pues la matarás... ¡Dios mío! ¡y estos son los +hombres de talento! ¡los señoritos con carrera! Cuánto mejor que fueses +un bruto como yo o como tu padre; sin estudios, pero sabiendo vivir y +divertirse sin compromiso.</p> + +<p>Después relataba minuciosamente lo ocurrido. La madre teniendo que +visitar su viejo mueble para hacer un pago a los jornaleros; el grito +de horror y alarma que puso en conmoción la casa; la llegada de Don +Andrés, avisado apresuradamente; la sospecha contra la fidelidad +doméstica, pasando revista a todas las sirvientes, que lloraban +protestando con indignación, hasta que doña Bernarda cayó en una silla, +casi desmayada, murmurando al oído de su consejero:</p> + +<p>—Rafael no está en casa. Se ha ido... tal vez para no volver. Lo +adivino; él tiene el dinero.</p> + +<p>Y mientras metían en la cama a la madre sollozante y avisaban al médico, +él salía hacia la estación para coger el tren, y leía en las miradas +curiosas el presentimiento de lo ocurrido, la prontitud con que los +maldicientes unían aquella agitación sorda en la casa de Brull con la +subida de Rafael en el primer tren, presenciada por algunos, a pesar de +sus precauciones.</p> + +<p>—Rafael; señor diputado, ¿está usted contento?... ¿Quiere usted dar que +reír más aún a sus enemigos?</p> + +<p>El viejo hablaba con voz temblona; parecía próximo a llorar. La obra de +toda su vida, las grandes victorias ganadas al lado de Don Ramón, aquel +poder político tan cuidadosamente pulido y aguzado, todo iba a quebrarse +y perderse por culpa de un chiquillo ligero, vehemente; que al adorar a +una mujer arrojaba a sus pies lo suyo y lo de los demás.</p> + +<p>Rafael, que en el primer momento se sentía agresivo, dispuesto a +contestar con la violencia si el viejo camarada extremaba la reprensión, +mostrábase ablandado y un tanto conmovido por el sincero dolor de aquel +hombre, sin otro sentimiento que la dominación, semejante a su padre, +como el gato se parece al tigre, y casi sollozante al ver en peligro el +prestigio de la casa.</p> + +<p>Cabizbajo, aterrado por la imagen de aquella escena, después de su +huida, Rafael no sabía por dónde marchaban. Le sorprendió de pronto un +perfume de flores. Atravesaban un jardín, y al levantar la cabeza vio +brillando al sol la arrogante figura del conquistador de Valencia sobre +su nervudo caballo de guerra.</p> + +<p>Siguieron adelante. El viejo hablaba con acento plañidero de la +situación de la casa. Aquel dinero que tal vez llevaba en el bolsillo, +más de treinta mil pesetas, representaba los últimos esfuerzos de su +madre para sacar a flote la fortuna de la familia, puesta en peligro por +las genialidades de don Ramón. Suyo era el dinero, nada tenía él que +decir; podía derrocharlo por el mundo: pero no hablaba a ningún niño, +hablaba a un hombre que tenía corazón y sólo le pedía como preceptor de +su infancia, como su más antiguo amigo, que pensase en los sacrificios +de su madre, en su exagerada y ruda economía, en las privaciones que se +había impuesto, vestida de hábito en todo tiempo, peleándose por un +céntimo con las criadas, a pesar de sus aires de gran señora, privándose +de esas golosinas y regalos que tanto gustan en la vejez, todo para que +su señor hijo se gastara alegremente con una mujer aquella cantidad de +la que hablaba don Andrés con respeto, pensando en lo que había costado +reunir. ¡Vamos, hombre, que era para morirse el ver tales cosas!...</p> + +<p>¿Y si el padre, si don Ramón levantase la cabeza? ¿Si viese cómo su hijo +por un amor destruía de golpe lo que tantos años había costado +levantar?...</p> + +<p>Pasaban un puente. Abajo, en el seco cauce, se destacaban las manchas +rojas y azules de un grupo de soldados y sonaba el redoble de los +tambores como el zumbido de una enorme colmena. Aquel estrépito belicoso +acompañaba dignamente la evocación del padre hecha por el viejo. Rafael +creía ver delante de sus pasos aquel enorme cuerpo de hombre de lucha, +sus grandes bigotes, su fiero entrecejo de conquistador, de aventurero +nacido para guiar hombres e imponerles su voluntad.</p> + +<p>—¡Si don Ramón viese esto!... El era capaz de dar toda su fortuna por +una mujer, pero no hubiera tomado juntas las más hermosas del mundo a +cambio de perder un solo voto.</p> + +<p>Y su hijo, aquel retoño en el que había puesto sus esperanzas, el +destinado a elevar la casa a su mayor gloria, el que había de ser +personaje en Madrid, y al nacer encontraba el camino hecho, arrojaba por +la ventana todo el trabajo del padre con el fácil abandono con que se +pierde lo que no costó nada de ganar. ¡Bien se veía que no había +conocido los tiempos malos! La época de la Revolución, cuando estaban +caídos y había que hacerse respetar escopeta en mano; las desesperadas +batallas electorales, en las que se alcanzaba el triunfo pasando sobre +algún muerto; los galopes audaces en víspera de escrutinio, a través de +los campos, envueltos en la sombra de la noche, sabiendo que por cerca +estaba emboscado el <i>roder</i> de carabina certera, que había jurado su +muerte; los procesos interminables por coacción y violencias que hacían +vivir en perpetua angustia, esperando de un momento a otro la catástrofe +final, el presidio con la pérdida de los bienes. Todo esto lo había +arrastrado su padre por él; por labrarle un pedestal, por crearle un +distrito propio, abriéndole camino para llegar lejos, muy lejos. Y él lo +perdía todo, se despojaba para siempre de un poder formado a costa de +años y peligros, si aquella misma noche no volvía a casa, destruyendo +con su presencia las suposiciones de la gente escandalizada.</p> + +<p>Rafael movía la cabeza negativamente, conmovido por el recuerdo de su +padre, convencido por las razones del viejo, pero resuelto a resistir. +No, y no; la suerte estaba echada; él seguiría su camino.</p> + +<p>Estaban bajo los árboles de la Alameda. Pasaban los carruajes formando +una inmensa rueda en el centro del paseo; brillantes los arreos de los +caballos y los faroles del pescante con el reflejo del sol; viéndose a +través de las ventanillas los sombreros de las señoras y las blancas +blondas de los niños.</p> + +<p>Don Andrés se indignaba ante la tenacidad del joven. Enseñábale aquellas +familias, de exterior tranquilo y feliz, paseando dentro de sus +carruajes, con la plácida calma de una abundancia sedentaria y exenta de +emociones. ¡Cristo! ¿Tan mala era aquella vida? Pues así podía vivir él +si era bueno, si no volvía la espalda al deber; rico, influyente, +respetado, envejeciendo rodeado de hijos; lo único que en este mundo +puede desear una persona honrada.</p> + +<p>Todo esto del amor sin trabas ni leyes, del amor que se hurta de la +sociedad y sus costumbres, bastándose a si mismo y, despreciando el que +dirán, eran mentiras de poetas, músicos y danzantes, gente perdida y +loca como aquella mujer que le arrebataba lejos, muy lejos, rompiendo +para siempre sus lazos con la familia y con su país.</p> + +<p>El viejo parecía animarse con el silencio de Rafael. Creía llegado el +momento de atacar su amor audazmente.</p> + +<p>—Y luego, ¡qué mujer! Yo he sido joven como tú; es verdad que no he +conocido señoras como esa, pero, ¡bah! todas son iguales. He tenido mis +debilidades; pero te digo que por una mujer como esa no hubiese perdido +ni una uña. Cualquier muchacha de las que tenemos por allá vale más. +Mucho traje, mucha palabra, polvos y pinturas a puñados... No es que yo +diga que sea fea, no señor; ¡pero hijo, poco necesitas para volverte +loco; las sobras de los demás!...</p> + +<p>Y habló del pasado de la artista; de aquella historia galante y +tormentosa, exagerada por la leyenda; los amantes a docenas, su cuerpo +desnudo reproducido en estatuas y cuadros; la mirada de toda Europa +corriendo sobre su belleza, con la confianza del que entra en su casa, +conociendo hasta el último rincón. ¡Vaya una virginidad para volverse +loco! ¿Y por esa conquista lo iba a perder todo?</p> + +<p>El viejo sintió miedo al ver la punta de brasa que la ira encendió en +los ojos de Rafael. Acababan de pasar otro puente; entraban de nuevo en +la ciudad, y don Andrés en su miseria de viejo malicioso y cobarde, +retrocedió como si quisiera ocultarse tras la casilla de los guardias de +consumos, librándose de la bofetada que ya veía cortando el aire.</p> + +<p>El diputado, tras breve indecisión, siguió adelante, desalentado, +cabizbajo, sin fijarse en el viejo que había vuelto a colocarse a su +lado.</p> + +<p>¡Ah, el maldito! ¡Qué bien había sabido herirle! El pasado de Leonora; +su amor repartido con loca generosidad por los cuatro puntos de la +tierra; todos los pueblos pasando sobre su cuerpo, domándola un instante +con el atractivo de la elegancia o el encanto del arte; sus entrañas +estremeciéndose hoy en un palacio y mañana en un cuarto de hotel; su +boca repitiendo en diversos idiomas aquellas mismas frases de amor, +entrecortadas por el espasmo, que le enardecían, como si fuese el +primero en oírlas. ¿Y por estos restos que aún sobrevivían +milagrosamente después del loco derroche, iba él a perderlo todo, a huir +dejando a sus espaldas el escándalo, el descrédito y tal vez el cadáver +de su madre? ¡Ah, terrible don Andrés! ¡Y cómo después de herirle metía +los dedos en el sangriento desgarrón agrandando la herida! La lógica +llana y vulgar del viejo había desvanecido su ensueño. Aquel hombre, +había sido el Sancho rústico y malicioso que aconsejaba a su quijotesco +padre, y ahora seguía su misión cerca del hijo.</p> + +<p>Recordaba de un golpe toda la historia de Leonora, las francas +confidencias de su época de pura amistad, cuando se lo contaba todo para +impedir que la siguiese deseando. Por mucho que ella le adorase no +sería más que un sucesor del conde ruso, del músico alemán, o de alguno +de aquellos amantes de pocos días, apenas mencionados, pero que algo +habían dejado en su memoria. ¡Un sucesor! ¡el último que llega con +algunos años de retraso y se contenta mordiendo en la cálida madurez que +ellos conocieron con la frescura y la suave película de la juventud! Los +besos que tan profundamente le turbaban tenían algo más que la caricia +de la mujer: era el perfume embriagador y malsano de todas las +corrupciones y locuras de la tierra; el olor concentrado de un mundo que +había corrido loco hacia su belleza como los pájaros nocturnos se +agolpaban a la luz del faro.</p> + +<p>¡Abandonarlo todo por ella! ¡Correr la tierra, libres y orgullosos de su +amor!... Y en ese mundo encontraría a muchos de sus antecesores +contemplándole con mirada curiosa e irónica; sobrevivientes de las +pasadas aventuras que, en su presencia, la desnudarían con la mirada, +adivinando de antemano las frases entrecortadas que ella había de decir +por la noche, los extravíos de su pasión nunca satisfecha.</p> + +<p>Lo extraño era que nada de esto se le había ocurrido antes. La ceguera +de la felicidad jamás le había dejado pensar que no era él el primero +que pasaba por sus brazos, que aquellas palabras que le mecían como +dulce música podían haber sido oídas por otros y otros antes que él...</p> + +<p>¿Cuánto tiempo iban por las calles de Valencia?... Le temblaban las +piernas, estaba desfallecido, apenas veía. Los aleros de las casas aún +estaban bañados de sol, y a él le parecía andar a tientas en la +penumbra del crepúsculo.</p> + +<p>—Tengo sed, Don Andrés. Entremos en cualquier sitio.</p> + +<p>El viejo le encaminaba al café de España, su refugio favorito. Tenía la +mesa al pie de los cuatro relojes que sustenta el ángel de la Fama en el +centro del gran salón cuadrado, con sus enormes espejos de fantásticas +perspectivas y sus dorados, obscurecidos por el humo y la luz +crepuscular que desciende por la alta linterna como una inmensa cripta.</p> + +<p>Rafael bebió, sin saber ciertamente el contenido del vaso; un veneno tal +vez que le helaba el corazón. Don Andrés contemplaba sobre el mármol de +la mesa el recado de escribir; la cartera de roto hule y el mísero tarro +de tinta, golpeándolos con el rabo de la pluma, una pluma de café, +engrasada, torcida de puntas, instrumento de tortura para desesperar la +mano.</p> + +<p>—Falta una hora para el tren. Rafael, sé hombre; aún es tiempo. Vente y +remediaremos esta chiquillada.</p> + +<p>Y le tendía la pluma, a pesar de no haberse mencionado en la +conversación el propósito de escribir a persona alguna.</p> + +<p>—No puedo, don Andrés. Soy un caballero, tengo mi palabra dada y no +retrocedo venga lo que venga.</p> + +<p>El viejo sonreía con sarcasmo.</p> + +<p>—Sé todo lo caballero que quieras. Lo serás para esa mujer. Pero cuando +rompas con ella, cuando te deje o la abandones tú no vuelvas a Alcira. +Tu madre no existirá: yo estaré no sé dónde, y los que te hicieron +diputado te mirarán como un ladrón que robó y mató a su madre... +Enfurécete, pégame si quieres; ya nos miran de las otras mesas... da un +escándalo en el café; no por esto dejará de ser verdad lo que te digo...</p> + +<p>Mientras tanto Leonora se impacientaba en su cuarto del hotel. Habían +transcurrido tres horas. Para calmar su inquietud se sentó en el balcón, +tras la verde persiana, siguiendo con distraídos ojos el paso de los +escasos transeúntes que atravesaban la plaza.</p> + +<p>Encontraba en ella un recuerdo de las plazoletas de Florencia, rodeadas +de mansiones señoriales, cerradas e imponentes, con su pavimento de +guijarros ardientes por el sol, entre los cuales crece la hierba y que +despiertan de su modorra al paso tardo de una mujer, de un cura o un +viajero, repitiendo sus pisadas cuando ya están lejos.</p> + +<p>Miraba los viejos caserones de la plaza, un ángulo del palacio de Dos +Aguas, con sus tableros de estucado jaspe entre las molduras de follaje +de los balcones; escuchaba las conversaciones de los cocheros, agrupados +en la puerta del hotel, en torno de los dueños y los criados, todos +aquellos italianos bigotudos que sacaban sillas a la acera como en una +calle de pueblo. De vez en cuando miraba los tejados de enfrente, de los +cuales iba retirándose la luz del sol, cada vez más pálida y +dulcificada.</p> + +<p>Miró su reloj. Las seis. ¿Pero dónde se había metido aquel hombre? Iban +a perder el tren, y para aprovechar hasta el último minuto, daba +órdenes a Beppa, queriendo que todo estuviese en orden y dispuesto para +la marcha. Recogía sus objetos de tocador, cerraba las maletas después +de pasear su mirada interrogante por todo el cuarto con la inquietud de +una partida rápida, y colocaba en una butaca, junto al balcón, el abrigo +de viaje, el saco de mano, el sombrero y el velo para arreglarse sin +tardanzas ni vacilaciones, apenas se presentase Rafael, jadeante y +cansado por el retraso.</p> + +<p>Y el amante sin venir... Sintió impulsos de salir en su busca; pero +¿dónde encontrarle? Desde niña no había estado en la ciudad, desconocía +sus calles, podía cruzarse, sin saberlo, con Rafael, vagar errante +mientras él la esperase en el hotel. Mejor era aguardar.</p> + +<p>Acababa el día. En el cuarto extendíase la sombra del crepúsculo, +confundiendo los objetos. Volvió al balcón trémula de impaciencia, +triste, como la luz violeta que se difundía por el cielo, con vetas +rojas que reflejaban el sol poniente. Iban a perder el tren; tendrían +que aguardar hasta el día siguiente. Un contratiempo que trastornaba la +seguridad de su huida.</p> + +<p>Volviose con nervioso movimiento al oír que la llamaban desde la puerta +de la habitación:</p> + +<p>—<i>Signora</i>, <i>una lettera</i>.</p> + +<p>¡Una carta para ella!... La tomó febril de la mano del camarero, ante la +mirada vaga y sin expresión de la doncella, sentada sobre las maletas.</p> + +<p>Le temblaban las manos. El recuerdo de Hans Keller, el artista ingrato +surgió repentinamente en su memoria. Buscó una bujía en su alcoba y +acabó por volver al balcón, examinando la carta a la luz del crepúsculo.</p> + +<p>Su letra en el sobre; pero portentosa, penosa, como arrancada con +esfuerzo. Sentía toda su sangre replegarse en el corazón; leía con el +ansia del que quiere apurar de un golpe toda la amargura y saltaba +renglones, adivinándolos.</p> + +<p>«Mi madre muy enferma... voy allá por unos días nada más... mi deber de +hijo... pronto nos veremos»; y las cobardes excusas de costumbre para +suavizar la rudeza de la despedida; la promesa de reunirse con ella tan +pronto como le fuese posible; los juramentos apasionados, afirmando que +era la única mujer que amaba en el mundo.</p> + +<p>Pasó como un relámpago por su voluntad el propósito de salir en seguida +para Alcira aunque fuese a pie; quería avistarse con Rafael, arrojarle +al rostro aquella carta, abofetearle, batirse.</p> + +<p>—¡Ah, el miserable! ¡el infame!—rugía.</p> + +<p>Y la doncella, que acababa de encender luz, vio a su señora pálida, con +una blancura mate, los ojos desmesuradamente abiertos, los labios +lívidos, andando erguida con dolorosa tensión, como si no moviese los +pies, como si la empujara una mano invisible.</p> + +<p>—Beppa—gimió.—¡Se ha ido! ¡me deja!...</p> + +<p>La doncella, insensible ante la fuga del señorito, sólo atendía a +Leonora, adivinando la próxima crisis, contemplando con sus ojos de vaca +mansa el desencajado rostro de la señora.</p> + +<p>—¡El miserable!—rugía yendo de un lado a otro de la habitación.—¡Cuán +loca he sido! ¡Entregarme a él, creerle un hombre, confiarme a su amor, +perder la tranquilidad y la única familia que me resta!... ¿Por qué no +me dejó marchar sola? Me hizo soñar en una primavera eterna de amor y me +abandona... Ha jugado conmigo... se burla de mí... y no puedo +aborrecerle. ¿Por qué me despertó cuando yo estaba allá abajo recogida, +tranquila, insensible, en un egoísta aislamiento?... Embustero, +miserable... ¿Pero por qué lloro?... Se acabó. Alégrate, Beppa; otra vez +a cantar, correremos el mundo; jamás volverás a este rincón de todos, +donde he querido educar niños. ¡A vivir! ¡A tratar a puntapiés al +hombre! ¡así! ¡así! ¡como el peor de los animales! Me río al pensar en +mi estupidez; ¡qué locura, creer en ciertas cosas! ¡Ja, ja, ja!</p> + +<p>Y desde la plaza se oyeron las carcajadas. Una risa loca, aguda, +acerada, que parecía rasgar las carnes y puso en conmoción todo el +hotel, mientras la artista, con los labios espumeantes caía al suelo y +se revolvía furiosa, volcando los muebles, hiriéndose con las metálicas +aristas de sus maletas.</p> + + + +<div class='chapter'><h2><a id="TERCERA_PARTE"></a>TERCERA PARTE</h2></div> + +<p class="c"><b>———</b></p> + +<h3><a id="Ic"></a>I</h3> + + +<p>—Don Rafael; los señores de la Comisión de Presupuestos aguardan a usía +en la sección segunda.</p> + +<p>—Voy al momento.</p> + +<p>Y el diputado siguió inclinado sobre su pupitre en el gabinete de +escritura del Congreso, terminando su última carta, añadiendo un sobre +más al montón de correspondencia que se apilaba en el extremo de la +mesa, junto al bastón y el sombrero de copa.</p> + +<p>Era la tarea diaria, la pesada corbea de la tarde, que junto a él +cumplían con gesto aburrido un gran número de representantes del país. +Contestar peticiones y consultas, ahogar las quejas y entretener las +locas pretensiones que llegaban del distrito, el clamoreo sin fin del +rebaño electoral, que no tropezaba con el más leve obstáculo sin acudir +inmediatamente al diputado como el devoto apela al milagroso patrón.</p> + +<p>Recogió sus cartas, entregándolas a un ujier para que las llevase a la +estafeta, y contoneando su cuerpo voluminoso, con una falsa gallardía +juvenil, salió al pasillo central, prolongación del gran mentidero del +salón de Conferencias.</p> + +<p>El Excmo. Sr. D. Rafael Brull sentíase como en su propia casa al entrar +en aquel corredor; lóbrega garganta cargada de humo de tabaco, llena de +trajes negros que se agolpaban en corrillos o se movían abriéndose paso +trabajosamente con los codos.</p> + +<p>Ocho años estaba allí. Casi había perdido la cuenta de las veces que le +declararon el acta limpia en el caprichoso vaivén de la política +española, que da a los parlamentos una vida fugaz. Los ujieres, el +personal de secretaría, todos los dependientes de la casa le miraban con +respetuosa confianza, como un compañero superior, unido cual ellos para +siempre a la vida del Congreso. No era de los que pescan milagrosamente +un acta en el oleaje de la política y no repiten la suerte, quedando +adheridos por toda la vida a los divanes del salón de Conferencias, +tristes, con la nostalgia de la perdida grandeza, siendo los primeros +todas las tardes a entrar en el Congreso para conservar su carácter de +exdiputados, deseando con vehemencia que vuelvan los suyos para sentarse +otra vez allá dentro en los escaños rojos. Era un señor con distrito +propio: llegaba con su acta pura e indiscutible, lo mismo si mandaban +los suyos que si el partido estaba en la oposición. A falta de otros +méritos decían de él los de la casa: «Ese es de los pocos que vienen +aquí de verdad». Su nombre no figuraba gran cosa en el extracto de las +sesiones, pero no había empleado, periodista o tertuliano de la clase de +caídos que al ver el apellido de Brull invariablemente en la lista de +todas las comisiones que se formaban, no dijera «¡Ah! sí: Brull el de +Alcira».</p> + +<p>Ocho años de servicios al país; de vivir en una mediana casa de +huéspedes, teniendo allá abajo su aparatoso caserón adornado con una +suntuosidad que había costado una fortuna a su madre y a su suegro. +Largas temporadas de alejamiento de su mujer y sus hijos, aburriéndose +con la vida monótona del que no quiere gastar mucho para que la familia +ausente no suponga locuras y olvidos del deber. ¡Qué de sacrificios en +los ocho años de diputación! El estómago estragado por la incalculable +cantidad de vasos de agua con azucarillo apurados en la cantina del +Congreso; callos en los pies por los interminables plantones en el +pasillo central, rompiendo distraídamente con la contera del bastón el +barniz de los azulejos del zócalo; una cantidad incalculable de pesetas +gastadas en coches de punto por culpa de los entusiastas del distrito +que le hacían ir todas las mañanas de ministerio en ministerio pidiendo +la luna, para contentarse al fin con algunos granos de arena.</p> + +<p>Hacía su carrera con lentitud, mas según los maldicientes del salón de +Conferencias, era un joven serio y discreto, de pocas palabras, pero +seguras, que acabaría por llegar a alguna parte. Y él, satisfecho del +papel de hombre serio que le asignaban, reía pocas veces, vestía +fúnebremente, sin el menor color disonante sobre sus negras ropas; +prefería oír pacientemente cosas que no le importaban a aventurar una +opinión, y estaba contento de engordar prematuramente, de que su cráneo +se despoblara, brillando con venerable luz bajo las lámparas del salón +de sesiones, y de que en el vértice de sus ojos se fuera marcando la +pata de gallo de la vejez prematura. Tenía treinta y cuatro años y +parecía estar más allá de los cuarenta. Al hablar se calaba los lentes +con un movimiento de altivez cuidadosamente imitado del difunto jefe del +partido, y nunca manifestaba su opinión sin decir antes: «Yo +entiendo»... o «sobre ese asunto tengo mis ideas particulares y +propias»... ¡Lo que había aprendido en aquellos ocho años de abono +parlamentario!...</p> + +<p>El nuevo jefe del partido, viendo en él a un compañero seguro que se +buscaba por sí mismo la entrada en el Congreso, le tenía alguna +consideración. Era un soldado que no faltaba a la lista. Llegaba +puntualmente al formarse un nuevo parlamento; presentábase con su acta +limpia, lo mismo si el partido ocupaba los amplios bancos de la derecha +con la insolencia del vencedor, que si se apelotonaba en la izquierda, +reducido, recortado, con la rabiosa ansia de volver a sentarse enfrente +y el loco deseo de encontrarlo todo mal. Dos legislaturas pasadas en la +izquierda del salón, le habían hecho adquirir cierta confianza con el +jefe; le permitían esa franca camaradería de la oposición, donde desde +el <i>leader</i> hasta el que calla, todos viven igualados por su cualidad +común de simples diputados. Además, en aquellas temporadas de desgracia; +para ayudar a la obra destructora de los suyos, podía permitirse sus +preguntitas al gobierno a primera hora de las sesiones, y más de una vez +escuchó de la boca sonriente y descolorida del jefe: «Muy bien, Brull; +ha estado usted intencionado». Y la felicitación llegaba hasta el +distrito, agrandada por el popular asombro.</p> + +<p>Junto con esto, los honores parlamentarios, la gran cruz que le habían +dado como esas gratificaciones que se conceden por años de servicios y +el formar en todas las comisiones encargadas de representar el poder +legislativo en las solemnidades públicas. Si había que llevar a Palacio +la contestación del Mensaje, él era de los designados y temblaba de +emoción pensando en su madre, en su mujer, en todos los de allá al verse +en los carruajes de gala, precedido de brillantes jinetes y saludado por +las trompetas que entonaban la regia marcha. También era él de los que +salían a la escalinata del Congreso a recibir las reales personas en la +sesión inaugural, y en una legislatura fue de la comisión de gobierno +interior, lo que le dio gran realce ante los ujieres.</p> + +<p>—Ese Brull—decían en el salón de Conferencias—será algo el día en que +suban los suyos.</p> + +<p>Ya habían subido; ocupaba su partido el poder en uno de aquellos cambios +de rumbo previstos y ordenados a que vivía sometida la nación por la +política de balancín, y Rafael era de la Comisión de Presupuestos, para +que se soltase a hablar con algo más que preguntas. Había que hacer +méritos; justificar su llegada a uno de aquellos puestos, que según +decían, le guardaba el jefe.</p> + +<p>Los diputados nuevos (la juventud, que componía la mayoría, escogida y +triunfante desde el ministerio de la Gobernación) le respetaban y +atendían como los alumnos atienden a un pasante que recibe directamente +las órdenes del maestro. Era la supeditación de los novatos ante el +discípulo viejo habituado a los usos de la casa.</p> + +<p>Cuando llegaba una votación y se agitaban las oposiciones creyendo en la +posibilidad de la victoria, el ministro de la Gobernación le buscaba en +los bancos con mirada ansiosa:</p> + +<p>—A ver, Brull, traiga usted a esa gente; somos pocos.</p> + +<p>Y Brull, orgulloso del mandato, salía como un rayo entre el estrépito de +los timbres que llamaban los diputados a votar y las correrías de los +ujieres. Pasaba por entre los pupitres del gabinete de escritura, se +asomaba a la cantina, subía a las comisiones, deshacía a codazos los +grupos de los pasillos y ensoberbecido con la autoridad conferida, +empujaba rudamente el rebaño ministerial hacia el salón, refunfuñando +con el enfado de un viejo, asegurando que en <i>sus tiempos</i>, cuando él +comenzaba, había más disciplina. Al ganarse la votación, suspiraba +satisfecho como quien acaba de salvar al gobierno y al país.</p> + +<p>Muchas veces, lo que quedaba en él de sincero y franco, un resto del +carácter de la juventud, le sorprendía, levantando una duda cruel en su +pensamiento. ¿No estaban allí representando una comedia engorrosa y sin +brillo? Realmente, ¿le importaba al país cuanto hacían y decían?</p> + +<p>Inmóvil en el corredor, sentía en torno de él el revoloteo nervioso de +los periodistas, aquella juventud pobre, inteligente y simpática, que se +ganaba el pan duramente, y desde su tribuna les contemplaba como los +pájaros miran desde el árbol las miserias de la calle; riendo ante los +disparates de las solemnes calvas, como ríe en los teatros el público +sano y alegre de la galería. Parecían traer con ellos el viento de la +calle a una atmósfera densa y viciada por muchos años de aislamiento; +eran el pensamiento exterior, la idea sin padre conocido, el +estremecimiento de la gran masa, que se introducía como un aire colado +en aquel ambiente denso semejante al de una habitación donde agoniza, +sin llegar a morir, un enfermo crónico.</p> + +<p>Su opinión era siempre distinta de la de los representantes del país. El +excelentísimo señor Tal, era para ellos un <i>congrio</i>; el ilustre orador +Cual, que ocupaba con su prosa más de una resma de papel en el <i>Diario +de Sesiones</i>, era un <i>percebe</i>; cada acto del parlamento les parecía un +disparate, aunque por exigencias de la vida dijeran lo contrario en sus +periódicos, y lo más extraño era que el país, con misteriosa +adivinación, repetía lo mismo que ellos pensaron en el primer impulso de +su ardor juvenil.</p> + +<p>¿Tendrían que bajar de su tribuna a los bancos para que por primera vez +se dejase oír allí la opinión nacional?</p> + +<p>Y el diputado acababa por reconocer que también estaba la opinión entre +ellos, pero como la momia está en el sarcófago; inmóvil, dormida, +agarrotada por duras vendas, ungida con el ungüento de la retórica y el +correcto bien decir que considera como pecados de mal gusto el arrebato +de la fe, el tumulto de la indignación.</p> + +<p>En realidad, todo iba bien. La nación callaba, permanecía inmóvil; +luego estaba contenta. Terminada ya para siempre la era de las +revoluciones, aquel era el sistema infalible de gobernar, con sus crisis +concertadas y sus papeles cambiados amistosamente por los partidos, +marcando con toda suerte de detalles lo que cada cual había de decir en +el poder y en la oposición.</p> + +<p>En aquel palacio, de extravagante arquitectura, adornado con el mismo +mal gusto que la casa de un millonario improvisado, debía pasar Rafael +su existencia para realizar el sueño de los suyos, aspirando una +atmósfera densa, cálida y entorpecedora, mientras afuera sonreía el +cielo azul y se cubrían de flores los jardines. Debía pasar gran parte +del año lejos de sus naranjos, pensando melancólicamente en el ambiente +tibio y perfumado de los huertos, mientras se subía el cuello del gabán +o se envolvía en la capa, saltando de un golpe del ardor de los +caloríferos del Congreso al frío seco y cruel del invierno en las calles +de Madrid.</p> + +<p>Nada notable había ocurrido para él durante aquellos ocho años. Su vida +era un río turbio, monótono, sin brillantez ni belleza, deslizándose +sordamente como el Júcar en invierno. Al repasar su existencia, la +resumía en pocas palabras. Se había casado; Remedios era su mujer, don +Matías su suegro. Era rico, disponía por completo de una gran fortuna, +mandando despóticamente sobre el rudo padre de su esposa, el más +ferviente de sus admiradores. Su madre, como si los esfuerzos para +emparentar con la riqueza hubiesen agotado la fuerza de su carácter, +había caído en un marasmo senil rayano en la idiotez, sin más +manifestaciones de vida que la permanencia en la iglesia hasta que la +despedían cerrando las puertas, y el rosario, continuamente murmurado +por los rincones de la casa, huyendo de los gritos y los juegos de sus +nietos. Don Andrés había muerto, dejando con su desaparición árbitro y +señor absoluto del partido a Rafael. El nacimiento de sus tres hijos, +las enfermedades propias de la infancia, el diente que apunta con +rabioso dolor, el constipado que obliga a la madre a pasar la noche en +vela y las estúpidas travesuras de su cuñado—aquel hermano de Remedios +que le temía a él más que a su padre, influenciado por el respeto que +infundía su majestuosa persona—eran los únicos sucesos que habían +alterado un poco la monotonía de su existencia.</p> + +<p>Todos los años adquiría nuevas propiedades; sentía el estremecimiento +del orgullo contemplando desde la montaña de San Salvador—aquella +ermita ¡ay! de tenaz recuerdo—los grandes pedazos de tierra aquí y +allá, cercados de verdes tapias, sobre los cuales extendíanse los +naranjos en correctas filas. Todo era suyo; la dulzura de la posesión, +la borrachera de la propiedad subíansele a la cabeza.</p> + +<p>Al entrar en el antiguo caserón, rejuvenecido y transformado, +experimentaba idéntica impresión de bienestar y poder. El viejo mueble +donde su madre guardaba el dinero estaba en el mismo sitio; pero ya no +ocultaba cantidades amasadas lentamente a costa de sacrificios y +privaciones para alzar hipotecas y suprimir acreedores. Ya no llegaba a +él de puntillas; palpando en la sombra; ahora lo abría a raíz de la +cosecha y sus manos se perdían con temblores de felicidad en los fajos +de billetes entregados por su suegro a cambio de las naranjas, y pensaba +con fruición en lo que este guardaba en los Bancos y algún día vendría a +su poder.</p> + +<p>El ansia de la riqueza, el delirio de la tierra se había apoderado de él +como una pasión deleitosa, la única que honestamente podía tener en su +vida monótona, siempre igual, marcándose por la noche hora por hora todo +lo que haría al día siguiente. En aquella pasión por la riqueza había +algo de contagio matrimonial. Ocho años de dormir juntos, en casto +contacto de cabeza a pies, confundiendo el sudor de sus cuerpos y la +respiración de sus pulmones, habían acabado por infiltrar en Rafael una +gran parte de las manías y aficiones de su esposa.</p> + +<p>La cabrita mansa y asustadiza que correteaba perseguida por él, y le +miraba con ojos tristes en sus días de alejamiento, era una mujer con +toda la firmeza imperiosa y la superioridad dominante de las hembras de +los países meridionales. La limpieza y el ahorro tomaban en ella el +carácter de intolerables tiranías. Reñía a su marido si con sus pies +trasladaba la más leve pella de barro de la calle al salón, y revolvía +la casa haciendo ir de cabeza a todos los domésticos apenas descubría en +la cocina unas gotas de aceite derramadas fuera de la vasija o un pedazo +de pan abandonado en un rincón.</p> + +<p>—Una perla para la casa: ¿no lo decía yo?—murmuraba el padre +satisfecho.</p> + +<p>Su virtud era intolerable. Rafael había querido amarla en los primeros +tiempos de su matrimonio. Deseaba olvidar; sentía los mismos arrebatos +apasionados y juguetones de aquellos días en que la perseguía por los +huertos. Pero ella, pasada la primera fiebre de amor, satisfecha su +curiosidad de doncella ante el misterio del matrimonio, opuso en +adelante una pasividad fría y grave a las caricias del marido. No era +una mujer lo que encontraba; era una hembra fríamente resignada con los +deberes de la procreación.</p> + +<p>Sobre esto tenía ella sus «ideas particulares y propias» como su marido +allá en las Cortes. El querer mucho a los hombres no era de mujeres +buenas; eso de entregarse a la caricia con estremecimientos de pasión y +abandonos de locura, era propio de las <i>malas</i>, de las perdidas. La +buena esposa debía resignarse para tener hijos... y nada más; lo que no +fuese esto eran porquerías, pecados y abominación. Estaba enterada por +personas que sabían bien lo que se decían. Y orgullosa de aquella virtud +rígida y áspera como el esparto, se ofrecía a su esposo con una frialdad +que parecía pincharle, sin otro anhelo que lanzar al mundo nuevos hijos +que perpetuasen el nombre de Brull y enorgulleciesen al abuelo don +Matías, que veía en ellos un plantel de personajes, destinados a las +mayores grandezas.</p> + +<p>Rafael vivía envuelto en aquel mismo ambiente tibio y suave del hogar +honrado, que una tarde, paseando por Valencia, le mostró don Andrés como +esperanza risueña si quería volver la espalda a la locura. Tenía mujer e +hijos; era rico. Sus escopetas las encargaba el suegro a los +corresponsales de Inglaterra; en la cuadra tenía cada año un caballo +nuevo, encargándose el mismo don Matías de comprar lo mejor que se +encontraba en las ferias de Andalucía. Cazaba, galopaba por los caminos +del distrito, distribuía justicia en el patio de la casa lo mismo que su +padre; sus tres pequeños, intimidados por sus largos viajes a Madrid y +más familiarizados con los abuelos que con él, colocábanse cabizbajos en +torno de sus rodillas, aguardando en silencio el beso paternal; todo +cuanto le rodeaba estaba al alcance de su deseo, y, sin embargo, no era +feliz.</p> + +<p>De vez en cuando surgía en su memoria el recuerdo de aquella aventura de +la juventud. Los ocho años transcurridos le parecían un siglo. Rafael se +sentía alejado de aquellos sucesos por toda una vida. El rostro de +Leonora se había esfumado poco a poco en su memoria hasta perderse. Sólo +recordaba los ojos verdes, la cabellera brillante como un casco de oro. +Hacía tiempo que había muerto la tía, aquella doña Pepita, sencilla y +devota, dejando sus bienes para la salvación del alma. El huerto y la +casa azul eran ahora de su suegro, que había trasladado a su domicilio +todo lo mejor, los muebles y los adornos comprados por Leonora en su +época de aislamiento, mientras Rafael estaba en Madrid y soñaba ella en +quedarse allí para siempre.</p> + +<p>Rafael evitó con gran cuidado volver a la casa azul. Temía despertar +cierta susceptibilidad de su esposa. Bastante le pesaba en ciertos +momentos el silencio de ella; su prudencia extraña que jamás le +permitió hacer la más leve alusión al pasado, mientras que en su mirada +fría y en la entereza con que abominaba de las locuras del amor +adivinábase el recuerdo tenaz de aquella aventura que todos habían +querido ocultar y que turbó profundamente los preparativos de tu +matrimonio.</p> + +<p>Cuando el diputado estaba solo en Madrid, libre, como en su época de +soltero, el recuerdo de Leonora surgía en su memoria con entera +libertad, sin aquella coacción que parecía turbarle allá abajo, en el +ambiente de la familia.</p> + +<p>¿Qué sería de ella? ¿A qué locuras se habría entregado después de aquel +rompimiento que aún hacía enrojecer a Rafael, como si en su oído +murmurasen atroces insultos? Los periódicos españoles hablan poco de las +cosas de fuera de casa, y sólo dos veces encontró en ellos el nombre de +guerra de Leonora, al dar cuenta de sus triunfos artísticos. Había +cantado en París, como una artista francesa, asombrando la pureza de su +acento; había estrenado en Roma una ópera de un joven maestro, preparada +por el reclamo editorial como un gran acontecimiento. La obra había +gustado poco, pero la artista había sido aclamada por el público, +enloquecido y lacrimoso ante su patética desesperación en el acto final, +al llorar el amor perdido.</p> + +<p>Después nada: ninguna noticia; se había eclipsado, impulsada, sin duda, +por el amor, dominada, por aquella vehemencia que le hacía seguir al +hombre preferido como una esclava. Y Rafael, al pensar en esto, sentía +celos, cual si tuviera algún derecho sobre aquella mujer, olvidando la +crueldad con que le había dicho adiós. Aquella despedida era su +remordimiento. Comprendía que Leonora había sido para él la única +pasión; el amor que pasa una sola vez en la vida al alcance de la mano. +Y él en vez de apresarle, lo había espantado para siempre con un acto +villano, con una despedida cruel, cuyo recuerdo le avergonzaba.</p> + +<p>Coronado del azahar de los huertos, el amor había pasado ante él, +cantando el himno de la juventud loca, sin escrúpulos ni ambiciones, +invitándole a ir tras sus pasos, y él le había contestado con una +pedrada en las espaldas.</p> + +<p>Ya no volvería a pasar, lo presentía. Aquel ser misterioso, risueño y +juguetón sólo se presentaba una vez en el camino. Había que cerrar los +ojos y seguirle agarrado a la mano de la mujer que ofrecía. Si era una +virgen, bueno; si era una mujer como Leonora, bien; había que +conformarse ciegamente, y el que se detenía como él, el que retrocedía +estaba perdido; veía en torno una noche sin fin, y jamás volvía a pasar +ante sus ojos el risueño amor coronado de flores, entonando esa canción +que sólo se oye una vez en la vida.</p> + +<p>Eran vanos todos sus esfuerzos por salir de la monomanía de su +existencia, por rejuvenecerse sacudiendo la vejez de ánimo. Se convencía +con tristeza de que era imposible la repetición de la aventura.</p> + +<p>Por dos meses fue el amante de Cora, una muchacha popular en los +entresuelos de Fornos; una gallega alta, esbelta y fuerte (¡ay, como la +otra!) que había pasado algunos meses en París y al volver de allá con +el pelo teñido de rubio, recogiéndose el vestido con la misma gracia +que si hiciera el <i>trottoir</i> en los boulevares, mezclando con dulzura en +la conversación palabras francesas, llamando <i>mon cher</i> a todo el mundo +y dándosela de entendida en la organización de una cena, brillaba como +una gran <i>cocotte</i> entre sus amigas, sin más alardes que el lamentable +flamenco y la palabra desvergonzada de brutal gracia.</p> + +<p>Pero se cansó pronto de aquellas relaciones. El labio superior de Cora, +sudoroso bajo los polvos de arroz, siempre cubierto de un rocío de +salud, le disgustaba como el hocico de una hermosa bestia de grosera +vitalidad; su empalagosa charla, siempre girando sobre las modas, los +apuros pecuniarios o las ridiculeces de las amigas, acabó por causarle +náuseas. Además, en aquello no había amor, ni capricho siquiera. Le +costaban dinero y no poco tales relaciones, y él se alarmaba en sus +mezquindades de rico; pensaba con remordimiento en el porvenir de sus +hijos como si estuviera arruinándoles, en lo que diría ante los gastos +considerablemente aumentados aquella Remedios tan económica, tan +dispuesta a la defensa del céntimo, sin otros despilfarros que el manto +nuevo para la virgen o la fiesta estruendosa con gran orquesta y bosques +de cirios.</p> + +<p>Rompió sus relaciones con la gallega del boulevar, sintiendo un dulce +descanso al no tener que comparar sus recuerdos de la juventud con +aquella pasión mercenaria en la que terminaban los arrebatos de amor con +la presentación de alguna cuenta que había que pagar a la mañana +siguiente.</p> + +<p>Terminó la vergonzosa alianza de la que se afrentaba Rafael, justamente +cuando su partido ocupaba de nuevo el poder y volvía él a sentarse en +los escaños de la derecha, cerca del banco ministerial, en su calidad de +diputado antiguo. Había llegado el momento de trabajar; a ver si de un +buen empujón lograba abrirse paso. Le nombraron de la Comisión de +presupuestos y tomó sobre sí la obligación de contestar a varias +enmiendas presentadas por las oposiciones al presupuesto de Gracia y +Justicia. El ministro era amigo suyo: un marqués respetable y solemne +que había sido absolutista y cansado de <i>platonismos</i>, como él decía, +acabó por reconocer el régimen liberal aunque conservando sus antiguas +ideas.</p> + +<p>Le agitaba el temblor del muchacho en vísperas de exámenes. Estudiaba en +la biblioteca lo que habían dicho sobre la materia innumerables +generaciones de diputados en un siglo de parlamentarismo.</p> + +<p>Sus amigos del Salón de Conferencias, todos aquellos derrotados y +caídos, la bohemia parlamentaria, que le quería a cambio de papeletas +para las tribunas, animábale profetizando un triunfo. Ya no se +aproximaban a él para decirle: «Cuando yo era gobernador...» +embriagándose a sí mismos con el esplendor de sus glorias muertas; ya no +le preguntaban sobre lo que pensaba don Francisco de esto o de aquello, +para sacar locas deducciones de sus respuestas.</p> + +<p>Le aconsejaban, dábanle indicaciones con arreglo a lo que ellos habían +dicho o pensado decir al discutirse el presupuesto en tiempos de +González Bravo, y acababan por murmurar con una sonrisa que le causaba +escalofríos:—Allá veremos: que quede usted bien.</p> + +<p>Y todo aquel rebaño de malhumorados que esperando un acta jamás llegada, +corrían como viejos caballos al olor de la pólvora a aglomerarse en dos +masas al lado de la presidencia, apenas en el salón se armaba bronca con +campanillazos, no podían imaginarse que el joven diputado muchas noches +interrumpía su lectura con la tentación de arrojar contra la pared los +gruesos tomos de las sesiones, y acababa pensando con escalofríos de +intensa voluptuosidad en lo que habría sido de él corriendo el mundo +tras unos ojos verdes cuya luz dorada creía ver temblar entre los +renglones de la amazacotada prosa parlamentaria.</p> + + + +<h3><a id="IIc"></a>II</h3> + + +<p>—Orden del día: continúa la discusión del presupuesto de obligaciones +eclesiásticas.</p> + +<p>En el salón de sesiones se marcó un movimiento de fuga; el mismo pánico +que desbanda los ejércitos y disuelve las multitudes. Se levantaban los +más resueltos para escapar y les seguían en su huida grupos enteros, +aclarándose por momentos los escaños.</p> + +<p>La Cámara estaba llena desde primera hora. Era día de emociones: una +discusión entre el jefe del gobierno y un antiguo compañero que ahora +estaba en la oposición; un antagonismo de viejos compadres, en el que +salían a luz los secretos de la intimidad, todas las antiguas artimañas +en común para sostenerse en el poder. Y el silencioso público que se +deleitaba con este pugilato, los diputados que llenaban los escaños, las +dos masas que se estrujaban a ambos lados de la presidencia, +emprendieron la fuga al ver terminado el incidente, sabiéndoles a poco +las dos horas de alusiones y punzantes recuerdos.</p> + +<p>El nombre del orador que iba a hablar sobre las obligaciones +eclesiásticas, contuvo un poco aquella fuga; produjo el efecto de un +gran recuerdo histórico lanzado en medio de una dispersión. Algunos +diputados volvieron a sus asientos, mirando a los bancos más extremos de +la izquierda, donde asomaba tras el rojo respaldo una gran cabeza +blanca, en la que brillaban las gafas con luz semejante a la de una +sonrisa dulcemente irónica.</p> + +<p>Púsose en pie el anciano. Era tan pequeño, tan débil de cuerpo, que aún +parecía estar sentado. Toda la fuerza de su vida se había concentrado en +la cabeza, enorme, de nobles líneas, sonrosada en la cúspide, entre los +blancos mechones echados atrás. Su cara pálida tenía esa transparencia +de cera de una vejez sana y vigorosa, a la que añadían nueva majestad +las barbas plateadas, brillantes, luminosas como las que el arte da +siempre al Todopoderoso.</p> + +<p>Aguardaba con los brazos cruzados a que cesase el rumor de colmena +revuelta que zumbaba en el salón y los últimos fugitivos hubiesen +traspuesto las puertas de salida. Por fin, comenzó a hablar ante la +Cámara casi vacía, entre los siseos de los periodistas, que asomados a +su tribuna como un gran racimo de cabezas, imponían silencio para no +perder palabra.</p> + +<p>Era el patriarca de la Cámara. Representaba la revolución no sólo +política, sino social y económica; era el enemigo de todo lo existente; +sus teorías causaban profunda irritación como una música nueva e +incomprensible que alterase el oído adormecido. Pero se le escuchaba con +respeto, con la veneración que inspiraban sus años y su historia +irreprochable. Su voz tenía el sonido débil y dulce de una lejana +campanilla de plata; y en el silencio del salón se desarrollaba su +palabra con cierta unción evangélica, como si al hablar pasase ante sus +ojos la visión de un mundo mejor, de la sociedad perfecta del porvenir +sin opresión ni tristezas, tantas veces soñadas en la soledad de su +gabinete de estudio.</p> + +<p>Rafael estaba a la cabeza del banco de la comisión, algo separado de sus +compañeros. Le dejaban espacio libre como los toreros al camarada que va +a matar. Había apilado en su asiento legajos y volúmenes por si le +ocurría citar textos en su contestación al venerable orador.</p> + +<p>Le contemplaba en silencio, admirándole. Aquel sí que era fuerte, con la +dureza y la frialdad del hielo. Habría tenido sus pasiones como todos; +en ciertos momentos se escapaba a través de su exterior inmutable y +tranquilo un arranque de vehemencia. Sus ardores de poeta perdido en la +política delatábanse algunas veces, como esos volcanes ocultos bajo una +sima de nieve se revelan con lejano trueno. Pero había sabido ajustar su +existencia al deber, y sin creer en Dios, sin otro apoyo que la +filosofía, la fuerza de su virtud era tal, que desarmaba a los más +apasionados enemigos.</p> + +<p>¡Y a un hombre así había de contestarle él!... Comenzaba a sentir miedo, +y para recuperar el ánimo, paseaba su mirada por el salón. Lo que +llamaban una media entrada los familiares de la casa. En los escaños +veíanse esparcidos algunos grupos de diputados; la tribuna pública llena +de gente popular quieta y en recogimiento, como si bebiese la palabra +del viejo republicano. En las otras tribunas, poco antes repletas de +curiosos para contemplar el pugilato de primera hora, sólo quedaban los +forasteros, mirando abajo con expresión de asombro, deslumbrados por los +fantásticos trajes de los maceros y con el propósito firme de no moverse +hasta que los despidieran. Algunas señoras de la clase de +<i>parlamentarias</i>, que acudían todas las tardes de bronca, rumiaban +caramelos y miraban con extrañeza a aquel viejo de terrible fama, cuyo +nombre jamás se pronunciaba en sus tertulias, admirando su aspecto +bondadoso y la natural distinción con que llevaba la levita. ¡Parecía +imposible!... En la tribuna diplomática sólo quedaba una señora +lujosamente vestida, con un gran sombrero de plumas negras, tras el cual +casi desaparecía un joven rubio, peinado en <i>bandós</i>, correcto y +estirado. Sería alguna extranjera. Rafael la tenía frente a su banco y +veía su mano enguantada apoyándose en el antepecho de la tribuna, +agitando el abanico con escandaloso crujido. El resto de su cuerpo se +confundía en la penumbra de la tribuna al echarse atrás para cuchichear +y reír con su acompañante.</p> + +<p>Distraído por aquella revista, Rafael apenas atendía al orador. Había +adivinado todo lo que estaba diciendo y esto le satisfacía. Así no +quedaba desbaratado el andamiaje de la larga contestación que traía +preparada.</p> + +<p>Aquel hombre era inflexible e inmutable. Llevaba treinta años diciendo +lo mismo. Aquel discurso lo había leído Rafael un sinnúmero de veces. +Estudiando atentamente los males nacionales, los abusos imperantes en el +país, había formulado una crítica completa y despiadada, en la que +resaltaban los absurdos por el efecto del contraste. Con la convicción +de que la verdad sólo es una y nada tan nuevo como ella, venía +repitiendo su crítica todos los años en un estilo puro, conciso, sonoro, +que parecía esparcir en el ambiente el maduro perfume de los clásicos.</p> + +<p>Hablaba en nombre de la España del porvenir, de un pueblo que no tendría +reyes, porque se gobernaría por sí mismo; que no pagaría sacerdotes, +porque respetando la conciencia nacional permitiría todos los cultos sin +privilegiar alguno. Y con sencilla amenidad, como si construyese y +juntase versos, emparejaba cifras, haciendo resaltar la manera absurda +con que la nación se despedía de un siglo de revoluciones, durante el +cual todos los pueblos habían conseguido más que el nuestro.</p> + +<p>En el mantenimiento de la casa real se gastaba más que en enseñanza +pública. El sostenimiento de una sola familia resultaba de más valía que +el despertar a la vida moderna de todo un pueblo. En Madrid, en la +capital, a la vista de todos ellos, las escuelas instaladas en inmundos +zaquizamíes; iglesias y conventos surgiendo de la noche a la mañana como +palacios encantados en las principales calles. En veintitantos años de +restauración, más de cincuenta edificios religiosos completamente +nuevos, estrechando la capital con una cintura de construcciones +flamantes; y en cambio una sola escuela moderna como la de cualquier +población pequeña de Inglaterra o Suiza. La juventud débil, apagada, +egoísta y devota, contrastando con sus padres, que adoraban los +generosos ideales de la libertad y la democracia y hacían revoluciones. +El hijo, envejecido, con el pecho lleno de medallas, sin más vida +intelectual que las reuniones de cofradía, confiando su porvenir y su +voluntad al jesuita introducido en la familia por la madre, mientras el +padre sonríe amargamente, reconociendo que es de otro mundo, de una +generación que se va: la que logró galvanizar la nación por un momento +con la protesta revolucionaria.</p> + +<p>La iglesia cobrando todos sus servicios a los fieles y cobrando al mismo +tiempo del Estado. La Hacienda demandando economías, mientras se crean +nuevos obispados y las obligaciones eclesiásticas aumentan en provecho +del alto clero, sin beneficio alguno para el populacho de sotana, para +los de abajo, que necesitan entregarse a la más despiadada codicia, +explotando sin escrúpulos la casa de Dios. Y mientras tanto, sin dinero +para las obras públicas, poblaciones sin caminos, regiones enteras sin +haber oído jamás el silbato del ferrocarril que resuena en regiones +salvajes de Asia y Africa, campiñas pereciendo de sed mientras los ríos +pasan junto a ellas llevando al mar sus inútiles aguas.</p> + +<p>El estremecimiento de la convicción pasaba por la Cámara silenciosa, +anhelante para no perder nada de aquella voz débil, lejana, como salida +de una tumba. Todos sentían en el ambiente el paso de la verdad, y +cuando terminó con una invocación al porvenir, en el cual no existirían +absurdos ni injusticias, se hizo más profundo el silencio, como si un +viento glacial, una brisa de muerte hubiese aleteado sobre aquellas +cabezas que creían estar deliberando en el mejor de los mundos.</p> + +<p>Al terminar el venerable orador se levantó Rafael, pálido, tirando de +los puños de la camisa, dejando pasar algunos minutos para que se +calmara la agitación de la Cámara, ansiosa de expansionarse, de murmurar +después del largo recogimiento a que la había obligado la palabra tenue +y concisa del anciano.</p> + +<p>Si a Rafael le había de animar la benevolencia del auditorio, buen +principio tenía. El salón se vaciaba por momentos. Era la fuga prevista +apenas se levantaba el señor de la comisión a contestar a las +oposiciones, teniendo al lado un rimero de papeles. Una <i>lata</i>, +¡huyamos! Y pasaban por enfrente de Rafael, atravesando el hemiciclo, +los grupos de compañeros; mientras arriba en las tribunas la dispersión +era general, como si el edificio se incendiase. Las señoras, mascando el +último caramelo y viendo terminado por aquel día el desfile de hombres +ilustres, abandonaban las tribunas. Abajo las aguardaba el coche para +dar un paseo por la Castellana. Aquella extranjera de la tribuna +diplomática también se movía para irse. Pero no; daba la mano a su +acompañante, le despedía y se quedaba, moviendo aquel abanico que con su +revoloteo turbaba a Rafael. Muchas gracias, señora. Aunque él, por su +gusto, hubiera querido que se marchasen todos, que no quedasen en el +salón otras personas que el presidente y los maceros para hablar con +menos miedo. Le atemorizaba la tribuna pública, donde no se había movido +nadie, aguardando sin duda la rectificación del venerable orador: toda +aquella aglomeración de blusas blancas y pecheras sin corbata, rematadas +por cabezas morenas que le miraban con fija frialdad como +diciendo:—Ahora veremos lo que contesta ese tío.</p> + +<p>Rafael comenzó por un elogio a la historia intachable, a la consecuencia +política, a la sabiduría de aquel venerable septuagenario que todavía +tenía fuerzas para batallar por los ideales de su juventud. Era de +rúbrica un exordio como este; así lo hacía el jefe. Y al hablar, su +vista se fijaba angustiosamente en el reloj. Quería ser largo, muy +largo. Si no hablaba hora y media o dos horas, estaba deshonrado. Era el +tiempo que correspondía a un hombre de su importancia. Había visto a los +jefes de partido, a los caudillos de grupo, hablar toda una tarde, desde +las cuatro hasta las ocho, roncos y congestionados, sudando como +cavadores, con el cuello de la camisa hecho un trapo sucio y mirando el +gran reloj del salón con angustia de condenados. «Aún falta una hora +para levantar la sesión», decían los amigos. Y el gran orador, como un +caballo cansado, pero de buena sangre, sacaba nuevas fuerzas y emprendía +otra vez la carrera, falto de espacio para galopar, volviendo sobre sus +pasos, repitiendo lo que ya había dicho un sinnúmero de veces, +resumiendo la media docena de ideas desenvueltas en cuatro horas de +sonora charla. Los buenos discursos se apreciaban reloj en mano. El rey +de la casa era un señor rubio que desde los bancos de la oposición se +divertía molestando al jefe del gobierno: un diputado eterno con fuerzas +para hablar tres días seguidos.</p> + +<p>Rafael había oído ponderar la concisión y la claridad de la oratoria +moderna en los parlamentos de Europa. Los discursos de los jefes de +gobierno en París o Londres llenaban media columna de un periódico. +También el venerable orador a quien iba a contestar, por ser original en +todo, hablaba con esta concisión: cada período encerraba tres o cuatro +ideas. Pero él no se dejaba tentar por la austeridad oratoria; creía que +el peso y la medida sin tasa eran cualidades indispensables en la +elocuencia, y deseando llenar todo un cuaderno del <i>Diario de sesiones</i> +para que allá en su distrito se asombraran ante el interminable batallón +de columnas impresas, hablaba y hablaba sin más preocupación que no +soltar idea alguna; guardándolas todas con avaro celo, con la certeza de +que cuanto más las conservara prisioneras, más larga y solemne +resultaría su oración.</p> + +<p>Llevaba hablando un cuarto de hora sin contestar a nada del anterior +discurso, llenando de flores al ilustre personaje. «Su señoría era +respetable por esto o aquello, había hecho lo otro y lo de más allá... +pero», y al llegar por fin al <i>pero</i> comenzó a soltar algo de lo que +traía preparado. Su señoría era un ideólogo de inmenso talento, pero +siempre fuera de la realidad; quería gobernar los pueblos con arreglo a +las teorías adquiridas en los libros, sin atenerse a la práctica, al +carácter propio e indestructible que tiene cada nación.</p> + +<p>Y había que oír con qué ligero tono de desprecio marcaba aquello de +<i>ideólogo</i> y lo de sabiduría adquirida en los libros y lo de vivir fuera +de la realidad.</p> + +<p>Muy bien; así, así,—le decían los compañeros de comisión, moviendo sus +cabezas peinadas, lustrosas e indignadas contra todos los seres que +quisieran vivir fuera de la realidad. Había que cantarles las verdades a +los <i>ideólogos</i>.</p> + +<p>Y el ministro, amigo de Rafael, el único que ocupaba el banco azul, +abrumando con su enorme tronco el pupitre, volvía su cabeza de búho +gordo, pelado y con agudo pico para sonreír benévolamente al joven.</p> + +<p>El orador continuaba cada vez más sereno, fortalecido por aquellas +muestras de aprobación. Hablaba de los detenidos y profundos estudios +que la comisión había hecho de los presupuestos. El era el más modesto, +el último, pero allí estaban sus compañeros—todos aquellos señores con +levita inglesa y pelo partido de la frente a la nuca,—jóvenes +estudiosos que le habían ilustrado con sus profundas apreciaciones, y +cuando ellos no habían hecho más economías, era porque resultaba +imposible.</p> + +<p>Y las cabezas de la comisión se movían para murmurar el optimismo del +agradecimiento:—¡Pero este Brull habla muy bien!...</p> + +<p>El gobierno estaba dispuesto a cuantas economías fuesen prudentes y +factibles, sin menoscabo de la dignidad y del país; pero era el gobierno +de una nación eminentemente religiosa; favorecida por Dios en todos sus +trances, y no tocaría un céntimo de las obligaciones eclesiásticas. +¡Jamás! ¡Jamás!</p> + +<p>Su voz resonaba con ese triste eco que conmueve las casas vacías. Miró +el reloj con angustia. Media hora; ya llevaba media hora hablando y aún +no había comenzado de veras el discurso. Ahora lamentaba que la Cámara +estuviese vacía. ¡Tan bien que marchaba aquello!... Frente a él, en la +penumbra de la tribuna diplomática, seguía moviéndose el abanico, +distrayéndole con su aleteo. ¡Diablo de señora! Bien podía estarse +quieta.</p> + +<p>El presidente, siempre con la campanilla en la mano, inquieto y +vigilante cuando hablaba alguien de las oposiciones, descansaba ahora +con los ojos entornados y la cabeza en el respaldo del sillón, +dormitando con la confianza de un director que no teme desafinaciones. +Los vidrios de la claraboya tomaban un tinte acaramelado con los rayos +del sol, pero abajo solo descendía una luz verde y difusa, una claridad +de bodega, discreta y dulce, que parecía sumir la Cámara en una calma +monástica. Por las ventanas del techo, encima de la presidencia, veíanse +pedazos de cielo azul impregnados de la suave luz de una tarde de +primavera. Un palomo blanco revoloteaba a lo lejos en estos cuadros +azules.</p> + +<p>Rafael sintió un desmayo de la voluntad, una invasión de entorpecedora +pereza. Aquella sonrisa dulce de la naturaleza asomando a los tragaluces +de la lóbrega cripta parlamentaria le hizo pensar en sus campos de +naranjos, y por un capricho de la imaginación vio praderas cubiertas de +flores, damas vestidas de pastoras como en los abanicos antiguos +bailando sobre la punta de sus tacones al son de juguetones violines, y +sintió un impulso de acabar en cuatro palabras, de tomar el sombrero y +huir para perderse en las arboledas del Retiro. Existiendo el sol y las +flores ¿qué hacía allí, hablando de cosas que no le importaban?... Pero +se repuso pronto de aquella rápida crisis. Cesó de buscar entre los +legajos amontonados en el escaño, de hojear papeles para disimular su +turbación, y tremolando el primer pliego que encontró a mano, continuó +su discurso.</p> + +<p>No se le ocultaba la intención que guiaba a su señoría al combatir aquel +presupuesto. Sobre este punto tenía él ideas particulares y propias. «Yo +entiendo que su señoría, proponiendo economías, busca también combatir +las instituciones religiosas, de las que es enemigo».</p> + +<p>Y al llegar a este punto Rafael se lanzó en loca carrera, pisando +terreno firme y conocido. Toda esta parte del discurso la tenía +preparada, párrafo por párrafo; una apología del catolicismo, de la fe +religiosa unida íntimamente a la historia de España, con arranques +líricos y estremecimientos de entusiasmo, como si predicase una nueva +cruzada.</p> + +<p>Veía en los bancos de enfrente el brillo irónico de unas gafas, el +estremecimiento de una barba blanca sobre los brazos cruzados, como si +una sonrisa bondadosa e indulgente saludase el desfile de tantos lugares +comunes, mustios y descoloridos como flores de trapo. Pero Rafael no se +intimidaba. Ya le faltaba poco para llegar a una hora de discurso. +Adelante, adelante, a soltar todos sus arranques líricos sobre la gran +epopeya nacional y cristiana. Y desfilaban por el oratorio +cinematógrafo, la cueva de Covadonga; un árbol fantástico de la +Reconquista «donde el guerrero colgaba su espada, el poeta su arpa, +etc., etc.», pues todos acudían a colgar cualquier cosa; los siete +siglos de batallas por la cruz, plazo algo largo, mediante el cual fue +expulsada del suelo español la impiedad sarracena. Y a continuación los +grandes triunfos de la unidad católica. España dueña de casi todo el +mundo, el sol obligado a alumbrar eternamente la tierra española; las +carabelas de Colón llevando la cruz a las tierras vírgenes; la luz del +cristianismo saliendo de entre los pliegues de la bandera nacional para +esparcirse por toda la tierra.</p> + +<p>Y como si hubiera sido una señal aquel himno a la luz cristiana entonado +por el orador casi invisible en la penumbra del salón, comenzaron a +encenderse las lámparas eléctricas, saliendo de la obscuridad los +cuadros, los dorados, los escudos, las figuras duras y chillonas +pintadas en la cúpula.</p> + +<p>Rafael se sentía trémulo, fuera de sí, embriagado por la facilidad con +que desenvolvía su discurso. Aquella ola de luz que se derramaba por el +salón, en plena tarde, mientras en la claraboya aún brillaba el sol, +parecíale la repentina entrada en la gloria que venía hacia él, para +darle el espaldarazo del renombre.</p> + +<p>Arrebatado por su verbosidad seguía soltando cuanto había almacenado +aquellos días en su pensamiento. «En vano se cansaba su señoría: España +era profundamente religiosa, su historia era la del catolicismo: se +había salvado en todos sus conflictos abrazada a la cruz». Y abarcaba +todas las grandes luchas nacionales; desde las batallas en que la piedad +popular veía a Santiago en su caballo blanco, cortando las cabezas de la +morisma con alfanje de oro, hasta el levantamiento de los pueblos contra +Napoleón, tras el pendón de la parroquia y con el escapulario al pecho. +No hablaba una palabra del presente: dejaba en pie aquella crítica +despiadada del viejo revolucionario, despreciándola como un sueño de +<i>ideólogo</i>, y se enfrascaba en su canto al pasado, afirmando por +centésima vez que habíamos sido grandes por ser católicos, que en el +momento no lo fuimos, todos los males del mundo cayeron sobre nosotros, +y hablaba de los excesos de la revolución, de la tormentosa república +del 73, cruel pesadilla de las personas sensatas, y del Cantón de +Cartagena, el supremo recurso de la oratoria ministerial, una verdadera +fiesta de caníbales, un horror jamás conocido en la tierra de los +pronunciamientos y guerras civiles. Se esforzaba por hacer sentir al +auditorio el terror de aquellas revoluciones, cuyo principal defecto era +no haber revolucionado nada... Y a continuación una apología entusiasta +de la familia cristiana, del hogar católico, nido de virtudes y +dulzuras, con tal fervor, que no parecía sino que en los países donde no +imperaba el catolicismo, eran todas las casas repugnantes lupanares u +horrorosas cuevas de bandidos.</p> + +<p>—Muy bien, Brull muy bien—mugía el ministro, de bruces en su pupitre, +oyendo con delicia sus propias ideas en la boca del joven.</p> + +<p>El orador descansó un instante, paseando su mirada por las tribunas, +iluminadas ahora por las lámparas. La dama de la tribuna diplomática +había cesado de abanicarse, mirándole fijamente.</p> + +<p>Faltó poco para que Rafael se sentara de golpe, anonadado por la +sorpresa. ¡Aquellos ojos!... ¡tal vez una asombrosa semejanza! Pero no; +era ella, le sonreía con la misma sonrisa burlona de los primeros +tiempos.</p> + +<p>Sentía la turbación del pájaro que se revuelve en el árbol sin poder +librarse de la mirada magnética de la serpiente encogida junto al +tronco. Aquellos ojos que se burlaban de él trastornaban todas sus +ideas. Quiso acabar; callarse pronto: cada minuto le parecía un +suplicio; creía oír los mudos chistes que aquella boca estaría haciendo +a costa suya.</p> + +<p>Miró otra vez el reloj; con quince minutos más redondeaba el discurso. Y +emprendió una carrera loca, con voz precipitada, olvidando su economía +de ideas para prolongar la peroración, soltándolas todas de golpe, con +el deseo de terminar cuanto antes. «El Concordato... obligaciones +sagradas con el clero... sus antiguos bienes... compromisos de estrecha +amistad con el Papado, padre generoso de España... en fin, que no podían +hacerse economías ni por valor de un céntimo y que la comisión sostenía +el presupuesto sin reforma alguna».</p> + +<p>Al sentarse, sudoroso, conmovido, restregándose con fuerza el +congestionado rostro, los compañeros del banco le felicitaron, +tendiéndole las manos. «Era todo un orador; debía lanzarse; hablar más; +tenía condiciones».</p> + +<p>Y del banco de abajo venía el mugido del ministro:</p> + +<p>—Muy bien, muy bien. Ha dicho usted lo mismo que hubiera dicho yo.</p> + +<p>El viejo revolucionario se levantaba para hacer una corta rectificación, +repitiendo las mismas afirmaciones de antes que no habían sido +contestadas.</p> + +<p>—Me he cansado mucho—suspiraba Rafael contestando a las +felicitaciones.</p> + +<p>—Salga usted si quiere—dijo el ministro.—Yo pienso contestar la +rectificación. Es un deber de cortesía con un diputado tan antiguo.</p> + +<p>Rafael levantó la cabeza y vio vacía la tribuna diplomática. Aún creyó +distinguir en su lóbrego fondo las grandes plumas del sombrero.</p> + +<p>Salió del banco apresuradamente y se lanzó al pasillo, donde le +detuvieron muchos para felicitarle.</p> + +<p>Ninguno le había oído, pero todos le daban la enhorabuena, le +estrechaban la mano, impidiéndole avanzar.</p> + +<p>De nuevo creyó ver al extremo del corredor, al pie de la escalera de las +secciones, destacándose sobre la vidriera de salida, aquellas plumas +negras y ondulantes.</p> + +<p>Se abrió paso entre los grupos, sordo a las felicitaciones, empujando a +los que le tendían la mano y tropezó en la cancela de cristales con dos +compañeros que miraban hacia fuera con ojos de entusiasmo.</p> + +<p>—¡Qué hembra! ¿eh?</p> + +<p>—Parece extranjera. Será mujer de algún diplomático.</p> + + + +<h3><a id="IIIc"></a>III</h3> + + +<p>Al salir del palacio la vio en la acera, disponiéndose a subir en una +berlina. Un ujier del Congreso sostenía la portezuela con el respeto que +inspira el coche oficial, el galón de oro brillante en el sombrero de +los cocheros.</p> + +<p>Rafael se aproximaba, creyendo todavía a la vista de aquel carruaje en +una asombrosa semejanza. Pero no, era ella; la misma; ¡como si no +hubiesen transcurrido ocho años!</p> + +<p>—¡Leonora! ¡Usted aquí!...</p> + +<p>Ella sonrió como si aguardara el encuentro.</p> + +<p>—Le he visto y le he oído. Muy bien, Rafael: acabo de pasar un rato +delicioso.</p> + +<p>Y estrechando su mano con un franco apretón de amistad, entró en el +carruaje, con estrépito de sedas y finos lienzos.</p> + +<p>—Vamos, ¿no sube usted?—preguntó sonriendo.—Acompáñeme; daremos un +paseo por la Castellana. La tarde es magnífica; un poco de oxígeno +sienta bien después de ese ambiente tan pesado.</p> + +<p>Rafael subió, seguido por la mirada de asombro del ujier, admirado al +verle en tan seductora compañía.</p> + +<p>Comenzó a rodar la berlina; los dos, en íntimo contacto, sintiendo el +calor de sus cuerpos, chocando dulcemente con el suave movimiento de los +muelles.</p> + +<p>Rafael no sabía qué decir. Le turbaba la sonrisa irónica y fría de su +antigua amante; sentíase avergonzado por el recuerdo de su brutal +despedida. Quería hablar, y sin embargo, no sabía qué decir; le pesaba +aquel <i>usted</i> ceremonioso con que se habían tratado al subir al coche. +Por fin se atrevió a decir tímidamente, hablando en tercera persona:</p> + +<p>—Encontrarnos aquí, ¡qué sorpresa!</p> + +<p>—Llegué ayer, mañana salgo para Lisboa. Una corta detención: hablar dos +palabras con el empresario del Real; tal vez venga el próximo invierno a +cantar <i>La Walkyria</i>. Pero hablemos de usted, ilustre orador... más bien +dicho de ti, porque nosotros creo que aún somos amigos.</p> + +<p>—Sí: amigos, Leonora... yo no he podido olvidarte.</p> + +<p>Pero el entusiasmo con que dijo estas palabras, se desvaneció ante la +fría sonrisa de la artista.</p> + +<p>—Amigos; eso es—dijo con lentitud:—amigos nada más. Entre nosotros +hay un muerto que nos impide aproximarnos.</p> + +<p>—¿Un muerto?—preguntó Rafael no comprendiendo a la artista.</p> + +<p>—Sí; aquel amor que mataste... Amigos nada más; camaradas unidos con la +complicidad del crimen.</p> + +<p>Y reía con su irónica crueldad, mientras el carruaje corría por una de +las avenidas de Recoletos. Leonora miraba distraídamente el paseo +central; sus filas de sillas de hierro, llenas de gente; los grupos de +niños, que vigilados por las criadas, corrían alborozados bajo la luz +dorada y dulce de la tarde primaveral.</p> + +<p>—Leí esta mañana en los periódicos que don Rafael Brull, de la +<i>comisión</i>, se encargaría de contestar en eso de los presupuestos, y +rogué a un antiguo amigo, el secretario de la embajada inglesa, que +viniese a recogerme para acompañarme al Congreso. Este coche es el +suyo... Pobre muchacho; no te conoce, pero apenas vio que te levantabas, +emprendió la fuga... Una injusticia, porque tú no has estado mal. Estoy +asombrada. Y di, Rafael, ¿de dónde sacas todas esas cosas?</p> + +<p>Pero Rafael no aceptaba el elogio, mirando con inquietud aquella sonrisa +cruel. Además, ¿qué le importaba su discurso? Creía estar años enteros +dentro de aquel coche; le parecía haber transcurrido toda una vida desde +que salió del Congreso: el recuerdo de la sesión se borraba de su +memoria. La contemplaba con admiración, paseando una mirada de asombro +por su rostro y su cuerpo.</p> + +<p>—¡Qué hermosa estás!—murmuró con arrobamiento.—La misma que entonces. +Parece imposible que hayan transcurrido ocho años.</p> + +<p>—Sí; reconozco que no estoy del todo mal. El tiempo no me muerde. Un +poco más de tocador, he ahí todo. Yo soy de las que mueren de pie, sin +sacrificar a la edad nada de su exterior. Antes que entregarme me +mataría. Quiero eclipsar a Ninon de Lenclos.</p> + +<p>Era verdad. Los ocho años no habían marcado su paso por ella. La misma +frescura, igual esbeltez, robusta y fuerte; idéntico fuego de arrogante +vitalidad en sus ojos verdes. Parecía que al arder en incesante llama de +pasión, en vez de consumirse se endurecía, haciéndose más fuerte.</p> + +<p>Su mirada abarcaba al diputado con una curiosidad irónica.</p> + +<p>—¡Pobre Rafael! siento no poder decirte lo mismo. ¡Cuán cambiado estás! +Pareces un señor casi venerable. En el Congreso me costó trabajo +reconocerte. Grueso, calvo, con esos lentes que trastornan tu antigua +cara de moro de leyenda. ¡Pobrecito mío! ¡Si ya tienes arrugas!...</p> + +<p>Y reía, como si le causara intenso gozo el placer de la venganza, ver a +su antiguo amante anonadado y cabizbajo por el retrato de su decadencia.</p> + +<p>—No eres feliz, ¿verdad? y sin embarga debías serlo. Te habrás casado +con aquella muchacha que te ofrecía tu madre; tendrás hijos... no +intentes negarlo para hacerte el interesante: lo adivino en tu persona, +tienes el aire de padre de familia; a mí no se me escapan estas cosas... +¿Y por qué no eres feliz? Tienes todo el aspecto de un personaje y lo +serás muy pronto; de seguro que usas faja para disimular el vientre; +eres rico, hablas en esa cueva lóbrega y antipática; tus amigos de allá +se entusiasmarán leyendo el discurso del señor diputado, y estarán ya +preparando los cohetes y la música para recibirte. ¿Qué te falta?</p> + +<p>Y con los ojos entornados, sonriendo maliciosamente, esperaba la +respuesta, adivinándola.</p> + +<p>—¿Qué me falta? El amor; lo que tenía contigo.</p> + +<p>Y con la vehemencia de otros tiempos, como si aún estuvieran entre los +naranjos de la casa azul, el diputado daba salida a sus melancolías de +ocho años.</p> + +<p>La ofrecía la imagen inspirada por su tristeza. El amor, que pasa una +sola vez en la vida coronada de flores con su cortejo de besos y risas. +Quien le sigue obediente, encuentra la felicidad al fin de la dulce +carrera. El que por orgullo o egoísmo se queda al borde del camino, ese +llora su torpeza, la expía con una existencia de tedio y dolor. El había +pecado, lo reconocía e imploraba su perdón; había purgado su falta con +ocho años monótonos, abrumadores como una noche sofocante y sin fin: +pero ya que volvían a encontrarse, aún era tiempo, Leonora, aún podía +hacer retoñar la primavera de su vida, obligar al amor a que volviese +sobre sus pasos, a que pasase de nuevo, tendiéndoles sus dulces manos.</p> + +<p>La artista le escuchaba sonriendo, con los ojos cerrados, reclinada en +el fondo del carruaje, con un gesto de placer, como si paladease con +fruición aquel fuego de amor que aún ardía en Rafael y que era su +venganza.</p> + +<p>Los caballos marchaban al paso por la Castellana. Pasaban junto a ellos +otros carruajes en los que brillaban curiosas miradas, sondeando el +interior de la berlina y admirando aquella mujer hermosa y desconocida.</p> + +<p>—¿Qué contestas, Leonora? Aún podemos ser felices. Olvida mi falta, el +tiempo pasado; imagínate que ayer fue nuestra despedida en aquel +huerto, que hoy nos encontramos para vivir eternamente unidos.</p> + +<p>—No—dijo fríamente la artista.—Tú lo has dicho, el amor sólo pasa una +vez en la vida. Lo sé por cruel experiencia y he procurado olvidarlo. +Para nosotros pasó ya, y es una locura pretender que nos busque de +nuevo. Ese no retrocede nunca. Si le buscásemos, sólo a costa de +esfuerzos encontraríamos su sombra. Le dejaste escapar; llora tu culpa +como yo lloré tu torpeza... Además, tú no te das cuenta de la situación. +Acuérdate de lo que hablábamos en nuestra primer noche a la luz de la +luna: «El arrogante mes de Mayo, el joven guerrero con armadura de +flores busca a su amada la Juventud». ¿Y dónde está en nosotros la +juventud? La mía búscala en mi tocador; se la compro al perfumista, y +aunque sabe disfrazarme bien, oculta una vejez de ánimo, un desaliento +en el que no quiero pensar porque me asusta. La tuya ¡pobre Rafael! no +existe ya, ni aun exteriormente. Mírate bien: estás muy feo ¡hijo mío! +Has perdido aquella esbeltez interesante de la juventud. Me haces reír +con tus ensueños. ¡Una pasión a estas horas! ¡el idilio de una jamona +retocada y un padre de familia calvo y con abdomen! ¡Ja, ja, ja!</p> + +<p>¡Cruel! ¡Cómo reía! ¡cómo se vengaba! Rafael irritábase ante aquella +resistencia punzante e irónica; se exaltaba al hablar de su pasión... +Nada importaban los desgastes del tiempo. ¿No podía obrar milagros el +amor? El la amaba más aún que en otros tiempos; sentía hambre loca por +su cuerpo; la pasión les daría el fuego de la juventud. El amor era +como la primavera que vivifica los troncos aletargados por el invierno, +cubriéndolos de flores. ¡Que ella dijera <i>sí</i>, y vería al instante el +milagro, la resurrección de su vida entumecida; el despertar de su alma +a la vida del amor!</p> + +<p>—¿Y la mujer? ¿y los hijos?—preguntó Leonora brutalmente, como si le +quisiera despertar con este recuerdo, cruel como un latigazo.</p> + +<p>Pero Rafael estaba ebrio de pasión. Le trastornaba el contacto tibio de +aquel cuerpo tantas veces deseado en su aislamiento; las emanaciones +perfumadas de voluptuosidad con que impregnaba el interior del carruaje.</p> + +<p>Todo lo olvidaría por ella; familia, porvenir, posición. El sólo la +necesitaba a ella para vivir y ser feliz.</p> + +<p>—Huiré contigo; todos me son extraños cuando pienso en ti. Tú sola eres +mi vida.</p> + +<p>—Muchas gracias—contestó Leonora con gravedad.—Renuncio a ese +sacrificio... ¿Y la santidad de la familia de que hace poco hablabas en +aquel salón? ¿Y la moral cristiana sin la cual sería imposible la vida? +¡Cómo reía yo escuchándote! ¡Qué de mentiras decís allí para los +bobos!...</p> + +<p>Y volvía a reír cruelmente, regocijada por el contraste entre las +palabras del discurso y aquella loca proposición de abandonarlo todo +para seguirla en su correría por el mundo. ¡Ah, farsante!</p> + +<p>Ya había presentido ella en su solitaria tribuna que todo eran mentiras, +convencionalismos, frases hechas; que el único que hablaba allí con la +firmeza de la virtud, era aquel viejecito, al que contemplaba con +veneración por haber sido de los ídolos de su padre.</p> + +<p>Rafael se sentía avergonzado. La rotunda negativa de Leonora; la burla +despiadada de su hipocresía le hacían darse cuenta de la enormidad de su +deseo. Se vengaba haciéndole revolcarse en la abyección de su amor loco +y desesperado, capaz de las mayores vergüenzas.</p> + +<p>Comenzaba el crepúsculo. Leonora dio orden al cochero para volver a la +plaza de Oriente. Vivía en una de las casas inmediatas al teatro Real, +que sirven de alojamiento a los artistas. Tenía prisa; había de comer +con aquel joven de la embajada y dos críticos musicales cuya +presentación le había anunciado.</p> + +<p>—¿Y yo, Leonora? ¿No nos veremos más?</p> + +<p>—Tú me dejarás en la puerta, y ¡hasta que volvamos a encontrarnos!</p> + +<p>—Quédate unos días. Al menos que te vea; que tenga el consuelo de +hablarte, de sentir el amargo placer de tus burlas.</p> + +<p>¡Quedarse!... Tenía sus días contados; iba de un extremo a otro del +mundo, arreglando su vida con la exactitud de un reloj. De allí a dos +días cantaría en el San Carlos de Lisboa tres representaciones de Wagner +nada más; y después de un salto a Stokolmo y luego no sabía con certeza +donde; a Odessa o al Cairo. Era el Judío Errante, la walkyria galopando +entre las nubes de una tempestad musical, pasando a través de las más +diversas temperaturas, saltando sobre los más distintos países, +arrogante y victoriosa, sin sufrir el más leve menoscabo en su salud y +su hermosura.</p> + +<p>—¡Ah, si tú quisieras! ¡Si me permitieses seguirte! ¡Como amigo nada +más! ¡Como criado, si es preciso!</p> + +<p>Y la cogía una mano, oprimiéndola con pasión; hundía sus dedos en la +manga, acariciando el brazo por debajo del guante.</p> + +<p>—¿Lo ves?—decía ella sonriendo con frialdad.—Es inútil; ni el más +leve estremecimiento. Para mí eres un muerto. Mi carne no despierta a tu +contacto; se encoge como al sentir un roce molesto.</p> + +<p>Rafael lo reconocía así. Aquella piel que en otros tiempos se estremecía +locamente bajo sus caricias, era ahora insensible; tenía la frialdad +indiferente con que se acoge lo desconocido.</p> + +<p>—No te esfuerces, Rafael. Esto se acabó. El amor que dejaste pasar está +lejos, tan lejos que aunque corriéramos mucho, nunca le daríamos +alcance. ¿A qué cansarnos? Al verte ahora, siento la misma curiosidad +que ante uno de esos vestidos viejos que en otro tiempo fueron nuestra +alegría. Veo fríamente los defectos, las ridiculeces de la moda pasada. +Nuestra pasión murió porque debía morir. Tal vez fue un bien que +huyeses. Para romper después, cuando yo me hubiese amoldado para siempre +a tu cariño, mejor fue que lo hicieses en plena luna de miel. Nos +aproximó el ambiente, aquella maldita primavera, pero ni tú eras para +mí, ni yo para ti. Somos de diferente raza. Tú naciste burgués, yo llevo +en las venas el ardor de la bohemia. El amor, la novedad de mi vida te +deslumbraron; batiste las alas para seguirme, pero caíste con el peso de +los afectos heredados. Tú tienes los apetitos de tu gente. Ahora te +crees infeliz, pero ya te consolarás viéndote personaje, contemplando +tus huertos cada vez más grandes y tus hijos creciendo para heredar el +poder y la fortuna del papá. Esto del amor por el amor, burlándose de +leyes y costumbres, despreciando la vida y la tranquilidad, es nuestro +privilegio, la única fortuna de los locos a los que la sociedad mira con +desconfianza desdeñosa. Cada uno a lo suyo. Las aves de corral a su +pacífica tranquilidad, a engordar al sol; los pájaros errantes a cantar +vagabundos, unas veces sobre un jardín, otras tiritando bajo la +tempestad.</p> + +<p>Y riendo de nuevo como arrepentida de estas palabras dichas con gravedad +y convicción, en las que resumía toda la historia de aquel amor, añadió +con expresión burlona:</p> + +<p>—Qué parrafito, ¿eh? ¡Qué efecto hubiese hecho al final de tu discurso!</p> + +<p>El carruaje entraba ya en la plaza de Oriente: iba a detenerse ante la +casa de Leonora.</p> + +<p>—¿Subo?—preguntó el diputado con angustia, con la entonación del niño +que implora un juguete.</p> + +<p>—¿Para qué? Te aburrirías; seré la misma que aquí. Arriba no hay luna +ni naranjos en flor. Es inútil esperar una borrachera como la de aquella +noche. Además, no quiero que te vea Beppa. Se acuerda mucho de aquella +tarde en el hotel de Roma al recibir tu carta, y me creería una mujer +sin dignidad al verme contigo.</p> + +<p>Le invitaba a bajar con un gesto imperioso. Cuando partió el carruaje, +los dos quedaron un momento en la acera, contemplándose por última vez.</p> + +<p>—Adiós, Rafael. Cuídate, no envejezcas tan aprisa. Cree que he tenido +un verdadero gusto en volver a verte; el gusto de convencerme de que +aquello acabó.</p> + +<p>—¡Pero así te vas!... ¡Así acaba para ti una pasión que aún llena mi +vida!... ¿Cuándo volveremos a vernos?</p> + +<p>—No sé: nunca... tal vez cuando menos lo esperes. El mundo es grande, +pero rodando por él como yo ruedo, hay encuentros inesperados, como +este.</p> + +<p>Rafael señalaba al inmediato teatro.</p> + +<p>—¿Y si vinieras a cantar ahí?... ¿Si yo volviera a verte?...</p> + +<p>Leonora sonreía con altivez, adivinando su pregunta.</p> + +<p>—Si vuelvo, serás uno de mis innumerables amigos; nada más. Y no creas +que soy ahora una santa. La misma que antes de conocerte; pero de todos, +¿sabes? del portero del teatro, si es preciso, antes que de ti. Tú eres +un muerto... Adiós, Rafael.</p> + +<p>La vio desaparecer en el portal, y permaneció aún mucho rato en la acera +dominado por el anonadamiento; abstraído en la contemplación de los +últimos resplandores del crepúsculo que palidecían más allá de los +tejados del Palacio real.</p> + +<p>Las bandadas de pájaros piaban sobre los árboles del jardín, +estremeciendo las hojas con sus aleteos juguetones como enardecidos por +la primavera que llegaba para ellos fiel y puntual como todos los años.</p> + +<p>Emprendió la marcha hacia el interior de la ciudad, lentamente, con +desaliento, pensando morir; diciendo adiós a todas las ilusiones que +aquella mujer parecía haberse llevado consigo al volverle implacable la +espalda. Sí; era un muerto que paseaba su cadáver bajo la luz triste de +los primeros faroles de gas que comenzaban a encenderse. ¡Adiós, amor! +¡adiós juventud! Para él ya no había primavera. La alegre locura le +rechazaba como un desertor indigno; su porvenir era engordar dentro del +hábito de hombre serio.</p> + +<p>En la calle del Arenal oyó que le llamaban. Era un diputado, un camarada +de banco que volvía de la sesión.</p> + +<p>—Compañero; deje usted que se le felicite: estuvo usted +archimonumental. El ministro ha hablado con gran entusiasmo de su +discurso al presidente del Consejo. Cosa hecha; a la primera combinación +es usted director general o subsecretario. ¡Mi enhorabuena, compañero!</p> + +<h3>FIN</h3> + +<p class="malvarrosa">Playa de la Malvarrosa (Valencia).<br>Julio-Septiembre de 1900.</p> + +<hr> + +<h3>DEL MISMO AUTOR</h3> + +<ul> +<li><span class="un">NOVELAS</span> +<ul> +<li>Arroz y tartana. <i>Una peseta</i>.</li> +<li>Flor de Mayo. <i>Una peseta</i>.</li> +<li>La Barraca. <i>3’50 pesetas</i>.</li> +<li>Cañas y barro. <i>3 pesetas</i>.</li> +<li>Sónnica la cortesana. <i>3 pesetas</i>.</li> +<li>La Catedral. <i>3 pesetas</i>.</li> +<li>El Intruso. <i>3 pesetas</i>.</li> +</ul> +</li> + +<li><span class="un">CUENTOS</span> +<ul> +<li>Cuentos valencianos. <i>Una peseta</i>.</li> +<li>La Condenada. <i>Una peseta</i>.</li> +</ul> +</li> + +<li><span class="un">VIAJES</span> +<ul> +<li>París (<i>agotada</i>).</li> +<li>En el país del Arte (<i>Tres meses en Italia</i>). 1’50 ptas.</li> +</ul> +</li> +</ul> + +<p class="c">Imp. de EL PUEBLO.—Don Juan de Austria, 14, Valencia</p> +<div>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 30122 ***</div> +</body> +</html> diff --git a/old/30122-h/images/cover.jpg b/old/30122-h/images/cover.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..2bdabff --- /dev/null +++ b/old/30122-h/images/cover.jpg |
