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| author | Roger Frank <rfrank@pglaf.org> | 2025-10-14 20:12:47 -0700 |
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You may copy it, give it away or +re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included +with this eBook or online at www.gutenberg.org/license + + +Title: Páginas escogidas + +Author: Armando Palacio Valdés + +Release Date: April 13, 2012 [EBook #39444] + +Language: Spanish + +Character set encoding: ISO-8859-1 + +*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK PAGINAS ESCOGIDAS *** + + + + +Produced by Chuck Greif and the Online Distributed +Proofreading Team at http://www.pgdp.net (from scans +available at Google Books) + + + + + + +</pre> + +<hr class="full" /> + +<table border="3" cellpadding="5" cellspacing="0" summary=""> +<tr><td align="center"><a href="#INDICE">AL ÍNDICE</a></td></tr> +</table> + +<p class="cb">BIBLIOTECA CALLEJA<br /> +<small>SEGUNDA SERIE</small><br /><br /> +A. PALACIO VALDÉS<br /> +PÁ G I N A S E S C O G I D A S</p> + +<p><a name="page_001" id="page_001"></a></p> + +<p><a name="page_002" id="page_002"></a></p> + +<p><a name="page_003" id="page_003"></a></p> + +<p class="figcenter"> +<a href="images/valdes_lg.jpg"> +<img src="images/valdes_sml.jpg" width="313" height="550" alt="Armando Palacio Valdés" title="Armando Palacio Valdés" /></a> +</p> + +<p><a name="page_004" id="page_004"></a></p> + +<p><a name="page_005" id="page_005"></a></p> + +<h1>PÁGINAS<br /> + +ESCOGIDAS</h1> + +<p class="figcenter"> +<img src="images/colophon.png" width="100" height="100" alt="colophon" title="colophon" /> +</p> + +<p class="cb"><small>MCMXVII<br /> +<br /> +C A S A E D I T O R I A L C A L L E J A<br /> + +FUNDADA EN 1876<br /> +<br /> +M A D R I D</small></p> + +<p><a name="page_006" id="page_006"></a></p> + +<p> </p> + +<p> </p> + +<p class="c"> +PROPIEDAD<br /> +Derechos reservados.<br /> +—<br /> +Copyright 1917<br /> +by CASA EDITORIAL CALLEJA<br /> +<br /><br /> +<span class="ov"> Imprenta de “Alrededor del Mundo”, Martín de los Heros, 65. </span></p> + +<p><a name="page_007" id="page_007"></a></p> + +<h2><a name="CONFIDENCIA_PRELIMINAR" id="CONFIDENCIA_PRELIMINAR"></a>CONFIDENCIA PRELIMINAR</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">S</span><small>IN</small> gusto he cedido al propósito de publicar un volumen de páginas +escogidas entre mis obras. Opiné siempre que este es un honor que debe +reservarse a los muertos. Pero los vivos en los tiempos presentes +acaparan los derechos de los muertos y se regalan con monumentos y +epitafios.</p> + +<p>Un editor piadoso ha imaginado que de los diversos libros por mí +publicados pudieran entresacarse algunos trozos de valor excepcional. Le +dejo por entero la responsabilidad del intento.</p> + +<p>Contra mi gusto también, ¿por qué no he de decirlo? he sido y soy +literato. En los años de mi adolescencia y en los primeros de la +juventud he creído firmemente que yo había nacido para cultivar las +ciencias filosóficas y políticas y para ser un faro esplendoroso dentro +de ellas. Llegar a ser un sabio respetado y solemne fué mi única +ambición entre los quince y los veinte años. Después por un juego de la +fortuna me vi convertido en novelista, y comprendí que la fortuna tenía +razón. Me acaeció lo que a Federico II de Prusia. Creyó<a name="page_008" id="page_008"></a> haber nacido +para músico y literato y resultó un guerrero.</p> + +<p>Lo que puede hacer con más facilidad es lo que el hombre debe hacer. +Para mí ha sido tan fácil escribir novelas como a un tenedor de libros +efectuar sus operaciones aritméticas. Cuando un amigo comerciante me +dice que le sería imposible escribir una novela me sorprende, y cuando +le comunico, en secreto, que me siento incapaz de efectuar una división +de muchas cifras sin equivocarme varias veces le dejo estupefacto.</p> + +<p>¡Cuán fácil es dejarnos arrastrar por aquello que nos es fácil! Así yo +puesto a escribir novelas me hallé cautivo de ellas y tan contento como +el pez en el agua. El sabio no volvió a sacar la cabeza fuera hasta +muchos años después al publicar los <i>Papeles del doctor Angélico</i>.</p> + +<p>Pero dentro de la facilidad apetecí toda la facilidad que fuese posible. +En el arte como en la vida, he sido siempre insaciable de independencia. +Ya que en aras de la literatura sacrificaba mi ambición, quise y me +propuse escribir completamente a mi gusto.</p> + +<p>Observé desde luego que en la república de las letras, a pesar de ser +república, existían no pocas servidumbres.</p> + +<p>La primera que me llamó la atención fué la de<a name="page_009" id="page_009"></a> la <i>actitud</i>. Los +escritores, en general, adoptan al empezar una postura y no la cambian +jamás. O se calzan el coturno o se encasquetan el gorro de cascabeles. +Un amigo tuve, bien conocido y estimado en el mundo literario, que nos +hacía desternillar de risa con su gracejo inagotable. Pues bien, este +ilustre literato así que se ponía a escribir se alzaba de manos como un +caballo fogoso y no dejaba escapar más que rugidos épicos.</p> + +<p>¿No es una verdadera esclavitud? Cada cual debe escribir según el humor +en que se halla. Esto no es perder la unidad del carácter sino mostrar +su invariable complejidad. ¡Libertad! Este ha sido siempre mi santo y +seña al penetrar en el alcázar de las bellas letras.</p> + +<p>Los más altos ejemplos de esta amable libertad no me han venido, sin +embargo, de la poesía sino de la música. Haydn y Beethoven han sido los +hombres más libres que han existido dentro de su arte. Ayer mismo +escuchaba la famosa <i>sonata séptima</i> del último. El tiempo tercero +principia por un alegro risueño, feliz. El poeta-músico disfruta +apaciblemente de la dulzura del vivir, de los gozosos recuerdos de su +juventud. De pronto, como si repentinamente le asaltase la memoria +aciaga de un gran dolor de su vida, de un desengaño cruel, de la pérdida +de un ser amado, aquella alegría<a name="page_010" id="page_010"></a> se nubla, comienzan a escucharse notas +graves, patéticas, que poco a poco se transforman en un lamento +desgarrador.</p> + +<p>¡Esta, esta es—me decía yo con emoción—la santa libertad que he +apetecido siempre!</p> + +<p>Otra de las servidumbres que nos amenaza a los escritores es la de la +imitación. Por lo mismo que es la menos peligrosa es la menos frecuente, +a lo menos en estos últimos tiempos en que a los literatos les ha +acometido la rabia de la originalidad.</p> + +<p>La admiración de los grandes maestros y el empeño en seguir sus huellas +no es sólo un sentimiento plausible sino también la prueba más evidente +de la vocación de un artista. Cuando admiramos de corazón nos elevamos +por un instante a la altura del ser que admiramos. Ni en la literatura +ni en ninguna de las artes bellas hay otro medio más eficaz para +adquirir superioridad. “La imitación—ha dicho quien lo entiende—se +encontraría hasta en los arcángeles si conociésemos su historia.”</p> + +<p>Pero la admiración no debe degenerar en idolatría. Se soporta con gusto +la influencia bienhechora de un genio, pero no se puede sufrir su +dictadura. Todos tenemos brazos y piernas y es necesario que nos dejen +andar y obrar sin ligaduras.<a name="page_011" id="page_011"></a> El maestro debe ser un faro que nos guíe, +no un harpón que nos desangre. En España los admiradores de Cervantes +han llegado a hacerle empalagoso.</p> + +<p>Por eso más que la imitación exclusiva de un genio hallo mucho más +beneficiosa la influencia de un grupo de maestros. Nuestros padres +imitaban a los clásicos griegos y latinos, y marchaban seguros. En la +antigüedad greco-latina hallaron una disciplina feliz que les salvaba de +toda aberración. Muchos que eran pequeños se hicieron grandes. Así como +la lectura de Plutarco ha despertado el heroismo en muchos corazones, +así la de Homero y Virgilio, Sófocles y Horacio hizo fluir de algunas +plumas páginas deliciosas. Recordemos nada más que la admirable poesía +de nuestro Fray Luis de León sobre la vida del campo en que imita una +oda de Horacio.</p> + +<p>Hay épocas de bueno y de mal gusto. Hay locuras y groserías que infestan +a un período entero. Malhadado el escritor que nace en uno de estos +momentos tenebrosos. Por milagro logrará salvarse del desastre. En +cambio, será para él dichosa la suerte si se halla rodeado por hombres +de razón y de gusto. Recibir las enseñanzas de los contemporáneos cuando +son puras; no hay otro lote más feliz para un poeta o novelista. Los que +respiran<a name="page_012" id="page_012"></a> a nuestro lado son los más eficaces maestros. Quien haya visto +la luz en el siglo de oro de nuestra literatura y vivido en el comercio +de Calderón, de Tirso, de Cervantes y Quevedo, tenía la mitad del camino +andado para llegar a las cumbres de la gloria. El que ha tenido la mala +fortuna de escribir en la segunda mitad del siglo XIX, entre +<i>naturalistas</i>, <i>decadentistas</i>, <i>luciferanos</i>, etc., harto ha hecho si +ha podido alcanzar la falda de la montaña. El mal gusto es mucho más +contagioso que el bueno. Permanecer sensato entre insensatos exige una +fuerza que a muy pocos es dado poseer. No presumo de haberla tenido, +pero he luchado por mantenerme firme.</p> + +<p>Otra esclavitud más triste y vergonzosa nos está aparejada a los que +escribimos para el público; la esclavitud de la moda. La moda se nos +impone: el que pretenda sustraerse a ella queda sumergido. Al comienzo +de mi carrera literaria la avalancha de los naturalistas franceses lo +había arrollado todo. Quien no penetrase en los burdeles y nos hiciese +saber lo que allí ocurre o no tuviese arrestos para describir en cien +apretadas páginas los productos alimenticios que se exhiben en un +mercado (el rojo inflamado de las zanahorias contrastando con la nota +argentada de las sardinas, etc.), era tenido por un literato anticuado +y<a name="page_013" id="page_013"></a> chirle. Cuando publiqué mi segunda novela <i>Marta y María</i>, un joven +naturalista, amigo mío, me dijo: “Está bien, querido, pero todo eso es +<i>agua tibia</i>”. Pasó la ola, sin embargo, y esta florecita regada con +agua tibia que brotó hace treinta y cuatro años, aún no se ha marchitado +por completo.</p> + +<p>Acatar servilmente el gusto del público, poner el oído a los rumores de +la calle y adular los caprichos del amo es algo que degrada al escritor. +No era esa mi cuenta. Preferí pasar inadvertido a marchar encadenado al +carro triunfal de los naturalistas franceses.</p> + +<p>No obstante, lo confieso con dolor, todavía ejercieron sobre algunas de +mis novelas perniciosa influencia. Al repasarlas en este momento por la +tarea que se me impone, observo redundancias, prosaismos, puerilidades, +hijas de un afán desmedido de realismo. Era el agua que se bebía en +aquella época. No había llegado a penetrarme por completo de que las +novelas se componen de retratos no de fotografías. Las últimas que +escribí se han librado mejor del contagio.</p> + +<p>Quisiera borrar las manchas que afean las otras. Si se me permitiese +rehacerlas quedarían seguramente menos mal. No me creo autorizado para +ello. En la vida como en el arte debemos cargar con los pecados de la +juventud. Todos los seres<a name="page_014" id="page_014"></a> creados guardan como las pirámides de Egipto +los jeroglíficos de su historia. En el hombre, en el animal, en la +planta y hasta en los pedruscos y los metales cada cual guarda las +huellas de sus aventuras. Ruego al lector que cuando tropiece en mis +obras con alguna harto plebeya la desprecie; pero no al autor que ya +está arrepentido.</p> + +<p>Hablemos ahora del lenguaje que es otro de los escollos en que tropieza +el escritor español. Y por de pronto no lo confundamos con el estilo +como a menudo lo veo confundido. El lenguaje para el escritor es un +instrumento como para un violinista el violín. Nunca he visto a un +violinista postrarse delante de su violín y adorarlo; pero he visto y +veo a muchos literatos hincados de rodillas delante del lenguaje.</p> + +<p>¿Por qué tal rendimiento? Hagámosle elegante, limpio, flexible, +despojémosle de toda vileza, pero no le convirtamos en un ídolo de +piedra. ¿Por qué escribir hoy como en tiempo de Fray Luis de Granada? +¿Se habla así en el hogar, en la calle, en el Parlamento?</p> + +<p>Si se me diese a elegir entre el tan ultrajado lenguaje periodístico y +el artificiosamente arcaico, pedantesco y desabrido de ciertos +escritores que el vulgo de los críticos admira, me quedaría con el +primero.<a name="page_015" id="page_015"></a></p> + +<p>El lenguaje periodístico, con ser malo, me parece preferible a ese otro +rebuscado de ciertos escritores pseudoclásicos. Porque, en fin, el +periodista mal o bien dice lo que quiere decir, pero el otro, arrastrado +por la combinación de las palabras, no lo dice casi nunca. Hay quien +piensa, después de haber copiado un giro de Quevedo o Cervantes, que ha +llevado a término una acción heroica y que se le debe la cruz de San +Hermenegildo. Y si exhuma del Diccionario una palabrita allí sepultada, +se sorprende de que no le arrojen flores desde los balcones.</p> + +<p>Recuerdo que cuando llegué a Madrid siendo casi un adolescente, fuí a +visitar, por encargo de mi familia, a un conocido escritor erudito y +bibliófilo, en cuyo salón hallé a otros tres o cuatro sujetos de sus +mismas aficiones. Estaban leyendo, con mucha algazara, la carta de un +amigo, y apenas hicieron caso de mí, como puede suponerse.—“¡Qué +donoso!”—exclamaba uno.—“¡Qué regocijado!”—respondía otro.—“¡Qué +bien que da en el hito nuestro amigo!”—apuntaba el tercero.—“¡Es cosa +para mucho holgarse!”—añadía el cuarto.</p> + +<p>Yo creía hallarme en un baile de máscaras.</p> + +<p>Estos disfraces aún continúan. Los avisados ríen, pero el vulgo queda +deslumbrado. No se es<a name="page_016" id="page_016"></a> Quevedo por ponerse las antiparras de Quevedo. +Cuando tomo en las manos un libro de estos flamantes clásicos, me parece +estar viendo desfilar una cabalgata histórica. ¿En qué fabla me +fablades, infanzones? Ellos podrán decir: “No tenemos ingenio, ni +amenidad, ni ciencia, ni gracia, ni observación, ni sentimiento; pero +tenemos lenguaje.”</p> + +<p>He pensado siempre que éste ha de ser lo más claro, lo más sencillo y +transparente posible. ¿Buscaba Santa Teresa los giros de los siglos +pretéritos para introducirlos en sus <i>Moradas</i>? No; escribía en estilo +llano como oía hablar en torno suyo. Y, no obstante, resulta su prosa de +una nobleza extremada, más penetrante y sugestiva que la de ningún otro +escritor español.</p> + +<p>Peor aún que el lenguaje pseudoclásico es el llamado <i>colorista</i> que en +Francia inauguró Teófilo Gautier, y que Zola y los hermanos Goncourt +llevaron a una monstruosa exageración. Buscar palabras nuevas importadas +de la pintura, es fácil tarea. Los grandes escritores no han tenido +necesidad de apelar a tanta palabrería pictórica para grabar +profundamente los tipos y las escenas que han creado. ¿Quién no se +representa vivamente la aventura de los molinos de viento en el +<i>Quijote</i>? ¿Quién no ha visto a Carlota en<a name="page_017" id="page_017"></a> el <i>Werther</i>, de Goethe, +cortando el pan y distribuyéndolo a sus hermanitos?</p> + +<p>Entre nosotros ha echado raíces este nuevo <i>preciosismo ridículo</i> y se +ha desarrollado con la velocidad del microbio del tifus. En una revista +literaria he leído la siguiente descripción de un salón de baile:</p> + +<p>“En los senos duermen las flores con esa voluptuosidad del pétalo +marchito, y en los labios rojos ruedan las sonrisas amables y brotan las +frases cortesanas. El piano, envidioso, muestra en risa irónica sus +dientes blancos; y tableteando sobre los cristales una lluvia fría, +menudita y soñolienta.</p> + +<p>“Sobre el grupo va la luz tonificando los rosas, el rosa de crepúsculo +de los trajes, el rosa de las mejillas, el de grano de granada de las +uñas y el rosa suave, diluído, enervante de las flores.”</p> + +<p>Después de leer esto ¿no se siente la nostalgia del <i>Boletín de +Pósitos</i>? En verdad que si tal es el estilo colorista hay motivo para +aborrecer el arco iris.</p> + +<p>Pero dejemos estas inepcias y vengamos a otra servidumbre más peligrosa +en que con frecuencia caemos los que emborronamos papel. Hablo del +dinero.</p> + +<p>“Poderoso caballero es don Dinero”, dijo nuestro<a name="page_018" id="page_018"></a> poeta. El dinero es un +magnífico señor que paga bien a quien mal le sirve. Paga bien, pero nos +disminuye. El escritor que se pone a su servicio pierde la iniciativa y +el reposo, tan necesarios a los que cultivan la belleza. Sus cadenas son +de oro, pero cadenas al fin.</p> + +<p>¿Debe vivir el escritor de su pluma? Parece lógico. Si presta un +servicio a sus semejantes, éstos se hallan obligados a +remunerarle.—“Quien sirve al altar, viva del altar”—ha dicho San +Pablo. El poeta que sacrifica en el altar de las Musas, debe vivir de +él.</p> + +<p>Debe vivir, es cierto; ¿pero debe vivir en un palacio rodeado de +domésticos y caballos? No hay necesidad. Una posición independiente y +modesta es suficiente para que pueda ofrecernos los frutos de su +ingenio. Si la riqueza le ha venido por otros caminos, no le perjudicará +cuando sepa emplearla adecuadamente. Viajes, libros, juegos, muebles +suntuosos, cuadros, saraos, todo esto es un alimento para la fantasía y +se halla en la dirección de su vida. Equipado de esta manera espléndida +acaso su vuelo sea más alto. Mas para alcanzar estas doradas +herramientas, aun en los países en que es factible, necesita forzar la +mano, y esto no se consigue sin detrimento de la calidad del artículo.<a name="page_019" id="page_019"></a></p> + +<p>En otros tiempos la literatura no daba dinero, y se escribía, y no se +escribía del todo mal. Hoy da dinero y se escribe, y no se escribe del +todo bien. Quiero decir que cebados por la ganancia, escribimos más de +lo que debiéramos. Nuestras obras no suelen salir bien cosidas, sino +hilvanadas. Cuando el hombre no piensa en el resultado de su trabajo, es +cuando sale mejor. Nuestros abuelos escribían libros más duraderos, +porque pensaban más en ellos que en el editor.</p> + +<p>Sin embargo, bueno es rechazar la absurda especie que corre válida entre +los ignorantes y frívolos de que el hambre aguza el ingenio. El hambre +no aguza más que los malos instintos. Jamás me convencerá nadie de que +las musas reciben con agrado en su jardín del Parnaso a los poetas +famélicos. El escritor necesita cierto grado de bienestar, y además +aquello que nuestros antepasados llamaban <i>ocios</i>; esto es, el descuido +de los intereses materiales. Pero este reposo no lo consiguen los +actuales escritores de profesión pensando en las pesetas que les vale +cada cuartilla. Mejor lo lograban aquellos abuelos, aceptando un modesto +empleo en las oficinas del Estado o en el archivo de cualquier +prócer.—“Cuando al sonar la hora—me decía un amigo literato empleado +en una casa de banca—cierro los libros de<a name="page_020" id="page_020"></a> cuentas, mi imaginación +queda absolutamente libre y puedo ocuparla en lo que se me antoje.”</p> + +<p>Claro está que un empleado en una casa de banca no podrá escribir +ochenta novelas en su vida, pero escribirá tres o cuatro que valgan por +las ochenta, y el mundo quedará satisfecho aunque renieguen los +fabricantes de papel. Escribir poco es, en los días que corren, una gran +virtud. Confieso humildemente que yo no la he poseído; pero los hay más +viciosos, todo el mundo lo sabe.</p> + +<p>A los que no caen en la esclavitud del dinero les suele poner el yugo +sobre la cerviz el ansia de gloria. El aplauso es tan necesario al +escritor como el aire mismo que respira. Todos los seres humanos viven +sedientos de él. Hasta los caballos necesitan palmaditas en el cuello +para correr. Los que lo rehuyen es que quieren ser aplaudidos dos veces, +como dice La Rochefoucauld, o marineros que bogan de espalda al sitio +donde quieren ir, según San Francisco de Sales.</p> + +<p>Como no soy un impostor, declaro que amo y he amado siempre el aplauso.</p> + +<p>Pero existen dos clases de aplauso: el sincero, el espontáneo que brota +del corazón de los hombres y sale fervoroso a sus labios, y aquél que se +les arranca a fuerza de reverencias.</p> + +<p>Parece natural que todos amemos el primero y<a name="page_021" id="page_021"></a> desdeñemos el segundo. Sin +embargo, no es así. Hay escritores que corren desalados en pos del +elogio, y para alcanzarlo montan en toda clase de vehículos, sucios o +limpios. Un académico, ya fallecido, decía a cierto amigo suyo, en uno +de esos momentos de expansión que suelen tener hasta los criminales: +“¡Tú no sabes, querido, la serie de bajezas que he necesitado hacer para +entrar en la Academia!” Hay otros que llevan el bolsillo provisto de +artículos acaramelados firmados por sus amiguitos, y se los ofrecen a +los directores de periódicos cuando les tropiezan en la calle, como si +fuesen en efecto caramelos de la <i>Pajarita</i>.</p> + +<p>No he amado nunca esa clase humillante de aplauso. Me gusta limpio, +sincero, confortante. ¿Para qué sirve que os palmotee todo el mundo en +la calle, si al llegar a casa y meteros en la cama os silba vuestra +conciencia?</p> + +<p>El elogio venido de lejanas tierras, donde no saben si soy gordo o +flaco, torcido o derecho, me ha seducido siempre. Me seduce, porque es +absolutamente espontáneo y me parece una promesa de inmortalidad. Aún +más me siento halagado por las cartas que me envían personas +desconocidas expresándome la impresión que mis libros les han causado.</p> + +<p>Esto es halagüeño, sí, lo confieso. Pero cuando<a name="page_022" id="page_022"></a> me encierro en mi +cuarto y después me encierro en mí mismo, no puedo menos de decirme: +“¡Pura vanidad! Mis libros no son más que burbujas del agua que se +mantienen un instante sobre la corriente y desaparecen; leves sonidos +que el aire produce al penetrar casualmente en una flauta. Si se me +despojase de lo que pertenece a los grandes maestros que me han +precedido, quedaría desnudo. Hay, sin embargo, algo de lo cual nadie en +este mundo me puede despojar, y es la dulce satisfacción de saber que +algunas de mis páginas han hecho asomar la risa a los labios, y otras, +lágrimas de ternura a los ojos; es la certidumbre consoladora de que +nadie ha salido de la lectura de mis novelas menos puro y menos noble de +lo que era”.</p> + +<p class="r">A. PALACIO VALDÉS</p> + +<p><small>Mayo de 1917.</small></p> + +<p><a name="page_023" id="page_023"></a></p> + +<h2><a name="MARTA_Y_MARIA" id="MARTA_Y_MARIA"></a>MARTA Y MARÍA</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>STA</small> novela, segunda de las que escribí, fué publicada en el año 1883 +por la <i>Biblioteca Arte y Letras</i>, de Barcelona, con dibujos de +Pellicer. Su forma y su baratura, en aquella época excepcionales, +lograron que se difundiese extremadamente. Algunas personas timoratas +quisieron ver en ella un ataque insidioso contra el misticismo, y +algunos sacerdotes, haciéndose eco del mismo error, tronaron contra ella +desde el púlpito.</p> + +<p>Apenas necesito defenderme de tal acusación. Presentar dos caracteres +que se ofrecieron a mi vista cuando contaba veinte años y que ejercieron +considerable influencia en mi vida y en mi corazón, fué mi único +designio. Si del contraste aparece uno de ellos mortificado y el otro +glorioso, no es cuenta mía sino del Supremo Hacedor que los ha formado.</p> + +<p>El verdadero misticismo nada tiene que ver en este asunto. Las místicas +sinceras y espontáneas como Santa Teresa, Santa Catalina de Génova, +Margarita de Alacoque, jamás pueden hacerse antipáticas. Pero lo son +alguna vez sus frías imitadoras.<a name="page_024" id="page_024"></a> Los sentimientos más altos y nobles +tienen su aparato externo para expresarse. Imitar este aparato puede +halagar la imaginación sin que el corazón haya hablado todavía. Siempre +resulta ridículo el desequilibrio entre lo que se pretende y lo que se +puede. Y tal es el caso de mi novela.</p> + +<p>La prueba más evidente de lo que acabo de afirmar es que mientras +algunos católicos y sacerdotes la reprobaban, otros la aplaudían. +Hallándome, algún tiempo después de publicarse, en el pueblo de +Marmolejo tomando las aguas salutíferas que allí manan, me anunciaron en +la fonda donde me hospedaba la visita de un señor sacerdote. Bajé a la +sala y tuve el gusto de trabar conocimiento con un canónigo de una de +las más importantes iglesias metropolitanas españolas, persona de muchas +letras y reconocido talento. Me dijo estas o parecidas palabras:</p> + +<p>“He venido a visitar a usted sabiendo que aquí se hallaba, porque quiero +expresarle el placer que he sentido leyendo su última novela. (Omito el +juicio que le merecía como obra literaria.) Creo que es de gran utilidad +en el estado actual de las conciencias. En las jóvenes que frecuentan +hoy las iglesias suele haber más capricho y fantasía que corazón. Cuando +alguna de ellas en el tribunal de la penitencia me comunica sus deseos +de entrar en un convento, si yo entiendo que hay en ella más +romanticismo que amor de Dios y de la virtud,<a name="page_025" id="page_025"></a> le doy a leer su novela +de usted que me sirve de receta para curarla de su ataque nervioso de +misticismo.”</p> + +<p>¿Necesitaré decir que con estas palabras quedó mi conciencia +perfectamente tranquila?</p> + +<p>Sin embargo, como estos negocios del alma son en extremo delicados y sin +haberlo querido pude haber hecho daño a ciertas conciencias tímidas, +repito aquí lo que he dicho en la advertencia preliminar puesta en las +últimas ediciones de <i>Marta y María</i>: “No doy a ninguna de las palabras +contenidas en mi libro otra significación que la que pueda acordarse con +la fe cristiana y con las enseñanzas de la Iglesia Católica, a las +cuales me glorío de vivir sometido.”</p> + +<p><a name="page_026" id="page_026"></a></p> + +<p><a name="page_027" id="page_027"></a></p> + +<h2><a name="UNA_EXCURSION_A_LA_ISLA" id="UNA_EXCURSION_A_LA_ISLA"></a>UNA EXCURSIÓN A LA ISLA</h2> + +<div class="blockquot"><p>El marqués de Peñalta es el prometido de la señorita María de +Elorza. Se hallaba ya cercana la fecha de la boda cuando María, +sufriendo un ataque agudo de misticismo, vacila si debe o no +casarse e impone una prórroga a su novio. Este se resigna de mal +grado. Sigue frecuentando la casa, pero María entregada a sus +prácticas piadosas no siempre le acompaña. El marqués de Peñalta se +ve obligado a pasar largos ratos en compañía de Martita, hermana de +María, que es una niña de catorce años. A causa de la intimidad que +entre ellos se establece prende en el inocente corazón de Martita +un amor apasionado por su futuro cuñado. Cuando se da cuenta de él +se horroriza y hace esfuerzos por sofocarlo. En estos días se +celebra una excursión de placer a un islote propiedad de D. Mariano +de Elorza, padre de las dos hermanas. María no toma parte en ella. +Martita, excitada por el <i>champagne</i>, se arroja a decir y a +ejecutar lo que el lector verá en este capítulo.</p></div> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>N</small> tanto el Océano, indiferente a las risas y a las angustias de +aquellos insectillos que rozaban su bruñida epidermis, reverberaba el +incendio del sol en toda su inmensidad, gozando este placer augusto con +el mismo sosiego que en los primeros días del mundo. La luz ya podía +espaciarse libremente sobre su llanura húmeda corriendo leguas y leguas +en un segundo, lanzando sus llamaradas a los últimos confines del +horizonte o recogiéndolas de pronto en haz resplandeciente;<a name="page_028" id="page_028"></a> ya podía +jugar sobre las crestas espumosas de sus olas o besar tímidamente el +espejo diáfano de las aguas o salpicarlo con menudo polvo de plata o +dejarse caer desmayada con lánguido y voluptuoso estremecimiento que se +perdía entre los pliegues de las olas. Nada conseguía alterar la paz +solemne de su corazón ni hacerle emitir una nota más grave o más aguda +en la grandiosa aria de bajo profundo que canta desde el principio del +universo.</p> + +<p>Los contornos de la Isla se dibujaban ya con precisión, negros y adustos +como si acabasen de salir de un gran incendio. Según se iban acercando a +ella, el blanco cinturón, que desde lejos parecía ceñirla, rompíase en +mil pedazos separados por considerable distancia. Ruido formidable de +muchedumbres que combaten, cadenas que se arrastran y peñas que se +desgajan, venía de allá indicando a nuestros viajeros que se acercaba el +término de su jornada. Al cabo de una hora de marcha atracaron por fin, +no sin algún trabajo, a su peñascosa costa. Después necesitaron subir +por un estrecho y peligroso sendero labrado en la roca para encontrase +al fin en tierra firme y llana. La Isla no merecía este nombre. Era un +islote de dos o tres kilómetros de extensión, propiedad de D. Mariano de +Elorza, que sólo la utilizaba para cazar de vez en cuando y traer de +allá todos los años algunos centenares de huevos de gaviota. Estaba +cubierta a trechos de pinos, pero en su mayor parte vestida de tojo +donde las liebres y conejos tenían su guarida. Por casi todos los lados +ofrecía espantosos precipicios sobre el mar, que la<a name="page_029" id="page_029"></a> batía +incesantemente entrando y saliendo con furia en las concavidades de las +rocas que la circundaban. D. Mariano había edificado en el centro una +casita para guarecerse, a la cual había ido añadiendo poco a poco +algunas comodidades. Constaba solamente de un espacioso salón, un +comedor, algunas alcobas y la cocina; pero la tenía bastante bien +amueblada y circuida de un jardincito donde crecían de mala gana algunos +árboles de adorno.</p> + +<p>Mientras se disponía la comida y llegaba la falúa de la Sanidad, que +había ido a depositar a Isidorito como triste deportado en un árido +paraje de la costa, señoras y caballeros se diseminaron, dedicándose a +la caza o a la pesca, según las aficiones y aptitudes de cada cual. +Empezaron a sonar tiros aquí y allá, demostrando que los conejos, que se +habían propagado en progresión geométrica, sufrían la ley de represión +descubierta por Malthus. Los viajeros que no tenían instintos +sanguinarios se acomodaban buenamente sobre el musgo al borde de los +precipicios, contemplando de hito en hito el horizonte, por donde solía +cruzar la vela de algún barco. Otros estudiaban la flora arrancando +hierbecillas y discutiendo ampliamente acerca del cultivo que convendría +a aquellas tierras y de los productos que pudieran dar. Cuando todo +estuvo arreglado, D. Mariano se lo notificó por medio de sus criados, y +unos en pos de otros los tertulios se fueron replegando hacia la casa y +entraron en el salón, donde se había improvisado una espléndida mesa +atestada de manjares y flores. Buen trabajo y bastante ruido costó<a name="page_030" id="page_030"></a> +sentar a tanta gente, pero al fin se consiguió gracias a la actividad +del dueño de la casa, poderosamente auxiliado de un joven que traía el +pelo por la frente, a quien ya tuvimos el honor de conocer la noche del +sarao celebrado con motivo del santo de doña Gertrudis.</p> + +<p>La comida fué digna del anfitrión. Ningún refinamiento gastronómico se +echaba de menos. Todo estaba sabiamente previsto por una imaginación +familiarizada con los asuntos culinarios, y alguien pudo decir en la +mesa, con verdad, que no era tan desdichada la vida en una isla +desierta, como se decía en el Robinson Crusoe y en otros libros. Cada +comensal tenía frente a sí cinco o seis copas, que dos criados se +encargaban de ir llenando sucesivamente de diversos vinos, según los +manjares que se servían. A nadie sorprenderá, pues, que al terminarse la +comida hubiese brindis entusiastas, precedidos de discursos +elocuentísimos y acompañados de gritos, bravos y felicitaciones de todo +género al orador. D. Máximo los rompió con unas cuantas frases bastante +mal dichas, pero muy conmovedoras, referentes a la brevedad de la vida, +a la miseria de los placeres, a la recompensa que nuestros dolores +alcanzarán en un mundo mejor y a otros asuntos de ultratumba. El orador +concluyó por verter lágrimas copiosas, embargado por tan fúnebres +consideraciones. No faltó, sin embargo, quien afirmase por lo bajo que +la <i>papalina</i> de D. Máximo era la menos divertida que jamás había visto. +Pronunció después el ingeniero Suárez, con frase correcta y atildada, un +discurso<a name="page_031" id="page_031"></a> enderezado a preconizar la importancia que la mujer tenía en +la actual civilización y las saludables modificaciones que merced a su +influjo se habían obtenido en las costumbres de los pueblos modernos: +hizo un elogio tan brillante como acabado de sus aptitudes artísticas, +declarándolas muy superiores a las del hombre; habló también de sus +perfecciones físicas, entreteniéndose con mucha complacencia a +enumerarlas, y terminó brindando incondicionalmente por la obra más +bella y primorosa de la creación, por la eterna y dulce compañera del +hombre. Las señoritas de Ciudad batieron palmas. Inmediatamente se +levantó D. Serapio, y con lengua bastante gorda propuso en términos +concretos que el brillante concurso que le escuchaba se estableciese +definitivamente en la isla, a fin de poblarla, invitando a cada uno de +los presentes a buscar lo más pronto posible pareja. La circunstancia de +hacer un guiño tan malicioso como grosero a una de las criadas que +servían la mesa, al terminar su invitación, despertó contra él una +tempestad de silbidos e interrupciones. No pudiendo explicar +satisfactoriamente su conducta, D. Serapio se fué muy incomodado a dar +una vuelta por la cocina. Al poco rato sonó allá una bofetada.</p> + +<p>Siguieron los brindis, cada vez más acalorados y tempestuosos, de tal +modo que nadie se entendía. Uno de los más celebrados fué el de Martita, +quien por consejo de Ricardo, que estaba a su lado, había bebido tres +copas de champagne y no sabía lo que le pasaba. La pobre niña, tan +reservada<a name="page_032" id="page_032"></a> y silenciosa por temperamento, empezó a charlar por los +codos, dirigiendo pullas muy saladas a todos los presentes, que las +acogían con regocijo y aplauso. Cuando una señora le dijo que estaba +borracha, se puso muy seria y afirmó que sólo estaba un poco alegre, lo +cual nada tenía de particular teniendo en cuenta sus pocos años. Esta +salida hizo reir a los convidados. Los vapores del champagne habían +coloreado sus mejillas fuertemente y le producían alguna sofocación. +Mientras hablaba no cesaba de darse aire con el pañuelo. Sus ojos tan +fijos y serenos ordinariamente, habían adquirido singular movilidad y +cierto brillo malicioso que consiguió llamar la atención de Suárez el +ingeniero. El mismo timbre de la voz se le había modificado de un modo +notable, haciéndose más grave y firme. Parecía que se operaba en ella +una anticipación artificial y momentánea de la plenitud del sexo.</p> + +<p>Cuando se cansaron de disparatar, D. Mariano hizo que sacaran las mesas +del salón, para que bailasen los jóvenes. Un piano, jubilado por su +respetable ancianidad en aquel retiro, fué el que marcó con voz cascada +el compás de una mazurka. Como era de esperar, el baile perdió al +instante toda gravedad y ceremonia y se convirtió en torbellino de +saltos, gritos y risas. Marta, que bailaba con Ricardo, le dijo de +pronto:</p> + +<p>—No puedo soportar este calor: ¿quieres que salgamos un poco a tomar el +fresco?</p> + +<p>—Vamos; yo también estoy muy sofocado.</p> + +<p>Cuando estuvieron en el jardín, le dijo:<a name="page_033" id="page_033"></a></p> + +<p>—Si quisieras hacer conmigo una expedición, te llevaría a un sitio que +no conoce aquí nadie más que papá y yo; una playa oculta entre las +rocas. Hasta que se está en ella no se la ve... Es un sitio precioso...</p> + +<p>—¡Vaya si quiero! Demasiado sabes la afición que tengo a los paisajes y +sobre todo a los de mar... ¿Por dónde se va?</p> + +<p>—Sígueme... ya verás.</p> + +<p>Marta emprendió la marcha hacia un bosque de pinos situado no muy lejos +de la casa y Ricardo la siguió. Vestía la niña un traje azul marino, con +adornos de encaje blanco y en la cabeza llevaba sombrero de paja +adornado con una guirnalda de campanillas rojas.</p> + +<p>—Después que lleguemos a ese bosque vas a experimentar una sorpresa.</p> + +<p>—¿De veras?</p> + +<p>—Ya verás, ya verás.</p> + +<p>En efecto, así que estuvieron en el bosque y caminaron algún tiempo por +él, tropezaron con una cueva tapada a medias por los árboles y la +maleza. Marta, sin decir palabra, se introdujo en ella, y en dos +segundos desapareció. Ricardo quedó un instante parado y altamente +sorprendido; pero una fresca carcajada que sonó dentro le sacó de su +estupor.</p> + +<p>—¿Qué es eso; no te atreves a entrar, cobarde?</p> + +<p>—¿Pero, chica, no ves que puedes hacerte daño?</p> + +<p>—¡Entre usted, bravo guerrero!</p> + +<p>—Bien... ya que te empeñas...</p> + +<p>Cuando se hubo unido a Marta observó que la<a name="page_034" id="page_034"></a> cueva se abría bastante y +estaba tapizada de arena.</p> + +<p>—¡Oh, no pensé que era tan grande y cómoda!</p> + +<p>—Bueno; pues ahora sígueme.</p> + +<p>—¿Adónde?</p> + +<p>—¡Qué preguntón eres!... Ya lo sabrás, hombre, ya lo sabrás.</p> + +<p>Entró por la cueva adelante, que cada vez se iba haciendo más oscura, +seguida de Ricardo, el cual no apartaba la vista de ella temiendo a cada +instante verla caer o chocar con algún obstáculo. Al cabo de poco tiempo +borróse la silueta de la niña en el fondo oscuro de la caverna, y +Ricardo se halló en verdaderas tinieblas.</p> + +<p>—No tengas cuidado: sigue, que no te pasará nada... Iré hablando para +que camines en dirección de la voz... Si quieres que te dé la mano te la +daré... ¿No?... bueno, pues no te quedes atrás... Dentro de muy poco +tiempo empezarás a bajar... pero es una pendiente suave... ¿Lo ves?... +No te quejarás del suelo... aunque uno se cayese no se haría mucho +daño... No tardaremos en ver luz... Ten cuidado... inclínate a la +derecha que el camino hace ahora una revuelta... ¡Ea, ya tenemos +claridad!</p> + +<p>Un punto luminoso se veía efectivamente a los pies de nuestros jóvenes a +unas cien varas de distancia. La silueta de Marta volvió a romper las +tinieblas y a resaltar sobre la escasa claridad que entraba por el +agujero. Oyóse en la cueva un sordo y prolongado rumor que hacía +sospechar la proximidad del Océano. A los pocos minutos salían a la +luz.<a name="page_035" id="page_035"></a></p> + +<p>Ricardo quedó extasiado ante el espectáculo que se ofreció a su vista. +Estaban frente al mar, en medio de una playa rodeada de altísimos +peñascos cortados a pico. Parecía imposible salir de ella sin arrojarse +a las olas que venían majestuosas y sonoras a desplomarse sobre su +dorada arena festoneándola con sábanas de espuma. Nuestros jóvenes +avanzaron hasta el medio contemplando, sin decirse una palabra, +embargados por la emoción, aquel misterioso retiro del Océano que +semejaba un locutorio escondido y amable donde venía a contar sus +profundos secretos a la tierra. El cielo, de un azul muy claro, hacía +brillar el arenoso pavimento que se inclinaba hacia el mar con declive +suave. Se pasaban los meses y los años sin que la planta de un hombre +imprimiese su huella en él. Los altos muros negros y carcomidos, que +cerraban en semicírculo la playa, esparcían sobre ella silencio triste. +Sólo el grito de algún pájaro marino, al cruzar de un peñasco a otro, +turbaba la eterna y misteriosa plática del mar.</p> + +<p>Ricardo y Marta continuaron avanzando hacia el agua lentamente, +dominados por el respeto y la admiración. Según caminaban, la arena se +iba haciendo más blanda; las huellas de sus pies se llenaban +inmediatamente de agua. Al acercarse, observaron que las olas crecían y +que sus volutas retorcidas en el momento de desplomarse los taparían si +se pusiesen debajo. Venían graves, firmes, imponentes hacia ellos, como +si tuviesen seguridad de arrollarlos y sepultarlos para siempre<a name="page_036" id="page_036"></a> entre +sus pliegues, pero a las cinco o seis varas de distancia se dejaban caer +en tierra desmayadas expresando su pesar con un rugido inmenso y +prolongado. Los torrentes de espuma que salían de su ruina venían +extendiéndose y resbalando por la arena a besarles los pies.</p> + +<p>Al cabo de algún tiempo de contemplarlas fijamente, Marta sintióse +turbada. Creyó advertir en ellas cada vez más ansia de tragarla y que +expresaban su deseo con gritos rabiosos y desesperados. Retrocedió un +poco y tomó la mano de Ricardo sin comunicarle el miedo pueril que la +embargaba. La sábana de espuma que las olas extendían, en vez de besarla +pensaba que la mordía los pies. Al replegarse de nuevo con aspiración +gigantesca la arrastraba contra su voluntad para llevarla quién sabe +adónde.</p> + +<p>—¿No te parece que nos vamos acercando demasiado a las olas, Ricardo?</p> + +<p>—¿Crees acaso que van a llegar adonde estamos nosotros?</p> + +<p>—No sé... pero se me figura que nos vamos deslizando insensiblemente... +y que concluirán por taparnos.</p> + +<p>—Pierde cuidado, preciosa—dijo echándole un brazo sobre el hombro y +atrayéndola suavemente hacia sí;—ni las olas suben, ni nosotros +bajamos... ¿Tienes miedo a morir?</p> + +<p>—¡Oh, no; ahora no!—exclamó la niña en voz apenas perceptible, +estrechándose más contra su amigo.</p> + +<p>Ricardo no oyó esta exclamación. Seguía con la<a name="page_037" id="page_037"></a> vista atentamente la +marcha de un vapor que cruzaba por el horizonte sacudiendo su negra +columna de humo.</p> + +<p>Al cabo de un rato quiso anudar la conversación.</p> + +<p>—¿De veras tienes miedo a la muerte? ¡Oh! haces bien... Hoy el mundo +guarda para ti su sonrisa más amable... Ni una sola nube oscurece el +cielo de tu vida... ¡Dios quiera que no llegues a desearla nunca!</p> + +<p>—Y tú, ¿tienes miedo, dí?</p> + +<p>—Unas veces sí y otras veces no.</p> + +<p>—¿En este momento lo tienes?</p> + +<p>—¡Ah, qué curiosilla eres!—exclamó volviendo hacia ella su cara +sonriente.—No; en este momento, no.</p> + +<p>—¿Por qué?</p> + +<p>—Porque si el mar nos tragase, moriríamos los dos juntos, y yendo en +tan amable compañía, ¡qué me importa dejar este mundo!</p> + +<p>La niña le miró un rato fijamente. Los labios del joven estaban plegados +por una sonrisa galante y protectora. Separóse de él bruscamente, y +volviéndole la espalda se puso a caminar por la playa rozando los +dominios de las olas.</p> + +<p>El vapor iba a ocultarse ya detrás de uno de los cabos como un guerrero +fantástico que caminase dentro del agua asomando solamente el penacho de +su casco. Cuando hubo desaparecido, Ricardo fué a unirse a su futura +hermana, que no pareció advertir su presencia, enteramente abismada en +la contemplación del Océano. No<a name="page_038" id="page_038"></a> obstante, al cabo de un rato volvióse +de improviso y le dijo:</p> + +<p>—¿Te atreves a ir conmigo a la peña que se ve allá abajo, a la derecha?</p> + +<p>—No tengo ningún inconveniente; pero te prevengo que está subiendo la +marea y que esa peña quedará rodeada de agua antes de una hora.</p> + +<p>—No importa; tenemos tiempo para ir a ella.</p> + +<p>Dando brincos y haciendo equilibrios sobre los peñascos de la costa +llenos de charcos y tapizados de algas, donde corrían grave riesgo de +resbalar, llegaron a la peña, que avanzaba buen trecho dentro del mar.</p> + +<p>—Sentémonos—dijo Marta.—¡Cuánto mar se ve desde aquí! ¿no es cierto?</p> + +<p>Ricardo se sentó a su lado y ambos contemplaron la húmeda llanura que se +extendía a sus pies. Cerca de ellos ofrecía un color verde oscuro; a lo +lejos era azul. Allá en el centro la gran mancha de plata seguía +resplandeciendo con vivos destellos reflejando el encendido disco del +sol. De los profundos senos líquidos de aquel infinito salía una música +grave pero insinuante que empezó a sonar como caricia paternal en los +oídos de nuestros jóvenes. El gran desierto de agua cantaba y vibraba en +los espacios como el eterno instrumento del Hacedor. La brisa que de sus +olas llegaba tenía una frialdad grata que les refrescaba las sienes y +las mejillas. Era un aliento vivo y poderoso que ensanchaba su corazón y +lo inundaba de sentimientos vagos y sublimes.</p> + +<p>Ni uno ni otro hablaron. Gozaban contemplando<a name="page_039" id="page_039"></a> la majestad y grandeza +del Océano con un sentimiento humilde de su pequeñez y con vago deseo de +participar de su fuerza sagrada e inmortal. Sus ojos paseaban una y otra +vez, sin fatigarse nunca, por la línea indecisa del horizonte, que les +revelaba otros espacios sin fin azules y luminosos. Sin darse cuenta de +ello, por un movimiento instintivo, se habían acercado de nuevo uno a +otro como si temiesen algo de la presencia de aquel monstruo que rugía a +sus pies. Ricardo había pasado un brazo en torno de la cintura de la +niña y la tenía sujeta suavemente para defenderla de cualquier peligro.</p> + +<p>Al cabo de mucho tiempo, Marta volvió su rostro encendido hacia él y le +dijo con voz conmovida:</p> + +<p>—Díme, ¿me dejas apoyar la cabeza en tu pecho?... ¡Tengo unas ganas de +llorar!</p> + +<p>Ricardo la miró con sorpresa, y atrayéndola dulcemente hacia sí la +acostó sobre su regazo. La niña le dió las gracias con una sonrisa.</p> + +<p>—¿Te encuentras bien ahora?</p> + +<p>—¡Oh, sí; muy bien, muy bien!</p> + +<p>—¿Quieres dormir un poco a ver si te pasa ese malestar?</p> + +<p>—No, no quiero dormir... Déjame... no me hables... ¡si supieras qué +bien me encuentro!</p> + +<p>Ricardo sonrió satisfecho y le acarició la cara como a un niño.</p> + +<p>El agua batía la peña donde se hallaban, salpicándoles de espuma y +entrando y saliendo sin cesar en las profundas concavidades de la roca,<a name="page_040" id="page_040"></a> +que parecía hueca como un edificio. Las corrientes que se precipitaban +por ellas despertaban en su seno extraños y confusos rumores, que unas +veces semejaban los ecos lejanos de un trueno, otras los ronquidos +profundos de un órgano.</p> + +<p>Marta, con la cabeza apoyada en el regazo del joven y la cara vuelta al +cielo, hacía rodar sus grandes y límpidos ojos continuamente por la +bóveda azul, con el oído atento a los graves rumores que debajo de ella +sonaban. El viento fresco del mar no había conseguido aún apagar el +ardor de sus mejillas.</p> + +<p>—¡Atiende!—dijo de pronto.—¿No oyes?...</p> + +<p>—¿Qué?</p> + +<p>—¿No oyes entre los ruidos del agua algo parecido a un lamento?</p> + +<p>Ricardo atendió un instante.</p> + +<p>—No oigo nada.</p> + +<p>—No; ya ha cesado... aguarda un poco... ¿No lo oyes ahora?... Sí, sí, +no cabe duda... En las cuevas de esta roca hay alguien que se queja...</p> + +<p>—No hagas caso, tonta. Es la resaca que produce sonidos extraños... +¿Quieres que me baje a mirar lo que hay dentro?</p> + +<p>—¡No, no!—exclamó con sobresalto.—Estate quieto... Si te movieses +ahora me harías mucho daño...</p> + +<p>La gran mancha de plata se extendía cada vez más por el ámbito del +Océano, pero empezaba a palidecer. El sol caminaba velozmente hacia el +horizonte con serenidad majestuosa, sin una nube<a name="page_041" id="page_041"></a> que lo escoltara, +anegado en un vapor de oro y grana que se filtraba hasta perderse +enteramente en el azul claro del firmamento. La peña donde se hallaban +extendía también su sombra sobre el agua, cuyo verde oscuro se iba +trocando poco a poco en negro. Los rugidos de las olas se amortiguaban y +la brisa soplaba dulcemente como el hálito perezoso del que se prepara a +dormir. Un silencio augusto y conmovedor empezaba a elevarse del seno de +las aguas. En las cavernas de la roca Marta dejó de percibir el grito +acongojado que la asustara, y los truenos y ronquidos se habían ido +cambiando lentamente en un <i>glu glu</i> suave y lánguido.</p> + +<p>—¿No te duermes?—volvió a preguntar Ricardo.</p> + +<p>—Ya te he dicho que no quiero dormirme... ¡Me encuentro tan bien +despierta!... El que duerme no padece, pero tampoco goza... Sólo es +bueno dormir cuando se sueñan cosas lindas, y yo no las sueño casi +nunca... Ahora me parece que estoy durmiendo y soñando... ¡Te veo de un +modo tan raro!... Estoy viendo el cielo debajo y el mar encima. Tu +cabeza está bañada por un vapor azul... Cuando la mueves parece que +oscila la bóveda que nos cubre; cuando hablas, tu voz parece que sale de +lo profundo del mar... ¡No cierres los ojos, por Dios, que me haces +sufrir!... Se me figura que estás muerto, y que me has dejado aquí sola. +¿No ves los míos qué abiertos están? Nunca tuve menos deseos de dormir +que ahora. Oye; acerca un poco la cara. ¿Sentirías mucho que el<a name="page_042" id="page_042"></a> mar +fuese poco a poco subiendo y llegase a cubrirnos?</p> + +<p>Ricardo se estremeció levemente. Echó una mirada en torno y observó que +el agua empezaba a cerrar el istmo que unía la peña a la costa. Los ojos +de Martita, cuando volvió el rostro hacia ella, brillaba con fuego +malicioso y singular.</p> + +<p>—Vámonos, que ya estamos casi cercados de agua.</p> + +<p>—Espera un poquito... tengo que decirte una cosa... Te la voy a decir +muy bajo para que no se entere nadie... nadie más que tú... Ricardo, me +alegraría que el mar subiese ahora de pronto y nos sepultase para +siempre... Así estaríamos eternamente en el fondo del agua, tú sentado y +yo apoyada en tu regazo con los ojos abiertos... Entonces sí, me +dormiría a ratos y tú velarías mi sueño, ¿no es verdad? Las olas +pasarían sobre nuestra cabeza y nos vendrían a contar lo que sucedía en +el mundo... Esos peces blancos y azules que los marineros pescan con los +anzuelos vendrían silenciosamente a visitarnos y nos permitirían pasar +la mano por sus escamas de plata... Las algas se enredarían a nuestros +pies formando cojines blandos, y cuando el sol saliera le veríamos al +través del cristal del agua más grande y más hermoso, filtrando sus +rayos de mil colores por ella y deslumbrándonos con su esplendor... Dí, +¿no te gusta?</p> + +<p>—Calla, Martita; estás delirando... Vámonos, que el agua sube.</p> + +<p>—Espera un momento... Hace una hora que<a name="page_043" id="page_043"></a> estamos aquí y el viento no ha +conseguido enfriarme las mejillas... tengo cada vez más calor en ellas. +No importa... me encuentro bien... ¿Quieres hacerme un favor?... Sóplame +en la cara a ver si me pasa esta sofocación... ¡Así, así!... ¡Qué amable +eres!... Por algo dice todo el mundo que eres muy simpático... Tienes el +genio un poco vivo... Oye; necesito pedirte perdón.</p> + +<p>—¿De qué?</p> + +<p>—De un susto que te he dado el otro día. ¿Te acuerdas cuando hicimos +juntos un ramo de flores en el jardín?... Después quisiste hacerme una +caricia y fuí tan necia que lo llevé a mal y me eché a llorar... ¡Qué +sorpresa y qué disgusto habrás tenido!... Confieso que soy una tonta y +que no merezco que nadie me quiera... Sin embargo, bien puedes creerme +que no estaba enfadada contigo... Lloré de sentimiento... sin saber por +qué... ¡Qué motivo tenía yo para llorar! Tú no querías hacerme ningún +daño... no querías más que besarme las manos, ¿verdad?</p> + +<p>—Nada más, hermosa.</p> + +<p>—Pues yo tengo mucho gusto en que las beses, Ricardo... Tómalas...</p> + +<p>La niña extendió hacia arriba sus lindas manos que se agitaron en el +aire alegres y cándidas como dos palomitas recién salidas del nido. +Ricardo las besó con efusión repetidas veces.</p> + +<p>—No basta eso—prosiguió la niña riendo.—Antes me besabas en la cara +siempre que me encontrabas o te despedías... ¿Por qué has dejado de +hacerlo? ¿Me tienes miedo?... Yo no soy una<a name="page_044" id="page_044"></a> mujer... soy una niña +todavía... Hasta que me ponga de largo tienes derecho a besarme... +Después ya será otra cosa... Anda, dame un beso en la frente...</p> + +<p>—Ahora dame uno en cada mejilla... Aún sigue el calor ¿no es cierto?... +Ahora quiero que beses las trenzas de mi pelo... Aguarda... déjame +sacarlas que estoy acostada sobre ellas... A ti no te gusta el cabello +negro... ya lo sé... pero eres muy amable y lo besarás por darme +gusto...</p> + +<p>Ricardo iba besando tiernamente los sitios que le señalaba. Al fin se +detuvo y se puso a jugar con las trenzas negras, azotando con ellas +suavemente el rostro de la niña. En los ojos de ésta seguía luciendo el +mismo fuego malicioso. Sintióse levemente turbado y trató de fijar los +suyos en el mar, pero ella le dijo sonriendo:</p> + +<p>—Si no te enfadases te pediría otro aquí—y señaló a sus labios rojos y +húmedos.</p> + +<p>El rostro del joven marqués se tiñó de carmín. Quedó un instante +inmóvil, y bajando al fin la cabeza unió sus labios a los de la niña con +prolongado beso.</p> + +<p>Un fuerte soplo de viento había despertado el Océano cuando se preparaba +a dormir: agitóse un instante en su inmenso lecho de arena, cual si +cambiase de postura, y dejó escapar un sordo murmullo de disgusto. Las +olas tornaron a rodar a lo lejos hinchadas y azules: las de la playa +clamaron de nuevo con extrañas voces. Apagáronse las luces que ardían en +sus crestas y se desvaneció la esplendorosa ebullición de los tesoros +submarinos.<a name="page_045" id="page_045"></a> La mancha de plata iba adquiriendo los tristes reflejos del +acero bruñido.</p> + +<p>Cuando Ricardo separó sus labios de los de la niña, lo primero que hizo +fué pasear una mirada inquieta por los contornos de la peña. Estaban ya +cercados por el agua. Levantóse bruscamente y sin decir nada cogió a +Marta entre sus brazos con la misma facilidad que si fuese una +cervatilla, y dando un prodigioso salto cayó de bruces sobre la peña +vecina, lastimándose un poco en una mano. Marta quedó ilesa y contempló +la herida del joven: después, sacando su fino pañuelo de batista, lo ató +silenciosamente sobre ella y echó a andar con paso rápido. Ricardo la +siguió. Los dos marchaban callados. La distancia que los separaba se fué +haciendo cada vez mayor, porque Marta ya no andaba, corría. El joven +marqués sentía vago malestar y una turbación extraña que le impedían +apretar el paso. Estaba enojado consigo mismo. Cuando entraron en el +agujero del túnel que conducía al bosquecillo de pinos, perdió +enteramente de vista a su amiga y hasta dejó de escuchar el ruido de sus +botitas por el suelo. Al hallarse en medio de la cueva sumido en las +tinieblas, creyó oir muy confusamente el eco de un sollozo y sintió aún +más oprimido su corazón. Después de salir a la luz, empezó a encontrarse +mejor.</p> + +<p>Cuando llegaron a la casa supieron que se habían expedido ya varios +criados a buscarlos, pues hacía rato que todo estaba dispuesto para el +regreso. La tarde avanzaba y no era muy del gusto de las señoras que las +sorprendiese la noche en el<a name="page_046" id="page_046"></a> mar. Recibiéronlos, pues, con muestras de +satisfacción, y todo el mundo se apresuró a acomodarse nuevamente en las +falúas, que con el oleaje no estaban quietas un instante, como los +caballos enjaezados, esperando al jinete al pie de la cuadra.</p> + +<p>Izáronse las velas y dando largas bordadas para aprovechar el viento, +hicieron rumbo hacia El Moral. Marta, al entrar en la lancha, había +perdido los vivos colores de las mejillas.</p> + +<p>El sol se acercaba cada vez con más prisa al horizonte. Las señoras +veían con recelo crecer la sombra en el cielo como en el mar, dirigiendo +miradas inquietas a los marineros. Las frecuentes viradas que las +lanchas hacían les retrasaban extraordinariamente. Al cabo fué necesario +arriar las velas y caminar al remo en línea recta. Nada tenía esto de +particular, y es lo más usual cuando no se tiene el viento por la popa; +pero he aquí que a Rosarito, la amiga de la señorita de Mory, se le mete +en la cabeza de pronto que aquel cambio de motor náutico significa +peligro inminente de naufragio, el cual se le representa a la +imaginación con todos los horrores de que suele venir rodeado en las +novelas por entregas: la densidad espesa de la noche, las olas +elevándose como montañas a los cielos, los gritos de los náufragos +mezclándose a los rugidos de la mar, etc., etc. Y sin poder evitarlo +empieza a agarrarse con mano nerviosa a su amiga y a dejar salir de su +boca exclamaciones de angustia y terror.</p> + +<p>—¡Ay, Dios mío, vamos a perecer, vamos a parecer!<a name="page_047" id="page_047"></a></p> + +<p>—No pasa nada; tranquilízate, Rosario.</p> + +<p>—¡Sí, sí, vamos a perecer... nos vamos a ahogar!... ¡Dios mío, qué +muerte tan horrible!... ¡Por qué habré venido yo a la Isla!... ¡Qué dirá +mi papá cuando sepa que no tiene hija!... ¡Papá, papá del alma!...</p> + +<p>¡Pero, niña, si no ocurre absolutamente nada!</p> + +<p>—¡No me digas eso, por Dios! ¿no estoy viendo que han bajado las velas? +¡Ay, qué muerte, qué muerte tan espantosa!... ¡Morir sin confesión!... +¡Morir separada de mi papá!... ¡Y luego quedar sepultada aquí en este +fondo tan negro... y ser comida por los peces... y por los cangrejos!... +¡Es horrible!...</p> + +<p>Los esfuerzos de la señorita de Mory para calmar a su amiga eran +inútiles. No contribuían poco a asustarla las voces de los marineros, +que para alentarse y vencer la resistencia de las olas a cada golpe de +remo gritaban a un tiempo: ¡Aaaguanta!... ¡aaaguanta!... Cada vez que +sonaba esta palabra en el aire con ritmo brutal, Rosario exhalaba un +grito de angustia; tanto que la vivaracha señorita de Mory, temiendo que +se pusiera mala, dijo a los marineros:</p> + +<p>—Señores, hagan ustedes el favor de no decir aguanta, porque esta +señorita se asusta mucho.</p> + +<p>Pero Rosario, toda azorada y hecha un mar de lágrimas, exclamó +inmediatamente:</p> + +<p>—¡No, no; que digan <i>aguanta</i>, que digan <i>aguanta</i>!... Si no, vamos a +perecer más pronto...</p> + +<p>Poco a poco, no obstante, y viendo que la tremenda catástrofe no +llegaba, se fueron calmando<a name="page_048" id="page_048"></a> sus nervios, y no tardó en reirse, como +niña aturdida que era, de sus ridículos temores.</p> + +<p>En la falúa de Elorza se hablaba poco: D. Mariano y D. Máximo llevaban +demasiado Medoc en el cuerpo para hallarse en estado de sostener una +conversación animada. La señorita de Delgado, secundada por sus +hermanas, admiraba con vivos transportes de entusiasmo, abriendo y +cerrando mucho los ojos, la puesta del sol. El marqués de Peñalta había +cerrado los suyos y parecía dormido con la mano en la mejilla. Algunas +parejas cuchicheaban.</p> + +<p>¿Qué pensaba Marta en aquel instante, con la mirada clavada en el mar, +grave, inmóvil y pálida como una estatua? ¿Qué negros fantasmas surgían +ante ella de lo profundo de las aguas para trazar en su cándida frente +las profundas arrugas de que estaba surcada? ¿Qué funestos secretos le +soplaba la brisa en el oído?</p> + +<p>¡Oh! ¡Más fácil es descifrar el misterio de los rumores del Océano y los +secretos de la brisa, que los vagos pensamientos que oculta la frente de +una niña!</p> + +<p>El mar quería entregarse otra vez al sueño. Las crestas de sus olas ya +no blanqueaban a lo lejos con su corona de espumas. El horizonte +replegaba su línea indecisa que se borraba en la sombra de la tarde. Las +serenas y abultadas ondas bajaban y subían, semejando la respiración +perezosa y dormida de un seno gigantesco. Una por una, con amable +sosiego y confianza, las iban dejando atrás las falúas, avecinándose al +puerto. La costa<a name="page_049" id="page_049"></a> festoneaba con línea negra y ondulante la gran llanura +resplandeciente. Allá a lo lejos, en lo interior, columbrábanse las +cimas de las montañas, bañadas de un transparente vapor violáceo.</p> + +<p>El pensamiento de Marta rompió la tupida nube que lo encerraba en un +piélago de confusiones y vaguedades, y en su alma asomaron de golpe un +sinnúmero de recuerdos dulces e inefables como otros tantos puntos +luminosos de que estaba sembrado el cielo sereno de su vida. Entretúvose +largo rato a contarlos recreándose en cada uno de ellos. ¡Qué vivos y +qué hermosos ardían en su memoria! ¡Qué luz tan suave derramaban sobre +los monótonos y laboriosos días de su existencia! Estaban rodeados de +silencio y misterio; nadie los había gustado, nadie los conocía siquiera +más que ella; la misma mano que había dejado caer en su corazón el +bálsamo de la felicidad ignoraba en absoluto su bienhechora influencia. +Este pensamiento la llenaba de íntimo gozo que hacía asomar a sus labios +descoloridos una sonrisa. Uno tras otro, no obstante, y sin saber por +qué, aquellos puntos luminosos se fueron apagando, se fueron borrando y +perdiendo en los abismos profundos y negros de una idea. Su imaginación +empezó a dar vueltas como un pájaro aturdido dentro de esta idea triste +y desesperada donde no penetraba el más delgado rayo de luz. ¿Para qué +estaba ella en el mundo? La felicidad que había venido a buscar estaba +ya recogida y no le quedaba otro recurso que contemplarla sin rencor y +sin envidia, porque la envidia en este caso constituía enorme<a name="page_050" id="page_050"></a> pecado. +¿Y estaba segura de no caer en él a cada instante o, lo que es peor, +estaba segura de no llevar la mano a aquella felicidad? La escondida +playa de la isla le vino de pronto a la memoria con su arena de oro y +sus olas espumosas derramándose sobre ella. Un gran remordimiento, un +remordimiento vivo y cruel empezó a entrar en su inocente corazón como +la hoja fina de un puñal, produciéndole tal dolor que dejó escapar un +grito ahogado que nadie escuchó más que ella misma. La confusión y el +vértigo se apoderaron de su cabeza que ardía como un volcán. Se llevó la +mano a la frente y estaba fría como si fuese de mármol. Esto la +sorprendió de un modo extraordinario, ¡Tanto calor dentro y tanto frío +fuera!</p> + +<p>El Océano se mostraba en aquel instante lleno de paz y dulzura. El sol +iba a sumergir muy pronto su abrasado disco en el cristal de las aguas, +iluminando algunos parajes de la llanura con dorada y fantástica +claridad y dejando otros en la sombra. Los rumores eran más graves y +profundos, de una melancolía infinita. Aquella masa inconmensurable de +agua perdía lentamente su color azul, tomando otro verde muy opaco +sembrado aquí y allá de fugaces reflejos. El sosiego melancólico con que +el mar se despedía de la luz causó en Marta impresión profunda. Con la +cabeza inclinada sobre el agua y los ojos extáticos contemplaba los más +leves matices que la luz iba despertando en ella y atendía a todos los +rumores que sonaban en lo profundo.</p> + +<p>El sol se sumergió enteramente. El Océano dejó<a name="page_051" id="page_051"></a> escapar un sollozo +inmenso, colosal. En este sollozo había tal enternecimiento que Marta +creyó sentir vibrar el ambiente con movimiento de simpatía y admiración. +Nunca había visto al mar tan grande y tan sublime, tan fuerte y +bondadoso a un tiempo mismo. Aquel silencio augusto, aquel reposo +momentáneo del gran atleta la conmovían hasta lo íntimo, infundían en su +espíritu alborotado un ansia ardiente de paz. ¿Quién le había dicho que +el mar era terrible? ¿Qué corazón pequeño le había hablado de sus +crueles traiciones? ¡Ah, no! El mar era noble y generoso como lo son los +fuertes siempre, y sus cóleras, aunque temibles, eran pasajeras. En su +fondo tranquilo vivían felices las perlas y los corales, las blancas +sirenas, los peces azules.</p> + +<p>La falúa, al oprimir su húmeda espalda, formaba entre proa y popa un +lecho ancho y cómodo con bordes de espuma, un lecho que convidaba a +dormir eternamente con el rostro vuelto al cielo, mirando resbalar por +el seno transparente del agua el fulgor de las estrellas...</p> + +<p>—¡Jesús!... ¿Qué ha sido eso?</p> + +<p>—¿Quién se ha caído al agua?</p> + +<p>—¡Hija mía de mi alma! ¡Marta!... ¡Marta!... ¡Dejadme... dejadme salvar +a mi hija!</p> + +<p>—Ya está salvada, D. Mariano; no hay necesidad de que usted se arroje +al agua.</p> + +<p>—¡Cía! ¡cía firme!—dijo la bronca voz del patrón.—Echa esa beta al +agua, Manuel... No asustarse, señores, que no es nada... ¡Ciar más!...<a name="page_052" id="page_052"></a> +Basta... Agárrense ustedes a la beta... Ya no hay cuidado.</p> + +<p>La confusión fué muy grande en el primer instante. Ricardo y uno de los +marineros se habían echado al agua y nadaban vigorosamente para salvar +la corta distancia que la falúa había recorrido antes de que se diera el +grito de alarma. Ricardo, que iba delante, se sumergió, y a los pocos +segundos tornó a aparecer con la niña entre los brazos. La falúa ya +estaba cerca de ellos, y pudo coger la beta que le echaban, y en seguida +el carel de la lancha, viéndose suspendido por una porción de brazos que +los metieron dentro. D. Mariano, en los pocos momentos que esto duró, +forcejeaba con D. Máximo y otras personas, pugnando por arrojarse al +agua. Cuando vió a su hija en la embarcación faltó poco para que la +ahogase contra su pecho.</p> + +<p>Martita se había desmayado. Varias señoras se apresuraron a desatarle el +corsé y a sacudirla fuertemente para que soltase el agua que había +tragado. Después la extendieron en uno de los asientos de popa, y +Ricardo, tomando un frasco de éter que D. Máximo había traído, se lo +aplicó a la nariz. No tardó en abrir los ojos, y al ver el demudado +semblante del joven inclinado sobre ella sonrió dulcemente, y le dijo de +modo que nadie lo oyó más que él:</p> + +<p>—Gracias, señor marqués... ¡No se estaba tan mal allá abajo!</p> + +<p>Así que llegaron a El Moral se enjugaron en casa de unos amigos, que +allí estaban tomando<a name="page_053" id="page_053"></a> baños, y se echaron encima la primer ropa que les +dieron. Después emprendieron de nuevo la marcha y tocaron en el muelle +con una hora de noche, cuando ya las respectivas familias empezaban a +inquietarse por su tardanza.</p> + +<p><a name="page_054" id="page_054"></a></p> + +<p><a name="page_055" id="page_055"></a></p> + +<h2><a name="JOSE" id="JOSE"></a>JOSÉ</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>L</small> pueblecito costero que sirve de escenario a esta novela fué para mí +un paraíso en los años juveniles. Allí gocé como en ninguna otra parte +de los encantos de la mar que era mi pasión en aquella época. Nunca me +sentí más feliz que entonces. Aquellos bravos y sencillos pescadores me +acogieron con tanta cordialidad que despertaron en mí el deseo de +compartir su vida y sus trabajos.</p> + +<p>Durante un verano no fuí más que un pescador. Me levantaba del lecho +antes de la aurora como ellos, me vestía con la clásica blusa y la boina +y me lanzaba a la mar en uno de sus barquichuelos cuyos nombres y +propiedades conocía como si fuesen seres vivientes.</p> + +<p>Horas de dicha aquéllas que viví surcando la mar con los aparejos +tendidos para anzolar el bonito y la caballa o soltando la red para +aprisionar la sardina. Cuando el viento encalmaba nos recostábamos sobre +los bancos y yo escuchaba con deleite su inocente plática. Allí conocí a +José, a Gaspar, a Bernardo: todos fueron mis amigos<a name="page_056" id="page_056"></a> y nunca los he +tenido después en la vida más afectuosos. Al apretarme la mano cuando me +separé de ellos vi sus ojos entristecidos. Uno me dijo: “¡Qué lástima, +D. Armando, hubiera usted sido un buen marinero!”</p> + +<p>Tenía razón. Yo hubiera sido un buen marinero y también un buen aldeano. +Todo menos un buen diplomático.</p> + +<p>Al publicarse esta novela no sé quién la hizo llegar a sus manos. +Viéndose retratados se sintieron contentos y orgullosos. Llevaban mi +libro a la mar y allí tendidos sobre los paneles en las horas de calma +uno leía en voz alta y los otros escuchaban.</p> + +<p>Y después venían los interminables comentarios. Todo lo querían +descifrar:—“Este es Fulano, esta doña Zutana.—Yo fuí quien puse la +piedra en el anzuelo para engañarte.—A ti fué a quien tiró el golpe de +mar cuando fuíste a desarbolar del medio...”</p> + +<p>Muchos años han transcurrido desde entonces. En medio de las miserias y +resquemores de la vida cortesana mi pensamiento ha volado más de cien +veces hacia aquellos nobles y valerosos amigos y he comprendido por qué +nuestro buen Jesús ha buscado sus discípulos más amados entre humildes +pescadores.<a name="page_057" id="page_057"></a></p> + +<h2><a name="LA_DESESPERACION_DE_UN_HIDALGO" id="LA_DESESPERACION_DE_UN_HIDALGO"></a>LA DESESPERACIÓN DE UN HIDALGO</h2> + +<div class="blockquot"><p>Don Fernando, segundón de la casa de Meira, nunca fué rico. +Ultimamente había llegado a la indigencia. Sus ínfulas +aristocráticas no por eso disminuían. Cuanto más pobre más +orgulloso se hallaba de su prosapia. Era una manía, casi una +locura. En el pueblecillo de Rodillero se le miraba por los +pescadores con una mezcla de respeto, de compasión y de burla. Uno +de estos pescadores, José, tenía relaciones amorosas con Elisa hija +de la señá Isabel, fabricante de escabeche. José era pobre. La señá +Isabel se oponía furiosamente a estos amores. Don Fernando, con +orgullo quijotesco, los protegía. Acosado por el hambre, el +desgraciado hidalgo se había visto precisado a vender lo último que +le quedaba, su viejo y desmantelado palaciote. Con generosidad +caballeresca ofreció una parte de la exigua cantidad que por él le +habían dado a José para que comprando una lancha pudiera casarse.</p></div> + +<p class="nind"><span class="lettre">P</span><small>OCOS</small> +días después, don Fernando de Meira se personó en casa de José, +muy temprano, cuando éste aún no había salido a la mar.</p> + +<p>—José, necesito hablar contigo a solas. Ven a dar una vuelta conmigo.</p> + +<p>El marinero pensó que llegaba en demanda de socorro, aunque hasta +entonces jamás se lo había pedido directamente. Cuando el hambre más le +apuraba, solía llegarse a él, diciendo:</p> + +<p>—José, a Sinforosa se le ha concluído el pan,<a name="page_058" id="page_058"></a> y no quisiera tomárselo +a la otra panadera... Si me hicieses el favor de prestarme una hogaza...</p> + +<p>Mas para que a esto llegase, era necesario que el caballero estuviese +muy apurado. De otra suerte, ni directa ni indirectamente se humillaba a +pedir nada. No obstante, José lo pensó así, porque no era fácil pensar +otra cosa. Y tomando el puñado de cuartos que tenía y metiéndolos en el +bolsillo, se echó a la calle en compañía del anciano.</p> + +<p>Guióle don Fernando fuera del pueblo. Cuando estuvieron a alguna +distancia, cerca ya de la gran playa de arena, rompió el silencio +diciendo:</p> + +<p>—Vamos a ver, José, tú debes de andar algo apuradico de dinero, +¿verdad?</p> + +<p>José pensó que se confirmaba lo que había imaginado; pero le sorprendió +un poco el tono de protección con que el hidalgo le hacía aquella +pregunta.</p> + +<p>—Ps..., así, así, don Fernando. No estoy muy sobrado...; pero, en fin, +mientras uno es joven y puede trabajar, no suele faltar un pedazo de +pan.</p> + +<p>—Un pedazo de pan es poco... No sólo de pan vive el hombre—manifestó +el señor de Meira sentenciosamente. Y después de caminar algunos +instantes en silencio, se detuvo repentinamente, y encarándose con el +marinero le preguntó:</p> + +<p>—Tú te casarías de buena gana con Elisa, ¿verdad?</p> + +<p>José quedó sorprendido y confuso.<a name="page_059" id="page_059"></a></p> + +<p>—¿Yo?... Con Elisa no tengo nada ya... Todo el mundo lo sabe...</p> + +<p>—Pues sabe una gran mentira, porque estás en amores con Elisa; me +consta—afirmó el caballero resueltamente.</p> + +<p>José le miró asustado, y empezaba a balbucir ya otra negación cuando don +Fernando le atajó diciendo:</p> + +<p>—No te molestes en negarlo, y dime con franqueza si te casarías +gustoso.</p> + +<p>—¡Ya lo creo!—murmuró entonces el marinero bajando la cabeza.</p> + +<p>—Pues te casarás—dijo el señor de Meira ahuecando la voz todo lo +posible y extendiendo las manos hacia adelante.</p> + +<p>José levantó la cabeza vivamente y le miró, pensando que se había vuelto +loco. Después, bajándola de nuevo, dijo:</p> + +<p>—Eso es imposible, don Fernando... No pensemos en ello.</p> + +<p>—Para la casa de Meira no hay nada imposible—respondió el caballero +con mucha mayor solemnidad.</p> + +<p>José sacudió la cabeza, atreviéndose a dudar del poderío de aquella +ilustre casa.</p> + +<p>—Nada hay imposible—volvió a decir don Fernando lanzándole una mirada +altiva, propia de un guerrero de la reconquista.</p> + +<p>José sonrió con disimulo.</p> + +<p>—Atiende un poco—siguió el caballero.—En el siglo pasado, un abuelo +mío, don Alvaro de Meira, era corregidor de Oviedo. Había allí una casa +perteneciente<a name="page_060" id="page_060"></a> al clero que estorbaba mucho en la vía pública, y el +corregidor se propuso echarla abajo. Tropezó en seguida con la oposición +del obispo y cabildo catedral, los cuales le manifestaron que de ningún +modo lo intentase, so pena de excomunión. Pero el corregidor, sin hacer +caso de amenazas, cierto día manda a ella una cuadrilla de albañiles y +comienzan a derribarla. Dan parte del hecho al obispo, alborótase su +ilustrísima, convoca al cabildo y deciden ir revestidos a excomulgar a +todo el que se atreva a tocar en ella. Mi bisabuelo lo supo, y ¿qué hace +entonces? Va y manda a allá al verdugo a leer un pregón en que se impone +la pena de cien azotes a todo albañil que se baje del tejado... ¡Ni uno +solo se bajó, muchacho!... Y la casa vino al suelo.</p> + +<p>Don Fernando, con un movimiento enérgico de la mano, derribó de golpe el +edificio clerical. José pareció enteramente insensible a esta proeza de +los Meiras. Seguía cabizbajo y triste, considerando tal vez que era +lástima que tal poder de infligir azotes no quedase anejo a todos los +señores de Meira, en cuyo caso no sería imposible que pidiese unos +cuantos para la seña Isabel.</p> + +<p>—Cuando a un Meira se le mete algo entre ceja y ceja—siguió el +hidalgo,—¡hay que temblar!... Toma—añadió sacando del bolsillo un +paquetito y ofreciéndoselo.—Ahí tienes, diez mil reales. Cómprate una +lancha, y deja lo demás de mi cuenta.</p> + +<p>El marinero quedó pasmado, y no se atrevió a alargar la mano pensando +que aquello era una<a name="page_061" id="page_061"></a> locura del señor de Meira, a quien ya muchos no +suponían en su cabal juicio.</p> + +<p>—Toma, te digo. Cómprate una lancha... y a trabajar.</p> + +<p>José tomó el paquete, lo desenvolvió y quedó aún más absorto al ver que +eran monedas de oro. Don Fernando, sonriendo orgullosamente, continuó:</p> + +<p>—Vamos a otra cosa ahora. Dime: ¿cuántos años tiene Elisa?</p> + +<p>—Veinte.</p> + +<p>—¿Los ha cumplido ya?</p> + +<p>—No señor; me parece que los cumple el mes que viene.</p> + +<p>—Perfectamente. El mes que viene te diré lo que has de hacer. Mientras +tanto, procura que nadie se entere de tus amores... Mucho sigilo y mucha +prudencia.</p> + +<p>Don Fernando hablaba con tal autoridad y arqueaba las cejas tan +extremadamente, que a pesar de su figurilla menuda y torcida, consiguió +infundir respeto al marinero. Casi llegó a creer en el misterioso poder +de la casa de Meira.</p> + +<p>—A otra cosa... ¿Tú puedes disponer de la lancha esta noche?</p> + +<p>—¿Qué lancha?, ¿la de mi patrón?</p> + +<p>—Sí.</p> + +<p>—¿Para ir adónde?</p> + +<p>—Para dar un paseo.</p> + +<p>—Si no es más que para eso...</p> + +<p>—Pues a las doce de la noche pásate por mi casa dispuesto a salir a la +mar. Necesito de tu<a name="page_062" id="page_062"></a> ayuda para una cosa que ya sabrás.... Ahora +vuélvete a casa y comienza a gestionar la compra de la lancha. Vé a +Sarrió por ella, o constrúyela aquí; como mejor te parezca.</p> + +<p>Confuso y en grado sumo perplejo se apartó nuestro pescador del señor de +Meira. Todo se volvía cavilar mientras caminaba la vuelta de su casa de +qué modo habría llegado aquel dinero a manos del arruinado hidalgo. Se +propuso no hacer uso de él en tanto que no lo averiguase.</p> + +<p>Los enigmas, particularmente los enigmas de dinero, duran en las aldeas +cortísimo tiempo. No se pasaron dos horas sin que supiese que don +Fernando había vendido su casa el día anterior a don Anacleto, el cual +la quería para hacer de ella una fábrica de escabeche, no para otra +cosa, pues en realidad estaba inhabitable. El señor de Meira la tenía +hipotecada ya hacía algún tiempo a un comerciante de Peñascosa en nueve +mil reales. Don Anacleto pagó esta cantidad y le dió además otros +catorce mil. En vista de esto, José se determinó a devolver los cuartos +al generoso caballero tan pronto como le viese. Le pareció indecoroso +aceptar, aunque fuese en calidad de préstamo, un dinero de que tan +necesitado estaba su dueño.</p> + +<p>Todavía le seguía preocupando, no obstante, aquella misteriosa cita de +la noche, y aguardaba con impaciencia la hora para ver lo que era. Un +poco antes de dar las doce por el reloj de las Consistoriales enderezó +los pasos hacia el palacio de Meira. Llamó con un golpe a la carcomida +puerta,<a name="page_063" id="page_063"></a> y no tardó mucho el propio don Fernando en abrirle.</p> + +<p>—Puntual eres, José. ¿Tienes la lancha a flote?</p> + +<p>—Debe de estar, sí señor.</p> + +<p>—Pues bien; ven aquí y ayúdame a llevar a ella esto.</p> + +<p>Don Fernando le señaló a la luz de un candil un bulto que descansaba en +el zaguán de la casa, envuelto en un pedazo de lona y amarrado con +cordeles.</p> + +<p>—Es muy pesado, te lo advierto.</p> + +<p>Efectivamente, al tratar de moverlo se vió que era casi imposible +llevarlo al hombro. José pensó que era una caja de hierro.</p> + +<p>—En hombros no podemos llevarlo, don Fernando. ¿No será mejor que lo +arrastremos poco a poco hasta la ribera?</p> + +<p>—Como a ti te parezca.</p> + +<p>Arrastráronlo, en efecto, fuera de la casa. Apagó don Fernando el +candil, cerró la puerta, y dándole vueltas, no con poco trabajo, lo +llevaron lentamente hasta colocarlo cerca de la lancha. El señor de +Meira iba taciturno y melancólico, sin despegar los labios. José le +seguía el humor; pero sentía al propio tiempo bastante curiosidad por +averiguar lo que aquella pesadísima caja contenía.</p> + +<p>Fué necesario colocar dos mástiles desde el suelo a la lancha, y gracias +a ellos hicieron rodar la caja hasta meterla a bordo. Entraron después, +y con el mayor silencio posible se fueron apartando de las otras +embarcaciones.</p> + +<p>La noche era de luna, clara y hermosa. El mar,<a name="page_064" id="page_064"></a> tranquilo y dormido como +un lago. El ambiente, tibio como en estío. José empuñó dos remos, contra +la voluntad del hidalgo, que pretendía tomar uno, y apoyándolos +suavemente en el agua, se alejó de la tierra.</p> + +<p>El señor de Meira iba sentado a popa, tan silencioso y taciturno como +había salido de casa. José, tirando acompasadamente de los remos, le +observaba con interés. Cuando estuvieron a unas dos millas de Rodillero, +después de doblar la punta del Cuerno, don Fernando se puso en pie.</p> + +<p>—Basta, José.</p> + +<p>El marinero soltó los remos.</p> + +<p>—Ayúdame a echar este bulto al agua.</p> + +<p>José acudió a ayudarle; pero deseoso, cada vez más de descubrir aquel +extraño misterio, se atrevió a preguntar sonriendo:</p> + +<p>—¿Supongo que no será dinero lo que usted eche al agua, don Fernando?</p> + +<p>Este, que se hallaba en cuclillas preparándose a levantar el bulto, +suspendió de pronto la operación, se puso en pie y dijo:</p> + +<p>—No; no es dinero... Es algo que vale más que el dinero... Me olvidaba +de que tú tienes derecho a saber lo que es, puesto que me has hecho el +favor de acompañarme.</p> + +<p>—No se lo decía por eso, don Fernando. A mí no me importa nada lo que +hay ahí dentro.</p> + +<p>—Desátalo.</p> + +<p>—De ningún modo, don Fernando. Yo no quiero que usted piense...<a name="page_065" id="page_065"></a></p> + +<p>—¡Desátalo, te digo!—repitió el señor de Meira en un tono que no daba +lugar a réplica.</p> + +<p>Obedeció José, y después de separar la múltiple envoltura de lona que le +cubría, descubrió, al cabo, el objeto no era otra cosa que un trozo de +piedra toscamente labrado.</p> + +<p>—¿Qué es esto?—preguntó con asombro.</p> + +<p>Don Fernando, con palabra arrastrada y cavernosa, respondió:</p> + +<p>—El escudo de la casa de Meira.</p> + +<p>Hubo después un silencio embarazoso. José no salía de su asombro y +miraba de hito en hito al caballero, esperando alguna explicación; pero +éste no se apresuraba a dársela. Con los brazos cruzados sobre el pecho +y la cabeza doblada hacia adelante, contemplaba sin pestañear la piedra +que el marinero acababa de poner al descubierto. Al fin dijo en voz baja +y temblorosa:</p> + +<p>—He vendido mi casa a don Anacleto..., porque un día u otro yo moriré, +y ¿qué importa que pare en manos extrañas antes o después?... Pero se la +vendí bajo condición de arrancar de ella el escudo.., Hace unos cuantos +días que trabajo por las noches en separar la piedra de la pared... Al +fin lo he conseguido...</p> + +<p>Como don Fernando se callase después de pronunciar estas palabras, José +se creyó en el caso de preguntarle:</p> + +<p>—¿Y por qué lo echa usted al agua?</p> + +<p>El anciano caballero le miró con ojos de indignación.</p> + +<p>—¡Zambombo! ¿Quieres que el escudo de la<a name="page_066" id="page_066"></a> gran casa de Meira esté sobre +una fábrica de escabeche?</p> + +<p>Y aplacándose de pronto, añadió:</p> + +<p>—Mira esas armas... Repáralas bien... Desde el siglo XV están colocadas +sobre la puerta de la casa de Meira... (no esta misma piedra, porque +según se ha ido enlazando con otras casas fué necesario mudarla y poner +en el escudo nuevos cuarteles, pero otra parecida). En el siglo pasado +quedó definitivamente fijada con la alianza de los Meiras y los +Mirandas... Son cinco cuarteles. El del centro es el de los Meiras: está +colocado en lo que se llama en heráldica <i>punto de honor</i>... Sus armas +son: azur y banda de plata, con dragones de oro; bordura de plata y ocho +arminios de sable... Tú dirás—añadió don Fernando con sonrisa +protectora—: ¿dónde están esos colores?... Es muy natural que lo +preguntes, no teniendo nociones de heráldica... Los colores en la piedra +se representan por medio de signos convencionales. El oro, míralo aquí +en este cuartel, se representa por medio de puntitos trazados con buril; +la plata, por un fondo liso y unido; el azur, por rayitas horizontales; +los gules, por rayas perpendiculares, etc., etc...; es muy largo de +explicar... Los Meiras se unieron primeramente a los Viedmas. Aquí está +su escudo en este primer cuartel de gules y una puente de plata de tres +arcos, por los cuales corre un caudaloso río; y una torre de oro +levantada en medio de la puente; bordadura de plata y ocho cruces llanas +de azur... Después se unieron a los Carrascos. Y<a name="page_067" id="page_067"></a> aquí tienes a la +izquierda su cuartel, partido en dos partes iguales: la primera de plata +y un león rampante de sable; la segunda de oro y un árbol terrazado y +copado, con un pájaro puesto encima de la copa y un perro ladrante al +pie del tronco... Ni el pájaro ni el perro se notan bien, porque los ha +destruido la intemperie...; pero aquí están... Más tarde se unieron a +los Angulos: su cuartel es de plata y cinco cuervos de sable puestos en +sautor... Tampoco se notan bien los cuervos... Por último, se unieron a +los Mirandas, cuyo cuartel es de oro y un castillo de gules en abismo, +sumado de un guerrero armado con alabarda, naciente de las almenas, +acompañado de seis roeles de sinople y plata, puestos dos de cada lado y +uno en la punta... Todo el escudo, como ves, está coronado por un casco +de acero bruñido de cinco rejas.</p> + +<p>Nada entendió el marinero del discurso del señor de Meira. Mirábale de +hito en hito con asombro. El mar balanceaba suavemente la barca.</p> + +<p>—De la casa de Meira—siguió don Fernando con voz enfática—han salido +en todas las épocas hijos muy esclarecidos, hombres muy calificados... +Demasiado sabrás tú que en el siglo XV don Pedro de Meira fué comendador +de Villaplana, en la orden de Santiago, y que don Francisco fué jurado +en Sevilla y procurador en las Cortes de Toro. También sabrás que otro +hijo de la misma familia fué presidente del Consejo de Italia: se +llamaba don Rodrigo. Otro, llamado don Diego, fué oidor de la real +Audiencia de la ciudad de<a name="page_068" id="page_068"></a> Méjico y después presidente de la de +Guadalajara. En el siglo pasado, don Alvaro de Meira fué regidor de +Oviedo y fundó en Sarrió una colegiata y un colegio de primeras letras y +latinidad; bien lo sabrás.</p> + +<p>José no sabía absolutamente nada de todo aquella; pero asentía con la +cabeza para complacer al desgraciado caballero. Este quedó +repentinamente silencioso, y así estuvo buen rato, hasta que comenzó a +decir, bajando mucho la voz y con acento triste:</p> + +<p>—Mi hermano mayor, Pepe, fué un perdido..., bien lo sabrás...</p> + +<p>En efecto, era lo único que José sabía de la familia de Meira.</p> + +<p>—Le arruinó una bailarina... Los pocos bienes que a mí me habían tocado +me los llevó amenazándome con casarse con ella si no se los cedía... Yo, +para salvar el honor de la casa, los cedí... ¿No te parece que hice +bien?</p> + +<p>José asintió otra vez.</p> + +<p>—Desde entonces, José, ¡cuánto he sufrido!..., ¡cuánto he sufrido!</p> + +<p>El hidalgo se pasó la mano por la frente con abatimiento.</p> + +<p>—La gran casa de Meira muere conmigo... Pero no morirá deshonrada, +José; ¡te lo juro!</p> + +<p>Después de hacer este juramento, quedó de nuevo silencioso en actitud +melancólica. El mar seguía meciendo la lancha. La luna rielaba su pálida +luz en el agua.</p> + +<p>Al cabo de un largo espacio, don Fernando salió<a name="page_069" id="page_069"></a> de su meditación, y +volviendo sus ojos rasados de lágrimas hacia José, que le contemplaba +con tristeza, le dijo lanzando un suspiro:</p> + +<p>—Vamos allí... Suspende por ese lado la piedra: yo tendré por éste...</p> + +<p>Entre uno y otro lograron apoyarla sobre el carel. Después don Fernando +la dió un fuerte empujón. El escudo de la casa de Meira rompió el haz +del agua con estrépito y se hundió en sus senos obscuros. Las gotas +amargas que salpicó bañaron el rostro del anciano, confundiéndose con +las lágrimas no menos amargas que en aquel instante vertía.</p> + +<p>Quedóse algunos instantes inmóvil, con el cuerpo doblado sobre el carel, +mirando al sitio por donde la piedra había desaparecido. Levantándose +después, dijo sordamente:</p> + +<p>—Boga para tierra, José.</p> + +<p>Y fué a sentarse de nuevo a la popa.</p> + +<p>El marinero comenzó a mover los remos sin decir palabra. Aunque no +comprendía el dolor del hidalgo y andaba cerca de pensar, como los demás +vecinos, que no estaba sano de la cabeza, al verle llorar sentía +profunda lástima; no osaba turbar su triste enajenamiento. Mas el +propósito de devolverle el dinero no se apartaba de su cabeza. Veía +claramente que tal favor, en las circunstancias en que se hallaba don +Fernando, era una verdadera locura. Le bullía el deseo de acometer el +asunto, pero no sabía de qué manera comenzar. Tres o cuatro veces tuvo +la palabra en la punta de la lengua, y otras tantas la retiró<a name="page_070" id="page_070"></a> por no +parecerle adecuada. Finalmente, viéndose ya cerca de tierra, no halló +traza mejor para salir del aprieto que sacar los diez mil reales del +bolsillo y presentárselos al caballero, diciendo algo avergonzado:</p> + +<p>—Don Fernando..., usted, por lo que veo, no está muy sobrado de +dinero... Yo le agradezco mucho lo que quiere hacer por mí, pero no debo +tomar esos cuartos haciéndole falta...</p> + +<p>Don Fernando, con ademán descompuesto y soltando chispas de indignación +por los ojos, le interrumpió gritando:</p> + +<p>—¡Pendejo! ¡Zambombo! ¡Después que te hice el honor de confesarte mi +ruina, me insultas! Guarda ese dinero ahora mismo, o lo tiro al agua.</p> + +<p>José comprendió que no había más remedio que guardarlo otra vez. Y así +lo hizo después de pedirle perdón por el supuesto insulto. Formó +intención, no obstante, de vigilar para que nada le faltara y +devolvérselo en la primera ocasión favorable.</p> + +<p>Saltaron en tierra y se separaron como buenos amigos.<a name="page_071" id="page_071"></a></p> + +<h2><a name="AGUAS_FUERTES" id="AGUAS_FUERTES"></a><small>AGUAS FUERTES</small></h2> + +<p><a name="page_072" id="page_072"></a></p> + +<p><a name="page_073" id="page_073"></a></p> + +<h2><a name="LLOVIENDO" id="LLOVIENDO"></a>LLOVIENDO</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">C</span><small>UANDO</small> salí de casa recibí la desagradable sorpresa de ver que estaba +lloviendo. Había dejado al sol pavoneándose en el azul del cielo, +envolviendo a la ciudad en una esplendorosa caricia de padre... ¡Quién +había de sospechar!...</p> + +<p>En un instante desgarraron mi alma muchedumbre de ideas extrañas; la +duda se alojó en mi espíritu atormentado. ¿Subiría por el paraguas? En +aquella sazón mi paraguas ocupaba una de las más altas posiciones de +Madrid: se encontraba en un piso tercero, con entresuelo y primero. +Arranquémosle la careta: era un piso quinto.</p> + +<p>Las escaleras me fatigan casi tan o como los dramas históricos. A veces +prefiero escuchar una producción de Catalina o Sánchez de Castro, con +reyes visigodos y todo, a subir a un cuarto segundo. Me hallaba en una +de estas ocasiones. La verdad es que llovía sin gran aparato, pero de un +modo respetable. Los transeúntes pasaban ligeros por delante de mí, bien +guarecidos debajo de sus paraguas. Alguno que no lo llevaba, vino a +buscar<a name="page_074" id="page_074"></a> techo a mi lado. Todavía aguardé unos instantes presa de +horrible incertidumbre. Dí algunos paseos en el portal y eché todos los +cálculos que un hombre serio tiene el deber de echar en tales ocasiones. +De un lado, del lado de la calle, la consiguiente mojadura; del lado de +la escalera, la fatiga consiguiente. Por otra parte, los amigos estarían +ya reunidos en el café despellejando a alguno, ¡tal vez a mí! Además, el +café, según los datos que me ha suministrado una persona muy versada en +estas cosas, debe tomarse <i>inmediatamente</i> (cuidado con ello), +inmediatamente después de las comidas. Al fin adopté una resolución +violentísima. Me remangué los pantalones y salí a la calle.</p> + +<p>¡Pues qué! Yo que he aguantado sin pestañear noches enteras todas las +leyendas de la Edad Media que el Sr. Velarde y otros ilustres mosquitos +líricos de su misma familia han dejado caer desde la tribuna del Ateneo, +¿flaquearía ahora ante unas miserables gotas de agua? No en mis días. Si +la faz no ha empalidecido, si el corazón no ha temblado ante ningún +poeta legendario, por cruel que se haya mostrado, las alteraciones +atmosféricas no prevalecerán contra mi heroísmo.</p> + +<p>En esta admirable disposición de espíritu atravesé casi toda la calle +del Arenal. Sin embargo, no quiero ser hipócrita: declaro que fuí todo +el tiempo pegado a las casas, con lo cual evité que me cayese una +tercera parte de agua de la que por clasificación me correspondía. Antes +de llegar a la Puerta del Sol eché una mirada al cielo, mirada<a name="page_075" id="page_075"></a> +escrutadora que me hizo ver sombra arriba y sombra abajo. Esta mirada +dió por resultado además el que tropezase con un guardia municipal, que +me preguntó con severidad dónde tenía los ojos. Yo, lleno de respeto y +sumisión hacia el poder ejecutivo, le contesté, procurando ablandar su +corazón con una sonrisa—: Donde usted guste—. La verdad es que estuve +demasiado humilde, casi rastrero, porque el guardia no llevaba la acera, +¡pero la idea de la Prevención ejerce tal ascendiente sobre mí!... Me +contenté con volverme y echarle una mirada terrible, que cayó sobre su +capote de hule y resbaló por encima como el agua resbalaba en aquel +instante.</p> + +<p>Las nubes no cejaban. La lluvia, en vez de ir disminuyendo gradualmente, +para satisfacer el ideal de todo el que, como yo, no llevase paraguas, +gradualmente iba aumentando. Al entrar en la Puerta del Sol, cruzaba muy +poca gente. Algunos carruajes, cuyos aurigas parecían envoltorios de +paño pardo; algunas mujeres remangando, con la coquetería que permitían +las circunstancias, sus blancas enaguas, y dejando ver esbozos de pies +fantásticos y perfiles de pantorrillas reales. Pero en aquel momento yo +me preocupaba más de mis pantorrillas que de las ajenas, como era, +después de todo, mi deber. El agua y el barro me salpicaban hasta las +narices; los canalones vomitaban en las aceras torrentes, que procuraba +salvar apelando a mis recuerdos gimnásticos.</p> + +<p>Poco a poco, de un modo insidioso y solapado, tendiéndome sus redes en +silencio y asegurando<a name="page_076" id="page_076"></a> sus pasos con cautela, fué penetrando en mi +corazón el temor del reumatismo. En el espacio que media entre la calle +del Arenal y la del Carmen, casi se enseñoreó de él por completo. +Sombrías perspectivas de fiebres catarrales, dolores en las +articulaciones y fricciones de aguardiente alcanforado, se ofrecieron +ante mi vista. Y con la visión intensa y terrible del alucinado, me vi +metido en unos calzoncillos de bayeta amarilla.</p> + +<p>Y temblé. Y eché una cobarde mirada en torno buscando un <i>simón</i> vacío. +Los pocos que pasaban iban alquilados. Pero aún quedaban los portales. +¡Ah, los portales! Los portales me parecían un recurso de mala ley, +indigno de ser tomado en consideración por el momento. Para estar metido +en un portal viendo caer la lluvia, más valía haberse quedado en casa. +Además, los portales estaban llenos de canalla, vagos de profesión, +aventureros de la calle, gente sin hogar y sin paraguas. ¡Quién va a +exponerse a que le roben el reloj o le secuestren!</p> + +<p>Esto lo pensaba al cruzar por la calle del Carmen. Pues bien, al cruzar +por delante de la de la Montera, ya pensaba otra cosa. Y es que las +ideas del hombre se van modificando insensiblemente al través de la +existencia. Las convicciones más profundas se desarraigan de nuestro +espíritu cuando menos lo esperamos, la antigua fe deja paso a la nueva, +y el entusiasmo se enfría y se calienta incesantemente durante nuestra +peregrinación por la tierra. Cogidos de la mano, con fuego en el +corazón, alta la frente y la pupila clavada en lo<a name="page_077" id="page_077"></a> porvenir, hemos +partido muchos para recorrer los campos de la política. A los pocos +pasos, ya se ha desprendido uno, a quien el temor o la utilidad han +solicitado, más allá otro, más allá otro: al poco tiempo la caravana se +ha disuelto, y cada cual corre a refugiarse donde más le conviene. Esta +es la vida. Una verdad innegable he sacado, no obstante, de su +experiencia, y es que cuando llueve, todo el mundo se cobija.</p> + +<p>Yo también claudiqué en aquella ocasión refugiándome en un portal, +aunque con circunstancias atenuantes, pues era el de una fotografía. Las +paredes estaban cubiertas de retratos: señoras bonitas, haciendo +resaltar sus gracias con actitudes lánguidas, dirigiendo una sonrisa +insinuante a todos los <i>timadores</i> y fosforeros que se paraban a +contemplarlas; varones con los ojos extáticos, en muda y eterna +admiración de algo que nadie sabe. Algunos caballeros estaban +disfrazados. Había uno vestido de fraile haciendo oración entre las +malezas de una sierra, con su calavera y todo al lado. Me dijeron que +era un muchacho de la nobleza que había renunciado al mundo por +desengaños de amor. Bien se le conocía al pobre, a pesar de su +vestimenta eremítica, que había tirado muchos tiros al pichón. Había +otro con traje de doctor, con las cejas fruncidas y la frente arrugada +como si tuviese agobiados los sesos bajo la pesadumbre de tanta +jurisprudencia. Tenía un birrete en la mano y otro sobre la mesa, quizás +para el caso de que se inutilizase el primero.</p> + +<p>Seguía cayendo agua copiosamente. El cielo<a name="page_078" id="page_078"></a> mostraba la faz severa, +aunque tornadiza; algunas nubes grandes y oscuras rodaban sobre los +edificios de la Puerta del Sol, desahogándose un poco de su peso; +cruzaban con harta prisa para no presumir que pronto vendría un claro +que permitiera escaparse. Los poquísimos carruajes que pasaban vacíos +eran asaltados rabiosamente por los proscriptos de los portales, +quedándose con ellos, como sucede en todo lo demás, los más osados.</p> + +<p>Al fin, en cierto paraje del espacio se divisó un agujerito azul. Por +aquel agujerito pasó tembloroso, y como avergonzado, un rayo de sol +empapado todavía en agua, que fué a chocar en los cristales de los +balcones más altos del hotel de la Paz. Al poco rato se divisó otro, +algo más allá, y ambos se comunicaron pronto por medio de una extensa +raya, azul también. Pero la lluvia no cesaba. Delante de nosotros empezó +a funcionar una manga de riego. ¿Por qué salen a relucir las mangas de +riego cuando llueve? No pretendamos averiguarlo. Hay más misterios en el +cielo y en el Municipio de los que puede soñar la filosofía.</p> + +<p>El sol hizo surgir los colores del iris en el chorro de agua que caía +como un espléndido penacho sobre la calle. El empleado municipal lo +sacudía sin curarse de su belleza, haciéndole servir a los fines de la +policía urbana; mas el chorro salía altivo y alegre de la manga y se +esparcía en el aire, cayendo en lluvia de plata unas veces, otras en +lluvia de cristal y otras de fuego. El rumor que producía al azotar el +pavimento era dulce y gozoso.<a name="page_079" id="page_079"></a> Yo y un perro de Terranova (me coloco el +primero para no dar armas a los frenópatas del Ateneo) fuimos los únicos +que supimos apreciar su hermosura. El perro, más exaltado o con menos +miedo al ridículo, se lanzó a la calle expresando su entusiasmo por +medio de ladridos y saltos prodigiosos, ahora parándose bajo el chorro y +dejándose bañar, ahora brincando sobre él, ahora dando un millón de +volteretas y haciendo cómicas contorsiones, sin cesar nunca de exhalar +el frenesí de su entusiasmo en ladridos más o menos correctos e +inspirados, que de esto no entiendo. Me parece, no obstante, que había +más sinceridad en ellos que en el soneto del Sr. Grilo a las cataratas +del río Piedra, aunque, por supuesto, mucha menos fantasía.</p> + +<p>La lluvia no cesaba. Con todo, se fué debilitando de tal modo, que ni +para la salud ni para el sombrero había gran peligro en salir y llegar a +Fornos. Así quise realizarlo, y desde luego me fuí pegadito a los +edificios, observando cómo rápidamente el cielo se despejaba y la lluvia +se enrarecía. Todavía continuaba mucha gente en los portales. Al llegar +al del Ministerio de Hacienda, un brazo de mujer se interpuso en mi +camino, y una manecita blanca y hermosa trató de averiguar si aún +llovía. Era una mano fina, correcta, aristocrática, con graciosas y +leves rayas azules; además, aún no estaba ajada, a juzgar por su color +sonrosado y por la frescura e inocencia que se adivinaba en sus +movimientos resueltos; la muñeca estaba aprisionada por un sencillo +brazalete<a name="page_080" id="page_080"></a> de oro; en los dedos brillaban algunas sortijas. Ahora bien, +¿qué hubieran hecho ustedes si se les colocase delante del rostro, a dos +dedos de la boca, una mano semejante? Besarla, estoy seguro. Pues eso es +cabalmente lo que yo hice: besarla y escaparme riendo sin echar siquiera +una mirada a su dueño. Detrás de mí oí gran algazara y muchas carcajadas +femeninas, por lo cual comprendí que se me perdonaba de buen grado la +audacia. Llegué al café sano y salvo y de un humor excelente. Pero +estuve un poco inquieto toda la tarde. ¡Los nervios, sin duda, los +nervios!<a name="page_081" id="page_081"></a></p> + +<h2><a name="POLIFEMO" id="POLIFEMO"></a>POLIFEMO</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>L</small> coronel Toledano, por mal nombre Polifemo, era un hombre feroz, que +gastaba levita larga, pantalón de cuadros y sombrero de copa de alas +anchurosas, reviradas. Estatura gigantesca, paso rígido, imponente, +enormes bigotes blancos, voz de trueno y corazón de bronce. Pero aún más +que esto, infundía pavor y grima la mirada torva, sedienta de sangre, de +su ojo único. El coronel era tuerto. En la guerra de Africa había dado +muerte a muchísimos moros, y se había gozado en arrancarles las entrañas +aún palpitantes. Esto creíamos al menos ciegamente todos los chicos que +al salir de la escuela íbamos a jugar al parque de San Francisco, en la +muy noble y heroica ciudad de Oviedo.</p> + +<p>Por allí paseaba también metódicamente, los días claros, de doce a dos +de la tarde, el implacable guerrero. Desde muy lejos columbrábamos entre +los árboles su arrogante figura, que infundía espanto en nuestros +infantiles corazones; y cuando no, escuchábamos su voz fragorosa, +resonando<a name="page_082" id="page_082"></a> entre el follaje como un torrente que se despeña.</p> + +<p>El coronel era sordo también, y no podía hablar sino a gritos.</p> + +<p>—Voy a comunicarle a usted un secreto—decía a cualquiera que le +acompañase en el paseo—. Mi sobrina Jacinta no quiere casarse con el +chico de Navarrete.</p> + +<p>Y de este secreto se enteraban cuantos se hallasen a doscientos pasos en +redondo.</p> + +<p>Paseaba generalmente solo; pero cuando algún amigo se acercaba, +hallábale propicio. Quizá aceptase de buen grado la compañía por tener +ocasión de abrir el odre donde guardaba aprisionada su voz potente. Lo +cierto es que cuando tenía interlocutor, el parque de San Francisco se +estremecía. No era ya un paseo público; entraba en los dominios +exclusivos del coronel. El gorjeo de los pájaros, el susurro del viento +y el dulce murmurar de las fuentes, todo callaba. No se oía más que el +grito imperativo, autoritario, severo del guerrero de Africa. De tal +modo, que el clérigo que le acompañaba (a tal hora, sólo algunos +clérigos acostumbraban a pasear por el parque), parecía estar allí +únicamente para abrir, ahora uno, después otro, todos los registros que +la voz del coronel poseía. ¡Cuántas veces, oyendo aquellos gritos +terribles, fragorosos, viendo su ademán airado y su ojo encendido, +pensamos que iba a arrojarse sobre el desgraciado sacerdote que había +tenido la imprevisión de acercarse a él!</p> + +<p>Este hombre pavoroso tenía un sobrino de ocho o diez años, como +nosotros. ¡Desdichado! No podíamos<a name="page_083" id="page_083"></a> verle en el paseo sin sentir hacia +él compasión infinita. Andando el tiempo he visto a un domador de fieras +introducir un cordero en la jaula del león. Tal impresión me produjo, +como la de Gasparito Toledano paseando con su tío. No entendíamos cómo +aquel infeliz muchacho podía conservar el apetito y desempeñar +regularmente sus funciones vitales, cómo no enfermaba del corazón o +moría consumido por una fiebre lenta. Si transcurrían algunos días sin +que apareciese por el parque, la misma duda agitaba nuestros corazones. +“¿Se lo habrá merendado ya?”. Y cuando al cabo le hallábamos sano y +salvo en cualquier sitio, experimentábamos a la par sorpresa y consuelo. +Pero estábamos seguros de que un día u otro concluiría por ser víctima +de algún capricho sanguinario de Polifemo.</p> + +<p>Lo raro del caso era que Gasparito no ofrecía en su rostro vivaracho +aquellos signos de terror y abatimiento que debían de ser los únicos en +él impresos. Al contrario, brillaba constantemente en sus ojos una +alegría cordial que nos dejaba estupefactos. Cuando iba con su tío +marchaba con la mayor soltura, sonriente, feliz, brincando unas veces, +otras compasadamente, llegando su audacia o su inocencia hasta a +hacernos muecas a espaldas de él. Nos causaba el mismo efecto angustioso +que si le viésemos bailar sobre la flecha de la torre de la catedral. +“¡Gaspaar!” El aire vibraba y transmitía aquel bramido a los confines +del paseo. A nadie de los que allí estábamos nos quedaba el color +entero. Sólo Gasparito atendía como<a name="page_084" id="page_084"></a> si le llamara una sirena. “¿Qué +quiere usted, tío?” y venía hacia él ejecutando algún paso complicado de +baile.</p> + +<p>Además de este sobrino, el monstruo era poseedor de un perro que debía +vivir en la misma infelicidad, aunque tampoco lo parecía. Era un hermoso +danés, de color azulado, grande, suelto, vigoroso, que respondía por el +nombre de Muley, en recuerdo sin duda de algún moro infeliz sacrificado +por su amo. El Muley, como Gasparito, vivía en poder de Polifemo lo +mismo que en el regazo de una odalisca. Gracioso, juguetón, campechano, +incapaz de falsía, era, sin ofender a nadie, el perro menos espantadizo +y más tratable de cuantos he conocido en mi vida.</p> + +<p>Con estas partes no es milagro que todos los chicos estuviésemos +prendados de él. Siempre que era posible hacerlo, sin peligro de que el +coronel lo advirtiese, nos disputábamos el honor de regalarle con pan, +bizcocho, queso y otras golosinas que nuestras mamás nos daban para +merendar. El nos ofrecía muestras inequívocas de simpatía y +reconocimiento. Mas a fin de que se vea hasta qué punto eran nobles y +desinteresados los sentimientos de este memorable can, y para que sirva +de ejemplo perdurable a perros y hombres, diré que no mostraba más +afecto a quien más le regalaba. Solía jugar con nosotros algunas veces +(en provincias y en aquel tiempo entre los niños no existían clases +sociales) un pobrecito hospiciano, llamado Andrés, que nada podía darle, +porque nada tenía. Pues bien, las preferencias de Muley estaban<a name="page_085" id="page_085"></a> por él. +Los rabotazos más vivos, las carocas más subidas y vehementes a él se +consagraban, en menoscabo de los demás. ¡Qué ejemplo para cualquier +diputado de la mayoría!</p> + +<p>¿Adivinaba el Muley que aquel niño desvalido, siempre silencioso y +triste, necesitaba más de su cariño que nosotros? Lo ignoro; pero así +parecía.</p> + +<p>Por su parte, Andresito había llegado a concebir una verdadera pasión +por este animal. Cuando nos hallábamos jugando en lo más alto del parque +al marro o a las chapas, y se presentaba por allí de improviso el Muley, +ya se sabía, llamaba aparte a Andresito, y se entretenía con él largo +rato, como si tuviese que comunicarle algún secreto. La silueta colosal +de Polifemo se columbraba allá entre los árboles.</p> + +<p>Pero estas entrevistas rápidas y llenas de zozobra fueron sabiéndole a +poco al hospiciano. Como un verdadero enamorado, ansiaba disfrutar de la +presencia de su ídolo largo rato y a solas.</p> + +<p>Por eso, una tarde, con osadía increíble, se llevó a presencia nuestra +el perro hasta el Hospicio, como en Oviedo se denomina la Inclusa, y no +volvió hasta el cabo de una hora. Venía radiante de dicha. El Muley +parecía también satisfechísimo. Por fortuna, el coronel aún no se había +ido del paseo ni advirtió la desertación de su perro.</p> + +<p>Repitiéronse una tarde y otras tales escapatorias. La amistad de +Andresito y Muley se iba consolidando. Andresito no hubiera vacilado en +dar su vida por el Muley. Si la ocasión se presentase, seguro estoy de +que éste no sería menos.<a name="page_086" id="page_086"></a></p> + +<p>Pero aún no estaba contento el hospiciano. En su mente germinó la idea +de llevarse el Muley a dormir con él a la Inclusa. Como ayudante que era +del cocinero, dormía en uno de los corredores al lado del cuarto de éste +en un jergón fementido de hoja de maíz. Una tarde condujo al perro al +Hospicio y no volvió. ¡Qué noche deliciosa para el desgraciado! No había +sentido en su vida otras caricias que las del Muley. Los maestros +primero, el cocinero después, le habían hablado siempre con el látigo en +la mano. Durmieron abrazados como dos novios. Allá al amanecer, el niño +sintió el escozor de un palo que el cocinero le había dado en la espalda +la tarde anterior. Se despojó de la camisa:</p> + +<p>—Mira, Muley—dijo en voz baja mostrándole el cardenal.</p> + +<p>El perro, más compasivo que el hombre, lamió su carne amoratada.</p> + +<p>Luego que abrieron las puertas, lo soltó. El Muley corrió a casa de su +dueño; pero a la tarde ya estaba en el parque dispuesto a seguir a +Andresito. Volvieron a dormir juntos aquella noche y la siguiente, y la +otra también. Pero la dicha es breve en este mundo. Andresito era feliz +al borde de una sima.</p> + +<p>Una tarde, hallándose todos en apretado grupo jugando a los botones, +oímos detrás dos formidables estampidos.</p> + +<p>—¡Alto! ¡Alto!</p> + +<p>Todas las cabezas se volvieron como movidas<a name="page_087" id="page_087"></a> por un resorte. Frente a +nosotros se alzaba la talla ciclópea del coronel Toledano.</p> + +<p>—¿Quién de vosotros es el pilluelo que secuestra mi perro todas las +noches, vamos a ver?</p> + +<p>Silencio sepulcral en la asamblea. El terror nos tiene clavados, +rígidos, como si fuéramos de palo.</p> + +<p>Otra vez sonó la trompeta del juicio final.</p> + +<p>—¿Quién es el secuestrador? ¿Quién es el bandido? ¿Quién es el +miserable?...</p> + +<p>El ojo ardiente de Polifemo nos devoraba a uno en pos de otro. El Muley, +que le acompañaba, nos miraba también con los suyos, leales, inocentes, +y movía el rabo vertiginosamente en señal de inquietud.</p> + +<p>Entonces Andresito, más pálido que la cera, adelantó un paso, y dijo:</p> + +<p>—No culpe a nadie, señor. Yo he sido.</p> + +<p>—¿Cómo?</p> + +<p>—Que he sido yo—repitió el chico en voz más alta.</p> + +<p>—¡Hola! ¡Has sido tú!—dijo el coronel sonriendo ferozmente—. ¿Y tú no +sabes a quién pertenece este perro?</p> + +<p>Andresito permaneció mudo.</p> + +<p>—¿No sabes de quién es?—volvió a preguntar a grandes gritos.</p> + +<p>—Sí, señor.</p> + +<p>—¿Cómo?... Habla más alto.</p> + +<p>Y se ponía la mano en la oreja para reforzar su pabellón.</p> + +<p>—Que sí señor.</p> + +<p>—¿De quién es, vamos a ver?<a name="page_088" id="page_088"></a></p> + +<p>—Del señor Polifemo.</p> + +<p>Cerré los ojos. Creo que mis compañeros debieron hacer otro tanto. +Cuando los abrí, pensé que Andresillo estaría ya borrado del libro de +los vivos. No fué así, por fortuna. El coronel le miraba fijamente, con +más curiosidad que cólera.</p> + +<p>—¿Y por qué te lo llevas?</p> + +<p>—Porque es mi amigo y me quiere—dijo el niño con voz firme.</p> + +<p>El coronel volvió a mirarle fijamente.</p> + +<p>—Está bien—dijo al cabo—. ¡Pues cuidado con que otra vez te lo +lleves! Si lo haces, ten por seguro que te arranco las orejas.</p> + +<p>Y giró majestuosamente sobre los talones. Pero antes de dar un paso, se +llevó la mano al chaleco, sacó una moneda de medio duro, y dijo +volviéndose:</p> + +<p>—Toma, guárdatelo para dulces. ¡Pero cuidado con que vuelvas a +secuestrar el perro! ¡Cuidado!</p> + +<p>Y se alejó. A los cuatro o cinco pasos ocurriósele volver la cabeza. +Andresito había dejado caer la moneda al suelo, y sollozaba, tapándose +la cara con las manos. El coronel se volvió rápidamente.</p> + +<p>—¿Estás llorando? ¿Por qué? No llores, hijo mío.</p> + +<p>—Porque le quiero mucho... porque es el único que me quiere en el +mundo—gimió Andrés.</p> + +<p>—¿Pues de quién eres hijo?—preguntó el coronel sorprendido.</p> + +<p>—Soy de la Inclusa.</p> + +<p>—¿Cómo?—gritó Polifemo.<a name="page_089" id="page_089"></a></p> + +<p>—Soy hospiciano.</p> + +<p>Entonces vimos al coronel demudarse. Abalanzóse al niño, le separó las +manos de la cara, le enjugó las lágrimas con su pañuelo, le abrazó, le +besó, repitiendo con agitación:</p> + +<p>—¡Perdona, hijo mío, perdona! No hagas caso de lo que te he dicho... +Llévate el perro cuando se te antoje... Tenlo contigo el tiempo que +quieras, ¿sabes?... Todo el tiempo que quieras...</p> + +<p>Y después que le hubo serenado con estas y otras razones, proferidas con +un registro de voz que nosotros no sospechábamos en él, se fué de nuevo +al paseo, volviéndose repetidas veces para gritarle:</p> + +<p>—Puedes llevártelo cuando quieras, ¿sabes, hijo mío?... Cuando +quieras...</p> + +<p>Dios me perdone; pero juraría haber visto una lágrima en el ojo +sangriento de Polifemo.</p> + +<p>Andresillo se alejaba corriendo, seguido de su amigo, que ladraba de +gozo.</p> + +<p><a name="page_090" id="page_090"></a></p> + +<p><a name="page_091" id="page_091"></a></p> + +<h2><a name="LOS_PURITANOS" id="LOS_PURITANOS"></a>LOS PURITANOS</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>RA</small> un caballero fino, distinguido, de fisonomía ingenua y simpática. No +tenía motivo para negarme a recibirle en mi habitación algunos días. El +dueño de la fonda me lo presentó como un antiguo huésped a quien debía +muchas atenciones. Si me negaba a compartir con él mi cuarto, se vería +en la precisión de despedirle por tener toda la casa ocupada, lo cual +sentía extremadamente.</p> + +<p>—Pues si no ha de estar en Madrid más que unos cuantos días, y no tiene +horas extraordinarias de acostarse y levantarse, no hay inconveniente en +que usted le ponga una cama en el gabinete... Pero cuidado... ¡sin +ejemplar!</p> + +<p>—Descuide usted, señorito, no volveré a molestarle con estas embajadas. +Lo hago únicamente porque D. Ramón no vaya a parar a otra casa. Crea +usted que es una buena persona, un santo, y que no le incomodará poco ni +mucho.</p> + +<p>Y así fué la verdad. En los quince días que don Ramón estuvo en Madrid +no tuve razón para arrepentirme<a name="page_092" id="page_092"></a> de mi condescendencia. Era el fénix de +los compañeros de cuarto. Si volvía a casa más tarde que yo, entraba y +se acostaba con tal cautela, que nunca me despertó. Si se retiraba más +temprano, me aguardaba leyendo para que pudiese acostarme sin temor de +hacer ruido. Por las mañanas nunca se despertaba hasta que me oía toser +o moverme en la cama. Vivía cerca de Valencia, en una casa de campo, y +sólo venía a Madrid cuando algún asunto lo exigía: en esta ocasión era +para gestionar el ascenso de un hijo, registrador de la propiedad. A +pesar de que este hijo tenía la misma edad que yo, D. Ramón no pasaba de +los cincuenta años, lo cual hacía presumir, como así era en efecto, que +se había casado bastante joven.</p> + +<p>Y no debía de ser feo, ni mucho menos, en aquella época. Aún ahora con +su elevada estatura, la barba gris rizosa y bien cortada, los ojos +animados y brillantes y el cutis sin arrugas, sería aceptado por muchas +mujeres con preferencia a otros galanes sietemesinos.</p> + +<p>Tenía, lo mismo que yo, la manía de cantar o canturriar al tiempo de +lavarse. Pero observé al cabo de pocos días que, aunque tomaba y soltaba +con indiferencia distintos trozos de ópera y zarzuela deshaciéndolos y +pulverizándolos entre resoplidos y gruñidos, el pasaje que con más ardor +acometía y más a menudo, era uno de <i>Los Puritanos</i>: me parece que +pertenecía al aria de barítono en el primer acto. D. Ramón no sabía la +letra sino a medias, pero lo cantaba con el<a name="page_093" id="page_093"></a> mismo entusiasmo que si la +supiera. Empezaba siempre:</p> + +<div class="poem"><div class="stanza"> +<span class="i2">Il sogno beato<br /></span> +<span class="i0">de pace e contento<br /></span> +<span class="i0">ti, ro, ri, ra, ri, ro,<br /></span> +<span class="i0">ti, ro, ri, ra, ri, ro.<br /></span> +</div></div> + +<p>Necesitaba seguir tarareando hasta llegar a otros dos versos que decían:</p> + +<div class="poem"><div class="stanza"> +<span class="i2">La dolce memoria<br /></span> +<span class="i0">de un tenero amore.<br /></span> +</div></div> + +<p>Sobre los cuales se apoyaba sin cesar hasta concluir el <i>allegro</i>.</p> + +<p>—¡Hola! D. Ramón—le dije un día desde la cama—, parece que le gusta a +usted <i>Los Puritanos</i>.</p> + +<p>—Muchísimo: es una de las óperas que más me gustan. Daría cualquier +cosa por conocer un instrumento para poder tocarla toda. ¡Qué dulzura +hay en ella! ¡Qué inspiración! Estas son óperas y ésta es música. +¡Parece mentira que ustedes se entusiasmen con esa algarabía alemana que +sólo sirve para hacer dormir!... A mí me gustan con pasión todas las +óperas de Bellini: <i>El Pirata</i>, <i>Sonámbula</i>, <i>Norma</i>; pero sobre todas +ellas <i>Los Puritanos</i>... Tengo además razones particulares para que me +guste más que ninguna otra—añadió bajando la voz.</p> + +<p>—¡Ole, ole, D. Ramón!—exclamé incorporándome de un salto y poniéndome +los calcetines—: vengan esas razones.<a name="page_094" id="page_094"></a></p> + +<p>—Son tonterías de la juventud... cuestión de amores—contestó +ruborizándose un poco.</p> + +<p>—Pues cuente usted esas tonterías. Me muero por ellas. No lo puedo +remediar, me gustan más esas cosas que la reforma de la ley Hipotecaria +de que usted me habló ayer.</p> + +<p>—¡Al fin poeta!</p> + +<p>—No soy poeta, D. Ramón; soy crítico.</p> + +<p>—Pues me había dicho el amo que era usted poeta... De todas maneras, se +lo contaré ya que usted tiene curiosidad... Verá usted cómo es una +tontería que no merece la pena... ¡Pero vístase usted, criatura, que se +está helando!</p> + +<p>El año de cincuenta y ocho vine a Madrid con una comisión del +Ayuntamiento de Valencia para gestionar la rebaja de la cuota de +consumos. Tenía yo entonces... eso es, veintinueve años; y ya hacía +siete cumplidos que estaba casado. Es una barbaridad casarse tan joven. +Aunque no tengo motivo para arrepentirme, no aconsejaré a nadie que lo +haga. Vine a parar a esta misma casa, esto es, a la misma posada; la +casa estaba entonces situada en la calle del Barquillo. En aquella +época, bueno será que le advierta que me complacía en andar muy +lechuguino o sietemesino, como ustedes dicen ahora, cosa que tenía +siempre <i>escamada</i> a mi pobre mujer. ¿Para qué te compones tanto, hombre +de Dios? ¿Vas de conquista? ¡Quién sabe! contestaba riendo y dejándola +un poco enojada. No es malo tener a las mujeres un si es no es celosas.</p> + +<p>Una tarde, una hermosa tarde de invierno, de<a name="page_095" id="page_095"></a> las que sólo se ven en +este Madrid, salí de casa después de almorzar con el objeto de hacer +algunas visitas y también para espaciarme por esas calles de Dios. Iba +caminando lentamente por la de las Infantas, meditando sobre el plan de +la noche o sea el modo de pasarla más divertido, y saboreando un buen +cigarro habano, cuando de pronto ¡zas! recibo un fuerte golpe en la +cabeza que me hace vacilar. El flamante sombrero de copa fué rondando +por un lado y el cigarro por otro. Cuando me recobré del susto, lo +primero que vi a mis pies fué una enorme muñeca fresca, sonrosada y en +camisa.</p> + +<p>Esta buena pieza es la que ha causado el destrozo, dije para mis +adentros, lanzándole una mirada iracunda que la muñeca aparentó no +comprender. Mas como no era de presumir que ella por su voluntad se +hubiese arrojado sobre mí de aquel modo brusco e inconveniente, pues +jamás había hecho daño a ninguna muñeca, creí más probable que de alguna +casa me la hubieran arrojado. Alcé la cabeza vivamente.</p> + +<p>En efecto, el reo estaba de pie en el balcón de un primer piso, +suspenso, atónito, consternado. Era una niña de trece a catorce años.</p> + +<p>Al observar la mirada de espanto y congoja que me dirigía se templó mi +furor, y en vez de lanzarle un apóstrofe violento, como tenía +determinado, le mandé una sonrisa galante. Puede ser que en la formación +de esta sonrisa haya intervenido más o menos directamente la belleza +nada vulgar del criminal.<a name="page_096" id="page_096"></a></p> + +<p>Recogí el sombrero, me lo puse, y volví a alzar la cabeza y a remitir +otra sonrisa, acompañada esta vez de un ligero saludo. Pero mi agresor +seguía inmóvil y aterrado sin darse cuenta ni poder explicar las amables +disposiciones en que su víctima se hallaba. A todo esto la muñeca seguía +en el suelo inmóvil también, pero sin mostrar en modo alguno sorpresa, +pesar, terror, ni siquiera vergüenza de su situación poco decorosa. Me +apresuré a levantarla, cogiéndola, si mal no recuerdo, por una pierna, y +me informé minuciosamente de si había padecido alguna fractura u otra +herida grave. No tenía más que leves contusiones. Alcéla en alto y la +mostré a su dueño haciéndole seña de que iba a subir para entregársela. +Y sin más dilaciones entro en el portal, subo la escalera y tomo el +cordón de la campanilla... Ya está abierta la puerta. Mi lindo agresor +asoma su rostro trigueño, gracioso, lleno de vida y frescura, y extiende +sus manos diminutas, en las cuales deposito respetuosamente a la muñeca +desmayada. Quise hablar, para dar mayor seguridad de que no era nada lo +que había pasado, que la muñeca conservaba íntegros sus miembros, y yo +lo mismo, y que celebraba la ocasión de conocer una niña tan hermosa y +tan simpática, etc., etc. Nada de esto fué posible. La chica murmuró +confusamente “muchas gracias”, y se apresuró a cerrar la puerta, +dejándome con el discurso en el cuerpo.</p> + +<p>Salgo a la calle un poco disgustado, como cualquier otro orador en el +mismo caso, y sigo mi camino, no sin volver repetidas veces la cabeza<a name="page_097" id="page_097"></a> +hacia el balcón. A los treinta o cuarenta pasos observo que está la niña +asomada, y me paro y le envío una sonrisa y un saludo ceremonioso. Esta +vez contesta, aunque ligeramente, pero se apresura a retirarse. ¡Cuidado +que era linda aquella niña! Al llegar al extremo de la calle sentí la +necesidad imperiosa de verla otra vez, y dí la vuelta, no sin percibir +cierta vergüenza en el fondo del corazón, pues ni mi edad, ni mi estado, +me autorizaban semejantes informalidades; mucho menos tratándose de tal +criatura. Ya no estaba en el balcón.</p> + +<p>Pues yo no me voy sin verla, me dije, y pian pianito, comencé a pasear +la calle sin perder de vista la casa, con la misma frescura que un +cadete de Estado Mayor. Después de todo, aquí nadie me conoce—me iba +repitiendo a cada instante, a fin de comunicarme alientos para seguir +paseando—. Además, yo no tengo nada que hacer ahora; y lo mismo da +vagar por un lado que por otro.</p> + +<p>Justamente, al cruzar tercera o cuarta vez por delante del balcón +apareció en él la gentil chiquita, que al verme hizo un movimiento de +sorpresa, acompañado de una mueca encantadora, se echó a reir y se +ocultó de nuevo.</p> + +<p>¡Pero, qué necios somos los hombres y qué inocentes cuando se trata de +estos asuntos! ¿Querrá usted creer que entonces no sospeché siquiera que +la niña había estado presenciando, sin perder uno solo, todos mis +movimientos?</p> + +<p>Satisfecho ya el capricho, dejé la calle de las Infantas, y me fuí a +casa de un amigo. Mas al<a name="page_098" id="page_098"></a> día siguiente, fuese casualidad o +premeditación, aunque es muy probable lo último, acerté a pasar por el +mismo sitio a la misma hora. Mi gentil agresor, que estaba de bruces +sobre la barandilla del balcón, se puso encarnado hasta las orejas así +que pudo distinguirme, y se retiró antes de que pasase por delante de la +casa. Como usted puede suponer, esto, lejos de hacerme desistir, me +animó a quedarme petrificado en la esquina de la primer bocacalle, en +contemplación extática. No pasaron cuatro minutos sin que viese asomar +una naricita nacarada, que se retiró al momento velozmente, volvió a +asomarse a los dos minutos y volvió a retirarse, asomóse al minuto otra +vez y se retiró de nuevo. Cuando se cansó de tales maniobras, se asomó +por entero y me miró fijamente por un buen rato, cual si tratase de +demostrar que no me tenía miedo alguno. Entonces se generalizó por +entrambas partes un fuego graneado de miradas, acompañado, por lo que a +mí respecta, de una multitud de sonrisas, saludos y otros proyectiles +mortíferos, que debieron causar notables estragos en el enemigo. Este a +la media hora oyó sin duda en la sala el toque de “alto el fuego”, y se +retiró cerrando el balcón. No necesitaré decirle que por más que me +sintiese avergonzado de aquella aventura, seguí dando vueltas a la misma +hora por la calle, y que el tiroteo era cada vez más intenso y animado. +A los tres o cuatro días me decidí a arrancar una hoja de la cartera y a +escribir estas palabras: <i>Me gusta usted muchísimo.</i> Envolví una moneda +de dos cuartos en la hoja, y<a name="page_099" id="page_099"></a> aprovechando la ocasión de no pasar nadie, +después de hacerle seña de que se retirase, la arrojé al balcón. Al día +siguiente, cuando pasé por allí, vi caer una bolita de papel que me +apresuré a recoger y desdoblar. Decía así, en una letra inglesa, +crecida, hecha con mucho cuidado y el papel rayado para no torcer: <i>Tan +bien ustez me gusta a mí no crea que juego con muñecas era de mi +ermanita.</i></p> + +<p>Aunque sonreí al leer el billete amoroso, no dejó de causarme sensación +dulce y amable, que muy pronto hizo sitio a otra melancólica, al +recordar que me estaban prohibidas para siempre tales aventuras. Aquel +día mi chiquita no salió al balcón, sin duda avergonzada de su +condescendencia; pero al siguiente la hallé dispuesta y aparejada al +combate de miradas, señas y sonrisas, que ya no escasearon por ambas +partes. Una hora o más duraba todas las tardes este juego, hasta que se +oía llamar y se retiraba apresuradamente. Le pregunté por señas si salía +de paseo, y me contestó que sí: y en efecto, un día aguardé en la calle +hasta las cuatro y la vi salir en compañía de una señora, que debía de +ser su mamá, y de dos hermanitos. Seguíles al Retiro, aunque a +respetable distancia, porque me hubiera causado mucha vergüenza el que +la mamá se enterase. La chiquilla, con menos prudencia, volvía a cada +instante la cabeza y me dirigía sonrisas, que me tenían en continuo +sobresalto. Al fin volvimos a casa en paz. A todo esto, yo no sabía cómo +se llamaba, y a fin de averiguarlo escribí la pregunta<a name="page_100" id="page_100"></a> en otra hoja de +la cartera: <i>¿Cómo se llama usted?</i> La chica contestó en la misma letra +inglesa y crecida, con el papel rayado: <i>Me llamo Teresa no crea ustez +por Dios que juego con muñecas.</i></p> + +<p>Diez o doce días se transcurrieron de esta suerte. Teresa me parecía +cada día más linda, y lo era en efecto, porque según he averiguado en el +curso de mi vida, no hay pintura, raso ni brocado que hermosee tanto a +la mujer como el amor. Le pregunté repetidas veces si podía hablar con +ella, y siempre me contestó que era de todo punto imposible: si la mamá +llegaba a saber algo ¡adiós balcón! Empecé a sospechar que me iba +enamorando y esto me traía inquieto. No podía pensar en aquella niña sin +sentir profunda melancolía, como si personificase mi juventud, mis +ensueños de oro, todas mis ilusiones, que para siempre estaban separados +de mí por barrera infranqueable. Al mismo tiempo me acosaban los +remordimientos. ¡Cuál sería el dolor de mi pobre mujer si llegase a +averiguar que su marido andaba por la corte enamorando chiquillas! Un +día recibí carta suya, participándome que tenía a mi hijo menor un poco +indispuesto, y rogándome que procurase arreglar los negocios y volviese +pronto a casa. La noticia me produjo el disgusto que usted puede +suponer; porque siempre he delirado por mis hijos. Y como si aquello +fuese castigo providencial o por lo menos advertencia saludable, después +de grave y prolongada meditación, en que me eché en cara, sin piedad, mi +conducta infame y ridícula, canté sin rebozo el yo pecador y resolví +obedecer a mi esposa<a name="page_101" id="page_101"></a> inmediatamente. Para llevar a cabo este propósito, +lo primero que se me ocurrió fué no acordarme más de Teresa, ni pasar +siquiera por su calle, aunque fuese camino obligado: después, abreviar +cuanto pudiese los asuntos. Según mis cálculos quedaría libre a los +cinco o seis días.</p> + +<p>Ya no seguí, pues, la calle de las Infantas como acostumbraba después de +almorzar, ni aun para ir a la de Valverde, donde vivían unos amigos. Por +la noche, después de comer, como no había peligro de ver a Teresa, la +cruzaba velozmente y sin echar una mirada a la casa.</p> + +<p>Pasaron cuatro días. Ya no me acordaba de aquella niña, o si me acordaba +era de un modo vago, como la memoria de los días risueños de la +juventud. Tenía casi ultimados mis negocios y andaba preocupado con la +elección del día para marcharme. Será cosa, a más tardar, del viernes o +el sábado, me dije después de comer, encendiendo un cigarro y echándome +a la calle. El ministro se había negado a rebajar la cuota del +Ayuntamiento, lo cual me tenía muy disgustado. Pensando en lo que había +de decir a mis colegas cuando me viese entre ellos, y en el modo mejor +de explicarles la causa del fracaso, crucé la plaza del Rey y entré en +la calle de las Infantas. La noche era espléndida y bastante templada. +Llevaba abierto el gabán y caminaba lentamente gozando con voluptuosidad +de la temperatura, del cigarro y de la seguridad de ver pronto a mi +familia. Al pasar por delante de la casa de la niña me detuve y la +contemplé un instante casi con indiferencia. Y<a name="page_102" id="page_102"></a> seguí adelante +murmurando: “¡Qué chiquilla tan mona! ¡Lástima será que se la lleve un +tunante!” Después me puse a reflexionar en lo fácil que me hubiera sido +jugar una mala pasada al alcalde y alzarme con el cargo; pero no; +hubiera sido una felonía. Por más que fuese un poco díscolo y soberbio, +al fin era amigo: tiempo me quedaba para ser alcalde. Pero cuando más +embebido andaba en mis pensamientos y planes políticos, y cuando ya +estaba próximo a doblar la esquina de la calle, he aquí que siento un +brazo que se apoya en el mío y una voz que me dice:</p> + +<p>—¿Va usted muy lejos?</p> + +<p>—¡Teresa!</p> + +<p>Los dos quedamos mudos por algunos instantes; yo contemplándola +estupefacto; ella con la cabeza baja y sin abandonar mi brazo.</p> + +<p>—¿Pero dónde va usted a estas horas?</p> + +<p>—Me voy con usted—respondió alzando la cabeza y sonriendo como si +dijese la cosa más natural del mundo.</p> + +<p>—¿A dónde?</p> + +<p>—¡Qué sé yo! Donde usted quiera.</p> + +<p>A un mismo tiempo sentí escalofríos de placer y de miedo.</p> + +<p>—¿Ha huído usted de su casa?</p> + +<p>—¡Qué había de huir... solamente se la he jugado a Manuel del modo más +gracioso!... Verá usted cómo se ríe... Me empeñé hoy en ir a la tertulia +de unas primas, que viven en la calle de Fuencarral, y papá mandó a +Manuel que me acompañase. Llegamos hasta el portal y allí le dije:<a name="page_103" id="page_103"></a> +Márchate, que ya no haces falta; y me hice como que subía la escalera, +pero en seguida di la vuelta sin llamar y me vine detrás de él hasta +casa... ¡Cuando le vi entrar me dió una risa, que por poco me oye!</p> + +<p>La chiquilla se reía aún, con tanta gana y tan francamente, que me +obligó a hacer lo mismo.</p> + +<p>—¿Y usted por qué ha hecho eso?—le pregunté con la falta de +delicadeza, mejor dicho, con la brutalidad de que solemos estar tan bien +provistos los caballeros.</p> + +<p>—Por nada—repuso desprendiéndose de mi brazo repentinamente y echando +a correr.</p> + +<p>La seguí y la alcancé pronto.</p> + +<p>—¡Qué polvorilla es usted!—le dije echándolo a broma.—¡Vaya un modo +de despedirse!... Perdón si la he ofendido...</p> + +<p>La niña, sin decir nada, volvió a tomar mi brazo. Caminamos un buen rato +en silencio. Yo iba pensando ansiosamente en lo que iba a decir y en lo +que iba a hacer. Al fin, Teresa lo rompió, preguntándome resueltamente:</p> + +<p>—¿No me dijo usted por carta que me quería?</p> + +<p>—¡Pues ya lo creo que la quiero a usted!</p> + +<p>—Entonces, ¿por qué ha dejado de venir a verme y de pasar por la calle +de día?</p> + +<p>—Porque temía que su mamá...</p> + +<p>—Sí, sí; porque los hombres son todos muy ingratos y cuanto más se les +quiere es peor... ¿Piensa usted que yo no lo sé?... Me ha tenido usted +al balcón todas estas tardes esperándole; ¡pero que si quieres!... Por +la noche, detrás de los<a name="page_104" id="page_104"></a> cristales, le veía pasar, muy serio, muy serio, +sin mirar siquiera hacia mi casa... Yo decía: “¿Estará enfadado conmigo? +¿Por qué se habrá enfadado? ¿Será porque he cerrado el balcón a las tres +menos cuarto?” En fin, todo me volvía cavilar, cavilar, sin sacar nada +en limpio... Entonces dije: “Voy a darle un susto esta noche...”</p> + +<p>—Ha sido un susto bien agradable.</p> + +<p>—Si no llega usted a pararse delante de mi casa y a quedarse mirando a +los balcones, no salgo del portal... pero aquello me decidió.</p> + +<p>Momento de pausa, en el cual me acudió a la mente un tropel de +pensamientos que todavía me avergüenzan. Teresa volvió a mirarme +fijamente.</p> + +<p>—¿Está usted contento?</p> + +<p>—¡Vaya!</p> + +<p>—¿Va usted a gusto conmigo?</p> + +<p>—Mejor que con nadie en el mundo.</p> + +<p>—¿No le estorbo?</p> + +<p>—Al contrario, siento un placer como usted no puede figurarse.</p> + +<p>—¿No tiene usted nada que hacer ahora?</p> + +<p>—Absolutamente nada.</p> + +<p>—Entonces vamos a pasear. Cuando llegue la hora, usted me lleva a casa +y mamá se figura que me trajo el criado de las primas... Pero si le +estorbo o no le gusta pasear conmigo, dígamelo usted... me voy en +seguida...</p> + +<p>Yo le contesté apretándole el brazo y tirándole suavemente por la mano +para encajárselo bien en el mío. Teresa continuó hablando con graciosa +volubilidad.<a name="page_105" id="page_105"></a></p> + +<p>—Parece mentira que seamos tan amigos, ¿no es verdad? Yo pensé cuando +le dejé caer la muñeca encima que le había matado... ¡Qué miedo tuve! +¡Si usted viera!... Vamos a ver, ¿por qué en lugar de enfadarse se +sonrió usted conmigo?</p> + +<p>—¡Toma! porque me gustó usted mucho.</p> + +<p>—Eso pensaba yo: debí de haberle sido simpática, porque si no, la +verdad es que tenía motivo para ponerse furioso. Todavía cuando usted +subió a llevármela estaba muerta de miedo y por eso cerré tan pronto la +puerta... ¡Dichosa muñeca! Me dió tal rabia que la tiré contra el suelo +y le partí un brazo.</p> + +<p>—Pues no debe usted tratarla mal; al contrario, debe usted conservarla +como un recuerdo.</p> + +<p>—¿Sabe usted que tiene razón? Si no hubiera sido por la muñeca no nos +hubiéramos conocido... ni sería usted mi novio... porque tengo otro...</p> + +<p>—¿Cómo otro?</p> + +<p>—Es decir, ya no lo tengo: lo tenía... Es un primo que está empeñado en +que le he de querer a la fuerza... No vaya usted a creer que es feo... +al contrario, es guapo... pero a mí no me gusta... No lo puedo remediar. +Le dije que sí, porque me dió lástima un día que se echó a llorar.</p> + +<p>Mientras conversábamos de esta suerte íbamos caminando sosegadamente por +las calles. Para evitar el encuentro con cualquiera pariente o conocido +de la niña, procuré seguir las menos principales. Teresa iba cogida a mi +brazo como al de un antiguo amigo, hablando sin cesar, riendo, +sacudiéndome a veces fuertemente y deteniéndose a<a name="page_106" id="page_106"></a> lo mejor delante de +un escaparate, para hacerme mirar cualquier chuchería. Su charla era un +gorjeo dulce, insinuante, que me conmovía y refrescaba el corazón. A +impulso de ella se fué disipando poco a poco el tropel de pensamientos +pérfidos que vagaba por mi cabeza. Sin saber de qué modo, también +desaparecieron todos mis temores; me figuraba que aquella niña tenía +algún parentesco conmigo, y no hallaba extraordinaria y peligrosa +nuestra situación como al principio. Su inocencia era un velo espeso que +nos impedía ver el riesgo que corríamos.</p> + +<p>En poco tiempo me contó una infinidad de cosas. Era de Jerez; no hacía +más que un año que estaban en Madrid establecidos; su papá ocupaba un +alto empleo; tenía dos hermanitos y una hermanita. Acerca del carácter y +costumbres de cada uno de ellos se extendió considerablemente; la +hermanita era muy buena niña, amable y obediente; pero los chicos +insufribles; todo el día gritando, ensuciando la casa y peleándose. Su +mamá le había dado jurisdicción sobre ellos hasta para castigarles, pero +no quería usar de ella porque tenía miedo de que le perdiesen el cariño: +que la mamá se arreglara como pudiese. Después habló del papá, que era +muy serio, pero muy bueno. Lo único que la tenía apesadumbrada era que +parecía querer más a los chicos que a ellas. La mamá, en cambio, +mostraba predilección por las niñas. Habló después de las primas de la +calle de Fuencarral; una era muy bonita, la otra graciosa solamente: las +dos tenían novio, pero no valían<a name="page_107" id="page_107"></a> cuatro cuartos: chiquillos que todavía +estudiaban en el Instituto. Tenían, además, un hermano, que era el primo +que había sido su novio; éste ya era bachiller y se estaba preparando +para entrar en el colegio de Artillería. De vez en cuando, en los cortos +intervalos de silencio, levantaba graciosamente la cabeza, +preguntándome:</p> + +<p>—¿Va usted a gusto conmigo? ¿Le estorbo?</p> + +<p>Y cuando me oía protestar vivamente contra semejante duda, su rostro +expresivo se iluminaba de alegría y continuaba hablando.</p> + +<p>Habíamos recorrido algunas calles. Ya puede usted imaginarse que yo iba +gozando como los ángeles en el paraíso, y pendiente de los labios de +aquella niña, que al referirme todas las nonadas infantiles de su vida, +parecía infundir en mi alma encantada la ciencia de la dicha. Sin +embargo, no podía desechar cierta vaga inquietud que turbaba mi alegría. +Buscando manera de pasar las horas de que disponíamos más dignamente que +vagando por las calles, tropezamos al bajar la cuesta de Santo Domingo +con el Teatro Real. Al instante se me ocurrió la idea de entrar. Teresa +la aceptó inmediatamente, y a fin de que no reparasen en nosotros, +tomamos entradas de paraíso. Se cantaba <i>Los Puritanos</i>, y aquél +rebosaba de gente; de suerte que nos costó algún trabajo introducirnos y +escalar uno de los rincones; pero al cabo llegamos. Teresa se encontró +admirablemente y me pagaba los trabajos que había pasado para llevarla +hasta allí con mil sonrisas y palabras amables. Mientras subían el telón +seguimos charlando, aunque<a name="page_108" id="page_108"></a> muy bajito. Se había establecido entre +nosotros una gran intimidad, y me abandonó una de sus manos que yo +acariciaba embelesado. Cuando empezó la ópera dejó de charlar y se puso +a atender tan decididamente, que a mí me hizo sonreir el verla con la +cabecita apoyada en la pared y los ojos extáticos. Sabía música, pero +había ido al teatro pocas veces; así que las melodías inspiradas de la +ópera de Bellini le causaban profunda impresión, que se traducía por un +leve temblor de las pupilas y los labios. Cuando llegó el sublime canto +del tenor que empieza <i>A te</i>, <i>oh cara</i>, me apretó con fuerza la mano +exclamando por lo bajo—:¡Oh qué hermoso! ¡oh qué hermoso! Después me +hizo explicarle lo que pasaba en la escena. Halló el matrimonio del +tenor y la tiple muy proporcionado, pero compadecía de veras al +barítono, a quien birlaban la novia; quedó sumamente disgustada cuando +al fin del acto el tenor se ve en la precisión de acompañar a la reina y +dejar abandonada a su futura, y declaró resueltamente que ésta era una +conducta indigna.</p> + +<p>—Pero advierta usted que estaba obligado a hacerlo porque era su reina +quien se lo pedía.</p> + +<p>—No importa, no importa; si la quisiera bien no hay reina que valga. Lo +primero siempre es la novia.</p> + +<p>No me fué posible arrancarle tan extraña teoría de la cabeza. Después +que bajó el telón permanecimos en el mismo sitio y me obligó a contarle +mi vida y milagros, cuántas novias había tenido, a quién había querido +más, etc., etc. Ya comprenderá<a name="page_109" id="page_109"></a> usted que necesité ensartar un sin fin +de patrañas. Después, sin motivo alguno serio, manifestó rotundamente +que todos los hombres eran ingratos. Yo me atreví a apuntar que había +excepciones, pero no fué posible hacérselo reconocer—. Usted será lo +mismo que todos (anunció en tono profético y mirando a un punto del +espacio); me querrá usted un poco de tiempo, y después... si te ví, no +me acuerdo.</p> + +<p>¡Qué rato tan delicioso y tan infernal a la vez me estaba haciendo pasar +aquella niña! Para llevar la conversación a otro punto, le pregunté:</p> + +<p>—¿Cuántos años tiene usted? Hasta ahora no me lo ha dicho.</p> + +<p>—Tengo... tengo... mire usted, yo siempre digo que tengo catorce, pero +la verdad es que no tengo más que trece y dos meses... ¿Y usted?</p> + +<p>—¡Una atrocidad! No me lo pregunte usted, que me da vergüenza.</p> + +<p>—¡Ah qué presuntuoso! ¡Si yo le he de querer lo mismo que tenga muchos +que pocos!</p> + +<p>En seguida me propuso que nos tratásemos de tú, pero después de aceptado +se volvió atrás ofreciéndome que yo la tratase de tú y ella siguiese con +el usted. No quise conformarme.</p> + +<p>—Pues mire usted, yo no puedo hablarle de tú; me da mucha vergüenza... +Pero, en fin, vamos a ensayar.</p> + +<p>Del ensayo resultó que para evitar el pronombre daba la pobrecilla +infinidad de rodeos y se metía en una serie interminable de perífrasis. +Si<a name="page_110" id="page_110"></a> se aventuraba a dirigirme un tú, lo hacía bajando la voz y pasando +como sobre ascuas.</p> + +<p>Cuando empezó el segundo acto, volvió a escuchar atentamente. Mis ojos +no se apartaban casi nunca de su rostro; ella entornaba a menudo los +suyos para dirigirme una sonrisa apretando al mismo tiempo mi mano. +Observé, no obstante, que se había amortiguado un poco la viva expresión +de su fisonomía y que iba perdiendo aquella graciosa volubilidad del +principio. Las sonrisas de sus labios se fueron haciendo tristes, y por +la cándida frente pasó una ráfaga de inquietud que comunicó a su lindo +rostro infantil cierta grave expresión que no tenía. Parecía que en +virtud de un misterioso movimiento de su espíritu, la niña se +transformaba en mujer en pocos instantes. Dejó de apretar mi mano y +hasta retiró la suya. Volví a cogerla disimuladamente, pero al poco +tiempo la retiró de nuevo.</p> + +<p>El segundo acto había terminado. Al bajarse el telón me hizo mirar el +reloj, y viendo las once, dijo que era necesario partir en seguida, +porque a las once y media, a más tardar, iba el criado a buscarla.</p> + +<p>Salimos del teatro. La noche seguía tibia y estrellada. A la puerta +aguardaba una larga fila de coches, que nos fué preciso evitar. Ya no +había en las calles el movimiento de las primeras horas, pero con todo, +seguimos las más solitarias. Teresa no quiso aceptar mi brazo como +antes. Entonces me tocó llevar la voz cantante, y le dije al oído mil +requiebros y ternezas, explicándole<a name="page_111" id="page_111"></a> por menudo el amor que me había +inspirado y lo que había sufrido en los días en que no pasé por su +calle: recordéle todos los pormenores, hasta los más insignificantes, de +nuestro conocimiento visual y epistolar, y le dí cuenta de los vestidos +que le había visto y de los adornos, a fin de que comprendiese la +profunda impresión que me había causado. Nada replicaba a mi discurso; +seguía caminando cabizbaja y preocupada, formando su actitud notable +contraste con la que tenía tres horas antes al pasar por los mismos +sitios. Cuando me detuve un instante a respirar, exclamó sin mirarme:</p> + +<p>—Hice una cosa muy mala, muy mala. ¡Dios mío, si lo supiese papá!</p> + +<p>Traté de probarle que su papá no podía enterarse de nada, porque +llegaríamos demasiado temprano.</p> + +<p>—De todas maneras, aunque papá no se entere, hice una cosa muy mala. +Usted bien lo sabe, pero no quiere decirlo. ¿No es verdad que una niña +bien educada no haría lo que yo hice esta noche?... ¡Si lo supiesen mis +primas, que están deseando siempre cogerme en alguna falta!... Pero no +piense usted... por Dios, que lo he hecho con mala intención... Yo soy +muy aturdida... todo el mundo lo dice... pero también dicen que tengo +buen fondo.</p> + +<p>Al proferir estas palabras se le había ido anudando la voz en la +garganta, hasta que se echó a llorar perdidamente. Me costó mucho +trabajo calmarla, pero al fin lo conseguí elogiando su carácter<a name="page_112" id="page_112"></a> franco +y sencillo y su buen corazón, y prometiendo quererla y respetarla +siempre. Me hizo jurar una docena de veces que no pensaba nada malo de +ella. Después de secarse las lágrimas recobró su alegría y comenzó a +charlar por los codos. Me expuso en pocos instantes una infinidad de +proyectos a cual más absurdos. Según ella, debía presentarme al día +siguiente en casa, y pedirle al papá su mano: el papá diría que era muy +niña, pero yo debía explicarle inmediatamente que no importaba nada: el +papá insistiría en que era demasiado pronto, pero yo le presentaría el +ejemplo de una tía, hermana de su mamá, que estaba jugando a las muñecas +cuando le avisaron para ir a casarse. ¿Qué había de oponer a este +poderoso argumento? Nada seguramente. Nos casaríamos, y acto continuo +nos iríamos a Jerez, para que conociese a sus amigas y a sus tíos. ¡Qué +susto llevarían todos al verla del brazo de un caballero, y mucho más +cuando supieran que este caballero era su marido!</p> + +<p>Estaba tan linda, tan graciosa, que no pude menos de pedirle con +vehemencia que me permitiese darle un beso. No fué posible. Ningún +hombre la había besado hasta entonces; solamente su primo le había dado +un beso a traición, pero le costó caro, porque le dejó caer dos vasos de +limón sobre la cabeza: hasta en los juegos de prendas hacía que pusieran +las manos delante, para que no le tocasen la cara con los labios. Pero +cuando estuviésemos casados, ya sería otra cosa; entonces todos los +besos que se me antojaran, aunque<a name="page_113" id="page_113"></a> sospechaba que no se los pediría con +tanto ardor como ahora.</p> + +<p>Estábamos próximos ya a su casa. Los carruajes de la gente que volvía de +las tertulias, al cruzar a nuestro lado, apagaban la voz de Teresa y le +obligaban a esforzarla un poco. Las estrellas desde el cielo nos hacían +guiños, como si nos invitasen a gozar apresuradamente de aquellos +momentos felices, que no habían de volver. A lo lejos sólo se veían, +como fuegos fatuos, los faroles de los serenos.</p> + +<p>Llegamos por fin a casa. Delante de la puerta, Teresa volvió a hacerme +jurar que no pensaba nada malo de ella, y que al día siguiente a las dos +en punto de la tarde, me presentaría debajo de sus balcones.</p> + +<p>—Cuidado que no faltes.</p> + +<p>—No faltaré, preciosa.</p> + +<p>—¿A las dos en punto?</p> + +<p>—A las dos en punto.</p> + +<p>—Llama ahora con un golpe a la puerta.</p> + +<p>Cogí la aldaba y dí un golpe fuerte. Al poco rato se oyeron los pasos +del portero.</p> + +<p>—Ahora—dijo en voz bajita y temblorosa—dame un beso y escápate de +prisa.</p> + +<p>Al mismo tiempo me presentaba su cándida y rosada mejilla. Yo la tomé +entre las manos y la apliqué un beso... dos... tres... cuatro... todos +los que pude hasta que oí rechinar la llave. Y me alejé a paso largo.</p> + +<p>Dejó de hablar D. Ramón.<a name="page_114" id="page_114"></a></p> + +<p>—¿Y después qué sucedió?—le pregunté con vivo interés.</p> + +<p>—Nada, que aquella noche no pude dormir de remordimientos y al día +siguiente tomé el tren para mi pueblo.</p> + +<p>—¿Sin ver a Teresa?</p> + +<p>—Sin ver a Teresa.<a name="page_115" id="page_115"></a></p> + +<h2><a name="SOLO" id="SOLO"></a>¡SOLO!</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">F</span><small>RESNEDO</small> dormía profundamente su siesta acostumbrada. Al lado del diván +el velador maqueado, manchado de ceniza de cigarro, y sobre él un +platillo y una taza, pregonando que el café no desvela a todas las +personas. La estancia, amueblada para el verano con mecedoras y sillas +de rejilla, estera fina de paja, y las paredes desnudas y pintadas al +fresco, se hallaba menos que a media luz: las persianas la dejaban a +duras penas filtrarse. Por esto no se sentía el calor. Por esto y porque +nos hallamos en una de las provincias más frescas del norte de España y +en el campo. Reinaba silencio. Escuchábase sólo fuera el suave ronquido +de las cigarras y el <i>pío pío</i> de algún pájaro que, protegido por los +pámpanos de la parra que ciñe el balcón, se complacía en interrumpir la +siesta de sus compañeros. Alguna vez, muy lejos, se oía el chirrido de +un carro, lento, monótono, convidando al sueño. Dentro de la casa habían +cesado ya tiempo hacía los ruidos del fregado de los platos.<a name="page_116" id="page_116"></a> La +fregatriz, la robusta, la colosal Mariona, como andaba descalza, sólo +producía un leve gemido de las tablas, que se quejaban al recibir tan +enorme y maciza humanidad.</p> + +<p>Cualquiera envidiaría aquella estancia fresca, aquel silencio dulce, +aquel sueño plácido. Fresnedo era un sibarita; pero solamente en el +verano. Durante el invierno trabajaba como un negro allá en su +escritorio de la calle de Espoz y Mina, donde tenía un gran +establecimiento de alfombras. Era hombre que pasaba un poco de los +cuarenta, fuerte y sano como suelen ser los que no han llevado una +juventud borrascosa: la tez morena, el pelo crespo, el bigote largo y +comenzando a ponerse gris. Había nacido en Campizos, punto donde nos +hallamos, hijo de labradores regularmente acomodados. Mandáronle a +Madrid a los catorce años con un tío comerciante. Trabajó con brío e +inteligencia; fué su primer dependiente; después su asociado; por último +se casó con su hija, y heredó su hacienda y su comercio. Contrajo +matrimonio tarde, cuando ya se acercaba a los cuarenta años. Su mujer +sólo tenía veinte. Educada en el bienestar y hasta en el lujo que le +podía procurar el viejo Fresnedo, Margarita era una de esas niñas +madrileñas, toda melindres, toda vanidad, postrada ante las mil +ridiculeces de la vida cortesana, cual si estuviesen determinadas por +sentencias de un código inmortal, desviada enteramente de la vida de la +Naturaleza y la verdad. Por eso odiaba el campo, y muy particularmente +el ignorado y frondoso lugarcito donde tenía<a name="page_117" id="page_117"></a> origen su linaje humilde. +Lo odiaba casi tanto como su mamá, la esposa del viejo Fresnedo, que, a +pesar de ser hija de una cacharrera de la calle de la Aduana, tenía a +menos poner los pies en Campizos.</p> + +<p>Tanto como ellas lo odiaban amábalo el buen Fresnedo. Mientras fué +dependiente de su tío, arrancábale todos los años licencia para pasar el +mes de Julio o Agosto en su país. Cuando sus ganancias se lo +permitieron, levantó al lado de la de sus padres una casita muy linda, +rodeada de jardín, y comenzó a comprar todos los pedazos de tierra que +cerca de ella salían a la venta. En pocos años logró hacerse un +propietario respetable. Y al compás que se hacía dueño de la tierra +donde corrieron sus primeros años, su amor hacia ella crecía +desmesuradamente. Puede cualquiera figurarse el disgusto que el honrado +comerciante experimentó cuando, después de casado con su prima, ésta le +anunció, al llegar el verano, que no estaba dispuesta “a sepultarse en +Campizos”, decisión que su tía y suegra reciente apoyó con maravilloso +coraje. Fué necesario resignarse a veranear en San Sebastián. Al año +siguiente lo mismo. Pero al llegar el cuarto, Fresnedo tuvo la audacia +de rebelarse, produciendo un gran tumulto doméstico—. “O a Campizos, o +a ninguna parte este verano. ¿Estamos, señoras?” Y los bigotes se le +erizaron de tal modo inflexible al pronunciar estas enérgicas palabras, +que la delicada esposa se desmayó acto continuo, y la animosa suegra, +rociando las sienes de su hija con agua fresca y<a name="page_118" id="page_118"></a> dándole a oler el +frasco del antiespasmódico, comenzó a increparle amargamente:</p> + +<p>—¡Huele, hija mía, huele!... ¡Si las cosas se hicieran dos veces!... La +culpa la he tenido yo en poner en manos de un paleto una flor tan +delicada.</p> + +<p>Cuando la flor delicada abrió al fin los ojos, fué para soltar por ellos +un raudal de lágrimas y para decir con acento tristísimo:</p> + +<p>—¡Nunca lo creyera de Ramón!</p> + +<p>Fresnedo se conmovió. Hubo explicaciones. Al fin se transigió de un modo +honroso para las dos partes. Convínose en que Margarita y su mamá irían +a San Sebastián, llevando a la niña de quince meses, y que Fresnedo +fuese a Campizos el mes de Agosto, con Jesús, el niño mayor, de edad de +tres años, y su niñera. Esta es la razón de que Fresnedo se encuentre +durmiendo la siesta donde acabamos de verle.</p> + +<p>Despertóle de ella una voz bien conocida:</p> + +<p>—Papá, papá.</p> + +<p>Abrió los ojos y vió a su hijo a dos pasos, con su mandilito de dril +color perla, sus zapatitos blancos y el negro y enmarañado cabello caído +en bucles graciosos sobre la frente. Era un chico más robusto que +hermoso. La tez, de suyo morena, teníala ahora requemada por los días +que llevaba de aldea haciendo una vida libre y casi salvaje. Su padre le +tenía todo el día a la intemperie, siguiendo escrupulosamente las +instrucciones de su médico.</p> + +<p>—Papá..., dijo Tata que tú no querías... que<a name="page_119" id="page_119"></a> tú no querías... que tú +no querías... comprarme un carro... y que el carnero... y que el carnero +no era mío..., que era de Carmita (la hermana), y no me deja cogerlo por +los cuernos, y me pegó en la mano.</p> + +<p>El chiquitín, al pronunciar este discurso con su graciosa media lengua, +deteniéndose a cada momento, mostraba en sus ojos negros y profundos +indignación vivísima y mucha sed de justicia. Por un instante pareció +que iba a romper en llanto; pero su temperamento enérgico se sobrepuso, +y después de hacer una pausa, cerró su perorata con una interjección de +carretero. El padre le había estado escuchando embelesado, animándole +con sus gestos a proseguir, lo mismo que si una música celeste le +regalase los oídos. Al oir la interjección, estalló en una sonora y +alegre carcajada. El niño le miró con asombro, no pudiendo comprender +que lo que a él le ponía tan fuera de sí causase el regocijo de su papá. +Este hubiera estado escuchándole horas y horas sin pestañear. Y eso que, +según contaba su suegra a las visitas, cuando quería dar el golpe de +gracia a su yerno y perderle completamente ante la conciencia pública, +¡¡¡se había dormido oyendo la <i>Favorita</i> a Gayarre!!!</p> + +<p>—¿Sí, vida mía? ¿La Tata no quiere que cojas el carnero por los +cuernos? ¡Deja que me levante, ya verás cómo arreglo yo a la Tata!</p> + +<p>Fresnedo atrajo a su hijo y le aplicó dos formidables besos en las +mejillas, acariciándole al mismo tiempo la cabecita con las manos.<a name="page_120" id="page_120"></a></p> + +<p>El chico no había agotado el capítulo de los agravios que creía haber +recibido de su niñera... Siguió gorjeando que ésta no había querido +darle pan.</p> + +<p>—Hace poco tiempo que hemos comido.</p> + +<p>—Hace mucho—respondió el niño con despecho.</p> + +<p>—Bueno, ya te lo daré yo.</p> + +<p>Además, la Tata no había querido contarle un cuento, ni hacer vaquitas +de papel. Además, le había pinchado con un alfiler aquí. Y señalaba una +manecita.</p> + +<p>—¡Pues es cierto!—exclamó Fresnedo viendo, en efecto, un ligero +rasguño—. ¡Dolores! ¡Dolores!—gritó después.</p> + +<p>Presentóse la niñera. El amo la increpó duramente por llevar alfileres +en la ropa, contra su prohibición expresa. Jesús, viendo a la Tata +triste y acobardada, fué a restregarse con sus sayas, como pidiéndole +perdón de haber sido causa de su disgusto.</p> + +<p>—Bueno—dijo Fresnedo levantándose del diván y esperezándose—. Ahora +nos iremos al establo y cogerás al carnero por los cuernos. ¿Quieres, +Chucho?</p> + +<p>Chucho quiso descoyuntarse la cabeza haciendo señales de afirmación que +corroboraba vivamente con su media lengua. Pero echando al mismo tiempo +una mirada tímida a su Tata, y viéndola todavía seria y avergonzada, le +dijo con encantadora sonrisa:</p> + +<p>—No te enfades, boba; tú vienes también con nosotros.<a name="page_121" id="page_121"></a></p> + +<p>Fresnedo se vistió su americana de dril, se cubrió con un sombrero de +paja, y tomando de la mano a su niño, bajó al jardín, y de allí se +trasladaron al establo. Al abrir la puerta, Chucho, que iba muy +decidido, se detuvo y esperó a que su padre penetrase. Estaba obscuro. +Del fondo de la cuadra salía el vaho tibio y húmedo que despide siempre +el ganado. Las vacas mugieron débilmente, lo cual puso en gran +sobresalto a Jesús, que se negó rotundamente a entrar, bajo el pretexto +especioso de que se iba a manchar los zapatos. Su padre le tomó entonces +en brazos y pasó y quiso acercarle a las vacas y que les pusiese la mano +en el testuz. Chucho, que no las llevaba todas consigo, confesó que a +las vacas les tenía “un potito de miedo”. A los carneros ya era otra +cosa. A éstos declaraba que no les temía poco ni mucho; que jamás había +sentido por ellos más que amor y veneración.</p> + +<p>—Bueno, vamos a ver los carneros—dijo Fresnedo sonriendo.</p> + +<p>Y se trasladaron al departamento de las ovejas. Allí pretendió dejarle +en el suelo; mas en cuanto puso los piececitos en él, Jesús manifestó +que estaba cansadísimo, y hubo que auparle de nuevo. Acercóle su padre a +un carnero y le invitó a que le tomase por un cuerno. Era cosa grave y +digna de meditarse. Chucho lo pensó con detenimiento. Avanzó un poco la +mano, la retiró otra vez, volvió a avanzarla, volvió a retirarla. Por +último, se decidió a manifestar a su papá que a los carneros les tenía +“un potito de miedo”. Pero, en cambio,<a name="page_122" id="page_122"></a> dijo que a las gallinas las +trataba con la mayor confianza; que en su vida le habían inspirado el +más mínimo recelo; que se sentía con fuerzas para cogerlas del rabo, de +las patas y hasta del pico, porque eran unos animales cobardes y +despreciables, al menos en su concepto. Fresnedo no tuvo inconveniente +en llevarle al gallinero, que estaba en la parte trasera de la casa, +fabricado con una valla de tela metálica. Allí Chucho, con una bravura +de que hay pocos ejemplos en la historia, se dirigió al gallo mayor, +enorme animal de casta española, soberbio de posturas y ardiente de ojo. +Trató de cogerle por el rabo como había formalmente prometido, pero el +grave sultán del gallinero chilló de tal horrísona manera, extendiendo +las alas y dando feroces sacudidas, que el frío de la muerte penetró en +el corazón de Chucho. Apresuróse a soltarlo y se agarró aterrado al +cuello de su padre.</p> + +<p>—Pero, hombre, ¿no decías que no tenías miedo a las gallinas?—exclamó +éste riendo.</p> + +<p>—Tú, tú...; cógelo tú, papá.</p> + +<p>—Yo tengo miedo.</p> + +<p>—No, tú no tienes miedo.</p> + +<p>—Y tú, ¿lo tienes?</p> + +<p>Calló avergonzado; pero al fin confesó que a las gallinas también les +tenía “un potito de miedo”.</p> + +<p>Desde allí llevóle otra vez Fresnedo al establo, y después de varios +sustos y vacilaciones, logró que pusiera su manecita en el hocico del +becerro. Mas, ocurriéndole al animal sacar la lengua y<a name="page_123" id="page_123"></a> paseársela por +la mano, la aspereza de ella le produjo tal impresión, que no quiso ya +arrimarse a ningún otro individuo de la raza vacuna. Subióle después al +pajar. ¡Qué placer para Chucho! ¡Hundirse en la crujiente hierba, +agarrarla y esparcirla en pequeños puñados; dejarse caer hacia atrás con +los brazos abiertos! Pero aun era mayor el gozo de su padre +contemplándole. Jugaron a sepultarse vivos. Fresnedo se dejaba enterrar +por su hijo, que iba abontonando hierba sobre él con vigor y crueldad +que nadie esperara en él. Mas, a lo mejor de la operación, su papá daba +una violenta sacudida y echaba a volar toda la hierba. Y con esto el +chico soltaba nuevas carcajadas, como si aquello fuese el caso más +chistoso de la tierra. Sudaba una gota por todos los poros de su tierno +cuerpecito; tenía los cabellos pegados a la frente y el rostro +encendido. Cuando su papá trató de tomar la revancha y sepultarle a él, +no pudo resistirlo. Así que se halló con hierba sobre los ojos, dióse a +gritar y concluyó por llorar con verdadero sentimiento, cayéndole por +las mejillas unas lágrimas que su padre se apresuró a beber con besos +apasionados.</p> + +<p>Sí; en aquel momento a Fresnedo le atacó uno de esos accesos de ternura +que solían ser en él frecuentes. Jesús era su familia, todo su amor, la +única ilusión de su vida. Si entrásemos por los últimos pliegues de su +corazón, es posible que no halláramos ya un átomo de cariño hacia su +mujer. El carácter altanero, impertinente y desabrido de ésta había +matado el fuego de la pasión que<a name="page_124" id="page_124"></a> sintió por ella al casarse. Pero aquel +tierno pimpollo, aquel botón de rosa, aquel pastelito dulce amasado por +los ángeles lo llenaba todo, ocupaba enteramente su vida, era el fondo +de sus pensamientos, el consuelo de sus pesares. Abrazábale con arrebato +y cubría sus frescas mejillas con besos prolongados apretadísimos, +murmurando después a su oído palabras fogosas de enamorado:</p> + +<p>—¿Quién te quiere más que nadie en el mundo, hermoso mío? ¿No es tu +papá? Dí, lucero. Y tú, ¿a quién quieres más? Sí, vida mía, sí; te +quiero tanto, que daría por ti la vida con gusto. Por ti, nada más que +por ti, quisiera ser yo algo de provecho en el mundo. Por ti, sólo por +ti, trabajo y trabajaré hasta morir. ¡Nunca te podré pagar lo feliz que +me haces, criatura!</p> + +<p>El niño no comprendía, pero adivinaba aquella pasión y la correspondía +finamente. Sus grandes ojos negros, expresivos, se posaban en su padre, +esforzándose por penetrar en aquel mundo de amor y descifrar el sentido +de palabras tan fervorosas. Después de un momento de silencio en que +pareció que meditaba, tomó con sus manecitas como claveles la cara su +padre, y acercando la boca a su oído, le dijo con voz tenue como un +soplo:</p> + +<p>—Papá, voy a decirte una cosa... Te quiero más que a mamá... No se lo +digas, ¿eh?</p> + +<p>Al buen Fresnedo se le humedecían los ojos con estas cosas.</p> + +<p>Bajaron del pajar, salieron del establo, y después<a name="page_125" id="page_125"></a> de consultado el +reloj, el comerciante resolvió irse a bañar, como todos los días, al +río.</p> + +<p>—Chucho, ¿vienes conmigo al baño?</p> + +<p>¡Cielo santo, qué felicidad!</p> + +<p>Chucho quiso volverse loco de alegría. Generalmente el baño de su padre +le causaba algunas lágrimas, porque no podía llevarle consigo a causa de +la niñera. Fresnedo se bañaba en un sitio retirado, pero en cueros +vivos. Esta vez se decidió a llevar a su hijo y dejar a Dolores en casa. +El niño comenzó a pedir a grandes gritos el sombrero. No quería subir +por él a casa, temiendo que su padre se le escapase como otras veces. La +Tata, riendo, se lo tiró del balcón, y lo mismo la sábana del papá y la +sombrilla.</p> + +<p>El río estaba a un kilómetro de la casa. Era necesario caminar por unas +callejas bordadas de toscas paredillas recamadas de zarzamora y +madreselva. El sol empezaba a declinar, y el valle, el hermoso valle de +Campizos, rodeado de suaves colinas pobladas de castañares, y en segundo +término de un cinturón de elevadísimas montañas, cuyas crestas nadaban +en un vapor violáceo, dormía la siesta silencioso, ostentando su manto +de verdura incomparable. Había todos los matices del verde en este +manto; desde el claro amarillento de la hierba tierna, hasta el obscuro +y profundo de los robles y negrillos.</p> + +<p>Caminaban padre e hijo por las angostas calles preservándose del sol con +la sombrilla del primero. Pero Chucho se escapaba muchas veces y +Fresnedo le dejaba libre, convencido de que era<a name="page_126" id="page_126"></a> bueno acostumbrarle a +todo. Gozaba en verle correr delante, con su mandilito de dril y su gran +sombrero de paja con cintas azules. Chucho andaba cuatro veces el +camino, como los perros. Paraba a cada instante para coger las +florecitas que estaban al alcance de su mano, y las que no, obligaba +despóticamente a su padre a cogerlas y además a cortar algunas ramas de +los árboles, con las cuales iba barriendo el camino. Por cierto que en +medio de él tuvo un encuentro desdichado y temeroso. Al doblar un recodo +tropezó nuestro niño con un cerdo, un gran cerdo negro y redondo, +caminando en la misma dirección. Chucho tuvo la temeridad de acercarse a +él y cogerle por el rabo. Este aditamento de los animales ejercía una +influencia magnética sobre sus diminutas manos regordetas. El cerdo, que +estaba, al parecer, de mal humor y nervioso, al sentirse asido lanzó un +terrible bufido, y dando la vuelta para escapar, embistió con el niño y +lo volcó. ¡Cristo Padre, qué gritos! Allí acudió Fresnedo corriendo, y +lo levantó y le limpió las lágrimas y el polvo, haciéndole presente al +mismo tiempo que tomaría venganza de aquel cerdo bárbaro y descortés así +que llegaran a casa. Con lo cual se aplacó Chucho, no sin manifestar +antes que el cerdo era muy feo y que a él le gustaban más los perros, +porque eran buenos y le conocían, y cuando estaban de humor le lamían la +cara.</p> + +<p>Hubo que pasar por algunas saltaderas. Fresnedo tomaba a su hijo en +brazos y le ponía de la parte de allá con gran cuidado. Dejaron el +camino<a name="page_127" id="page_127"></a> real y empezaron a caminar por los prados, donde Jesús se empeñó +en coger un grillo. Su padre le mandó orinar en el agujero para que +saliese. Así lo hizo, y como el grillo no quería asomar, se irritó +contra sí mismo porque no podía orinar más y lloró desconsoladamente. +Aunque con gran sentimiento, renunció a quella caza difícil y se dedicó +a las <i>anitas de Dios</i>, y se entretuvo un rato, demasiado largo, en +opinión de su papá, a ponerlas en la palma de la mano, cantándoles: +<i>Anita, anita de Dios, abre las alas y vete con Dios</i>, precioso conjuro +que le había enseñado su Tata, persona muy instruída en este linaje de +conocimientos.</p> + +<p>Por fin llegaron al río. Corría sereno y límpido por entre praderas, +orlado de avellanos que salen de la tierra como grandes ramilletes. +Formaba en aquel paraje un remanso que llamaban en la aldea el <i>Pozo de +Tresagua</i>. Era el pozo bastante hondo, el sitio retirado y deleitoso. +Ningún otro había en los contornos de Campizos más a propósito para +bañarse. Llegaba el césped hasta la misma orilla, y sobre aquella verde +alfombra era grato sentarse y cómodamente se podía cualquiera desnudar +sin peligro de ser visto. Los avellanos, macizos de verdura, no dejaban +pasar los rayos del sol, que aun lucía vivo y ardiente. Allí gozaba +Fresnedo del baño más que el sultán de Turquía, acumulando salud y +felicidad para todo el año. En aquel mismo sitio se había bañado de niño +con otra porción de compañeros que hoy eran labradores. ¡Qué placer +sentía recordando los pormenores de su<a name="page_128" id="page_128"></a> vida infantil, cuando era un +zagalillo a quien sus padres encomendaban el cuidado del ganado en el +monte o les ayudaba en todas las faenas de la agricultura!</p> + +<p>Cuando los recuerdos de la infancia van unidos a una vida libre en el +seno de la Naturaleza, por pobre que se haya sido, siempre aparecen +alegres, deliciosos.</p> + +<p>Descansaron algunos minutos padre e hijo sobre el césped “reposando el +calor”, y al fin se decidió aquél a ir despojándose poco a poco de la +ropa. Mientras lo hacía, tarareaba una canción de zarzuela, de las que +llegaban a sus oídos en Madrid. La alegría le rebosaba del alma. Su hijo +le miraba atentamente con sus grandes ojos negros. De vez en cuando +Fresnedo levantaba los suyos hacia él, y le decía sonriendo:</p> + +<p>—¿Qué hay, Chucho? ¿Te quieres bañar conmigo?</p> + +<p>Chucho se contentaba con reir, como diciendo:</p> + +<p>¡Qué bromista es este papá! ¡Como si no supiese que armo un escándalo +cada vez que intentan meterme en el agua!</p> + +<p>Fresnedo se bañaba enteramente desnudo. Le incomodaba mucho cualquier +traje de baño. En aquel sitio tenía la seguridad de no ser visto. Cuando +se quedó en cueros vivos, el asombro y la curiosidad, retratados en la +cara de su “Chipilín”, le causaron cierta vergüenza y se cubrió con la +sábana. Pero Chucho no estaba conforme y comenzó a gorjear, mientras +tiraba de la sábana con sus manecitas, “que su papá tenía pelo en el<a name="page_129" id="page_129"></a> +cuerpo y que él no lo tenía, y que la Tata tampoco lo tenía...”</p> + +<p>—Vamos, Chucho, cállate—le dijo el papá con semblante grave—. No se +habla de eso. Los niños no hablan de eso.</p> + +<p>—¿Y por qué no hablan los niños de eso?</p> + +<p>Fresnedo no contestó.</p> + +<p>—¿Por qué no hablan los niños de eso, papá?—repitió el chico.</p> + +<p>El comerciante quiso distraerle hablándole de otra cosa, pero Chucho no +acudió al engaño.</p> + +<p>—¿Por qué no hablan los niños de eso, papá?—insistió lleno de +curiosidad.</p> + +<p>—Porque no está bien—respondió.</p> + +<p>—¿Y por qué no está bien?</p> + +<p>—¡Vaya, vaya, déjame en paz!—exclamó entre impaciente y risueño.</p> + +<p>Embozado en la sábana como en un jaique moruno avanzó hacia el agua.</p> + +<p>—Mira, Chucho—dijo volviéndose—, no te muevas de ahí. Sentadito hasta +que yo salga, ¿verdad?... Mira, vas a ver cómo me tiro de cabeza al +agua. Mira bien. A la una..., a las dos... Mira bien, Chucho... ¡A las +tres!</p> + +<p>Fresnedo, que había dejado caer la sábana al dar las voces y se había +colocado sobre un pequeño cantil, lanzóse, en efecto, de cabeza al pozo +con el placer que lo hacen los hombres llenos de vida. Al hundirse, su +cuerpo robusto agitó violentamente el agua, produjo en ella una +verdadera tempestad, cuyas gotas salpicaron al mismo Jesús. Este sufrió +un estremecimiento y quedó atónito,<a name="page_130" id="page_130"></a> maravillado, al ver prontamente +salir a su padre y nadar haciendo volteretas y cabriolas en el agua.</p> + +<p>—¡Mira, Chucho! ¡Mira!</p> + +<p>Y se puso con el vientre arriba, dejándose flotar sin movimiento alguno.</p> + +<p>—Mira, mira ahora.</p> + +<p>Y nadaba hacia atrás con los pies solamente.</p> + +<p>—Verás ahora: voy a nadar como los perros.</p> + +<p>Nadaba, en efecto, chapoteando el agua con las palmas de las manos.</p> + +<p>¡Con qué gozo recordaba el rico comerciante aquellas habilidades +aprendidas en la niñez!</p> + +<p>Chucho estaba arrobado en éxtasis delicioso contemplándole. No perdía +uno solo de sus movimientos.</p> + +<p>—¡Chucho! ¡Chuchín! ¡Bien mío! ¿Quién te quiere?—gritaba Fresnedo +embriagado por la felicidad que las caricias del agua y los ojos +inocentes de su hijo le producían.</p> + +<p>El niño guardaba silencio, enteramente absorto y atento a los juegos +natatorios de su padre.</p> + +<p>—Vamos, dí, Chipilín, ¿quién te quiere?</p> + +<p>—Papá—respondió grave con su voz levemente ronca, sin dejar de +contemplarle atentamente.</p> + +<p>Una de las habilidades en que Fresnedo había sobresalido de niño y que +mucho le enorgullecía, era la de pescar truchas a mano. Siempre que +venía a Campizos se ejercitaba en esta pesca. Era verdaderamente notable +su destreza para reconocer y batir los agujeros de las rocas, bloquear +la trucha y agarrarla por las agallas al fin. Los pescadores<a name="page_131" id="page_131"></a> del país +confesaban que se las podía haber con cualquiera de ellos, y se contaba +que de niño había salido del agua con tres truchas, una en cada mano y +otra en la boca, aunque Fresnedo no quería confirmarlo. Pues bien; en +este momento le acometió el deseo de proporcionar un placer a su hijo y +dárselo a sí mismo.</p> + +<p>—Verás, Chipilín, voy a sacarte una trucha... ¿Quieres?</p> + +<p>¡Ya lo creo que quería!</p> + +<p>¡Pues si cabalmente Chucho sentía mayor inclinación, si cabe, a los +animales acuáticos que a los terrestres!</p> + +<p>Fresnedo hizo una larga aspiración y se sumergió, dejando a su hijo +maravillado; registró los huecos de algunas piedras del fondo, y sólo +pudo tocar con los dedos la cola de una trucha sin lograr agarrarla. +Como le faltase el aliento, subió a respirar.</p> + +<p>—Chucho, no he podido cogerla; pero ya caerá.</p> + +<p>—¿Por qué caerá, papá?—preguntó el niño, que no dejaba escapar un +modismo sin hacer que se lo explicasen.</p> + +<p>—Quiero decir que ya la cogeré.</p> + +<p>Otra vez aspiró el aire con fuerza y se lanzó al fondo. Al cabo de unos +momentos salió a la superficie con una trucha en la mano, que arrojó a +la orilla. Chucho dió un grito de susto y alegría al ver a sus pies al +animalito brincando y retorciéndose con furia. Quería agarrarlo cuando +paraba un instante; pero al acercar su manecita, la<a name="page_132" id="page_132"></a> trucha daba un +salto, y el chico, estremecido, la retiraba vivamente; intentaba +nuevamente asirla lanzando chillidos alegres, y otro salto le asustaba y +le ponía súbito grave. Estaba nervioso; gritaba, reía, hablaba, lloraba +a un mismo tiempo, mientras su padre, embelesado, nadaba suavemente +contemplándole.</p> + +<p>—¡Anda, valiente! ¡Agárrala, que no te hace nada!... ¡Por la cola, +tonto!... ¿Quieres que te pesque otra más grande?</p> + +<p>—Sí, más gande, papá. Esta no me gusta—respondió el chiquito +renunciando ya bravamente a agarrar una trucha tan pequeña.</p> + +<p>El buen comerciante se preparó para otro chapuz; dejóse ir al fondo y +con prisa comenzó a registrar los agujeros de una roca grande que antes +había visto. La muerte feroz y traidora le aguardaba dentro. Metió el +brazo en uno de ellos harto angosto, y cuando intentó sacarlo no pudo. +La sangre se le agolpó toda al corazón. Perdió la serenidad para buscar +la postura en que había entrado. Forcejeó en vano algunos momentos. +Abrió la boca al fin, falto de aliento, y en pocos segundos quedó +asfixiado el infeliz.</p> + +<p>Chucho esperó en vano su salida. Miró con gran curiosidad por algunos +minutos el agua, hasta que, cansado de esperar, dijo con inocente +naturalidad:</p> + +<p>—¡Papá, sal!</p> + +<p>El padre no obedeció. Esperó unos instantes, y volvió a gritar con más +energía:</p> + +<p>—¡Papá, sal!<a name="page_133" id="page_133"></a></p> + +<p>Y cada vez más impaciente, repitió este grito, concluyendo por llorar. +Largo rato estuvo diciendo lo mismo con desesperación:</p> + +<p>—¡Sal, papá, sal!</p> + +<p>Sus rosadas mejillas estaban bañadas de lágrimas; sus ojos grandes, +hermosos, inocentes, se fijaban ansiosos en el pozo donde a cada +instante se figuraba ver salir a su padre.</p> + +<p>Un salto de la trucha que tenía cerca, viva aún, le distrajo. Acercó su +manecita a ella y la tocó con un dedo. La trucha se movió levemente. +Volvió a tocarla y se movió menos aún. Entonces, alentado por el +abatimiento del animal, se atrevió a posar la palma de la mano sobre él. +La trucha no rebulló. Chucho principió a gorjear por lo bajo que él no +tenía miedo a las truchas y que si estuviera allí su hermana Carmita +indudablemente no osaría poner la mano sobre una bestia tan feroz como +aquélla. Tanto se fué envalentonando, que concluyó por agarrarla por la +cola y suspenderla.</p> + +<p>Aquel acto de heroísmo despertó en él mucha alegría. Fluyeron de su +garganta algunas sonoras carcajadas. Pero una violenta sacudida de la +trucha le obligó a soltarla aterrado. Miró a su alrededor, y no viendo a +nadie, se fijó otra vez en el pozo y tornó a gritar, llorando:</p> + +<p>—¡Sal, papá! ¡Sal, papá!... ¡No quero trucha, papá! ¡Sal!</p> + +<p>El sol declinaba. Aquel retirado paraje, situado en la falda misma de la +colina, se iba poblando de sombras. Allá, en el horizonte, el sol se +ocultaba<a name="page_134" id="page_134"></a> detrás de las altas y lejanas montañas de color violeta.</p> + +<p>—Teno miedo, papá... ¡Sal, papaíto!—gritaba la tierna criatura +bebiendo lágrimas.</p> + +<p>Ninguna voz respondía a la suya. Escuchábanse tan sólo las esquilas del +ganado o algún mugido lejano. El río seguía murmurando suavemente su +eterna queja.</p> + +<p>Rendido, ronco de tanto gritar, Chucho se dejó caer sobre el césped y se +durmió. Pero su sueño fué intranquilo. Era una criatura excesivamente +nerviosa, y la agitación con que se había dormido le hizo despertar al +poco rato. Había cerrado la noche. Al principio no se dió cuenta de +dónde estaba, y dijo como otras veces en su camita:</p> + +<p>—Tata, quero agua.</p> + +<p>Pero viendo que la Tata no acudía, se incorporó sobre el césped, miró +alrededor, y su pequeño corazón se encogió de terror observando la +obscuridad que reinaba.</p> + +<p>—¡Tata, Tata!—gritó repetidas veces.</p> + +<p>La luz de la luna rielaba en el agua. Atraídos sus ojos hacia ella. +Chucho se acordó de pronto que su papá estaba con él y se había metido +en el río a sacarle una trucha. Y entre sollozos que le rompían el pecho +y lágrimas que le cegaban, volvió a gritar:</p> + +<p>—¡Sal, papá; sal, mi papá!... ¡Teno miedo!</p> + +<p>La voz del niño resonaba tristemente en la obscura campiña silenciosa. +¡Ah! Si el buen Fresnedo pudiera escucharle allí en el fondo del pozo, +hubiera mordido la roca que le tenía sujeto, se<a name="page_135" id="page_135"></a> hubiera arrancado el +brazo para acudir a su llamamiento.</p> + +<p>No pudiendo ya gritar más porque le faltaba la voz y el aliento, cayó +otra vez dormido, y así le hallaron los que habían salido en su busca.</p> + +<p><a name="page_136" id="page_136"></a></p> + +<p><a name="page_137" id="page_137"></a></p> + +<h2><a name="RIVERITA" id="RIVERITA"></a>RIVERITA</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>STA</small> novela y la que sigue <i>Maximina</i>, forman en realidad una sola. +Exigencias editoriales me obligaron a ponerlas títulos diferentes. +Vivimos actualmente tan presurosos que ya no se sufren, como en tiempos +pasados, las novelas en varios volúmenes.</p> + +<p>Algunas personas han creído que estas dos novelas constituían una +autobiografía. Es un error. En la fábula nada hay que se parezca a mi +vida: sólo algunas escenas he extraído de ella. Pero en lo que se +refiere a los caracteres, debo confesar que están más en lo cierto. El +principal se halla ligado a mi existencia de un modo tan estrecho que ni +la muerte ni el tiempo han podido separarlo.</p> + +<p>En la hora más aciaga de mi existencia me prometí darlo a conocer al +mundo. Hice cuanto pude, mas el retrato quedó lejos del original. Al +publicarse en los Estados Unidos la traducción inglesa de Maximina, un +crítico preguntaba:—“¿Dónde habrá podido hallar Valdés el modelo de ese +tipo<a name="page_138" id="page_138"></a> ideal?” Y mi corazón se desgarraba de dolor al leer estas palabras +porque la realidad había sido muy superior a la pintura. Hay cosas que +es imposible transmitir ni al oído ni al papel, y en esas cosas +inefables es donde se cifraba la excelencia de aquel carácter singular.</p> + +<p>Por cartas de desconocidos y por comunicaciones de mis amigos he sabido +que esta novela ha hecho derramar muchas lágrimas. Una señora me dijo en +cierta ocasión:—“La noche pasada, cerca ya de la madrugada, estaba yo +en la cama con su libro entre las manos llorando como una tonta.”</p> + +<p>No otra cosa me había propuesto al escribirlo. Todas esas lágrimas las +ofrezco como tributo de admiración al ser que como una visión celestial +no ha causado más disgusto que el de su desaparición.<a name="page_139" id="page_139"></a></p> + +<h2><a name="UNA_CORRIDA_DE_TOROS" id="UNA_CORRIDA_DE_TOROS"></a>UNA CORRIDA DE TOROS</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">J</span><small>ULITA</small> soltó una estrepitosa carcajada, cuyos ecos llegaron hasta el +gabinete de Miguel. “¿De qué se reirá aquella loca?” se preguntó éste +sonriendo también frente al espejo mientras se aderezaba para salir.</p> + +<p>—¡Miguel! ¡Miguel!—gritó su hermana desde el pasillo—. Ven aquí, por +Dios; ¡mira, por tu vida!</p> + +<p>Acudió solícito, y al asomar la cara por el corredor, vió a su primo +Enrique en traje de chulo: chaquetilla corta, faja de seda, camisola +bordada sujeta al cuello por botones de oro, sombrero ancho de fieltro, +pantalón ceñido y bota de charol. El complemento del traje era un vara +en la mano, muy larga, como destinada a conducir pavos.</p> + +<p>Julita se arrimaba a la pared, sujetándose la cintura con las manos para +no desternillarse de risa. Enrique de pie, cerca de la puerta, sonreía +un poco avergonzado. Miguel siguió al instante el ejemplo de su hermana.</p> + +<p>—La cosa no merece tanta risa—concluyó por decir el primo amostazado.<a name="page_140" id="page_140"></a></p> + +<p>Pero ni Julia ni Miguel hicieron caso. Cuando se hubieron sosegado un +poco, vinieron hacia él y le examinaron curiosamente.</p> + +<p>—¿Pero cómo diablo te ha dado la ocurrencia de ponerte así? ¿Te ha +visto tu padre?</p> + +<p>—No: me he ido a vestir a casa de un amigo. Tengo allí el traje...</p> + +<p>—Pues si te ve, de fijo le da un sincope. ¿Y a qué asunto te has +vestido hoy de chulo?</p> + +<p>—¡Toma! ¿no sabes que se abre la temporada?</p> + +<p>—¡Ah! ¿hoy hay toros? ¿Mata el Cigarrero?</p> + +<p>—¡Ya lo creo!: después de quince años que no pisa la plaza de Madrid. A +eso venía, a ver si quieres ir conmigo.</p> + +<p>—Hombre—dijo indeciso—, no soy muy aficionado a los toros; pero el +Cigarrero me ha sido simpático... ¿Me traes localidad?</p> + +<p>—Te traigo la contrabarrera de un amigo que está enfermo. A mi lado ya +sabes que no puedes ponerte, porque todas las barreras están abonadas; +pero estamos cerca.</p> + +<p>—¡Ay, llévame, Miguel!—exclamó Julita saltándole al cuello—. Llévame +a los toros.</p> + +<p>—¿Tienes deseo?</p> + +<p>—¡Muy grande! Los toros me encantan.</p> + +<p>—¡Eso, eso!—gritó Enrique entusiasmado—. Tú eres española de pura +raza. ¡Pisa ese sombrero, chiquita!</p> + +<p>Y lo arrojó al suelo.</p> + +<p>Julita no se anduvo con melindres. Tomó la galantería al pie de la letra +y se puso a taconear sobre el infortunado sombrero de tal suerte, que +si<a name="page_141" id="page_141"></a> Enrique no acude a tiempo se lo hace pedazos.</p> + +<p>—Está visto que contigo no se puede ser galante—dijo de mal humor +mientras lo limpiaba con la manga de la chaqueta.</p> + +<p>Miguel, previo el permiso de su madrastra, mandó al criado por una +carretela a casa de Lázaro y por un palco a la de un revendedor +conocido. Después que madre e hija se vistieron la clásica mantilla y +Miguel cambió la levita y el sombrero de copa por la americana y el +hongo, subieron los cuatro al carruaje.</p> + +<p>Eran las dos y media de la tarde. El sol brillaba en el firmamento sin +que una sola nube asomara por el horizonte a recibir su paternal +caricia. Madrid gozaba del privilegio divino de su cielo sin dirigirle +siquiera una mirada de gratitud, como una sultana a quien las caricias +causan tedio. Al cruzar por la Puerta del Sol, vieron el chorro de su +fuente, despidiendo fúlgidos destellos, elevarse por encima del tejado +del Principal. A la entrada de la calle de Alcalá había una larga fila +de ómnibus que una muchedumbre asaltaba anhelante, furiosa, cual si se +tratara de escapar a un grave e inmediato peligro. Pero muy contra lo +que sucede en casos tales, en vez de oponerse los unos a que se +encaramasen los otros, todos se ayudaban con solicitud, mostrando por +anticipado lo que debe ser y lo que será con el tiempo la fraternidad +universal.</p> + +<p>—¡Eh, buen hombre, que se va usted a caer!... Deme usted la +mano.—Caballero, téngame usted por el bastón.—No ponga usted el pie +sobre la rueda.<a name="page_142" id="page_142"></a>—¿Quiere usted que nos apretemos más? Bueno, hombre, +bueno, nos apretaremos.</p> + +<p>Estos gritos se oían en todas partes, viéndose a algunos pobres viejos +por el aire, elevados a la imperial de los ómnibus en brazos de los que +ya estaban en ellas. Las caras resplandecían de alegría, lo mismo que el +cielo. La acera de la derecha, donde estaba el despacho de billetes, +veíase cuajada de gente, que discurría por ella en expectativa de que +las localidades bajasen y se pusiesen al alcance de su bolsillo. Un +sinnúmero de coches particulares y de berlinas de punto cubrían más +abajo la ancha carretera, galopando en dirección a la plaza. Y al través +de ellos, dejándolos atrás en seguida, corrían desbocados los ómnibus, +mientras los que iban encima, sin miedo a estrellarse, embriagados por +la carrera vertiginosa, saludaban con gritos de alegría a los que iban +dejando en pos de sí. Algunos picadores con sus chaquetas de brocado y +sombreros inmensos galopaban también sobre algún mal caballo, llevando a +las ancas a un amigo, que le abrazaba cariñosamente para no caerse. Los +peones bajaban por las aceras lentamente, en amable plática, formando +apretados y numerosos grupos.</p> + +<p>Una carretela abierta, donde iban toreros, se acercó un instante al +costado de la de Miguel y siguió adelante. Era la del Cigarrero, que +contestó al saludo de Enrique y Miguel con la gravedad afable que le +caracterizaba. El Serranito y Merluza, que iban con él, saludaron con +más expansión.<a name="page_143" id="page_143"></a></p> + +<p>—Me brindarás un par, ¿no es verdad, Baldomero?—gritó Enrique.</p> + +<p>—A uté no, que e mu feo: a esa señorita tan remonísima que yeva uté a +la vera—contestó el Serranito.</p> + +<p>Julita se echó a reir, ruborizada.</p> + +<p>En torno de la plaza, donde llegaron en seguida, se agitaba la multitud, +pugnando por entrar. Los coches que allí se juntaban producían +disturbios y motines, que los guardias no eran suficientes a reprimir. +Después de dejar a su madrastra y hermana en el palco, Miguel se retiró +con su primo, pretextando que deseaba ver de cerca matar el primer toro +al Cigarrero, y que luego volvería. En realidad, era porque había visto +a la generala Bembo en un palco con la señora del banquero Mendiburu. +Bajó al redondel, y desde allí pudo hacerse notar de ella, y la saludó +ceremoniosamente con el sombrero.</p> + +<p>La arena estaba llena de aficionados. Una muchedumbre abigarrada, +compuesta de estudiantes, paletos, chulos, señoritos y soldados, +elegantes unos, otros desharrapados, fraternizando todos y creyendo que +por el mero hecho de hallarse allí, en el terreno del toro, como si +dijéramos, participaban del arrojo y gallardía de los lidiadores. Los +tendidos se iban poblando lentamente, y desde aquí al redondel mediaban +saludos y gritos entre unos y otros, que convertían la plaza en un +mercado. La voz de los vendedores de naranjas salía entre todas las +demás, y las naranjas, cuando alguno las demandaba, volaban rápidas y +certeras<a name="page_144" id="page_144"></a> de las manos de aquéllos a las del comprador, por encima de +las cabezas. En los tendidos de sombra, los jóvenes lechuguinos +charlaban en voz alta, levantando la cabeza para mirar a las damas de +los palcos. En los de sol, los honrados menestrales se acomodaban en sus +asientos, resueltos a dejarse tostar toda la tarde, y hablaban entre sí +de tauromaquia, muy pagados de ser los verdaderos inteligentes en la +plaza. El júbilo, la alegría nerviosa que comunica la esperanza del +placer, brillaba en todos los ojos.</p> + +<p>Al fin los alguaciles salieron a despejar, y los aficionados del +redondel se fueron retirando hasta dejarlo enteramente libre. Enrique y +Miguel, que habían estado en los patios interiores hablando un momento +con el Cigarrero y su cuadrilla, también fueron a ocupar los respectivos +asientos. El ruido había disminuido bastante. Gracias a esto se +percibían los acordes de la charanga de hospicianos, que hasta entonces +no había logrado hacerse escuchar. Los espectadores sacaban los relojes +y dirigían miradas significativas a la presidencia. En esto la charanga +entonó con energía la marcha real. Todos los rostros se volvieron al +mirador regio donde apareció la reina Isabel. Algunos batieron palmas; +otros dijeron “chis, chis”, porque la atmósfera política estaba entonces +encapotada con ciertos nubarrones que descargaron no mucho tiempo +después. Hecha la señal, al cabo, las cuadrillas entraron en la arena al +son de la marcha de la zarzuela <i>Pan y toros</i>. Salían, como de +costumbre, formando tres filas: al frente de cada cual iba el<a name="page_145" id="page_145"></a> +respectivo espada. Al verlos estalló un prolongado aplauso. Cruzaron la +plaza graves, firmes, acompasados, escuchando la gritería que su +aparición había levantado, con la mayor indiferencia. Brillaban sus +ricos vestidos y capellares despidiendo vivos destellos que alegraban la +vista.</p> + +<p>—¡Miale, miale el viejo!... Ese es, el de la izquierda... Miale qué +cara tiene... ¡Le zumba el alma a ese tío!... En España no queda ya +quien reciba toros más que él...</p> + +<p>Toda la atención de la plaza estaba concentrada sobre el Cigarrero, a +pesar de que mataban también el Gordo y Lagartijo, que comenzaba +entonces a ser el niño mimado del público. Mas para el aficionado +madrileño, el ver recibir un toro es una de esas ilusiones que jamás se +realizan aunque vivan constantemente en el corazón. <i>Aguantar</i> lo hacen +varios toreros; pero <i>recibir</i>, lo que se llama recibir de verdad, no lo +han hecho más que los héroes antiguos del toreo.</p> + +<p>Saludaron con ademán uniforme a la presidencia, y rompieron filas, +tirando las capas de gala a los amigos de los tendidos, que se +encargaron de su custodia con más orgullo que si se tratara del Arca de +la Alianza. El presidente sacó el pañuelo; sonó el clarín; abrióse la +puerta del toril: apareció el primer toro. Era un miura castaño, +chorreao, listón, fino y de hermosa lámina, largo y levantado de cuerna. +Mostróse voluntario y noble en las varas, aguantando seis puyazos de los +picadores de tanda. Pero al llegar a los palos comenzó a defenderse. Sin +embargo, el Serranito le clavó<a name="page_146" id="page_146"></a> un soberbio par cuarteando con finura y +limpieza, que sorprendió agradablemente al público. En Madrid no sabían, +como en Sevilla, que Baldomero era un chico que daría mucho que hablar. +Merluza se pasó una vez y luego colgó un palo cuarteando también. Volvió +el Serranito a coger los palos, y después de intentar en vano +colgárselos al sesgo, se los puso quebrando con limpieza y maestría. +Hubo un delirio de palmas en la plaza. Su figura esbelta y la singular +corrección y delicadeza de sus facciones, cautivaron al público. Las +mujeres le clavaban codiciosamente los gemelos. Se paseó triunfante en +torno de la plaza recibiendo sonriente el aplauso de los tendidos.</p> + +<p>Llegó su turno al Cigarrero. Avanzó gravemente hacia la presidencia, se +quitó la montera y dijo con voz ronca unas cuantas palabras que nadie +pudo entender. Después se fué derecho al toro, que tenía marcadas +tendencias a huirse. Persiguióle infructuosamente algún tiempo en medio +de la curiosidad expectante de la plaza. Por fin, gracias a los +esfuerzos de la cuadrilla, pudo trastearle, y lo hizo bastante ceñido, +dándole algunos pases buenos. El público aplaudió y se las prometió muy +felices. Mas en medio de la faena, el diestro sufrió una colada y perdió +enteramente el aplomo. Dió otros tres o cuatro pases sin confianza y +descompuesto; y de prisa y corriendo, sin estar bien cuadrado el animal, +lió el trapo bastante lejos y se tiró a paso de banderillas. La estocada +resultó un <i>bajonazo</i> de lo más malo que nunca se hubiera visto. Es +indescriptible la cólera que se<a name="page_147" id="page_147"></a> apoderó de los espectadores. Si hubiera +sido otro torero, hubiera pasado con una silba, grande o pequeña; pero +haber concebido la esperanza de ver a un antiguo maestro toreando por el +sistema Montes y venir a la plaza a presenciar aquella ignominia, esto +ponía fuera de sí a los aficionados. ¡Qué gritería, cielo santo! ¡Qué +injurias! ¡Qué lamentos! Parecía que a cada uno le acababan de robar el +honor de su hija.</p> + +<p>—¡Morral, ladrón, gran cochino! ¡Así te ahorquen por los pies! ¿Eres tú +el que recibías los toros? ¡A la cárcel con ese pillo! Señor presidente, +¿para cuándo quiere usted la Guardia civil?</p> + +<p>Y en medio del alboroto, las naranjas, las botellas vacías y hasta +algunas piedras, volaban a la plaza, y por milagro no herían al diestro. +Este avanzaba pálido, avergonzado, hacia la presidencia. Al llegar cerca +del tendido donde estaban Enrique y Miguel, una naranja certera le dió +en el rostro y le sacó sangre. Enrique, que ya estaba excitado y +nervioso, no pudo reprimir la indignación, y levantándose gritó a los +que estaban detrás:</p> + +<p>—¿Quién ha sido ese valiente? ¿Ese valiente sin vergüenza?</p> + +<p>—¡Fuera el chulo sietemesino! ¡Que baile!—contestaron desde arriba.</p> + +<p>—¿Se dirige usted a mí?—dijo uno levantándose con arrogancia.</p> + +<p>—Me dirijo al que haya sido.</p> + +<p>—Pues nos veremos las caras al salir.</p> + +<p>—Se la veré a usted para escupírsela—contestó Enrique encolerizado.<a name="page_148" id="page_148"></a></p> + +<p>—¡Fuera, fuera! ¡Que se siente ese babieca!—gritaron desde arriba.</p> + +<p>No tuvo más remedio que hacerlo. El Cigarrero sonreía limpiándose la +sangre con el pañuelo. Era una sonrisa tan triste y tan humilde, que a +Miguel se le apretó el corazón y estuvieron a punto de saltársele las +lágrimas.</p> + +<p>Sólo cuando apareció el segundo toro en el ruedo, concluyó del todo la +bronca. Por más que trabajó, hasta no poder más en los quites, el pobre +Cigarrero no consiguió captarse la benevolencia, ni siquiera el perdón +del público. Cuantos esfuerzos hacía, cuantos capotes echaba (y la +justicia obliga a declarar que los echaba con arte), servían de befa y +de irrisión al enfurecido pueblo. El Gordo en su toro estuvo como casi +siempre, pasando de muleta con maestría y pinchando bastante mal. +Lagartijo toreó el suyo sobre corto y con frescura, y se metió por +derecho a volapié, dando una buena estocada, pero saliendo trompicado. +Muchos aplausos.</p> + +<p>Llegó el cuarto toro, que correspondía de nuevo al Cigarrero. Era un +veragua colorado listón, bragado, ojinegro, abierto de cuerna y de buena +estampa, como casi todos los del duque; un bravo y hermoso animal.</p> + +<p>Merluza le colgó un buen par al cuarteo. El Serranito cogió después los +palos, y en cuanto el público le vió en medio de la plaza, aplaudió.</p> + +<p>—¡Ole tu mare, saleroso!</p> + +<p>Quiso ponerlas cuarteando también, pero se pasó una vez porque el toro +no arrancó. Volvió a<a name="page_149" id="page_149"></a> cuartear y volvió a pasarse por la misma razón. De +nuevo se fué hacia el toro, y otra vez se pasó. Entonces hubo cierto +movimiento de impaciencia en el público. Se oyó un silbido. Esta fué la +perdición del pobre mozo. Herido su amor propio, acometió ciego a la res +y quiso clavarle las banderillas a todo trance. El toro, que no se había +movido, le enganchó por debajo del brazo y lo echó al aire. Sonó un +grito de horror en la plaza. Las cuadrillas enteras se arrojaron sobre +el animal, tratando de llevárselo; pero inútilmente. Inútilmente el +Cigarrero brincaba con heroísmo delante de los cuernos, metiéndole el +trapo por los ojos; inútilmente Lagartijo y el Gordo le echaban también +los capotes exponiéndose a morir. El toro, como si tuviese algún agravio +del infortunado Baldomero, no atendía a nada, y lo recogió otra vez y +otra vez lo tiró al aire. Entonces el Cigarrero, por última inspiración, +soltó la capa, se agarró fuertemente al rabo de la bestia y comenzó a +colearla. Dió tantas vueltas, que al fin cayó mareado. El Gordo la llevó +con la capa lejos. En esto el Serranito se había puesto en pie, sonrió +forzadamente al público, como el gladiador que quiere morir con gracia, +se llevó la mano al pecho y cayó de nuevo, soltando chorros de sangre +por las heridas. Dos monos sabios lo recogieron y lo llevaron a la +enfermería. Otros corrieron en seguida a tapar la sangre con arena.</p> + +<p>El presidente, que debía de estar conmovido y alterado como todos los +espectadores, dió la señal de muerte, sin considerar que al toro no se +le habían<a name="page_150" id="page_150"></a> puesto más que un par de banderillas, y que era peligroso +para el espada que fuese tan entero a la muerte. ¡Aquí fué ella! El +público, que gusta de mostrar buen corazón después que han sucedido las +desgracias, se levantó en masa, volviéndose iracundo contra el +presidente, como si él fuese quien hubiera pegado las cornadas al +Serranito.</p> + +<p>—¡Bárbaro, bárbaro, asesino!</p> + +<p>Agitaban frenéticos los puños y los bastones frente al palco +presidencial, los ojos llameantes, los rostros demudados por la ira. +Nadie respetaba ni se acordaba siquiera de la majestad que estaba á su +lado. Se proferían los dicterios más soeces. Pero el presidente, aunque +estuviese arrepentido, y debía de estarlo, a juzgar por la confusión que +se reflejaba en su semblante, ya no podía revocar la orden. Su dignidad +se lo impedía. Entonces el público se volvió al Cigarrero, que ya había +cogido los trastos, y le gritó:</p> + +<p>—¡No lo mates, no lo mates! ¡Que lo mate ese asesino!</p> + +<p>El Cigarrero encogió los hombros y se dispuso a ir en busca de la res. +En aquel instante un torero que llegaba corriendo le dijo algo al oído, +y el espada se puso terriblemente pálido. El público comprendió que +había malas noticias del Serranito. Quitóse el matador la montera, se +pasó la mano por la frente con abatimiento, se la puso de nuevo y marchó +hacia el toro. Los gritos se apagaron instantáneamente. Reinó un +silencio lúgubre en la plaza.</p> + +<p>—¡Ha matado a su hermano! ¡ha matado a<a name="page_151" id="page_151"></a> su hermano!—se decían los +espectadores al oído.</p> + +<p>Y todos sentían ansiedad inexplicable, una simpatía profunda por el +desgraciado Cigarrero. Este avanzaba con lentitud, el paso vacilante, +hacia el toro. Pero no se detuvo hasta dejar caer el trapo sobre los +mismos cuernos.</p> + +<p>—¡¡Ole!!—rugió la plaza.</p> + +<p>Volvió a reinar el silencio.</p> + +<p>El toro brincó como si hubiera sentido un acicate, y se revolvió al +instante, furioso. El espada le dió un pase de pecho, superior.</p> + +<p>—¡¡Ole!!—rugió de nuevo la plaza.</p> + +<p>Y otra vez se hizo el silencio.</p> + +<p>Siguieron a éste otros pases naturales y en redondo, dados tan en corto +y con tal maestría, que el público quiso volverse loco. Los pies del +matador apenas se movían ni salían de un círculo estrechísimo. Los +cuernos del toro pasaban rozando la chaquetilla del anciano torero sin +hacerle el más ligero daño. Al fin, la fiera, harta de tanto revolverse +y acometer sin fruto, se detuvo jadeante. El toro y el torero se +miraron. Lió éste el trapo tranquilamente, se echó el estoque a la cara +y citó con el pie para recibir. Acudió la bestia, furiosa, y se clavó +ella misma la espada hasta la empuñadura. Hubo un grito reprimido de +entusiasmo en la plaza. El toro quedó un instante inmóvil frente al +torero, lanzó un débil mugido y se dejó caer desplomado sobre los +brazos.</p> + +<p>Nadie puede representarse lo que entonces pasó. Un delirio, un inmenso +ataque de nervios; diez o doce mil energúmenos gritando con toda la +fuerza<a name="page_152" id="page_152"></a> de sus pulmones; una nube de cigarros, petacas y sombreros +volando por el aire y tapizando al instante de negro la blanca arena. +Veinte años hacía que no se había visto en la plaza de Madrid la suerte +de recibir de este modo consumada.</p> + +<p>El Cigarrero dirigió una mirada vaga a los tendidos; se pasó otra vez la +mano por la frente, y dejando caer al suelo la muleta, echó a correr +como un gamo sin atender a los gritos de entusiasmo, a los llamamientos +que de todos lados le hacían. Brincó la barrera y desapareció de la +vista del público.</p> + +<p>Cuando llegó a la enfermería estaban ya allí Enrique y Miguel con el +médico y algunos amigos. El cura acababa de confesar y se disponía a +poner la unción al desdichado Baldomero, que presentaba en el rostro las +señales indefectibles de la muerte. Al entrar su hermano volvió los ojos +hacia él y sonrió con cariño.</p> + +<p>—¿No habrá sío náa, eh?—le preguntó éste con voz alterada y ronca, +queriendo persuadirse de que no era cosa de muerte.</p> + +<p>—Poca cosa, Pepe... que me voy ar otro barrio...</p> + +<p>El cura avanzó en aquel instante con los sagrados óleos. Todos los +circunstantes doblaron la rodilla. Reinó silencio aterrador, que sólo +interrumpía el murmullo del clérigo y el estertor del moribundo. Cuando +aquél concluyó, Baldomero dirigió otra sonrisa a su hermano y le tendió +la mano diciendo con trabajo:</p> + +<p>—Mis chiquitines...</p> + +<p>—Pierde cuidiao, Baldomero—repuso el anciano<a name="page_153" id="page_153"></a> con la voz anudada y +llevándose la mano al corazón—. Tus hijos serán los míos.</p> + +<p>En aquel instante se oyó un gran vocerío en la plaza. Era la plebe, que +saludaba la entrada del quinto toro.</p> + +<p>El Cigarrero se dejó caer sollozando en los brazos de Miguel.</p> + +<p>—¡Qué tristesa, don Miguelito del arma, qué tristesa!</p> + +<p><a name="page_154" id="page_154"></a></p> + +<p><a name="page_155" id="page_155"></a></p> + +<h2><a name="MAXIMINA" id="MAXIMINA"></a>MAXIMINA<br /><br /> +<small>EL PRIMER HIJO</small></h2> + +<div class="blockquot"><p>Miguel Rivera, hijo del brigadier Rivera, después de fallecido éste +se había ido a vivir con su madrastra por amor de su hermanita +Julia. Joven, bien parecido y con una fortuna que le hacía +independiente se entregó a devaneos y amoríos propios de la +juventud. Tomó parte en los preparativos de la revolución de 1868. +Se hizo periodista y dirigió el diario titulado <i>La Independencia</i>, +órgano del general conde de Ríos. Para que este periódico pudiese +continuar publicándose puso su firma irreflexivamente como fiador +en un préstamo de treinta mil duros. Habiendo ido un verano a +Pasajes en seguimiento de una mujer casada conoció allí a Maximina, +una pobrecita huérfana recogida de caridad por su tía, estanquera y +huéspeda de Miguel por aquellos días. Se enamoró de ella y después +de muchas vacilaciones se casó al fin. En este capítulo se describe +el nacimiento de su primer hijo y la forma en que fué turbada su +alegría por la visita del prestamista.</p></div> + +<p class="nind"><span class="lettre">A</span><small>CAECIÓ</small> +que, paseando entre calles cierta noche límpida y fría del mes +de Febrero, Maximina dijo a su esposo:</p> + +<p>—Me siento muy fatigada. ¿Quieres que nos volvamos a casa?</p> + +<p>—¿Es fatiga solamente?—preguntó él mirándola con interés.—¿No te +sientes mal?</p> + +<p>—Un poquito—respondió la niña apoyándose con más fuerza en su brazo.<a name="page_156" id="page_156"></a></p> + +<p>—Voy a llamar un coche.</p> + +<p>—No, no; puedo caminar perfectamente.</p> + +<p>A pesar de sus buenos deseos, Maximina fué caminando cada vez con mayor +dificultad. Observándolo su marido, se detuvo de pronto:</p> + +<p>—¡Estás pálida!</p> + +<p>—Me duele algo el estómago y me encuentro débil.</p> + +<p>Miguel reflexionó un instante y dijo apretándole la mano:</p> + +<p>—Ya sé lo que tienes. Voy a llamar un coche.</p> + +<p>La niña bajó la cabeza avergonzada como si le imputasen un delito.</p> + +<p>En el primer simón que cruzó vacío, se restituyeron a casa. En cuanto +estuvieron en ella, Miguel adoptó el continente de general en vísperas +de una gran batalla. Comenzó a dictar a las criadas, en voz baja, +órdenes breves y perentorias. Al poco rato no se oían sino pasos +precipitados, cuchicheos: veíanse cruzar mujeres con ropas de cama entre +las manos, platos, frascos y otros enseres. Llamaron suavemente a la +puerta: eran la portera y su madre que celebraron, con las domésticas en +el recibimiento, largo y agitado concilio, hablando en voz de falsete. +Miguel presidió en silencio y con gravedad al arreglo del gran lecho +nupcial mientras Maximina, sentada en una de las butacas del gabinete, +los seguía con la vista, pálido el semblante y demudado.</p> + +<p>—¿Qué sábanas ponemos?</p> + +<p>—Toma las llaves, saca las que quieras.</p> + +<p>—¿Las mejores dónde están?<a name="page_157" id="page_157"></a></p> + +<p>—En el estante de arriba.</p> + +<p>—Pondremos la colcha de damasco.</p> + +<p>—¡Se va a estropear!</p> + +<p>—No importa; es la mejor ocasión para echarla a perder.</p> + +<p>—¡Cómo te molestas por mi causa, Miguel!</p> + +<p>—¿Por tu causa?—exclamó entre sorprendido y enfadado.—¡Pues estaría +gracioso que no me molestase por mi mujer en ocasión semejante!</p> + +<p>La niña le pagó con una sonrisa amorosa.</p> + +<p>La cama quedó muy pronto hecha. Juana la contempló entusiasmada.</p> + +<p>—¡Señorito, parece un altar! ¿La de la reina, será mejor?</p> + +<p>—Ya no hay reina, mujer. Hágame el favor de no estar así hecha un +poste. Traiga usted la cocinilla y póngala sobre la mesa de noche... +¡Pronto, pronto! Y las otras chicas, ¿qué hacen en la cocina metidas?</p> + +<p>—Las dos se han ido a recados.</p> + +<p>—¿Qué, no han venido todavía?</p> + +<p>—¡Pero, señorito, si acaban de salir!</p> + +<p>—Vamos, déjeme usted de historias y vaya por la cocinilla.</p> + +<p>Juana marchó toda sofocada. El señorito había cambiado repentinamente de +genio: estaba como loco: iba y venía por la casa a grandes trancos: +mandaba en un momento más cosas que antes en un mes, y se irritaba por +todo lo que le decían. De vez en cuando se acercaba a su esposa, la +acariciaba con la mano y le preguntaba lleno de ansiedad:<a name="page_158" id="page_158"></a></p> + +<p>—¿Qué tal estás?</p> + +<p>Más de cien veces había ido a la puerta y había pegado a ella el oído, +pero nadie llegaba. Desesperado, emprendía de nuevo sus paseos agitados. +Al fin creyó percibir pasos en la escalera... ¡Si sería!... Nada; el +portero que subía con un telegrama para el piso tercero. ¡Malos diablos +le lleven! Otra vez a esperar, ¡qué fatiga! ¿Dónde se habría parado esa +maldita Plácida? De seguro que la estaba esperando el sargentito de +ingenieros. ¡Qué poca humanidad tienen estas criadas! En cuanto pase el +trance, la planto en la calle. Mejor me hubiera sido mandar a Juana, que +al fin no tiene novio.</p> + +<p>—¿Te sientes peor, Maximina? Un poco de te no te vendría mal... Voy yo +mismo a hacerlo... ¡Valor!</p> + +<p>—Lo necesitas tú más que yo, pobrecillo—dijo la niña sonriendo.</p> + +<p>Al cruzar por el pasillo sonó el timbre de la puerta.</p> + +<p>—¡Por fin!...</p> + +<p>Otra decepción. Era la Condesa de Losilla que venía a ofrecerse “para +todo”. Las niñas no bajaban, por razones fáciles de adivinar.</p> + +<p>—Pero, Rivera, ¿cómo está usted tan pálido?</p> + +<p>—Señora, la cosa no es para menos—respondió él mohino.</p> + +<p>—¿Por qué, hijo mío?—dijo ella reprimiendo la risa.—Si la cosa no +viene complicada, como es de esperar, no hay nada más natural y +sencillo.<a name="page_159" id="page_159"></a></p> + +<p>Miguel, a su vez, hizo esfuerzos por reprimir la indignación. ¡Natural +que yo tenga un hijo! ¡Qué estúpida es la aristocracia!</p> + +<p>Maximina recibió aquella visita con agradecimiento, pero avergonzada. La +condesa empezó a maniobrar en la casa, como consumada estratégica, +ordenándolo todo con calma y acierto. Desde este punto, Miguel quedó +enteramente oscurecido. Las criadas ya no hicieron caso alguno de él, y +se vió necesitado a vagar como alma en pena por los corredores. Una vez +que atajó a Juana para advertirle que no llevase la tila en un vaso, +sino en taza, le contestó que la dejase en paz, que él nada entendía de +aquellas cosas. Y fué preciso aguantar.</p> + +<p>Al cabo ¡loado sea Dios! llegó la partera. Miguel la siguió más muerto +que vivo al gabinete; pero la Condesa le dió con la puerta en los +hocicos. Pronto volvió a abrirse, y en la sonrisa de todos comprendió +que el asunto no iba mal.</p> + +<p>—Señorito, viene derecho—dijo la comadre.</p> + +<p>—¿De modo que no hace falta llamar al médico?</p> + +<p>—Para nada, gracias a Dios; yo respondo.</p> + +<p>Quedó tranquilo, como si una divinidad se lo prometiese. Pero a los diez +minutos perdió repentinamente la fe. Aquella mujer podía engañarle o +engañarse; ¡quién se fiaba de una bruja de éstas! Acercóse +cautelosamente al gabinete, y dijo, metiendo la cabeza por la puerta:</p> + +<p>—A mí me parece que bien podría llamarse al médico... por precaución +nada más—añadió tímidamente.<a name="page_160" id="page_160"></a></p> + +<p>—Como usted quiera, señorito—respondió secamente y con gesto desabrido +la comadre.</p> + +<p>—¡Rivera, por Dios! ¿No le ha oído usted decir que ella +respondía?—manifestó la Condesa.</p> + +<p>—Bien, bien; si ella responde...—contestó avergonzado. Y luego +preguntó afectando sangre fría:</p> + +<p>—¿Para qué hora estará el asunto despachado?</p> + +<p>Las mujeres todas soltaron una carcajada. La partera le respondió en +tono condescendiente:</p> + +<p>—Señorito, no se apure. Será cuando Dios quiera y con toda felicidad.</p> + +<p>Tornó a vagar como una sombra por los pasillos, no poco desabrido e +inquieto. El resultado era que todo el mundo le encontraba ridículo en +aquella ocasión, que se reían de él en sus mismas barbas. Y, sin +embargo, no acababa de persuadirse a que debía fiar su felicidad y su +vida entera a una mujerzuela ignorante. De buena gana hubiera llamado a +cónclave a todos los médicos eminentes de la corte. “A la menor +complicación que haya, la ahogo entre mis manos”, se dijo con rabia. Y +con esta promesa consoladora se quedó algo más sosegado.</p> + +<p>Al poco rato llegó su madrastra, y acto continuo comenzó a dar +disposiciones. Vino en seguida la señora del tercero, esposa de un +empleado del Tribunal de la Rota, y en pos de ella una criada cargando +con un enorme cuadro que representaba a San Ramón Nonnato, el cual se +colocó en el gabinete con dos cirios encendidos a los lados. También +esta señora se puso a dar disposiciones en cuanto llegó. En fin, allí +todo el mundo tenía derecho a dar órdenes menos el amo de la casa, al +cual todas<a name="page_161" id="page_161"></a> aquellas señoras y hasta las criadas se complacían en +manifestar un profundo cuanto injustificado desprecio. “Porque al fin y +al cabo—como él decía muy bien, paseándose con las manos en los +bolsillos, el semblante fosco y desencajado,—yo soy el marido, y soy +además el... o lo seré, que es lo mismo”.</p> + +<p>No abría la boca el pobre que no fuese para decir un disparate, digno +cuando menos de una sonrisa desdeñosa. Una vez, viendo a su mujer en +pie, apoyada en Juana y la comadre, se le ocurrió manifestar que estaría +mejor acostada en la cama. El sexo femenino compacto fulminó contra él +una terrible mirada, que no sabemos cómo no le redujo a cenizas. La +brigadiera, procurando reprimirse y suavizando la voz, le dijo:</p> + +<p>—Mira, Miguel, aquí nos estás estorbando. Te suplico que nos dejes y ya +te avisaremos a su tiempo.</p> + +<p>Obedeció a su pesar. Al tiempo de salir vió en los ojos de su esposa una +expresión tan afectuosa y triste, que estuvo a dos dedos de abrir de +nuevo la puerta y decir: “Ea, señoras, yo soy el amo, ésta es mi mujer y +ustedes se van por donde han venido”. Pero reflexionó que el altercado +ocasionaría un disgusto a Maximina, y devoró su enojo.</p> + +<p>Condenado ya definitivamente al ostracismo de los pasillos, discurrió +por ellos buen rato, prestando oído a los rumores del gabinete. Ansiaba +oir la voz de su mujer, aunque fuese para quejarse; pero nada: se oían +las de todas menos la de ella.<a name="page_162" id="page_162"></a></p> + +<p>—¿Cómo va?—preguntó a la Condesa, que cruzaba para la cocina.</p> + +<p>—Bien, bien; no se preocupe usted.</p> + +<p>Trascurrida una hora y rendido a tanto paseo, fué al salón y se dejó +caer en un sofá. Estuvo algún tiempo sentado con los ojos muy abiertos, +tratando de vencer al sueño que a despecho suyo se le iba apoderando. +Pero al cabo fué vencido; extendió las piernas, colocó la cabeza +cómodamente, dió un bostezo de a cuarta, y quedó hecho un tronco.</p> + +<p>Era ya día claro, cuando tres o cuatro mujeres invadieron +precipitadamente la sala dando gritos.</p> + +<p>—¡D. Miguel!...—¡Rivera!—¡Señorito!</p> + +<p>—¿Qué pasa?—exclamó despertándose sobresaltado.</p> + +<p>—¡Que ya tiene usted un niño! Venga usted.</p> + +<p>Y le arrastraron a la alcoba, donde vió a su esposa sentada aún en una +butaca, el semblante pálido, pero inundado de una dicha celeste. También +vió allá en un rincón a Juana con una cosa entre las manos que chillaba +horrorosamente. Mas apartó al instante la vista de ella para dirigirse a +su esposa, a quien besó con efusión.</p> + +<p>—¿Has sufrido mucho?</p> + +<p>—Muy poco.</p> + +<p>—No haga usted caso—interrumpió la Condesa:—ha pasado bastante la +pobrecilla.</p> + +<p>Miguel salió del cuarto con el corazón en la garganta.</p> + +<p>Cuando se vió solo rompió a llorar como un niño.</p> + +<p>—¡Pobrecilla—murmuró:—Ella padeciendo dolores increíbles sin exhalar +una queja, y yo durmiendo<a name="page_163" id="page_163"></a> aquí como un bruto! No me perdonaré en mi +vida este acto de egoísmo... ¡La culpa la tienen esas mujeres—añadió +con exaltación,—esas entremetidas que me echaron del cuarto!</p> + +<p>Pronto se calmó de su remordimiento para dar lugar a las mil gratas +emociones de la paternidad. Quiso entrar otra vez, pero las mujeres +¡siempre las mujeres! se opusieron a ello en tanto que el niño no +estuviese lavado y enrollado y la señora librada y en la cama. Cuando +todo esto se hubo efectuado, pasó a la alcoba. Su esposa estaba más +linda que nunca en el lecho, con una cofia de encaje adornada con cintas +azules y descubriendo los pliegues de una primorosa camisa. Sentóse a la +cabecera, y ambos se contemplaron embelesados. Con pretexto de tomarle +el pulso, le apretó la mano larga y tiernamente. La brigadiera le +presentó un paquete de ropa diciéndole:</p> + +<p>—Ahí tienes a tu hijo.</p> + +<p>Miguel cogió el paquete y lo elevó a la altura de los ojos. Y vió una +carita redonda y amoratada sin narices, los ojos cerrados y la frente +deprimida, de cuya boca relativamente enorme salían unos chillidos nada +melódicos.</p> + +<p>—¡Qué feo es!—dijo en voz alta.</p> + +<p>Un grito de indignación se escapó de todos los pechos, incluso del de su +esposa.</p> + +<p>—¡Qué atrocidad, Rivera! ¿Cómo dice usted esas cosas?—¿De dónde saca +usted que es feo, señorito?—¡Si precisamente es uno de los niños más +hermosos que he visto, Rivera!—¿Quiere usted que ahora tenga las +facciones perfectas?<a name="page_164" id="page_164"></a></p> + +<p>—¡Quita; quita!—dijo la brigadiera arrebatándoselo de las +manos.—¡Vaya unas flores que le echas al pobrecillo!</p> + +<p>—Quisiera yo ver cómo era usted a las dos horas de haber nacido, +señorito—dijo Juana.</p> + +<p>Miguel, sin enfadarse por aquella falta de respeto, contestó:</p> + +<p>—Hermosísimo.</p> + +<p>—¡Hombre, cómo se ha echado usted a perder!—exclamó la de Losilla +riendo.</p> + +<p>—No tanto, señora, no tanto: seguro estoy de que mi mujer encuentra +gratuita esa afirmación.</p> + +<p>—Nada de eso—dijo la niña, haciendo una mueca de enfado.</p> + +<p>—¡Maximina!</p> + +<p>—¿Por qué le has llamado feo?</p> + +<p>—Vaya, veo que aquí hay un caballero que me ha desbancado.</p> + +<p>En tanto, el paquete andaba de mano en mano, no sin que protestase con +chillidos cada vez más enérgicos de aquel importuno trasiego. Pero esta +desesperación aciaga era precisamente lo que constituía las delicias de +aquellas buenas mujeres; se morían de risa contemplando aquella boca +abierta que dejaba ver las fauces, y aquel expresivo y rabioso manoteo +preñado de amenazas.</p> + +<p>—¡Anda, anda, qué pulmones tienes, chico!—Así me gusta, ensánchate, +hombre, ensánchate.—¡Vaya un genio que gastas, criatura! ¡Qué mono se +pone llorando!</p> + +<p>La verdad es que estaba horrible.<a name="page_165" id="page_165"></a></p> + +<p>—¡Ay, que se queda, señora! ¡Ay, que se queda! gritó Plácida.</p> + +<p>Todas acudieron asustadas.</p> + +<p>—¿Cómo? ¿Dónde se queda?—preguntó Miguel dando un salto en la silla.</p> + +<p>—En lloro, señorito.</p> + +<p>El niño, la faz contraída y la boca abierta, guardaba silencio. La +Condesa lo sacudió con todas sus fuerzas a pique de matarlo. Al fin dejó +escapar un grito más rabioso que los demás, y todas respiraron con +satisfacción.</p> + +<p>—Vaya, hay que darle de mamar a este tunante; si no, se nos va a +enfadar.</p> + +<p>—¿Cómo se pondrá este chico para enfadarse?—pensó Miguel.</p> + +<p>Metiéronle en el lecho y le pusieron en la boca el pezón maternal; pero +se negó a tomarlo, no sabemos bajo que pretexto. Las mujeres encontraron +aquella conducta inconveniente. Maximina le miraba con ojos severos, +haciéndole interiormente cargos durísimos. La Condesa pidió agua con +azucarillo y untó con ella el pezón. Entonces el chico, seducido por +aquella atención delicada, no vaciló en acceder a los deseos de las +señoras y comenzó a chupar la teta con poca expedición, como aprendiz al +fin en el oficio.</p> + +<p>—¿Han visto ustedes qué picarón?</p> + +<p>—¡Ave María, si parece mentira que tenga ya tanta malicia!</p> + +<p>—¡Cosa como ésta nunca se ha visto, mujer!</p> + +<p>—Es un pillo de playa.</p> + +<p>Después de haber mamado, el chico se propuso<a name="page_166" id="page_166"></a> hacer cuanto estuviese de +su parte por confirmar esta favorable opinión que de su ingenio habían +formado. Al efecto, abrió un si es no es el ojo derecho, y volvió acto +continuo a cerrarlo, con gran asombro y regocijo de los presentes. +Después, habiendo tropezado casualmente con su propia mano, comenzó a +dar feroces chupetones en ella. No contento con esta gallarda muestra de +talento, lo probó aún más cumplidamente cuando Plácida le puso su lengua +en la boca. En un principio la chupó con afán; pero advertido muy pronto +de la burla que se le hacía, se enfureció de un modo terrible y dejó +entender con bastante claridad que siempre que se tratase de ajar su +dignidad, le verían protestar en iguales o parecidos términos.</p> + +<p>Vuelto de nuevo a su cama, se durmió al instante como un obispo (el +símil es de Juana) mientras su madre levantaba de vez en cuando el +embozo de la cama para contemplarle con tanta ternura como infantil +curiosidad. Habiéndose acercado Miguel al lecho con poco cuidado, su +esposa pensó al parecer que iba a lastimar al chico.</p> + +<p>—¡Quita, quita!—gritó con acento colérico.</p> + +<p>Y le dirigió una mirada tan iracunda, que el joven quedó estupefacto, +pues no podía imaginarse que ojos tan dulces fuesen capaces de lanzarla. +En vez de enfadarse, se echó a reir como un loco. Maximina, avergonzada, +sonrió, y su faz inocente volvió a adquirir el amable sosiego que la +caracterizaba.</p> + +<p>Por desgracia, aquel sosiego fué turbado inopinadamente al poco rato. +Sucedió que, habiéndose<a name="page_167" id="page_167"></a> despertado el obispo, hubo en el consejo +femenino ciertas sospechas de que su ilustrísima no andaba muy limpio en +toda su persona, y se decretó inmediatamente una inspección ocular. La +Condesa lo colocó sobre el regazo, lo despojó de sus vestiduras, y en +efecto, así era como lo habían pensado. Pidió acto contínuo agua +caliente y una esponja. Trajeron además frescos pañales, y con mucho +donaire y no pequeña satisfacción, dió comienzo al arreo del infante. +Pero hete aquí que la brigadiera, que ya estaba celosa de ella desde +hacía tiempo y había declarado solemnemente, aunque por lo bajo, a las +criadas “que aquella buena señora era una fastidiosa entremetida”, +manifestó ahora en tono algo desabrido que la faja no debía ir tan +prieta como la Condesa la ponía.</p> + +<p>—Déjeme usted, Angela, déjeme usted, que bien se lo que me hago—dijo +ésta con cierto dejo de suficiencia continuando su tarea.</p> + +<p>—¡Pero si esa criatura no puede resollar, Condesa!</p> + +<p>—Necesitan estar así los primeros días para que no salgan torcidos.</p> + +<p>—Si antes los asfixia usted, ni torcidos ni derechos.</p> + +<p>—No necesito que me enseñe nadie a enrollar niños. He tenido seis +hijos, y, gracias a Dios, todos están en el mundo, vivos y sanos.</p> + +<p>—Pues yo no he tenido más que una hija, pero no hubiera consentido +nunca que la enrollaran de ese modo.<a name="page_168" id="page_168"></a></p> + +<p>—Pues yo le digo que no admito lecciones de usted, ni en esto, ni en +nada...</p> + +<p>Las palabras que se habían cruzado eran ya sobrado ásperas, y la actitud +airada en que ambas señoras se encontraban hacía presumir que pronto lo +serían mucho más. Los que asistían á la escena se habían puestos serios. +Maximina, asustada, hacía pucheros para llorar. Entonces Miguel, +irritado por aquel proceder, intervino diciendo suavemente, pero con +firmeza:</p> + +<p>—Señoras, tengan ustedes consideración con esta pobre muchacha, que +ahora necesita tranquilidad y descanso.</p> + +<p>La de Losilla levantóse con altivez, entregó el niño a una criada y +salió de la estancia sin despedirse. A pesar de sus ruegos, Miguel, que +la siguió, nunca pudo lograr que volviese: antes, su enojo fué creciendo +a medida que se acercaba a la puerta, y allí le dijo un adiós muy seco, +subiendo a su casa con ánimo, al parecer, de no bajar otra vez.</p> + +<p>—¡Esta mamá siempre ha de ser la misma! ¡Qué genio tan +remaldito!—exclamó al quedarse solo.</p> + +<p>Pero tal disgusto se le borró pronto de la mente, porque las +circunstancias felices y excepcionales en que se hallaba eran a +propósito para ello.</p> + +<p>Estaba de Dios, sin embargo, que en la copa de su felicidad habían de +caer algunas gotas de hiel. Por la noche, cuando, fatigado ya del trajín +del día, se disponía a retirarse dejando a Plácida que velase a su +esposa, se oyó el toque importuno de la campanilla de la puerta.<a name="page_169" id="page_169"></a></p> + +<p>—Señorito, hay ahí un caballero que desea hablar con usted.</p> + +<p>—¡Vaya una visita impertinente! ¿Le ha introducido en el despacho?</p> + +<p>—Sí, señorito.</p> + +<p>Nuestro nuevo papá se fué hacia allá arrastrando perezosamente los pies, +muy resuelto a que la visita no se prolongase largo rato. Pero al entrar +en su despacho quedó sorprendido no muy agradablemente el encontrarse +con Eguiburu “el caballo blanco” de <i>La Independencia</i>. Las relaciones +que con este señor mantenía estaban muy lejos de ser íntimas. Después +que había dado su firma en garantía de los treinta mil duros gastados en +el periódico, no había vuelto a verle sino otras dos veces, para tomar +de su mano dos cantidades que sumaban doce mil, los cuales no se habían +gastado todos en el periódico, sino que habían servido también para +socorrer a los emigrados. Llamóle, pues, la atención aquella +intempestiva venida y aun le puso inquieto y receloso.</p> + +<p>Era Eguiburu un hombre alto, flaco, de cara pálida y rugosa, ojos azules +y pequeños, cabello rubio, bastante ralo, y muy desgarbado de toda su +persona. El traje que llevaba, compuesto de unos calzones anchos de paño +negro, chaleco largo y un enorme gabán pardo que le bajaba casi hasta +los pies, no ayudaba a prestarle la gallardía de que tan necesitado +estaba.</p> + +<p>Saludóle Miguel cortés y gravemente, preguntándole a qué debía el +honor...</p> + +<p>—Señor de Rivera—dijo sentándose sin ceremonia,<a name="page_170" id="page_170"></a> pues Miguel, a causa +tal vez de la sorpresa, no le había invitado a hacerlo.—Es el caso que +hace ya algunos meses que son ustedes poder...</p> + +<p>—Alto, mi amigo; no hay en España un hombre más desprovisto de poder +que yo... Ni siquiera soy subsecretario.</p> + +<p>—Bien, quien dice usted dice sus amigos. Todos ocupan hoy grandes +destinos: el Conde de Ríos embajador; el Sr. Mendoza acaba de ser +elegido diputado...</p> + +<p>—¿Y quiere usted compararme a mí, insignificante pigmeo, con el Conde +de Ríos y con Mendoza, dos estrellas de primera magnitud en la política +española?</p> + +<p>—Pues mire usted, Sr. de Rivera, valga la verdad, la otra noche en el +café de Levante no hablaban muy bien del Sr. Mendoza sus amigos.</p> + +<p>—¿Qué decían?</p> + +<p>—Decían, con perdón de usted, que era un alcornoque.</p> + +<p>—Son calumnias de los envidiosos. No lo dude usted, amigo Eguiburu, de +esa madera se hacen los hombres de Estado.</p> + +<p>—Yo me alegro mucho de que así sea, señor. Pero es el caso, como decía, +que a pesar de su talento y de las posiciones que ocupan, ni el Sr. +Conde ni Mendoza se acuerdan de indemnizarme del dinero que hace tiempo +vengo gastando.</p> + +<p>—¿Ha hablado usted con ellos?</p> + +<p>—Les he escrito una carta a cada uno. Mendoza no me ha contestado. El +Sr. Conde, al cabo de bastantes días, me dice en carta que aquí traigo +y<a name="page_171" id="page_171"></a> usted puede ver, “que las gravísimas atenciones políticas que sobre +él pesan no le consienten ocuparse por ahora de estos asuntos, los +cuales hace tiempo que tiene encomendados a su antiguo secretario +particular el Sr. Mendoza y Pimentel”. Yo, a la verdad, como usted +comprenderá muy bien, no tengo necesidad de andar mendigando de puerta +en puerta lo que es mío. Así que, sin más dilaciones, me he venido a su +casa de usted.</p> + +<p>—¿Por qué no ha ido usted antes a la de Mendoza?</p> + +<p>Eguiburu bajó la cabeza y empezó a dar vueltas al sombrero. Al mismo +tiempo sonrió como pudiera hacerlo una estatua de mármol, si le diesen +facultad para ello.</p> + +<p>—El Sr. de Mendoza me parece que tiene poca carne para mis uñas.</p> + +<p>Al escuchar aquellas palabras y ver la sonrisa que las había acompañado, +Miguel sintió cierto frío por la espalda y guardó silencio. Al cabo de +algunos momentos levantó la cabeza y dijo en tono resuelto:</p> + +<p>—En suma, viene usted a reclamarme los treinta mil duros, ¿no es eso?</p> + +<p>—Lo siento en el alma, Sr. de Rivera... Crea usted que lo siento de +veras... porque al fin y al cabo, usted no se los ha comido.</p> + +<p>—Muchas gracias: posee usted un corazón sensible, y le felicito por +ello. La desgracia está en que yo no pueda corresponder a esa delicadeza +de sentimientos, entregándole en el acto los treinta mil duros.<a name="page_172" id="page_172"></a></p> + +<p>—Bien, ya me los entregará usted.</p> + +<p>—¿Tiene usted seguridad de ello?</p> + +<p>Eguiburu levantó la cabeza y clavó sus ojos azules y pequeñuelos en los +de Miguel, que le miraba de un modo frío y hostil.</p> + +<p>—Sí, señor—contestó.</p> + +<p>—Pues también le felicito; yo que usted no la tendría.</p> + +<p>—¿No se hace usted cargo, Sr. de Rivera—dijo el banquero con +amabilidad exagerada para paliar el mal efecto que iban a producir sus +palabras,—que tengo aquí un papel en toda regla firmado por usted?</p> + +<p>Y se llevó la mano al bolsillo del gabán al decir esto.</p> + +<p>Miguel guardó silencio otra vez. Pasados algunos instantes, dijo con voz +donde se traslucía una cólera reprimida a duras penas:</p> + +<p>—¿Es decir, Sr. Eguiburu, que pretende usted nada menos que arruinarme +por una deuda que le consta a usted que yo no he contraído?</p> + +<p>—Yo no pretendo más que cobrar mi dinero.</p> + +<p>—Está bien—dijo sordamente.—Mañana escribiré al conde de Ríos, y veré +también a Mendoza. Quiero saber si el Conde es capaz de dejarme en la +estacada... Si así fuese, ya veremos lo que se ha de hacer.</p> + +<p>Después de estas palabras, hubo un rato de silencio embarazoso.</p> + +<p>Eguiburu daba vueltas al sombrero, observando de reojo a Miguel, que +tenía la vista clavada en el suelo, y cuyos labios se movían con un +imperceptible<a name="page_173" id="page_173"></a> temblor, que no pasaba inadvertido para el banquero.</p> + +<p>—Hay un medio, Sr. de Rivera—dijo tímidamente,—de que usted salga del +compromiso en que se ve, y tenga tiempo para exigir del Conde y los +demás amigos que cumplan como es debido... Si usted me garantiza el +dinero que he soltado después para el periódico, no tengo inconveniente +en esperarle... Me duele poner la pistola al pecho a una persona tan +apreciable como usted...</p> + +<p>Miguel siguió inmóvil, con la vista en el suelo, en actitud reflexiva; +levantándose después repentinamente, dijo:</p> + +<p>—Bien, ya veremos cómo se arregla este negocio. Por de pronto, mañana +hablaré con Mendoza. De lo que resulte de esta entrevista y de la carta +que escriba al Conde, le avisaré inmediatamente.</p> + +<p>Eguiburu también se levantó y alargó la mano con exquisita amabilidad a +Rivera, para despedirse. Este se la estrechó, y mirándole con fijeza, +mientras asomaba a sus labios una sonrisa burlona, le dijo:</p> + +<p>—¿Tiene usted mucho cariño a esos treinta mil duros?</p> + +<p>—¿Por qué me pregunta usted eso?</p> + +<p>—Porque sentiría que usted se hubiese encariñado demasiado estando en +vísperas de separarse para siempre de ellos.</p> + +<p>—Explíquese usted—dijo el banquero poniéndose serio.</p> + +<p>—Nada, hombre, que si usted no se los saca al Conde de Ríos, lo que es +a mí...<a name="page_174" id="page_174"></a></p> + +<p>—¿Cómo? ¿Qué dice usted?</p> + +<p>—Que yo no se los podré pagar jamás, porque tengo hipotecadas las dos +casas que constituyen mi fortuna.</p> + +<p>Eguiburu se puso horriblemente pálido.</p> + +<p>—Usted no podía hipotecarlas porque tenía firmada una obligación. La +hipoteca es nula.</p> + +<p>—Las tenía hipotecadas mucho antes de firmarla.</p> + +<p>El banquero se pasó la mano por la frente con abatimiento. Levantándola +después vivamente y clavando en Rivera una mirada fulgurante, profirió +tartamudeando:</p> + +<p>—Eso es... una picardía... Le llevaré a los tribunales por estafador.</p> + +<p>Miguel soltó una carcajada, y poniéndole familiarmente la mano en el +hombro, le dijo:</p> + +<p>—¡Buen susto ha recibido usted! ¿No es verdad, amigo? Quedo un poco +indemnizado del que usted acaba de darme.</p> + +<p>—¿Pero qué mil rayos significa?...</p> + +<p>—Que se serene usted; las casas no están hipotecadas. Tendrá usted el +gusto de arruinarme el día menos pensado—repuso el joven con amarga +ironía.</p> + +<p>En el semblante de Eguiburu quiso aparecer un amago de sonrisa, pero se +borró súbitamente.</p> + +<p>—¿Habla usted formalmente?</p> + +<p>—Sí, hombre, sí; no tenga usted cuidado alguno.</p> + +<p>Entonces la sonrisa que había huído, apareció de nuevo insinuante y +benévola en los labios del banquero.<a name="page_175" id="page_175"></a></p> + +<p>—¡Qué bromista es usted, Sr. de Rivera! Nadie puede saber cuándo habla +de veras o de burla.</p> + +<p>—Pues entonces hace usted mal en quedarse ahora tranquilo.</p> + +<p>Tornó a ponerse serio Eguiburu.</p> + +<p>—No, yo no puedo creer que usted se burle de cosas tan...</p> + +<p>—Tan sagradas, ¿verdad?</p> + +<p>—Eso es, sagradas.</p> + +<p>—Sin embargo, confiese usted que no las tiene todas consigo.</p> + +<p>—De ningún modo; usted es una persona de talento... y todo un caballero +además.</p> + +<p>—Vamos, no me adule usted, que no hay necesidad.</p> + +<p>Iban caminando hacia la puerta. Eguiburu experimentaba una inquietud que +en vano quería ocultar. Dió la mano tres o cuatro veces más a Miguel, +cambió de fisonomía y actitud más de veinte; y cuando aquél le mandó +ponerse el sombrero, lo colocó torcido y erizado sobre el cogote. Quiso +cambiar de conversación para demostrar que estaba plenamente seguro de +la honradez del fiador; le preguntó con mucho interés por su esposa y el +niño, enterándose de los pormenores del alumbramiento. No obstante, +cuando ya estaba en la escalera y Miguel a punto de cerrar la puerta, +preguntóle en tono indiferente y jovial, donde se traslucía viva +ansiedad:</p> + +<p>—Aquello pura broma, ¿verdad, Rivera?</p> + +<p>—Vaya usted tranquilo, hombre—contestó éste riendo.<a name="page_176" id="page_176"></a></p> + +<p>Pero al quedarse solo aquella sonrisa se extinguió. Permaneció un +momento con los dedos en el pestillo: después fué con paso lento otra +vez al despacho, se sentó frente a la mesa y apoyó el rostro sobre una +mano cubriéndose los ojos. Así estuvo largo rato meditando. Cuando se +levantó los tenía hinchados y rojos, como después de haber dormido +mucho. Pasó a la habitación de su esposa. Al atravesar el pasillo sintió +un poco de frío.</p> + +<p>Estaba todavía despierta. Al lado de la cama se había puesto un catre +para Plácida.</p> + +<p>—¿Quién era esa visita?—le preguntó.</p> + +<p>—Nada, un señor que viene a hablarme de asuntos del periódico.</p> + +<p>Algo extraño debía de haber en el metal de la voz de Miguel al dar esta +sencilla contestación, cuando su mujer se le quedó mirando con +inquietud. Para librarse de este examen, dijo en seguida:</p> + +<p>—¡Qué cansado estoy! ¡Tengo sueño!</p> + +<p>La besó en la frente, alzó el embozo de la cama, contempló un momento a +su hijo dormido y rozó con los labios su cabecita. Volvió a besar a su +esposa y salió de la estancia. Cuando se metió en la cama tiritaba y +sentía, no obstante, calor en las mejillas.</p> + +<p>Largo rato estuvo en el lecho con los ojos muy abiertos y la luz +encendida. Un enjambre de pensamientos tristes cruzó por su mente; mil +recelos y temores le asaltaron. Como todos los hombres de imaginación +viva, se puso de un brinco en lo peor. Se vió arruinado, teniendo que +descender él y su<a name="page_177" id="page_177"></a> esposa de la categoría social en que se hallaban +colocados. Se acordó también de su hijo.</p> + +<p>—¡Pobre hijo mío!—exclamó.</p> + +<p>Y estuvo a punto de sollozar. Pero hizo un esfuerzo viril sobre sí mismo +diciéndose:</p> + +<p>—No; llorar por perder dinero no lo hacen sino los mentecatos y los +avaros. El que posee una esposa como la mía, y ésta le acaba de dar un +hijo, no tiene derecho a pedir más a Dios. Soy joven, tengo salud. En +último resultado, trabajaré para ellos.</p> + +<p>Al murmurar estas palabras dió un soplo violento a la luz y tuvo energía +bastante para tranquilizarse, quedando dormido al poco rato.</p> + +<p><a name="page_178" id="page_178"></a></p> + +<p><a name="page_179" id="page_179"></a></p> + +<h2><a name="LOS_MAJOS_DE_CADIZ" id="LOS_MAJOS_DE_CADIZ"></a>LOS MAJOS DE CÁDIZ</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">C</span><small>ONSIDERO</small> esta novela, desde el punto de vista técnico, como la menos +imperfecta de las que han salido de mi pluma. Quiero decir que, por la +intensidad de la fábula, por sus proporciones armoniosas y por el marco +original en que la he enclavado, me parece superior a las otras.</p> + +<p>¿Cuál es la razón de que no se haya popularizado tanto como alguna de +ellas? Quizá se deba a que por encima de todos los tecnicismos en el +arte de novelar se encuentran la invención más o menos feliz y el mayor +o menor interés que despiertan los caracteres.</p> + +<p>Sin embargo, hay otra aún que me parece igualmente aceptable. Las +novelas que se publican en el mundo, son leídas casi en totalidad por +personas que pertenecen a la que hemos dado en llamar clase media. El +mundo aristocrático es muy exiguo comparado con éste y en cuanto a las +clases trabajadoras se puede afirmar que en España viven alejadas de la +literatura, a lo menos en sus formas<a name="page_180" id="page_180"></a> elevadas. Ahora bien, lo que +interesa realmente a la clase media es la clase media. Son sus amores, +sus ambiciones, sus tristezas y alegrías, sus ideales, lo que quiere ver +reproducido en el arte, y con ello se recrea. El mundo aristocrático y +el plebeyo son para ella tan sólo objeto de curiosidad efímera. El +hombre no se siente conmovido, sino por lo que le toca de cerca. +Digámoslo en términos crudos, el hombre no se interesa más que por sí +mismo.</p> + +<p>Por eso <i>Los Majos de Cádiz</i>, que es una novela de plebeyos, no ha +logrado excitar el interés de <i>La Alegría del capitán Ribot</i>. Si esta +historia de humildes se hubiese contado en forma de romance y los ciegos +la vendiesen por las calles a cinco céntimos, quizá fuera grande su +aceptación. Pero es porque entonces caería en manos de aquellos que se +sienten hermanos de sus héroes.<a name="page_181" id="page_181"></a></p> + +<h2><a name="DESPEDIDA" id="DESPEDIDA"></a>DESPEDIDA</h2> + +<div class="blockquot"><p>Soledad, hija de un pobre guarda de consumos de Medina Sidonia +tiene amores con un joven de distinguida familia llamado Manuel +Uceda. Muere el padre de aquélla. Velázquez, amigo suyo, un majo de +buena presencia y algún dinero consigue enamorarla y seducirla. La +lleva a Cádiz, establecen una taberna. Manolo Uceda, siempre +enamorado, la visita de vez en cuando, pero ella ciegamente +apasionada por Velázquez desdeña su amor. Velázquez es un hombre +despótico y fanfarrón que abusa de su dominio sobre ella y la +tiraniza. Cansada de sus malos tratos un día se rebela. Se marcha +de casa. A él entonces le entra de nuevo el amor, una verdadera +pasión. Logra a fuerza de ruegos que vuelva a casa; pero al cabo de +algún tiempo cada día más despegada de él Soledad se escapa otra +vez. Entonces él trata de curarse de su desgraciada pasión. Entra +en relaciones con una hermosa joven llamada Mercedes la Cardenala. +Soledad a su vez se deja enamorar por Antoñico, el querido de su +íntima amiga María-Manuela. A esta también la solicita Velázquez +que había dejado burlada a Mercedes. Pero el orgulloso majo tenía +en el corazón una herida incurable y no pudiendo soportarla vida en +Cádiz se decide a emigrar a América.</p></div> + +<p class="nind"><span class="lettre">P</span><small>OCOS</small> +días después se supo que Velázquez traspasaba la tienda, y más +tarde que se embarcaba para América. Prefirió trasladarse en un buque de +vela mandado por cierto amigo suyo que partía el 15 de Septiembre. La +víspera, los compadres de la reunión y algunos íntimos recibieron de él +afectuosa carta de despedida y adjunta una invitación del capitán del +barco para que, si tenían gusto en ello, viniesen a beber unas cañas a +la salud y al viaje feliz de su amigo. Pepe de Chiclana<a name="page_182" id="page_182"></a> recibió la +suya. En la carta que Velázquez le escribía convidaba también +expresamente y con encarecimiento a Soledad, o por hacerle ver que +olvidaba sus injurias, o por mostrar que se hallaba enteramente curado +de su pasión.</p> + +<p>Quedó perpleja la joven cuando le leyó la postdata Paca. Instábala ésta +para que accediera a aquel ruego tan noblemente expresado. Vacilaba +ella, no tanto por el rencor que aun le guardaba, como por considerar +violenta y embarazosa la entrevista.</p> + +<p>Cuando, cruzando aquella tarde por la calle de la Amargura, acertó a +tropezar con Manolo Uceda, a quien hacía días que no veía. Saludóla él +cortés pero gravemente y trató de seguir su camino, pero ella se le puso +delante.</p> + +<p>—¿Qué es de tu vida, Manolo?... ¡Hace un siglo que no te veo!... ¿Por +qué no vienes a casa?—le dijo con la sonrisa en los labios, apretándole +afectuosamente la mano.</p> + +<p>Pero después de haber soltado tales palabras se hizo cargo de su +imprudencia y se puso roja como una cereza.</p> + +<p>—Ando bastante ocupado con un asunto que me ha encomendado mi madre... +El jueves me voy a Medina.</p> + +<p>—¿Para volver?</p> + +<p>—No; probablemente no volveré. Desde allí nos vamos a Sevilla... He +conseguido que mi madre cediese a vivir allá, y me alegro bastante.</p> + +<p>Quedó seria repentinamente la joven; guardó silencio unos momentos y al +cabo dijo con tristeza:<a name="page_183" id="page_183"></a></p> + +<p>—¡Todo el mundo se va!... Yo también necesito pensar en liármelas... Ya +sabrás que Velázquez se embarca mañana...</p> + +<p>—Sí lo sé. Me ha escrito.</p> + +<p>—¡Ah! ¿Te ha convidado a la juerguecilla del barco?... También a mí me +convida; pero, a la verdad..., no sé qué hacer. Quisiera que me dieses +tu parecer, porque, hijo mío, te lo digo con todas las veras de mi alma, +eres el único hombre decente con que he tropezado en la vida y a nadie +pido un consejo con tanta satisfacción como a ti...</p> + +<p>—Muchas gracias—manifestó el caballero de Medina sonriendo—. Pero +¿qué quieres que yo te aconseje? Son asuntos delicados y no me atrevo...</p> + +<p>—Pues yo quiero que te atrevas... Ya sabes que entre ese hombre y yo no +hay nada hace tiempo... Ya sabes cómo se ha portado conmigo...</p> + +<p>—Pues bien—repuso Uceda, después de vacilar un poco—. A mí me parece +que debes ir... A pesar de todo le has querido: él te ha querido también +y probablemente te sigue queriendo... Sería crueldad, por tu parte, el +no decirle adiós.</p> + +<p>—Está bien; iré aunque me cueste trabajo.</p> + +<p>Hubo una pausa. Uceda preguntó al cabo con afectada ligereza:</p> + +<p>—¿Y Antoñico?</p> + +<p>Turbóse Soledad al escuchar la pregunta y exclamó con ímpetu:</p> + +<p>—¡No me hables de ese charrán!</p> + +<p>—Me han dicho que ha vuelto a juntarse con María—repuso el caballero +riendo.</p> + +<p>—¡No es por eso, no!... Al contrario..., me parece<a name="page_184" id="page_184"></a> lo único decente +que ha hecho en su vida; pero...</p> + +<p>Iba a contar la bajeza que con ella había cometido, pero se detuvo a +tiempo. El relato de lo acaecido la perjudicaba más a ella.</p> + +<p>—Le llamo charrán porque lo es. Todo el mundo lo sabe—concluyó bajando +la voz.</p> + +<p>Quedó un momento silenciosa con el rostro fruncido.</p> + +<p>—Bueno, hasta mañana en el barco... Voy allá porque tú me lo +mandas—manifestó al fin dándole la mano.</p> + +<p>—No; yo probablemente no podré ir.</p> + +<p>—¡Ah! ¿No vas tú? Pues entonces hazte cuenta que no voy yo.</p> + +<p>—¿Por qué?</p> + +<p>—Porque no quiero.</p> + +<p>—¡Siempre tan testarudilla!—dijo Uceda apretando cariñosamente la mano +que tenía cogida—. Iré porque no te enfades. Hasta mañana.</p> + +<p>—No faltes.</p> + +<p>—No faltaré.</p> + +<p>Al día siguiente, entre dos y tres de la tarde, dos lanchas atracadas al +muelle esperaban a los invitados para transportarlos al buque, que se +veía anclado allá en medio del puerto. Era una corbeta de regular +tamaño, negra, sólida, bien arbolada. El capitán, hombre de cuarenta +años, de mediana estatura y recias espaldas, rostro atezado, barba negra +cerdosa, pesado y macizo como su navío, les esperaba de bruces sobre la +cornisa de la obra muerta. Acompañábale Velázquez. La <i>Esperanza</i>,<a name="page_185" id="page_185"></a> que +así se nominaba la corbeta, iba a la América del Sur por carga de cacao, +llevándola heterogénea de algunos productos de la Península.</p> + +<p>Los primeros que llegaron fueron Frasquito con su mujer y el señor +Rafael. Inmediatamente la lancha trajo a la familia del <i>Cardenal</i>, los +viejos, Mercedes, Isabel y su novio Gregorio, a los cuales se había +unido Manolo Uceda, que por casualidad llegara al muelle al mismo +tiempo. En la otra lancha acudieron en seguida María-Manuela con Antonio +y dos amigos más de Velázquez. Por último, al cabo de un rato acostaron +al barco Pepe de Chiclana, su mujer y Soledad. En la subida hubo +bastante jarana y no pocos sustos. Las mujeres temblaban de confiarse a +la frágil escala. Con el susto no se guardaban siquiera de mostrar las +piernas a los marineros que se quedaban en la lancha. Los hombres las +embromaban sobre esta despreocupación así que estaban arriba.</p> + +<p>—En el mar estamos como en el paraíso terrenal. No existe la +vergüenza—decía el capitán—. He conocido una señora que al averiguar +que el barco hacía agua subió a cubierta desnuda y estuvo hablando con +nosotros sin taparse siquiera el pecho con las manos.</p> + +<p>Sobre cubierta, debajo de un toldo, veíase la mesa bien abastecida de +manjares y botellas. Velázquez fué saludando a sus amigos cordialmente y +les invitó a sentarse. Estaba tranquilo y a las frases de sentimiento +que dejaban escapar todos al darle la mano respondía con afectada +alegría:</p> + +<p>—Dejad que me dé un poco el fresco, hijos. Este<a name="page_186" id="page_186"></a> Cádiz se me venía ya +encima... Veréis cómo hago una gran fortuna por allá. Cuando menos lo +penséis llegaré hecho un potentado, y para daros en cara soy capaz..., +soy capaz..., ¡hombre, soy capaz de venir con levita!</p> + +<p>—¡No, por Dios!—gritaron los compadres riendo.</p> + +<p>Había saludado a Soledad con no fingida naturalidad y aun la había +piropeado graciosamente. Y era lo raro que la joven parecía más turbada +que él. Después, acercándose a Mercedes, la preguntó familiarmente por +lo bajo:</p> + +<p>—¿Y Gabino? ¿Cómo no viene?</p> + +<p>—¿Gabino?—respondió la salada muchacha haciendo un mohín desdeñoso—. +¡Dale memorias!... Nada tengo ya que partir con él.</p> + +<p>Mostróse sorprendido y no quiso creerlo: disimulos de mocitas y nada +más. Pero la niña insistió con ahinco y formalidad, dió pormenores, citó +testigos. Velázquez concluyó por llamar a Isabel, que estaba cerca.</p> + +<p>—¿Es verdad lo que me dice tu hermana, que ha regañado con Gabino?</p> + +<p>—¡Y tan verdad!—respondió aquélla con mal humor—. ¿Tú sabes si mi +hermana ha tenido chabeta alguna vez?</p> + +<p>Y se alejó murmurando. Velázquez quedó serio y pensativo.</p> + +<p>Sentáronse todos al cabo, y para abrir boca tomaron ostiones y rajas de +salchichón. Destapáronse las botellas y el rico dorado vino de Sanlúcar +chispeó alegremente en las copas. La tarde era dulce y<a name="page_187" id="page_187"></a> serena. El sol +derramaba sus rayos esplendentes sobre la bahía. Las aguas dormidas +rielaban su luz con brillantes reflejos de plata. Los buques anclados en +el puerto cabeceaban blandamente, viéndose sobre sus cubiertas algunos +marineros entregados al sueño. Ni de la ciudad ni del mar llegaban más +que rumores suaves que, al confundirse en el aire, formaban lánguido +suspiro como si la tierra y el Océano gozasen tranquilos el placer de la +siesta. Una brisa suave, fresca, sin intermitencias, acariciaba la +frente de los convidados. La Naturaleza ofrecía el amable sosiego, la +armonía solemne que sólo se observa en los comienzos del otoño.</p> + +<p>Los de la fiesta no resultaron alegres. La gente se mostraba lacia, +desanimada, como si todos se hallasen bajo el peso de un disgusto. Y en +realidad, no era grato ver alejarse, quizá para siempre, a un amigo de +toda la vida. El mismo señor Rafael, cuya alegría era inagotable, estaba +menos expansivo. Aprovechando un momento en que Velázquez vino a +ofrecerle una caña, le dijo por lo bajo:</p> + +<p>—Pero, vamos a ver, hijo, ¿por qué haces esta locura? ¿Qué te faltaba a +ti en Cádiz? ¿No tienes salud?, ¿no tienes dinero?... ¿Qué demonios vas +buscando en esas tierras donde si no le meriendan a uno los salvajes se +lo comen crudo los mosquitos?... Que has tenido algunos disgustillos con +las mujeres, ¿y qué? ¿Es razón para que un mozo valiente y noble de too +su cuerpo se quite del medio? ¿Dónde hay palmito que se pueda comparar +con unas botellas de amontillado, bebidas en compañía de cuatro amigos, +y unas aceitunitas aliñás?... Me<a name="page_188" id="page_188"></a> lo dijo hace tiempo un vista de la +aduana que había estado muchos años en Puerto Rico, un tío muy +ilustrado, capaz de beberse el golfo de Méjico: “Desengáñate, Rafael, +las mujeres no sirven más que para enfriar el caldo cuando uno está +acatarrado y no puede sacar los brazos de la cama.”</p> + +<p>Velázquez alzó los hombros y le respondió con el mismo desenfado.</p> + +<p>El vino hizo al cabo su tarea. Poco a poco los rostros se fueron +animando y las lenguas se desataron, produciendo un gracioso oleaje de +chistes y agudezas. Quien hizo mayor gasto, como siempre, fué Antoñico. +Estaba más flaco que antes y descolorido. Apenas comía. Sus amigos le +embromaban por esta falta de apetito.</p> + +<p>—¿Qué queréis, hijos míos?—respondía él.—He perdido el estómago. +¿Cómo no había e perderlo si esta mujer que aquí veis me ha estado +envenenando más de tres semanas con una bebía compuesta?</p> + +<p>—Decid que es mentira—saltó María-Manuela—. No ha sido más que ocho +días, y lo que le he dado a nadie le hace daño: agua de siete pozos +distintos con un poco de sangre de oreja de gato negro y unas cagarrutas +de rata...</p> + +<p>—¡María Santísima del Carmen!—exclamó Antonio llevándose la mano al +estómago—. ¿Y yo he bebido eso?... ¡Quitadme esos platos de delante! +¡Quitadme esas copas! ¡Dejadme reventar en cualquier rincón, como un +triquitraque!</p> + +<p>—¡Ya lo creo que lo has bebío!—exclamó la ruda morena con gesto de +triunfo—. Y gracias a<a name="page_189" id="page_189"></a> ello te tengo ahora chalaíto y pringoso que no +hay por dónde cogerte, más humildito y manso que un cordero de Dios... +Porque ahí donde ustedes le ven—añadió volviéndose a los +circunstantes—, ahí donde ustedes le ven tan guasoncillo y soberbio, +ahora es una malva en casa y en cuantito yo doy una voz ya le tengo de +rodillas pidiéndome que no me enfade. Y too esto ¿a qué se debe? Pues a +la virtud de la bebía.</p> + +<p>—¡Sería milagro! ¿Cómo quieres que yo vocee si me has dejado en los +huesos? No me ha quedado aliento ni para pedir los buñuelos por la +mañana.</p> + +<p>Los amigos reían y vertían de vez en cuando una palabrita para que la +disputa se alargase.</p> + +<p>Sin embargo, la hora de levar anclas se iba acercando y el capitán se +había apartado de la mesa y andaba de un lado a otro dando órdenes. Los +marineros comenzaban a moverse ejecutando las maniobras preventivas.</p> + +<p>Soledad y Manolo se habían aproximado y charlaban un poco retirados de +los demás. El caballero de Medina la embromaba suponiendo que estaba +triste y que hacía esfuerzos por ocultarlo. Al fin y al cabo en aquel +momento crítico el corazón hablaba. No en vano había estado enamorada +tanto tiempo. La joven se defendía con empeño, negando que estuviese +triste y casi casi que hubiera estado enamorada.</p> + +<p>—No se puede llamar amor lo que he sentido por ese hombre... Era una +locura, un antojo por cosas agrias, como solemos tener las mujeres. El +amor debe ser algo más dulce, más tranquilo...<a name="page_190" id="page_190"></a> Era imposible que yo le +quisiera toda la vida. Su genio siempre me ha sido antipático... Detesto +a los hombres soberbios...</p> + +<p>—Es porque tú lo eres.</p> + +<p>—Quizá—dijo ella con franca resolución—; pero así es... Por lo demás, +no puedo negarte que me causa pena el verle marchar, sabiendo que es por +mi causa. Si le pasa algo en la travesía... o se enferma... o muere, me +ha de quedar un poco de escozor en el alma. Aunque ya no me inspira +interés, no quisiera hacerle daño... Porque en el fondo no es malo; +¿sabes? No tiene más que mucha fantasía en la cabeza. En cuanto se le +quite será un buen hombre... Francamente, sentiría mucho que le +sucediese algo malo... ¡Pobre Velázquez!</p> + +<p>—Sí, ¡pobre Velázquez! Ni supo querer ni supo ser querido—expresó +Uceda poniéndose serio y dirigiendo sus ojos al horizonte.</p> + +<p>Soledad le clavó una mirada de sorpresa y admiración. Y a su sabor, en +silencio, largo rato estuvo contemplando a aquel hombre tan noble, tan +firme, tan sufrido. Un remordimiento punzante le atravesaba el alma. +Sintió deseos de arrojarse de cabeza al mar.</p> + +<p>La tripulación terminaba los preparativos. El capitán prescindía ya +enteramente de los convidados y, diligente y afanoso, recorría el barco +de proa a popa fijando sus ojos escrutadores en el aparejo y cambiando +rápidas palabras con el piloto y contramaestre. Los amigos de Velázquez, +comprendiendo que era llegado el momento de partirse, quedaron otra vez +graves y taciturnos. Un mismo<a name="page_191" id="page_191"></a> sentimiento de tristeza oprimía sus +corazones. Sólo Antoñico se atrevió a decir alegremente a Paca:</p> + +<p>—Vamos a ver, niña, suéltanos una copliya de despedida. Hace un siglo +que no te oigo.</p> + +<p>La esposa de Pepe de Chiclana respondió mirándole con severidad:</p> + +<p>—Hijo mío, cuando un amigo tan apreciado como éste se marcha, nadie que +tenga corazón siente ganas de cantar... ni tampoco de oir cantar.</p> + +<p>Y los convidados aprobaron todos con la cabeza las palabras de aquella +profunda mujer.</p> + +<p>Sonaron las cinco en el reloj de la cámara. El capitán se acercó a ellos +y les dijo cortésmente:</p> + +<p>—Señores, vamos a levar anclas. Siento mucho privarme de tan buena +compañía, pero es preciso... A no ser—añadió sonriendo—que quieran +ustedes venirse al Perú conmigo y con este buen mozo.</p> + +<p>Nadie respondió. Silenciosamente se fueron acercando uno por uno a +Velázquez y le abrazaron con emoción. El procuraba disimular la que +sentía bajo una sonrisa forzada. Vinieron después las mujeres y le +estrecharon la mano. “Buen viaje. Buena suerte. ¡Que Dios te traiga +pronto!” Paca le entregó un escapulario de la Virgen del Carmen +rogándole que se lo pusiese. El majo le dió las gracias llevándolo a los +labios.</p> + +<p>Cuando llegó el turno a Mercedes, Velázquez la retuvo las manos entre +las suyas un momento y la dijo por lo bajo, viéndola sonreir:</p> + +<p>—¡Qué contenta estás, Mercedes! ¿Te alegras de que me vaya, verdad?</p> + +<p>—Ni me alegro ni me entristezco. Pues que nadie<a name="page_192" id="page_192"></a> te obliga a marchar, +debe de ser un viaje de recreo el que haces—respondió ella sin dejar de +sonreir.</p> + +<p>—Sí, te alegras, lo estoy viendo en tu semblante... Haces bien; yo no +he servido más que para darte jaqueca. Perdóname y que Dios te haga muy +feliz, como deseo.</p> + +<p>—¡Adiós!—repuso lacónicamente la joven.</p> + +<p>Se estrecharon la mano con fuerza y se apartaron. Pero el rostro de la +niña al hacerlo empalideció, dió unos pasos atrás como si estuviese +mareada y se dejó caer sobre un cable enrollado; tapóse los ojos con las +manos y comenzó a sollozar fuertemente.</p> + +<p>Quedaron estupefactos todos. Hubo unos momentos de silencio. Varios +acudieron al fin solícitos preguntándole:</p> + +<p>—¿Qué te pasa, Mercedes? ¿Te has puesto mala? ¿Qué te pasa, hija, qué +te pasa?</p> + +<p>—¡Qué le ha de pasar!—exclamó su hermana Isabel roja de ira—. ¡Que se +ha caído de tonta!</p> + +<p>Y su madre y su prima se lanzaron al mismo tiempo indignadas y +enfurecidas sobre ella.</p> + +<p>—¡Cómo!... ¿No te da vergüenza? ¡Llorar por un hombre que se burla de +ti! ¡Loca!, ¡más que loca! ¡Vaya un paso chistoso!</p> + +<p>La joven, sin responder a tales invectivas, seguía llorando con el +rostro entre las manos.</p> + +<p>Entonces Velázquez avanzó hasta colocarse entre ella y las que la +injuriaban, y dijo gravemente con voz temblorosa:<a name="page_193" id="page_193"></a></p> + +<p>—Si lo que ustedes dicen es cierto, si las lágrimas de esa niña se +vierten por mí, sólo puedo demostrarles que no he querido burlarme +ofreciéndoles casarme mañana mismo con ella... Ya sé que no la merezco, +pero juro por mi salud que haré cuanto pueda por merecerla.</p> + +<p>Al oir estas palabras, un grito de júbilo estalló en la reunión. Todos +palmoteaban; todos chillaban dirigiéndose exclamaciones de asombro y de +gozo.</p> + +<p>—¡Tiene gracia! ¡Venir a un duelo y salir un casorio!...—A mí me daba +el corazón que los dos se querían...—¡Y a mí!—¡Y a mí!</p> + +<p>El señor Rafael, loco de alegría, gritaba:</p> + +<p>—¡Vivan los novios! El día qué os caséis prometo emborracharme..., lo +que no hice en los días de la vida.</p> + +<p>Y empujando al mismo tiempo a Velázquez contra Mercedes, añadía:</p> + +<p>—¡Anda! ¡Abrázala, cobarde!... ¡Hazte cuenta que no somos nadie!</p> + +<p>Pepa y Paca alzaban a su vez a Mercedes y la empujaban hacia su novio. +Este la abrazó con efusión.</p> + +<p>—Ya no hay viaje, capitán—dijo luego volviéndose al de la corbeta.</p> + +<p>—La primera vez que me alegro de separarme de ti, Velázquez—repuso +éste estrechándole la mano.</p> + +<p>Acometidos de un vértigo, todos hablaban y nadie se entendía. Mas he +aquí que el prudente Frasquito se acerca a Velázquez y le dice +misteriosamente:<a name="page_194" id="page_194"></a></p> + +<p>—Oye, chico, pero ¿vas a perder el dinero del pasaje?</p> + +<p>El majo suelta una ruidosa carcajada y exclama dándole afectuosas +palmadas en la espalda:</p> + +<p>—¡Sí que lo pierdo! ¿Quieres aprovecharlo tú?</p> + +<p>El señor Rafael había oído la carcajada y se acercó para saber lo que se +trataba. Velázquez le informó riendo. Dió el viejo un paso atrás y, +mirando fijamente a su sobrino, se santiguó diciendo con gravedad:</p> + +<p>—Sobrino, no nos separamos. Yo no deshago la sociedad. Eres el único +sabio que hay en Cádiz. Déjame, por Dios, que cuente este golpe a todo +el mundo para honra de la familia.</p> + +<p>—¡Tío, no la enredemos ahora que estamos todos alegres!—exclamó +Frasquito exasperado.</p> + +<p>—¿No quieres que lo cuente? Está bien: te guardaré el secreto. Pero de +aquí en adelante hazte cuenta que no eres mi sobrino... ¡Quiero que seas +mi tío!</p> + +<p>Velázquez atajó la disputa llevándose a Frasquito. Todos se despidieron +del capitán afectuosamente y de nuevo bajaron la escala, acomodándose +como mejor pudieron en las dos lanchas que los habían traído. Una vez en +ellas, como el día continuase sereno y el mar sosegado, a uno de ellos +se le ocurrió acompañar a la corbeta algún trecho. Se aceptó con +regocijo la idea. El capitán hizo al instante levar anclas y el buque, +arrastrado penosamente por sus dos botes, emprendió una marcha lenta +hasta llegar a paraje abierto donde pudiera desplegar las velas. Las +lanchas le daban escolta.<a name="page_195" id="page_195"></a></p> + +<p>Reinaba el júbilo en éstas, cambiándose entre unos y otros mil bromas y +donaires. El blando movimiento de las olas y la fresca caricia de la +brisa excitaban más su alegría. Velázquez no se había sentado al lado de +Mercedes. Por un sentimiento de delicadeza prefirió colocarse entre sus +futuros suegros. Cuando el bullicio se hubo calmado un poco, les habló +en voz baja de este modo:</p> + +<p>—Un sueño me parece lo que está pasando. Me encuentro sentado entre +ustedes; veo allí a Mercedes, con la cual no tardaré en casarme, y +apenas puedo creerlo. Dios no ha querido que fuese a morir en tierras +extrañas, sino que viva entre mis amigos al lado de una esposa que no +merezco. Después de Dios a ustedes se lo debo. Quisiera poder +demostrarles mi agradecimiento no con palabras, sino con hechos. Creo +que la mejor manera será haciendo a su hija feliz y a esto me +comprometo... Aquel Velázquez calavera, mujeriego y pendenciero se +marcha en ese barco para el Perú. El que aquí queda es un hombre decente +que sabrá mientras viva querer a su esposa y respetarles a ustedes.</p> + +<p>El viejo <i>Cardenal</i> aprobó con la cabeza las palabras del majo; pero la +madre replicó con acento en que se traslucía aún la cólera:</p> + +<p>—No creas que te entrego a mi hija de buena voluntad. Lo hago porque la +conozco y sé que si la contrariase enfermaría. A mí no se me olvidan los +desaires que la has hecho y si estuviese en su lugar puedes estar seguro +de que no volverías ahora tan satisfecho a Cádiz.<a name="page_196" id="page_196"></a></p> + +<p>—¡Silencio, mujer!—interrumpió el padre con energía, y volviéndose a +Velázquez añadió gravemente:—Las mujeres perdonan mejor los agravios +que las hacen que los que hacen a sus hijos. Eres nombre de juicio y +sabrás disimular el resentimiento de una madre. Yo te doy mi palabra de +que haciendo feliz a Mercedes no tardará en desaparecer.</p> + +<p>Llegaron al fin a la mar libre. La <i>Esperanza</i> izó algunas velas y su +tripulación dejó los botes para subir a bordo. Los remeros de las +lanchas recibieron orden de mantenerse quietos. Todos se despidieron con +mucha gritería del capitán e inmediatamente pusieron proa a la ciudad.</p> + +<p>El sol iba a ocultarse. El firmamento azul se teñía de púrpura en +Occidente con viva incandescencia que ascendía hasta el cenit, +fundiéndose gradualmente en tintas de grana y oro hasta perderse en +suave y maravilloso rosicler. El vasto Océano llameaba recibiendo en su +seno con misterioso temblor el disco del sol, grande, rojo, +resplandeciente. Todos se alegran contemplando este sublime espectáculo. +La fresca brisa de la tarde baña su rostro. Vuelven los ojos a tierra y +su gozo aumenta viendo a Cádiz surgir de las aguas con su ceñidor de +espumas, con su crestería que los rayos del sol doran como la corona +gigantesca del dios de los mares.</p> + +<p>En aquel momento, Soledad preguntó a Uceda en voz baja:</p> + +<p>—¿Sigues en tu idea de marcharte a Sevilla?</p> + +<p>—Sí.<a name="page_197" id="page_197"></a></p> + +<p>—Yo también me voy.</p> + +<p>—¿A qué?—dijo el caballero fingiendo sorpresa.</p> + +<p>—No lo sé—replicó la joven pugnando por no llorar.</p> + +<p>Guardaron silencio unos instantes. Uceda le dijo al fin con sonrisa +benévola tomándole una mano:</p> + +<p>—Escucha, Soledad. ¿Ves ese hermoso sol que va a desaparecer? Tú sabes +que mañana volverá a lucir en el cielo tan hermoso como hoy. Así sabía +yo que tu amor volvería. Porque en este mundo el amor engendra al amor, +pero el capricho sólo engendra al hastío. A pesar de tus locuras te he +seguido queriendo porque adivinaba en ti un espíritu infantil a quien no +se puede exigir la responsabilidad de sus actos y también porque +respetaba en mí el primer amor que tú habías logrado inspirar. Aun hoy +te quiero con toda mi alma, pero...</p> + +<p>—Sí, ya sé que no puedo ser tu esposa. Seré tu criada..., tu +esclava—interrumpió Soledad con ímpetu.</p> + +<p>—¡Silencio! Para el hombre de corazón nada hay más imposible que la +maldad. Una voz interior me dice que he nacido para protegerte, para +salvarte de la infamia. Confíame tu suerte. Ignoro lo que serás con el +tiempo para mí, pero puedes estar segura de que nada haré que pueda +rebajarte. Sin tregua ni descanso trabajaré desde hoy por elevarte, por +dignificarte, para sacar de ti el ser inocente y noble que mi cariño me +ha dicho siempre que existe.</p> + +<p>Así habló el caballero de Medina. La joven escucha<a name="page_198" id="page_198"></a> estas palabras con +alegría, y sus bellos ojos se nublan de lágrimas.</p> + +<p>Las lanchas bogaban apresuradamente hacia el puerto envueltas en rojizos +resplandores. La <i>Esperanza</i> izaba a lo lejos todas sus velas, que se +hinchaban al soplo de la brisa. Su casco negro, robusto, se inclinaba +suavemente para hender el cristal de las aguas. El capitán, desde lo +alto del puente, saludaba con su gorra blanca.<a name="page_199" id="page_199"></a></p> + +<h2><a name="LA_FE" id="LA_FE"></a>LA FE</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>RA</small> lógico que esta novela produjese escándalo. El título mismo +predispone a ello. Luego, un sacerdote que duda de las verdades de la +religión. Cierto había motivo para escandalizarse y no han dejado de +hacerlo algunas almas timoratas, más timoratas que instruídas.</p> + +<p>Si lo estuviesen suficientemente sabrían que es de hombres el dudar, no +de bestias. Y si hubieran leído las admirables cartas de San Francisco +de Sales podrían comprobar que a su juicio “pocos marchan con más +rapidez en el camino de la perfección que aquellos a los que la duda +combate.”</p> + +<p>Verdad que existen almas privilegiadas para las cuales la duda es +imposible. Han entrado en el cielo y nada ni nadie puede arrancarlas de +él. Admirémoslas y envidiémoslas. Pero no menospreciemos a las que +luchan y sangran para que sus puertas se les abran.</p> + +<p>Compláceme el saber que mi novela ha dado consuelo a otras personas, y +que gracias a ella han<a name="page_200" id="page_200"></a> logrado el sosiego de su alma. Esto no obstante, +repito aquí lo que he dicho en el prefacio de la última edición: “Si la +única autoridad que yo acato en esta materia juzgase que hay en la +presente obra algo que necesite corrección, corregido y borrado queda +desde ahora mismo, pues yo no pretendo dar a este ni a ningún otro de +mis escritos, más alcance que el que pueda ajustarse con las doctrinas +de la Iglesia Católica, a las cuales me glorío de vivir sometido.”<a name="page_201" id="page_201"></a></p> + +<h2><a name="CRUEL_DESENGANO" id="CRUEL_DESENGANO"></a>CRUEL DESENGAÑO</h2> + +<div class="blockquot"><p>La acción se desarrolla en Peñascosa puerto de mar secundario de la +costa cantábrica. Don Alvaro Montesinos era un mayorazgo a quien +una educación austera y un temperamento enfermizo habían hecho +huraño y sombrío. Muerto su padre había venido a Madrid. Dotado de +claro entendimiento se había entregado con ardor a la lectura lo +cual terminó de arruinar su salud. Se hizo un sabio incrédulo y +pesimista. Al cabo se enamoró ciegamente, como suele acaecer a los +hombres estudiosos y retraídos, de una joven elegante y sin dinero +llamada Joaquina Domínguez. Esta le aceptó como esposo no porque +compartiera su amor sino por interés, pues Don Alvaro era rico. +Transcurridos algunos meses Joaquina se dejó enamorar por un joven +aristócrata y propuso a su marido hacer un viaje por el extranjero. +Don Alvaro cedió a este capricho. En Marsella la infiel esposa le +abandonó escapándose con su amante y robándole todo el dinero que +llevaba. Entonces Montesinos se refugió en su viejo palacio de +Peñascosa y allí vejetó tres años devorando su humillación y +entregado al más negro pesimismo. Al cabo de este tiempo su +perversa mujer sintiéndose en cinta, viene a Peñascosa con pretexto +de pedirle perdón, pero en realidad, para dormir una noche en la +casa conyugal y obtener de este modo por la ley la legitimación del +fruto adulterino que llevaba en sus entrañas. Busca al P. Gil para +que le introduzca cerca de su marido.</p></div> + +<p class="nind"><span class="lettre">A</span><small>L</small> tirar del cordel grasiento, el mismo tañido lúgubre que tanto había +impresionado al P. Gil la vez primera que puso los pies en aquella casa, +produjo a ambos un estremecimiento de temor y ansiedad. No tardó en +oirse la voz cascada de Ramiro.</p> + +<p>—¿Quién es?<a name="page_202" id="page_202"></a></p> + +<p>—Gente de paz.</p> + +<p>—¿Quién es?—tornó a preguntar.</p> + +<p>—Soy yo, Ramiro. Abre—respondió el sacerdote.</p> + +<p>La puerta giró pausadamente sobre sus goznes y apareció la silueta del +viejo, débilmente esclarecida por la luz de la lamparilla que ardía +sobre el dintel.</p> + +<p>—Pase usted, señor excusador—dijo sin percibir a la dama, que se había +ocultado detrás de éste. Pero viéndola al fin, dió un paso atrás y, +abriendo los brazos en actitud de impedir la entrada, exclamó:</p> + +<p>—¡Ah! ¿Vuelve usted acompañada?... Pues ni por esas... ¡No entrará +usted, no!</p> + +<p>—Vamos, Ramiro—dijo con dulzura el sacerdote, poniéndole una mano +sobre el hombro,—déjanos paso, que este es un asunto delicado y que no +te concierne.</p> + +<p>—Pase usted cuando quiera, pero esa mujer no puede pasar.</p> + +<p>—¿Por qué no puede pasar?—preguntó con entereza el sacerdote, alzando +la cabeza.</p> + +<p>—Porque aquí no entran p... ni ladronas.</p> + +<p>Ante aquella injuria bárbara la dama se tapó el rostro con las manos y +dejó escapar un gemido. El P. Gil se puso rojo, y tomando al viejo por +un brazo, le sacudió con violencia.</p> + +<p>—Sea usted más comedido, y ya que no respete la sotana que visto, +guarde los miramientos que se deben a las señoras. Ante Dios y ante los +hombres ésta es la esposa legítima de su amo de usted.<a name="page_203" id="page_203"></a> Déjeme el paso +franco, que a usted no le toca en éste asunto más que oir, ver y callar.</p> + +<p>Y dando un empellón al viejo, se volvió diciendo:</p> + +<p>—Venga usted, señora.</p> + +<p>Pero Ramiro, agitado, convulso, como si fuera a caer presa de un síncope +se puso a correr delante de ellos, gritando:</p> + +<p>—¡Alvaro, Alvaro! ¡Que entra la z... en tu casa!</p> + +<p>Dos criadas se asomaron a la escalera y contemplaron con estupor la +escena. El viejo se detuvo en el principal; subió hasta el segundo, +dando los mismos gritos. El P. Gil, que le seguía con Joaquinita, dijo a +ésta al llegar al piso primero:</p> + +<p>—Quédese por ahora aquí; yo subiré solamente.</p> + +<p>Cuando llegó al segundo tropezó con D. Alvaro que salía a punto de su +habitación. Su rostro, siempre pálido, lo estaba ahora tanto que daba +miedo. En cuatro palabras Ramiro le había enterado de lo que ocurría. +Por la tarde, cuando por primera vez había venido la esposa infiel a la +casa, no lo había hecho. D. Alvaro no pronunció una palabra. Cogió con +mano convulsa por un brazo al sacerdote y le hizo entrar en su gabinete. +Luego cerró con cuidado la puerta.</p> + +<p>—¿A qué viene esa mujer?—preguntó haciendo inútiles esfuerzos por +aparecer sosegado. La voz salía de su garganta débil y ronca.</p> + +<p>—Viene a implorar su perdón.</p> + +<p>—Se equivoca usted; viene por dinero—repuso sonriendo ya +forzadamente.<a name="page_204" id="page_204"></a></p> + +<p>El P. Gil permaneció un instante silencioso y dijo al cabo:</p> + +<p>—No me atrevo a asegurar a usted nada. Parece que está arrepentida... +Su acento es sincero y ha llorado con verdadero dolor en mi presencia.</p> + +<p>Un relámpago de ira pasó por los ojos del hidalgo. En aquel tropel de +emociones que se agitaban en su espíritu, la indignación logró vencer a +todas las demás y profirió con acento despreciativo:</p> + +<p>—Estoy perfectamente convencido de que no viene más que por cuartos... +pero de todos modos, me importa un bledo su arrepentimiento y su +sinceridad... Si está arrepentida, que pida a un cura la absolución. El +figurarse por un instante que yo puedo perdonarla es un nuevo insulto, +es una idea que sólo cabe en un alma tan miserable como la suya.</p> + +<p>—El perdón jamás degrada. Es la virtud que más ennoblece al ser +humano—manifestó el clérigo, sorprendido.</p> + +<p>D. Alvaro le clavó una larga mirada colérica. Después alzó los hombros +con desdén y dijo:</p> + +<p>—Está bien: dejemos eso. Lo que importa es que, ya que la ha traído, se +lleve usted inmediatamente a esa señora.</p> + +<p>—Me atrevería a suplicarle que, aunque no la perdone, le permita al +menos hablar con usted... Quizá tenga algunas revelaciones que hacerle.</p> + +<p>—No soy curioso. Puede guardarse sus revelaciones o confiarlas a quien +se le antoje... Por mi parte (escuche usted bien lo que voy a +decirle)—<a name="page_205" id="page_205"></a>al mismo tiempo le cogió con mano crispada la muñeca,—por mi +parte, ni ahora ni nunca cruzaré con ella la palabra... Puede usted +decírselo.</p> + +<p>El P. Gil bajó la cabeza y permaneció silencioso, mientras el mayorazgo +comenzó a pasear agitadamente por la estancia con las manos en los +bolsillos. De vez en cuando se dibujaba en su rostro una sonrisa +sarcástica y dejaba escapar por la nariz un leve resoplido que acusaba +la tensión de su espíritu, como el pito revela la tensión de la caldera +de vapor.</p> + +<p>—Ya que eso no pueda ser—manifestó al cabo de un rato con suavidad el +sacerdote,—usted comprenderá, D. Alvaro, que esa señora no puede irse a +dormir fuera de esta casa sin dar pábulo a las malas lenguas, sin +renovar conversaciones que no deben renovarse. Por egoísmo, ya que no +por caridad, debe usted consentir que su esposa duerma hoy en esta casa, +pues no creo que le convenga a usted escandalizar a la población.</p> + +<p>D. Alvaro prosiguió sus paseos agitados sin responder palabra, como si +no hubiese oído la proposición del sacerdote. Al cabo de un rato se +plantó delante de él y, mirándole fijamente, dijo:</p> + +<p>—Está bien. Dígale usted que, si es su gusto, no hay inconveniente en +que duerma en esta casa... aunque se necesite bien poca dignidad para +aceptarlo—añadió bajando la voz y recalcando las sílabas.—Y si quiere +dinero para el viaje de vuelta, Osuna se lo proporcionará.</p> + +<p>—Le doy las gracias por esta deferencia, pero me voy muy +triste—replicó sonriendo el P. Gil.—<a name="page_206" id="page_206"></a>Cualquier sacrificio haría por +borrar de su memoria la ofensa recibida y soldar de nuevo la cadena de +su matrimonio. ¡Cuánto daría en este momento por ser un hombre +elocuente!...</p> + +<p>—La elocuencia, señor excusador, ha servido en este mundo para que se +cometiesen grandes vilezas; pero creo que ninguna lo sería mayor que la +que usted me propone.</p> + +<p>—Para usted es una vileza lo que para mí sería un acto noble y +generoso, propio de un imitador de Cristo. No nos entendemos en lo que +se refiere a lo que es dignidad o indignidad...</p> + +<p>—Lo siento por usted, padre—repuso el mayorazgo, tendiéndole la mano.</p> + +<p>—Y yo por usted, D. Alvaro. Buenas noches.</p> + +<p>Al quedarse solo éste siguió paseando todavía unos momentos; luego se +paró delante del cordón de la campanilla y tiró con fuerza. No tardó en +presentarse Ramiro.</p> + +<p>—Esa mujer está ahí... ¿Quieres que la eche?—preguntó el viejo, sin +aguardar las órdenes de su amo.</p> + +<p>—No. Condúcela a la sala, enciende todas las lámparas y avisa a Dolores +que suba.</p> + +<p>El criado permaneció inmóvil, mirándole con sorpresa.</p> + +<p>—¿Y vas a consentir que esa...</p> + +<p>—¡Silencio!—exclamó el mayorazgo con energía, llevando el dedo a los +labios.—Haz inmediatamente lo que te mando.</p> + +<p>El viejo se alejó gruñendo. Al instante se presentó la doncella.<a name="page_207" id="page_207"></a></p> + +<p>—Dolores, di a la cocinera que prepare cena para la señora que está +abajo, y que haga todo lo que sepa. Ilumina el comedor, saca la vajilla +fina, arregla el gabinete azul y toma del armario la ropa mejor para +ponerla en la cama... Que no le falte absolutamente nada. Ayúdala a +desvestirse: cualquier cosa que ordene la hacéis inmediatamente. ¿Estás +enterada?</p> + +<p>—Sí, señorito; pierda usted cuidado, que se la tratará como quien es.</p> + +<p>D. Alvaro dirigió una mirada oblicua a la doncella y se apresuró a +decir, algo acortado:</p> + +<p>—Despáchate pronto y enséñale el gabinete azul. Si desea dormir en otro +lado, puedes mostrarle también el que llamáis cuarto del obispo.</p> + +<p>Otra vez quedó solo y otra vez emprendió su paseo nervioso de un ángulo +a otro de la cámara. A pesar de la fortaleza y sosiego que había +mostrado para rechazar las súplicas del P. Gil, su cerebro trabajaba +agitado, febril. Aquella visita tan inesperada removió los recuerdos +felices y aciagos que se habían depositado en el fondo de su ser, y que +ya no le molestaban. Su vida matrimonial, que en aquellos tres años se +había ido alejando de su memoria como un sueño que la claridad de la +aurora desvanece, surgió de pronto delante de sus ojos, tan próxima que +la tocaba con la mano. Ni un pormenor faltaba al cuadro. Y ante aquella +visión sentíase turbado, como si los sucesos acabasen de efectuarse.</p> + +<p>Después de pasear algunos minutos a grandes trancos, comenzó a detenerse +a menudo, prestando<a name="page_208" id="page_208"></a> oído a los ruidos que llegaban del piso primero. +Adivinaba más que percibía los preparativos que la servidumbre estaba +ejecutando en obsequio de aquella vil mujer que le había revelado toda +la negrura y todo el dolor de la existencia: “Ahora bajan la lámpara del +comedor... Ahora sacan la vajilla... Deben de estar haciendo la cama... +Ha salido gente: será Rufino a buscar a la tienda alguna cosa... Parece +que están hablando en el gabinete azul...”</p> + +<p>Ya no paseaba. Con el oído pegado a la cerradura, recogía ávidamente +todos los rumores que llegaban de abajo. Y como llegaban demasiado +confusos, concluyó por abrir la puerta, avanzar cautelosamente hasta el +pasamanos de la escalera y escuchar desde allí, inmóvil, recogiendo el +aliento. Había imaginado vagamente que su esposa, una vez sola y libre, +subiría hasta su cuarto para hablarle. Lo hubiera deseado, para darse el +gozo de arrojarla con algunas frases despreciativas que le llegasen +hasta el fondo del alma. Hubo un instante en que pensó que este deseo se +realizaba. Sintió pasos en la escalera: toda su sangre fluyó al corazón: +se apresuró a dejar el pasamanos y a meterse de nuevo en el cuarto. Era +Dolores que subía a pedirle una llave. Cuando se fué tornó a su +espionaje: permaneció en la escalera larguísimo rato sin saber por qué +hacía aquello. Escuchó el rumor confuso de la conversación de Dolores y +su mujer. La doncella era charlatana: Joaquinita también tenía un +temperamento expansivo: la plática se animaba cada vez más. Hasta se le +figuró percibir<a name="page_209" id="page_209"></a> algunas alegres carcajadas de su esposa, que le +sorprendieron más que le indignaron. Por fin notó que se ponía a cenar. +Dolores iba y venía con los platos. Terminó la cena. La doncella se +detuvo en el comedor y prosiguió la charla. Cansado de estar en pie, se +sentó en uno de los peldaños de la escalera. Al hacerlo sintió vergüenza +y comenzó a darse alguna cuenta vaga de las emociones que embargaban su +espíritu. Una hora larga esperó de aquel modo, percibiendo el rumor +confuso de las voces, en el cual nada podía distinguir, ni siquiera cuál +era la de su esposa y cuál la de la criada. Al cabo observó que salían +del comedor. Todavía se figuró que su mujer aprovecharía aquella ocasión +para subir a visitarle. Se puso en pie vivamente y se preparó a meterse +en su cuarto tan pronto como sintiese pasos en la escalera. Pero esperó +en vano. La señora se dirigió con Dolores hacia el gabinete azul. Sintió +cerrarse la puerta tras ellas: luego notó que se abría de nuevo y salía +la doncella y tomaba el camino de su cuarto. Sin duda había ayudado a +desnudarse a la señora y la dejaba en la cama.</p> + +<p>Con la cabeza entre las manos, los codos apoyados sobre las rodillas, +permaneció inmóvil, abstraído, escuchando ya solamente la voz de su +pensamiento y los latidos de su corazón. Un vivo despecho, del cual no +quería darse cuenta, le mordía cruelmente las entrañas. Sentía la +necesidad de avistarse con su mujer, de injuriarla, de escupirla, de +abofetearla. ¿Por qué hacía unos instantes se había negado a recibirla, +y ahora ansiaba de aquel<a name="page_210" id="page_210"></a> modo tenerla delante? El mayorazgo creía que +era porque su odio y su indignación habían crecido. No supo el tiempo +que permaneció en aquella postura. El deseo de verse frente a su esposa +ardía cada vez más vivo en su pecho, le ponía inquieto, excitado; se iba +convirtiendo en una fiebre, en una rabia intensa que le devoraba. ¡Oh, +tenerla entre sus manos, apretarla hasta hacerla gritar de dolor, +hacerla padecer en el cuerpo lo que él había padecido en el alma! Puntas +de hierro candentes le pinchaban por la espalda; las manos le temblaban +como si le pidieran una estrangulación con que calmar sus ansias. Un +calor insoportable le subía de las piernas al cerebro. Las tinieblas se +espesaban, le envolvían en una atmósfera tibia, sofocante, como si se +hallase en un subterráneo. Hubo un instante en que pensó que no podía +moverse: los miembros entumecidos se negaban a obedecer a su voluntad. +Hizo un esfuerzo, sin embargo, como si tratase de romper una tela que le +sujetara, y se puso en pie.</p> + +<p>Se dirigió con paso vacilante a su cuarto. La luz del quinqué que ardía +sobre la mesa le hirió de tal modo que estuvo a punto de caer ofuscado. +Apagóla de un soplo, buscó a tientas la ventana y la abrió de par en +par. Una ráfaga viva de viento y agua le azotó el rostro y penetró +rugiendo por la estancia, echando a volar los papeles de la mesa. D. +Alvaro aspiró con delicia el aire frío y húmedo, asomóse a la ventana y +expuso su frente ardorosa a la inclemencia del chubasco. Las mil agujas +de la lluvia se le clavaron en las mejillas y convertidas<a name="page_211" id="page_211"></a> en lágrimas +las bañaron completamente. Por algunos minutos gozó con voluptuosidad de +aquel frío, apeteciendo que le penetrase en el cerebro y sosegase su +desordenada actividad. La noche no era tenebrosa. A pesar del espeso +toldo de nubes, la luz de la luna conseguía cernirse y esparcía una +débil y triste claridad. Sólo cuando algún nubarrón más espeso y más +negro pasaba por delante de ella descargando su fardo de agua, la luz se +extinguía casi por completo. Las olas se estrellaban contra los peñascos +que sirven de baluarte al Campo de los Desmayos. El viento silbaba entre +las grietas de la torre de la iglesia. La música lúgubre de los +elementos embravecidos calmó un poco la fiebre del hidalgo.</p> + +<p>Consolado por aquel refresco, respiró con libertad: se creyó dueño de +sí. Sin embargo, a los pocos instantes el mismo deseo agudo, candente, +volvió a pincharle el cerebro. ¡Oh, tener delante a la infame, vomitarle +en el rostro las injurias que su dolor y su indignación habían acumulado +durante tres años; luego cogerla así por el cuello y retorcérselo! Aquel +instante de placer compensaría los tormentos que había experimentado. Un +minuto que valía por toda una existencia de dolor. ¿Y por qué no +gozarlo? ¿No tenía en su poder al verdugo de su dicha? ¿No estaba allí +debajo, durmiendo tranquilamente, mientras él se agitaba todavía entre +crueles torturas? Apartóse un poco de la ventana y se secó el rostro con +el pañuelo. Sintió que era impotente para luchar con aquel apetito de +venganza. Toda su filosofía despiadada,<a name="page_212" id="page_212"></a> indiferente, se había ido a +pique. El mundo dejó de ser pura representación; se convertía en +realidad innegable; la vida adquiría el valor absoluto que tiene para +todo ser finito. Era forzoso, a despecho de la razón, satisfacer los +instintos animales que gritan en el fondo de nuestro ser. En vano, para +calmarse, se decía que todas aquellas emociones nada valían ni +significaban en el curso eterno de las cosas, que dentro de muy poco +todo sería humo: en vano se representaba la imbecilidad del ser humano, +luchando y padeciendo en holocausto de una fuerza que se burlaba de él. +Todos sus pensamientos se estrellaban contra un anhelo poderoso, +irracional, que le dominaba. El bruto, como sucede siempre, podía más +que el filósofo.</p> + +<p>Buscó a tientas la salida, y apoyándose en las paredes llegó hasta la +escalera. Al bajar el primer peldaño, sus botas rechinaron en el +silencio de la casa. Sentóse y se despojó de ellas. Luego se deslizó +hasta abajo sin hacer el menor ruido. Sin tropezar, por el conocimiento +perfecto de la casa, avanzó por los corredores hasta llegar a la puerta +del gabinete azul. En aquel momento el gran reloj del comedor dió una +campanada. No supo a qué hora pertenecía esta media. Acercó el oído a la +cerradura y estuvo un rato escuchando sin percibir ruido alguno. +Indudablemente Joaquina estaba ya durmiendo. Entonces se deslizó hasta +la puerta de escape que la alcoba tenía en el pasillo y volvió a poner +el oído. Al cabo de un momento pudo oir una respiración igual y serena. +Un vivo estremecimiento corrió por todo su cuerpo al percibirla.<a name="page_213" id="page_213"></a> Sintió +un nudo en la garganta, pero un nudo de fuego; el corazón quería +saltarle del pecho: apoyó las manos sobre él para apagar el ruido de las +palpitaciones. La traidora dormía tranquilamente sin curarse de él. +¿Aquel deseo de reconciliación era, pues, una farsa? ¿Venía a buscar +dinero solamente? ¡Qué miserable! ¡Qué mujer tan odiosa!</p> + +<p>Empleando todas las precauciones imaginables, levantó el pestillo de la +puerta y empujó. Tenía el pasador echado por dentro. Entonces se fué a +la puerta del gabinete. Aquélla estaba abierta. Avanzó por la estancia +sobre la punta de los pies conteniendo la respiración, llegó hasta la +alcoba y levantó las cortinas. Dió un paso más y chocó con la cama: puso +la mano sobre ella y la deslizó hacia la cabecera. Sintió la presión del +cuerpo de su esposa al hincharse con la respiración. Acercó el rostro +hacia el sitio donde debía de estar la cabeza de la dama, y dijo muy +quedo:</p> + +<p>—Joaquina, Joaquina.</p> + +<p>No despertó.</p> + +<p>—Joaquina, Joaquina—repitió.</p> + +<p>Tampoco hizo movimiento alguno. Entonces la sacudió levemente por el +hombro, llamándola de nuevo.</p> + +<p>La dama dió un grito y despertó despavorida.</p> + +<p>—¡Jesús! ¿Quién es? ¿Quién va?</p> + +<p>—No te asustes, soy yo—dijo con voz débil el mayorazgo.</p> + +<p>—¿Quién? ¿Quién?—replicó la dama, con señales de terror en la voz, +echándose hacia la pared.</p> + +<p>—Soy yo, soy Alvaro... Mira—añadió con voz<a name="page_214" id="page_214"></a> temblorosa,—sé que has +venido a hacer las amistades... Has hecho bien... Olvidémoslo todo, +comencemos una nueva vida...</p> + +<p>La dama no respondió. Metida contra la pared, escuchábase su respiración +aún anhelante por el susto.</p> + +<p>—Hice esfuerzos sobrehumanos para olvidarte—prosiguió con la voz misma +temblorosa, apagada por la emoción,—pero fueron inútiles... Estás +metida a hierro y fuego dentro de mi pecho... Has sido mi primero, mi +único amor en este mundo... Me has hecho mucho daño, ¡mucho! pero aunque +me hicieses mil veces más, no se borrarán de mi alma los momentos de +dicha embriagadora que te debo... ¡Te quiero, sí, te quiero, te +adoro!... Aunque me llamen cobarde, indigno, lo repetiré a la faz del +mundo entero... ¡Si supieses cuánto he sufrido! No ha sido mi dignidad, +mi orgullo destrozado, lo que me ha hecho padecer... Mi corazón es el +que ha sufrido... ¡Qué desconsuelo! ¡Qué tristeza tan honda! Parecía +como si una mano helada me arrancase suavemente las entrañas... Pero ya +pasó todo... ¿Verdad que ya pasó?... Comenzaremos a amarnos de nuevo, +como aquella tarde en que te estreché entre mis brazos por primera vez, +en una calle de árboles de los jardines de Aranjuez...</p> + +<p>El mismo silencio por parte de Joaquinita.</p> + +<p>—Contéstame... ¿Te he asustado, vida mía? Perdóname... ¿Por qué no has +salido luego que se fué ese cura?... ¿Pensabas que iba a arrojarte?... +No, preciosa mía... no... Te quiero, te adoro...</p> + +<p>Al mismo tiempo, alargando las manos, tropezó<a name="page_215" id="page_215"></a> con una de su esposa, la +cogió y la llevó a sus labios con entusiasmo. La dama la retiró +prontamente.</p> + +<p>D. Alvaro quedó sobrecogido.</p> + +<p>—¿Por qué me retiras tu mano?... ¿No te tiendo yo la mía, y soy el +ofendido?... ¿No has venido a reconciliarte conmigo?...</p> + +<p>—Sí, sí, Alvaro—murmuró ella.—A eso he venido... Me has asustado...</p> + +<p>—Perdóname, Joaquina... ¡Si supieses qué alegría me causa el oir tu +voz! Pensé que nunca ya, ¡nunca ya! la volvería a oir. ¿Quieres ser mi +esposa?—añadió bajando la voz, inclinándose para acercar la boca al +rostro de la dama.—Déjame un sitio a tu lado, hermosa... Déjame ser una +noche feliz...</p> + +<p>—No, Alvaro, ahora no—volvió a murmurar la esposa infiel.—Mañana... +Déjame, estoy muy cansada... Déjame hasta mañana...</p> + +<p>—No te molestaré. Me estrecharé cuanto pueda y dormirás tranquila...</p> + +<p>—No, ahora no puede ser... Mañana.</p> + +<p>—¿Por qué no? ¿No quieres ser mi mujercita? ¿No quieres que seamos +felices otra vez, como en aquellos primeros meses de nuestro matrimonio?</p> + +<p>—Sí, lo quiero... Pero ahora estoy muy nerviosa... Deseo quedarme +sola... Mañana será otro día, y te prometo ser tuya... Ahí tienes mi +mano... Vete a dormir, Alvaro... Hasta mañana.</p> + +<p>Montesinos buscó en la obscuridad aquella pequeña y hermosa mano, que +tan bien conocía, y<a name="page_216" id="page_216"></a> la apretó contra sus labios perdidamente, la devoró +a besos. Joaquina la abandonó en su poder, esperando que al cabo se +marcharía. Soltóla, en efecto, pero fué para echarle los brazos al +cuello y apretarla contra su pecho, loco, perdido de amor, aplastando +sus labios con besos brutales, frenéticos. La dama forcejeó rabiosamente +para desasirse, y lo logró, haciendo tambalearse a su marido de un +empellón.</p> + +<p>—¡Te he dicho que no quiero, que no quiero!—le gritó con voz +colérica.—Si vuelves a tocarme, me marcho desnuda como estoy por esas +calles... ¡Vete! ¡Vete!</p> + +<p>D. Alvaro quedó clavado al suelo por el estupor. No eran sus palabras +las que le dejaban frío, horrorizado; era aquella voz aguda como la hoja +de un puñal, que le llegaba hasta lo más hondo del pecho.</p> + +<p>—¡Vete! ¡Vete!—repitió ella alzando aún más el grito.</p> + +<p>En aquel momento ni un pensamiento cruzaba por el cerebro del mayorazgo: +todas sus facultades quedaron aniquiladas, rotas por la sorpresa y el +horror del golpe. No sentía más que una viva impresión de anhelo, como +si se hubiese caído de algún sitio muy elevado y estuviese aún por el +aire. El mundo desapareció en medio de aquella oscuridad: nada existía +en las tinieblas que le envolvían, ni siquiera su pensamiento. Sólo +quedaba una voz estridente, fatal, y un gran dolor, un dolor eterno.</p> + +<p>—¡Vete! ¡Vete!<a name="page_217" id="page_217"></a></p> + +<p>Tropezando con los muebles, brincando como si escapase de una +catástrofe, salió de aquella estancia. Se encontró en la escalera +agarrado fuertemente al pasamanos para no caer. Allí se detuvo y quiso +coordinar sus ideas. ¿Por qué corría? ¿Qué había pasado? No se daba +razón de aquella huída repentina. Trató de volverse y penetrar de nuevo +en la estancia de su esposa y entrar en explicaciones; pero las piernas +se negaron a obedecerle. Un horror instintivo, como si hubiese delante +un pozo negro y hondo, le detuvo. Avanzó, cogiéndose con ambas manos a +la barandilla, y llegó hasta su cuarto. El huracán, penetrando por la +ventana abierta, se había enseñoreado de él; los papeles volaban, los +muebles a que se iba agarrando estaban mojados. Sus manos tropezaron en +el sillón del escritorio, y se sentó sin intentar siquiera buscar las +cerillas ni cerrar la ventana. Así permaneció inmóvil, con los ojos +desmesuradamente abiertos en la obscuridad, sin sentir el frío que le +penetraba hasta los huesos ni el agua de los chubascos que le bañaba a +intervalos la cabeza, no pudiendo determinar si el rumor que le +ensordecía y le mareaba era realmente el de las olas o sonaba tan sólo +en su cerebro.</p> + +<p>Así le sorprendió la claridad del día, un día triste y sucio, como casi +todos los del invierno en Peñascosa. Alzóse al fin, como un sonámbulo, +entró en la alcoba y se dejó caer pesadamente en la cama. Ramiro no pudo +despertarle a las nueve para tomar el desayuno. Era un sueño invencible, +de aniquilamiento, semejante a la muerte. Dormía en<a name="page_218" id="page_218"></a> una inmovilidad +absoluta, con los ojos entreabiertos y el rostro densamente pálido. +Cuando a las tres de la tarde salió de aquel profundo letargo, supo, sin +asombro alguno, que su esposa se había marchado en la diligencia de +Lancia.<a name="page_219" id="page_219"></a></p> + +<h2><a name="LA_ALDEA_PERDIDA" id="LA_ALDEA_PERDIDA"></a>LA ALDEA PERDIDA</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">L</span><small>A</small> Aldea perdida, que he titulado novela-poema, es en efecto tanto un +poema como una novela. Y si Dios me hubiese dotado con la facultad de +fabricar versos armoniosos como a Garcilaso de la Vega, seguramente la +escribiría en verso.</p> + +<p>Está empapada toda ella de los recuerdos de mi infancia. Su escenario es +la pequeña aldea de las montañas de Asturias donde he nacido y donde se +deslizaron muchos días, si no todos, los de mi niñez.</p> + +<p>Para un niño aquellas peleas a garrotazos entre un puñado de rústicos, +que a un hombre le causarían risa, tomaban proporciones colosales, +homéricas. Quizá hoy si presenciásemos las luchas homéricas entabladas +ante los muros de Troya, nos harían reir también.</p> + +<p>Después he visto aquel amado valle natal agudamente conmovido por la +invasión minera. Su encanto<a name="page_220" id="page_220"></a> se había disipado. En vez de los hermosos +héroes de mi niñez vi otros hombres enmascarados por el carbón, +degradados por el alcohol. La tierra misma había también sufrido una +profunda degradación. Y huí de aquellos parajes donde mi corazón +sangraba de dolor y me refugié con la imaginación en los dulces +recuerdos de mi infancia. De tal estado de ánimo brotó la presente +novela.</p> + +<p>Es la primera y única vez que dejé su nombre verdadero a esta región. La +había ya descrito en <i>El Señorito Octavio</i> y en <i>El Idilio de un +enfermo</i> con nombre supuesto. Aquí no sólo conservé los nombres de los +sitios, sino también los de algunos personajes que en la acción +intervienen. La casa de Entralgo es la mía solariega. Su dueño, D. Félix +Ramírez del Valle era mi abuelo, a quien sólo guardé sus iniciales, pues +se llamaba D. Francisco Rodríguez Valdés. Su criado Linón de Mardana, +que lo fué después de mis padres y por último mío, murió hace cuatro +años de más de noventa.</p> + +<p>A nadie sorprenderá, pues, mi predilección por esta novela. Si hubiesen +de perecer todas y se salvase una del olvido, quisiera que fuese ésta. +La escribí para mí únicamente como el hombre que se divierte haciendo +solitarios con una baraja. No pude imaginar que pudiera ser gustada más +que por algunos viejos asturianos como yo. Sin embargo, contra todos mis +cálculos, fué acogida con<a name="page_221" id="page_221"></a> extraordinaria benevolencia, y es una de las +que más se han popularizado. Algunos críticos, con razón o sin ella, la +prefieren a todas las otras. Tan cierto es que en literatura nada hay +mejor que dar gusto a sí mismo para dárselo a los demás.</p> + +<p><a name="page_222" id="page_222"></a></p> + +<p><a name="page_223" id="page_223"></a></p> + +<h2><a name="EL_DESQUITE" id="EL_DESQUITE"></a>EL DESQUITE</h2> + +<div class="blockquot"><p>Los mozos del valle de La viana se hallaban divididos en dos +bandos. De un lado, los de las parroquias de Lorío y Condado; de +otro, los de Entralgo y Villoria. En las romerías era donde +especialmente estallaban las reyertas y donde se apaleaban +lindamente; pero también en particular y en días ordinarios solía +haber algunos choques. Jacinto de Fresnedo, mozo de la parroquia de +Villoria, galantea a Flora que es de Lorío. Una noche va a +visitarla. Saliendo de su casa, tropieza en el camino con Toribión +de Lorío y otros mozos, que le arrancan el palo, le golpean y le +torgan. La torga consiste en amarrar el propio palo a la espalda de +un mozo con los brazos en cruz y luego soltarle los pantalones, +para que, formando grillete, apenas le deje caminar. Jacinto con +gran dificultad logra llegar a su casa. Su primo Nolo de la Braña, +que por desabrimiento con sus amigos se hallaba hacía tiempo +apartado de las peleas, indignado con la humillación infligida a un +pariente tan cercano, se decide a vengarle.</p></div> + +<p class="nind"><span class="lettre">C</span><small>UANDO</small> +un mensajero enviado de Villoria anunció a Nolo la humillación +que los mozos de Lorío habían infligido a su primo, en el primer momento +se resistió a creerlo. Rendido, sin embargo, a la evidencia, fué +acometido de un furor insano que puso en huída al zagal que le trajo la +noticia. Se arrancaba los cabellos, pateaba el suelo como un potro no +domado, batía contra las paredes de su casa los aperos de la labranza, +lanzaba terribles imprecaciones y amenazas. Al fin cayó en una calma más +terrible aún que su furor. Quedó pálido y profundamente sosegado. Subió +a<a name="page_224" id="page_224"></a> su cuarto para vestirse el traje de los días de fiesta, el calzón +corto de paño verde con botones dorados de filigrana, el chaleco +floreado, la blanca camisa de lienzo que la tía Agustina había hilado +con sus manos primorosas; ciñó a sus pies los borceguíes de becerro +blanco, cubrió su cabeza con la montera picuda de terciopelo, echó en +seguida sobre sus hombros la chaqueta; tomó su palo. Así ataviado se +puso en marcha y bajó a Fresnedo. Llamó en una de las primeras casas; +preguntó por uno de sus amigos; le dijo algunas palabras al oído. El +semblante del mozo se contrajo. Nolo le hizo una pregunta en voz baja. +Respondió el mozo con un signo de afirmación. Nolo se despidió. En esta +forma recorrió las casas de los más bravos guerreros de Fresnedo. Luego +envió emisarios a las Meloneras, a los Tornos y a Navaliego. Después +bajó a oir misa a Tolivia.</p> + +<p>A las tres de la tarde se reunían en las afueras de esta aldea hasta +cincuenta mozos de los altos de Villoria, la flor de la juventud +montañesa del valle de Laviana, y emprendieron la marcha hacia la +romería del Otero. ¿Por qué tan tarde? A la hora en que llegaréis, +galanes, la romería estará muy cerca de deshacerse: las hermosas zagalas +buscarán ya con la vista a sus parientes para reunirse a ellos y tomar +el camino de su casa. No importa. Hoy no es día de festejar a las +rapazas.</p> + +<p>Marchaban fieros y graves, el rostro contraído, la mirada fija. Ninguna +chanza alegre se escuchaba entre ellos como otras veces: ni una palabra +salía de sus labios. Sus pasos sonaban huecos y<a name="page_225" id="page_225"></a> lúgubres por la calzada +pedregosa. ¡Así os ví cruzar por Entralgo con vuestras monteras sin +flores, con vuestros palos enhiestos como una nube que avanza negra por +el cielo para descargar su fardo de cólera sobre alguna comarca próxima! +Mi corazón infantil palpitó y desde el corredor emparrado de mi casa os +grité:</p> + +<p>—Nolo, ¿vais a zurrar a los de Lorío? ¡Llévame contigo!</p> + +<p>Yo te vi sonreir, intrépido guerrero de Villoria. Alzaste la mano y me +enviaste un gracioso saludo.</p> + +<p>En vez de cruzar la barca, subieron un poco río arriba y lo salvaron por +un vado descalzándose previamente. A toda costa no querían llamar la +atención y caer sobre la romería de improviso. Una vez en el camino de +la Pola ascendieron por la montaña hacia el santuario del Otero, no +siguiendo el camino trillado, sino por senderos extraviados.</p> + +<p>El campo donde la fiesta se celebraba era un prado casi circular y llano +sobre la misma colina. Más de la mitad de él, por la parte superior, +estaba rodeado de un espeso bosque de robles. Los de Fresnedo se +ocultaron allí sin ser vistos de la gente de la romería.</p> + +<p>Hallábase ésta en todo su esplendor. Hervía el campo con rumor gozoso de +cantos y risas y pláticas ruidosas. Una muchedumbre vestida de día de +fiesta discurría por él entrando y saliendo de la iglesia, parándose +delante de los puestos de bebidas, comprando frutas y confites o +agrupándose en torno de los bailarines. Debajo de un hórreo próximo al +templo sonaban la gaita y el tambor y allí<a name="page_226" id="page_226"></a> más de dos docenas de mozos +y mozas se entregaban con furor al baile. Más lejos, en paraje +descubierto, danzaban otros formando enormes círculos que giraban +cadenciosamente al compás de sus cantos.</p> + +<p>—Florita, ¿dónde tienes a Jacinto?—preguntó una joven de la Pola a la +gentil molinerita de Lorío.</p> + +<p>Ambas se hallaban próximas al hórreo contemplando el baile.</p> + +<p>—¡Madre! ¿Es algún gato Jacinto que se trae y se lleva en una +cesta?—respondió Florita enseñando para reir las perlas de sus dientes.</p> + +<p>—Si no lo es, alguna vez quisiera convertirse, aunque no fuese más que +para saltarte sobre el regazo.</p> + +<p>—¡Calla, tonta! Pronto le diría ¡zape! Los gatos dejan muchos pelos en +la ropa—exclamó la zagala dando un cariñoso empujón a su amiga que por +poco le hace caer de espaldas.</p> + +<p>—¡Vaya, que antes ya le pasarías la mano sobre el lomo!... ¡Pobrecito! +¡Pobrecito menino!</p> + +<p>—¡Fu! ¡fu! ¡Zape!—gritaba la niña emprendiéndola a pellizcos con la +burlona y retorciéndose de risa.</p> + +<p>Sin embargo, al cabo quedó seria. Estaba sorprendida y despechada al +mismo tiempo de no ver a su novio en la romería. ¿Se iría a hacer el +desdeñoso aquel zarramplín después de haberle arrancado la confesión de +su amor? Esta idea inquietaba su orgullo y arrugaba su frentecita.</p> + +<p>—¿Lo ves cómo te quedas seria?—le dijo su<a name="page_227" id="page_227"></a> amiga con ojos +maliciosos.—No puedes ocultar que estás chaladita perdida por Jacinto.</p> + +<p>Hizo un mohín de desprecio la linda morenita.</p> + +<p>—¡Yo perdida por ese cachorro!... No me conoces, Carmela.</p> + +<p>Y para demostrar lo contrario llamó a uno de sus primos que por allí +andaba y le invitó a bailar. Bailaba con sobrado coraje la molinera de +Lorío para que no dejase sospechar que había en ello más jactancia que +alegría.</p> + +<p>Sin embargo, la romería iba cerca de su fin. El sol se acercaba +lentamente a las cumbres de la Vara, encima de Canzana: pronto les daría +el beso de despedida. Andaban por el campo de la fiesta bastantes mozos +de Villoria y Tolivia y algunos de Entralgo, pero desparramados, mustios +y con apariencia de huídos. Las repetidas victorias de los de Lorío los +tenían acobardados y recelosos, sin gana alguna de emprender nueva +quimera, aunque sus enemigos les daban para ello sobrado motivo. Es +indecible el grado de orgullo y de insolencia a que éstos habían +llegado. No sólo con miradas y gestos provocativos les quemaban la +sangre, sino también con picantes indirectas y con insultos groseros les +ponían en el trance a cada instante de perder la paciencia y +experimentar una nueva y vergonzosa derrota.</p> + +<p>Pero el más insolente, el más provocativo, el más fachendoso de todos +era Toribión de Lorío. Imposible mirar solamente a aquel hombre sin +sentir el corazón henchido de rabia. Por eso los de Entralgo y Villoria +se apartaban cuanto podían de los<a name="page_228" id="page_228"></a> parajes en que el jefe poderoso de +Lorío relampagueaba de orgullo y de jactancia.</p> + +<p>Jamás se le viera más alegre y fanfarrón que aquella tarde. Con la +montera terciada y el garrote empuñado por el medio iba de un lado a +otro sonriente, provocativo, embromando a unos, injuriando a otros, como +si el campo de la romería fuese suyo o no hubiera en dos leguas a la +redonda más rey ni más amo que él.</p> + +<p>Y en verdad que no parecía en toda la comarca mozo más fornido... Su +padre, labrador rico de Lorío, lo había criado no con nabos y castañas, +sino con sabrosos torreznos de jamón y cecina, con pan de escanda y +buenos tragos de vino de Toro que los arrieros de Castilla acarrean por +el puerto de San Isidro. Por eso era capaz de alzar sobre los hombros un +carro de hierba; por eso nadie osaba competir con él ni en la siega ni +partiendo leña. Llevaba aquel día envuelta la cabeza, por mayor gala, en +un pañuelo floreado de seda y la montera encima; apretaba sus piernas +membrudas de gigante fino calzón de Segovia; colgaban de la botonadura +de su chaleco los cordones del justillo de Flora que había arrancado la +noche anterior al infortunado Jacinto.</p> + +<p>Cuando se hartó de caracolear por los diversos grupos decidióse a entrar +en la danza. Su presencia causó disturbio y malestar entre los mozos. +Porque Toribión, no sólo con los enemigos, sino con los suyos se +mostraba intemperante. Ahora daba terribles empellones a los mozos que +tenía más próximos haciéndoles vacilar cuando no caer de<a name="page_229" id="page_229"></a> bruces, ora se +gozaba en apretarles la mano hasta hacerles exhalar gritos de dolor. +Reía, gritaba, cantaba y hablaba a destiempo.</p> + +<p>—¿Dónde están los pollos de Entralgo y de Villoria?—profería riendo a +carcajadas.—Hace ya mucho tiempo que no oigo su <i>pío pío</i>. ¿Andan de +rama en rama los pajaritos o están todavía en el nido esperando a que su +madre los cebe?... Dicen que los espanta el milano... ¡Cua! ¡cua! +¡Corred, corred, pollitos, que allá va el milano!... ¡Cua! ¡cua!</p> + +<p>Y extendía los brazos y chillaba imitando el grito de las aves de +rapiña. Y su risa era tan grande que el exceso de alegría bañaba sus +mejillas de lágrimas.</p> + +<p>—¡Ijujú!—concluyó gritando con su voz de bronce.—¡Viva Lorío!</p> + +<p>Un hombre saltó en aquel momento en medio del corro y gritó con voz +estentórea:</p> + +<p>—¡Muera!</p> + +<p>Aquel intrépido guerrero era el hijo del tío Pacho de la Braña.</p> + +<p>—¡Muera!... ¡muera!... ¡muera!</p> + +<p>Tres veces repitió el mismo grito. Su voz poderosa llegó hasta los +últimos confines de la romería produciendo en ella un estremecimiento de +terror. Corrieron los niños a refugiarse entre las faldas de sus madres, +desbandáronse los hombres, chillaron las mujeres, volcáronse las mesas +de confites y las cestas de fruta. Un miedo pánico se apoderó de aquella +muchedumbre tan alegre momentos antes.<a name="page_230" id="page_230"></a></p> + +<p>Toribión de Lorío empalideció también; pero reponiéndose presto se lanzó +sobre su rival soltando espumarajos de cólera. Alzó su garrote enorme +como una tranca que sólo él era capaz de manejar y lo descargó con tal +ímpetu sobre la cabeza de Nolo que se la hubiera partido si éste no +hubiera evitado el golpe esquivando el cuerpo.</p> + +<p>—Has errado el golpe, Toribión—profirió con voz entera el héroe de la +Braña.—Si tuvieses las manos tan ligeras como la boca pronto darías +buena cuenta de mí. Pero confío en que ahora vas a pagar tu fachenda de +siempre y la marranada de ayer. ¡Muera el cerdo de Lorío!</p> + +<p>Ambos combatientes se arrojaron el uno sobre el otro con el corazón +henchido de un furor salvaje. Nolo, aunque de la misma estatura que el +caudillo de Lorío, era menos corpulento; mas lo que le cedía en cuerpo +se lo ganaba en flexibilidad y ligereza. Se habían arrollado la chaqueta +al brazo izquierdo para que les sirviese de escudo. El palo de Nolo era +corto, de acebuche, pintado al fuego y sujeto a la muñeca por una +correa. El de Toribio largo y pesado de roble.</p> + +<p>Los mozos de Lorío se habían aproximado de una parte, los de Entralgo y +Villoria de otra. Pero los dos bandos se mantuvieron apartados por +tácito acuerdo, dejando amplio trecho para que sus héroes más famosos +saldasen solos y cara a cara la cuenta que tenían pendiente.</p> + +<p>Toribión, así que hubo errado el golpe, levantó de nuevo la tranca; pero +antes que tuviese tiempo a descargarla se le anticipó con increíble +presteza<a name="page_231" id="page_231"></a> el de la Braña y le atizó un estacazo en la cabeza que le +obligó a tambalearse. Reponiéndose instantáneamente volvió sobre su +adversario como un león hambriento o un jabalí que necesita abrirse +paso. Nolo pudo parar el golpe con el brazo izquierdo que aun con la +almohada de la chaqueta se resintió bastante. Lanzó un rugido de dolor +el guerrero de la Braña y acometido por la rabia homicida comenzó a +brincar en torno de su enemigo como un tigre sediento de sangre, +atacándole por todas las partes con incansable furor. Temblaba la tierra +bajo los pies de tan formidables guerreros, crujían sus palos al +chocarse, escuchábase de lejos su resuello temeroso. Todo el campo de la +fiesta se estremecía pendiente de aquella descomunal batalla.</p> + +<p>Por fin el hijo del tío Pacho alcanzó el brazo derecho de su contrario +con un garrotazo. Saltó el palo de la mano de Toribión y quedó inerme +frente a su adversario. Entonces viéndose perdido, no halló otro recurso +que volver la espalda y darse a correr moviendo con ligereza sus +piernas. Pero el valiente Nolo le seguía de cerca lleno de confianza en +sus pies rápidos. Dos veces dieron la vuelta entera al campo de la +romería. Como un galgo persigue al través de la verde llanura a la +liebre que acaba de levantar entre la maleza, así el héroe de la Braña +seguía y apretaba cada vez más al ilustre guerrero de Lorío. Los de uno +y otro bando se mantienen suspensos y anhelantes contemplando la carrera +de sus jefes, el uno fugitivo, el otro corriendo sobre sus pasos.<a name="page_232" id="page_232"></a></p> + +<p>La mala ventura de Toribión quiso que al hacer la tercera vuelta se le +enredasen los pies entre un helecho y cayese de bruces. Alzóse +rápidamente, pero antes que pudiera emprender de nuevo la carrera un +garrotazo de Nolo le hizo dar con su pesado cuerpo en el suelo. Entonces +el irritado mozo sació sobre él su furor descargando sobre sus espaldas +algunos garrotazos, mientras le decía lanzándole una mirada feroz: +“¡Echa roncas ahora, pelele, echa roncas! ¿Te creíste que porque Dios te +ha dado mucha fuerza los demás somos de manteca? Si ayer noche fuera yo +con Jacinto no lo hubierais torgado, gran cerdo. ¡Toma por ladrón! ¡Toma +por cerdo!”</p> + +<p>Los de Lorío, viendo a su compañero así caído y golpeado, volaron al fin +a su socorro. Mas los de Entralgo y Villoria, animados con la presencia +de Nolo y su buen suceso, les salieron al encuentro. Cuando los de uno y +otro bando se hubieron encontrado, sonó un formidable clamor. Los +hombres chocaron con los hombres, los palos con los palos. Escucháronse +a la vez gritos de triunfo y lamentos, imprecaciones y vivas. Como dos +ríos impetuosos que caen de la montaña y sus aguas se tropiezan en el +valle con fragoroso estruendo que se oye a lo lejos, así los dos +ejércitos rivales cayeron el uno sobre el otro. Igual furor los anima: +el mismo deseo de gloria agita sus corazones.</p> + +<p>Sin embargo, los de Entralgo eran menos numerosos, y ante la avalancha +formidable de sus enemigos no tardaron en ceder terreno. Entonces Nolo +de la Braña se salió un instante del sitio de<a name="page_233" id="page_233"></a> la lucha y lanzó un +silbido penetrante. Los cincuenta guerreros de Fresnedo, Meloneras y +Navaliego, al oir aquella señal, surgieron de improviso del bosque donde +se hallaban ocultos y cayeron como buitres hambrientos lanzando gritos +horrísonos sobre los mozos del Condado y Lorío. ¿Quién pudiera resistir +el ímpetu de aquella juventud magnánima? Una tromba de agua y pedrisco +no causaría más daño en un sembrado: la mar alborotada arrojando sobre +la tierra sus espumas amargas no infundiría más espanto. Todo cae, todo +huye, todo grita delante de su furor indomable. Los de Lorío, aterrados, +apenas pueden resistir breves instantes. En vano el valeroso Firmo de +Rivota los anima con grandes voces al combate y dando el ejemplo se +arroja con temerario coraje en medio de la pelea. El mísero sucumbe al +fin bajo el garrote de Jacinto de Fresnedo; cae aturdido y es pisoteado.</p> + +<p>¡Musas, decidme los nombres de los guerreros que allí cayeron o salieron +descalabrados bajo los garrotazos de los hijos magnánimos de Entralgo, +porque yo no acierto a contarlos! Tú, bizarro Angelín de Canzana, +tumbaste de un estacazo en medio de la cabeza al esforzado Luisón de la +Granja, hijo del tío Ramón, famoso domador de potros. Confiado en sus +fuerzas extraordinarias, quiso hacerte frente; pero lograste pronto +volcarle y fué pisoteado. El valeroso Ramiro de Tolivia midió varias +veces las espaldas con su garrote a Juan de Pando, afamado en todo el +valle, no sólo por su valor, sino por la habilidad en el baile.<a name="page_234" id="page_234"></a> Ninguno +con más primor ejecutaba las mudanzas y saltaba delante de su pareja: en +esta ocasión no le valieron sus ágiles piernas: aunque corría como un +gamo por el monte abajo, Ramiro le alcanzó repetidas veces con su palo. +Froilán de Villoria desarmó y apaleó sin piedad a Pin de Boroñes, +sobrino del cura del Condado, a quien su tío estaba enseñando latín para +enviarlo al Seminario de Oviedo y ordenarlo <i>in sacris</i> por la carrera +abreviada. Antes que el obispo lo consagrase, Froilán logró hacerle un +buen chichón en la corona. Pero más que todos éstos se distinguió en +aquella jornada memorable Tanasio de Entralgo. Su cayado fulminante, +cortado en el monte Raigoso, abatía cuanto encontraba delante. Imposible +contar el número prodigioso de bollos y tolondrones que aquel mortífero +instrumento causó en breve tiempo. No era un arma en sus manos, sino +rayo fragoroso, resonante, que sembraba el terror y la alarma por +doquiera que pasaba.</p> + +<p>¿A quién sacrificaste tú, impetuoso Celso, honor y gloria de mi +parroquia? Bajo tus acometidas invencibles cayeron muchos y bravos +guerreros de Lorío y cayó también el más ilustre de los hijos del +Condado, el famoso Lázaro, que después de Toribión y Firmo era tenido +por el más esforzado de los enemigos de Entralgo. No le valió su garrote +nudoso de acebuche ni le valieron sus saltos prodigiosos. Tú derribaste +de un garrotazo su montera adornada de claveles y luego le tentaste +varias veces la cabeza y las costillas. ¿A quién inmolaste tú, +industrioso Quino, el más galán<a name="page_235" id="page_235"></a> y más prudente de los hijos de +Entralgo? Bajo tu palo gimieron muchos bravos en aquella aciaga jornada +y por fin tuviste el honor de ver huir delante de ti al valeroso Lin de +la Ferrera. Si no le diste alcance no fué porque te faltasen piernas, +sino porque no quisiste que los mozos del Condado te cortasen la +retirada.</p> + +<p>Pero en aquella ocasión por su fuerza y por su audacia se distinguió +Nolo, el hijo del tío Pacho de la Braña, entre todos los hijos de +Villoria y Entralgo y ganó gloria imperecedera. Parecido a una llama +impetuosa penetra entre las filas de los contrarios sembrando en ellas +el pavor. Tan pronto está en un sitio como en otro; aquí tumba a un +mozo, más allá desarma a otro, en otra parte persigue a un fugitivo. +Imposible averiguar a qué campo pertenecía, si peleaba del lado de Lorío +o de Entralgo. Como un río impetuoso se despeña en el invierno sobre el +valle y rompe los diques que las manos del hombre le han puesto y +arrastra los árboles y las casas y destruye las más florecientes +heredades, de tal modo el hijo del tío Pacho penetra en las espesas +falanges de los de Lorío introduciendo en ellas el desorden y el +espanto.</p> + +<p>¿Dónde estabas tú, belicoso Bartolo, dónde estabas tú en aquel momento +de perdurable memoria para nosotros? Habías llegado tarde a la romería y +te habías acercado al hórreo donde los zagales y zagalas se entregaban +al baile. Allí tropezaste con un amigo que te invitó a beber unos vasos +de sidra. Y descuidadamente, sin pensar que<a name="page_236" id="page_236"></a> los de Entralgo iban a +necesitar pronto de tu invencible brazo, te entretuviste alegremente +narrando amores y combates. En vano te dijeron: “Bartolo, parece que hay +palos en la romería.” Tú no hiciste caso, acostumbrado como estabas a +despreciar los peligros, y enardecido por la plática y la sidra seguiste +relatando la historia maravillosa de tus hazañas. Cuando al cabo algunos +fugitivos vinieron a refugiarse bajo el hórreo y pudiste cerciorarte de +que la bulla no era niñería, con terrible calma cubriste tu cabeza con +la montera, pediste otro vaso de sidra, lo bebiste y después de haberte +limpiado repetidas veces los labios con el dorso de la mano dijiste con +sosiego aterrador: “Vamos a ver lo que quieren esos pelafustanes.” Y +saliste arrojando miradas homicidas a todos lados.</p> + +<p>Pero ya la victoria estaba declarada por los de Entralgo. Los de Lorío y +Condado corrían desbandados y seguidos de cerca por los primeros. Las +mujeres, los niños y los hombres pacíficos se habían refugiado en el +pórtico y en los alrededores de la iglesia. El campo de la romería +estaba poco menos que desierto. Sembrados por él y aturdidos por los +garrotazos yacían algunos guerreros. Uno de ellos se levantó y +derrengado, sin palo y sin montera enderezó sus pasos trabajosamente +hacia la iglesia. Era el famoso Toribión, el caudillo ilustre de Lorío. +Bartolo lo vió y animado de un valor intrépido saltó sobre él como un +león y de un par de estacazos le hizo de nuevo medir el suelo.<a name="page_237" id="page_237"></a></p> + +<p>—Ya caíste entre mis uñas, Toribión—exclamó con sonrisa diabólica—. +Mucho tiempo hacía que tenía gana de verme cara a cara contigo. Cuando +te levantes marcha a Lorío y cuenta a tus compañeros cómo te ha hecho +morder la tierra el hijo de la tía Jeroma de Entralgo.</p> + +<p>Después, sereno, majestuoso, semejante a un dios recorrió el campo de la +fiesta sin que nadie se opusiera a su marcha triunfante.</p> + +<p>Hartos de apalear y perseguir a los de Lorío, no tardaron en llegar los +zagales victoriosos de Entralgo y de Villoria lanzando gritos de +triunfo. De nuevo se puebla el campo de romeros y por algún tiempo reina +la misma animación. Los mozos vencedores, ebrios de alegría, quieren +depositar su triunfo a los pies de las rapazas y les ofrecen sus +monteras llenas de confites y avellanas tostadas. Sonríen ellas, se +hacen las melindrosas; insisten ellos y a pesar de su fuerza indomable +se muestran ruborosos y humildes como niños.</p> + +<p>Jacinto se acerca a Flora. Su rostro aún está contraído, sus manos +tiemblan, todo su cuerpo manifiesta extraña agitación.</p> + +<p>—¿Qué mosca te ha picado, Jacinto?—le pregunta la linda morenita +mirándole con una risa maliciosa.</p> + +<p>—¿Sabes lo que han hecho ayer noche conmigo tus vecinos?—exclama +rudamente el mozo.</p> + +<p>Flora le mira sorprendida.</p> + +<p>—Pues en cuanto salí de tu casa, antes que llegase<a name="page_238" id="page_238"></a> a Rivota, entre +Toribión y otros tres me torgaron.</p> + +<p>Un relámpago de ira pasó por los ojos de la zagala.</p> + +<p>—¿No te dije que no te fiases de ellos, Jacinto? ¡Que eran muy burros! +¡muy burros!<a name="page_239" id="page_239"></a></p> + +<h2><a name="ADIOS" id="ADIOS"></a>ADIOS</h2> + +<div class="blockquot"><p>Demetria, hija natural de una señora de elevada alcurnia de Oviedo, +fué entregada al nacer a unos labradores de Canzana, el tío Goro y +la tía Felicia. Se crió como hija suya y llegó á los diez y seis +años sin conocer el secreto de su nacimiento. Su verdadera madre, +arrepentida del abandono en que la había tenido, se presenta un día +en Canzana reclamándola. Demetria estaba en relaciones amorosas con +Nolo de la Braña. Tanto por esto, como por el intenso cariño que +profesaba a sus padres y hermanos putativos, experimenta un +profundo pesar.</p></div> + +<p class="nind"><span class="lettre">A</span><small>SÍ</small> +fué como los de Entralgo lograron el desquite, ganando inmensa +gloria. Pero el hijo intrépido del tío Pacho de la Braña no pudo +saborearla porque no halló en la romería a Demetria, aunque largo tiempo +la buscó por todas partes. Nadie le daba noticia de ella, ni del tío +Goro ni de Felicia. Preguntó a Flora y ésta tampoco sabía por qué su +amiga dejara de asistir a fiesta tan renombrada. Con el corazón lleno de +tristeza el héroe de la Braña iba y venía de un grupo a otro, siempre +con la esperanza de hallar en alguno a su dueño bien querido. Cuando se +llegó la noche y aquella muchedumbre se fué dispersando tomó la +resolución de ir a Canzana y así lo comunicó a sus compañeros. Pero el +prudente Quino le habló de esta manera:<a name="page_240" id="page_240"></a></p> + +<p>—Yo no dudo, Nolo, que vayas a Canzana esta noche, aunque bien sabes +que los de Lorío no dejarán de esperarte en el camino. Si todos los +hemos agraviado ahora, a nadie más que a ti guardarán rencor. Grande +alegría les darías si pudiesen saciar en ti su venganza, porque tú +fuiste quien les preparó la garduña en que cayeron. Mi parecer es que +dejes la visita hasta mañana y que la hagas a la luz del día, cuando +todos esos mozos estén en el trabajo. Y si es que no quieres dejarla, +entonces nosotros te acompañaremos después hasta Villoria.</p> + +<p>El hijo del tío Pacho lanzándole una mirada feroz le respondió:</p> + +<p>—Pasmárame a mí que no salieses con alguna de las tuyas. ¿Quién sino tú +pudiera meterme miedo con esos mamones que todavía están corriendo y no +pararán hasta esconderse debajo del escaño de su casa? Tienes el corazón +de liebre y vales más para comer la torta y la leche al pie del lar que +para sacudir garrotazos en las romerías. Guárdate, guárdate en casa esta +noche, que yo no necesito que nadie me dé escolta.</p> + +<p>El industrioso Quino sintió que el calor subía a sus mejillas y replicó +encolerizado:</p> + +<p>—Nada te he dicho, Nolo, que merezca que me insultes de ese modo, y no +es de mozos criados en ley de Dios hacer ofensa a los amigos que se han +portado bien. Si yo como la torta al pie del lar, tú la comes también, +porque no te mantienes del aire, y si tú das garrotazos en las romerías, +garrotazos sacudo yo cuando se tercia. Vete solo<a name="page_241" id="page_241"></a> si quieres, que no +será Quino de Entralgo quien te lo estorbe.</p> + +<p>Iba a contestar Nolo con otras pesadas palabras; pero el intrépido Celso +de Canzana, temiendo que la disputa llegase a pelea, se apresuró a +intervenir.</p> + +<p>—Ya que lo veo necesario, Nolo, voy a decirte lo que sé y que según las +trazas nadie ha querido contarte hasta ahora. Esta mañana se presentó en +Canzana una gran señora y preguntó por el tío Goro y la tía Felicia. +Entró en su casa, habló con ellos y también con Demetria y se fué en +seguida. Allí se dice que esta gran señora es la madre de tu rapaza y +que se la lleva para Oviedo o Gijón. Ahora ya sabes por qué no ha venido +esta tarde a la romería. Si quieres ir a Canzana puedes hacerlo, y si a +la Braña lo mismo. De todos modos, los mozos de Entralgo estamos siempre +para lo que gustes mandar.</p> + +<p>Quedó Nolo suspenso y acortado al escuchar estas palabras. Una gran +tristeza inundó su corazón y empalidecieron sus mejillas. Apenas pudo +murmurar las gracias. Repuesto un poco, al cabo se despidió de sus +amigos manifestando que iba derecho a su casa.</p> + +<p>Se acostó en la cama, pero no pudo gozar de las dulzuras del reposo. +Todas sus ilusiones se huían. Aquel amor profundo, el primero y el único +de su vida, se disipaba como un sueño. Lo que tenazmente se susurraba +hacía tiempo y había llegado varias veces a sus oídos resultaba cierto. +Demetria no era hija de aldeanos, sino de señores,<a name="page_242" id="page_242"></a> y señora ella misma +por lo tanto. ¿Cómo se acordaría en las alturas de su nueva posición de +la bajeza de aquel aldeano que la amaba? ¡Oh, cuánto la amaba! El pobre +Nolo daba vueltas en su lecho cual si tuviese espinas.</p> + +<p>Por la mañana pensó en comunicar con su madre tan tristes noticias, pero +no pudo hacerlo. La voz no quiso salir de su garganta; temía echarse a +llorar como un niño. Salió a trabajar, pero en vez de hacerlo dejóse +caer bajo un árbol, y así se estuvo toda la mañana inmóvil, con los ojos +extáticos. Un deseo punzante le acometió, el de ver por última vez a +Demetria y despedirse. Quizá no se hubiese marchado aún. Si se había +marchado, quería ver siquiera aquella casa en que ella respiró y +sentarse en la misma tajuela y hablar con los que siempre había tenido +por padres. Comió apresuradamente y salió con disimulo sin decir una +palabra.</p> + +<p>Bajó a Villoria. Una vez allí, en vez de tomar el camino real de +Entralgo, a la derecha del riachuelo, siguió la margen izquierda, por la +falda de la montaña, a la altura de Canzana.</p> + +<p>Tampoco Demetria logró dormir aquella noche. Había pasado todo el día +sumida en profunda tristeza, llorando a ratos amargamente, haciendo, sin +embargo, penosos esfuerzos para mostrarse serena a fin de no aumentar el +dolor de la buena Felicia que estaba inconsolable. Lo que más entristaba +a la zagala era que ésta perdiera aquella confianza maternal para +tratarla y reprenderla. Se mostraba, a par que afligida, un poco +confusa<a name="page_243" id="page_243"></a> en presencia de la que ya no podía llamar hija.</p> + +<p>Esperó con ansia la noche para ver a Nolo, pues no dudaba que éste, no +hallándola en la romería, viniese a Canzana. Amargo desengaño +experimentó al observar que se llegaba la hora de irse a dormir sin que +el mozo de la Braña llamase a su puerta. Y el mismo punzante deseo que a +Nolo le acometió a ella: el de despedirse y darle testimonio de su +constante amor.</p> + +<p>Al día siguiente toda la mañana empleó en los preparativos de su viaje. +Efectuáronse éstos en silencio y tristemente. La casa estaba como si +hubiera muerto alguno. Después de comer manifestó que iba a Lorío a +despedirse de Flora; la avergonzaba mucho manifestar su verdadero +designio. Bajó la calzada de Entralgo, pero antes de trasponer el puente +siguió la margen izquierda del río, pasó por el cimero de Cerezangos y +se dirigió a Villoria.</p> + +<p>Los caminos eran de montaña: unas veces senderos en los prados, otras en +los bosques de castaños, otras, en fin, calzadas estrechísimas entre +paredillas recubiertas de zarzamora y madreselva. En el recodo de una de +estas calzadas se encontró de improviso con Nolo. Ambos quedaron +sorprendidos y sonrieron avergonzados sin pronunciar palabra. Fué +Demetria quien primero rompió con franqueza el silencio:</p> + +<p>—Iba a la Braña, Nolo.</p> + +<p>—Y yo a Canzana, Demetria.</p> + +<p>—Tenía que hablarte.</p> + +<p>—Yo a ti también.<a name="page_244" id="page_244"></a></p> + +<p>Demetria le miró sorprendida.</p> + +<p>—¿Sabes algo?—le preguntó vacilante.</p> + +<p>—Sí... Ayer me dijeron lo que había pasado por la mañana en tu casa.</p> + +<p>Los dos guardaron silencio. Se habían arrimado a la paredilla, el uno al +lado del otro. Demetria arrancó un retoño verde de la zarza y lo deshizo +entre los dedos con la mirada fija en el suelo. Nolo con los ojos +abatidos igualmente daba golpecitos con su nudoso garrote sobre las +piedras del camino.</p> + +<p>—Nunca estuve más descuidada y alegre que ayer por la mañana—profirió +al cabo en voz baja la joven—. Había lavado y vestido a mis hermanos y +tenía mi ropa extendida sobre la cama para ponérmela cuando volviese de +la fuente... Pensaba en la romería... Pensaba en bailar hasta caer +rendida... Pensaba en ver a Flora... Cuando bajé la escalera encontré a +mi madre llorando. Delante estaba una señora tan alta como yo, seria, +con el pelo casi blanco. Llevaba pendientes que relucían como si +tuviesen fuego dentro y en las muñecas unos anillos grandes con piedras +verdes que relucían también... Cuando mi madre me dijo: “Demetria, esta +señora es tu madre; yo no lo soy”, pensé que me venía el techo encima. +Quedé sin gota de sangre. Después me dijeron que iban a llevarme a +Oviedo y vestirme de señora...</p> + +<p>—¿Y no te alegras de eso?—preguntó Nolo sin levantar los ojos.</p> + +<p>—No—respondió secamente la zagala.</p> + +<p>Hubo una pausa. Nolo volvió a preguntar tímidamente:<a name="page_245" id="page_245"></a></p> + +<p>—¿Será por el tío Goro y la tía Felicia? Te han criado como padres y tú +los quieres como si lo fuesen...</p> + +<p>—Sí, por ellos es... y por ti también—añadió rápidamente y en voz más +baja.</p> + +<p>Un estremecimiento sacudió el cuerpo del mozo de la Braña.</p> + +<p>—¡Oh, por mí!... ¡Bien te acordarás cuando seas señora y vistas de seda +y cuelgues de las orejas pendientes que reluzcan como candelas de este +pobre aldeano que allá en la Braña destripa terrones!</p> + +<p>—Calla, Nolo, calla—profirió ella con acento severo—. No me obligues +a decir lo que no debo. Ya pueden ponerme los vestidos que quieran: +debajo de ellos siempre estará Demetria, la misma rapaza para quien +hacías zampoñas y buscabas nidos allá en el monte, la misma que +acompañaste en las romerías tantas veces.</p> + +<p>El mozo de la Braña escucha estas nobles palabras con alegría y guarda +silencio paladeando su sabor delicioso.</p> + +<p>—Si en Canzana hubieran querido—añadió la joven después de un rato con +acento no exento de amargura—nadie me sacaría de casa.</p> + +<p>—¡Qué iban a hacer los pobres, si no son tus padres!—murmuró Nolo.</p> + +<p>Ellos nada, pero dejarme a mí que lo hiciera.</p> + +<p>—Bien sabes, Demetria, que eso no puede ser. Ni tenían razón para ello, +ni se habrán atrevido a aconsejártelo.<a name="page_246" id="page_246"></a></p> + +<p>Calló la zagala, comprendiendo que Nolo tenía razón, que su queja era +injustificada.</p> + +<p>—De todos modos—profirió después con resolución—, si ahora me marcho, +algún día volveré. Nadie me quitará de venir a ver a mis padres... Y si +me lo quitan, ya sabré lo que he de hacer.</p> + +<p>—¿Cuándo te marchas?</p> + +<p>—Mañana. Regalado, el mayordomo de don Félix, quedó encargado de +llevarme.</p> + +<p>Acerca del viaje y sus preparativos, de la aflicción de sus padres y de +sus pequeños hermanos departieron todavía un rato. Ni una palabra +volvieron a hablar de sí mismos. La plática corría lánguida y apagada. +Debajo de sus palabras indiferentes se transparentaba una tristeza +profunda. Ambos tenían la voz levemente enronquecida y temblorosa. Al +cabo, después de una larga pausa, Demetria dejó escapar un suspiro y +como si saliese de un sueño exclamó:</p> + +<p>—Bueno, Nolo: es hora ya de separarnos. No sé si tendré tiempo de ir a +Lorío a despedirme de Flora y volver antes de la noche.</p> + +<p>—Sí lo tienes. Mira; el sol está muy alto todavía.</p> + +<p>Demetria guardó silencio y permaneció inmóvil mirando por encima de la +paredilla a las altas montañas de <i>Mea</i>. Y sin apartar de ellas los ojos +profirió:</p> + +<p>—¿Vendrás mañana a despedirme?</p> + +<p>—No—respondió el mozo con firmeza.</p> + +<p>—Haces bien. ¿Para qué llamar la atención de la gente?<a name="page_247" id="page_247"></a></p> + +<p>Y después de una pausa añadió tendiéndole la mano:</p> + +<p>—Adiós, Nolo, que Dios te proteja como hasta ahora, que proteja a tus +padres y a tus hermanos y al ganado que tenéis en la cuadra.</p> + +<p>—Adiós, Demetria. El te guarde tan buena como eres y te traiga pronto +por acá.</p> + +<p>Se estrecharon las manos, se miraron con amor a los ojos unos instantes +y se apartaron con el corazón desgarrado, pero grandes, serenos como la +Naturaleza que los rodeaba, hermosos y castos como dos mármoles de la +antigüedad.</p> + +<p>—Oye, Demetria—dijo él volviéndose repentinamente.</p> + +<p>Demetria también se volvió.</p> + +<p>—Toma esos claveles—añadió quitándose la montera y arrancando de ella +los que llevaba prendidos—. Si pasas por la iglesia de Entralgo déjalos +a la Virgen del Carmen. Es nuestra madre y ella nos juntará otra vez.</p> + +<p>Tomólos la zagala sin decir una palabra. Ambos se alejaron con paso +rápido. Ella lloraba. El con los ojos secos y la mirada altiva marchaba +erguido y arrogante, aunque llevase la muerte en el alma.</p> + +<p>En vez de seguir el mismo camino y pasar a Entralgo por el puente del +Campo de la Bolera, Demetria bajó al río, lo atravesó por unas grandes +piedras pasaderas que debajo de Cerezangos hay y siguió la margen +derecha hasta dar pronto en la iglesia de Entralgo. Empujó con mano +trémula la puerta y entró. Se hallaba el templo solitario<a name="page_248" id="page_248"></a> en aquella +hora. La zagala se postró ante la sagrada imagen de la Virgen, y +sollozando, con palabras fervorosas pidió protección para ella y para +Nolo: besó repetidas veces el ramo de claveles que éste le había dado y +lo dejó a los pies de la Madre de los desconsolados.</p> + +<p>Al salir tropezó cerca del pórtico con la tía Brígida y la tía Jeroma, +aquellas venerables hermanas que tuvieron la dicha de dar al mundo al +prudente Quino y al pernicioso Bartolo, de fama inmortal. La habían +visto desde un prado próximo entrar en la iglesia y picada su curiosidad +bajaron rápidamente a esperarla. Ambas quedaron fuertemente sorprendidas +al hallarla con los ojos enrojecidos por el llanto.</p> + +<p>—¡Quién diría, hermosa, al verte con los ojos llorosos, que ha caído +sobre ti la bendición de Dios!—exclamó la tía Brígida poniéndole cara +halagüeña—. Todos los vecinos estamos alegres más que las pascuas al +ver cómo la fortuna te ha entrado por las puertas. Porque no hay ninguno +que no te haya estimado por la rapaza más guapa, más limpia, más honrada +de nuestra parroquia. Tú sola eres la triste, Demetria. ¿Cómo es eso?</p> + +<p>—¡Bah! lágrimas de un día—exclamó la tía Jeroma—. Bien se acordará de +llorar cuando mañana se vea en Oviedo sentada en un sillón que se hunde, +tomando chocolate con bizcochos y con una criada detrás para que le +espante las moscas.</p> + +<p>Demetria permaneció grave y silenciosa. Las comadres trataron de tirarle +de la lengua, pero fué inútil. Sus esfuerzos se estrellaron contra la<a name="page_249" id="page_249"></a> +actitud fría y reservada que siempre había caracterizado a la hija del +tío Goro de Canzana.</p> + +<p>Despidióse presto y se encaminó velozmente a Lorío. Flora lloró primero, +rió después, volvió a llorar y trató de consolarla. ¡Cuánto habló +aquella vivaracha criatura en poco tiempo! Pues aún no pareciéndole +bastante resolvió acompañar a su amiga hasta Entralgo, dormir allí y +despedirla al día siguiente. Y así se efectuó y no hay para qué decir +que durante el camino no cerró la boca. Demetria la escuchaba embelesada +y de vez en cuando aplicaba un sonoro beso en sus mejillas de rosa.</p> + +<p>No fué mucho tampoco lo que pudo dormir la zagala aquella noche. +Aguardó, sin embargo, a que su padre la llamase y se vistió como si +fuesen a conducirla al suplicio. Cuando se asomó al corredor vió delante +de la casa a todas sus compañeras, quince o veinte zagalas de Canzana +que habían resuelto bajar a despedirla. Un torrente de lágrimas se +escapó de sus ojos. Su padre, el irreprochable Goro, la tomó de la mano +y le dijo:</p> + +<p>—Paréceme, Demetria, que llegó la hora de decirte algunas palabras +instruídas; porque la sabiduría, no lo olvides, hija, es la mejor +cosecha que un hombre puede recoger. Vale más que el maíz y que el trigo +y si es caso vale más que el mismo ganado. Ahora que vas a Oviedo y +tratarás con señorones de levita, instrúyete, hija, aprende lo que +puedas, lee por todos los papeles que se te ofrezcan y si se tercia +agarra también la pluma. Pero luego que estés bien aprendida no +desprecies a los pobres ignorantes, porque buena desgracia<a name="page_250" id="page_250"></a> tienen +ellos. Además, el orgullo no sienta bien a ningún cristiano. Yo que comí +más de una vez a la mesa con los clérigos te lo puedo certificar. Y el +Espíritu Santo ha dicho: “Si te ensalzas te humillaré, y si te humillas +te ensalzaré.”</p> + +<p>Así habló el hombre más profundo que guardaba entonces el valle de +Laviana y quizá las riberas todas del Nalón caudaloso.</p> + +<p>—¡Padre, padre! ¿por qué me dice usted eso?—exclamó Demetria +angustiada.</p> + +<p>Sin embargo, pronto se llega la hora de partir. La desdichada Felicia no +tiene fuerzas para acompañar a su hija y queda en casa exhalando +gemidos. Un grupo numeroso de zagalas y en medio de él Demetria +desciende por la calzada de Entralgo. Detrás marchan también algunos +hombres que rodean al tío Goro.</p> + +<p>En Entralgo los esperaba ya Regalado con los caballos enjaezados. +Demetria abraza a todas sus amigas y sube al que tiene las jamugas. El +mayordomo monta en el suyo brioso.</p> + +<p>—¡Adiós, adiós!</p> + +<p>El tío Goro, pálido como la cera, se acerca todavía a su hija, le +estrecha las manos, se las besa y le vierte al oído estas memorables +palabras:</p> + +<p>—Aprende, hija, aprende a leer por los papeles, que la persona que no +sabe semeja (aunque sea mala comparanza) a un buey.</p> + +<p>Luego se retira demudado como si fuera a caer.</p> + +<p>¡Adiós, adiós!<a name="page_251" id="page_251"></a></p> + +<h2><a name="LA_HERMANA_SAN_SULPICIO" id="LA_HERMANA_SAN_SULPICIO"></a>LA HERMANA SAN SULPICIO</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>STA</small> es la novela entre las mías que ha logrado mayor popularidad en +España. Lo que entretiene es lo que primero se difunde, y esta narración +goza opinión de divertida. Algunos críticos, harto indulgentes, han +querido ver en ella una obra representativa, un bosquejo de la sociedad +andaluza. No he aspirado a tanto. He narrado una aventura de amor y la +he hecho florecer en el país del amor y de las flores; la he prestado el +aliciente del contraste sin llegar al pecado; este es el secreto de su +éxito lisonjero. El amor nos interesa a los viejos y a los jóvenes, a +los grandes y a los pequeños. Todas las otras religiones tienen sus +adeptos y sus herejes; pero en este favorable dios todos creemos; sus +hazañas y prodigios constituyen la historia del linaje humano.</p> + +<p>¿Cómo un hombre del norte, un <i>casi gallego</i>, ha podido lanzarse a la +empresa de escribir la novela de la Andalucía? Alguien quizá lo explique +por la facultad que nos atribuyen a poetas y novelistas<a name="page_252" id="page_252"></a> de transmigrar +por momentos y vivir la vida de los demás seres. Yo lo explico más +humildemente, admitiendo que aquello que vemos por vez primera nos hiere +con más eficacia y queda más impreso en nuestro espíritu que lo que +presenciamos a diario desde nuestra niñez. Pocas semanas en Sevilla me +han bastado para libar la deliciosa dulzura de aquella vida original, +inspiradora, y saturarme de ella.</p> + +<p>He averiguado que no pocos andaluces leyendo esta novela me han creído +su compatriota. Aunque este error me honre en cierto modo no me +enorgullece. Asturiano soy y quiero ser. Aunque lo duden mis buenos +amigos de Sevilla, en la húmeda y frígida región donde he nacido también +hay poesía.</p> + +<p>No todos son buenos amigos míos en Sevilla a lo que pude entender. Hay +allí personas que no han visto con buenos ojos la aparición de esta +novela y se manifiestan descontentos de la pintura que de su ciudad he +trazado. No me sorprende. Están tan acostumbrados a verse pintados en +panderetas guarnecidas de madroños, que cualquier retrato suyo les +sobresalta. Les pasa como a nuestros frailes de principios del siglo +XIX, a quienes cualquier libro escrito en lengua francesa daba tufo de +herejía.</p> + +<p>Quisiera tranquilizarles. El que una población tenga carácter no la +excluye del concierto de las<a name="page_253" id="page_253"></a> demás civilizadas que no lo tienen. +Sevilla es una ciudad culta, amable, hospitalaria. Nada ganará en +cultura y decoro el día en que tenga calles anchas y casas de seis pisos +y campos de <i>foot-ball</i> y los jóvenes enseñen las pantorrillas y las +cigarreras vayan a la fábrica con sombrero. En cambio habrá perdido +mucho de su atractivo.</p> + +<p>Creo haber hecho en obsequio de su ciudad más de lo que esas personas +recalcitrantes se figuran. Léase en el apéndice de este libro lo que +dice Emilio Faguet de <i>La Hermana San Sulpicio</i>. Y como éste son muchos +los extranjeros que por mi novela aman a Sevilla sin conocerla. Otros +han venido a visitarla. Hace ya bastantes años, a un oficial de +Artillería paisano mío le dieron a elegir por guarnición entre Barcelona +o Sevilla. Estaba ya decidido por la primera ciudad, cuando acertó a +leer <i>La Hermana San Sulpicio</i>. Así que la terminó pidió destino para +Sevilla, allá se fué y allá se casó.</p> + +<p>Desechen, pues, sus resquemores esos buenos sevillanos, no se +avergüencen de lo típico y pintoresco de su ciudad natal, no ambicionen +el transformarla en una ciudad moderna y rectilínea. La regularidad no +es la belleza. Lo que ganamos en disciplina lo perdemos en iniciativa. +En esas ciudades de calles tiradas a cordel no pocas veces, ¡ay!, los +habitantes suelen estar también tirados a cordel.</p> + +<p><a name="page_254" id="page_254"></a></p> + +<p><a name="page_255" id="page_255"></a></p> + +<h2><a name="PASEO_POR_EL_GUADALQUIVIR" id="PASEO_POR_EL_GUADALQUIVIR"></a>PASEO POR EL GUADALQUIVIR</h2> + +<div class="blockquot"><p>Ceferino Sanjurjo conoce a Gloria en las aguas de Marmolejo. Era +monja dedicada a la enseñanza. La sigue a Sevilla. Ella deja el +convento y se traslada a su casa. Sanjurjo logra enamorarla. Se +hablan por las noches a la reja. Sanjurjo tiene un rival llamado +Daniel Suárez que también había conocido a Gloria en Marmolejo. +Como Sanjurjo frecuentaba la casa y la tertulia de Anguita, Suárez +le calumnia haciendo creer a Gloria que tiene amores con Joaquina +Anguita. Gloria celosa y enfurecida cita a Suárez para la reja a la +misma hora en que solía hablar con Sanjurjo. Este cuando vino como +siempre a «pelar la pava» experimentó la cruel humillación de ver +su puesto ocupado. La calumnia y la intriga del malagueño quedan +deshechas en el presente capítulo.</p></div> + +<p class="nind"><span class="lettre">D</span><small>EMASIADAMENTE</small> +confiado dormí yo aquella noche y dejé transcurrir el día +siguiente. Por la tarde, poco antes de oscurecer, me fuí a situar en el +puente de Triana, donde Paca me había dicho que la esperase para darme +cuenta del resultado de la carta y de sus gestiones. Era la hora de más +animación en aquel paraje. Los obreros y obreras de Triana que +trabajaban en Sevilla tornan a sus casas. Los de Sevilla que trabajan en +Triana y en la Cartuja hacen lo mismo. Unos y<a name="page_256" id="page_256"></a> otros se encuentran en el +puente, que hierve de transeuntes.</p> + +<p>Arriméme perezosamente al pretil, de espaldas al río, y contemplé con +ojos distraídos aquel ir y venir mareante. El atractivo de mi +contemplación eran las caras saladísimas de las cigarreras y +trabajadoras de la Cartuja que allí suelen verse. Unas en grupos +resonantes de gritos y risas, otras solitarias, preocupadas, caminando a +paso largo, todas con vistosos trajes de percal y flores en el cabello, +pasaban por delante de mí, dirigiéndome alguna vez breves miradas de +curiosidad y sorpresa, como si pensasen:</p> + +<p>—¿Qué hará aquí este desaborío, que ni siquiera nos dise: ¡Ole la +muheres castisas! ¡Viva tu mare, mi niña!</p> + +<p>¡Para <i>oles</i> estaba yo! A medida que se acercaba el momento de la +conferencia con Paca parecíame más grave y decisivo. Un germen de duda +había entrado en mi espíritu después de almorzar, y en pocas horas se +había desarrollado, crecido, se hallaba en completo florecimiento. ¿Por +qué me parecía tan natural antes que Gloria me hubiese desairado en +virtud de una intriga de Suárez, y no por libre y espontáneo movimiento +de su voluntad? No acertaba a explicármelo. Por más esfuerzos que hacía +para volver otra vez a aquella mi anterior convicción, no lo lograba. +Oscuro y temeroso se me ofrecía lo que poco antes veía claro y risueño. +Pues, a pesar de eso, no observaba en mi alma aquel sentimiento de furor +y rabia que me había acometido al saber mi derrota. Una<a name="page_257" id="page_257"></a> extraña laxitud +la invadía, un desfallecimiento que me inclinaba a la tristeza, no a la +cólera. La memoria de la ofensa se deshacía, se disipaba entre las +brumas del cerebro. Sólo quedaba el tierno recuerdo de un amor feliz y +el vivo pesar de no haber podido preservarlo de desgracia. Testimonio +irrecusable era éste, si lo supiera entender, de que continuaba +enamorado y más que nunca. Llegó a parecerme que lo que me habían +concedido había sido por pura merced y bondad, y que era natural +privarme ahora de lo que no merecía. Hacia Gloria, dando por supuesto +que me había engañado, no sentía rencor alguno. El malagueño seguía +inspirándome aversión y repugnancia, pero no deseaba vengarme de él.</p> + +<p>Cuando, a impulso de mis imaginaciones melancólicas, se huyó el deseo de +recrear la mirada en los rostros peregrinos de las cigarreras, volvíme +para derramarla por el río y sus pintorescas márgenes. El sol acababa de +ponerse. Un resplandor rojizo que se extendía desde el horizonte por el +firmamento, esfumándose en lo alto y transformándose en rosicler de +tintas puras, nacaradas, indicaba el paraje por donde el astro del día +se había ocultado. A mi izquierda, no muy lejos, alzábase la Torre del +Oro, que bañada por los reflejos del horizonte rojizo parecía fabricada, +en efecto, con el metal que le da su nombre. Más a la izquierda, +asomando sólo la cabeza sobre las azoteas del caserío de la ciudad, +veíase también la Torre de la Plata, con su blanca corona de almenas. +Más allá, el palacio de San Telmo, envuelto<a name="page_258" id="page_258"></a> en la masa verde de sus +naranjos, asomando las agujas de sus torrecillas de pizarra. El +Guadalquivir corría bajo mis pies. Sus aguas revueltas, amarillentas, +gracias a los reflejos del crepúsculo, semejaban un espejo tembloroso +donde brillaban mil tintas de ópalo y plata y carmín. A lo largo de él, +acostados al muelle, había gran número de buques, cuyos mástiles y +enredada jarcia parecían surgir del gran bosque de naranjos que se +extendía por la margen izquierda. A la derecha, las casas del barrio de +Triana tocaban en la orilla del río, el cual seguía su curso majestuoso +hasta unos dos kilómetros del puente, donde, al hacer un recodo, parecía +detenido por la muralla de verdura que los jardines de las Delicias le +oponían.</p> + +<p>El sosiego melancólico de aquel espectáculo formaba contraste con la +baraúnda que tenía a mi espalda. El aire caldeado no recogía del río +ninguna humedad. Sentíase igualmente abrasador, insufrible, que en medio +de la ciudad. La luz, al huirse, cambiaba poco a poco los colores del +cielo, repartiendo sobre él infinitos matices imposibles de nombrar. +Sobre la tierra derramaba una triste palidez que tornaba las cosas +incoloras y las confundía y las borraba. Allá, debajo del muro verde de +las Delicias, se amontonaban las sombras formando una masa espesa que se +iba dilatando rápidamente. Sobre Triana, de lo alto de la suave colina +donde se asienta Castilleja de la Cuesta, descendía igualmente la noche. +El aire resonó con un ronco silbido prolongado. Era un vapor que salía. +Vi su masa negra apartarse lentamente de<a name="page_259" id="page_259"></a> la orilla, oí el ruido +estridente de las cadenas, algunas voces lejanas. Luego su quilla rompió +silenciosa el acerado espejo del río, y no tardé en perderle de vista a +lo lejos, al penetrar en el espeso montón de sombras que los bosques de +naranjos dejaban caer sobre el agua.</p> + +<p>Placíame por las tardes ir a aquel sitio, a presenciar la puesta del +sol. La vista del paisaje que por lo variado y recogido, parecía un gran +lienzo panorámico, me infundía siempre un sentimiento de bienestar, +cierta deliciosa plenitud de vida, que sólo las grandes ciudades +meridionales poseen y saben transmitir al alma. Mas ahora sentíame +triste y solo. Aquel riente espectáculo, que parecía impregnado de la +gracia y la alegría de mi Gloria adorada, perdió de pronto su encanto. +El espíritu de belleza vivo y ardiente que lo animaba rechazaba el mío, +serio y contemplativo. Yo, que guiado por el amor había penetrado de +golpe en lo más íntimo y profundo de aquella naturaleza ardorosa, +perfumada, palpitante, dejando perderse en ella mi ser antiguo, grave y +soñador, de hombre del Norte; yo, que aspiraba y recogía por todos los +poros la vida andaluza, como si aquélla fuese mi patria verdadera y a la +cual fuera restituído después de muchos años de ausencia, me encontraba +ahora despegado, solitario. Faltaba el lazo que nos unía. Entre aquel +río, aquella Torre del Oro, aquellos bosques de naranjos, aquel +horizonte diáfano de tintas brillantes, y yo, no había nada ya de común. +No era frente a estas cosas más que un curioso, un <i>touriste</i>, como +ahora se<a name="page_260" id="page_260"></a> dice, pero no tardaría en partir, acaso para siempre. ¡Partir! +¡ay! No se rían ustedes. Viendo centellear suavemente en lo alto del +cielo una estrellita azulada, sentí correr por las mejillas dos +lágrimas.</p> + +<p>Después de enjugarlas cuidadosamente, volví de nuevo el rostro hacia los +transeuntes, buscando distracción a mi tristeza. Apenas lo había hecho, +enfilando la vista por el puente en dirección a la ciudad, veo a lo +lejos una colosal nariz que se oculta detrás de la gente, y vuelve a +ocultarse, y vuelve a aparecer, aproximándose siempre. Aquella nariz no +podía pertenecer lógicamente a otro que a Eduardito. Esta fué mi +convicción instantánea, que tuve el gusto de ver confirmada. Cruzó por +delante de mí con el sombrero en la mano, el paso desigual y +precipitado, más que nunca pálido y las facciones desencajadas.</p> + +<p>—¡Eh! ¡eh! Eduardito.</p> + +<p>Detúvose un instante, miró y vino hacia mí.</p> + +<p>—¿Dónde va usted tan escapado, hombre de Dios?</p> + +<p>—No lo sé, don Ceferino—me respondió, posando sobre mí sus ojos +vidriosos.</p> + +<p>—¡Tiene gracia! ¿Y se iba usted como si le faltase medio minuto para +llegar a la cita?</p> + +<p>—¡Oh, si supiera usted, don Ceferino!... ¡Me están pasando unas +cosas!... ¡Unas cosas!</p> + +<p>La voz del sensible joven era temblorosa, apagada. Hacía tiempo que se +hallaba en un estado de debilidad extrema. Ahora parecía que hablaba<a name="page_261" id="page_261"></a> +como si no hubiese tomado alimento desde hacía ocho días.</p> + +<p>Miréle sorprendido y con curiosidad.</p> + +<p>—¡Si supiera usted lo que me está pasando en este momento!</p> + +<p>—¿Qué hay?</p> + +<p>—Pues nada... Verá usted... Mi hermana acaba de darme un golpe +terrible... Fuí a casa... Verá usted... Por la mañana le dije que no +podía continuar de este modo... que era necesario resolver uno u otro... +Más de veinte veces quise pedirle a Fernanda la conversación... pero +cuando iba a hacerlo, se me ponía un nudo aquí en la garganta... Usted +no sabe... aunque me matasen, no podía... vamos, no podía... Si yo +tuviese tanto pico como mi hermana... ¡Maldita sea!... Le dije que me +hiciese el favor de decírselo a Fernanda de mi parte, y que me la diese +o me desengañase de una vez... Pues bien, verá usted... quedó en +decírselo esta tarde... ¡Yo no puedo continuar así, don Ceferino, crea +usted que no puedo continuar!... Pues bien, quedó en decírselo. Esta +tarde debía venir Fernanda a casa. Matilde me dijo después de almorzar +que saliese y no volviese hasta el oscurecer... y que cuando volviese +estaría todo arreglado, o poco había de poder. Mi hermana se pinta para +estas comisiones. Obedecí. Dí más de mil vueltas por Sevilla, y cuando +vi que oscurecía me fuí a casa. Crea usted, don Ceferino, que me +temblaban las piernas. Cuando llamé a la puerta estaba más muerto que +vivo. Salió Matilde a la cancela, y al verme se puso hecha<a name="page_262" id="page_262"></a> una hiena: +“¿Qué vienes a hacer aquí? ¡Márchate! ¡Vete ahora mismo!” Creí que el +mundo caía sobre mí... No sé cómo pude salir del portal, ni sé cómo he +llegado hasta aquí...</p> + +<p>—¿Y no es más que eso?... Pues se apura usted por bien poco. Es que las +ha sorprendido usted en el momento de la conferencia. Estoy seguro de +que nada malo le sucederá... Fernanda le quiere a usted... Me consta.</p> + +<p>—¡Oh, no!—exclamó el apasionado joven.</p> + +<p>—Sí; le quiere a usted, hombre... Ya verá usted.</p> + +<p>Estuve por decirle: “¿Cómo no ha de quererle, siendo vieja y fea y no +teniendo a nadie que la mire a la cara?” Pero me contuve.</p> + +<p>—¡Ay, don Ceferino, qué bien me está usted haciendo!—exclamó, dándome +un abrazo y rozando con su estupenda nariz mi oreja izquierda.</p> + +<p>—Nada, váyase usted tranquilo. Dé usted algunas vueltas por ahí, y +luego, dentro de una media horita, cuando ya Fernanda se haya ido, entra +usted en casa. Estoy seguro de que Matildita tiene para usted una buena +noticia.</p> + +<p>Eduardito me contempló un momento con sus ojos pequeños, insípidos; y +algo avergonzado, con ansioso acento, me dijo:</p> + +<p>—Si usted quisiera, don Ceferino, dar una vueltecita antes por allí... +y luego salir a avisarme...</p> + +<p>—Amigo mío—le respondí con tono triste y desengañado—, en este +momento me hallo en igual caso que usted... Dentro de unos momentos voy +a saber también si mi novia me quiere o me<a name="page_263" id="page_263"></a> manda con la música a otra +parte... Esto último será lo más probable. Conque ya puede usted +dispensarme.</p> + +<p>—Pero ¿cree usted que Fernanda?...—replicó con egoísmo feroz, sin +tomar en cuenta para nada mi confidencia.</p> + +<p>—Sí, hombre, sí; váyase usted tranquilo.</p> + +<p>No se habían pasado diez minutos desde que el mancebo y su gran +cartílago se alejaron, cuando apareció, por la boca del puente, Paca. En +la primera mirada que me dirigió comprendí que todo se había perdido.</p> + +<p>—No ha querido contestar, ¿verdad?—le pregunté sin saludarla, +esforzándome por sonreir.</p> + +<p>—¡Uf! ¡Cómo está con uté, señorito! Ni por un Señor Crucificao ha +querío tomar la carta. Me ha dicho: “Paca, si no quieres que riña +contigo, no vuervas en tu vía a hablarme de ese...”</p> + +<p>—¿De ese qué?—pregunté, viendo que se detenía.</p> + +<p>—De ese <i>tío</i>—agregó avergonzada—. Uté dispense, señorito.</p> + +<p>—Está bien, Paca—dije, aparentando sosiego, pero con voz alterada por +la emoción—. Muchas gracias por el interés que se ha tomado usted por +mí...</p> + +<p>Hubo unos instantes de silencio.</p> + +<p>—Lo siento de too corasón, señorito. Yo creo que ustedes dos pareaban +mu bien...</p> + +<p>Pocas palabras más hablamos. No podía ocultar mi tristeza y desaliento. +Los consuelos de la cigarrera no penetraban siquiera en mis oídos.<a name="page_264" id="page_264"></a> +Antes de despedirse quiso darme la carta, que no había podido entregar. +Yo la tomé, y sin rasgarla la arrojé al río, sonriendo tristemente.</p> + +<p>Lo primero que se me ocurrió caminando a casa fué marcharme al día +siguiente sin ver a nadie ni despedirme. Pero después consideré que +debía hacerlo, cuando menos, de Isabel y su padre, a quienes debía +hartas atenciones, y me decidí a ir a esperarlos al día siguiente a la +estación. Además, abrigaba todavía esperanza de que la condesita +interviniese de un modo beneficioso en mis enredados asuntos amorosos. +Me costaba trabajo creer que Gloria se negase en absoluto a dar +explicaciones de su conducta.</p> + +<p>Al entrar en casa me encontré, sin saber cómo, en los brazos de +Eduardito, y otra vez sentí en la oreja el cosquilleo de su nariz +indómita. Mi profecía se había cumplido. Matildita obtuvo un éxito tan +satisfactorio en su dificilísima gestión diplomática, que Fernanda había +concedido a su enamorado trovador el permiso de ir a hablarla por la +reja los martes, jueves y sábados. Eduardito osaba esperar que, andando +el tiempo, obtendría el mismo señalado favor los lunes, miércoles y +viernes. Llegó a la sazón Matildita, y Eduardito, presa de un rapto de +amor fraternal, se abrazó a ella y la restregó el rostro con la nariz +repetidas veces en testimonio de gratitud eterna. El <i>Colibrí</i>, con +aquel éxito se había crecido, y entornaba la cabecita a un lado y a otro +con más petulancia, si cabe. Decía que la indiscreción del chinchoso de +su hermanito, llegando justamente en el momento<a name="page_265" id="page_265"></a> en que estaba tratando +con su amiga los puntos más delicados, por poco hace fracasar las +negociaciones. El hermanito empalidecía escuchando aquel horrible +peligro que había corrido sin saberlo.</p> + +<p>Aquella noche tuve la flaqueza, que acaso el lector encuentre +perdonable, de irme a eso de las once y media hacia la calle de Argote +de Molina. Cuando emprendí el camino, no sabía fijamente qué es lo que +allí iba a hacer. Muy pronto quedó determinado en mi cerebro. Avancé +cautelosamente por ella, y al llegar al recodo desde donde podía verse +la casa de Gloria me detuve. El corazón me daba saltos. Estiré el +cuello, asomé la cabeza como un miserable espía y... nadie. A la reja no +había nadie. Un goce intensísimo bañó todo mi ser como un bálsamo +celestial. A este goce sucedió ansia indefinible de cerciorarme de que +los ojos no me engañaban, que a la reja no había nadie, absolutamente +nadie. Marché resueltamente por la calle y pasé por delante de la casa a +paso lento, y hasta me parece que me detuve un instante frente a ella. +Era verdad; ¡qué verdad tan sublime! Allí no estaba el malagueño. La +calle desierta, las ventanas herméticamente cerradas. Pero era necesario +que me convenciese bien, que gozase plenamente de aquella grande y +sabrosa verdad. Y para eso estuve dando paseos por las calles hasta las +dos de la madrugada, y cada poco tiempo pasaba por aquélla con toda +lentitud y me detenía algunos instantes a ver si la ventana se abría y +el aborrecido rival llegaba. No fué así. Me consideré<a name="page_266" id="page_266"></a> dichoso, como si +fuese gran fortuna. Una de las veces que por allí crucé me sentí tan +tiernamente apasionado y aun agradecido, que me acerqué a la reja, y +después de convencerme de que nadie me observaba, besé los hierros donde +mi saladísimo dueño había puesto tantas veces sus manos.</p> + +<p>Retiréme contento a casa. Aquel feliz estado de espíritu me hizo de +nuevo ver las cosas de color de rosa. Al día siguiente me enteré de la +hora a que llegaba el tren de Cádiz, y fuí a esperar al conde y a la +condesita del Padul, prometiéndomelas muy felices. Era la hora del +oscurecer. En el andén estaban Pepita Anguita y otras cuatro amigas de +Isabel. Dos de ellas eran las de Enríquez, a quienes ya conocía de +vista. Mientras llegaba el tren, paseamos y departimos alegremente, +riendo bastante con las ocurrencias de Pepita. Cuando el cuerno del +guardaagujas anunció la llegada, nos abalanzamos presurosos al borde del +andén, y tuvimos el gusto de ver a la ventanilla de un coche a la +condesita, que nos saludó con el pañuelo, muy regocijada y agradecida. +Antes de salir de la estación, ya las de Enríquez la invitaron a ir con +ellas aquella noche al teatro. Isabel manifestó que estaba cansada; pero +no cedieron, y tanto empeño formaron, que al fin consintió en que la +viniesen a buscar después de comer. El coche del conde y el de las de +Enríquez los esperaban. Mas antes de que entraran en ellos tuve ocasión +para quedarme un momento detrás con Isabel, y explicarle en cuatro +palabras lo que sucedía.<a name="page_267" id="page_267"></a> Maravillóse en extremo, e hizo sin vacilar la +misma afirmación de Paca; esto es, que debía de haber una intriga o mala +inteligencia. No pudimos hablar más, porque llegamos a la puerta de +salida y era preciso montar en carruaje. Yo no quise hacerlo, aunque me +invitaron con insistencia. La condesita me dijo al darme la mano:</p> + +<p>—Váyase usted esta noche por el teatro, ya hablaremos.</p> + +<p>Comí con premura, me vestí y me eché a la calle en el momento que +entraba Villa.</p> + +<p>—Hombre—le dije con imperdonable ligereza y egoísmo (lo mismo que +Eduardito conmigo)—, ¿cómo no ha ido usted a esperar a Isabel?</p> + +<p>Le vi inmutarse, y me respondió turbado que había tenido que hacer en el +cuartel.</p> + +<p>Llegué al teatro de San Fernando cuando sólo había dentro de la sala dos +docenas de personas a lo sumo. Aún tardó, en poblarse, larga media hora. +Se representaba una función extraordinaria, a beneficio de no sé qué +desgraciados, por la compañía de ópera que había actuado en Cádiz y +regresaba a Madrid. La sala del teatro es amplia, elegante, bien +decorada. Pero el verdadero adorno de ella son los rostros expresivos de +las niñas indígenas, que allí pueden verse con más comodidad y espacio +que en ninguna otra parte. Es el teatro aristocrático de Andalucía. Las +damas que allí asisten, vestidas con esplendidez y gusto, pueden mirar +sin bajar la cabeza a las abonadas del teatro Real de Madrid. Los +hombres, por el afectado descuido de su persona y por su desmedida<a name="page_268" id="page_268"></a> +afición al <i>flamenquismo</i>, no son dignos de figurar al lado de ellas.</p> + +<p>Isabel y sus amiguitas las de Enríquez fueron de las últimas en llegar, +y se acomodaron en un palco bajo. La condesita estaba radiante de +belleza y elegancia. Observé que todas las miradas, lo mismo de los +hombres que de las señoras, se volvían hacia ella con frecuencia, al +tenor de lo que había pasado en la tertulia de Anguita la noche en que +la conocí. Y como entonces, la joven recibía aquel homenaje con perfecta +naturalidad, sin ruborizarse ni envanecerse, sonriendo franca y +bondadosamente, lo que prestaba a su rostro encanto irresistible. Si +aquella expresión era hija del cálculo, hay que confesar que Isabel +había ascendido a lo más delicado y exquisito del arte de agradar. +Saludóme graciosa y familiarmente con la mano, con lo cual todos los +ojos que estaban fijos en ella se tornaron hacia el sitio donde yo +estaba. En cualquiera otra ocasión esto me hubiera halagado. Ahora me +hallaba tan inquieto por el resultado de mis amores, que me fué +indiferente, y aun me pesó de la distinción, por la curiosidad de que +fuí objeto. Seguro estoy de que muchos me diputaron, sin más, por su +novio.</p> + +<p>En cuanto el segundo acto terminó, un acto larguísimo de <i>I Puritani</i>, +me levanté para ir a saludarla. Pero al cruzar el pasillo de butacas, +sentí que me llamaban por mi nombre.</p> + +<p>—¡Qué encandilao va, hermano!</p> + +<p>Era Raquel, la dama de Ecija, que se alojaba en la misma casa que yo. +Teníamos gran confianza.<a name="page_269" id="page_269"></a> Estaba con su esposo, quien cada día +simpatizaba más conmigo.</p> + +<p>—¿Dónde va usted tan escapao?</p> + +<p>—A saludar a unas señoritas ahí a un palco.</p> + +<p>—Bien, pues antes salúdeme usted a mí. Siéntese un ratito.</p> + +<p>Me indicó una butaca desocupada a su lado, y, por no parecer grosero, me +senté.</p> + +<p>La belleza “en colosal” y llamativa de la dama había atraído hacia aquel +sitio a algunos pollastres que la miraban fijamente. Ella, comprendiendo +el efecto que en los tales causaban sus grandes ojos de ternera y +enérgico seno, se esponjaba y hablaba alto, para decir, por supuesto, +mil simplezas, que el bueno de Torres escuchaba sin pestañear, +aletargado en su butaca bajo el peso de la peluca, impuesta como un +castigo. No tardé en ver entre aquellos admiradores a Oloriz, +atusándose, por variar, la barba y dirigiendo miradas lánguidas a +Raquel. Se conoce que luchó un poco con el temor, pero que al fin se +decidió a saludarla. Llegóse, pues, y se quitó el sombrero, dejando al +descubierto su magnífica cabellera rubia, peinada cual si viniese +directamente de la peluquería. Preguntóle por la salud, y luego hizo lo +mismo con su esposo. Pero éste, sea porque se hallase distraído, o bien +por la aversión concentrada que le tuviese, no contestó al saludo. El +estudiante quedó acortado. Raquel entonces, no pudiendo disimular la +indignación, o por mejor decir, la rabia que la conducta de su esposo le +produjo, tomó la palabra, y ¡aquí fué ella!<a name="page_270" id="page_270"></a></p> + +<p>—Pepe, que te está saludando el señor Oloriz... Yo pensé que era una +regla de buena educación contestar a los saludos que nos dirigen.</p> + +<p>—Mujer, no le he visto—manifestó Torres con dulzura.</p> + +<p>—La verdad es que ya tienes tiempo para haber aprendido un poco de +crianza... ¡Cuidado que se necesita no tener un adarme para quedarse +hecho una estaca cuando una persona decente, cuando un caballero, nos +hace el favor de preguntarnos cómo estamos!</p> + +<p>Yo, viéndola tan irritada, traté de calmarla con algunas frases de +disculpa. Mas ella, aturdida y excitada como siempre por sus propias +palabras, cada vez se iba poniendo más encrespada, hasta el punto de que +algunas personas que se sentaban en las butacas inmediatas lo +observaron.</p> + +<p>—¡Es una grosería, Sanjurjo... una indignidad!... Usted es persona de +buena educación, y en su interior se está escandalizando, segura estoy +de ello. Y si él solo se pusiera en ridículo, no me importaría nada... +pero me pone a mí, y esto no puedo tolerarlo... ¡No quiero tolerarlo!... +¿Qué se figuraría una persona desconocida que presenciara este lance?... +¡Se figuraría cualquiera cosa mala, indecente!... ¿Es esto dar +consideración a su señora? ¿Es hacer que se la respete?</p> + +<p>—¡Si no le he visto, mujer! ¡si no le he visto!—repetía dulcemente el +anciano.</p> + +<p>Oloriz, en pie delante de nosotros, pálido, silencioso, hacía una figura +verdaderamente desgraciada,<a name="page_271" id="page_271"></a> tirándose con mano convulsa de la barba +hasta arrancarse algunos pelos.</p> + +<p>Tomé el partido de dejarla desahogarse. Cuando hizo una pausa, le dije +en son de broma:</p> + +<p>—Vaya, Raquel, no sea usted tan nerviosilla.</p> + +<p>Y antes que de nuevo se exaltase, me levanté y le dí la mano. Oloriz vió +el cielo abierto, y aprovechó mi marcha para retirarse también, haciendo +un reverente saludo.</p> + +<p>Isabel me estaba esperando con impaciencia, según me dijo. Había pensado +bastante en mi situación, y quería a todo trance deshacer “los monos”, +que dependían sin duda de alguna mala inteligencia, de algún embuste. +Oyéndola llamar “monos” a las tremendas calabazas que Gloria me había +propinado, alegróseme el alma. Había encontrado un medio de que nos +tropezásemos y pudiésemos hablarnos. En su casa no quería que fuese. +Quizá su prima se ofendería de que la llevasen engañada. Lo mejor era ir +de excursión a la Palmera, una casa de campo que tenían del otro lado +del río. Allí, estando todo el día juntos, no podía menos de operarse la +reconciliación, para lo cual ella pondría de su parte lo que pudiera.</p> + +<p>—Por supuesto, no invitaremos a ese malagueño antipático—añadió, +guiñándome el ojo con gracia—. Usted campará todo el día por sus +respetos.</p> + +<p>Mi pecho se inundó de gratitud. Era adorable aquella chica.</p> + +<p>Quedó en ir a la mañana siguiente a invitar a Gloria, y en avisarme por +medio de carta el día y hora de la excursión, y en general todo lo que +sucediese.<a name="page_272" id="page_272"></a> Mis esperanzas, tan pronto vivas como muertas, renacieron +ahora más frescas y lozanas que nunca. Parecíame imposible que dejándome +un rato a solas con mi ex novia no la conmoviese y redujese a quererme +otra vez. Tal fe tenía en mi elocuencia. Además, era dificilísimo +suponer que tanto amor como aquella gentil muchacha me había demostrado +en el tiempo que duraron nuestras relaciones se hubiese desvanecido en +un instante, sin quedar entre las cenizas rescoldo alguno. En resumen, +que dormí bastante bien aquella noche, y pasé el día siguiente +tranquilo. Por la tarde recibí carta de Isabel. No la esperaba tan +pronto. Decíame que la partida de campo se haría mañana. Como tenía +muchas cosas que decirme, esperaba que fuese aquella noche a comer a su +casa.</p> + +<p>Según costumbre, el conde comió fuera de ella. Lo hicimos solos Isabel, +la tía Etelvina y yo. En verdad que con las muchas y graves noticias que +la condesita me comunicó, no hice más que picar de los platos, sin comer +realmente de ninguno. Por la mañana había estado en casa de su prima a +visitarla. Hablaron de mí, y Gloria se mostró enojadísima, mejor dicho +indignadísima conmigo. Le dijo que le constaba de un modo evidente que +yo estaba ¡qué horror! en amores con Joaquina Anguita. Todo lo que +Isabel hizo por disuadirla fué inútil. Sabía el tiempo que todas las +noches hablaba con ella, y que todos en la tertulia tenían conocimiento +de tales relaciones. Preguntó si yo era de la partida, y respondiéndole +que sí, negóse a formar parte de ella. Sólo a fuerza de ruegos<a name="page_273" id="page_273"></a> cedió, y +eso con la condición de que se invitase también a Daniel Suárez.</p> + +<p>—Mire usted, Sanjurjo, la impresión que yo he sacado es que mi prima +tiene celos, ¡unos celos que la comen el alma!... y una mujer celosa es +una mujer enamorada.</p> + +<p>—Pero ¿ese Daniel?...</p> + +<p>—No haga usted caso... Lo ha escogido como instrumento para dárselos a +usted... Por lo demás, entre usted y él ninguna muchacha puede +vacilar—añadió sonriendo.</p> + +<p>—Mil gracias.</p> + +<p>Pero después que ambas primas hubieron resuelto este punto, quedó otro +más difícil. La cuestión de permiso. Doña Tula se negó a darlo. Gloria +estaba haciendo en su casa una vida conventual. Desde que se descubrió +el galanteo de Marmolejo, sobre todo, la tenían terriblemente sujeta. +Isabel acudió a su padre, quien mandó a doña Tula una cartita, +diciéndole que no era aquello lo convenido, que se había prometido sacar +al mundo a su sobrina para averiguar su vocación, y que se la tenía +prisionera, peor que en el colegio; que aquello daría mucho que hablar +en Sevilla, y que la rogaba, para evitar murmuraciones, que la +concediese alguna libertad. Dos horas después vino una cartita con la +autorización. La excursión se efectuaría, pues, al día siguiente, y los +convidados partirían de la casa de los condes a las dos de la tarde.</p> + +<p>—Invite usted de nuestra parte al amigo Villa. Dígale que es un +ingrato... Hasta ahora no le he<a name="page_274" id="page_274"></a> echado la vista encima—me dijo al +tiempo de despedirme.</p> + +<p>¡Pobre Villa!, exclamé para mí, observando el tono ligero con que +pronunció estas palabras su ídolo. Y desde allí me fuí derecho a la +cervecería, para darle el encargo. Cambió un poco de color al +escucharme; pero me dijo con sosegada energía:</p> + +<p>—Ya sabe usted, amigo Sanjurjo, que yo con esa mujer no puedo tener +decentemente ni siquiera relaciones de buena amistad. Si me hubiese dado +calabazas... nada... hubiéramos quedado tan amigos; pero el pregonar mis +cartas y el consentir que se haga chacota de ellas, no lo olvidaré en mi +vida... La saludaré cortésmente, le dirigiré la palabra con respeto, +pero ser su amigo, ¡nunca!</p> + +<p>Entendí que tenía razón, y no quise insistir. Aquella noche tampoco fuí +a casa de Anguita. Hacía tres noches que no iba por no encontrarme de +frente con Suárez. A las altas horas dí algunos paseos por la calle de +Argote de Molina, y volví a sentir un placer intenso viendo la reja de +Gloria cerrada.</p> + +<p>Amaneció, al fin, el día 20 de Agosto, memorable en el curso de esta +verídica historia. Amaneció brillante, como todos los anteriores, más +que los anteriores a mi juicio. Pasé agitadísimo la mañana. Me puse un +traje apropiado al caso, ligero, claro y holgado. Fuí a comprar un +sombrero que había visto en un escaparate, muy adecuado para el sol y +elegante, me afeité hasta dejar las mejillas suaves y tersas como las de +un niño, también me puse un calzado de becerro blanco<a name="page_275" id="page_275"></a> muy lindo; en una +palabra, me preparé convenientemente para la gran batalla que por la +tarde iba a librar. Observé que Villa no salía de casa y daba vueltas en +torno mío, con cierta inquietud, y como si desease hablarme. Por fin, +cuando nos avisaron para almorzar, me dijo desde la butaca donde estaba +sentado en mi habitación, chupando un cigarro puro y envolviéndose en +una nube de humo:</p> + +<p>—¿Sabe usted, amigo Sanjurjo, que me voy de excursión con ustedes esta +tarde?... Sí; voy—añadió en voz baja y con acento rápido—para que +Isabel no se figure que me estoy muriendo de pena.</p> + +<p>—Me alegro muchísimo. Hace usted perfectamente—respondí, y exclamé +otra vez para adentro—: ¡Pobre Villa!</p> + +<p>Durante el almuerzo estuvo alegre y jovial, como hacía muchos días no le +veía, como si acabase de recibir una grata nueva.</p> + +<p>A las dos en punto nos personamos en casa de Padul. Estaban ya allí casi +todos los convidados: las dos chicas de Enríquez, con su mamá y el novio +de una de ellas, Pepa y Joaquina Anguita (Ramoncita no había podido +venir por estar con jaqueca), Daniel Suárez y el presbítero don +Alejandro. Poco después llegaron Elena y su tío, y luego otro chico a +quien no conocía. No estaba Gloria en el patio, donde se hallaban +reunidos; pero tampoco vi a Isabel, y supuse que las dos se habían +juntado en las habitaciones interiores. Tardaron poco, en efecto, en +presentarse.</p> + +<p>No me dirigió una mirada. Estaba grave contra<a name="page_276" id="page_276"></a> su costumbre. Vestía un +traje de color rojo con encajes blancos, ligero y de poco valor, que le +sentaba de perlas. (¿Qué es lo que no le sentaba a aquella admirable +criatura?) Saludé primero efusivamente a Isabel, porque la actitud de +Gloria me imponía. Luego me aventuré a dar la mano a ésta, que me alargó +la suya con marcada frialdad, mirando hacia otro lado. Isabel me hizo +una mueca para indicarme que no tuviese miedo. Parecióme lo más prudente +observar una conducta reservada, digna, esperando los acontecimientos, y +me retiré hacia otra parte. Don Jenaro nos manifestó que se le había +ofrecido un quehacer perentorio y sentía no poder ser de la partida, que +íbamos bien autorizados por la señora de Enríquez, su prima Etelvina, +don Mariano (tío de Elenita) y don Alejandro.</p> + +<p>—Ya sé cuál es el quehacer del conde... Una juerga—me dijo Pepita por +lo bajo.</p> + +<p>—¿Cree usted?...</p> + +<p>—¡Uf! Como si lo viera.</p> + +<p>Las señoras en coche y los hombres a pie, nos trasladamos todos al +muelle, donde nos esperaba una espaciosa falúa entoldada, con cuatro +remeros sentados en la proa. El calor en aquel sitio era estupendo. El +reflejo de las piedras abrasaba el rostro. Parecía que estábamos +envueltos en una atmósfera de fuego. Ni los quitasoles, ni los sombreros +de paja, ni los trajes de dril podían librarnos de la ardiente saña de +aquel sol que desde lo alto del cielo amenazaba secar los árboles, el +cauce del río y hasta la vida de nuestros cerebros. Las<a name="page_277" id="page_277"></a> señoras nos +aguardaron un rato sentadas a la popa. Cuando llegamos, nos acomodamos +como pudimos. Daniel Suárez fué a sentarse ¡el miserable! al lado de +Gloria, que le recibió con afectado regocijo. Villa y yo nos retiramos +hacia la proa, pero al instante fuímos llamados por las damas, que se +apresuraron a dejarnos sitio.</p> + +<p>—Villa, aquí tiene usted asiento—dijo Isabel, con sonrisa dulce y como +avergonzada, señalándole un puesto a su lado.</p> + +<p>El comandante vaciló un momento, pero fué a ocuparlo. Joaquinita también +me llamó. Hice como que no la oía, y fuí a sentarme entre la señora de +Enríquez y Etelvina, un par de setentonas.</p> + +<p>Los remos, como grandes antenas, comenzaron a maniobrar sobre el agua +amarillenta. Pasamos al lado de grandes vapores, cuyos vientres +colosales, pintados de rojo, parecían que iban a aplastarnos. De lo alto +de ellos, algunos marineros nos miraban con curiosidad, y se decían +sonriendo frases que no llegaban a nuestros oídos. Detrás dejábamos el +gran puente de Triana, cuyos ojos se iban achicando lentamente. Pronto +salimos del atracadero de los barcos, y llegamos al recodo que guarnecen +los naranjos del jardín de las Delicias. El río hace una gran ese, +revolviendo hacia Triana. Las orillas están orladas de mimbres, en +primer término. Por detrás de ellos asoman algunas filas de álamos +blancos, cuyas hojas plateadas, heridas por la luz y agitadas por el +soplo blando de la brisa, despiden hermosos destellos. La falúa se +deslizaba suavemente, aguantando imperturbable<a name="page_278" id="page_278"></a> los rayos solares. El +aire reseco había perdido sus condiciones de sonoridad. Sentíase en los +oídos un suave zumbido constante, al través del cual los ruidos llegaban +amortiguados y confusos. La vista no gozaba siquiera la voluptuosidad de +posarse en el agua, porque el río mismo despedía un aliento cálido. El +sol implacable lanzaba de una vez, en apretado haz, todos sus rayos +sobre nosotros, cual si quisiera aplastarnos, reducirnos a la nada, de +donde su calor vivificante nos había sacado. ¡Qué hermoso, qué vivo, y +qué omnipotente sol! Sólo en el Mediodía se siente su fuerza augusta y +acometen deseos de adorarle.</p> + +<p>En los primeros momentos hablóse poco en la lancha. El calor era tan +intenso que aturdía. Todos los rostros estaban encendidos y sudorosos. +Los brazos no tenían brío para abanicarse. Pero la alegría no tardó en +renacer. Aquella insufrible molestia que sentíamos sirvió de pretexto +para bromear y reir. Uno de los pollos proponía un baño general, que nos +echásemos todos juntos al agua así que llegásemos a San Juan, cosa que +escandalizaba y hacía reir a un mismo tiempo a las damas. Elenita +sostenía que su tío no sudaba agua como los demás, sino café con leche; +y como todos los ojos se volvían, sonrientes, a mirarle, el buen señor +no podía ocultar su despecho. Cada cual comenzó a hablar con los que +tenía al lado. Isabel y Villa empezaron una conversación animada. La de +Enríquez y su novio, lo mismo. Elenita y el pollo desconocido, que ya se +habían saeteado bastante con los ojos, comenzaron a charlar por detrás +de<a name="page_279" id="page_279"></a> la cabeza de jabalí del presbítero don Alejandro, que tenía las +enormes cejas temerosamente fruncidas, y el rostro contraído por una +expresión de dolor y de ira que ponía espanto. Finalmente, y esto era lo +que verdaderamente me interesaba, Gloria y Suárez no cerraban boca. La +infiel reía alegremente, harto alegremente quizá para que no hubiese en +ello cierta afectación, de los chistes (¡estúpidos, claro está!) del +malagueño. No quise disimular mi tristeza. Al contrario, forcé la nota +lúgubre, permaneciendo silencioso y cabizbajo, a pesar de los esfuerzos +que las dos viejas que tenía al lado, y Joaquinita, hicieron por sacarme +de mi éxtasis doloroso. Todos allí estaban ya al tanto de lo que me +ocurría.</p> + +<p>Sentía, en verdad, una viva y profunda pena que me apretaba el pecho y +la garganta. Deploraba amargamente el haber venido. Las esperanzas que +Isabel me había dado, parecíanme ahora infundadas, ridículas, +engendradas sólo por su deseo frívolo de agradar a todo el mundo. Presa +de una angustia indecible, sofocado también por aquel ambiente +abrasador, al cual no estaba acostumbrado como los demás, me veía +desfallecer. Los oídos me zumbaban, y pasaban a menudo por delante de +mis ojos gasas negras flotantes, como si fuera a caerme. No suspiraba, +ni me movía, sin embargo. No sólo no temía perder el sentido, pero lo +apetecía, por huir de aquella amargura que inundaba mi alma. Deseaba que +el poderoso sol se filtrase por la lona del toldo y me abatiese, +aniquilase mi conciencia, me transformase en una piedra,<a name="page_280" id="page_280"></a> en una planta, +en algo que no pensase ni sintiese.</p> + +<p>Comprendía que mi actitud y mi semblante denotaban demasiado claro lo +que pasaba en mi espíritu, que me estaba poniendo en ridículo. Nada me +importaba. Allá, después de un cuarto de hora, cuando aún no estábamos a +mitad del camino, observé que Gloria me dirigió con el rabillo del ojo +una rapidísima mirada, como si tuviese curiosidad de ver lo que yo +hacía. No sé lo que pasó por mí. Sentíme de pronto revivir, como un +hombre medio ahogado a quien sacasen la cabeza fuera del agua. Erguíme y +aspiré con ansia el aire, dando un largo suspiro que hizo sonreir a la +señora de Enríquez y puso seria a Joaquinita. No tardó en venir otra +mirada igual, que me hizo el mismo bien. La mano invisible que me +apretaba cruelmente la garganta aflojaba los dedos. Luego vino otra, y +pude sacar el pañuelo y limpiarme el sudor. Luego otra, y tuve ya +fuerzas para sonreir. Aquellas miradas, aunque serias y rápidas, +penetraban hasta mi corazón y reían allí alegremente y sonaban como una +armonía celeste, y hasta pienso que olían como un perfume embriagador. +Cuanto más nos acercábamos al término de nuestro viaje, más frecuentes +eran, y si no me equivoco, más duraderas también. No dejaba por eso de +hablar con Suárez, pero cualquiera podía notar que no era con la misma +animación, que una leve sombra de gravedad y preocupación se había +esparcido por su rostro.</p> + +<p>El cauce del río nos conducía hacia la loma que cierra el contorno de +Sevilla por la parte del Sudoeste.<a name="page_281" id="page_281"></a> A la falda de esta loma se encuentra +un pueblecillo llamado San Juan de Aznalfarache, adonde tardamos poco en +atracar, saltando a un tabladito que hace de muelle. Es una aldehuela +irregular, triste y de ruin caserío. Desde la ciudad ofrece vista muy +grata aquel blanco grupito de casas posado como una gaviota a la orilla +del río; pero una vez dentro de él, la ilusión se desvanece. Mirado +desde Sevilla, parece asentado en la falda misma de la colina, sin +terreno llano donde esparcirse. Después que se está en él, se observa +que hay en torno muy llanas y muy hermosas huertas de naranjos y olivos.</p> + +<p>El malagueño dió la mano, para saltar, a Gloria, y esto me contrajo el +corazón fuertemente; pero apenas los diminutos pies de ésta se posaron +en el suelo, me lanzó una ojeada firme y rápida como un latigazo, y +volvió a dilatarse. Se descansó algunos minutos delante de una taberna, +y nos refrescamos con agua azucarada. Las damas se sentaron en las +sillas que sacaron del establecimiento. La mayor parte de los hombres +permanecimos en pie, sirviéndoles los panalitos. La verdad es que todos +estábamos necesitados de un rato de sombra verdadera, porque la del +toldo de la falúa dejaba mucho que desear. Joaquinita, que, por lo +visto, tenía ganas de mortificarme, me demandó un vaso de agua. +Sintiendo, más que viendo, que Gloria me observaba, fuí a buscarlo, pero +en la taberna se lo di a don Alejandro, diciéndole:</p> + +<p>—Haga el favor de llevar este vaso a Joaquinita.</p> + +<p>El presbítero se apresuró a cumplir el encargo,<a name="page_282" id="page_282"></a> y yo salí después, +harto satisfecho de no dar pretexto a que pudiera pensarse que la +segunda de Anguita me inspiraba el más mínimo interés. Como diese +algunas vueltas por delante de las damas, dirigí distraídamente la +mirada a los pies de Pepita, y observé que traía las botas rotas. Al +instante lo advirtió.</p> + +<p>—¿Qué, se fija usted en mis botas rotas?</p> + +<p>—¿Se le han roto a usted al saltar?—repliqué.</p> + +<p>—No, señor. Las traigo ya rotas de casa.</p> + +<p>—¡Ah! No lo ha notado usted al ponerlas.</p> + +<p>—Sí, señor, sí; lo he notado hace días. Las he puesto con todo +conocimiento.</p> + +<p>No quise insistir, porque entendí que, si proseguía, iba a decirme que +no tenía dinero para comprar otras, con la poca aprensión, vecina de la +desfachatez, que la caracterizaba.</p> + +<p>Isabel dió la señal de marcha. No sé a quién se le ocurrió subir al +monasterio antes de ir a la Palmera, y emprendimos, en efecto, la +ascensión. La comitiva se repartió en parejas. Yo, para hacer méritos a +los ojos de Gloria, viéndola emparejada con Suárez, me fuí solo delante. +El camino es corto, pero bastante agrio.</p> + +<p>—Sanjurjo—me gritó Joaquinita, con el sano propósito de +desconcertarme,—muy melancólico anda usted hoy.</p> + +<p>Me volví, y respondí sonriendo:</p> + +<p>—Hay motivos.</p> + +<p>—Cuéntenoslos usted.</p> + +<p>—Nunca.</p> + +<p>Y seguí adelante, muy contento de haber enviado<a name="page_283" id="page_283"></a> a Gloria delicadamente +un testimonio de mi amor. No tardamos en llegar al monasterio. Está +situado en una meseta o cornisa que forma la falda de la colina, a una +altura bastante considerable ya sobre el nivel del río. El edificio no +es grande ni ofrece mucho de particular en el estado de abandono en que +se halla; pero delante de él hay una especie de terraza desde donde se +divisa uno de los paisajes más hermosos que pueden verse en ninguna +parte del mundo.</p> + +<p>Todos nos quedamos extasiados en su contemplación. Lo que primero atraía +la vista era la ciudad. La hermosa sultana del Mediodía reposaba del +lado de allá del río, con blancura deslumbradora que le da carácter +africano. Eran las cuatro de la tarde. El sol la bañaba con sus rayos +oblicuos, pero vivos aún y ardorosos. Sus innumerables torrecillas +mudejares de pizarra y azulejos brillaban como diamantes, y sobre todas +ellas descollaba la formidable y esbelta Giralda, el antiguo y severo +alminar de los árabes, con fuerte color anaranjado. El espacio que ocupa +en la vega donde está asentada es grande. Todavía detrás de ella, sin +embargo, nuestros ojos percibían extensa llanura verde y dorada, cerrada +por una leve ondulación del terreno. “Allí está Alcalá de Guadaira, me +dijeron; allí Carmona.” No conseguí verlas. Del lado de acá, por la +parte del Sur, la gran ese del río brillaba a los rayos del sol, +desarrollándose entre huertas de naranjos y olivos. A cierta distancia +éstas cesaban, y la campiña se extendía llana, desnuda, con un color +dorado, hasta tocar<a name="page_284" id="page_284"></a> en el cielo en los confines del horizonte. En aquel +espléndido paisaje mis ojos no veían la riqueza infinita de matices de +mi Galicia. El esplendor irresistible de la luz los borra y los confunde +todos. La impresión, a pesar de eso, o por eso quizá, era más viva. A +falta de colores, había destellos. El suelo y el aire ardían como una +iluminación universal. Luego los contornos de los objetos, lo mismo los +próximos que los lejanos, eran tan puros, tan claros, que algunos, como +la Giralda, parecían dibujados en un gran lienzo con mano dura. Los +mismos bosquecillos que rodean la ciudad no formaban masas verdes o +manchas, sino que veíamos los árboles separados con admirable precisión. +Por una atracción de que no me daba cuenta, mi vista se fijaba con +persistencia en el espacio azul. La luz ejercía sobre mí en aquel +momento la misma fascinación que sobre las mariposas. Sentía un placer +inmenso, un deleite casi sensual en sumergir la mirada en aquel aire +transparente y límpido, y me acometían vagos anhelos, ansias +indefinibles que me producían una especie de desvanecimiento. Por un +instante se me borró hasta la noción de la existencia, hasta el +pensamiento de Gloria, que tenía a cuatro pasos de distancia. Si hubiera +tenido alas, me hubiese lanzado al infinito luminoso, sin acordarme de +ella, aunque esto parezca una contradicción inverosímil. Esta especie de +enajenación desapareció cuando oí la voz de Pepita a mi espalda.</p> + +<p>—¡Considera, alma cristiana, en esta primera estación!...<a name="page_285" id="page_285"></a></p> + +<p>Volví la cabeza riendo, y mis ojos tropezaron con los de Gloria, que los +apartó al instante. No cabía duda; me estaba mirando.</p> + +<p>Bajamos de nuevo al pueblo, y advertí que Suárez, por más que hizo, no +consiguió emparejarse con ella. Se había cogido al brazo de su tía +Etelvina, y hablaba animadamente sin hacer caso de él, hasta que, +despechado al fin, se acercó a acompañar a una de las de Enríquez. +“Bueno va”, dije para mí, con viva alegría que me brotaba a la cara. +Isabel y Villa no se habían separado. Consideré con tristeza al pobre +comandante preso de nuevo en las redes de aquel amor imposible, cuando +Joaquina se me acercó diciendo:</p> + +<p>—¿Mira usted a Villa? ¿Verdad que parece imposible que un hombre formal +se ponga en ridículo hasta ese punto?</p> + +<p>Me encogí de hombros y sonreí. ¡Ponerse en ridículo! ¿Qué le importa al +que ama de veras ponerse en ridículo? Quien se admire de esto, ni ha +amado nunca, ni sabe lo que es amor. A riesgo de parecer grosero, +alejéme de Joaquinita. Su compañía en aquel momento podía echar a perder +un fausto suceso que veía en lontananza.</p> + +<p>Atravesamos de nuevo el pueblo, y salimos por la parte del Sur a las +huertas y jardines que lo circundan. Al través de las puertas enrejadas, +veíamos las casitas de campo, con persianas verdes cuidadosamente +echadas, enteramente solitarias. Sus habitantes, si es que los había, +debían de estar resguardados del calor hasta la hora en que el sol se +pusiese. Próxima ya a la falda de la<a name="page_286" id="page_286"></a> colina, estaba la Palmera. Era la +más amplia en territorio y la que poseía casa más grande y suntuosa. +Desde la puerta de salida hasta el edificio había una ancha avenida +orlada de palmeras, en suave declive. A entrambos lados se extendía un +bosque inmenso de naranjos. El jardín de la casa estaba ya tallado en la +colina. Para subir a aquélla había tres escalinatas adornadas con +macetas. En los tres decansos se veían jardinillos bastante descuidados, +pero que tenían ese encanto misterioso y poético que la naturaleza +presta a los lugares que el hombre la abandona. Los arbustos habían +crecido desmesuradamente y tejían sus ramas formando bosquecillos +impenetrables. Las flores eran escasas y crecían donde los arbustos no +les quitaban la luz.</p> + +<p>A la puerta nos recibieron los criados, que habían ido por la mañana con +los víveres. El que estaba al frente de la finca nos acompañaba desde la +puerta de hierro. Era una casa del siglo pasado, espaciosa, fresca, y un +poco desmantelada. Hacía tiempo que los dueños no iban allí sino por un +día o dos. Excitada la curiosidad de todos, quisimos recorrerla luego +que hubimos descansado unos minutos, y lo hicimos en tropel entrando y +saliendo por las vastas habitaciones solitarias, turbándolas con +nuestros gritos y risas. En la planta baja había un gran salón, de techo +elevadísimo, con pavimento de azulejos colocados en caprichoso mosaico. +Los muebles eran severos; el damasco encarnado de las sillas y cortinas +había empalidecido extremadamente. Los muros tenían<a name="page_287" id="page_287"></a> pintado al fresco +un gran zócalo que llegaba hasta la mitad; de allí arriba, enjalbegados +como la casa de un menestral; pendían de ellos varios retratos al óleo, +de caballeros y damas del siglo diez y ocho. Estos retratos, que eran +los de los antepasados de Isabel, llamaron poderosamente la atención de +los convidados. Particularmente las damas, no acababan de asombrarse de +que se gastasen tales tocados y vestidos, como si no pudiera ponerse un +pero a los que ellas llevaban. Había además un comedor espacioso, con +grandes armarios de caoba, bien provistos de vajilla. En el piso alto +nos llamó la atención un gabinete muy lindo, en cuyos balcones habían +puesto por capricho cristales de todos colores. Nos detuvimos bastante +rato contemplando la campiña al través de cada uno. Aquellos paisajes +azules, rojos, amarillos, que alguna vez se ven en sueños, hacían +prorrumpir en exclamaciones de alegría o disgusto a mis compañeros.</p> + +<p>—Voy a enseñarles a ustedes la salida del manantial—nos dijo Isabel.</p> + +<p>Bajamos, guiados por ella, a la planta baja, atravesamos un patio, abrió +un criado una puertecita verde y entramos en un recinto semejante a una +gruta. La atmósfera estaba impregnada de humedad. Escuchábase el rumor +del agua, pero no la veíamos, porque estaba oscuro. Cuando los ojos se +fueron acostumbrando, observamos allá en el fondo, brotando de la peña, +un raudal enorme, verdadero río que caía en un estanque cerrado +toscamente por piedras. El sitio era el más grato<a name="page_288" id="page_288"></a> que pudiera hallarse +en tal instante. La frescura singular que se sentía dilató nuestros +pechos, harto oprimidos, y nos hizo prorrumpir en exclamaciones de +bienestar. Nadie quería salir de allí. Sin embargo, fué preciso al fin, +porque se llegaba la hora de confortar los estómagos. Isabel había +dejado a Villa y tenía abrazada a Gloria por la cintura. Ambas fueron +quedando rezagadas a la salida. Cuando iba a trasponer la puerta, Isabel +me llamó.</p> + +<p>—Oiga usted una palabrita, Sanjurjo.</p> + +<p>Al mismo tiempo se retiró hacia el fondo de la gruta, arrastrando a +Gloria. El corazón me dió un vuelco, y las piernas me flaquearon. +Llegaba el momento crítico que había de resolver de mi suerte. Haciendo +un esfuerzo sobre mí mismo, acerquéme sonriente a las jóvenes. Debía de +estar, o muy rojo, o muy pálido. Isabel no me dejó pronunciar una +palabra. Si me hubiese dejado, no sé si hubiera sido capaz de hacerlo.</p> + +<p>—Sanjurjo, mi opinión es que debe concluir <i>eso</i> que hay entre Gloria y +usted. Ustedes se quieren. ¿Por qué han de pasar el tiempo en monerías?</p> + +<p>¡Pasar el tiempo en monerías! Declaro que nada me ha parecido, ni antes, +ni después, tan lógico, tan convincente como esta sencilla proposición.</p> + +<p>Y como nos quedásemos turbados, ella roja, yo rojo también, mirándonos +con ojos brillantes, la condesita nos dijo en tono protector:</p> + +<p>—Vamos, dense ustedes la mano, y no haya más regaños.<a name="page_289" id="page_289"></a></p> + +<p>Me apresuré a coger la mano de mi adorada, y la aprisioné entre las mías +largamente, pero sin acertar a decir palabra. La presencia de Isabel me +estorbaba ya terriblemente. Al fin, la emoción venció a la vergüenza, y +comencé a verter una serie de frases incoherentes, apasionadas, +estúpidas, protestando de mi cariño. Estaba loco. Tantos disparates debí +decir, que Gloria soltó su mano bruscamente y echó a correr hacia el +fondo. Isabel me hizo con los ojos seña de que la siguiese.</p> + +<p>—Gloria—le dije en voz baja, acercándome suavemente—, ¿sigues +enfadada conmigo?</p> + +<p>Por toda contestación se llevó el dedo a los labios, diciéndome con +fingido enojo:</p> + +<p>—Cargante, ¿no tenías tiempo de desirme esas guasitas cuando +estuviéramos solos?</p> + +<p>No pude contenerme. Me acerqué más a ella y la estreché fuertemente +contra mi corazón. Una tosecilla seca de Isabel, cuya figura tapaba la +puerta, nos avisó de que nos veía y que juzgaba aquello un poco +descomedido. Gloria me rechazó; pero yo, tomándole las manos, preguntéle +con acento conmovido:</p> + +<p>—¿Por qué me has hecho sufrir tanto?</p> + +<p>—También yo he sufrido; calla.</p> + +<p>Y se dirigió a la puerta llevándome a su lado. Isabel dió algunos pasos +hacia nosotros, y sonriendo maliciosamente nos dijo:</p> + +<p>—Veo que la reconciliación ha sido completa.</p> + +<p>Luego abrazó a Gloria y le dijo al oído algunas palabritas. Esta soltó +una carcajada y la besó con efusión repetidas veces. Después, sin saber +cómo,<a name="page_290" id="page_290"></a> la risa se tornó en llanto: ocultó el rostro en el pecho de su +prima y comenzó a sollozar perdidamente. Comprendí que aquellas lágrimas +no eran de dolor, pero me apresuré a preguntarle:</p> + +<p>—¿Qué te pasa, Gloria? ¿Te sientes mal?</p> + +<p>Sin levantar la cabeza me hizo seña con la mano de que me fuese. Yo, sin +hacer caso, volví a preguntar:</p> + +<p>—¿Estás indispuesta?</p> + +<p>Entonces, levantando la frente, con los ojos nublados de lágrimas y +sonrientes a la vez, exclamó con rabia:</p> + +<p>—¡Vete, payaso, vete! No quiero que me veas llorar.</p> + +<p>Muchas veces después me he oído llamar payaso por Gloria, y siempre se +lo he agradecido; pero nunca este calificativo me hizo experimentar una +sensación más feliz, un transporte tan delicioso como entonces. Salí por +la puertecita en un estado de turbación que hubiera hecho reir a +cualquiera. Llegué al comedor, y no comprendí por qué Suárez me dirigía +una mirada tan glacial. Yo de buena gana le hubiera abrazado como a todo +el mundo. Si no abrazos, por lo menos empecé a repartir sonrisas a +todos, porque me parecía que todos habían contribuído a mi felicidad. Lo +único que me sorprendió, al cabo de algunos momentos, fué que no me +preguntasen por Gloria. Dios mío, ¿cómo se podía vivir sin Gloria? Pero +Gloria no tardó en llegar, las mejillas inflamadas, los ojos enrojecidos +y brillantes. No me miró al entrar.<a name="page_291" id="page_291"></a> Comprendí que sin mirarme me veía, +y esperé.</p> + +<p>—A la mesa, a la mesa—dijo Isabel.</p> + +<p>Vi que el malagueño se acercaba a Gloria y le decía algunas palabras, y +vi que ella hacía una mueca de indiferencia y le volvía la espalda. ¡Qué +criatura tan inteligente! Vi que, como quien no quiere la cosa, se iba +acercando hacia el sitio donde yo estaba; y vi que se llevaba las dos +manos al pelo y se daba unos toquecitos nerviosos para arreglárselo; y +vi que cogía una silla y la separaba para sentarse; y vi que apoyaba su +mano en la contigua... Y no quise ver más. Fuí allá, y me senté +resueltamente a su lado.</p> + +<p>No recuerdo los manjares que nos sirvieron, ni creo que los recordaría +entonces, después de haberlos comido. Me parece que eran la mayor parte +fiambres de fonda, y que había gran profusión de confites. Lo que +retengo en la memoria admirablemente es que Gloria me sirvió almíbar de +azahar, diciéndome que era cosa exquisita, y que yo no lo encontré tanto +y que ella se enfadó y me dijo que era un simple y un desaborío, y que +yo, para cortar la discusión, le dije que si me la sirvieran a ella en +ese almíbar, la comería, pero otra cosa no, y que ella me respondió, +riendo, que yo “era un gaditano con más conchas que un galápago”. En +cambio, cinco yemas de San Leandro, que me hizo comer una tras otra, me +parecieron deliciosas, y alabé las manos de las monjas, y a Dios que las +había criado.</p> + +<p>Después de merendar nos fuimos al salón. Elenita<a name="page_292" id="page_292"></a> se puso a teclear en +el piano antiquísimo, de voces cascadas y metálicas; un verdadero +trasto. Temblé que comenzase a cantar alguna de sus romanzas +sentimentales, y más cuando vi acercarse al presbítero y decirle algunas +palabras al oído; pero no fué así. La vivaracha joven tocó una tanda de +valses, y llamó al pollo desconocido, nombrado Lisardo, según creo, para +que le volviese las hojas. Don Alejandro, mientras tanto, paseaba a +grandes trancos por el salón, con aspecto sombrío.</p> + +<p>—¿Qué, no se baila?—preguntó la chica al terminar, haciendo girar el +asiento para ponerse frente a nosotros—. Pues yo voy a dar el +ejemplo... Isabel, ven aquí, tócanos una mazurka.</p> + +<p>Y sin más preámbulo se cogió a Lisardo y comenzaron a bailar, dando +fuertes taconazos sobre los azulejos, sin reparar en la mirada furiosa, +pulverizante que su maestro de música la dirigía.</p> + +<p>Yo estaba sentado en uno de aquellos viejos sofás al lado de Gloria. Le +pregunté si quería bailar, y me respondió que no sabía. En Andalucía +casi todas las jóvenes saben los bailes del país, porque se les toma +maestro o maestra para enseñarles; pero a menudo ignoran los de sociedad +con ser mucho más fáciles.</p> + +<p>—No importa, yo te enseñaré.</p> + +<p>Y sin aguardar su respuesta, la cogí de las manos, obligándola a +levantarse, y la abracé por el talle.</p> + +<p>—Uno... dos... Ahora con el izquierdo. Uno... dos... Vuelta con el +derecho...<a name="page_293" id="page_293"></a></p> + +<p>Perdíamos el compás a cada momento, pero ¡qué importa! Cada traspié nos +hacía reir alegremente. Una vez Gloria me pisó.</p> + +<p>—¡Uy! ¡uy!—exclamé fingiendo gran dolor—. ¡Cómo pesa la carne de +monja!</p> + +<p>—¡Vaya una grasia mohosa!... Pero, hombre, ¿tienes la desvergüensa de +quejarte? ¿De cuándo acá el pie de una andalusa puede haser daño al de +un gallego?</p> + +<p>Y era verdad. Aunque sus pies diminutos hubieran bailado sobre los míos, +creo que no me harían daño.</p> + +<p>Por otra parte, nadie reparaba en nosotros, y podíamos bailar lo mal que +quisiéramos sin llamar la atención. Todos brincaban por el salón, +acometidos de un vértigo en el cual debían de tener alguna parte el +manzanilla y el amontillado que nos habían servido. Cuando nos cansamos, +fuimos de nuevo a sentarnos. Cogí su abanico, le dí aire fuertemente, +tan fuerte, que lo rompí, lo cual fué ocasión de nuevas bromas y risas. +No habíamos hablado nada de nosotros mismos. Nuestra conversación sólo +tenía por tema las cosas y los sucesos exteriores. No sé si era porque +el placer de hallarnos de nuevo juntos y enamorados nos bastaba en aquel +momento, o por el temor de hablar de asuntos en cuya apreciación +pudiéramos no estar de acuerdo.</p> + +<p>Por supuesto, en cuanto el baile de sociedad fué cansando, vinieron a +escape las seguidillas. Gloria fué la primera invitada, porque Isabel +afirmó en voz alta que no había en Sevilla quien las bailase<a name="page_294" id="page_294"></a> como ella. +No se hizo de rogar. Formáronse cuatro parejas, comenzó a sonar la +guitarra, chasquearon los palillos (en Andalucía la guitarra y los +palillos aparecen siempre, como si brotaran de la tierra), y el baile, +aquel baile animado, vibrante, gracioso, que produce escalofríos de +dicha y hace bullir el alma del más linfático, dió comienzo al son de +una copla cantada por el clérigo don Alejandro. Costó gran trabajo +reducirle a que lo hiciese.</p> + +<p>Confieso que, aun placiéndome mucho, no me causó la impresión que en +Marmolejo. Gloria en hábito de monja, no diré que estaba mejor que ahora +con su vestido rojo, pero desde luego era aquello más original.</p> + +<p>Cuando salimos a tomar el fresco a los jardines, el sol ya se había +puesto y andaba cerca de llegarse la noche. La sociedad se diseminó por +el gran bosque de naranjos. Gloria, en cuanto vió un columpio, se empeñó +en subirse, y me pidió que le moviese, lo cual hice, como debe +suponerse, con extremado placer. Por entre los árboles vi reunidos a +Suárez y Joaquinita, que nos miraban con sonrisa despechada y maligna. +No hice caso; pero Gloria, que también acertó a divisarlos, se puso +seria repentinamente y no tardó en bajarse. Volvimos a reunirnos al +grupo mayor. Observé que mi novia procuraba, por cuantos medios podía, +demostrar a Daniel el mayor desprecio, como si tuviese contra él algún +grave motivo de odio. Yo era tan feliz que compadecía sinceramente a mi +enemigo, y hallaba la conducta de<a name="page_295" id="page_295"></a> ella demasiado cruel. Nos sentamos al +fin sobre el césped, no lejos de Isabel y Villa, que charlaban +animadamente. Hubo un rato de silencio. Temía, por lo que ya he dicho, +volver a las conversaciones íntimas, y no se me ofrecía en aquel +instante objeto de que tratar. Noté que Gloria me miraba con frecuencia, +sonreía levemente, bajaba la vista y otra vez volvía a mirarme y +sonreir, moviendo los labios un poco, cual si le viniesen deseos de +decirme algo y no se atreviese. Una de las veces sus ojos chocaron +francamente con los míos, y los dos sonreímos sin saber por qué. Bajólos +al fin, y mostrando vergüenza, dijo en voz baja:</p> + +<p>—Ya sé que me has llamao... (aquí pronunció a medias la palabra fea que +yo había dicho a Suárez en la memorable conferencia de la taberna).</p> + +<p>Debí empalidecer terriblemente, y murmuré rechinando los dientes:</p> + +<p>—¡Infame!</p> + +<p>—No te apures, hijo—se apresuró a decirme, sin caérsele la sonrisa +avergonzada de los labios.—Ya ves qué enojada estoy. ¿No te he dicho +que a mí me gusta que me peguen en los nudiyos?... Además, eso me ha +probao que no se te pasea el alma por el cuerpo, como yo creía. Cuando +me has llamao tal cosa, es que me quieres.</p> + +<p>Algún reparo podría ponerse en buena lógica a esta conclusión; pero la +verdad es que entonces era legítima.</p> + +<p>—Sí que te quiero... ¡Más de lo que tú te figuras!<a name="page_296" id="page_296"></a></p> + +<p>—¡Mira que me figuro mucho!</p> + +<p>—Pues más aún... pero el decirte semejante porquería es una indignidad +que ese canalla me ha de pagar.</p> + +<p>—Déjalo de mi cuenta, tonto. Vosotros no sabéis castigar esas cosa... +Ya verás cómo yo sé tocarle en lo vivo.</p> + +<p>Y tenía razón, porque supo tan bien manifestar su desdén, que a ninguno +de la partida se le ocultó la vergonzosa derrota del malagueño.</p> + +<p>Volvió a quedar silencioso mi dueño, y volvió a dirigirme rápidas +miradas y a sonreir, esta vez con malicia.</p> + +<p>—Te he visto—me dijo al cabo—pasear de noche por mi calle.</p> + +<p>—¿Sí? ¿Cuándo?</p> + +<p>—Estas noches pasaas, mientras hemos estao regañaos... y te he visto +además hacer una cosa...</p> + +<p>—¿Qué cosa?—pregunté, poniéndome ya colorado.</p> + +<p>—Besar las rejas de mi ventana... Vamos, no te pongas colorao, porque +estuvo muy bien hecho.</p> + +<p>—¿Dónde estabas tú?</p> + +<p>—Pues detrás de las cortinas.</p> + +<p>—¡Ah, cruel! ¡Y no has tenido siquiera corazón para abrir y darme las +gracias!—exclamé con tristeza.</p> + +<p>—¡Qué quieres, hijo!—respondió ruborizándose a su vez—. Bien me +apetesió... pero la honrilla... la negra honrilla... ¿sabes?... No vaya +a creerse ese tío lila, dije para mí, que le estoy asechando los paso.<a name="page_297" id="page_297"></a></p> + +<p>—Pues no te lo perdono.</p> + +<p>—¿Que no me lo perdonas?—dijo propinándome un soberano pellizco en el +brazo.</p> + +<p>—No—repetí riendo y quejándome a un mismo tiempo.</p> + +<p>—¿No?—preguntó de nuevo, intentando darme otro.</p> + +<p>—No—repuse con firmeza, levantándome y echando a correr por el bosque.</p> + +<p>Ella me siguió, jugamos un rato al escondite entre los árboles. A cada +instante me preguntaba: “¿No?”—“No” respondía yo, cada vez con más +decisión. Observé que se iba impacientando, y que su voz estaba ya +alterada. Por fin se quedó inmóvil y silenciosa. Entonces me acerqué, y +vi que sus ojos estaban nublados de lágrimas. Me recibió con una +granizada de denuestos. Después, como yo procurase templarla mostrándome +arrepentido, cambió repentinamente, y mirándome con ojos suplicantes... +tornó a repetirme:</p> + +<p>—¿Me perdonas?</p> + +<p>Costóme trabajo impedir que se pusiera de rodillas. Había llegado a +persuadirse de que lo que había hecho era un grave delito.</p> + +<p>La noche estaba ya encima. Se trató de partir, pero la mayoría de los +jóvenes decidió, contra la minoría de los viejos, que nos estuviésemos +aún otro ratito. Se jugó todavía al “escondite”, a “la gallina ciega”, y +nos divertimos en ver furioso al tío de Elenita, que a todo trance +quería marchar. Cuando lo hicimos se veía muy poco: cuando saltamos a la +falúa, en el pequeño<a name="page_298" id="page_298"></a> embarcadero de madera de San Juan, era ya noche +cerrada.</p> + +<p>Yo, que no me había separado un instante de Gloria después de nuestra +reconciliación, tampoco lo hice entonces, como es fácil de presumir. +Sentéme a su lado en la popa, teniendo cerca a Isabel y Villa, que +tampoco habían andado muy apartados durante la excursión. Frente a +nosotros estaba la de Enríquez con su novio, más allá la mamá y la tía +Etelvina, y en medio de ellas don Alejandro, más sombrío y ojeroso que +nunca.</p> + +<p>Elenita charlaba por los codos con el pollo Lisardo. Joaquinita y Suárez +hablaban, aunque no tan animadamente, allá lejos, cerca de los +marineros, y Pepita se encargaba de darnos matraca a todos. Lo cierto es +que el malagueño soportaba su derrota con más filosofía que yo lo había +hecho.</p> + +<p>El firmamento se había poblado de estrellas. La luna aún no parecía. +Apartámonos de la orilla y los remos comenzaron a chapotear dulcemente +sobre el agua. El calor había cedido, pero no cesaba. El aire, inflamado +por los rayos del sol, nos envolvía como una onda tibia, acariciando +nuestras sienes y penetrándonos de una languidez invencible. Los mimbres +y álamos esparcían por las orillas sombras flotantes que temblaban y +desaparecían a nuestro paso. Impresionados todos por el silencio de la +noche, el blando vaivén de la barca sobre la superficie elástica del río +y el suave rumor de los insectos que cantaban en las praderas de las +márgenes, comenzamos, sin darnos cuenta, a bajar la voz. Al poco rato no +se oía en la falúa<a name="page_299" id="page_299"></a> más que cuchicheos y rumor de risas comprimidas.</p> + +<p>Nuestros ojos sonreían, cambiando largas miradas impregnadas de pasión; +nuestros labios murmuraban frases de amor; nuestras manos se buscaban en +la oscuridad y se oprimían, tan pronto viva como débilmente. Gloria me +preguntaba aún muy bajito si la perdonaba. Yo respondía que sí y que la +adoraba. Ella replicaba que sólo se adora a Dios y a los santos, que le +bastaba ser querida, pero muy querida, y que la única ambición de su +vida era ser mi mujercita, que yo la tomase y la llevase donde bien +quisiera, “aunque fuese a Galicia”. Viendo sus ojos posarse sobre los +míos anhelantes, escuchando su dulce acento enternecido, cualquiera +diría que estaba profundamente enamorada de mí. Yo no lo digo, por +modestia.</p> + +<p>La luna apareció por encima de las azoteas de la ciudad cuando ya +estábamos próximos al muelle. Inicié un aplauso a la diosa de la noche, +y todos me secundaron con vivo palmoteo. Isabel manifestó que era +lástima meternos en casa, y nos propuso dar la vuelta y pasearnos un +rato, lo cual hicimos, contra la voluntad expresa del tío de Elenita. +Otra vez perdimos de vista la negra silueta de Sevilla y nos hallamos en +medio del río, mecidos entre sus riberas sombrías, sobre la faja de +plata que extendía la luna en el agua. Esta faja nos servía de camino. +Era un sendero soñado, glorioso, que se prolongaba a lo lejos, se perdía +entre los negros contornos de las orillas, conduciéndonos<a name="page_300" id="page_300"></a> en apoteosis +al través de la noche desierta. Brillaban sobre la espalda del río mil +escamas argentadas, mil ampollitas lucientes, que parecían estrellas +caídas del alto cielo dormido. Sumergí los dedos en el agua, y la hallé +tibia. Se lo dije a Gloria, y se inclinó para hacer lo mismo. Después +nuestras manos mojadas cambiaron un dulce y corto apretón que nadie vió. +Volvimos a sentirnos acariciados por la onda silenciosa de la noche. Las +palabras que nos murmurábamos volvieron a tener un sentido íntimo, un +sabor secreto que nos inundaba de alegría. Los acentos de Gloria, al +salir de sus labios húmedos, no quedaban en el oído, sino que corrían +por mis venas con dulzura infinita, y sus negros ojos brillantes me +interrogaban sobre aquel misterioso y divino sabor que ella notaba +también sin saber de dónde venía. Escuchábase el <i>glu glu</i> cristalino +del agua; la falúa oscilaba dejando escapar una suave queja monótona. +Los marineros habían levantado los remos, a nuestra instancia, y nos +dejaban marchar arrastrados por la imperceptible corriente.</p> + +<p>Duró poco aquel sopor lánguido y voluptuoso, que a todos nos había +embargado. Pepita, después de rasguear primorosamente la guitarra tres o +cuatro veces, se la pasó a Gloria, diciendo:</p> + +<p>—Hija mía, basta de pichoneo... A ver si nos cantas alguna copliya +salaíta de esas que tú sabes.</p> + +<p>Quiso resistirse, pero todos la instaron, afirmando que estábamos lejos +ya del muelle, que nadie, más que nosotros, la oiría, y se vió +precisada<a name="page_301" id="page_301"></a> a ceder. Observé siempre que Gloria estaba más dispuesta a +bailar que a cantar.</p> + +<p>Punteó y rasgueó la guitarra un momento, y de improviso lanzó el grito +prolongado, vibrante, apasionado, con que comienzan los cantos +andaluces. El aire dormido se estremeció, y sobre sus alas invisibles +arrastró aquel grito al través de la campiña desierta. Yo sentí un vivo +escalofrío, un fuerte estremecimiento, como si hubiera tocado en el +botón de una máquina eléctrica. Aquella nota se fué apagando, apagando, +hasta que murió en su garganta como un blando suspiro. Luego cantó +rápidamente y con brío los dos primeros versos de la copla, y guardó +silencio.</p> + +<p>—¡Ole, mi niña! ¡Bueno! ¡Viva tu salero!—gritaron algunas voces.</p> + +<p>Gloria, sin pestañear, la mirada fija y abstraída, los rasgos de su +fisonomía levemente alterados, como le acontece a quien pone en el canto +buena parte de su alma, concluyó la copla, bajando la voz hasta +convertirla en murmullo vago, gorjeo suave que, al morir, semejaba un +sollozo.</p> + +<p>Por qué en aquel momento, en que mi amor por Gloria se convertía en +delirio y embriaguez, en que todo me sonreía y tocaba al logro de mis +deseos, sentí el alma inundada de tristeza y apetecí la muerte, no puedo +explicarlo; pero así fué. Quizá tengan razón los que creen que el amor y +la muerte son dos cosas que se identifican y confunden allá en el centro +misterioso de la vida universal. Dejé resbalar mis lágrimas por las +mejillas, sin cuidar si me miraban. Gloria volvió a<a name="page_302" id="page_302"></a> entonar otra copla, +y luego otra, y luego otra. No se cansaban de pedirle más y ella de +complacerles.</p> + +<p>Un suceso inesperado vino a destruir el arrobamiento en que todos +estábamos. Los marineros, que también participaban de él, se habían +descuidado, y la falúa, abandonada a sí misma, se acercó a la orilla y +embarrancó. En vez de susto, lo que aquel lance produjo fué risa y +algazara. Los marineros se remangaron los pantalones y se echaron al +agua, y al momento nos pusieron a flote. Pero la paciencia del tío de +Elenita había tocado a su fin. Tropezando de ira, nos dirigió frases de +mal gusto, verdaderos insultos, que nosotros acogíamos con ¡bravos! y +palmadas. Sin embargo, las señoras se pusieron de su parte, y no hubo +más remedio que dar la vuelta.</p> + +<p>La barca siguió de nuevo el argentado sendero del río, que fulguraba +como el éter. Todo dormía, lo mismo la sombra que la luz, con un sueño +profundo y sosegado. El aire tibio nos traía de las márgenes vagos +aromas de frutos maduros, de flores marchitas, de musgo y tierra, que +eran el hálito de la naturaleza dormida. La profunda negrura de las +riberas, donde las sombras se acumulaban, hacía más brillante y glorioso +nuestro camino. Parecía que marchábamos, suspendidos en las tinieblas, +sobre un rayo de luna. Del firmamento caía una lluvia de estrellas que +no llegaban al suelo jamás, y las praderas elevaban hacia él su voz +suave y monótona, formada por los suspiros de millones de insectos que +en el fondo de sus<a name="page_303" id="page_303"></a> pequeños agujeros también se estremecían como yo de +amor y de dicha.</p> + +<p>¡Hermosa noche andaluza, mientras me quede un soplo de vida vivirás +impresa en mi corazón!</p> + +<p><a name="page_304" id="page_304"></a></p> + +<p><a name="page_305" id="page_305"></a></p> + +<h2><a name="TRISTAN_O_EL_PESIMISMO" id="TRISTAN_O_EL_PESIMISMO"></a>TRISTÁN O EL PESIMISMO</h2> + +<div class="blockquot"><p>Don Germán Reynoso, nacido en el Escorial, había labrado una +fortuna inmensa en América. A su llegada a España se había +enamorado de Elena, hija del farmacéutico del Escorial y se casó +con ella. Elena era una joven bellísima, buena, inocente, pero +bastante aturdida. Reynoso un hombre de cuarenta años, inteligente, +noble, generoso. Fué un matrimonio feliz. Poseían un magnífico +hotel en el Escorial y otro en el paseo de la Castellana de Madrid. +Reynoso tenía una hermana, Clara, mucho más joven que él, casada +recientemente con Tristán Aldama. Sus amigos más íntimos eran +Escudero, rico banquero, tío de Tristán, y Barragán, hombre +estrafalario de terrible y fea catadura pero de gran corazón. Como +la fortuna de los esposos les había hecho entrar en relación con la +sociedad elegante de Madrid, Elena conoció en ella a un distinguido +pintor llamado Núñez, hombre ingenioso, mordaz y escéptico. Este +comenzó a galantearla asiduamente. Elena se resistió mucho tiempo +porque amaba a su marido en realidad, pero debido a su temperamento +ligero y sobre todo empujada por algunas perversas amigas, concluyó +por sucumbir.</p></div> + +<h2>¡CORAZON, ARRIBA!</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>LENA</small> +se mostraba reacia aquel verano para ir al Escorial. Con el +pretexto de esperar la terminación de unos muebles que había encargado +para su salón iba retrasando días y días el traslado definitivo, por más +que solía pasar allá uno que otro. Reynoso ya no podía más. Su amor y su +prudencia le retenían de tomar la iniciativa, pero empezaba a mostrar en +su semblante la impaciencia<a name="page_306" id="page_306"></a> que le dominaba. Elena lo comprendió y le +propuso que se fuese antes que ella, aguardándola allí los pocos días +que faltaban ya para que el ebanista y el tapicero dejasen terminada la +reforma del salón. Aceptó gustoso contando que solamente una semana +tardaría su esposa en juntarse con él. Transcurrió la semana, corrían ya +los últimos días del mes de Julio y Elena no daba aviso de su partida. +Pensaba ya D. Germán en volverse a Madrid y renunciar a sus placeres +campestres cuando recibió un telegrama urgente de Tristán concebido en +los siguientes términos: “Vente en el primer tren. Urge mucho tu +presencia aquí.”</p> + +<p>Justamente acababa de almorzar; eran las doce y media y el primer tren +para Madrid salía a la una. Mandó enganchar a toda prisa y se trasladó a +la estación. El telegrama le había trastornado. No sabía lo que pensar, +pero sentía una zozobra inmensa. Lo primero que le había venido al +pensamiento era que Elena estuviese enferma, le hubiese ocurrido +cualquier accidente. Sin embargo, no parecía natural que le avisasen en +aquella forma enigmática. Luego pensó en Clara, en el niño. Tampoco +imaginaba que era forma adecuada de darle la noticia. Al fin, presa de +la mayor congoja, llegó a Madrid. Cuando puso el pie en el andén y vió a +Tristán acompañado de Escudero y de Barragán le dió un salto terrible el +corazón. Se dirigió corriendo a ellos.</p> + +<p>—¿Qué pasa? ¿Elena está enferma?... ¿Clara?</p> + +<p>—Las dos están buenas—respondió Tristán<a name="page_307" id="page_307"></a> gravemente—. Vamos a tomar +el coche y allí te hablaremos del asunto que me ha obligado a +telegrafiarte.</p> + +<p>Estas palabras causaron un frío singular en el corazón de Reynoso. +Vagamente adivinó una desgracia mayor que la enfermedad, mayor que la +muerte misma, y quedó paralizado sin osar decir otra palabra. Siguió +dócilmente a sus amigos, cuyas caras largas, contristadas, eran aún más +inquietantes que las palabras de Tristán. Fuera de la estación les +esperaba el <i>landau</i> de Escudero.</p> + +<p>—A la Moncloa—dijo Tristán al lacayo.</p> + +<p>La mayor estupefacción se pintó en los ojos de Reynoso, pero guardó +silencio. Prontamente el coche dejó las cercanías de la estación del +Norte y se internó en el largo y umbroso paseo de la Moncloa, que se +hallaba en aquella hora completamente solitario. Tristán, con los ojos +bajos y voz levemente enronquecida, principió al cabo a hablar.</p> + +<p>—He vacilado mucho, muchísimo, antes de darte el susto que te he dado y +hacerte pasar por una prueba bien triste... Hubiera querido, aun a costa +del sacrificio más grande, ahorrártela. Conozco tu corazón confiado, +noble, afectuoso y sé perfectamente la herida profunda que ha de abrir +en él un desengaño... Pero... yo no puedo olvidar que eres mi hermano, +que mi mujer lleva tu nombre y que tengo el sagrado deber de velar por +que este nombre no sea arrastrado por el suelo... Yo no quiero—añadió +exaltándose—que este nombre, que ha de llevar también mi hijo, sirva de +burla y escarnio<a name="page_308" id="page_308"></a> a la gente. Antes que eso suceda estoy resuelto a +hacer justicia por mi propia mano...</p> + +<p>Reynoso horriblemente pálido le contemplaba atónito, sin pestañear.</p> + +<p>—Antes de dar este paso he consultado con tus amigos más fieles, con +los que te quieren como un hermano, y ellos han visto como yo que era de +todo punto necesario esta operación dolorosa. Ten valor, pues... +Prepárate a saber que se ha hecho befa de tus sentimientos más íntimos, +que se ha olvidado infamemente tu nobleza y tu generosidad, que se ha +pisoteado tu corazón y tu nombre... Elena...</p> + +<p>Un grito áspero y extraño mezcla de rugido y de lamento salió de la +garganta de Reynoso.</p> + +<p>—¡La prueba! ¡la prueba!</p> + +<p>Tristán, Escudero, Barragán quedaron aterrados viendo la palidez +cadavérica de aquel hombre, su mirada centellante de fiera acorralada.</p> + +<p>—¡La prueba! ¡la prueba!—repitió apretando el brazo de su cuñado.</p> + +<p>—Dentro de pocos momentos la tendrás.</p> + +<p>Reynoso paseó su mirada anhelante por el rostro de sus amigos, y viendo +que los dos bajaban la cabeza confirmando las palabras de Tristán, se +llevó ambas manos crispadas a los cabellos mesándoselos con furor. Fué +un acceso de loca desesperación. Gritos, sollozos, interjecciones, +movimientos convulsivos. Sus amigos turbados y confusos hacían vanos +esfuerzos por calmarle. No duró mucho tiempo, sin embargo, aquel ataque. +Dejó al cabo caer la cabeza contra el rincón,<a name="page_309" id="page_309"></a> se tapó con una mano los +ojos y extendiendo la otra hacia Tristán dijo con voz débil:</p> + +<p>—Habla. Quiero saberlo todo.</p> + +<p>—Todo está dicho ya—repuso Tristán visiblemente afectado—. ¿Para qué +necesitas más palabras? Ahora mismo te llevaremos a un sitio donde +puedes quedar bien persuadido... ¡Manuel!—añadió sacando la cabeza por +la ventanilla—da la vuelta y llévanos a la calle de Atocha. Para +delante de la iglesia de San Sebastián. ¡Vivo!</p> + +<p>Obedeció el cochero, entrando en la ciudad y llegaron al punto designado +en pocos minutos. Se apearon allí y dieron orden de que el carruaje les +esperase. Dejaron la calle de Atocha y se internaron por una de sus +travesías laterales. Tristán marchaba delante con Escudero, detrás +Barragán con Reynoso. Este no había despegado los labios, pero pocos +momentos después de caminar los acercó al oído del paisano.</p> + +<p>—¿Quién es?</p> + +<p>—Núñez—murmuró Barragán apretando al mismo tiempo con afectuosa +ternura la mano de su amigo.</p> + +<p>Tristán y Escudero se detuvieron delante de una taberna, abrieron la +puerta e invitaron a los otros a entrar con ellos. Reynoso se dejaba +conducir dócilmente. Tristán, que parecía haber estado ya allí algunas +veces, hizo ademán de sentarse a una mesa próxima al escaparate. Tenía +éste doble cierre de cristales y a su través se veía perfectamente la +calle, que era estrecha. Enfrente había una casa de reciente +construcción que hacía<a name="page_310" id="page_310"></a> contraste con las del resto de la calle, casi +todas viejas.</p> + +<p>—¡Ahí dentro están!—dijo en voz baja apuntando hacia ella.</p> + +<p>Reynoso levantó los ojos y volvió a bajarlos rápidamente. Barragán pidió +unos vasos de vino. El chico de la taberna los sirvió prontamente +mirando al mismo tiempo con temor y curiosidad las barbas insólitas y el +rostro espantable del paisano. Nadie más que él llevó a los labios el +vaso. Aguardaron allí largo rato. Reynoso con los ojos en la mesa y la +mano en la mejilla permanecía en una actitud de indiferencia +desesperada. Barragán, Escudero y Tristán hablaban en voz baja espiados +por la tabernera y el chico que mostraban en su rostro inquietud. +Aquella conferencia misteriosa de cuatro señores en su tienda y sobre +todo la traza de bandido que uno tenía les intrigaba. Quizá se les +pasara por la mente que estaban fraguando un crimen.</p> + +<p>Al cabo de una hora, lo menos, Tristán, que no cesaba de echar ojeadas +impacientes a la casa de enfrente, exclamó:</p> + +<p>—¡Ya salen!</p> + +<p>Reynoso levantó la cabeza y su faz se puso lívida viendo salir del +portal a su esposa en compañía de Núñez. Dieron unos cuantos pasos +precipitadamente por la calle y se metieron en un coche de punto que un +poco más allá les esperaba. El rostro de Elena en aquel instante parecía +turbado y pálido y sus ojos miraban con espanto a todos lados. Esta fué +la impresión que les produjo.<a name="page_311" id="page_311"></a> Reynoso quiso levantarse de la silla al +verla, pero cayó de golpe otra vez en ella y metió la cabeza entre las +manos. Tristán se llevó la suya al bolsillo y dejando asomar la culata +de un revólver profirió con reconcentrada ira:</p> + +<p>—¡Mátalos! ¡Mata a esos traidores!</p> + +<p>Reynoso no se movió. Se oyó el ruido del coche que se alejaba. Nadie +habló una palabra en algunos minutos. Al fin Escudero puso una mano +sobre el hombro de aquél y dijo con voz conmovida:</p> + +<p>—¡Germán! ¡amigo mío! ¡valor!</p> + +<p>Y por el rostro de aquel hombre que no parecía sensible más que a los +cheques y talones rodaban dos gruesas lágrimas. Reynoso se alzó y +tambaleándose como un beodo salió de la taberna seguido de sus amigos. +Cuando estuvieron en la calle se volvió hacia su cuñado y apretándole la +mano dijo:</p> + +<p>—¡Tienes razón, Tristán, la vida es un asco!</p> + +<p>Guardaron todos silencio y caminaron hacia el sitio en que habían dejado +el coche. Don Germán manifestó su resolución de volverse al Escorial. +Todos ellos se brindaron a acompañarle, particularmente Tristán, pero +opuso una enérgica negativa a sus instancias. Tampoco aceptó el coche de +Escudero que hablaba de añadir otros dos caballos a los que llevaban. +Nada, sólo pedía que le dejasen en la estación. Salía un tren a las +siete y sólo faltaba una hora. Acataron su voluntad aunque de mala gana.</p> + +<p>—Os suplico que os volváis a vuestras casas y me dejéis ya—les dijo +cuando hubieron llegado<a name="page_312" id="page_312"></a>—. Y llamando aparte a Tristán—: Cuida mucho +de Clara. Conozco su corazón y sé que este golpe puede hacerle mucho +daño. Os espero dentro de cuatro o cinco días. Hasta entonces dejadme +solo.</p> + +<p>Tristán le miró con asombro.</p> + +<p>—Pero ¿qué piensas hacer?</p> + +<p>—Nada.</p> + +<p>—¿No quieres castigar a ese miserable?</p> + +<p>—No.</p> + +<p>—Entonces voy yo a provocarle.</p> + +<p>—Nada. No hagas nada, Tristán. En este mundo todo es nada, ¡nada, nada!</p> + +<p>Y diciéndoles adiós con la mano y haciéndoles al mismo tiempo seña de +que no le siguiesen, se metió en la estación uniéndose a la multitud que +en aquella hora la llenaba.</p> + +<p>—¡Nada! ¡nada! ¡nada!—murmuraba reclinado en el fondo de un coche +mientras la locomotora le arrastraba velozmente al través de los campos +adustos, melancólicos que cercan a Madrid. El humo se esparcía delante +del paisaje ocultándolo por momentos. El sol moría a lo lejos entre +resplandores carmesíes. Una dulce serenidad se desprendía del cielo +pálido. Reynoso dejó el rincón y puso su rostro enardecido al golpe +violento de la brisa que se iba haciendo más fresca según se aproximaban +a la sierra. Con los ojos atónitos sentía más que veía el raudo cruzar +de los objetos por delante. Todo huía, todo se escapaba causándole una +extraña impresión de desquiciamiento universal. El mundo se deshacía, se +evaporaba,<a name="page_313" id="page_313"></a> rodaba vertiginosamente a los abismos de la nada.</p> + +<p>—¡Todo es nada! ¡nada! ¡nada!—repetía sin cesar con voz ronca.</p> + +<p>Cuando el tren se detuvo en la estación de Escorial, salió del coche sin +darse cuenta de ello y emprendió como un autómata el camino del Sotillo. +Estaba anocheciendo. En el cielo brillante e inmóvil centelleaban +algunas estrellas. A su espalda la mole de la sierra se ocultaba entre +cendales de un violeta profundo. Delante el inmenso horizonte de los +campos parecía cerrarse fundiéndose todo en un tenue vapor gris.</p> + +<p>Alcanzó su casa y penetró en ella sin ruido, casi furtivamente como si +fuera un intruso. Uno de los criados se asombró de verle al cruzar un +pasillo y se excusó de no haber prevenido a los demás. Don Germán ordenó +que todos permaneciesen tranquilos. Se encerró en su despacho, sacó +legajos y papeles y estuvo trabajando largo rato. Llamaron a la puerta +humildemente y una doméstica preguntó si el señor bajaba a cenar. +Respondió que le subiesen a la habitación contigua caldo y algunos +fiambres y siguió trabajando. Al cabo se alzó del sillón y pasó al +saloncito contiguo donde ya le habían preparado la mesa. Ordenó en +seguida que todos se acostasen y volvió a su trabajo que aún duró mucho +tiempo. Cuando terminó eran las altas horas de la noche. Descansó unos +instantes y escribió una carta de pocas palabras que depositó sobre la +mesa en sitio visible. Luego sacó de uno de los cajones un revólver, lo +examinó con detenimiento, lo cargó con nuevas cápsulas,<a name="page_314" id="page_314"></a> lo colocó sobre +la mesa y echó de nuevo la llave al cajón. Abrió la puerta del salón, +abrió la de la habitación contigua, que era el dormitorio matrimonial, +encendió un cigarro y se puso a pasear a lo largo de la crujía con +aparente calma.</p> + +<p>Allá en el fondo entre las camas de los esposos pendía un crucifijo. En +uno de los paseos los ojos de D. Germán tropezaron con él. Quedó +inmóvil, clavado al suelo, los ojos fijos en aquella imagen sangrienta. +¿Cuánto tiempo estuvo así? ¿Una hora? ¿Un minuto? Jamás pudo él mismo +saberlo. Al fin dejó escapar un suspiro, se tapó el rostro con las manos +y cayó de rodillas sollozando.</p> + +<p>Cuando se puso en pie había recobrado el sosiego, todo el sosiego del +alma. Su resolución estaba tomada. Se dirigió con paso firme a su +despacho, guardó de nuevo el revólver y se puso a escribir algunas +cartas. Una larga para Tristán, otra para Cirilo. La última para su +mujer.</p> + +<p>“Elena: Perdona que por última vez me dirija a ti. Es de absoluta +necesidad para tu futura existencia. Cuando recibas ésta me hallaré +lejos y jamás volveré a importunarte con mi presencia. Te dejo toda mi +fortuna: sólo me llevo lo necesario para vivir. Gasta todas las rentas +que te entregará Cirilo. Es el último favor que te pido y también que +disculpes mi ausencia. Puedes decir que estoy en América, donde tenía +comprometidos algunos intereses. Nada más. Que Dios te proteja y que a +mí no me abandone.”</p> + +<p>Cerró la carta y lo mismo que las otras la guardó en el bolsillo para +enviarlas al correo en la<a name="page_315" id="page_315"></a> oportuna ocasión. Hizo después pedazos la que +había dirigido al juez y sacó otro cigarro y de nuevo se puso a pasear, +esta vez no con calma aparente sino bien verdadera. Por fin abrió el +balcón y salió a una pequeña terraza, recostándose de bruces sobre el +antepecho de mármol. La noche era caliente y poblada de estrellas. El +paisaje severo, erizado, dormía bajo su dosel alargando la sombra +inmensa de sus collados. Reynoso abría los ojos sin ver, tendía los +oídos sin oir, no viendo ni oyendo más que los latidos de su corazón +desgarrado. Este corazón latía y hablaba. ¿Qué importa todo? ¿Qué vale +cuanto existe en el mundo? Riqueza y miseria, grandezas y humillaciones, +desgracia o ventura todo cambia, todo se hunde al fin en los abismos de +la noche eterna... ¿También se hundirá el amor? ¿Nada quedará de esta +emoción incomprensible que parece transformarnos por momentos, +arrebatarnos de la tierra a otras esferas más altas? Don Germán +contempló el cielo largo rato, escrutando con avidez sus abismos +azulados, sus millones de luminarias maravillosas. Al fin los bajó de +nuevo murmurando: “¡No; el amor no se hundirá porque el amor es Dios!” +Paseó después su mirada por el campo. Allá, hacia el oriente, en los +confines del horizonte un tenue reflejo del firmamento señalaba el sitio +donde se asentaba Madrid. Apartó los ojos con horror. Del cielo viene el +rayo que nos abate, del mar viene la ola que nos traga, del campo la +dentellada de la fiera o la puñalada del bandido. ¡Pero de allí!... ¡ah, +de allí viene el daño que no puede<a name="page_316" id="page_316"></a> explicarse, la agonía sin muerte, el +dolor increíble!</p> + +<p>Permaneció algún tiempo perdido enteramente en una meditación profunda. +Era un torrente de pensamientos graves, de sensaciones confusas que +atravesaba su cerebro y su corazón. Apenas guardaba la conciencia de que +fuesen suyos. Una ola de olvido le envolvía poco a poco; una voz bien +alta subía invitándole a mirar hacia arriba y a despreciar lo de abajo. +Después haciendo un esfuerzo alzó sus codos de la baranda, contempló +todavía con distracción el horizonte oscuro, sacó del bolsillo su +llavero, del llavero un lápiz y escribió tres palabras sobre el mármol. +Entró en sus habitaciones, se dirigió a su armario y tomando de allí la +ropa y los objetos más indispensables los empaquetó en una maleta. +Cuando la tuvo hecha bajó cautelosamente hasta la puerta del jardín y +salió de casa. Atravesó el parque, atravesó el bosque y en pocos minutos +se encontró a campo raso. Emprendió por los senderos el camino de +Zarzalejo para montar allí en el primer tren que le alejase de Madrid. +Cuando hubo caminado algún tiempo se detuvo y volvió los ojos hacia su +casa. Allí quedaba, silencioso, tranquilo, el que había sido su paraíso +en la tierra. Jamás, jamás volvería a entrar en él. ¡Cuánta felicidad +deshecha en un instante! Tomó la maleta que había dejado caer al suelo y +emprendió de nuevo la carrera. Los sollozos le rompían el pecho, las +lágrimas le cegaban. Así marchaba aquel hombre al través de la noche +desierta en busca de Dios.<a name="page_317" id="page_317"></a></p> + +<h2><a name="PAPELES_DEL_DOCTOR_ANGELICO" id="PAPELES_DEL_DOCTOR_ANGELICO"></a>PAPELES DEL DOCTOR ANGÉLICO</h2> + +<p><a name="page_318" id="page_318"></a></p> + +<p><a name="page_319" id="page_319"></a></p> + +<h2><a name="UN_TESTIGO_DE_CARGO" id="UN_TESTIGO_DE_CARGO"></a>UN TESTIGO DE CARGO</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">H</span><small>AY</small> personas que no pasean jamás sino por calles céntricas. Hay otras +que gustan de las excéntricas y solitarias, en los barrios extremos de +Madrid, lindantes con la campiña. Las hay, por fin, que no pasean ni por +unas ni por otras, y sólo encuentran alegría midiendo el pasillo de su +casa a trancos, y acercándose de vez en cuando a la estufa para +calentarse las manos.</p> + +<p>Pues bien; declaro que yo pertenezco a la segunda categoría, aunque +también me agrada recorrer una y otra vez mi pasillo con las manos en +los bolsillos, particularmente cuando llueve, y dar unas cuantas vueltas +por las calles de Alcalá y Sevilla a las horas de más tránsito. Cuando +esto último acaece, procuro que mi rostro vaya fruncido y aborrascado +para adaptarse al medio ambiente; pero es contra mi gusto, bien lo sabe +Dios, porque mi fisonomía, por naturaleza, es plácida y sentimental.</p> + +<p>Así, que experimento más placer en pasearme por las afueras, donde +encuentro rostros alegres que me miran sin hostilidad. Sólo allí me +desarrugo<a name="page_320" id="page_320"></a> y soy exteriormente lo que Dios quiso hacerme. Y he pensado +algunas veces que si trasladásemos las caras de las afueras al centro, y +las del centro las enviásemos a paseo, Madrid ofrecería a los ojos de +los extranjeros un aspecto más hospitalario, más risueño y, sobre todo, +más humano que el que ahora tiene.</p> + +<p>No sucede lo mismo con los perros. Encuentro, generalmente, los del +centro apacibles y corteses; los de los barrios extremos, agresivos, +quimeristas y mucho más descuidados en el aseo de su individuo. Sin +duda, la cultura, que ejerce una influencia tan triste en la raza +humana, suaviza y mejora la canina.</p> + +<p>Ignoro si el perro con quien tropecé cierto día en una de las calles más +extraviadas del barrio de Chamberí era quimerista y agresivo como sus +convecinos; pero sí puedo dar fe de su escandalosa suciedad.</p> + +<p>Flaco, lanudo como esos bohemios que no se recortan jamás la barba y la +dejan crecer por donde salga, cubierto de polvo y con un pegote de barro +en cada pelo, se acercó a mí este repugnante animal moviendo el rabo y +mirándome con ojos humildes.</p> + +<p>Yo dí un salto atrás, porque la experiencia me ha enseñado que se puede +mover el rabo humildemente y ser en el fondo malísimo sujeto. Pronto me +convencí de que no había nada que temer. Aquel pobre perro había venido +tan a menos, se hallaba tan desamparado y abatido, que los últimos +rescoldos de su carácter agrio, si alguna vez<a name="page_321" id="page_321"></a> lo había tenido, se +habían apagado por completo.</p> + +<p>Hice sonar con los dedos una leve castañeta, correspondiendo al meneo +vertiginoso de su rabo, y me dispuse a proseguir mi camino. Pero él +agradeció aquella fría castañeta como nadie me agradeció en la vida el +saludo más cordial y cariñoso. Comenzó a brincar delante de mí, y a +retorcerse, y a lanzar suaves e insinuantes aullidos, expresando tanto +gozo como gratitud.</p> + +<p>No se agradecen así los saludos en este bajo mundo—me dijo nuevamente +la experiencia—si no se teme o se espera algo. Este perro no tiene amo, +o ha sido arrojado por él de su casa. ¡Pobre animal! Me interesó su +desgracia, y de nuevo hice sonar la castañeta con alguna mayor efusión, +y él con esto renovó las señales de gratitud hasta querer descoyuntarse.</p> + +<p>Inmediatamente tomó la resolución de seguirme hasta el fin del mundo.</p> + +<p>Yo le veía detrás varias veces, dándome escolta; otras, delante, +sirviéndome de heraldo. Por momentos se detenía, levantaba hacia mí su +hocico peludo, y me miraba con afectuosa sumisión, cual si me quisiera +decir que estaba dispuesto a obedecerme como amo y señor. La desgracia +de aquel animal me conmovió. Era tan feo, que no había motivo para +admirarse de que su dueño le hubiese abandonado.</p> + +<p>Y, sin embargo, yo he visto algunas señoras ricas que acariciaban y +mimaban con apasionados transportes de amor a otros perros más feos que +éste, y he visto también a algunos jóvenes elegantes<a name="page_322" id="page_322"></a> acariciar y mimar +a estas mismas señoras, más feas aún que sus perros.</p> + +<p>Me representaba a aquel pobre animal, arrojado ignominiosamente de su +casa, volviendo a ella a demandar gracia, aullando tristemente a la +puerta; le veía marchar errante y hambriento por aquellas calles +solitarias, introducirse en alguna tienda en busca de una piltrafa, +salir de ella molido a palos, seguir a los transeuntes hasta que éstos +le despedían a puntapiés o pedradas.</p> + +<p>La compasión se filtraba en mi pecho, y cuando el animal se paraba a +mirarme, le hacía una seña de afectuosa consideración. Entonces se +acercaba a mí rebosando de agradecimiento, y yo, sin temor a mancharme +las manos, como los santos caritativos de la leyenda, le acariciaba la +cabeza.</p> + +<p>Pero a medida que transcurría el tiempo, se apoderaba de mí un vago +malestar. ¿Qué iba a hacer de aquel desdichado? A un perro no se le +puede dar una limosna, ni recomendarle a un concejal amigo para que le +coloque de peón en los trabajos de la villa. Necesitaba llevármelo a +casa. Esto era grave. ¿Qué diría el portero, qué dirían los vecinos, qué +diría, sobre todo, mi familia al ver entrar aquel bicho feo y asqueroso? +¡Vaya unas protestas, vaya una zambra, vaya una risa que se armaría en +mi casa! Se me puso la carne de gallina.</p> + +<p>Comprendí inmediatamente todo lo falso de mi situación.</p> + +<p>Entonces hice con el perro lo que conmigo hacen los amigos cuando mi +presencia les molesta;<a name="page_323" id="page_323"></a> me hice el distraído. Cuando me miraba con sus +ojos afectuosos, volvía la cara hacia otro sitio; si se acercaba a mí, +fruncía el entrecejo como si no le viese, y seguía mi camino. En fin, +adopté un continente tan glacial como significativo. Pero él no vió la +significación, o no quiso verla. Sin darse por enterado, persistía en +sus muestras de adhesión incondicional, teniéndose siempre por mi +protegido.</p> + +<p>Una de las veces que mi mirada se cruzó con la suya, vi en sus ojos una +expresión de sorpresa y de súplica tal, que el corazón se me apretó. Sin +embargo, lo que pedía no era posible.</p> + +<p>Mi inquietud iba en aumento, y ya pensaba en la barbarie de arrojarlo de +mi lado violentamente, cuando observo que viene hacia nosotros un +tranvía. Entonces, cautelosamente me agarro a él y monto. Desde la +plataforma veo a mi perro que camina tranquilo y confiado, vuelve de +pronto la cabeza, queda sorprendido, olfatea el aire con desesperación, +y, por fin, baja de nuevo su cabeza hacia la tierra, resignado, como los +seres que han conocido todo el dolor de este mundo y saben lo que se +puede esperar de la existencia.</p> + +<p>Jamás pude olvidarlo. Y al acordarme de él, no puedo menos de pensar que +cuando algún día me vea ante el supremo tribunal de Dios, y se juzguen +todos los actos de mi vida, y se cuenten mis faltas y desaciertos, he de +verle aparecer, con su hocico peludo y su aspecto dolorido, a dar fe de +mi cruel egoísmo.</p> + +<p><a name="page_324" id="page_324"></a></p> + +<p><a name="page_325" id="page_325"></a></p> + +<h2><a name="VIDA_DE_CANONIGO" id="VIDA_DE_CANONIGO"></a>VIDA DE CANÓNIGO</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">L</span><small>AS</small> ideas de mi tío don Sebastián acerca del ascetismo de los canónigos +eran mucho más decididas que las de Pachón de la Quintana de Arriba. +Nada de vacilaciones en este punto: ya sabía a qué atenerse. Para él la +imagen de un canónigo evocaba un sin fin de representaciones cómodas, +deleitosas y suculentas.</p> + +<p>No es extraño. Si se hablaba de un vino añejo bien confortable, le oía +llamar “vino de canónigo”; si se trataba de un chocolate exquisito, +“chocolate de canónigo”; si de un colchón blando y relleno, “colchón de +canónigo”; etc.</p> + +<p>Toda su vida había sentido una envidia ruin por el alto clero, y +deploraba amargamente que su padre no le hubiese dedicado al estado +eclesiástico, en vez de dejarle al frente del comercio de ferretería que +tenían en la planta baja de la casa. Porque si le hubiese enviado al +Seminario, tal vez a estas horas sería canónigo. ¿Por qué no? ¿No lo era +su primo Gaspar, que pasaba por un zote en la escuela? ¡Y nada menos que +arcediano de la santa iglesia catedral de León!<a name="page_326" id="page_326"></a></p> + +<p>Verdad era que el trato que sus hermanas le daban no era a propósito +para ahuyentar de su carne los apetitos concupiscentes. Eran feroces +aquellas dos hermanas que su padre le había dejado con el comercio de +ferretería. No se sabe si se habían propuesto hacerse ricas a costa de +las susodichas carnes de su hermano, o es que pensaban con terror en la +muerte de éste y en la necesidad de traspasar el comercio, o, ¡quién +sabe!, tal vez en su matrimonio. Porque, si bien mi tío don Sebastián no +había mostrado jamás veleidades matrimoniales, el día menos pensado +podía atraparle cualquier pelafustana. La mujer que se casa con un +hombre que tiene dos hermanas solteronas, siempre es una pelafustana. De +todas suertes, estas dos hermanas le escatimaban el pan, la carne y el +vino, el betún para las botas, las toallas para secarse, y hasta el agua +para lavarse.</p> + +<p>Y así habían traspasado los tres la edad de cuarenta años. Don +Sebastián, a quien la Naturaleza había dotado de un temperamento muelle +y voluptuoso, se autorizaba cuando podía, a escondidas de aquellas dos +fatales euménidas, algunos regalos. Un día se iba con don Hermenegildo +el piloto al Moral para comerse una cesta de percebes y beberse algunos +litros de sidra, otro se colaba bonitamente a las once en la tienda de +la Cazana y tomaba una rosquilla rellena y media botella de vino de +Rueda, o bien entraba por la tarde en el café Imperial y pedía un +sorbete de fresa.</p> + +<p>Pero de todos estos atentados tenían noticia al día siguiente las dos +vírgenes agrias. Su policía<a name="page_327" id="page_327"></a> era más exacta y más fiel que la del Sultán +de Turquía. ¡Cielos, qué escándalo!, ¡qué pataleo!, ¡qué imprecaciones +temerosas! En cierta ocasión, una de ellas llegó a darle un formidable +escobazo en la cabeza.</p> + +<p>De todos estos ultrajes supo vengarse bien y de una vez mi tío don +Sebastián. No tenéis más que preguntarlo a cualquier viejo de la +población, y os lo contará medio sofocado por la risa. El caso fué como +sigue:</p> + +<p>Un día subió don Sebastián de la tienda con una carta en la mano. Era +del primo Gaspar. En ella le decía que se hallaba en Oviedo pasando una +temporada con el señor obispo, que antes de ser preconizado, había sido +su compañero y amigo íntimo en León; al mismo tiempo le hacía saber que +en la diligencia del día siguiente iría a hacerles una visita y pasar un +par de días con ellos.</p> + +<p>La turbación que esta noticia produjo en las dos solteronas fué +indescriptible. ¡Tener por huésped al arcediano de León, a un amigo +íntimo del señor obispo, a cuya mesa se sentaba y a quien tuteaba en +secreto, según se decía! Ya no se acordaban de aquel primo Gaspar a +quien recosían los pantalones para que su madre no le zurrase la badana +si llegaba con ellos rotos a casa, y a quien habían dado bastantes +pescozones llamándole animal. Para ellas ya no existía más que un +personaje eminente rebosando de teología y respetabilidad.</p> + +<p>Pasada la primer impresión de estupor, hizo explosión en ambas +solteronas una cantidad imponente<a name="page_328" id="page_328"></a> de actividad doméstica. Se quitaron +el corsé, se liaron un pañuelo a la cabeza, y dieron comienzo por sí +mismas a la limpieza y arreglo del “cuarto de respeto”. La gran cama de +palosanto, con pabellón y colcha de damasco encarnado, fué objeto de un +minucioso reconocimiento. Se batió bien el colchón de miraguano y las +almohadas de pluma, se le pusieron sábanas de fina batista, bordadas, +que jamás de memoria de hombre habían salido del armario, y a su lado un +hermoso tapiz que les había traído de Manila otro primo ya fallecido.</p> + +<p>La criada fué expedida en diferentes direcciones. A la confitería de +Nepomuceno, para encargar una tarta, mitad de almendra y borraja, a casa +de Facunda, la pescadera, para que buscase algunas docenas de ostras y +se las llevase a las once en punto de la mañana, a la fábrica de +vidrios, para recabar de don Napoleón, el contramaestre, que saliese de +madrugada a cazar unas arceas; etc., etc.</p> + +<p>Mi tío don Sebastián seguía estos preparativos con respetuosa atención, +pero sin osar emitir ninguna palabra. Bastaría la más corta frase para +oirse llamar ganso, y no tenía deseo alguno de servir de pretexto a este +símil zoológico.</p> + +<p>Al día siguiente por la mañana se acicaló convenientemente, y a las once +y media salió a esperar la diligencia de Oviedo, que llegaba siempre a +las doce. La mesa estaba ya puesta; una mesa deslumbrante, con antigua y +rica vajilla atestada de confites y frutas en almíbar.<a name="page_329" id="page_329"></a></p> + +<p>A las doce y cuarto llegó don Sebastián con la cabeza baja, diciendo que +el primo Gaspar no había llegado en la diligencia de Oviedo. El +abatimiento más profundo se pintó en el rostro de las dos hermanas. +Transcurrieron algunos instantes de silencio doloroso. Al cabo, don +Sebastián profirió con tono fúnebre:</p> + +<p>—Yo pienso que habrá perdido la diligencia de la mañana. Seguramente, +llegará en la de la tarde.</p> + +<p>Bastaron estas sencillas y razonables palabras para que sus dos hermanas +se encarasen con él como dos fieras y le llamasen... ¿A qué decir cómo +le llamaron?</p> + +<p>De todos modos, no hubo más remedio que sentarse a la mesa y comer. Don +Sebastián lo hizo lindamente. Sus hermanas charlaban como dos cotorronas +que eran, haciendo sobre el caso los más disparatados comentarios. El +engullía en silencio, pausada y sabiamente, alegrando los bocados +exquisitos con un trago de vino de las Navas. Después de los postres se +levantó de la silla como si hubiese cumplido con un penoso deber, y +salió, como siempre, para el Casino. Así que dió la vuelta a la esquina +de la calle, encendió un cigarro puro de los que había comprado para el +arcediano, y chupándolo voluptuosamente, se fué a jugar su partida de +tresillo.</p> + +<p>En la diligencia de las siete tampoco llegó el canónigo. Don Sebastián +comunicó la infausta nueva a sus hermanas con la misma cara que si les +leyese la sentencia de muerte. La consternación les paralizó a todos la +lengua. No hubo comentarios,<a name="page_330" id="page_330"></a> no hubo protestas y lamentaciones. Un +silencio funeral cayó sobre aquella afligida familia.</p> + +<p>Pero la mesa estaba puesta. Salmón, arceas estofadas, riñones al jerez, +pechuga de gallina a la besamela, compota de membrillo, bizcochos +borrachos, fresas con crema. Don Sebastián dirigía miradas furtivas y +ansiosas a tales riquezas. Las hermanas, presas de muda desesperación, +no daban señales de acercarse a ellas.</p> + +<p>—Vaya, vamos a cenar... De todos modos, el gasto está ya hecho...</p> + +<p>Estas palabras provocaron una crisis de lágrimas, pasada la cual se +sentaron los tres a la mesa. Ellas comían a la fuerza y exhalando +suspiros dolorosos. El comía con fuerza y absorbiendo tragos exquisitos.</p> + +<p>Cuando se levantaron, don Sebastián se tambaleaba. El dolor suele +producir estos efectos deprimentes. Para esparcirlo un poco, dijo que +iba a dar una vuelta por el muelle. Cuando dobló la esquina, volvió a +encender otro de los magníficos habanos destinados al arcediano, y fué a +sentarse en uno de los bancos del parque, donde se estuvo hasta que el +fresquecillo le echó hacia casa.</p> + +<p>Sus hermanas se habían encerrado ya en el dormitorio. La casa estaba +silenciosa y triste, como si se hallase bajo el peso de una desgracia.</p> + +<p>Mi tío don Sebastián se desnudó lentamente, pero en vez de meterse en su +cama, tomó la palmatoria en la mano, se asomó con ella al pasillo, y +después de cerciorarse de que nadie le veía, salvó<a name="page_331" id="page_331"></a> con gran sigilo la +distancia que le separaba del “cuarto de respeto” y se deslizó dentro +del gran lecho de palosanto.</p> + +<p>¡Oh dulce y blando colchón!, ¡oh tiernas almohadas!, ¡oh sábanas +finísimas!</p> + +<p>Mi tío don Sebastián se sentía inundado de una felicidad celestial. Dió +un soplo a la luz, cerró los ojos, y murmuró sonriendo a las tinieblas:</p> + +<p>—Ya no me muero sin saber lo que es la vida de canónigo.</p> + +<p><a name="page_332" id="page_332"></a></p> + +<p><a name="page_333" id="page_333"></a></p> + +<h2><a name="UNA_MIRADA_A_LO_ALTO" id="UNA_MIRADA_A_LO_ALTO"></a>UNA MIRADA A LO ALTO</h2> + +<h3>I</h3> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>N</small> +las primeras horas de la noche me place discurrir por las calles +céntricas. Uno tras otro los arcos voltaicos se encienden, y mantienen a +distancia las tinieblas que la huída del sol convida a descender. Los +coches regresan del paseo, y los nobles brutos que los arrastran se +muestran impacientes ante la muchedumbre que obstruye la vía.</p> + +<p>¡Crepúsculo hermoso el de la gran ciudad! Que otros vayan a gozarse +melancólicamente al bosque silencioso, y que miren al sol ocultarse +detrás de los montes lejanos, y que escuchen con placer las esquilas del +ganado y los dulces sones de la flauta pastoril; que corran a la playa +desierta y se deleiten contemplando el romper de las olas espumosas. Yo +gozo mirando las telas y las joyas deslumbrantes que se ostentan en los +escaparates. Pero gozo más cuando alguna bella, desde lo alto de un +coche, como una diosa sobre su trono móvil<a name="page_334" id="page_334"></a> de seda, me lanza una +mirada. ¡Avergonzaos, ricas telas, ocultaos, joyas deslumbrantes!; el +sol, al partir, ha dejado en aquellos ojos toda su luz como un depósito +sagrado.</p> + +<p>Con tranquilo placer mis pasos errantes se deslizan por la calle. La +muchedumbre se aprieta en torno mío. ¡Escuchad, escuchad esos gritos +gozosos; ved esa larga fila de carruajes que llevan sobre sus ruedas la +belleza, la juventud y la alegría de la villa! ¡Mirad a ese joven +tembloroso que se acerca, embargado de emoción, al borde de la acera, y +recoge al pasar la sonrisa de su amada y una señal de su mano adorada, +de esa mano que él besa furtivamente cuando en el Retiro la dama de +compañía se distrae..., o se hace la distraída! Mis canas me preservan +ya de estos temblores, mas, ¡ay!, no puedo menos de acordarme de ellos.</p> + +<p>El tumulto crece por momentos. Todo se agita, todo se mueve. Los +caballos piafan de impaciencia, y las mamás, más impacientes aún, +quisieran estar ya delante de la mesa, donde humea la sopa confortable. +El río de la vida serpentea por las calles.</p> + +<h3>II</h3> + +<p>Súbito me lanzo sobre la plataforma de un tranvía que pasa. Este tranvía +me conduce al extremo oriental de la ciudad. Doy unos cuantos<a name="page_335" id="page_335"></a> pasos +más, y me encuentro en plena campiña obscura y silenciosa. Mi alma se +había alejado de mí en la agitación febril de la vida, y allí se acerca +para decirme al oído algunas palabras misteriosas debajo de la gran +bóveda estrellada. Me siento sobre una piedra, y mis ojos se pasean por +el firmamento, escrutando sus profundos senos.</p> + +<p>Allá va la <i>Lira</i> a ocultarse en las lejanías del Poniente. ¡Oh dulce +<i>Vega</i> de inmarcesible luz; tú fuiste el astro virginal de mis ensueños +infantiles! ¡Cuántas veces, al regresar a casa de la mano de mi padre, +mis ojos se levantaban hacia ti! Tú me decías algo divino e +inexplicable; mi pequeño corazón palpitaba, mi alma se llenaba de blanca +claridad como la tuya, y algunas lágrimas temblaban en mis pupilas. +Ahora con velocidad desciendes, arrastrada por tus corceles azulados, y +pronto desaparecerás. Mi infancia, ¡ay!, largo tiempo ha que se ha ido. +Pluguiera a Dios que al morir volase directamente a ti, y en alguno de +los mundos que iluminas volviese a hallar los dulces sueños que me +agitaban cogido de la mano de mi padre.</p> + +<p>En lo alto del cenit brilla la hermosa <i>Capella</i>, la estrella de mi +adolescencia. Esparce su luz tranquila sobre la tierra, y, vestida de +rayos luminosos, lleva en su seno tesoros de amor. Mi frente pálida se +alzaba hacia ti en otro tiempo bien lejano, y allí ansiaba ir con la +niña de ojos azules, de cabellera de oro, que levantaba la punta de la +cortina de su ventana cuando yo venía<a name="page_336" id="page_336"></a> de mi cátedra con los libros +debajo del brazo. Allí quisiera también ir cuando me muera.</p> + +<p><i>Aldebarán</i> famoso avanza con rapidez y despliega su cabellera +resplandeciente entre las <i>Hiadas</i>. Su ojo fogoso placía a mi juventud, +porque le prometía las emociones cambiantes y violentas que ansía un +espíritu altanero. Yo amaba entonces las armas y la lucha, y soñaba con +la corona del vencedor. Ardiente como tú, avanzaba por la vida +arrebatado y sorprendido de mí mismo. ¿De dónde venía aquella embriaguez +que me impulsaba a destruir y crear al mismo tiempo? ¿Por qué temblaba +de ira, y un minuto después temblaba de amor? Quizás tú, desde lo alto +del espacio, enviabas a mi alma esa divina inquietud, ese tormento +delicioso que consumía mi corazón y lo hacía florecer. Entonces las +crestas azuladas de los montes murmuraban alegrías para mí, los rumores +del bosque y el silencio de la noche me infundían ansias locas de +voluptuosidades desconocidas, ardores insensatos de amor y de muerte. +Allí quisiera también ir.</p> + +<p>Descansando sobre el horizonte, el gigante <i>Orión</i>, amo del cielo, +ostenta con calma el tesoro de sus luces. Invencible y generoso <i>Orión</i>, +tú fuiste la envidia de mi edad viril: a ti demandaba el valor y la +abundancia, la paz y la sabiduría de que estaba sediento. Opulento y +feliz, gozas de la afluencia gloriosa de tus astros, posees todos los +bienes del cielo y conduces tu carro cargado de riquezas, alumbrando la +obscuridad de los espacios<a name="page_337" id="page_337"></a> insondables. Tú eres el primero entre los +gigantes que cruzan el firmamento, y tus brazos poderosos se extienden a +una distancia que la mente humana apenas puede imaginar. Naces y brillas +en diferentes hogares, desarrollas tu inmortal poderío entre millones de +globos, y, animado siempre del mismo vigor, eres el símbolo de lo que ha +sido mi más constante anhelo en este mundo, eres el símbolo de la fuerza +en el reposo.</p> + +<p>Pero ya se huyó también mi edad viril. Mi frente fatigada se inclina +hacia la madre tierra, mis fuerzas decaen, las luces de este mundo +palidecen, mis ojos se preparan a dormir. ¿Qué debo esperar cuando +despierte? Un sol mucho más grande, más santo, más luminoso que el que +nos alumbra, un sol maestro de pureza que no ilumine la traición, que +desvanezca la mentira, que acaricie al inocente y abrase al malvado, un +sol de amor y de justicia cuyo aliento envíe a sus hijos una eterna +primavera que derrita los hielos del egoísmo y de la envidia. ¡Helo allí +ese sol en la región lejana enganchando ya sus corceles para subir! +Debajo de <i>Orión</i>, el claro <i>Sirio</i> comienza a rasar con sus fuegos el +horizonte. Allí quisiera ir, por fin.</p> + +<h3>III</h3> + +<p>Pero la noche agita ya sus alas rápidas, y a las sublimes emociones que +me embargan sucede el<a name="page_338" id="page_338"></a> gozoso recuerdo de mi hogar. Me levanto y busco +de nuevo el tranvía, que me conduce rápidamente a él. Subo la escalera +de mi casa y abro silenciosamente la puerta; entro en mi gabinete de +trabajo, y en medio de él me detengo, contemplando con profundo +sentimiento de piedad el retrato de mis padres. Voy al dormitorio de mi +hijo, y le veo dormir, y escucho con placer el soplo sosegado de su +pecho. Después me dirijo al comedor. Mi esposa inclina su dulce rostro +infantil sobre la costura debajo de la lámpara. Por algunos momentos la +contemplo en silencio. En ella reposa mi corazón, y la paz serena del +amor me inunda de alegría en su presencia. Entonces me acuerdo de +aquellos astros suspendidos en el espacio, donde mi espíritu ansiaba +volar. Un estremecimiento de horror agita mi cuerpo. ¡Oh, no; no quiero +peregrinar solo por esos mundos resplandecientes, no quiero pasar a +vuestro lado, seres adorados, sin amaros, tal vez sin conoceros, no +quiero otras vidas siderales, no quiero ser el favorito de los dioses! A +vuestro lado he gozado horas felices que me envidiarían todas las +estrellas del cielo. ¡O con vosotros, amados de mi alma, o a la negra +fosa, y dormir allí para siempre!<a name="page_339" id="page_339"></a></p> + +<h2><a name="LA_PROCESION_DE_LOS_SANTOS" id="LA_PROCESION_DE_LOS_SANTOS"></a>LA PROCESIÓN DE LOS SANTOS</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">M</span><small>ÁS</small> de una vez me aconteció penetrar en la vieja catedral gótica a la +caída de la tarde. Allá en el fondo hay una obscura capilla solitaria, y +allá en el fondo un Cristo solitario abre sus brazos doloridos entre dos +cirios que chisporrotean lúgubremente.</p> + +<p>En pie frente a Él, le contemplo, le imploro y muchas veces también le +interrogo: “¿Quién te ha enseñado esas dulces palabras que salieron de +tus labios? ¿Por qué te has dejado matar? ¿Por qué no has luchado, por +qué no has herido y triunfado? ¿Eres Dios, o eres un iluso? ¿Por qué no +has sido egoísta y vano y cruel como yo lo he sido?”</p> + +<p>El me escucha y murmura palabras de consuelo, y algunas veces sus ojos +se clavan en mí con severidad, y alguna vez me sonríen.</p> + +<p>Una tarde, de rodillas, apoyé la frente sobre el pedestal de la cruz. +Ignoro el tiempo que así estuve. Al cabo sentí que una mano se apoyaba +sobre mi hombro. Alcé la cabeza, y vi la figura<a name="page_340" id="page_340"></a> blanca y radiosa de un +hombre por cuya frente corrían algunas gotas de sangre. El Cristo había +desaparecido de la cruz.</p> + +<p>—Sígueme—me dijo con voz que penetró hasta lo más profundo de mi +corazón.</p> + +<p>Al mismo tiempo, por detrás del altar surgieron otras figuras de hombres +y mujeres, y en un momento se pobló la capilla. La capilla era pequeña, +pero la muchedumbre era grande.</p> + +<p>—Seguidme todos—dijo el Señor.</p> + +<p>Y nos lanzamos a la puerta en pos de Él los que allí estábamos.</p> + +<p>—¡Vamos al cielo!, ¡vamos al cielo!—oía murmurar a los que tenía +cerca.</p> + +<p>Salimos al campo. La luna bañaba con su luz tibia los árboles, las +mieses, las praderas. La figura blanca del Cristo se destacaba más pura +y más bella que la de la luna. Marchaba delante, y sus pies parecía que +no tocaban la tierra. Cercanos a Él caminaban algunos hombres y mujeres +cuyas figuras creía reconocer. “Ese es Agustín, ése es Bernardo, ésa es +Teresa”, me decía. Pero tan cerca de Él como éstos marchaban otros +hombres y mujeres completamente desconocidos para el mundo.</p> + +<p>La campiña era de plata; el cielo, de oro. Los árboles inclinaban sus +penachos al paso del Señor, murmurando plegarias. El viento dormía. Nada +se escuchaba, ni el ladrido de un perro, ni el canto de un gallo, ni el +rumor lejano de la mar. La procesión caminaba en silencio.<a name="page_341" id="page_341"></a></p> + +<p>Trasponíamos las colinas, trasponíamos los valles. La campiña era cada +vez más amena. Una brisa suave se alzaba del suelo cargada de aromas. +Las rosas abrían sus cálices fragantes; las estrellas dejaban caer sobre +ellos sus luces temblorosas.</p> + +<p>Pero algunos íbamos quedando rezagados.</p> + +<p>De vez en cuando el Señor se detenía, volvía su rostro hacia nosotros, y +nos hacía seña para que nos diéramos prisa. Los demás cumplen sus +órdenes; pero yo cada vez voy quedando más atrás. El cansancio se +apodera de mi cuerpo, y me place detenerme a menudo para contemplar la +belleza de una flor, para escuchar el canto de un pájaro.</p> + +<p>Voy quedando solo. Entonces me salen al encuentro hombres guerreros, de +labios blasfemos, de ojos sarcásticos, que me cierran el camino. Lucho +con ellos; logro vencerlos. La procesión se aleja, y pienso con horror +que muy pronto la perderé de vista.</p> + +<p>Pero el Señor no se olvida de mí. A menudo se detiene, se empina sobre +sus divinos pies para verme, y, por encima de las cabezas de la +muchedumbre, me insta con la mano para que camine.</p> + +<p>—¡Maestro—le grité—, te sigo de lejos, pero te sigo!</p> + +<p>Entonces una sonrisa bondadosa iluminó su rostro. El Señor sonreía de mi +petulancia y me hizo con la cabeza un signo de aprobación, permitiéndome +seguirle del modo que pudiera.</p> + +<p><a name="page_342" id="page_342"></a></p> + +<p><a name="page_343" id="page_343"></a></p> + +<h2><a name="PERICO_EL_BUENO" id="PERICO_EL_BUENO"></a>PERICO EL BUENO</h2> + +<p class="nind"><span class="lettre">N</span><small>UESTROS</small> ideales no siempre se armonizan con las tendencias secretas de +nuestra naturaleza, como afirman los filósofos moralistas. Por el +contrario, he visto en muchos casos producirse una disparidad +escandalosa.</p> + +<p>He conocido avaros que admiraban profundamente a los pródigos, que +hubieran dado todo en el mundo por parecérseles..., menos dinero. Había +un comerciante en mi pueblo que pasó toda su vida contándonos lo que +había derrochado en un viaje que había hecho a París, sus francachelas, +la cantidad prodigiosa de <i>luises</i> que había esparcido entre las +bellezas mundanas. Se le saltaban las lágrimas de gusto al buen hombre +narrando sus aventuras imaginarias. Pero ésta es una historia que dejo +para otra ocasión.</p> + +<p>Voy a contar ahora la de <i>Perico el Bueno</i>. Ni yo ni nadie en el pueblo +sabía de dónde le venía este sobrenombre. Pero menos que nadie lo sabía +él mismo, a quien enfadaba lo indecible. No había en el Instituto un +chico más díscolo y travieso. Era la pesadilla de los profesores y el +terror de los porteros y bedeles. En cuanto surgía en el<a name="page_344" id="page_344"></a> patio un motín +o una huelga, podía darse por seguro que en el centro se hallaba <i>Perico +el Bueno</i>; si había bofetadas, era Perico quien las daba; si se +escuchaban gritos y blasfemias, nadie más que él los profería.</p> + +<p>Parece que le estoy viendo, con un negro cigarro puro en la boca, +paseando con las manos en los bolsillos por los pórticos y arrojando +miradas insolentes a los bedeles.</p> + +<p>—Señor Baranda—le decía uno cortésmente,—tenga usted la bondad de +quitar ese cigarro de la boca: el señor Director va a pasar de un +momento a otro.</p> + +<p>—Dígale usted al señor Director que me bese aquí—respondía fieramente +Perico.</p> + +<p>El bedel se arrojaba sobre él; le agarraba por el cuello para +introducirle en la carbonera, que servía de calabozo. Perico se +resistía; acudía el conserje: entre los dos, al cabo de grandes +esfuerzos, se lograba arrastrarlo y dejarlo allí encerrado.</p> + +<p>Parece que le veo también en la clase de <i>Psicología</i>, <i>Lógica y Etica</i> +disparando saetas de papel y haciéndonos reir con sus muecas. El +profesor era un hombrecillo redondo y bondadoso que gustaba de los +símiles.</p> + +<p>—Señor Baranda, a la manera que la manzana podrida se separa de las +otras para que no las contamine, me hará usted el favor de apartarse de +sus compañeros y sentarse en aquel rincón de la derecha.<a name="page_345" id="page_345"></a></p> + +<p>Perico no se movía una pulgada de su puesto.</p> + +<p>—Señor Baranda, hágame usted el favor de separarse—repetía el +profesor.</p> + +<p>—¡Que se separen las manzanas sanas!—respondía Perico alzando los +hombros con ademán desdeñoso.</p> + +<p>El profesor insistía, trataba con razones y amenazas de persuadirle. +Todo era en vano. Al cabo nos decía, un poco avergonzado:</p> + +<p>—Vaya, vaya; tengan ustedes la bondad de separarse y dejarlo solo.</p> + +<p>Y henos aquí a los treinta o cuarenta muchachos que componíamos la clase +levantándonos de nuestros asientos y apartándonos algunos metros del +rebelde.</p> + +<p>Por supuesto, estoy en fe de que no se le formaba consejo de disciplina +y se le arrojaba para siempre del Instituto por respetos a su padre, don +Pedro Baranda. Este señor era un industrial que poseía una fábrica de +ladrillos en las afueras de la población, excelente persona y, además, +uno de los jefes del partido republicano. Como nos hallábamos en plena +revolución, ningún profesor osaba malquistarse con él.</p> + +<p>Perico sufría horriblemente cada vez que se oía llamar <i>el Bueno</i>. +Rechinaba los dientes, y si era algún chico de su edad quien le +injuriaba de este modo, se arrojaba sobre él y le hinchaba las narices. +Porque es de saber que Perico era bravo, y, aunque no muy fuerte, +prodigiosamente ágil y diestro en toda clase de ejercicios. Nadie<a name="page_346" id="page_346"></a> le +aventajaba en la carrera ni en el salto, ni nadie jugaba como él a las +<i>puentes</i> y al <i>pido campo</i>. Recuerdo en que una tarde en que por +instigación suya hicimos novillos, y en vez de asistir a la clase de +Retórica y Poética, nos fuimos a poetizar al campo, como nos alejáramos +demasiado y se llegara el crepúsculo, tuvimos miedo de no estar al +Angelus en casa, como nuestros padres nos tenían prevenido. Nos +hallábamos cerca del puente por donde cruzaba la vía férrea. Perico ve +llegar el tren a toda marcha y, sin decirnos palabra, se encarama sobre +la barandilla y se arroja sobre una de las plataformas, logrando ganar +sano y salvo la población en pocos minutos.</p> + +<p>¿Por qué no he de confesarlo? Yo le admiraba, y fuí su amigo sincero. El +me mostró siempre también particular predilección, y desahogaba conmigo +sus penas. Una de las mayores era aquel ridículo apodo que sobre él +pesaba. Le parecía el colmo de la degradación.</p> + +<p>—¡Mira tú—me decía algunas veces sonriendo con amargura—que llamarme +a mí Perico <i>el Bueno</i>, cuando soy más malo que un dolor a media noche!</p> + +<p>No podía sacarse esta espina del ojo.</p> + +<p>Cuando nos hicimos bachilleres le perdí de vista. Yo me vine a Madrid, y +él se quedó en el pueblo. Algunos años después le hallé completamente +transformado. Había muerto su padre, y se había puesto al frente de la +fábrica, y se había metido en política. Era un hombre grave, +silencioso,<a name="page_347" id="page_347"></a> pero siempre enérgico y dispuesto a encolerizarse por +cualquier bagatela. Sus ideas políticas, exageradamente radicales, casi +anarquistas, y cuando llegaba el momento, las expresaba con una +violencia y un cinismo que ponía en suspensión y espanto a los pacíficos +habitantes de nuestra villa. De religión no había que hablar: Perico se +había declarado enemigo nato del Supremo Hacedor, y al final de +cualquier francachela con sus amigos hablaba, como cosa natural y +sencilla, de beber la sangre del último rey en el cráneo del último +sacerdote.</p> + +<p>¡Y, sin embargo, en la población seguía nombrándosele <i>Perico el Bueno</i>! +Claro está que era por la espalda, pues cara a cara nadie hubiera osado +darle este apodo infamante.</p> + +<p>Pronunciaba conferencias en el Centro Obrero y arengaba a las masas en +todas las manifestaciones republicanas con mucho más calor que +elocuencia. Su espíritu no se nutría más que de los artículos de fondo +de los periódicos radicales y de los libros de los filósofos +materialistas de última hora. El de Büchner <i>Fuerza y materia</i> era su +evangelio. Pero en los últimos tiempos, poco antes de llegar yo al +pueblo, habían caído en sus manos algunas obras de Federico Nietzsche y +las había devorado con verdadera glotonería, y sin digerirlas muy bien, +hacía uso de ellas para aterrar a sus convecinos. Todas las virtudes +eran para él objeto de feroces sarcasmos: la bondad no significaba más +que impotencia; la humildad,<a name="page_348" id="page_348"></a> bajeza; la paciencia, cobardía. Exaltaba, +en cambio, la crueldad, la astucia, la audacia temeraria, el carácter +agresivo, como instintos preciosos que aumentan nuestra vitalidad y +hacen la vida más bella y más intensa. “¡Es menester decir “sí” al mal y +al pecado!”, repetía a cada instante en el Casino, en medio de la +estupefacción de los burgueses que le escuchaban. Hablaba de demoler los +hospitales, los asilos y hospicios, como centros de putrefacción donde +se guarda con esmero la podredumbre humana, que luego se esparce y nos +envenena a todos; se entusiasmaba con la costumbre espartana de despeñar +a los niños mal configurados, y hasta hallaba razonable la de sacrificar +a los viejos e impotentes... En fin, un verdadero horror.</p> + +<p>Si alguno de los circunstantes quería atajarle y responder a tales +atrocidades, Perico se encrespaba, y chillaba tanto y tan alto, que +había que dejarle.</p> + +<p>Cierta tarde, en el Casino, se complacía en atacar y burlarse de la +santidad, repitiendo las paradojas del filósofo que le había sorbido el +seso:</p> + +<p>—Existen ciertos hombres—decía—que sienten una necesidad tan viva de +ejercitar su fuerza y su tendencia a la dominación, que, a falta de +otros objetos, o porque han fracasado siempre, concluyen por tiranizar +alguna parte de su propio ser. La santidad, en último término, es +cuestión de vanidad.<a name="page_349" id="page_349"></a></p> + +<p>Un ilustrado profesor del Instituto tuvo la mala ocurrencia de +replicarle:</p> + +<p>—Pero, señor Baranda, ¿hay hombre alguno sobre la tierra tan +desprovisto de fuerza, que no pueda hacerla sentir de algún modo a sus +semejantes? Yo he conocido mendigos tullidos, enfermos, seres sumidos en +la más profunda abyección, que dejaban cerillas encendidas en los +pajares y ponían cristales en los caminos para que se hiriesen los +transeuntes.</p> + +<p>Perico reprimió con trabajo su cólera y trató de hablar con calma.</p> + +<p>—Le digo a usted que es cuestión de vanidad y, además, de pasión. Bajo +la influencia de una emoción violenta, el hombre puede determinarse, lo +mismo a una venganza espantosa, que a un espantoso aniquilamiento de su +necesidad de venganza. En un caso o en otro, sólo se trata de descargar +la emoción.</p> + +<p>—Pero la pasión no es más que la exaltación del sentimiento—manifestó +el catedrático—. Para que exista la emoción religiosa capaz de producir +el ascetismo, es necesario que haya existido antes el sentimiento +religioso. No es, pues, la pasión religiosa la que usted nos debe +explicar, sino el sentimiento de donde procede. Que el hombre, acometido +y dominado por una excesiva emoción, puede determinarse a obrar de un +modo monstruoso y hasta contrario, no ofrece duda. Pero el “porqué” y el +“cómo” se ha producido tal emoción es lo que debemos investigar. Si en +algunos<a name="page_350" id="page_350"></a> casos los efectos del amor y del odio pueden ser los mismos, +porque el fuego de la exaltación consuma y borre las diferencias, no por +eso dejarán de ser radicalmente sentimientos distintos y contrarios.</p> + +<p>—Bien; pues aunque no fuese cuestión de vanidad y de pasión, yo no +puedo menos de despreciar profundamente a esos castrados—repuso con +tono y gesto despectivos Perico—. Después de todo, esos eunucos, +incapaces de gozar de la vida, sólo tratan de hacerla más llevadera +sometiéndose vilmente a una voluntad extraña o a una regla. Son en el +fondo unos epicureístas, aunque bien ridículos.</p> + +<p>—¡Rara manera de hacer la vida dulce el obedecer a un superior +caprichoso, colérico o estúpido!—exclamó el profesor—. Y aunque por un +esfuerzo de la voluntad lograsen no sentir el resquemor de las +humillaciones, ¿cómo evitar el sufrimiento que producen las +incomodidades físicas? ¿Es más ligera la vida para el que no tiene un +instante suyo, a quien se obliga a comer manjares que le repugnan, velar +cuando tiene sueño, dormir cuando no lo tiene, viajar cuando se halla +fatigado y reposar cuando siente necesidad de movimiento, que quien +dispone libremente de su actividad? El filósofo Epicuro se maravillaría, +ciertamente, de que considerasen discípulos suyos a San Antonio y San +Francisco. Porque si para él la serenidad intelectual y moral +significaba el placer más grande de la vida, juzgaba igualmente<a name="page_351" id="page_351"></a> el +bienestar físico como condición para la tranquilidad moral, y los +placeres del cuerpo, sobre todo el del vientre, como raíz de los +placeres del alma.</p> + +<p>Los tertulios se pusieron de parte del catedrático, y con esto Perico se +enfureció y comenzó a disputar a gritos y a soltar interjecciones +soeces, como tenía por costumbre desde niño. De tal modo, que su +interlocutor, impacientado, al fin, alzó los hombros con desdén y no +quiso continuar la discusión.</p> + +<p>Pocas semanas después de esto, hallándose bastante gente paseando por la +acera de la plaza de la Constitución, se declaró un violento incendio en +el Círculo Tradicionalista. Ocupaba éste en la misma plaza una casa que +constaba de un solo piso. A esta hora, que era la del crepúsculo, había +pocos socios, que se echaron a la calle prontamente. El conserje había +salido a un recado. La multitud se apiñó delante del edificio y +comenzaron los trabajos de extinción, que se redujeron a que subiesen +algunos a los tejados contiguos con cántaros de agua para impedir que el +fuego prendiese a las otras casas. Se esperaba a los bomberos, pero no +acababan de llegar.</p> + +<p>El fuego era terrible, y las llamas salían ya por las ventanas. De +pronto se escuchan lamentos desgarradores en la calle. Una mujer +desgreñada, pálida como una muerta, corría hacia la casa, gritando:</p> + +<p>—¡Mis hijos!, ¡mis hijos!<a name="page_352" id="page_352"></a></p> + +<p>Era la esposa del conserje, que habitaba en los altos de la casa. Nadie +se había dado cuenta de que en ella había encerradas cuatro criaturas, +la mayor de siete años. Quiso lanzarse a la puerta, pero la sujetaron +algunas manos: la escalera estaba ya invadida, y marchaba a una muerte +cierta.</p> + +<p>—¿Dónde están sus hijos?—le preguntó Perico Baranda, que la tenía +agarrada por un brazo.</p> + +<p>—¡Allí!, ¡allí!—gritaba la infeliz mujer, señalando a la derecha del +edificio—. ¡Soltadme, por Dios!</p> + +<p>Perico Baranda la soltó, pero fué para lanzarse a las ventanas enrejadas +del cuarto bajo y escalar con la agilidad de un mono los balcones del +primero. Se le vió desaparecer: un minuto después aparecía con una niña +entre los brazos. De la muchedumbre partió un grito de alegría. Se +arrimó una escala, y varias manos recogieron a la criatura.</p> + +<p>Perico se lanzó de nuevo intrépidamente al interior. Poco después salía +con otra niña. Se le vió con la ropa chamuscada, el rostro ennegrecido.</p> + +<p>—¡Refrescadme, voto a Dios! ¡Refrescadme, refrescadme!—gritó con voz +ronca.</p> + +<p>Desde los tejados contiguos se le arrojaron algunos cubos de agua, pero +no llegaron a él. Un hombre subió por la escala con una herrada, y se la +vertió sobre la cabeza.</p> + +<p>Perico se lanzó otra vez al interior, a pesar de<a name="page_353" id="page_353"></a> que las llamas salían +ya por todas partes y era inminente el derrumbamiento del techo.</p> + +<p>Poco después asomaba con otro niño.</p> + +<p>—¡Refrescadme, refrescadme!</p> + +<p>Esta vez venía tan desfigurado, que apenas se le podría reconocer. A +simple vista se notaba que tenía heridas las manos y el rostro. Parecía +que iba a caer exánime.</p> + +<p>—¡Refrescadme, refrescadme!</p> + +<p>—¡Basta, Perico, basta!—gritaron algunos.</p> + +<p>—¡No basta, mal rayo que os parta, que hay un niño dentro +todavía!—rugió Perico.</p> + +<p>Y en cuanto le echaron otra herrada de agua sobre la cabeza, se lanzó de +nuevo al interior.</p> + +<p>¡Terrible momento de angustia! Todos los corazones latían con violencia. +Un segundo más...</p> + +<p>Se escuchó un ruido espantoso. El techo se había venido abajo, y Perico +no volvió a parecer. Un grito de dolor salió de todos los pechos, y las +lágrimas corrían por todas las mejillas.</p> + +<p>Al día siguiente se encontró su cadáver carbonizado abrazado al de una +criatura de pocos meses.</p> + +<p>Se depositaron aquellos preciosos restos en un ataúd dorado. La +población entera, viejos y jóvenes, mujeres y niños, lo siguieron al +cementerio.</p> + +<p>El ataúd, cubierto de coronas, marchaba deteniéndose a cada instante, +porque los hombres se disputaban el honor de llevarlo sobre los hombros +aunque fuese un minuto.<a name="page_354" id="page_354"></a></p> + +<p>Cuando llegó, quedó literalmente sepultado entre flores.</p> + +<p>El instinto popular no se había engañado. El alcalde de la villa, +interpretándolo, hizo grabar sobre su tumba estas sencillas palabras:</p> + +<p class="c">“A<small>QUÍ</small> Y<small>ACE</small> P<small>ERICO EL</small> B<small>UENO</small>.”</p> + +<p><a name="page_355" id="page_355"></a></p> + +<h2><a name="LAS_BURBUJAS" id="LAS_BURBUJAS"></a>LAS BURBUJAS</h2> + +<p class="rtg"> + Un hombre puede obrar como un<br /> +insensato en los desfiladeros de un<br /> +desierto, pero todos los granos de<br /> +arena parecen verle.<br /> + +<span style="margin-left: 6em;">E<small>MERSON</small></span>.</p> + +<p class="nind"><span class="lettre">E</span><small>L</small> +guapo Curro Vázquez, de tierra de Jaén, tuvo ocasión de comprobar +estas palabras del filósofo americano hace ya bastantes años.</p> + +<p>Curro Vázquez, aunque no tenía corazón, estaba enamorado. Es ésta una +paradoja que se repite con frecuencia, gracias a la confusión lamentable +en que al Supremo Hacedor le plugo dejar lo físico y lo moral.</p> + +<p>Pepita Montes, su novia, estaba completamente engañada respecto a él. Le +veía joven, hermoso, sonriente, humilde, rendido; y de esto deducía que +era un ángel sin alas. Le amó a despecho de sus padres, que apetecían +para ella un labrador acomodado, y no un mísero dependiente de un +chalán. Porque Curro era un pobrecito muchacho que hacía tiempo había +tomado a su servicio Francisco Calderón, el famoso tratante de caballos +de Andújar. Lo recogió, se puede decir, del arroyo<a name="page_356" id="page_356"></a> cuando sólo tenía +catorce o quince años, le hizo su criado, y últimamente había llegado a +ser su hombre de confianza. Le pagaba con verdadera esplendidez, le +hacía frecuentes regalos, y gustaba de que vistiese con elegancia y +fuese bienquisto de las bellas.</p> + +<p>Curro se aprovechaba de estas ventajas y las enamoraba, y las abandonaba +después de enamorarlas. Mas al llegar a Pepita Montes, quedó preso de +patas como una mosca en un panal de miel. ¿Cómo hacer para casarse con +ella, dada la oposición violenta del bruto de su padre? Este era el +objeto de sus meditaciones más profundas desde hacía tres o cuatro +meses.</p> + +<p>Al cabo de ellas, no pudo sacar otra cosa en limpio más que la necesidad +imprescindible de hacerse rico, salir de su estado de criado más o menos +retribuído, negociar por su cuenta, etc.</p> + +<p>Cuando un hombre siente la necesidad imperiosa de hacerse rico pronto y +no tiene corazón, está expuesto a hacer lo que hizo Curro Vázquez.</p> + +<p>Era una tarde lluviosa de primavera. Francisco Calderón y su criado +regresaban de la feria de Córdoba y atravesaban la sierra sobre sus +jacos, envueltos en capotes de agua. Calderón estaba de alegrísimo humor +porque había vendido cinco caballos a buen precio. De vez en cuando +desataba el zaque que llevaba pendiente del arzón de la silla, bien +repleto de amontillado, bebía largamente, y daba de beber a Curro. Como +la lluvia arreciase, y pasasen cerca de una concavidad de la peña, +determinaron detenerse allí unos momentos<a name="page_357" id="page_357"></a> y esperar a que escampase. +Descendieron de sus monturas, guareciéndolas también del mejor modo +posible. Curro desató su carabina de dos cañones y la puso cerca.</p> + +<p>—¿Para qué has bajado la carabina?—le preguntó su amo sorprendido.</p> + +<p>—Ya sabe usted que <i>el Casares</i> y su partida merodean por aquí.</p> + +<p>—<i>¡El Casares, el Casares!</i>... <i>El Casares</i> merodea muy lejos de aquí, +y en su vida se le ha ocurrido venir por estos sitios.</p> + +<p>Calderón rió a carcajadas del miedo de su criado.</p> + +<p>Se sentaron, y fumaron tranquilamente un cigarro. Cuando Curro tiró la +colilla, se puso en pie, tomó la carabina, se la echó a la cara, y +apuntando a su amo, le dijo tranquilamente:</p> + +<p>—Señor Francisco, prepárese usted a morir.</p> + +<p>Calderón respondió que no le gustaban bromas con las armas de fuego.</p> + +<p>—Rece usted el credo, señor Francisco.</p> + +<p>—¿Qué estás diciendo?—exclamó tratando de alzarse.</p> + +<p>Un tiro en el pecho le hizo caer de espaldas.</p> + +<p>—¡Me has matado, miserable!</p> + +<p>—Todavía no; pero voy a hacerlo—profirió Curro avanzando hacia él.</p> + +<p>—¡Asesino, a ti te matarán también!</p> + +<p>—Si hubiese testigos, no lo dudo.</p> + +<p>—Las burbujas del agua serán testigos de este...</p> + +<p>Otro tiro le cerró la boca para siempre.</p> + +<p>Curro le registró los bolsillos y se apoderó de<a name="page_358" id="page_358"></a> todo el dinero que +llevaba, cargó de nuevo su carabina, montó a caballo y se alejó al +galope.</p> + +<p>Cuando hubo llegado a un sitio conveniente, se apeó de nuevo y enterró +cuidadosamente el dinero, dejando señal para encontrarlo. Después +atravesó su sombrero de un tiro, se descerrajó otro en la parte blanda +del muslo, y se presentó en el primer pueblo con señales de terror. La +partida del <i>Casares</i> los había sorprendido cuando descansaban y se +disponían a emprender otra vez el camino. El estaba ya montado, y +gracias a eso había podido escapar. Su amo estaba aún a pie: no sabía si +le habían matado: había oído muchos tiros: a él mismo le habían herido +en su huída, etc.</p> + +<p>Todo aquello dió que sospechar al juez, y después de curado en el +hospital, se le encarceló. Pero como no se le halló ningún dinero y no +había testigos, al cabo se le puso en libertad.</p> + +<p>Pidió prestada una cantidad a un chalán de Sevilla, según dijo, y se +puso a trabajar en el mismo trato que su amo, y comenzó a prosperar. +Algo se murmuraba, y no faltaba quien sospechase la verdad; pero esto +acontece muchas veces en los pueblos, sin que tenga transcendencia.</p> + +<p>Y como, en realidad, ya no había motivo que justificase la oposición, el +padre de Pepita Montes consintió al fin en la boda. Se celebró con +pompa, y la esplendidez del novio concluyó de captarle la benevolencia +pública.</p> + +<p>El comercio marchó viento en popa. En poco tiempo Curro se hizo un +chalán de importancia, porque era inteligente y activo; pero, saciada +su<a name="page_359" id="page_359"></a> pasión bestial, fué con la hermosa Pepita lo que era en realidad, un +perfecto infame. Sin motivo alguno, comenzó a maltratarla cruelmente de +palabra y de obra.</p> + +<p>La pobre niña soportó aquel cambio más sorprendida que indignada. Como +estaba perdidamente enamorada de él, los cortos momentos de buen humor y +de expansión conyugal la indemnizaban de sus amarguras.</p> + +<p>Pero estos momentos fueron cada vez más cortos, y la vida de Pepita se +hizo al cabo insoportable. En uno de ellos pasó lo que sigue:</p> + +<p>Curro había hecho una magnífica venta de un jaco. Había engañado como a +un chino a un inglés. Estaba de alegrísimo temple, aunque el día fuese +de los más tristes que pueden verse en Andalucía, encapotado y lluvioso +como si estuviésemos en Santiago de Galicia. Había hecho traer dos +botellas de manzanilla, y habían almorzado, y habían retozado y charlado +por los codos. Curro encendió un tabaco y vino a apoyarse en el alféizar +de la ventana. Pepita, enternecida y mimosa, vino a apoyarse junto a él. +Ambos, con los ojos brillantes y el rostro inflamado, miraban caer la +lluvia pausadamente. Del techo de la casa corrían fuertes goteras, que +formaban ampollitas en el pavimento de la calle.</p> + +<p>Curro dejó escapar resoplando una risita burlona.</p> + +<p>—¿De qué te ríes?—le preguntó su mujer.</p> + +<p>—De nada—respondió con el mismo semblante risueño.<a name="page_360" id="page_360"></a></p> + +<p>—Sí, sí, guasón; te estás riendo de mí.</p> + +<p>Y al mismo tiempo le dió con mimo un pellizquito cariñoso.</p> + +<p>—Escucha, Pepa—siguió él, riendo—. ¿Te parece que las burbujitas del +agua pueden ser testigos en algún asunto?</p> + +<p>—¡Qué ocurrencia!</p> + +<p>—Pues el señor Francisco Calderón lo creía.</p> + +<p>—¡El señor Francisco! ¿Qué tiene que ver aquí el señor Francisco?</p> + +<p>—Sí; antes de rematarlo de un tiro, me dijo que las burbujitas del agua +serían los testigos que me acusaran.</p> + +<p>—Pero ¿has sido tú?...</p> + +<p>—Debiste de haberlo presumido, hija. ¿Piensas que las monedas que están +en el bolsillo de un hombre pasan al bolsillo de otro por sí mismas, +como en las funciones de escamoteo?</p> + +<p>Y, acometido de súbito e irresistible deseo de confesión, narró a su +esposa el crimen con todos sus detalles.</p> + +<p>La mujer estaba horrorizada; pero supo disimular su turbación. Por un +lado el miedo, por otro la pasión frenética que aquel hombre todavía le +inspiraba, lograron acallar los gritos de su conciencia.</p> + +<p>Curro describía la escena de su horrible crimen con la misma +tranquilidad que si refiriese los incidentes de una cacería.</p> + +<p>Transcurrieron los días, y Pepita hacía enormes esfuerzos por olvidar +aquel terrible secreto, que semejaba para ella una pesadilla. Era +imposible.<a name="page_361" id="page_361"></a> Curro, por su parte, pesaroso de haberlo dejado escapar, la +miraba receloso y sombrío. Un abismo parecía abierto entre los dos.</p> + +<p>La cortísima afición que por ella conservaba se había huído con el +temor. Llegó a aborrecerla cordialmente. Sin embargo, se abstuvo desde +entonces de maltratarla.</p> + +<p>Una noche, estando en la cama, sacó la navaja que tenía debajo de la +almohada, le puso la punta en el cuello, y le dijo:</p> + +<p>—Si se te escapa una palabra de <i>aquello</i>, puedes estar segura de que +te siego el cuello como a una gallina.</p> + +<p>Pepita no pensaba en semejante cosa.</p> + +<p>Pero el odio hizo al cabo su tarea. Cierto día, por un pormenor +insignificante de la comida, Curro se arrojó sobre su esposa, la apaleó +bárbaramente, y tal vez hubiera acabado con su vida (lo que en el fondo +de su alma sin duda deseaba), si la desgraciada no hubiera logrado +escapar de sus manos, lanzándose a la calle y refugiándose en casa de su +cuñado.</p> + +<p>Este, al verla en tal estado, no pudo menos de exclamar:</p> + +<p>—¡Pero ese bandido quería matarte!</p> + +<p>—¡Sí; quería matarme, como al señor Francisco Calderón!</p> + +<p>—¡Ah! ¿Le ha matado él?</p> + +<p>—Sí, sí; le ha matado...</p> + +<p>Y narró puntualmente la escena, tal como se la había descrito. Después +quiso volverse atrás; pero ya no era tiempo. Su cuñado, que aborrecía<a name="page_362" id="page_362"></a> +de muerte a Curro, la dejó encerrada en su habitación y se fué desde +allí a ver al juez.</p> + +<p>Se le encarceló de nuevo.</p> + +<p>El juez, cuyas sospechas, nunca desaparecidas, se trocaban ahora en +certidumbre, trabajó el asunto con tanto celo y energía, que al fin le +obligó a cantar de plano.</p> + +<p>Algunos meses después subía al patíbulo en la plaza de Sevilla. Cuando +se le puso al cuello la corbata fatal, murmuraba sin cesar:</p> + +<p>—¡Las burbujas! ¡Las burbujas!</p> + +<p>Los que le rodeaban creían que el terror le hacía desvariar.<a name="page_363" id="page_363"></a></p> + +<hr /> + +<p class="cb"> +OBRAS DE A. PALACIO VALDES<br /> +<br /> +<small>Y</small><br /> +<br /> +<b>O P I N I O N E S</b><br /> +<br /> +<small>DE LA</small><br /> +<br /> +CRÍTICA ESPAÑOLA Y EXTRANJERA<br /> +</p> + +<p><a name="page_364" id="page_364"></a></p> + +<p> </p> +<p> </p> + +<p class="cb">OBRAS DE PALACIO VALDÉS</p> + +<p class="c">4 PESETAS TOMO</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">El Señorito Octavio</span>, un tomo.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Marta y María</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés, al sueco, al +ruso y al tcheque.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">El Idilio de un enfermo</span>, un tomo. Traducida al francés y al tcheque.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Aguas fuertes</span> (novelas y cuadros, un tomo). Traducidas al francés, al +inglés, al alemán, al holandés, al sueco y al tcheque. Edición española +con notas y vocabulario en inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">José</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés, al alemán, al holandés, +al sueco, al tcheque y al portugués. Edición española con notas en +inglés para el estudio del español en Inglaterra y E. U. A.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Riverita</span>, un tomo. Traducida al francés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Maximina</span> (segunda parte de <i>Riverita</i>), un tomo. Traducida al inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">El cuarto Poder</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés y al holandés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">La Hermana San Sulpicio</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés, al +holandés, al ruso, al sueco y al italiano.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">La Espuma</span>, un tomo. Traducida al inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">La Fe</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés y al alemán.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">El Maestrante</span>, un tomo. Traducida al francés y al inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">El Origen del pensamiento</span>, un tomo. Traducida al francés y al inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Los Majos de Cádiz</span>, un tomo, Traducida al holandés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">La alegría del Capitán Ribot</span>, un tomo. Traducida al francés, al inglés, +al sueco y al holandés. Edición española con notas y vocabulario en +inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">La aldea perdida</span>, un tomo.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Tristán o el pesimismo</span>, un tomo. Traducida al inglés.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Semblanzas literarias</span> (<i>Los oradores del Ateneo, Los novelistas +españoles, Nuevo viaje al Parnaso</i>), un tomo.</p> + +<p class="hang"><span class="smcap">Papeles del Doctor Angélic</span>o, un tomo. Traducidos al alemán.<a name="page_365" id="page_365"></a></p> + +<div class="rfeview"><p><i>La alegría del capitán Ribot</i>, la última novela de Armando Palacio +Valdés, es toda una obra de arte, de arte dominado con maestría; +composición delicada y graciosa, de un espiritualismo natural, sencillo +y sobrio. En este libro se ve al maestro dueño de sí mismo y del +instrumento, tan admirable por lo que dice como por lo que calla, por lo +que <i>economiza</i>.</p> + +<p class="r"> +CLARIN<br /> +</p> +</div> + +<div class="rfeview"><p><i>La Hermana San Sulpicio</i> es una novela honrada y alegre. Es una novela +picaresca y de buena compañía. Es una novela llena de incidentes y +admirablemente compuesta. Los episodios, infinitamente múltiples y +variados, se hallan tan bien ligados a la aventura principal y como +entrelazados con ella que no la hacen olvidar jamás; hacen, al +contrario, que se experimente más placer cuando se la vuelve a encontrar +e ilustran el margen de la narración sin sobrecargarla ni oscurecerla. +Además, la parte pintoresca es excelente. Leyendo este libro se vive en +Sevilla de día y de noche como si allí se estuviese y se desea de todo +corazón habitar allí realmente. Se experimenta tristeza al terminar el +libro, como si en realidad tomásemos el billete a fin de Octubre para +volver a Francia.</p> + +<p>Y a gran diferencia de la mayor parte de nuestras novelas francesas, +leyendo ésta no nos aburrimos en compañía perpetua de tres o cuatro +personajes, siempre los mismos, que conocemos a fondo desde la quinta +página, y de los cuales el autor parece que nos repite sin<a name="page_366" id="page_366"></a> cesar: +“¡Miradlos bien, estudiadlos todavía; estáis muy lejos de conocerlos; +son inmensos!” <i>En La Hermana San Sulpicio</i> se ven pasar y repasar cerca +de cuarenta personajes que son todos, o por lo menos casi todos, muy +precisos, muy de relieve.</p> + +<p class="r"> +EMILE FAGUET,<br /> +<i>De la Academia Francesa.</i><br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>Palacio Valdés es una de mis grandes admiraciones literarias, y todo +cuanto signifique homenaje al hombre y su obra, tiene por adelantado mi +adhesión.</p> + +<p>Le conocí al través de sus libros, hace muchos años, cuando era yo +estudiante en la Universidad de Valencia, y a las horas de clase +aprendía el Derecho en un verde ribazo de la huerta o sentado en la +arena del Mediterráneo, con una novela sobre las rodillas. Palacio +Valdés fué el autor de texto que estudié con más ahinco, en aquella +época feliz de ingenuos entusiasmos y sinceras admiraciones.</p> + +<p>Han pasado los años: vientos de destrucción han soplado sobre mi fe +juvenil: muchas de mis antiguas admiraciones ruedan por el suelo; pero +la imagen del artista creador de <i>Marta y María y La Hermana San +Sulpicio</i> sigue en pie, firme, cada vez más adornada con votos de +adoración.</p> + +<p>Después he conocido al hombre. Nos hemos visto pocas veces. El es un +solitario por reflexión: yo comienzo a huir de las gentes por miedo a la +expansión. Pero declaro que el hombre vale tanto como la obra.</p> + +<p>Palacio Valdés es un verdadero artista. Tengo la certeza de que no lleva +escrita ni una sola página por industrialismo literario. Ni busca +elogios, ni adula a nadie para sostener su fama. Durante algunos años, +la Prensa, que dispone de columnas para todas las necedades que se +vierten en el Congreso, no tuvo más que silencio y olvido para su obra +literaria. Ahora llegan tiempos de justicia, y el gran novelador recibe +merecidos homenajes.</p> + +<p>¡Salud, maestro!</p> + +<p>Al admirar su serenidad de artista, su desprecio por<a name="page_367" id="page_367"></a> el éxito +circunstancial y momentáneo, su trabajo firme mirando al porvenir, +pienso en Esquilo, insensible a las amarguras y las injusticias, +escribiendo al frente de sus obras, como suprema apelación, esta +dedicatoria que muy pocos se atreven a trazar: “Al tiempo.”</p> + +<p class="r"> +VICENTE BLASCO IBAÑEZ<br /> +</p> +</div> + +<div class="rfeview"><p>Esta indiferencia del público español hacia la literatura, la cual ha +hecho decir a un novelista vivo que una persona de buena posición en +Madrid gasta con más gusto su dinero en fuegos artificiales o en +naranjas que en un libro, ha sido al cabo vencida hasta cierto punto por +un escritor que no solamente es admirado y distinguido, sino +positivamente popular, el cual, sin sacrificar su estilo, ha logrado +conquistar al desdeñoso público español. Este escritor es Armando +Palacio Valdés.</p> + +<p class="r"> +EDMUND GOSSE,<br /> +Vicepresidente de la <i>Sociedad Real<br /> +de Literatura del Reino Unido.</i><br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>Vive Palacio Valdés en un discreto apartamiento. No busca el aplauso ni +lo rehusa; no abomina del trato humano ni se exhibe en tertulias y +fiestas. Contempla plácida y serenamente cómo se desliza la vida. Su +prosa es clara y limpia; ni la prosa incolora de los escritores +desarraigados de la tradición, ni la empalagosamente afectada de los +falsos puristas. Ama y siente el paisaje; escudriña las delicadezas +psicológicas. En el arte literario ha llegado al arte supremo; a la +sencillez, a la simplicidad de expresión, a la evocación de una realidad +tenue, inefable, ideal, que está por encima de la realidad violenta y +vulgar que todos ven.</p> + +<p class="r"> +AZORIN<a name="page_368" id="page_368"></a><br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>Las novelas de nuestro poeta son extraídas de la realidad. Pinta a los +hombres tales como son, tales como él los ve con sus ojos penetrantes +que descubren las alturas y las profundidades de la sociedad, a sus +caudillos y a sus bestias de carga. No es un escritor melindroso. Sus +personajes no sólo tienen la parte anterior, sino también la posterior, +que a algunos parecerá escandalosa. Sin embargo, no es un disecador +naturalista de la vida y de la sociedad, sino un artista. En todas sus +novelas brilla el sol del ideal.</p> + +<p>De este realismo poético unido al genio filosófico del novelista se +deduce su tendencia a plantear en sus obras problemas morales y +religiosos. Pero esta tendencia no implica prejuicios ni sectarismos; no +confunde la religión y la ética, la moralidad y la vida social como un +impertinente maestro de escuela. Palacio Valdés es católico; no oculta +su modo de pensar y sentir. Sin embargo, su catolicismo nada tiene que +ver con la Inquisición y los <i>autos de fe</i>. Es un catolicismo leal, +intrépido: no vacila en esgrimir el látigo de su sátira sobre los +extravíos de la pasión religiosa y sobre las flaquezas del clero. “Es +necesario—ha dicho él mismo—que las ideas salgan de los hechos y no se +añadan a ellos como reflexiones abstractas.”</p> + +<p>Una cosa hace aún sus obras superiores a las de sus colegas españoles, y +es una cierta jovialidad preciosa como el oro que refresca el corazón.</p> + +<p>Palacio Valdés se llama modestamente en el círculo de sus amigos +“novelista de ocasión”. Este novelista de ocasión, no obstante, es el +escritor español, después de Cervantes, más traducido a lenguas +extranjeras.</p> + +<p>Su última obra, <i>Papeles del Doctor Angélico</i>, es un libro original y +precioso; no es una novela; es un libro poético-filosófico, un breviario +escrito para los hombres que no viven en el barranco, sino en las +alturas del espíritu. Se compone de luminosos artículos filosóficos, +novelitas y bocetos. Profundísimas meditaciones científicas sobre las +grandes cuestiones políticas, sociales y religiosas alternan con +deleitosas producciones poéticas. Voy a leeros un boceto titulado <i>La +procesión de<a name="page_369" id="page_369"></a> los Santos</i>, que es una especie de visión religiosa +verdaderamente encantadora. Quizá sea lo más grande en materia de poesía +religiosa que haya aparecido desde los días de la Edad Media.</p> + +<p>La poesía no está muerta, sino viva, en la patria de Cervantes. El campo +de la literatura española no es ningún páramo desierto, sino tierra +fecunda, jardín fértil y ameno. El carácter más notable en la moderna +literatura española es Armando Palacio Valdés. Grande es el número de +sus admiradores en Inglaterra, Francia y América. Alemania tiene que +reparar su yerro. Que no tardemos mucho en oir hablar de una Sociedad +constituída en nuestro país para honrar al amable poeta y pensador +español.</p> + +<p class="r"> +AUSTIN TRAPET<br /> +</p> + +<p>(Discurso pronunciado ante la Sociedad Científica de Coblenza.)</p> +</div> + +<div class="rfeview"><p>Desde mis tiempos de estudiante, mucho antes de soñar con ser literato, +profeso por D. Armando Palacio Valdés una profunda admiración, cada día +más grande, porque con los años le comprendo mejor. Pero con ser tanta +mi admiración al escritor, casi la supera mi admiración al hombre grave +y esquivo ante el frágil y adocenado aplauso de la crítica y de la +Prensa.</p> + +<p class="r"> +RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN<br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>Desearíamos tenerle en nuestro país, y podría nombrar varios novelistas +americanos por los cuales alegremente le cambiaría y aun daría de buen +grado encima dos o tres poetas. Pienso que encontraríamos en él algo +semejante a nuestro decantado humor americano y además otras cosas que +no podemos con justicia reclamar, como una cierta dulzura, una amable +espiritualidad, un amor de la pureza y la bondad por sí mismas y un +conocimiento profundo de los misterios del alma.<a name="page_370" id="page_370"></a></p> + +<p>Nosotros los americanos imaginamos que porque hemos hecho pedazos a los +barcos españoles somos superiores a los españoles; pero aquí en este +terreno, donde reina la paz, ellos son superiores a nuestros maestros.</p> + +<p class="r"> +WILLIAM DEAN HOWELLS,<br /> +Presidente de la <i>Academia Americana</i>.<br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>En sus novelas y en las de Pérez Galdós aprendí lo que en mí puede haber +de gusto literario a la moderna. De uno y otro escritor me sería +imposible dar al público un juicio razonado; son para mí de los +escritores que han penetrado más hondo que en la inteligencia y las +cosas del corazón no se discuten ni se razonan.</p> + +<p class="r"> +JACINTO BENAVENTE<br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>Se sabe que Palacio Valdés, el más reputado y difundido de los +novelistas españoles que ha compendiado en una monografía definitiva, es +el autor de obras pintorescas, emocionantes o cómicas, cuyas ediciones +se cifran por centenares de miles, y entre las cuales basta citar +<i>José</i>, La Fe, <i>El idilio de un enfermo</i>, <i>El origen del pensamiento</i>, +<i>La Hermana San Sulpicio</i>, <i>Marta y María</i> y la maravillosa historia +<i>Tristán o el pesimismo</i>. Este admirable escritor, del cual una +reputación mundial aureola los cabellos blancos, es, no obstante, el más +modesto de los hombres.</p> + +<p class="r"> +EMILE MOREAU<br /> +</p> + +<p><i>(La Liberté.)</i></p> +</div> + +<div class="rfeview"><p>Después de haber gustado el goce de esas lecturas, tuve el de conocer y +tratar a Palacio Valdés, y entonces, al conocer al hombre, encontré al +escritor. Como que éste depende en este caso más aún que en otros, de +aquél. Al conocer y tratar a Palacio Valdés, comprendí el encanto de sus +escritos y el aroma de honradez de propósito y de bondad de corazón que +de ellos se desprende.<a name="page_371" id="page_371"></a></p> + +<p>En nuestra literatura no abunda, ni mucho menos, la nota íntima y +recogida, el tono de apacible entrañabilidad. Casi todo es exterior, y +casi todo, en el fondo, violento. Y así me explico que Palacio Valdés +sea uno de nuestros escritores más gustosos, de los de hoy el más +gustado tal vez, en países donde es una verdad efectiva la vida del +hogar y donde los hombres saben recogerse en él mejor que nosotros.</p> + +<p class="r"> +MIGUEL DE UNAMUNO<br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>Considerando la popularidad que la novela rusa ha adquirido entre +nosotros en los últimos años, es extraño que los novelistas españoles no +hayan sido igualmente acogidos. Por lo menos uno de ellos, nombrado +Valdés, es digno de un lugar entre Turgueneff, Dostoievsky y Tolstoi. La +razón de habérsele negado tanto tiempo se hallará en que no ha querido +adoptar una <i>pose</i>. El público se deja generalmente seducir por la +<i>pose</i>, y Valdés ha renunciado a ella.</p> + +<p>Su estilo es equilibrado, sencillo y espontáneo. Es un novelista vaciado +en el molde más amplio. Su observación se extiende a todo y la vida se +ofrece ante él como un libro abierto. Demostraría menos valor si no se +atreviese a describir todas las escenas que a su imaginación se ofrecen.</p> + +<p>Que los noveles escritores estudien a Armando Palacio Valdés. Este +escritor se halla en la primera media docena de los grandes novelistas.</p> + +<p>(<i>Daily Chronicle</i>.—10 Agosto de 1894.)</p> + +<p>Palacio Valdés es un gran observador, no ya de las costumbres españolas +de su tiempo, sino también de lo que hay de íntimo en el alma de +nuestros contemporáneos. Así se explica que el insigne novelista tenga +tan alta personalidad en nuestra patria como en el extranjero.</p> + +<p class="r"> +TORCUATO LUCA DE TENA<a name="page_372" id="page_372"></a><br /> +</p> +</div> + +<div class="rfeview"><p>En la rica literatura española Armando Palacio Valdés ocupa un puesto +preeminente como autor de novelas. Posee una vasta erudición. Escribe +novelas de costumbres llenas de intuición y de verdad, aborda temas +religiosos y filosóficos, ofrece pinturas excelentes de la vida +aristocrática en España. Su estilo es de una perfección extremada; jamás +traspasa la medida; nos recrea al mismo tiempo que despierta nuestra +reflexión. Sus obras se han traducido a varios idiomas, y, sin duda, +Palacio Valdés ha contribuído más que ningún otro escritor español a dar +a conocer la literatura española fuera de su país y a hacerla estimar. +Es un hombre de mundo espiritual e irónico, es un filósofo serio que se +interesa por las cuestiones vitales y añade a un espíritu penetrante un +gusto excelente. Maneja su hermosa lengua magistralmente, y bajo una +forma elegante se encuentra siempre el contenido de un sentido profundo.</p> + +<p class="r"> +CARL DAVID AF WIRSÉN,<br /> +Secretario de la <i>Academia Sueca</i>.<br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>La literatura española está de enhorabuena. Después de cinco años de +mutismo, el maestro de la novela contemporánea acaba de publicar una +nueva obra, <i>Papeles del Doctor Angélico</i>, que se aparta por su índole +de las demás producciones de su autor ilustre.</p> + +<p>Me cabe la honra—y de ello me envanezco—de haberme anticipado al +entusiasmo que hoy despierta el autor de <i>Riverita</i>. Mucho antes de que +se desbordase la admiración acumulada en largos años de silencio, y los +rotativos propalasen la excelsitud de la labor de Palacio Valdés, yo +había publicado en <i>Nuestro Tiempo</i> un extenso estudio asombrándome de +que en el extranjero tuviesen más perspicacia que nosotros otorgando al +maravilloso novelador el puesto preeminente que le corresponde dentro de +nuestra literatura.</p> + +<p class="r"> +AUGUSTO MARTINEZ OLMEDILLA<a name="page_373" id="page_373"></a><br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>La novela española atraviesa por un período de extraordinario brillo, y +han nacido en la patria de Cervantes escritores que merecen ser +conocidos y estudiados por nosotros. Entre ellos es preciso citar en +primer lugar a Armando Palacio Valdés, que es realmente un novelista del +más alto mérito y de la más intensa originalidad.</p> + +<p class="r"> +PH.-EMMANUEL GLASER<br /> +</p> + +<p><i>(Le Figaro.)</i></p> +</div> + +<div class="rfeview"><p>Palacio Valdés, después de Cervantes, es el novelista más notable que ha +producido España.</p> + +<p class="r"> +FRANCISCO GIRALDOS<br /> +</p> + +<p>(<i>Labor Nueva.</i> Revista internacional. Barcelona.)</p> +</div> + +<div class="rfeview"><p>De toda esta pléyade de novelistas españoles aquel que más me ha +agradado y más me ha enseñado acerca de la vida de España es Armando +Palacio Valdés. Por la finura de observación, por su fidelidad a la +naturaleza, por su espíritu equilibrado, se puede afirmar que ningún +novelista en España ni fuera de ella ha escrito media docena de otras +que sobrepujen a la media docena mejor que ha salido de su pluma. Leerlo +en inglés con mucho de su aroma perdido es un exquisito placer, como la +venta de doscientas mil <i>Maximinas</i> testifica.</p> + +<p class="r"> +GRANT SHOWERMAN<br /> +</p> + +<p><i>(The Sewance Review.)</i></p></div> + +<div class="rfeview"><p>En esto de concebir un argumento y madurarlo bien sometiéndolo a lenta +incubación cerebral y desarrollarlo después con número, peso y medida, +no alargando demasiado los episodios ni hinchando a fuerza de aire los +personajes, ni desmadejando el diálogo en fruslerías e insulseces, creo +que no tiene Palacio Valdés competidor entre todos nuestros novelistas. +Hay que reconocerle primado indiscutible de la novela española.</p> + +<p class="r"> +FR. GRACIANO MARTINEZ,<br /> +Agustino. Director de <i>España y América</i>.<a name="page_374" id="page_374"></a><br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>Podemos afirmar que Valdés posee las primeras cualidades de un gran +novelista, en el sentido moderno, porque es un revelador y un intérprete +de la vida, porque tiene el poder de identificarse con la vida de los +otros. Cuando dice de su carácter que es vago e indefinido no debe +entenderse como algo sombrío y enfermizo. Es más bien el de un espíritu +que se oculta y gusta de sumergirse en la vida universal. Resplandece en +sus obras la más alta sinceridad y firmeza, y al mismo tiempo se +encuentra en todas ellas una profunda y delicada simpatía por todas las +cosas; una clara visión que penetra en las más oscuras profundidades y +lo eleva a las alturas más luminosas. El nos ofrece los acontecimientos +vulgares de la vida ordinaria como son en realidad, pero nos vemos +obligados a mirarlos con el sentido que él les presta; y mientras +reconocemos estos sucesos como algo que ya habíamos visto, observamos +que él les dota de un interés que no sospechábamos en ellos, y revela su +carácter oculto con una gran riqueza de detalles aclaradores.</p> + +<p class="r"> +SYLVESTER BAXTER<br /> +</p> + +<p><i>(The Atlantic Monthly.)</i></p></div> + +<div class="rfeview"><p>¿Por qué gusta tanto en Inglaterra y en los Estados Unidos el autor de +<i>El Idilio de un enfermo?</i> ¿Es casualidad; es suerte? No; es conjunción +de ciertas cualidades fundamentales en el arte de nuestro novelista con +las tradiciones y el gusto literario de una gran parte del público de +aquellos países. Hay cierta serenidad y cierta suavidad en su arte y en +los aspectos de la vida que más le agrada pintar, que no pueden menos de +seducir a los lectores enemigos de las grandes explosiones trágicas y de +las fiebres pasionales naturalistas, y que casan muy bien con el tono de +una gran parte de la producción literaria inglesa. La misma sátira a que +antes me he referido contribuye poderosamente a imprimir ese sello a las +obras de Palacio Valdés. No es agria, épica, como en Zola y sus +discípulos, sino humorista, como lo fué en nuestra literatura<a name="page_375" id="page_375"></a> +picaresca, y luego lo ha sido, con admirable manejo de la sonrisa del +idioma, en Thackeray y Dickens.</p> + +<p class="r"> +RAFAEL ALTAMIRA<br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>El ilustre escritor no es de aquellos que al prestigio del talento +añaden el prestigio del reclamo: cuando viene a Francia no provoca, como +otros autores extranjeros bien conocidos, los artículos de periódicos y +las <i>interviews</i> de los <i>reporters</i>; y cuando publica un libro deja a su +obra el cuidado de hablar por sí misma en su favor. El éxito le ha +llegado ya, un éxito de buena ley, que le han valido los méritos de la +forma y los del fondo.</p> + +<p>Cuidadoso de la composición y del equilibrio, no se distrae en episodios +y digresiones; no cuenta por contar, no describe por describir. +Paisajista, evita ese defecto, tan familiar a los paisajistas, que +consiste en colocar a la Naturaleza en el primer plano y concederle un +desarrollo excesivo y absorbente. No le da más importancia que la que +conviene a una decoración, y reserva, por el contrario, un lugar +preponderante a lo que es esencial, al estudio de las costumbres, de los +caracteres y de los problemas morales.</p> + +<p class="r"> +F. VÉZINET<br /> +</p> + +<p><i>(Le Parthénon.)</i></p></div> + +<div class="rfeview"><p>Cuando, hará pronto un año, lamentaba yo aquí (El Universo) el ocaso del +gran novelista que anunció el término de su obra con <i>La aldea perdida</i>, +estaba muy lejos de pensar en que el autor de <i>Riverita</i> y <i>Maximina</i> +preparaba un nuevo libro, y, sin embargo, no podía avenirme con la idea +de que la musa de Valdés hubiese callado para siempre.</p> + +<p>Afortunadamente, no ha sido así.</p> + +<p>Decía yo entonces que él era el novelista de nuestra literatura +contemporánea y que no había cuerda en la moderna épica que no hubiese +pulsado con arte exquisito<a name="page_376" id="page_376"></a> el creador de <i>José, La Hermana San +Sulpicio</i> y <i>La Aldea perdida</i>.</p> + +<p class="r"> +ROGERIO SANCHEZ<br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>Palacio Valdés ocupa un sitio completamente singular entre los modernos +autores españoles. Y no es la corriente de la moda la que hace que se le +lea más que a los otros, sino porque sus novelas tienen una base muy +distinta de las de sus colegas. Aunque no pueda negarse la influencia de +la escuela francesa (influencia muy grande en España), sin embargo, un +estudio profundo de los clásicos y de la filosofía alemana han prestado +a sus obras el sello de una independencia innegable. Sus vistas +estéticas son distintas de las que ahora dominan y su realismo (porque +Palacio Valdés es realista) tiene su raíz más en los tiempos grandes de +Cervantes, Mateo Alemán y Vicente Espinel que en el culto desapoderado +de la verdad y en la oscuridad místico-espiritual de la escuela moderna.</p> + +<p class="r"> +H. KELLER-JORDAN<br /> +</p> + +<p><i>(Allgemeine Zeitung.)</i></p> +</div> + +<div class="rfeview"><p>Si alguien me preguntara qué opino de Armando Palacio Valdés, le +contestaría sin pérdida de momento que le juzgo por el primer novelista +de nuestros tiempos.</p> + +<p class="r"> +J. GIVANEL MAS<br /> +</p> + +<p>(<i>La Vanguardia</i>, Barcelona.)</p> +</div> + +<div class="rfeview"><p>Tiene horror al reclamo. Es un caso bastante raro en la literatura +universal para que merezca ser señalado al público francés. Todos los +libros de este escritor excepcional han aparecido en silencio, sin +levantar clamores de entusiasmo y de triunfo, que acogen alguna vez +entre nosotros a las más auténticas medianías. Se ha impuesto únicamente +por su mérito personal a la atención pública. Por lo demás, toca en sus<a name="page_377" id="page_377"></a> +escritos cuestiones de tal modo apremiantes, que nadie puede evitar su +urgencia indubitable. El filósofo más escéptico no podrá menos de +sentirse conmovido leyendo <i>La Fe</i>.</p> + +<p>El héroe de esta novela idealista es un joven sacerdote, el padre Gil, +vicario de la iglesia de Peñascosa, villa situada en el fondo de una +pequeña ensenada del golfo cantábrico. El primer capítulo de <i>La Fe</i> es +un cuadro encantador de su primera misa. Ferdinand Fabre, si viviera, +quedaría celoso de estas páginas sobrias y pintorescas. Es una empresa +difícil el describir una ceremonia religiosa. Zola, en la <i>Faute de +l’abbé Mouret</i>, no ha estado en ello afortunado. Enumerar como lo hace, +complacientemente, el jefe de la escuela naturalista todos los detalles +y todos los accesorios del culto es hacer maquinalmente un inventario +sin comprender el profundo significado de la liturgia. El sentido +interior le escapa. Palacio Valdés, en vez de detenerse en el aspecto +superficial de las cosas, nos inicia en todos los secretos de las almas +sencillas que se han reunido para asistir a la primera misa de aquel +joven sacerdote.</p> + +<p><i>La Fe</i> es un libro leal y fuerte, animado desde el principio hasta el +fin por un gran soplo de humana piedad.</p> + +<p class="r"> +GASTON DESCHAMPS<br /> +</p> + +<p><i>(Le Temps.)</i></p> +</div> + +<div class="rfeview"><p>En la suma de las admiraciones al gran novelista Palacio Valdés continúo +siendo uno más.</p> + +<p class="r"> +MANUEL LINARES RIVAS<br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>Palacio Valdés no necesita que hablemos de él. Hace treinta años que se +encerró en su casa con sus recuerdos, con sus lecturas y sus +meditaciones, y desde ella nos habla con sus libros. Es él quien habla; +a los demás nos toca agradecérselo en silencio.</p> + +<p class="r"> +RAMIRO DE MAEZTU<a name="page_378" id="page_378"></a><br /> +</p></div> + +<div class="rfeview"><p>Palacio Valdés ha tardado diez años en triunfar de la indiferencia del +público y de la Prensa. Hoy sus obras son leídas en el mundo entero. Se +comprende que esté orgulloso de una victoria tan noblemente ganada.</p> + +<p>La sinceridad absoluta del artista, su cuidado profundo de la verdad, su +horror de lo que él llama el <i>efectismo</i>, y que no es más que la caza +del efecto en lugar de la emoción verdadera, esparcen por todos sus +libros un encanto penetrante.</p> + +<p>El tiempo no está lejos, yo lo creo así, en que el amor de lo grandioso +y exagerado desaparecerá. Las grandes frases vacías se harán viejas y +serán reemplazadas por palabras menos sonoras, quizá más modestas, pero +más llenas de sentido, más precisas y más puras. Ese día, ciertamente, +la España quedará reconocida al escritor de este siglo que más ha +contribuído a hacer amar lo sencillo y lo natural.</p> + +<p class="r"> +L. BORDES<br /> +</p> + +<p><i>(Revue des Lettres Francaises et Etrangères.)</i></p> +</div> + +<div class="rfeview"><p>De la lectura de las novelas modernas solemos salir entristecidos, con +tedio en el corazón y hasta con náuseas en el estómago. “Siempre que +vengo de entre los hombres—dice Kempis—me siento peor...” Lo mismo me +acontece a mí cuando vengo de entre esos libros.</p> + +<p>En cambio, cuando leo las novelas de Palacio Valdés, la vida, sin perder +para mí su melancólica gravedad, me parece noble y buena; el autor no +sólo me inspira admiración, sino cariño; en vez de deprimirme, me +vigoriza; en lugar de desalentarme, me da esperanza; lejos de hacerme +sentir vergüenza de ser hombre, me parece que reanima en las +profundidades de mi ser el soplo divino que Dios infundió en el pobre +barro humano.</p> + +<p class="r"> +ZEDA<a name="page_379" id="page_379"></a><br /> +</p></div> + +<h2><a name="INDICE" id="INDICE"></a>ÍNDICE</h2> + +<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary=""> + +<tr><td colspan="2" align="right"><small>Páginas.</small></td></tr> + +<tr><td>Confidencia preliminar</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_007">7</a></td></tr> + +<tr><td>Marta y María</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_023">23</a></td></tr> + +<tr><td>Una excursión a la Isla</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_027">27</a></td></tr> + +<tr><td>José</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_055">55</a></td></tr> + +<tr><td>La desesperación de un hidalgo</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_057">57</a></td></tr> + +<tr><td>Aguas fuertes</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_071">71</a></td></tr> + +<tr><td>Lloviendo</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_073">73</a></td></tr> + +<tr><td>Polifemo</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_081">81</a></td></tr> + +<tr><td>Los Puritanos</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_091">91</a></td></tr> + +<tr><td>¡Solo!</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_115">115</a></td></tr> + +<tr><td>Riverita</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_137">137</a></td></tr> + +<tr><td>Una corrida de toros</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_139">139</a></td></tr> + +<tr><td>Maximina. El primer hijo</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_155">155</a></td></tr> + +<tr><td>Los majos de Cádiz</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_179">179</a></td></tr> + +<tr><td>Despedida</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_181">181</a></td></tr> + +<tr><td>La Fe</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_199">199</a></td></tr> + +<tr><td>Cruel desengaño</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_201">201</a></td></tr> + +<tr><td>La aldea perdida</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_219">219</a></td></tr> + +<tr><td>El desquite</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_223">223</a></td></tr> + +<tr><td>Adiós</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_239">239</a></td></tr> + +<tr><td>La hermana San Sulpicio</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_251">251</a></td></tr> + +<tr><td>Paseo por el Guadalquivir</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_255">255</a></td></tr> + +<tr><td>Tristán o el pesimismo</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_305">305</a></td></tr> + +<tr><td>Papeles del doctor Angélico</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_317">317</a></td></tr> + +<tr><td>Un testigo de cargo</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_319">319</a></td></tr> + +<tr><td>Vida de canónigo</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_325">325</a></td></tr> + +<tr><td>Una mirada a lo alto</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_333">333</a></td></tr> + +<tr><td>La procesión de los Santos</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_339">339</a></td></tr> + +<tr><td>Perico el Bueno</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_343">343</a></td></tr> + +<tr><td>Las burbujas</td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_355">355</a></td></tr> + +<tr><td>Opiniones de la crítica española y extranjera </td><td align="right" valign="bottom"><a href="#page_363">363</a></td></tr> +</table> + +<hr class="full" /> + + + + + + + +<pre> + + + + + +End of Project Gutenberg's Páginas escogidas, by Armando Palacio Valdés + +*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK PAGINAS ESCOGIDAS *** + +***** This file should be named 39444-h.htm or 39444-h.zip ***** +This and all associated files of various formats will be found in: + http://www.gutenberg.org/3/9/4/4/39444/ + +Produced by Chuck Greif and the Online Distributed +Proofreading Team at http://www.pgdp.net (from scans +available at Google Books) + + +Updated editions will replace the previous one--the old editions +will be renamed. + +Creating the works from public domain print editions means that no +one owns a United States copyright in these works, so the Foundation +(and you!) can copy and distribute it in the United States without +permission and without paying copyright royalties. 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It exists +because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from +people in all walks of life. + +Volunteers and financial support to provide volunteers with the +assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's +goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will +remain freely available for generations to come. In 2001, the Project +Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure +and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. +To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation +and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 +and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. + + +Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive +Foundation + +The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit +501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the +state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal +Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification +number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at +http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg +Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent +permitted by U.S. federal laws and your state's laws. + +The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. +Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered +throughout numerous locations. Its business office is located at +809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email +business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact +information can be found at the Foundation's web site and official +page at http://pglaf.org + +For additional contact information: + Dr. Gregory B. Newby + Chief Executive and Director + gbnewby@pglaf.org + + +Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg +Literary Archive Foundation + +Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide +spread public support and donations to carry out its mission of +increasing the number of public domain and licensed works that can be +freely distributed in machine readable form accessible by the widest +array of equipment including outdated equipment. Many small donations +($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt +status with the IRS. + +The Foundation is committed to complying with the laws regulating +charities and charitable donations in all 50 states of the United +States. 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Thus, we do not necessarily +keep eBooks in compliance with any particular paper edition. + + +Most people start at our Web site which has the main PG search facility: + + http://www.gutenberg.org + +This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, +including how to make donations to the Project Gutenberg Literary +Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to +subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. + + +</pre> + +</body> +</html> diff --git a/39444-h/images/colophon.png b/39444-h/images/colophon.png Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..8de40ee --- /dev/null +++ b/39444-h/images/colophon.png diff --git a/39444-h/images/valdes_lg.jpg b/39444-h/images/valdes_lg.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..9a195cc --- /dev/null +++ b/39444-h/images/valdes_lg.jpg diff --git a/39444-h/images/valdes_sml.jpg b/39444-h/images/valdes_sml.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..f2de0c1 --- /dev/null +++ b/39444-h/images/valdes_sml.jpg |
