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-Project Gutenberg's Recuerdos de Italia (parte 2 de 2), by Emilio Castelar
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
-other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of
-the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
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-
-
-
-Title: Recuerdos de Italia (parte 2 de 2)
-
-Author: Emilio Castelar
-
-Release Date: December 15, 2016 [EBook #53742]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 2 DE 2) ***
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-
-
-Produced by Josep Cols Canals, Carlo Traverso, Ramon Pajares
-Box and the Distributed Proofreading team at DP-test Italia.
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-
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-
-NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
-
- * En el texto las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las
- versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS.
-
- * Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la utilizada
- actualmente.
-
- * Las inconsistencias ortográficas se han normalizado a la grafía de
- mayor frecuencia.
-
- * Se ha completado el emparejamiento de los puntos de admiración y de
- interrogación.
-
- * Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar.
-
-
-
-
-RECUERDOS DE ITALIA.
-
-
-
-
- RECUERDOS
- DE ITALIA
-
- POR
- D. EMILIO CASTELAR.
-
-
- SEGUNDA PARTE.
- 3.ª edicion.
-
-
- MADRID:
- OFICINAS DE LA ILUSTRACION ESPAÑOLA Y AMERICANA,
- CALLE DE CARRETAS, NÚM. 12, PRINCIPAL
- MDCCCLXXXIV.
-
-
-
-
- Queda hecho el depósito que prescribe la Ley, para los efectos de
- la propiedad literaria.
-
-
-
-
- EST. TIPOGRÁFICO DE LOS SUCESORES DE RIVADENEYRA,
- impresores de la Real Casa.—Paseo de San Vicente, 20.
-
-
-
-
-PRÓLOGO.
-
-
-Publico hoy el segundo volúmen de los _Recuerdos de Italia_, escrito
-con el mismo método y los mismos procedimientos del primero.
-Donde quiera que un monumento, una ciudad, una persona ilustre,
-un territorio célebre han herido mi atencion, heme parado á
-contemplarlos y describirlos, dando en bosquejo fugaz, no sólo idea
-concreta de ellos, sino cuenta exacta de la serie de ideas que me
-han inspirado sus celajes, sus líneas, sus recuerdos, sus ruinas,
-su destino en la historia, su misterio en la poesía y en el arte.
-Muchas veces la personalidad histórica que de un paisaje se levanta,
-lo borra con su luz como el sol á las estrellas y lo supera con toda
-la superioridad que tiene el espíritu sobre la naturaleza. Esta
-consideracion me ha llevado á unir el nombre de Virgilio á Mantua,
-el nombre de San Francisco á Asis, el nombre de Tasso á Sorrento.
-En cambio no me atreví á recordar casi que hay una tiranía horrible
-unida á la isla de Capri, que hay un nombre abominable ligado con
-aquellos hermosos promontorios, el nombre de Tiberio; porque,
-decidido á elevar la conciencia humana como una hostia consagrada
-hácia lo infinito en pos del ideal, no quiero recordar ni sus
-desfallecimientos ni sus eclipses, ni sus sombrías noches, sobre todo
-cuando estudio y describo paisajes, épocas, monumentos á mi arbitrio.
-
-Deseoso de dar á alguno de mis amigos pruebas verdaderas de afecto,
-les he dedicado en su dia y vuelvo á dedicarles ahora alguno de estos
-trabajos. Al señor D. Alfredo Adolfo Camús, mi antiguo catedrático
-en letras clásicas, varon ilustre de extraordinaria ciencia, á quien
-debemos ya várias generaciones la iniciacion segura en el templo de
-la antigüedad, le he dedicado un escrito á lo antiguo consagrado;
-el estudio conocido con el nombre de _Mantua y Virgilio_, pálido
-reflejo de la multitud de ideas recogidas en su sábia enseñanza,
-lejano eco de las admirables lecciones de su cátedra, pobre desquite
-de la ingratitud con que ha pagado la pública Administracion
-cuarenta años de no interrumpidos servicios á los grandes ideales
-literarios y á la ilustracion de la juventud española. Compañero en
-la visita á los claustros y á las iglesias de Asis, guía ilustre mio
-en aquel inmortal cenobio que se eleva como la tumba de Cristo en
-la cima de las edades; gran artista, honra de la Pintura española,
-el Sr. Casado del Alisal, cuyos consejos, cuyas advertencias, cuyas
-ideas en mis paseos por Roma y sus alrededores no olvidaré jamas,
-ha recibido con afecto la dedicatoria del Monasterio franciscano y
-de sus riquezas artísticas. Lo mismo ha hecho mi fraternal amigo el
-Sr. D. Buenaventura de Abarzuza respecto á la parte de este trabajo
-consagrada á referir cómo la vida del Santo se convirtió en leyenda
-y cómo la leyenda influyó soberanamente en la transformacion de las
-ideas por aquellos tiempos creadores, por aquel siglo décimotercio,
-de tanto y tan decisivo influjo en la humanidad y sus destinos.
-Profundo talento político el talento del Sr. Abarzuza, conocedor como
-pocos de la misteriosa manera con que los puros ideales penetran en
-la realidad y la transforman, ha aceptado este pobre recuerdo que yo
-debia á quien tanta luz me ha dado en difíciles circunstancias con
-sus profundas consideraciones, y tanta experiencia con sus admirables
-puntos de vista sobre los movimientos de esta máquina social tan
-complicada y tan compleja.
-
-He mezclado, como en el primer tomo, á las consideraciones
-filosóficas, históricas, literarias y artísticas, consideraciones
-políticas: que al cabo la política no es otra cosa sino la
-cristalizacion de todas las ideas, y su resultado social. Así es que,
-no sin intento deliberado, he puesto junto al espectáculo que ofrece
-y á la enseñanza que da la democracia de los Grisones, el espectáculo
-que ofrece y la enseñanza que da el despótico reino de Monaco. La
-libertad ha hecho fecundas las áridas crestas de unas montañas
-envueltas en el sudario de perdurables inviernos, y la tiranía ha
-manchado las playas hermosísimas donde la naturaleza y el espíritu
-brillan con sus más bellos resplandores. É igual idea de libertad me
-ha llevado á encarecer la democrática ciudad de Florencia, ese faro
-del espíritu moderno, y á publicar el discurso que pronuncié en el
-banquete dado en mi obsequio por los representantes de la prensa y de
-la tribuna progresistas en su Ateneo de Roma. Eternamente vivirán
-en mi memoria aquella velada y aquellos obsequios. Los promovió mi
-amigo, el gran orador Mancini, asociándose todos los representantes
-más ilustres del partido que mantiene la libertad en Italia. Mi
-gratitud por tantas distinciones, será eterna. Y en prueba de ella
-voy, despues de un año, sin auxilio de ningun apunte, sin consultar
-ningun periódico, á describirla, y de su descripcion resultará su
-importancia. De dos cosas prescindiré por completo: primero, de la
-parte de elogios consagrados á mí, elogios naturales en fiestas de
-esta clase, que yo omito por razones de delicadeza, pero que no
-pagaré jamas con la moneda de un olvido ingratísimo; y segundo, de la
-parte de etiqueta y de ceremonia, propias de todos estos festejos,
-y á mis lectores poco interesante. Lo que en realidad interesa á
-todos, el número de ideas principales vertidas en aquella fiesta,
-queda en estas páginas con su inextinguible resonancia, como queda
-en mi corazon y en mi memoria. El primero en hablar fué el ilustre
-repúblico Depretis, que preside actualmente el Consejo de Ministros.
-Sus palabras tuvieron grande importancia, como inspiradas en esta
-idea capital: en la union de Italia y España. Efectivamente, si hay
-naciones que puedan reunirse en comunidad de ideas son estas dos
-grandes naciones mediterráneas. Tenemos nombres que son españoles é
-italianos, como Colon, Doria, Farnesio y Ribera. Los agravios mutuos,
-como nuestras sendas conquistas, pueden olvidarse y perdonarse
-fácilmente, que medios de relacion eran al cabo en los duros pasados
-tiempos. Pero nosotros no podemos olvidar la influencia de Italia en
-sucesos como las conquistas de Mallorca y Almería en artistas como
-Juanes y Velazquez, en escritores como Garcilaso y como Cervántes. Y
-los italianos jamas olvidarán que nosotros convertimos en verdadero
-paraíso sus campos partenopeos desecando las lagunas infectas; que
-nosotros amparamos aquella democrática república de Génova, tan
-española como cualquiera de nuestras más españolas regiones; que
-nosotros emprendimos con esa misma Génova y Venecia la inmortal
-hazaña de Lepanto.
-
-Despues del Sr. Depretis se alzó el Sr. Crispi. Gran conocedor de
-nuestra historia y de nuestra política; su discurso tuvo un sentido
-práctico, propio de quien ha defendido tan prácticamente y con tanto
-tacto la libertad en Italia. Narró el estado de marasmo en que
-habia caido Europa ántes de nuestra revolucion de Setiembre. Todo
-el mundo creia en Italia imposible coronar la obra de la unidad con
-la reivindicacion de Roma, y en Francia sustituir al Imperio la
-forma natural de aquella democracia, la República. Y estalló nuestra
-revolucion y sembró tantas ideas en las conciencias, que hasta los
-ánimos más apocados se movieron á la esperanza y hasta los pueblos
-más oprimidos pensaron en su resurreccion. El Imperio, viéndose
-perdido, pasó de la libertad á la guerra para evitar un inevitable
-naufragio. Y el espíritu inmortal de la libertad entregó á Francia su
-República y á Italia su capital. Atronadores aplausos, consagrados á
-la revolucion de Setiembre y á sus representantes, resonaron en aquel
-salon lleno de ilustres defensores de la libertad italiana.
-
-Un senador, el general Fabrizi, habló despues del Sr. Crispi, y
-recordó su afecto filial á España y los servicios prestados á la
-libertad en la penúltima guerra civil por él y otros compañeros cuyos
-corazones laten todavía como en la juventud al recordar y evocar
-nuestras gloriosas libertades. Efectivamente, la amistad de ambos
-pueblos aparece tan estrecha, que la Constitucion de 1812 goza
-igual renombre en Italia y en España; y los más ilustres generales
-italianos, como Fabrizi, como Fanti, como Cialdini, han derramado
-bajo nuestras banderas su sangre por la libertad de la antigua
-España á la manera que el inmortal Garibaldi la ha derramado tambien
-por la emancipacion de la jóven América. Despues hablaron los dos
-diputados, Sres. Nicotera, hoy ministro de la Gobernacion, y Bertani,
-representante de la democracia más avanzada en el Congreso italiano.
-El primero pronunció un discurso en que resaltaba el más profundo
-sentido político sobre la regla y la medida á que deben someterse
-los pueblos latinos para fundar instituciones libres que resulten
-duraderas en el suelo de nuestras históricas penínsulas meridionales
-sembradas de tantas y tan pasmosas ruinas. El segundo, antiguo
-defensor de la más avanzada democracia, al lado de sentimientos
-generosos y de ideas levantadas, dirigió algunas reconvenciones á la
-nacion española por lo que él llamaba ingratitud á mis servicios,
-palabras que explican las protestas de mi discurso; pues agradeciendo
-la exaltada amistad que las proferia, ni por un momento era dado
-tolerar cosa alguna que directa ó indirectamente cediera en desdoro
-de nuestra amada patria. En todo cuanto se refirió al espíritu de
-libertad que animó á Italia y á España durante el siglo estuvo el Sr.
-Bertani en lo cierto y habló con elocuencia inspirada por ideas de
-justicia.
-
-Dos discursos se pronunciaron despues igualmente notables; uno del
-jóven príncipe Odescalchi y otro del gran historiador y filósofo
-Ferrari. Quien conozca á Roma no puede ménos de conocer á Odescalchi,
-y quien admire á Italia no puede ménos de admirar á Ferrari. El
-primero visita los talleres de todos los artistas; estudia las
-piedras de aquel suelo donde por todas partes encontrais grandes
-pensamientos petrificados en maravillosas ruinas; reune y clasifica
-museos que en pocos años crecen y se abrillantan, merced á la
-riqueza artística de tan privilegiada tierra, miéntras el segundo,
-maestro sin rival de la historia en los tiempos modernos, digno
-sucesor de Maquiavelo y de Vico, posee la astronomía digámoslo así,
-de las sociedades humanas, como Galileo poseyera la astronomía
-de los cielos. Por desgracia una enfermedad terrible, y en su
-juventud y en su robustez bien extraña, ha herido al príncipe, y
-la implacable muerte nos ha arrebatado al filósofo. Imposible decir
-aquí cuánto dolor he sentido al saber una y otra nueva, porque
-tambien es imposible decir el afecto que ambos me profesaban y á
-que correspondia como correspondo á todos los afectos, con usura.
-Italia ha perdido en el príncipe un sacerdote entusiasta del culto de
-la patria, y en el escritor uno de sus más profundos y más grandes
-pensadores; yo dos fraternales amigos. Odescalchi habló con el calor
-propio de sus años y con la belleza propia de su lengua; habló
-largamente del genio artístico de nuestras dos naciones, y Ferrari
-habló de una manera maravillosa de nuestra historia, del saber de
-nuestros andaluces, del nacimiento de nuestro idioma; de las obras
-científicas que dábamos al mundo en el siglo décimotercio, del
-esmalte oriental que traiamos á la poesía moderna; de la libertad
-de los municipios castellanos y del sentido popular de nuestro
-derecho foral; del genio dramático que poseyeron nuestros poetas,
-y del sentimiento de pundonor que despertaron en la Europa feudal
-nuestros caballeros; de todas las virtudes y de todas las glorias,
-en fin, de esta España á quien la humanidad debe la revelacion y el
-conocimiento de nuestro hermosísimo planeta.
-
-Á tantas muestras de entusiasmo como iban mezcladas con estos
-profundos pensamientos filosóficos, literarios, políticos é
-históricos, pude corresponder y correspondí con mi discurso, pálido
-entre tanta luz, y pobre entre tanta profusion de talento y de
-ingenio. Pero hablo de todo esto en el prólogo porque el discurso
-resume la idea práctica que me ha movido á escribir así mis libros
-sobre Italia como mis libros sobre Francia, reservándome para más
-tarde publicar, si tengo tiempo y fuerza, alguno tambien sobre
-Portugal. Y esta idea, es la union de los pueblos latinos en espíritu
-que prepare para mañana, para dias mejores, una confederacion que
-será ornamento de la humanidad y de su historia. Sembremos con los
-ojos puestos en este grande ideal; sembremos cuanto podamos. No nos
-curemos de qué tiempo ni qué generacion recogerán esta siembra. Como
-vivimos en las generaciones pasadas vivirémos en las generaciones
-futuras participando, dada la inmortalidad del humano espíritu, de
-sus grandezas y de sus glorias.
-
-
-
-
-LOS GRISONES.
-
-
-Antes de entrar en Italia, miremos un instante esta region de la
-Engadina, suiza por la historia y la geografía y la política,
-italiana por la lengua, derivada del antiguo latino.
-
-Cuando habitais un pueblo que ha sabido aliar el órden con la
-libertad, la autoridad social con la democracia individualista,
-la libertad en el pensamiento con la sensatez en la conducta, la
-eleccion de las autoridades todas con el respeto y la obediencia,
-no os canseis de verlo, de estudiarlo, de admirarlo, como no me
-canso yo de ver, de estudiar, de admirar esta nobilísima Suiza. Lo
-primero que salta á vuestra vista es la ausencia completa de ese
-elemento demagógico tan opuesto al órden regular y al desarrollo
-legítimo de la autoridad como al progreso y al afianzamiento de
-todas las libertades. En seguida veis que los pueblos libres son
-pueblos pacientes, que detestan las improvisaciones, que no entienden
-la palabra revolucion, gratísima á los oidos de nuestros pueblos
-latinos, los cuales en su inexperiencia sacuden la parálisis para
-moverse en la embriaguez, y despiertan de la embriaguez para caer
-nuevamente en la parálisis. ¿Sabeis cuánto tiempo le ha costado á
-Suiza llegar á la reforma de 1848? Diez y siete años. ¿Sabeis cuánto
-tiempo le ha costado desde que se inició hasta hoy su última reforma
-constitucional? Diez años. Presentada al pueblo, fué puesta en tela
-de contradictorio juicio, discutida largamente, desechada várias
-veces, y despues de maduras reformas y de prudentes pactos, votada
-por unos, combatida por otros; mas en cuanto tuvo la sancion legítima
-de una mayoría constitucional, obedecida y acatada por todos.
-
-El poder manda, dentro de la órbita de sus facultades legítimas, con
-grande imperio, y se oculta en el seno de la sociedad, como Dios en
-el seno de la naturaleza y de la conciencia. El plebiscito es casi
-continuado, no ese plebiscito impuesto en medio del silencio por un
-césar omnipotente á un pueblo siervo, sino el plebiscito libre en
-sus discusiones, lleno de conciencia, que despide y recoge las ideas
-despues de haberlas hecho pasar sucesivamente por várias esferas y
-haberlas visto en diversas apelaciones, para que maduren y puedan ser
-aceptables y aceptadas en la viviente realidad.
-
-Yo me encuentro en el canton de los grisones, el más grande y el
-ménos poblado de toda Suiza. Estamos á cuatro mil metros sobre el
-nivel del mar. Estos pueblos, perdidos en sus montañas inaccesibles,
-no tienen ni la cultura ni la riqueza que los grandes pueblos,
-Ginebra y Zurich. Sin embargo, no encontraréis ni un pobre siquiera
-que os pida limosna. No veréis ningun campesino desnudo, ninguno
-descalzo, ninguno con el vestido remendado ó á jirones. Hablan
-aquí, en la parte que se llama la Engadina, donde yo habito, una
-especie de lengua romana que ellos presentan como la más pura y la
-más antigua de las lenguas neo-latinas, inmediatamente derivada de
-_sermo rusticus_, usual en las provincias del antiguo imperio. Y
-siendo éste su lenguaje nativo, todos hablan aleman, muchos aleman é
-italiano, algunos aleman, italiano y frances Si vais á un caserío,
-encontraréis un maestro de escuela pagado en parte por el comun de
-vecinos y en parte por el presupuesto del Estado. Recorreis estos
-desfiladeros; las montañas inaccesibles se amontonan sobre vuestras
-cabezas; las nieves eternas bajan hasta vuestros piés; las selvas
-inexploradas se tienden á vuestra vista; el oso aulla en vuestros
-oidos; el águila grita junto á su nido; os envuelven los vapores de
-las nubes en formacion; os aturden las cataratas derretidas de los
-grandes ventisqueros, despeñadas por los altos riscos; y en medio de
-soledades donde imaginais encontraros salvajes tribus, el telégrafo
-tiende su hilo misterioso para llevar en sus chispas los acentos de
-la humana palabra y unir entre sí con su red, verdadero nervio de la
-cultura moderna, estos apartados y diversos pueblos.
-
-Hace pocos dias estuvimos en Guarda, una aldea de doscientas ochenta
-almas, en medio de los desfiladeros, con vistas admirables sobre los
-picos de las altas nevadas montañas. Tiene un camino general que
-pasa á corta distancia de sus casas. ¿Creeis que se ha contentado
-con eso? No; ha abierto un camino vecinal suyo, en zig-zags, sobre
-la montaña abrupta, con su suelo firme como una roca y cómodo como
-una sala, con sus contrafuertes semejantes á grandes fortalezas,
-con sus alcantarillas para el desagüe de las cascadas que bajan
-de otros montes más altos, con sus puentes, con sus barandas
-erigidas sobre abismos insondables y en territorios que parecen
-verdaderamente inaccesibles. Pues no se han contentado con esto. En
-cada encrucijada de la aldea advertiréis una especie de tapadera ó
-portezuela de hierro con su correspondiente cerradura, por donde pasa
-la distribucion de las aguas, acomodada de suerte que pueda subir á
-todas partes, no sólo para la limpieza, sino tambien para apagar los
-incendios. El maestro tiene poco sueldo, cuatrocientos francos que
-le da el humilde Municipio; doscientos que le da el canton por seis
-meses de trabajo: pero este sueldo precario le basta para enseñar en
-dos lenguas las nociones primeras de la instruccion indispensable á
-la vida. La insignificante aldea, perdida como un nido de águilas
-en el corazon de los Alpes, tiene su correspondiente estacion
-telegráfica, cuando en España no la tienen pueblos de dos mil
-vecinos, como por ejemplo, Villajoyosa, en la provincia de Alicante.
-Son de ver, al toque de la campana, las reuniones de este pueblo, que
-no sólo nombra sus alcaldes y sus magistrados, no sólo administra sus
-bienes de propios, no sólo se dirige á sí mismo en su vida municipal,
-sino que nombra representantes encargados de proponerle leyes, y se
-reserva el derecho de admitirlas ó rechazarlas, el supremo derecho de
-sancion.
-
-Esta aldea tiene crédito, y apela á su crédito como cualquier Estado.
-Necesita una obra de utilidad general, y encuentra inmediatamente á
-mano los medios de realizarla, pues recurre á un empréstito, cuyos
-intereses paga con religiosidad, cuyo capital amortiza con presteza.
-El campesino, que vota los impuestos; que interviene en la direccion
-no solamente del Municipio, sino tambien del Estado; que discute
-y examina por sí los ingresos; que se reserva decidir sobre la
-admision de las leyes; que vive ocupado en la cosa pública, á la
-manera de los antiguos ciudadanos de Aténas, acaba de sacudir de su
-mente toda utopia, por apreciar el valor de las ideas, por conocer
-las dificultades de la realidad, por adquirir la madurez de los
-hombres de Estado; y léjos de precipitarse á subvertirlo todo, se
-refrena, se domina y viene á ser conservador, y conservador cuidadoso
-de las instituciones que tantas ventajas le reportan. Comparadlo
-con el ganado de siervos que pide en Bretaña la restauracion de
-Enrique V; con el guerrillero homicida que desgarra las entrañas de
-su patria para sostener á Cárlos VII; con el elector ciego que vota
-al candidato del Imperio nacido en el perjurio del 2 de Diciembre y
-muerto en la infamia de Metz; con el demagogo de nuestras ciudades
-que, ébrio de vino y de ódio, vocifera en los clubs pidiendo que se
-corten trescientas mil cabezas para reformar la sociedad; y luégo
-decidme si es provechosa ó no la larga educacion que procura la
-práctica constante de seguras y nunca interrumpidas libertades en el
-seno de verdadera democracia.
-
-La libertad religiosa es completa, absoluta. Habia penetrado tan poco
-el catolicismo en sus conciencias, que en el siglo XVI cambiaron
-los grisones de religion por medio de disposiciones municipales.
-Un consejero de Estado me contaba que en uno de estos pueblos pasó
-escena bien singular y bien dramática. Los aldeanos quisieron
-adherirse á la reforma y se lo comunicaron así á su cura. El cura era
-un sacerdote virtuoso, anciano, muy querido universalmente, y dijo
-que por nada en el mundo cambiaria de religion, resuelto á morir en
-la que sus padres le habian enseñado y él contínuamente habia creido
-y profesado, bendiciendo á unos, casando á otros, sirviendo en sus
-dolores y en sus tribulaciones á todos.
-
-Los buenos campesinos, que habian visto al santo varon desligado de
-todos los lazos terrenales, atento sólo á sus deberes religiosos,
-caritativo con el pobre, próvido con el enfermo; en la próspera
-como en la adversa suerte tranquilo y sonriente; sin más móvil que
-su fe purísima y sin más fin que el cumplimiento de sus deberes
-sacerdotales, no quisieron amargar sus últimos dias y juraron
-aguardar á su muerte para convertirse oficialmente al protestantismo.
-En efecto; continuaron yendo á la misa católica, practicando los
-deberes de su antiguo culto, como si todavía lo llevaran entero en
-el alma, decididos á esperar la extincion natural de la vida del
-anciano, que tocaba en su ocaso. Al morir le enterraron segun los
-antiguos ritos, le depusieron en la tumba con oraciones y responsos
-católicos, y cumplido este deber y observado el compromiso, abrazaron
-unánimes en su concejo municipal, por medio de un voto solemne, la
-religion protestante.
-
-La intolerancia entró tambien por estas montañas; la intolerancia
-luterana, que muchas veces llegó á parecerse á la intolerancia
-católica. El principio absoluto de que el ciudadano está obligado á
-profesar la religion del Estado, el súbdito la religion del Monarca,
-fué sostenido con las armas en la mano por los príncipes y por los
-pueblos de una y otra creencia. Así, en Alemania, por ejemplo, dos
-docenas de señores cambiaban á su grado, por motivos políticos y
-personales, de religion, de fe, y obligaban á sus vasallos á orar
-ante los altares de la Vírgen, ó á decir que el culto á la Vírgen
-merece el nombre de supersticion; á comulgar sólo con la hostia, ó
-á comulgar con la hostia y el cáliz; á creer en la virtud de las
-obras, ó á esperarlo todo de la divina gracia; á recoger y adorar
-las reliquias, ó á herir y pulverizar las imágenes; como si la
-inspiracion de lo alto se hubiera agarrado á los tronos cual á las
-montañas las nubes, y fueran los reyes, al mismo tiempo que jefes del
-Estado y generales del ejército, sacerdotes reveladores y profetas.
-Las guerras de religion desencadenaron la intolerancia mutua de unos
-y otros creyentes. Y los grisones ciertamente no podian sustraerse
-á esta ley general de la historia. En la baja Engadina todos los
-pueblos son protestantes, si se exceptúa la jurisdiccion de Tarasp.
-Pero la antigua intolerancia ha cedido, y la libertad religiosa se
-ha arraigado. En medio de estas poblaciones, que tienen por práctica
-piadosa casi exclusiva la lectura de su Biblia y la asistencia el
-domingo á los oficios de su iglesia, en que se predican sermones de
-moral y se cantan salmos de David, pasan los frailes capuchinos con
-su traje de estameña, sus sandalias clásicas, su rosario al cinto,
-su libro de devocion en la mano, luenga la barba, calada la capucha,
-murmurando rezos que en otro tiempo hubieran ahogado los protestantes
-por fuerza, á título de supersticiones intolerables; y todo el mundo
-los mira con serena curiosidad y los saluda con religioso respeto.
-Hace pocos años no hubiera sido posible en Ardetz una iglesia
-católica; hoy se han reunido varios fieles; la han levantado en verde
-pradera, con sus ojivas y su torre gótica; han llamado un cura que la
-dirija, al par de un sacristan que la guarde; y allí se entregan á
-sus oraciones, doblemente amparados por los derechos que garantiza la
-Constitucion nacional y por la tolerancia religiosa que penetra cada
-dia más en las costumbres. Ved cómo las instituciones democráticas,
-por su flexibilidad maravillosa, por su tendencia á la renovacion
-y al progreso, por su armonía con la razon humana, sirven, como no
-puede servir ningun otro género de instituciones, al desarrollo del
-espíritu moderno y al cumplimiento de las reformas pacíficas.
-
-Y no creais que han desarrollado como un idilio su libertad en estas
-montañas. Tambien, tambien pasaron por males gravísimos. El látigo
-del feudalismo azotó sus espaldas. Los hierros pesaron sobre sus piés
-y sobre sus brazos. En las alturas el más fuerte se instalaba y hacía
-subir las piedras á lomo á sus víctimas, para construir castillos que
-fueran palacios de los señores, calabozos de los vasallos. No acabais
-nunca de oir historias terribles de esos tiempos funestos. Donato,
-el señor de Vartz, invita un dia á tres campesinos á suculento
-banquete, les festeja en su espléndido comedor, les regala con la
-mejor caza de sus bosques, la mejor pesca de sus rios y el vino más
-antiguo de sus bodegas; manda despues al uno que corte leña, al otro
-que dé un paseo y al tercero que concilie el sueño; y cuando ya ha
-pasado algun tiempo, los ata á los tres, los tiende en el suelo,
-les abre el vientre para ver cuál de ellos ha digerido más pronto
-la comida. El intendente de Gardovall, paseándose por las cercanías
-de su castillo, ha visto á la hija del campesino Adan, y se ha
-enamorado perdidamente de ella, de sus dulces ojos, de sus rosados
-labios, de su rubor virginal, de sus trenzas negras y larguísimas,
-de su talle y de su apostura. Mas un rico-hombre, de estirpe feudal,
-no puede enlazarse con plebeya vírgen, flor nacida en el estiércol
-de los campos. Debe la muchacha contentarse con ser la barragana
-del noble. Y por ende el intendente manda al padre que la lleve á
-su lecho. El padre se pone sus mejores ropas, viste á su hija con
-el traje de desposada, y la lleva de la mano al castillo. Cuando la
-ve entrar tan aderezada y tan ruborosa, el caballero siente hervir
-brutal deseo en sus venas henchidas de lujuria. «No os acercaréis
-á mi hija, dice el labrador al caballero, sino despues de haberos
-casado legítimamente con ella.» El noble lanza una carcajada y tiende
-sus brazos para estrechar á la gallarda doncella. Pero el padre
-saca un puñal y se lo clava en el corazon, dejándole muerto á las
-plantas de la codiciada niña. El Baron de Fardun se pasea por sus
-campos, recorre los trabajos de sus siervos, entra en las cabañas;
-y en vez de alentarlos y sostenerlos, se divierte en dirigirles
-groseros insultos ó jugarles pesadas bromas. El campesino Chaldar
-está con sus hijos comiendo, á pobre pero limpia mesa, humeante y
-bien condimentada sopa, cuando entra el gran señor y escupe en el
-apetitoso plato. Levántase el siervo, se abalanza furioso á él, le
-agarra por las orejas, le arrastra al plato, le hunde el rostro en el
-caldo hirviente, diciéndole: «Perro maldito, comételo tú, puesto que
-lo has condimentado», y le degüella como á un cerdo con su tajante
-cuchillo de cocina.
-
-Aquella lucha no era durable. Debia concluir, ó por el exterminio de
-los vasallos ó por la derrota de los señores. Hacía ya dos siglos
-entónces que los cuatro cantones del lago de Lucerna se juntáran en
-el seno de los bosques umbríos, todavía perfumados por el aliento
-creador; al borde de las azules aguas que reverberan la luz de los
-cielos; al pié de las montañas cuyas bases alfombran los prados y
-cuyas cimas cubren con cúpulas y rotondas de diamantes las eternas
-nieves, para invocar á Dios en el templo más digno de su esencia
-incomunicable, ante el altar más propio de su grandeza; y jurarle
-sobre los huesos de los muertos y sobre la cabeza de los pequeñuelos,
-su resolucion de morir mil veces ántes que tolerar la soberbia de sus
-dominadores. Y la sombra de Guillermo Tell, cantado por los bateleros
-á las orillas de los rios, por los pastores en las laderas de los
-montes al són de las hondas y de las esquilas; esa sombra, que era
-la personificacion de una idea y de un alma, revestida con todos
-los atributos de su patria, el arco del cazador á la espalda, el
-remo del barquero en la mano, su hijo redimido á su lado, el cielo,
-el torrente, el bosque, el lago á su frente, la flecha libertadora
-silbando en los aires, y el tirano tendido y yerto á sus vencedoras
-plantas; esa sombra, corria de cima en cima, de cúspide en cúspide,
-de desfiladero en desfiladero, llamando los fuertes montañeses á la
-libertad y prometiéndoles una república inmaculada, la república de
-Suiza. Los grisones cedieron al cercano ejemplo y fundaron su liga
-de plebeyos, base de su confederacion republicana. Salieron los
-montañeses de sus cabañas, como águilas de sus nidos, y escalaron
-los castillos y vencieron á sus tiranos. Era aquel tiempo en que mil
-quinientos republicanos suizos morian todos como los griegos en las
-Termópilas, para contener á treinta mil mercenarios de las funestas
-bandas anglofrancas, mandadas por un Delfin de Francia; aquel
-tiempo en que los aristócratas de Basilea, recorriendo los campos
-de matanza cubiertos de cadáveres traspasados por espesas flechas,
-exclamaban, como el bárbaro Vitelio en los campos de Betriaco, «¡esta
-sangre huele á rosas!»; aquellos tiempos en que diez fugitivos
-escapados entre mil quinientos muertos de la universal inmolacion,
-aparecen marcados con un hierro candente por la mano de sus propios
-compatriotas; aquellos tiempos en que arden á la par ciento diez
-poblaciones arrojadas al fuego por los tiranos, en castigo de haber
-querido defender la libertad, la patria y la república; que no
-concede naturaleza ningun gran progreso sino á los grandes esfuerzos,
-y no vence ninguna idea sino en virtud de altísimos y redentores
-sacrificios.
-
-
-
-
-MONTE-CARLO.
-
-
-Me detengo en Monte-Carlo, y la amenidad del sitio, la pureza del
-cielo, el aire que baja de las montañas, el rumor que sube de las
-olas, oblíganme á tomar la pluma y á escribir cuatro rasgos, con
-el fin de bosquejar un pobre borrador trazado sobre las rodillas
-en los descansos de largo viaje y en los postres de tenacísimo
-maréo. Monte-Carlo, como su nombre enseña, es una eminencia; y esta
-eminencia, como quizá todo el mundo sabe, contiene con otro peñon
-cercano toda una monarquía, y de las monarquías más duraderas, más
-permanentes, más seguras de toda Europa. Esta monarquía será como
-desde las primeras verjas del Botánico al obelisco de la fuente
-Castellana en todo su largo; y en su ancho como desde la Puerta de
-Alcalá al café Suizo. No necesitais subiros á ninguna altura para
-abarcarla en toda su magnitud, de Oriente á Poniente, de Norte
-á Mediodía. Con una hora de coche y dos pesetas y media teneis
-bastante para recorrerla en todas sus direcciones y escudriñar lo
-más esencial y necesario de su sencilla geografía. Francia la rodea
-como rodea el Océano las conchas de su seno. Y la proximidad de esa
-grande Italia, muestra que en la política y en las distribuciones
-geográficas hay desproporcion tan grande como la que existe en las
-esferas zoológicas entre la pulga y el elefante. Así es que los
-viajeros no se cansan nunca de preguntar dónde está la aduana,
-dónde la frontera, dónde los magistrados, dónde las Córtes, dónde
-el ejército y dónde la marina de este inmenso Imperio, parecido á
-uno de esos teatros de carton que nuestro buen aleman de la calle de
-la Montera vende para juegos de niños. El problema es más difícil
-de lo que á primera vista parece y de lo que salta á primera vista.
-Se concibe que Andorra, que San Marino, que las ciudades anseáticas
-hayan podido existir, como puntos aislados entre constelaciones
-inmensas, por la sencillez patriarcal y la baratura primitiva
-de sus instituciones. Pero no se concibe que mil y doscientos
-vasallos paguen y mantengan todos los arreos necesarios á una
-lujosa monarquía. Así es que los alemanes, tan dados á la tradicion
-histórica, á las instituciones feudales en perfecta consonancia con
-su carácter y sus instintos individualistas, no han sostenido en este
-nuestro siglo aquellos sus antiguos monarcas y aquellas sus antiguas
-monarquías que contaban como único ejército los pinches de palacio,
-vistiéndolos por la mañana el blanco uniforme de cocina, y á la tarde
-el pintado uniforme de cuartel. La crítica acerba y la ironía amarga
-de todos los escritores germánicos; los inmensos trabajos unitarios
-de Prusia; los progresos de los tiempos, han por fin soterrado todos
-esos vestiglos feudales que sacaban á duras penas la frente sobre la
-inundacion general producida por el diluvio de nuestras revoluciones.
-
-Si Monaco está situada en el centro de cualquier gran monarquía,
-Monaco desaparece. Pero situada á las orillas del mar, en la
-encrucijada de Génova y Saboya y Provenza, las rivalidades de sus
-enemigos han sido poderosas á conmoverla muchas veces, pero jamas á
-destruirla, apareciendo todavía con su carácter de aislado señorío
-feudal, como en ciertos terrenos geológicos aparecen fósiles
-perfectamente conservados, mudos y frios monumentos de los primeros
-combates sostenidos por la naciente vida en este campo de batalla,
-en este eterno cementerio que se llama la tierra. Lo cierto es que,
-ora por una, ora por otra causa, la duracion de Monaco asombra y
-extraña. El pacto de Carlo-Magno, sobre que estuvo levantada Europa
-más de diez siglos, se ha roto; el inmenso Imperio bizantino, fundado
-en competencia con el Imperio romano, se ha caido, desapareciendo
-hasta sus ruinas; ya nada queda de aquel sacro régimen germánico,
-cuya férrea corona llevó por tanto tiempo la poderosa casa austriaca;
-del dominio inmenso allegado por Cárlos V y Felipe II en las cuatro
-partes del planeta, sólo se ven aquí ó allá restos de naufragio; la
-monarquía de los Papas se ha hundido, á pesar de su carácter sagrado,
-de su importancia religiosa, de su ancianidad venerable; el poema
-escrito por aquel genio en delirio que se llamaba Napoleon el Grande,
-se ha disipado como el humo de sus cañones; los poderes más fuertes,
-más queridos de la fortuna, más respetables para la historia,
-rodaron al abismo; las dinastías más antiguas, como los Estuardos de
-Inglaterra, corrieron del trono al destierro; y ese reino de Monaco y
-su rey imperceptibles permanecen inmóviles sobre su escollo, como el
-águila real en su nido, desafiando al tiempo y á las revoluciones.
-
-Esta duracion que á muchos les incita á meditar sobre las catástrofes
-históricas, incita á la generalidad de las gentes á broma y risa
-y chacota. Un ciudadano inglés contempla el diminuto reino y sus
-ejércitos de zarzuela con la misma imperturbable reserva con que
-contempla las marmóreas rotondas de Roma ó las cristalinas pirámides
-de los Alpes. Mas los viajeros provenzales, saboyanos y genoveses,
-que en gran número acuden á esparcir el ánimo en Monaco los dias
-festivos, bromean á todas horas con el inmenso Imperio. Uno dice que
-la futura guerra continental no estallará hasta que los contendientes
-sepan adónde se inclina la poderosa alianza de los monaqueses.
-Otro cuenta que un aleman, despechado por razones que no son para
-dichas, compró su correspondiente lancha cañonera; y se apercibe á
-un bombardeo y á un desembarco que no puede ménos de ser terrible,
-puesto que le acompañan dos ó tres amigos con sus correspondientes
-criados. Éste recuerda cómo los dos artilleros del reino habian
-perdido de tal manera los hábitos de su oficio, que, al cargar un
-cañon para ofrecer los honores de las salvas al Rey en su natalicio,
-por ignaros y torpes, estallaron al par de la pólvora. El de más
-acá detiene al primer campesino que encuentra, y le pregunta si es
-gentil-hombre ó chambelan de la córte. El de más allá saluda con
-ridícula reverencia á los erguidos y graves centinelas. Grandes
-grupos se paran á leer un tablero donde campean varios decretos de
-D. Cárlos III, príncipe reinante, nombrando plenipotenciarios para
-otras córtes y concediendo una gran cruz nada ménos que al Ministro
-de Negocios extranjeros en Bélgica.
-
-Yo no olvidaré nunca la conversacion que anudaron cierto gárrulo
-comerciante de Marsella y cierto barbero no ménos gárrulo de San
-Remo en la peluquería de Monaco. «Pero ¿cuántos soldados tiene
-este rey? preguntaba el marselles.—Más de ochenta, decia el
-barbero.—¿Y para qué necesita esos soldados?—Ya lo ve V., replicaba
-el muchacho, para darse tono.—Todos los mozos hábiles de la nacion
-estarán metidos en el ejército.—Se aumentó en estos últimos tiempos
-considerablemente.—¿Considerablemente? Sin duda alguna teme Monaco
-á Mr. de Bismarck. Estos malditos prusianos obligarán á todo el
-mundo á gastos que concluyan por arruinarnos.—En Monaco nadie teme á
-Bismarck, ni de sus ejércitos se acuerda. Pero nuestro Gobierno es
-piadosísimo, y se ha quedado con algunos de los militares que tuvo
-necesidad de licenciar el Papa.—Segun eso, los soldados monaqueses
-son soldados mercenarios.—Justo. Y con ochenta soldados tiene el
-ejército un número quizá mayor de oficiales.—Supongo que habrá cabos,
-sargentos, tenientes, capitanes, comandantes, coroneles, generales y
-generalísimos.—No se burle V., porque pudiera enterarse la policía
-y pasarlo V. muy mal.—Me dice V. que Monaco tiene un ejército de
-pura farsa, y luégo me encarga que no me burle y no murmure, como
-si no acabára de darme el mal ejemplo. Francamente, no puedo seguir
-su amistoso consejo; paréceme asistir á _Los Dioses del Olimpo_
-de Offenbach. Creo que me he vuelto loco, ó por lo ménos que estoy
-soñando. Tamaño reino es bueno para el teatro de los Bufos. ¿Y aquí
-hay prensa?—Se publica un periódico cada ocho dias.—¿Hay Cámaras?—Ni
-por pienso.—De suerte que teneis el placer de vivir en este diminuto
-espacio, de pasar dos ó tres veces la frontera y la aduana cada dia
-para visitar á un amigo, de contar con un ejército abrumador; y
-ademas de todas estas lindezas, aguantais muy santamente un monarca
-absoluto. Pues no envidio vuestra suerte.»
-
-Merece, á la verdad, verse este ejército vistosísimo y
-churrigueresco: sus pantalones galoneados de carmesí ó de oro, sus
-historiados dormanes, sus relumbrantes chacós, las levitas celestes
-de los oficiales, los varios multicolores cordones, los ondeantes
-plumeros. Merecen verse los centinelas que nada guardan, las
-fortalezas que para nada sirven, los cañones que á nadie amenazan,
-los armazones de inverosímil nacion mandada por increible monarquía
-Al examinar todo esto creeis emprender prácticamente los viajes
-de Gulliver y encontraros en las regiones de los imperceptibles
-enanillos. Se os figura que cuanto á vuestros ojos se despliega
-es una decoracion arreglada en breves minutos para desarreglarla
-así que concluya la fiesta, obra de algun redomado chusco. Á cada
-minuto recordais el Micromegas de Voltaire, sólo que, en vez de haber
-ido desde la tierra á un planeta mayor como Saturno, vais desde un
-planeta inmenso á cabalgar sobre pequeño y fugacísimo aereolito
-donde está grabado en miniatura un reino de mentirijillas. Es un
-cuento de Perrault, una fábula de Lafontaine, un capricho de Goya,
-una caricatura de Cham; cualquier cosa, ménos una realidad viviente,
-ménos una institucion verdadera é histórica.
-
-Y desde luégo llama sobre todo vuestra atencion el lado económico
-de este Gobierno. Cuando veis mil trescientas personas dándose al
-desmedido lujo de tener rey, heredero de la corona, familia de
-príncipes é infantes, comparsas de chambelanes y de gentiles-hombres,
-aristocracia oficial, clero privilegiado, ministerio completo,
-Supremo Tribunal de Justicia, ejército con su correspondiente
-estado mayor, cónsules y demas agentes diplomáticos en el exterior,
-preguntais á todo el mundo: por baratos que sean tales servicios,
-por mal pagados que estén tales cargos, ¿de dónde salen todas
-estas misas? En ciertos períodos de la historia es facilísima
-la explicacion. Los señores de Monaco son piratas que desde su
-fortísimo peñon caen sobre las mareantes y les exigen á mano armada
-cuantiosísimos tributos, ó los despojan de sus ricas mercancías.
-En otros períodos, los vasallos pertenecen en plena propiedad á
-su príncipe, y trabajan todos para que viva él solo. Ademas, no
-fué Monaco tan breve y reducido como es hoy. Tenía algunas ricas
-comarcas, algunos importantes municipios. Pero despues de la guerra
-franco-austriaca, despues de la anexion de Niza á Francia, el monarca
-de derecho divino vendió al emperador Napoleon, como si vendiera un
-predio ó un caballo, la mayor parte de sus súbditos, la jurisdiccion
-sobre casi todo su territorio, por la suma de tres millones de
-francos, á bastante ménos precio que los negros. Tres millones de
-francos dan todavía con sus intereses medios de vivir cómodamente á
-un propietario ó rentista de las clases medias; y si á estos recursos
-une otros recursos heredados de sus mayores, hasta á un grande, á un
-príncipe, á un banquero le cae como miel sobre hojuelas esa suma en
-que el Rey de Monaco vendió al Emperador de Francia la escasa manada
-de sus vasallos. Pero, por rico que seais, si caeis en la monomanía
-de llamaros Rey, de nombrar príncipes, de tener ejército, de revestir
-á vuestros amigos con dignidades palatinas ó con ministerios
-políticos ó administrativos, al poco tiempo debeis ir desde vuestra
-casa, por loco, á Leganés; por pobre, al Pardo.
-
-Uno de los inmediatos antecesores del príncipe reinante, resolvió
-á maravilla este problema insoluble. Era un príncipe restaurado
-por gracia del graciosísimo Talleyrand y por obra del reaccionario
-Congreso de Viena. Habia pasado sus mocedades en París; y apénas
-erigido de nuevo su trono y en él reinstalado, volvióse del estrecho
-peñoncillo á la gran ciudad. En veinticinco años de reinado sólo
-fué tres veces, y por pocos dias, á su reino. Vivir en París con la
-categoría de rey en activo servicio, no es cosa tan hacedera ni tan
-barata. Para procurarse las rentas necesarias á la empresa, Honorato
-V, que así nuestro héroe se llamaba, montó una máquina feudal en
-que prensaba de todas maneras á sus feudatarios y les hacía sudar
-oro. ¡Cuánto los prensaria cuando soltaron en veinte años seis mil
-pobres campesinos, veinticinco millones de reales sólo para su
-príncipe! Á este fin se erigió director de colegio, mandando que
-todos los monaqueses enviáran sus hijos al Instituto de su fundacion,
-y prohibiendo enseñar hasta la doctrina á maestros que no fueran
-sus maestros; y se hizo proveedor de harinas, mandando que ningun
-monaqués ni extranjero, residente en Monaco, pudieran comer otro pan
-que el pan de su príncipe. Así el propietario no tenía facultad de
-sembrar sus tierras ni hacer su molienda, y por ende, no podia ni
-cosechar trigo ni almacenar harinas. Veia el hondo surco abierto,
-de donde en otro tiempo brotáran las ubérrimas espigas y no le era
-dado fecundarlo con el sudor del trabajo, más próvido que la lluvia
-del cielo. Ricos y pobres, sanos y enfermos estaban condenados,
-bajo las más severas penas, á comer el mismo pan, el pan de su
-Alteza Real, amasado con harinas de desecho, harinas averiadas,
-indigestas, que á bajo precio se compraban en Marsella y Génova para
-empedrar materialmente el estómago de las pobres gentes dotadas por
-las gracias de Talleyrand y por las obras del Congreso vienense,
-de todo un Honorato V, de un señor que, sin duda, no se merecian.
-Los jornaleros de los alrededores dejaban, si iban á Monaco, el
-pan á la puerta. Los caminantes se veian registrados, al llegar,
-escrupulosamente, por si llevaban trasconejado algun bocadillo,
-algun residuo de su merienda. El capitan de barco que aportaba con
-galleta, debia pagar unas veces cien duros de multa, y perder otras
-veces su embarcacion, de Real órden confiscada. Y lo que hacía con
-los cereales el Príncipe hacía tambien con los ganados. No vinculaba
-en sí la exclusiva de cultivo y venta, pero imponia á cada cabeza
-un tributo enorme. Y para evitar las ocultaciones exigia que el
-nacimiento de las reses y su muerte constasen oficialmente en papel
-sellado por los públicos escribanos. Así, carneros, bueyes, cerdos,
-tenian como mortales, partidas de nacimiento y partidas de defuncion.
-Hasta los árboles ostentaban su número y su nombre. Los pleitos
-eran innumerables. Pero todos iban á París, donde el Príncipe y
-su abogado los decidian á su arbitrio. Sentencias dadas con todas
-estas garantías de acierto se elevaban á definitivas é inapelables.
-La justicia, el pan del alma, se repartia como el pan del cuerpo,
-poco más ó ménos. Todas estas cosas se le ocurrieron á Honorato V
-para explotar á sus súbditos y vivir en París. Pero no se le ocurrió
-nunca convertir su reino en una casa de juego. Tal ingeniosísima
-idea nació en nuestros tiempos. Hoy Monaco es un casino regio donde
-se ejercen dia y noche la ruleta, el monte, el treinta y cuarenta,
-y demas juegos prohibidos. Su corona espléndida, su bandera blanca,
-sus armas y sus escudos, sus magistrados y su ejército, sirven para
-escudar un garito. ¡Oh, peñon predestinado de antiguo á la infamia!
-¿No eras mucho más noble cuando cobijabas un nido de piratas? M.
-Blanc, empresario del casino, provee á los gastos excesivos que exige
-el mantenimiento de este inmenso Imperio.
-
-Y no cabe escudar la enormidad del hecho con la pequeñez del
-reino. De breves territorios han brotado grandes hombres y
-grandes cosas. Todas las ciudades griegas, cunas sagradas de los
-antiguos filósofos, eran ciudadillas que engendraban los dioses
-del pensamiento porque tenian abiertos á su mirada los cielos del
-espíritu. Y lo mismo sucedia con las modernas ciudades italianas y
-suizas. Pisa contaba un pequeño territorio; pero la libertad le daba
-todo el mar, y la lucha con los vientos y las olas sus arranques
-de heroismo y sus inspiraciones artísticas. Siena, apartada en sus
-colinas, no podria llamarse vasta; pero en las asambleas tempestuosas
-de su democracia brotaban los genios que debian embellecerla con sus
-obras y trasmitir de gente en gente su nombre inmortal á los siglos.
-Cuanto más pequeña era Florencia tenía más concentrado su calor
-vital sobre aquel nido de las inspiraciones y de las ideas. Ginebra
-estaba encerrada entre cuatro muros, y su estrechez no le importó
-para educar á Calvino y parir á Rousseau. Un barrio, nada más que
-un barrio de Génova se necesitó para cuna y para escuela de Colon,
-cuyo nombre no habia de caber en el mundo. En todos estos reducidos
-espacios se agitó una democracia, miéntras que en los peñascos de
-Monaco se posó el feudalismo. La historia del mundo será siempre la
-historia de la libertad.
-
-¡Y qué hermoso el territorio de Monaco! Baste decir que se eleva
-á las orillas del Mediterráneo; de ese mar espléndido semejante á
-un pedazo de cielo caido sobre la tierra, el cual ya se oscurece
-en verde profundo como inmensa esmeralda, ya se aclara en blanco
-perla jaspeado de rosa como gigantesco ópalo; mar, cuyas aguas,
-sensibles á todos los cambiantes de la luz y á todos los giros del
-aire, os ofrecen de dia reflejos incomparables del sol, y por la
-noche, ó el rielar de la luna en las ondas, ó las cintas de sus
-fosfóricas estelas; obligándoos de contínuo á contemplar la brillante
-inmensidad, á respirar las frescas brisas, á oir los misteriosos
-rumores, con olvido tan grande del mundo y de vosotros mismos, que
-llegais hasta el místico éxtasis en aquella vision de lo infinito,
-capaz de seduciros, como una sirena, con su sonrisa, sin abrumaros,
-como el Océano, con su grandeza. El aire es purísimo, el cielo
-espléndido, la luz viva, el clima dulce, la temperatura agradable;
-del Norte abrigada por altos desfiladeros y de los excesivos calores
-libre por las contínuas brisas. En el mar engarzado se eleva á
-setenta metros de altura el pintoresco peñon de Monaco, sobre cuya
-cima campean, destacándose en el claro horizonte y apiñados como para
-no caerse en las aguas desde aquella eminencia, palacios, casas,
-iglesias, baluartes, cuarteles, castillos con sus correspondientes
-aspilleras y sus muros ceñidos de caprichosa crestería, realzados
-todos por los juegos de la luz verdaderamente mágica áun para ojos
-acostumbrados á la luz de Andalucía, de Madrid y de Valencia. Luégo,
-por las laderas del peñasco, en jardines difícilmente colgados sobre
-los abismos, entre ferruginosos riscos que el sol unas veces ha
-bruñido como si fueran de oro y que otras veces su propia naturaleza
-mineral ha cubierto de colores violáceos y purpurinos, se elevan las
-plantas gratas á cuantos en el Mediodía se han criado, consagradas
-por el arte, pintorescas y várias y multiformes: la adelfa con sus
-claras hojas y sus encendidas flores; las palmas que vibran y cantan
-al beso de las brisas; el oloroso mirto, que parece, cuando florido,
-nevado; los olivos de extraña magnitud casi ceñidos con los limoneros
-cargados de áureos frutos; el rojo granado junto á la oscura encina;
-los naranjales y las virgilianas hayas; el áloe con sus gigantescos
-candeleros y el nopal con sus espinosas pencas; alfombras de
-geranios; senderos de rosas y azucenas; el terebinto y el sauce;
-los laureles y los arbustos de la pimienta; toda esa vegetacion
-meridional con aires del Oriente, que ofrece á la vista el recorte
-y los festones de sus hojas, al paladar el sabor de sus frutos, al
-olfato el aroma de sus flores, á todo nuestro sér indescriptibles
-encantos y hondas impresiones, estrechando fuertemente con sus
-lazos las relaciones que existen entre la naturaleza y el espíritu,
-embebido por la admiracion en aquellos grandes efluvios de vida,
-como en el agua los peces, como en los aromas y en las esencias y en
-los colores las mariposas y las abejas, como en la luz y en los aires
-las canoras alondras.
-
-Pero lo extraño allí es Monte-Carlo, otra eminencia unida á Monaco
-por la calzada de la Condamina, que tiene de larga un kilómetro. En
-lo alto se alza rectangular plaza limitada de un lado por olivares
-que al pié de los Alpes marítimos se pierden, y de otro lado por
-la inmensa superficie del celeste mar. En este valle, cortado á
-manera de anfiteatro, y cuyas montañas ofrecen por doquier admirable
-vegetacion, entre los bosques y las olas, al risueño borde de
-tranquila ensenada, se descubren fondas, cafés, casinos con grandes
-peristilos, tiendas preciosas, exposiciones de artes, salones de
-lectura y recreo, tiros de pistola, teatros, fuentes monumentales,
-terrazas interminables, pajareras llenas de aves, cascadas
-deslizándose entre plantas del trópico, surtidores saliendo en
-cristalinas columnas, escaleras y galerías de mármol que bajan hasta
-el mismo mar, y que contienen verdaderos jardines del Oriente con sus
-innumerables flores y sus grupos de gallardas palmas. ¿No es verdad
-que esta naturaleza convida al bien y á la paz? ¿No es verdad que en
-su seno sólo quisierais ver algun idilio ó escuchar alguna sonata de
-esas que parecen el aleteo de angélicas almas en los oidos arrobados?
-Cuando escuchais la sinfonía que Rossini ha puesto, como un pórtico
-inmortal, á su gloriosa epopeya helvética, sentís el arte recogiendo
-en sus alas todo cuanto hay de hermoso y divino en la naturaleza, el
-susurro del viento en los bosques, el choque de la lluvia en el lago,
-el rodar de la catarata entre las breñas, el cántico del pastor que
-conduce al establo las vacas, el _hosanna_ á Dios creador y el himno
-á la creadora libertad.
-
-¿Y cómo en la naturaleza de Monaco se refugió el demonio del juego?
-¡Qué cuadro! La desconfianza se dibuja en todos los actos de la vida
-y en todas las escenas de esta tragicomedia. No espereis que os den
-cosa alguna á crédito. Aún no habeis acabado de comer, y aunque
-tengais albergue en la fonda clásica y depositado allí un equipaje,
-garantía material de vuestro pago, vienen los mozos con su cepillo á
-pediros ántes de los postres el precio de la comida. Cuanto consumís,
-tanto pagais en el acto. Se ve que todo el mundo teme veros salir
-sin un cuarto. Los tipos que encontrais á vuestro paso os llaman
-poderosamente la atencion, por lo preocupados y por lo embebecidos
-que andan en sus cálculos y en sus cavilaciones. Yo me encuentro
-de tal manera fuera de mí, que no puedo ver rodar una moneda sin
-creer que es la última á que un desgraciado libra su fortuna, ú
-oir un tiro sin imaginar que es el tiro de algun suicidio. El tren
-de Niza vomita todos los dias sobre esta playa desgraciadas mujeres
-que husmean los favorecidos por la fortuna y los circundan de una
-placentera córte. El vagabundo solitario, de seguro ha perdido. Yo me
-figuro que todos estos jugadores respiran mal, que la involuntaria
-retencion del aliento entre la puesta y la suerte les destroza el
-pecho. Muchas tísis del alma y muchas tísis del pulmon se habrán
-contraído en estos sitios. Lo más terrible que en ellos encuentro
-es considerar cómo la dicha de unos, depende ¡ay! de la desdicha
-de otros. No se devoran los peces en el fondo de los mares como se
-devoran entre sí estos infelices en sus combates por la fortuna
-dentro de los infernales círculos del juego.
-
-El salon está revestido de lujo oriental y, sin embargo, parece
-tétrico; está iluminado de brillantísima iluminacion y, sin embargo,
-parece oscuro, como si lo ennegrecieran los pensamientos y las
-sombras que se escapan de las almas. La próvida direccion ha puesto
-en grande salon vecino una orquesta para divertir grátis los ocios de
-aquellos que no juegan; y es casi imposible imaginar cuán terribles
-son los contrastes entre las cadencias de la orquesta y el girar de
-la ruleta. El banquero truena al medio de la mesa manejando una
-especie de cetro con que distribuye el dinero. Á sus espaldas, otro,
-en silla más elevada, fiscaliza sus operaciones; y frente á frente de
-estos dos se ven otros dos en análogo sitio y situacion desempeñando
-idéntico ministerio. Gran número de jugadores se sientan á la mesa;
-otro gran número se agolpa de pié á sus espaldas. Gruesas cantidades
-de oro en monedas mayores que la de uso corriente, resmas de billetes
-franceses, paquetillos lacrados de mil francos se extienden en
-grandes montones por todas partes. Extraña impresion producen el
-dinero que allí suena; el siniestro giro de la bola de marfil que
-entre los números rueda; las exclamaciones várias y los contínuos
-cuchicheos; las errantes y expresivas miradas revelando afectos
-diversos; las ganancias de los unos á expensas de la ruina de los
-otros; el tinte moral, que sobre todos se refleja, semejante á un
-ocaso de la humana conciencia.
-
-Lo más horrible es ver mujeres hermosas, jóvenes, de aire
-distinguido, de excelentes maneras, confundidas con todo el deshecho
-y rebuja de la sociedad, y pendientes de aquella bola y de aquel
-número fatales como de un casto y correspondido amor. La sombra
-añadida á la sombra no importa nada, como el cero sumado al cero; mas
-la sombra sobre el astro priva de luz y entristece así la vista como
-el ánimo. Sobre la frente de la mujer el mal se ennegrece con más
-profundas y oscuras tintas que sobre la frente del hombre. Quien cae
-de más alto se destroza más terriblemente. Adan, del Paraíso pasó á
-la tierra; pero Luzbel pasó de los cielos al infierno. La sociedad
-humana exige más pureza y más virtud de la mujer que del hombre; y
-la sociedad humana tiene razon como la tiene siempre en todos esos
-sentimientos universales cuya duracion se confunde con el orígen y el
-curso de los siglos. Terrible cosa es ver la pobre mujer de mundo,
-halagüeña con el afortunado, incitándole á disipar en la orgía el oro
-allegado en el juego; pero más terrible aún, más repugnante es ver
-á la esposa casta, á la madre próvida, á la jóven llamada á fundar
-una familia, ó porque el hastío la sobrecoge, ó porque la necesidad
-la apremia, ó porque el vicio la seduce, en medio de todos los
-desórdenes, soltando sobre un tapete el oro que debia reservar para
-las economías de la casa, para la educacion de los hijos, para las
-expansiones de la caridad necesarias á la ternura de sus verdaderos
-sentimientos, á la delicadeza de su buen natural, á la exaltacion de
-su apasionado carácter. Dígase lo que se quiera, la criatura humana
-tiene en todos los laberintos y minuciosidades de la vida un medio de
-orientarse: mirar á la conciencia en cayo fondo está Dios, como en
-el fondo de los inmensos espacios la luz y lo infinito. Pregúntele
-cada una de esas damas á su conciencia, y verémos si le contesta
-que la musa del arte, la sacerdotisa del hogar, la diosa del amor,
-vírgen ó madre, á cuya virtud fia el mundo la legitimidad de la
-familia y la educacion del género humano, puede rebajarse más en una
-casa de prostitucion que en una casa de juego. Terrible calamidad la
-desenfrenada pasion de jugar. Entregándose el hombre á los azares de
-la suerte, rindiendo culto al implacable destino, suprime la libertad
-moral; y siempre que suprimais la libertad, habréis suprimido nuestra
-naturaleza y levantado en su lugar el demonio del mal. ¡Oh! ¡Maldito
-sea mil veces el juego que sustituye el azar á la libertad y la
-confianza en la fortuna á la confianza en el trabajo!
-
-
-
-
-LA BELLA FLORENCIA.
-
-
-Un aleman me decia este verano, con poco respeto en verdad á mi
-entusiasta amor patrio, que así como sólo hay dos naciones en la
-historia de la Europa antigua—Grecia y Roma—sólo hay dos naciones en
-la historia de la Europa moderna—Alemania é Italia—porque ésta ha
-traido el pontificado y aquélla el Imperio; ésta el arte y aquélla la
-ciencia.
-
-En vano le mostraba yo el poderío de Inglaterra, su comercio
-abrazando el orbe, sus naves dominadoras de las olas, el espectáculo
-de sus libertades en contínuo crecimiento, y el sentido práctico
-que ha llevado á la vida y á la ciencia; en vano le recordaba que
-Francia fué el verbo de la civilizacion moderna, que su palabra ha
-desatado las tempestades, pero tambien ha encendido la luz, que la
-levadura democrática por ella mezclada á nuestro sér ha penetrado
-hasta en los duros huesos de sus enemigos los alemanes; en vano le
-hablaba de España, de nuestro suelo providencialmente destinado á
-ser el anillo entre el Océano y el Mediterráneo, entre el viejo y el
-nuevo continente, de nuestra raza sintética que tiene cualidades del
-semita y del indo-europeo como del germano y del latino á un mismo
-tiempo, de nuestro cielo que ha engendrado los pintores más realistas
-como Velazquez y los poetas más idealistas como Calderon, de nuestro
-pueblo que ha escrito en la fantasía el poema del Romancero y en el
-espacio el poema de la guerra por la Independencia; de nuestro genio
-que, como Dios, ha creado un mundo. El aleman continuaba diciéndome:
-desengañaos, no hay más que dos naciones en la historia moderna;
-Alemania, que nos ha dado la filosofía é Italia, que nos ha dado el
-arte.
-
-Dejé con su tema al loco sin recordar ni Averroes, ni Abelardo, ni
-Santo Tomás, ni Vives, ni Descártes, ni Pereira, ni Raimundo Lulio en
-demostracion de que tambien tenemos nosotros los latinos filosofía,
-y me consagré á contemplar algunas dias esta Italia de la cual debo
-pronto separarme para volver á mi hogar y á mi patria. Su geografía
-os revela en seguida su grandeza. Colgada de los Alpes que la coronan
-de nieves diamantinas y de celestes lagos; atravesada por caudalosos
-rios que siembran en sus venas asombrosa fecundidad, tendida entre
-el mar Tirreno y el mar Adriático que la refrescan con sus ondas y
-con sus brisas y le dan seguros puertos para las naves del Oriente
-y del Occidente de Europa; estrecha, larga, brillante como una
-espada cuyo pomo penetra en el corazon de nuestro continente y cuya
-extrema punta, se acerca al continente africano; unida por el coro
-de sus islas, por Sicilia, á Grecia, al mar de la Jonia, al Asia; y
-por Cerdeña, al Occidente, á Francia, á las Baleares; cercana á las
-Galias, cercana á las tribus germánicas, cercana á Viena, y á París,
-y á Constantinopla, y á Ginebra, no hay duda; esta península habia
-sido destinada en las leyes de la naturaleza, en los secretos de la
-Providencia, á civilizar el mundo.
-
-Pero entre todas sus ciudades ocupa lugar preminente Florencia. No
-busqueis aquí el espacio amplísimo, el carácter moderno, el ruido y
-la animacion de Milan; no busqueis la voluptuosa hermosura de esa
-bacante de las ciudades, ébria de goces, tendida sobre su campo de
-mil colores, ardiente como sus volcanes, de esa ciudad que se llama
-Nápoles; no busqueis la oriental poesía de Venecia con sus lagunas
-que reverberan en mil matices la luz, con sus mares que os cantan
-el himno clásico de las playas helenas, con sus islas sembradas de
-jardines, con sus edificios de mármoles y de mosaicos que parecen
-edificios de corales y de cristal de roca, teñidos por el íris del
-Asia: Florencia es grave, severísima, austera, como conviene á una
-ciudad etrusca. Sus piedras de construccion enormes, colosales, sin
-ningun pulimento, parecen rocas amontonadas; sus largas galerías de
-columnas oscuras, de bóvedas severas, parecen claustros; sus palacios
-coronados de almenas, con sus torres y sus castillos fuertes, parecen
-fortalezas; sus iglesias parecen panteones; sus blancas estatuas,
-resaltando sobre estos fondos de sombras, parecen muertos revestidos
-con el albo inmaculado sudario de la inmortalidad y de la gloria.
-
-Y sin embargo, Florencia tiene tambien muchas joyas, muchas preseas
-de arquitectura armoniosa, muchos monumentos que cantan. Tiene la
-logia de Orcagna, donde se reunia este pueblo de artistas á departir
-sobre los hechos políticos, verdadero museo al aire libre, como una
-plaza de Aténas, con esculturas que han venido de la antigua Grecia,
-con grupos como el robo de las Sabinas de Juan de Bolonia, que acusan
-todo el furor y todo el ímpetu de una raza de atletas; con estatuas
-como el Perseo de Cellini, que es la efigie verdadera de la victoria
-del Renacimiento. Tiene el _campanile_ del Giotto, la torre que
-Cárlos V queria poner bajo un fanal, torre semejante á un juguete de
-joyería abierta por sus altas ojivas y sus menudas columnas al aire
-y á la luz, cincelada como un vaso de oro y plata, resaltando con
-sus mármoles de varios matices, junto á la rotonda de Santa María de
-las Flores, como incomparable columna que no acabais jamas de mirar
-y de admirar, por lo ligera, por lo graciosa, por lo aérea. Tiene,
-finalmente, aquellas puertas de Guiberti, que no podeis comprender
-cómo se han cincelado en la Edad Media, por el friso de flores y
-de aves que parecen brotar del seno mismo de la naturaleza; por la
-perfeccion del dibujo, que parece pertenecer á la edad rafaélica; por
-la amplitud de las perspectivas, que creeriais fondos y horizontes
-de los cuadros venecianos; por la agrupacion de los personajes y
-de las figuras, que son obras de la madurez del juicio refrenando
-á la impetuosidad de la inspiracion; por aquellas estatuitas, tan
-serenas, tan armoniosas, tan bellas, que llevan en su frente la
-alborada de un nuevo dia del espíritu humano, y en sus labios el
-vagido anticipadísimo de un nuevo mundo engendrándose en las próvidas
-entrañas de los futuros tiempos.
-
-Pero, aparte de estos monumentos, Florencia es ciudad de un gusto
-austerísimo, del cual podeis formaros idea con sólo recordar los
-caractéres capitales de la arquitectura toscana. Sus palacios no
-tienen pórticos, sus columnas no tienen adornos, sus piedras no
-tienen aquella blancura de marfil que tienen las piedras de la
-catedral de Milan, y mucho ménos aquellos colores de íris que
-ostentan los edificios de Venecia, con escalinatas de mármol,
-paredes de ladrillo-rosa, columnas y chapiteles de jaspe, mosaicos
-de cristales al aire libre, cúpulas y torres coronadas por estatuas
-de bronce con aureolas de oro. Aquí todo es grave, sencillo, sólido,
-majestuosísimo, sobrio, y al mismo tiempo elegante. Diríase que ni
-Roma, ni Grecia, ni los lombardos, ni los godos, ni los franceses, ni
-los alemanes, ni los españoles, ni todas las irrupciones desatadas
-sobre su privilegiado suelo han podido arrancar las hondas raíces del
-antiguo genio etrusco.
-
-Lo que verdaderamente hay de gracioso en Florencia es la campiña.
-Bajo todos aspectos me parece admirable. No tiene la riqueza vegetal
-de nuestras vegas de Valencia, de Granada y de Murcia. No veis el
-nopal gigantesco, ora cargado de amarillas flores, ora de grandes
-frutos, y siempre erizado de espinas, que mezcla sus pesadas
-hojarascas con el agudo y bronceado cactus del áloe, sobre el cual se
-levanta una especie de áureo candelabro de várias ramas terminadas
-por flores semejantes al girasol puesto hácia arriba, mirando al
-cielo. No veis mezclados, confundidos, los naranjales con los
-granados, de blancas y olientes flores los unos, de rojas flores los
-otros, que dan una fiesta á los ojos, sobre todo si entre ellos se
-lanza erguida á lo infinito la palmera del desierto con su sombría
-y severa corona y sus racimos de ámbar. Aquí la vegetaciones ménos
-lujosa, pero no ménos bella. Junto al oscuro olivo, el claro moral;
-junto al verde pino de gigantesca copa, el negro cipres formando
-melancólicas pirámides; junto al umbroso y esférico castaño cargado
-de erizos, el gallardo álamo de Lombardía soportando el feston de sus
-parras entrelazadas en caprichosas é interminables guirnaldas; al pié
-del secular nogal, ciruelos, perales, albaricoqueros, melocotoneros;
-por todas partes verjeles sin término, viñedos sin número, jardines
-floridos en todo tiempo, una vegetacion que convida con su gracia
-y con su alegría á la felicidad de respirar y de vivir. Pero esta
-vegetacion fuera uniforme si estuviese, como la espléndida y viciosa
-de Lombardía, tendida en espaciosísima llanura. Aquí el terreno es
-quebrado; las montañas de Umbría con sus matices de azul oscuro al
-Este, las cordilleras del Apenino al Oeste, en las cuales predomina
-el matiz morado; por el fondo los valles del Arno á cuyas dos orillas
-se elevan como un grandioso intercolumnio, en forma de rotondas y de
-pirámides, arquitecturales colinas separadas por verdes y floridas
-cañadas, que riegan varios arroyuelos, pero colinas todas graciosas,
-rientes, llenos sus costados de granjas, de quintas, de jardines, de
-huertos, y sus cimas coronadas por iglesias, monasterios, palacios,
-torres, castillos, que medio muestran y medio esconden sus muros
-entre bosques de cipreses y de pinos, los cuales con sus fuertes
-contrastes en el color y en el dibujo dan al paisaje indescriptible
-armonía.
-
-Sobre las bellezas naturales de estos montes y de estas colinas
-resplandecen las bellezas históricas en Toscana. Ahí está, en
-montecillo cónico, al Nordeste, sobre verjeles y jardines, la celda
-del místico pintor que trazaba sus vírgenes de rodillas y que habia
-visto y oido por un milagro de fe en los arreboles de su inspiracion
-santísima, los ángeles del cielo. Regada por estas fecundas aguas del
-Arno se levanta la casa paterna de aquel genio extraordinario que
-fué ingeniero y matemático y pintor y arquitecto y físico y geólogo
-y escultor y médico y filósofo, como si el espíritu humano, ese mar
-infinito, se hubiera subido á una sola cabeza. Ahí se descubre, entre
-colinas umbrosas donde las flores brotan á millares, el delicioso
-jardin nunca bastante alabado en que el gran satírico, el comentador
-del Dante, viendo á sus piés Florencia entregada á todos los horrores
-de la peste, se entregó al placer, á la risa; y fundó entre beso y
-beso, trago y trago, carcajada y carcajada, acompañado de dos coros
-de bellas damas y cumplidos caballeros, en su centon de cuentos
-inmortales, aunque obscenos, la prosa italiana. En estas arenas
-trazaba sus figuras, sus bocetos primeros, el niño misterioso, el
-pastor inspirado, que llamaban de consuno la naturaleza y la historia
-desde su profunda oscuridad á entrar en el cielo del arte, á ser el
-padre de la pintura cristiana, á desceñir las vírgenes y los santos
-de la angosta túnica bizantina. En la nieve que caia sobre estos
-jardines amontonada por los muchachuelos florentinos durante sus
-ruidosos juegos modelaba las colosales figuras que habian de indicar
-en los caminos del progreso la transfiguracion de la humanidad el
-escultor del David y del Moises y de la Noche. En las encrucijadas
-oscuras de esas calles florentinas, en los largos muros de esas
-pesadas casas, se dibujaba la sombra siniestra de aquel que tenía
-en su mente todas las promesas del cielo, en su corazon todos los
-dolores del infierno, en su sér, único y solitario en las edades,
-sin que le abrumára, el peso colosal de la epopeya católica. El
-bronce de las puertas de Florencia señala el perfeccionamiento de
-la escultura; el yeso de sus altares, resplandecientes de colores y
-matices varios, cielos del espíritu, espacios de la humana creacion,
-señalan el perfeccionamiento de la pintura. Á la sombra de estos
-pinos, al rumor de estas aguas, al pié de estas colinas, el genio
-de la antigüedad sacudió el sueño de quince siglos y reanudó el hilo
-interrumpido de la historia y restituyó sus olvidados derechos á la
-naturaleza convirtiendo en hombres los penitentes de la Edad Media.
-En sus pórticos, en sus intercolumnios, coronada por sus laureles,
-reanimada por su luz y por su color, se elevó de nuevo al cielo
-el alma de Platon destilando la miel del Hibla para contrastar el
-acíbar que habian mezclado á nuestro pan los horrores del feudalismo
-y de la teocracia. En su genio flexible, en su agudeza ática, en su
-finura incomparable, en su historia dramática cual ninguna, encontró
-aquel escritor, de todos los políticos maldecido y de casi todos
-aprovechado, las profundas observaciones sobre las desgracias y las
-penas y las calamidades sociales. Sus piedras, amontonadas por el
-genio de la arquitectura, sustituyen á la mística ojiva el triunfal
-arco romano. Sus monumentos ven las agitaciones de una democracia
-tempestuosa y serena al mismo tiempo, con rasgos de héroe y
-temperamento de artista, una democracia como la democracia ateniense,
-capaz de vencer en el gimnasio, en el combate, en el taller y en
-la escuela. En su seno se juntaron por un momento la Iglesia de
-Occidente con la Iglesia de Oriente como si hubiera logrado la
-moderna Florencia resucitar el poder de la antigua Roma y restaurar
-á lo ménos la unidad moral de la moderna Europa. En sus plazas se
-oye todavía la voz del fraile que logró fundar una república sin
-más gobierno que el invisible gobierno de Cristo. En sus altísimas
-torres se dibuja la colosal figura de aquel genio que reveló al mundo
-los secretos del cielo, que probó con el péndulo el movimiento del
-planeta, que escrudiñó con el telescopio las estrellas, y que vino
-á morir bajo el trasparente cielo de Florencia y á tener en el seno
-de esta ciudad única, el sepulcro de sus huesos y el templo de su
-gloria. Aquí, aquí, el jóven sublime, el Dios inmortal de las formas
-plásticas, el que revistió á la figura humana con la belleza griega,
-volviendo de la Umbría su cuna, de Siena, su segunda escuela, dejó
-para siempre los terrores místicos que daban rigidez á sus figuras,
-entró de lleno en el regazo de la humanidad y de la naturaleza,
-engendrando en su cerúleo pensamiento esas vírgenes, realizacion
-maravillosa del tipo eterno de la hermosura perfecta.
-
-¿No os habeis detenido algunas veces á contemplar en la historia
-el destino de las ciudades? La materia cósmica se halla extendida,
-espaciada, difusa en la inmensidad. Pero algunos puntos, algunos
-núcleos la reunen, la condensan, y en soles, en mundos, en aerolitos,
-en cometas, la irradian, la revelan, como diciendo: «Hé ahí la luz.»
-Así están las ideas en la conciencia humana, esparcidas, espaciadas,
-difusas, impalpables, y algunas ciudades las recogen, las condensan
-y hacen con las ideas lo que los astros con la luz, revelarlas,
-difundirlas, embellecerlas. Babilonia es la ciudad de la astrología
-y de la magia; Jerusalen es la ciudad de Dios; Aténas es la ciudad
-de la filosofía y del arte; Tiro es la ciudad del trabajo y del
-comercio; Roma es la ciudad de la política y del derecho; Alejandría
-es la ciudad que une la teología judaica con la ciencia griega
-para llevar el filtro de todas las ideas al seno del cristianismo;
-Aquisgran es la ciudad del Imperio carlovingio; Córdoba es la ciudad
-que revela en la noche de la teocracia la antigua filosofía y las
-nuevas verdades, el aristotelismo y la química; Ausburgo es la Nicea
-del protestantismo germánico; Ginebra la escuela religiosa de los
-republicanos del Nuevo-Mundo; Washington, nacida ayer, la estrella
-de la democracia universal; París, á pesar de su ancianidad y de sus
-viejas tradiciones, la capital de la Revolucion.
-
-Florencia, que ha vivido durante largos años entre tempestades de
-ideas y combates homéricos en su inquieta democracia; y ha puesto
-el cincel en las manos de Andres de Pisa y de Guiberti para que
-esculpieran las puertas del nuevo paraíso; y ha dado á Lúcas de la
-Robla el dulce crepúsculo de helenismo y de cristianismo para que
-en él brillaran sus lucientes figuras de porcelana; y ha revelado
-la anatomía del cuerpo humano y la fecundidad de la naturaleza á
-Donatello; y ha llevado en sus entrañas, sin estallar, al Titan de
-las artes, al sublime Miguel Ángel; y ha cincelado el oro recien
-traido del Nuevo-Mundo con el mágico estilete de Benvenuto; y ha
-inspirado á Brunelleschi, el cual puso montañas sobre montañas, como
-los antiguos cíclopes, para crear la severa arquitectura moderna; y
-ha sido escuela á un tiempo de Cimabue, el último de los bizantinos,
-y de Giotto, el primero de los pintores, y templo donde Fra Angélico
-dibujó sus vírgenes y sus ángeles nacidos de una inspiracion sin
-mancha y dotados de una vida sin pecado, y academia donde tienen
-altares desde las graciosas figuras del Sarto hasta las colosales
-de Fra Bartolomeo; y ha prestado al Dante sus terrores, al Boccacio
-su risa, al Sansovino su armonía, á Maquiavelo sus cóleras, á Pico
-de la Mirandola su saber, á Rafael su perfeccion, á Marsilio Ficino
-su elocuencia platónica, á Savonarola su inspiracion, á Leon X su
-culto por las artes, á Galileo su luz, bien puede decirse que es y
-será eternamente la madre de la civilizacion moderna, la ciudad por
-excelencia del Renacimiento.
-
-Los que estudian superficialmente la historia atribuyen las
-grandezas de Florencia á la dinastía de los Médicis. No saben sin
-duda que los Médicis recogen los frutos de la República como recoge
-Octubre la cosecha cuyas flores ha pintado Mayo y cuyas frutas han
-madurado Julio y Agosto. Los genios de las grandes épocas históricas
-han sido todos forjados al fuego de la libertad en el seno de la
-República. Augusto ha dado nombre á una época ilustre; pero Ovidio,
-Propercio, Virgilio, Horacio, Tito Livio habian nacido y se habian
-criado en las agitaciones de la República romana. La cosecha de
-Augusto es la literatura de la decadencia latina, la literatura que
-debe optar entre la abyeccion ó la muerte. Luis XIV da su nombre
-á otro siglo; pero Corneille y Bossuet y Molière pertenecen á las
-grandes y republicanas guerras de la Fronda. Perícles habrá podido
-denominar una centuria; pero nadie duda que la madre fecunda de
-los genios de aquella centuria fué la República de Grecia. Los
-mismos hombres extraordinarios de fines del siglo décimoquinto y
-principios del siglo décimosexto en España, Colon, Hernan-Cortés,
-Pizarro, El Cano, Cisnéros, Garcilaso de la Vega, Gonzalo de Córdoba
-no pertenecen á los tiempos de la monarquía absoluta; pertenecen
-unos á las repúblicas, otros á los municipios democráticos, otros
-á las guerras feudales, otros á las tumultuosas córtes, otros al
-período revolucionario de las comunidades, todos á la agitacion de la
-libertad, que es la misma agitacion de la vida. Cuando el absolutismo
-se ha apoderado bien de las conciencias, vienen los conceptualistas,
-los barrocos, los churriguerescos, los historiadores de la historia
-augusta; aquí Gracian, allá Marini, en todas partes la decadencia y
-la muerte.
-
-Así, cuando Miguel Ángel vió que se iba la libertad, anunció con su
-cincel sobre un sepulcro que venía la Noche. Y por todas partes,
-por todas, se vió, se tocó, se palpó la decadencia. Ya no se alzan
-los palacios de la Señoría del Podestá, de Pitti, de Strozzi,
-palacios maravillosos de comerciantes; son palacios teatrales,
-grandes, pero destituidos de toda inspiracion, lejanas imitaciones
-de Versálles. San Gallo es el único arquitecto notable que pueden
-oponer los siervos á todas las innumerables legiones de arquitectos
-de la República. Y lo que decimos de la arquitectura decimos de la
-pintura. En cuanto se funda definitivamente la monarquía absoluta
-pierde su originalidad, su inspiracion, su brillo, y se hace servil,
-imitadora, rutinaria, vana y amanerada; se deslumbra y muere. Y la
-escultura tiene que buscar penosamente extranjeros á Italia, como
-Juan de Bolonia, para sostenerse un momento; pero caen sobre ella las
-universales tinieblas y desfallece y muere tambien. La República le
-dió su inspiracion á Florencia y con la República se extinguió este
-númen divino que ha dado alma á la civilizacion moderna.
-
-La historia del arte es tambien la historia de la libertad.
-
-
-
-
-MANTUA Y VIRGILIO.
-
-
-I.
-
-Yo siempre te amé, siempre, alma Naturaleza, desde que sentí tu
-eterna vida agolparse á mi corazon y tu calor discurrir en jugos
-vivificantes por mis venas. Luz esplendente que inundas los espacios;
-electricidad chispeante que corres por los nervios; aire vital en
-que respiran desde la violeta hasta el águila; fuego del hogar á que
-se calientan los orbes; vida, eterna vida, la de varios colores,
-la de organismos innumerables, jamas te imaginé sombra de mis
-pensamientos, cuadro de mi fantasía, estatua animada por la antorcha
-de mi inteligencia, el eco de mi voz en lo infinito, el reflejo de mi
-solitario sér en el vacío: creí y adoré tu realidad.
-
-En tí, en tu seno, todo me subyuga: lo mismo la primera flor del
-temprano almendro en la henchida yema, que el postrer copo de la
-blanca nieve en la alta montaña; lo mismo el rumor de la lluvia
-invernal en los vidrios de las ventanas por las eternas noches, que
-el susurro del arroyo libre de sus cadenas de hielo por las campiñas
-primaverales; lo mismo la tormenta rugiente en truenos, encendida
-en relámpagos, chasqueando el rayo, que la endecha del ruiseñor
-enamorado en el tranquilo bosque; lo mismo el deslumbrador mediodía
-con sus tonos calientes, que la pálida luna con sus argentadas gasas;
-lo mismo el chirrido de la cigarra en las estivales siestas, que el
-grito del cuclillo en las mudas veladas; lo mismo el zumbar de la
-abeja sobre los arbustos, que el espirar de la ola en las sonoras
-playas; todo en tí me parece divino, todo, desde el amor hasta la
-muerte.
-
-
-II.
-
-Siempre me acordaré de una de las tardes más solemnes de mi
-existencia. Era el dia de Pascua en que todo resucita, la mariposa
-abandonando su larva para tomar multicolores alas, y Cristo rompiendo
-su sepulcro para llevarse el alma de la humanidad á los cielos. Así
-toda la creacion repite la alegre aleluya entonada por el órgano
-bajo las bóvedas de las iglesias y por las campanas en las altas
-torres. Descendia el sol hácia su ocaso entre anaranjadas nubes;
-brillaba el cielo con ese azul de España que no he visto ni en
-Italia; flameaban las cordilleras purpurinos reflejos que hacian de
-los ventisqueros volcanes; en los manzanos y en las acacias tendíanse
-blancas guirnaldas como signos de los desposorios de tantos seres
-en la estacion de los amores; y miéntras por los pedregales se
-ataviaban de su primer verdor la zarza-rosa, en los trigos, entre las
-tiernas espigas, alzaban sus corolas encarnadas las sedosas amapolas.
-De pronto suben dos alondras, una pareja enamorada, á los aires.
-Mirábanse extáticos aquellos seres del cielo ni más ni ménos que los
-amantes en la tierra. Volaban alegres con femenil coquetería como si
-quisieran mostrarse sus sendas perfecciones iluminadas por los rayos
-del sol poniente. Algunas veces las alas se rozaban y los cuerpos se
-confundian. La nube de incienso no asciende con tanta majestad en el
-santuario como ascendian los dos pajarillos en el campo. Veíaseles
-detener su ascension, quedarse fijos é inmóviles como si miraran algo
-sobrehumano aquí en el suelo despues de haber mirado la luz allá en
-el horizonte. Era quizás su nido, eran quizás los hijuelos de sus
-amores. Ignoro si en aquellos dias podrian ya tener hijuelos, pero
-me pareció que los contemplaban dormidos, que los oian piar, que
-atisbaban el lejano peligro para defenderlos y salvarlos ántes de
-perderse en el cerúleo abismo. Lo cierto es que en su canto, en sus
-notas alegres, en sus gorjeos, en su jugueton vuelo, en todos sus
-movimientos, mostraban á las claras ¡ah! la alegría comunicativa de
-vivir y de amar. Sus cantares caian sobre mi sér como rocío benéfico
-y lo impulsaban á participar de tanta felicidad.
-
-
-III.
-
-Pero en el mundo no todos tienen este culto mio por la Naturaleza,
-no todos sienten este dulce arrobamiento por los bellos espectáculos
-de la vida. Hay muchas armonías, pero junto á muchas batallas. Si
-al levantar los ojos á las esferas y ver el concertado movimiento
-de los astros puede pareceros el universo un poema, al convertirlos
-á la tierra y descubrir el ódio de unos seres á otros seres, sus
-mutuos encarnizados combates, las heridas que se abren, la sangre
-que se sacan y vierten, la muerte que se infieren, el universo puede
-pareceros una interminable, infinita, universal guerra.
-
-Si cada sér no tuviera á su lado su contrario, llenaria pronto
-él solo con su prole toda la creacion. Un elefante, el animal de
-instintos más castos y de reproduccion más tardía, á la vuelta de
-cuatro ó cinco siglos, podria tener una descendencia de quince
-millones de elefantes. Por eso la muerte es tan creadora y tan
-necesaria y tan fecunda como la vida. Por eso en cada punto del
-espacio se amontonan las cunas y los sepulcros. Por eso junto á
-cada planta hay otra que le dispute el aire, la luz, el jugo de la
-tierra, el rocío de los cielos; junto á cada animal, otros animales
-que se persiguen como ejércitos enemigos y se exterminan crueles en
-eterno duelo á muerte. La vaca en el Paraguay lucha con un moscon que
-comienza por zumbar en su oido y concluye por anidar en su ombligo. Y
-aquel moscon la mata. Los naturalistas dicen que si los moscones no
-acabáran de esa suerte con las vacas, acabarian las vacas, en tiempo
-relativamente corto, con la lujuriosa vegetacion del Paraguay. Y
-entre nosotros, en la especie humana, así como hay quien considera
-la Naturaleza un templo y desearia no profanarla ni con una gota de
-sangre, no oscurecerla ni con una nube de ódio, hay quien siente á
-la vista de la ligera liebre el instinto del galgo ó del sabueso; al
-roce de las alas de un pajarillo el impulso del águila ó del milano,
-y viviria como el feroz cazador de la leyenda alemana en lucha
-perpétua, entre montones de despojos, produciendo eternamente la
-muerte; anegándose en mares de sangre.
-
-Llevábamos aquella tarde en nuestra compañía un cazador. El cántico y
-el vuelo de las dos inocentes avecillas no conmovieron su empedernido
-corazon. Donde nosotros veiamos el amor, la familia, un matrimonio,
-unos hijos, él veia, con la crueldad del asesino, su presa. De pié,
-á nuestra espalda, sin que tuviéramos tiempo de evitarlo, apuntó á
-los pajarillos una escopeta de grande alcance y derribó á uno de
-ellos herido en el ala por tierra. No os podré decir lo que pasó en
-mi corazon. El pobre animal arrancado del cielo como una estrella que
-se desengarzára de su centro de gravedad; herido en los órganos que
-le dan el dominio de los aires; separado violentamente de su esposa,
-de la compañera del alma, de todos los encantos y de todos los amores
-de su vida; imposibilitado de volver al nido en que quizá piaban sus
-hijuelos, mirábanos con ojos de dulce y por lo mismo desgarradora
-reconvencion, preguntándonos qué daño nos habia hecho para inferirle
-tan bárbaro y tan neroniano castigo. Este sér nervioso, movible,
-pequeño, habia subido y subido en raudo vuelo á las alturas para huir
-de las sombras, para recoger los rayos del sol, para contemplar
-por más tiempo la luz, esa idea del Universo; y el hombre con sus
-bárbaras máquinas y maquinaciones le precipitaba en la oscuridad,
-en el dolor, en la muerte. Pocos momentos ántes respiraba hasta por
-las plumas. Sus alas se tendian suavemente en los aires, su pecho
-se hinchaba de vivificador oxígeno, lucian sus ojos abrillantados
-por el éter, y un minuto y un fragmento de plomo habian bastado á
-destruir su ventura. Pero lo desgarrador de aquella escena era la
-pobre viuda, más herida en el corazon que su compañero en las alas.
-Bajaba como abatiéndose al dolor. Volvia á subir cual si quisiera
-mover á volar con su ejemplo. Trazaba espirales en torno del inerte
-cuerpo. Se detenia sobre el ramo cercano y le llamaba con desgarrador
-llamamiento. Aquel pío era una escala de sollozos, de plañidos,
-de quejas. Cada nota, aguda como un grito, llenaba el espacio de
-torrentes de lágrimas. Oíanse todas las gradaciones del dolor, la
-pena, la tristeza, la amargura, la desesperacion el anhelo por la
-muerte. Cuando Julieta se levanta de su sepulcro y se encuentra á su
-esposo herido y agonizando á sus plantas, no dice cosas tan tristes,
-tan amargas, tan profundas, como las que decia en sus gorjeos de
-duelo á los aires la pobre alondra viuda. Todos nos mirábamos y todos
-sentiamos profundo enternecimiento. Hasta al cazador endurecido
-le remordia la conciencia por haber roto aquel lazo de dos seres
-atados por el amor. Yo me acordé confusamente de mi infancia, de los
-primeros dias de orfandad, de la viudez de mi madre y de su lloro.
-¡Oh! el sentimiento y la idea están esparcidos como la luz, como el
-calor, como la vida, por todo el Universo.
-
-
-IV.
-
-Si la idea y el sentimiento están esparcidos por la Naturaleza, el
-amor á la Naturaleza no ha dominado siempre en el arte. Hay épocas
-enteras en que parece estar ciego el hombre á los esplendores
-del Universo. Ni la estrella en el cielo, ni la luciérnaga en la
-tierra, ni el torrente espumoso que baja como una tormenta de las
-altas cimas, ni la gota de rocío que se suspende como una lágrima
-á las hojas de las flores, hieren su atencion. Las reacciones
-místicas contra el delirio y el desenfreno de los sentidos explican
-satisfactoriamente este hecho. El poeta monástico ó el poeta guerrero
-se conmueven más á la vista de los altares ó de los campamentos que
-á la vista del sol naciente ó del mar en calma; miéntras el poeta
-antiguo, coronado de pámpanos y de hiedra, con la copa de Chipre en
-las manos y la miel de Chio en los labios, quiere contemplar desde
-mullido lecho de hojas de rosas el cielo y las ondas, los bosques
-y los promontorios, las cordilleras ceñidas de nieve y las islas
-salpicadas de espumas, en el admirable golfo de Parthénope. La poesía
-está do quier está la hermosura. Puede ser un monasterio hermoso
-y hermosa una orgía. Pero no me negaréis que el sentimiento de la
-Naturaleza da mucho vigor y mucho encanto á los poetas. Admirables
-son el horizonte y el campo reflejándose en las profundidades de
-nuestra alma. Los cantores de la Naturaleza, pues, nos encantan
-siempre. Y entre los cantores de la Naturaleza ninguno como Virgilio.
-En el aula de latinidad, cuando las declinaciones y los diptongos
-empolvan vuestro pensamiento, Virgilio os trae el aire balsámico de
-la majada, el olor del tomillo, la sombra de las hayas, el eco de la
-zampoña, el arrullo de la tórtola, el misterio de la sublime caida de
-la tarde al bajar la sombra de los altos montes y subir los ganados
-á los escondidos apriscos. Allí veis y ois las aves que anuncian el
-tiempo como las Sibilas del aire y como las profetisas del Universo
-apareciendo segun las tempestades ó las bonanzas; la grulla que se
-levanta de los valles; la golondrina que riza con sus alas jamas
-fatigadas el borde espumoso de las ondas; los lúgubres cuervos que
-hacen estremecer la atmósfera con su vuelo y sus graznidos; los
-pájaros acuáticos, tanto aquellos que surcan los mares como aquellos
-que surcan las lagunas, sumergiéndose en las aguas, sacando luégo
-erguidas sus cabezas, para escapar con sus bandadas léjos de la
-tormenta; el ronco grito de la corneja que llama á las nubes y á
-los torrentes del cielo; el triste mochuelo gimiendo en los altos
-techos durante la callada noche como para contrastar la serenata
-que da el ruiseñor en la enramada al dulce objeto de sus cánticos y
-de sus amores. Cuando en las artes descendeis de uno de esos poetas
-idealistas y soñadores á Virgilio, os sucede como al descender de los
-elevados picos donde el aire se enrarece, al hondo valle henchido de
-oxígeno y embalsamado de esencias.
-
-
-V.
-
-La idea de mirar y admirar el paisaje donde nació Virgilio, me llevó
-á la ciudad de Mantua. Las expresivas palabras _Mantua me genuit_
-vagaban por mis labios desde los primeros años de mi existencia.
-Mantua es gran plaza fuerte, una de las más poderosas de Europa,
-integrante parte del cuadrilátero con que el despotismo extranjero
-tenía como crucificada á la pobre Italia. Parece imposible; pero en
-tan estrecho recinto, oprimidos por espesos muros, á la sombra de las
-ceñudas fortalezas; allí donde sólo se oian los pasos del austriaco
-que celaba con la ardiente mecha aplicada al oido de sus cañones;
-sin salida ni retirada posible á causa de las lagunas del Mincio,
-auxiliares de las fortificaciones, los patriotas conspiraban. Frente
-al palacio ducal brilla un monumento con los bustos de estos mártires
-inmolados á la independencia de su nacion, á la libertad de sus
-conciudadanos. Por esta escala de dolores, con tristísimas coronas de
-agudas espinas á las sienes, amontonando los huesos de sus hijos, las
-naciones suben desde el abatimiento en la servidumbre á la vida en la
-libertad. Caminamos al cumplimiento del ideal entre dos hileras de
-cadalsos. El dolor tiene pasmosa fecundidad.
-
-Estar en una ciudad italiana y no ver algunos ejemplares de sus
-artes, francamente, es imposible. Así, despues de haber visitado
-la catedral, que no me llamó grandemente la atencion, visité la
-basílica de San Andres, que por sus sólidas pilastras, sus atrevidos
-arcos, sus largas líneas, sus grandiosas curvas, su alta y atrevida
-rotonda, me pareció una iglesia imponente, poco austera, como todas
-las iglesias italianas, sobrecargada quizás de adornos y de objetos
-artísticos, pero grandiosa.
-
-¡Ah! por todos estos monumentos se descubre que el paganismo quedó
-vivo allí, y que el Renacimiento comienza en el suelo itálico á
-la hora misma en que comienza la cultura moderna. En el siglo
-décimosexto, nosotros construimos edificios de gótico florido. No
-hay sino ver el San Juan de los Reyes en Toledo ó la fachada de la
-catedral nueva en Salamanca. Pero las gentes de Italia, enamoradas
-de Roma, á mediados del siglo décimoquinto, elevan muchas de sus
-iglesias poniendo una sucesion de arcos romanos y echando sobre estos
-arcos las majestuosas bóvedas. La basílica de San Andres pertenece al
-número de las iglesias greco-romanas, que abundan tanto en todos los
-territorios de Italia.
-
-Visitar una ciudad italiana y no conocer en ella algun gran pintor,
-tambien es imposible. Cada artista tiene su ciudad. Si quereis
-conocer á Luini id á Milan, si á Corregio id á Parma, si á Andrea
-del Sarto á Florencia, si á Beccafiume á Siena, si á Signorelli á
-Orvieto, si á Rafael á Roma, si á los Carraccios á Bolonia, si al
-Giotto á Pádua, si á Julio Romano á Mantua. En esta ciudad encontró
-poderoso príncipe que le protegiera, riquezas que le auxiliaran,
-libertad para inspirarse en el recóndito manantial de sus ideas.
-Julio Romano ha pasado á la posteridad como el discípulo predilecto
-de Rafael de Urbino y como el heredero de su genio. En una gran parte
-de los cuadros más admirados por el mundo, su lápiz ó su pincel
-han obedecido las inspiraciones soberanas del inmortal maestro. En
-las logias, éste sólo pintó de su mano el primero y último cuadro:
-_La Creacion_, que comienza aquella epopeya religiosa evocando el
-Universo á la virtud creadora de la palabra divina lanzada por el
-Eterno; y _La Cena_, que la termina instituyendo el sacramento de
-la eterna comunicacion del hombre con Dios. En las maravillosas
-estancias hay paredes enteras debidas al pincel de Julio Romano,
-aunque sean fidelísimos traslados de los cartones rafaelinos. Es uno
-de los satélites de aquel planeta ó de los planetas de aquel sol.
-
-Su genio, sin embargo, no tiene la tranquila armonía, la calma
-profunda, la serenidad celeste, la perfeccion clásica del genio de
-Rafael. Julio Romano gusta de lo exagerado, de lo extravagante,
-y á veces de lo feo. Bajo este concepto puede y debe llamársele
-un artista romántico. Así, en cuadro de ideal Vírgen, obra de
-Rafael, ha puesto una gata, como alzando al empíreo la humildad del
-hogar doméstico; y en la gran batalla de Constantino y Maxencio
-ha pintado en primer término un enano grotesco y monstruoso, que
-jamas hubiera permitido el maestro en cuyo genio renacia la majestad
-de Fídias. Por eso, donde Julio Romano se muestra en toda su
-ingenuidad, donde aparece tal como lo habia forjado naturaleza, es
-en Mantua; allí, jefe de escuela, soberano de sí mismo, rodeado de
-discípulos innumerables, compartiendo la autoridad con los duques del
-territorio, gozando de córte y de presupuesto, como si constituyera
-su genio solo un Estado. La sustitucion del ateniense, del
-florentino, del pagano Papa Leon X, que, no pudiendo conversar con
-los antiguos dioses, conversa con sus descendientes los artistas; la
-sustitucion del Papa Leon X por su sombrío sucesor Adriano, teólogo,
-y nada más que teólogo, flamenco incapaz de toda inspiracion, enemigo
-del arte, le ahuyentó de la Ciudad Eterna, que parece otra vez
-herida por los bárbaros, asaltada por el glacial genio del Norte,
-á cuyo helado soplo pierden sus alas y se encierran tristemente en
-sus larvas las risueñas ideas. Cuando llega á Mantua no tiene Julio
-Romano caballo, y el Duque le regala su caballo favorito; no tiene
-hogar, y el Duque le regala un palacio; no tiene ahorros, y el Duque
-le envia brocados, terciopelos, joyas, que podrian ciertamente
-envidiar los más poderosos príncipes. Su fortuna llega á tal extremo,
-que merece por las fiestas dispuestas en su loor y los teatros
-levantados y los torneos y las danzas y las decoraciones y los
-saraos ser tratado por Cárlos V, el dueño de Europa, como uno de sus
-compañeros: que entónces lucia junto á la corona de los reyes la
-aureola de los pintores.
-
-Hay tanta diferencia entre Rafael y Julio Romano como entre Virgilio
-y Ovidio, como entre Garcilaso y Góngora. Aquella idealidad que
-el pintor melodioso por excelencia traia de las catedrales de la
-Edad Media para unirla con las formas perfectas de la antigüedad
-clásica resucitada, se pierde, se extingue en sus discípulos, los
-cuales, en cuanto los ojos del maestro y su sonrisa dulcísima se
-apagaron, caen precipitados en profunda oscuridad y no vuelven
-á entrever la conjuncion del espíritu moderno con el espíritu
-antiguo, verdadero secreto de la grandeza del Renacimiento. Julio
-es un pagano, pero un pagano por cuyo cuerpo corren las chispas de
-nuestra electricidad y por cuya alma atraviesan nuestros dolores y
-nuestras inquietudes. Poco ó nada sabe ya en Mantua de la pintura
-rafaeliana, de aquella inspiracion religiosa unida á la belleza
-griega, de aquel espiritualismo encendido sobre las aras de mármol
-penthélico; su genio fogoso, inarmónico, violento se lanza á los
-piés de los antiguos dioses griegos y se contagia con su sensualismo
-acrisolado y purificado en la mente platónica y cristiana de
-Rafael. Evocando los cuadros de la primitiva escuela de Siena y de
-Umbría para ponerlos junto á los frescos del palacio de Mantua ó
-de la casa del Té, se nota que el espíritu humano ha andado tanto
-y se ha trasformado tanto como pudiera andar y trasformarse de las
-Pirámides de Egipto al Parthenon de Grecia. Julio Romano me parece
-uno de esos pensadores alejandrinos que, deseando resucitar á los
-antiguos dioses griegos á fin de conservar la sabiduría de Aténas y
-la fuerza de Roma, sin las cuales no se concibe la existencia del
-mundo, los hincha, los agranda, los agiganta desmedidamente con
-ideas orientales, platónicas, hasta cristianas, especie de filtros
-inútiles, bien pronto convertidos en corrosivos venenos, porque
-merced á ellos pierden los dioses la serenidad celeste, la dulce
-sonrisa, el tranquilo gozo, la perfecta hermosura con que juntaban
-en dulces desposorios y entre guirnaldas de flores la tierra con el
-cielo.
-
-Para conocerlo es necesario estudiarlo en el Palacio del Té, en
-Mantua, en aquella su obra maestra, que es respecto á Julio Romano
-como la capilla Sixtina respecto á Miguel Ángel, como las estancias
-del Vaticano respecto á Rafael, como la sacristía de Siena respecto
-á Pinturrichio. Pocas veces se verá un palacio ideado, delineado,
-construido, pintado por un solo artista. Es una gran quinta, ó, como
-nosotros decimos, un sitio real de los Duques de Mantua cerca de la
-ciudad. Los dos principales salones, pintados al fresco por Julio
-Romano y sus discípulos, vienen á ser el salon de Psíquis y el salon
-de los Gigantes; aquél por la gracia, y éste por el atrevimiento;
-aquél por la armonía y éste por la hipérbole; aquél por la clásica
-expresion de dulzura, y éste por la exagerada expresion de violencia;
-como si quisiera representar el lado femenino junto al lado viril del
-arte.
-
-Nadie puede olvidar á Psíquis, la pobre perseguida de Vénus, la
-hermosísima doncella que goza en la oscuridad, acostada sobre un
-lecho de flores, las caricias del amor suspenso á su pensamiento y
-á sus labios, cuando deseosa de verlo, de contemplarlo, enciende su
-lámpara y le sorprende en el sueño extasiada, y le admira extática y
-le ama con más pasion y le desea eternamente á su lado, en su lecho,
-hasta que una gota de aceite hirviendo cae sobre las espaldas del
-enamorado despertándole; y al verse conocido, examinado, él, que es
-un misterio, él, que gusta de las sombras, él, que presta á todos
-su ceguera, huye y se desvanece en los aires sin dejar más que un
-resplandor, un aroma, un recuerdo, como para atormentar eternamente
-á la pobre jóven, fiel imágen del alma humana enamorada de lo
-infinito, cuya inmensidad siente dentro y fuera de sí, en su idea y
-en la Naturaleza, pero sin poder jamas ni verla ni alcanzarla.
-
-Mirad esas paredes. Aquí Psíquis está en el baño, y rosados
-amorcillos derraman sobre el agua y sobre su cuerpo olorosas
-esencias; allá Mercurio prepara el banquete nupcial, y las Gracias,
-dignas por su hermosura y por su felicidad del florido y risueño
-Albano esparcen flores sobre la mesa de los festines, miéntras las
-bacantes, henchidas de vida y de placer, danzan furiosas, entonando
-canciones al viejo Sileno, sostenido en su embriaguez por los
-sátiros; acullá, entre ramajes, guirnaldas, pámpanos, lucen los vasos
-y los jarros de plata y oro; en un costado se apoya el perezoso Baco,
-cual si acabára de llegar á Occidente desde la lejana India, con los
-tachonados tigres asiáticos á sus plantas; y sobre todos resalta la
-doncella enamorada, la prometida al amor, circuida de ninfas que la
-acompañan tanto en felicidad como en hermosura, mirando entre el
-celaje la cuadriga del sol cuyos caballos despiden la luz de sus
-crines, y respirando el aire renovado por el balsámico soplo del
-céfiro; cuadros deslumbradores que han visto el cielo de Grecia, los
-laures y las encinas de Dodona, las cumbres del Hibla y del Himeto,
-la ola del mar de la Jonia quebrándose en el coro de las islas
-griegas, el sol que ha engendrado las cigarras y las abejas de la
-Atica, la vida y la alegría de los antiguos dioses.
-
-La última estancia es la estancia de los Gigantes. Á no dudarlo,
-Julio Romano se ha inspirado en genio semejante al suyo, en el genio
-de Ovidio, grandioso tambien y tambien audaz, pero señalando con el
-desequilibrio de sus pasiones y la violencia de sus ideas, y los
-contrastes de su estilo, el comienzo de irremediable decaimiento en
-las romanas letras, cuya perfeccion representará eternamente otro
-genio semejante á Rafael de Urbino, el inmortal Virgilio. Pues bien;
-Ovidio en el canto tercero del primer libro de sus Metamorfoseos
-presenta el cielo inseguro, los dioses recelosos, como amenazados
-por los gigantes que, para escalar sus alturas y abrirse paso entre
-el éter, apilan montañas sobre montañas, las cuales ya tocaban
-con sus cumbres en las divinas moradas cuando Júpiter fulmina sus
-rayos y abate el Olimpo, y hiere á Osa y á Pelion, y aplasta á
-los rebeldes, de cuya sangre humeante animó la madre tierra los
-hombres, despiadada raza, como sus sanguinarios padres, ébria de
-ódios y hambrienta de matanzas. ¡Con qué grandeza colosal y extraña
-originalidad reproduce Julio Romano estas fábulas! Es la epopeya de
-las ruinas: restos como de un naufragio y de un incendio al mismo
-tiempo; catástrofe del universo como si se abriera la tierra y se
-desplomáran los cielos; ciudades enteras desarraigadas de sus bases
-y convirtiéndose en cenizas; columnas rotas en mil pedazos como las
-armas de un abandonado campo de batalla; rocas que se precipitan por
-todas partes, semejando las gotas de un diluvio de moles; gigantes de
-cuerpos colosales, de actitudes increibles, con sus ojos lucientes
-como hornos, con sus bocas abiertas como abismos, con sus brazos de
-la robustez de los troncos, y sus piernas de la dureza del hierro,
-unos todavía de pié, otros huyendo, heridos éstos por el rayo,
-aplastados aquéllos por los montes, miéntras allá en las alturas
-todo es terror y ódio, porque el trono de Júpiter relampaguea y el
-cielo entero se abrasa en imponente tempestad y los grandes dioses
-huyen á regiones serenas y Neptuno detiene á sus delfines y Apolo
-á sus caballos para que no los precipiten á la pelea y Vénus pide
-proteccion á la cólera de Marte y Pomona tiembla como el arbusto
-sacudido por el viento y las ninfas huyendo de la tormenta se
-refugian en el seno de Páris y Juno enciende la ira divina y Eolo
-sopla huracanes y la guerra abrasa así el tiempo como la eternidad
-y así los cielos como la tierra, aterrando á los dioses y á los
-titanes, todos envueltos en sus torbellinos de destruccion y de
-muerte.
-
-
-VI.
-
-Mantua es una ciudad acuática, palúdica. El Mincio, que baja del lado
-de Garda y desemboca en el Po, al llegar á estos terrenos se pára, se
-estanca, se dilata en pesadas y mefíticas lagunas, las cuales carecen
-ciertamente del colorido mágico y de la helénica alegría que tienen
-las lagunas de San Márcos en el espléndido Adriático. Yo las recorrí
-todas, aunque ligeramente, con mis _Geórgicas_ en la mano. Es verdad
-que algunas se han formado muy posteriormente á la época del poeta;
-pero el rio fluye aún por donde lo vieron sus ojos, y una parte de
-las aguas duerme donde dormian cuando él estaba en la cuna.
-
- _Propter aquam, tardis ingens ubi flexibus errat_
- _Mincius, et tenera prætexit arundine ripas._
-
-Yo vi la laguna de Sopra, laguna de arriba, artificialmente formada;
-paseé dos ó tres veces por el dique de los molinos que conduce á
-la ciudadela; me asomé al puente de San Giorgio para contemplar lo
-mismo la laguna del centro que la de abajo: y no obstante descubrir
-por do quier muros y contramuros, fuertes y contrafuertes, lunetas
-y castillos, fosos y puentes levadizos, convencíme de que Mantua
-es en nuestro tiempo, como en tiempo de Virgilio, una poblacion
-esencialmente agrícola. Por todas las lagunas vi barcas de frutos
-cargadas y por todas las calles carros cargadísimos. Lo que más
-trajo á mi memoria la edad antigua, fué singular espectáculo que
-hirió mi atencion y cautivó mi ánimo. Trascurria el tiempo de la
-vendimia. En carreta, verdadero lagar ambulante formado de apretadas
-tablas, amontonábanse las recien cortadas uvas. Dos ó tres mancebos,
-arremangadas las mangas de la camisa y arremangados los pantalones,
-pisaban los racimos como al compas de un baile, produciendo rojo rio
-de mosto que caia de la carreta en preparada cuba. Al pié, sentada
-sobre un barril, hermosa jóven de tez morena y ojos negros cantaba
-cancion melodiosa para acompañar la danza de los pisadores. Varios
-niños con las manos cargadas de mostosos racimos y las sienes ceñidas
-de improvisadas guirnaldas danzaban tambien entre las ruedas. Y los
-tardos bueyes lucian, á guisa de plumeros, en el testuz, manojos de
-sarmientos, cuyos pámpanos, verdes unos y carmesíes otros, formaban
-el más bello contraste en aquel viviente bucólico cuadro que no
-hubiera menospreciado Virgilio.
-
-Toda la region, toda ella, exhala inspiraciones campestres: las
-lejanas cordilleras de los Alpes, recamadas de celestes reflejos y
-ceñidas de eternas nieves, inmensas líneas de rotondas y pirámides
-admirablemente dibujadas en los horizontes; el espacioso lago
-de Garda, formado por puros manantiales que dan á sus aguas las
-trasparencia y la claridad del cristal, tendido perezosamente al pié
-del monte Baldo; las pesadas lagunas de Mantua, que contrastan con
-el celeste Garda, lagunas compuestas de las corrientes del limoso
-Mincio; el ancho Po, de tranquilo curso y de brillante superficie;
-los verjeles y majadas, el campo entero cubierto de un verdor que
-recuerda los paisajes de Holanda; los altos olmos en cuyos troncos
-las vides se enlazan y suspenden; toda aquella naturaleza impregnada
-de la misma poesía que exhalan de sus exámetros las virgilianas
-Églogas.
-
-
-VII.
-
-La naturalidad es la primera y más sobresaliente entre las cualidades
-de Virgilio. No es un erudito que rehace la Naturaleza en su
-biblioteca; es un campesino que ha nacido y se ha criado en el
-establo, que ha dirigido con su honda, y su cayado las ovejas, que ha
-tocado la zampoña y el rabel en las pastoriles fiestas, que ha muñido
-las tetas de las vacas, que ha sesteado á la sombra de los olmos, que
-ha sembrado el grano por el lluvioso otoño tras la yunta en el hondo
-surco y con su hoz lo ha segado y en la era lo ha trillado por el
-caluroso estío, que ha recogido y cortado el panal de cera y miel en
-las colmenas, que ha podado los sarmientos y vendimiado los racimos
-y recibido en las cántaras el ardiente mosto y trabajado con todo su
-sér en las creadoras faenas del campo, vivo en su corazon y en su
-existencia ántes de ser cantado por su armoniosísima poesía.
-
-Para que el amor á la agricultura tomára en su pecho más intensidad,
-se vió privado violentamente de sus tierras en edad bien temprana,
-y las lloró y las cantó como las aves lloran y cantan el nido
-alevemente robado por despiadada mano. Como todos los bienes de la
-tierra, amados mucho y perdidos pronto, el despojo de su propiedad y
-la tristeza de su familia han dejado huellas indelebles, así en su
-poesía como en su vida, y han derramado hermosos pensamientos en los
-cielos del arte. Hay entre el sepulcro de la República Romana y la
-cuna del Imperio Cesáreo un hombre que personifica el pretorianismo,
-y que lleva en su figura y en su vida todas las señales del
-largo irremediable decaimiento de la antigua civilizacion. Este
-hombre es Antonio. Educado por el partidario de Catilina, Léntulo;
-crecido en la amistad de Clodio, el más furioso y más vil de los
-demagogos romanos, sólo creyó en la fuerza; y sólo sirvió á la
-tiranía semejante en esto á todos los cortesanos del pueblo, que
-exageran la libertad y la violentan como para hacerla odiosa á las
-sociedades humanas y arrastrarla por el terror á la mancebía de los
-déspotas.—General de caballería en edad temprana, vencedor de los
-judíos, soldado mercenario de los egipcios, tribuno de la plebe,
-del partido demagógico pasa al partido cesarista y viola torpemente
-la majestad del Senado con la irreverente lectura de audaces cartas
-del dictador y enciende la guerra civil presentándose á éste en
-carruaje de alquiler como lanzado de Roma y de sus derechos.
-Desde entónces queda constituido Antonio en jefe de los partidos
-militares sobre cuyas lanzas se levantára César á la tiranía jamas
-disculpada ni siquiera por la virtud de su genio. Como vestia el
-traje militar, como llevaba al cinto la espada pretoriana, como se
-parecia á Hércules en su varonil hermosura, como se emborrachaba
-en las cantinas y participaba del rancho, como dispendiaba el oro
-lo mismo que vertia la sangre, pródigamente, los soldados seguian
-á ciegas las enseñas y las voluntariedades de Antonio, que daba
-festines y banquetes á todas horas, malversaba los caudales públicos
-en espectáculos populares, concurria á los garitos acompañado de
-sus capitanes, se paseaba borracho en los sitios más principales y
-construia teatros para agasajar á sus bufones; incontinente hasta
-asaltar las mujeres honradas en medio de las calles; intemperante
-hasta vomitar sus indigestiones en una Asamblea, como si dijéramos,
-sobre la cara del pueblo; escandaloso hasta llevar al frente de sus
-tropas y junto su litera, á un lado el titiritero Sergio y á otro la
-cortesana Cytheres; fastuosísimo hasta tener leones y fieras entre
-sus alimañas y vasos de esmeralda en su equipaje; ataviado de seda y
-pedrería como un sátrapa de Oriente; en cenas orgiásticas perpétuas
-como las prostitutas romanas; personificacion de todos los vicios,
-que, envenenando á los ejércitos y á los pueblos, concluyen por
-forzarlos á dormir en la triste soñolencia del hartazgo y del hastío
-bajo la más degradante servidumbre. Antonio repartió las tierras de
-Mantua, las propiedades de los pueblos entre sus soldados; y esta
-reparticion fué causa de que Virgilio visitára á Roma y consiguiera
-una devolucion que le empeñó en eterno agradecimiento á su redentor,
-al poderoso Augusto. De naturaleza delicada, de temperamento
-nervioso, de corazon tierno, de sensibilidad exquisita; enemigo del
-fausto, del poder y del ruido que en Roma reinaba; amigo del retiro y
-de la soledad, como todos los genios contemplativos, en la Edad Media
-fuera Virgilio un monje consagrado á la adoracion mística de Dios
-dentro del claustro, y en la antigüedad fué un poeta consagrado á la
-adoracion purísima de la Naturaleza.
-
-
-VIII.
-
-Existen hoy dos clases de artistas igualmente detestables: unos,
-menospreciadores del Universo, cuyas armonías no oyen, cuyos colores
-y matices no ven, cuya admirable totalidad no comprenden, prefiriendo
-encerrarse en los abismos de su propia inteligencia, en la oscuridad
-de sus ideas y dar forma sólo á sus ensueños, como si la totalidad
-del sér estuviera en nosotros, y fuera de nosotros no hubiese
-hermosura alguna ni inspiracion posible; otros que copian servilmente
-la Naturaleza, que en sus obras la reproducen como en una fotografía,
-que á fuerza de repetirla concluyen por disecarla, destruyéndola en
-la servil miniatura de sus fragmentos, como aquel poeta citado por
-Richter, que consagró un poema épico entero al momento del parto y al
-arte dificilísimo de los comadrones y de las parteras. La poesía es
-un grado de la idea superior á la Naturaleza. El poeta debe recogerla
-como un ángel, trayendo á su seno los resplandores de otros mundos
-y animándola con el calor y á la luz de lo ideal. Así era Virgilio;
-reproducia la Naturaleza, embelleciéndola, y demostraba que en el
-sentimiento del poeta, como en la idea del filósofo, crece y se
-espiritualiza y se acerca la Naturaleza al Eterno.
-
-La obra por excelencia de Virgilio, es el poema de las _Geórgicas_.
-Podriais bien exactamente calificarlo llamándole epopeya del trabajo
-en oposicion á esa epopeya de la guerra que preside y acompaña á
-toda la historia. El poeta canta, desde la semilla depositada en la
-tierra, imperceptible, confinando con el no sér y gérmen de nuevos
-seres, hasta la zumbadora abeja, hija de la luz, elaboradora de
-la miel, que confina con el mundo superior y cuasi divino de la
-inteligencia. La ley de la unidad en la variedad reina con imperio en
-todo el poema. Los seres se esparcen, se diversifican, se irradian
-por los espacios en várias individualidades que luégo se juntan
-y se armonizan en reinos, en géneros, en familias, en especies,
-hasta llegar á confundirse, como en su atmósfera, en el espíritu
-universal de la creacion. Así se corresponden, desde la cinta de la
-hierba parásita en los abismos de la tierra, hasta el cometa, esa
-cinta de materia cósmica perdida en los abismos del cielo. Los seres
-inertes toman el humano sentimiento y la idea humana, animándose á
-su vivificador soplo, como los cuerpos opacos y frios se iluminan
-y se calientan en la luz y en el calor del sol. El laurel conoce y
-desea la gloria; el ingerto presiente las flores y los frutos que
-ha de darle pronto la nueva savia recibida en sus fibras; la encina
-contempla orgullosa y vencedora á las generaciones de hombres y de
-dioses que arrebatan bajo sus eternas ramas los siglos; la primavera
-hincha con su amor desde la yema del arbusto hasta la linfa del
-arroyo; y el éter desciende en copiosas lluvias sobre el seno de
-su esposa la tierra, para fecundizar los gérmenes innumerables de
-la vida. ¡Oh religion de la Naturaleza! Virgilio no es aquel avaro
-cultivador de otros tiempos, que solamente ve en los campos la
-riqueza y pretende herirlos con su azadon y su arado para explotarlos
-cual abundosa mina; es el sacerdote que tiene un culto, el poeta
-que tiene un sentimiento, el sabio que tiene una idea y vierte
-todos estos elementos de vida en los prados, en los bosques, en los
-viñedos, en la siembra, como nueva y más fecunda lluvia.
-
-¿Quién no te admirará, alma Naturaleza? Ya tengas la alegría del
-amanecer ó la tristeza del vespertino crepúsculo; va muestres
-la serenidad del lago terso como cristal ó el furor del Océano
-embravecido por el azote de la tormenta; ahora brames en el huracan ó
-cantes en el céfiro, ahora amontones opacas nubes ó pintes la rosácea
-boreal aurora; lo mismo entre los témpanos del polo semejantes á
-sepulcrales cordilleras y frios como la muerte que entre las selvas
-del trópico enardecidas por las llamas de la ardentísima vida; lo
-mismo en el insecto microscópico, frágil y fugaz como una aspiracion
-del no ser, al ser que en los eternos é inconmensurables soles de
-soles; desde las caliginosas sombras del abismo hasta la brillante
-fosforescencia de los mares y desde los infusorios hasta la Vía
-Láctea, así como encierras en sus primeras manifestaciones la vida,
-revelas en sus primeros resplandores la hermosura.
-
-Repitámoslo mil veces; Virgilio será el eterno modelo de los poetas
-que deseen cantar la Naturaleza. El libro cuarto de las _Geórgicas_
-nunca se agota, oloroso como la salvia, tierno como la cera, dulce
-como la miel. La abeja, la trabajadora abeja, ha inspirado desde el
-primero al postrer hexámetro.
-
- _Aerii mellis cœlestia dona exequar._
-
-Allí está el tiempo propicio y el lugar favorable á las abejas,
-preservado aquél de todos los rigores, así en frio como en calor,
-preservado éste y sus floridos pastos del diente de la oveja y de
-la ternerilla, del roce de los tachonados lagartos y de la pezuña
-de los importunos chivos, para que puedan á su arbitrio dejar la
-vibrante colmena é ir por los aires embalsamados y luminosos, bajo
-las sombras de las palmas y el olivo, junto al fugitivo arroyuelo,
-sobre la hierba abrillantada de rocío, desplegando el aguijon de oro
-y las cristalinas alas, á libar los jugos de las flores próvidamente
-apercibidas que deben ser desde el salvaje tomillo hasta la tierna y
-delicada violeta. Seguidlas y las veréis cómo aglutinan con resinosas
-sustancias las rústicas paredes de su taller; cómo, así que el aire
-se entibia y se perfuma, vuelan juntas en cantor enjambre á los rayos
-del sol y ya rozan las hojillas del arbusto, ya la clara superficie
-de las aguas; cómo vuelven, despues del goce de esta grata libertad
-y del juego de estos caprichosos giros, á abrir sus celdillas de
-blanca cera y depositar sus tesoros de dulce miel; cómo suben luégo,
-hasta perderse en los cielos, de la misma manera que sus compañeras
-las estrellas para agruparse más tarde sobre las ramas de frondoso
-árbol en forma de animados racimos; cómo, á veces, se enemistan y
-se combaten desafiándose á descomunal batalla en que luchan con la
-ira de los héroes homéricos, hasta caer muertas sobre la tierra cual
-caen las bellotas de la encina sacudidas por el viento para que se
-cumpla la ley allí presentida del triunfo de las más fuertes y de las
-más hermosas; cómo trabajan en comun todas para todas y educan á sus
-generaciones en sabio ejemplo y adoran sus penates y nos dejan su
-áureo líquido semejante á condensaciones de la eterna luz.
-
-Despues de haberlo leido, amaréis, como Virgilio, los rosales de
-Pesthum que florecen dos veces al año; la pálida achicoria, que se
-regocija al beso de la lluvia; el narciso, lento en mostrar sus
-galas; el rizado apio, la viciosa hiedra, el mirto enamorado de las
-frescas riberas: envidiaréis al viejo labrador de Tarento que tiene
-por toda propiedad algunas yugadas de tierra, ingrata al trabajo,
-incapaz de dar así prados como viñas, y que, sin embargo, produce
-sabrosas legumbres entre festones de blancos lirios y rosadas
-verbenas para que su dueño no envidie á los reyes y pueda todas
-las noches, al tornar del trabajo, cenar manjares no comprados:
-bendeciréis á Júpiter que dotó á las abejas de sus más seguros
-instintos en premio de haber oido el címbalo de las Coribantes, y
-haberlo alimentado en los antros del monte Oriteo; y concluiréis
-siguiendo en su errante carrera por los bosques y en su descenso á
-las hondas regiones de las aguas al pastor Aristeo, y sacrificaréis
-con él en desagravio de Eurídice y de las nepeas ninfas, novillos
-jamas sujetos á la coyunda, de cuyos abandonados despojos se levantan
-á las alturas, despues de nueve auroras, nubes de canoros enjambres.
-
- _Namque dabunt veniam votis, irasque remittent._
-
-
-IX.
-
-¡Extraño destino! Este poeta, clásico por excelencia, pertenece á las
-edades modernas más todavía que á las antiguas edades. El anochecer
-de un mundo y el alborear de otro se mezclan misteriosamente en sus
-sienes iluminadas por dos crepúsculos. Tiene de los antiguos la forma
-perfecta, la sobriedad austera, el gusto depuradísimo, los versos
-tallados como el mármol de Páros, el arte de materializar las ideas
-hasta ponerlas ante los ojos en relieve y de eterizar la materia
-hasta convertirla en espíritu. Por estas cualidades universales de la
-antigua cultura es un griego como Sófocles ó como Platon. Pero hay en
-sus versos ya cierta melancolía profunda, cierta extraña tristeza,
-la nostalgia de lo infinito, la aspiracion á otro ideal, que anuncian
-como el advenimiento del espíritu divino y absoluto. Él se apresura
-á escribir su epopeya, la epopeya que cierra, como la Iliada abre,
-la risueña edad del heroismo. Él tiene impaciencia por asegurar en
-sus cánticos la religion del derecho y con ella el eterno dominio de
-Roma, presintiendo el nuevo ideal que contra el arte clásico elabora
-en los abrasados desiertos de Judea un eterno enemigo de Roma: el
-Oriente. Parecia que la ciudad reina estaba salvada de las asechanzas
-de la serpiente asiática cuando Cleopatra muere en el sepulcro de
-los Faraones y con ella se encierra bajo los arenales africanos
-aquella Asia que habia seducido un momento á Antonio para devorar
-en él á Roma, como ántes en Alejandro habia devorado á Grecia.
-Pero en el fondo mismo de la clara civilizacion clásica tenía de
-antiguo depositado la oscura esfinge oriental un enigma, los libros
-sibilinos; y cuando este enigma se descifra, surge de sus oscuros
-jeroglíficos el Dios-espíritu que matará al Dios-naturaleza, y con
-él matará así á la Roma de los pretores y de los césares como á la
-Grecia de los héroes y de los poetas.
-
-Por eso en toda esta edad hay presentimiento universal de que algo
-muere en la especie humana. Lucano ha visto que los dioses adoptaron
-la causa aborrecida por Caton. Horacio y Juvenal han roto en sus
-sátiras la antigua ecuacion griega entre el ideal y la forma; han
-revelado el horrible contraste entre las leyes morales y la realidad
-viviente, anunciando así la agonía de todo un mundo á la historia.
-Job no hubiera dicho en su estercolero más que dice este verso
-desesperante:
-
- _Pulvis et umbra sumus._
-
-Plutarco ha oido quejarse de muerte al dios Pan allá por los mares
-de Sicilia. Tácito sólo tiene corazon para aborrecer y lengua para
-maldecir á su tiempo. Los más alegres buscan á una en la orgía el
-sueño más largo, el sueño de la muerte. Luciano se rie; pero su risa
-epiléptica muestra que se han agotado las lágrimas. Los dioses todos
-se van; pero ¡ay! vienen los nazarenos. La desesperacion es universal
-en las artes. Y Virgilio se levanta
-
- _Sicut inter viburna cupressi,_
-
-como el poeta de la esperanza. En la bacante Parthénope, á las
-orillas de aquel mar y entre el coro de aquellas islas que recuerdan
-el mar y las islas de la antigua Grecia, ha visitado la gruta de
-Cúmas y ha oido anunciar á la Sibila que desciende de los cielos
-nueva raza de inmortales y comienza un nuevo órden y una nueva ley
-en el sosegado curso de los siglos.
-
- _Magnus ab integro seclorum nascitur ordo,_
- _Jam nova progenies cœlo demittitur alto._
-
-Por eso en la Edad Media, al impulso de aquella reaccion mística,
-todos los genios de la antigüedad se apagan y Virgilio brilla sin
-ocaso. Los padres de la Iglesia le admiten universalmente entre
-los doctores y los poetas. Podrian escribirse cien volúmenes como
-los dos eruditísimos que ha publicado el sabio profesor Comparetti
-sobre las transformaciones del alma de Virgilio en la Edad Media y
-en el Renacimiento, sin que materia tan vasta se agotase. Apénas ha
-muerto, cuando ya lo menciona el Evangelio apócrifo de Nicodemus. Su
-figura tiene cierta semejanza con la figura del apóstol San Juan,
-cuya teología es griega, copiada casi de los diálogos de Platon.
-Aquel cristianismo natural, de que habla Orígenes, traido consigo
-por cada hombre al nacer, sustancia eterna del espíritu humano, se
-encuentra en la piedad de Eneas y en las esperanzas despertadas por
-el nacimiento de Polion. Lactancio, cuando lee la Égloga cuarta,
-cree leer la epopeya de la segunda venida del Salvador en rosadas
-nubes resplandecientes de gloria, llamando el Universo entero con sus
-planetas y sus soles al supremo último juicio. Constantino el Grande
-la traduce al griego y en cada uno de sus pensamientos ve confirmado
-un dogma cristiano. San Agustin, al oir que morirá la serpiente y
-desaparecerán las espinas y los vellones se teñirán por sí mismos y
-las vacas llenarán de grado con blanca leche los odres y se vestirán
-de lirios las colinas, cree oir la profecía sagrada de la redencion
-universal. Las iglesias de Mantua entonan religiosos cánticos, en
-que San Pedro llora sobre el sepulcro de Virgilio por no haberle
-visto en vida y no haberle consigo arrastrado á la predicacion y al
-martirio. San Jerónimo dice cómo se ha dudado de la autenticidad de
-los libros sibilinos; pero tambien cómo al verlos repetidos en las
-Églogas se afirma la existencia de Debóras y de Isaías de profetisas
-y de profetas en el paganismo. El papa Inocencio III, en sermon
-predicado bajo las bóvedas de San Pedro por la fiesta de Navidad,
-cita el nombre del poeta mantuano para confirmar la venida de Cristo
-á nuestro bajo mundo.
-
-Desde su cuna de Mantua á su tumba de Parthénope, Virgilio ha pasado
-entre aplausos y aclamaciones como cumple al vencedor en las más
-difíciles y más porfiadas guerras; en las guerras del arte. La
-expoliadora espada de los pretorianos se ha embotado en sus campos;
-la frente de los Césares se ha inclinado en su presencia; los
-espacios del teatro han resonado con los aplausos concedidos á sus
-versos; las rodillas de la muchedumbre se han doblado á su sombra,
-habiendo tenido que huir mil veces del mundo para huir de la fama y
-de la gloria. Pero desde su tumba de Parthénope hasta nuestros dias,
-ha pasado su alma por una carrera más larga aún y más gloriosa.
-Volveos y la veréis por doquier en la liturgia sagrada, en los
-libros caballerescos, en los romances castellanos, en las sentencias
-teológicas de Bernardo de Chartres y de Juan de Salisbury, desde el
-primer vagido de la razon emancipada en Abelardo hasta la plenitud de
-su elocuencia en Marsilio Ficino, reinando con Platon y Aristóteles
-sobre la conciencia humana, á la cual abre mágicos horizontes
-con su áureo ramo, dirigiendo por los círculos del dolor y de la
-purificacion, como un astro de primera magnitud, al poeta épico del
-catolicismo, hasta elevarlo trasformado y perfecto á las cumbres del
-cielo, á la compañía de Beatrice, á la vision mística de lo absoluto
-en el inmenso seno del Eterno.
-
-Leemos de contínuo á los grandes poetas. Hoy más que nunca debemos
-templar la fantasía en esos modelos. Terrible desesperacion se
-apodera del sentimiento y mella la voluntad. El suicidio, el
-sacrificio, no ya de la vida de un dia, de todo el sér, de toda
-el alma, se ha elevado en la nacion de los ensueños á verdadera
-ciencia como en la antigua India. Oid la filosofía que va quedando
-sobre tantas ruinas; oid el filósofo á la moda. Todo bien aparece
-como una utopia, toda inspiracion como una flor venenosa; el mal
-corre á manera de savia por las fibras de los vegetales y á manera
-de sangre por las venas del animal; cada hombre se asemeja al ciego
-topo que vive construyendo eternamente una vivienda jamas acabada,
-y á la hormiga de Australia que nace con incontrastable instinto
-suicida; el amor, solamente merece nuestras maldiciones: el gran
-culpado, que al conservar y reproducir la vida, conserva y reproduce
-la pena y la muerte; querer equivale á sufrir y sufrir á sér; la
-inextinguible sed de lo perfecto tiene toda la intensidad de la sed
-hidrópica, pero jamas tendrá satisfaccion sobre la tierra; la virtud
-del genio, sólo sirve para agravar todas las penas y sólo merece el
-nombre de enfermedad hipocondríaca; la existencia se llama combate,
-pero combate donde existe esta seguridad únicamente; la seguridad de
-horrible y definitiva derrota: todo nuestro gran trabajo se reduce
-á querer sin motivo, á luchar sin objeto, á cazar ó ser cazados en
-esta cacería infernal de todos los seres unos contra otros, á poner
-bajo cada paletada de tierra un cementerio de innumerables animales,
-á nacer y engendrar para morir, hasta que bajo los horizontes sólo
-se descubran montones de esqueletos, y la perfeccion estribe en
-aniquilar este horrible sarcasmo llamado la vida humana, burla que el
-Eterno ha lanzado exclusivamente sobre nuestro pésimo planeta, sobre
-este infierno sin esperanza y sin salida.
-
-Para contrastar semejante pesimismo no hay como volver al seno del
-grande arte, de la eterna poesía, y reconciliarse en sus espléndidos
-cielos, al calor de su luz benéfica y al arrullo de sus cánticos
-inmortales, con la Naturaleza, con la Humanidad y con Dios.
-
-
-
-
-SAN FRANCISCO Y SU CONVENTO EN ASIS.
-
-
-I.
-
-Una de las operaciones más atendidas y más atendibles de la mente
-humana, es la asociacion de ideas. Por ella enlazamos tiempos
-apartados, unimos pensamientos discordes, traemos al seno de la
-felicidad recuerdos de la desgracia, como á las tinieblas de la
-desgracia puntos luminosos de la felicidad; y evocamos en lo presente
-los lejanos horizontes de lo pasado, pudiendo, ya que no con el
-cuerpo y sus sentidos, con el alma sus ideas, á semejanza de Dios,
-estar á un mismo tiempo en todas partes. Me encuentro en la Montaña
-de Asis, con la ciudad pontificia y municipal á mis plantas, los
-restos de algunos castillos señoriales á mis espaldas; el cielo
-claro y severo, algo semejante al cielo de nuestro Aragon, sobre
-la frente; en torno, formando un círculo inmenso del color azul
-más subido, del color llamado de Prusia, las riscosas y ceñudas
-cordilleras y montañas de la Umbría, que semejan olas encrespadas;
-y en el dilatado campo, de contrastes vivísimos, porque las claras
-moreras y los oscuros olivos, los rubios trigos maduros para la siega
-y los verdes recien nacidos maizales se juntan á cada paso en esta
-variada inmensidad, como naves bogando por lo infinito, la blanca
-rotonda romana de la Porciúncula, templo donde San Francisco de Asis
-se retiraba á sus meditaciones, y más cerca, á mi derecha, bajo la
-mano casi, los interminables claustros, las sobrepuestas iglesias,
-los góticos pórticos, las agujas y ojivas del monasterio, donde
-yace el sepulcro de ese santo en cuyas aras seis siglos han rezado
-y cuya personalidad histórica se agranda y se trasforma, como la
-personalidad de su modelo Jesucristo, en el pensamiento racionalista,
-en la conciencia progresiva, en el espíritu democrático y liberal de
-nuestro siglo.
-
-Y aquí, en tal momento, á presencia de este espectáculo, no puedo
-desechar el recuerdo de Elda, del pueblo donde pasaron mis primeros
-años. Sus montañas no tienen ciertamente ni esta altura ni este
-color; sus huertas y sus campos no se dilatan y espacian de esta
-suerte; mas aquella vegetacion meridional, elevando las palmas sobre
-los viñedos y los olivares, iguala y áun aventaja en hermosura á
-esta rica vegetacion de la Umbría. Y lo que ménos puede compararse
-ciertamente, es lo que más provoca el recuerdo: la rotonda blanca
-de la Porciúncula con la verde rotonda de nuestra iglesia, el
-gótico monasterio franciscano de este dilatado valle con el vulgar
-monasterio franciscano de nuestro estrecho valle. Pero ¿qué quereis?
-Para mí en Asis está la poesía de la inteligencia, y en Elda la
-poesía del corazon; la humanidad y la historia surgen aquí á la
-manera de templo inacabable lleno de un espíritu misterioso, cuya
-profundidad no puede sondearse; y allí, entre las ramas de débiles
-arbustos, se esconde todavía el nido formado por blancas lanas
-enredadas en las zarzas ó por secas hierbecillas, donde se guardan
-en reducidos límites los recuerdos de hogar y familia que lluvias de
-lágrimas no han podido anegar completamente ni destruir el tiempo con
-sus diarias catástrofes.
-
-En mi infancia, cuando nos acercábamos al dos de Agosto, y la siega
-y hasta la trilla se habian acabado, y comenzaban á pintar las uvas
-tomando claro color violeta las negras y las blancas trasparencia de
-ámbar; en aquellas tardes calurosísimas henchidas por el chirrido
-de las cigarras; en aquellos crepúsculos serenos henchidos por el
-unísono vibrar del cántico de los grillos, celebrábase una ceremonia
-religiosa, una peregrinacion mística, una especie de jubileo que
-nunca olvidaré. El convento de nuestro valle estaba á la sazon
-desierto. La revolucion habia expulsado á los frailes. Los fuertes
-seculares cipreses de su pórtico se perdian y secaban. Las flores
-de su ántes cultivado jardin se sustituian con legumbres ó heno.
-Las tablas de sus ventanas, medio caidas, meneábanse tristemente
-á impulsos del viento. Las piedras de sus paredes y muros, medio
-sacadas de quicio, amenazaban con una completa ruina. Las campanas
-habian sido arrancadas á las altas torres, siempre silenciosas;
-el culto interrumpido en los altares casi desnudos, y las puertas
-del santuario cerrádose como si fueran las puertas de un sepulcro.
-Algunas veces, cuando íbamos á coger brevas á una higuera cercana,
-asomábamos los ojos por várias rendijas y hendiduras hechas en la
-puerta, y á la escasa luz de solitaria lámpara, conservada por la
-piedad de oscuro guardian, resto viviente y animado de tanta ruina,
-pero triste como la cicuta y la ortiga, á la escasa luz de solitaria
-lámpara, decia, semejante á los ojos de siniestra lechuza en la
-oscuridad, veiamos algunos reflejos del dorado que se descascarillaba
-en las columnas, alguna sombra de los abandonados santos parecida á
-sobrenaturales fantasmas.
-
-Solamente, en el dos de Agosto, las puertas se abrian, los
-pavimentos se regaban, componíanse los altares como para una fiesta,
-las velas brillaban sobre el ara tras las flores, y en la capilla
-mayor, una tosca, pero mística escultura en madera que representaba
-á San Francisco recibiendo de Cristo aparecido en los aires los
-estigmas de las cinco llagas, juntaba en el templo á los creyentes,
-despertaba la fe y la esperanza, atraia las oraciones del fondo
-de las almas á la inmensidad de los cielos como atraen los rayos
-del sol á las alturas los vapores de las bajas aguas y las bajas
-tierras. Nosotros, los muchachos de la familia, saliamos acompañados
-de nuestras madres y de nuestras tias á ganar el jubileo con aquella
-piedad meridional tan risueña, tan expansiva, tan humana, que da
-al cumplimiento de los deberes religiosos y á las ceremonias del
-culto católico, aspecto de fiesta. Desde el pueblo al convento se
-dilata extensa campiña, verdadero jardin. Las olivas engordaban
-ya; las almendras se abrian empapadas en aromática goma; negreaban
-las uvas; doblábanse los granados al peso de las granadas; sobre
-las plantas del maíz surgian los amarillentos sedosos espigones, y
-sobre la aterciopelada alfalfa las moradas flores; los campos de
-anís blanqueaban como si les hubiera caido una nevada; cimbreábanse
-los cáñamos y los linos; las puertas de las chozas lucian matizados
-ramilletes de don-diegos y áureos girasoles; en los secos pedregosos
-torrentes vibraban las sonoras cañas y florecian las rosadas adelfas.
-Nuestros ojos no se entristecian no se nublaban, hasta que llegábamos
-delante del cementerio, donde descansaba nuestra abuela y una
-tierna niña de la familia, y descubriamos las cabezas y plegábamos
-las manos y murmurábamos algunas oraciones, por cuya virtud nos
-parecia, ora que columbrábamos sus almas en el cielo, ora que las
-sentiamos venir á rozar con sus angélicas alas nuestras sienes y á
-depositar un mudo beso en nuestras serenas frentes. Luégo seguiamos
-en la peregrinacion, llegábamos al seráfico monasterio cercano al
-camposanto y rezábamos con todo recogimiento las oraciones de rúbrica
-prescritas por los ritos, á cuantos anhelan ganar el jubileo de la
-Porciúncula en el dia de la Vírgen de los Ángeles.
-
-Al volver, la noche bajaba sobre el valle, las luciérnagas lucian
-en el follaje, las primeras estrellas en el cielo; y la campana que
-suena en las alturas para conjurar las tempestades del aire y contar
-los muertos de la tierra, anunciaba el Ave-María saludando á la Madre
-del Verbo é infundiendo con sus sagrados acentos religiosas emociones
-en nuestro pecho. ¡Cuántas veces, al entrar en casa, las manos llenas
-de flores y de frutos recogidos al paso, los labios perfumados aún
-por las plegarias, las rodillas empolvadas en el pavimento del
-templo, despues de haber oido contar varios pasos de la historia de
-San Francisco, hubiéramos dado algunos años de esta vida, que ya
-desciende tristemente de su zenit y que entónces nos parecia eterna,
-por visitar Santa María de los Ángeles, por ver la casita de las
-prácticas piadosas, la cuna que recuerda Nazaret, el sepulcro del
-santo en Asis, lugar bendito y querido, el más sagrado en nuestro
-culto despues del sepulcro de Cristo! Al cabo de treinta años,
-nuestro deseo se cumple; el cielo nos concede la satisfaccion de
-ver estos lugares; pero ¡ay! sin las creencias de otro tiempo en el
-alma. La vida ha pasado de la infancia á la madurez; las facultades
-intelectuales han pasado del sentimiento á la razon. Creemos con
-arraigada creencia que el hombre, este compuesto de alma y cuerpo,
-no sólo tiene que cumplir fines materiales y fines temporales; no
-sólo tiene que obedecer leyes mecánicas y dinámicas, sino que debe
-cumplir tambien fines morales, fines eternos, y debe obedecer á leyes
-cuya existencia implica necesariamente y cuya observancia exige la
-profesion de estos cuatro principios capitales de toda doctrina
-religiosa y espiritualista: Dios y su providencia, el alma inmortal
-y su responsabilidad. Pero no creemos que estas ideas sean como el
-patrimonio de una exclusiva asociacion y que para inspirarlas y
-difundirlas hayan sido indispensables milagros que contradicen las
-leyes naturales del Universo y las leyes científicas de la historia,
-ni condensaciones del espíritu divino en una sola persona, la cual
-constituya castas representativas de Dios y de su revelacion como
-privilegiados del cielo sobre la faz de la tierra. Creemos, al
-contrario, que Dios nos ha dado desde el principio de los tiempos,
-para conocer el bien y el mal, la conciencia; para conocer la verdad
-y el error, la razon; que así como físicamente llevamos en nosotros
-átomos de todo el Universo, moralmente llevamos en nosotros los
-jugos de todas las revelaciones sucesivas y nuestro espíritu es el
-resultado de las ideas de todos los siglos, con cuyos esfuerzos y con
-cuyas luces y con cuyos martirios hemos logrado los bienes mayores de
-nuestra existencia y el inapreciable de la redentora emancipacion.
-Por consiguiente, toda la parte legendaria, fantástica, mitológica,
-que siglos de guerra, que razas primitivas, que duras épocas de
-hierro pedian y necesitaban para cumplir sus primordiales deberes,
-no lo necesitan nuestros tiempos, conocedores del bien por la pura
-razon, amándolo por los imperativos mandamientos de la conciencia y
-no por la fuerza coercitiva de instituciones mil veces trasformadas
-en la historia y hoy caidas en irremediable decadencia.
-
-Y no decimos más. Nuestra filosofía histórica, sin excluir la fe
-en principios absolutos, nos permite remontarnos á los tiempos
-pasados, imbuirnos en sus creencias, vivir en ellos como si fueran
-presentes, juzgarlos con arreglo á su propio ideal y no con arreglo
-á posteriores sistemas. Nosotros no imitarémos á los furiosos
-iconoclastas, que para traer los tiempos del espiritualismo, demolian
-las bellas estatuas de los antiguos dioses; y tampoco á los frios
-clásicos, que para rehabilitar la naturaleza nada sentian sino
-la barbarie de la Edad Media bajo las bóvedas de las catedrales
-góticas. En nuestra doctrina filosófica no cabe el engaño de Goethe,
-que en Asis se extasiaba ante un templo pagano de la decadencia,
-y no tenía ni una mirada, ni una palabra, para el monasterio de
-San Francisco. No caerémos nosotros en el error de proponer como
-perfectos modelos hoy los pintores de la decadencia cual proponia
-Chateaubriand á los Carraccios en _El Genio del Cristianismo_; ni
-aplaudiremos las tentativas de los pre-rafaelistas por volver á
-los tiempos en que eran despreciadas y desconocidas las formas. El
-arte místico, que, sentido con verdadera ingenuidad, profesado con
-verdadera fe, brotando naturalmente de un alma tan pura como el alma
-tierna é inocente de Fra Angélico, en tiempos de suyo místicos, nos
-parece flor del campo cargada de inmortales esencias, en nuestro
-tiempo, contrahecho y recalentado por una erudicion reaccionaria,
-nos parece como los cuadros de Overbek, flor de trapo. Toda edad
-contiene la edad que la precede y la edad que ha de seguirla. Para
-la plenitud de nuestra vida hemos necesitado pasar por tiempos
-contradictorios, cuyas contradicciones sólo llegan á resolverse en
-las síntesis superiores de la razon universal y en el eterno seno de
-la humanidad. Con estos dogmas entremos un momento, entremos como
-peregrinos del arte; entremos como copartícipes de todas las ideas;
-entremos, elevándonos á su tiempo, en el santuario donde todavía
-se presta religioso culto á la memoria sagrada de San Francisco de
-Asis, de uno de los últimos cristianos, todo fe, todo bondad, todo
-dulzura; elocuentísimo como un tribuno antiguo, exaltado como un
-profeta hebreo, austero como un cenobita de la Tebaida; paciente en
-los infiernos del feudalismo; armado de la palabra cuando todo el
-mundo se armaba de hierro hasta los dientes; apasionadísimo de la
-naturaleza y de su hermosura en aquella general crueldad y en aquel
-desvío por los seres inferiores; poeta místico para quien los mundos
-forman como una escala que sube á los cielos y los rumores de la
-creacion como un _hosanna_ que alaba eternamente á Dios; dotado de
-intuiciones sobrenaturales y de visiones proféticas por la compasion
-que sentia hácia los dolores de todos los desgraciados y por el
-interes que tomaba en la suerte de todas las criaturas; reformador
-profundísimo que dedujo el sentido democrático encerrado en las
-páginas del Evangelio y presintió la union de todas las castas en una
-igualdad natural; modelo de virtudes efusivas y de caridad ardiente;
-un redentor en el olvido y en el sacrificio de sí mismo, en el amor á
-los demas, en la aceptacion de todos los dolores y de todas las penas
-por el bien del hombre y por la gloria del Criador, á lo cual debió
-que su vida fuera un holocausto como el holocausto de la Cruz, y su
-muerte una transfiguracion como la Transfiguracion del Tabor.
-
-En torno suyo gravitan mundos y cielos, ciencias y artes, religion y
-política, todo el Universo moral. Como el sol envia luz, y en la luz
-calor, y en el calor electricidad, y en la electricidad magnetismo,
-en todo vida, la idea envia en sus irradiaciones arte, religion,
-poesía, todo un mundo y todo un cielo. Y como San Francisco es en sí
-una de las encarnaciones más bellas de la idea, San Francisco moverá
-con su aliento desde el ala tímida del corazon de los pequeñuelos,
-hasta las potentes alas de la fantasía de los artistas y del
-pensamiento de los sabios. Los instintos y los sentimientos, las
-nociones confusas y las ideas claras, las arpas de la inspiracion y
-los instrumentos de la ciencia, la naturaleza y el espíritu, todo
-el sér de una edad, lanza vagamente á los espacios de la conciencia
-ciertas indefinidas y vagas esperanzas, ciertos fantásticos ensueños,
-el vapor de las ideas que luégo viene á reunirse, á condensarse,
-personificándose en un solo hombre, poeta, orador, tribuno, filósofo,
-artista, como en Rafael se personificó la edad del Renacimiento y en
-Voltaire el siglo décimooctavo.
-
-¡Misterios de la Historia! En la época de San Francisco, en el
-siglo décimotercio, hay dos hombres que tocan con su razon á los
-últimos confines de la ciencia; que llevan en su palabra encerrados
-los más profundos abismos del pensamiento; titanes soportando
-sobre sus espaldas el peso de la eternidad. Uno de ellos se llama
-San Buenaventura y el otro se llama Santo Tomás, el Platon y el
-Aristóteles de la Edad Media. Ambos á dos han penetrado en los más
-recónditos senos del espíritu humano y han recorrido en vuelo jamas
-igualado las inaccesibles alturas de lo infinito. Uno y otro han
-hablado de Dios y de sus atributos; de las leyes de la providencia y
-de las relaciones entre la criatura y su Creador; de la naturaleza
-del sentimiento y de la naturaleza de la idea; del conocer, del
-pensar, del raciocinio, de todo cuanto existe en la realidad y
-es dado que exista en lo posible, desde el grano de arena al orbe
-luminoso, desde el orbe al ángel, desde el ángel al Verbo en la
-doble inmensidad del infinito moral y del infinito material; y
-sin embargo, ni uno ni otro han logrado fundar elevada estética,
-que sientan así el campesino como el pintor; mover el mundo á la
-creacion de austera sociedad, que lleve en su seno los gérmenes de
-revolucion universal; suscitar desde confesores, poetas, mártires,
-arquitectos, pintores y escultores, hasta muchedumbres de ambos
-sexos dispuestas á vivir combatiendo y á morir sacrificándose por un
-misterioso ideal: que esa obra milagrosa ha quedado para el pobre,
-para el ignorante, para el insensato, para el jóven demente á quien
-apedreaban los chicos de las calles y de quien se reian todas las
-gentes acomodadas y de seso; para el iluminado San Francisco. ¿Y por
-qué? Tanto valdria preguntar por qué el redentor no es aquel hombre
-moral que despertaba la conciencia humana con su palabra sencilla y
-moria envenenado departiendo á los primeros resplandores del alba
-y á las primeras sombras de la agonía con sus discípulos sobre la
-existencia de Dios y la inmortalidad del alma; por qué no es el
-autor inmortal del Banquete y del Fedon, el que ha visto todas las
-cosas en las ideas y todas las ideas en el Eterno y ha hablado de
-lo infinito y de su luz con palabras que extasiarian á los ángeles;
-y sin embargo, es el oscuro judío, el nazareno desconocido en la
-tierra, que habla al pueblo más despreciado de todos los pueblos en
-la lengua más ignorada y tiene por principal inspirador el desierto
-y por apóstoles y por discípulos el primer publicano encontrado en
-las encrucijadas de los abandonados caminos y el primer pescador que
-tiende sus redes sobre lagos pestilentes y muertos, profesando una
-idea evaporada por las cenizas de Palestina, la cual ha de exhalar en
-aromas de incienso religioso un nuevo espíritu y ha de destruir con
-sus raíces nada ménos que la antigua Roma. ¡Ah! El mundo se ilumina
-por la inteligencia, pero se sojuzga por la voluntad; lo esclarece
-la idea y lo conquista el corazon. Hacen mucho los que saben pensar;
-pero hacen más los que saben morir. La razon es la luz; pero el amor
-es el fuego en que los mundos se forjan. San Francisco, como Cristo,
-siente la caridad y el anhelo por el sacrificio. Por eso, recorriendo
-las páginas de los sabios, aprendeis; y recorriendo la vida de este
-monje, sentís. Los teólogos podrán moveros á pensar; pero á la accion
-sólo os moverá esta voluntad impetuosa del milagroso cenobita. Y por
-el amor alcanzó en tiempos de ódio y guerra la caridad; en tiempos
-de aristocracias feudales la igualdad; cuando se constituian hasta
-los sacerdotes en soberanos, porque fuera de la dominacion terrena
-apénas se alcanzaba ni siquiera la autoridad moral, evangélica
-democracia inspirada en los más puros sentimientos cristianos, que
-debia contribuir á demoler las castas, á renovar la sociedad, á traer
-los gérmenes del espíritu moderno. Y la razon dice al par de la
-fe:—¡Gloria á San Francisco!—
-
-
-II.
-
-Veniamos de Terni. Acabábamos de estar en comunicacion estrecha
-con la Naturaleza; habiamos recorrido plantaciones de moreras,
-viñedos, olivares, naranjales cubiertos de blanco azahar y filas de
-granados cubiertos de rojas flores; verdes praderas sobre las cuales
-discurrian las mariposas y las abejas y los abejorros; trigos rubios
-cuyas espigas se doblaban al peso de los maduros granos y ondeaban
-al impulso de las sosegadas auras; montañas con sus cimas ceñidas
-de oscuras encinas y con sus laderas ornadas de claros castaños;
-caminos abiertos sobre los abismos y en las duras peñas desde donde
-se descubrian entre los celajes las dentadas cordilleras con sus
-picos nevados; lagos tranquilos, como el lago de Pié de Lugo, que
-reflejaban todos los matices del cielo y todos los bosques y aldeas
-de la orilla en el cristal de sus aguas; impetuosísimas cascadas,
-como la cascada del Velino, despeñándose de alturas vertiginosas
-entre breñas tapizadas de plantas acuáticas para formar trombas y
-torbellinos de espuma sobre cuyas blancas espirales se tendia el arco
-íris; maravillas inagotables de la creacion que fortifican y animan;
-pues en lugar de mover la actividad febril del pensamiento, como
-las maravillas del arte, la adormecen y la serenan, anegándonos por
-completo en los torrentes de la vida.
-
-Poco despues de mediodía llegábamos al frente de Asis en hermosa
-tarde de Junio. No puedo describir mi entusiasmo y mi asombro. Hácia
-el norte, recostada sobre los peñascos, veíase la ciudad pontificia,
-sobre la cual se eleva fuerte castillo almenado y á cuyo oriente se
-extiende el gótico monasterio ostentando arcos tan fuertes y tan
-numerosos como los arcos de antiguos acueductos. Difícil es describir
-el efecto maravilloso que desde fuera, desde los alrededores, produce
-una de estas ciudades italianas ceñidas de verdor, cortadas á trechos
-por floridos jardines, ricas en monumentos, alzando sobre las hileras
-de sus tejados ó de sus azoteas, los botareles, las agujas, las
-torres, las rotondas, las pirámides, los campanarios, todos de
-piedras brillantísimas y preciosos mármoles, realzados y esmaltados
-por los reflejos de este cielo y los resplandores de esta luz, sólo
-comparables al cielo y á la luz de nuestra España. Parecen, más bien
-que realidad, imaginados cuadros; más bien que habitaciones de estos
-dias, habitaciones de otras edades estéticas: sus piedras cantan y
-murmuran con cantares y rumores inefables como un misterioso bosque;
-y por lo alto de los frisos y de las almenas y de las largas líneas
-y de las bordadas cresterías se pasean las sombras de los artistas
-y de los héroes y se ven subir en luminosos enjambres las ideas de
-otros siglos. Para sentir emociones como éstas hay que trasladarse á
-las orillas del Tajo y ver en la vega de Toledo, al pié del puente
-de Alcántara, las ruinas de la Galiana, los arcos romanos, los
-acueductos del artificio de Juanelo, el torreon medio derruido y los
-muros medio destrozados del castillo de San Servando, la crestería
-greco-romana del alcázar, la puerta del Sol con sus gruesas torres y
-sus ajimeces y sus alicatados mudejares; cuadros maravillosos, no tan
-admirables por su dibujo y por su color como por las ideas que evocan
-y los recuerdos que guardan, mostrando en breve espacio el sagrado
-panteon de toda nuestra historia.
-
-Á pesar de lo mucho que Asis nos encantára al descubrirlo desde el
-ferro-carril, no dirigimos allá nuestros pasos; los encaminamos al
-monasterio de Santa María de los Ángeles, erigido en la llanura,
-en la vega, para abrigar la casa donde San Francisco tuviera sus
-primeras visiones y fundára su órden. Dos lugares he visto igualmente
-famosos como cuna de dos órdenes igualmente célebres. El uno es la
-iglesia de los Ángeles en Asis, cuna de los franciscanos; el otro
-es la iglesia de Montmartre en París, cuna de los jesuitas. Al ver
-el primero de estos lugares, la inteligencia se abre á la fe y el
-corazon á la esperanza, sintiendo vivamente la grandeza de aquellos
-hombres y participando de sus aspiraciones en la medida que puede
-participar el espíritu moderno; pero, al ver el segundo, se os oprime
-el pecho y se os nubla la inteligencia, como si cayerais en lo vacío.
-Y es porque en San Francisco nació una órden, que, si ha sido ya
-suprimida por nuestro tiempo, realizó verdaderos progresos respecto á
-los tiempos anteriores y contribuyó á la educacion del género humano,
-obra de libertad y de paz, miéntras que en Montmartre nació otra
-órden, que fué como una confabulacion permanente y empedernida contra
-todas nuestras libertades y contra todos nuestros progresos, obra de
-reaccion y de muerte. En la vega de Asis veis pasar ideas que han
-iluminado la conciencia humana y en las alturas de Montmartre sentís
-el roce frio en vuestras sienes de las aves nocturnas que habitan las
-tinieblas. Todos los progresos ¡ah! son igualmente grandes y todas
-las reacciones igualmente funestas en toda la redondez del planeta y
-en toda la sucesion de los siglos.
-
-El monasterio de Santa María de los Ángeles tiene armoniosas
-proporciones. Lo ideó Vignola, y lo ideó con arreglo al gusto y al
-ideal de su tiempo. Los arcos romanos se suceden y sostienen sus
-sólidas bóvedas; la cruz latina constituye su planta; en el crucero
-se eleva una rotonda airosa, imitacion más ó ménos lejana de la
-rotonda de San Pedro; cuadros de la decadencia ornan sus altares;
-y la luz del dia penetra libremente por sus anchas ventanas y se
-refleja en sus blanquísimas paredes. El edificio peca de todo cuanto
-pecan los edificios de esta edad, nuestro Escorial tambien, por sobra
-de ciencia matemática y falta de inspiracion religiosa. Para mayor
-desgracia, los terremotos frecuentísimos en esta tierra volcánica
-lo han tristemente lastimado y las recomposiciones sucesivas no
-han sabido restaurarlo. Pero allí, en medio de la iglesia, bajo la
-rotonda, se eleva, conservado por la piedad, el humilde tugurio, más
-que casa choza de pobre argamasa, de piedras toscas, de estrechas
-puertas y ventanas, donde San Francisco meditó, ayunó, rezó,
-padeció, lloró hasta el extremo de ver al traves de sus lágrimas
-reproducida la tragedia del Calvario y á Cristo agonizando en lo
-alto de la Cruz, con sus llagas abiertas, sus ojos extintos, sus
-labios cárdenos al dolor y á la agonía. Hoy no tiene el esplendor de
-otros tiempos. Estos monumentos, miéntras pasan por la fe, brillan,
-y cuando la fe les falta, se oscurecen; como esos meteoros que son
-estrellas en los aires y toscos pedruscos al tocar al suelo. Pero
-confieso que me sobrecogí con religioso respeto, que me extasié
-como si estuviese fuera de mí mismo al tocar aquellas piedras, á
-traves de cuyo frio sentíase aún el calor del alma que las habia
-penetrado mil veces de pena con su oracion y sus sollozos. Confieso
-que me pareció ver una de esas zonas misteriosas que anuncian las
-trasformaciones del espíritu humano, especie de líneas ecuatoriales
-en los hemisferios del tiempo, especie de puntos que señalan el
-crecimiento de nuestro sér como los diversos terrenos señalan el
-crecimiento de nuestro planeta; grandes condensaciones de ideas
-abstractas, núcleos de la luz espiritual, fin de unas y principio de
-otras edades, santos dias del génesis social á que debemos nuestra
-difícil existencia y nuestras várias redenciones. No sé por qué,
-allí vinieron á mi memoria tantos y tantos redentores como han
-contribuido ántes y despues de San Francisco á nuestra emancipacion:
-el que nos sacó de la servidumbre de Egipto al traves de las aguas
-del mar Rojo y el que rompió las últimas cadenas del esclavo á las
-orillas del Misisipí; el que arrancó su fuego á los cielos para
-animar el hombre primitivo frio como sus dólmenes de piedra y el que
-talló las letras de imprenta con cristal y plomo para multiplicar
-las ideas en la inteligencia como se multiplican los mundos en los
-cielos; el que murió en ignominioso patíbulo por la igualdad y
-la fraternidad de todos, y el que padeció en los calabozos de la
-Inquisicion por agrandar el espacio á nuestros ojos; el que bebió
-la cicuta y en el fondo de su copa dejó la idea de la libertad de
-nuestra conciencia para darla á beber en comunion santísima á todas
-las generaciones, y el que, extendiendo sus brazos desde débil
-esquife al mar velado por misterios pavorosos como las grandes
-tempestades, completó la tierra y ensanchó el alma; coro unido á
-traves del tiempo y del espacio en una misma obra, cuyo fundamento
-arranca de las más recónditas profundidades del espíritu humano y
-cuya cima se pierde en el seno de Dios. Aquella casa, que despertará
-emociones vivísimas en todos cuantos amen las verdaderas grandezas de
-la historia, ha sido profanada por una obra de partido, por una obra
-de reaccionarias escuelas. En la parte que da á la puerta principal
-se ve una pintura neocatólica de Overbek. Engendróse al mismo
-tiempo que se engendraba la Santa Alianza, una doctrina filosófica,
-la cual tendia á llevar el arte más allá de Rafael, como tendia á
-llevar la ciencia más allá de Kant y de Descártes, la historia más
-allá de Vico y de Herder, la política más allá de las instituciones
-modernas, al seno de la Iglesia intolerante y de los castillos
-feudales. Tal escuela, no contenta con creer que podia restaurarse
-cuanto habia destruido la mágica lira de Ariosto, la inmortal sátira
-de Cervántes, la voz tempestuosa de Lutero, la sardónica risa de
-Voltaire, las llamaradas de elocuencia lanzadas desde lo alto de la
-tribuna por Mirabeau, creia tambien que estaba en el caso de ir á
-los siglos medios y resucitar los cuadros de escuelas anteriores al
-descubrimiento de la perspectiva, á la resurreccion de la naturaleza,
-al estudio de la forma humana, al despertar de la Grecia y de su
-inagotable inspiracion, á todas las espléndidas irradiaciones del
-Renacimiento. Para estos reaccionarios, el bello ideal se encontraba
-en los tiempos en que no se habian medido las proporciones, ni
-estudiado la anatomía, ni conocido nuestro cuerpo, entre las figuras
-escuálidas, todavía sobrecogidas por los terrores del infierno y
-apartadas de todo contacto con el Universo, hijas del vivo recuerdo
-de nuestra primera culpa, atormentadas por todos los torcedores del
-remordimiento. Si tal teoría fuese cierta, si solamente tuviéramos
-por estéticas las obras inspiradas en una fe vivísima, en una fe
-apartada de nosotros, en una fe ortodoxa, debiamos menospreciar esas
-mismas escuelas de Umbría y de Siena por donde ha pasado un soplo
-anticipadísimo del Renacimiento; esos mismos Cimabue y Giotto que
-han entrevisto el crepúsculo de los nuevos dias del espíritu; esos
-mismos Nicolás y Juan de Pisa que han estudiado la caza de Meleagro
-en los sarcófagos griegos; y debiamos irnos á los maestros mosaistas,
-á sus figuras colosales y rígidas, á sus ojos muertos, á sus rostros
-inexpresivos, á sus grupos arreglados litúrgicamente, á su ausencia
-de toda anatomía en el cuerpo y de toda perspectiva y de todo paisaje
-en los fondos, privándonos hasta de penetrar en las catacumbas,
-porque sus cuadros se hallan muy cerca del antiguo paganismo y han
-tomado la mayor parte de sus símbolos en los bajos relieves, así
-griegos como romanos, y han reproducido los antiguos sepulcros.
-
-Para contestar á estos reaccionarios, sería preciso que se
-restaurase el poder temporal y se devolviera el dominio absoluto
-en la conciencia y en la política á los papas; que en cada marca
-se descubriese un castillo feudal con sus fosos y sus almenas, sus
-puentes levadizos abajo, y arriba sus horcas ocupadas por cuatro
-ó cinco villanos ahorcados, gran vista para sus señores y gran
-festin para los cuervos; que volviésemos á escribir y hablar el
-latin eclesiástico en vez de estas lenguas modernas cuyas primeras
-palabras han sido tambien el primer balbuceo de la política láica;
-que eleváramos para reemplazar nuestras fábricas y nuestras
-máquinas, un cordon de fortalezas y otro cordon de monasterios, y
-sustituyéramos al telégrafo el mensajero y al vapor el rocinante de
-los nobles ó el rocin de los plebeyos; que la retorta química donde
-se ha descompuesto el agua y el aire y se han encontrado elementos
-nuevos necesarios á la vida, se sustituyera con la cocina de los
-alquimistas y el espectro solar y el telescopio herscheliano con los
-horóscopos y la quiromancia; que pulverizáramos la Vénus de Milo, el
-Apolo del Belvedere, las Gracias de Siena y pusiéramos en su lugar
-las esculturas bizantinas de los siglos décimo y undécimo con sus
-cuerpos groseros como la barbarie y sus labios contraidos por el
-_Dies iræ_ de la desesperacion y de la muerte; que volcáramos de
-nuevo el infierno con todos sus horrores sobre la tierra desgarrada
-y devolviéramos su viejo poderío al demonio de la Edad Media; que
-eleváramos en el trono de la autoridad un esqueleto inmenso con
-la guadaña por cetro y en las alturas del infinito el implacable
-semítico Dios de la cólera y de la venganza. La reaccion artística
-se ha verificado. Ha tenido su estética y ha tenido sus pintores
-en Alemania. El fresco de Overbek trazado sobre el exterior de la
-casita de San Francisco en la iglesia de la Porciúncula, es uno de
-sus más bellos monumentos y una de las más felices imitaciones de
-la Edad Media. Yo no puedo ver sin verdadero entusiasmo las obras
-de los artistas místicos de los siglos católicos, porque tienen
-las dos condiciones esenciales al arte, la inspiracion espontánea
-y la naturalidad completa. Pero yo no puedo ver sin repugnancia
-las figuras modernas que no han nacido de la cándida fe, sino
-del recalentado estudio. La escuela académica, con sus griegos y
-romanos de convencion, paréceme fria y mentida; pero la escuela
-pre-rafaelista, con sus santos de encargo, paréceme reaccionaria y
-absurda. Los pintores como Giotto, como Fra Angélico, que es la más
-alta expresion del misticismo artístico, han pensado y han sentido
-lo que han hecho; y sus ángeles y sus Vírgenes y sus Cristos traen
-visiblemente en los ojos y en los rostros un divino resplandor de
-los cielos. Pero estas figuras convencionales de Overbek no tienen
-ni siquiera un reflejo de sus inmortales modelos. Aquellos grandes
-artistas han descuidado los cuerpos como cosa poco apreciable en
-las edades olvidadas de la naturaleza; pero han reconcentrado la
-idea purísima y el puro espíritu en los rostros, de una expresion
-inimitable por el candor y la profundidad del sentimiento, absorto en
-las divinas contemplaciones y en los arrobados trasportes: Overbek,
-más sabio, más matemático, dibuja mejor que sus maestros los cuerpos,
-ciertamente; pero no acierta, ni de léjos, á pintar como ellos los
-rostros. Y es porque los pintores místicos sólo han debido convertir
-los ojos á sí mismos para encender en fe y caridad á sus santos,
-miéntras los pintores neo-católicos han fingido unas creencias y una
-inspiracion que realmente ni recogian por sus venas en la naturaleza
-y en la temperatura de este nuestro siglo, ni llevaban dentro de sí
-como una idea innata.
-
-Hay tiempos de mucha fe, que son poco propicios al arte. Para
-persuadirse de ello, basta contemplar uno de esos Cristos bizantinos
-que han brotado de la religion más pura, que han sido adorados con
-el fervor más intenso, que han hecho los milagros más patentes, pero
-que hieren todo sentimiento estético por su monstruoso dibujo y su
-deforme rostro. Mas preguntadle á un creyente, y los proclamará obra
-perfecta de los ángeles del Empíreo. Los que al ver una estatua
-griega creian ver al demonio, son tan poco artistas como los que
-al ver un cuadro místico sólo se fijan en las incorrecciones de la
-forma y no sienten la ingenuidad de la fe. Ciertamente se puede
-aprender mucha religion en San Justino, San Basilio, San Cirilo
-y San Clemente; pero no se puede aprender mucha estética, si es
-verdad, como afirma Toulgoüt en su sábia obra de los _Museos de
-Roma_ y Rio en su _Historia del Arte Cristiano_, que sostenian la
-tésis de la fealdad material de Cristo. Lo que sí puede asegurarse
-es que la práctica de esa tésis se encuentra en casi todas las obras
-anteriores al nacimiento de la pintura y de la escultura modernas.
-La crucifixion, que luégo ha sido la apoteósis más pura del dolor,
-que ha inspirado á Rafael su Camino del Calvario ó Pasmo de Sicilia;
-á Velazquez y á Murillo sus dos Cristos en la agonía; á Rubens y á
-Rembrandt sus Descendimientos; á Miguel Ángel su Soledad al pié de
-la Cruz con el Divino Hijo muerto en los brazos; esa tragedia, quizá
-la más reproducida de todos los Evangelios, no fué jamas pintada
-por los primeros pintores hasta fines del siglo séptimo, en que el
-Cánon de un Concilio celebrado en seiscientos noventa y dos, permitió
-asunto tan religioso á los buriles y á los pinceles. La maternidad
-misma de María, fuente inagotable de inspiraciones profundísimas, no
-aparece en los primeros tiempos. La Vírgen es una cándida jóven,
-sencillamente vestida, de pié siempre, la mano sobre el corazon, los
-ojos en el cielo, y sólo más tarde surge contemplando un cielo más
-bello y más extenso en las tiernas miradas de su Divino Hijo.
-
-En el arte precisa buscar, no lo más religioso, sino lo más bello,
-y es lo más bello lo más inspirado, y es lo más inspirado lo más
-natural y espontáneo. El poder creador del genio se parece al
-poder creador del Cósmos, en que muestra la relacion misteriosa
-del espíritu con la naturaleza y la no ménos misteriosa de la
-naturaleza y del espíritu con Dios. Sin duda por esta razon, las
-obras espontáneas llevan el sello de la originalidad y de la vida,
-en tanto que las obras imitadas llevan el sello del artificio y de
-la decadencia. Sumergíos en el océano de la poesía nativa, recoged
-luégo el espíritu universal de vuestros tiempos, inspiraos en
-vuestra propia personalidad, y obtendréis la expresion bella de la
-idea, mereciendo el nombre de artistas. Cada siglo tiene su propia
-inspiracion. Y en el nuestro, así como ha crecido el Universo, ese
-teatro de la idea en sus más primitivas manifestaciones; y ha crecido
-la Historia, ese teatro de la libertad; y ha crecido la sociedad,
-ese teatro del derecho, debemos esperar que crezca el arte, donde
-llega, por intuiciones sobrehumanas, lo finito á compenetrarse de
-lo infinito, y el alma del hombre á enrojecerse en la sustancia de
-Dios. Cuando la antigua mitología llegó al mito de Psíquis, de la
-jóven misteriosa que deseando conocer el Amor, encendiera su lámpara,
-y solamente lográra verlo perderse entre los astros; en este mito,
-que desconcertaba la armonía del alma con la naturaleza, diríase
-perdido para siempre el arte, brotó la idea cristiana, y el alma,
-triste, desolada, llorosa, encontró á Dios. Pues en nuestro tiempo
-busca tambien la razon algo tan misterioso como el espíritu que, al
-comenzar nuestra era, se escapára de su seno y se perdiera en el
-cielo. Fiemos en que encontrará para el arte una zona más espléndida
-y una esfera más lata, donde se compenetren lo finito con lo infinito
-sin necesidad de restaurar ni los ídolos del Paganismo, ni los ídolos
-de la Edad Media.
-
-Así, en el monasterio de Santa María de los Ángeles, ni las largas
-líneas de Vignola, ni los aparatosos cuadros de la escuela boloñesa,
-ni las secas pinturas de Overbek, ya quebrantadas y borrosas como
-la reaccion de que han sido símbolo, llegan á conmoveros como os
-conmueve la casita, la Porciúncula, pobre choza de la oracion,
-donde un verdadero penitente ha padecido y ha llorado. Despues de
-visitarla, despues de recoger la idea que se escapa de sus piedras,
-ya podeis dirigiros al monasterio de Asis y penetrar en sus góticas
-bóvedas y recibir en vuestra alma el presente de grandes y profundas
-emociones con la evocacion misteriosa de una sincera fe. Y penetrados
-de estas ideas, nos dirigimos al monasterio y al sepulcro de San
-Francisco.
-
-
-III.
-
-Allá, en las alturas, sobre dos series de marmóreos arcos
-sobrepuestos, se alza el monumento, cenobio, palacio, iglesia,
-castillo, resúmen de la vida en edades verdaderamente religiosas.
-Entre sus muros y sus ojivas descúbrense, todavía más arriba, la
-ceñuda fortaleza con sus almenas medio destruidas; á un lado las
-colinas formando como abreviada cordillera; á otro lado la ciudad con
-sus edificios agrupados en torno de várias originales iglesias; al
-pié un torrente, ahora seco, el cual debe arrastrar gruesos cantos
-rodados y debe venir en la estacion de las lluvias con ruidoso
-ímpetu. La severidad del paisaje, solemne, sobrio, majestuoso,
-verdadero cuadro de la escuela de Umbría, os prepara bien á la
-solemnidad de las religiosas emociones. Una puerta tosca, una cuesta
-agria, várias casas suspendidas entre las breñas, algunos olivos
-retorcidos cual si los azotára siempre el viento y con las raíces
-fuera de la pedregosa tierra, semejando á uno de esos dibujos con
-que Doré ha ilustrado la _Divina Comedia_, son los únicos objetos
-que veis al llegar á la entrada del monasterio, y, en verdad, os
-invitan todos al recogimiento y á la penitencia. Un claustro se abre
-á vuestra vista, un claustro prolongadísimo, de arcos airosos, de
-delgadas columnas. Ni un viviente, ni una sombra; algunas golondrinas
-juguetean por aquellas largas líneas; menuda lluvia primaveral da
-sedoso lustre á la hiedra pegada por las piedras, y airecillo suave
-agita las largas guirnaldas de zarzas que festonean los muros. El
-edificio es de un exterior austero, la puerta de un trabajo prolijo,
-las ventanas de un gusto puramente gótico, todos los objetos que os
-rodean, de un aspecto monástico; y, peregrino del arte como sois,
-vais comprendiendo hasta identificaros casi con ellos por la fuerza
-del pensamiento á los peregrinos religiosos, venidos de luengas
-tierras y anhelantes por aplicar los labios á la losa de un sepulcro
-donde se guardan torrentes de vida para las almas.
-
-Hay tres iglesias sobrepuestas como los términos de una argumentacion
-escolástica; como las gradas de una escala mística, como las
-iniciaciones de las sectas, como los tres mundos, el de las sombras
-y de la muerte, el de la vida y de la prueba, el de la luz y de la
-gloria, siendo, en realidad, toda aquella aglomeracion de místicos
-edificios, una teología en piedra. Lo primero que hacemos es
-descender á la iglesia subterránea, especie de caverna que guarda
-la tumba del santo. Las sombras se palpan, y la escasa luz que os
-guia sólo sirve para aumentarlas. Creeis descender al centro de la
-tierra y despediros para siempre del aire y de la luz. Fria humedad
-os penetra hasta los huesos, y el humo de las lámparas y el olor del
-incienso os dan la idea de que entrais en esferas sobrenaturales
-como en alas de algun genio, porque todo cuanto os circunda se aleja
-de la realidad y se acerca á la region de los sueños. Por fin, á
-la dudosa luz mal reflejada en los mármoles, bajo lujoso templete,
-tras una verja dorada, veis el sepulcro de San Francisco. Excesiva
-devocion lo ha ceñido con adornos modernos y lo ha coronado con
-lujoso templete, ántes propio de jardin que de cenobio. Cuadrábale
-mucho más la caverna tosca, la soledad mística, la losa desnuda sobre
-la cual cayeran gotas filtradas por las peñas y lágrimas desprendidas
-de la fe. Es más poética que esta decoracion de nuestro tiempo, la
-creencia de la Edad Media. Para aquellos fieles, San Francisco no
-ha muerto; está de rodillas, en penitencia, en oracion, plegadas las
-manos, extáticos los ojos, allá en lugares inaccesibles hasta para
-las águilas, donde sólo pueden llegar las estrellas, intercediendo
-por nosotros los mortales, desarmando la cólera de Dios; y no subirá
-al Empíreo y no entrará en la gloria sino despues del Juicio, cuando,
-destruida la tierra, evaporados los mares, en cenizas los astros,
-en pavesas los soles, consumada la obra providencial, haya podido,
-ofreciendo el holocausto de sus dolores por nuestras culpas y
-llamando la inefable misericordia sobre nuestros huesos, rescatar el
-mayor número de almas para el cielo y gozar así en paz eternamente de
-su propia bienaventuranza.
-
-De todas suertes, profanado ó no, afeado ó no, es uno de los
-monumentos más gloriosos que hay en el planeta; es una de las piedras
-que señalan el camino de las edades históricas; es uno de los núcleos
-donde se ha condensado la materia cósmica de las ideas y se ha ido
-formando este cometa de orígen divino y de órbita incalculable
-que se llama el humano espíritu. Oscuro jóven, de vida ligera, de
-costumbres sensuales, de oficio vulgar; modesto comisionado de una
-casa de comercio; sin ninguna instruccion y sin otras aspiraciones
-que los divertimientos y los goces propios de su clase y de su edad,
-siente cierto dia que extraña idea, como una chispa eléctrica, como
-un efluvio magnético, se derrama por sus fibras, por sus nervios, por
-sus venas; y agitado, febril, convulso, arroja los arreos de placer,
-de fiesta, de viaje; se ciñe cuerda de esparto á sus riñones y tosco
-sayal á sus carnes; abraza la penitencia para sí, la predicacion
-para los demas; y á sus sollozos, á sus palabras, á sus cánticos, la
-tierra se conmueve como si la agitáran misteriosas palpitaciones;
-los pajarillos del cielo suspenden su vuelo y se extasian; los
-lobos del desierto pierden su crueldad y le lamen los piés; dejan
-los niños la teta de sus madres para oirle; abandonan los jóvenes
-el lecho de sus placeres para en las maceraciones imitarlo; cuelgan
-las doncellas los velos virginales y los largos envidiados cabellos
-para desposarse con el ideal religioso; los guerreros arrancan las
-cóleras á sus hígados y los ódios á sus corazones; el señor se cree
-igual con su siervo; los ricos reparten sus tesoros á los pobres;
-levantan los arquitectos místicas naves que llevan las oraciones de
-la tierra al cielo; esculpen los escultores santos que nadan entre
-los resplandecientes íris formados por los brillantes vidrios y las
-notas lanzadas por el órgano; empapan los pintores sus pinceles en la
-fe y nos suben al Empíreo y bajan hasta el alcance de nuestros ojos
-de carne los ángeles y los serafines que agitan sus áureas alas en
-la luz increada; cantan los poetas en lengua no aprendida, como las
-aves, todas las efusiones del amor encendido en las creadoras divinas
-llamas; predican los teólogos una ciencia más amplia y más cercana
-á los arquetipos de la eterna verdad y de la hermosura eterna; se
-trasforma y como que se derrite el mundo feudal de tosco hierro donde
-estaban atadas todas las cadenas; y sobre los dolores humanos se
-entreve que, así como la Biblia ha sido completada por el Evangelio,
-el Evangelio se va completando por otra revelacion: por la revelacion
-del Espíritu Santo, en cuyo seno renace más puro el Universo y se
-purificarán como en resplandores etéreos nuestras oscuras almas.
-
-¡Oh! La historia entera es una escala de sepulcros. El sepulcro de
-los Faraones en las pirámides del desierto separa el mundo oriental
-del mundo occidental; el sepulcro de Alejandro en Egipto separa el
-viejo mundo griego y asiático del mundo romano naciente; el sepulcro
-de Cristo en Jerusalen separa la historia antigua de la historia
-moderna; el sepulcro de Mahoma en la Meca separa la edad pagana en su
-raza de la edad monoteista; el sepulcro de Carlo-Magno en Aquisgran
-separa los tiempos teocráticos en la Edad Media de los tiempos
-feudales y militares; el sepulcro de San Francisco en Asis señala
-verdaderamente la decadencia del espíritu feudal y los primeros
-albores del espíritu moderno. Este siglo décimotercio es un siglo
-de resúmen de toda una civilizacion, como lo fué el siglo primero
-de nuestra era respecto á la antigüedad. Resume la ciencia católica
-en Santo Tomás; resume la política católica en San Luis; resume la
-poesía católica en el Dante; resume el poder católico en Inocencio
-III; resume la pintura católica en el Giotto; resume la legislacion
-católica en Alonso X; resume la escultura católica en Nicolás de
-Pisa; resume la vida católica en San Francisco de Asis. El genio
-católico ha escrito su testamento y por los bordes del horizonte raya
-un nuevo genio. El sepulcro que adoramos es como un planeta donde han
-surgido con la vegetacion frondosa de nuevas ideas los organismos
-varios de una nueva sociedad. ¡Gloria á San Francisco!
-
-Y subimos á la segunda iglesia. La necesidad de ver la luz y de
-respirar el aire que sentiamos despues del viaje subterráneo, nos
-movió á salir al atrio y á detenernos un momento al pié de la
-columnata. Allí contemplamos la vega lejana, las montañas azules, el
-cielo trasparente, de ese color clarísimo que toma en el Mediodía
-tras una fuerte lluvia, y nos enteramos de cierto sepulcro esculpido
-allí, obra de Nino y propiedad de un tirano de Pisa, demente furioso
-como todos los déspotas, dado al lujo oriental, que no recibia
-á nadie si no se le presentaba de rodillas, que jamas aparecia
-en público sino vestido de lucientes ropajes todos sembrados de
-pedrería y ceñido de sacros relicarios primorosamente cincelados;
-y que forzaba á los artistas á regalar con obras maestras y dones
-cuantiosos á su impúdica esposa y á construir para él sin retribucion
-alguna tumbas primorosísimas, puestas bajo la proteccion de San
-Francisco para que le libertára de sus propios remordimientos y le
-conciliase la divina misericordia. La intercesion del Santo le habrá
-podido valer en el cielo, pero no le ha valido en la historia.
-
-Al cabo entramos en la segunda iglesia, cúspide de la iglesia
-subterránea y base de la iglesia superior, pues no debe olvidarse que
-los tres monumentos ocupan el mismo espacio, sobrepuestos unos en
-otros. Sus arcos ojivales, que se encorvan para soportar el peso del
-edificio de arriba; sus ventanas góticas, que ciernen resplandores
-crepusculares y dudosos; su pavimento tapizado de lápidas fúnebres,
-que os hablan mudamente del dogma de la inmortalidad y de la muerte;
-sus paredes, en las cuales se destacan blanquecinas estatuas entre
-las negras sombras; sus cuadros, en que brillan profusamente ángeles
-y santos y vírgenes y mártires con sus palmas verdes en las manos
-y sus aureolas de oro en las sienes; el color azul oscuro de las
-bóvedas, todas sembradas de estrellas como si vinieran al santuario
-para beber la luz con que han de iluminar los espacios; las figuras
-de los frescos, desprendidas casi de lo alto para flotar en la
-atmósfera de incienso; las columnas, levantándose y abriéndose
-cual troncos y copas de misteriosos árboles, cual ramas de ideal
-vegetacion; las cabezas aladas entre los festones de mirto y de
-acanto; los vidrios de colores, que recogen el esplendor del dia
-y lo descomponen y lo reverberan en los mármoles, tiñendo desde
-las losas más profundas hasta las más elevadas aristas con los
-matices del íris; todas estas formas del arte, todos estos símbolos
-de la idea, todas estas aspiraciones á lo infinito os dan tal
-emocion, que vuestras rodillas flaquean, vuestros ojos se sumergen
-involuntariamente en el éxtasis, y vuestra alma, desprendida de
-su cárcel de barro, busca, subiendo por la escala mística de la
-religion, el orígen misterioso de tantas inspiraciones sublimes, la
-esencia incomunicable del Eterno.
-
-El monasterio de Asis no es grande sólo bajo el aspecto religioso;
-es grande tambien bajo el aspecto artístico. En Italia, estos
-maravillosos edificios señalan épocas de trasformaciones del
-espíritu universal. Las Catacumbas guardan los comienzos del nuevo
-genio, la semilla; San Márcos de Venecia, los maestros mosaistas
-venidos del Oriente y depositarios de la tradicion de Bizancio, la
-raíz; San Francisco, la peregrinacion de los artistas que han roto
-el yugo bizantino y han fundado el arte moderno desde la segunda
-mitad del siglo décimotercio hasta la primera mitad del siglo
-décimocuarto: Pisa, en su cementerio, el crepúsculo vespertino del
-siglo décimocuarto y el crepúsculo matutino del siglo décimoquinto;
-Florencia, el siglo décimoquinto en todo su esplendor, el despertar
-de la naturaleza en toda su veracidad, las estatuas de Donatello,
-las puertas de Ghiberti, los frescos de Masaccio, la cúpula de
-Brunelleschi; Siena, Orvieto y Perusa, los albores del siglo
-décimosexto; la primera, sobre las paredes de la Sacristía animados
-por el pincel de Pinturrichio; la segunda, sobre la capilla de la
-Catedral donde ha pintado Signorelli su Ante-Cristo y su último
-Juicio; la tercera, en la sala del Concilio, donde ha dejado Perugino
-sus vistosos héroes semejantes á los héroes del poema de Ariosto,
-con su nacimiento, parecido al nacimiento de una nueva edad; y el
-Vaticano, en la Capilla Sixtina con los Profetas y las Sibilas de
-Miguel Ángel, y en las estancias, con las Musas y los filósofos y los
-doctores de Rafael, la plenitud del arte que es tambien la plenitud
-de la vida.
-
-No os cansariais jamas de contemplar las maravillas de Asis en
-su segunda iglesia. Giunta de Pisa, el último de los maestros
-bizantinos, ha dejado al entrar en la Sacristía tosco retrato de
-San Francisco, despedida de un tiempo y de un genio que se alejan.
-Giotto ha pintado la bóveda del altar mayor quizas despues de un
-diálogo con Dante: que el altísimo poeta empezó por aspirar á fraile
-francisco y concluyó por inscribirse en la órden Tercera, donde eran
-tambien admitidos los laicos. Desde el retrato de San Francisco,
-pintado por Giunta, á las Virtudes de San Francisco pintadas por
-Giotto, media una de las más señaladas evoluciones del genio, una
-de las más decisivas fases del espíritu. Giotto, pobre pastor, pasa
-del aprisco al taller, conducido por Cimabue, y la mano cansada
-del maestro y la mano inexperta del discípulo, al juntarse, juntan
-dos eslabones de la cadena del tiempo, dos puntos de la misteriosa
-línea de la idea. Nadie ha sabido pintar la leyenda franciscana como
-Giotto, porque nadie tenía más títulos para pintarla ni más motivos
-para comprenderla; el cenobita rompe el cristianismo tradicional y
-funda un cristianismo más democrático y más humano; el artista rompe
-el arte bizantino, el arte hierático, y funda un arte más cercano á
-la naturaleza y más inspirado en la humanidad; son dos términos de
-la misma idea, dos fases de la misma edad, dos matices de la misma
-alma. Así, convertid los ojos á la bóveda del altar mayor, recoged
-la luz cernida por los vidrios de colores, y ved como evocaciones
-del Renacimiento, como albores de la nueva idea, como almas que han
-roto la coyunda teocrática y han venido á otros tiempos, aunque
-todavía traspasadas por el clavo de la servidumbre, esas tres figuras
-capitales en los compartimentos, las tres mujeres que representan las
-tres virtudes primeras de la órden: la Pobreza con sus harapos al
-cuerpo, con su soga al cinto, con sus cabellos esparcidos, seguida
-de una flaca perra que le ladra; la Obediencia, con una mano en los
-labios y otra en las reglas monásticas, pronta á imponer el yugo
-á extático monje de hinojos á sus plantas; la Castidad, orando en
-lo alto de una torre, defendida por dos ángeles y desoyendo las
-seducciones que le envian en coronas y palmas.
-
-Adonde quiera que volveis los ojos, encontrais nuevos motivos
-de admiracion y de asombro. Los artistas corren á porfía al
-convento sacro, cual si hubieran adivinado que allí estaban los
-dos manantiales eternos de toda inspiracion: Dios y libertad. Asis
-aparecerá siempre como cenáculo de los discípulos del Giotto y como
-santuario de esta escuela. Tadeo-Gadi, á quien Giotto tuvo en
-las fuentes bautismales y á quien debió la órden franciscana una
-serie de pinturas maestras, ha engrandecido con su pincel suavísimo
-el crucero. Buffalmacio, sobradamente aficionado al naturalismo
-y olvidado del ideal, ha esparcido allí tambien reflejos de sus
-creaciones, como la trágica aparicion de Cristo á la Magdalena.
-El consumado dibujante, el colorista animadísimo, el precursor de
-la perspectiva, el maestro de los primeros escorzos, el inmortal
-Stefano, llena con una gloria maravillosa los espacios del ábside,
-gloria por desgracia perdida. Cavallini, cargado de años y de
-laureles, seguido por un culto universal, despues de sus triunfos
-en Roma y en Florencia, se acerca á este santuario y pinta en el
-crucero de la izquierda la escena última de la terrible tragedia de
-Cristo, la última hora del Calvario, el Salvador iluminado por la
-tempestad en su alta cruz y en su postrimer agonía, con caballeros
-armados á sus piés, que tienen toda la energía del feudalismo, y en
-torno de su cabeza ángeles suaves, arrobados, místicos, que tienen
-toda la dulzura y todo el idealismo de una plegaria. Capanna va, se
-encierra allí, se consagra al arte y á la penitencia, muere mártir
-de su devocion por el santo y de su entusiasmo por el santuario,
-dejando como un símbolo de su propia desgracia y como una imágen de
-su sacrificio, el sepulcro de Cristo. Giottino siente tambien el
-mismo deseo de todos los artistas que aspiraban á dejar una página en
-el poema de Asis y corre á encerrarse dentro de sus muros sin hallar
-espacio suficiente á sus creaciones y sin poder teñir con su pincel
-más que un rincon de la capilla de San Nicolás, yéndose desde allí
-al convento de Santa Clara, la discípula de San Francisco, fundadora
-de una órden de mujeres que se calcaba sobre la regla de su maestro.
-Las enfermedades que le sobrecogieron no le dejaron concluir sus
-trabajos, y tan escaso de fortuna como de gloria, entristecido por
-su propio natural y por la pública ingratitud, siempre solitario,
-siempre encerrado en sí mismo, de claustro en claustro, pidiendo el
-trabajo como otros piden el pan, pasó de Asis á Pisa, de un cenobio
-á un cementerio, para pintar como en holocausto á Dios y obtener
-para la otra vida, único pensamiento suyo y objeto exclusivo de sus
-meditaciones, el perdon á sus culpas y el reposo que le habia negado
-la tierra. Y aquel paso de Giottino desde Asis á Pisa, determina otra
-peregrinacion general de los artistas desde el uno al otro santuario.
-Mas para que nada falte en la Iglesia baja de San Francisco, tambien
-se ve una Vírgen de Cimabue, del pintor en quien acaba el arte
-bizantino y empieza el arte moderno. Y entre tanta maravilla hay unos
-cuadros de Simone Memmi, á quien su devocion llevaba á pintar como
-los bizantinos y su natural como los giotistas. Amigo de Petrarca,
-cual Giotto fué amigo del Dante, retrató á Laura despues de muerta;
-pero con tal inspiracion, que el poeta amante cree ver al pintor
-trasladándose desde la tierra al paraíso á fin de entrever la mujer
-querida, como un ideal sobre cuyos contornos apénas se suspende el
-velo de las formas. Pincel así no debia faltar en santuario por
-excelencia del arte cristiano; de esta suerte puede asegurarse que
-todas las obras representativas del genio italiano, que es el genio
-moderno, desde las florecillas de San Francisco hasta las estancias
-de la Divina Comedia y desde las estancias de la Divina Comedia hasta
-los sonetos de Petrarca; todos los comienzos de las artes pictóricas,
-desde Giunta de Pisa basta Cimabue, desde Cimabue basta el Giotto,
-desde el Giotto basta Simone Memmi se anidan, como un coro de
-ruiseñores inmortales, en las sombras misteriosas de este monasterio,
-una de las cimas indudablemente del humano espíritu.
-
-La verdad es que la pintura moderna, despues del Tabor que encuentra
-en Asis, está definitivamente fundada. Los discípulos del Giotto
-recorren desde allí toda Italia y practican el nuevo arte. Revolucion
-tan profunda no podia verificarse sin protestas vivísimas y sin
-tentativas de reaccion poderosas. El Giotto habia concluido con
-la pintura hierática, con el arte bizantino, de una ortodoxia y de
-una severidad completas. Su genio innovador prescindió del tipo
-consagrado por la tradicion y querido del pueblo. Atentar así á
-cuanto se habia adorado hasta entónces, era para ciertas almas
-pagadas de lo antiguo, un sacrilegio tan grande como atentar al mismo
-dogma. Las muchedumbres creian que los Cristos deformes y colosales,
-que las Vírgenes rígidas é inmóviles fueron obra de los ángeles, y
-un pintor láico, un pintor profano se atrevia irreverente á corregir
-estas creaciones del cielo. Por las venas ateridas de los grandes
-personajes sagrados se difundia la sangre caldeada de la nueva
-vida; sus ojos se movian y miraban con expresion á la manera de los
-mortales ojos; sus largas manos y sus delgados dedos se amoldaban al
-humano tipo; sonreian aquellos labios cerrados; bajo las vestiduras
-palpitaba su cuerpo y en torno suyo comenzaba á brotar como nueva
-primavera toda la naturaleza. Esto no podia tolerarse por los que
-estaban apegados á la tradicion religiosa. El Giotto habia querido
-demostrar que Cristo podia ser adorable, divino y ser tambien
-hermoso; la Vírgen llamarse mujer, palpitar bajo el manto, moverse,
-vivir y ganar en belleza estética y en carácter sagrado; los santos,
-tener los ojos y las manos como nosotros los mortales pecadores y
-rezar y bendecir y atraerse la pública devocion; los retratos entrar
-en los altares sin profanacion y sin necesidad de conservar el medio
-primitivo, pueril, bárbaro, que deseando manifestar la desproporcion
-entre lo divino y lo humano, ponia junto á un Cristo gigantesco un
-hombre diminuto; reglas hieráticas muy santas, pero en cuya rigidez
-se apagaba y moria la espontaneidad del genio. Margheritone de Arezzo
-es el pintor que más vivamente protesta contra estas innovaciones;
-el que más se aferra á la tradicion el que con mayor empeño y porfía
-pinta segun el modelo de las antiguas liturgias. Revelador instinto
-le dice que las nuevas figuras humanas son tambien humanas ideas;
-que por los cuadros de la reciente escuela se desliza una anticipada
-protesta; que rehacer el tipo del hombre y de la mujer en el arte,
-equivale á rehacer el tipo pagano; que evocar la Naturaleza, esa
-madre del pecado, vale tanto como evocar el genio de la antigüedad
-para completar el genio del cristianismo; que tras esta revolucion
-artística asoma una revolucion científica, una revolucion religiosa,
-una revolucion política, en las cuales se aneguen las tradiciones y
-sólo sobrenade la razon. Lo cierto es que llama á la puerta de los
-conventos; que concita las iras de las órdenes monásticas; que apela
-al Papa; que recibe de éste órden para pintar segun la antigua
-usanza; que consume sus fuerzas provocando una reaccion universal;
-que maldice de los innovadores y de sus procedimientos, y como todos
-los reaccionarios de la historia, muere de dolor al reconocer la
-impotencia de sus esfuerzos y la fragilidad de su obra.
-
-Dominados por estos pensamientos subimos á la tercer iglesia, á
-la iglesia superior, que se destaca allá arriba como una aureola.
-¡Cuánta luz! Parece amasada en el éter de los espacios celestes.
-Hasta su pavimento resplandece como si caminarais sobre el disco de
-un astro. Las columnas se aligeran y se lanzan audaces á lo alto;
-las ventanas se rasgan y se espacian; los vidrios suben por aquellos
-claros y por aquellos rosetones para dar á la luz toda suerte de
-cambiantes; las naves, de hermosa manera pintadas, semejan al cielo
-lleno de bienaventurados que cantan en coro entre estrellas y flores;
-la ornamentacion se enriquece en inacabables guirnaldas como si
-pretendiese encerrar allí la universalidad de las cosas creadas; los
-frescos tienen tal viveza y tal colorido que deslumbran; los altares
-brillan maravillosamente cincelados tras verjas doradas de una labor
-primorosa; el vértigo producido por tanto resplandor en las alturas
-es tal, que os creeriais atravesando en sagrado tabernáculo sobre las
-alas de los serafines el espacio infinito en pos del divino ideal,
-eterna aspiracion del alma y eterno arquetipo del universo. Poblad
-este templo y lo veréis animarse como si todavía estuvieran vivas
-las ideas que lo levantaron al cielo. Los peregrinos se agolpan á la
-puerta; los monjes cantan en el coro; los fieles se arrodillan al pié
-de los altares; los oficiantes con sus capas de damasco y de brocado,
-celebran la misa entre murmullos de oraciones que tomariais por el
-aleteo de las almas; sube el incienso en espirales á las bóvedas
-y baja la luz de las áureas lámparas y de las místicas ojivas; la
-melodía del órgano llena de acentos angélicos las naves; la voz de la
-campana llama desde la torre lo infinito y por los arcos, acabados en
-un punto, como el pensamiento y la naturaleza acaban en la unidad de
-Dios, se elevan las almas, cual por la escala de Jacob, á perderse,
-huyendo de los dolores y de los desengaños terrestres, en el seno de
-la eternidad.
-
-¡Cuán maravillosamente comprendian los hombres de aquella edad el
-arte religioso! Estos tres templos elevados en el mismo espacio,
-puestos el uno sobre el otro, me parecen la imágen de la vida con
-sus raíces en el sepulcro y con sus cúpulas en el cielo. ¡Cuántos
-esfuerzos, cuántos trabajos, cuántas oraciones, cuántas lágrimas,
-para subir desde ese antro húmedo, desde esas tinieblas espesas,
-desde ese frio mortal de la última iglesia encerrada como el feto
-informe en las entrañas de la tierra, á la iglesia media que se
-dilata, como nuestra vida terrena, que mezcla sombras y luz como
-nuestras ideas y nuestras pasiones, que quiere alzarse á lo infinito
-y se encorva y se baja al peso abrumador de sus aspiraciones; hasta
-que al postre, en el término de esta serie, en el último peldaño de
-esta escala, en el esfuerzo último de ascension al ideal, se eleva
-la iglesia superior como la sobrehumana transfiguracion alcanzada
-por nuestro dolorosísimo sér, el cual, despues de haber pasado por
-el dolor y por la penitencia, entra allá en el cielo para coronar la
-pasion de nuestra vida que no debe concluir en eterna muerte, no, que
-debe concluir y concluirá por divina resurreccion!
-
-Creeriais que va á reproducirse el apólogo aleman innolvidable en
-aquellas trasformaciones sucesivas del arte. Parece que, nacido en
-el fondo de las tinieblas y en las cavernas cercanas á la nada,
-acostumbrado á la soledad y al silencio; sin oir más que el rozar
-de las aves nocturnas con sus sedosas alas en vuestras sienes ó el
-ruido de la gota de agua como lágrima eterna en los abismos; sin ver
-más que la retina del buho y de la lechuza que os miran burlonamente
-ó el fosfórico resplandor de los huesos descomponiéndose por la
-humedad en la tierra, viene de pronto un genio y os dice que si
-quereis ver algo superior le sigais y os lleva en noche serena de
-plenilunio á las alturas y os enseña la casta luna en el zenit con
-su corona de estrellas, saludada por el ladrido del perro y el canto
-del gallo y la sonata del ruiseñor, obligándoos á creer, como hijo de
-las tinieblas, aquel mustio resplandor pleno dia y á quedaros allí
-contemplando eternamente la plateada faz del astro de las sombras,
-como tomándola por la última expresion de la vida y por el último
-grado de la luz. Y luégo otro genio os toma la mano y os muestra el
-sol del mediodía, esplendente, luminoso, ardentísimo, ante el cual
-es la luna como el fósforo de la oscura caverna y veis que el sol
-pinta las flores, anima al coro de las aves, derrama á torrentes la
-electricidad, enciende la sangre de todos los animales, suspende por
-cadenas invisibles en torno suyo los planetas y aumenta con su luz y
-su calor la vida. Y bien hallado en esta tierra hermosísima, desde
-cuyo seno se descubre un sol tan espléndido, anhelariais quedaros
-en ella, vivir eternamente en su regazo, cuando viene otro genio
-superior y os lleva en sus alas á contemplar estrellas ante las
-cuales nuestro sol es como la luna. Y allí quereis quedaros, puesto
-que, triste helecho de una caverna solitaria, habeis subido hasta ese
-grado superior de la vida, cuando viene un ángel y os enseña algo
-mayor y más hermoso; las ideas eternas, en cuya comparacion vienen
-á ser como sombras los soles, y el Eterno Dios, en cuya presencia
-es como una mustia luciérnaga todo el Universo. Y de ascension en
-ascension habeis subido, materia informe, sombra espesa, niebla del
-vacío, á la luz, á la vida, al amor, á la inspiracion, al arte, á la
-ciencia, á las cimas últimas del cielo, á las últimas esferas del
-pensamiento, hasta ver en sobrehumanas intuiciones al Creador, y en
-el Creador la verdad, la bondad y la hermosura perfectas.
-
-Desde la iglesia de Asis nos fuimos á una montaña cercana, como
-si tantas emociones nos hubieran dado el deseo, nunca satisfecho,
-de subir y subir más. Cuando la tarde espiraba, las campanas del
-monasterio tocaron el _Angellus_ y llamaron á la oracion. No pude
-reprimir, al impulso de aquellos sonidos, un vuelco de la sangre
-que me recordó mi infancia y las mismas horas poéticas y los mismos
-toques de la solemne campana y el mismo murmullo de mística oracion.
-Las sombras de los siglos pasados se alzaron de sus panteones y se
-suspendieron sobre la cima del cenobio para decirme que en aquel
-campanario de San Francisco se habia saludado por vez primera con
-lengua de bronce el crepúsculo, cuyo poético _Angellus_ habia
-corrido, en alas de las ideas, léjos, muy léjos, hasta las islas de
-los mares índicos, hasta los desiertos de América, como un zodiaco
-de misterios inefables que abrazára al planeta. Entónces me pareció
-oir que al Ave-María de las campanas se mezclaba el Ave-María de las
-piedras del monasterio, y al Ave-María de las piedras del monasterio
-el Ave-María de todos los seres de la tierra, y al Ave-María de todos
-los seres de la tierra el Ave-María de todos los astros del cielo
-en universal plegaria. Y vi á los grandes poetas del siglo pasar
-ante mis ojos; al que cantó la campana desde el momento en que su
-materia candente hierve en el molde, hasta el momento en que su voz
-solemne llama á los vivos y llora á los muertos; al que desde las
-torres de Nuestra Señora saludó con su alegre campaneo el dia de
-la resurreccion del espíritu humano alzado del sepulcro de la Edad
-Media á la vida del Renacimiento; al que apartó de los labios del
-alquimista desesperado la copa de veneno cuando los ecos del órgano
-y el repique de la Pascua le dijeron que no se habia perdido la
-esperanza; al que, cargado con todas las culpas y todas las dudas
-de su edad, dolorido con todos los dolores humanos, calumniado como
-amador de la vida y ansioso por el martirio y por la muerte, desde
-las altas torres de Venecia agrandadas por el crepúsculo, sintió caer
-los toques misteriosos del _Angellus_ sobre la celeste laguna en que
-comenzaban á retratarse las primeras estrellas de la tarde y oró con
-lágrimas en los ojos, y al traves de las lágrimas y de las oraciones
-vió pasar sobre las nubes del ocaso la Madre del Verbo con su manto
-celeste, su extática mirada, la luna bajo las plantas, la mística
-paloma sobre la frente, estrechando á todos los seres contra su seno
-inmaculado en trasportes de maternal amor.
-
-¡Quién no verá en el misterio del crepúsculo, en las últimas
-purpurinas nubes del ocaso y en las primeras rayas plateadas del
-alba; lo mismo sobre la cuna que sobre la tumba del dia, esa fuente
-de amor, esa estrella del mar, esa inspiracion del alma, á cuya
-inefable hermosura consagran una letanía sin fin lo mismo las cosas
-creadas que las ideas increadas, lo mismo los seres materiales en sus
-límites que las obras artísticas en sus luminosas órbitas, Vírgen
-y Madre, á cuyos piés baten las alas blancas los ángeles y á cuyas
-sienes se agrupan las estrellas, eterno ideal que el corazon adivina
-y que no puede alabar como se merece la tenue palabra, forzada
-á enmudecer ante tanta virtud y tanta belleza en una religiosa
-inexplicable oracion que sube al cielo como los vapores de la tarde,
-como el aroma de las flores, como las nubes del incienso, á mezclarse
-y confundirse en la aspiracion de todo lo creado hácia la increada
-luz!
-
-
-IV.
-
-La verdad es que no hay monumento como el de Asis, ni vida como la de
-San Francisco para estudiar uno de los hechos históricos en que más
-empeñada, repito, se halla la ciencia moderna; el nacimiento de las
-leyendas religiosas. Cada una de estas piedras da testimonio vivo de
-cómo un hombre, sujeto á todas nuestras condiciones, se eleva en poco
-tiempo á lo sobrenatural, perdiéndose en los celajes resplandecientes
-de la fantasía hasta convertirse su persona histórica en mito, su
-vida real en soñada leyenda. Extraordinarias facultades morales ó
-intelectuales, á la verdad, le adornan; exaltada virtud, elocuente
-palabra, efusivo amor, le llevan á grandes ideas y á grandes hechos:
-las gentes le siguen, los sectarios le adoran, los discípulos lo
-magnifican y poco á poco la fantasía inflamada lo trasfigura, y el
-arte, el buril y el pincel acaban la obra iniciada, que crece y toma
-diversas fases en los espejismos siempre movibles de las tradiciones.
-Despues de algun tiempo puede resultar el pensamiento de Aristóteles,
-puede resultar la poesía más verdadera que la historia, ó el
-pensamiento de Platon que la belleza del mito sea sólo el resplandor
-de su verdad intrínseca y el hombre del arte y de la poesía aparezca
-más real que el hombre de la crítica y de la historia. Pero venid á
-esta tierra de Asis; registrad estos sitios consagrados por una de
-las más bellas figuras que guarda en sus anales la humanidad; id á
-su casa, todavía señalada en las tradiciones, donde encontraréis el
-recuerdo de los castigos impuestos por su familia á la extraordinaria
-vocacion del santo; trasladaos á la humilde choza en que ve al
-Crucificado en sus éxtasis y traza la órden seráfica en sus
-meditaciones; salid luégo al templo-cenobio y sentiréis cómo un
-jóven falto de ciencia y de letras, movido sólo del amor, tras una
-vida exaltadísima por la intuicion de lo sobrenatural y la práctica
-de las predicaciones; tras un sacrificio contínuo por el bien de
-los demas hombres, puede tener en la piedad de los creyentes cuna
-sobrenatural y sobrenatural sepulcro; herir en la imaginacion de los
-poetas la tierra estéril y hacerla brotar un raudal de inspiraciones;
-promover y despertar en la mente plástica de los pintores un cielo
-de grandiosos pasajes que animen con místicas reverberaciones y
-extáticas figuras tablas y lienzo, bóveda y pared, claustros y altar;
-crecer en la fe de sus sectarios hasta el punto de que combatan y
-mueran por su persona ó por su doctrina, exaltando una y otra hasta
-los límites altísimos de la leyenda y convirtiéndolas en gracioso
-ideal de las venideras generaciones.
-
-Nada hay más rico que la leyenda religiosa de San Francisco de Asis,
-y nada hay más sencillo que su vida histórica. Cierto comerciante
-de paños y una buena mujer son sus padres. El comerciante se llama
-Pedro Bernardone, y hace contínuos viajes allende los montes en
-tierra de Francia. Á la vuelta de uno de estos viajes, encuéntrase
-hermoso y esperado hijo allá por los años de 1182. La madre le
-habia puesto ya el nombre de Juan; pero el padre, en recuerdo y en
-agradecimiento á la tierra de Francia, donde se habia enriquecido,
-le puso el sobrenombre de Francisco. Su educacion fué algo esmerada,
-si se atiende á la rudeza de aquel tiempo. Aprendió medianamente el
-frances en las conversaciones con su padre, muy dado á este idioma,
-y tomó alguna tintura de latin eclesiástico en el mejor seminario de
-su pueblo. Su juventud pasó encendida en todas las pasiones y agitada
-por todos los placeres. Lo elegante de su apostura y lo escogido de
-sus maneras; la varonil belleza del rostro; la gracia y la fluidez de
-la diccion cierta vena poética para escribir versos; cierta dulzura
-para cantarlos, dábanle renombre de galante y traíanlo siempre entre
-jácaras, comidas, aventuras, bullicios, serenatas, amores y orgías.
-Habia en tales fiestas una especie de director á quien llamaban
-rey, dándole baston ó cetro á la mano y ciñéndole á las sienes rica
-corona de flores. El que tal cargo desempeñaba, distribuia los
-papeles en las farsas públicas; dictaba á cada cual las canciones
-y señalaba los sitios donde debia entonarlas; componia los coros y
-los ensayaba; concertaba las parejas en los bailes; presidia las
-comidas y las cenas. Así es que por las noches, en aquellas gozosas
-fiestas, al verlo pasar precedido de las músicas, acompañado de los
-humeantes hachones, dirigiendo numerosísima juventud que al són de
-los instrumentos entonaba deliciosos coros, llamábanle todos alegría
-de Asis, flor de sus campos, espejo de sus moradores. Su amor propio
-era tan grande que recogia aquellas alabanzas y las guardaba en la
-memoria, para repetirlas á cada instante; su ligereza tan extrema,
-que requeria de amores á todas las jóvenes y no se fijaba en ninguna;
-sus dispendios tales, que temia la familia verle disipar en las
-larguezas de sus placeres los ahorros de tantos tiempos consagrados á
-la economía y al trabajo.
-
-La ambicion se juntó á sus demas pasiones para que ninguna de las
-tormentas humanas dejára de atravesar aquella alma. Los libros de
-caballería le trastornaron el seso. En la Edad Media no existia
-esta inmensa distancia que existe hoy entre la realidad y la
-imaginacion. Creíase hacedero el realizar con la voluntad lo soñado
-en la mente. Un caballo y una lanza; un pecho férreo y un brazo
-atrevido bastaban á dar seguridad de emprender las mayores aventuras
-en aquella tierra movediza, á cada paso abierta por las hendiduras
-de los volcanes, deshecha por los sacudimientos de los terremotos,
-trasformada por las contínuas catástrofes. Un reino desaparecia
-con la misma facilidad con que se formaba otro. Del Norte venian
-tribus y del Sur tambien que trastornaban geografía y política.
-La aparicion de un señor de Alemania en los Alpes ó de una legion
-de Arabia en Sicilia, bastaban á desconcertar todos los pueblos y
-á traer todas las guerras. Por las alturas constituíase cualquier
-desalmado en príncipe feudal con sólo tener fuerza á sujetar á los
-campesinos del llano y á limpiar de competidores el monte. Así es que
-al ir Gauthier de Brienne en demanda de Sicilia á disputar al grande
-Federico II, tan aborrecido de los Papas, la posesion del hermoso
-reino, pensó Francisco de Asis en seguirlo, en pelear á su lado,
-en ganarse á punta de lanza un castillo ó un reino donde saciar su
-sed de placeres y ejercitar la febril actividad de sus ambiciones.
-En sueños, despues de haber corrido muchas tierras, peleado con
-innumerables gentes, ganádose fama de héroe en repetidos encuentros
-y ruidosas víctimas, veia surgir de los abismos á los aires
-riquísimo castillo, medio fortaleza y medio palacio, con salones
-interminables donde campeaban, pendientes de las paredes, arneses,
-penachos, cimeras, cascos, lanzas, broqueles, manoplas, escudos todos
-riquísimos, capaces de deslumbrar los ojos más acostumbrados á la
-plata, al oro, á la pedrería y preguntando á quién pertenecian tantas
-maravillas, contestóle misteriosa voz que á él y á cuantos paladines
-le siguieran. Sus deseos febriles y sus ensueños inquietos llevábanle
-desde las aspiraciones del amor á las aspiraciones de la ambicion Su
-biógrafo Celano le pone en los labios esta palabra que no deja lugar
-á duda alguna sobre sus deseos de reinar: _Scio me magnum principem
-futurum._
-
-Al principiar el siglo décimotercio, las cruzadas retroceden, no
-porque hayan conquistado el sepulcro de Cristo definitivamente
-perdido para la cristiandad, á pesar de las victorias del gran
-Federico II; sino porque han conquistado las populares comunidades,
-iniciacion de la democracia sembrada para siempre en el suelo de
-Europa. La voz de los misioneros que siglos ántes produjera un pueblo
-nómada y armado, el cual desde nuestro continente se trasladaba al
-Asia y moria abrasado en el desierto por el fuego de las arenas y el
-fuego de la fe, esa voz que llevaba disuelto el espíritu católico,
-se estrellaba en el renacimiento de la libertad y en el creciente
-desarrollo del trabajo. Pero San Francisco, uno de los fundadores de
-la democracia religiosa que debia acompañar á la democracia política,
-fué á las últimas cruzadas, separacion verdadera entre el término de
-los tiempos feudales y el principio de los tiempos modernos. Con la
-misma alegría de siempre y con la misma ligereza, como si corriera á
-una de las procesiones ó á una de las fiestas de su valle, corre á
-las cercanas costas, se embarca en las pesadas galeras, aborda á las
-playas de Damieta, entra en el ejército cristiano, y no bastando á su
-exaltado celo y á su febril impaciencia la marcha lenta de aquellos
-caballos y caballeros abrumados bajo el hierro de sus armaduras
-pesadísimas, anda á pié por el desierto, penetra en el interior del
-África, se avista con el jefe de las tribus árabes de Egipto, le
-predica la fe cristiana, le propone mostrarle entrando en una hoguera
-y saliendo ileso la verdad del Evangelio y deja allí una órden de
-penitentes para que rodeen con sus plegarias y con sus martirios de
-una especie de escudo religioso y de fortaleza moral inexpugnable,
-el Santo Sepulcro que no han podido rescatar ni la autoridad de los
-reyes ni la fuerza de los ejércitos.
-
-¿Cómo se ha verificado esta trasformacion maravillosa?
-
-Á la edad de veinticuatro ó veinticinco años, terrible enfermedad
-le sobrecoge y le lleva á las puertas del sepulcro. Pero sale
-triunfante de esta prueba, y en la convalecencia extrañas visiones
-se dibujan confusamente por sus retinas caldeadas de ardentísima
-calentura é hinchan su corazon de amores hasta entónces desconocidos,
-como si toda su alma se desprendiese de las terrenales ligaduras y
-sobrepuesta al cuerpo se recreára en contemplarse á sí misma y en
-contemplar á traves de sus ideas, como á traves de claro vidrio, la
-imágen de Dios. La fuerza de la costumbre, sin embargo, le llevaba á
-sus antiguos placeres, cual si en ellos se encerrase toda su vida y
-lo confundia con sus antiguos amores, cual si no pudiese sin ellos
-pasar por este mundo. Un dia siente la ciudad estrecha, la tierra
-árida, sus amistades insípidas, sus amores vanos, la campiña de Asis
-como un desierto, el cielo como un pálido crepúsculo, sus ambiciones
-como fantasmas y se propone desasirse del mundo y perderse en ideal
-superior á la vida. Para llegar desde el torbellino y el huracan de
-todos los placeres á este rudo ascetismo, habia necesitado pasar por
-muchos y muy crueles tormentos. Lo que más le apenaba en tan suprema
-crísis, era el horror que sentia hácia sí mismo, el menosprecio de
-todo su sér, el remordimiento por su pasada vida, sus locos placeres,
-sus locas ambiciones. Aparecia deforme y monstruoso á la mirada más
-escudriñadora y más segura; á la mirada de su propia conciencia.
-Queriendo combatirse á sí mismo, se lanzaba al torrente de sus
-antiguas alegrías á ver si en el ruido y en el movimiento ensordecia
-su interior hasta no oir esas voces de reconvencion y de angustia que
-le trastornaban. Pero las fiestas públicas aumentaban su tristeza, el
-canto le sonaba á carcajada histérica, el vino le sabía á vinagre,
-los manjares á hiel, la hermosura á frio esqueleto, el amor á hastío,
-la amistad mundana á mentira, y sobre los trasportes del placer oia
-la salmodia de invisible entierro que llevaba á sepultar en lo pasado
-toda su existencia tal como hasta entónces habia sido. La soledad se
-convirtió en su única compañera. Allí, apartado del mundo, se veia
-frente á frente á sí mismo y analizaba sus pasados afectos y argüia
-contra sus ambiciones como contra sus pecados. Muchas veces los
-amigos le asaltaban, le sacudian para arrancarlo de aquel sueño, le
-llevaban á las fiestas; pero él, deseoso de no desmerecer á los ojos
-mundanos de aquellas gentes y no revelar las interioridades del alma,
-pretextaba buscar un tesoro, é iba á encerrarse en oscura caverna
-donde, entre ayunos, maceraciones y penitencias, se alejaba de toda
-su vida pasada y prometia y juraba abrazar otra vida contraria.
-Cuando entraba en la caverna semejaba un hombre de este mundo, y
-cuando salia semejaba un hombre de otro mundo, como si bajase de
-alguna region sobrenatural, como si trajese en su retina y en su
-frente resplandores de lejanos cielos, como si se trasparentára su
-recóndita alma. Habia perdido toda idea del tiempo y del espacio
-en que estaba, y tomado alas sobrenaturales y trasportádose á la
-tarde suprema del Calvario, donde veia las tinieblas en los cielos
-y los terremotos en la tierra; las piedras rompiéndose de dolor y
-las estrellas disipándose en cenizas, la ciudad proterva iluminada
-por el relámpago y el pueblo deicida iluminado por la ira; fuera los
-esqueletos de su sepulcro y velados los ángeles en las nubes; las
-santas mujeres confundiendo sus sollozos con los bramidos del huracan
-y el discípulo amado y la Vírgen Madre al pié de la cruz en cuyos
-brazos pendia el Hijo del Hombre sacrificado en desagravio al Eterno
-por rescate de todas nuestras culpas, con la cabeza caida sobre el
-pecho, las sienes traspasadas por espinas goteando sangre, abierto
-el costado, desgarradas las manos y desgarrados los piés, próximo á
-lanzar aquel último suspiro y aquel último gemido que llevó hasta
-la eternidad el eco de nuestros dolores y la sombra de nuestras
-acerbas tristezas en aquella última hora de la consumacion de todas
-las profecías por el holocausto de la divina víctima y del milagro de
-nuestra costosa redencion por el dolor y por el martirio. Y cuando
-habia visto todo esto con los ojos y tocádolo con las manos, sus
-sienes se taladraban, se abria su costado, llenábase de sangrientas
-nubes su vista, caíasele sobre el pecho la cabeza, llagábanse sus
-manos y sus piés, sentia en el alma todas las angustias como en el
-cuerpo todos los dolores del divino mártir, y salia por calles, por
-encrucijadas, por campos vertiendo lágrimas, pues aunque todos los
-seres creados llorasen por toda una eternidad la muerte de Cristo,
-no llegarian al dolor que tan sublime sacrificio debe merecer á la
-humanidad regenerada. Y la transfiguracion de Francisco es como la
-transfiguracion de Sócrates, como la transfiguracion de Cristo, como
-todas las grandes transfiguraciones, en el dolor y en el martirio.
-
-
-V.
-
-Los padres de Francisco se inquietaban mucho de los trasportes de
-su hijo, ellos que no se habian inquietado tanto de sus placeres.
-Parecíales que en tal estado perdia la salud y arriesgaba la vida.
-Lo que más les apenaba era ver el demacrado rostro, la rugosa piel,
-los ojos vidriosos, las manos huesosas, la frente surcada, los
-pómulos caldeados, trémulos todos los músculos, ahuyentado el sueño
-de sus párpados enrojecidos, ocupada la mente de visiones, fuera de
-su cauce natural la vida, como si perteneciese á otro mundo. Las
-tradiciones refieren que un dia se fué á comunicar la vocacion de
-penitente al padre desconsolado. Temblaba en los labios de Francisco
-la palabra y crujíanle los huesos en las rodillas. Apénas acertaba
-á proferir una frase, porque preveia cuánta amargura iba á derramar
-en las paternales entrañas. Su familia habia soñado para aquel hijo
-querido con una posicion desahogada, con un comercio agrandado,
-con provechosos viajes allende los montes, con un matrimonio de
-conveniencia, con un influjo político en aquellas repúblicas donde
-ya comenzaba á sopreponerse la nobleza del trabajo á la nobleza del
-combate. Imaginaos cuánta sería su pena al oirle que despreciaba
-toda aquella fortuna aglomerada con tantos desvelos para él; que la
-queria repartir entre los pobres; que iba á darse á la soledad y á
-la contemplacion de las cosas eternas; que tosco sayal bastábale
-para sus carnes manchadas por el pecado, grosera cuerda para sus
-maldecidos ríñones, las hierbas del campo para alimento, las
-cavernas para vivienda y para reparar sus fuerzas, por toda licor el
-agua que la lluvia deposita en las líneas de las peñas, donde las
-aves se embriagan y toman fuerzas para perderse en lo infinito y
-henchirlo de cánticos que son verdaderas alabanzas al Criador.
-
-Los padres no quieren jamas una carrera demasiado vertiginosa para
-sus hijos, un ministerio que pudiera traerles mucha gloria, pero
-tambien muchos dolores. Sublimemente egoistas, por preservarlos
-hasta del tormento de las humanas grandezas y del vahido de las
-inaccesibles alturas, los llaman á la felicidad vulgar que se
-encierra siempre en las doradas medianías de la vida. El padre
-de Ovidio no queria que su hijo cantase, como si adivinára que
-los cantares le habian de arrastrar al destierro y le habian de
-entristecer toda la existencia; el padre de Petrarca no queria
-tampoco oir que fuese, aquél á quien habia consagrado para sacerdote
-de la Iglesia, amante de las Musas, como si temiera dolores tan
-agudos en gloria tan grande cual un amor sin esperanza; el padre
-de Miguel Ángel le vedaba el buril, los pinceles y le arrancaba de
-los talleres, adivinando aquel genio aislado en su gloria como el
-Dios semítico en la eternidad, dolorido por las desproporciones
-gigantescas entre las ideas y los medios de expresion, sin
-precedentes y sin posteridad, sin mujer y sin hijos, sin familia y
-sin amigos, sólo con el peso de sus pensamientos, grande, muy grande
-despues de su muerte, pero desdichado, muy desdichado en la vida.
-El buen comerciante Bernardone queria para su Francisco el hogar
-y no las cavernas, el amor y no el tormento, la fortuna y no la
-miseria, la felicidad y no el combate, un lecho mullido en invierno
-y no la lluvia y el viento, un abrigo contra las tempestades y no el
-deshecho oleaje de embravecido mar de lágrimas, la felicidad vulgar
-y no la penitencia, la vida ordinaria y tranquila, pero no el dolor
-y el martirio, aunque luégo le valiesen la inmortalidad. Así es que,
-ciego de cólera, le castigó duramente. Todavía se enseña en Asis el
-sitio donde le encerró y le ató para que no se escapase á emprender
-sus vocaciones celestes. Todavía se ve en una Iglesia el fondo de la
-oscura mazmorra, la efigie del santo en oracion, su cuerpo atado con
-duras cuerdas, mustia luz iluminándole en aquel tormento aceptado con
-resignacion como una nueva prueba de su amor á Dios. La madre, la
-madre cariñosa, amante, con las entrañas desgarradas, fué á soltar al
-pobre pajarillo enjaulado, á dejarle todo el aire y todo el cielo por
-que suspiraba, áun á costa de verlo llevarse en aquel vuelo desde el
-sacro nido al frio claustro su corazon á pedazos. El santo corrió
-á su arbitrio por montes y por valles, se hincó en las alturas y se
-encerró en las cavernas; predicó á las aves del cielo y á los hijos
-del hombre; se armó contra todas las pruebas que pudieran aguardarle
-de estas dos ideas, de que el dolor debia tomarse como un presente
-del cielo y la muerte misma tenerse despues de sus horrores y de
-sus tristezas como una perfecta vision de Dios. Pero su familia no
-podia creer en esas extraordinarias vocaciones. El refran evangélico
-de que nadie puede ser profeta en su patria, se confirma siempre.
-La familia, los amigos, ven demasiado cerca las enfermedades del
-niño, las pasiones del jóven, las faltas del hombre, las miserias
-de la vida diaria para creer que pueda trasformar una edad, redimir
-un mundo, torcer la corriente de los tiempos, levantarse á las
-alturas donde brillan y truenan los héroes y los dioses de la
-historia. No saben los seres vulgares, allá en su órbita estrecha,
-de cuánto poder está dotada una fe profunda y de cuántas maravillas
-es capaz una virtud incontrastable. En aquellos predestinados á
-renovar el espíritu, á purificar la tierra, suele poner la previsora
-Providencia facultades en armonía con sus maravillosos fines, como
-la naturaleza da órganos en proporcion con sus respectivos destinos
-en la vida universal á todos los seres orgánicos. Una vocacion
-extraordinaria, un trabajo hercúleo, una elocuencia maravillosa,
-un amor incomprensible al combate y al martirio, una inspiracion
-febril, suelen, desequilibrando las facultades, dar al predestinado,
-juntamente con inmarcesibles glorias, irremediables desgracias y
-defectos. Al fin, toda verdadera grandeza se resuelve en verdadero
-martirio, y algo hay por necesidad que quitar de todo cuanto favorece
-á la familia y al hogar, en aquellos destinados á servir desde los
-resplandores de la gloria, esa hoguera voracísima y martirizadora, á
-toda la humanidad y á toda la tierra.
-
-Imagínese el efecto que produjera entre el vulgo ver convertido
-en penitente al galan, y sus cánticos en sermones, y sus brocados
-en sayal, y sus amores fáciles en heridas profundas, y sus orgías
-en penitencia, y su vida ligera en muerte anticipada por el
-sacrificio y por el martirio. Unos se reian á hurtadillas, pero
-otros á mandíbulas batientes y en su cara. Los más le tenian por
-loco. Tirábanle los chiquillos de la calle piedra y barro; azuzaban
-los perros para que le mordieran; seguíanle en tropel como á un
-bicho raro, mofándose de él, escarneciéndole, insultándole, entre
-la pública algazara. Pero contra todas estas amarguras tenía el
-pobre solitario su incontrastable resignacion. No hay sino leer el
-capítulo octavo del libro titulado: _Fioretti di San Francesco_,
-que se encuentra á cada paso por las librerías de Italia. Andaba
-el santo en compañía de un su hermano en Cristo llamado Leon desde
-Peruza á la Vírgen de los Ángeles, por mal camino y agrio tiempo.
-El viento era huracanado, y el frio intensísimo. Viendo Francisco
-tiritar á Leon, propúsole una especie de problema, á saber: que
-acertára dónde estaba la verdadera alegría. Leon no podia acertar,
-y San Francisco le dijo: ¿Pues no es verdadera alegría volver el
-oido al sordo, el movimiento al paralítico, la vista al ciego,
-la vida al muerto; ni saber todas las lenguas, ni profesar todas
-las ciencias, ni descubrir todos los misterios de lo pasado y los
-secretos de lo porvenir, ni conocer las cosas divinas y humanas, ni
-predicar de tal manera que se convirtiesen por un solo sermon todos
-los infieles á la fe? encontraríase la verdadera alegría en que, al
-llegar á nuestro convento, calados por la lluvia, transidos de frio,
-exhaustos de fuerzas, muertos de hambre, y llamar á la portería, el
-portero nos preguntase quienes éramos, y dándole nuestros nombres,
-nos desconociese y nos creyese dos malhechores errantes por el mundo
-en acecho de las ajenas haciendas, y saliera y nos agarrára por la
-cogulla y nos derribára al suelo, y arrastrándonos sobre el barro
-helado, nos diese con nudoso palo tal paliza, que nos quedáramos
-ambos por muertos, amoratados de los piés á la cabeza; que entre los
-dones del Espíritu Santo el mayor es vencerse á sí mismo y soportar
-todas las injurias y todos los dolores y todas las tribulaciones por
-la gloria de Cristo. Así, al principio de su conversion, viéndole
-triste y cabizbajo sus amigos, preguntábanle si se fijaba al cabo
-en alguna dama y padecia de amor, á lo cual contestaba en el estilo
-caballeresco propio de los libros más leidos entónces, que el amor
-le metia en su fragua y lo abrasaba y lo enrojecia como á hierro
-candente, trastornándole por una dama cuyo recuerdo tenía siempre en
-la memoria, y el nombre en los labios, y la divisa en el pecho; la
-más noble, hermosa y buena que podia soñarse, á saber: la pobreza,
-hija del cielo y tendida sobre los estercoleros de la tierra, pero
-con poder bastante á desasirlo de todas las miserias terrestres y
-elevarlo á la vision de Dios y á la compañía de los ángeles, pues
-recibió á Cristo en el establo y lo condujo hasta el Calvario, y
-cuando sus discípulos le abandonaban y corrian á ocultarse de las
-iras de los tiranos y de las furias de los elementos y la Vírgen
-Madre no podia llegar hasta su divino cuerpo desde el pié de la Cruz,
-la pobreza, invisible, pero presente en lo alto, le abrazaba y le
-veia más cerca que nunca como la esposa inseparable del Redentor,
-tanto en vida como en muerte.
-
-Llevado de estas inspiraciones, fundó sobre aquel férreo mundo
-feudal la órden de su nombre, que se alzaba en estas tres virtudes
-capitales: en la castidad más pura, en la pobreza más grande y en
-la obediencia más ciega, como holocaustos ofrecidos á la pasion y
-á la memoria de Cristo. Y despues de haber consumido su vida en
-la caridad; despues de haber organizado su Asociacion, compuesta
-de pobres y humildes; despues de haber sido un ideal viviente de
-penitencia, á los cuarenta y cuatro años, atormentado por todo género
-de enfermedades, absorto en toda suerte de éxtasis, perteneciendo
-á este mundo por los últimos eslabones del tiempo y de la vida, y
-á otro mundo mejor por los llamamientos de su inquieto deseo, San
-Francisco entró en agonía y al comprender que no le quedaba en este
-bajo mundo cosa alguna por intentar, y que se iba á otra vida,
-apretóse sayal y cilicio, amontonó como lecho propio de su cuerpo
-desgarrado frias cenizas, hincó las rodillas y plegó las manos, puso
-los ojos en el crucifijo, llamó á los monjes sus compañeros para que
-en torno suyo entonáran al són del órgano la poesía y los cánticos
-compuestos en las horas de místico deliquio, los cuales encerraban
-el _Te Deum_ consagrado por todas las cosas creadas desde el sol
-hasta la luciérnaga á su Creador, y recibiendo la muerte en sus
-párpados como si recibiera tranquilo sueño, volóse el alma en pos
-de lo infinito, á la manera de una melodía religiosa, de una nube de
-incienso, de una amorosa plegaria, de una etérea llama.
-
-La muerte es verdadera trasfiguracion. El sér más vulgar crece y se
-vuelve un sér sagrado en el sepulcro. Encierran los cadáveres en
-su ataud sus errores, sus faltas y sus vicios, como si fueran los
-gusanos de la podedumbre y sólo exhalan los aromas de la virtud, como
-si la virtud solamente fuera el alma inmortal. No debiamos pintar la
-muerte como un esqueleto, con los ojos cavernosos, huecos, vacíos, y
-la guadaña en las huesosas manos despojadas de venas, fibras, nervios
-y piel; debiamos pintarla como divino ángel, sonriente, gozoso,
-luminoso, que recoge las almas en sus blancas inmaculadas alas y á
-traves de lo infinito, entre los coros de las estrellas, se las lleva
-para engarzarlas allá en la inmensidad de los cielos. El sepulcro
-vacío, oscuro, silencioso, donde todo acaba, es un océano de luz y
-de vida. El problema de nuestra existencia no está en vivir, sino
-en morir; no está en pasar por este mundo, donde todos combaten,
-quieran ó no; está en llegar al puerto seguro de la muerte, donde
-todos descansan. La creencia general no se engaña cuando afirma que
-nuestra tumba es cuna, nuestro ataud lecho, y el cadáver podrido para
-este mundo un recien nacido para otro mundo mejor. Así, en cuanto
-el pobre penitente de la Porciúncula se perdió en las tinieblas
-de la muerte, comenzó á brillar en sus sienes la aureola de la
-inmortalidad. Todo cuanto habia de vulgar en su vida, de desordenado
-en sus palabras, de extraño en su proceder, de original y hasta
-insensato en sus maneras y en sus costumbres, todo se perdió, y sólo
-quedaron los resplandores de su alma en los cielos, las cadencias
-de sus cánticos en los aires, las huellas de sus virtudes en la
-tierra, el eco de su predicacion religiosa en los oidos, las llamas
-de su caridad en los corazones, las historias de su vida y de su
-muerte trasformadas por la fe en una religiosa leyenda. El calavera
-de los juegos y de las jácaras, el rey de los festines orgiásticos,
-el ambicioso de principados y castillos, el pobre loco á quien su
-padre ataba en una prision, el extravagante insensato, á quien los
-pilluelos tiraban piedras, muerto, enterrado, envuelto en esa tierra
-del sepulcro donde todas las grandezas acaban, pasó á ser el santo
-de los santos, el nuevo Cristo con sus manos y sus piés y su costado
-abiertos por la fe, el intermediario privilegiado entre el cielo y la
-tierra que debe estar durante toda la historia de rodillas en alturas
-inaccesibles para interceder con Dios á favor de la Humanidad, el
-ángel del Apocalípsis, entrevisto por San Juan desde su isla de
-Pátmos, que ha de venir, cuando los soles se apaguen, y se pulvericen
-los mundos, y se enrollen los cielos como un pergamino abrasado, á
-recoger las almas justas y guiarlas á las serenas alturas y á la
-incomunicable presencia del Eterno.
-
-
-VI.
-
-Conocido el San Francisco de la historia, precisa conocer el San
-Francisco de la leyenda. Por poco que ésta se estudie, obsérvase
-desde luégo un empeño preestablecido de aproximar la vida del Santo á
-la vida de Cristo. La leyenda os dirá que se presentó hermoso ángel
-á su madre en la preñez para decirle todo el precio de la criatura
-engendrada en sus entrañas y para mandarle que pariera en pobre
-establo. El guía que nos acompañaba por el intrincado laberinto de
-las pendientes calles de Asis, decíanos en la Chiesa Nuova levantada
-sobre el sitio que ocupaba la casa de San Francisco, enseñándonos una
-puerta: «Por aquí entró el ángel enviado de Dios y por aquí salió
-la santa madre á dar á luz su hijo en la cuadra y prepararle por
-toda cuna un pesebre.» Francisco tiene doce apóstoles y entre estos
-apóstoles un Júdas que lo vende y se ahorca. De sus discípulos, uno
-fué arrebatado hasta el tercer cielo como San Pablo; otro tocado
-en sus labios por carbones encendidos para que cantára eternamente
-celestes alabanzas como Isaías; éste, trasportado á ver cara á
-cara á Dios y á departir con él amistosamente como Moises; aquél,
-suspendido de alas tan potentes como las alas del águila de San Juan
-Evangelista, y el de más allá canonizado por Dios mismo en la gloria,
-ántes de ser canonizado por el Papa en San Pedro. Leed el capítulo
-primero de las _Fioretti di San Francesco_.
-
-Cierto dia, el más noble y el más rico de los caballeros de Asis,
-viendo la piedad de Francisco y la entereza con que soportaba todas
-las injurias, llevóselo á su casa para examinar de cerca tanta
-virtud. Acostáronse ambos amigos en el mismo cuarto, y Francisco no
-se atrevia á rezar, temeroso de que Bernardo arguyera de farisáicas
-sus devociones. Pero como fingiera éste haberse dormido pronto y
-roncára con fuerza, el mendigo se hincó de rodillas y estuvo toda
-la noche invocando á Dios para que socorriera á la desfallecida
-humanidad. Al dia siguiente Bernardo pidió á Francisco que le
-admitiera en su compañía y le dejára vivir su misma vida. Convino
-éste, pero á condicion de ir juntos á misa y de consultar juntos
-el Evangelio. Tres veces le abrieron y tres veces toparon con las
-máximas que prescriben dejar todos los bienes de la vida para abrazar
-la cruz y no llevar al viaje de este mundo ni sandalias, ni zurron,
-ni báculo, y repartirlo todo entre los pobres, sin desvelarse por
-el vestido ó por el alimento, pudiendo estar seguros los buenos de
-que les sostendrá quien sostiene á las aves del aire, las cuales ni
-siembran ni cosechan, y de que les vestirá quien viste á los lirios
-del valle, los cuales ni hilan ni tejen. Y las mayores riquezas
-de Asis, que eran las riquezas de Bernardo, pasaron de sus manos
-á manos de los pobres. Y un avaro llamado Silvestre, como viera
-repartir tanto dinero á los franciscanos, reclamó el importe de unas
-piedras entregadas al Santo para erigir piadosa iglesia. Y como si
-los tesoros de Bernardo no hubieran de agotarse, díjole Francisco
-al avaro que fuera á sus cajas y tomase cuanto le pidiese el gusto.
-Sacó el avaro á su arbitrio las monedas que debian satisfacerlo, y se
-encontró ménos satisfecho que nunca. Y vió en sueños á San Francisco
-y de sus labios saliendo inmensa cruz, cuya cima tocaba al cielo y
-cuyos brazos á Oriente y á Occidente. Y se convirtió y fué uno de los
-doce apóstoles, predicando el desprecio de todas las riquezas y el
-amor á Dios.
-
-Y los ángeles vienen del cielo á conversar con los frailes humildes
-y amenazar á los frailes orgullosos, conduciendo á aquéllos á
-Santiago de Galicia á traves así de las altas montañas como de
-los profundos rios, y entregando á éstos á las reconvenciones del
-Seráfico Padre San Francisco. Y entre los frailes humildes, Bernardo
-fué enviado á Bolonia para que allí fundase un monasterio de la
-franciscana órden. Y como se presentára en medio de la plaza vestido
-toscamente, reíanse de él las mujeres, apedreábanle los mozalbetes,
-tirábanle fuertemente de la capucha los pequeñuelos y le maldecia y
-le injuriaba todo el mundo. Pero él, sereno, devoraba las injurias
-y las bendecia en su interior, porque le procuraban el dar una
-prueba relevante de su paciencia y el medir toda la fuerza de su
-resignacion. Un durísimo legista que vió tanta virtud, preguntóle
-cómo podia vencerse á sí mismo, y Bernardo le entregó las santas
-ordenanzas de su convento. Sintióse el legista convertido é instaló
-en su propia casa la religion seráfica. Y en alabanza á Dios, fuese
-San Francisco al borde risueño de uno de los hermosos lagos de
-Italia. Tenía allí un amigo, llamó á su puerta en la madrugada del
-Miércoles de Ceniza, y le rogó que ántes de rayar el alba le llevase
-á una isla del lago y le dejase cuarenta dias y cuarenta noches para
-ayunar como Cristo, sin decirle á nadie dónde estaba y sin ir á
-buscarle hasta el Juéves Santo. Llevóse dos panes y en cuarenta dias
-sólo se comió medio. Y áun este medio se lo comió por humildad, por
-no igualarse con Cristo, el cual en los cuarenta dias con cuarenta
-noches que estuviera en el desierto, no probó bocado. San Francisco
-tuvo allí por todo asilo, durante toda la Cuaresma, una zarza, y
-despues en memoria de su penitencia, se elevó un monasterio, y á la
-sombra del monasterio una ciudad.
-
-Y como cierta tarde bajase Francisco al convento de los Ángeles
-desde la selva donde habia ido á rezar y le siguieran las gentes en
-tropel para recoger su palabra, preguntóle el hermano Maesso la causa
-de que sin ser ni hermoso de cuerpo, ni despierto de inteligencia,
-ni noble de orígen, todos se agolpáran á escucharle, á bendecirle,
-á obedecerle, y el Santo le respondió que lo debia á la divina
-misericordia, la cual, viéndolo entre los más pecadores y los más
-viles y más oscuros, le habia escogido para sus obras milagrosas,
-confundiendo con tan despreciable criatura la nobleza, la fuerza,
-la ciencia del mundo, y demostrando que todo viene de Dios, cuando
-por gracia de Dios puede así trasformarse en ángel de los cielos
-pobre gusanillo de los campos. Y una vez que iban Francisco y Maesso
-á Francia, mendigaron en ostentosa ciudad. Y Francisco, reducido ya
-de estatura, demacrado de rostro á causa de sus maceraciones, apénas
-recogió ninguna limosna, en tanto que Maesso, en la flor de los años
-y lleno de gracia, llevó consigo, no ya mendrugos, sino panes. Y
-los pusieron los dos hermanos sobre una piedra que brillaba á los
-ojos del Santo como próvida mesa, y á los ojos de Maesso aparecia
-como el extremo de la miseria. Y á fin de apartarlo de estas dudas y
-sostenerlo en el amor á la pobreza, desanduvo el camino andado, se
-volvió de la ruta de Francia á la basílica de Roma, y allí oró tanto,
-que Pedro y Pablo descendieron del cielo al templo y se presentaron
-resplandecientes de celeste luz á Francisco para mantener sus fuerzas
-y alentarlo en la pública profesion de la pobreza. Y no solamente vió
-á Pedro y Pablo, sino que vió con todos sus hermanos á Jesus mismo,
-pues un dia que estaba rodeado de los monjes más rudos, los cuales
-hablaban de Dios en el lenguaje más elocuente, se les apareció el
-Salvador en la forma de un jóven hermosísimo y todos quedaron como
-ciegos y cayeron como muertos, de la misma suerte que los apóstoles
-cuando resplandeció á sus ojos la luz divina del Tabor.
-
-Los prodigios menudeaban en torno del Santo á medida que crecia en
-virtudes y se ejercitaba en austeras penitencias. En cierta ocasion
-que le importunaban los frailes para que recibiese á comer á Santa
-Clara, convidóla á partir el pan sobre la dura tierra, y cuando se
-acababa el banquete púsose á hablar de Dios con tan vivos trasportes,
-que encendió en la llama de su palabra bosques, campos, convento,
-hasta el punto de creerlos todos cuantos pasaban presa de voraz
-incendio y próximos á reducirse á cenizas; creencia de cuya falsedad
-se persuadieron observando que aquel fuego milagrosísimo resplandecia
-y no quemaba, pues era como la espesa llama de un espíritu animado
-en el divino amor. Otro dia recibió órden de no reducirse á orar,
-sino de correr á la predicacion y sin curarse de senda ni camino,
-confiando su palabra á la Providencia, como las palmas confian su
-pólen al viento, encontró á muchedumbre de campesinos y les predicó
-la virtud, y como quisieran seguirlo, mandóles que se quedáran en sus
-viviendas, pues él tenía mensajeros en todas partes, y dirigiéndose á
-bandadas de pájaros, las cuales formaban misteriosos círculos sobre
-su cabeza, los conjuró á sembrar la palabra divina y á este conjuro
-se dividieron como en legiones, yéndose unas á Oriente y otras á
-Occidente, éstas á Septentrion y aquéllas á Mediodía á repetir en
-sus divinos gorjeos cuanto habian oido. Otra vez fuese á Rieti y
-predicó á la puerta de una iglesia en el campo. Acudieron tantas
-muchedumbres en torno de la iglesia que talaron una viña llena
-de racimos. El rector de tan sagrado lugar se arrepintió de haber
-consentido la predicacion cuando el Santo le dijo: «¿Cuántas cargas
-de vino cogias de tus cepas todos los años?—Doce, le respondió.—Pues
-en nombre de Dios te prometo que este año, de los pocos racimos
-olvidados bajo los sarmientos desnudos, cogerás veinte cargas.»
-Y vino el mes de Octubre y cortó mezquinos racimos que apénas
-tenian unos cuantos granos, y de tan corta vendimia resultaron las
-veinte cargas. Y no habia ciudad por San Francisco habitada que no
-tuviera algun testimonio de su poder sobrenatural y de su facultad
-de obrar milagros. Hallábanse los habitantes de Gubio poseidos del
-más espantoso terror. Un lobo feroz andaba por los alrededores y
-arremetia así á los ganados como á las personas, encarnizadamente.
-Nadie osaba venir á la poblacion ni de la poblacion apartarse. San
-Francisco prometió que él concluiría estrecho pacto entre la ciudad y
-el lobo, á cuyo fin se encaminó hácia el término más frecuentado por
-las correrías y más castigado por los dientes de la feroz alimaña.
-Seguíanle innumerables curiosos, pero en cuanto se acercó el peligro
-dejáronle solo, abandonado á su ciega confianza. Así que lo atisbó
-el lobo, dirigióse á él furioso, babeantes las quijadas, encendidos
-los ojos, erizada la piel; pero San Francisco le hizo la señal de
-la cruz é inmediatamente se detuvo como desconcertado y confuso.
-Entónces el Santo le pronunció elocuente discurso conjurándole á
-dejar sus crueldades; á vivir en paz con los vecinos de Gubio, para
-lo cual, en cambio de la deseada sumision prometióle que satisfarian
-su hambre y respetarian su vida. El lobo tendió su mano al Santo en
-señal de asentimiento y le acompañó hasta la ciudad como un perro.
-Y llegados allá predicó un sermon Francisco diciendo que las gentes
-tenian mucho miedo á las fauces del lobo y poco á otras fauces
-más terribles, á las fauces del infierno. Y renovó en la plaza el
-pacto hecho en los campos con el lobo, el cual, en testimonio de su
-asentimiento, alzó la pata y la puso entre las manos del Santo. Y
-desde entónces el lobo vivió en Gubio como un perro hasta su muerte
-natural, y los habitantes le alimentaban y le agasajaban en memoria
-de San Francisco. Y domesticaba éste las tórtolas de las selvas y
-vencia los demonios del infierno y sellaba con la nocion de la eterna
-justicia almas perdidas en las argucias de la mundana jurisprudencia
-y recogia en las faldas de su sayal, como en amiga madriguera, las
-liebres perseguidas, y curaba y limpiaba los cuerpos podridos de los
-leprosos y convertia los ladrones y los asesinos á manera de Cristo
-en lo alto de la cruz y lograba que la madre de Dios se apareciese
-á sus hermanos enfermos, y yéndose un dia á Babilonia, como cayese
-prisionero, á punto de morir, dirigióse al Sultan mahometano con tan
-tiernas palabras y con promesas tales, que tocado en su empedernido
-corazon el infiel, le prometió convertirse en cuanto el Santo pasase
-de este mundo al otro y le enviára por medios sobrenaturales dos
-franciscanos que vertiesen sobre su frente tenebrosa el agua bendita
-y regeneradora del bautismo.
-
-Despues de todo esto, no puede ya extrañarnos el imperio ejercido
-por San Francisco sobre las cosas, tanto animadas como inanimadas.
-Metíase en las selvas á predicar á los pájaros y mandaba á su
-discípulo predilecto, el portugues San Antonio de Pádua á que
-predicase á los peces. Su predicacion á los hombres tenía por objeto
-mejorarlos, á fin de hermosear en ellos la imágen de Dios que cada
-cual lleva dentro de sí mismo, y la predicacion á los irracionales
-tenía por objeto asociarlos á las alabanzas contínuas que entonaba
-al Criador. Decíales á las aves en sus discursos cosas de una
-extrema delicadeza; decíales cuanta gratitud debian á Dios que en
-las pajillas del campo y en las lanas dejadas por los corderos sobre
-los abrojos les daba materia para sus nidos, y del fondo de un
-humilde huevo las levantaba con el calor de la vida á los cielos,
-vistiéndolas de brillante plumaje para que adornasen el espacio,
-dotándolas de canoras gargantas para que entonasen suaves cánticos,
-de resistentes alas para que recorriesen lo infinito, de un pecho que
-podia respirar en las más apartadas alturas y de una vista que podia
-recoger de hito en hito los solares rayos para que se confundiesen
-con las estrellas; favores no otorgados á los demas seres, y por
-los cuales se hallaban como obligadas á componer un coro eterno, á
-producir un _Te Deum_ inacabable, á ser en la catedral del universo
-como las trompetas del órgano maravilloso destinado á acompañar
-con sus melodías y sus acordes las oraciones de todos los seres
-cuyos misteriosos rumores llenan la inmensa Naturaleza. Y si veia
-un corderillo conducido al matadero, lo rescataba y le devolvia á
-la vida; si una tórtola enjaulada, le abria las puertas de su jaula
-y la tornaba á la libertad; una liebre perseguida la recogia en
-las faldas de su hábito y le señalaba el camino de la madriguera.
-Poeta, y poeta entusiasta; abrasado en las llamas del misticismo;
-conociendo el estrecho parentesco de su cuerpo con el cuerpo de los
-demas animales, como conocia el estrecho parentesco de su alma con
-el alma de los ángeles, subíase á las alturas, hincábase en los
-peñascos, abria en cruz los brazos y conjuraba á su hermano el sol
-y á su hermana la luna; al viento que pasaba sobre su cabeza y al
-torrente que se despeñaba á sus piés; al gusanillo perdido en los
-abismos y al astro perdido en el éter; á todas las cosas creadas
-é increadas, para que entonasen á una con él, mirando al cielo y
-adivinando á Dios, cánticos de amor. Sí; que el amor le tenía loco,
-fuera de sí, en una fragua donde se abrasaban todas las fibras de
-su carne y hervian todas las gotas de su sangre, amor inmenso, amor
-eterno, de todo su sér, originario de Dios mismo y consagrado á la
-dolorida humanidad, semejante al que poseyó á Cristo y le obligó á
-dejar los cielos por la tierra, la compañía de los ángeles por las
-injurias de los hombres, las cimas del Empíreo por las cimas del
-Calvario; el trono luminoso del Eterno, por la cruz ignominiosa del
-esclavo. Una noche de estío hallábase en oracion al borde de parlero
-arroyo en las maravillosas campiñas de Italia. Todo convidaba al
-éxtasis: la claridad de los horizontes, el resplandor de la luna, el
-murmullo de los bosques, la plateada cinta de las aguas, el aroma
-de las flores, las estrellas que resaltaban bajo la blanca gasa
-tendida por el astro de la noche y las luciolas errantes entre las
-hojas de los árboles como enjambres de celestes aereolitos. Á tanta
-hermosura le faltaba una voz y pronto canoro ruiseñor, escondido en
-el ramaje, comienza á entonar sus serenatas, sus arpegios divinos,
-sus sartas de notas semejantes á las efusiones de misterioso espíritu
-encendido en ardentísimo amor. San Francisco creyó que el pájaro
-alababa á Dios y creyó tambien que no debia dejarlo solo en esta
-religiosa obra. Así que el ruiseñor suspendia su gorjeo, elevaba la
-voz el Santo, y entonaba una de sus místicas canciones con todos
-los primores que le permitia la garganta y todo el estro de su
-inagotable inspiracion. Excitado el pájaro por la voz humana, volvia
-á cantar con mayor fuerza y con mayor belleza de voz y de escalas.
-En aquella soledad y en aquella noche, al borde de los arrojaos y á
-la luz de la luna, bajo las ramas de un verde primaveral y sobre la
-hierba florida, parecian pájaro y Santo dos pastores de las Églogas
-de Teócrito y de Virgilio, entonando por las campiñas de Arcádia
-ó de Parthénope, en poético desafío, sendas canciones de amor. Al
-fin, la voz del ruiseñor venció á la voz del Santo. Con su natural
-candidez no se sonrojó de confesar éste que en alabar á Dios vencia
-el ave de los cielos al pobre poeta de la tierra. Mas la música le
-era indispensable á la expresion de esos sentimientos intensísimos
-en cuyo calor estalla y se rompe la frágil palabra humana. Cuando
-llegaba al extremo de la pasion, al extremo del éxtasis, al extremo
-de sus religiosas exaltaciones, daba de mano á la palabra, al
-discurso, al verso, acogiéndose á los cánticos y á las melodías como
-formas propias de las inspiraciones más sublimes y, sobre todo, de
-aquellas que provienen ó de la religion ó del amor. Despues de su
-conversion, cantaba los objetos sacros con el mismo fuego y con el
-mismo empeño con que en sus mocedades cantára los objetos profanos.
-Y no solamente cantaba, se complacia en oir cantar á los demas,
-cosa que por todo extremo le exaltaba, pues le abria el cielo de
-nuevas místicas visiones. Un dia, al término ya de su carrera, bajo
-el peso de sus penitencias y de sus maceraciones, deseó recrearse y
-esparcirse un poco oyendo alguna sonata. Los ángeles del cielo que
-por mandato de Dios miraban hasta el fondo de aquella alma purísima,
-penetráronse de su deseo y quisieron satisfacerlo. Dejaron, pues, la
-eterna luz y descendieron á nuestras tinieblas. Era de noche y San
-Francisco oraba en su celda. De pronto, los venidos al traves de lo
-infinito desde las cimas etéreas á nuestro oscuro abismo, suspensos
-de sus alas en torno de la reja, pulsando sus laúdes, aquellos mismos
-que acompañan los _hosannas_ de la gloria y los conciertos de los
-astros, difundieron unas melodías tan puras en los aires y llegaron
-hasta el alma extática del Santo con emociones tan profundas, que
-creyóse muerto de místico placer y trasportado á la eterna vida. No
-es mucho, por tanto, que á la hora de su muerte, en misteriosa tarde,
-cuando se habia desvanecido el crepúsculo y acercado la noche, las
-hijas de la luz, las profetisas del alba, las cantoras de la mañana,
-las alondras, abandonaran todas en tropel sus nidos de barro y
-vinieran á bañarse en los resplandores espirituales de aquel tránsito
-sublime, en tal modo que la bellísima alma del Santo, al tomar su
-vuelo hácia la eternidad, no dejó ni un momento de oir los cánticos
-de las sencillas aves que le despedian desde la tierra, confundidos
-con los cánticos de los ángeles y de los serafines que saludaban su
-triunfal entrada en la gloria.
-
-
-VII.
-
-¿Cómo ha sido formada la leyenda de San Francisco? El sentido vulgar
-cree que en cuanto se habla de la leyenda de un santo, de un héroe,
-de un reformador, se niega implícitamente su histórica existencia.
-Nada más infundado. Todos los críticos reconocen unánimes cuán fácil
-es convertir una relacion histórica en una relacion legendaria, ó
-aumentar las proporciones de los hechos ciertos con los espejismos
-de la exaltada fantasía. Sobre datos históricos indudables pueden
-levantarse con suma facilidad leyendas inverosímiles. Que San
-Francisco vivió en Asis, predicó, evangelizó, fundó su órden, influyó
-poderosamente en su tiempo y entregó el alma á los cuarenta años en
-rígida penitencia, cosa es evidente, por todos admitida, de nadie
-negada. Pero que en torno de esta figura histórica se extiende como
-una luz fantástica, tampoco admite duda alguna. Así que muere, la
-trasfiguracion del Santo se verifica hasta el punto de que aquellos
-mismos empeñados en no verle sino á traves de las ligerezas de su
-juventud y de las exaltaciones de su edad madura, le creen preservado
-del más irredimible y más fatal de todos nuestros forzosos tributos á
-la naturaleza; del tributo de la muerte. Los superiores de su órden
-inflaman de tal modo con el relato de sus milagros la imaginacion
-popular, que en tres años se alza en Asis su inmenso monasterio, como
-si hubieran descendido á fabricarlo por sobrenatural llamamiento los
-ángeles del cielo. Y sucede esto, porque en los palacios y en las
-cabañas, entre ricos y pobres, se conocen los hechos de Francisco
-piadosamente aumentados por la fe y admitidos por la índole propia
-de aquellos tiempos. La devocion se extiende en tales términos, que
-cincuenta años despues de su muerte los artistas corren todos en
-tropel á revestir de los cuadros nacientes en la fantasía regenerada,
-la tumba de un mendigo. Ya en el mismo siglo décimotercio, la
-epopeya de Francisco de Asis está escrita en hexámetros de latin
-eclesiástico. Y ántes de que el siglo décimocuarto se desarrolle, la
-traducen los fieles al habla de los trovadores y la ponen junto á
-los libros de caballería. Su historia crece en maravillas á medida
-que á mayor distancia del Santo se relata por fidelísimos devotos.
-La relacion de Celano, en prosa y en latin, cuatro años despues de
-la muerte de Francisco, es la más sencilla. La relacion de los tres
-socios, ó de los tres discípulos, _Vita à tribus sociis_, escrita más
-tarde para corregir y completar la obra de Celano, admite en mucho
-mayor grado lo sobrenatural y lo maravilloso. La distancia en el
-tiempo suele ser al reves de la distancia en el espacio, aumenta los
-objetos.
-
-Luégo, un filósofo escribe la vida de San Francisco de Asis y la
-escribe para demostrar una tésis fundamental de su filosofía. Este
-filósofo es San Buenaventura. Su sistema se deriva de Platon, y por
-lo mismo se relaciona más estrechamente con el arte y con la poesía
-que ningun otro sistema de aquel tiempo. Para conocer los hechos y
-las ideas, lo existente y lo posible, la naturaleza y el espíritu, la
-ciencia y el Criador, no tenemos bastante con las luces naturales y
-con el puro raciocinio; necesitamos la intuicion sobrenatural, cuya
-mirada se aguza más que en las argumentaciones dialécticas, en la
-caridad y en el amor. El mundo ideal ó de los arquetipos eternos,
-el mundo exterior ó de las realidades imperfectas, el mundo de las
-ideas increadas y el mundo de los seres creados, propio aquél de los
-ángeles y éste de las bestias, exigen, si no han de estar separados,
-si han de ser comprendidos el uno por el otro, puesto que al cabo
-forman los dos volúmenes de un mismo libro, las dos páginas de una
-misma hoja, sólo que una página mira hácia lo divino, hácia arriba
-y otra hácia lo material, hácia abajo; exigen estos dos mundos,
-decia, si han de ser comprendidos, una entidad mediadora, un ente
-intermedio, con algo de los ángeles y algo de las bestias: el hombre,
-el cual no conoce las esencias, sino sus manifestaciones externas,
-no conoce las sustancias, sino los fenómenos y no puede elevarse
-hasta lo permanente, hasta lo absoluto, hasta lo eterno, hasta las
-leyes que son obra del Verbo y hasta el Verbo mismo que es esencia
-de Dios, ni por la percepcion, que sólo ve lo externo; ni por el
-sentimiento, que sólo adivina la belleza en las proporciones; ni por
-el juicio, que sólo conoce la relacion de los fenómenos; sino por
-algo más grande, por un arranque soberano de la voluntad, por un
-impulso ciego del sentimiento, por la mística plegaria del creyente,
-exaltado, trasfigurado, fuera de sí, en arrobamiento, en éxtasis,
-viendo las ideas y los arquetipos en Dios y los mundos como sombras
-de esas ideas y de esos arquetipos en los espacios. Y no podia
-presentarse ideal más perfecto de los trasportes del corazon, de sus
-arrebatos y deliquios, de los impulsos á lo sobrenatural que este
-pobre, este mendigo, este cenobita, muerto para sí y sólo viviente
-para la humanidad; elevado desde las cenizas y el cilicio á la
-intuicion de Dios; ántes un gusanillo de la tierra y luégo un íris
-que luce sobre el diluvio de nuestras lágrimas; un Elías atravesando
-los espacios en el ígneo carro de abrasador misticismo; el ángel
-que San Juan viera en el Apocalípsis, apareciendo por el Oriente y
-llevando el sello de Dios en las manos; sér de inmensa grandeza, sér
-casi divino, que ha llegado á esta sublime trasfiguracion por la
-virtud de religiosa exaltacion y por los milagros de religioso amor.
-
-En la órden de San Francisco se profesaba como una especie de
-superior adoracion á Dios, la poesía. El Santo mismo ha compuesto
-versos que pasaron de boca en boca sin fijarse, sin escribirse hasta
-muy tarde. Ozanam confiesa en su bellísimo libro sobre los poetas
-franciscanos en el siglo décimotercio, que la oda ó himno al sol es
-citado por la vez primera por Bartolomé de Pisa á fines del siglo
-décimocuarto y que el poema al amor divino sólo aparece en San
-Bernardino de Siena, el cual escribe cien años despues de la muerte
-de San Francisco. El crítico Crescimbeni publicó el himno al sol como
-muestra de antigua versificacion italiana, y otro crítico le reprochó
-lo mucho añadido y lo mucho quitado so color de correccion, diciendo
-que por este método podia convertirse un discurso de Demóstenes en
-una oda de Anacreonte. Por aquel tiempo, Italia celebraba grandiosos
-espectáculos. Ya eran torneos y justas; ya procesiones en que se
-veian millares de personas vestidas con túnicas blancas y coronadas
-con flores várias; ya jubileos donde trescientos mil peregrinos
-se congregaban en torno de un sepulcro; ya autos sacramentales en
-los claustros de las iglesias que representaban misterios de la
-religion; ya capítulos como el que tuvo la órden tercera de San
-Francisco, compuesto de cinco mil hermanos congregados en el campo,
-al aire libre; fiestas muy gustadas del pueblo, que las amenizaba
-con el esparcimiento propio del carácter italiano, con las populares
-improvisaciones poéticas. Y aquí, en estas congregaciones, brotaba la
-poesía popular, la poesía vertida en el habla de los pueblos, cada
-vez más alejados del latin eclesiástico. Y la órden franciscana,
-órden esencialmente democrática, órden de puro carácter evangélico,
-órden popular, debia, para ganarse las muchedumbres, hacer dos cosas
-igualmente gratas al pueblo: trovar, y trovar en la lengua del vulgo.
-Así, poco á poco se iba creando la democracia, se iba desprendiendo
-el arte y la ciencia del idioma de las aristocracias teocráticas para
-usar el idioma de todo el mundo. Y era natural, naturalísimo, que
-los franciscanos trovasen la poética vida de su seráfico fundador
-y que la trovasen para el pueblo. Fray Pacífico, que acompañaba á
-Francisco, á la manera del evangelista San Juan á Jesucristo, compuso
-versos místicos en alabanza al inmortal fundador. Y su asunto no
-podia ser más legendario. Alzó una noche los ojos al cielo y vió la
-gloria, los santos, los mártires, las vírgenes, los ángeles, los
-arcángeles, los serafines, los querubines, todas las jerarquías de
-los seres celestes. Y en aquellos luminosos círculos sin fin, en
-aquellas espléndidas esferas, por las altas cimas del Empíreo, vió
-un sitio vacante; el sitio de un ángel destronado como Luzbel, y
-caido desde la eterna luz en las eternas tinieblas. Y aquel sitio
-angélico estaba reservado en el pensamiento de Dios al bienaventurado
-Padre San Francisco. El pueblo, que toma por realidad la poesía, lo
-alcanzaba tambien á descubrir allí y le consagraba su apasionado
-culto y sus fervientes oraciones.
-
-Así, poco á poco la leyenda se fué formando y se fué sustituyendo
-á la historia. Un siglo más maduro que el siglo décimotercio
-necesitaba reunir las tradiciones franciscanas en su conjunto y
-darles la apariencia de relatos históricos. El siglo décimocuarto
-es el siglo en que la prosa italiana se fija definitivamente. Y el
-siglo décimocuarto es el siglo en que se escribe _I Fioretti di San
-Francesco_ en prosa. No intenteis averiguar el autor de esa leyenda.
-Las obras que representan el ideal de un siglo tan admirablemente
-como esa obra mística, no tienen autores personales; nacen como las
-catedrales que se levantan por todo un pueblo entusiasmado, el cual
-eleva las piedras á los cielos, obedeciendo el llamamiento y la
-órden de un arquitecto invisible. No las leais tampoco en ninguna
-traduccion moderna. Nuestras lenguas son demasiado sábias para verter
-todo el candor de la primitiva fe. La misma traduccion de Ozanam, con
-ser obra de este literato puramente católico, de ideas ortodoxas, de
-creencias purísimas, cuya fe no se desmintió un momento, está muy
-léjos de verter en su correcto frances académico toda la inocencia
-de ese libro. Para comprenderlo mejor, sería necesario admirarlo en
-el pergamino de los primitivos códices, donde áun se conservará el
-calor de la ardiente mano que trazára aquellas páginas y el borron
-de alguna lágrima ferviente. No pudiendo procurarse esto, convendria
-leer las _Florecillas franciscanas_ en esos libros de feria impresos
-en tosco papel y con primitivas láminas, donde sobre la rudeza de la
-forma resplandece el alma de un pueblo. Seguramente hay que devorarlo
-en el italiano de la Edad Media. Su carácter iguala al candor de una
-pintura de Cimabue, al dibujo de una viñeta de breviario, al eco
-de una salmodia gregoriana, al _Stabat Mater_ en su no aprendida
-sencillez que llega á lo sublime.
-
-Las leyendas no han quitado su grandeza á ninguno de los seres sobre
-los cuales han tendido sus redes de oro y perlas. Guillermo Tell vive
-todavía. Cuando atravesais el lago de los Cuatro Cantones, cuando
-veis resplandecer en la cima de los Alpes la nieve eterna y en el
-fondo de los valles el lago celeste, la sombra que corre por todos
-aquellos encantados espacios es la sombra del gran cazador que dió
-muerte á un tirano y vida á un pueblo. La historia ha querido, por
-una de sus extrañas coincidencias, que la personalidad histórica de
-Zuinglio, el creador de la conciencia religiosa de Suiza, tenga el
-lugar de su muerte cerca de la capilla de Guillermo Tell, el creador
-legendario de la conciencia política de Suiza. Desde lo alto del
-Righi, podeis ver la iglesia de Zuinglio desierta de peregrinos. Y en
-el lago de los Cuatro Cantones veréis todos los dias barcas que se
-dirigen á llevar peregrinos al sitio donde la tradicion ha convenido
-en poner la leyenda del arquero inmortal, fundador de la secular
-República de Helvecia. Y en aquel espléndido paisaje los versos de
-Schiller, las notas de Rossini, las narraciones de la leyenda no
-hacen más que aumentar la realidad del héroe, tan duradero como la
-misma naturaleza. Pero la crítica os dirá que una parte considerable
-de la poblacion suiza proviene de las costas del Báltico, de los
-pueblos boreales, y que en esas costas, entre esos pueblos se ha
-encontrado tradicion semejante á la tradicion de Guillermo Tell,
-el cazador obligado á traspasar con aguda flecha la manzana puesta
-sobre la cabeza de su hijo por la alevosía de un tirano, para el cual
-guarda su víctima la otra flecha.
-
-Nosotros no podemos extrañarnos de nada, porque hay en la historia
-nacional un personaje parecido, símbolo de la independencia naciente,
-orígen de la literatura patria, personificacion del genio hispano;
-nuestro Cid Campeador. La crítica histórica del pasado siglo llegó
-á negar su existencia. Eruditísimo sabio consagró un libro entero
-á demostrar que el héroe aparecia en nuestros anales como una
-especie de fantástica figura formada por los rayos de la exaltada
-fantasía popular y semejante á las mentidas islas que la refraccion
-de la luz dibuja en los purpurinos cielos del África. La especie
-pasó de los libros nacionales á los libros extranjeros, y uno de
-nuestros más grandes oradores tradujo la historia del célebre autor
-inglés que negaba rotundamente la historia del Cid. Dábase tal viso
-de verdad á la ligera crítica, que Rodrigo de Vivar se desvanecia
-como héroe engañoso de falso cronicon. Inútilmente los devotos de
-las glorias nacionales se hundian en los archivos, registraban los
-pergaminos y veian el nombre del Cid en los últimos versos latinos
-que precedieron á los primeros balbuceos de la lengua castellana.
-«Ya lo veis, decian los críticos, héroe de versos, de poemas, de
-romances, un Amadis de Gaula. No teneis más remedio que renunciar
-á él como habeis renunciado á Bernardo del Carpio.» Los eruditos
-continuaban su trabajo titánico y descubrian huellas del nombre
-de Rodrigo en los documentos del siglo undécimo. Y los críticos
-decian que del nombre no dudaban; pero dudaban de la verdad de los
-hechos atribuidos á ese nombre. Y el Cid se enlaza á toda nuestra
-historia: al orígen de las Córtes, por la Jura en Santa Gadea; al
-engrandecimiento de Castilla, por sus estrechas relaciones con
-D. Fernando I; al combate de los nobles con los reyes, por sus
-altivas relaciones con D. Alfonso VI; á las clases populares, por
-sus venganzas en los Condes de Carrion y sus protestas contra las
-innovaciones religiosas; á la toma de Toledo, en cuyos muros se
-dibuja aún la sombra del héroe; á la conquista de Valencia, que lleva
-su glorioso nombre; al rescate de todo nuestro suelo, pues en sus
-correrías por la España árabe quebrantó los brillantísimos reinos
-nacidos entre las ruinas del Califato de Córdoba; al comienzo de la
-lengua, porque sus leyendas, sus poemas, los cantares consagrados
-á sus hazañas, son los primeros vagidos del habla nacional; y, por
-último, á nuestra literatura entera, donde el Cid anima al Romancero
-y el Romancero anima al teatro para producir aquellos milagros de
-genio, cuyo imperio se dilatará todavía más que el imperio inmenso
-de nuestras conquistas y de nuestros descubrimientos por toda la
-redondez de la tierra. Inmensa pérdida la de un héroe así en nuestros
-anales, pérdida irreparable que arrancaba á un tiempo la raíz de
-nuestra literatura, de nuestra nacionalidad y de nuestra historia.
-Pero la crítica no tiene entrañas. Y se restauró la erudicion árabe y
-se comenzó el estudio de la Historia de España en las relaciones de
-nuestros enemigos, y se vió que el Cid existia con sus principales
-hazañas, y dejaba en el suelo mahometano y en los mahometanos
-anales, un reguero de luto y de terror tan grande como el reguero de
-luz y de gloria que dejára en nuestros anales y en nuestro patrio
-suelo. Y la verdad histórica no fué obstáculo para que cada clase
-creára un Cid á su imágen y semejanza; los nobles, el Cid altivo
-con los reyes y pendenciero en el palacio; los reyes, el Cid leal y
-monárquico que resplandece en las obras de Alfonso X; los pueblos,
-el Cid que no transige con el regicidio consumado al pié de Zamora,
-y que castiga á los Condes feudales orgullosos de su prosapia, y que
-amenaza á la Roma pontificia por las maniobras contra la liturgia
-mozárabe y contra la Iglesia nacional; hasta los monjes, el Cid,
-sentado ante el altar mayor de San Pedro de Cardeña, despues de
-muerto, y que resucita y saca la espada cuando un judío quiere
-mesarle las barbas; de suerte que cada clase, cada aspiracion pone
-sus ideas, sus intereses, sus recuerdos en el grandioso ideal de todo
-nuestro pueblo, y el Cid de la leyenda resulta tan verdadero y tan
-vivo como el Cid de la Historia, y pasa del cronicon al poema latino,
-del poema latino á la leyenda de sus mocedades, de la leyenda de sus
-mocedades al poema de su nombre, del poema de su nombre al Romancero,
-del Romancero al teatro, siempre creciendo á medida que crece y se
-agranda el genio nacional.
-
-Así, no podeis extrañar ya el nacimiento y el desarrollo de las
-leyendas religiosas, la parte que tiene en ellas el hecho histórico
-y la parte que tiene la poesía. Evocad las crísis entre mundos que
-nacen y mundos que espiran; trasladaos á tiempos de paz universal
-propicia á la actividad del pensamiento despues de universales
-guerras, ó á tiempos de guerras, que exigen fuerzas sobrehumanas
-y son gérmenes de trasformaciones profundas; recorred aquellos
-desiertos poblados de ideas y poblados de penitentes, aquellas
-ciudades donde se espera siempre una revelacion que apague la sed
-del espíritu y un salvador que rompa las cadenas con que estamos
-atados al límite; evocad todo el prestigio de sitios como las
-Pirámides, como la Meca, como Jerusalen, como Alejandría, en que se
-han condensado los misterios y han relampagueado las ideas; ved la
-aptitud de esas razas orientales educadas en lugares tan brillantes
-que las arenas resplandecen como si fueran luminosas y los profetas
-surgen como seres naturales de tan privilegiadas regiones; añadid
-la índole de esos pueblos para la creencia, la sed del martirio
-que en ellos se despierta, su vocacion al doble apostolado de
-la palabra y de la espada; reconoced la tendencia de las ideas
-científicas á penetrar de un lado en los abismos más insondables
-de los principios metafísicos, y por otro lado á encarnarse en las
-verdades más prácticas de la moral; notad luégo cómo los ideales que
-ciertas gentes ven por superior inteligencia en sí, no pueden verse
-de todos si no se encarnan en seres aparte de virtudes ó méritos
-sobresalientes, y explicaréis con sencillez el orígen de tantas y
-tantas leyendas como consuelan á los pueblos y á los hombres en
-las tristes asperezas de la realidad, y los congregan en torno de
-un templo ó de un sepulcro y les dan la idea de lo infinito para
-expresar lo supremamente bello en el arte y penetrar por su esperanza
-desde las tristes condiciones de nuestra vida, en la inmortalidad.
-
-
-VIII.
-
-Extraordinarias y maravillosas circunstancias concurrian, por
-rara coincidencia, en el sitio, en el tiempo, en la nacion donde
-brotó la órden franciscana. Escoged el autor que os parezca ménos
-hiperbólico y más sencillo; el que dé ménos parte en la historia á
-lo sobrenatural y mayor á los hechos; un positivista, un realista
-en el sentido artístico de la palabra, un analizador, el cual, en
-vez de resucitar esta época la diseque, Maquiavelo, por ejemplo, y
-veréis lo crítico del tiempo realzado por la divina mision de San
-Francisco. El Pontificado se levanta espléndido despues de haber
-conseguido la inmolacion de la prematura ciencia de Abelardo y de la
-prematura rebeldía de Arnaldo, reduciendo el Imperio á ser lo que
-deseaba Gregorio VII enfrente de la Iglesia como la luna enfrente del
-sol. El Imperio griego, que se ha preservado de los bárbaros y que
-ha desarrollado la metafísica antigua aplicándola al dogma, acepta
-la invasion latina como si resucitára la unidad descompuesta por
-Diocleciano; anegada en diluvios de sangre. Las cruzadas se detienen
-á pesar del rápido triunfo de Federico de Suabia, sin poder pasar
-el límite del desierto, cuando en los tiempos anteriores parecian
-impulsadas por el espíritu de Dios, y comienza á ceder el feudalismo
-á la creciente marea de la democracia, que llegará desde el fondo de
-los municipios á las cúspides de los castillos.
-
-Y luégo, cuando el Santo ha muerto y la leyenda del Santo nace,
-los tiempos cambian profundamente, como si la segunda mitad del
-siglo décimotercio fuera contraria á la primera mitad. Apénas ha
-subido el Pontificado á su cénit con Inocencio III, cuando, muerto
-éste, declina hácia su ocaso. Los güelfos y los gibelinos combaten
-como nunca, exarcebándose en crueldad y encarnizamiento. El gran
-combatiente Erzelino, hombre feroz é implacable, que representaba
-con justos títulos en las guerras contínuas y sangrientas á los
-gibelinos, degüella doce mil ciudadanos de Pádua. El Papa Urbano VI
-llama contra sus enemigos al feroz Cárlos de Anjou, que desembarca en
-Ostia con gran golpe de gentes llevadas en treinta galeras é inaugura
-una piratería contínua por las costas del Mediterráneo italiano. La
-sangre real de Conradino, descendiente de los Emperadores de Alemania
-é inmolado en afrentoso cadalso por Cárlos de Anjou, salpica la
-corona del Rey de Nápoles y la tiara del Pontífice de Roma, como
-su guante de desafío lanzado bajo el hacha del verdugo es recogido
-por la mano de los aragoneses, que llevaron nuevos elementos de
-dominacion pero tambien de combate, á la desgarrada Italia. Los
-franceses que sostenian á los angevinos, son degollados todos á la
-señal de un astrólogo en Fiorli y al toque de vísperas en Palermo.
-
-El Pontificado recibe por este tiempo cada dia una herida que
-le produce irremediable decadencia política. El penúltimo papa
-del siglo décimotercio, Celestino V, revelaria esta decadencia
-si no la revelasen otros muchos hechos y personajes históricos.
-Dos años y tres meses yació por tierra el trono pontificio sin
-Pontífice que lo ocupase, á causa de las turbulentas rivalidades
-del Sacro Colegio dividido en tres bandos irreconciliables. Por
-fin, uno de los cardenales propone elegir pobre anacoreta, ajeno
-á las mundanas ambiciones, desconocido del mundo y menospreciador
-de sus vanidades, dado desde los más tiernos años al ayuno y á la
-penitencia en las selvas y en las montañas de la tierra de Apulia,
-nacido al pié de los castillos feudales en los campos parthenópeos
-de una sierva familia de jornaleros, educado como los lobeznos y
-como los aguiluchos en las cavernas; reducido á la soledad desde los
-primeros años, y por lo mismo apto para sobreponerse al torbellino
-de las humanas pasiones y regir la Iglesia por amor á Cristo que no
-dejaria de prosperar su sublime pontificado, en cuyos dias habrian de
-renovarse los tiempos heroicos del cristianismo y reinar las máximas
-sagradas del Evangelio. Á estas consideraciones, el Sacro Colegio
-le elige por voto unánime. Cuando la diputacion de cardenales,
-atravesando montañas que parecian inaccesibles, selvas que parecian
-inexplorables, llanuras que parecian desiertas, lo encuentra al borde
-de los torrentes, en la desnudez más completa, confundido casi con
-los seres irracionales y materiales, semejante al San Jerónimo que
-ha consagrado la tradicion religiosa en los cuadros de los pintores
-ascéticos, el anacoreta espantado no alcanza á entender de qué le
-hablan y rehusa el irse con los embajadores, prefiriendo á todas las
-pompas y á todas las dominaciones del mundo, su austera soledad. Dos
-reyes, uno de Nápoles y otro de Hungría, van á los desfiladeros,
-donde se mantiene de hierbas y se viste de hiedra, como un sacerdote
-contemplativo de la India, para echarse de rodillas á sus plantas
-y rogarle que salve á la Iglesia, bañándole los piés con torrentes
-de lágrimas y perturbándole la cabeza con suspiros y súplicas hasta
-obligarle á ceder y conducirlo á Aquila en la patriarcal montura en
-que Cristo llegó triunfante á Jerusalen, llevada por manos reales del
-ramal y seguida de obispos, arzobispos, caballeros, todos vestidos de
-púrpura y brocado, como para realzar la humildad del pobre penitente
-hecho jefe espiritual del catolicismo y representante de Dios sobre
-la tierra por súbita intervencion de la Providencia. En Agosto de
-1294 fué coronado y en Diciembre del mismo año tenía hecha ya pública
-dejacion de su tiara. No habia remedio: en las ciudades se ahogaba su
-pecho acostumbrado al aire libre de las selvas; en las intrigas de
-los palacios se perdia su inteligencia consagrada á la contemplacion
-pura de la verdad religiosa y al éxtasis más completo: la mesa del
-festin repugnaba á quien comia el duro pan de los siervos y bebia en
-el hueco de las manos el agua pura de los torrentes; la corona de oro
-y pedrería abrumaba aquella cabeza, acostumbrada como los lirios del
-valle á una corona de rocío; en las alturas del poder sufria vértigos
-su mirada, propia sólo para contemplar como las águilas frente á
-frente el sol en las sublimes alturas de las montañas, y la presencia
-de los hombres aterraba al que se creia por sus oraciones y por sus
-ayunos, sólo con sus pensamientos místicos y sus prácticas piadosas,
-en presencia siempre de Dios. Á mayor abundamiento, refieren los
-historiadores que el ambicioso cardenal Gaetani, aspirando á ser su
-sucesor, le ponia emboscadas á cada paso, le llenaba de escrúpulos
-la conciencia, le fingia voces de condenados y trompetas de los
-ángeles del Apocalípsis en las largas noches de invierno, para
-reducirlo á deponer su corona y á tornar á su desierto. Y en efecto,
-abdica la tiara y corre á la Apulia en demanda del anhelado reposo.
-Pero Gaetani, que alcanza su codiciada sucesion bajo el nombre de
-Bonifacio VIII, manda emisarios que le liberten de un competidor
-peligroso. Avisado con tiempo el pobre Celestino V, corre á las
-playas, toma una barca de pescador y rema para ganar las costas de
-Dalmacia y perderse en más apartados desiertos. Pero los vientos
-y las olas le arrojan nuevamente á las costas de Italia, donde
-su perseguidor le apresa y le encierra dentro de una torre, tumba
-anticipada que presencia una agonía de diez meses y recoge el cadáver
-de aquel penitente exaltado desde las cavernas al trono y caido desde
-el trono en los calabozos, imágen fiel de las deshechas borrascas de
-sus rudos tiempos.
-
-La órden de San Francisco debia, por su orígen y por su carácter
-democrático, oponerse á estos desórdenes del pontificado y contribuir
-por tanto á la decadencia de la institucion que podriamos llamar
-fundamento único de la moral religiosa en la Edad Media. El más
-ilustre de los franciscanos, despues del fundador, fué Jacopone de
-Todi. Educado en Bolonia, perito en el derecho, rico y poderoso,
-casado con idolatrada y hermosísima mujer, nada le faltaba de todo
-cuanto llama felicidad el mundo. Un dia del siglo décimotercio,
-á los cuarenta años de la muerte de San Francisco, celebrándose
-alegres fiestas y espectáculos en Todi, se hunde un tablado y mueren
-tristemente en la catástrofe numerosas personas. Entre los muertos se
-encuentra la idolatrada esposa de Jacopone, el cual sólo tiene tiempo
-para recoger entre sus brazos el cuerpo desgarrado y aspirar en los
-labios el suspiro último de su idolatrada compañera. Desde aquel
-dia arroja su toga y toma el sayal; abandona el mundo y abraza la
-penitencia; cierra los libros de Ciceron y abre los libros de piedad;
-renuncia á los discursos elocuentes y entona los versos místicos;
-deja la compañía de los jurisconsultos y sigue la compañía de los
-franciscanos; huye los aplausos y busca los sarcasmos de las gentes;
-reparte sus bienes y se resigna á la pobreza; renuncia á las locuras
-insensatas del mundo y sigue la divina locura de la Cruz. Para
-conocer hasta donde llega su inspiracion, basta decir que es autor
-del _Stabat Mater_, esa sublime elegía cuyos acentos no podemos oir
-el Viérnes Santo entre los altares desnudos, el santuario solitario,
-el templo oscuro y la Cruz recien descubierta, sin que nuestro
-corazon se inunde de tristeza y participe de todos los dolores de
-la Vírgen Madre durante la pasion. Jacopone es contemporáneo de
-Celestino V. Naturalmente, el asceta debia desde el claustro exaltar
-al asceta que se eleva al trono. Á mayor abundamiento, en los
-cinco meses que duró el reinado de Celestino, el principal empeño
-de éste debia ser reformar, en sentido cada dia más austero, las
-órdenes monásticas, y en este empeño debia sostenerle el austerísimo
-poeta. Luégo, Celestino abdica y Bonifacio VIII le sucede. Jacopone
-debia seguir al penitente en su desgracia y condenar la ambicion
-coronada con la humilde corona de Cristo. Así, firma la protesta
-de aquellos que niegan la validez de la eleccion de Bonifacio. Y
-á la protesta añade sátiras en las cuales dice que el nuevo Papa
-vive en los delirios y ambiciones de este mundo como la salamandra
-en el fuego. Bonifacio VIII no podia sufrir estas injurias y con
-gran ejército se dirige á Palestrina, donde estaban los cardenales
-protestantes y su exaltado poeta. Largo sitio sufre la ciudad, pero
-al cabo se entrega, y el Papa busca al cantor y lo encierra en
-húmedo calabozo. Los escritores Wisseman, Döllinger, defienden al
-Papa y no pueden negar, sin embargo, la autenticidad de todos estos
-hechos. Jacopone es arrojado entre tinieblas eternas. Enormes cadenas
-le abruman; el agua podrida de una letrina apaga su sed, y contra
-tantos dolores sólo encuentra alivio en su desprecio de las dichas
-del mundo y en su exaltacion por el dolor. Estando en la cárcel se
-convocó el gran jubileo de 1300 que vino á torturar su alma áun más
-que su cuerpo, pues oia al traves de las paredes de su cárcel los
-cánticos sagrados y el paso de los peregrinos encaminándose á Roma,
-sin poder participar de sus místicas alegrías. En vano demandaba
-misericordia al representante de un Dios todo misericordioso. Una
-vez que Bonifacio pasaba por la calle de su calabozo, segun cuentan
-autores de todo crédito, se asomó á los barrotes de su reja y le
-dijo: «¿Cuándo saldrás, Jacopone?—Cuando tú entres, Bonifacio», le
-respondió el franciscano. Y en efecto, á los pocos dias, los Colonnas
-se dirigen á Agnani y entran en el palacio del Papa. Éste, no
-teniendo ninguna defensa material, se fia por completo á su autoridad
-religiosa, se ciñe sus vestiduras sacerdotales, se cubre con su
-áurea tiara, empuña su báculo y se sienta en el trono, sobre cuya
-cima agita las blancas alas el Espíritu-Santo. Los invasores entran,
-lo desacatan, lo abofetean y lo arrojan en una prision. Por fin,
-los habitantes de la ciudad le libertan y se va á Roma. Pero sale
-de manos de los Colonnas para caer en manos de los Orsinis. Y allí
-muere á los treinta y siete dias de haber recibido el bofeton que
-sella la decadencia del Pontificado y muere en un acceso de febril
-locura engendrada por el sentimiento de sus humillaciones, por haber
-querido ser un Papa más grande, más fuerte y más imperioso de lo que
-consentia el espíritu de su tiempo. Jacopone, libertado de su prision
-por el sucesor de Bonifacio VIII, tiene hoy un nombre glorioso entre
-los poetas y un nombre bienaventurado entre los santos. Su espíritu
-democrático contribuyó, como todo el espíritu de su órden, al
-quebrantamiento y á la decadencia de la autoridad teocrática en la
-Edad Media.
-
-Lo cierto es que la órden de San Francisco, á sabiendas ó no,
-contribuye á descomponer los dos elementos capitales de aquellos
-tiempos: el feudalismo y la teocracia. No medimos al pronto la
-trascendencia de una idea, porque no conocemos toda su naturaleza, y
-una idea contiene siempre otra larga serie de ideas. Tal afirmacion,
-que parece puramente artística, puramente filosófica, resulta luégo
-una afirmacion política y social. Por ejemplo, el romanticismo
-literario era una revolucion, tanto en España como en Francia,
-porque se levantaba contra las reglas de una poética tradicional y
-cortesana. Tened por cierto que los franciscanos ignoraban el destino
-social de su aparicion necesaria en el mundo; pero lo cumplian
-ignorándolo. Por eso el alma de la nueva sociedad, que estalla en
-el siglo décimosexto, contará siempre entre sus Bautistas al Padre
-Seráfico y entre los precedentes de su aparicion á la seráfica órden,
-puesto que representa un término dialéctico en el desarrollo de su
-idea progresiva y un necesario predecesor en la genealogía larguísima
-de sus progenitores.
-
-El cristianismo se habia convertido en una doctrina de autoridad,
-indispensablemente para cumplir estos dos ministerios capitales en
-la transicion dolorosa del antiguo mundo al mundo moderno; para
-sustituir con algun principio de unidad moral la soberanía política
-perdida por Roma y para educar y domar con una verdadera disciplina
-religiosa la inteligencia inculta y la voluntad indómita de los
-bárbaros. Esta doctrina, que desde el siglo primero al siglo cuarto
-fuera una doctrina del pueblo, desde el siglo cuarto al siglo
-décimotercio se convierte en una doctrina del Imperio. Por tal razon,
-á no dudarlo, cuantos tratan de fundar la autoridad, ó sobre las
-ruinas de la antigua Roma ó sobre la cerviz de las nuevas tribus
-en la larga descomposicion de las sociedades paganas y en la no
-ménos larga recomposicion de las sociedades modernas, se acogen al
-catolicismo. Constantino lo saca de las sombras de las catacumbas al
-aire de la libertad; Teodosio lo declara religion oficial violentando
-la conciencia pagana del senado romano; Carlo-Magno funda sobre
-sus dogmas un pacto político, y cree que sería imposible sujetar
-la barbarie de su tiempo sin pedirle inspiracion y fuerza, para lo
-cual se arroja á los piés del Pontífice y besa, de rodillas sobre
-el suelo durísimo, cada una de las gradas que se extienden al pié
-del templo vaticano. Los Papas mismos contribuyen á este fin, porque
-desde Gregorio Magno á Gregorio VII y desde Gregorio VII á Inocencio
-III no hacen más que fulminar sus rayos contra todas las rebeldías
-del individualismo religioso ó político y rehacer, por medio de su
-autoridad dogmática, la autoridad social en sus tempestuosos tiempos.
-
-El primero en reanudar la tradicion puramente evangélica, es San
-Francisco de Asis. Diríase al verlo que ha salido de las catacumbas,
-que ha orado en sus tinieblas eternas, que ha visto flamear como una
-amenaza sobre su cabeza los cetros y las espadas de los poderosos y
-arder á sus piés como un infierno las hogueras de los mártires. Para
-sus penitencias, busca, como los primitivos apóstoles, el desierto;
-para sus cánticos y oraciones, el acompañamiento de las aves del
-cielo y el incienso de las flores del campo; para el apostolado de su
-doctrina, el pobre y el mendigo, porque su objeto es llorar con los
-que lloran, padecer con los que padecen, morir por los desvalidos y
-por los opresos. El espíritu democrático del Evangelio renace en él
-con toda su pristina pureza. Y se oye en coro sublime, sobre un mundo
-de autoridad, de fuerza, de guerra, donde la espada es el primer
-derecho y la victoria es la primer razon, sonar el eterno tema de la
-oracion en la montaña: bienaventurados los humildes, los débiles, los
-pobres, los desgraciados, los ignorantes, los atribulados, porque
-de ellos será el reino de los cielos. Y San Francisco resucitaba la
-verdadera doctrina cristiana, puesto que toda la enseñanza evangélica
-es una enseñanza democrática. La han preparado los profetas, y los
-profetas no son más que los tribunos religiosos consagrados á
-combatir la idolatría de los reyes. Jamas ha dicho Milton contra
-Cárlos I, ni Mirabeau contra Luis XVI, ni Tácito contra Tiberio lo
-que ha dicho Samuel contra Saul en sus esfuerzos para impedir la
-trasformacion monárquica de Judá. El Bautista vive preparando las
-vías del Salvador, y muere al capricho de una córte, al antojo de una
-cortesana, al mandato de un poderoso de la tierra, enemigo natural de
-las revelaciones del cielo. El dia que la Vírgen siente palpitar el
-divino Hijo en sus entrañas se exalta de alegría, y alaba á Dios en
-términos que parecen arrancados á una arenga tribunicia: _potentes
-deposuit de sede et exaltavit humiles; exurientes implevit bonis, et
-divites missit inanes_. El pueblo de Cristo es un pueblo de esclavos;
-su familia, una familia destronada; su padre, un carpintero; su
-cuna, un establo; sus primeros devotos, los pastores; sus primeros
-enemigos, los escribas y los fariseos que componian la aristocracia
-de Jerusalen; sus primeros apóstoles, los pobres pescadores; su
-primer perseguidor, un Heródes; su mayor enemigo, un Caifás; su juez,
-un Pilátos; su templo, el desierto lleno de ideas y no la sinagoga
-teocrática llena de tinieblas; sus bienaventuranzas, la promesa de
-consuelo á los afligidos y de libertad á los opresos; su doctrina
-religiosa venida de un solo Dios y consagrada á todos los hombres,
-doctrina de igualdad; su vida, un combate con la supersticion y el
-privilegio; su muerte, un divino holocausto por la salud de todos
-los desheredados, y una eterna acusacion á la soberbia de todos los
-tiranos.
-
-Esa tendencia democrática de la doctrina cristiana resucitaba el
-Santo, en una sociedad tan fundada en la guerra y en la fuerza de
-la autoridad como la misma sociedad romana. Á la cabeza del mundo
-habia un papa con tres coronas y con extenso patrimonio temporal,
-donacion de Pipino, agrandada por la piadosa condesa Matilde y que
-era el signo de la autoridad moral del pontificado. Á la cabeza del
-mundo habia un emperador cuyo poder estaba siempre en litigio y cuyo
-litigio era una guerra perpétua. La soberanía estaba en la propiedad
-y la propiedad se extendia, á pesar de tres siglos de cristianismo,
-sobre las personas. Los valerosos, que habian sometido una compañía
-á sus mandatos y luchado con ella contra otros enemigos en armas,
-tomaban sus conquistas por una propiedad, y sobre la propiedad
-constituian todas las jurisdicciones, desde la jurisdiccion del rey
-hasta la jurisdiccion del juez y desde la jurisdiccion del juez hasta
-la jurisdiccion del verdugo. Los reyes no eran más que los jefes,
-los primeros, los más fuertes de aquella sociedad de conquistadores
-y terratenientes, siempre armados para defender su propiedad ó
-conquistar la propiedad ajena. Los obispos, los abades, los monjes
-eran señores feudales y ejercian todas las jurisdicciones anexas al
-privilegio señorial. Las ciudades mismas donde comenzaba á brotar la
-raíz de la democracia se constituian como una personalidad jurídica
-con ejercicio de derechos señoriales y luchaban rudamente con las
-otras ciudades en aquella guerra universal por la propiedad. Y en
-mundo constituido de tal suerte, la voz de un religioso se levanta
-por los campos, por las calles, por las encrucijadas, predicando
-que está la perfeccion cristiana en la humildad, en la pobreza, en
-la miseria; entre los siervos, entre los desheredados, entre los
-mendigos. Naturalmente, las castas se rompian, la igualdad avanzaba,
-los maldecidos por los malos usos, los esclavizados por las bárbaras
-leyes, entraban en el claustro y se colocaban á la cabeza de todas
-las clases ungidos por la religion, y de esta suerte se fundaba con
-las mismas órdenes monásticas más desavenidas del mundo, más ajenas
-á la vida real, más consagradas á sus ayunos y á sus oraciones, por
-vías misteriosas y providenciales, una sólida, una profunda, una
-invariable democracia que debia fundar una nueva sociedad.
-
-Así es que la órden franciscana engendra inmediatamente una secta,
-la cual rompe toda la doctrina ortodoxa y despierta la tendencia
-vivísima á creer en segura renovacion dogmática despues de la
-renovacion moral para el establecimiento de progresiva Iglesia donde
-sean perpétuas las relaciones del cielo con la conciencia del hombre.
-Evangelio eterno se llama el sistema teológico erigido en creencia
-complementaria del cristianismo por estos hermanos de San Francisco.
-Dos revelaciones religiosas han esclarecido el alma humana. Primero,
-en el comienzo de las edades, cuando la tierra todavía está cercana
-á su creacion, aparece en los desiertos, y ante la tienda de los
-patriarcas, en la zarza del Horeb y en las tempestades del Sinaí,
-aquella revelacion que los franciscanos llaman del Padre, por ser
-de Dios puro, de la primer persona de la Trinidad, revelacion
-apropiada á un pueblo primitivo que se ha educado en la servidumbre
-de Egipto al pié de las Pirámides; que se ha redimido por una
-peregrinacion nómada desde el África al Asia hasta llegar á su tierra
-de Palestina; que ha necesitado, junto á los preceptos morales,
-preceptos higiénicos y políticos para iniciar la lenta y trabajosa
-educacion de humanidad en el crecimiento de su vida sobre la tierra
-y de su conciencia en lo infinito. Pero á la revelacion del Padre
-sucede la revelacion del Hijo. Aquélla se verifica en el comienzo
-de los tiempos y ésta en su madurez; aquélla cuando las sociedades
-civiles nacen bajo la tienda de los patriarcas, y éstas cuando las
-sociedades civiles se completan y robustecen por las instituciones
-del derecho romano; aquélla en el relampagueo de las cumbres del
-Sinaí, y ésta en la sublime desnudez del Calvario; aquélla por la
-tonante voz de un Dios airado, y ésta por la humilde sangre de un
-mártir sin mancha, siendo la primera la revelacion del Sér, y la
-segunda la revelacion del amor; la primera, la revelacion de Jehová,
-y la segunda, la revelacion del Verbo; la primera, la revelacion del
-Padre, y la segunda, la revelacion del Hijo, necesarias ambas para el
-desarrollo de nuestro espíritu en la tierra y para su comunicacion
-estrecha con el cielo. Y así como la sociedad patriarcal se iluminó
-en la revelacion del Padre ó del Sér, y la sociedad romana con la
-revelacion del Hijo ó del Amor, nuestra sociedad se iluminará con la
-revelacion del Espíritu ó de la Ciencia. Y de esta suerte, la órden
-franciscana rompe, por la apoteósis del mendigo, la sociedad feudal,
-y por la esperanza en el advenimiento del Espíritu Santo para revelar
-una verdad más clara en una conciencia más humana, la autoridad
-teocrática.
-
-Despues de esto, ya podeis explicaros los dos siglos que han de
-suceder al siglo de San Francisco: el poder de los gremios; la
-extension de los municipios, las libertades tempestuosas, las
-asambleas populares, los síndicos elevándose á la altura de los
-reyes, los nobles perdiendo su imperio sobre los siervos, las artes
-emancipándose de la tutela litúrgica y yendo á renovar el calor de
-su sangre en la savia de los campos, el cisma en vigor, la Iglesia
-en crísis, la conciencia en rebeldía los Concilios llenos de
-aspiraciones democráticas, las lenguas vulgares elevadas á expensas
-de la ciencia, el escolasticismo hundido, la razon preparada para
-entrar triunfante en la filosofía, y la conciencia pidiendo la
-sustitucion de todos los sacerdocios quebrantados, y el derecho á
-interpretar la naturaleza, y el espíritu con su libre exámen que
-forjará otra nueva Europa.
-
-Uno de los misterios mayores que hay en la vida, es el enlace de las
-causas con los efectos. ¿Á qué cometa habrá pertenecido la materia de
-que estamos formados? ¡Cuántas revoluciones habrán sido necesarias,
-cuántas catástrofes, qué de terremotos, qué de levantamientos del
-suelo y de erupciones del fuego central para producir la arcilla del
-frágil vaso de vidrio donde apagamos nuestra sed! ¿De qué sustancia
-se habrá alimentado ó en qué bosque ó selva habrá crecido, cuántas
-flores habrá llevado, cuántos nidos, cuántos frutos el árbol señalado
-ya por el destino para ser mi mortaja? ¿Á dónde habrá ido á parar la
-primera lágrima evaporada de mi mejilla, ó irá á parar el último
-suspiro de mi pecho en esa fragua contínua de la vida que se llama
-atmósfera? Pues más difícil todavía es saber cómo penetra la idea
-en la palabra y la palabra en la conciencia para pasar luégo de los
-individuos á las colectividades y producir nuevos organismos sociales
-en estas cristalizaciones incesantes de las ideas que forman como
-las bases de la sociedad, la cual parece tan sólida á primera vista
-y está sujeta á una renovacion permanente. En el convento de San
-Francisco de Asis, á la luz cernida por los rosetones ojivales, al
-cántico exhalado de los coros semibizantinos, al rumor que producen
-los rezos de los creyentes bajo las bóvedas sembradas de estrellas y
-los pasos de los peregrinos sobre las losas del pavimento de mármol;
-entre aquellos ángeles y aquellos santos que se destacan de los muros
-como ideas vivientes; entre aquellas estatuas tendidas sobre los
-sarcófagos, que os hablan de la eternidad con sus labios de piedra;
-creeis estar delante de una de esas rocas donde acaban los terrenos
-primitivos y empiezan los terrenos secundarios ó terciarios del
-planeta, como que estais en presencia del monumento sublime donde se
-trasformó la Edad Media y empezó el espíritu moderno por virtud de
-la palabra de un penitente, que con su amor impulsó á la tierra en
-su carrera por el espacio, y acercó á nuestras manos los apartados
-cielos donde se trasfigura la conciencia. Así ha podido el sentido
-comun llamar al pobre penitente de Asis, el Cristo de la Edad Media.
-
-
-
-
-SORRENTO Y EL TASSO.
-
-
-I.
-
-Compadezco á todo aquel que no haya ido jamas, en tibia mañana de
-Mayo, desde Castellamare hasta Sorrento, entre aquellos bosques de
-limoneros y de granados, todos floridos, resaltando por los sombríos
-olivares; bajo la grata sombra de las montañas erizadas de riscos,
-por cuyas grietas tienden su lujuriosa vegetacion las selvas de
-hayas, castaños y encinas; sobre el tortuoso camino abierto en la
-roca viva que enlaza las poblaciones medio ocultas en el follaje;
-al borde del mar, cuya celeste superficie siembran de estrellas
-fugaces y contínuas los rayos del sol deslumbrador; la isla de Capri
-enfrente, cortada como gracioso templo de lapis-lázuli que se alzára
-sobre las aguas; á la espalda el Vesubio con su penacho de humo,
-destacándose en el cielo, y su cintura de jardines, y su crestería de
-lavas brillantísimas, y sus alfombras de ciudades multicolores; todo
-envuelto en la luz meridional y perfumado por el embriagador azahar,
-formando un conjunto de bellezas naturales que nos abruman con su
-magnificencia, ántes al contrario, os convidan á tomar parte en su
-regocijo y á unir vuestra idea á sus creaciones como una nota más de
-la universal armonía.
-
-¡Cuán hermosa es Sorrento! Parece caerse al mar desde la altísima
-roca donde se ha agarrado como una ciudad náufraga. En la falda de
-pendiente montaña está como suspensa, y desde sus balcones á la playa
-todavía media pavoroso abismo. Diríase alzada por sus fundadores
-como un mirador para contemplar el Vesubio, que semeja á espejismo
-de la imaginacion en la bahía de Parthénope, que, á su vez, semeja á
-encantado lago. Desde el jardin de la Sirena, cuyos intensos aromas
-casi trastornan el sentido, veiamos abajo, en la breve ensenada,
-sobre la estrecha faja de menuda arena, los peces plateados saltando
-entre las oscuras mallas del copo y las barcas recogiendo sus velas
-latinas y atracando á fuerza de brazos entre grupos pintorescos de
-activos marineros. Como la hermosura está en la variedad de los
-contrastes, hé aquí la region más hermosa del mundo: ágrias montañas
-y tranquilos verjeles; cúspides de nieve en las lejanas cordilleras
-de los Abruzzos y cúspides de fuego en los próximos conos del
-Vesubio; las guirnaldas de parras arriba, y abajo las guirnaldas de
-algas; el campesino aquí recogiendo en cestos de mimbre los limones
-y el pescador allá recogiendo en cenachos de esparto los pescados;
-la oscura encina en el monte y la blanca vela en el mar; las rosas
-y los jazmines y las violetas en las florestas y las conchas y los
-caracolillos en los arenales; las ruinas desoladas y desiertas entre
-los jaramagos, frias como huesos de esqueletos, y las fuerzas de
-la naturaleza creando y produciendo contínuamente en la gigantesca
-fragua de volcanes y solfataras; la alegría de la vida, que brota
-en las serenatas, en las canciones, en los coros al aire libre, en
-el regocijo de estos pueblos donde ha nacido la música moderna, y
-el horror de la destruccion y de la muerte en las erupciones que
-subvierten toda la comarca, que destruyen y levantan montañas, que
-abren sepulcros donde caben ciudades enteras; la esperanza de lo
-porvenir y el recuerdo de lo pasado; la caverna silenciosa y la onda
-sonora; los matices más bellos de la luz y los juegos más caprichosos
-de las sombras; los términos más opuestos de la historia y los
-contrastes más bruscos de la vida.
-
-¡Y decir que un poeta como Tasso no ha cantado ni este pueblo donde
-viniera al mundo, ni el palacio construido sobre la roca que da al
-mar, donde encontráran sus miserias alivio y consuelo en el cariño de
-piadosa hermana, en el calor de tranquilo hogar, en el comercio con
-la sana y robusta naturaleza! Algunas palabras acerca de la amenidad
-del campo y de la salud de sus moradores: hé ahí todo. Los poetas del
-Renacimiento italiano se parecen á Miguel Ángel, tan menospreciador
-de cuanto no fuera el hombre y la mujer, que en el _Juicio Final_
-desaparece nuestra tierra, como si el desenlace de la tragedia
-humana se representase en los espacios desiertos. ¡Cuán preferible
-es el bellísimo paisaje viviente de esta bahía incomparable al
-contrahecho paisaje de los falsos bosques de Armida! Entre todos los
-poetas meridionales de aquellos tiempos, para mí, los dos que mejor
-cantaron la naturaleza fueron Camoens y Garcilaso. Nunca he podido
-asomarme al Tajo, ya entre los verjeles de Aranjuez, ya entre las
-ruinas de Toledo, sin murmurar las Églogas; ni al Mondego sin ver
-las ninfas que todavía lloran, bajo los pinos y los sauces y los
-cedros, en el lugar llamado de las lágrimas, la muerte de doña Ines
-de Castro, aquella hermosa dama que reinó despues de muerta. Nuestro
-inmortal cantor peninsular, el Homero de la Iliada del trabajo y de
-la Odisea de las navegaciones gigantescas y de los descubrimientos
-maravillosos, inspirado por la luz de África y por la vida de
-Oriente, hubiera descrito de singular manera esta Sorrento, muy
-parecida á la isla de Vénus, pintada en su noveno canto de _Las
-Lusiadas_, muy parecida, iba diciendo, á la espaciosa bahía donde
-las ondas mueren sobre blanca arena sembrada de pintadas conchas y
-caprichosos caracoles; á las tres colinas de líneas graciosas y de
-aspecto imponente que ostentan sus prados llenos de flores, por los
-cuales corren cristalinos arroyos y sonantes cascadas, despeñándose
-desde las ágrias rocas en deliciosos valles; al lago sereno en que se
-miran los perfumados bosques; á los árboles cargados de flores y de
-frutos, desde el laurel de Dafne hasta el gracioso limonero, mezcla
-del oro y la esmeralda, desde el granado que envidiáran los rubíes
-hasta los perales picados por los pájaros, y los olmos de Alcídes, y
-los laureles de Apolo, y los mirtos de Vénus, y los pinos de Cibéles,
-mudos testigos de la inconstancia de Atys, y los sombríos cipreses
-que elevan al cielo sus fúnebres pirámides entre las cerezas, cuyo
-color compite con el coral, y las brillantes moreras; todo realzado
-por esta luz que os tendria eternamente suspensos y extáticos, cual
-una sonrisa de correspondido amor.
-
-Sorrento ha elevado una estatua de blanco mármol al Tasso. Nunca
-me cansaré de admirar el respeto que Italia guarda á la memoria
-de sus más ilustres hijos; nunca, de ofrecerlo como ejemplo vivo
-á nuestra ingrata España. Puede decirse, sin exageracion, que en
-Italia caminais entre dos coros de estatuas. Si entrais por Génova,
-lo primero que herirá vuestra atencion es la efigie del descubridor
-de América. ¿Dónde tiene entre nosotros, españoles, otra igual?
-En ninguna parte. Ni á la puerta del monasterio de la Rábida, que
-le vió pedir limosna humildemente; ni á la puerta del refectorio
-de Salamanca, que vió á su razon triunfar de todas las argucias
-teológicas; ni en la vega de Granada, donde se avistó con sus
-protectores; ni en el puerto de Pálos, testigo de su salida; ni en
-el puerto de Barcelona, testigo de su vuelta; ni en las calles de
-Valladolid, testigos de su muerte.
-
-No es maravilla, en verdad, que genio tan ilustre tenga monumento
-tan excelso. Los hay por todas las regiones de Italia. En Turin lo
-tienen, desde los primeros hombres de Estado, como Azeglio y Cavour,
-hasta los organizadores del ejército y los ministros de Agricultura y
-Comercio que han servido modestamente á su patria. En Milan se eleva
-el gran fundador de la unidad italiana y ese coloso del Renacimiento,
-ese Leonardo de Vinci, á quien rodean sus primeros discípulos. Los
-templos y los palacios de Venecia pueden llamarse necrópolis de los
-héroes y de los artistas. Por todas las encrucijadas de Mantua se os
-aparece la imágen de Virgilio. Á los dos lados de la galería de los
-Oficios en Florencia, sobre el fondo de oscuro granito, se destaca
-el blanco mármol de las estatuas, y estas estatuas representan los
-hijos preclaros de Toscana, feraz en brillantísimos genios. Las
-cimas del Pincio, despues de la libertad de Roma, han sido decoradas
-por series de bustos donde se enlazan todas las estrellas del cielo
-espiritual de Italia. Arnaldo de Brescia y Giordano de Bruno reciben
-justo desagravio en el mismo suelo donde ardieron sus cuerpos y se
-calcinaron sus huesos. Pergoleso, moribundo, se ve por los pórticos
-del teatro de Salerno; Virgilio en su templo de gloria y Vico en
-su meditacion de historiador brillan allí donde vienen á morir las
-ondas del Tirreno, á las plantas del Vesubio, entre los mirtos y los
-laureles de la inmortalidad.
-
-¿Y nosotros? En Madrid, tres hombres se han salvado del ingrato
-olvido: Cervántes, que se eleva á las puertas de las Córtes; Murillo,
-que se eleva á las puertas del Museo; Mendizábal, que se eleva en
-la plaza del Progreso. Daoiz y Velarde están como olvidados en
-uno de los barrios extremos y en medio de polvorosa carretera. ¿Y
-Lope de Vega, y Calderon de la Barca, y Diego Velazquez? Málaga
-tiene un tosco monumento que recuerda el sacrificio de Torrijos,
-y Granada otro tosco monumento que recuerda el funestísimo dia en
-que subió Mariana de Pineda al cadalso. Fray Luis de Leon brilla
-en la ciudad donde cantó con sin igual dulzura y padeció con sin
-igual resignacion. Pero confesad que es demasiada soledad en medio
-de aquella escuela de Salamanca en que se verificó la mayor parte
-del Renacimiento español, como en Florencia la mayor parte del
-Renacimiento italiano. En Toledo veíase la derruida casa de Padilla
-sembrada de sal por el aleve absolutismo. Conmovia profundamente
-el ánimo y despertaba el pensamiento aquel solar calcinado por las
-llamas, no tan desoladoras como el alma de los déspotas. Sobre
-mutilada columna se elevaba inscripcion vengativa. Un Ayuntamiento
-de estos últimos años ha nivelado el suelo y lo ha limpiado,
-convirtiendo aquel sitio de espectros sublimes y de recuerdos
-grandiosos en una plazuela con raquíticas acacias, donde se reunen
-las niñeras y juegan los muchachos. Yo me explico esta manía nuestra
-de no alzar estatuas, por la barbarie del régimen que durante tres
-siglos pesára sobre nuestra encorvada cerviz. Si entre nuestros
-grandes genios habia alguno perteneciente á nobles familias, podia
-tener un sepulcro fastuoso y una estatua yacente en cualquier capilla
-ó en cualquier panteon de nuestras iglesias. Pero en las calles, en
-las plazas, en las encrucijadas, donde pudieran recordar que habia
-algo y álguien digno de veneracion, ademas de nuestros reyes y de
-nuestros santos, ¡oh! eso no, que hubiera enseñado mucho al pueblo.
-Veinte estatuas, si las hay, en toda España, consagradas á nuestros
-hombres ilustres, no corresponden al sinnúmero de genios que hemos
-tenido en nuestros gloriosísimos anales. Se me olvidaba; allá, en
-una de las calles de Valladolid veíase pobre efigie en capilla
-oscurísima, no me acuerdo por qué calle. Extrañóme sobremanera que
-tal recuerdo proviniese de nuestros antiguos tiempos en que dejábamos
-morir á Camoens y á Cervántes en la miseria y desconociamos que
-el Gran Capitan nos trajo á Italia y Hernan Cortés Méjico. Una
-estatuilla, y de mujer, ¡caso raro! Pregunté qué representaba, y
-me contestaron cosa que no me atrevo á creer completamente, por
-no haberla yo mismo en mis estudios confirmado. Contáronme que
-representaba una mujer, denunciadora al Santo Oficio de su propio
-esposo, como fiel en lo interior de su conciencia y de su casa á la
-religion protestante. El infeliz fué quemado en uno de los autos de
-fe más célebres que presenció aquella ciudad, y el Gobierno ó el
-vulgo, ó ambos á la vez, consagraron un recuerdo de agradecimiento
-indeleble en calle concurrida á una infamia tan grande..... ¿Será
-posible que no seamos más cuidadosos de nuestras glorias? ¿Será
-posible que no elevemos todavía monumentos á nuestros héroes, á
-nuestros navegantes, á los sabios de todos tiempos que han ilustrado
-nuestro nombre, á los artistas, á los poetas, á los oradores á
-quienes debemos la gran resonancia de nuestra lengua por todos los
-ámbitos de la tierra? Si los reyes absolutos han sido ingratos, que
-no lo sean los pueblos emancipados. Y donde quiera haya brillado
-un genio, que exista una señal de agradecimiento y una sombra de
-recuerdo. La corona de sus genios rodea con el etéreo limbo de la
-inmortalidad las sienes de los pueblos. Solamente la pobre Ofelia,
-loca, puede pisotear su corona, esmaltada de rocío, en la hora del
-suicidio.
-
-
-II.
-
-Tasso no consagró á Sorrento los versos á que tenía derecho su
-hermosura, y Sorrento ha consagrado á Tasso la estatua á que tenía
-derecho su gloria. _La Jerusalen Libertada_ es uno de los monumentos
-más grandiosos de la lengua italiana. Y en Italia frecuentemente os
-encontrais con personas que guardan religioso culto á un poeta y que
-le dedican toda su existencia. Prosa, verso, biografías comentarios,
-cátedras, paréceles poco para su genio favorito. Y cuando no escriben
-oficialmente, hablan á todo el mundo del único asunto de su vida.
-Con uno de estos monomaniacos topé yo en mi último viaje á Sorrento;
-con uno á quien le habia dado la manía por el Tasso. No me dejaba
-ni á sol ni sombra, porque yo suelo tener una virtud rarísima, la
-virtud de escuchar. Contábame minuciosidades innumerables recogidas
-en libros y manuscritos indecibles sobre la vida de su héroe. Cierto
-frances, que viajaba por entónces y que tenía la nostalgia del
-café de Madrid y del boulevard de Montmartre, se indignaba contra
-aquel delirio por un poeta en cuya lectura sólo habia experimentado
-el dulce efecto de dulcísimo sueño. Aquí de nuestro loco; larga,
-larguísima disertacion acerca del Tasso y los franceses. Veintiseis
-años tenía cuando salió de Italia para Francia en la espléndida
-comitiva del cardenal Luis de Este, hijo de Hércules, Duque de
-Ferrara; exclamaba el infatigable comentador. La altísima intercesion
-de dos princesas fué necesaria para que el Cardenal admitiera en su
-servicio á quien él debia haber servido de rodillas como á un Dios
-de la poesía. El príncipe de la Iglesia, que iba á fomentar en la
-córte de Cárlos IX la fe católica contra la propaganda protestante,
-llevaba ochocientos criados, y entre ellos al poeta, á quien dió
-un cubierto en su mesa. Reclamó el Tasso algo más, y su protector
-convirtió la racion en soldada; pero estimándola á tan bajo precio,
-que apénas tenía el infeliz escritor con que satisfacer su hambre.
-Los cardenales de aquel tiempo eran más parecidos á príncipes de
-Asia que á discípulos de Cristo. El de Este, bastante avaro para
-regalar sólo con las migajas de su mesa al genio, cuyos versos debian
-regalar á la régia familia de Ferrara con el maná de la inmortalidad,
-donaba al criminal Cárlos IX, segun Muratori nos refiere, cuarenta
-caballos, todos con arneses riquísimos, sillas y mantas recamadas de
-pedrería, conducidos por cuarenta palafreneros cubiertos de seda y
-oro á la oriental usanza. Y estoy cierto de que el último parásito
-privaria en la córte de Ferrara más que el primer poeta de su tiempo.
-Entónces las cortesanas tenian sepulcros magníficos en las grandes
-iglesias, con epitafios compuestos por los primeros latinistas de la
-córte pontificia, como el elegantísimo consagrado á Imperia, mujer
-de tantas riquezas, todas alcanzadas por su hermosura, que cierto
-embajador admitido en su casa, no supo donde escupir, temeroso de
-manchar algun objeto de precio, y escupió en la cara de uno de
-los criados. Y miéntras tanto, el gran poeta se moria de hambre.
-Su pobreza era tal, que empeñó, para acompañar á su protector, en
-veinticinco libras várias cubiertas de cama, cortinas y tapices,
-restos del ajuar legado por su padre.
-
-En su viaje á Francia, le parecieron uniformes las campiñas de
-Normandía; incómodas las viviendas, todas de madera; grandes las
-iglesias; admirables los vidrios de colores; inconstante el clima,
-que pasaba en solo un dia de Abril á Enero; indóciles é inquietas
-las gentes; adorable la reina Catalina de Médicis; gran poeta el rey
-Cárlos IX; extrañas aquella Margarita de Navarra y aquella Princesa
-de Nevers, que llevaban en sus carrozas las cabezas de sus amantes
-tronchadas por la cuchilla del verdugo; bellas de color y finas de
-facciones las francesas; bajos de estatura los franceses; raquíticos
-los nobles y de escasas pantorrillas, aunque muy guerreros; plebeyas
-las letras y las ciencias, segun las castas que sabian cultivarlas;
-soberbios los caballos y frecuentes los torneos; incomparables los
-vinos, muy buenos para las sanas digestiones; flojos los parisienses
-y alejadísimos de la austeridad impuesta por Licurgo á Esparta. Pero
-tuvo que alejarse bien pronto de Francia, porque cayó de la gracia
-del cardenal de Este; y cayó de la gracia del cardenal de Este porque
-el príncipe de la poesía era mucho más católico que el príncipe de
-la Iglesia. Así es que, apenado por el espectáculo de las discordias
-religiosas, políticas, civiles de Francia, pintó en una de sus
-sonoras octavas la nacion vestida de negro, como escuálida viuda;
-todas sus regiones ultrajadas; todas sus razas doloridas; vacante la
-corona; dispersas y dispendiadas las fortunas; opreso y enfermo el
-reino; y en la estirpe régia, herido el mejor vástago y su tronco
-desgajado por el rayo, _e fulminato il tronco_. Y en Francia se daba
-entónces á mediano poeta, por humilde soneto, riquísima abadía que
-rentaba diez mil escudos; y el mayor poeta de Italia, para salir de
-Francia, tenía que pedir prestados tres escudos, uno á cierta dama de
-su particular amistad y dos á un cofrade fiel y admirador ardentísimo.
-
-Despues de tan erudita é incoherente disertacion del comentador de
-Tasso, oida hasta el fin último, con paciencia de mi parte, y con
-impaciencia de parte del frances, quisimos ambos oyentes dirigir
-algunas observaciones al eterno orador. Yo no pude, pues el frances,
-más pronto y más resuelto, me ganó por la mano y dijo que el Tasso
-era incapaz de comprender toda la grandeza de Francia y de apreciar
-toda su hermosura cuando así maldecia de los franceses; y que no
-le extrañaba su fin desastrosísimo y su enfermedad cerebral, pues
-debió estar loco toda su vida, cuando en el tiempo de la matanza de
-San Bartolomé le parecian poco católicos un rey supersticioso como
-Cárlos IX, una euménide inquisitorial como Catalina de Médicis, un
-prelado romano como Luis de Este, y un Papa infalible como Gregorio
-XIII. «Perdon, señor, repuso el italiano con su natural finura, unida
-á incontestable tenacidad, perdon; pero no hay sino leer á Ranke
-para convencerse de que Gregorio XIII no era un Papa tan severo y
-tan creyente como usted cree.»—«No sé lo que sería, ni me importa,
-replicó el frances; pero lo tengo por más competente en materias
-dogmáticas que á vuestro poeta. Y en confianza, y pidiéndole su
-vénia, voy á decirle algo desagradable. La locura contagia, y si no
-toma usted precauciones, puede contraer la enfermedad de su ídolo. Al
-fin volvióse loco él por una princesa hermosa y viva; pero tendria
-poca gracia volverse loco por un poeta fanático y muerto.» Nunca
-hubiera tocado nuestro interlocutor el tema de la demencia del Tasso.
-Allí ardió Troya; allí se abrieron de par en par las compuertas de la
-erudicion del comentador, que llevaba en dos dias hablados más de dos
-volúmenes en fólio acerca del poeta.
-
-«¡Locura! ¡locura! Hablemos de esto, dijo, hablemos, no á la ligera
-como del viaje á Francia; hablemos largamente. Vuelto el Tasso de
-su excursion allende los montes, fué llamado á Ferrara por el
-espléndido Alfonso II, que le señaló alojamiento de príncipe en su
-palacio, cátedra de astronomía en su Universidad, y renta de ciento
-diez francos cincuenta y seis céntimos al mes en su presupuesto,
-cantidad bien superior á los miserables veintiun francos mensuales
-recibidos por el Ariosto en otro tiempo, y celebrados en el cántico
-décimocuarto de su _Orlando_. Á todos estos cargos reunió el de
-historiógrafo y secretario del príncipe, mediando entre ambos tal
-amistad y confianza, que Tasso le dirigia memoriales en verso para
-pedirle, por ejemplo, una bota de vino del Pausílipo, y en verso le
-contestaba el magnífico protector al acceder á su demanda, decretar
-el memorial y regalársela. Siete años duró esta amistad entrañable,
-siete años de no interrumpida concordia, hasta el dia funesto en que
-hirió á todos la fatal noticia de la extraña reclusion de tan ilustre
-como desgraciado genio.»
-
-Supongo que habréis ido á Ferrara y que habréis estado á punto de
-llorar en la estrecha cárcel atribuida por todos á la crueldad de
-Alfonso II y á la pasion de Torcuato Tasso. Pues acerca de aquel
-extraño lugar andan divulgadas las mismas exageraciones que acerca
-de los plomos de Venecia. Entónces pude yo coger la palabra y decir,
-poco más ó ménos, lo siguiente: «Es verdad, un dia el poeta de
-la duda y de la desesperacion, el genio que dejára su sede en la
-Cámara de los lores de Inglaterra por la sombra de los pinos de
-Italia y por los escollos de las costas del Adriático, lord Byron,
-bello y pervertido como Satanas, en las exaltaciones diabólicas
-de su inspiracion y en los espasmos febriles de su delirio, llegó
-á Ferrara, visitó el calabozo henchido por las lágrimas y por los
-suspiros del poeta mártir, y se estuvo allí encerrado durante dos
-horas en contínua agitacion, dando paseos desmesuradísimos por
-aquella jaula, rompiéndose casi la frente en sus paredes, como para
-absorber todas las tristezas allí amontonadas, y considerar el sol de
-la prision que palidece al traves de las rejas espesas, el reflejo
-de la retina ardiente que se clava en la bóveda negra, la huella del
-cuerpo tendido en la fria losa, el sitio donde apercibian una comida
-semejante á la podre del sepulcro, las sombras en que los cánticos
-al amor y las elegías á la amistad se mezclaban á los latigazos de
-los loqueros crueles y á los horribles gemidos y á las histéricas
-carcajadas de los locos vecinos; todos los dolores de un cuerpo
-destrozado por el tormento y todas las penas de un alma herida por la
-ingratitud y por la injusticia.»
-
-«La visita al oscuro calabozo, añadió el italiano, inspiró á
-Byron una lamentacion que por cierto no se parece en nada á las
-lamentaciones de Jeremías, hueca de tono, exagerada de frase,
-declamatoria de estilo, vacía de ideas, indigna de las otras obras
-maestras con que ha honrado su nombre de poeta y ha enriquecido la
-literatura de nuestro tiempo. Pero lord Byron materialmente perdió su
-trabajo y su poesía. La madriguera estrecha y oscura, llamada prision
-del Tasso, no encerró jamas al gran poeta, ó lo encerró por tan
-breves dias, que en verdad no valia la pena de tantas exageraciones.
-Fué privado de libertad, si se quiere preso, en el mismo edificio
-donde señalan los guías su prision, allí, en el hospital de Santa
-Ana, en el manicomio, pero no en el mismo cuarto donde le hubiera
-faltado luz y espacio para escribir, como escribió por aquellos dias,
-cánticos enteros de su poema y diálogos magistrales de su filosofía.
-El Tasso se vió privado de la amistad de su príncipe, y recluido
-en lo que hoy suele llamarse á la francesa una casa de salud, y á
-consecuencia de esto sus lamentos, que, como todos los lamentos del
-genio, han penetrado en el corazon de la posteridad y lo han herido
-de mortal dolor. Para explicaros esta desgracia, comenzad por una
-cosa; por que Tasso padecia ya de esa demencia ingénita á todo exceso
-de facultades extraordinarias, al exceso de sentimiento y al exceso
-de imaginacion, á las exaltaciones del carácter y de la idea. Esta
-exaltacion se agravaba con aprensiones tales, que creia al mundo
-entero conjurado contra su honor, contra su nombre, contra su vida.
-La tenacidad de esta aprension llegó á intensísima monomanía. El
-cardenal de Albano le llamaba en sus amistosas cartas gravemente
-enfermo, y le pedia con verdaderas instancias que para libertarse de
-aprensiones y sospechas se dejára purgar por sus médicos, aconsejar
-por sus amigos y dirigir por sus patronos. Pero Tasso tenía tal
-horror á la córte, que cuando escribia á las gentes de su mayor
-confianza les rogaba no empleáran de ninguna manera en él artificios
-maléficos, ó lo que es igual, artificios cortesanos. Así, consistió
-la causa primera de su desgracia en el desasosiego con que soportaba
-su estancia entre los Estes y en el deseo que tenía de partirse á
-otras ciudades y trabar amistades con otros príncipes. Como hubo papa
-de aquellos tiempos dispuesto á declarar guerra á vecina república
-por retener excelso pintor, hubo príncipe capaz de atormentar al sumo
-poeta por haber querido marcharse á la córte de otro príncipe.
-
-«Á pesar de todo esto, el Tasso tuvo durante su prision habitaciones
-cómodas; tiempo de vagar sobrado; visitas de príncipes reinantes,
-como el Duque de Mantua; veraneos en la quinta de la bellísima
-princesa Marfisa de Este y disertaciones sobre la naturaleza del
-amor; regalos de libros como las maravillosas obras de Aldo el jóven,
-que son todavía monumentos de la imprenta; lecturas profundas, como
-la _Suma Teológica_ de Santo Tomás y las _Historias políticas_ del
-cardenal Bembo; consultas que podrian satisfacer su amor propio,
-como la de Francisco Terzi, grabador celebérrimo, que iba á pedirle
-consejo sobre ilustraciones y estampas; oro enviado en escudos
-sonantes y contantes por el Duque de Guastala; ofrendas en los versos
-del poeta boloñes Julio Segui; satisfacciones en las magníficas
-estampas trazadas para su poema por Bernardo del Castello; afectos,
-como la amistad del Padre Ángel Grillo, sapientísimo benedictino, el
-cual se encerraba en la estancia del poeta á departir sobre arte y
-religion, prefiriendo aquel encierro á todas las libertades y aquel
-dolor á todos los placeres; y excursiones de carnaval en los bailes
-indescriptibles de Ferrara, imitacion de los tiempos clásicos, donde,
-vestido de tisú y acompañado de otros gentiles hombres, danzaba, y
-bromeaba, y bebia hasta caer rendido de gozo y de fatiga.
-
-«Mas era tan pueril, que se atraia la cólera de los carceleros con
-sus caprichos; tan raro, que se daba por demente con gusto, diciendo
-que de igual enfermedad padecieron el griego Solon y el romano
-Bruto; tan cambiante de humor, que mostraba en pocos momentos
-excesos de placer y de pena, como de garrulería y de silencio; tan
-indócil, que no tomaba ninguna medicina desagradable al paladar y
-olfato; tan cuidadoso de su persona, que disponia para vestir en la
-reclusion los mejores terciopelos de Génova, y los gorros de dormir
-más historiados y ricos; tan goloso, que importunaba á sus amigos en
-demanda de libras de fino azúcar para las ensaladas; tan confiado,
-que le robaban y despojaban de todo sus domésticos y compinches;
-tan pedigüeño, que reclamaba de sus visitantes hasta las medias de
-seda que llevaban puestas; tan desgraciado, que los médicos no le
-cuidaban porque jamas les pagaba las consultas, y lo recibian los
-tristes hospitales con frecuencia, porque en mil ocasiones no contaba
-con otra vivienda ni otro abrigo; tan desconocedor de sus aptitudes
-y facultades, que los escasos recursos recibidos de providenciales
-herencias los evaporaba en pleitos dañosos á su salud y á su
-hacienda, á su gloria y á su nombre; tan tímido, que la menor crítica
-le descorazonaba, precipitándole desde las cimas de un orgullo sin
-medida, en el abismo de una desesperacion sin límites; desgraciado
-por todo, especialmente desgraciado por su propio carácter y por la
-guerra á muerte que se hacía á sí mismo en contínuos tormentos.»
-
-«Sacamos, dijo el frances, en limpio dos cosas: primera, que no hubo
-tal demencia en Tasso, y segunda, que se debió su prision, dulce
-ciertamente, no á desgracias de amor, á desgracias de córte.»—«Hará
-unos veinticinco ó treinta años, añadió nuestro italiano, tratóse
-largamente de las causas de esa prision y de esa locura. Un profesor
-pisano sostuvo que habia sido encarcelado el Tasso por su pasion á la
-princesa Leonor, hermana de Alfonso II, y un historiador florentino
-sostuvo que por haber intentado pasar del servicio de la casa de los
-Estes al servicio de la casa de los Médicis. Considerable apuesta se
-propuso entre los dos contendientes, sometida primero al Instituto de
-Francia y despues á las Academias de Italia, que nunca dictaron la
-sentencia ni resolvieron el asunto. Y salió un señor con manuscritos
-de Montpellier, y otro con manuscritos de Roma, y otro con
-manuscritos de Ferrara, sosteniendo cada cual su version, y alguno
-la singularísima de que Tasso tuvo amores con las tres hermanas
-del duque Alfonso de Ferrara y hasta con su mujer doña Bárbara. Lo
-cierto es que encarándose el poeta con el Duque le dice en magníficos
-versos: «Puedes arrancarme, poderoso señor, la vida, que tal es de
-los monarcas el derecho; pero á causa de haber escrito del amor, al
-cual nos invitan el cielo y la naturaleza, arrancarme esta razon
-mia, centella de la divina bondad, no puedes, porque sería el crímen
-de los crímenes. Te pedí perdon y lo negaste. ¡Ah! Me arrepiento de
-haberme arrepentido.» Confesad que el príncipe pecó de sufrido, dada
-la naturaleza de aquellos rudos tiempos, pues uno de sus parientes,
-un cardenal, en la misma Ferrara, arrancó los ojos á hermoso mancebo
-de sangre real, porque su hondo y deslumbrador mirar habia fijado
-una vez la atencion de bella dama. Aparte de todo esto, confesad
-conmigo que ningun poeta italiano puede compararse con el Tasso en la
-hermosura de la forma, en la riqueza y armonía de la lengua, en la
-dulzura de los versos, en la correccion del estilo, en el encanto de
-la rima, en la viveza de los sentimientos, en la severa majestad del
-conjunto de sus obras, en la sobria sencillez, verdadera señal de la
-mezcla feliz del gusto con el genio.»
-
-Confesaré cuanto queráis, dije yo al entusiasta defensor del Tasso;
-pero le creo poeta de decadencia, á pesar de pertenecer, por su
-estilo, á los tiempos de la más clásica y más consumada perfeccion
-literaria. Poeta que no presiente en su corazon y no adivina en su
-inteligencia y no se anticipa á su tiempo, carece para mí de la
-facultad esencialísima al genio; carece del don de profecía. Cuando
-os abismais en los profundos senos de la epopeya católica; cuando
-recorreis la sátira maravillosa que ha enterrado la caballería
-feudal; cuando asistís á _La Vida es sueño_, de nuestro genio
-dramático, y á _El Hipócrita_, del genio cómico frances, lo que
-más hiere vuestro ánimo y lo trasporta, aparte del sentimiento y
-del arte, está en las mágicas y sobrenaturales intuiciones de lo
-porvenir. Pero un poeta cortesano que pasa su vida mendigando, de
-puerta en puerta, el favor de los príncipes y cardenales; más papista
-que el férreo papa Pío V; más monárquico que el siniestro monarca
-Cárlos IX; exaltado hasta aplaudir las persecuciones y las guerras
-religiosas; impasible ante la carnicería de la trágica noche de
-San Bartolomé; un poeta así, no siembra ninguna de esas ideas, ni
-despierta ninguno de esos afectos que vienen á ser como los hilos
-misteriosos con los cuales se teje la urdimbre de la vida y se
-prepara á la iniciacion del progreso el espíritu de las generaciones
-por venir. El Dante hiere en lo vivo, profundiza en el abismo,
-sorprende el secreto de aquellas sus edades, eleva la conciencia en
-el altar de lo eterno, como una hostia consagrada; tiene con los
-dolores profundos y las adivinaciones sobrenaturales toda la colosal
-grandeza de los profetas hebraicos, de Isaías y Jeremías, los cuales,
-valiéndose de los símbolos y de la lengua de lo pasado, fulguran el
-alma y el pensamiento de generaciones todavía perdidas en la nada,
-pero evocadas ya de las sombras, y prontas á entrar en la existencia,
-merced á este soplo creador que ha pasado por el abismo de los
-tiempos como un llamamiento de la eternidad. El Ariosto mismo, lleno
-de gracia y de vida, ébrio de pensamientos, exaltado de pasiones;
-con aquella risa que roba á la alegría clásica, con aquella vena de
-invencion que agota las fuerzas creadoras del genio, con aquella
-selva de ideas que produce en el suelo manchado de torvo feudalismo;
-burlándose de las instituciones más fuertes y de las leyes más
-admitidas; abriendo el cielo encantado de su mágica invectiva al
-delirio de los sentidos despiertos tras tantos siglos de sueños
-místicos, personifica, medio pagano y medio cristiano, en aquellas
-orgías de su inspiracion y en aquella pascua de universal regocijo,
-toda la grandeza del Renacimiento.
-
-Al reves, el Tasso canta un hecho, la toma de Jerusalen, que
-conmovió á Europa en el siglo undécimo y en el siglo duodécimo,
-pero completamente ajeno á su tiempo, y mucho más á los tiempos
-posteriores. ¡Guárdeme Dios de ignorar ó desconocer toda la belleza
-contenida en el gran movimiento religioso que levanta nuestras razas
-occidentales, aisladas por el feudalismo, y las junta y las arroja
-sobre el Oriente! Al convertir hácia las cruzadas los ojos, veis,
-entre arreboles de poesía, los pobres ermitaños que, con severo
-sermon en los labios y el tosco crucifijo en las manos, suscitan
-la guerra santa y divierten el ánimo de las luchas feudales para
-llevarlo á otras empresas más altas; las públicas invocaciones á
-Dios, que suben á los siervos desde el terruño y bajan á los señores
-desde el castillo; las hileras de mondados huesos que se extienden
-de Europa al Asia, fecundando el suelo y la conciencia; la antigua
-Constantinopla, aparecida en medio de nosotros con sus resplandores
-y sus recuerdos; el Egipto y sus misterios, resucitados á la voz y
-al rumor de aquellas legiones sin número, movidas por una idea y
-realizando la contraria, movidas por la idea teocrática y abriendo
-su iniciacion á la democracia; las deliciosas orillas del Oriente
-y del Cidno, sembradas de penitentes, á un tiempo en oracion y en
-armas; los jardines de Dafne, impregnados de paganismo y cantados
-por los poetas de la naturaleza junto á las abrasadas arenas del
-desierto, reveladoras de la unidad divina á los sacerdotes del
-espíritu; las flotas de Venecia, y de Pisa, y de Génova trayendo
-sus vientres henchidos por los productos del comercio, y sus velas
-hinchadas por la brisa de la libertad; Antioquía, con sus altos
-muros y sus quinientas torres; Damasco, embriagada con los aromas
-de sus floridos bosques; los cedros del Líbano, bendecidos por el
-profeta, que sirvieron á Tiro para sus naves, á Salomon para su
-templo, á Alejandro para el lecho donde debia juntar los dioses
-de Grecia con las ideas de Oriente; la Palestina, la tierra de
-los patriarcas, con más ánsia buscada por los nuevos cruzados que
-por los antiguos israelitas, y libertando, como á los unos del
-cautiverio de los Faraones egipcios, á los otros del cautiverio de
-los caballeros feudales; el torrente Cedron, donde corrieron las
-lágrimas de David, y el monte Olivete, donde manaron los sudores
-de Cristo, y el Calvario, donde se consumó el sacrificio de la
-Redencion, y el sepulcro, donde estuvo entre los átomos de la
-tierra el que ahora está entre los ángeles del cielo; la toma de
-Jerusalen, cuyas mezquitas se empaparon tanto en sangre que llegaba
-hasta la cincha de nuestros caballos; las elegías de los árabes, á
-quienes sólo quedaba, si vivos, el lomo de sus camellos para huir,
-y si muertos, el estómago de los buitres para enterrarse; la figura
-mística de Godofredo de Bouillon, el rey-vírgen que no puede ceñirse
-una corona de oro allí donde Cristo llevára una corona de espinas;
-la figura poética de Tancredo, en el cual se personifica el genio
-de la caballería; las órdenes militares, con sus cruces rojas sobre
-sus túnicas blancas, y las órdenes monásticas que resucitan por un
-momento la antigua fecundidad moral de la Tierra Santa: grandiosa
-epopeya donde verdaderamente el espíritu moderno sufre una de sus
-más bellas metamórfosis y la humanidad una de sus más admirables
-trasfiguraciones.
-
-Pero el Tasso canta este hecho con el espíritu de la Edad Media.
-Compañero de los cruzados, su poesía hubiera sido maravillosa entre
-los espejismos del desierto y los dolores de la guerra. Despues de
-tres ó cuatro siglos que las cruzadas se han interrumpido, y San
-Luis ha muerto, y Cárlos de Anjou ha despojado, á guisa de pirata,
-los últimos cristianos dispersos, y la órden de los Templarios se ha
-disuelto por las maquinaciones de los reyes, y la rápida victoria
-de Federico II se ha malogrado por la invasion de los tártaros, y
-las huestes de Juan de Brienne han retrocedido á las inundaciones
-del Nilo, y los que iban resueltos á reconquistar Jerusalen se han
-contentado sólo con establecer un Imperio latino en Constantinopla,
-y los mismos pueblos cristianos han reclamado que los libertáran
-de los cruzados por temor á las depredaciones, y Felipe Augusto y
-Ricardo Corazon de Leon sólo han sabido luchar entre sí, más que
-luchar con sus comunes enemigos, y Federico Barbaroja ha muerto en
-las fatales aguas del Cidno, y Conrado III ha vuelto casi solo, y
-Luis VII casi deshonrado de la segunda cruzada, y Saladino, despues
-de derrotar á los francos en Tiberíades, ha reconquistado á Jerusalen
-y destruido la obra de Godofredo, entregando la ciudad á los árabes;
-francamente, despues de todo esto, la epopeya del Tasso es una pura
-epopeya erudita, académica, arqueológica, cual esos poemas latinos
-consagrados en los albores del Renacimiento, por Petrarca, á Escipion
-y al África.
-
-El Tasso pertenece á un período de reaccion religiosa y política, al
-período en que los Papas restauran, merced á la energía de Pío V, su
-poder quebrantado, miéntras Felipe II extiende su sombra letal en
-Francia por medio de los Valois, sometidos á su yugo, y en Alemania
-por medio de los Austrias, desgajados de su familia, exacerbándose
-la Inquisicion en todas partes y viéndose persecuciones y matanzas
-como la inolvidable de aquella noche triste en que una poblacion
-entera fué cazada por las calles de París, cual alimañas feroces por
-montes y por selvas, al toque de la campana, cuyos religiosos acentos
-debieran recordar la caridad y la mansedumbre de Cristo á los crueles
-cristianos. Ya la libertad ha muerto en las ciudades italianas; los
-titanes se han tristemente encerrado en su sepulcro; el arte ha caido
-en la exageracion y en la extravagancia; los jesuitas han levantado
-sus abigarradísimos templos faltos de toda inspiracion religiosa.
-Las escuelas decadentes de Nápoles y de Bolonia han reemplazado á las
-bellísimas escuelas de Roma, de Venecia, de Umbría, de Florencia;
-la escultura ha trocado en monstruos las piedras ántes cinceladas
-por Sansovino y Buonarroti; las asambleas de los pueblos se han
-sustituido con las artificiosas córtes de los príncipes; y en aquella
-universal degeneracion, la obra del Tasso no podia ser más que una
-obra de reaccion y por consiguiente, de decadencia y de muerte. La
-misma aparatosa decoracion de una arquitectura teatral y la misma
-falsedad de un cincel exagerado, y la misma hipérbole de una pintura
-convencional, y la misma naturaleza contrahecha en los jardines de
-los príncipes, y la misma falsa mitología de la última época de Julio
-Romano, y la misma falsa religion de los Carraccios, y los adornos
-riquísimos de las mundanas iglesias de los jesuitas, que nada dicen
-ni al corazon ni á la conciencia, y el decaimiento universal de
-Italia esclava: todo eso encuentro en la epopeya del Tasso, unido
-á un esplendor de forma, á una armonía de versos, á una belleza de
-lenguaje, que no bastan á ocultar todo el artificio de su fondo y
-toda la pobreza de su idea.
-
-Mirad lo que verdaderamente ennoblece al Tasso; lo que sobre todo
-le eleva es aquello mismo destruido por vuestra erudicion, la cual
-será, si quereis, grande, pero tambien inoportuna; lo que le eleva
-y le ennoblece es su desgracia, su inmensa desgracia, ó mejor dicho,
-su vida, su tormentosa vida. No apagueis esa aureola al soplo frio
-de la crítica. Ya ha pasado al mundo como la personificacion más
-augusta en la historia de las tristezas y de los dolores del ingenio
-y del amor. Yo le quiero tal como le presenta la tradicion poética
-en sus ensueños de gloria y lo detesto en vuestras disecciones de
-embalsamador. Dejadme creer que ha sido como nosotros lo ideamos y no
-como vosotros le habeis puesto. Byron expresó admirablemente, en esa
-misma elegía tachada de ampulosa, el dolor de Tasso, cuando puso en
-sus labios estas palabras: «Me han condenado porque tú eres bella y
-yo no soy ciego.» Admiro al autor de _La Jerusalen Libertada_ en el
-calvario que ha levantado la tradicion y véole allí en la verdadera
-gloria que le ha ceñido de inmortal diadema las sienes. Paréceme
-descubrir en los jardines de Ferrara, entre los bultos de los poetas,
-á la sombra de los árboles, bajo coronas de laurel y en altares de
-mirto, los versos pareados que tallaba en los troncos, celebrando
-misterios de la poesía y del amor. Paréceme que veo las jóvenes
-princesas, vestidas de pastoras como en las églogas y en los idilios,
-tejer guirnaldas con flores todavía humedecidas del rocío para
-coronar la frente de los genios inmortales, y departir en diálogos
-platónicos, dignos de Hipatia, sobre si el amor de los poetas abraza
-todas las cosas creadas é increadas en su ideal, ó se fija sobre un
-solo sér, porque esa religion no puede admitir más que un solo Dios.
-Oigo á unas decir que Tasso recibe en su seno los efluvios del amor
-universal y canta á la lejana estrella, enardecido por una pasion
-imposible; y decir á otras que el ruiseñor tiene su nido en la tierra
-y ama algun sér más hermoso, y más animado, y más semejante á él, y
-más cerca de su corazon y de sus labios que la lejana estrella de
-la noche. Nos acostumbramos á fingir los poetas, serenos como sus
-estatuas, envueltos en sus túnicas blancas como las nubes, ceñidos
-del laurel de la inmortalidad, ocultos en bosques de mirtos al borde
-de la Castalia fuente, acompañados por los Elíseos Campos de coros
-que entonan odas sin fin de admiracion y culto á su estro y á su
-gloria. Pero el genio es una hoguera, el amor en él, un tormento;
-las nobles aspiraciones, una pasion sin esperanza; las obras en que
-encarna su sér, un parto homicida; y la corona que ciñe á sus sienes
-algo abrasador y letal como los rayos de un sol demasiado vivo que,
-encendiendo la sangre en el cerebro, al cabo produce la muerte. El
-genio ve su idea en lo infinito, y sus medios de expresion en lo
-finito. Ve una luz ideal, divina, inefable, y tiene que encerrarla
-en el tosco barro de la forma. Esta desproporcion entre lo que piensa
-y lo que expresa, le causa tormentos indecibles. Y si concluido su
-trabajo lo contempla, al verlo cuán léjos está del ideal, se vuelve
-airado contra sí mismo, contra sus obras, contra los pedazos de su
-corazon y de sus entrañas, contra los hijos del alma, siempre en el
-potro de indecibles tormentos, abrumado por la inmensa pesadumbre
-de su triste superioridad, y enardecido por la llama invisible y
-ardiente de su genio. Creedlo, su corona de gloria es una corona de
-espinas, el licor de la inmortalidad un brevaje de hiel y vinagre,
-la luz que sobre los demas proyecta una llama, en la cual se abrasa
-tristemente sin consumirse jamas. Tal es el genio, tal sus dolores
-y sus tormentos. Y por eso Tasso, que los personifica en tan alto
-grado, es mayor á causa de su vida tormentosa que á causa de su
-correcta obra.
-
-Su apoteósis está en su desgracia. La naturaleza ha dado al Tasso
-todos sus dones; le ha puesto inspiracion inagotable en la mente,
-lira inmarcesible en las manos, corazon pronto al amor en el pecho,
-corona de genio en las sienes, vista para alcanzar las ideales
-formas sobre las formas reales de los seres en los ojos, palabra tan
-armoniosa como un cántico en los labios, fuerza bastante á contener
-con la idealidad eterna la realidad pasajera, con las cosas los
-arquetipos, con la luz del pensamiento la llama de las pasiones; y
-luégo, cuando ha venido con esos dones de otro mundo superior á este
-bajo mundo, se ha estrellado contra todos los límites de la universal
-contingencia, se ha herido en todas las espinas de nuestras selvas de
-abrojos, se ha asfixiado en esta atmósfera cargada con las cenizas
-de la muerte, y el recuerdo de su patria ideal y el resplandor de
-sus lejanos cielos sólo han servido para aumentar las tristezas de
-su destierro. Así ha nacido poeta y grande poeta en una edad en que
-se han agotado, sobre el suelo de su Italia esterilizada por los
-tiranos, todas las fuentes de poesía. Sobre los tiempos que cantaba
-habian pasado cuatro siglos; y el Sepulcro, cuyo rescate celebrára,
-estaba en manos de los infieles, guardado por los perros de Mahoma.
-La libertad sufria eclipse no ménos triste y no ménos largo que el
-arte y la conciencia. Como todos los sacerdotes del pensamiento,
-habia nacido para las libres asambleas de los pueblos, y su negra
-estrella le lanzó en las esclavas córtes de los príncipes. Así no
-hay sitio por donde haya pasado el mártir que no esté oscurecido
-por uno de sus dolores y regado por una de sus lágrimas. En las
-sombrías paredes del Louvre, á las orillas del Sena, se ve su sombra
-triste como las nieblas del rio, comparando el resplandor que da
-en el mundo la corona de poeta, tejida por la mano de los ángeles,
-y la corona de monarca, forjada por la mano de los hombres. En los
-jardines de Ferrara, á la sombra de aquellos bosques, se ven sus
-ojos que buscan los ojos de una princesa, apartada de su corazon
-por los abismos insalvables de las supersticiones seculares y de
-sus artificiosas jerarquías tan opuestas á las jerarquías naturales
-en el universo. Los edificios de la risueña córte de los Estes se
-hallan oscurecidos por aquellos tormentos del genio que rayaron en
-locura y por aquellos recelos del tirano que rayaron en crueldad.
-Aquí en Sorrento respira todo alegría; la vegetacion que enriquece
-este suelo bienhadado; la luz que brilla en esos horizontes diáfanos;
-el labriego y el marinero que fecundizan las tierras y las aguas;
-los pueblos que conservan el antiguo genio de Grecia; todo, ménos
-la tristísima sombra del Tasso, que se pasea por estas orillas y
-que evoca el momento de su vuelta, solitario y receloso como un
-bandido, á presentarse con la pobre túnica de tosco pastor á las
-puertas del hogar. En Roma, en el monasterio de San Onofrio, sitio
-de su muerte, el recuerdo de la agonía del poeta cuadra á todos los
-fúnebres objetos que os circundan. ¡Cuántas veces allí, á la sombra
-de un cipres fúnebre, recostado sobre los restos de una columna
-rota, junto al cenobio triste como oscuro panteon, al eco de la
-campana, perdido en los solitarios claustros y del rezo murmurado
-por los penitentes monjes, últimos huéspedes de aquellos lugares
-desiertos, he contemplado la lejana Vía Apia con sus hileras de
-sepulcros amontonados como las generaciones en el juicio final, las
-colosales ruinas por cuyas grietas vagan, como fuegos fatuos, las
-ideas muertas; los templos solitarios, sin culto y sin ceremonias,
-habitados por los cuervos en vez de ser habitados por los dioses;
-los campos de batalla henchidos todavía de sangre, engendrando con
-sus letales vapores eternos remordimientos en la conciencia humana;
-las lagunas pontinas, semejantes á inmensos depósitos de lágrimas,
-despidiendo en nubes de extraña forma y sombríos matices el hálito
-de la muerte; los ángeles exterminadores levantándose de tantos
-seculares despojos para vagar por esta necrópolis del mundo, por
-esta catacumba de todas las creencias, por este sombrío Josafat de
-la historia! Entónces, toda la vida del poeta subia tristemente á mi
-memoria. Veíale tierno, y desposeido á los primeros años de su madre,
-libre, y obligado al oficio de cortesano; inspiradísimo, y buscando
-la fuente de sus inspiraciones allá en las cenizas de los recuerdos;
-filósofo, y caido en el infierno de la intolerancia religiosa;
-católico, y en pos de figuras ménos que paganas, figuras mágicas,
-surgidas al conjuro de los sortilegios de Oriente; poeta, y en vez de
-adelantarse á lo porvenir, descaminándose y perdiéndose en lo pasado;
-brillante de genio, y eclipsado entre los ornamentos de un palacio;
-henchido de amor, y sin saber ni él mismo, ni la posteridad siquiera,
-á qué mujer amaba; destinado á embellecer, tanto la lengua como la
-literatura patria, y oscurecido por todas las sombras, y ahogado en
-todas las penas, y puesto en el potro de todos los tormentos; nacido
-para dominar, y dominado; para lucir, y perseguido; para consolar,
-y desgraciado; para encantar, y siempre entre angustias; adorando,
-como Reinaldo, la magia de una hechicera que toma mil formas y que
-le trastorna el seso, imágen de un deseo jamas realizado; hiriendo
-de su propia mano la poesía que le consolaba, como Tancredo á
-Clorinda; próximo á recoger en la cima del Capitolio, al ocaso de su
-vida, la corona de mirtos y laureles con que soñara á todas horas,
-é interrumpiéndole en aquel momento, al instante de su triunfo, la
-muerte, para que ni siquiera en el sepulcro tuviera reposo alguno su
-eterna inquietud, ni alivio y consuelo sus dolores.
-
-El genio es mortal para aquel que lleva su voraz llama en la frente.
-Un grande artista, un grande poeta, un grande filósofo dobla en
-los demas los goces de la vida, y en sí mismo solamente dobla de la
-vida las penas. Los que están alrededor del genio se alumbran con
-su luz y se animan con su calor; pero él se consume, y se disipa, y
-se desvanece. Esa luz ó esa lumbre del hogar, ¡cuán grata es para
-los que en torno de su llama se juntan; pero cuán devoradora para
-la pobre mecha ó para la pobre tea que lo produce! La corona que
-tiene sobre las sienes el verdor del laurel, tiene sobre las almas
-el reflejo del martirio. Acontecimiento lejano, dolor extraño,
-astro apartadísimo, aereolito errante, chispa eléctrica perdida,
-vapor disipado en los aires, lágrimas evaporadas de las mejillas,
-ideas muertas, ensueños febriles, todo aquello que en el vulgo
-de los mortales no ejerce ningun género de influjo, apena al sér
-extraordinario en cuya alma individual penetra con el espíritu de
-la humanidad el espíritu de la naturaleza. Un sér que padece por
-todos los seres, no puede eximirse del dolor que le trae la propia
-grandeza. El amor será en él como una pasion que nunca se satisface,
-la verdadera pasion de lo infinito. Ya adore á la Beatriz ideal que
-ha pasado como una primavera por la tierra y se ha ido entre los
-astros del firmamento; ya á la hermosa Laura, asentada en otro hogar,
-esposa de otro hombre, madre de hijos que no son hijos del poeta; ó
-ya á la mágica Armida, engañosa como la serpiente, este amor tendrá
-en parte la levadura de tosca realidad, pero en su parte mayor la
-esencia de lo ideal. Y este ideal, como un fuego sutil, abrasará su
-sangre y calcinará sus huesos, y devorará su existencia, no habiendo
-para ellos ni más consuelo, ni más remedio, ni más narcótico que el
-veneno de la muerte. Imaginaos á Tasso, que ha soñado toda su vida un
-triunfo semejante al triunfo de Petrarca, con una palma y un laurel
-en la cima del Capitolio, eterno templo de la gloria. En el penoso
-trabajo de la creacion contínua, le ha sostenido esa esperanza. En
-las tristes amarguras de la realidad, le ha consolado ese espejismo.
-Y llega la hora, y se acerca el momento. Y en su fiebre ve el
-triunfo. La colina sagrada del Capitolio está pronta; el palacio
-de los senadores, engalanado como para una fiesta de la antigua
-historia; las escalinatas que conducen á la cima, henchidas de pajes
-y de alabarderos, en cuyas armas y en cuyas preseas se refleja el sol
-de la Ciudad Eterna; el pueblo romano, en las calles que avecinan,
-anhelante por aclamar y aplaudir; procesion de jóvenes vestidos de
-escarlata le precede; el Senado le acompaña, el Papa le aguarda en
-su trono, las músicas entonan himnos, y el laurel va á tocar á sus
-sienes, y cuando ve, y toca, y palpa todo esto con verdadera ánsia,
-muere, y sólo recibe el frio contacto de la guadaña y el triste asilo
-de una oscura tumba fria y desolada, cuyo único ornamento está por
-muchos siglos en las dos sencillas palabras de su nombre. ¿No os
-parece una imágen de la humanidad, y de sus dolores sin tregua, y de
-sus esperanzas sin realizacion, y de sus aspiraciones sin término,
-y de su eterno prolongado martirio? La grandeza del Tasso está toda
-entera, más que en la hermosura de sus poemas, en la inmortalidad
-de sus dolores. Aquel laurel, que no puede ceñir á sus sienes, ha
-brotado de su tumba, y crece hasta llenar la eternidad, regado por
-las lágrimas de cien generaciones. Su miseria es su gloria, y sus
-tormentos su triunfo, y sus dolores su Tabor. La humanidad preferirá
-siempre á todas las glorias la gloria del martirio.
-
-
-
-
-LOS GÜELFOS Y LOS GIBELINOS DE ROMA.
-
-
-La nacionalidad italiana, hasta ahora, ha cambiado la superficie,
-pero no ha cambiado el fondo de la Ciudad Eterna. La idea que en Roma
-domina es la sublime idea de la muerte, y su necesario complemento,
-la idea de la eternidad. En vano las instituciones modernas brotan
-sobre las moles de los tiempos antiguos; como los festones de hiedra
-sobre las ruinas, sólo sirven para acrecentar la solemnidad y la
-tristeza. ¡Ah! Lo presente nada vale aquí donde las generaciones
-comparan á cada instante y á cada paso la propia fugaz brevedad con
-los momentos eternos. Los celajes de lo porvenir se cierran á la
-vista. La idea de lo porvenir habita esas regiones de América, del
-Nuevo Mundo, sin historia, y con la naturaleza vírgen, exuberante,
-furiosa, espaciándose en selvas inexploradas, en floras gigantescas,
-en legiones de animales innumerables, como un verdadero incendio
-de vida, como el comienzo ígneo de un nuevo planeta recientemente
-desprendido del sol. Pero entre tantos sepulcros, sobre estos
-montones de huesos, en los océanos de cenizas que á la Ciudad Eterna
-rodean, ni cabe la esperanza ni el presentimiento de lo porvenir, tan
-ligados como á la juventud de nuestra vida individual, á la juventud
-del Universo. Despues de abrazar de una sola ojeada innumerables
-centurias esculpidas sobre columnas que el tiempo separa con siglos
-y el espacio reune en el mismo sitio; despues de ver que ciertas
-inspiraciones y ciertas grandezas no se han repetido, os atrae
-bien poco lo porvenir terrenal, sujeto á las mismas luchas y á las
-mismas derrotas que lo pasado; y os sobrecoge el deseo impaciente
-de penetrar en otros horizontes nunca vistos, en otras esferas
-nunca alcanzadas, en otros cielos superiores á nuestros cielos,
-en las sombras infinitas de la eternidad. Luégo, la naturaleza se
-ha complacido en formar aquí una necrópolis en rivalidad con la
-Historia. El árbol por excelencia de Roma, es el cipres; las plantas
-por excelencia de toda ruina, la ortiga y la cicuta. Los rios, de
-suyo alegres, tienen aquí la tristeza de los rios del infierno
-pintados en los frescos de la Edad Media. Las lagunas pontinas
-exhalan miasmas de corrupcion y siembran la campiña de muertos, y dan
-á los campesinos, en todas partes más robustos que los ciudadanos,
-la verdosa amarillez de los cadáveres. Esta amenaza de la fiebre,
-presente siempre á los ojos, sonando como el llamamiento del
-sepulcro en los oidos, esparcida hasta en el aire que os anima y os
-refrigera, enseña cómo sobre Roma solamente han quedado la sombra
-de los gladiadores pidiendo venganza; los manes de los mártires de
-tantas causas ó vencidas ó vencedoras; los ángeles del juicio y
-del exterminio ideados por los antiguos Apocalípsis; las tristezas
-sublimes de todas las ciudades nuestras.
-
-Hercúleo esfuerzo os cuesta descender desde estas alturas de la
-eternidad al oleaje tumultuoso de la vida presente. Pero descendeis
-por fuerza. Y en la hora que corre, en esta hora crítica de su vida,
-Roma ofrece contrastes bruscos por una conjuracion de coincidencias
-tal vez singulares en su historia. No es ya el sepulcro de un Papa en
-el mausoleo de un tribuno; la efigie de San Pablo sobre la columna
-de Trajano; el obelisco de Cleopatra bajo la cruz del Nazareno; los
-altares del Dios-espíritu en los jardines del emperador bestia;
-los filósofos de Aténas discutiendo sobre el sér y no sér en la
-vida al frente de los teólogos de la Iglesia disputando sobre la
-presencia de Cristo en el Sacramento; un cenobio de franciscanos
-en vez del templo de Júpiter Capitolino; y al pié de las moles del
-Circo Máximo, en que piafaban los caballos de las carreras ó rugian
-los tigres de los juegos, la catacumba de los primeros cristianos,
-todavía perfumada con el incienso de los místicos cantares. Hay otros
-contrastes más extraños, como la camisa roja del garibaldino junto
-á la estameña burda del ermitaño; la arenga tribunicia del filósofo
-que truena desde Monte-Citorio contra los Papas y sus poderes, tanto
-espirituales como temporales, y la oracion fervorosísima del obispo
-que desde su púlpito anatematiza las invasiones italianas, y sus
-legisladores, y sus soldados, y sus reyes; el periódico callejero
-escrito con la tinta de Marat, resonando al par de las plegarias
-leidas sobre los piadosos breviarios; el peregrino católico que corre
-á visitar al Papa-rey en su áurea prision vaticana y el viajero
-demócrata que corre á visitar al general de la libertad en su retiro
-agrícola á lo Coriolano; el inmenso establecimiento de misioneros
-que propaga los dogmas de la fe y el inmenso establecimiento de
-escolares que propaga los dogmas de la razon; un jesuita escribiendo
-libros cosmológicos en que solamente por coincidencia se habla de
-Dios, y un germano enseñando á la ciudad aborrecida por Arminio y
-anatematizada por Lutero, su gloriosa historia y los sepulcros de sus
-pontífices; los fuegos fatuos desprendidos de los mondados huesos
-compitiendo en brillo y en color con la intensísima luz de este nuevo
-dia del humano espíritu y la vida antigua tan llena ó intensa como
-la vida moderna; contrastes que acaso no volverán á ver los nacidos,
-ni volverán á repetirse en la historia, porque la incompatibilidad
-de ciertos elementos lleva en sí una lucha terrible, y esta lucha
-terrible ha de resolverse, tarde ó temprano, en completa y exclusiva
-victoria de uno de los contrarios.
-
-Hablaba ayer con cierto americano, amigo mio, de estos contrastes
-de Roma, y le decia que en poco más de dos horas acababa de verlos
-bien extraños entre la basílica de San Pablo y las catacumbas de San
-Calixto, testimonio aquélla de la fe de nuestro siglo, y testimonios
-éstas de la fe de los primeros siglos del Cristianismo. La basílica,
-devorada hasta los cimientos á principios de la corriente centuria
-por grande incendio, ha sido construida de nuevo en estos nuestros
-tiempos. Los Papas han querido decir con ella que si no pueden
-elevar monumentos tan bellos y tan grandes como San Pedro, pueden
-elevarlos tan ricos y ostentosos sin temor á una nueva reforma.
-España, que no tiene hoy ni las escuelas, ni las academias, ni las
-casas de caridad necesarias á su instruccion y á su beneficencia,
-mandó ayer, por espacio de muchos años, 25.000 duros mensuales para
-la edificacion de este templo. En la basílica el lujo, y en las
-catacumbas la pobreza; allí el pavimento de mármoles brillantes
-como espejos venecianos, y aquí el pavimento de cascajo humedecido
-como por gotas de lágrimas y gotas de sangre; allí pilares de
-granito oriental, que no pueden abrazar dos hombres; urnas de verde
-malaquita, semejantes á titánicas esmeraldas, regalos del Czar de
-todas las Rusias; columnas de alabastro, que valen como si fueran
-de oro y pedrería, regalos del Rey de Egipto; y aquí, en el terreno
-volcánico, léjos de la luz, fuera casi del aire, hileras de sepulcros
-escondidos á la persecucion y á la saña de los Emperadores del mundo:
-en la basílica, entre áureos circulares marcos, los retratos de todos
-los Papas, trazados por la paciencia de innumerables artífices en
-costosos mosaicos, los cuadros de Julio Romano trasladados á vistosas
-piedras, las estatuas de Pedro y Pablo esculpidas en mármoles de
-Carrara, los doce apóstoles y los más célebres santos resaltando en
-vidrios de colores, las aras de jaspe y ágatas sostenidas por bronces
-dorados á fuego que deslumbran; y en las catacumbas, sobre los
-cenotafios de tosca puzolana, al escaso resplandor de las antorchas,
-en ladrillo ó piedra, trazados por el pincel de los creyentes,
-una paloma que viene con su ramo de olivo, un pez junto á la cruz
-griega, una orante con sus manos y sus ojos hácia el cielo, símbolos
-de tristeza, de desesperacion, de penitencia; y, sin embargo, en
-la riquísima basílica, á pesar del esplendor de las artes y de las
-maravillas del lujo, hay algo frio que nada dice al sentimiento ni á
-la inteligencia, como un rico mausoleo que aguardára á un potentado
-egoista, el cual quisiera rodearse de obras dictadas por el afan de
-lucro, y no por la espontánea inspiracion, miéntras que en la oscura
-catacumba, toda henchida de espiritualismo, las manos se juntan
-involuntariamente para mezclar una oracion á tantas oraciones, las
-rodillas flaquean y se doblan como al latigazo de ese rayo invisible
-llamado lo sublime, y Dios aparece en zarza más ardiente que la zarza
-del Sinaí; en la llama inextinguible del dolor y del sacrificio.
-
-«¿Y son ésos los contrastes que veis en la Ciudad Eterna?» me dijo
-el americano. Pues yo ayer los he visto mayores, y, sobre todo,
-más recientes. Á las once de la mañana me dirigí á San Pedro. Por
-el camino tropecé con varios jóvenes demócratas precedidos de una
-música que tocaba la _Marsellesa_. Al volver una esquina di de manos
-á boca con piadoso entierro. Varios penitentes, vestidos de túnicas
-blancas rematadas por capuchones celestes y cubiertos de antifaces,
-como los enmascarados de Lucrecia Borgia, llevaban á enterrar,
-sobre andas doradas, el cadáver de oscuro sacerdote encerrado en
-tosca mortaja de pino. Delante iba una procesion de frailes con
-hábitos blancos, azules, negros, pardos, como si estuviéramos en
-los tiempos más florecientes del Pontificado. Al acercarme á la
-columnata de Bernino, pasaban corriendo los cazadores que entraron
-por las brechas practicadas en la Puerta Pía, y al terminarse la
-columnata departian los que les resistieron, los suizos pontificios,
-vestidos con los trajes rojos, amarillos y negros, cuyo modelo
-trazó Rafael de Urbino. Subí las escaleras del Vaticano, y se
-mezclaban los acentos de la música italiana en mis oidos con austero
-_Miserere_ que entonaban varios peregrinos alemanes en armonioso
-coro. Entré y me eché de rodillas en un magnífico salon, cubierto de
-rica tapicería, á recibir, con varios paisanos mios, la bendicion
-papal. Vi al Papa vestido de blanco, los cardenales vestidos de
-rojo, los guardias nobles con su traje de terciopelo grana algunos,
-y su traje de terciopelo negro los más, el alabardero de centinela,
-y los domésticos y familiares con sus ropillas multicolores de
-ricos brocados y de mangas perdidas, como si áun subsistiera la
-Roma pontificia. Apénas habiamos dejado el Vaticano y entrado en el
-Corso, cuando nuestro carruaje se cruzó con el modesto y sencillo
-carruaje del Rey de Italia, en cuyo atezado rostro creimos descubrir
-las señales de floreciente robustez y de verdadera alegría, sólo
-comparables, dadas las diferencias de temperamento y de edad,
-á la robustez y alegría de Pío IX. Mis amigos no se contentaron
-ciertamente con esta visita; quisieron ver tambien á Garibaldi.
-Devoramos el largo espacio que le separa de Roma, y nos dirigimos,
-por la Puerta Pía, hácia la quinta donde, refugiado contra la
-curiosidad de tantas gentes, no pudo burlar nuestra curiosidad. Sus
-cabellos rubios, del color de los rayos del sol, que rodeaban su
-cabeza de una aureola mística, tiran ya á blancos, pero conservan
-su lustre sedoso. Las barbas blanquean tambien como el cabello. Los
-piés, taladrados por la gota, apénas pueden sostenerlo. Sus manos se
-han retorcido y afeado al dolor en tales términos, que difícilmente
-cogieron la pluma para trazar una firma al pié de varios retratos por
-nuestro entusiasmo apercibidos para recoger autógrafo tan célebre.
-Mas el rostro conserva todo su heroico candor, los labios toda su
-sonrisa de benevolencia, los ojos azules toda su mística expresion,
-la tez toda su sonrosada blancura, y la fisonomía toda su honradísima
-ingenuidad y toda su sublime sencillez. Nos habló en corriente
-español y nos preguntó por el estado general de las instituciones
-liberales y democráticas en América, dándonos consejos tan elevados
-como prudentes. Nosotros le preguntamos por sus proyectos, y nos dijo
-que las cosas de palacio van despacio, recordando con oportunidad
-el antiguo refran español y refiriéndose con gracia á la lentitud
-del Gobierno. Pero habló de sus trabajos hidráulicos cual pudiera
-hablar de sus campañas políticas. Roma no podrá ser capital de
-Italia miéntras tenga la muerte disuelta en sus aires. Catorce
-acueductos conducian las más ricas aguas de todas las cercanías,
-en la antigüedad, á la gran capital, henchida por dos millones de
-habitantes. Estos catorce acueductos, hundidos en su mayor parte,
-que eran catorce radios de vida y de salud, lo son hoy de corrupcion
-y de muerte. Desviar el curso del Tíber, excavar los alrededores
-de Roma, destruir los focos de la fiebre, rehacer el agro latino,
-desecar las lagunas pontinas, construir un puerto muy seguro y muy
-cercano, son obras á las cuales quiere unir el gran general popular
-los últimos dias de su gloriosa existencia. Inútil deciros cómo le
-oiriamos los que aprendimos á bendecirle en América, y le admirábamos
-en el sitio de Roma y en la retirada á Venecia, y le vimos reaparecer
-por las orillas de los lagos en la guerra de la Independencia, y
-le deseábamos la victoria cuando se dirigia á las Dos Sicilias,
-y le idolatrábamos lo mismo en sus desgracias de Mentana que en
-los sublimes sacrificios por la integridad y la independencia de
-su patria. Pero todo nuestro entusiasmo no impidió que desde la
-quinta de Garibaldi nos dirigiéramos al Colegio de la Propaganda
-religiosa y habláramos con monseñor Franchi de las misiones, y desde
-el Colegio de la Propaganda á la Cámara de Diputados, y oyéramos á
-Ferrari departir en los pasillos de la necesidad que tiene Italia de
-avivar su unidad con las antiguas instituciones populares, y ser en
-nuestro tiempo, lo mismo que en los tiempos medios, el genio de la
-democracia. Y cuando vino la noche, asistimos á una tertulia donde
-departian los blancos y los negros en grande concordia, y donde una
-dama romana parecia resumir nuestro dia y representar el estado de
-Italia, ostentando en su pecho un alfiler que tenía esculpida la
-efigie de Pío IX, y en las mangas sendos botones, el uno con la
-efigie de Víctor Manuel y el otro con la efigie de Garibaldi. Dicen,
-añadió el americano, como resúmen y aplicacion moral de todo su
-discurso, que los italianos son escépticos. Pues yo prefiero este
-humano escepticismo, tan propio para las ciencias y para las artes,
-al dogmaticismo recibido de nuestros padres los españoles, y que nos
-ha dado sesenta años de guerras sangrientas para fundar instituciones
-tolerantes y tolerables, que con otro carácter y otras ideas nos
-hubieran costado medio lustro ó un lustro de dolores.
-
-Las contradicciones de Roma ¿no son acaso las contradicciones de
-nuestra vida? Y las contradicciones de nuestra vida, ¿no han de
-acompañarnos hasta la eternidad, como nos acompaña la sombra, como
-nos acompaña la muerte? Apénas hemos resuelto un problema, cuando
-surgen de sus entrañas mil problemas diversos. Apénas hemos planteado
-una idea, cuando con ella planteamos tambien su contraria. Así como
-no podemos elevarnos á ciertas alturas de la atmósfera sin exponernos
-á encontrar la muerte, no podemos cambiar los fundamentos de nuestra
-naturaleza física ó moral sin exponernos á caer en el error y en el
-absurdo. Lo que ha dado en llamarse el escepticismo italiano acaso
-es un conocimiento de la realidad y de la historia superior al
-nuestro. No podemos evitar que el planeta ruede entre dos polos, que
-la vida se extienda entre la cuna y el sepulcro, que alternen las
-lágrimas en nuestros ojos con las sonrisas en nuestros labios, que
-unos asciendan á las cimas luminosas de la gloria y otros caigan en
-las sombras espesas del olvido; que el trabajo sea un combate y el
-ocio un enervante; que corra un rio de dolores á nuestras plantas y
-circunde una aureola de esperanzas nuestras sienes; que los seres
-se persigan unos á otros en los círculos de este infierno sin fondo
-y se busquen y se atraigan convirtiendo por el amor sus dolores en
-cielos infinitos; que desde las playas de esta realidad siempre
-árida, entreveamos un ideal siempre luminoso; que seamos animales
-y plantas con las necesidades más groseras, y ángeles y genios
-con las aspiraciones más sublimes; una contradiccion más en este
-planeta de las grandes contradicciones. Pero evidentemente ciertos
-principios, ciertos elementos, ciertas instituciones mueren, aunque
-la contradiccion y el combate continúen. Se lucha siempre, es verdad;
-pero se lucha entre los vivos, si quereis, sobre los sepulcros
-de los muertos. En el siglo décimotercio existen unos problemas
-políticos, y otros distintos en el siglo décimooctavo. En nuestra
-edad, á nuestros ojos, pasa lo mismo. Los términos de los problemas
-cambian cada quince años. Lucharán otros principios; pero aquel que
-atribuia al sacerdocio un poder político ademas de su poder moral, no
-reaparecerá en el mundo. El poder espiritual de los Papas subsiste
-y subsistirá miéntras haya millones de católicos en el mundo; pero
-el poder temporal ha desaparecido por completo en el oleaje de las
-contradicciones de Roma.
-
-El problema que embarga principalmente en Roma es el problema
-religioso; hoy, como en los tiempos de mayor fe, el primero entre
-los humanos problemas. Yo he procurado, en mis relaciones de viaje,
-siempre decir más bien el pensamiento de los demas que mis propios
-pensamientos sobre los asuntos interiores de los pueblos por mí
-visitados. Los varios libros que he escrito me han procurado varios
-amigos, hasta entre aquéllos que no participan de mis opiniones
-políticas. Y no os maravillará saber que he podido tratar, desde
-amigos y devotos principalísimos del Papa, hasta amigos y devotos
-principalísimos del Rey; desde senadores y diputados de la extrema
-derecha, hasta senadores y diputados de la extrema izquierda. Todo
-el mundo en viaje os pregunta por la situacion política de vuestra
-patria; y con sólo visitar dos ó tres iglesias de la Ciudad Eterna,
-os convenceis fácilmente de la inmensa popularidad que tiene,
-por ejemplo, Don Cárlos entre los sacristanes del Tíber. Yo, en
-cambio, pregunto á todo el mundo por su política interior en justa
-reciprocidad, y sin herir jamas las convicciones ajenas. Así, en
-calidad de narrador, proponiéndome no añadir cosa alguna de mi propia
-cosecha, voy á referiros lo que me han dicho un personaje católico y
-un hombre de Estado liberal sobre el problema de los problemas, sobre
-las relaciones entre el Pontificado é Italia.
-
-Almorzaba hace pocos dias en casa de un príncipe, poeta, artista,
-diplomático, amigo de todas las dinastías destronadas, enemigo de
-todas las innovaciones italianas, devotísimo al Papa y á la Iglesia.
-Descendimos al jardin á tomar el café, y nos encontramos en el
-asunto de los asuntos por un camino bien llano, departiendo sobre la
-tésis, aquí frecuente, de si Roma ha perdido ó ganado bajo el aspecto
-artístico despues de la revolucion. Todo convidaba á discutirlo,
-todo: las hayas que nos daban sombra, y que habian visto pasar bajo
-su ramaje papas y familias de papas, reyes y familias de reyes; el
-Tíber que corria á nuestras plantas, y que nos mandaba una frescura
-seductora, pero asesina; los grandes palacios que se dibujaban á
-nuestro frente con su aspecto de fortalezas, sus arcos romanos,
-sus columnas griegas, su magnitud asiática, su aire feudal y sus
-preseas del Renacimiento; las obras artísticas que nos rodeaban,
-y de las cuales se desprendian, como la esencia de las flores,
-esas inspiraciones verdaderamente bellas, que no sólo encantan la
-fantasía, sino tambien sobreponen la razon á la voluntad, las ideas á
-la pasion, la conciencia al instinto, y fortalecen y aceran el ánimo,
-y lo persuaden á ejercer plenamente la libertad, y por la libertad lo
-llevan al cumplimiento del bien.
-
-En Roma se acostumbra á tratar de las cosas eclesiásticas con una
-franqueza de lenguaje apénas comprensible en nuestra España. Entre
-el católico español y el católico italiano média la misma distancia
-que entre la luminosa alegría pagana de una de estas basílicas y
-la severa austeridad gótica de una de nuestras catedrales. En la
-historia del Cristianismo han ejercido soberano influjo las grandes
-ciudades antiguas, Jerusalen, Aténas, Alejandría, Bizancio, Roma.
-Y puede decirse que la última en ejercerlo fué esta Ciudad Eterna,
-que debia presidirlo y personificarlo. Y cuando Roma se bautiza,
-impulsada por el español Teodorico, ha cumplido el cristianismo sus
-cielos dogmáticos, ha redactado, desde el concilio de Jerusalen hasta
-el concilio de Nicea, todas sus creencias, y toma principalmente un
-aspecto político y canónico, de autoridad, de dominacion, de ley; el
-aspecto mismo de la Ciudad Eterna en su antigua historia. Así es que
-los romanos miran siempre la cuestion religiosa en sus relaciones con
-la propia grandeza política.
-
-«Os admiran y os maravillan estas obras de arte, me decia mi
-interlocutor. Pues pronto las veréis desaparecer bajo la segur de
-la igualdad democrática, é ir de Roma á quebrarse entre los hielos
-de Rusia, ó ennegrecerse entre las tinieblas de Inglaterra. Esa
-galería Doria, donde habeis visto á Juana de Nápoles retratada con
-griega finura por el pincel de Vinci; donde habeis visto á Lucrecia
-Borgia con sus ojos valencianos, tan negros como su basquiña de
-terciopelo, surgiendo de la paleta del Verones como para ir á una
-fiesta veneciana; donde habeis visto el primero quizá de todos
-los retratos de vuestro inmortal Velazquez; ese museo del palacio
-Borghese, que guarda desde obras maestras de los primeros pintores
-de Siena y Florencia hasta obras maestras de Rafael y de Corregio;
-todas esas grandezas se vinculan hoy en mayorazgos, que ántes de
-treinta años habrán desaparecido por vuestras leyes liberales de
-las desvinculaciones. Nuestros hijos no podrán tener amortizados
-quinientos ó seiscientos millones de reales en obras de arte como los
-tienen sus padres. Vendrá la division de bienes entre ellos; con la
-division la necesidad de vender: no comprarán, ni los italianos y los
-españoles, que son pobres, ni los franceses, que, ricos como nacion,
-como individuos no pasan de gozar medianas fortunas; comprarán los
-príncipes rusos ó los lores ingleses, y los dioses del arte irán
-prisioneros á las regiones del frio y de las nieblas, como ya han ido
-á San Petersburgo cuadros maestros de Venecia, y á Lóndres los frisos
-del Partenon.
-
-»Roma, añadia, para continuar siendo Roma, debiera permanecer como
-una ciudad aparte, como el templo de vuestro Dios, á lo ménos como
-el archivo donde se guardan los títulos de la nobleza de vuestra
-estirpe, de la gente latina. Los demócratas habeis sacrificado
-el genio católico, el genio humano de Roma al genio nacional,
-particular de Italia; y buscando la república de Aténas entre
-nuestras ruinas de mármol, os habeis encontrado con la monarquía de
-Filipo. ¡Ah! Por eso yo me opuse constantemente á la destruccion
-del poder temporal de los Papas, y aconsejé que se blandieran todos
-los rayos y se asestáran sobre la frente de los invasores todos los
-anatemas. Si el dia que los italianos, valiéndose de las desgracias
-del Imperio frances, abrian la brecha en la Puerta Pía, el Papa sube
-á la basílica de San Pedro, y con todas las formalidades propias de
-los ritos, excomulga _nominatim_ á Víctor Manuel y á su ejército,
-excomulgando con ellos á cuantos sacerdotes les dijeran misa, ó los
-confesasen, ó les administráran los sacramentos, ó les abrieran
-las puertas de los templos, tenedlo por seguro, si entran en Roma,
-si la adquieren por el ímpetu de la revolucion democrática, no la
-conservan. La mujer italiana es supersticiosa, y al ver que á la
-patria de esta tierra debia sacrificar la patria del cielo; al ver
-sus hijos sin bautismo á la hora del nacimiento; sus padres sin
-confesion á la hora de la muerte; cerrado el templo á sus oraciones y
-abierto el infierno á sus piés, comienza por una reaccion doméstica
-la guerra á Italia, y concluye por una reaccion nacional animada
-del espíritu religioso. ¿Qué quereis? El cardenal Antonelli es un
-hombre finísimo, de aguda inteligencia, de vastos conocimientos
-diplomáticos; pero de una irresolucion y de una incertidumbre sin
-ejemplo. No podeis imaginaros lo que ha costado cosa tan natural
-y sencilla como elevar el mártir arzobispo de Posen, perseguido
-de muerte por Prusia, á la dignidad de cardenal. Anunciaba todo
-género de calamidades á la Iglesia, y no ha sobrevenido ninguna,
-á consecuencia de este acto de justicia. Pues en el momento de la
-invasion logró pintar con tan vivos colores la desgracia del mundo
-católico y las desdichas de la Sede Apostólica, si las excomuniones
-se lanzaban abiertamente y en todo su furor, que retrajo al Papa de
-la necesaria energía y dejó en el aire la máxima, siempre sostenida,
-de la necesidad esencialísima de los poderes temporales y políticos
-á la autoridad religiosa y moral de los pontífices. Ya se ve, el
-cardenal Antonelli es rico hasta poderse llamar un potentado; la
-gota le tiene afligidísimo y no quiere moverse del Vaticano. Todos
-sus gustos se reducen á coleccionar mármoles y piedras preciosas.
-Tiene la joyería quizá más extraña y más rica de Europa. No hay
-monarca ni potentado que no le haya remitido algun regalo. Y en esto
-esparce el ánimo y distrae los ocios que le consienten sus trabajos
-diplomáticos, dejando rodar el mundo á su antojo, sin oponerle, como
-debiera, una decidida resistencia, cuando choca tan abiertamente
-como ahora con los altares de la Iglesia católica y con el genio de
-la antigua Roma.»
-
-No hé menester decir que yo escuchaba con atencion hasta las
-inflexiones de la voz del Príncipe, sin participar de ninguna de
-sus creencias, sin asentir á ninguna de sus ideas. Pero viendo mi
-religiosidad en escucharle, se exaltaba hasta el entusiasmo, y
-decia: «¡Y cuán merecedor era Pío IX de otra suerte! No conozco ni
-ha conocido la Historia un Papa más íntegro en materia de intereses.
-Pobre era su familia y pobre continúa. Este larguísimo pontificado
-no le reportará ni siquiera un miserable ahorro. El dia en que el
-Papa muera, le enterrará la piedad de los fieles, como la piedad
-de los fieles hoy le mantiene y alimenta. Vosotros, los liberales,
-exagerados en vuestros juicios, todos contrarios á los Papas,
-sabeis cuál ha sido la llaga del Pontificado; sabeis que ha sido el
-nepotismo. Las familias más poderosas y más ricas deben su poder,
-su nombre, su riqueza, su influencia, á contar en sus anales un
-papa. Mirad esos palacios del Renacimiento esparcidos en Roma, y que
-exceden á los palacios de los reyes en el resto de Europa; recorred
-esas villas en que la naturaleza compite con el arte, último refugio
-de los antiguos dioses, olimpos verdaderos de la escultura; todo
-pertenece á familias pontificias. Ese palacio Corsini, donde habeis
-visto cuadros de los principales maestros y admirado la Vírgen de
-Murillo y su resplandeciente color sevillano, que vence al color
-mismo de la escuela veneciana, lo fundó un Riario, sobrino de Sixto
-IV, y lo agrandó aquel cuyo nombre lleva, sobrino de Clemente XII.
-La villa de Albani, que despues de vender parte de sus esculturas al
-Louvre y otra parte á Munich, formando como la base de dos museos,
-todavía guarda las primeras estatuas del mundo, como la bellísima
-canefora griega, en cuya presencia os olvidais de todo lo que no
-sea su extática contemplacion, se erigió por familia que contára
-un papa Clemente en sus anales. Las ciencias y las riquezas de los
-Pignatellis ha llegado desde nuestras tierras de Nápoles hasta
-vuestras tierras de Aragon, y si no se han debido, se han aumentado
-al poder y al nombre de Inocencio XII. Clemente IX es el jefe de esos
-Rospigliosis, á cuyos jardines acudís para ver la Aurora de Guido
-Reni, pintada en los techos de sus casinos, donde parece haberse
-condensado un pliegue de la rosada túnica del alba, y en ese pliegue
-danzar las ninfas vestidas de gayas gasas, y rodar el carro del sol,
-presidido por la jóven y divina Íris, que invocára tantas veces en
-sus poemas Homero. Los Altieris han fabricado el colosal palacio de
-la plaza de Gesu, parecido á una ciudad, á la vivienda de un pueblo
-más que á la vivienda de una familia, y los Altieris han tenido un
-Clemente X á su cabeza. Cuando recorreis la villa Pamphili; cuando
-bajais á sus verdes valles; cuando subís á sus colinas cubiertas
-de flores y coronadas por pinos de Italia; cuando dejais errar
-la mirada por los jardines interminables y por los lagos azules,
-comprendeis que los paisajes de Claudio Lorena se han animado en Roma
-á los conjuros del arte, movido por poderoso motor de oro, y acaso
-no recordais cómo tan puros goces son debidos á la munificencia de
-un sobrino de Inocente X. El palacio Barberini truena allá en las
-alturas, en las sagradas colinas, como un nuevo Quirinal, como un
-nuevo palacio Vaticano, construido con piedras arrancadas al Coliseo
-y edificado por los parientes de Urbano VIII. Esa galería, alzada en
-los jardines de Salustio, donde brilla la colosal cabeza de Juno y
-donde quedan grupos encantadores de Menelao, es obra de la fortuna
-de los Ludovisis, y la fortuna de los Ludovisis, obra de su pariente
-Gregorio XV. La villa de Borghese realmente es el único paseo del
-pueblo romano; su galería de esculturas podria honrar una capital; de
-su galería de pinturas no hablemos, y todas esas fabulosas riquezas
-comenzaron bajo la proteccion de un papa Borghese, de Pablo V. Y ya
-sabeis cómo Julio II protegió á los Róveres, y Leon X á los Médicis,
-y Alejandro VI á los Borgias, y Martin V á los Colonnas, y Pablo III
-á los Farnesios. Principados, dinastías, grandezas de todas clases
-que han llegado hasta nuestro tiempo, que han conmovido á Europa
-hasta nuestros dias, débense á esa debilidad de los Papas por sus
-respectivas familias. Pío IX ha vivido para los fieles y para la
-Iglesia. Jamas pasó por las manos de un Papa tanto oro. El dia en que
-perdió sus rentas temporales, los productos de su monarquía, pagó
-con religiosidad á todos los empleados destituidos, satisfizo las
-obligaciones corrientes, mantuvo un ejército de 15.000 hombres, y
-pudo entregar al Tesoro pontificio 400 millones de reales, y negarse
-con toda entereza á percibir la suma votada para mantener su decoro
-y su autoridad espiritual por los Parlamentos italianos. Cuanto ha
-recibido de mano de los fieles, otro tanto ha pasado á manos de la
-Iglesia.
-
-»Pero no hay que dudarlo; su extrema movilidad de artista nos ha
-traido grandes males, se los ha traido á nuestra Roma. Durante su
-juventud, le poseia la idea utópica de un pontificado democrático.
-El libro de Gioberti sobre el primado de Italia por virtud de la
-Iglesia, corria por todas partes y acaloraba muchas imaginaciones
-exaltadas. Aliar la democracia con el cristianismo; rejuvenecer
-la conciencia religiosa con la idea liberal; concluir la obra
-del Evangelio, deduciendo sus últimas consecuencias políticas y
-sociales; llamar desde la antigua ciudad de los tribunos y desde el
-sacro altar de los mártires los pueblos oprimidos al goce de los
-derechos políticos; reconstituir por el progreso la tutela pontificia
-ejercida en otros siglos por la autoridad; aliarse con los débiles
-y anatematizar á los fuertes como Cristo en la montaña; todo este
-conjunto de propósitos era un ideal que trastornaba la mente del
-prelado Mastai y absorbia sus sentidos en la hora misma en que
-imprevista eleccion colocó sobre sus caldeadas sienes la tiara con
-las tres coronas reales y le entregó el dominio mayor que un mortal
-puede ejercer: el dominio sobre la humana conciencia.
-
-»Los liberales de toda Europa, en cuanto advirtieron sus
-inclinaciones, le rodearon completamente en espesa nube de incienso.
-El flaco de Su Santidad es el amor al aplauso. Por aquella pendiente
-se hubiera deslizado hasta el fondo de insondable abismo sobre la
-muelle almohada de la popularidad, si no viene la demanda de la
-guerra contra el Austria á demostrar palpablemente á su honradez la
-incompatibilidad entre sus ideas de patriota liberal y sus deberes
-de Pontífice Máximo. Entónces volvióse de cara á la reaccion, y
-los reaccionarios del mundo le rodearon de las mismas alabanzas
-y del mismo incienso que los patriotas italianos. Y en esta nube
-envuelto, extremó la reaccion religiosa sin extremar la reaccion
-política. Y el mismo que no quiso excomulgar _nominatim_ á Víctor
-Manuel, corrió los riesgos de un Concilio ecuménico para declararse
-á sí, en persona, infalible. Y esta declaracion extraña coincidió
-casi con las victorias de Prusia. Y Prusia, que hubiera opuesto su
-veto á la entrada en Roma, como solemnemente prometieran Emperador y
-Canciller al arzobispo de Posen, su amigo entónces, dejaron que el
-atentado se consumára en ódio á las últimas decisiones eclesiásticas.
-Y cuando solamente le quedaba al Papa el rayo de la excomunion para
-defenderse, acaso para salvarse, no lo ha esgrimido. Al contrario,
-todo el mundo sabe que está en los mejores términos con Víctor
-Manuel, y que expoliador y expoliado se escriben frecuentemente.
-Víctor Manuel insinúa que el poder real, como á una gran parte de
-sus antecesores, le abruma, y que preferiria á las alturas del trono
-las cimas de las montañas, siendo en él más poderosa y vivaz la
-naturaleza de cazador que la naturaleza de monarca, y la vocacion de
-campesino que la vocacion de político. Pero dice francamente que su
-hijo Humberto, nacido y criado en tiempo de revoluciones, con ideas
-muy avanzadas, con profundas creencias de libre pensador, enemigo
-irreconciliable del Pontificado, sería gravísimo peligro para la
-Iglesia, y le ofrece hasta como un homenaje al Vaticano su presencia
-en el Quirinal. Y de esta suerte, todo se conjura para demostrar
-la inutilidad completa de los poderes temporales y políticos á la
-autoridad religiosa de los papas, en contra de lo que dijéramos
-siempre y á mano armada sostuviera Roma. Y ese Papa, hoy prisionero,
-que no puede salir de su Vaticano, cuando la Iglesia universal le
-pertenece, hubiera vencido á sus enemigos con sólo excomulgarlos, con
-sólo blandir los rayos de que todos se rien y á que todos temen. El
-arma no está hoy tan embotada como vosotros imaginais, y sus efectos
-en Italia hubieran sido terribles, y para el Papa incalculables sus
-ventajas.»
-
-Yo, con el respeto debido siempre á la sinceridad de las creencias
-honradas, opuse alguna observacion á mi interlocutor. El efecto de
-las excomuniones, en estos tiempos de crítica religiosa é histórica,
-debe calcularse por el que produjeron allá en los tiempos de
-exaltacion y de fe. Otros Papas hubo más perseguidos, á la verdad,
-que Pío IX, y más armados de esos rayos, cuya virtud no depende
-tanto del arbitrio de quien los lanza como de la fe de quien los
-recibe. No podeis negarme que media una gran distancia moral, mayor
-que la distancia temporal, entre aquellos siglos en que los Reyes
-de Inglaterra venian bajo la égida de Gregorio Magno á visitar la
-tumba del Apóstol en Roma, con las manos llenas de ofrendas, como
-los reyes magos á la cuna del Salvador en Belen, y estos tiempos, en
-que Inglaterra pertenece casi por completo á la herejía. Entónces
-recibian sobre las gradas de la basílica los reyes cristianos sus
-albos trajes de catecúmenos como la mayor de las recompensas y
-colgaban las largas cabelleras rubias y las pesadas coronas de oro
-en esas paredes donde hoy sólo se ven los sepulcros de los últimos
-Stuardos errantes, destronados, perseguidos por su devocion á la
-Iglesia. En el siglo undécimo, puede el Papa conseguir que todo
-un Emperador de Alemania, excomulgado, le pida de rodillas perdon
-como un esclavo á su señor. Pero en el siglo décimotercio no puede
-conseguir otro papa que Aragon ceda en la guerra de Sicilia, á
-pesar de las excomuniones, y se da el caso de que los santos de los
-altares hacen milagros á favor de los excomulgados. ¿Qué quereis? Yo
-creo que el Papa ha hecho perfectamente en no darse á las aventuras
-de una resistencia extrema y al aparato de una excomunion mayor.
-Quizá no contára con el clero italiano, parapetado tras la idea de
-que el asunto era un puro asunto político. En Italia el clero es
-eminentemente social, y por lo mismo, absorbe por todos sus poros
-el espíritu de esta sociedad. Á quien se le dijera que Nápoles
-ha renunciado casi desde 1860 á su procesion del Córpus, no lo
-creeria. Ignoro si cayó la fiesta del Córpus en tiempo del canton
-allá por nuestra bella Valencia, pues el canton hubiera celebrado
-las procesiones, fiesta indispensable á los valencianos. He oido á
-gente del pueblo quejarse en Roma de que el Papa haya suspendido
-las ceremonias en San Pedro; pero no por carecer de esta expansion
-religiosa y de ese alimento espiritual, sino por carecer de las
-materiales ventajas que reportaba á su salario la presencia de tantos
-extranjeros como acudian al cebo de los espectáculos. Es frecuente
-ver aquí, en capillas donde está expuesto el Santísimo, á curas que
-enseñan en voz alta y con ademanes de irreverente olvido, cualquier
-obra de arte á sus amigos. Eso sería imposible en España.
-
-Nuestras gentes no me creerian si les anunciase que el custodio
-cercano á las cien lámparas encendidas en torno del sepulcro de San
-Pedro lleva hoy mismo, bajo las bóvedas de la primera entre todas
-las iglesias del mundo, la gorra puesta. En el alma de vuestro
-clero hay, lo mismo que en el alma de vuestra nacion, un fondo de
-escepticismo. La idea pagana se ha conservado siempre, y ese grano
-de la sal del naturalismo antiguo os preserva de los excesos y
-violencias á que todavía se entrega por la causa religiosa una parte
-de nuestro clero y otra parte de nuestro pueblo, allá en las montañas
-del Norte. Italia no ha sido, ni en los tiempos de fanatismo, una
-nacion fanática. En España el fanatismo está de tal suerte arraigado,
-que cambia de creencias sin cambiar de naturaleza. Es el defecto
-de raza tan enérgica, tan tenaz, tan valerosa como la nuestra,
-que todavía conserva, con su exceso de vigor físico, su exceso de
-vigor moral. Vosotros los italianos conoceis mejor que nosotros la
-realidad, la vida, y os amoldais á sus exigencias. Aún me dura el
-estupor grandísimo que me causó el saber, hace dias, la existencia
-real y efectiva de curas elegidos por el pueblo en várias ciudades
-y regiones italianas, curas que se creen ya tan curas como si los
-hubiera elegido su prelado. La excomunion mayor les alcanza desde los
-piés hasta la cabeza, y sin embargo, administran los sacramentos como
-si estuvieran libres de toda irregularidad. Id con esas á las gentes
-de nuestra nacion y de nuestra raza. Hablábame una señora ecuatoriana
-ayer mismo de su patria y mentaba al arzobispo de Quito. Decíame que
-era liberal, muy liberal, y que habia venido al Concilio con la idea
-principalmente de recabar la supresion de los conventos. Y como yo le
-preguntase con quién habia votado en el asunto de los asuntos, me
-respondió, extrañando mucho mi conducta, que con los partidarios de
-la infalibilidad. En Italia el clero es ménos inflexible, y no sigue
-al Papa. El Rey se queda con la excomunion y con los sacramentos. Ya
-hubieran hallado los curas italianos alguna puerta falsa por donde
-meterlo en la Iglesia.
-
-Y en esta creencia me fortaleció uno de los primeros estadistas
-italianos, cuya conversacion tambien quiero contaros.
-
-«Nosotros, me dijo, nada adivinamos ni queremos adivinar respecto á
-la eleccion del nuevo Papa. Dicen unos que será elegido el cardenal
-de Siena; dicen otros que será elegido el cardenal de Nápoles: nadie
-puede averiguar quién será el elegido. Nos apartamos de todo intento
-de influjo, porque las cosas imposibles no se deben jamas intentar,
-y nos reducimos á mostrar prácticamente que el Cónclave tendrá entre
-nosotros una libertad y una autoridad imposibles fuera de Roma. Yo
-me rio de cuantos proponen sistemas varios en las relaciones entre
-la Iglesia y el Estado. Poned el padre Pasaglia en el Vaticano y
-procederia como procede Pío IX; poned á vuestro amigo Ferrari en
-el poder y procederá como procede el Gobierno. Nuestra nacion ni
-puede, ni quiere, ni debe renunciar á la presencia del Papa en su
-privilegiado suelo. Esta presencia constituye una capitalidad
-religiosa, á la que no hay medio de sustraerse en el estado de la
-civilizacion universal. Y cuando Italia entró en posesion de Roma,
-ó tenía que despedir ó tenía que conservar al Pontífice. Despedirlo
-equivalia á demostrar nosotros mismos la tésis de nuestros enemigos,
-la incompatibilidad del Pontificado é Italia. Conservarlo equivalia á
-destruir la tésis de la necesidad del poder temporal, en el ejercicio
-de la magistratura religiosa. Conservando al Papa, no hay más remedio
-que darle una completa libertad. Ningun gobierno, ni el gobierno
-demagógico, se atreveria á llevar una Encíclica al jurado, ni un papa
-á la cárcel. Hay cosas que se dicen muy fácilmente en los discursos,
-y que muy difícilmente se hacen desde el Gobierno. El Papa ataca una
-cosa, ya fuera de debate en Italia, ataca nuestra independencia y
-ataca nuestra nacionalidad, como si atacára al sol, al cielo, á los
-astros, á cuanto está léjos del dominio de su voluntad y del alcance
-de sus manos.
-
-»Miéntras tanto, con esos ataques pertinaces, con la absoluta
-libertad de palabra, con la franca recepcion de los peregrinos
-enviados por todas las reacciones conjuradas contra Italia, se ve,
-se toca, se palpa la absoluta libertad religiosa y moral de los
-pontífices. Y resulta que desde el dia de la pérdida de su poder
-político, léjos de disminuir, crece su autoridad espiritual. Esta
-conducta de Italia es amargamente criticada por las dos negaciones
-entre que rueda siempre toda afirmacion. Los unos quisieran que
-la política de este pueblo emancipado consistiese en esclavizarse
-de nuevo, reedificando el poder más contrario á su emancipacion;
-el poder temporal. Los otros quisieran que creáramos un Estado
-omnipotente contra la Iglesia, y la deshicieramos bajo las ruedas de
-ese Estado. El Parlamento italiano, cohibido por fuerzas mayores,
-no seguirá ni una ni otra política. No se echará á los piés del
-Pontífice, porque eso equivaldria al suicidio; no oprimirá al
-Pontífice, porque eso equivaldria á la demencia. Ni irémos á Canosa
-con cilicio y sayal, como los emperadores penitentes de la Edad
-Media; ni entrarémos á saco en la jurisdiccion religiosa, como los
-reyes filósofos del pasado siglo. La sumision al Pontífice riñe
-con el espíritu de esta edad, pero tambien riñe la tiranía sobre
-el Pontífice. No puede ejercer hoy sobre la Iglesia Víctor Manuel
-de Saboya la jurisdiccion que ejercia ayer Cárlos III de Borbon. Y
-miéntras tanto, el poder de los Papas va perdiendo carácter político
-y tomando carácter espiritual; el Pontificado va dejando de ser una
-institucion puramente italiana, para pasar á ser una institucion
-verdaderamente católica.
-
-»El partido ultramontano de todo el mundo, que no comprende esto, se
-aferra á su política intransigente y se empeña en una reaccion por la
-cual podemos llegar, el dia ménos pensado, á la guerra europea. Y en
-su intransigencia le sorprenderá el suceso de los sucesos, la muerte
-de Pío IX, que, gracias á Dios, goza hoy de salud excelente. Y la
-muerte de Pío IX tendrá inmensa trascendencia. Por esa monotonía y
-uniformidad de la Historia, que mirada desde ciertas alturas parece
-una colmena donde se reproducen á la contínua los mismos trabajos y
-se obtienen los mismos productos, el problema está planteado, poco
-más ó ménos, como en la Edad Media; los gibelinos de Italia, los
-enemigos del poder temporal, se apoyan resueltamente en Alemania; y
-los güelfos de Italia, los amigos del poder temporal, resueltamente
-se apoyan en Francia. El asunto de las relaciones entre la Iglesia y
-el Estado va siendo todo el asunto europeo. Desde vuestra desastrosa
-guerra civil presente, hasta la futura guerra internacional, todo
-se enlaza con ese problema. Si en el dia de las grandes catástrofes
-los güelfos predominan; ¡ah! no sé qué podrá suceder á nuestras
-libertades y á nuestra nacionalidad; pero si predominan, como hoy,
-los gibelinos, por no haber querido la libertad, se encontrará la
-Iglesia con el predominio y quizá con la tiranía del Estado.»
-
-Hasta aquí mis dos interlocutores. Yo, en mi calidad de historiador,
-ni quito ni pongo una palabra. Sólo se me ocurre decir que el estado
-de los ánimos y el progreso de las ideas anuncian que las soluciones
-definitivas de estos problemas serán soluciones favorables á la
-libertad.
-
-
-
-
-UN DISCURSO.
-
-
- DISCURSO pronunciado por D. Emilio Castelar el dia 12 de Mayo,
- en el banquete dado en su obsequio por diputados, escritores y
- estadistas liberales, en el Círculo progresista de Roma.
-
-Señores: Permitidme que, profundamente conmovido, principie
-volviéndome como en espíritu hácia Occidente, y evocando la sombra,
-la imágen de mi patria. Santa madre de mi espíritu, hogar sagrado
-de mi corazon, templo de mi conciencia, el afecto inmenso que por
-ella siento crece con sus desgracias y toma en el extranjero la
-solemnidad y la grandeza de un culto. Vuestros elocuentísimos loores,
-vuestras ardientes invocaciones á la noble España, han penetrado
-hasta el corazon de este su hijo y lo han llenado de inextinguible
-agradecimiento. Si en el calor de las improvisaciones, si en la
-amistad fervorosa hácia mí, alguna palabra sobre desvío, ú olvido,
-ó ingratitud se ha deslizado, sólo me toca protestar contra esa
-palabra tan amistosamente como ha sido amistosa la insinuacion; pero
-tan enérgicamente como cumple á mi deber y á mi conciencia. España
-nada me debe á mí, yo todo cuanto soy se lo debo á ella, y la siento
-latir en mi corazon, y arder y brillar en mi mente, penetradas de su
-jugo mis venas, de su calor toda mi vida. Sobre los errores de los
-partidos y de los gobiernos, se levanta España inmaculada, como la
-humanidad sobre los errores de los individuos. España podrá proceder
-como quiera con sus hijos; pero sus hijos no dejarán jamas ni por un
-momento de adorarla, como la personificacion de todo cuanto han amado
-sobre la faz de la tierra.
-
-Y ahora, ¿qué responder á tantas muestras de entusiasmo? Sentir
-grandes afectos, fácil cosa es en esta ocasion gratísima con sólo
-dejar abierto el corazon á la electricidad de vuestros sentimientos;
-pero decirlos en toda su verdad, difícil, muy difícil, porque así
-como á cada paso encontramos asuntos propios de la esfera de un
-arte, y á la esfera de otro arte imposibles, por los medios varios
-de la expresion artística, así ante el espectáculo de esta reunion
-brillantísima, ante este enjambre de ideas que se eleva á lo
-infinito, entre los acentos de vuestras espléndidas oraciones; ¡ah!
-no le queda recurso alguno á mi palabra, y pareceria lo más natural
-dejar la gratitud vagando á su arbitrio en la interna inmensidad de
-nuestro sér, mayor si cabe que la externa inmensidad del espacio, y
-ántes que verterla en formas indignas de su grandeza, aumentarla con
-el misterio y la solemnidad de un religioso silencio.
-
-Mas siendo deber de cortesía, de afecto recíproco, de agradecimiento,
-hablar en la ocasion ménos favorable, cuando la voz se anuda en
-la garganta, considerad cuanto por mí pasará al verme, oscurísimo
-resto de un reciente naufragio, enmedio de vosotros, ayer esclavos
-y hoy libres, ayer víctimas de los tiranos y hoy representantes del
-pueblo, ayer en la soledad del destierro y hoy en el regazo de la
-patria, legisladores de esta Italia, que parecia descoyuntada para
-siempre en el potro de sus tormentos de quince siglos; que parecia
-enterrada para siempre, como los huesos de sus primeros padres los
-romanos, bajo la pesadumbre abrumadora de sus recuerdos y de sus
-ruinas, y que ha resucitado en trasfiguracion superior á las sublimes
-trasfiguraciones trazadas por sus pintores, enseñando una enseñanza
-consoladora: como ántes puede perderse en este nuestro planeta el
-calor central que el calor de la libertad, y ántes extinguirse
-en lo infinito la luz de los astros, que en los corazones de los
-desdichados y de los oprimidos la esperanza en una saludable y
-definitiva redencion. (_Ruidosos aplausos._)
-
-Yo he visto á Roma en el cilicio y en la penitencia, con el Miserere
-en los labios y los restos de un gran sudario sobre su cuerpo;
-yo la he visto fuera del espíritu moderno, como un mentís al
-progreso, como una excepcion al derecho; de rodillas en las aras
-consagradas á su sombría teocracia y circuida, como Níobe, de sus
-hijos muertos para la vida más necesaria y más alta, para la vida
-del pensamiento; buscando sobre sus cordilleras de ruinas y bajo
-su corona de cipreses las antiguas instituciones que fueran su
-grandeza, convertidas en sueños, en fantasmas, y doliéndose de no
-encontrarlas con lamentos dignos de los versículos de Job y de los
-trenos de Jeremías; sin que bastáran á contrastar su dolor ni el
-inmenso poder moral de sus pontífices ni la inmarcesible gloria de
-sus divinos artistas, desolada Jerusalen de imperecederos recuerdos,
-pero tambien de imperecederas tristezas; y ahora por las cenizas
-del Foro se despiertan los ecos del antiguo Senado; en la tribuna
-de los Rostros resuenan los acentos de la antigua elocuencia; del
-Aventino y del Monte-Sacro descienden las sombras de los tribunos á
-bendeciros por haberles dado el consuelo de vuestra emancipacion;
-entre los fragmentos de sus sepulcros destrozados como restos de otro
-planeta, se levantan los manes de Camilo, de Régulo, de Cincinato,
-de Escévola, al sentir que por la cima del Capitolio, cima tambien
-de la tierra, cerebro de la gente latina, brillan y arden como dos
-faros, cuyos rayos penetran hasta en la soledad de lo pasado y hasta
-en la region de la muerte, la dulce alma de esta moderna Italia, tan
-fecunda en divinas inspiraciones, unidas con el genio austerísimo
-de la romana libertad. (_Estrepitosos y repetidos y prolongados
-aplausos._)
-
-El gran poeta de vuestras desgracias no podria decir hoy como en su
-tiempo:
-
- ¡O patria mia! vedo le mura e gli archi
- E le colonne, e i simulacri, e l’erme
- Torri degli avi nostri,
- Ma la gloria non vedo,
- Non vedo il lauro e il ferro ond’eran carchi
- I nostri padri antichi.
-
-Y no podria con razon añadir, pintando la ilustre nacionalidad
-acongojada:
-
- Siede in terra negletta e sconsolata,
- Nascondendo la facia
- Tra le guinocchia, e piange.
- Piangi, che ben hai donde, Italia mia,
- Le genti á vincer nata
- E nello fausta sorte, e nella ria.
-
-El sublime cantor de la Edad Media, el titánico genio de la
-desesperacion, no podria exclamar:
-
- ¡Oh serva Italia! di dolore ostello,
- Nave senza nachiero in gran tempesta;
- Non donna dei provincie; ma bordello.
-
-Sobre los muros, sobre los arcos, sobre las columnas, en las piedras
-de vuestros monumentos, en las obras inmortales de vuestros artistas
-se ve brillar como en contínua fulguracion, que Italia es una, que
-Italia es independiente, que Italia es libre; y vosotros, que,
-como italianos, recogeis los frutos de estos grandes progresos; y
-yo, que, como parte de la humanidad y como hijo de la raza latina,
-participo de sus ventajas, debemos beber en comun por la unidad, por
-la libertad, por la independencia de Italia (_Aplausos_), por todos
-aquellos que han contribuido á fundarlas entre los escollos de la
-diplomacia europea y los azares de la guerra, por todos aquellos que
-la salvan, la defienden y la consolidan, pues la existencia de esta
-nacion libre en el mundo moderno es garantía al progreso universal y
-áncora segurísima á los derechos de unos, á las esperanzas de otros,
-á la autonomía á la dignidad, á la grandeza de todos. (_Prolongados
-aplausos._)
-
-Señores, vosotros habeis hablado mucho de mí, consagrándome alabanzas
-dignas de vuestra magnanimidad, en desproporcion completa con mis
-méritos (_Voces_: No, no); permitidme que yo recuerde un hecho, no
-más que un hecho sencillo de mi vida. Crecí y me eduqué en tiempos
-de desesperacion respecto á vuestra patria. Para todos pasaba como
-axioma indiscutible que Italia estaba muerta y no resucitaria jamas.
-Nuestros padres, que tornaban del destierro para encontrarse con la
-guerra civil, vieron, trataron allá en la Gran Bretaña el sublime
-poeta de los sepulcros, hijo natural de Grecia, hijo adoptivo de
-Italia, que llevaba sobre su frente espaciosa los resplandores del
-genio de las dos naciones, y sobre su henchido corazon el luto de
-las desgracias y de las tristezas italianas y helénicas, luto más
-negro y más profundo en las tinieblas, donde le faltaba á un tiempo
-el acento de las músicas lenguas meridionales en los oidos y en los
-ojos el resplandor de nuestra luz y de nuestro cielo: en tal guisa,
-aterido por la duda y por el frio, aquel gran genio, creyendo eterna
-la noche y eterna la soledad de entónces, habia dicho, y ellos lo
-habian difundido, que estaba él condenado á morir en la proscripcion
-é Italia condenada á desaparecer en la servidumbre, rotas las cuerdas
-de su corazon como las cuerdas de su lira, semejante á sus antiguas
-sacerdotisas cuando bajaron del ara y se desciñeron la corona de
-verbena, al conjuro de los penitentes que salian de los desiertos del
-Asia y al golpe de las tribus que bajaban de las selvas del Norte, en
-la última apocalíptica hora del antiguo mundo. (_Bien, bien._)
-
-Y yo, á pesar de haber oido esto constantemente, pensé y creí
-siempre que Italia resucitaria. En el Jurado de Madrid, ante un
-pueblo inmenso, el año 1855, en el ardor de la primera juventud,
-yo dije que veriamos la unidad y la libertad y la independencia de
-Italia. Todavía guardo en mi poder una felicitacion que entónces me
-dirigieron, y que anda impresa, muchos patriotas italianos, entre
-los cuales se encuentran nombres tan ilustres como los nombres de
-Garibaldi, Manin, Mancini, Mamiani, Tomaseo y otros varios. Pero
-entónces, si habia muchos que participáran de mis ideas, habia
-pocos, muy pocos, que participáran de mis esperanzas. Hasta los más
-liberales me tenian por visionario y declaraban que mis anuncios,
-nacidos más en la fantasía que en el conocimiento de las cosas, no
-se cumplirian ¡Valor se necesitaba para esa afirmacion señores, en
-aquellos momentos! El mundo estaba lleno de desterrados italianos; el
-esfuerzo de 1848 habia recrudecido los dolores y enconado las llagas;
-el Piamonte, aplastado entre el Imperio de los Bonapartes y el
-Imperio de los Hapsburgos, no podia apénas respirar ni sostener sus
-nacientes instituciones; cebábase el despotismo en las Dos Sicilias,
-donde veiamos arriba todas las demencias y abajo todas las desgracias
-de nuestro tiempo de Fernando VII; las bayonetas imperiales mantenian
-la donacion de Pipino y cerraban todo paso al esfuerzo y al trabajo;
-príncipes absolutos en Toscana; príncipes más absolutos en Parma;
-príncipes absolutísimos en Módena, sargentos todos asalariados del
-Austria; las plazas del Cuadrilátero, como otros tantos clavos,
-sosteniendo el cuerpo de vuestra nacion martirizada en su cruentísima
-cruz; Milan, caida exánime en el dolor y en la desesperacion;
-Venecia, flotando como un gran cadáver en sus lagunas que parecian
-lagunas de lágrimas; por los horizontes de Europa ni un solo
-vislumbre de esperanza, dispersas las democracias alemanas; errantes
-sus ilustres apóstoles, volcada al golpe de Estado la gloriosa
-tribuna francesa; desvanecidas las ideas que brotáran de la Asamblea
-de Francfort y soterrada Hungría como si hubiéramos vuelto á los
-tiempos de la Santa Alianza, á la exaltacion de todos los tiranos y á
-la esclavitud eterna de todos los pueblos, no quedando á los grandes
-patriotas más recurso, despues de tantas catástrofes, que el recurso
-de Bruto y de Caton; la desesperacion y el suicidio. (_Frenéticos
-aplausos._)
-
-Y sin embargo, mi fe tenía un fundamento racional; mi fe tenía el
-fundamento de las ideas progresivas, de las ideas de libertad y de
-patria. Penetrando como penetraban ya en el espíritu de los pueblos,
-debian necesariamente conducirlos desde la concepcion de lo ideal
-á su inmediato cumplimiento. Una idea, por etérea, por impalpable
-que parezca, trasforma la impura realidad, modifica y renueva las
-sociedades humanas. Como las ciencias experimentales van cada dia
-demostrando más la unidad de las diversas fuerzas cosmogónicas, las
-ciencias de indagacion van, á su vez, demostrando que arte, religion,
-Estado, filosofía, son como cristalizaciones várias de una misma
-idea. (_Bien, bien._) Y esta idea de la libertad, y de la igualdad
-en la libertad que debia crear la democracia, de la cual se derivaba
-esta otra idea de la union, de la identificacion de aquellos que
-tienen orígenes comunes y comunes destinos históricos en una misma
-nacionalidad, debian penetrar en el seno de Italia y redimirla y
-salvarla. Os habiais formado una concepcion superior de vuestro
-derecho, y, merced á las intuiciones rápidas de nuestra inteligente
-raza, habiais podido llevar esta concepcion á las últimas clases
-sociales, al seno de los pueblos, y de aquí la unidad italiana.
-Para fundarla más sólidamente la unisteis al pensamiento moderno, á
-la libertad; porque no puede prevalecer todo aquello que contra la
-libertad se dirija. Italia estaba dibujada y delineada en el espíritu
-ántes de brotar en el espacio. Italia era ya vista, descubierta en
-el éxtasis de sus hijos ántes de que brotára en las instituciones,
-como esas místicas figuras que el beato Angélico adoraba en espíritu
-ántes de animarlas en el áureo fondo de sus cuadros. Así, esta idea
-universal suscitó la inspiracion de vuestros artistas, el heroismo
-de vuestros soldados, la fe de vuestros mártires y el genio de
-vuestros hombres de Estado. Y supisteis sumar á los ímpetus del
-sentimiento los cálculos de las probabilidades políticas, y al
-culto por lo ideal y por los principios abstractos el conocimiento
-práctico de las realidades de la historia. Supisteis, cuando fué
-necesario, evocar vuestros muertos ilustres, reunir vuestros jóvenes
-ejércitos y marchar, en alas del entusiasmo, desde una inmerecida
-servidumbre á vuestra redencion en la libertad. Y despues de 1848,
-despues de aquel gran desastre, no perdisteis la esperanza como Caton
-despues de Farsalia y como Bruto despues de Filipos, perseverasteis,
-combatisteis, y desde San Martino hasta Marsala, y desde Marsala
-hasta Gaeta, una serie de victorias ilustres fundaron la libertad y
-la independencia de Italia, que completasteis luégo con la unidad,
-recabando en una mezcla rara de valor y de prudencia vuestra mágica
-Venecia y vuestra sublime Roma. El sueño de quince siglos se ha
-realizado. Lo que no pudieron los antiguos Césares ni los reyes
-ostrogodos y lombardos; lo que no alcanzaron ni Federico de Suabia
-ni sus ilustres descendientes en el combate á muerte con los güelfos
-y los angevinos; lo que no vieron ni Dante ni Petrarca, á pesar de
-invocar á los Emperadores de Alemania para que convirtieran la espada
-del Sacro Imperio en el eje de Italia; lo que no alcanzó Julio II con
-sus cañones, ni Leon X con sus artes; lo que no realizó Savonarola
-dándose á Dios, ni Maquiavelo dándose al diablo; la Italia una, la
-Italia libre, la Italia independiente, lo habeis conseguido vosotros,
-que, sin duda, sois la generacion más favorecida, por haber reunido
-á los esfuerzos de las generaciones anteriores y á sus martirios la
-idea vital por excelencia, la idea por excelencia poderosa, la idea
-de libertad. (_Grandes aplausos._)
-
-Pero no basta con haberla conseguido, es necesario á toda costa
-conservarla. Una larga experiencia enseña cuánto más fácil es la
-fundacion que la consolidacion de las libertades públicas. Para lo
-primero acaso basta con una virtud muy grande, pero muy extendida y
-rudimentaria; con el valor; para lo segundo se necesitan la sabiduría
-y la prudencia. Todo se puede dejar en parte á los azares de lo
-imprevisto, todo, ménos la suerte de las naciones. Las aventuras en
-los pueblos concluyen casi siempre, como las aventuras de la obra
-inmortal de nuestro Cervántes, por grandes catástrofes. Sólo se debe
-extirpar aquello que no se puede reformar. Y ántes de pedir á las
-leyes una reforma, es necesario formularla con claridad, difundirla
-con perseverancia, propagarla en los comicios, conseguir que desde
-los comicios suba como una savia misteriosa á los parlamentos y de
-los parlamentos á los gobiernos. Si un principio, por progresivo
-que parezca, puede comprometer todo lo que habeis alcanzado, no lo
-propongais ni lo implanteis; contentaros con prepararlo para lo
-porvenir. Vosotros, que sois naturalezas sintéticas, no caigais en
-el error de los errores: mirar sólo á la libertad y prescindir de la
-autoridad; mirar sólo al progreso y prescindir de la estabilidad;
-mirar sólo al derecho del individuo y prescindir de la fuerza
-social; mirar sólo á lo porvenir, cuando todo movimiento encierra en
-trinidad misteriosa lo pasado, lo porvenir y lo presente. El ideal
-debe formularse, sostenerse, difundirse todos los dias con sin igual
-constancia, porque es la promesa de las renovaciones necesarias en
-las sociedades humanas; mas para plantearlo no olvideis nunca, no,
-que toda idea encierra una serie lógica de ideas y que toda obra
-grande crece con la misma lentitud con que crecen los seres muy
-duraderos en la naturaleza. Los partidos radicales, los partidos
-avanzados de toda Europa deben unir al valor la mesura, al sentido
-científico el sentido histórico, á la noble impaciencia por el
-progreso aquel tacto político, aquella medida de la realidad, aquel
-conocimiento de pueblos, sin los cuales sembrais el bien y recogeis
-el mal. No os satisfagais con haber fundado Italia, conservadla. Y
-no se diga jamas que por corregir un defecto de vuestra estatua, por
-quitarle una imperfeccion, quizá necesaria, la habeis destrozado
-en mil pedazos. (_Grandes aplausos._) Brindemos, pues, no sólo al
-empuje y á la iniciativa de los que fundaron Italia, sino tambien á
-la prudencia y al tacto de los que saben conservarla y sostenerla con
-maravillosa unidad de propósitos.
-
-No me cansaré jamas de tratar este punto, porque creo que el mayor
-mal de las democracias modernas es la impaciencia, y el escollo único
-está en la demagogia. Los períodos revolucionarios, los períodos de
-violencia se van cerrando en toda Europa. Los pueblos que caen por su
-desgracia en reacciones absurdas, los pueblos que ven reaparecer por
-conjuraciones de cuartel épocas aborrecidas de tiranía, los pueblos
-que pierden su prensa y su tribuna, los pueblos lanzados del derecho
-á los piés de la teocracia, esos pueblos que conservadores insensatos
-empujan hácia el abismo, no tienen otro remedio sino apelar á la
-revolucion, obra siempre de los opresores y no de los oprimidos,
-los cuales tienden incontrastablemente, como todos los seres, á
-respirar su aire, á ver su luz, á ver y respirar la libertad. Pero
-los pueblos que tienen las condiciones necesarias de la vida moderna;
-aquellos que poseen el sistema constitucional en toda su latitud,
-que gozan de prensa y de tribuna libres y que pueden reformarlo todo
-por la iniciativa del Parlamento y por el voto de los comicios,
-esos pueblos, cuando apelan á la revolucion, me parecen á la verdad
-tan insensatos como los conservadores reaccionarios, y forjan su
-propia opresion y mueren dementes en la infamia del suicidio. No
-olvideis, no, que solamente los déspotas, creidos de que su voluntad
-y su pensamiento representan toda la nacion, pueden intentar cuanto
-quieran sin contar con nadie; nosotros los demócratas, para gobernar
-las sociedades humanas y reformarlas, necesitamos de todos, de la
-mayoría cuando ménos, y no podemos ganarlos á todos sino por la
-persuasion y por la propaganda.
-
-Conozco que insisto mucho; pero permitídmelo en puro interes de la
-libertad y de la democracia, causa que con desinteres completo he
-servido toda mi vida. Los excesos nos han perdido siempre. Entre
-aquel estallido de pasiones que acompañó á la primera revolucion
-francesa, no se pudo fundar una república duradera; entre el
-estallido de utopias que acompañó á la revolucion de 1848, perdióse
-tambien la república. Hoy, que parecia la obra más difícil, la
-reaccion más fuerte, nuestro ideal extinto en las ruinas humeantes
-de la guerra civil y de la guerra extranjera, la república se ha
-salvado, la república se ha establecido en Francia, gracias á la
-prudencia de los republicanos, que han alcanzado la más difícil,
-pero la más gloriosa de todas las victorias, la que ha consistido
-en vencerse á sí mismos, sometiendo á la realidad un ideal que se
-extinguiera si intentáran realizarlo en una sola hora ó en un solo
-dia. Para confirmar esta verdad encontraréis cumplidísimo ejemplo
-en el pueblo quizá más fuerte, más valeroso y más desgraciado de
-Europa, en el pueblo español. Este gran pueblo habia conseguido los
-tres mayores bienes á que pueden aspirar los pueblos modernos: habia
-conseguido la libertad, la democracia y la república. Su conciencia
-y su pensamiento, su prensa y su tribuna eran completamente libres;
-la tolerancia religiosa habia sustituido á la intolerancia más
-arraigada y más antigua; sus Universidades tenian todos los derechos
-de las primeras Universidades del mundo; administraba allí justicia
-el jurado y elegia la autoridad en todos sus grados el sufragio
-universal: bienes inapreciables que llegaron á encarnarse en su forma
-propia, en su organismo natural, en la república; pero el empeño
-de exagerar todas las ideas, de extremar todas las conquistas, de
-pedir á combinaciones utópicas y no ensayadas de un republicanismo
-indefinido, todos estos gravísimos errores nos perdieron y nos
-llevaron á una descomposicion que ha sido al par causa de nuestra
-ruina y de la ruina de aquellas venerandas instituciones, á las
-cuales habiamos unido con el trabajo de toda nuestra vida la honra
-de nuestro nombre y la suerte de nuestra patria, ejemplo tristísimo
-que invocaré siempre para inculcar en las democracias europeas las
-dos virtudes que deben ir unidas á su valor y á su tenacidad, la
-moderacion y la prudencia. (_Aplausos, asentimiento._)
-
-Pero dicho esto, hecha esta confesion dolorosísima, réstame otra
-cosa que decir, otra enseñanza que sacar de los acontecimientos
-de España. Se habla mucho de la solidaridad que existe entre los
-elementos liberales, entre los partidos democráticos, entre los
-gobiernos afines de Europa. Se habla mucho de lo que ha dado en
-llamarse el cosmopolitismo revolucionario. Yo puedo decir, yo puedo
-declarar que no he hallado esa unidad de miras y esa solidaridad de
-intereses en el liberalismo europeo, sobre todo en el liberalismo
-oficial que pretende servir la moderna civilizacion. Para nadie era
-un misterio que, proclamada la república en España, su caida traia
-consigo necesariamente una reaccion inmediata, una reaccion hácia la
-teocracia más ó ménos hipócrita. Un reconocimiento de los Gabinetes
-europeos, un reconocimiento oficial de aquella forma de gobierno,
-emanada, no de revoluciones populares, no de pronunciamientos
-pretorianescos, sino de la voluntad libérrima de una Asamblea
-soberana, producto del sufragio universal, hubiera podido salvarnos,
-hubiera podido traernos en el interior autoridad y fuerza moral para
-vencer los mayores obstáculos, y conservar un pueblo nobilísimo á la
-civilizacion y á la libertad europea. Ningun Gobierno, ninguno, en
-aquella crísis nos tendió la mano. Tuvimos ofertas de algunos de esos
-hombres extraordinarios que han consagrado su vida á la libertad,
-como Garibaldi; no tuvimos más. En Francia habia una república, y
-esta república no reconoció á su infeliz hermana. En Inglaterra habia
-un Gobierno radical, un Gobierno que tenía interes en salvar la
-libertad religiosa y la libertad mercantil allende el Pirineo; este
-Gobierno tampoco quiso reconocernos. Ni siquiera allá en la pensadora
-Alemania, que tanto y tanto lucha con la teocracia universal, se
-comprendió que tras la ruina de la república se encontraba la
-exaltacion de los elementos clericales. Y allí tenian el deber de
-adivinar que las reacciones son contagiosas, y que los contagios
-atacan quizá á los más sanos y á los más fuertes. Nosotros nos
-vimos abandonados de todos hasta en los momentos en que luchábamos
-con la demagogia, y restablecimos la autoridad y el órden bajo la
-bandera de la república, es verdad, pero de la república moderada y
-prudente. En cambio, los enemigos de todo progreso, los mantenedores
-del absolutismo, los que pelean por el trono y por el altar han
-tenido el auxilio de todos los interesados en restaurar la antigua
-trama sobre el suelo volcanizado de Europa. El partido legitimista
-frances se ha arruinado por socorrerlos; y los católicos ingleses
-han mandado constantemente naves cargadas de armas á nuestras costas
-cantábricas; y un solo comité ha dicho al disolverse en Viena que
-le habia remitido tres millones de francos al Pretendiente; y donde
-quiera que alienta una esperanza ó interes absolutista, allí ha
-brotado un recurso, un auxilio para nuestros enemigos, de suerte que
-España padece, sus hijos mueren, sus hogares arden, sus caminos se
-cierran bajo un diluvio de sangre, no sólo por las pasiones y los
-errores nacionales, sino tambien porque el absolutismo universal ha
-concentrado sobre nosotros todas sus fuerzas á fin de restaurar con
-una victoria en aquel suelo, sus viejos ídolos sobre los altares de
-toda Europa. Nosotros somos, ante todo, las víctimas sacrificadas por
-la implacable reaccion universal.
-
-Puesto que es antigua y arraigadísima costumbre el dirigir votos
-en estos momentos solemnes, elevémoslos por la union de los dos
-pueblos, por la union del pueblo de Italia y del pueblo de España.
-Olvidemos que unas veces vosotros habeis sido los conquistadores y
-nosotros los conquistados, que unas veces nosotros hemos sido los
-conquistadores y vosotros los conquistados, para acordarnos tan sólo
-de que siempre hemos sido hermanos por la identidad de nuestros
-orígenes, hermanos por la analogía de nuestras lenguas, hermanos
-por la comunidad de nuestras creencias, hermanos por la semejanza
-de nuestras regiones meridionales, hermanos por nuestras artes, por
-nuestras ciencias y por nuestra historia. No se puede saber qué sería
-del mundo, qué de la civilizacion, si los pueblos mediterráneos se
-suprimieran: aquella Andalucía, que enmedio de la barbarie feudal
-enseñó á Europa las matemáticas, y con ellas la astronomía de los
-cielos, las ciencias filosóficas y con ellas la astronomía del
-pensamiento; aquella Provenza, que con sus córtes de amor y con sus
-torneos poéticos fundó la literatura moderna, y fué lazo de union
-estrecha entre todos nosotros; aquella Grecia, que ha esculpido la
-forma humana con el buril de sus artistas, y le ha puesto en la
-frente el resplandor de lo divino con las ideas de sus filósofos; y
-esta Italia, que ha sido la Grecia de estos tiempos, nuestra Academia
-y nuestro templo, la musa de la moderna historia. (_Aplausos._)
-Registrad vuestros anales, registradlos, y veréis cuántas glorias,
-cuántas grandezas tenemos, que son y serán perpétuamente comunes
-entre vosotros y nosotros. Las escuelas de Córdoba y de Sevilla
-han contribuido al Renacimiento hasta en Italia, y han llevado la
-filosofía de Aristóteles hasta el seno de Sicilia. Las naves de
-vuestras repúblicas, las naves de Pisa, las naves de Génova han
-redimido y han emancipado ciudades tan españolas como Almería y
-como Mallorca. Los almogávares catalanes, invocados por los grandes
-patriotas sicilianos, vencieron las ambiciones de la teocracia
-y alzaron el guantelete de Conradino en Mesina, en Nicotena, en
-Catania, mezclándose en los anales de vuestra libertad y en los
-tercetos del Dante sus nombres con los nombres de los fundadores de
-vuestra libertad. La gloria de Colon es una gloria de España y de
-Italia; el nombre de Andrea Doria es un nombre de Italia y de España;
-las proezas del gran general Colonna son proezas de Italia y de
-España; las victorias de Filiberto de Saboya son victorias de España
-y de Italia; los versos de Garcilaso pertenecen tanto á vosotros como
-á nosotros; los pinceles del Españoleto ilustran la antigua Campania
-y la moderna Valencia; en la epopeya de Lepanto, en la ocasion
-más grande de la historia moderna, cuando detuvimos el fatalismo
-oriental y evitamos que todo el Mediterráneo fuera, como el Bósforo,
-un lago turco, las naves de Barcelona se consagraban, confundidas con
-las naves de Génova y de Venecia, á la obra eternamente gloriosa de
-salvar para siempre del mayor de sus riesgos á la civilizacion y la
-libertad en toda Europa. (_Ruidosos y prolongados aplausos._) Hasta
-recuerdos comunes tenemos en la historia de nuestras libertades.
-Cuando toda España ardia en la guerra sublime de su independencia,
-en la guerra de 1808, reunidos sus legisladores sobre el escollo
-de Cádiz, bajo las bombas del conquistador y bajo el azote de la
-peste, trazaron el Código democrático de 1812, que consagraba las
-grandes libertades modernas, y que ungia la frente de los pueblos
-con el sufragio universal. Pues ese Código invocó el Piamonte,
-invocaron las Dos Sicilias en 1821 al levantarse para pedir el
-régimen constitucional y las modernas instituciones democráticas. El
-recuerdo de ese Código era una religion, lo mismo entre vosotros que
-entre nosotros, la religion de la libertad. El nombre de Riego es tan
-popular en Italia como el nombre de Garibaldi, el gran Garibaldi, es
-popular en España.
-
-Todavía se conservaba esa religion en nuestros tiempos; todavía
-Palermo sublevado significaba á sus enemigos y á sus tiranos que
-no cesaria en su lucha como no le concediesen el código de sus
-libertades, el resúmen de sus derechos, el objeto de su culto,
-la Constitucion española de 1812. Por consecuencia, señores, si
-tantos son nuestros recuerdos, tantas nuestras glorias, si vuestros
-opresores han sido nuestros opresores, y vuestros enemigos nuestros
-enemigos, brindemos todos por la union de la España liberal y de la
-Italia liberal en la obra civilizadora y humanitaria del progreso y
-de la democracia.
-
-Yo he oido decir aquí á grandes pensadores y políticos, que no
-creen, que no pueden creer en la raza latina. Yo, por lo contrario,
-creo en la existencia de esta raza, y creo que las razas, como las
-nacionalidades, responden á la ley de variedad y de unidad que impera
-así en las sociedades humanas como en el universo. Pero ni deseo
-el panlatinismo como los escritores de otra raza desean el dominio
-universal, ni predico esta idea de raza por oposicion ó por ódio á
-raza ninguna de la tierra, y ménos de nuestra tierra europea. Creo
-que así como la familia completa al individuo, y la nacionalidad
-completa la familia, la raza completa las nacionalidades, y la idea
-de humanidad completa y contiene todos estos elementos de vida. Las
-razas diversas son necesarias, son indispensables, y sirven á la
-naturaleza como los planetas y los soles al cosmos, como las fuerzas
-contrarias á la mecánica y al equilibrio universal; como el oxígeno,
-el ázoe y el carbono al aire; como el oxígeno y el hidrógeno al agua,
-elementos que á primera vista parecen opuestos, y que, en realidad,
-componen las armonías de la vida y el conjunto de la naturaleza.
-Descended á vuestra conciencia, tocad vuestro corazon, examinaos en
-la ciencia y en la historia, y veréis cómo, siendo vuestro espíritu
-una evolucion de la vida superior á la naturaleza, y siendo arte,
-Estado, nacionalidad, encarnaciones várias de vuestro espíritu,
-en todo cuanto os rodea á vosotros y nos rodea á nosotros hay un
-elemento esencial, un elemento latino que ha formado desde nuestras
-artes, expresion del sentimiento, hasta nuestras lenguas, expresion
-de las ideas, y que si este elemento latino en otros tiempos de
-fatalidad nos ha unido por los impulsos de la fuerza en el seno de
-mutuas conquistas, hoy, en estos tiempos de razon, debe unirnos
-á todos los latinos, pero especialmente á los españoles y á los
-italianos, en el seno de la libertad y de la democracia. He dicho.
-(_Ruidosos y repetidos y prolongados aplausos. Los asistentes saludan
-calurosamente al orador y le felicitan con entusiasmo._)
-
-
-
-
-LA ISLA DE CAPRI.
-
-
-Dos veces he visitado á Capri en mi vida: una vez por la primavera
-de 1868, y otra vez por el estío de 1875. Durante este larguísimo
-intervalo cogí en más de una ocasion la pluma para bosquejar mis
-emociones, mis recuerdos, mis ideas, y la solté desesperando de
-igualar jamas al maravilloso cuadro original donde se mezcla tanta
-gracia con tanta grandeza. En deliciosa mañana bajaba desde la
-fonda llamada Sirena, en Sorrento, á las playas por una de esas
-galerías abiertas en la roca viva, merced al trabajo de los romanos,
-y contemplando las atrevidas bóvedas, las ciclópeas paredes, los
-tortuosos recodos, las ámplias escaleras y las subterráneas vías,
-exclamaba á cada paso, que no extrañaban ya las empresas mitológicas
-de Hércules ni la apertura del gaditano Estrecho, ni las columnas
-puestas por límites al mundo, pues un pueblo relativamente moderno
-daba el aspecto de montañas á sus monumentos y abria á su arbitrio
-los senos de la tierra como si guardára en su hogar el fuego
-primitivo ó tuviera en sus manos la fuerza creadora, algo semejante
-al genio mismo de la Naturaleza.
-
-Despues de haber recorrido aquellas cavernas, aunque circula
-libremente el aire en sus espacios y no falta en verdad la luz,
-respirais mejor bajo el claro cielo y á orillas del mar. Los
-marineros nos aguardaban solícitos en una barca, y nos recibian con
-esos gratos saludos propios de esta clase eminentemente expansiva y
-social, sobre todo en nuestras regiones meridionales. Miéntras unos
-apercibian los remos, y otros aparejaban las velas, y éstos recogian
-lonas y redes, y aquéllos desamarraban los cables, dos entonaban
-á porfía la _Mandolinata_, esa suavísima cancion parthenopea que
-reproduce todo el gozo y toda la inquietud de estos griegos tendidos
-sobre sus lechos de rosas á las faldas de ese Vesubio, en cuya cima
-resuella eternamente la muerte. Conforme íbamos costeando la ensenada
-sorrentina y recorriendo casi hasta el cabo Minerva, último extremo
-de la bahía de Nápoles, destacábase en el mar la isla de Capri,
-comparada por Juan Pablo Richter á una esfinge, y por Gregorovius
-á un antiguo sarcófago. En efecto, el declive de su longitud desde
-Occidente á Oriente; la altísima eminencia del Solaro y sus aristas
-semejantes á graciosas estrías arquitectónicas; el córte de sus
-caprichosas playas; los esponjosos y oscuros escollos cincelados
-por las blancas, férvidas espumas; las escarpadas dunas, en cuyas
-cimas se abrazan las vides con los olivos y en cuyos piés se abren
-temerosas cavernas; el prodigioso esmalte dado á todos los objetos
-por el reflejo de la luz en las aguas; la trasparente superficie del
-mar y la clara bóveda del cielo, entre cuyos resplandores parece
-flotar la isla aérea y eteriforme como un templo de cristal azul
-engarzado sobre una estrella de oro; todas estas bellezas indecibles
-os trasportan á las regiones de la poesía y de la magia, en cuanto
-abrazais con la vista y con el pensamiento uno de los clásicos
-paisajes gratos á los antiguos poetas y á los antiguos dioses, pero,
-sobre todo, el paisaje de Capri.
-
-No olvidaré jamas este dia. Serena la mañana, espléndido el
-horizonte, dormido el mar, fresco y cariñoso el aire; las ciudades
-del golfo dibujándose inciertamente en el éter como neréidas
-fabulosas, y Sorrento perdiéndose á nuestra espalda en la meseta
-de sus abruptas rocas, ceñidas de azahar, miéntras surgia cada vez
-más encantadora á nuestros ojos, Capri, con sus montañas ceñudas y
-sus alegres verjeles, con sus rosáceas dunas y sus negras cavernas,
-con sus blancos pueblos, ora agrupados al borde de las playas, ora
-suspensos en la falda de las montañas, y sus ruinas bruñidas por el
-sol y dispersas en las inaccesibles alturas; con las cúpulas de sus
-iglesias y los techos de sus cabañas; con sus labradores cavando en
-los huertos plantados sobre los abismos, y sus marineros recogiendo
-el copo lleno de peces en la ensenada; con sus escollos que parecen
-vomitados por erupciones volcánicas, y sus blancas casas, sobre cuyos
-pintorescos terrados se tienden fresquísimas guirnaldas; con aquella
-doble vida del campo y del mar, en que se mezclan las algas con las
-flores, las emanaciones salinas con los aromas silvestres, la nota
-dulcísima de la alondra con el grito agudo de la gaviota, á manera
-que en la poesía de Homero, de Teócrito y de Virgilio.
-
-Á las diez del dia nos acercábamos ya al término de nuestro viaje,
-y la isla parecia desierta. ¡Grata y serena soledad! Proyectábase
-sobre el mar la luz con esplendor indecible. Las aguas miraban al
-cielo, como unos ojos enamorados miran á otros ojos en cuya retina
-encuentran el amor correspondido. Por toda la inmensa extension
-caia á plomo el sol, ya cercano á su zenit. Pero en el sitio donde
-estaba nuestra barca, al Norte de la isla, se extendia la sombra
-espesa de los altos montes. Así el Mediterráneo lucia con azul tan
-claro que tiraba al ópalo, y nuestra zona se teñía de azul tan
-oscuro que tiraba á violeta. Ningun pincel, ni siquiera el pincel
-de Pablo Verones, mojado en los matices de las lagunas venecianas,
-podria trasladar al lienzo aquella fiesta de colores; aquel cielo de
-un esplendor incomparable, aquellos léjos de rosados tintes donde
-nadaban los blancos pueblos, aquellos puntos de luz producidos por
-los rayos solares al quebrarse en la rizada superficie de las aguas,
-aquel violáceo tono del Vesubio brillando en sus cimas y en sus
-faldas como si estuviera cuajado de oscura y deslumbradora pedrería,
-aquella nube de humo despedida por el cráter y disipada en los aires
-como una gasa; aquella zona de azul oscuro en que nosotros estábamos,
-juego mágico de las sombras inexplicable por la humana palabra y en
-cuya contemplacion nos abismábamos como si fuese el comienzo de un
-mundo ideal guardado por un genio desconocido en el fondo de los
-mares.
-
-Es verdad. Los pueblos que atraviesan el desierto bajo un cielo
-de bronce, sobre una tierra abrasada; en la uniformidad de los
-infinitos inmóviles océanos de arenas, deben afirmar y confirmar
-la idea de la unidad de su Dios creador; pero aquí, en el seno de
-esta contínua primavera que junta las flores con los frutos; en los
-reflejos de estos horizontes, cuya rica variedad es incomparable;
-en la orgía de estos colores que descomponen todos los matices de la
-luz; entre estas movibles olas, entre los juegos y arabescos de las
-sombras; entre las estelas del agua y los espejismos del aire; en
-las refracciones de los rayos solares y en la reverberacion de los
-nocturnos astros; en las guirnaldas de espumas, en la palpitacion
-contínua de ese movible seno, á cada instante aparecen las sirenas
-y neréidas del antiguo mar, cuna eterna de la religion pagana,
-sirenas y neréidas dibujando su cuerpo de alabastro en las espumas,
-sus negras cabelleras en las algas, sus palpitaciones amorosas en
-la rizada superficie, y sus huellas en los surcos de luz sobre la
-celeste inmensidad, donde brotan con los múltiples vapores múltiples
-ideas, y con las múltiples ideas innumerables dioses.
-
-Acercámonos á tierra sin cansarnos de contemplar el conjunto de
-colores, el azul clarísimo de las aguas apartadas, el azul oscuro
-de las aguas cercanas, el tono violeta de las montañas y de las
-dunas, las tintas de primaveral vegetacion rica en toda suerte de
-flores. Varios chiquillos nadaban como tritones y nos pedian que les
-echáramos cuartos al agua, por cuya consecucion luchaban allá en
-el fondo, como los peces por su alimento. Como nuestra embarcacion
-seguia á la gruta Azul, tuvimos que trasbordarnos. Innumerables
-barcas nos circuian, y en ellas jóvenes marinos ofreciéndonos sus
-servicios y saludándonos con la palabra: ¡Felicidad! Una de estas
-barcas iba dirigida por hermosísima capriota de ojos negros y
-cabellos rubios como la Salomé del Ticiano, y que, desnudos los
-brazos y desnudos los piés, mal envuelta en traje de vistosa indiana,
-y bien peinada, con las trenzas recogidas sobre la nuca y traspasadas
-por una aguja de plata, remaba, empleando el mismo empuje y la
-misma celeridad de consumado marinero, sin que tanto esfuerzo le
-quitára aliento para entonar la cancion entónces al uso, _La Bella
-sorrentina_. Preferimos, como era natural en nuestra galantería
-española, esta barca tan hermosamente tripulada, y encaminámonos al
-muelle, de cuyas toscas piedras nos separaban algunas brazadas de
-mar y algunos movimientos de remo. Pero la llegada fué horrible: los
-mendigos nos asaltaban; los muchachos nos recogian nuestro equipaje,
-disputándoselo como si les perteneciera á ellos en vez de pertenecer
-á nosotros; las muchachas nos arrojaban á las manos pedazos de coral,
-conchas pintadas, piedrecillas de las ruinas, pidiéndonos en cambio
-dinero; los mozos de los diversos albergues se disputaban nuestras
-personas, como los pilludos de la playa nuestras maletas; este
-marinero nos presentaba sus robustos brazos para subir la empinada
-cuesta, aquel gañan su bíblico asno ó su jaco matalon; y todos nos
-cortaban el paso con vocerío infernal, como si se hubieran propuesto
-compensarnos con el disgusto producido por horribles gestos, agudos
-gritos y groseros asaltos, del encanto experimentado al abordar á
-la encantadora isla. Por fin pudimos desasirnos de todos ellos y
-trepar alegremente por los agrios senderos, entre áloes y nopales
-del Oriente, admirando aquellas casas parecidas á los aljibes árabes
-y que nos recordaban nuestras casas de Elche, con sus escaleras de
-madera en lo exterior, sombreadas de parras para subir al terrado
-cubierto de macetas, en las cuales florecen olorosos geranios.
-
-Capri orna la parte oriental de la incomparable bahía parthenopea,
-y se avecina al cabo de Minerva. Su largo es de tres millas, su
-ancho de una y media, su circuito de nueve. Las montañas tienen tan
-abruptos y tan agrios costados que diríanse cortadas á pico, y dos
-mezquinas calas abrigan á las barcas de los contrarios vientos,
-pues casi todas sus rocas salen del mar á guisa de lisas paredes, y
-la privan por tanto de hospitalarias costas. La tierra vegetal se
-conserva con dificultad y á duras penas se acrecienta. Arrástranla
-al mar las lluvias; espárcenla por el aire los huracanes. Al fecundo
-elemento, donde las raíces se agarran y la vida vegetal brota y se
-nutre, suceden peñas desnudas, frias, estériles, como duros metales.
-Así los campos griegos, cantados por los antiguos poetas á causa de
-su amenidad y de su hermosura, han sido arrastrados al mar y se han
-trocado en áridos desiertos. Conmueven profundamente los cuidados
-que toman estos buenos isleños por preservar su tierra vegetal de
-todo cuanto pudiera perderla ó disiparla; los muros que levantan,
-los setos que fabrican, las hierbas que siembran, las excavaciones
-que ahondan, el arte y el culto con que guardan esos átomos donde el
-jugo de la savia se encierra. Veríaislos agitarse y conmoverse como
-si les arrancáran una parte de su sér, cuando las ráfagas vienen á
-estrellarse en su peñon y á elevar en los giros de sus torbellinos
-espesas nubes de polvo. Así, jamas siembran el escaso trigo producido
-por sus campos arrojándolo sobre el surco, sino abriendo para cada
-grano un agujerito que luégo tapan á fin de defenderlo contra el
-viento.
-
-El clima es dulcísimo, tibio el invierno, fresco el verano. Fuera de
-la parte que mira á Nápoles, y donde está la llamada Marina, abierta
-y expuesta al Norte, el resto de las regiones habitables de la isla
-recibe seguro abrigo de las altas montañas. Por aquel territorio
-montuoso y pedregosísimo; ¡cuántos valles alegres y de indecible
-deleite! En cualquier arruga del terreno, ó declive dulce, ó umbría
-plácida; en el recodo de los cabos, en las ligeras planicies de las
-estrías, en las rotondas de las cimas, en la espina dorsal de los
-montes, la vegetacion brota váriamente á guisa de canastillos de
-frutos y de flores que se hubieran dado allí al olvido. Las naranjas
-y los limones brillan y huelen á porfía entre las brillantísimas
-verdes hojas. El oscuro olivo se entrelaza con las claras vides.
-Las frondosas moreras producen frutillas de un sabor agridulce
-incomparable, y hojas para alimentar en alguna cantidad los gusanos
-de seda. Entre moreras y naranjos, alzándose airosas sobre los cactus
-de los áloes y los nopales, vense las higueras, cuyos higos compiten
-ciertamente con los higos de Esmirna. El vino es de corta cantidad,
-pero de larga reputacion. En Nápoles suelen falsificarlo, pues la
-isleta no da tanto como pide el gusto, ni siquiera como consumen sus
-sobrios moradores. La próvida atencion y cuidado de amigos que, á
-Dios gracias, tenemos en todas partes, nos procuraron gustar, así el
-tinto como el blanco, y los encontramos deliciosísimos. ¡Dios mio!
-¡Cuán próvida es la agricultura en las regiones meridionales, y cuán
-vária! Yo no quisiera ser labrador, por ejemplo, en la bien cultivada
-Normandía, donde sólo se cogen las cosechas de heno y de trigo, y
-sólo se tienen algunas escasas frutas y muchos y buenos ganados.
-Desde el punto y hora en que concluís la siega, ya nada teneis que
-hacer. Para el pastoreo basta con los frescos prados y con tres ó
-cuatro pastores. En el Mediodía no sucede así; para cada mes hay su
-trabajo y su cosecha. Ya se abre el surco y se siembra el trigo; ya
-se poda y se cava la viña. En el hogar, bajo la grande chimenea, las
-ramas inútiles de los olivos, los haces de sarmientos, los rebujos
-de la aceituna, brillan y chisporrotean durante las largas veladas
-del invierno. Apénas llega Febrero, cuando os da la Providencia el
-cardo y otras hortalizas. En Marzo florece el almendro, y Abril
-colora las rojas cerezas que semejan flores. ¡Cuántas frutas de Mayo,
-azucaradas y sabrosísimas! El azahar os embriaga. Los albaricoques,
-las perillas, las primeras brevas os alimentan. Ya viene el trabajo
-de cuidar los gusanos de seda y el placer de verlos hilar sus
-plateadas hebras. Ya se abre la gomosa almendra y se desprende sobre
-el campo. La siega es temprana y da vagar bastante para las otras
-ocupaciones campestres. Apénas se acaba la siega, cuando empieza la
-recoleccion de los otros frutos. Aquí se cosecha la almendra, allá
-la nuez y la avellana, más allá la sandía y el melon de las viñas se
-ven bajar á las playas mujeres en coro que llevan sobre la cabeza
-los cestos circulares cargados de uvas para la pasa. Junto á los
-racimos de ámbar, sobre largos cañizos, los verdinegros higos, todos
-endulzados á los rayos del sol. Ya comienza la vendimia y se oye por
-todas partes el cántico de los que pisan en el lagar y se perciben
-los vapores del mosto. Ya viene el maíz, cuyas largas mazorcas se
-amontonan junto al trigo en los altos graneros. Ya se prensa el
-aceite que sazona la comida y alimenta la lámpara. Esta tierra no
-se cansa jamas de producir. Estos habitantes viven á la contínua
-en faenas del campo. Su atmósfera tibia y su campiña fecunda, les
-ofrecen delicias indecibles en ejercicios moralizadores y sanos.
-¡Campos queridos de la luz, en vuestro seno, y sólo en vuestro seno,
-se celebran verdaderamente las nupcias del espíritu con la Naturaleza!
-
-En la isla de Capri, meridional por excelencia, os dan los pájaros
-un concierto y os perfuman las flores. ¡Cómo deleita oir, al rumor
-de las ondas estrellándose en las cavernas, y pareciendo con su
-tono unísono á solemne acompañamiento de una orquesta invisible, el
-arrullo de la tórtola y de la paloma, el gorjeo de los jilgueros, el
-agudo cántico del mirlo, la oda de la alondra al sol en las alturas,
-y la endecha amorosa del ruiseñor en la enramada! ¡Cómo os animan
-y os alientan las picantísimas emanaciones marinas confundidas con
-el aroma del lentisco que huele á selva; del tomillo, que calma
-los nervios y endulza los aires; de la salvia, que despide como
-inefable incienso; del mirto, cuyas esencias os despiertan ideas
-poéticas, viendo al mismo tiempo los pinos salir casi de las aguas
-con sus copas vibrantes, la zarza-rosa entrelazarse con el áloe, el
-almendro y el limonero resaltar entre los olivos y las hayas y las
-encinas en armoniosos y suavísimos contrastes! Una dama inglesa que
-con nosotros venía, y que llevaba en una mano su cartera de dibujo
-y en otra mano su álbum de botánica, nos iba enseñando las flores
-más preciadas y diciéndoles el nombre más científico: el _thymo_, de
-suave olor; la _passerina hirsuta_, que busca la aridez y el calor;
-la _scilla marítima_, que se mece dulcemente en las moles ruinosas;
-la _cineraria_, con sus florecillas de oro; la _orque piramidal_, y
-otras muchas de tejidos tan multiformes y tan numerosos como no puede
-idearlos jamas el pensamiento.
-
-Las montañas de toda la isla divídense en dos principales cuerpos,
-llamado el uno de Capri y el otro de Ana-Capri. El primer cuerpo
-puede subdividirse, á su vez, en cuatro alturas principalísimas,
-si várias por sus formas, iguales por su grandeza. La más elevada
-es aquella que más se acerca al cabo de Minerva, hácia el Oriente,
-mirando á Sorrento y á Salerno, donde hoy se saluda y se invoca á
-Santa María del Socorro, como en otro tiempo se saludó y se invocó
-á Jove, cuyo templo aparece todavía por doquier en pasmosos restos
-y majestuosas ruinas. La segunda altura es la de San Miguel, cónica
-cual todos los volcanes, ceñida por las piedras de antigua vía
-romana, y coronada por los pintorescos fragmentos de un palacio de
-Augusto. La tercera altura tiene en su cima un castillo, en su medio
-la villa de Capri, á su pié la cala de la marina, por sus costados
-dos vallecillos de incomparable deleite y alegría. El cuarto collado
-es aquel que se alza abruptamente del mar y que domina dos risueños
-valles, cubierto hácia su pié de viñas y olivos, cuyas ramas festonan
-los restos de Tragáres; desolado y estéril en su cima; rico en su
-falda de esas hierbas llamadas entre nosotros hinojo marino y ruda
-silvestre, que dan ardentísimo y embriagador perfume. Un poco más
-léjos del pié de esta montaña, denominada Tuoro-Grande, surgen del
-mar tres inmensos escollos aislados, de un color tan vivo, de una
-forma tan pintoresca, de una ornamentacion tan rica por la multitud
-de dibujos formados en sus caprichosas piedras, que parecen un templo
-acuático misteriosamente cuajado de extraños jeroglíficos. Las
-gaviotas y las águilas se posan por sus alturas; las plantas marinas
-se mecen por sus grietas; las olas se entrechocan por sus bases, y
-vistas á una larga distancia, desde el golfo de Salerno ó el cabo de
-Minerva, esmaltados por un horizonte puro, ceñidos de vapores ligeros
-en la purpurina atmósfera del mediodía ó en la rosada atmósfera de
-la tarde, cuando aquellos cielos despliegan como un íris de matices
-deslumbradores, las tomariais por unas diosas marinas elevándose
-desde sus grutas de cristal á las cimas del Olimpo. Y todas estas
-bellezas, todos estos graciosos rompimientos de los montes, todas
-estas aberturas, entre las cuales juegan las olas con los aires, y
-se descubren los cielos, encuentran su rudo contraste en la calcárea
-y árida montaña de Ana-Capri, la más alta y más estéril, cuya cresta
-toma el nombre de Monte Solaro, cúspide verdadera de la isla.
-
-Por débil que mi paleta sea, por tosco que sea mi pincel, por pálido
-y desmayado el color, ya os podeis imaginar á Capri, altísimo escollo
-en medio del Tirreno, con sus montañas calcáreas y sus valles
-fresquísimos; con sus conos y pirámides en el cielo, y sus grutas
-y cavernas en las aguas; con sus matices violeta y sus matices
-azules de una dulzura incomparable; con sus palomas y sus gaviotas,
-que vuelan juntas en los aires, y el rosal y el hinojo marino, que
-crecen juntos en las piedras; con los templos de sus dioses caidos
-y los palacios de sus césares muertos; con los jardines en gradería
-tapizados de flores y poblados de pájaros, y las graciosas calas en
-anfiteatro, pobladas de barcas y tapizadas de redes; con las iglesias
-de Cristo y de María junto á las aras de Mitra y de Júpiter; bajo
-guirnaldas de pinos y sobre tapices de espuma; entre la bahía de
-Parthénope y la bahía de Salerno; el Vesubio encendido y el golfo
-sereno á su frente, y el mar infinito á su espalda; rodeada de
-cabos y promontorios de un dibujo clásico; soportando ruinas de una
-sublimidad religiosa; en aquel eden, cuyos claros horizontes y cuyos
-cerúleos abismos no tienen, por la magia de la luz, por la armonía de
-los contornos, por la belleza de los contrastes, rival ninguno en el
-mundo.
-
-_Caprea_ llamaron á la isla griegos y romanos. Segun unos, la
-etimología del nombre es latina y proviene de las muchas cabras
-errantes por sus escollos, y segun otros fenicia, é indica la
-existencia en su seno de dos ciudades. Pero el carácter predominante
-de Capri es el carácter griego. No se creeria que nacion tan escasa
-de gente como Grecia dejára generaciones tan numerosas y huellas tan
-profundas en las costas mediterráneas. Cuando en uno de mis viajes
-abordé á Ibiza, quedéme maravillado al ver sus mujeres con trajes
-llenos de reminiscencias dorias. Parecíanse á esas estatuas medio
-egipcias y medio helénicas que tan claramente señalan la fase de
-transicion desde Oriente á Occidente en el desarrollo de la cultura.
-Lo mismo sucede por otras regiones. Sagunto se entregó á las llamas
-en holocausto á los patrios lares y en ódio al enemigo cartagines.
-Ardieron sus casas y sus muros; suicidáronse en heroico sacrificio
-sus habitantes; no quedaron por aquellos espacios ni ruinas; y cuando
-se va entre sus naranjales y sus olivares cortados por alguna palma,
-á la orilla de su mar celeste, ó se trepa por su cercana colina para
-ver los restos del despedazado anfiteatro, á cada paso aparece el
-reflejo de Grecia, no borrado ni por la dominacion romana ni por
-la dominacion agarena. En las costas de Cataluña, al Levante, sin
-necesidad de ser grande observador, nota el viajero la diferencia
-entre los catalanes originarios de las altas montañas, todos celtas
-ó celtíberos, y los catalanes originarios de las rientes playas,
-casi todos griegos. Lo mismo sucede en Capri. La hermosa Grecia
-brilla sobre sus piedras como los dioses sobre las aras. Esta bahía,
-llamada por ellos el Cráter, porque tiene realmente el córte de la
-boca de inmenso volcan, era idónea para herir su genio artístico y
-para obligarlos á larga residencia. Ochocientos años ántes de Cristo,
-ya dominaban por estas playas. Las Dos Sicilias componian aquella
-magna Grecia, en la cual brilló con tanto lustre una parte de la vida
-griega: los viajes marítimos cantados por Homero despues de cantar
-la troyana guerra; los gigantes, cantados por Hesiodo, que en el Etna
-pugnaron audaces con los dioses; el idilio inmortal de Polifemo y
-Galatea; la escuela filosófica, que tan poderosamente influyera en
-los progresos de la cultura helénica; la aromosa poesía de Teócrito.
-Hoy mismo, las palabras usadas en Capri tienen muchas raíces griegas;
-el tocado de sus hermosas hijas, bajo el cual brillan profundos
-ojos velados por larguísimas pestañas, tiene el córte griego; y en
-los robustos isleños, marinos y montañeses á un mismo tiempo, se
-descubren aquellos atletas célebres en los juegos de Grecia. Á donde
-quiera que vuelvo los ojos se me aparece la imágen querida de la
-bellísima nacion. Toco el golfo de Posidonia, habito la bahía de
-Parthénope, descubro al Oriente la isla de Circe, y al Occidente la
-gruta de Cúmas; en mis paseos voy hasta Ana-Capri, cuya posicion se
-designa todavía por una partícula griega; entre los vapores lejanos,
-dorados por el éter, resalta Poesthum, con sus templos dorios
-consagrados á Neptuno; y en cada movimiento de las olas se ve tambien
-moverse, y en cada soplo de las brisas se oye suspirar la sirena que
-llenára de escollos y de encantos con su magia todos los mares de
-Grecia.
-
-Esa ciudad de Nápoles, que está enfrente, se ha llamado siempre
-Sirena. Esta misma Capri es una sirena que seduce con su gracia y
-con sus cánticos. Sirenas se llaman las islas esparcidas por estos
-mares desde el cabo Minerva hasta la ensenada de Amalfi. ¡Y quién
-pudiera dudarlo mirando este cielo resplandeciente; este mar, de un
-azul indescriptible realzado por la áurea luz; estas cordilleras, en
-las cuales se mezcla el fuego con la nieve; estas montañas, entre
-doradas y purpúreas; estos jardines, que bajan en graderías desde
-las sierras á las playas, todos estos encantos capaces de esparcir
-y comunicar universal alegría! Cuando se ven esas islas, ora desde
-el camino de Salerno, ora desde el cabo de Minerva, surgir en formas
-tan graciosas sobre la superficie del agua tan celeste, no podeis
-dudar de que atrajeran y encantáran con el eco de sus olas repetido
-por las sonoras cavernas á los navegantes, adormeciéndolos y como
-petrificándolos con las seducciones y con los hechizos de estos
-voluptuosos parajes.
-
-Así, todo evoca en la isla, todo cuanto veis, la remota antigüedad
-griega. El aire que respirais es aquel céfiro blando con que Minerva
-henchia las velas enviadas en busca del errante Ulíses. Las piedras
-que tocais son restos de las aras por donde corria la sangre de los
-toros negros en holocausto al númen del blanco Neptuno. Por estas
-riberas se tendió mil veces la hospitalaria piel sobre la cual
-asentaban los griegos á sus huéspedes despues de la comida para
-mostrarles los horizontes y los mares. Islas así serian las islas
-descritas en la Odisea homérica. Me parece que veo á Nestor coronando
-con hojas de oro recien forjadas la frente de la crasa ternerilla y
-ofreciéndola en sacrificio á los dioses despues de haberla empolvado
-con la harina sagrada. Un escollo así deberia ser aquella Ortygia
-donde la Aurora lloró con lágrimas de luz á su amante Orion, muerto á
-los invisibles dardos de Diana. Entre estas aguas sacaria la blonda
-cabeza Leucothea, ofreciendo al inmortal náufrago homérico el puerto
-de sus brazos. Estas columnas rotas evocan el recuerdo del palacio de
-Alcinoo, desde cuyos pórticos se veian las flotas griegas, y entre
-cuyas columnas resonaba el rumor del pueblo en asamblea mezclado
-con el rumor de la ola en movimiento, y el cántico de Demodoco
-celebrando la guerra de Troya, mezclado con el cántico de la brisa
-trayendo el aliento de las neréidas. Ahí está, ahí, á mi frente, la
-isla de la hechicera Circe, tan hermosa de rostro como de voz, hija
-de los amores del Sol con oceánica ninfa. En el fondo de deleitoso
-valle se alzaba su palacio, fabricado todo él de piedras preciosas,
-y guardado por los lobos y leones, mansos como perros cuando no los
-azuzaba la maga. De sus ventanas salia aquella voz sin ejemplo, la
-cual derramaba por las venas con sus cantares un calor sin igual.
-Allí entraron los compañeros de Ulíses, torpes é indiscretos, y
-fueron trasformados en cerdos, miéntras el astuto hijo de Itaca,
-provisto de la planta dada por Mercurio, cuyas raíces eran negras
-como el carbon, y cuyas flores albas como la nieve, convirtió á la
-reina hechicera en su concubina y su esclava. Por aquí se oia la
-endecha seductora de las sirenas. Su voz hacía resplandecer los
-cielos, serenarse los mares, henchirse de voluptuosos aromas los
-aires, resonar con música incomunicable los escollos y las riberas.
-Los navegantes se dejaban arrastrar por tanta calma, por tanto
-deleite, por los acordes que salian de las ondas, por los coros que
-acompañaban estos acordes, por los ojos seductores que brillaban
-como estelas, por el blanco voluptuoso cuerpo que se dibujaba en el
-cristal de las aguas, y desaparecian para siempre en el fondo, sin
-que jamas devolvieran las sirenas su presa. Así Ulíses tapó con cera
-los oidos de sus tripulantes, y se hizo atar él mismo con fuertes
-cuerdas á la altísima entena para conjurar la seduccion de las
-seductoras voces. Pero más léjos, y en este mismo mar, se alzaban
-frente á frente los dos montes llamados Scila y Caríbdis. Las olas de
-Anfitrite se estrellan á sus piés con horribles mugidos, y las aves
-del cielo, las mismas palomas que llevan la ambrosía á Júpiter, no
-se arriesgan jamas á pasar sobre sus cimas. Los dioses las llaman en
-su lenguaje incomunicable á los hombres, las rocas errantes. Si algun
-navío se acerca, se rompe en mil pedazos, y tablas y tripulacion
-desaparecen súbitamente entre las ondas henchidas de huracanes y las
-tempestades henchidas de rayos. Solamente los Argonáutas pasaron por
-allí directamente amparados del poder de Júpiter. Scila es tan alto
-que ninguna humana vista ha alcanzado su cresta cubierta de negras
-nubes y ninguna flecha de arquero ha llegado hasta la gruta que mira
-hácia el Erebo; y Caríbdis alimenta una higuera selvática, bajo cuyas
-hojas se guarece el genio de aquel paraje, que se sorbe las olas y
-las naves. Estos escollos, estas cimas, estos abismos, estos cabos y
-estos promontorios se hallan ilustrados por el inmortal poema de la
-navegacion, la Odisea, que sucedió á la Iliada, al inmortal poema de
-la guerra.
-
-Cuando contemplo las formas arquitectónicas de Capri, realzadas con
-los toques maravillosos de alba luz, fínjome aquel archipiélago
-griego, compuesto por legiones de islas, antiguas cunas de diosas
-y poetas, extendidas entre dos continentes como para servir de
-templo á las nupcias del genio de Europa con la tierra de Asia, y
-adivino las nieves perpétuas de Thesalia, los valles floridos de
-Lidia, las montañas abrasadas por tempestades eternas, las colinas
-sonrientes de amor y de gracia, descubriendo todos aquellos parajes
-henchidos con la imágen de Homero. Y oigo el susurro del arroyo,
-en cuyos bordes naciera, á la sombra de copudo plátano, entre las
-endechas de un coro de ruiseñores y los himnos de una procesion
-griega, sobre el sitio mismo en que espirára Orfeo; y miro con los
-ojos del alma al viejo divino, pobre como la poesía, ciego como el
-amor, desconocido de su patria como el genio, alargando la trémula
-mano á recoger una limosna en pago del cántico bellísimo dotado
-de la inmortalidad; y me apeno al recuerdo de aquel pueblo cimeo
-que negó sus hogares á quien debia darle gloria; y renuevo las
-peregrinaciones de region en region, de gente en gente, de isla en
-isla, por donde deja una huella de luz en el suelo, una armonía
-inextinguible en los aires, una idea religiosa en las conciencias,
-una sonora cuerda de artística inspiracion en los corazones; y le
-sigo con el pensamiento, como con el recuerdo, por Phocea, Cliso,
-Samol, escuchando repetir al niño que va á la escuela, y á la jóven
-que vuelve de la fuente, sus magistrales hexámetros; y me lo figuro
-circuido de sus hijas, en el ocaso de la vida, próximo á concluir sus
-últimos cánticos, y obligando á cuantos tienen ojos y ven, á que le
-digan cómo resplandece el sol poniente en la cima del Olimpo; cómo
-se dibujan los cabos de la Jonia; cómo se doran las múltiples islas
-del archipiélago; cómo extienden sus alas sedosas las palomas y sus
-velas de lino las naves; cómo se hermosea todo, porque él ya oye como
-todo canta; y asisto á su muerte en las sonoras playas pobladas por
-su genio de dioses, á su transfiguracion en la mente de Grecia, á su
-apoteósis en la religion de la Humanidad.
-
-Y la brisa que sopla en mis oidos, y la ola que muere á mis piés,
-y la gaviota que vuela sobre mi cabeza, y el mar que me rodea por
-todas partes, recuérdanme cómo Homero, despues de haber escrito en
-la Iliada el poema de la guerra, escribió en la Odisea el poema de
-la navegacion. Todas esas imágenes preciosas, la enamorada Calipso,
-ha hechicera Circe, la seductora Sirena, la modesta Nausicaa, la
-próvida Leucothea, son personificaciones de los escollos, de las
-sirtes, de las colinas, de las alternativas de alegría y angustia
-en la vida marítima, de los trabajos y de los placeres indecibles
-en las navegaciones larguísimas. Homero, despues de haber cantado
-los orígenes de su patria en la guerra, quiso tambien cantar
-los progresos de su patria en el trabajo y, sobre todo, en la
-navegacion, que debia darle tan preciosas colonias y extender por
-el mar Mediterráneo reflejos y reverberaciones de Grecia. La buena
-Penélope, rodeada de seductores y constante á su marido, retrata la
-mujer del marino que yo he visto tantas veces en nuestras costas
-valencianas, fidelísima á la memoria del ausente, encerrada en
-el hogar como en una tumba, ajena á todas las alegrías y á todas
-las fiestas; casi siempre de rodillas ante la Vírgen, estrella de
-los mares, pidiéndole su amparo; con el pensamiento puesto en el
-abismo insondable y la esperanza en el Dios misericordioso; los
-labios llenos de promesas y las promesas de ex-votos; casada, y en
-las tristezas, y en los duelos, y en la soledad de las viudas. Así
-como Homero, el poeta del Oriente europeo, escribe la epopeya de la
-navegacion mediterránea, Camoens, el poeta del Occidente europeo,
-escribe la epopeya de la navegacion oceánica. Todas las expediciones
-anteriores á la navegacion, cantadas por nuestro poeta peninsular,
-ó son navegaciones guerreras como las normandas, ó son navegaciones
-semi-mitológicas como las de Marco Polo. El marino veneciano me
-parece, respecto á Vasco de Gama, como Jason y los Argonáutas
-respecto á Ulíses y sus compañeros de empresas. En el poema de
-Camoens han crecido la tierra y el hombre, sin que hayan menguado la
-poesía y el arte. El mar es mayor que en los poemas homéricos; pero
-tambien es mayor la fuerza que lo sujeta. El poeta será inmortal
-como Homero, porque representará tanto el espíritu de su pueblo
-como el genio de su siglo, y como Homero desgraciado, porque no se
-puede llevar una corona tan gloriosa sin que toda ella esté ceñida
-de penetrantes y agudísimas espinas. Todos los redentores sudan
-sangre. La Odisea y las Lusiadas aguardan el tercer poema que ha de
-completar cielo tan maravilloso: el poema que cante la penetracion
-de nuestra mirada y de nuestro telescopio en los abismos infinitos
-del cielo, como la penetracion de nuestras sondas en los abismos
-infinitos del Océano; el vapor de las nubes, vago como las nieblas,
-ligero como el rocío, indeciso como los ensueños, recogiéndose en
-las grandes máquinas y superando las corrientes como las mareas, y
-las olas como los vientos; Hércules, que ha ido á la tierra de las
-Pirámides, y con la fuerza del genio y del trabajo ha roto los istmos
-y ha confundido los mares; el Prometeo, que ha lanzado entre el nuevo
-y el viejo continente, entre Europa y América, el misterioso lazo de
-alambre por el cual corre el rayo de los dioses, ya en manos de los
-hombres, llevando de uno á otro mundo la palabra con la rapidez del
-pensamiento; todo este esplendentísimo semillero de nuevas tierras y
-nuevos cielos en arte y en poesía.
-
-Íbamos en mañana deleitosa de Junio, por mar dormido como sereno
-lago, á la sombra de las grandes dunas, desde la marina de Capri á
-la gruta azul, celeste laguillo de una claridad y de una trasparencia
-indecibles, formado por las aguas del mar dentro de una cueva
-calcárea, accesible sólo en barca y por una estrechísima abertura.
-La memoria de semejante maravilla se habia perdido para siempre. La
-tradicion contaba que griegos y romanos conocieron una gruta, donde
-cabian muchas personas, formada toda por inmenso trozo de nácar, y en
-cuyo seno se refugiáran, estando allí como dormidas y en sopor, las
-ninfas y neréidas, despues que las ahuyentó el hisopo cristiano con
-sus gotas de agua bendita al exorcizar los mares. Todo un prelado,
-escribiendo á otro prelado, aseguraba haber sido ésta la caverna
-donde el infeliz pescador Glauco se asiló despues de su trasformacion
-en pez, y donde conmovió á los dioses en tan alto grado con sus
-lloros y con sus súplicas y sus elegías, que les obligó á volverle
-súbitamente la forma humana, dejando por esta transfiguracion en
-el cristal de esas aguas sus azuladas escamas. Algunos suponen que
-un historiador de principios del siglo decimoséptimo trae indicios
-de la isla. Goethe hubiera deseado verla, porque el gran pagano,
-el sacerdote último de la antigüedad clásica, adoraba todo cuanto
-podia recordarle el paganismo. Novalis imagina cierto arte místico
-y naturalista á un tiempo, el cual se inspiraba en una canora
-sirena, cuya habitacion era esta gruta de cristal, donde se encerraba
-como la abeja en el cáliz de la flor. Un jóven que la escuchára,
-repetia sus cánticos impregnados de idealista pantheismo al par que
-de sensuales placeres. Y cuantos poetas oian aquel eco amortiguado
-deseaban escuchar la cancion poética en su orígen, beber en la fuente
-de esa poesía, é iban por la noche desolados en pos de la gruta, que
-despedia misteriosos sonidos sin revelarse nunca á los anhelantes
-ojos de tantos privilegiados mortales. Todos sabian que era una flor
-azul misteriosa; pero ninguno acertaba á encontrarla. Y anegábanse
-y morian, como nos anegamos y nos morimos en la vida, viendo la
-perfeccion, la ventura, la idealidad en los léjos del horizonte y sin
-poder jamas abrazarlas, anegábanse oyendo el cántico que salia del
-seno de la roca y sin alcanzar á ver la hermosísima ninfa.
-
-Las historias y tradiciones locales eran todavía más terribles.
-Contaban que la caverna se henchia de espíritus malignos, que en el
-seno de sus aguas nadaban monstruos marinos, que almas en pena se
-disolvian por el fósforo de sus estelas, que fantasmas diabólicos
-erraban sobre sus bóvedas, que horribles brujas tenian allí sus
-sábados en contubernio con los demonios, que cuantos mortales
-entraban perdian la vida, chupada por los vestiglos, y perdian el
-alma, lanzada á los infiernos. Los sacerdotes disuadian á las gentes
-de pasar por aquel lugar maldecido de Dios y tan terrible como los
-antiguos escollos de Scila y de Caríbdis. Se necesitaba entónces
-mucho valor y poca aprension para hacer lo que hicieron sus cuatro
-descubridores; para acercarse á la embocadura de aquel extraño
-averno. Y un posadero con un marino de Capri, y un pintor con un
-poeta de Alemania, se arriesgaron á la empresa y dieron prontamente
-con la magia. El pintor entró á nado. Cuando estuvo dentro, cuando se
-posesionó de aquel mundo sobrenatural, no sabía qué decir de alegría
-y de admiracion Parecíale haber descubierto otra nueva tierra, y en
-esta tierra nuevo mar, de un color y de un reflejo indecibles. Salia
-para cerciorarse de que todo el Mediterráneo de fuera no cambiaba de
-color, y volvia á entrar dando gritos de asombro. Aún se conserva en
-cierto albergue de Capri la relacion primera de este feliz hallazgo.
-Escrita por el poeta Kopisch, á ruegos del pintor Fries y del
-posadero Pagano y del marino Angelo, todos descubridores, encarece
-las supersticiones que cerraban el ingreso, la audacia necesaria para
-desafiarlas, la condicion precisa de un mar sereno, la posibilidad
-probable de una entrada en barquilla, el peligro que se corre de no
-poder salir á la menor alteracion de las ondas, lo estrecho de la
-entrada, lo encantador del sitio, el inverosímil juego de la luz,
-el matiz cerúleo de la superficie, el fosfórico resplandor de los
-líquidos abismos, el reflejo sobre las paredes y las techumbres,
-el tibio dia de aquella mansion de hadas donde diríase que están
-forjando por mandato de los dioses antiguos, para oponerlo al mundo
-moderno, una tierra pagana y tiñendo para deslumbrar nuestros ojos
-cristianos unos cielos olímpicos.
-
-En esto, nos acercábamos á más andar á la caverna. Las sombras de
-la duna caian espesamente sobre nosotros y prestaban al mar un azul
-profundo que tiraba á violeta. Hácia el costado donde se abria la
-gruta, en la peña, el sol daba de lleno. Desde léjos nos parecia
-imposible poder penetrar en aquel sitio. Y verdaderamente, sólo una
-barca estrechísima, en cuyo seno teniais que tenderos y acurrucaros,
-pasaba como un pez entre los bordes angostos de la roca. Pero en
-cuanto ya habiais pasado, ¡qué singular maravilla! Bogais sobre
-un lago de turquesas líquidas; abrís en la superficie un surco de
-ópalo; veis en el hondo abismo una claridad semejante á la claridad
-de la luna llena; respirais un aire fresco cargado de emanaciones
-marinas; descubrís paredes y bóvedas blancas como el alabastro y
-azuladas por reflejos celestes como los cambiantes producidos por
-las diamantinas estrías; notais que todos los objetos fuera del agua
-están negros como el azabache pulido, y todos los cuerpos dentro
-del agua argentados como las matutinas estrellas; vuestra propia
-barca y vosotros mismos como formados de espesas sombras, y los
-marinerillos que se arrojan al agua y que os siguen de cerca, como si
-tuvieran los cuerpos enteros de cristal de roca, miéntras las cabezas
-se ennegrecen y se asemejan á cabezas de oscuro bronce antiguo; y
-os creeis en realidad trasladados desde esta tierra nuestra á las
-grutas, donde las ondinas y las neréidas y las sirenas pintan las
-conchas, componen las fosfóricas estelas, guardan las perlas, amasan
-el nácar; engarzan los corales y producen todas las maravillas del
-mar.
-
-Naturalmente, para ver el fenómeno se necesita que el dia esté
-límpido, el agua serena, el sol ántes del meridiano, pues la clara
-luz, recogida á la puerta por las aguas, penetra con una dulzura
-celeste en esta mansion de encantos indecibles. Mas el silencio que
-allí reina; el alejamiento del mundo; la nitidez de las aguas; el
-hechizo de la luz; las gotas destiladas por los remos que brillan;
-la superficie tersa como un metal precioso en extraña infusion; los
-abismos trasparentes cual un cielo clarísimo; la reverberacion azul
-en las bóvedas blancas; el color oscuro de las barcas mezclado con
-el color alabastrino de los nadadores; las centellas y las estelas
-parecidas al chispear de los astros; las perlas y los diamantes
-líquidos que cada movimiento derrama sobre las ligeras ondulaciones;
-aquel dia tibio como un crepúsculo jamas visto; aquella noche que
-se condensa y se espesa por várias aperturas; aquella magia alejada
-completamente de la realidad; cuanto os rodea, presta al sitio el
-aspecto de una especie de planeta que se está formando y surgiendo
-como isla de nácar iluminada en otras esferas desemejantes de las
-nuestras por mágico sol, cuyos rayos tibios y dulces como los rayos
-de la luna, tuvieran sobre éstos un más celeste y más hermoso
-resplandor.
-
-Al salir, mi mente inquieta se trasportaba á bien lejanos tiempos.
-¿Será éste el sitio donde se mojó el Amor cantado en su oda tercera
-por Anacreonte? El rapaz quiso ver si la humedad habia aflojado su
-arco, y probó, y pudo cerciorarse, hiriendo al mismo huésped que le
-albergára, cuán léjos despedia la aguda flecha, y cuán certero daba
-el mortal golpe. Lo cierto es que en el rumor de la salada onda, en
-el choque de los ligeros remos con las aguas, en el aleteo de las
-frescas brisas, en el arrullo de la paloma mezclado con la vibracion
-de las henchidas lonas, en el chirrido de la cigarra acompañado
-del grito de la gaviota, en todo cuanto se oia, resonaba, como si
-hasta los escollos y los promontorios fuesen misteriosas arpas, el
-cántico inmortal de la antigua Grecia. Podia repetirse aquí el coro
-consagrado á Edipo, ciego en los valles de Colonna. Esta es la más
-deliciosa region del mundo; los ruiseñores invisibles cantan en coro
-desde árboles cuyos frutos nada tienen que temer ni del sol ni del
-frio; los dioses de la naturaleza pasan por sus campiñas cargados
-unas veces de espigas y otras de racimos, y pasan por sus ondas,
-siempre cargadas de perlas, seguidos los unos de ninfas, cuyas
-frentes coronan la verbena y la hiedra, los otros de neréidas, cuyas
-frentes coronan las algas y los corales; el rocío hace florecer los
-narcisos de pintadas guirnaldas y el azafran de áureas y purpurísimas
-hebras; el laurel crece junto al olivo y los hombres aprenden lo
-mismo el arte de fecundar la tierra, que el arte de someter los
-mares. Eurípides puede repetir aquí el canto de sus cíclopes;
-Teócrito sus idilios impregnados de rosada miel. La muchacha que pasa
-descalza por los altos riscos seguida de su cabra, y lanzándonos
-con gracioso ademan algunas palabras de griega melodía, es acaso
-la amorosa Amarílis que se inclinaba á la entrada de las cavernas
-para oir el cántico de los pastores, y que huia diligente á su amor
-y á sus caricias. El pescador de la playa es el mismo pescador
-antiguo; en su cabaña de juncos y hojas secas; sobre su lecho de
-algas; rodeado de espuertas, y filetes, y cebos varios, y anzuelos;
-con una barca llena de redes á su frente y un monton de maromas y
-corchos á su espalda; el traje azul como la ola amorosa, y el gorro
-colorado como el sol poniente; sin llave que le guarde ni perro que
-le defienda; soñando hasta en las breves noches del estío con su
-copo cargado de lucientes peces. Y cuando habiamos apartado los ojos
-de la playa y los habiamos puesto en los umbrosos valles, y veiamos
-á los muchachuelos trepar por los árboles, ó gatear por los riscos
-en busca de un nido, involuntariamente nos acordábamos de aquel
-pajarero cantado por Bion y Mosco, el cual untó de liga las ramas de
-los árboles para cazar el Amor, y un anciano le dijo: «Chiquillo, no
-aceches á tal edad ese bicho, que cuando seas mayor verás cómo viene
-por sí mismo á posarse largo tiempo sobre tu atormentado corazon.» Y
-tanta poesía sólo tiene una sombra, sólo tiene una mancha; la sombra
-del despotismo, la mancha del recuerdo de Tiberio. ¡Bendita libertad!
-¡Maldito cesarismo!
-
-
-
-
-SAN MARCOS DE VENECIA.
-
-
-No conozco en el mundo salones comparables á la plaza y á la placeta
-de San Márcos. Cuando os colocais al pié de la torre que sirve como
-de campanario á la Basílica, y que de la Basílica se encuentra
-aislada á guisa de monolito asiático, el marmóreo blanco palacio
-de Sansovino se ostenta á la derecha con sus bajos relieves y sus
-estatuas del Renacimiento; la casa de las Procuratías á la izquierda,
-con sus arcos y sus bóvedas que exhalan de todos sus contornos ideas
-de la Edad Media; el Alcázar ducal á vuestra frente levantado sobre
-una crestería gótica, tan ligera como las diademas que coronan
-nuestras catedrales; junto al gótico alcázar el oriental templo; y
-entre las dos inmensas columnas graníticas rematadas por el leon de
-San Márcos y por la efigie de San Jorge, el Gran Canal se dilata como
-un brazo de mar azul, á cuyo término opuesto brilla, irguiéndose
-en admirable isla, una maravillosa iglesia de Paladio, toda blanca
-y rosa, toda recortada con una gracia inimitable, y concluida por
-torres y estatuas, cuyas puras líneas resaltan en el éter de los
-cielos y se dibujan claramente en el cristal de las aguas.
-
-Bajo aquellos horizontes purísimos, al borde de aquellos mares
-celestes, entre tantas maravillas artísticas, sobre el pavimento de
-mármol, á la sombra del agudo campanario, apoyada la frente en la
-tribuna cincelada como una joya griega, ante los edificios de más
-colores y de más armonías y de más contrastes que hay en Europa,
-dejais correr el tiempo y vagar el pensamiento sin poder desasiros
-de un éxtasis contínuo. Los mercaderes de frutas confitadas gritan;
-los barítonos y tenores y músicos ambulantes alzan sus voces y suenan
-sus instrumentos varios; las palomas que anidan por todos aquellos
-relieves descienden á comer en las mesas de los cafés ó en vuestras
-propias manos los granos de trigo y las migajas de bizcocho y de pan
-que les apercibe la benevolencia del público. La paloma aparece á
-los piés de esta ciudad de nácar, nacida entre las ondas, como á los
-piés de la diosa mitológica del amor, entre las ondas tambien nacida,
-cual su compañera y su símbolo. De apartados siglos proviene este
-amor que el veneciano tiene al más inocente de los animales, al que
-comparte con el cordero y la tórtola y la golondrina toda nuestra
-ternura, bien escasa en verdad para los seres inferiores perseguidos
-siempre por nuestra devastadora hambre y nuestro asolador egoismo en
-las competencias y en los combates de la vida. Cierto dia, Venecia,
-la protectora unas veces, la enemiga otras del Oriente, sitiaba esa
-isla de Creta, que para la Geología une submarinamente Grecia con
-Egipto, y para la Historia une en el tiempo las ideas orientales con
-las ideas occidentales; isla cuya posesion ha costado y ha de costar
-todavía mucha sangre, cuando los cautivos mandaron desde sus oscuras
-mazmorras á los campamentos venecianos esos mensajeros alados que
-dijeron el sitio por donde encontrarian los sitiadores más fácil
-brecha, y de consiguiente más segura victoria. Desde entónces la gran
-ciudad no ha olvidado á los pobres animalillos, y los anida en sus
-más bellos edificios, y los regala con sus caricias, y los alimenta
-de su público tesoro. Son de ver, cuando bajan de aquellos nidos de
-jaspe, de mármol, de mosaico, cual si en tantos colores hubieran
-matizado sus alas de tornasolados cambiantes, corriendo á vuestra
-mano sin ninguna inquietud y arrullando vuestro oido con su unísono
-cántico; los ojos serenos, las plumas erizadas, movidas las alas, en
-demanda del grano de trigo que la ciudad guarda para estos extraños
-hospicianos, acogidos por su caridad y conservados en su pública
-beneficencia. Entre cresterías, botareles, pirámides, frisos,
-volutas, ojivas, arcos, todos inertes, esos alados seres juguetean
-como la imágen del movimiento y de la vida, mezclando la sombra de
-sus alas oscuras en los cielos con las sombras de las claras velas y
-de los gallardetes y banderolas que ondean sobre las naves del mar.
-Yo confieso que desde el sitio de París, se ha acrecentado mi antiguo
-cariño por esos inocentes animales. En aquella catástrofe sin igual,
-cuando rigoroso sitio habia aislado un millon de seres humanos del
-resto de la humanidad; bajo los horrores del bombardeo; entre las
-calamidades llovidas por el ódio universal y por la guerra; sobre los
-montones de cadáveres en cuyas cimas aleteaban los cuervos dándose á
-sus siniestros festines y á sus más siniestros graznidos de hartazgo;
-entre tantas sombras de muerte, entre tantas ruinas humeantes, entre
-tantas cóleras y venganzas, atravesaba el único sér que se movia á
-compasion y que amaba con ternura, la pobre paloma, hija del aire y
-de la luz, viajera incansable, verdadera hermana de la caridad en la
-naturaleza, sencilla portadora de noticias, de esperanzas, de avisos,
-que unian á los mártires con el resto de su raza y les daban nuevas,
-más ó ménos tristes, pero nuevas al cabo, necesarias para el alma, de
-los contínuos naufragios de la patria.
-
-La primera vez que fuimos á Venecia, llevábamos la idea de visitar
-ántes el palacio ducal que la basílica católica. Pero las inocentes
-avecillas nos distrajeron tanto de este propósito, que nos llevaron
-al atrio, y desde el atrio era imposible resistir á la tentacion del
-ingreso. ¡Qué maravilloso monumento! No se parece en nada á ningun
-otro de la tierra: es original como esta ciudad, es autóctono como
-esta civilizacion; no entra en las clasificaciones del arte, como la
-historia veneciana no participa de las fases generales de la historia
-europea. Aquí no hay teocracia, aquí no hay feudalismo, aquí no hay
-monarquías con el encargo de fundar y unificar la patria; esto es un
-buque anclado entre las lagunas y el Adriático, lleno de banderolas,
-gallardetes, preseas, cintas y flores, donde unos marinos riquísimos,
-si quereis unos piratas sin rival, se dan á todas las exaltaciones de
-su mente, y despues de haber viajado ó combatido, tras una borrasca
-ó un encuentro, tras una guerra ó una tormenta, acarician con
-voluptuosidad el placer de vivir que se dilata en el choque de las
-copas y de los labios, en el sonido de los acordes y de los besos,
-en los goces del arte y del amor, entre aquellas mujeres bajo cuyas
-cabelleras rubias, dignas de las eslavas, centellean los ojos negros
-de las griegas, y bajo cuya piel de jazmin y rosa, digna de las
-flamencas, circula sangre de fuego y laten corazones africanos. Este
-edificio no es un edificio oriental, aunque por muchos aspectos lo
-parezca. Este edificio no es un edificio bizantino. Si lo creeriais
-al ver sus cúpulas, no lo creeriais al ver su disposicion interior.
-Este edificio no es un edificio romano; le falta la forma de aquellas
-audiencias convertidas por los primeros cristianos en templos. Este
-edificio no es un edificio gótico. La ojiva no aparece por ninguna
-parte, y los arcos triangulares no dan al interior el misterio y el
-recogimiento propios de nuestras catedrales de la Edad Media. Este
-edificio no es un edificio del Renacimiento, pues carece de aquella
-serenidad de líneas, y de aquella grandeza de conjunto, y de aquella
-armonía de proporciones que resplandecerán siempre en la iglesia
-de San Pedro y en el Escorial de nuestra España. Es un edificio
-original, extraño; en una palabra, veneciano. Las columnas, traidas
-de regiones diversas, se aglomeran y se sobreponen de tal suerte que
-os creeriais en nuestra mezquita de Córdoba; si no por los alicatados
-y las estalactitas, por los espejismos que brillan en las paredes os
-imaginariais en nuestra Alhambra de Granada; las tintas policromas
-extienden por doquier sus matices, á la manera que en los templos
-egipcios; sobre los arcos piafan los caballos cincelados en Grecia,
-como sobre los antiguos arcos romanos; entre los frisos se agarran
-las hojas rizadas del cardo y del acanto, cual en los adornos de
-Búrgos ó Leon; los santos rezan y leen sobre las repisas góticas y
-bajo los doseletes cincelados, repitiendo en parte las fachadas de
-Reims, de Estrasburgo y de Colonia; los animales fantásticos abren
-sus fauces y baten sus alas por igual manera que en las grecas del
-plateresco toledano y en los repujados de los joyeros florentinos; y
-á todas estas maravillas tan várias y tan diversas se une el cristal,
-la plata, el oro, los reflejos metálicos, los toques luminosos, los
-arreboles indecibles de los mosaicos, propios de esta privilegiada
-region, de los espléndidos mosaicos de Venecia.
-
-Este extraño exterior es un poema por sí solo; un poema originalísimo
-y único en el mundo. Cinco arcos, en los cuales se abren cinco
-puertas, dan paso al interior. Por la parte exterior de estos
-semicírculos se extienden grecas de gran riqueza escultural, y por
-la parte interna mosaicos de deslumbrador aspecto. Á cada uno de
-los puntos donde los arcos comienzan, lucen airosos doseles góticos
-ocupados por estatuas de pesadez bizantina. Entre las figuras casi
-vivientes, segun lo animadas por la luz y el color que de los cuadros
-se destacan, resaltan bajos relieves antiguos asociando las imágenes
-de Hércules y de Céres á la apoteósis del Cristianismo. Otros arcos
-de forma extraña, tirando al gótico, se sobreponen á los arcos de
-entrada, todos pintados de azul, en cuyos reflejos nadan estrellas
-de oro y concluidos por originales ornamentos como extraños animales
-y erguidas estatuas. La cuadriga que Neron erigió en su propio
-loor, compuesta de aquellos caballos destinados á inmortalizar los
-que arrastraron su carroza por los juegos olímpicos y le dieron
-coronas superiores á su diadema de César, guardan la entrada del
-templo. Y en el cielo azul, extrañamente adornadas, remedando las
-rotondas bizantinas y hasta los cimborrios moscovitas, dibújanse
-aquellas cúpulas algo monstruosas é hinchadas que parecen elevarse
-por las costas del Adriático á la manera que una anticipada vision
-fantástica del genio extraño de Asia. No es posible decir el efecto
-pintoresco que producen todos aquellos dispares objetos; los santos
-bizantinos y los caballos helénicos; los ángeles que abren sus alas
-en el éter y los dioses que reposan en la armonía de sus líneas y la
-majestad de sus relieves; el pálido color de las cúpulas, semejantes
-á lunas cenicientas, y los resplandores mágicos de los mosaicos
-multicolores; las toscas figuras de pórfido traidas de Bizancio é
-incrustadas en uno de los extremos, y las airosas figuras de mármol
-cinceladas por el Renacimiento y lanzándose á lo infinito por otros
-extremos; el arco romano junto el doselete gótico; la pirámide
-egipcia confundida con la cinceladura plateresca; las volutas jonias
-y las hojas corintias mezcladas con los adornos moscovitas; toda
-aquella confusion que severo análisis apénas puede comprender,
-distinguir, separar, y que, sin embargo, se pierde en una síntesis de
-maravillosas é indescriptibles armonías.
-
-Los maestros y los historiadores de la Arquitectura os previenen
-de consuno contra la admiracion que pudiera causaros el monumento.
-«Mirad, os dicen unos, las reglas de proporcion destruidas, las
-leyes de la simetría olvidadas, la misma estática caida en bárbaro
-menosprecio, columnas gruesas sobrepuestas á frágiles columnas,
-frisos empotrados en la pared y chapiteles desceñidos de su fusta,
-como si en vez de una iglesia expresiva del pensamiento religioso,
-fuera este edificio una galería fantástica de objetos abandonados sin
-plan prévio y sin fin alguno.» «Mirad, os dicen otros; San Márcos
-no admite clasificacion, no tiene sistema. Colocarla entre los
-edificios bizantinos equivale á desconocer los caractéres capitales
-distintivos de los diversos géneros de arquitectura. El rito latino
-y sus exigencias se compaginaban mal con las exigencias del rito
-griego. Como era opuesta la liturgia, era tambien opuesta la
-arquitectura. Si las columnas de San Márcos se interrumpen por moles
-cuadradas de ladrillo, no significa esta interrupcion la necesidad
-de parajes sagrados que al culto se consagren, sino la necesidad de
-fuertes apoyos que mantegan la inmensa pesadumbre de las cúpulas. Si
-éstas tienen carácter bizantino y remedan la antigua iglesia matriz
-de Constantinopla, hay que notar cómo su cubierta externa excede á
-su interna composicion, á su íntima estructura. Puede, á la verdad,
-esta construccion compararse á la peluca que oculta una cabeza,
-al cabello postizo que aumenta el grandor ó la abundancia de un
-peinado. Semejante arquitectura se llama bizantina sin que provenga
-de Bizancio, como otra arquitectura posterior se llama gótica sin que
-provenga de los godos. Así como la ojiva es oriental y no gótica, San
-Márcos es románico y no bizantino. La misma cúpula, si en lo externo
-se parece á Santa Sofía de Constantinopla, en lo interno se parece
-á las cúpulas romanas copiadas por Gala Placidia en Rávena, como un
-lejano reflejo del Panteon nunca perdido en la admiracion de los
-italianos hasta el dia creador en que Miguel Ángel lo coge en las
-potentes alas de su genio y lo eleva á las inaccesibles alturas para
-coronar y rematar la Basílica de San Pedro.» Así es que, al cabo de
-algunas reflexiones, querrán moveros por este minucioso análisis
-de los defectos, por estas sorpresas de los contrastes, no á un
-movimiento de admiracion, sino á un movimiento de burla y hasta á un
-estallido de risa.
-
-Yo seré profano á las artes, pero no me canso de admirar esta
-iglesia. Su riqueza excesiva nada tiene que ver con la excesiva
-hinchazon de las decadencias. Circula por todos sus poros esa
-savia que dan á los monumentos las ideas vivas y las inspiraciones
-encendidas en la verdadera luz del espíritu. Lo dispar de los objetos
-allí amontonados no daña á la unidad del todo, que se alza sobre
-tantas contradicciones. Tiene algo del poema de la Edad Media; el
-exceso es natural como los excesos de la juventud, no afectado
-y contrahecho como los excesos de la vejez y de la decadencia.
-Si prescindís de ciertos contrastes demasiado bruscos, de cierto
-claro-oscuro demasiado fuerte, de cierta extravagancia demasiado
-singular, os acaricia la fantasía todo su conjunto, como os acaricia
-la vista aquella serie de colores armonizados en matices de una
-dulzura indecible. No se ve aquí el desprecio á toda ley de gradacion
-con que el semita coloca arbitrariamente las fustas traidas de
-diversos parajes en aquella selva de columnas llamada la Catedral
-de Córdoba. Están las proporciones más medidas, las simetrías más
-guardadas, la gradacion más conocida; como que jamas abandona al
-carácter y al genio italiano la clave de su grandeza; la dulcísima
-armonía. Y luégo, diréis cuanto queráis de esa arquitectura; pero
-es el fondo más bello que puede imaginarse y más apropiado á la
-sociedad veneciana. Este es el teatro verdadero de Venecia y de sus
-gentes. Cuando sus mosaicos brillan á los ardientes rayos del sol;
-cuando sus columnas de pórfido y de jaspe mezclan los tonos dulces
-al metal entre verdoso y áureo de los caballos; cuando los cristales
-reverberan la luz, y los santos toman á una en los cambiantes y
-arreboles de los celajes deslumbradores aureolas; en esta orgía de
-colores, las figuras que os han dejado el Ticiano y el Verones y
-el Tintoreto; los personajes de aquellas épocas, vivos todavía en
-los cuadros y en los mosaicos, aparecen con toda verdad, realmente,
-como de relieve; el Dux vestido de tisú, con su manto de púrpura y
-armiño á la espalda y el gorro frigio en la cabeza; los senadores con
-sus túnicas negras y rojas formando mágicos contrastes; las damas
-henchidas de placer, escotadas para mostrar sus turgentes senos y
-espaldas, con los cabellos sembrados de chispas de brillantes y los
-ojos encendidos de chispas de amor, arrastrando aquellos trajes de
-brocados varios que crujen rozagantes sobre el suelo de mármol; los
-caballeros con sus ropillas de terciopelo y de damasco; sus collares
-de oro, su plumaje de varios matices cayendo desde las gorras donde
-están prendidos con broches de pedrería sobre los hombros adornados
-con lujosas bandas; los ancianos envueltos en aquellas largas túnicas
-que les dan el aspecto de sacerdotes orientales; los alabarderos
-con sus uniformes abigarrados; los pajes con sus dalmáticas dignas
-del Asia; los esclavos y los bufones llevando en las manos los
-papagayos de la India y á los piés los monos del África; los coros de
-cantores y las compañías de músicos uniformados fantásticamente y á
-capricho como las comparsas de un carnaval perpétuo; los gondoleros
-de pié, con su remo en la mano, ostentando trajes de rayas diversas
-semejantes á los matices del íris y resaltando sobre el negro betun
-de las góndolas; las muchedumbres de marineros con sus nervudas
-formas y sus pintorescas camisas y pantalones celestes; la multitud
-de gentes, todas ricas, todas alegres, todas satisfechas, como si en
-vez de ser aquello una sociedad fuese un contínuo teatro. Miradlos,
-son los mismos que huyeron á las irrupciones bárbaras y que guardaron
-pura su noble sangre latina; los mismos que, apartándose de las
-maceraciones y penitencias, se entregaron á la febril actividad de
-la navegacion y del trabajo; los mismos que supieron fundar una
-república rica y feliz en medio de una sociedad férrea y feudal; los
-adivinadores del Asia cuatro ó cinco siglos ántes que sus rivales
-los portugueses; los protectores del Imperio bizantino, cuando ya
-se cuarteaba sobre sus cimientos, suspendido á maravilla de la
-autoridad y de la gloria venecianas; los que llevaron en su cortejo
-como un coro de dioses las islas del Archipiélago Helénico; los que
-esclarecieron con la luz del Oriente la noche de la Edad Media;
-los que salvaron de su total ruina la inspiracion y la forma de la
-clásica antigüedad; los iniciadores del Renacimiento; los compañeros
-de los grandes artistas; los héroes de los mares; los soldados de
-Creta y de Lepanto.
-
-Con sólo entrar en el peristilo ó atrio del templo, descubrís el
-espíritu emprendedor y hazañoso de los venecianos. Á los pocos
-pasos de allí, la piedra célebre traida de Grecia, obra del siglo
-sexto, sobre la cual se proclamaban las leyes de la República;
-en las paredes, los mosaicos debidos á los maestros mosaistas de
-Constantinopla ó á los maestros mosaistas de Rávena, todos llevados
-allí con grandes dispendios por el próvido Senado; en el circo
-central de entrada, los chapiteles de columnas que recuerdan el
-templo de Salomon; en el arco derecho, á las puertas de bronce
-incrustadas en plata que en otro tiempo sirvieron á Santa Sofía
-de Constantinopla; por todas partes fragmentos de escultura ó
-arquitectura arrancados á Grecia, á Siria, al Egipto, es decir, los
-despojos de largas correrías, los trofeos de épicas batallas, los
-testimonios de aquella dominacion sobre el Mediterráneo, que dió á
-la diosa Venecia, en el concepto de sus hijos, el anillo con que se
-desposó y el tridente con que dominó á los mares.
-
-Entrad, entrad en ese templo y difícilmente encontraréis otro
-alguno que exprese mejor el pensamiento religioso. No es en verdad
-su aspecto el aspecto sombrío y sublime de nuestras catedrales
-góticas henchidas por un catolicismo batallador é intolerante que
-se complace en las sombras y en el misterio. Aunque el fondo de
-todo el dogma es idéntico, la expresion es diversa. En estas islas,
-entre estas lagunas, á la luz reverberada en las aguas, al aire
-cariñoso que baja de los Alpes, no cabe la ceñuda intolerancia de
-nuestro dogma ni la sublime aspereza de nuestro culto. Venecia ha
-oido la sirena que el agua bendita no ha logrado expulsar todavía de
-las ondas adriáticas; ha visto Aténas, donde el cristianismo se ha
-coronado con las aureolas de las ideas platónicas; ha saludado en
-Constantinopla y Alejandría las ciudades que dieron á la nueva fe la
-antigua idea del Verbo; se ha hundido en el Oriente y allí ha tomado
-esa luz deslumbradora que tanto se asemeja á la luz despedida por
-las místicas efusiones y por los religiosos arrobamientos del alma.
-Y cuando veis este templo todo de oro, esta luz resplandeciente y
-mística al mismo tiempo, estos sacerdotes con sus casullas recargadas
-de adorno á guisa de obispos armenios, estos patriarcas que llevan
-el nombre y tienen el aire de las grandes dignidades orientales,
-creeis hallaros en otra zona del cristianismo, cerca de la cuna del
-sol y de la cuna tambien de todo ideal religioso. Nosotros confinamos
-con el desierto monoteista, con las tribus semíticas, con la tierra
-de la teología intolerante, con el África estéril que sólo ha dado
-aquellos profetas en armas, descendidos á renovar con la predicacion
-y la cimitarra un dogma de gran profundidad, pero de variedad
-escasa, miéntras que Venecia confina con el territorio griego, con
-el coro de las islas helénicas, con el mar cuyas fosforescencias
-llevan como disueltas innumerables y diversas estelas de purísimas
-ideas. Su apóstol no debiera ser San Márcos; su apóstol debiera
-ser San Juan, cuyo Evangelio, el más combatido por la crítica
-moderna, el más puesto en duda por la sabiduría de los comentadores
-germánicos, tambien es el más oriental, el más alejandrino, aquel
-en que se siente el aire de la Academia mezclado con el perfume
-de acre gnosticismo, y que ha hecho de la religion cristiana una
-síntesis platónica, y que ha convertido á Cristo en el Verbo creador
-y mantenedor del Universo; Evangelio helénico y oriental, digno de
-ser comentado por Plotino y leido por Hipatia á aquellos sectarios
-deseosos de armonizar su nueva fe de cristianos con el antiguo
-espíritu de Grecia y con la inagotable inspiracion teológica del
-religioso Oriente.
-
-Lo cierto es que el color, el matiz, la difusion y la variedad de
-la vida, resaltan por todas partes en el interior de este templo
-magnífico. El pavimento, que tiene cierto lustre y cierta humedad,
-como la cubierta de un buque, se halla compuesto de piedras duras
-matizadas por colores diversos y reflejos dulcísimos; el suelo se
-ha rebajado en unos puntos y ha crecido y levantádose en otros
-como si lo combatiera y lo trasformára la tormenta, obligándole á
-tomar la ondulacion de las encrespadas olas; el arco triunfal de
-la entrada, arco enteramente romano, despide de sus largas líneas,
-como otras tantas visiones proféticas, las fantásticas figuras
-del Apocalípsis; á la derecha, enorme pila de pórfido se eleva
-sobre perfecto altar pagano de la antigua Grecia; á la izquierda,
-riquísimo retablo, cuyos mármoles tan varios y tan brillantes
-semejan á combinaciones y guirnaldas de pedrería; sobre este altar
-un paraíso de Tintoreto, cubriendo altísima pared, deslumbrador
-por sus colores, y en el cual creeriais ver todos los venecianos
-elevados á las cimas de la bienaventuranza; en el crucero, el coro,
-al cual abre paso una portada de jaspe sanguíneo compuesta de ocho
-columnas, sobre cuyos arquitraves se elevan catorce estatuas del
-más puro Renacimiento; en el altar mayor la pala de oro, preciosa,
-inmensa joya de Constantinopla, toda cuajada de diamantes, toda
-cubierta de riquísimos esmaltes y preservada por una tabla que han
-pintado artistas venecianos educados en el Oriente europeo; detras
-del altar mayor, las columnas salomónicas de alabastro atribuidas por
-la tradicion al templo de Jerusalen, y trasparentes como si fueran de
-cristal de roca iluminado por el rayo plateado de la luna llena; al
-lado derecho del altar, la puerta plateresca esculpida y cincelada
-por Sansovino, con una perfeccion digna de Cellini, y á la izquierda
-la puerta árabe conduciendo al tesoro y que diriais arrancada á
-Damasco ó á Granada; por todas partes, frisando con el pavimento
-y subiendo hasta el punto céntrico de las cinco cúpulas, como un
-inmenso tapizado de tisú de oro, los mosaicos de áureos cristales,
-allí colocados desde los primitivos á los últimos tiempos de la
-Basílica, maravillosa serie de la historia del arte, donde han puesto
-sus manos, así los primeros pintores cuyas espantadas figuras parecen
-oir el llamamiento del Juicio Final, como los últimos que presentan
-la vida veneciana en una contínua orgía, siendo de reflejos tan
-varios y de colores tan vivos que los creeriais un éter no soñado, la
-luz desprendida de uno de esos soles en cuya comparacion el nuestro
-es una pavesa, donde veis nadar, agitando liras, ramos, palmas, los
-santos, los ángeles, los querubines, los mártires, las vírgenes,
-todos vestidos de colores indecibles, todos vivificados por ideas
-religiosas, todos exhalando un _Te Deum_ inefable, cuyos ecos llegan
-hasta nuestros oidos de carne, pero cuyas magistrales cadencias se
-pierden, como las plegarias de los fieles, como las espirales del
-incienso, como las melodías del órgano, como el aleteo de las almas,
-en el espacio de los cielos y en el seno del Eterno.
-
-Yo no conozco en el mundo cosa alguna comparable á esta basílica de
-cristal esmaltada por tan maravillosa manera. Cuando las sombras se
-espesan en el pavimento y la luz se rompe en las altas bóvedas por
-los rayos últimos de sol que atraviesan las ventanas de las rotondas,
-creeis ver desde un planeta oscuro el cielo resplandeciente de ideas
-increadas y poblado de ángeles que llevan sobre sus alas de rosa
-vírgenes y santas purísimas coronadas por místicas aureolas apénas
-perceptibles á la vista y semejantes al resplandor en que se abrasa
-un alma enamorada de lo divino y de lo eterno. ¡Qué multitud de
-figuras! Las hay de diversas épocas y de diferentes y áun contrarios
-autores. Unas son litúrgicas hasta la rigidez, y otras mundanas
-hasta el sensualismo; unas representan los tiempos místicos y otras
-los tiempos paganos; han nacido éstas cuando el hombre, apartado de
-la naturaleza, no se atrevia á mirar su propio cuerpo, obra maestra
-del pecado, y han nacido aquéllas cuando todos los velos han caido,
-cuando toda la antigua inocencia se ha disipado, cuando el pincel y
-el buril han hecho con sus castas desnudeces volver rehabilitada,
-como si áun estuviera en el Paraíso, la Eva corruptora de nuestra
-sangre: esta efigie, que sobre la gran puerta se descubre en actitud
-de penitencia y con expresion de dolor, proviene del siglo undécimo,
-que todavía no ha olvidado los terrores del año mil y que todavía no
-ha sacudido la sombra de la primera culpa, miéntras que la otra, no
-distante, iluminada por la misma luz, contenida en el mismo espacio,
-quizá ha sido dibujada por Ticiano, el artista de los sentidos
-y de la forma, el rehabilitador de la carne, el hijo predilecto
-de la naturaleza, el mago de los colores; y sin embargo, puestas
-todas en este templo, desde las que lloran hasta las que rien,
-desde las que rezan hasta las que cantan, desde las que sienten el
-desfallecimiento en su materia casi disipada hasta las que sienten
-la borrachera de exuberante vida; desde las tristemente ascéticas
-hasta las groseramente voluptuosas, como han oido tantas oraciones
-y han respirado tanto incienso, parecen por igual envueltas en el
-idealismo religioso, como si las unas estuvieran ya en el cielo de
-los éxtasis y las otras se levantáran desde la vida del sentido á la
-vida del alma. La variedad de tonos y reflejos da á esta basílica un
-aspecto fantástico. Sobre el luminoso cristal, sobre el fondo de oro
-puro, los colores y sus matices resaltan fuertemente y avivan las
-líneas del monumento, que parece amasado en la materia incandescente
-de los soles, así como los contornos de las figuras que parecen
-desprendidas de su centro y próximas á volar por los espacios. Más
-que objetos reales, semejan estos cuadros mágicos espejismos tendidos
-en las paredes por una imaginacion oriental; más que reverberaciones
-y matices de la luz natural, parecen las perlas y las esmeraldas de
-esas túnicas, los rayos de esas aureolas y las plumas de esas alas
-reflejos de un sol increado, como la idea que vaga en la mente del
-Eterno y que es el ideal y el arquetipo de todo el Universo. En esas
-gradaciones del oro, que tiene desde toques cobrizos hasta toques
-etéreos, veis mezclarse la púrpura al ópalo, el esmeralda al rosa, la
-chispa diamantina semejante á una lluvia de luceros, con el matiz
-violeta semejante á una nube diáfana, como en esas puestas del sol
-inenarrables que esmaltan el ocaso de nuestros cielos meridionales,
-ó como en esos bosques de la India, á las orillas del plateado
-Gánges, en que las fosforescencias del suelo y los relámpagos del
-aire, los insectos luminosos levantados de la lujuriosa vegetacion,
-y las estrellas y los aerolitos del cielo componen como una súbita
-fantástica florescencia de mundos animados por el fuego de indecible
-amor.
-
-Yo, al contemplar todas estas figuras, no pude ménos de preguntarme
-á mí mismo y preguntarles á ellas si eran seres fantásticos,
-hijos de calenturientas imaginaciones, reflejos de deseos nunca
-satisfechos, sombras de la mente acalorada, ó símbolos ó imágenes
-de ideas vivas que tendrán realidad en este ó en otro mundo mejor.
-Yo no puedo creer, no creeré nunca, que la humanidad, eminentemente
-religiosa, haya orado al vacío, pedido consuelos á la nada, alargado
-sus brazos en este diluvio de lágrimas que inunda los planetas
-al abismo sin fondo de un no ser absoluto. Y no creo, no puedo
-creer, que los conceptos metafísicos sean ménos en el Universo que
-los fuegos fatuos de un cementerio ó los vapores indecisos de un
-lago. Yo no creo, yo no puedo creer que lo infinito, lo eterno, lo
-perfecto, lo absoluto, lo ideal, sean como juegos de la fantasía,
-como entelechias sin posibilidad alguna, como aromas exhalados de
-nuestra mente para perderse y disiparse en las nieblas eternas
-de una eterna muerte. Los filósofos que han evocado la luz del
-pensamiento divino allá donde rayó la luz del sol en su oriente;
-los sacerdotes que han concebido en el templo inmenso del desierto
-la idea viva de la unidad de Dios; los reveladores que á la sombra
-del Hibla y del Himeto, á las orillas del Pireo, bajo los plátanos
-de la Academia, entre los bajos relieves de Aténas han escrito los
-divinos diálogos sobre el ideal; las tiernas mujeres que, desnudo el
-seno y flotante el cabello, perfumadas con los aromas de la Siria
-y ceñidas con las flores de Délfos y de Colonna, han recorrido las
-riberas del mar de la Grecia, clamando por la muerte de Adónis y
-pidiendo su resurreccion; los discípulos que han llorado al pié
-de una cruz erigida en la cumbre del Calvario; los mártires que
-han muerto en las arenas del circo; los grandes pensadores que han
-empapado en el éter divino la conciencia; todos han sido soñadores,
-sicofantas, magos, hechiceros, capaces de dar los efluvios de sus
-nervios descompuestos, los caprichos de sus inteligencias ébrias, los
-sentimientos de sus corazones desgarrados por el dolor, las nubes
-levantadas de sus tristezas y de sus nostalgias, como el supremo
-bien y la verdad suprema. Esos templos que se levantan por los
-bosques y por los desiertos, á las orillas de los mares, en los altos
-promontorios, como faros del espíritu, donde quiera que el hombre ha
-sentido la hermosura de la naturaleza, no serian otra cosa más que
-huesos mondados, hogares extintos, ruinas eternas, montones de piedra
-cubiertos de hiedra, donde pueden sólo habitar los lagartos y donde
-jamas hubo el fuego de una idea. Este Universo nuestro, ¿no será más
-que materia y fuerza? Este Dios nuestro, ¿no será más que un inmenso
-abismo, vacío y oscuro como la nada? Este pensamiento nuestro, ¿no
-será más que la estela producida por el choque de una sensacion y
-en otro choque disipada? El ideal, ¿es el sueño de los sueños, el
-delirio de los delirios, el ataque nervioso de un iluminado ó de un
-loco?
-
-No puedo creerlo, no lo creo. El hombre no es naturalmente ni judío,
-ni católico, ni pagano, ni musulman; pero es naturalmente religioso.
-Á la idea de lo infinito, que acaricia su mente, corresponde la
-realidad de lo infinito en el Universo. El arte no es mentira, la
-inspiracion no es mentira, el amor no es mentira; pues lo absoluto
-no puede ser mentira tampoco. Aquí está la realidad de lo infinito.
-La Arquitectura es como el espacio, como el planeta, como el mundo
-externo ántes de ser habitado por el espíritu, el continente de
-las inspiraciones. Este mundo necesita habitantes, y surge como
-una vegetacion ideal la gama misteriosa de colores que forma la
-aurora de las ideas. Pero no basta, y surgen, como los organismos
-en el planeta, las estatuas maravillosas sobre sus pedestales, los
-ángeles y los santos y las vírgenes en sus áureos mosaicos. Y no
-basta, porque el espíritu aspira á más, y entónces el órgano llena
-de melodías celestes todo este Universo. Y no basta, y viene la idea
-pura, la poesía, el alma de las almas, á completar las inspiraciones
-del arte y á unir lo finito con lo infinito. El error de los errores
-consiste en que cada secta, cada religion, cada filosofía, cada
-sistema se cree todo el ideal. No; el ideal completo está en la mente
-de toda la humanidad y se realizará en el seno de Dios.
-
-
-FIN.
-
-
-
-
-ÍNDICE.
-
-
- Págs.
-
- PRÓLOGO. v
-
- Los Grisones. 1
-
- Monte-Carlo. 17
-
- La bella Florencia. 41
-
- Mantua y Virgilio. 59
-
- San Francisco y su convento en Asis. 101
-
- Sorrento y el Tasso. 227
-
- Los Güelfos y los Gibelinos de Roma. 269
-
- Un Discurso. 305
-
- La isla de Capri. 331
-
- San Márcos de Venecia. 367
-
-
-FIN DEL ÍNDICE.
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Recuerdos de Italia (parte 2 de 2), by
-Emilio Castelar
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 2 DE 2) ***
-
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- Recuerdos de Italia (2 de 2), by Emilio Castelar&mdash;A Project Gutenberg eBook
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-<pre>
-
-Project Gutenberg's Recuerdos de Italia (parte 2 de 2), by Emilio Castelar
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
-other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of
-the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have
-to check the laws of the country where you are located before using this ebook.
-
-
-
-Title: Recuerdos de Italia (parte 2 de 2)
-
-Author: Emilio Castelar
-
-Release Date: December 15, 2016 [EBook #53742]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 2 DE 2) ***
-
-
-
-
-Produced by Josep Cols Canals, Carlo Traverso, Ramon Pajares
-Box and the Distributed Proofreading team at DP-test Italia.
-
-
-
-
-
-
-</pre>
-
-
-<div class="front">
- <hr class="full" />
- <p><a href="#tnote">Nota de transcripción</a></p>
- <p><a href="#ToC">Índice</a></p>
-</div>
-
-<div class="screenonly">
- <hr class="chap" />
- <div class="figcenter">
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- </div>
-</div>
-
-<div class="aftit pt6">
- <p><span class="pagenum" id="Page_i">[p. i]</span></p>
- <hr class="chap" />
- <h1>RECUERDOS DE ITALIA.</h1>
- <hr class="chap" />
-</div>
-
-
-<div class="tit pt3">
- <p><span class="pagenum" id="Page_iii">[p. iii]</span></p>
- <p class="xl">RECUERDOS</p>
- <p class="fs300 g1 mt05">DE ITALIA</p>
- <p class="xs mt3">POR</p>
- <p class="xl g1 mt1">D. EMILIO CASTELAR.</p>
-
- <div class="mt3">
- <hr class="fil" />
- <p class="edicion"><b>SEGUNDA PARTE.</b><br />
- 3.ª edicion.</p>
- <hr class="fil" />
- </div>
-
- <div class="mt3">
- <p class="large g2">MADRID:</p>
- <p class="small mt05">OFICINAS DE LA ILUSTRACION ESPAÑOLA Y AMERICANA,</p>
- <p class="xs mt05">CALLE DE CARRETAS, NÚM. 12, PRINCIPAL</p>
- <hr class="sep" />
- <p class="xs">MDCCCLXXXIV.</p>
- </div>
-</div>
-
-
-<div class="aftit pt6">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_iv">[p. iv]</span></p>
- <div class="depos">
- <hr class="doble" />
- <p class="d">Queda hecho el depósito que prescribe
- la Ley, para los efectos de la propiedad literaria.</p>
- <hr class="doble" />
- </div>
- <p class="over2 mt6">EST. TIPOGRÁFICO DE LOS SUCESORES DE RIVADENEYRA,<br />
- impresores de la Real Casa.—Paseo de San Vicente, 20.</p>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch_0">
- <p><span class="pagenum" id="Page_v">[p. v]</span></p>
- <h2 class="nobreak">PRÓLOGO.</h2>
- <hr class="sep2" />
-</div>
-
-<p class="mt2">Publico hoy el segundo volúmen de los <i>Recuerdos de
-Italia</i>, escrito con el mismo método y los mismos procedimientos
-del primero. Donde quiera que un monumento, una ciudad, una persona
-ilustre, un territorio célebre han herido mi atencion, heme parado
-á contemplarlos y describirlos, dando en bosquejo fugaz, no sólo
-idea concreta de ellos, sino cuenta exacta de la serie de ideas
-que me han inspirado sus celajes, sus líneas, sus recuerdos, sus
-ruinas, su destino en la historia, su misterio en la poesía y en
-el arte. Muchas veces la personalidad histórica que de un paisaje
-se levanta, lo borra con su luz como el sol á las estrellas y lo
-supera con toda la superioridad que tiene el espíritu sobre la
-naturaleza. Esta consideracion me ha llevado á unir el nombre de
-Vir<span class="pagenum" id="Page_vi">[p. vi]</span>gilio á Mantua,
-el nombre de San Francisco á Asis, el nombre de Tasso á Sorrento.
-En cambio no me atreví á recordar casi que hay una tiranía horrible
-unida á la isla de Capri, que hay un nombre abominable ligado con
-aquellos hermosos promontorios, el nombre de Tiberio; porque,
-decidido á elevar la conciencia humana como una hostia consagrada
-hácia lo infinito en pos del ideal, no quiero recordar ni sus
-desfallecimientos ni sus eclipses, ni sus sombrías noches, sobre
-todo cuando estudio y describo paisajes, épocas, monumentos á mi
-arbitrio.</p>
-
-<p>Deseoso de dar á alguno de mis amigos pruebas verdaderas de
-afecto, les he dedicado en su dia y vuelvo á dedicarles ahora alguno
-de estos trabajos. Al señor D. Alfredo Adolfo Camús, mi antiguo
-catedrático en letras clásicas, varon ilustre de extraordinaria
-ciencia, á quien debemos ya várias generaciones la iniciacion
-segura en el templo de la antigüedad, le he dedicado un escrito
-á lo antiguo consagrado; el estudio conocido con el nombre de
-<i>Mantua y Virgilio</i>, pálido reflejo de la multitud de ideas
-recogidas en su sábia enseñanza, lejano eco de las admirables
-lecciones de su cátedra, pobre desquite de la ingratitud<span
-class="pagenum" id="Page_vii">[p. vii]</span> con que ha pagado la
-pública Administracion cuarenta años de no interrumpidos servicios
-á los grandes ideales literarios y á la ilustracion de la juventud
-española. Compañero en la visita á los claustros y á las iglesias de
-Asis, guía ilustre mio en aquel inmortal cenobio que se eleva como
-la tumba de Cristo en la cima de las edades; gran artista, honra de
-la Pintura española, el Sr. Casado del Alisal, cuyos consejos, cuyas
-advertencias, cuyas ideas en mis paseos por Roma y sus alrededores no
-olvidaré jamas, ha recibido con afecto la dedicatoria del Monasterio
-franciscano y de sus riquezas artísticas. Lo mismo ha hecho mi
-fraternal amigo el Sr. D. Buenaventura de Abarzuza respecto á la
-parte de este trabajo consagrada á referir cómo la vida del Santo se
-convirtió en leyenda y cómo la leyenda influyó soberanamente en la
-transformacion de las ideas por aquellos tiempos creadores, por aquel
-siglo décimotercio, de tanto y tan decisivo influjo en la humanidad
-y sus destinos. Profundo talento político el talento del Sr.
-Abarzuza, conocedor como pocos de la misteriosa manera con que los
-puros ideales penetran en la realidad y la transforman, ha aceptado
-este pobre recuerdo que yo<span class="pagenum" id="Page_viii">[p.
-viii]</span> debia á quien tanta luz me ha dado en difíciles
-circunstancias con sus profundas consideraciones, y tanta experiencia
-con sus admirables puntos de vista sobre los movimientos de esta
-máquina social tan complicada y tan compleja.</p>
-
-<p>He mezclado, como en el primer tomo, á las consideraciones
-filosóficas, históricas, literarias y artísticas, consideraciones
-políticas: que al cabo la política no es otra cosa sino la
-cristalizacion de todas las ideas, y su resultado social. Así es que,
-no sin intento deliberado, he puesto junto al espectáculo que ofrece
-y á la enseñanza que da la democracia de los Grisones, el espectáculo
-que ofrece y la enseñanza que da el despótico reino de Monaco. La
-libertad ha hecho fecundas las áridas crestas de unas montañas
-envueltas en el sudario de perdurables inviernos, y la tiranía ha
-manchado las playas hermosísimas donde la naturaleza y el espíritu
-brillan con sus más bellos resplandores. É igual idea de libertad
-me ha llevado á encarecer la democrática ciudad de Florencia, ese
-faro del espíritu moderno, y á publicar el discurso que pronuncié en
-el banquete dado en mi obsequio por los representantes de la prensa
-y de la tribuna progresistas en su Ateneo<span class="pagenum"
-id="Page_ix">[p. ix]</span> de Roma. Eternamente vivirán en mi
-memoria aquella velada y aquellos obsequios. Los promovió mi amigo,
-el gran orador Mancini, asociándose todos los representantes más
-ilustres del partido que mantiene la libertad en Italia. Mi gratitud
-por tantas distinciones, será eterna. Y en prueba de ella voy,
-despues de un año, sin auxilio de ningun apunte, sin consultar
-ningun periódico, á describirla, y de su descripcion resultará su
-importancia. De dos cosas prescindiré por completo: primero, de la
-parte de elogios consagrados á mí, elogios naturales en fiestas de
-esta clase, que yo omito por razones de delicadeza, pero que no
-pagaré jamas con la moneda de un olvido ingratísimo; y segundo, de la
-parte de etiqueta y de ceremonia, propias de todos estos festejos,
-y á mis lectores poco interesante. Lo que en realidad interesa á
-todos, el número de ideas principales vertidas en aquella fiesta,
-queda en estas páginas con su inextinguible resonancia, como queda
-en mi corazon y en mi memoria. El primero en hablar fué el ilustre
-repúblico Depretis, que preside actualmente el Consejo de Ministros.
-Sus palabras tuvieron grande importancia, como inspiradas en esta
-idea capital: en la union de Italia y España.<span class="pagenum"
-id="Page_x">[p. x]</span> Efectivamente, si hay naciones que puedan
-reunirse en comunidad de ideas son estas dos grandes naciones
-mediterráneas. Tenemos nombres que son españoles é italianos, como
-Colon, Doria, Farnesio y Ribera. Los agravios mutuos, como nuestras
-sendas conquistas, pueden olvidarse y perdonarse fácilmente, que
-medios de relacion eran al cabo en los duros pasados tiempos. Pero
-nosotros no podemos olvidar la influencia de Italia en sucesos
-como las conquistas de Mallorca y Almería en artistas como Juanes
-y Velazquez, en escritores como Garcilaso y como Cervántes. Y los
-italianos jamas olvidarán que nosotros convertimos en verdadero
-paraíso sus campos partenopeos desecando las lagunas infectas; que
-nosotros amparamos aquella democrática república de Génova, tan
-española como cualquiera de nuestras más españolas regiones; que
-nosotros emprendimos con esa misma Génova y Venecia la inmortal
-hazaña de Lepanto.</p>
-
-<p>Despues del Sr. Depretis se alzó el Sr. Crispi. Gran conocedor de
-nuestra historia y de nuestra política; su discurso tuvo un sentido
-práctico, propio de quien ha defendido tan prácticamente y con
-tanto tacto la libertad en Italia. Narró el<span class="pagenum"
-id="Page_xi">[p. xi]</span> estado de marasmo en que habia caido
-Europa ántes de nuestra revolucion de Setiembre. Todo el mundo
-creia en Italia imposible coronar la obra de la unidad con la
-reivindicacion de Roma, y en Francia sustituir al Imperio la forma
-natural de aquella democracia, la República. Y estalló nuestra
-revolucion y sembró tantas ideas en las conciencias, que hasta los
-ánimos más apocados se movieron á la esperanza y hasta los pueblos
-más oprimidos pensaron en su resurreccion. El Imperio, viéndose
-perdido, pasó de la libertad á la guerra para evitar un inevitable
-naufragio. Y el espíritu inmortal de la libertad entregó á Francia su
-República y á Italia su capital. Atronadores aplausos, consagrados á
-la revolucion de Setiembre y á sus representantes, resonaron en aquel
-salon lleno de ilustres defensores de la libertad italiana.</p>
-
-<p>Un senador, el general Fabrizi, habló despues del Sr. Crispi, y
-recordó su afecto filial á España y los servicios prestados á la
-libertad en la penúltima guerra civil por él y otros compañeros cuyos
-corazones laten todavía como en la juventud al recordar y evocar
-nuestras gloriosas libertades. Efectivamente, la amistad de ambos
-pue<span class="pagenum" id="Page_xii">[p. xii]</span>blos aparece
-tan estrecha, que la Constitucion de 1812 goza igual renombre en
-Italia y en España; y los más ilustres generales italianos, como
-Fabrizi, como Fanti, como Cialdini, han derramado bajo nuestras
-banderas su sangre por la libertad de la antigua España á la manera
-que el inmortal Garibaldi la ha derramado tambien por la emancipacion
-de la jóven América. Despues hablaron los dos diputados, Sres.
-Nicotera, hoy ministro de la Gobernacion, y Bertani, representante
-de la democracia más avanzada en el Congreso italiano. El primero
-pronunció un discurso en que resaltaba el más profundo sentido
-político sobre la regla y la medida á que deben someterse los pueblos
-latinos para fundar instituciones libres que resulten duraderas en
-el suelo de nuestras históricas penínsulas meridionales sembradas de
-tantas y tan pasmosas ruinas. El segundo, antiguo defensor de la más
-avanzada democracia, al lado de sentimientos generosos y de ideas
-levantadas, dirigió algunas reconvenciones á la nacion española por
-lo que él llamaba ingratitud á mis servicios, palabras que explican
-las protestas de mi discurso; pues agradeciendo la exaltada amistad
-que las proferia, ni por un momento era<span class="pagenum"
-id="Page_xiii">[p. xiii]</span> dado tolerar cosa alguna que directa
-ó indirectamente cediera en desdoro de nuestra amada patria. En todo
-cuanto se refirió al espíritu de libertad que animó á Italia y á
-España durante el siglo estuvo el Sr. Bertani en lo cierto y habló
-con elocuencia inspirada por ideas de justicia.</p>
-
-<p>Dos discursos se pronunciaron despues igualmente notables; uno
-del jóven príncipe Odescalchi y otro del gran historiador y filósofo
-Ferrari. Quien conozca á Roma no puede ménos de conocer á Odescalchi,
-y quien admire á Italia no puede ménos de admirar á Ferrari. El
-primero visita los talleres de todos los artistas; estudia las
-piedras de aquel suelo donde por todas partes encontrais grandes
-pensamientos petrificados en maravillosas ruinas; reune y clasifica
-museos que en pocos años crecen y se abrillantan, merced á la riqueza
-artística de tan privilegiada tierra, miéntras el segundo, maestro
-sin rival de la historia en los tiempos modernos, digno sucesor de
-Maquiavelo y de Vico, posee la astronomía digámoslo así, de las
-sociedades humanas, como Galileo poseyera la astronomía de los
-cielos. Por desgracia una enfermedad terrible, y en su juventud y en
-su robustez bien extraña, ha herido al prínci<span class="pagenum"
-id="Page_xiv">[p. xiv]</span>pe, y la implacable muerte nos ha
-arrebatado al filósofo. Imposible decir aquí cuánto dolor he sentido
-al saber una y otra nueva, porque tambien es imposible decir el
-afecto que ambos me profesaban y á que correspondia como correspondo
-á todos los afectos, con usura. Italia ha perdido en el príncipe un
-sacerdote entusiasta del culto de la patria, y en el escritor uno
-de sus más profundos y más grandes pensadores; yo dos fraternales
-amigos. Odescalchi habló con el calor propio de sus años y con la
-belleza propia de su lengua; habló largamente del genio artístico de
-nuestras dos naciones, y Ferrari habló de una manera maravillosa de
-nuestra historia, del saber de nuestros andaluces, del nacimiento de
-nuestro idioma; de las obras científicas que dábamos al mundo en el
-siglo décimotercio, del esmalte oriental que traiamos á la poesía
-moderna; de la libertad de los municipios castellanos y del sentido
-popular de nuestro derecho foral; del genio dramático que poseyeron
-nuestros poetas, y del sentimiento de pundonor que despertaron en la
-Europa feudal nuestros caballeros; de todas las virtudes y de todas
-las glorias, en fin, de esta España á quien la humanidad debe la
-revelacion<span class="pagenum" id="Page_xv">[p. xv]</span> y el
-conocimiento de nuestro hermosísimo planeta.</p>
-
-<p>Á tantas muestras de entusiasmo como iban mezcladas con estos
-profundos pensamientos filosóficos, literarios, políticos é
-históricos, pude corresponder y correspondí con mi discurso, pálido
-entre tanta luz, y pobre entre tanta profusion de talento y de
-ingenio. Pero hablo de todo esto en el prólogo porque el discurso
-resume la idea práctica que me ha movido á escribir así mis libros
-sobre Italia como mis libros sobre Francia, reservándome para más
-tarde publicar, si tengo tiempo y fuerza, alguno tambien sobre
-Portugal. Y esta idea, es la union de los pueblos latinos en espíritu
-que prepare para mañana, para dias mejores, una confederacion que
-será ornamento de la humanidad y de su historia. Sembremos con los
-ojos puestos en este grande ideal; sembremos cuanto podamos. No nos
-curemos de qué tiempo ni qué generacion recogerán esta siembra. Como
-vivimos en las generaciones pasadas vivirémos en las generaciones
-futuras participando, dada la inmortalidad del humano espíritu, de
-sus grandezas y de sus glorias.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_1">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_1">[p. 1]</span></p>
- <h2 class="nobreak">LOS GRISONES.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_3">[p.
-3]</span>Antes de entrar en Italia, miremos un instante esta region
-de la Engadina, suiza por la historia y la geografía y la política,
-italiana por la lengua, derivada del antiguo latino.</p>
-
-<p>Cuando habitais un pueblo que ha sabido aliar el órden con la
-libertad, la autoridad social con la democracia individualista,
-la libertad en el pensamiento con la sensatez en la conducta, la
-eleccion de las autoridades todas con el respeto y la obediencia,
-no os canseis de verlo, de estudiarlo, de admirarlo, como no me
-canso yo de ver, de estudiar, de admirar esta nobilísima Suiza. Lo
-primero que salta á vuestra vista es la ausencia completa de ese
-elemento demagógico tan opuesto al órden regular y al desarrollo
-legítimo de la autoridad como al progreso y al afianzamiento de todas
-las libertades. En seguida veis que los pueblos libres son pueblos
-pacientes, que detestan las improvisaciones, que no entienden la
-palabra revolucion, gratísima á los oidos de nuestros pue<span
-class="pagenum" id="Page_4">[p. 4]</span>blos latinos, los cuales en
-su inexperiencia sacuden la parálisis para moverse en la embriaguez,
-y despiertan de la embriaguez para caer nuevamente en la parálisis.
-¿Sabeis cuánto tiempo le ha costado á Suiza llegar á la reforma de
-1848? Diez y siete años. ¿Sabeis cuánto tiempo le ha costado desde
-que se inició hasta hoy su última reforma constitucional? Diez años.
-Presentada al pueblo, fué puesta en tela de contradictorio juicio,
-discutida largamente, desechada várias veces, y despues de maduras
-reformas y de prudentes pactos, votada por unos, combatida por otros;
-mas en cuanto tuvo la sancion legítima de una mayoría constitucional,
-obedecida y acatada por todos.</p>
-
-<p>El poder manda, dentro de la órbita de sus facultades legítimas,
-con grande imperio, y se oculta en el seno de la sociedad, como Dios
-en el seno de la naturaleza y de la conciencia. El plebiscito es casi
-continuado, no ese plebiscito impuesto en medio del silencio por un
-césar omnipotente á un pueblo siervo, sino el plebiscito libre en
-sus discusiones, lleno de conciencia, que despide y recoge las ideas
-despues de haberlas hecho pasar sucesivamente por várias esferas y
-haberlas visto en diversas apelaciones, para que maduren y puedan ser
-aceptables y aceptadas en la viviente realidad.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_5">[p. 5]</span></p>
-
-<p>Yo me encuentro en el canton de los grisones, el más grande y el
-ménos poblado de toda Suiza. Estamos á cuatro mil metros sobre el
-nivel del mar. Estos pueblos, perdidos en sus montañas inaccesibles,
-no tienen ni la cultura ni la riqueza que los grandes pueblos,
-Ginebra y Zurich. Sin embargo, no encontraréis ni un pobre siquiera
-que os pida limosna. No veréis ningun campesino desnudo, ninguno
-descalzo, ninguno con el vestido remendado ó á jirones. Hablan
-aquí, en la parte que se llama la Engadina, donde yo habito, una
-especie de lengua romana que ellos presentan como la más pura y la
-más antigua de las lenguas neo-latinas, inmediatamente derivada de
-<i>sermo rusticus</i>, usual en las provincias del antiguo imperio. Y
-siendo éste su lenguaje nativo, todos hablan aleman, muchos aleman é
-italiano, algunos aleman, italiano y frances Si vais á un caserío,
-encontraréis un maestro de escuela pagado en parte por el comun de
-vecinos y en parte por el presupuesto del Estado. Recorreis estos
-desfiladeros; las montañas inaccesibles se amontonan sobre vuestras
-cabezas; las nieves eternas bajan hasta vuestros piés; las selvas
-inexploradas se tienden á vuestra vista; el oso aulla en vuestros
-oidos; el águila grita junto á su nido; os envuelven los vapores de
-las nubes en formacion; os aturden las cataratas derretidas de los
-grandes ventisque<span class="pagenum" id="Page_6">[p. 6]</span>ros,
-despeñadas por los altos riscos; y en medio de soledades donde
-imaginais encontraros salvajes tribus, el telégrafo tiende su hilo
-misterioso para llevar en sus chispas los acentos de la humana
-palabra y unir entre sí con su red, verdadero nervio de la cultura
-moderna, estos apartados y diversos pueblos.</p>
-
-<p>Hace pocos dias estuvimos en Guarda, una aldea de doscientas
-ochenta almas, en medio de los desfiladeros, con vistas admirables
-sobre los picos de las altas nevadas montañas. Tiene un camino
-general que pasa á corta distancia de sus casas. ¿Creeis que se
-ha contentado con eso? No; ha abierto un camino vecinal suyo, en
-zig-zags, sobre la montaña abrupta, con su suelo firme como una roca
-y cómodo como una sala, con sus contrafuertes semejantes á grandes
-fortalezas, con sus alcantarillas para el desagüe de las cascadas que
-bajan de otros montes más altos, con sus puentes, con sus barandas
-erigidas sobre abismos insondables y en territorios que parecen
-verdaderamente inaccesibles. Pues no se han contentado con esto. En
-cada encrucijada de la aldea advertiréis una especie de tapadera ó
-portezuela de hierro con su correspondiente cerradura, por donde
-pasa la distribucion de las aguas, acomodada de suerte que pueda
-subir á todas partes, no sólo para la limpieza, sino tambien para
-apagar los in<span class="pagenum" id="Page_7">[p. 7]</span>cendios.
-El maestro tiene poco sueldo, cuatrocientos francos que le da el
-humilde Municipio; doscientos que le da el canton por seis meses
-de trabajo: pero este sueldo precario le basta para enseñar en dos
-lenguas las nociones primeras de la instruccion indispensable á la
-vida. La insignificante aldea, perdida como un nido de águilas en el
-corazon de los Alpes, tiene su correspondiente estacion telegráfica,
-cuando en España no la tienen pueblos de dos mil vecinos, como por
-ejemplo, Villajoyosa, en la provincia de Alicante. Son de ver, al
-toque de la campana, las reuniones de este pueblo, que no sólo nombra
-sus alcaldes y sus magistrados, no sólo administra sus bienes de
-propios, no sólo se dirige á sí mismo en su vida municipal, sino que
-nombra representantes encargados de proponerle leyes, y se reserva
-el derecho de admitirlas ó rechazarlas, el supremo derecho de
-sancion.</p>
-
-<p>Esta aldea tiene crédito, y apela á su crédito como cualquier
-Estado. Necesita una obra de utilidad general, y encuentra
-inmediatamente á mano los medios de realizarla, pues recurre á un
-empréstito, cuyos intereses paga con religiosidad, cuyo capital
-amortiza con presteza. El campesino, que vota los impuestos; que
-interviene en la direccion no solamente del Municipio, sino tambien
-del Estado; que discute y examina por sí<span class="pagenum"
-id="Page_8">[p. 8]</span> los ingresos; que se reserva decidir sobre
-la admision de las leyes; que vive ocupado en la cosa pública, á la
-manera de los antiguos ciudadanos de Aténas, acaba de sacudir de su
-mente toda utopia, por apreciar el valor de las ideas, por conocer
-las dificultades de la realidad, por adquirir la madurez de los
-hombres de Estado; y léjos de precipitarse á subvertirlo todo, se
-refrena, se domina y viene á ser conservador, y conservador cuidadoso
-de las instituciones que tantas ventajas le reportan. Comparadlo
-con el ganado de siervos que pide en Bretaña la restauracion de
-Enrique V; con el guerrillero homicida que desgarra las entrañas de
-su patria para sostener á Cárlos VII; con el elector ciego que vota
-al candidato del Imperio nacido en el perjurio del 2 de Diciembre y
-muerto en la infamia de Metz; con el demagogo de nuestras ciudades
-que, ébrio de vino y de ódio, vocifera en los clubs pidiendo que se
-corten trescientas mil cabezas para reformar la sociedad; y luégo
-decidme si es provechosa ó no la larga educacion que procura la
-práctica constante de seguras y nunca interrumpidas libertades en el
-seno de verdadera democracia.</p>
-
-<p>La libertad religiosa es completa, absoluta. Habia penetrado
-tan poco el catolicismo en sus conciencias, que en el siglo
-<small>XVI</small> cambiaron los grisones de religion por medio
-de disposiciones<span class="pagenum" id="Page_9">[p. 9]</span>
-municipales. Un consejero de Estado me contaba que en uno de estos
-pueblos pasó escena bien singular y bien dramática. Los aldeanos
-quisieron adherirse á la reforma y se lo comunicaron así á su
-cura. El cura era un sacerdote virtuoso, anciano, muy querido
-universalmente, y dijo que por nada en el mundo cambiaria de
-religion, resuelto á morir en la que sus padres le habian enseñado
-y él contínuamente habia creido y profesado, bendiciendo á unos,
-casando á otros, sirviendo en sus dolores y en sus tribulaciones á
-todos.</p>
-
-<p>Los buenos campesinos, que habian visto al santo varon desligado
-de todos los lazos terrenales, atento sólo á sus deberes religiosos,
-caritativo con el pobre, próvido con el enfermo; en la próspera
-como en la adversa suerte tranquilo y sonriente; sin más móvil que
-su fe purísima y sin más fin que el cumplimiento de sus deberes
-sacerdotales, no quisieron amargar sus últimos dias y juraron
-aguardar á su muerte para convertirse oficialmente al protestantismo.
-En efecto; continuaron yendo á la misa católica, practicando los
-deberes de su antiguo culto, como si todavía lo llevaran entero
-en el alma, decididos á esperar la extincion natural de la vida
-del anciano, que tocaba en su ocaso. Al morir le enterraron segun
-los antiguos ritos, le depusieron en la tum<span class="pagenum"
-id="Page_10">[p. 10]</span>ba con oraciones y responsos católicos,
-y cumplido este deber y observado el compromiso, abrazaron unánimes
-en su concejo municipal, por medio de un voto solemne, la religion
-protestante.</p>
-
-<p>La intolerancia entró tambien por estas montañas; la intolerancia
-luterana, que muchas veces llegó á parecerse á la intolerancia
-católica. El principio absoluto de que el ciudadano está obligado á
-profesar la religion del Estado, el súbdito la religion del Monarca,
-fué sostenido con las armas en la mano por los príncipes y por los
-pueblos de una y otra creencia. Así, en Alemania, por ejemplo, dos
-docenas de señores cambiaban á su grado, por motivos políticos y
-personales, de religion, de fe, y obligaban á sus vasallos á orar
-ante los altares de la Vírgen, ó á decir que el culto á la Vírgen
-merece el nombre de supersticion; á comulgar sólo con la hostia, ó
-á comulgar con la hostia y el cáliz; á creer en la virtud de las
-obras, ó á esperarlo todo de la divina gracia; á recoger y adorar
-las reliquias, ó á herir y pulverizar las imágenes; como si la
-inspiracion de lo alto se hubiera agarrado á los tronos cual á
-las montañas las nubes, y fueran los reyes, al mismo tiempo que
-jefes del Estado y generales del ejército, sacerdotes reveladores
-y profetas. Las guerras de religion desencadenaron la intolerancia
-mutua de unos y otros creyentes. Y los grisones<span class="pagenum"
-id="Page_11">[p. 11]</span> ciertamente no podian sustraerse á esta
-ley general de la historia. En la baja Engadina todos los pueblos
-son protestantes, si se exceptúa la jurisdiccion de Tarasp. Pero
-la antigua intolerancia ha cedido, y la libertad religiosa se ha
-arraigado. En medio de estas poblaciones, que tienen por práctica
-piadosa casi exclusiva la lectura de su Biblia y la asistencia el
-domingo á los oficios de su iglesia, en que se predican sermones de
-moral y se cantan salmos de David, pasan los frailes capuchinos con
-su traje de estameña, sus sandalias clásicas, su rosario al cinto,
-su libro de devocion en la mano, luenga la barba, calada la capucha,
-murmurando rezos que en otro tiempo hubieran ahogado los protestantes
-por fuerza, á título de supersticiones intolerables; y todo el mundo
-los mira con serena curiosidad y los saluda con religioso respeto.
-Hace pocos años no hubiera sido posible en Ardetz una iglesia
-católica; hoy se han reunido varios fieles; la han levantado en verde
-pradera, con sus ojivas y su torre gótica; han llamado un cura que la
-dirija, al par de un sacristan que la guarde; y allí se entregan á
-sus oraciones, doblemente amparados por los derechos que garantiza la
-Constitucion nacional y por la tolerancia religiosa que penetra cada
-dia más en las costumbres. Ved cómo las instituciones democráticas,
-por su flexibilidad maravillo<span class="pagenum" id="Page_12">[p.
-12]</span>sa, por su tendencia á la renovacion y al progreso, por
-su armonía con la razon humana, sirven, como no puede servir ningun
-otro género de instituciones, al desarrollo del espíritu moderno y al
-cumplimiento de las reformas pacíficas.</p>
-
-<p>Y no creais que han desarrollado como un idilio su libertad en
-estas montañas. Tambien, tambien pasaron por males gravísimos.
-El látigo del feudalismo azotó sus espaldas. Los hierros pesaron
-sobre sus piés y sobre sus brazos. En las alturas el más fuerte se
-instalaba y hacía subir las piedras á lomo á sus víctimas, para
-construir castillos que fueran palacios de los señores, calabozos
-de los vasallos. No acabais nunca de oir historias terribles de
-esos tiempos funestos. Donato, el señor de Vartz, invita un dia á
-tres campesinos á suculento banquete, les festeja en su espléndido
-comedor, les regala con la mejor caza de sus bosques, la mejor pesca
-de sus rios y el vino más antiguo de sus bodegas; manda despues al
-uno que corte leña, al otro que dé un paseo y al tercero que concilie
-el sueño; y cuando ya ha pasado algun tiempo, los ata á los tres, los
-tiende en el suelo, les abre el vientre para ver cuál de ellos ha
-digerido más pronto la comida. El intendente de Gardovall, paseándose
-por las cercanías de su castillo, ha visto á la hija del campesino
-Adan, y<span class="pagenum" id="Page_13">[p. 13]</span> se ha
-enamorado perdidamente de ella, de sus dulces ojos, de sus rosados
-labios, de su rubor virginal, de sus trenzas negras y larguísimas,
-de su talle y de su apostura. Mas un rico-hombre, de estirpe feudal,
-no puede enlazarse con plebeya vírgen, flor nacida en el estiércol
-de los campos. Debe la muchacha contentarse con ser la barragana
-del noble. Y por ende el intendente manda al padre que la lleve á
-su lecho. El padre se pone sus mejores ropas, viste á su hija con
-el traje de desposada, y la lleva de la mano al castillo. Cuando la
-ve entrar tan aderezada y tan ruborosa, el caballero siente hervir
-brutal deseo en sus venas henchidas de lujuria. «No os acercaréis
-á mi hija, dice el labrador al caballero, sino despues de haberos
-casado legítimamente con ella.» El noble lanza una carcajada y tiende
-sus brazos para estrechar á la gallarda doncella. Pero el padre
-saca un puñal y se lo clava en el corazon, dejándole muerto á las
-plantas de la codiciada niña. El Baron de Fardun se pasea por sus
-campos, recorre los trabajos de sus siervos, entra en las cabañas;
-y en vez de alentarlos y sostenerlos, se divierte en dirigirles
-groseros insultos ó jugarles pesadas bromas. El campesino Chaldar
-está con sus hijos comiendo, á pobre pero limpia mesa, humeante y
-bien condimentada sopa, cuando entra el gran señor y escupe en el
-apetitoso plato. Levántase el siervo, se aba<span class="pagenum"
-id="Page_14">[p. 14]</span>lanza furioso á él, le agarra por las
-orejas, le arrastra al plato, le hunde el rostro en el caldo
-hirviente, diciéndole: «Perro maldito, comételo tú, puesto que lo has
-condimentado», y le degüella como á un cerdo con su tajante cuchillo
-de cocina.</p>
-
-<p>Aquella lucha no era durable. Debia concluir, ó por el exterminio
-de los vasallos ó por la derrota de los señores. Hacía ya dos
-siglos entónces que los cuatro cantones del lago de Lucerna se
-juntáran en el seno de los bosques umbríos, todavía perfumados por
-el aliento creador; al borde de las azules aguas que reverberan la
-luz de los cielos; al pié de las montañas cuyas bases alfombran los
-prados y cuyas cimas cubren con cúpulas y rotondas de diamantes las
-eternas nieves, para invocar á Dios en el templo más digno de su
-esencia incomunicable, ante el altar más propio de su grandeza; y
-jurarle sobre los huesos de los muertos y sobre la cabeza de los
-pequeñuelos, su resolucion de morir mil veces ántes que tolerar la
-soberbia de sus dominadores. Y la sombra de Guillermo Tell, cantado
-por los bateleros á las orillas de los rios, por los pastores en
-las laderas de los montes al són de las hondas y de las esquilas;
-esa sombra, que era la personificacion de una idea y de un alma,
-revestida con todos los atributos de su patria, el arco del cazador
-á la espalda, el remo del barquero en la mano, su hijo redimi<span
-class="pagenum" id="Page_15">[p. 15]</span>do á su lado, el cielo,
-el torrente, el bosque, el lago á su frente, la flecha libertadora
-silbando en los aires, y el tirano tendido y yerto á sus vencedoras
-plantas; esa sombra, corria de cima en cima, de cúspide en cúspide,
-de desfiladero en desfiladero, llamando los fuertes montañeses á la
-libertad y prometiéndoles una república inmaculada, la república de
-Suiza. Los grisones cedieron al cercano ejemplo y fundaron su liga
-de plebeyos, base de su confederacion republicana. Salieron los
-montañeses de sus cabañas, como águilas de sus nidos, y escalaron
-los castillos y vencieron á sus tiranos. Era aquel tiempo en que mil
-quinientos republicanos suizos morian todos como los griegos en las
-Termópilas, para contener á treinta mil mercenarios de las funestas
-bandas anglofrancas, mandadas por un Delfin de Francia; aquel
-tiempo en que los aristócratas de Basilea, recorriendo los campos
-de matanza cubiertos de cadáveres traspasados por espesas flechas,
-exclamaban, como el bárbaro Vitelio en los campos de Betriaco, «¡esta
-sangre huele á rosas!»; aquellos tiempos en que diez fugitivos
-escapados entre mil quinientos muertos de la universal inmolacion,
-aparecen marcados con un hierro candente por la mano de sus propios
-compatriotas; aquellos tiempos en que arden á la par ciento diez
-poblaciones arrojadas al fuego por los tiranos, en castigo de<span
-class="pagenum" id="Page_16">[p. 16]</span> haber querido defender la
-libertad, la patria y la república; que no concede naturaleza ningun
-gran progreso sino á los grandes esfuerzos, y no vence ninguna idea
-sino en virtud de altísimos y redentores sacrificios.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_2">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_17">[p. 17]</span></p>
- <h2 class="nobreak">MONTE-CARLO.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_19">[p.
-19]</span>Me detengo en Monte-Carlo, y la amenidad del sitio, la
-pureza del cielo, el aire que baja de las montañas, el rumor que sube
-de las olas, oblíganme á tomar la pluma y á escribir cuatro rasgos,
-con el fin de bosquejar un pobre borrador trazado sobre las rodillas
-en los descansos de largo viaje y en los postres de tenacísimo
-maréo. Monte-Carlo, como su nombre enseña, es una eminencia; y esta
-eminencia, como quizá todo el mundo sabe, contiene con otro peñon
-cercano toda una monarquía, y de las monarquías más duraderas, más
-permanentes, más seguras de toda Europa. Esta monarquía será como
-desde las primeras verjas del Botánico al obelisco de la fuente
-Castellana en todo su largo; y en su ancho como desde la Puerta de
-Alcalá al café Suizo. No necesitais subiros á ninguna altura para
-abarcarla en toda su magnitud, de Oriente á Poniente, de Norte á
-Mediodía. Con una hora de coche y dos pesetas y media teneis bastante
-para recorrerla en todas sus<span class="pagenum" id="Page_20">[p.
-20]</span> direcciones y escudriñar lo más esencial y necesario de
-su sencilla geografía. Francia la rodea como rodea el Océano las
-conchas de su seno. Y la proximidad de esa grande Italia, muestra que
-en la política y en las distribuciones geográficas hay desproporcion
-tan grande como la que existe en las esferas zoológicas entre la
-pulga y el elefante. Así es que los viajeros no se cansan nunca
-de preguntar dónde está la aduana, dónde la frontera, dónde los
-magistrados, dónde las Córtes, dónde el ejército y dónde la marina de
-este inmenso Imperio, parecido á uno de esos teatros de carton que
-nuestro buen aleman de la calle de la Montera vende para juegos de
-niños. El problema es más difícil de lo que á primera vista parece
-y de lo que salta á primera vista. Se concibe que Andorra, que San
-Marino, que las ciudades anseáticas hayan podido existir, como puntos
-aislados entre constelaciones inmensas, por la sencillez patriarcal
-y la baratura primitiva de sus instituciones. Pero no se concibe
-que mil y doscientos vasallos paguen y mantengan todos los arreos
-necesarios á una lujosa monarquía. Así es que los alemanes, tan dados
-á la tradicion histórica, á las instituciones feudales en perfecta
-consonancia con su carácter y sus instintos individualistas, no
-han sostenido en este nuestro siglo aquellos sus antiguos monarcas
-y aquellas<span class="pagenum" id="Page_21">[p. 21]</span> sus
-antiguas monarquías que contaban como único ejército los pinches de
-palacio, vistiéndolos por la mañana el blanco uniforme de cocina,
-y á la tarde el pintado uniforme de cuartel. La crítica acerba y
-la ironía amarga de todos los escritores germánicos; los inmensos
-trabajos unitarios de Prusia; los progresos de los tiempos, han por
-fin soterrado todos esos vestiglos feudales que sacaban á duras penas
-la frente sobre la inundacion general producida por el diluvio de
-nuestras revoluciones.</p>
-
-<p>Si Monaco está situada en el centro de cualquier gran monarquía,
-Monaco desaparece. Pero situada á las orillas del mar, en la
-encrucijada de Génova y Saboya y Provenza, las rivalidades de sus
-enemigos han sido poderosas á conmoverla muchas veces, pero jamas á
-destruirla, apareciendo todavía con su carácter de aislado señorío
-feudal, como en ciertos terrenos geológicos aparecen fósiles
-perfectamente conservados, mudos y frios monumentos de los primeros
-combates sostenidos por la naciente vida en este campo de batalla, en
-este eterno cementerio que se llama la tierra. Lo cierto es que, ora
-por una, ora por otra causa, la duracion de Monaco asombra y extraña.
-El pacto de Carlo-Magno, sobre que estuvo levantada Europa más de
-diez siglos, se ha roto; el inmenso Imperio bizantino, fundado en
-com<span class="pagenum" id="Page_22">[p. 22]</span>petencia con el
-Imperio romano, se ha caido, desapareciendo hasta sus ruinas; ya nada
-queda de aquel sacro régimen germánico, cuya férrea corona llevó por
-tanto tiempo la poderosa casa austriaca; del dominio inmenso allegado
-por Cárlos V y Felipe II en las cuatro partes del planeta, sólo se
-ven aquí ó allá restos de naufragio; la monarquía de los Papas se ha
-hundido, á pesar de su carácter sagrado, de su importancia religiosa,
-de su ancianidad venerable; el poema escrito por aquel genio en
-delirio que se llamaba Napoleon el Grande, se ha disipado como el
-humo de sus cañones; los poderes más fuertes, más queridos de la
-fortuna, más respetables para la historia, rodaron al abismo; las
-dinastías más antiguas, como los Estuardos de Inglaterra, corrieron
-del trono al destierro; y ese reino de Monaco y su rey imperceptibles
-permanecen inmóviles sobre su escollo, como el águila real en su
-nido, desafiando al tiempo y á las revoluciones.</p>
-
-<p>Esta duracion que á muchos les incita á meditar sobre las
-catástrofes históricas, incita á la generalidad de las gentes á
-broma y risa y chacota. Un ciudadano inglés contempla el diminuto
-reino y sus ejércitos de zarzuela con la misma imperturbable reserva
-con que contempla las marmóreas rotondas de Roma ó las cristalinas
-pirámides de los Alpes. Mas los viajeros provenzales, sabo<span
-class="pagenum" id="Page_23">[p. 23]</span>yanos y genoveses, que en
-gran número acuden á esparcir el ánimo en Monaco los dias festivos,
-bromean á todas horas con el inmenso Imperio. Uno dice que la futura
-guerra continental no estallará hasta que los contendientes sepan
-adónde se inclina la poderosa alianza de los monaqueses. Otro cuenta
-que un aleman, despechado por razones que no son para dichas, compró
-su correspondiente lancha cañonera; y se apercibe á un bombardeo y
-á un desembarco que no puede ménos de ser terrible, puesto que le
-acompañan dos ó tres amigos con sus correspondientes criados. Éste
-recuerda cómo los dos artilleros del reino habian perdido de tal
-manera los hábitos de su oficio, que, al cargar un cañon para ofrecer
-los honores de las salvas al Rey en su natalicio, por ignaros y
-torpes, estallaron al par de la pólvora. El de más acá detiene al
-primer campesino que encuentra, y le pregunta si es gentil-hombre ó
-chambelan de la córte. El de más allá saluda con ridícula reverencia
-á los erguidos y graves centinelas. Grandes grupos se paran á leer
-un tablero donde campean varios decretos de D. Cárlos III, príncipe
-reinante, nombrando plenipotenciarios para otras córtes y concediendo
-una gran cruz nada ménos que al Ministro de Negocios extranjeros en
-Bélgica.</p>
-
-<p>Yo no olvidaré nunca la conversacion que anu<span class="pagenum"
-id="Page_24">[p. 24]</span>daron cierto gárrulo comerciante de
-Marsella y cierto barbero no ménos gárrulo de San Remo en la
-peluquería de Monaco. «Pero ¿cuántos soldados tiene este rey?
-preguntaba el marselles.—Más de ochenta, decia el barbero.—¿Y para
-qué necesita esos soldados?—Ya lo ve V., replicaba el muchacho,
-para darse tono.—Todos los mozos hábiles de la nacion estarán
-metidos en el ejército.—Se aumentó en estos últimos tiempos
-considerablemente.—¿Considerablemente? Sin duda alguna teme Monaco
-á Mr. de Bismarck. Estos malditos prusianos obligarán á todo el
-mundo á gastos que concluyan por arruinarnos.—En Monaco nadie teme á
-Bismarck, ni de sus ejércitos se acuerda. Pero nuestro Gobierno es
-piadosísimo, y se ha quedado con algunos de los militares que tuvo
-necesidad de licenciar el Papa.—Segun eso, los soldados monaqueses
-son soldados mercenarios.—Justo. Y con ochenta soldados tiene el
-ejército un número quizá mayor de oficiales.—Supongo que habrá cabos,
-sargentos, tenientes, capitanes, comandantes, coroneles, generales y
-generalísimos.—No se burle V., porque pudiera enterarse la policía y
-pasarlo V. muy mal.—Me dice V. que Monaco tiene un ejército de pura
-farsa, y luégo me encarga que no me burle y no murmure, como si no
-acabára de darme el mal ejemplo. Francamente, no puedo seguir su
-amis<span class="pagenum" id="Page_25">[p. 25]</span>toso consejo;
-paréceme asistir á <i>Los Dioses del Olimpo</i> de Offenbach. Creo que me
-he vuelto loco, ó por lo ménos que estoy soñando. Tamaño reino es
-bueno para el teatro de los Bufos. ¿Y aquí hay prensa?—Se publica
-un periódico cada ocho dias.—¿Hay Cámaras?—Ni por pienso.—De suerte
-que teneis el placer de vivir en este diminuto espacio, de pasar
-dos ó tres veces la frontera y la aduana cada dia para visitar á un
-amigo, de contar con un ejército abrumador; y ademas de todas estas
-lindezas, aguantais muy santamente un monarca absoluto. Pues no
-envidio vuestra suerte.»</p>
-
-<p>Merece, á la verdad, verse este ejército vistosísimo y
-churrigueresco: sus pantalones galoneados de carmesí ó de oro, sus
-historiados dormanes, sus relumbrantes chacós, las levitas celestes
-de los oficiales, los varios multicolores cordones, los ondeantes
-plumeros. Merecen verse los centinelas que nada guardan, las
-fortalezas que para nada sirven, los cañones que á nadie amenazan,
-los armazones de inverosímil nacion mandada por increible monarquía
-Al examinar todo esto creeis emprender prácticamente los viajes
-de Gulliver y encontraros en las regiones de los imperceptibles
-enanillos. Se os figura que cuanto á vuestros ojos se despliega es
-una decoracion arreglada en breves minutos para desarreglarla así que
-con<span class="pagenum" id="Page_26">[p. 26]</span>cluya la fiesta,
-obra de algun redomado chusco. Á cada minuto recordais el Micromegas
-de Voltaire, sólo que, en vez de haber ido desde la tierra á un
-planeta mayor como Saturno, vais desde un planeta inmenso á cabalgar
-sobre pequeño y fugacísimo aereolito donde está grabado en miniatura
-un reino de mentirijillas. Es un cuento de Perrault, una fábula de
-Lafontaine, un capricho de Goya, una caricatura de Cham; cualquier
-cosa, ménos una realidad viviente, ménos una institucion verdadera é
-histórica.</p>
-
-<p>Y desde luégo llama sobre todo vuestra atencion el lado económico
-de este Gobierno. Cuando veis mil trescientas personas dándose al
-desmedido lujo de tener rey, heredero de la corona, familia de
-príncipes é infantes, comparsas de chambelanes y de gentiles-hombres,
-aristocracia oficial, clero privilegiado, ministerio completo,
-Supremo Tribunal de Justicia, ejército con su correspondiente
-estado mayor, cónsules y demas agentes diplomáticos en el exterior,
-preguntais á todo el mundo: por baratos que sean tales servicios,
-por mal pagados que estén tales cargos, ¿de dónde salen todas
-estas misas? En ciertos períodos de la historia es facilísima
-la explicacion. Los señores de Monaco son piratas que desde su
-fortísimo peñon caen sobre las mareantes y les exigen á mano armada
-cuantiosísimos tributos, ó los despojan de<span class="pagenum"
-id="Page_27">[p. 27]</span> sus ricas mercancías. En otros períodos,
-los vasallos pertenecen en plena propiedad á su príncipe, y
-trabajan todos para que viva él solo. Ademas, no fué Monaco tan
-breve y reducido como es hoy. Tenía algunas ricas comarcas, algunos
-importantes municipios. Pero despues de la guerra franco-austriaca,
-despues de la anexion de Niza á Francia, el monarca de derecho
-divino vendió al emperador Napoleon, como si vendiera un predio ó
-un caballo, la mayor parte de sus súbditos, la jurisdiccion sobre
-casi todo su territorio, por la suma de tres millones de francos,
-á bastante ménos precio que los negros. Tres millones de francos
-dan todavía con sus intereses medios de vivir cómodamente á un
-propietario ó rentista de las clases medias; y si á estos recursos
-une otros recursos heredados de sus mayores, hasta á un grande, á un
-príncipe, á un banquero le cae como miel sobre hojuelas esa suma en
-que el Rey de Monaco vendió al Emperador de Francia la escasa manada
-de sus vasallos. Pero, por rico que seais, si caeis en la monomanía
-de llamaros Rey, de nombrar príncipes, de tener ejército, de revestir
-á vuestros amigos con dignidades palatinas ó con ministerios
-políticos ó administrativos, al poco tiempo debeis ir desde vuestra
-casa, por loco, á Leganés; por pobre, al Pardo.</p>
-
-<p>Uno de los inmediatos antecesores del príncipe<span
-class="pagenum" id="Page_28">[p. 28]</span> reinante, resolvió á
-maravilla este problema insoluble. Era un príncipe restaurado por
-gracia del graciosísimo Talleyrand y por obra del reaccionario
-Congreso de Viena. Habia pasado sus mocedades en París; y apénas
-erigido de nuevo su trono y en él reinstalado, volvióse del estrecho
-peñoncillo á la gran ciudad. En veinticinco años de reinado sólo
-fué tres veces, y por pocos dias, á su reino. Vivir en París con la
-categoría de rey en activo servicio, no es cosa tan hacedera ni tan
-barata. Para procurarse las rentas necesarias á la empresa, Honorato
-V, que así nuestro héroe se llamaba, montó una máquina feudal en
-que prensaba de todas maneras á sus feudatarios y les hacía sudar
-oro. ¡Cuánto los prensaria cuando soltaron en veinte años seis mil
-pobres campesinos, veinticinco millones de reales sólo para su
-príncipe! Á este fin se erigió director de colegio, mandando que
-todos los monaqueses enviáran sus hijos al Instituto de su fundacion,
-y prohibiendo enseñar hasta la doctrina á maestros que no fueran
-sus maestros; y se hizo proveedor de harinas, mandando que ningun
-monaqués ni extranjero, residente en Monaco, pudieran comer otro pan
-que el pan de su príncipe. Así el propietario no tenía facultad de
-sembrar sus tierras ni hacer su molienda, y por ende, no podia ni
-cosechar trigo ni almacenar harinas. Veia el hondo surco abier<span
-class="pagenum" id="Page_29">[p. 29]</span>to, de donde en otro
-tiempo brotáran las ubérrimas espigas y no le era dado fecundarlo
-con el sudor del trabajo, más próvido que la lluvia del cielo. Ricos
-y pobres, sanos y enfermos estaban condenados, bajo las más severas
-penas, á comer el mismo pan, el pan de su Alteza Real, amasado con
-harinas de desecho, harinas averiadas, indigestas, que á bajo precio
-se compraban en Marsella y Génova para empedrar materialmente el
-estómago de las pobres gentes dotadas por las gracias de Talleyrand
-y por las obras del Congreso vienense, de todo un Honorato V, de
-un señor que, sin duda, no se merecian. Los jornaleros de los
-alrededores dejaban, si iban á Monaco, el pan á la puerta. Los
-caminantes se veian registrados, al llegar, escrupulosamente, por si
-llevaban trasconejado algun bocadillo, algun residuo de su merienda.
-El capitan de barco que aportaba con galleta, debia pagar unas veces
-cien duros de multa, y perder otras veces su embarcacion, de Real
-órden confiscada. Y lo que hacía con los cereales el Príncipe hacía
-tambien con los ganados. No vinculaba en sí la exclusiva de cultivo
-y venta, pero imponia á cada cabeza un tributo enorme. Y para evitar
-las ocultaciones exigia que el nacimiento de las reses y su muerte
-constasen oficialmente en papel sellado por los públicos escribanos.
-Así, carneros, bueyes, cer<span class="pagenum" id="Page_30">[p.
-30]</span>dos, tenian como mortales, partidas de nacimiento y
-partidas de defuncion. Hasta los árboles ostentaban su número y su
-nombre. Los pleitos eran innumerables. Pero todos iban á París, donde
-el Príncipe y su abogado los decidian á su arbitrio. Sentencias dadas
-con todas estas garantías de acierto se elevaban á definitivas é
-inapelables. La justicia, el pan del alma, se repartia como el pan
-del cuerpo, poco más ó ménos. Todas estas cosas se le ocurrieron
-á Honorato V para explotar á sus súbditos y vivir en París. Pero
-no se le ocurrió nunca convertir su reino en una casa de juego.
-Tal ingeniosísima idea nació en nuestros tiempos. Hoy Monaco es un
-casino regio donde se ejercen dia y noche la ruleta, el monte, el
-treinta y cuarenta, y demas juegos prohibidos. Su corona espléndida,
-su bandera blanca, sus armas y sus escudos, sus magistrados y su
-ejército, sirven para escudar un garito. ¡Oh, peñon predestinado de
-antiguo á la infamia! ¿No eras mucho más noble cuando cobijabas un
-nido de piratas? M. Blanc, empresario del casino, provee á los gastos
-excesivos que exige el mantenimiento de este inmenso Imperio.</p>
-
-<p>Y no cabe escudar la enormidad del hecho con la pequeñez del
-reino. De breves territorios han brotado grandes hombres y grandes
-cosas. Todas las ciudades griegas, cunas sagradas de los anti<span
-class="pagenum" id="Page_31">[p. 31]</span>guos filósofos, eran
-ciudadillas que engendraban los dioses del pensamiento porque tenian
-abiertos á su mirada los cielos del espíritu. Y lo mismo sucedia con
-las modernas ciudades italianas y suizas. Pisa contaba un pequeño
-territorio; pero la libertad le daba todo el mar, y la lucha con los
-vientos y las olas sus arranques de heroismo y sus inspiraciones
-artísticas. Siena, apartada en sus colinas, no podria llamarse vasta;
-pero en las asambleas tempestuosas de su democracia brotaban los
-genios que debian embellecerla con sus obras y trasmitir de gente
-en gente su nombre inmortal á los siglos. Cuanto más pequeña era
-Florencia tenía más concentrado su calor vital sobre aquel nido de
-las inspiraciones y de las ideas. Ginebra estaba encerrada entre
-cuatro muros, y su estrechez no le importó para educar á Calvino y
-parir á Rousseau. Un barrio, nada más que un barrio de Génova se
-necesitó para cuna y para escuela de Colon, cuyo nombre no habia
-de caber en el mundo. En todos estos reducidos espacios se agitó
-una democracia, miéntras que en los peñascos de Monaco se posó el
-feudalismo. La historia del mundo será siempre la historia de la
-libertad.</p>
-
-<p>¡Y qué hermoso el territorio de Monaco! Baste decir que se eleva
-á las orillas del Mediterráneo; de ese mar espléndido semejante á un
-pe<span class="pagenum" id="Page_32">[p. 32]</span>dazo de cielo
-caido sobre la tierra, el cual ya se oscurece en verde profundo como
-inmensa esmeralda, ya se aclara en blanco perla jaspeado de rosa como
-gigantesco ópalo; mar, cuyas aguas, sensibles á todos los cambiantes
-de la luz y á todos los giros del aire, os ofrecen de dia reflejos
-incomparables del sol, y por la noche, ó el rielar de la luna en
-las ondas, ó las cintas de sus fosfóricas estelas; obligándoos
-de contínuo á contemplar la brillante inmensidad, á respirar las
-frescas brisas, á oir los misteriosos rumores, con olvido tan
-grande del mundo y de vosotros mismos, que llegais hasta el místico
-éxtasis en aquella vision de lo infinito, capaz de seduciros, como
-una sirena, con su sonrisa, sin abrumaros, como el Océano, con su
-grandeza. El aire es purísimo, el cielo espléndido, la luz viva, el
-clima dulce, la temperatura agradable; del Norte abrigada por altos
-desfiladeros y de los excesivos calores libre por las contínuas
-brisas. En el mar engarzado se eleva á setenta metros de altura el
-pintoresco peñon de Monaco, sobre cuya cima campean, destacándose en
-el claro horizonte y apiñados como para no caerse en las aguas desde
-aquella eminencia, palacios, casas, iglesias, baluartes, cuarteles,
-castillos con sus correspondientes aspilleras y sus muros ceñidos
-de caprichosa crestería, realzados todos por los juegos de la luz
-verdaderamente<span class="pagenum" id="Page_33">[p. 33]</span>
-mágica áun para ojos acostumbrados á la luz de Andalucía, de Madrid
-y de Valencia. Luégo, por las laderas del peñasco, en jardines
-difícilmente colgados sobre los abismos, entre ferruginosos riscos
-que el sol unas veces ha bruñido como si fueran de oro y que otras
-veces su propia naturaleza mineral ha cubierto de colores violáceos
-y purpurinos, se elevan las plantas gratas á cuantos en el Mediodía
-se han criado, consagradas por el arte, pintorescas y várias y
-multiformes: la adelfa con sus claras hojas y sus encendidas flores;
-las palmas que vibran y cantan al beso de las brisas; el oloroso
-mirto, que parece, cuando florido, nevado; los olivos de extraña
-magnitud casi ceñidos con los limoneros cargados de áureos frutos;
-el rojo granado junto á la oscura encina; los naranjales y las
-virgilianas hayas; el áloe con sus gigantescos candeleros y el nopal
-con sus espinosas pencas; alfombras de geranios; senderos de rosas
-y azucenas; el terebinto y el sauce; los laureles y los arbustos de
-la pimienta; toda esa vegetacion meridional con aires del Oriente,
-que ofrece á la vista el recorte y los festones de sus hojas, al
-paladar el sabor de sus frutos, al olfato el aroma de sus flores,
-á todo nuestro sér indescriptibles encantos y hondas impresiones,
-estrechando fuertemente con sus lazos las relaciones que existen
-entre la naturaleza y el espíritu, embebido<span class="pagenum"
-id="Page_34">[p. 34]</span> por la admiracion en aquellos grandes
-efluvios de vida, como en el agua los peces, como en los aromas y en
-las esencias y en los colores las mariposas y las abejas, como en la
-luz y en los aires las canoras alondras.</p>
-
-<p>Pero lo extraño allí es Monte-Carlo, otra eminencia unida á Monaco
-por la calzada de la Condamina, que tiene de larga un kilómetro. En
-lo alto se alza rectangular plaza limitada de un lado por olivares
-que al pié de los Alpes marítimos se pierden, y de otro lado por
-la inmensa superficie del celeste mar. En este valle, cortado á
-manera de anfiteatro, y cuyas montañas ofrecen por doquier admirable
-vegetacion, entre los bosques y las olas, al risueño borde de
-tranquila ensenada, se descubren fondas, cafés, casinos con grandes
-peristilos, tiendas preciosas, exposiciones de artes, salones de
-lectura y recreo, tiros de pistola, teatros, fuentes monumentales,
-terrazas interminables, pajareras llenas de aves, cascadas
-deslizándose entre plantas del trópico, surtidores saliendo en
-cristalinas columnas, escaleras y galerías de mármol que bajan hasta
-el mismo mar, y que contienen verdaderos jardines del Oriente con sus
-innumerables flores y sus grupos de gallardas palmas. ¿No es verdad
-que esta naturaleza convida al bien y á la paz? ¿No es verdad que en
-su seno sólo quisierais ver algun idilio ó escuchar alguna so<span
-class="pagenum" id="Page_35">[p. 35]</span>nata de esas que parecen
-el aleteo de angélicas almas en los oidos arrobados? Cuando escuchais
-la sinfonía que Rossini ha puesto, como un pórtico inmortal, á su
-gloriosa epopeya helvética, sentís el arte recogiendo en sus alas
-todo cuanto hay de hermoso y divino en la naturaleza, el susurro del
-viento en los bosques, el choque de la lluvia en el lago, el rodar
-de la catarata entre las breñas, el cántico del pastor que conduce
-al establo las vacas, el <i>hosanna</i> á Dios creador y el himno á la
-creadora libertad.</p>
-
-<p>¿Y cómo en la naturaleza de Monaco se refugió el demonio del
-juego? ¡Qué cuadro! La desconfianza se dibuja en todos los actos de
-la vida y en todas las escenas de esta tragicomedia. No espereis
-que os den cosa alguna á crédito. Aún no habeis acabado de comer,
-y aunque tengais albergue en la fonda clásica y depositado allí un
-equipaje, garantía material de vuestro pago, vienen los mozos con
-su cepillo á pediros ántes de los postres el precio de la comida.
-Cuanto consumís, tanto pagais en el acto. Se ve que todo el mundo
-teme veros salir sin un cuarto. Los tipos que encontrais á vuestro
-paso os llaman poderosamente la atencion, por lo preocupados y por
-lo embebecidos que andan en sus cálculos y en sus cavilaciones. Yo
-me encuentro de tal manera fuera de mí, que no puedo ver rodar una
-moneda sin creer que es la<span class="pagenum" id="Page_36">[p.
-36]</span> última á que un desgraciado libra su fortuna, ú oir un
-tiro sin imaginar que es el tiro de algun suicidio. El tren de
-Niza vomita todos los dias sobre esta playa desgraciadas mujeres
-que husmean los favorecidos por la fortuna y los circundan de una
-placentera córte. El vagabundo solitario, de seguro ha perdido. Yo me
-figuro que todos estos jugadores respiran mal, que la involuntaria
-retencion del aliento entre la puesta y la suerte les destroza el
-pecho. Muchas tísis del alma y muchas tísis del pulmon se habrán
-contraído en estos sitios. Lo más terrible que en ellos encuentro
-es considerar cómo la dicha de unos, depende ¡ay! de la desdicha
-de otros. No se devoran los peces en el fondo de los mares como se
-devoran entre sí estos infelices en sus combates por la fortuna
-dentro de los infernales círculos del juego.</p>
-
-<p>El salon está revestido de lujo oriental y, sin embargo, parece
-tétrico; está iluminado de brillantísima iluminacion y, sin embargo,
-parece oscuro, como si lo ennegrecieran los pensamientos y las
-sombras que se escapan de las almas. La próvida direccion ha puesto
-en grande salon vecino una orquesta para divertir grátis los ocios de
-aquellos que no juegan; y es casi imposible imaginar cuán terribles
-son los contrastes entre las cadencias de la orquesta y el girar
-de la ruleta. El banquero truena al medio de la mesa manejando
-una<span class="pagenum" id="Page_37">[p. 37]</span> especie de
-cetro con que distribuye el dinero. Á sus espaldas, otro, en silla
-más elevada, fiscaliza sus operaciones; y frente á frente de estos
-dos se ven otros dos en análogo sitio y situacion desempeñando
-idéntico ministerio. Gran número de jugadores se sientan á la mesa;
-otro gran número se agolpa de pié á sus espaldas. Gruesas cantidades
-de oro en monedas mayores que la de uso corriente, resmas de billetes
-franceses, paquetillos lacrados de mil francos se extienden en
-grandes montones por todas partes. Extraña impresion producen el
-dinero que allí suena; el siniestro giro de la bola de marfil que
-entre los números rueda; las exclamaciones várias y los contínuos
-cuchicheos; las errantes y expresivas miradas revelando afectos
-diversos; las ganancias de los unos á expensas de la ruina de los
-otros; el tinte moral, que sobre todos se refleja, semejante á un
-ocaso de la humana conciencia.</p>
-
-<p>Lo más horrible es ver mujeres hermosas, jóvenes, de aire
-distinguido, de excelentes maneras, confundidas con todo el deshecho
-y rebuja de la sociedad, y pendientes de aquella bola y de aquel
-número fatales como de un casto y correspondido amor. La sombra
-añadida á la sombra no importa nada, como el cero sumado al cero;
-mas la sombra sobre el astro priva de luz y entristece así la vista
-como el ánimo. Sobre la fren<span class="pagenum" id="Page_38">[p.
-38]</span>te de la mujer el mal se ennegrece con más profundas y
-oscuras tintas que sobre la frente del hombre. Quien cae de más alto
-se destroza más terriblemente. Adan, del Paraíso pasó á la tierra;
-pero Luzbel pasó de los cielos al infierno. La sociedad humana exige
-más pureza y más virtud de la mujer que del hombre; y la sociedad
-humana tiene razon como la tiene siempre en todos esos sentimientos
-universales cuya duracion se confunde con el orígen y el curso de los
-siglos. Terrible cosa es ver la pobre mujer de mundo, halagüeña con
-el afortunado, incitándole á disipar en la orgía el oro allegado en
-el juego; pero más terrible aún, más repugnante es ver á la esposa
-casta, á la madre próvida, á la jóven llamada á fundar una familia,
-ó porque el hastío la sobrecoge, ó porque la necesidad la apremia, ó
-porque el vicio la seduce, en medio de todos los desórdenes, soltando
-sobre un tapete el oro que debia reservar para las economías de la
-casa, para la educacion de los hijos, para las expansiones de la
-caridad necesarias á la ternura de sus verdaderos sentimientos, á
-la delicadeza de su buen natural, á la exaltacion de su apasionado
-carácter. Dígase lo que se quiera, la criatura humana tiene en todos
-los laberintos y minuciosidades de la vida un medio de orientarse:
-mirar á la conciencia en cayo fondo está Dios, como en el fondo
-de los in<span class="pagenum" id="Page_39">[p. 39]</span>mensos
-espacios la luz y lo infinito. Pregúntele cada una de esas damas á
-su conciencia, y verémos si le contesta que la musa del arte, la
-sacerdotisa del hogar, la diosa del amor, vírgen ó madre, á cuya
-virtud fia el mundo la legitimidad de la familia y la educacion del
-género humano, puede rebajarse más en una casa de prostitucion que
-en una casa de juego. Terrible calamidad la desenfrenada pasion de
-jugar. Entregándose el hombre á los azares de la suerte, rindiendo
-culto al implacable destino, suprime la libertad moral; y siempre
-que suprimais la libertad, habréis suprimido nuestra naturaleza y
-levantado en su lugar el demonio del mal. ¡Oh! ¡Maldito sea mil veces
-el juego que sustituye el azar á la libertad y la confianza en la
-fortuna á la confianza en el trabajo!</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_3">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_41">[p. 41]</span></p>
- <h2 class="nobreak">LA BELLA FLORENCIA.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_43">[p.
-43]</span>Un aleman me decia este verano, con poco respeto en
-verdad á mi entusiasta amor patrio, que así como sólo hay dos
-naciones en la historia de la Europa antigua—Grecia y Roma—sólo
-hay dos naciones en la historia de la Europa moderna—Alemania é
-Italia—porque ésta ha traido el pontificado y aquélla el Imperio;
-ésta el arte y aquélla la ciencia.</p>
-
-<p>En vano le mostraba yo el poderío de Inglaterra, su comercio
-abrazando el orbe, sus naves dominadoras de las olas, el espectáculo
-de sus libertades en contínuo crecimiento, y el sentido práctico que
-ha llevado á la vida y á la ciencia; en vano le recordaba que Francia
-fué el verbo de la civilizacion moderna, que su palabra ha desatado
-las tempestades, pero tambien ha encendido la luz, que la levadura
-democrática por ella mezclada á nuestro sér ha penetrado hasta en
-los duros huesos de sus enemigos los alemanes; en vano le hablaba
-de España, de nuestro suelo<span class="pagenum" id="Page_44">[p.
-44]</span> providencialmente destinado á ser el anillo entre el
-Océano y el Mediterráneo, entre el viejo y el nuevo continente,
-de nuestra raza sintética que tiene cualidades del semita y del
-indo-europeo como del germano y del latino á un mismo tiempo, de
-nuestro cielo que ha engendrado los pintores más realistas como
-Velazquez y los poetas más idealistas como Calderon, de nuestro
-pueblo que ha escrito en la fantasía el poema del Romancero y en el
-espacio el poema de la guerra por la Independencia; de nuestro genio
-que, como Dios, ha creado un mundo. El aleman continuaba diciéndome:
-desengañaos, no hay más que dos naciones en la historia moderna;
-Alemania, que nos ha dado la filosofía é Italia, que nos ha dado el
-arte.</p>
-
-<p>Dejé con su tema al loco sin recordar ni Averroes, ni Abelardo, ni
-Santo Tomás, ni Vives, ni Descártes, ni Pereira, ni Raimundo Lulio en
-demostracion de que tambien tenemos nosotros los latinos filosofía,
-y me consagré á contemplar algunas dias esta Italia de la cual debo
-pronto separarme para volver á mi hogar y á mi patria. Su geografía
-os revela en seguida su grandeza. Colgada de los Alpes que la coronan
-de nieves diamantinas y de celestes lagos; atravesada por caudalosos
-rios que siembran en sus venas asombrosa fecundidad, tendida entre el
-mar Tirreno y el mar Adriático que la refrescan con sus ondas<span
-class="pagenum" id="Page_45">[p. 45]</span> y con sus brisas y le
-dan seguros puertos para las naves del Oriente y del Occidente de
-Europa; estrecha, larga, brillante como una espada cuyo pomo penetra
-en el corazon de nuestro continente y cuya extrema punta, se acerca
-al continente africano; unida por el coro de sus islas, por Sicilia,
-á Grecia, al mar de la Jonia, al Asia; y por Cerdeña, al Occidente,
-á Francia, á las Baleares; cercana á las Galias, cercana á las
-tribus germánicas, cercana á Viena, y á París, y á Constantinopla,
-y á Ginebra, no hay duda; esta península habia sido destinada en
-las leyes de la naturaleza, en los secretos de la Providencia, á
-civilizar el mundo.</p>
-
-<p>Pero entre todas sus ciudades ocupa lugar preminente Florencia.
-No busqueis aquí el espacio amplísimo, el carácter moderno, el ruido
-y la animacion de Milan; no busqueis la voluptuosa hermosura de esa
-bacante de las ciudades, ébria de goces, tendida sobre su campo de
-mil colores, ardiente como sus volcanes, de esa ciudad que se llama
-Nápoles; no busqueis la oriental poesía de Venecia con sus lagunas
-que reverberan en mil matices la luz, con sus mares que os cantan
-el himno clásico de las playas helenas, con sus islas sembradas de
-jardines, con sus edificios de mármoles y de mosaicos que parecen
-edificios de corales y de cristal de roca, teñidos por el íris
-del<span class="pagenum" id="Page_46">[p. 46]</span> Asia: Florencia
-es grave, severísima, austera, como conviene á una ciudad etrusca.
-Sus piedras de construccion enormes, colosales, sin ningun pulimento,
-parecen rocas amontonadas; sus largas galerías de columnas oscuras,
-de bóvedas severas, parecen claustros; sus palacios coronados de
-almenas, con sus torres y sus castillos fuertes, parecen fortalezas;
-sus iglesias parecen panteones; sus blancas estatuas, resaltando
-sobre estos fondos de sombras, parecen muertos revestidos con el albo
-inmaculado sudario de la inmortalidad y de la gloria.</p>
-
-<p>Y sin embargo, Florencia tiene tambien muchas joyas, muchas
-preseas de arquitectura armoniosa, muchos monumentos que cantan.
-Tiene la logia de Orcagna, donde se reunia este pueblo de artistas á
-departir sobre los hechos políticos, verdadero museo al aire libre,
-como una plaza de Aténas, con esculturas que han venido de la antigua
-Grecia, con grupos como el robo de las Sabinas de Juan de Bolonia,
-que acusan todo el furor y todo el ímpetu de una raza de atletas; con
-estatuas como el Perseo de Cellini, que es la efigie verdadera de la
-victoria del Renacimiento. Tiene el <i>campanile</i> del Giotto, la torre
-que Cárlos V queria poner bajo un fanal, torre semejante á un juguete
-de joyería abierta por sus altas ojivas y sus menudas columnas
-al aire y á la luz, cin<span class="pagenum" id="Page_47">[p.
-47]</span>celada como un vaso de oro y plata, resaltando con sus
-mármoles de varios matices, junto á la rotonda de Santa María de
-las Flores, como incomparable columna que no acabais jamas de mirar
-y de admirar, por lo ligera, por lo graciosa, por lo aérea. Tiene,
-finalmente, aquellas puertas de Guiberti, que no podeis comprender
-cómo se han cincelado en la Edad Media, por el friso de flores y
-de aves que parecen brotar del seno mismo de la naturaleza; por la
-perfeccion del dibujo, que parece pertenecer á la edad rafaélica; por
-la amplitud de las perspectivas, que creeriais fondos y horizontes
-de los cuadros venecianos; por la agrupacion de los personajes y
-de las figuras, que son obras de la madurez del juicio refrenando
-á la impetuosidad de la inspiracion; por aquellas estatuitas, tan
-serenas, tan armoniosas, tan bellas, que llevan en su frente la
-alborada de un nuevo dia del espíritu humano, y en sus labios el
-vagido anticipadísimo de un nuevo mundo engendrándose en las próvidas
-entrañas de los futuros tiempos.</p>
-
-<p>Pero, aparte de estos monumentos, Florencia es ciudad de un
-gusto austerísimo, del cual podeis formaros idea con sólo recordar
-los caractéres capitales de la arquitectura toscana. Sus palacios
-no tienen pórticos, sus columnas no tienen adornos, sus piedras
-no tienen aquella blancura de marfil<span class="pagenum"
-id="Page_48">[p. 48]</span> que tienen las piedras de la catedral
-de Milan, y mucho ménos aquellos colores de íris que ostentan
-los edificios de Venecia, con escalinatas de mármol, paredes
-de ladrillo-rosa, columnas y chapiteles de jaspe, mosaicos de
-cristales al aire libre, cúpulas y torres coronadas por estatuas de
-bronce con aureolas de oro. Aquí todo es grave, sencillo, sólido,
-majestuosísimo, sobrio, y al mismo tiempo elegante. Diríase que ni
-Roma, ni Grecia, ni los lombardos, ni los godos, ni los franceses, ni
-los alemanes, ni los españoles, ni todas las irrupciones desatadas
-sobre su privilegiado suelo han podido arrancar las hondas raíces del
-antiguo genio etrusco.</p>
-
-<p>Lo que verdaderamente hay de gracioso en Florencia es la campiña.
-Bajo todos aspectos me parece admirable. No tiene la riqueza
-vegetal de nuestras vegas de Valencia, de Granada y de Murcia. No
-veis el nopal gigantesco, ora cargado de amarillas flores, ora
-de grandes frutos, y siempre erizado de espinas, que mezcla sus
-pesadas hojarascas con el agudo y bronceado cactus del áloe, sobre
-el cual se levanta una especie de áureo candelabro de várias ramas
-terminadas por flores semejantes al girasol puesto hácia arriba,
-mirando al cielo. No veis mezclados, confundidos, los naranjales con
-los granados, de blancas y olientes flores los unos, de rojas flores
-los otros, que dan<span class="pagenum" id="Page_49">[p. 49]</span>
-una fiesta á los ojos, sobre todo si entre ellos se lanza erguida á
-lo infinito la palmera del desierto con su sombría y severa corona
-y sus racimos de ámbar. Aquí la vegetaciones ménos lujosa, pero no
-ménos bella. Junto al oscuro olivo, el claro moral; junto al verde
-pino de gigantesca copa, el negro cipres formando melancólicas
-pirámides; junto al umbroso y esférico castaño cargado de erizos,
-el gallardo álamo de Lombardía soportando el feston de sus parras
-entrelazadas en caprichosas é interminables guirnaldas; al pié del
-secular nogal, ciruelos, perales, albaricoqueros, melocotoneros;
-por todas partes verjeles sin término, viñedos sin número, jardines
-floridos en todo tiempo, una vegetacion que convida con su gracia
-y con su alegría á la felicidad de respirar y de vivir. Pero esta
-vegetacion fuera uniforme si estuviese, como la espléndida y viciosa
-de Lombardía, tendida en espaciosísima llanura. Aquí el terreno es
-quebrado; las montañas de Umbría con sus matices de azul oscuro al
-Este, las cordilleras del Apenino al Oeste, en las cuales predomina
-el matiz morado; por el fondo los valles del Arno á cuyas dos orillas
-se elevan como un grandioso intercolumnio, en forma de rotondas y de
-pirámides, arquitecturales colinas separadas por verdes y floridas
-cañadas, que riegan varios arroyuelos, pero colinas todas graciosas,
-rientes, llenos sus costa<span class="pagenum" id="Page_50">[p.
-50]</span>dos de granjas, de quintas, de jardines, de huertos, y
-sus cimas coronadas por iglesias, monasterios, palacios, torres,
-castillos, que medio muestran y medio esconden sus muros entre
-bosques de cipreses y de pinos, los cuales con sus fuertes contrastes
-en el color y en el dibujo dan al paisaje indescriptible armonía.</p>
-
-<p>Sobre las bellezas naturales de estos montes y de estas colinas
-resplandecen las bellezas históricas en Toscana. Ahí está, en
-montecillo cónico, al Nordeste, sobre verjeles y jardines, la celda
-del místico pintor que trazaba sus vírgenes de rodillas y que habia
-visto y oido por un milagro de fe en los arreboles de su inspiracion
-santísima, los ángeles del cielo. Regada por estas fecundas aguas del
-Arno se levanta la casa paterna de aquel genio extraordinario que
-fué ingeniero y matemático y pintor y arquitecto y físico y geólogo
-y escultor y médico y filósofo, como si el espíritu humano, ese mar
-infinito, se hubiera subido á una sola cabeza. Ahí se descubre,
-entre colinas umbrosas donde las flores brotan á millares, el
-delicioso jardin nunca bastante alabado en que el gran satírico, el
-comentador del Dante, viendo á sus piés Florencia entregada á todos
-los horrores de la peste, se entregó al placer, á la risa; y fundó
-entre beso y beso, trago y trago, carcajada y carcajada, acompañado
-de dos coros<span class="pagenum" id="Page_51">[p. 51]</span>
-de bellas damas y cumplidos caballeros, en su centon de cuentos
-inmortales, aunque obscenos, la prosa italiana. En estas arenas
-trazaba sus figuras, sus bocetos primeros, el niño misterioso, el
-pastor inspirado, que llamaban de consuno la naturaleza y la historia
-desde su profunda oscuridad á entrar en el cielo del arte, á ser el
-padre de la pintura cristiana, á desceñir las vírgenes y los santos
-de la angosta túnica bizantina. En la nieve que caia sobre estos
-jardines amontonada por los muchachuelos florentinos durante sus
-ruidosos juegos modelaba las colosales figuras que habian de indicar
-en los caminos del progreso la transfiguracion de la humanidad el
-escultor del David y del Moises y de la Noche. En las encrucijadas
-oscuras de esas calles florentinas, en los largos muros de esas
-pesadas casas, se dibujaba la sombra siniestra de aquel que tenía
-en su mente todas las promesas del cielo, en su corazon todos los
-dolores del infierno, en su sér, único y solitario en las edades,
-sin que le abrumára, el peso colosal de la epopeya católica. El
-bronce de las puertas de Florencia señala el perfeccionamiento de
-la escultura; el yeso de sus altares, resplandecientes de colores
-y matices varios, cielos del espíritu, espacios de la humana
-creacion, señalan el perfeccionamiento de la pintura. Á la sombra
-de estos pinos, al rumor de estas aguas, al pié de estas co<span
-class="pagenum" id="Page_52">[p. 52]</span>linas, el genio de la
-antigüedad sacudió el sueño de quince siglos y reanudó el hilo
-interrumpido de la historia y restituyó sus olvidados derechos á la
-naturaleza convirtiendo en hombres los penitentes de la Edad Media.
-En sus pórticos, en sus intercolumnios, coronada por sus laureles,
-reanimada por su luz y por su color, se elevó de nuevo al cielo
-el alma de Platon destilando la miel del Hibla para contrastar el
-acíbar que habian mezclado á nuestro pan los horrores del feudalismo
-y de la teocracia. En su genio flexible, en su agudeza ática, en su
-finura incomparable, en su historia dramática cual ninguna, encontró
-aquel escritor, de todos los políticos maldecido y de casi todos
-aprovechado, las profundas observaciones sobre las desgracias y las
-penas y las calamidades sociales. Sus piedras, amontonadas por el
-genio de la arquitectura, sustituyen á la mística ojiva el triunfal
-arco romano. Sus monumentos ven las agitaciones de una democracia
-tempestuosa y serena al mismo tiempo, con rasgos de héroe y
-temperamento de artista, una democracia como la democracia ateniense,
-capaz de vencer en el gimnasio, en el combate, en el taller y en
-la escuela. En su seno se juntaron por un momento la Iglesia de
-Occidente con la Iglesia de Oriente como si hubiera logrado la
-moderna Florencia resucitar el poder de la antigua Roma y restaurar
-á lo mé<span class="pagenum" id="Page_53">[p. 53]</span>nos la
-unidad moral de la moderna Europa. En sus plazas se oye todavía la
-voz del fraile que logró fundar una república sin más gobierno que
-el invisible gobierno de Cristo. En sus altísimas torres se dibuja
-la colosal figura de aquel genio que reveló al mundo los secretos
-del cielo, que probó con el péndulo el movimiento del planeta, que
-escrudiñó con el telescopio las estrellas, y que vino á morir bajo el
-trasparente cielo de Florencia y á tener en el seno de esta ciudad
-única, el sepulcro de sus huesos y el templo de su gloria. Aquí,
-aquí, el jóven sublime, el Dios inmortal de las formas plásticas, el
-que revistió á la figura humana con la belleza griega, volviendo de
-la Umbría su cuna, de Siena, su segunda escuela, dejó para siempre
-los terrores místicos que daban rigidez á sus figuras, entró de lleno
-en el regazo de la humanidad y de la naturaleza, engendrando en su
-cerúleo pensamiento esas vírgenes, realizacion maravillosa del tipo
-eterno de la hermosura perfecta.</p>
-
-<p>¿No os habeis detenido algunas veces á contemplar en la historia
-el destino de las ciudades? La materia cósmica se halla extendida,
-espaciada, difusa en la inmensidad. Pero algunos puntos, algunos
-núcleos la reunen, la condensan, y en soles, en mundos, en aerolitos,
-en cometas, la irradian, la revelan, como diciendo: «Hé ahí la<span
-class="pagenum" id="Page_54">[p. 54]</span> luz.» Así están las
-ideas en la conciencia humana, esparcidas, espaciadas, difusas,
-impalpables, y algunas ciudades las recogen, las condensan y hacen
-con las ideas lo que los astros con la luz, revelarlas, difundirlas,
-embellecerlas. Babilonia es la ciudad de la astrología y de la magia;
-Jerusalen es la ciudad de Dios; Aténas es la ciudad de la filosofía
-y del arte; Tiro es la ciudad del trabajo y del comercio; Roma es
-la ciudad de la política y del derecho; Alejandría es la ciudad que
-une la teología judaica con la ciencia griega para llevar el filtro
-de todas las ideas al seno del cristianismo; Aquisgran es la ciudad
-del Imperio carlovingio; Córdoba es la ciudad que revela en la noche
-de la teocracia la antigua filosofía y las nuevas verdades, el
-aristotelismo y la química; Ausburgo es la Nicea del protestantismo
-germánico; Ginebra la escuela religiosa de los republicanos del
-Nuevo-Mundo; Washington, nacida ayer, la estrella de la democracia
-universal; París, á pesar de su ancianidad y de sus viejas
-tradiciones, la capital de la Revolucion.</p>
-
-<p>Florencia, que ha vivido durante largos años entre tempestades de
-ideas y combates homéricos en su inquieta democracia; y ha puesto
-el cincel en las manos de Andres de Pisa y de Guiberti para que
-esculpieran las puertas del nuevo paraíso; y ha dado á Lúcas de la
-Robla el dulce crepúsculo de<span class="pagenum" id="Page_55">[p.
-55]</span> helenismo y de cristianismo para que en él brillaran sus
-lucientes figuras de porcelana; y ha revelado la anatomía del cuerpo
-humano y la fecundidad de la naturaleza á Donatello; y ha llevado
-en sus entrañas, sin estallar, al Titan de las artes, al sublime
-Miguel Ángel; y ha cincelado el oro recien traido del Nuevo-Mundo con
-el mágico estilete de Benvenuto; y ha inspirado á Brunelleschi, el
-cual puso montañas sobre montañas, como los antiguos cíclopes, para
-crear la severa arquitectura moderna; y ha sido escuela á un tiempo
-de Cimabue, el último de los bizantinos, y de Giotto, el primero
-de los pintores, y templo donde Fra Angélico dibujó sus vírgenes y
-sus ángeles nacidos de una inspiracion sin mancha y dotados de una
-vida sin pecado, y academia donde tienen altares desde las graciosas
-figuras del Sarto hasta las colosales de Fra Bartolomeo; y ha
-prestado al Dante sus terrores, al Boccacio su risa, al Sansovino su
-armonía, á Maquiavelo sus cóleras, á Pico de la Mirandola su saber,
-á Rafael su perfeccion, á Marsilio Ficino su elocuencia platónica, á
-Savonarola su inspiracion, á Leon X su culto por las artes, á Galileo
-su luz, bien puede decirse que es y será eternamente la madre de la
-civilizacion moderna, la ciudad por excelencia del Renacimiento.</p>
-
-<p>Los que estudian superficialmente la historia<span
-class="pagenum" id="Page_56">[p. 56]</span> atribuyen las grandezas
-de Florencia á la dinastía de los Médicis. No saben sin duda que
-los Médicis recogen los frutos de la República como recoge Octubre
-la cosecha cuyas flores ha pintado Mayo y cuyas frutas han madurado
-Julio y Agosto. Los genios de las grandes épocas históricas han
-sido todos forjados al fuego de la libertad en el seno de la
-República. Augusto ha dado nombre á una época ilustre; pero Ovidio,
-Propercio, Virgilio, Horacio, Tito Livio habian nacido y se habian
-criado en las agitaciones de la República romana. La cosecha de
-Augusto es la literatura de la decadencia latina, la literatura que
-debe optar entre la abyeccion ó la muerte. Luis XIV da su nombre
-á otro siglo; pero Corneille y Bossuet y Molière pertenecen á las
-grandes y republicanas guerras de la Fronda. Perícles habrá podido
-denominar una centuria; pero nadie duda que la madre fecunda de
-los genios de aquella centuria fué la República de Grecia. Los
-mismos hombres extraordinarios de fines del siglo décimoquinto y
-principios del siglo décimosexto en España, Colon, Hernan-Cortés,
-Pizarro, El Cano, Cisnéros, Garcilaso de la Vega, Gonzalo de Córdoba
-no pertenecen á los tiempos de la monarquía absoluta; pertenecen
-unos á las repúblicas, otros á los municipios democráticos, otros á
-las guerras feudales, otros á las tumultuosas córtes, otros<span
-class="pagenum" id="Page_57">[p. 57]</span> al período revolucionario
-de las comunidades, todos á la agitacion de la libertad, que es la
-misma agitacion de la vida. Cuando el absolutismo se ha apoderado
-bien de las conciencias, vienen los conceptualistas, los barrocos,
-los churriguerescos, los historiadores de la historia augusta; aquí
-Gracian, allá Marini, en todas partes la decadencia y la muerte.</p>
-
-<p>Así, cuando Miguel Ángel vió que se iba la libertad, anunció
-con su cincel sobre un sepulcro que venía la Noche. Y por todas
-partes, por todas, se vió, se tocó, se palpó la decadencia. Ya no se
-alzan los palacios de la Señoría del Podestá, de Pitti, de Strozzi,
-palacios maravillosos de comerciantes; son palacios teatrales,
-grandes, pero destituidos de toda inspiracion, lejanas imitaciones
-de Versálles. San Gallo es el único arquitecto notable que pueden
-oponer los siervos á todas las innumerables legiones de arquitectos
-de la República. Y lo que decimos de la arquitectura decimos de la
-pintura. En cuanto se funda definitivamente la monarquía absoluta
-pierde su originalidad, su inspiracion, su brillo, y se hace servil,
-imitadora, rutinaria, vana y amanerada; se deslumbra y muere. Y la
-escultura tiene que buscar penosamente extranjeros á Italia, como
-Juan de Bolonia, para sostenerse un momento; pero caen sobre ella
-las universales tinieblas y desfallece y<span class="pagenum"
-id="Page_58">[p. 58]</span> muere tambien. La República le dió su
-inspiracion á Florencia y con la República se extinguió este númen
-divino que ha dado alma á la civilizacion moderna.</p>
-
-<p>La historia del arte es tambien la historia de la libertad.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_4">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_59">[p. 59]</span></p>
- <h2 class="nobreak">MANTUA Y VIRGILIO.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<div class="apartado inicio">
- <h3 title="I."><span class="pagenum" id="Page_61">[p. 61]</span>I.</h3>
-</div>
-
-<p>Yo siempre te amé, siempre, alma Naturaleza, desde que sentí tu
-eterna vida agolparse á mi corazon y tu calor discurrir en jugos
-vivificantes por mis venas. Luz esplendente que inundas los espacios;
-electricidad chispeante que corres por los nervios; aire vital en
-que respiran desde la violeta hasta el águila; fuego del hogar á que
-se calientan los orbes; vida, eterna vida, la de varios colores,
-la de organismos innumerables, jamas te imaginé sombra de mis
-pensamientos, cuadro de mi fantasía, estatua animada por la antorcha
-de mi inteligencia, el eco de mi voz en lo infinito, el reflejo de mi
-solitario sér en el vacío: creí y adoré tu realidad.</p>
-
-<p>En tí, en tu seno, todo me subyuga: lo mismo la primera flor del
-temprano almendro en la henchida yema, que el postrer copo de la
-blanca nie<span class="pagenum" id="Page_62">[p. 62]</span>ve en la
-alta montaña; lo mismo el rumor de la lluvia invernal en los vidrios
-de las ventanas por las eternas noches, que el susurro del arroyo
-libre de sus cadenas de hielo por las campiñas primaverales; lo mismo
-la tormenta rugiente en truenos, encendida en relámpagos, chasqueando
-el rayo, que la endecha del ruiseñor enamorado en el tranquilo
-bosque; lo mismo el deslumbrador mediodía con sus tonos calientes,
-que la pálida luna con sus argentadas gasas; lo mismo el chirrido de
-la cigarra en las estivales siestas, que el grito del cuclillo en las
-mudas veladas; lo mismo el zumbar de la abeja sobre los arbustos,
-que el espirar de la ola en las sonoras playas; todo en tí me parece
-divino, todo, desde el amor hasta la muerte.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>II.</h3>
-</div>
-
-<p>Siempre me acordaré de una de las tardes más solemnes de mi
-existencia. Era el dia de Pascua en que todo resucita, la mariposa
-abandonando su larva para tomar multicolores alas, y Cristo rompiendo
-su sepulcro para llevarse el alma de la humanidad á los cielos.
-Así toda la creacion repite la alegre aleluya entonada por el
-órgano<span class="pagenum" id="Page_63">[p. 63]</span> bajo las
-bóvedas de las iglesias y por las campanas en las altas torres.
-Descendia el sol hácia su ocaso entre anaranjadas nubes; brillaba
-el cielo con ese azul de España que no he visto ni en Italia;
-flameaban las cordilleras purpurinos reflejos que hacian de los
-ventisqueros volcanes; en los manzanos y en las acacias tendíanse
-blancas guirnaldas como signos de los desposorios de tantos seres
-en la estacion de los amores; y miéntras por los pedregales se
-ataviaban de su primer verdor la zarza-rosa, en los trigos, entre las
-tiernas espigas, alzaban sus corolas encarnadas las sedosas amapolas.
-De pronto suben dos alondras, una pareja enamorada, á los aires.
-Mirábanse extáticos aquellos seres del cielo ni más ni ménos que los
-amantes en la tierra. Volaban alegres con femenil coquetería como si
-quisieran mostrarse sus sendas perfecciones iluminadas por los rayos
-del sol poniente. Algunas veces las alas se rozaban y los cuerpos se
-confundian. La nube de incienso no asciende con tanta majestad en el
-santuario como ascendian los dos pajarillos en el campo. Veíaseles
-detener su ascension, quedarse fijos é inmóviles como si miraran algo
-sobrehumano aquí en el suelo despues de haber mirado la luz allá en
-el horizonte. Era quizás su nido, eran quizás los hijuelos de sus
-amores. Ignoro si en aquellos dias podrian ya tener hijuelos, pero
-me pareció que<span class="pagenum" id="Page_64">[p. 64]</span> los
-contemplaban dormidos, que los oian piar, que atisbaban el lejano
-peligro para defenderlos y salvarlos ántes de perderse en el cerúleo
-abismo. Lo cierto es que en su canto, en sus notas alegres, en sus
-gorjeos, en su jugueton vuelo, en todos sus movimientos, mostraban
-á las claras ¡ah! la alegría comunicativa de vivir y de amar. Sus
-cantares caian sobre mi sér como rocío benéfico y lo impulsaban á
-participar de tanta felicidad.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>III.</h3>
-</div>
-
-<p>Pero en el mundo no todos tienen este culto mio por la Naturaleza,
-no todos sienten este dulce arrobamiento por los bellos espectáculos
-de la vida. Hay muchas armonías, pero junto á muchas batallas. Si
-al levantar los ojos á las esferas y ver el concertado movimiento
-de los astros puede pareceros el universo un poema, al convertirlos
-á la tierra y descubrir el ódio de unos seres á otros seres, sus
-mutuos encarnizados combates, las heridas que se abren, la sangre
-que se sacan y vierten, la muerte que se infieren, el universo puede
-pareceros una interminable, infinita, universal guerra.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_65">[p. 65]</span></p>
-
-<p>Si cada sér no tuviera á su lado su contrario, llenaria pronto
-él solo con su prole toda la creacion. Un elefante, el animal de
-instintos más castos y de reproduccion más tardía, á la vuelta de
-cuatro ó cinco siglos, podria tener una descendencia de quince
-millones de elefantes. Por eso la muerte es tan creadora y tan
-necesaria y tan fecunda como la vida. Por eso en cada punto del
-espacio se amontonan las cunas y los sepulcros. Por eso junto á
-cada planta hay otra que le dispute el aire, la luz, el jugo de la
-tierra, el rocío de los cielos; junto á cada animal, otros animales
-que se persiguen como ejércitos enemigos y se exterminan crueles en
-eterno duelo á muerte. La vaca en el Paraguay lucha con un moscon que
-comienza por zumbar en su oido y concluye por anidar en su ombligo. Y
-aquel moscon la mata. Los naturalistas dicen que si los moscones no
-acabáran de esa suerte con las vacas, acabarian las vacas, en tiempo
-relativamente corto, con la lujuriosa vegetacion del Paraguay. Y
-entre nosotros, en la especie humana, así como hay quien considera
-la Naturaleza un templo y desearia no profanarla ni con una gota de
-sangre, no oscurecerla ni con una nube de ódio, hay quien siente á
-la vista de la ligera liebre el instinto del galgo ó del sabueso; al
-roce de las alas de un pajarillo el impulso del águila ó del milano,
-y viviria como el feroz<span class="pagenum" id="Page_66">[p.
-66]</span> cazador de la leyenda alemana en lucha perpétua, entre
-montones de despojos, produciendo eternamente la muerte; anegándose
-en mares de sangre.</p>
-
-<p>Llevábamos aquella tarde en nuestra compañía un cazador. El
-cántico y el vuelo de las dos inocentes avecillas no conmovieron su
-empedernido corazon. Donde nosotros veiamos el amor, la familia,
-un matrimonio, unos hijos, él veia, con la crueldad del asesino,
-su presa. De pié, á nuestra espalda, sin que tuviéramos tiempo de
-evitarlo, apuntó á los pajarillos una escopeta de grande alcance
-y derribó á uno de ellos herido en el ala por tierra. No os podré
-decir lo que pasó en mi corazon. El pobre animal arrancado del cielo
-como una estrella que se desengarzára de su centro de gravedad;
-herido en los órganos que le dan el dominio de los aires; separado
-violentamente de su esposa, de la compañera del alma, de todos los
-encantos y de todos los amores de su vida; imposibilitado de volver
-al nido en que quizá piaban sus hijuelos, mirábanos con ojos de dulce
-y por lo mismo desgarradora reconvencion, preguntándonos qué daño
-nos habia hecho para inferirle tan bárbaro y tan neroniano castigo.
-Este sér nervioso, movible, pequeño, habia subido y subido en raudo
-vuelo á las alturas para huir de las sombras, para recoger los
-rayos del sol, para contem<span class="pagenum" id="Page_67">[p.
-67]</span>plar por más tiempo la luz, esa idea del Universo; y el
-hombre con sus bárbaras máquinas y maquinaciones le precipitaba
-en la oscuridad, en el dolor, en la muerte. Pocos momentos ántes
-respiraba hasta por las plumas. Sus alas se tendian suavemente en
-los aires, su pecho se hinchaba de vivificador oxígeno, lucian sus
-ojos abrillantados por el éter, y un minuto y un fragmento de plomo
-habian bastado á destruir su ventura. Pero lo desgarrador de aquella
-escena era la pobre viuda, más herida en el corazon que su compañero
-en las alas. Bajaba como abatiéndose al dolor. Volvia á subir cual
-si quisiera mover á volar con su ejemplo. Trazaba espirales en torno
-del inerte cuerpo. Se detenia sobre el ramo cercano y le llamaba
-con desgarrador llamamiento. Aquel pío era una escala de sollozos,
-de plañidos, de quejas. Cada nota, aguda como un grito, llenaba
-el espacio de torrentes de lágrimas. Oíanse todas las gradaciones
-del dolor, la pena, la tristeza, la amargura, la desesperacion el
-anhelo por la muerte. Cuando Julieta se levanta de su sepulcro y se
-encuentra á su esposo herido y agonizando á sus plantas, no dice
-cosas tan tristes, tan amargas, tan profundas, como las que decia
-en sus gorjeos de duelo á los aires la pobre alondra viuda. Todos
-nos mirábamos y todos sentiamos profundo enternecimiento. Hasta al
-cazador endure<span class="pagenum" id="Page_68">[p. 68]</span>cido
-le remordia la conciencia por haber roto aquel lazo de dos seres
-atados por el amor. Yo me acordé confusamente de mi infancia, de los
-primeros dias de orfandad, de la viudez de mi madre y de su lloro.
-¡Oh! el sentimiento y la idea están esparcidos como la luz, como el
-calor, como la vida, por todo el Universo.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>IV.</h3>
-</div>
-
-<p>Si la idea y el sentimiento están esparcidos por la Naturaleza,
-el amor á la Naturaleza no ha dominado siempre en el arte. Hay
-épocas enteras en que parece estar ciego el hombre á los esplendores
-del Universo. Ni la estrella en el cielo, ni la luciérnaga en la
-tierra, ni el torrente espumoso que baja como una tormenta de las
-altas cimas, ni la gota de rocío que se suspende como una lágrima
-á las hojas de las flores, hieren su atencion. Las reacciones
-místicas contra el delirio y el desenfreno de los sentidos explican
-satisfactoriamente este hecho. El poeta monástico ó el poeta guerrero
-se conmueven más á la vista de los altares ó de los campamentos que á
-la vista del sol naciente ó del mar en calma; miéntras el poe<span
-class="pagenum" id="Page_69">[p. 69]</span>ta antiguo, coronado de
-pámpanos y de hiedra, con la copa de Chipre en las manos y la miel de
-Chio en los labios, quiere contemplar desde mullido lecho de hojas
-de rosas el cielo y las ondas, los bosques y los promontorios, las
-cordilleras ceñidas de nieve y las islas salpicadas de espumas, en
-el admirable golfo de Parthénope. La poesía está do quier está la
-hermosura. Puede ser un monasterio hermoso y hermosa una orgía. Pero
-no me negaréis que el sentimiento de la Naturaleza da mucho vigor y
-mucho encanto á los poetas. Admirables son el horizonte y el campo
-reflejándose en las profundidades de nuestra alma. Los cantores de la
-Naturaleza, pues, nos encantan siempre. Y entre los cantores de la
-Naturaleza ninguno como Virgilio. En el aula de latinidad, cuando las
-declinaciones y los diptongos empolvan vuestro pensamiento, Virgilio
-os trae el aire balsámico de la majada, el olor del tomillo, la
-sombra de las hayas, el eco de la zampoña, el arrullo de la tórtola,
-el misterio de la sublime caida de la tarde al bajar la sombra de
-los altos montes y subir los ganados á los escondidos apriscos. Allí
-veis y ois las aves que anuncian el tiempo como las Sibilas del aire
-y como las profetisas del Universo apareciendo segun las tempestades
-ó las bonanzas; la grulla que se levanta de los valles; la golondrina
-que riza con sus alas<span class="pagenum" id="Page_70">[p.
-70]</span> jamas fatigadas el borde espumoso de las ondas; los
-lúgubres cuervos que hacen estremecer la atmósfera con su vuelo y sus
-graznidos; los pájaros acuáticos, tanto aquellos que surcan los mares
-como aquellos que surcan las lagunas, sumergiéndose en las aguas,
-sacando luégo erguidas sus cabezas, para escapar con sus bandadas
-léjos de la tormenta; el ronco grito de la corneja que llama á las
-nubes y á los torrentes del cielo; el triste mochuelo gimiendo en
-los altos techos durante la callada noche como para contrastar la
-serenata que da el ruiseñor en la enramada al dulce objeto de sus
-cánticos y de sus amores. Cuando en las artes descendeis de uno de
-esos poetas idealistas y soñadores á Virgilio, os sucede como al
-descender de los elevados picos donde el aire se enrarece, al hondo
-valle henchido de oxígeno y embalsamado de esencias.</p>
-
-<div class="apartado">
- <h3>V.</h3>
-</div>
-
-<p>La idea de mirar y admirar el paisaje donde nació Virgilio,
-me llevó á la ciudad de Mantua. Las expresivas palabras <i>Mantua
-me genuit</i> vagaban por mis labios desde los primeros años de mi
-existencia. Mantua es gran plaza fuerte, una de<span class="pagenum"
-id="Page_71">[p. 71]</span> las más poderosas de Europa, integrante
-parte del cuadrilátero con que el despotismo extranjero tenía
-como crucificada á la pobre Italia. Parece imposible; pero en tan
-estrecho recinto, oprimidos por espesos muros, á la sombra de las
-ceñudas fortalezas; allí donde sólo se oian los pasos del austriaco
-que celaba con la ardiente mecha aplicada al oido de sus cañones;
-sin salida ni retirada posible á causa de las lagunas del Mincio,
-auxiliares de las fortificaciones, los patriotas conspiraban. Frente
-al palacio ducal brilla un monumento con los bustos de estos mártires
-inmolados á la independencia de su nacion, á la libertad de sus
-conciudadanos. Por esta escala de dolores, con tristísimas coronas de
-agudas espinas á las sienes, amontonando los huesos de sus hijos, las
-naciones suben desde el abatimiento en la servidumbre á la vida en la
-libertad. Caminamos al cumplimiento del ideal entre dos hileras de
-cadalsos. El dolor tiene pasmosa fecundidad.</p>
-
-<p>Estar en una ciudad italiana y no ver algunos ejemplares de sus
-artes, francamente, es imposible. Así, despues de haber visitado
-la catedral, que no me llamó grandemente la atencion, visité la
-basílica de San Andres, que por sus sólidas pilastras, sus atrevidos
-arcos, sus largas líneas, sus grandiosas curvas, su alta y atrevida
-rotonda, me pareció una iglesia imponente, poco austera, co<span
-class="pagenum" id="Page_72">[p. 72]</span>mo todas las iglesias
-italianas, sobrecargada quizás de adornos y de objetos artísticos,
-pero grandiosa.</p>
-
-<p>¡Ah! por todos estos monumentos se descubre que el paganismo
-quedó vivo allí, y que el Renacimiento comienza en el suelo itálico
-á la hora misma en que comienza la cultura moderna. En el siglo
-décimosexto, nosotros construimos edificios de gótico florido. No
-hay sino ver el San Juan de los Reyes en Toledo ó la fachada de la
-catedral nueva en Salamanca. Pero las gentes de Italia, enamoradas
-de Roma, á mediados del siglo décimoquinto, elevan muchas de sus
-iglesias poniendo una sucesion de arcos romanos y echando sobre estos
-arcos las majestuosas bóvedas. La basílica de San Andres pertenece al
-número de las iglesias greco-romanas, que abundan tanto en todos los
-territorios de Italia.</p>
-
-<p>Visitar una ciudad italiana y no conocer en ella algun gran
-pintor, tambien es imposible. Cada artista tiene su ciudad. Si
-quereis conocer á Luini id á Milan, si á Corregio id á Parma, si
-á Andrea del Sarto á Florencia, si á Beccafiume á Siena, si á
-Signorelli á Orvieto, si á Rafael á Roma, si á los Carraccios á
-Bolonia, si al Giotto á Pádua, si á Julio Romano á Mantua. En esta
-ciudad encontró poderoso príncipe que le protegiera, riquezas que
-le auxiliaran, libertad para<span class="pagenum" id="Page_73">[p.
-73]</span> inspirarse en el recóndito manantial de sus ideas. Julio
-Romano ha pasado á la posteridad como el discípulo predilecto de
-Rafael de Urbino y como el heredero de su genio. En una gran parte
-de los cuadros más admirados por el mundo, su lápiz ó su pincel
-han obedecido las inspiraciones soberanas del inmortal maestro. En
-las logias, éste sólo pintó de su mano el primero y último cuadro:
-<i>La Creacion</i>, que comienza aquella epopeya religiosa evocando el
-Universo á la virtud creadora de la palabra divina lanzada por el
-Eterno; y <i>La Cena</i>, que la termina instituyendo el sacramento de
-la eterna comunicacion del hombre con Dios. En las maravillosas
-estancias hay paredes enteras debidas al pincel de Julio Romano,
-aunque sean fidelísimos traslados de los cartones rafaelinos. Es uno
-de los satélites de aquel planeta ó de los planetas de aquel sol.</p>
-
-<p>Su genio, sin embargo, no tiene la tranquila armonía, la calma
-profunda, la serenidad celeste, la perfeccion clásica del genio de
-Rafael. Julio Romano gusta de lo exagerado, de lo extravagante, y
-á veces de lo feo. Bajo este concepto puede y debe llamársele un
-artista romántico. Así, en cuadro de ideal Vírgen, obra de Rafael,
-ha puesto una gata, como alzando al empíreo la humildad del hogar
-doméstico; y en la gran batalla de Constantino y Maxencio ha
-pintado en primer<span class="pagenum" id="Page_74">[p. 74]</span>
-término un enano grotesco y monstruoso, que jamas hubiera permitido
-el maestro en cuyo genio renacia la majestad de Fídias. Por eso,
-donde Julio Romano se muestra en toda su ingenuidad, donde aparece
-tal como lo habia forjado naturaleza, es en Mantua; allí, jefe de
-escuela, soberano de sí mismo, rodeado de discípulos innumerables,
-compartiendo la autoridad con los duques del territorio, gozando de
-córte y de presupuesto, como si constituyera su genio solo un Estado.
-La sustitucion del ateniense, del florentino, del pagano Papa Leon
-X, que, no pudiendo conversar con los antiguos dioses, conversa con
-sus descendientes los artistas; la sustitucion del Papa Leon X por su
-sombrío sucesor Adriano, teólogo, y nada más que teólogo, flamenco
-incapaz de toda inspiracion, enemigo del arte, le ahuyentó de la
-Ciudad Eterna, que parece otra vez herida por los bárbaros, asaltada
-por el glacial genio del Norte, á cuyo helado soplo pierden sus alas
-y se encierran tristemente en sus larvas las risueñas ideas. Cuando
-llega á Mantua no tiene Julio Romano caballo, y el Duque le regala su
-caballo favorito; no tiene hogar, y el Duque le regala un palacio;
-no tiene ahorros, y el Duque le envia brocados, terciopelos, joyas,
-que podrian ciertamente envidiar los más poderosos príncipes. Su
-fortuna llega á tal extremo, que merece por las<span class="pagenum"
-id="Page_75">[p. 75]</span> fiestas dispuestas en su loor y los
-teatros levantados y los torneos y las danzas y las decoraciones y
-los saraos ser tratado por Cárlos V, el dueño de Europa, como uno de
-sus compañeros: que entónces lucia junto á la corona de los reyes la
-aureola de los pintores.</p>
-
-<p>Hay tanta diferencia entre Rafael y Julio Romano como entre
-Virgilio y Ovidio, como entre Garcilaso y Góngora. Aquella idealidad
-que el pintor melodioso por excelencia traia de las catedrales de
-la Edad Media para unirla con las formas perfectas de la antigüedad
-clásica resucitada, se pierde, se extingue en sus discípulos, los
-cuales, en cuanto los ojos del maestro y su sonrisa dulcísima se
-apagaron, caen precipitados en profunda oscuridad y no vuelven á
-entrever la conjuncion del espíritu moderno con el espíritu antiguo,
-verdadero secreto de la grandeza del Renacimiento. Julio es un
-pagano, pero un pagano por cuyo cuerpo corren las chispas de nuestra
-electricidad y por cuya alma atraviesan nuestros dolores y nuestras
-inquietudes. Poco ó nada sabe ya en Mantua de la pintura rafaeliana,
-de aquella inspiracion religiosa unida á la belleza griega, de
-aquel espiritualismo encendido sobre las aras de mármol penthélico;
-su genio fogoso, inarmónico, violento se lanza á los piés de los
-antiguos dioses griegos y se contagia con su sensualismo acriso<span
-class="pagenum" id="Page_76">[p. 76]</span>lado y purificado en
-la mente platónica y cristiana de Rafael. Evocando los cuadros de
-la primitiva escuela de Siena y de Umbría para ponerlos junto á
-los frescos del palacio de Mantua ó de la casa del Té, se nota que
-el espíritu humano ha andado tanto y se ha trasformado tanto como
-pudiera andar y trasformarse de las Pirámides de Egipto al Parthenon
-de Grecia. Julio Romano me parece uno de esos pensadores alejandrinos
-que, deseando resucitar á los antiguos dioses griegos á fin de
-conservar la sabiduría de Aténas y la fuerza de Roma, sin las cuales
-no se concibe la existencia del mundo, los hincha, los agranda, los
-agiganta desmedidamente con ideas orientales, platónicas, hasta
-cristianas, especie de filtros inútiles, bien pronto convertidos
-en corrosivos venenos, porque merced á ellos pierden los dioses la
-serenidad celeste, la dulce sonrisa, el tranquilo gozo, la perfecta
-hermosura con que juntaban en dulces desposorios y entre guirnaldas
-de flores la tierra con el cielo.</p>
-
-<p>Para conocerlo es necesario estudiarlo en el Palacio del Té, en
-Mantua, en aquella su obra maestra, que es respecto á Julio Romano
-como la capilla Sixtina respecto á Miguel Ángel, como las estancias
-del Vaticano respecto á Rafael, como la sacristía de Siena respecto
-á Pinturrichio. Pocas veces se verá un palacio ideado, deli<span
-class="pagenum" id="Page_77">[p. 77]</span>neado, construido,
-pintado por un solo artista. Es una gran quinta, ó, como nosotros
-decimos, un sitio real de los Duques de Mantua cerca de la ciudad.
-Los dos principales salones, pintados al fresco por Julio Romano y
-sus discípulos, vienen á ser el salon de Psíquis y el salon de los
-Gigantes; aquél por la gracia, y éste por el atrevimiento; aquél por
-la armonía y éste por la hipérbole; aquél por la clásica expresion
-de dulzura, y éste por la exagerada expresion de violencia; como
-si quisiera representar el lado femenino junto al lado viril del
-arte.</p>
-
-<p>Nadie puede olvidar á Psíquis, la pobre perseguida de Vénus, la
-hermosísima doncella que goza en la oscuridad, acostada sobre un
-lecho de flores, las caricias del amor suspenso á su pensamiento y
-á sus labios, cuando deseosa de verlo, de contemplarlo, enciende su
-lámpara y le sorprende en el sueño extasiada, y le admira extática y
-le ama con más pasion y le desea eternamente á su lado, en su lecho,
-hasta que una gota de aceite hirviendo cae sobre las espaldas del
-enamorado despertándole; y al verse conocido, examinado, él, que es
-un misterio, él, que gusta de las sombras, él, que presta á todos
-su ceguera, huye y se desvanece en los aires sin dejar más que un
-resplandor, un aroma, un recuerdo, como para atormentar eternamente
-á la pobre jóven, fiel imágen del alma humana<span class="pagenum"
-id="Page_78">[p. 78]</span> enamorada de lo infinito, cuya inmensidad
-siente dentro y fuera de sí, en su idea y en la Naturaleza, pero sin
-poder jamas ni verla ni alcanzarla.</p>
-
-<p>Mirad esas paredes. Aquí Psíquis está en el baño, y rosados
-amorcillos derraman sobre el agua y sobre su cuerpo olorosas
-esencias; allá Mercurio prepara el banquete nupcial, y las Gracias,
-dignas por su hermosura y por su felicidad del florido y risueño
-Albano esparcen flores sobre la mesa de los festines, miéntras las
-bacantes, henchidas de vida y de placer, danzan furiosas, entonando
-canciones al viejo Sileno, sostenido en su embriaguez por los
-sátiros; acullá, entre ramajes, guirnaldas, pámpanos, lucen los vasos
-y los jarros de plata y oro; en un costado se apoya el perezoso Baco,
-cual si acabára de llegar á Occidente desde la lejana India, con los
-tachonados tigres asiáticos á sus plantas; y sobre todos resalta la
-doncella enamorada, la prometida al amor, circuida de ninfas que la
-acompañan tanto en felicidad como en hermosura, mirando entre el
-celaje la cuadriga del sol cuyos caballos despiden la luz de sus
-crines, y respirando el aire renovado por el balsámico soplo del
-céfiro; cuadros deslumbradores que han visto el cielo de Grecia, los
-laures y las encinas de Dodona, las cumbres del Hibla y del Himeto,
-la ola del mar de la Jonia quebrándose en el coro de las islas<span
-class="pagenum" id="Page_79">[p. 79]</span> griegas, el sol que
-ha engendrado las cigarras y las abejas de la Atica, la vida y la
-alegría de los antiguos dioses.</p>
-
-<p>La última estancia es la estancia de los Gigantes. Á no dudarlo,
-Julio Romano se ha inspirado en genio semejante al suyo, en el genio
-de Ovidio, grandioso tambien y tambien audaz, pero señalando con el
-desequilibrio de sus pasiones y la violencia de sus ideas, y los
-contrastes de su estilo, el comienzo de irremediable decaimiento en
-las romanas letras, cuya perfeccion representará eternamente otro
-genio semejante á Rafael de Urbino, el inmortal Virgilio. Pues bien;
-Ovidio en el canto tercero del primer libro de sus Metamorfoseos
-presenta el cielo inseguro, los dioses recelosos, como amenazados por
-los gigantes que, para escalar sus alturas y abrirse paso entre el
-éter, apilan montañas sobre montañas, las cuales ya tocaban con sus
-cumbres en las divinas moradas cuando Júpiter fulmina sus rayos y
-abate el Olimpo, y hiere á Osa y á Pelion, y aplasta á los rebeldes,
-de cuya sangre humeante animó la madre tierra los hombres, despiadada
-raza, como sus sanguinarios padres, ébria de ódios y hambrienta de
-matanzas. ¡Con qué grandeza colosal y extraña originalidad reproduce
-Julio Romano estas fábulas! Es la epopeya de las ruinas: restos como
-de un naufragio y de un incendio al mismo<span class="pagenum"
-id="Page_80">[p. 80]</span> tiempo; catástrofe del universo como si
-se abriera la tierra y se desplomáran los cielos; ciudades enteras
-desarraigadas de sus bases y convirtiéndose en cenizas; columnas
-rotas en mil pedazos como las armas de un abandonado campo de
-batalla; rocas que se precipitan por todas partes, semejando las
-gotas de un diluvio de moles; gigantes de cuerpos colosales, de
-actitudes increibles, con sus ojos lucientes como hornos, con sus
-bocas abiertas como abismos, con sus brazos de la robustez de los
-troncos, y sus piernas de la dureza del hierro, unos todavía de
-pié, otros huyendo, heridos éstos por el rayo, aplastados aquéllos
-por los montes, miéntras allá en las alturas todo es terror y ódio,
-porque el trono de Júpiter relampaguea y el cielo entero se abrasa
-en imponente tempestad y los grandes dioses huyen á regiones serenas
-y Neptuno detiene á sus delfines y Apolo á sus caballos para que no
-los precipiten á la pelea y Vénus pide proteccion á la cólera de
-Marte y Pomona tiembla como el arbusto sacudido por el viento y las
-ninfas huyendo de la tormenta se refugian en el seno de Páris y Juno
-enciende la ira divina y Eolo sopla huracanes y la guerra abrasa
-así el tiempo como la eternidad y así los cielos como la tierra,
-aterrando á los dioses y á los titanes, todos envueltos en sus
-torbellinos de destruccion y de muerte.</p>
-
-<div class="apartado">
- <h3 title="VI."><span class="pagenum" id="Page_81">[p. 81]</span>VI.</h3>
-</div>
-
-<p>Mantua es una ciudad acuática, palúdica. El Mincio, que baja
-del lado de Garda y desemboca en el Po, al llegar á estos terrenos
-se pára, se estanca, se dilata en pesadas y mefíticas lagunas, las
-cuales carecen ciertamente del colorido mágico y de la helénica
-alegría que tienen las lagunas de San Márcos en el espléndido
-Adriático. Yo las recorrí todas, aunque ligeramente, con mis
-<i>Geórgicas</i> en la mano. Es verdad que algunas se han formado muy
-posteriormente á la época del poeta; pero el rio fluye aún por donde
-lo vieron sus ojos, y una parte de las aguas duerme donde dormian
-cuando él estaba en la cuna.</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0"><i>Propter aquam, tardis ingens ubi flexibus errat</i></p>
-<p class="i0"><i>Mincius, et tenera prætexit arundine ripas.</i></p>
-</div></div>
-
-<p>Yo vi la laguna de Sopra, laguna de arriba, artificialmente
-formada; paseé dos ó tres veces por el dique de los molinos
-que conduce á la ciudadela; me asomé al puente de San Giorgio
-para contemplar lo mismo la laguna del centro que la de abajo:
-y no obstante descubrir por do quier<span class="pagenum"
-id="Page_82">[p. 82]</span> muros y contramuros, fuertes y
-contrafuertes, lunetas y castillos, fosos y puentes levadizos,
-convencíme de que Mantua es en nuestro tiempo, como en tiempo de
-Virgilio, una poblacion esencialmente agrícola. Por todas las
-lagunas vi barcas de frutos cargadas y por todas las calles carros
-cargadísimos. Lo que más trajo á mi memoria la edad antigua, fué
-singular espectáculo que hirió mi atencion y cautivó mi ánimo.
-Trascurria el tiempo de la vendimia. En carreta, verdadero lagar
-ambulante formado de apretadas tablas, amontonábanse las recien
-cortadas uvas. Dos ó tres mancebos, arremangadas las mangas de la
-camisa y arremangados los pantalones, pisaban los racimos como al
-compas de un baile, produciendo rojo rio de mosto que caia de la
-carreta en preparada cuba. Al pié, sentada sobre un barril, hermosa
-jóven de tez morena y ojos negros cantaba cancion melodiosa para
-acompañar la danza de los pisadores. Varios niños con las manos
-cargadas de mostosos racimos y las sienes ceñidas de improvisadas
-guirnaldas danzaban tambien entre las ruedas. Y los tardos bueyes
-lucian, á guisa de plumeros, en el testuz, manojos de sarmientos,
-cuyos pámpanos, verdes unos y carmesíes otros, formaban el más
-bello contraste en aquel viviente bucólico cuadro que no hubiera
-menospreciado Virgilio.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_83">[p. 83]</span></p>
-
-<p>Toda la region, toda ella, exhala inspiraciones campestres: las
-lejanas cordilleras de los Alpes, recamadas de celestes reflejos y
-ceñidas de eternas nieves, inmensas líneas de rotondas y pirámides
-admirablemente dibujadas en los horizontes; el espacioso lago
-de Garda, formado por puros manantiales que dan á sus aguas las
-trasparencia y la claridad del cristal, tendido perezosamente al pié
-del monte Baldo; las pesadas lagunas de Mantua, que contrastan con
-el celeste Garda, lagunas compuestas de las corrientes del limoso
-Mincio; el ancho Po, de tranquilo curso y de brillante superficie;
-los verjeles y majadas, el campo entero cubierto de un verdor que
-recuerda los paisajes de Holanda; los altos olmos en cuyos troncos
-las vides se enlazan y suspenden; toda aquella naturaleza impregnada
-de la misma poesía que exhalan de sus exámetros las virgilianas
-Églogas.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>VII.</h3>
-</div>
-
-<p>La naturalidad es la primera y más sobresaliente entre las
-cualidades de Virgilio. No es un erudito que rehace la Naturaleza
-en su biblioteca; es un campesino que ha nacido y se ha criado
-en<span class="pagenum" id="Page_84">[p. 84]</span> el establo,
-que ha dirigido con su honda, y su cayado las ovejas, que ha tocado
-la zampoña y el rabel en las pastoriles fiestas, que ha muñido las
-tetas de las vacas, que ha sesteado á la sombra de los olmos, que ha
-sembrado el grano por el lluvioso otoño tras la yunta en el hondo
-surco y con su hoz lo ha segado y en la era lo ha trillado por el
-caluroso estío, que ha recogido y cortado el panal de cera y miel en
-las colmenas, que ha podado los sarmientos y vendimiado los racimos
-y recibido en las cántaras el ardiente mosto y trabajado con todo su
-sér en las creadoras faenas del campo, vivo en su corazon y en su
-existencia ántes de ser cantado por su armoniosísima poesía.</p>
-
-<p>Para que el amor á la agricultura tomára en su pecho más
-intensidad, se vió privado violentamente de sus tierras en edad bien
-temprana, y las lloró y las cantó como las aves lloran y cantan el
-nido alevemente robado por despiadada mano. Como todos los bienes de
-la tierra, amados mucho y perdidos pronto, el despojo de su propiedad
-y la tristeza de su familia han dejado huellas indelebles, así en su
-poesía como en su vida, y han derramado hermosos pensamientos en los
-cielos del arte. Hay entre el sepulcro de la República Romana y la
-cuna del Imperio Cesáreo un hombre que personifica el pretorianismo,
-y que<span class="pagenum" id="Page_85">[p. 85]</span> lleva en
-su figura y en su vida todas las señales del largo irremediable
-decaimiento de la antigua civilizacion. Este hombre es Antonio.
-Educado por el partidario de Catilina, Léntulo; crecido en la amistad
-de Clodio, el más furioso y más vil de los demagogos romanos, sólo
-creyó en la fuerza; y sólo sirvió á la tiranía semejante en esto
-á todos los cortesanos del pueblo, que exageran la libertad y la
-violentan como para hacerla odiosa á las sociedades humanas y
-arrastrarla por el terror á la mancebía de los déspotas.—General
-de caballería en edad temprana, vencedor de los judíos, soldado
-mercenario de los egipcios, tribuno de la plebe, del partido
-demagógico pasa al partido cesarista y viola torpemente la majestad
-del Senado con la irreverente lectura de audaces cartas del dictador
-y enciende la guerra civil presentándose á éste en carruaje de
-alquiler como lanzado de Roma y de sus derechos. Desde entónces queda
-constituido Antonio en jefe de los partidos militares sobre cuyas
-lanzas se levantára César á la tiranía jamas disculpada ni siquiera
-por la virtud de su genio. Como vestia el traje militar, como llevaba
-al cinto la espada pretoriana, como se parecia á Hércules en su
-varonil hermosura, como se emborrachaba en las cantinas y participaba
-del rancho, como dispendiaba el oro lo mismo que vertia la sangre,
-pródigamente, los<span class="pagenum" id="Page_86">[p. 86]</span>
-soldados seguian á ciegas las enseñas y las voluntariedades de
-Antonio, que daba festines y banquetes á todas horas, malversaba
-los caudales públicos en espectáculos populares, concurria á los
-garitos acompañado de sus capitanes, se paseaba borracho en los
-sitios más principales y construia teatros para agasajar á sus
-bufones; incontinente hasta asaltar las mujeres honradas en medio
-de las calles; intemperante hasta vomitar sus indigestiones en una
-Asamblea, como si dijéramos, sobre la cara del pueblo; escandaloso
-hasta llevar al frente de sus tropas y junto su litera, á un lado
-el titiritero Sergio y á otro la cortesana Cytheres; fastuosísimo
-hasta tener leones y fieras entre sus alimañas y vasos de esmeralda
-en su equipaje; ataviado de seda y pedrería como un sátrapa de
-Oriente; en cenas orgiásticas perpétuas como las prostitutas
-romanas; personificacion de todos los vicios, que, envenenando á los
-ejércitos y á los pueblos, concluyen por forzarlos á dormir en la
-triste soñolencia del hartazgo y del hastío bajo la más degradante
-servidumbre. Antonio repartió las tierras de Mantua, las propiedades
-de los pueblos entre sus soldados; y esta reparticion fué causa de
-que Virgilio visitára á Roma y consiguiera una devolucion que le
-empeñó en eterno agradecimiento á su redentor, al poderoso Augusto.
-De naturaleza delicada, de temperamento ner<span class="pagenum"
-id="Page_87">[p. 87]</span>vioso, de corazon tierno, de sensibilidad
-exquisita; enemigo del fausto, del poder y del ruido que en Roma
-reinaba; amigo del retiro y de la soledad, como todos los genios
-contemplativos, en la Edad Media fuera Virgilio un monje consagrado á
-la adoracion mística de Dios dentro del claustro, y en la antigüedad
-fué un poeta consagrado á la adoracion purísima de la Naturaleza.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>VIII.</h3>
-</div>
-
-<p>Existen hoy dos clases de artistas igualmente detestables:
-unos, menospreciadores del Universo, cuyas armonías no oyen, cuyos
-colores y matices no ven, cuya admirable totalidad no comprenden,
-prefiriendo encerrarse en los abismos de su propia inteligencia, en
-la oscuridad de sus ideas y dar forma sólo á sus ensueños, como si
-la totalidad del sér estuviera en nosotros, y fuera de nosotros no
-hubiese hermosura alguna ni inspiracion posible; otros que copian
-servilmente la Naturaleza, que en sus obras la reproducen como en
-una fotografía, que á fuerza de repetirla concluyen por disecarla,
-destruyéndola en la servil miniatura de sus fragmentos, como aquel
-poeta ci<span class="pagenum" id="Page_88">[p. 88]</span>tado por
-Richter, que consagró un poema épico entero al momento del parto y al
-arte dificilísimo de los comadrones y de las parteras. La poesía es
-un grado de la idea superior á la Naturaleza. El poeta debe recogerla
-como un ángel, trayendo á su seno los resplandores de otros mundos
-y animándola con el calor y á la luz de lo ideal. Así era Virgilio;
-reproducia la Naturaleza, embelleciéndola, y demostraba que en el
-sentimiento del poeta, como en la idea del filósofo, crece y se
-espiritualiza y se acerca la Naturaleza al Eterno.</p>
-
-<p>La obra por excelencia de Virgilio, es el poema de las
-<i>Geórgicas</i>. Podriais bien exactamente calificarlo llamándole epopeya
-del trabajo en oposicion á esa epopeya de la guerra que preside
-y acompaña á toda la historia. El poeta canta, desde la semilla
-depositada en la tierra, imperceptible, confinando con el no sér y
-gérmen de nuevos seres, hasta la zumbadora abeja, hija de la luz,
-elaboradora de la miel, que confina con el mundo superior y cuasi
-divino de la inteligencia. La ley de la unidad en la variedad reina
-con imperio en todo el poema. Los seres se esparcen, se diversifican,
-se irradian por los espacios en várias individualidades que luégo
-se juntan y se armonizan en reinos, en géneros, en familias, en
-especies, hasta llegar á confundirse, como en su atmósfera, en el
-espíri<span class="pagenum" id="Page_89">[p. 89]</span>tu universal
-de la creacion. Así se corresponden, desde la cinta de la hierba
-parásita en los abismos de la tierra, hasta el cometa, esa cinta
-de materia cósmica perdida en los abismos del cielo. Los seres
-inertes toman el humano sentimiento y la idea humana, animándose á
-su vivificador soplo, como los cuerpos opacos y frios se iluminan
-y se calientan en la luz y en el calor del sol. El laurel conoce y
-desea la gloria; el ingerto presiente las flores y los frutos que
-ha de darle pronto la nueva savia recibida en sus fibras; la encina
-contempla orgullosa y vencedora á las generaciones de hombres y de
-dioses que arrebatan bajo sus eternas ramas los siglos; la primavera
-hincha con su amor desde la yema del arbusto hasta la linfa del
-arroyo; y el éter desciende en copiosas lluvias sobre el seno de
-su esposa la tierra, para fecundizar los gérmenes innumerables de
-la vida. ¡Oh religion de la Naturaleza! Virgilio no es aquel avaro
-cultivador de otros tiempos, que solamente ve en los campos la
-riqueza y pretende herirlos con su azadon y su arado para explotarlos
-cual abundosa mina; es el sacerdote que tiene un culto, el poeta
-que tiene un sentimiento, el sabio que tiene una idea y vierte
-todos estos elementos de vida en los prados, en los bosques, en los
-viñedos, en la siembra, como nueva y más fecunda lluvia.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_90">[p. 90]</span></p>
-
-<p>¿Quién no te admirará, alma Naturaleza? Ya tengas la alegría
-del amanecer ó la tristeza del vespertino crepúsculo; va muestres
-la serenidad del lago terso como cristal ó el furor del Océano
-embravecido por el azote de la tormenta; ahora brames en el huracan ó
-cantes en el céfiro, ahora amontones opacas nubes ó pintes la rosácea
-boreal aurora; lo mismo entre los témpanos del polo semejantes á
-sepulcrales cordilleras y frios como la muerte que entre las selvas
-del trópico enardecidas por las llamas de la ardentísima vida; lo
-mismo en el insecto microscópico, frágil y fugaz como una aspiracion
-del no ser, al ser que en los eternos é inconmensurables soles de
-soles; desde las caliginosas sombras del abismo hasta la brillante
-fosforescencia de los mares y desde los infusorios hasta la Vía
-Láctea, así como encierras en sus primeras manifestaciones la vida,
-revelas en sus primeros resplandores la hermosura.</p>
-
-<p>Repitámoslo mil veces; Virgilio será el eterno modelo de los
-poetas que deseen cantar la Naturaleza. El libro cuarto de las
-<i>Geórgicas</i> nunca se agota, oloroso como la salvia, tierno como
-la cera, dulce como la miel. La abeja, la trabajadora abeja, ha
-inspirado desde el primero al postrer hexámetro.</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0"><i>Aerii mellis cœlestia dona exequar.</i></p>
-</div></div>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_91">[p. 91]</span></p>
-
-<p>Allí está el tiempo propicio y el lugar favorable á las abejas,
-preservado aquél de todos los rigores, así en frio como en calor,
-preservado éste y sus floridos pastos del diente de la oveja y de
-la ternerilla, del roce de los tachonados lagartos y de la pezuña
-de los importunos chivos, para que puedan á su arbitrio dejar la
-vibrante colmena é ir por los aires embalsamados y luminosos, bajo
-las sombras de las palmas y el olivo, junto al fugitivo arroyuelo,
-sobre la hierba abrillantada de rocío, desplegando el aguijon de oro
-y las cristalinas alas, á libar los jugos de las flores próvidamente
-apercibidas que deben ser desde el salvaje tomillo hasta la tierna y
-delicada violeta. Seguidlas y las veréis cómo aglutinan con resinosas
-sustancias las rústicas paredes de su taller; cómo, así que el aire
-se entibia y se perfuma, vuelan juntas en cantor enjambre á los rayos
-del sol y ya rozan las hojillas del arbusto, ya la clara superficie
-de las aguas; cómo vuelven, despues del goce de esta grata libertad
-y del juego de estos caprichosos giros, á abrir sus celdillas de
-blanca cera y depositar sus tesoros de dulce miel; cómo suben luégo,
-hasta perderse en los cielos, de la misma manera que sus compañeras
-las estrellas para agruparse más tarde sobre las ramas de frondoso
-árbol en forma de animados racimos; cómo, á veces, se enemistan y
-se combaten desafiándose á<span class="pagenum" id="Page_92">[p.
-92]</span> descomunal batalla en que luchan con la ira de los héroes
-homéricos, hasta caer muertas sobre la tierra cual caen las bellotas
-de la encina sacudidas por el viento para que se cumpla la ley allí
-presentida del triunfo de las más fuertes y de las más hermosas;
-cómo trabajan en comun todas para todas y educan á sus generaciones
-en sabio ejemplo y adoran sus penates y nos dejan su áureo líquido
-semejante á condensaciones de la eterna luz.</p>
-
-<p>Despues de haberlo leido, amaréis, como Virgilio, los rosales
-de Pesthum que florecen dos veces al año; la pálida achicoria, que
-se regocija al beso de la lluvia; el narciso, lento en mostrar sus
-galas; el rizado apio, la viciosa hiedra, el mirto enamorado de las
-frescas riberas: envidiaréis al viejo labrador de Tarento que tiene
-por toda propiedad algunas yugadas de tierra, ingrata al trabajo,
-incapaz de dar así prados como viñas, y que, sin embargo, produce
-sabrosas legumbres entre festones de blancos lirios y rosadas
-verbenas para que su dueño no envidie á los reyes y pueda todas
-las noches, al tornar del trabajo, cenar manjares no comprados:
-bendeciréis á Júpiter que dotó á las abejas de sus más seguros
-instintos en premio de haber oido el címbalo de las Coribantes, y
-haberlo alimentado en los antros del monte Oriteo; y concluiréis
-siguiendo en su errante car<span class="pagenum" id="Page_93">[p.
-93]</span>rera por los bosques y en su descenso á las hondas regiones
-de las aguas al pastor Aristeo, y sacrificaréis con él en desagravio
-de Eurídice y de las nepeas ninfas, novillos jamas sujetos á la
-coyunda, de cuyos abandonados despojos se levantan á las alturas,
-despues de nueve auroras, nubes de canoros enjambres.</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0"><i>Namque dabunt veniam votis, irasque remittent.</i></p>
-</div></div>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>IX.</h3>
-</div>
-
-<p>¡Extraño destino! Este poeta, clásico por excelencia, pertenece
-á las edades modernas más todavía que á las antiguas edades.
-El anochecer de un mundo y el alborear de otro se mezclan
-misteriosamente en sus sienes iluminadas por dos crepúsculos.
-Tiene de los antiguos la forma perfecta, la sobriedad austera, el
-gusto depuradísimo, los versos tallados como el mármol de Páros,
-el arte de materializar las ideas hasta ponerlas ante los ojos en
-relieve y de eterizar la materia hasta convertirla en espíritu. Por
-estas cualidades universales de la antigua cultura es un griego
-como Sófocles ó como Platon. Pero hay en sus versos ya cierta
-melancolía profunda, cierta ex<span class="pagenum" id="Page_94">[p.
-94]</span>traña tristeza, la nostalgia de lo infinito, la aspiracion
-á otro ideal, que anuncian como el advenimiento del espíritu divino
-y absoluto. Él se apresura á escribir su epopeya, la epopeya que
-cierra, como la Iliada abre, la risueña edad del heroismo. Él tiene
-impaciencia por asegurar en sus cánticos la religion del derecho
-y con ella el eterno dominio de Roma, presintiendo el nuevo ideal
-que contra el arte clásico elabora en los abrasados desiertos de
-Judea un eterno enemigo de Roma: el Oriente. Parecia que la ciudad
-reina estaba salvada de las asechanzas de la serpiente asiática
-cuando Cleopatra muere en el sepulcro de los Faraones y con ella se
-encierra bajo los arenales africanos aquella Asia que habia seducido
-un momento á Antonio para devorar en él á Roma, como ántes en
-Alejandro habia devorado á Grecia. Pero en el fondo mismo de la clara
-civilizacion clásica tenía de antiguo depositado la oscura esfinge
-oriental un enigma, los libros sibilinos; y cuando este enigma se
-descifra, surge de sus oscuros jeroglíficos el Dios-espíritu que
-matará al Dios-naturaleza, y con él matará así á la Roma de los
-pretores y de los césares como á la Grecia de los héroes y de los
-poetas.</p>
-
-<p>Por eso en toda esta edad hay presentimiento universal de que algo
-muere en la especie humana. Lucano ha visto que los dioses adoptaron
-la<span class="pagenum" id="Page_95">[p. 95]</span> causa aborrecida
-por Caton. Horacio y Juvenal han roto en sus sátiras la antigua
-ecuacion griega entre el ideal y la forma; han revelado el horrible
-contraste entre las leyes morales y la realidad viviente, anunciando
-así la agonía de todo un mundo á la historia. Job no hubiera dicho en
-su estercolero más que dice este verso desesperante:</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0"><i>Pulvis et umbra sumus.</i></p>
-</div></div>
-
-<p class="ti0">Plutarco ha oido quejarse de muerte al dios Pan allá
-por los mares de Sicilia. Tácito sólo tiene corazon para aborrecer
-y lengua para maldecir á su tiempo. Los más alegres buscan á una en
-la orgía el sueño más largo, el sueño de la muerte. Luciano se rie;
-pero su risa epiléptica muestra que se han agotado las lágrimas. Los
-dioses todos se van; pero ¡ay! vienen los nazarenos. La desesperacion
-es universal en las artes. Y Virgilio se levanta</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0"><i>Sicut inter viburna cupressi,</i></p>
-</div></div>
-
-<p class="ti0">como el poeta de la esperanza. En la bacante
-Parthénope, á las orillas de aquel mar y entre el coro de aquellas
-islas que recuerdan el mar y las islas de la antigua Grecia, ha
-visitado la gruta de Cúmas y ha oido anunciar á la Sibila que
-desciende de los cielos nueva raza de inmortales y comien<span
-class="pagenum" id="Page_96">[p. 96]</span>za un nuevo órden y una
-nueva ley en el sosegado curso de los siglos.</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0"><i>Magnus ab integro seclorum nascitur ordo,</i></p>
-<p class="i0"><i>Jam nova progenies cœlo demittitur alto.</i></p>
-</div></div>
-
-<p>Por eso en la Edad Media, al impulso de aquella reaccion mística,
-todos los genios de la antigüedad se apagan y Virgilio brilla sin
-ocaso. Los padres de la Iglesia le admiten universalmente entre
-los doctores y los poetas. Podrian escribirse cien volúmenes como
-los dos eruditísimos que ha publicado el sabio profesor Comparetti
-sobre las transformaciones del alma de Virgilio en la Edad Media y
-en el Renacimiento, sin que materia tan vasta se agotase. Apénas ha
-muerto, cuando ya lo menciona el Evangelio apócrifo de Nicodemus. Su
-figura tiene cierta semejanza con la figura del apóstol San Juan,
-cuya teología es griega, copiada casi de los diálogos de Platon.
-Aquel cristianismo natural, de que habla Orígenes, traido consigo
-por cada hombre al nacer, sustancia eterna del espíritu humano, se
-encuentra en la piedad de Eneas y en las esperanzas despertadas por
-el nacimiento de Polion. Lactancio, cuando lee la Égloga cuarta,
-cree leer la epopeya de la segunda venida del Salvador en rosadas
-nubes resplandecientes de gloria, llamando el Universo entero con sus
-planetas y sus soles al su<span class="pagenum" id="Page_97">[p.
-97]</span>premo último juicio. Constantino el Grande la traduce
-al griego y en cada uno de sus pensamientos ve confirmado un
-dogma cristiano. San Agustin, al oir que morirá la serpiente y
-desaparecerán las espinas y los vellones se teñirán por sí mismos y
-las vacas llenarán de grado con blanca leche los odres y se vestirán
-de lirios las colinas, cree oir la profecía sagrada de la redencion
-universal. Las iglesias de Mantua entonan religiosos cánticos, en
-que San Pedro llora sobre el sepulcro de Virgilio por no haberle
-visto en vida y no haberle consigo arrastrado á la predicacion y al
-martirio. San Jerónimo dice cómo se ha dudado de la autenticidad de
-los libros sibilinos; pero tambien cómo al verlos repetidos en las
-Églogas se afirma la existencia de Debóras y de Isaías de profetisas
-y de profetas en el paganismo. El papa Inocencio III, en sermon
-predicado bajo las bóvedas de San Pedro por la fiesta de Navidad,
-cita el nombre del poeta mantuano para confirmar la venida de Cristo
-á nuestro bajo mundo.</p>
-
-<p>Desde su cuna de Mantua á su tumba de Parthénope, Virgilio ha
-pasado entre aplausos y aclamaciones como cumple al vencedor en las
-más difíciles y más porfiadas guerras; en las guerras del arte. La
-expoliadora espada de los pretorianos se ha embotado en sus campos;
-la frente de los Césares se ha inclinado en su presencia; los
-espacios<span class="pagenum" id="Page_98">[p. 98]</span> del teatro
-han resonado con los aplausos concedidos á sus versos; las rodillas
-de la muchedumbre se han doblado á su sombra, habiendo tenido que
-huir mil veces del mundo para huir de la fama y de la gloria. Pero
-desde su tumba de Parthénope hasta nuestros dias, ha pasado su alma
-por una carrera más larga aún y más gloriosa. Volveos y la veréis por
-doquier en la liturgia sagrada, en los libros caballerescos, en los
-romances castellanos, en las sentencias teológicas de Bernardo de
-Chartres y de Juan de Salisbury, desde el primer vagido de la razon
-emancipada en Abelardo hasta la plenitud de su elocuencia en Marsilio
-Ficino, reinando con Platon y Aristóteles sobre la conciencia humana,
-á la cual abre mágicos horizontes con su áureo ramo, dirigiendo por
-los círculos del dolor y de la purificacion, como un astro de primera
-magnitud, al poeta épico del catolicismo, hasta elevarlo trasformado
-y perfecto á las cumbres del cielo, á la compañía de Beatrice, á la
-vision mística de lo absoluto en el inmenso seno del Eterno.</p>
-
-<p>Leemos de contínuo á los grandes poetas. Hoy más que nunca
-debemos templar la fantasía en esos modelos. Terrible desesperacion
-se apodera del sentimiento y mella la voluntad. El suicidio, el
-sacrificio, no ya de la vida de un dia, de todo el sér, de toda el
-alma, se ha elevado en la na<span class="pagenum" id="Page_99">[p.
-99]</span>cion de los ensueños á verdadera ciencia como en la
-antigua India. Oid la filosofía que va quedando sobre tantas ruinas;
-oid el filósofo á la moda. Todo bien aparece como una utopia,
-toda inspiracion como una flor venenosa; el mal corre á manera de
-savia por las fibras de los vegetales y á manera de sangre por las
-venas del animal; cada hombre se asemeja al ciego topo que vive
-construyendo eternamente una vivienda jamas acabada, y á la hormiga
-de Australia que nace con incontrastable instinto suicida; el amor,
-solamente merece nuestras maldiciones: el gran culpado, que al
-conservar y reproducir la vida, conserva y reproduce la pena y la
-muerte; querer equivale á sufrir y sufrir á sér; la inextinguible
-sed de lo perfecto tiene toda la intensidad de la sed hidrópica,
-pero jamas tendrá satisfaccion sobre la tierra; la virtud del genio,
-sólo sirve para agravar todas las penas y sólo merece el nombre
-de enfermedad hipocondríaca; la existencia se llama combate, pero
-combate donde existe esta seguridad únicamente; la seguridad de
-horrible y definitiva derrota: todo nuestro gran trabajo se reduce
-á querer sin motivo, á luchar sin objeto, á cazar ó ser cazados
-en esta cacería infernal de todos los seres unos contra otros, á
-poner bajo cada paletada de tierra un cementerio de innumerables
-animales, á nacer y engendrar para morir, hasta<span class="pagenum"
-id="Page_100">[p. 100]</span> que bajo los horizontes sólo se
-descubran montones de esqueletos, y la perfeccion estribe en
-aniquilar este horrible sarcasmo llamado la vida humana, burla que el
-Eterno ha lanzado exclusivamente sobre nuestro pésimo planeta, sobre
-este infierno sin esperanza y sin salida.</p>
-
-<p>Para contrastar semejante pesimismo no hay como volver al seno del
-grande arte, de la eterna poesía, y reconciliarse en sus espléndidos
-cielos, al calor de su luz benéfica y al arrullo de sus cánticos
-inmortales, con la Naturaleza, con la Humanidad y con Dios.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_5">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_101">[p. 101]</span></p>
- <h2 class="nobreak">SAN FRANCISCO Y SU CONVENTO EN ASIS.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<div class="apartado inicio">
- <h3 title="I."><span class="pagenum" id="Page_103">[p. 103]</span>I.</h3>
-</div>
-
-<p>Una de las operaciones más atendidas y más atendibles de la
-mente humana, es la asociacion de ideas. Por ella enlazamos tiempos
-apartados, unimos pensamientos discordes, traemos al seno de la
-felicidad recuerdos de la desgracia, como á las tinieblas de la
-desgracia puntos luminosos de la felicidad; y evocamos en lo presente
-los lejanos horizontes de lo pasado, pudiendo, ya que no con el
-cuerpo y sus sentidos, con el alma sus ideas, á semejanza de Dios,
-estar á un mismo tiempo en todas partes. Me encuentro en la Montaña
-de Asis, con la ciudad pontificia y municipal á mis plantas, los
-restos de algunos castillos señoriales á mis espaldas; el cielo claro
-y severo, algo semejante al cielo de nuestro Aragon, sobre la frente;
-en torno, formando un círculo inmenso del color azul más subido, del
-color llamado de<span class="pagenum" id="Page_104">[p. 104]</span>
-Prusia, las riscosas y ceñudas cordilleras y montañas de la Umbría,
-que semejan olas encrespadas; y en el dilatado campo, de contrastes
-vivísimos, porque las claras moreras y los oscuros olivos, los rubios
-trigos maduros para la siega y los verdes recien nacidos maizales se
-juntan á cada paso en esta variada inmensidad, como naves bogando
-por lo infinito, la blanca rotonda romana de la Porciúncula, templo
-donde San Francisco de Asis se retiraba á sus meditaciones, y más
-cerca, á mi derecha, bajo la mano casi, los interminables claustros,
-las sobrepuestas iglesias, los góticos pórticos, las agujas y ojivas
-del monasterio, donde yace el sepulcro de ese santo en cuyas aras
-seis siglos han rezado y cuya personalidad histórica se agranda y
-se trasforma, como la personalidad de su modelo Jesucristo, en el
-pensamiento racionalista, en la conciencia progresiva, en el espíritu
-democrático y liberal de nuestro siglo.</p>
-
-<p>Y aquí, en tal momento, á presencia de este espectáculo, no
-puedo desechar el recuerdo de Elda, del pueblo donde pasaron mis
-primeros años. Sus montañas no tienen ciertamente ni esta altura
-ni este color; sus huertas y sus campos no se dilatan y espacian
-de esta suerte; mas aquella vegetacion meridional, elevando las
-palmas sobre los viñedos y los olivares, iguala y áun aventaja<span
-class="pagenum" id="Page_105">[p. 105]</span> en hermosura á esta
-rica vegetacion de la Umbría. Y lo que ménos puede compararse
-ciertamente, es lo que más provoca el recuerdo: la rotonda blanca
-de la Porciúncula con la verde rotonda de nuestra iglesia, el
-gótico monasterio franciscano de este dilatado valle con el vulgar
-monasterio franciscano de nuestro estrecho valle. Pero ¿qué quereis?
-Para mí en Asis está la poesía de la inteligencia, y en Elda la
-poesía del corazon; la humanidad y la historia surgen aquí á la
-manera de templo inacabable lleno de un espíritu misterioso, cuya
-profundidad no puede sondearse; y allí, entre las ramas de débiles
-arbustos, se esconde todavía el nido formado por blancas lanas
-enredadas en las zarzas ó por secas hierbecillas, donde se guardan
-en reducidos límites los recuerdos de hogar y familia que lluvias de
-lágrimas no han podido anegar completamente ni destruir el tiempo con
-sus diarias catástrofes.</p>
-
-<p>En mi infancia, cuando nos acercábamos al dos de Agosto, y la
-siega y hasta la trilla se habian acabado, y comenzaban á pintar
-las uvas tomando claro color violeta las negras y las blancas
-trasparencia de ámbar; en aquellas tardes calurosísimas henchidas
-por el chirrido de las cigarras; en aquellos crepúsculos serenos
-henchidos por el unísono vibrar del cántico de los grillos,
-celebrábase una ceremonia religiosa, una peregrinacion<span
-class="pagenum" id="Page_106">[p. 106]</span> mística, una especie
-de jubileo que nunca olvidaré. El convento de nuestro valle estaba
-á la sazon desierto. La revolucion habia expulsado á los frailes.
-Los fuertes seculares cipreses de su pórtico se perdian y secaban.
-Las flores de su ántes cultivado jardin se sustituian con legumbres
-ó heno. Las tablas de sus ventanas, medio caidas, meneábanse
-tristemente á impulsos del viento. Las piedras de sus paredes y
-muros, medio sacadas de quicio, amenazaban con una completa ruina.
-Las campanas habian sido arrancadas á las altas torres, siempre
-silenciosas; el culto interrumpido en los altares casi desnudos, y
-las puertas del santuario cerrádose como si fueran las puertas de un
-sepulcro. Algunas veces, cuando íbamos á coger brevas á una higuera
-cercana, asomábamos los ojos por várias rendijas y hendiduras hechas
-en la puerta, y á la escasa luz de solitaria lámpara, conservada
-por la piedad de oscuro guardian, resto viviente y animado de
-tanta ruina, pero triste como la cicuta y la ortiga, á la escasa
-luz de solitaria lámpara, decia, semejante á los ojos de siniestra
-lechuza en la oscuridad, veiamos algunos reflejos del dorado que se
-descascarillaba en las columnas, alguna sombra de los abandonados
-santos parecida á sobrenaturales fantasmas.</p>
-
-<p>Solamente, en el dos de Agosto, las puertas se<span
-class="pagenum" id="Page_107">[p. 107]</span> abrian, los pavimentos
-se regaban, componíanse los altares como para una fiesta, las velas
-brillaban sobre el ara tras las flores, y en la capilla mayor, una
-tosca, pero mística escultura en madera que representaba á San
-Francisco recibiendo de Cristo aparecido en los aires los estigmas de
-las cinco llagas, juntaba en el templo á los creyentes, despertaba la
-fe y la esperanza, atraia las oraciones del fondo de las almas á la
-inmensidad de los cielos como atraen los rayos del sol á las alturas
-los vapores de las bajas aguas y las bajas tierras. Nosotros, los
-muchachos de la familia, saliamos acompañados de nuestras madres y de
-nuestras tias á ganar el jubileo con aquella piedad meridional tan
-risueña, tan expansiva, tan humana, que da al cumplimiento de los
-deberes religiosos y á las ceremonias del culto católico, aspecto
-de fiesta. Desde el pueblo al convento se dilata extensa campiña,
-verdadero jardin. Las olivas engordaban ya; las almendras se abrian
-empapadas en aromática goma; negreaban las uvas; doblábanse los
-granados al peso de las granadas; sobre las plantas del maíz surgian
-los amarillentos sedosos espigones, y sobre la aterciopelada alfalfa
-las moradas flores; los campos de anís blanqueaban como si les
-hubiera caido una nevada; cimbreábanse los cáñamos y los linos; las
-puertas de las chozas lucian matizados ramilletes de don-die<span
-class="pagenum" id="Page_108">[p. 108]</span>gos y áureos girasoles;
-en los secos pedregosos torrentes vibraban las sonoras cañas y
-florecian las rosadas adelfas. Nuestros ojos no se entristecian
-no se nublaban, hasta que llegábamos delante del cementerio,
-donde descansaba nuestra abuela y una tierna niña de la familia,
-y descubriamos las cabezas y plegábamos las manos y murmurábamos
-algunas oraciones, por cuya virtud nos parecia, ora que columbrábamos
-sus almas en el cielo, ora que las sentiamos venir á rozar con sus
-angélicas alas nuestras sienes y á depositar un mudo beso en nuestras
-serenas frentes. Luégo seguiamos en la peregrinacion, llegábamos
-al seráfico monasterio cercano al camposanto y rezábamos con todo
-recogimiento las oraciones de rúbrica prescritas por los ritos, á
-cuantos anhelan ganar el jubileo de la Porciúncula en el dia de la
-Vírgen de los Ángeles.</p>
-
-<p>Al volver, la noche bajaba sobre el valle, las luciérnagas lucian
-en el follaje, las primeras estrellas en el cielo; y la campana que
-suena en las alturas para conjurar las tempestades del aire y contar
-los muertos de la tierra, anunciaba el Ave-María saludando á la
-Madre del Verbo é infundiendo con sus sagrados acentos religiosas
-emociones en nuestro pecho. ¡Cuántas veces, al entrar en casa, las
-manos llenas de flores y de frutos recogidos al paso, los labios
-perfumados aún por las<span class="pagenum" id="Page_109">[p.
-109]</span> plegarias, las rodillas empolvadas en el pavimento del
-templo, despues de haber oido contar varios pasos de la historia de
-San Francisco, hubiéramos dado algunos años de esta vida, que ya
-desciende tristemente de su zenit y que entónces nos parecia eterna,
-por visitar Santa María de los Ángeles, por ver la casita de las
-prácticas piadosas, la cuna que recuerda Nazaret, el sepulcro del
-santo en Asis, lugar bendito y querido, el más sagrado en nuestro
-culto despues del sepulcro de Cristo! Al cabo de treinta años,
-nuestro deseo se cumple; el cielo nos concede la satisfaccion de
-ver estos lugares; pero ¡ay! sin las creencias de otro tiempo en el
-alma. La vida ha pasado de la infancia á la madurez; las facultades
-intelectuales han pasado del sentimiento á la razon. Creemos con
-arraigada creencia que el hombre, este compuesto de alma y cuerpo,
-no sólo tiene que cumplir fines materiales y fines temporales; no
-sólo tiene que obedecer leyes mecánicas y dinámicas, sino que debe
-cumplir tambien fines morales, fines eternos, y debe obedecer á leyes
-cuya existencia implica necesariamente y cuya observancia exige la
-profesion de estos cuatro principios capitales de toda doctrina
-religiosa y espiritualista: Dios y su providencia, el alma inmortal
-y su responsabilidad. Pero no creemos que estas ideas sean como el
-patrimonio de una<span class="pagenum" id="Page_110">[p. 110]</span>
-exclusiva asociacion y que para inspirarlas y difundirlas hayan sido
-indispensables milagros que contradicen las leyes naturales del
-Universo y las leyes científicas de la historia, ni condensaciones
-del espíritu divino en una sola persona, la cual constituya castas
-representativas de Dios y de su revelacion como privilegiados del
-cielo sobre la faz de la tierra. Creemos, al contrario, que Dios nos
-ha dado desde el principio de los tiempos, para conocer el bien y el
-mal, la conciencia; para conocer la verdad y el error, la razon; que
-así como físicamente llevamos en nosotros átomos de todo el Universo,
-moralmente llevamos en nosotros los jugos de todas las revelaciones
-sucesivas y nuestro espíritu es el resultado de las ideas de todos
-los siglos, con cuyos esfuerzos y con cuyas luces y con cuyos
-martirios hemos logrado los bienes mayores de nuestra existencia
-y el inapreciable de la redentora emancipacion. Por consiguiente,
-toda la parte legendaria, fantástica, mitológica, que siglos de
-guerra, que razas primitivas, que duras épocas de hierro pedian y
-necesitaban para cumplir sus primordiales deberes, no lo necesitan
-nuestros tiempos, conocedores del bien por la pura razon, amándolo
-por los imperativos mandamientos de la conciencia y no por la fuerza
-coercitiva de instituciones mil veces trasformadas en la his<span
-class="pagenum" id="Page_111">[p. 111]</span>toria y hoy caidas en
-irremediable decadencia.</p>
-
-<p>Y no decimos más. Nuestra filosofía histórica, sin excluir la
-fe en principios absolutos, nos permite remontarnos á los tiempos
-pasados, imbuirnos en sus creencias, vivir en ellos como si fueran
-presentes, juzgarlos con arreglo á su propio ideal y no con arreglo
-á posteriores sistemas. Nosotros no imitarémos á los furiosos
-iconoclastas, que para traer los tiempos del espiritualismo, demolian
-las bellas estatuas de los antiguos dioses; y tampoco á los frios
-clásicos, que para rehabilitar la naturaleza nada sentian sino la
-barbarie de la Edad Media bajo las bóvedas de las catedrales góticas.
-En nuestra doctrina filosófica no cabe el engaño de Goethe, que en
-Asis se extasiaba ante un templo pagano de la decadencia, y no tenía
-ni una mirada, ni una palabra, para el monasterio de San Francisco.
-No caerémos nosotros en el error de proponer como perfectos modelos
-hoy los pintores de la decadencia cual proponia Chateaubriand á
-los Carraccios en <i>El Genio del Cristianismo</i>; ni aplaudiremos
-las tentativas de los pre-rafaelistas por volver á los tiempos en
-que eran despreciadas y desconocidas las formas. El arte místico,
-que, sentido con verdadera ingenuidad, profesado con verdadera fe,
-brotando naturalmente de un alma tan pura como el alma tierna é
-inocente de Fra Angélico, en tiempos de suyo<span class="pagenum"
-id="Page_112">[p. 112]</span> místicos, nos parece flor del campo
-cargada de inmortales esencias, en nuestro tiempo, contrahecho y
-recalentado por una erudicion reaccionaria, nos parece como los
-cuadros de Overbek, flor de trapo. Toda edad contiene la edad que la
-precede y la edad que ha de seguirla. Para la plenitud de nuestra
-vida hemos necesitado pasar por tiempos contradictorios, cuyas
-contradicciones sólo llegan á resolverse en las síntesis superiores
-de la razon universal y en el eterno seno de la humanidad. Con estos
-dogmas entremos un momento, entremos como peregrinos del arte;
-entremos como copartícipes de todas las ideas; entremos, elevándonos
-á su tiempo, en el santuario donde todavía se presta religioso culto
-á la memoria sagrada de San Francisco de Asis, de uno de los últimos
-cristianos, todo fe, todo bondad, todo dulzura; elocuentísimo como
-un tribuno antiguo, exaltado como un profeta hebreo, austero como un
-cenobita de la Tebaida; paciente en los infiernos del feudalismo;
-armado de la palabra cuando todo el mundo se armaba de hierro hasta
-los dientes; apasionadísimo de la naturaleza y de su hermosura en
-aquella general crueldad y en aquel desvío por los seres inferiores;
-poeta místico para quien los mundos forman como una escala que sube á
-los cielos y los rumores de la creacion como un <i>hosanna</i> que alaba
-eterna<span class="pagenum" id="Page_113">[p. 113]</span>mente á
-Dios; dotado de intuiciones sobrenaturales y de visiones proféticas
-por la compasion que sentia hácia los dolores de todos los
-desgraciados y por el interes que tomaba en la suerte de todas las
-criaturas; reformador profundísimo que dedujo el sentido democrático
-encerrado en las páginas del Evangelio y presintió la union de todas
-las castas en una igualdad natural; modelo de virtudes efusivas y
-de caridad ardiente; un redentor en el olvido y en el sacrificio
-de sí mismo, en el amor á los demas, en la aceptacion de todos los
-dolores y de todas las penas por el bien del hombre y por la gloria
-del Criador, á lo cual debió que su vida fuera un holocausto como
-el holocausto de la Cruz, y su muerte una transfiguracion como la
-Transfiguracion del Tabor.</p>
-
-<p>En torno suyo gravitan mundos y cielos, ciencias y artes, religion
-y política, todo el Universo moral. Como el sol envia luz, y en
-la luz calor, y en el calor electricidad, y en la electricidad
-magnetismo, en todo vida, la idea envia en sus irradiaciones
-arte, religion, poesía, todo un mundo y todo un cielo. Y como San
-Francisco es en sí una de las encarnaciones más bellas de la idea,
-San Francisco moverá con su aliento desde el ala tímida del corazon
-de los pequeñuelos, hasta las potentes alas de la fantasía de los
-artistas y del pensamiento de los sabios. Los instintos y los<span
-class="pagenum" id="Page_114">[p. 114]</span> sentimientos, las
-nociones confusas y las ideas claras, las arpas de la inspiracion y
-los instrumentos de la ciencia, la naturaleza y el espíritu, todo
-el sér de una edad, lanza vagamente á los espacios de la conciencia
-ciertas indefinidas y vagas esperanzas, ciertos fantásticos ensueños,
-el vapor de las ideas que luégo viene á reunirse, á condensarse,
-personificándose en un solo hombre, poeta, orador, tribuno, filósofo,
-artista, como en Rafael se personificó la edad del Renacimiento y en
-Voltaire el siglo décimooctavo.</p>
-
-<p>¡Misterios de la Historia! En la época de San Francisco, en el
-siglo décimotercio, hay dos hombres que tocan con su razon á los
-últimos confines de la ciencia; que llevan en su palabra encerrados
-los más profundos abismos del pensamiento; titanes soportando
-sobre sus espaldas el peso de la eternidad. Uno de ellos se llama
-San Buenaventura y el otro se llama Santo Tomás, el Platon y el
-Aristóteles de la Edad Media. Ambos á dos han penetrado en los más
-recónditos senos del espíritu humano y han recorrido en vuelo jamas
-igualado las inaccesibles alturas de lo infinito. Uno y otro han
-hablado de Dios y de sus atributos; de las leyes de la providencia y
-de las relaciones entre la criatura y su Creador; de la naturaleza
-del sentimiento y de la naturaleza de la idea; del conocer, del
-pensar, del raciocinio,<span class="pagenum" id="Page_115">[p.
-115]</span> de todo cuanto existe en la realidad y es dado que exista
-en lo posible, desde el grano de arena al orbe luminoso, desde
-el orbe al ángel, desde el ángel al Verbo en la doble inmensidad
-del infinito moral y del infinito material; y sin embargo, ni uno
-ni otro han logrado fundar elevada estética, que sientan así el
-campesino como el pintor; mover el mundo á la creacion de austera
-sociedad, que lleve en su seno los gérmenes de revolucion universal;
-suscitar desde confesores, poetas, mártires, arquitectos, pintores
-y escultores, hasta muchedumbres de ambos sexos dispuestas á vivir
-combatiendo y á morir sacrificándose por un misterioso ideal: que
-esa obra milagrosa ha quedado para el pobre, para el ignorante, para
-el insensato, para el jóven demente á quien apedreaban los chicos
-de las calles y de quien se reian todas las gentes acomodadas y de
-seso; para el iluminado San Francisco. ¿Y por qué? Tanto valdria
-preguntar por qué el redentor no es aquel hombre moral que despertaba
-la conciencia humana con su palabra sencilla y moria envenenado
-departiendo á los primeros resplandores del alba y á las primeras
-sombras de la agonía con sus discípulos sobre la existencia de Dios
-y la inmortalidad del alma; por qué no es el autor inmortal del
-Banquete y del Fedon, el que ha visto todas las cosas en las ideas
-y todas las<span class="pagenum" id="Page_116">[p. 116]</span>
-ideas en el Eterno y ha hablado de lo infinito y de su luz con
-palabras que extasiarian á los ángeles; y sin embargo, es el oscuro
-judío, el nazareno desconocido en la tierra, que habla al pueblo más
-despreciado de todos los pueblos en la lengua más ignorada y tiene
-por principal inspirador el desierto y por apóstoles y por discípulos
-el primer publicano encontrado en las encrucijadas de los abandonados
-caminos y el primer pescador que tiende sus redes sobre lagos
-pestilentes y muertos, profesando una idea evaporada por las cenizas
-de Palestina, la cual ha de exhalar en aromas de incienso religioso
-un nuevo espíritu y ha de destruir con sus raíces nada ménos que la
-antigua Roma. ¡Ah! El mundo se ilumina por la inteligencia, pero
-se sojuzga por la voluntad; lo esclarece la idea y lo conquista el
-corazon. Hacen mucho los que saben pensar; pero hacen más los que
-saben morir. La razon es la luz; pero el amor es el fuego en que los
-mundos se forjan. San Francisco, como Cristo, siente la caridad y el
-anhelo por el sacrificio. Por eso, recorriendo las páginas de los
-sabios, aprendeis; y recorriendo la vida de este monje, sentís. Los
-teólogos podrán moveros á pensar; pero á la accion sólo os moverá
-esta voluntad impetuosa del milagroso cenobita. Y por el amor alcanzó
-en tiempos de ódio y guerra la caridad; en tiempos de aristocracias
-feuda<span class="pagenum" id="Page_117">[p. 117]</span>les la
-igualdad; cuando se constituian hasta los sacerdotes en soberanos,
-porque fuera de la dominacion terrena apénas se alcanzaba ni siquiera
-la autoridad moral, evangélica democracia inspirada en los más puros
-sentimientos cristianos, que debia contribuir á demoler las castas, á
-renovar la sociedad, á traer los gérmenes del espíritu moderno. Y la
-razon dice al par de la fe:—¡Gloria á San Francisco!—</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>II.</h3>
-</div>
-
-<p>Veniamos de Terni. Acabábamos de estar en comunicacion estrecha
-con la Naturaleza; habiamos recorrido plantaciones de moreras,
-viñedos, olivares, naranjales cubiertos de blanco azahar y filas de
-granados cubiertos de rojas flores; verdes praderas sobre las cuales
-discurrian las mariposas y las abejas y los abejorros; trigos rubios
-cuyas espigas se doblaban al peso de los maduros granos y ondeaban
-al impulso de las sosegadas auras; montañas con sus cimas ceñidas de
-oscuras encinas y con sus laderas ornadas de claros castaños; caminos
-abiertos sobre los abismos y en las duras peñas desde donde se
-descubrian entre los celajes<span class="pagenum" id="Page_118">[p.
-118]</span> las dentadas cordilleras con sus picos nevados; lagos
-tranquilos, como el lago de Pié de Lugo, que reflejaban todos los
-matices del cielo y todos los bosques y aldeas de la orilla en el
-cristal de sus aguas; impetuosísimas cascadas, como la cascada del
-Velino, despeñándose de alturas vertiginosas entre breñas tapizadas
-de plantas acuáticas para formar trombas y torbellinos de espuma
-sobre cuyas blancas espirales se tendia el arco íris; maravillas
-inagotables de la creacion que fortifican y animan; pues en lugar
-de mover la actividad febril del pensamiento, como las maravillas
-del arte, la adormecen y la serenan, anegándonos por completo en los
-torrentes de la vida.</p>
-
-<p>Poco despues de mediodía llegábamos al frente de Asis en hermosa
-tarde de Junio. No puedo describir mi entusiasmo y mi asombro. Hácia
-el norte, recostada sobre los peñascos, veíase la ciudad pontificia,
-sobre la cual se eleva fuerte castillo almenado y á cuyo oriente se
-extiende el gótico monasterio ostentando arcos tan fuertes y tan
-numerosos como los arcos de antiguos acueductos. Difícil es describir
-el efecto maravilloso que desde fuera, desde los alrededores,
-produce una de estas ciudades italianas ceñidas de verdor, cortadas
-á trechos por floridos jardines, ricas en monumentos, alzando sobre
-las hileras de sus tejados ó de sus azoteas, los botareles, las
-agujas,<span class="pagenum" id="Page_119">[p. 119]</span> las
-torres, las rotondas, las pirámides, los campanarios, todos de
-piedras brillantísimas y preciosos mármoles, realzados y esmaltados
-por los reflejos de este cielo y los resplandores de esta luz, sólo
-comparables al cielo y á la luz de nuestra España. Parecen, más bien
-que realidad, imaginados cuadros; más bien que habitaciones de estos
-dias, habitaciones de otras edades estéticas: sus piedras cantan y
-murmuran con cantares y rumores inefables como un misterioso bosque;
-y por lo alto de los frisos y de las almenas y de las largas líneas
-y de las bordadas cresterías se pasean las sombras de los artistas
-y de los héroes y se ven subir en luminosos enjambres las ideas de
-otros siglos. Para sentir emociones como éstas hay que trasladarse á
-las orillas del Tajo y ver en la vega de Toledo, al pié del puente
-de Alcántara, las ruinas de la Galiana, los arcos romanos, los
-acueductos del artificio de Juanelo, el torreon medio derruido y los
-muros medio destrozados del castillo de San Servando, la crestería
-greco-romana del alcázar, la puerta del Sol con sus gruesas torres y
-sus ajimeces y sus alicatados mudejares; cuadros maravillosos, no tan
-admirables por su dibujo y por su color como por las ideas que evocan
-y los recuerdos que guardan, mostrando en breve espacio el sagrado
-panteon de toda nuestra historia.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_120">[p. 120]</span></p>
-
-<p>Á pesar de lo mucho que Asis nos encantára al descubrirlo desde
-el ferro-carril, no dirigimos allá nuestros pasos; los encaminamos
-al monasterio de Santa María de los Ángeles, erigido en la llanura,
-en la vega, para abrigar la casa donde San Francisco tuviera sus
-primeras visiones y fundára su órden. Dos lugares he visto igualmente
-famosos como cuna de dos órdenes igualmente célebres. El uno es la
-iglesia de los Ángeles en Asis, cuna de los franciscanos; el otro
-es la iglesia de Montmartre en París, cuna de los jesuitas. Al ver
-el primero de estos lugares, la inteligencia se abre á la fe y el
-corazon á la esperanza, sintiendo vivamente la grandeza de aquellos
-hombres y participando de sus aspiraciones en la medida que puede
-participar el espíritu moderno; pero, al ver el segundo, se os oprime
-el pecho y se os nubla la inteligencia, como si cayerais en lo vacío.
-Y es porque en San Francisco nació una órden, que, si ha sido ya
-suprimida por nuestro tiempo, realizó verdaderos progresos respecto á
-los tiempos anteriores y contribuyó á la educacion del género humano,
-obra de libertad y de paz, miéntras que en Montmartre nació otra
-órden, que fué como una confabulacion permanente y empedernida contra
-todas nuestras libertades y contra todos nuestros progresos, obra
-de reaccion y de muerte. En la vega de Asis veis pasar ideas<span
-class="pagenum" id="Page_121">[p. 121]</span> que han iluminado la
-conciencia humana y en las alturas de Montmartre sentís el roce frio
-en vuestras sienes de las aves nocturnas que habitan las tinieblas.
-Todos los progresos ¡ah! son igualmente grandes y todas las
-reacciones igualmente funestas en toda la redondez del planeta y en
-toda la sucesion de los siglos.</p>
-
-<p>El monasterio de Santa María de los Ángeles tiene armoniosas
-proporciones. Lo ideó Vignola, y lo ideó con arreglo al gusto y al
-ideal de su tiempo. Los arcos romanos se suceden y sostienen sus
-sólidas bóvedas; la cruz latina constituye su planta; en el crucero
-se eleva una rotonda airosa, imitacion más ó ménos lejana de la
-rotonda de San Pedro; cuadros de la decadencia ornan sus altares;
-y la luz del dia penetra libremente por sus anchas ventanas y se
-refleja en sus blanquísimas paredes. El edificio peca de todo cuanto
-pecan los edificios de esta edad, nuestro Escorial tambien, por sobra
-de ciencia matemática y falta de inspiracion religiosa. Para mayor
-desgracia, los terremotos frecuentísimos en esta tierra volcánica
-lo han tristemente lastimado y las recomposiciones sucesivas no
-han sabido restaurarlo. Pero allí, en medio de la iglesia, bajo la
-rotonda, se eleva, conservado por la piedad, el humilde tugurio, más
-que casa choza de pobre argamasa, de piedras toscas, de estrechas
-puertas<span class="pagenum" id="Page_122">[p. 122]</span> y
-ventanas, donde San Francisco meditó, ayunó, rezó, padeció, lloró
-hasta el extremo de ver al traves de sus lágrimas reproducida la
-tragedia del Calvario y á Cristo agonizando en lo alto de la Cruz,
-con sus llagas abiertas, sus ojos extintos, sus labios cárdenos al
-dolor y á la agonía. Hoy no tiene el esplendor de otros tiempos.
-Estos monumentos, miéntras pasan por la fe, brillan, y cuando la fe
-les falta, se oscurecen; como esos meteoros que son estrellas en los
-aires y toscos pedruscos al tocar al suelo. Pero confieso que me
-sobrecogí con religioso respeto, que me extasié como si estuviese
-fuera de mí mismo al tocar aquellas piedras, á traves de cuyo frio
-sentíase aún el calor del alma que las habia penetrado mil veces
-de pena con su oracion y sus sollozos. Confieso que me pareció ver
-una de esas zonas misteriosas que anuncian las trasformaciones del
-espíritu humano, especie de líneas ecuatoriales en los hemisferios
-del tiempo, especie de puntos que señalan el crecimiento de nuestro
-sér como los diversos terrenos señalan el crecimiento de nuestro
-planeta; grandes condensaciones de ideas abstractas, núcleos de la
-luz espiritual, fin de unas y principio de otras edades, santos
-dias del génesis social á que debemos nuestra difícil existencia
-y nuestras várias redenciones. No sé por qué, allí vinieron á mi
-memoria tantos y tantos<span class="pagenum" id="Page_123">[p.
-123]</span> redentores como han contribuido ántes y despues de San
-Francisco á nuestra emancipacion: el que nos sacó de la servidumbre
-de Egipto al traves de las aguas del mar Rojo y el que rompió las
-últimas cadenas del esclavo á las orillas del Misisipí; el que
-arrancó su fuego á los cielos para animar el hombre primitivo frio
-como sus dólmenes de piedra y el que talló las letras de imprenta con
-cristal y plomo para multiplicar las ideas en la inteligencia como
-se multiplican los mundos en los cielos; el que murió en ignominioso
-patíbulo por la igualdad y la fraternidad de todos, y el que padeció
-en los calabozos de la Inquisicion por agrandar el espacio á nuestros
-ojos; el que bebió la cicuta y en el fondo de su copa dejó la idea
-de la libertad de nuestra conciencia para darla á beber en comunion
-santísima á todas las generaciones, y el que, extendiendo sus brazos
-desde débil esquife al mar velado por misterios pavorosos como las
-grandes tempestades, completó la tierra y ensanchó el alma; coro
-unido á traves del tiempo y del espacio en una misma obra, cuyo
-fundamento arranca de las más recónditas profundidades del espíritu
-humano y cuya cima se pierde en el seno de Dios. Aquella casa, que
-despertará emociones vivísimas en todos cuantos amen las verdaderas
-grandezas de la historia, ha sido profanada por una obra de partido,
-por una<span class="pagenum" id="Page_124">[p. 124]</span> obra de
-reaccionarias escuelas. En la parte que da á la puerta principal se
-ve una pintura neocatólica de Overbek. Engendróse al mismo tiempo
-que se engendraba la Santa Alianza, una doctrina filosófica, la
-cual tendia á llevar el arte más allá de Rafael, como tendia á
-llevar la ciencia más allá de Kant y de Descártes, la historia más
-allá de Vico y de Herder, la política más allá de las instituciones
-modernas, al seno de la Iglesia intolerante y de los castillos
-feudales. Tal escuela, no contenta con creer que podia restaurarse
-cuanto habia destruido la mágica lira de Ariosto, la inmortal sátira
-de Cervántes, la voz tempestuosa de Lutero, la sardónica risa de
-Voltaire, las llamaradas de elocuencia lanzadas desde lo alto de la
-tribuna por Mirabeau, creia tambien que estaba en el caso de ir á
-los siglos medios y resucitar los cuadros de escuelas anteriores al
-descubrimiento de la perspectiva, á la resurreccion de la naturaleza,
-al estudio de la forma humana, al despertar de la Grecia y de su
-inagotable inspiracion, á todas las espléndidas irradiaciones del
-Renacimiento. Para estos reaccionarios, el bello ideal se encontraba
-en los tiempos en que no se habian medido las proporciones, ni
-estudiado la anatomía, ni conocido nuestro cuerpo, entre las figuras
-escuálidas, todavía sobrecogidas por los terrores del infierno y
-apartadas de todo<span class="pagenum" id="Page_125">[p. 125]</span>
-contacto con el Universo, hijas del vivo recuerdo de nuestra primera
-culpa, atormentadas por todos los torcedores del remordimiento. Si
-tal teoría fuese cierta, si solamente tuviéramos por estéticas las
-obras inspiradas en una fe vivísima, en una fe apartada de nosotros,
-en una fe ortodoxa, debiamos menospreciar esas mismas escuelas de
-Umbría y de Siena por donde ha pasado un soplo anticipadísimo del
-Renacimiento; esos mismos Cimabue y Giotto que han entrevisto el
-crepúsculo de los nuevos dias del espíritu; esos mismos Nicolás y
-Juan de Pisa que han estudiado la caza de Meleagro en los sarcófagos
-griegos; y debiamos irnos á los maestros mosaistas, á sus figuras
-colosales y rígidas, á sus ojos muertos, á sus rostros inexpresivos,
-á sus grupos arreglados litúrgicamente, á su ausencia de toda
-anatomía en el cuerpo y de toda perspectiva y de todo paisaje en los
-fondos, privándonos hasta de penetrar en las catacumbas, porque sus
-cuadros se hallan muy cerca del antiguo paganismo y han tomado la
-mayor parte de sus símbolos en los bajos relieves, así griegos como
-romanos, y han reproducido los antiguos sepulcros.</p>
-
-<p>Para contestar á estos reaccionarios, sería preciso que se
-restaurase el poder temporal y se devolviera el dominio absoluto
-en la conciencia y en la política á los papas; que en cada marca
-se<span class="pagenum" id="Page_126">[p. 126]</span> descubriese un
-castillo feudal con sus fosos y sus almenas, sus puentes levadizos
-abajo, y arriba sus horcas ocupadas por cuatro ó cinco villanos
-ahorcados, gran vista para sus señores y gran festin para los
-cuervos; que volviésemos á escribir y hablar el latin eclesiástico
-en vez de estas lenguas modernas cuyas primeras palabras han sido
-tambien el primer balbuceo de la política láica; que eleváramos
-para reemplazar nuestras fábricas y nuestras máquinas, un cordon
-de fortalezas y otro cordon de monasterios, y sustituyéramos al
-telégrafo el mensajero y al vapor el rocinante de los nobles ó
-el rocin de los plebeyos; que la retorta química donde se ha
-descompuesto el agua y el aire y se han encontrado elementos nuevos
-necesarios á la vida, se sustituyera con la cocina de los alquimistas
-y el espectro solar y el telescopio herscheliano con los horóscopos
-y la quiromancia; que pulverizáramos la Vénus de Milo, el Apolo
-del Belvedere, las Gracias de Siena y pusiéramos en su lugar las
-esculturas bizantinas de los siglos décimo y undécimo con sus
-cuerpos groseros como la barbarie y sus labios contraidos por el
-<i>Dies iræ</i> de la desesperacion y de la muerte; que volcáramos de
-nuevo el infierno con todos sus horrores sobre la tierra desgarrada
-y devolviéramos su viejo poderío al demonio de la Edad Media; que
-eleváramos en el trono de<span class="pagenum" id="Page_127">[p.
-127]</span> la autoridad un esqueleto inmenso con la guadaña por
-cetro y en las alturas del infinito el implacable semítico Dios de la
-cólera y de la venganza. La reaccion artística se ha verificado. Ha
-tenido su estética y ha tenido sus pintores en Alemania. El fresco
-de Overbek trazado sobre el exterior de la casita de San Francisco
-en la iglesia de la Porciúncula, es uno de sus más bellos monumentos
-y una de las más felices imitaciones de la Edad Media. Yo no puedo
-ver sin verdadero entusiasmo las obras de los artistas místicos de
-los siglos católicos, porque tienen las dos condiciones esenciales
-al arte, la inspiracion espontánea y la naturalidad completa. Pero
-yo no puedo ver sin repugnancia las figuras modernas que no han
-nacido de la cándida fe, sino del recalentado estudio. La escuela
-académica, con sus griegos y romanos de convencion, paréceme fria y
-mentida; pero la escuela pre-rafaelista, con sus santos de encargo,
-paréceme reaccionaria y absurda. Los pintores como Giotto, como Fra
-Angélico, que es la más alta expresion del misticismo artístico, han
-pensado y han sentido lo que han hecho; y sus ángeles y sus Vírgenes
-y sus Cristos traen visiblemente en los ojos y en los rostros un
-divino resplandor de los cielos. Pero estas figuras convencionales de
-Overbek no tienen ni siquiera un reflejo de sus inmortales modelos.
-Aquellos<span class="pagenum" id="Page_128">[p. 128]</span> grandes
-artistas han descuidado los cuerpos como cosa poco apreciable en
-las edades olvidadas de la naturaleza; pero han reconcentrado la
-idea purísima y el puro espíritu en los rostros, de una expresion
-inimitable por el candor y la profundidad del sentimiento, absorto en
-las divinas contemplaciones y en los arrobados trasportes: Overbek,
-más sabio, más matemático, dibuja mejor que sus maestros los cuerpos,
-ciertamente; pero no acierta, ni de léjos, á pintar como ellos los
-rostros. Y es porque los pintores místicos sólo han debido convertir
-los ojos á sí mismos para encender en fe y caridad á sus santos,
-miéntras los pintores neo-católicos han fingido unas creencias y una
-inspiracion que realmente ni recogian por sus venas en la naturaleza
-y en la temperatura de este nuestro siglo, ni llevaban dentro de sí
-como una idea innata.</p>
-
-<p>Hay tiempos de mucha fe, que son poco propicios al arte. Para
-persuadirse de ello, basta contemplar uno de esos Cristos bizantinos
-que han brotado de la religion más pura, que han sido adorados con
-el fervor más intenso, que han hecho los milagros más patentes, pero
-que hieren todo sentimiento estético por su monstruoso dibujo y su
-deforme rostro. Mas preguntadle á un creyente, y los proclamará obra
-perfecta de los ángeles del Empíreo. Los que al ver una estatua<span
-class="pagenum" id="Page_129">[p. 129]</span> griega creian ver al
-demonio, son tan poco artistas como los que al ver un cuadro místico
-sólo se fijan en las incorrecciones de la forma y no sienten la
-ingenuidad de la fe. Ciertamente se puede aprender mucha religion
-en San Justino, San Basilio, San Cirilo y San Clemente; pero no se
-puede aprender mucha estética, si es verdad, como afirma Toulgoüt
-en su sábia obra de los <i>Museos de Roma</i> y Rio en su <i>Historia del
-Arte Cristiano</i>, que sostenian la tésis de la fealdad material de
-Cristo. Lo que sí puede asegurarse es que la práctica de esa tésis
-se encuentra en casi todas las obras anteriores al nacimiento
-de la pintura y de la escultura modernas. La crucifixion, que
-luégo ha sido la apoteósis más pura del dolor, que ha inspirado á
-Rafael su Camino del Calvario ó Pasmo de Sicilia; á Velazquez y á
-Murillo sus dos Cristos en la agonía; á Rubens y á Rembrandt sus
-Descendimientos; á Miguel Ángel su Soledad al pié de la Cruz con
-el Divino Hijo muerto en los brazos; esa tragedia, quizá la más
-reproducida de todos los Evangelios, no fué jamas pintada por los
-primeros pintores hasta fines del siglo séptimo, en que el Cánon de
-un Concilio celebrado en seiscientos noventa y dos, permitió asunto
-tan religioso á los buriles y á los pinceles. La maternidad misma de
-María, fuente inagotable de inspiraciones profundísimas, no aparece
-en los prime<span class="pagenum" id="Page_130">[p. 130]</span>ros
-tiempos. La Vírgen es una cándida jóven, sencillamente vestida, de
-pié siempre, la mano sobre el corazon, los ojos en el cielo, y sólo
-más tarde surge contemplando un cielo más bello y más extenso en las
-tiernas miradas de su Divino Hijo.</p>
-
-<p>En el arte precisa buscar, no lo más religioso, sino lo más
-bello, y es lo más bello lo más inspirado, y es lo más inspirado
-lo más natural y espontáneo. El poder creador del genio se parece
-al poder creador del Cósmos, en que muestra la relacion misteriosa
-del espíritu con la naturaleza y la no ménos misteriosa de la
-naturaleza y del espíritu con Dios. Sin duda por esta razon, las
-obras espontáneas llevan el sello de la originalidad y de la vida,
-en tanto que las obras imitadas llevan el sello del artificio y de
-la decadencia. Sumergíos en el océano de la poesía nativa, recoged
-luégo el espíritu universal de vuestros tiempos, inspiraos en
-vuestra propia personalidad, y obtendréis la expresion bella de la
-idea, mereciendo el nombre de artistas. Cada siglo tiene su propia
-inspiracion. Y en el nuestro, así como ha crecido el Universo, ese
-teatro de la idea en sus más primitivas manifestaciones; y ha crecido
-la Historia, ese teatro de la libertad; y ha crecido la sociedad,
-ese teatro del derecho, debemos esperar que crezca el arte, donde
-llega, por intuiciones sobrehumanas, lo<span class="pagenum"
-id="Page_131">[p. 131]</span> finito á compenetrarse de lo infinito,
-y el alma del hombre á enrojecerse en la sustancia de Dios.
-Cuando la antigua mitología llegó al mito de Psíquis, de la jóven
-misteriosa que deseando conocer el Amor, encendiera su lámpara, y
-solamente lográra verlo perderse entre los astros; en este mito,
-que desconcertaba la armonía del alma con la naturaleza, diríase
-perdido para siempre el arte, brotó la idea cristiana, y el alma,
-triste, desolada, llorosa, encontró á Dios. Pues en nuestro tiempo
-busca tambien la razon algo tan misterioso como el espíritu que, al
-comenzar nuestra era, se escapára de su seno y se perdiera en el
-cielo. Fiemos en que encontrará para el arte una zona más espléndida
-y una esfera más lata, donde se compenetren lo finito con lo infinito
-sin necesidad de restaurar ni los ídolos del Paganismo, ni los ídolos
-de la Edad Media.</p>
-
-<p>Así, en el monasterio de Santa María de los Ángeles, ni las largas
-líneas de Vignola, ni los aparatosos cuadros de la escuela boloñesa,
-ni las secas pinturas de Overbek, ya quebrantadas y borrosas como
-la reaccion de que han sido símbolo, llegan á conmoveros como os
-conmueve la casita, la Porciúncula, pobre choza de la oracion,
-donde un verdadero penitente ha padecido y ha llorado. Despues de
-visitarla, despues de recoger<span class="pagenum" id="Page_132">[p.
-132]</span> la idea que se escapa de sus piedras, ya podeis dirigiros
-al monasterio de Asis y penetrar en sus góticas bóvedas y recibir
-en vuestra alma el presente de grandes y profundas emociones con la
-evocacion misteriosa de una sincera fe. Y penetrados de estas ideas,
-nos dirigimos al monasterio y al sepulcro de San Francisco.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>III.</h3>
-</div>
-
-<p>Allá, en las alturas, sobre dos series de marmóreos arcos
-sobrepuestos, se alza el monumento, cenobio, palacio, iglesia,
-castillo, resúmen de la vida en edades verdaderamente religiosas.
-Entre sus muros y sus ojivas descúbrense, todavía más arriba, la
-ceñuda fortaleza con sus almenas medio destruidas; á un lado las
-colinas formando como abreviada cordillera; á otro lado la ciudad con
-sus edificios agrupados en torno de várias originales iglesias; al
-pié un torrente, ahora seco, el cual debe arrastrar gruesos cantos
-rodados y debe venir en la estacion de las lluvias con ruidoso
-ímpetu. La severidad del paisaje, solemne, sobrio, majestuoso,
-verdadero cuadro de la escuela de Umbría, os prepara bien á la
-solemnidad de las reli<span class="pagenum" id="Page_133">[p.
-133]</span>giosas emociones. Una puerta tosca, una cuesta agria,
-várias casas suspendidas entre las breñas, algunos olivos retorcidos
-cual si los azotára siempre el viento y con las raíces fuera de la
-pedregosa tierra, semejando á uno de esos dibujos con que Doré ha
-ilustrado la <i>Divina Comedia</i>, son los únicos objetos que veis al
-llegar á la entrada del monasterio, y, en verdad, os invitan todos al
-recogimiento y á la penitencia. Un claustro se abre á vuestra vista,
-un claustro prolongadísimo, de arcos airosos, de delgadas columnas.
-Ni un viviente, ni una sombra; algunas golondrinas juguetean por
-aquellas largas líneas; menuda lluvia primaveral da sedoso lustre á
-la hiedra pegada por las piedras, y airecillo suave agita las largas
-guirnaldas de zarzas que festonean los muros. El edificio es de un
-exterior austero, la puerta de un trabajo prolijo, las ventanas
-de un gusto puramente gótico, todos los objetos que os rodean,
-de un aspecto monástico; y, peregrino del arte como sois, vais
-comprendiendo hasta identificaros casi con ellos por la fuerza del
-pensamiento á los peregrinos religiosos, venidos de luengas tierras y
-anhelantes por aplicar los labios á la losa de un sepulcro donde se
-guardan torrentes de vida para las almas.</p>
-
-<p>Hay tres iglesias sobrepuestas como los términos de una
-argumentacion escolástica; como las<span class="pagenum"
-id="Page_134">[p. 134]</span> gradas de una escala mística, como
-las iniciaciones de las sectas, como los tres mundos, el de las
-sombras y de la muerte, el de la vida y de la prueba, el de la luz
-y de la gloria, siendo, en realidad, toda aquella aglomeracion de
-místicos edificios, una teología en piedra. Lo primero que hacemos
-es descender á la iglesia subterránea, especie de caverna que guarda
-la tumba del santo. Las sombras se palpan, y la escasa luz que os
-guia sólo sirve para aumentarlas. Creeis descender al centro de la
-tierra y despediros para siempre del aire y de la luz. Fria humedad
-os penetra hasta los huesos, y el humo de las lámparas y el olor del
-incienso os dan la idea de que entrais en esferas sobrenaturales como
-en alas de algun genio, porque todo cuanto os circunda se aleja de la
-realidad y se acerca á la region de los sueños. Por fin, á la dudosa
-luz mal reflejada en los mármoles, bajo lujoso templete, tras una
-verja dorada, veis el sepulcro de San Francisco. Excesiva devocion lo
-ha ceñido con adornos modernos y lo ha coronado con lujoso templete,
-ántes propio de jardin que de cenobio. Cuadrábale mucho más la
-caverna tosca, la soledad mística, la losa desnuda sobre la cual
-cayeran gotas filtradas por las peñas y lágrimas desprendidas de la
-fe. Es más poética que esta decoracion de nuestro tiempo, la creencia
-de la Edad Media. Para aque<span class="pagenum" id="Page_135">[p.
-135]</span>llos fieles, San Francisco no ha muerto; está de rodillas,
-en penitencia, en oracion, plegadas las manos, extáticos los
-ojos, allá en lugares inaccesibles hasta para las águilas, donde
-sólo pueden llegar las estrellas, intercediendo por nosotros los
-mortales, desarmando la cólera de Dios; y no subirá al Empíreo y no
-entrará en la gloria sino despues del Juicio, cuando, destruida la
-tierra, evaporados los mares, en cenizas los astros, en pavesas los
-soles, consumada la obra providencial, haya podido, ofreciendo el
-holocausto de sus dolores por nuestras culpas y llamando la inefable
-misericordia sobre nuestros huesos, rescatar el mayor número de
-almas para el cielo y gozar así en paz eternamente de su propia
-bienaventuranza.</p>
-
-<p>De todas suertes, profanado ó no, afeado ó no, es uno de los
-monumentos más gloriosos que hay en el planeta; es una de las piedras
-que señalan el camino de las edades históricas; es uno de los núcleos
-donde se ha condensado la materia cósmica de las ideas y se ha ido
-formando este cometa de orígen divino y de órbita incalculable
-que se llama el humano espíritu. Oscuro jóven, de vida ligera, de
-costumbres sensuales, de oficio vulgar; modesto comisionado de una
-casa de comercio; sin ninguna instruccion y sin otras aspiraciones
-que los divertimientos y los goces pro<span class="pagenum"
-id="Page_136">[p. 136]</span>pios de su clase y de su edad, siente
-cierto dia que extraña idea, como una chispa eléctrica, como un
-efluvio magnético, se derrama por sus fibras, por sus nervios, por
-sus venas; y agitado, febril, convulso, arroja los arreos de placer,
-de fiesta, de viaje; se ciñe cuerda de esparto á sus riñones y tosco
-sayal á sus carnes; abraza la penitencia para sí, la predicacion
-para los demas; y á sus sollozos, á sus palabras, á sus cánticos, la
-tierra se conmueve como si la agitáran misteriosas palpitaciones; los
-pajarillos del cielo suspenden su vuelo y se extasian; los lobos del
-desierto pierden su crueldad y le lamen los piés; dejan los niños la
-teta de sus madres para oirle; abandonan los jóvenes el lecho de sus
-placeres para en las maceraciones imitarlo; cuelgan las doncellas los
-velos virginales y los largos envidiados cabellos para desposarse con
-el ideal religioso; los guerreros arrancan las cóleras á sus hígados
-y los ódios á sus corazones; el señor se cree igual con su siervo;
-los ricos reparten sus tesoros á los pobres; levantan los arquitectos
-místicas naves que llevan las oraciones de la tierra al cielo;
-esculpen los escultores santos que nadan entre los resplandecientes
-íris formados por los brillantes vidrios y las notas lanzadas por
-el órgano; empapan los pintores sus pinceles en la fe y nos suben
-al Empíreo y bajan hasta el alcance de nues<span class="pagenum"
-id="Page_137">[p. 137]</span>tros ojos de carne los ángeles y los
-serafines que agitan sus áureas alas en la luz increada; cantan los
-poetas en lengua no aprendida, como las aves, todas las efusiones
-del amor encendido en las creadoras divinas llamas; predican los
-teólogos una ciencia más amplia y más cercana á los arquetipos de
-la eterna verdad y de la hermosura eterna; se trasforma y como que
-se derrite el mundo feudal de tosco hierro donde estaban atadas
-todas las cadenas; y sobre los dolores humanos se entreve que, así
-como la Biblia ha sido completada por el Evangelio, el Evangelio se
-va completando por otra revelacion: por la revelacion del Espíritu
-Santo, en cuyo seno renace más puro el Universo y se purificarán como
-en resplandores etéreos nuestras oscuras almas.</p>
-
-<p>¡Oh! La historia entera es una escala de sepulcros. El sepulcro de
-los Faraones en las pirámides del desierto separa el mundo oriental
-del mundo occidental; el sepulcro de Alejandro en Egipto separa el
-viejo mundo griego y asiático del mundo romano naciente; el sepulcro
-de Cristo en Jerusalen separa la historia antigua de la historia
-moderna; el sepulcro de Mahoma en la Meca separa la edad pagana en su
-raza de la edad monoteista; el sepulcro de Carlo-Magno en Aquisgran
-separa los tiempos teocráticos en la Edad Media de los tiempos
-feudales y militares; el se<span class="pagenum" id="Page_138">[p.
-138]</span>pulcro de San Francisco en Asis señala verdaderamente la
-decadencia del espíritu feudal y los primeros albores del espíritu
-moderno. Este siglo décimotercio es un siglo de resúmen de toda una
-civilizacion, como lo fué el siglo primero de nuestra era respecto á
-la antigüedad. Resume la ciencia católica en Santo Tomás; resume la
-política católica en San Luis; resume la poesía católica en el Dante;
-resume el poder católico en Inocencio III; resume la pintura católica
-en el Giotto; resume la legislacion católica en Alonso X; resume la
-escultura católica en Nicolás de Pisa; resume la vida católica en
-San Francisco de Asis. El genio católico ha escrito su testamento y
-por los bordes del horizonte raya un nuevo genio. El sepulcro que
-adoramos es como un planeta donde han surgido con la vegetacion
-frondosa de nuevas ideas los organismos varios de una nueva sociedad.
-¡Gloria á San Francisco!</p>
-
-<p>Y subimos á la segunda iglesia. La necesidad de ver la luz y
-de respirar el aire que sentiamos despues del viaje subterráneo,
-nos movió á salir al atrio y á detenernos un momento al pié de la
-columnata. Allí contemplamos la vega lejana, las montañas azules, el
-cielo trasparente, de ese color clarísimo que toma en el Mediodía
-tras una fuerte lluvia, y nos enteramos de cierto sepulcro esculpido
-allí, obra de Nino y propiedad de un tirano<span class="pagenum"
-id="Page_139">[p. 139]</span> de Pisa, demente furioso como todos los
-déspotas, dado al lujo oriental, que no recibia á nadie si no se le
-presentaba de rodillas, que jamas aparecia en público sino vestido
-de lucientes ropajes todos sembrados de pedrería y ceñido de sacros
-relicarios primorosamente cincelados; y que forzaba á los artistas á
-regalar con obras maestras y dones cuantiosos á su impúdica esposa
-y á construir para él sin retribucion alguna tumbas primorosísimas,
-puestas bajo la proteccion de San Francisco para que le libertára de
-sus propios remordimientos y le conciliase la divina misericordia. La
-intercesion del Santo le habrá podido valer en el cielo, pero no le
-ha valido en la historia.</p>
-
-<p>Al cabo entramos en la segunda iglesia, cúspide de la iglesia
-subterránea y base de la iglesia superior, pues no debe olvidarse que
-los tres monumentos ocupan el mismo espacio, sobrepuestos unos en
-otros. Sus arcos ojivales, que se encorvan para soportar el peso del
-edificio de arriba; sus ventanas góticas, que ciernen resplandores
-crepusculares y dudosos; su pavimento tapizado de lápidas fúnebres,
-que os hablan mudamente del dogma de la inmortalidad y de la muerte;
-sus paredes, en las cuales se destacan blanquecinas estatuas entre
-las negras sombras; sus cuadros, en que brillan profusamente ángeles
-y santos y vírgenes y már<span class="pagenum" id="Page_140">[p.
-140]</span>tires con sus palmas verdes en las manos y sus aureolas
-de oro en las sienes; el color azul oscuro de las bóvedas, todas
-sembradas de estrellas como si vinieran al santuario para beber
-la luz con que han de iluminar los espacios; las figuras de los
-frescos, desprendidas casi de lo alto para flotar en la atmósfera
-de incienso; las columnas, levantándose y abriéndose cual troncos y
-copas de misteriosos árboles, cual ramas de ideal vegetacion; las
-cabezas aladas entre los festones de mirto y de acanto; los vidrios
-de colores, que recogen el esplendor del dia y lo descomponen y lo
-reverberan en los mármoles, tiñendo desde las losas más profundas
-hasta las más elevadas aristas con los matices del íris; todas
-estas formas del arte, todos estos símbolos de la idea, todas estas
-aspiraciones á lo infinito os dan tal emocion, que vuestras rodillas
-flaquean, vuestros ojos se sumergen involuntariamente en el éxtasis,
-y vuestra alma, desprendida de su cárcel de barro, busca, subiendo
-por la escala mística de la religion, el orígen misterioso de tantas
-inspiraciones sublimes, la esencia incomunicable del Eterno.</p>
-
-<p>El monasterio de Asis no es grande sólo bajo el aspecto
-religioso; es grande tambien bajo el aspecto artístico. En Italia,
-estos maravillosos edificios señalan épocas de trasformaciones del
-espíritu universal. Las Catacumbas guardan los<span class="pagenum"
-id="Page_141">[p. 141]</span> comienzos del nuevo genio, la semilla;
-San Márcos de Venecia, los maestros mosaistas venidos del Oriente y
-depositarios de la tradicion de Bizancio, la raíz; San Francisco,
-la peregrinacion de los artistas que han roto el yugo bizantino
-y han fundado el arte moderno desde la segunda mitad del siglo
-décimotercio hasta la primera mitad del siglo décimocuarto: Pisa,
-en su cementerio, el crepúsculo vespertino del siglo décimocuarto y
-el crepúsculo matutino del siglo décimoquinto; Florencia, el siglo
-décimoquinto en todo su esplendor, el despertar de la naturaleza
-en toda su veracidad, las estatuas de Donatello, las puertas de
-Ghiberti, los frescos de Masaccio, la cúpula de Brunelleschi;
-Siena, Orvieto y Perusa, los albores del siglo décimosexto; la
-primera, sobre las paredes de la Sacristía animados por el pincel de
-Pinturrichio; la segunda, sobre la capilla de la Catedral donde ha
-pintado Signorelli su Ante-Cristo y su último Juicio; la tercera, en
-la sala del Concilio, donde ha dejado Perugino sus vistosos héroes
-semejantes á los héroes del poema de Ariosto, con su nacimiento,
-parecido al nacimiento de una nueva edad; y el Vaticano, en la
-Capilla Sixtina con los Profetas y las Sibilas de Miguel Ángel,
-y en las estancias, con las Musas y los filósofos y los doctores
-de Rafael, la plenitud del arte que es tambien la plenitud de la
-vida.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_142">[p. 142]</span></p>
-
-<p>No os cansariais jamas de contemplar las maravillas de Asis
-en su segunda iglesia. Giunta de Pisa, el último de los maestros
-bizantinos, ha dejado al entrar en la Sacristía tosco retrato de
-San Francisco, despedida de un tiempo y de un genio que se alejan.
-Giotto ha pintado la bóveda del altar mayor quizas despues de un
-diálogo con Dante: que el altísimo poeta empezó por aspirar á fraile
-francisco y concluyó por inscribirse en la órden Tercera, donde eran
-tambien admitidos los laicos. Desde el retrato de San Francisco,
-pintado por Giunta, á las Virtudes de San Francisco pintadas por
-Giotto, media una de las más señaladas evoluciones del genio, una
-de las más decisivas fases del espíritu. Giotto, pobre pastor, pasa
-del aprisco al taller, conducido por Cimabue, y la mano cansada
-del maestro y la mano inexperta del discípulo, al juntarse, juntan
-dos eslabones de la cadena del tiempo, dos puntos de la misteriosa
-línea de la idea. Nadie ha sabido pintar la leyenda franciscana como
-Giotto, porque nadie tenía más títulos para pintarla ni más motivos
-para comprenderla; el cenobita rompe el cristianismo tradicional
-y funda un cristianismo más democrático y más humano; el artista
-rompe el arte bizantino, el arte hierático, y funda un arte más
-cercano á la naturaleza y más inspirado en la humanidad; son dos
-térmi<span class="pagenum" id="Page_143">[p. 143]</span>nos de la
-misma idea, dos fases de la misma edad, dos matices de la misma
-alma. Así, convertid los ojos á la bóveda del altar mayor, recoged
-la luz cernida por los vidrios de colores, y ved como evocaciones
-del Renacimiento, como albores de la nueva idea, como almas que han
-roto la coyunda teocrática y han venido á otros tiempos, aunque
-todavía traspasadas por el clavo de la servidumbre, esas tres figuras
-capitales en los compartimentos, las tres mujeres que representan las
-tres virtudes primeras de la órden: la Pobreza con sus harapos al
-cuerpo, con su soga al cinto, con sus cabellos esparcidos, seguida
-de una flaca perra que le ladra; la Obediencia, con una mano en los
-labios y otra en las reglas monásticas, pronta á imponer el yugo
-á extático monje de hinojos á sus plantas; la Castidad, orando en
-lo alto de una torre, defendida por dos ángeles y desoyendo las
-seducciones que le envian en coronas y palmas.</p>
-
-<p>Adonde quiera que volveis los ojos, encontrais nuevos motivos
-de admiracion y de asombro. Los artistas corren á porfía al
-convento sacro, cual si hubieran adivinado que allí estaban los
-dos manantiales eternos de toda inspiracion: Dios y libertad.
-Asis aparecerá siempre como cenáculo de los discípulos del Giotto
-y como santuario de esta escuela. Tadeo-Gadi, á quien Giotto
-tuvo en<span class="pagenum" id="Page_144">[p. 144]</span> las
-fuentes bautismales y á quien debió la órden franciscana una serie
-de pinturas maestras, ha engrandecido con su pincel suavísimo
-el crucero. Buffalmacio, sobradamente aficionado al naturalismo
-y olvidado del ideal, ha esparcido allí tambien reflejos de sus
-creaciones, como la trágica aparicion de Cristo á la Magdalena.
-El consumado dibujante, el colorista animadísimo, el precursor de
-la perspectiva, el maestro de los primeros escorzos, el inmortal
-Stefano, llena con una gloria maravillosa los espacios del ábside,
-gloria por desgracia perdida. Cavallini, cargado de años y de
-laureles, seguido por un culto universal, despues de sus triunfos
-en Roma y en Florencia, se acerca á este santuario y pinta en el
-crucero de la izquierda la escena última de la terrible tragedia de
-Cristo, la última hora del Calvario, el Salvador iluminado por la
-tempestad en su alta cruz y en su postrimer agonía, con caballeros
-armados á sus piés, que tienen toda la energía del feudalismo, y en
-torno de su cabeza ángeles suaves, arrobados, místicos, que tienen
-toda la dulzura y todo el idealismo de una plegaria. Capanna va, se
-encierra allí, se consagra al arte y á la penitencia, muere mártir
-de su devocion por el santo y de su entusiasmo por el santuario,
-dejando como un símbolo de su propia desgracia y como una imágen de
-su sacrificio, el sepulcro<span class="pagenum" id="Page_145">[p.
-145]</span> de Cristo. Giottino siente tambien el mismo deseo de
-todos los artistas que aspiraban á dejar una página en el poema de
-Asis y corre á encerrarse dentro de sus muros sin hallar espacio
-suficiente á sus creaciones y sin poder teñir con su pincel más
-que un rincon de la capilla de San Nicolás, yéndose desde allí al
-convento de Santa Clara, la discípula de San Francisco, fundadora de
-una órden de mujeres que se calcaba sobre la regla de su maestro.
-Las enfermedades que le sobrecogieron no le dejaron concluir sus
-trabajos, y tan escaso de fortuna como de gloria, entristecido por
-su propio natural y por la pública ingratitud, siempre solitario,
-siempre encerrado en sí mismo, de claustro en claustro, pidiendo el
-trabajo como otros piden el pan, pasó de Asis á Pisa, de un cenobio
-á un cementerio, para pintar como en holocausto á Dios y obtener
-para la otra vida, único pensamiento suyo y objeto exclusivo de sus
-meditaciones, el perdon á sus culpas y el reposo que le habia negado
-la tierra. Y aquel paso de Giottino desde Asis á Pisa, determina otra
-peregrinacion general de los artistas desde el uno al otro santuario.
-Mas para que nada falte en la Iglesia baja de San Francisco, tambien
-se ve una Vírgen de Cimabue, del pintor en quien acaba el arte
-bizantino y empieza el arte moderno. Y entre tanta maravilla hay unos
-cuadros de Simone<span class="pagenum" id="Page_146">[p. 146]</span>
-Memmi, á quien su devocion llevaba á pintar como los bizantinos y
-su natural como los giotistas. Amigo de Petrarca, cual Giotto fué
-amigo del Dante, retrató á Laura despues de muerta; pero con tal
-inspiracion, que el poeta amante cree ver al pintor trasladándose
-desde la tierra al paraíso á fin de entrever la mujer querida, como
-un ideal sobre cuyos contornos apénas se suspende el velo de las
-formas. Pincel así no debia faltar en santuario por excelencia del
-arte cristiano; de esta suerte puede asegurarse que todas las obras
-representativas del genio italiano, que es el genio moderno, desde
-las florecillas de San Francisco hasta las estancias de la Divina
-Comedia y desde las estancias de la Divina Comedia hasta los sonetos
-de Petrarca; todos los comienzos de las artes pictóricas, desde
-Giunta de Pisa basta Cimabue, desde Cimabue basta el Giotto, desde
-el Giotto basta Simone Memmi se anidan, como un coro de ruiseñores
-inmortales, en las sombras misteriosas de este monasterio, una de las
-cimas indudablemente del humano espíritu.</p>
-
-<p>La verdad es que la pintura moderna, despues del Tabor que
-encuentra en Asis, está definitivamente fundada. Los discípulos del
-Giotto recorren desde allí toda Italia y practican el nuevo arte.
-Revolucion tan profunda no podia verificarse sin protestas vivísimas
-y sin tentativas de reaccion<span class="pagenum" id="Page_147">[p.
-147]</span> poderosas. El Giotto habia concluido con la pintura
-hierática, con el arte bizantino, de una ortodoxia y de una severidad
-completas. Su genio innovador prescindió del tipo consagrado por la
-tradicion y querido del pueblo. Atentar así á cuanto se habia adorado
-hasta entónces, era para ciertas almas pagadas de lo antiguo, un
-sacrilegio tan grande como atentar al mismo dogma. Las muchedumbres
-creian que los Cristos deformes y colosales, que las Vírgenes rígidas
-é inmóviles fueron obra de los ángeles, y un pintor láico, un pintor
-profano se atrevia irreverente á corregir estas creaciones del cielo.
-Por las venas ateridas de los grandes personajes sagrados se difundia
-la sangre caldeada de la nueva vida; sus ojos se movian y miraban
-con expresion á la manera de los mortales ojos; sus largas manos y
-sus delgados dedos se amoldaban al humano tipo; sonreian aquellos
-labios cerrados; bajo las vestiduras palpitaba su cuerpo y en torno
-suyo comenzaba á brotar como nueva primavera toda la naturaleza.
-Esto no podia tolerarse por los que estaban apegados á la tradicion
-religiosa. El Giotto habia querido demostrar que Cristo podia ser
-adorable, divino y ser tambien hermoso; la Vírgen llamarse mujer,
-palpitar bajo el manto, moverse, vivir y ganar en belleza estética
-y en carácter sagrado; los santos, tener los ojos y las manos como
-nos<span class="pagenum" id="Page_148">[p. 148]</span>otros los
-mortales pecadores y rezar y bendecir y atraerse la pública devocion;
-los retratos entrar en los altares sin profanacion y sin necesidad
-de conservar el medio primitivo, pueril, bárbaro, que deseando
-manifestar la desproporcion entre lo divino y lo humano, ponia junto
-á un Cristo gigantesco un hombre diminuto; reglas hieráticas muy
-santas, pero en cuya rigidez se apagaba y moria la espontaneidad del
-genio. Margheritone de Arezzo es el pintor que más vivamente protesta
-contra estas innovaciones; el que más se aferra á la tradicion el
-que con mayor empeño y porfía pinta segun el modelo de las antiguas
-liturgias. Revelador instinto le dice que las nuevas figuras humanas
-son tambien humanas ideas; que por los cuadros de la reciente escuela
-se desliza una anticipada protesta; que rehacer el tipo del hombre
-y de la mujer en el arte, equivale á rehacer el tipo pagano; que
-evocar la Naturaleza, esa madre del pecado, vale tanto como evocar
-el genio de la antigüedad para completar el genio del cristianismo;
-que tras esta revolucion artística asoma una revolucion científica,
-una revolucion religiosa, una revolucion política, en las cuales
-se aneguen las tradiciones y sólo sobrenade la razon. Lo cierto es
-que llama á la puerta de los conventos; que concita las iras de las
-órdenes monásticas; que apela al Papa; que recibe de éste órden
-para<span class="pagenum" id="Page_149">[p. 149]</span> pintar segun
-la antigua usanza; que consume sus fuerzas provocando una reaccion
-universal; que maldice de los innovadores y de sus procedimientos,
-y como todos los reaccionarios de la historia, muere de dolor al
-reconocer la impotencia de sus esfuerzos y la fragilidad de su
-obra.</p>
-
-<p>Dominados por estos pensamientos subimos á la tercer iglesia, á
-la iglesia superior, que se destaca allá arriba como una aureola.
-¡Cuánta luz! Parece amasada en el éter de los espacios celestes.
-Hasta su pavimento resplandece como si caminarais sobre el disco de
-un astro. Las columnas se aligeran y se lanzan audaces á lo alto;
-las ventanas se rasgan y se espacian; los vidrios suben por aquellos
-claros y por aquellos rosetones para dar á la luz toda suerte de
-cambiantes; las naves, de hermosa manera pintadas, semejan al cielo
-lleno de bienaventurados que cantan en coro entre estrellas y flores;
-la ornamentacion se enriquece en inacabables guirnaldas como si
-pretendiese encerrar allí la universalidad de las cosas creadas;
-los frescos tienen tal viveza y tal colorido que deslumbran; los
-altares brillan maravillosamente cincelados tras verjas doradas de
-una labor primorosa; el vértigo producido por tanto resplandor en las
-alturas es tal, que os creeriais atravesando en sagrado tabernáculo
-sobre las alas de los serafines el espacio infinito en pos del
-divino<span class="pagenum" id="Page_150">[p. 150]</span> ideal,
-eterna aspiracion del alma y eterno arquetipo del universo. Poblad
-este templo y lo veréis animarse como si todavía estuvieran vivas
-las ideas que lo levantaron al cielo. Los peregrinos se agolpan á la
-puerta; los monjes cantan en el coro; los fieles se arrodillan al pié
-de los altares; los oficiantes con sus capas de damasco y de brocado,
-celebran la misa entre murmullos de oraciones que tomariais por el
-aleteo de las almas; sube el incienso en espirales á las bóvedas
-y baja la luz de las áureas lámparas y de las místicas ojivas; la
-melodía del órgano llena de acentos angélicos las naves; la voz de la
-campana llama desde la torre lo infinito y por los arcos, acabados en
-un punto, como el pensamiento y la naturaleza acaban en la unidad de
-Dios, se elevan las almas, cual por la escala de Jacob, á perderse,
-huyendo de los dolores y de los desengaños terrestres, en el seno de
-la eternidad.</p>
-
-<p>¡Cuán maravillosamente comprendian los hombres de aquella
-edad el arte religioso! Estos tres templos elevados en el mismo
-espacio, puestos el uno sobre el otro, me parecen la imágen de la
-vida con sus raíces en el sepulcro y con sus cúpulas en el cielo.
-¡Cuántos esfuerzos, cuántos trabajos, cuántas oraciones, cuántas
-lágrimas, para subir desde ese antro húmedo, desde esas tinieblas
-espesas, desde ese frio mortal de la última<span class="pagenum"
-id="Page_151">[p. 151]</span> iglesia encerrada como el feto informe
-en las entrañas de la tierra, á la iglesia media que se dilata, como
-nuestra vida terrena, que mezcla sombras y luz como nuestras ideas y
-nuestras pasiones, que quiere alzarse á lo infinito y se encorva y
-se baja al peso abrumador de sus aspiraciones; hasta que al postre,
-en el término de esta serie, en el último peldaño de esta escala,
-en el esfuerzo último de ascension al ideal, se eleva la iglesia
-superior como la sobrehumana transfiguracion alcanzada por nuestro
-dolorosísimo sér, el cual, despues de haber pasado por el dolor y
-por la penitencia, entra allá en el cielo para coronar la pasion de
-nuestra vida que no debe concluir en eterna muerte, no, que debe
-concluir y concluirá por divina resurreccion!</p>
-
-<p>Creeriais que va á reproducirse el apólogo aleman innolvidable
-en aquellas trasformaciones sucesivas del arte. Parece que, nacido
-en el fondo de las tinieblas y en las cavernas cercanas á la nada,
-acostumbrado á la soledad y al silencio; sin oir más que el rozar
-de las aves nocturnas con sus sedosas alas en vuestras sienes ó el
-ruido de la gota de agua como lágrima eterna en los abismos; sin ver
-más que la retina del buho y de la lechuza que os miran burlonamente
-ó el fosfórico resplandor de los huesos descomponiéndose por la
-humedad en la tierra, viene de pronto un genio<span class="pagenum"
-id="Page_152">[p. 152]</span> y os dice que si quereis ver algo
-superior le sigais y os lleva en noche serena de plenilunio á las
-alturas y os enseña la casta luna en el zenit con su corona de
-estrellas, saludada por el ladrido del perro y el canto del gallo
-y la sonata del ruiseñor, obligándoos á creer, como hijo de las
-tinieblas, aquel mustio resplandor pleno dia y á quedaros allí
-contemplando eternamente la plateada faz del astro de las sombras,
-como tomándola por la última expresion de la vida y por el último
-grado de la luz. Y luégo otro genio os toma la mano y os muestra el
-sol del mediodía, esplendente, luminoso, ardentísimo, ante el cual
-es la luna como el fósforo de la oscura caverna y veis que el sol
-pinta las flores, anima al coro de las aves, derrama á torrentes la
-electricidad, enciende la sangre de todos los animales, suspende por
-cadenas invisibles en torno suyo los planetas y aumenta con su luz y
-su calor la vida. Y bien hallado en esta tierra hermosísima, desde
-cuyo seno se descubre un sol tan espléndido, anhelariais quedaros
-en ella, vivir eternamente en su regazo, cuando viene otro genio
-superior y os lleva en sus alas á contemplar estrellas ante las
-cuales nuestro sol es como la luna. Y allí quereis quedaros, puesto
-que, triste helecho de una caverna solitaria, habeis subido hasta
-ese grado superior de la vida, cuando viene un ángel y os ense<span
-class="pagenum" id="Page_153">[p. 153]</span>ña algo mayor y más
-hermoso; las ideas eternas, en cuya comparacion vienen á ser como
-sombras los soles, y el Eterno Dios, en cuya presencia es como una
-mustia luciérnaga todo el Universo. Y de ascension en ascension
-habeis subido, materia informe, sombra espesa, niebla del vacío, á la
-luz, á la vida, al amor, á la inspiracion, al arte, á la ciencia, á
-las cimas últimas del cielo, á las últimas esferas del pensamiento,
-hasta ver en sobrehumanas intuiciones al Creador, y en el Creador la
-verdad, la bondad y la hermosura perfectas.</p>
-
-<p>Desde la iglesia de Asis nos fuimos á una montaña cercana, como
-si tantas emociones nos hubieran dado el deseo, nunca satisfecho,
-de subir y subir más. Cuando la tarde espiraba, las campanas del
-monasterio tocaron el <i>Angellus</i> y llamaron á la oracion. No pude
-reprimir, al impulso de aquellos sonidos, un vuelco de la sangre
-que me recordó mi infancia y las mismas horas poéticas y los
-mismos toques de la solemne campana y el mismo murmullo de mística
-oracion. Las sombras de los siglos pasados se alzaron de sus
-panteones y se suspendieron sobre la cima del cenobio para decirme
-que en aquel campanario de San Francisco se habia saludado por vez
-primera con lengua de bronce el crepúsculo, cuyo poético <i>Angellus</i>
-habia corrido, en alas de las ideas, léjos, muy léjos, hasta las
-islas de los mares índicos, hasta los de<span class="pagenum"
-id="Page_154">[p. 154]</span>siertos de América, como un zodiaco de
-misterios inefables que abrazára al planeta. Entónces me pareció oir
-que al Ave-María de las campanas se mezclaba el Ave-María de las
-piedras del monasterio, y al Ave-María de las piedras del monasterio
-el Ave-María de todos los seres de la tierra, y al Ave-María de todos
-los seres de la tierra el Ave-María de todos los astros del cielo
-en universal plegaria. Y vi á los grandes poetas del siglo pasar
-ante mis ojos; al que cantó la campana desde el momento en que su
-materia candente hierve en el molde, hasta el momento en que su voz
-solemne llama á los vivos y llora á los muertos; al que desde las
-torres de Nuestra Señora saludó con su alegre campaneo el dia de
-la resurreccion del espíritu humano alzado del sepulcro de la Edad
-Media á la vida del Renacimiento; al que apartó de los labios del
-alquimista desesperado la copa de veneno cuando los ecos del órgano
-y el repique de la Pascua le dijeron que no se habia perdido la
-esperanza; al que, cargado con todas las culpas y todas las dudas
-de su edad, dolorido con todos los dolores humanos, calumniado como
-amador de la vida y ansioso por el martirio y por la muerte, desde
-las altas torres de Venecia agrandadas por el crepúsculo, sintió caer
-los toques misteriosos del <i>Angellus</i> sobre la celeste laguna en que
-comenzaban á retratarse las primeras estre<span class="pagenum"
-id="Page_155">[p. 155]</span>llas de la tarde y oró con lágrimas en
-los ojos, y al traves de las lágrimas y de las oraciones vió pasar
-sobre las nubes del ocaso la Madre del Verbo con su manto celeste, su
-extática mirada, la luna bajo las plantas, la mística paloma sobre la
-frente, estrechando á todos los seres contra su seno inmaculado en
-trasportes de maternal amor.</p>
-
-<p>¡Quién no verá en el misterio del crepúsculo, en las últimas
-purpurinas nubes del ocaso y en las primeras rayas plateadas del
-alba; lo mismo sobre la cuna que sobre la tumba del dia, esa fuente
-de amor, esa estrella del mar, esa inspiracion del alma, á cuya
-inefable hermosura consagran una letanía sin fin lo mismo las cosas
-creadas que las ideas increadas, lo mismo los seres materiales en sus
-límites que las obras artísticas en sus luminosas órbitas, Vírgen
-y Madre, á cuyos piés baten las alas blancas los ángeles y á cuyas
-sienes se agrupan las estrellas, eterno ideal que el corazon adivina
-y que no puede alabar como se merece la tenue palabra, forzada
-á enmudecer ante tanta virtud y tanta belleza en una religiosa
-inexplicable oracion que sube al cielo como los vapores de la tarde,
-como el aroma de las flores, como las nubes del incienso, á mezclarse
-y confundirse en la aspiracion de todo lo creado hácia la increada
-luz!</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3 title="IV."><span class="pagenum" id="Page_156">[p. 156]</span>IV.</h3>
-</div>
-
-<p>La verdad es que no hay monumento como el de Asis, ni vida como
-la de San Francisco para estudiar uno de los hechos históricos en
-que más empeñada, repito, se halla la ciencia moderna; el nacimiento
-de las leyendas religiosas. Cada una de estas piedras da testimonio
-vivo de cómo un hombre, sujeto á todas nuestras condiciones, se
-eleva en poco tiempo á lo sobrenatural, perdiéndose en los celajes
-resplandecientes de la fantasía hasta convertirse su persona
-histórica en mito, su vida real en soñada leyenda. Extraordinarias
-facultades morales ó intelectuales, á la verdad, le adornan; exaltada
-virtud, elocuente palabra, efusivo amor, le llevan á grandes
-ideas y á grandes hechos: las gentes le siguen, los sectarios le
-adoran, los discípulos lo magnifican y poco á poco la fantasía
-inflamada lo trasfigura, y el arte, el buril y el pincel acaban la
-obra iniciada, que crece y toma diversas fases en los espejismos
-siempre movibles de las tradiciones. Despues de algun tiempo puede
-resultar el pensamiento de Aristóteles, puede resultar la poesía más
-verdadera que la historia, ó<span class="pagenum" id="Page_157">[p.
-157]</span> el pensamiento de Platon que la belleza del mito sea
-sólo el resplandor de su verdad intrínseca y el hombre del arte y
-de la poesía aparezca más real que el hombre de la crítica y de
-la historia. Pero venid á esta tierra de Asis; registrad estos
-sitios consagrados por una de las más bellas figuras que guarda
-en sus anales la humanidad; id á su casa, todavía señalada en las
-tradiciones, donde encontraréis el recuerdo de los castigos impuestos
-por su familia á la extraordinaria vocacion del santo; trasladaos á
-la humilde choza en que ve al Crucificado en sus éxtasis y traza la
-órden seráfica en sus meditaciones; salid luégo al templo-cenobio
-y sentiréis cómo un jóven falto de ciencia y de letras, movido
-sólo del amor, tras una vida exaltadísima por la intuicion de lo
-sobrenatural y la práctica de las predicaciones; tras un sacrificio
-contínuo por el bien de los demas hombres, puede tener en la piedad
-de los creyentes cuna sobrenatural y sobrenatural sepulcro; herir en
-la imaginacion de los poetas la tierra estéril y hacerla brotar un
-raudal de inspiraciones; promover y despertar en la mente plástica
-de los pintores un cielo de grandiosos pasajes que animen con
-místicas reverberaciones y extáticas figuras tablas y lienzo, bóveda
-y pared, claustros y altar; crecer en la fe de sus sectarios hasta
-el punto de que combatan y mueran por su per<span class="pagenum"
-id="Page_158">[p. 158]</span>sona ó por su doctrina, exaltando una y
-otra hasta los límites altísimos de la leyenda y convirtiéndolas en
-gracioso ideal de las venideras generaciones.</p>
-
-<p>Nada hay más rico que la leyenda religiosa de San Francisco
-de Asis, y nada hay más sencillo que su vida histórica. Cierto
-comerciante de paños y una buena mujer son sus padres. El comerciante
-se llama Pedro Bernardone, y hace contínuos viajes allende los montes
-en tierra de Francia. Á la vuelta de uno de estos viajes, encuéntrase
-hermoso y esperado hijo allá por los años de 1182. La madre le
-habia puesto ya el nombre de Juan; pero el padre, en recuerdo y en
-agradecimiento á la tierra de Francia, donde se habia enriquecido,
-le puso el sobrenombre de Francisco. Su educacion fué algo esmerada,
-si se atiende á la rudeza de aquel tiempo. Aprendió medianamente el
-frances en las conversaciones con su padre, muy dado á este idioma,
-y tomó alguna tintura de latin eclesiástico en el mejor seminario
-de su pueblo. Su juventud pasó encendida en todas las pasiones y
-agitada por todos los placeres. Lo elegante de su apostura y lo
-escogido de sus maneras; la varonil belleza del rostro; la gracia y
-la fluidez de la diccion cierta vena poética para escribir versos;
-cierta dulzura para cantarlos, dábanle renombre de galante y traíanlo
-siempre en<span class="pagenum" id="Page_159">[p. 159]</span>tre
-jácaras, comidas, aventuras, bullicios, serenatas, amores y orgías.
-Habia en tales fiestas una especie de director á quien llamaban
-rey, dándole baston ó cetro á la mano y ciñéndole á las sienes rica
-corona de flores. El que tal cargo desempeñaba, distribuia los
-papeles en las farsas públicas; dictaba á cada cual las canciones
-y señalaba los sitios donde debia entonarlas; componia los coros y
-los ensayaba; concertaba las parejas en los bailes; presidia las
-comidas y las cenas. Así es que por las noches, en aquellas gozosas
-fiestas, al verlo pasar precedido de las músicas, acompañado de los
-humeantes hachones, dirigiendo numerosísima juventud que al són de
-los instrumentos entonaba deliciosos coros, llamábanle todos alegría
-de Asis, flor de sus campos, espejo de sus moradores. Su amor propio
-era tan grande que recogia aquellas alabanzas y las guardaba en la
-memoria, para repetirlas á cada instante; su ligereza tan extrema,
-que requeria de amores á todas las jóvenes y no se fijaba en ninguna;
-sus dispendios tales, que temia la familia verle disipar en las
-larguezas de sus placeres los ahorros de tantos tiempos consagrados á
-la economía y al trabajo.</p>
-
-<p>La ambicion se juntó á sus demas pasiones para que ninguna de las
-tormentas humanas dejára de atravesar aquella alma. Los libros de
-caballería le<span class="pagenum" id="Page_160">[p. 160]</span>
-trastornaron el seso. En la Edad Media no existia esta inmensa
-distancia que existe hoy entre la realidad y la imaginacion. Creíase
-hacedero el realizar con la voluntad lo soñado en la mente. Un
-caballo y una lanza; un pecho férreo y un brazo atrevido bastaban á
-dar seguridad de emprender las mayores aventuras en aquella tierra
-movediza, á cada paso abierta por las hendiduras de los volcanes,
-deshecha por los sacudimientos de los terremotos, trasformada por las
-contínuas catástrofes. Un reino desaparecia con la misma facilidad
-con que se formaba otro. Del Norte venian tribus y del Sur tambien
-que trastornaban geografía y política. La aparicion de un señor de
-Alemania en los Alpes ó de una legion de Arabia en Sicilia, bastaban
-á desconcertar todos los pueblos y á traer todas las guerras. Por
-las alturas constituíase cualquier desalmado en príncipe feudal con
-sólo tener fuerza á sujetar á los campesinos del llano y á limpiar
-de competidores el monte. Así es que al ir Gauthier de Brienne en
-demanda de Sicilia á disputar al grande Federico II, tan aborrecido
-de los Papas, la posesion del hermoso reino, pensó Francisco de
-Asis en seguirlo, en pelear á su lado, en ganarse á punta de lanza
-un castillo ó un reino donde saciar su sed de placeres y ejercitar
-la febril actividad de sus ambiciones. En sueños, despues de
-haber corrido muchas tier<span class="pagenum" id="Page_161">[p.
-161]</span>ras, peleado con innumerables gentes, ganádose fama de
-héroe en repetidos encuentros y ruidosas víctimas, veia surgir de
-los abismos á los aires riquísimo castillo, medio fortaleza y medio
-palacio, con salones interminables donde campeaban, pendientes de
-las paredes, arneses, penachos, cimeras, cascos, lanzas, broqueles,
-manoplas, escudos todos riquísimos, capaces de deslumbrar los ojos
-más acostumbrados á la plata, al oro, á la pedrería y preguntando á
-quién pertenecian tantas maravillas, contestóle misteriosa voz que
-á él y á cuantos paladines le siguieran. Sus deseos febriles y sus
-ensueños inquietos llevábanle desde las aspiraciones del amor á las
-aspiraciones de la ambicion Su biógrafo Celano le pone en los labios
-esta palabra que no deja lugar á duda alguna sobre sus deseos de
-reinar: <i>Scio me magnum principem futurum.</i></p>
-
-<p>Al principiar el siglo décimotercio, las cruzadas retroceden,
-no porque hayan conquistado el sepulcro de Cristo definitivamente
-perdido para la cristiandad, á pesar de las victorias del gran
-Federico II; sino porque han conquistado las populares comunidades,
-iniciacion de la democracia sembrada para siempre en el suelo de
-Europa. La voz de los misioneros que siglos ántes produjera un pueblo
-nómada y armado, el cual desde nuestro continente se trasladaba al
-Asia y moria<span class="pagenum" id="Page_162">[p. 162]</span>
-abrasado en el desierto por el fuego de las arenas y el fuego de la
-fe, esa voz que llevaba disuelto el espíritu católico, se estrellaba
-en el renacimiento de la libertad y en el creciente desarrollo del
-trabajo. Pero San Francisco, uno de los fundadores de la democracia
-religiosa que debia acompañar á la democracia política, fué á las
-últimas cruzadas, separacion verdadera entre el término de los
-tiempos feudales y el principio de los tiempos modernos. Con la misma
-alegría de siempre y con la misma ligereza, como si corriera á una
-de las procesiones ó á una de las fiestas de su valle, corre á las
-cercanas costas, se embarca en las pesadas galeras, aborda á las
-playas de Damieta, entra en el ejército cristiano, y no bastando á su
-exaltado celo y á su febril impaciencia la marcha lenta de aquellos
-caballos y caballeros abrumados bajo el hierro de sus armaduras
-pesadísimas, anda á pié por el desierto, penetra en el interior del
-África, se avista con el jefe de las tribus árabes de Egipto, le
-predica la fe cristiana, le propone mostrarle entrando en una hoguera
-y saliendo ileso la verdad del Evangelio y deja allí una órden de
-penitentes para que rodeen con sus plegarias y con sus martirios de
-una especie de escudo religioso y de fortaleza moral inexpugnable,
-el Santo Sepulcro que no han podido rescatar ni la autoridad de los
-reyes ni la fuerza de los ejércitos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_163">[p. 163]</span></p>
-
-<p>¿Cómo se ha verificado esta trasformacion maravillosa?</p>
-
-<p>Á la edad de veinticuatro ó veinticinco años, terrible enfermedad
-le sobrecoge y le lleva á las puertas del sepulcro. Pero sale
-triunfante de esta prueba, y en la convalecencia extrañas visiones
-se dibujan confusamente por sus retinas caldeadas de ardentísima
-calentura é hinchan su corazon de amores hasta entónces desconocidos,
-como si toda su alma se desprendiese de las terrenales ligaduras y
-sobrepuesta al cuerpo se recreára en contemplarse á sí misma y en
-contemplar á traves de sus ideas, como á traves de claro vidrio, la
-imágen de Dios. La fuerza de la costumbre, sin embargo, le llevaba
-á sus antiguos placeres, cual si en ellos se encerrase toda su vida
-y lo confundia con sus antiguos amores, cual si no pudiese sin
-ellos pasar por este mundo. Un dia siente la ciudad estrecha, la
-tierra árida, sus amistades insípidas, sus amores vanos, la campiña
-de Asis como un desierto, el cielo como un pálido crepúsculo, sus
-ambiciones como fantasmas y se propone desasirse del mundo y perderse
-en ideal superior á la vida. Para llegar desde el torbellino y el
-huracan de todos los placeres á este rudo ascetismo, habia necesitado
-pasar por muchos y muy crueles tormentos. Lo que más le apenaba en
-tan suprema crísis, era el horror que sentia hácia sí mis<span
-class="pagenum" id="Page_164">[p. 164]</span>mo, el menosprecio de
-todo su sér, el remordimiento por su pasada vida, sus locos placeres,
-sus locas ambiciones. Aparecia deforme y monstruoso á la mirada más
-escudriñadora y más segura; á la mirada de su propia conciencia.
-Queriendo combatirse á sí mismo, se lanzaba al torrente de sus
-antiguas alegrías á ver si en el ruido y en el movimiento ensordecia
-su interior hasta no oir esas voces de reconvencion y de angustia que
-le trastornaban. Pero las fiestas públicas aumentaban su tristeza, el
-canto le sonaba á carcajada histérica, el vino le sabía á vinagre,
-los manjares á hiel, la hermosura á frio esqueleto, el amor á hastío,
-la amistad mundana á mentira, y sobre los trasportes del placer oia
-la salmodia de invisible entierro que llevaba á sepultar en lo pasado
-toda su existencia tal como hasta entónces habia sido. La soledad se
-convirtió en su única compañera. Allí, apartado del mundo, se veia
-frente á frente á sí mismo y analizaba sus pasados afectos y argüia
-contra sus ambiciones como contra sus pecados. Muchas veces los
-amigos le asaltaban, le sacudian para arrancarlo de aquel sueño, le
-llevaban á las fiestas; pero él, deseoso de no desmerecer á los ojos
-mundanos de aquellas gentes y no revelar las interioridades del alma,
-pretextaba buscar un tesoro, é iba á encerrarse en oscura caverna
-donde, entre ayunos, ma<span class="pagenum" id="Page_165">[p.
-165]</span>ceraciones y penitencias, se alejaba de toda su vida
-pasada y prometia y juraba abrazar otra vida contraria. Cuando
-entraba en la caverna semejaba un hombre de este mundo, y cuando
-salia semejaba un hombre de otro mundo, como si bajase de alguna
-region sobrenatural, como si trajese en su retina y en su frente
-resplandores de lejanos cielos, como si se trasparentára su recóndita
-alma. Habia perdido toda idea del tiempo y del espacio en que estaba,
-y tomado alas sobrenaturales y trasportádose á la tarde suprema del
-Calvario, donde veia las tinieblas en los cielos y los terremotos
-en la tierra; las piedras rompiéndose de dolor y las estrellas
-disipándose en cenizas, la ciudad proterva iluminada por el relámpago
-y el pueblo deicida iluminado por la ira; fuera los esqueletos de
-su sepulcro y velados los ángeles en las nubes; las santas mujeres
-confundiendo sus sollozos con los bramidos del huracan y el discípulo
-amado y la Vírgen Madre al pié de la cruz en cuyos brazos pendia
-el Hijo del Hombre sacrificado en desagravio al Eterno por rescate
-de todas nuestras culpas, con la cabeza caida sobre el pecho, las
-sienes traspasadas por espinas goteando sangre, abierto el costado,
-desgarradas las manos y desgarrados los piés, próximo á lanzar aquel
-último suspiro y aquel último gemido que llevó hasta la eternidad el
-eco de nuestros dolores y la sombra de nues<span class="pagenum"
-id="Page_166">[p. 166]</span>tras acerbas tristezas en aquella última
-hora de la consumacion de todas las profecías por el holocausto de
-la divina víctima y del milagro de nuestra costosa redencion por
-el dolor y por el martirio. Y cuando habia visto todo esto con los
-ojos y tocádolo con las manos, sus sienes se taladraban, se abria
-su costado, llenábase de sangrientas nubes su vista, caíasele sobre
-el pecho la cabeza, llagábanse sus manos y sus piés, sentia en el
-alma todas las angustias como en el cuerpo todos los dolores del
-divino mártir, y salia por calles, por encrucijadas, por campos
-vertiendo lágrimas, pues aunque todos los seres creados llorasen
-por toda una eternidad la muerte de Cristo, no llegarian al dolor
-que tan sublime sacrificio debe merecer á la humanidad regenerada.
-Y la transfiguracion de Francisco es como la transfiguracion de
-Sócrates, como la transfiguracion de Cristo, como todas las grandes
-transfiguraciones, en el dolor y en el martirio.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>V.</h3>
-</div>
-
-<p>Los padres de Francisco se inquietaban mucho de los trasportes de
-su hijo, ellos que no se habian inquietado tanto de sus placeres.
-Pare<span class="pagenum" id="Page_167">[p. 167]</span>cíales
-que en tal estado perdia la salud y arriesgaba la vida. Lo que
-más les apenaba era ver el demacrado rostro, la rugosa piel, los
-ojos vidriosos, las manos huesosas, la frente surcada, los pómulos
-caldeados, trémulos todos los músculos, ahuyentado el sueño de
-sus párpados enrojecidos, ocupada la mente de visiones, fuera de
-su cauce natural la vida, como si perteneciese á otro mundo. Las
-tradiciones refieren que un dia se fué á comunicar la vocacion de
-penitente al padre desconsolado. Temblaba en los labios de Francisco
-la palabra y crujíanle los huesos en las rodillas. Apénas acertaba
-á proferir una frase, porque preveia cuánta amargura iba á derramar
-en las paternales entrañas. Su familia habia soñado para aquel hijo
-querido con una posicion desahogada, con un comercio agrandado,
-con provechosos viajes allende los montes, con un matrimonio de
-conveniencia, con un influjo político en aquellas repúblicas donde
-ya comenzaba á sopreponerse la nobleza del trabajo á la nobleza del
-combate. Imaginaos cuánta sería su pena al oirle que despreciaba
-toda aquella fortuna aglomerada con tantos desvelos para él; que la
-queria repartir entre los pobres; que iba á darse á la soledad y á
-la contemplacion de las cosas eternas; que tosco sayal bastábale
-para sus carnes manchadas por el pecado, grosera cuerda para
-sus maldecidos ríñones,<span class="pagenum" id="Page_168">[p.
-168]</span> las hierbas del campo para alimento, las cavernas para
-vivienda y para reparar sus fuerzas, por toda licor el agua que
-la lluvia deposita en las líneas de las peñas, donde las aves se
-embriagan y toman fuerzas para perderse en lo infinito y henchirlo de
-cánticos que son verdaderas alabanzas al Criador.</p>
-
-<p>Los padres no quieren jamas una carrera demasiado vertiginosa
-para sus hijos, un ministerio que pudiera traerles mucha gloria,
-pero tambien muchos dolores. Sublimemente egoistas, por preservarlos
-hasta del tormento de las humanas grandezas y del vahido de las
-inaccesibles alturas, los llaman á la felicidad vulgar que se
-encierra siempre en las doradas medianías de la vida. El padre
-de Ovidio no queria que su hijo cantase, como si adivinára que
-los cantares le habian de arrastrar al destierro y le habian de
-entristecer toda la existencia; el padre de Petrarca no queria
-tampoco oir que fuese, aquél á quien habia consagrado para sacerdote
-de la Iglesia, amante de las Musas, como si temiera dolores tan
-agudos en gloria tan grande cual un amor sin esperanza; el padre
-de Miguel Ángel le vedaba el buril, los pinceles y le arrancaba de
-los talleres, adivinando aquel genio aislado en su gloria como el
-Dios semítico en la eternidad, dolorido por las desproporciones
-gigantescas entre las ideas y los<span class="pagenum"
-id="Page_169">[p. 169]</span> medios de expresion, sin precedentes
-y sin posteridad, sin mujer y sin hijos, sin familia y sin amigos,
-sólo con el peso de sus pensamientos, grande, muy grande despues
-de su muerte, pero desdichado, muy desdichado en la vida. El buen
-comerciante Bernardone queria para su Francisco el hogar y no las
-cavernas, el amor y no el tormento, la fortuna y no la miseria, la
-felicidad y no el combate, un lecho mullido en invierno y no la
-lluvia y el viento, un abrigo contra las tempestades y no el deshecho
-oleaje de embravecido mar de lágrimas, la felicidad vulgar y no la
-penitencia, la vida ordinaria y tranquila, pero no el dolor y el
-martirio, aunque luégo le valiesen la inmortalidad. Así es que, ciego
-de cólera, le castigó duramente. Todavía se enseña en Asis el sitio
-donde le encerró y le ató para que no se escapase á emprender sus
-vocaciones celestes. Todavía se ve en una Iglesia el fondo de la
-oscura mazmorra, la efigie del santo en oracion, su cuerpo atado con
-duras cuerdas, mustia luz iluminándole en aquel tormento aceptado
-con resignacion como una nueva prueba de su amor á Dios. La madre,
-la madre cariñosa, amante, con las entrañas desgarradas, fué á
-soltar al pobre pajarillo enjaulado, á dejarle todo el aire y todo
-el cielo por que suspiraba, áun á costa de verlo llevarse en aquel
-vuelo desde el sacro nido al frio claustro<span class="pagenum"
-id="Page_170">[p. 170]</span> su corazon á pedazos. El santo corrió
-á su arbitrio por montes y por valles, se hincó en las alturas y se
-encerró en las cavernas; predicó á las aves del cielo y á los hijos
-del hombre; se armó contra todas las pruebas que pudieran aguardarle
-de estas dos ideas, de que el dolor debia tomarse como un presente
-del cielo y la muerte misma tenerse despues de sus horrores y de sus
-tristezas como una perfecta vision de Dios. Pero su familia no podia
-creer en esas extraordinarias vocaciones. El refran evangélico de
-que nadie puede ser profeta en su patria, se confirma siempre. La
-familia, los amigos, ven demasiado cerca las enfermedades del niño,
-las pasiones del jóven, las faltas del hombre, las miserias de la
-vida diaria para creer que pueda trasformar una edad, redimir un
-mundo, torcer la corriente de los tiempos, levantarse á las alturas
-donde brillan y truenan los héroes y los dioses de la historia. No
-saben los seres vulgares, allá en su órbita estrecha, de cuánto
-poder está dotada una fe profunda y de cuántas maravillas es capaz
-una virtud incontrastable. En aquellos predestinados á renovar el
-espíritu, á purificar la tierra, suele poner la previsora Providencia
-facultades en armonía con sus maravillosos fines, como la naturaleza
-da órganos en proporcion con sus respectivos destinos en la vida
-universal á todos los seres orgánicos. Una<span class="pagenum"
-id="Page_171">[p. 171]</span> vocacion extraordinaria, un trabajo
-hercúleo, una elocuencia maravillosa, un amor incomprensible
-al combate y al martirio, una inspiracion febril, suelen,
-desequilibrando las facultades, dar al predestinado, juntamente con
-inmarcesibles glorias, irremediables desgracias y defectos. Al fin,
-toda verdadera grandeza se resuelve en verdadero martirio, y algo hay
-por necesidad que quitar de todo cuanto favorece á la familia y al
-hogar, en aquellos destinados á servir desde los resplandores de la
-gloria, esa hoguera voracísima y martirizadora, á toda la humanidad y
-á toda la tierra.</p>
-
-<p>Imagínese el efecto que produjera entre el vulgo ver convertido
-en penitente al galan, y sus cánticos en sermones, y sus brocados
-en sayal, y sus amores fáciles en heridas profundas, y sus orgías
-en penitencia, y su vida ligera en muerte anticipada por el
-sacrificio y por el martirio. Unos se reian á hurtadillas, pero
-otros á mandíbulas batientes y en su cara. Los más le tenian por
-loco. Tirábanle los chiquillos de la calle piedra y barro; azuzaban
-los perros para que le mordieran; seguíanle en tropel como á un
-bicho raro, mofándose de él, escarneciéndole, insultándole, entre
-la pública algazara. Pero contra todas estas amarguras tenía el
-pobre solitario su incontrastable resignacion. No hay sino leer el
-capítulo octavo del libro titulado: <i>Fioretti di San Francesco</i>, que
-se<span class="pagenum" id="Page_172">[p. 172]</span> encuentra á
-cada paso por las librerías de Italia. Andaba el santo en compañía
-de un su hermano en Cristo llamado Leon desde Peruza á la Vírgen de
-los Ángeles, por mal camino y agrio tiempo. El viento era huracanado,
-y el frio intensísimo. Viendo Francisco tiritar á Leon, propúsole
-una especie de problema, á saber: que acertára dónde estaba la
-verdadera alegría. Leon no podia acertar, y San Francisco le dijo:
-¿Pues no es verdadera alegría volver el oido al sordo, el movimiento
-al paralítico, la vista al ciego, la vida al muerto; ni saber
-todas las lenguas, ni profesar todas las ciencias, ni descubrir
-todos los misterios de lo pasado y los secretos de lo porvenir,
-ni conocer las cosas divinas y humanas, ni predicar de tal manera
-que se convirtiesen por un solo sermon todos los infieles á la fe?
-encontraríase la verdadera alegría en que, al llegar á nuestro
-convento, calados por la lluvia, transidos de frio, exhaustos de
-fuerzas, muertos de hambre, y llamar á la portería, el portero
-nos preguntase quienes éramos, y dándole nuestros nombres, nos
-desconociese y nos creyese dos malhechores errantes por el mundo
-en acecho de las ajenas haciendas, y saliera y nos agarrára por la
-cogulla y nos derribára al suelo, y arrastrándonos sobre el barro
-helado, nos diese con nudoso palo tal paliza, que nos quedáramos
-ambos por muertos, amoratados<span class="pagenum" id="Page_173">[p.
-173]</span> de los piés á la cabeza; que entre los dones del Espíritu
-Santo el mayor es vencerse á sí mismo y soportar todas las injurias y
-todos los dolores y todas las tribulaciones por la gloria de Cristo.
-Así, al principio de su conversion, viéndole triste y cabizbajo sus
-amigos, preguntábanle si se fijaba al cabo en alguna dama y padecia
-de amor, á lo cual contestaba en el estilo caballeresco propio de los
-libros más leidos entónces, que el amor le metia en su fragua y lo
-abrasaba y lo enrojecia como á hierro candente, trastornándole por
-una dama cuyo recuerdo tenía siempre en la memoria, y el nombre en
-los labios, y la divisa en el pecho; la más noble, hermosa y buena
-que podia soñarse, á saber: la pobreza, hija del cielo y tendida
-sobre los estercoleros de la tierra, pero con poder bastante á
-desasirlo de todas las miserias terrestres y elevarlo á la vision
-de Dios y á la compañía de los ángeles, pues recibió á Cristo en el
-establo y lo condujo hasta el Calvario, y cuando sus discípulos le
-abandonaban y corrian á ocultarse de las iras de los tiranos y de las
-furias de los elementos y la Vírgen Madre no podia llegar hasta su
-divino cuerpo desde el pié de la Cruz, la pobreza, invisible, pero
-presente en lo alto, le abrazaba y le veia más cerca que nunca como
-la esposa inseparable del Redentor, tanto en vida como en muerte.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_174">[p. 174]</span></p>
-
-<p>Llevado de estas inspiraciones, fundó sobre aquel férreo mundo
-feudal la órden de su nombre, que se alzaba en estas tres virtudes
-capitales: en la castidad más pura, en la pobreza más grande y en
-la obediencia más ciega, como holocaustos ofrecidos á la pasion y
-á la memoria de Cristo. Y despues de haber consumido su vida en
-la caridad; despues de haber organizado su Asociacion, compuesta
-de pobres y humildes; despues de haber sido un ideal viviente de
-penitencia, á los cuarenta y cuatro años, atormentado por todo género
-de enfermedades, absorto en toda suerte de éxtasis, perteneciendo
-á este mundo por los últimos eslabones del tiempo y de la vida, y
-á otro mundo mejor por los llamamientos de su inquieto deseo, San
-Francisco entró en agonía y al comprender que no le quedaba en este
-bajo mundo cosa alguna por intentar, y que se iba á otra vida,
-apretóse sayal y cilicio, amontonó como lecho propio de su cuerpo
-desgarrado frias cenizas, hincó las rodillas y plegó las manos, puso
-los ojos en el crucifijo, llamó á los monjes sus compañeros para que
-en torno suyo entonáran al són del órgano la poesía y los cánticos
-compuestos en las horas de místico deliquio, los cuales encerraban el
-<i>Te Deum</i> consagrado por todas las cosas creadas desde el sol hasta
-la luciérnaga á su Creador, y recibiendo la muerte en sus párpados
-como si recibiera tran<span class="pagenum" id="Page_175">[p.
-175]</span>quilo sueño, volóse el alma en pos de lo infinito, á la
-manera de una melodía religiosa, de una nube de incienso, de una
-amorosa plegaria, de una etérea llama.</p>
-
-<p>La muerte es verdadera trasfiguracion. El sér más vulgar crece y
-se vuelve un sér sagrado en el sepulcro. Encierran los cadáveres en
-su ataud sus errores, sus faltas y sus vicios, como si fueran los
-gusanos de la podedumbre y sólo exhalan los aromas de la virtud, como
-si la virtud solamente fuera el alma inmortal. No debiamos pintar la
-muerte como un esqueleto, con los ojos cavernosos, huecos, vacíos, y
-la guadaña en las huesosas manos despojadas de venas, fibras, nervios
-y piel; debiamos pintarla como divino ángel, sonriente, gozoso,
-luminoso, que recoge las almas en sus blancas inmaculadas alas y á
-traves de lo infinito, entre los coros de las estrellas, se las lleva
-para engarzarlas allá en la inmensidad de los cielos. El sepulcro
-vacío, oscuro, silencioso, donde todo acaba, es un océano de luz y
-de vida. El problema de nuestra existencia no está en vivir, sino
-en morir; no está en pasar por este mundo, donde todos combaten,
-quieran ó no; está en llegar al puerto seguro de la muerte, donde
-todos descansan. La creencia general no se engaña cuando afirma que
-nuestra tumba es cuna, nuestro ataud lecho, y el cadáver podrido
-para este mun<span class="pagenum" id="Page_176">[p. 176]</span>do
-un recien nacido para otro mundo mejor. Así, en cuanto el pobre
-penitente de la Porciúncula se perdió en las tinieblas de la muerte,
-comenzó á brillar en sus sienes la aureola de la inmortalidad. Todo
-cuanto habia de vulgar en su vida, de desordenado en sus palabras, de
-extraño en su proceder, de original y hasta insensato en sus maneras
-y en sus costumbres, todo se perdió, y sólo quedaron los resplandores
-de su alma en los cielos, las cadencias de sus cánticos en los aires,
-las huellas de sus virtudes en la tierra, el eco de su predicacion
-religiosa en los oidos, las llamas de su caridad en los corazones,
-las historias de su vida y de su muerte trasformadas por la fe en una
-religiosa leyenda. El calavera de los juegos y de las jácaras, el rey
-de los festines orgiásticos, el ambicioso de principados y castillos,
-el pobre loco á quien su padre ataba en una prision, el extravagante
-insensato, á quien los pilluelos tiraban piedras, muerto, enterrado,
-envuelto en esa tierra del sepulcro donde todas las grandezas
-acaban, pasó á ser el santo de los santos, el nuevo Cristo con sus
-manos y sus piés y su costado abiertos por la fe, el intermediario
-privilegiado entre el cielo y la tierra que debe estar durante toda
-la historia de rodillas en alturas inaccesibles para interceder con
-Dios á favor de la Humanidad, el ángel del Apocalípsis, en<span
-class="pagenum" id="Page_177">[p. 177]</span>trevisto por San Juan
-desde su isla de Pátmos, que ha de venir, cuando los soles se
-apaguen, y se pulvericen los mundos, y se enrollen los cielos como
-un pergamino abrasado, á recoger las almas justas y guiarlas á las
-serenas alturas y á la incomunicable presencia del Eterno.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>VI.</h3>
-</div>
-
-<p>Conocido el San Francisco de la historia, precisa conocer el San
-Francisco de la leyenda. Por poco que ésta se estudie, obsérvase
-desde luégo un empeño preestablecido de aproximar la vida del Santo á
-la vida de Cristo. La leyenda os dirá que se presentó hermoso ángel
-á su madre en la preñez para decirle todo el precio de la criatura
-engendrada en sus entrañas y para mandarle que pariera en pobre
-establo. El guía que nos acompañaba por el intrincado laberinto de
-las pendientes calles de Asis, decíanos en la Chiesa Nuova levantada
-sobre el sitio que ocupaba la casa de San Francisco, enseñándonos una
-puerta: «Por aquí entró el ángel enviado de Dios y por aquí salió la
-santa madre á dar á luz su hijo en la cuadra y prepararle por toda
-cuna un pesebre.» Francisco<span class="pagenum" id="Page_178">[p.
-178]</span> tiene doce apóstoles y entre estos apóstoles un Júdas que
-lo vende y se ahorca. De sus discípulos, uno fué arrebatado hasta el
-tercer cielo como San Pablo; otro tocado en sus labios por carbones
-encendidos para que cantára eternamente celestes alabanzas como
-Isaías; éste, trasportado á ver cara á cara á Dios y á departir con
-él amistosamente como Moises; aquél, suspendido de alas tan potentes
-como las alas del águila de San Juan Evangelista, y el de más allá
-canonizado por Dios mismo en la gloria, ántes de ser canonizado por
-el Papa en San Pedro. Leed el capítulo primero de las <i>Fioretti di
-San Francesco</i>.</p>
-
-<p>Cierto dia, el más noble y el más rico de los caballeros de Asis,
-viendo la piedad de Francisco y la entereza con que soportaba todas
-las injurias, llevóselo á su casa para examinar de cerca tanta
-virtud. Acostáronse ambos amigos en el mismo cuarto, y Francisco no
-se atrevia á rezar, temeroso de que Bernardo arguyera de farisáicas
-sus devociones. Pero como fingiera éste haberse dormido pronto y
-roncára con fuerza, el mendigo se hincó de rodillas y estuvo toda
-la noche invocando á Dios para que socorriera á la desfallecida
-humanidad. Al dia siguiente Bernardo pidió á Francisco que le
-admitiera en su compañía y le dejára vivir su misma vida. Convino
-éste, pero á condicion de ir juntos á misa y de consultar jun<span
-class="pagenum" id="Page_179">[p. 179]</span>tos el Evangelio.
-Tres veces le abrieron y tres veces toparon con las máximas que
-prescriben dejar todos los bienes de la vida para abrazar la cruz
-y no llevar al viaje de este mundo ni sandalias, ni zurron, ni
-báculo, y repartirlo todo entre los pobres, sin desvelarse por el
-vestido ó por el alimento, pudiendo estar seguros los buenos de que
-les sostendrá quien sostiene á las aves del aire, las cuales ni
-siembran ni cosechan, y de que les vestirá quien viste á los lirios
-del valle, los cuales ni hilan ni tejen. Y las mayores riquezas
-de Asis, que eran las riquezas de Bernardo, pasaron de sus manos
-á manos de los pobres. Y un avaro llamado Silvestre, como viera
-repartir tanto dinero á los franciscanos, reclamó el importe de unas
-piedras entregadas al Santo para erigir piadosa iglesia. Y como si
-los tesoros de Bernardo no hubieran de agotarse, díjole Francisco
-al avaro que fuera á sus cajas y tomase cuanto le pidiese el gusto.
-Sacó el avaro á su arbitrio las monedas que debian satisfacerlo, y se
-encontró ménos satisfecho que nunca. Y vió en sueños á San Francisco
-y de sus labios saliendo inmensa cruz, cuya cima tocaba al cielo y
-cuyos brazos á Oriente y á Occidente. Y se convirtió y fué uno de los
-doce apóstoles, predicando el desprecio de todas las riquezas y el
-amor á Dios.</p>
-
-<p>Y los ángeles vienen del cielo á conversar con<span
-class="pagenum" id="Page_180">[p. 180]</span> los frailes humildes y
-amenazar á los frailes orgullosos, conduciendo á aquéllos á Santiago
-de Galicia á traves así de las altas montañas como de los profundos
-rios, y entregando á éstos á las reconvenciones del Seráfico Padre
-San Francisco. Y entre los frailes humildes, Bernardo fué enviado á
-Bolonia para que allí fundase un monasterio de la franciscana órden.
-Y como se presentára en medio de la plaza vestido toscamente, reíanse
-de él las mujeres, apedreábanle los mozalbetes, tirábanle fuertemente
-de la capucha los pequeñuelos y le maldecia y le injuriaba todo el
-mundo. Pero él, sereno, devoraba las injurias y las bendecia en su
-interior, porque le procuraban el dar una prueba relevante de su
-paciencia y el medir toda la fuerza de su resignacion. Un durísimo
-legista que vió tanta virtud, preguntóle cómo podia vencerse á sí
-mismo, y Bernardo le entregó las santas ordenanzas de su convento.
-Sintióse el legista convertido é instaló en su propia casa la
-religion seráfica. Y en alabanza á Dios, fuese San Francisco al borde
-risueño de uno de los hermosos lagos de Italia. Tenía allí un amigo,
-llamó á su puerta en la madrugada del Miércoles de Ceniza, y le rogó
-que ántes de rayar el alba le llevase á una isla del lago y le dejase
-cuarenta dias y cuarenta noches para ayunar como Cristo, sin decirle
-á nadie dónde estaba y sin ir á buscarle<span class="pagenum"
-id="Page_181">[p. 181]</span> hasta el Juéves Santo. Llevóse dos
-panes y en cuarenta dias sólo se comió medio. Y áun este medio se
-lo comió por humildad, por no igualarse con Cristo, el cual en los
-cuarenta dias con cuarenta noches que estuviera en el desierto, no
-probó bocado. San Francisco tuvo allí por todo asilo, durante toda la
-Cuaresma, una zarza, y despues en memoria de su penitencia, se elevó
-un monasterio, y á la sombra del monasterio una ciudad.</p>
-
-<p>Y como cierta tarde bajase Francisco al convento de los Ángeles
-desde la selva donde habia ido á rezar y le siguieran las gentes en
-tropel para recoger su palabra, preguntóle el hermano Maesso la causa
-de que sin ser ni hermoso de cuerpo, ni despierto de inteligencia,
-ni noble de orígen, todos se agolpáran á escucharle, á bendecirle,
-á obedecerle, y el Santo le respondió que lo debia á la divina
-misericordia, la cual, viéndolo entre los más pecadores y los más
-viles y más oscuros, le habia escogido para sus obras milagrosas,
-confundiendo con tan despreciable criatura la nobleza, la fuerza,
-la ciencia del mundo, y demostrando que todo viene de Dios, cuando
-por gracia de Dios puede así trasformarse en ángel de los cielos
-pobre gusanillo de los campos. Y una vez que iban Francisco y Maesso
-á Francia, mendigaron en ostentosa ciudad. Y Francisco, redu<span
-class="pagenum" id="Page_182">[p. 182]</span>cido ya de estatura,
-demacrado de rostro á causa de sus maceraciones, apénas recogió
-ninguna limosna, en tanto que Maesso, en la flor de los años y lleno
-de gracia, llevó consigo, no ya mendrugos, sino panes. Y los pusieron
-los dos hermanos sobre una piedra que brillaba á los ojos del Santo
-como próvida mesa, y á los ojos de Maesso aparecia como el extremo de
-la miseria. Y á fin de apartarlo de estas dudas y sostenerlo en el
-amor á la pobreza, desanduvo el camino andado, se volvió de la ruta
-de Francia á la basílica de Roma, y allí oró tanto, que Pedro y Pablo
-descendieron del cielo al templo y se presentaron resplandecientes de
-celeste luz á Francisco para mantener sus fuerzas y alentarlo en la
-pública profesion de la pobreza. Y no solamente vió á Pedro y Pablo,
-sino que vió con todos sus hermanos á Jesus mismo, pues un dia que
-estaba rodeado de los monjes más rudos, los cuales hablaban de Dios
-en el lenguaje más elocuente, se les apareció el Salvador en la forma
-de un jóven hermosísimo y todos quedaron como ciegos y cayeron como
-muertos, de la misma suerte que los apóstoles cuando resplandeció á
-sus ojos la luz divina del Tabor.</p>
-
-<p>Los prodigios menudeaban en torno del Santo á medida que
-crecia en virtudes y se ejercitaba en austeras penitencias. En
-cierta ocasion que le im<span class="pagenum" id="Page_183">[p.
-183]</span>portunaban los frailes para que recibiese á comer á Santa
-Clara, convidóla á partir el pan sobre la dura tierra, y cuando se
-acababa el banquete púsose á hablar de Dios con tan vivos trasportes,
-que encendió en la llama de su palabra bosques, campos, convento,
-hasta el punto de creerlos todos cuantos pasaban presa de voraz
-incendio y próximos á reducirse á cenizas; creencia de cuya falsedad
-se persuadieron observando que aquel fuego milagrosísimo resplandecia
-y no quemaba, pues era como la espesa llama de un espíritu animado
-en el divino amor. Otro dia recibió órden de no reducirse á orar,
-sino de correr á la predicacion y sin curarse de senda ni camino,
-confiando su palabra á la Providencia, como las palmas confian su
-pólen al viento, encontró á muchedumbre de campesinos y les predicó
-la virtud, y como quisieran seguirlo, mandóles que se quedáran en sus
-viviendas, pues él tenía mensajeros en todas partes, y dirigiéndose á
-bandadas de pájaros, las cuales formaban misteriosos círculos sobre
-su cabeza, los conjuró á sembrar la palabra divina y á este conjuro
-se dividieron como en legiones, yéndose unas á Oriente y otras á
-Occidente, éstas á Septentrion y aquéllas á Mediodía á repetir en sus
-divinos gorjeos cuanto habian oido. Otra vez fuese á Rieti y predicó
-á la puerta de una iglesia en el campo. Acudieron tantas mu<span
-class="pagenum" id="Page_184">[p. 184]</span>chedumbres en torno de
-la iglesia que talaron una viña llena de racimos. El rector de tan
-sagrado lugar se arrepintió de haber consentido la predicacion cuando
-el Santo le dijo: «¿Cuántas cargas de vino cogias de tus cepas todos
-los años?—Doce, le respondió.—Pues en nombre de Dios te prometo
-que este año, de los pocos racimos olvidados bajo los sarmientos
-desnudos, cogerás veinte cargas.» Y vino el mes de Octubre y cortó
-mezquinos racimos que apénas tenian unos cuantos granos, y de tan
-corta vendimia resultaron las veinte cargas. Y no habia ciudad por
-San Francisco habitada que no tuviera algun testimonio de su poder
-sobrenatural y de su facultad de obrar milagros. Hallábanse los
-habitantes de Gubio poseidos del más espantoso terror. Un lobo feroz
-andaba por los alrededores y arremetia así á los ganados como á las
-personas, encarnizadamente. Nadie osaba venir á la poblacion ni de
-la poblacion apartarse. San Francisco prometió que él concluiría
-estrecho pacto entre la ciudad y el lobo, á cuyo fin se encaminó
-hácia el término más frecuentado por las correrías y más castigado
-por los dientes de la feroz alimaña. Seguíanle innumerables curiosos,
-pero en cuanto se acercó el peligro dejáronle solo, abandonado á su
-ciega confianza. Así que lo atisbó el lobo, dirigióse á él furioso,
-babeantes las quijadas, encendidos los ojos,<span class="pagenum"
-id="Page_185">[p. 185]</span> erizada la piel; pero San Francisco
-le hizo la señal de la cruz é inmediatamente se detuvo como
-desconcertado y confuso. Entónces el Santo le pronunció elocuente
-discurso conjurándole á dejar sus crueldades; á vivir en paz con los
-vecinos de Gubio, para lo cual, en cambio de la deseada sumision
-prometióle que satisfarian su hambre y respetarian su vida. El lobo
-tendió su mano al Santo en señal de asentimiento y le acompañó hasta
-la ciudad como un perro. Y llegados allá predicó un sermon Francisco
-diciendo que las gentes tenian mucho miedo á las fauces del lobo
-y poco á otras fauces más terribles, á las fauces del infierno. Y
-renovó en la plaza el pacto hecho en los campos con el lobo, el
-cual, en testimonio de su asentimiento, alzó la pata y la puso entre
-las manos del Santo. Y desde entónces el lobo vivió en Gubio como
-un perro hasta su muerte natural, y los habitantes le alimentaban y
-le agasajaban en memoria de San Francisco. Y domesticaba éste las
-tórtolas de las selvas y vencia los demonios del infierno y sellaba
-con la nocion de la eterna justicia almas perdidas en las argucias de
-la mundana jurisprudencia y recogia en las faldas de su sayal, como
-en amiga madriguera, las liebres perseguidas, y curaba y limpiaba
-los cuerpos podridos de los leprosos y convertia los ladrones
-y los asesinos á manera de Cristo en lo<span class="pagenum"
-id="Page_186">[p. 186]</span> alto de la cruz y lograba que la madre
-de Dios se apareciese á sus hermanos enfermos, y yéndose un dia á
-Babilonia, como cayese prisionero, á punto de morir, dirigióse al
-Sultan mahometano con tan tiernas palabras y con promesas tales, que
-tocado en su empedernido corazon el infiel, le prometió convertirse
-en cuanto el Santo pasase de este mundo al otro y le enviára por
-medios sobrenaturales dos franciscanos que vertiesen sobre su frente
-tenebrosa el agua bendita y regeneradora del bautismo.</p>
-
-<p>Despues de todo esto, no puede ya extrañarnos el imperio ejercido
-por San Francisco sobre las cosas, tanto animadas como inanimadas.
-Metíase en las selvas á predicar á los pájaros y mandaba á su
-discípulo predilecto, el portugues San Antonio de Pádua á que
-predicase á los peces. Su predicacion á los hombres tenía por objeto
-mejorarlos, á fin de hermosear en ellos la imágen de Dios que cada
-cual lleva dentro de sí mismo, y la predicacion á los irracionales
-tenía por objeto asociarlos á las alabanzas contínuas que entonaba al
-Criador. Decíales á las aves en sus discursos cosas de una extrema
-delicadeza; decíales cuanta gratitud debian á Dios que en las
-pajillas del campo y en las lanas dejadas por los corderos sobre los
-abrojos les daba materia para sus nidos, y del fondo de un humilde
-huevo las levantaba con el<span class="pagenum" id="Page_187">[p.
-187]</span> calor de la vida á los cielos, vistiéndolas de brillante
-plumaje para que adornasen el espacio, dotándolas de canoras
-gargantas para que entonasen suaves cánticos, de resistentes alas
-para que recorriesen lo infinito, de un pecho que podia respirar en
-las más apartadas alturas y de una vista que podia recoger de hito en
-hito los solares rayos para que se confundiesen con las estrellas;
-favores no otorgados á los demas seres, y por los cuales se hallaban
-como obligadas á componer un coro eterno, á producir un <i>Te Deum</i>
-inacabable, á ser en la catedral del universo como las trompetas
-del órgano maravilloso destinado á acompañar con sus melodías y
-sus acordes las oraciones de todos los seres cuyos misteriosos
-rumores llenan la inmensa Naturaleza. Y si veia un corderillo
-conducido al matadero, lo rescataba y le devolvia á la vida; si una
-tórtola enjaulada, le abria las puertas de su jaula y la tornaba
-á la libertad; una liebre perseguida la recogia en las faldas de
-su hábito y le señalaba el camino de la madriguera. Poeta, y poeta
-entusiasta; abrasado en las llamas del misticismo; conociendo el
-estrecho parentesco de su cuerpo con el cuerpo de los demas animales,
-como conocia el estrecho parentesco de su alma con el alma de los
-ángeles, subíase á las alturas, hincábase en los peñascos, abria en
-cruz los brazos y conjuraba á su hermano el sol<span class="pagenum"
-id="Page_188">[p. 188]</span> y á su hermana la luna; al viento que
-pasaba sobre su cabeza y al torrente que se despeñaba á sus piés;
-al gusanillo perdido en los abismos y al astro perdido en el éter;
-á todas las cosas creadas é increadas, para que entonasen á una con
-él, mirando al cielo y adivinando á Dios, cánticos de amor. Sí; que
-el amor le tenía loco, fuera de sí, en una fragua donde se abrasaban
-todas las fibras de su carne y hervian todas las gotas de su sangre,
-amor inmenso, amor eterno, de todo su sér, originario de Dios mismo y
-consagrado á la dolorida humanidad, semejante al que poseyó á Cristo
-y le obligó á dejar los cielos por la tierra, la compañía de los
-ángeles por las injurias de los hombres, las cimas del Empíreo por
-las cimas del Calvario; el trono luminoso del Eterno, por la cruz
-ignominiosa del esclavo. Una noche de estío hallábase en oracion al
-borde de parlero arroyo en las maravillosas campiñas de Italia. Todo
-convidaba al éxtasis: la claridad de los horizontes, el resplandor
-de la luna, el murmullo de los bosques, la plateada cinta de las
-aguas, el aroma de las flores, las estrellas que resaltaban bajo la
-blanca gasa tendida por el astro de la noche y las luciolas errantes
-entre las hojas de los árboles como enjambres de celestes aereolitos.
-Á tanta hermosura le faltaba una voz y pronto canoro ruiseñor,
-escondido en el ramaje, comienza á ento<span class="pagenum"
-id="Page_189">[p. 189]</span>nar sus serenatas, sus arpegios divinos,
-sus sartas de notas semejantes á las efusiones de misterioso espíritu
-encendido en ardentísimo amor. San Francisco creyó que el pájaro
-alababa á Dios y creyó tambien que no debia dejarlo solo en esta
-religiosa obra. Así que el ruiseñor suspendia su gorjeo, elevaba la
-voz el Santo, y entonaba una de sus místicas canciones con todos
-los primores que le permitia la garganta y todo el estro de su
-inagotable inspiracion. Excitado el pájaro por la voz humana, volvia
-á cantar con mayor fuerza y con mayor belleza de voz y de escalas.
-En aquella soledad y en aquella noche, al borde de los arrojaos y á
-la luz de la luna, bajo las ramas de un verde primaveral y sobre la
-hierba florida, parecian pájaro y Santo dos pastores de las Églogas
-de Teócrito y de Virgilio, entonando por las campiñas de Arcádia
-ó de Parthénope, en poético desafío, sendas canciones de amor. Al
-fin, la voz del ruiseñor venció á la voz del Santo. Con su natural
-candidez no se sonrojó de confesar éste que en alabar á Dios vencia
-el ave de los cielos al pobre poeta de la tierra. Mas la música le
-era indispensable á la expresion de esos sentimientos intensísimos
-en cuyo calor estalla y se rompe la frágil palabra humana. Cuando
-llegaba al extremo de la pasion, al extremo del éxtasis, al extremo
-de sus religiosas exaltaciones, daba de<span class="pagenum"
-id="Page_190">[p. 190]</span> mano á la palabra, al discurso, al
-verso, acogiéndose á los cánticos y á las melodías como formas
-propias de las inspiraciones más sublimes y, sobre todo, de aquellas
-que provienen ó de la religion ó del amor. Despues de su conversion,
-cantaba los objetos sacros con el mismo fuego y con el mismo empeño
-con que en sus mocedades cantára los objetos profanos. Y no solamente
-cantaba, se complacia en oir cantar á los demas, cosa que por todo
-extremo le exaltaba, pues le abria el cielo de nuevas místicas
-visiones. Un dia, al término ya de su carrera, bajo el peso de sus
-penitencias y de sus maceraciones, deseó recrearse y esparcirse un
-poco oyendo alguna sonata. Los ángeles del cielo que por mandato de
-Dios miraban hasta el fondo de aquella alma purísima, penetráronse
-de su deseo y quisieron satisfacerlo. Dejaron, pues, la eterna luz
-y descendieron á nuestras tinieblas. Era de noche y San Francisco
-oraba en su celda. De pronto, los venidos al traves de lo infinito
-desde las cimas etéreas á nuestro oscuro abismo, suspensos de sus
-alas en torno de la reja, pulsando sus laúdes, aquellos mismos que
-acompañan los <i>hosannas</i> de la gloria y los conciertos de los astros,
-difundieron unas melodías tan puras en los aires y llegaron hasta
-el alma extática del Santo con emociones tan profundas, que creyóse
-muerto de místico placer y<span class="pagenum" id="Page_191">[p.
-191]</span> trasportado á la eterna vida. No es mucho, por tanto,
-que á la hora de su muerte, en misteriosa tarde, cuando se habia
-desvanecido el crepúsculo y acercado la noche, las hijas de la luz,
-las profetisas del alba, las cantoras de la mañana, las alondras,
-abandonaran todas en tropel sus nidos de barro y vinieran á bañarse
-en los resplandores espirituales de aquel tránsito sublime, en tal
-modo que la bellísima alma del Santo, al tomar su vuelo hácia la
-eternidad, no dejó ni un momento de oir los cánticos de las sencillas
-aves que le despedian desde la tierra, confundidos con los cánticos
-de los ángeles y de los serafines que saludaban su triunfal entrada
-en la gloria.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>VII.</h3>
-</div>
-
-<p>¿Cómo ha sido formada la leyenda de San Francisco? El sentido
-vulgar cree que en cuanto se habla de la leyenda de un santo, de
-un héroe, de un reformador, se niega implícitamente su histórica
-existencia. Nada más infundado. Todos los críticos reconocen
-unánimes cuán fácil es convertir una relacion histórica en una
-relacion legendaria, ó aumentar las proporciones de los hechos<span
-class="pagenum" id="Page_192">[p. 192]</span> ciertos con los
-espejismos de la exaltada fantasía. Sobre datos históricos indudables
-pueden levantarse con suma facilidad leyendas inverosímiles. Que San
-Francisco vivió en Asis, predicó, evangelizó, fundó su órden, influyó
-poderosamente en su tiempo y entregó el alma á los cuarenta años en
-rígida penitencia, cosa es evidente, por todos admitida, de nadie
-negada. Pero que en torno de esta figura histórica se extiende como
-una luz fantástica, tampoco admite duda alguna. Así que muere, la
-trasfiguracion del Santo se verifica hasta el punto de que aquellos
-mismos empeñados en no verle sino á traves de las ligerezas de su
-juventud y de las exaltaciones de su edad madura, le creen preservado
-del más irredimible y más fatal de todos nuestros forzosos tributos á
-la naturaleza; del tributo de la muerte. Los superiores de su órden
-inflaman de tal modo con el relato de sus milagros la imaginacion
-popular, que en tres años se alza en Asis su inmenso monasterio, como
-si hubieran descendido á fabricarlo por sobrenatural llamamiento los
-ángeles del cielo. Y sucede esto, porque en los palacios y en las
-cabañas, entre ricos y pobres, se conocen los hechos de Francisco
-piadosamente aumentados por la fe y admitidos por la índole propia
-de aquellos tiempos. La devocion se extiende en tales términos, que
-cincuenta años despues de su muerte los ar<span class="pagenum"
-id="Page_193">[p. 193]</span>tistas corren todos en tropel á revestir
-de los cuadros nacientes en la fantasía regenerada, la tumba de un
-mendigo. Ya en el mismo siglo décimotercio, la epopeya de Francisco
-de Asis está escrita en hexámetros de latin eclesiástico. Y ántes de
-que el siglo décimocuarto se desarrolle, la traducen los fieles al
-habla de los trovadores y la ponen junto á los libros de caballería.
-Su historia crece en maravillas á medida que á mayor distancia del
-Santo se relata por fidelísimos devotos. La relacion de Celano, en
-prosa y en latin, cuatro años despues de la muerte de Francisco,
-es la más sencilla. La relacion de los tres socios, ó de los tres
-discípulos, <i>Vita à tribus sociis</i>, escrita más tarde para corregir
-y completar la obra de Celano, admite en mucho mayor grado lo
-sobrenatural y lo maravilloso. La distancia en el tiempo suele ser al
-reves de la distancia en el espacio, aumenta los objetos.</p>
-
-<p>Luégo, un filósofo escribe la vida de San Francisco de Asis y la
-escribe para demostrar una tésis fundamental de su filosofía. Este
-filósofo es San Buenaventura. Su sistema se deriva de Platon, y por
-lo mismo se relaciona más estrechamente con el arte y con la poesía
-que ningun otro sistema de aquel tiempo. Para conocer los hechos y
-las ideas, lo existente y lo posible, la naturaleza y el espíritu,
-la ciencia y el Criador,<span class="pagenum" id="Page_194">[p.
-194]</span> no tenemos bastante con las luces naturales y con el
-puro raciocinio; necesitamos la intuicion sobrenatural, cuya mirada
-se aguza más que en las argumentaciones dialécticas, en la caridad
-y en el amor. El mundo ideal ó de los arquetipos eternos, el mundo
-exterior ó de las realidades imperfectas, el mundo de las ideas
-increadas y el mundo de los seres creados, propio aquél de los
-ángeles y éste de las bestias, exigen, si no han de estar separados,
-si han de ser comprendidos el uno por el otro, puesto que al cabo
-forman los dos volúmenes de un mismo libro, las dos páginas de una
-misma hoja, sólo que una página mira hácia lo divino, hácia arriba
-y otra hácia lo material, hácia abajo; exigen estos dos mundos,
-decia, si han de ser comprendidos, una entidad mediadora, un ente
-intermedio, con algo de los ángeles y algo de las bestias: el hombre,
-el cual no conoce las esencias, sino sus manifestaciones externas, no
-conoce las sustancias, sino los fenómenos y no puede elevarse hasta
-lo permanente, hasta lo absoluto, hasta lo eterno, hasta las leyes
-que son obra del Verbo y hasta el Verbo mismo que es esencia de Dios,
-ni por la percepcion, que sólo ve lo externo; ni por el sentimiento,
-que sólo adivina la belleza en las proporciones; ni por el juicio,
-que sólo conoce la relacion de los fenómenos; sino por algo más
-grande, por un arranque<span class="pagenum" id="Page_195">[p.
-195]</span> soberano de la voluntad, por un impulso ciego del
-sentimiento, por la mística plegaria del creyente, exaltado,
-trasfigurado, fuera de sí, en arrobamiento, en éxtasis, viendo las
-ideas y los arquetipos en Dios y los mundos como sombras de esas
-ideas y de esos arquetipos en los espacios. Y no podia presentarse
-ideal más perfecto de los trasportes del corazon, de sus arrebatos
-y deliquios, de los impulsos á lo sobrenatural que este pobre, este
-mendigo, este cenobita, muerto para sí y sólo viviente para la
-humanidad; elevado desde las cenizas y el cilicio á la intuicion de
-Dios; ántes un gusanillo de la tierra y luégo un íris que luce sobre
-el diluvio de nuestras lágrimas; un Elías atravesando los espacios en
-el ígneo carro de abrasador misticismo; el ángel que San Juan viera
-en el Apocalípsis, apareciendo por el Oriente y llevando el sello
-de Dios en las manos; sér de inmensa grandeza, sér casi divino, que
-ha llegado á esta sublime trasfiguracion por la virtud de religiosa
-exaltacion y por los milagros de religioso amor.</p>
-
-<p>En la órden de San Francisco se profesaba como una especie de
-superior adoracion á Dios, la poesía. El Santo mismo ha compuesto
-versos que pasaron de boca en boca sin fijarse, sin escribirse hasta
-muy tarde. Ozanam confiesa en su bellísimo libro sobre los poetas
-franciscanos en<span class="pagenum" id="Page_196">[p. 196]</span>
-el siglo décimotercio, que la oda ó himno al sol es citado por la
-vez primera por Bartolomé de Pisa á fines del siglo décimocuarto y
-que el poema al amor divino sólo aparece en San Bernardino de Siena,
-el cual escribe cien años despues de la muerte de San Francisco. El
-crítico Crescimbeni publicó el himno al sol como muestra de antigua
-versificacion italiana, y otro crítico le reprochó lo mucho añadido y
-lo mucho quitado so color de correccion, diciendo que por este método
-podia convertirse un discurso de Demóstenes en una oda de Anacreonte.
-Por aquel tiempo, Italia celebraba grandiosos espectáculos. Ya eran
-torneos y justas; ya procesiones en que se veian millares de personas
-vestidas con túnicas blancas y coronadas con flores várias; ya
-jubileos donde trescientos mil peregrinos se congregaban en torno de
-un sepulcro; ya autos sacramentales en los claustros de las iglesias
-que representaban misterios de la religion; ya capítulos como el
-que tuvo la órden tercera de San Francisco, compuesto de cinco
-mil hermanos congregados en el campo, al aire libre; fiestas muy
-gustadas del pueblo, que las amenizaba con el esparcimiento propio
-del carácter italiano, con las populares improvisaciones poéticas. Y
-aquí, en estas congregaciones, brotaba la poesía popular, la poesía
-vertida en el habla de los pueblos, cada vez más alejados<span
-class="pagenum" id="Page_197">[p. 197]</span> del latin eclesiástico.
-Y la órden franciscana, órden esencialmente democrática, órden de
-puro carácter evangélico, órden popular, debia, para ganarse las
-muchedumbres, hacer dos cosas igualmente gratas al pueblo: trovar,
-y trovar en la lengua del vulgo. Así, poco á poco se iba creando la
-democracia, se iba desprendiendo el arte y la ciencia del idioma de
-las aristocracias teocráticas para usar el idioma de todo el mundo. Y
-era natural, naturalísimo, que los franciscanos trovasen la poética
-vida de su seráfico fundador y que la trovasen para el pueblo. Fray
-Pacífico, que acompañaba á Francisco, á la manera del evangelista San
-Juan á Jesucristo, compuso versos místicos en alabanza al inmortal
-fundador. Y su asunto no podia ser más legendario. Alzó una noche
-los ojos al cielo y vió la gloria, los santos, los mártires, las
-vírgenes, los ángeles, los arcángeles, los serafines, los querubines,
-todas las jerarquías de los seres celestes. Y en aquellos luminosos
-círculos sin fin, en aquellas espléndidas esferas, por las altas
-cimas del Empíreo, vió un sitio vacante; el sitio de un ángel
-destronado como Luzbel, y caido desde la eterna luz en las eternas
-tinieblas. Y aquel sitio angélico estaba reservado en el pensamiento
-de Dios al bienaventurado Padre San Francisco. El pueblo, que toma
-por realidad la poesía, lo alcanzaba tambien á descubrir<span
-class="pagenum" id="Page_198">[p. 198]</span> allí y le consagraba su
-apasionado culto y sus fervientes oraciones.</p>
-
-<p>Así, poco á poco la leyenda se fué formando y se fué sustituyendo
-á la historia. Un siglo más maduro que el siglo décimotercio
-necesitaba reunir las tradiciones franciscanas en su conjunto y
-darles la apariencia de relatos históricos. El siglo décimocuarto
-es el siglo en que la prosa italiana se fija definitivamente. Y el
-siglo décimocuarto es el siglo en que se escribe <i>I Fioretti di San
-Francesco</i> en prosa. No intenteis averiguar el autor de esa leyenda.
-Las obras que representan el ideal de un siglo tan admirablemente
-como esa obra mística, no tienen autores personales; nacen como las
-catedrales que se levantan por todo un pueblo entusiasmado, el cual
-eleva las piedras á los cielos, obedeciendo el llamamiento y la
-órden de un arquitecto invisible. No las leais tampoco en ninguna
-traduccion moderna. Nuestras lenguas son demasiado sábias para verter
-todo el candor de la primitiva fe. La misma traduccion de Ozanam, con
-ser obra de este literato puramente católico, de ideas ortodoxas, de
-creencias purísimas, cuya fe no se desmintió un momento, está muy
-léjos de verter en su correcto frances académico toda la inocencia
-de ese libro. Para comprenderlo mejor, sería necesario admirarlo
-en el pergamino de los primitivos códices,<span class="pagenum"
-id="Page_199">[p. 199]</span> donde áun se conservará el calor de
-la ardiente mano que trazára aquellas páginas y el borron de alguna
-lágrima ferviente. No pudiendo procurarse esto, convendria leer las
-<i>Florecillas franciscanas</i> en esos libros de feria impresos en tosco
-papel y con primitivas láminas, donde sobre la rudeza de la forma
-resplandece el alma de un pueblo. Seguramente hay que devorarlo en
-el italiano de la Edad Media. Su carácter iguala al candor de una
-pintura de Cimabue, al dibujo de una viñeta de breviario, al eco
-de una salmodia gregoriana, al <i>Stabat Mater</i> en su no aprendida
-sencillez que llega á lo sublime.</p>
-
-<p>Las leyendas no han quitado su grandeza á ninguno de los seres
-sobre los cuales han tendido sus redes de oro y perlas. Guillermo
-Tell vive todavía. Cuando atravesais el lago de los Cuatro Cantones,
-cuando veis resplandecer en la cima de los Alpes la nieve eterna y
-en el fondo de los valles el lago celeste, la sombra que corre por
-todos aquellos encantados espacios es la sombra del gran cazador que
-dió muerte á un tirano y vida á un pueblo. La historia ha querido,
-por una de sus extrañas coincidencias, que la personalidad histórica
-de Zuinglio, el creador de la conciencia religiosa de Suiza, tenga el
-lugar de su muerte cerca de la capilla de Guillermo Tell, el creador
-legendario de la conciencia política de Suiza.<span class="pagenum"
-id="Page_200">[p. 200]</span> Desde lo alto del Righi, podeis ver
-la iglesia de Zuinglio desierta de peregrinos. Y en el lago de
-los Cuatro Cantones veréis todos los dias barcas que se dirigen á
-llevar peregrinos al sitio donde la tradicion ha convenido en poner
-la leyenda del arquero inmortal, fundador de la secular República
-de Helvecia. Y en aquel espléndido paisaje los versos de Schiller,
-las notas de Rossini, las narraciones de la leyenda no hacen más
-que aumentar la realidad del héroe, tan duradero como la misma
-naturaleza. Pero la crítica os dirá que una parte considerable de la
-poblacion suiza proviene de las costas del Báltico, de los pueblos
-boreales, y que en esas costas, entre esos pueblos se ha encontrado
-tradicion semejante á la tradicion de Guillermo Tell, el cazador
-obligado á traspasar con aguda flecha la manzana puesta sobre la
-cabeza de su hijo por la alevosía de un tirano, para el cual guarda
-su víctima la otra flecha.</p>
-
-<p>Nosotros no podemos extrañarnos de nada, porque hay en la historia
-nacional un personaje parecido, símbolo de la independencia naciente,
-orígen de la literatura patria, personificacion del genio hispano;
-nuestro Cid Campeador. La crítica histórica del pasado siglo llegó
-á negar su existencia. Eruditísimo sabio consagró un libro entero á
-demostrar que el héroe aparecia en nuestros<span class="pagenum"
-id="Page_201">[p. 201]</span> anales como una especie de fantástica
-figura formada por los rayos de la exaltada fantasía popular y
-semejante á las mentidas islas que la refraccion de la luz dibuja
-en los purpurinos cielos del África. La especie pasó de los libros
-nacionales á los libros extranjeros, y uno de nuestros más grandes
-oradores tradujo la historia del célebre autor inglés que negaba
-rotundamente la historia del Cid. Dábase tal viso de verdad á la
-ligera crítica, que Rodrigo de Vivar se desvanecia como héroe
-engañoso de falso cronicon. Inútilmente los devotos de las glorias
-nacionales se hundian en los archivos, registraban los pergaminos y
-veian el nombre del Cid en los últimos versos latinos que precedieron
-á los primeros balbuceos de la lengua castellana. «Ya lo veis, decian
-los críticos, héroe de versos, de poemas, de romances, un Amadis
-de Gaula. No teneis más remedio que renunciar á él como habeis
-renunciado á Bernardo del Carpio.» Los eruditos continuaban su
-trabajo titánico y descubrian huellas del nombre de Rodrigo en los
-documentos del siglo undécimo. Y los críticos decian que del nombre
-no dudaban; pero dudaban de la verdad de los hechos atribuidos á ese
-nombre. Y el Cid se enlaza á toda nuestra historia: al orígen de las
-Córtes, por la Jura en Santa Gadea; al engrandecimiento de Castilla,
-por sus estrechas relaciones con D. Fernando I;<span class="pagenum"
-id="Page_202">[p. 202]</span> al combate de los nobles con los reyes,
-por sus altivas relaciones con D. Alfonso VI; á las clases populares,
-por sus venganzas en los Condes de Carrion y sus protestas contra
-las innovaciones religiosas; á la toma de Toledo, en cuyos muros se
-dibuja aún la sombra del héroe; á la conquista de Valencia, que lleva
-su glorioso nombre; al rescate de todo nuestro suelo, pues en sus
-correrías por la España árabe quebrantó los brillantísimos reinos
-nacidos entre las ruinas del Califato de Córdoba; al comienzo de la
-lengua, porque sus leyendas, sus poemas, los cantares consagrados
-á sus hazañas, son los primeros vagidos del habla nacional; y, por
-último, á nuestra literatura entera, donde el Cid anima al Romancero
-y el Romancero anima al teatro para producir aquellos milagros de
-genio, cuyo imperio se dilatará todavía más que el imperio inmenso
-de nuestras conquistas y de nuestros descubrimientos por toda la
-redondez de la tierra. Inmensa pérdida la de un héroe así en nuestros
-anales, pérdida irreparable que arrancaba á un tiempo la raíz de
-nuestra literatura, de nuestra nacionalidad y de nuestra historia.
-Pero la crítica no tiene entrañas. Y se restauró la erudicion
-árabe y se comenzó el estudio de la Historia de España en las
-relaciones de nuestros enemigos, y se vió que el Cid existia con sus
-principales hazañas, y dejaba en el suelo ma<span class="pagenum"
-id="Page_203">[p. 203]</span>hometano y en los mahometanos anales,
-un reguero de luto y de terror tan grande como el reguero de luz y
-de gloria que dejára en nuestros anales y en nuestro patrio suelo. Y
-la verdad histórica no fué obstáculo para que cada clase creára un
-Cid á su imágen y semejanza; los nobles, el Cid altivo con los reyes
-y pendenciero en el palacio; los reyes, el Cid leal y monárquico que
-resplandece en las obras de Alfonso X; los pueblos, el Cid que no
-transige con el regicidio consumado al pié de Zamora, y que castiga
-á los Condes feudales orgullosos de su prosapia, y que amenaza á
-la Roma pontificia por las maniobras contra la liturgia mozárabe
-y contra la Iglesia nacional; hasta los monjes, el Cid, sentado
-ante el altar mayor de San Pedro de Cardeña, despues de muerto, y
-que resucita y saca la espada cuando un judío quiere mesarle las
-barbas; de suerte que cada clase, cada aspiracion pone sus ideas,
-sus intereses, sus recuerdos en el grandioso ideal de todo nuestro
-pueblo, y el Cid de la leyenda resulta tan verdadero y tan vivo como
-el Cid de la Historia, y pasa del cronicon al poema latino, del poema
-latino á la leyenda de sus mocedades, de la leyenda de sus mocedades
-al poema de su nombre, del poema de su nombre al Romancero, del
-Romancero al teatro, siempre creciendo á me<span class="pagenum"
-id="Page_204">[p. 204]</span>dida que crece y se agranda el genio
-nacional.</p>
-
-<p>Así, no podeis extrañar ya el nacimiento y el desarrollo de
-las leyendas religiosas, la parte que tiene en ellas el hecho
-histórico y la parte que tiene la poesía. Evocad las crísis entre
-mundos que nacen y mundos que espiran; trasladaos á tiempos de
-paz universal propicia á la actividad del pensamiento despues de
-universales guerras, ó á tiempos de guerras, que exigen fuerzas
-sobrehumanas y son gérmenes de trasformaciones profundas; recorred
-aquellos desiertos poblados de ideas y poblados de penitentes,
-aquellas ciudades donde se espera siempre una revelacion que apague
-la sed del espíritu y un salvador que rompa las cadenas con que
-estamos atados al límite; evocad todo el prestigio de sitios como
-las Pirámides, como la Meca, como Jerusalen, como Alejandría, en
-que se han condensado los misterios y han relampagueado las ideas;
-ved la aptitud de esas razas orientales educadas en lugares tan
-brillantes que las arenas resplandecen como si fueran luminosas
-y los profetas surgen como seres naturales de tan privilegiadas
-regiones; añadid la índole de esos pueblos para la creencia, la
-sed del martirio que en ellos se despierta, su vocacion al doble
-apostolado de la palabra y de la espada; reconoced la tendencia
-de las ideas científicas á penetrar de un lado en los abismos más
-insondables<span class="pagenum" id="Page_205">[p. 205]</span> de
-los principios metafísicos, y por otro lado á encarnarse en las
-verdades más prácticas de la moral; notad luégo cómo los ideales que
-ciertas gentes ven por superior inteligencia en sí, no pueden verse
-de todos si no se encarnan en seres aparte de virtudes ó méritos
-sobresalientes, y explicaréis con sencillez el orígen de tantas y
-tantas leyendas como consuelan á los pueblos y á los hombres en
-las tristes asperezas de la realidad, y los congregan en torno de
-un templo ó de un sepulcro y les dan la idea de lo infinito para
-expresar lo supremamente bello en el arte y penetrar por su esperanza
-desde las tristes condiciones de nuestra vida, en la inmortalidad.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>VIII.</h3>
-</div>
-
-<p>Extraordinarias y maravillosas circunstancias concurrian, por
-rara coincidencia, en el sitio, en el tiempo, en la nacion donde
-brotó la órden franciscana. Escoged el autor que os parezca ménos
-hiperbólico y más sencillo; el que dé ménos parte en la historia á
-lo sobrenatural y mayor á los hechos; un positivista, un realista en
-el sentido artístico de la palabra, un analizador, el cual, en<span
-class="pagenum" id="Page_206">[p. 206]</span> vez de resucitar esta
-época la diseque, Maquiavelo, por ejemplo, y veréis lo crítico del
-tiempo realzado por la divina mision de San Francisco. El Pontificado
-se levanta espléndido despues de haber conseguido la inmolacion
-de la prematura ciencia de Abelardo y de la prematura rebeldía de
-Arnaldo, reduciendo el Imperio á ser lo que deseaba Gregorio VII
-enfrente de la Iglesia como la luna enfrente del sol. El Imperio
-griego, que se ha preservado de los bárbaros y que ha desarrollado
-la metafísica antigua aplicándola al dogma, acepta la invasion
-latina como si resucitára la unidad descompuesta por Diocleciano;
-anegada en diluvios de sangre. Las cruzadas se detienen á pesar del
-rápido triunfo de Federico de Suabia, sin poder pasar el límite del
-desierto, cuando en los tiempos anteriores parecian impulsadas por
-el espíritu de Dios, y comienza á ceder el feudalismo á la creciente
-marea de la democracia, que llegará desde el fondo de los municipios
-á las cúspides de los castillos.</p>
-
-<p>Y luégo, cuando el Santo ha muerto y la leyenda del Santo nace,
-los tiempos cambian profundamente, como si la segunda mitad del
-siglo décimotercio fuera contraria á la primera mitad. Apénas
-ha subido el Pontificado á su cénit con Inocencio III, cuando,
-muerto éste, declina hácia su ocaso. Los güelfos y los gibelinos
-combaten<span class="pagenum" id="Page_207">[p. 207]</span>
-como nunca, exarcebándose en crueldad y encarnizamiento. El gran
-combatiente Erzelino, hombre feroz é implacable, que representaba
-con justos títulos en las guerras contínuas y sangrientas á los
-gibelinos, degüella doce mil ciudadanos de Pádua. El Papa Urbano VI
-llama contra sus enemigos al feroz Cárlos de Anjou, que desembarca en
-Ostia con gran golpe de gentes llevadas en treinta galeras é inaugura
-una piratería contínua por las costas del Mediterráneo italiano. La
-sangre real de Conradino, descendiente de los Emperadores de Alemania
-é inmolado en afrentoso cadalso por Cárlos de Anjou, salpica la
-corona del Rey de Nápoles y la tiara del Pontífice de Roma, como
-su guante de desafío lanzado bajo el hacha del verdugo es recogido
-por la mano de los aragoneses, que llevaron nuevos elementos de
-dominacion pero tambien de combate, á la desgarrada Italia. Los
-franceses que sostenian á los angevinos, son degollados todos á la
-señal de un astrólogo en Fiorli y al toque de vísperas en Palermo.</p>
-
-<p>El Pontificado recibe por este tiempo cada dia una herida que
-le produce irremediable decadencia política. El penúltimo papa del
-siglo décimotercio, Celestino V, revelaria esta decadencia si no
-la revelasen otros muchos hechos y personajes históricos. Dos años
-y tres meses yació por<span class="pagenum" id="Page_208">[p.
-208]</span> tierra el trono pontificio sin Pontífice que lo ocupase,
-á causa de las turbulentas rivalidades del Sacro Colegio dividido
-en tres bandos irreconciliables. Por fin, uno de los cardenales
-propone elegir pobre anacoreta, ajeno á las mundanas ambiciones,
-desconocido del mundo y menospreciador de sus vanidades, dado desde
-los más tiernos años al ayuno y á la penitencia en las selvas
-y en las montañas de la tierra de Apulia, nacido al pié de los
-castillos feudales en los campos parthenópeos de una sierva familia
-de jornaleros, educado como los lobeznos y como los aguiluchos en
-las cavernas; reducido á la soledad desde los primeros años, y
-por lo mismo apto para sobreponerse al torbellino de las humanas
-pasiones y regir la Iglesia por amor á Cristo que no dejaria
-de prosperar su sublime pontificado, en cuyos dias habrian de
-renovarse los tiempos heroicos del cristianismo y reinar las máximas
-sagradas del Evangelio. Á estas consideraciones, el Sacro Colegio
-le elige por voto unánime. Cuando la diputacion de cardenales,
-atravesando montañas que parecian inaccesibles, selvas que parecian
-inexplorables, llanuras que parecian desiertas, lo encuentra al
-borde de los torrentes, en la desnudez más completa, confundido casi
-con los seres irracionales y materiales, semejante al San Jerónimo
-que ha consagrado la tradicion religiosa<span class="pagenum"
-id="Page_209">[p. 209]</span> en los cuadros de los pintores
-ascéticos, el anacoreta espantado no alcanza á entender de qué le
-hablan y rehusa el irse con los embajadores, prefiriendo á todas las
-pompas y á todas las dominaciones del mundo, su austera soledad. Dos
-reyes, uno de Nápoles y otro de Hungría, van á los desfiladeros,
-donde se mantiene de hierbas y se viste de hiedra, como un sacerdote
-contemplativo de la India, para echarse de rodillas á sus plantas
-y rogarle que salve á la Iglesia, bañándole los piés con torrentes
-de lágrimas y perturbándole la cabeza con suspiros y súplicas hasta
-obligarle á ceder y conducirlo á Aquila en la patriarcal montura en
-que Cristo llegó triunfante á Jerusalen, llevada por manos reales del
-ramal y seguida de obispos, arzobispos, caballeros, todos vestidos de
-púrpura y brocado, como para realzar la humildad del pobre penitente
-hecho jefe espiritual del catolicismo y representante de Dios sobre
-la tierra por súbita intervencion de la Providencia. En Agosto de
-1294 fué coronado y en Diciembre del mismo año tenía hecha ya pública
-dejacion de su tiara. No habia remedio: en las ciudades se ahogaba su
-pecho acostumbrado al aire libre de las selvas; en las intrigas de
-los palacios se perdia su inteligencia consagrada á la contemplacion
-pura de la verdad religiosa y al éxtasis más completo: la mesa del
-festin repug<span class="pagenum" id="Page_210">[p. 210]</span>naba
-á quien comia el duro pan de los siervos y bebia en el hueco de las
-manos el agua pura de los torrentes; la corona de oro y pedrería
-abrumaba aquella cabeza, acostumbrada como los lirios del valle á
-una corona de rocío; en las alturas del poder sufria vértigos su
-mirada, propia sólo para contemplar como las águilas frente á frente
-el sol en las sublimes alturas de las montañas, y la presencia de
-los hombres aterraba al que se creia por sus oraciones y por sus
-ayunos, sólo con sus pensamientos místicos y sus prácticas piadosas,
-en presencia siempre de Dios. Á mayor abundamiento, refieren los
-historiadores que el ambicioso cardenal Gaetani, aspirando á ser su
-sucesor, le ponia emboscadas á cada paso, le llenaba de escrúpulos
-la conciencia, le fingia voces de condenados y trompetas de los
-ángeles del Apocalípsis en las largas noches de invierno, para
-reducirlo á deponer su corona y á tornar á su desierto. Y en efecto,
-abdica la tiara y corre á la Apulia en demanda del anhelado reposo.
-Pero Gaetani, que alcanza su codiciada sucesion bajo el nombre de
-Bonifacio VIII, manda emisarios que le liberten de un competidor
-peligroso. Avisado con tiempo el pobre Celestino V, corre á las
-playas, toma una barca de pescador y rema para ganar las costas de
-Dalmacia y perderse en más apartados desiertos. Pero los vientos
-y las<span class="pagenum" id="Page_211">[p. 211]</span> olas le
-arrojan nuevamente á las costas de Italia, donde su perseguidor
-le apresa y le encierra dentro de una torre, tumba anticipada que
-presencia una agonía de diez meses y recoge el cadáver de aquel
-penitente exaltado desde las cavernas al trono y caido desde el trono
-en los calabozos, imágen fiel de las deshechas borrascas de sus rudos
-tiempos.</p>
-
-<p>La órden de San Francisco debia, por su orígen y por su carácter
-democrático, oponerse á estos desórdenes del pontificado y contribuir
-por tanto á la decadencia de la institucion que podriamos llamar
-fundamento único de la moral religiosa en la Edad Media. El más
-ilustre de los franciscanos, despues del fundador, fué Jacopone de
-Todi. Educado en Bolonia, perito en el derecho, rico y poderoso,
-casado con idolatrada y hermosísima mujer, nada le faltaba de todo
-cuanto llama felicidad el mundo. Un dia del siglo décimotercio,
-á los cuarenta años de la muerte de San Francisco, celebrándose
-alegres fiestas y espectáculos en Todi, se hunde un tablado y mueren
-tristemente en la catástrofe numerosas personas. Entre los muertos se
-encuentra la idolatrada esposa de Jacopone, el cual sólo tiene tiempo
-para recoger entre sus brazos el cuerpo desgarrado y aspirar en los
-labios el suspiro último de su idolatrada compañera. Desde aquel dia
-arroja su<span class="pagenum" id="Page_212">[p. 212]</span> toga
-y toma el sayal; abandona el mundo y abraza la penitencia; cierra
-los libros de Ciceron y abre los libros de piedad; renuncia á los
-discursos elocuentes y entona los versos místicos; deja la compañía
-de los jurisconsultos y sigue la compañía de los franciscanos; huye
-los aplausos y busca los sarcasmos de las gentes; reparte sus bienes
-y se resigna á la pobreza; renuncia á las locuras insensatas del
-mundo y sigue la divina locura de la Cruz. Para conocer hasta donde
-llega su inspiracion, basta decir que es autor del <i>Stabat Mater</i>,
-esa sublime elegía cuyos acentos no podemos oir el Viérnes Santo
-entre los altares desnudos, el santuario solitario, el templo oscuro
-y la Cruz recien descubierta, sin que nuestro corazon se inunde de
-tristeza y participe de todos los dolores de la Vírgen Madre durante
-la pasion. Jacopone es contemporáneo de Celestino V. Naturalmente,
-el asceta debia desde el claustro exaltar al asceta que se eleva al
-trono. Á mayor abundamiento, en los cinco meses que duró el reinado
-de Celestino, el principal empeño de éste debia ser reformar, en
-sentido cada dia más austero, las órdenes monásticas, y en este
-empeño debia sostenerle el austerísimo poeta. Luégo, Celestino abdica
-y Bonifacio VIII le sucede. Jacopone debia seguir al penitente en
-su desgracia y condenar la ambicion coronada con la humilde corona
-de Cris<span class="pagenum" id="Page_213">[p. 213]</span>to. Así,
-firma la protesta de aquellos que niegan la validez de la eleccion
-de Bonifacio. Y á la protesta añade sátiras en las cuales dice que
-el nuevo Papa vive en los delirios y ambiciones de este mundo como
-la salamandra en el fuego. Bonifacio VIII no podia sufrir estas
-injurias y con gran ejército se dirige á Palestrina, donde estaban
-los cardenales protestantes y su exaltado poeta. Largo sitio sufre
-la ciudad, pero al cabo se entrega, y el Papa busca al cantor y lo
-encierra en húmedo calabozo. Los escritores Wisseman, Döllinger,
-defienden al Papa y no pueden negar, sin embargo, la autenticidad de
-todos estos hechos. Jacopone es arrojado entre tinieblas eternas.
-Enormes cadenas le abruman; el agua podrida de una letrina apaga su
-sed, y contra tantos dolores sólo encuentra alivio en su desprecio
-de las dichas del mundo y en su exaltacion por el dolor. Estando en
-la cárcel se convocó el gran jubileo de 1300 que vino á torturar
-su alma áun más que su cuerpo, pues oia al traves de las paredes
-de su cárcel los cánticos sagrados y el paso de los peregrinos
-encaminándose á Roma, sin poder participar de sus místicas alegrías.
-En vano demandaba misericordia al representante de un Dios todo
-misericordioso. Una vez que Bonifacio pasaba por la calle de su
-calabozo, segun cuentan autores de todo crédito, se asomó á los
-barrotes de su<span class="pagenum" id="Page_214">[p. 214]</span>
-reja y le dijo: «¿Cuándo saldrás, Jacopone?—Cuando tú entres,
-Bonifacio», le respondió el franciscano. Y en efecto, á los pocos
-dias, los Colonnas se dirigen á Agnani y entran en el palacio del
-Papa. Éste, no teniendo ninguna defensa material, se fia por completo
-á su autoridad religiosa, se ciñe sus vestiduras sacerdotales, se
-cubre con su áurea tiara, empuña su báculo y se sienta en el trono,
-sobre cuya cima agita las blancas alas el Espíritu-Santo. Los
-invasores entran, lo desacatan, lo abofetean y lo arrojan en una
-prision. Por fin, los habitantes de la ciudad le libertan y se va á
-Roma. Pero sale de manos de los Colonnas para caer en manos de los
-Orsinis. Y allí muere á los treinta y siete dias de haber recibido el
-bofeton que sella la decadencia del Pontificado y muere en un acceso
-de febril locura engendrada por el sentimiento de sus humillaciones,
-por haber querido ser un Papa más grande, más fuerte y más imperioso
-de lo que consentia el espíritu de su tiempo. Jacopone, libertado
-de su prision por el sucesor de Bonifacio VIII, tiene hoy un nombre
-glorioso entre los poetas y un nombre bienaventurado entre los
-santos. Su espíritu democrático contribuyó, como todo el espíritu
-de su órden, al quebrantamiento y á la decadencia de la autoridad
-teocrática en la Edad Media.</p>
-
-<p>Lo cierto es que la órden de San Francisco, á<span
-class="pagenum" id="Page_215">[p. 215]</span> sabiendas ó no,
-contribuye á descomponer los dos elementos capitales de aquellos
-tiempos: el feudalismo y la teocracia. No medimos al pronto la
-trascendencia de una idea, porque no conocemos toda su naturaleza, y
-una idea contiene siempre otra larga serie de ideas. Tal afirmacion,
-que parece puramente artística, puramente filosófica, resulta luégo
-una afirmacion política y social. Por ejemplo, el romanticismo
-literario era una revolucion, tanto en España como en Francia,
-porque se levantaba contra las reglas de una poética tradicional y
-cortesana. Tened por cierto que los franciscanos ignoraban el destino
-social de su aparicion necesaria en el mundo; pero lo cumplian
-ignorándolo. Por eso el alma de la nueva sociedad, que estalla en
-el siglo décimosexto, contará siempre entre sus Bautistas al Padre
-Seráfico y entre los precedentes de su aparicion á la seráfica órden,
-puesto que representa un término dialéctico en el desarrollo de su
-idea progresiva y un necesario predecesor en la genealogía larguísima
-de sus progenitores.</p>
-
-<p>El cristianismo se habia convertido en una doctrina de autoridad,
-indispensablemente para cumplir estos dos ministerios capitales en
-la transicion dolorosa del antiguo mundo al mundo moderno; para
-sustituir con algun principio de unidad moral la soberanía política
-perdida por Roma<span class="pagenum" id="Page_216">[p. 216]</span>
-y para educar y domar con una verdadera disciplina religiosa la
-inteligencia inculta y la voluntad indómita de los bárbaros. Esta
-doctrina, que desde el siglo primero al siglo cuarto fuera una
-doctrina del pueblo, desde el siglo cuarto al siglo décimotercio se
-convierte en una doctrina del Imperio. Por tal razon, á no dudarlo,
-cuantos tratan de fundar la autoridad, ó sobre las ruinas de la
-antigua Roma ó sobre la cerviz de las nuevas tribus en la larga
-descomposicion de las sociedades paganas y en la no ménos larga
-recomposicion de las sociedades modernas, se acogen al catolicismo.
-Constantino lo saca de las sombras de las catacumbas al aire de
-la libertad; Teodosio lo declara religion oficial violentando la
-conciencia pagana del senado romano; Carlo-Magno funda sobre sus
-dogmas un pacto político, y cree que sería imposible sujetar la
-barbarie de su tiempo sin pedirle inspiracion y fuerza, para lo
-cual se arroja á los piés del Pontífice y besa, de rodillas sobre
-el suelo durísimo, cada una de las gradas que se extienden al pié
-del templo vaticano. Los Papas mismos contribuyen á este fin, porque
-desde Gregorio Magno á Gregorio VII y desde Gregorio VII á Inocencio
-III no hacen más que fulminar sus rayos contra todas las rebeldías
-del individualismo religioso ó político y rehacer, por medio de su
-autoridad dogmática, la<span class="pagenum" id="Page_217">[p.
-217]</span> autoridad social en sus tempestuosos tiempos.</p>
-
-<p>El primero en reanudar la tradicion puramente evangélica, es San
-Francisco de Asis. Diríase al verlo que ha salido de las catacumbas,
-que ha orado en sus tinieblas eternas, que ha visto flamear como una
-amenaza sobre su cabeza los cetros y las espadas de los poderosos y
-arder á sus piés como un infierno las hogueras de los mártires. Para
-sus penitencias, busca, como los primitivos apóstoles, el desierto;
-para sus cánticos y oraciones, el acompañamiento de las aves del
-cielo y el incienso de las flores del campo; para el apostolado de su
-doctrina, el pobre y el mendigo, porque su objeto es llorar con los
-que lloran, padecer con los que padecen, morir por los desvalidos y
-por los opresos. El espíritu democrático del Evangelio renace en él
-con toda su pristina pureza. Y se oye en coro sublime, sobre un mundo
-de autoridad, de fuerza, de guerra, donde la espada es el primer
-derecho y la victoria es la primer razon, sonar el eterno tema de la
-oracion en la montaña: bienaventurados los humildes, los débiles,
-los pobres, los desgraciados, los ignorantes, los atribulados,
-porque de ellos será el reino de los cielos. Y San Francisco
-resucitaba la verdadera doctrina cristiana, puesto que toda la
-enseñanza evangélica es una enseñanza democrática. La han preparado
-los profetas, y los profetas no son más<span class="pagenum"
-id="Page_218">[p. 218]</span> que los tribunos religiosos consagrados
-á combatir la idolatría de los reyes. Jamas ha dicho Milton contra
-Cárlos I, ni Mirabeau contra Luis XVI, ni Tácito contra Tiberio lo
-que ha dicho Samuel contra Saul en sus esfuerzos para impedir la
-trasformacion monárquica de Judá. El Bautista vive preparando las
-vías del Salvador, y muere al capricho de una córte, al antojo de una
-cortesana, al mandato de un poderoso de la tierra, enemigo natural de
-las revelaciones del cielo. El dia que la Vírgen siente palpitar el
-divino Hijo en sus entrañas se exalta de alegría, y alaba á Dios en
-términos que parecen arrancados á una arenga tribunicia: <i>potentes
-deposuit de sede et exaltavit humiles; exurientes implevit bonis, et
-divites missit inanes</i>. El pueblo de Cristo es un pueblo de esclavos;
-su familia, una familia destronada; su padre, un carpintero; su
-cuna, un establo; sus primeros devotos, los pastores; sus primeros
-enemigos, los escribas y los fariseos que componian la aristocracia
-de Jerusalen; sus primeros apóstoles, los pobres pescadores; su
-primer perseguidor, un Heródes; su mayor enemigo, un Caifás; su juez,
-un Pilátos; su templo, el desierto lleno de ideas y no la sinagoga
-teocrática llena de tinieblas; sus bienaventuranzas, la promesa de
-consuelo á los afligidos y de libertad á los opresos; su doctrina
-religiosa venida de un solo Dios y consagrada á<span class="pagenum"
-id="Page_219">[p. 219]</span> todos los hombres, doctrina de
-igualdad; su vida, un combate con la supersticion y el privilegio; su
-muerte, un divino holocausto por la salud de todos los desheredados,
-y una eterna acusacion á la soberbia de todos los tiranos.</p>
-
-<p>Esa tendencia democrática de la doctrina cristiana resucitaba el
-Santo, en una sociedad tan fundada en la guerra y en la fuerza de
-la autoridad como la misma sociedad romana. Á la cabeza del mundo
-habia un papa con tres coronas y con extenso patrimonio temporal,
-donacion de Pipino, agrandada por la piadosa condesa Matilde y que
-era el signo de la autoridad moral del pontificado. Á la cabeza del
-mundo habia un emperador cuyo poder estaba siempre en litigio y cuyo
-litigio era una guerra perpétua. La soberanía estaba en la propiedad
-y la propiedad se extendia, á pesar de tres siglos de cristianismo,
-sobre las personas. Los valerosos, que habian sometido una compañía
-á sus mandatos y luchado con ella contra otros enemigos en armas,
-tomaban sus conquistas por una propiedad, y sobre la propiedad
-constituian todas las jurisdicciones, desde la jurisdiccion del rey
-hasta la jurisdiccion del juez y desde la jurisdiccion del juez hasta
-la jurisdiccion del verdugo. Los reyes no eran más que los jefes,
-los primeros, los más fuertes de aquella sociedad de conquistadores
-y terratenientes, siem<span class="pagenum" id="Page_220">[p.
-220]</span>pre armados para defender su propiedad ó conquistar la
-propiedad ajena. Los obispos, los abades, los monjes eran señores
-feudales y ejercian todas las jurisdicciones anexas al privilegio
-señorial. Las ciudades mismas donde comenzaba á brotar la raíz de
-la democracia se constituian como una personalidad jurídica con
-ejercicio de derechos señoriales y luchaban rudamente con las otras
-ciudades en aquella guerra universal por la propiedad. Y en mundo
-constituido de tal suerte, la voz de un religioso se levanta por
-los campos, por las calles, por las encrucijadas, predicando que
-está la perfeccion cristiana en la humildad, en la pobreza, en
-la miseria; entre los siervos, entre los desheredados, entre los
-mendigos. Naturalmente, las castas se rompian, la igualdad avanzaba,
-los maldecidos por los malos usos, los esclavizados por las bárbaras
-leyes, entraban en el claustro y se colocaban á la cabeza de todas
-las clases ungidos por la religion, y de esta suerte se fundaba con
-las mismas órdenes monásticas más desavenidas del mundo, más ajenas
-á la vida real, más consagradas á sus ayunos y á sus oraciones, por
-vías misteriosas y providenciales, una sólida, una profunda, una
-invariable democracia que debia fundar una nueva sociedad.</p>
-
-<p>Así es que la órden franciscana engendra inmediatamente una
-secta, la cual rompe toda la<span class="pagenum" id="Page_221">[p.
-221]</span> doctrina ortodoxa y despierta la tendencia vivísima
-á creer en segura renovacion dogmática despues de la renovacion
-moral para el establecimiento de progresiva Iglesia donde sean
-perpétuas las relaciones del cielo con la conciencia del hombre.
-Evangelio eterno se llama el sistema teológico erigido en creencia
-complementaria del cristianismo por estos hermanos de San Francisco.
-Dos revelaciones religiosas han esclarecido el alma humana.
-Primero, en el comienzo de las edades, cuando la tierra todavía
-está cercana á su creacion, aparece en los desiertos, y ante la
-tienda de los patriarcas, en la zarza del Horeb y en las tempestades
-del Sinaí, aquella revelacion que los franciscanos llaman del
-Padre, por ser de Dios puro, de la primer persona de la Trinidad,
-revelacion apropiada á un pueblo primitivo que se ha educado en la
-servidumbre de Egipto al pié de las Pirámides; que se ha redimido
-por una peregrinacion nómada desde el África al Asia hasta llegar
-á su tierra de Palestina; que ha necesitado, junto á los preceptos
-morales, preceptos higiénicos y políticos para iniciar la lenta y
-trabajosa educacion de humanidad en el crecimiento de su vida sobre
-la tierra y de su conciencia en lo infinito. Pero á la revelacion
-del Padre sucede la revelacion del Hijo. Aquélla se verifica en el
-comienzo de los tiempos y ésta en su madurez; aquélla cuando<span
-class="pagenum" id="Page_222">[p. 222]</span> las sociedades
-civiles nacen bajo la tienda de los patriarcas, y éstas cuando las
-sociedades civiles se completan y robustecen por las instituciones
-del derecho romano; aquélla en el relampagueo de las cumbres del
-Sinaí, y ésta en la sublime desnudez del Calvario; aquélla por la
-tonante voz de un Dios airado, y ésta por la humilde sangre de un
-mártir sin mancha, siendo la primera la revelacion del Sér, y la
-segunda la revelacion del amor; la primera, la revelacion de Jehová,
-y la segunda, la revelacion del Verbo; la primera, la revelacion del
-Padre, y la segunda, la revelacion del Hijo, necesarias ambas para el
-desarrollo de nuestro espíritu en la tierra y para su comunicacion
-estrecha con el cielo. Y así como la sociedad patriarcal se iluminó
-en la revelacion del Padre ó del Sér, y la sociedad romana con la
-revelacion del Hijo ó del Amor, nuestra sociedad se iluminará con la
-revelacion del Espíritu ó de la Ciencia. Y de esta suerte, la órden
-franciscana rompe, por la apoteósis del mendigo, la sociedad feudal,
-y por la esperanza en el advenimiento del Espíritu Santo para revelar
-una verdad más clara en una conciencia más humana, la autoridad
-teocrática.</p>
-
-<p>Despues de esto, ya podeis explicaros los dos siglos que han
-de suceder al siglo de San Francisco: el poder de los gremios; la
-extension de<span class="pagenum" id="Page_223">[p. 223]</span> los
-municipios, las libertades tempestuosas, las asambleas populares, los
-síndicos elevándose á la altura de los reyes, los nobles perdiendo
-su imperio sobre los siervos, las artes emancipándose de la tutela
-litúrgica y yendo á renovar el calor de su sangre en la savia de
-los campos, el cisma en vigor, la Iglesia en crísis, la conciencia
-en rebeldía los Concilios llenos de aspiraciones democráticas, las
-lenguas vulgares elevadas á expensas de la ciencia, el escolasticismo
-hundido, la razon preparada para entrar triunfante en la filosofía,
-y la conciencia pidiendo la sustitucion de todos los sacerdocios
-quebrantados, y el derecho á interpretar la naturaleza, y el espíritu
-con su libre exámen que forjará otra nueva Europa.</p>
-
-<p>Uno de los misterios mayores que hay en la vida, es el enlace
-de las causas con los efectos. ¿Á qué cometa habrá pertenecido
-la materia de que estamos formados? ¡Cuántas revoluciones habrán
-sido necesarias, cuántas catástrofes, qué de terremotos, qué de
-levantamientos del suelo y de erupciones del fuego central para
-producir la arcilla del frágil vaso de vidrio donde apagamos nuestra
-sed! ¿De qué sustancia se habrá alimentado ó en qué bosque ó selva
-habrá crecido, cuántas flores habrá llevado, cuántos nidos, cuántos
-frutos el árbol señalado ya por el destino para ser mi mortaja?
-¿Á dónde habrá ido á parar la primera lágri<span class="pagenum"
-id="Page_224">[p. 224]</span>ma evaporada de mi mejilla, ó irá á
-parar el último suspiro de mi pecho en esa fragua contínua de la
-vida que se llama atmósfera? Pues más difícil todavía es saber cómo
-penetra la idea en la palabra y la palabra en la conciencia para
-pasar luégo de los individuos á las colectividades y producir nuevos
-organismos sociales en estas cristalizaciones incesantes de las ideas
-que forman como las bases de la sociedad, la cual parece tan sólida
-á primera vista y está sujeta á una renovacion permanente. En el
-convento de San Francisco de Asis, á la luz cernida por los rosetones
-ojivales, al cántico exhalado de los coros semibizantinos, al rumor
-que producen los rezos de los creyentes bajo las bóvedas sembradas de
-estrellas y los pasos de los peregrinos sobre las losas del pavimento
-de mármol; entre aquellos ángeles y aquellos santos que se destacan
-de los muros como ideas vivientes; entre aquellas estatuas tendidas
-sobre los sarcófagos, que os hablan de la eternidad con sus labios de
-piedra; creeis estar delante de una de esas rocas donde acaban los
-terrenos primitivos y empiezan los terrenos secundarios ó terciarios
-del planeta, como que estais en presencia del monumento sublime donde
-se trasformó la Edad Media y empezó el espíritu moderno por virtud
-de la palabra de un penitente, que con su amor impulsó á la<span
-class="pagenum" id="Page_225">[p. 225]</span> tierra en su carrera
-por el espacio, y acercó á nuestras manos los apartados cielos donde
-se trasfigura la conciencia. Así ha podido el sentido comun llamar al
-pobre penitente de Asis, el Cristo de la Edad Media.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_6">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_227">[p. 227]</span></p>
- <h2 class="nobreak">SORRENTO Y EL TASSO.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<div class="apartado inicio">
- <h3 title="I."><span class="pagenum" id="Page_229">[p. 229]</span>I.</h3>
-</div>
-
-<p>Compadezco á todo aquel que no haya ido jamas, en tibia mañana
-de Mayo, desde Castellamare hasta Sorrento, entre aquellos bosques de
-limoneros y de granados, todos floridos, resaltando por los sombríos
-olivares; bajo la grata sombra de las montañas erizadas de riscos,
-por cuyas grietas tienden su lujuriosa vegetacion las selvas de
-hayas, castaños y encinas; sobre el tortuoso camino abierto en la
-roca viva que enlaza las poblaciones medio ocultas en el follaje;
-al borde del mar, cuya celeste superficie siembran de estrellas
-fugaces y contínuas los rayos del sol deslumbrador; la isla de
-Capri enfrente, cortada como gracioso templo de lapis-lázuli que
-se alzára sobre las aguas; á la espalda el Vesubio con su penacho
-de humo, destacándose en el cielo, y su cintura de jardines, y su
-crestería de lavas bri<span class="pagenum" id="Page_230">[p.
-230]</span>llantísimas, y sus alfombras de ciudades multicolores;
-todo envuelto en la luz meridional y perfumado por el embriagador
-azahar, formando un conjunto de bellezas naturales que nos abruman
-con su magnificencia, ántes al contrario, os convidan á tomar parte
-en su regocijo y á unir vuestra idea á sus creaciones como una nota
-más de la universal armonía.</p>
-
-<p>¡Cuán hermosa es Sorrento! Parece caerse al mar desde la altísima
-roca donde se ha agarrado como una ciudad náufraga. En la falda de
-pendiente montaña está como suspensa, y desde sus balcones á la playa
-todavía media pavoroso abismo. Diríase alzada por sus fundadores
-como un mirador para contemplar el Vesubio, que semeja á espejismo
-de la imaginacion en la bahía de Parthénope, que, á su vez, semeja á
-encantado lago. Desde el jardin de la Sirena, cuyos intensos aromas
-casi trastornan el sentido, veiamos abajo, en la breve ensenada,
-sobre la estrecha faja de menuda arena, los peces plateados saltando
-entre las oscuras mallas del copo y las barcas recogiendo sus velas
-latinas y atracando á fuerza de brazos entre grupos pintorescos de
-activos marineros. Como la hermosura está en la variedad de los
-contrastes, hé aquí la region más hermosa del mundo: ágrias montañas
-y tranquilos verjeles; cúspides de nieve en las lejanas cordilleras
-de los<span class="pagenum" id="Page_231">[p. 231]</span> Abruzzos y
-cúspides de fuego en los próximos conos del Vesubio; las guirnaldas
-de parras arriba, y abajo las guirnaldas de algas; el campesino
-aquí recogiendo en cestos de mimbre los limones y el pescador allá
-recogiendo en cenachos de esparto los pescados; la oscura encina en
-el monte y la blanca vela en el mar; las rosas y los jazmines y las
-violetas en las florestas y las conchas y los caracolillos en los
-arenales; las ruinas desoladas y desiertas entre los jaramagos, frias
-como huesos de esqueletos, y las fuerzas de la naturaleza creando
-y produciendo contínuamente en la gigantesca fragua de volcanes
-y solfataras; la alegría de la vida, que brota en las serenatas,
-en las canciones, en los coros al aire libre, en el regocijo de
-estos pueblos donde ha nacido la música moderna, y el horror de la
-destruccion y de la muerte en las erupciones que subvierten toda la
-comarca, que destruyen y levantan montañas, que abren sepulcros donde
-caben ciudades enteras; la esperanza de lo porvenir y el recuerdo de
-lo pasado; la caverna silenciosa y la onda sonora; los matices más
-bellos de la luz y los juegos más caprichosos de las sombras; los
-términos más opuestos de la historia y los contrastes más bruscos de
-la vida.</p>
-
-<p>¡Y decir que un poeta como Tasso no ha cantado ni este pueblo
-donde viniera al mundo, ni<span class="pagenum" id="Page_232">[p.
-232]</span> el palacio construido sobre la roca que da al mar, donde
-encontráran sus miserias alivio y consuelo en el cariño de piadosa
-hermana, en el calor de tranquilo hogar, en el comercio con la sana
-y robusta naturaleza! Algunas palabras acerca de la amenidad del
-campo y de la salud de sus moradores: hé ahí todo. Los poetas del
-Renacimiento italiano se parecen á Miguel Ángel, tan menospreciador
-de cuanto no fuera el hombre y la mujer, que en el <i>Juicio Final</i>
-desaparece nuestra tierra, como si el desenlace de la tragedia
-humana se representase en los espacios desiertos. ¡Cuán preferible
-es el bellísimo paisaje viviente de esta bahía incomparable al
-contrahecho paisaje de los falsos bosques de Armida! Entre todos los
-poetas meridionales de aquellos tiempos, para mí, los dos que mejor
-cantaron la naturaleza fueron Camoens y Garcilaso. Nunca he podido
-asomarme al Tajo, ya entre los verjeles de Aranjuez, ya entre las
-ruinas de Toledo, sin murmurar las Églogas; ni al Mondego sin ver
-las ninfas que todavía lloran, bajo los pinos y los sauces y los
-cedros, en el lugar llamado de las lágrimas, la muerte de doña Ines
-de Castro, aquella hermosa dama que reinó despues de muerta. Nuestro
-inmortal cantor peninsular, el Homero de la Iliada del trabajo y de
-la Odisea de las navegaciones gigantescas y de los descubrimientos
-maravillo<span class="pagenum" id="Page_233">[p. 233]</span>sos,
-inspirado por la luz de África y por la vida de Oriente, hubiera
-descrito de singular manera esta Sorrento, muy parecida á la isla de
-Vénus, pintada en su noveno canto de <i>Las Lusiadas</i>, muy parecida,
-iba diciendo, á la espaciosa bahía donde las ondas mueren sobre
-blanca arena sembrada de pintadas conchas y caprichosos caracoles;
-á las tres colinas de líneas graciosas y de aspecto imponente
-que ostentan sus prados llenos de flores, por los cuales corren
-cristalinos arroyos y sonantes cascadas, despeñándose desde las
-ágrias rocas en deliciosos valles; al lago sereno en que se miran los
-perfumados bosques; á los árboles cargados de flores y de frutos,
-desde el laurel de Dafne hasta el gracioso limonero, mezcla del oro
-y la esmeralda, desde el granado que envidiáran los rubíes hasta
-los perales picados por los pájaros, y los olmos de Alcídes, y los
-laureles de Apolo, y los mirtos de Vénus, y los pinos de Cibéles,
-mudos testigos de la inconstancia de Atys, y los sombríos cipreses
-que elevan al cielo sus fúnebres pirámides entre las cerezas, cuyo
-color compite con el coral, y las brillantes moreras; todo realzado
-por esta luz que os tendria eternamente suspensos y extáticos, cual
-una sonrisa de correspondido amor.</p>
-
-<p>Sorrento ha elevado una estatua de blanco mármol al Tasso. Nunca
-me cansaré de admirar el<span class="pagenum" id="Page_234">[p.
-234]</span> respeto que Italia guarda á la memoria de sus más
-ilustres hijos; nunca, de ofrecerlo como ejemplo vivo á nuestra
-ingrata España. Puede decirse, sin exageracion, que en Italia
-caminais entre dos coros de estatuas. Si entrais por Génova, lo
-primero que herirá vuestra atencion es la efigie del descubridor
-de América. ¿Dónde tiene entre nosotros, españoles, otra igual?
-En ninguna parte. Ni á la puerta del monasterio de la Rábida, que
-le vió pedir limosna humildemente; ni á la puerta del refectorio
-de Salamanca, que vió á su razon triunfar de todas las argucias
-teológicas; ni en la vega de Granada, donde se avistó con sus
-protectores; ni en el puerto de Pálos, testigo de su salida; ni en
-el puerto de Barcelona, testigo de su vuelta; ni en las calles de
-Valladolid, testigos de su muerte.</p>
-
-<p>No es maravilla, en verdad, que genio tan ilustre tenga monumento
-tan excelso. Los hay por todas las regiones de Italia. En Turin
-lo tienen, desde los primeros hombres de Estado, como Azeglio y
-Cavour, hasta los organizadores del ejército y los ministros de
-Agricultura y Comercio que han servido modestamente á su patria. En
-Milan se eleva el gran fundador de la unidad italiana y ese coloso
-del Renacimiento, ese Leonardo de Vinci, á quien rodean sus primeros
-discípulos. Los templos y los palacios de Venecia pueden lla<span
-class="pagenum" id="Page_235">[p. 235]</span>marse necrópolis de los
-héroes y de los artistas. Por todas las encrucijadas de Mantua se os
-aparece la imágen de Virgilio. Á los dos lados de la galería de los
-Oficios en Florencia, sobre el fondo de oscuro granito, se destaca
-el blanco mármol de las estatuas, y estas estatuas representan los
-hijos preclaros de Toscana, feraz en brillantísimos genios. Las
-cimas del Pincio, despues de la libertad de Roma, han sido decoradas
-por series de bustos donde se enlazan todas las estrellas del cielo
-espiritual de Italia. Arnaldo de Brescia y Giordano de Bruno reciben
-justo desagravio en el mismo suelo donde ardieron sus cuerpos y se
-calcinaron sus huesos. Pergoleso, moribundo, se ve por los pórticos
-del teatro de Salerno; Virgilio en su templo de gloria y Vico en
-su meditacion de historiador brillan allí donde vienen á morir las
-ondas del Tirreno, á las plantas del Vesubio, entre los mirtos y los
-laureles de la inmortalidad.</p>
-
-<p>¿Y nosotros? En Madrid, tres hombres se han salvado del ingrato
-olvido: Cervántes, que se eleva á las puertas de las Córtes; Murillo,
-que se eleva á las puertas del Museo; Mendizábal, que se eleva en la
-plaza del Progreso. Daoiz y Velarde están como olvidados en uno de
-los barrios extremos y en medio de polvorosa carretera. ¿Y Lope de
-Vega, y Calderon de la Barca, y Diego Velaz<span class="pagenum"
-id="Page_236">[p. 236]</span>quez? Málaga tiene un tosco monumento
-que recuerda el sacrificio de Torrijos, y Granada otro tosco
-monumento que recuerda el funestísimo dia en que subió Mariana de
-Pineda al cadalso. Fray Luis de Leon brilla en la ciudad donde
-cantó con sin igual dulzura y padeció con sin igual resignacion.
-Pero confesad que es demasiada soledad en medio de aquella escuela
-de Salamanca en que se verificó la mayor parte del Renacimiento
-español, como en Florencia la mayor parte del Renacimiento italiano.
-En Toledo veíase la derruida casa de Padilla sembrada de sal por el
-aleve absolutismo. Conmovia profundamente el ánimo y despertaba el
-pensamiento aquel solar calcinado por las llamas, no tan desoladoras
-como el alma de los déspotas. Sobre mutilada columna se elevaba
-inscripcion vengativa. Un Ayuntamiento de estos últimos años ha
-nivelado el suelo y lo ha limpiado, convirtiendo aquel sitio de
-espectros sublimes y de recuerdos grandiosos en una plazuela con
-raquíticas acacias, donde se reunen las niñeras y juegan los
-muchachos. Yo me explico esta manía nuestra de no alzar estatuas,
-por la barbarie del régimen que durante tres siglos pesára sobre
-nuestra encorvada cerviz. Si entre nuestros grandes genios habia
-alguno perteneciente á nobles familias, podia tener un sepulcro
-fastuoso y una estatua yacente en cualquier capilla ó en cualquier
-panteon<span class="pagenum" id="Page_237">[p. 237]</span> de
-nuestras iglesias. Pero en las calles, en las plazas, en las
-encrucijadas, donde pudieran recordar que habia algo y álguien digno
-de veneracion, ademas de nuestros reyes y de nuestros santos, ¡oh!
-eso no, que hubiera enseñado mucho al pueblo. Veinte estatuas, si
-las hay, en toda España, consagradas á nuestros hombres ilustres,
-no corresponden al sinnúmero de genios que hemos tenido en nuestros
-gloriosísimos anales. Se me olvidaba; allá, en una de las calles de
-Valladolid veíase pobre efigie en capilla oscurísima, no me acuerdo
-por qué calle. Extrañóme sobremanera que tal recuerdo proviniese
-de nuestros antiguos tiempos en que dejábamos morir á Camoens y á
-Cervántes en la miseria y desconociamos que el Gran Capitan nos
-trajo á Italia y Hernan Cortés Méjico. Una estatuilla, y de mujer,
-¡caso raro! Pregunté qué representaba, y me contestaron cosa que
-no me atrevo á creer completamente, por no haberla yo mismo en
-mis estudios confirmado. Contáronme que representaba una mujer,
-denunciadora al Santo Oficio de su propio esposo, como fiel en lo
-interior de su conciencia y de su casa á la religion protestante.
-El infeliz fué quemado en uno de los autos de fe más célebres que
-presenció aquella ciudad, y el Gobierno ó el vulgo, ó ambos á la
-vez, consagraron un recuerdo de agradecimiento indeleble en calle
-con<span class="pagenum" id="Page_238">[p. 238]</span>currida á una
-infamia tan grande..... ¿Será posible que no seamos más cuidadosos de
-nuestras glorias? ¿Será posible que no elevemos todavía monumentos á
-nuestros héroes, á nuestros navegantes, á los sabios de todos tiempos
-que han ilustrado nuestro nombre, á los artistas, á los poetas, á
-los oradores á quienes debemos la gran resonancia de nuestra lengua
-por todos los ámbitos de la tierra? Si los reyes absolutos han sido
-ingratos, que no lo sean los pueblos emancipados. Y donde quiera
-haya brillado un genio, que exista una señal de agradecimiento y una
-sombra de recuerdo. La corona de sus genios rodea con el etéreo limbo
-de la inmortalidad las sienes de los pueblos. Solamente la pobre
-Ofelia, loca, puede pisotear su corona, esmaltada de rocío, en la
-hora del suicidio.</p>
-
-
-<div class="apartado">
- <h3>II.</h3>
-</div>
-
-<p>Tasso no consagró á Sorrento los versos á que tenía derecho su
-hermosura, y Sorrento ha consagrado á Tasso la estatua á que tenía
-derecho su gloria. <i>La Jerusalen Libertada</i> es uno de los monumentos
-más grandiosos de la lengua italiana. Y en Italia frecuentemente os
-encontrais con<span class="pagenum" id="Page_239">[p. 239]</span>
-personas que guardan religioso culto á un poeta y que le dedican
-toda su existencia. Prosa, verso, biografías comentarios, cátedras,
-paréceles poco para su genio favorito. Y cuando no escriben
-oficialmente, hablan á todo el mundo del único asunto de su vida.
-Con uno de estos monomaniacos topé yo en mi último viaje á Sorrento;
-con uno á quien le habia dado la manía por el Tasso. No me dejaba
-ni á sol ni sombra, porque yo suelo tener una virtud rarísima, la
-virtud de escuchar. Contábame minuciosidades innumerables recogidas
-en libros y manuscritos indecibles sobre la vida de su héroe. Cierto
-frances, que viajaba por entónces y que tenía la nostalgia del
-café de Madrid y del boulevard de Montmartre, se indignaba contra
-aquel delirio por un poeta en cuya lectura sólo habia experimentado
-el dulce efecto de dulcísimo sueño. Aquí de nuestro loco; larga,
-larguísima disertacion acerca del Tasso y los franceses. Veintiseis
-años tenía cuando salió de Italia para Francia en la espléndida
-comitiva del cardenal Luis de Este, hijo de Hércules, Duque de
-Ferrara; exclamaba el infatigable comentador. La altísima intercesion
-de dos princesas fué necesaria para que el Cardenal admitiera en
-su servicio á quien él debia haber servido de rodillas como á un
-Dios de la poesía. El príncipe de la Iglesia, que iba á fomentar en
-la córte de Cárlos IX la<span class="pagenum" id="Page_240">[p.
-240]</span> fe católica contra la propaganda protestante, llevaba
-ochocientos criados, y entre ellos al poeta, á quien dió un cubierto
-en su mesa. Reclamó el Tasso algo más, y su protector convirtió
-la racion en soldada; pero estimándola á tan bajo precio, que
-apénas tenía el infeliz escritor con que satisfacer su hambre. Los
-cardenales de aquel tiempo eran más parecidos á príncipes de Asia
-que á discípulos de Cristo. El de Este, bastante avaro para regalar
-sólo con las migajas de su mesa al genio, cuyos versos debian regalar
-á la régia familia de Ferrara con el maná de la inmortalidad,
-donaba al criminal Cárlos IX, segun Muratori nos refiere, cuarenta
-caballos, todos con arneses riquísimos, sillas y mantas recamadas de
-pedrería, conducidos por cuarenta palafreneros cubiertos de seda y
-oro á la oriental usanza. Y estoy cierto de que el último parásito
-privaria en la córte de Ferrara más que el primer poeta de su tiempo.
-Entónces las cortesanas tenian sepulcros magníficos en las grandes
-iglesias, con epitafios compuestos por los primeros latinistas de la
-córte pontificia, como el elegantísimo consagrado á Imperia, mujer
-de tantas riquezas, todas alcanzadas por su hermosura, que cierto
-embajador admitido en su casa, no supo donde escupir, temeroso de
-manchar algun objeto de precio, y escupió en la cara de uno de los
-criados. Y miéntras tanto, el<span class="pagenum" id="Page_241">[p.
-241]</span> gran poeta se moria de hambre. Su pobreza era tal, que
-empeñó, para acompañar á su protector, en veinticinco libras várias
-cubiertas de cama, cortinas y tapices, restos del ajuar legado por su
-padre.</p>
-
-<p>En su viaje á Francia, le parecieron uniformes las campiñas de
-Normandía; incómodas las viviendas, todas de madera; grandes las
-iglesias; admirables los vidrios de colores; inconstante el clima,
-que pasaba en solo un dia de Abril á Enero; indóciles é inquietas
-las gentes; adorable la reina Catalina de Médicis; gran poeta el rey
-Cárlos IX; extrañas aquella Margarita de Navarra y aquella Princesa
-de Nevers, que llevaban en sus carrozas las cabezas de sus amantes
-tronchadas por la cuchilla del verdugo; bellas de color y finas de
-facciones las francesas; bajos de estatura los franceses; raquíticos
-los nobles y de escasas pantorrillas, aunque muy guerreros; plebeyas
-las letras y las ciencias, segun las castas que sabian cultivarlas;
-soberbios los caballos y frecuentes los torneos; incomparables los
-vinos, muy buenos para las sanas digestiones; flojos los parisienses
-y alejadísimos de la austeridad impuesta por Licurgo á Esparta. Pero
-tuvo que alejarse bien pronto de Francia, porque cayó de la gracia
-del cardenal de Este; y cayó de la gracia del cardenal de Este
-porque el príncipe de la poesía era mucho más<span class="pagenum"
-id="Page_242">[p. 242]</span> católico que el príncipe de la Iglesia.
-Así es que, apenado por el espectáculo de las discordias religiosas,
-políticas, civiles de Francia, pintó en una de sus sonoras octavas
-la nacion vestida de negro, como escuálida viuda; todas sus regiones
-ultrajadas; todas sus razas doloridas; vacante la corona; dispersas y
-dispendiadas las fortunas; opreso y enfermo el reino; y en la estirpe
-régia, herido el mejor vástago y su tronco desgajado por el rayo, <i>e
-fulminato il tronco</i>. Y en Francia se daba entónces á mediano poeta,
-por humilde soneto, riquísima abadía que rentaba diez mil escudos;
-y el mayor poeta de Italia, para salir de Francia, tenía que pedir
-prestados tres escudos, uno á cierta dama de su particular amistad y
-dos á un cofrade fiel y admirador ardentísimo.</p>
-
-<p>Despues de tan erudita é incoherente disertacion del comentador
-de Tasso, oida hasta el fin último, con paciencia de mi parte, y con
-impaciencia de parte del frances, quisimos ambos oyentes dirigir
-algunas observaciones al eterno orador. Yo no pude, pues el frances,
-más pronto y más resuelto, me ganó por la mano y dijo que el Tasso
-era incapaz de comprender toda la grandeza de Francia y de apreciar
-toda su hermosura cuando así maldecia de los franceses; y que no le
-extrañaba su fin desastrosísimo y su enfermedad cerebral, pues debió
-estar loco toda su vida, cuan<span class="pagenum" id="Page_243">[p.
-243]</span>do en el tiempo de la matanza de San Bartolomé le parecian
-poco católicos un rey supersticioso como Cárlos IX, una euménide
-inquisitorial como Catalina de Médicis, un prelado romano como Luis
-de Este, y un Papa infalible como Gregorio XIII. «Perdon, señor,
-repuso el italiano con su natural finura, unida á incontestable
-tenacidad, perdon; pero no hay sino leer á Ranke para convencerse
-de que Gregorio XIII no era un Papa tan severo y tan creyente como
-usted cree.»—«No sé lo que sería, ni me importa, replicó el frances;
-pero lo tengo por más competente en materias dogmáticas que á vuestro
-poeta. Y en confianza, y pidiéndole su vénia, voy á decirle algo
-desagradable. La locura contagia, y si no toma usted precauciones,
-puede contraer la enfermedad de su ídolo. Al fin volvióse loco él
-por una princesa hermosa y viva; pero tendria poca gracia volverse
-loco por un poeta fanático y muerto.» Nunca hubiera tocado nuestro
-interlocutor el tema de la demencia del Tasso. Allí ardió Troya;
-allí se abrieron de par en par las compuertas de la erudicion del
-comentador, que llevaba en dos dias hablados más de dos volúmenes en
-fólio acerca del poeta.</p>
-
-<p>«¡Locura! ¡locura! Hablemos de esto, dijo, hablemos, no á la
-ligera como del viaje á Francia; hablemos largamente. Vuelto el Tasso
-de su<span class="pagenum" id="Page_244">[p. 244]</span> excursion
-allende los montes, fué llamado á Ferrara por el espléndido Alfonso
-II, que le señaló alojamiento de príncipe en su palacio, cátedra
-de astronomía en su Universidad, y renta de ciento diez francos
-cincuenta y seis céntimos al mes en su presupuesto, cantidad bien
-superior á los miserables veintiun francos mensuales recibidos por
-el Ariosto en otro tiempo, y celebrados en el cántico décimocuarto
-de su <i>Orlando</i>. Á todos estos cargos reunió el de historiógrafo
-y secretario del príncipe, mediando entre ambos tal amistad y
-confianza, que Tasso le dirigia memoriales en verso para pedirle, por
-ejemplo, una bota de vino del Pausílipo, y en verso le contestaba el
-magnífico protector al acceder á su demanda, decretar el memorial
-y regalársela. Siete años duró esta amistad entrañable, siete años
-de no interrumpida concordia, hasta el dia funesto en que hirió á
-todos la fatal noticia de la extraña reclusion de tan ilustre como
-desgraciado genio.»</p>
-
-<p>Supongo que habréis ido á Ferrara y que habréis estado á punto
-de llorar en la estrecha cárcel atribuida por todos á la crueldad
-de Alfonso II y á la pasion de Torcuato Tasso. Pues acerca de aquel
-extraño lugar andan divulgadas las mismas exageraciones que acerca
-de los plomos de Venecia. Entónces pude yo coger la palabra y decir,
-poco más ó ménos, lo siguiente: «Es ver<span class="pagenum"
-id="Page_245">[p. 245]</span>dad, un dia el poeta de la duda y de la
-desesperacion, el genio que dejára su sede en la Cámara de los lores
-de Inglaterra por la sombra de los pinos de Italia y por los escollos
-de las costas del Adriático, lord Byron, bello y pervertido como
-Satanas, en las exaltaciones diabólicas de su inspiracion y en los
-espasmos febriles de su delirio, llegó á Ferrara, visitó el calabozo
-henchido por las lágrimas y por los suspiros del poeta mártir, y
-se estuvo allí encerrado durante dos horas en contínua agitacion,
-dando paseos desmesuradísimos por aquella jaula, rompiéndose casi la
-frente en sus paredes, como para absorber todas las tristezas allí
-amontonadas, y considerar el sol de la prision que palidece al traves
-de las rejas espesas, el reflejo de la retina ardiente que se clava
-en la bóveda negra, la huella del cuerpo tendido en la fria losa, el
-sitio donde apercibian una comida semejante á la podre del sepulcro,
-las sombras en que los cánticos al amor y las elegías á la amistad se
-mezclaban á los latigazos de los loqueros crueles y á los horribles
-gemidos y á las histéricas carcajadas de los locos vecinos; todos los
-dolores de un cuerpo destrozado por el tormento y todas las penas de
-un alma herida por la ingratitud y por la injusticia.»</p>
-
-<p>«La visita al oscuro calabozo, añadió el italiano, inspiró á Byron
-una lamentacion que por<span class="pagenum" id="Page_246">[p.
-246]</span> cierto no se parece en nada á las lamentaciones de
-Jeremías, hueca de tono, exagerada de frase, declamatoria de
-estilo, vacía de ideas, indigna de las otras obras maestras con
-que ha honrado su nombre de poeta y ha enriquecido la literatura
-de nuestro tiempo. Pero lord Byron materialmente perdió su trabajo
-y su poesía. La madriguera estrecha y oscura, llamada prision del
-Tasso, no encerró jamas al gran poeta, ó lo encerró por tan breves
-dias, que en verdad no valia la pena de tantas exageraciones. Fué
-privado de libertad, si se quiere preso, en el mismo edificio donde
-señalan los guías su prision, allí, en el hospital de Santa Ana, en
-el manicomio, pero no en el mismo cuarto donde le hubiera faltado luz
-y espacio para escribir, como escribió por aquellos dias, cánticos
-enteros de su poema y diálogos magistrales de su filosofía. El Tasso
-se vió privado de la amistad de su príncipe, y recluido en lo que
-hoy suele llamarse á la francesa una casa de salud, y á consecuencia
-de esto sus lamentos, que, como todos los lamentos del genio, han
-penetrado en el corazon de la posteridad y lo han herido de mortal
-dolor. Para explicaros esta desgracia, comenzad por una cosa; por
-que Tasso padecia ya de esa demencia ingénita á todo exceso de
-facultades extraordinarias, al exceso de sentimiento y al exceso
-de imaginacion, á las exaltaciones del carác<span class="pagenum"
-id="Page_247">[p. 247]</span>ter y de la idea. Esta exaltacion se
-agravaba con aprensiones tales, que creia al mundo entero conjurado
-contra su honor, contra su nombre, contra su vida. La tenacidad de
-esta aprension llegó á intensísima monomanía. El cardenal de Albano
-le llamaba en sus amistosas cartas gravemente enfermo, y le pedia
-con verdaderas instancias que para libertarse de aprensiones y
-sospechas se dejára purgar por sus médicos, aconsejar por sus amigos
-y dirigir por sus patronos. Pero Tasso tenía tal horror á la córte,
-que cuando escribia á las gentes de su mayor confianza les rogaba no
-empleáran de ninguna manera en él artificios maléficos, ó lo que es
-igual, artificios cortesanos. Así, consistió la causa primera de su
-desgracia en el desasosiego con que soportaba su estancia entre los
-Estes y en el deseo que tenía de partirse á otras ciudades y trabar
-amistades con otros príncipes. Como hubo papa de aquellos tiempos
-dispuesto á declarar guerra á vecina república por retener excelso
-pintor, hubo príncipe capaz de atormentar al sumo poeta por haber
-querido marcharse á la córte de otro príncipe.</p>
-
-<p>«Á pesar de todo esto, el Tasso tuvo durante su prision
-habitaciones cómodas; tiempo de vagar sobrado; visitas de príncipes
-reinantes, como el Duque de Mantua; veraneos en la quinta de la
-bellísima princesa Marfisa de Este y disertacio<span class="pagenum"
-id="Page_248">[p. 248]</span>nes sobre la naturaleza del amor;
-regalos de libros como las maravillosas obras de Aldo el jóven, que
-son todavía monumentos de la imprenta; lecturas profundas, como la
-<i>Suma Teológica</i> de Santo Tomás y las <i>Historias políticas</i> del
-cardenal Bembo; consultas que podrian satisfacer su amor propio,
-como la de Francisco Terzi, grabador celebérrimo, que iba á pedirle
-consejo sobre ilustraciones y estampas; oro enviado en escudos
-sonantes y contantes por el Duque de Guastala; ofrendas en los versos
-del poeta boloñes Julio Segui; satisfacciones en las magníficas
-estampas trazadas para su poema por Bernardo del Castello; afectos,
-como la amistad del Padre Ángel Grillo, sapientísimo benedictino, el
-cual se encerraba en la estancia del poeta á departir sobre arte y
-religion, prefiriendo aquel encierro á todas las libertades y aquel
-dolor á todos los placeres; y excursiones de carnaval en los bailes
-indescriptibles de Ferrara, imitacion de los tiempos clásicos, donde,
-vestido de tisú y acompañado de otros gentiles hombres, danzaba, y
-bromeaba, y bebia hasta caer rendido de gozo y de fatiga.</p>
-
-<p>«Mas era tan pueril, que se atraia la cólera de los carceleros con
-sus caprichos; tan raro, que se daba por demente con gusto, diciendo
-que de igual enfermedad padecieron el griego Solon y el romano Bruto;
-tan cambiante de humor, que<span class="pagenum" id="Page_249">[p.
-249]</span> mostraba en pocos momentos excesos de placer y de
-pena, como de garrulería y de silencio; tan indócil, que no tomaba
-ninguna medicina desagradable al paladar y olfato; tan cuidadoso de
-su persona, que disponia para vestir en la reclusion los mejores
-terciopelos de Génova, y los gorros de dormir más historiados y
-ricos; tan goloso, que importunaba á sus amigos en demanda de libras
-de fino azúcar para las ensaladas; tan confiado, que le robaban y
-despojaban de todo sus domésticos y compinches; tan pedigüeño, que
-reclamaba de sus visitantes hasta las medias de seda que llevaban
-puestas; tan desgraciado, que los médicos no le cuidaban porque jamas
-les pagaba las consultas, y lo recibian los tristes hospitales con
-frecuencia, porque en mil ocasiones no contaba con otra vivienda
-ni otro abrigo; tan desconocedor de sus aptitudes y facultades,
-que los escasos recursos recibidos de providenciales herencias los
-evaporaba en pleitos dañosos á su salud y á su hacienda, á su gloria
-y á su nombre; tan tímido, que la menor crítica le descorazonaba,
-precipitándole desde las cimas de un orgullo sin medida, en el abismo
-de una desesperacion sin límites; desgraciado por todo, especialmente
-desgraciado por su propio carácter y por la guerra á muerte que se
-hacía á sí mismo en contínuos tormentos.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_250">[p. 250]</span></p>
-
-<p>«Sacamos, dijo el frances, en limpio dos cosas: primera, que no
-hubo tal demencia en Tasso, y segunda, que se debió su prision, dulce
-ciertamente, no á desgracias de amor, á desgracias de córte.»—«Hará
-unos veinticinco ó treinta años, añadió nuestro italiano, tratóse
-largamente de las causas de esa prision y de esa locura. Un profesor
-pisano sostuvo que habia sido encarcelado el Tasso por su pasion á la
-princesa Leonor, hermana de Alfonso II, y un historiador florentino
-sostuvo que por haber intentado pasar del servicio de la casa de
-los Estes al servicio de la casa de los Médicis. Considerable
-apuesta se propuso entre los dos contendientes, sometida primero al
-Instituto de Francia y despues á las Academias de Italia, que nunca
-dictaron la sentencia ni resolvieron el asunto. Y salió un señor
-con manuscritos de Montpellier, y otro con manuscritos de Roma, y
-otro con manuscritos de Ferrara, sosteniendo cada cual su version,
-y alguno la singularísima de que Tasso tuvo amores con las tres
-hermanas del duque Alfonso de Ferrara y hasta con su mujer doña
-Bárbara. Lo cierto es que encarándose el poeta con el Duque le dice
-en magníficos versos: «Puedes arrancarme, poderoso señor, la vida,
-que tal es de los monarcas el derecho; pero á causa de haber escrito
-del amor, al cual nos invitan el cielo y la naturaleza, arran<span
-class="pagenum" id="Page_251">[p. 251]</span>carme esta razon mia,
-centella de la divina bondad, no puedes, porque sería el crímen de
-los crímenes. Te pedí perdon y lo negaste. ¡Ah! Me arrepiento de
-haberme arrepentido.» Confesad que el príncipe pecó de sufrido, dada
-la naturaleza de aquellos rudos tiempos, pues uno de sus parientes,
-un cardenal, en la misma Ferrara, arrancó los ojos á hermoso mancebo
-de sangre real, porque su hondo y deslumbrador mirar habia fijado
-una vez la atencion de bella dama. Aparte de todo esto, confesad
-conmigo que ningun poeta italiano puede compararse con el Tasso en la
-hermosura de la forma, en la riqueza y armonía de la lengua, en la
-dulzura de los versos, en la correccion del estilo, en el encanto de
-la rima, en la viveza de los sentimientos, en la severa majestad del
-conjunto de sus obras, en la sobria sencillez, verdadera señal de la
-mezcla feliz del gusto con el genio.»</p>
-
-<p>Confesaré cuanto queráis, dije yo al entusiasta defensor del
-Tasso; pero le creo poeta de decadencia, á pesar de pertenecer, por
-su estilo, á los tiempos de la más clásica y más consumada perfeccion
-literaria. Poeta que no presiente en su corazon y no adivina en su
-inteligencia y no se anticipa á su tiempo, carece para mí de la
-facultad esencialísima al genio; carece del don de profecía. Cuando
-os abismais en los profundos senos de la<span class="pagenum"
-id="Page_252">[p. 252]</span> epopeya católica; cuando recorreis la
-sátira maravillosa que ha enterrado la caballería feudal; cuando
-asistís á <i>La Vida es sueño</i>, de nuestro genio dramático, y á <i>El
-Hipócrita</i>, del genio cómico frances, lo que más hiere vuestro ánimo
-y lo trasporta, aparte del sentimiento y del arte, está en las
-mágicas y sobrenaturales intuiciones de lo porvenir. Pero un poeta
-cortesano que pasa su vida mendigando, de puerta en puerta, el favor
-de los príncipes y cardenales; más papista que el férreo papa Pío V;
-más monárquico que el siniestro monarca Cárlos IX; exaltado hasta
-aplaudir las persecuciones y las guerras religiosas; impasible ante
-la carnicería de la trágica noche de San Bartolomé; un poeta así, no
-siembra ninguna de esas ideas, ni despierta ninguno de esos afectos
-que vienen á ser como los hilos misteriosos con los cuales se teje
-la urdimbre de la vida y se prepara á la iniciacion del progreso
-el espíritu de las generaciones por venir. El Dante hiere en lo
-vivo, profundiza en el abismo, sorprende el secreto de aquellas sus
-edades, eleva la conciencia en el altar de lo eterno, como una hostia
-consagrada; tiene con los dolores profundos y las adivinaciones
-sobrenaturales toda la colosal grandeza de los profetas hebraicos,
-de Isaías y Jeremías, los cuales, valiéndose de los símbolos y de la
-lengua de lo pasado, fulguran el alma y el pensamiento de ge<span
-class="pagenum" id="Page_253">[p. 253]</span>neraciones todavía
-perdidas en la nada, pero evocadas ya de las sombras, y prontas á
-entrar en la existencia, merced á este soplo creador que ha pasado
-por el abismo de los tiempos como un llamamiento de la eternidad.
-El Ariosto mismo, lleno de gracia y de vida, ébrio de pensamientos,
-exaltado de pasiones; con aquella risa que roba á la alegría clásica,
-con aquella vena de invencion que agota las fuerzas creadoras del
-genio, con aquella selva de ideas que produce en el suelo manchado
-de torvo feudalismo; burlándose de las instituciones más fuertes y
-de las leyes más admitidas; abriendo el cielo encantado de su mágica
-invectiva al delirio de los sentidos despiertos tras tantos siglos
-de sueños místicos, personifica, medio pagano y medio cristiano, en
-aquellas orgías de su inspiracion y en aquella pascua de universal
-regocijo, toda la grandeza del Renacimiento.</p>
-
-<p>Al reves, el Tasso canta un hecho, la toma de Jerusalen, que
-conmovió á Europa en el siglo undécimo y en el siglo duodécimo,
-pero completamente ajeno á su tiempo, y mucho más á los tiempos
-posteriores. ¡Guárdeme Dios de ignorar ó desconocer toda la belleza
-contenida en el gran movimiento religioso que levanta nuestras
-razas occidentales, aisladas por el feudalismo, y las junta y las
-arroja sobre el Oriente! Al convertir há<span class="pagenum"
-id="Page_254">[p. 254]</span>cia las cruzadas los ojos, veis, entre
-arreboles de poesía, los pobres ermitaños que, con severo sermon en
-los labios y el tosco crucifijo en las manos, suscitan la guerra
-santa y divierten el ánimo de las luchas feudales para llevarlo á
-otras empresas más altas; las públicas invocaciones á Dios, que
-suben á los siervos desde el terruño y bajan á los señores desde
-el castillo; las hileras de mondados huesos que se extienden de
-Europa al Asia, fecundando el suelo y la conciencia; la antigua
-Constantinopla, aparecida en medio de nosotros con sus resplandores
-y sus recuerdos; el Egipto y sus misterios, resucitados á la voz y
-al rumor de aquellas legiones sin número, movidas por una idea y
-realizando la contraria, movidas por la idea teocrática y abriendo
-su iniciacion á la democracia; las deliciosas orillas del Oriente
-y del Cidno, sembradas de penitentes, á un tiempo en oracion y en
-armas; los jardines de Dafne, impregnados de paganismo y cantados
-por los poetas de la naturaleza junto á las abrasadas arenas del
-desierto, reveladoras de la unidad divina á los sacerdotes del
-espíritu; las flotas de Venecia, y de Pisa, y de Génova trayendo
-sus vientres henchidos por los productos del comercio, y sus velas
-hinchadas por la brisa de la libertad; Antioquía, con sus altos muros
-y sus quinientas torres; Damasco, embriagada con los aromas de sus
-flo<span class="pagenum" id="Page_255">[p. 255]</span>ridos bosques;
-los cedros del Líbano, bendecidos por el profeta, que sirvieron á
-Tiro para sus naves, á Salomon para su templo, á Alejandro para
-el lecho donde debia juntar los dioses de Grecia con las ideas de
-Oriente; la Palestina, la tierra de los patriarcas, con más ánsia
-buscada por los nuevos cruzados que por los antiguos israelitas, y
-libertando, como á los unos del cautiverio de los Faraones egipcios,
-á los otros del cautiverio de los caballeros feudales; el torrente
-Cedron, donde corrieron las lágrimas de David, y el monte Olivete,
-donde manaron los sudores de Cristo, y el Calvario, donde se consumó
-el sacrificio de la Redencion, y el sepulcro, donde estuvo entre los
-átomos de la tierra el que ahora está entre los ángeles del cielo;
-la toma de Jerusalen, cuyas mezquitas se empaparon tanto en sangre
-que llegaba hasta la cincha de nuestros caballos; las elegías de los
-árabes, á quienes sólo quedaba, si vivos, el lomo de sus camellos
-para huir, y si muertos, el estómago de los buitres para enterrarse;
-la figura mística de Godofredo de Bouillon, el rey-vírgen que no
-puede ceñirse una corona de oro allí donde Cristo llevára una corona
-de espinas; la figura poética de Tancredo, en el cual se personifica
-el genio de la caballería; las órdenes militares, con sus cruces
-rojas sobre sus túnicas blancas, y las órdenes monásticas que
-re<span class="pagenum" id="Page_256">[p. 256]</span>sucitan por un
-momento la antigua fecundidad moral de la Tierra Santa: grandiosa
-epopeya donde verdaderamente el espíritu moderno sufre una de sus
-más bellas metamórfosis y la humanidad una de sus más admirables
-trasfiguraciones.</p>
-
-<p>Pero el Tasso canta este hecho con el espíritu de la Edad Media.
-Compañero de los cruzados, su poesía hubiera sido maravillosa entre
-los espejismos del desierto y los dolores de la guerra. Despues de
-tres ó cuatro siglos que las cruzadas se han interrumpido, y San
-Luis ha muerto, y Cárlos de Anjou ha despojado, á guisa de pirata,
-los últimos cristianos dispersos, y la órden de los Templarios se ha
-disuelto por las maquinaciones de los reyes, y la rápida victoria
-de Federico II se ha malogrado por la invasion de los tártaros, y
-las huestes de Juan de Brienne han retrocedido á las inundaciones
-del Nilo, y los que iban resueltos á reconquistar Jerusalen se han
-contentado sólo con establecer un Imperio latino en Constantinopla,
-y los mismos pueblos cristianos han reclamado que los libertáran
-de los cruzados por temor á las depredaciones, y Felipe Augusto y
-Ricardo Corazon de Leon sólo han sabido luchar entre sí, más que
-luchar con sus comunes enemigos, y Federico Barbaroja ha muerto
-en las fatales aguas del Cidno, y Conrado III ha vuelto casi
-solo, y Luis VII casi deshonrado de la se<span class="pagenum"
-id="Page_257">[p. 257]</span>gunda cruzada, y Saladino, despues de
-derrotar á los francos en Tiberíades, ha reconquistado á Jerusalen y
-destruido la obra de Godofredo, entregando la ciudad á los árabes;
-francamente, despues de todo esto, la epopeya del Tasso es una pura
-epopeya erudita, académica, arqueológica, cual esos poemas latinos
-consagrados en los albores del Renacimiento, por Petrarca, á Escipion
-y al África.</p>
-
-<p>El Tasso pertenece á un período de reaccion religiosa y política,
-al período en que los Papas restauran, merced á la energía de Pío V,
-su poder quebrantado, miéntras Felipe II extiende su sombra letal en
-Francia por medio de los Valois, sometidos á su yugo, y en Alemania
-por medio de los Austrias, desgajados de su familia, exacerbándose
-la Inquisicion en todas partes y viéndose persecuciones y matanzas
-como la inolvidable de aquella noche triste en que una poblacion
-entera fué cazada por las calles de París, cual alimañas feroces por
-montes y por selvas, al toque de la campana, cuyos religiosos acentos
-debieran recordar la caridad y la mansedumbre de Cristo á los crueles
-cristianos. Ya la libertad ha muerto en las ciudades italianas;
-los titanes se han tristemente encerrado en su sepulcro; el arte
-ha caido en la exageracion y en la extravagancia; los jesuitas
-han levantado sus abigarradísimos templos<span class="pagenum"
-id="Page_258">[p. 258]</span> faltos de toda inspiracion religiosa.
-Las escuelas decadentes de Nápoles y de Bolonia han reemplazado á las
-bellísimas escuelas de Roma, de Venecia, de Umbría, de Florencia;
-la escultura ha trocado en monstruos las piedras ántes cinceladas
-por Sansovino y Buonarroti; las asambleas de los pueblos se han
-sustituido con las artificiosas córtes de los príncipes; y en aquella
-universal degeneracion, la obra del Tasso no podia ser más que una
-obra de reaccion y por consiguiente, de decadencia y de muerte. La
-misma aparatosa decoracion de una arquitectura teatral y la misma
-falsedad de un cincel exagerado, y la misma hipérbole de una pintura
-convencional, y la misma naturaleza contrahecha en los jardines de
-los príncipes, y la misma falsa mitología de la última época de Julio
-Romano, y la misma falsa religion de los Carraccios, y los adornos
-riquísimos de las mundanas iglesias de los jesuitas, que nada dicen
-ni al corazon ni á la conciencia, y el decaimiento universal de
-Italia esclava: todo eso encuentro en la epopeya del Tasso, unido
-á un esplendor de forma, á una armonía de versos, á una belleza de
-lenguaje, que no bastan á ocultar todo el artificio de su fondo y
-toda la pobreza de su idea.</p>
-
-<p>Mirad lo que verdaderamente ennoblece al Tasso; lo que sobre
-todo le eleva es aquello mismo destruido por vuestra erudicion,
-la cual será,<span class="pagenum" id="Page_259">[p. 259]</span>
-si quereis, grande, pero tambien inoportuna; lo que le eleva y le
-ennoblece es su desgracia, su inmensa desgracia, ó mejor dicho, su
-vida, su tormentosa vida. No apagueis esa aureola al soplo frio
-de la crítica. Ya ha pasado al mundo como la personificacion más
-augusta en la historia de las tristezas y de los dolores del ingenio
-y del amor. Yo le quiero tal como le presenta la tradicion poética
-en sus ensueños de gloria y lo detesto en vuestras disecciones de
-embalsamador. Dejadme creer que ha sido como nosotros lo ideamos y
-no como vosotros le habeis puesto. Byron expresó admirablemente,
-en esa misma elegía tachada de ampulosa, el dolor de Tasso, cuando
-puso en sus labios estas palabras: «Me han condenado porque tú eres
-bella y yo no soy ciego.» Admiro al autor de <i>La Jerusalen Libertada</i>
-en el calvario que ha levantado la tradicion y véole allí en la
-verdadera gloria que le ha ceñido de inmortal diadema las sienes.
-Paréceme descubrir en los jardines de Ferrara, entre los bultos de
-los poetas, á la sombra de los árboles, bajo coronas de laurel y en
-altares de mirto, los versos pareados que tallaba en los troncos,
-celebrando misterios de la poesía y del amor. Paréceme que veo las
-jóvenes princesas, vestidas de pastoras como en las églogas y en los
-idilios, tejer guirnaldas con flores todavía humedecidas del rocío
-para coronar la frente de<span class="pagenum" id="Page_260">[p.
-260]</span> los genios inmortales, y departir en diálogos platónicos,
-dignos de Hipatia, sobre si el amor de los poetas abraza todas las
-cosas creadas é increadas en su ideal, ó se fija sobre un solo sér,
-porque esa religion no puede admitir más que un solo Dios. Oigo
-á unas decir que Tasso recibe en su seno los efluvios del amor
-universal y canta á la lejana estrella, enardecido por una pasion
-imposible; y decir á otras que el ruiseñor tiene su nido en la tierra
-y ama algun sér más hermoso, y más animado, y más semejante á él, y
-más cerca de su corazon y de sus labios que la lejana estrella de
-la noche. Nos acostumbramos á fingir los poetas, serenos como sus
-estatuas, envueltos en sus túnicas blancas como las nubes, ceñidos
-del laurel de la inmortalidad, ocultos en bosques de mirtos al borde
-de la Castalia fuente, acompañados por los Elíseos Campos de coros
-que entonan odas sin fin de admiracion y culto á su estro y á su
-gloria. Pero el genio es una hoguera, el amor en él, un tormento;
-las nobles aspiraciones, una pasion sin esperanza; las obras en que
-encarna su sér, un parto homicida; y la corona que ciñe á sus sienes
-algo abrasador y letal como los rayos de un sol demasiado vivo que,
-encendiendo la sangre en el cerebro, al cabo produce la muerte. El
-genio ve su idea en lo infinito, y sus medios de expresion en lo
-finito. Ve una luz ideal,<span class="pagenum" id="Page_261">[p.
-261]</span> divina, inefable, y tiene que encerrarla en el tosco
-barro de la forma. Esta desproporcion entre lo que piensa y lo que
-expresa, le causa tormentos indecibles. Y si concluido su trabajo
-lo contempla, al verlo cuán léjos está del ideal, se vuelve airado
-contra sí mismo, contra sus obras, contra los pedazos de su corazon
-y de sus entrañas, contra los hijos del alma, siempre en el potro
-de indecibles tormentos, abrumado por la inmensa pesadumbre de su
-triste superioridad, y enardecido por la llama invisible y ardiente
-de su genio. Creedlo, su corona de gloria es una corona de espinas,
-el licor de la inmortalidad un brevaje de hiel y vinagre, la luz que
-sobre los demas proyecta una llama, en la cual se abrasa tristemente
-sin consumirse jamas. Tal es el genio, tal sus dolores y sus
-tormentos. Y por eso Tasso, que los personifica en tan alto grado,
-es mayor á causa de su vida tormentosa que á causa de su correcta
-obra.</p>
-
-<p>Su apoteósis está en su desgracia. La naturaleza ha dado al
-Tasso todos sus dones; le ha puesto inspiracion inagotable en la
-mente, lira inmarcesible en las manos, corazon pronto al amor en
-el pecho, corona de genio en las sienes, vista para alcanzar las
-ideales formas sobre las formas reales de los seres en los ojos,
-palabra tan armoniosa como un cántico en los labios, fuerza bas<span
-class="pagenum" id="Page_262">[p. 262]</span>tante á contener con la
-idealidad eterna la realidad pasajera, con las cosas los arquetipos,
-con la luz del pensamiento la llama de las pasiones; y luégo,
-cuando ha venido con esos dones de otro mundo superior á este bajo
-mundo, se ha estrellado contra todos los límites de la universal
-contingencia, se ha herido en todas las espinas de nuestras selvas de
-abrojos, se ha asfixiado en esta atmósfera cargada con las cenizas
-de la muerte, y el recuerdo de su patria ideal y el resplandor de
-sus lejanos cielos sólo han servido para aumentar las tristezas de
-su destierro. Así ha nacido poeta y grande poeta en una edad en que
-se han agotado, sobre el suelo de su Italia esterilizada por los
-tiranos, todas las fuentes de poesía. Sobre los tiempos que cantaba
-habian pasado cuatro siglos; y el Sepulcro, cuyo rescate celebrára,
-estaba en manos de los infieles, guardado por los perros de Mahoma.
-La libertad sufria eclipse no ménos triste y no ménos largo que el
-arte y la conciencia. Como todos los sacerdotes del pensamiento,
-habia nacido para las libres asambleas de los pueblos, y su negra
-estrella le lanzó en las esclavas córtes de los príncipes. Así no
-hay sitio por donde haya pasado el mártir que no esté oscurecido
-por uno de sus dolores y regado por una de sus lágrimas. En las
-sombrías paredes del Louvre, á las orillas del Sena, se ve su<span
-class="pagenum" id="Page_263">[p. 263]</span> sombra triste como
-las nieblas del rio, comparando el resplandor que da en el mundo
-la corona de poeta, tejida por la mano de los ángeles, y la corona
-de monarca, forjada por la mano de los hombres. En los jardines de
-Ferrara, á la sombra de aquellos bosques, se ven sus ojos que buscan
-los ojos de una princesa, apartada de su corazon por los abismos
-insalvables de las supersticiones seculares y de sus artificiosas
-jerarquías tan opuestas á las jerarquías naturales en el universo.
-Los edificios de la risueña córte de los Estes se hallan oscurecidos
-por aquellos tormentos del genio que rayaron en locura y por aquellos
-recelos del tirano que rayaron en crueldad. Aquí en Sorrento respira
-todo alegría; la vegetacion que enriquece este suelo bienhadado; la
-luz que brilla en esos horizontes diáfanos; el labriego y el marinero
-que fecundizan las tierras y las aguas; los pueblos que conservan
-el antiguo genio de Grecia; todo, ménos la tristísima sombra del
-Tasso, que se pasea por estas orillas y que evoca el momento de su
-vuelta, solitario y receloso como un bandido, á presentarse con
-la pobre túnica de tosco pastor á las puertas del hogar. En Roma,
-en el monasterio de San Onofrio, sitio de su muerte, el recuerdo
-de la agonía del poeta cuadra á todos los fúnebres objetos que os
-circundan. ¡Cuántas veces allí, á la sombra de un cipres fúnebre,
-recostado<span class="pagenum" id="Page_264">[p. 264]</span> sobre
-los restos de una columna rota, junto al cenobio triste como oscuro
-panteon, al eco de la campana, perdido en los solitarios claustros
-y del rezo murmurado por los penitentes monjes, últimos huéspedes
-de aquellos lugares desiertos, he contemplado la lejana Vía Apia
-con sus hileras de sepulcros amontonados como las generaciones en
-el juicio final, las colosales ruinas por cuyas grietas vagan, como
-fuegos fatuos, las ideas muertas; los templos solitarios, sin culto
-y sin ceremonias, habitados por los cuervos en vez de ser habitados
-por los dioses; los campos de batalla henchidos todavía de sangre,
-engendrando con sus letales vapores eternos remordimientos en la
-conciencia humana; las lagunas pontinas, semejantes á inmensos
-depósitos de lágrimas, despidiendo en nubes de extraña forma y
-sombríos matices el hálito de la muerte; los ángeles exterminadores
-levantándose de tantos seculares despojos para vagar por esta
-necrópolis del mundo, por esta catacumba de todas las creencias, por
-este sombrío Josafat de la historia! Entónces, toda la vida del poeta
-subia tristemente á mi memoria. Veíale tierno, y desposeido á los
-primeros años de su madre, libre, y obligado al oficio de cortesano;
-inspiradísimo, y buscando la fuente de sus inspiraciones allá en
-las cenizas de los recuerdos; filósofo, y caido en el infierno de
-la intolerancia<span class="pagenum" id="Page_265">[p. 265]</span>
-religiosa; católico, y en pos de figuras ménos que paganas, figuras
-mágicas, surgidas al conjuro de los sortilegios de Oriente; poeta, y
-en vez de adelantarse á lo porvenir, descaminándose y perdiéndose en
-lo pasado; brillante de genio, y eclipsado entre los ornamentos de un
-palacio; henchido de amor, y sin saber ni él mismo, ni la posteridad
-siquiera, á qué mujer amaba; destinado á embellecer, tanto la lengua
-como la literatura patria, y oscurecido por todas las sombras,
-y ahogado en todas las penas, y puesto en el potro de todos los
-tormentos; nacido para dominar, y dominado; para lucir, y perseguido;
-para consolar, y desgraciado; para encantar, y siempre entre
-angustias; adorando, como Reinaldo, la magia de una hechicera que
-toma mil formas y que le trastorna el seso, imágen de un deseo jamas
-realizado; hiriendo de su propia mano la poesía que le consolaba,
-como Tancredo á Clorinda; próximo á recoger en la cima del Capitolio,
-al ocaso de su vida, la corona de mirtos y laureles con que soñara
-á todas horas, é interrumpiéndole en aquel momento, al instante
-de su triunfo, la muerte, para que ni siquiera en el sepulcro
-tuviera reposo alguno su eterna inquietud, ni alivio y consuelo sus
-dolores.</p>
-
-<p>El genio es mortal para aquel que lleva su voraz llama en la
-frente. Un grande artista, un<span class="pagenum" id="Page_266">[p.
-266]</span> grande poeta, un grande filósofo dobla en los demas los
-goces de la vida, y en sí mismo solamente dobla de la vida las penas.
-Los que están alrededor del genio se alumbran con su luz y se animan
-con su calor; pero él se consume, y se disipa, y se desvanece. Esa
-luz ó esa lumbre del hogar, ¡cuán grata es para los que en torno
-de su llama se juntan; pero cuán devoradora para la pobre mecha ó
-para la pobre tea que lo produce! La corona que tiene sobre las
-sienes el verdor del laurel, tiene sobre las almas el reflejo del
-martirio. Acontecimiento lejano, dolor extraño, astro apartadísimo,
-aereolito errante, chispa eléctrica perdida, vapor disipado en los
-aires, lágrimas evaporadas de las mejillas, ideas muertas, ensueños
-febriles, todo aquello que en el vulgo de los mortales no ejerce
-ningun género de influjo, apena al sér extraordinario en cuya alma
-individual penetra con el espíritu de la humanidad el espíritu de la
-naturaleza. Un sér que padece por todos los seres, no puede eximirse
-del dolor que le trae la propia grandeza. El amor será en él como una
-pasion que nunca se satisface, la verdadera pasion de lo infinito.
-Ya adore á la Beatriz ideal que ha pasado como una primavera por la
-tierra y se ha ido entre los astros del firmamento; ya á la hermosa
-Laura, asentada en otro hogar, esposa de otro hombre, madre de hijos
-que no son hi<span class="pagenum" id="Page_267">[p. 267]</span>jos
-del poeta; ó ya á la mágica Armida, engañosa como la serpiente,
-este amor tendrá en parte la levadura de tosca realidad, pero en
-su parte mayor la esencia de lo ideal. Y este ideal, como un fuego
-sutil, abrasará su sangre y calcinará sus huesos, y devorará su
-existencia, no habiendo para ellos ni más consuelo, ni más remedio,
-ni más narcótico que el veneno de la muerte. Imaginaos á Tasso, que
-ha soñado toda su vida un triunfo semejante al triunfo de Petrarca,
-con una palma y un laurel en la cima del Capitolio, eterno templo
-de la gloria. En el penoso trabajo de la creacion contínua, le ha
-sostenido esa esperanza. En las tristes amarguras de la realidad, le
-ha consolado ese espejismo. Y llega la hora, y se acerca el momento.
-Y en su fiebre ve el triunfo. La colina sagrada del Capitolio está
-pronta; el palacio de los senadores, engalanado como para una fiesta
-de la antigua historia; las escalinatas que conducen á la cima,
-henchidas de pajes y de alabarderos, en cuyas armas y en cuyas
-preseas se refleja el sol de la Ciudad Eterna; el pueblo romano,
-en las calles que avecinan, anhelante por aclamar y aplaudir;
-procesion de jóvenes vestidos de escarlata le precede; el Senado
-le acompaña, el Papa le aguarda en su trono, las músicas entonan
-himnos, y el laurel va á tocar á sus sienes, y cuando ve, y toca, y
-palpa todo esto con verda<span class="pagenum" id="Page_268">[p.
-268]</span>dera ánsia, muere, y sólo recibe el frio contacto de la
-guadaña y el triste asilo de una oscura tumba fria y desolada, cuyo
-único ornamento está por muchos siglos en las dos sencillas palabras
-de su nombre. ¿No os parece una imágen de la humanidad, y de sus
-dolores sin tregua, y de sus esperanzas sin realizacion, y de sus
-aspiraciones sin término, y de su eterno prolongado martirio? La
-grandeza del Tasso está toda entera, más que en la hermosura de sus
-poemas, en la inmortalidad de sus dolores. Aquel laurel, que no puede
-ceñir á sus sienes, ha brotado de su tumba, y crece hasta llenar la
-eternidad, regado por las lágrimas de cien generaciones. Su miseria
-es su gloria, y sus tormentos su triunfo, y sus dolores su Tabor.
-La humanidad preferirá siempre á todas las glorias la gloria del
-martirio.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_7">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_269">[p. 269]</span></p>
- <h2 class="nobreak">LOS GÜELFOS Y LOS GIBELINOS DE ROMA.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_271">[p.
-271]</span>La nacionalidad italiana, hasta ahora, ha cambiado la
-superficie, pero no ha cambiado el fondo de la Ciudad Eterna. La idea
-que en Roma domina es la sublime idea de la muerte, y su necesario
-complemento, la idea de la eternidad. En vano las instituciones
-modernas brotan sobre las moles de los tiempos antiguos; como los
-festones de hiedra sobre las ruinas, sólo sirven para acrecentar la
-solemnidad y la tristeza. ¡Ah! Lo presente nada vale aquí donde las
-generaciones comparan á cada instante y á cada paso la propia fugaz
-brevedad con los momentos eternos. Los celajes de lo porvenir se
-cierran á la vista. La idea de lo porvenir habita esas regiones de
-América, del Nuevo Mundo, sin historia, y con la naturaleza vírgen,
-exuberante, furiosa, espaciándose en selvas inexploradas, en floras
-gigantescas, en legiones de animales innumerables, como un verdadero
-incendio de vida, como el comienzo ígneo de un nuevo planeta
-recientemente desprendido del<span class="pagenum" id="Page_272">[p.
-272]</span> sol. Pero entre tantos sepulcros, sobre estos montones
-de huesos, en los océanos de cenizas que á la Ciudad Eterna rodean,
-ni cabe la esperanza ni el presentimiento de lo porvenir, tan
-ligados como á la juventud de nuestra vida individual, á la juventud
-del Universo. Despues de abrazar de una sola ojeada innumerables
-centurias esculpidas sobre columnas que el tiempo separa con siglos
-y el espacio reune en el mismo sitio; despues de ver que ciertas
-inspiraciones y ciertas grandezas no se han repetido, os atrae
-bien poco lo porvenir terrenal, sujeto á las mismas luchas y á las
-mismas derrotas que lo pasado; y os sobrecoge el deseo impaciente
-de penetrar en otros horizontes nunca vistos, en otras esferas
-nunca alcanzadas, en otros cielos superiores á nuestros cielos,
-en las sombras infinitas de la eternidad. Luégo, la naturaleza se
-ha complacido en formar aquí una necrópolis en rivalidad con la
-Historia. El árbol por excelencia de Roma, es el cipres; las plantas
-por excelencia de toda ruina, la ortiga y la cicuta. Los rios, de
-suyo alegres, tienen aquí la tristeza de los rios del infierno
-pintados en los frescos de la Edad Media. Las lagunas pontinas
-exhalan miasmas de corrupcion y siembran la campiña de muertos, y dan
-á los campesinos, en todas partes más robustos que los ciudadanos, la
-verdosa amarillez de los cadáveres. Esta amena<span class="pagenum"
-id="Page_273">[p. 273]</span>za de la fiebre, presente siempre á
-los ojos, sonando como el llamamiento del sepulcro en los oidos,
-esparcida hasta en el aire que os anima y os refrigera, enseña
-cómo sobre Roma solamente han quedado la sombra de los gladiadores
-pidiendo venganza; los manes de los mártires de tantas causas ó
-vencidas ó vencedoras; los ángeles del juicio y del exterminio
-ideados por los antiguos Apocalípsis; las tristezas sublimes de todas
-las ciudades nuestras.</p>
-
-<p>Hercúleo esfuerzo os cuesta descender desde estas alturas de la
-eternidad al oleaje tumultuoso de la vida presente. Pero descendeis
-por fuerza. Y en la hora que corre, en esta hora crítica de su vida,
-Roma ofrece contrastes bruscos por una conjuracion de coincidencias
-tal vez singulares en su historia. No es ya el sepulcro de un Papa en
-el mausoleo de un tribuno; la efigie de San Pablo sobre la columna
-de Trajano; el obelisco de Cleopatra bajo la cruz del Nazareno; los
-altares del Dios-espíritu en los jardines del emperador bestia; los
-filósofos de Aténas discutiendo sobre el sér y no sér en la vida al
-frente de los teólogos de la Iglesia disputando sobre la presencia
-de Cristo en el Sacramento; un cenobio de franciscanos en vez del
-templo de Júpiter Capitolino; y al pié de las moles del Circo Máximo,
-en que piafaban los caballos de las carreras ó rugian los<span
-class="pagenum" id="Page_274">[p. 274]</span> tigres de los juegos,
-la catacumba de los primeros cristianos, todavía perfumada con el
-incienso de los místicos cantares. Hay otros contrastes más extraños,
-como la camisa roja del garibaldino junto á la estameña burda
-del ermitaño; la arenga tribunicia del filósofo que truena desde
-Monte-Citorio contra los Papas y sus poderes, tanto espirituales
-como temporales, y la oracion fervorosísima del obispo que desde su
-púlpito anatematiza las invasiones italianas, y sus legisladores,
-y sus soldados, y sus reyes; el periódico callejero escrito con la
-tinta de Marat, resonando al par de las plegarias leidas sobre los
-piadosos breviarios; el peregrino católico que corre á visitar al
-Papa-rey en su áurea prision vaticana y el viajero demócrata que
-corre á visitar al general de la libertad en su retiro agrícola á lo
-Coriolano; el inmenso establecimiento de misioneros que propaga los
-dogmas de la fe y el inmenso establecimiento de escolares que propaga
-los dogmas de la razon; un jesuita escribiendo libros cosmológicos
-en que solamente por coincidencia se habla de Dios, y un germano
-enseñando á la ciudad aborrecida por Arminio y anatematizada por
-Lutero, su gloriosa historia y los sepulcros de sus pontífices; los
-fuegos fatuos desprendidos de los mondados huesos compitiendo en
-brillo y en color con la intensísima luz de este nuevo dia del<span
-class="pagenum" id="Page_275">[p. 275]</span> humano espíritu y la
-vida antigua tan llena ó intensa como la vida moderna; contrastes
-que acaso no volverán á ver los nacidos, ni volverán á repetirse en
-la historia, porque la incompatibilidad de ciertos elementos lleva
-en sí una lucha terrible, y esta lucha terrible ha de resolverse,
-tarde ó temprano, en completa y exclusiva victoria de uno de los
-contrarios.</p>
-
-<p>Hablaba ayer con cierto americano, amigo mio, de estos contrastes
-de Roma, y le decia que en poco más de dos horas acababa de verlos
-bien extraños entre la basílica de San Pablo y las catacumbas de San
-Calixto, testimonio aquélla de la fe de nuestro siglo, y testimonios
-éstas de la fe de los primeros siglos del Cristianismo. La basílica,
-devorada hasta los cimientos á principios de la corriente centuria
-por grande incendio, ha sido construida de nuevo en estos nuestros
-tiempos. Los Papas han querido decir con ella que si no pueden elevar
-monumentos tan bellos y tan grandes como San Pedro, pueden elevarlos
-tan ricos y ostentosos sin temor á una nueva reforma. España, que no
-tiene hoy ni las escuelas, ni las academias, ni las casas de caridad
-necesarias á su instruccion y á su beneficencia, mandó ayer, por
-espacio de muchos años, 25.000 duros mensuales para la edificacion de
-este templo. En la basílica el lujo, y en las catacumbas la pobreza;
-allí el pa<span class="pagenum" id="Page_276">[p. 276]</span>vimento
-de mármoles brillantes como espejos venecianos, y aquí el pavimento
-de cascajo humedecido como por gotas de lágrimas y gotas de sangre;
-allí pilares de granito oriental, que no pueden abrazar dos hombres;
-urnas de verde malaquita, semejantes á titánicas esmeraldas, regalos
-del Czar de todas las Rusias; columnas de alabastro, que valen como
-si fueran de oro y pedrería, regalos del Rey de Egipto; y aquí,
-en el terreno volcánico, léjos de la luz, fuera casi del aire,
-hileras de sepulcros escondidos á la persecucion y á la saña de
-los Emperadores del mundo: en la basílica, entre áureos circulares
-marcos, los retratos de todos los Papas, trazados por la paciencia
-de innumerables artífices en costosos mosaicos, los cuadros de Julio
-Romano trasladados á vistosas piedras, las estatuas de Pedro y Pablo
-esculpidas en mármoles de Carrara, los doce apóstoles y los más
-célebres santos resaltando en vidrios de colores, las aras de jaspe
-y ágatas sostenidas por bronces dorados á fuego que deslumbran;
-y en las catacumbas, sobre los cenotafios de tosca puzolana, al
-escaso resplandor de las antorchas, en ladrillo ó piedra, trazados
-por el pincel de los creyentes, una paloma que viene con su ramo
-de olivo, un pez junto á la cruz griega, una orante con sus manos
-y sus ojos hácia el cielo, símbolos de tristeza, de desesperacion,
-de penitencia; y, sin<span class="pagenum" id="Page_277">[p.
-277]</span> embargo, en la riquísima basílica, á pesar del esplendor
-de las artes y de las maravillas del lujo, hay algo frio que nada
-dice al sentimiento ni á la inteligencia, como un rico mausoleo que
-aguardára á un potentado egoista, el cual quisiera rodearse de obras
-dictadas por el afan de lucro, y no por la espontánea inspiracion,
-miéntras que en la oscura catacumba, toda henchida de espiritualismo,
-las manos se juntan involuntariamente para mezclar una oracion á
-tantas oraciones, las rodillas flaquean y se doblan como al latigazo
-de ese rayo invisible llamado lo sublime, y Dios aparece en zarza más
-ardiente que la zarza del Sinaí; en la llama inextinguible del dolor
-y del sacrificio.</p>
-
-<p>«¿Y son ésos los contrastes que veis en la Ciudad Eterna?» me
-dijo el americano. Pues yo ayer los he visto mayores, y, sobre todo,
-más recientes. Á las once de la mañana me dirigí á San Pedro. Por el
-camino tropecé con varios jóvenes demócratas precedidos de una música
-que tocaba la <i>Marsellesa</i>. Al volver una esquina di de manos á boca
-con piadoso entierro. Varios penitentes, vestidos de túnicas blancas
-rematadas por capuchones celestes y cubiertos de antifaces, como los
-enmascarados de Lucrecia Borgia, llevaban á enterrar, sobre andas
-doradas, el cadáver de oscuro sacerdote encerrado en tosca mortaja
-de pino. De<span class="pagenum" id="Page_278">[p. 278]</span>lante
-iba una procesion de frailes con hábitos blancos, azules, negros,
-pardos, como si estuviéramos en los tiempos más florecientes del
-Pontificado. Al acercarme á la columnata de Bernino, pasaban
-corriendo los cazadores que entraron por las brechas practicadas
-en la Puerta Pía, y al terminarse la columnata departian los que
-les resistieron, los suizos pontificios, vestidos con los trajes
-rojos, amarillos y negros, cuyo modelo trazó Rafael de Urbino. Subí
-las escaleras del Vaticano, y se mezclaban los acentos de la música
-italiana en mis oidos con austero <i>Miserere</i> que entonaban varios
-peregrinos alemanes en armonioso coro. Entré y me eché de rodillas
-en un magnífico salon, cubierto de rica tapicería, á recibir, con
-varios paisanos mios, la bendicion papal. Vi al Papa vestido de
-blanco, los cardenales vestidos de rojo, los guardias nobles con su
-traje de terciopelo grana algunos, y su traje de terciopelo negro los
-más, el alabardero de centinela, y los domésticos y familiares con
-sus ropillas multicolores de ricos brocados y de mangas perdidas,
-como si áun subsistiera la Roma pontificia. Apénas habiamos dejado
-el Vaticano y entrado en el Corso, cuando nuestro carruaje se
-cruzó con el modesto y sencillo carruaje del Rey de Italia, en
-cuyo atezado rostro creimos descubrir las señales de floreciente
-robustez y de verdadera alegría, sólo compara<span class="pagenum"
-id="Page_279">[p. 279]</span>bles, dadas las diferencias de
-temperamento y de edad, á la robustez y alegría de Pío IX. Mis amigos
-no se contentaron ciertamente con esta visita; quisieron ver tambien
-á Garibaldi. Devoramos el largo espacio que le separa de Roma, y nos
-dirigimos, por la Puerta Pía, hácia la quinta donde, refugiado contra
-la curiosidad de tantas gentes, no pudo burlar nuestra curiosidad.
-Sus cabellos rubios, del color de los rayos del sol, que rodeaban su
-cabeza de una aureola mística, tiran ya á blancos, pero conservan
-su lustre sedoso. Las barbas blanquean tambien como el cabello. Los
-piés, taladrados por la gota, apénas pueden sostenerlo. Sus manos se
-han retorcido y afeado al dolor en tales términos, que difícilmente
-cogieron la pluma para trazar una firma al pié de varios retratos por
-nuestro entusiasmo apercibidos para recoger autógrafo tan célebre.
-Mas el rostro conserva todo su heroico candor, los labios toda su
-sonrisa de benevolencia, los ojos azules toda su mística expresion,
-la tez toda su sonrosada blancura, y la fisonomía toda su honradísima
-ingenuidad y toda su sublime sencillez. Nos habló en corriente
-español y nos preguntó por el estado general de las instituciones
-liberales y democráticas en América, dándonos consejos tan elevados
-como prudentes. Nosotros le preguntamos por sus proyectos, y nos
-dijo que las cosas de pa<span class="pagenum" id="Page_280">[p.
-280]</span>lacio van despacio, recordando con oportunidad el antiguo
-refran español y refiriéndose con gracia á la lentitud del Gobierno.
-Pero habló de sus trabajos hidráulicos cual pudiera hablar de sus
-campañas políticas. Roma no podrá ser capital de Italia miéntras
-tenga la muerte disuelta en sus aires. Catorce acueductos conducian
-las más ricas aguas de todas las cercanías, en la antigüedad, á la
-gran capital, henchida por dos millones de habitantes. Estos catorce
-acueductos, hundidos en su mayor parte, que eran catorce radios de
-vida y de salud, lo son hoy de corrupcion y de muerte. Desviar el
-curso del Tíber, excavar los alrededores de Roma, destruir los focos
-de la fiebre, rehacer el agro latino, desecar las lagunas pontinas,
-construir un puerto muy seguro y muy cercano, son obras á las cuales
-quiere unir el gran general popular los últimos dias de su gloriosa
-existencia. Inútil deciros cómo le oiriamos los que aprendimos á
-bendecirle en América, y le admirábamos en el sitio de Roma y en la
-retirada á Venecia, y le vimos reaparecer por las orillas de los
-lagos en la guerra de la Independencia, y le deseábamos la victoria
-cuando se dirigia á las Dos Sicilias, y le idolatrábamos lo mismo
-en sus desgracias de Mentana que en los sublimes sacrificios por
-la integridad y la independencia de su patria. Pero todo nuestro
-entusiasmo no impidió que desde la quin<span class="pagenum"
-id="Page_281">[p. 281]</span>ta de Garibaldi nos dirigiéramos al
-Colegio de la Propaganda religiosa y habláramos con monseñor Franchi
-de las misiones, y desde el Colegio de la Propaganda á la Cámara
-de Diputados, y oyéramos á Ferrari departir en los pasillos de la
-necesidad que tiene Italia de avivar su unidad con las antiguas
-instituciones populares, y ser en nuestro tiempo, lo mismo que en
-los tiempos medios, el genio de la democracia. Y cuando vino la
-noche, asistimos á una tertulia donde departian los blancos y los
-negros en grande concordia, y donde una dama romana parecia resumir
-nuestro dia y representar el estado de Italia, ostentando en su
-pecho un alfiler que tenía esculpida la efigie de Pío IX, y en las
-mangas sendos botones, el uno con la efigie de Víctor Manuel y el
-otro con la efigie de Garibaldi. Dicen, añadió el americano, como
-resúmen y aplicacion moral de todo su discurso, que los italianos
-son escépticos. Pues yo prefiero este humano escepticismo, tan
-propio para las ciencias y para las artes, al dogmaticismo recibido
-de nuestros padres los españoles, y que nos ha dado sesenta años
-de guerras sangrientas para fundar instituciones tolerantes y
-tolerables, que con otro carácter y otras ideas nos hubieran costado
-medio lustro ó un lustro de dolores.</p>
-
-<p>Las contradicciones de Roma ¿no son acaso las<span
-class="pagenum" id="Page_282">[p. 282]</span> contradicciones de
-nuestra vida? Y las contradicciones de nuestra vida, ¿no han de
-acompañarnos hasta la eternidad, como nos acompaña la sombra, como
-nos acompaña la muerte? Apénas hemos resuelto un problema, cuando
-surgen de sus entrañas mil problemas diversos. Apénas hemos planteado
-una idea, cuando con ella planteamos tambien su contraria. Así como
-no podemos elevarnos á ciertas alturas de la atmósfera sin exponernos
-á encontrar la muerte, no podemos cambiar los fundamentos de nuestra
-naturaleza física ó moral sin exponernos á caer en el error y en el
-absurdo. Lo que ha dado en llamarse el escepticismo italiano acaso
-es un conocimiento de la realidad y de la historia superior al
-nuestro. No podemos evitar que el planeta ruede entre dos polos, que
-la vida se extienda entre la cuna y el sepulcro, que alternen las
-lágrimas en nuestros ojos con las sonrisas en nuestros labios, que
-unos asciendan á las cimas luminosas de la gloria y otros caigan en
-las sombras espesas del olvido; que el trabajo sea un combate y el
-ocio un enervante; que corra un rio de dolores á nuestras plantas y
-circunde una aureola de esperanzas nuestras sienes; que los seres se
-persigan unos á otros en los círculos de este infierno sin fondo y se
-busquen y se atraigan convirtiendo por el amor sus dolores en cielos
-infinitos; que desde las pla<span class="pagenum" id="Page_283">[p.
-283]</span>yas de esta realidad siempre árida, entreveamos un ideal
-siempre luminoso; que seamos animales y plantas con las necesidades
-más groseras, y ángeles y genios con las aspiraciones más sublimes;
-una contradiccion más en este planeta de las grandes contradicciones.
-Pero evidentemente ciertos principios, ciertos elementos, ciertas
-instituciones mueren, aunque la contradiccion y el combate continúen.
-Se lucha siempre, es verdad; pero se lucha entre los vivos, si
-quereis, sobre los sepulcros de los muertos. En el siglo décimotercio
-existen unos problemas políticos, y otros distintos en el siglo
-décimooctavo. En nuestra edad, á nuestros ojos, pasa lo mismo. Los
-términos de los problemas cambian cada quince años. Lucharán otros
-principios; pero aquel que atribuia al sacerdocio un poder político
-ademas de su poder moral, no reaparecerá en el mundo. El poder
-espiritual de los Papas subsiste y subsistirá miéntras haya millones
-de católicos en el mundo; pero el poder temporal ha desaparecido por
-completo en el oleaje de las contradicciones de Roma.</p>
-
-<p>El problema que embarga principalmente en Roma es el problema
-religioso; hoy, como en los tiempos de mayor fe, el primero entre
-los humanos problemas. Yo he procurado, en mis relaciones de
-viaje, siempre decir más bien el pensamiento de los demas que mis
-propios pensamientos so<span class="pagenum" id="Page_284">[p.
-284]</span>bre los asuntos interiores de los pueblos por mí
-visitados. Los varios libros que he escrito me han procurado varios
-amigos, hasta entre aquéllos que no participan de mis opiniones
-políticas. Y no os maravillará saber que he podido tratar, desde
-amigos y devotos principalísimos del Papa, hasta amigos y devotos
-principalísimos del Rey; desde senadores y diputados de la extrema
-derecha, hasta senadores y diputados de la extrema izquierda. Todo
-el mundo en viaje os pregunta por la situacion política de vuestra
-patria; y con sólo visitar dos ó tres iglesias de la Ciudad Eterna,
-os convenceis fácilmente de la inmensa popularidad que tiene,
-por ejemplo, Don Cárlos entre los sacristanes del Tíber. Yo, en
-cambio, pregunto á todo el mundo por su política interior en justa
-reciprocidad, y sin herir jamas las convicciones ajenas. Así, en
-calidad de narrador, proponiéndome no añadir cosa alguna de mi propia
-cosecha, voy á referiros lo que me han dicho un personaje católico y
-un hombre de Estado liberal sobre el problema de los problemas, sobre
-las relaciones entre el Pontificado é Italia.</p>
-
-<p>Almorzaba hace pocos dias en casa de un príncipe, poeta, artista,
-diplomático, amigo de todas las dinastías destronadas, enemigo de
-todas las innovaciones italianas, devotísimo al Papa y á la Iglesia.
-Descendimos al jardin á tomar el café, y<span class="pagenum"
-id="Page_285">[p. 285]</span> nos encontramos en el asunto de los
-asuntos por un camino bien llano, departiendo sobre la tésis, aquí
-frecuente, de si Roma ha perdido ó ganado bajo el aspecto artístico
-despues de la revolucion. Todo convidaba á discutirlo, todo: las
-hayas que nos daban sombra, y que habian visto pasar bajo su ramaje
-papas y familias de papas, reyes y familias de reyes; el Tíber que
-corria á nuestras plantas, y que nos mandaba una frescura seductora,
-pero asesina; los grandes palacios que se dibujaban á nuestro frente
-con su aspecto de fortalezas, sus arcos romanos, sus columnas
-griegas, su magnitud asiática, su aire feudal y sus preseas del
-Renacimiento; las obras artísticas que nos rodeaban, y de las cuales
-se desprendian, como la esencia de las flores, esas inspiraciones
-verdaderamente bellas, que no sólo encantan la fantasía, sino
-tambien sobreponen la razon á la voluntad, las ideas á la pasion,
-la conciencia al instinto, y fortalecen y aceran el ánimo, y lo
-persuaden á ejercer plenamente la libertad, y por la libertad lo
-llevan al cumplimiento del bien.</p>
-
-<p>En Roma se acostumbra á tratar de las cosas eclesiásticas con una
-franqueza de lenguaje apénas comprensible en nuestra España. Entre
-el católico español y el católico italiano média la misma distancia
-que entre la luminosa alegría pagana de una de estas basílicas y la
-severa austeridad<span class="pagenum" id="Page_286">[p. 286]</span>
-gótica de una de nuestras catedrales. En la historia del Cristianismo
-han ejercido soberano influjo las grandes ciudades antiguas,
-Jerusalen, Aténas, Alejandría, Bizancio, Roma. Y puede decirse que
-la última en ejercerlo fué esta Ciudad Eterna, que debia presidirlo
-y personificarlo. Y cuando Roma se bautiza, impulsada por el español
-Teodorico, ha cumplido el cristianismo sus cielos dogmáticos, ha
-redactado, desde el concilio de Jerusalen hasta el concilio de Nicea,
-todas sus creencias, y toma principalmente un aspecto político y
-canónico, de autoridad, de dominacion, de ley; el aspecto mismo de
-la Ciudad Eterna en su antigua historia. Así es que los romanos
-miran siempre la cuestion religiosa en sus relaciones con la propia
-grandeza política.</p>
-
-<p>«Os admiran y os maravillan estas obras de arte, me decia mi
-interlocutor. Pues pronto las veréis desaparecer bajo la segur de
-la igualdad democrática, é ir de Roma á quebrarse entre los hielos
-de Rusia, ó ennegrecerse entre las tinieblas de Inglaterra. Esa
-galería Doria, donde habeis visto á Juana de Nápoles retratada
-con griega finura por el pincel de Vinci; donde habeis visto á
-Lucrecia Borgia con sus ojos valencianos, tan negros como su
-basquiña de terciopelo, surgiendo de la paleta del Verones como
-para ir á una fiesta veneciana; donde habeis visto el primero
-quizá<span class="pagenum" id="Page_287">[p. 287]</span> de todos
-los retratos de vuestro inmortal Velazquez; ese museo del palacio
-Borghese, que guarda desde obras maestras de los primeros pintores
-de Siena y Florencia hasta obras maestras de Rafael y de Corregio;
-todas esas grandezas se vinculan hoy en mayorazgos, que ántes de
-treinta años habrán desaparecido por vuestras leyes liberales de
-las desvinculaciones. Nuestros hijos no podrán tener amortizados
-quinientos ó seiscientos millones de reales en obras de arte como los
-tienen sus padres. Vendrá la division de bienes entre ellos; con la
-division la necesidad de vender: no comprarán, ni los italianos y los
-españoles, que son pobres, ni los franceses, que, ricos como nacion,
-como individuos no pasan de gozar medianas fortunas; comprarán los
-príncipes rusos ó los lores ingleses, y los dioses del arte irán
-prisioneros á las regiones del frio y de las nieblas, como ya han ido
-á San Petersburgo cuadros maestros de Venecia, y á Lóndres los frisos
-del Partenon.</p>
-
-<p>»Roma, añadia, para continuar siendo Roma, debiera permanecer como
-una ciudad aparte, como el templo de vuestro Dios, á lo ménos como
-el archivo donde se guardan los títulos de la nobleza de vuestra
-estirpe, de la gente latina. Los demócratas habeis sacrificado
-el genio católico, el genio humano de Roma al genio nacional,
-parti<span class="pagenum" id="Page_288">[p. 288]</span>cular de
-Italia; y buscando la república de Aténas entre nuestras ruinas de
-mármol, os habeis encontrado con la monarquía de Filipo. ¡Ah! Por eso
-yo me opuse constantemente á la destruccion del poder temporal de los
-Papas, y aconsejé que se blandieran todos los rayos y se asestáran
-sobre la frente de los invasores todos los anatemas. Si el dia que
-los italianos, valiéndose de las desgracias del Imperio frances,
-abrian la brecha en la Puerta Pía, el Papa sube á la basílica de San
-Pedro, y con todas las formalidades propias de los ritos, excomulga
-<i>nominatim</i> á Víctor Manuel y á su ejército, excomulgando con ellos
-á cuantos sacerdotes les dijeran misa, ó los confesasen, ó les
-administráran los sacramentos, ó les abrieran las puertas de los
-templos, tenedlo por seguro, si entran en Roma, si la adquieren por
-el ímpetu de la revolucion democrática, no la conservan. La mujer
-italiana es supersticiosa, y al ver que á la patria de esta tierra
-debia sacrificar la patria del cielo; al ver sus hijos sin bautismo
-á la hora del nacimiento; sus padres sin confesion á la hora de la
-muerte; cerrado el templo á sus oraciones y abierto el infierno á
-sus piés, comienza por una reaccion doméstica la guerra á Italia, y
-concluye por una reaccion nacional animada del espíritu religioso.
-¿Qué quereis? El cardenal Antonelli es un hombre finísimo, de aguda
-inteli<span class="pagenum" id="Page_289">[p. 289]</span>gencia, de
-vastos conocimientos diplomáticos; pero de una irresolucion y de una
-incertidumbre sin ejemplo. No podeis imaginaros lo que ha costado
-cosa tan natural y sencilla como elevar el mártir arzobispo de Posen,
-perseguido de muerte por Prusia, á la dignidad de cardenal. Anunciaba
-todo género de calamidades á la Iglesia, y no ha sobrevenido ninguna,
-á consecuencia de este acto de justicia. Pues en el momento de la
-invasion logró pintar con tan vivos colores la desgracia del mundo
-católico y las desdichas de la Sede Apostólica, si las excomuniones
-se lanzaban abiertamente y en todo su furor, que retrajo al Papa de
-la necesaria energía y dejó en el aire la máxima, siempre sostenida,
-de la necesidad esencialísima de los poderes temporales y políticos
-á la autoridad religiosa y moral de los pontífices. Ya se ve, el
-cardenal Antonelli es rico hasta poderse llamar un potentado; la
-gota le tiene afligidísimo y no quiere moverse del Vaticano. Todos
-sus gustos se reducen á coleccionar mármoles y piedras preciosas.
-Tiene la joyería quizá más extraña y más rica de Europa. No hay
-monarca ni potentado que no le haya remitido algun regalo. Y en esto
-esparce el ánimo y distrae los ocios que le consienten sus trabajos
-diplomáticos, dejando rodar el mundo á su antojo, sin oponerle,
-como debiera, una decidida resistencia, cuan<span class="pagenum"
-id="Page_290">[p. 290]</span>do choca tan abiertamente como ahora
-con los altares de la Iglesia católica y con el genio de la antigua
-Roma.»</p>
-
-<p>No hé menester decir que yo escuchaba con atencion hasta las
-inflexiones de la voz del Príncipe, sin participar de ninguna de
-sus creencias, sin asentir á ninguna de sus ideas. Pero viendo mi
-religiosidad en escucharle, se exaltaba hasta el entusiasmo, y
-decia: «¡Y cuán merecedor era Pío IX de otra suerte! No conozco
-ni ha conocido la Historia un Papa más íntegro en materia de
-intereses. Pobre era su familia y pobre continúa. Este larguísimo
-pontificado no le reportará ni siquiera un miserable ahorro. El dia
-en que el Papa muera, le enterrará la piedad de los fieles, como
-la piedad de los fieles hoy le mantiene y alimenta. Vosotros, los
-liberales, exagerados en vuestros juicios, todos contrarios á los
-Papas, sabeis cuál ha sido la llaga del Pontificado; sabeis que ha
-sido el nepotismo. Las familias más poderosas y más ricas deben su
-poder, su nombre, su riqueza, su influencia, á contar en sus anales
-un papa. Mirad esos palacios del Renacimiento esparcidos en Roma,
-y que exceden á los palacios de los reyes en el resto de Europa;
-recorred esas villas en que la naturaleza compite con el arte, último
-refugio de los antiguos dioses, olimpos verdaderos de la escultura;
-todo pertenece á familias pontificias.<span class="pagenum"
-id="Page_291">[p. 291]</span> Ese palacio Corsini, donde habeis
-visto cuadros de los principales maestros y admirado la Vírgen de
-Murillo y su resplandeciente color sevillano, que vence al color
-mismo de la escuela veneciana, lo fundó un Riario, sobrino de Sixto
-IV, y lo agrandó aquel cuyo nombre lleva, sobrino de Clemente XII.
-La villa de Albani, que despues de vender parte de sus esculturas al
-Louvre y otra parte á Munich, formando como la base de dos museos,
-todavía guarda las primeras estatuas del mundo, como la bellísima
-canefora griega, en cuya presencia os olvidais de todo lo que no
-sea su extática contemplacion, se erigió por familia que contára
-un papa Clemente en sus anales. Las ciencias y las riquezas de los
-Pignatellis ha llegado desde nuestras tierras de Nápoles hasta
-vuestras tierras de Aragon, y si no se han debido, se han aumentado
-al poder y al nombre de Inocencio XII. Clemente IX es el jefe de
-esos Rospigliosis, á cuyos jardines acudís para ver la Aurora de
-Guido Reni, pintada en los techos de sus casinos, donde parece
-haberse condensado un pliegue de la rosada túnica del alba, y en ese
-pliegue danzar las ninfas vestidas de gayas gasas, y rodar el carro
-del sol, presidido por la jóven y divina Íris, que invocára tantas
-veces en sus poemas Homero. Los Altieris han fabricado el colosal
-palacio de la plaza de Gesu, parecido á una ciudad, á la vi<span
-class="pagenum" id="Page_292">[p. 292]</span>vienda de un pueblo
-más que á la vivienda de una familia, y los Altieris han tenido un
-Clemente X á su cabeza. Cuando recorreis la villa Pamphili; cuando
-bajais á sus verdes valles; cuando subís á sus colinas cubiertas
-de flores y coronadas por pinos de Italia; cuando dejais errar
-la mirada por los jardines interminables y por los lagos azules,
-comprendeis que los paisajes de Claudio Lorena se han animado en
-Roma á los conjuros del arte, movido por poderoso motor de oro, y
-acaso no recordais cómo tan puros goces son debidos á la munificencia
-de un sobrino de Inocente X. El palacio Barberini truena allá en
-las alturas, en las sagradas colinas, como un nuevo Quirinal, como
-un nuevo palacio Vaticano, construido con piedras arrancadas al
-Coliseo y edificado por los parientes de Urbano VIII. Esa galería,
-alzada en los jardines de Salustio, donde brilla la colosal cabeza
-de Juno y donde quedan grupos encantadores de Menelao, es obra de
-la fortuna de los Ludovisis, y la fortuna de los Ludovisis, obra de
-su pariente Gregorio XV. La villa de Borghese realmente es el único
-paseo del pueblo romano; su galería de esculturas podria honrar
-una capital; de su galería de pinturas no hablemos, y todas esas
-fabulosas riquezas comenzaron bajo la proteccion de un papa Borghese,
-de Pablo V. Y ya sabeis cómo Julio II protegió á los Róve<span
-class="pagenum" id="Page_293">[p. 293]</span>res, y Leon X á los
-Médicis, y Alejandro VI á los Borgias, y Martin V á los Colonnas,
-y Pablo III á los Farnesios. Principados, dinastías, grandezas de
-todas clases que han llegado hasta nuestro tiempo, que han conmovido
-á Europa hasta nuestros dias, débense á esa debilidad de los Papas
-por sus respectivas familias. Pío IX ha vivido para los fieles y para
-la Iglesia. Jamas pasó por las manos de un Papa tanto oro. El dia
-en que perdió sus rentas temporales, los productos de su monarquía,
-pagó con religiosidad á todos los empleados destituidos, satisfizo
-las obligaciones corrientes, mantuvo un ejército de 15.000 hombres, y
-pudo entregar al Tesoro pontificio 400 millones de reales, y negarse
-con toda entereza á percibir la suma votada para mantener su decoro
-y su autoridad espiritual por los Parlamentos italianos. Cuanto ha
-recibido de mano de los fieles, otro tanto ha pasado á manos de la
-Iglesia.</p>
-
-<p>»Pero no hay que dudarlo; su extrema movilidad de artista nos ha
-traido grandes males, se los ha traido á nuestra Roma. Durante su
-juventud, le poseia la idea utópica de un pontificado democrático.
-El libro de Gioberti sobre el primado de Italia por virtud de la
-Iglesia, corria por todas partes y acaloraba muchas imaginaciones
-exaltadas. Aliar la democracia con el cristianismo;<span
-class="pagenum" id="Page_294">[p. 294]</span> rejuvenecer la
-conciencia religiosa con la idea liberal; concluir la obra del
-Evangelio, deduciendo sus últimas consecuencias políticas y sociales;
-llamar desde la antigua ciudad de los tribunos y desde el sacro
-altar de los mártires los pueblos oprimidos al goce de los derechos
-políticos; reconstituir por el progreso la tutela pontificia
-ejercida en otros siglos por la autoridad; aliarse con los débiles
-y anatematizar á los fuertes como Cristo en la montaña; todo este
-conjunto de propósitos era un ideal que trastornaba la mente del
-prelado Mastai y absorbia sus sentidos en la hora misma en que
-imprevista eleccion colocó sobre sus caldeadas sienes la tiara con
-las tres coronas reales y le entregó el dominio mayor que un mortal
-puede ejercer: el dominio sobre la humana conciencia.</p>
-
-<p>»Los liberales de toda Europa, en cuanto advirtieron sus
-inclinaciones, le rodearon completamente en espesa nube de incienso.
-El flaco de Su Santidad es el amor al aplauso. Por aquella pendiente
-se hubiera deslizado hasta el fondo de insondable abismo sobre la
-muelle almohada de la popularidad, si no viene la demanda de la
-guerra contra el Austria á demostrar palpablemente á su honradez la
-incompatibilidad entre sus ideas de patriota liberal y sus deberes de
-Pontífice Máximo. Entónces volvióse de cara á la reaccion, y<span
-class="pagenum" id="Page_295">[p. 295]</span> los reaccionarios del
-mundo le rodearon de las mismas alabanzas y del mismo incienso que
-los patriotas italianos. Y en esta nube envuelto, extremó la reaccion
-religiosa sin extremar la reaccion política. Y el mismo que no quiso
-excomulgar <i>nominatim</i> á Víctor Manuel, corrió los riesgos de un
-Concilio ecuménico para declararse á sí, en persona, infalible. Y
-esta declaracion extraña coincidió casi con las victorias de Prusia.
-Y Prusia, que hubiera opuesto su veto á la entrada en Roma, como
-solemnemente prometieran Emperador y Canciller al arzobispo de
-Posen, su amigo entónces, dejaron que el atentado se consumára en
-ódio á las últimas decisiones eclesiásticas. Y cuando solamente le
-quedaba al Papa el rayo de la excomunion para defenderse, acaso para
-salvarse, no lo ha esgrimido. Al contrario, todo el mundo sabe que
-está en los mejores términos con Víctor Manuel, y que expoliador y
-expoliado se escriben frecuentemente. Víctor Manuel insinúa que el
-poder real, como á una gran parte de sus antecesores, le abruma, y
-que preferiria á las alturas del trono las cimas de las montañas,
-siendo en él más poderosa y vivaz la naturaleza de cazador que la
-naturaleza de monarca, y la vocacion de campesino que la vocacion
-de político. Pero dice francamente que su hijo Humberto, nacido y
-criado en tiempo de revoluciones, con ideas muy<span class="pagenum"
-id="Page_296">[p. 296]</span> avanzadas, con profundas creencias
-de libre pensador, enemigo irreconciliable del Pontificado, sería
-gravísimo peligro para la Iglesia, y le ofrece hasta como un homenaje
-al Vaticano su presencia en el Quirinal. Y de esta suerte, todo
-se conjura para demostrar la inutilidad completa de los poderes
-temporales y políticos á la autoridad religiosa de los papas, en
-contra de lo que dijéramos siempre y á mano armada sostuviera Roma. Y
-ese Papa, hoy prisionero, que no puede salir de su Vaticano, cuando
-la Iglesia universal le pertenece, hubiera vencido á sus enemigos con
-sólo excomulgarlos, con sólo blandir los rayos de que todos se rien
-y á que todos temen. El arma no está hoy tan embotada como vosotros
-imaginais, y sus efectos en Italia hubieran sido terribles, y para el
-Papa incalculables sus ventajas.»</p>
-
-<p>Yo, con el respeto debido siempre á la sinceridad de las creencias
-honradas, opuse alguna observacion á mi interlocutor. El efecto de
-las excomuniones, en estos tiempos de crítica religiosa é histórica,
-debe calcularse por el que produjeron allá en los tiempos de
-exaltacion y de fe. Otros Papas hubo más perseguidos, á la verdad,
-que Pío IX, y más armados de esos rayos, cuya virtud no depende tanto
-del arbitrio de quien los lanza como de la fe de quien los recibe.
-No podeis negarme que media una gran distancia moral, ma<span
-class="pagenum" id="Page_297">[p. 297]</span>yor que la distancia
-temporal, entre aquellos siglos en que los Reyes de Inglaterra venian
-bajo la égida de Gregorio Magno á visitar la tumba del Apóstol en
-Roma, con las manos llenas de ofrendas, como los reyes magos á la
-cuna del Salvador en Belen, y estos tiempos, en que Inglaterra
-pertenece casi por completo á la herejía. Entónces recibian sobre
-las gradas de la basílica los reyes cristianos sus albos trajes de
-catecúmenos como la mayor de las recompensas y colgaban las largas
-cabelleras rubias y las pesadas coronas de oro en esas paredes donde
-hoy sólo se ven los sepulcros de los últimos Stuardos errantes,
-destronados, perseguidos por su devocion á la Iglesia. En el siglo
-undécimo, puede el Papa conseguir que todo un Emperador de Alemania,
-excomulgado, le pida de rodillas perdon como un esclavo á su señor.
-Pero en el siglo décimotercio no puede conseguir otro papa que
-Aragon ceda en la guerra de Sicilia, á pesar de las excomuniones,
-y se da el caso de que los santos de los altares hacen milagros á
-favor de los excomulgados. ¿Qué quereis? Yo creo que el Papa ha
-hecho perfectamente en no darse á las aventuras de una resistencia
-extrema y al aparato de una excomunion mayor. Quizá no contára
-con el clero italiano, parapetado tras la idea de que el asunto
-era un puro asunto político. En Italia el clero es eminentemente
-so<span class="pagenum" id="Page_298">[p. 298]</span>cial, y por
-lo mismo, absorbe por todos sus poros el espíritu de esta sociedad.
-Á quien se le dijera que Nápoles ha renunciado casi desde 1860 á su
-procesion del Córpus, no lo creeria. Ignoro si cayó la fiesta del
-Córpus en tiempo del canton allá por nuestra bella Valencia, pues
-el canton hubiera celebrado las procesiones, fiesta indispensable á
-los valencianos. He oido á gente del pueblo quejarse en Roma de que
-el Papa haya suspendido las ceremonias en San Pedro; pero no por
-carecer de esta expansion religiosa y de ese alimento espiritual,
-sino por carecer de las materiales ventajas que reportaba á su
-salario la presencia de tantos extranjeros como acudian al cebo de
-los espectáculos. Es frecuente ver aquí, en capillas donde está
-expuesto el Santísimo, á curas que enseñan en voz alta y con ademanes
-de irreverente olvido, cualquier obra de arte á sus amigos. Eso sería
-imposible en España.</p>
-
-<p>Nuestras gentes no me creerian si les anunciase que el custodio
-cercano á las cien lámparas encendidas en torno del sepulcro de San
-Pedro lleva hoy mismo, bajo las bóvedas de la primera entre todas
-las iglesias del mundo, la gorra puesta. En el alma de vuestro
-clero hay, lo mismo que en el alma de vuestra nacion, un fondo
-de escepticismo. La idea pagana se ha conservado siempre, y ese
-grano de la sal del naturalismo antiguo os<span class="pagenum"
-id="Page_299">[p. 299]</span> preserva de los excesos y violencias á
-que todavía se entrega por la causa religiosa una parte de nuestro
-clero y otra parte de nuestro pueblo, allá en las montañas del
-Norte. Italia no ha sido, ni en los tiempos de fanatismo, una nacion
-fanática. En España el fanatismo está de tal suerte arraigado,
-que cambia de creencias sin cambiar de naturaleza. Es el defecto
-de raza tan enérgica, tan tenaz, tan valerosa como la nuestra,
-que todavía conserva, con su exceso de vigor físico, su exceso de
-vigor moral. Vosotros los italianos conoceis mejor que nosotros la
-realidad, la vida, y os amoldais á sus exigencias. Aún me dura el
-estupor grandísimo que me causó el saber, hace dias, la existencia
-real y efectiva de curas elegidos por el pueblo en várias ciudades
-y regiones italianas, curas que se creen ya tan curas como si los
-hubiera elegido su prelado. La excomunion mayor les alcanza desde
-los piés hasta la cabeza, y sin embargo, administran los sacramentos
-como si estuvieran libres de toda irregularidad. Id con esas á las
-gentes de nuestra nacion y de nuestra raza. Hablábame una señora
-ecuatoriana ayer mismo de su patria y mentaba al arzobispo de Quito.
-Decíame que era liberal, muy liberal, y que habia venido al Concilio
-con la idea principalmente de recabar la supresion de los conventos.
-Y como yo le preguntase con quién habia votado en el asunto<span
-class="pagenum" id="Page_300">[p. 300]</span> de los asuntos, me
-respondió, extrañando mucho mi conducta, que con los partidarios de
-la infalibilidad. En Italia el clero es ménos inflexible, y no sigue
-al Papa. El Rey se queda con la excomunion y con los sacramentos. Ya
-hubieran hallado los curas italianos alguna puerta falsa por donde
-meterlo en la Iglesia.</p>
-
-<p>Y en esta creencia me fortaleció uno de los primeros estadistas
-italianos, cuya conversacion tambien quiero contaros.</p>
-
-<p>«Nosotros, me dijo, nada adivinamos ni queremos adivinar respecto
-á la eleccion del nuevo Papa. Dicen unos que será elegido el cardenal
-de Siena; dicen otros que será elegido el cardenal de Nápoles:
-nadie puede averiguar quién será el elegido. Nos apartamos de todo
-intento de influjo, porque las cosas imposibles no se deben jamas
-intentar, y nos reducimos á mostrar prácticamente que el Cónclave
-tendrá entre nosotros una libertad y una autoridad imposibles fuera
-de Roma. Yo me rio de cuantos proponen sistemas varios en las
-relaciones entre la Iglesia y el Estado. Poned el padre Pasaglia en
-el Vaticano y procederia como procede Pío IX; poned á vuestro amigo
-Ferrari en el poder y procederá como procede el Gobierno. Nuestra
-nacion ni puede, ni quiere, ni debe renunciar á la presencia del Papa
-en su privilegiado suelo. Esta presencia constituye una ca<span
-class="pagenum" id="Page_301">[p. 301]</span>pitalidad religiosa, á
-la que no hay medio de sustraerse en el estado de la civilizacion
-universal. Y cuando Italia entró en posesion de Roma, ó tenía que
-despedir ó tenía que conservar al Pontífice. Despedirlo equivalia
-á demostrar nosotros mismos la tésis de nuestros enemigos, la
-incompatibilidad del Pontificado é Italia. Conservarlo equivalia á
-destruir la tésis de la necesidad del poder temporal, en el ejercicio
-de la magistratura religiosa. Conservando al Papa, no hay más remedio
-que darle una completa libertad. Ningun gobierno, ni el gobierno
-demagógico, se atreveria á llevar una Encíclica al jurado, ni un papa
-á la cárcel. Hay cosas que se dicen muy fácilmente en los discursos,
-y que muy difícilmente se hacen desde el Gobierno. El Papa ataca una
-cosa, ya fuera de debate en Italia, ataca nuestra independencia y
-ataca nuestra nacionalidad, como si atacára al sol, al cielo, á los
-astros, á cuanto está léjos del dominio de su voluntad y del alcance
-de sus manos.</p>
-
-<p>»Miéntras tanto, con esos ataques pertinaces, con la absoluta
-libertad de palabra, con la franca recepcion de los peregrinos
-enviados por todas las reacciones conjuradas contra Italia, se ve,
-se toca, se palpa la absoluta libertad religiosa y moral de los
-pontífices. Y resulta que desde el dia de la pérdida de su poder
-político, léjos de dis<span class="pagenum" id="Page_302">[p.
-302]</span>minuir, crece su autoridad espiritual. Esta conducta de
-Italia es amargamente criticada por las dos negaciones entre que
-rueda siempre toda afirmacion. Los unos quisieran que la política
-de este pueblo emancipado consistiese en esclavizarse de nuevo,
-reedificando el poder más contrario á su emancipacion; el poder
-temporal. Los otros quisieran que creáramos un Estado omnipotente
-contra la Iglesia, y la deshicieramos bajo las ruedas de ese Estado.
-El Parlamento italiano, cohibido por fuerzas mayores, no seguirá ni
-una ni otra política. No se echará á los piés del Pontífice, porque
-eso equivaldria al suicidio; no oprimirá al Pontífice, porque eso
-equivaldria á la demencia. Ni irémos á Canosa con cilicio y sayal,
-como los emperadores penitentes de la Edad Media; ni entrarémos á
-saco en la jurisdiccion religiosa, como los reyes filósofos del
-pasado siglo. La sumision al Pontífice riñe con el espíritu de esta
-edad, pero tambien riñe la tiranía sobre el Pontífice. No puede
-ejercer hoy sobre la Iglesia Víctor Manuel de Saboya la jurisdiccion
-que ejercia ayer Cárlos III de Borbon. Y miéntras tanto, el poder
-de los Papas va perdiendo carácter político y tomando carácter
-espiritual; el Pontificado va dejando de ser una institucion
-puramente italiana, para pasar á ser una institucion verdaderamente
-católica.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_303">[p. 303]</span></p>
-
-<p>»El partido ultramontano de todo el mundo, que no comprende esto,
-se aferra á su política intransigente y se empeña en una reaccion por
-la cual podemos llegar, el dia ménos pensado, á la guerra europea.
-Y en su intransigencia le sorprenderá el suceso de los sucesos, la
-muerte de Pío IX, que, gracias á Dios, goza hoy de salud excelente. Y
-la muerte de Pío IX tendrá inmensa trascendencia. Por esa monotonía y
-uniformidad de la Historia, que mirada desde ciertas alturas parece
-una colmena donde se reproducen á la contínua los mismos trabajos y
-se obtienen los mismos productos, el problema está planteado, poco
-más ó ménos, como en la Edad Media; los gibelinos de Italia, los
-enemigos del poder temporal, se apoyan resueltamente en Alemania; y
-los güelfos de Italia, los amigos del poder temporal, resueltamente
-se apoyan en Francia. El asunto de las relaciones entre la Iglesia y
-el Estado va siendo todo el asunto europeo. Desde vuestra desastrosa
-guerra civil presente, hasta la futura guerra internacional, todo
-se enlaza con ese problema. Si en el dia de las grandes catástrofes
-los güelfos predominan; ¡ah! no sé qué podrá suceder á nuestras
-libertades y á nuestra nacionalidad; pero si predominan, como hoy,
-los gibelinos, por no haber querido la libertad, se encontrará la
-Iglesia con el predominio y quizá con la tiranía del Estado.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_304">[p. 304]</span></p>
-
-<p>Hasta aquí mis dos interlocutores. Yo, en mi calidad de
-historiador, ni quito ni pongo una palabra. Sólo se me ocurre decir
-que el estado de los ánimos y el progreso de las ideas anuncian
-que las soluciones definitivas de estos problemas serán soluciones
-favorables á la libertad.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_8">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_305">[p. 305]</span></p>
- <h2 class="nobreak">UN DISCURSO.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="hanging inicio pt3"><span class="pagenum" id="Page_307">[p.
-307]</span>DISCURSO pronunciado por D. Emilio Castelar el dia 12 de
-Mayo, en el banquete dado en su obsequio por diputados, escritores y
-estadistas liberales, en el Círculo progresista de Roma.</p>
-
-<p>Señores: Permitidme que, profundamente conmovido, principie
-volviéndome como en espíritu hácia Occidente, y evocando la sombra,
-la imágen de mi patria. Santa madre de mi espíritu, hogar sagrado
-de mi corazon, templo de mi conciencia, el afecto inmenso que por
-ella siento crece con sus desgracias y toma en el extranjero la
-solemnidad y la grandeza de un culto. Vuestros elocuentísimos loores,
-vuestras ardientes invocaciones á la noble España, han penetrado
-hasta el corazon de este su hijo y lo han llenado de inextinguible
-agradecimiento. Si en el calor de las improvisaciones, si en la
-amistad fervorosa hácia mí, alguna palabra sobre desvío, ú olvido, ó
-ingratitud se ha deslizado, sólo me toca protestar contra esa palabra
-tan amistosamente como ha sido amistosa la<span class="pagenum"
-id="Page_308">[p. 308]</span> insinuacion; pero tan enérgicamente
-como cumple á mi deber y á mi conciencia. España nada me debe á
-mí, yo todo cuanto soy se lo debo á ella, y la siento latir en mi
-corazon, y arder y brillar en mi mente, penetradas de su jugo mis
-venas, de su calor toda mi vida. Sobre los errores de los partidos
-y de los gobiernos, se levanta España inmaculada, como la humanidad
-sobre los errores de los individuos. España podrá proceder como
-quiera con sus hijos; pero sus hijos no dejarán jamas ni por un
-momento de adorarla, como la personificacion de todo cuanto han amado
-sobre la faz de la tierra.</p>
-
-<p>Y ahora, ¿qué responder á tantas muestras de entusiasmo? Sentir
-grandes afectos, fácil cosa es en esta ocasion gratísima con sólo
-dejar abierto el corazon á la electricidad de vuestros sentimientos;
-pero decirlos en toda su verdad, difícil, muy difícil, porque
-así como á cada paso encontramos asuntos propios de la esfera de
-un arte, y á la esfera de otro arte imposibles, por los medios
-varios de la expresion artística, así ante el espectáculo de esta
-reunion brillantísima, ante este enjambre de ideas que se eleva á
-lo infinito, entre los acentos de vuestras espléndidas oraciones;
-¡ah! no le queda recurso alguno á mi palabra, y pareceria lo más
-natural dejar la gratitud vagando á su arbitrio en la interna
-inmensidad de nuestro sér, ma<span class="pagenum" id="Page_309">[p.
-309]</span>yor si cabe que la externa inmensidad del espacio, y ántes
-que verterla en formas indignas de su grandeza, aumentarla con el
-misterio y la solemnidad de un religioso silencio.</p>
-
-<p>Mas siendo deber de cortesía, de afecto recíproco, de
-agradecimiento, hablar en la ocasion ménos favorable, cuando la voz
-se anuda en la garganta, considerad cuanto por mí pasará al verme,
-oscurísimo resto de un reciente naufragio, enmedio de vosotros,
-ayer esclavos y hoy libres, ayer víctimas de los tiranos y hoy
-representantes del pueblo, ayer en la soledad del destierro y hoy
-en el regazo de la patria, legisladores de esta Italia, que parecia
-descoyuntada para siempre en el potro de sus tormentos de quince
-siglos; que parecia enterrada para siempre, como los huesos de sus
-primeros padres los romanos, bajo la pesadumbre abrumadora de sus
-recuerdos y de sus ruinas, y que ha resucitado en trasfiguracion
-superior á las sublimes trasfiguraciones trazadas por sus pintores,
-enseñando una enseñanza consoladora: como ántes puede perderse en
-este nuestro planeta el calor central que el calor de la libertad,
-y ántes extinguirse en lo infinito la luz de los astros, que en los
-corazones de los desdichados y de los oprimidos la esperanza en una
-saludable y definitiva redencion. (<i>Ruidosos aplausos.</i>)</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_310">[p. 310]</span></p>
-
-<p>Yo he visto á Roma en el cilicio y en la penitencia, con el
-Miserere en los labios y los restos de un gran sudario sobre su
-cuerpo; yo la he visto fuera del espíritu moderno, como un mentís
-al progreso, como una excepcion al derecho; de rodillas en las aras
-consagradas á su sombría teocracia y circuida, como Níobe, de sus
-hijos muertos para la vida más necesaria y más alta, para la vida
-del pensamiento; buscando sobre sus cordilleras de ruinas y bajo
-su corona de cipreses las antiguas instituciones que fueran su
-grandeza, convertidas en sueños, en fantasmas, y doliéndose de no
-encontrarlas con lamentos dignos de los versículos de Job y de los
-trenos de Jeremías; sin que bastáran á contrastar su dolor ni el
-inmenso poder moral de sus pontífices ni la inmarcesible gloria de
-sus divinos artistas, desolada Jerusalen de imperecederos recuerdos,
-pero tambien de imperecederas tristezas; y ahora por las cenizas
-del Foro se despiertan los ecos del antiguo Senado; en la tribuna
-de los Rostros resuenan los acentos de la antigua elocuencia; del
-Aventino y del Monte-Sacro descienden las sombras de los tribunos á
-bendeciros por haberles dado el consuelo de vuestra emancipacion;
-entre los fragmentos de sus sepulcros destrozados como restos de otro
-planeta, se levantan los manes de Camilo, de Régulo, de Cincinato,
-de Escévola, al<span class="pagenum" id="Page_311">[p. 311]</span>
-sentir que por la cima del Capitolio, cima tambien de la tierra,
-cerebro de la gente latina, brillan y arden como dos faros, cuyos
-rayos penetran hasta en la soledad de lo pasado y hasta en la region
-de la muerte, la dulce alma de esta moderna Italia, tan fecunda en
-divinas inspiraciones, unidas con el genio austerísimo de la romana
-libertad. (<i>Estrepitosos y repetidos y prolongados aplausos.</i>)</p>
-
-<p>El gran poeta de vuestras desgracias no podria decir hoy como en
-su tiempo:</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0">¡O patria mia! vedo le mura e gli archi</p>
-<p class="i0">E le colonne, e i simulacri, e l’erme</p>
-<p class="i0">Torri degli avi nostri,</p>
-<p class="i0">Ma la gloria non vedo,</p>
-<p class="i0">Non vedo il lauro e il ferro ond’eran carchi</p>
-<p class="i0">I nostri padri antichi.</p>
-</div></div>
-
-<p>Y no podria con razon añadir, pintando la ilustre nacionalidad
-acongojada:</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0">Siede in terra negletta e sconsolata,</p>
-<p class="i0">Nascondendo la facia</p>
-<p class="i0">Tra le guinocchia, e piange.</p>
-<p class="i0">Piangi, che ben hai donde, Italia mia,</p>
-<p class="i0">Le genti á vincer nata</p>
-<p class="i0">E nello fausta sorte, e nella ria.</p>
-</div></div>
-
-<p>El sublime cantor de la Edad Media, el titánico genio de la
-desesperacion, no podria exclamar:</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0">¡Oh serva Italia! di dolore ostello,</p>
-<p class="i0">Nave senza nachiero in gran tempesta;</p>
-<p class="i0">Non donna dei provincie; ma bordello.</p>
-</div></div>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_312">[p. 312]</span></p>
-
-<p>Sobre los muros, sobre los arcos, sobre las columnas, en las
-piedras de vuestros monumentos, en las obras inmortales de vuestros
-artistas se ve brillar como en contínua fulguracion, que Italia es
-una, que Italia es independiente, que Italia es libre; y vosotros,
-que, como italianos, recogeis los frutos de estos grandes progresos;
-y yo, que, como parte de la humanidad y como hijo de la raza latina,
-participo de sus ventajas, debemos beber en comun por la unidad, por
-la libertad, por la independencia de Italia (<i>Aplausos</i>), por todos
-aquellos que han contribuido á fundarlas entre los escollos de la
-diplomacia europea y los azares de la guerra, por todos aquellos que
-la salvan, la defienden y la consolidan, pues la existencia de esta
-nacion libre en el mundo moderno es garantía al progreso universal y
-áncora segurísima á los derechos de unos, á las esperanzas de otros,
-á la autonomía á la dignidad, á la grandeza de todos. (<i>Prolongados
-aplausos.</i>)</p>
-
-<p>Señores, vosotros habeis hablado mucho de mí, consagrándome
-alabanzas dignas de vuestra magnanimidad, en desproporcion completa
-con mis méritos (<i>Voces</i>: No, no); permitidme que yo recuerde un
-hecho, no más que un hecho sencillo de mi vida. Crecí y me eduqué en
-tiempos de desesperacion respecto á vuestra patria. Para todos pasaba
-como axioma indiscutible que Italia estaba<span class="pagenum"
-id="Page_313">[p. 313]</span> muerta y no resucitaria jamas. Nuestros
-padres, que tornaban del destierro para encontrarse con la guerra
-civil, vieron, trataron allá en la Gran Bretaña el sublime poeta de
-los sepulcros, hijo natural de Grecia, hijo adoptivo de Italia, que
-llevaba sobre su frente espaciosa los resplandores del genio de las
-dos naciones, y sobre su henchido corazon el luto de las desgracias y
-de las tristezas italianas y helénicas, luto más negro y más profundo
-en las tinieblas, donde le faltaba á un tiempo el acento de las
-músicas lenguas meridionales en los oidos y en los ojos el resplandor
-de nuestra luz y de nuestro cielo: en tal guisa, aterido por la duda
-y por el frio, aquel gran genio, creyendo eterna la noche y eterna la
-soledad de entónces, habia dicho, y ellos lo habian difundido, que
-estaba él condenado á morir en la proscripcion é Italia condenada á
-desaparecer en la servidumbre, rotas las cuerdas de su corazon como
-las cuerdas de su lira, semejante á sus antiguas sacerdotisas cuando
-bajaron del ara y se desciñeron la corona de verbena, al conjuro de
-los penitentes que salian de los desiertos del Asia y al golpe de las
-tribus que bajaban de las selvas del Norte, en la última apocalíptica
-hora del antiguo mundo. (<i>Bien, bien.</i>)</p>
-
-<p>Y yo, á pesar de haber oido esto constantemente, pensé y
-creí siempre que Italia resucitaria. En<span class="pagenum"
-id="Page_314">[p. 314]</span> el Jurado de Madrid, ante un pueblo
-inmenso, el año 1855, en el ardor de la primera juventud, yo
-dije que veriamos la unidad y la libertad y la independencia de
-Italia. Todavía guardo en mi poder una felicitacion que entónces me
-dirigieron, y que anda impresa, muchos patriotas italianos, entre
-los cuales se encuentran nombres tan ilustres como los nombres de
-Garibaldi, Manin, Mancini, Mamiani, Tomaseo y otros varios. Pero
-entónces, si habia muchos que participáran de mis ideas, habia
-pocos, muy pocos, que participáran de mis esperanzas. Hasta los más
-liberales me tenian por visionario y declaraban que mis anuncios,
-nacidos más en la fantasía que en el conocimiento de las cosas, no
-se cumplirian ¡Valor se necesitaba para esa afirmacion señores, en
-aquellos momentos! El mundo estaba lleno de desterrados italianos; el
-esfuerzo de 1848 habia recrudecido los dolores y enconado las llagas;
-el Piamonte, aplastado entre el Imperio de los Bonapartes y el
-Imperio de los Hapsburgos, no podia apénas respirar ni sostener sus
-nacientes instituciones; cebábase el despotismo en las Dos Sicilias,
-donde veiamos arriba todas las demencias y abajo todas las desgracias
-de nuestro tiempo de Fernando VII; las bayonetas imperiales mantenian
-la donacion de Pipino y cerraban todo paso al esfuerzo y al trabajo;
-príncipes absolutos en Toscana; prínci<span class="pagenum"
-id="Page_315">[p. 315]</span>pes más absolutos en Parma; príncipes
-absolutísimos en Módena, sargentos todos asalariados del Austria; las
-plazas del Cuadrilátero, como otros tantos clavos, sosteniendo el
-cuerpo de vuestra nacion martirizada en su cruentísima cruz; Milan,
-caida exánime en el dolor y en la desesperacion; Venecia, flotando
-como un gran cadáver en sus lagunas que parecian lagunas de lágrimas;
-por los horizontes de Europa ni un solo vislumbre de esperanza,
-dispersas las democracias alemanas; errantes sus ilustres apóstoles,
-volcada al golpe de Estado la gloriosa tribuna francesa; desvanecidas
-las ideas que brotáran de la Asamblea de Francfort y soterrada
-Hungría como si hubiéramos vuelto á los tiempos de la Santa Alianza,
-á la exaltacion de todos los tiranos y á la esclavitud eterna de
-todos los pueblos, no quedando á los grandes patriotas más recurso,
-despues de tantas catástrofes, que el recurso de Bruto y de Caton; la
-desesperacion y el suicidio. (<i>Frenéticos aplausos.</i>)</p>
-
-<p>Y sin embargo, mi fe tenía un fundamento racional; mi fe tenía
-el fundamento de las ideas progresivas, de las ideas de libertad
-y de patria. Penetrando como penetraban ya en el espíritu de los
-pueblos, debian necesariamente conducirlos desde la concepcion de
-lo ideal á su inmediato cumplimiento. Una idea, por etérea, por
-impal<span class="pagenum" id="Page_316">[p. 316]</span>pable
-que parezca, trasforma la impura realidad, modifica y renueva las
-sociedades humanas. Como las ciencias experimentales van cada dia
-demostrando más la unidad de las diversas fuerzas cosmogónicas,
-las ciencias de indagacion van, á su vez, demostrando que arte,
-religion, Estado, filosofía, son como cristalizaciones várias de
-una misma idea. (<i>Bien, bien.</i>) Y esta idea de la libertad, y de la
-igualdad en la libertad que debia crear la democracia, de la cual
-se derivaba esta otra idea de la union, de la identificacion de
-aquellos que tienen orígenes comunes y comunes destinos históricos
-en una misma nacionalidad, debian penetrar en el seno de Italia y
-redimirla y salvarla. Os habiais formado una concepcion superior
-de vuestro derecho, y, merced á las intuiciones rápidas de nuestra
-inteligente raza, habiais podido llevar esta concepcion á las
-últimas clases sociales, al seno de los pueblos, y de aquí la unidad
-italiana. Para fundarla más sólidamente la unisteis al pensamiento
-moderno, á la libertad; porque no puede prevalecer todo aquello que
-contra la libertad se dirija. Italia estaba dibujada y delineada
-en el espíritu ántes de brotar en el espacio. Italia era ya vista,
-descubierta en el éxtasis de sus hijos ántes de que brotára en las
-instituciones, como esas místicas figuras que el beato Angélico
-adoraba en espíritu ántes de animarlas en el áureo fondo de<span
-class="pagenum" id="Page_317">[p. 317]</span> sus cuadros. Así,
-esta idea universal suscitó la inspiracion de vuestros artistas,
-el heroismo de vuestros soldados, la fe de vuestros mártires y el
-genio de vuestros hombres de Estado. Y supisteis sumar á los ímpetus
-del sentimiento los cálculos de las probabilidades políticas, y al
-culto por lo ideal y por los principios abstractos el conocimiento
-práctico de las realidades de la historia. Supisteis, cuando fué
-necesario, evocar vuestros muertos ilustres, reunir vuestros jóvenes
-ejércitos y marchar, en alas del entusiasmo, desde una inmerecida
-servidumbre á vuestra redencion en la libertad. Y despues de 1848,
-despues de aquel gran desastre, no perdisteis la esperanza como Caton
-despues de Farsalia y como Bruto despues de Filipos, perseverasteis,
-combatisteis, y desde San Martino hasta Marsala, y desde Marsala
-hasta Gaeta, una serie de victorias ilustres fundaron la libertad y
-la independencia de Italia, que completasteis luégo con la unidad,
-recabando en una mezcla rara de valor y de prudencia vuestra mágica
-Venecia y vuestra sublime Roma. El sueño de quince siglos se ha
-realizado. Lo que no pudieron los antiguos Césares ni los reyes
-ostrogodos y lombardos; lo que no alcanzaron ni Federico de Suabia
-ni sus ilustres descendientes en el combate á muerte con los güelfos
-y los angevinos; lo que no vieron ni Dante ni Petrarca,<span
-class="pagenum" id="Page_318">[p. 318]</span> á pesar de invocar
-á los Emperadores de Alemania para que convirtieran la espada del
-Sacro Imperio en el eje de Italia; lo que no alcanzó Julio II con
-sus cañones, ni Leon X con sus artes; lo que no realizó Savonarola
-dándose á Dios, ni Maquiavelo dándose al diablo; la Italia una, la
-Italia libre, la Italia independiente, lo habeis conseguido vosotros,
-que, sin duda, sois la generacion más favorecida, por haber reunido
-á los esfuerzos de las generaciones anteriores y á sus martirios la
-idea vital por excelencia, la idea por excelencia poderosa, la idea
-de libertad. (<i>Grandes aplausos.</i>)</p>
-
-<p>Pero no basta con haberla conseguido, es necesario á toda costa
-conservarla. Una larga experiencia enseña cuánto más fácil es la
-fundacion que la consolidacion de las libertades públicas. Para lo
-primero acaso basta con una virtud muy grande, pero muy extendida y
-rudimentaria; con el valor; para lo segundo se necesitan la sabiduría
-y la prudencia. Todo se puede dejar en parte á los azares de lo
-imprevisto, todo, ménos la suerte de las naciones. Las aventuras en
-los pueblos concluyen casi siempre, como las aventuras de la obra
-inmortal de nuestro Cervántes, por grandes catástrofes. Sólo se debe
-extirpar aquello que no se puede reformar. Y ántes de pedir á las
-leyes una reforma, es necesario formularla con<span class="pagenum"
-id="Page_319">[p. 319]</span> claridad, difundirla con perseverancia,
-propagarla en los comicios, conseguir que desde los comicios suba
-como una savia misteriosa á los parlamentos y de los parlamentos á
-los gobiernos. Si un principio, por progresivo que parezca, puede
-comprometer todo lo que habeis alcanzado, no lo propongais ni lo
-implanteis; contentaros con prepararlo para lo porvenir. Vosotros,
-que sois naturalezas sintéticas, no caigais en el error de los
-errores: mirar sólo á la libertad y prescindir de la autoridad;
-mirar sólo al progreso y prescindir de la estabilidad; mirar sólo
-al derecho del individuo y prescindir de la fuerza social; mirar
-sólo á lo porvenir, cuando todo movimiento encierra en trinidad
-misteriosa lo pasado, lo porvenir y lo presente. El ideal debe
-formularse, sostenerse, difundirse todos los dias con sin igual
-constancia, porque es la promesa de las renovaciones necesarias en
-las sociedades humanas; mas para plantearlo no olvideis nunca, no,
-que toda idea encierra una serie lógica de ideas y que toda obra
-grande crece con la misma lentitud con que crecen los seres muy
-duraderos en la naturaleza. Los partidos radicales, los partidos
-avanzados de toda Europa deben unir al valor la mesura, al sentido
-científico el sentido histórico, á la noble impaciencia por el
-progreso aquel tacto político, aquella medida de la realidad, aquel
-conocimien<span class="pagenum" id="Page_320">[p. 320]</span>to de
-pueblos, sin los cuales sembrais el bien y recogeis el mal. No os
-satisfagais con haber fundado Italia, conservadla. Y no se diga jamas
-que por corregir un defecto de vuestra estatua, por quitarle una
-imperfeccion, quizá necesaria, la habeis destrozado en mil pedazos.
-(<i>Grandes aplausos.</i>) Brindemos, pues, no sólo al empuje y á la
-iniciativa de los que fundaron Italia, sino tambien á la prudencia y
-al tacto de los que saben conservarla y sostenerla con maravillosa
-unidad de propósitos.</p>
-
-<p>No me cansaré jamas de tratar este punto, porque creo que el mayor
-mal de las democracias modernas es la impaciencia, y el escollo
-único está en la demagogia. Los períodos revolucionarios, los
-períodos de violencia se van cerrando en toda Europa. Los pueblos
-que caen por su desgracia en reacciones absurdas, los pueblos que
-ven reaparecer por conjuraciones de cuartel épocas aborrecidas de
-tiranía, los pueblos que pierden su prensa y su tribuna, los pueblos
-lanzados del derecho á los piés de la teocracia, esos pueblos que
-conservadores insensatos empujan hácia el abismo, no tienen otro
-remedio sino apelar á la revolucion, obra siempre de los opresores
-y no de los oprimidos, los cuales tienden incontrastablemente, como
-todos los seres, á respirar su aire, á ver su luz, á ver y respirar
-la libertad.<span class="pagenum" id="Page_321">[p. 321]</span> Pero
-los pueblos que tienen las condiciones necesarias de la vida moderna;
-aquellos que poseen el sistema constitucional en toda su latitud,
-que gozan de prensa y de tribuna libres y que pueden reformarlo todo
-por la iniciativa del Parlamento y por el voto de los comicios,
-esos pueblos, cuando apelan á la revolucion, me parecen á la verdad
-tan insensatos como los conservadores reaccionarios, y forjan su
-propia opresion y mueren dementes en la infamia del suicidio. No
-olvideis, no, que solamente los déspotas, creidos de que su voluntad
-y su pensamiento representan toda la nacion, pueden intentar cuanto
-quieran sin contar con nadie; nosotros los demócratas, para gobernar
-las sociedades humanas y reformarlas, necesitamos de todos, de la
-mayoría cuando ménos, y no podemos ganarlos á todos sino por la
-persuasion y por la propaganda.</p>
-
-<p>Conozco que insisto mucho; pero permitídmelo en puro interes de
-la libertad y de la democracia, causa que con desinteres completo
-he servido toda mi vida. Los excesos nos han perdido siempre. Entre
-aquel estallido de pasiones que acompañó á la primera revolucion
-francesa, no se pudo fundar una república duradera; entre el
-estallido de utopias que acompañó á la revolucion de 1848, perdióse
-tambien la república. Hoy, que parecia la obra más difícil, la
-reaccion más fuerte,<span class="pagenum" id="Page_322">[p.
-322]</span> nuestro ideal extinto en las ruinas humeantes de la
-guerra civil y de la guerra extranjera, la república se ha salvado,
-la república se ha establecido en Francia, gracias á la prudencia
-de los republicanos, que han alcanzado la más difícil, pero la más
-gloriosa de todas las victorias, la que ha consistido en vencerse
-á sí mismos, sometiendo á la realidad un ideal que se extinguiera
-si intentáran realizarlo en una sola hora ó en un solo dia. Para
-confirmar esta verdad encontraréis cumplidísimo ejemplo en el
-pueblo quizá más fuerte, más valeroso y más desgraciado de Europa,
-en el pueblo español. Este gran pueblo habia conseguido los tres
-mayores bienes á que pueden aspirar los pueblos modernos: habia
-conseguido la libertad, la democracia y la república. Su conciencia
-y su pensamiento, su prensa y su tribuna eran completamente libres;
-la tolerancia religiosa habia sustituido á la intolerancia más
-arraigada y más antigua; sus Universidades tenian todos los derechos
-de las primeras Universidades del mundo; administraba allí justicia
-el jurado y elegia la autoridad en todos sus grados el sufragio
-universal: bienes inapreciables que llegaron á encarnarse en su forma
-propia, en su organismo natural, en la república; pero el empeño de
-exagerar todas las ideas, de extremar todas las conquistas, de pedir
-á combinaciones utópicas y no ensayadas de un<span class="pagenum"
-id="Page_323">[p. 323]</span> republicanismo indefinido, todos estos
-gravísimos errores nos perdieron y nos llevaron á una descomposicion
-que ha sido al par causa de nuestra ruina y de la ruina de aquellas
-venerandas instituciones, á las cuales habiamos unido con el trabajo
-de toda nuestra vida la honra de nuestro nombre y la suerte de
-nuestra patria, ejemplo tristísimo que invocaré siempre para inculcar
-en las democracias europeas las dos virtudes que deben ir unidas á
-su valor y á su tenacidad, la moderacion y la prudencia. (<i>Aplausos,
-asentimiento.</i>)</p>
-
-<p>Pero dicho esto, hecha esta confesion dolorosísima, réstame otra
-cosa que decir, otra enseñanza que sacar de los acontecimientos
-de España. Se habla mucho de la solidaridad que existe entre los
-elementos liberales, entre los partidos democráticos, entre los
-gobiernos afines de Europa. Se habla mucho de lo que ha dado en
-llamarse el cosmopolitismo revolucionario. Yo puedo decir, yo puedo
-declarar que no he hallado esa unidad de miras y esa solidaridad de
-intereses en el liberalismo europeo, sobre todo en el liberalismo
-oficial que pretende servir la moderna civilizacion. Para nadie
-era un misterio que, proclamada la república en España, su caida
-traia consigo necesariamente una reaccion inmediata, una reaccion
-hácia la teocracia más ó ménos hipócrita. Un reconocimiento de los
-Gabinetes europeos, un re<span class="pagenum" id="Page_324">[p.
-324]</span>conocimiento oficial de aquella forma de gobierno,
-emanada, no de revoluciones populares, no de pronunciamientos
-pretorianescos, sino de la voluntad libérrima de una Asamblea
-soberana, producto del sufragio universal, hubiera podido salvarnos,
-hubiera podido traernos en el interior autoridad y fuerza moral para
-vencer los mayores obstáculos, y conservar un pueblo nobilísimo á la
-civilizacion y á la libertad europea. Ningun Gobierno, ninguno, en
-aquella crísis nos tendió la mano. Tuvimos ofertas de algunos de esos
-hombres extraordinarios que han consagrado su vida á la libertad,
-como Garibaldi; no tuvimos más. En Francia habia una república, y
-esta república no reconoció á su infeliz hermana. En Inglaterra habia
-un Gobierno radical, un Gobierno que tenía interes en salvar la
-libertad religiosa y la libertad mercantil allende el Pirineo; este
-Gobierno tampoco quiso reconocernos. Ni siquiera allá en la pensadora
-Alemania, que tanto y tanto lucha con la teocracia universal, se
-comprendió que tras la ruina de la república se encontraba la
-exaltacion de los elementos clericales. Y allí tenian el deber de
-adivinar que las reacciones son contagiosas, y que los contagios
-atacan quizá á los más sanos y á los más fuertes. Nosotros nos
-vimos abandonados de todos hasta en los momentos en que luchábamos
-con la demagogia, y res<span class="pagenum" id="Page_325">[p.
-325]</span>tablecimos la autoridad y el órden bajo la bandera de
-la república, es verdad, pero de la república moderada y prudente.
-En cambio, los enemigos de todo progreso, los mantenedores del
-absolutismo, los que pelean por el trono y por el altar han tenido
-el auxilio de todos los interesados en restaurar la antigua trama
-sobre el suelo volcanizado de Europa. El partido legitimista frances
-se ha arruinado por socorrerlos; y los católicos ingleses han
-mandado constantemente naves cargadas de armas á nuestras costas
-cantábricas; y un solo comité ha dicho al disolverse en Viena que
-le habia remitido tres millones de francos al Pretendiente; y donde
-quiera que alienta una esperanza ó interes absolutista, allí ha
-brotado un recurso, un auxilio para nuestros enemigos, de suerte que
-España padece, sus hijos mueren, sus hogares arden, sus caminos se
-cierran bajo un diluvio de sangre, no sólo por las pasiones y los
-errores nacionales, sino tambien porque el absolutismo universal ha
-concentrado sobre nosotros todas sus fuerzas á fin de restaurar con
-una victoria en aquel suelo, sus viejos ídolos sobre los altares de
-toda Europa. Nosotros somos, ante todo, las víctimas sacrificadas por
-la implacable reaccion universal.</p>
-
-<p>Puesto que es antigua y arraigadísima costumbre el dirigir votos
-en estos momentos solemnes,<span class="pagenum" id="Page_326">[p.
-326]</span> elevémoslos por la union de los dos pueblos, por la
-union del pueblo de Italia y del pueblo de España. Olvidemos que
-unas veces vosotros habeis sido los conquistadores y nosotros los
-conquistados, que unas veces nosotros hemos sido los conquistadores
-y vosotros los conquistados, para acordarnos tan sólo de que siempre
-hemos sido hermanos por la identidad de nuestros orígenes, hermanos
-por la analogía de nuestras lenguas, hermanos por la comunidad de
-nuestras creencias, hermanos por la semejanza de nuestras regiones
-meridionales, hermanos por nuestras artes, por nuestras ciencias y
-por nuestra historia. No se puede saber qué sería del mundo, qué de
-la civilizacion, si los pueblos mediterráneos se suprimieran: aquella
-Andalucía, que enmedio de la barbarie feudal enseñó á Europa las
-matemáticas, y con ellas la astronomía de los cielos, las ciencias
-filosóficas y con ellas la astronomía del pensamiento; aquella
-Provenza, que con sus córtes de amor y con sus torneos poéticos fundó
-la literatura moderna, y fué lazo de union estrecha entre todos
-nosotros; aquella Grecia, que ha esculpido la forma humana con el
-buril de sus artistas, y le ha puesto en la frente el resplandor
-de lo divino con las ideas de sus filósofos; y esta Italia, que ha
-sido la Grecia de estos tiempos, nuestra Academia y nuestro templo,
-la musa de la moderna<span class="pagenum" id="Page_327">[p.
-327]</span> historia. (<i>Aplausos.</i>) Registrad vuestros anales,
-registradlos, y veréis cuántas glorias, cuántas grandezas tenemos,
-que son y serán perpétuamente comunes entre vosotros y nosotros. Las
-escuelas de Córdoba y de Sevilla han contribuido al Renacimiento
-hasta en Italia, y han llevado la filosofía de Aristóteles hasta
-el seno de Sicilia. Las naves de vuestras repúblicas, las naves de
-Pisa, las naves de Génova han redimido y han emancipado ciudades tan
-españolas como Almería y como Mallorca. Los almogávares catalanes,
-invocados por los grandes patriotas sicilianos, vencieron las
-ambiciones de la teocracia y alzaron el guantelete de Conradino
-en Mesina, en Nicotena, en Catania, mezclándose en los anales de
-vuestra libertad y en los tercetos del Dante sus nombres con los
-nombres de los fundadores de vuestra libertad. La gloria de Colon es
-una gloria de España y de Italia; el nombre de Andrea Doria es un
-nombre de Italia y de España; las proezas del gran general Colonna
-son proezas de Italia y de España; las victorias de Filiberto de
-Saboya son victorias de España y de Italia; los versos de Garcilaso
-pertenecen tanto á vosotros como á nosotros; los pinceles del
-Españoleto ilustran la antigua Campania y la moderna Valencia; en
-la epopeya de Lepanto, en la ocasion más grande de la historia
-moderna, cuando detuvimos el fatalismo<span class="pagenum"
-id="Page_328">[p. 328]</span> oriental y evitamos que todo el
-Mediterráneo fuera, como el Bósforo, un lago turco, las naves de
-Barcelona se consagraban, confundidas con las naves de Génova y de
-Venecia, á la obra eternamente gloriosa de salvar para siempre del
-mayor de sus riesgos á la civilizacion y la libertad en toda Europa.
-(<i>Ruidosos y prolongados aplausos.</i>) Hasta recuerdos comunes tenemos
-en la historia de nuestras libertades. Cuando toda España ardia
-en la guerra sublime de su independencia, en la guerra de 1808,
-reunidos sus legisladores sobre el escollo de Cádiz, bajo las bombas
-del conquistador y bajo el azote de la peste, trazaron el Código
-democrático de 1812, que consagraba las grandes libertades modernas,
-y que ungia la frente de los pueblos con el sufragio universal. Pues
-ese Código invocó el Piamonte, invocaron las Dos Sicilias en 1821
-al levantarse para pedir el régimen constitucional y las modernas
-instituciones democráticas. El recuerdo de ese Código era una
-religion, lo mismo entre vosotros que entre nosotros, la religion
-de la libertad. El nombre de Riego es tan popular en Italia como el
-nombre de Garibaldi, el gran Garibaldi, es popular en España.</p>
-
-<p>Todavía se conservaba esa religion en nuestros tiempos; todavía
-Palermo sublevado significaba á sus enemigos y á sus tiranos que no
-cesaria en<span class="pagenum" id="Page_329">[p. 329]</span> su
-lucha como no le concediesen el código de sus libertades, el resúmen
-de sus derechos, el objeto de su culto, la Constitucion española de
-1812. Por consecuencia, señores, si tantos son nuestros recuerdos,
-tantas nuestras glorias, si vuestros opresores han sido nuestros
-opresores, y vuestros enemigos nuestros enemigos, brindemos todos
-por la union de la España liberal y de la Italia liberal en la obra
-civilizadora y humanitaria del progreso y de la democracia.</p>
-
-<p>Yo he oido decir aquí á grandes pensadores y políticos, que no
-creen, que no pueden creer en la raza latina. Yo, por lo contrario,
-creo en la existencia de esta raza, y creo que las razas, como las
-nacionalidades, responden á la ley de variedad y de unidad que impera
-así en las sociedades humanas como en el universo. Pero ni deseo
-el panlatinismo como los escritores de otra raza desean el dominio
-universal, ni predico esta idea de raza por oposicion ó por ódio á
-raza ninguna de la tierra, y ménos de nuestra tierra europea. Creo
-que así como la familia completa al individuo, y la nacionalidad
-completa la familia, la raza completa las nacionalidades, y la idea
-de humanidad completa y contiene todos estos elementos de vida. Las
-razas diversas son necesarias, son indispensables, y sirven á la
-naturaleza como los planetas y los soles al cosmos, como las fuerzas
-con<span class="pagenum" id="Page_330">[p. 330]</span>trarias á la
-mecánica y al equilibrio universal; como el oxígeno, el ázoe y el
-carbono al aire; como el oxígeno y el hidrógeno al agua, elementos
-que á primera vista parecen opuestos, y que, en realidad, componen
-las armonías de la vida y el conjunto de la naturaleza. Descended
-á vuestra conciencia, tocad vuestro corazon, examinaos en la
-ciencia y en la historia, y veréis cómo, siendo vuestro espíritu
-una evolucion de la vida superior á la naturaleza, y siendo arte,
-Estado, nacionalidad, encarnaciones várias de vuestro espíritu,
-en todo cuanto os rodea á vosotros y nos rodea á nosotros hay un
-elemento esencial, un elemento latino que ha formado desde nuestras
-artes, expresion del sentimiento, hasta nuestras lenguas, expresion
-de las ideas, y que si este elemento latino en otros tiempos de
-fatalidad nos ha unido por los impulsos de la fuerza en el seno de
-mutuas conquistas, hoy, en estos tiempos de razon, debe unirnos
-á todos los latinos, pero especialmente á los españoles y á los
-italianos, en el seno de la libertad y de la democracia. He dicho.
-(<i>Ruidosos y repetidos y prolongados aplausos. Los asistentes saludan
-calurosamente al orador y le felicitan con entusiasmo.</i>)</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_9">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_331">[p. 331]</span></p>
- <h2 class="nobreak">LA ISLA DE CAPRI.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_333">[p.
-333]</span>Dos veces he visitado á Capri en mi vida: una vez por
-la primavera de 1868, y otra vez por el estío de 1875. Durante
-este larguísimo intervalo cogí en más de una ocasion la pluma para
-bosquejar mis emociones, mis recuerdos, mis ideas, y la solté
-desesperando de igualar jamas al maravilloso cuadro original donde se
-mezcla tanta gracia con tanta grandeza. En deliciosa mañana bajaba
-desde la fonda llamada Sirena, en Sorrento, á las playas por una de
-esas galerías abiertas en la roca viva, merced al trabajo de los
-romanos, y contemplando las atrevidas bóvedas, las ciclópeas paredes,
-los tortuosos recodos, las ámplias escaleras y las subterráneas vías,
-exclamaba á cada paso, que no extrañaban ya las empresas mitológicas
-de Hércules ni la apertura del gaditano Estrecho, ni las columnas
-puestas por límites al mundo, pues un pueblo relativamente moderno
-daba el aspecto de montañas á sus monumentos y abria á su arbitrio
-los senos de la<span class="pagenum" id="Page_334">[p. 334]</span>
-tierra como si guardára en su hogar el fuego primitivo ó tuviera en
-sus manos la fuerza creadora, algo semejante al genio mismo de la
-Naturaleza.</p>
-
-<p>Despues de haber recorrido aquellas cavernas, aunque circula
-libremente el aire en sus espacios y no falta en verdad la luz,
-respirais mejor bajo el claro cielo y á orillas del mar. Los
-marineros nos aguardaban solícitos en una barca, y nos recibian con
-esos gratos saludos propios de esta clase eminentemente expansiva y
-social, sobre todo en nuestras regiones meridionales. Miéntras unos
-apercibian los remos, y otros aparejaban las velas, y éstos recogian
-lonas y redes, y aquéllos desamarraban los cables, dos entonaban
-á porfía la <i>Mandolinata</i>, esa suavísima cancion parthenopea que
-reproduce todo el gozo y toda la inquietud de estos griegos tendidos
-sobre sus lechos de rosas á las faldas de ese Vesubio, en cuya cima
-resuella eternamente la muerte. Conforme íbamos costeando la ensenada
-sorrentina y recorriendo casi hasta el cabo Minerva, último extremo
-de la bahía de Nápoles, destacábase en el mar la isla de Capri,
-comparada por Juan Pablo Richter á una esfinge, y por Gregorovius
-á un antiguo sarcófago. En efecto, el declive de su longitud
-desde Occidente á Oriente; la altísima eminencia del Solaro y sus
-aristas semejantes á graciosas estrías arqui<span class="pagenum"
-id="Page_335">[p. 335]</span>tectónicas; el córte de sus caprichosas
-playas; los esponjosos y oscuros escollos cincelados por las blancas,
-férvidas espumas; las escarpadas dunas, en cuyas cimas se abrazan las
-vides con los olivos y en cuyos piés se abren temerosas cavernas;
-el prodigioso esmalte dado á todos los objetos por el reflejo de
-la luz en las aguas; la trasparente superficie del mar y la clara
-bóveda del cielo, entre cuyos resplandores parece flotar la isla
-aérea y eteriforme como un templo de cristal azul engarzado sobre
-una estrella de oro; todas estas bellezas indecibles os trasportan á
-las regiones de la poesía y de la magia, en cuanto abrazais con la
-vista y con el pensamiento uno de los clásicos paisajes gratos á los
-antiguos poetas y á los antiguos dioses, pero, sobre todo, el paisaje
-de Capri.</p>
-
-<p>No olvidaré jamas este dia. Serena la mañana, espléndido el
-horizonte, dormido el mar, fresco y cariñoso el aire; las ciudades
-del golfo dibujándose inciertamente en el éter como neréidas
-fabulosas, y Sorrento perdiéndose á nuestra espalda en la meseta de
-sus abruptas rocas, ceñidas de azahar, miéntras surgia cada vez más
-encantadora á nuestros ojos, Capri, con sus montañas ceñudas y sus
-alegres verjeles, con sus rosáceas dunas y sus negras cavernas, con
-sus blancos pueblos, ora agrupados al borde de las playas,<span
-class="pagenum" id="Page_336">[p. 336]</span> ora suspensos en la
-falda de las montañas, y sus ruinas bruñidas por el sol y dispersas
-en las inaccesibles alturas; con las cúpulas de sus iglesias y los
-techos de sus cabañas; con sus labradores cavando en los huertos
-plantados sobre los abismos, y sus marineros recogiendo el copo lleno
-de peces en la ensenada; con sus escollos que parecen vomitados por
-erupciones volcánicas, y sus blancas casas, sobre cuyos pintorescos
-terrados se tienden fresquísimas guirnaldas; con aquella doble vida
-del campo y del mar, en que se mezclan las algas con las flores, las
-emanaciones salinas con los aromas silvestres, la nota dulcísima
-de la alondra con el grito agudo de la gaviota, á manera que en la
-poesía de Homero, de Teócrito y de Virgilio.</p>
-
-<p>Á las diez del dia nos acercábamos ya al término de nuestro viaje,
-y la isla parecia desierta. ¡Grata y serena soledad! Proyectábase
-sobre el mar la luz con esplendor indecible. Las aguas miraban al
-cielo, como unos ojos enamorados miran á otros ojos en cuya retina
-encuentran el amor correspondido. Por toda la inmensa extension
-caia á plomo el sol, ya cercano á su zenit. Pero en el sitio donde
-estaba nuestra barca, al Norte de la isla, se extendia la sombra
-espesa de los altos montes. Así el Mediterráneo lucia con azul tan
-claro que tiraba al ópalo, y nuestra zona<span class="pagenum"
-id="Page_337">[p. 337]</span> se teñía de azul tan oscuro que tiraba
-á violeta. Ningun pincel, ni siquiera el pincel de Pablo Verones,
-mojado en los matices de las lagunas venecianas, podria trasladar
-al lienzo aquella fiesta de colores; aquel cielo de un esplendor
-incomparable, aquellos léjos de rosados tintes donde nadaban los
-blancos pueblos, aquellos puntos de luz producidos por los rayos
-solares al quebrarse en la rizada superficie de las aguas, aquel
-violáceo tono del Vesubio brillando en sus cimas y en sus faldas como
-si estuviera cuajado de oscura y deslumbradora pedrería, aquella nube
-de humo despedida por el cráter y disipada en los aires como una
-gasa; aquella zona de azul oscuro en que nosotros estábamos, juego
-mágico de las sombras inexplicable por la humana palabra y en cuya
-contemplacion nos abismábamos como si fuese el comienzo de un mundo
-ideal guardado por un genio desconocido en el fondo de los mares.</p>
-
-<p>Es verdad. Los pueblos que atraviesan el desierto bajo un cielo de
-bronce, sobre una tierra abrasada; en la uniformidad de los infinitos
-inmóviles océanos de arenas, deben afirmar y confirmar la idea de la
-unidad de su Dios creador; pero aquí, en el seno de esta contínua
-primavera que junta las flores con los frutos; en los reflejos de
-estos horizontes, cuya rica variedad es incom<span class="pagenum"
-id="Page_338">[p. 338]</span>parable; en la orgía de estos colores
-que descomponen todos los matices de la luz; entre estas movibles
-olas, entre los juegos y arabescos de las sombras; entre las estelas
-del agua y los espejismos del aire; en las refracciones de los
-rayos solares y en la reverberacion de los nocturnos astros; en las
-guirnaldas de espumas, en la palpitacion contínua de ese movible
-seno, á cada instante aparecen las sirenas y neréidas del antiguo
-mar, cuna eterna de la religion pagana, sirenas y neréidas dibujando
-su cuerpo de alabastro en las espumas, sus negras cabelleras en las
-algas, sus palpitaciones amorosas en la rizada superficie, y sus
-huellas en los surcos de luz sobre la celeste inmensidad, donde
-brotan con los múltiples vapores múltiples ideas, y con las múltiples
-ideas innumerables dioses.</p>
-
-<p>Acercámonos á tierra sin cansarnos de contemplar el conjunto de
-colores, el azul clarísimo de las aguas apartadas, el azul oscuro
-de las aguas cercanas, el tono violeta de las montañas y de las
-dunas, las tintas de primaveral vegetacion rica en toda suerte de
-flores. Varios chiquillos nadaban como tritones y nos pedian que les
-echáramos cuartos al agua, por cuya consecucion luchaban allá en
-el fondo, como los peces por su alimento. Como nuestra embarcacion
-seguia á la gruta Azul, tuvimos que trasbordarnos. Innume<span
-class="pagenum" id="Page_339">[p. 339]</span>rables barcas nos
-circuian, y en ellas jóvenes marinos ofreciéndonos sus servicios y
-saludándonos con la palabra: ¡Felicidad! Una de estas barcas iba
-dirigida por hermosísima capriota de ojos negros y cabellos rubios
-como la Salomé del Ticiano, y que, desnudos los brazos y desnudos
-los piés, mal envuelta en traje de vistosa indiana, y bien peinada,
-con las trenzas recogidas sobre la nuca y traspasadas por una aguja
-de plata, remaba, empleando el mismo empuje y la misma celeridad
-de consumado marinero, sin que tanto esfuerzo le quitára aliento
-para entonar la cancion entónces al uso, <i>La Bella sorrentina</i>.
-Preferimos, como era natural en nuestra galantería española, esta
-barca tan hermosamente tripulada, y encaminámonos al muelle, de
-cuyas toscas piedras nos separaban algunas brazadas de mar y
-algunos movimientos de remo. Pero la llegada fué horrible: los
-mendigos nos asaltaban; los muchachos nos recogian nuestro equipaje,
-disputándoselo como si les perteneciera á ellos en vez de pertenecer
-á nosotros; las muchachas nos arrojaban á las manos pedazos de coral,
-conchas pintadas, piedrecillas de las ruinas, pidiéndonos en cambio
-dinero; los mozos de los diversos albergues se disputaban nuestras
-personas, como los pilludos de la playa nuestras maletas; este
-marinero nos presentaba sus robustos brazos para subir la em<span
-class="pagenum" id="Page_340">[p. 340]</span>pinada cuesta, aquel
-gañan su bíblico asno ó su jaco matalon; y todos nos cortaban el paso
-con vocerío infernal, como si se hubieran propuesto compensarnos con
-el disgusto producido por horribles gestos, agudos gritos y groseros
-asaltos, del encanto experimentado al abordar á la encantadora isla.
-Por fin pudimos desasirnos de todos ellos y trepar alegremente por
-los agrios senderos, entre áloes y nopales del Oriente, admirando
-aquellas casas parecidas á los aljibes árabes y que nos recordaban
-nuestras casas de Elche, con sus escaleras de madera en lo exterior,
-sombreadas de parras para subir al terrado cubierto de macetas, en
-las cuales florecen olorosos geranios.</p>
-
-<p>Capri orna la parte oriental de la incomparable bahía parthenopea,
-y se avecina al cabo de Minerva. Su largo es de tres millas, su
-ancho de una y media, su circuito de nueve. Las montañas tienen tan
-abruptos y tan agrios costados que diríanse cortadas á pico, y dos
-mezquinas calas abrigan á las barcas de los contrarios vientos,
-pues casi todas sus rocas salen del mar á guisa de lisas paredes, y
-la privan por tanto de hospitalarias costas. La tierra vegetal se
-conserva con dificultad y á duras penas se acrecienta. Arrástranla
-al mar las lluvias; espárcenla por el aire los huracanes. Al fecundo
-elemento, donde las raíces se agarran y la vida vegetal brota y se
-nutre,<span class="pagenum" id="Page_341">[p. 341]</span> suceden
-peñas desnudas, frias, estériles, como duros metales. Así los campos
-griegos, cantados por los antiguos poetas á causa de su amenidad y
-de su hermosura, han sido arrastrados al mar y se han trocado en
-áridos desiertos. Conmueven profundamente los cuidados que toman
-estos buenos isleños por preservar su tierra vegetal de todo cuanto
-pudiera perderla ó disiparla; los muros que levantan, los setos que
-fabrican, las hierbas que siembran, las excavaciones que ahondan, el
-arte y el culto con que guardan esos átomos donde el jugo de la savia
-se encierra. Veríaislos agitarse y conmoverse como si les arrancáran
-una parte de su sér, cuando las ráfagas vienen á estrellarse en
-su peñon y á elevar en los giros de sus torbellinos espesas nubes
-de polvo. Así, jamas siembran el escaso trigo producido por sus
-campos arrojándolo sobre el surco, sino abriendo para cada grano un
-agujerito que luégo tapan á fin de defenderlo contra el viento.</p>
-
-<p>El clima es dulcísimo, tibio el invierno, fresco el verano. Fuera
-de la parte que mira á Nápoles, y donde está la llamada Marina,
-abierta y expuesta al Norte, el resto de las regiones habitables
-de la isla recibe seguro abrigo de las altas montañas. Por aquel
-territorio montuoso y pedregosísimo; ¡cuántos valles alegres y
-de indecible deleite! En cualquier arruga del terreno, ó<span
-class="pagenum" id="Page_342">[p. 342]</span> declive dulce, ó umbría
-plácida; en el recodo de los cabos, en las ligeras planicies de las
-estrías, en las rotondas de las cimas, en la espina dorsal de los
-montes, la vegetacion brota váriamente á guisa de canastillos de
-frutos y de flores que se hubieran dado allí al olvido. Las naranjas
-y los limones brillan y huelen á porfía entre las brillantísimas
-verdes hojas. El oscuro olivo se entrelaza con las claras vides.
-Las frondosas moreras producen frutillas de un sabor agridulce
-incomparable, y hojas para alimentar en alguna cantidad los gusanos
-de seda. Entre moreras y naranjos, alzándose airosas sobre los cactus
-de los áloes y los nopales, vense las higueras, cuyos higos compiten
-ciertamente con los higos de Esmirna. El vino es de corta cantidad,
-pero de larga reputacion. En Nápoles suelen falsificarlo, pues la
-isleta no da tanto como pide el gusto, ni siquiera como consumen sus
-sobrios moradores. La próvida atencion y cuidado de amigos que, á
-Dios gracias, tenemos en todas partes, nos procuraron gustar, así el
-tinto como el blanco, y los encontramos deliciosísimos. ¡Dios mio!
-¡Cuán próvida es la agricultura en las regiones meridionales, y cuán
-vária! Yo no quisiera ser labrador, por ejemplo, en la bien cultivada
-Normandía, donde sólo se cogen las cosechas de heno y de trigo,
-y sólo se tienen algunas escasas frutas y<span class="pagenum"
-id="Page_343">[p. 343]</span> muchos y buenos ganados. Desde el
-punto y hora en que concluís la siega, ya nada teneis que hacer.
-Para el pastoreo basta con los frescos prados y con tres ó cuatro
-pastores. En el Mediodía no sucede así; para cada mes hay su trabajo
-y su cosecha. Ya se abre el surco y se siembra el trigo; ya se poda
-y se cava la viña. En el hogar, bajo la grande chimenea, las ramas
-inútiles de los olivos, los haces de sarmientos, los rebujos de la
-aceituna, brillan y chisporrotean durante las largas veladas del
-invierno. Apénas llega Febrero, cuando os da la Providencia el cardo
-y otras hortalizas. En Marzo florece el almendro, y Abril colora
-las rojas cerezas que semejan flores. ¡Cuántas frutas de Mayo,
-azucaradas y sabrosísimas! El azahar os embriaga. Los albaricoques,
-las perillas, las primeras brevas os alimentan. Ya viene el trabajo
-de cuidar los gusanos de seda y el placer de verlos hilar sus
-plateadas hebras. Ya se abre la gomosa almendra y se desprende sobre
-el campo. La siega es temprana y da vagar bastante para las otras
-ocupaciones campestres. Apénas se acaba la siega, cuando empieza la
-recoleccion de los otros frutos. Aquí se cosecha la almendra, allá
-la nuez y la avellana, más allá la sandía y el melon de las viñas se
-ven bajar á las playas mujeres en coro que llevan sobre la cabeza los
-cestos circulares cargados de<span class="pagenum" id="Page_344">[p.
-344]</span> uvas para la pasa. Junto á los racimos de ámbar, sobre
-largos cañizos, los verdinegros higos, todos endulzados á los rayos
-del sol. Ya comienza la vendimia y se oye por todas partes el cántico
-de los que pisan en el lagar y se perciben los vapores del mosto. Ya
-viene el maíz, cuyas largas mazorcas se amontonan junto al trigo en
-los altos graneros. Ya se prensa el aceite que sazona la comida y
-alimenta la lámpara. Esta tierra no se cansa jamas de producir. Estos
-habitantes viven á la contínua en faenas del campo. Su atmósfera
-tibia y su campiña fecunda, les ofrecen delicias indecibles en
-ejercicios moralizadores y sanos. ¡Campos queridos de la luz, en
-vuestro seno, y sólo en vuestro seno, se celebran verdaderamente las
-nupcias del espíritu con la Naturaleza!</p>
-
-<p>En la isla de Capri, meridional por excelencia, os dan los pájaros
-un concierto y os perfuman las flores. ¡Cómo deleita oir, al rumor
-de las ondas estrellándose en las cavernas, y pareciendo con su
-tono unísono á solemne acompañamiento de una orquesta invisible, el
-arrullo de la tórtola y de la paloma, el gorjeo de los jilgueros, el
-agudo cántico del mirlo, la oda de la alondra al sol en las alturas,
-y la endecha amorosa del ruiseñor en la enramada! ¡Cómo os animan
-y os alientan las picantísimas emanaciones marinas confundidas con
-el aroma del lentisco que huele á selva;<span class="pagenum"
-id="Page_345">[p. 345]</span> del tomillo, que calma los nervios y
-endulza los aires; de la salvia, que despide como inefable incienso;
-del mirto, cuyas esencias os despiertan ideas poéticas, viendo
-al mismo tiempo los pinos salir casi de las aguas con sus copas
-vibrantes, la zarza-rosa entrelazarse con el áloe, el almendro y
-el limonero resaltar entre los olivos y las hayas y las encinas
-en armoniosos y suavísimos contrastes! Una dama inglesa que con
-nosotros venía, y que llevaba en una mano su cartera de dibujo y en
-otra mano su álbum de botánica, nos iba enseñando las flores más
-preciadas y diciéndoles el nombre más científico: el <i>thymo</i>, de
-suave olor; la <i>passerina hirsuta</i>, que busca la aridez y el calor;
-la <i>scilla marítima</i>, que se mece dulcemente en las moles ruinosas;
-la <i>cineraria</i>, con sus florecillas de oro; la <i>orque piramidal</i>, y
-otras muchas de tejidos tan multiformes y tan numerosos como no puede
-idearlos jamas el pensamiento.</p>
-
-<p>Las montañas de toda la isla divídense en dos principales cuerpos,
-llamado el uno de Capri y el otro de Ana-Capri. El primer cuerpo
-puede subdividirse, á su vez, en cuatro alturas principalísimas,
-si várias por sus formas, iguales por su grandeza. La más elevada
-es aquella que más se acerca al cabo de Minerva, hácia el Oriente,
-mirando á Sorrento y á Salerno, donde hoy se saluda y se invoca á
-Santa María del Socorro, como<span class="pagenum" id="Page_346">[p.
-346]</span> en otro tiempo se saludó y se invocó á Jove, cuyo
-templo aparece todavía por doquier en pasmosos restos y majestuosas
-ruinas. La segunda altura es la de San Miguel, cónica cual todos los
-volcanes, ceñida por las piedras de antigua vía romana, y coronada
-por los pintorescos fragmentos de un palacio de Augusto. La tercera
-altura tiene en su cima un castillo, en su medio la villa de Capri,
-á su pié la cala de la marina, por sus costados dos vallecillos
-de incomparable deleite y alegría. El cuarto collado es aquel que
-se alza abruptamente del mar y que domina dos risueños valles,
-cubierto hácia su pié de viñas y olivos, cuyas ramas festonan los
-restos de Tragáres; desolado y estéril en su cima; rico en su
-falda de esas hierbas llamadas entre nosotros hinojo marino y ruda
-silvestre, que dan ardentísimo y embriagador perfume. Un poco más
-léjos del pié de esta montaña, denominada Tuoro-Grande, surgen del
-mar tres inmensos escollos aislados, de un color tan vivo, de una
-forma tan pintoresca, de una ornamentacion tan rica por la multitud
-de dibujos formados en sus caprichosas piedras, que parecen un
-templo acuático misteriosamente cuajado de extraños jeroglíficos.
-Las gaviotas y las águilas se posan por sus alturas; las plantas
-marinas se mecen por sus grietas; las olas se entrechocan por sus
-bases, y vistas á una larga distancia, desde el golfo de<span
-class="pagenum" id="Page_347">[p. 347]</span> Salerno ó el cabo de
-Minerva, esmaltados por un horizonte puro, ceñidos de vapores ligeros
-en la purpurina atmósfera del mediodía ó en la rosada atmósfera de
-la tarde, cuando aquellos cielos despliegan como un íris de matices
-deslumbradores, las tomariais por unas diosas marinas elevándose
-desde sus grutas de cristal á las cimas del Olimpo. Y todas estas
-bellezas, todos estos graciosos rompimientos de los montes, todas
-estas aberturas, entre las cuales juegan las olas con los aires, y
-se descubren los cielos, encuentran su rudo contraste en la calcárea
-y árida montaña de Ana-Capri, la más alta y más estéril, cuya cresta
-toma el nombre de Monte Solaro, cúspide verdadera de la isla.</p>
-
-<p>Por débil que mi paleta sea, por tosco que sea mi pincel,
-por pálido y desmayado el color, ya os podeis imaginar á Capri,
-altísimo escollo en medio del Tirreno, con sus montañas calcáreas y
-sus valles fresquísimos; con sus conos y pirámides en el cielo, y
-sus grutas y cavernas en las aguas; con sus matices violeta y sus
-matices azules de una dulzura incomparable; con sus palomas y sus
-gaviotas, que vuelan juntas en los aires, y el rosal y el hinojo
-marino, que crecen juntos en las piedras; con los templos de sus
-dioses caidos y los palacios de sus césares muertos; con los jardines
-en gradería tapizados de flores y poblados<span class="pagenum"
-id="Page_348">[p. 348]</span> de pájaros, y las graciosas calas en
-anfiteatro, pobladas de barcas y tapizadas de redes; con las iglesias
-de Cristo y de María junto á las aras de Mitra y de Júpiter; bajo
-guirnaldas de pinos y sobre tapices de espuma; entre la bahía de
-Parthénope y la bahía de Salerno; el Vesubio encendido y el golfo
-sereno á su frente, y el mar infinito á su espalda; rodeada de
-cabos y promontorios de un dibujo clásico; soportando ruinas de una
-sublimidad religiosa; en aquel eden, cuyos claros horizontes y cuyos
-cerúleos abismos no tienen, por la magia de la luz, por la armonía de
-los contornos, por la belleza de los contrastes, rival ninguno en el
-mundo.</p>
-
-<p><i>Caprea</i> llamaron á la isla griegos y romanos. Segun unos, la
-etimología del nombre es latina y proviene de las muchas cabras
-errantes por sus escollos, y segun otros fenicia, é indica la
-existencia en su seno de dos ciudades. Pero el carácter predominante
-de Capri es el carácter griego. No se creeria que nacion tan escasa
-de gente como Grecia dejára generaciones tan numerosas y huellas tan
-profundas en las costas mediterráneas. Cuando en uno de mis viajes
-abordé á Ibiza, quedéme maravillado al ver sus mujeres con trajes
-llenos de reminiscencias dorias. Parecíanse á esas estatuas medio
-egipcias y medio helénicas que tan claramente señalan la fase de
-transicion desde<span class="pagenum" id="Page_349">[p. 349]</span>
-Oriente á Occidente en el desarrollo de la cultura. Lo mismo sucede
-por otras regiones. Sagunto se entregó á las llamas en holocausto á
-los patrios lares y en ódio al enemigo cartagines. Ardieron sus casas
-y sus muros; suicidáronse en heroico sacrificio sus habitantes; no
-quedaron por aquellos espacios ni ruinas; y cuando se va entre sus
-naranjales y sus olivares cortados por alguna palma, á la orilla
-de su mar celeste, ó se trepa por su cercana colina para ver los
-restos del despedazado anfiteatro, á cada paso aparece el reflejo de
-Grecia, no borrado ni por la dominacion romana ni por la dominacion
-agarena. En las costas de Cataluña, al Levante, sin necesidad de ser
-grande observador, nota el viajero la diferencia entre los catalanes
-originarios de las altas montañas, todos celtas ó celtíberos, y los
-catalanes originarios de las rientes playas, casi todos griegos. Lo
-mismo sucede en Capri. La hermosa Grecia brilla sobre sus piedras
-como los dioses sobre las aras. Esta bahía, llamada por ellos el
-Cráter, porque tiene realmente el córte de la boca de inmenso volcan,
-era idónea para herir su genio artístico y para obligarlos á larga
-residencia. Ochocientos años ántes de Cristo, ya dominaban por estas
-playas. Las Dos Sicilias componian aquella magna Grecia, en la cual
-brilló con tanto lustre una parte de la vida griega: los viajes
-marítimos cantados por Home<span class="pagenum" id="Page_350">[p.
-350]</span>ro despues de cantar la troyana guerra; los gigantes,
-cantados por Hesiodo, que en el Etna pugnaron audaces con los dioses;
-el idilio inmortal de Polifemo y Galatea; la escuela filosófica, que
-tan poderosamente influyera en los progresos de la cultura helénica;
-la aromosa poesía de Teócrito. Hoy mismo, las palabras usadas en
-Capri tienen muchas raíces griegas; el tocado de sus hermosas
-hijas, bajo el cual brillan profundos ojos velados por larguísimas
-pestañas, tiene el córte griego; y en los robustos isleños, marinos y
-montañeses á un mismo tiempo, se descubren aquellos atletas célebres
-en los juegos de Grecia. Á donde quiera que vuelvo los ojos se me
-aparece la imágen querida de la bellísima nacion. Toco el golfo de
-Posidonia, habito la bahía de Parthénope, descubro al Oriente la isla
-de Circe, y al Occidente la gruta de Cúmas; en mis paseos voy hasta
-Ana-Capri, cuya posicion se designa todavía por una partícula griega;
-entre los vapores lejanos, dorados por el éter, resalta Poesthum, con
-sus templos dorios consagrados á Neptuno; y en cada movimiento de
-las olas se ve tambien moverse, y en cada soplo de las brisas se oye
-suspirar la sirena que llenára de escollos y de encantos con su magia
-todos los mares de Grecia.</p>
-
-<p>Esa ciudad de Nápoles, que está enfrente, se ha llamado siempre
-Sirena. Esta misma Capri es<span class="pagenum" id="Page_351">[p.
-351]</span> una sirena que seduce con su gracia y con sus cánticos.
-Sirenas se llaman las islas esparcidas por estos mares desde
-el cabo Minerva hasta la ensenada de Amalfi. ¡Y quién pudiera
-dudarlo mirando este cielo resplandeciente; este mar, de un azul
-indescriptible realzado por la áurea luz; estas cordilleras, en
-las cuales se mezcla el fuego con la nieve; estas montañas, entre
-doradas y purpúreas; estos jardines, que bajan en graderías desde
-las sierras á las playas, todos estos encantos capaces de esparcir
-y comunicar universal alegría! Cuando se ven esas islas, ora desde
-el camino de Salerno, ora desde el cabo de Minerva, surgir en formas
-tan graciosas sobre la superficie del agua tan celeste, no podeis
-dudar de que atrajeran y encantáran con el eco de sus olas repetido
-por las sonoras cavernas á los navegantes, adormeciéndolos y como
-petrificándolos con las seducciones y con los hechizos de estos
-voluptuosos parajes.</p>
-
-<p>Así, todo evoca en la isla, todo cuanto veis, la remota antigüedad
-griega. El aire que respirais es aquel céfiro blando con que Minerva
-henchia las velas enviadas en busca del errante Ulíses. Las piedras
-que tocais son restos de las aras por donde corria la sangre de los
-toros negros en holocausto al númen del blanco Neptuno. Por estas
-riberas se tendió mil veces la hospitalaria piel sobre la cual
-asentaban los griegos á sus huéspedes des<span class="pagenum"
-id="Page_352">[p. 352]</span>pues de la comida para mostrarles los
-horizontes y los mares. Islas así serian las islas descritas en la
-Odisea homérica. Me parece que veo á Nestor coronando con hojas de
-oro recien forjadas la frente de la crasa ternerilla y ofreciéndola
-en sacrificio á los dioses despues de haberla empolvado con la
-harina sagrada. Un escollo así deberia ser aquella Ortygia donde la
-Aurora lloró con lágrimas de luz á su amante Orion, muerto á los
-invisibles dardos de Diana. Entre estas aguas sacaria la blonda
-cabeza Leucothea, ofreciendo al inmortal náufrago homérico el puerto
-de sus brazos. Estas columnas rotas evocan el recuerdo del palacio de
-Alcinoo, desde cuyos pórticos se veian las flotas griegas, y entre
-cuyas columnas resonaba el rumor del pueblo en asamblea mezclado con
-el rumor de la ola en movimiento, y el cántico de Demodoco celebrando
-la guerra de Troya, mezclado con el cántico de la brisa trayendo
-el aliento de las neréidas. Ahí está, ahí, á mi frente, la isla de
-la hechicera Circe, tan hermosa de rostro como de voz, hija de los
-amores del Sol con oceánica ninfa. En el fondo de deleitoso valle se
-alzaba su palacio, fabricado todo él de piedras preciosas, y guardado
-por los lobos y leones, mansos como perros cuando no los azuzaba
-la maga. De sus ventanas salia aquella voz sin ejemplo, la cual
-derramaba por<span class="pagenum" id="Page_353">[p. 353]</span>
-las venas con sus cantares un calor sin igual. Allí entraron los
-compañeros de Ulíses, torpes é indiscretos, y fueron trasformados en
-cerdos, miéntras el astuto hijo de Itaca, provisto de la planta dada
-por Mercurio, cuyas raíces eran negras como el carbon, y cuyas flores
-albas como la nieve, convirtió á la reina hechicera en su concubina y
-su esclava. Por aquí se oia la endecha seductora de las sirenas. Su
-voz hacía resplandecer los cielos, serenarse los mares, henchirse de
-voluptuosos aromas los aires, resonar con música incomunicable los
-escollos y las riberas. Los navegantes se dejaban arrastrar por tanta
-calma, por tanto deleite, por los acordes que salian de las ondas,
-por los coros que acompañaban estos acordes, por los ojos seductores
-que brillaban como estelas, por el blanco voluptuoso cuerpo que se
-dibujaba en el cristal de las aguas, y desaparecian para siempre en
-el fondo, sin que jamas devolvieran las sirenas su presa. Así Ulíses
-tapó con cera los oidos de sus tripulantes, y se hizo atar él mismo
-con fuertes cuerdas á la altísima entena para conjurar la seduccion
-de las seductoras voces. Pero más léjos, y en este mismo mar, se
-alzaban frente á frente los dos montes llamados Scila y Caríbdis.
-Las olas de Anfitrite se estrellan á sus piés con horribles mugidos,
-y las aves del cielo, las mismas palomas que llevan la ambrosía á
-Jú<span class="pagenum" id="Page_354">[p. 354]</span>piter, no se
-arriesgan jamas á pasar sobre sus cimas. Los dioses las llaman en su
-lenguaje incomunicable á los hombres, las rocas errantes. Si algun
-navío se acerca, se rompe en mil pedazos, y tablas y tripulacion
-desaparecen súbitamente entre las ondas henchidas de huracanes y las
-tempestades henchidas de rayos. Solamente los Argonáutas pasaron por
-allí directamente amparados del poder de Júpiter. Scila es tan alto
-que ninguna humana vista ha alcanzado su cresta cubierta de negras
-nubes y ninguna flecha de arquero ha llegado hasta la gruta que mira
-hácia el Erebo; y Caríbdis alimenta una higuera selvática, bajo cuyas
-hojas se guarece el genio de aquel paraje, que se sorbe las olas y
-las naves. Estos escollos, estas cimas, estos abismos, estos cabos y
-estos promontorios se hallan ilustrados por el inmortal poema de la
-navegacion, la Odisea, que sucedió á la Iliada, al inmortal poema de
-la guerra.</p>
-
-<p>Cuando contemplo las formas arquitectónicas de Capri, realzadas
-con los toques maravillosos de alba luz, fínjome aquel archipiélago
-griego, compuesto por legiones de islas, antiguas cunas de diosas y
-poetas, extendidas entre dos continentes como para servir de templo
-á las nupcias del genio de Europa con la tierra de Asia, y adivino
-las nieves perpétuas de Thesalia, los valles floridos de Lidia,
-las montañas abrasadas por<span class="pagenum" id="Page_355">[p.
-355]</span> tempestades eternas, las colinas sonrientes de amor y de
-gracia, descubriendo todos aquellos parajes henchidos con la imágen
-de Homero. Y oigo el susurro del arroyo, en cuyos bordes naciera,
-á la sombra de copudo plátano, entre las endechas de un coro de
-ruiseñores y los himnos de una procesion griega, sobre el sitio mismo
-en que espirára Orfeo; y miro con los ojos del alma al viejo divino,
-pobre como la poesía, ciego como el amor, desconocido de su patria
-como el genio, alargando la trémula mano á recoger una limosna en
-pago del cántico bellísimo dotado de la inmortalidad; y me apeno al
-recuerdo de aquel pueblo cimeo que negó sus hogares á quien debia
-darle gloria; y renuevo las peregrinaciones de region en region, de
-gente en gente, de isla en isla, por donde deja una huella de luz en
-el suelo, una armonía inextinguible en los aires, una idea religiosa
-en las conciencias, una sonora cuerda de artística inspiracion en los
-corazones; y le sigo con el pensamiento, como con el recuerdo, por
-Phocea, Cliso, Samol, escuchando repetir al niño que va á la escuela,
-y á la jóven que vuelve de la fuente, sus magistrales hexámetros; y
-me lo figuro circuido de sus hijas, en el ocaso de la vida, próximo
-á concluir sus últimos cánticos, y obligando á cuantos tienen ojos
-y ven, á que le digan cómo resplandece el sol poniente en la cima
-del<span class="pagenum" id="Page_356">[p. 356]</span> Olimpo; cómo
-se dibujan los cabos de la Jonia; cómo se doran las múltiples islas
-del archipiélago; cómo extienden sus alas sedosas las palomas y sus
-velas de lino las naves; cómo se hermosea todo, porque él ya oye como
-todo canta; y asisto á su muerte en las sonoras playas pobladas por
-su genio de dioses, á su transfiguracion en la mente de Grecia, á su
-apoteósis en la religion de la Humanidad.</p>
-
-<p>Y la brisa que sopla en mis oidos, y la ola que muere á mis piés,
-y la gaviota que vuela sobre mi cabeza, y el mar que me rodea por
-todas partes, recuérdanme cómo Homero, despues de haber escrito en
-la Iliada el poema de la guerra, escribió en la Odisea el poema de
-la navegacion. Todas esas imágenes preciosas, la enamorada Calipso,
-ha hechicera Circe, la seductora Sirena, la modesta Nausicaa, la
-próvida Leucothea, son personificaciones de los escollos, de las
-sirtes, de las colinas, de las alternativas de alegría y angustia
-en la vida marítima, de los trabajos y de los placeres indecibles
-en las navegaciones larguísimas. Homero, despues de haber cantado
-los orígenes de su patria en la guerra, quiso tambien cantar los
-progresos de su patria en el trabajo y, sobre todo, en la navegacion,
-que debia darle tan preciosas colonias y extender por el mar
-Mediterráneo reflejos y reverberaciones de Grecia. La bue<span
-class="pagenum" id="Page_357">[p. 357]</span>na Penélope, rodeada de
-seductores y constante á su marido, retrata la mujer del marino que
-yo he visto tantas veces en nuestras costas valencianas, fidelísima
-á la memoria del ausente, encerrada en el hogar como en una tumba,
-ajena á todas las alegrías y á todas las fiestas; casi siempre
-de rodillas ante la Vírgen, estrella de los mares, pidiéndole su
-amparo; con el pensamiento puesto en el abismo insondable y la
-esperanza en el Dios misericordioso; los labios llenos de promesas
-y las promesas de ex-votos; casada, y en las tristezas, y en los
-duelos, y en la soledad de las viudas. Así como Homero, el poeta del
-Oriente europeo, escribe la epopeya de la navegacion mediterránea,
-Camoens, el poeta del Occidente europeo, escribe la epopeya de
-la navegacion oceánica. Todas las expediciones anteriores á la
-navegacion, cantadas por nuestro poeta peninsular, ó son navegaciones
-guerreras como las normandas, ó son navegaciones semi-mitológicas
-como las de Marco Polo. El marino veneciano me parece, respecto á
-Vasco de Gama, como Jason y los Argonáutas respecto á Ulíses y sus
-compañeros de empresas. En el poema de Camoens han crecido la tierra
-y el hombre, sin que hayan menguado la poesía y el arte. El mar es
-mayor que en los poemas homéricos; pero tambien es mayor la fuerza
-que lo sujeta. El poeta será inmortal como Ho<span class="pagenum"
-id="Page_358">[p. 358]</span>mero, porque representará tanto el
-espíritu de su pueblo como el genio de su siglo, y como Homero
-desgraciado, porque no se puede llevar una corona tan gloriosa sin
-que toda ella esté ceñida de penetrantes y agudísimas espinas. Todos
-los redentores sudan sangre. La Odisea y las Lusiadas aguardan el
-tercer poema que ha de completar cielo tan maravilloso: el poema que
-cante la penetracion de nuestra mirada y de nuestro telescopio en los
-abismos infinitos del cielo, como la penetracion de nuestras sondas
-en los abismos infinitos del Océano; el vapor de las nubes, vago
-como las nieblas, ligero como el rocío, indeciso como los ensueños,
-recogiéndose en las grandes máquinas y superando las corrientes como
-las mareas, y las olas como los vientos; Hércules, que ha ido á la
-tierra de las Pirámides, y con la fuerza del genio y del trabajo
-ha roto los istmos y ha confundido los mares; el Prometeo, que ha
-lanzado entre el nuevo y el viejo continente, entre Europa y América,
-el misterioso lazo de alambre por el cual corre el rayo de los
-dioses, ya en manos de los hombres, llevando de uno á otro mundo la
-palabra con la rapidez del pensamiento; todo este esplendentísimo
-semillero de nuevas tierras y nuevos cielos en arte y en poesía.</p>
-
-<p>Íbamos en mañana deleitosa de Junio, por mar dormido como sereno
-lago, á la sombra de las<span class="pagenum" id="Page_359">[p.
-359]</span> grandes dunas, desde la marina de Capri á la gruta azul,
-celeste laguillo de una claridad y de una trasparencia indecibles,
-formado por las aguas del mar dentro de una cueva calcárea,
-accesible sólo en barca y por una estrechísima abertura. La memoria
-de semejante maravilla se habia perdido para siempre. La tradicion
-contaba que griegos y romanos conocieron una gruta, donde cabian
-muchas personas, formada toda por inmenso trozo de nácar, y en cuyo
-seno se refugiáran, estando allí como dormidas y en sopor, las
-ninfas y neréidas, despues que las ahuyentó el hisopo cristiano con
-sus gotas de agua bendita al exorcizar los mares. Todo un prelado,
-escribiendo á otro prelado, aseguraba haber sido ésta la caverna
-donde el infeliz pescador Glauco se asiló despues de su trasformacion
-en pez, y donde conmovió á los dioses en tan alto grado con sus
-lloros y con sus súplicas y sus elegías, que les obligó á volverle
-súbitamente la forma humana, dejando por esta transfiguracion en
-el cristal de esas aguas sus azuladas escamas. Algunos suponen que
-un historiador de principios del siglo decimoséptimo trae indicios
-de la isla. Goethe hubiera deseado verla, porque el gran pagano,
-el sacerdote último de la antigüedad clásica, adoraba todo cuanto
-podia recordarle el paganismo. Novalis imagina cierto arte místico
-y naturalista á un tiempo, el cual se ins<span class="pagenum"
-id="Page_360">[p. 360]</span>piraba en una canora sirena, cuya
-habitacion era esta gruta de cristal, donde se encerraba como la
-abeja en el cáliz de la flor. Un jóven que la escuchára, repetia sus
-cánticos impregnados de idealista pantheismo al par que de sensuales
-placeres. Y cuantos poetas oian aquel eco amortiguado deseaban
-escuchar la cancion poética en su orígen, beber en la fuente de
-esa poesía, é iban por la noche desolados en pos de la gruta, que
-despedia misteriosos sonidos sin revelarse nunca á los anhelantes
-ojos de tantos privilegiados mortales. Todos sabian que era una flor
-azul misteriosa; pero ninguno acertaba á encontrarla. Y anegábanse
-y morian, como nos anegamos y nos morimos en la vida, viendo la
-perfeccion, la ventura, la idealidad en los léjos del horizonte y sin
-poder jamas abrazarlas, anegábanse oyendo el cántico que salia del
-seno de la roca y sin alcanzar á ver la hermosísima ninfa.</p>
-
-<p>Las historias y tradiciones locales eran todavía más terribles.
-Contaban que la caverna se henchia de espíritus malignos, que en el
-seno de sus aguas nadaban monstruos marinos, que almas en pena se
-disolvian por el fósforo de sus estelas, que fantasmas diabólicos
-erraban sobre sus bóvedas, que horribles brujas tenian allí sus
-sábados en contubernio con los demonios, que cuantos mortales
-entraban perdian la vida, chupada por los vesti<span class="pagenum"
-id="Page_361">[p. 361]</span>glos, y perdian el alma, lanzada á los
-infiernos. Los sacerdotes disuadian á las gentes de pasar por aquel
-lugar maldecido de Dios y tan terrible como los antiguos escollos
-de Scila y de Caríbdis. Se necesitaba entónces mucho valor y poca
-aprension para hacer lo que hicieron sus cuatro descubridores; para
-acercarse á la embocadura de aquel extraño averno. Y un posadero
-con un marino de Capri, y un pintor con un poeta de Alemania, se
-arriesgaron á la empresa y dieron prontamente con la magia. El pintor
-entró á nado. Cuando estuvo dentro, cuando se posesionó de aquel
-mundo sobrenatural, no sabía qué decir de alegría y de admiracion
-Parecíale haber descubierto otra nueva tierra, y en esta tierra nuevo
-mar, de un color y de un reflejo indecibles. Salia para cerciorarse
-de que todo el Mediterráneo de fuera no cambiaba de color, y volvia
-á entrar dando gritos de asombro. Aún se conserva en cierto albergue
-de Capri la relacion primera de este feliz hallazgo. Escrita por el
-poeta Kopisch, á ruegos del pintor Fries y del posadero Pagano y
-del marino Angelo, todos descubridores, encarece las supersticiones
-que cerraban el ingreso, la audacia necesaria para desafiarlas, la
-condicion precisa de un mar sereno, la posibilidad probable de una
-entrada en barquilla, el peligro que se corre de no poder salir á la
-menor alteracion de las on<span class="pagenum" id="Page_362">[p.
-362]</span>das, lo estrecho de la entrada, lo encantador del sitio,
-el inverosímil juego de la luz, el matiz cerúleo de la superficie, el
-fosfórico resplandor de los líquidos abismos, el reflejo sobre las
-paredes y las techumbres, el tibio dia de aquella mansion de hadas
-donde diríase que están forjando por mandato de los dioses antiguos,
-para oponerlo al mundo moderno, una tierra pagana y tiñendo para
-deslumbrar nuestros ojos cristianos unos cielos olímpicos.</p>
-
-<p>En esto, nos acercábamos á más andar á la caverna. Las sombras
-de la duna caian espesamente sobre nosotros y prestaban al mar
-un azul profundo que tiraba á violeta. Hácia el costado donde se
-abria la gruta, en la peña, el sol daba de lleno. Desde léjos nos
-parecia imposible poder penetrar en aquel sitio. Y verdaderamente,
-sólo una barca estrechísima, en cuyo seno teniais que tenderos y
-acurrucaros, pasaba como un pez entre los bordes angostos de la
-roca. Pero en cuanto ya habiais pasado, ¡qué singular maravilla!
-Bogais sobre un lago de turquesas líquidas; abrís en la superficie
-un surco de ópalo; veis en el hondo abismo una claridad semejante
-á la claridad de la luna llena; respirais un aire fresco cargado
-de emanaciones marinas; descubrís paredes y bóvedas blancas como
-el alabastro y azuladas por reflejos celestes como los cambiantes
-producidos por<span class="pagenum" id="Page_363">[p. 363]</span>
-las diamantinas estrías; notais que todos los objetos fuera del agua
-están negros como el azabache pulido, y todos los cuerpos dentro
-del agua argentados como las matutinas estrellas; vuestra propia
-barca y vosotros mismos como formados de espesas sombras, y los
-marinerillos que se arrojan al agua y que os siguen de cerca, como si
-tuvieran los cuerpos enteros de cristal de roca, miéntras las cabezas
-se ennegrecen y se asemejan á cabezas de oscuro bronce antiguo; y
-os creeis en realidad trasladados desde esta tierra nuestra á las
-grutas, donde las ondinas y las neréidas y las sirenas pintan las
-conchas, componen las fosfóricas estelas, guardan las perlas, amasan
-el nácar; engarzan los corales y producen todas las maravillas del
-mar.</p>
-
-<p>Naturalmente, para ver el fenómeno se necesita que el dia esté
-límpido, el agua serena, el sol ántes del meridiano, pues la clara
-luz, recogida á la puerta por las aguas, penetra con una dulzura
-celeste en esta mansion de encantos indecibles. Mas el silencio que
-allí reina; el alejamiento del mundo; la nitidez de las aguas; el
-hechizo de la luz; las gotas destiladas por los remos que brillan;
-la superficie tersa como un metal precioso en extraña infusion;
-los abismos trasparentes cual un cielo clarísimo; la reverberacion
-azul en las bóvedas blancas; el color oscuro de las barcas<span
-class="pagenum" id="Page_364">[p. 364]</span> mezclado con el color
-alabastrino de los nadadores; las centellas y las estelas parecidas
-al chispear de los astros; las perlas y los diamantes líquidos que
-cada movimiento derrama sobre las ligeras ondulaciones; aquel dia
-tibio como un crepúsculo jamas visto; aquella noche que se condensa y
-se espesa por várias aperturas; aquella magia alejada completamente
-de la realidad; cuanto os rodea, presta al sitio el aspecto de una
-especie de planeta que se está formando y surgiendo como isla de
-nácar iluminada en otras esferas desemejantes de las nuestras por
-mágico sol, cuyos rayos tibios y dulces como los rayos de la luna,
-tuvieran sobre éstos un más celeste y más hermoso resplandor.</p>
-
-<p>Al salir, mi mente inquieta se trasportaba á bien lejanos
-tiempos. ¿Será éste el sitio donde se mojó el Amor cantado en su
-oda tercera por Anacreonte? El rapaz quiso ver si la humedad habia
-aflojado su arco, y probó, y pudo cerciorarse, hiriendo al mismo
-huésped que le albergára, cuán léjos despedia la aguda flecha, y
-cuán certero daba el mortal golpe. Lo cierto es que en el rumor de
-la salada onda, en el choque de los ligeros remos con las aguas,
-en el aleteo de las frescas brisas, en el arrullo de la paloma
-mezclado con la vibracion de las henchidas lonas, en el chirrido de
-la cigarra acompañado del grito de la gaviota,<span class="pagenum"
-id="Page_365">[p. 365]</span> en todo cuanto se oia, resonaba, como
-si hasta los escollos y los promontorios fuesen misteriosas arpas,
-el cántico inmortal de la antigua Grecia. Podia repetirse aquí el
-coro consagrado á Edipo, ciego en los valles de Colonna. Esta es la
-más deliciosa region del mundo; los ruiseñores invisibles cantan en
-coro desde árboles cuyos frutos nada tienen que temer ni del sol
-ni del frio; los dioses de la naturaleza pasan por sus campiñas
-cargados unas veces de espigas y otras de racimos, y pasan por sus
-ondas, siempre cargadas de perlas, seguidos los unos de ninfas, cuyas
-frentes coronan la verbena y la hiedra, los otros de neréidas, cuyas
-frentes coronan las algas y los corales; el rocío hace florecer los
-narcisos de pintadas guirnaldas y el azafran de áureas y purpurísimas
-hebras; el laurel crece junto al olivo y los hombres aprenden lo
-mismo el arte de fecundar la tierra, que el arte de someter los
-mares. Eurípides puede repetir aquí el canto de sus cíclopes;
-Teócrito sus idilios impregnados de rosada miel. La muchacha que pasa
-descalza por los altos riscos seguida de su cabra, y lanzándonos
-con gracioso ademan algunas palabras de griega melodía, es acaso la
-amorosa Amarílis que se inclinaba á la entrada de las cavernas para
-oir el cántico de los pastores, y que huia diligente á su amor y á
-sus caricias. El pescador de la playa es el<span class="pagenum"
-id="Page_366">[p. 366]</span> mismo pescador antiguo; en su cabaña de
-juncos y hojas secas; sobre su lecho de algas; rodeado de espuertas,
-y filetes, y cebos varios, y anzuelos; con una barca llena de redes
-á su frente y un monton de maromas y corchos á su espalda; el traje
-azul como la ola amorosa, y el gorro colorado como el sol poniente;
-sin llave que le guarde ni perro que le defienda; soñando hasta en
-las breves noches del estío con su copo cargado de lucientes peces.
-Y cuando habiamos apartado los ojos de la playa y los habiamos
-puesto en los umbrosos valles, y veiamos á los muchachuelos trepar
-por los árboles, ó gatear por los riscos en busca de un nido,
-involuntariamente nos acordábamos de aquel pajarero cantado por Bion
-y Mosco, el cual untó de liga las ramas de los árboles para cazar el
-Amor, y un anciano le dijo: «Chiquillo, no aceches á tal edad ese
-bicho, que cuando seas mayor verás cómo viene por sí mismo á posarse
-largo tiempo sobre tu atormentado corazon.» Y tanta poesía sólo
-tiene una sombra, sólo tiene una mancha; la sombra del despotismo,
-la mancha del recuerdo de Tiberio. ¡Bendita libertad! ¡Maldito
-cesarismo!</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_10">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_367">[p. 367]</span></p>
- <h2 class="nobreak">SAN MARCOS DE VENECIA.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_369">[p.
-369]</span>No conozco en el mundo salones comparables á la plaza
-y á la placeta de San Márcos. Cuando os colocais al pié de la torre
-que sirve como de campanario á la Basílica, y que de la Basílica se
-encuentra aislada á guisa de monolito asiático, el marmóreo blanco
-palacio de Sansovino se ostenta á la derecha con sus bajos relieves
-y sus estatuas del Renacimiento; la casa de las Procuratías á la
-izquierda, con sus arcos y sus bóvedas que exhalan de todos sus
-contornos ideas de la Edad Media; el Alcázar ducal á vuestra frente
-levantado sobre una crestería gótica, tan ligera como las diademas
-que coronan nuestras catedrales; junto al gótico alcázar el oriental
-templo; y entre las dos inmensas columnas graníticas rematadas por
-el leon de San Márcos y por la efigie de San Jorge, el Gran Canal
-se dilata como un brazo de mar azul, á cuyo término opuesto brilla,
-irguiéndose en admirable isla, una maravillosa iglesia de Paladio,
-toda blanca y rosa, toda<span class="pagenum" id="Page_370">[p.
-370]</span> recortada con una gracia inimitable, y concluida por
-torres y estatuas, cuyas puras líneas resaltan en el éter de los
-cielos y se dibujan claramente en el cristal de las aguas.</p>
-
-<p>Bajo aquellos horizontes purísimos, al borde de aquellos mares
-celestes, entre tantas maravillas artísticas, sobre el pavimento de
-mármol, á la sombra del agudo campanario, apoyada la frente en la
-tribuna cincelada como una joya griega, ante los edificios de más
-colores y de más armonías y de más contrastes que hay en Europa,
-dejais correr el tiempo y vagar el pensamiento sin poder desasiros
-de un éxtasis contínuo. Los mercaderes de frutas confitadas gritan;
-los barítonos y tenores y músicos ambulantes alzan sus voces y suenan
-sus instrumentos varios; las palomas que anidan por todos aquellos
-relieves descienden á comer en las mesas de los cafés ó en vuestras
-propias manos los granos de trigo y las migajas de bizcocho y de
-pan que les apercibe la benevolencia del público. La paloma aparece
-á los piés de esta ciudad de nácar, nacida entre las ondas, como á
-los piés de la diosa mitológica del amor, entre las ondas tambien
-nacida, cual su compañera y su símbolo. De apartados siglos proviene
-este amor que el veneciano tiene al más inocente de los animales,
-al que comparte con el cordero y la tórtola y la golondrina toda
-nuestra<span class="pagenum" id="Page_371">[p. 371]</span> ternura,
-bien escasa en verdad para los seres inferiores perseguidos siempre
-por nuestra devastadora hambre y nuestro asolador egoismo en las
-competencias y en los combates de la vida. Cierto dia, Venecia, la
-protectora unas veces, la enemiga otras del Oriente, sitiaba esa
-isla de Creta, que para la Geología une submarinamente Grecia con
-Egipto, y para la Historia une en el tiempo las ideas orientales con
-las ideas occidentales; isla cuya posesion ha costado y ha de costar
-todavía mucha sangre, cuando los cautivos mandaron desde sus oscuras
-mazmorras á los campamentos venecianos esos mensajeros alados que
-dijeron el sitio por donde encontrarian los sitiadores más fácil
-brecha, y de consiguiente más segura victoria. Desde entónces la gran
-ciudad no ha olvidado á los pobres animalillos, y los anida en sus
-más bellos edificios, y los regala con sus caricias, y los alimenta
-de su público tesoro. Son de ver, cuando bajan de aquellos nidos de
-jaspe, de mármol, de mosaico, cual si en tantos colores hubieran
-matizado sus alas de tornasolados cambiantes, corriendo á vuestra
-mano sin ninguna inquietud y arrullando vuestro oido con su unísono
-cántico; los ojos serenos, las plumas erizadas, movidas las alas, en
-demanda del grano de trigo que la ciudad guarda para estos extraños
-hospicianos, acogidos por su caridad y conservados en su pública
-bene<span class="pagenum" id="Page_372">[p. 372]</span>ficencia.
-Entre cresterías, botareles, pirámides, frisos, volutas, ojivas,
-arcos, todos inertes, esos alados seres juguetean como la imágen del
-movimiento y de la vida, mezclando la sombra de sus alas oscuras en
-los cielos con las sombras de las claras velas y de los gallardetes
-y banderolas que ondean sobre las naves del mar. Yo confieso que
-desde el sitio de París, se ha acrecentado mi antiguo cariño por
-esos inocentes animales. En aquella catástrofe sin igual, cuando
-rigoroso sitio habia aislado un millon de seres humanos del resto de
-la humanidad; bajo los horrores del bombardeo; entre las calamidades
-llovidas por el ódio universal y por la guerra; sobre los montones
-de cadáveres en cuyas cimas aleteaban los cuervos dándose á sus
-siniestros festines y á sus más siniestros graznidos de hartazgo;
-entre tantas sombras de muerte, entre tantas ruinas humeantes, entre
-tantas cóleras y venganzas, atravesaba el único sér que se movia á
-compasion y que amaba con ternura, la pobre paloma, hija del aire y
-de la luz, viajera incansable, verdadera hermana de la caridad en la
-naturaleza, sencilla portadora de noticias, de esperanzas, de avisos,
-que unian á los mártires con el resto de su raza y les daban nuevas,
-más ó ménos tristes, pero nuevas al cabo, necesarias para el alma, de
-los contínuos naufragios de la patria.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_373">[p. 373]</span></p>
-
-<p>La primera vez que fuimos á Venecia, llevábamos la idea de visitar
-ántes el palacio ducal que la basílica católica. Pero las inocentes
-avecillas nos distrajeron tanto de este propósito, que nos llevaron
-al atrio, y desde el atrio era imposible resistir á la tentacion del
-ingreso. ¡Qué maravilloso monumento! No se parece en nada á ningun
-otro de la tierra: es original como esta ciudad, es autóctono como
-esta civilizacion; no entra en las clasificaciones del arte, como
-la historia veneciana no participa de las fases generales de la
-historia europea. Aquí no hay teocracia, aquí no hay feudalismo, aquí
-no hay monarquías con el encargo de fundar y unificar la patria;
-esto es un buque anclado entre las lagunas y el Adriático, lleno de
-banderolas, gallardetes, preseas, cintas y flores, donde unos marinos
-riquísimos, si quereis unos piratas sin rival, se dan á todas las
-exaltaciones de su mente, y despues de haber viajado ó combatido,
-tras una borrasca ó un encuentro, tras una guerra ó una tormenta,
-acarician con voluptuosidad el placer de vivir que se dilata en el
-choque de las copas y de los labios, en el sonido de los acordes y de
-los besos, en los goces del arte y del amor, entre aquellas mujeres
-bajo cuyas cabelleras rubias, dignas de las eslavas, centellean los
-ojos negros de las griegas, y bajo cuya piel de jazmin y rosa, digna
-de las flamen<span class="pagenum" id="Page_374">[p. 374]</span>cas,
-circula sangre de fuego y laten corazones africanos. Este edificio
-no es un edificio oriental, aunque por muchos aspectos lo parezca.
-Este edificio no es un edificio bizantino. Si lo creeriais al ver
-sus cúpulas, no lo creeriais al ver su disposicion interior. Este
-edificio no es un edificio romano; le falta la forma de aquellas
-audiencias convertidas por los primeros cristianos en templos. Este
-edificio no es un edificio gótico. La ojiva no aparece por ninguna
-parte, y los arcos triangulares no dan al interior el misterio y el
-recogimiento propios de nuestras catedrales de la Edad Media. Este
-edificio no es un edificio del Renacimiento, pues carece de aquella
-serenidad de líneas, y de aquella grandeza de conjunto, y de aquella
-armonía de proporciones que resplandecerán siempre en la iglesia
-de San Pedro y en el Escorial de nuestra España. Es un edificio
-original, extraño; en una palabra, veneciano. Las columnas, traidas
-de regiones diversas, se aglomeran y se sobreponen de tal suerte que
-os creeriais en nuestra mezquita de Córdoba; si no por los alicatados
-y las estalactitas, por los espejismos que brillan en las paredes os
-imaginariais en nuestra Alhambra de Granada; las tintas policromas
-extienden por doquier sus matices, á la manera que en los templos
-egipcios; sobre los arcos piafan los caballos cincelados en Grecia,
-como<span class="pagenum" id="Page_375">[p. 375]</span> sobre los
-antiguos arcos romanos; entre los frisos se agarran las hojas rizadas
-del cardo y del acanto, cual en los adornos de Búrgos ó Leon; los
-santos rezan y leen sobre las repisas góticas y bajo los doseletes
-cincelados, repitiendo en parte las fachadas de Reims, de Estrasburgo
-y de Colonia; los animales fantásticos abren sus fauces y baten sus
-alas por igual manera que en las grecas del plateresco toledano y en
-los repujados de los joyeros florentinos; y á todas estas maravillas
-tan várias y tan diversas se une el cristal, la plata, el oro, los
-reflejos metálicos, los toques luminosos, los arreboles indecibles de
-los mosaicos, propios de esta privilegiada region, de los espléndidos
-mosaicos de Venecia.</p>
-
-<p>Este extraño exterior es un poema por sí solo; un poema
-originalísimo y único en el mundo. Cinco arcos, en los cuales se
-abren cinco puertas, dan paso al interior. Por la parte exterior de
-estos semicírculos se extienden grecas de gran riqueza escultural,
-y por la parte interna mosaicos de deslumbrador aspecto. Á cada
-uno de los puntos donde los arcos comienzan, lucen airosos doseles
-góticos ocupados por estatuas de pesadez bizantina. Entre las figuras
-casi vivientes, segun lo animadas por la luz y el color que de los
-cuadros se destacan, resaltan bajos relieves antiguos asociando
-las imágenes de Hércules y de Céres á la<span class="pagenum"
-id="Page_376">[p. 376]</span> apoteósis del Cristianismo. Otros arcos
-de forma extraña, tirando al gótico, se sobreponen á los arcos de
-entrada, todos pintados de azul, en cuyos reflejos nadan estrellas
-de oro y concluidos por originales ornamentos como extraños animales
-y erguidas estatuas. La cuadriga que Neron erigió en su propio
-loor, compuesta de aquellos caballos destinados á inmortalizar los
-que arrastraron su carroza por los juegos olímpicos y le dieron
-coronas superiores á su diadema de César, guardan la entrada del
-templo. Y en el cielo azul, extrañamente adornadas, remedando las
-rotondas bizantinas y hasta los cimborrios moscovitas, dibújanse
-aquellas cúpulas algo monstruosas é hinchadas que parecen elevarse
-por las costas del Adriático á la manera que una anticipada vision
-fantástica del genio extraño de Asia. No es posible decir el efecto
-pintoresco que producen todos aquellos dispares objetos; los santos
-bizantinos y los caballos helénicos; los ángeles que abren sus alas
-en el éter y los dioses que reposan en la armonía de sus líneas y la
-majestad de sus relieves; el pálido color de las cúpulas, semejantes
-á lunas cenicientas, y los resplandores mágicos de los mosaicos
-multicolores; las toscas figuras de pórfido traidas de Bizancio é
-incrustadas en uno de los extremos, y las airosas figuras de mármol
-cinceladas por el Renacimiento y lanzándose á<span class="pagenum"
-id="Page_377">[p. 377]</span> lo infinito por otros extremos; el arco
-romano junto el doselete gótico; la pirámide egipcia confundida con
-la cinceladura plateresca; las volutas jonias y las hojas corintias
-mezcladas con los adornos moscovitas; toda aquella confusion que
-severo análisis apénas puede comprender, distinguir, separar, y
-que, sin embargo, se pierde en una síntesis de maravillosas é
-indescriptibles armonías.</p>
-
-<p>Los maestros y los historiadores de la Arquitectura os previenen
-de consuno contra la admiracion que pudiera causaros el monumento.
-«Mirad, os dicen unos, las reglas de proporcion destruidas, las
-leyes de la simetría olvidadas, la misma estática caida en bárbaro
-menosprecio, columnas gruesas sobrepuestas á frágiles columnas,
-frisos empotrados en la pared y chapiteles desceñidos de su fusta,
-como si en vez de una iglesia expresiva del pensamiento religioso,
-fuera este edificio una galería fantástica de objetos abandonados sin
-plan prévio y sin fin alguno.» «Mirad, os dicen otros; San Márcos
-no admite clasificacion, no tiene sistema. Colocarla entre los
-edificios bizantinos equivale á desconocer los caractéres capitales
-distintivos de los diversos géneros de arquitectura. El rito latino
-y sus exigencias se compaginaban mal con las exigencias del rito
-griego. Como era opuesta la liturgia, era tambien opues<span
-class="pagenum" id="Page_378">[p. 378]</span>ta la arquitectura. Si
-las columnas de San Márcos se interrumpen por moles cuadradas de
-ladrillo, no significa esta interrupcion la necesidad de parajes
-sagrados que al culto se consagren, sino la necesidad de fuertes
-apoyos que mantegan la inmensa pesadumbre de las cúpulas. Si éstas
-tienen carácter bizantino y remedan la antigua iglesia matriz de
-Constantinopla, hay que notar cómo su cubierta externa excede á su
-interna composicion, á su íntima estructura. Puede, á la verdad,
-esta construccion compararse á la peluca que oculta una cabeza,
-al cabello postizo que aumenta el grandor ó la abundancia de un
-peinado. Semejante arquitectura se llama bizantina sin que provenga
-de Bizancio, como otra arquitectura posterior se llama gótica sin que
-provenga de los godos. Así como la ojiva es oriental y no gótica, San
-Márcos es románico y no bizantino. La misma cúpula, si en lo externo
-se parece á Santa Sofía de Constantinopla, en lo interno se parece
-á las cúpulas romanas copiadas por Gala Placidia en Rávena, como un
-lejano reflejo del Panteon nunca perdido en la admiracion de los
-italianos hasta el dia creador en que Miguel Ángel lo coge en las
-potentes alas de su genio y lo eleva á las inaccesibles alturas para
-coronar y rematar la Basílica de San Pedro.» Así es que, al cabo de
-algunas reflexiones, querrán moveros por este<span class="pagenum"
-id="Page_379">[p. 379]</span> minucioso análisis de los defectos, por
-estas sorpresas de los contrastes, no á un movimiento de admiracion,
-sino á un movimiento de burla y hasta á un estallido de risa.</p>
-
-<p>Yo seré profano á las artes, pero no me canso de admirar esta
-iglesia. Su riqueza excesiva nada tiene que ver con la excesiva
-hinchazon de las decadencias. Circula por todos sus poros esa
-savia que dan á los monumentos las ideas vivas y las inspiraciones
-encendidas en la verdadera luz del espíritu. Lo dispar de los objetos
-allí amontonados no daña á la unidad del todo, que se alza sobre
-tantas contradicciones. Tiene algo del poema de la Edad Media; el
-exceso es natural como los excesos de la juventud, no afectado
-y contrahecho como los excesos de la vejez y de la decadencia.
-Si prescindís de ciertos contrastes demasiado bruscos, de cierto
-claro-oscuro demasiado fuerte, de cierta extravagancia demasiado
-singular, os acaricia la fantasía todo su conjunto, como os acaricia
-la vista aquella serie de colores armonizados en matices de una
-dulzura indecible. No se ve aquí el desprecio á toda ley de gradacion
-con que el semita coloca arbitrariamente las fustas traidas de
-diversos parajes en aquella selva de columnas llamada la Catedral
-de Córdoba. Están las proporciones más medidas, las simetrías más
-guardadas, la gradacion más conocida; como<span class="pagenum"
-id="Page_380">[p. 380]</span> que jamas abandona al carácter y
-al genio italiano la clave de su grandeza; la dulcísima armonía.
-Y luégo, diréis cuanto queráis de esa arquitectura; pero es el
-fondo más bello que puede imaginarse y más apropiado á la sociedad
-veneciana. Este es el teatro verdadero de Venecia y de sus gentes.
-Cuando sus mosaicos brillan á los ardientes rayos del sol; cuando
-sus columnas de pórfido y de jaspe mezclan los tonos dulces al
-metal entre verdoso y áureo de los caballos; cuando los cristales
-reverberan la luz, y los santos toman á una en los cambiantes y
-arreboles de los celajes deslumbradores aureolas; en esta orgía de
-colores, las figuras que os han dejado el Ticiano y el Verones y
-el Tintoreto; los personajes de aquellas épocas, vivos todavía en
-los cuadros y en los mosaicos, aparecen con toda verdad, realmente,
-como de relieve; el Dux vestido de tisú, con su manto de púrpura y
-armiño á la espalda y el gorro frigio en la cabeza; los senadores con
-sus túnicas negras y rojas formando mágicos contrastes; las damas
-henchidas de placer, escotadas para mostrar sus turgentes senos y
-espaldas, con los cabellos sembrados de chispas de brillantes y los
-ojos encendidos de chispas de amor, arrastrando aquellos trajes de
-brocados varios que crujen rozagantes sobre el suelo de mármol;
-los caballeros con sus ropillas de terciopelo y de damasco;<span
-class="pagenum" id="Page_381">[p. 381]</span> sus collares de oro,
-su plumaje de varios matices cayendo desde las gorras donde están
-prendidos con broches de pedrería sobre los hombros adornados con
-lujosas bandas; los ancianos envueltos en aquellas largas túnicas que
-les dan el aspecto de sacerdotes orientales; los alabarderos con sus
-uniformes abigarrados; los pajes con sus dalmáticas dignas del Asia;
-los esclavos y los bufones llevando en las manos los papagayos de la
-India y á los piés los monos del África; los coros de cantores y las
-compañías de músicos uniformados fantásticamente y á capricho como
-las comparsas de un carnaval perpétuo; los gondoleros de pié, con
-su remo en la mano, ostentando trajes de rayas diversas semejantes
-á los matices del íris y resaltando sobre el negro betun de las
-góndolas; las muchedumbres de marineros con sus nervudas formas y sus
-pintorescas camisas y pantalones celestes; la multitud de gentes,
-todas ricas, todas alegres, todas satisfechas, como si en vez de ser
-aquello una sociedad fuese un contínuo teatro. Miradlos, son los
-mismos que huyeron á las irrupciones bárbaras y que guardaron pura su
-noble sangre latina; los mismos que, apartándose de las maceraciones
-y penitencias, se entregaron á la febril actividad de la navegacion
-y del trabajo; los mismos que supieron fundar una república
-rica y feliz en medio de una sociedad fér<span class="pagenum"
-id="Page_382">[p. 382]</span>rea y feudal; los adivinadores del Asia
-cuatro ó cinco siglos ántes que sus rivales los portugueses; los
-protectores del Imperio bizantino, cuando ya se cuarteaba sobre sus
-cimientos, suspendido á maravilla de la autoridad y de la gloria
-venecianas; los que llevaron en su cortejo como un coro de dioses las
-islas del Archipiélago Helénico; los que esclarecieron con la luz del
-Oriente la noche de la Edad Media; los que salvaron de su total ruina
-la inspiracion y la forma de la clásica antigüedad; los iniciadores
-del Renacimiento; los compañeros de los grandes artistas; los héroes
-de los mares; los soldados de Creta y de Lepanto.</p>
-
-<p>Con sólo entrar en el peristilo ó atrio del templo, descubrís
-el espíritu emprendedor y hazañoso de los venecianos. Á los pocos
-pasos de allí, la piedra célebre traida de Grecia, obra del siglo
-sexto, sobre la cual se proclamaban las leyes de la República;
-en las paredes, los mosaicos debidos á los maestros mosaistas
-de Constantinopla ó á los maestros mosaistas de Rávena, todos
-llevados allí con grandes dispendios por el próvido Senado; en
-el circo central de entrada, los chapiteles de columnas que
-recuerdan el templo de Salomon; en el arco derecho, á las puertas
-de bronce incrustadas en plata que en otro tiempo sirvieron á Santa
-Sofía de Constantinopla; por todas partes<span class="pagenum"
-id="Page_383">[p. 383]</span> fragmentos de escultura ó arquitectura
-arrancados á Grecia, á Siria, al Egipto, es decir, los despojos de
-largas correrías, los trofeos de épicas batallas, los testimonios de
-aquella dominacion sobre el Mediterráneo, que dió á la diosa Venecia,
-en el concepto de sus hijos, el anillo con que se desposó y el
-tridente con que dominó á los mares.</p>
-
-<p>Entrad, entrad en ese templo y difícilmente encontraréis otro
-alguno que exprese mejor el pensamiento religioso. No es en verdad su
-aspecto el aspecto sombrío y sublime de nuestras catedrales góticas
-henchidas por un catolicismo batallador é intolerante que se complace
-en las sombras y en el misterio. Aunque el fondo de todo el dogma
-es idéntico, la expresion es diversa. En estas islas, entre estas
-lagunas, á la luz reverberada en las aguas, al aire cariñoso que
-baja de los Alpes, no cabe la ceñuda intolerancia de nuestro dogma
-ni la sublime aspereza de nuestro culto. Venecia ha oido la sirena
-que el agua bendita no ha logrado expulsar todavía de las ondas
-adriáticas; ha visto Aténas, donde el cristianismo se ha coronado con
-las aureolas de las ideas platónicas; ha saludado en Constantinopla
-y Alejandría las ciudades que dieron á la nueva fe la antigua idea
-del Verbo; se ha hundido en el Oriente y allí ha tomado esa luz
-deslumbradora que<span class="pagenum" id="Page_384">[p. 384]</span>
-tanto se asemeja á la luz despedida por las místicas efusiones y por
-los religiosos arrobamientos del alma. Y cuando veis este templo todo
-de oro, esta luz resplandeciente y mística al mismo tiempo, estos
-sacerdotes con sus casullas recargadas de adorno á guisa de obispos
-armenios, estos patriarcas que llevan el nombre y tienen el aire de
-las grandes dignidades orientales, creeis hallaros en otra zona del
-cristianismo, cerca de la cuna del sol y de la cuna tambien de todo
-ideal religioso. Nosotros confinamos con el desierto monoteista,
-con las tribus semíticas, con la tierra de la teología intolerante,
-con el África estéril que sólo ha dado aquellos profetas en armas,
-descendidos á renovar con la predicacion y la cimitarra un dogma
-de gran profundidad, pero de variedad escasa, miéntras que Venecia
-confina con el territorio griego, con el coro de las islas helénicas,
-con el mar cuyas fosforescencias llevan como disueltas innumerables
-y diversas estelas de purísimas ideas. Su apóstol no debiera ser
-San Márcos; su apóstol debiera ser San Juan, cuyo Evangelio, el
-más combatido por la crítica moderna, el más puesto en duda por
-la sabiduría de los comentadores germánicos, tambien es el más
-oriental, el más alejandrino, aquel en que se siente el aire de la
-Academia mezclado con el perfume de acre gnosticismo, y que ha hecho
-de la re<span class="pagenum" id="Page_385">[p. 385]</span>ligion
-cristiana una síntesis platónica, y que ha convertido á Cristo en
-el Verbo creador y mantenedor del Universo; Evangelio helénico y
-oriental, digno de ser comentado por Plotino y leido por Hipatia á
-aquellos sectarios deseosos de armonizar su nueva fe de cristianos
-con el antiguo espíritu de Grecia y con la inagotable inspiracion
-teológica del religioso Oriente.</p>
-
-<p>Lo cierto es que el color, el matiz, la difusion y la variedad
-de la vida, resaltan por todas partes en el interior de este templo
-magnífico. El pavimento, que tiene cierto lustre y cierta humedad,
-como la cubierta de un buque, se halla compuesto de piedras duras
-matizadas por colores diversos y reflejos dulcísimos; el suelo se ha
-rebajado en unos puntos y ha crecido y levantádose en otros como si
-lo combatiera y lo trasformára la tormenta, obligándole á tomar la
-ondulacion de las encrespadas olas; el arco triunfal de la entrada,
-arco enteramente romano, despide de sus largas líneas, como otras
-tantas visiones proféticas, las fantásticas figuras del Apocalípsis;
-á la derecha, enorme pila de pórfido se eleva sobre perfecto altar
-pagano de la antigua Grecia; á la izquierda, riquísimo retablo,
-cuyos mármoles tan varios y tan brillantes semejan á combinaciones
-y guirnaldas de pedrería; sobre este altar un paraíso de Tintoreto,
-cubriendo altísima pared,<span class="pagenum" id="Page_386">[p.
-386]</span> deslumbrador por sus colores, y en el cual creeriais ver
-todos los venecianos elevados á las cimas de la bienaventuranza; en
-el crucero, el coro, al cual abre paso una portada de jaspe sanguíneo
-compuesta de ocho columnas, sobre cuyos arquitraves se elevan
-catorce estatuas del más puro Renacimiento; en el altar mayor la
-pala de oro, preciosa, inmensa joya de Constantinopla, toda cuajada
-de diamantes, toda cubierta de riquísimos esmaltes y preservada
-por una tabla que han pintado artistas venecianos educados en el
-Oriente europeo; detras del altar mayor, las columnas salomónicas
-de alabastro atribuidas por la tradicion al templo de Jerusalen,
-y trasparentes como si fueran de cristal de roca iluminado por el
-rayo plateado de la luna llena; al lado derecho del altar, la puerta
-plateresca esculpida y cincelada por Sansovino, con una perfeccion
-digna de Cellini, y á la izquierda la puerta árabe conduciendo al
-tesoro y que diriais arrancada á Damasco ó á Granada; por todas
-partes, frisando con el pavimento y subiendo hasta el punto céntrico
-de las cinco cúpulas, como un inmenso tapizado de tisú de oro, los
-mosaicos de áureos cristales, allí colocados desde los primitivos á
-los últimos tiempos de la Basílica, maravillosa serie de la historia
-del arte, donde han puesto sus manos, así los primeros pintores
-cuyas espantadas figuras parecen oir el lla<span class="pagenum"
-id="Page_387">[p. 387]</span>mamiento del Juicio Final, como los
-últimos que presentan la vida veneciana en una contínua orgía, siendo
-de reflejos tan varios y de colores tan vivos que los creeriais un
-éter no soñado, la luz desprendida de uno de esos soles en cuya
-comparacion el nuestro es una pavesa, donde veis nadar, agitando
-liras, ramos, palmas, los santos, los ángeles, los querubines, los
-mártires, las vírgenes, todos vestidos de colores indecibles, todos
-vivificados por ideas religiosas, todos exhalando un <i>Te Deum</i>
-inefable, cuyos ecos llegan hasta nuestros oidos de carne, pero cuyas
-magistrales cadencias se pierden, como las plegarias de los fieles,
-como las espirales del incienso, como las melodías del órgano, como
-el aleteo de las almas, en el espacio de los cielos y en el seno del
-Eterno.</p>
-
-<p>Yo no conozco en el mundo cosa alguna comparable á esta basílica
-de cristal esmaltada por tan maravillosa manera. Cuando las sombras
-se espesan en el pavimento y la luz se rompe en las altas bóvedas
-por los rayos últimos de sol que atraviesan las ventanas de las
-rotondas, creeis ver desde un planeta oscuro el cielo resplandeciente
-de ideas increadas y poblado de ángeles que llevan sobre sus alas
-de rosa vírgenes y santas purísimas coronadas por místicas aureolas
-apénas perceptibles á la vista y semejantes al resplandor en<span
-class="pagenum" id="Page_388">[p. 388]</span> que se abrasa un alma
-enamorada de lo divino y de lo eterno. ¡Qué multitud de figuras! Las
-hay de diversas épocas y de diferentes y áun contrarios autores.
-Unas son litúrgicas hasta la rigidez, y otras mundanas hasta el
-sensualismo; unas representan los tiempos místicos y otras los
-tiempos paganos; han nacido éstas cuando el hombre, apartado de la
-naturaleza, no se atrevia á mirar su propio cuerpo, obra maestra
-del pecado, y han nacido aquéllas cuando todos los velos han caido,
-cuando toda la antigua inocencia se ha disipado, cuando el pincel y
-el buril han hecho con sus castas desnudeces volver rehabilitada,
-como si áun estuviera en el Paraíso, la Eva corruptora de nuestra
-sangre: esta efigie, que sobre la gran puerta se descubre en actitud
-de penitencia y con expresion de dolor, proviene del siglo undécimo,
-que todavía no ha olvidado los terrores del año mil y que todavía no
-ha sacudido la sombra de la primera culpa, miéntras que la otra, no
-distante, iluminada por la misma luz, contenida en el mismo espacio,
-quizá ha sido dibujada por Ticiano, el artista de los sentidos
-y de la forma, el rehabilitador de la carne, el hijo predilecto
-de la naturaleza, el mago de los colores; y sin embargo, puestas
-todas en este templo, desde las que lloran hasta las que rien,
-desde las que rezan hasta las que cantan, desde las que sienten el
-desfa<span class="pagenum" id="Page_389">[p. 389]</span>llecimiento
-en su materia casi disipada hasta las que sienten la borrachera
-de exuberante vida; desde las tristemente ascéticas hasta las
-groseramente voluptuosas, como han oido tantas oraciones y han
-respirado tanto incienso, parecen por igual envueltas en el idealismo
-religioso, como si las unas estuvieran ya en el cielo de los éxtasis
-y las otras se levantáran desde la vida del sentido á la vida del
-alma. La variedad de tonos y reflejos da á esta basílica un aspecto
-fantástico. Sobre el luminoso cristal, sobre el fondo de oro puro,
-los colores y sus matices resaltan fuertemente y avivan las líneas
-del monumento, que parece amasado en la materia incandescente de los
-soles, así como los contornos de las figuras que parecen desprendidas
-de su centro y próximas á volar por los espacios. Más que objetos
-reales, semejan estos cuadros mágicos espejismos tendidos en las
-paredes por una imaginacion oriental; más que reverberaciones y
-matices de la luz natural, parecen las perlas y las esmeraldas de
-esas túnicas, los rayos de esas aureolas y las plumas de esas alas
-reflejos de un sol increado, como la idea que vaga en la mente del
-Eterno y que es el ideal y el arquetipo de todo el Universo. En esas
-gradaciones del oro, que tiene desde toques cobrizos hasta toques
-etéreos, veis mezclarse la púrpura al ópalo, el esmeralda al rosa, la
-chispa diaman<span class="pagenum" id="Page_390">[p. 390]</span>tina
-semejante á una lluvia de luceros, con el matiz violeta semejante
-á una nube diáfana, como en esas puestas del sol inenarrables que
-esmaltan el ocaso de nuestros cielos meridionales, ó como en esos
-bosques de la India, á las orillas del plateado Gánges, en que las
-fosforescencias del suelo y los relámpagos del aire, los insectos
-luminosos levantados de la lujuriosa vegetacion, y las estrellas
-y los aerolitos del cielo componen como una súbita fantástica
-florescencia de mundos animados por el fuego de indecible amor.</p>
-
-<p>Yo, al contemplar todas estas figuras, no pude ménos de
-preguntarme á mí mismo y preguntarles á ellas si eran seres
-fantásticos, hijos de calenturientas imaginaciones, reflejos de
-deseos nunca satisfechos, sombras de la mente acalorada, ó símbolos
-ó imágenes de ideas vivas que tendrán realidad en este ó en otro
-mundo mejor. Yo no puedo creer, no creeré nunca, que la humanidad,
-eminentemente religiosa, haya orado al vacío, pedido consuelos
-á la nada, alargado sus brazos en este diluvio de lágrimas que
-inunda los planetas al abismo sin fondo de un no ser absoluto.
-Y no creo, no puedo creer, que los conceptos metafísicos sean
-ménos en el Universo que los fuegos fatuos de un cementerio ó los
-vapores indecisos de un lago. Yo no creo, yo no puedo creer que lo
-infinito, lo eterno, lo perfecto, lo absolu<span class="pagenum"
-id="Page_391">[p. 391]</span>to, lo ideal, sean como juegos de la
-fantasía, como entelechias sin posibilidad alguna, como aromas
-exhalados de nuestra mente para perderse y disiparse en las nieblas
-eternas de una eterna muerte. Los filósofos que han evocado la luz
-del pensamiento divino allá donde rayó la luz del sol en su oriente;
-los sacerdotes que han concebido en el templo inmenso del desierto
-la idea viva de la unidad de Dios; los reveladores que á la sombra
-del Hibla y del Himeto, á las orillas del Pireo, bajo los plátanos
-de la Academia, entre los bajos relieves de Aténas han escrito los
-divinos diálogos sobre el ideal; las tiernas mujeres que, desnudo el
-seno y flotante el cabello, perfumadas con los aromas de la Siria
-y ceñidas con las flores de Délfos y de Colonna, han recorrido las
-riberas del mar de la Grecia, clamando por la muerte de Adónis y
-pidiendo su resurreccion; los discípulos que han llorado al pié
-de una cruz erigida en la cumbre del Calvario; los mártires que
-han muerto en las arenas del circo; los grandes pensadores que han
-empapado en el éter divino la conciencia; todos han sido soñadores,
-sicofantas, magos, hechiceros, capaces de dar los efluvios de sus
-nervios descompuestos, los caprichos de sus inteligencias ébrias,
-los sentimientos de sus corazones desgarrados por el dolor, las
-nubes levantadas de sus tristezas y de sus nostalgias,<span
-class="pagenum" id="Page_392">[p. 392]</span> como el supremo bien
-y la verdad suprema. Esos templos que se levantan por los bosques
-y por los desiertos, á las orillas de los mares, en los altos
-promontorios, como faros del espíritu, donde quiera que el hombre ha
-sentido la hermosura de la naturaleza, no serian otra cosa más que
-huesos mondados, hogares extintos, ruinas eternas, montones de piedra
-cubiertos de hiedra, donde pueden sólo habitar los lagartos y donde
-jamas hubo el fuego de una idea. Este Universo nuestro, ¿no será más
-que materia y fuerza? Este Dios nuestro, ¿no será más que un inmenso
-abismo, vacío y oscuro como la nada? Este pensamiento nuestro, ¿no
-será más que la estela producida por el choque de una sensacion y
-en otro choque disipada? El ideal, ¿es el sueño de los sueños, el
-delirio de los delirios, el ataque nervioso de un iluminado ó de un
-loco?</p>
-
-<p>No puedo creerlo, no lo creo. El hombre no es naturalmente ni
-judío, ni católico, ni pagano, ni musulman; pero es naturalmente
-religioso. Á la idea de lo infinito, que acaricia su mente,
-corresponde la realidad de lo infinito en el Universo. El arte no es
-mentira, la inspiracion no es mentira, el amor no es mentira; pues
-lo absoluto no puede ser mentira tampoco. Aquí está la realidad de
-lo infinito. La Arquitectura es como el espacio, como el planeta,
-como el mundo externo án<span class="pagenum" id="Page_393">[p.
-393]</span>tes de ser habitado por el espíritu, el continente de
-las inspiraciones. Este mundo necesita habitantes, y surge como
-una vegetacion ideal la gama misteriosa de colores que forma la
-aurora de las ideas. Pero no basta, y surgen, como los organismos
-en el planeta, las estatuas maravillosas sobre sus pedestales, los
-ángeles y los santos y las vírgenes en sus áureos mosaicos. Y no
-basta, porque el espíritu aspira á más, y entónces el órgano llena
-de melodías celestes todo este Universo. Y no basta, y viene la idea
-pura, la poesía, el alma de las almas, á completar las inspiraciones
-del arte y á unir lo finito con lo infinito. El error de los errores
-consiste en que cada secta, cada religion, cada filosofía, cada
-sistema se cree todo el ideal. No; el ideal completo está en la mente
-de toda la humanidad y se realizará en el seno de Dios.</p>
-
-
-<p class="centra mt3"><small>FIN.</small></p>
-
-<hr class="chap0" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ToC">
- <p><span class="pagenum" id="Page_395">[p. 395]</span></p>
- <h2 class="nobreak">ÍNDICE.</h2>
- <hr class="sep" />
-</div>
-
-<table class="mt2" summary="Índice y tabla de contenidos">
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdrp">Págs.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_0"><span class="smcap">Prólogo</span></a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_0">v</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_1">Los Grisones</a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_1">1</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_2">Monte-Carlo</a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_2">17</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_3">La bella Florencia</a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_3">41</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_4">Mantua y Virgilio</a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_4">59</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_5">San Francisco y su convento en Asis</a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_5">101</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_6">Sorrento y el Tasso</a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_6">227</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_7">Los Güelfos y los Gibelinos de Roma</a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_7">269</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_8">Un Discurso</a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_8">305</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_9">La isla de Capri</a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_9">331</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_10">San Márcos de Venecia</a>.</td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_10">367</a></td>
- </tr>
-</table>
-
-<p class="centra mt3"><small>FIN DEL ÍNDICE.</small></p>
-
-<hr class="chap0" />
-
-
-<div class="chapter pt3">
-<div class="transnote" id="tnote">
- <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p>
-
- <ul>
- <li>Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la
- utilizada actualmente.</li>
-
- <li>Las inconsistencias ortográficas se han normalizado a la grafía
- de mayor frecuencia.</li>
-
- <li>Se ha completado el emparejamiento de los puntos de admiración y de
- interrogación.</li>
-
- <li>Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar.</li>
-
- <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li>
-
- <li>El transcriptor ha creado la imagen de la cubierta y la sitúa
- en el dominio público.</li>
- </ul>
-</div>
-</div>
-
-<hr class="full" />
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-<pre>
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Recuerdos de Italia (parte 2 de 2), by
-Emilio Castelar
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 2 DE 2) ***
-
-***** This file should be named 53742-h.htm or 53742-h.zip *****
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-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm
-
-Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
-electronic works in formats readable by the widest variety of
-computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
-exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
-from people in all walks of life.
-
-Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's
-goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will
-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg-tm and future
-generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at
-www.gutenberg.org Section 3. Information about the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation
-
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
-U.S. federal laws and your state's laws.
-
-The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the
-mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its
-volunteers and employees are scattered throughout numerous
-locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt
-Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to
-date contact information can be found at the Foundation's web site and
-official page at www.gutenberg.org/contact
-
-For additional contact information:
-
- Dr. Gregory B. Newby
- Chief Executive and Director
- gbnewby@pglaf.org
-
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation
-
-Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
-spread public support and donations to carry out its mission of
-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.
-
-The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
-DONATIONS or determine the status of compliance for any particular
-state visit www.gutenberg.org/donate
-
-While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.
-
-International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
-
-Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations. To
-donate, please visit: www.gutenberg.org/donate
-
-Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works.
-
-Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
-Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be
-freely shared with anyone. For forty years, he produced and
-distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of
-volunteer support.
-
-Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
-the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
-necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
-edition.
-
-Most people start at our Web site which has the main PG search
-facility: www.gutenberg.org
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-This Web site includes information about Project Gutenberg-tm,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
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