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If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - - - -Title: Recuerdos de Italia (parte 2 de 2) - -Author: Emilio Castelar - -Release Date: December 15, 2016 [EBook #53742] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 2 DE 2) *** - - - - -Produced by Josep Cols Canals, Carlo Traverso, Ramon Pajares -Box and the Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - - - - - -NOTA DE TRANSCRIPCIÓN - - * En el texto las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las - versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. - - * Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la utilizada - actualmente. - - * Las inconsistencias ortográficas se han normalizado a la grafía de - mayor frecuencia. - - * Se ha completado el emparejamiento de los puntos de admiración y de - interrogación. - - * Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar. - - - - -RECUERDOS DE ITALIA. - - - - - RECUERDOS - DE ITALIA - - POR - D. EMILIO CASTELAR. - - - SEGUNDA PARTE. - 3.ª edicion. - - - MADRID: - OFICINAS DE LA ILUSTRACION ESPAÑOLA Y AMERICANA, - CALLE DE CARRETAS, NÚM. 12, PRINCIPAL - MDCCCLXXXIV. - - - - - Queda hecho el depósito que prescribe la Ley, para los efectos de - la propiedad literaria. - - - - - EST. TIPOGRÁFICO DE LOS SUCESORES DE RIVADENEYRA, - impresores de la Real Casa.—Paseo de San Vicente, 20. - - - - -PRÓLOGO. - - -Publico hoy el segundo volúmen de los _Recuerdos de Italia_, escrito -con el mismo método y los mismos procedimientos del primero. -Donde quiera que un monumento, una ciudad, una persona ilustre, -un territorio célebre han herido mi atencion, heme parado á -contemplarlos y describirlos, dando en bosquejo fugaz, no sólo idea -concreta de ellos, sino cuenta exacta de la serie de ideas que me -han inspirado sus celajes, sus líneas, sus recuerdos, sus ruinas, -su destino en la historia, su misterio en la poesía y en el arte. -Muchas veces la personalidad histórica que de un paisaje se levanta, -lo borra con su luz como el sol á las estrellas y lo supera con toda -la superioridad que tiene el espíritu sobre la naturaleza. Esta -consideracion me ha llevado á unir el nombre de Virgilio á Mantua, -el nombre de San Francisco á Asis, el nombre de Tasso á Sorrento. -En cambio no me atreví á recordar casi que hay una tiranía horrible -unida á la isla de Capri, que hay un nombre abominable ligado con -aquellos hermosos promontorios, el nombre de Tiberio; porque, -decidido á elevar la conciencia humana como una hostia consagrada -hácia lo infinito en pos del ideal, no quiero recordar ni sus -desfallecimientos ni sus eclipses, ni sus sombrías noches, sobre todo -cuando estudio y describo paisajes, épocas, monumentos á mi arbitrio. - -Deseoso de dar á alguno de mis amigos pruebas verdaderas de afecto, -les he dedicado en su dia y vuelvo á dedicarles ahora alguno de estos -trabajos. Al señor D. Alfredo Adolfo Camús, mi antiguo catedrático -en letras clásicas, varon ilustre de extraordinaria ciencia, á quien -debemos ya várias generaciones la iniciacion segura en el templo de -la antigüedad, le he dedicado un escrito á lo antiguo consagrado; -el estudio conocido con el nombre de _Mantua y Virgilio_, pálido -reflejo de la multitud de ideas recogidas en su sábia enseñanza, -lejano eco de las admirables lecciones de su cátedra, pobre desquite -de la ingratitud con que ha pagado la pública Administracion -cuarenta años de no interrumpidos servicios á los grandes ideales -literarios y á la ilustracion de la juventud española. Compañero en -la visita á los claustros y á las iglesias de Asis, guía ilustre mio -en aquel inmortal cenobio que se eleva como la tumba de Cristo en -la cima de las edades; gran artista, honra de la Pintura española, -el Sr. Casado del Alisal, cuyos consejos, cuyas advertencias, cuyas -ideas en mis paseos por Roma y sus alrededores no olvidaré jamas, -ha recibido con afecto la dedicatoria del Monasterio franciscano y -de sus riquezas artísticas. Lo mismo ha hecho mi fraternal amigo el -Sr. D. Buenaventura de Abarzuza respecto á la parte de este trabajo -consagrada á referir cómo la vida del Santo se convirtió en leyenda -y cómo la leyenda influyó soberanamente en la transformacion de las -ideas por aquellos tiempos creadores, por aquel siglo décimotercio, -de tanto y tan decisivo influjo en la humanidad y sus destinos. -Profundo talento político el talento del Sr. Abarzuza, conocedor como -pocos de la misteriosa manera con que los puros ideales penetran en -la realidad y la transforman, ha aceptado este pobre recuerdo que yo -debia á quien tanta luz me ha dado en difíciles circunstancias con -sus profundas consideraciones, y tanta experiencia con sus admirables -puntos de vista sobre los movimientos de esta máquina social tan -complicada y tan compleja. - -He mezclado, como en el primer tomo, á las consideraciones -filosóficas, históricas, literarias y artísticas, consideraciones -políticas: que al cabo la política no es otra cosa sino la -cristalizacion de todas las ideas, y su resultado social. Así es que, -no sin intento deliberado, he puesto junto al espectáculo que ofrece -y á la enseñanza que da la democracia de los Grisones, el espectáculo -que ofrece y la enseñanza que da el despótico reino de Monaco. La -libertad ha hecho fecundas las áridas crestas de unas montañas -envueltas en el sudario de perdurables inviernos, y la tiranía ha -manchado las playas hermosísimas donde la naturaleza y el espíritu -brillan con sus más bellos resplandores. É igual idea de libertad me -ha llevado á encarecer la democrática ciudad de Florencia, ese faro -del espíritu moderno, y á publicar el discurso que pronuncié en el -banquete dado en mi obsequio por los representantes de la prensa y de -la tribuna progresistas en su Ateneo de Roma. Eternamente vivirán -en mi memoria aquella velada y aquellos obsequios. Los promovió mi -amigo, el gran orador Mancini, asociándose todos los representantes -más ilustres del partido que mantiene la libertad en Italia. Mi -gratitud por tantas distinciones, será eterna. Y en prueba de ella -voy, despues de un año, sin auxilio de ningun apunte, sin consultar -ningun periódico, á describirla, y de su descripcion resultará su -importancia. De dos cosas prescindiré por completo: primero, de la -parte de elogios consagrados á mí, elogios naturales en fiestas de -esta clase, que yo omito por razones de delicadeza, pero que no -pagaré jamas con la moneda de un olvido ingratísimo; y segundo, de la -parte de etiqueta y de ceremonia, propias de todos estos festejos, -y á mis lectores poco interesante. Lo que en realidad interesa á -todos, el número de ideas principales vertidas en aquella fiesta, -queda en estas páginas con su inextinguible resonancia, como queda -en mi corazon y en mi memoria. El primero en hablar fué el ilustre -repúblico Depretis, que preside actualmente el Consejo de Ministros. -Sus palabras tuvieron grande importancia, como inspiradas en esta -idea capital: en la union de Italia y España. Efectivamente, si hay -naciones que puedan reunirse en comunidad de ideas son estas dos -grandes naciones mediterráneas. Tenemos nombres que son españoles é -italianos, como Colon, Doria, Farnesio y Ribera. Los agravios mutuos, -como nuestras sendas conquistas, pueden olvidarse y perdonarse -fácilmente, que medios de relacion eran al cabo en los duros pasados -tiempos. Pero nosotros no podemos olvidar la influencia de Italia en -sucesos como las conquistas de Mallorca y Almería en artistas como -Juanes y Velazquez, en escritores como Garcilaso y como Cervántes. Y -los italianos jamas olvidarán que nosotros convertimos en verdadero -paraíso sus campos partenopeos desecando las lagunas infectas; que -nosotros amparamos aquella democrática república de Génova, tan -española como cualquiera de nuestras más españolas regiones; que -nosotros emprendimos con esa misma Génova y Venecia la inmortal -hazaña de Lepanto. - -Despues del Sr. Depretis se alzó el Sr. Crispi. Gran conocedor de -nuestra historia y de nuestra política; su discurso tuvo un sentido -práctico, propio de quien ha defendido tan prácticamente y con tanto -tacto la libertad en Italia. Narró el estado de marasmo en que -habia caido Europa ántes de nuestra revolucion de Setiembre. Todo -el mundo creia en Italia imposible coronar la obra de la unidad con -la reivindicacion de Roma, y en Francia sustituir al Imperio la -forma natural de aquella democracia, la República. Y estalló nuestra -revolucion y sembró tantas ideas en las conciencias, que hasta los -ánimos más apocados se movieron á la esperanza y hasta los pueblos -más oprimidos pensaron en su resurreccion. El Imperio, viéndose -perdido, pasó de la libertad á la guerra para evitar un inevitable -naufragio. Y el espíritu inmortal de la libertad entregó á Francia su -República y á Italia su capital. Atronadores aplausos, consagrados á -la revolucion de Setiembre y á sus representantes, resonaron en aquel -salon lleno de ilustres defensores de la libertad italiana. - -Un senador, el general Fabrizi, habló despues del Sr. Crispi, y -recordó su afecto filial á España y los servicios prestados á la -libertad en la penúltima guerra civil por él y otros compañeros cuyos -corazones laten todavía como en la juventud al recordar y evocar -nuestras gloriosas libertades. Efectivamente, la amistad de ambos -pueblos aparece tan estrecha, que la Constitucion de 1812 goza -igual renombre en Italia y en España; y los más ilustres generales -italianos, como Fabrizi, como Fanti, como Cialdini, han derramado -bajo nuestras banderas su sangre por la libertad de la antigua -España á la manera que el inmortal Garibaldi la ha derramado tambien -por la emancipacion de la jóven América. Despues hablaron los dos -diputados, Sres. Nicotera, hoy ministro de la Gobernacion, y Bertani, -representante de la democracia más avanzada en el Congreso italiano. -El primero pronunció un discurso en que resaltaba el más profundo -sentido político sobre la regla y la medida á que deben someterse -los pueblos latinos para fundar instituciones libres que resulten -duraderas en el suelo de nuestras históricas penínsulas meridionales -sembradas de tantas y tan pasmosas ruinas. El segundo, antiguo -defensor de la más avanzada democracia, al lado de sentimientos -generosos y de ideas levantadas, dirigió algunas reconvenciones á la -nacion española por lo que él llamaba ingratitud á mis servicios, -palabras que explican las protestas de mi discurso; pues agradeciendo -la exaltada amistad que las proferia, ni por un momento era dado -tolerar cosa alguna que directa ó indirectamente cediera en desdoro -de nuestra amada patria. En todo cuanto se refirió al espíritu de -libertad que animó á Italia y á España durante el siglo estuvo el Sr. -Bertani en lo cierto y habló con elocuencia inspirada por ideas de -justicia. - -Dos discursos se pronunciaron despues igualmente notables; uno del -jóven príncipe Odescalchi y otro del gran historiador y filósofo -Ferrari. Quien conozca á Roma no puede ménos de conocer á Odescalchi, -y quien admire á Italia no puede ménos de admirar á Ferrari. El -primero visita los talleres de todos los artistas; estudia las -piedras de aquel suelo donde por todas partes encontrais grandes -pensamientos petrificados en maravillosas ruinas; reune y clasifica -museos que en pocos años crecen y se abrillantan, merced á la -riqueza artística de tan privilegiada tierra, miéntras el segundo, -maestro sin rival de la historia en los tiempos modernos, digno -sucesor de Maquiavelo y de Vico, posee la astronomía digámoslo así, -de las sociedades humanas, como Galileo poseyera la astronomía -de los cielos. Por desgracia una enfermedad terrible, y en su -juventud y en su robustez bien extraña, ha herido al príncipe, y -la implacable muerte nos ha arrebatado al filósofo. Imposible decir -aquí cuánto dolor he sentido al saber una y otra nueva, porque -tambien es imposible decir el afecto que ambos me profesaban y á -que correspondia como correspondo á todos los afectos, con usura. -Italia ha perdido en el príncipe un sacerdote entusiasta del culto de -la patria, y en el escritor uno de sus más profundos y más grandes -pensadores; yo dos fraternales amigos. Odescalchi habló con el calor -propio de sus años y con la belleza propia de su lengua; habló -largamente del genio artístico de nuestras dos naciones, y Ferrari -habló de una manera maravillosa de nuestra historia, del saber de -nuestros andaluces, del nacimiento de nuestro idioma; de las obras -científicas que dábamos al mundo en el siglo décimotercio, del -esmalte oriental que traiamos á la poesía moderna; de la libertad -de los municipios castellanos y del sentido popular de nuestro -derecho foral; del genio dramático que poseyeron nuestros poetas, -y del sentimiento de pundonor que despertaron en la Europa feudal -nuestros caballeros; de todas las virtudes y de todas las glorias, -en fin, de esta España á quien la humanidad debe la revelacion y el -conocimiento de nuestro hermosísimo planeta. - -Á tantas muestras de entusiasmo como iban mezcladas con estos -profundos pensamientos filosóficos, literarios, políticos é -históricos, pude corresponder y correspondí con mi discurso, pálido -entre tanta luz, y pobre entre tanta profusion de talento y de -ingenio. Pero hablo de todo esto en el prólogo porque el discurso -resume la idea práctica que me ha movido á escribir así mis libros -sobre Italia como mis libros sobre Francia, reservándome para más -tarde publicar, si tengo tiempo y fuerza, alguno tambien sobre -Portugal. Y esta idea, es la union de los pueblos latinos en espíritu -que prepare para mañana, para dias mejores, una confederacion que -será ornamento de la humanidad y de su historia. Sembremos con los -ojos puestos en este grande ideal; sembremos cuanto podamos. No nos -curemos de qué tiempo ni qué generacion recogerán esta siembra. Como -vivimos en las generaciones pasadas vivirémos en las generaciones -futuras participando, dada la inmortalidad del humano espíritu, de -sus grandezas y de sus glorias. - - - - -LOS GRISONES. - - -Antes de entrar en Italia, miremos un instante esta region de la -Engadina, suiza por la historia y la geografía y la política, -italiana por la lengua, derivada del antiguo latino. - -Cuando habitais un pueblo que ha sabido aliar el órden con la -libertad, la autoridad social con la democracia individualista, -la libertad en el pensamiento con la sensatez en la conducta, la -eleccion de las autoridades todas con el respeto y la obediencia, -no os canseis de verlo, de estudiarlo, de admirarlo, como no me -canso yo de ver, de estudiar, de admirar esta nobilísima Suiza. Lo -primero que salta á vuestra vista es la ausencia completa de ese -elemento demagógico tan opuesto al órden regular y al desarrollo -legítimo de la autoridad como al progreso y al afianzamiento de -todas las libertades. En seguida veis que los pueblos libres son -pueblos pacientes, que detestan las improvisaciones, que no entienden -la palabra revolucion, gratísima á los oidos de nuestros pueblos -latinos, los cuales en su inexperiencia sacuden la parálisis para -moverse en la embriaguez, y despiertan de la embriaguez para caer -nuevamente en la parálisis. ¿Sabeis cuánto tiempo le ha costado á -Suiza llegar á la reforma de 1848? Diez y siete años. ¿Sabeis cuánto -tiempo le ha costado desde que se inició hasta hoy su última reforma -constitucional? Diez años. Presentada al pueblo, fué puesta en tela -de contradictorio juicio, discutida largamente, desechada várias -veces, y despues de maduras reformas y de prudentes pactos, votada -por unos, combatida por otros; mas en cuanto tuvo la sancion legítima -de una mayoría constitucional, obedecida y acatada por todos. - -El poder manda, dentro de la órbita de sus facultades legítimas, con -grande imperio, y se oculta en el seno de la sociedad, como Dios en -el seno de la naturaleza y de la conciencia. El plebiscito es casi -continuado, no ese plebiscito impuesto en medio del silencio por un -césar omnipotente á un pueblo siervo, sino el plebiscito libre en -sus discusiones, lleno de conciencia, que despide y recoge las ideas -despues de haberlas hecho pasar sucesivamente por várias esferas y -haberlas visto en diversas apelaciones, para que maduren y puedan ser -aceptables y aceptadas en la viviente realidad. - -Yo me encuentro en el canton de los grisones, el más grande y el -ménos poblado de toda Suiza. Estamos á cuatro mil metros sobre el -nivel del mar. Estos pueblos, perdidos en sus montañas inaccesibles, -no tienen ni la cultura ni la riqueza que los grandes pueblos, -Ginebra y Zurich. Sin embargo, no encontraréis ni un pobre siquiera -que os pida limosna. No veréis ningun campesino desnudo, ninguno -descalzo, ninguno con el vestido remendado ó á jirones. Hablan -aquí, en la parte que se llama la Engadina, donde yo habito, una -especie de lengua romana que ellos presentan como la más pura y la -más antigua de las lenguas neo-latinas, inmediatamente derivada de -_sermo rusticus_, usual en las provincias del antiguo imperio. Y -siendo éste su lenguaje nativo, todos hablan aleman, muchos aleman é -italiano, algunos aleman, italiano y frances Si vais á un caserío, -encontraréis un maestro de escuela pagado en parte por el comun de -vecinos y en parte por el presupuesto del Estado. Recorreis estos -desfiladeros; las montañas inaccesibles se amontonan sobre vuestras -cabezas; las nieves eternas bajan hasta vuestros piés; las selvas -inexploradas se tienden á vuestra vista; el oso aulla en vuestros -oidos; el águila grita junto á su nido; os envuelven los vapores de -las nubes en formacion; os aturden las cataratas derretidas de los -grandes ventisqueros, despeñadas por los altos riscos; y en medio de -soledades donde imaginais encontraros salvajes tribus, el telégrafo -tiende su hilo misterioso para llevar en sus chispas los acentos de -la humana palabra y unir entre sí con su red, verdadero nervio de la -cultura moderna, estos apartados y diversos pueblos. - -Hace pocos dias estuvimos en Guarda, una aldea de doscientas ochenta -almas, en medio de los desfiladeros, con vistas admirables sobre los -picos de las altas nevadas montañas. Tiene un camino general que -pasa á corta distancia de sus casas. ¿Creeis que se ha contentado -con eso? No; ha abierto un camino vecinal suyo, en zig-zags, sobre -la montaña abrupta, con su suelo firme como una roca y cómodo como -una sala, con sus contrafuertes semejantes á grandes fortalezas, -con sus alcantarillas para el desagüe de las cascadas que bajan -de otros montes más altos, con sus puentes, con sus barandas -erigidas sobre abismos insondables y en territorios que parecen -verdaderamente inaccesibles. Pues no se han contentado con esto. En -cada encrucijada de la aldea advertiréis una especie de tapadera ó -portezuela de hierro con su correspondiente cerradura, por donde pasa -la distribucion de las aguas, acomodada de suerte que pueda subir á -todas partes, no sólo para la limpieza, sino tambien para apagar los -incendios. El maestro tiene poco sueldo, cuatrocientos francos que -le da el humilde Municipio; doscientos que le da el canton por seis -meses de trabajo: pero este sueldo precario le basta para enseñar en -dos lenguas las nociones primeras de la instruccion indispensable á -la vida. La insignificante aldea, perdida como un nido de águilas -en el corazon de los Alpes, tiene su correspondiente estacion -telegráfica, cuando en España no la tienen pueblos de dos mil -vecinos, como por ejemplo, Villajoyosa, en la provincia de Alicante. -Son de ver, al toque de la campana, las reuniones de este pueblo, que -no sólo nombra sus alcaldes y sus magistrados, no sólo administra sus -bienes de propios, no sólo se dirige á sí mismo en su vida municipal, -sino que nombra representantes encargados de proponerle leyes, y se -reserva el derecho de admitirlas ó rechazarlas, el supremo derecho de -sancion. - -Esta aldea tiene crédito, y apela á su crédito como cualquier Estado. -Necesita una obra de utilidad general, y encuentra inmediatamente á -mano los medios de realizarla, pues recurre á un empréstito, cuyos -intereses paga con religiosidad, cuyo capital amortiza con presteza. -El campesino, que vota los impuestos; que interviene en la direccion -no solamente del Municipio, sino tambien del Estado; que discute -y examina por sí los ingresos; que se reserva decidir sobre la -admision de las leyes; que vive ocupado en la cosa pública, á la -manera de los antiguos ciudadanos de Aténas, acaba de sacudir de su -mente toda utopia, por apreciar el valor de las ideas, por conocer -las dificultades de la realidad, por adquirir la madurez de los -hombres de Estado; y léjos de precipitarse á subvertirlo todo, se -refrena, se domina y viene á ser conservador, y conservador cuidadoso -de las instituciones que tantas ventajas le reportan. Comparadlo -con el ganado de siervos que pide en Bretaña la restauracion de -Enrique V; con el guerrillero homicida que desgarra las entrañas de -su patria para sostener á Cárlos VII; con el elector ciego que vota -al candidato del Imperio nacido en el perjurio del 2 de Diciembre y -muerto en la infamia de Metz; con el demagogo de nuestras ciudades -que, ébrio de vino y de ódio, vocifera en los clubs pidiendo que se -corten trescientas mil cabezas para reformar la sociedad; y luégo -decidme si es provechosa ó no la larga educacion que procura la -práctica constante de seguras y nunca interrumpidas libertades en el -seno de verdadera democracia. - -La libertad religiosa es completa, absoluta. Habia penetrado tan poco -el catolicismo en sus conciencias, que en el siglo XVI cambiaron -los grisones de religion por medio de disposiciones municipales. -Un consejero de Estado me contaba que en uno de estos pueblos pasó -escena bien singular y bien dramática. Los aldeanos quisieron -adherirse á la reforma y se lo comunicaron así á su cura. El cura era -un sacerdote virtuoso, anciano, muy querido universalmente, y dijo -que por nada en el mundo cambiaria de religion, resuelto á morir en -la que sus padres le habian enseñado y él contínuamente habia creido -y profesado, bendiciendo á unos, casando á otros, sirviendo en sus -dolores y en sus tribulaciones á todos. - -Los buenos campesinos, que habian visto al santo varon desligado de -todos los lazos terrenales, atento sólo á sus deberes religiosos, -caritativo con el pobre, próvido con el enfermo; en la próspera -como en la adversa suerte tranquilo y sonriente; sin más móvil que -su fe purísima y sin más fin que el cumplimiento de sus deberes -sacerdotales, no quisieron amargar sus últimos dias y juraron -aguardar á su muerte para convertirse oficialmente al protestantismo. -En efecto; continuaron yendo á la misa católica, practicando los -deberes de su antiguo culto, como si todavía lo llevaran entero en -el alma, decididos á esperar la extincion natural de la vida del -anciano, que tocaba en su ocaso. Al morir le enterraron segun los -antiguos ritos, le depusieron en la tumba con oraciones y responsos -católicos, y cumplido este deber y observado el compromiso, abrazaron -unánimes en su concejo municipal, por medio de un voto solemne, la -religion protestante. - -La intolerancia entró tambien por estas montañas; la intolerancia -luterana, que muchas veces llegó á parecerse á la intolerancia -católica. El principio absoluto de que el ciudadano está obligado á -profesar la religion del Estado, el súbdito la religion del Monarca, -fué sostenido con las armas en la mano por los príncipes y por los -pueblos de una y otra creencia. Así, en Alemania, por ejemplo, dos -docenas de señores cambiaban á su grado, por motivos políticos y -personales, de religion, de fe, y obligaban á sus vasallos á orar -ante los altares de la Vírgen, ó á decir que el culto á la Vírgen -merece el nombre de supersticion; á comulgar sólo con la hostia, ó -á comulgar con la hostia y el cáliz; á creer en la virtud de las -obras, ó á esperarlo todo de la divina gracia; á recoger y adorar -las reliquias, ó á herir y pulverizar las imágenes; como si la -inspiracion de lo alto se hubiera agarrado á los tronos cual á las -montañas las nubes, y fueran los reyes, al mismo tiempo que jefes del -Estado y generales del ejército, sacerdotes reveladores y profetas. -Las guerras de religion desencadenaron la intolerancia mutua de unos -y otros creyentes. Y los grisones ciertamente no podian sustraerse -á esta ley general de la historia. En la baja Engadina todos los -pueblos son protestantes, si se exceptúa la jurisdiccion de Tarasp. -Pero la antigua intolerancia ha cedido, y la libertad religiosa se -ha arraigado. En medio de estas poblaciones, que tienen por práctica -piadosa casi exclusiva la lectura de su Biblia y la asistencia el -domingo á los oficios de su iglesia, en que se predican sermones de -moral y se cantan salmos de David, pasan los frailes capuchinos con -su traje de estameña, sus sandalias clásicas, su rosario al cinto, -su libro de devocion en la mano, luenga la barba, calada la capucha, -murmurando rezos que en otro tiempo hubieran ahogado los protestantes -por fuerza, á título de supersticiones intolerables; y todo el mundo -los mira con serena curiosidad y los saluda con religioso respeto. -Hace pocos años no hubiera sido posible en Ardetz una iglesia -católica; hoy se han reunido varios fieles; la han levantado en verde -pradera, con sus ojivas y su torre gótica; han llamado un cura que la -dirija, al par de un sacristan que la guarde; y allí se entregan á -sus oraciones, doblemente amparados por los derechos que garantiza la -Constitucion nacional y por la tolerancia religiosa que penetra cada -dia más en las costumbres. Ved cómo las instituciones democráticas, -por su flexibilidad maravillosa, por su tendencia á la renovacion -y al progreso, por su armonía con la razon humana, sirven, como no -puede servir ningun otro género de instituciones, al desarrollo del -espíritu moderno y al cumplimiento de las reformas pacíficas. - -Y no creais que han desarrollado como un idilio su libertad en estas -montañas. Tambien, tambien pasaron por males gravísimos. El látigo -del feudalismo azotó sus espaldas. Los hierros pesaron sobre sus piés -y sobre sus brazos. En las alturas el más fuerte se instalaba y hacía -subir las piedras á lomo á sus víctimas, para construir castillos que -fueran palacios de los señores, calabozos de los vasallos. No acabais -nunca de oir historias terribles de esos tiempos funestos. Donato, -el señor de Vartz, invita un dia á tres campesinos á suculento -banquete, les festeja en su espléndido comedor, les regala con la -mejor caza de sus bosques, la mejor pesca de sus rios y el vino más -antiguo de sus bodegas; manda despues al uno que corte leña, al otro -que dé un paseo y al tercero que concilie el sueño; y cuando ya ha -pasado algun tiempo, los ata á los tres, los tiende en el suelo, -les abre el vientre para ver cuál de ellos ha digerido más pronto -la comida. El intendente de Gardovall, paseándose por las cercanías -de su castillo, ha visto á la hija del campesino Adan, y se ha -enamorado perdidamente de ella, de sus dulces ojos, de sus rosados -labios, de su rubor virginal, de sus trenzas negras y larguísimas, -de su talle y de su apostura. Mas un rico-hombre, de estirpe feudal, -no puede enlazarse con plebeya vírgen, flor nacida en el estiércol -de los campos. Debe la muchacha contentarse con ser la barragana -del noble. Y por ende el intendente manda al padre que la lleve á -su lecho. El padre se pone sus mejores ropas, viste á su hija con -el traje de desposada, y la lleva de la mano al castillo. Cuando la -ve entrar tan aderezada y tan ruborosa, el caballero siente hervir -brutal deseo en sus venas henchidas de lujuria. «No os acercaréis -á mi hija, dice el labrador al caballero, sino despues de haberos -casado legítimamente con ella.» El noble lanza una carcajada y tiende -sus brazos para estrechar á la gallarda doncella. Pero el padre -saca un puñal y se lo clava en el corazon, dejándole muerto á las -plantas de la codiciada niña. El Baron de Fardun se pasea por sus -campos, recorre los trabajos de sus siervos, entra en las cabañas; -y en vez de alentarlos y sostenerlos, se divierte en dirigirles -groseros insultos ó jugarles pesadas bromas. El campesino Chaldar -está con sus hijos comiendo, á pobre pero limpia mesa, humeante y -bien condimentada sopa, cuando entra el gran señor y escupe en el -apetitoso plato. Levántase el siervo, se abalanza furioso á él, le -agarra por las orejas, le arrastra al plato, le hunde el rostro en el -caldo hirviente, diciéndole: «Perro maldito, comételo tú, puesto que -lo has condimentado», y le degüella como á un cerdo con su tajante -cuchillo de cocina. - -Aquella lucha no era durable. Debia concluir, ó por el exterminio de -los vasallos ó por la derrota de los señores. Hacía ya dos siglos -entónces que los cuatro cantones del lago de Lucerna se juntáran en -el seno de los bosques umbríos, todavía perfumados por el aliento -creador; al borde de las azules aguas que reverberan la luz de los -cielos; al pié de las montañas cuyas bases alfombran los prados y -cuyas cimas cubren con cúpulas y rotondas de diamantes las eternas -nieves, para invocar á Dios en el templo más digno de su esencia -incomunicable, ante el altar más propio de su grandeza; y jurarle -sobre los huesos de los muertos y sobre la cabeza de los pequeñuelos, -su resolucion de morir mil veces ántes que tolerar la soberbia de sus -dominadores. Y la sombra de Guillermo Tell, cantado por los bateleros -á las orillas de los rios, por los pastores en las laderas de los -montes al són de las hondas y de las esquilas; esa sombra, que era -la personificacion de una idea y de un alma, revestida con todos -los atributos de su patria, el arco del cazador á la espalda, el -remo del barquero en la mano, su hijo redimido á su lado, el cielo, -el torrente, el bosque, el lago á su frente, la flecha libertadora -silbando en los aires, y el tirano tendido y yerto á sus vencedoras -plantas; esa sombra, corria de cima en cima, de cúspide en cúspide, -de desfiladero en desfiladero, llamando los fuertes montañeses á la -libertad y prometiéndoles una república inmaculada, la república de -Suiza. Los grisones cedieron al cercano ejemplo y fundaron su liga -de plebeyos, base de su confederacion republicana. Salieron los -montañeses de sus cabañas, como águilas de sus nidos, y escalaron -los castillos y vencieron á sus tiranos. Era aquel tiempo en que mil -quinientos republicanos suizos morian todos como los griegos en las -Termópilas, para contener á treinta mil mercenarios de las funestas -bandas anglofrancas, mandadas por un Delfin de Francia; aquel -tiempo en que los aristócratas de Basilea, recorriendo los campos -de matanza cubiertos de cadáveres traspasados por espesas flechas, -exclamaban, como el bárbaro Vitelio en los campos de Betriaco, «¡esta -sangre huele á rosas!»; aquellos tiempos en que diez fugitivos -escapados entre mil quinientos muertos de la universal inmolacion, -aparecen marcados con un hierro candente por la mano de sus propios -compatriotas; aquellos tiempos en que arden á la par ciento diez -poblaciones arrojadas al fuego por los tiranos, en castigo de haber -querido defender la libertad, la patria y la república; que no -concede naturaleza ningun gran progreso sino á los grandes esfuerzos, -y no vence ninguna idea sino en virtud de altísimos y redentores -sacrificios. - - - - -MONTE-CARLO. - - -Me detengo en Monte-Carlo, y la amenidad del sitio, la pureza del -cielo, el aire que baja de las montañas, el rumor que sube de las -olas, oblíganme á tomar la pluma y á escribir cuatro rasgos, con -el fin de bosquejar un pobre borrador trazado sobre las rodillas -en los descansos de largo viaje y en los postres de tenacísimo -maréo. Monte-Carlo, como su nombre enseña, es una eminencia; y esta -eminencia, como quizá todo el mundo sabe, contiene con otro peñon -cercano toda una monarquía, y de las monarquías más duraderas, más -permanentes, más seguras de toda Europa. Esta monarquía será como -desde las primeras verjas del Botánico al obelisco de la fuente -Castellana en todo su largo; y en su ancho como desde la Puerta de -Alcalá al café Suizo. No necesitais subiros á ninguna altura para -abarcarla en toda su magnitud, de Oriente á Poniente, de Norte -á Mediodía. Con una hora de coche y dos pesetas y media teneis -bastante para recorrerla en todas sus direcciones y escudriñar lo -más esencial y necesario de su sencilla geografía. Francia la rodea -como rodea el Océano las conchas de su seno. Y la proximidad de esa -grande Italia, muestra que en la política y en las distribuciones -geográficas hay desproporcion tan grande como la que existe en las -esferas zoológicas entre la pulga y el elefante. Así es que los -viajeros no se cansan nunca de preguntar dónde está la aduana, -dónde la frontera, dónde los magistrados, dónde las Córtes, dónde -el ejército y dónde la marina de este inmenso Imperio, parecido á -uno de esos teatros de carton que nuestro buen aleman de la calle de -la Montera vende para juegos de niños. El problema es más difícil -de lo que á primera vista parece y de lo que salta á primera vista. -Se concibe que Andorra, que San Marino, que las ciudades anseáticas -hayan podido existir, como puntos aislados entre constelaciones -inmensas, por la sencillez patriarcal y la baratura primitiva -de sus instituciones. Pero no se concibe que mil y doscientos -vasallos paguen y mantengan todos los arreos necesarios á una -lujosa monarquía. Así es que los alemanes, tan dados á la tradicion -histórica, á las instituciones feudales en perfecta consonancia con -su carácter y sus instintos individualistas, no han sostenido en este -nuestro siglo aquellos sus antiguos monarcas y aquellas sus antiguas -monarquías que contaban como único ejército los pinches de palacio, -vistiéndolos por la mañana el blanco uniforme de cocina, y á la tarde -el pintado uniforme de cuartel. La crítica acerba y la ironía amarga -de todos los escritores germánicos; los inmensos trabajos unitarios -de Prusia; los progresos de los tiempos, han por fin soterrado todos -esos vestiglos feudales que sacaban á duras penas la frente sobre la -inundacion general producida por el diluvio de nuestras revoluciones. - -Si Monaco está situada en el centro de cualquier gran monarquía, -Monaco desaparece. Pero situada á las orillas del mar, en la -encrucijada de Génova y Saboya y Provenza, las rivalidades de sus -enemigos han sido poderosas á conmoverla muchas veces, pero jamas á -destruirla, apareciendo todavía con su carácter de aislado señorío -feudal, como en ciertos terrenos geológicos aparecen fósiles -perfectamente conservados, mudos y frios monumentos de los primeros -combates sostenidos por la naciente vida en este campo de batalla, -en este eterno cementerio que se llama la tierra. Lo cierto es que, -ora por una, ora por otra causa, la duracion de Monaco asombra y -extraña. El pacto de Carlo-Magno, sobre que estuvo levantada Europa -más de diez siglos, se ha roto; el inmenso Imperio bizantino, fundado -en competencia con el Imperio romano, se ha caido, desapareciendo -hasta sus ruinas; ya nada queda de aquel sacro régimen germánico, -cuya férrea corona llevó por tanto tiempo la poderosa casa austriaca; -del dominio inmenso allegado por Cárlos V y Felipe II en las cuatro -partes del planeta, sólo se ven aquí ó allá restos de naufragio; la -monarquía de los Papas se ha hundido, á pesar de su carácter sagrado, -de su importancia religiosa, de su ancianidad venerable; el poema -escrito por aquel genio en delirio que se llamaba Napoleon el Grande, -se ha disipado como el humo de sus cañones; los poderes más fuertes, -más queridos de la fortuna, más respetables para la historia, -rodaron al abismo; las dinastías más antiguas, como los Estuardos de -Inglaterra, corrieron del trono al destierro; y ese reino de Monaco y -su rey imperceptibles permanecen inmóviles sobre su escollo, como el -águila real en su nido, desafiando al tiempo y á las revoluciones. - -Esta duracion que á muchos les incita á meditar sobre las catástrofes -históricas, incita á la generalidad de las gentes á broma y risa -y chacota. Un ciudadano inglés contempla el diminuto reino y sus -ejércitos de zarzuela con la misma imperturbable reserva con que -contempla las marmóreas rotondas de Roma ó las cristalinas pirámides -de los Alpes. Mas los viajeros provenzales, saboyanos y genoveses, -que en gran número acuden á esparcir el ánimo en Monaco los dias -festivos, bromean á todas horas con el inmenso Imperio. Uno dice que -la futura guerra continental no estallará hasta que los contendientes -sepan adónde se inclina la poderosa alianza de los monaqueses. -Otro cuenta que un aleman, despechado por razones que no son para -dichas, compró su correspondiente lancha cañonera; y se apercibe á -un bombardeo y á un desembarco que no puede ménos de ser terrible, -puesto que le acompañan dos ó tres amigos con sus correspondientes -criados. Éste recuerda cómo los dos artilleros del reino habian -perdido de tal manera los hábitos de su oficio, que, al cargar un -cañon para ofrecer los honores de las salvas al Rey en su natalicio, -por ignaros y torpes, estallaron al par de la pólvora. El de más -acá detiene al primer campesino que encuentra, y le pregunta si es -gentil-hombre ó chambelan de la córte. El de más allá saluda con -ridícula reverencia á los erguidos y graves centinelas. Grandes -grupos se paran á leer un tablero donde campean varios decretos de -D. Cárlos III, príncipe reinante, nombrando plenipotenciarios para -otras córtes y concediendo una gran cruz nada ménos que al Ministro -de Negocios extranjeros en Bélgica. - -Yo no olvidaré nunca la conversacion que anudaron cierto gárrulo -comerciante de Marsella y cierto barbero no ménos gárrulo de San -Remo en la peluquería de Monaco. «Pero ¿cuántos soldados tiene -este rey? preguntaba el marselles.—Más de ochenta, decia el -barbero.—¿Y para qué necesita esos soldados?—Ya lo ve V., replicaba -el muchacho, para darse tono.—Todos los mozos hábiles de la nacion -estarán metidos en el ejército.—Se aumentó en estos últimos tiempos -considerablemente.—¿Considerablemente? Sin duda alguna teme Monaco -á Mr. de Bismarck. Estos malditos prusianos obligarán á todo el -mundo á gastos que concluyan por arruinarnos.—En Monaco nadie teme á -Bismarck, ni de sus ejércitos se acuerda. Pero nuestro Gobierno es -piadosísimo, y se ha quedado con algunos de los militares que tuvo -necesidad de licenciar el Papa.—Segun eso, los soldados monaqueses -son soldados mercenarios.—Justo. Y con ochenta soldados tiene el -ejército un número quizá mayor de oficiales.—Supongo que habrá cabos, -sargentos, tenientes, capitanes, comandantes, coroneles, generales y -generalísimos.—No se burle V., porque pudiera enterarse la policía -y pasarlo V. muy mal.—Me dice V. que Monaco tiene un ejército de -pura farsa, y luégo me encarga que no me burle y no murmure, como -si no acabára de darme el mal ejemplo. Francamente, no puedo seguir -su amistoso consejo; paréceme asistir á _Los Dioses del Olimpo_ -de Offenbach. Creo que me he vuelto loco, ó por lo ménos que estoy -soñando. Tamaño reino es bueno para el teatro de los Bufos. ¿Y aquí -hay prensa?—Se publica un periódico cada ocho dias.—¿Hay Cámaras?—Ni -por pienso.—De suerte que teneis el placer de vivir en este diminuto -espacio, de pasar dos ó tres veces la frontera y la aduana cada dia -para visitar á un amigo, de contar con un ejército abrumador; y -ademas de todas estas lindezas, aguantais muy santamente un monarca -absoluto. Pues no envidio vuestra suerte.» - -Merece, á la verdad, verse este ejército vistosísimo y -churrigueresco: sus pantalones galoneados de carmesí ó de oro, sus -historiados dormanes, sus relumbrantes chacós, las levitas celestes -de los oficiales, los varios multicolores cordones, los ondeantes -plumeros. Merecen verse los centinelas que nada guardan, las -fortalezas que para nada sirven, los cañones que á nadie amenazan, -los armazones de inverosímil nacion mandada por increible monarquía -Al examinar todo esto creeis emprender prácticamente los viajes -de Gulliver y encontraros en las regiones de los imperceptibles -enanillos. Se os figura que cuanto á vuestros ojos se despliega -es una decoracion arreglada en breves minutos para desarreglarla -así que concluya la fiesta, obra de algun redomado chusco. Á cada -minuto recordais el Micromegas de Voltaire, sólo que, en vez de haber -ido desde la tierra á un planeta mayor como Saturno, vais desde un -planeta inmenso á cabalgar sobre pequeño y fugacísimo aereolito -donde está grabado en miniatura un reino de mentirijillas. Es un -cuento de Perrault, una fábula de Lafontaine, un capricho de Goya, -una caricatura de Cham; cualquier cosa, ménos una realidad viviente, -ménos una institucion verdadera é histórica. - -Y desde luégo llama sobre todo vuestra atencion el lado económico -de este Gobierno. Cuando veis mil trescientas personas dándose al -desmedido lujo de tener rey, heredero de la corona, familia de -príncipes é infantes, comparsas de chambelanes y de gentiles-hombres, -aristocracia oficial, clero privilegiado, ministerio completo, -Supremo Tribunal de Justicia, ejército con su correspondiente -estado mayor, cónsules y demas agentes diplomáticos en el exterior, -preguntais á todo el mundo: por baratos que sean tales servicios, -por mal pagados que estén tales cargos, ¿de dónde salen todas -estas misas? En ciertos períodos de la historia es facilísima -la explicacion. Los señores de Monaco son piratas que desde su -fortísimo peñon caen sobre las mareantes y les exigen á mano armada -cuantiosísimos tributos, ó los despojan de sus ricas mercancías. -En otros períodos, los vasallos pertenecen en plena propiedad á -su príncipe, y trabajan todos para que viva él solo. Ademas, no -fué Monaco tan breve y reducido como es hoy. Tenía algunas ricas -comarcas, algunos importantes municipios. Pero despues de la guerra -franco-austriaca, despues de la anexion de Niza á Francia, el monarca -de derecho divino vendió al emperador Napoleon, como si vendiera un -predio ó un caballo, la mayor parte de sus súbditos, la jurisdiccion -sobre casi todo su territorio, por la suma de tres millones de -francos, á bastante ménos precio que los negros. Tres millones de -francos dan todavía con sus intereses medios de vivir cómodamente á -un propietario ó rentista de las clases medias; y si á estos recursos -une otros recursos heredados de sus mayores, hasta á un grande, á un -príncipe, á un banquero le cae como miel sobre hojuelas esa suma en -que el Rey de Monaco vendió al Emperador de Francia la escasa manada -de sus vasallos. Pero, por rico que seais, si caeis en la monomanía -de llamaros Rey, de nombrar príncipes, de tener ejército, de revestir -á vuestros amigos con dignidades palatinas ó con ministerios -políticos ó administrativos, al poco tiempo debeis ir desde vuestra -casa, por loco, á Leganés; por pobre, al Pardo. - -Uno de los inmediatos antecesores del príncipe reinante, resolvió -á maravilla este problema insoluble. Era un príncipe restaurado -por gracia del graciosísimo Talleyrand y por obra del reaccionario -Congreso de Viena. Habia pasado sus mocedades en París; y apénas -erigido de nuevo su trono y en él reinstalado, volvióse del estrecho -peñoncillo á la gran ciudad. En veinticinco años de reinado sólo -fué tres veces, y por pocos dias, á su reino. Vivir en París con la -categoría de rey en activo servicio, no es cosa tan hacedera ni tan -barata. Para procurarse las rentas necesarias á la empresa, Honorato -V, que así nuestro héroe se llamaba, montó una máquina feudal en -que prensaba de todas maneras á sus feudatarios y les hacía sudar -oro. ¡Cuánto los prensaria cuando soltaron en veinte años seis mil -pobres campesinos, veinticinco millones de reales sólo para su -príncipe! Á este fin se erigió director de colegio, mandando que -todos los monaqueses enviáran sus hijos al Instituto de su fundacion, -y prohibiendo enseñar hasta la doctrina á maestros que no fueran -sus maestros; y se hizo proveedor de harinas, mandando que ningun -monaqués ni extranjero, residente en Monaco, pudieran comer otro pan -que el pan de su príncipe. Así el propietario no tenía facultad de -sembrar sus tierras ni hacer su molienda, y por ende, no podia ni -cosechar trigo ni almacenar harinas. Veia el hondo surco abierto, -de donde en otro tiempo brotáran las ubérrimas espigas y no le era -dado fecundarlo con el sudor del trabajo, más próvido que la lluvia -del cielo. Ricos y pobres, sanos y enfermos estaban condenados, -bajo las más severas penas, á comer el mismo pan, el pan de su -Alteza Real, amasado con harinas de desecho, harinas averiadas, -indigestas, que á bajo precio se compraban en Marsella y Génova para -empedrar materialmente el estómago de las pobres gentes dotadas por -las gracias de Talleyrand y por las obras del Congreso vienense, -de todo un Honorato V, de un señor que, sin duda, no se merecian. -Los jornaleros de los alrededores dejaban, si iban á Monaco, el -pan á la puerta. Los caminantes se veian registrados, al llegar, -escrupulosamente, por si llevaban trasconejado algun bocadillo, -algun residuo de su merienda. El capitan de barco que aportaba con -galleta, debia pagar unas veces cien duros de multa, y perder otras -veces su embarcacion, de Real órden confiscada. Y lo que hacía con -los cereales el Príncipe hacía tambien con los ganados. No vinculaba -en sí la exclusiva de cultivo y venta, pero imponia á cada cabeza -un tributo enorme. Y para evitar las ocultaciones exigia que el -nacimiento de las reses y su muerte constasen oficialmente en papel -sellado por los públicos escribanos. Así, carneros, bueyes, cerdos, -tenian como mortales, partidas de nacimiento y partidas de defuncion. -Hasta los árboles ostentaban su número y su nombre. Los pleitos -eran innumerables. Pero todos iban á París, donde el Príncipe y -su abogado los decidian á su arbitrio. Sentencias dadas con todas -estas garantías de acierto se elevaban á definitivas é inapelables. -La justicia, el pan del alma, se repartia como el pan del cuerpo, -poco más ó ménos. Todas estas cosas se le ocurrieron á Honorato V -para explotar á sus súbditos y vivir en París. Pero no se le ocurrió -nunca convertir su reino en una casa de juego. Tal ingeniosísima -idea nació en nuestros tiempos. Hoy Monaco es un casino regio donde -se ejercen dia y noche la ruleta, el monte, el treinta y cuarenta, -y demas juegos prohibidos. Su corona espléndida, su bandera blanca, -sus armas y sus escudos, sus magistrados y su ejército, sirven para -escudar un garito. ¡Oh, peñon predestinado de antiguo á la infamia! -¿No eras mucho más noble cuando cobijabas un nido de piratas? M. -Blanc, empresario del casino, provee á los gastos excesivos que exige -el mantenimiento de este inmenso Imperio. - -Y no cabe escudar la enormidad del hecho con la pequeñez del -reino. De breves territorios han brotado grandes hombres y -grandes cosas. Todas las ciudades griegas, cunas sagradas de los -antiguos filósofos, eran ciudadillas que engendraban los dioses -del pensamiento porque tenian abiertos á su mirada los cielos del -espíritu. Y lo mismo sucedia con las modernas ciudades italianas y -suizas. Pisa contaba un pequeño territorio; pero la libertad le daba -todo el mar, y la lucha con los vientos y las olas sus arranques -de heroismo y sus inspiraciones artísticas. Siena, apartada en sus -colinas, no podria llamarse vasta; pero en las asambleas tempestuosas -de su democracia brotaban los genios que debian embellecerla con sus -obras y trasmitir de gente en gente su nombre inmortal á los siglos. -Cuanto más pequeña era Florencia tenía más concentrado su calor -vital sobre aquel nido de las inspiraciones y de las ideas. Ginebra -estaba encerrada entre cuatro muros, y su estrechez no le importó -para educar á Calvino y parir á Rousseau. Un barrio, nada más que -un barrio de Génova se necesitó para cuna y para escuela de Colon, -cuyo nombre no habia de caber en el mundo. En todos estos reducidos -espacios se agitó una democracia, miéntras que en los peñascos de -Monaco se posó el feudalismo. La historia del mundo será siempre la -historia de la libertad. - -¡Y qué hermoso el territorio de Monaco! Baste decir que se eleva -á las orillas del Mediterráneo; de ese mar espléndido semejante á -un pedazo de cielo caido sobre la tierra, el cual ya se oscurece -en verde profundo como inmensa esmeralda, ya se aclara en blanco -perla jaspeado de rosa como gigantesco ópalo; mar, cuyas aguas, -sensibles á todos los cambiantes de la luz y á todos los giros del -aire, os ofrecen de dia reflejos incomparables del sol, y por la -noche, ó el rielar de la luna en las ondas, ó las cintas de sus -fosfóricas estelas; obligándoos de contínuo á contemplar la brillante -inmensidad, á respirar las frescas brisas, á oir los misteriosos -rumores, con olvido tan grande del mundo y de vosotros mismos, que -llegais hasta el místico éxtasis en aquella vision de lo infinito, -capaz de seduciros, como una sirena, con su sonrisa, sin abrumaros, -como el Océano, con su grandeza. El aire es purísimo, el cielo -espléndido, la luz viva, el clima dulce, la temperatura agradable; -del Norte abrigada por altos desfiladeros y de los excesivos calores -libre por las contínuas brisas. En el mar engarzado se eleva á -setenta metros de altura el pintoresco peñon de Monaco, sobre cuya -cima campean, destacándose en el claro horizonte y apiñados como para -no caerse en las aguas desde aquella eminencia, palacios, casas, -iglesias, baluartes, cuarteles, castillos con sus correspondientes -aspilleras y sus muros ceñidos de caprichosa crestería, realzados -todos por los juegos de la luz verdaderamente mágica áun para ojos -acostumbrados á la luz de Andalucía, de Madrid y de Valencia. Luégo, -por las laderas del peñasco, en jardines difícilmente colgados sobre -los abismos, entre ferruginosos riscos que el sol unas veces ha -bruñido como si fueran de oro y que otras veces su propia naturaleza -mineral ha cubierto de colores violáceos y purpurinos, se elevan las -plantas gratas á cuantos en el Mediodía se han criado, consagradas -por el arte, pintorescas y várias y multiformes: la adelfa con sus -claras hojas y sus encendidas flores; las palmas que vibran y cantan -al beso de las brisas; el oloroso mirto, que parece, cuando florido, -nevado; los olivos de extraña magnitud casi ceñidos con los limoneros -cargados de áureos frutos; el rojo granado junto á la oscura encina; -los naranjales y las virgilianas hayas; el áloe con sus gigantescos -candeleros y el nopal con sus espinosas pencas; alfombras de -geranios; senderos de rosas y azucenas; el terebinto y el sauce; -los laureles y los arbustos de la pimienta; toda esa vegetacion -meridional con aires del Oriente, que ofrece á la vista el recorte -y los festones de sus hojas, al paladar el sabor de sus frutos, al -olfato el aroma de sus flores, á todo nuestro sér indescriptibles -encantos y hondas impresiones, estrechando fuertemente con sus -lazos las relaciones que existen entre la naturaleza y el espíritu, -embebido por la admiracion en aquellos grandes efluvios de vida, -como en el agua los peces, como en los aromas y en las esencias y en -los colores las mariposas y las abejas, como en la luz y en los aires -las canoras alondras. - -Pero lo extraño allí es Monte-Carlo, otra eminencia unida á Monaco -por la calzada de la Condamina, que tiene de larga un kilómetro. En -lo alto se alza rectangular plaza limitada de un lado por olivares -que al pié de los Alpes marítimos se pierden, y de otro lado por -la inmensa superficie del celeste mar. En este valle, cortado á -manera de anfiteatro, y cuyas montañas ofrecen por doquier admirable -vegetacion, entre los bosques y las olas, al risueño borde de -tranquila ensenada, se descubren fondas, cafés, casinos con grandes -peristilos, tiendas preciosas, exposiciones de artes, salones de -lectura y recreo, tiros de pistola, teatros, fuentes monumentales, -terrazas interminables, pajareras llenas de aves, cascadas -deslizándose entre plantas del trópico, surtidores saliendo en -cristalinas columnas, escaleras y galerías de mármol que bajan hasta -el mismo mar, y que contienen verdaderos jardines del Oriente con sus -innumerables flores y sus grupos de gallardas palmas. ¿No es verdad -que esta naturaleza convida al bien y á la paz? ¿No es verdad que en -su seno sólo quisierais ver algun idilio ó escuchar alguna sonata de -esas que parecen el aleteo de angélicas almas en los oidos arrobados? -Cuando escuchais la sinfonía que Rossini ha puesto, como un pórtico -inmortal, á su gloriosa epopeya helvética, sentís el arte recogiendo -en sus alas todo cuanto hay de hermoso y divino en la naturaleza, el -susurro del viento en los bosques, el choque de la lluvia en el lago, -el rodar de la catarata entre las breñas, el cántico del pastor que -conduce al establo las vacas, el _hosanna_ á Dios creador y el himno -á la creadora libertad. - -¿Y cómo en la naturaleza de Monaco se refugió el demonio del juego? -¡Qué cuadro! La desconfianza se dibuja en todos los actos de la vida -y en todas las escenas de esta tragicomedia. No espereis que os den -cosa alguna á crédito. Aún no habeis acabado de comer, y aunque -tengais albergue en la fonda clásica y depositado allí un equipaje, -garantía material de vuestro pago, vienen los mozos con su cepillo á -pediros ántes de los postres el precio de la comida. Cuanto consumís, -tanto pagais en el acto. Se ve que todo el mundo teme veros salir -sin un cuarto. Los tipos que encontrais á vuestro paso os llaman -poderosamente la atencion, por lo preocupados y por lo embebecidos -que andan en sus cálculos y en sus cavilaciones. Yo me encuentro -de tal manera fuera de mí, que no puedo ver rodar una moneda sin -creer que es la última á que un desgraciado libra su fortuna, ú -oir un tiro sin imaginar que es el tiro de algun suicidio. El tren -de Niza vomita todos los dias sobre esta playa desgraciadas mujeres -que husmean los favorecidos por la fortuna y los circundan de una -placentera córte. El vagabundo solitario, de seguro ha perdido. Yo me -figuro que todos estos jugadores respiran mal, que la involuntaria -retencion del aliento entre la puesta y la suerte les destroza el -pecho. Muchas tísis del alma y muchas tísis del pulmon se habrán -contraído en estos sitios. Lo más terrible que en ellos encuentro -es considerar cómo la dicha de unos, depende ¡ay! de la desdicha -de otros. No se devoran los peces en el fondo de los mares como se -devoran entre sí estos infelices en sus combates por la fortuna -dentro de los infernales círculos del juego. - -El salon está revestido de lujo oriental y, sin embargo, parece -tétrico; está iluminado de brillantísima iluminacion y, sin embargo, -parece oscuro, como si lo ennegrecieran los pensamientos y las -sombras que se escapan de las almas. La próvida direccion ha puesto -en grande salon vecino una orquesta para divertir grátis los ocios de -aquellos que no juegan; y es casi imposible imaginar cuán terribles -son los contrastes entre las cadencias de la orquesta y el girar de -la ruleta. El banquero truena al medio de la mesa manejando una -especie de cetro con que distribuye el dinero. Á sus espaldas, otro, -en silla más elevada, fiscaliza sus operaciones; y frente á frente de -estos dos se ven otros dos en análogo sitio y situacion desempeñando -idéntico ministerio. Gran número de jugadores se sientan á la mesa; -otro gran número se agolpa de pié á sus espaldas. Gruesas cantidades -de oro en monedas mayores que la de uso corriente, resmas de billetes -franceses, paquetillos lacrados de mil francos se extienden en -grandes montones por todas partes. Extraña impresion producen el -dinero que allí suena; el siniestro giro de la bola de marfil que -entre los números rueda; las exclamaciones várias y los contínuos -cuchicheos; las errantes y expresivas miradas revelando afectos -diversos; las ganancias de los unos á expensas de la ruina de los -otros; el tinte moral, que sobre todos se refleja, semejante á un -ocaso de la humana conciencia. - -Lo más horrible es ver mujeres hermosas, jóvenes, de aire -distinguido, de excelentes maneras, confundidas con todo el deshecho -y rebuja de la sociedad, y pendientes de aquella bola y de aquel -número fatales como de un casto y correspondido amor. La sombra -añadida á la sombra no importa nada, como el cero sumado al cero; mas -la sombra sobre el astro priva de luz y entristece así la vista como -el ánimo. Sobre la frente de la mujer el mal se ennegrece con más -profundas y oscuras tintas que sobre la frente del hombre. Quien cae -de más alto se destroza más terriblemente. Adan, del Paraíso pasó á -la tierra; pero Luzbel pasó de los cielos al infierno. La sociedad -humana exige más pureza y más virtud de la mujer que del hombre; y -la sociedad humana tiene razon como la tiene siempre en todos esos -sentimientos universales cuya duracion se confunde con el orígen y el -curso de los siglos. Terrible cosa es ver la pobre mujer de mundo, -halagüeña con el afortunado, incitándole á disipar en la orgía el oro -allegado en el juego; pero más terrible aún, más repugnante es ver -á la esposa casta, á la madre próvida, á la jóven llamada á fundar -una familia, ó porque el hastío la sobrecoge, ó porque la necesidad -la apremia, ó porque el vicio la seduce, en medio de todos los -desórdenes, soltando sobre un tapete el oro que debia reservar para -las economías de la casa, para la educacion de los hijos, para las -expansiones de la caridad necesarias á la ternura de sus verdaderos -sentimientos, á la delicadeza de su buen natural, á la exaltacion de -su apasionado carácter. Dígase lo que se quiera, la criatura humana -tiene en todos los laberintos y minuciosidades de la vida un medio de -orientarse: mirar á la conciencia en cayo fondo está Dios, como en -el fondo de los inmensos espacios la luz y lo infinito. Pregúntele -cada una de esas damas á su conciencia, y verémos si le contesta -que la musa del arte, la sacerdotisa del hogar, la diosa del amor, -vírgen ó madre, á cuya virtud fia el mundo la legitimidad de la -familia y la educacion del género humano, puede rebajarse más en una -casa de prostitucion que en una casa de juego. Terrible calamidad la -desenfrenada pasion de jugar. Entregándose el hombre á los azares de -la suerte, rindiendo culto al implacable destino, suprime la libertad -moral; y siempre que suprimais la libertad, habréis suprimido nuestra -naturaleza y levantado en su lugar el demonio del mal. ¡Oh! ¡Maldito -sea mil veces el juego que sustituye el azar á la libertad y la -confianza en la fortuna á la confianza en el trabajo! - - - - -LA BELLA FLORENCIA. - - -Un aleman me decia este verano, con poco respeto en verdad á mi -entusiasta amor patrio, que así como sólo hay dos naciones en la -historia de la Europa antigua—Grecia y Roma—sólo hay dos naciones en -la historia de la Europa moderna—Alemania é Italia—porque ésta ha -traido el pontificado y aquélla el Imperio; ésta el arte y aquélla la -ciencia. - -En vano le mostraba yo el poderío de Inglaterra, su comercio -abrazando el orbe, sus naves dominadoras de las olas, el espectáculo -de sus libertades en contínuo crecimiento, y el sentido práctico -que ha llevado á la vida y á la ciencia; en vano le recordaba que -Francia fué el verbo de la civilizacion moderna, que su palabra ha -desatado las tempestades, pero tambien ha encendido la luz, que la -levadura democrática por ella mezclada á nuestro sér ha penetrado -hasta en los duros huesos de sus enemigos los alemanes; en vano le -hablaba de España, de nuestro suelo providencialmente destinado á -ser el anillo entre el Océano y el Mediterráneo, entre el viejo y el -nuevo continente, de nuestra raza sintética que tiene cualidades del -semita y del indo-europeo como del germano y del latino á un mismo -tiempo, de nuestro cielo que ha engendrado los pintores más realistas -como Velazquez y los poetas más idealistas como Calderon, de nuestro -pueblo que ha escrito en la fantasía el poema del Romancero y en el -espacio el poema de la guerra por la Independencia; de nuestro genio -que, como Dios, ha creado un mundo. El aleman continuaba diciéndome: -desengañaos, no hay más que dos naciones en la historia moderna; -Alemania, que nos ha dado la filosofía é Italia, que nos ha dado el -arte. - -Dejé con su tema al loco sin recordar ni Averroes, ni Abelardo, ni -Santo Tomás, ni Vives, ni Descártes, ni Pereira, ni Raimundo Lulio en -demostracion de que tambien tenemos nosotros los latinos filosofía, -y me consagré á contemplar algunas dias esta Italia de la cual debo -pronto separarme para volver á mi hogar y á mi patria. Su geografía -os revela en seguida su grandeza. Colgada de los Alpes que la coronan -de nieves diamantinas y de celestes lagos; atravesada por caudalosos -rios que siembran en sus venas asombrosa fecundidad, tendida entre -el mar Tirreno y el mar Adriático que la refrescan con sus ondas y -con sus brisas y le dan seguros puertos para las naves del Oriente -y del Occidente de Europa; estrecha, larga, brillante como una -espada cuyo pomo penetra en el corazon de nuestro continente y cuya -extrema punta, se acerca al continente africano; unida por el coro -de sus islas, por Sicilia, á Grecia, al mar de la Jonia, al Asia; y -por Cerdeña, al Occidente, á Francia, á las Baleares; cercana á las -Galias, cercana á las tribus germánicas, cercana á Viena, y á París, -y á Constantinopla, y á Ginebra, no hay duda; esta península habia -sido destinada en las leyes de la naturaleza, en los secretos de la -Providencia, á civilizar el mundo. - -Pero entre todas sus ciudades ocupa lugar preminente Florencia. No -busqueis aquí el espacio amplísimo, el carácter moderno, el ruido y -la animacion de Milan; no busqueis la voluptuosa hermosura de esa -bacante de las ciudades, ébria de goces, tendida sobre su campo de -mil colores, ardiente como sus volcanes, de esa ciudad que se llama -Nápoles; no busqueis la oriental poesía de Venecia con sus lagunas -que reverberan en mil matices la luz, con sus mares que os cantan -el himno clásico de las playas helenas, con sus islas sembradas de -jardines, con sus edificios de mármoles y de mosaicos que parecen -edificios de corales y de cristal de roca, teñidos por el íris del -Asia: Florencia es grave, severísima, austera, como conviene á una -ciudad etrusca. Sus piedras de construccion enormes, colosales, sin -ningun pulimento, parecen rocas amontonadas; sus largas galerías de -columnas oscuras, de bóvedas severas, parecen claustros; sus palacios -coronados de almenas, con sus torres y sus castillos fuertes, parecen -fortalezas; sus iglesias parecen panteones; sus blancas estatuas, -resaltando sobre estos fondos de sombras, parecen muertos revestidos -con el albo inmaculado sudario de la inmortalidad y de la gloria. - -Y sin embargo, Florencia tiene tambien muchas joyas, muchas preseas -de arquitectura armoniosa, muchos monumentos que cantan. Tiene la -logia de Orcagna, donde se reunia este pueblo de artistas á departir -sobre los hechos políticos, verdadero museo al aire libre, como una -plaza de Aténas, con esculturas que han venido de la antigua Grecia, -con grupos como el robo de las Sabinas de Juan de Bolonia, que acusan -todo el furor y todo el ímpetu de una raza de atletas; con estatuas -como el Perseo de Cellini, que es la efigie verdadera de la victoria -del Renacimiento. Tiene el _campanile_ del Giotto, la torre que -Cárlos V queria poner bajo un fanal, torre semejante á un juguete de -joyería abierta por sus altas ojivas y sus menudas columnas al aire -y á la luz, cincelada como un vaso de oro y plata, resaltando con -sus mármoles de varios matices, junto á la rotonda de Santa María de -las Flores, como incomparable columna que no acabais jamas de mirar -y de admirar, por lo ligera, por lo graciosa, por lo aérea. Tiene, -finalmente, aquellas puertas de Guiberti, que no podeis comprender -cómo se han cincelado en la Edad Media, por el friso de flores y -de aves que parecen brotar del seno mismo de la naturaleza; por la -perfeccion del dibujo, que parece pertenecer á la edad rafaélica; por -la amplitud de las perspectivas, que creeriais fondos y horizontes -de los cuadros venecianos; por la agrupacion de los personajes y -de las figuras, que son obras de la madurez del juicio refrenando -á la impetuosidad de la inspiracion; por aquellas estatuitas, tan -serenas, tan armoniosas, tan bellas, que llevan en su frente la -alborada de un nuevo dia del espíritu humano, y en sus labios el -vagido anticipadísimo de un nuevo mundo engendrándose en las próvidas -entrañas de los futuros tiempos. - -Pero, aparte de estos monumentos, Florencia es ciudad de un gusto -austerísimo, del cual podeis formaros idea con sólo recordar los -caractéres capitales de la arquitectura toscana. Sus palacios no -tienen pórticos, sus columnas no tienen adornos, sus piedras no -tienen aquella blancura de marfil que tienen las piedras de la -catedral de Milan, y mucho ménos aquellos colores de íris que -ostentan los edificios de Venecia, con escalinatas de mármol, -paredes de ladrillo-rosa, columnas y chapiteles de jaspe, mosaicos -de cristales al aire libre, cúpulas y torres coronadas por estatuas -de bronce con aureolas de oro. Aquí todo es grave, sencillo, sólido, -majestuosísimo, sobrio, y al mismo tiempo elegante. Diríase que ni -Roma, ni Grecia, ni los lombardos, ni los godos, ni los franceses, ni -los alemanes, ni los españoles, ni todas las irrupciones desatadas -sobre su privilegiado suelo han podido arrancar las hondas raíces del -antiguo genio etrusco. - -Lo que verdaderamente hay de gracioso en Florencia es la campiña. -Bajo todos aspectos me parece admirable. No tiene la riqueza vegetal -de nuestras vegas de Valencia, de Granada y de Murcia. No veis el -nopal gigantesco, ora cargado de amarillas flores, ora de grandes -frutos, y siempre erizado de espinas, que mezcla sus pesadas -hojarascas con el agudo y bronceado cactus del áloe, sobre el cual se -levanta una especie de áureo candelabro de várias ramas terminadas -por flores semejantes al girasol puesto hácia arriba, mirando al -cielo. No veis mezclados, confundidos, los naranjales con los -granados, de blancas y olientes flores los unos, de rojas flores los -otros, que dan una fiesta á los ojos, sobre todo si entre ellos se -lanza erguida á lo infinito la palmera del desierto con su sombría -y severa corona y sus racimos de ámbar. Aquí la vegetaciones ménos -lujosa, pero no ménos bella. Junto al oscuro olivo, el claro moral; -junto al verde pino de gigantesca copa, el negro cipres formando -melancólicas pirámides; junto al umbroso y esférico castaño cargado -de erizos, el gallardo álamo de Lombardía soportando el feston de sus -parras entrelazadas en caprichosas é interminables guirnaldas; al pié -del secular nogal, ciruelos, perales, albaricoqueros, melocotoneros; -por todas partes verjeles sin término, viñedos sin número, jardines -floridos en todo tiempo, una vegetacion que convida con su gracia -y con su alegría á la felicidad de respirar y de vivir. Pero esta -vegetacion fuera uniforme si estuviese, como la espléndida y viciosa -de Lombardía, tendida en espaciosísima llanura. Aquí el terreno es -quebrado; las montañas de Umbría con sus matices de azul oscuro al -Este, las cordilleras del Apenino al Oeste, en las cuales predomina -el matiz morado; por el fondo los valles del Arno á cuyas dos orillas -se elevan como un grandioso intercolumnio, en forma de rotondas y de -pirámides, arquitecturales colinas separadas por verdes y floridas -cañadas, que riegan varios arroyuelos, pero colinas todas graciosas, -rientes, llenos sus costados de granjas, de quintas, de jardines, de -huertos, y sus cimas coronadas por iglesias, monasterios, palacios, -torres, castillos, que medio muestran y medio esconden sus muros -entre bosques de cipreses y de pinos, los cuales con sus fuertes -contrastes en el color y en el dibujo dan al paisaje indescriptible -armonía. - -Sobre las bellezas naturales de estos montes y de estas colinas -resplandecen las bellezas históricas en Toscana. Ahí está, en -montecillo cónico, al Nordeste, sobre verjeles y jardines, la celda -del místico pintor que trazaba sus vírgenes de rodillas y que habia -visto y oido por un milagro de fe en los arreboles de su inspiracion -santísima, los ángeles del cielo. Regada por estas fecundas aguas del -Arno se levanta la casa paterna de aquel genio extraordinario que -fué ingeniero y matemático y pintor y arquitecto y físico y geólogo -y escultor y médico y filósofo, como si el espíritu humano, ese mar -infinito, se hubiera subido á una sola cabeza. Ahí se descubre, entre -colinas umbrosas donde las flores brotan á millares, el delicioso -jardin nunca bastante alabado en que el gran satírico, el comentador -del Dante, viendo á sus piés Florencia entregada á todos los horrores -de la peste, se entregó al placer, á la risa; y fundó entre beso y -beso, trago y trago, carcajada y carcajada, acompañado de dos coros -de bellas damas y cumplidos caballeros, en su centon de cuentos -inmortales, aunque obscenos, la prosa italiana. En estas arenas -trazaba sus figuras, sus bocetos primeros, el niño misterioso, el -pastor inspirado, que llamaban de consuno la naturaleza y la historia -desde su profunda oscuridad á entrar en el cielo del arte, á ser el -padre de la pintura cristiana, á desceñir las vírgenes y los santos -de la angosta túnica bizantina. En la nieve que caia sobre estos -jardines amontonada por los muchachuelos florentinos durante sus -ruidosos juegos modelaba las colosales figuras que habian de indicar -en los caminos del progreso la transfiguracion de la humanidad el -escultor del David y del Moises y de la Noche. En las encrucijadas -oscuras de esas calles florentinas, en los largos muros de esas -pesadas casas, se dibujaba la sombra siniestra de aquel que tenía -en su mente todas las promesas del cielo, en su corazon todos los -dolores del infierno, en su sér, único y solitario en las edades, -sin que le abrumára, el peso colosal de la epopeya católica. El -bronce de las puertas de Florencia señala el perfeccionamiento de -la escultura; el yeso de sus altares, resplandecientes de colores y -matices varios, cielos del espíritu, espacios de la humana creacion, -señalan el perfeccionamiento de la pintura. Á la sombra de estos -pinos, al rumor de estas aguas, al pié de estas colinas, el genio -de la antigüedad sacudió el sueño de quince siglos y reanudó el hilo -interrumpido de la historia y restituyó sus olvidados derechos á la -naturaleza convirtiendo en hombres los penitentes de la Edad Media. -En sus pórticos, en sus intercolumnios, coronada por sus laureles, -reanimada por su luz y por su color, se elevó de nuevo al cielo -el alma de Platon destilando la miel del Hibla para contrastar el -acíbar que habian mezclado á nuestro pan los horrores del feudalismo -y de la teocracia. En su genio flexible, en su agudeza ática, en su -finura incomparable, en su historia dramática cual ninguna, encontró -aquel escritor, de todos los políticos maldecido y de casi todos -aprovechado, las profundas observaciones sobre las desgracias y las -penas y las calamidades sociales. Sus piedras, amontonadas por el -genio de la arquitectura, sustituyen á la mística ojiva el triunfal -arco romano. Sus monumentos ven las agitaciones de una democracia -tempestuosa y serena al mismo tiempo, con rasgos de héroe y -temperamento de artista, una democracia como la democracia ateniense, -capaz de vencer en el gimnasio, en el combate, en el taller y en -la escuela. En su seno se juntaron por un momento la Iglesia de -Occidente con la Iglesia de Oriente como si hubiera logrado la -moderna Florencia resucitar el poder de la antigua Roma y restaurar -á lo ménos la unidad moral de la moderna Europa. En sus plazas se -oye todavía la voz del fraile que logró fundar una república sin -más gobierno que el invisible gobierno de Cristo. En sus altísimas -torres se dibuja la colosal figura de aquel genio que reveló al mundo -los secretos del cielo, que probó con el péndulo el movimiento del -planeta, que escrudiñó con el telescopio las estrellas, y que vino -á morir bajo el trasparente cielo de Florencia y á tener en el seno -de esta ciudad única, el sepulcro de sus huesos y el templo de su -gloria. Aquí, aquí, el jóven sublime, el Dios inmortal de las formas -plásticas, el que revistió á la figura humana con la belleza griega, -volviendo de la Umbría su cuna, de Siena, su segunda escuela, dejó -para siempre los terrores místicos que daban rigidez á sus figuras, -entró de lleno en el regazo de la humanidad y de la naturaleza, -engendrando en su cerúleo pensamiento esas vírgenes, realizacion -maravillosa del tipo eterno de la hermosura perfecta. - -¿No os habeis detenido algunas veces á contemplar en la historia -el destino de las ciudades? La materia cósmica se halla extendida, -espaciada, difusa en la inmensidad. Pero algunos puntos, algunos -núcleos la reunen, la condensan, y en soles, en mundos, en aerolitos, -en cometas, la irradian, la revelan, como diciendo: «Hé ahí la luz.» -Así están las ideas en la conciencia humana, esparcidas, espaciadas, -difusas, impalpables, y algunas ciudades las recogen, las condensan -y hacen con las ideas lo que los astros con la luz, revelarlas, -difundirlas, embellecerlas. Babilonia es la ciudad de la astrología -y de la magia; Jerusalen es la ciudad de Dios; Aténas es la ciudad -de la filosofía y del arte; Tiro es la ciudad del trabajo y del -comercio; Roma es la ciudad de la política y del derecho; Alejandría -es la ciudad que une la teología judaica con la ciencia griega -para llevar el filtro de todas las ideas al seno del cristianismo; -Aquisgran es la ciudad del Imperio carlovingio; Córdoba es la ciudad -que revela en la noche de la teocracia la antigua filosofía y las -nuevas verdades, el aristotelismo y la química; Ausburgo es la Nicea -del protestantismo germánico; Ginebra la escuela religiosa de los -republicanos del Nuevo-Mundo; Washington, nacida ayer, la estrella -de la democracia universal; París, á pesar de su ancianidad y de sus -viejas tradiciones, la capital de la Revolucion. - -Florencia, que ha vivido durante largos años entre tempestades de -ideas y combates homéricos en su inquieta democracia; y ha puesto -el cincel en las manos de Andres de Pisa y de Guiberti para que -esculpieran las puertas del nuevo paraíso; y ha dado á Lúcas de la -Robla el dulce crepúsculo de helenismo y de cristianismo para que -en él brillaran sus lucientes figuras de porcelana; y ha revelado -la anatomía del cuerpo humano y la fecundidad de la naturaleza á -Donatello; y ha llevado en sus entrañas, sin estallar, al Titan de -las artes, al sublime Miguel Ángel; y ha cincelado el oro recien -traido del Nuevo-Mundo con el mágico estilete de Benvenuto; y ha -inspirado á Brunelleschi, el cual puso montañas sobre montañas, como -los antiguos cíclopes, para crear la severa arquitectura moderna; y -ha sido escuela á un tiempo de Cimabue, el último de los bizantinos, -y de Giotto, el primero de los pintores, y templo donde Fra Angélico -dibujó sus vírgenes y sus ángeles nacidos de una inspiracion sin -mancha y dotados de una vida sin pecado, y academia donde tienen -altares desde las graciosas figuras del Sarto hasta las colosales -de Fra Bartolomeo; y ha prestado al Dante sus terrores, al Boccacio -su risa, al Sansovino su armonía, á Maquiavelo sus cóleras, á Pico -de la Mirandola su saber, á Rafael su perfeccion, á Marsilio Ficino -su elocuencia platónica, á Savonarola su inspiracion, á Leon X su -culto por las artes, á Galileo su luz, bien puede decirse que es y -será eternamente la madre de la civilizacion moderna, la ciudad por -excelencia del Renacimiento. - -Los que estudian superficialmente la historia atribuyen las -grandezas de Florencia á la dinastía de los Médicis. No saben sin -duda que los Médicis recogen los frutos de la República como recoge -Octubre la cosecha cuyas flores ha pintado Mayo y cuyas frutas han -madurado Julio y Agosto. Los genios de las grandes épocas históricas -han sido todos forjados al fuego de la libertad en el seno de la -República. Augusto ha dado nombre á una época ilustre; pero Ovidio, -Propercio, Virgilio, Horacio, Tito Livio habian nacido y se habian -criado en las agitaciones de la República romana. La cosecha de -Augusto es la literatura de la decadencia latina, la literatura que -debe optar entre la abyeccion ó la muerte. Luis XIV da su nombre -á otro siglo; pero Corneille y Bossuet y Molière pertenecen á las -grandes y republicanas guerras de la Fronda. Perícles habrá podido -denominar una centuria; pero nadie duda que la madre fecunda de -los genios de aquella centuria fué la República de Grecia. Los -mismos hombres extraordinarios de fines del siglo décimoquinto y -principios del siglo décimosexto en España, Colon, Hernan-Cortés, -Pizarro, El Cano, Cisnéros, Garcilaso de la Vega, Gonzalo de Córdoba -no pertenecen á los tiempos de la monarquía absoluta; pertenecen -unos á las repúblicas, otros á los municipios democráticos, otros -á las guerras feudales, otros á las tumultuosas córtes, otros al -período revolucionario de las comunidades, todos á la agitacion de la -libertad, que es la misma agitacion de la vida. Cuando el absolutismo -se ha apoderado bien de las conciencias, vienen los conceptualistas, -los barrocos, los churriguerescos, los historiadores de la historia -augusta; aquí Gracian, allá Marini, en todas partes la decadencia y -la muerte. - -Así, cuando Miguel Ángel vió que se iba la libertad, anunció con su -cincel sobre un sepulcro que venía la Noche. Y por todas partes, -por todas, se vió, se tocó, se palpó la decadencia. Ya no se alzan -los palacios de la Señoría del Podestá, de Pitti, de Strozzi, -palacios maravillosos de comerciantes; son palacios teatrales, -grandes, pero destituidos de toda inspiracion, lejanas imitaciones -de Versálles. San Gallo es el único arquitecto notable que pueden -oponer los siervos á todas las innumerables legiones de arquitectos -de la República. Y lo que decimos de la arquitectura decimos de la -pintura. En cuanto se funda definitivamente la monarquía absoluta -pierde su originalidad, su inspiracion, su brillo, y se hace servil, -imitadora, rutinaria, vana y amanerada; se deslumbra y muere. Y la -escultura tiene que buscar penosamente extranjeros á Italia, como -Juan de Bolonia, para sostenerse un momento; pero caen sobre ella las -universales tinieblas y desfallece y muere tambien. La República le -dió su inspiracion á Florencia y con la República se extinguió este -númen divino que ha dado alma á la civilizacion moderna. - -La historia del arte es tambien la historia de la libertad. - - - - -MANTUA Y VIRGILIO. - - -I. - -Yo siempre te amé, siempre, alma Naturaleza, desde que sentí tu -eterna vida agolparse á mi corazon y tu calor discurrir en jugos -vivificantes por mis venas. Luz esplendente que inundas los espacios; -electricidad chispeante que corres por los nervios; aire vital en -que respiran desde la violeta hasta el águila; fuego del hogar á que -se calientan los orbes; vida, eterna vida, la de varios colores, -la de organismos innumerables, jamas te imaginé sombra de mis -pensamientos, cuadro de mi fantasía, estatua animada por la antorcha -de mi inteligencia, el eco de mi voz en lo infinito, el reflejo de mi -solitario sér en el vacío: creí y adoré tu realidad. - -En tí, en tu seno, todo me subyuga: lo mismo la primera flor del -temprano almendro en la henchida yema, que el postrer copo de la -blanca nieve en la alta montaña; lo mismo el rumor de la lluvia -invernal en los vidrios de las ventanas por las eternas noches, que -el susurro del arroyo libre de sus cadenas de hielo por las campiñas -primaverales; lo mismo la tormenta rugiente en truenos, encendida -en relámpagos, chasqueando el rayo, que la endecha del ruiseñor -enamorado en el tranquilo bosque; lo mismo el deslumbrador mediodía -con sus tonos calientes, que la pálida luna con sus argentadas gasas; -lo mismo el chirrido de la cigarra en las estivales siestas, que el -grito del cuclillo en las mudas veladas; lo mismo el zumbar de la -abeja sobre los arbustos, que el espirar de la ola en las sonoras -playas; todo en tí me parece divino, todo, desde el amor hasta la -muerte. - - -II. - -Siempre me acordaré de una de las tardes más solemnes de mi -existencia. Era el dia de Pascua en que todo resucita, la mariposa -abandonando su larva para tomar multicolores alas, y Cristo rompiendo -su sepulcro para llevarse el alma de la humanidad á los cielos. Así -toda la creacion repite la alegre aleluya entonada por el órgano -bajo las bóvedas de las iglesias y por las campanas en las altas -torres. Descendia el sol hácia su ocaso entre anaranjadas nubes; -brillaba el cielo con ese azul de España que no he visto ni en -Italia; flameaban las cordilleras purpurinos reflejos que hacian de -los ventisqueros volcanes; en los manzanos y en las acacias tendíanse -blancas guirnaldas como signos de los desposorios de tantos seres -en la estacion de los amores; y miéntras por los pedregales se -ataviaban de su primer verdor la zarza-rosa, en los trigos, entre las -tiernas espigas, alzaban sus corolas encarnadas las sedosas amapolas. -De pronto suben dos alondras, una pareja enamorada, á los aires. -Mirábanse extáticos aquellos seres del cielo ni más ni ménos que los -amantes en la tierra. Volaban alegres con femenil coquetería como si -quisieran mostrarse sus sendas perfecciones iluminadas por los rayos -del sol poniente. Algunas veces las alas se rozaban y los cuerpos se -confundian. La nube de incienso no asciende con tanta majestad en el -santuario como ascendian los dos pajarillos en el campo. Veíaseles -detener su ascension, quedarse fijos é inmóviles como si miraran algo -sobrehumano aquí en el suelo despues de haber mirado la luz allá en -el horizonte. Era quizás su nido, eran quizás los hijuelos de sus -amores. Ignoro si en aquellos dias podrian ya tener hijuelos, pero -me pareció que los contemplaban dormidos, que los oian piar, que -atisbaban el lejano peligro para defenderlos y salvarlos ántes de -perderse en el cerúleo abismo. Lo cierto es que en su canto, en sus -notas alegres, en sus gorjeos, en su jugueton vuelo, en todos sus -movimientos, mostraban á las claras ¡ah! la alegría comunicativa de -vivir y de amar. Sus cantares caian sobre mi sér como rocío benéfico -y lo impulsaban á participar de tanta felicidad. - - -III. - -Pero en el mundo no todos tienen este culto mio por la Naturaleza, -no todos sienten este dulce arrobamiento por los bellos espectáculos -de la vida. Hay muchas armonías, pero junto á muchas batallas. Si -al levantar los ojos á las esferas y ver el concertado movimiento -de los astros puede pareceros el universo un poema, al convertirlos -á la tierra y descubrir el ódio de unos seres á otros seres, sus -mutuos encarnizados combates, las heridas que se abren, la sangre -que se sacan y vierten, la muerte que se infieren, el universo puede -pareceros una interminable, infinita, universal guerra. - -Si cada sér no tuviera á su lado su contrario, llenaria pronto -él solo con su prole toda la creacion. Un elefante, el animal de -instintos más castos y de reproduccion más tardía, á la vuelta de -cuatro ó cinco siglos, podria tener una descendencia de quince -millones de elefantes. Por eso la muerte es tan creadora y tan -necesaria y tan fecunda como la vida. Por eso en cada punto del -espacio se amontonan las cunas y los sepulcros. Por eso junto á -cada planta hay otra que le dispute el aire, la luz, el jugo de la -tierra, el rocío de los cielos; junto á cada animal, otros animales -que se persiguen como ejércitos enemigos y se exterminan crueles en -eterno duelo á muerte. La vaca en el Paraguay lucha con un moscon que -comienza por zumbar en su oido y concluye por anidar en su ombligo. Y -aquel moscon la mata. Los naturalistas dicen que si los moscones no -acabáran de esa suerte con las vacas, acabarian las vacas, en tiempo -relativamente corto, con la lujuriosa vegetacion del Paraguay. Y -entre nosotros, en la especie humana, así como hay quien considera -la Naturaleza un templo y desearia no profanarla ni con una gota de -sangre, no oscurecerla ni con una nube de ódio, hay quien siente á -la vista de la ligera liebre el instinto del galgo ó del sabueso; al -roce de las alas de un pajarillo el impulso del águila ó del milano, -y viviria como el feroz cazador de la leyenda alemana en lucha -perpétua, entre montones de despojos, produciendo eternamente la -muerte; anegándose en mares de sangre. - -Llevábamos aquella tarde en nuestra compañía un cazador. El cántico y -el vuelo de las dos inocentes avecillas no conmovieron su empedernido -corazon. Donde nosotros veiamos el amor, la familia, un matrimonio, -unos hijos, él veia, con la crueldad del asesino, su presa. De pié, -á nuestra espalda, sin que tuviéramos tiempo de evitarlo, apuntó á -los pajarillos una escopeta de grande alcance y derribó á uno de -ellos herido en el ala por tierra. No os podré decir lo que pasó en -mi corazon. El pobre animal arrancado del cielo como una estrella que -se desengarzára de su centro de gravedad; herido en los órganos que -le dan el dominio de los aires; separado violentamente de su esposa, -de la compañera del alma, de todos los encantos y de todos los amores -de su vida; imposibilitado de volver al nido en que quizá piaban sus -hijuelos, mirábanos con ojos de dulce y por lo mismo desgarradora -reconvencion, preguntándonos qué daño nos habia hecho para inferirle -tan bárbaro y tan neroniano castigo. Este sér nervioso, movible, -pequeño, habia subido y subido en raudo vuelo á las alturas para huir -de las sombras, para recoger los rayos del sol, para contemplar -por más tiempo la luz, esa idea del Universo; y el hombre con sus -bárbaras máquinas y maquinaciones le precipitaba en la oscuridad, -en el dolor, en la muerte. Pocos momentos ántes respiraba hasta por -las plumas. Sus alas se tendian suavemente en los aires, su pecho -se hinchaba de vivificador oxígeno, lucian sus ojos abrillantados -por el éter, y un minuto y un fragmento de plomo habian bastado á -destruir su ventura. Pero lo desgarrador de aquella escena era la -pobre viuda, más herida en el corazon que su compañero en las alas. -Bajaba como abatiéndose al dolor. Volvia á subir cual si quisiera -mover á volar con su ejemplo. Trazaba espirales en torno del inerte -cuerpo. Se detenia sobre el ramo cercano y le llamaba con desgarrador -llamamiento. Aquel pío era una escala de sollozos, de plañidos, -de quejas. Cada nota, aguda como un grito, llenaba el espacio de -torrentes de lágrimas. Oíanse todas las gradaciones del dolor, la -pena, la tristeza, la amargura, la desesperacion el anhelo por la -muerte. Cuando Julieta se levanta de su sepulcro y se encuentra á su -esposo herido y agonizando á sus plantas, no dice cosas tan tristes, -tan amargas, tan profundas, como las que decia en sus gorjeos de -duelo á los aires la pobre alondra viuda. Todos nos mirábamos y todos -sentiamos profundo enternecimiento. Hasta al cazador endurecido -le remordia la conciencia por haber roto aquel lazo de dos seres -atados por el amor. Yo me acordé confusamente de mi infancia, de los -primeros dias de orfandad, de la viudez de mi madre y de su lloro. -¡Oh! el sentimiento y la idea están esparcidos como la luz, como el -calor, como la vida, por todo el Universo. - - -IV. - -Si la idea y el sentimiento están esparcidos por la Naturaleza, el -amor á la Naturaleza no ha dominado siempre en el arte. Hay épocas -enteras en que parece estar ciego el hombre á los esplendores -del Universo. Ni la estrella en el cielo, ni la luciérnaga en la -tierra, ni el torrente espumoso que baja como una tormenta de las -altas cimas, ni la gota de rocío que se suspende como una lágrima -á las hojas de las flores, hieren su atencion. Las reacciones -místicas contra el delirio y el desenfreno de los sentidos explican -satisfactoriamente este hecho. El poeta monástico ó el poeta guerrero -se conmueven más á la vista de los altares ó de los campamentos que -á la vista del sol naciente ó del mar en calma; miéntras el poeta -antiguo, coronado de pámpanos y de hiedra, con la copa de Chipre en -las manos y la miel de Chio en los labios, quiere contemplar desde -mullido lecho de hojas de rosas el cielo y las ondas, los bosques -y los promontorios, las cordilleras ceñidas de nieve y las islas -salpicadas de espumas, en el admirable golfo de Parthénope. La poesía -está do quier está la hermosura. Puede ser un monasterio hermoso -y hermosa una orgía. Pero no me negaréis que el sentimiento de la -Naturaleza da mucho vigor y mucho encanto á los poetas. Admirables -son el horizonte y el campo reflejándose en las profundidades de -nuestra alma. Los cantores de la Naturaleza, pues, nos encantan -siempre. Y entre los cantores de la Naturaleza ninguno como Virgilio. -En el aula de latinidad, cuando las declinaciones y los diptongos -empolvan vuestro pensamiento, Virgilio os trae el aire balsámico de -la majada, el olor del tomillo, la sombra de las hayas, el eco de la -zampoña, el arrullo de la tórtola, el misterio de la sublime caida de -la tarde al bajar la sombra de los altos montes y subir los ganados -á los escondidos apriscos. Allí veis y ois las aves que anuncian el -tiempo como las Sibilas del aire y como las profetisas del Universo -apareciendo segun las tempestades ó las bonanzas; la grulla que se -levanta de los valles; la golondrina que riza con sus alas jamas -fatigadas el borde espumoso de las ondas; los lúgubres cuervos que -hacen estremecer la atmósfera con su vuelo y sus graznidos; los -pájaros acuáticos, tanto aquellos que surcan los mares como aquellos -que surcan las lagunas, sumergiéndose en las aguas, sacando luégo -erguidas sus cabezas, para escapar con sus bandadas léjos de la -tormenta; el ronco grito de la corneja que llama á las nubes y á -los torrentes del cielo; el triste mochuelo gimiendo en los altos -techos durante la callada noche como para contrastar la serenata -que da el ruiseñor en la enramada al dulce objeto de sus cánticos y -de sus amores. Cuando en las artes descendeis de uno de esos poetas -idealistas y soñadores á Virgilio, os sucede como al descender de los -elevados picos donde el aire se enrarece, al hondo valle henchido de -oxígeno y embalsamado de esencias. - - -V. - -La idea de mirar y admirar el paisaje donde nació Virgilio, me llevó -á la ciudad de Mantua. Las expresivas palabras _Mantua me genuit_ -vagaban por mis labios desde los primeros años de mi existencia. -Mantua es gran plaza fuerte, una de las más poderosas de Europa, -integrante parte del cuadrilátero con que el despotismo extranjero -tenía como crucificada á la pobre Italia. Parece imposible; pero en -tan estrecho recinto, oprimidos por espesos muros, á la sombra de las -ceñudas fortalezas; allí donde sólo se oian los pasos del austriaco -que celaba con la ardiente mecha aplicada al oido de sus cañones; -sin salida ni retirada posible á causa de las lagunas del Mincio, -auxiliares de las fortificaciones, los patriotas conspiraban. Frente -al palacio ducal brilla un monumento con los bustos de estos mártires -inmolados á la independencia de su nacion, á la libertad de sus -conciudadanos. Por esta escala de dolores, con tristísimas coronas de -agudas espinas á las sienes, amontonando los huesos de sus hijos, las -naciones suben desde el abatimiento en la servidumbre á la vida en la -libertad. Caminamos al cumplimiento del ideal entre dos hileras de -cadalsos. El dolor tiene pasmosa fecundidad. - -Estar en una ciudad italiana y no ver algunos ejemplares de sus -artes, francamente, es imposible. Así, despues de haber visitado -la catedral, que no me llamó grandemente la atencion, visité la -basílica de San Andres, que por sus sólidas pilastras, sus atrevidos -arcos, sus largas líneas, sus grandiosas curvas, su alta y atrevida -rotonda, me pareció una iglesia imponente, poco austera, como todas -las iglesias italianas, sobrecargada quizás de adornos y de objetos -artísticos, pero grandiosa. - -¡Ah! por todos estos monumentos se descubre que el paganismo quedó -vivo allí, y que el Renacimiento comienza en el suelo itálico á -la hora misma en que comienza la cultura moderna. En el siglo -décimosexto, nosotros construimos edificios de gótico florido. No -hay sino ver el San Juan de los Reyes en Toledo ó la fachada de la -catedral nueva en Salamanca. Pero las gentes de Italia, enamoradas -de Roma, á mediados del siglo décimoquinto, elevan muchas de sus -iglesias poniendo una sucesion de arcos romanos y echando sobre estos -arcos las majestuosas bóvedas. La basílica de San Andres pertenece al -número de las iglesias greco-romanas, que abundan tanto en todos los -territorios de Italia. - -Visitar una ciudad italiana y no conocer en ella algun gran pintor, -tambien es imposible. Cada artista tiene su ciudad. Si quereis -conocer á Luini id á Milan, si á Corregio id á Parma, si á Andrea -del Sarto á Florencia, si á Beccafiume á Siena, si á Signorelli á -Orvieto, si á Rafael á Roma, si á los Carraccios á Bolonia, si al -Giotto á Pádua, si á Julio Romano á Mantua. En esta ciudad encontró -poderoso príncipe que le protegiera, riquezas que le auxiliaran, -libertad para inspirarse en el recóndito manantial de sus ideas. -Julio Romano ha pasado á la posteridad como el discípulo predilecto -de Rafael de Urbino y como el heredero de su genio. En una gran parte -de los cuadros más admirados por el mundo, su lápiz ó su pincel -han obedecido las inspiraciones soberanas del inmortal maestro. En -las logias, éste sólo pintó de su mano el primero y último cuadro: -_La Creacion_, que comienza aquella epopeya religiosa evocando el -Universo á la virtud creadora de la palabra divina lanzada por el -Eterno; y _La Cena_, que la termina instituyendo el sacramento de -la eterna comunicacion del hombre con Dios. En las maravillosas -estancias hay paredes enteras debidas al pincel de Julio Romano, -aunque sean fidelísimos traslados de los cartones rafaelinos. Es uno -de los satélites de aquel planeta ó de los planetas de aquel sol. - -Su genio, sin embargo, no tiene la tranquila armonía, la calma -profunda, la serenidad celeste, la perfeccion clásica del genio de -Rafael. Julio Romano gusta de lo exagerado, de lo extravagante, -y á veces de lo feo. Bajo este concepto puede y debe llamársele -un artista romántico. Así, en cuadro de ideal Vírgen, obra de -Rafael, ha puesto una gata, como alzando al empíreo la humildad del -hogar doméstico; y en la gran batalla de Constantino y Maxencio -ha pintado en primer término un enano grotesco y monstruoso, que -jamas hubiera permitido el maestro en cuyo genio renacia la majestad -de Fídias. Por eso, donde Julio Romano se muestra en toda su -ingenuidad, donde aparece tal como lo habia forjado naturaleza, es -en Mantua; allí, jefe de escuela, soberano de sí mismo, rodeado de -discípulos innumerables, compartiendo la autoridad con los duques del -territorio, gozando de córte y de presupuesto, como si constituyera -su genio solo un Estado. La sustitucion del ateniense, del -florentino, del pagano Papa Leon X, que, no pudiendo conversar con -los antiguos dioses, conversa con sus descendientes los artistas; la -sustitucion del Papa Leon X por su sombrío sucesor Adriano, teólogo, -y nada más que teólogo, flamenco incapaz de toda inspiracion, enemigo -del arte, le ahuyentó de la Ciudad Eterna, que parece otra vez -herida por los bárbaros, asaltada por el glacial genio del Norte, -á cuyo helado soplo pierden sus alas y se encierran tristemente en -sus larvas las risueñas ideas. Cuando llega á Mantua no tiene Julio -Romano caballo, y el Duque le regala su caballo favorito; no tiene -hogar, y el Duque le regala un palacio; no tiene ahorros, y el Duque -le envia brocados, terciopelos, joyas, que podrian ciertamente -envidiar los más poderosos príncipes. Su fortuna llega á tal extremo, -que merece por las fiestas dispuestas en su loor y los teatros -levantados y los torneos y las danzas y las decoraciones y los -saraos ser tratado por Cárlos V, el dueño de Europa, como uno de sus -compañeros: que entónces lucia junto á la corona de los reyes la -aureola de los pintores. - -Hay tanta diferencia entre Rafael y Julio Romano como entre Virgilio -y Ovidio, como entre Garcilaso y Góngora. Aquella idealidad que -el pintor melodioso por excelencia traia de las catedrales de la -Edad Media para unirla con las formas perfectas de la antigüedad -clásica resucitada, se pierde, se extingue en sus discípulos, los -cuales, en cuanto los ojos del maestro y su sonrisa dulcísima se -apagaron, caen precipitados en profunda oscuridad y no vuelven -á entrever la conjuncion del espíritu moderno con el espíritu -antiguo, verdadero secreto de la grandeza del Renacimiento. Julio -es un pagano, pero un pagano por cuyo cuerpo corren las chispas de -nuestra electricidad y por cuya alma atraviesan nuestros dolores y -nuestras inquietudes. Poco ó nada sabe ya en Mantua de la pintura -rafaeliana, de aquella inspiracion religiosa unida á la belleza -griega, de aquel espiritualismo encendido sobre las aras de mármol -penthélico; su genio fogoso, inarmónico, violento se lanza á los -piés de los antiguos dioses griegos y se contagia con su sensualismo -acrisolado y purificado en la mente platónica y cristiana de -Rafael. Evocando los cuadros de la primitiva escuela de Siena y de -Umbría para ponerlos junto á los frescos del palacio de Mantua ó -de la casa del Té, se nota que el espíritu humano ha andado tanto -y se ha trasformado tanto como pudiera andar y trasformarse de las -Pirámides de Egipto al Parthenon de Grecia. Julio Romano me parece -uno de esos pensadores alejandrinos que, deseando resucitar á los -antiguos dioses griegos á fin de conservar la sabiduría de Aténas y -la fuerza de Roma, sin las cuales no se concibe la existencia del -mundo, los hincha, los agranda, los agiganta desmedidamente con -ideas orientales, platónicas, hasta cristianas, especie de filtros -inútiles, bien pronto convertidos en corrosivos venenos, porque -merced á ellos pierden los dioses la serenidad celeste, la dulce -sonrisa, el tranquilo gozo, la perfecta hermosura con que juntaban -en dulces desposorios y entre guirnaldas de flores la tierra con el -cielo. - -Para conocerlo es necesario estudiarlo en el Palacio del Té, en -Mantua, en aquella su obra maestra, que es respecto á Julio Romano -como la capilla Sixtina respecto á Miguel Ángel, como las estancias -del Vaticano respecto á Rafael, como la sacristía de Siena respecto -á Pinturrichio. Pocas veces se verá un palacio ideado, delineado, -construido, pintado por un solo artista. Es una gran quinta, ó, como -nosotros decimos, un sitio real de los Duques de Mantua cerca de la -ciudad. Los dos principales salones, pintados al fresco por Julio -Romano y sus discípulos, vienen á ser el salon de Psíquis y el salon -de los Gigantes; aquél por la gracia, y éste por el atrevimiento; -aquél por la armonía y éste por la hipérbole; aquél por la clásica -expresion de dulzura, y éste por la exagerada expresion de violencia; -como si quisiera representar el lado femenino junto al lado viril del -arte. - -Nadie puede olvidar á Psíquis, la pobre perseguida de Vénus, la -hermosísima doncella que goza en la oscuridad, acostada sobre un -lecho de flores, las caricias del amor suspenso á su pensamiento y -á sus labios, cuando deseosa de verlo, de contemplarlo, enciende su -lámpara y le sorprende en el sueño extasiada, y le admira extática y -le ama con más pasion y le desea eternamente á su lado, en su lecho, -hasta que una gota de aceite hirviendo cae sobre las espaldas del -enamorado despertándole; y al verse conocido, examinado, él, que es -un misterio, él, que gusta de las sombras, él, que presta á todos -su ceguera, huye y se desvanece en los aires sin dejar más que un -resplandor, un aroma, un recuerdo, como para atormentar eternamente -á la pobre jóven, fiel imágen del alma humana enamorada de lo -infinito, cuya inmensidad siente dentro y fuera de sí, en su idea y -en la Naturaleza, pero sin poder jamas ni verla ni alcanzarla. - -Mirad esas paredes. Aquí Psíquis está en el baño, y rosados -amorcillos derraman sobre el agua y sobre su cuerpo olorosas -esencias; allá Mercurio prepara el banquete nupcial, y las Gracias, -dignas por su hermosura y por su felicidad del florido y risueño -Albano esparcen flores sobre la mesa de los festines, miéntras las -bacantes, henchidas de vida y de placer, danzan furiosas, entonando -canciones al viejo Sileno, sostenido en su embriaguez por los -sátiros; acullá, entre ramajes, guirnaldas, pámpanos, lucen los vasos -y los jarros de plata y oro; en un costado se apoya el perezoso Baco, -cual si acabára de llegar á Occidente desde la lejana India, con los -tachonados tigres asiáticos á sus plantas; y sobre todos resalta la -doncella enamorada, la prometida al amor, circuida de ninfas que la -acompañan tanto en felicidad como en hermosura, mirando entre el -celaje la cuadriga del sol cuyos caballos despiden la luz de sus -crines, y respirando el aire renovado por el balsámico soplo del -céfiro; cuadros deslumbradores que han visto el cielo de Grecia, los -laures y las encinas de Dodona, las cumbres del Hibla y del Himeto, -la ola del mar de la Jonia quebrándose en el coro de las islas -griegas, el sol que ha engendrado las cigarras y las abejas de la -Atica, la vida y la alegría de los antiguos dioses. - -La última estancia es la estancia de los Gigantes. Á no dudarlo, -Julio Romano se ha inspirado en genio semejante al suyo, en el genio -de Ovidio, grandioso tambien y tambien audaz, pero señalando con el -desequilibrio de sus pasiones y la violencia de sus ideas, y los -contrastes de su estilo, el comienzo de irremediable decaimiento en -las romanas letras, cuya perfeccion representará eternamente otro -genio semejante á Rafael de Urbino, el inmortal Virgilio. Pues bien; -Ovidio en el canto tercero del primer libro de sus Metamorfoseos -presenta el cielo inseguro, los dioses recelosos, como amenazados -por los gigantes que, para escalar sus alturas y abrirse paso entre -el éter, apilan montañas sobre montañas, las cuales ya tocaban -con sus cumbres en las divinas moradas cuando Júpiter fulmina sus -rayos y abate el Olimpo, y hiere á Osa y á Pelion, y aplasta á -los rebeldes, de cuya sangre humeante animó la madre tierra los -hombres, despiadada raza, como sus sanguinarios padres, ébria de -ódios y hambrienta de matanzas. ¡Con qué grandeza colosal y extraña -originalidad reproduce Julio Romano estas fábulas! Es la epopeya de -las ruinas: restos como de un naufragio y de un incendio al mismo -tiempo; catástrofe del universo como si se abriera la tierra y se -desplomáran los cielos; ciudades enteras desarraigadas de sus bases -y convirtiéndose en cenizas; columnas rotas en mil pedazos como las -armas de un abandonado campo de batalla; rocas que se precipitan por -todas partes, semejando las gotas de un diluvio de moles; gigantes de -cuerpos colosales, de actitudes increibles, con sus ojos lucientes -como hornos, con sus bocas abiertas como abismos, con sus brazos de -la robustez de los troncos, y sus piernas de la dureza del hierro, -unos todavía de pié, otros huyendo, heridos éstos por el rayo, -aplastados aquéllos por los montes, miéntras allá en las alturas -todo es terror y ódio, porque el trono de Júpiter relampaguea y el -cielo entero se abrasa en imponente tempestad y los grandes dioses -huyen á regiones serenas y Neptuno detiene á sus delfines y Apolo -á sus caballos para que no los precipiten á la pelea y Vénus pide -proteccion á la cólera de Marte y Pomona tiembla como el arbusto -sacudido por el viento y las ninfas huyendo de la tormenta se -refugian en el seno de Páris y Juno enciende la ira divina y Eolo -sopla huracanes y la guerra abrasa así el tiempo como la eternidad -y así los cielos como la tierra, aterrando á los dioses y á los -titanes, todos envueltos en sus torbellinos de destruccion y de -muerte. - - -VI. - -Mantua es una ciudad acuática, palúdica. El Mincio, que baja del lado -de Garda y desemboca en el Po, al llegar á estos terrenos se pára, se -estanca, se dilata en pesadas y mefíticas lagunas, las cuales carecen -ciertamente del colorido mágico y de la helénica alegría que tienen -las lagunas de San Márcos en el espléndido Adriático. Yo las recorrí -todas, aunque ligeramente, con mis _Geórgicas_ en la mano. Es verdad -que algunas se han formado muy posteriormente á la época del poeta; -pero el rio fluye aún por donde lo vieron sus ojos, y una parte de -las aguas duerme donde dormian cuando él estaba en la cuna. - - _Propter aquam, tardis ingens ubi flexibus errat_ - _Mincius, et tenera prætexit arundine ripas._ - -Yo vi la laguna de Sopra, laguna de arriba, artificialmente formada; -paseé dos ó tres veces por el dique de los molinos que conduce á -la ciudadela; me asomé al puente de San Giorgio para contemplar lo -mismo la laguna del centro que la de abajo: y no obstante descubrir -por do quier muros y contramuros, fuertes y contrafuertes, lunetas -y castillos, fosos y puentes levadizos, convencíme de que Mantua -es en nuestro tiempo, como en tiempo de Virgilio, una poblacion -esencialmente agrícola. Por todas las lagunas vi barcas de frutos -cargadas y por todas las calles carros cargadísimos. Lo que más -trajo á mi memoria la edad antigua, fué singular espectáculo que -hirió mi atencion y cautivó mi ánimo. Trascurria el tiempo de la -vendimia. En carreta, verdadero lagar ambulante formado de apretadas -tablas, amontonábanse las recien cortadas uvas. Dos ó tres mancebos, -arremangadas las mangas de la camisa y arremangados los pantalones, -pisaban los racimos como al compas de un baile, produciendo rojo rio -de mosto que caia de la carreta en preparada cuba. Al pié, sentada -sobre un barril, hermosa jóven de tez morena y ojos negros cantaba -cancion melodiosa para acompañar la danza de los pisadores. Varios -niños con las manos cargadas de mostosos racimos y las sienes ceñidas -de improvisadas guirnaldas danzaban tambien entre las ruedas. Y los -tardos bueyes lucian, á guisa de plumeros, en el testuz, manojos de -sarmientos, cuyos pámpanos, verdes unos y carmesíes otros, formaban -el más bello contraste en aquel viviente bucólico cuadro que no -hubiera menospreciado Virgilio. - -Toda la region, toda ella, exhala inspiraciones campestres: las -lejanas cordilleras de los Alpes, recamadas de celestes reflejos y -ceñidas de eternas nieves, inmensas líneas de rotondas y pirámides -admirablemente dibujadas en los horizontes; el espacioso lago -de Garda, formado por puros manantiales que dan á sus aguas las -trasparencia y la claridad del cristal, tendido perezosamente al pié -del monte Baldo; las pesadas lagunas de Mantua, que contrastan con -el celeste Garda, lagunas compuestas de las corrientes del limoso -Mincio; el ancho Po, de tranquilo curso y de brillante superficie; -los verjeles y majadas, el campo entero cubierto de un verdor que -recuerda los paisajes de Holanda; los altos olmos en cuyos troncos -las vides se enlazan y suspenden; toda aquella naturaleza impregnada -de la misma poesía que exhalan de sus exámetros las virgilianas -Églogas. - - -VII. - -La naturalidad es la primera y más sobresaliente entre las cualidades -de Virgilio. No es un erudito que rehace la Naturaleza en su -biblioteca; es un campesino que ha nacido y se ha criado en el -establo, que ha dirigido con su honda, y su cayado las ovejas, que ha -tocado la zampoña y el rabel en las pastoriles fiestas, que ha muñido -las tetas de las vacas, que ha sesteado á la sombra de los olmos, que -ha sembrado el grano por el lluvioso otoño tras la yunta en el hondo -surco y con su hoz lo ha segado y en la era lo ha trillado por el -caluroso estío, que ha recogido y cortado el panal de cera y miel en -las colmenas, que ha podado los sarmientos y vendimiado los racimos -y recibido en las cántaras el ardiente mosto y trabajado con todo su -sér en las creadoras faenas del campo, vivo en su corazon y en su -existencia ántes de ser cantado por su armoniosísima poesía. - -Para que el amor á la agricultura tomára en su pecho más intensidad, -se vió privado violentamente de sus tierras en edad bien temprana, -y las lloró y las cantó como las aves lloran y cantan el nido -alevemente robado por despiadada mano. Como todos los bienes de la -tierra, amados mucho y perdidos pronto, el despojo de su propiedad y -la tristeza de su familia han dejado huellas indelebles, así en su -poesía como en su vida, y han derramado hermosos pensamientos en los -cielos del arte. Hay entre el sepulcro de la República Romana y la -cuna del Imperio Cesáreo un hombre que personifica el pretorianismo, -y que lleva en su figura y en su vida todas las señales del -largo irremediable decaimiento de la antigua civilizacion. Este -hombre es Antonio. Educado por el partidario de Catilina, Léntulo; -crecido en la amistad de Clodio, el más furioso y más vil de los -demagogos romanos, sólo creyó en la fuerza; y sólo sirvió á la -tiranía semejante en esto á todos los cortesanos del pueblo, que -exageran la libertad y la violentan como para hacerla odiosa á las -sociedades humanas y arrastrarla por el terror á la mancebía de los -déspotas.—General de caballería en edad temprana, vencedor de los -judíos, soldado mercenario de los egipcios, tribuno de la plebe, -del partido demagógico pasa al partido cesarista y viola torpemente -la majestad del Senado con la irreverente lectura de audaces cartas -del dictador y enciende la guerra civil presentándose á éste en -carruaje de alquiler como lanzado de Roma y de sus derechos. -Desde entónces queda constituido Antonio en jefe de los partidos -militares sobre cuyas lanzas se levantára César á la tiranía jamas -disculpada ni siquiera por la virtud de su genio. Como vestia el -traje militar, como llevaba al cinto la espada pretoriana, como se -parecia á Hércules en su varonil hermosura, como se emborrachaba -en las cantinas y participaba del rancho, como dispendiaba el oro -lo mismo que vertia la sangre, pródigamente, los soldados seguian -á ciegas las enseñas y las voluntariedades de Antonio, que daba -festines y banquetes á todas horas, malversaba los caudales públicos -en espectáculos populares, concurria á los garitos acompañado de -sus capitanes, se paseaba borracho en los sitios más principales y -construia teatros para agasajar á sus bufones; incontinente hasta -asaltar las mujeres honradas en medio de las calles; intemperante -hasta vomitar sus indigestiones en una Asamblea, como si dijéramos, -sobre la cara del pueblo; escandaloso hasta llevar al frente de sus -tropas y junto su litera, á un lado el titiritero Sergio y á otro la -cortesana Cytheres; fastuosísimo hasta tener leones y fieras entre -sus alimañas y vasos de esmeralda en su equipaje; ataviado de seda y -pedrería como un sátrapa de Oriente; en cenas orgiásticas perpétuas -como las prostitutas romanas; personificacion de todos los vicios, -que, envenenando á los ejércitos y á los pueblos, concluyen por -forzarlos á dormir en la triste soñolencia del hartazgo y del hastío -bajo la más degradante servidumbre. Antonio repartió las tierras de -Mantua, las propiedades de los pueblos entre sus soldados; y esta -reparticion fué causa de que Virgilio visitára á Roma y consiguiera -una devolucion que le empeñó en eterno agradecimiento á su redentor, -al poderoso Augusto. De naturaleza delicada, de temperamento -nervioso, de corazon tierno, de sensibilidad exquisita; enemigo del -fausto, del poder y del ruido que en Roma reinaba; amigo del retiro y -de la soledad, como todos los genios contemplativos, en la Edad Media -fuera Virgilio un monje consagrado á la adoracion mística de Dios -dentro del claustro, y en la antigüedad fué un poeta consagrado á la -adoracion purísima de la Naturaleza. - - -VIII. - -Existen hoy dos clases de artistas igualmente detestables: unos, -menospreciadores del Universo, cuyas armonías no oyen, cuyos colores -y matices no ven, cuya admirable totalidad no comprenden, prefiriendo -encerrarse en los abismos de su propia inteligencia, en la oscuridad -de sus ideas y dar forma sólo á sus ensueños, como si la totalidad -del sér estuviera en nosotros, y fuera de nosotros no hubiese -hermosura alguna ni inspiracion posible; otros que copian servilmente -la Naturaleza, que en sus obras la reproducen como en una fotografía, -que á fuerza de repetirla concluyen por disecarla, destruyéndola en -la servil miniatura de sus fragmentos, como aquel poeta citado por -Richter, que consagró un poema épico entero al momento del parto y al -arte dificilísimo de los comadrones y de las parteras. La poesía es -un grado de la idea superior á la Naturaleza. El poeta debe recogerla -como un ángel, trayendo á su seno los resplandores de otros mundos -y animándola con el calor y á la luz de lo ideal. Así era Virgilio; -reproducia la Naturaleza, embelleciéndola, y demostraba que en el -sentimiento del poeta, como en la idea del filósofo, crece y se -espiritualiza y se acerca la Naturaleza al Eterno. - -La obra por excelencia de Virgilio, es el poema de las _Geórgicas_. -Podriais bien exactamente calificarlo llamándole epopeya del trabajo -en oposicion á esa epopeya de la guerra que preside y acompaña á -toda la historia. El poeta canta, desde la semilla depositada en la -tierra, imperceptible, confinando con el no sér y gérmen de nuevos -seres, hasta la zumbadora abeja, hija de la luz, elaboradora de -la miel, que confina con el mundo superior y cuasi divino de la -inteligencia. La ley de la unidad en la variedad reina con imperio en -todo el poema. Los seres se esparcen, se diversifican, se irradian -por los espacios en várias individualidades que luégo se juntan -y se armonizan en reinos, en géneros, en familias, en especies, -hasta llegar á confundirse, como en su atmósfera, en el espíritu -universal de la creacion. Así se corresponden, desde la cinta de la -hierba parásita en los abismos de la tierra, hasta el cometa, esa -cinta de materia cósmica perdida en los abismos del cielo. Los seres -inertes toman el humano sentimiento y la idea humana, animándose á -su vivificador soplo, como los cuerpos opacos y frios se iluminan -y se calientan en la luz y en el calor del sol. El laurel conoce y -desea la gloria; el ingerto presiente las flores y los frutos que -ha de darle pronto la nueva savia recibida en sus fibras; la encina -contempla orgullosa y vencedora á las generaciones de hombres y de -dioses que arrebatan bajo sus eternas ramas los siglos; la primavera -hincha con su amor desde la yema del arbusto hasta la linfa del -arroyo; y el éter desciende en copiosas lluvias sobre el seno de -su esposa la tierra, para fecundizar los gérmenes innumerables de -la vida. ¡Oh religion de la Naturaleza! Virgilio no es aquel avaro -cultivador de otros tiempos, que solamente ve en los campos la -riqueza y pretende herirlos con su azadon y su arado para explotarlos -cual abundosa mina; es el sacerdote que tiene un culto, el poeta -que tiene un sentimiento, el sabio que tiene una idea y vierte -todos estos elementos de vida en los prados, en los bosques, en los -viñedos, en la siembra, como nueva y más fecunda lluvia. - -¿Quién no te admirará, alma Naturaleza? Ya tengas la alegría del -amanecer ó la tristeza del vespertino crepúsculo; va muestres -la serenidad del lago terso como cristal ó el furor del Océano -embravecido por el azote de la tormenta; ahora brames en el huracan ó -cantes en el céfiro, ahora amontones opacas nubes ó pintes la rosácea -boreal aurora; lo mismo entre los témpanos del polo semejantes á -sepulcrales cordilleras y frios como la muerte que entre las selvas -del trópico enardecidas por las llamas de la ardentísima vida; lo -mismo en el insecto microscópico, frágil y fugaz como una aspiracion -del no ser, al ser que en los eternos é inconmensurables soles de -soles; desde las caliginosas sombras del abismo hasta la brillante -fosforescencia de los mares y desde los infusorios hasta la Vía -Láctea, así como encierras en sus primeras manifestaciones la vida, -revelas en sus primeros resplandores la hermosura. - -Repitámoslo mil veces; Virgilio será el eterno modelo de los poetas -que deseen cantar la Naturaleza. El libro cuarto de las _Geórgicas_ -nunca se agota, oloroso como la salvia, tierno como la cera, dulce -como la miel. La abeja, la trabajadora abeja, ha inspirado desde el -primero al postrer hexámetro. - - _Aerii mellis cœlestia dona exequar._ - -Allí está el tiempo propicio y el lugar favorable á las abejas, -preservado aquél de todos los rigores, así en frio como en calor, -preservado éste y sus floridos pastos del diente de la oveja y de -la ternerilla, del roce de los tachonados lagartos y de la pezuña -de los importunos chivos, para que puedan á su arbitrio dejar la -vibrante colmena é ir por los aires embalsamados y luminosos, bajo -las sombras de las palmas y el olivo, junto al fugitivo arroyuelo, -sobre la hierba abrillantada de rocío, desplegando el aguijon de oro -y las cristalinas alas, á libar los jugos de las flores próvidamente -apercibidas que deben ser desde el salvaje tomillo hasta la tierna y -delicada violeta. Seguidlas y las veréis cómo aglutinan con resinosas -sustancias las rústicas paredes de su taller; cómo, así que el aire -se entibia y se perfuma, vuelan juntas en cantor enjambre á los rayos -del sol y ya rozan las hojillas del arbusto, ya la clara superficie -de las aguas; cómo vuelven, despues del goce de esta grata libertad -y del juego de estos caprichosos giros, á abrir sus celdillas de -blanca cera y depositar sus tesoros de dulce miel; cómo suben luégo, -hasta perderse en los cielos, de la misma manera que sus compañeras -las estrellas para agruparse más tarde sobre las ramas de frondoso -árbol en forma de animados racimos; cómo, á veces, se enemistan y -se combaten desafiándose á descomunal batalla en que luchan con la -ira de los héroes homéricos, hasta caer muertas sobre la tierra cual -caen las bellotas de la encina sacudidas por el viento para que se -cumpla la ley allí presentida del triunfo de las más fuertes y de las -más hermosas; cómo trabajan en comun todas para todas y educan á sus -generaciones en sabio ejemplo y adoran sus penates y nos dejan su -áureo líquido semejante á condensaciones de la eterna luz. - -Despues de haberlo leido, amaréis, como Virgilio, los rosales de -Pesthum que florecen dos veces al año; la pálida achicoria, que se -regocija al beso de la lluvia; el narciso, lento en mostrar sus -galas; el rizado apio, la viciosa hiedra, el mirto enamorado de las -frescas riberas: envidiaréis al viejo labrador de Tarento que tiene -por toda propiedad algunas yugadas de tierra, ingrata al trabajo, -incapaz de dar así prados como viñas, y que, sin embargo, produce -sabrosas legumbres entre festones de blancos lirios y rosadas -verbenas para que su dueño no envidie á los reyes y pueda todas -las noches, al tornar del trabajo, cenar manjares no comprados: -bendeciréis á Júpiter que dotó á las abejas de sus más seguros -instintos en premio de haber oido el címbalo de las Coribantes, y -haberlo alimentado en los antros del monte Oriteo; y concluiréis -siguiendo en su errante carrera por los bosques y en su descenso á -las hondas regiones de las aguas al pastor Aristeo, y sacrificaréis -con él en desagravio de Eurídice y de las nepeas ninfas, novillos -jamas sujetos á la coyunda, de cuyos abandonados despojos se levantan -á las alturas, despues de nueve auroras, nubes de canoros enjambres. - - _Namque dabunt veniam votis, irasque remittent._ - - -IX. - -¡Extraño destino! Este poeta, clásico por excelencia, pertenece á las -edades modernas más todavía que á las antiguas edades. El anochecer -de un mundo y el alborear de otro se mezclan misteriosamente en sus -sienes iluminadas por dos crepúsculos. Tiene de los antiguos la forma -perfecta, la sobriedad austera, el gusto depuradísimo, los versos -tallados como el mármol de Páros, el arte de materializar las ideas -hasta ponerlas ante los ojos en relieve y de eterizar la materia -hasta convertirla en espíritu. Por estas cualidades universales de la -antigua cultura es un griego como Sófocles ó como Platon. Pero hay en -sus versos ya cierta melancolía profunda, cierta extraña tristeza, -la nostalgia de lo infinito, la aspiracion á otro ideal, que anuncian -como el advenimiento del espíritu divino y absoluto. Él se apresura -á escribir su epopeya, la epopeya que cierra, como la Iliada abre, -la risueña edad del heroismo. Él tiene impaciencia por asegurar en -sus cánticos la religion del derecho y con ella el eterno dominio de -Roma, presintiendo el nuevo ideal que contra el arte clásico elabora -en los abrasados desiertos de Judea un eterno enemigo de Roma: el -Oriente. Parecia que la ciudad reina estaba salvada de las asechanzas -de la serpiente asiática cuando Cleopatra muere en el sepulcro de -los Faraones y con ella se encierra bajo los arenales africanos -aquella Asia que habia seducido un momento á Antonio para devorar -en él á Roma, como ántes en Alejandro habia devorado á Grecia. -Pero en el fondo mismo de la clara civilizacion clásica tenía de -antiguo depositado la oscura esfinge oriental un enigma, los libros -sibilinos; y cuando este enigma se descifra, surge de sus oscuros -jeroglíficos el Dios-espíritu que matará al Dios-naturaleza, y con -él matará así á la Roma de los pretores y de los césares como á la -Grecia de los héroes y de los poetas. - -Por eso en toda esta edad hay presentimiento universal de que algo -muere en la especie humana. Lucano ha visto que los dioses adoptaron -la causa aborrecida por Caton. Horacio y Juvenal han roto en sus -sátiras la antigua ecuacion griega entre el ideal y la forma; han -revelado el horrible contraste entre las leyes morales y la realidad -viviente, anunciando así la agonía de todo un mundo á la historia. -Job no hubiera dicho en su estercolero más que dice este verso -desesperante: - - _Pulvis et umbra sumus._ - -Plutarco ha oido quejarse de muerte al dios Pan allá por los mares -de Sicilia. Tácito sólo tiene corazon para aborrecer y lengua para -maldecir á su tiempo. Los más alegres buscan á una en la orgía el -sueño más largo, el sueño de la muerte. Luciano se rie; pero su risa -epiléptica muestra que se han agotado las lágrimas. Los dioses todos -se van; pero ¡ay! vienen los nazarenos. La desesperacion es universal -en las artes. Y Virgilio se levanta - - _Sicut inter viburna cupressi,_ - -como el poeta de la esperanza. En la bacante Parthénope, á las -orillas de aquel mar y entre el coro de aquellas islas que recuerdan -el mar y las islas de la antigua Grecia, ha visitado la gruta de -Cúmas y ha oido anunciar á la Sibila que desciende de los cielos -nueva raza de inmortales y comienza un nuevo órden y una nueva ley -en el sosegado curso de los siglos. - - _Magnus ab integro seclorum nascitur ordo,_ - _Jam nova progenies cœlo demittitur alto._ - -Por eso en la Edad Media, al impulso de aquella reaccion mística, -todos los genios de la antigüedad se apagan y Virgilio brilla sin -ocaso. Los padres de la Iglesia le admiten universalmente entre -los doctores y los poetas. Podrian escribirse cien volúmenes como -los dos eruditísimos que ha publicado el sabio profesor Comparetti -sobre las transformaciones del alma de Virgilio en la Edad Media y -en el Renacimiento, sin que materia tan vasta se agotase. Apénas ha -muerto, cuando ya lo menciona el Evangelio apócrifo de Nicodemus. Su -figura tiene cierta semejanza con la figura del apóstol San Juan, -cuya teología es griega, copiada casi de los diálogos de Platon. -Aquel cristianismo natural, de que habla Orígenes, traido consigo -por cada hombre al nacer, sustancia eterna del espíritu humano, se -encuentra en la piedad de Eneas y en las esperanzas despertadas por -el nacimiento de Polion. Lactancio, cuando lee la Égloga cuarta, -cree leer la epopeya de la segunda venida del Salvador en rosadas -nubes resplandecientes de gloria, llamando el Universo entero con sus -planetas y sus soles al supremo último juicio. Constantino el Grande -la traduce al griego y en cada uno de sus pensamientos ve confirmado -un dogma cristiano. San Agustin, al oir que morirá la serpiente y -desaparecerán las espinas y los vellones se teñirán por sí mismos y -las vacas llenarán de grado con blanca leche los odres y se vestirán -de lirios las colinas, cree oir la profecía sagrada de la redencion -universal. Las iglesias de Mantua entonan religiosos cánticos, en -que San Pedro llora sobre el sepulcro de Virgilio por no haberle -visto en vida y no haberle consigo arrastrado á la predicacion y al -martirio. San Jerónimo dice cómo se ha dudado de la autenticidad de -los libros sibilinos; pero tambien cómo al verlos repetidos en las -Églogas se afirma la existencia de Debóras y de Isaías de profetisas -y de profetas en el paganismo. El papa Inocencio III, en sermon -predicado bajo las bóvedas de San Pedro por la fiesta de Navidad, -cita el nombre del poeta mantuano para confirmar la venida de Cristo -á nuestro bajo mundo. - -Desde su cuna de Mantua á su tumba de Parthénope, Virgilio ha pasado -entre aplausos y aclamaciones como cumple al vencedor en las más -difíciles y más porfiadas guerras; en las guerras del arte. La -expoliadora espada de los pretorianos se ha embotado en sus campos; -la frente de los Césares se ha inclinado en su presencia; los -espacios del teatro han resonado con los aplausos concedidos á sus -versos; las rodillas de la muchedumbre se han doblado á su sombra, -habiendo tenido que huir mil veces del mundo para huir de la fama y -de la gloria. Pero desde su tumba de Parthénope hasta nuestros dias, -ha pasado su alma por una carrera más larga aún y más gloriosa. -Volveos y la veréis por doquier en la liturgia sagrada, en los -libros caballerescos, en los romances castellanos, en las sentencias -teológicas de Bernardo de Chartres y de Juan de Salisbury, desde el -primer vagido de la razon emancipada en Abelardo hasta la plenitud de -su elocuencia en Marsilio Ficino, reinando con Platon y Aristóteles -sobre la conciencia humana, á la cual abre mágicos horizontes -con su áureo ramo, dirigiendo por los círculos del dolor y de la -purificacion, como un astro de primera magnitud, al poeta épico del -catolicismo, hasta elevarlo trasformado y perfecto á las cumbres del -cielo, á la compañía de Beatrice, á la vision mística de lo absoluto -en el inmenso seno del Eterno. - -Leemos de contínuo á los grandes poetas. Hoy más que nunca debemos -templar la fantasía en esos modelos. Terrible desesperacion se -apodera del sentimiento y mella la voluntad. El suicidio, el -sacrificio, no ya de la vida de un dia, de todo el sér, de toda -el alma, se ha elevado en la nacion de los ensueños á verdadera -ciencia como en la antigua India. Oid la filosofía que va quedando -sobre tantas ruinas; oid el filósofo á la moda. Todo bien aparece -como una utopia, toda inspiracion como una flor venenosa; el mal -corre á manera de savia por las fibras de los vegetales y á manera -de sangre por las venas del animal; cada hombre se asemeja al ciego -topo que vive construyendo eternamente una vivienda jamas acabada, -y á la hormiga de Australia que nace con incontrastable instinto -suicida; el amor, solamente merece nuestras maldiciones: el gran -culpado, que al conservar y reproducir la vida, conserva y reproduce -la pena y la muerte; querer equivale á sufrir y sufrir á sér; la -inextinguible sed de lo perfecto tiene toda la intensidad de la sed -hidrópica, pero jamas tendrá satisfaccion sobre la tierra; la virtud -del genio, sólo sirve para agravar todas las penas y sólo merece el -nombre de enfermedad hipocondríaca; la existencia se llama combate, -pero combate donde existe esta seguridad únicamente; la seguridad de -horrible y definitiva derrota: todo nuestro gran trabajo se reduce -á querer sin motivo, á luchar sin objeto, á cazar ó ser cazados en -esta cacería infernal de todos los seres unos contra otros, á poner -bajo cada paletada de tierra un cementerio de innumerables animales, -á nacer y engendrar para morir, hasta que bajo los horizontes sólo -se descubran montones de esqueletos, y la perfeccion estribe en -aniquilar este horrible sarcasmo llamado la vida humana, burla que el -Eterno ha lanzado exclusivamente sobre nuestro pésimo planeta, sobre -este infierno sin esperanza y sin salida. - -Para contrastar semejante pesimismo no hay como volver al seno del -grande arte, de la eterna poesía, y reconciliarse en sus espléndidos -cielos, al calor de su luz benéfica y al arrullo de sus cánticos -inmortales, con la Naturaleza, con la Humanidad y con Dios. - - - - -SAN FRANCISCO Y SU CONVENTO EN ASIS. - - -I. - -Una de las operaciones más atendidas y más atendibles de la mente -humana, es la asociacion de ideas. Por ella enlazamos tiempos -apartados, unimos pensamientos discordes, traemos al seno de la -felicidad recuerdos de la desgracia, como á las tinieblas de la -desgracia puntos luminosos de la felicidad; y evocamos en lo presente -los lejanos horizontes de lo pasado, pudiendo, ya que no con el -cuerpo y sus sentidos, con el alma sus ideas, á semejanza de Dios, -estar á un mismo tiempo en todas partes. Me encuentro en la Montaña -de Asis, con la ciudad pontificia y municipal á mis plantas, los -restos de algunos castillos señoriales á mis espaldas; el cielo -claro y severo, algo semejante al cielo de nuestro Aragon, sobre -la frente; en torno, formando un círculo inmenso del color azul -más subido, del color llamado de Prusia, las riscosas y ceñudas -cordilleras y montañas de la Umbría, que semejan olas encrespadas; -y en el dilatado campo, de contrastes vivísimos, porque las claras -moreras y los oscuros olivos, los rubios trigos maduros para la siega -y los verdes recien nacidos maizales se juntan á cada paso en esta -variada inmensidad, como naves bogando por lo infinito, la blanca -rotonda romana de la Porciúncula, templo donde San Francisco de Asis -se retiraba á sus meditaciones, y más cerca, á mi derecha, bajo la -mano casi, los interminables claustros, las sobrepuestas iglesias, -los góticos pórticos, las agujas y ojivas del monasterio, donde -yace el sepulcro de ese santo en cuyas aras seis siglos han rezado -y cuya personalidad histórica se agranda y se trasforma, como la -personalidad de su modelo Jesucristo, en el pensamiento racionalista, -en la conciencia progresiva, en el espíritu democrático y liberal de -nuestro siglo. - -Y aquí, en tal momento, á presencia de este espectáculo, no puedo -desechar el recuerdo de Elda, del pueblo donde pasaron mis primeros -años. Sus montañas no tienen ciertamente ni esta altura ni este -color; sus huertas y sus campos no se dilatan y espacian de esta -suerte; mas aquella vegetacion meridional, elevando las palmas sobre -los viñedos y los olivares, iguala y áun aventaja en hermosura á -esta rica vegetacion de la Umbría. Y lo que ménos puede compararse -ciertamente, es lo que más provoca el recuerdo: la rotonda blanca -de la Porciúncula con la verde rotonda de nuestra iglesia, el -gótico monasterio franciscano de este dilatado valle con el vulgar -monasterio franciscano de nuestro estrecho valle. Pero ¿qué quereis? -Para mí en Asis está la poesía de la inteligencia, y en Elda la -poesía del corazon; la humanidad y la historia surgen aquí á la -manera de templo inacabable lleno de un espíritu misterioso, cuya -profundidad no puede sondearse; y allí, entre las ramas de débiles -arbustos, se esconde todavía el nido formado por blancas lanas -enredadas en las zarzas ó por secas hierbecillas, donde se guardan -en reducidos límites los recuerdos de hogar y familia que lluvias de -lágrimas no han podido anegar completamente ni destruir el tiempo con -sus diarias catástrofes. - -En mi infancia, cuando nos acercábamos al dos de Agosto, y la siega -y hasta la trilla se habian acabado, y comenzaban á pintar las uvas -tomando claro color violeta las negras y las blancas trasparencia de -ámbar; en aquellas tardes calurosísimas henchidas por el chirrido -de las cigarras; en aquellos crepúsculos serenos henchidos por el -unísono vibrar del cántico de los grillos, celebrábase una ceremonia -religiosa, una peregrinacion mística, una especie de jubileo que -nunca olvidaré. El convento de nuestro valle estaba á la sazon -desierto. La revolucion habia expulsado á los frailes. Los fuertes -seculares cipreses de su pórtico se perdian y secaban. Las flores -de su ántes cultivado jardin se sustituian con legumbres ó heno. -Las tablas de sus ventanas, medio caidas, meneábanse tristemente -á impulsos del viento. Las piedras de sus paredes y muros, medio -sacadas de quicio, amenazaban con una completa ruina. Las campanas -habian sido arrancadas á las altas torres, siempre silenciosas; -el culto interrumpido en los altares casi desnudos, y las puertas -del santuario cerrádose como si fueran las puertas de un sepulcro. -Algunas veces, cuando íbamos á coger brevas á una higuera cercana, -asomábamos los ojos por várias rendijas y hendiduras hechas en la -puerta, y á la escasa luz de solitaria lámpara, conservada por la -piedad de oscuro guardian, resto viviente y animado de tanta ruina, -pero triste como la cicuta y la ortiga, á la escasa luz de solitaria -lámpara, decia, semejante á los ojos de siniestra lechuza en la -oscuridad, veiamos algunos reflejos del dorado que se descascarillaba -en las columnas, alguna sombra de los abandonados santos parecida á -sobrenaturales fantasmas. - -Solamente, en el dos de Agosto, las puertas se abrian, los -pavimentos se regaban, componíanse los altares como para una fiesta, -las velas brillaban sobre el ara tras las flores, y en la capilla -mayor, una tosca, pero mística escultura en madera que representaba -á San Francisco recibiendo de Cristo aparecido en los aires los -estigmas de las cinco llagas, juntaba en el templo á los creyentes, -despertaba la fe y la esperanza, atraia las oraciones del fondo -de las almas á la inmensidad de los cielos como atraen los rayos -del sol á las alturas los vapores de las bajas aguas y las bajas -tierras. Nosotros, los muchachos de la familia, saliamos acompañados -de nuestras madres y de nuestras tias á ganar el jubileo con aquella -piedad meridional tan risueña, tan expansiva, tan humana, que da -al cumplimiento de los deberes religiosos y á las ceremonias del -culto católico, aspecto de fiesta. Desde el pueblo al convento se -dilata extensa campiña, verdadero jardin. Las olivas engordaban -ya; las almendras se abrian empapadas en aromática goma; negreaban -las uvas; doblábanse los granados al peso de las granadas; sobre -las plantas del maíz surgian los amarillentos sedosos espigones, y -sobre la aterciopelada alfalfa las moradas flores; los campos de -anís blanqueaban como si les hubiera caido una nevada; cimbreábanse -los cáñamos y los linos; las puertas de las chozas lucian matizados -ramilletes de don-diegos y áureos girasoles; en los secos pedregosos -torrentes vibraban las sonoras cañas y florecian las rosadas adelfas. -Nuestros ojos no se entristecian no se nublaban, hasta que llegábamos -delante del cementerio, donde descansaba nuestra abuela y una -tierna niña de la familia, y descubriamos las cabezas y plegábamos -las manos y murmurábamos algunas oraciones, por cuya virtud nos -parecia, ora que columbrábamos sus almas en el cielo, ora que las -sentiamos venir á rozar con sus angélicas alas nuestras sienes y á -depositar un mudo beso en nuestras serenas frentes. Luégo seguiamos -en la peregrinacion, llegábamos al seráfico monasterio cercano al -camposanto y rezábamos con todo recogimiento las oraciones de rúbrica -prescritas por los ritos, á cuantos anhelan ganar el jubileo de la -Porciúncula en el dia de la Vírgen de los Ángeles. - -Al volver, la noche bajaba sobre el valle, las luciérnagas lucian -en el follaje, las primeras estrellas en el cielo; y la campana que -suena en las alturas para conjurar las tempestades del aire y contar -los muertos de la tierra, anunciaba el Ave-María saludando á la Madre -del Verbo é infundiendo con sus sagrados acentos religiosas emociones -en nuestro pecho. ¡Cuántas veces, al entrar en casa, las manos llenas -de flores y de frutos recogidos al paso, los labios perfumados aún -por las plegarias, las rodillas empolvadas en el pavimento del -templo, despues de haber oido contar varios pasos de la historia de -San Francisco, hubiéramos dado algunos años de esta vida, que ya -desciende tristemente de su zenit y que entónces nos parecia eterna, -por visitar Santa María de los Ángeles, por ver la casita de las -prácticas piadosas, la cuna que recuerda Nazaret, el sepulcro del -santo en Asis, lugar bendito y querido, el más sagrado en nuestro -culto despues del sepulcro de Cristo! Al cabo de treinta años, -nuestro deseo se cumple; el cielo nos concede la satisfaccion de -ver estos lugares; pero ¡ay! sin las creencias de otro tiempo en el -alma. La vida ha pasado de la infancia á la madurez; las facultades -intelectuales han pasado del sentimiento á la razon. Creemos con -arraigada creencia que el hombre, este compuesto de alma y cuerpo, -no sólo tiene que cumplir fines materiales y fines temporales; no -sólo tiene que obedecer leyes mecánicas y dinámicas, sino que debe -cumplir tambien fines morales, fines eternos, y debe obedecer á leyes -cuya existencia implica necesariamente y cuya observancia exige la -profesion de estos cuatro principios capitales de toda doctrina -religiosa y espiritualista: Dios y su providencia, el alma inmortal -y su responsabilidad. Pero no creemos que estas ideas sean como el -patrimonio de una exclusiva asociacion y que para inspirarlas y -difundirlas hayan sido indispensables milagros que contradicen las -leyes naturales del Universo y las leyes científicas de la historia, -ni condensaciones del espíritu divino en una sola persona, la cual -constituya castas representativas de Dios y de su revelacion como -privilegiados del cielo sobre la faz de la tierra. Creemos, al -contrario, que Dios nos ha dado desde el principio de los tiempos, -para conocer el bien y el mal, la conciencia; para conocer la verdad -y el error, la razon; que así como físicamente llevamos en nosotros -átomos de todo el Universo, moralmente llevamos en nosotros los -jugos de todas las revelaciones sucesivas y nuestro espíritu es el -resultado de las ideas de todos los siglos, con cuyos esfuerzos y con -cuyas luces y con cuyos martirios hemos logrado los bienes mayores de -nuestra existencia y el inapreciable de la redentora emancipacion. -Por consiguiente, toda la parte legendaria, fantástica, mitológica, -que siglos de guerra, que razas primitivas, que duras épocas de -hierro pedian y necesitaban para cumplir sus primordiales deberes, -no lo necesitan nuestros tiempos, conocedores del bien por la pura -razon, amándolo por los imperativos mandamientos de la conciencia y -no por la fuerza coercitiva de instituciones mil veces trasformadas -en la historia y hoy caidas en irremediable decadencia. - -Y no decimos más. Nuestra filosofía histórica, sin excluir la fe -en principios absolutos, nos permite remontarnos á los tiempos -pasados, imbuirnos en sus creencias, vivir en ellos como si fueran -presentes, juzgarlos con arreglo á su propio ideal y no con arreglo -á posteriores sistemas. Nosotros no imitarémos á los furiosos -iconoclastas, que para traer los tiempos del espiritualismo, demolian -las bellas estatuas de los antiguos dioses; y tampoco á los frios -clásicos, que para rehabilitar la naturaleza nada sentian sino -la barbarie de la Edad Media bajo las bóvedas de las catedrales -góticas. En nuestra doctrina filosófica no cabe el engaño de Goethe, -que en Asis se extasiaba ante un templo pagano de la decadencia, -y no tenía ni una mirada, ni una palabra, para el monasterio de -San Francisco. No caerémos nosotros en el error de proponer como -perfectos modelos hoy los pintores de la decadencia cual proponia -Chateaubriand á los Carraccios en _El Genio del Cristianismo_; ni -aplaudiremos las tentativas de los pre-rafaelistas por volver á -los tiempos en que eran despreciadas y desconocidas las formas. El -arte místico, que, sentido con verdadera ingenuidad, profesado con -verdadera fe, brotando naturalmente de un alma tan pura como el alma -tierna é inocente de Fra Angélico, en tiempos de suyo místicos, nos -parece flor del campo cargada de inmortales esencias, en nuestro -tiempo, contrahecho y recalentado por una erudicion reaccionaria, -nos parece como los cuadros de Overbek, flor de trapo. Toda edad -contiene la edad que la precede y la edad que ha de seguirla. Para -la plenitud de nuestra vida hemos necesitado pasar por tiempos -contradictorios, cuyas contradicciones sólo llegan á resolverse en -las síntesis superiores de la razon universal y en el eterno seno de -la humanidad. Con estos dogmas entremos un momento, entremos como -peregrinos del arte; entremos como copartícipes de todas las ideas; -entremos, elevándonos á su tiempo, en el santuario donde todavía -se presta religioso culto á la memoria sagrada de San Francisco de -Asis, de uno de los últimos cristianos, todo fe, todo bondad, todo -dulzura; elocuentísimo como un tribuno antiguo, exaltado como un -profeta hebreo, austero como un cenobita de la Tebaida; paciente en -los infiernos del feudalismo; armado de la palabra cuando todo el -mundo se armaba de hierro hasta los dientes; apasionadísimo de la -naturaleza y de su hermosura en aquella general crueldad y en aquel -desvío por los seres inferiores; poeta místico para quien los mundos -forman como una escala que sube á los cielos y los rumores de la -creacion como un _hosanna_ que alaba eternamente á Dios; dotado de -intuiciones sobrenaturales y de visiones proféticas por la compasion -que sentia hácia los dolores de todos los desgraciados y por el -interes que tomaba en la suerte de todas las criaturas; reformador -profundísimo que dedujo el sentido democrático encerrado en las -páginas del Evangelio y presintió la union de todas las castas en una -igualdad natural; modelo de virtudes efusivas y de caridad ardiente; -un redentor en el olvido y en el sacrificio de sí mismo, en el amor á -los demas, en la aceptacion de todos los dolores y de todas las penas -por el bien del hombre y por la gloria del Criador, á lo cual debió -que su vida fuera un holocausto como el holocausto de la Cruz, y su -muerte una transfiguracion como la Transfiguracion del Tabor. - -En torno suyo gravitan mundos y cielos, ciencias y artes, religion y -política, todo el Universo moral. Como el sol envia luz, y en la luz -calor, y en el calor electricidad, y en la electricidad magnetismo, -en todo vida, la idea envia en sus irradiaciones arte, religion, -poesía, todo un mundo y todo un cielo. Y como San Francisco es en sí -una de las encarnaciones más bellas de la idea, San Francisco moverá -con su aliento desde el ala tímida del corazon de los pequeñuelos, -hasta las potentes alas de la fantasía de los artistas y del -pensamiento de los sabios. Los instintos y los sentimientos, las -nociones confusas y las ideas claras, las arpas de la inspiracion y -los instrumentos de la ciencia, la naturaleza y el espíritu, todo -el sér de una edad, lanza vagamente á los espacios de la conciencia -ciertas indefinidas y vagas esperanzas, ciertos fantásticos ensueños, -el vapor de las ideas que luégo viene á reunirse, á condensarse, -personificándose en un solo hombre, poeta, orador, tribuno, filósofo, -artista, como en Rafael se personificó la edad del Renacimiento y en -Voltaire el siglo décimooctavo. - -¡Misterios de la Historia! En la época de San Francisco, en el -siglo décimotercio, hay dos hombres que tocan con su razon á los -últimos confines de la ciencia; que llevan en su palabra encerrados -los más profundos abismos del pensamiento; titanes soportando -sobre sus espaldas el peso de la eternidad. Uno de ellos se llama -San Buenaventura y el otro se llama Santo Tomás, el Platon y el -Aristóteles de la Edad Media. Ambos á dos han penetrado en los más -recónditos senos del espíritu humano y han recorrido en vuelo jamas -igualado las inaccesibles alturas de lo infinito. Uno y otro han -hablado de Dios y de sus atributos; de las leyes de la providencia y -de las relaciones entre la criatura y su Creador; de la naturaleza -del sentimiento y de la naturaleza de la idea; del conocer, del -pensar, del raciocinio, de todo cuanto existe en la realidad y -es dado que exista en lo posible, desde el grano de arena al orbe -luminoso, desde el orbe al ángel, desde el ángel al Verbo en la -doble inmensidad del infinito moral y del infinito material; y -sin embargo, ni uno ni otro han logrado fundar elevada estética, -que sientan así el campesino como el pintor; mover el mundo á la -creacion de austera sociedad, que lleve en su seno los gérmenes de -revolucion universal; suscitar desde confesores, poetas, mártires, -arquitectos, pintores y escultores, hasta muchedumbres de ambos -sexos dispuestas á vivir combatiendo y á morir sacrificándose por un -misterioso ideal: que esa obra milagrosa ha quedado para el pobre, -para el ignorante, para el insensato, para el jóven demente á quien -apedreaban los chicos de las calles y de quien se reian todas las -gentes acomodadas y de seso; para el iluminado San Francisco. ¿Y por -qué? Tanto valdria preguntar por qué el redentor no es aquel hombre -moral que despertaba la conciencia humana con su palabra sencilla y -moria envenenado departiendo á los primeros resplandores del alba -y á las primeras sombras de la agonía con sus discípulos sobre la -existencia de Dios y la inmortalidad del alma; por qué no es el -autor inmortal del Banquete y del Fedon, el que ha visto todas las -cosas en las ideas y todas las ideas en el Eterno y ha hablado de -lo infinito y de su luz con palabras que extasiarian á los ángeles; -y sin embargo, es el oscuro judío, el nazareno desconocido en la -tierra, que habla al pueblo más despreciado de todos los pueblos en -la lengua más ignorada y tiene por principal inspirador el desierto -y por apóstoles y por discípulos el primer publicano encontrado en -las encrucijadas de los abandonados caminos y el primer pescador que -tiende sus redes sobre lagos pestilentes y muertos, profesando una -idea evaporada por las cenizas de Palestina, la cual ha de exhalar en -aromas de incienso religioso un nuevo espíritu y ha de destruir con -sus raíces nada ménos que la antigua Roma. ¡Ah! El mundo se ilumina -por la inteligencia, pero se sojuzga por la voluntad; lo esclarece -la idea y lo conquista el corazon. Hacen mucho los que saben pensar; -pero hacen más los que saben morir. La razon es la luz; pero el amor -es el fuego en que los mundos se forjan. San Francisco, como Cristo, -siente la caridad y el anhelo por el sacrificio. Por eso, recorriendo -las páginas de los sabios, aprendeis; y recorriendo la vida de este -monje, sentís. Los teólogos podrán moveros á pensar; pero á la accion -sólo os moverá esta voluntad impetuosa del milagroso cenobita. Y por -el amor alcanzó en tiempos de ódio y guerra la caridad; en tiempos -de aristocracias feudales la igualdad; cuando se constituian hasta -los sacerdotes en soberanos, porque fuera de la dominacion terrena -apénas se alcanzaba ni siquiera la autoridad moral, evangélica -democracia inspirada en los más puros sentimientos cristianos, que -debia contribuir á demoler las castas, á renovar la sociedad, á traer -los gérmenes del espíritu moderno. Y la razon dice al par de la -fe:—¡Gloria á San Francisco!— - - -II. - -Veniamos de Terni. Acabábamos de estar en comunicacion estrecha -con la Naturaleza; habiamos recorrido plantaciones de moreras, -viñedos, olivares, naranjales cubiertos de blanco azahar y filas de -granados cubiertos de rojas flores; verdes praderas sobre las cuales -discurrian las mariposas y las abejas y los abejorros; trigos rubios -cuyas espigas se doblaban al peso de los maduros granos y ondeaban -al impulso de las sosegadas auras; montañas con sus cimas ceñidas -de oscuras encinas y con sus laderas ornadas de claros castaños; -caminos abiertos sobre los abismos y en las duras peñas desde donde -se descubrian entre los celajes las dentadas cordilleras con sus -picos nevados; lagos tranquilos, como el lago de Pié de Lugo, que -reflejaban todos los matices del cielo y todos los bosques y aldeas -de la orilla en el cristal de sus aguas; impetuosísimas cascadas, -como la cascada del Velino, despeñándose de alturas vertiginosas -entre breñas tapizadas de plantas acuáticas para formar trombas y -torbellinos de espuma sobre cuyas blancas espirales se tendia el arco -íris; maravillas inagotables de la creacion que fortifican y animan; -pues en lugar de mover la actividad febril del pensamiento, como -las maravillas del arte, la adormecen y la serenan, anegándonos por -completo en los torrentes de la vida. - -Poco despues de mediodía llegábamos al frente de Asis en hermosa -tarde de Junio. No puedo describir mi entusiasmo y mi asombro. Hácia -el norte, recostada sobre los peñascos, veíase la ciudad pontificia, -sobre la cual se eleva fuerte castillo almenado y á cuyo oriente se -extiende el gótico monasterio ostentando arcos tan fuertes y tan -numerosos como los arcos de antiguos acueductos. Difícil es describir -el efecto maravilloso que desde fuera, desde los alrededores, produce -una de estas ciudades italianas ceñidas de verdor, cortadas á trechos -por floridos jardines, ricas en monumentos, alzando sobre las hileras -de sus tejados ó de sus azoteas, los botareles, las agujas, las -torres, las rotondas, las pirámides, los campanarios, todos de -piedras brillantísimas y preciosos mármoles, realzados y esmaltados -por los reflejos de este cielo y los resplandores de esta luz, sólo -comparables al cielo y á la luz de nuestra España. Parecen, más bien -que realidad, imaginados cuadros; más bien que habitaciones de estos -dias, habitaciones de otras edades estéticas: sus piedras cantan y -murmuran con cantares y rumores inefables como un misterioso bosque; -y por lo alto de los frisos y de las almenas y de las largas líneas -y de las bordadas cresterías se pasean las sombras de los artistas -y de los héroes y se ven subir en luminosos enjambres las ideas de -otros siglos. Para sentir emociones como éstas hay que trasladarse á -las orillas del Tajo y ver en la vega de Toledo, al pié del puente -de Alcántara, las ruinas de la Galiana, los arcos romanos, los -acueductos del artificio de Juanelo, el torreon medio derruido y los -muros medio destrozados del castillo de San Servando, la crestería -greco-romana del alcázar, la puerta del Sol con sus gruesas torres y -sus ajimeces y sus alicatados mudejares; cuadros maravillosos, no tan -admirables por su dibujo y por su color como por las ideas que evocan -y los recuerdos que guardan, mostrando en breve espacio el sagrado -panteon de toda nuestra historia. - -Á pesar de lo mucho que Asis nos encantára al descubrirlo desde el -ferro-carril, no dirigimos allá nuestros pasos; los encaminamos al -monasterio de Santa María de los Ángeles, erigido en la llanura, -en la vega, para abrigar la casa donde San Francisco tuviera sus -primeras visiones y fundára su órden. Dos lugares he visto igualmente -famosos como cuna de dos órdenes igualmente célebres. El uno es la -iglesia de los Ángeles en Asis, cuna de los franciscanos; el otro -es la iglesia de Montmartre en París, cuna de los jesuitas. Al ver -el primero de estos lugares, la inteligencia se abre á la fe y el -corazon á la esperanza, sintiendo vivamente la grandeza de aquellos -hombres y participando de sus aspiraciones en la medida que puede -participar el espíritu moderno; pero, al ver el segundo, se os oprime -el pecho y se os nubla la inteligencia, como si cayerais en lo vacío. -Y es porque en San Francisco nació una órden, que, si ha sido ya -suprimida por nuestro tiempo, realizó verdaderos progresos respecto á -los tiempos anteriores y contribuyó á la educacion del género humano, -obra de libertad y de paz, miéntras que en Montmartre nació otra -órden, que fué como una confabulacion permanente y empedernida contra -todas nuestras libertades y contra todos nuestros progresos, obra de -reaccion y de muerte. En la vega de Asis veis pasar ideas que han -iluminado la conciencia humana y en las alturas de Montmartre sentís -el roce frio en vuestras sienes de las aves nocturnas que habitan las -tinieblas. Todos los progresos ¡ah! son igualmente grandes y todas -las reacciones igualmente funestas en toda la redondez del planeta y -en toda la sucesion de los siglos. - -El monasterio de Santa María de los Ángeles tiene armoniosas -proporciones. Lo ideó Vignola, y lo ideó con arreglo al gusto y al -ideal de su tiempo. Los arcos romanos se suceden y sostienen sus -sólidas bóvedas; la cruz latina constituye su planta; en el crucero -se eleva una rotonda airosa, imitacion más ó ménos lejana de la -rotonda de San Pedro; cuadros de la decadencia ornan sus altares; -y la luz del dia penetra libremente por sus anchas ventanas y se -refleja en sus blanquísimas paredes. El edificio peca de todo cuanto -pecan los edificios de esta edad, nuestro Escorial tambien, por sobra -de ciencia matemática y falta de inspiracion religiosa. Para mayor -desgracia, los terremotos frecuentísimos en esta tierra volcánica -lo han tristemente lastimado y las recomposiciones sucesivas no -han sabido restaurarlo. Pero allí, en medio de la iglesia, bajo la -rotonda, se eleva, conservado por la piedad, el humilde tugurio, más -que casa choza de pobre argamasa, de piedras toscas, de estrechas -puertas y ventanas, donde San Francisco meditó, ayunó, rezó, -padeció, lloró hasta el extremo de ver al traves de sus lágrimas -reproducida la tragedia del Calvario y á Cristo agonizando en lo -alto de la Cruz, con sus llagas abiertas, sus ojos extintos, sus -labios cárdenos al dolor y á la agonía. Hoy no tiene el esplendor de -otros tiempos. Estos monumentos, miéntras pasan por la fe, brillan, -y cuando la fe les falta, se oscurecen; como esos meteoros que son -estrellas en los aires y toscos pedruscos al tocar al suelo. Pero -confieso que me sobrecogí con religioso respeto, que me extasié -como si estuviese fuera de mí mismo al tocar aquellas piedras, á -traves de cuyo frio sentíase aún el calor del alma que las habia -penetrado mil veces de pena con su oracion y sus sollozos. Confieso -que me pareció ver una de esas zonas misteriosas que anuncian las -trasformaciones del espíritu humano, especie de líneas ecuatoriales -en los hemisferios del tiempo, especie de puntos que señalan el -crecimiento de nuestro sér como los diversos terrenos señalan el -crecimiento de nuestro planeta; grandes condensaciones de ideas -abstractas, núcleos de la luz espiritual, fin de unas y principio de -otras edades, santos dias del génesis social á que debemos nuestra -difícil existencia y nuestras várias redenciones. No sé por qué, -allí vinieron á mi memoria tantos y tantos redentores como han -contribuido ántes y despues de San Francisco á nuestra emancipacion: -el que nos sacó de la servidumbre de Egipto al traves de las aguas -del mar Rojo y el que rompió las últimas cadenas del esclavo á las -orillas del Misisipí; el que arrancó su fuego á los cielos para -animar el hombre primitivo frio como sus dólmenes de piedra y el que -talló las letras de imprenta con cristal y plomo para multiplicar -las ideas en la inteligencia como se multiplican los mundos en los -cielos; el que murió en ignominioso patíbulo por la igualdad y -la fraternidad de todos, y el que padeció en los calabozos de la -Inquisicion por agrandar el espacio á nuestros ojos; el que bebió -la cicuta y en el fondo de su copa dejó la idea de la libertad de -nuestra conciencia para darla á beber en comunion santísima á todas -las generaciones, y el que, extendiendo sus brazos desde débil -esquife al mar velado por misterios pavorosos como las grandes -tempestades, completó la tierra y ensanchó el alma; coro unido á -traves del tiempo y del espacio en una misma obra, cuyo fundamento -arranca de las más recónditas profundidades del espíritu humano y -cuya cima se pierde en el seno de Dios. Aquella casa, que despertará -emociones vivísimas en todos cuantos amen las verdaderas grandezas de -la historia, ha sido profanada por una obra de partido, por una obra -de reaccionarias escuelas. En la parte que da á la puerta principal -se ve una pintura neocatólica de Overbek. Engendróse al mismo -tiempo que se engendraba la Santa Alianza, una doctrina filosófica, -la cual tendia á llevar el arte más allá de Rafael, como tendia á -llevar la ciencia más allá de Kant y de Descártes, la historia más -allá de Vico y de Herder, la política más allá de las instituciones -modernas, al seno de la Iglesia intolerante y de los castillos -feudales. Tal escuela, no contenta con creer que podia restaurarse -cuanto habia destruido la mágica lira de Ariosto, la inmortal sátira -de Cervántes, la voz tempestuosa de Lutero, la sardónica risa de -Voltaire, las llamaradas de elocuencia lanzadas desde lo alto de la -tribuna por Mirabeau, creia tambien que estaba en el caso de ir á -los siglos medios y resucitar los cuadros de escuelas anteriores al -descubrimiento de la perspectiva, á la resurreccion de la naturaleza, -al estudio de la forma humana, al despertar de la Grecia y de su -inagotable inspiracion, á todas las espléndidas irradiaciones del -Renacimiento. Para estos reaccionarios, el bello ideal se encontraba -en los tiempos en que no se habian medido las proporciones, ni -estudiado la anatomía, ni conocido nuestro cuerpo, entre las figuras -escuálidas, todavía sobrecogidas por los terrores del infierno y -apartadas de todo contacto con el Universo, hijas del vivo recuerdo -de nuestra primera culpa, atormentadas por todos los torcedores del -remordimiento. Si tal teoría fuese cierta, si solamente tuviéramos -por estéticas las obras inspiradas en una fe vivísima, en una fe -apartada de nosotros, en una fe ortodoxa, debiamos menospreciar esas -mismas escuelas de Umbría y de Siena por donde ha pasado un soplo -anticipadísimo del Renacimiento; esos mismos Cimabue y Giotto que -han entrevisto el crepúsculo de los nuevos dias del espíritu; esos -mismos Nicolás y Juan de Pisa que han estudiado la caza de Meleagro -en los sarcófagos griegos; y debiamos irnos á los maestros mosaistas, -á sus figuras colosales y rígidas, á sus ojos muertos, á sus rostros -inexpresivos, á sus grupos arreglados litúrgicamente, á su ausencia -de toda anatomía en el cuerpo y de toda perspectiva y de todo paisaje -en los fondos, privándonos hasta de penetrar en las catacumbas, -porque sus cuadros se hallan muy cerca del antiguo paganismo y han -tomado la mayor parte de sus símbolos en los bajos relieves, así -griegos como romanos, y han reproducido los antiguos sepulcros. - -Para contestar á estos reaccionarios, sería preciso que se -restaurase el poder temporal y se devolviera el dominio absoluto -en la conciencia y en la política á los papas; que en cada marca -se descubriese un castillo feudal con sus fosos y sus almenas, sus -puentes levadizos abajo, y arriba sus horcas ocupadas por cuatro -ó cinco villanos ahorcados, gran vista para sus señores y gran -festin para los cuervos; que volviésemos á escribir y hablar el -latin eclesiástico en vez de estas lenguas modernas cuyas primeras -palabras han sido tambien el primer balbuceo de la política láica; -que eleváramos para reemplazar nuestras fábricas y nuestras -máquinas, un cordon de fortalezas y otro cordon de monasterios, y -sustituyéramos al telégrafo el mensajero y al vapor el rocinante de -los nobles ó el rocin de los plebeyos; que la retorta química donde -se ha descompuesto el agua y el aire y se han encontrado elementos -nuevos necesarios á la vida, se sustituyera con la cocina de los -alquimistas y el espectro solar y el telescopio herscheliano con los -horóscopos y la quiromancia; que pulverizáramos la Vénus de Milo, el -Apolo del Belvedere, las Gracias de Siena y pusiéramos en su lugar -las esculturas bizantinas de los siglos décimo y undécimo con sus -cuerpos groseros como la barbarie y sus labios contraidos por el -_Dies iræ_ de la desesperacion y de la muerte; que volcáramos de -nuevo el infierno con todos sus horrores sobre la tierra desgarrada -y devolviéramos su viejo poderío al demonio de la Edad Media; que -eleváramos en el trono de la autoridad un esqueleto inmenso con -la guadaña por cetro y en las alturas del infinito el implacable -semítico Dios de la cólera y de la venganza. La reaccion artística -se ha verificado. Ha tenido su estética y ha tenido sus pintores -en Alemania. El fresco de Overbek trazado sobre el exterior de la -casita de San Francisco en la iglesia de la Porciúncula, es uno de -sus más bellos monumentos y una de las más felices imitaciones de -la Edad Media. Yo no puedo ver sin verdadero entusiasmo las obras -de los artistas místicos de los siglos católicos, porque tienen -las dos condiciones esenciales al arte, la inspiracion espontánea -y la naturalidad completa. Pero yo no puedo ver sin repugnancia -las figuras modernas que no han nacido de la cándida fe, sino -del recalentado estudio. La escuela académica, con sus griegos y -romanos de convencion, paréceme fria y mentida; pero la escuela -pre-rafaelista, con sus santos de encargo, paréceme reaccionaria y -absurda. Los pintores como Giotto, como Fra Angélico, que es la más -alta expresion del misticismo artístico, han pensado y han sentido -lo que han hecho; y sus ángeles y sus Vírgenes y sus Cristos traen -visiblemente en los ojos y en los rostros un divino resplandor de -los cielos. Pero estas figuras convencionales de Overbek no tienen -ni siquiera un reflejo de sus inmortales modelos. Aquellos grandes -artistas han descuidado los cuerpos como cosa poco apreciable en -las edades olvidadas de la naturaleza; pero han reconcentrado la -idea purísima y el puro espíritu en los rostros, de una expresion -inimitable por el candor y la profundidad del sentimiento, absorto en -las divinas contemplaciones y en los arrobados trasportes: Overbek, -más sabio, más matemático, dibuja mejor que sus maestros los cuerpos, -ciertamente; pero no acierta, ni de léjos, á pintar como ellos los -rostros. Y es porque los pintores místicos sólo han debido convertir -los ojos á sí mismos para encender en fe y caridad á sus santos, -miéntras los pintores neo-católicos han fingido unas creencias y una -inspiracion que realmente ni recogian por sus venas en la naturaleza -y en la temperatura de este nuestro siglo, ni llevaban dentro de sí -como una idea innata. - -Hay tiempos de mucha fe, que son poco propicios al arte. Para -persuadirse de ello, basta contemplar uno de esos Cristos bizantinos -que han brotado de la religion más pura, que han sido adorados con -el fervor más intenso, que han hecho los milagros más patentes, pero -que hieren todo sentimiento estético por su monstruoso dibujo y su -deforme rostro. Mas preguntadle á un creyente, y los proclamará obra -perfecta de los ángeles del Empíreo. Los que al ver una estatua -griega creian ver al demonio, son tan poco artistas como los que -al ver un cuadro místico sólo se fijan en las incorrecciones de la -forma y no sienten la ingenuidad de la fe. Ciertamente se puede -aprender mucha religion en San Justino, San Basilio, San Cirilo -y San Clemente; pero no se puede aprender mucha estética, si es -verdad, como afirma Toulgoüt en su sábia obra de los _Museos de -Roma_ y Rio en su _Historia del Arte Cristiano_, que sostenian la -tésis de la fealdad material de Cristo. Lo que sí puede asegurarse -es que la práctica de esa tésis se encuentra en casi todas las obras -anteriores al nacimiento de la pintura y de la escultura modernas. -La crucifixion, que luégo ha sido la apoteósis más pura del dolor, -que ha inspirado á Rafael su Camino del Calvario ó Pasmo de Sicilia; -á Velazquez y á Murillo sus dos Cristos en la agonía; á Rubens y á -Rembrandt sus Descendimientos; á Miguel Ángel su Soledad al pié de -la Cruz con el Divino Hijo muerto en los brazos; esa tragedia, quizá -la más reproducida de todos los Evangelios, no fué jamas pintada -por los primeros pintores hasta fines del siglo séptimo, en que el -Cánon de un Concilio celebrado en seiscientos noventa y dos, permitió -asunto tan religioso á los buriles y á los pinceles. La maternidad -misma de María, fuente inagotable de inspiraciones profundísimas, no -aparece en los primeros tiempos. La Vírgen es una cándida jóven, -sencillamente vestida, de pié siempre, la mano sobre el corazon, los -ojos en el cielo, y sólo más tarde surge contemplando un cielo más -bello y más extenso en las tiernas miradas de su Divino Hijo. - -En el arte precisa buscar, no lo más religioso, sino lo más bello, -y es lo más bello lo más inspirado, y es lo más inspirado lo más -natural y espontáneo. El poder creador del genio se parece al -poder creador del Cósmos, en que muestra la relacion misteriosa -del espíritu con la naturaleza y la no ménos misteriosa de la -naturaleza y del espíritu con Dios. Sin duda por esta razon, las -obras espontáneas llevan el sello de la originalidad y de la vida, -en tanto que las obras imitadas llevan el sello del artificio y de -la decadencia. Sumergíos en el océano de la poesía nativa, recoged -luégo el espíritu universal de vuestros tiempos, inspiraos en -vuestra propia personalidad, y obtendréis la expresion bella de la -idea, mereciendo el nombre de artistas. Cada siglo tiene su propia -inspiracion. Y en el nuestro, así como ha crecido el Universo, ese -teatro de la idea en sus más primitivas manifestaciones; y ha crecido -la Historia, ese teatro de la libertad; y ha crecido la sociedad, -ese teatro del derecho, debemos esperar que crezca el arte, donde -llega, por intuiciones sobrehumanas, lo finito á compenetrarse de -lo infinito, y el alma del hombre á enrojecerse en la sustancia de -Dios. Cuando la antigua mitología llegó al mito de Psíquis, de la -jóven misteriosa que deseando conocer el Amor, encendiera su lámpara, -y solamente lográra verlo perderse entre los astros; en este mito, -que desconcertaba la armonía del alma con la naturaleza, diríase -perdido para siempre el arte, brotó la idea cristiana, y el alma, -triste, desolada, llorosa, encontró á Dios. Pues en nuestro tiempo -busca tambien la razon algo tan misterioso como el espíritu que, al -comenzar nuestra era, se escapára de su seno y se perdiera en el -cielo. Fiemos en que encontrará para el arte una zona más espléndida -y una esfera más lata, donde se compenetren lo finito con lo infinito -sin necesidad de restaurar ni los ídolos del Paganismo, ni los ídolos -de la Edad Media. - -Así, en el monasterio de Santa María de los Ángeles, ni las largas -líneas de Vignola, ni los aparatosos cuadros de la escuela boloñesa, -ni las secas pinturas de Overbek, ya quebrantadas y borrosas como -la reaccion de que han sido símbolo, llegan á conmoveros como os -conmueve la casita, la Porciúncula, pobre choza de la oracion, -donde un verdadero penitente ha padecido y ha llorado. Despues de -visitarla, despues de recoger la idea que se escapa de sus piedras, -ya podeis dirigiros al monasterio de Asis y penetrar en sus góticas -bóvedas y recibir en vuestra alma el presente de grandes y profundas -emociones con la evocacion misteriosa de una sincera fe. Y penetrados -de estas ideas, nos dirigimos al monasterio y al sepulcro de San -Francisco. - - -III. - -Allá, en las alturas, sobre dos series de marmóreos arcos -sobrepuestos, se alza el monumento, cenobio, palacio, iglesia, -castillo, resúmen de la vida en edades verdaderamente religiosas. -Entre sus muros y sus ojivas descúbrense, todavía más arriba, la -ceñuda fortaleza con sus almenas medio destruidas; á un lado las -colinas formando como abreviada cordillera; á otro lado la ciudad con -sus edificios agrupados en torno de várias originales iglesias; al -pié un torrente, ahora seco, el cual debe arrastrar gruesos cantos -rodados y debe venir en la estacion de las lluvias con ruidoso -ímpetu. La severidad del paisaje, solemne, sobrio, majestuoso, -verdadero cuadro de la escuela de Umbría, os prepara bien á la -solemnidad de las religiosas emociones. Una puerta tosca, una cuesta -agria, várias casas suspendidas entre las breñas, algunos olivos -retorcidos cual si los azotára siempre el viento y con las raíces -fuera de la pedregosa tierra, semejando á uno de esos dibujos con -que Doré ha ilustrado la _Divina Comedia_, son los únicos objetos -que veis al llegar á la entrada del monasterio, y, en verdad, os -invitan todos al recogimiento y á la penitencia. Un claustro se abre -á vuestra vista, un claustro prolongadísimo, de arcos airosos, de -delgadas columnas. Ni un viviente, ni una sombra; algunas golondrinas -juguetean por aquellas largas líneas; menuda lluvia primaveral da -sedoso lustre á la hiedra pegada por las piedras, y airecillo suave -agita las largas guirnaldas de zarzas que festonean los muros. El -edificio es de un exterior austero, la puerta de un trabajo prolijo, -las ventanas de un gusto puramente gótico, todos los objetos que os -rodean, de un aspecto monástico; y, peregrino del arte como sois, -vais comprendiendo hasta identificaros casi con ellos por la fuerza -del pensamiento á los peregrinos religiosos, venidos de luengas -tierras y anhelantes por aplicar los labios á la losa de un sepulcro -donde se guardan torrentes de vida para las almas. - -Hay tres iglesias sobrepuestas como los términos de una argumentacion -escolástica; como las gradas de una escala mística, como las -iniciaciones de las sectas, como los tres mundos, el de las sombras -y de la muerte, el de la vida y de la prueba, el de la luz y de la -gloria, siendo, en realidad, toda aquella aglomeracion de místicos -edificios, una teología en piedra. Lo primero que hacemos es -descender á la iglesia subterránea, especie de caverna que guarda -la tumba del santo. Las sombras se palpan, y la escasa luz que os -guia sólo sirve para aumentarlas. Creeis descender al centro de la -tierra y despediros para siempre del aire y de la luz. Fria humedad -os penetra hasta los huesos, y el humo de las lámparas y el olor del -incienso os dan la idea de que entrais en esferas sobrenaturales -como en alas de algun genio, porque todo cuanto os circunda se aleja -de la realidad y se acerca á la region de los sueños. Por fin, á -la dudosa luz mal reflejada en los mármoles, bajo lujoso templete, -tras una verja dorada, veis el sepulcro de San Francisco. Excesiva -devocion lo ha ceñido con adornos modernos y lo ha coronado con -lujoso templete, ántes propio de jardin que de cenobio. Cuadrábale -mucho más la caverna tosca, la soledad mística, la losa desnuda sobre -la cual cayeran gotas filtradas por las peñas y lágrimas desprendidas -de la fe. Es más poética que esta decoracion de nuestro tiempo, la -creencia de la Edad Media. Para aquellos fieles, San Francisco no -ha muerto; está de rodillas, en penitencia, en oracion, plegadas las -manos, extáticos los ojos, allá en lugares inaccesibles hasta para -las águilas, donde sólo pueden llegar las estrellas, intercediendo -por nosotros los mortales, desarmando la cólera de Dios; y no subirá -al Empíreo y no entrará en la gloria sino despues del Juicio, cuando, -destruida la tierra, evaporados los mares, en cenizas los astros, -en pavesas los soles, consumada la obra providencial, haya podido, -ofreciendo el holocausto de sus dolores por nuestras culpas y -llamando la inefable misericordia sobre nuestros huesos, rescatar el -mayor número de almas para el cielo y gozar así en paz eternamente de -su propia bienaventuranza. - -De todas suertes, profanado ó no, afeado ó no, es uno de los -monumentos más gloriosos que hay en el planeta; es una de las piedras -que señalan el camino de las edades históricas; es uno de los núcleos -donde se ha condensado la materia cósmica de las ideas y se ha ido -formando este cometa de orígen divino y de órbita incalculable -que se llama el humano espíritu. Oscuro jóven, de vida ligera, de -costumbres sensuales, de oficio vulgar; modesto comisionado de una -casa de comercio; sin ninguna instruccion y sin otras aspiraciones -que los divertimientos y los goces propios de su clase y de su edad, -siente cierto dia que extraña idea, como una chispa eléctrica, como -un efluvio magnético, se derrama por sus fibras, por sus nervios, por -sus venas; y agitado, febril, convulso, arroja los arreos de placer, -de fiesta, de viaje; se ciñe cuerda de esparto á sus riñones y tosco -sayal á sus carnes; abraza la penitencia para sí, la predicacion -para los demas; y á sus sollozos, á sus palabras, á sus cánticos, la -tierra se conmueve como si la agitáran misteriosas palpitaciones; -los pajarillos del cielo suspenden su vuelo y se extasian; los -lobos del desierto pierden su crueldad y le lamen los piés; dejan -los niños la teta de sus madres para oirle; abandonan los jóvenes -el lecho de sus placeres para en las maceraciones imitarlo; cuelgan -las doncellas los velos virginales y los largos envidiados cabellos -para desposarse con el ideal religioso; los guerreros arrancan las -cóleras á sus hígados y los ódios á sus corazones; el señor se cree -igual con su siervo; los ricos reparten sus tesoros á los pobres; -levantan los arquitectos místicas naves que llevan las oraciones de -la tierra al cielo; esculpen los escultores santos que nadan entre -los resplandecientes íris formados por los brillantes vidrios y las -notas lanzadas por el órgano; empapan los pintores sus pinceles en la -fe y nos suben al Empíreo y bajan hasta el alcance de nuestros ojos -de carne los ángeles y los serafines que agitan sus áureas alas en -la luz increada; cantan los poetas en lengua no aprendida, como las -aves, todas las efusiones del amor encendido en las creadoras divinas -llamas; predican los teólogos una ciencia más amplia y más cercana -á los arquetipos de la eterna verdad y de la hermosura eterna; se -trasforma y como que se derrite el mundo feudal de tosco hierro donde -estaban atadas todas las cadenas; y sobre los dolores humanos se -entreve que, así como la Biblia ha sido completada por el Evangelio, -el Evangelio se va completando por otra revelacion: por la revelacion -del Espíritu Santo, en cuyo seno renace más puro el Universo y se -purificarán como en resplandores etéreos nuestras oscuras almas. - -¡Oh! La historia entera es una escala de sepulcros. El sepulcro de -los Faraones en las pirámides del desierto separa el mundo oriental -del mundo occidental; el sepulcro de Alejandro en Egipto separa el -viejo mundo griego y asiático del mundo romano naciente; el sepulcro -de Cristo en Jerusalen separa la historia antigua de la historia -moderna; el sepulcro de Mahoma en la Meca separa la edad pagana en su -raza de la edad monoteista; el sepulcro de Carlo-Magno en Aquisgran -separa los tiempos teocráticos en la Edad Media de los tiempos -feudales y militares; el sepulcro de San Francisco en Asis señala -verdaderamente la decadencia del espíritu feudal y los primeros -albores del espíritu moderno. Este siglo décimotercio es un siglo -de resúmen de toda una civilizacion, como lo fué el siglo primero -de nuestra era respecto á la antigüedad. Resume la ciencia católica -en Santo Tomás; resume la política católica en San Luis; resume la -poesía católica en el Dante; resume el poder católico en Inocencio -III; resume la pintura católica en el Giotto; resume la legislacion -católica en Alonso X; resume la escultura católica en Nicolás de -Pisa; resume la vida católica en San Francisco de Asis. El genio -católico ha escrito su testamento y por los bordes del horizonte raya -un nuevo genio. El sepulcro que adoramos es como un planeta donde han -surgido con la vegetacion frondosa de nuevas ideas los organismos -varios de una nueva sociedad. ¡Gloria á San Francisco! - -Y subimos á la segunda iglesia. La necesidad de ver la luz y de -respirar el aire que sentiamos despues del viaje subterráneo, nos -movió á salir al atrio y á detenernos un momento al pié de la -columnata. Allí contemplamos la vega lejana, las montañas azules, el -cielo trasparente, de ese color clarísimo que toma en el Mediodía -tras una fuerte lluvia, y nos enteramos de cierto sepulcro esculpido -allí, obra de Nino y propiedad de un tirano de Pisa, demente furioso -como todos los déspotas, dado al lujo oriental, que no recibia -á nadie si no se le presentaba de rodillas, que jamas aparecia -en público sino vestido de lucientes ropajes todos sembrados de -pedrería y ceñido de sacros relicarios primorosamente cincelados; -y que forzaba á los artistas á regalar con obras maestras y dones -cuantiosos á su impúdica esposa y á construir para él sin retribucion -alguna tumbas primorosísimas, puestas bajo la proteccion de San -Francisco para que le libertára de sus propios remordimientos y le -conciliase la divina misericordia. La intercesion del Santo le habrá -podido valer en el cielo, pero no le ha valido en la historia. - -Al cabo entramos en la segunda iglesia, cúspide de la iglesia -subterránea y base de la iglesia superior, pues no debe olvidarse que -los tres monumentos ocupan el mismo espacio, sobrepuestos unos en -otros. Sus arcos ojivales, que se encorvan para soportar el peso del -edificio de arriba; sus ventanas góticas, que ciernen resplandores -crepusculares y dudosos; su pavimento tapizado de lápidas fúnebres, -que os hablan mudamente del dogma de la inmortalidad y de la muerte; -sus paredes, en las cuales se destacan blanquecinas estatuas entre -las negras sombras; sus cuadros, en que brillan profusamente ángeles -y santos y vírgenes y mártires con sus palmas verdes en las manos -y sus aureolas de oro en las sienes; el color azul oscuro de las -bóvedas, todas sembradas de estrellas como si vinieran al santuario -para beber la luz con que han de iluminar los espacios; las figuras -de los frescos, desprendidas casi de lo alto para flotar en la -atmósfera de incienso; las columnas, levantándose y abriéndose -cual troncos y copas de misteriosos árboles, cual ramas de ideal -vegetacion; las cabezas aladas entre los festones de mirto y de -acanto; los vidrios de colores, que recogen el esplendor del dia -y lo descomponen y lo reverberan en los mármoles, tiñendo desde -las losas más profundas hasta las más elevadas aristas con los -matices del íris; todas estas formas del arte, todos estos símbolos -de la idea, todas estas aspiraciones á lo infinito os dan tal -emocion, que vuestras rodillas flaquean, vuestros ojos se sumergen -involuntariamente en el éxtasis, y vuestra alma, desprendida de -su cárcel de barro, busca, subiendo por la escala mística de la -religion, el orígen misterioso de tantas inspiraciones sublimes, la -esencia incomunicable del Eterno. - -El monasterio de Asis no es grande sólo bajo el aspecto religioso; -es grande tambien bajo el aspecto artístico. En Italia, estos -maravillosos edificios señalan épocas de trasformaciones del -espíritu universal. Las Catacumbas guardan los comienzos del nuevo -genio, la semilla; San Márcos de Venecia, los maestros mosaistas -venidos del Oriente y depositarios de la tradicion de Bizancio, la -raíz; San Francisco, la peregrinacion de los artistas que han roto -el yugo bizantino y han fundado el arte moderno desde la segunda -mitad del siglo décimotercio hasta la primera mitad del siglo -décimocuarto: Pisa, en su cementerio, el crepúsculo vespertino del -siglo décimocuarto y el crepúsculo matutino del siglo décimoquinto; -Florencia, el siglo décimoquinto en todo su esplendor, el despertar -de la naturaleza en toda su veracidad, las estatuas de Donatello, -las puertas de Ghiberti, los frescos de Masaccio, la cúpula de -Brunelleschi; Siena, Orvieto y Perusa, los albores del siglo -décimosexto; la primera, sobre las paredes de la Sacristía animados -por el pincel de Pinturrichio; la segunda, sobre la capilla de la -Catedral donde ha pintado Signorelli su Ante-Cristo y su último -Juicio; la tercera, en la sala del Concilio, donde ha dejado Perugino -sus vistosos héroes semejantes á los héroes del poema de Ariosto, -con su nacimiento, parecido al nacimiento de una nueva edad; y el -Vaticano, en la Capilla Sixtina con los Profetas y las Sibilas de -Miguel Ángel, y en las estancias, con las Musas y los filósofos y los -doctores de Rafael, la plenitud del arte que es tambien la plenitud -de la vida. - -No os cansariais jamas de contemplar las maravillas de Asis en -su segunda iglesia. Giunta de Pisa, el último de los maestros -bizantinos, ha dejado al entrar en la Sacristía tosco retrato de -San Francisco, despedida de un tiempo y de un genio que se alejan. -Giotto ha pintado la bóveda del altar mayor quizas despues de un -diálogo con Dante: que el altísimo poeta empezó por aspirar á fraile -francisco y concluyó por inscribirse en la órden Tercera, donde eran -tambien admitidos los laicos. Desde el retrato de San Francisco, -pintado por Giunta, á las Virtudes de San Francisco pintadas por -Giotto, media una de las más señaladas evoluciones del genio, una -de las más decisivas fases del espíritu. Giotto, pobre pastor, pasa -del aprisco al taller, conducido por Cimabue, y la mano cansada -del maestro y la mano inexperta del discípulo, al juntarse, juntan -dos eslabones de la cadena del tiempo, dos puntos de la misteriosa -línea de la idea. Nadie ha sabido pintar la leyenda franciscana como -Giotto, porque nadie tenía más títulos para pintarla ni más motivos -para comprenderla; el cenobita rompe el cristianismo tradicional y -funda un cristianismo más democrático y más humano; el artista rompe -el arte bizantino, el arte hierático, y funda un arte más cercano á -la naturaleza y más inspirado en la humanidad; son dos términos de -la misma idea, dos fases de la misma edad, dos matices de la misma -alma. Así, convertid los ojos á la bóveda del altar mayor, recoged -la luz cernida por los vidrios de colores, y ved como evocaciones -del Renacimiento, como albores de la nueva idea, como almas que han -roto la coyunda teocrática y han venido á otros tiempos, aunque -todavía traspasadas por el clavo de la servidumbre, esas tres figuras -capitales en los compartimentos, las tres mujeres que representan las -tres virtudes primeras de la órden: la Pobreza con sus harapos al -cuerpo, con su soga al cinto, con sus cabellos esparcidos, seguida -de una flaca perra que le ladra; la Obediencia, con una mano en los -labios y otra en las reglas monásticas, pronta á imponer el yugo -á extático monje de hinojos á sus plantas; la Castidad, orando en -lo alto de una torre, defendida por dos ángeles y desoyendo las -seducciones que le envian en coronas y palmas. - -Adonde quiera que volveis los ojos, encontrais nuevos motivos -de admiracion y de asombro. Los artistas corren á porfía al -convento sacro, cual si hubieran adivinado que allí estaban los -dos manantiales eternos de toda inspiracion: Dios y libertad. Asis -aparecerá siempre como cenáculo de los discípulos del Giotto y como -santuario de esta escuela. Tadeo-Gadi, á quien Giotto tuvo en -las fuentes bautismales y á quien debió la órden franciscana una -serie de pinturas maestras, ha engrandecido con su pincel suavísimo -el crucero. Buffalmacio, sobradamente aficionado al naturalismo -y olvidado del ideal, ha esparcido allí tambien reflejos de sus -creaciones, como la trágica aparicion de Cristo á la Magdalena. -El consumado dibujante, el colorista animadísimo, el precursor de -la perspectiva, el maestro de los primeros escorzos, el inmortal -Stefano, llena con una gloria maravillosa los espacios del ábside, -gloria por desgracia perdida. Cavallini, cargado de años y de -laureles, seguido por un culto universal, despues de sus triunfos -en Roma y en Florencia, se acerca á este santuario y pinta en el -crucero de la izquierda la escena última de la terrible tragedia de -Cristo, la última hora del Calvario, el Salvador iluminado por la -tempestad en su alta cruz y en su postrimer agonía, con caballeros -armados á sus piés, que tienen toda la energía del feudalismo, y en -torno de su cabeza ángeles suaves, arrobados, místicos, que tienen -toda la dulzura y todo el idealismo de una plegaria. Capanna va, se -encierra allí, se consagra al arte y á la penitencia, muere mártir -de su devocion por el santo y de su entusiasmo por el santuario, -dejando como un símbolo de su propia desgracia y como una imágen de -su sacrificio, el sepulcro de Cristo. Giottino siente tambien el -mismo deseo de todos los artistas que aspiraban á dejar una página en -el poema de Asis y corre á encerrarse dentro de sus muros sin hallar -espacio suficiente á sus creaciones y sin poder teñir con su pincel -más que un rincon de la capilla de San Nicolás, yéndose desde allí -al convento de Santa Clara, la discípula de San Francisco, fundadora -de una órden de mujeres que se calcaba sobre la regla de su maestro. -Las enfermedades que le sobrecogieron no le dejaron concluir sus -trabajos, y tan escaso de fortuna como de gloria, entristecido por -su propio natural y por la pública ingratitud, siempre solitario, -siempre encerrado en sí mismo, de claustro en claustro, pidiendo el -trabajo como otros piden el pan, pasó de Asis á Pisa, de un cenobio -á un cementerio, para pintar como en holocausto á Dios y obtener -para la otra vida, único pensamiento suyo y objeto exclusivo de sus -meditaciones, el perdon á sus culpas y el reposo que le habia negado -la tierra. Y aquel paso de Giottino desde Asis á Pisa, determina otra -peregrinacion general de los artistas desde el uno al otro santuario. -Mas para que nada falte en la Iglesia baja de San Francisco, tambien -se ve una Vírgen de Cimabue, del pintor en quien acaba el arte -bizantino y empieza el arte moderno. Y entre tanta maravilla hay unos -cuadros de Simone Memmi, á quien su devocion llevaba á pintar como -los bizantinos y su natural como los giotistas. Amigo de Petrarca, -cual Giotto fué amigo del Dante, retrató á Laura despues de muerta; -pero con tal inspiracion, que el poeta amante cree ver al pintor -trasladándose desde la tierra al paraíso á fin de entrever la mujer -querida, como un ideal sobre cuyos contornos apénas se suspende el -velo de las formas. Pincel así no debia faltar en santuario por -excelencia del arte cristiano; de esta suerte puede asegurarse que -todas las obras representativas del genio italiano, que es el genio -moderno, desde las florecillas de San Francisco hasta las estancias -de la Divina Comedia y desde las estancias de la Divina Comedia hasta -los sonetos de Petrarca; todos los comienzos de las artes pictóricas, -desde Giunta de Pisa basta Cimabue, desde Cimabue basta el Giotto, -desde el Giotto basta Simone Memmi se anidan, como un coro de -ruiseñores inmortales, en las sombras misteriosas de este monasterio, -una de las cimas indudablemente del humano espíritu. - -La verdad es que la pintura moderna, despues del Tabor que encuentra -en Asis, está definitivamente fundada. Los discípulos del Giotto -recorren desde allí toda Italia y practican el nuevo arte. Revolucion -tan profunda no podia verificarse sin protestas vivísimas y sin -tentativas de reaccion poderosas. El Giotto habia concluido con -la pintura hierática, con el arte bizantino, de una ortodoxia y de -una severidad completas. Su genio innovador prescindió del tipo -consagrado por la tradicion y querido del pueblo. Atentar así á -cuanto se habia adorado hasta entónces, era para ciertas almas -pagadas de lo antiguo, un sacrilegio tan grande como atentar al mismo -dogma. Las muchedumbres creian que los Cristos deformes y colosales, -que las Vírgenes rígidas é inmóviles fueron obra de los ángeles, y -un pintor láico, un pintor profano se atrevia irreverente á corregir -estas creaciones del cielo. Por las venas ateridas de los grandes -personajes sagrados se difundia la sangre caldeada de la nueva -vida; sus ojos se movian y miraban con expresion á la manera de los -mortales ojos; sus largas manos y sus delgados dedos se amoldaban al -humano tipo; sonreian aquellos labios cerrados; bajo las vestiduras -palpitaba su cuerpo y en torno suyo comenzaba á brotar como nueva -primavera toda la naturaleza. Esto no podia tolerarse por los que -estaban apegados á la tradicion religiosa. El Giotto habia querido -demostrar que Cristo podia ser adorable, divino y ser tambien -hermoso; la Vírgen llamarse mujer, palpitar bajo el manto, moverse, -vivir y ganar en belleza estética y en carácter sagrado; los santos, -tener los ojos y las manos como nosotros los mortales pecadores y -rezar y bendecir y atraerse la pública devocion; los retratos entrar -en los altares sin profanacion y sin necesidad de conservar el medio -primitivo, pueril, bárbaro, que deseando manifestar la desproporcion -entre lo divino y lo humano, ponia junto á un Cristo gigantesco un -hombre diminuto; reglas hieráticas muy santas, pero en cuya rigidez -se apagaba y moria la espontaneidad del genio. Margheritone de Arezzo -es el pintor que más vivamente protesta contra estas innovaciones; -el que más se aferra á la tradicion el que con mayor empeño y porfía -pinta segun el modelo de las antiguas liturgias. Revelador instinto -le dice que las nuevas figuras humanas son tambien humanas ideas; -que por los cuadros de la reciente escuela se desliza una anticipada -protesta; que rehacer el tipo del hombre y de la mujer en el arte, -equivale á rehacer el tipo pagano; que evocar la Naturaleza, esa -madre del pecado, vale tanto como evocar el genio de la antigüedad -para completar el genio del cristianismo; que tras esta revolucion -artística asoma una revolucion científica, una revolucion religiosa, -una revolucion política, en las cuales se aneguen las tradiciones y -sólo sobrenade la razon. Lo cierto es que llama á la puerta de los -conventos; que concita las iras de las órdenes monásticas; que apela -al Papa; que recibe de éste órden para pintar segun la antigua -usanza; que consume sus fuerzas provocando una reaccion universal; -que maldice de los innovadores y de sus procedimientos, y como todos -los reaccionarios de la historia, muere de dolor al reconocer la -impotencia de sus esfuerzos y la fragilidad de su obra. - -Dominados por estos pensamientos subimos á la tercer iglesia, á -la iglesia superior, que se destaca allá arriba como una aureola. -¡Cuánta luz! Parece amasada en el éter de los espacios celestes. -Hasta su pavimento resplandece como si caminarais sobre el disco de -un astro. Las columnas se aligeran y se lanzan audaces á lo alto; -las ventanas se rasgan y se espacian; los vidrios suben por aquellos -claros y por aquellos rosetones para dar á la luz toda suerte de -cambiantes; las naves, de hermosa manera pintadas, semejan al cielo -lleno de bienaventurados que cantan en coro entre estrellas y flores; -la ornamentacion se enriquece en inacabables guirnaldas como si -pretendiese encerrar allí la universalidad de las cosas creadas; los -frescos tienen tal viveza y tal colorido que deslumbran; los altares -brillan maravillosamente cincelados tras verjas doradas de una labor -primorosa; el vértigo producido por tanto resplandor en las alturas -es tal, que os creeriais atravesando en sagrado tabernáculo sobre las -alas de los serafines el espacio infinito en pos del divino ideal, -eterna aspiracion del alma y eterno arquetipo del universo. Poblad -este templo y lo veréis animarse como si todavía estuvieran vivas -las ideas que lo levantaron al cielo. Los peregrinos se agolpan á la -puerta; los monjes cantan en el coro; los fieles se arrodillan al pié -de los altares; los oficiantes con sus capas de damasco y de brocado, -celebran la misa entre murmullos de oraciones que tomariais por el -aleteo de las almas; sube el incienso en espirales á las bóvedas -y baja la luz de las áureas lámparas y de las místicas ojivas; la -melodía del órgano llena de acentos angélicos las naves; la voz de la -campana llama desde la torre lo infinito y por los arcos, acabados en -un punto, como el pensamiento y la naturaleza acaban en la unidad de -Dios, se elevan las almas, cual por la escala de Jacob, á perderse, -huyendo de los dolores y de los desengaños terrestres, en el seno de -la eternidad. - -¡Cuán maravillosamente comprendian los hombres de aquella edad el -arte religioso! Estos tres templos elevados en el mismo espacio, -puestos el uno sobre el otro, me parecen la imágen de la vida con -sus raíces en el sepulcro y con sus cúpulas en el cielo. ¡Cuántos -esfuerzos, cuántos trabajos, cuántas oraciones, cuántas lágrimas, -para subir desde ese antro húmedo, desde esas tinieblas espesas, -desde ese frio mortal de la última iglesia encerrada como el feto -informe en las entrañas de la tierra, á la iglesia media que se -dilata, como nuestra vida terrena, que mezcla sombras y luz como -nuestras ideas y nuestras pasiones, que quiere alzarse á lo infinito -y se encorva y se baja al peso abrumador de sus aspiraciones; hasta -que al postre, en el término de esta serie, en el último peldaño de -esta escala, en el esfuerzo último de ascension al ideal, se eleva -la iglesia superior como la sobrehumana transfiguracion alcanzada -por nuestro dolorosísimo sér, el cual, despues de haber pasado por -el dolor y por la penitencia, entra allá en el cielo para coronar la -pasion de nuestra vida que no debe concluir en eterna muerte, no, que -debe concluir y concluirá por divina resurreccion! - -Creeriais que va á reproducirse el apólogo aleman innolvidable en -aquellas trasformaciones sucesivas del arte. Parece que, nacido en -el fondo de las tinieblas y en las cavernas cercanas á la nada, -acostumbrado á la soledad y al silencio; sin oir más que el rozar -de las aves nocturnas con sus sedosas alas en vuestras sienes ó el -ruido de la gota de agua como lágrima eterna en los abismos; sin ver -más que la retina del buho y de la lechuza que os miran burlonamente -ó el fosfórico resplandor de los huesos descomponiéndose por la -humedad en la tierra, viene de pronto un genio y os dice que si -quereis ver algo superior le sigais y os lleva en noche serena de -plenilunio á las alturas y os enseña la casta luna en el zenit con -su corona de estrellas, saludada por el ladrido del perro y el canto -del gallo y la sonata del ruiseñor, obligándoos á creer, como hijo de -las tinieblas, aquel mustio resplandor pleno dia y á quedaros allí -contemplando eternamente la plateada faz del astro de las sombras, -como tomándola por la última expresion de la vida y por el último -grado de la luz. Y luégo otro genio os toma la mano y os muestra el -sol del mediodía, esplendente, luminoso, ardentísimo, ante el cual -es la luna como el fósforo de la oscura caverna y veis que el sol -pinta las flores, anima al coro de las aves, derrama á torrentes la -electricidad, enciende la sangre de todos los animales, suspende por -cadenas invisibles en torno suyo los planetas y aumenta con su luz y -su calor la vida. Y bien hallado en esta tierra hermosísima, desde -cuyo seno se descubre un sol tan espléndido, anhelariais quedaros -en ella, vivir eternamente en su regazo, cuando viene otro genio -superior y os lleva en sus alas á contemplar estrellas ante las -cuales nuestro sol es como la luna. Y allí quereis quedaros, puesto -que, triste helecho de una caverna solitaria, habeis subido hasta ese -grado superior de la vida, cuando viene un ángel y os enseña algo -mayor y más hermoso; las ideas eternas, en cuya comparacion vienen -á ser como sombras los soles, y el Eterno Dios, en cuya presencia -es como una mustia luciérnaga todo el Universo. Y de ascension en -ascension habeis subido, materia informe, sombra espesa, niebla del -vacío, á la luz, á la vida, al amor, á la inspiracion, al arte, á la -ciencia, á las cimas últimas del cielo, á las últimas esferas del -pensamiento, hasta ver en sobrehumanas intuiciones al Creador, y en -el Creador la verdad, la bondad y la hermosura perfectas. - -Desde la iglesia de Asis nos fuimos á una montaña cercana, como -si tantas emociones nos hubieran dado el deseo, nunca satisfecho, -de subir y subir más. Cuando la tarde espiraba, las campanas del -monasterio tocaron el _Angellus_ y llamaron á la oracion. No pude -reprimir, al impulso de aquellos sonidos, un vuelco de la sangre -que me recordó mi infancia y las mismas horas poéticas y los mismos -toques de la solemne campana y el mismo murmullo de mística oracion. -Las sombras de los siglos pasados se alzaron de sus panteones y se -suspendieron sobre la cima del cenobio para decirme que en aquel -campanario de San Francisco se habia saludado por vez primera con -lengua de bronce el crepúsculo, cuyo poético _Angellus_ habia -corrido, en alas de las ideas, léjos, muy léjos, hasta las islas de -los mares índicos, hasta los desiertos de América, como un zodiaco -de misterios inefables que abrazára al planeta. Entónces me pareció -oir que al Ave-María de las campanas se mezclaba el Ave-María de las -piedras del monasterio, y al Ave-María de las piedras del monasterio -el Ave-María de todos los seres de la tierra, y al Ave-María de todos -los seres de la tierra el Ave-María de todos los astros del cielo -en universal plegaria. Y vi á los grandes poetas del siglo pasar -ante mis ojos; al que cantó la campana desde el momento en que su -materia candente hierve en el molde, hasta el momento en que su voz -solemne llama á los vivos y llora á los muertos; al que desde las -torres de Nuestra Señora saludó con su alegre campaneo el dia de -la resurreccion del espíritu humano alzado del sepulcro de la Edad -Media á la vida del Renacimiento; al que apartó de los labios del -alquimista desesperado la copa de veneno cuando los ecos del órgano -y el repique de la Pascua le dijeron que no se habia perdido la -esperanza; al que, cargado con todas las culpas y todas las dudas -de su edad, dolorido con todos los dolores humanos, calumniado como -amador de la vida y ansioso por el martirio y por la muerte, desde -las altas torres de Venecia agrandadas por el crepúsculo, sintió caer -los toques misteriosos del _Angellus_ sobre la celeste laguna en que -comenzaban á retratarse las primeras estrellas de la tarde y oró con -lágrimas en los ojos, y al traves de las lágrimas y de las oraciones -vió pasar sobre las nubes del ocaso la Madre del Verbo con su manto -celeste, su extática mirada, la luna bajo las plantas, la mística -paloma sobre la frente, estrechando á todos los seres contra su seno -inmaculado en trasportes de maternal amor. - -¡Quién no verá en el misterio del crepúsculo, en las últimas -purpurinas nubes del ocaso y en las primeras rayas plateadas del -alba; lo mismo sobre la cuna que sobre la tumba del dia, esa fuente -de amor, esa estrella del mar, esa inspiracion del alma, á cuya -inefable hermosura consagran una letanía sin fin lo mismo las cosas -creadas que las ideas increadas, lo mismo los seres materiales en sus -límites que las obras artísticas en sus luminosas órbitas, Vírgen -y Madre, á cuyos piés baten las alas blancas los ángeles y á cuyas -sienes se agrupan las estrellas, eterno ideal que el corazon adivina -y que no puede alabar como se merece la tenue palabra, forzada -á enmudecer ante tanta virtud y tanta belleza en una religiosa -inexplicable oracion que sube al cielo como los vapores de la tarde, -como el aroma de las flores, como las nubes del incienso, á mezclarse -y confundirse en la aspiracion de todo lo creado hácia la increada -luz! - - -IV. - -La verdad es que no hay monumento como el de Asis, ni vida como la de -San Francisco para estudiar uno de los hechos históricos en que más -empeñada, repito, se halla la ciencia moderna; el nacimiento de las -leyendas religiosas. Cada una de estas piedras da testimonio vivo de -cómo un hombre, sujeto á todas nuestras condiciones, se eleva en poco -tiempo á lo sobrenatural, perdiéndose en los celajes resplandecientes -de la fantasía hasta convertirse su persona histórica en mito, su -vida real en soñada leyenda. Extraordinarias facultades morales ó -intelectuales, á la verdad, le adornan; exaltada virtud, elocuente -palabra, efusivo amor, le llevan á grandes ideas y á grandes hechos: -las gentes le siguen, los sectarios le adoran, los discípulos lo -magnifican y poco á poco la fantasía inflamada lo trasfigura, y el -arte, el buril y el pincel acaban la obra iniciada, que crece y toma -diversas fases en los espejismos siempre movibles de las tradiciones. -Despues de algun tiempo puede resultar el pensamiento de Aristóteles, -puede resultar la poesía más verdadera que la historia, ó el -pensamiento de Platon que la belleza del mito sea sólo el resplandor -de su verdad intrínseca y el hombre del arte y de la poesía aparezca -más real que el hombre de la crítica y de la historia. Pero venid á -esta tierra de Asis; registrad estos sitios consagrados por una de -las más bellas figuras que guarda en sus anales la humanidad; id á -su casa, todavía señalada en las tradiciones, donde encontraréis el -recuerdo de los castigos impuestos por su familia á la extraordinaria -vocacion del santo; trasladaos á la humilde choza en que ve al -Crucificado en sus éxtasis y traza la órden seráfica en sus -meditaciones; salid luégo al templo-cenobio y sentiréis cómo un -jóven falto de ciencia y de letras, movido sólo del amor, tras una -vida exaltadísima por la intuicion de lo sobrenatural y la práctica -de las predicaciones; tras un sacrificio contínuo por el bien de -los demas hombres, puede tener en la piedad de los creyentes cuna -sobrenatural y sobrenatural sepulcro; herir en la imaginacion de los -poetas la tierra estéril y hacerla brotar un raudal de inspiraciones; -promover y despertar en la mente plástica de los pintores un cielo -de grandiosos pasajes que animen con místicas reverberaciones y -extáticas figuras tablas y lienzo, bóveda y pared, claustros y altar; -crecer en la fe de sus sectarios hasta el punto de que combatan y -mueran por su persona ó por su doctrina, exaltando una y otra hasta -los límites altísimos de la leyenda y convirtiéndolas en gracioso -ideal de las venideras generaciones. - -Nada hay más rico que la leyenda religiosa de San Francisco de Asis, -y nada hay más sencillo que su vida histórica. Cierto comerciante -de paños y una buena mujer son sus padres. El comerciante se llama -Pedro Bernardone, y hace contínuos viajes allende los montes en -tierra de Francia. Á la vuelta de uno de estos viajes, encuéntrase -hermoso y esperado hijo allá por los años de 1182. La madre le -habia puesto ya el nombre de Juan; pero el padre, en recuerdo y en -agradecimiento á la tierra de Francia, donde se habia enriquecido, -le puso el sobrenombre de Francisco. Su educacion fué algo esmerada, -si se atiende á la rudeza de aquel tiempo. Aprendió medianamente el -frances en las conversaciones con su padre, muy dado á este idioma, -y tomó alguna tintura de latin eclesiástico en el mejor seminario de -su pueblo. Su juventud pasó encendida en todas las pasiones y agitada -por todos los placeres. Lo elegante de su apostura y lo escogido de -sus maneras; la varonil belleza del rostro; la gracia y la fluidez de -la diccion cierta vena poética para escribir versos; cierta dulzura -para cantarlos, dábanle renombre de galante y traíanlo siempre entre -jácaras, comidas, aventuras, bullicios, serenatas, amores y orgías. -Habia en tales fiestas una especie de director á quien llamaban -rey, dándole baston ó cetro á la mano y ciñéndole á las sienes rica -corona de flores. El que tal cargo desempeñaba, distribuia los -papeles en las farsas públicas; dictaba á cada cual las canciones -y señalaba los sitios donde debia entonarlas; componia los coros y -los ensayaba; concertaba las parejas en los bailes; presidia las -comidas y las cenas. Así es que por las noches, en aquellas gozosas -fiestas, al verlo pasar precedido de las músicas, acompañado de los -humeantes hachones, dirigiendo numerosísima juventud que al són de -los instrumentos entonaba deliciosos coros, llamábanle todos alegría -de Asis, flor de sus campos, espejo de sus moradores. Su amor propio -era tan grande que recogia aquellas alabanzas y las guardaba en la -memoria, para repetirlas á cada instante; su ligereza tan extrema, -que requeria de amores á todas las jóvenes y no se fijaba en ninguna; -sus dispendios tales, que temia la familia verle disipar en las -larguezas de sus placeres los ahorros de tantos tiempos consagrados á -la economía y al trabajo. - -La ambicion se juntó á sus demas pasiones para que ninguna de las -tormentas humanas dejára de atravesar aquella alma. Los libros de -caballería le trastornaron el seso. En la Edad Media no existia -esta inmensa distancia que existe hoy entre la realidad y la -imaginacion. Creíase hacedero el realizar con la voluntad lo soñado -en la mente. Un caballo y una lanza; un pecho férreo y un brazo -atrevido bastaban á dar seguridad de emprender las mayores aventuras -en aquella tierra movediza, á cada paso abierta por las hendiduras -de los volcanes, deshecha por los sacudimientos de los terremotos, -trasformada por las contínuas catástrofes. Un reino desaparecia -con la misma facilidad con que se formaba otro. Del Norte venian -tribus y del Sur tambien que trastornaban geografía y política. -La aparicion de un señor de Alemania en los Alpes ó de una legion -de Arabia en Sicilia, bastaban á desconcertar todos los pueblos y -á traer todas las guerras. Por las alturas constituíase cualquier -desalmado en príncipe feudal con sólo tener fuerza á sujetar á los -campesinos del llano y á limpiar de competidores el monte. Así es que -al ir Gauthier de Brienne en demanda de Sicilia á disputar al grande -Federico II, tan aborrecido de los Papas, la posesion del hermoso -reino, pensó Francisco de Asis en seguirlo, en pelear á su lado, -en ganarse á punta de lanza un castillo ó un reino donde saciar su -sed de placeres y ejercitar la febril actividad de sus ambiciones. -En sueños, despues de haber corrido muchas tierras, peleado con -innumerables gentes, ganádose fama de héroe en repetidos encuentros -y ruidosas víctimas, veia surgir de los abismos á los aires -riquísimo castillo, medio fortaleza y medio palacio, con salones -interminables donde campeaban, pendientes de las paredes, arneses, -penachos, cimeras, cascos, lanzas, broqueles, manoplas, escudos todos -riquísimos, capaces de deslumbrar los ojos más acostumbrados á la -plata, al oro, á la pedrería y preguntando á quién pertenecian tantas -maravillas, contestóle misteriosa voz que á él y á cuantos paladines -le siguieran. Sus deseos febriles y sus ensueños inquietos llevábanle -desde las aspiraciones del amor á las aspiraciones de la ambicion Su -biógrafo Celano le pone en los labios esta palabra que no deja lugar -á duda alguna sobre sus deseos de reinar: _Scio me magnum principem -futurum._ - -Al principiar el siglo décimotercio, las cruzadas retroceden, no -porque hayan conquistado el sepulcro de Cristo definitivamente -perdido para la cristiandad, á pesar de las victorias del gran -Federico II; sino porque han conquistado las populares comunidades, -iniciacion de la democracia sembrada para siempre en el suelo de -Europa. La voz de los misioneros que siglos ántes produjera un pueblo -nómada y armado, el cual desde nuestro continente se trasladaba al -Asia y moria abrasado en el desierto por el fuego de las arenas y el -fuego de la fe, esa voz que llevaba disuelto el espíritu católico, -se estrellaba en el renacimiento de la libertad y en el creciente -desarrollo del trabajo. Pero San Francisco, uno de los fundadores de -la democracia religiosa que debia acompañar á la democracia política, -fué á las últimas cruzadas, separacion verdadera entre el término de -los tiempos feudales y el principio de los tiempos modernos. Con la -misma alegría de siempre y con la misma ligereza, como si corriera á -una de las procesiones ó á una de las fiestas de su valle, corre á -las cercanas costas, se embarca en las pesadas galeras, aborda á las -playas de Damieta, entra en el ejército cristiano, y no bastando á su -exaltado celo y á su febril impaciencia la marcha lenta de aquellos -caballos y caballeros abrumados bajo el hierro de sus armaduras -pesadísimas, anda á pié por el desierto, penetra en el interior del -África, se avista con el jefe de las tribus árabes de Egipto, le -predica la fe cristiana, le propone mostrarle entrando en una hoguera -y saliendo ileso la verdad del Evangelio y deja allí una órden de -penitentes para que rodeen con sus plegarias y con sus martirios de -una especie de escudo religioso y de fortaleza moral inexpugnable, -el Santo Sepulcro que no han podido rescatar ni la autoridad de los -reyes ni la fuerza de los ejércitos. - -¿Cómo se ha verificado esta trasformacion maravillosa? - -Á la edad de veinticuatro ó veinticinco años, terrible enfermedad -le sobrecoge y le lleva á las puertas del sepulcro. Pero sale -triunfante de esta prueba, y en la convalecencia extrañas visiones -se dibujan confusamente por sus retinas caldeadas de ardentísima -calentura é hinchan su corazon de amores hasta entónces desconocidos, -como si toda su alma se desprendiese de las terrenales ligaduras y -sobrepuesta al cuerpo se recreára en contemplarse á sí misma y en -contemplar á traves de sus ideas, como á traves de claro vidrio, la -imágen de Dios. La fuerza de la costumbre, sin embargo, le llevaba á -sus antiguos placeres, cual si en ellos se encerrase toda su vida y -lo confundia con sus antiguos amores, cual si no pudiese sin ellos -pasar por este mundo. Un dia siente la ciudad estrecha, la tierra -árida, sus amistades insípidas, sus amores vanos, la campiña de Asis -como un desierto, el cielo como un pálido crepúsculo, sus ambiciones -como fantasmas y se propone desasirse del mundo y perderse en ideal -superior á la vida. Para llegar desde el torbellino y el huracan de -todos los placeres á este rudo ascetismo, habia necesitado pasar por -muchos y muy crueles tormentos. Lo que más le apenaba en tan suprema -crísis, era el horror que sentia hácia sí mismo, el menosprecio de -todo su sér, el remordimiento por su pasada vida, sus locos placeres, -sus locas ambiciones. Aparecia deforme y monstruoso á la mirada más -escudriñadora y más segura; á la mirada de su propia conciencia. -Queriendo combatirse á sí mismo, se lanzaba al torrente de sus -antiguas alegrías á ver si en el ruido y en el movimiento ensordecia -su interior hasta no oir esas voces de reconvencion y de angustia que -le trastornaban. Pero las fiestas públicas aumentaban su tristeza, el -canto le sonaba á carcajada histérica, el vino le sabía á vinagre, -los manjares á hiel, la hermosura á frio esqueleto, el amor á hastío, -la amistad mundana á mentira, y sobre los trasportes del placer oia -la salmodia de invisible entierro que llevaba á sepultar en lo pasado -toda su existencia tal como hasta entónces habia sido. La soledad se -convirtió en su única compañera. Allí, apartado del mundo, se veia -frente á frente á sí mismo y analizaba sus pasados afectos y argüia -contra sus ambiciones como contra sus pecados. Muchas veces los -amigos le asaltaban, le sacudian para arrancarlo de aquel sueño, le -llevaban á las fiestas; pero él, deseoso de no desmerecer á los ojos -mundanos de aquellas gentes y no revelar las interioridades del alma, -pretextaba buscar un tesoro, é iba á encerrarse en oscura caverna -donde, entre ayunos, maceraciones y penitencias, se alejaba de toda -su vida pasada y prometia y juraba abrazar otra vida contraria. -Cuando entraba en la caverna semejaba un hombre de este mundo, y -cuando salia semejaba un hombre de otro mundo, como si bajase de -alguna region sobrenatural, como si trajese en su retina y en su -frente resplandores de lejanos cielos, como si se trasparentára su -recóndita alma. Habia perdido toda idea del tiempo y del espacio -en que estaba, y tomado alas sobrenaturales y trasportádose á la -tarde suprema del Calvario, donde veia las tinieblas en los cielos -y los terremotos en la tierra; las piedras rompiéndose de dolor y -las estrellas disipándose en cenizas, la ciudad proterva iluminada -por el relámpago y el pueblo deicida iluminado por la ira; fuera los -esqueletos de su sepulcro y velados los ángeles en las nubes; las -santas mujeres confundiendo sus sollozos con los bramidos del huracan -y el discípulo amado y la Vírgen Madre al pié de la cruz en cuyos -brazos pendia el Hijo del Hombre sacrificado en desagravio al Eterno -por rescate de todas nuestras culpas, con la cabeza caida sobre el -pecho, las sienes traspasadas por espinas goteando sangre, abierto -el costado, desgarradas las manos y desgarrados los piés, próximo á -lanzar aquel último suspiro y aquel último gemido que llevó hasta -la eternidad el eco de nuestros dolores y la sombra de nuestras -acerbas tristezas en aquella última hora de la consumacion de todas -las profecías por el holocausto de la divina víctima y del milagro de -nuestra costosa redencion por el dolor y por el martirio. Y cuando -habia visto todo esto con los ojos y tocádolo con las manos, sus -sienes se taladraban, se abria su costado, llenábase de sangrientas -nubes su vista, caíasele sobre el pecho la cabeza, llagábanse sus -manos y sus piés, sentia en el alma todas las angustias como en el -cuerpo todos los dolores del divino mártir, y salia por calles, por -encrucijadas, por campos vertiendo lágrimas, pues aunque todos los -seres creados llorasen por toda una eternidad la muerte de Cristo, -no llegarian al dolor que tan sublime sacrificio debe merecer á la -humanidad regenerada. Y la transfiguracion de Francisco es como la -transfiguracion de Sócrates, como la transfiguracion de Cristo, como -todas las grandes transfiguraciones, en el dolor y en el martirio. - - -V. - -Los padres de Francisco se inquietaban mucho de los trasportes de -su hijo, ellos que no se habian inquietado tanto de sus placeres. -Parecíales que en tal estado perdia la salud y arriesgaba la vida. -Lo que más les apenaba era ver el demacrado rostro, la rugosa piel, -los ojos vidriosos, las manos huesosas, la frente surcada, los -pómulos caldeados, trémulos todos los músculos, ahuyentado el sueño -de sus párpados enrojecidos, ocupada la mente de visiones, fuera de -su cauce natural la vida, como si perteneciese á otro mundo. Las -tradiciones refieren que un dia se fué á comunicar la vocacion de -penitente al padre desconsolado. Temblaba en los labios de Francisco -la palabra y crujíanle los huesos en las rodillas. Apénas acertaba -á proferir una frase, porque preveia cuánta amargura iba á derramar -en las paternales entrañas. Su familia habia soñado para aquel hijo -querido con una posicion desahogada, con un comercio agrandado, -con provechosos viajes allende los montes, con un matrimonio de -conveniencia, con un influjo político en aquellas repúblicas donde -ya comenzaba á sopreponerse la nobleza del trabajo á la nobleza del -combate. Imaginaos cuánta sería su pena al oirle que despreciaba -toda aquella fortuna aglomerada con tantos desvelos para él; que la -queria repartir entre los pobres; que iba á darse á la soledad y á -la contemplacion de las cosas eternas; que tosco sayal bastábale -para sus carnes manchadas por el pecado, grosera cuerda para sus -maldecidos ríñones, las hierbas del campo para alimento, las -cavernas para vivienda y para reparar sus fuerzas, por toda licor el -agua que la lluvia deposita en las líneas de las peñas, donde las -aves se embriagan y toman fuerzas para perderse en lo infinito y -henchirlo de cánticos que son verdaderas alabanzas al Criador. - -Los padres no quieren jamas una carrera demasiado vertiginosa para -sus hijos, un ministerio que pudiera traerles mucha gloria, pero -tambien muchos dolores. Sublimemente egoistas, por preservarlos -hasta del tormento de las humanas grandezas y del vahido de las -inaccesibles alturas, los llaman á la felicidad vulgar que se -encierra siempre en las doradas medianías de la vida. El padre -de Ovidio no queria que su hijo cantase, como si adivinára que -los cantares le habian de arrastrar al destierro y le habian de -entristecer toda la existencia; el padre de Petrarca no queria -tampoco oir que fuese, aquél á quien habia consagrado para sacerdote -de la Iglesia, amante de las Musas, como si temiera dolores tan -agudos en gloria tan grande cual un amor sin esperanza; el padre -de Miguel Ángel le vedaba el buril, los pinceles y le arrancaba de -los talleres, adivinando aquel genio aislado en su gloria como el -Dios semítico en la eternidad, dolorido por las desproporciones -gigantescas entre las ideas y los medios de expresion, sin -precedentes y sin posteridad, sin mujer y sin hijos, sin familia y -sin amigos, sólo con el peso de sus pensamientos, grande, muy grande -despues de su muerte, pero desdichado, muy desdichado en la vida. -El buen comerciante Bernardone queria para su Francisco el hogar -y no las cavernas, el amor y no el tormento, la fortuna y no la -miseria, la felicidad y no el combate, un lecho mullido en invierno -y no la lluvia y el viento, un abrigo contra las tempestades y no el -deshecho oleaje de embravecido mar de lágrimas, la felicidad vulgar -y no la penitencia, la vida ordinaria y tranquila, pero no el dolor -y el martirio, aunque luégo le valiesen la inmortalidad. Así es que, -ciego de cólera, le castigó duramente. Todavía se enseña en Asis el -sitio donde le encerró y le ató para que no se escapase á emprender -sus vocaciones celestes. Todavía se ve en una Iglesia el fondo de la -oscura mazmorra, la efigie del santo en oracion, su cuerpo atado con -duras cuerdas, mustia luz iluminándole en aquel tormento aceptado con -resignacion como una nueva prueba de su amor á Dios. La madre, la -madre cariñosa, amante, con las entrañas desgarradas, fué á soltar al -pobre pajarillo enjaulado, á dejarle todo el aire y todo el cielo por -que suspiraba, áun á costa de verlo llevarse en aquel vuelo desde el -sacro nido al frio claustro su corazon á pedazos. El santo corrió -á su arbitrio por montes y por valles, se hincó en las alturas y se -encerró en las cavernas; predicó á las aves del cielo y á los hijos -del hombre; se armó contra todas las pruebas que pudieran aguardarle -de estas dos ideas, de que el dolor debia tomarse como un presente -del cielo y la muerte misma tenerse despues de sus horrores y de -sus tristezas como una perfecta vision de Dios. Pero su familia no -podia creer en esas extraordinarias vocaciones. El refran evangélico -de que nadie puede ser profeta en su patria, se confirma siempre. -La familia, los amigos, ven demasiado cerca las enfermedades del -niño, las pasiones del jóven, las faltas del hombre, las miserias -de la vida diaria para creer que pueda trasformar una edad, redimir -un mundo, torcer la corriente de los tiempos, levantarse á las -alturas donde brillan y truenan los héroes y los dioses de la -historia. No saben los seres vulgares, allá en su órbita estrecha, -de cuánto poder está dotada una fe profunda y de cuántas maravillas -es capaz una virtud incontrastable. En aquellos predestinados á -renovar el espíritu, á purificar la tierra, suele poner la previsora -Providencia facultades en armonía con sus maravillosos fines, como -la naturaleza da órganos en proporcion con sus respectivos destinos -en la vida universal á todos los seres orgánicos. Una vocacion -extraordinaria, un trabajo hercúleo, una elocuencia maravillosa, -un amor incomprensible al combate y al martirio, una inspiracion -febril, suelen, desequilibrando las facultades, dar al predestinado, -juntamente con inmarcesibles glorias, irremediables desgracias y -defectos. Al fin, toda verdadera grandeza se resuelve en verdadero -martirio, y algo hay por necesidad que quitar de todo cuanto favorece -á la familia y al hogar, en aquellos destinados á servir desde los -resplandores de la gloria, esa hoguera voracísima y martirizadora, á -toda la humanidad y á toda la tierra. - -Imagínese el efecto que produjera entre el vulgo ver convertido -en penitente al galan, y sus cánticos en sermones, y sus brocados -en sayal, y sus amores fáciles en heridas profundas, y sus orgías -en penitencia, y su vida ligera en muerte anticipada por el -sacrificio y por el martirio. Unos se reian á hurtadillas, pero -otros á mandíbulas batientes y en su cara. Los más le tenian por -loco. Tirábanle los chiquillos de la calle piedra y barro; azuzaban -los perros para que le mordieran; seguíanle en tropel como á un -bicho raro, mofándose de él, escarneciéndole, insultándole, entre -la pública algazara. Pero contra todas estas amarguras tenía el -pobre solitario su incontrastable resignacion. No hay sino leer el -capítulo octavo del libro titulado: _Fioretti di San Francesco_, -que se encuentra á cada paso por las librerías de Italia. Andaba -el santo en compañía de un su hermano en Cristo llamado Leon desde -Peruza á la Vírgen de los Ángeles, por mal camino y agrio tiempo. -El viento era huracanado, y el frio intensísimo. Viendo Francisco -tiritar á Leon, propúsole una especie de problema, á saber: que -acertára dónde estaba la verdadera alegría. Leon no podia acertar, -y San Francisco le dijo: ¿Pues no es verdadera alegría volver el -oido al sordo, el movimiento al paralítico, la vista al ciego, -la vida al muerto; ni saber todas las lenguas, ni profesar todas -las ciencias, ni descubrir todos los misterios de lo pasado y los -secretos de lo porvenir, ni conocer las cosas divinas y humanas, ni -predicar de tal manera que se convirtiesen por un solo sermon todos -los infieles á la fe? encontraríase la verdadera alegría en que, al -llegar á nuestro convento, calados por la lluvia, transidos de frio, -exhaustos de fuerzas, muertos de hambre, y llamar á la portería, el -portero nos preguntase quienes éramos, y dándole nuestros nombres, -nos desconociese y nos creyese dos malhechores errantes por el mundo -en acecho de las ajenas haciendas, y saliera y nos agarrára por la -cogulla y nos derribára al suelo, y arrastrándonos sobre el barro -helado, nos diese con nudoso palo tal paliza, que nos quedáramos -ambos por muertos, amoratados de los piés á la cabeza; que entre los -dones del Espíritu Santo el mayor es vencerse á sí mismo y soportar -todas las injurias y todos los dolores y todas las tribulaciones por -la gloria de Cristo. Así, al principio de su conversion, viéndole -triste y cabizbajo sus amigos, preguntábanle si se fijaba al cabo -en alguna dama y padecia de amor, á lo cual contestaba en el estilo -caballeresco propio de los libros más leidos entónces, que el amor -le metia en su fragua y lo abrasaba y lo enrojecia como á hierro -candente, trastornándole por una dama cuyo recuerdo tenía siempre en -la memoria, y el nombre en los labios, y la divisa en el pecho; la -más noble, hermosa y buena que podia soñarse, á saber: la pobreza, -hija del cielo y tendida sobre los estercoleros de la tierra, pero -con poder bastante á desasirlo de todas las miserias terrestres y -elevarlo á la vision de Dios y á la compañía de los ángeles, pues -recibió á Cristo en el establo y lo condujo hasta el Calvario, y -cuando sus discípulos le abandonaban y corrian á ocultarse de las -iras de los tiranos y de las furias de los elementos y la Vírgen -Madre no podia llegar hasta su divino cuerpo desde el pié de la Cruz, -la pobreza, invisible, pero presente en lo alto, le abrazaba y le -veia más cerca que nunca como la esposa inseparable del Redentor, -tanto en vida como en muerte. - -Llevado de estas inspiraciones, fundó sobre aquel férreo mundo -feudal la órden de su nombre, que se alzaba en estas tres virtudes -capitales: en la castidad más pura, en la pobreza más grande y en -la obediencia más ciega, como holocaustos ofrecidos á la pasion y -á la memoria de Cristo. Y despues de haber consumido su vida en -la caridad; despues de haber organizado su Asociacion, compuesta -de pobres y humildes; despues de haber sido un ideal viviente de -penitencia, á los cuarenta y cuatro años, atormentado por todo género -de enfermedades, absorto en toda suerte de éxtasis, perteneciendo -á este mundo por los últimos eslabones del tiempo y de la vida, y -á otro mundo mejor por los llamamientos de su inquieto deseo, San -Francisco entró en agonía y al comprender que no le quedaba en este -bajo mundo cosa alguna por intentar, y que se iba á otra vida, -apretóse sayal y cilicio, amontonó como lecho propio de su cuerpo -desgarrado frias cenizas, hincó las rodillas y plegó las manos, puso -los ojos en el crucifijo, llamó á los monjes sus compañeros para que -en torno suyo entonáran al són del órgano la poesía y los cánticos -compuestos en las horas de místico deliquio, los cuales encerraban -el _Te Deum_ consagrado por todas las cosas creadas desde el sol -hasta la luciérnaga á su Creador, y recibiendo la muerte en sus -párpados como si recibiera tranquilo sueño, volóse el alma en pos -de lo infinito, á la manera de una melodía religiosa, de una nube de -incienso, de una amorosa plegaria, de una etérea llama. - -La muerte es verdadera trasfiguracion. El sér más vulgar crece y se -vuelve un sér sagrado en el sepulcro. Encierran los cadáveres en -su ataud sus errores, sus faltas y sus vicios, como si fueran los -gusanos de la podedumbre y sólo exhalan los aromas de la virtud, como -si la virtud solamente fuera el alma inmortal. No debiamos pintar la -muerte como un esqueleto, con los ojos cavernosos, huecos, vacíos, y -la guadaña en las huesosas manos despojadas de venas, fibras, nervios -y piel; debiamos pintarla como divino ángel, sonriente, gozoso, -luminoso, que recoge las almas en sus blancas inmaculadas alas y á -traves de lo infinito, entre los coros de las estrellas, se las lleva -para engarzarlas allá en la inmensidad de los cielos. El sepulcro -vacío, oscuro, silencioso, donde todo acaba, es un océano de luz y -de vida. El problema de nuestra existencia no está en vivir, sino -en morir; no está en pasar por este mundo, donde todos combaten, -quieran ó no; está en llegar al puerto seguro de la muerte, donde -todos descansan. La creencia general no se engaña cuando afirma que -nuestra tumba es cuna, nuestro ataud lecho, y el cadáver podrido para -este mundo un recien nacido para otro mundo mejor. Así, en cuanto -el pobre penitente de la Porciúncula se perdió en las tinieblas -de la muerte, comenzó á brillar en sus sienes la aureola de la -inmortalidad. Todo cuanto habia de vulgar en su vida, de desordenado -en sus palabras, de extraño en su proceder, de original y hasta -insensato en sus maneras y en sus costumbres, todo se perdió, y sólo -quedaron los resplandores de su alma en los cielos, las cadencias -de sus cánticos en los aires, las huellas de sus virtudes en la -tierra, el eco de su predicacion religiosa en los oidos, las llamas -de su caridad en los corazones, las historias de su vida y de su -muerte trasformadas por la fe en una religiosa leyenda. El calavera -de los juegos y de las jácaras, el rey de los festines orgiásticos, -el ambicioso de principados y castillos, el pobre loco á quien su -padre ataba en una prision, el extravagante insensato, á quien los -pilluelos tiraban piedras, muerto, enterrado, envuelto en esa tierra -del sepulcro donde todas las grandezas acaban, pasó á ser el santo -de los santos, el nuevo Cristo con sus manos y sus piés y su costado -abiertos por la fe, el intermediario privilegiado entre el cielo y la -tierra que debe estar durante toda la historia de rodillas en alturas -inaccesibles para interceder con Dios á favor de la Humanidad, el -ángel del Apocalípsis, entrevisto por San Juan desde su isla de -Pátmos, que ha de venir, cuando los soles se apaguen, y se pulvericen -los mundos, y se enrollen los cielos como un pergamino abrasado, á -recoger las almas justas y guiarlas á las serenas alturas y á la -incomunicable presencia del Eterno. - - -VI. - -Conocido el San Francisco de la historia, precisa conocer el San -Francisco de la leyenda. Por poco que ésta se estudie, obsérvase -desde luégo un empeño preestablecido de aproximar la vida del Santo á -la vida de Cristo. La leyenda os dirá que se presentó hermoso ángel -á su madre en la preñez para decirle todo el precio de la criatura -engendrada en sus entrañas y para mandarle que pariera en pobre -establo. El guía que nos acompañaba por el intrincado laberinto de -las pendientes calles de Asis, decíanos en la Chiesa Nuova levantada -sobre el sitio que ocupaba la casa de San Francisco, enseñándonos una -puerta: «Por aquí entró el ángel enviado de Dios y por aquí salió -la santa madre á dar á luz su hijo en la cuadra y prepararle por -toda cuna un pesebre.» Francisco tiene doce apóstoles y entre estos -apóstoles un Júdas que lo vende y se ahorca. De sus discípulos, uno -fué arrebatado hasta el tercer cielo como San Pablo; otro tocado -en sus labios por carbones encendidos para que cantára eternamente -celestes alabanzas como Isaías; éste, trasportado á ver cara á -cara á Dios y á departir con él amistosamente como Moises; aquél, -suspendido de alas tan potentes como las alas del águila de San Juan -Evangelista, y el de más allá canonizado por Dios mismo en la gloria, -ántes de ser canonizado por el Papa en San Pedro. Leed el capítulo -primero de las _Fioretti di San Francesco_. - -Cierto dia, el más noble y el más rico de los caballeros de Asis, -viendo la piedad de Francisco y la entereza con que soportaba todas -las injurias, llevóselo á su casa para examinar de cerca tanta -virtud. Acostáronse ambos amigos en el mismo cuarto, y Francisco no -se atrevia á rezar, temeroso de que Bernardo arguyera de farisáicas -sus devociones. Pero como fingiera éste haberse dormido pronto y -roncára con fuerza, el mendigo se hincó de rodillas y estuvo toda -la noche invocando á Dios para que socorriera á la desfallecida -humanidad. Al dia siguiente Bernardo pidió á Francisco que le -admitiera en su compañía y le dejára vivir su misma vida. Convino -éste, pero á condicion de ir juntos á misa y de consultar juntos -el Evangelio. Tres veces le abrieron y tres veces toparon con las -máximas que prescriben dejar todos los bienes de la vida para abrazar -la cruz y no llevar al viaje de este mundo ni sandalias, ni zurron, -ni báculo, y repartirlo todo entre los pobres, sin desvelarse por -el vestido ó por el alimento, pudiendo estar seguros los buenos de -que les sostendrá quien sostiene á las aves del aire, las cuales ni -siembran ni cosechan, y de que les vestirá quien viste á los lirios -del valle, los cuales ni hilan ni tejen. Y las mayores riquezas -de Asis, que eran las riquezas de Bernardo, pasaron de sus manos -á manos de los pobres. Y un avaro llamado Silvestre, como viera -repartir tanto dinero á los franciscanos, reclamó el importe de unas -piedras entregadas al Santo para erigir piadosa iglesia. Y como si -los tesoros de Bernardo no hubieran de agotarse, díjole Francisco -al avaro que fuera á sus cajas y tomase cuanto le pidiese el gusto. -Sacó el avaro á su arbitrio las monedas que debian satisfacerlo, y se -encontró ménos satisfecho que nunca. Y vió en sueños á San Francisco -y de sus labios saliendo inmensa cruz, cuya cima tocaba al cielo y -cuyos brazos á Oriente y á Occidente. Y se convirtió y fué uno de los -doce apóstoles, predicando el desprecio de todas las riquezas y el -amor á Dios. - -Y los ángeles vienen del cielo á conversar con los frailes humildes -y amenazar á los frailes orgullosos, conduciendo á aquéllos á -Santiago de Galicia á traves así de las altas montañas como de -los profundos rios, y entregando á éstos á las reconvenciones del -Seráfico Padre San Francisco. Y entre los frailes humildes, Bernardo -fué enviado á Bolonia para que allí fundase un monasterio de la -franciscana órden. Y como se presentára en medio de la plaza vestido -toscamente, reíanse de él las mujeres, apedreábanle los mozalbetes, -tirábanle fuertemente de la capucha los pequeñuelos y le maldecia y -le injuriaba todo el mundo. Pero él, sereno, devoraba las injurias -y las bendecia en su interior, porque le procuraban el dar una -prueba relevante de su paciencia y el medir toda la fuerza de su -resignacion. Un durísimo legista que vió tanta virtud, preguntóle -cómo podia vencerse á sí mismo, y Bernardo le entregó las santas -ordenanzas de su convento. Sintióse el legista convertido é instaló -en su propia casa la religion seráfica. Y en alabanza á Dios, fuese -San Francisco al borde risueño de uno de los hermosos lagos de -Italia. Tenía allí un amigo, llamó á su puerta en la madrugada del -Miércoles de Ceniza, y le rogó que ántes de rayar el alba le llevase -á una isla del lago y le dejase cuarenta dias y cuarenta noches para -ayunar como Cristo, sin decirle á nadie dónde estaba y sin ir á -buscarle hasta el Juéves Santo. Llevóse dos panes y en cuarenta dias -sólo se comió medio. Y áun este medio se lo comió por humildad, por -no igualarse con Cristo, el cual en los cuarenta dias con cuarenta -noches que estuviera en el desierto, no probó bocado. San Francisco -tuvo allí por todo asilo, durante toda la Cuaresma, una zarza, y -despues en memoria de su penitencia, se elevó un monasterio, y á la -sombra del monasterio una ciudad. - -Y como cierta tarde bajase Francisco al convento de los Ángeles -desde la selva donde habia ido á rezar y le siguieran las gentes en -tropel para recoger su palabra, preguntóle el hermano Maesso la causa -de que sin ser ni hermoso de cuerpo, ni despierto de inteligencia, -ni noble de orígen, todos se agolpáran á escucharle, á bendecirle, -á obedecerle, y el Santo le respondió que lo debia á la divina -misericordia, la cual, viéndolo entre los más pecadores y los más -viles y más oscuros, le habia escogido para sus obras milagrosas, -confundiendo con tan despreciable criatura la nobleza, la fuerza, -la ciencia del mundo, y demostrando que todo viene de Dios, cuando -por gracia de Dios puede así trasformarse en ángel de los cielos -pobre gusanillo de los campos. Y una vez que iban Francisco y Maesso -á Francia, mendigaron en ostentosa ciudad. Y Francisco, reducido ya -de estatura, demacrado de rostro á causa de sus maceraciones, apénas -recogió ninguna limosna, en tanto que Maesso, en la flor de los años -y lleno de gracia, llevó consigo, no ya mendrugos, sino panes. Y -los pusieron los dos hermanos sobre una piedra que brillaba á los -ojos del Santo como próvida mesa, y á los ojos de Maesso aparecia -como el extremo de la miseria. Y á fin de apartarlo de estas dudas y -sostenerlo en el amor á la pobreza, desanduvo el camino andado, se -volvió de la ruta de Francia á la basílica de Roma, y allí oró tanto, -que Pedro y Pablo descendieron del cielo al templo y se presentaron -resplandecientes de celeste luz á Francisco para mantener sus fuerzas -y alentarlo en la pública profesion de la pobreza. Y no solamente vió -á Pedro y Pablo, sino que vió con todos sus hermanos á Jesus mismo, -pues un dia que estaba rodeado de los monjes más rudos, los cuales -hablaban de Dios en el lenguaje más elocuente, se les apareció el -Salvador en la forma de un jóven hermosísimo y todos quedaron como -ciegos y cayeron como muertos, de la misma suerte que los apóstoles -cuando resplandeció á sus ojos la luz divina del Tabor. - -Los prodigios menudeaban en torno del Santo á medida que crecia en -virtudes y se ejercitaba en austeras penitencias. En cierta ocasion -que le importunaban los frailes para que recibiese á comer á Santa -Clara, convidóla á partir el pan sobre la dura tierra, y cuando se -acababa el banquete púsose á hablar de Dios con tan vivos trasportes, -que encendió en la llama de su palabra bosques, campos, convento, -hasta el punto de creerlos todos cuantos pasaban presa de voraz -incendio y próximos á reducirse á cenizas; creencia de cuya falsedad -se persuadieron observando que aquel fuego milagrosísimo resplandecia -y no quemaba, pues era como la espesa llama de un espíritu animado -en el divino amor. Otro dia recibió órden de no reducirse á orar, -sino de correr á la predicacion y sin curarse de senda ni camino, -confiando su palabra á la Providencia, como las palmas confian su -pólen al viento, encontró á muchedumbre de campesinos y les predicó -la virtud, y como quisieran seguirlo, mandóles que se quedáran en sus -viviendas, pues él tenía mensajeros en todas partes, y dirigiéndose á -bandadas de pájaros, las cuales formaban misteriosos círculos sobre -su cabeza, los conjuró á sembrar la palabra divina y á este conjuro -se dividieron como en legiones, yéndose unas á Oriente y otras á -Occidente, éstas á Septentrion y aquéllas á Mediodía á repetir en -sus divinos gorjeos cuanto habian oido. Otra vez fuese á Rieti y -predicó á la puerta de una iglesia en el campo. Acudieron tantas -muchedumbres en torno de la iglesia que talaron una viña llena -de racimos. El rector de tan sagrado lugar se arrepintió de haber -consentido la predicacion cuando el Santo le dijo: «¿Cuántas cargas -de vino cogias de tus cepas todos los años?—Doce, le respondió.—Pues -en nombre de Dios te prometo que este año, de los pocos racimos -olvidados bajo los sarmientos desnudos, cogerás veinte cargas.» -Y vino el mes de Octubre y cortó mezquinos racimos que apénas -tenian unos cuantos granos, y de tan corta vendimia resultaron las -veinte cargas. Y no habia ciudad por San Francisco habitada que no -tuviera algun testimonio de su poder sobrenatural y de su facultad -de obrar milagros. Hallábanse los habitantes de Gubio poseidos del -más espantoso terror. Un lobo feroz andaba por los alrededores y -arremetia así á los ganados como á las personas, encarnizadamente. -Nadie osaba venir á la poblacion ni de la poblacion apartarse. San -Francisco prometió que él concluiría estrecho pacto entre la ciudad y -el lobo, á cuyo fin se encaminó hácia el término más frecuentado por -las correrías y más castigado por los dientes de la feroz alimaña. -Seguíanle innumerables curiosos, pero en cuanto se acercó el peligro -dejáronle solo, abandonado á su ciega confianza. Así que lo atisbó -el lobo, dirigióse á él furioso, babeantes las quijadas, encendidos -los ojos, erizada la piel; pero San Francisco le hizo la señal de -la cruz é inmediatamente se detuvo como desconcertado y confuso. -Entónces el Santo le pronunció elocuente discurso conjurándole á -dejar sus crueldades; á vivir en paz con los vecinos de Gubio, para -lo cual, en cambio de la deseada sumision prometióle que satisfarian -su hambre y respetarian su vida. El lobo tendió su mano al Santo en -señal de asentimiento y le acompañó hasta la ciudad como un perro. -Y llegados allá predicó un sermon Francisco diciendo que las gentes -tenian mucho miedo á las fauces del lobo y poco á otras fauces -más terribles, á las fauces del infierno. Y renovó en la plaza el -pacto hecho en los campos con el lobo, el cual, en testimonio de su -asentimiento, alzó la pata y la puso entre las manos del Santo. Y -desde entónces el lobo vivió en Gubio como un perro hasta su muerte -natural, y los habitantes le alimentaban y le agasajaban en memoria -de San Francisco. Y domesticaba éste las tórtolas de las selvas y -vencia los demonios del infierno y sellaba con la nocion de la eterna -justicia almas perdidas en las argucias de la mundana jurisprudencia -y recogia en las faldas de su sayal, como en amiga madriguera, las -liebres perseguidas, y curaba y limpiaba los cuerpos podridos de los -leprosos y convertia los ladrones y los asesinos á manera de Cristo -en lo alto de la cruz y lograba que la madre de Dios se apareciese -á sus hermanos enfermos, y yéndose un dia á Babilonia, como cayese -prisionero, á punto de morir, dirigióse al Sultan mahometano con tan -tiernas palabras y con promesas tales, que tocado en su empedernido -corazon el infiel, le prometió convertirse en cuanto el Santo pasase -de este mundo al otro y le enviára por medios sobrenaturales dos -franciscanos que vertiesen sobre su frente tenebrosa el agua bendita -y regeneradora del bautismo. - -Despues de todo esto, no puede ya extrañarnos el imperio ejercido -por San Francisco sobre las cosas, tanto animadas como inanimadas. -Metíase en las selvas á predicar á los pájaros y mandaba á su -discípulo predilecto, el portugues San Antonio de Pádua á que -predicase á los peces. Su predicacion á los hombres tenía por objeto -mejorarlos, á fin de hermosear en ellos la imágen de Dios que cada -cual lleva dentro de sí mismo, y la predicacion á los irracionales -tenía por objeto asociarlos á las alabanzas contínuas que entonaba -al Criador. Decíales á las aves en sus discursos cosas de una -extrema delicadeza; decíales cuanta gratitud debian á Dios que en -las pajillas del campo y en las lanas dejadas por los corderos sobre -los abrojos les daba materia para sus nidos, y del fondo de un -humilde huevo las levantaba con el calor de la vida á los cielos, -vistiéndolas de brillante plumaje para que adornasen el espacio, -dotándolas de canoras gargantas para que entonasen suaves cánticos, -de resistentes alas para que recorriesen lo infinito, de un pecho que -podia respirar en las más apartadas alturas y de una vista que podia -recoger de hito en hito los solares rayos para que se confundiesen -con las estrellas; favores no otorgados á los demas seres, y por -los cuales se hallaban como obligadas á componer un coro eterno, á -producir un _Te Deum_ inacabable, á ser en la catedral del universo -como las trompetas del órgano maravilloso destinado á acompañar -con sus melodías y sus acordes las oraciones de todos los seres -cuyos misteriosos rumores llenan la inmensa Naturaleza. Y si veia -un corderillo conducido al matadero, lo rescataba y le devolvia á -la vida; si una tórtola enjaulada, le abria las puertas de su jaula -y la tornaba á la libertad; una liebre perseguida la recogia en -las faldas de su hábito y le señalaba el camino de la madriguera. -Poeta, y poeta entusiasta; abrasado en las llamas del misticismo; -conociendo el estrecho parentesco de su cuerpo con el cuerpo de los -demas animales, como conocia el estrecho parentesco de su alma con -el alma de los ángeles, subíase á las alturas, hincábase en los -peñascos, abria en cruz los brazos y conjuraba á su hermano el sol -y á su hermana la luna; al viento que pasaba sobre su cabeza y al -torrente que se despeñaba á sus piés; al gusanillo perdido en los -abismos y al astro perdido en el éter; á todas las cosas creadas -é increadas, para que entonasen á una con él, mirando al cielo y -adivinando á Dios, cánticos de amor. Sí; que el amor le tenía loco, -fuera de sí, en una fragua donde se abrasaban todas las fibras de -su carne y hervian todas las gotas de su sangre, amor inmenso, amor -eterno, de todo su sér, originario de Dios mismo y consagrado á la -dolorida humanidad, semejante al que poseyó á Cristo y le obligó á -dejar los cielos por la tierra, la compañía de los ángeles por las -injurias de los hombres, las cimas del Empíreo por las cimas del -Calvario; el trono luminoso del Eterno, por la cruz ignominiosa del -esclavo. Una noche de estío hallábase en oracion al borde de parlero -arroyo en las maravillosas campiñas de Italia. Todo convidaba al -éxtasis: la claridad de los horizontes, el resplandor de la luna, el -murmullo de los bosques, la plateada cinta de las aguas, el aroma -de las flores, las estrellas que resaltaban bajo la blanca gasa -tendida por el astro de la noche y las luciolas errantes entre las -hojas de los árboles como enjambres de celestes aereolitos. Á tanta -hermosura le faltaba una voz y pronto canoro ruiseñor, escondido en -el ramaje, comienza á entonar sus serenatas, sus arpegios divinos, -sus sartas de notas semejantes á las efusiones de misterioso espíritu -encendido en ardentísimo amor. San Francisco creyó que el pájaro -alababa á Dios y creyó tambien que no debia dejarlo solo en esta -religiosa obra. Así que el ruiseñor suspendia su gorjeo, elevaba la -voz el Santo, y entonaba una de sus místicas canciones con todos -los primores que le permitia la garganta y todo el estro de su -inagotable inspiracion. Excitado el pájaro por la voz humana, volvia -á cantar con mayor fuerza y con mayor belleza de voz y de escalas. -En aquella soledad y en aquella noche, al borde de los arrojaos y á -la luz de la luna, bajo las ramas de un verde primaveral y sobre la -hierba florida, parecian pájaro y Santo dos pastores de las Églogas -de Teócrito y de Virgilio, entonando por las campiñas de Arcádia -ó de Parthénope, en poético desafío, sendas canciones de amor. Al -fin, la voz del ruiseñor venció á la voz del Santo. Con su natural -candidez no se sonrojó de confesar éste que en alabar á Dios vencia -el ave de los cielos al pobre poeta de la tierra. Mas la música le -era indispensable á la expresion de esos sentimientos intensísimos -en cuyo calor estalla y se rompe la frágil palabra humana. Cuando -llegaba al extremo de la pasion, al extremo del éxtasis, al extremo -de sus religiosas exaltaciones, daba de mano á la palabra, al -discurso, al verso, acogiéndose á los cánticos y á las melodías como -formas propias de las inspiraciones más sublimes y, sobre todo, de -aquellas que provienen ó de la religion ó del amor. Despues de su -conversion, cantaba los objetos sacros con el mismo fuego y con el -mismo empeño con que en sus mocedades cantára los objetos profanos. -Y no solamente cantaba, se complacia en oir cantar á los demas, -cosa que por todo extremo le exaltaba, pues le abria el cielo de -nuevas místicas visiones. Un dia, al término ya de su carrera, bajo -el peso de sus penitencias y de sus maceraciones, deseó recrearse y -esparcirse un poco oyendo alguna sonata. Los ángeles del cielo que -por mandato de Dios miraban hasta el fondo de aquella alma purísima, -penetráronse de su deseo y quisieron satisfacerlo. Dejaron, pues, la -eterna luz y descendieron á nuestras tinieblas. Era de noche y San -Francisco oraba en su celda. De pronto, los venidos al traves de lo -infinito desde las cimas etéreas á nuestro oscuro abismo, suspensos -de sus alas en torno de la reja, pulsando sus laúdes, aquellos mismos -que acompañan los _hosannas_ de la gloria y los conciertos de los -astros, difundieron unas melodías tan puras en los aires y llegaron -hasta el alma extática del Santo con emociones tan profundas, que -creyóse muerto de místico placer y trasportado á la eterna vida. No -es mucho, por tanto, que á la hora de su muerte, en misteriosa tarde, -cuando se habia desvanecido el crepúsculo y acercado la noche, las -hijas de la luz, las profetisas del alba, las cantoras de la mañana, -las alondras, abandonaran todas en tropel sus nidos de barro y -vinieran á bañarse en los resplandores espirituales de aquel tránsito -sublime, en tal modo que la bellísima alma del Santo, al tomar su -vuelo hácia la eternidad, no dejó ni un momento de oir los cánticos -de las sencillas aves que le despedian desde la tierra, confundidos -con los cánticos de los ángeles y de los serafines que saludaban su -triunfal entrada en la gloria. - - -VII. - -¿Cómo ha sido formada la leyenda de San Francisco? El sentido vulgar -cree que en cuanto se habla de la leyenda de un santo, de un héroe, -de un reformador, se niega implícitamente su histórica existencia. -Nada más infundado. Todos los críticos reconocen unánimes cuán fácil -es convertir una relacion histórica en una relacion legendaria, ó -aumentar las proporciones de los hechos ciertos con los espejismos -de la exaltada fantasía. Sobre datos históricos indudables pueden -levantarse con suma facilidad leyendas inverosímiles. Que San -Francisco vivió en Asis, predicó, evangelizó, fundó su órden, influyó -poderosamente en su tiempo y entregó el alma á los cuarenta años en -rígida penitencia, cosa es evidente, por todos admitida, de nadie -negada. Pero que en torno de esta figura histórica se extiende como -una luz fantástica, tampoco admite duda alguna. Así que muere, la -trasfiguracion del Santo se verifica hasta el punto de que aquellos -mismos empeñados en no verle sino á traves de las ligerezas de su -juventud y de las exaltaciones de su edad madura, le creen preservado -del más irredimible y más fatal de todos nuestros forzosos tributos á -la naturaleza; del tributo de la muerte. Los superiores de su órden -inflaman de tal modo con el relato de sus milagros la imaginacion -popular, que en tres años se alza en Asis su inmenso monasterio, como -si hubieran descendido á fabricarlo por sobrenatural llamamiento los -ángeles del cielo. Y sucede esto, porque en los palacios y en las -cabañas, entre ricos y pobres, se conocen los hechos de Francisco -piadosamente aumentados por la fe y admitidos por la índole propia -de aquellos tiempos. La devocion se extiende en tales términos, que -cincuenta años despues de su muerte los artistas corren todos en -tropel á revestir de los cuadros nacientes en la fantasía regenerada, -la tumba de un mendigo. Ya en el mismo siglo décimotercio, la -epopeya de Francisco de Asis está escrita en hexámetros de latin -eclesiástico. Y ántes de que el siglo décimocuarto se desarrolle, la -traducen los fieles al habla de los trovadores y la ponen junto á -los libros de caballería. Su historia crece en maravillas á medida -que á mayor distancia del Santo se relata por fidelísimos devotos. -La relacion de Celano, en prosa y en latin, cuatro años despues de -la muerte de Francisco, es la más sencilla. La relacion de los tres -socios, ó de los tres discípulos, _Vita à tribus sociis_, escrita más -tarde para corregir y completar la obra de Celano, admite en mucho -mayor grado lo sobrenatural y lo maravilloso. La distancia en el -tiempo suele ser al reves de la distancia en el espacio, aumenta los -objetos. - -Luégo, un filósofo escribe la vida de San Francisco de Asis y la -escribe para demostrar una tésis fundamental de su filosofía. Este -filósofo es San Buenaventura. Su sistema se deriva de Platon, y por -lo mismo se relaciona más estrechamente con el arte y con la poesía -que ningun otro sistema de aquel tiempo. Para conocer los hechos y -las ideas, lo existente y lo posible, la naturaleza y el espíritu, la -ciencia y el Criador, no tenemos bastante con las luces naturales y -con el puro raciocinio; necesitamos la intuicion sobrenatural, cuya -mirada se aguza más que en las argumentaciones dialécticas, en la -caridad y en el amor. El mundo ideal ó de los arquetipos eternos, -el mundo exterior ó de las realidades imperfectas, el mundo de las -ideas increadas y el mundo de los seres creados, propio aquél de los -ángeles y éste de las bestias, exigen, si no han de estar separados, -si han de ser comprendidos el uno por el otro, puesto que al cabo -forman los dos volúmenes de un mismo libro, las dos páginas de una -misma hoja, sólo que una página mira hácia lo divino, hácia arriba -y otra hácia lo material, hácia abajo; exigen estos dos mundos, -decia, si han de ser comprendidos, una entidad mediadora, un ente -intermedio, con algo de los ángeles y algo de las bestias: el hombre, -el cual no conoce las esencias, sino sus manifestaciones externas, -no conoce las sustancias, sino los fenómenos y no puede elevarse -hasta lo permanente, hasta lo absoluto, hasta lo eterno, hasta las -leyes que son obra del Verbo y hasta el Verbo mismo que es esencia -de Dios, ni por la percepcion, que sólo ve lo externo; ni por el -sentimiento, que sólo adivina la belleza en las proporciones; ni por -el juicio, que sólo conoce la relacion de los fenómenos; sino por -algo más grande, por un arranque soberano de la voluntad, por un -impulso ciego del sentimiento, por la mística plegaria del creyente, -exaltado, trasfigurado, fuera de sí, en arrobamiento, en éxtasis, -viendo las ideas y los arquetipos en Dios y los mundos como sombras -de esas ideas y de esos arquetipos en los espacios. Y no podia -presentarse ideal más perfecto de los trasportes del corazon, de sus -arrebatos y deliquios, de los impulsos á lo sobrenatural que este -pobre, este mendigo, este cenobita, muerto para sí y sólo viviente -para la humanidad; elevado desde las cenizas y el cilicio á la -intuicion de Dios; ántes un gusanillo de la tierra y luégo un íris -que luce sobre el diluvio de nuestras lágrimas; un Elías atravesando -los espacios en el ígneo carro de abrasador misticismo; el ángel -que San Juan viera en el Apocalípsis, apareciendo por el Oriente y -llevando el sello de Dios en las manos; sér de inmensa grandeza, sér -casi divino, que ha llegado á esta sublime trasfiguracion por la -virtud de religiosa exaltacion y por los milagros de religioso amor. - -En la órden de San Francisco se profesaba como una especie de -superior adoracion á Dios, la poesía. El Santo mismo ha compuesto -versos que pasaron de boca en boca sin fijarse, sin escribirse hasta -muy tarde. Ozanam confiesa en su bellísimo libro sobre los poetas -franciscanos en el siglo décimotercio, que la oda ó himno al sol es -citado por la vez primera por Bartolomé de Pisa á fines del siglo -décimocuarto y que el poema al amor divino sólo aparece en San -Bernardino de Siena, el cual escribe cien años despues de la muerte -de San Francisco. El crítico Crescimbeni publicó el himno al sol como -muestra de antigua versificacion italiana, y otro crítico le reprochó -lo mucho añadido y lo mucho quitado so color de correccion, diciendo -que por este método podia convertirse un discurso de Demóstenes en -una oda de Anacreonte. Por aquel tiempo, Italia celebraba grandiosos -espectáculos. Ya eran torneos y justas; ya procesiones en que se -veian millares de personas vestidas con túnicas blancas y coronadas -con flores várias; ya jubileos donde trescientos mil peregrinos -se congregaban en torno de un sepulcro; ya autos sacramentales en -los claustros de las iglesias que representaban misterios de la -religion; ya capítulos como el que tuvo la órden tercera de San -Francisco, compuesto de cinco mil hermanos congregados en el campo, -al aire libre; fiestas muy gustadas del pueblo, que las amenizaba -con el esparcimiento propio del carácter italiano, con las populares -improvisaciones poéticas. Y aquí, en estas congregaciones, brotaba la -poesía popular, la poesía vertida en el habla de los pueblos, cada -vez más alejados del latin eclesiástico. Y la órden franciscana, -órden esencialmente democrática, órden de puro carácter evangélico, -órden popular, debia, para ganarse las muchedumbres, hacer dos cosas -igualmente gratas al pueblo: trovar, y trovar en la lengua del vulgo. -Así, poco á poco se iba creando la democracia, se iba desprendiendo -el arte y la ciencia del idioma de las aristocracias teocráticas para -usar el idioma de todo el mundo. Y era natural, naturalísimo, que -los franciscanos trovasen la poética vida de su seráfico fundador -y que la trovasen para el pueblo. Fray Pacífico, que acompañaba á -Francisco, á la manera del evangelista San Juan á Jesucristo, compuso -versos místicos en alabanza al inmortal fundador. Y su asunto no -podia ser más legendario. Alzó una noche los ojos al cielo y vió la -gloria, los santos, los mártires, las vírgenes, los ángeles, los -arcángeles, los serafines, los querubines, todas las jerarquías de -los seres celestes. Y en aquellos luminosos círculos sin fin, en -aquellas espléndidas esferas, por las altas cimas del Empíreo, vió -un sitio vacante; el sitio de un ángel destronado como Luzbel, y -caido desde la eterna luz en las eternas tinieblas. Y aquel sitio -angélico estaba reservado en el pensamiento de Dios al bienaventurado -Padre San Francisco. El pueblo, que toma por realidad la poesía, lo -alcanzaba tambien á descubrir allí y le consagraba su apasionado -culto y sus fervientes oraciones. - -Así, poco á poco la leyenda se fué formando y se fué sustituyendo -á la historia. Un siglo más maduro que el siglo décimotercio -necesitaba reunir las tradiciones franciscanas en su conjunto y -darles la apariencia de relatos históricos. El siglo décimocuarto -es el siglo en que la prosa italiana se fija definitivamente. Y el -siglo décimocuarto es el siglo en que se escribe _I Fioretti di San -Francesco_ en prosa. No intenteis averiguar el autor de esa leyenda. -Las obras que representan el ideal de un siglo tan admirablemente -como esa obra mística, no tienen autores personales; nacen como las -catedrales que se levantan por todo un pueblo entusiasmado, el cual -eleva las piedras á los cielos, obedeciendo el llamamiento y la -órden de un arquitecto invisible. No las leais tampoco en ninguna -traduccion moderna. Nuestras lenguas son demasiado sábias para verter -todo el candor de la primitiva fe. La misma traduccion de Ozanam, con -ser obra de este literato puramente católico, de ideas ortodoxas, de -creencias purísimas, cuya fe no se desmintió un momento, está muy -léjos de verter en su correcto frances académico toda la inocencia -de ese libro. Para comprenderlo mejor, sería necesario admirarlo en -el pergamino de los primitivos códices, donde áun se conservará el -calor de la ardiente mano que trazára aquellas páginas y el borron -de alguna lágrima ferviente. No pudiendo procurarse esto, convendria -leer las _Florecillas franciscanas_ en esos libros de feria impresos -en tosco papel y con primitivas láminas, donde sobre la rudeza de la -forma resplandece el alma de un pueblo. Seguramente hay que devorarlo -en el italiano de la Edad Media. Su carácter iguala al candor de una -pintura de Cimabue, al dibujo de una viñeta de breviario, al eco -de una salmodia gregoriana, al _Stabat Mater_ en su no aprendida -sencillez que llega á lo sublime. - -Las leyendas no han quitado su grandeza á ninguno de los seres sobre -los cuales han tendido sus redes de oro y perlas. Guillermo Tell vive -todavía. Cuando atravesais el lago de los Cuatro Cantones, cuando -veis resplandecer en la cima de los Alpes la nieve eterna y en el -fondo de los valles el lago celeste, la sombra que corre por todos -aquellos encantados espacios es la sombra del gran cazador que dió -muerte á un tirano y vida á un pueblo. La historia ha querido, por -una de sus extrañas coincidencias, que la personalidad histórica de -Zuinglio, el creador de la conciencia religiosa de Suiza, tenga el -lugar de su muerte cerca de la capilla de Guillermo Tell, el creador -legendario de la conciencia política de Suiza. Desde lo alto del -Righi, podeis ver la iglesia de Zuinglio desierta de peregrinos. Y en -el lago de los Cuatro Cantones veréis todos los dias barcas que se -dirigen á llevar peregrinos al sitio donde la tradicion ha convenido -en poner la leyenda del arquero inmortal, fundador de la secular -República de Helvecia. Y en aquel espléndido paisaje los versos de -Schiller, las notas de Rossini, las narraciones de la leyenda no -hacen más que aumentar la realidad del héroe, tan duradero como la -misma naturaleza. Pero la crítica os dirá que una parte considerable -de la poblacion suiza proviene de las costas del Báltico, de los -pueblos boreales, y que en esas costas, entre esos pueblos se ha -encontrado tradicion semejante á la tradicion de Guillermo Tell, -el cazador obligado á traspasar con aguda flecha la manzana puesta -sobre la cabeza de su hijo por la alevosía de un tirano, para el cual -guarda su víctima la otra flecha. - -Nosotros no podemos extrañarnos de nada, porque hay en la historia -nacional un personaje parecido, símbolo de la independencia naciente, -orígen de la literatura patria, personificacion del genio hispano; -nuestro Cid Campeador. La crítica histórica del pasado siglo llegó -á negar su existencia. Eruditísimo sabio consagró un libro entero -á demostrar que el héroe aparecia en nuestros anales como una -especie de fantástica figura formada por los rayos de la exaltada -fantasía popular y semejante á las mentidas islas que la refraccion -de la luz dibuja en los purpurinos cielos del África. La especie -pasó de los libros nacionales á los libros extranjeros, y uno de -nuestros más grandes oradores tradujo la historia del célebre autor -inglés que negaba rotundamente la historia del Cid. Dábase tal viso -de verdad á la ligera crítica, que Rodrigo de Vivar se desvanecia -como héroe engañoso de falso cronicon. Inútilmente los devotos de -las glorias nacionales se hundian en los archivos, registraban los -pergaminos y veian el nombre del Cid en los últimos versos latinos -que precedieron á los primeros balbuceos de la lengua castellana. -«Ya lo veis, decian los críticos, héroe de versos, de poemas, de -romances, un Amadis de Gaula. No teneis más remedio que renunciar -á él como habeis renunciado á Bernardo del Carpio.» Los eruditos -continuaban su trabajo titánico y descubrian huellas del nombre -de Rodrigo en los documentos del siglo undécimo. Y los críticos -decian que del nombre no dudaban; pero dudaban de la verdad de los -hechos atribuidos á ese nombre. Y el Cid se enlaza á toda nuestra -historia: al orígen de las Córtes, por la Jura en Santa Gadea; al -engrandecimiento de Castilla, por sus estrechas relaciones con -D. Fernando I; al combate de los nobles con los reyes, por sus -altivas relaciones con D. Alfonso VI; á las clases populares, por -sus venganzas en los Condes de Carrion y sus protestas contra las -innovaciones religiosas; á la toma de Toledo, en cuyos muros se -dibuja aún la sombra del héroe; á la conquista de Valencia, que lleva -su glorioso nombre; al rescate de todo nuestro suelo, pues en sus -correrías por la España árabe quebrantó los brillantísimos reinos -nacidos entre las ruinas del Califato de Córdoba; al comienzo de la -lengua, porque sus leyendas, sus poemas, los cantares consagrados -á sus hazañas, son los primeros vagidos del habla nacional; y, por -último, á nuestra literatura entera, donde el Cid anima al Romancero -y el Romancero anima al teatro para producir aquellos milagros de -genio, cuyo imperio se dilatará todavía más que el imperio inmenso -de nuestras conquistas y de nuestros descubrimientos por toda la -redondez de la tierra. Inmensa pérdida la de un héroe así en nuestros -anales, pérdida irreparable que arrancaba á un tiempo la raíz de -nuestra literatura, de nuestra nacionalidad y de nuestra historia. -Pero la crítica no tiene entrañas. Y se restauró la erudicion árabe y -se comenzó el estudio de la Historia de España en las relaciones de -nuestros enemigos, y se vió que el Cid existia con sus principales -hazañas, y dejaba en el suelo mahometano y en los mahometanos -anales, un reguero de luto y de terror tan grande como el reguero de -luz y de gloria que dejára en nuestros anales y en nuestro patrio -suelo. Y la verdad histórica no fué obstáculo para que cada clase -creára un Cid á su imágen y semejanza; los nobles, el Cid altivo -con los reyes y pendenciero en el palacio; los reyes, el Cid leal y -monárquico que resplandece en las obras de Alfonso X; los pueblos, -el Cid que no transige con el regicidio consumado al pié de Zamora, -y que castiga á los Condes feudales orgullosos de su prosapia, y que -amenaza á la Roma pontificia por las maniobras contra la liturgia -mozárabe y contra la Iglesia nacional; hasta los monjes, el Cid, -sentado ante el altar mayor de San Pedro de Cardeña, despues de -muerto, y que resucita y saca la espada cuando un judío quiere -mesarle las barbas; de suerte que cada clase, cada aspiracion pone -sus ideas, sus intereses, sus recuerdos en el grandioso ideal de todo -nuestro pueblo, y el Cid de la leyenda resulta tan verdadero y tan -vivo como el Cid de la Historia, y pasa del cronicon al poema latino, -del poema latino á la leyenda de sus mocedades, de la leyenda de sus -mocedades al poema de su nombre, del poema de su nombre al Romancero, -del Romancero al teatro, siempre creciendo á medida que crece y se -agranda el genio nacional. - -Así, no podeis extrañar ya el nacimiento y el desarrollo de las -leyendas religiosas, la parte que tiene en ellas el hecho histórico -y la parte que tiene la poesía. Evocad las crísis entre mundos que -nacen y mundos que espiran; trasladaos á tiempos de paz universal -propicia á la actividad del pensamiento despues de universales -guerras, ó á tiempos de guerras, que exigen fuerzas sobrehumanas -y son gérmenes de trasformaciones profundas; recorred aquellos -desiertos poblados de ideas y poblados de penitentes, aquellas -ciudades donde se espera siempre una revelacion que apague la sed -del espíritu y un salvador que rompa las cadenas con que estamos -atados al límite; evocad todo el prestigio de sitios como las -Pirámides, como la Meca, como Jerusalen, como Alejandría, en que se -han condensado los misterios y han relampagueado las ideas; ved la -aptitud de esas razas orientales educadas en lugares tan brillantes -que las arenas resplandecen como si fueran luminosas y los profetas -surgen como seres naturales de tan privilegiadas regiones; añadid -la índole de esos pueblos para la creencia, la sed del martirio -que en ellos se despierta, su vocacion al doble apostolado de -la palabra y de la espada; reconoced la tendencia de las ideas -científicas á penetrar de un lado en los abismos más insondables -de los principios metafísicos, y por otro lado á encarnarse en las -verdades más prácticas de la moral; notad luégo cómo los ideales que -ciertas gentes ven por superior inteligencia en sí, no pueden verse -de todos si no se encarnan en seres aparte de virtudes ó méritos -sobresalientes, y explicaréis con sencillez el orígen de tantas y -tantas leyendas como consuelan á los pueblos y á los hombres en -las tristes asperezas de la realidad, y los congregan en torno de -un templo ó de un sepulcro y les dan la idea de lo infinito para -expresar lo supremamente bello en el arte y penetrar por su esperanza -desde las tristes condiciones de nuestra vida, en la inmortalidad. - - -VIII. - -Extraordinarias y maravillosas circunstancias concurrian, por -rara coincidencia, en el sitio, en el tiempo, en la nacion donde -brotó la órden franciscana. Escoged el autor que os parezca ménos -hiperbólico y más sencillo; el que dé ménos parte en la historia á -lo sobrenatural y mayor á los hechos; un positivista, un realista -en el sentido artístico de la palabra, un analizador, el cual, en -vez de resucitar esta época la diseque, Maquiavelo, por ejemplo, y -veréis lo crítico del tiempo realzado por la divina mision de San -Francisco. El Pontificado se levanta espléndido despues de haber -conseguido la inmolacion de la prematura ciencia de Abelardo y de la -prematura rebeldía de Arnaldo, reduciendo el Imperio á ser lo que -deseaba Gregorio VII enfrente de la Iglesia como la luna enfrente del -sol. El Imperio griego, que se ha preservado de los bárbaros y que -ha desarrollado la metafísica antigua aplicándola al dogma, acepta -la invasion latina como si resucitára la unidad descompuesta por -Diocleciano; anegada en diluvios de sangre. Las cruzadas se detienen -á pesar del rápido triunfo de Federico de Suabia, sin poder pasar -el límite del desierto, cuando en los tiempos anteriores parecian -impulsadas por el espíritu de Dios, y comienza á ceder el feudalismo -á la creciente marea de la democracia, que llegará desde el fondo de -los municipios á las cúspides de los castillos. - -Y luégo, cuando el Santo ha muerto y la leyenda del Santo nace, -los tiempos cambian profundamente, como si la segunda mitad del -siglo décimotercio fuera contraria á la primera mitad. Apénas ha -subido el Pontificado á su cénit con Inocencio III, cuando, muerto -éste, declina hácia su ocaso. Los güelfos y los gibelinos combaten -como nunca, exarcebándose en crueldad y encarnizamiento. El gran -combatiente Erzelino, hombre feroz é implacable, que representaba -con justos títulos en las guerras contínuas y sangrientas á los -gibelinos, degüella doce mil ciudadanos de Pádua. El Papa Urbano VI -llama contra sus enemigos al feroz Cárlos de Anjou, que desembarca en -Ostia con gran golpe de gentes llevadas en treinta galeras é inaugura -una piratería contínua por las costas del Mediterráneo italiano. La -sangre real de Conradino, descendiente de los Emperadores de Alemania -é inmolado en afrentoso cadalso por Cárlos de Anjou, salpica la -corona del Rey de Nápoles y la tiara del Pontífice de Roma, como -su guante de desafío lanzado bajo el hacha del verdugo es recogido -por la mano de los aragoneses, que llevaron nuevos elementos de -dominacion pero tambien de combate, á la desgarrada Italia. Los -franceses que sostenian á los angevinos, son degollados todos á la -señal de un astrólogo en Fiorli y al toque de vísperas en Palermo. - -El Pontificado recibe por este tiempo cada dia una herida que -le produce irremediable decadencia política. El penúltimo papa -del siglo décimotercio, Celestino V, revelaria esta decadencia -si no la revelasen otros muchos hechos y personajes históricos. -Dos años y tres meses yació por tierra el trono pontificio sin -Pontífice que lo ocupase, á causa de las turbulentas rivalidades -del Sacro Colegio dividido en tres bandos irreconciliables. Por -fin, uno de los cardenales propone elegir pobre anacoreta, ajeno -á las mundanas ambiciones, desconocido del mundo y menospreciador -de sus vanidades, dado desde los más tiernos años al ayuno y á la -penitencia en las selvas y en las montañas de la tierra de Apulia, -nacido al pié de los castillos feudales en los campos parthenópeos -de una sierva familia de jornaleros, educado como los lobeznos y -como los aguiluchos en las cavernas; reducido á la soledad desde los -primeros años, y por lo mismo apto para sobreponerse al torbellino -de las humanas pasiones y regir la Iglesia por amor á Cristo que no -dejaria de prosperar su sublime pontificado, en cuyos dias habrian de -renovarse los tiempos heroicos del cristianismo y reinar las máximas -sagradas del Evangelio. Á estas consideraciones, el Sacro Colegio -le elige por voto unánime. Cuando la diputacion de cardenales, -atravesando montañas que parecian inaccesibles, selvas que parecian -inexplorables, llanuras que parecian desiertas, lo encuentra al borde -de los torrentes, en la desnudez más completa, confundido casi con -los seres irracionales y materiales, semejante al San Jerónimo que -ha consagrado la tradicion religiosa en los cuadros de los pintores -ascéticos, el anacoreta espantado no alcanza á entender de qué le -hablan y rehusa el irse con los embajadores, prefiriendo á todas las -pompas y á todas las dominaciones del mundo, su austera soledad. Dos -reyes, uno de Nápoles y otro de Hungría, van á los desfiladeros, -donde se mantiene de hierbas y se viste de hiedra, como un sacerdote -contemplativo de la India, para echarse de rodillas á sus plantas -y rogarle que salve á la Iglesia, bañándole los piés con torrentes -de lágrimas y perturbándole la cabeza con suspiros y súplicas hasta -obligarle á ceder y conducirlo á Aquila en la patriarcal montura en -que Cristo llegó triunfante á Jerusalen, llevada por manos reales del -ramal y seguida de obispos, arzobispos, caballeros, todos vestidos de -púrpura y brocado, como para realzar la humildad del pobre penitente -hecho jefe espiritual del catolicismo y representante de Dios sobre -la tierra por súbita intervencion de la Providencia. En Agosto de -1294 fué coronado y en Diciembre del mismo año tenía hecha ya pública -dejacion de su tiara. No habia remedio: en las ciudades se ahogaba su -pecho acostumbrado al aire libre de las selvas; en las intrigas de -los palacios se perdia su inteligencia consagrada á la contemplacion -pura de la verdad religiosa y al éxtasis más completo: la mesa del -festin repugnaba á quien comia el duro pan de los siervos y bebia en -el hueco de las manos el agua pura de los torrentes; la corona de oro -y pedrería abrumaba aquella cabeza, acostumbrada como los lirios del -valle á una corona de rocío; en las alturas del poder sufria vértigos -su mirada, propia sólo para contemplar como las águilas frente á -frente el sol en las sublimes alturas de las montañas, y la presencia -de los hombres aterraba al que se creia por sus oraciones y por sus -ayunos, sólo con sus pensamientos místicos y sus prácticas piadosas, -en presencia siempre de Dios. Á mayor abundamiento, refieren los -historiadores que el ambicioso cardenal Gaetani, aspirando á ser su -sucesor, le ponia emboscadas á cada paso, le llenaba de escrúpulos -la conciencia, le fingia voces de condenados y trompetas de los -ángeles del Apocalípsis en las largas noches de invierno, para -reducirlo á deponer su corona y á tornar á su desierto. Y en efecto, -abdica la tiara y corre á la Apulia en demanda del anhelado reposo. -Pero Gaetani, que alcanza su codiciada sucesion bajo el nombre de -Bonifacio VIII, manda emisarios que le liberten de un competidor -peligroso. Avisado con tiempo el pobre Celestino V, corre á las -playas, toma una barca de pescador y rema para ganar las costas de -Dalmacia y perderse en más apartados desiertos. Pero los vientos -y las olas le arrojan nuevamente á las costas de Italia, donde -su perseguidor le apresa y le encierra dentro de una torre, tumba -anticipada que presencia una agonía de diez meses y recoge el cadáver -de aquel penitente exaltado desde las cavernas al trono y caido desde -el trono en los calabozos, imágen fiel de las deshechas borrascas de -sus rudos tiempos. - -La órden de San Francisco debia, por su orígen y por su carácter -democrático, oponerse á estos desórdenes del pontificado y contribuir -por tanto á la decadencia de la institucion que podriamos llamar -fundamento único de la moral religiosa en la Edad Media. El más -ilustre de los franciscanos, despues del fundador, fué Jacopone de -Todi. Educado en Bolonia, perito en el derecho, rico y poderoso, -casado con idolatrada y hermosísima mujer, nada le faltaba de todo -cuanto llama felicidad el mundo. Un dia del siglo décimotercio, -á los cuarenta años de la muerte de San Francisco, celebrándose -alegres fiestas y espectáculos en Todi, se hunde un tablado y mueren -tristemente en la catástrofe numerosas personas. Entre los muertos se -encuentra la idolatrada esposa de Jacopone, el cual sólo tiene tiempo -para recoger entre sus brazos el cuerpo desgarrado y aspirar en los -labios el suspiro último de su idolatrada compañera. Desde aquel -dia arroja su toga y toma el sayal; abandona el mundo y abraza la -penitencia; cierra los libros de Ciceron y abre los libros de piedad; -renuncia á los discursos elocuentes y entona los versos místicos; -deja la compañía de los jurisconsultos y sigue la compañía de los -franciscanos; huye los aplausos y busca los sarcasmos de las gentes; -reparte sus bienes y se resigna á la pobreza; renuncia á las locuras -insensatas del mundo y sigue la divina locura de la Cruz. Para -conocer hasta donde llega su inspiracion, basta decir que es autor -del _Stabat Mater_, esa sublime elegía cuyos acentos no podemos oir -el Viérnes Santo entre los altares desnudos, el santuario solitario, -el templo oscuro y la Cruz recien descubierta, sin que nuestro -corazon se inunde de tristeza y participe de todos los dolores de -la Vírgen Madre durante la pasion. Jacopone es contemporáneo de -Celestino V. Naturalmente, el asceta debia desde el claustro exaltar -al asceta que se eleva al trono. Á mayor abundamiento, en los -cinco meses que duró el reinado de Celestino, el principal empeño -de éste debia ser reformar, en sentido cada dia más austero, las -órdenes monásticas, y en este empeño debia sostenerle el austerísimo -poeta. Luégo, Celestino abdica y Bonifacio VIII le sucede. Jacopone -debia seguir al penitente en su desgracia y condenar la ambicion -coronada con la humilde corona de Cristo. Así, firma la protesta -de aquellos que niegan la validez de la eleccion de Bonifacio. Y -á la protesta añade sátiras en las cuales dice que el nuevo Papa -vive en los delirios y ambiciones de este mundo como la salamandra -en el fuego. Bonifacio VIII no podia sufrir estas injurias y con -gran ejército se dirige á Palestrina, donde estaban los cardenales -protestantes y su exaltado poeta. Largo sitio sufre la ciudad, pero -al cabo se entrega, y el Papa busca al cantor y lo encierra en -húmedo calabozo. Los escritores Wisseman, Döllinger, defienden al -Papa y no pueden negar, sin embargo, la autenticidad de todos estos -hechos. Jacopone es arrojado entre tinieblas eternas. Enormes cadenas -le abruman; el agua podrida de una letrina apaga su sed, y contra -tantos dolores sólo encuentra alivio en su desprecio de las dichas -del mundo y en su exaltacion por el dolor. Estando en la cárcel se -convocó el gran jubileo de 1300 que vino á torturar su alma áun más -que su cuerpo, pues oia al traves de las paredes de su cárcel los -cánticos sagrados y el paso de los peregrinos encaminándose á Roma, -sin poder participar de sus místicas alegrías. En vano demandaba -misericordia al representante de un Dios todo misericordioso. Una -vez que Bonifacio pasaba por la calle de su calabozo, segun cuentan -autores de todo crédito, se asomó á los barrotes de su reja y le -dijo: «¿Cuándo saldrás, Jacopone?—Cuando tú entres, Bonifacio», le -respondió el franciscano. Y en efecto, á los pocos dias, los Colonnas -se dirigen á Agnani y entran en el palacio del Papa. Éste, no -teniendo ninguna defensa material, se fia por completo á su autoridad -religiosa, se ciñe sus vestiduras sacerdotales, se cubre con su -áurea tiara, empuña su báculo y se sienta en el trono, sobre cuya -cima agita las blancas alas el Espíritu-Santo. Los invasores entran, -lo desacatan, lo abofetean y lo arrojan en una prision. Por fin, -los habitantes de la ciudad le libertan y se va á Roma. Pero sale -de manos de los Colonnas para caer en manos de los Orsinis. Y allí -muere á los treinta y siete dias de haber recibido el bofeton que -sella la decadencia del Pontificado y muere en un acceso de febril -locura engendrada por el sentimiento de sus humillaciones, por haber -querido ser un Papa más grande, más fuerte y más imperioso de lo que -consentia el espíritu de su tiempo. Jacopone, libertado de su prision -por el sucesor de Bonifacio VIII, tiene hoy un nombre glorioso entre -los poetas y un nombre bienaventurado entre los santos. Su espíritu -democrático contribuyó, como todo el espíritu de su órden, al -quebrantamiento y á la decadencia de la autoridad teocrática en la -Edad Media. - -Lo cierto es que la órden de San Francisco, á sabiendas ó no, -contribuye á descomponer los dos elementos capitales de aquellos -tiempos: el feudalismo y la teocracia. No medimos al pronto la -trascendencia de una idea, porque no conocemos toda su naturaleza, y -una idea contiene siempre otra larga serie de ideas. Tal afirmacion, -que parece puramente artística, puramente filosófica, resulta luégo -una afirmacion política y social. Por ejemplo, el romanticismo -literario era una revolucion, tanto en España como en Francia, -porque se levantaba contra las reglas de una poética tradicional y -cortesana. Tened por cierto que los franciscanos ignoraban el destino -social de su aparicion necesaria en el mundo; pero lo cumplian -ignorándolo. Por eso el alma de la nueva sociedad, que estalla en -el siglo décimosexto, contará siempre entre sus Bautistas al Padre -Seráfico y entre los precedentes de su aparicion á la seráfica órden, -puesto que representa un término dialéctico en el desarrollo de su -idea progresiva y un necesario predecesor en la genealogía larguísima -de sus progenitores. - -El cristianismo se habia convertido en una doctrina de autoridad, -indispensablemente para cumplir estos dos ministerios capitales en -la transicion dolorosa del antiguo mundo al mundo moderno; para -sustituir con algun principio de unidad moral la soberanía política -perdida por Roma y para educar y domar con una verdadera disciplina -religiosa la inteligencia inculta y la voluntad indómita de los -bárbaros. Esta doctrina, que desde el siglo primero al siglo cuarto -fuera una doctrina del pueblo, desde el siglo cuarto al siglo -décimotercio se convierte en una doctrina del Imperio. Por tal razon, -á no dudarlo, cuantos tratan de fundar la autoridad, ó sobre las -ruinas de la antigua Roma ó sobre la cerviz de las nuevas tribus -en la larga descomposicion de las sociedades paganas y en la no -ménos larga recomposicion de las sociedades modernas, se acogen al -catolicismo. Constantino lo saca de las sombras de las catacumbas al -aire de la libertad; Teodosio lo declara religion oficial violentando -la conciencia pagana del senado romano; Carlo-Magno funda sobre -sus dogmas un pacto político, y cree que sería imposible sujetar -la barbarie de su tiempo sin pedirle inspiracion y fuerza, para lo -cual se arroja á los piés del Pontífice y besa, de rodillas sobre -el suelo durísimo, cada una de las gradas que se extienden al pié -del templo vaticano. Los Papas mismos contribuyen á este fin, porque -desde Gregorio Magno á Gregorio VII y desde Gregorio VII á Inocencio -III no hacen más que fulminar sus rayos contra todas las rebeldías -del individualismo religioso ó político y rehacer, por medio de su -autoridad dogmática, la autoridad social en sus tempestuosos tiempos. - -El primero en reanudar la tradicion puramente evangélica, es San -Francisco de Asis. Diríase al verlo que ha salido de las catacumbas, -que ha orado en sus tinieblas eternas, que ha visto flamear como una -amenaza sobre su cabeza los cetros y las espadas de los poderosos y -arder á sus piés como un infierno las hogueras de los mártires. Para -sus penitencias, busca, como los primitivos apóstoles, el desierto; -para sus cánticos y oraciones, el acompañamiento de las aves del -cielo y el incienso de las flores del campo; para el apostolado de su -doctrina, el pobre y el mendigo, porque su objeto es llorar con los -que lloran, padecer con los que padecen, morir por los desvalidos y -por los opresos. El espíritu democrático del Evangelio renace en él -con toda su pristina pureza. Y se oye en coro sublime, sobre un mundo -de autoridad, de fuerza, de guerra, donde la espada es el primer -derecho y la victoria es la primer razon, sonar el eterno tema de la -oracion en la montaña: bienaventurados los humildes, los débiles, los -pobres, los desgraciados, los ignorantes, los atribulados, porque -de ellos será el reino de los cielos. Y San Francisco resucitaba la -verdadera doctrina cristiana, puesto que toda la enseñanza evangélica -es una enseñanza democrática. La han preparado los profetas, y los -profetas no son más que los tribunos religiosos consagrados á -combatir la idolatría de los reyes. Jamas ha dicho Milton contra -Cárlos I, ni Mirabeau contra Luis XVI, ni Tácito contra Tiberio lo -que ha dicho Samuel contra Saul en sus esfuerzos para impedir la -trasformacion monárquica de Judá. El Bautista vive preparando las -vías del Salvador, y muere al capricho de una córte, al antojo de una -cortesana, al mandato de un poderoso de la tierra, enemigo natural de -las revelaciones del cielo. El dia que la Vírgen siente palpitar el -divino Hijo en sus entrañas se exalta de alegría, y alaba á Dios en -términos que parecen arrancados á una arenga tribunicia: _potentes -deposuit de sede et exaltavit humiles; exurientes implevit bonis, et -divites missit inanes_. El pueblo de Cristo es un pueblo de esclavos; -su familia, una familia destronada; su padre, un carpintero; su -cuna, un establo; sus primeros devotos, los pastores; sus primeros -enemigos, los escribas y los fariseos que componian la aristocracia -de Jerusalen; sus primeros apóstoles, los pobres pescadores; su -primer perseguidor, un Heródes; su mayor enemigo, un Caifás; su juez, -un Pilátos; su templo, el desierto lleno de ideas y no la sinagoga -teocrática llena de tinieblas; sus bienaventuranzas, la promesa de -consuelo á los afligidos y de libertad á los opresos; su doctrina -religiosa venida de un solo Dios y consagrada á todos los hombres, -doctrina de igualdad; su vida, un combate con la supersticion y el -privilegio; su muerte, un divino holocausto por la salud de todos -los desheredados, y una eterna acusacion á la soberbia de todos los -tiranos. - -Esa tendencia democrática de la doctrina cristiana resucitaba el -Santo, en una sociedad tan fundada en la guerra y en la fuerza de -la autoridad como la misma sociedad romana. Á la cabeza del mundo -habia un papa con tres coronas y con extenso patrimonio temporal, -donacion de Pipino, agrandada por la piadosa condesa Matilde y que -era el signo de la autoridad moral del pontificado. Á la cabeza del -mundo habia un emperador cuyo poder estaba siempre en litigio y cuyo -litigio era una guerra perpétua. La soberanía estaba en la propiedad -y la propiedad se extendia, á pesar de tres siglos de cristianismo, -sobre las personas. Los valerosos, que habian sometido una compañía -á sus mandatos y luchado con ella contra otros enemigos en armas, -tomaban sus conquistas por una propiedad, y sobre la propiedad -constituian todas las jurisdicciones, desde la jurisdiccion del rey -hasta la jurisdiccion del juez y desde la jurisdiccion del juez hasta -la jurisdiccion del verdugo. Los reyes no eran más que los jefes, -los primeros, los más fuertes de aquella sociedad de conquistadores -y terratenientes, siempre armados para defender su propiedad ó -conquistar la propiedad ajena. Los obispos, los abades, los monjes -eran señores feudales y ejercian todas las jurisdicciones anexas al -privilegio señorial. Las ciudades mismas donde comenzaba á brotar la -raíz de la democracia se constituian como una personalidad jurídica -con ejercicio de derechos señoriales y luchaban rudamente con las -otras ciudades en aquella guerra universal por la propiedad. Y en -mundo constituido de tal suerte, la voz de un religioso se levanta -por los campos, por las calles, por las encrucijadas, predicando -que está la perfeccion cristiana en la humildad, en la pobreza, en -la miseria; entre los siervos, entre los desheredados, entre los -mendigos. Naturalmente, las castas se rompian, la igualdad avanzaba, -los maldecidos por los malos usos, los esclavizados por las bárbaras -leyes, entraban en el claustro y se colocaban á la cabeza de todas -las clases ungidos por la religion, y de esta suerte se fundaba con -las mismas órdenes monásticas más desavenidas del mundo, más ajenas -á la vida real, más consagradas á sus ayunos y á sus oraciones, por -vías misteriosas y providenciales, una sólida, una profunda, una -invariable democracia que debia fundar una nueva sociedad. - -Así es que la órden franciscana engendra inmediatamente una secta, -la cual rompe toda la doctrina ortodoxa y despierta la tendencia -vivísima á creer en segura renovacion dogmática despues de la -renovacion moral para el establecimiento de progresiva Iglesia donde -sean perpétuas las relaciones del cielo con la conciencia del hombre. -Evangelio eterno se llama el sistema teológico erigido en creencia -complementaria del cristianismo por estos hermanos de San Francisco. -Dos revelaciones religiosas han esclarecido el alma humana. Primero, -en el comienzo de las edades, cuando la tierra todavía está cercana -á su creacion, aparece en los desiertos, y ante la tienda de los -patriarcas, en la zarza del Horeb y en las tempestades del Sinaí, -aquella revelacion que los franciscanos llaman del Padre, por ser -de Dios puro, de la primer persona de la Trinidad, revelacion -apropiada á un pueblo primitivo que se ha educado en la servidumbre -de Egipto al pié de las Pirámides; que se ha redimido por una -peregrinacion nómada desde el África al Asia hasta llegar á su tierra -de Palestina; que ha necesitado, junto á los preceptos morales, -preceptos higiénicos y políticos para iniciar la lenta y trabajosa -educacion de humanidad en el crecimiento de su vida sobre la tierra -y de su conciencia en lo infinito. Pero á la revelacion del Padre -sucede la revelacion del Hijo. Aquélla se verifica en el comienzo -de los tiempos y ésta en su madurez; aquélla cuando las sociedades -civiles nacen bajo la tienda de los patriarcas, y éstas cuando las -sociedades civiles se completan y robustecen por las instituciones -del derecho romano; aquélla en el relampagueo de las cumbres del -Sinaí, y ésta en la sublime desnudez del Calvario; aquélla por la -tonante voz de un Dios airado, y ésta por la humilde sangre de un -mártir sin mancha, siendo la primera la revelacion del Sér, y la -segunda la revelacion del amor; la primera, la revelacion de Jehová, -y la segunda, la revelacion del Verbo; la primera, la revelacion del -Padre, y la segunda, la revelacion del Hijo, necesarias ambas para el -desarrollo de nuestro espíritu en la tierra y para su comunicacion -estrecha con el cielo. Y así como la sociedad patriarcal se iluminó -en la revelacion del Padre ó del Sér, y la sociedad romana con la -revelacion del Hijo ó del Amor, nuestra sociedad se iluminará con la -revelacion del Espíritu ó de la Ciencia. Y de esta suerte, la órden -franciscana rompe, por la apoteósis del mendigo, la sociedad feudal, -y por la esperanza en el advenimiento del Espíritu Santo para revelar -una verdad más clara en una conciencia más humana, la autoridad -teocrática. - -Despues de esto, ya podeis explicaros los dos siglos que han de -suceder al siglo de San Francisco: el poder de los gremios; la -extension de los municipios, las libertades tempestuosas, las -asambleas populares, los síndicos elevándose á la altura de los -reyes, los nobles perdiendo su imperio sobre los siervos, las artes -emancipándose de la tutela litúrgica y yendo á renovar el calor de -su sangre en la savia de los campos, el cisma en vigor, la Iglesia -en crísis, la conciencia en rebeldía los Concilios llenos de -aspiraciones democráticas, las lenguas vulgares elevadas á expensas -de la ciencia, el escolasticismo hundido, la razon preparada para -entrar triunfante en la filosofía, y la conciencia pidiendo la -sustitucion de todos los sacerdocios quebrantados, y el derecho á -interpretar la naturaleza, y el espíritu con su libre exámen que -forjará otra nueva Europa. - -Uno de los misterios mayores que hay en la vida, es el enlace de las -causas con los efectos. ¿Á qué cometa habrá pertenecido la materia de -que estamos formados? ¡Cuántas revoluciones habrán sido necesarias, -cuántas catástrofes, qué de terremotos, qué de levantamientos del -suelo y de erupciones del fuego central para producir la arcilla del -frágil vaso de vidrio donde apagamos nuestra sed! ¿De qué sustancia -se habrá alimentado ó en qué bosque ó selva habrá crecido, cuántas -flores habrá llevado, cuántos nidos, cuántos frutos el árbol señalado -ya por el destino para ser mi mortaja? ¿Á dónde habrá ido á parar la -primera lágrima evaporada de mi mejilla, ó irá á parar el último -suspiro de mi pecho en esa fragua contínua de la vida que se llama -atmósfera? Pues más difícil todavía es saber cómo penetra la idea -en la palabra y la palabra en la conciencia para pasar luégo de los -individuos á las colectividades y producir nuevos organismos sociales -en estas cristalizaciones incesantes de las ideas que forman como -las bases de la sociedad, la cual parece tan sólida á primera vista -y está sujeta á una renovacion permanente. En el convento de San -Francisco de Asis, á la luz cernida por los rosetones ojivales, al -cántico exhalado de los coros semibizantinos, al rumor que producen -los rezos de los creyentes bajo las bóvedas sembradas de estrellas y -los pasos de los peregrinos sobre las losas del pavimento de mármol; -entre aquellos ángeles y aquellos santos que se destacan de los muros -como ideas vivientes; entre aquellas estatuas tendidas sobre los -sarcófagos, que os hablan de la eternidad con sus labios de piedra; -creeis estar delante de una de esas rocas donde acaban los terrenos -primitivos y empiezan los terrenos secundarios ó terciarios del -planeta, como que estais en presencia del monumento sublime donde se -trasformó la Edad Media y empezó el espíritu moderno por virtud de -la palabra de un penitente, que con su amor impulsó á la tierra en -su carrera por el espacio, y acercó á nuestras manos los apartados -cielos donde se trasfigura la conciencia. Así ha podido el sentido -comun llamar al pobre penitente de Asis, el Cristo de la Edad Media. - - - - -SORRENTO Y EL TASSO. - - -I. - -Compadezco á todo aquel que no haya ido jamas, en tibia mañana de -Mayo, desde Castellamare hasta Sorrento, entre aquellos bosques de -limoneros y de granados, todos floridos, resaltando por los sombríos -olivares; bajo la grata sombra de las montañas erizadas de riscos, -por cuyas grietas tienden su lujuriosa vegetacion las selvas de -hayas, castaños y encinas; sobre el tortuoso camino abierto en la -roca viva que enlaza las poblaciones medio ocultas en el follaje; -al borde del mar, cuya celeste superficie siembran de estrellas -fugaces y contínuas los rayos del sol deslumbrador; la isla de Capri -enfrente, cortada como gracioso templo de lapis-lázuli que se alzára -sobre las aguas; á la espalda el Vesubio con su penacho de humo, -destacándose en el cielo, y su cintura de jardines, y su crestería de -lavas brillantísimas, y sus alfombras de ciudades multicolores; todo -envuelto en la luz meridional y perfumado por el embriagador azahar, -formando un conjunto de bellezas naturales que nos abruman con su -magnificencia, ántes al contrario, os convidan á tomar parte en su -regocijo y á unir vuestra idea á sus creaciones como una nota más de -la universal armonía. - -¡Cuán hermosa es Sorrento! Parece caerse al mar desde la altísima -roca donde se ha agarrado como una ciudad náufraga. En la falda de -pendiente montaña está como suspensa, y desde sus balcones á la playa -todavía media pavoroso abismo. Diríase alzada por sus fundadores -como un mirador para contemplar el Vesubio, que semeja á espejismo -de la imaginacion en la bahía de Parthénope, que, á su vez, semeja á -encantado lago. Desde el jardin de la Sirena, cuyos intensos aromas -casi trastornan el sentido, veiamos abajo, en la breve ensenada, -sobre la estrecha faja de menuda arena, los peces plateados saltando -entre las oscuras mallas del copo y las barcas recogiendo sus velas -latinas y atracando á fuerza de brazos entre grupos pintorescos de -activos marineros. Como la hermosura está en la variedad de los -contrastes, hé aquí la region más hermosa del mundo: ágrias montañas -y tranquilos verjeles; cúspides de nieve en las lejanas cordilleras -de los Abruzzos y cúspides de fuego en los próximos conos del -Vesubio; las guirnaldas de parras arriba, y abajo las guirnaldas de -algas; el campesino aquí recogiendo en cestos de mimbre los limones -y el pescador allá recogiendo en cenachos de esparto los pescados; -la oscura encina en el monte y la blanca vela en el mar; las rosas -y los jazmines y las violetas en las florestas y las conchas y los -caracolillos en los arenales; las ruinas desoladas y desiertas entre -los jaramagos, frias como huesos de esqueletos, y las fuerzas de -la naturaleza creando y produciendo contínuamente en la gigantesca -fragua de volcanes y solfataras; la alegría de la vida, que brota -en las serenatas, en las canciones, en los coros al aire libre, en -el regocijo de estos pueblos donde ha nacido la música moderna, y -el horror de la destruccion y de la muerte en las erupciones que -subvierten toda la comarca, que destruyen y levantan montañas, que -abren sepulcros donde caben ciudades enteras; la esperanza de lo -porvenir y el recuerdo de lo pasado; la caverna silenciosa y la onda -sonora; los matices más bellos de la luz y los juegos más caprichosos -de las sombras; los términos más opuestos de la historia y los -contrastes más bruscos de la vida. - -¡Y decir que un poeta como Tasso no ha cantado ni este pueblo donde -viniera al mundo, ni el palacio construido sobre la roca que da al -mar, donde encontráran sus miserias alivio y consuelo en el cariño de -piadosa hermana, en el calor de tranquilo hogar, en el comercio con -la sana y robusta naturaleza! Algunas palabras acerca de la amenidad -del campo y de la salud de sus moradores: hé ahí todo. Los poetas del -Renacimiento italiano se parecen á Miguel Ángel, tan menospreciador -de cuanto no fuera el hombre y la mujer, que en el _Juicio Final_ -desaparece nuestra tierra, como si el desenlace de la tragedia -humana se representase en los espacios desiertos. ¡Cuán preferible -es el bellísimo paisaje viviente de esta bahía incomparable al -contrahecho paisaje de los falsos bosques de Armida! Entre todos los -poetas meridionales de aquellos tiempos, para mí, los dos que mejor -cantaron la naturaleza fueron Camoens y Garcilaso. Nunca he podido -asomarme al Tajo, ya entre los verjeles de Aranjuez, ya entre las -ruinas de Toledo, sin murmurar las Églogas; ni al Mondego sin ver -las ninfas que todavía lloran, bajo los pinos y los sauces y los -cedros, en el lugar llamado de las lágrimas, la muerte de doña Ines -de Castro, aquella hermosa dama que reinó despues de muerta. Nuestro -inmortal cantor peninsular, el Homero de la Iliada del trabajo y de -la Odisea de las navegaciones gigantescas y de los descubrimientos -maravillosos, inspirado por la luz de África y por la vida de -Oriente, hubiera descrito de singular manera esta Sorrento, muy -parecida á la isla de Vénus, pintada en su noveno canto de _Las -Lusiadas_, muy parecida, iba diciendo, á la espaciosa bahía donde -las ondas mueren sobre blanca arena sembrada de pintadas conchas y -caprichosos caracoles; á las tres colinas de líneas graciosas y de -aspecto imponente que ostentan sus prados llenos de flores, por los -cuales corren cristalinos arroyos y sonantes cascadas, despeñándose -desde las ágrias rocas en deliciosos valles; al lago sereno en que se -miran los perfumados bosques; á los árboles cargados de flores y de -frutos, desde el laurel de Dafne hasta el gracioso limonero, mezcla -del oro y la esmeralda, desde el granado que envidiáran los rubíes -hasta los perales picados por los pájaros, y los olmos de Alcídes, y -los laureles de Apolo, y los mirtos de Vénus, y los pinos de Cibéles, -mudos testigos de la inconstancia de Atys, y los sombríos cipreses -que elevan al cielo sus fúnebres pirámides entre las cerezas, cuyo -color compite con el coral, y las brillantes moreras; todo realzado -por esta luz que os tendria eternamente suspensos y extáticos, cual -una sonrisa de correspondido amor. - -Sorrento ha elevado una estatua de blanco mármol al Tasso. Nunca -me cansaré de admirar el respeto que Italia guarda á la memoria -de sus más ilustres hijos; nunca, de ofrecerlo como ejemplo vivo -á nuestra ingrata España. Puede decirse, sin exageracion, que en -Italia caminais entre dos coros de estatuas. Si entrais por Génova, -lo primero que herirá vuestra atencion es la efigie del descubridor -de América. ¿Dónde tiene entre nosotros, españoles, otra igual? -En ninguna parte. Ni á la puerta del monasterio de la Rábida, que -le vió pedir limosna humildemente; ni á la puerta del refectorio -de Salamanca, que vió á su razon triunfar de todas las argucias -teológicas; ni en la vega de Granada, donde se avistó con sus -protectores; ni en el puerto de Pálos, testigo de su salida; ni en -el puerto de Barcelona, testigo de su vuelta; ni en las calles de -Valladolid, testigos de su muerte. - -No es maravilla, en verdad, que genio tan ilustre tenga monumento -tan excelso. Los hay por todas las regiones de Italia. En Turin lo -tienen, desde los primeros hombres de Estado, como Azeglio y Cavour, -hasta los organizadores del ejército y los ministros de Agricultura y -Comercio que han servido modestamente á su patria. En Milan se eleva -el gran fundador de la unidad italiana y ese coloso del Renacimiento, -ese Leonardo de Vinci, á quien rodean sus primeros discípulos. Los -templos y los palacios de Venecia pueden llamarse necrópolis de los -héroes y de los artistas. Por todas las encrucijadas de Mantua se os -aparece la imágen de Virgilio. Á los dos lados de la galería de los -Oficios en Florencia, sobre el fondo de oscuro granito, se destaca -el blanco mármol de las estatuas, y estas estatuas representan los -hijos preclaros de Toscana, feraz en brillantísimos genios. Las -cimas del Pincio, despues de la libertad de Roma, han sido decoradas -por series de bustos donde se enlazan todas las estrellas del cielo -espiritual de Italia. Arnaldo de Brescia y Giordano de Bruno reciben -justo desagravio en el mismo suelo donde ardieron sus cuerpos y se -calcinaron sus huesos. Pergoleso, moribundo, se ve por los pórticos -del teatro de Salerno; Virgilio en su templo de gloria y Vico en -su meditacion de historiador brillan allí donde vienen á morir las -ondas del Tirreno, á las plantas del Vesubio, entre los mirtos y los -laureles de la inmortalidad. - -¿Y nosotros? En Madrid, tres hombres se han salvado del ingrato -olvido: Cervántes, que se eleva á las puertas de las Córtes; Murillo, -que se eleva á las puertas del Museo; Mendizábal, que se eleva en -la plaza del Progreso. Daoiz y Velarde están como olvidados en -uno de los barrios extremos y en medio de polvorosa carretera. ¿Y -Lope de Vega, y Calderon de la Barca, y Diego Velazquez? Málaga -tiene un tosco monumento que recuerda el sacrificio de Torrijos, -y Granada otro tosco monumento que recuerda el funestísimo dia en -que subió Mariana de Pineda al cadalso. Fray Luis de Leon brilla -en la ciudad donde cantó con sin igual dulzura y padeció con sin -igual resignacion. Pero confesad que es demasiada soledad en medio -de aquella escuela de Salamanca en que se verificó la mayor parte -del Renacimiento español, como en Florencia la mayor parte del -Renacimiento italiano. En Toledo veíase la derruida casa de Padilla -sembrada de sal por el aleve absolutismo. Conmovia profundamente -el ánimo y despertaba el pensamiento aquel solar calcinado por las -llamas, no tan desoladoras como el alma de los déspotas. Sobre -mutilada columna se elevaba inscripcion vengativa. Un Ayuntamiento -de estos últimos años ha nivelado el suelo y lo ha limpiado, -convirtiendo aquel sitio de espectros sublimes y de recuerdos -grandiosos en una plazuela con raquíticas acacias, donde se reunen -las niñeras y juegan los muchachos. Yo me explico esta manía nuestra -de no alzar estatuas, por la barbarie del régimen que durante tres -siglos pesára sobre nuestra encorvada cerviz. Si entre nuestros -grandes genios habia alguno perteneciente á nobles familias, podia -tener un sepulcro fastuoso y una estatua yacente en cualquier capilla -ó en cualquier panteon de nuestras iglesias. Pero en las calles, en -las plazas, en las encrucijadas, donde pudieran recordar que habia -algo y álguien digno de veneracion, ademas de nuestros reyes y de -nuestros santos, ¡oh! eso no, que hubiera enseñado mucho al pueblo. -Veinte estatuas, si las hay, en toda España, consagradas á nuestros -hombres ilustres, no corresponden al sinnúmero de genios que hemos -tenido en nuestros gloriosísimos anales. Se me olvidaba; allá, en -una de las calles de Valladolid veíase pobre efigie en capilla -oscurísima, no me acuerdo por qué calle. Extrañóme sobremanera que -tal recuerdo proviniese de nuestros antiguos tiempos en que dejábamos -morir á Camoens y á Cervántes en la miseria y desconociamos que -el Gran Capitan nos trajo á Italia y Hernan Cortés Méjico. Una -estatuilla, y de mujer, ¡caso raro! Pregunté qué representaba, y -me contestaron cosa que no me atrevo á creer completamente, por -no haberla yo mismo en mis estudios confirmado. Contáronme que -representaba una mujer, denunciadora al Santo Oficio de su propio -esposo, como fiel en lo interior de su conciencia y de su casa á la -religion protestante. El infeliz fué quemado en uno de los autos de -fe más célebres que presenció aquella ciudad, y el Gobierno ó el -vulgo, ó ambos á la vez, consagraron un recuerdo de agradecimiento -indeleble en calle concurrida á una infamia tan grande..... ¿Será -posible que no seamos más cuidadosos de nuestras glorias? ¿Será -posible que no elevemos todavía monumentos á nuestros héroes, á -nuestros navegantes, á los sabios de todos tiempos que han ilustrado -nuestro nombre, á los artistas, á los poetas, á los oradores á -quienes debemos la gran resonancia de nuestra lengua por todos los -ámbitos de la tierra? Si los reyes absolutos han sido ingratos, que -no lo sean los pueblos emancipados. Y donde quiera haya brillado -un genio, que exista una señal de agradecimiento y una sombra de -recuerdo. La corona de sus genios rodea con el etéreo limbo de la -inmortalidad las sienes de los pueblos. Solamente la pobre Ofelia, -loca, puede pisotear su corona, esmaltada de rocío, en la hora del -suicidio. - - -II. - -Tasso no consagró á Sorrento los versos á que tenía derecho su -hermosura, y Sorrento ha consagrado á Tasso la estatua á que tenía -derecho su gloria. _La Jerusalen Libertada_ es uno de los monumentos -más grandiosos de la lengua italiana. Y en Italia frecuentemente os -encontrais con personas que guardan religioso culto á un poeta y que -le dedican toda su existencia. Prosa, verso, biografías comentarios, -cátedras, paréceles poco para su genio favorito. Y cuando no escriben -oficialmente, hablan á todo el mundo del único asunto de su vida. -Con uno de estos monomaniacos topé yo en mi último viaje á Sorrento; -con uno á quien le habia dado la manía por el Tasso. No me dejaba -ni á sol ni sombra, porque yo suelo tener una virtud rarísima, la -virtud de escuchar. Contábame minuciosidades innumerables recogidas -en libros y manuscritos indecibles sobre la vida de su héroe. Cierto -frances, que viajaba por entónces y que tenía la nostalgia del -café de Madrid y del boulevard de Montmartre, se indignaba contra -aquel delirio por un poeta en cuya lectura sólo habia experimentado -el dulce efecto de dulcísimo sueño. Aquí de nuestro loco; larga, -larguísima disertacion acerca del Tasso y los franceses. Veintiseis -años tenía cuando salió de Italia para Francia en la espléndida -comitiva del cardenal Luis de Este, hijo de Hércules, Duque de -Ferrara; exclamaba el infatigable comentador. La altísima intercesion -de dos princesas fué necesaria para que el Cardenal admitiera en su -servicio á quien él debia haber servido de rodillas como á un Dios -de la poesía. El príncipe de la Iglesia, que iba á fomentar en la -córte de Cárlos IX la fe católica contra la propaganda protestante, -llevaba ochocientos criados, y entre ellos al poeta, á quien dió -un cubierto en su mesa. Reclamó el Tasso algo más, y su protector -convirtió la racion en soldada; pero estimándola á tan bajo precio, -que apénas tenía el infeliz escritor con que satisfacer su hambre. -Los cardenales de aquel tiempo eran más parecidos á príncipes de -Asia que á discípulos de Cristo. El de Este, bastante avaro para -regalar sólo con las migajas de su mesa al genio, cuyos versos debian -regalar á la régia familia de Ferrara con el maná de la inmortalidad, -donaba al criminal Cárlos IX, segun Muratori nos refiere, cuarenta -caballos, todos con arneses riquísimos, sillas y mantas recamadas de -pedrería, conducidos por cuarenta palafreneros cubiertos de seda y -oro á la oriental usanza. Y estoy cierto de que el último parásito -privaria en la córte de Ferrara más que el primer poeta de su tiempo. -Entónces las cortesanas tenian sepulcros magníficos en las grandes -iglesias, con epitafios compuestos por los primeros latinistas de la -córte pontificia, como el elegantísimo consagrado á Imperia, mujer -de tantas riquezas, todas alcanzadas por su hermosura, que cierto -embajador admitido en su casa, no supo donde escupir, temeroso de -manchar algun objeto de precio, y escupió en la cara de uno de -los criados. Y miéntras tanto, el gran poeta se moria de hambre. -Su pobreza era tal, que empeñó, para acompañar á su protector, en -veinticinco libras várias cubiertas de cama, cortinas y tapices, -restos del ajuar legado por su padre. - -En su viaje á Francia, le parecieron uniformes las campiñas de -Normandía; incómodas las viviendas, todas de madera; grandes las -iglesias; admirables los vidrios de colores; inconstante el clima, -que pasaba en solo un dia de Abril á Enero; indóciles é inquietas -las gentes; adorable la reina Catalina de Médicis; gran poeta el rey -Cárlos IX; extrañas aquella Margarita de Navarra y aquella Princesa -de Nevers, que llevaban en sus carrozas las cabezas de sus amantes -tronchadas por la cuchilla del verdugo; bellas de color y finas de -facciones las francesas; bajos de estatura los franceses; raquíticos -los nobles y de escasas pantorrillas, aunque muy guerreros; plebeyas -las letras y las ciencias, segun las castas que sabian cultivarlas; -soberbios los caballos y frecuentes los torneos; incomparables los -vinos, muy buenos para las sanas digestiones; flojos los parisienses -y alejadísimos de la austeridad impuesta por Licurgo á Esparta. Pero -tuvo que alejarse bien pronto de Francia, porque cayó de la gracia -del cardenal de Este; y cayó de la gracia del cardenal de Este porque -el príncipe de la poesía era mucho más católico que el príncipe de -la Iglesia. Así es que, apenado por el espectáculo de las discordias -religiosas, políticas, civiles de Francia, pintó en una de sus -sonoras octavas la nacion vestida de negro, como escuálida viuda; -todas sus regiones ultrajadas; todas sus razas doloridas; vacante la -corona; dispersas y dispendiadas las fortunas; opreso y enfermo el -reino; y en la estirpe régia, herido el mejor vástago y su tronco -desgajado por el rayo, _e fulminato il tronco_. Y en Francia se daba -entónces á mediano poeta, por humilde soneto, riquísima abadía que -rentaba diez mil escudos; y el mayor poeta de Italia, para salir de -Francia, tenía que pedir prestados tres escudos, uno á cierta dama de -su particular amistad y dos á un cofrade fiel y admirador ardentísimo. - -Despues de tan erudita é incoherente disertacion del comentador de -Tasso, oida hasta el fin último, con paciencia de mi parte, y con -impaciencia de parte del frances, quisimos ambos oyentes dirigir -algunas observaciones al eterno orador. Yo no pude, pues el frances, -más pronto y más resuelto, me ganó por la mano y dijo que el Tasso -era incapaz de comprender toda la grandeza de Francia y de apreciar -toda su hermosura cuando así maldecia de los franceses; y que no -le extrañaba su fin desastrosísimo y su enfermedad cerebral, pues -debió estar loco toda su vida, cuando en el tiempo de la matanza de -San Bartolomé le parecian poco católicos un rey supersticioso como -Cárlos IX, una euménide inquisitorial como Catalina de Médicis, un -prelado romano como Luis de Este, y un Papa infalible como Gregorio -XIII. «Perdon, señor, repuso el italiano con su natural finura, unida -á incontestable tenacidad, perdon; pero no hay sino leer á Ranke -para convencerse de que Gregorio XIII no era un Papa tan severo y -tan creyente como usted cree.»—«No sé lo que sería, ni me importa, -replicó el frances; pero lo tengo por más competente en materias -dogmáticas que á vuestro poeta. Y en confianza, y pidiéndole su -vénia, voy á decirle algo desagradable. La locura contagia, y si no -toma usted precauciones, puede contraer la enfermedad de su ídolo. Al -fin volvióse loco él por una princesa hermosa y viva; pero tendria -poca gracia volverse loco por un poeta fanático y muerto.» Nunca -hubiera tocado nuestro interlocutor el tema de la demencia del Tasso. -Allí ardió Troya; allí se abrieron de par en par las compuertas de la -erudicion del comentador, que llevaba en dos dias hablados más de dos -volúmenes en fólio acerca del poeta. - -«¡Locura! ¡locura! Hablemos de esto, dijo, hablemos, no á la ligera -como del viaje á Francia; hablemos largamente. Vuelto el Tasso de -su excursion allende los montes, fué llamado á Ferrara por el -espléndido Alfonso II, que le señaló alojamiento de príncipe en su -palacio, cátedra de astronomía en su Universidad, y renta de ciento -diez francos cincuenta y seis céntimos al mes en su presupuesto, -cantidad bien superior á los miserables veintiun francos mensuales -recibidos por el Ariosto en otro tiempo, y celebrados en el cántico -décimocuarto de su _Orlando_. Á todos estos cargos reunió el de -historiógrafo y secretario del príncipe, mediando entre ambos tal -amistad y confianza, que Tasso le dirigia memoriales en verso para -pedirle, por ejemplo, una bota de vino del Pausílipo, y en verso le -contestaba el magnífico protector al acceder á su demanda, decretar -el memorial y regalársela. Siete años duró esta amistad entrañable, -siete años de no interrumpida concordia, hasta el dia funesto en que -hirió á todos la fatal noticia de la extraña reclusion de tan ilustre -como desgraciado genio.» - -Supongo que habréis ido á Ferrara y que habréis estado á punto de -llorar en la estrecha cárcel atribuida por todos á la crueldad de -Alfonso II y á la pasion de Torcuato Tasso. Pues acerca de aquel -extraño lugar andan divulgadas las mismas exageraciones que acerca -de los plomos de Venecia. Entónces pude yo coger la palabra y decir, -poco más ó ménos, lo siguiente: «Es verdad, un dia el poeta de -la duda y de la desesperacion, el genio que dejára su sede en la -Cámara de los lores de Inglaterra por la sombra de los pinos de -Italia y por los escollos de las costas del Adriático, lord Byron, -bello y pervertido como Satanas, en las exaltaciones diabólicas -de su inspiracion y en los espasmos febriles de su delirio, llegó -á Ferrara, visitó el calabozo henchido por las lágrimas y por los -suspiros del poeta mártir, y se estuvo allí encerrado durante dos -horas en contínua agitacion, dando paseos desmesuradísimos por -aquella jaula, rompiéndose casi la frente en sus paredes, como para -absorber todas las tristezas allí amontonadas, y considerar el sol de -la prision que palidece al traves de las rejas espesas, el reflejo -de la retina ardiente que se clava en la bóveda negra, la huella del -cuerpo tendido en la fria losa, el sitio donde apercibian una comida -semejante á la podre del sepulcro, las sombras en que los cánticos -al amor y las elegías á la amistad se mezclaban á los latigazos de -los loqueros crueles y á los horribles gemidos y á las histéricas -carcajadas de los locos vecinos; todos los dolores de un cuerpo -destrozado por el tormento y todas las penas de un alma herida por la -ingratitud y por la injusticia.» - -«La visita al oscuro calabozo, añadió el italiano, inspiró á -Byron una lamentacion que por cierto no se parece en nada á las -lamentaciones de Jeremías, hueca de tono, exagerada de frase, -declamatoria de estilo, vacía de ideas, indigna de las otras obras -maestras con que ha honrado su nombre de poeta y ha enriquecido la -literatura de nuestro tiempo. Pero lord Byron materialmente perdió su -trabajo y su poesía. La madriguera estrecha y oscura, llamada prision -del Tasso, no encerró jamas al gran poeta, ó lo encerró por tan -breves dias, que en verdad no valia la pena de tantas exageraciones. -Fué privado de libertad, si se quiere preso, en el mismo edificio -donde señalan los guías su prision, allí, en el hospital de Santa -Ana, en el manicomio, pero no en el mismo cuarto donde le hubiera -faltado luz y espacio para escribir, como escribió por aquellos dias, -cánticos enteros de su poema y diálogos magistrales de su filosofía. -El Tasso se vió privado de la amistad de su príncipe, y recluido -en lo que hoy suele llamarse á la francesa una casa de salud, y á -consecuencia de esto sus lamentos, que, como todos los lamentos del -genio, han penetrado en el corazon de la posteridad y lo han herido -de mortal dolor. Para explicaros esta desgracia, comenzad por una -cosa; por que Tasso padecia ya de esa demencia ingénita á todo exceso -de facultades extraordinarias, al exceso de sentimiento y al exceso -de imaginacion, á las exaltaciones del carácter y de la idea. Esta -exaltacion se agravaba con aprensiones tales, que creia al mundo -entero conjurado contra su honor, contra su nombre, contra su vida. -La tenacidad de esta aprension llegó á intensísima monomanía. El -cardenal de Albano le llamaba en sus amistosas cartas gravemente -enfermo, y le pedia con verdaderas instancias que para libertarse de -aprensiones y sospechas se dejára purgar por sus médicos, aconsejar -por sus amigos y dirigir por sus patronos. Pero Tasso tenía tal -horror á la córte, que cuando escribia á las gentes de su mayor -confianza les rogaba no empleáran de ninguna manera en él artificios -maléficos, ó lo que es igual, artificios cortesanos. Así, consistió -la causa primera de su desgracia en el desasosiego con que soportaba -su estancia entre los Estes y en el deseo que tenía de partirse á -otras ciudades y trabar amistades con otros príncipes. Como hubo papa -de aquellos tiempos dispuesto á declarar guerra á vecina república -por retener excelso pintor, hubo príncipe capaz de atormentar al sumo -poeta por haber querido marcharse á la córte de otro príncipe. - -«Á pesar de todo esto, el Tasso tuvo durante su prision habitaciones -cómodas; tiempo de vagar sobrado; visitas de príncipes reinantes, -como el Duque de Mantua; veraneos en la quinta de la bellísima -princesa Marfisa de Este y disertaciones sobre la naturaleza del -amor; regalos de libros como las maravillosas obras de Aldo el jóven, -que son todavía monumentos de la imprenta; lecturas profundas, como -la _Suma Teológica_ de Santo Tomás y las _Historias políticas_ del -cardenal Bembo; consultas que podrian satisfacer su amor propio, -como la de Francisco Terzi, grabador celebérrimo, que iba á pedirle -consejo sobre ilustraciones y estampas; oro enviado en escudos -sonantes y contantes por el Duque de Guastala; ofrendas en los versos -del poeta boloñes Julio Segui; satisfacciones en las magníficas -estampas trazadas para su poema por Bernardo del Castello; afectos, -como la amistad del Padre Ángel Grillo, sapientísimo benedictino, el -cual se encerraba en la estancia del poeta á departir sobre arte y -religion, prefiriendo aquel encierro á todas las libertades y aquel -dolor á todos los placeres; y excursiones de carnaval en los bailes -indescriptibles de Ferrara, imitacion de los tiempos clásicos, donde, -vestido de tisú y acompañado de otros gentiles hombres, danzaba, y -bromeaba, y bebia hasta caer rendido de gozo y de fatiga. - -«Mas era tan pueril, que se atraia la cólera de los carceleros con -sus caprichos; tan raro, que se daba por demente con gusto, diciendo -que de igual enfermedad padecieron el griego Solon y el romano -Bruto; tan cambiante de humor, que mostraba en pocos momentos -excesos de placer y de pena, como de garrulería y de silencio; tan -indócil, que no tomaba ninguna medicina desagradable al paladar y -olfato; tan cuidadoso de su persona, que disponia para vestir en la -reclusion los mejores terciopelos de Génova, y los gorros de dormir -más historiados y ricos; tan goloso, que importunaba á sus amigos en -demanda de libras de fino azúcar para las ensaladas; tan confiado, -que le robaban y despojaban de todo sus domésticos y compinches; -tan pedigüeño, que reclamaba de sus visitantes hasta las medias de -seda que llevaban puestas; tan desgraciado, que los médicos no le -cuidaban porque jamas les pagaba las consultas, y lo recibian los -tristes hospitales con frecuencia, porque en mil ocasiones no contaba -con otra vivienda ni otro abrigo; tan desconocedor de sus aptitudes -y facultades, que los escasos recursos recibidos de providenciales -herencias los evaporaba en pleitos dañosos á su salud y á su -hacienda, á su gloria y á su nombre; tan tímido, que la menor crítica -le descorazonaba, precipitándole desde las cimas de un orgullo sin -medida, en el abismo de una desesperacion sin límites; desgraciado -por todo, especialmente desgraciado por su propio carácter y por la -guerra á muerte que se hacía á sí mismo en contínuos tormentos.» - -«Sacamos, dijo el frances, en limpio dos cosas: primera, que no hubo -tal demencia en Tasso, y segunda, que se debió su prision, dulce -ciertamente, no á desgracias de amor, á desgracias de córte.»—«Hará -unos veinticinco ó treinta años, añadió nuestro italiano, tratóse -largamente de las causas de esa prision y de esa locura. Un profesor -pisano sostuvo que habia sido encarcelado el Tasso por su pasion á la -princesa Leonor, hermana de Alfonso II, y un historiador florentino -sostuvo que por haber intentado pasar del servicio de la casa de los -Estes al servicio de la casa de los Médicis. Considerable apuesta se -propuso entre los dos contendientes, sometida primero al Instituto de -Francia y despues á las Academias de Italia, que nunca dictaron la -sentencia ni resolvieron el asunto. Y salió un señor con manuscritos -de Montpellier, y otro con manuscritos de Roma, y otro con -manuscritos de Ferrara, sosteniendo cada cual su version, y alguno -la singularísima de que Tasso tuvo amores con las tres hermanas -del duque Alfonso de Ferrara y hasta con su mujer doña Bárbara. Lo -cierto es que encarándose el poeta con el Duque le dice en magníficos -versos: «Puedes arrancarme, poderoso señor, la vida, que tal es de -los monarcas el derecho; pero á causa de haber escrito del amor, al -cual nos invitan el cielo y la naturaleza, arrancarme esta razon -mia, centella de la divina bondad, no puedes, porque sería el crímen -de los crímenes. Te pedí perdon y lo negaste. ¡Ah! Me arrepiento de -haberme arrepentido.» Confesad que el príncipe pecó de sufrido, dada -la naturaleza de aquellos rudos tiempos, pues uno de sus parientes, -un cardenal, en la misma Ferrara, arrancó los ojos á hermoso mancebo -de sangre real, porque su hondo y deslumbrador mirar habia fijado -una vez la atencion de bella dama. Aparte de todo esto, confesad -conmigo que ningun poeta italiano puede compararse con el Tasso en la -hermosura de la forma, en la riqueza y armonía de la lengua, en la -dulzura de los versos, en la correccion del estilo, en el encanto de -la rima, en la viveza de los sentimientos, en la severa majestad del -conjunto de sus obras, en la sobria sencillez, verdadera señal de la -mezcla feliz del gusto con el genio.» - -Confesaré cuanto queráis, dije yo al entusiasta defensor del Tasso; -pero le creo poeta de decadencia, á pesar de pertenecer, por su -estilo, á los tiempos de la más clásica y más consumada perfeccion -literaria. Poeta que no presiente en su corazon y no adivina en su -inteligencia y no se anticipa á su tiempo, carece para mí de la -facultad esencialísima al genio; carece del don de profecía. Cuando -os abismais en los profundos senos de la epopeya católica; cuando -recorreis la sátira maravillosa que ha enterrado la caballería -feudal; cuando asistís á _La Vida es sueño_, de nuestro genio -dramático, y á _El Hipócrita_, del genio cómico frances, lo que -más hiere vuestro ánimo y lo trasporta, aparte del sentimiento y -del arte, está en las mágicas y sobrenaturales intuiciones de lo -porvenir. Pero un poeta cortesano que pasa su vida mendigando, de -puerta en puerta, el favor de los príncipes y cardenales; más papista -que el férreo papa Pío V; más monárquico que el siniestro monarca -Cárlos IX; exaltado hasta aplaudir las persecuciones y las guerras -religiosas; impasible ante la carnicería de la trágica noche de -San Bartolomé; un poeta así, no siembra ninguna de esas ideas, ni -despierta ninguno de esos afectos que vienen á ser como los hilos -misteriosos con los cuales se teje la urdimbre de la vida y se -prepara á la iniciacion del progreso el espíritu de las generaciones -por venir. El Dante hiere en lo vivo, profundiza en el abismo, -sorprende el secreto de aquellas sus edades, eleva la conciencia en -el altar de lo eterno, como una hostia consagrada; tiene con los -dolores profundos y las adivinaciones sobrenaturales toda la colosal -grandeza de los profetas hebraicos, de Isaías y Jeremías, los cuales, -valiéndose de los símbolos y de la lengua de lo pasado, fulguran el -alma y el pensamiento de generaciones todavía perdidas en la nada, -pero evocadas ya de las sombras, y prontas á entrar en la existencia, -merced á este soplo creador que ha pasado por el abismo de los -tiempos como un llamamiento de la eternidad. El Ariosto mismo, lleno -de gracia y de vida, ébrio de pensamientos, exaltado de pasiones; -con aquella risa que roba á la alegría clásica, con aquella vena de -invencion que agota las fuerzas creadoras del genio, con aquella -selva de ideas que produce en el suelo manchado de torvo feudalismo; -burlándose de las instituciones más fuertes y de las leyes más -admitidas; abriendo el cielo encantado de su mágica invectiva al -delirio de los sentidos despiertos tras tantos siglos de sueños -místicos, personifica, medio pagano y medio cristiano, en aquellas -orgías de su inspiracion y en aquella pascua de universal regocijo, -toda la grandeza del Renacimiento. - -Al reves, el Tasso canta un hecho, la toma de Jerusalen, que -conmovió á Europa en el siglo undécimo y en el siglo duodécimo, -pero completamente ajeno á su tiempo, y mucho más á los tiempos -posteriores. ¡Guárdeme Dios de ignorar ó desconocer toda la belleza -contenida en el gran movimiento religioso que levanta nuestras razas -occidentales, aisladas por el feudalismo, y las junta y las arroja -sobre el Oriente! Al convertir hácia las cruzadas los ojos, veis, -entre arreboles de poesía, los pobres ermitaños que, con severo -sermon en los labios y el tosco crucifijo en las manos, suscitan -la guerra santa y divierten el ánimo de las luchas feudales para -llevarlo á otras empresas más altas; las públicas invocaciones á -Dios, que suben á los siervos desde el terruño y bajan á los señores -desde el castillo; las hileras de mondados huesos que se extienden -de Europa al Asia, fecundando el suelo y la conciencia; la antigua -Constantinopla, aparecida en medio de nosotros con sus resplandores -y sus recuerdos; el Egipto y sus misterios, resucitados á la voz y -al rumor de aquellas legiones sin número, movidas por una idea y -realizando la contraria, movidas por la idea teocrática y abriendo -su iniciacion á la democracia; las deliciosas orillas del Oriente -y del Cidno, sembradas de penitentes, á un tiempo en oracion y en -armas; los jardines de Dafne, impregnados de paganismo y cantados -por los poetas de la naturaleza junto á las abrasadas arenas del -desierto, reveladoras de la unidad divina á los sacerdotes del -espíritu; las flotas de Venecia, y de Pisa, y de Génova trayendo -sus vientres henchidos por los productos del comercio, y sus velas -hinchadas por la brisa de la libertad; Antioquía, con sus altos -muros y sus quinientas torres; Damasco, embriagada con los aromas -de sus floridos bosques; los cedros del Líbano, bendecidos por el -profeta, que sirvieron á Tiro para sus naves, á Salomon para su -templo, á Alejandro para el lecho donde debia juntar los dioses -de Grecia con las ideas de Oriente; la Palestina, la tierra de -los patriarcas, con más ánsia buscada por los nuevos cruzados que -por los antiguos israelitas, y libertando, como á los unos del -cautiverio de los Faraones egipcios, á los otros del cautiverio de -los caballeros feudales; el torrente Cedron, donde corrieron las -lágrimas de David, y el monte Olivete, donde manaron los sudores -de Cristo, y el Calvario, donde se consumó el sacrificio de la -Redencion, y el sepulcro, donde estuvo entre los átomos de la -tierra el que ahora está entre los ángeles del cielo; la toma de -Jerusalen, cuyas mezquitas se empaparon tanto en sangre que llegaba -hasta la cincha de nuestros caballos; las elegías de los árabes, á -quienes sólo quedaba, si vivos, el lomo de sus camellos para huir, -y si muertos, el estómago de los buitres para enterrarse; la figura -mística de Godofredo de Bouillon, el rey-vírgen que no puede ceñirse -una corona de oro allí donde Cristo llevára una corona de espinas; -la figura poética de Tancredo, en el cual se personifica el genio -de la caballería; las órdenes militares, con sus cruces rojas sobre -sus túnicas blancas, y las órdenes monásticas que resucitan por un -momento la antigua fecundidad moral de la Tierra Santa: grandiosa -epopeya donde verdaderamente el espíritu moderno sufre una de sus -más bellas metamórfosis y la humanidad una de sus más admirables -trasfiguraciones. - -Pero el Tasso canta este hecho con el espíritu de la Edad Media. -Compañero de los cruzados, su poesía hubiera sido maravillosa entre -los espejismos del desierto y los dolores de la guerra. Despues de -tres ó cuatro siglos que las cruzadas se han interrumpido, y San -Luis ha muerto, y Cárlos de Anjou ha despojado, á guisa de pirata, -los últimos cristianos dispersos, y la órden de los Templarios se ha -disuelto por las maquinaciones de los reyes, y la rápida victoria -de Federico II se ha malogrado por la invasion de los tártaros, y -las huestes de Juan de Brienne han retrocedido á las inundaciones -del Nilo, y los que iban resueltos á reconquistar Jerusalen se han -contentado sólo con establecer un Imperio latino en Constantinopla, -y los mismos pueblos cristianos han reclamado que los libertáran -de los cruzados por temor á las depredaciones, y Felipe Augusto y -Ricardo Corazon de Leon sólo han sabido luchar entre sí, más que -luchar con sus comunes enemigos, y Federico Barbaroja ha muerto en -las fatales aguas del Cidno, y Conrado III ha vuelto casi solo, y -Luis VII casi deshonrado de la segunda cruzada, y Saladino, despues -de derrotar á los francos en Tiberíades, ha reconquistado á Jerusalen -y destruido la obra de Godofredo, entregando la ciudad á los árabes; -francamente, despues de todo esto, la epopeya del Tasso es una pura -epopeya erudita, académica, arqueológica, cual esos poemas latinos -consagrados en los albores del Renacimiento, por Petrarca, á Escipion -y al África. - -El Tasso pertenece á un período de reaccion religiosa y política, al -período en que los Papas restauran, merced á la energía de Pío V, su -poder quebrantado, miéntras Felipe II extiende su sombra letal en -Francia por medio de los Valois, sometidos á su yugo, y en Alemania -por medio de los Austrias, desgajados de su familia, exacerbándose -la Inquisicion en todas partes y viéndose persecuciones y matanzas -como la inolvidable de aquella noche triste en que una poblacion -entera fué cazada por las calles de París, cual alimañas feroces por -montes y por selvas, al toque de la campana, cuyos religiosos acentos -debieran recordar la caridad y la mansedumbre de Cristo á los crueles -cristianos. Ya la libertad ha muerto en las ciudades italianas; los -titanes se han tristemente encerrado en su sepulcro; el arte ha caido -en la exageracion y en la extravagancia; los jesuitas han levantado -sus abigarradísimos templos faltos de toda inspiracion religiosa. -Las escuelas decadentes de Nápoles y de Bolonia han reemplazado á las -bellísimas escuelas de Roma, de Venecia, de Umbría, de Florencia; -la escultura ha trocado en monstruos las piedras ántes cinceladas -por Sansovino y Buonarroti; las asambleas de los pueblos se han -sustituido con las artificiosas córtes de los príncipes; y en aquella -universal degeneracion, la obra del Tasso no podia ser más que una -obra de reaccion y por consiguiente, de decadencia y de muerte. La -misma aparatosa decoracion de una arquitectura teatral y la misma -falsedad de un cincel exagerado, y la misma hipérbole de una pintura -convencional, y la misma naturaleza contrahecha en los jardines de -los príncipes, y la misma falsa mitología de la última época de Julio -Romano, y la misma falsa religion de los Carraccios, y los adornos -riquísimos de las mundanas iglesias de los jesuitas, que nada dicen -ni al corazon ni á la conciencia, y el decaimiento universal de -Italia esclava: todo eso encuentro en la epopeya del Tasso, unido -á un esplendor de forma, á una armonía de versos, á una belleza de -lenguaje, que no bastan á ocultar todo el artificio de su fondo y -toda la pobreza de su idea. - -Mirad lo que verdaderamente ennoblece al Tasso; lo que sobre todo -le eleva es aquello mismo destruido por vuestra erudicion, la cual -será, si quereis, grande, pero tambien inoportuna; lo que le eleva -y le ennoblece es su desgracia, su inmensa desgracia, ó mejor dicho, -su vida, su tormentosa vida. No apagueis esa aureola al soplo frio -de la crítica. Ya ha pasado al mundo como la personificacion más -augusta en la historia de las tristezas y de los dolores del ingenio -y del amor. Yo le quiero tal como le presenta la tradicion poética -en sus ensueños de gloria y lo detesto en vuestras disecciones de -embalsamador. Dejadme creer que ha sido como nosotros lo ideamos y no -como vosotros le habeis puesto. Byron expresó admirablemente, en esa -misma elegía tachada de ampulosa, el dolor de Tasso, cuando puso en -sus labios estas palabras: «Me han condenado porque tú eres bella y -yo no soy ciego.» Admiro al autor de _La Jerusalen Libertada_ en el -calvario que ha levantado la tradicion y véole allí en la verdadera -gloria que le ha ceñido de inmortal diadema las sienes. Paréceme -descubrir en los jardines de Ferrara, entre los bultos de los poetas, -á la sombra de los árboles, bajo coronas de laurel y en altares de -mirto, los versos pareados que tallaba en los troncos, celebrando -misterios de la poesía y del amor. Paréceme que veo las jóvenes -princesas, vestidas de pastoras como en las églogas y en los idilios, -tejer guirnaldas con flores todavía humedecidas del rocío para -coronar la frente de los genios inmortales, y departir en diálogos -platónicos, dignos de Hipatia, sobre si el amor de los poetas abraza -todas las cosas creadas é increadas en su ideal, ó se fija sobre un -solo sér, porque esa religion no puede admitir más que un solo Dios. -Oigo á unas decir que Tasso recibe en su seno los efluvios del amor -universal y canta á la lejana estrella, enardecido por una pasion -imposible; y decir á otras que el ruiseñor tiene su nido en la tierra -y ama algun sér más hermoso, y más animado, y más semejante á él, y -más cerca de su corazon y de sus labios que la lejana estrella de -la noche. Nos acostumbramos á fingir los poetas, serenos como sus -estatuas, envueltos en sus túnicas blancas como las nubes, ceñidos -del laurel de la inmortalidad, ocultos en bosques de mirtos al borde -de la Castalia fuente, acompañados por los Elíseos Campos de coros -que entonan odas sin fin de admiracion y culto á su estro y á su -gloria. Pero el genio es una hoguera, el amor en él, un tormento; -las nobles aspiraciones, una pasion sin esperanza; las obras en que -encarna su sér, un parto homicida; y la corona que ciñe á sus sienes -algo abrasador y letal como los rayos de un sol demasiado vivo que, -encendiendo la sangre en el cerebro, al cabo produce la muerte. El -genio ve su idea en lo infinito, y sus medios de expresion en lo -finito. Ve una luz ideal, divina, inefable, y tiene que encerrarla -en el tosco barro de la forma. Esta desproporcion entre lo que piensa -y lo que expresa, le causa tormentos indecibles. Y si concluido su -trabajo lo contempla, al verlo cuán léjos está del ideal, se vuelve -airado contra sí mismo, contra sus obras, contra los pedazos de su -corazon y de sus entrañas, contra los hijos del alma, siempre en el -potro de indecibles tormentos, abrumado por la inmensa pesadumbre -de su triste superioridad, y enardecido por la llama invisible y -ardiente de su genio. Creedlo, su corona de gloria es una corona de -espinas, el licor de la inmortalidad un brevaje de hiel y vinagre, -la luz que sobre los demas proyecta una llama, en la cual se abrasa -tristemente sin consumirse jamas. Tal es el genio, tal sus dolores -y sus tormentos. Y por eso Tasso, que los personifica en tan alto -grado, es mayor á causa de su vida tormentosa que á causa de su -correcta obra. - -Su apoteósis está en su desgracia. La naturaleza ha dado al Tasso -todos sus dones; le ha puesto inspiracion inagotable en la mente, -lira inmarcesible en las manos, corazon pronto al amor en el pecho, -corona de genio en las sienes, vista para alcanzar las ideales -formas sobre las formas reales de los seres en los ojos, palabra tan -armoniosa como un cántico en los labios, fuerza bastante á contener -con la idealidad eterna la realidad pasajera, con las cosas los -arquetipos, con la luz del pensamiento la llama de las pasiones; y -luégo, cuando ha venido con esos dones de otro mundo superior á este -bajo mundo, se ha estrellado contra todos los límites de la universal -contingencia, se ha herido en todas las espinas de nuestras selvas de -abrojos, se ha asfixiado en esta atmósfera cargada con las cenizas -de la muerte, y el recuerdo de su patria ideal y el resplandor de -sus lejanos cielos sólo han servido para aumentar las tristezas de -su destierro. Así ha nacido poeta y grande poeta en una edad en que -se han agotado, sobre el suelo de su Italia esterilizada por los -tiranos, todas las fuentes de poesía. Sobre los tiempos que cantaba -habian pasado cuatro siglos; y el Sepulcro, cuyo rescate celebrára, -estaba en manos de los infieles, guardado por los perros de Mahoma. -La libertad sufria eclipse no ménos triste y no ménos largo que el -arte y la conciencia. Como todos los sacerdotes del pensamiento, -habia nacido para las libres asambleas de los pueblos, y su negra -estrella le lanzó en las esclavas córtes de los príncipes. Así no -hay sitio por donde haya pasado el mártir que no esté oscurecido -por uno de sus dolores y regado por una de sus lágrimas. En las -sombrías paredes del Louvre, á las orillas del Sena, se ve su sombra -triste como las nieblas del rio, comparando el resplandor que da -en el mundo la corona de poeta, tejida por la mano de los ángeles, -y la corona de monarca, forjada por la mano de los hombres. En los -jardines de Ferrara, á la sombra de aquellos bosques, se ven sus -ojos que buscan los ojos de una princesa, apartada de su corazon -por los abismos insalvables de las supersticiones seculares y de -sus artificiosas jerarquías tan opuestas á las jerarquías naturales -en el universo. Los edificios de la risueña córte de los Estes se -hallan oscurecidos por aquellos tormentos del genio que rayaron en -locura y por aquellos recelos del tirano que rayaron en crueldad. -Aquí en Sorrento respira todo alegría; la vegetacion que enriquece -este suelo bienhadado; la luz que brilla en esos horizontes diáfanos; -el labriego y el marinero que fecundizan las tierras y las aguas; -los pueblos que conservan el antiguo genio de Grecia; todo, ménos -la tristísima sombra del Tasso, que se pasea por estas orillas y -que evoca el momento de su vuelta, solitario y receloso como un -bandido, á presentarse con la pobre túnica de tosco pastor á las -puertas del hogar. En Roma, en el monasterio de San Onofrio, sitio -de su muerte, el recuerdo de la agonía del poeta cuadra á todos los -fúnebres objetos que os circundan. ¡Cuántas veces allí, á la sombra -de un cipres fúnebre, recostado sobre los restos de una columna -rota, junto al cenobio triste como oscuro panteon, al eco de la -campana, perdido en los solitarios claustros y del rezo murmurado -por los penitentes monjes, últimos huéspedes de aquellos lugares -desiertos, he contemplado la lejana Vía Apia con sus hileras de -sepulcros amontonados como las generaciones en el juicio final, las -colosales ruinas por cuyas grietas vagan, como fuegos fatuos, las -ideas muertas; los templos solitarios, sin culto y sin ceremonias, -habitados por los cuervos en vez de ser habitados por los dioses; -los campos de batalla henchidos todavía de sangre, engendrando con -sus letales vapores eternos remordimientos en la conciencia humana; -las lagunas pontinas, semejantes á inmensos depósitos de lágrimas, -despidiendo en nubes de extraña forma y sombríos matices el hálito -de la muerte; los ángeles exterminadores levantándose de tantos -seculares despojos para vagar por esta necrópolis del mundo, por -esta catacumba de todas las creencias, por este sombrío Josafat de -la historia! Entónces, toda la vida del poeta subia tristemente á mi -memoria. Veíale tierno, y desposeido á los primeros años de su madre, -libre, y obligado al oficio de cortesano; inspiradísimo, y buscando -la fuente de sus inspiraciones allá en las cenizas de los recuerdos; -filósofo, y caido en el infierno de la intolerancia religiosa; -católico, y en pos de figuras ménos que paganas, figuras mágicas, -surgidas al conjuro de los sortilegios de Oriente; poeta, y en vez de -adelantarse á lo porvenir, descaminándose y perdiéndose en lo pasado; -brillante de genio, y eclipsado entre los ornamentos de un palacio; -henchido de amor, y sin saber ni él mismo, ni la posteridad siquiera, -á qué mujer amaba; destinado á embellecer, tanto la lengua como la -literatura patria, y oscurecido por todas las sombras, y ahogado en -todas las penas, y puesto en el potro de todos los tormentos; nacido -para dominar, y dominado; para lucir, y perseguido; para consolar, -y desgraciado; para encantar, y siempre entre angustias; adorando, -como Reinaldo, la magia de una hechicera que toma mil formas y que -le trastorna el seso, imágen de un deseo jamas realizado; hiriendo -de su propia mano la poesía que le consolaba, como Tancredo á -Clorinda; próximo á recoger en la cima del Capitolio, al ocaso de su -vida, la corona de mirtos y laureles con que soñara á todas horas, -é interrumpiéndole en aquel momento, al instante de su triunfo, la -muerte, para que ni siquiera en el sepulcro tuviera reposo alguno su -eterna inquietud, ni alivio y consuelo sus dolores. - -El genio es mortal para aquel que lleva su voraz llama en la frente. -Un grande artista, un grande poeta, un grande filósofo dobla en -los demas los goces de la vida, y en sí mismo solamente dobla de la -vida las penas. Los que están alrededor del genio se alumbran con -su luz y se animan con su calor; pero él se consume, y se disipa, y -se desvanece. Esa luz ó esa lumbre del hogar, ¡cuán grata es para -los que en torno de su llama se juntan; pero cuán devoradora para -la pobre mecha ó para la pobre tea que lo produce! La corona que -tiene sobre las sienes el verdor del laurel, tiene sobre las almas -el reflejo del martirio. Acontecimiento lejano, dolor extraño, -astro apartadísimo, aereolito errante, chispa eléctrica perdida, -vapor disipado en los aires, lágrimas evaporadas de las mejillas, -ideas muertas, ensueños febriles, todo aquello que en el vulgo -de los mortales no ejerce ningun género de influjo, apena al sér -extraordinario en cuya alma individual penetra con el espíritu de -la humanidad el espíritu de la naturaleza. Un sér que padece por -todos los seres, no puede eximirse del dolor que le trae la propia -grandeza. El amor será en él como una pasion que nunca se satisface, -la verdadera pasion de lo infinito. Ya adore á la Beatriz ideal que -ha pasado como una primavera por la tierra y se ha ido entre los -astros del firmamento; ya á la hermosa Laura, asentada en otro hogar, -esposa de otro hombre, madre de hijos que no son hijos del poeta; ó -ya á la mágica Armida, engañosa como la serpiente, este amor tendrá -en parte la levadura de tosca realidad, pero en su parte mayor la -esencia de lo ideal. Y este ideal, como un fuego sutil, abrasará su -sangre y calcinará sus huesos, y devorará su existencia, no habiendo -para ellos ni más consuelo, ni más remedio, ni más narcótico que el -veneno de la muerte. Imaginaos á Tasso, que ha soñado toda su vida un -triunfo semejante al triunfo de Petrarca, con una palma y un laurel -en la cima del Capitolio, eterno templo de la gloria. En el penoso -trabajo de la creacion contínua, le ha sostenido esa esperanza. En -las tristes amarguras de la realidad, le ha consolado ese espejismo. -Y llega la hora, y se acerca el momento. Y en su fiebre ve el -triunfo. La colina sagrada del Capitolio está pronta; el palacio -de los senadores, engalanado como para una fiesta de la antigua -historia; las escalinatas que conducen á la cima, henchidas de pajes -y de alabarderos, en cuyas armas y en cuyas preseas se refleja el sol -de la Ciudad Eterna; el pueblo romano, en las calles que avecinan, -anhelante por aclamar y aplaudir; procesion de jóvenes vestidos de -escarlata le precede; el Senado le acompaña, el Papa le aguarda en -su trono, las músicas entonan himnos, y el laurel va á tocar á sus -sienes, y cuando ve, y toca, y palpa todo esto con verdadera ánsia, -muere, y sólo recibe el frio contacto de la guadaña y el triste asilo -de una oscura tumba fria y desolada, cuyo único ornamento está por -muchos siglos en las dos sencillas palabras de su nombre. ¿No os -parece una imágen de la humanidad, y de sus dolores sin tregua, y de -sus esperanzas sin realizacion, y de sus aspiraciones sin término, -y de su eterno prolongado martirio? La grandeza del Tasso está toda -entera, más que en la hermosura de sus poemas, en la inmortalidad -de sus dolores. Aquel laurel, que no puede ceñir á sus sienes, ha -brotado de su tumba, y crece hasta llenar la eternidad, regado por -las lágrimas de cien generaciones. Su miseria es su gloria, y sus -tormentos su triunfo, y sus dolores su Tabor. La humanidad preferirá -siempre á todas las glorias la gloria del martirio. - - - - -LOS GÜELFOS Y LOS GIBELINOS DE ROMA. - - -La nacionalidad italiana, hasta ahora, ha cambiado la superficie, -pero no ha cambiado el fondo de la Ciudad Eterna. La idea que en Roma -domina es la sublime idea de la muerte, y su necesario complemento, -la idea de la eternidad. En vano las instituciones modernas brotan -sobre las moles de los tiempos antiguos; como los festones de hiedra -sobre las ruinas, sólo sirven para acrecentar la solemnidad y la -tristeza. ¡Ah! Lo presente nada vale aquí donde las generaciones -comparan á cada instante y á cada paso la propia fugaz brevedad con -los momentos eternos. Los celajes de lo porvenir se cierran á la -vista. La idea de lo porvenir habita esas regiones de América, del -Nuevo Mundo, sin historia, y con la naturaleza vírgen, exuberante, -furiosa, espaciándose en selvas inexploradas, en floras gigantescas, -en legiones de animales innumerables, como un verdadero incendio -de vida, como el comienzo ígneo de un nuevo planeta recientemente -desprendido del sol. Pero entre tantos sepulcros, sobre estos -montones de huesos, en los océanos de cenizas que á la Ciudad Eterna -rodean, ni cabe la esperanza ni el presentimiento de lo porvenir, tan -ligados como á la juventud de nuestra vida individual, á la juventud -del Universo. Despues de abrazar de una sola ojeada innumerables -centurias esculpidas sobre columnas que el tiempo separa con siglos -y el espacio reune en el mismo sitio; despues de ver que ciertas -inspiraciones y ciertas grandezas no se han repetido, os atrae -bien poco lo porvenir terrenal, sujeto á las mismas luchas y á las -mismas derrotas que lo pasado; y os sobrecoge el deseo impaciente -de penetrar en otros horizontes nunca vistos, en otras esferas -nunca alcanzadas, en otros cielos superiores á nuestros cielos, -en las sombras infinitas de la eternidad. Luégo, la naturaleza se -ha complacido en formar aquí una necrópolis en rivalidad con la -Historia. El árbol por excelencia de Roma, es el cipres; las plantas -por excelencia de toda ruina, la ortiga y la cicuta. Los rios, de -suyo alegres, tienen aquí la tristeza de los rios del infierno -pintados en los frescos de la Edad Media. Las lagunas pontinas -exhalan miasmas de corrupcion y siembran la campiña de muertos, y dan -á los campesinos, en todas partes más robustos que los ciudadanos, -la verdosa amarillez de los cadáveres. Esta amenaza de la fiebre, -presente siempre á los ojos, sonando como el llamamiento del -sepulcro en los oidos, esparcida hasta en el aire que os anima y os -refrigera, enseña cómo sobre Roma solamente han quedado la sombra -de los gladiadores pidiendo venganza; los manes de los mártires de -tantas causas ó vencidas ó vencedoras; los ángeles del juicio y -del exterminio ideados por los antiguos Apocalípsis; las tristezas -sublimes de todas las ciudades nuestras. - -Hercúleo esfuerzo os cuesta descender desde estas alturas de la -eternidad al oleaje tumultuoso de la vida presente. Pero descendeis -por fuerza. Y en la hora que corre, en esta hora crítica de su vida, -Roma ofrece contrastes bruscos por una conjuracion de coincidencias -tal vez singulares en su historia. No es ya el sepulcro de un Papa en -el mausoleo de un tribuno; la efigie de San Pablo sobre la columna -de Trajano; el obelisco de Cleopatra bajo la cruz del Nazareno; los -altares del Dios-espíritu en los jardines del emperador bestia; -los filósofos de Aténas discutiendo sobre el sér y no sér en la -vida al frente de los teólogos de la Iglesia disputando sobre la -presencia de Cristo en el Sacramento; un cenobio de franciscanos -en vez del templo de Júpiter Capitolino; y al pié de las moles del -Circo Máximo, en que piafaban los caballos de las carreras ó rugian -los tigres de los juegos, la catacumba de los primeros cristianos, -todavía perfumada con el incienso de los místicos cantares. Hay otros -contrastes más extraños, como la camisa roja del garibaldino junto -á la estameña burda del ermitaño; la arenga tribunicia del filósofo -que truena desde Monte-Citorio contra los Papas y sus poderes, tanto -espirituales como temporales, y la oracion fervorosísima del obispo -que desde su púlpito anatematiza las invasiones italianas, y sus -legisladores, y sus soldados, y sus reyes; el periódico callejero -escrito con la tinta de Marat, resonando al par de las plegarias -leidas sobre los piadosos breviarios; el peregrino católico que corre -á visitar al Papa-rey en su áurea prision vaticana y el viajero -demócrata que corre á visitar al general de la libertad en su retiro -agrícola á lo Coriolano; el inmenso establecimiento de misioneros -que propaga los dogmas de la fe y el inmenso establecimiento de -escolares que propaga los dogmas de la razon; un jesuita escribiendo -libros cosmológicos en que solamente por coincidencia se habla de -Dios, y un germano enseñando á la ciudad aborrecida por Arminio y -anatematizada por Lutero, su gloriosa historia y los sepulcros de sus -pontífices; los fuegos fatuos desprendidos de los mondados huesos -compitiendo en brillo y en color con la intensísima luz de este nuevo -dia del humano espíritu y la vida antigua tan llena ó intensa como -la vida moderna; contrastes que acaso no volverán á ver los nacidos, -ni volverán á repetirse en la historia, porque la incompatibilidad -de ciertos elementos lleva en sí una lucha terrible, y esta lucha -terrible ha de resolverse, tarde ó temprano, en completa y exclusiva -victoria de uno de los contrarios. - -Hablaba ayer con cierto americano, amigo mio, de estos contrastes -de Roma, y le decia que en poco más de dos horas acababa de verlos -bien extraños entre la basílica de San Pablo y las catacumbas de San -Calixto, testimonio aquélla de la fe de nuestro siglo, y testimonios -éstas de la fe de los primeros siglos del Cristianismo. La basílica, -devorada hasta los cimientos á principios de la corriente centuria -por grande incendio, ha sido construida de nuevo en estos nuestros -tiempos. Los Papas han querido decir con ella que si no pueden -elevar monumentos tan bellos y tan grandes como San Pedro, pueden -elevarlos tan ricos y ostentosos sin temor á una nueva reforma. -España, que no tiene hoy ni las escuelas, ni las academias, ni las -casas de caridad necesarias á su instruccion y á su beneficencia, -mandó ayer, por espacio de muchos años, 25.000 duros mensuales para -la edificacion de este templo. En la basílica el lujo, y en las -catacumbas la pobreza; allí el pavimento de mármoles brillantes -como espejos venecianos, y aquí el pavimento de cascajo humedecido -como por gotas de lágrimas y gotas de sangre; allí pilares de -granito oriental, que no pueden abrazar dos hombres; urnas de verde -malaquita, semejantes á titánicas esmeraldas, regalos del Czar de -todas las Rusias; columnas de alabastro, que valen como si fueran -de oro y pedrería, regalos del Rey de Egipto; y aquí, en el terreno -volcánico, léjos de la luz, fuera casi del aire, hileras de sepulcros -escondidos á la persecucion y á la saña de los Emperadores del mundo: -en la basílica, entre áureos circulares marcos, los retratos de todos -los Papas, trazados por la paciencia de innumerables artífices en -costosos mosaicos, los cuadros de Julio Romano trasladados á vistosas -piedras, las estatuas de Pedro y Pablo esculpidas en mármoles de -Carrara, los doce apóstoles y los más célebres santos resaltando en -vidrios de colores, las aras de jaspe y ágatas sostenidas por bronces -dorados á fuego que deslumbran; y en las catacumbas, sobre los -cenotafios de tosca puzolana, al escaso resplandor de las antorchas, -en ladrillo ó piedra, trazados por el pincel de los creyentes, -una paloma que viene con su ramo de olivo, un pez junto á la cruz -griega, una orante con sus manos y sus ojos hácia el cielo, símbolos -de tristeza, de desesperacion, de penitencia; y, sin embargo, en -la riquísima basílica, á pesar del esplendor de las artes y de las -maravillas del lujo, hay algo frio que nada dice al sentimiento ni á -la inteligencia, como un rico mausoleo que aguardára á un potentado -egoista, el cual quisiera rodearse de obras dictadas por el afan de -lucro, y no por la espontánea inspiracion, miéntras que en la oscura -catacumba, toda henchida de espiritualismo, las manos se juntan -involuntariamente para mezclar una oracion á tantas oraciones, las -rodillas flaquean y se doblan como al latigazo de ese rayo invisible -llamado lo sublime, y Dios aparece en zarza más ardiente que la zarza -del Sinaí; en la llama inextinguible del dolor y del sacrificio. - -«¿Y son ésos los contrastes que veis en la Ciudad Eterna?» me dijo -el americano. Pues yo ayer los he visto mayores, y, sobre todo, -más recientes. Á las once de la mañana me dirigí á San Pedro. Por -el camino tropecé con varios jóvenes demócratas precedidos de una -música que tocaba la _Marsellesa_. Al volver una esquina di de manos -á boca con piadoso entierro. Varios penitentes, vestidos de túnicas -blancas rematadas por capuchones celestes y cubiertos de antifaces, -como los enmascarados de Lucrecia Borgia, llevaban á enterrar, -sobre andas doradas, el cadáver de oscuro sacerdote encerrado en -tosca mortaja de pino. Delante iba una procesion de frailes con -hábitos blancos, azules, negros, pardos, como si estuviéramos en -los tiempos más florecientes del Pontificado. Al acercarme á la -columnata de Bernino, pasaban corriendo los cazadores que entraron -por las brechas practicadas en la Puerta Pía, y al terminarse la -columnata departian los que les resistieron, los suizos pontificios, -vestidos con los trajes rojos, amarillos y negros, cuyo modelo -trazó Rafael de Urbino. Subí las escaleras del Vaticano, y se -mezclaban los acentos de la música italiana en mis oidos con austero -_Miserere_ que entonaban varios peregrinos alemanes en armonioso -coro. Entré y me eché de rodillas en un magnífico salon, cubierto de -rica tapicería, á recibir, con varios paisanos mios, la bendicion -papal. Vi al Papa vestido de blanco, los cardenales vestidos de -rojo, los guardias nobles con su traje de terciopelo grana algunos, -y su traje de terciopelo negro los más, el alabardero de centinela, -y los domésticos y familiares con sus ropillas multicolores de -ricos brocados y de mangas perdidas, como si áun subsistiera la -Roma pontificia. Apénas habiamos dejado el Vaticano y entrado en el -Corso, cuando nuestro carruaje se cruzó con el modesto y sencillo -carruaje del Rey de Italia, en cuyo atezado rostro creimos descubrir -las señales de floreciente robustez y de verdadera alegría, sólo -comparables, dadas las diferencias de temperamento y de edad, -á la robustez y alegría de Pío IX. Mis amigos no se contentaron -ciertamente con esta visita; quisieron ver tambien á Garibaldi. -Devoramos el largo espacio que le separa de Roma, y nos dirigimos, -por la Puerta Pía, hácia la quinta donde, refugiado contra la -curiosidad de tantas gentes, no pudo burlar nuestra curiosidad. Sus -cabellos rubios, del color de los rayos del sol, que rodeaban su -cabeza de una aureola mística, tiran ya á blancos, pero conservan -su lustre sedoso. Las barbas blanquean tambien como el cabello. Los -piés, taladrados por la gota, apénas pueden sostenerlo. Sus manos se -han retorcido y afeado al dolor en tales términos, que difícilmente -cogieron la pluma para trazar una firma al pié de varios retratos por -nuestro entusiasmo apercibidos para recoger autógrafo tan célebre. -Mas el rostro conserva todo su heroico candor, los labios toda su -sonrisa de benevolencia, los ojos azules toda su mística expresion, -la tez toda su sonrosada blancura, y la fisonomía toda su honradísima -ingenuidad y toda su sublime sencillez. Nos habló en corriente -español y nos preguntó por el estado general de las instituciones -liberales y democráticas en América, dándonos consejos tan elevados -como prudentes. Nosotros le preguntamos por sus proyectos, y nos dijo -que las cosas de palacio van despacio, recordando con oportunidad -el antiguo refran español y refiriéndose con gracia á la lentitud -del Gobierno. Pero habló de sus trabajos hidráulicos cual pudiera -hablar de sus campañas políticas. Roma no podrá ser capital de -Italia miéntras tenga la muerte disuelta en sus aires. Catorce -acueductos conducian las más ricas aguas de todas las cercanías, -en la antigüedad, á la gran capital, henchida por dos millones de -habitantes. Estos catorce acueductos, hundidos en su mayor parte, -que eran catorce radios de vida y de salud, lo son hoy de corrupcion -y de muerte. Desviar el curso del Tíber, excavar los alrededores -de Roma, destruir los focos de la fiebre, rehacer el agro latino, -desecar las lagunas pontinas, construir un puerto muy seguro y muy -cercano, son obras á las cuales quiere unir el gran general popular -los últimos dias de su gloriosa existencia. Inútil deciros cómo le -oiriamos los que aprendimos á bendecirle en América, y le admirábamos -en el sitio de Roma y en la retirada á Venecia, y le vimos reaparecer -por las orillas de los lagos en la guerra de la Independencia, y -le deseábamos la victoria cuando se dirigia á las Dos Sicilias, -y le idolatrábamos lo mismo en sus desgracias de Mentana que en -los sublimes sacrificios por la integridad y la independencia de -su patria. Pero todo nuestro entusiasmo no impidió que desde la -quinta de Garibaldi nos dirigiéramos al Colegio de la Propaganda -religiosa y habláramos con monseñor Franchi de las misiones, y desde -el Colegio de la Propaganda á la Cámara de Diputados, y oyéramos á -Ferrari departir en los pasillos de la necesidad que tiene Italia de -avivar su unidad con las antiguas instituciones populares, y ser en -nuestro tiempo, lo mismo que en los tiempos medios, el genio de la -democracia. Y cuando vino la noche, asistimos á una tertulia donde -departian los blancos y los negros en grande concordia, y donde una -dama romana parecia resumir nuestro dia y representar el estado de -Italia, ostentando en su pecho un alfiler que tenía esculpida la -efigie de Pío IX, y en las mangas sendos botones, el uno con la -efigie de Víctor Manuel y el otro con la efigie de Garibaldi. Dicen, -añadió el americano, como resúmen y aplicacion moral de todo su -discurso, que los italianos son escépticos. Pues yo prefiero este -humano escepticismo, tan propio para las ciencias y para las artes, -al dogmaticismo recibido de nuestros padres los españoles, y que nos -ha dado sesenta años de guerras sangrientas para fundar instituciones -tolerantes y tolerables, que con otro carácter y otras ideas nos -hubieran costado medio lustro ó un lustro de dolores. - -Las contradicciones de Roma ¿no son acaso las contradicciones de -nuestra vida? Y las contradicciones de nuestra vida, ¿no han de -acompañarnos hasta la eternidad, como nos acompaña la sombra, como -nos acompaña la muerte? Apénas hemos resuelto un problema, cuando -surgen de sus entrañas mil problemas diversos. Apénas hemos planteado -una idea, cuando con ella planteamos tambien su contraria. Así como -no podemos elevarnos á ciertas alturas de la atmósfera sin exponernos -á encontrar la muerte, no podemos cambiar los fundamentos de nuestra -naturaleza física ó moral sin exponernos á caer en el error y en el -absurdo. Lo que ha dado en llamarse el escepticismo italiano acaso -es un conocimiento de la realidad y de la historia superior al -nuestro. No podemos evitar que el planeta ruede entre dos polos, que -la vida se extienda entre la cuna y el sepulcro, que alternen las -lágrimas en nuestros ojos con las sonrisas en nuestros labios, que -unos asciendan á las cimas luminosas de la gloria y otros caigan en -las sombras espesas del olvido; que el trabajo sea un combate y el -ocio un enervante; que corra un rio de dolores á nuestras plantas y -circunde una aureola de esperanzas nuestras sienes; que los seres -se persigan unos á otros en los círculos de este infierno sin fondo -y se busquen y se atraigan convirtiendo por el amor sus dolores en -cielos infinitos; que desde las playas de esta realidad siempre -árida, entreveamos un ideal siempre luminoso; que seamos animales -y plantas con las necesidades más groseras, y ángeles y genios -con las aspiraciones más sublimes; una contradiccion más en este -planeta de las grandes contradicciones. Pero evidentemente ciertos -principios, ciertos elementos, ciertas instituciones mueren, aunque -la contradiccion y el combate continúen. Se lucha siempre, es verdad; -pero se lucha entre los vivos, si quereis, sobre los sepulcros -de los muertos. En el siglo décimotercio existen unos problemas -políticos, y otros distintos en el siglo décimooctavo. En nuestra -edad, á nuestros ojos, pasa lo mismo. Los términos de los problemas -cambian cada quince años. Lucharán otros principios; pero aquel que -atribuia al sacerdocio un poder político ademas de su poder moral, no -reaparecerá en el mundo. El poder espiritual de los Papas subsiste -y subsistirá miéntras haya millones de católicos en el mundo; pero -el poder temporal ha desaparecido por completo en el oleaje de las -contradicciones de Roma. - -El problema que embarga principalmente en Roma es el problema -religioso; hoy, como en los tiempos de mayor fe, el primero entre -los humanos problemas. Yo he procurado, en mis relaciones de viaje, -siempre decir más bien el pensamiento de los demas que mis propios -pensamientos sobre los asuntos interiores de los pueblos por mí -visitados. Los varios libros que he escrito me han procurado varios -amigos, hasta entre aquéllos que no participan de mis opiniones -políticas. Y no os maravillará saber que he podido tratar, desde -amigos y devotos principalísimos del Papa, hasta amigos y devotos -principalísimos del Rey; desde senadores y diputados de la extrema -derecha, hasta senadores y diputados de la extrema izquierda. Todo -el mundo en viaje os pregunta por la situacion política de vuestra -patria; y con sólo visitar dos ó tres iglesias de la Ciudad Eterna, -os convenceis fácilmente de la inmensa popularidad que tiene, -por ejemplo, Don Cárlos entre los sacristanes del Tíber. Yo, en -cambio, pregunto á todo el mundo por su política interior en justa -reciprocidad, y sin herir jamas las convicciones ajenas. Así, en -calidad de narrador, proponiéndome no añadir cosa alguna de mi propia -cosecha, voy á referiros lo que me han dicho un personaje católico y -un hombre de Estado liberal sobre el problema de los problemas, sobre -las relaciones entre el Pontificado é Italia. - -Almorzaba hace pocos dias en casa de un príncipe, poeta, artista, -diplomático, amigo de todas las dinastías destronadas, enemigo de -todas las innovaciones italianas, devotísimo al Papa y á la Iglesia. -Descendimos al jardin á tomar el café, y nos encontramos en el -asunto de los asuntos por un camino bien llano, departiendo sobre la -tésis, aquí frecuente, de si Roma ha perdido ó ganado bajo el aspecto -artístico despues de la revolucion. Todo convidaba á discutirlo, -todo: las hayas que nos daban sombra, y que habian visto pasar bajo -su ramaje papas y familias de papas, reyes y familias de reyes; el -Tíber que corria á nuestras plantas, y que nos mandaba una frescura -seductora, pero asesina; los grandes palacios que se dibujaban á -nuestro frente con su aspecto de fortalezas, sus arcos romanos, -sus columnas griegas, su magnitud asiática, su aire feudal y sus -preseas del Renacimiento; las obras artísticas que nos rodeaban, -y de las cuales se desprendian, como la esencia de las flores, -esas inspiraciones verdaderamente bellas, que no sólo encantan la -fantasía, sino tambien sobreponen la razon á la voluntad, las ideas á -la pasion, la conciencia al instinto, y fortalecen y aceran el ánimo, -y lo persuaden á ejercer plenamente la libertad, y por la libertad lo -llevan al cumplimiento del bien. - -En Roma se acostumbra á tratar de las cosas eclesiásticas con una -franqueza de lenguaje apénas comprensible en nuestra España. Entre -el católico español y el católico italiano média la misma distancia -que entre la luminosa alegría pagana de una de estas basílicas y -la severa austeridad gótica de una de nuestras catedrales. En la -historia del Cristianismo han ejercido soberano influjo las grandes -ciudades antiguas, Jerusalen, Aténas, Alejandría, Bizancio, Roma. -Y puede decirse que la última en ejercerlo fué esta Ciudad Eterna, -que debia presidirlo y personificarlo. Y cuando Roma se bautiza, -impulsada por el español Teodorico, ha cumplido el cristianismo sus -cielos dogmáticos, ha redactado, desde el concilio de Jerusalen hasta -el concilio de Nicea, todas sus creencias, y toma principalmente un -aspecto político y canónico, de autoridad, de dominacion, de ley; el -aspecto mismo de la Ciudad Eterna en su antigua historia. Así es que -los romanos miran siempre la cuestion religiosa en sus relaciones con -la propia grandeza política. - -«Os admiran y os maravillan estas obras de arte, me decia mi -interlocutor. Pues pronto las veréis desaparecer bajo la segur de -la igualdad democrática, é ir de Roma á quebrarse entre los hielos -de Rusia, ó ennegrecerse entre las tinieblas de Inglaterra. Esa -galería Doria, donde habeis visto á Juana de Nápoles retratada con -griega finura por el pincel de Vinci; donde habeis visto á Lucrecia -Borgia con sus ojos valencianos, tan negros como su basquiña de -terciopelo, surgiendo de la paleta del Verones como para ir á una -fiesta veneciana; donde habeis visto el primero quizá de todos -los retratos de vuestro inmortal Velazquez; ese museo del palacio -Borghese, que guarda desde obras maestras de los primeros pintores -de Siena y Florencia hasta obras maestras de Rafael y de Corregio; -todas esas grandezas se vinculan hoy en mayorazgos, que ántes de -treinta años habrán desaparecido por vuestras leyes liberales de -las desvinculaciones. Nuestros hijos no podrán tener amortizados -quinientos ó seiscientos millones de reales en obras de arte como los -tienen sus padres. Vendrá la division de bienes entre ellos; con la -division la necesidad de vender: no comprarán, ni los italianos y los -españoles, que son pobres, ni los franceses, que, ricos como nacion, -como individuos no pasan de gozar medianas fortunas; comprarán los -príncipes rusos ó los lores ingleses, y los dioses del arte irán -prisioneros á las regiones del frio y de las nieblas, como ya han ido -á San Petersburgo cuadros maestros de Venecia, y á Lóndres los frisos -del Partenon. - -»Roma, añadia, para continuar siendo Roma, debiera permanecer como -una ciudad aparte, como el templo de vuestro Dios, á lo ménos como -el archivo donde se guardan los títulos de la nobleza de vuestra -estirpe, de la gente latina. Los demócratas habeis sacrificado -el genio católico, el genio humano de Roma al genio nacional, -particular de Italia; y buscando la república de Aténas entre -nuestras ruinas de mármol, os habeis encontrado con la monarquía de -Filipo. ¡Ah! Por eso yo me opuse constantemente á la destruccion -del poder temporal de los Papas, y aconsejé que se blandieran todos -los rayos y se asestáran sobre la frente de los invasores todos los -anatemas. Si el dia que los italianos, valiéndose de las desgracias -del Imperio frances, abrian la brecha en la Puerta Pía, el Papa sube -á la basílica de San Pedro, y con todas las formalidades propias de -los ritos, excomulga _nominatim_ á Víctor Manuel y á su ejército, -excomulgando con ellos á cuantos sacerdotes les dijeran misa, ó los -confesasen, ó les administráran los sacramentos, ó les abrieran -las puertas de los templos, tenedlo por seguro, si entran en Roma, -si la adquieren por el ímpetu de la revolucion democrática, no la -conservan. La mujer italiana es supersticiosa, y al ver que á la -patria de esta tierra debia sacrificar la patria del cielo; al ver -sus hijos sin bautismo á la hora del nacimiento; sus padres sin -confesion á la hora de la muerte; cerrado el templo á sus oraciones y -abierto el infierno á sus piés, comienza por una reaccion doméstica -la guerra á Italia, y concluye por una reaccion nacional animada -del espíritu religioso. ¿Qué quereis? El cardenal Antonelli es un -hombre finísimo, de aguda inteligencia, de vastos conocimientos -diplomáticos; pero de una irresolucion y de una incertidumbre sin -ejemplo. No podeis imaginaros lo que ha costado cosa tan natural -y sencilla como elevar el mártir arzobispo de Posen, perseguido -de muerte por Prusia, á la dignidad de cardenal. Anunciaba todo -género de calamidades á la Iglesia, y no ha sobrevenido ninguna, -á consecuencia de este acto de justicia. Pues en el momento de la -invasion logró pintar con tan vivos colores la desgracia del mundo -católico y las desdichas de la Sede Apostólica, si las excomuniones -se lanzaban abiertamente y en todo su furor, que retrajo al Papa de -la necesaria energía y dejó en el aire la máxima, siempre sostenida, -de la necesidad esencialísima de los poderes temporales y políticos -á la autoridad religiosa y moral de los pontífices. Ya se ve, el -cardenal Antonelli es rico hasta poderse llamar un potentado; la -gota le tiene afligidísimo y no quiere moverse del Vaticano. Todos -sus gustos se reducen á coleccionar mármoles y piedras preciosas. -Tiene la joyería quizá más extraña y más rica de Europa. No hay -monarca ni potentado que no le haya remitido algun regalo. Y en esto -esparce el ánimo y distrae los ocios que le consienten sus trabajos -diplomáticos, dejando rodar el mundo á su antojo, sin oponerle, como -debiera, una decidida resistencia, cuando choca tan abiertamente -como ahora con los altares de la Iglesia católica y con el genio de -la antigua Roma.» - -No hé menester decir que yo escuchaba con atencion hasta las -inflexiones de la voz del Príncipe, sin participar de ninguna de -sus creencias, sin asentir á ninguna de sus ideas. Pero viendo mi -religiosidad en escucharle, se exaltaba hasta el entusiasmo, y -decia: «¡Y cuán merecedor era Pío IX de otra suerte! No conozco ni -ha conocido la Historia un Papa más íntegro en materia de intereses. -Pobre era su familia y pobre continúa. Este larguísimo pontificado -no le reportará ni siquiera un miserable ahorro. El dia en que el -Papa muera, le enterrará la piedad de los fieles, como la piedad -de los fieles hoy le mantiene y alimenta. Vosotros, los liberales, -exagerados en vuestros juicios, todos contrarios á los Papas, -sabeis cuál ha sido la llaga del Pontificado; sabeis que ha sido el -nepotismo. Las familias más poderosas y más ricas deben su poder, -su nombre, su riqueza, su influencia, á contar en sus anales un -papa. Mirad esos palacios del Renacimiento esparcidos en Roma, y que -exceden á los palacios de los reyes en el resto de Europa; recorred -esas villas en que la naturaleza compite con el arte, último refugio -de los antiguos dioses, olimpos verdaderos de la escultura; todo -pertenece á familias pontificias. Ese palacio Corsini, donde habeis -visto cuadros de los principales maestros y admirado la Vírgen de -Murillo y su resplandeciente color sevillano, que vence al color -mismo de la escuela veneciana, lo fundó un Riario, sobrino de Sixto -IV, y lo agrandó aquel cuyo nombre lleva, sobrino de Clemente XII. -La villa de Albani, que despues de vender parte de sus esculturas al -Louvre y otra parte á Munich, formando como la base de dos museos, -todavía guarda las primeras estatuas del mundo, como la bellísima -canefora griega, en cuya presencia os olvidais de todo lo que no -sea su extática contemplacion, se erigió por familia que contára -un papa Clemente en sus anales. Las ciencias y las riquezas de los -Pignatellis ha llegado desde nuestras tierras de Nápoles hasta -vuestras tierras de Aragon, y si no se han debido, se han aumentado -al poder y al nombre de Inocencio XII. Clemente IX es el jefe de esos -Rospigliosis, á cuyos jardines acudís para ver la Aurora de Guido -Reni, pintada en los techos de sus casinos, donde parece haberse -condensado un pliegue de la rosada túnica del alba, y en ese pliegue -danzar las ninfas vestidas de gayas gasas, y rodar el carro del sol, -presidido por la jóven y divina Íris, que invocára tantas veces en -sus poemas Homero. Los Altieris han fabricado el colosal palacio de -la plaza de Gesu, parecido á una ciudad, á la vivienda de un pueblo -más que á la vivienda de una familia, y los Altieris han tenido un -Clemente X á su cabeza. Cuando recorreis la villa Pamphili; cuando -bajais á sus verdes valles; cuando subís á sus colinas cubiertas -de flores y coronadas por pinos de Italia; cuando dejais errar -la mirada por los jardines interminables y por los lagos azules, -comprendeis que los paisajes de Claudio Lorena se han animado en Roma -á los conjuros del arte, movido por poderoso motor de oro, y acaso -no recordais cómo tan puros goces son debidos á la munificencia de -un sobrino de Inocente X. El palacio Barberini truena allá en las -alturas, en las sagradas colinas, como un nuevo Quirinal, como un -nuevo palacio Vaticano, construido con piedras arrancadas al Coliseo -y edificado por los parientes de Urbano VIII. Esa galería, alzada en -los jardines de Salustio, donde brilla la colosal cabeza de Juno y -donde quedan grupos encantadores de Menelao, es obra de la fortuna -de los Ludovisis, y la fortuna de los Ludovisis, obra de su pariente -Gregorio XV. La villa de Borghese realmente es el único paseo del -pueblo romano; su galería de esculturas podria honrar una capital; de -su galería de pinturas no hablemos, y todas esas fabulosas riquezas -comenzaron bajo la proteccion de un papa Borghese, de Pablo V. Y ya -sabeis cómo Julio II protegió á los Róveres, y Leon X á los Médicis, -y Alejandro VI á los Borgias, y Martin V á los Colonnas, y Pablo III -á los Farnesios. Principados, dinastías, grandezas de todas clases -que han llegado hasta nuestro tiempo, que han conmovido á Europa -hasta nuestros dias, débense á esa debilidad de los Papas por sus -respectivas familias. Pío IX ha vivido para los fieles y para la -Iglesia. Jamas pasó por las manos de un Papa tanto oro. El dia en que -perdió sus rentas temporales, los productos de su monarquía, pagó -con religiosidad á todos los empleados destituidos, satisfizo las -obligaciones corrientes, mantuvo un ejército de 15.000 hombres, y -pudo entregar al Tesoro pontificio 400 millones de reales, y negarse -con toda entereza á percibir la suma votada para mantener su decoro -y su autoridad espiritual por los Parlamentos italianos. Cuanto ha -recibido de mano de los fieles, otro tanto ha pasado á manos de la -Iglesia. - -»Pero no hay que dudarlo; su extrema movilidad de artista nos ha -traido grandes males, se los ha traido á nuestra Roma. Durante su -juventud, le poseia la idea utópica de un pontificado democrático. -El libro de Gioberti sobre el primado de Italia por virtud de la -Iglesia, corria por todas partes y acaloraba muchas imaginaciones -exaltadas. Aliar la democracia con el cristianismo; rejuvenecer -la conciencia religiosa con la idea liberal; concluir la obra -del Evangelio, deduciendo sus últimas consecuencias políticas y -sociales; llamar desde la antigua ciudad de los tribunos y desde el -sacro altar de los mártires los pueblos oprimidos al goce de los -derechos políticos; reconstituir por el progreso la tutela pontificia -ejercida en otros siglos por la autoridad; aliarse con los débiles -y anatematizar á los fuertes como Cristo en la montaña; todo este -conjunto de propósitos era un ideal que trastornaba la mente del -prelado Mastai y absorbia sus sentidos en la hora misma en que -imprevista eleccion colocó sobre sus caldeadas sienes la tiara con -las tres coronas reales y le entregó el dominio mayor que un mortal -puede ejercer: el dominio sobre la humana conciencia. - -»Los liberales de toda Europa, en cuanto advirtieron sus -inclinaciones, le rodearon completamente en espesa nube de incienso. -El flaco de Su Santidad es el amor al aplauso. Por aquella pendiente -se hubiera deslizado hasta el fondo de insondable abismo sobre la -muelle almohada de la popularidad, si no viene la demanda de la -guerra contra el Austria á demostrar palpablemente á su honradez la -incompatibilidad entre sus ideas de patriota liberal y sus deberes -de Pontífice Máximo. Entónces volvióse de cara á la reaccion, y -los reaccionarios del mundo le rodearon de las mismas alabanzas -y del mismo incienso que los patriotas italianos. Y en esta nube -envuelto, extremó la reaccion religiosa sin extremar la reaccion -política. Y el mismo que no quiso excomulgar _nominatim_ á Víctor -Manuel, corrió los riesgos de un Concilio ecuménico para declararse -á sí, en persona, infalible. Y esta declaracion extraña coincidió -casi con las victorias de Prusia. Y Prusia, que hubiera opuesto su -veto á la entrada en Roma, como solemnemente prometieran Emperador y -Canciller al arzobispo de Posen, su amigo entónces, dejaron que el -atentado se consumára en ódio á las últimas decisiones eclesiásticas. -Y cuando solamente le quedaba al Papa el rayo de la excomunion para -defenderse, acaso para salvarse, no lo ha esgrimido. Al contrario, -todo el mundo sabe que está en los mejores términos con Víctor -Manuel, y que expoliador y expoliado se escriben frecuentemente. -Víctor Manuel insinúa que el poder real, como á una gran parte de -sus antecesores, le abruma, y que preferiria á las alturas del trono -las cimas de las montañas, siendo en él más poderosa y vivaz la -naturaleza de cazador que la naturaleza de monarca, y la vocacion de -campesino que la vocacion de político. Pero dice francamente que su -hijo Humberto, nacido y criado en tiempo de revoluciones, con ideas -muy avanzadas, con profundas creencias de libre pensador, enemigo -irreconciliable del Pontificado, sería gravísimo peligro para la -Iglesia, y le ofrece hasta como un homenaje al Vaticano su presencia -en el Quirinal. Y de esta suerte, todo se conjura para demostrar -la inutilidad completa de los poderes temporales y políticos á la -autoridad religiosa de los papas, en contra de lo que dijéramos -siempre y á mano armada sostuviera Roma. Y ese Papa, hoy prisionero, -que no puede salir de su Vaticano, cuando la Iglesia universal le -pertenece, hubiera vencido á sus enemigos con sólo excomulgarlos, con -sólo blandir los rayos de que todos se rien y á que todos temen. El -arma no está hoy tan embotada como vosotros imaginais, y sus efectos -en Italia hubieran sido terribles, y para el Papa incalculables sus -ventajas.» - -Yo, con el respeto debido siempre á la sinceridad de las creencias -honradas, opuse alguna observacion á mi interlocutor. El efecto de -las excomuniones, en estos tiempos de crítica religiosa é histórica, -debe calcularse por el que produjeron allá en los tiempos de -exaltacion y de fe. Otros Papas hubo más perseguidos, á la verdad, -que Pío IX, y más armados de esos rayos, cuya virtud no depende -tanto del arbitrio de quien los lanza como de la fe de quien los -recibe. No podeis negarme que media una gran distancia moral, mayor -que la distancia temporal, entre aquellos siglos en que los Reyes -de Inglaterra venian bajo la égida de Gregorio Magno á visitar la -tumba del Apóstol en Roma, con las manos llenas de ofrendas, como -los reyes magos á la cuna del Salvador en Belen, y estos tiempos, en -que Inglaterra pertenece casi por completo á la herejía. Entónces -recibian sobre las gradas de la basílica los reyes cristianos sus -albos trajes de catecúmenos como la mayor de las recompensas y -colgaban las largas cabelleras rubias y las pesadas coronas de oro -en esas paredes donde hoy sólo se ven los sepulcros de los últimos -Stuardos errantes, destronados, perseguidos por su devocion á la -Iglesia. En el siglo undécimo, puede el Papa conseguir que todo -un Emperador de Alemania, excomulgado, le pida de rodillas perdon -como un esclavo á su señor. Pero en el siglo décimotercio no puede -conseguir otro papa que Aragon ceda en la guerra de Sicilia, á -pesar de las excomuniones, y se da el caso de que los santos de los -altares hacen milagros á favor de los excomulgados. ¿Qué quereis? Yo -creo que el Papa ha hecho perfectamente en no darse á las aventuras -de una resistencia extrema y al aparato de una excomunion mayor. -Quizá no contára con el clero italiano, parapetado tras la idea de -que el asunto era un puro asunto político. En Italia el clero es -eminentemente social, y por lo mismo, absorbe por todos sus poros -el espíritu de esta sociedad. Á quien se le dijera que Nápoles -ha renunciado casi desde 1860 á su procesion del Córpus, no lo -creeria. Ignoro si cayó la fiesta del Córpus en tiempo del canton -allá por nuestra bella Valencia, pues el canton hubiera celebrado -las procesiones, fiesta indispensable á los valencianos. He oido á -gente del pueblo quejarse en Roma de que el Papa haya suspendido -las ceremonias en San Pedro; pero no por carecer de esta expansion -religiosa y de ese alimento espiritual, sino por carecer de las -materiales ventajas que reportaba á su salario la presencia de tantos -extranjeros como acudian al cebo de los espectáculos. Es frecuente -ver aquí, en capillas donde está expuesto el Santísimo, á curas que -enseñan en voz alta y con ademanes de irreverente olvido, cualquier -obra de arte á sus amigos. Eso sería imposible en España. - -Nuestras gentes no me creerian si les anunciase que el custodio -cercano á las cien lámparas encendidas en torno del sepulcro de San -Pedro lleva hoy mismo, bajo las bóvedas de la primera entre todas -las iglesias del mundo, la gorra puesta. En el alma de vuestro -clero hay, lo mismo que en el alma de vuestra nacion, un fondo de -escepticismo. La idea pagana se ha conservado siempre, y ese grano -de la sal del naturalismo antiguo os preserva de los excesos y -violencias á que todavía se entrega por la causa religiosa una parte -de nuestro clero y otra parte de nuestro pueblo, allá en las montañas -del Norte. Italia no ha sido, ni en los tiempos de fanatismo, una -nacion fanática. En España el fanatismo está de tal suerte arraigado, -que cambia de creencias sin cambiar de naturaleza. Es el defecto -de raza tan enérgica, tan tenaz, tan valerosa como la nuestra, -que todavía conserva, con su exceso de vigor físico, su exceso de -vigor moral. Vosotros los italianos conoceis mejor que nosotros la -realidad, la vida, y os amoldais á sus exigencias. Aún me dura el -estupor grandísimo que me causó el saber, hace dias, la existencia -real y efectiva de curas elegidos por el pueblo en várias ciudades -y regiones italianas, curas que se creen ya tan curas como si los -hubiera elegido su prelado. La excomunion mayor les alcanza desde los -piés hasta la cabeza, y sin embargo, administran los sacramentos como -si estuvieran libres de toda irregularidad. Id con esas á las gentes -de nuestra nacion y de nuestra raza. Hablábame una señora ecuatoriana -ayer mismo de su patria y mentaba al arzobispo de Quito. Decíame que -era liberal, muy liberal, y que habia venido al Concilio con la idea -principalmente de recabar la supresion de los conventos. Y como yo le -preguntase con quién habia votado en el asunto de los asuntos, me -respondió, extrañando mucho mi conducta, que con los partidarios de -la infalibilidad. En Italia el clero es ménos inflexible, y no sigue -al Papa. El Rey se queda con la excomunion y con los sacramentos. Ya -hubieran hallado los curas italianos alguna puerta falsa por donde -meterlo en la Iglesia. - -Y en esta creencia me fortaleció uno de los primeros estadistas -italianos, cuya conversacion tambien quiero contaros. - -«Nosotros, me dijo, nada adivinamos ni queremos adivinar respecto á -la eleccion del nuevo Papa. Dicen unos que será elegido el cardenal -de Siena; dicen otros que será elegido el cardenal de Nápoles: nadie -puede averiguar quién será el elegido. Nos apartamos de todo intento -de influjo, porque las cosas imposibles no se deben jamas intentar, -y nos reducimos á mostrar prácticamente que el Cónclave tendrá entre -nosotros una libertad y una autoridad imposibles fuera de Roma. Yo -me rio de cuantos proponen sistemas varios en las relaciones entre -la Iglesia y el Estado. Poned el padre Pasaglia en el Vaticano y -procederia como procede Pío IX; poned á vuestro amigo Ferrari en -el poder y procederá como procede el Gobierno. Nuestra nacion ni -puede, ni quiere, ni debe renunciar á la presencia del Papa en su -privilegiado suelo. Esta presencia constituye una capitalidad -religiosa, á la que no hay medio de sustraerse en el estado de la -civilizacion universal. Y cuando Italia entró en posesion de Roma, -ó tenía que despedir ó tenía que conservar al Pontífice. Despedirlo -equivalia á demostrar nosotros mismos la tésis de nuestros enemigos, -la incompatibilidad del Pontificado é Italia. Conservarlo equivalia á -destruir la tésis de la necesidad del poder temporal, en el ejercicio -de la magistratura religiosa. Conservando al Papa, no hay más remedio -que darle una completa libertad. Ningun gobierno, ni el gobierno -demagógico, se atreveria á llevar una Encíclica al jurado, ni un papa -á la cárcel. Hay cosas que se dicen muy fácilmente en los discursos, -y que muy difícilmente se hacen desde el Gobierno. El Papa ataca una -cosa, ya fuera de debate en Italia, ataca nuestra independencia y -ataca nuestra nacionalidad, como si atacára al sol, al cielo, á los -astros, á cuanto está léjos del dominio de su voluntad y del alcance -de sus manos. - -»Miéntras tanto, con esos ataques pertinaces, con la absoluta -libertad de palabra, con la franca recepcion de los peregrinos -enviados por todas las reacciones conjuradas contra Italia, se ve, -se toca, se palpa la absoluta libertad religiosa y moral de los -pontífices. Y resulta que desde el dia de la pérdida de su poder -político, léjos de disminuir, crece su autoridad espiritual. Esta -conducta de Italia es amargamente criticada por las dos negaciones -entre que rueda siempre toda afirmacion. Los unos quisieran que -la política de este pueblo emancipado consistiese en esclavizarse -de nuevo, reedificando el poder más contrario á su emancipacion; -el poder temporal. Los otros quisieran que creáramos un Estado -omnipotente contra la Iglesia, y la deshicieramos bajo las ruedas de -ese Estado. El Parlamento italiano, cohibido por fuerzas mayores, -no seguirá ni una ni otra política. No se echará á los piés del -Pontífice, porque eso equivaldria al suicidio; no oprimirá al -Pontífice, porque eso equivaldria á la demencia. Ni irémos á Canosa -con cilicio y sayal, como los emperadores penitentes de la Edad -Media; ni entrarémos á saco en la jurisdiccion religiosa, como los -reyes filósofos del pasado siglo. La sumision al Pontífice riñe -con el espíritu de esta edad, pero tambien riñe la tiranía sobre -el Pontífice. No puede ejercer hoy sobre la Iglesia Víctor Manuel -de Saboya la jurisdiccion que ejercia ayer Cárlos III de Borbon. Y -miéntras tanto, el poder de los Papas va perdiendo carácter político -y tomando carácter espiritual; el Pontificado va dejando de ser una -institucion puramente italiana, para pasar á ser una institucion -verdaderamente católica. - -»El partido ultramontano de todo el mundo, que no comprende esto, se -aferra á su política intransigente y se empeña en una reaccion por la -cual podemos llegar, el dia ménos pensado, á la guerra europea. Y en -su intransigencia le sorprenderá el suceso de los sucesos, la muerte -de Pío IX, que, gracias á Dios, goza hoy de salud excelente. Y la -muerte de Pío IX tendrá inmensa trascendencia. Por esa monotonía y -uniformidad de la Historia, que mirada desde ciertas alturas parece -una colmena donde se reproducen á la contínua los mismos trabajos y -se obtienen los mismos productos, el problema está planteado, poco -más ó ménos, como en la Edad Media; los gibelinos de Italia, los -enemigos del poder temporal, se apoyan resueltamente en Alemania; y -los güelfos de Italia, los amigos del poder temporal, resueltamente -se apoyan en Francia. El asunto de las relaciones entre la Iglesia y -el Estado va siendo todo el asunto europeo. Desde vuestra desastrosa -guerra civil presente, hasta la futura guerra internacional, todo -se enlaza con ese problema. Si en el dia de las grandes catástrofes -los güelfos predominan; ¡ah! no sé qué podrá suceder á nuestras -libertades y á nuestra nacionalidad; pero si predominan, como hoy, -los gibelinos, por no haber querido la libertad, se encontrará la -Iglesia con el predominio y quizá con la tiranía del Estado.» - -Hasta aquí mis dos interlocutores. Yo, en mi calidad de historiador, -ni quito ni pongo una palabra. Sólo se me ocurre decir que el estado -de los ánimos y el progreso de las ideas anuncian que las soluciones -definitivas de estos problemas serán soluciones favorables á la -libertad. - - - - -UN DISCURSO. - - - DISCURSO pronunciado por D. Emilio Castelar el dia 12 de Mayo, - en el banquete dado en su obsequio por diputados, escritores y - estadistas liberales, en el Círculo progresista de Roma. - -Señores: Permitidme que, profundamente conmovido, principie -volviéndome como en espíritu hácia Occidente, y evocando la sombra, -la imágen de mi patria. Santa madre de mi espíritu, hogar sagrado -de mi corazon, templo de mi conciencia, el afecto inmenso que por -ella siento crece con sus desgracias y toma en el extranjero la -solemnidad y la grandeza de un culto. Vuestros elocuentísimos loores, -vuestras ardientes invocaciones á la noble España, han penetrado -hasta el corazon de este su hijo y lo han llenado de inextinguible -agradecimiento. Si en el calor de las improvisaciones, si en la -amistad fervorosa hácia mí, alguna palabra sobre desvío, ú olvido, -ó ingratitud se ha deslizado, sólo me toca protestar contra esa -palabra tan amistosamente como ha sido amistosa la insinuacion; pero -tan enérgicamente como cumple á mi deber y á mi conciencia. España -nada me debe á mí, yo todo cuanto soy se lo debo á ella, y la siento -latir en mi corazon, y arder y brillar en mi mente, penetradas de su -jugo mis venas, de su calor toda mi vida. Sobre los errores de los -partidos y de los gobiernos, se levanta España inmaculada, como la -humanidad sobre los errores de los individuos. España podrá proceder -como quiera con sus hijos; pero sus hijos no dejarán jamas ni por un -momento de adorarla, como la personificacion de todo cuanto han amado -sobre la faz de la tierra. - -Y ahora, ¿qué responder á tantas muestras de entusiasmo? Sentir -grandes afectos, fácil cosa es en esta ocasion gratísima con sólo -dejar abierto el corazon á la electricidad de vuestros sentimientos; -pero decirlos en toda su verdad, difícil, muy difícil, porque así -como á cada paso encontramos asuntos propios de la esfera de un -arte, y á la esfera de otro arte imposibles, por los medios varios -de la expresion artística, así ante el espectáculo de esta reunion -brillantísima, ante este enjambre de ideas que se eleva á lo -infinito, entre los acentos de vuestras espléndidas oraciones; ¡ah! -no le queda recurso alguno á mi palabra, y pareceria lo más natural -dejar la gratitud vagando á su arbitrio en la interna inmensidad de -nuestro sér, mayor si cabe que la externa inmensidad del espacio, y -ántes que verterla en formas indignas de su grandeza, aumentarla con -el misterio y la solemnidad de un religioso silencio. - -Mas siendo deber de cortesía, de afecto recíproco, de agradecimiento, -hablar en la ocasion ménos favorable, cuando la voz se anuda en -la garganta, considerad cuanto por mí pasará al verme, oscurísimo -resto de un reciente naufragio, enmedio de vosotros, ayer esclavos -y hoy libres, ayer víctimas de los tiranos y hoy representantes del -pueblo, ayer en la soledad del destierro y hoy en el regazo de la -patria, legisladores de esta Italia, que parecia descoyuntada para -siempre en el potro de sus tormentos de quince siglos; que parecia -enterrada para siempre, como los huesos de sus primeros padres los -romanos, bajo la pesadumbre abrumadora de sus recuerdos y de sus -ruinas, y que ha resucitado en trasfiguracion superior á las sublimes -trasfiguraciones trazadas por sus pintores, enseñando una enseñanza -consoladora: como ántes puede perderse en este nuestro planeta el -calor central que el calor de la libertad, y ántes extinguirse -en lo infinito la luz de los astros, que en los corazones de los -desdichados y de los oprimidos la esperanza en una saludable y -definitiva redencion. (_Ruidosos aplausos._) - -Yo he visto á Roma en el cilicio y en la penitencia, con el Miserere -en los labios y los restos de un gran sudario sobre su cuerpo; -yo la he visto fuera del espíritu moderno, como un mentís al -progreso, como una excepcion al derecho; de rodillas en las aras -consagradas á su sombría teocracia y circuida, como Níobe, de sus -hijos muertos para la vida más necesaria y más alta, para la vida -del pensamiento; buscando sobre sus cordilleras de ruinas y bajo -su corona de cipreses las antiguas instituciones que fueran su -grandeza, convertidas en sueños, en fantasmas, y doliéndose de no -encontrarlas con lamentos dignos de los versículos de Job y de los -trenos de Jeremías; sin que bastáran á contrastar su dolor ni el -inmenso poder moral de sus pontífices ni la inmarcesible gloria de -sus divinos artistas, desolada Jerusalen de imperecederos recuerdos, -pero tambien de imperecederas tristezas; y ahora por las cenizas -del Foro se despiertan los ecos del antiguo Senado; en la tribuna -de los Rostros resuenan los acentos de la antigua elocuencia; del -Aventino y del Monte-Sacro descienden las sombras de los tribunos á -bendeciros por haberles dado el consuelo de vuestra emancipacion; -entre los fragmentos de sus sepulcros destrozados como restos de otro -planeta, se levantan los manes de Camilo, de Régulo, de Cincinato, -de Escévola, al sentir que por la cima del Capitolio, cima tambien -de la tierra, cerebro de la gente latina, brillan y arden como dos -faros, cuyos rayos penetran hasta en la soledad de lo pasado y hasta -en la region de la muerte, la dulce alma de esta moderna Italia, tan -fecunda en divinas inspiraciones, unidas con el genio austerísimo -de la romana libertad. (_Estrepitosos y repetidos y prolongados -aplausos._) - -El gran poeta de vuestras desgracias no podria decir hoy como en su -tiempo: - - ¡O patria mia! vedo le mura e gli archi - E le colonne, e i simulacri, e l’erme - Torri degli avi nostri, - Ma la gloria non vedo, - Non vedo il lauro e il ferro ond’eran carchi - I nostri padri antichi. - -Y no podria con razon añadir, pintando la ilustre nacionalidad -acongojada: - - Siede in terra negletta e sconsolata, - Nascondendo la facia - Tra le guinocchia, e piange. - Piangi, che ben hai donde, Italia mia, - Le genti á vincer nata - E nello fausta sorte, e nella ria. - -El sublime cantor de la Edad Media, el titánico genio de la -desesperacion, no podria exclamar: - - ¡Oh serva Italia! di dolore ostello, - Nave senza nachiero in gran tempesta; - Non donna dei provincie; ma bordello. - -Sobre los muros, sobre los arcos, sobre las columnas, en las piedras -de vuestros monumentos, en las obras inmortales de vuestros artistas -se ve brillar como en contínua fulguracion, que Italia es una, que -Italia es independiente, que Italia es libre; y vosotros, que, -como italianos, recogeis los frutos de estos grandes progresos; y -yo, que, como parte de la humanidad y como hijo de la raza latina, -participo de sus ventajas, debemos beber en comun por la unidad, por -la libertad, por la independencia de Italia (_Aplausos_), por todos -aquellos que han contribuido á fundarlas entre los escollos de la -diplomacia europea y los azares de la guerra, por todos aquellos que -la salvan, la defienden y la consolidan, pues la existencia de esta -nacion libre en el mundo moderno es garantía al progreso universal y -áncora segurísima á los derechos de unos, á las esperanzas de otros, -á la autonomía á la dignidad, á la grandeza de todos. (_Prolongados -aplausos._) - -Señores, vosotros habeis hablado mucho de mí, consagrándome alabanzas -dignas de vuestra magnanimidad, en desproporcion completa con mis -méritos (_Voces_: No, no); permitidme que yo recuerde un hecho, no -más que un hecho sencillo de mi vida. Crecí y me eduqué en tiempos -de desesperacion respecto á vuestra patria. Para todos pasaba como -axioma indiscutible que Italia estaba muerta y no resucitaria jamas. -Nuestros padres, que tornaban del destierro para encontrarse con la -guerra civil, vieron, trataron allá en la Gran Bretaña el sublime -poeta de los sepulcros, hijo natural de Grecia, hijo adoptivo de -Italia, que llevaba sobre su frente espaciosa los resplandores del -genio de las dos naciones, y sobre su henchido corazon el luto de -las desgracias y de las tristezas italianas y helénicas, luto más -negro y más profundo en las tinieblas, donde le faltaba á un tiempo -el acento de las músicas lenguas meridionales en los oidos y en los -ojos el resplandor de nuestra luz y de nuestro cielo: en tal guisa, -aterido por la duda y por el frio, aquel gran genio, creyendo eterna -la noche y eterna la soledad de entónces, habia dicho, y ellos lo -habian difundido, que estaba él condenado á morir en la proscripcion -é Italia condenada á desaparecer en la servidumbre, rotas las cuerdas -de su corazon como las cuerdas de su lira, semejante á sus antiguas -sacerdotisas cuando bajaron del ara y se desciñeron la corona de -verbena, al conjuro de los penitentes que salian de los desiertos del -Asia y al golpe de las tribus que bajaban de las selvas del Norte, en -la última apocalíptica hora del antiguo mundo. (_Bien, bien._) - -Y yo, á pesar de haber oido esto constantemente, pensé y creí -siempre que Italia resucitaria. En el Jurado de Madrid, ante un -pueblo inmenso, el año 1855, en el ardor de la primera juventud, -yo dije que veriamos la unidad y la libertad y la independencia de -Italia. Todavía guardo en mi poder una felicitacion que entónces me -dirigieron, y que anda impresa, muchos patriotas italianos, entre -los cuales se encuentran nombres tan ilustres como los nombres de -Garibaldi, Manin, Mancini, Mamiani, Tomaseo y otros varios. Pero -entónces, si habia muchos que participáran de mis ideas, habia -pocos, muy pocos, que participáran de mis esperanzas. Hasta los más -liberales me tenian por visionario y declaraban que mis anuncios, -nacidos más en la fantasía que en el conocimiento de las cosas, no -se cumplirian ¡Valor se necesitaba para esa afirmacion señores, en -aquellos momentos! El mundo estaba lleno de desterrados italianos; el -esfuerzo de 1848 habia recrudecido los dolores y enconado las llagas; -el Piamonte, aplastado entre el Imperio de los Bonapartes y el -Imperio de los Hapsburgos, no podia apénas respirar ni sostener sus -nacientes instituciones; cebábase el despotismo en las Dos Sicilias, -donde veiamos arriba todas las demencias y abajo todas las desgracias -de nuestro tiempo de Fernando VII; las bayonetas imperiales mantenian -la donacion de Pipino y cerraban todo paso al esfuerzo y al trabajo; -príncipes absolutos en Toscana; príncipes más absolutos en Parma; -príncipes absolutísimos en Módena, sargentos todos asalariados del -Austria; las plazas del Cuadrilátero, como otros tantos clavos, -sosteniendo el cuerpo de vuestra nacion martirizada en su cruentísima -cruz; Milan, caida exánime en el dolor y en la desesperacion; -Venecia, flotando como un gran cadáver en sus lagunas que parecian -lagunas de lágrimas; por los horizontes de Europa ni un solo -vislumbre de esperanza, dispersas las democracias alemanas; errantes -sus ilustres apóstoles, volcada al golpe de Estado la gloriosa -tribuna francesa; desvanecidas las ideas que brotáran de la Asamblea -de Francfort y soterrada Hungría como si hubiéramos vuelto á los -tiempos de la Santa Alianza, á la exaltacion de todos los tiranos y á -la esclavitud eterna de todos los pueblos, no quedando á los grandes -patriotas más recurso, despues de tantas catástrofes, que el recurso -de Bruto y de Caton; la desesperacion y el suicidio. (_Frenéticos -aplausos._) - -Y sin embargo, mi fe tenía un fundamento racional; mi fe tenía el -fundamento de las ideas progresivas, de las ideas de libertad y de -patria. Penetrando como penetraban ya en el espíritu de los pueblos, -debian necesariamente conducirlos desde la concepcion de lo ideal -á su inmediato cumplimiento. Una idea, por etérea, por impalpable -que parezca, trasforma la impura realidad, modifica y renueva las -sociedades humanas. Como las ciencias experimentales van cada dia -demostrando más la unidad de las diversas fuerzas cosmogónicas, las -ciencias de indagacion van, á su vez, demostrando que arte, religion, -Estado, filosofía, son como cristalizaciones várias de una misma -idea. (_Bien, bien._) Y esta idea de la libertad, y de la igualdad -en la libertad que debia crear la democracia, de la cual se derivaba -esta otra idea de la union, de la identificacion de aquellos que -tienen orígenes comunes y comunes destinos históricos en una misma -nacionalidad, debian penetrar en el seno de Italia y redimirla y -salvarla. Os habiais formado una concepcion superior de vuestro -derecho, y, merced á las intuiciones rápidas de nuestra inteligente -raza, habiais podido llevar esta concepcion á las últimas clases -sociales, al seno de los pueblos, y de aquí la unidad italiana. -Para fundarla más sólidamente la unisteis al pensamiento moderno, á -la libertad; porque no puede prevalecer todo aquello que contra la -libertad se dirija. Italia estaba dibujada y delineada en el espíritu -ántes de brotar en el espacio. Italia era ya vista, descubierta en -el éxtasis de sus hijos ántes de que brotára en las instituciones, -como esas místicas figuras que el beato Angélico adoraba en espíritu -ántes de animarlas en el áureo fondo de sus cuadros. Así, esta idea -universal suscitó la inspiracion de vuestros artistas, el heroismo -de vuestros soldados, la fe de vuestros mártires y el genio de -vuestros hombres de Estado. Y supisteis sumar á los ímpetus del -sentimiento los cálculos de las probabilidades políticas, y al -culto por lo ideal y por los principios abstractos el conocimiento -práctico de las realidades de la historia. Supisteis, cuando fué -necesario, evocar vuestros muertos ilustres, reunir vuestros jóvenes -ejércitos y marchar, en alas del entusiasmo, desde una inmerecida -servidumbre á vuestra redencion en la libertad. Y despues de 1848, -despues de aquel gran desastre, no perdisteis la esperanza como Caton -despues de Farsalia y como Bruto despues de Filipos, perseverasteis, -combatisteis, y desde San Martino hasta Marsala, y desde Marsala -hasta Gaeta, una serie de victorias ilustres fundaron la libertad y -la independencia de Italia, que completasteis luégo con la unidad, -recabando en una mezcla rara de valor y de prudencia vuestra mágica -Venecia y vuestra sublime Roma. El sueño de quince siglos se ha -realizado. Lo que no pudieron los antiguos Césares ni los reyes -ostrogodos y lombardos; lo que no alcanzaron ni Federico de Suabia -ni sus ilustres descendientes en el combate á muerte con los güelfos -y los angevinos; lo que no vieron ni Dante ni Petrarca, á pesar de -invocar á los Emperadores de Alemania para que convirtieran la espada -del Sacro Imperio en el eje de Italia; lo que no alcanzó Julio II con -sus cañones, ni Leon X con sus artes; lo que no realizó Savonarola -dándose á Dios, ni Maquiavelo dándose al diablo; la Italia una, la -Italia libre, la Italia independiente, lo habeis conseguido vosotros, -que, sin duda, sois la generacion más favorecida, por haber reunido -á los esfuerzos de las generaciones anteriores y á sus martirios la -idea vital por excelencia, la idea por excelencia poderosa, la idea -de libertad. (_Grandes aplausos._) - -Pero no basta con haberla conseguido, es necesario á toda costa -conservarla. Una larga experiencia enseña cuánto más fácil es la -fundacion que la consolidacion de las libertades públicas. Para lo -primero acaso basta con una virtud muy grande, pero muy extendida y -rudimentaria; con el valor; para lo segundo se necesitan la sabiduría -y la prudencia. Todo se puede dejar en parte á los azares de lo -imprevisto, todo, ménos la suerte de las naciones. Las aventuras en -los pueblos concluyen casi siempre, como las aventuras de la obra -inmortal de nuestro Cervántes, por grandes catástrofes. Sólo se debe -extirpar aquello que no se puede reformar. Y ántes de pedir á las -leyes una reforma, es necesario formularla con claridad, difundirla -con perseverancia, propagarla en los comicios, conseguir que desde -los comicios suba como una savia misteriosa á los parlamentos y de -los parlamentos á los gobiernos. Si un principio, por progresivo -que parezca, puede comprometer todo lo que habeis alcanzado, no lo -propongais ni lo implanteis; contentaros con prepararlo para lo -porvenir. Vosotros, que sois naturalezas sintéticas, no caigais en -el error de los errores: mirar sólo á la libertad y prescindir de la -autoridad; mirar sólo al progreso y prescindir de la estabilidad; -mirar sólo al derecho del individuo y prescindir de la fuerza -social; mirar sólo á lo porvenir, cuando todo movimiento encierra en -trinidad misteriosa lo pasado, lo porvenir y lo presente. El ideal -debe formularse, sostenerse, difundirse todos los dias con sin igual -constancia, porque es la promesa de las renovaciones necesarias en -las sociedades humanas; mas para plantearlo no olvideis nunca, no, -que toda idea encierra una serie lógica de ideas y que toda obra -grande crece con la misma lentitud con que crecen los seres muy -duraderos en la naturaleza. Los partidos radicales, los partidos -avanzados de toda Europa deben unir al valor la mesura, al sentido -científico el sentido histórico, á la noble impaciencia por el -progreso aquel tacto político, aquella medida de la realidad, aquel -conocimiento de pueblos, sin los cuales sembrais el bien y recogeis -el mal. No os satisfagais con haber fundado Italia, conservadla. Y -no se diga jamas que por corregir un defecto de vuestra estatua, por -quitarle una imperfeccion, quizá necesaria, la habeis destrozado -en mil pedazos. (_Grandes aplausos._) Brindemos, pues, no sólo al -empuje y á la iniciativa de los que fundaron Italia, sino tambien á -la prudencia y al tacto de los que saben conservarla y sostenerla con -maravillosa unidad de propósitos. - -No me cansaré jamas de tratar este punto, porque creo que el mayor -mal de las democracias modernas es la impaciencia, y el escollo único -está en la demagogia. Los períodos revolucionarios, los períodos de -violencia se van cerrando en toda Europa. Los pueblos que caen por su -desgracia en reacciones absurdas, los pueblos que ven reaparecer por -conjuraciones de cuartel épocas aborrecidas de tiranía, los pueblos -que pierden su prensa y su tribuna, los pueblos lanzados del derecho -á los piés de la teocracia, esos pueblos que conservadores insensatos -empujan hácia el abismo, no tienen otro remedio sino apelar á la -revolucion, obra siempre de los opresores y no de los oprimidos, -los cuales tienden incontrastablemente, como todos los seres, á -respirar su aire, á ver su luz, á ver y respirar la libertad. Pero -los pueblos que tienen las condiciones necesarias de la vida moderna; -aquellos que poseen el sistema constitucional en toda su latitud, -que gozan de prensa y de tribuna libres y que pueden reformarlo todo -por la iniciativa del Parlamento y por el voto de los comicios, -esos pueblos, cuando apelan á la revolucion, me parecen á la verdad -tan insensatos como los conservadores reaccionarios, y forjan su -propia opresion y mueren dementes en la infamia del suicidio. No -olvideis, no, que solamente los déspotas, creidos de que su voluntad -y su pensamiento representan toda la nacion, pueden intentar cuanto -quieran sin contar con nadie; nosotros los demócratas, para gobernar -las sociedades humanas y reformarlas, necesitamos de todos, de la -mayoría cuando ménos, y no podemos ganarlos á todos sino por la -persuasion y por la propaganda. - -Conozco que insisto mucho; pero permitídmelo en puro interes de la -libertad y de la democracia, causa que con desinteres completo he -servido toda mi vida. Los excesos nos han perdido siempre. Entre -aquel estallido de pasiones que acompañó á la primera revolucion -francesa, no se pudo fundar una república duradera; entre el -estallido de utopias que acompañó á la revolucion de 1848, perdióse -tambien la república. Hoy, que parecia la obra más difícil, la -reaccion más fuerte, nuestro ideal extinto en las ruinas humeantes -de la guerra civil y de la guerra extranjera, la república se ha -salvado, la república se ha establecido en Francia, gracias á la -prudencia de los republicanos, que han alcanzado la más difícil, -pero la más gloriosa de todas las victorias, la que ha consistido -en vencerse á sí mismos, sometiendo á la realidad un ideal que se -extinguiera si intentáran realizarlo en una sola hora ó en un solo -dia. Para confirmar esta verdad encontraréis cumplidísimo ejemplo -en el pueblo quizá más fuerte, más valeroso y más desgraciado de -Europa, en el pueblo español. Este gran pueblo habia conseguido los -tres mayores bienes á que pueden aspirar los pueblos modernos: habia -conseguido la libertad, la democracia y la república. Su conciencia -y su pensamiento, su prensa y su tribuna eran completamente libres; -la tolerancia religiosa habia sustituido á la intolerancia más -arraigada y más antigua; sus Universidades tenian todos los derechos -de las primeras Universidades del mundo; administraba allí justicia -el jurado y elegia la autoridad en todos sus grados el sufragio -universal: bienes inapreciables que llegaron á encarnarse en su forma -propia, en su organismo natural, en la república; pero el empeño -de exagerar todas las ideas, de extremar todas las conquistas, de -pedir á combinaciones utópicas y no ensayadas de un republicanismo -indefinido, todos estos gravísimos errores nos perdieron y nos -llevaron á una descomposicion que ha sido al par causa de nuestra -ruina y de la ruina de aquellas venerandas instituciones, á las -cuales habiamos unido con el trabajo de toda nuestra vida la honra -de nuestro nombre y la suerte de nuestra patria, ejemplo tristísimo -que invocaré siempre para inculcar en las democracias europeas las -dos virtudes que deben ir unidas á su valor y á su tenacidad, la -moderacion y la prudencia. (_Aplausos, asentimiento._) - -Pero dicho esto, hecha esta confesion dolorosísima, réstame otra -cosa que decir, otra enseñanza que sacar de los acontecimientos -de España. Se habla mucho de la solidaridad que existe entre los -elementos liberales, entre los partidos democráticos, entre los -gobiernos afines de Europa. Se habla mucho de lo que ha dado en -llamarse el cosmopolitismo revolucionario. Yo puedo decir, yo puedo -declarar que no he hallado esa unidad de miras y esa solidaridad de -intereses en el liberalismo europeo, sobre todo en el liberalismo -oficial que pretende servir la moderna civilizacion. Para nadie era -un misterio que, proclamada la república en España, su caida traia -consigo necesariamente una reaccion inmediata, una reaccion hácia la -teocracia más ó ménos hipócrita. Un reconocimiento de los Gabinetes -europeos, un reconocimiento oficial de aquella forma de gobierno, -emanada, no de revoluciones populares, no de pronunciamientos -pretorianescos, sino de la voluntad libérrima de una Asamblea -soberana, producto del sufragio universal, hubiera podido salvarnos, -hubiera podido traernos en el interior autoridad y fuerza moral para -vencer los mayores obstáculos, y conservar un pueblo nobilísimo á la -civilizacion y á la libertad europea. Ningun Gobierno, ninguno, en -aquella crísis nos tendió la mano. Tuvimos ofertas de algunos de esos -hombres extraordinarios que han consagrado su vida á la libertad, -como Garibaldi; no tuvimos más. En Francia habia una república, y -esta república no reconoció á su infeliz hermana. En Inglaterra habia -un Gobierno radical, un Gobierno que tenía interes en salvar la -libertad religiosa y la libertad mercantil allende el Pirineo; este -Gobierno tampoco quiso reconocernos. Ni siquiera allá en la pensadora -Alemania, que tanto y tanto lucha con la teocracia universal, se -comprendió que tras la ruina de la república se encontraba la -exaltacion de los elementos clericales. Y allí tenian el deber de -adivinar que las reacciones son contagiosas, y que los contagios -atacan quizá á los más sanos y á los más fuertes. Nosotros nos -vimos abandonados de todos hasta en los momentos en que luchábamos -con la demagogia, y restablecimos la autoridad y el órden bajo la -bandera de la república, es verdad, pero de la república moderada y -prudente. En cambio, los enemigos de todo progreso, los mantenedores -del absolutismo, los que pelean por el trono y por el altar han -tenido el auxilio de todos los interesados en restaurar la antigua -trama sobre el suelo volcanizado de Europa. El partido legitimista -frances se ha arruinado por socorrerlos; y los católicos ingleses -han mandado constantemente naves cargadas de armas á nuestras costas -cantábricas; y un solo comité ha dicho al disolverse en Viena que -le habia remitido tres millones de francos al Pretendiente; y donde -quiera que alienta una esperanza ó interes absolutista, allí ha -brotado un recurso, un auxilio para nuestros enemigos, de suerte que -España padece, sus hijos mueren, sus hogares arden, sus caminos se -cierran bajo un diluvio de sangre, no sólo por las pasiones y los -errores nacionales, sino tambien porque el absolutismo universal ha -concentrado sobre nosotros todas sus fuerzas á fin de restaurar con -una victoria en aquel suelo, sus viejos ídolos sobre los altares de -toda Europa. Nosotros somos, ante todo, las víctimas sacrificadas por -la implacable reaccion universal. - -Puesto que es antigua y arraigadísima costumbre el dirigir votos -en estos momentos solemnes, elevémoslos por la union de los dos -pueblos, por la union del pueblo de Italia y del pueblo de España. -Olvidemos que unas veces vosotros habeis sido los conquistadores y -nosotros los conquistados, que unas veces nosotros hemos sido los -conquistadores y vosotros los conquistados, para acordarnos tan sólo -de que siempre hemos sido hermanos por la identidad de nuestros -orígenes, hermanos por la analogía de nuestras lenguas, hermanos -por la comunidad de nuestras creencias, hermanos por la semejanza -de nuestras regiones meridionales, hermanos por nuestras artes, por -nuestras ciencias y por nuestra historia. No se puede saber qué sería -del mundo, qué de la civilizacion, si los pueblos mediterráneos se -suprimieran: aquella Andalucía, que enmedio de la barbarie feudal -enseñó á Europa las matemáticas, y con ellas la astronomía de los -cielos, las ciencias filosóficas y con ellas la astronomía del -pensamiento; aquella Provenza, que con sus córtes de amor y con sus -torneos poéticos fundó la literatura moderna, y fué lazo de union -estrecha entre todos nosotros; aquella Grecia, que ha esculpido la -forma humana con el buril de sus artistas, y le ha puesto en la -frente el resplandor de lo divino con las ideas de sus filósofos; y -esta Italia, que ha sido la Grecia de estos tiempos, nuestra Academia -y nuestro templo, la musa de la moderna historia. (_Aplausos._) -Registrad vuestros anales, registradlos, y veréis cuántas glorias, -cuántas grandezas tenemos, que son y serán perpétuamente comunes -entre vosotros y nosotros. Las escuelas de Córdoba y de Sevilla -han contribuido al Renacimiento hasta en Italia, y han llevado la -filosofía de Aristóteles hasta el seno de Sicilia. Las naves de -vuestras repúblicas, las naves de Pisa, las naves de Génova han -redimido y han emancipado ciudades tan españolas como Almería y -como Mallorca. Los almogávares catalanes, invocados por los grandes -patriotas sicilianos, vencieron las ambiciones de la teocracia -y alzaron el guantelete de Conradino en Mesina, en Nicotena, en -Catania, mezclándose en los anales de vuestra libertad y en los -tercetos del Dante sus nombres con los nombres de los fundadores de -vuestra libertad. La gloria de Colon es una gloria de España y de -Italia; el nombre de Andrea Doria es un nombre de Italia y de España; -las proezas del gran general Colonna son proezas de Italia y de -España; las victorias de Filiberto de Saboya son victorias de España -y de Italia; los versos de Garcilaso pertenecen tanto á vosotros como -á nosotros; los pinceles del Españoleto ilustran la antigua Campania -y la moderna Valencia; en la epopeya de Lepanto, en la ocasion -más grande de la historia moderna, cuando detuvimos el fatalismo -oriental y evitamos que todo el Mediterráneo fuera, como el Bósforo, -un lago turco, las naves de Barcelona se consagraban, confundidas con -las naves de Génova y de Venecia, á la obra eternamente gloriosa de -salvar para siempre del mayor de sus riesgos á la civilizacion y la -libertad en toda Europa. (_Ruidosos y prolongados aplausos._) Hasta -recuerdos comunes tenemos en la historia de nuestras libertades. -Cuando toda España ardia en la guerra sublime de su independencia, -en la guerra de 1808, reunidos sus legisladores sobre el escollo -de Cádiz, bajo las bombas del conquistador y bajo el azote de la -peste, trazaron el Código democrático de 1812, que consagraba las -grandes libertades modernas, y que ungia la frente de los pueblos -con el sufragio universal. Pues ese Código invocó el Piamonte, -invocaron las Dos Sicilias en 1821 al levantarse para pedir el -régimen constitucional y las modernas instituciones democráticas. El -recuerdo de ese Código era una religion, lo mismo entre vosotros que -entre nosotros, la religion de la libertad. El nombre de Riego es tan -popular en Italia como el nombre de Garibaldi, el gran Garibaldi, es -popular en España. - -Todavía se conservaba esa religion en nuestros tiempos; todavía -Palermo sublevado significaba á sus enemigos y á sus tiranos que -no cesaria en su lucha como no le concediesen el código de sus -libertades, el resúmen de sus derechos, el objeto de su culto, -la Constitucion española de 1812. Por consecuencia, señores, si -tantos son nuestros recuerdos, tantas nuestras glorias, si vuestros -opresores han sido nuestros opresores, y vuestros enemigos nuestros -enemigos, brindemos todos por la union de la España liberal y de la -Italia liberal en la obra civilizadora y humanitaria del progreso y -de la democracia. - -Yo he oido decir aquí á grandes pensadores y políticos, que no -creen, que no pueden creer en la raza latina. Yo, por lo contrario, -creo en la existencia de esta raza, y creo que las razas, como las -nacionalidades, responden á la ley de variedad y de unidad que impera -así en las sociedades humanas como en el universo. Pero ni deseo -el panlatinismo como los escritores de otra raza desean el dominio -universal, ni predico esta idea de raza por oposicion ó por ódio á -raza ninguna de la tierra, y ménos de nuestra tierra europea. Creo -que así como la familia completa al individuo, y la nacionalidad -completa la familia, la raza completa las nacionalidades, y la idea -de humanidad completa y contiene todos estos elementos de vida. Las -razas diversas son necesarias, son indispensables, y sirven á la -naturaleza como los planetas y los soles al cosmos, como las fuerzas -contrarias á la mecánica y al equilibrio universal; como el oxígeno, -el ázoe y el carbono al aire; como el oxígeno y el hidrógeno al agua, -elementos que á primera vista parecen opuestos, y que, en realidad, -componen las armonías de la vida y el conjunto de la naturaleza. -Descended á vuestra conciencia, tocad vuestro corazon, examinaos en -la ciencia y en la historia, y veréis cómo, siendo vuestro espíritu -una evolucion de la vida superior á la naturaleza, y siendo arte, -Estado, nacionalidad, encarnaciones várias de vuestro espíritu, -en todo cuanto os rodea á vosotros y nos rodea á nosotros hay un -elemento esencial, un elemento latino que ha formado desde nuestras -artes, expresion del sentimiento, hasta nuestras lenguas, expresion -de las ideas, y que si este elemento latino en otros tiempos de -fatalidad nos ha unido por los impulsos de la fuerza en el seno de -mutuas conquistas, hoy, en estos tiempos de razon, debe unirnos -á todos los latinos, pero especialmente á los españoles y á los -italianos, en el seno de la libertad y de la democracia. He dicho. -(_Ruidosos y repetidos y prolongados aplausos. Los asistentes saludan -calurosamente al orador y le felicitan con entusiasmo._) - - - - -LA ISLA DE CAPRI. - - -Dos veces he visitado á Capri en mi vida: una vez por la primavera -de 1868, y otra vez por el estío de 1875. Durante este larguísimo -intervalo cogí en más de una ocasion la pluma para bosquejar mis -emociones, mis recuerdos, mis ideas, y la solté desesperando de -igualar jamas al maravilloso cuadro original donde se mezcla tanta -gracia con tanta grandeza. En deliciosa mañana bajaba desde la -fonda llamada Sirena, en Sorrento, á las playas por una de esas -galerías abiertas en la roca viva, merced al trabajo de los romanos, -y contemplando las atrevidas bóvedas, las ciclópeas paredes, los -tortuosos recodos, las ámplias escaleras y las subterráneas vías, -exclamaba á cada paso, que no extrañaban ya las empresas mitológicas -de Hércules ni la apertura del gaditano Estrecho, ni las columnas -puestas por límites al mundo, pues un pueblo relativamente moderno -daba el aspecto de montañas á sus monumentos y abria á su arbitrio -los senos de la tierra como si guardára en su hogar el fuego -primitivo ó tuviera en sus manos la fuerza creadora, algo semejante -al genio mismo de la Naturaleza. - -Despues de haber recorrido aquellas cavernas, aunque circula -libremente el aire en sus espacios y no falta en verdad la luz, -respirais mejor bajo el claro cielo y á orillas del mar. Los -marineros nos aguardaban solícitos en una barca, y nos recibian con -esos gratos saludos propios de esta clase eminentemente expansiva y -social, sobre todo en nuestras regiones meridionales. Miéntras unos -apercibian los remos, y otros aparejaban las velas, y éstos recogian -lonas y redes, y aquéllos desamarraban los cables, dos entonaban -á porfía la _Mandolinata_, esa suavísima cancion parthenopea que -reproduce todo el gozo y toda la inquietud de estos griegos tendidos -sobre sus lechos de rosas á las faldas de ese Vesubio, en cuya cima -resuella eternamente la muerte. Conforme íbamos costeando la ensenada -sorrentina y recorriendo casi hasta el cabo Minerva, último extremo -de la bahía de Nápoles, destacábase en el mar la isla de Capri, -comparada por Juan Pablo Richter á una esfinge, y por Gregorovius -á un antiguo sarcófago. En efecto, el declive de su longitud desde -Occidente á Oriente; la altísima eminencia del Solaro y sus aristas -semejantes á graciosas estrías arquitectónicas; el córte de sus -caprichosas playas; los esponjosos y oscuros escollos cincelados -por las blancas, férvidas espumas; las escarpadas dunas, en cuyas -cimas se abrazan las vides con los olivos y en cuyos piés se abren -temerosas cavernas; el prodigioso esmalte dado á todos los objetos -por el reflejo de la luz en las aguas; la trasparente superficie del -mar y la clara bóveda del cielo, entre cuyos resplandores parece -flotar la isla aérea y eteriforme como un templo de cristal azul -engarzado sobre una estrella de oro; todas estas bellezas indecibles -os trasportan á las regiones de la poesía y de la magia, en cuanto -abrazais con la vista y con el pensamiento uno de los clásicos -paisajes gratos á los antiguos poetas y á los antiguos dioses, pero, -sobre todo, el paisaje de Capri. - -No olvidaré jamas este dia. Serena la mañana, espléndido el -horizonte, dormido el mar, fresco y cariñoso el aire; las ciudades -del golfo dibujándose inciertamente en el éter como neréidas -fabulosas, y Sorrento perdiéndose á nuestra espalda en la meseta -de sus abruptas rocas, ceñidas de azahar, miéntras surgia cada vez -más encantadora á nuestros ojos, Capri, con sus montañas ceñudas y -sus alegres verjeles, con sus rosáceas dunas y sus negras cavernas, -con sus blancos pueblos, ora agrupados al borde de las playas, ora -suspensos en la falda de las montañas, y sus ruinas bruñidas por el -sol y dispersas en las inaccesibles alturas; con las cúpulas de sus -iglesias y los techos de sus cabañas; con sus labradores cavando en -los huertos plantados sobre los abismos, y sus marineros recogiendo -el copo lleno de peces en la ensenada; con sus escollos que parecen -vomitados por erupciones volcánicas, y sus blancas casas, sobre cuyos -pintorescos terrados se tienden fresquísimas guirnaldas; con aquella -doble vida del campo y del mar, en que se mezclan las algas con las -flores, las emanaciones salinas con los aromas silvestres, la nota -dulcísima de la alondra con el grito agudo de la gaviota, á manera -que en la poesía de Homero, de Teócrito y de Virgilio. - -Á las diez del dia nos acercábamos ya al término de nuestro viaje, -y la isla parecia desierta. ¡Grata y serena soledad! Proyectábase -sobre el mar la luz con esplendor indecible. Las aguas miraban al -cielo, como unos ojos enamorados miran á otros ojos en cuya retina -encuentran el amor correspondido. Por toda la inmensa extension -caia á plomo el sol, ya cercano á su zenit. Pero en el sitio donde -estaba nuestra barca, al Norte de la isla, se extendia la sombra -espesa de los altos montes. Así el Mediterráneo lucia con azul tan -claro que tiraba al ópalo, y nuestra zona se teñía de azul tan -oscuro que tiraba á violeta. Ningun pincel, ni siquiera el pincel -de Pablo Verones, mojado en los matices de las lagunas venecianas, -podria trasladar al lienzo aquella fiesta de colores; aquel cielo de -un esplendor incomparable, aquellos léjos de rosados tintes donde -nadaban los blancos pueblos, aquellos puntos de luz producidos por -los rayos solares al quebrarse en la rizada superficie de las aguas, -aquel violáceo tono del Vesubio brillando en sus cimas y en sus -faldas como si estuviera cuajado de oscura y deslumbradora pedrería, -aquella nube de humo despedida por el cráter y disipada en los aires -como una gasa; aquella zona de azul oscuro en que nosotros estábamos, -juego mágico de las sombras inexplicable por la humana palabra y en -cuya contemplacion nos abismábamos como si fuese el comienzo de un -mundo ideal guardado por un genio desconocido en el fondo de los -mares. - -Es verdad. Los pueblos que atraviesan el desierto bajo un cielo -de bronce, sobre una tierra abrasada; en la uniformidad de los -infinitos inmóviles océanos de arenas, deben afirmar y confirmar -la idea de la unidad de su Dios creador; pero aquí, en el seno de -esta contínua primavera que junta las flores con los frutos; en los -reflejos de estos horizontes, cuya rica variedad es incomparable; -en la orgía de estos colores que descomponen todos los matices de la -luz; entre estas movibles olas, entre los juegos y arabescos de las -sombras; entre las estelas del agua y los espejismos del aire; en -las refracciones de los rayos solares y en la reverberacion de los -nocturnos astros; en las guirnaldas de espumas, en la palpitacion -contínua de ese movible seno, á cada instante aparecen las sirenas -y neréidas del antiguo mar, cuna eterna de la religion pagana, -sirenas y neréidas dibujando su cuerpo de alabastro en las espumas, -sus negras cabelleras en las algas, sus palpitaciones amorosas en -la rizada superficie, y sus huellas en los surcos de luz sobre la -celeste inmensidad, donde brotan con los múltiples vapores múltiples -ideas, y con las múltiples ideas innumerables dioses. - -Acercámonos á tierra sin cansarnos de contemplar el conjunto de -colores, el azul clarísimo de las aguas apartadas, el azul oscuro -de las aguas cercanas, el tono violeta de las montañas y de las -dunas, las tintas de primaveral vegetacion rica en toda suerte de -flores. Varios chiquillos nadaban como tritones y nos pedian que les -echáramos cuartos al agua, por cuya consecucion luchaban allá en -el fondo, como los peces por su alimento. Como nuestra embarcacion -seguia á la gruta Azul, tuvimos que trasbordarnos. Innumerables -barcas nos circuian, y en ellas jóvenes marinos ofreciéndonos sus -servicios y saludándonos con la palabra: ¡Felicidad! Una de estas -barcas iba dirigida por hermosísima capriota de ojos negros y -cabellos rubios como la Salomé del Ticiano, y que, desnudos los -brazos y desnudos los piés, mal envuelta en traje de vistosa indiana, -y bien peinada, con las trenzas recogidas sobre la nuca y traspasadas -por una aguja de plata, remaba, empleando el mismo empuje y la -misma celeridad de consumado marinero, sin que tanto esfuerzo le -quitára aliento para entonar la cancion entónces al uso, _La Bella -sorrentina_. Preferimos, como era natural en nuestra galantería -española, esta barca tan hermosamente tripulada, y encaminámonos al -muelle, de cuyas toscas piedras nos separaban algunas brazadas de -mar y algunos movimientos de remo. Pero la llegada fué horrible: los -mendigos nos asaltaban; los muchachos nos recogian nuestro equipaje, -disputándoselo como si les perteneciera á ellos en vez de pertenecer -á nosotros; las muchachas nos arrojaban á las manos pedazos de coral, -conchas pintadas, piedrecillas de las ruinas, pidiéndonos en cambio -dinero; los mozos de los diversos albergues se disputaban nuestras -personas, como los pilludos de la playa nuestras maletas; este -marinero nos presentaba sus robustos brazos para subir la empinada -cuesta, aquel gañan su bíblico asno ó su jaco matalon; y todos nos -cortaban el paso con vocerío infernal, como si se hubieran propuesto -compensarnos con el disgusto producido por horribles gestos, agudos -gritos y groseros asaltos, del encanto experimentado al abordar á -la encantadora isla. Por fin pudimos desasirnos de todos ellos y -trepar alegremente por los agrios senderos, entre áloes y nopales -del Oriente, admirando aquellas casas parecidas á los aljibes árabes -y que nos recordaban nuestras casas de Elche, con sus escaleras de -madera en lo exterior, sombreadas de parras para subir al terrado -cubierto de macetas, en las cuales florecen olorosos geranios. - -Capri orna la parte oriental de la incomparable bahía parthenopea, -y se avecina al cabo de Minerva. Su largo es de tres millas, su -ancho de una y media, su circuito de nueve. Las montañas tienen tan -abruptos y tan agrios costados que diríanse cortadas á pico, y dos -mezquinas calas abrigan á las barcas de los contrarios vientos, -pues casi todas sus rocas salen del mar á guisa de lisas paredes, y -la privan por tanto de hospitalarias costas. La tierra vegetal se -conserva con dificultad y á duras penas se acrecienta. Arrástranla -al mar las lluvias; espárcenla por el aire los huracanes. Al fecundo -elemento, donde las raíces se agarran y la vida vegetal brota y se -nutre, suceden peñas desnudas, frias, estériles, como duros metales. -Así los campos griegos, cantados por los antiguos poetas á causa de -su amenidad y de su hermosura, han sido arrastrados al mar y se han -trocado en áridos desiertos. Conmueven profundamente los cuidados -que toman estos buenos isleños por preservar su tierra vegetal de -todo cuanto pudiera perderla ó disiparla; los muros que levantan, -los setos que fabrican, las hierbas que siembran, las excavaciones -que ahondan, el arte y el culto con que guardan esos átomos donde el -jugo de la savia se encierra. Veríaislos agitarse y conmoverse como -si les arrancáran una parte de su sér, cuando las ráfagas vienen á -estrellarse en su peñon y á elevar en los giros de sus torbellinos -espesas nubes de polvo. Así, jamas siembran el escaso trigo producido -por sus campos arrojándolo sobre el surco, sino abriendo para cada -grano un agujerito que luégo tapan á fin de defenderlo contra el -viento. - -El clima es dulcísimo, tibio el invierno, fresco el verano. Fuera de -la parte que mira á Nápoles, y donde está la llamada Marina, abierta -y expuesta al Norte, el resto de las regiones habitables de la isla -recibe seguro abrigo de las altas montañas. Por aquel territorio -montuoso y pedregosísimo; ¡cuántos valles alegres y de indecible -deleite! En cualquier arruga del terreno, ó declive dulce, ó umbría -plácida; en el recodo de los cabos, en las ligeras planicies de las -estrías, en las rotondas de las cimas, en la espina dorsal de los -montes, la vegetacion brota váriamente á guisa de canastillos de -frutos y de flores que se hubieran dado allí al olvido. Las naranjas -y los limones brillan y huelen á porfía entre las brillantísimas -verdes hojas. El oscuro olivo se entrelaza con las claras vides. -Las frondosas moreras producen frutillas de un sabor agridulce -incomparable, y hojas para alimentar en alguna cantidad los gusanos -de seda. Entre moreras y naranjos, alzándose airosas sobre los cactus -de los áloes y los nopales, vense las higueras, cuyos higos compiten -ciertamente con los higos de Esmirna. El vino es de corta cantidad, -pero de larga reputacion. En Nápoles suelen falsificarlo, pues la -isleta no da tanto como pide el gusto, ni siquiera como consumen sus -sobrios moradores. La próvida atencion y cuidado de amigos que, á -Dios gracias, tenemos en todas partes, nos procuraron gustar, así el -tinto como el blanco, y los encontramos deliciosísimos. ¡Dios mio! -¡Cuán próvida es la agricultura en las regiones meridionales, y cuán -vária! Yo no quisiera ser labrador, por ejemplo, en la bien cultivada -Normandía, donde sólo se cogen las cosechas de heno y de trigo, y -sólo se tienen algunas escasas frutas y muchos y buenos ganados. -Desde el punto y hora en que concluís la siega, ya nada teneis que -hacer. Para el pastoreo basta con los frescos prados y con tres ó -cuatro pastores. En el Mediodía no sucede así; para cada mes hay su -trabajo y su cosecha. Ya se abre el surco y se siembra el trigo; ya -se poda y se cava la viña. En el hogar, bajo la grande chimenea, las -ramas inútiles de los olivos, los haces de sarmientos, los rebujos -de la aceituna, brillan y chisporrotean durante las largas veladas -del invierno. Apénas llega Febrero, cuando os da la Providencia el -cardo y otras hortalizas. En Marzo florece el almendro, y Abril -colora las rojas cerezas que semejan flores. ¡Cuántas frutas de Mayo, -azucaradas y sabrosísimas! El azahar os embriaga. Los albaricoques, -las perillas, las primeras brevas os alimentan. Ya viene el trabajo -de cuidar los gusanos de seda y el placer de verlos hilar sus -plateadas hebras. Ya se abre la gomosa almendra y se desprende sobre -el campo. La siega es temprana y da vagar bastante para las otras -ocupaciones campestres. Apénas se acaba la siega, cuando empieza la -recoleccion de los otros frutos. Aquí se cosecha la almendra, allá -la nuez y la avellana, más allá la sandía y el melon de las viñas se -ven bajar á las playas mujeres en coro que llevan sobre la cabeza -los cestos circulares cargados de uvas para la pasa. Junto á los -racimos de ámbar, sobre largos cañizos, los verdinegros higos, todos -endulzados á los rayos del sol. Ya comienza la vendimia y se oye por -todas partes el cántico de los que pisan en el lagar y se perciben -los vapores del mosto. Ya viene el maíz, cuyas largas mazorcas se -amontonan junto al trigo en los altos graneros. Ya se prensa el -aceite que sazona la comida y alimenta la lámpara. Esta tierra no -se cansa jamas de producir. Estos habitantes viven á la contínua -en faenas del campo. Su atmósfera tibia y su campiña fecunda, les -ofrecen delicias indecibles en ejercicios moralizadores y sanos. -¡Campos queridos de la luz, en vuestro seno, y sólo en vuestro seno, -se celebran verdaderamente las nupcias del espíritu con la Naturaleza! - -En la isla de Capri, meridional por excelencia, os dan los pájaros -un concierto y os perfuman las flores. ¡Cómo deleita oir, al rumor -de las ondas estrellándose en las cavernas, y pareciendo con su -tono unísono á solemne acompañamiento de una orquesta invisible, el -arrullo de la tórtola y de la paloma, el gorjeo de los jilgueros, el -agudo cántico del mirlo, la oda de la alondra al sol en las alturas, -y la endecha amorosa del ruiseñor en la enramada! ¡Cómo os animan -y os alientan las picantísimas emanaciones marinas confundidas con -el aroma del lentisco que huele á selva; del tomillo, que calma -los nervios y endulza los aires; de la salvia, que despide como -inefable incienso; del mirto, cuyas esencias os despiertan ideas -poéticas, viendo al mismo tiempo los pinos salir casi de las aguas -con sus copas vibrantes, la zarza-rosa entrelazarse con el áloe, el -almendro y el limonero resaltar entre los olivos y las hayas y las -encinas en armoniosos y suavísimos contrastes! Una dama inglesa que -con nosotros venía, y que llevaba en una mano su cartera de dibujo -y en otra mano su álbum de botánica, nos iba enseñando las flores -más preciadas y diciéndoles el nombre más científico: el _thymo_, de -suave olor; la _passerina hirsuta_, que busca la aridez y el calor; -la _scilla marítima_, que se mece dulcemente en las moles ruinosas; -la _cineraria_, con sus florecillas de oro; la _orque piramidal_, y -otras muchas de tejidos tan multiformes y tan numerosos como no puede -idearlos jamas el pensamiento. - -Las montañas de toda la isla divídense en dos principales cuerpos, -llamado el uno de Capri y el otro de Ana-Capri. El primer cuerpo -puede subdividirse, á su vez, en cuatro alturas principalísimas, -si várias por sus formas, iguales por su grandeza. La más elevada -es aquella que más se acerca al cabo de Minerva, hácia el Oriente, -mirando á Sorrento y á Salerno, donde hoy se saluda y se invoca á -Santa María del Socorro, como en otro tiempo se saludó y se invocó -á Jove, cuyo templo aparece todavía por doquier en pasmosos restos -y majestuosas ruinas. La segunda altura es la de San Miguel, cónica -cual todos los volcanes, ceñida por las piedras de antigua vía -romana, y coronada por los pintorescos fragmentos de un palacio de -Augusto. La tercera altura tiene en su cima un castillo, en su medio -la villa de Capri, á su pié la cala de la marina, por sus costados -dos vallecillos de incomparable deleite y alegría. El cuarto collado -es aquel que se alza abruptamente del mar y que domina dos risueños -valles, cubierto hácia su pié de viñas y olivos, cuyas ramas festonan -los restos de Tragáres; desolado y estéril en su cima; rico en su -falda de esas hierbas llamadas entre nosotros hinojo marino y ruda -silvestre, que dan ardentísimo y embriagador perfume. Un poco más -léjos del pié de esta montaña, denominada Tuoro-Grande, surgen del -mar tres inmensos escollos aislados, de un color tan vivo, de una -forma tan pintoresca, de una ornamentacion tan rica por la multitud -de dibujos formados en sus caprichosas piedras, que parecen un templo -acuático misteriosamente cuajado de extraños jeroglíficos. Las -gaviotas y las águilas se posan por sus alturas; las plantas marinas -se mecen por sus grietas; las olas se entrechocan por sus bases, y -vistas á una larga distancia, desde el golfo de Salerno ó el cabo de -Minerva, esmaltados por un horizonte puro, ceñidos de vapores ligeros -en la purpurina atmósfera del mediodía ó en la rosada atmósfera de -la tarde, cuando aquellos cielos despliegan como un íris de matices -deslumbradores, las tomariais por unas diosas marinas elevándose -desde sus grutas de cristal á las cimas del Olimpo. Y todas estas -bellezas, todos estos graciosos rompimientos de los montes, todas -estas aberturas, entre las cuales juegan las olas con los aires, y -se descubren los cielos, encuentran su rudo contraste en la calcárea -y árida montaña de Ana-Capri, la más alta y más estéril, cuya cresta -toma el nombre de Monte Solaro, cúspide verdadera de la isla. - -Por débil que mi paleta sea, por tosco que sea mi pincel, por pálido -y desmayado el color, ya os podeis imaginar á Capri, altísimo escollo -en medio del Tirreno, con sus montañas calcáreas y sus valles -fresquísimos; con sus conos y pirámides en el cielo, y sus grutas -y cavernas en las aguas; con sus matices violeta y sus matices -azules de una dulzura incomparable; con sus palomas y sus gaviotas, -que vuelan juntas en los aires, y el rosal y el hinojo marino, que -crecen juntos en las piedras; con los templos de sus dioses caidos -y los palacios de sus césares muertos; con los jardines en gradería -tapizados de flores y poblados de pájaros, y las graciosas calas en -anfiteatro, pobladas de barcas y tapizadas de redes; con las iglesias -de Cristo y de María junto á las aras de Mitra y de Júpiter; bajo -guirnaldas de pinos y sobre tapices de espuma; entre la bahía de -Parthénope y la bahía de Salerno; el Vesubio encendido y el golfo -sereno á su frente, y el mar infinito á su espalda; rodeada de -cabos y promontorios de un dibujo clásico; soportando ruinas de una -sublimidad religiosa; en aquel eden, cuyos claros horizontes y cuyos -cerúleos abismos no tienen, por la magia de la luz, por la armonía de -los contornos, por la belleza de los contrastes, rival ninguno en el -mundo. - -_Caprea_ llamaron á la isla griegos y romanos. Segun unos, la -etimología del nombre es latina y proviene de las muchas cabras -errantes por sus escollos, y segun otros fenicia, é indica la -existencia en su seno de dos ciudades. Pero el carácter predominante -de Capri es el carácter griego. No se creeria que nacion tan escasa -de gente como Grecia dejára generaciones tan numerosas y huellas tan -profundas en las costas mediterráneas. Cuando en uno de mis viajes -abordé á Ibiza, quedéme maravillado al ver sus mujeres con trajes -llenos de reminiscencias dorias. Parecíanse á esas estatuas medio -egipcias y medio helénicas que tan claramente señalan la fase de -transicion desde Oriente á Occidente en el desarrollo de la cultura. -Lo mismo sucede por otras regiones. Sagunto se entregó á las llamas -en holocausto á los patrios lares y en ódio al enemigo cartagines. -Ardieron sus casas y sus muros; suicidáronse en heroico sacrificio -sus habitantes; no quedaron por aquellos espacios ni ruinas; y cuando -se va entre sus naranjales y sus olivares cortados por alguna palma, -á la orilla de su mar celeste, ó se trepa por su cercana colina para -ver los restos del despedazado anfiteatro, á cada paso aparece el -reflejo de Grecia, no borrado ni por la dominacion romana ni por -la dominacion agarena. En las costas de Cataluña, al Levante, sin -necesidad de ser grande observador, nota el viajero la diferencia -entre los catalanes originarios de las altas montañas, todos celtas -ó celtíberos, y los catalanes originarios de las rientes playas, -casi todos griegos. Lo mismo sucede en Capri. La hermosa Grecia -brilla sobre sus piedras como los dioses sobre las aras. Esta bahía, -llamada por ellos el Cráter, porque tiene realmente el córte de la -boca de inmenso volcan, era idónea para herir su genio artístico y -para obligarlos á larga residencia. Ochocientos años ántes de Cristo, -ya dominaban por estas playas. Las Dos Sicilias componian aquella -magna Grecia, en la cual brilló con tanto lustre una parte de la vida -griega: los viajes marítimos cantados por Homero despues de cantar -la troyana guerra; los gigantes, cantados por Hesiodo, que en el Etna -pugnaron audaces con los dioses; el idilio inmortal de Polifemo y -Galatea; la escuela filosófica, que tan poderosamente influyera en -los progresos de la cultura helénica; la aromosa poesía de Teócrito. -Hoy mismo, las palabras usadas en Capri tienen muchas raíces griegas; -el tocado de sus hermosas hijas, bajo el cual brillan profundos -ojos velados por larguísimas pestañas, tiene el córte griego; y en -los robustos isleños, marinos y montañeses á un mismo tiempo, se -descubren aquellos atletas célebres en los juegos de Grecia. Á donde -quiera que vuelvo los ojos se me aparece la imágen querida de la -bellísima nacion. Toco el golfo de Posidonia, habito la bahía de -Parthénope, descubro al Oriente la isla de Circe, y al Occidente la -gruta de Cúmas; en mis paseos voy hasta Ana-Capri, cuya posicion se -designa todavía por una partícula griega; entre los vapores lejanos, -dorados por el éter, resalta Poesthum, con sus templos dorios -consagrados á Neptuno; y en cada movimiento de las olas se ve tambien -moverse, y en cada soplo de las brisas se oye suspirar la sirena que -llenára de escollos y de encantos con su magia todos los mares de -Grecia. - -Esa ciudad de Nápoles, que está enfrente, se ha llamado siempre -Sirena. Esta misma Capri es una sirena que seduce con su gracia y -con sus cánticos. Sirenas se llaman las islas esparcidas por estos -mares desde el cabo Minerva hasta la ensenada de Amalfi. ¡Y quién -pudiera dudarlo mirando este cielo resplandeciente; este mar, de un -azul indescriptible realzado por la áurea luz; estas cordilleras, en -las cuales se mezcla el fuego con la nieve; estas montañas, entre -doradas y purpúreas; estos jardines, que bajan en graderías desde -las sierras á las playas, todos estos encantos capaces de esparcir -y comunicar universal alegría! Cuando se ven esas islas, ora desde -el camino de Salerno, ora desde el cabo de Minerva, surgir en formas -tan graciosas sobre la superficie del agua tan celeste, no podeis -dudar de que atrajeran y encantáran con el eco de sus olas repetido -por las sonoras cavernas á los navegantes, adormeciéndolos y como -petrificándolos con las seducciones y con los hechizos de estos -voluptuosos parajes. - -Así, todo evoca en la isla, todo cuanto veis, la remota antigüedad -griega. El aire que respirais es aquel céfiro blando con que Minerva -henchia las velas enviadas en busca del errante Ulíses. Las piedras -que tocais son restos de las aras por donde corria la sangre de los -toros negros en holocausto al númen del blanco Neptuno. Por estas -riberas se tendió mil veces la hospitalaria piel sobre la cual -asentaban los griegos á sus huéspedes despues de la comida para -mostrarles los horizontes y los mares. Islas así serian las islas -descritas en la Odisea homérica. Me parece que veo á Nestor coronando -con hojas de oro recien forjadas la frente de la crasa ternerilla y -ofreciéndola en sacrificio á los dioses despues de haberla empolvado -con la harina sagrada. Un escollo así deberia ser aquella Ortygia -donde la Aurora lloró con lágrimas de luz á su amante Orion, muerto á -los invisibles dardos de Diana. Entre estas aguas sacaria la blonda -cabeza Leucothea, ofreciendo al inmortal náufrago homérico el puerto -de sus brazos. Estas columnas rotas evocan el recuerdo del palacio de -Alcinoo, desde cuyos pórticos se veian las flotas griegas, y entre -cuyas columnas resonaba el rumor del pueblo en asamblea mezclado -con el rumor de la ola en movimiento, y el cántico de Demodoco -celebrando la guerra de Troya, mezclado con el cántico de la brisa -trayendo el aliento de las neréidas. Ahí está, ahí, á mi frente, la -isla de la hechicera Circe, tan hermosa de rostro como de voz, hija -de los amores del Sol con oceánica ninfa. En el fondo de deleitoso -valle se alzaba su palacio, fabricado todo él de piedras preciosas, -y guardado por los lobos y leones, mansos como perros cuando no los -azuzaba la maga. De sus ventanas salia aquella voz sin ejemplo, la -cual derramaba por las venas con sus cantares un calor sin igual. -Allí entraron los compañeros de Ulíses, torpes é indiscretos, y -fueron trasformados en cerdos, miéntras el astuto hijo de Itaca, -provisto de la planta dada por Mercurio, cuyas raíces eran negras -como el carbon, y cuyas flores albas como la nieve, convirtió á la -reina hechicera en su concubina y su esclava. Por aquí se oia la -endecha seductora de las sirenas. Su voz hacía resplandecer los -cielos, serenarse los mares, henchirse de voluptuosos aromas los -aires, resonar con música incomunicable los escollos y las riberas. -Los navegantes se dejaban arrastrar por tanta calma, por tanto -deleite, por los acordes que salian de las ondas, por los coros que -acompañaban estos acordes, por los ojos seductores que brillaban -como estelas, por el blanco voluptuoso cuerpo que se dibujaba en el -cristal de las aguas, y desaparecian para siempre en el fondo, sin -que jamas devolvieran las sirenas su presa. Así Ulíses tapó con cera -los oidos de sus tripulantes, y se hizo atar él mismo con fuertes -cuerdas á la altísima entena para conjurar la seduccion de las -seductoras voces. Pero más léjos, y en este mismo mar, se alzaban -frente á frente los dos montes llamados Scila y Caríbdis. Las olas de -Anfitrite se estrellan á sus piés con horribles mugidos, y las aves -del cielo, las mismas palomas que llevan la ambrosía á Júpiter, no -se arriesgan jamas á pasar sobre sus cimas. Los dioses las llaman en -su lenguaje incomunicable á los hombres, las rocas errantes. Si algun -navío se acerca, se rompe en mil pedazos, y tablas y tripulacion -desaparecen súbitamente entre las ondas henchidas de huracanes y las -tempestades henchidas de rayos. Solamente los Argonáutas pasaron por -allí directamente amparados del poder de Júpiter. Scila es tan alto -que ninguna humana vista ha alcanzado su cresta cubierta de negras -nubes y ninguna flecha de arquero ha llegado hasta la gruta que mira -hácia el Erebo; y Caríbdis alimenta una higuera selvática, bajo cuyas -hojas se guarece el genio de aquel paraje, que se sorbe las olas y -las naves. Estos escollos, estas cimas, estos abismos, estos cabos y -estos promontorios se hallan ilustrados por el inmortal poema de la -navegacion, la Odisea, que sucedió á la Iliada, al inmortal poema de -la guerra. - -Cuando contemplo las formas arquitectónicas de Capri, realzadas con -los toques maravillosos de alba luz, fínjome aquel archipiélago -griego, compuesto por legiones de islas, antiguas cunas de diosas -y poetas, extendidas entre dos continentes como para servir de -templo á las nupcias del genio de Europa con la tierra de Asia, y -adivino las nieves perpétuas de Thesalia, los valles floridos de -Lidia, las montañas abrasadas por tempestades eternas, las colinas -sonrientes de amor y de gracia, descubriendo todos aquellos parajes -henchidos con la imágen de Homero. Y oigo el susurro del arroyo, -en cuyos bordes naciera, á la sombra de copudo plátano, entre las -endechas de un coro de ruiseñores y los himnos de una procesion -griega, sobre el sitio mismo en que espirára Orfeo; y miro con los -ojos del alma al viejo divino, pobre como la poesía, ciego como el -amor, desconocido de su patria como el genio, alargando la trémula -mano á recoger una limosna en pago del cántico bellísimo dotado -de la inmortalidad; y me apeno al recuerdo de aquel pueblo cimeo -que negó sus hogares á quien debia darle gloria; y renuevo las -peregrinaciones de region en region, de gente en gente, de isla en -isla, por donde deja una huella de luz en el suelo, una armonía -inextinguible en los aires, una idea religiosa en las conciencias, -una sonora cuerda de artística inspiracion en los corazones; y le -sigo con el pensamiento, como con el recuerdo, por Phocea, Cliso, -Samol, escuchando repetir al niño que va á la escuela, y á la jóven -que vuelve de la fuente, sus magistrales hexámetros; y me lo figuro -circuido de sus hijas, en el ocaso de la vida, próximo á concluir sus -últimos cánticos, y obligando á cuantos tienen ojos y ven, á que le -digan cómo resplandece el sol poniente en la cima del Olimpo; cómo -se dibujan los cabos de la Jonia; cómo se doran las múltiples islas -del archipiélago; cómo extienden sus alas sedosas las palomas y sus -velas de lino las naves; cómo se hermosea todo, porque él ya oye como -todo canta; y asisto á su muerte en las sonoras playas pobladas por -su genio de dioses, á su transfiguracion en la mente de Grecia, á su -apoteósis en la religion de la Humanidad. - -Y la brisa que sopla en mis oidos, y la ola que muere á mis piés, -y la gaviota que vuela sobre mi cabeza, y el mar que me rodea por -todas partes, recuérdanme cómo Homero, despues de haber escrito en -la Iliada el poema de la guerra, escribió en la Odisea el poema de -la navegacion. Todas esas imágenes preciosas, la enamorada Calipso, -ha hechicera Circe, la seductora Sirena, la modesta Nausicaa, la -próvida Leucothea, son personificaciones de los escollos, de las -sirtes, de las colinas, de las alternativas de alegría y angustia -en la vida marítima, de los trabajos y de los placeres indecibles -en las navegaciones larguísimas. Homero, despues de haber cantado -los orígenes de su patria en la guerra, quiso tambien cantar -los progresos de su patria en el trabajo y, sobre todo, en la -navegacion, que debia darle tan preciosas colonias y extender por -el mar Mediterráneo reflejos y reverberaciones de Grecia. La buena -Penélope, rodeada de seductores y constante á su marido, retrata la -mujer del marino que yo he visto tantas veces en nuestras costas -valencianas, fidelísima á la memoria del ausente, encerrada en -el hogar como en una tumba, ajena á todas las alegrías y á todas -las fiestas; casi siempre de rodillas ante la Vírgen, estrella de -los mares, pidiéndole su amparo; con el pensamiento puesto en el -abismo insondable y la esperanza en el Dios misericordioso; los -labios llenos de promesas y las promesas de ex-votos; casada, y en -las tristezas, y en los duelos, y en la soledad de las viudas. Así -como Homero, el poeta del Oriente europeo, escribe la epopeya de la -navegacion mediterránea, Camoens, el poeta del Occidente europeo, -escribe la epopeya de la navegacion oceánica. Todas las expediciones -anteriores á la navegacion, cantadas por nuestro poeta peninsular, -ó son navegaciones guerreras como las normandas, ó son navegaciones -semi-mitológicas como las de Marco Polo. El marino veneciano me -parece, respecto á Vasco de Gama, como Jason y los Argonáutas -respecto á Ulíses y sus compañeros de empresas. En el poema de -Camoens han crecido la tierra y el hombre, sin que hayan menguado la -poesía y el arte. El mar es mayor que en los poemas homéricos; pero -tambien es mayor la fuerza que lo sujeta. El poeta será inmortal -como Homero, porque representará tanto el espíritu de su pueblo -como el genio de su siglo, y como Homero desgraciado, porque no se -puede llevar una corona tan gloriosa sin que toda ella esté ceñida -de penetrantes y agudísimas espinas. Todos los redentores sudan -sangre. La Odisea y las Lusiadas aguardan el tercer poema que ha de -completar cielo tan maravilloso: el poema que cante la penetracion -de nuestra mirada y de nuestro telescopio en los abismos infinitos -del cielo, como la penetracion de nuestras sondas en los abismos -infinitos del Océano; el vapor de las nubes, vago como las nieblas, -ligero como el rocío, indeciso como los ensueños, recogiéndose en -las grandes máquinas y superando las corrientes como las mareas, y -las olas como los vientos; Hércules, que ha ido á la tierra de las -Pirámides, y con la fuerza del genio y del trabajo ha roto los istmos -y ha confundido los mares; el Prometeo, que ha lanzado entre el nuevo -y el viejo continente, entre Europa y América, el misterioso lazo de -alambre por el cual corre el rayo de los dioses, ya en manos de los -hombres, llevando de uno á otro mundo la palabra con la rapidez del -pensamiento; todo este esplendentísimo semillero de nuevas tierras y -nuevos cielos en arte y en poesía. - -Íbamos en mañana deleitosa de Junio, por mar dormido como sereno -lago, á la sombra de las grandes dunas, desde la marina de Capri á -la gruta azul, celeste laguillo de una claridad y de una trasparencia -indecibles, formado por las aguas del mar dentro de una cueva -calcárea, accesible sólo en barca y por una estrechísima abertura. -La memoria de semejante maravilla se habia perdido para siempre. La -tradicion contaba que griegos y romanos conocieron una gruta, donde -cabian muchas personas, formada toda por inmenso trozo de nácar, y en -cuyo seno se refugiáran, estando allí como dormidas y en sopor, las -ninfas y neréidas, despues que las ahuyentó el hisopo cristiano con -sus gotas de agua bendita al exorcizar los mares. Todo un prelado, -escribiendo á otro prelado, aseguraba haber sido ésta la caverna -donde el infeliz pescador Glauco se asiló despues de su trasformacion -en pez, y donde conmovió á los dioses en tan alto grado con sus -lloros y con sus súplicas y sus elegías, que les obligó á volverle -súbitamente la forma humana, dejando por esta transfiguracion en -el cristal de esas aguas sus azuladas escamas. Algunos suponen que -un historiador de principios del siglo decimoséptimo trae indicios -de la isla. Goethe hubiera deseado verla, porque el gran pagano, -el sacerdote último de la antigüedad clásica, adoraba todo cuanto -podia recordarle el paganismo. Novalis imagina cierto arte místico -y naturalista á un tiempo, el cual se inspiraba en una canora -sirena, cuya habitacion era esta gruta de cristal, donde se encerraba -como la abeja en el cáliz de la flor. Un jóven que la escuchára, -repetia sus cánticos impregnados de idealista pantheismo al par que -de sensuales placeres. Y cuantos poetas oian aquel eco amortiguado -deseaban escuchar la cancion poética en su orígen, beber en la fuente -de esa poesía, é iban por la noche desolados en pos de la gruta, que -despedia misteriosos sonidos sin revelarse nunca á los anhelantes -ojos de tantos privilegiados mortales. Todos sabian que era una flor -azul misteriosa; pero ninguno acertaba á encontrarla. Y anegábanse -y morian, como nos anegamos y nos morimos en la vida, viendo la -perfeccion, la ventura, la idealidad en los léjos del horizonte y sin -poder jamas abrazarlas, anegábanse oyendo el cántico que salia del -seno de la roca y sin alcanzar á ver la hermosísima ninfa. - -Las historias y tradiciones locales eran todavía más terribles. -Contaban que la caverna se henchia de espíritus malignos, que en el -seno de sus aguas nadaban monstruos marinos, que almas en pena se -disolvian por el fósforo de sus estelas, que fantasmas diabólicos -erraban sobre sus bóvedas, que horribles brujas tenian allí sus -sábados en contubernio con los demonios, que cuantos mortales -entraban perdian la vida, chupada por los vestiglos, y perdian el -alma, lanzada á los infiernos. Los sacerdotes disuadian á las gentes -de pasar por aquel lugar maldecido de Dios y tan terrible como los -antiguos escollos de Scila y de Caríbdis. Se necesitaba entónces -mucho valor y poca aprension para hacer lo que hicieron sus cuatro -descubridores; para acercarse á la embocadura de aquel extraño -averno. Y un posadero con un marino de Capri, y un pintor con un -poeta de Alemania, se arriesgaron á la empresa y dieron prontamente -con la magia. El pintor entró á nado. Cuando estuvo dentro, cuando se -posesionó de aquel mundo sobrenatural, no sabía qué decir de alegría -y de admiracion Parecíale haber descubierto otra nueva tierra, y en -esta tierra nuevo mar, de un color y de un reflejo indecibles. Salia -para cerciorarse de que todo el Mediterráneo de fuera no cambiaba de -color, y volvia á entrar dando gritos de asombro. Aún se conserva en -cierto albergue de Capri la relacion primera de este feliz hallazgo. -Escrita por el poeta Kopisch, á ruegos del pintor Fries y del -posadero Pagano y del marino Angelo, todos descubridores, encarece -las supersticiones que cerraban el ingreso, la audacia necesaria para -desafiarlas, la condicion precisa de un mar sereno, la posibilidad -probable de una entrada en barquilla, el peligro que se corre de no -poder salir á la menor alteracion de las ondas, lo estrecho de la -entrada, lo encantador del sitio, el inverosímil juego de la luz, -el matiz cerúleo de la superficie, el fosfórico resplandor de los -líquidos abismos, el reflejo sobre las paredes y las techumbres, -el tibio dia de aquella mansion de hadas donde diríase que están -forjando por mandato de los dioses antiguos, para oponerlo al mundo -moderno, una tierra pagana y tiñendo para deslumbrar nuestros ojos -cristianos unos cielos olímpicos. - -En esto, nos acercábamos á más andar á la caverna. Las sombras de -la duna caian espesamente sobre nosotros y prestaban al mar un azul -profundo que tiraba á violeta. Hácia el costado donde se abria la -gruta, en la peña, el sol daba de lleno. Desde léjos nos parecia -imposible poder penetrar en aquel sitio. Y verdaderamente, sólo una -barca estrechísima, en cuyo seno teniais que tenderos y acurrucaros, -pasaba como un pez entre los bordes angostos de la roca. Pero en -cuanto ya habiais pasado, ¡qué singular maravilla! Bogais sobre -un lago de turquesas líquidas; abrís en la superficie un surco de -ópalo; veis en el hondo abismo una claridad semejante á la claridad -de la luna llena; respirais un aire fresco cargado de emanaciones -marinas; descubrís paredes y bóvedas blancas como el alabastro y -azuladas por reflejos celestes como los cambiantes producidos por -las diamantinas estrías; notais que todos los objetos fuera del agua -están negros como el azabache pulido, y todos los cuerpos dentro -del agua argentados como las matutinas estrellas; vuestra propia -barca y vosotros mismos como formados de espesas sombras, y los -marinerillos que se arrojan al agua y que os siguen de cerca, como si -tuvieran los cuerpos enteros de cristal de roca, miéntras las cabezas -se ennegrecen y se asemejan á cabezas de oscuro bronce antiguo; y -os creeis en realidad trasladados desde esta tierra nuestra á las -grutas, donde las ondinas y las neréidas y las sirenas pintan las -conchas, componen las fosfóricas estelas, guardan las perlas, amasan -el nácar; engarzan los corales y producen todas las maravillas del -mar. - -Naturalmente, para ver el fenómeno se necesita que el dia esté -límpido, el agua serena, el sol ántes del meridiano, pues la clara -luz, recogida á la puerta por las aguas, penetra con una dulzura -celeste en esta mansion de encantos indecibles. Mas el silencio que -allí reina; el alejamiento del mundo; la nitidez de las aguas; el -hechizo de la luz; las gotas destiladas por los remos que brillan; -la superficie tersa como un metal precioso en extraña infusion; los -abismos trasparentes cual un cielo clarísimo; la reverberacion azul -en las bóvedas blancas; el color oscuro de las barcas mezclado con -el color alabastrino de los nadadores; las centellas y las estelas -parecidas al chispear de los astros; las perlas y los diamantes -líquidos que cada movimiento derrama sobre las ligeras ondulaciones; -aquel dia tibio como un crepúsculo jamas visto; aquella noche que -se condensa y se espesa por várias aperturas; aquella magia alejada -completamente de la realidad; cuanto os rodea, presta al sitio el -aspecto de una especie de planeta que se está formando y surgiendo -como isla de nácar iluminada en otras esferas desemejantes de las -nuestras por mágico sol, cuyos rayos tibios y dulces como los rayos -de la luna, tuvieran sobre éstos un más celeste y más hermoso -resplandor. - -Al salir, mi mente inquieta se trasportaba á bien lejanos tiempos. -¿Será éste el sitio donde se mojó el Amor cantado en su oda tercera -por Anacreonte? El rapaz quiso ver si la humedad habia aflojado su -arco, y probó, y pudo cerciorarse, hiriendo al mismo huésped que le -albergára, cuán léjos despedia la aguda flecha, y cuán certero daba -el mortal golpe. Lo cierto es que en el rumor de la salada onda, en -el choque de los ligeros remos con las aguas, en el aleteo de las -frescas brisas, en el arrullo de la paloma mezclado con la vibracion -de las henchidas lonas, en el chirrido de la cigarra acompañado -del grito de la gaviota, en todo cuanto se oia, resonaba, como si -hasta los escollos y los promontorios fuesen misteriosas arpas, el -cántico inmortal de la antigua Grecia. Podia repetirse aquí el coro -consagrado á Edipo, ciego en los valles de Colonna. Esta es la más -deliciosa region del mundo; los ruiseñores invisibles cantan en coro -desde árboles cuyos frutos nada tienen que temer ni del sol ni del -frio; los dioses de la naturaleza pasan por sus campiñas cargados -unas veces de espigas y otras de racimos, y pasan por sus ondas, -siempre cargadas de perlas, seguidos los unos de ninfas, cuyas -frentes coronan la verbena y la hiedra, los otros de neréidas, cuyas -frentes coronan las algas y los corales; el rocío hace florecer los -narcisos de pintadas guirnaldas y el azafran de áureas y purpurísimas -hebras; el laurel crece junto al olivo y los hombres aprenden lo -mismo el arte de fecundar la tierra, que el arte de someter los -mares. Eurípides puede repetir aquí el canto de sus cíclopes; -Teócrito sus idilios impregnados de rosada miel. La muchacha que pasa -descalza por los altos riscos seguida de su cabra, y lanzándonos -con gracioso ademan algunas palabras de griega melodía, es acaso -la amorosa Amarílis que se inclinaba á la entrada de las cavernas -para oir el cántico de los pastores, y que huia diligente á su amor -y á sus caricias. El pescador de la playa es el mismo pescador -antiguo; en su cabaña de juncos y hojas secas; sobre su lecho de -algas; rodeado de espuertas, y filetes, y cebos varios, y anzuelos; -con una barca llena de redes á su frente y un monton de maromas y -corchos á su espalda; el traje azul como la ola amorosa, y el gorro -colorado como el sol poniente; sin llave que le guarde ni perro que -le defienda; soñando hasta en las breves noches del estío con su -copo cargado de lucientes peces. Y cuando habiamos apartado los ojos -de la playa y los habiamos puesto en los umbrosos valles, y veiamos -á los muchachuelos trepar por los árboles, ó gatear por los riscos -en busca de un nido, involuntariamente nos acordábamos de aquel -pajarero cantado por Bion y Mosco, el cual untó de liga las ramas de -los árboles para cazar el Amor, y un anciano le dijo: «Chiquillo, no -aceches á tal edad ese bicho, que cuando seas mayor verás cómo viene -por sí mismo á posarse largo tiempo sobre tu atormentado corazon.» Y -tanta poesía sólo tiene una sombra, sólo tiene una mancha; la sombra -del despotismo, la mancha del recuerdo de Tiberio. ¡Bendita libertad! -¡Maldito cesarismo! - - - - -SAN MARCOS DE VENECIA. - - -No conozco en el mundo salones comparables á la plaza y á la placeta -de San Márcos. Cuando os colocais al pié de la torre que sirve como -de campanario á la Basílica, y que de la Basílica se encuentra -aislada á guisa de monolito asiático, el marmóreo blanco palacio -de Sansovino se ostenta á la derecha con sus bajos relieves y sus -estatuas del Renacimiento; la casa de las Procuratías á la izquierda, -con sus arcos y sus bóvedas que exhalan de todos sus contornos ideas -de la Edad Media; el Alcázar ducal á vuestra frente levantado sobre -una crestería gótica, tan ligera como las diademas que coronan -nuestras catedrales; junto al gótico alcázar el oriental templo; y -entre las dos inmensas columnas graníticas rematadas por el leon de -San Márcos y por la efigie de San Jorge, el Gran Canal se dilata como -un brazo de mar azul, á cuyo término opuesto brilla, irguiéndose -en admirable isla, una maravillosa iglesia de Paladio, toda blanca -y rosa, toda recortada con una gracia inimitable, y concluida por -torres y estatuas, cuyas puras líneas resaltan en el éter de los -cielos y se dibujan claramente en el cristal de las aguas. - -Bajo aquellos horizontes purísimos, al borde de aquellos mares -celestes, entre tantas maravillas artísticas, sobre el pavimento de -mármol, á la sombra del agudo campanario, apoyada la frente en la -tribuna cincelada como una joya griega, ante los edificios de más -colores y de más armonías y de más contrastes que hay en Europa, -dejais correr el tiempo y vagar el pensamiento sin poder desasiros -de un éxtasis contínuo. Los mercaderes de frutas confitadas gritan; -los barítonos y tenores y músicos ambulantes alzan sus voces y suenan -sus instrumentos varios; las palomas que anidan por todos aquellos -relieves descienden á comer en las mesas de los cafés ó en vuestras -propias manos los granos de trigo y las migajas de bizcocho y de pan -que les apercibe la benevolencia del público. La paloma aparece á -los piés de esta ciudad de nácar, nacida entre las ondas, como á los -piés de la diosa mitológica del amor, entre las ondas tambien nacida, -cual su compañera y su símbolo. De apartados siglos proviene este -amor que el veneciano tiene al más inocente de los animales, al que -comparte con el cordero y la tórtola y la golondrina toda nuestra -ternura, bien escasa en verdad para los seres inferiores perseguidos -siempre por nuestra devastadora hambre y nuestro asolador egoismo en -las competencias y en los combates de la vida. Cierto dia, Venecia, -la protectora unas veces, la enemiga otras del Oriente, sitiaba esa -isla de Creta, que para la Geología une submarinamente Grecia con -Egipto, y para la Historia une en el tiempo las ideas orientales con -las ideas occidentales; isla cuya posesion ha costado y ha de costar -todavía mucha sangre, cuando los cautivos mandaron desde sus oscuras -mazmorras á los campamentos venecianos esos mensajeros alados que -dijeron el sitio por donde encontrarian los sitiadores más fácil -brecha, y de consiguiente más segura victoria. Desde entónces la gran -ciudad no ha olvidado á los pobres animalillos, y los anida en sus -más bellos edificios, y los regala con sus caricias, y los alimenta -de su público tesoro. Son de ver, cuando bajan de aquellos nidos de -jaspe, de mármol, de mosaico, cual si en tantos colores hubieran -matizado sus alas de tornasolados cambiantes, corriendo á vuestra -mano sin ninguna inquietud y arrullando vuestro oido con su unísono -cántico; los ojos serenos, las plumas erizadas, movidas las alas, en -demanda del grano de trigo que la ciudad guarda para estos extraños -hospicianos, acogidos por su caridad y conservados en su pública -beneficencia. Entre cresterías, botareles, pirámides, frisos, -volutas, ojivas, arcos, todos inertes, esos alados seres juguetean -como la imágen del movimiento y de la vida, mezclando la sombra de -sus alas oscuras en los cielos con las sombras de las claras velas y -de los gallardetes y banderolas que ondean sobre las naves del mar. -Yo confieso que desde el sitio de París, se ha acrecentado mi antiguo -cariño por esos inocentes animales. En aquella catástrofe sin igual, -cuando rigoroso sitio habia aislado un millon de seres humanos del -resto de la humanidad; bajo los horrores del bombardeo; entre las -calamidades llovidas por el ódio universal y por la guerra; sobre los -montones de cadáveres en cuyas cimas aleteaban los cuervos dándose á -sus siniestros festines y á sus más siniestros graznidos de hartazgo; -entre tantas sombras de muerte, entre tantas ruinas humeantes, entre -tantas cóleras y venganzas, atravesaba el único sér que se movia á -compasion y que amaba con ternura, la pobre paloma, hija del aire y -de la luz, viajera incansable, verdadera hermana de la caridad en la -naturaleza, sencilla portadora de noticias, de esperanzas, de avisos, -que unian á los mártires con el resto de su raza y les daban nuevas, -más ó ménos tristes, pero nuevas al cabo, necesarias para el alma, de -los contínuos naufragios de la patria. - -La primera vez que fuimos á Venecia, llevábamos la idea de visitar -ántes el palacio ducal que la basílica católica. Pero las inocentes -avecillas nos distrajeron tanto de este propósito, que nos llevaron -al atrio, y desde el atrio era imposible resistir á la tentacion del -ingreso. ¡Qué maravilloso monumento! No se parece en nada á ningun -otro de la tierra: es original como esta ciudad, es autóctono como -esta civilizacion; no entra en las clasificaciones del arte, como la -historia veneciana no participa de las fases generales de la historia -europea. Aquí no hay teocracia, aquí no hay feudalismo, aquí no hay -monarquías con el encargo de fundar y unificar la patria; esto es un -buque anclado entre las lagunas y el Adriático, lleno de banderolas, -gallardetes, preseas, cintas y flores, donde unos marinos riquísimos, -si quereis unos piratas sin rival, se dan á todas las exaltaciones de -su mente, y despues de haber viajado ó combatido, tras una borrasca -ó un encuentro, tras una guerra ó una tormenta, acarician con -voluptuosidad el placer de vivir que se dilata en el choque de las -copas y de los labios, en el sonido de los acordes y de los besos, -en los goces del arte y del amor, entre aquellas mujeres bajo cuyas -cabelleras rubias, dignas de las eslavas, centellean los ojos negros -de las griegas, y bajo cuya piel de jazmin y rosa, digna de las -flamencas, circula sangre de fuego y laten corazones africanos. Este -edificio no es un edificio oriental, aunque por muchos aspectos lo -parezca. Este edificio no es un edificio bizantino. Si lo creeriais -al ver sus cúpulas, no lo creeriais al ver su disposicion interior. -Este edificio no es un edificio romano; le falta la forma de aquellas -audiencias convertidas por los primeros cristianos en templos. Este -edificio no es un edificio gótico. La ojiva no aparece por ninguna -parte, y los arcos triangulares no dan al interior el misterio y el -recogimiento propios de nuestras catedrales de la Edad Media. Este -edificio no es un edificio del Renacimiento, pues carece de aquella -serenidad de líneas, y de aquella grandeza de conjunto, y de aquella -armonía de proporciones que resplandecerán siempre en la iglesia -de San Pedro y en el Escorial de nuestra España. Es un edificio -original, extraño; en una palabra, veneciano. Las columnas, traidas -de regiones diversas, se aglomeran y se sobreponen de tal suerte que -os creeriais en nuestra mezquita de Córdoba; si no por los alicatados -y las estalactitas, por los espejismos que brillan en las paredes os -imaginariais en nuestra Alhambra de Granada; las tintas policromas -extienden por doquier sus matices, á la manera que en los templos -egipcios; sobre los arcos piafan los caballos cincelados en Grecia, -como sobre los antiguos arcos romanos; entre los frisos se agarran -las hojas rizadas del cardo y del acanto, cual en los adornos de -Búrgos ó Leon; los santos rezan y leen sobre las repisas góticas y -bajo los doseletes cincelados, repitiendo en parte las fachadas de -Reims, de Estrasburgo y de Colonia; los animales fantásticos abren -sus fauces y baten sus alas por igual manera que en las grecas del -plateresco toledano y en los repujados de los joyeros florentinos; y -á todas estas maravillas tan várias y tan diversas se une el cristal, -la plata, el oro, los reflejos metálicos, los toques luminosos, los -arreboles indecibles de los mosaicos, propios de esta privilegiada -region, de los espléndidos mosaicos de Venecia. - -Este extraño exterior es un poema por sí solo; un poema originalísimo -y único en el mundo. Cinco arcos, en los cuales se abren cinco -puertas, dan paso al interior. Por la parte exterior de estos -semicírculos se extienden grecas de gran riqueza escultural, y por -la parte interna mosaicos de deslumbrador aspecto. Á cada uno de -los puntos donde los arcos comienzan, lucen airosos doseles góticos -ocupados por estatuas de pesadez bizantina. Entre las figuras casi -vivientes, segun lo animadas por la luz y el color que de los cuadros -se destacan, resaltan bajos relieves antiguos asociando las imágenes -de Hércules y de Céres á la apoteósis del Cristianismo. Otros arcos -de forma extraña, tirando al gótico, se sobreponen á los arcos de -entrada, todos pintados de azul, en cuyos reflejos nadan estrellas -de oro y concluidos por originales ornamentos como extraños animales -y erguidas estatuas. La cuadriga que Neron erigió en su propio -loor, compuesta de aquellos caballos destinados á inmortalizar los -que arrastraron su carroza por los juegos olímpicos y le dieron -coronas superiores á su diadema de César, guardan la entrada del -templo. Y en el cielo azul, extrañamente adornadas, remedando las -rotondas bizantinas y hasta los cimborrios moscovitas, dibújanse -aquellas cúpulas algo monstruosas é hinchadas que parecen elevarse -por las costas del Adriático á la manera que una anticipada vision -fantástica del genio extraño de Asia. No es posible decir el efecto -pintoresco que producen todos aquellos dispares objetos; los santos -bizantinos y los caballos helénicos; los ángeles que abren sus alas -en el éter y los dioses que reposan en la armonía de sus líneas y la -majestad de sus relieves; el pálido color de las cúpulas, semejantes -á lunas cenicientas, y los resplandores mágicos de los mosaicos -multicolores; las toscas figuras de pórfido traidas de Bizancio é -incrustadas en uno de los extremos, y las airosas figuras de mármol -cinceladas por el Renacimiento y lanzándose á lo infinito por otros -extremos; el arco romano junto el doselete gótico; la pirámide -egipcia confundida con la cinceladura plateresca; las volutas jonias -y las hojas corintias mezcladas con los adornos moscovitas; toda -aquella confusion que severo análisis apénas puede comprender, -distinguir, separar, y que, sin embargo, se pierde en una síntesis de -maravillosas é indescriptibles armonías. - -Los maestros y los historiadores de la Arquitectura os previenen -de consuno contra la admiracion que pudiera causaros el monumento. -«Mirad, os dicen unos, las reglas de proporcion destruidas, las -leyes de la simetría olvidadas, la misma estática caida en bárbaro -menosprecio, columnas gruesas sobrepuestas á frágiles columnas, -frisos empotrados en la pared y chapiteles desceñidos de su fusta, -como si en vez de una iglesia expresiva del pensamiento religioso, -fuera este edificio una galería fantástica de objetos abandonados sin -plan prévio y sin fin alguno.» «Mirad, os dicen otros; San Márcos -no admite clasificacion, no tiene sistema. Colocarla entre los -edificios bizantinos equivale á desconocer los caractéres capitales -distintivos de los diversos géneros de arquitectura. El rito latino -y sus exigencias se compaginaban mal con las exigencias del rito -griego. Como era opuesta la liturgia, era tambien opuesta la -arquitectura. Si las columnas de San Márcos se interrumpen por moles -cuadradas de ladrillo, no significa esta interrupcion la necesidad -de parajes sagrados que al culto se consagren, sino la necesidad de -fuertes apoyos que mantegan la inmensa pesadumbre de las cúpulas. Si -éstas tienen carácter bizantino y remedan la antigua iglesia matriz -de Constantinopla, hay que notar cómo su cubierta externa excede á -su interna composicion, á su íntima estructura. Puede, á la verdad, -esta construccion compararse á la peluca que oculta una cabeza, -al cabello postizo que aumenta el grandor ó la abundancia de un -peinado. Semejante arquitectura se llama bizantina sin que provenga -de Bizancio, como otra arquitectura posterior se llama gótica sin que -provenga de los godos. Así como la ojiva es oriental y no gótica, San -Márcos es románico y no bizantino. La misma cúpula, si en lo externo -se parece á Santa Sofía de Constantinopla, en lo interno se parece -á las cúpulas romanas copiadas por Gala Placidia en Rávena, como un -lejano reflejo del Panteon nunca perdido en la admiracion de los -italianos hasta el dia creador en que Miguel Ángel lo coge en las -potentes alas de su genio y lo eleva á las inaccesibles alturas para -coronar y rematar la Basílica de San Pedro.» Así es que, al cabo de -algunas reflexiones, querrán moveros por este minucioso análisis -de los defectos, por estas sorpresas de los contrastes, no á un -movimiento de admiracion, sino á un movimiento de burla y hasta á un -estallido de risa. - -Yo seré profano á las artes, pero no me canso de admirar esta -iglesia. Su riqueza excesiva nada tiene que ver con la excesiva -hinchazon de las decadencias. Circula por todos sus poros esa -savia que dan á los monumentos las ideas vivas y las inspiraciones -encendidas en la verdadera luz del espíritu. Lo dispar de los objetos -allí amontonados no daña á la unidad del todo, que se alza sobre -tantas contradicciones. Tiene algo del poema de la Edad Media; el -exceso es natural como los excesos de la juventud, no afectado -y contrahecho como los excesos de la vejez y de la decadencia. -Si prescindís de ciertos contrastes demasiado bruscos, de cierto -claro-oscuro demasiado fuerte, de cierta extravagancia demasiado -singular, os acaricia la fantasía todo su conjunto, como os acaricia -la vista aquella serie de colores armonizados en matices de una -dulzura indecible. No se ve aquí el desprecio á toda ley de gradacion -con que el semita coloca arbitrariamente las fustas traidas de -diversos parajes en aquella selva de columnas llamada la Catedral -de Córdoba. Están las proporciones más medidas, las simetrías más -guardadas, la gradacion más conocida; como que jamas abandona al -carácter y al genio italiano la clave de su grandeza; la dulcísima -armonía. Y luégo, diréis cuanto queráis de esa arquitectura; pero -es el fondo más bello que puede imaginarse y más apropiado á la -sociedad veneciana. Este es el teatro verdadero de Venecia y de sus -gentes. Cuando sus mosaicos brillan á los ardientes rayos del sol; -cuando sus columnas de pórfido y de jaspe mezclan los tonos dulces -al metal entre verdoso y áureo de los caballos; cuando los cristales -reverberan la luz, y los santos toman á una en los cambiantes y -arreboles de los celajes deslumbradores aureolas; en esta orgía de -colores, las figuras que os han dejado el Ticiano y el Verones y -el Tintoreto; los personajes de aquellas épocas, vivos todavía en -los cuadros y en los mosaicos, aparecen con toda verdad, realmente, -como de relieve; el Dux vestido de tisú, con su manto de púrpura y -armiño á la espalda y el gorro frigio en la cabeza; los senadores con -sus túnicas negras y rojas formando mágicos contrastes; las damas -henchidas de placer, escotadas para mostrar sus turgentes senos y -espaldas, con los cabellos sembrados de chispas de brillantes y los -ojos encendidos de chispas de amor, arrastrando aquellos trajes de -brocados varios que crujen rozagantes sobre el suelo de mármol; los -caballeros con sus ropillas de terciopelo y de damasco; sus collares -de oro, su plumaje de varios matices cayendo desde las gorras donde -están prendidos con broches de pedrería sobre los hombros adornados -con lujosas bandas; los ancianos envueltos en aquellas largas túnicas -que les dan el aspecto de sacerdotes orientales; los alabarderos -con sus uniformes abigarrados; los pajes con sus dalmáticas dignas -del Asia; los esclavos y los bufones llevando en las manos los -papagayos de la India y á los piés los monos del África; los coros de -cantores y las compañías de músicos uniformados fantásticamente y á -capricho como las comparsas de un carnaval perpétuo; los gondoleros -de pié, con su remo en la mano, ostentando trajes de rayas diversas -semejantes á los matices del íris y resaltando sobre el negro betun -de las góndolas; las muchedumbres de marineros con sus nervudas -formas y sus pintorescas camisas y pantalones celestes; la multitud -de gentes, todas ricas, todas alegres, todas satisfechas, como si en -vez de ser aquello una sociedad fuese un contínuo teatro. Miradlos, -son los mismos que huyeron á las irrupciones bárbaras y que guardaron -pura su noble sangre latina; los mismos que, apartándose de las -maceraciones y penitencias, se entregaron á la febril actividad de -la navegacion y del trabajo; los mismos que supieron fundar una -república rica y feliz en medio de una sociedad férrea y feudal; los -adivinadores del Asia cuatro ó cinco siglos ántes que sus rivales -los portugueses; los protectores del Imperio bizantino, cuando ya -se cuarteaba sobre sus cimientos, suspendido á maravilla de la -autoridad y de la gloria venecianas; los que llevaron en su cortejo -como un coro de dioses las islas del Archipiélago Helénico; los que -esclarecieron con la luz del Oriente la noche de la Edad Media; -los que salvaron de su total ruina la inspiracion y la forma de la -clásica antigüedad; los iniciadores del Renacimiento; los compañeros -de los grandes artistas; los héroes de los mares; los soldados de -Creta y de Lepanto. - -Con sólo entrar en el peristilo ó atrio del templo, descubrís el -espíritu emprendedor y hazañoso de los venecianos. Á los pocos -pasos de allí, la piedra célebre traida de Grecia, obra del siglo -sexto, sobre la cual se proclamaban las leyes de la República; -en las paredes, los mosaicos debidos á los maestros mosaistas de -Constantinopla ó á los maestros mosaistas de Rávena, todos llevados -allí con grandes dispendios por el próvido Senado; en el circo -central de entrada, los chapiteles de columnas que recuerdan el -templo de Salomon; en el arco derecho, á las puertas de bronce -incrustadas en plata que en otro tiempo sirvieron á Santa Sofía -de Constantinopla; por todas partes fragmentos de escultura ó -arquitectura arrancados á Grecia, á Siria, al Egipto, es decir, los -despojos de largas correrías, los trofeos de épicas batallas, los -testimonios de aquella dominacion sobre el Mediterráneo, que dió á -la diosa Venecia, en el concepto de sus hijos, el anillo con que se -desposó y el tridente con que dominó á los mares. - -Entrad, entrad en ese templo y difícilmente encontraréis otro -alguno que exprese mejor el pensamiento religioso. No es en verdad -su aspecto el aspecto sombrío y sublime de nuestras catedrales -góticas henchidas por un catolicismo batallador é intolerante que -se complace en las sombras y en el misterio. Aunque el fondo de -todo el dogma es idéntico, la expresion es diversa. En estas islas, -entre estas lagunas, á la luz reverberada en las aguas, al aire -cariñoso que baja de los Alpes, no cabe la ceñuda intolerancia de -nuestro dogma ni la sublime aspereza de nuestro culto. Venecia ha -oido la sirena que el agua bendita no ha logrado expulsar todavía de -las ondas adriáticas; ha visto Aténas, donde el cristianismo se ha -coronado con las aureolas de las ideas platónicas; ha saludado en -Constantinopla y Alejandría las ciudades que dieron á la nueva fe la -antigua idea del Verbo; se ha hundido en el Oriente y allí ha tomado -esa luz deslumbradora que tanto se asemeja á la luz despedida por -las místicas efusiones y por los religiosos arrobamientos del alma. -Y cuando veis este templo todo de oro, esta luz resplandeciente y -mística al mismo tiempo, estos sacerdotes con sus casullas recargadas -de adorno á guisa de obispos armenios, estos patriarcas que llevan -el nombre y tienen el aire de las grandes dignidades orientales, -creeis hallaros en otra zona del cristianismo, cerca de la cuna del -sol y de la cuna tambien de todo ideal religioso. Nosotros confinamos -con el desierto monoteista, con las tribus semíticas, con la tierra -de la teología intolerante, con el África estéril que sólo ha dado -aquellos profetas en armas, descendidos á renovar con la predicacion -y la cimitarra un dogma de gran profundidad, pero de variedad -escasa, miéntras que Venecia confina con el territorio griego, con -el coro de las islas helénicas, con el mar cuyas fosforescencias -llevan como disueltas innumerables y diversas estelas de purísimas -ideas. Su apóstol no debiera ser San Márcos; su apóstol debiera -ser San Juan, cuyo Evangelio, el más combatido por la crítica -moderna, el más puesto en duda por la sabiduría de los comentadores -germánicos, tambien es el más oriental, el más alejandrino, aquel -en que se siente el aire de la Academia mezclado con el perfume -de acre gnosticismo, y que ha hecho de la religion cristiana una -síntesis platónica, y que ha convertido á Cristo en el Verbo creador -y mantenedor del Universo; Evangelio helénico y oriental, digno de -ser comentado por Plotino y leido por Hipatia á aquellos sectarios -deseosos de armonizar su nueva fe de cristianos con el antiguo -espíritu de Grecia y con la inagotable inspiracion teológica del -religioso Oriente. - -Lo cierto es que el color, el matiz, la difusion y la variedad de -la vida, resaltan por todas partes en el interior de este templo -magnífico. El pavimento, que tiene cierto lustre y cierta humedad, -como la cubierta de un buque, se halla compuesto de piedras duras -matizadas por colores diversos y reflejos dulcísimos; el suelo se -ha rebajado en unos puntos y ha crecido y levantádose en otros -como si lo combatiera y lo trasformára la tormenta, obligándole á -tomar la ondulacion de las encrespadas olas; el arco triunfal de -la entrada, arco enteramente romano, despide de sus largas líneas, -como otras tantas visiones proféticas, las fantásticas figuras -del Apocalípsis; á la derecha, enorme pila de pórfido se eleva -sobre perfecto altar pagano de la antigua Grecia; á la izquierda, -riquísimo retablo, cuyos mármoles tan varios y tan brillantes -semejan á combinaciones y guirnaldas de pedrería; sobre este altar -un paraíso de Tintoreto, cubriendo altísima pared, deslumbrador -por sus colores, y en el cual creeriais ver todos los venecianos -elevados á las cimas de la bienaventuranza; en el crucero, el coro, -al cual abre paso una portada de jaspe sanguíneo compuesta de ocho -columnas, sobre cuyos arquitraves se elevan catorce estatuas del -más puro Renacimiento; en el altar mayor la pala de oro, preciosa, -inmensa joya de Constantinopla, toda cuajada de diamantes, toda -cubierta de riquísimos esmaltes y preservada por una tabla que han -pintado artistas venecianos educados en el Oriente europeo; detras -del altar mayor, las columnas salomónicas de alabastro atribuidas por -la tradicion al templo de Jerusalen, y trasparentes como si fueran de -cristal de roca iluminado por el rayo plateado de la luna llena; al -lado derecho del altar, la puerta plateresca esculpida y cincelada -por Sansovino, con una perfeccion digna de Cellini, y á la izquierda -la puerta árabe conduciendo al tesoro y que diriais arrancada á -Damasco ó á Granada; por todas partes, frisando con el pavimento -y subiendo hasta el punto céntrico de las cinco cúpulas, como un -inmenso tapizado de tisú de oro, los mosaicos de áureos cristales, -allí colocados desde los primitivos á los últimos tiempos de la -Basílica, maravillosa serie de la historia del arte, donde han puesto -sus manos, así los primeros pintores cuyas espantadas figuras parecen -oir el llamamiento del Juicio Final, como los últimos que presentan -la vida veneciana en una contínua orgía, siendo de reflejos tan -varios y de colores tan vivos que los creeriais un éter no soñado, la -luz desprendida de uno de esos soles en cuya comparacion el nuestro -es una pavesa, donde veis nadar, agitando liras, ramos, palmas, los -santos, los ángeles, los querubines, los mártires, las vírgenes, -todos vestidos de colores indecibles, todos vivificados por ideas -religiosas, todos exhalando un _Te Deum_ inefable, cuyos ecos llegan -hasta nuestros oidos de carne, pero cuyas magistrales cadencias se -pierden, como las plegarias de los fieles, como las espirales del -incienso, como las melodías del órgano, como el aleteo de las almas, -en el espacio de los cielos y en el seno del Eterno. - -Yo no conozco en el mundo cosa alguna comparable á esta basílica de -cristal esmaltada por tan maravillosa manera. Cuando las sombras se -espesan en el pavimento y la luz se rompe en las altas bóvedas por -los rayos últimos de sol que atraviesan las ventanas de las rotondas, -creeis ver desde un planeta oscuro el cielo resplandeciente de ideas -increadas y poblado de ángeles que llevan sobre sus alas de rosa -vírgenes y santas purísimas coronadas por místicas aureolas apénas -perceptibles á la vista y semejantes al resplandor en que se abrasa -un alma enamorada de lo divino y de lo eterno. ¡Qué multitud de -figuras! Las hay de diversas épocas y de diferentes y áun contrarios -autores. Unas son litúrgicas hasta la rigidez, y otras mundanas -hasta el sensualismo; unas representan los tiempos místicos y otras -los tiempos paganos; han nacido éstas cuando el hombre, apartado de -la naturaleza, no se atrevia á mirar su propio cuerpo, obra maestra -del pecado, y han nacido aquéllas cuando todos los velos han caido, -cuando toda la antigua inocencia se ha disipado, cuando el pincel y -el buril han hecho con sus castas desnudeces volver rehabilitada, -como si áun estuviera en el Paraíso, la Eva corruptora de nuestra -sangre: esta efigie, que sobre la gran puerta se descubre en actitud -de penitencia y con expresion de dolor, proviene del siglo undécimo, -que todavía no ha olvidado los terrores del año mil y que todavía no -ha sacudido la sombra de la primera culpa, miéntras que la otra, no -distante, iluminada por la misma luz, contenida en el mismo espacio, -quizá ha sido dibujada por Ticiano, el artista de los sentidos -y de la forma, el rehabilitador de la carne, el hijo predilecto -de la naturaleza, el mago de los colores; y sin embargo, puestas -todas en este templo, desde las que lloran hasta las que rien, -desde las que rezan hasta las que cantan, desde las que sienten el -desfallecimiento en su materia casi disipada hasta las que sienten -la borrachera de exuberante vida; desde las tristemente ascéticas -hasta las groseramente voluptuosas, como han oido tantas oraciones -y han respirado tanto incienso, parecen por igual envueltas en el -idealismo religioso, como si las unas estuvieran ya en el cielo de -los éxtasis y las otras se levantáran desde la vida del sentido á la -vida del alma. La variedad de tonos y reflejos da á esta basílica un -aspecto fantástico. Sobre el luminoso cristal, sobre el fondo de oro -puro, los colores y sus matices resaltan fuertemente y avivan las -líneas del monumento, que parece amasado en la materia incandescente -de los soles, así como los contornos de las figuras que parecen -desprendidas de su centro y próximas á volar por los espacios. Más -que objetos reales, semejan estos cuadros mágicos espejismos tendidos -en las paredes por una imaginacion oriental; más que reverberaciones -y matices de la luz natural, parecen las perlas y las esmeraldas de -esas túnicas, los rayos de esas aureolas y las plumas de esas alas -reflejos de un sol increado, como la idea que vaga en la mente del -Eterno y que es el ideal y el arquetipo de todo el Universo. En esas -gradaciones del oro, que tiene desde toques cobrizos hasta toques -etéreos, veis mezclarse la púrpura al ópalo, el esmeralda al rosa, la -chispa diamantina semejante á una lluvia de luceros, con el matiz -violeta semejante á una nube diáfana, como en esas puestas del sol -inenarrables que esmaltan el ocaso de nuestros cielos meridionales, -ó como en esos bosques de la India, á las orillas del plateado -Gánges, en que las fosforescencias del suelo y los relámpagos del -aire, los insectos luminosos levantados de la lujuriosa vegetacion, -y las estrellas y los aerolitos del cielo componen como una súbita -fantástica florescencia de mundos animados por el fuego de indecible -amor. - -Yo, al contemplar todas estas figuras, no pude ménos de preguntarme -á mí mismo y preguntarles á ellas si eran seres fantásticos, -hijos de calenturientas imaginaciones, reflejos de deseos nunca -satisfechos, sombras de la mente acalorada, ó símbolos ó imágenes -de ideas vivas que tendrán realidad en este ó en otro mundo mejor. -Yo no puedo creer, no creeré nunca, que la humanidad, eminentemente -religiosa, haya orado al vacío, pedido consuelos á la nada, alargado -sus brazos en este diluvio de lágrimas que inunda los planetas -al abismo sin fondo de un no ser absoluto. Y no creo, no puedo -creer, que los conceptos metafísicos sean ménos en el Universo que -los fuegos fatuos de un cementerio ó los vapores indecisos de un -lago. Yo no creo, yo no puedo creer que lo infinito, lo eterno, lo -perfecto, lo absoluto, lo ideal, sean como juegos de la fantasía, -como entelechias sin posibilidad alguna, como aromas exhalados de -nuestra mente para perderse y disiparse en las nieblas eternas -de una eterna muerte. Los filósofos que han evocado la luz del -pensamiento divino allá donde rayó la luz del sol en su oriente; -los sacerdotes que han concebido en el templo inmenso del desierto -la idea viva de la unidad de Dios; los reveladores que á la sombra -del Hibla y del Himeto, á las orillas del Pireo, bajo los plátanos -de la Academia, entre los bajos relieves de Aténas han escrito los -divinos diálogos sobre el ideal; las tiernas mujeres que, desnudo el -seno y flotante el cabello, perfumadas con los aromas de la Siria -y ceñidas con las flores de Délfos y de Colonna, han recorrido las -riberas del mar de la Grecia, clamando por la muerte de Adónis y -pidiendo su resurreccion; los discípulos que han llorado al pié -de una cruz erigida en la cumbre del Calvario; los mártires que -han muerto en las arenas del circo; los grandes pensadores que han -empapado en el éter divino la conciencia; todos han sido soñadores, -sicofantas, magos, hechiceros, capaces de dar los efluvios de sus -nervios descompuestos, los caprichos de sus inteligencias ébrias, los -sentimientos de sus corazones desgarrados por el dolor, las nubes -levantadas de sus tristezas y de sus nostalgias, como el supremo -bien y la verdad suprema. Esos templos que se levantan por los -bosques y por los desiertos, á las orillas de los mares, en los altos -promontorios, como faros del espíritu, donde quiera que el hombre ha -sentido la hermosura de la naturaleza, no serian otra cosa más que -huesos mondados, hogares extintos, ruinas eternas, montones de piedra -cubiertos de hiedra, donde pueden sólo habitar los lagartos y donde -jamas hubo el fuego de una idea. Este Universo nuestro, ¿no será más -que materia y fuerza? Este Dios nuestro, ¿no será más que un inmenso -abismo, vacío y oscuro como la nada? Este pensamiento nuestro, ¿no -será más que la estela producida por el choque de una sensacion y -en otro choque disipada? El ideal, ¿es el sueño de los sueños, el -delirio de los delirios, el ataque nervioso de un iluminado ó de un -loco? - -No puedo creerlo, no lo creo. El hombre no es naturalmente ni judío, -ni católico, ni pagano, ni musulman; pero es naturalmente religioso. -Á la idea de lo infinito, que acaricia su mente, corresponde la -realidad de lo infinito en el Universo. El arte no es mentira, la -inspiracion no es mentira, el amor no es mentira; pues lo absoluto -no puede ser mentira tampoco. Aquí está la realidad de lo infinito. -La Arquitectura es como el espacio, como el planeta, como el mundo -externo ántes de ser habitado por el espíritu, el continente de -las inspiraciones. Este mundo necesita habitantes, y surge como -una vegetacion ideal la gama misteriosa de colores que forma la -aurora de las ideas. Pero no basta, y surgen, como los organismos -en el planeta, las estatuas maravillosas sobre sus pedestales, los -ángeles y los santos y las vírgenes en sus áureos mosaicos. Y no -basta, porque el espíritu aspira á más, y entónces el órgano llena -de melodías celestes todo este Universo. Y no basta, y viene la idea -pura, la poesía, el alma de las almas, á completar las inspiraciones -del arte y á unir lo finito con lo infinito. El error de los errores -consiste en que cada secta, cada religion, cada filosofía, cada -sistema se cree todo el ideal. No; el ideal completo está en la mente -de toda la humanidad y se realizará en el seno de Dios. - - -FIN. - - - - -ÍNDICE. - - - Págs. - - PRÓLOGO. v - - Los Grisones. 1 - - Monte-Carlo. 17 - - La bella Florencia. 41 - - Mantua y Virgilio. 59 - - San Francisco y su convento en Asis. 101 - - Sorrento y el Tasso. 227 - - Los Güelfos y los Gibelinos de Roma. 269 - - Un Discurso. 305 - - La isla de Capri. 331 - - San Márcos de Venecia. 367 - - -FIN DEL ÍNDICE. - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Recuerdos de Italia (parte 2 de 2), by -Emilio Castelar - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 2 DE 2) *** - -***** This file should be named 53742-0.txt or 53742-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/3/7/4/53742/ - -Produced by Josep Cols Canals, Carlo Traverso, Ramon Pajares -Box and the Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at -www.gutenberg.org Section 3. Information about the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the -mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its -volunteers and employees are scattered throughout numerous -locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt -Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. 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Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - diff --git a/old/53742-0.zip b/old/53742-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 619ab89..0000000 --- a/old/53742-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/53742-h.zip b/old/53742-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 608d849..0000000 --- a/old/53742-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/53742-h/53742-h.htm b/old/53742-h/53742-h.htm deleted file mode 100644 index 97415ea..0000000 --- a/old/53742-h/53742-h.htm +++ /dev/null @@ -1,8961 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" - "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> - <head> - <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html; 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You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - - - -Title: Recuerdos de Italia (parte 2 de 2) - -Author: Emilio Castelar - -Release Date: December 15, 2016 [EBook #53742] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 2 DE 2) *** - - - - -Produced by Josep Cols Canals, Carlo Traverso, Ramon Pajares -Box and the Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - - - - - -</pre> - - -<div class="front"> - <hr class="full" /> - <p><a href="#tnote">Nota de transcripción</a></p> - <p><a href="#ToC">Índice</a></p> -</div> - -<div class="screenonly"> - <hr class="chap" /> - <div class="figcenter"> - <img src="images/cover.jpg" - alt="Cubierta del libro" /> - </div> -</div> - -<div class="aftit pt6"> - <p><span class="pagenum" id="Page_i">[p. i]</span></p> - <hr class="chap" /> - <h1>RECUERDOS DE ITALIA.</h1> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="tit pt3"> - <p><span class="pagenum" id="Page_iii">[p. iii]</span></p> - <p class="xl">RECUERDOS</p> - <p class="fs300 g1 mt05">DE ITALIA</p> - <p class="xs mt3">POR</p> - <p class="xl g1 mt1">D. EMILIO CASTELAR.</p> - - <div class="mt3"> - <hr class="fil" /> - <p class="edicion"><b>SEGUNDA PARTE.</b><br /> - 3.ª edicion.</p> - <hr class="fil" /> - </div> - - <div class="mt3"> - <p class="large g2">MADRID:</p> - <p class="small mt05">OFICINAS DE LA ILUSTRACION ESPAÑOLA Y AMERICANA,</p> - <p class="xs mt05">CALLE DE CARRETAS, NÚM. 12, PRINCIPAL</p> - <hr class="sep" /> - <p class="xs">MDCCCLXXXIV.</p> - </div> -</div> - - -<div class="aftit pt6"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_iv">[p. iv]</span></p> - <div class="depos"> - <hr class="doble" /> - <p class="d">Queda hecho el depósito que prescribe - la Ley, para los efectos de la propiedad literaria.</p> - <hr class="doble" /> - </div> - <p class="over2 mt6">EST. TIPOGRÁFICO DE LOS SUCESORES DE RIVADENEYRA,<br /> - impresores de la Real Casa.—Paseo de San Vicente, 20.</p> - <hr class="chap0" /> -</div> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch_0"> - <p><span class="pagenum" id="Page_v">[p. v]</span></p> - <h2 class="nobreak">PRÓLOGO.</h2> - <hr class="sep2" /> -</div> - -<p class="mt2">Publico hoy el segundo volúmen de los <i>Recuerdos de -Italia</i>, escrito con el mismo método y los mismos procedimientos -del primero. Donde quiera que un monumento, una ciudad, una persona -ilustre, un territorio célebre han herido mi atencion, heme parado -á contemplarlos y describirlos, dando en bosquejo fugaz, no sólo -idea concreta de ellos, sino cuenta exacta de la serie de ideas -que me han inspirado sus celajes, sus líneas, sus recuerdos, sus -ruinas, su destino en la historia, su misterio en la poesía y en -el arte. Muchas veces la personalidad histórica que de un paisaje -se levanta, lo borra con su luz como el sol á las estrellas y lo -supera con toda la superioridad que tiene el espíritu sobre la -naturaleza. Esta consideracion me ha llevado á unir el nombre de -Vir<span class="pagenum" id="Page_vi">[p. vi]</span>gilio á Mantua, -el nombre de San Francisco á Asis, el nombre de Tasso á Sorrento. -En cambio no me atreví á recordar casi que hay una tiranía horrible -unida á la isla de Capri, que hay un nombre abominable ligado con -aquellos hermosos promontorios, el nombre de Tiberio; porque, -decidido á elevar la conciencia humana como una hostia consagrada -hácia lo infinito en pos del ideal, no quiero recordar ni sus -desfallecimientos ni sus eclipses, ni sus sombrías noches, sobre -todo cuando estudio y describo paisajes, épocas, monumentos á mi -arbitrio.</p> - -<p>Deseoso de dar á alguno de mis amigos pruebas verdaderas de -afecto, les he dedicado en su dia y vuelvo á dedicarles ahora alguno -de estos trabajos. Al señor D. Alfredo Adolfo Camús, mi antiguo -catedrático en letras clásicas, varon ilustre de extraordinaria -ciencia, á quien debemos ya várias generaciones la iniciacion -segura en el templo de la antigüedad, le he dedicado un escrito -á lo antiguo consagrado; el estudio conocido con el nombre de -<i>Mantua y Virgilio</i>, pálido reflejo de la multitud de ideas -recogidas en su sábia enseñanza, lejano eco de las admirables -lecciones de su cátedra, pobre desquite de la ingratitud<span -class="pagenum" id="Page_vii">[p. vii]</span> con que ha pagado la -pública Administracion cuarenta años de no interrumpidos servicios -á los grandes ideales literarios y á la ilustracion de la juventud -española. Compañero en la visita á los claustros y á las iglesias de -Asis, guía ilustre mio en aquel inmortal cenobio que se eleva como -la tumba de Cristo en la cima de las edades; gran artista, honra de -la Pintura española, el Sr. Casado del Alisal, cuyos consejos, cuyas -advertencias, cuyas ideas en mis paseos por Roma y sus alrededores no -olvidaré jamas, ha recibido con afecto la dedicatoria del Monasterio -franciscano y de sus riquezas artísticas. Lo mismo ha hecho mi -fraternal amigo el Sr. D. Buenaventura de Abarzuza respecto á la -parte de este trabajo consagrada á referir cómo la vida del Santo se -convirtió en leyenda y cómo la leyenda influyó soberanamente en la -transformacion de las ideas por aquellos tiempos creadores, por aquel -siglo décimotercio, de tanto y tan decisivo influjo en la humanidad -y sus destinos. Profundo talento político el talento del Sr. -Abarzuza, conocedor como pocos de la misteriosa manera con que los -puros ideales penetran en la realidad y la transforman, ha aceptado -este pobre recuerdo que yo<span class="pagenum" id="Page_viii">[p. -viii]</span> debia á quien tanta luz me ha dado en difíciles -circunstancias con sus profundas consideraciones, y tanta experiencia -con sus admirables puntos de vista sobre los movimientos de esta -máquina social tan complicada y tan compleja.</p> - -<p>He mezclado, como en el primer tomo, á las consideraciones -filosóficas, históricas, literarias y artísticas, consideraciones -políticas: que al cabo la política no es otra cosa sino la -cristalizacion de todas las ideas, y su resultado social. Así es que, -no sin intento deliberado, he puesto junto al espectáculo que ofrece -y á la enseñanza que da la democracia de los Grisones, el espectáculo -que ofrece y la enseñanza que da el despótico reino de Monaco. La -libertad ha hecho fecundas las áridas crestas de unas montañas -envueltas en el sudario de perdurables inviernos, y la tiranía ha -manchado las playas hermosísimas donde la naturaleza y el espíritu -brillan con sus más bellos resplandores. É igual idea de libertad -me ha llevado á encarecer la democrática ciudad de Florencia, ese -faro del espíritu moderno, y á publicar el discurso que pronuncié en -el banquete dado en mi obsequio por los representantes de la prensa -y de la tribuna progresistas en su Ateneo<span class="pagenum" -id="Page_ix">[p. ix]</span> de Roma. Eternamente vivirán en mi -memoria aquella velada y aquellos obsequios. Los promovió mi amigo, -el gran orador Mancini, asociándose todos los representantes más -ilustres del partido que mantiene la libertad en Italia. Mi gratitud -por tantas distinciones, será eterna. Y en prueba de ella voy, -despues de un año, sin auxilio de ningun apunte, sin consultar -ningun periódico, á describirla, y de su descripcion resultará su -importancia. De dos cosas prescindiré por completo: primero, de la -parte de elogios consagrados á mí, elogios naturales en fiestas de -esta clase, que yo omito por razones de delicadeza, pero que no -pagaré jamas con la moneda de un olvido ingratísimo; y segundo, de la -parte de etiqueta y de ceremonia, propias de todos estos festejos, -y á mis lectores poco interesante. Lo que en realidad interesa á -todos, el número de ideas principales vertidas en aquella fiesta, -queda en estas páginas con su inextinguible resonancia, como queda -en mi corazon y en mi memoria. El primero en hablar fué el ilustre -repúblico Depretis, que preside actualmente el Consejo de Ministros. -Sus palabras tuvieron grande importancia, como inspiradas en esta -idea capital: en la union de Italia y España.<span class="pagenum" -id="Page_x">[p. x]</span> Efectivamente, si hay naciones que puedan -reunirse en comunidad de ideas son estas dos grandes naciones -mediterráneas. Tenemos nombres que son españoles é italianos, como -Colon, Doria, Farnesio y Ribera. Los agravios mutuos, como nuestras -sendas conquistas, pueden olvidarse y perdonarse fácilmente, que -medios de relacion eran al cabo en los duros pasados tiempos. Pero -nosotros no podemos olvidar la influencia de Italia en sucesos -como las conquistas de Mallorca y Almería en artistas como Juanes -y Velazquez, en escritores como Garcilaso y como Cervántes. Y los -italianos jamas olvidarán que nosotros convertimos en verdadero -paraíso sus campos partenopeos desecando las lagunas infectas; que -nosotros amparamos aquella democrática república de Génova, tan -española como cualquiera de nuestras más españolas regiones; que -nosotros emprendimos con esa misma Génova y Venecia la inmortal -hazaña de Lepanto.</p> - -<p>Despues del Sr. Depretis se alzó el Sr. Crispi. Gran conocedor de -nuestra historia y de nuestra política; su discurso tuvo un sentido -práctico, propio de quien ha defendido tan prácticamente y con -tanto tacto la libertad en Italia. Narró el<span class="pagenum" -id="Page_xi">[p. xi]</span> estado de marasmo en que habia caido -Europa ántes de nuestra revolucion de Setiembre. Todo el mundo -creia en Italia imposible coronar la obra de la unidad con la -reivindicacion de Roma, y en Francia sustituir al Imperio la forma -natural de aquella democracia, la República. Y estalló nuestra -revolucion y sembró tantas ideas en las conciencias, que hasta los -ánimos más apocados se movieron á la esperanza y hasta los pueblos -más oprimidos pensaron en su resurreccion. El Imperio, viéndose -perdido, pasó de la libertad á la guerra para evitar un inevitable -naufragio. Y el espíritu inmortal de la libertad entregó á Francia su -República y á Italia su capital. Atronadores aplausos, consagrados á -la revolucion de Setiembre y á sus representantes, resonaron en aquel -salon lleno de ilustres defensores de la libertad italiana.</p> - -<p>Un senador, el general Fabrizi, habló despues del Sr. Crispi, y -recordó su afecto filial á España y los servicios prestados á la -libertad en la penúltima guerra civil por él y otros compañeros cuyos -corazones laten todavía como en la juventud al recordar y evocar -nuestras gloriosas libertades. Efectivamente, la amistad de ambos -pue<span class="pagenum" id="Page_xii">[p. xii]</span>blos aparece -tan estrecha, que la Constitucion de 1812 goza igual renombre en -Italia y en España; y los más ilustres generales italianos, como -Fabrizi, como Fanti, como Cialdini, han derramado bajo nuestras -banderas su sangre por la libertad de la antigua España á la manera -que el inmortal Garibaldi la ha derramado tambien por la emancipacion -de la jóven América. Despues hablaron los dos diputados, Sres. -Nicotera, hoy ministro de la Gobernacion, y Bertani, representante -de la democracia más avanzada en el Congreso italiano. El primero -pronunció un discurso en que resaltaba el más profundo sentido -político sobre la regla y la medida á que deben someterse los pueblos -latinos para fundar instituciones libres que resulten duraderas en -el suelo de nuestras históricas penínsulas meridionales sembradas de -tantas y tan pasmosas ruinas. El segundo, antiguo defensor de la más -avanzada democracia, al lado de sentimientos generosos y de ideas -levantadas, dirigió algunas reconvenciones á la nacion española por -lo que él llamaba ingratitud á mis servicios, palabras que explican -las protestas de mi discurso; pues agradeciendo la exaltada amistad -que las proferia, ni por un momento era<span class="pagenum" -id="Page_xiii">[p. xiii]</span> dado tolerar cosa alguna que directa -ó indirectamente cediera en desdoro de nuestra amada patria. En todo -cuanto se refirió al espíritu de libertad que animó á Italia y á -España durante el siglo estuvo el Sr. Bertani en lo cierto y habló -con elocuencia inspirada por ideas de justicia.</p> - -<p>Dos discursos se pronunciaron despues igualmente notables; uno -del jóven príncipe Odescalchi y otro del gran historiador y filósofo -Ferrari. Quien conozca á Roma no puede ménos de conocer á Odescalchi, -y quien admire á Italia no puede ménos de admirar á Ferrari. El -primero visita los talleres de todos los artistas; estudia las -piedras de aquel suelo donde por todas partes encontrais grandes -pensamientos petrificados en maravillosas ruinas; reune y clasifica -museos que en pocos años crecen y se abrillantan, merced á la riqueza -artística de tan privilegiada tierra, miéntras el segundo, maestro -sin rival de la historia en los tiempos modernos, digno sucesor de -Maquiavelo y de Vico, posee la astronomía digámoslo así, de las -sociedades humanas, como Galileo poseyera la astronomía de los -cielos. Por desgracia una enfermedad terrible, y en su juventud y en -su robustez bien extraña, ha herido al prínci<span class="pagenum" -id="Page_xiv">[p. xiv]</span>pe, y la implacable muerte nos ha -arrebatado al filósofo. Imposible decir aquí cuánto dolor he sentido -al saber una y otra nueva, porque tambien es imposible decir el -afecto que ambos me profesaban y á que correspondia como correspondo -á todos los afectos, con usura. Italia ha perdido en el príncipe un -sacerdote entusiasta del culto de la patria, y en el escritor uno -de sus más profundos y más grandes pensadores; yo dos fraternales -amigos. Odescalchi habló con el calor propio de sus años y con la -belleza propia de su lengua; habló largamente del genio artístico de -nuestras dos naciones, y Ferrari habló de una manera maravillosa de -nuestra historia, del saber de nuestros andaluces, del nacimiento de -nuestro idioma; de las obras científicas que dábamos al mundo en el -siglo décimotercio, del esmalte oriental que traiamos á la poesía -moderna; de la libertad de los municipios castellanos y del sentido -popular de nuestro derecho foral; del genio dramático que poseyeron -nuestros poetas, y del sentimiento de pundonor que despertaron en la -Europa feudal nuestros caballeros; de todas las virtudes y de todas -las glorias, en fin, de esta España á quien la humanidad debe la -revelacion<span class="pagenum" id="Page_xv">[p. xv]</span> y el -conocimiento de nuestro hermosísimo planeta.</p> - -<p>Á tantas muestras de entusiasmo como iban mezcladas con estos -profundos pensamientos filosóficos, literarios, políticos é -históricos, pude corresponder y correspondí con mi discurso, pálido -entre tanta luz, y pobre entre tanta profusion de talento y de -ingenio. Pero hablo de todo esto en el prólogo porque el discurso -resume la idea práctica que me ha movido á escribir así mis libros -sobre Italia como mis libros sobre Francia, reservándome para más -tarde publicar, si tengo tiempo y fuerza, alguno tambien sobre -Portugal. Y esta idea, es la union de los pueblos latinos en espíritu -que prepare para mañana, para dias mejores, una confederacion que -será ornamento de la humanidad y de su historia. Sembremos con los -ojos puestos en este grande ideal; sembremos cuanto podamos. No nos -curemos de qué tiempo ni qué generacion recogerán esta siembra. Como -vivimos en las generaciones pasadas vivirémos en las generaciones -futuras participando, dada la inmortalidad del humano espíritu, de -sus grandezas y de sus glorias.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_1"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_1">[p. 1]</span></p> - <h2 class="nobreak">LOS GRISONES.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_3">[p. -3]</span>Antes de entrar en Italia, miremos un instante esta region -de la Engadina, suiza por la historia y la geografía y la política, -italiana por la lengua, derivada del antiguo latino.</p> - -<p>Cuando habitais un pueblo que ha sabido aliar el órden con la -libertad, la autoridad social con la democracia individualista, -la libertad en el pensamiento con la sensatez en la conducta, la -eleccion de las autoridades todas con el respeto y la obediencia, -no os canseis de verlo, de estudiarlo, de admirarlo, como no me -canso yo de ver, de estudiar, de admirar esta nobilísima Suiza. Lo -primero que salta á vuestra vista es la ausencia completa de ese -elemento demagógico tan opuesto al órden regular y al desarrollo -legítimo de la autoridad como al progreso y al afianzamiento de todas -las libertades. En seguida veis que los pueblos libres son pueblos -pacientes, que detestan las improvisaciones, que no entienden la -palabra revolucion, gratísima á los oidos de nuestros pue<span -class="pagenum" id="Page_4">[p. 4]</span>blos latinos, los cuales en -su inexperiencia sacuden la parálisis para moverse en la embriaguez, -y despiertan de la embriaguez para caer nuevamente en la parálisis. -¿Sabeis cuánto tiempo le ha costado á Suiza llegar á la reforma de -1848? Diez y siete años. ¿Sabeis cuánto tiempo le ha costado desde -que se inició hasta hoy su última reforma constitucional? Diez años. -Presentada al pueblo, fué puesta en tela de contradictorio juicio, -discutida largamente, desechada várias veces, y despues de maduras -reformas y de prudentes pactos, votada por unos, combatida por otros; -mas en cuanto tuvo la sancion legítima de una mayoría constitucional, -obedecida y acatada por todos.</p> - -<p>El poder manda, dentro de la órbita de sus facultades legítimas, -con grande imperio, y se oculta en el seno de la sociedad, como Dios -en el seno de la naturaleza y de la conciencia. El plebiscito es casi -continuado, no ese plebiscito impuesto en medio del silencio por un -césar omnipotente á un pueblo siervo, sino el plebiscito libre en -sus discusiones, lleno de conciencia, que despide y recoge las ideas -despues de haberlas hecho pasar sucesivamente por várias esferas y -haberlas visto en diversas apelaciones, para que maduren y puedan ser -aceptables y aceptadas en la viviente realidad.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_5">[p. 5]</span></p> - -<p>Yo me encuentro en el canton de los grisones, el más grande y el -ménos poblado de toda Suiza. Estamos á cuatro mil metros sobre el -nivel del mar. Estos pueblos, perdidos en sus montañas inaccesibles, -no tienen ni la cultura ni la riqueza que los grandes pueblos, -Ginebra y Zurich. Sin embargo, no encontraréis ni un pobre siquiera -que os pida limosna. No veréis ningun campesino desnudo, ninguno -descalzo, ninguno con el vestido remendado ó á jirones. Hablan -aquí, en la parte que se llama la Engadina, donde yo habito, una -especie de lengua romana que ellos presentan como la más pura y la -más antigua de las lenguas neo-latinas, inmediatamente derivada de -<i>sermo rusticus</i>, usual en las provincias del antiguo imperio. Y -siendo éste su lenguaje nativo, todos hablan aleman, muchos aleman é -italiano, algunos aleman, italiano y frances Si vais á un caserío, -encontraréis un maestro de escuela pagado en parte por el comun de -vecinos y en parte por el presupuesto del Estado. Recorreis estos -desfiladeros; las montañas inaccesibles se amontonan sobre vuestras -cabezas; las nieves eternas bajan hasta vuestros piés; las selvas -inexploradas se tienden á vuestra vista; el oso aulla en vuestros -oidos; el águila grita junto á su nido; os envuelven los vapores de -las nubes en formacion; os aturden las cataratas derretidas de los -grandes ventisque<span class="pagenum" id="Page_6">[p. 6]</span>ros, -despeñadas por los altos riscos; y en medio de soledades donde -imaginais encontraros salvajes tribus, el telégrafo tiende su hilo -misterioso para llevar en sus chispas los acentos de la humana -palabra y unir entre sí con su red, verdadero nervio de la cultura -moderna, estos apartados y diversos pueblos.</p> - -<p>Hace pocos dias estuvimos en Guarda, una aldea de doscientas -ochenta almas, en medio de los desfiladeros, con vistas admirables -sobre los picos de las altas nevadas montañas. Tiene un camino -general que pasa á corta distancia de sus casas. ¿Creeis que se -ha contentado con eso? No; ha abierto un camino vecinal suyo, en -zig-zags, sobre la montaña abrupta, con su suelo firme como una roca -y cómodo como una sala, con sus contrafuertes semejantes á grandes -fortalezas, con sus alcantarillas para el desagüe de las cascadas que -bajan de otros montes más altos, con sus puentes, con sus barandas -erigidas sobre abismos insondables y en territorios que parecen -verdaderamente inaccesibles. Pues no se han contentado con esto. En -cada encrucijada de la aldea advertiréis una especie de tapadera ó -portezuela de hierro con su correspondiente cerradura, por donde -pasa la distribucion de las aguas, acomodada de suerte que pueda -subir á todas partes, no sólo para la limpieza, sino tambien para -apagar los in<span class="pagenum" id="Page_7">[p. 7]</span>cendios. -El maestro tiene poco sueldo, cuatrocientos francos que le da el -humilde Municipio; doscientos que le da el canton por seis meses -de trabajo: pero este sueldo precario le basta para enseñar en dos -lenguas las nociones primeras de la instruccion indispensable á la -vida. La insignificante aldea, perdida como un nido de águilas en el -corazon de los Alpes, tiene su correspondiente estacion telegráfica, -cuando en España no la tienen pueblos de dos mil vecinos, como por -ejemplo, Villajoyosa, en la provincia de Alicante. Son de ver, al -toque de la campana, las reuniones de este pueblo, que no sólo nombra -sus alcaldes y sus magistrados, no sólo administra sus bienes de -propios, no sólo se dirige á sí mismo en su vida municipal, sino que -nombra representantes encargados de proponerle leyes, y se reserva -el derecho de admitirlas ó rechazarlas, el supremo derecho de -sancion.</p> - -<p>Esta aldea tiene crédito, y apela á su crédito como cualquier -Estado. Necesita una obra de utilidad general, y encuentra -inmediatamente á mano los medios de realizarla, pues recurre á un -empréstito, cuyos intereses paga con religiosidad, cuyo capital -amortiza con presteza. El campesino, que vota los impuestos; que -interviene en la direccion no solamente del Municipio, sino tambien -del Estado; que discute y examina por sí<span class="pagenum" -id="Page_8">[p. 8]</span> los ingresos; que se reserva decidir sobre -la admision de las leyes; que vive ocupado en la cosa pública, á la -manera de los antiguos ciudadanos de Aténas, acaba de sacudir de su -mente toda utopia, por apreciar el valor de las ideas, por conocer -las dificultades de la realidad, por adquirir la madurez de los -hombres de Estado; y léjos de precipitarse á subvertirlo todo, se -refrena, se domina y viene á ser conservador, y conservador cuidadoso -de las instituciones que tantas ventajas le reportan. Comparadlo -con el ganado de siervos que pide en Bretaña la restauracion de -Enrique V; con el guerrillero homicida que desgarra las entrañas de -su patria para sostener á Cárlos VII; con el elector ciego que vota -al candidato del Imperio nacido en el perjurio del 2 de Diciembre y -muerto en la infamia de Metz; con el demagogo de nuestras ciudades -que, ébrio de vino y de ódio, vocifera en los clubs pidiendo que se -corten trescientas mil cabezas para reformar la sociedad; y luégo -decidme si es provechosa ó no la larga educacion que procura la -práctica constante de seguras y nunca interrumpidas libertades en el -seno de verdadera democracia.</p> - -<p>La libertad religiosa es completa, absoluta. Habia penetrado -tan poco el catolicismo en sus conciencias, que en el siglo -<small>XVI</small> cambiaron los grisones de religion por medio -de disposiciones<span class="pagenum" id="Page_9">[p. 9]</span> -municipales. Un consejero de Estado me contaba que en uno de estos -pueblos pasó escena bien singular y bien dramática. Los aldeanos -quisieron adherirse á la reforma y se lo comunicaron así á su -cura. El cura era un sacerdote virtuoso, anciano, muy querido -universalmente, y dijo que por nada en el mundo cambiaria de -religion, resuelto á morir en la que sus padres le habian enseñado -y él contínuamente habia creido y profesado, bendiciendo á unos, -casando á otros, sirviendo en sus dolores y en sus tribulaciones á -todos.</p> - -<p>Los buenos campesinos, que habian visto al santo varon desligado -de todos los lazos terrenales, atento sólo á sus deberes religiosos, -caritativo con el pobre, próvido con el enfermo; en la próspera -como en la adversa suerte tranquilo y sonriente; sin más móvil que -su fe purísima y sin más fin que el cumplimiento de sus deberes -sacerdotales, no quisieron amargar sus últimos dias y juraron -aguardar á su muerte para convertirse oficialmente al protestantismo. -En efecto; continuaron yendo á la misa católica, practicando los -deberes de su antiguo culto, como si todavía lo llevaran entero -en el alma, decididos á esperar la extincion natural de la vida -del anciano, que tocaba en su ocaso. Al morir le enterraron segun -los antiguos ritos, le depusieron en la tum<span class="pagenum" -id="Page_10">[p. 10]</span>ba con oraciones y responsos católicos, -y cumplido este deber y observado el compromiso, abrazaron unánimes -en su concejo municipal, por medio de un voto solemne, la religion -protestante.</p> - -<p>La intolerancia entró tambien por estas montañas; la intolerancia -luterana, que muchas veces llegó á parecerse á la intolerancia -católica. El principio absoluto de que el ciudadano está obligado á -profesar la religion del Estado, el súbdito la religion del Monarca, -fué sostenido con las armas en la mano por los príncipes y por los -pueblos de una y otra creencia. Así, en Alemania, por ejemplo, dos -docenas de señores cambiaban á su grado, por motivos políticos y -personales, de religion, de fe, y obligaban á sus vasallos á orar -ante los altares de la Vírgen, ó á decir que el culto á la Vírgen -merece el nombre de supersticion; á comulgar sólo con la hostia, ó -á comulgar con la hostia y el cáliz; á creer en la virtud de las -obras, ó á esperarlo todo de la divina gracia; á recoger y adorar -las reliquias, ó á herir y pulverizar las imágenes; como si la -inspiracion de lo alto se hubiera agarrado á los tronos cual á -las montañas las nubes, y fueran los reyes, al mismo tiempo que -jefes del Estado y generales del ejército, sacerdotes reveladores -y profetas. Las guerras de religion desencadenaron la intolerancia -mutua de unos y otros creyentes. Y los grisones<span class="pagenum" -id="Page_11">[p. 11]</span> ciertamente no podian sustraerse á esta -ley general de la historia. En la baja Engadina todos los pueblos -son protestantes, si se exceptúa la jurisdiccion de Tarasp. Pero -la antigua intolerancia ha cedido, y la libertad religiosa se ha -arraigado. En medio de estas poblaciones, que tienen por práctica -piadosa casi exclusiva la lectura de su Biblia y la asistencia el -domingo á los oficios de su iglesia, en que se predican sermones de -moral y se cantan salmos de David, pasan los frailes capuchinos con -su traje de estameña, sus sandalias clásicas, su rosario al cinto, -su libro de devocion en la mano, luenga la barba, calada la capucha, -murmurando rezos que en otro tiempo hubieran ahogado los protestantes -por fuerza, á título de supersticiones intolerables; y todo el mundo -los mira con serena curiosidad y los saluda con religioso respeto. -Hace pocos años no hubiera sido posible en Ardetz una iglesia -católica; hoy se han reunido varios fieles; la han levantado en verde -pradera, con sus ojivas y su torre gótica; han llamado un cura que la -dirija, al par de un sacristan que la guarde; y allí se entregan á -sus oraciones, doblemente amparados por los derechos que garantiza la -Constitucion nacional y por la tolerancia religiosa que penetra cada -dia más en las costumbres. Ved cómo las instituciones democráticas, -por su flexibilidad maravillo<span class="pagenum" id="Page_12">[p. -12]</span>sa, por su tendencia á la renovacion y al progreso, por -su armonía con la razon humana, sirven, como no puede servir ningun -otro género de instituciones, al desarrollo del espíritu moderno y al -cumplimiento de las reformas pacíficas.</p> - -<p>Y no creais que han desarrollado como un idilio su libertad en -estas montañas. Tambien, tambien pasaron por males gravísimos. -El látigo del feudalismo azotó sus espaldas. Los hierros pesaron -sobre sus piés y sobre sus brazos. En las alturas el más fuerte se -instalaba y hacía subir las piedras á lomo á sus víctimas, para -construir castillos que fueran palacios de los señores, calabozos -de los vasallos. No acabais nunca de oir historias terribles de -esos tiempos funestos. Donato, el señor de Vartz, invita un dia á -tres campesinos á suculento banquete, les festeja en su espléndido -comedor, les regala con la mejor caza de sus bosques, la mejor pesca -de sus rios y el vino más antiguo de sus bodegas; manda despues al -uno que corte leña, al otro que dé un paseo y al tercero que concilie -el sueño; y cuando ya ha pasado algun tiempo, los ata á los tres, los -tiende en el suelo, les abre el vientre para ver cuál de ellos ha -digerido más pronto la comida. El intendente de Gardovall, paseándose -por las cercanías de su castillo, ha visto á la hija del campesino -Adan, y<span class="pagenum" id="Page_13">[p. 13]</span> se ha -enamorado perdidamente de ella, de sus dulces ojos, de sus rosados -labios, de su rubor virginal, de sus trenzas negras y larguísimas, -de su talle y de su apostura. Mas un rico-hombre, de estirpe feudal, -no puede enlazarse con plebeya vírgen, flor nacida en el estiércol -de los campos. Debe la muchacha contentarse con ser la barragana -del noble. Y por ende el intendente manda al padre que la lleve á -su lecho. El padre se pone sus mejores ropas, viste á su hija con -el traje de desposada, y la lleva de la mano al castillo. Cuando la -ve entrar tan aderezada y tan ruborosa, el caballero siente hervir -brutal deseo en sus venas henchidas de lujuria. «No os acercaréis -á mi hija, dice el labrador al caballero, sino despues de haberos -casado legítimamente con ella.» El noble lanza una carcajada y tiende -sus brazos para estrechar á la gallarda doncella. Pero el padre -saca un puñal y se lo clava en el corazon, dejándole muerto á las -plantas de la codiciada niña. El Baron de Fardun se pasea por sus -campos, recorre los trabajos de sus siervos, entra en las cabañas; -y en vez de alentarlos y sostenerlos, se divierte en dirigirles -groseros insultos ó jugarles pesadas bromas. El campesino Chaldar -está con sus hijos comiendo, á pobre pero limpia mesa, humeante y -bien condimentada sopa, cuando entra el gran señor y escupe en el -apetitoso plato. Levántase el siervo, se aba<span class="pagenum" -id="Page_14">[p. 14]</span>lanza furioso á él, le agarra por las -orejas, le arrastra al plato, le hunde el rostro en el caldo -hirviente, diciéndole: «Perro maldito, comételo tú, puesto que lo has -condimentado», y le degüella como á un cerdo con su tajante cuchillo -de cocina.</p> - -<p>Aquella lucha no era durable. Debia concluir, ó por el exterminio -de los vasallos ó por la derrota de los señores. Hacía ya dos -siglos entónces que los cuatro cantones del lago de Lucerna se -juntáran en el seno de los bosques umbríos, todavía perfumados por -el aliento creador; al borde de las azules aguas que reverberan la -luz de los cielos; al pié de las montañas cuyas bases alfombran los -prados y cuyas cimas cubren con cúpulas y rotondas de diamantes las -eternas nieves, para invocar á Dios en el templo más digno de su -esencia incomunicable, ante el altar más propio de su grandeza; y -jurarle sobre los huesos de los muertos y sobre la cabeza de los -pequeñuelos, su resolucion de morir mil veces ántes que tolerar la -soberbia de sus dominadores. Y la sombra de Guillermo Tell, cantado -por los bateleros á las orillas de los rios, por los pastores en -las laderas de los montes al són de las hondas y de las esquilas; -esa sombra, que era la personificacion de una idea y de un alma, -revestida con todos los atributos de su patria, el arco del cazador -á la espalda, el remo del barquero en la mano, su hijo redimi<span -class="pagenum" id="Page_15">[p. 15]</span>do á su lado, el cielo, -el torrente, el bosque, el lago á su frente, la flecha libertadora -silbando en los aires, y el tirano tendido y yerto á sus vencedoras -plantas; esa sombra, corria de cima en cima, de cúspide en cúspide, -de desfiladero en desfiladero, llamando los fuertes montañeses á la -libertad y prometiéndoles una república inmaculada, la república de -Suiza. Los grisones cedieron al cercano ejemplo y fundaron su liga -de plebeyos, base de su confederacion republicana. Salieron los -montañeses de sus cabañas, como águilas de sus nidos, y escalaron -los castillos y vencieron á sus tiranos. Era aquel tiempo en que mil -quinientos republicanos suizos morian todos como los griegos en las -Termópilas, para contener á treinta mil mercenarios de las funestas -bandas anglofrancas, mandadas por un Delfin de Francia; aquel -tiempo en que los aristócratas de Basilea, recorriendo los campos -de matanza cubiertos de cadáveres traspasados por espesas flechas, -exclamaban, como el bárbaro Vitelio en los campos de Betriaco, «¡esta -sangre huele á rosas!»; aquellos tiempos en que diez fugitivos -escapados entre mil quinientos muertos de la universal inmolacion, -aparecen marcados con un hierro candente por la mano de sus propios -compatriotas; aquellos tiempos en que arden á la par ciento diez -poblaciones arrojadas al fuego por los tiranos, en castigo de<span -class="pagenum" id="Page_16">[p. 16]</span> haber querido defender la -libertad, la patria y la república; que no concede naturaleza ningun -gran progreso sino á los grandes esfuerzos, y no vence ninguna idea -sino en virtud de altísimos y redentores sacrificios.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_2"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_17">[p. 17]</span></p> - <h2 class="nobreak">MONTE-CARLO.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_19">[p. -19]</span>Me detengo en Monte-Carlo, y la amenidad del sitio, la -pureza del cielo, el aire que baja de las montañas, el rumor que sube -de las olas, oblíganme á tomar la pluma y á escribir cuatro rasgos, -con el fin de bosquejar un pobre borrador trazado sobre las rodillas -en los descansos de largo viaje y en los postres de tenacísimo -maréo. Monte-Carlo, como su nombre enseña, es una eminencia; y esta -eminencia, como quizá todo el mundo sabe, contiene con otro peñon -cercano toda una monarquía, y de las monarquías más duraderas, más -permanentes, más seguras de toda Europa. Esta monarquía será como -desde las primeras verjas del Botánico al obelisco de la fuente -Castellana en todo su largo; y en su ancho como desde la Puerta de -Alcalá al café Suizo. No necesitais subiros á ninguna altura para -abarcarla en toda su magnitud, de Oriente á Poniente, de Norte á -Mediodía. Con una hora de coche y dos pesetas y media teneis bastante -para recorrerla en todas sus<span class="pagenum" id="Page_20">[p. -20]</span> direcciones y escudriñar lo más esencial y necesario de -su sencilla geografía. Francia la rodea como rodea el Océano las -conchas de su seno. Y la proximidad de esa grande Italia, muestra que -en la política y en las distribuciones geográficas hay desproporcion -tan grande como la que existe en las esferas zoológicas entre la -pulga y el elefante. Así es que los viajeros no se cansan nunca -de preguntar dónde está la aduana, dónde la frontera, dónde los -magistrados, dónde las Córtes, dónde el ejército y dónde la marina de -este inmenso Imperio, parecido á uno de esos teatros de carton que -nuestro buen aleman de la calle de la Montera vende para juegos de -niños. El problema es más difícil de lo que á primera vista parece -y de lo que salta á primera vista. Se concibe que Andorra, que San -Marino, que las ciudades anseáticas hayan podido existir, como puntos -aislados entre constelaciones inmensas, por la sencillez patriarcal -y la baratura primitiva de sus instituciones. Pero no se concibe -que mil y doscientos vasallos paguen y mantengan todos los arreos -necesarios á una lujosa monarquía. Así es que los alemanes, tan dados -á la tradicion histórica, á las instituciones feudales en perfecta -consonancia con su carácter y sus instintos individualistas, no -han sostenido en este nuestro siglo aquellos sus antiguos monarcas -y aquellas<span class="pagenum" id="Page_21">[p. 21]</span> sus -antiguas monarquías que contaban como único ejército los pinches de -palacio, vistiéndolos por la mañana el blanco uniforme de cocina, -y á la tarde el pintado uniforme de cuartel. La crítica acerba y -la ironía amarga de todos los escritores germánicos; los inmensos -trabajos unitarios de Prusia; los progresos de los tiempos, han por -fin soterrado todos esos vestiglos feudales que sacaban á duras penas -la frente sobre la inundacion general producida por el diluvio de -nuestras revoluciones.</p> - -<p>Si Monaco está situada en el centro de cualquier gran monarquía, -Monaco desaparece. Pero situada á las orillas del mar, en la -encrucijada de Génova y Saboya y Provenza, las rivalidades de sus -enemigos han sido poderosas á conmoverla muchas veces, pero jamas á -destruirla, apareciendo todavía con su carácter de aislado señorío -feudal, como en ciertos terrenos geológicos aparecen fósiles -perfectamente conservados, mudos y frios monumentos de los primeros -combates sostenidos por la naciente vida en este campo de batalla, en -este eterno cementerio que se llama la tierra. Lo cierto es que, ora -por una, ora por otra causa, la duracion de Monaco asombra y extraña. -El pacto de Carlo-Magno, sobre que estuvo levantada Europa más de -diez siglos, se ha roto; el inmenso Imperio bizantino, fundado en -com<span class="pagenum" id="Page_22">[p. 22]</span>petencia con el -Imperio romano, se ha caido, desapareciendo hasta sus ruinas; ya nada -queda de aquel sacro régimen germánico, cuya férrea corona llevó por -tanto tiempo la poderosa casa austriaca; del dominio inmenso allegado -por Cárlos V y Felipe II en las cuatro partes del planeta, sólo se -ven aquí ó allá restos de naufragio; la monarquía de los Papas se ha -hundido, á pesar de su carácter sagrado, de su importancia religiosa, -de su ancianidad venerable; el poema escrito por aquel genio en -delirio que se llamaba Napoleon el Grande, se ha disipado como el -humo de sus cañones; los poderes más fuertes, más queridos de la -fortuna, más respetables para la historia, rodaron al abismo; las -dinastías más antiguas, como los Estuardos de Inglaterra, corrieron -del trono al destierro; y ese reino de Monaco y su rey imperceptibles -permanecen inmóviles sobre su escollo, como el águila real en su -nido, desafiando al tiempo y á las revoluciones.</p> - -<p>Esta duracion que á muchos les incita á meditar sobre las -catástrofes históricas, incita á la generalidad de las gentes á -broma y risa y chacota. Un ciudadano inglés contempla el diminuto -reino y sus ejércitos de zarzuela con la misma imperturbable reserva -con que contempla las marmóreas rotondas de Roma ó las cristalinas -pirámides de los Alpes. Mas los viajeros provenzales, sabo<span -class="pagenum" id="Page_23">[p. 23]</span>yanos y genoveses, que en -gran número acuden á esparcir el ánimo en Monaco los dias festivos, -bromean á todas horas con el inmenso Imperio. Uno dice que la futura -guerra continental no estallará hasta que los contendientes sepan -adónde se inclina la poderosa alianza de los monaqueses. Otro cuenta -que un aleman, despechado por razones que no son para dichas, compró -su correspondiente lancha cañonera; y se apercibe á un bombardeo y -á un desembarco que no puede ménos de ser terrible, puesto que le -acompañan dos ó tres amigos con sus correspondientes criados. Éste -recuerda cómo los dos artilleros del reino habian perdido de tal -manera los hábitos de su oficio, que, al cargar un cañon para ofrecer -los honores de las salvas al Rey en su natalicio, por ignaros y -torpes, estallaron al par de la pólvora. El de más acá detiene al -primer campesino que encuentra, y le pregunta si es gentil-hombre ó -chambelan de la córte. El de más allá saluda con ridícula reverencia -á los erguidos y graves centinelas. Grandes grupos se paran á leer -un tablero donde campean varios decretos de D. Cárlos III, príncipe -reinante, nombrando plenipotenciarios para otras córtes y concediendo -una gran cruz nada ménos que al Ministro de Negocios extranjeros en -Bélgica.</p> - -<p>Yo no olvidaré nunca la conversacion que anu<span class="pagenum" -id="Page_24">[p. 24]</span>daron cierto gárrulo comerciante de -Marsella y cierto barbero no ménos gárrulo de San Remo en la -peluquería de Monaco. «Pero ¿cuántos soldados tiene este rey? -preguntaba el marselles.—Más de ochenta, decia el barbero.—¿Y para -qué necesita esos soldados?—Ya lo ve V., replicaba el muchacho, -para darse tono.—Todos los mozos hábiles de la nacion estarán -metidos en el ejército.—Se aumentó en estos últimos tiempos -considerablemente.—¿Considerablemente? Sin duda alguna teme Monaco -á Mr. de Bismarck. Estos malditos prusianos obligarán á todo el -mundo á gastos que concluyan por arruinarnos.—En Monaco nadie teme á -Bismarck, ni de sus ejércitos se acuerda. Pero nuestro Gobierno es -piadosísimo, y se ha quedado con algunos de los militares que tuvo -necesidad de licenciar el Papa.—Segun eso, los soldados monaqueses -son soldados mercenarios.—Justo. Y con ochenta soldados tiene el -ejército un número quizá mayor de oficiales.—Supongo que habrá cabos, -sargentos, tenientes, capitanes, comandantes, coroneles, generales y -generalísimos.—No se burle V., porque pudiera enterarse la policía y -pasarlo V. muy mal.—Me dice V. que Monaco tiene un ejército de pura -farsa, y luégo me encarga que no me burle y no murmure, como si no -acabára de darme el mal ejemplo. Francamente, no puedo seguir su -amis<span class="pagenum" id="Page_25">[p. 25]</span>toso consejo; -paréceme asistir á <i>Los Dioses del Olimpo</i> de Offenbach. Creo que me -he vuelto loco, ó por lo ménos que estoy soñando. Tamaño reino es -bueno para el teatro de los Bufos. ¿Y aquí hay prensa?—Se publica -un periódico cada ocho dias.—¿Hay Cámaras?—Ni por pienso.—De suerte -que teneis el placer de vivir en este diminuto espacio, de pasar -dos ó tres veces la frontera y la aduana cada dia para visitar á un -amigo, de contar con un ejército abrumador; y ademas de todas estas -lindezas, aguantais muy santamente un monarca absoluto. Pues no -envidio vuestra suerte.»</p> - -<p>Merece, á la verdad, verse este ejército vistosísimo y -churrigueresco: sus pantalones galoneados de carmesí ó de oro, sus -historiados dormanes, sus relumbrantes chacós, las levitas celestes -de los oficiales, los varios multicolores cordones, los ondeantes -plumeros. Merecen verse los centinelas que nada guardan, las -fortalezas que para nada sirven, los cañones que á nadie amenazan, -los armazones de inverosímil nacion mandada por increible monarquía -Al examinar todo esto creeis emprender prácticamente los viajes -de Gulliver y encontraros en las regiones de los imperceptibles -enanillos. Se os figura que cuanto á vuestros ojos se despliega es -una decoracion arreglada en breves minutos para desarreglarla así que -con<span class="pagenum" id="Page_26">[p. 26]</span>cluya la fiesta, -obra de algun redomado chusco. Á cada minuto recordais el Micromegas -de Voltaire, sólo que, en vez de haber ido desde la tierra á un -planeta mayor como Saturno, vais desde un planeta inmenso á cabalgar -sobre pequeño y fugacísimo aereolito donde está grabado en miniatura -un reino de mentirijillas. Es un cuento de Perrault, una fábula de -Lafontaine, un capricho de Goya, una caricatura de Cham; cualquier -cosa, ménos una realidad viviente, ménos una institucion verdadera é -histórica.</p> - -<p>Y desde luégo llama sobre todo vuestra atencion el lado económico -de este Gobierno. Cuando veis mil trescientas personas dándose al -desmedido lujo de tener rey, heredero de la corona, familia de -príncipes é infantes, comparsas de chambelanes y de gentiles-hombres, -aristocracia oficial, clero privilegiado, ministerio completo, -Supremo Tribunal de Justicia, ejército con su correspondiente -estado mayor, cónsules y demas agentes diplomáticos en el exterior, -preguntais á todo el mundo: por baratos que sean tales servicios, -por mal pagados que estén tales cargos, ¿de dónde salen todas -estas misas? En ciertos períodos de la historia es facilísima -la explicacion. Los señores de Monaco son piratas que desde su -fortísimo peñon caen sobre las mareantes y les exigen á mano armada -cuantiosísimos tributos, ó los despojan de<span class="pagenum" -id="Page_27">[p. 27]</span> sus ricas mercancías. En otros períodos, -los vasallos pertenecen en plena propiedad á su príncipe, y -trabajan todos para que viva él solo. Ademas, no fué Monaco tan -breve y reducido como es hoy. Tenía algunas ricas comarcas, algunos -importantes municipios. Pero despues de la guerra franco-austriaca, -despues de la anexion de Niza á Francia, el monarca de derecho -divino vendió al emperador Napoleon, como si vendiera un predio ó -un caballo, la mayor parte de sus súbditos, la jurisdiccion sobre -casi todo su territorio, por la suma de tres millones de francos, -á bastante ménos precio que los negros. Tres millones de francos -dan todavía con sus intereses medios de vivir cómodamente á un -propietario ó rentista de las clases medias; y si á estos recursos -une otros recursos heredados de sus mayores, hasta á un grande, á un -príncipe, á un banquero le cae como miel sobre hojuelas esa suma en -que el Rey de Monaco vendió al Emperador de Francia la escasa manada -de sus vasallos. Pero, por rico que seais, si caeis en la monomanía -de llamaros Rey, de nombrar príncipes, de tener ejército, de revestir -á vuestros amigos con dignidades palatinas ó con ministerios -políticos ó administrativos, al poco tiempo debeis ir desde vuestra -casa, por loco, á Leganés; por pobre, al Pardo.</p> - -<p>Uno de los inmediatos antecesores del príncipe<span -class="pagenum" id="Page_28">[p. 28]</span> reinante, resolvió á -maravilla este problema insoluble. Era un príncipe restaurado por -gracia del graciosísimo Talleyrand y por obra del reaccionario -Congreso de Viena. Habia pasado sus mocedades en París; y apénas -erigido de nuevo su trono y en él reinstalado, volvióse del estrecho -peñoncillo á la gran ciudad. En veinticinco años de reinado sólo -fué tres veces, y por pocos dias, á su reino. Vivir en París con la -categoría de rey en activo servicio, no es cosa tan hacedera ni tan -barata. Para procurarse las rentas necesarias á la empresa, Honorato -V, que así nuestro héroe se llamaba, montó una máquina feudal en -que prensaba de todas maneras á sus feudatarios y les hacía sudar -oro. ¡Cuánto los prensaria cuando soltaron en veinte años seis mil -pobres campesinos, veinticinco millones de reales sólo para su -príncipe! Á este fin se erigió director de colegio, mandando que -todos los monaqueses enviáran sus hijos al Instituto de su fundacion, -y prohibiendo enseñar hasta la doctrina á maestros que no fueran -sus maestros; y se hizo proveedor de harinas, mandando que ningun -monaqués ni extranjero, residente en Monaco, pudieran comer otro pan -que el pan de su príncipe. Así el propietario no tenía facultad de -sembrar sus tierras ni hacer su molienda, y por ende, no podia ni -cosechar trigo ni almacenar harinas. Veia el hondo surco abier<span -class="pagenum" id="Page_29">[p. 29]</span>to, de donde en otro -tiempo brotáran las ubérrimas espigas y no le era dado fecundarlo -con el sudor del trabajo, más próvido que la lluvia del cielo. Ricos -y pobres, sanos y enfermos estaban condenados, bajo las más severas -penas, á comer el mismo pan, el pan de su Alteza Real, amasado con -harinas de desecho, harinas averiadas, indigestas, que á bajo precio -se compraban en Marsella y Génova para empedrar materialmente el -estómago de las pobres gentes dotadas por las gracias de Talleyrand -y por las obras del Congreso vienense, de todo un Honorato V, de -un señor que, sin duda, no se merecian. Los jornaleros de los -alrededores dejaban, si iban á Monaco, el pan á la puerta. Los -caminantes se veian registrados, al llegar, escrupulosamente, por si -llevaban trasconejado algun bocadillo, algun residuo de su merienda. -El capitan de barco que aportaba con galleta, debia pagar unas veces -cien duros de multa, y perder otras veces su embarcacion, de Real -órden confiscada. Y lo que hacía con los cereales el Príncipe hacía -tambien con los ganados. No vinculaba en sí la exclusiva de cultivo -y venta, pero imponia á cada cabeza un tributo enorme. Y para evitar -las ocultaciones exigia que el nacimiento de las reses y su muerte -constasen oficialmente en papel sellado por los públicos escribanos. -Así, carneros, bueyes, cer<span class="pagenum" id="Page_30">[p. -30]</span>dos, tenian como mortales, partidas de nacimiento y -partidas de defuncion. Hasta los árboles ostentaban su número y su -nombre. Los pleitos eran innumerables. Pero todos iban á París, donde -el Príncipe y su abogado los decidian á su arbitrio. Sentencias dadas -con todas estas garantías de acierto se elevaban á definitivas é -inapelables. La justicia, el pan del alma, se repartia como el pan -del cuerpo, poco más ó ménos. Todas estas cosas se le ocurrieron -á Honorato V para explotar á sus súbditos y vivir en París. Pero -no se le ocurrió nunca convertir su reino en una casa de juego. -Tal ingeniosísima idea nació en nuestros tiempos. Hoy Monaco es un -casino regio donde se ejercen dia y noche la ruleta, el monte, el -treinta y cuarenta, y demas juegos prohibidos. Su corona espléndida, -su bandera blanca, sus armas y sus escudos, sus magistrados y su -ejército, sirven para escudar un garito. ¡Oh, peñon predestinado de -antiguo á la infamia! ¿No eras mucho más noble cuando cobijabas un -nido de piratas? M. Blanc, empresario del casino, provee á los gastos -excesivos que exige el mantenimiento de este inmenso Imperio.</p> - -<p>Y no cabe escudar la enormidad del hecho con la pequeñez del -reino. De breves territorios han brotado grandes hombres y grandes -cosas. Todas las ciudades griegas, cunas sagradas de los anti<span -class="pagenum" id="Page_31">[p. 31]</span>guos filósofos, eran -ciudadillas que engendraban los dioses del pensamiento porque tenian -abiertos á su mirada los cielos del espíritu. Y lo mismo sucedia con -las modernas ciudades italianas y suizas. Pisa contaba un pequeño -territorio; pero la libertad le daba todo el mar, y la lucha con los -vientos y las olas sus arranques de heroismo y sus inspiraciones -artísticas. Siena, apartada en sus colinas, no podria llamarse vasta; -pero en las asambleas tempestuosas de su democracia brotaban los -genios que debian embellecerla con sus obras y trasmitir de gente -en gente su nombre inmortal á los siglos. Cuanto más pequeña era -Florencia tenía más concentrado su calor vital sobre aquel nido de -las inspiraciones y de las ideas. Ginebra estaba encerrada entre -cuatro muros, y su estrechez no le importó para educar á Calvino y -parir á Rousseau. Un barrio, nada más que un barrio de Génova se -necesitó para cuna y para escuela de Colon, cuyo nombre no habia -de caber en el mundo. En todos estos reducidos espacios se agitó -una democracia, miéntras que en los peñascos de Monaco se posó el -feudalismo. La historia del mundo será siempre la historia de la -libertad.</p> - -<p>¡Y qué hermoso el territorio de Monaco! Baste decir que se eleva -á las orillas del Mediterráneo; de ese mar espléndido semejante á un -pe<span class="pagenum" id="Page_32">[p. 32]</span>dazo de cielo -caido sobre la tierra, el cual ya se oscurece en verde profundo como -inmensa esmeralda, ya se aclara en blanco perla jaspeado de rosa como -gigantesco ópalo; mar, cuyas aguas, sensibles á todos los cambiantes -de la luz y á todos los giros del aire, os ofrecen de dia reflejos -incomparables del sol, y por la noche, ó el rielar de la luna en -las ondas, ó las cintas de sus fosfóricas estelas; obligándoos -de contínuo á contemplar la brillante inmensidad, á respirar las -frescas brisas, á oir los misteriosos rumores, con olvido tan -grande del mundo y de vosotros mismos, que llegais hasta el místico -éxtasis en aquella vision de lo infinito, capaz de seduciros, como -una sirena, con su sonrisa, sin abrumaros, como el Océano, con su -grandeza. El aire es purísimo, el cielo espléndido, la luz viva, el -clima dulce, la temperatura agradable; del Norte abrigada por altos -desfiladeros y de los excesivos calores libre por las contínuas -brisas. En el mar engarzado se eleva á setenta metros de altura el -pintoresco peñon de Monaco, sobre cuya cima campean, destacándose en -el claro horizonte y apiñados como para no caerse en las aguas desde -aquella eminencia, palacios, casas, iglesias, baluartes, cuarteles, -castillos con sus correspondientes aspilleras y sus muros ceñidos -de caprichosa crestería, realzados todos por los juegos de la luz -verdaderamente<span class="pagenum" id="Page_33">[p. 33]</span> -mágica áun para ojos acostumbrados á la luz de Andalucía, de Madrid -y de Valencia. Luégo, por las laderas del peñasco, en jardines -difícilmente colgados sobre los abismos, entre ferruginosos riscos -que el sol unas veces ha bruñido como si fueran de oro y que otras -veces su propia naturaleza mineral ha cubierto de colores violáceos -y purpurinos, se elevan las plantas gratas á cuantos en el Mediodía -se han criado, consagradas por el arte, pintorescas y várias y -multiformes: la adelfa con sus claras hojas y sus encendidas flores; -las palmas que vibran y cantan al beso de las brisas; el oloroso -mirto, que parece, cuando florido, nevado; los olivos de extraña -magnitud casi ceñidos con los limoneros cargados de áureos frutos; -el rojo granado junto á la oscura encina; los naranjales y las -virgilianas hayas; el áloe con sus gigantescos candeleros y el nopal -con sus espinosas pencas; alfombras de geranios; senderos de rosas -y azucenas; el terebinto y el sauce; los laureles y los arbustos de -la pimienta; toda esa vegetacion meridional con aires del Oriente, -que ofrece á la vista el recorte y los festones de sus hojas, al -paladar el sabor de sus frutos, al olfato el aroma de sus flores, -á todo nuestro sér indescriptibles encantos y hondas impresiones, -estrechando fuertemente con sus lazos las relaciones que existen -entre la naturaleza y el espíritu, embebido<span class="pagenum" -id="Page_34">[p. 34]</span> por la admiracion en aquellos grandes -efluvios de vida, como en el agua los peces, como en los aromas y en -las esencias y en los colores las mariposas y las abejas, como en la -luz y en los aires las canoras alondras.</p> - -<p>Pero lo extraño allí es Monte-Carlo, otra eminencia unida á Monaco -por la calzada de la Condamina, que tiene de larga un kilómetro. En -lo alto se alza rectangular plaza limitada de un lado por olivares -que al pié de los Alpes marítimos se pierden, y de otro lado por -la inmensa superficie del celeste mar. En este valle, cortado á -manera de anfiteatro, y cuyas montañas ofrecen por doquier admirable -vegetacion, entre los bosques y las olas, al risueño borde de -tranquila ensenada, se descubren fondas, cafés, casinos con grandes -peristilos, tiendas preciosas, exposiciones de artes, salones de -lectura y recreo, tiros de pistola, teatros, fuentes monumentales, -terrazas interminables, pajareras llenas de aves, cascadas -deslizándose entre plantas del trópico, surtidores saliendo en -cristalinas columnas, escaleras y galerías de mármol que bajan hasta -el mismo mar, y que contienen verdaderos jardines del Oriente con sus -innumerables flores y sus grupos de gallardas palmas. ¿No es verdad -que esta naturaleza convida al bien y á la paz? ¿No es verdad que en -su seno sólo quisierais ver algun idilio ó escuchar alguna so<span -class="pagenum" id="Page_35">[p. 35]</span>nata de esas que parecen -el aleteo de angélicas almas en los oidos arrobados? Cuando escuchais -la sinfonía que Rossini ha puesto, como un pórtico inmortal, á su -gloriosa epopeya helvética, sentís el arte recogiendo en sus alas -todo cuanto hay de hermoso y divino en la naturaleza, el susurro del -viento en los bosques, el choque de la lluvia en el lago, el rodar -de la catarata entre las breñas, el cántico del pastor que conduce -al establo las vacas, el <i>hosanna</i> á Dios creador y el himno á la -creadora libertad.</p> - -<p>¿Y cómo en la naturaleza de Monaco se refugió el demonio del -juego? ¡Qué cuadro! La desconfianza se dibuja en todos los actos de -la vida y en todas las escenas de esta tragicomedia. No espereis -que os den cosa alguna á crédito. Aún no habeis acabado de comer, -y aunque tengais albergue en la fonda clásica y depositado allí un -equipaje, garantía material de vuestro pago, vienen los mozos con -su cepillo á pediros ántes de los postres el precio de la comida. -Cuanto consumís, tanto pagais en el acto. Se ve que todo el mundo -teme veros salir sin un cuarto. Los tipos que encontrais á vuestro -paso os llaman poderosamente la atencion, por lo preocupados y por -lo embebecidos que andan en sus cálculos y en sus cavilaciones. Yo -me encuentro de tal manera fuera de mí, que no puedo ver rodar una -moneda sin creer que es la<span class="pagenum" id="Page_36">[p. -36]</span> última á que un desgraciado libra su fortuna, ú oir un -tiro sin imaginar que es el tiro de algun suicidio. El tren de -Niza vomita todos los dias sobre esta playa desgraciadas mujeres -que husmean los favorecidos por la fortuna y los circundan de una -placentera córte. El vagabundo solitario, de seguro ha perdido. Yo me -figuro que todos estos jugadores respiran mal, que la involuntaria -retencion del aliento entre la puesta y la suerte les destroza el -pecho. Muchas tísis del alma y muchas tísis del pulmon se habrán -contraído en estos sitios. Lo más terrible que en ellos encuentro -es considerar cómo la dicha de unos, depende ¡ay! de la desdicha -de otros. No se devoran los peces en el fondo de los mares como se -devoran entre sí estos infelices en sus combates por la fortuna -dentro de los infernales círculos del juego.</p> - -<p>El salon está revestido de lujo oriental y, sin embargo, parece -tétrico; está iluminado de brillantísima iluminacion y, sin embargo, -parece oscuro, como si lo ennegrecieran los pensamientos y las -sombras que se escapan de las almas. La próvida direccion ha puesto -en grande salon vecino una orquesta para divertir grátis los ocios de -aquellos que no juegan; y es casi imposible imaginar cuán terribles -son los contrastes entre las cadencias de la orquesta y el girar -de la ruleta. El banquero truena al medio de la mesa manejando -una<span class="pagenum" id="Page_37">[p. 37]</span> especie de -cetro con que distribuye el dinero. Á sus espaldas, otro, en silla -más elevada, fiscaliza sus operaciones; y frente á frente de estos -dos se ven otros dos en análogo sitio y situacion desempeñando -idéntico ministerio. Gran número de jugadores se sientan á la mesa; -otro gran número se agolpa de pié á sus espaldas. Gruesas cantidades -de oro en monedas mayores que la de uso corriente, resmas de billetes -franceses, paquetillos lacrados de mil francos se extienden en -grandes montones por todas partes. Extraña impresion producen el -dinero que allí suena; el siniestro giro de la bola de marfil que -entre los números rueda; las exclamaciones várias y los contínuos -cuchicheos; las errantes y expresivas miradas revelando afectos -diversos; las ganancias de los unos á expensas de la ruina de los -otros; el tinte moral, que sobre todos se refleja, semejante á un -ocaso de la humana conciencia.</p> - -<p>Lo más horrible es ver mujeres hermosas, jóvenes, de aire -distinguido, de excelentes maneras, confundidas con todo el deshecho -y rebuja de la sociedad, y pendientes de aquella bola y de aquel -número fatales como de un casto y correspondido amor. La sombra -añadida á la sombra no importa nada, como el cero sumado al cero; -mas la sombra sobre el astro priva de luz y entristece así la vista -como el ánimo. Sobre la fren<span class="pagenum" id="Page_38">[p. -38]</span>te de la mujer el mal se ennegrece con más profundas y -oscuras tintas que sobre la frente del hombre. Quien cae de más alto -se destroza más terriblemente. Adan, del Paraíso pasó á la tierra; -pero Luzbel pasó de los cielos al infierno. La sociedad humana exige -más pureza y más virtud de la mujer que del hombre; y la sociedad -humana tiene razon como la tiene siempre en todos esos sentimientos -universales cuya duracion se confunde con el orígen y el curso de los -siglos. Terrible cosa es ver la pobre mujer de mundo, halagüeña con -el afortunado, incitándole á disipar en la orgía el oro allegado en -el juego; pero más terrible aún, más repugnante es ver á la esposa -casta, á la madre próvida, á la jóven llamada á fundar una familia, -ó porque el hastío la sobrecoge, ó porque la necesidad la apremia, ó -porque el vicio la seduce, en medio de todos los desórdenes, soltando -sobre un tapete el oro que debia reservar para las economías de la -casa, para la educacion de los hijos, para las expansiones de la -caridad necesarias á la ternura de sus verdaderos sentimientos, á -la delicadeza de su buen natural, á la exaltacion de su apasionado -carácter. Dígase lo que se quiera, la criatura humana tiene en todos -los laberintos y minuciosidades de la vida un medio de orientarse: -mirar á la conciencia en cayo fondo está Dios, como en el fondo -de los in<span class="pagenum" id="Page_39">[p. 39]</span>mensos -espacios la luz y lo infinito. Pregúntele cada una de esas damas á -su conciencia, y verémos si le contesta que la musa del arte, la -sacerdotisa del hogar, la diosa del amor, vírgen ó madre, á cuya -virtud fia el mundo la legitimidad de la familia y la educacion del -género humano, puede rebajarse más en una casa de prostitucion que -en una casa de juego. Terrible calamidad la desenfrenada pasion de -jugar. Entregándose el hombre á los azares de la suerte, rindiendo -culto al implacable destino, suprime la libertad moral; y siempre -que suprimais la libertad, habréis suprimido nuestra naturaleza y -levantado en su lugar el demonio del mal. ¡Oh! ¡Maldito sea mil veces -el juego que sustituye el azar á la libertad y la confianza en la -fortuna á la confianza en el trabajo!</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_3"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_41">[p. 41]</span></p> - <h2 class="nobreak">LA BELLA FLORENCIA.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_43">[p. -43]</span>Un aleman me decia este verano, con poco respeto en -verdad á mi entusiasta amor patrio, que así como sólo hay dos -naciones en la historia de la Europa antigua—Grecia y Roma—sólo -hay dos naciones en la historia de la Europa moderna—Alemania é -Italia—porque ésta ha traido el pontificado y aquélla el Imperio; -ésta el arte y aquélla la ciencia.</p> - -<p>En vano le mostraba yo el poderío de Inglaterra, su comercio -abrazando el orbe, sus naves dominadoras de las olas, el espectáculo -de sus libertades en contínuo crecimiento, y el sentido práctico que -ha llevado á la vida y á la ciencia; en vano le recordaba que Francia -fué el verbo de la civilizacion moderna, que su palabra ha desatado -las tempestades, pero tambien ha encendido la luz, que la levadura -democrática por ella mezclada á nuestro sér ha penetrado hasta en -los duros huesos de sus enemigos los alemanes; en vano le hablaba -de España, de nuestro suelo<span class="pagenum" id="Page_44">[p. -44]</span> providencialmente destinado á ser el anillo entre el -Océano y el Mediterráneo, entre el viejo y el nuevo continente, -de nuestra raza sintética que tiene cualidades del semita y del -indo-europeo como del germano y del latino á un mismo tiempo, de -nuestro cielo que ha engendrado los pintores más realistas como -Velazquez y los poetas más idealistas como Calderon, de nuestro -pueblo que ha escrito en la fantasía el poema del Romancero y en el -espacio el poema de la guerra por la Independencia; de nuestro genio -que, como Dios, ha creado un mundo. El aleman continuaba diciéndome: -desengañaos, no hay más que dos naciones en la historia moderna; -Alemania, que nos ha dado la filosofía é Italia, que nos ha dado el -arte.</p> - -<p>Dejé con su tema al loco sin recordar ni Averroes, ni Abelardo, ni -Santo Tomás, ni Vives, ni Descártes, ni Pereira, ni Raimundo Lulio en -demostracion de que tambien tenemos nosotros los latinos filosofía, -y me consagré á contemplar algunas dias esta Italia de la cual debo -pronto separarme para volver á mi hogar y á mi patria. Su geografía -os revela en seguida su grandeza. Colgada de los Alpes que la coronan -de nieves diamantinas y de celestes lagos; atravesada por caudalosos -rios que siembran en sus venas asombrosa fecundidad, tendida entre el -mar Tirreno y el mar Adriático que la refrescan con sus ondas<span -class="pagenum" id="Page_45">[p. 45]</span> y con sus brisas y le -dan seguros puertos para las naves del Oriente y del Occidente de -Europa; estrecha, larga, brillante como una espada cuyo pomo penetra -en el corazon de nuestro continente y cuya extrema punta, se acerca -al continente africano; unida por el coro de sus islas, por Sicilia, -á Grecia, al mar de la Jonia, al Asia; y por Cerdeña, al Occidente, -á Francia, á las Baleares; cercana á las Galias, cercana á las -tribus germánicas, cercana á Viena, y á París, y á Constantinopla, -y á Ginebra, no hay duda; esta península habia sido destinada en -las leyes de la naturaleza, en los secretos de la Providencia, á -civilizar el mundo.</p> - -<p>Pero entre todas sus ciudades ocupa lugar preminente Florencia. -No busqueis aquí el espacio amplísimo, el carácter moderno, el ruido -y la animacion de Milan; no busqueis la voluptuosa hermosura de esa -bacante de las ciudades, ébria de goces, tendida sobre su campo de -mil colores, ardiente como sus volcanes, de esa ciudad que se llama -Nápoles; no busqueis la oriental poesía de Venecia con sus lagunas -que reverberan en mil matices la luz, con sus mares que os cantan -el himno clásico de las playas helenas, con sus islas sembradas de -jardines, con sus edificios de mármoles y de mosaicos que parecen -edificios de corales y de cristal de roca, teñidos por el íris -del<span class="pagenum" id="Page_46">[p. 46]</span> Asia: Florencia -es grave, severísima, austera, como conviene á una ciudad etrusca. -Sus piedras de construccion enormes, colosales, sin ningun pulimento, -parecen rocas amontonadas; sus largas galerías de columnas oscuras, -de bóvedas severas, parecen claustros; sus palacios coronados de -almenas, con sus torres y sus castillos fuertes, parecen fortalezas; -sus iglesias parecen panteones; sus blancas estatuas, resaltando -sobre estos fondos de sombras, parecen muertos revestidos con el albo -inmaculado sudario de la inmortalidad y de la gloria.</p> - -<p>Y sin embargo, Florencia tiene tambien muchas joyas, muchas -preseas de arquitectura armoniosa, muchos monumentos que cantan. -Tiene la logia de Orcagna, donde se reunia este pueblo de artistas á -departir sobre los hechos políticos, verdadero museo al aire libre, -como una plaza de Aténas, con esculturas que han venido de la antigua -Grecia, con grupos como el robo de las Sabinas de Juan de Bolonia, -que acusan todo el furor y todo el ímpetu de una raza de atletas; con -estatuas como el Perseo de Cellini, que es la efigie verdadera de la -victoria del Renacimiento. Tiene el <i>campanile</i> del Giotto, la torre -que Cárlos V queria poner bajo un fanal, torre semejante á un juguete -de joyería abierta por sus altas ojivas y sus menudas columnas -al aire y á la luz, cin<span class="pagenum" id="Page_47">[p. -47]</span>celada como un vaso de oro y plata, resaltando con sus -mármoles de varios matices, junto á la rotonda de Santa María de -las Flores, como incomparable columna que no acabais jamas de mirar -y de admirar, por lo ligera, por lo graciosa, por lo aérea. Tiene, -finalmente, aquellas puertas de Guiberti, que no podeis comprender -cómo se han cincelado en la Edad Media, por el friso de flores y -de aves que parecen brotar del seno mismo de la naturaleza; por la -perfeccion del dibujo, que parece pertenecer á la edad rafaélica; por -la amplitud de las perspectivas, que creeriais fondos y horizontes -de los cuadros venecianos; por la agrupacion de los personajes y -de las figuras, que son obras de la madurez del juicio refrenando -á la impetuosidad de la inspiracion; por aquellas estatuitas, tan -serenas, tan armoniosas, tan bellas, que llevan en su frente la -alborada de un nuevo dia del espíritu humano, y en sus labios el -vagido anticipadísimo de un nuevo mundo engendrándose en las próvidas -entrañas de los futuros tiempos.</p> - -<p>Pero, aparte de estos monumentos, Florencia es ciudad de un -gusto austerísimo, del cual podeis formaros idea con sólo recordar -los caractéres capitales de la arquitectura toscana. Sus palacios -no tienen pórticos, sus columnas no tienen adornos, sus piedras -no tienen aquella blancura de marfil<span class="pagenum" -id="Page_48">[p. 48]</span> que tienen las piedras de la catedral -de Milan, y mucho ménos aquellos colores de íris que ostentan -los edificios de Venecia, con escalinatas de mármol, paredes -de ladrillo-rosa, columnas y chapiteles de jaspe, mosaicos de -cristales al aire libre, cúpulas y torres coronadas por estatuas de -bronce con aureolas de oro. Aquí todo es grave, sencillo, sólido, -majestuosísimo, sobrio, y al mismo tiempo elegante. Diríase que ni -Roma, ni Grecia, ni los lombardos, ni los godos, ni los franceses, ni -los alemanes, ni los españoles, ni todas las irrupciones desatadas -sobre su privilegiado suelo han podido arrancar las hondas raíces del -antiguo genio etrusco.</p> - -<p>Lo que verdaderamente hay de gracioso en Florencia es la campiña. -Bajo todos aspectos me parece admirable. No tiene la riqueza -vegetal de nuestras vegas de Valencia, de Granada y de Murcia. No -veis el nopal gigantesco, ora cargado de amarillas flores, ora -de grandes frutos, y siempre erizado de espinas, que mezcla sus -pesadas hojarascas con el agudo y bronceado cactus del áloe, sobre -el cual se levanta una especie de áureo candelabro de várias ramas -terminadas por flores semejantes al girasol puesto hácia arriba, -mirando al cielo. No veis mezclados, confundidos, los naranjales con -los granados, de blancas y olientes flores los unos, de rojas flores -los otros, que dan<span class="pagenum" id="Page_49">[p. 49]</span> -una fiesta á los ojos, sobre todo si entre ellos se lanza erguida á -lo infinito la palmera del desierto con su sombría y severa corona -y sus racimos de ámbar. Aquí la vegetaciones ménos lujosa, pero no -ménos bella. Junto al oscuro olivo, el claro moral; junto al verde -pino de gigantesca copa, el negro cipres formando melancólicas -pirámides; junto al umbroso y esférico castaño cargado de erizos, -el gallardo álamo de Lombardía soportando el feston de sus parras -entrelazadas en caprichosas é interminables guirnaldas; al pié del -secular nogal, ciruelos, perales, albaricoqueros, melocotoneros; -por todas partes verjeles sin término, viñedos sin número, jardines -floridos en todo tiempo, una vegetacion que convida con su gracia -y con su alegría á la felicidad de respirar y de vivir. Pero esta -vegetacion fuera uniforme si estuviese, como la espléndida y viciosa -de Lombardía, tendida en espaciosísima llanura. Aquí el terreno es -quebrado; las montañas de Umbría con sus matices de azul oscuro al -Este, las cordilleras del Apenino al Oeste, en las cuales predomina -el matiz morado; por el fondo los valles del Arno á cuyas dos orillas -se elevan como un grandioso intercolumnio, en forma de rotondas y de -pirámides, arquitecturales colinas separadas por verdes y floridas -cañadas, que riegan varios arroyuelos, pero colinas todas graciosas, -rientes, llenos sus costa<span class="pagenum" id="Page_50">[p. -50]</span>dos de granjas, de quintas, de jardines, de huertos, y -sus cimas coronadas por iglesias, monasterios, palacios, torres, -castillos, que medio muestran y medio esconden sus muros entre -bosques de cipreses y de pinos, los cuales con sus fuertes contrastes -en el color y en el dibujo dan al paisaje indescriptible armonía.</p> - -<p>Sobre las bellezas naturales de estos montes y de estas colinas -resplandecen las bellezas históricas en Toscana. Ahí está, en -montecillo cónico, al Nordeste, sobre verjeles y jardines, la celda -del místico pintor que trazaba sus vírgenes de rodillas y que habia -visto y oido por un milagro de fe en los arreboles de su inspiracion -santísima, los ángeles del cielo. Regada por estas fecundas aguas del -Arno se levanta la casa paterna de aquel genio extraordinario que -fué ingeniero y matemático y pintor y arquitecto y físico y geólogo -y escultor y médico y filósofo, como si el espíritu humano, ese mar -infinito, se hubiera subido á una sola cabeza. Ahí se descubre, -entre colinas umbrosas donde las flores brotan á millares, el -delicioso jardin nunca bastante alabado en que el gran satírico, el -comentador del Dante, viendo á sus piés Florencia entregada á todos -los horrores de la peste, se entregó al placer, á la risa; y fundó -entre beso y beso, trago y trago, carcajada y carcajada, acompañado -de dos coros<span class="pagenum" id="Page_51">[p. 51]</span> -de bellas damas y cumplidos caballeros, en su centon de cuentos -inmortales, aunque obscenos, la prosa italiana. En estas arenas -trazaba sus figuras, sus bocetos primeros, el niño misterioso, el -pastor inspirado, que llamaban de consuno la naturaleza y la historia -desde su profunda oscuridad á entrar en el cielo del arte, á ser el -padre de la pintura cristiana, á desceñir las vírgenes y los santos -de la angosta túnica bizantina. En la nieve que caia sobre estos -jardines amontonada por los muchachuelos florentinos durante sus -ruidosos juegos modelaba las colosales figuras que habian de indicar -en los caminos del progreso la transfiguracion de la humanidad el -escultor del David y del Moises y de la Noche. En las encrucijadas -oscuras de esas calles florentinas, en los largos muros de esas -pesadas casas, se dibujaba la sombra siniestra de aquel que tenía -en su mente todas las promesas del cielo, en su corazon todos los -dolores del infierno, en su sér, único y solitario en las edades, -sin que le abrumára, el peso colosal de la epopeya católica. El -bronce de las puertas de Florencia señala el perfeccionamiento de -la escultura; el yeso de sus altares, resplandecientes de colores -y matices varios, cielos del espíritu, espacios de la humana -creacion, señalan el perfeccionamiento de la pintura. Á la sombra -de estos pinos, al rumor de estas aguas, al pié de estas co<span -class="pagenum" id="Page_52">[p. 52]</span>linas, el genio de la -antigüedad sacudió el sueño de quince siglos y reanudó el hilo -interrumpido de la historia y restituyó sus olvidados derechos á la -naturaleza convirtiendo en hombres los penitentes de la Edad Media. -En sus pórticos, en sus intercolumnios, coronada por sus laureles, -reanimada por su luz y por su color, se elevó de nuevo al cielo -el alma de Platon destilando la miel del Hibla para contrastar el -acíbar que habian mezclado á nuestro pan los horrores del feudalismo -y de la teocracia. En su genio flexible, en su agudeza ática, en su -finura incomparable, en su historia dramática cual ninguna, encontró -aquel escritor, de todos los políticos maldecido y de casi todos -aprovechado, las profundas observaciones sobre las desgracias y las -penas y las calamidades sociales. Sus piedras, amontonadas por el -genio de la arquitectura, sustituyen á la mística ojiva el triunfal -arco romano. Sus monumentos ven las agitaciones de una democracia -tempestuosa y serena al mismo tiempo, con rasgos de héroe y -temperamento de artista, una democracia como la democracia ateniense, -capaz de vencer en el gimnasio, en el combate, en el taller y en -la escuela. En su seno se juntaron por un momento la Iglesia de -Occidente con la Iglesia de Oriente como si hubiera logrado la -moderna Florencia resucitar el poder de la antigua Roma y restaurar -á lo mé<span class="pagenum" id="Page_53">[p. 53]</span>nos la -unidad moral de la moderna Europa. En sus plazas se oye todavía la -voz del fraile que logró fundar una república sin más gobierno que -el invisible gobierno de Cristo. En sus altísimas torres se dibuja -la colosal figura de aquel genio que reveló al mundo los secretos -del cielo, que probó con el péndulo el movimiento del planeta, que -escrudiñó con el telescopio las estrellas, y que vino á morir bajo el -trasparente cielo de Florencia y á tener en el seno de esta ciudad -única, el sepulcro de sus huesos y el templo de su gloria. Aquí, -aquí, el jóven sublime, el Dios inmortal de las formas plásticas, el -que revistió á la figura humana con la belleza griega, volviendo de -la Umbría su cuna, de Siena, su segunda escuela, dejó para siempre -los terrores místicos que daban rigidez á sus figuras, entró de lleno -en el regazo de la humanidad y de la naturaleza, engendrando en su -cerúleo pensamiento esas vírgenes, realizacion maravillosa del tipo -eterno de la hermosura perfecta.</p> - -<p>¿No os habeis detenido algunas veces á contemplar en la historia -el destino de las ciudades? La materia cósmica se halla extendida, -espaciada, difusa en la inmensidad. Pero algunos puntos, algunos -núcleos la reunen, la condensan, y en soles, en mundos, en aerolitos, -en cometas, la irradian, la revelan, como diciendo: «Hé ahí la<span -class="pagenum" id="Page_54">[p. 54]</span> luz.» Así están las -ideas en la conciencia humana, esparcidas, espaciadas, difusas, -impalpables, y algunas ciudades las recogen, las condensan y hacen -con las ideas lo que los astros con la luz, revelarlas, difundirlas, -embellecerlas. Babilonia es la ciudad de la astrología y de la magia; -Jerusalen es la ciudad de Dios; Aténas es la ciudad de la filosofía -y del arte; Tiro es la ciudad del trabajo y del comercio; Roma es -la ciudad de la política y del derecho; Alejandría es la ciudad que -une la teología judaica con la ciencia griega para llevar el filtro -de todas las ideas al seno del cristianismo; Aquisgran es la ciudad -del Imperio carlovingio; Córdoba es la ciudad que revela en la noche -de la teocracia la antigua filosofía y las nuevas verdades, el -aristotelismo y la química; Ausburgo es la Nicea del protestantismo -germánico; Ginebra la escuela religiosa de los republicanos del -Nuevo-Mundo; Washington, nacida ayer, la estrella de la democracia -universal; París, á pesar de su ancianidad y de sus viejas -tradiciones, la capital de la Revolucion.</p> - -<p>Florencia, que ha vivido durante largos años entre tempestades de -ideas y combates homéricos en su inquieta democracia; y ha puesto -el cincel en las manos de Andres de Pisa y de Guiberti para que -esculpieran las puertas del nuevo paraíso; y ha dado á Lúcas de la -Robla el dulce crepúsculo de<span class="pagenum" id="Page_55">[p. -55]</span> helenismo y de cristianismo para que en él brillaran sus -lucientes figuras de porcelana; y ha revelado la anatomía del cuerpo -humano y la fecundidad de la naturaleza á Donatello; y ha llevado -en sus entrañas, sin estallar, al Titan de las artes, al sublime -Miguel Ángel; y ha cincelado el oro recien traido del Nuevo-Mundo con -el mágico estilete de Benvenuto; y ha inspirado á Brunelleschi, el -cual puso montañas sobre montañas, como los antiguos cíclopes, para -crear la severa arquitectura moderna; y ha sido escuela á un tiempo -de Cimabue, el último de los bizantinos, y de Giotto, el primero -de los pintores, y templo donde Fra Angélico dibujó sus vírgenes y -sus ángeles nacidos de una inspiracion sin mancha y dotados de una -vida sin pecado, y academia donde tienen altares desde las graciosas -figuras del Sarto hasta las colosales de Fra Bartolomeo; y ha -prestado al Dante sus terrores, al Boccacio su risa, al Sansovino su -armonía, á Maquiavelo sus cóleras, á Pico de la Mirandola su saber, -á Rafael su perfeccion, á Marsilio Ficino su elocuencia platónica, á -Savonarola su inspiracion, á Leon X su culto por las artes, á Galileo -su luz, bien puede decirse que es y será eternamente la madre de la -civilizacion moderna, la ciudad por excelencia del Renacimiento.</p> - -<p>Los que estudian superficialmente la historia<span -class="pagenum" id="Page_56">[p. 56]</span> atribuyen las grandezas -de Florencia á la dinastía de los Médicis. No saben sin duda que -los Médicis recogen los frutos de la República como recoge Octubre -la cosecha cuyas flores ha pintado Mayo y cuyas frutas han madurado -Julio y Agosto. Los genios de las grandes épocas históricas han -sido todos forjados al fuego de la libertad en el seno de la -República. Augusto ha dado nombre á una época ilustre; pero Ovidio, -Propercio, Virgilio, Horacio, Tito Livio habian nacido y se habian -criado en las agitaciones de la República romana. La cosecha de -Augusto es la literatura de la decadencia latina, la literatura que -debe optar entre la abyeccion ó la muerte. Luis XIV da su nombre -á otro siglo; pero Corneille y Bossuet y Molière pertenecen á las -grandes y republicanas guerras de la Fronda. Perícles habrá podido -denominar una centuria; pero nadie duda que la madre fecunda de -los genios de aquella centuria fué la República de Grecia. Los -mismos hombres extraordinarios de fines del siglo décimoquinto y -principios del siglo décimosexto en España, Colon, Hernan-Cortés, -Pizarro, El Cano, Cisnéros, Garcilaso de la Vega, Gonzalo de Córdoba -no pertenecen á los tiempos de la monarquía absoluta; pertenecen -unos á las repúblicas, otros á los municipios democráticos, otros á -las guerras feudales, otros á las tumultuosas córtes, otros<span -class="pagenum" id="Page_57">[p. 57]</span> al período revolucionario -de las comunidades, todos á la agitacion de la libertad, que es la -misma agitacion de la vida. Cuando el absolutismo se ha apoderado -bien de las conciencias, vienen los conceptualistas, los barrocos, -los churriguerescos, los historiadores de la historia augusta; aquí -Gracian, allá Marini, en todas partes la decadencia y la muerte.</p> - -<p>Así, cuando Miguel Ángel vió que se iba la libertad, anunció -con su cincel sobre un sepulcro que venía la Noche. Y por todas -partes, por todas, se vió, se tocó, se palpó la decadencia. Ya no se -alzan los palacios de la Señoría del Podestá, de Pitti, de Strozzi, -palacios maravillosos de comerciantes; son palacios teatrales, -grandes, pero destituidos de toda inspiracion, lejanas imitaciones -de Versálles. San Gallo es el único arquitecto notable que pueden -oponer los siervos á todas las innumerables legiones de arquitectos -de la República. Y lo que decimos de la arquitectura decimos de la -pintura. En cuanto se funda definitivamente la monarquía absoluta -pierde su originalidad, su inspiracion, su brillo, y se hace servil, -imitadora, rutinaria, vana y amanerada; se deslumbra y muere. Y la -escultura tiene que buscar penosamente extranjeros á Italia, como -Juan de Bolonia, para sostenerse un momento; pero caen sobre ella -las universales tinieblas y desfallece y<span class="pagenum" -id="Page_58">[p. 58]</span> muere tambien. La República le dió su -inspiracion á Florencia y con la República se extinguió este númen -divino que ha dado alma á la civilizacion moderna.</p> - -<p>La historia del arte es tambien la historia de la libertad.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_4"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_59">[p. 59]</span></p> - <h2 class="nobreak">MANTUA Y VIRGILIO.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<div class="apartado inicio"> - <h3 title="I."><span class="pagenum" id="Page_61">[p. 61]</span>I.</h3> -</div> - -<p>Yo siempre te amé, siempre, alma Naturaleza, desde que sentí tu -eterna vida agolparse á mi corazon y tu calor discurrir en jugos -vivificantes por mis venas. Luz esplendente que inundas los espacios; -electricidad chispeante que corres por los nervios; aire vital en -que respiran desde la violeta hasta el águila; fuego del hogar á que -se calientan los orbes; vida, eterna vida, la de varios colores, -la de organismos innumerables, jamas te imaginé sombra de mis -pensamientos, cuadro de mi fantasía, estatua animada por la antorcha -de mi inteligencia, el eco de mi voz en lo infinito, el reflejo de mi -solitario sér en el vacío: creí y adoré tu realidad.</p> - -<p>En tí, en tu seno, todo me subyuga: lo mismo la primera flor del -temprano almendro en la henchida yema, que el postrer copo de la -blanca nie<span class="pagenum" id="Page_62">[p. 62]</span>ve en la -alta montaña; lo mismo el rumor de la lluvia invernal en los vidrios -de las ventanas por las eternas noches, que el susurro del arroyo -libre de sus cadenas de hielo por las campiñas primaverales; lo mismo -la tormenta rugiente en truenos, encendida en relámpagos, chasqueando -el rayo, que la endecha del ruiseñor enamorado en el tranquilo -bosque; lo mismo el deslumbrador mediodía con sus tonos calientes, -que la pálida luna con sus argentadas gasas; lo mismo el chirrido de -la cigarra en las estivales siestas, que el grito del cuclillo en las -mudas veladas; lo mismo el zumbar de la abeja sobre los arbustos, -que el espirar de la ola en las sonoras playas; todo en tí me parece -divino, todo, desde el amor hasta la muerte.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>II.</h3> -</div> - -<p>Siempre me acordaré de una de las tardes más solemnes de mi -existencia. Era el dia de Pascua en que todo resucita, la mariposa -abandonando su larva para tomar multicolores alas, y Cristo rompiendo -su sepulcro para llevarse el alma de la humanidad á los cielos. -Así toda la creacion repite la alegre aleluya entonada por el -órgano<span class="pagenum" id="Page_63">[p. 63]</span> bajo las -bóvedas de las iglesias y por las campanas en las altas torres. -Descendia el sol hácia su ocaso entre anaranjadas nubes; brillaba -el cielo con ese azul de España que no he visto ni en Italia; -flameaban las cordilleras purpurinos reflejos que hacian de los -ventisqueros volcanes; en los manzanos y en las acacias tendíanse -blancas guirnaldas como signos de los desposorios de tantos seres -en la estacion de los amores; y miéntras por los pedregales se -ataviaban de su primer verdor la zarza-rosa, en los trigos, entre las -tiernas espigas, alzaban sus corolas encarnadas las sedosas amapolas. -De pronto suben dos alondras, una pareja enamorada, á los aires. -Mirábanse extáticos aquellos seres del cielo ni más ni ménos que los -amantes en la tierra. Volaban alegres con femenil coquetería como si -quisieran mostrarse sus sendas perfecciones iluminadas por los rayos -del sol poniente. Algunas veces las alas se rozaban y los cuerpos se -confundian. La nube de incienso no asciende con tanta majestad en el -santuario como ascendian los dos pajarillos en el campo. Veíaseles -detener su ascension, quedarse fijos é inmóviles como si miraran algo -sobrehumano aquí en el suelo despues de haber mirado la luz allá en -el horizonte. Era quizás su nido, eran quizás los hijuelos de sus -amores. Ignoro si en aquellos dias podrian ya tener hijuelos, pero -me pareció que<span class="pagenum" id="Page_64">[p. 64]</span> los -contemplaban dormidos, que los oian piar, que atisbaban el lejano -peligro para defenderlos y salvarlos ántes de perderse en el cerúleo -abismo. Lo cierto es que en su canto, en sus notas alegres, en sus -gorjeos, en su jugueton vuelo, en todos sus movimientos, mostraban -á las claras ¡ah! la alegría comunicativa de vivir y de amar. Sus -cantares caian sobre mi sér como rocío benéfico y lo impulsaban á -participar de tanta felicidad.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>III.</h3> -</div> - -<p>Pero en el mundo no todos tienen este culto mio por la Naturaleza, -no todos sienten este dulce arrobamiento por los bellos espectáculos -de la vida. Hay muchas armonías, pero junto á muchas batallas. Si -al levantar los ojos á las esferas y ver el concertado movimiento -de los astros puede pareceros el universo un poema, al convertirlos -á la tierra y descubrir el ódio de unos seres á otros seres, sus -mutuos encarnizados combates, las heridas que se abren, la sangre -que se sacan y vierten, la muerte que se infieren, el universo puede -pareceros una interminable, infinita, universal guerra.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_65">[p. 65]</span></p> - -<p>Si cada sér no tuviera á su lado su contrario, llenaria pronto -él solo con su prole toda la creacion. Un elefante, el animal de -instintos más castos y de reproduccion más tardía, á la vuelta de -cuatro ó cinco siglos, podria tener una descendencia de quince -millones de elefantes. Por eso la muerte es tan creadora y tan -necesaria y tan fecunda como la vida. Por eso en cada punto del -espacio se amontonan las cunas y los sepulcros. Por eso junto á -cada planta hay otra que le dispute el aire, la luz, el jugo de la -tierra, el rocío de los cielos; junto á cada animal, otros animales -que se persiguen como ejércitos enemigos y se exterminan crueles en -eterno duelo á muerte. La vaca en el Paraguay lucha con un moscon que -comienza por zumbar en su oido y concluye por anidar en su ombligo. Y -aquel moscon la mata. Los naturalistas dicen que si los moscones no -acabáran de esa suerte con las vacas, acabarian las vacas, en tiempo -relativamente corto, con la lujuriosa vegetacion del Paraguay. Y -entre nosotros, en la especie humana, así como hay quien considera -la Naturaleza un templo y desearia no profanarla ni con una gota de -sangre, no oscurecerla ni con una nube de ódio, hay quien siente á -la vista de la ligera liebre el instinto del galgo ó del sabueso; al -roce de las alas de un pajarillo el impulso del águila ó del milano, -y viviria como el feroz<span class="pagenum" id="Page_66">[p. -66]</span> cazador de la leyenda alemana en lucha perpétua, entre -montones de despojos, produciendo eternamente la muerte; anegándose -en mares de sangre.</p> - -<p>Llevábamos aquella tarde en nuestra compañía un cazador. El -cántico y el vuelo de las dos inocentes avecillas no conmovieron su -empedernido corazon. Donde nosotros veiamos el amor, la familia, -un matrimonio, unos hijos, él veia, con la crueldad del asesino, -su presa. De pié, á nuestra espalda, sin que tuviéramos tiempo de -evitarlo, apuntó á los pajarillos una escopeta de grande alcance -y derribó á uno de ellos herido en el ala por tierra. No os podré -decir lo que pasó en mi corazon. El pobre animal arrancado del cielo -como una estrella que se desengarzára de su centro de gravedad; -herido en los órganos que le dan el dominio de los aires; separado -violentamente de su esposa, de la compañera del alma, de todos los -encantos y de todos los amores de su vida; imposibilitado de volver -al nido en que quizá piaban sus hijuelos, mirábanos con ojos de dulce -y por lo mismo desgarradora reconvencion, preguntándonos qué daño -nos habia hecho para inferirle tan bárbaro y tan neroniano castigo. -Este sér nervioso, movible, pequeño, habia subido y subido en raudo -vuelo á las alturas para huir de las sombras, para recoger los -rayos del sol, para contem<span class="pagenum" id="Page_67">[p. -67]</span>plar por más tiempo la luz, esa idea del Universo; y el -hombre con sus bárbaras máquinas y maquinaciones le precipitaba -en la oscuridad, en el dolor, en la muerte. Pocos momentos ántes -respiraba hasta por las plumas. Sus alas se tendian suavemente en -los aires, su pecho se hinchaba de vivificador oxígeno, lucian sus -ojos abrillantados por el éter, y un minuto y un fragmento de plomo -habian bastado á destruir su ventura. Pero lo desgarrador de aquella -escena era la pobre viuda, más herida en el corazon que su compañero -en las alas. Bajaba como abatiéndose al dolor. Volvia á subir cual -si quisiera mover á volar con su ejemplo. Trazaba espirales en torno -del inerte cuerpo. Se detenia sobre el ramo cercano y le llamaba -con desgarrador llamamiento. Aquel pío era una escala de sollozos, -de plañidos, de quejas. Cada nota, aguda como un grito, llenaba -el espacio de torrentes de lágrimas. Oíanse todas las gradaciones -del dolor, la pena, la tristeza, la amargura, la desesperacion el -anhelo por la muerte. Cuando Julieta se levanta de su sepulcro y se -encuentra á su esposo herido y agonizando á sus plantas, no dice -cosas tan tristes, tan amargas, tan profundas, como las que decia -en sus gorjeos de duelo á los aires la pobre alondra viuda. Todos -nos mirábamos y todos sentiamos profundo enternecimiento. Hasta al -cazador endure<span class="pagenum" id="Page_68">[p. 68]</span>cido -le remordia la conciencia por haber roto aquel lazo de dos seres -atados por el amor. Yo me acordé confusamente de mi infancia, de los -primeros dias de orfandad, de la viudez de mi madre y de su lloro. -¡Oh! el sentimiento y la idea están esparcidos como la luz, como el -calor, como la vida, por todo el Universo.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>IV.</h3> -</div> - -<p>Si la idea y el sentimiento están esparcidos por la Naturaleza, -el amor á la Naturaleza no ha dominado siempre en el arte. Hay -épocas enteras en que parece estar ciego el hombre á los esplendores -del Universo. Ni la estrella en el cielo, ni la luciérnaga en la -tierra, ni el torrente espumoso que baja como una tormenta de las -altas cimas, ni la gota de rocío que se suspende como una lágrima -á las hojas de las flores, hieren su atencion. Las reacciones -místicas contra el delirio y el desenfreno de los sentidos explican -satisfactoriamente este hecho. El poeta monástico ó el poeta guerrero -se conmueven más á la vista de los altares ó de los campamentos que á -la vista del sol naciente ó del mar en calma; miéntras el poe<span -class="pagenum" id="Page_69">[p. 69]</span>ta antiguo, coronado de -pámpanos y de hiedra, con la copa de Chipre en las manos y la miel de -Chio en los labios, quiere contemplar desde mullido lecho de hojas -de rosas el cielo y las ondas, los bosques y los promontorios, las -cordilleras ceñidas de nieve y las islas salpicadas de espumas, en -el admirable golfo de Parthénope. La poesía está do quier está la -hermosura. Puede ser un monasterio hermoso y hermosa una orgía. Pero -no me negaréis que el sentimiento de la Naturaleza da mucho vigor y -mucho encanto á los poetas. Admirables son el horizonte y el campo -reflejándose en las profundidades de nuestra alma. Los cantores de la -Naturaleza, pues, nos encantan siempre. Y entre los cantores de la -Naturaleza ninguno como Virgilio. En el aula de latinidad, cuando las -declinaciones y los diptongos empolvan vuestro pensamiento, Virgilio -os trae el aire balsámico de la majada, el olor del tomillo, la -sombra de las hayas, el eco de la zampoña, el arrullo de la tórtola, -el misterio de la sublime caida de la tarde al bajar la sombra de -los altos montes y subir los ganados á los escondidos apriscos. Allí -veis y ois las aves que anuncian el tiempo como las Sibilas del aire -y como las profetisas del Universo apareciendo segun las tempestades -ó las bonanzas; la grulla que se levanta de los valles; la golondrina -que riza con sus alas<span class="pagenum" id="Page_70">[p. -70]</span> jamas fatigadas el borde espumoso de las ondas; los -lúgubres cuervos que hacen estremecer la atmósfera con su vuelo y sus -graznidos; los pájaros acuáticos, tanto aquellos que surcan los mares -como aquellos que surcan las lagunas, sumergiéndose en las aguas, -sacando luégo erguidas sus cabezas, para escapar con sus bandadas -léjos de la tormenta; el ronco grito de la corneja que llama á las -nubes y á los torrentes del cielo; el triste mochuelo gimiendo en -los altos techos durante la callada noche como para contrastar la -serenata que da el ruiseñor en la enramada al dulce objeto de sus -cánticos y de sus amores. Cuando en las artes descendeis de uno de -esos poetas idealistas y soñadores á Virgilio, os sucede como al -descender de los elevados picos donde el aire se enrarece, al hondo -valle henchido de oxígeno y embalsamado de esencias.</p> - -<div class="apartado"> - <h3>V.</h3> -</div> - -<p>La idea de mirar y admirar el paisaje donde nació Virgilio, -me llevó á la ciudad de Mantua. Las expresivas palabras <i>Mantua -me genuit</i> vagaban por mis labios desde los primeros años de mi -existencia. Mantua es gran plaza fuerte, una de<span class="pagenum" -id="Page_71">[p. 71]</span> las más poderosas de Europa, integrante -parte del cuadrilátero con que el despotismo extranjero tenía -como crucificada á la pobre Italia. Parece imposible; pero en tan -estrecho recinto, oprimidos por espesos muros, á la sombra de las -ceñudas fortalezas; allí donde sólo se oian los pasos del austriaco -que celaba con la ardiente mecha aplicada al oido de sus cañones; -sin salida ni retirada posible á causa de las lagunas del Mincio, -auxiliares de las fortificaciones, los patriotas conspiraban. Frente -al palacio ducal brilla un monumento con los bustos de estos mártires -inmolados á la independencia de su nacion, á la libertad de sus -conciudadanos. Por esta escala de dolores, con tristísimas coronas de -agudas espinas á las sienes, amontonando los huesos de sus hijos, las -naciones suben desde el abatimiento en la servidumbre á la vida en la -libertad. Caminamos al cumplimiento del ideal entre dos hileras de -cadalsos. El dolor tiene pasmosa fecundidad.</p> - -<p>Estar en una ciudad italiana y no ver algunos ejemplares de sus -artes, francamente, es imposible. Así, despues de haber visitado -la catedral, que no me llamó grandemente la atencion, visité la -basílica de San Andres, que por sus sólidas pilastras, sus atrevidos -arcos, sus largas líneas, sus grandiosas curvas, su alta y atrevida -rotonda, me pareció una iglesia imponente, poco austera, co<span -class="pagenum" id="Page_72">[p. 72]</span>mo todas las iglesias -italianas, sobrecargada quizás de adornos y de objetos artísticos, -pero grandiosa.</p> - -<p>¡Ah! por todos estos monumentos se descubre que el paganismo -quedó vivo allí, y que el Renacimiento comienza en el suelo itálico -á la hora misma en que comienza la cultura moderna. En el siglo -décimosexto, nosotros construimos edificios de gótico florido. No -hay sino ver el San Juan de los Reyes en Toledo ó la fachada de la -catedral nueva en Salamanca. Pero las gentes de Italia, enamoradas -de Roma, á mediados del siglo décimoquinto, elevan muchas de sus -iglesias poniendo una sucesion de arcos romanos y echando sobre estos -arcos las majestuosas bóvedas. La basílica de San Andres pertenece al -número de las iglesias greco-romanas, que abundan tanto en todos los -territorios de Italia.</p> - -<p>Visitar una ciudad italiana y no conocer en ella algun gran -pintor, tambien es imposible. Cada artista tiene su ciudad. Si -quereis conocer á Luini id á Milan, si á Corregio id á Parma, si -á Andrea del Sarto á Florencia, si á Beccafiume á Siena, si á -Signorelli á Orvieto, si á Rafael á Roma, si á los Carraccios á -Bolonia, si al Giotto á Pádua, si á Julio Romano á Mantua. En esta -ciudad encontró poderoso príncipe que le protegiera, riquezas que -le auxiliaran, libertad para<span class="pagenum" id="Page_73">[p. -73]</span> inspirarse en el recóndito manantial de sus ideas. Julio -Romano ha pasado á la posteridad como el discípulo predilecto de -Rafael de Urbino y como el heredero de su genio. En una gran parte -de los cuadros más admirados por el mundo, su lápiz ó su pincel -han obedecido las inspiraciones soberanas del inmortal maestro. En -las logias, éste sólo pintó de su mano el primero y último cuadro: -<i>La Creacion</i>, que comienza aquella epopeya religiosa evocando el -Universo á la virtud creadora de la palabra divina lanzada por el -Eterno; y <i>La Cena</i>, que la termina instituyendo el sacramento de -la eterna comunicacion del hombre con Dios. En las maravillosas -estancias hay paredes enteras debidas al pincel de Julio Romano, -aunque sean fidelísimos traslados de los cartones rafaelinos. Es uno -de los satélites de aquel planeta ó de los planetas de aquel sol.</p> - -<p>Su genio, sin embargo, no tiene la tranquila armonía, la calma -profunda, la serenidad celeste, la perfeccion clásica del genio de -Rafael. Julio Romano gusta de lo exagerado, de lo extravagante, y -á veces de lo feo. Bajo este concepto puede y debe llamársele un -artista romántico. Así, en cuadro de ideal Vírgen, obra de Rafael, -ha puesto una gata, como alzando al empíreo la humildad del hogar -doméstico; y en la gran batalla de Constantino y Maxencio ha -pintado en primer<span class="pagenum" id="Page_74">[p. 74]</span> -término un enano grotesco y monstruoso, que jamas hubiera permitido -el maestro en cuyo genio renacia la majestad de Fídias. Por eso, -donde Julio Romano se muestra en toda su ingenuidad, donde aparece -tal como lo habia forjado naturaleza, es en Mantua; allí, jefe de -escuela, soberano de sí mismo, rodeado de discípulos innumerables, -compartiendo la autoridad con los duques del territorio, gozando de -córte y de presupuesto, como si constituyera su genio solo un Estado. -La sustitucion del ateniense, del florentino, del pagano Papa Leon -X, que, no pudiendo conversar con los antiguos dioses, conversa con -sus descendientes los artistas; la sustitucion del Papa Leon X por su -sombrío sucesor Adriano, teólogo, y nada más que teólogo, flamenco -incapaz de toda inspiracion, enemigo del arte, le ahuyentó de la -Ciudad Eterna, que parece otra vez herida por los bárbaros, asaltada -por el glacial genio del Norte, á cuyo helado soplo pierden sus alas -y se encierran tristemente en sus larvas las risueñas ideas. Cuando -llega á Mantua no tiene Julio Romano caballo, y el Duque le regala su -caballo favorito; no tiene hogar, y el Duque le regala un palacio; -no tiene ahorros, y el Duque le envia brocados, terciopelos, joyas, -que podrian ciertamente envidiar los más poderosos príncipes. Su -fortuna llega á tal extremo, que merece por las<span class="pagenum" -id="Page_75">[p. 75]</span> fiestas dispuestas en su loor y los -teatros levantados y los torneos y las danzas y las decoraciones y -los saraos ser tratado por Cárlos V, el dueño de Europa, como uno de -sus compañeros: que entónces lucia junto á la corona de los reyes la -aureola de los pintores.</p> - -<p>Hay tanta diferencia entre Rafael y Julio Romano como entre -Virgilio y Ovidio, como entre Garcilaso y Góngora. Aquella idealidad -que el pintor melodioso por excelencia traia de las catedrales de -la Edad Media para unirla con las formas perfectas de la antigüedad -clásica resucitada, se pierde, se extingue en sus discípulos, los -cuales, en cuanto los ojos del maestro y su sonrisa dulcísima se -apagaron, caen precipitados en profunda oscuridad y no vuelven á -entrever la conjuncion del espíritu moderno con el espíritu antiguo, -verdadero secreto de la grandeza del Renacimiento. Julio es un -pagano, pero un pagano por cuyo cuerpo corren las chispas de nuestra -electricidad y por cuya alma atraviesan nuestros dolores y nuestras -inquietudes. Poco ó nada sabe ya en Mantua de la pintura rafaeliana, -de aquella inspiracion religiosa unida á la belleza griega, de -aquel espiritualismo encendido sobre las aras de mármol penthélico; -su genio fogoso, inarmónico, violento se lanza á los piés de los -antiguos dioses griegos y se contagia con su sensualismo acriso<span -class="pagenum" id="Page_76">[p. 76]</span>lado y purificado en -la mente platónica y cristiana de Rafael. Evocando los cuadros de -la primitiva escuela de Siena y de Umbría para ponerlos junto á -los frescos del palacio de Mantua ó de la casa del Té, se nota que -el espíritu humano ha andado tanto y se ha trasformado tanto como -pudiera andar y trasformarse de las Pirámides de Egipto al Parthenon -de Grecia. Julio Romano me parece uno de esos pensadores alejandrinos -que, deseando resucitar á los antiguos dioses griegos á fin de -conservar la sabiduría de Aténas y la fuerza de Roma, sin las cuales -no se concibe la existencia del mundo, los hincha, los agranda, los -agiganta desmedidamente con ideas orientales, platónicas, hasta -cristianas, especie de filtros inútiles, bien pronto convertidos -en corrosivos venenos, porque merced á ellos pierden los dioses la -serenidad celeste, la dulce sonrisa, el tranquilo gozo, la perfecta -hermosura con que juntaban en dulces desposorios y entre guirnaldas -de flores la tierra con el cielo.</p> - -<p>Para conocerlo es necesario estudiarlo en el Palacio del Té, en -Mantua, en aquella su obra maestra, que es respecto á Julio Romano -como la capilla Sixtina respecto á Miguel Ángel, como las estancias -del Vaticano respecto á Rafael, como la sacristía de Siena respecto -á Pinturrichio. Pocas veces se verá un palacio ideado, deli<span -class="pagenum" id="Page_77">[p. 77]</span>neado, construido, -pintado por un solo artista. Es una gran quinta, ó, como nosotros -decimos, un sitio real de los Duques de Mantua cerca de la ciudad. -Los dos principales salones, pintados al fresco por Julio Romano y -sus discípulos, vienen á ser el salon de Psíquis y el salon de los -Gigantes; aquél por la gracia, y éste por el atrevimiento; aquél por -la armonía y éste por la hipérbole; aquél por la clásica expresion -de dulzura, y éste por la exagerada expresion de violencia; como -si quisiera representar el lado femenino junto al lado viril del -arte.</p> - -<p>Nadie puede olvidar á Psíquis, la pobre perseguida de Vénus, la -hermosísima doncella que goza en la oscuridad, acostada sobre un -lecho de flores, las caricias del amor suspenso á su pensamiento y -á sus labios, cuando deseosa de verlo, de contemplarlo, enciende su -lámpara y le sorprende en el sueño extasiada, y le admira extática y -le ama con más pasion y le desea eternamente á su lado, en su lecho, -hasta que una gota de aceite hirviendo cae sobre las espaldas del -enamorado despertándole; y al verse conocido, examinado, él, que es -un misterio, él, que gusta de las sombras, él, que presta á todos -su ceguera, huye y se desvanece en los aires sin dejar más que un -resplandor, un aroma, un recuerdo, como para atormentar eternamente -á la pobre jóven, fiel imágen del alma humana<span class="pagenum" -id="Page_78">[p. 78]</span> enamorada de lo infinito, cuya inmensidad -siente dentro y fuera de sí, en su idea y en la Naturaleza, pero sin -poder jamas ni verla ni alcanzarla.</p> - -<p>Mirad esas paredes. Aquí Psíquis está en el baño, y rosados -amorcillos derraman sobre el agua y sobre su cuerpo olorosas -esencias; allá Mercurio prepara el banquete nupcial, y las Gracias, -dignas por su hermosura y por su felicidad del florido y risueño -Albano esparcen flores sobre la mesa de los festines, miéntras las -bacantes, henchidas de vida y de placer, danzan furiosas, entonando -canciones al viejo Sileno, sostenido en su embriaguez por los -sátiros; acullá, entre ramajes, guirnaldas, pámpanos, lucen los vasos -y los jarros de plata y oro; en un costado se apoya el perezoso Baco, -cual si acabára de llegar á Occidente desde la lejana India, con los -tachonados tigres asiáticos á sus plantas; y sobre todos resalta la -doncella enamorada, la prometida al amor, circuida de ninfas que la -acompañan tanto en felicidad como en hermosura, mirando entre el -celaje la cuadriga del sol cuyos caballos despiden la luz de sus -crines, y respirando el aire renovado por el balsámico soplo del -céfiro; cuadros deslumbradores que han visto el cielo de Grecia, los -laures y las encinas de Dodona, las cumbres del Hibla y del Himeto, -la ola del mar de la Jonia quebrándose en el coro de las islas<span -class="pagenum" id="Page_79">[p. 79]</span> griegas, el sol que -ha engendrado las cigarras y las abejas de la Atica, la vida y la -alegría de los antiguos dioses.</p> - -<p>La última estancia es la estancia de los Gigantes. Á no dudarlo, -Julio Romano se ha inspirado en genio semejante al suyo, en el genio -de Ovidio, grandioso tambien y tambien audaz, pero señalando con el -desequilibrio de sus pasiones y la violencia de sus ideas, y los -contrastes de su estilo, el comienzo de irremediable decaimiento en -las romanas letras, cuya perfeccion representará eternamente otro -genio semejante á Rafael de Urbino, el inmortal Virgilio. Pues bien; -Ovidio en el canto tercero del primer libro de sus Metamorfoseos -presenta el cielo inseguro, los dioses recelosos, como amenazados por -los gigantes que, para escalar sus alturas y abrirse paso entre el -éter, apilan montañas sobre montañas, las cuales ya tocaban con sus -cumbres en las divinas moradas cuando Júpiter fulmina sus rayos y -abate el Olimpo, y hiere á Osa y á Pelion, y aplasta á los rebeldes, -de cuya sangre humeante animó la madre tierra los hombres, despiadada -raza, como sus sanguinarios padres, ébria de ódios y hambrienta de -matanzas. ¡Con qué grandeza colosal y extraña originalidad reproduce -Julio Romano estas fábulas! Es la epopeya de las ruinas: restos como -de un naufragio y de un incendio al mismo<span class="pagenum" -id="Page_80">[p. 80]</span> tiempo; catástrofe del universo como si -se abriera la tierra y se desplomáran los cielos; ciudades enteras -desarraigadas de sus bases y convirtiéndose en cenizas; columnas -rotas en mil pedazos como las armas de un abandonado campo de -batalla; rocas que se precipitan por todas partes, semejando las -gotas de un diluvio de moles; gigantes de cuerpos colosales, de -actitudes increibles, con sus ojos lucientes como hornos, con sus -bocas abiertas como abismos, con sus brazos de la robustez de los -troncos, y sus piernas de la dureza del hierro, unos todavía de -pié, otros huyendo, heridos éstos por el rayo, aplastados aquéllos -por los montes, miéntras allá en las alturas todo es terror y ódio, -porque el trono de Júpiter relampaguea y el cielo entero se abrasa -en imponente tempestad y los grandes dioses huyen á regiones serenas -y Neptuno detiene á sus delfines y Apolo á sus caballos para que no -los precipiten á la pelea y Vénus pide proteccion á la cólera de -Marte y Pomona tiembla como el arbusto sacudido por el viento y las -ninfas huyendo de la tormenta se refugian en el seno de Páris y Juno -enciende la ira divina y Eolo sopla huracanes y la guerra abrasa -así el tiempo como la eternidad y así los cielos como la tierra, -aterrando á los dioses y á los titanes, todos envueltos en sus -torbellinos de destruccion y de muerte.</p> - -<div class="apartado"> - <h3 title="VI."><span class="pagenum" id="Page_81">[p. 81]</span>VI.</h3> -</div> - -<p>Mantua es una ciudad acuática, palúdica. El Mincio, que baja -del lado de Garda y desemboca en el Po, al llegar á estos terrenos -se pára, se estanca, se dilata en pesadas y mefíticas lagunas, las -cuales carecen ciertamente del colorido mágico y de la helénica -alegría que tienen las lagunas de San Márcos en el espléndido -Adriático. Yo las recorrí todas, aunque ligeramente, con mis -<i>Geórgicas</i> en la mano. Es verdad que algunas se han formado muy -posteriormente á la época del poeta; pero el rio fluye aún por donde -lo vieron sus ojos, y una parte de las aguas duerme donde dormian -cuando él estaba en la cuna.</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0"><i>Propter aquam, tardis ingens ubi flexibus errat</i></p> -<p class="i0"><i>Mincius, et tenera prætexit arundine ripas.</i></p> -</div></div> - -<p>Yo vi la laguna de Sopra, laguna de arriba, artificialmente -formada; paseé dos ó tres veces por el dique de los molinos -que conduce á la ciudadela; me asomé al puente de San Giorgio -para contemplar lo mismo la laguna del centro que la de abajo: -y no obstante descubrir por do quier<span class="pagenum" -id="Page_82">[p. 82]</span> muros y contramuros, fuertes y -contrafuertes, lunetas y castillos, fosos y puentes levadizos, -convencíme de que Mantua es en nuestro tiempo, como en tiempo de -Virgilio, una poblacion esencialmente agrícola. Por todas las -lagunas vi barcas de frutos cargadas y por todas las calles carros -cargadísimos. Lo que más trajo á mi memoria la edad antigua, fué -singular espectáculo que hirió mi atencion y cautivó mi ánimo. -Trascurria el tiempo de la vendimia. En carreta, verdadero lagar -ambulante formado de apretadas tablas, amontonábanse las recien -cortadas uvas. Dos ó tres mancebos, arremangadas las mangas de la -camisa y arremangados los pantalones, pisaban los racimos como al -compas de un baile, produciendo rojo rio de mosto que caia de la -carreta en preparada cuba. Al pié, sentada sobre un barril, hermosa -jóven de tez morena y ojos negros cantaba cancion melodiosa para -acompañar la danza de los pisadores. Varios niños con las manos -cargadas de mostosos racimos y las sienes ceñidas de improvisadas -guirnaldas danzaban tambien entre las ruedas. Y los tardos bueyes -lucian, á guisa de plumeros, en el testuz, manojos de sarmientos, -cuyos pámpanos, verdes unos y carmesíes otros, formaban el más -bello contraste en aquel viviente bucólico cuadro que no hubiera -menospreciado Virgilio.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_83">[p. 83]</span></p> - -<p>Toda la region, toda ella, exhala inspiraciones campestres: las -lejanas cordilleras de los Alpes, recamadas de celestes reflejos y -ceñidas de eternas nieves, inmensas líneas de rotondas y pirámides -admirablemente dibujadas en los horizontes; el espacioso lago -de Garda, formado por puros manantiales que dan á sus aguas las -trasparencia y la claridad del cristal, tendido perezosamente al pié -del monte Baldo; las pesadas lagunas de Mantua, que contrastan con -el celeste Garda, lagunas compuestas de las corrientes del limoso -Mincio; el ancho Po, de tranquilo curso y de brillante superficie; -los verjeles y majadas, el campo entero cubierto de un verdor que -recuerda los paisajes de Holanda; los altos olmos en cuyos troncos -las vides se enlazan y suspenden; toda aquella naturaleza impregnada -de la misma poesía que exhalan de sus exámetros las virgilianas -Églogas.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>VII.</h3> -</div> - -<p>La naturalidad es la primera y más sobresaliente entre las -cualidades de Virgilio. No es un erudito que rehace la Naturaleza -en su biblioteca; es un campesino que ha nacido y se ha criado -en<span class="pagenum" id="Page_84">[p. 84]</span> el establo, -que ha dirigido con su honda, y su cayado las ovejas, que ha tocado -la zampoña y el rabel en las pastoriles fiestas, que ha muñido las -tetas de las vacas, que ha sesteado á la sombra de los olmos, que ha -sembrado el grano por el lluvioso otoño tras la yunta en el hondo -surco y con su hoz lo ha segado y en la era lo ha trillado por el -caluroso estío, que ha recogido y cortado el panal de cera y miel en -las colmenas, que ha podado los sarmientos y vendimiado los racimos -y recibido en las cántaras el ardiente mosto y trabajado con todo su -sér en las creadoras faenas del campo, vivo en su corazon y en su -existencia ántes de ser cantado por su armoniosísima poesía.</p> - -<p>Para que el amor á la agricultura tomára en su pecho más -intensidad, se vió privado violentamente de sus tierras en edad bien -temprana, y las lloró y las cantó como las aves lloran y cantan el -nido alevemente robado por despiadada mano. Como todos los bienes de -la tierra, amados mucho y perdidos pronto, el despojo de su propiedad -y la tristeza de su familia han dejado huellas indelebles, así en su -poesía como en su vida, y han derramado hermosos pensamientos en los -cielos del arte. Hay entre el sepulcro de la República Romana y la -cuna del Imperio Cesáreo un hombre que personifica el pretorianismo, -y que<span class="pagenum" id="Page_85">[p. 85]</span> lleva en -su figura y en su vida todas las señales del largo irremediable -decaimiento de la antigua civilizacion. Este hombre es Antonio. -Educado por el partidario de Catilina, Léntulo; crecido en la amistad -de Clodio, el más furioso y más vil de los demagogos romanos, sólo -creyó en la fuerza; y sólo sirvió á la tiranía semejante en esto -á todos los cortesanos del pueblo, que exageran la libertad y la -violentan como para hacerla odiosa á las sociedades humanas y -arrastrarla por el terror á la mancebía de los déspotas.—General -de caballería en edad temprana, vencedor de los judíos, soldado -mercenario de los egipcios, tribuno de la plebe, del partido -demagógico pasa al partido cesarista y viola torpemente la majestad -del Senado con la irreverente lectura de audaces cartas del dictador -y enciende la guerra civil presentándose á éste en carruaje de -alquiler como lanzado de Roma y de sus derechos. Desde entónces queda -constituido Antonio en jefe de los partidos militares sobre cuyas -lanzas se levantára César á la tiranía jamas disculpada ni siquiera -por la virtud de su genio. Como vestia el traje militar, como llevaba -al cinto la espada pretoriana, como se parecia á Hércules en su -varonil hermosura, como se emborrachaba en las cantinas y participaba -del rancho, como dispendiaba el oro lo mismo que vertia la sangre, -pródigamente, los<span class="pagenum" id="Page_86">[p. 86]</span> -soldados seguian á ciegas las enseñas y las voluntariedades de -Antonio, que daba festines y banquetes á todas horas, malversaba -los caudales públicos en espectáculos populares, concurria á los -garitos acompañado de sus capitanes, se paseaba borracho en los -sitios más principales y construia teatros para agasajar á sus -bufones; incontinente hasta asaltar las mujeres honradas en medio -de las calles; intemperante hasta vomitar sus indigestiones en una -Asamblea, como si dijéramos, sobre la cara del pueblo; escandaloso -hasta llevar al frente de sus tropas y junto su litera, á un lado -el titiritero Sergio y á otro la cortesana Cytheres; fastuosísimo -hasta tener leones y fieras entre sus alimañas y vasos de esmeralda -en su equipaje; ataviado de seda y pedrería como un sátrapa de -Oriente; en cenas orgiásticas perpétuas como las prostitutas -romanas; personificacion de todos los vicios, que, envenenando á los -ejércitos y á los pueblos, concluyen por forzarlos á dormir en la -triste soñolencia del hartazgo y del hastío bajo la más degradante -servidumbre. Antonio repartió las tierras de Mantua, las propiedades -de los pueblos entre sus soldados; y esta reparticion fué causa de -que Virgilio visitára á Roma y consiguiera una devolucion que le -empeñó en eterno agradecimiento á su redentor, al poderoso Augusto. -De naturaleza delicada, de temperamento ner<span class="pagenum" -id="Page_87">[p. 87]</span>vioso, de corazon tierno, de sensibilidad -exquisita; enemigo del fausto, del poder y del ruido que en Roma -reinaba; amigo del retiro y de la soledad, como todos los genios -contemplativos, en la Edad Media fuera Virgilio un monje consagrado á -la adoracion mística de Dios dentro del claustro, y en la antigüedad -fué un poeta consagrado á la adoracion purísima de la Naturaleza.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>VIII.</h3> -</div> - -<p>Existen hoy dos clases de artistas igualmente detestables: -unos, menospreciadores del Universo, cuyas armonías no oyen, cuyos -colores y matices no ven, cuya admirable totalidad no comprenden, -prefiriendo encerrarse en los abismos de su propia inteligencia, en -la oscuridad de sus ideas y dar forma sólo á sus ensueños, como si -la totalidad del sér estuviera en nosotros, y fuera de nosotros no -hubiese hermosura alguna ni inspiracion posible; otros que copian -servilmente la Naturaleza, que en sus obras la reproducen como en -una fotografía, que á fuerza de repetirla concluyen por disecarla, -destruyéndola en la servil miniatura de sus fragmentos, como aquel -poeta ci<span class="pagenum" id="Page_88">[p. 88]</span>tado por -Richter, que consagró un poema épico entero al momento del parto y al -arte dificilísimo de los comadrones y de las parteras. La poesía es -un grado de la idea superior á la Naturaleza. El poeta debe recogerla -como un ángel, trayendo á su seno los resplandores de otros mundos -y animándola con el calor y á la luz de lo ideal. Así era Virgilio; -reproducia la Naturaleza, embelleciéndola, y demostraba que en el -sentimiento del poeta, como en la idea del filósofo, crece y se -espiritualiza y se acerca la Naturaleza al Eterno.</p> - -<p>La obra por excelencia de Virgilio, es el poema de las -<i>Geórgicas</i>. Podriais bien exactamente calificarlo llamándole epopeya -del trabajo en oposicion á esa epopeya de la guerra que preside -y acompaña á toda la historia. El poeta canta, desde la semilla -depositada en la tierra, imperceptible, confinando con el no sér y -gérmen de nuevos seres, hasta la zumbadora abeja, hija de la luz, -elaboradora de la miel, que confina con el mundo superior y cuasi -divino de la inteligencia. La ley de la unidad en la variedad reina -con imperio en todo el poema. Los seres se esparcen, se diversifican, -se irradian por los espacios en várias individualidades que luégo -se juntan y se armonizan en reinos, en géneros, en familias, en -especies, hasta llegar á confundirse, como en su atmósfera, en el -espíri<span class="pagenum" id="Page_89">[p. 89]</span>tu universal -de la creacion. Así se corresponden, desde la cinta de la hierba -parásita en los abismos de la tierra, hasta el cometa, esa cinta -de materia cósmica perdida en los abismos del cielo. Los seres -inertes toman el humano sentimiento y la idea humana, animándose á -su vivificador soplo, como los cuerpos opacos y frios se iluminan -y se calientan en la luz y en el calor del sol. El laurel conoce y -desea la gloria; el ingerto presiente las flores y los frutos que -ha de darle pronto la nueva savia recibida en sus fibras; la encina -contempla orgullosa y vencedora á las generaciones de hombres y de -dioses que arrebatan bajo sus eternas ramas los siglos; la primavera -hincha con su amor desde la yema del arbusto hasta la linfa del -arroyo; y el éter desciende en copiosas lluvias sobre el seno de -su esposa la tierra, para fecundizar los gérmenes innumerables de -la vida. ¡Oh religion de la Naturaleza! Virgilio no es aquel avaro -cultivador de otros tiempos, que solamente ve en los campos la -riqueza y pretende herirlos con su azadon y su arado para explotarlos -cual abundosa mina; es el sacerdote que tiene un culto, el poeta -que tiene un sentimiento, el sabio que tiene una idea y vierte -todos estos elementos de vida en los prados, en los bosques, en los -viñedos, en la siembra, como nueva y más fecunda lluvia.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_90">[p. 90]</span></p> - -<p>¿Quién no te admirará, alma Naturaleza? Ya tengas la alegría -del amanecer ó la tristeza del vespertino crepúsculo; va muestres -la serenidad del lago terso como cristal ó el furor del Océano -embravecido por el azote de la tormenta; ahora brames en el huracan ó -cantes en el céfiro, ahora amontones opacas nubes ó pintes la rosácea -boreal aurora; lo mismo entre los témpanos del polo semejantes á -sepulcrales cordilleras y frios como la muerte que entre las selvas -del trópico enardecidas por las llamas de la ardentísima vida; lo -mismo en el insecto microscópico, frágil y fugaz como una aspiracion -del no ser, al ser que en los eternos é inconmensurables soles de -soles; desde las caliginosas sombras del abismo hasta la brillante -fosforescencia de los mares y desde los infusorios hasta la Vía -Láctea, así como encierras en sus primeras manifestaciones la vida, -revelas en sus primeros resplandores la hermosura.</p> - -<p>Repitámoslo mil veces; Virgilio será el eterno modelo de los -poetas que deseen cantar la Naturaleza. El libro cuarto de las -<i>Geórgicas</i> nunca se agota, oloroso como la salvia, tierno como -la cera, dulce como la miel. La abeja, la trabajadora abeja, ha -inspirado desde el primero al postrer hexámetro.</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0"><i>Aerii mellis cœlestia dona exequar.</i></p> -</div></div> - -<p><span class="pagenum" id="Page_91">[p. 91]</span></p> - -<p>Allí está el tiempo propicio y el lugar favorable á las abejas, -preservado aquél de todos los rigores, así en frio como en calor, -preservado éste y sus floridos pastos del diente de la oveja y de -la ternerilla, del roce de los tachonados lagartos y de la pezuña -de los importunos chivos, para que puedan á su arbitrio dejar la -vibrante colmena é ir por los aires embalsamados y luminosos, bajo -las sombras de las palmas y el olivo, junto al fugitivo arroyuelo, -sobre la hierba abrillantada de rocío, desplegando el aguijon de oro -y las cristalinas alas, á libar los jugos de las flores próvidamente -apercibidas que deben ser desde el salvaje tomillo hasta la tierna y -delicada violeta. Seguidlas y las veréis cómo aglutinan con resinosas -sustancias las rústicas paredes de su taller; cómo, así que el aire -se entibia y se perfuma, vuelan juntas en cantor enjambre á los rayos -del sol y ya rozan las hojillas del arbusto, ya la clara superficie -de las aguas; cómo vuelven, despues del goce de esta grata libertad -y del juego de estos caprichosos giros, á abrir sus celdillas de -blanca cera y depositar sus tesoros de dulce miel; cómo suben luégo, -hasta perderse en los cielos, de la misma manera que sus compañeras -las estrellas para agruparse más tarde sobre las ramas de frondoso -árbol en forma de animados racimos; cómo, á veces, se enemistan y -se combaten desafiándose á<span class="pagenum" id="Page_92">[p. -92]</span> descomunal batalla en que luchan con la ira de los héroes -homéricos, hasta caer muertas sobre la tierra cual caen las bellotas -de la encina sacudidas por el viento para que se cumpla la ley allí -presentida del triunfo de las más fuertes y de las más hermosas; -cómo trabajan en comun todas para todas y educan á sus generaciones -en sabio ejemplo y adoran sus penates y nos dejan su áureo líquido -semejante á condensaciones de la eterna luz.</p> - -<p>Despues de haberlo leido, amaréis, como Virgilio, los rosales -de Pesthum que florecen dos veces al año; la pálida achicoria, que -se regocija al beso de la lluvia; el narciso, lento en mostrar sus -galas; el rizado apio, la viciosa hiedra, el mirto enamorado de las -frescas riberas: envidiaréis al viejo labrador de Tarento que tiene -por toda propiedad algunas yugadas de tierra, ingrata al trabajo, -incapaz de dar así prados como viñas, y que, sin embargo, produce -sabrosas legumbres entre festones de blancos lirios y rosadas -verbenas para que su dueño no envidie á los reyes y pueda todas -las noches, al tornar del trabajo, cenar manjares no comprados: -bendeciréis á Júpiter que dotó á las abejas de sus más seguros -instintos en premio de haber oido el címbalo de las Coribantes, y -haberlo alimentado en los antros del monte Oriteo; y concluiréis -siguiendo en su errante car<span class="pagenum" id="Page_93">[p. -93]</span>rera por los bosques y en su descenso á las hondas regiones -de las aguas al pastor Aristeo, y sacrificaréis con él en desagravio -de Eurídice y de las nepeas ninfas, novillos jamas sujetos á la -coyunda, de cuyos abandonados despojos se levantan á las alturas, -despues de nueve auroras, nubes de canoros enjambres.</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0"><i>Namque dabunt veniam votis, irasque remittent.</i></p> -</div></div> - - -<div class="apartado"> - <h3>IX.</h3> -</div> - -<p>¡Extraño destino! Este poeta, clásico por excelencia, pertenece -á las edades modernas más todavía que á las antiguas edades. -El anochecer de un mundo y el alborear de otro se mezclan -misteriosamente en sus sienes iluminadas por dos crepúsculos. -Tiene de los antiguos la forma perfecta, la sobriedad austera, el -gusto depuradísimo, los versos tallados como el mármol de Páros, -el arte de materializar las ideas hasta ponerlas ante los ojos en -relieve y de eterizar la materia hasta convertirla en espíritu. Por -estas cualidades universales de la antigua cultura es un griego -como Sófocles ó como Platon. Pero hay en sus versos ya cierta -melancolía profunda, cierta ex<span class="pagenum" id="Page_94">[p. -94]</span>traña tristeza, la nostalgia de lo infinito, la aspiracion -á otro ideal, que anuncian como el advenimiento del espíritu divino -y absoluto. Él se apresura á escribir su epopeya, la epopeya que -cierra, como la Iliada abre, la risueña edad del heroismo. Él tiene -impaciencia por asegurar en sus cánticos la religion del derecho -y con ella el eterno dominio de Roma, presintiendo el nuevo ideal -que contra el arte clásico elabora en los abrasados desiertos de -Judea un eterno enemigo de Roma: el Oriente. Parecia que la ciudad -reina estaba salvada de las asechanzas de la serpiente asiática -cuando Cleopatra muere en el sepulcro de los Faraones y con ella se -encierra bajo los arenales africanos aquella Asia que habia seducido -un momento á Antonio para devorar en él á Roma, como ántes en -Alejandro habia devorado á Grecia. Pero en el fondo mismo de la clara -civilizacion clásica tenía de antiguo depositado la oscura esfinge -oriental un enigma, los libros sibilinos; y cuando este enigma se -descifra, surge de sus oscuros jeroglíficos el Dios-espíritu que -matará al Dios-naturaleza, y con él matará así á la Roma de los -pretores y de los césares como á la Grecia de los héroes y de los -poetas.</p> - -<p>Por eso en toda esta edad hay presentimiento universal de que algo -muere en la especie humana. Lucano ha visto que los dioses adoptaron -la<span class="pagenum" id="Page_95">[p. 95]</span> causa aborrecida -por Caton. Horacio y Juvenal han roto en sus sátiras la antigua -ecuacion griega entre el ideal y la forma; han revelado el horrible -contraste entre las leyes morales y la realidad viviente, anunciando -así la agonía de todo un mundo á la historia. Job no hubiera dicho en -su estercolero más que dice este verso desesperante:</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0"><i>Pulvis et umbra sumus.</i></p> -</div></div> - -<p class="ti0">Plutarco ha oido quejarse de muerte al dios Pan allá -por los mares de Sicilia. Tácito sólo tiene corazon para aborrecer -y lengua para maldecir á su tiempo. Los más alegres buscan á una en -la orgía el sueño más largo, el sueño de la muerte. Luciano se rie; -pero su risa epiléptica muestra que se han agotado las lágrimas. Los -dioses todos se van; pero ¡ay! vienen los nazarenos. La desesperacion -es universal en las artes. Y Virgilio se levanta</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0"><i>Sicut inter viburna cupressi,</i></p> -</div></div> - -<p class="ti0">como el poeta de la esperanza. En la bacante -Parthénope, á las orillas de aquel mar y entre el coro de aquellas -islas que recuerdan el mar y las islas de la antigua Grecia, ha -visitado la gruta de Cúmas y ha oido anunciar á la Sibila que -desciende de los cielos nueva raza de inmortales y comien<span -class="pagenum" id="Page_96">[p. 96]</span>za un nuevo órden y una -nueva ley en el sosegado curso de los siglos.</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0"><i>Magnus ab integro seclorum nascitur ordo,</i></p> -<p class="i0"><i>Jam nova progenies cœlo demittitur alto.</i></p> -</div></div> - -<p>Por eso en la Edad Media, al impulso de aquella reaccion mística, -todos los genios de la antigüedad se apagan y Virgilio brilla sin -ocaso. Los padres de la Iglesia le admiten universalmente entre -los doctores y los poetas. Podrian escribirse cien volúmenes como -los dos eruditísimos que ha publicado el sabio profesor Comparetti -sobre las transformaciones del alma de Virgilio en la Edad Media y -en el Renacimiento, sin que materia tan vasta se agotase. Apénas ha -muerto, cuando ya lo menciona el Evangelio apócrifo de Nicodemus. Su -figura tiene cierta semejanza con la figura del apóstol San Juan, -cuya teología es griega, copiada casi de los diálogos de Platon. -Aquel cristianismo natural, de que habla Orígenes, traido consigo -por cada hombre al nacer, sustancia eterna del espíritu humano, se -encuentra en la piedad de Eneas y en las esperanzas despertadas por -el nacimiento de Polion. Lactancio, cuando lee la Égloga cuarta, -cree leer la epopeya de la segunda venida del Salvador en rosadas -nubes resplandecientes de gloria, llamando el Universo entero con sus -planetas y sus soles al su<span class="pagenum" id="Page_97">[p. -97]</span>premo último juicio. Constantino el Grande la traduce -al griego y en cada uno de sus pensamientos ve confirmado un -dogma cristiano. San Agustin, al oir que morirá la serpiente y -desaparecerán las espinas y los vellones se teñirán por sí mismos y -las vacas llenarán de grado con blanca leche los odres y se vestirán -de lirios las colinas, cree oir la profecía sagrada de la redencion -universal. Las iglesias de Mantua entonan religiosos cánticos, en -que San Pedro llora sobre el sepulcro de Virgilio por no haberle -visto en vida y no haberle consigo arrastrado á la predicacion y al -martirio. San Jerónimo dice cómo se ha dudado de la autenticidad de -los libros sibilinos; pero tambien cómo al verlos repetidos en las -Églogas se afirma la existencia de Debóras y de Isaías de profetisas -y de profetas en el paganismo. El papa Inocencio III, en sermon -predicado bajo las bóvedas de San Pedro por la fiesta de Navidad, -cita el nombre del poeta mantuano para confirmar la venida de Cristo -á nuestro bajo mundo.</p> - -<p>Desde su cuna de Mantua á su tumba de Parthénope, Virgilio ha -pasado entre aplausos y aclamaciones como cumple al vencedor en las -más difíciles y más porfiadas guerras; en las guerras del arte. La -expoliadora espada de los pretorianos se ha embotado en sus campos; -la frente de los Césares se ha inclinado en su presencia; los -espacios<span class="pagenum" id="Page_98">[p. 98]</span> del teatro -han resonado con los aplausos concedidos á sus versos; las rodillas -de la muchedumbre se han doblado á su sombra, habiendo tenido que -huir mil veces del mundo para huir de la fama y de la gloria. Pero -desde su tumba de Parthénope hasta nuestros dias, ha pasado su alma -por una carrera más larga aún y más gloriosa. Volveos y la veréis por -doquier en la liturgia sagrada, en los libros caballerescos, en los -romances castellanos, en las sentencias teológicas de Bernardo de -Chartres y de Juan de Salisbury, desde el primer vagido de la razon -emancipada en Abelardo hasta la plenitud de su elocuencia en Marsilio -Ficino, reinando con Platon y Aristóteles sobre la conciencia humana, -á la cual abre mágicos horizontes con su áureo ramo, dirigiendo por -los círculos del dolor y de la purificacion, como un astro de primera -magnitud, al poeta épico del catolicismo, hasta elevarlo trasformado -y perfecto á las cumbres del cielo, á la compañía de Beatrice, á la -vision mística de lo absoluto en el inmenso seno del Eterno.</p> - -<p>Leemos de contínuo á los grandes poetas. Hoy más que nunca -debemos templar la fantasía en esos modelos. Terrible desesperacion -se apodera del sentimiento y mella la voluntad. El suicidio, el -sacrificio, no ya de la vida de un dia, de todo el sér, de toda el -alma, se ha elevado en la na<span class="pagenum" id="Page_99">[p. -99]</span>cion de los ensueños á verdadera ciencia como en la -antigua India. Oid la filosofía que va quedando sobre tantas ruinas; -oid el filósofo á la moda. Todo bien aparece como una utopia, -toda inspiracion como una flor venenosa; el mal corre á manera de -savia por las fibras de los vegetales y á manera de sangre por las -venas del animal; cada hombre se asemeja al ciego topo que vive -construyendo eternamente una vivienda jamas acabada, y á la hormiga -de Australia que nace con incontrastable instinto suicida; el amor, -solamente merece nuestras maldiciones: el gran culpado, que al -conservar y reproducir la vida, conserva y reproduce la pena y la -muerte; querer equivale á sufrir y sufrir á sér; la inextinguible -sed de lo perfecto tiene toda la intensidad de la sed hidrópica, -pero jamas tendrá satisfaccion sobre la tierra; la virtud del genio, -sólo sirve para agravar todas las penas y sólo merece el nombre -de enfermedad hipocondríaca; la existencia se llama combate, pero -combate donde existe esta seguridad únicamente; la seguridad de -horrible y definitiva derrota: todo nuestro gran trabajo se reduce -á querer sin motivo, á luchar sin objeto, á cazar ó ser cazados -en esta cacería infernal de todos los seres unos contra otros, á -poner bajo cada paletada de tierra un cementerio de innumerables -animales, á nacer y engendrar para morir, hasta<span class="pagenum" -id="Page_100">[p. 100]</span> que bajo los horizontes sólo se -descubran montones de esqueletos, y la perfeccion estribe en -aniquilar este horrible sarcasmo llamado la vida humana, burla que el -Eterno ha lanzado exclusivamente sobre nuestro pésimo planeta, sobre -este infierno sin esperanza y sin salida.</p> - -<p>Para contrastar semejante pesimismo no hay como volver al seno del -grande arte, de la eterna poesía, y reconciliarse en sus espléndidos -cielos, al calor de su luz benéfica y al arrullo de sus cánticos -inmortales, con la Naturaleza, con la Humanidad y con Dios.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_5"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_101">[p. 101]</span></p> - <h2 class="nobreak">SAN FRANCISCO Y SU CONVENTO EN ASIS.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<div class="apartado inicio"> - <h3 title="I."><span class="pagenum" id="Page_103">[p. 103]</span>I.</h3> -</div> - -<p>Una de las operaciones más atendidas y más atendibles de la -mente humana, es la asociacion de ideas. Por ella enlazamos tiempos -apartados, unimos pensamientos discordes, traemos al seno de la -felicidad recuerdos de la desgracia, como á las tinieblas de la -desgracia puntos luminosos de la felicidad; y evocamos en lo presente -los lejanos horizontes de lo pasado, pudiendo, ya que no con el -cuerpo y sus sentidos, con el alma sus ideas, á semejanza de Dios, -estar á un mismo tiempo en todas partes. Me encuentro en la Montaña -de Asis, con la ciudad pontificia y municipal á mis plantas, los -restos de algunos castillos señoriales á mis espaldas; el cielo claro -y severo, algo semejante al cielo de nuestro Aragon, sobre la frente; -en torno, formando un círculo inmenso del color azul más subido, del -color llamado de<span class="pagenum" id="Page_104">[p. 104]</span> -Prusia, las riscosas y ceñudas cordilleras y montañas de la Umbría, -que semejan olas encrespadas; y en el dilatado campo, de contrastes -vivísimos, porque las claras moreras y los oscuros olivos, los rubios -trigos maduros para la siega y los verdes recien nacidos maizales se -juntan á cada paso en esta variada inmensidad, como naves bogando -por lo infinito, la blanca rotonda romana de la Porciúncula, templo -donde San Francisco de Asis se retiraba á sus meditaciones, y más -cerca, á mi derecha, bajo la mano casi, los interminables claustros, -las sobrepuestas iglesias, los góticos pórticos, las agujas y ojivas -del monasterio, donde yace el sepulcro de ese santo en cuyas aras -seis siglos han rezado y cuya personalidad histórica se agranda y -se trasforma, como la personalidad de su modelo Jesucristo, en el -pensamiento racionalista, en la conciencia progresiva, en el espíritu -democrático y liberal de nuestro siglo.</p> - -<p>Y aquí, en tal momento, á presencia de este espectáculo, no -puedo desechar el recuerdo de Elda, del pueblo donde pasaron mis -primeros años. Sus montañas no tienen ciertamente ni esta altura -ni este color; sus huertas y sus campos no se dilatan y espacian -de esta suerte; mas aquella vegetacion meridional, elevando las -palmas sobre los viñedos y los olivares, iguala y áun aventaja<span -class="pagenum" id="Page_105">[p. 105]</span> en hermosura á esta -rica vegetacion de la Umbría. Y lo que ménos puede compararse -ciertamente, es lo que más provoca el recuerdo: la rotonda blanca -de la Porciúncula con la verde rotonda de nuestra iglesia, el -gótico monasterio franciscano de este dilatado valle con el vulgar -monasterio franciscano de nuestro estrecho valle. Pero ¿qué quereis? -Para mí en Asis está la poesía de la inteligencia, y en Elda la -poesía del corazon; la humanidad y la historia surgen aquí á la -manera de templo inacabable lleno de un espíritu misterioso, cuya -profundidad no puede sondearse; y allí, entre las ramas de débiles -arbustos, se esconde todavía el nido formado por blancas lanas -enredadas en las zarzas ó por secas hierbecillas, donde se guardan -en reducidos límites los recuerdos de hogar y familia que lluvias de -lágrimas no han podido anegar completamente ni destruir el tiempo con -sus diarias catástrofes.</p> - -<p>En mi infancia, cuando nos acercábamos al dos de Agosto, y la -siega y hasta la trilla se habian acabado, y comenzaban á pintar -las uvas tomando claro color violeta las negras y las blancas -trasparencia de ámbar; en aquellas tardes calurosísimas henchidas -por el chirrido de las cigarras; en aquellos crepúsculos serenos -henchidos por el unísono vibrar del cántico de los grillos, -celebrábase una ceremonia religiosa, una peregrinacion<span -class="pagenum" id="Page_106">[p. 106]</span> mística, una especie -de jubileo que nunca olvidaré. El convento de nuestro valle estaba -á la sazon desierto. La revolucion habia expulsado á los frailes. -Los fuertes seculares cipreses de su pórtico se perdian y secaban. -Las flores de su ántes cultivado jardin se sustituian con legumbres -ó heno. Las tablas de sus ventanas, medio caidas, meneábanse -tristemente á impulsos del viento. Las piedras de sus paredes y -muros, medio sacadas de quicio, amenazaban con una completa ruina. -Las campanas habian sido arrancadas á las altas torres, siempre -silenciosas; el culto interrumpido en los altares casi desnudos, y -las puertas del santuario cerrádose como si fueran las puertas de un -sepulcro. Algunas veces, cuando íbamos á coger brevas á una higuera -cercana, asomábamos los ojos por várias rendijas y hendiduras hechas -en la puerta, y á la escasa luz de solitaria lámpara, conservada -por la piedad de oscuro guardian, resto viviente y animado de -tanta ruina, pero triste como la cicuta y la ortiga, á la escasa -luz de solitaria lámpara, decia, semejante á los ojos de siniestra -lechuza en la oscuridad, veiamos algunos reflejos del dorado que se -descascarillaba en las columnas, alguna sombra de los abandonados -santos parecida á sobrenaturales fantasmas.</p> - -<p>Solamente, en el dos de Agosto, las puertas se<span -class="pagenum" id="Page_107">[p. 107]</span> abrian, los pavimentos -se regaban, componíanse los altares como para una fiesta, las velas -brillaban sobre el ara tras las flores, y en la capilla mayor, una -tosca, pero mística escultura en madera que representaba á San -Francisco recibiendo de Cristo aparecido en los aires los estigmas de -las cinco llagas, juntaba en el templo á los creyentes, despertaba la -fe y la esperanza, atraia las oraciones del fondo de las almas á la -inmensidad de los cielos como atraen los rayos del sol á las alturas -los vapores de las bajas aguas y las bajas tierras. Nosotros, los -muchachos de la familia, saliamos acompañados de nuestras madres y de -nuestras tias á ganar el jubileo con aquella piedad meridional tan -risueña, tan expansiva, tan humana, que da al cumplimiento de los -deberes religiosos y á las ceremonias del culto católico, aspecto -de fiesta. Desde el pueblo al convento se dilata extensa campiña, -verdadero jardin. Las olivas engordaban ya; las almendras se abrian -empapadas en aromática goma; negreaban las uvas; doblábanse los -granados al peso de las granadas; sobre las plantas del maíz surgian -los amarillentos sedosos espigones, y sobre la aterciopelada alfalfa -las moradas flores; los campos de anís blanqueaban como si les -hubiera caido una nevada; cimbreábanse los cáñamos y los linos; las -puertas de las chozas lucian matizados ramilletes de don-die<span -class="pagenum" id="Page_108">[p. 108]</span>gos y áureos girasoles; -en los secos pedregosos torrentes vibraban las sonoras cañas y -florecian las rosadas adelfas. Nuestros ojos no se entristecian -no se nublaban, hasta que llegábamos delante del cementerio, -donde descansaba nuestra abuela y una tierna niña de la familia, -y descubriamos las cabezas y plegábamos las manos y murmurábamos -algunas oraciones, por cuya virtud nos parecia, ora que columbrábamos -sus almas en el cielo, ora que las sentiamos venir á rozar con sus -angélicas alas nuestras sienes y á depositar un mudo beso en nuestras -serenas frentes. Luégo seguiamos en la peregrinacion, llegábamos -al seráfico monasterio cercano al camposanto y rezábamos con todo -recogimiento las oraciones de rúbrica prescritas por los ritos, á -cuantos anhelan ganar el jubileo de la Porciúncula en el dia de la -Vírgen de los Ángeles.</p> - -<p>Al volver, la noche bajaba sobre el valle, las luciérnagas lucian -en el follaje, las primeras estrellas en el cielo; y la campana que -suena en las alturas para conjurar las tempestades del aire y contar -los muertos de la tierra, anunciaba el Ave-María saludando á la -Madre del Verbo é infundiendo con sus sagrados acentos religiosas -emociones en nuestro pecho. ¡Cuántas veces, al entrar en casa, las -manos llenas de flores y de frutos recogidos al paso, los labios -perfumados aún por las<span class="pagenum" id="Page_109">[p. -109]</span> plegarias, las rodillas empolvadas en el pavimento del -templo, despues de haber oido contar varios pasos de la historia de -San Francisco, hubiéramos dado algunos años de esta vida, que ya -desciende tristemente de su zenit y que entónces nos parecia eterna, -por visitar Santa María de los Ángeles, por ver la casita de las -prácticas piadosas, la cuna que recuerda Nazaret, el sepulcro del -santo en Asis, lugar bendito y querido, el más sagrado en nuestro -culto despues del sepulcro de Cristo! Al cabo de treinta años, -nuestro deseo se cumple; el cielo nos concede la satisfaccion de -ver estos lugares; pero ¡ay! sin las creencias de otro tiempo en el -alma. La vida ha pasado de la infancia á la madurez; las facultades -intelectuales han pasado del sentimiento á la razon. Creemos con -arraigada creencia que el hombre, este compuesto de alma y cuerpo, -no sólo tiene que cumplir fines materiales y fines temporales; no -sólo tiene que obedecer leyes mecánicas y dinámicas, sino que debe -cumplir tambien fines morales, fines eternos, y debe obedecer á leyes -cuya existencia implica necesariamente y cuya observancia exige la -profesion de estos cuatro principios capitales de toda doctrina -religiosa y espiritualista: Dios y su providencia, el alma inmortal -y su responsabilidad. Pero no creemos que estas ideas sean como el -patrimonio de una<span class="pagenum" id="Page_110">[p. 110]</span> -exclusiva asociacion y que para inspirarlas y difundirlas hayan sido -indispensables milagros que contradicen las leyes naturales del -Universo y las leyes científicas de la historia, ni condensaciones -del espíritu divino en una sola persona, la cual constituya castas -representativas de Dios y de su revelacion como privilegiados del -cielo sobre la faz de la tierra. Creemos, al contrario, que Dios nos -ha dado desde el principio de los tiempos, para conocer el bien y el -mal, la conciencia; para conocer la verdad y el error, la razon; que -así como físicamente llevamos en nosotros átomos de todo el Universo, -moralmente llevamos en nosotros los jugos de todas las revelaciones -sucesivas y nuestro espíritu es el resultado de las ideas de todos -los siglos, con cuyos esfuerzos y con cuyas luces y con cuyos -martirios hemos logrado los bienes mayores de nuestra existencia -y el inapreciable de la redentora emancipacion. Por consiguiente, -toda la parte legendaria, fantástica, mitológica, que siglos de -guerra, que razas primitivas, que duras épocas de hierro pedian y -necesitaban para cumplir sus primordiales deberes, no lo necesitan -nuestros tiempos, conocedores del bien por la pura razon, amándolo -por los imperativos mandamientos de la conciencia y no por la fuerza -coercitiva de instituciones mil veces trasformadas en la his<span -class="pagenum" id="Page_111">[p. 111]</span>toria y hoy caidas en -irremediable decadencia.</p> - -<p>Y no decimos más. Nuestra filosofía histórica, sin excluir la -fe en principios absolutos, nos permite remontarnos á los tiempos -pasados, imbuirnos en sus creencias, vivir en ellos como si fueran -presentes, juzgarlos con arreglo á su propio ideal y no con arreglo -á posteriores sistemas. Nosotros no imitarémos á los furiosos -iconoclastas, que para traer los tiempos del espiritualismo, demolian -las bellas estatuas de los antiguos dioses; y tampoco á los frios -clásicos, que para rehabilitar la naturaleza nada sentian sino la -barbarie de la Edad Media bajo las bóvedas de las catedrales góticas. -En nuestra doctrina filosófica no cabe el engaño de Goethe, que en -Asis se extasiaba ante un templo pagano de la decadencia, y no tenía -ni una mirada, ni una palabra, para el monasterio de San Francisco. -No caerémos nosotros en el error de proponer como perfectos modelos -hoy los pintores de la decadencia cual proponia Chateaubriand á -los Carraccios en <i>El Genio del Cristianismo</i>; ni aplaudiremos -las tentativas de los pre-rafaelistas por volver á los tiempos en -que eran despreciadas y desconocidas las formas. El arte místico, -que, sentido con verdadera ingenuidad, profesado con verdadera fe, -brotando naturalmente de un alma tan pura como el alma tierna é -inocente de Fra Angélico, en tiempos de suyo<span class="pagenum" -id="Page_112">[p. 112]</span> místicos, nos parece flor del campo -cargada de inmortales esencias, en nuestro tiempo, contrahecho y -recalentado por una erudicion reaccionaria, nos parece como los -cuadros de Overbek, flor de trapo. Toda edad contiene la edad que la -precede y la edad que ha de seguirla. Para la plenitud de nuestra -vida hemos necesitado pasar por tiempos contradictorios, cuyas -contradicciones sólo llegan á resolverse en las síntesis superiores -de la razon universal y en el eterno seno de la humanidad. Con estos -dogmas entremos un momento, entremos como peregrinos del arte; -entremos como copartícipes de todas las ideas; entremos, elevándonos -á su tiempo, en el santuario donde todavía se presta religioso culto -á la memoria sagrada de San Francisco de Asis, de uno de los últimos -cristianos, todo fe, todo bondad, todo dulzura; elocuentísimo como -un tribuno antiguo, exaltado como un profeta hebreo, austero como un -cenobita de la Tebaida; paciente en los infiernos del feudalismo; -armado de la palabra cuando todo el mundo se armaba de hierro hasta -los dientes; apasionadísimo de la naturaleza y de su hermosura en -aquella general crueldad y en aquel desvío por los seres inferiores; -poeta místico para quien los mundos forman como una escala que sube á -los cielos y los rumores de la creacion como un <i>hosanna</i> que alaba -eterna<span class="pagenum" id="Page_113">[p. 113]</span>mente á -Dios; dotado de intuiciones sobrenaturales y de visiones proféticas -por la compasion que sentia hácia los dolores de todos los -desgraciados y por el interes que tomaba en la suerte de todas las -criaturas; reformador profundísimo que dedujo el sentido democrático -encerrado en las páginas del Evangelio y presintió la union de todas -las castas en una igualdad natural; modelo de virtudes efusivas y -de caridad ardiente; un redentor en el olvido y en el sacrificio -de sí mismo, en el amor á los demas, en la aceptacion de todos los -dolores y de todas las penas por el bien del hombre y por la gloria -del Criador, á lo cual debió que su vida fuera un holocausto como -el holocausto de la Cruz, y su muerte una transfiguracion como la -Transfiguracion del Tabor.</p> - -<p>En torno suyo gravitan mundos y cielos, ciencias y artes, religion -y política, todo el Universo moral. Como el sol envia luz, y en -la luz calor, y en el calor electricidad, y en la electricidad -magnetismo, en todo vida, la idea envia en sus irradiaciones -arte, religion, poesía, todo un mundo y todo un cielo. Y como San -Francisco es en sí una de las encarnaciones más bellas de la idea, -San Francisco moverá con su aliento desde el ala tímida del corazon -de los pequeñuelos, hasta las potentes alas de la fantasía de los -artistas y del pensamiento de los sabios. Los instintos y los<span -class="pagenum" id="Page_114">[p. 114]</span> sentimientos, las -nociones confusas y las ideas claras, las arpas de la inspiracion y -los instrumentos de la ciencia, la naturaleza y el espíritu, todo -el sér de una edad, lanza vagamente á los espacios de la conciencia -ciertas indefinidas y vagas esperanzas, ciertos fantásticos ensueños, -el vapor de las ideas que luégo viene á reunirse, á condensarse, -personificándose en un solo hombre, poeta, orador, tribuno, filósofo, -artista, como en Rafael se personificó la edad del Renacimiento y en -Voltaire el siglo décimooctavo.</p> - -<p>¡Misterios de la Historia! En la época de San Francisco, en el -siglo décimotercio, hay dos hombres que tocan con su razon á los -últimos confines de la ciencia; que llevan en su palabra encerrados -los más profundos abismos del pensamiento; titanes soportando -sobre sus espaldas el peso de la eternidad. Uno de ellos se llama -San Buenaventura y el otro se llama Santo Tomás, el Platon y el -Aristóteles de la Edad Media. Ambos á dos han penetrado en los más -recónditos senos del espíritu humano y han recorrido en vuelo jamas -igualado las inaccesibles alturas de lo infinito. Uno y otro han -hablado de Dios y de sus atributos; de las leyes de la providencia y -de las relaciones entre la criatura y su Creador; de la naturaleza -del sentimiento y de la naturaleza de la idea; del conocer, del -pensar, del raciocinio,<span class="pagenum" id="Page_115">[p. -115]</span> de todo cuanto existe en la realidad y es dado que exista -en lo posible, desde el grano de arena al orbe luminoso, desde -el orbe al ángel, desde el ángel al Verbo en la doble inmensidad -del infinito moral y del infinito material; y sin embargo, ni uno -ni otro han logrado fundar elevada estética, que sientan así el -campesino como el pintor; mover el mundo á la creacion de austera -sociedad, que lleve en su seno los gérmenes de revolucion universal; -suscitar desde confesores, poetas, mártires, arquitectos, pintores -y escultores, hasta muchedumbres de ambos sexos dispuestas á vivir -combatiendo y á morir sacrificándose por un misterioso ideal: que -esa obra milagrosa ha quedado para el pobre, para el ignorante, para -el insensato, para el jóven demente á quien apedreaban los chicos -de las calles y de quien se reian todas las gentes acomodadas y de -seso; para el iluminado San Francisco. ¿Y por qué? Tanto valdria -preguntar por qué el redentor no es aquel hombre moral que despertaba -la conciencia humana con su palabra sencilla y moria envenenado -departiendo á los primeros resplandores del alba y á las primeras -sombras de la agonía con sus discípulos sobre la existencia de Dios -y la inmortalidad del alma; por qué no es el autor inmortal del -Banquete y del Fedon, el que ha visto todas las cosas en las ideas -y todas las<span class="pagenum" id="Page_116">[p. 116]</span> -ideas en el Eterno y ha hablado de lo infinito y de su luz con -palabras que extasiarian á los ángeles; y sin embargo, es el oscuro -judío, el nazareno desconocido en la tierra, que habla al pueblo más -despreciado de todos los pueblos en la lengua más ignorada y tiene -por principal inspirador el desierto y por apóstoles y por discípulos -el primer publicano encontrado en las encrucijadas de los abandonados -caminos y el primer pescador que tiende sus redes sobre lagos -pestilentes y muertos, profesando una idea evaporada por las cenizas -de Palestina, la cual ha de exhalar en aromas de incienso religioso -un nuevo espíritu y ha de destruir con sus raíces nada ménos que la -antigua Roma. ¡Ah! El mundo se ilumina por la inteligencia, pero -se sojuzga por la voluntad; lo esclarece la idea y lo conquista el -corazon. Hacen mucho los que saben pensar; pero hacen más los que -saben morir. La razon es la luz; pero el amor es el fuego en que los -mundos se forjan. San Francisco, como Cristo, siente la caridad y el -anhelo por el sacrificio. Por eso, recorriendo las páginas de los -sabios, aprendeis; y recorriendo la vida de este monje, sentís. Los -teólogos podrán moveros á pensar; pero á la accion sólo os moverá -esta voluntad impetuosa del milagroso cenobita. Y por el amor alcanzó -en tiempos de ódio y guerra la caridad; en tiempos de aristocracias -feuda<span class="pagenum" id="Page_117">[p. 117]</span>les la -igualdad; cuando se constituian hasta los sacerdotes en soberanos, -porque fuera de la dominacion terrena apénas se alcanzaba ni siquiera -la autoridad moral, evangélica democracia inspirada en los más puros -sentimientos cristianos, que debia contribuir á demoler las castas, á -renovar la sociedad, á traer los gérmenes del espíritu moderno. Y la -razon dice al par de la fe:—¡Gloria á San Francisco!—</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>II.</h3> -</div> - -<p>Veniamos de Terni. Acabábamos de estar en comunicacion estrecha -con la Naturaleza; habiamos recorrido plantaciones de moreras, -viñedos, olivares, naranjales cubiertos de blanco azahar y filas de -granados cubiertos de rojas flores; verdes praderas sobre las cuales -discurrian las mariposas y las abejas y los abejorros; trigos rubios -cuyas espigas se doblaban al peso de los maduros granos y ondeaban -al impulso de las sosegadas auras; montañas con sus cimas ceñidas de -oscuras encinas y con sus laderas ornadas de claros castaños; caminos -abiertos sobre los abismos y en las duras peñas desde donde se -descubrian entre los celajes<span class="pagenum" id="Page_118">[p. -118]</span> las dentadas cordilleras con sus picos nevados; lagos -tranquilos, como el lago de Pié de Lugo, que reflejaban todos los -matices del cielo y todos los bosques y aldeas de la orilla en el -cristal de sus aguas; impetuosísimas cascadas, como la cascada del -Velino, despeñándose de alturas vertiginosas entre breñas tapizadas -de plantas acuáticas para formar trombas y torbellinos de espuma -sobre cuyas blancas espirales se tendia el arco íris; maravillas -inagotables de la creacion que fortifican y animan; pues en lugar -de mover la actividad febril del pensamiento, como las maravillas -del arte, la adormecen y la serenan, anegándonos por completo en los -torrentes de la vida.</p> - -<p>Poco despues de mediodía llegábamos al frente de Asis en hermosa -tarde de Junio. No puedo describir mi entusiasmo y mi asombro. Hácia -el norte, recostada sobre los peñascos, veíase la ciudad pontificia, -sobre la cual se eleva fuerte castillo almenado y á cuyo oriente se -extiende el gótico monasterio ostentando arcos tan fuertes y tan -numerosos como los arcos de antiguos acueductos. Difícil es describir -el efecto maravilloso que desde fuera, desde los alrededores, -produce una de estas ciudades italianas ceñidas de verdor, cortadas -á trechos por floridos jardines, ricas en monumentos, alzando sobre -las hileras de sus tejados ó de sus azoteas, los botareles, las -agujas,<span class="pagenum" id="Page_119">[p. 119]</span> las -torres, las rotondas, las pirámides, los campanarios, todos de -piedras brillantísimas y preciosos mármoles, realzados y esmaltados -por los reflejos de este cielo y los resplandores de esta luz, sólo -comparables al cielo y á la luz de nuestra España. Parecen, más bien -que realidad, imaginados cuadros; más bien que habitaciones de estos -dias, habitaciones de otras edades estéticas: sus piedras cantan y -murmuran con cantares y rumores inefables como un misterioso bosque; -y por lo alto de los frisos y de las almenas y de las largas líneas -y de las bordadas cresterías se pasean las sombras de los artistas -y de los héroes y se ven subir en luminosos enjambres las ideas de -otros siglos. Para sentir emociones como éstas hay que trasladarse á -las orillas del Tajo y ver en la vega de Toledo, al pié del puente -de Alcántara, las ruinas de la Galiana, los arcos romanos, los -acueductos del artificio de Juanelo, el torreon medio derruido y los -muros medio destrozados del castillo de San Servando, la crestería -greco-romana del alcázar, la puerta del Sol con sus gruesas torres y -sus ajimeces y sus alicatados mudejares; cuadros maravillosos, no tan -admirables por su dibujo y por su color como por las ideas que evocan -y los recuerdos que guardan, mostrando en breve espacio el sagrado -panteon de toda nuestra historia.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_120">[p. 120]</span></p> - -<p>Á pesar de lo mucho que Asis nos encantára al descubrirlo desde -el ferro-carril, no dirigimos allá nuestros pasos; los encaminamos -al monasterio de Santa María de los Ángeles, erigido en la llanura, -en la vega, para abrigar la casa donde San Francisco tuviera sus -primeras visiones y fundára su órden. Dos lugares he visto igualmente -famosos como cuna de dos órdenes igualmente célebres. El uno es la -iglesia de los Ángeles en Asis, cuna de los franciscanos; el otro -es la iglesia de Montmartre en París, cuna de los jesuitas. Al ver -el primero de estos lugares, la inteligencia se abre á la fe y el -corazon á la esperanza, sintiendo vivamente la grandeza de aquellos -hombres y participando de sus aspiraciones en la medida que puede -participar el espíritu moderno; pero, al ver el segundo, se os oprime -el pecho y se os nubla la inteligencia, como si cayerais en lo vacío. -Y es porque en San Francisco nació una órden, que, si ha sido ya -suprimida por nuestro tiempo, realizó verdaderos progresos respecto á -los tiempos anteriores y contribuyó á la educacion del género humano, -obra de libertad y de paz, miéntras que en Montmartre nació otra -órden, que fué como una confabulacion permanente y empedernida contra -todas nuestras libertades y contra todos nuestros progresos, obra -de reaccion y de muerte. En la vega de Asis veis pasar ideas<span -class="pagenum" id="Page_121">[p. 121]</span> que han iluminado la -conciencia humana y en las alturas de Montmartre sentís el roce frio -en vuestras sienes de las aves nocturnas que habitan las tinieblas. -Todos los progresos ¡ah! son igualmente grandes y todas las -reacciones igualmente funestas en toda la redondez del planeta y en -toda la sucesion de los siglos.</p> - -<p>El monasterio de Santa María de los Ángeles tiene armoniosas -proporciones. Lo ideó Vignola, y lo ideó con arreglo al gusto y al -ideal de su tiempo. Los arcos romanos se suceden y sostienen sus -sólidas bóvedas; la cruz latina constituye su planta; en el crucero -se eleva una rotonda airosa, imitacion más ó ménos lejana de la -rotonda de San Pedro; cuadros de la decadencia ornan sus altares; -y la luz del dia penetra libremente por sus anchas ventanas y se -refleja en sus blanquísimas paredes. El edificio peca de todo cuanto -pecan los edificios de esta edad, nuestro Escorial tambien, por sobra -de ciencia matemática y falta de inspiracion religiosa. Para mayor -desgracia, los terremotos frecuentísimos en esta tierra volcánica -lo han tristemente lastimado y las recomposiciones sucesivas no -han sabido restaurarlo. Pero allí, en medio de la iglesia, bajo la -rotonda, se eleva, conservado por la piedad, el humilde tugurio, más -que casa choza de pobre argamasa, de piedras toscas, de estrechas -puertas<span class="pagenum" id="Page_122">[p. 122]</span> y -ventanas, donde San Francisco meditó, ayunó, rezó, padeció, lloró -hasta el extremo de ver al traves de sus lágrimas reproducida la -tragedia del Calvario y á Cristo agonizando en lo alto de la Cruz, -con sus llagas abiertas, sus ojos extintos, sus labios cárdenos al -dolor y á la agonía. Hoy no tiene el esplendor de otros tiempos. -Estos monumentos, miéntras pasan por la fe, brillan, y cuando la fe -les falta, se oscurecen; como esos meteoros que son estrellas en los -aires y toscos pedruscos al tocar al suelo. Pero confieso que me -sobrecogí con religioso respeto, que me extasié como si estuviese -fuera de mí mismo al tocar aquellas piedras, á traves de cuyo frio -sentíase aún el calor del alma que las habia penetrado mil veces -de pena con su oracion y sus sollozos. Confieso que me pareció ver -una de esas zonas misteriosas que anuncian las trasformaciones del -espíritu humano, especie de líneas ecuatoriales en los hemisferios -del tiempo, especie de puntos que señalan el crecimiento de nuestro -sér como los diversos terrenos señalan el crecimiento de nuestro -planeta; grandes condensaciones de ideas abstractas, núcleos de la -luz espiritual, fin de unas y principio de otras edades, santos -dias del génesis social á que debemos nuestra difícil existencia -y nuestras várias redenciones. No sé por qué, allí vinieron á mi -memoria tantos y tantos<span class="pagenum" id="Page_123">[p. -123]</span> redentores como han contribuido ántes y despues de San -Francisco á nuestra emancipacion: el que nos sacó de la servidumbre -de Egipto al traves de las aguas del mar Rojo y el que rompió las -últimas cadenas del esclavo á las orillas del Misisipí; el que -arrancó su fuego á los cielos para animar el hombre primitivo frio -como sus dólmenes de piedra y el que talló las letras de imprenta con -cristal y plomo para multiplicar las ideas en la inteligencia como -se multiplican los mundos en los cielos; el que murió en ignominioso -patíbulo por la igualdad y la fraternidad de todos, y el que padeció -en los calabozos de la Inquisicion por agrandar el espacio á nuestros -ojos; el que bebió la cicuta y en el fondo de su copa dejó la idea -de la libertad de nuestra conciencia para darla á beber en comunion -santísima á todas las generaciones, y el que, extendiendo sus brazos -desde débil esquife al mar velado por misterios pavorosos como las -grandes tempestades, completó la tierra y ensanchó el alma; coro -unido á traves del tiempo y del espacio en una misma obra, cuyo -fundamento arranca de las más recónditas profundidades del espíritu -humano y cuya cima se pierde en el seno de Dios. Aquella casa, que -despertará emociones vivísimas en todos cuantos amen las verdaderas -grandezas de la historia, ha sido profanada por una obra de partido, -por una<span class="pagenum" id="Page_124">[p. 124]</span> obra de -reaccionarias escuelas. En la parte que da á la puerta principal se -ve una pintura neocatólica de Overbek. Engendróse al mismo tiempo -que se engendraba la Santa Alianza, una doctrina filosófica, la -cual tendia á llevar el arte más allá de Rafael, como tendia á -llevar la ciencia más allá de Kant y de Descártes, la historia más -allá de Vico y de Herder, la política más allá de las instituciones -modernas, al seno de la Iglesia intolerante y de los castillos -feudales. Tal escuela, no contenta con creer que podia restaurarse -cuanto habia destruido la mágica lira de Ariosto, la inmortal sátira -de Cervántes, la voz tempestuosa de Lutero, la sardónica risa de -Voltaire, las llamaradas de elocuencia lanzadas desde lo alto de la -tribuna por Mirabeau, creia tambien que estaba en el caso de ir á -los siglos medios y resucitar los cuadros de escuelas anteriores al -descubrimiento de la perspectiva, á la resurreccion de la naturaleza, -al estudio de la forma humana, al despertar de la Grecia y de su -inagotable inspiracion, á todas las espléndidas irradiaciones del -Renacimiento. Para estos reaccionarios, el bello ideal se encontraba -en los tiempos en que no se habian medido las proporciones, ni -estudiado la anatomía, ni conocido nuestro cuerpo, entre las figuras -escuálidas, todavía sobrecogidas por los terrores del infierno y -apartadas de todo<span class="pagenum" id="Page_125">[p. 125]</span> -contacto con el Universo, hijas del vivo recuerdo de nuestra primera -culpa, atormentadas por todos los torcedores del remordimiento. Si -tal teoría fuese cierta, si solamente tuviéramos por estéticas las -obras inspiradas en una fe vivísima, en una fe apartada de nosotros, -en una fe ortodoxa, debiamos menospreciar esas mismas escuelas de -Umbría y de Siena por donde ha pasado un soplo anticipadísimo del -Renacimiento; esos mismos Cimabue y Giotto que han entrevisto el -crepúsculo de los nuevos dias del espíritu; esos mismos Nicolás y -Juan de Pisa que han estudiado la caza de Meleagro en los sarcófagos -griegos; y debiamos irnos á los maestros mosaistas, á sus figuras -colosales y rígidas, á sus ojos muertos, á sus rostros inexpresivos, -á sus grupos arreglados litúrgicamente, á su ausencia de toda -anatomía en el cuerpo y de toda perspectiva y de todo paisaje en los -fondos, privándonos hasta de penetrar en las catacumbas, porque sus -cuadros se hallan muy cerca del antiguo paganismo y han tomado la -mayor parte de sus símbolos en los bajos relieves, así griegos como -romanos, y han reproducido los antiguos sepulcros.</p> - -<p>Para contestar á estos reaccionarios, sería preciso que se -restaurase el poder temporal y se devolviera el dominio absoluto -en la conciencia y en la política á los papas; que en cada marca -se<span class="pagenum" id="Page_126">[p. 126]</span> descubriese un -castillo feudal con sus fosos y sus almenas, sus puentes levadizos -abajo, y arriba sus horcas ocupadas por cuatro ó cinco villanos -ahorcados, gran vista para sus señores y gran festin para los -cuervos; que volviésemos á escribir y hablar el latin eclesiástico -en vez de estas lenguas modernas cuyas primeras palabras han sido -tambien el primer balbuceo de la política láica; que eleváramos -para reemplazar nuestras fábricas y nuestras máquinas, un cordon -de fortalezas y otro cordon de monasterios, y sustituyéramos al -telégrafo el mensajero y al vapor el rocinante de los nobles ó -el rocin de los plebeyos; que la retorta química donde se ha -descompuesto el agua y el aire y se han encontrado elementos nuevos -necesarios á la vida, se sustituyera con la cocina de los alquimistas -y el espectro solar y el telescopio herscheliano con los horóscopos -y la quiromancia; que pulverizáramos la Vénus de Milo, el Apolo -del Belvedere, las Gracias de Siena y pusiéramos en su lugar las -esculturas bizantinas de los siglos décimo y undécimo con sus -cuerpos groseros como la barbarie y sus labios contraidos por el -<i>Dies iræ</i> de la desesperacion y de la muerte; que volcáramos de -nuevo el infierno con todos sus horrores sobre la tierra desgarrada -y devolviéramos su viejo poderío al demonio de la Edad Media; que -eleváramos en el trono de<span class="pagenum" id="Page_127">[p. -127]</span> la autoridad un esqueleto inmenso con la guadaña por -cetro y en las alturas del infinito el implacable semítico Dios de la -cólera y de la venganza. La reaccion artística se ha verificado. Ha -tenido su estética y ha tenido sus pintores en Alemania. El fresco -de Overbek trazado sobre el exterior de la casita de San Francisco -en la iglesia de la Porciúncula, es uno de sus más bellos monumentos -y una de las más felices imitaciones de la Edad Media. Yo no puedo -ver sin verdadero entusiasmo las obras de los artistas místicos de -los siglos católicos, porque tienen las dos condiciones esenciales -al arte, la inspiracion espontánea y la naturalidad completa. Pero -yo no puedo ver sin repugnancia las figuras modernas que no han -nacido de la cándida fe, sino del recalentado estudio. La escuela -académica, con sus griegos y romanos de convencion, paréceme fria y -mentida; pero la escuela pre-rafaelista, con sus santos de encargo, -paréceme reaccionaria y absurda. Los pintores como Giotto, como Fra -Angélico, que es la más alta expresion del misticismo artístico, han -pensado y han sentido lo que han hecho; y sus ángeles y sus Vírgenes -y sus Cristos traen visiblemente en los ojos y en los rostros un -divino resplandor de los cielos. Pero estas figuras convencionales de -Overbek no tienen ni siquiera un reflejo de sus inmortales modelos. -Aquellos<span class="pagenum" id="Page_128">[p. 128]</span> grandes -artistas han descuidado los cuerpos como cosa poco apreciable en -las edades olvidadas de la naturaleza; pero han reconcentrado la -idea purísima y el puro espíritu en los rostros, de una expresion -inimitable por el candor y la profundidad del sentimiento, absorto en -las divinas contemplaciones y en los arrobados trasportes: Overbek, -más sabio, más matemático, dibuja mejor que sus maestros los cuerpos, -ciertamente; pero no acierta, ni de léjos, á pintar como ellos los -rostros. Y es porque los pintores místicos sólo han debido convertir -los ojos á sí mismos para encender en fe y caridad á sus santos, -miéntras los pintores neo-católicos han fingido unas creencias y una -inspiracion que realmente ni recogian por sus venas en la naturaleza -y en la temperatura de este nuestro siglo, ni llevaban dentro de sí -como una idea innata.</p> - -<p>Hay tiempos de mucha fe, que son poco propicios al arte. Para -persuadirse de ello, basta contemplar uno de esos Cristos bizantinos -que han brotado de la religion más pura, que han sido adorados con -el fervor más intenso, que han hecho los milagros más patentes, pero -que hieren todo sentimiento estético por su monstruoso dibujo y su -deforme rostro. Mas preguntadle á un creyente, y los proclamará obra -perfecta de los ángeles del Empíreo. Los que al ver una estatua<span -class="pagenum" id="Page_129">[p. 129]</span> griega creian ver al -demonio, son tan poco artistas como los que al ver un cuadro místico -sólo se fijan en las incorrecciones de la forma y no sienten la -ingenuidad de la fe. Ciertamente se puede aprender mucha religion -en San Justino, San Basilio, San Cirilo y San Clemente; pero no se -puede aprender mucha estética, si es verdad, como afirma Toulgoüt -en su sábia obra de los <i>Museos de Roma</i> y Rio en su <i>Historia del -Arte Cristiano</i>, que sostenian la tésis de la fealdad material de -Cristo. Lo que sí puede asegurarse es que la práctica de esa tésis -se encuentra en casi todas las obras anteriores al nacimiento -de la pintura y de la escultura modernas. La crucifixion, que -luégo ha sido la apoteósis más pura del dolor, que ha inspirado á -Rafael su Camino del Calvario ó Pasmo de Sicilia; á Velazquez y á -Murillo sus dos Cristos en la agonía; á Rubens y á Rembrandt sus -Descendimientos; á Miguel Ángel su Soledad al pié de la Cruz con -el Divino Hijo muerto en los brazos; esa tragedia, quizá la más -reproducida de todos los Evangelios, no fué jamas pintada por los -primeros pintores hasta fines del siglo séptimo, en que el Cánon de -un Concilio celebrado en seiscientos noventa y dos, permitió asunto -tan religioso á los buriles y á los pinceles. La maternidad misma de -María, fuente inagotable de inspiraciones profundísimas, no aparece -en los prime<span class="pagenum" id="Page_130">[p. 130]</span>ros -tiempos. La Vírgen es una cándida jóven, sencillamente vestida, de -pié siempre, la mano sobre el corazon, los ojos en el cielo, y sólo -más tarde surge contemplando un cielo más bello y más extenso en las -tiernas miradas de su Divino Hijo.</p> - -<p>En el arte precisa buscar, no lo más religioso, sino lo más -bello, y es lo más bello lo más inspirado, y es lo más inspirado -lo más natural y espontáneo. El poder creador del genio se parece -al poder creador del Cósmos, en que muestra la relacion misteriosa -del espíritu con la naturaleza y la no ménos misteriosa de la -naturaleza y del espíritu con Dios. Sin duda por esta razon, las -obras espontáneas llevan el sello de la originalidad y de la vida, -en tanto que las obras imitadas llevan el sello del artificio y de -la decadencia. Sumergíos en el océano de la poesía nativa, recoged -luégo el espíritu universal de vuestros tiempos, inspiraos en -vuestra propia personalidad, y obtendréis la expresion bella de la -idea, mereciendo el nombre de artistas. Cada siglo tiene su propia -inspiracion. Y en el nuestro, así como ha crecido el Universo, ese -teatro de la idea en sus más primitivas manifestaciones; y ha crecido -la Historia, ese teatro de la libertad; y ha crecido la sociedad, -ese teatro del derecho, debemos esperar que crezca el arte, donde -llega, por intuiciones sobrehumanas, lo<span class="pagenum" -id="Page_131">[p. 131]</span> finito á compenetrarse de lo infinito, -y el alma del hombre á enrojecerse en la sustancia de Dios. -Cuando la antigua mitología llegó al mito de Psíquis, de la jóven -misteriosa que deseando conocer el Amor, encendiera su lámpara, y -solamente lográra verlo perderse entre los astros; en este mito, -que desconcertaba la armonía del alma con la naturaleza, diríase -perdido para siempre el arte, brotó la idea cristiana, y el alma, -triste, desolada, llorosa, encontró á Dios. Pues en nuestro tiempo -busca tambien la razon algo tan misterioso como el espíritu que, al -comenzar nuestra era, se escapára de su seno y se perdiera en el -cielo. Fiemos en que encontrará para el arte una zona más espléndida -y una esfera más lata, donde se compenetren lo finito con lo infinito -sin necesidad de restaurar ni los ídolos del Paganismo, ni los ídolos -de la Edad Media.</p> - -<p>Así, en el monasterio de Santa María de los Ángeles, ni las largas -líneas de Vignola, ni los aparatosos cuadros de la escuela boloñesa, -ni las secas pinturas de Overbek, ya quebrantadas y borrosas como -la reaccion de que han sido símbolo, llegan á conmoveros como os -conmueve la casita, la Porciúncula, pobre choza de la oracion, -donde un verdadero penitente ha padecido y ha llorado. Despues de -visitarla, despues de recoger<span class="pagenum" id="Page_132">[p. -132]</span> la idea que se escapa de sus piedras, ya podeis dirigiros -al monasterio de Asis y penetrar en sus góticas bóvedas y recibir -en vuestra alma el presente de grandes y profundas emociones con la -evocacion misteriosa de una sincera fe. Y penetrados de estas ideas, -nos dirigimos al monasterio y al sepulcro de San Francisco.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>III.</h3> -</div> - -<p>Allá, en las alturas, sobre dos series de marmóreos arcos -sobrepuestos, se alza el monumento, cenobio, palacio, iglesia, -castillo, resúmen de la vida en edades verdaderamente religiosas. -Entre sus muros y sus ojivas descúbrense, todavía más arriba, la -ceñuda fortaleza con sus almenas medio destruidas; á un lado las -colinas formando como abreviada cordillera; á otro lado la ciudad con -sus edificios agrupados en torno de várias originales iglesias; al -pié un torrente, ahora seco, el cual debe arrastrar gruesos cantos -rodados y debe venir en la estacion de las lluvias con ruidoso -ímpetu. La severidad del paisaje, solemne, sobrio, majestuoso, -verdadero cuadro de la escuela de Umbría, os prepara bien á la -solemnidad de las reli<span class="pagenum" id="Page_133">[p. -133]</span>giosas emociones. Una puerta tosca, una cuesta agria, -várias casas suspendidas entre las breñas, algunos olivos retorcidos -cual si los azotára siempre el viento y con las raíces fuera de la -pedregosa tierra, semejando á uno de esos dibujos con que Doré ha -ilustrado la <i>Divina Comedia</i>, son los únicos objetos que veis al -llegar á la entrada del monasterio, y, en verdad, os invitan todos al -recogimiento y á la penitencia. Un claustro se abre á vuestra vista, -un claustro prolongadísimo, de arcos airosos, de delgadas columnas. -Ni un viviente, ni una sombra; algunas golondrinas juguetean por -aquellas largas líneas; menuda lluvia primaveral da sedoso lustre á -la hiedra pegada por las piedras, y airecillo suave agita las largas -guirnaldas de zarzas que festonean los muros. El edificio es de un -exterior austero, la puerta de un trabajo prolijo, las ventanas -de un gusto puramente gótico, todos los objetos que os rodean, -de un aspecto monástico; y, peregrino del arte como sois, vais -comprendiendo hasta identificaros casi con ellos por la fuerza del -pensamiento á los peregrinos religiosos, venidos de luengas tierras y -anhelantes por aplicar los labios á la losa de un sepulcro donde se -guardan torrentes de vida para las almas.</p> - -<p>Hay tres iglesias sobrepuestas como los términos de una -argumentacion escolástica; como las<span class="pagenum" -id="Page_134">[p. 134]</span> gradas de una escala mística, como -las iniciaciones de las sectas, como los tres mundos, el de las -sombras y de la muerte, el de la vida y de la prueba, el de la luz -y de la gloria, siendo, en realidad, toda aquella aglomeracion de -místicos edificios, una teología en piedra. Lo primero que hacemos -es descender á la iglesia subterránea, especie de caverna que guarda -la tumba del santo. Las sombras se palpan, y la escasa luz que os -guia sólo sirve para aumentarlas. Creeis descender al centro de la -tierra y despediros para siempre del aire y de la luz. Fria humedad -os penetra hasta los huesos, y el humo de las lámparas y el olor del -incienso os dan la idea de que entrais en esferas sobrenaturales como -en alas de algun genio, porque todo cuanto os circunda se aleja de la -realidad y se acerca á la region de los sueños. Por fin, á la dudosa -luz mal reflejada en los mármoles, bajo lujoso templete, tras una -verja dorada, veis el sepulcro de San Francisco. Excesiva devocion lo -ha ceñido con adornos modernos y lo ha coronado con lujoso templete, -ántes propio de jardin que de cenobio. Cuadrábale mucho más la -caverna tosca, la soledad mística, la losa desnuda sobre la cual -cayeran gotas filtradas por las peñas y lágrimas desprendidas de la -fe. Es más poética que esta decoracion de nuestro tiempo, la creencia -de la Edad Media. Para aque<span class="pagenum" id="Page_135">[p. -135]</span>llos fieles, San Francisco no ha muerto; está de rodillas, -en penitencia, en oracion, plegadas las manos, extáticos los -ojos, allá en lugares inaccesibles hasta para las águilas, donde -sólo pueden llegar las estrellas, intercediendo por nosotros los -mortales, desarmando la cólera de Dios; y no subirá al Empíreo y no -entrará en la gloria sino despues del Juicio, cuando, destruida la -tierra, evaporados los mares, en cenizas los astros, en pavesas los -soles, consumada la obra providencial, haya podido, ofreciendo el -holocausto de sus dolores por nuestras culpas y llamando la inefable -misericordia sobre nuestros huesos, rescatar el mayor número de -almas para el cielo y gozar así en paz eternamente de su propia -bienaventuranza.</p> - -<p>De todas suertes, profanado ó no, afeado ó no, es uno de los -monumentos más gloriosos que hay en el planeta; es una de las piedras -que señalan el camino de las edades históricas; es uno de los núcleos -donde se ha condensado la materia cósmica de las ideas y se ha ido -formando este cometa de orígen divino y de órbita incalculable -que se llama el humano espíritu. Oscuro jóven, de vida ligera, de -costumbres sensuales, de oficio vulgar; modesto comisionado de una -casa de comercio; sin ninguna instruccion y sin otras aspiraciones -que los divertimientos y los goces pro<span class="pagenum" -id="Page_136">[p. 136]</span>pios de su clase y de su edad, siente -cierto dia que extraña idea, como una chispa eléctrica, como un -efluvio magnético, se derrama por sus fibras, por sus nervios, por -sus venas; y agitado, febril, convulso, arroja los arreos de placer, -de fiesta, de viaje; se ciñe cuerda de esparto á sus riñones y tosco -sayal á sus carnes; abraza la penitencia para sí, la predicacion -para los demas; y á sus sollozos, á sus palabras, á sus cánticos, la -tierra se conmueve como si la agitáran misteriosas palpitaciones; los -pajarillos del cielo suspenden su vuelo y se extasian; los lobos del -desierto pierden su crueldad y le lamen los piés; dejan los niños la -teta de sus madres para oirle; abandonan los jóvenes el lecho de sus -placeres para en las maceraciones imitarlo; cuelgan las doncellas los -velos virginales y los largos envidiados cabellos para desposarse con -el ideal religioso; los guerreros arrancan las cóleras á sus hígados -y los ódios á sus corazones; el señor se cree igual con su siervo; -los ricos reparten sus tesoros á los pobres; levantan los arquitectos -místicas naves que llevan las oraciones de la tierra al cielo; -esculpen los escultores santos que nadan entre los resplandecientes -íris formados por los brillantes vidrios y las notas lanzadas por -el órgano; empapan los pintores sus pinceles en la fe y nos suben -al Empíreo y bajan hasta el alcance de nues<span class="pagenum" -id="Page_137">[p. 137]</span>tros ojos de carne los ángeles y los -serafines que agitan sus áureas alas en la luz increada; cantan los -poetas en lengua no aprendida, como las aves, todas las efusiones -del amor encendido en las creadoras divinas llamas; predican los -teólogos una ciencia más amplia y más cercana á los arquetipos de -la eterna verdad y de la hermosura eterna; se trasforma y como que -se derrite el mundo feudal de tosco hierro donde estaban atadas -todas las cadenas; y sobre los dolores humanos se entreve que, así -como la Biblia ha sido completada por el Evangelio, el Evangelio se -va completando por otra revelacion: por la revelacion del Espíritu -Santo, en cuyo seno renace más puro el Universo y se purificarán como -en resplandores etéreos nuestras oscuras almas.</p> - -<p>¡Oh! La historia entera es una escala de sepulcros. El sepulcro de -los Faraones en las pirámides del desierto separa el mundo oriental -del mundo occidental; el sepulcro de Alejandro en Egipto separa el -viejo mundo griego y asiático del mundo romano naciente; el sepulcro -de Cristo en Jerusalen separa la historia antigua de la historia -moderna; el sepulcro de Mahoma en la Meca separa la edad pagana en su -raza de la edad monoteista; el sepulcro de Carlo-Magno en Aquisgran -separa los tiempos teocráticos en la Edad Media de los tiempos -feudales y militares; el se<span class="pagenum" id="Page_138">[p. -138]</span>pulcro de San Francisco en Asis señala verdaderamente la -decadencia del espíritu feudal y los primeros albores del espíritu -moderno. Este siglo décimotercio es un siglo de resúmen de toda una -civilizacion, como lo fué el siglo primero de nuestra era respecto á -la antigüedad. Resume la ciencia católica en Santo Tomás; resume la -política católica en San Luis; resume la poesía católica en el Dante; -resume el poder católico en Inocencio III; resume la pintura católica -en el Giotto; resume la legislacion católica en Alonso X; resume la -escultura católica en Nicolás de Pisa; resume la vida católica en -San Francisco de Asis. El genio católico ha escrito su testamento y -por los bordes del horizonte raya un nuevo genio. El sepulcro que -adoramos es como un planeta donde han surgido con la vegetacion -frondosa de nuevas ideas los organismos varios de una nueva sociedad. -¡Gloria á San Francisco!</p> - -<p>Y subimos á la segunda iglesia. La necesidad de ver la luz y -de respirar el aire que sentiamos despues del viaje subterráneo, -nos movió á salir al atrio y á detenernos un momento al pié de la -columnata. Allí contemplamos la vega lejana, las montañas azules, el -cielo trasparente, de ese color clarísimo que toma en el Mediodía -tras una fuerte lluvia, y nos enteramos de cierto sepulcro esculpido -allí, obra de Nino y propiedad de un tirano<span class="pagenum" -id="Page_139">[p. 139]</span> de Pisa, demente furioso como todos los -déspotas, dado al lujo oriental, que no recibia á nadie si no se le -presentaba de rodillas, que jamas aparecia en público sino vestido -de lucientes ropajes todos sembrados de pedrería y ceñido de sacros -relicarios primorosamente cincelados; y que forzaba á los artistas á -regalar con obras maestras y dones cuantiosos á su impúdica esposa -y á construir para él sin retribucion alguna tumbas primorosísimas, -puestas bajo la proteccion de San Francisco para que le libertára de -sus propios remordimientos y le conciliase la divina misericordia. La -intercesion del Santo le habrá podido valer en el cielo, pero no le -ha valido en la historia.</p> - -<p>Al cabo entramos en la segunda iglesia, cúspide de la iglesia -subterránea y base de la iglesia superior, pues no debe olvidarse que -los tres monumentos ocupan el mismo espacio, sobrepuestos unos en -otros. Sus arcos ojivales, que se encorvan para soportar el peso del -edificio de arriba; sus ventanas góticas, que ciernen resplandores -crepusculares y dudosos; su pavimento tapizado de lápidas fúnebres, -que os hablan mudamente del dogma de la inmortalidad y de la muerte; -sus paredes, en las cuales se destacan blanquecinas estatuas entre -las negras sombras; sus cuadros, en que brillan profusamente ángeles -y santos y vírgenes y már<span class="pagenum" id="Page_140">[p. -140]</span>tires con sus palmas verdes en las manos y sus aureolas -de oro en las sienes; el color azul oscuro de las bóvedas, todas -sembradas de estrellas como si vinieran al santuario para beber -la luz con que han de iluminar los espacios; las figuras de los -frescos, desprendidas casi de lo alto para flotar en la atmósfera -de incienso; las columnas, levantándose y abriéndose cual troncos y -copas de misteriosos árboles, cual ramas de ideal vegetacion; las -cabezas aladas entre los festones de mirto y de acanto; los vidrios -de colores, que recogen el esplendor del dia y lo descomponen y lo -reverberan en los mármoles, tiñendo desde las losas más profundas -hasta las más elevadas aristas con los matices del íris; todas -estas formas del arte, todos estos símbolos de la idea, todas estas -aspiraciones á lo infinito os dan tal emocion, que vuestras rodillas -flaquean, vuestros ojos se sumergen involuntariamente en el éxtasis, -y vuestra alma, desprendida de su cárcel de barro, busca, subiendo -por la escala mística de la religion, el orígen misterioso de tantas -inspiraciones sublimes, la esencia incomunicable del Eterno.</p> - -<p>El monasterio de Asis no es grande sólo bajo el aspecto -religioso; es grande tambien bajo el aspecto artístico. En Italia, -estos maravillosos edificios señalan épocas de trasformaciones del -espíritu universal. Las Catacumbas guardan los<span class="pagenum" -id="Page_141">[p. 141]</span> comienzos del nuevo genio, la semilla; -San Márcos de Venecia, los maestros mosaistas venidos del Oriente y -depositarios de la tradicion de Bizancio, la raíz; San Francisco, -la peregrinacion de los artistas que han roto el yugo bizantino -y han fundado el arte moderno desde la segunda mitad del siglo -décimotercio hasta la primera mitad del siglo décimocuarto: Pisa, -en su cementerio, el crepúsculo vespertino del siglo décimocuarto y -el crepúsculo matutino del siglo décimoquinto; Florencia, el siglo -décimoquinto en todo su esplendor, el despertar de la naturaleza -en toda su veracidad, las estatuas de Donatello, las puertas de -Ghiberti, los frescos de Masaccio, la cúpula de Brunelleschi; -Siena, Orvieto y Perusa, los albores del siglo décimosexto; la -primera, sobre las paredes de la Sacristía animados por el pincel de -Pinturrichio; la segunda, sobre la capilla de la Catedral donde ha -pintado Signorelli su Ante-Cristo y su último Juicio; la tercera, en -la sala del Concilio, donde ha dejado Perugino sus vistosos héroes -semejantes á los héroes del poema de Ariosto, con su nacimiento, -parecido al nacimiento de una nueva edad; y el Vaticano, en la -Capilla Sixtina con los Profetas y las Sibilas de Miguel Ángel, -y en las estancias, con las Musas y los filósofos y los doctores -de Rafael, la plenitud del arte que es tambien la plenitud de la -vida.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_142">[p. 142]</span></p> - -<p>No os cansariais jamas de contemplar las maravillas de Asis -en su segunda iglesia. Giunta de Pisa, el último de los maestros -bizantinos, ha dejado al entrar en la Sacristía tosco retrato de -San Francisco, despedida de un tiempo y de un genio que se alejan. -Giotto ha pintado la bóveda del altar mayor quizas despues de un -diálogo con Dante: que el altísimo poeta empezó por aspirar á fraile -francisco y concluyó por inscribirse en la órden Tercera, donde eran -tambien admitidos los laicos. Desde el retrato de San Francisco, -pintado por Giunta, á las Virtudes de San Francisco pintadas por -Giotto, media una de las más señaladas evoluciones del genio, una -de las más decisivas fases del espíritu. Giotto, pobre pastor, pasa -del aprisco al taller, conducido por Cimabue, y la mano cansada -del maestro y la mano inexperta del discípulo, al juntarse, juntan -dos eslabones de la cadena del tiempo, dos puntos de la misteriosa -línea de la idea. Nadie ha sabido pintar la leyenda franciscana como -Giotto, porque nadie tenía más títulos para pintarla ni más motivos -para comprenderla; el cenobita rompe el cristianismo tradicional -y funda un cristianismo más democrático y más humano; el artista -rompe el arte bizantino, el arte hierático, y funda un arte más -cercano á la naturaleza y más inspirado en la humanidad; son dos -térmi<span class="pagenum" id="Page_143">[p. 143]</span>nos de la -misma idea, dos fases de la misma edad, dos matices de la misma -alma. Así, convertid los ojos á la bóveda del altar mayor, recoged -la luz cernida por los vidrios de colores, y ved como evocaciones -del Renacimiento, como albores de la nueva idea, como almas que han -roto la coyunda teocrática y han venido á otros tiempos, aunque -todavía traspasadas por el clavo de la servidumbre, esas tres figuras -capitales en los compartimentos, las tres mujeres que representan las -tres virtudes primeras de la órden: la Pobreza con sus harapos al -cuerpo, con su soga al cinto, con sus cabellos esparcidos, seguida -de una flaca perra que le ladra; la Obediencia, con una mano en los -labios y otra en las reglas monásticas, pronta á imponer el yugo -á extático monje de hinojos á sus plantas; la Castidad, orando en -lo alto de una torre, defendida por dos ángeles y desoyendo las -seducciones que le envian en coronas y palmas.</p> - -<p>Adonde quiera que volveis los ojos, encontrais nuevos motivos -de admiracion y de asombro. Los artistas corren á porfía al -convento sacro, cual si hubieran adivinado que allí estaban los -dos manantiales eternos de toda inspiracion: Dios y libertad. -Asis aparecerá siempre como cenáculo de los discípulos del Giotto -y como santuario de esta escuela. Tadeo-Gadi, á quien Giotto -tuvo en<span class="pagenum" id="Page_144">[p. 144]</span> las -fuentes bautismales y á quien debió la órden franciscana una serie -de pinturas maestras, ha engrandecido con su pincel suavísimo -el crucero. Buffalmacio, sobradamente aficionado al naturalismo -y olvidado del ideal, ha esparcido allí tambien reflejos de sus -creaciones, como la trágica aparicion de Cristo á la Magdalena. -El consumado dibujante, el colorista animadísimo, el precursor de -la perspectiva, el maestro de los primeros escorzos, el inmortal -Stefano, llena con una gloria maravillosa los espacios del ábside, -gloria por desgracia perdida. Cavallini, cargado de años y de -laureles, seguido por un culto universal, despues de sus triunfos -en Roma y en Florencia, se acerca á este santuario y pinta en el -crucero de la izquierda la escena última de la terrible tragedia de -Cristo, la última hora del Calvario, el Salvador iluminado por la -tempestad en su alta cruz y en su postrimer agonía, con caballeros -armados á sus piés, que tienen toda la energía del feudalismo, y en -torno de su cabeza ángeles suaves, arrobados, místicos, que tienen -toda la dulzura y todo el idealismo de una plegaria. Capanna va, se -encierra allí, se consagra al arte y á la penitencia, muere mártir -de su devocion por el santo y de su entusiasmo por el santuario, -dejando como un símbolo de su propia desgracia y como una imágen de -su sacrificio, el sepulcro<span class="pagenum" id="Page_145">[p. -145]</span> de Cristo. Giottino siente tambien el mismo deseo de -todos los artistas que aspiraban á dejar una página en el poema de -Asis y corre á encerrarse dentro de sus muros sin hallar espacio -suficiente á sus creaciones y sin poder teñir con su pincel más -que un rincon de la capilla de San Nicolás, yéndose desde allí al -convento de Santa Clara, la discípula de San Francisco, fundadora de -una órden de mujeres que se calcaba sobre la regla de su maestro. -Las enfermedades que le sobrecogieron no le dejaron concluir sus -trabajos, y tan escaso de fortuna como de gloria, entristecido por -su propio natural y por la pública ingratitud, siempre solitario, -siempre encerrado en sí mismo, de claustro en claustro, pidiendo el -trabajo como otros piden el pan, pasó de Asis á Pisa, de un cenobio -á un cementerio, para pintar como en holocausto á Dios y obtener -para la otra vida, único pensamiento suyo y objeto exclusivo de sus -meditaciones, el perdon á sus culpas y el reposo que le habia negado -la tierra. Y aquel paso de Giottino desde Asis á Pisa, determina otra -peregrinacion general de los artistas desde el uno al otro santuario. -Mas para que nada falte en la Iglesia baja de San Francisco, tambien -se ve una Vírgen de Cimabue, del pintor en quien acaba el arte -bizantino y empieza el arte moderno. Y entre tanta maravilla hay unos -cuadros de Simone<span class="pagenum" id="Page_146">[p. 146]</span> -Memmi, á quien su devocion llevaba á pintar como los bizantinos y -su natural como los giotistas. Amigo de Petrarca, cual Giotto fué -amigo del Dante, retrató á Laura despues de muerta; pero con tal -inspiracion, que el poeta amante cree ver al pintor trasladándose -desde la tierra al paraíso á fin de entrever la mujer querida, como -un ideal sobre cuyos contornos apénas se suspende el velo de las -formas. Pincel así no debia faltar en santuario por excelencia del -arte cristiano; de esta suerte puede asegurarse que todas las obras -representativas del genio italiano, que es el genio moderno, desde -las florecillas de San Francisco hasta las estancias de la Divina -Comedia y desde las estancias de la Divina Comedia hasta los sonetos -de Petrarca; todos los comienzos de las artes pictóricas, desde -Giunta de Pisa basta Cimabue, desde Cimabue basta el Giotto, desde -el Giotto basta Simone Memmi se anidan, como un coro de ruiseñores -inmortales, en las sombras misteriosas de este monasterio, una de las -cimas indudablemente del humano espíritu.</p> - -<p>La verdad es que la pintura moderna, despues del Tabor que -encuentra en Asis, está definitivamente fundada. Los discípulos del -Giotto recorren desde allí toda Italia y practican el nuevo arte. -Revolucion tan profunda no podia verificarse sin protestas vivísimas -y sin tentativas de reaccion<span class="pagenum" id="Page_147">[p. -147]</span> poderosas. El Giotto habia concluido con la pintura -hierática, con el arte bizantino, de una ortodoxia y de una severidad -completas. Su genio innovador prescindió del tipo consagrado por la -tradicion y querido del pueblo. Atentar así á cuanto se habia adorado -hasta entónces, era para ciertas almas pagadas de lo antiguo, un -sacrilegio tan grande como atentar al mismo dogma. Las muchedumbres -creian que los Cristos deformes y colosales, que las Vírgenes rígidas -é inmóviles fueron obra de los ángeles, y un pintor láico, un pintor -profano se atrevia irreverente á corregir estas creaciones del cielo. -Por las venas ateridas de los grandes personajes sagrados se difundia -la sangre caldeada de la nueva vida; sus ojos se movian y miraban -con expresion á la manera de los mortales ojos; sus largas manos y -sus delgados dedos se amoldaban al humano tipo; sonreian aquellos -labios cerrados; bajo las vestiduras palpitaba su cuerpo y en torno -suyo comenzaba á brotar como nueva primavera toda la naturaleza. -Esto no podia tolerarse por los que estaban apegados á la tradicion -religiosa. El Giotto habia querido demostrar que Cristo podia ser -adorable, divino y ser tambien hermoso; la Vírgen llamarse mujer, -palpitar bajo el manto, moverse, vivir y ganar en belleza estética -y en carácter sagrado; los santos, tener los ojos y las manos como -nos<span class="pagenum" id="Page_148">[p. 148]</span>otros los -mortales pecadores y rezar y bendecir y atraerse la pública devocion; -los retratos entrar en los altares sin profanacion y sin necesidad -de conservar el medio primitivo, pueril, bárbaro, que deseando -manifestar la desproporcion entre lo divino y lo humano, ponia junto -á un Cristo gigantesco un hombre diminuto; reglas hieráticas muy -santas, pero en cuya rigidez se apagaba y moria la espontaneidad del -genio. Margheritone de Arezzo es el pintor que más vivamente protesta -contra estas innovaciones; el que más se aferra á la tradicion el -que con mayor empeño y porfía pinta segun el modelo de las antiguas -liturgias. Revelador instinto le dice que las nuevas figuras humanas -son tambien humanas ideas; que por los cuadros de la reciente escuela -se desliza una anticipada protesta; que rehacer el tipo del hombre -y de la mujer en el arte, equivale á rehacer el tipo pagano; que -evocar la Naturaleza, esa madre del pecado, vale tanto como evocar -el genio de la antigüedad para completar el genio del cristianismo; -que tras esta revolucion artística asoma una revolucion científica, -una revolucion religiosa, una revolucion política, en las cuales -se aneguen las tradiciones y sólo sobrenade la razon. Lo cierto es -que llama á la puerta de los conventos; que concita las iras de las -órdenes monásticas; que apela al Papa; que recibe de éste órden -para<span class="pagenum" id="Page_149">[p. 149]</span> pintar segun -la antigua usanza; que consume sus fuerzas provocando una reaccion -universal; que maldice de los innovadores y de sus procedimientos, -y como todos los reaccionarios de la historia, muere de dolor al -reconocer la impotencia de sus esfuerzos y la fragilidad de su -obra.</p> - -<p>Dominados por estos pensamientos subimos á la tercer iglesia, á -la iglesia superior, que se destaca allá arriba como una aureola. -¡Cuánta luz! Parece amasada en el éter de los espacios celestes. -Hasta su pavimento resplandece como si caminarais sobre el disco de -un astro. Las columnas se aligeran y se lanzan audaces á lo alto; -las ventanas se rasgan y se espacian; los vidrios suben por aquellos -claros y por aquellos rosetones para dar á la luz toda suerte de -cambiantes; las naves, de hermosa manera pintadas, semejan al cielo -lleno de bienaventurados que cantan en coro entre estrellas y flores; -la ornamentacion se enriquece en inacabables guirnaldas como si -pretendiese encerrar allí la universalidad de las cosas creadas; -los frescos tienen tal viveza y tal colorido que deslumbran; los -altares brillan maravillosamente cincelados tras verjas doradas de -una labor primorosa; el vértigo producido por tanto resplandor en las -alturas es tal, que os creeriais atravesando en sagrado tabernáculo -sobre las alas de los serafines el espacio infinito en pos del -divino<span class="pagenum" id="Page_150">[p. 150]</span> ideal, -eterna aspiracion del alma y eterno arquetipo del universo. Poblad -este templo y lo veréis animarse como si todavía estuvieran vivas -las ideas que lo levantaron al cielo. Los peregrinos se agolpan á la -puerta; los monjes cantan en el coro; los fieles se arrodillan al pié -de los altares; los oficiantes con sus capas de damasco y de brocado, -celebran la misa entre murmullos de oraciones que tomariais por el -aleteo de las almas; sube el incienso en espirales á las bóvedas -y baja la luz de las áureas lámparas y de las místicas ojivas; la -melodía del órgano llena de acentos angélicos las naves; la voz de la -campana llama desde la torre lo infinito y por los arcos, acabados en -un punto, como el pensamiento y la naturaleza acaban en la unidad de -Dios, se elevan las almas, cual por la escala de Jacob, á perderse, -huyendo de los dolores y de los desengaños terrestres, en el seno de -la eternidad.</p> - -<p>¡Cuán maravillosamente comprendian los hombres de aquella -edad el arte religioso! Estos tres templos elevados en el mismo -espacio, puestos el uno sobre el otro, me parecen la imágen de la -vida con sus raíces en el sepulcro y con sus cúpulas en el cielo. -¡Cuántos esfuerzos, cuántos trabajos, cuántas oraciones, cuántas -lágrimas, para subir desde ese antro húmedo, desde esas tinieblas -espesas, desde ese frio mortal de la última<span class="pagenum" -id="Page_151">[p. 151]</span> iglesia encerrada como el feto informe -en las entrañas de la tierra, á la iglesia media que se dilata, como -nuestra vida terrena, que mezcla sombras y luz como nuestras ideas y -nuestras pasiones, que quiere alzarse á lo infinito y se encorva y -se baja al peso abrumador de sus aspiraciones; hasta que al postre, -en el término de esta serie, en el último peldaño de esta escala, -en el esfuerzo último de ascension al ideal, se eleva la iglesia -superior como la sobrehumana transfiguracion alcanzada por nuestro -dolorosísimo sér, el cual, despues de haber pasado por el dolor y -por la penitencia, entra allá en el cielo para coronar la pasion de -nuestra vida que no debe concluir en eterna muerte, no, que debe -concluir y concluirá por divina resurreccion!</p> - -<p>Creeriais que va á reproducirse el apólogo aleman innolvidable -en aquellas trasformaciones sucesivas del arte. Parece que, nacido -en el fondo de las tinieblas y en las cavernas cercanas á la nada, -acostumbrado á la soledad y al silencio; sin oir más que el rozar -de las aves nocturnas con sus sedosas alas en vuestras sienes ó el -ruido de la gota de agua como lágrima eterna en los abismos; sin ver -más que la retina del buho y de la lechuza que os miran burlonamente -ó el fosfórico resplandor de los huesos descomponiéndose por la -humedad en la tierra, viene de pronto un genio<span class="pagenum" -id="Page_152">[p. 152]</span> y os dice que si quereis ver algo -superior le sigais y os lleva en noche serena de plenilunio á las -alturas y os enseña la casta luna en el zenit con su corona de -estrellas, saludada por el ladrido del perro y el canto del gallo -y la sonata del ruiseñor, obligándoos á creer, como hijo de las -tinieblas, aquel mustio resplandor pleno dia y á quedaros allí -contemplando eternamente la plateada faz del astro de las sombras, -como tomándola por la última expresion de la vida y por el último -grado de la luz. Y luégo otro genio os toma la mano y os muestra el -sol del mediodía, esplendente, luminoso, ardentísimo, ante el cual -es la luna como el fósforo de la oscura caverna y veis que el sol -pinta las flores, anima al coro de las aves, derrama á torrentes la -electricidad, enciende la sangre de todos los animales, suspende por -cadenas invisibles en torno suyo los planetas y aumenta con su luz y -su calor la vida. Y bien hallado en esta tierra hermosísima, desde -cuyo seno se descubre un sol tan espléndido, anhelariais quedaros -en ella, vivir eternamente en su regazo, cuando viene otro genio -superior y os lleva en sus alas á contemplar estrellas ante las -cuales nuestro sol es como la luna. Y allí quereis quedaros, puesto -que, triste helecho de una caverna solitaria, habeis subido hasta -ese grado superior de la vida, cuando viene un ángel y os ense<span -class="pagenum" id="Page_153">[p. 153]</span>ña algo mayor y más -hermoso; las ideas eternas, en cuya comparacion vienen á ser como -sombras los soles, y el Eterno Dios, en cuya presencia es como una -mustia luciérnaga todo el Universo. Y de ascension en ascension -habeis subido, materia informe, sombra espesa, niebla del vacío, á la -luz, á la vida, al amor, á la inspiracion, al arte, á la ciencia, á -las cimas últimas del cielo, á las últimas esferas del pensamiento, -hasta ver en sobrehumanas intuiciones al Creador, y en el Creador la -verdad, la bondad y la hermosura perfectas.</p> - -<p>Desde la iglesia de Asis nos fuimos á una montaña cercana, como -si tantas emociones nos hubieran dado el deseo, nunca satisfecho, -de subir y subir más. Cuando la tarde espiraba, las campanas del -monasterio tocaron el <i>Angellus</i> y llamaron á la oracion. No pude -reprimir, al impulso de aquellos sonidos, un vuelco de la sangre -que me recordó mi infancia y las mismas horas poéticas y los -mismos toques de la solemne campana y el mismo murmullo de mística -oracion. Las sombras de los siglos pasados se alzaron de sus -panteones y se suspendieron sobre la cima del cenobio para decirme -que en aquel campanario de San Francisco se habia saludado por vez -primera con lengua de bronce el crepúsculo, cuyo poético <i>Angellus</i> -habia corrido, en alas de las ideas, léjos, muy léjos, hasta las -islas de los mares índicos, hasta los de<span class="pagenum" -id="Page_154">[p. 154]</span>siertos de América, como un zodiaco de -misterios inefables que abrazára al planeta. Entónces me pareció oir -que al Ave-María de las campanas se mezclaba el Ave-María de las -piedras del monasterio, y al Ave-María de las piedras del monasterio -el Ave-María de todos los seres de la tierra, y al Ave-María de todos -los seres de la tierra el Ave-María de todos los astros del cielo -en universal plegaria. Y vi á los grandes poetas del siglo pasar -ante mis ojos; al que cantó la campana desde el momento en que su -materia candente hierve en el molde, hasta el momento en que su voz -solemne llama á los vivos y llora á los muertos; al que desde las -torres de Nuestra Señora saludó con su alegre campaneo el dia de -la resurreccion del espíritu humano alzado del sepulcro de la Edad -Media á la vida del Renacimiento; al que apartó de los labios del -alquimista desesperado la copa de veneno cuando los ecos del órgano -y el repique de la Pascua le dijeron que no se habia perdido la -esperanza; al que, cargado con todas las culpas y todas las dudas -de su edad, dolorido con todos los dolores humanos, calumniado como -amador de la vida y ansioso por el martirio y por la muerte, desde -las altas torres de Venecia agrandadas por el crepúsculo, sintió caer -los toques misteriosos del <i>Angellus</i> sobre la celeste laguna en que -comenzaban á retratarse las primeras estre<span class="pagenum" -id="Page_155">[p. 155]</span>llas de la tarde y oró con lágrimas en -los ojos, y al traves de las lágrimas y de las oraciones vió pasar -sobre las nubes del ocaso la Madre del Verbo con su manto celeste, su -extática mirada, la luna bajo las plantas, la mística paloma sobre la -frente, estrechando á todos los seres contra su seno inmaculado en -trasportes de maternal amor.</p> - -<p>¡Quién no verá en el misterio del crepúsculo, en las últimas -purpurinas nubes del ocaso y en las primeras rayas plateadas del -alba; lo mismo sobre la cuna que sobre la tumba del dia, esa fuente -de amor, esa estrella del mar, esa inspiracion del alma, á cuya -inefable hermosura consagran una letanía sin fin lo mismo las cosas -creadas que las ideas increadas, lo mismo los seres materiales en sus -límites que las obras artísticas en sus luminosas órbitas, Vírgen -y Madre, á cuyos piés baten las alas blancas los ángeles y á cuyas -sienes se agrupan las estrellas, eterno ideal que el corazon adivina -y que no puede alabar como se merece la tenue palabra, forzada -á enmudecer ante tanta virtud y tanta belleza en una religiosa -inexplicable oracion que sube al cielo como los vapores de la tarde, -como el aroma de las flores, como las nubes del incienso, á mezclarse -y confundirse en la aspiracion de todo lo creado hácia la increada -luz!</p> - - -<div class="apartado"> - <h3 title="IV."><span class="pagenum" id="Page_156">[p. 156]</span>IV.</h3> -</div> - -<p>La verdad es que no hay monumento como el de Asis, ni vida como -la de San Francisco para estudiar uno de los hechos históricos en -que más empeñada, repito, se halla la ciencia moderna; el nacimiento -de las leyendas religiosas. Cada una de estas piedras da testimonio -vivo de cómo un hombre, sujeto á todas nuestras condiciones, se -eleva en poco tiempo á lo sobrenatural, perdiéndose en los celajes -resplandecientes de la fantasía hasta convertirse su persona -histórica en mito, su vida real en soñada leyenda. Extraordinarias -facultades morales ó intelectuales, á la verdad, le adornan; exaltada -virtud, elocuente palabra, efusivo amor, le llevan á grandes -ideas y á grandes hechos: las gentes le siguen, los sectarios le -adoran, los discípulos lo magnifican y poco á poco la fantasía -inflamada lo trasfigura, y el arte, el buril y el pincel acaban la -obra iniciada, que crece y toma diversas fases en los espejismos -siempre movibles de las tradiciones. Despues de algun tiempo puede -resultar el pensamiento de Aristóteles, puede resultar la poesía más -verdadera que la historia, ó<span class="pagenum" id="Page_157">[p. -157]</span> el pensamiento de Platon que la belleza del mito sea -sólo el resplandor de su verdad intrínseca y el hombre del arte y -de la poesía aparezca más real que el hombre de la crítica y de -la historia. Pero venid á esta tierra de Asis; registrad estos -sitios consagrados por una de las más bellas figuras que guarda -en sus anales la humanidad; id á su casa, todavía señalada en las -tradiciones, donde encontraréis el recuerdo de los castigos impuestos -por su familia á la extraordinaria vocacion del santo; trasladaos á -la humilde choza en que ve al Crucificado en sus éxtasis y traza la -órden seráfica en sus meditaciones; salid luégo al templo-cenobio -y sentiréis cómo un jóven falto de ciencia y de letras, movido -sólo del amor, tras una vida exaltadísima por la intuicion de lo -sobrenatural y la práctica de las predicaciones; tras un sacrificio -contínuo por el bien de los demas hombres, puede tener en la piedad -de los creyentes cuna sobrenatural y sobrenatural sepulcro; herir en -la imaginacion de los poetas la tierra estéril y hacerla brotar un -raudal de inspiraciones; promover y despertar en la mente plástica -de los pintores un cielo de grandiosos pasajes que animen con -místicas reverberaciones y extáticas figuras tablas y lienzo, bóveda -y pared, claustros y altar; crecer en la fe de sus sectarios hasta -el punto de que combatan y mueran por su per<span class="pagenum" -id="Page_158">[p. 158]</span>sona ó por su doctrina, exaltando una y -otra hasta los límites altísimos de la leyenda y convirtiéndolas en -gracioso ideal de las venideras generaciones.</p> - -<p>Nada hay más rico que la leyenda religiosa de San Francisco -de Asis, y nada hay más sencillo que su vida histórica. Cierto -comerciante de paños y una buena mujer son sus padres. El comerciante -se llama Pedro Bernardone, y hace contínuos viajes allende los montes -en tierra de Francia. Á la vuelta de uno de estos viajes, encuéntrase -hermoso y esperado hijo allá por los años de 1182. La madre le -habia puesto ya el nombre de Juan; pero el padre, en recuerdo y en -agradecimiento á la tierra de Francia, donde se habia enriquecido, -le puso el sobrenombre de Francisco. Su educacion fué algo esmerada, -si se atiende á la rudeza de aquel tiempo. Aprendió medianamente el -frances en las conversaciones con su padre, muy dado á este idioma, -y tomó alguna tintura de latin eclesiástico en el mejor seminario -de su pueblo. Su juventud pasó encendida en todas las pasiones y -agitada por todos los placeres. Lo elegante de su apostura y lo -escogido de sus maneras; la varonil belleza del rostro; la gracia y -la fluidez de la diccion cierta vena poética para escribir versos; -cierta dulzura para cantarlos, dábanle renombre de galante y traíanlo -siempre en<span class="pagenum" id="Page_159">[p. 159]</span>tre -jácaras, comidas, aventuras, bullicios, serenatas, amores y orgías. -Habia en tales fiestas una especie de director á quien llamaban -rey, dándole baston ó cetro á la mano y ciñéndole á las sienes rica -corona de flores. El que tal cargo desempeñaba, distribuia los -papeles en las farsas públicas; dictaba á cada cual las canciones -y señalaba los sitios donde debia entonarlas; componia los coros y -los ensayaba; concertaba las parejas en los bailes; presidia las -comidas y las cenas. Así es que por las noches, en aquellas gozosas -fiestas, al verlo pasar precedido de las músicas, acompañado de los -humeantes hachones, dirigiendo numerosísima juventud que al són de -los instrumentos entonaba deliciosos coros, llamábanle todos alegría -de Asis, flor de sus campos, espejo de sus moradores. Su amor propio -era tan grande que recogia aquellas alabanzas y las guardaba en la -memoria, para repetirlas á cada instante; su ligereza tan extrema, -que requeria de amores á todas las jóvenes y no se fijaba en ninguna; -sus dispendios tales, que temia la familia verle disipar en las -larguezas de sus placeres los ahorros de tantos tiempos consagrados á -la economía y al trabajo.</p> - -<p>La ambicion se juntó á sus demas pasiones para que ninguna de las -tormentas humanas dejára de atravesar aquella alma. Los libros de -caballería le<span class="pagenum" id="Page_160">[p. 160]</span> -trastornaron el seso. En la Edad Media no existia esta inmensa -distancia que existe hoy entre la realidad y la imaginacion. Creíase -hacedero el realizar con la voluntad lo soñado en la mente. Un -caballo y una lanza; un pecho férreo y un brazo atrevido bastaban á -dar seguridad de emprender las mayores aventuras en aquella tierra -movediza, á cada paso abierta por las hendiduras de los volcanes, -deshecha por los sacudimientos de los terremotos, trasformada por las -contínuas catástrofes. Un reino desaparecia con la misma facilidad -con que se formaba otro. Del Norte venian tribus y del Sur tambien -que trastornaban geografía y política. La aparicion de un señor de -Alemania en los Alpes ó de una legion de Arabia en Sicilia, bastaban -á desconcertar todos los pueblos y á traer todas las guerras. Por -las alturas constituíase cualquier desalmado en príncipe feudal con -sólo tener fuerza á sujetar á los campesinos del llano y á limpiar -de competidores el monte. Así es que al ir Gauthier de Brienne en -demanda de Sicilia á disputar al grande Federico II, tan aborrecido -de los Papas, la posesion del hermoso reino, pensó Francisco de -Asis en seguirlo, en pelear á su lado, en ganarse á punta de lanza -un castillo ó un reino donde saciar su sed de placeres y ejercitar -la febril actividad de sus ambiciones. En sueños, despues de -haber corrido muchas tier<span class="pagenum" id="Page_161">[p. -161]</span>ras, peleado con innumerables gentes, ganádose fama de -héroe en repetidos encuentros y ruidosas víctimas, veia surgir de -los abismos á los aires riquísimo castillo, medio fortaleza y medio -palacio, con salones interminables donde campeaban, pendientes de -las paredes, arneses, penachos, cimeras, cascos, lanzas, broqueles, -manoplas, escudos todos riquísimos, capaces de deslumbrar los ojos -más acostumbrados á la plata, al oro, á la pedrería y preguntando á -quién pertenecian tantas maravillas, contestóle misteriosa voz que -á él y á cuantos paladines le siguieran. Sus deseos febriles y sus -ensueños inquietos llevábanle desde las aspiraciones del amor á las -aspiraciones de la ambicion Su biógrafo Celano le pone en los labios -esta palabra que no deja lugar á duda alguna sobre sus deseos de -reinar: <i>Scio me magnum principem futurum.</i></p> - -<p>Al principiar el siglo décimotercio, las cruzadas retroceden, -no porque hayan conquistado el sepulcro de Cristo definitivamente -perdido para la cristiandad, á pesar de las victorias del gran -Federico II; sino porque han conquistado las populares comunidades, -iniciacion de la democracia sembrada para siempre en el suelo de -Europa. La voz de los misioneros que siglos ántes produjera un pueblo -nómada y armado, el cual desde nuestro continente se trasladaba al -Asia y moria<span class="pagenum" id="Page_162">[p. 162]</span> -abrasado en el desierto por el fuego de las arenas y el fuego de la -fe, esa voz que llevaba disuelto el espíritu católico, se estrellaba -en el renacimiento de la libertad y en el creciente desarrollo del -trabajo. Pero San Francisco, uno de los fundadores de la democracia -religiosa que debia acompañar á la democracia política, fué á las -últimas cruzadas, separacion verdadera entre el término de los -tiempos feudales y el principio de los tiempos modernos. Con la misma -alegría de siempre y con la misma ligereza, como si corriera á una -de las procesiones ó á una de las fiestas de su valle, corre á las -cercanas costas, se embarca en las pesadas galeras, aborda á las -playas de Damieta, entra en el ejército cristiano, y no bastando á su -exaltado celo y á su febril impaciencia la marcha lenta de aquellos -caballos y caballeros abrumados bajo el hierro de sus armaduras -pesadísimas, anda á pié por el desierto, penetra en el interior del -África, se avista con el jefe de las tribus árabes de Egipto, le -predica la fe cristiana, le propone mostrarle entrando en una hoguera -y saliendo ileso la verdad del Evangelio y deja allí una órden de -penitentes para que rodeen con sus plegarias y con sus martirios de -una especie de escudo religioso y de fortaleza moral inexpugnable, -el Santo Sepulcro que no han podido rescatar ni la autoridad de los -reyes ni la fuerza de los ejércitos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_163">[p. 163]</span></p> - -<p>¿Cómo se ha verificado esta trasformacion maravillosa?</p> - -<p>Á la edad de veinticuatro ó veinticinco años, terrible enfermedad -le sobrecoge y le lleva á las puertas del sepulcro. Pero sale -triunfante de esta prueba, y en la convalecencia extrañas visiones -se dibujan confusamente por sus retinas caldeadas de ardentísima -calentura é hinchan su corazon de amores hasta entónces desconocidos, -como si toda su alma se desprendiese de las terrenales ligaduras y -sobrepuesta al cuerpo se recreára en contemplarse á sí misma y en -contemplar á traves de sus ideas, como á traves de claro vidrio, la -imágen de Dios. La fuerza de la costumbre, sin embargo, le llevaba -á sus antiguos placeres, cual si en ellos se encerrase toda su vida -y lo confundia con sus antiguos amores, cual si no pudiese sin -ellos pasar por este mundo. Un dia siente la ciudad estrecha, la -tierra árida, sus amistades insípidas, sus amores vanos, la campiña -de Asis como un desierto, el cielo como un pálido crepúsculo, sus -ambiciones como fantasmas y se propone desasirse del mundo y perderse -en ideal superior á la vida. Para llegar desde el torbellino y el -huracan de todos los placeres á este rudo ascetismo, habia necesitado -pasar por muchos y muy crueles tormentos. Lo que más le apenaba en -tan suprema crísis, era el horror que sentia hácia sí mis<span -class="pagenum" id="Page_164">[p. 164]</span>mo, el menosprecio de -todo su sér, el remordimiento por su pasada vida, sus locos placeres, -sus locas ambiciones. Aparecia deforme y monstruoso á la mirada más -escudriñadora y más segura; á la mirada de su propia conciencia. -Queriendo combatirse á sí mismo, se lanzaba al torrente de sus -antiguas alegrías á ver si en el ruido y en el movimiento ensordecia -su interior hasta no oir esas voces de reconvencion y de angustia que -le trastornaban. Pero las fiestas públicas aumentaban su tristeza, el -canto le sonaba á carcajada histérica, el vino le sabía á vinagre, -los manjares á hiel, la hermosura á frio esqueleto, el amor á hastío, -la amistad mundana á mentira, y sobre los trasportes del placer oia -la salmodia de invisible entierro que llevaba á sepultar en lo pasado -toda su existencia tal como hasta entónces habia sido. La soledad se -convirtió en su única compañera. Allí, apartado del mundo, se veia -frente á frente á sí mismo y analizaba sus pasados afectos y argüia -contra sus ambiciones como contra sus pecados. Muchas veces los -amigos le asaltaban, le sacudian para arrancarlo de aquel sueño, le -llevaban á las fiestas; pero él, deseoso de no desmerecer á los ojos -mundanos de aquellas gentes y no revelar las interioridades del alma, -pretextaba buscar un tesoro, é iba á encerrarse en oscura caverna -donde, entre ayunos, ma<span class="pagenum" id="Page_165">[p. -165]</span>ceraciones y penitencias, se alejaba de toda su vida -pasada y prometia y juraba abrazar otra vida contraria. Cuando -entraba en la caverna semejaba un hombre de este mundo, y cuando -salia semejaba un hombre de otro mundo, como si bajase de alguna -region sobrenatural, como si trajese en su retina y en su frente -resplandores de lejanos cielos, como si se trasparentára su recóndita -alma. Habia perdido toda idea del tiempo y del espacio en que estaba, -y tomado alas sobrenaturales y trasportádose á la tarde suprema del -Calvario, donde veia las tinieblas en los cielos y los terremotos -en la tierra; las piedras rompiéndose de dolor y las estrellas -disipándose en cenizas, la ciudad proterva iluminada por el relámpago -y el pueblo deicida iluminado por la ira; fuera los esqueletos de -su sepulcro y velados los ángeles en las nubes; las santas mujeres -confundiendo sus sollozos con los bramidos del huracan y el discípulo -amado y la Vírgen Madre al pié de la cruz en cuyos brazos pendia -el Hijo del Hombre sacrificado en desagravio al Eterno por rescate -de todas nuestras culpas, con la cabeza caida sobre el pecho, las -sienes traspasadas por espinas goteando sangre, abierto el costado, -desgarradas las manos y desgarrados los piés, próximo á lanzar aquel -último suspiro y aquel último gemido que llevó hasta la eternidad el -eco de nuestros dolores y la sombra de nues<span class="pagenum" -id="Page_166">[p. 166]</span>tras acerbas tristezas en aquella última -hora de la consumacion de todas las profecías por el holocausto de -la divina víctima y del milagro de nuestra costosa redencion por -el dolor y por el martirio. Y cuando habia visto todo esto con los -ojos y tocádolo con las manos, sus sienes se taladraban, se abria -su costado, llenábase de sangrientas nubes su vista, caíasele sobre -el pecho la cabeza, llagábanse sus manos y sus piés, sentia en el -alma todas las angustias como en el cuerpo todos los dolores del -divino mártir, y salia por calles, por encrucijadas, por campos -vertiendo lágrimas, pues aunque todos los seres creados llorasen -por toda una eternidad la muerte de Cristo, no llegarian al dolor -que tan sublime sacrificio debe merecer á la humanidad regenerada. -Y la transfiguracion de Francisco es como la transfiguracion de -Sócrates, como la transfiguracion de Cristo, como todas las grandes -transfiguraciones, en el dolor y en el martirio.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>V.</h3> -</div> - -<p>Los padres de Francisco se inquietaban mucho de los trasportes de -su hijo, ellos que no se habian inquietado tanto de sus placeres. -Pare<span class="pagenum" id="Page_167">[p. 167]</span>cíales -que en tal estado perdia la salud y arriesgaba la vida. Lo que -más les apenaba era ver el demacrado rostro, la rugosa piel, los -ojos vidriosos, las manos huesosas, la frente surcada, los pómulos -caldeados, trémulos todos los músculos, ahuyentado el sueño de -sus párpados enrojecidos, ocupada la mente de visiones, fuera de -su cauce natural la vida, como si perteneciese á otro mundo. Las -tradiciones refieren que un dia se fué á comunicar la vocacion de -penitente al padre desconsolado. Temblaba en los labios de Francisco -la palabra y crujíanle los huesos en las rodillas. Apénas acertaba -á proferir una frase, porque preveia cuánta amargura iba á derramar -en las paternales entrañas. Su familia habia soñado para aquel hijo -querido con una posicion desahogada, con un comercio agrandado, -con provechosos viajes allende los montes, con un matrimonio de -conveniencia, con un influjo político en aquellas repúblicas donde -ya comenzaba á sopreponerse la nobleza del trabajo á la nobleza del -combate. Imaginaos cuánta sería su pena al oirle que despreciaba -toda aquella fortuna aglomerada con tantos desvelos para él; que la -queria repartir entre los pobres; que iba á darse á la soledad y á -la contemplacion de las cosas eternas; que tosco sayal bastábale -para sus carnes manchadas por el pecado, grosera cuerda para -sus maldecidos ríñones,<span class="pagenum" id="Page_168">[p. -168]</span> las hierbas del campo para alimento, las cavernas para -vivienda y para reparar sus fuerzas, por toda licor el agua que -la lluvia deposita en las líneas de las peñas, donde las aves se -embriagan y toman fuerzas para perderse en lo infinito y henchirlo de -cánticos que son verdaderas alabanzas al Criador.</p> - -<p>Los padres no quieren jamas una carrera demasiado vertiginosa -para sus hijos, un ministerio que pudiera traerles mucha gloria, -pero tambien muchos dolores. Sublimemente egoistas, por preservarlos -hasta del tormento de las humanas grandezas y del vahido de las -inaccesibles alturas, los llaman á la felicidad vulgar que se -encierra siempre en las doradas medianías de la vida. El padre -de Ovidio no queria que su hijo cantase, como si adivinára que -los cantares le habian de arrastrar al destierro y le habian de -entristecer toda la existencia; el padre de Petrarca no queria -tampoco oir que fuese, aquél á quien habia consagrado para sacerdote -de la Iglesia, amante de las Musas, como si temiera dolores tan -agudos en gloria tan grande cual un amor sin esperanza; el padre -de Miguel Ángel le vedaba el buril, los pinceles y le arrancaba de -los talleres, adivinando aquel genio aislado en su gloria como el -Dios semítico en la eternidad, dolorido por las desproporciones -gigantescas entre las ideas y los<span class="pagenum" -id="Page_169">[p. 169]</span> medios de expresion, sin precedentes -y sin posteridad, sin mujer y sin hijos, sin familia y sin amigos, -sólo con el peso de sus pensamientos, grande, muy grande despues -de su muerte, pero desdichado, muy desdichado en la vida. El buen -comerciante Bernardone queria para su Francisco el hogar y no las -cavernas, el amor y no el tormento, la fortuna y no la miseria, la -felicidad y no el combate, un lecho mullido en invierno y no la -lluvia y el viento, un abrigo contra las tempestades y no el deshecho -oleaje de embravecido mar de lágrimas, la felicidad vulgar y no la -penitencia, la vida ordinaria y tranquila, pero no el dolor y el -martirio, aunque luégo le valiesen la inmortalidad. Así es que, ciego -de cólera, le castigó duramente. Todavía se enseña en Asis el sitio -donde le encerró y le ató para que no se escapase á emprender sus -vocaciones celestes. Todavía se ve en una Iglesia el fondo de la -oscura mazmorra, la efigie del santo en oracion, su cuerpo atado con -duras cuerdas, mustia luz iluminándole en aquel tormento aceptado -con resignacion como una nueva prueba de su amor á Dios. La madre, -la madre cariñosa, amante, con las entrañas desgarradas, fué á -soltar al pobre pajarillo enjaulado, á dejarle todo el aire y todo -el cielo por que suspiraba, áun á costa de verlo llevarse en aquel -vuelo desde el sacro nido al frio claustro<span class="pagenum" -id="Page_170">[p. 170]</span> su corazon á pedazos. El santo corrió -á su arbitrio por montes y por valles, se hincó en las alturas y se -encerró en las cavernas; predicó á las aves del cielo y á los hijos -del hombre; se armó contra todas las pruebas que pudieran aguardarle -de estas dos ideas, de que el dolor debia tomarse como un presente -del cielo y la muerte misma tenerse despues de sus horrores y de sus -tristezas como una perfecta vision de Dios. Pero su familia no podia -creer en esas extraordinarias vocaciones. El refran evangélico de -que nadie puede ser profeta en su patria, se confirma siempre. La -familia, los amigos, ven demasiado cerca las enfermedades del niño, -las pasiones del jóven, las faltas del hombre, las miserias de la -vida diaria para creer que pueda trasformar una edad, redimir un -mundo, torcer la corriente de los tiempos, levantarse á las alturas -donde brillan y truenan los héroes y los dioses de la historia. No -saben los seres vulgares, allá en su órbita estrecha, de cuánto -poder está dotada una fe profunda y de cuántas maravillas es capaz -una virtud incontrastable. En aquellos predestinados á renovar el -espíritu, á purificar la tierra, suele poner la previsora Providencia -facultades en armonía con sus maravillosos fines, como la naturaleza -da órganos en proporcion con sus respectivos destinos en la vida -universal á todos los seres orgánicos. Una<span class="pagenum" -id="Page_171">[p. 171]</span> vocacion extraordinaria, un trabajo -hercúleo, una elocuencia maravillosa, un amor incomprensible -al combate y al martirio, una inspiracion febril, suelen, -desequilibrando las facultades, dar al predestinado, juntamente con -inmarcesibles glorias, irremediables desgracias y defectos. Al fin, -toda verdadera grandeza se resuelve en verdadero martirio, y algo hay -por necesidad que quitar de todo cuanto favorece á la familia y al -hogar, en aquellos destinados á servir desde los resplandores de la -gloria, esa hoguera voracísima y martirizadora, á toda la humanidad y -á toda la tierra.</p> - -<p>Imagínese el efecto que produjera entre el vulgo ver convertido -en penitente al galan, y sus cánticos en sermones, y sus brocados -en sayal, y sus amores fáciles en heridas profundas, y sus orgías -en penitencia, y su vida ligera en muerte anticipada por el -sacrificio y por el martirio. Unos se reian á hurtadillas, pero -otros á mandíbulas batientes y en su cara. Los más le tenian por -loco. Tirábanle los chiquillos de la calle piedra y barro; azuzaban -los perros para que le mordieran; seguíanle en tropel como á un -bicho raro, mofándose de él, escarneciéndole, insultándole, entre -la pública algazara. Pero contra todas estas amarguras tenía el -pobre solitario su incontrastable resignacion. No hay sino leer el -capítulo octavo del libro titulado: <i>Fioretti di San Francesco</i>, que -se<span class="pagenum" id="Page_172">[p. 172]</span> encuentra á -cada paso por las librerías de Italia. Andaba el santo en compañía -de un su hermano en Cristo llamado Leon desde Peruza á la Vírgen de -los Ángeles, por mal camino y agrio tiempo. El viento era huracanado, -y el frio intensísimo. Viendo Francisco tiritar á Leon, propúsole -una especie de problema, á saber: que acertára dónde estaba la -verdadera alegría. Leon no podia acertar, y San Francisco le dijo: -¿Pues no es verdadera alegría volver el oido al sordo, el movimiento -al paralítico, la vista al ciego, la vida al muerto; ni saber -todas las lenguas, ni profesar todas las ciencias, ni descubrir -todos los misterios de lo pasado y los secretos de lo porvenir, -ni conocer las cosas divinas y humanas, ni predicar de tal manera -que se convirtiesen por un solo sermon todos los infieles á la fe? -encontraríase la verdadera alegría en que, al llegar á nuestro -convento, calados por la lluvia, transidos de frio, exhaustos de -fuerzas, muertos de hambre, y llamar á la portería, el portero -nos preguntase quienes éramos, y dándole nuestros nombres, nos -desconociese y nos creyese dos malhechores errantes por el mundo -en acecho de las ajenas haciendas, y saliera y nos agarrára por la -cogulla y nos derribára al suelo, y arrastrándonos sobre el barro -helado, nos diese con nudoso palo tal paliza, que nos quedáramos -ambos por muertos, amoratados<span class="pagenum" id="Page_173">[p. -173]</span> de los piés á la cabeza; que entre los dones del Espíritu -Santo el mayor es vencerse á sí mismo y soportar todas las injurias y -todos los dolores y todas las tribulaciones por la gloria de Cristo. -Así, al principio de su conversion, viéndole triste y cabizbajo sus -amigos, preguntábanle si se fijaba al cabo en alguna dama y padecia -de amor, á lo cual contestaba en el estilo caballeresco propio de los -libros más leidos entónces, que el amor le metia en su fragua y lo -abrasaba y lo enrojecia como á hierro candente, trastornándole por -una dama cuyo recuerdo tenía siempre en la memoria, y el nombre en -los labios, y la divisa en el pecho; la más noble, hermosa y buena -que podia soñarse, á saber: la pobreza, hija del cielo y tendida -sobre los estercoleros de la tierra, pero con poder bastante á -desasirlo de todas las miserias terrestres y elevarlo á la vision -de Dios y á la compañía de los ángeles, pues recibió á Cristo en el -establo y lo condujo hasta el Calvario, y cuando sus discípulos le -abandonaban y corrian á ocultarse de las iras de los tiranos y de las -furias de los elementos y la Vírgen Madre no podia llegar hasta su -divino cuerpo desde el pié de la Cruz, la pobreza, invisible, pero -presente en lo alto, le abrazaba y le veia más cerca que nunca como -la esposa inseparable del Redentor, tanto en vida como en muerte.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_174">[p. 174]</span></p> - -<p>Llevado de estas inspiraciones, fundó sobre aquel férreo mundo -feudal la órden de su nombre, que se alzaba en estas tres virtudes -capitales: en la castidad más pura, en la pobreza más grande y en -la obediencia más ciega, como holocaustos ofrecidos á la pasion y -á la memoria de Cristo. Y despues de haber consumido su vida en -la caridad; despues de haber organizado su Asociacion, compuesta -de pobres y humildes; despues de haber sido un ideal viviente de -penitencia, á los cuarenta y cuatro años, atormentado por todo género -de enfermedades, absorto en toda suerte de éxtasis, perteneciendo -á este mundo por los últimos eslabones del tiempo y de la vida, y -á otro mundo mejor por los llamamientos de su inquieto deseo, San -Francisco entró en agonía y al comprender que no le quedaba en este -bajo mundo cosa alguna por intentar, y que se iba á otra vida, -apretóse sayal y cilicio, amontonó como lecho propio de su cuerpo -desgarrado frias cenizas, hincó las rodillas y plegó las manos, puso -los ojos en el crucifijo, llamó á los monjes sus compañeros para que -en torno suyo entonáran al són del órgano la poesía y los cánticos -compuestos en las horas de místico deliquio, los cuales encerraban el -<i>Te Deum</i> consagrado por todas las cosas creadas desde el sol hasta -la luciérnaga á su Creador, y recibiendo la muerte en sus párpados -como si recibiera tran<span class="pagenum" id="Page_175">[p. -175]</span>quilo sueño, volóse el alma en pos de lo infinito, á la -manera de una melodía religiosa, de una nube de incienso, de una -amorosa plegaria, de una etérea llama.</p> - -<p>La muerte es verdadera trasfiguracion. El sér más vulgar crece y -se vuelve un sér sagrado en el sepulcro. Encierran los cadáveres en -su ataud sus errores, sus faltas y sus vicios, como si fueran los -gusanos de la podedumbre y sólo exhalan los aromas de la virtud, como -si la virtud solamente fuera el alma inmortal. No debiamos pintar la -muerte como un esqueleto, con los ojos cavernosos, huecos, vacíos, y -la guadaña en las huesosas manos despojadas de venas, fibras, nervios -y piel; debiamos pintarla como divino ángel, sonriente, gozoso, -luminoso, que recoge las almas en sus blancas inmaculadas alas y á -traves de lo infinito, entre los coros de las estrellas, se las lleva -para engarzarlas allá en la inmensidad de los cielos. El sepulcro -vacío, oscuro, silencioso, donde todo acaba, es un océano de luz y -de vida. El problema de nuestra existencia no está en vivir, sino -en morir; no está en pasar por este mundo, donde todos combaten, -quieran ó no; está en llegar al puerto seguro de la muerte, donde -todos descansan. La creencia general no se engaña cuando afirma que -nuestra tumba es cuna, nuestro ataud lecho, y el cadáver podrido -para este mun<span class="pagenum" id="Page_176">[p. 176]</span>do -un recien nacido para otro mundo mejor. Así, en cuanto el pobre -penitente de la Porciúncula se perdió en las tinieblas de la muerte, -comenzó á brillar en sus sienes la aureola de la inmortalidad. Todo -cuanto habia de vulgar en su vida, de desordenado en sus palabras, de -extraño en su proceder, de original y hasta insensato en sus maneras -y en sus costumbres, todo se perdió, y sólo quedaron los resplandores -de su alma en los cielos, las cadencias de sus cánticos en los aires, -las huellas de sus virtudes en la tierra, el eco de su predicacion -religiosa en los oidos, las llamas de su caridad en los corazones, -las historias de su vida y de su muerte trasformadas por la fe en una -religiosa leyenda. El calavera de los juegos y de las jácaras, el rey -de los festines orgiásticos, el ambicioso de principados y castillos, -el pobre loco á quien su padre ataba en una prision, el extravagante -insensato, á quien los pilluelos tiraban piedras, muerto, enterrado, -envuelto en esa tierra del sepulcro donde todas las grandezas -acaban, pasó á ser el santo de los santos, el nuevo Cristo con sus -manos y sus piés y su costado abiertos por la fe, el intermediario -privilegiado entre el cielo y la tierra que debe estar durante toda -la historia de rodillas en alturas inaccesibles para interceder con -Dios á favor de la Humanidad, el ángel del Apocalípsis, en<span -class="pagenum" id="Page_177">[p. 177]</span>trevisto por San Juan -desde su isla de Pátmos, que ha de venir, cuando los soles se -apaguen, y se pulvericen los mundos, y se enrollen los cielos como -un pergamino abrasado, á recoger las almas justas y guiarlas á las -serenas alturas y á la incomunicable presencia del Eterno.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>VI.</h3> -</div> - -<p>Conocido el San Francisco de la historia, precisa conocer el San -Francisco de la leyenda. Por poco que ésta se estudie, obsérvase -desde luégo un empeño preestablecido de aproximar la vida del Santo á -la vida de Cristo. La leyenda os dirá que se presentó hermoso ángel -á su madre en la preñez para decirle todo el precio de la criatura -engendrada en sus entrañas y para mandarle que pariera en pobre -establo. El guía que nos acompañaba por el intrincado laberinto de -las pendientes calles de Asis, decíanos en la Chiesa Nuova levantada -sobre el sitio que ocupaba la casa de San Francisco, enseñándonos una -puerta: «Por aquí entró el ángel enviado de Dios y por aquí salió la -santa madre á dar á luz su hijo en la cuadra y prepararle por toda -cuna un pesebre.» Francisco<span class="pagenum" id="Page_178">[p. -178]</span> tiene doce apóstoles y entre estos apóstoles un Júdas que -lo vende y se ahorca. De sus discípulos, uno fué arrebatado hasta el -tercer cielo como San Pablo; otro tocado en sus labios por carbones -encendidos para que cantára eternamente celestes alabanzas como -Isaías; éste, trasportado á ver cara á cara á Dios y á departir con -él amistosamente como Moises; aquél, suspendido de alas tan potentes -como las alas del águila de San Juan Evangelista, y el de más allá -canonizado por Dios mismo en la gloria, ántes de ser canonizado por -el Papa en San Pedro. Leed el capítulo primero de las <i>Fioretti di -San Francesco</i>.</p> - -<p>Cierto dia, el más noble y el más rico de los caballeros de Asis, -viendo la piedad de Francisco y la entereza con que soportaba todas -las injurias, llevóselo á su casa para examinar de cerca tanta -virtud. Acostáronse ambos amigos en el mismo cuarto, y Francisco no -se atrevia á rezar, temeroso de que Bernardo arguyera de farisáicas -sus devociones. Pero como fingiera éste haberse dormido pronto y -roncára con fuerza, el mendigo se hincó de rodillas y estuvo toda -la noche invocando á Dios para que socorriera á la desfallecida -humanidad. Al dia siguiente Bernardo pidió á Francisco que le -admitiera en su compañía y le dejára vivir su misma vida. Convino -éste, pero á condicion de ir juntos á misa y de consultar jun<span -class="pagenum" id="Page_179">[p. 179]</span>tos el Evangelio. -Tres veces le abrieron y tres veces toparon con las máximas que -prescriben dejar todos los bienes de la vida para abrazar la cruz -y no llevar al viaje de este mundo ni sandalias, ni zurron, ni -báculo, y repartirlo todo entre los pobres, sin desvelarse por el -vestido ó por el alimento, pudiendo estar seguros los buenos de que -les sostendrá quien sostiene á las aves del aire, las cuales ni -siembran ni cosechan, y de que les vestirá quien viste á los lirios -del valle, los cuales ni hilan ni tejen. Y las mayores riquezas -de Asis, que eran las riquezas de Bernardo, pasaron de sus manos -á manos de los pobres. Y un avaro llamado Silvestre, como viera -repartir tanto dinero á los franciscanos, reclamó el importe de unas -piedras entregadas al Santo para erigir piadosa iglesia. Y como si -los tesoros de Bernardo no hubieran de agotarse, díjole Francisco -al avaro que fuera á sus cajas y tomase cuanto le pidiese el gusto. -Sacó el avaro á su arbitrio las monedas que debian satisfacerlo, y se -encontró ménos satisfecho que nunca. Y vió en sueños á San Francisco -y de sus labios saliendo inmensa cruz, cuya cima tocaba al cielo y -cuyos brazos á Oriente y á Occidente. Y se convirtió y fué uno de los -doce apóstoles, predicando el desprecio de todas las riquezas y el -amor á Dios.</p> - -<p>Y los ángeles vienen del cielo á conversar con<span -class="pagenum" id="Page_180">[p. 180]</span> los frailes humildes y -amenazar á los frailes orgullosos, conduciendo á aquéllos á Santiago -de Galicia á traves así de las altas montañas como de los profundos -rios, y entregando á éstos á las reconvenciones del Seráfico Padre -San Francisco. Y entre los frailes humildes, Bernardo fué enviado á -Bolonia para que allí fundase un monasterio de la franciscana órden. -Y como se presentára en medio de la plaza vestido toscamente, reíanse -de él las mujeres, apedreábanle los mozalbetes, tirábanle fuertemente -de la capucha los pequeñuelos y le maldecia y le injuriaba todo el -mundo. Pero él, sereno, devoraba las injurias y las bendecia en su -interior, porque le procuraban el dar una prueba relevante de su -paciencia y el medir toda la fuerza de su resignacion. Un durísimo -legista que vió tanta virtud, preguntóle cómo podia vencerse á sí -mismo, y Bernardo le entregó las santas ordenanzas de su convento. -Sintióse el legista convertido é instaló en su propia casa la -religion seráfica. Y en alabanza á Dios, fuese San Francisco al borde -risueño de uno de los hermosos lagos de Italia. Tenía allí un amigo, -llamó á su puerta en la madrugada del Miércoles de Ceniza, y le rogó -que ántes de rayar el alba le llevase á una isla del lago y le dejase -cuarenta dias y cuarenta noches para ayunar como Cristo, sin decirle -á nadie dónde estaba y sin ir á buscarle<span class="pagenum" -id="Page_181">[p. 181]</span> hasta el Juéves Santo. Llevóse dos -panes y en cuarenta dias sólo se comió medio. Y áun este medio se -lo comió por humildad, por no igualarse con Cristo, el cual en los -cuarenta dias con cuarenta noches que estuviera en el desierto, no -probó bocado. San Francisco tuvo allí por todo asilo, durante toda la -Cuaresma, una zarza, y despues en memoria de su penitencia, se elevó -un monasterio, y á la sombra del monasterio una ciudad.</p> - -<p>Y como cierta tarde bajase Francisco al convento de los Ángeles -desde la selva donde habia ido á rezar y le siguieran las gentes en -tropel para recoger su palabra, preguntóle el hermano Maesso la causa -de que sin ser ni hermoso de cuerpo, ni despierto de inteligencia, -ni noble de orígen, todos se agolpáran á escucharle, á bendecirle, -á obedecerle, y el Santo le respondió que lo debia á la divina -misericordia, la cual, viéndolo entre los más pecadores y los más -viles y más oscuros, le habia escogido para sus obras milagrosas, -confundiendo con tan despreciable criatura la nobleza, la fuerza, -la ciencia del mundo, y demostrando que todo viene de Dios, cuando -por gracia de Dios puede así trasformarse en ángel de los cielos -pobre gusanillo de los campos. Y una vez que iban Francisco y Maesso -á Francia, mendigaron en ostentosa ciudad. Y Francisco, redu<span -class="pagenum" id="Page_182">[p. 182]</span>cido ya de estatura, -demacrado de rostro á causa de sus maceraciones, apénas recogió -ninguna limosna, en tanto que Maesso, en la flor de los años y lleno -de gracia, llevó consigo, no ya mendrugos, sino panes. Y los pusieron -los dos hermanos sobre una piedra que brillaba á los ojos del Santo -como próvida mesa, y á los ojos de Maesso aparecia como el extremo de -la miseria. Y á fin de apartarlo de estas dudas y sostenerlo en el -amor á la pobreza, desanduvo el camino andado, se volvió de la ruta -de Francia á la basílica de Roma, y allí oró tanto, que Pedro y Pablo -descendieron del cielo al templo y se presentaron resplandecientes de -celeste luz á Francisco para mantener sus fuerzas y alentarlo en la -pública profesion de la pobreza. Y no solamente vió á Pedro y Pablo, -sino que vió con todos sus hermanos á Jesus mismo, pues un dia que -estaba rodeado de los monjes más rudos, los cuales hablaban de Dios -en el lenguaje más elocuente, se les apareció el Salvador en la forma -de un jóven hermosísimo y todos quedaron como ciegos y cayeron como -muertos, de la misma suerte que los apóstoles cuando resplandeció á -sus ojos la luz divina del Tabor.</p> - -<p>Los prodigios menudeaban en torno del Santo á medida que -crecia en virtudes y se ejercitaba en austeras penitencias. En -cierta ocasion que le im<span class="pagenum" id="Page_183">[p. -183]</span>portunaban los frailes para que recibiese á comer á Santa -Clara, convidóla á partir el pan sobre la dura tierra, y cuando se -acababa el banquete púsose á hablar de Dios con tan vivos trasportes, -que encendió en la llama de su palabra bosques, campos, convento, -hasta el punto de creerlos todos cuantos pasaban presa de voraz -incendio y próximos á reducirse á cenizas; creencia de cuya falsedad -se persuadieron observando que aquel fuego milagrosísimo resplandecia -y no quemaba, pues era como la espesa llama de un espíritu animado -en el divino amor. Otro dia recibió órden de no reducirse á orar, -sino de correr á la predicacion y sin curarse de senda ni camino, -confiando su palabra á la Providencia, como las palmas confian su -pólen al viento, encontró á muchedumbre de campesinos y les predicó -la virtud, y como quisieran seguirlo, mandóles que se quedáran en sus -viviendas, pues él tenía mensajeros en todas partes, y dirigiéndose á -bandadas de pájaros, las cuales formaban misteriosos círculos sobre -su cabeza, los conjuró á sembrar la palabra divina y á este conjuro -se dividieron como en legiones, yéndose unas á Oriente y otras á -Occidente, éstas á Septentrion y aquéllas á Mediodía á repetir en sus -divinos gorjeos cuanto habian oido. Otra vez fuese á Rieti y predicó -á la puerta de una iglesia en el campo. Acudieron tantas mu<span -class="pagenum" id="Page_184">[p. 184]</span>chedumbres en torno de -la iglesia que talaron una viña llena de racimos. El rector de tan -sagrado lugar se arrepintió de haber consentido la predicacion cuando -el Santo le dijo: «¿Cuántas cargas de vino cogias de tus cepas todos -los años?—Doce, le respondió.—Pues en nombre de Dios te prometo -que este año, de los pocos racimos olvidados bajo los sarmientos -desnudos, cogerás veinte cargas.» Y vino el mes de Octubre y cortó -mezquinos racimos que apénas tenian unos cuantos granos, y de tan -corta vendimia resultaron las veinte cargas. Y no habia ciudad por -San Francisco habitada que no tuviera algun testimonio de su poder -sobrenatural y de su facultad de obrar milagros. Hallábanse los -habitantes de Gubio poseidos del más espantoso terror. Un lobo feroz -andaba por los alrededores y arremetia así á los ganados como á las -personas, encarnizadamente. Nadie osaba venir á la poblacion ni de -la poblacion apartarse. San Francisco prometió que él concluiría -estrecho pacto entre la ciudad y el lobo, á cuyo fin se encaminó -hácia el término más frecuentado por las correrías y más castigado -por los dientes de la feroz alimaña. Seguíanle innumerables curiosos, -pero en cuanto se acercó el peligro dejáronle solo, abandonado á su -ciega confianza. Así que lo atisbó el lobo, dirigióse á él furioso, -babeantes las quijadas, encendidos los ojos,<span class="pagenum" -id="Page_185">[p. 185]</span> erizada la piel; pero San Francisco -le hizo la señal de la cruz é inmediatamente se detuvo como -desconcertado y confuso. Entónces el Santo le pronunció elocuente -discurso conjurándole á dejar sus crueldades; á vivir en paz con los -vecinos de Gubio, para lo cual, en cambio de la deseada sumision -prometióle que satisfarian su hambre y respetarian su vida. El lobo -tendió su mano al Santo en señal de asentimiento y le acompañó hasta -la ciudad como un perro. Y llegados allá predicó un sermon Francisco -diciendo que las gentes tenian mucho miedo á las fauces del lobo -y poco á otras fauces más terribles, á las fauces del infierno. Y -renovó en la plaza el pacto hecho en los campos con el lobo, el -cual, en testimonio de su asentimiento, alzó la pata y la puso entre -las manos del Santo. Y desde entónces el lobo vivió en Gubio como -un perro hasta su muerte natural, y los habitantes le alimentaban y -le agasajaban en memoria de San Francisco. Y domesticaba éste las -tórtolas de las selvas y vencia los demonios del infierno y sellaba -con la nocion de la eterna justicia almas perdidas en las argucias de -la mundana jurisprudencia y recogia en las faldas de su sayal, como -en amiga madriguera, las liebres perseguidas, y curaba y limpiaba -los cuerpos podridos de los leprosos y convertia los ladrones -y los asesinos á manera de Cristo en lo<span class="pagenum" -id="Page_186">[p. 186]</span> alto de la cruz y lograba que la madre -de Dios se apareciese á sus hermanos enfermos, y yéndose un dia á -Babilonia, como cayese prisionero, á punto de morir, dirigióse al -Sultan mahometano con tan tiernas palabras y con promesas tales, que -tocado en su empedernido corazon el infiel, le prometió convertirse -en cuanto el Santo pasase de este mundo al otro y le enviára por -medios sobrenaturales dos franciscanos que vertiesen sobre su frente -tenebrosa el agua bendita y regeneradora del bautismo.</p> - -<p>Despues de todo esto, no puede ya extrañarnos el imperio ejercido -por San Francisco sobre las cosas, tanto animadas como inanimadas. -Metíase en las selvas á predicar á los pájaros y mandaba á su -discípulo predilecto, el portugues San Antonio de Pádua á que -predicase á los peces. Su predicacion á los hombres tenía por objeto -mejorarlos, á fin de hermosear en ellos la imágen de Dios que cada -cual lleva dentro de sí mismo, y la predicacion á los irracionales -tenía por objeto asociarlos á las alabanzas contínuas que entonaba al -Criador. Decíales á las aves en sus discursos cosas de una extrema -delicadeza; decíales cuanta gratitud debian á Dios que en las -pajillas del campo y en las lanas dejadas por los corderos sobre los -abrojos les daba materia para sus nidos, y del fondo de un humilde -huevo las levantaba con el<span class="pagenum" id="Page_187">[p. -187]</span> calor de la vida á los cielos, vistiéndolas de brillante -plumaje para que adornasen el espacio, dotándolas de canoras -gargantas para que entonasen suaves cánticos, de resistentes alas -para que recorriesen lo infinito, de un pecho que podia respirar en -las más apartadas alturas y de una vista que podia recoger de hito en -hito los solares rayos para que se confundiesen con las estrellas; -favores no otorgados á los demas seres, y por los cuales se hallaban -como obligadas á componer un coro eterno, á producir un <i>Te Deum</i> -inacabable, á ser en la catedral del universo como las trompetas -del órgano maravilloso destinado á acompañar con sus melodías y -sus acordes las oraciones de todos los seres cuyos misteriosos -rumores llenan la inmensa Naturaleza. Y si veia un corderillo -conducido al matadero, lo rescataba y le devolvia á la vida; si una -tórtola enjaulada, le abria las puertas de su jaula y la tornaba -á la libertad; una liebre perseguida la recogia en las faldas de -su hábito y le señalaba el camino de la madriguera. Poeta, y poeta -entusiasta; abrasado en las llamas del misticismo; conociendo el -estrecho parentesco de su cuerpo con el cuerpo de los demas animales, -como conocia el estrecho parentesco de su alma con el alma de los -ángeles, subíase á las alturas, hincábase en los peñascos, abria en -cruz los brazos y conjuraba á su hermano el sol<span class="pagenum" -id="Page_188">[p. 188]</span> y á su hermana la luna; al viento que -pasaba sobre su cabeza y al torrente que se despeñaba á sus piés; -al gusanillo perdido en los abismos y al astro perdido en el éter; -á todas las cosas creadas é increadas, para que entonasen á una con -él, mirando al cielo y adivinando á Dios, cánticos de amor. Sí; que -el amor le tenía loco, fuera de sí, en una fragua donde se abrasaban -todas las fibras de su carne y hervian todas las gotas de su sangre, -amor inmenso, amor eterno, de todo su sér, originario de Dios mismo y -consagrado á la dolorida humanidad, semejante al que poseyó á Cristo -y le obligó á dejar los cielos por la tierra, la compañía de los -ángeles por las injurias de los hombres, las cimas del Empíreo por -las cimas del Calvario; el trono luminoso del Eterno, por la cruz -ignominiosa del esclavo. Una noche de estío hallábase en oracion al -borde de parlero arroyo en las maravillosas campiñas de Italia. Todo -convidaba al éxtasis: la claridad de los horizontes, el resplandor -de la luna, el murmullo de los bosques, la plateada cinta de las -aguas, el aroma de las flores, las estrellas que resaltaban bajo la -blanca gasa tendida por el astro de la noche y las luciolas errantes -entre las hojas de los árboles como enjambres de celestes aereolitos. -Á tanta hermosura le faltaba una voz y pronto canoro ruiseñor, -escondido en el ramaje, comienza á ento<span class="pagenum" -id="Page_189">[p. 189]</span>nar sus serenatas, sus arpegios divinos, -sus sartas de notas semejantes á las efusiones de misterioso espíritu -encendido en ardentísimo amor. San Francisco creyó que el pájaro -alababa á Dios y creyó tambien que no debia dejarlo solo en esta -religiosa obra. Así que el ruiseñor suspendia su gorjeo, elevaba la -voz el Santo, y entonaba una de sus místicas canciones con todos -los primores que le permitia la garganta y todo el estro de su -inagotable inspiracion. Excitado el pájaro por la voz humana, volvia -á cantar con mayor fuerza y con mayor belleza de voz y de escalas. -En aquella soledad y en aquella noche, al borde de los arrojaos y á -la luz de la luna, bajo las ramas de un verde primaveral y sobre la -hierba florida, parecian pájaro y Santo dos pastores de las Églogas -de Teócrito y de Virgilio, entonando por las campiñas de Arcádia -ó de Parthénope, en poético desafío, sendas canciones de amor. Al -fin, la voz del ruiseñor venció á la voz del Santo. Con su natural -candidez no se sonrojó de confesar éste que en alabar á Dios vencia -el ave de los cielos al pobre poeta de la tierra. Mas la música le -era indispensable á la expresion de esos sentimientos intensísimos -en cuyo calor estalla y se rompe la frágil palabra humana. Cuando -llegaba al extremo de la pasion, al extremo del éxtasis, al extremo -de sus religiosas exaltaciones, daba de<span class="pagenum" -id="Page_190">[p. 190]</span> mano á la palabra, al discurso, al -verso, acogiéndose á los cánticos y á las melodías como formas -propias de las inspiraciones más sublimes y, sobre todo, de aquellas -que provienen ó de la religion ó del amor. Despues de su conversion, -cantaba los objetos sacros con el mismo fuego y con el mismo empeño -con que en sus mocedades cantára los objetos profanos. Y no solamente -cantaba, se complacia en oir cantar á los demas, cosa que por todo -extremo le exaltaba, pues le abria el cielo de nuevas místicas -visiones. Un dia, al término ya de su carrera, bajo el peso de sus -penitencias y de sus maceraciones, deseó recrearse y esparcirse un -poco oyendo alguna sonata. Los ángeles del cielo que por mandato de -Dios miraban hasta el fondo de aquella alma purísima, penetráronse -de su deseo y quisieron satisfacerlo. Dejaron, pues, la eterna luz -y descendieron á nuestras tinieblas. Era de noche y San Francisco -oraba en su celda. De pronto, los venidos al traves de lo infinito -desde las cimas etéreas á nuestro oscuro abismo, suspensos de sus -alas en torno de la reja, pulsando sus laúdes, aquellos mismos que -acompañan los <i>hosannas</i> de la gloria y los conciertos de los astros, -difundieron unas melodías tan puras en los aires y llegaron hasta -el alma extática del Santo con emociones tan profundas, que creyóse -muerto de místico placer y<span class="pagenum" id="Page_191">[p. -191]</span> trasportado á la eterna vida. No es mucho, por tanto, -que á la hora de su muerte, en misteriosa tarde, cuando se habia -desvanecido el crepúsculo y acercado la noche, las hijas de la luz, -las profetisas del alba, las cantoras de la mañana, las alondras, -abandonaran todas en tropel sus nidos de barro y vinieran á bañarse -en los resplandores espirituales de aquel tránsito sublime, en tal -modo que la bellísima alma del Santo, al tomar su vuelo hácia la -eternidad, no dejó ni un momento de oir los cánticos de las sencillas -aves que le despedian desde la tierra, confundidos con los cánticos -de los ángeles y de los serafines que saludaban su triunfal entrada -en la gloria.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>VII.</h3> -</div> - -<p>¿Cómo ha sido formada la leyenda de San Francisco? El sentido -vulgar cree que en cuanto se habla de la leyenda de un santo, de -un héroe, de un reformador, se niega implícitamente su histórica -existencia. Nada más infundado. Todos los críticos reconocen -unánimes cuán fácil es convertir una relacion histórica en una -relacion legendaria, ó aumentar las proporciones de los hechos<span -class="pagenum" id="Page_192">[p. 192]</span> ciertos con los -espejismos de la exaltada fantasía. Sobre datos históricos indudables -pueden levantarse con suma facilidad leyendas inverosímiles. Que San -Francisco vivió en Asis, predicó, evangelizó, fundó su órden, influyó -poderosamente en su tiempo y entregó el alma á los cuarenta años en -rígida penitencia, cosa es evidente, por todos admitida, de nadie -negada. Pero que en torno de esta figura histórica se extiende como -una luz fantástica, tampoco admite duda alguna. Así que muere, la -trasfiguracion del Santo se verifica hasta el punto de que aquellos -mismos empeñados en no verle sino á traves de las ligerezas de su -juventud y de las exaltaciones de su edad madura, le creen preservado -del más irredimible y más fatal de todos nuestros forzosos tributos á -la naturaleza; del tributo de la muerte. Los superiores de su órden -inflaman de tal modo con el relato de sus milagros la imaginacion -popular, que en tres años se alza en Asis su inmenso monasterio, como -si hubieran descendido á fabricarlo por sobrenatural llamamiento los -ángeles del cielo. Y sucede esto, porque en los palacios y en las -cabañas, entre ricos y pobres, se conocen los hechos de Francisco -piadosamente aumentados por la fe y admitidos por la índole propia -de aquellos tiempos. La devocion se extiende en tales términos, que -cincuenta años despues de su muerte los ar<span class="pagenum" -id="Page_193">[p. 193]</span>tistas corren todos en tropel á revestir -de los cuadros nacientes en la fantasía regenerada, la tumba de un -mendigo. Ya en el mismo siglo décimotercio, la epopeya de Francisco -de Asis está escrita en hexámetros de latin eclesiástico. Y ántes de -que el siglo décimocuarto se desarrolle, la traducen los fieles al -habla de los trovadores y la ponen junto á los libros de caballería. -Su historia crece en maravillas á medida que á mayor distancia del -Santo se relata por fidelísimos devotos. La relacion de Celano, en -prosa y en latin, cuatro años despues de la muerte de Francisco, -es la más sencilla. La relacion de los tres socios, ó de los tres -discípulos, <i>Vita à tribus sociis</i>, escrita más tarde para corregir -y completar la obra de Celano, admite en mucho mayor grado lo -sobrenatural y lo maravilloso. La distancia en el tiempo suele ser al -reves de la distancia en el espacio, aumenta los objetos.</p> - -<p>Luégo, un filósofo escribe la vida de San Francisco de Asis y la -escribe para demostrar una tésis fundamental de su filosofía. Este -filósofo es San Buenaventura. Su sistema se deriva de Platon, y por -lo mismo se relaciona más estrechamente con el arte y con la poesía -que ningun otro sistema de aquel tiempo. Para conocer los hechos y -las ideas, lo existente y lo posible, la naturaleza y el espíritu, -la ciencia y el Criador,<span class="pagenum" id="Page_194">[p. -194]</span> no tenemos bastante con las luces naturales y con el -puro raciocinio; necesitamos la intuicion sobrenatural, cuya mirada -se aguza más que en las argumentaciones dialécticas, en la caridad -y en el amor. El mundo ideal ó de los arquetipos eternos, el mundo -exterior ó de las realidades imperfectas, el mundo de las ideas -increadas y el mundo de los seres creados, propio aquél de los -ángeles y éste de las bestias, exigen, si no han de estar separados, -si han de ser comprendidos el uno por el otro, puesto que al cabo -forman los dos volúmenes de un mismo libro, las dos páginas de una -misma hoja, sólo que una página mira hácia lo divino, hácia arriba -y otra hácia lo material, hácia abajo; exigen estos dos mundos, -decia, si han de ser comprendidos, una entidad mediadora, un ente -intermedio, con algo de los ángeles y algo de las bestias: el hombre, -el cual no conoce las esencias, sino sus manifestaciones externas, no -conoce las sustancias, sino los fenómenos y no puede elevarse hasta -lo permanente, hasta lo absoluto, hasta lo eterno, hasta las leyes -que son obra del Verbo y hasta el Verbo mismo que es esencia de Dios, -ni por la percepcion, que sólo ve lo externo; ni por el sentimiento, -que sólo adivina la belleza en las proporciones; ni por el juicio, -que sólo conoce la relacion de los fenómenos; sino por algo más -grande, por un arranque<span class="pagenum" id="Page_195">[p. -195]</span> soberano de la voluntad, por un impulso ciego del -sentimiento, por la mística plegaria del creyente, exaltado, -trasfigurado, fuera de sí, en arrobamiento, en éxtasis, viendo las -ideas y los arquetipos en Dios y los mundos como sombras de esas -ideas y de esos arquetipos en los espacios. Y no podia presentarse -ideal más perfecto de los trasportes del corazon, de sus arrebatos -y deliquios, de los impulsos á lo sobrenatural que este pobre, este -mendigo, este cenobita, muerto para sí y sólo viviente para la -humanidad; elevado desde las cenizas y el cilicio á la intuicion de -Dios; ántes un gusanillo de la tierra y luégo un íris que luce sobre -el diluvio de nuestras lágrimas; un Elías atravesando los espacios en -el ígneo carro de abrasador misticismo; el ángel que San Juan viera -en el Apocalípsis, apareciendo por el Oriente y llevando el sello -de Dios en las manos; sér de inmensa grandeza, sér casi divino, que -ha llegado á esta sublime trasfiguracion por la virtud de religiosa -exaltacion y por los milagros de religioso amor.</p> - -<p>En la órden de San Francisco se profesaba como una especie de -superior adoracion á Dios, la poesía. El Santo mismo ha compuesto -versos que pasaron de boca en boca sin fijarse, sin escribirse hasta -muy tarde. Ozanam confiesa en su bellísimo libro sobre los poetas -franciscanos en<span class="pagenum" id="Page_196">[p. 196]</span> -el siglo décimotercio, que la oda ó himno al sol es citado por la -vez primera por Bartolomé de Pisa á fines del siglo décimocuarto y -que el poema al amor divino sólo aparece en San Bernardino de Siena, -el cual escribe cien años despues de la muerte de San Francisco. El -crítico Crescimbeni publicó el himno al sol como muestra de antigua -versificacion italiana, y otro crítico le reprochó lo mucho añadido y -lo mucho quitado so color de correccion, diciendo que por este método -podia convertirse un discurso de Demóstenes en una oda de Anacreonte. -Por aquel tiempo, Italia celebraba grandiosos espectáculos. Ya eran -torneos y justas; ya procesiones en que se veian millares de personas -vestidas con túnicas blancas y coronadas con flores várias; ya -jubileos donde trescientos mil peregrinos se congregaban en torno de -un sepulcro; ya autos sacramentales en los claustros de las iglesias -que representaban misterios de la religion; ya capítulos como el -que tuvo la órden tercera de San Francisco, compuesto de cinco -mil hermanos congregados en el campo, al aire libre; fiestas muy -gustadas del pueblo, que las amenizaba con el esparcimiento propio -del carácter italiano, con las populares improvisaciones poéticas. Y -aquí, en estas congregaciones, brotaba la poesía popular, la poesía -vertida en el habla de los pueblos, cada vez más alejados<span -class="pagenum" id="Page_197">[p. 197]</span> del latin eclesiástico. -Y la órden franciscana, órden esencialmente democrática, órden de -puro carácter evangélico, órden popular, debia, para ganarse las -muchedumbres, hacer dos cosas igualmente gratas al pueblo: trovar, -y trovar en la lengua del vulgo. Así, poco á poco se iba creando la -democracia, se iba desprendiendo el arte y la ciencia del idioma de -las aristocracias teocráticas para usar el idioma de todo el mundo. Y -era natural, naturalísimo, que los franciscanos trovasen la poética -vida de su seráfico fundador y que la trovasen para el pueblo. Fray -Pacífico, que acompañaba á Francisco, á la manera del evangelista San -Juan á Jesucristo, compuso versos místicos en alabanza al inmortal -fundador. Y su asunto no podia ser más legendario. Alzó una noche -los ojos al cielo y vió la gloria, los santos, los mártires, las -vírgenes, los ángeles, los arcángeles, los serafines, los querubines, -todas las jerarquías de los seres celestes. Y en aquellos luminosos -círculos sin fin, en aquellas espléndidas esferas, por las altas -cimas del Empíreo, vió un sitio vacante; el sitio de un ángel -destronado como Luzbel, y caido desde la eterna luz en las eternas -tinieblas. Y aquel sitio angélico estaba reservado en el pensamiento -de Dios al bienaventurado Padre San Francisco. El pueblo, que toma -por realidad la poesía, lo alcanzaba tambien á descubrir<span -class="pagenum" id="Page_198">[p. 198]</span> allí y le consagraba su -apasionado culto y sus fervientes oraciones.</p> - -<p>Así, poco á poco la leyenda se fué formando y se fué sustituyendo -á la historia. Un siglo más maduro que el siglo décimotercio -necesitaba reunir las tradiciones franciscanas en su conjunto y -darles la apariencia de relatos históricos. El siglo décimocuarto -es el siglo en que la prosa italiana se fija definitivamente. Y el -siglo décimocuarto es el siglo en que se escribe <i>I Fioretti di San -Francesco</i> en prosa. No intenteis averiguar el autor de esa leyenda. -Las obras que representan el ideal de un siglo tan admirablemente -como esa obra mística, no tienen autores personales; nacen como las -catedrales que se levantan por todo un pueblo entusiasmado, el cual -eleva las piedras á los cielos, obedeciendo el llamamiento y la -órden de un arquitecto invisible. No las leais tampoco en ninguna -traduccion moderna. Nuestras lenguas son demasiado sábias para verter -todo el candor de la primitiva fe. La misma traduccion de Ozanam, con -ser obra de este literato puramente católico, de ideas ortodoxas, de -creencias purísimas, cuya fe no se desmintió un momento, está muy -léjos de verter en su correcto frances académico toda la inocencia -de ese libro. Para comprenderlo mejor, sería necesario admirarlo -en el pergamino de los primitivos códices,<span class="pagenum" -id="Page_199">[p. 199]</span> donde áun se conservará el calor de -la ardiente mano que trazára aquellas páginas y el borron de alguna -lágrima ferviente. No pudiendo procurarse esto, convendria leer las -<i>Florecillas franciscanas</i> en esos libros de feria impresos en tosco -papel y con primitivas láminas, donde sobre la rudeza de la forma -resplandece el alma de un pueblo. Seguramente hay que devorarlo en -el italiano de la Edad Media. Su carácter iguala al candor de una -pintura de Cimabue, al dibujo de una viñeta de breviario, al eco -de una salmodia gregoriana, al <i>Stabat Mater</i> en su no aprendida -sencillez que llega á lo sublime.</p> - -<p>Las leyendas no han quitado su grandeza á ninguno de los seres -sobre los cuales han tendido sus redes de oro y perlas. Guillermo -Tell vive todavía. Cuando atravesais el lago de los Cuatro Cantones, -cuando veis resplandecer en la cima de los Alpes la nieve eterna y -en el fondo de los valles el lago celeste, la sombra que corre por -todos aquellos encantados espacios es la sombra del gran cazador que -dió muerte á un tirano y vida á un pueblo. La historia ha querido, -por una de sus extrañas coincidencias, que la personalidad histórica -de Zuinglio, el creador de la conciencia religiosa de Suiza, tenga el -lugar de su muerte cerca de la capilla de Guillermo Tell, el creador -legendario de la conciencia política de Suiza.<span class="pagenum" -id="Page_200">[p. 200]</span> Desde lo alto del Righi, podeis ver -la iglesia de Zuinglio desierta de peregrinos. Y en el lago de -los Cuatro Cantones veréis todos los dias barcas que se dirigen á -llevar peregrinos al sitio donde la tradicion ha convenido en poner -la leyenda del arquero inmortal, fundador de la secular República -de Helvecia. Y en aquel espléndido paisaje los versos de Schiller, -las notas de Rossini, las narraciones de la leyenda no hacen más -que aumentar la realidad del héroe, tan duradero como la misma -naturaleza. Pero la crítica os dirá que una parte considerable de la -poblacion suiza proviene de las costas del Báltico, de los pueblos -boreales, y que en esas costas, entre esos pueblos se ha encontrado -tradicion semejante á la tradicion de Guillermo Tell, el cazador -obligado á traspasar con aguda flecha la manzana puesta sobre la -cabeza de su hijo por la alevosía de un tirano, para el cual guarda -su víctima la otra flecha.</p> - -<p>Nosotros no podemos extrañarnos de nada, porque hay en la historia -nacional un personaje parecido, símbolo de la independencia naciente, -orígen de la literatura patria, personificacion del genio hispano; -nuestro Cid Campeador. La crítica histórica del pasado siglo llegó -á negar su existencia. Eruditísimo sabio consagró un libro entero á -demostrar que el héroe aparecia en nuestros<span class="pagenum" -id="Page_201">[p. 201]</span> anales como una especie de fantástica -figura formada por los rayos de la exaltada fantasía popular y -semejante á las mentidas islas que la refraccion de la luz dibuja -en los purpurinos cielos del África. La especie pasó de los libros -nacionales á los libros extranjeros, y uno de nuestros más grandes -oradores tradujo la historia del célebre autor inglés que negaba -rotundamente la historia del Cid. Dábase tal viso de verdad á la -ligera crítica, que Rodrigo de Vivar se desvanecia como héroe -engañoso de falso cronicon. Inútilmente los devotos de las glorias -nacionales se hundian en los archivos, registraban los pergaminos y -veian el nombre del Cid en los últimos versos latinos que precedieron -á los primeros balbuceos de la lengua castellana. «Ya lo veis, decian -los críticos, héroe de versos, de poemas, de romances, un Amadis -de Gaula. No teneis más remedio que renunciar á él como habeis -renunciado á Bernardo del Carpio.» Los eruditos continuaban su -trabajo titánico y descubrian huellas del nombre de Rodrigo en los -documentos del siglo undécimo. Y los críticos decian que del nombre -no dudaban; pero dudaban de la verdad de los hechos atribuidos á ese -nombre. Y el Cid se enlaza á toda nuestra historia: al orígen de las -Córtes, por la Jura en Santa Gadea; al engrandecimiento de Castilla, -por sus estrechas relaciones con D. Fernando I;<span class="pagenum" -id="Page_202">[p. 202]</span> al combate de los nobles con los reyes, -por sus altivas relaciones con D. Alfonso VI; á las clases populares, -por sus venganzas en los Condes de Carrion y sus protestas contra -las innovaciones religiosas; á la toma de Toledo, en cuyos muros se -dibuja aún la sombra del héroe; á la conquista de Valencia, que lleva -su glorioso nombre; al rescate de todo nuestro suelo, pues en sus -correrías por la España árabe quebrantó los brillantísimos reinos -nacidos entre las ruinas del Califato de Córdoba; al comienzo de la -lengua, porque sus leyendas, sus poemas, los cantares consagrados -á sus hazañas, son los primeros vagidos del habla nacional; y, por -último, á nuestra literatura entera, donde el Cid anima al Romancero -y el Romancero anima al teatro para producir aquellos milagros de -genio, cuyo imperio se dilatará todavía más que el imperio inmenso -de nuestras conquistas y de nuestros descubrimientos por toda la -redondez de la tierra. Inmensa pérdida la de un héroe así en nuestros -anales, pérdida irreparable que arrancaba á un tiempo la raíz de -nuestra literatura, de nuestra nacionalidad y de nuestra historia. -Pero la crítica no tiene entrañas. Y se restauró la erudicion -árabe y se comenzó el estudio de la Historia de España en las -relaciones de nuestros enemigos, y se vió que el Cid existia con sus -principales hazañas, y dejaba en el suelo ma<span class="pagenum" -id="Page_203">[p. 203]</span>hometano y en los mahometanos anales, -un reguero de luto y de terror tan grande como el reguero de luz y -de gloria que dejára en nuestros anales y en nuestro patrio suelo. Y -la verdad histórica no fué obstáculo para que cada clase creára un -Cid á su imágen y semejanza; los nobles, el Cid altivo con los reyes -y pendenciero en el palacio; los reyes, el Cid leal y monárquico que -resplandece en las obras de Alfonso X; los pueblos, el Cid que no -transige con el regicidio consumado al pié de Zamora, y que castiga -á los Condes feudales orgullosos de su prosapia, y que amenaza á -la Roma pontificia por las maniobras contra la liturgia mozárabe -y contra la Iglesia nacional; hasta los monjes, el Cid, sentado -ante el altar mayor de San Pedro de Cardeña, despues de muerto, y -que resucita y saca la espada cuando un judío quiere mesarle las -barbas; de suerte que cada clase, cada aspiracion pone sus ideas, -sus intereses, sus recuerdos en el grandioso ideal de todo nuestro -pueblo, y el Cid de la leyenda resulta tan verdadero y tan vivo como -el Cid de la Historia, y pasa del cronicon al poema latino, del poema -latino á la leyenda de sus mocedades, de la leyenda de sus mocedades -al poema de su nombre, del poema de su nombre al Romancero, del -Romancero al teatro, siempre creciendo á me<span class="pagenum" -id="Page_204">[p. 204]</span>dida que crece y se agranda el genio -nacional.</p> - -<p>Así, no podeis extrañar ya el nacimiento y el desarrollo de -las leyendas religiosas, la parte que tiene en ellas el hecho -histórico y la parte que tiene la poesía. Evocad las crísis entre -mundos que nacen y mundos que espiran; trasladaos á tiempos de -paz universal propicia á la actividad del pensamiento despues de -universales guerras, ó á tiempos de guerras, que exigen fuerzas -sobrehumanas y son gérmenes de trasformaciones profundas; recorred -aquellos desiertos poblados de ideas y poblados de penitentes, -aquellas ciudades donde se espera siempre una revelacion que apague -la sed del espíritu y un salvador que rompa las cadenas con que -estamos atados al límite; evocad todo el prestigio de sitios como -las Pirámides, como la Meca, como Jerusalen, como Alejandría, en -que se han condensado los misterios y han relampagueado las ideas; -ved la aptitud de esas razas orientales educadas en lugares tan -brillantes que las arenas resplandecen como si fueran luminosas -y los profetas surgen como seres naturales de tan privilegiadas -regiones; añadid la índole de esos pueblos para la creencia, la -sed del martirio que en ellos se despierta, su vocacion al doble -apostolado de la palabra y de la espada; reconoced la tendencia -de las ideas científicas á penetrar de un lado en los abismos más -insondables<span class="pagenum" id="Page_205">[p. 205]</span> de -los principios metafísicos, y por otro lado á encarnarse en las -verdades más prácticas de la moral; notad luégo cómo los ideales que -ciertas gentes ven por superior inteligencia en sí, no pueden verse -de todos si no se encarnan en seres aparte de virtudes ó méritos -sobresalientes, y explicaréis con sencillez el orígen de tantas y -tantas leyendas como consuelan á los pueblos y á los hombres en -las tristes asperezas de la realidad, y los congregan en torno de -un templo ó de un sepulcro y les dan la idea de lo infinito para -expresar lo supremamente bello en el arte y penetrar por su esperanza -desde las tristes condiciones de nuestra vida, en la inmortalidad.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>VIII.</h3> -</div> - -<p>Extraordinarias y maravillosas circunstancias concurrian, por -rara coincidencia, en el sitio, en el tiempo, en la nacion donde -brotó la órden franciscana. Escoged el autor que os parezca ménos -hiperbólico y más sencillo; el que dé ménos parte en la historia á -lo sobrenatural y mayor á los hechos; un positivista, un realista en -el sentido artístico de la palabra, un analizador, el cual, en<span -class="pagenum" id="Page_206">[p. 206]</span> vez de resucitar esta -época la diseque, Maquiavelo, por ejemplo, y veréis lo crítico del -tiempo realzado por la divina mision de San Francisco. El Pontificado -se levanta espléndido despues de haber conseguido la inmolacion -de la prematura ciencia de Abelardo y de la prematura rebeldía de -Arnaldo, reduciendo el Imperio á ser lo que deseaba Gregorio VII -enfrente de la Iglesia como la luna enfrente del sol. El Imperio -griego, que se ha preservado de los bárbaros y que ha desarrollado -la metafísica antigua aplicándola al dogma, acepta la invasion -latina como si resucitára la unidad descompuesta por Diocleciano; -anegada en diluvios de sangre. Las cruzadas se detienen á pesar del -rápido triunfo de Federico de Suabia, sin poder pasar el límite del -desierto, cuando en los tiempos anteriores parecian impulsadas por -el espíritu de Dios, y comienza á ceder el feudalismo á la creciente -marea de la democracia, que llegará desde el fondo de los municipios -á las cúspides de los castillos.</p> - -<p>Y luégo, cuando el Santo ha muerto y la leyenda del Santo nace, -los tiempos cambian profundamente, como si la segunda mitad del -siglo décimotercio fuera contraria á la primera mitad. Apénas -ha subido el Pontificado á su cénit con Inocencio III, cuando, -muerto éste, declina hácia su ocaso. Los güelfos y los gibelinos -combaten<span class="pagenum" id="Page_207">[p. 207]</span> -como nunca, exarcebándose en crueldad y encarnizamiento. El gran -combatiente Erzelino, hombre feroz é implacable, que representaba -con justos títulos en las guerras contínuas y sangrientas á los -gibelinos, degüella doce mil ciudadanos de Pádua. El Papa Urbano VI -llama contra sus enemigos al feroz Cárlos de Anjou, que desembarca en -Ostia con gran golpe de gentes llevadas en treinta galeras é inaugura -una piratería contínua por las costas del Mediterráneo italiano. La -sangre real de Conradino, descendiente de los Emperadores de Alemania -é inmolado en afrentoso cadalso por Cárlos de Anjou, salpica la -corona del Rey de Nápoles y la tiara del Pontífice de Roma, como -su guante de desafío lanzado bajo el hacha del verdugo es recogido -por la mano de los aragoneses, que llevaron nuevos elementos de -dominacion pero tambien de combate, á la desgarrada Italia. Los -franceses que sostenian á los angevinos, son degollados todos á la -señal de un astrólogo en Fiorli y al toque de vísperas en Palermo.</p> - -<p>El Pontificado recibe por este tiempo cada dia una herida que -le produce irremediable decadencia política. El penúltimo papa del -siglo décimotercio, Celestino V, revelaria esta decadencia si no -la revelasen otros muchos hechos y personajes históricos. Dos años -y tres meses yació por<span class="pagenum" id="Page_208">[p. -208]</span> tierra el trono pontificio sin Pontífice que lo ocupase, -á causa de las turbulentas rivalidades del Sacro Colegio dividido -en tres bandos irreconciliables. Por fin, uno de los cardenales -propone elegir pobre anacoreta, ajeno á las mundanas ambiciones, -desconocido del mundo y menospreciador de sus vanidades, dado desde -los más tiernos años al ayuno y á la penitencia en las selvas -y en las montañas de la tierra de Apulia, nacido al pié de los -castillos feudales en los campos parthenópeos de una sierva familia -de jornaleros, educado como los lobeznos y como los aguiluchos en -las cavernas; reducido á la soledad desde los primeros años, y -por lo mismo apto para sobreponerse al torbellino de las humanas -pasiones y regir la Iglesia por amor á Cristo que no dejaria -de prosperar su sublime pontificado, en cuyos dias habrian de -renovarse los tiempos heroicos del cristianismo y reinar las máximas -sagradas del Evangelio. Á estas consideraciones, el Sacro Colegio -le elige por voto unánime. Cuando la diputacion de cardenales, -atravesando montañas que parecian inaccesibles, selvas que parecian -inexplorables, llanuras que parecian desiertas, lo encuentra al -borde de los torrentes, en la desnudez más completa, confundido casi -con los seres irracionales y materiales, semejante al San Jerónimo -que ha consagrado la tradicion religiosa<span class="pagenum" -id="Page_209">[p. 209]</span> en los cuadros de los pintores -ascéticos, el anacoreta espantado no alcanza á entender de qué le -hablan y rehusa el irse con los embajadores, prefiriendo á todas las -pompas y á todas las dominaciones del mundo, su austera soledad. Dos -reyes, uno de Nápoles y otro de Hungría, van á los desfiladeros, -donde se mantiene de hierbas y se viste de hiedra, como un sacerdote -contemplativo de la India, para echarse de rodillas á sus plantas -y rogarle que salve á la Iglesia, bañándole los piés con torrentes -de lágrimas y perturbándole la cabeza con suspiros y súplicas hasta -obligarle á ceder y conducirlo á Aquila en la patriarcal montura en -que Cristo llegó triunfante á Jerusalen, llevada por manos reales del -ramal y seguida de obispos, arzobispos, caballeros, todos vestidos de -púrpura y brocado, como para realzar la humildad del pobre penitente -hecho jefe espiritual del catolicismo y representante de Dios sobre -la tierra por súbita intervencion de la Providencia. En Agosto de -1294 fué coronado y en Diciembre del mismo año tenía hecha ya pública -dejacion de su tiara. No habia remedio: en las ciudades se ahogaba su -pecho acostumbrado al aire libre de las selvas; en las intrigas de -los palacios se perdia su inteligencia consagrada á la contemplacion -pura de la verdad religiosa y al éxtasis más completo: la mesa del -festin repug<span class="pagenum" id="Page_210">[p. 210]</span>naba -á quien comia el duro pan de los siervos y bebia en el hueco de las -manos el agua pura de los torrentes; la corona de oro y pedrería -abrumaba aquella cabeza, acostumbrada como los lirios del valle á -una corona de rocío; en las alturas del poder sufria vértigos su -mirada, propia sólo para contemplar como las águilas frente á frente -el sol en las sublimes alturas de las montañas, y la presencia de -los hombres aterraba al que se creia por sus oraciones y por sus -ayunos, sólo con sus pensamientos místicos y sus prácticas piadosas, -en presencia siempre de Dios. Á mayor abundamiento, refieren los -historiadores que el ambicioso cardenal Gaetani, aspirando á ser su -sucesor, le ponia emboscadas á cada paso, le llenaba de escrúpulos -la conciencia, le fingia voces de condenados y trompetas de los -ángeles del Apocalípsis en las largas noches de invierno, para -reducirlo á deponer su corona y á tornar á su desierto. Y en efecto, -abdica la tiara y corre á la Apulia en demanda del anhelado reposo. -Pero Gaetani, que alcanza su codiciada sucesion bajo el nombre de -Bonifacio VIII, manda emisarios que le liberten de un competidor -peligroso. Avisado con tiempo el pobre Celestino V, corre á las -playas, toma una barca de pescador y rema para ganar las costas de -Dalmacia y perderse en más apartados desiertos. Pero los vientos -y las<span class="pagenum" id="Page_211">[p. 211]</span> olas le -arrojan nuevamente á las costas de Italia, donde su perseguidor -le apresa y le encierra dentro de una torre, tumba anticipada que -presencia una agonía de diez meses y recoge el cadáver de aquel -penitente exaltado desde las cavernas al trono y caido desde el trono -en los calabozos, imágen fiel de las deshechas borrascas de sus rudos -tiempos.</p> - -<p>La órden de San Francisco debia, por su orígen y por su carácter -democrático, oponerse á estos desórdenes del pontificado y contribuir -por tanto á la decadencia de la institucion que podriamos llamar -fundamento único de la moral religiosa en la Edad Media. El más -ilustre de los franciscanos, despues del fundador, fué Jacopone de -Todi. Educado en Bolonia, perito en el derecho, rico y poderoso, -casado con idolatrada y hermosísima mujer, nada le faltaba de todo -cuanto llama felicidad el mundo. Un dia del siglo décimotercio, -á los cuarenta años de la muerte de San Francisco, celebrándose -alegres fiestas y espectáculos en Todi, se hunde un tablado y mueren -tristemente en la catástrofe numerosas personas. Entre los muertos se -encuentra la idolatrada esposa de Jacopone, el cual sólo tiene tiempo -para recoger entre sus brazos el cuerpo desgarrado y aspirar en los -labios el suspiro último de su idolatrada compañera. Desde aquel dia -arroja su<span class="pagenum" id="Page_212">[p. 212]</span> toga -y toma el sayal; abandona el mundo y abraza la penitencia; cierra -los libros de Ciceron y abre los libros de piedad; renuncia á los -discursos elocuentes y entona los versos místicos; deja la compañía -de los jurisconsultos y sigue la compañía de los franciscanos; huye -los aplausos y busca los sarcasmos de las gentes; reparte sus bienes -y se resigna á la pobreza; renuncia á las locuras insensatas del -mundo y sigue la divina locura de la Cruz. Para conocer hasta donde -llega su inspiracion, basta decir que es autor del <i>Stabat Mater</i>, -esa sublime elegía cuyos acentos no podemos oir el Viérnes Santo -entre los altares desnudos, el santuario solitario, el templo oscuro -y la Cruz recien descubierta, sin que nuestro corazon se inunde de -tristeza y participe de todos los dolores de la Vírgen Madre durante -la pasion. Jacopone es contemporáneo de Celestino V. Naturalmente, -el asceta debia desde el claustro exaltar al asceta que se eleva al -trono. Á mayor abundamiento, en los cinco meses que duró el reinado -de Celestino, el principal empeño de éste debia ser reformar, en -sentido cada dia más austero, las órdenes monásticas, y en este -empeño debia sostenerle el austerísimo poeta. Luégo, Celestino abdica -y Bonifacio VIII le sucede. Jacopone debia seguir al penitente en -su desgracia y condenar la ambicion coronada con la humilde corona -de Cris<span class="pagenum" id="Page_213">[p. 213]</span>to. Así, -firma la protesta de aquellos que niegan la validez de la eleccion -de Bonifacio. Y á la protesta añade sátiras en las cuales dice que -el nuevo Papa vive en los delirios y ambiciones de este mundo como -la salamandra en el fuego. Bonifacio VIII no podia sufrir estas -injurias y con gran ejército se dirige á Palestrina, donde estaban -los cardenales protestantes y su exaltado poeta. Largo sitio sufre -la ciudad, pero al cabo se entrega, y el Papa busca al cantor y lo -encierra en húmedo calabozo. Los escritores Wisseman, Döllinger, -defienden al Papa y no pueden negar, sin embargo, la autenticidad de -todos estos hechos. Jacopone es arrojado entre tinieblas eternas. -Enormes cadenas le abruman; el agua podrida de una letrina apaga su -sed, y contra tantos dolores sólo encuentra alivio en su desprecio -de las dichas del mundo y en su exaltacion por el dolor. Estando en -la cárcel se convocó el gran jubileo de 1300 que vino á torturar -su alma áun más que su cuerpo, pues oia al traves de las paredes -de su cárcel los cánticos sagrados y el paso de los peregrinos -encaminándose á Roma, sin poder participar de sus místicas alegrías. -En vano demandaba misericordia al representante de un Dios todo -misericordioso. Una vez que Bonifacio pasaba por la calle de su -calabozo, segun cuentan autores de todo crédito, se asomó á los -barrotes de su<span class="pagenum" id="Page_214">[p. 214]</span> -reja y le dijo: «¿Cuándo saldrás, Jacopone?—Cuando tú entres, -Bonifacio», le respondió el franciscano. Y en efecto, á los pocos -dias, los Colonnas se dirigen á Agnani y entran en el palacio del -Papa. Éste, no teniendo ninguna defensa material, se fia por completo -á su autoridad religiosa, se ciñe sus vestiduras sacerdotales, se -cubre con su áurea tiara, empuña su báculo y se sienta en el trono, -sobre cuya cima agita las blancas alas el Espíritu-Santo. Los -invasores entran, lo desacatan, lo abofetean y lo arrojan en una -prision. Por fin, los habitantes de la ciudad le libertan y se va á -Roma. Pero sale de manos de los Colonnas para caer en manos de los -Orsinis. Y allí muere á los treinta y siete dias de haber recibido el -bofeton que sella la decadencia del Pontificado y muere en un acceso -de febril locura engendrada por el sentimiento de sus humillaciones, -por haber querido ser un Papa más grande, más fuerte y más imperioso -de lo que consentia el espíritu de su tiempo. Jacopone, libertado -de su prision por el sucesor de Bonifacio VIII, tiene hoy un nombre -glorioso entre los poetas y un nombre bienaventurado entre los -santos. Su espíritu democrático contribuyó, como todo el espíritu -de su órden, al quebrantamiento y á la decadencia de la autoridad -teocrática en la Edad Media.</p> - -<p>Lo cierto es que la órden de San Francisco, á<span -class="pagenum" id="Page_215">[p. 215]</span> sabiendas ó no, -contribuye á descomponer los dos elementos capitales de aquellos -tiempos: el feudalismo y la teocracia. No medimos al pronto la -trascendencia de una idea, porque no conocemos toda su naturaleza, y -una idea contiene siempre otra larga serie de ideas. Tal afirmacion, -que parece puramente artística, puramente filosófica, resulta luégo -una afirmacion política y social. Por ejemplo, el romanticismo -literario era una revolucion, tanto en España como en Francia, -porque se levantaba contra las reglas de una poética tradicional y -cortesana. Tened por cierto que los franciscanos ignoraban el destino -social de su aparicion necesaria en el mundo; pero lo cumplian -ignorándolo. Por eso el alma de la nueva sociedad, que estalla en -el siglo décimosexto, contará siempre entre sus Bautistas al Padre -Seráfico y entre los precedentes de su aparicion á la seráfica órden, -puesto que representa un término dialéctico en el desarrollo de su -idea progresiva y un necesario predecesor en la genealogía larguísima -de sus progenitores.</p> - -<p>El cristianismo se habia convertido en una doctrina de autoridad, -indispensablemente para cumplir estos dos ministerios capitales en -la transicion dolorosa del antiguo mundo al mundo moderno; para -sustituir con algun principio de unidad moral la soberanía política -perdida por Roma<span class="pagenum" id="Page_216">[p. 216]</span> -y para educar y domar con una verdadera disciplina religiosa la -inteligencia inculta y la voluntad indómita de los bárbaros. Esta -doctrina, que desde el siglo primero al siglo cuarto fuera una -doctrina del pueblo, desde el siglo cuarto al siglo décimotercio se -convierte en una doctrina del Imperio. Por tal razon, á no dudarlo, -cuantos tratan de fundar la autoridad, ó sobre las ruinas de la -antigua Roma ó sobre la cerviz de las nuevas tribus en la larga -descomposicion de las sociedades paganas y en la no ménos larga -recomposicion de las sociedades modernas, se acogen al catolicismo. -Constantino lo saca de las sombras de las catacumbas al aire de -la libertad; Teodosio lo declara religion oficial violentando la -conciencia pagana del senado romano; Carlo-Magno funda sobre sus -dogmas un pacto político, y cree que sería imposible sujetar la -barbarie de su tiempo sin pedirle inspiracion y fuerza, para lo -cual se arroja á los piés del Pontífice y besa, de rodillas sobre -el suelo durísimo, cada una de las gradas que se extienden al pié -del templo vaticano. Los Papas mismos contribuyen á este fin, porque -desde Gregorio Magno á Gregorio VII y desde Gregorio VII á Inocencio -III no hacen más que fulminar sus rayos contra todas las rebeldías -del individualismo religioso ó político y rehacer, por medio de su -autoridad dogmática, la<span class="pagenum" id="Page_217">[p. -217]</span> autoridad social en sus tempestuosos tiempos.</p> - -<p>El primero en reanudar la tradicion puramente evangélica, es San -Francisco de Asis. Diríase al verlo que ha salido de las catacumbas, -que ha orado en sus tinieblas eternas, que ha visto flamear como una -amenaza sobre su cabeza los cetros y las espadas de los poderosos y -arder á sus piés como un infierno las hogueras de los mártires. Para -sus penitencias, busca, como los primitivos apóstoles, el desierto; -para sus cánticos y oraciones, el acompañamiento de las aves del -cielo y el incienso de las flores del campo; para el apostolado de su -doctrina, el pobre y el mendigo, porque su objeto es llorar con los -que lloran, padecer con los que padecen, morir por los desvalidos y -por los opresos. El espíritu democrático del Evangelio renace en él -con toda su pristina pureza. Y se oye en coro sublime, sobre un mundo -de autoridad, de fuerza, de guerra, donde la espada es el primer -derecho y la victoria es la primer razon, sonar el eterno tema de la -oracion en la montaña: bienaventurados los humildes, los débiles, -los pobres, los desgraciados, los ignorantes, los atribulados, -porque de ellos será el reino de los cielos. Y San Francisco -resucitaba la verdadera doctrina cristiana, puesto que toda la -enseñanza evangélica es una enseñanza democrática. La han preparado -los profetas, y los profetas no son más<span class="pagenum" -id="Page_218">[p. 218]</span> que los tribunos religiosos consagrados -á combatir la idolatría de los reyes. Jamas ha dicho Milton contra -Cárlos I, ni Mirabeau contra Luis XVI, ni Tácito contra Tiberio lo -que ha dicho Samuel contra Saul en sus esfuerzos para impedir la -trasformacion monárquica de Judá. El Bautista vive preparando las -vías del Salvador, y muere al capricho de una córte, al antojo de una -cortesana, al mandato de un poderoso de la tierra, enemigo natural de -las revelaciones del cielo. El dia que la Vírgen siente palpitar el -divino Hijo en sus entrañas se exalta de alegría, y alaba á Dios en -términos que parecen arrancados á una arenga tribunicia: <i>potentes -deposuit de sede et exaltavit humiles; exurientes implevit bonis, et -divites missit inanes</i>. El pueblo de Cristo es un pueblo de esclavos; -su familia, una familia destronada; su padre, un carpintero; su -cuna, un establo; sus primeros devotos, los pastores; sus primeros -enemigos, los escribas y los fariseos que componian la aristocracia -de Jerusalen; sus primeros apóstoles, los pobres pescadores; su -primer perseguidor, un Heródes; su mayor enemigo, un Caifás; su juez, -un Pilátos; su templo, el desierto lleno de ideas y no la sinagoga -teocrática llena de tinieblas; sus bienaventuranzas, la promesa de -consuelo á los afligidos y de libertad á los opresos; su doctrina -religiosa venida de un solo Dios y consagrada á<span class="pagenum" -id="Page_219">[p. 219]</span> todos los hombres, doctrina de -igualdad; su vida, un combate con la supersticion y el privilegio; su -muerte, un divino holocausto por la salud de todos los desheredados, -y una eterna acusacion á la soberbia de todos los tiranos.</p> - -<p>Esa tendencia democrática de la doctrina cristiana resucitaba el -Santo, en una sociedad tan fundada en la guerra y en la fuerza de -la autoridad como la misma sociedad romana. Á la cabeza del mundo -habia un papa con tres coronas y con extenso patrimonio temporal, -donacion de Pipino, agrandada por la piadosa condesa Matilde y que -era el signo de la autoridad moral del pontificado. Á la cabeza del -mundo habia un emperador cuyo poder estaba siempre en litigio y cuyo -litigio era una guerra perpétua. La soberanía estaba en la propiedad -y la propiedad se extendia, á pesar de tres siglos de cristianismo, -sobre las personas. Los valerosos, que habian sometido una compañía -á sus mandatos y luchado con ella contra otros enemigos en armas, -tomaban sus conquistas por una propiedad, y sobre la propiedad -constituian todas las jurisdicciones, desde la jurisdiccion del rey -hasta la jurisdiccion del juez y desde la jurisdiccion del juez hasta -la jurisdiccion del verdugo. Los reyes no eran más que los jefes, -los primeros, los más fuertes de aquella sociedad de conquistadores -y terratenientes, siem<span class="pagenum" id="Page_220">[p. -220]</span>pre armados para defender su propiedad ó conquistar la -propiedad ajena. Los obispos, los abades, los monjes eran señores -feudales y ejercian todas las jurisdicciones anexas al privilegio -señorial. Las ciudades mismas donde comenzaba á brotar la raíz de -la democracia se constituian como una personalidad jurídica con -ejercicio de derechos señoriales y luchaban rudamente con las otras -ciudades en aquella guerra universal por la propiedad. Y en mundo -constituido de tal suerte, la voz de un religioso se levanta por -los campos, por las calles, por las encrucijadas, predicando que -está la perfeccion cristiana en la humildad, en la pobreza, en -la miseria; entre los siervos, entre los desheredados, entre los -mendigos. Naturalmente, las castas se rompian, la igualdad avanzaba, -los maldecidos por los malos usos, los esclavizados por las bárbaras -leyes, entraban en el claustro y se colocaban á la cabeza de todas -las clases ungidos por la religion, y de esta suerte se fundaba con -las mismas órdenes monásticas más desavenidas del mundo, más ajenas -á la vida real, más consagradas á sus ayunos y á sus oraciones, por -vías misteriosas y providenciales, una sólida, una profunda, una -invariable democracia que debia fundar una nueva sociedad.</p> - -<p>Así es que la órden franciscana engendra inmediatamente una -secta, la cual rompe toda la<span class="pagenum" id="Page_221">[p. -221]</span> doctrina ortodoxa y despierta la tendencia vivísima -á creer en segura renovacion dogmática despues de la renovacion -moral para el establecimiento de progresiva Iglesia donde sean -perpétuas las relaciones del cielo con la conciencia del hombre. -Evangelio eterno se llama el sistema teológico erigido en creencia -complementaria del cristianismo por estos hermanos de San Francisco. -Dos revelaciones religiosas han esclarecido el alma humana. -Primero, en el comienzo de las edades, cuando la tierra todavía -está cercana á su creacion, aparece en los desiertos, y ante la -tienda de los patriarcas, en la zarza del Horeb y en las tempestades -del Sinaí, aquella revelacion que los franciscanos llaman del -Padre, por ser de Dios puro, de la primer persona de la Trinidad, -revelacion apropiada á un pueblo primitivo que se ha educado en la -servidumbre de Egipto al pié de las Pirámides; que se ha redimido -por una peregrinacion nómada desde el África al Asia hasta llegar -á su tierra de Palestina; que ha necesitado, junto á los preceptos -morales, preceptos higiénicos y políticos para iniciar la lenta y -trabajosa educacion de humanidad en el crecimiento de su vida sobre -la tierra y de su conciencia en lo infinito. Pero á la revelacion -del Padre sucede la revelacion del Hijo. Aquélla se verifica en el -comienzo de los tiempos y ésta en su madurez; aquélla cuando<span -class="pagenum" id="Page_222">[p. 222]</span> las sociedades -civiles nacen bajo la tienda de los patriarcas, y éstas cuando las -sociedades civiles se completan y robustecen por las instituciones -del derecho romano; aquélla en el relampagueo de las cumbres del -Sinaí, y ésta en la sublime desnudez del Calvario; aquélla por la -tonante voz de un Dios airado, y ésta por la humilde sangre de un -mártir sin mancha, siendo la primera la revelacion del Sér, y la -segunda la revelacion del amor; la primera, la revelacion de Jehová, -y la segunda, la revelacion del Verbo; la primera, la revelacion del -Padre, y la segunda, la revelacion del Hijo, necesarias ambas para el -desarrollo de nuestro espíritu en la tierra y para su comunicacion -estrecha con el cielo. Y así como la sociedad patriarcal se iluminó -en la revelacion del Padre ó del Sér, y la sociedad romana con la -revelacion del Hijo ó del Amor, nuestra sociedad se iluminará con la -revelacion del Espíritu ó de la Ciencia. Y de esta suerte, la órden -franciscana rompe, por la apoteósis del mendigo, la sociedad feudal, -y por la esperanza en el advenimiento del Espíritu Santo para revelar -una verdad más clara en una conciencia más humana, la autoridad -teocrática.</p> - -<p>Despues de esto, ya podeis explicaros los dos siglos que han -de suceder al siglo de San Francisco: el poder de los gremios; la -extension de<span class="pagenum" id="Page_223">[p. 223]</span> los -municipios, las libertades tempestuosas, las asambleas populares, los -síndicos elevándose á la altura de los reyes, los nobles perdiendo -su imperio sobre los siervos, las artes emancipándose de la tutela -litúrgica y yendo á renovar el calor de su sangre en la savia de -los campos, el cisma en vigor, la Iglesia en crísis, la conciencia -en rebeldía los Concilios llenos de aspiraciones democráticas, las -lenguas vulgares elevadas á expensas de la ciencia, el escolasticismo -hundido, la razon preparada para entrar triunfante en la filosofía, -y la conciencia pidiendo la sustitucion de todos los sacerdocios -quebrantados, y el derecho á interpretar la naturaleza, y el espíritu -con su libre exámen que forjará otra nueva Europa.</p> - -<p>Uno de los misterios mayores que hay en la vida, es el enlace -de las causas con los efectos. ¿Á qué cometa habrá pertenecido -la materia de que estamos formados? ¡Cuántas revoluciones habrán -sido necesarias, cuántas catástrofes, qué de terremotos, qué de -levantamientos del suelo y de erupciones del fuego central para -producir la arcilla del frágil vaso de vidrio donde apagamos nuestra -sed! ¿De qué sustancia se habrá alimentado ó en qué bosque ó selva -habrá crecido, cuántas flores habrá llevado, cuántos nidos, cuántos -frutos el árbol señalado ya por el destino para ser mi mortaja? -¿Á dónde habrá ido á parar la primera lágri<span class="pagenum" -id="Page_224">[p. 224]</span>ma evaporada de mi mejilla, ó irá á -parar el último suspiro de mi pecho en esa fragua contínua de la -vida que se llama atmósfera? Pues más difícil todavía es saber cómo -penetra la idea en la palabra y la palabra en la conciencia para -pasar luégo de los individuos á las colectividades y producir nuevos -organismos sociales en estas cristalizaciones incesantes de las ideas -que forman como las bases de la sociedad, la cual parece tan sólida -á primera vista y está sujeta á una renovacion permanente. En el -convento de San Francisco de Asis, á la luz cernida por los rosetones -ojivales, al cántico exhalado de los coros semibizantinos, al rumor -que producen los rezos de los creyentes bajo las bóvedas sembradas de -estrellas y los pasos de los peregrinos sobre las losas del pavimento -de mármol; entre aquellos ángeles y aquellos santos que se destacan -de los muros como ideas vivientes; entre aquellas estatuas tendidas -sobre los sarcófagos, que os hablan de la eternidad con sus labios de -piedra; creeis estar delante de una de esas rocas donde acaban los -terrenos primitivos y empiezan los terrenos secundarios ó terciarios -del planeta, como que estais en presencia del monumento sublime donde -se trasformó la Edad Media y empezó el espíritu moderno por virtud -de la palabra de un penitente, que con su amor impulsó á la<span -class="pagenum" id="Page_225">[p. 225]</span> tierra en su carrera -por el espacio, y acercó á nuestras manos los apartados cielos donde -se trasfigura la conciencia. Así ha podido el sentido comun llamar al -pobre penitente de Asis, el Cristo de la Edad Media.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_6"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_227">[p. 227]</span></p> - <h2 class="nobreak">SORRENTO Y EL TASSO.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<div class="apartado inicio"> - <h3 title="I."><span class="pagenum" id="Page_229">[p. 229]</span>I.</h3> -</div> - -<p>Compadezco á todo aquel que no haya ido jamas, en tibia mañana -de Mayo, desde Castellamare hasta Sorrento, entre aquellos bosques de -limoneros y de granados, todos floridos, resaltando por los sombríos -olivares; bajo la grata sombra de las montañas erizadas de riscos, -por cuyas grietas tienden su lujuriosa vegetacion las selvas de -hayas, castaños y encinas; sobre el tortuoso camino abierto en la -roca viva que enlaza las poblaciones medio ocultas en el follaje; -al borde del mar, cuya celeste superficie siembran de estrellas -fugaces y contínuas los rayos del sol deslumbrador; la isla de -Capri enfrente, cortada como gracioso templo de lapis-lázuli que -se alzára sobre las aguas; á la espalda el Vesubio con su penacho -de humo, destacándose en el cielo, y su cintura de jardines, y su -crestería de lavas bri<span class="pagenum" id="Page_230">[p. -230]</span>llantísimas, y sus alfombras de ciudades multicolores; -todo envuelto en la luz meridional y perfumado por el embriagador -azahar, formando un conjunto de bellezas naturales que nos abruman -con su magnificencia, ántes al contrario, os convidan á tomar parte -en su regocijo y á unir vuestra idea á sus creaciones como una nota -más de la universal armonía.</p> - -<p>¡Cuán hermosa es Sorrento! Parece caerse al mar desde la altísima -roca donde se ha agarrado como una ciudad náufraga. En la falda de -pendiente montaña está como suspensa, y desde sus balcones á la playa -todavía media pavoroso abismo. Diríase alzada por sus fundadores -como un mirador para contemplar el Vesubio, que semeja á espejismo -de la imaginacion en la bahía de Parthénope, que, á su vez, semeja á -encantado lago. Desde el jardin de la Sirena, cuyos intensos aromas -casi trastornan el sentido, veiamos abajo, en la breve ensenada, -sobre la estrecha faja de menuda arena, los peces plateados saltando -entre las oscuras mallas del copo y las barcas recogiendo sus velas -latinas y atracando á fuerza de brazos entre grupos pintorescos de -activos marineros. Como la hermosura está en la variedad de los -contrastes, hé aquí la region más hermosa del mundo: ágrias montañas -y tranquilos verjeles; cúspides de nieve en las lejanas cordilleras -de los<span class="pagenum" id="Page_231">[p. 231]</span> Abruzzos y -cúspides de fuego en los próximos conos del Vesubio; las guirnaldas -de parras arriba, y abajo las guirnaldas de algas; el campesino -aquí recogiendo en cestos de mimbre los limones y el pescador allá -recogiendo en cenachos de esparto los pescados; la oscura encina en -el monte y la blanca vela en el mar; las rosas y los jazmines y las -violetas en las florestas y las conchas y los caracolillos en los -arenales; las ruinas desoladas y desiertas entre los jaramagos, frias -como huesos de esqueletos, y las fuerzas de la naturaleza creando -y produciendo contínuamente en la gigantesca fragua de volcanes -y solfataras; la alegría de la vida, que brota en las serenatas, -en las canciones, en los coros al aire libre, en el regocijo de -estos pueblos donde ha nacido la música moderna, y el horror de la -destruccion y de la muerte en las erupciones que subvierten toda la -comarca, que destruyen y levantan montañas, que abren sepulcros donde -caben ciudades enteras; la esperanza de lo porvenir y el recuerdo de -lo pasado; la caverna silenciosa y la onda sonora; los matices más -bellos de la luz y los juegos más caprichosos de las sombras; los -términos más opuestos de la historia y los contrastes más bruscos de -la vida.</p> - -<p>¡Y decir que un poeta como Tasso no ha cantado ni este pueblo -donde viniera al mundo, ni<span class="pagenum" id="Page_232">[p. -232]</span> el palacio construido sobre la roca que da al mar, donde -encontráran sus miserias alivio y consuelo en el cariño de piadosa -hermana, en el calor de tranquilo hogar, en el comercio con la sana -y robusta naturaleza! Algunas palabras acerca de la amenidad del -campo y de la salud de sus moradores: hé ahí todo. Los poetas del -Renacimiento italiano se parecen á Miguel Ángel, tan menospreciador -de cuanto no fuera el hombre y la mujer, que en el <i>Juicio Final</i> -desaparece nuestra tierra, como si el desenlace de la tragedia -humana se representase en los espacios desiertos. ¡Cuán preferible -es el bellísimo paisaje viviente de esta bahía incomparable al -contrahecho paisaje de los falsos bosques de Armida! Entre todos los -poetas meridionales de aquellos tiempos, para mí, los dos que mejor -cantaron la naturaleza fueron Camoens y Garcilaso. Nunca he podido -asomarme al Tajo, ya entre los verjeles de Aranjuez, ya entre las -ruinas de Toledo, sin murmurar las Églogas; ni al Mondego sin ver -las ninfas que todavía lloran, bajo los pinos y los sauces y los -cedros, en el lugar llamado de las lágrimas, la muerte de doña Ines -de Castro, aquella hermosa dama que reinó despues de muerta. Nuestro -inmortal cantor peninsular, el Homero de la Iliada del trabajo y de -la Odisea de las navegaciones gigantescas y de los descubrimientos -maravillo<span class="pagenum" id="Page_233">[p. 233]</span>sos, -inspirado por la luz de África y por la vida de Oriente, hubiera -descrito de singular manera esta Sorrento, muy parecida á la isla de -Vénus, pintada en su noveno canto de <i>Las Lusiadas</i>, muy parecida, -iba diciendo, á la espaciosa bahía donde las ondas mueren sobre -blanca arena sembrada de pintadas conchas y caprichosos caracoles; -á las tres colinas de líneas graciosas y de aspecto imponente -que ostentan sus prados llenos de flores, por los cuales corren -cristalinos arroyos y sonantes cascadas, despeñándose desde las -ágrias rocas en deliciosos valles; al lago sereno en que se miran los -perfumados bosques; á los árboles cargados de flores y de frutos, -desde el laurel de Dafne hasta el gracioso limonero, mezcla del oro -y la esmeralda, desde el granado que envidiáran los rubíes hasta -los perales picados por los pájaros, y los olmos de Alcídes, y los -laureles de Apolo, y los mirtos de Vénus, y los pinos de Cibéles, -mudos testigos de la inconstancia de Atys, y los sombríos cipreses -que elevan al cielo sus fúnebres pirámides entre las cerezas, cuyo -color compite con el coral, y las brillantes moreras; todo realzado -por esta luz que os tendria eternamente suspensos y extáticos, cual -una sonrisa de correspondido amor.</p> - -<p>Sorrento ha elevado una estatua de blanco mármol al Tasso. Nunca -me cansaré de admirar el<span class="pagenum" id="Page_234">[p. -234]</span> respeto que Italia guarda á la memoria de sus más -ilustres hijos; nunca, de ofrecerlo como ejemplo vivo á nuestra -ingrata España. Puede decirse, sin exageracion, que en Italia -caminais entre dos coros de estatuas. Si entrais por Génova, lo -primero que herirá vuestra atencion es la efigie del descubridor -de América. ¿Dónde tiene entre nosotros, españoles, otra igual? -En ninguna parte. Ni á la puerta del monasterio de la Rábida, que -le vió pedir limosna humildemente; ni á la puerta del refectorio -de Salamanca, que vió á su razon triunfar de todas las argucias -teológicas; ni en la vega de Granada, donde se avistó con sus -protectores; ni en el puerto de Pálos, testigo de su salida; ni en -el puerto de Barcelona, testigo de su vuelta; ni en las calles de -Valladolid, testigos de su muerte.</p> - -<p>No es maravilla, en verdad, que genio tan ilustre tenga monumento -tan excelso. Los hay por todas las regiones de Italia. En Turin -lo tienen, desde los primeros hombres de Estado, como Azeglio y -Cavour, hasta los organizadores del ejército y los ministros de -Agricultura y Comercio que han servido modestamente á su patria. En -Milan se eleva el gran fundador de la unidad italiana y ese coloso -del Renacimiento, ese Leonardo de Vinci, á quien rodean sus primeros -discípulos. Los templos y los palacios de Venecia pueden lla<span -class="pagenum" id="Page_235">[p. 235]</span>marse necrópolis de los -héroes y de los artistas. Por todas las encrucijadas de Mantua se os -aparece la imágen de Virgilio. Á los dos lados de la galería de los -Oficios en Florencia, sobre el fondo de oscuro granito, se destaca -el blanco mármol de las estatuas, y estas estatuas representan los -hijos preclaros de Toscana, feraz en brillantísimos genios. Las -cimas del Pincio, despues de la libertad de Roma, han sido decoradas -por series de bustos donde se enlazan todas las estrellas del cielo -espiritual de Italia. Arnaldo de Brescia y Giordano de Bruno reciben -justo desagravio en el mismo suelo donde ardieron sus cuerpos y se -calcinaron sus huesos. Pergoleso, moribundo, se ve por los pórticos -del teatro de Salerno; Virgilio en su templo de gloria y Vico en -su meditacion de historiador brillan allí donde vienen á morir las -ondas del Tirreno, á las plantas del Vesubio, entre los mirtos y los -laureles de la inmortalidad.</p> - -<p>¿Y nosotros? En Madrid, tres hombres se han salvado del ingrato -olvido: Cervántes, que se eleva á las puertas de las Córtes; Murillo, -que se eleva á las puertas del Museo; Mendizábal, que se eleva en la -plaza del Progreso. Daoiz y Velarde están como olvidados en uno de -los barrios extremos y en medio de polvorosa carretera. ¿Y Lope de -Vega, y Calderon de la Barca, y Diego Velaz<span class="pagenum" -id="Page_236">[p. 236]</span>quez? Málaga tiene un tosco monumento -que recuerda el sacrificio de Torrijos, y Granada otro tosco -monumento que recuerda el funestísimo dia en que subió Mariana de -Pineda al cadalso. Fray Luis de Leon brilla en la ciudad donde -cantó con sin igual dulzura y padeció con sin igual resignacion. -Pero confesad que es demasiada soledad en medio de aquella escuela -de Salamanca en que se verificó la mayor parte del Renacimiento -español, como en Florencia la mayor parte del Renacimiento italiano. -En Toledo veíase la derruida casa de Padilla sembrada de sal por el -aleve absolutismo. Conmovia profundamente el ánimo y despertaba el -pensamiento aquel solar calcinado por las llamas, no tan desoladoras -como el alma de los déspotas. Sobre mutilada columna se elevaba -inscripcion vengativa. Un Ayuntamiento de estos últimos años ha -nivelado el suelo y lo ha limpiado, convirtiendo aquel sitio de -espectros sublimes y de recuerdos grandiosos en una plazuela con -raquíticas acacias, donde se reunen las niñeras y juegan los -muchachos. Yo me explico esta manía nuestra de no alzar estatuas, -por la barbarie del régimen que durante tres siglos pesára sobre -nuestra encorvada cerviz. Si entre nuestros grandes genios habia -alguno perteneciente á nobles familias, podia tener un sepulcro -fastuoso y una estatua yacente en cualquier capilla ó en cualquier -panteon<span class="pagenum" id="Page_237">[p. 237]</span> de -nuestras iglesias. Pero en las calles, en las plazas, en las -encrucijadas, donde pudieran recordar que habia algo y álguien digno -de veneracion, ademas de nuestros reyes y de nuestros santos, ¡oh! -eso no, que hubiera enseñado mucho al pueblo. Veinte estatuas, si -las hay, en toda España, consagradas á nuestros hombres ilustres, -no corresponden al sinnúmero de genios que hemos tenido en nuestros -gloriosísimos anales. Se me olvidaba; allá, en una de las calles de -Valladolid veíase pobre efigie en capilla oscurísima, no me acuerdo -por qué calle. Extrañóme sobremanera que tal recuerdo proviniese -de nuestros antiguos tiempos en que dejábamos morir á Camoens y á -Cervántes en la miseria y desconociamos que el Gran Capitan nos -trajo á Italia y Hernan Cortés Méjico. Una estatuilla, y de mujer, -¡caso raro! Pregunté qué representaba, y me contestaron cosa que -no me atrevo á creer completamente, por no haberla yo mismo en -mis estudios confirmado. Contáronme que representaba una mujer, -denunciadora al Santo Oficio de su propio esposo, como fiel en lo -interior de su conciencia y de su casa á la religion protestante. -El infeliz fué quemado en uno de los autos de fe más célebres que -presenció aquella ciudad, y el Gobierno ó el vulgo, ó ambos á la -vez, consagraron un recuerdo de agradecimiento indeleble en calle -con<span class="pagenum" id="Page_238">[p. 238]</span>currida á una -infamia tan grande..... ¿Será posible que no seamos más cuidadosos de -nuestras glorias? ¿Será posible que no elevemos todavía monumentos á -nuestros héroes, á nuestros navegantes, á los sabios de todos tiempos -que han ilustrado nuestro nombre, á los artistas, á los poetas, á -los oradores á quienes debemos la gran resonancia de nuestra lengua -por todos los ámbitos de la tierra? Si los reyes absolutos han sido -ingratos, que no lo sean los pueblos emancipados. Y donde quiera -haya brillado un genio, que exista una señal de agradecimiento y una -sombra de recuerdo. La corona de sus genios rodea con el etéreo limbo -de la inmortalidad las sienes de los pueblos. Solamente la pobre -Ofelia, loca, puede pisotear su corona, esmaltada de rocío, en la -hora del suicidio.</p> - - -<div class="apartado"> - <h3>II.</h3> -</div> - -<p>Tasso no consagró á Sorrento los versos á que tenía derecho su -hermosura, y Sorrento ha consagrado á Tasso la estatua á que tenía -derecho su gloria. <i>La Jerusalen Libertada</i> es uno de los monumentos -más grandiosos de la lengua italiana. Y en Italia frecuentemente os -encontrais con<span class="pagenum" id="Page_239">[p. 239]</span> -personas que guardan religioso culto á un poeta y que le dedican -toda su existencia. Prosa, verso, biografías comentarios, cátedras, -paréceles poco para su genio favorito. Y cuando no escriben -oficialmente, hablan á todo el mundo del único asunto de su vida. -Con uno de estos monomaniacos topé yo en mi último viaje á Sorrento; -con uno á quien le habia dado la manía por el Tasso. No me dejaba -ni á sol ni sombra, porque yo suelo tener una virtud rarísima, la -virtud de escuchar. Contábame minuciosidades innumerables recogidas -en libros y manuscritos indecibles sobre la vida de su héroe. Cierto -frances, que viajaba por entónces y que tenía la nostalgia del -café de Madrid y del boulevard de Montmartre, se indignaba contra -aquel delirio por un poeta en cuya lectura sólo habia experimentado -el dulce efecto de dulcísimo sueño. Aquí de nuestro loco; larga, -larguísima disertacion acerca del Tasso y los franceses. Veintiseis -años tenía cuando salió de Italia para Francia en la espléndida -comitiva del cardenal Luis de Este, hijo de Hércules, Duque de -Ferrara; exclamaba el infatigable comentador. La altísima intercesion -de dos princesas fué necesaria para que el Cardenal admitiera en -su servicio á quien él debia haber servido de rodillas como á un -Dios de la poesía. El príncipe de la Iglesia, que iba á fomentar en -la córte de Cárlos IX la<span class="pagenum" id="Page_240">[p. -240]</span> fe católica contra la propaganda protestante, llevaba -ochocientos criados, y entre ellos al poeta, á quien dió un cubierto -en su mesa. Reclamó el Tasso algo más, y su protector convirtió -la racion en soldada; pero estimándola á tan bajo precio, que -apénas tenía el infeliz escritor con que satisfacer su hambre. Los -cardenales de aquel tiempo eran más parecidos á príncipes de Asia -que á discípulos de Cristo. El de Este, bastante avaro para regalar -sólo con las migajas de su mesa al genio, cuyos versos debian regalar -á la régia familia de Ferrara con el maná de la inmortalidad, -donaba al criminal Cárlos IX, segun Muratori nos refiere, cuarenta -caballos, todos con arneses riquísimos, sillas y mantas recamadas de -pedrería, conducidos por cuarenta palafreneros cubiertos de seda y -oro á la oriental usanza. Y estoy cierto de que el último parásito -privaria en la córte de Ferrara más que el primer poeta de su tiempo. -Entónces las cortesanas tenian sepulcros magníficos en las grandes -iglesias, con epitafios compuestos por los primeros latinistas de la -córte pontificia, como el elegantísimo consagrado á Imperia, mujer -de tantas riquezas, todas alcanzadas por su hermosura, que cierto -embajador admitido en su casa, no supo donde escupir, temeroso de -manchar algun objeto de precio, y escupió en la cara de uno de los -criados. Y miéntras tanto, el<span class="pagenum" id="Page_241">[p. -241]</span> gran poeta se moria de hambre. Su pobreza era tal, que -empeñó, para acompañar á su protector, en veinticinco libras várias -cubiertas de cama, cortinas y tapices, restos del ajuar legado por su -padre.</p> - -<p>En su viaje á Francia, le parecieron uniformes las campiñas de -Normandía; incómodas las viviendas, todas de madera; grandes las -iglesias; admirables los vidrios de colores; inconstante el clima, -que pasaba en solo un dia de Abril á Enero; indóciles é inquietas -las gentes; adorable la reina Catalina de Médicis; gran poeta el rey -Cárlos IX; extrañas aquella Margarita de Navarra y aquella Princesa -de Nevers, que llevaban en sus carrozas las cabezas de sus amantes -tronchadas por la cuchilla del verdugo; bellas de color y finas de -facciones las francesas; bajos de estatura los franceses; raquíticos -los nobles y de escasas pantorrillas, aunque muy guerreros; plebeyas -las letras y las ciencias, segun las castas que sabian cultivarlas; -soberbios los caballos y frecuentes los torneos; incomparables los -vinos, muy buenos para las sanas digestiones; flojos los parisienses -y alejadísimos de la austeridad impuesta por Licurgo á Esparta. Pero -tuvo que alejarse bien pronto de Francia, porque cayó de la gracia -del cardenal de Este; y cayó de la gracia del cardenal de Este -porque el príncipe de la poesía era mucho más<span class="pagenum" -id="Page_242">[p. 242]</span> católico que el príncipe de la Iglesia. -Así es que, apenado por el espectáculo de las discordias religiosas, -políticas, civiles de Francia, pintó en una de sus sonoras octavas -la nacion vestida de negro, como escuálida viuda; todas sus regiones -ultrajadas; todas sus razas doloridas; vacante la corona; dispersas y -dispendiadas las fortunas; opreso y enfermo el reino; y en la estirpe -régia, herido el mejor vástago y su tronco desgajado por el rayo, <i>e -fulminato il tronco</i>. Y en Francia se daba entónces á mediano poeta, -por humilde soneto, riquísima abadía que rentaba diez mil escudos; -y el mayor poeta de Italia, para salir de Francia, tenía que pedir -prestados tres escudos, uno á cierta dama de su particular amistad y -dos á un cofrade fiel y admirador ardentísimo.</p> - -<p>Despues de tan erudita é incoherente disertacion del comentador -de Tasso, oida hasta el fin último, con paciencia de mi parte, y con -impaciencia de parte del frances, quisimos ambos oyentes dirigir -algunas observaciones al eterno orador. Yo no pude, pues el frances, -más pronto y más resuelto, me ganó por la mano y dijo que el Tasso -era incapaz de comprender toda la grandeza de Francia y de apreciar -toda su hermosura cuando así maldecia de los franceses; y que no le -extrañaba su fin desastrosísimo y su enfermedad cerebral, pues debió -estar loco toda su vida, cuan<span class="pagenum" id="Page_243">[p. -243]</span>do en el tiempo de la matanza de San Bartolomé le parecian -poco católicos un rey supersticioso como Cárlos IX, una euménide -inquisitorial como Catalina de Médicis, un prelado romano como Luis -de Este, y un Papa infalible como Gregorio XIII. «Perdon, señor, -repuso el italiano con su natural finura, unida á incontestable -tenacidad, perdon; pero no hay sino leer á Ranke para convencerse -de que Gregorio XIII no era un Papa tan severo y tan creyente como -usted cree.»—«No sé lo que sería, ni me importa, replicó el frances; -pero lo tengo por más competente en materias dogmáticas que á vuestro -poeta. Y en confianza, y pidiéndole su vénia, voy á decirle algo -desagradable. La locura contagia, y si no toma usted precauciones, -puede contraer la enfermedad de su ídolo. Al fin volvióse loco él -por una princesa hermosa y viva; pero tendria poca gracia volverse -loco por un poeta fanático y muerto.» Nunca hubiera tocado nuestro -interlocutor el tema de la demencia del Tasso. Allí ardió Troya; -allí se abrieron de par en par las compuertas de la erudicion del -comentador, que llevaba en dos dias hablados más de dos volúmenes en -fólio acerca del poeta.</p> - -<p>«¡Locura! ¡locura! Hablemos de esto, dijo, hablemos, no á la -ligera como del viaje á Francia; hablemos largamente. Vuelto el Tasso -de su<span class="pagenum" id="Page_244">[p. 244]</span> excursion -allende los montes, fué llamado á Ferrara por el espléndido Alfonso -II, que le señaló alojamiento de príncipe en su palacio, cátedra -de astronomía en su Universidad, y renta de ciento diez francos -cincuenta y seis céntimos al mes en su presupuesto, cantidad bien -superior á los miserables veintiun francos mensuales recibidos por -el Ariosto en otro tiempo, y celebrados en el cántico décimocuarto -de su <i>Orlando</i>. Á todos estos cargos reunió el de historiógrafo -y secretario del príncipe, mediando entre ambos tal amistad y -confianza, que Tasso le dirigia memoriales en verso para pedirle, por -ejemplo, una bota de vino del Pausílipo, y en verso le contestaba el -magnífico protector al acceder á su demanda, decretar el memorial -y regalársela. Siete años duró esta amistad entrañable, siete años -de no interrumpida concordia, hasta el dia funesto en que hirió á -todos la fatal noticia de la extraña reclusion de tan ilustre como -desgraciado genio.»</p> - -<p>Supongo que habréis ido á Ferrara y que habréis estado á punto -de llorar en la estrecha cárcel atribuida por todos á la crueldad -de Alfonso II y á la pasion de Torcuato Tasso. Pues acerca de aquel -extraño lugar andan divulgadas las mismas exageraciones que acerca -de los plomos de Venecia. Entónces pude yo coger la palabra y decir, -poco más ó ménos, lo siguiente: «Es ver<span class="pagenum" -id="Page_245">[p. 245]</span>dad, un dia el poeta de la duda y de la -desesperacion, el genio que dejára su sede en la Cámara de los lores -de Inglaterra por la sombra de los pinos de Italia y por los escollos -de las costas del Adriático, lord Byron, bello y pervertido como -Satanas, en las exaltaciones diabólicas de su inspiracion y en los -espasmos febriles de su delirio, llegó á Ferrara, visitó el calabozo -henchido por las lágrimas y por los suspiros del poeta mártir, y -se estuvo allí encerrado durante dos horas en contínua agitacion, -dando paseos desmesuradísimos por aquella jaula, rompiéndose casi la -frente en sus paredes, como para absorber todas las tristezas allí -amontonadas, y considerar el sol de la prision que palidece al traves -de las rejas espesas, el reflejo de la retina ardiente que se clava -en la bóveda negra, la huella del cuerpo tendido en la fria losa, el -sitio donde apercibian una comida semejante á la podre del sepulcro, -las sombras en que los cánticos al amor y las elegías á la amistad se -mezclaban á los latigazos de los loqueros crueles y á los horribles -gemidos y á las histéricas carcajadas de los locos vecinos; todos los -dolores de un cuerpo destrozado por el tormento y todas las penas de -un alma herida por la ingratitud y por la injusticia.»</p> - -<p>«La visita al oscuro calabozo, añadió el italiano, inspiró á Byron -una lamentacion que por<span class="pagenum" id="Page_246">[p. -246]</span> cierto no se parece en nada á las lamentaciones de -Jeremías, hueca de tono, exagerada de frase, declamatoria de -estilo, vacía de ideas, indigna de las otras obras maestras con -que ha honrado su nombre de poeta y ha enriquecido la literatura -de nuestro tiempo. Pero lord Byron materialmente perdió su trabajo -y su poesía. La madriguera estrecha y oscura, llamada prision del -Tasso, no encerró jamas al gran poeta, ó lo encerró por tan breves -dias, que en verdad no valia la pena de tantas exageraciones. Fué -privado de libertad, si se quiere preso, en el mismo edificio donde -señalan los guías su prision, allí, en el hospital de Santa Ana, en -el manicomio, pero no en el mismo cuarto donde le hubiera faltado luz -y espacio para escribir, como escribió por aquellos dias, cánticos -enteros de su poema y diálogos magistrales de su filosofía. El Tasso -se vió privado de la amistad de su príncipe, y recluido en lo que -hoy suele llamarse á la francesa una casa de salud, y á consecuencia -de esto sus lamentos, que, como todos los lamentos del genio, han -penetrado en el corazon de la posteridad y lo han herido de mortal -dolor. Para explicaros esta desgracia, comenzad por una cosa; por -que Tasso padecia ya de esa demencia ingénita á todo exceso de -facultades extraordinarias, al exceso de sentimiento y al exceso -de imaginacion, á las exaltaciones del carác<span class="pagenum" -id="Page_247">[p. 247]</span>ter y de la idea. Esta exaltacion se -agravaba con aprensiones tales, que creia al mundo entero conjurado -contra su honor, contra su nombre, contra su vida. La tenacidad de -esta aprension llegó á intensísima monomanía. El cardenal de Albano -le llamaba en sus amistosas cartas gravemente enfermo, y le pedia -con verdaderas instancias que para libertarse de aprensiones y -sospechas se dejára purgar por sus médicos, aconsejar por sus amigos -y dirigir por sus patronos. Pero Tasso tenía tal horror á la córte, -que cuando escribia á las gentes de su mayor confianza les rogaba no -empleáran de ninguna manera en él artificios maléficos, ó lo que es -igual, artificios cortesanos. Así, consistió la causa primera de su -desgracia en el desasosiego con que soportaba su estancia entre los -Estes y en el deseo que tenía de partirse á otras ciudades y trabar -amistades con otros príncipes. Como hubo papa de aquellos tiempos -dispuesto á declarar guerra á vecina república por retener excelso -pintor, hubo príncipe capaz de atormentar al sumo poeta por haber -querido marcharse á la córte de otro príncipe.</p> - -<p>«Á pesar de todo esto, el Tasso tuvo durante su prision -habitaciones cómodas; tiempo de vagar sobrado; visitas de príncipes -reinantes, como el Duque de Mantua; veraneos en la quinta de la -bellísima princesa Marfisa de Este y disertacio<span class="pagenum" -id="Page_248">[p. 248]</span>nes sobre la naturaleza del amor; -regalos de libros como las maravillosas obras de Aldo el jóven, que -son todavía monumentos de la imprenta; lecturas profundas, como la -<i>Suma Teológica</i> de Santo Tomás y las <i>Historias políticas</i> del -cardenal Bembo; consultas que podrian satisfacer su amor propio, -como la de Francisco Terzi, grabador celebérrimo, que iba á pedirle -consejo sobre ilustraciones y estampas; oro enviado en escudos -sonantes y contantes por el Duque de Guastala; ofrendas en los versos -del poeta boloñes Julio Segui; satisfacciones en las magníficas -estampas trazadas para su poema por Bernardo del Castello; afectos, -como la amistad del Padre Ángel Grillo, sapientísimo benedictino, el -cual se encerraba en la estancia del poeta á departir sobre arte y -religion, prefiriendo aquel encierro á todas las libertades y aquel -dolor á todos los placeres; y excursiones de carnaval en los bailes -indescriptibles de Ferrara, imitacion de los tiempos clásicos, donde, -vestido de tisú y acompañado de otros gentiles hombres, danzaba, y -bromeaba, y bebia hasta caer rendido de gozo y de fatiga.</p> - -<p>«Mas era tan pueril, que se atraia la cólera de los carceleros con -sus caprichos; tan raro, que se daba por demente con gusto, diciendo -que de igual enfermedad padecieron el griego Solon y el romano Bruto; -tan cambiante de humor, que<span class="pagenum" id="Page_249">[p. -249]</span> mostraba en pocos momentos excesos de placer y de -pena, como de garrulería y de silencio; tan indócil, que no tomaba -ninguna medicina desagradable al paladar y olfato; tan cuidadoso de -su persona, que disponia para vestir en la reclusion los mejores -terciopelos de Génova, y los gorros de dormir más historiados y -ricos; tan goloso, que importunaba á sus amigos en demanda de libras -de fino azúcar para las ensaladas; tan confiado, que le robaban y -despojaban de todo sus domésticos y compinches; tan pedigüeño, que -reclamaba de sus visitantes hasta las medias de seda que llevaban -puestas; tan desgraciado, que los médicos no le cuidaban porque jamas -les pagaba las consultas, y lo recibian los tristes hospitales con -frecuencia, porque en mil ocasiones no contaba con otra vivienda -ni otro abrigo; tan desconocedor de sus aptitudes y facultades, -que los escasos recursos recibidos de providenciales herencias los -evaporaba en pleitos dañosos á su salud y á su hacienda, á su gloria -y á su nombre; tan tímido, que la menor crítica le descorazonaba, -precipitándole desde las cimas de un orgullo sin medida, en el abismo -de una desesperacion sin límites; desgraciado por todo, especialmente -desgraciado por su propio carácter y por la guerra á muerte que se -hacía á sí mismo en contínuos tormentos.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_250">[p. 250]</span></p> - -<p>«Sacamos, dijo el frances, en limpio dos cosas: primera, que no -hubo tal demencia en Tasso, y segunda, que se debió su prision, dulce -ciertamente, no á desgracias de amor, á desgracias de córte.»—«Hará -unos veinticinco ó treinta años, añadió nuestro italiano, tratóse -largamente de las causas de esa prision y de esa locura. Un profesor -pisano sostuvo que habia sido encarcelado el Tasso por su pasion á la -princesa Leonor, hermana de Alfonso II, y un historiador florentino -sostuvo que por haber intentado pasar del servicio de la casa de -los Estes al servicio de la casa de los Médicis. Considerable -apuesta se propuso entre los dos contendientes, sometida primero al -Instituto de Francia y despues á las Academias de Italia, que nunca -dictaron la sentencia ni resolvieron el asunto. Y salió un señor -con manuscritos de Montpellier, y otro con manuscritos de Roma, y -otro con manuscritos de Ferrara, sosteniendo cada cual su version, -y alguno la singularísima de que Tasso tuvo amores con las tres -hermanas del duque Alfonso de Ferrara y hasta con su mujer doña -Bárbara. Lo cierto es que encarándose el poeta con el Duque le dice -en magníficos versos: «Puedes arrancarme, poderoso señor, la vida, -que tal es de los monarcas el derecho; pero á causa de haber escrito -del amor, al cual nos invitan el cielo y la naturaleza, arran<span -class="pagenum" id="Page_251">[p. 251]</span>carme esta razon mia, -centella de la divina bondad, no puedes, porque sería el crímen de -los crímenes. Te pedí perdon y lo negaste. ¡Ah! Me arrepiento de -haberme arrepentido.» Confesad que el príncipe pecó de sufrido, dada -la naturaleza de aquellos rudos tiempos, pues uno de sus parientes, -un cardenal, en la misma Ferrara, arrancó los ojos á hermoso mancebo -de sangre real, porque su hondo y deslumbrador mirar habia fijado -una vez la atencion de bella dama. Aparte de todo esto, confesad -conmigo que ningun poeta italiano puede compararse con el Tasso en la -hermosura de la forma, en la riqueza y armonía de la lengua, en la -dulzura de los versos, en la correccion del estilo, en el encanto de -la rima, en la viveza de los sentimientos, en la severa majestad del -conjunto de sus obras, en la sobria sencillez, verdadera señal de la -mezcla feliz del gusto con el genio.»</p> - -<p>Confesaré cuanto queráis, dije yo al entusiasta defensor del -Tasso; pero le creo poeta de decadencia, á pesar de pertenecer, por -su estilo, á los tiempos de la más clásica y más consumada perfeccion -literaria. Poeta que no presiente en su corazon y no adivina en su -inteligencia y no se anticipa á su tiempo, carece para mí de la -facultad esencialísima al genio; carece del don de profecía. Cuando -os abismais en los profundos senos de la<span class="pagenum" -id="Page_252">[p. 252]</span> epopeya católica; cuando recorreis la -sátira maravillosa que ha enterrado la caballería feudal; cuando -asistís á <i>La Vida es sueño</i>, de nuestro genio dramático, y á <i>El -Hipócrita</i>, del genio cómico frances, lo que más hiere vuestro ánimo -y lo trasporta, aparte del sentimiento y del arte, está en las -mágicas y sobrenaturales intuiciones de lo porvenir. Pero un poeta -cortesano que pasa su vida mendigando, de puerta en puerta, el favor -de los príncipes y cardenales; más papista que el férreo papa Pío V; -más monárquico que el siniestro monarca Cárlos IX; exaltado hasta -aplaudir las persecuciones y las guerras religiosas; impasible ante -la carnicería de la trágica noche de San Bartolomé; un poeta así, no -siembra ninguna de esas ideas, ni despierta ninguno de esos afectos -que vienen á ser como los hilos misteriosos con los cuales se teje -la urdimbre de la vida y se prepara á la iniciacion del progreso -el espíritu de las generaciones por venir. El Dante hiere en lo -vivo, profundiza en el abismo, sorprende el secreto de aquellas sus -edades, eleva la conciencia en el altar de lo eterno, como una hostia -consagrada; tiene con los dolores profundos y las adivinaciones -sobrenaturales toda la colosal grandeza de los profetas hebraicos, -de Isaías y Jeremías, los cuales, valiéndose de los símbolos y de la -lengua de lo pasado, fulguran el alma y el pensamiento de ge<span -class="pagenum" id="Page_253">[p. 253]</span>neraciones todavía -perdidas en la nada, pero evocadas ya de las sombras, y prontas á -entrar en la existencia, merced á este soplo creador que ha pasado -por el abismo de los tiempos como un llamamiento de la eternidad. -El Ariosto mismo, lleno de gracia y de vida, ébrio de pensamientos, -exaltado de pasiones; con aquella risa que roba á la alegría clásica, -con aquella vena de invencion que agota las fuerzas creadoras del -genio, con aquella selva de ideas que produce en el suelo manchado -de torvo feudalismo; burlándose de las instituciones más fuertes y -de las leyes más admitidas; abriendo el cielo encantado de su mágica -invectiva al delirio de los sentidos despiertos tras tantos siglos -de sueños místicos, personifica, medio pagano y medio cristiano, en -aquellas orgías de su inspiracion y en aquella pascua de universal -regocijo, toda la grandeza del Renacimiento.</p> - -<p>Al reves, el Tasso canta un hecho, la toma de Jerusalen, que -conmovió á Europa en el siglo undécimo y en el siglo duodécimo, -pero completamente ajeno á su tiempo, y mucho más á los tiempos -posteriores. ¡Guárdeme Dios de ignorar ó desconocer toda la belleza -contenida en el gran movimiento religioso que levanta nuestras -razas occidentales, aisladas por el feudalismo, y las junta y las -arroja sobre el Oriente! Al convertir há<span class="pagenum" -id="Page_254">[p. 254]</span>cia las cruzadas los ojos, veis, entre -arreboles de poesía, los pobres ermitaños que, con severo sermon en -los labios y el tosco crucifijo en las manos, suscitan la guerra -santa y divierten el ánimo de las luchas feudales para llevarlo á -otras empresas más altas; las públicas invocaciones á Dios, que -suben á los siervos desde el terruño y bajan á los señores desde -el castillo; las hileras de mondados huesos que se extienden de -Europa al Asia, fecundando el suelo y la conciencia; la antigua -Constantinopla, aparecida en medio de nosotros con sus resplandores -y sus recuerdos; el Egipto y sus misterios, resucitados á la voz y -al rumor de aquellas legiones sin número, movidas por una idea y -realizando la contraria, movidas por la idea teocrática y abriendo -su iniciacion á la democracia; las deliciosas orillas del Oriente -y del Cidno, sembradas de penitentes, á un tiempo en oracion y en -armas; los jardines de Dafne, impregnados de paganismo y cantados -por los poetas de la naturaleza junto á las abrasadas arenas del -desierto, reveladoras de la unidad divina á los sacerdotes del -espíritu; las flotas de Venecia, y de Pisa, y de Génova trayendo -sus vientres henchidos por los productos del comercio, y sus velas -hinchadas por la brisa de la libertad; Antioquía, con sus altos muros -y sus quinientas torres; Damasco, embriagada con los aromas de sus -flo<span class="pagenum" id="Page_255">[p. 255]</span>ridos bosques; -los cedros del Líbano, bendecidos por el profeta, que sirvieron á -Tiro para sus naves, á Salomon para su templo, á Alejandro para -el lecho donde debia juntar los dioses de Grecia con las ideas de -Oriente; la Palestina, la tierra de los patriarcas, con más ánsia -buscada por los nuevos cruzados que por los antiguos israelitas, y -libertando, como á los unos del cautiverio de los Faraones egipcios, -á los otros del cautiverio de los caballeros feudales; el torrente -Cedron, donde corrieron las lágrimas de David, y el monte Olivete, -donde manaron los sudores de Cristo, y el Calvario, donde se consumó -el sacrificio de la Redencion, y el sepulcro, donde estuvo entre los -átomos de la tierra el que ahora está entre los ángeles del cielo; -la toma de Jerusalen, cuyas mezquitas se empaparon tanto en sangre -que llegaba hasta la cincha de nuestros caballos; las elegías de los -árabes, á quienes sólo quedaba, si vivos, el lomo de sus camellos -para huir, y si muertos, el estómago de los buitres para enterrarse; -la figura mística de Godofredo de Bouillon, el rey-vírgen que no -puede ceñirse una corona de oro allí donde Cristo llevára una corona -de espinas; la figura poética de Tancredo, en el cual se personifica -el genio de la caballería; las órdenes militares, con sus cruces -rojas sobre sus túnicas blancas, y las órdenes monásticas que -re<span class="pagenum" id="Page_256">[p. 256]</span>sucitan por un -momento la antigua fecundidad moral de la Tierra Santa: grandiosa -epopeya donde verdaderamente el espíritu moderno sufre una de sus -más bellas metamórfosis y la humanidad una de sus más admirables -trasfiguraciones.</p> - -<p>Pero el Tasso canta este hecho con el espíritu de la Edad Media. -Compañero de los cruzados, su poesía hubiera sido maravillosa entre -los espejismos del desierto y los dolores de la guerra. Despues de -tres ó cuatro siglos que las cruzadas se han interrumpido, y San -Luis ha muerto, y Cárlos de Anjou ha despojado, á guisa de pirata, -los últimos cristianos dispersos, y la órden de los Templarios se ha -disuelto por las maquinaciones de los reyes, y la rápida victoria -de Federico II se ha malogrado por la invasion de los tártaros, y -las huestes de Juan de Brienne han retrocedido á las inundaciones -del Nilo, y los que iban resueltos á reconquistar Jerusalen se han -contentado sólo con establecer un Imperio latino en Constantinopla, -y los mismos pueblos cristianos han reclamado que los libertáran -de los cruzados por temor á las depredaciones, y Felipe Augusto y -Ricardo Corazon de Leon sólo han sabido luchar entre sí, más que -luchar con sus comunes enemigos, y Federico Barbaroja ha muerto -en las fatales aguas del Cidno, y Conrado III ha vuelto casi -solo, y Luis VII casi deshonrado de la se<span class="pagenum" -id="Page_257">[p. 257]</span>gunda cruzada, y Saladino, despues de -derrotar á los francos en Tiberíades, ha reconquistado á Jerusalen y -destruido la obra de Godofredo, entregando la ciudad á los árabes; -francamente, despues de todo esto, la epopeya del Tasso es una pura -epopeya erudita, académica, arqueológica, cual esos poemas latinos -consagrados en los albores del Renacimiento, por Petrarca, á Escipion -y al África.</p> - -<p>El Tasso pertenece á un período de reaccion religiosa y política, -al período en que los Papas restauran, merced á la energía de Pío V, -su poder quebrantado, miéntras Felipe II extiende su sombra letal en -Francia por medio de los Valois, sometidos á su yugo, y en Alemania -por medio de los Austrias, desgajados de su familia, exacerbándose -la Inquisicion en todas partes y viéndose persecuciones y matanzas -como la inolvidable de aquella noche triste en que una poblacion -entera fué cazada por las calles de París, cual alimañas feroces por -montes y por selvas, al toque de la campana, cuyos religiosos acentos -debieran recordar la caridad y la mansedumbre de Cristo á los crueles -cristianos. Ya la libertad ha muerto en las ciudades italianas; -los titanes se han tristemente encerrado en su sepulcro; el arte -ha caido en la exageracion y en la extravagancia; los jesuitas -han levantado sus abigarradísimos templos<span class="pagenum" -id="Page_258">[p. 258]</span> faltos de toda inspiracion religiosa. -Las escuelas decadentes de Nápoles y de Bolonia han reemplazado á las -bellísimas escuelas de Roma, de Venecia, de Umbría, de Florencia; -la escultura ha trocado en monstruos las piedras ántes cinceladas -por Sansovino y Buonarroti; las asambleas de los pueblos se han -sustituido con las artificiosas córtes de los príncipes; y en aquella -universal degeneracion, la obra del Tasso no podia ser más que una -obra de reaccion y por consiguiente, de decadencia y de muerte. La -misma aparatosa decoracion de una arquitectura teatral y la misma -falsedad de un cincel exagerado, y la misma hipérbole de una pintura -convencional, y la misma naturaleza contrahecha en los jardines de -los príncipes, y la misma falsa mitología de la última época de Julio -Romano, y la misma falsa religion de los Carraccios, y los adornos -riquísimos de las mundanas iglesias de los jesuitas, que nada dicen -ni al corazon ni á la conciencia, y el decaimiento universal de -Italia esclava: todo eso encuentro en la epopeya del Tasso, unido -á un esplendor de forma, á una armonía de versos, á una belleza de -lenguaje, que no bastan á ocultar todo el artificio de su fondo y -toda la pobreza de su idea.</p> - -<p>Mirad lo que verdaderamente ennoblece al Tasso; lo que sobre -todo le eleva es aquello mismo destruido por vuestra erudicion, -la cual será,<span class="pagenum" id="Page_259">[p. 259]</span> -si quereis, grande, pero tambien inoportuna; lo que le eleva y le -ennoblece es su desgracia, su inmensa desgracia, ó mejor dicho, su -vida, su tormentosa vida. No apagueis esa aureola al soplo frio -de la crítica. Ya ha pasado al mundo como la personificacion más -augusta en la historia de las tristezas y de los dolores del ingenio -y del amor. Yo le quiero tal como le presenta la tradicion poética -en sus ensueños de gloria y lo detesto en vuestras disecciones de -embalsamador. Dejadme creer que ha sido como nosotros lo ideamos y -no como vosotros le habeis puesto. Byron expresó admirablemente, -en esa misma elegía tachada de ampulosa, el dolor de Tasso, cuando -puso en sus labios estas palabras: «Me han condenado porque tú eres -bella y yo no soy ciego.» Admiro al autor de <i>La Jerusalen Libertada</i> -en el calvario que ha levantado la tradicion y véole allí en la -verdadera gloria que le ha ceñido de inmortal diadema las sienes. -Paréceme descubrir en los jardines de Ferrara, entre los bultos de -los poetas, á la sombra de los árboles, bajo coronas de laurel y en -altares de mirto, los versos pareados que tallaba en los troncos, -celebrando misterios de la poesía y del amor. Paréceme que veo las -jóvenes princesas, vestidas de pastoras como en las églogas y en los -idilios, tejer guirnaldas con flores todavía humedecidas del rocío -para coronar la frente de<span class="pagenum" id="Page_260">[p. -260]</span> los genios inmortales, y departir en diálogos platónicos, -dignos de Hipatia, sobre si el amor de los poetas abraza todas las -cosas creadas é increadas en su ideal, ó se fija sobre un solo sér, -porque esa religion no puede admitir más que un solo Dios. Oigo -á unas decir que Tasso recibe en su seno los efluvios del amor -universal y canta á la lejana estrella, enardecido por una pasion -imposible; y decir á otras que el ruiseñor tiene su nido en la tierra -y ama algun sér más hermoso, y más animado, y más semejante á él, y -más cerca de su corazon y de sus labios que la lejana estrella de -la noche. Nos acostumbramos á fingir los poetas, serenos como sus -estatuas, envueltos en sus túnicas blancas como las nubes, ceñidos -del laurel de la inmortalidad, ocultos en bosques de mirtos al borde -de la Castalia fuente, acompañados por los Elíseos Campos de coros -que entonan odas sin fin de admiracion y culto á su estro y á su -gloria. Pero el genio es una hoguera, el amor en él, un tormento; -las nobles aspiraciones, una pasion sin esperanza; las obras en que -encarna su sér, un parto homicida; y la corona que ciñe á sus sienes -algo abrasador y letal como los rayos de un sol demasiado vivo que, -encendiendo la sangre en el cerebro, al cabo produce la muerte. El -genio ve su idea en lo infinito, y sus medios de expresion en lo -finito. Ve una luz ideal,<span class="pagenum" id="Page_261">[p. -261]</span> divina, inefable, y tiene que encerrarla en el tosco -barro de la forma. Esta desproporcion entre lo que piensa y lo que -expresa, le causa tormentos indecibles. Y si concluido su trabajo -lo contempla, al verlo cuán léjos está del ideal, se vuelve airado -contra sí mismo, contra sus obras, contra los pedazos de su corazon -y de sus entrañas, contra los hijos del alma, siempre en el potro -de indecibles tormentos, abrumado por la inmensa pesadumbre de su -triste superioridad, y enardecido por la llama invisible y ardiente -de su genio. Creedlo, su corona de gloria es una corona de espinas, -el licor de la inmortalidad un brevaje de hiel y vinagre, la luz que -sobre los demas proyecta una llama, en la cual se abrasa tristemente -sin consumirse jamas. Tal es el genio, tal sus dolores y sus -tormentos. Y por eso Tasso, que los personifica en tan alto grado, -es mayor á causa de su vida tormentosa que á causa de su correcta -obra.</p> - -<p>Su apoteósis está en su desgracia. La naturaleza ha dado al -Tasso todos sus dones; le ha puesto inspiracion inagotable en la -mente, lira inmarcesible en las manos, corazon pronto al amor en -el pecho, corona de genio en las sienes, vista para alcanzar las -ideales formas sobre las formas reales de los seres en los ojos, -palabra tan armoniosa como un cántico en los labios, fuerza bas<span -class="pagenum" id="Page_262">[p. 262]</span>tante á contener con la -idealidad eterna la realidad pasajera, con las cosas los arquetipos, -con la luz del pensamiento la llama de las pasiones; y luégo, -cuando ha venido con esos dones de otro mundo superior á este bajo -mundo, se ha estrellado contra todos los límites de la universal -contingencia, se ha herido en todas las espinas de nuestras selvas de -abrojos, se ha asfixiado en esta atmósfera cargada con las cenizas -de la muerte, y el recuerdo de su patria ideal y el resplandor de -sus lejanos cielos sólo han servido para aumentar las tristezas de -su destierro. Así ha nacido poeta y grande poeta en una edad en que -se han agotado, sobre el suelo de su Italia esterilizada por los -tiranos, todas las fuentes de poesía. Sobre los tiempos que cantaba -habian pasado cuatro siglos; y el Sepulcro, cuyo rescate celebrára, -estaba en manos de los infieles, guardado por los perros de Mahoma. -La libertad sufria eclipse no ménos triste y no ménos largo que el -arte y la conciencia. Como todos los sacerdotes del pensamiento, -habia nacido para las libres asambleas de los pueblos, y su negra -estrella le lanzó en las esclavas córtes de los príncipes. Así no -hay sitio por donde haya pasado el mártir que no esté oscurecido -por uno de sus dolores y regado por una de sus lágrimas. En las -sombrías paredes del Louvre, á las orillas del Sena, se ve su<span -class="pagenum" id="Page_263">[p. 263]</span> sombra triste como -las nieblas del rio, comparando el resplandor que da en el mundo -la corona de poeta, tejida por la mano de los ángeles, y la corona -de monarca, forjada por la mano de los hombres. En los jardines de -Ferrara, á la sombra de aquellos bosques, se ven sus ojos que buscan -los ojos de una princesa, apartada de su corazon por los abismos -insalvables de las supersticiones seculares y de sus artificiosas -jerarquías tan opuestas á las jerarquías naturales en el universo. -Los edificios de la risueña córte de los Estes se hallan oscurecidos -por aquellos tormentos del genio que rayaron en locura y por aquellos -recelos del tirano que rayaron en crueldad. Aquí en Sorrento respira -todo alegría; la vegetacion que enriquece este suelo bienhadado; la -luz que brilla en esos horizontes diáfanos; el labriego y el marinero -que fecundizan las tierras y las aguas; los pueblos que conservan -el antiguo genio de Grecia; todo, ménos la tristísima sombra del -Tasso, que se pasea por estas orillas y que evoca el momento de su -vuelta, solitario y receloso como un bandido, á presentarse con -la pobre túnica de tosco pastor á las puertas del hogar. En Roma, -en el monasterio de San Onofrio, sitio de su muerte, el recuerdo -de la agonía del poeta cuadra á todos los fúnebres objetos que os -circundan. ¡Cuántas veces allí, á la sombra de un cipres fúnebre, -recostado<span class="pagenum" id="Page_264">[p. 264]</span> sobre -los restos de una columna rota, junto al cenobio triste como oscuro -panteon, al eco de la campana, perdido en los solitarios claustros -y del rezo murmurado por los penitentes monjes, últimos huéspedes -de aquellos lugares desiertos, he contemplado la lejana Vía Apia -con sus hileras de sepulcros amontonados como las generaciones en -el juicio final, las colosales ruinas por cuyas grietas vagan, como -fuegos fatuos, las ideas muertas; los templos solitarios, sin culto -y sin ceremonias, habitados por los cuervos en vez de ser habitados -por los dioses; los campos de batalla henchidos todavía de sangre, -engendrando con sus letales vapores eternos remordimientos en la -conciencia humana; las lagunas pontinas, semejantes á inmensos -depósitos de lágrimas, despidiendo en nubes de extraña forma y -sombríos matices el hálito de la muerte; los ángeles exterminadores -levantándose de tantos seculares despojos para vagar por esta -necrópolis del mundo, por esta catacumba de todas las creencias, por -este sombrío Josafat de la historia! Entónces, toda la vida del poeta -subia tristemente á mi memoria. Veíale tierno, y desposeido á los -primeros años de su madre, libre, y obligado al oficio de cortesano; -inspiradísimo, y buscando la fuente de sus inspiraciones allá en -las cenizas de los recuerdos; filósofo, y caido en el infierno de -la intolerancia<span class="pagenum" id="Page_265">[p. 265]</span> -religiosa; católico, y en pos de figuras ménos que paganas, figuras -mágicas, surgidas al conjuro de los sortilegios de Oriente; poeta, y -en vez de adelantarse á lo porvenir, descaminándose y perdiéndose en -lo pasado; brillante de genio, y eclipsado entre los ornamentos de un -palacio; henchido de amor, y sin saber ni él mismo, ni la posteridad -siquiera, á qué mujer amaba; destinado á embellecer, tanto la lengua -como la literatura patria, y oscurecido por todas las sombras, -y ahogado en todas las penas, y puesto en el potro de todos los -tormentos; nacido para dominar, y dominado; para lucir, y perseguido; -para consolar, y desgraciado; para encantar, y siempre entre -angustias; adorando, como Reinaldo, la magia de una hechicera que -toma mil formas y que le trastorna el seso, imágen de un deseo jamas -realizado; hiriendo de su propia mano la poesía que le consolaba, -como Tancredo á Clorinda; próximo á recoger en la cima del Capitolio, -al ocaso de su vida, la corona de mirtos y laureles con que soñara -á todas horas, é interrumpiéndole en aquel momento, al instante -de su triunfo, la muerte, para que ni siquiera en el sepulcro -tuviera reposo alguno su eterna inquietud, ni alivio y consuelo sus -dolores.</p> - -<p>El genio es mortal para aquel que lleva su voraz llama en la -frente. Un grande artista, un<span class="pagenum" id="Page_266">[p. -266]</span> grande poeta, un grande filósofo dobla en los demas los -goces de la vida, y en sí mismo solamente dobla de la vida las penas. -Los que están alrededor del genio se alumbran con su luz y se animan -con su calor; pero él se consume, y se disipa, y se desvanece. Esa -luz ó esa lumbre del hogar, ¡cuán grata es para los que en torno -de su llama se juntan; pero cuán devoradora para la pobre mecha ó -para la pobre tea que lo produce! La corona que tiene sobre las -sienes el verdor del laurel, tiene sobre las almas el reflejo del -martirio. Acontecimiento lejano, dolor extraño, astro apartadísimo, -aereolito errante, chispa eléctrica perdida, vapor disipado en los -aires, lágrimas evaporadas de las mejillas, ideas muertas, ensueños -febriles, todo aquello que en el vulgo de los mortales no ejerce -ningun género de influjo, apena al sér extraordinario en cuya alma -individual penetra con el espíritu de la humanidad el espíritu de la -naturaleza. Un sér que padece por todos los seres, no puede eximirse -del dolor que le trae la propia grandeza. El amor será en él como una -pasion que nunca se satisface, la verdadera pasion de lo infinito. -Ya adore á la Beatriz ideal que ha pasado como una primavera por la -tierra y se ha ido entre los astros del firmamento; ya á la hermosa -Laura, asentada en otro hogar, esposa de otro hombre, madre de hijos -que no son hi<span class="pagenum" id="Page_267">[p. 267]</span>jos -del poeta; ó ya á la mágica Armida, engañosa como la serpiente, -este amor tendrá en parte la levadura de tosca realidad, pero en -su parte mayor la esencia de lo ideal. Y este ideal, como un fuego -sutil, abrasará su sangre y calcinará sus huesos, y devorará su -existencia, no habiendo para ellos ni más consuelo, ni más remedio, -ni más narcótico que el veneno de la muerte. Imaginaos á Tasso, que -ha soñado toda su vida un triunfo semejante al triunfo de Petrarca, -con una palma y un laurel en la cima del Capitolio, eterno templo -de la gloria. En el penoso trabajo de la creacion contínua, le ha -sostenido esa esperanza. En las tristes amarguras de la realidad, le -ha consolado ese espejismo. Y llega la hora, y se acerca el momento. -Y en su fiebre ve el triunfo. La colina sagrada del Capitolio está -pronta; el palacio de los senadores, engalanado como para una fiesta -de la antigua historia; las escalinatas que conducen á la cima, -henchidas de pajes y de alabarderos, en cuyas armas y en cuyas -preseas se refleja el sol de la Ciudad Eterna; el pueblo romano, -en las calles que avecinan, anhelante por aclamar y aplaudir; -procesion de jóvenes vestidos de escarlata le precede; el Senado -le acompaña, el Papa le aguarda en su trono, las músicas entonan -himnos, y el laurel va á tocar á sus sienes, y cuando ve, y toca, y -palpa todo esto con verda<span class="pagenum" id="Page_268">[p. -268]</span>dera ánsia, muere, y sólo recibe el frio contacto de la -guadaña y el triste asilo de una oscura tumba fria y desolada, cuyo -único ornamento está por muchos siglos en las dos sencillas palabras -de su nombre. ¿No os parece una imágen de la humanidad, y de sus -dolores sin tregua, y de sus esperanzas sin realizacion, y de sus -aspiraciones sin término, y de su eterno prolongado martirio? La -grandeza del Tasso está toda entera, más que en la hermosura de sus -poemas, en la inmortalidad de sus dolores. Aquel laurel, que no puede -ceñir á sus sienes, ha brotado de su tumba, y crece hasta llenar la -eternidad, regado por las lágrimas de cien generaciones. Su miseria -es su gloria, y sus tormentos su triunfo, y sus dolores su Tabor. -La humanidad preferirá siempre á todas las glorias la gloria del -martirio.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_7"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_269">[p. 269]</span></p> - <h2 class="nobreak">LOS GÜELFOS Y LOS GIBELINOS DE ROMA.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_271">[p. -271]</span>La nacionalidad italiana, hasta ahora, ha cambiado la -superficie, pero no ha cambiado el fondo de la Ciudad Eterna. La idea -que en Roma domina es la sublime idea de la muerte, y su necesario -complemento, la idea de la eternidad. En vano las instituciones -modernas brotan sobre las moles de los tiempos antiguos; como los -festones de hiedra sobre las ruinas, sólo sirven para acrecentar la -solemnidad y la tristeza. ¡Ah! Lo presente nada vale aquí donde las -generaciones comparan á cada instante y á cada paso la propia fugaz -brevedad con los momentos eternos. Los celajes de lo porvenir se -cierran á la vista. La idea de lo porvenir habita esas regiones de -América, del Nuevo Mundo, sin historia, y con la naturaleza vírgen, -exuberante, furiosa, espaciándose en selvas inexploradas, en floras -gigantescas, en legiones de animales innumerables, como un verdadero -incendio de vida, como el comienzo ígneo de un nuevo planeta -recientemente desprendido del<span class="pagenum" id="Page_272">[p. -272]</span> sol. Pero entre tantos sepulcros, sobre estos montones -de huesos, en los océanos de cenizas que á la Ciudad Eterna rodean, -ni cabe la esperanza ni el presentimiento de lo porvenir, tan -ligados como á la juventud de nuestra vida individual, á la juventud -del Universo. Despues de abrazar de una sola ojeada innumerables -centurias esculpidas sobre columnas que el tiempo separa con siglos -y el espacio reune en el mismo sitio; despues de ver que ciertas -inspiraciones y ciertas grandezas no se han repetido, os atrae -bien poco lo porvenir terrenal, sujeto á las mismas luchas y á las -mismas derrotas que lo pasado; y os sobrecoge el deseo impaciente -de penetrar en otros horizontes nunca vistos, en otras esferas -nunca alcanzadas, en otros cielos superiores á nuestros cielos, -en las sombras infinitas de la eternidad. Luégo, la naturaleza se -ha complacido en formar aquí una necrópolis en rivalidad con la -Historia. El árbol por excelencia de Roma, es el cipres; las plantas -por excelencia de toda ruina, la ortiga y la cicuta. Los rios, de -suyo alegres, tienen aquí la tristeza de los rios del infierno -pintados en los frescos de la Edad Media. Las lagunas pontinas -exhalan miasmas de corrupcion y siembran la campiña de muertos, y dan -á los campesinos, en todas partes más robustos que los ciudadanos, la -verdosa amarillez de los cadáveres. Esta amena<span class="pagenum" -id="Page_273">[p. 273]</span>za de la fiebre, presente siempre á -los ojos, sonando como el llamamiento del sepulcro en los oidos, -esparcida hasta en el aire que os anima y os refrigera, enseña -cómo sobre Roma solamente han quedado la sombra de los gladiadores -pidiendo venganza; los manes de los mártires de tantas causas ó -vencidas ó vencedoras; los ángeles del juicio y del exterminio -ideados por los antiguos Apocalípsis; las tristezas sublimes de todas -las ciudades nuestras.</p> - -<p>Hercúleo esfuerzo os cuesta descender desde estas alturas de la -eternidad al oleaje tumultuoso de la vida presente. Pero descendeis -por fuerza. Y en la hora que corre, en esta hora crítica de su vida, -Roma ofrece contrastes bruscos por una conjuracion de coincidencias -tal vez singulares en su historia. No es ya el sepulcro de un Papa en -el mausoleo de un tribuno; la efigie de San Pablo sobre la columna -de Trajano; el obelisco de Cleopatra bajo la cruz del Nazareno; los -altares del Dios-espíritu en los jardines del emperador bestia; los -filósofos de Aténas discutiendo sobre el sér y no sér en la vida al -frente de los teólogos de la Iglesia disputando sobre la presencia -de Cristo en el Sacramento; un cenobio de franciscanos en vez del -templo de Júpiter Capitolino; y al pié de las moles del Circo Máximo, -en que piafaban los caballos de las carreras ó rugian los<span -class="pagenum" id="Page_274">[p. 274]</span> tigres de los juegos, -la catacumba de los primeros cristianos, todavía perfumada con el -incienso de los místicos cantares. Hay otros contrastes más extraños, -como la camisa roja del garibaldino junto á la estameña burda -del ermitaño; la arenga tribunicia del filósofo que truena desde -Monte-Citorio contra los Papas y sus poderes, tanto espirituales -como temporales, y la oracion fervorosísima del obispo que desde su -púlpito anatematiza las invasiones italianas, y sus legisladores, -y sus soldados, y sus reyes; el periódico callejero escrito con la -tinta de Marat, resonando al par de las plegarias leidas sobre los -piadosos breviarios; el peregrino católico que corre á visitar al -Papa-rey en su áurea prision vaticana y el viajero demócrata que -corre á visitar al general de la libertad en su retiro agrícola á lo -Coriolano; el inmenso establecimiento de misioneros que propaga los -dogmas de la fe y el inmenso establecimiento de escolares que propaga -los dogmas de la razon; un jesuita escribiendo libros cosmológicos -en que solamente por coincidencia se habla de Dios, y un germano -enseñando á la ciudad aborrecida por Arminio y anatematizada por -Lutero, su gloriosa historia y los sepulcros de sus pontífices; los -fuegos fatuos desprendidos de los mondados huesos compitiendo en -brillo y en color con la intensísima luz de este nuevo dia del<span -class="pagenum" id="Page_275">[p. 275]</span> humano espíritu y la -vida antigua tan llena ó intensa como la vida moderna; contrastes -que acaso no volverán á ver los nacidos, ni volverán á repetirse en -la historia, porque la incompatibilidad de ciertos elementos lleva -en sí una lucha terrible, y esta lucha terrible ha de resolverse, -tarde ó temprano, en completa y exclusiva victoria de uno de los -contrarios.</p> - -<p>Hablaba ayer con cierto americano, amigo mio, de estos contrastes -de Roma, y le decia que en poco más de dos horas acababa de verlos -bien extraños entre la basílica de San Pablo y las catacumbas de San -Calixto, testimonio aquélla de la fe de nuestro siglo, y testimonios -éstas de la fe de los primeros siglos del Cristianismo. La basílica, -devorada hasta los cimientos á principios de la corriente centuria -por grande incendio, ha sido construida de nuevo en estos nuestros -tiempos. Los Papas han querido decir con ella que si no pueden elevar -monumentos tan bellos y tan grandes como San Pedro, pueden elevarlos -tan ricos y ostentosos sin temor á una nueva reforma. España, que no -tiene hoy ni las escuelas, ni las academias, ni las casas de caridad -necesarias á su instruccion y á su beneficencia, mandó ayer, por -espacio de muchos años, 25.000 duros mensuales para la edificacion de -este templo. En la basílica el lujo, y en las catacumbas la pobreza; -allí el pa<span class="pagenum" id="Page_276">[p. 276]</span>vimento -de mármoles brillantes como espejos venecianos, y aquí el pavimento -de cascajo humedecido como por gotas de lágrimas y gotas de sangre; -allí pilares de granito oriental, que no pueden abrazar dos hombres; -urnas de verde malaquita, semejantes á titánicas esmeraldas, regalos -del Czar de todas las Rusias; columnas de alabastro, que valen como -si fueran de oro y pedrería, regalos del Rey de Egipto; y aquí, -en el terreno volcánico, léjos de la luz, fuera casi del aire, -hileras de sepulcros escondidos á la persecucion y á la saña de -los Emperadores del mundo: en la basílica, entre áureos circulares -marcos, los retratos de todos los Papas, trazados por la paciencia -de innumerables artífices en costosos mosaicos, los cuadros de Julio -Romano trasladados á vistosas piedras, las estatuas de Pedro y Pablo -esculpidas en mármoles de Carrara, los doce apóstoles y los más -célebres santos resaltando en vidrios de colores, las aras de jaspe -y ágatas sostenidas por bronces dorados á fuego que deslumbran; -y en las catacumbas, sobre los cenotafios de tosca puzolana, al -escaso resplandor de las antorchas, en ladrillo ó piedra, trazados -por el pincel de los creyentes, una paloma que viene con su ramo -de olivo, un pez junto á la cruz griega, una orante con sus manos -y sus ojos hácia el cielo, símbolos de tristeza, de desesperacion, -de penitencia; y, sin<span class="pagenum" id="Page_277">[p. -277]</span> embargo, en la riquísima basílica, á pesar del esplendor -de las artes y de las maravillas del lujo, hay algo frio que nada -dice al sentimiento ni á la inteligencia, como un rico mausoleo que -aguardára á un potentado egoista, el cual quisiera rodearse de obras -dictadas por el afan de lucro, y no por la espontánea inspiracion, -miéntras que en la oscura catacumba, toda henchida de espiritualismo, -las manos se juntan involuntariamente para mezclar una oracion á -tantas oraciones, las rodillas flaquean y se doblan como al latigazo -de ese rayo invisible llamado lo sublime, y Dios aparece en zarza más -ardiente que la zarza del Sinaí; en la llama inextinguible del dolor -y del sacrificio.</p> - -<p>«¿Y son ésos los contrastes que veis en la Ciudad Eterna?» me -dijo el americano. Pues yo ayer los he visto mayores, y, sobre todo, -más recientes. Á las once de la mañana me dirigí á San Pedro. Por el -camino tropecé con varios jóvenes demócratas precedidos de una música -que tocaba la <i>Marsellesa</i>. Al volver una esquina di de manos á boca -con piadoso entierro. Varios penitentes, vestidos de túnicas blancas -rematadas por capuchones celestes y cubiertos de antifaces, como los -enmascarados de Lucrecia Borgia, llevaban á enterrar, sobre andas -doradas, el cadáver de oscuro sacerdote encerrado en tosca mortaja -de pino. De<span class="pagenum" id="Page_278">[p. 278]</span>lante -iba una procesion de frailes con hábitos blancos, azules, negros, -pardos, como si estuviéramos en los tiempos más florecientes del -Pontificado. Al acercarme á la columnata de Bernino, pasaban -corriendo los cazadores que entraron por las brechas practicadas -en la Puerta Pía, y al terminarse la columnata departian los que -les resistieron, los suizos pontificios, vestidos con los trajes -rojos, amarillos y negros, cuyo modelo trazó Rafael de Urbino. Subí -las escaleras del Vaticano, y se mezclaban los acentos de la música -italiana en mis oidos con austero <i>Miserere</i> que entonaban varios -peregrinos alemanes en armonioso coro. Entré y me eché de rodillas -en un magnífico salon, cubierto de rica tapicería, á recibir, con -varios paisanos mios, la bendicion papal. Vi al Papa vestido de -blanco, los cardenales vestidos de rojo, los guardias nobles con su -traje de terciopelo grana algunos, y su traje de terciopelo negro los -más, el alabardero de centinela, y los domésticos y familiares con -sus ropillas multicolores de ricos brocados y de mangas perdidas, -como si áun subsistiera la Roma pontificia. Apénas habiamos dejado -el Vaticano y entrado en el Corso, cuando nuestro carruaje se -cruzó con el modesto y sencillo carruaje del Rey de Italia, en -cuyo atezado rostro creimos descubrir las señales de floreciente -robustez y de verdadera alegría, sólo compara<span class="pagenum" -id="Page_279">[p. 279]</span>bles, dadas las diferencias de -temperamento y de edad, á la robustez y alegría de Pío IX. Mis amigos -no se contentaron ciertamente con esta visita; quisieron ver tambien -á Garibaldi. Devoramos el largo espacio que le separa de Roma, y nos -dirigimos, por la Puerta Pía, hácia la quinta donde, refugiado contra -la curiosidad de tantas gentes, no pudo burlar nuestra curiosidad. -Sus cabellos rubios, del color de los rayos del sol, que rodeaban su -cabeza de una aureola mística, tiran ya á blancos, pero conservan -su lustre sedoso. Las barbas blanquean tambien como el cabello. Los -piés, taladrados por la gota, apénas pueden sostenerlo. Sus manos se -han retorcido y afeado al dolor en tales términos, que difícilmente -cogieron la pluma para trazar una firma al pié de varios retratos por -nuestro entusiasmo apercibidos para recoger autógrafo tan célebre. -Mas el rostro conserva todo su heroico candor, los labios toda su -sonrisa de benevolencia, los ojos azules toda su mística expresion, -la tez toda su sonrosada blancura, y la fisonomía toda su honradísima -ingenuidad y toda su sublime sencillez. Nos habló en corriente -español y nos preguntó por el estado general de las instituciones -liberales y democráticas en América, dándonos consejos tan elevados -como prudentes. Nosotros le preguntamos por sus proyectos, y nos -dijo que las cosas de pa<span class="pagenum" id="Page_280">[p. -280]</span>lacio van despacio, recordando con oportunidad el antiguo -refran español y refiriéndose con gracia á la lentitud del Gobierno. -Pero habló de sus trabajos hidráulicos cual pudiera hablar de sus -campañas políticas. Roma no podrá ser capital de Italia miéntras -tenga la muerte disuelta en sus aires. Catorce acueductos conducian -las más ricas aguas de todas las cercanías, en la antigüedad, á la -gran capital, henchida por dos millones de habitantes. Estos catorce -acueductos, hundidos en su mayor parte, que eran catorce radios de -vida y de salud, lo son hoy de corrupcion y de muerte. Desviar el -curso del Tíber, excavar los alrededores de Roma, destruir los focos -de la fiebre, rehacer el agro latino, desecar las lagunas pontinas, -construir un puerto muy seguro y muy cercano, son obras á las cuales -quiere unir el gran general popular los últimos dias de su gloriosa -existencia. Inútil deciros cómo le oiriamos los que aprendimos á -bendecirle en América, y le admirábamos en el sitio de Roma y en la -retirada á Venecia, y le vimos reaparecer por las orillas de los -lagos en la guerra de la Independencia, y le deseábamos la victoria -cuando se dirigia á las Dos Sicilias, y le idolatrábamos lo mismo -en sus desgracias de Mentana que en los sublimes sacrificios por -la integridad y la independencia de su patria. Pero todo nuestro -entusiasmo no impidió que desde la quin<span class="pagenum" -id="Page_281">[p. 281]</span>ta de Garibaldi nos dirigiéramos al -Colegio de la Propaganda religiosa y habláramos con monseñor Franchi -de las misiones, y desde el Colegio de la Propaganda á la Cámara -de Diputados, y oyéramos á Ferrari departir en los pasillos de la -necesidad que tiene Italia de avivar su unidad con las antiguas -instituciones populares, y ser en nuestro tiempo, lo mismo que en -los tiempos medios, el genio de la democracia. Y cuando vino la -noche, asistimos á una tertulia donde departian los blancos y los -negros en grande concordia, y donde una dama romana parecia resumir -nuestro dia y representar el estado de Italia, ostentando en su -pecho un alfiler que tenía esculpida la efigie de Pío IX, y en las -mangas sendos botones, el uno con la efigie de Víctor Manuel y el -otro con la efigie de Garibaldi. Dicen, añadió el americano, como -resúmen y aplicacion moral de todo su discurso, que los italianos -son escépticos. Pues yo prefiero este humano escepticismo, tan -propio para las ciencias y para las artes, al dogmaticismo recibido -de nuestros padres los españoles, y que nos ha dado sesenta años -de guerras sangrientas para fundar instituciones tolerantes y -tolerables, que con otro carácter y otras ideas nos hubieran costado -medio lustro ó un lustro de dolores.</p> - -<p>Las contradicciones de Roma ¿no son acaso las<span -class="pagenum" id="Page_282">[p. 282]</span> contradicciones de -nuestra vida? Y las contradicciones de nuestra vida, ¿no han de -acompañarnos hasta la eternidad, como nos acompaña la sombra, como -nos acompaña la muerte? Apénas hemos resuelto un problema, cuando -surgen de sus entrañas mil problemas diversos. Apénas hemos planteado -una idea, cuando con ella planteamos tambien su contraria. Así como -no podemos elevarnos á ciertas alturas de la atmósfera sin exponernos -á encontrar la muerte, no podemos cambiar los fundamentos de nuestra -naturaleza física ó moral sin exponernos á caer en el error y en el -absurdo. Lo que ha dado en llamarse el escepticismo italiano acaso -es un conocimiento de la realidad y de la historia superior al -nuestro. No podemos evitar que el planeta ruede entre dos polos, que -la vida se extienda entre la cuna y el sepulcro, que alternen las -lágrimas en nuestros ojos con las sonrisas en nuestros labios, que -unos asciendan á las cimas luminosas de la gloria y otros caigan en -las sombras espesas del olvido; que el trabajo sea un combate y el -ocio un enervante; que corra un rio de dolores á nuestras plantas y -circunde una aureola de esperanzas nuestras sienes; que los seres se -persigan unos á otros en los círculos de este infierno sin fondo y se -busquen y se atraigan convirtiendo por el amor sus dolores en cielos -infinitos; que desde las pla<span class="pagenum" id="Page_283">[p. -283]</span>yas de esta realidad siempre árida, entreveamos un ideal -siempre luminoso; que seamos animales y plantas con las necesidades -más groseras, y ángeles y genios con las aspiraciones más sublimes; -una contradiccion más en este planeta de las grandes contradicciones. -Pero evidentemente ciertos principios, ciertos elementos, ciertas -instituciones mueren, aunque la contradiccion y el combate continúen. -Se lucha siempre, es verdad; pero se lucha entre los vivos, si -quereis, sobre los sepulcros de los muertos. En el siglo décimotercio -existen unos problemas políticos, y otros distintos en el siglo -décimooctavo. En nuestra edad, á nuestros ojos, pasa lo mismo. Los -términos de los problemas cambian cada quince años. Lucharán otros -principios; pero aquel que atribuia al sacerdocio un poder político -ademas de su poder moral, no reaparecerá en el mundo. El poder -espiritual de los Papas subsiste y subsistirá miéntras haya millones -de católicos en el mundo; pero el poder temporal ha desaparecido por -completo en el oleaje de las contradicciones de Roma.</p> - -<p>El problema que embarga principalmente en Roma es el problema -religioso; hoy, como en los tiempos de mayor fe, el primero entre -los humanos problemas. Yo he procurado, en mis relaciones de -viaje, siempre decir más bien el pensamiento de los demas que mis -propios pensamientos so<span class="pagenum" id="Page_284">[p. -284]</span>bre los asuntos interiores de los pueblos por mí -visitados. Los varios libros que he escrito me han procurado varios -amigos, hasta entre aquéllos que no participan de mis opiniones -políticas. Y no os maravillará saber que he podido tratar, desde -amigos y devotos principalísimos del Papa, hasta amigos y devotos -principalísimos del Rey; desde senadores y diputados de la extrema -derecha, hasta senadores y diputados de la extrema izquierda. Todo -el mundo en viaje os pregunta por la situacion política de vuestra -patria; y con sólo visitar dos ó tres iglesias de la Ciudad Eterna, -os convenceis fácilmente de la inmensa popularidad que tiene, -por ejemplo, Don Cárlos entre los sacristanes del Tíber. Yo, en -cambio, pregunto á todo el mundo por su política interior en justa -reciprocidad, y sin herir jamas las convicciones ajenas. Así, en -calidad de narrador, proponiéndome no añadir cosa alguna de mi propia -cosecha, voy á referiros lo que me han dicho un personaje católico y -un hombre de Estado liberal sobre el problema de los problemas, sobre -las relaciones entre el Pontificado é Italia.</p> - -<p>Almorzaba hace pocos dias en casa de un príncipe, poeta, artista, -diplomático, amigo de todas las dinastías destronadas, enemigo de -todas las innovaciones italianas, devotísimo al Papa y á la Iglesia. -Descendimos al jardin á tomar el café, y<span class="pagenum" -id="Page_285">[p. 285]</span> nos encontramos en el asunto de los -asuntos por un camino bien llano, departiendo sobre la tésis, aquí -frecuente, de si Roma ha perdido ó ganado bajo el aspecto artístico -despues de la revolucion. Todo convidaba á discutirlo, todo: las -hayas que nos daban sombra, y que habian visto pasar bajo su ramaje -papas y familias de papas, reyes y familias de reyes; el Tíber que -corria á nuestras plantas, y que nos mandaba una frescura seductora, -pero asesina; los grandes palacios que se dibujaban á nuestro frente -con su aspecto de fortalezas, sus arcos romanos, sus columnas -griegas, su magnitud asiática, su aire feudal y sus preseas del -Renacimiento; las obras artísticas que nos rodeaban, y de las cuales -se desprendian, como la esencia de las flores, esas inspiraciones -verdaderamente bellas, que no sólo encantan la fantasía, sino -tambien sobreponen la razon á la voluntad, las ideas á la pasion, -la conciencia al instinto, y fortalecen y aceran el ánimo, y lo -persuaden á ejercer plenamente la libertad, y por la libertad lo -llevan al cumplimiento del bien.</p> - -<p>En Roma se acostumbra á tratar de las cosas eclesiásticas con una -franqueza de lenguaje apénas comprensible en nuestra España. Entre -el católico español y el católico italiano média la misma distancia -que entre la luminosa alegría pagana de una de estas basílicas y la -severa austeridad<span class="pagenum" id="Page_286">[p. 286]</span> -gótica de una de nuestras catedrales. En la historia del Cristianismo -han ejercido soberano influjo las grandes ciudades antiguas, -Jerusalen, Aténas, Alejandría, Bizancio, Roma. Y puede decirse que -la última en ejercerlo fué esta Ciudad Eterna, que debia presidirlo -y personificarlo. Y cuando Roma se bautiza, impulsada por el español -Teodorico, ha cumplido el cristianismo sus cielos dogmáticos, ha -redactado, desde el concilio de Jerusalen hasta el concilio de Nicea, -todas sus creencias, y toma principalmente un aspecto político y -canónico, de autoridad, de dominacion, de ley; el aspecto mismo de -la Ciudad Eterna en su antigua historia. Así es que los romanos -miran siempre la cuestion religiosa en sus relaciones con la propia -grandeza política.</p> - -<p>«Os admiran y os maravillan estas obras de arte, me decia mi -interlocutor. Pues pronto las veréis desaparecer bajo la segur de -la igualdad democrática, é ir de Roma á quebrarse entre los hielos -de Rusia, ó ennegrecerse entre las tinieblas de Inglaterra. Esa -galería Doria, donde habeis visto á Juana de Nápoles retratada -con griega finura por el pincel de Vinci; donde habeis visto á -Lucrecia Borgia con sus ojos valencianos, tan negros como su -basquiña de terciopelo, surgiendo de la paleta del Verones como -para ir á una fiesta veneciana; donde habeis visto el primero -quizá<span class="pagenum" id="Page_287">[p. 287]</span> de todos -los retratos de vuestro inmortal Velazquez; ese museo del palacio -Borghese, que guarda desde obras maestras de los primeros pintores -de Siena y Florencia hasta obras maestras de Rafael y de Corregio; -todas esas grandezas se vinculan hoy en mayorazgos, que ántes de -treinta años habrán desaparecido por vuestras leyes liberales de -las desvinculaciones. Nuestros hijos no podrán tener amortizados -quinientos ó seiscientos millones de reales en obras de arte como los -tienen sus padres. Vendrá la division de bienes entre ellos; con la -division la necesidad de vender: no comprarán, ni los italianos y los -españoles, que son pobres, ni los franceses, que, ricos como nacion, -como individuos no pasan de gozar medianas fortunas; comprarán los -príncipes rusos ó los lores ingleses, y los dioses del arte irán -prisioneros á las regiones del frio y de las nieblas, como ya han ido -á San Petersburgo cuadros maestros de Venecia, y á Lóndres los frisos -del Partenon.</p> - -<p>»Roma, añadia, para continuar siendo Roma, debiera permanecer como -una ciudad aparte, como el templo de vuestro Dios, á lo ménos como -el archivo donde se guardan los títulos de la nobleza de vuestra -estirpe, de la gente latina. Los demócratas habeis sacrificado -el genio católico, el genio humano de Roma al genio nacional, -parti<span class="pagenum" id="Page_288">[p. 288]</span>cular de -Italia; y buscando la república de Aténas entre nuestras ruinas de -mármol, os habeis encontrado con la monarquía de Filipo. ¡Ah! Por eso -yo me opuse constantemente á la destruccion del poder temporal de los -Papas, y aconsejé que se blandieran todos los rayos y se asestáran -sobre la frente de los invasores todos los anatemas. Si el dia que -los italianos, valiéndose de las desgracias del Imperio frances, -abrian la brecha en la Puerta Pía, el Papa sube á la basílica de San -Pedro, y con todas las formalidades propias de los ritos, excomulga -<i>nominatim</i> á Víctor Manuel y á su ejército, excomulgando con ellos -á cuantos sacerdotes les dijeran misa, ó los confesasen, ó les -administráran los sacramentos, ó les abrieran las puertas de los -templos, tenedlo por seguro, si entran en Roma, si la adquieren por -el ímpetu de la revolucion democrática, no la conservan. La mujer -italiana es supersticiosa, y al ver que á la patria de esta tierra -debia sacrificar la patria del cielo; al ver sus hijos sin bautismo -á la hora del nacimiento; sus padres sin confesion á la hora de la -muerte; cerrado el templo á sus oraciones y abierto el infierno á -sus piés, comienza por una reaccion doméstica la guerra á Italia, y -concluye por una reaccion nacional animada del espíritu religioso. -¿Qué quereis? El cardenal Antonelli es un hombre finísimo, de aguda -inteli<span class="pagenum" id="Page_289">[p. 289]</span>gencia, de -vastos conocimientos diplomáticos; pero de una irresolucion y de una -incertidumbre sin ejemplo. No podeis imaginaros lo que ha costado -cosa tan natural y sencilla como elevar el mártir arzobispo de Posen, -perseguido de muerte por Prusia, á la dignidad de cardenal. Anunciaba -todo género de calamidades á la Iglesia, y no ha sobrevenido ninguna, -á consecuencia de este acto de justicia. Pues en el momento de la -invasion logró pintar con tan vivos colores la desgracia del mundo -católico y las desdichas de la Sede Apostólica, si las excomuniones -se lanzaban abiertamente y en todo su furor, que retrajo al Papa de -la necesaria energía y dejó en el aire la máxima, siempre sostenida, -de la necesidad esencialísima de los poderes temporales y políticos -á la autoridad religiosa y moral de los pontífices. Ya se ve, el -cardenal Antonelli es rico hasta poderse llamar un potentado; la -gota le tiene afligidísimo y no quiere moverse del Vaticano. Todos -sus gustos se reducen á coleccionar mármoles y piedras preciosas. -Tiene la joyería quizá más extraña y más rica de Europa. No hay -monarca ni potentado que no le haya remitido algun regalo. Y en esto -esparce el ánimo y distrae los ocios que le consienten sus trabajos -diplomáticos, dejando rodar el mundo á su antojo, sin oponerle, -como debiera, una decidida resistencia, cuan<span class="pagenum" -id="Page_290">[p. 290]</span>do choca tan abiertamente como ahora -con los altares de la Iglesia católica y con el genio de la antigua -Roma.»</p> - -<p>No hé menester decir que yo escuchaba con atencion hasta las -inflexiones de la voz del Príncipe, sin participar de ninguna de -sus creencias, sin asentir á ninguna de sus ideas. Pero viendo mi -religiosidad en escucharle, se exaltaba hasta el entusiasmo, y -decia: «¡Y cuán merecedor era Pío IX de otra suerte! No conozco -ni ha conocido la Historia un Papa más íntegro en materia de -intereses. Pobre era su familia y pobre continúa. Este larguísimo -pontificado no le reportará ni siquiera un miserable ahorro. El dia -en que el Papa muera, le enterrará la piedad de los fieles, como -la piedad de los fieles hoy le mantiene y alimenta. Vosotros, los -liberales, exagerados en vuestros juicios, todos contrarios á los -Papas, sabeis cuál ha sido la llaga del Pontificado; sabeis que ha -sido el nepotismo. Las familias más poderosas y más ricas deben su -poder, su nombre, su riqueza, su influencia, á contar en sus anales -un papa. Mirad esos palacios del Renacimiento esparcidos en Roma, -y que exceden á los palacios de los reyes en el resto de Europa; -recorred esas villas en que la naturaleza compite con el arte, último -refugio de los antiguos dioses, olimpos verdaderos de la escultura; -todo pertenece á familias pontificias.<span class="pagenum" -id="Page_291">[p. 291]</span> Ese palacio Corsini, donde habeis -visto cuadros de los principales maestros y admirado la Vírgen de -Murillo y su resplandeciente color sevillano, que vence al color -mismo de la escuela veneciana, lo fundó un Riario, sobrino de Sixto -IV, y lo agrandó aquel cuyo nombre lleva, sobrino de Clemente XII. -La villa de Albani, que despues de vender parte de sus esculturas al -Louvre y otra parte á Munich, formando como la base de dos museos, -todavía guarda las primeras estatuas del mundo, como la bellísima -canefora griega, en cuya presencia os olvidais de todo lo que no -sea su extática contemplacion, se erigió por familia que contára -un papa Clemente en sus anales. Las ciencias y las riquezas de los -Pignatellis ha llegado desde nuestras tierras de Nápoles hasta -vuestras tierras de Aragon, y si no se han debido, se han aumentado -al poder y al nombre de Inocencio XII. Clemente IX es el jefe de -esos Rospigliosis, á cuyos jardines acudís para ver la Aurora de -Guido Reni, pintada en los techos de sus casinos, donde parece -haberse condensado un pliegue de la rosada túnica del alba, y en ese -pliegue danzar las ninfas vestidas de gayas gasas, y rodar el carro -del sol, presidido por la jóven y divina Íris, que invocára tantas -veces en sus poemas Homero. Los Altieris han fabricado el colosal -palacio de la plaza de Gesu, parecido á una ciudad, á la vi<span -class="pagenum" id="Page_292">[p. 292]</span>vienda de un pueblo -más que á la vivienda de una familia, y los Altieris han tenido un -Clemente X á su cabeza. Cuando recorreis la villa Pamphili; cuando -bajais á sus verdes valles; cuando subís á sus colinas cubiertas -de flores y coronadas por pinos de Italia; cuando dejais errar -la mirada por los jardines interminables y por los lagos azules, -comprendeis que los paisajes de Claudio Lorena se han animado en -Roma á los conjuros del arte, movido por poderoso motor de oro, y -acaso no recordais cómo tan puros goces son debidos á la munificencia -de un sobrino de Inocente X. El palacio Barberini truena allá en -las alturas, en las sagradas colinas, como un nuevo Quirinal, como -un nuevo palacio Vaticano, construido con piedras arrancadas al -Coliseo y edificado por los parientes de Urbano VIII. Esa galería, -alzada en los jardines de Salustio, donde brilla la colosal cabeza -de Juno y donde quedan grupos encantadores de Menelao, es obra de -la fortuna de los Ludovisis, y la fortuna de los Ludovisis, obra de -su pariente Gregorio XV. La villa de Borghese realmente es el único -paseo del pueblo romano; su galería de esculturas podria honrar -una capital; de su galería de pinturas no hablemos, y todas esas -fabulosas riquezas comenzaron bajo la proteccion de un papa Borghese, -de Pablo V. Y ya sabeis cómo Julio II protegió á los Róve<span -class="pagenum" id="Page_293">[p. 293]</span>res, y Leon X á los -Médicis, y Alejandro VI á los Borgias, y Martin V á los Colonnas, -y Pablo III á los Farnesios. Principados, dinastías, grandezas de -todas clases que han llegado hasta nuestro tiempo, que han conmovido -á Europa hasta nuestros dias, débense á esa debilidad de los Papas -por sus respectivas familias. Pío IX ha vivido para los fieles y para -la Iglesia. Jamas pasó por las manos de un Papa tanto oro. El dia -en que perdió sus rentas temporales, los productos de su monarquía, -pagó con religiosidad á todos los empleados destituidos, satisfizo -las obligaciones corrientes, mantuvo un ejército de 15.000 hombres, y -pudo entregar al Tesoro pontificio 400 millones de reales, y negarse -con toda entereza á percibir la suma votada para mantener su decoro -y su autoridad espiritual por los Parlamentos italianos. Cuanto ha -recibido de mano de los fieles, otro tanto ha pasado á manos de la -Iglesia.</p> - -<p>»Pero no hay que dudarlo; su extrema movilidad de artista nos ha -traido grandes males, se los ha traido á nuestra Roma. Durante su -juventud, le poseia la idea utópica de un pontificado democrático. -El libro de Gioberti sobre el primado de Italia por virtud de la -Iglesia, corria por todas partes y acaloraba muchas imaginaciones -exaltadas. Aliar la democracia con el cristianismo;<span -class="pagenum" id="Page_294">[p. 294]</span> rejuvenecer la -conciencia religiosa con la idea liberal; concluir la obra del -Evangelio, deduciendo sus últimas consecuencias políticas y sociales; -llamar desde la antigua ciudad de los tribunos y desde el sacro -altar de los mártires los pueblos oprimidos al goce de los derechos -políticos; reconstituir por el progreso la tutela pontificia -ejercida en otros siglos por la autoridad; aliarse con los débiles -y anatematizar á los fuertes como Cristo en la montaña; todo este -conjunto de propósitos era un ideal que trastornaba la mente del -prelado Mastai y absorbia sus sentidos en la hora misma en que -imprevista eleccion colocó sobre sus caldeadas sienes la tiara con -las tres coronas reales y le entregó el dominio mayor que un mortal -puede ejercer: el dominio sobre la humana conciencia.</p> - -<p>»Los liberales de toda Europa, en cuanto advirtieron sus -inclinaciones, le rodearon completamente en espesa nube de incienso. -El flaco de Su Santidad es el amor al aplauso. Por aquella pendiente -se hubiera deslizado hasta el fondo de insondable abismo sobre la -muelle almohada de la popularidad, si no viene la demanda de la -guerra contra el Austria á demostrar palpablemente á su honradez la -incompatibilidad entre sus ideas de patriota liberal y sus deberes de -Pontífice Máximo. Entónces volvióse de cara á la reaccion, y<span -class="pagenum" id="Page_295">[p. 295]</span> los reaccionarios del -mundo le rodearon de las mismas alabanzas y del mismo incienso que -los patriotas italianos. Y en esta nube envuelto, extremó la reaccion -religiosa sin extremar la reaccion política. Y el mismo que no quiso -excomulgar <i>nominatim</i> á Víctor Manuel, corrió los riesgos de un -Concilio ecuménico para declararse á sí, en persona, infalible. Y -esta declaracion extraña coincidió casi con las victorias de Prusia. -Y Prusia, que hubiera opuesto su veto á la entrada en Roma, como -solemnemente prometieran Emperador y Canciller al arzobispo de -Posen, su amigo entónces, dejaron que el atentado se consumára en -ódio á las últimas decisiones eclesiásticas. Y cuando solamente le -quedaba al Papa el rayo de la excomunion para defenderse, acaso para -salvarse, no lo ha esgrimido. Al contrario, todo el mundo sabe que -está en los mejores términos con Víctor Manuel, y que expoliador y -expoliado se escriben frecuentemente. Víctor Manuel insinúa que el -poder real, como á una gran parte de sus antecesores, le abruma, y -que preferiria á las alturas del trono las cimas de las montañas, -siendo en él más poderosa y vivaz la naturaleza de cazador que la -naturaleza de monarca, y la vocacion de campesino que la vocacion -de político. Pero dice francamente que su hijo Humberto, nacido y -criado en tiempo de revoluciones, con ideas muy<span class="pagenum" -id="Page_296">[p. 296]</span> avanzadas, con profundas creencias -de libre pensador, enemigo irreconciliable del Pontificado, sería -gravísimo peligro para la Iglesia, y le ofrece hasta como un homenaje -al Vaticano su presencia en el Quirinal. Y de esta suerte, todo -se conjura para demostrar la inutilidad completa de los poderes -temporales y políticos á la autoridad religiosa de los papas, en -contra de lo que dijéramos siempre y á mano armada sostuviera Roma. Y -ese Papa, hoy prisionero, que no puede salir de su Vaticano, cuando -la Iglesia universal le pertenece, hubiera vencido á sus enemigos con -sólo excomulgarlos, con sólo blandir los rayos de que todos se rien -y á que todos temen. El arma no está hoy tan embotada como vosotros -imaginais, y sus efectos en Italia hubieran sido terribles, y para el -Papa incalculables sus ventajas.»</p> - -<p>Yo, con el respeto debido siempre á la sinceridad de las creencias -honradas, opuse alguna observacion á mi interlocutor. El efecto de -las excomuniones, en estos tiempos de crítica religiosa é histórica, -debe calcularse por el que produjeron allá en los tiempos de -exaltacion y de fe. Otros Papas hubo más perseguidos, á la verdad, -que Pío IX, y más armados de esos rayos, cuya virtud no depende tanto -del arbitrio de quien los lanza como de la fe de quien los recibe. -No podeis negarme que media una gran distancia moral, ma<span -class="pagenum" id="Page_297">[p. 297]</span>yor que la distancia -temporal, entre aquellos siglos en que los Reyes de Inglaterra venian -bajo la égida de Gregorio Magno á visitar la tumba del Apóstol en -Roma, con las manos llenas de ofrendas, como los reyes magos á la -cuna del Salvador en Belen, y estos tiempos, en que Inglaterra -pertenece casi por completo á la herejía. Entónces recibian sobre -las gradas de la basílica los reyes cristianos sus albos trajes de -catecúmenos como la mayor de las recompensas y colgaban las largas -cabelleras rubias y las pesadas coronas de oro en esas paredes donde -hoy sólo se ven los sepulcros de los últimos Stuardos errantes, -destronados, perseguidos por su devocion á la Iglesia. En el siglo -undécimo, puede el Papa conseguir que todo un Emperador de Alemania, -excomulgado, le pida de rodillas perdon como un esclavo á su señor. -Pero en el siglo décimotercio no puede conseguir otro papa que -Aragon ceda en la guerra de Sicilia, á pesar de las excomuniones, -y se da el caso de que los santos de los altares hacen milagros á -favor de los excomulgados. ¿Qué quereis? Yo creo que el Papa ha -hecho perfectamente en no darse á las aventuras de una resistencia -extrema y al aparato de una excomunion mayor. Quizá no contára -con el clero italiano, parapetado tras la idea de que el asunto -era un puro asunto político. En Italia el clero es eminentemente -so<span class="pagenum" id="Page_298">[p. 298]</span>cial, y por -lo mismo, absorbe por todos sus poros el espíritu de esta sociedad. -Á quien se le dijera que Nápoles ha renunciado casi desde 1860 á su -procesion del Córpus, no lo creeria. Ignoro si cayó la fiesta del -Córpus en tiempo del canton allá por nuestra bella Valencia, pues -el canton hubiera celebrado las procesiones, fiesta indispensable á -los valencianos. He oido á gente del pueblo quejarse en Roma de que -el Papa haya suspendido las ceremonias en San Pedro; pero no por -carecer de esta expansion religiosa y de ese alimento espiritual, -sino por carecer de las materiales ventajas que reportaba á su -salario la presencia de tantos extranjeros como acudian al cebo de -los espectáculos. Es frecuente ver aquí, en capillas donde está -expuesto el Santísimo, á curas que enseñan en voz alta y con ademanes -de irreverente olvido, cualquier obra de arte á sus amigos. Eso sería -imposible en España.</p> - -<p>Nuestras gentes no me creerian si les anunciase que el custodio -cercano á las cien lámparas encendidas en torno del sepulcro de San -Pedro lleva hoy mismo, bajo las bóvedas de la primera entre todas -las iglesias del mundo, la gorra puesta. En el alma de vuestro -clero hay, lo mismo que en el alma de vuestra nacion, un fondo -de escepticismo. La idea pagana se ha conservado siempre, y ese -grano de la sal del naturalismo antiguo os<span class="pagenum" -id="Page_299">[p. 299]</span> preserva de los excesos y violencias á -que todavía se entrega por la causa religiosa una parte de nuestro -clero y otra parte de nuestro pueblo, allá en las montañas del -Norte. Italia no ha sido, ni en los tiempos de fanatismo, una nacion -fanática. En España el fanatismo está de tal suerte arraigado, -que cambia de creencias sin cambiar de naturaleza. Es el defecto -de raza tan enérgica, tan tenaz, tan valerosa como la nuestra, -que todavía conserva, con su exceso de vigor físico, su exceso de -vigor moral. Vosotros los italianos conoceis mejor que nosotros la -realidad, la vida, y os amoldais á sus exigencias. Aún me dura el -estupor grandísimo que me causó el saber, hace dias, la existencia -real y efectiva de curas elegidos por el pueblo en várias ciudades -y regiones italianas, curas que se creen ya tan curas como si los -hubiera elegido su prelado. La excomunion mayor les alcanza desde -los piés hasta la cabeza, y sin embargo, administran los sacramentos -como si estuvieran libres de toda irregularidad. Id con esas á las -gentes de nuestra nacion y de nuestra raza. Hablábame una señora -ecuatoriana ayer mismo de su patria y mentaba al arzobispo de Quito. -Decíame que era liberal, muy liberal, y que habia venido al Concilio -con la idea principalmente de recabar la supresion de los conventos. -Y como yo le preguntase con quién habia votado en el asunto<span -class="pagenum" id="Page_300">[p. 300]</span> de los asuntos, me -respondió, extrañando mucho mi conducta, que con los partidarios de -la infalibilidad. En Italia el clero es ménos inflexible, y no sigue -al Papa. El Rey se queda con la excomunion y con los sacramentos. Ya -hubieran hallado los curas italianos alguna puerta falsa por donde -meterlo en la Iglesia.</p> - -<p>Y en esta creencia me fortaleció uno de los primeros estadistas -italianos, cuya conversacion tambien quiero contaros.</p> - -<p>«Nosotros, me dijo, nada adivinamos ni queremos adivinar respecto -á la eleccion del nuevo Papa. Dicen unos que será elegido el cardenal -de Siena; dicen otros que será elegido el cardenal de Nápoles: -nadie puede averiguar quién será el elegido. Nos apartamos de todo -intento de influjo, porque las cosas imposibles no se deben jamas -intentar, y nos reducimos á mostrar prácticamente que el Cónclave -tendrá entre nosotros una libertad y una autoridad imposibles fuera -de Roma. Yo me rio de cuantos proponen sistemas varios en las -relaciones entre la Iglesia y el Estado. Poned el padre Pasaglia en -el Vaticano y procederia como procede Pío IX; poned á vuestro amigo -Ferrari en el poder y procederá como procede el Gobierno. Nuestra -nacion ni puede, ni quiere, ni debe renunciar á la presencia del Papa -en su privilegiado suelo. Esta presencia constituye una ca<span -class="pagenum" id="Page_301">[p. 301]</span>pitalidad religiosa, á -la que no hay medio de sustraerse en el estado de la civilizacion -universal. Y cuando Italia entró en posesion de Roma, ó tenía que -despedir ó tenía que conservar al Pontífice. Despedirlo equivalia -á demostrar nosotros mismos la tésis de nuestros enemigos, la -incompatibilidad del Pontificado é Italia. Conservarlo equivalia á -destruir la tésis de la necesidad del poder temporal, en el ejercicio -de la magistratura religiosa. Conservando al Papa, no hay más remedio -que darle una completa libertad. Ningun gobierno, ni el gobierno -demagógico, se atreveria á llevar una Encíclica al jurado, ni un papa -á la cárcel. Hay cosas que se dicen muy fácilmente en los discursos, -y que muy difícilmente se hacen desde el Gobierno. El Papa ataca una -cosa, ya fuera de debate en Italia, ataca nuestra independencia y -ataca nuestra nacionalidad, como si atacára al sol, al cielo, á los -astros, á cuanto está léjos del dominio de su voluntad y del alcance -de sus manos.</p> - -<p>»Miéntras tanto, con esos ataques pertinaces, con la absoluta -libertad de palabra, con la franca recepcion de los peregrinos -enviados por todas las reacciones conjuradas contra Italia, se ve, -se toca, se palpa la absoluta libertad religiosa y moral de los -pontífices. Y resulta que desde el dia de la pérdida de su poder -político, léjos de dis<span class="pagenum" id="Page_302">[p. -302]</span>minuir, crece su autoridad espiritual. Esta conducta de -Italia es amargamente criticada por las dos negaciones entre que -rueda siempre toda afirmacion. Los unos quisieran que la política -de este pueblo emancipado consistiese en esclavizarse de nuevo, -reedificando el poder más contrario á su emancipacion; el poder -temporal. Los otros quisieran que creáramos un Estado omnipotente -contra la Iglesia, y la deshicieramos bajo las ruedas de ese Estado. -El Parlamento italiano, cohibido por fuerzas mayores, no seguirá ni -una ni otra política. No se echará á los piés del Pontífice, porque -eso equivaldria al suicidio; no oprimirá al Pontífice, porque eso -equivaldria á la demencia. Ni irémos á Canosa con cilicio y sayal, -como los emperadores penitentes de la Edad Media; ni entrarémos á -saco en la jurisdiccion religiosa, como los reyes filósofos del -pasado siglo. La sumision al Pontífice riñe con el espíritu de esta -edad, pero tambien riñe la tiranía sobre el Pontífice. No puede -ejercer hoy sobre la Iglesia Víctor Manuel de Saboya la jurisdiccion -que ejercia ayer Cárlos III de Borbon. Y miéntras tanto, el poder -de los Papas va perdiendo carácter político y tomando carácter -espiritual; el Pontificado va dejando de ser una institucion -puramente italiana, para pasar á ser una institucion verdaderamente -católica.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_303">[p. 303]</span></p> - -<p>»El partido ultramontano de todo el mundo, que no comprende esto, -se aferra á su política intransigente y se empeña en una reaccion por -la cual podemos llegar, el dia ménos pensado, á la guerra europea. -Y en su intransigencia le sorprenderá el suceso de los sucesos, la -muerte de Pío IX, que, gracias á Dios, goza hoy de salud excelente. Y -la muerte de Pío IX tendrá inmensa trascendencia. Por esa monotonía y -uniformidad de la Historia, que mirada desde ciertas alturas parece -una colmena donde se reproducen á la contínua los mismos trabajos y -se obtienen los mismos productos, el problema está planteado, poco -más ó ménos, como en la Edad Media; los gibelinos de Italia, los -enemigos del poder temporal, se apoyan resueltamente en Alemania; y -los güelfos de Italia, los amigos del poder temporal, resueltamente -se apoyan en Francia. El asunto de las relaciones entre la Iglesia y -el Estado va siendo todo el asunto europeo. Desde vuestra desastrosa -guerra civil presente, hasta la futura guerra internacional, todo -se enlaza con ese problema. Si en el dia de las grandes catástrofes -los güelfos predominan; ¡ah! no sé qué podrá suceder á nuestras -libertades y á nuestra nacionalidad; pero si predominan, como hoy, -los gibelinos, por no haber querido la libertad, se encontrará la -Iglesia con el predominio y quizá con la tiranía del Estado.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_304">[p. 304]</span></p> - -<p>Hasta aquí mis dos interlocutores. Yo, en mi calidad de -historiador, ni quito ni pongo una palabra. Sólo se me ocurre decir -que el estado de los ánimos y el progreso de las ideas anuncian -que las soluciones definitivas de estos problemas serán soluciones -favorables á la libertad.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_8"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_305">[p. 305]</span></p> - <h2 class="nobreak">UN DISCURSO.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="hanging inicio pt3"><span class="pagenum" id="Page_307">[p. -307]</span>DISCURSO pronunciado por D. Emilio Castelar el dia 12 de -Mayo, en el banquete dado en su obsequio por diputados, escritores y -estadistas liberales, en el Círculo progresista de Roma.</p> - -<p>Señores: Permitidme que, profundamente conmovido, principie -volviéndome como en espíritu hácia Occidente, y evocando la sombra, -la imágen de mi patria. Santa madre de mi espíritu, hogar sagrado -de mi corazon, templo de mi conciencia, el afecto inmenso que por -ella siento crece con sus desgracias y toma en el extranjero la -solemnidad y la grandeza de un culto. Vuestros elocuentísimos loores, -vuestras ardientes invocaciones á la noble España, han penetrado -hasta el corazon de este su hijo y lo han llenado de inextinguible -agradecimiento. Si en el calor de las improvisaciones, si en la -amistad fervorosa hácia mí, alguna palabra sobre desvío, ú olvido, ó -ingratitud se ha deslizado, sólo me toca protestar contra esa palabra -tan amistosamente como ha sido amistosa la<span class="pagenum" -id="Page_308">[p. 308]</span> insinuacion; pero tan enérgicamente -como cumple á mi deber y á mi conciencia. España nada me debe á -mí, yo todo cuanto soy se lo debo á ella, y la siento latir en mi -corazon, y arder y brillar en mi mente, penetradas de su jugo mis -venas, de su calor toda mi vida. Sobre los errores de los partidos -y de los gobiernos, se levanta España inmaculada, como la humanidad -sobre los errores de los individuos. España podrá proceder como -quiera con sus hijos; pero sus hijos no dejarán jamas ni por un -momento de adorarla, como la personificacion de todo cuanto han amado -sobre la faz de la tierra.</p> - -<p>Y ahora, ¿qué responder á tantas muestras de entusiasmo? Sentir -grandes afectos, fácil cosa es en esta ocasion gratísima con sólo -dejar abierto el corazon á la electricidad de vuestros sentimientos; -pero decirlos en toda su verdad, difícil, muy difícil, porque -así como á cada paso encontramos asuntos propios de la esfera de -un arte, y á la esfera de otro arte imposibles, por los medios -varios de la expresion artística, así ante el espectáculo de esta -reunion brillantísima, ante este enjambre de ideas que se eleva á -lo infinito, entre los acentos de vuestras espléndidas oraciones; -¡ah! no le queda recurso alguno á mi palabra, y pareceria lo más -natural dejar la gratitud vagando á su arbitrio en la interna -inmensidad de nuestro sér, ma<span class="pagenum" id="Page_309">[p. -309]</span>yor si cabe que la externa inmensidad del espacio, y ántes -que verterla en formas indignas de su grandeza, aumentarla con el -misterio y la solemnidad de un religioso silencio.</p> - -<p>Mas siendo deber de cortesía, de afecto recíproco, de -agradecimiento, hablar en la ocasion ménos favorable, cuando la voz -se anuda en la garganta, considerad cuanto por mí pasará al verme, -oscurísimo resto de un reciente naufragio, enmedio de vosotros, -ayer esclavos y hoy libres, ayer víctimas de los tiranos y hoy -representantes del pueblo, ayer en la soledad del destierro y hoy -en el regazo de la patria, legisladores de esta Italia, que parecia -descoyuntada para siempre en el potro de sus tormentos de quince -siglos; que parecia enterrada para siempre, como los huesos de sus -primeros padres los romanos, bajo la pesadumbre abrumadora de sus -recuerdos y de sus ruinas, y que ha resucitado en trasfiguracion -superior á las sublimes trasfiguraciones trazadas por sus pintores, -enseñando una enseñanza consoladora: como ántes puede perderse en -este nuestro planeta el calor central que el calor de la libertad, -y ántes extinguirse en lo infinito la luz de los astros, que en los -corazones de los desdichados y de los oprimidos la esperanza en una -saludable y definitiva redencion. (<i>Ruidosos aplausos.</i>)</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_310">[p. 310]</span></p> - -<p>Yo he visto á Roma en el cilicio y en la penitencia, con el -Miserere en los labios y los restos de un gran sudario sobre su -cuerpo; yo la he visto fuera del espíritu moderno, como un mentís -al progreso, como una excepcion al derecho; de rodillas en las aras -consagradas á su sombría teocracia y circuida, como Níobe, de sus -hijos muertos para la vida más necesaria y más alta, para la vida -del pensamiento; buscando sobre sus cordilleras de ruinas y bajo -su corona de cipreses las antiguas instituciones que fueran su -grandeza, convertidas en sueños, en fantasmas, y doliéndose de no -encontrarlas con lamentos dignos de los versículos de Job y de los -trenos de Jeremías; sin que bastáran á contrastar su dolor ni el -inmenso poder moral de sus pontífices ni la inmarcesible gloria de -sus divinos artistas, desolada Jerusalen de imperecederos recuerdos, -pero tambien de imperecederas tristezas; y ahora por las cenizas -del Foro se despiertan los ecos del antiguo Senado; en la tribuna -de los Rostros resuenan los acentos de la antigua elocuencia; del -Aventino y del Monte-Sacro descienden las sombras de los tribunos á -bendeciros por haberles dado el consuelo de vuestra emancipacion; -entre los fragmentos de sus sepulcros destrozados como restos de otro -planeta, se levantan los manes de Camilo, de Régulo, de Cincinato, -de Escévola, al<span class="pagenum" id="Page_311">[p. 311]</span> -sentir que por la cima del Capitolio, cima tambien de la tierra, -cerebro de la gente latina, brillan y arden como dos faros, cuyos -rayos penetran hasta en la soledad de lo pasado y hasta en la region -de la muerte, la dulce alma de esta moderna Italia, tan fecunda en -divinas inspiraciones, unidas con el genio austerísimo de la romana -libertad. (<i>Estrepitosos y repetidos y prolongados aplausos.</i>)</p> - -<p>El gran poeta de vuestras desgracias no podria decir hoy como en -su tiempo:</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0">¡O patria mia! vedo le mura e gli archi</p> -<p class="i0">E le colonne, e i simulacri, e l’erme</p> -<p class="i0">Torri degli avi nostri,</p> -<p class="i0">Ma la gloria non vedo,</p> -<p class="i0">Non vedo il lauro e il ferro ond’eran carchi</p> -<p class="i0">I nostri padri antichi.</p> -</div></div> - -<p>Y no podria con razon añadir, pintando la ilustre nacionalidad -acongojada:</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0">Siede in terra negletta e sconsolata,</p> -<p class="i0">Nascondendo la facia</p> -<p class="i0">Tra le guinocchia, e piange.</p> -<p class="i0">Piangi, che ben hai donde, Italia mia,</p> -<p class="i0">Le genti á vincer nata</p> -<p class="i0">E nello fausta sorte, e nella ria.</p> -</div></div> - -<p>El sublime cantor de la Edad Media, el titánico genio de la -desesperacion, no podria exclamar:</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0">¡Oh serva Italia! di dolore ostello,</p> -<p class="i0">Nave senza nachiero in gran tempesta;</p> -<p class="i0">Non donna dei provincie; ma bordello.</p> -</div></div> - -<p><span class="pagenum" id="Page_312">[p. 312]</span></p> - -<p>Sobre los muros, sobre los arcos, sobre las columnas, en las -piedras de vuestros monumentos, en las obras inmortales de vuestros -artistas se ve brillar como en contínua fulguracion, que Italia es -una, que Italia es independiente, que Italia es libre; y vosotros, -que, como italianos, recogeis los frutos de estos grandes progresos; -y yo, que, como parte de la humanidad y como hijo de la raza latina, -participo de sus ventajas, debemos beber en comun por la unidad, por -la libertad, por la independencia de Italia (<i>Aplausos</i>), por todos -aquellos que han contribuido á fundarlas entre los escollos de la -diplomacia europea y los azares de la guerra, por todos aquellos que -la salvan, la defienden y la consolidan, pues la existencia de esta -nacion libre en el mundo moderno es garantía al progreso universal y -áncora segurísima á los derechos de unos, á las esperanzas de otros, -á la autonomía á la dignidad, á la grandeza de todos. (<i>Prolongados -aplausos.</i>)</p> - -<p>Señores, vosotros habeis hablado mucho de mí, consagrándome -alabanzas dignas de vuestra magnanimidad, en desproporcion completa -con mis méritos (<i>Voces</i>: No, no); permitidme que yo recuerde un -hecho, no más que un hecho sencillo de mi vida. Crecí y me eduqué en -tiempos de desesperacion respecto á vuestra patria. Para todos pasaba -como axioma indiscutible que Italia estaba<span class="pagenum" -id="Page_313">[p. 313]</span> muerta y no resucitaria jamas. Nuestros -padres, que tornaban del destierro para encontrarse con la guerra -civil, vieron, trataron allá en la Gran Bretaña el sublime poeta de -los sepulcros, hijo natural de Grecia, hijo adoptivo de Italia, que -llevaba sobre su frente espaciosa los resplandores del genio de las -dos naciones, y sobre su henchido corazon el luto de las desgracias y -de las tristezas italianas y helénicas, luto más negro y más profundo -en las tinieblas, donde le faltaba á un tiempo el acento de las -músicas lenguas meridionales en los oidos y en los ojos el resplandor -de nuestra luz y de nuestro cielo: en tal guisa, aterido por la duda -y por el frio, aquel gran genio, creyendo eterna la noche y eterna la -soledad de entónces, habia dicho, y ellos lo habian difundido, que -estaba él condenado á morir en la proscripcion é Italia condenada á -desaparecer en la servidumbre, rotas las cuerdas de su corazon como -las cuerdas de su lira, semejante á sus antiguas sacerdotisas cuando -bajaron del ara y se desciñeron la corona de verbena, al conjuro de -los penitentes que salian de los desiertos del Asia y al golpe de las -tribus que bajaban de las selvas del Norte, en la última apocalíptica -hora del antiguo mundo. (<i>Bien, bien.</i>)</p> - -<p>Y yo, á pesar de haber oido esto constantemente, pensé y -creí siempre que Italia resucitaria. En<span class="pagenum" -id="Page_314">[p. 314]</span> el Jurado de Madrid, ante un pueblo -inmenso, el año 1855, en el ardor de la primera juventud, yo -dije que veriamos la unidad y la libertad y la independencia de -Italia. Todavía guardo en mi poder una felicitacion que entónces me -dirigieron, y que anda impresa, muchos patriotas italianos, entre -los cuales se encuentran nombres tan ilustres como los nombres de -Garibaldi, Manin, Mancini, Mamiani, Tomaseo y otros varios. Pero -entónces, si habia muchos que participáran de mis ideas, habia -pocos, muy pocos, que participáran de mis esperanzas. Hasta los más -liberales me tenian por visionario y declaraban que mis anuncios, -nacidos más en la fantasía que en el conocimiento de las cosas, no -se cumplirian ¡Valor se necesitaba para esa afirmacion señores, en -aquellos momentos! El mundo estaba lleno de desterrados italianos; el -esfuerzo de 1848 habia recrudecido los dolores y enconado las llagas; -el Piamonte, aplastado entre el Imperio de los Bonapartes y el -Imperio de los Hapsburgos, no podia apénas respirar ni sostener sus -nacientes instituciones; cebábase el despotismo en las Dos Sicilias, -donde veiamos arriba todas las demencias y abajo todas las desgracias -de nuestro tiempo de Fernando VII; las bayonetas imperiales mantenian -la donacion de Pipino y cerraban todo paso al esfuerzo y al trabajo; -príncipes absolutos en Toscana; prínci<span class="pagenum" -id="Page_315">[p. 315]</span>pes más absolutos en Parma; príncipes -absolutísimos en Módena, sargentos todos asalariados del Austria; las -plazas del Cuadrilátero, como otros tantos clavos, sosteniendo el -cuerpo de vuestra nacion martirizada en su cruentísima cruz; Milan, -caida exánime en el dolor y en la desesperacion; Venecia, flotando -como un gran cadáver en sus lagunas que parecian lagunas de lágrimas; -por los horizontes de Europa ni un solo vislumbre de esperanza, -dispersas las democracias alemanas; errantes sus ilustres apóstoles, -volcada al golpe de Estado la gloriosa tribuna francesa; desvanecidas -las ideas que brotáran de la Asamblea de Francfort y soterrada -Hungría como si hubiéramos vuelto á los tiempos de la Santa Alianza, -á la exaltacion de todos los tiranos y á la esclavitud eterna de -todos los pueblos, no quedando á los grandes patriotas más recurso, -despues de tantas catástrofes, que el recurso de Bruto y de Caton; la -desesperacion y el suicidio. (<i>Frenéticos aplausos.</i>)</p> - -<p>Y sin embargo, mi fe tenía un fundamento racional; mi fe tenía -el fundamento de las ideas progresivas, de las ideas de libertad -y de patria. Penetrando como penetraban ya en el espíritu de los -pueblos, debian necesariamente conducirlos desde la concepcion de -lo ideal á su inmediato cumplimiento. Una idea, por etérea, por -impal<span class="pagenum" id="Page_316">[p. 316]</span>pable -que parezca, trasforma la impura realidad, modifica y renueva las -sociedades humanas. Como las ciencias experimentales van cada dia -demostrando más la unidad de las diversas fuerzas cosmogónicas, -las ciencias de indagacion van, á su vez, demostrando que arte, -religion, Estado, filosofía, son como cristalizaciones várias de -una misma idea. (<i>Bien, bien.</i>) Y esta idea de la libertad, y de la -igualdad en la libertad que debia crear la democracia, de la cual -se derivaba esta otra idea de la union, de la identificacion de -aquellos que tienen orígenes comunes y comunes destinos históricos -en una misma nacionalidad, debian penetrar en el seno de Italia y -redimirla y salvarla. Os habiais formado una concepcion superior -de vuestro derecho, y, merced á las intuiciones rápidas de nuestra -inteligente raza, habiais podido llevar esta concepcion á las -últimas clases sociales, al seno de los pueblos, y de aquí la unidad -italiana. Para fundarla más sólidamente la unisteis al pensamiento -moderno, á la libertad; porque no puede prevalecer todo aquello que -contra la libertad se dirija. Italia estaba dibujada y delineada -en el espíritu ántes de brotar en el espacio. Italia era ya vista, -descubierta en el éxtasis de sus hijos ántes de que brotára en las -instituciones, como esas místicas figuras que el beato Angélico -adoraba en espíritu ántes de animarlas en el áureo fondo de<span -class="pagenum" id="Page_317">[p. 317]</span> sus cuadros. Así, -esta idea universal suscitó la inspiracion de vuestros artistas, -el heroismo de vuestros soldados, la fe de vuestros mártires y el -genio de vuestros hombres de Estado. Y supisteis sumar á los ímpetus -del sentimiento los cálculos de las probabilidades políticas, y al -culto por lo ideal y por los principios abstractos el conocimiento -práctico de las realidades de la historia. Supisteis, cuando fué -necesario, evocar vuestros muertos ilustres, reunir vuestros jóvenes -ejércitos y marchar, en alas del entusiasmo, desde una inmerecida -servidumbre á vuestra redencion en la libertad. Y despues de 1848, -despues de aquel gran desastre, no perdisteis la esperanza como Caton -despues de Farsalia y como Bruto despues de Filipos, perseverasteis, -combatisteis, y desde San Martino hasta Marsala, y desde Marsala -hasta Gaeta, una serie de victorias ilustres fundaron la libertad y -la independencia de Italia, que completasteis luégo con la unidad, -recabando en una mezcla rara de valor y de prudencia vuestra mágica -Venecia y vuestra sublime Roma. El sueño de quince siglos se ha -realizado. Lo que no pudieron los antiguos Césares ni los reyes -ostrogodos y lombardos; lo que no alcanzaron ni Federico de Suabia -ni sus ilustres descendientes en el combate á muerte con los güelfos -y los angevinos; lo que no vieron ni Dante ni Petrarca,<span -class="pagenum" id="Page_318">[p. 318]</span> á pesar de invocar -á los Emperadores de Alemania para que convirtieran la espada del -Sacro Imperio en el eje de Italia; lo que no alcanzó Julio II con -sus cañones, ni Leon X con sus artes; lo que no realizó Savonarola -dándose á Dios, ni Maquiavelo dándose al diablo; la Italia una, la -Italia libre, la Italia independiente, lo habeis conseguido vosotros, -que, sin duda, sois la generacion más favorecida, por haber reunido -á los esfuerzos de las generaciones anteriores y á sus martirios la -idea vital por excelencia, la idea por excelencia poderosa, la idea -de libertad. (<i>Grandes aplausos.</i>)</p> - -<p>Pero no basta con haberla conseguido, es necesario á toda costa -conservarla. Una larga experiencia enseña cuánto más fácil es la -fundacion que la consolidacion de las libertades públicas. Para lo -primero acaso basta con una virtud muy grande, pero muy extendida y -rudimentaria; con el valor; para lo segundo se necesitan la sabiduría -y la prudencia. Todo se puede dejar en parte á los azares de lo -imprevisto, todo, ménos la suerte de las naciones. Las aventuras en -los pueblos concluyen casi siempre, como las aventuras de la obra -inmortal de nuestro Cervántes, por grandes catástrofes. Sólo se debe -extirpar aquello que no se puede reformar. Y ántes de pedir á las -leyes una reforma, es necesario formularla con<span class="pagenum" -id="Page_319">[p. 319]</span> claridad, difundirla con perseverancia, -propagarla en los comicios, conseguir que desde los comicios suba -como una savia misteriosa á los parlamentos y de los parlamentos á -los gobiernos. Si un principio, por progresivo que parezca, puede -comprometer todo lo que habeis alcanzado, no lo propongais ni lo -implanteis; contentaros con prepararlo para lo porvenir. Vosotros, -que sois naturalezas sintéticas, no caigais en el error de los -errores: mirar sólo á la libertad y prescindir de la autoridad; -mirar sólo al progreso y prescindir de la estabilidad; mirar sólo -al derecho del individuo y prescindir de la fuerza social; mirar -sólo á lo porvenir, cuando todo movimiento encierra en trinidad -misteriosa lo pasado, lo porvenir y lo presente. El ideal debe -formularse, sostenerse, difundirse todos los dias con sin igual -constancia, porque es la promesa de las renovaciones necesarias en -las sociedades humanas; mas para plantearlo no olvideis nunca, no, -que toda idea encierra una serie lógica de ideas y que toda obra -grande crece con la misma lentitud con que crecen los seres muy -duraderos en la naturaleza. Los partidos radicales, los partidos -avanzados de toda Europa deben unir al valor la mesura, al sentido -científico el sentido histórico, á la noble impaciencia por el -progreso aquel tacto político, aquella medida de la realidad, aquel -conocimien<span class="pagenum" id="Page_320">[p. 320]</span>to de -pueblos, sin los cuales sembrais el bien y recogeis el mal. No os -satisfagais con haber fundado Italia, conservadla. Y no se diga jamas -que por corregir un defecto de vuestra estatua, por quitarle una -imperfeccion, quizá necesaria, la habeis destrozado en mil pedazos. -(<i>Grandes aplausos.</i>) Brindemos, pues, no sólo al empuje y á la -iniciativa de los que fundaron Italia, sino tambien á la prudencia y -al tacto de los que saben conservarla y sostenerla con maravillosa -unidad de propósitos.</p> - -<p>No me cansaré jamas de tratar este punto, porque creo que el mayor -mal de las democracias modernas es la impaciencia, y el escollo -único está en la demagogia. Los períodos revolucionarios, los -períodos de violencia se van cerrando en toda Europa. Los pueblos -que caen por su desgracia en reacciones absurdas, los pueblos que -ven reaparecer por conjuraciones de cuartel épocas aborrecidas de -tiranía, los pueblos que pierden su prensa y su tribuna, los pueblos -lanzados del derecho á los piés de la teocracia, esos pueblos que -conservadores insensatos empujan hácia el abismo, no tienen otro -remedio sino apelar á la revolucion, obra siempre de los opresores -y no de los oprimidos, los cuales tienden incontrastablemente, como -todos los seres, á respirar su aire, á ver su luz, á ver y respirar -la libertad.<span class="pagenum" id="Page_321">[p. 321]</span> Pero -los pueblos que tienen las condiciones necesarias de la vida moderna; -aquellos que poseen el sistema constitucional en toda su latitud, -que gozan de prensa y de tribuna libres y que pueden reformarlo todo -por la iniciativa del Parlamento y por el voto de los comicios, -esos pueblos, cuando apelan á la revolucion, me parecen á la verdad -tan insensatos como los conservadores reaccionarios, y forjan su -propia opresion y mueren dementes en la infamia del suicidio. No -olvideis, no, que solamente los déspotas, creidos de que su voluntad -y su pensamiento representan toda la nacion, pueden intentar cuanto -quieran sin contar con nadie; nosotros los demócratas, para gobernar -las sociedades humanas y reformarlas, necesitamos de todos, de la -mayoría cuando ménos, y no podemos ganarlos á todos sino por la -persuasion y por la propaganda.</p> - -<p>Conozco que insisto mucho; pero permitídmelo en puro interes de -la libertad y de la democracia, causa que con desinteres completo -he servido toda mi vida. Los excesos nos han perdido siempre. Entre -aquel estallido de pasiones que acompañó á la primera revolucion -francesa, no se pudo fundar una república duradera; entre el -estallido de utopias que acompañó á la revolucion de 1848, perdióse -tambien la república. Hoy, que parecia la obra más difícil, la -reaccion más fuerte,<span class="pagenum" id="Page_322">[p. -322]</span> nuestro ideal extinto en las ruinas humeantes de la -guerra civil y de la guerra extranjera, la república se ha salvado, -la república se ha establecido en Francia, gracias á la prudencia -de los republicanos, que han alcanzado la más difícil, pero la más -gloriosa de todas las victorias, la que ha consistido en vencerse -á sí mismos, sometiendo á la realidad un ideal que se extinguiera -si intentáran realizarlo en una sola hora ó en un solo dia. Para -confirmar esta verdad encontraréis cumplidísimo ejemplo en el -pueblo quizá más fuerte, más valeroso y más desgraciado de Europa, -en el pueblo español. Este gran pueblo habia conseguido los tres -mayores bienes á que pueden aspirar los pueblos modernos: habia -conseguido la libertad, la democracia y la república. Su conciencia -y su pensamiento, su prensa y su tribuna eran completamente libres; -la tolerancia religiosa habia sustituido á la intolerancia más -arraigada y más antigua; sus Universidades tenian todos los derechos -de las primeras Universidades del mundo; administraba allí justicia -el jurado y elegia la autoridad en todos sus grados el sufragio -universal: bienes inapreciables que llegaron á encarnarse en su forma -propia, en su organismo natural, en la república; pero el empeño de -exagerar todas las ideas, de extremar todas las conquistas, de pedir -á combinaciones utópicas y no ensayadas de un<span class="pagenum" -id="Page_323">[p. 323]</span> republicanismo indefinido, todos estos -gravísimos errores nos perdieron y nos llevaron á una descomposicion -que ha sido al par causa de nuestra ruina y de la ruina de aquellas -venerandas instituciones, á las cuales habiamos unido con el trabajo -de toda nuestra vida la honra de nuestro nombre y la suerte de -nuestra patria, ejemplo tristísimo que invocaré siempre para inculcar -en las democracias europeas las dos virtudes que deben ir unidas á -su valor y á su tenacidad, la moderacion y la prudencia. (<i>Aplausos, -asentimiento.</i>)</p> - -<p>Pero dicho esto, hecha esta confesion dolorosísima, réstame otra -cosa que decir, otra enseñanza que sacar de los acontecimientos -de España. Se habla mucho de la solidaridad que existe entre los -elementos liberales, entre los partidos democráticos, entre los -gobiernos afines de Europa. Se habla mucho de lo que ha dado en -llamarse el cosmopolitismo revolucionario. Yo puedo decir, yo puedo -declarar que no he hallado esa unidad de miras y esa solidaridad de -intereses en el liberalismo europeo, sobre todo en el liberalismo -oficial que pretende servir la moderna civilizacion. Para nadie -era un misterio que, proclamada la república en España, su caida -traia consigo necesariamente una reaccion inmediata, una reaccion -hácia la teocracia más ó ménos hipócrita. Un reconocimiento de los -Gabinetes europeos, un re<span class="pagenum" id="Page_324">[p. -324]</span>conocimiento oficial de aquella forma de gobierno, -emanada, no de revoluciones populares, no de pronunciamientos -pretorianescos, sino de la voluntad libérrima de una Asamblea -soberana, producto del sufragio universal, hubiera podido salvarnos, -hubiera podido traernos en el interior autoridad y fuerza moral para -vencer los mayores obstáculos, y conservar un pueblo nobilísimo á la -civilizacion y á la libertad europea. Ningun Gobierno, ninguno, en -aquella crísis nos tendió la mano. Tuvimos ofertas de algunos de esos -hombres extraordinarios que han consagrado su vida á la libertad, -como Garibaldi; no tuvimos más. En Francia habia una república, y -esta república no reconoció á su infeliz hermana. En Inglaterra habia -un Gobierno radical, un Gobierno que tenía interes en salvar la -libertad religiosa y la libertad mercantil allende el Pirineo; este -Gobierno tampoco quiso reconocernos. Ni siquiera allá en la pensadora -Alemania, que tanto y tanto lucha con la teocracia universal, se -comprendió que tras la ruina de la república se encontraba la -exaltacion de los elementos clericales. Y allí tenian el deber de -adivinar que las reacciones son contagiosas, y que los contagios -atacan quizá á los más sanos y á los más fuertes. Nosotros nos -vimos abandonados de todos hasta en los momentos en que luchábamos -con la demagogia, y res<span class="pagenum" id="Page_325">[p. -325]</span>tablecimos la autoridad y el órden bajo la bandera de -la república, es verdad, pero de la república moderada y prudente. -En cambio, los enemigos de todo progreso, los mantenedores del -absolutismo, los que pelean por el trono y por el altar han tenido -el auxilio de todos los interesados en restaurar la antigua trama -sobre el suelo volcanizado de Europa. El partido legitimista frances -se ha arruinado por socorrerlos; y los católicos ingleses han -mandado constantemente naves cargadas de armas á nuestras costas -cantábricas; y un solo comité ha dicho al disolverse en Viena que -le habia remitido tres millones de francos al Pretendiente; y donde -quiera que alienta una esperanza ó interes absolutista, allí ha -brotado un recurso, un auxilio para nuestros enemigos, de suerte que -España padece, sus hijos mueren, sus hogares arden, sus caminos se -cierran bajo un diluvio de sangre, no sólo por las pasiones y los -errores nacionales, sino tambien porque el absolutismo universal ha -concentrado sobre nosotros todas sus fuerzas á fin de restaurar con -una victoria en aquel suelo, sus viejos ídolos sobre los altares de -toda Europa. Nosotros somos, ante todo, las víctimas sacrificadas por -la implacable reaccion universal.</p> - -<p>Puesto que es antigua y arraigadísima costumbre el dirigir votos -en estos momentos solemnes,<span class="pagenum" id="Page_326">[p. -326]</span> elevémoslos por la union de los dos pueblos, por la -union del pueblo de Italia y del pueblo de España. Olvidemos que -unas veces vosotros habeis sido los conquistadores y nosotros los -conquistados, que unas veces nosotros hemos sido los conquistadores -y vosotros los conquistados, para acordarnos tan sólo de que siempre -hemos sido hermanos por la identidad de nuestros orígenes, hermanos -por la analogía de nuestras lenguas, hermanos por la comunidad de -nuestras creencias, hermanos por la semejanza de nuestras regiones -meridionales, hermanos por nuestras artes, por nuestras ciencias y -por nuestra historia. No se puede saber qué sería del mundo, qué de -la civilizacion, si los pueblos mediterráneos se suprimieran: aquella -Andalucía, que enmedio de la barbarie feudal enseñó á Europa las -matemáticas, y con ellas la astronomía de los cielos, las ciencias -filosóficas y con ellas la astronomía del pensamiento; aquella -Provenza, que con sus córtes de amor y con sus torneos poéticos fundó -la literatura moderna, y fué lazo de union estrecha entre todos -nosotros; aquella Grecia, que ha esculpido la forma humana con el -buril de sus artistas, y le ha puesto en la frente el resplandor -de lo divino con las ideas de sus filósofos; y esta Italia, que ha -sido la Grecia de estos tiempos, nuestra Academia y nuestro templo, -la musa de la moderna<span class="pagenum" id="Page_327">[p. -327]</span> historia. (<i>Aplausos.</i>) Registrad vuestros anales, -registradlos, y veréis cuántas glorias, cuántas grandezas tenemos, -que son y serán perpétuamente comunes entre vosotros y nosotros. Las -escuelas de Córdoba y de Sevilla han contribuido al Renacimiento -hasta en Italia, y han llevado la filosofía de Aristóteles hasta -el seno de Sicilia. Las naves de vuestras repúblicas, las naves de -Pisa, las naves de Génova han redimido y han emancipado ciudades tan -españolas como Almería y como Mallorca. Los almogávares catalanes, -invocados por los grandes patriotas sicilianos, vencieron las -ambiciones de la teocracia y alzaron el guantelete de Conradino -en Mesina, en Nicotena, en Catania, mezclándose en los anales de -vuestra libertad y en los tercetos del Dante sus nombres con los -nombres de los fundadores de vuestra libertad. La gloria de Colon es -una gloria de España y de Italia; el nombre de Andrea Doria es un -nombre de Italia y de España; las proezas del gran general Colonna -son proezas de Italia y de España; las victorias de Filiberto de -Saboya son victorias de España y de Italia; los versos de Garcilaso -pertenecen tanto á vosotros como á nosotros; los pinceles del -Españoleto ilustran la antigua Campania y la moderna Valencia; en -la epopeya de Lepanto, en la ocasion más grande de la historia -moderna, cuando detuvimos el fatalismo<span class="pagenum" -id="Page_328">[p. 328]</span> oriental y evitamos que todo el -Mediterráneo fuera, como el Bósforo, un lago turco, las naves de -Barcelona se consagraban, confundidas con las naves de Génova y de -Venecia, á la obra eternamente gloriosa de salvar para siempre del -mayor de sus riesgos á la civilizacion y la libertad en toda Europa. -(<i>Ruidosos y prolongados aplausos.</i>) Hasta recuerdos comunes tenemos -en la historia de nuestras libertades. Cuando toda España ardia -en la guerra sublime de su independencia, en la guerra de 1808, -reunidos sus legisladores sobre el escollo de Cádiz, bajo las bombas -del conquistador y bajo el azote de la peste, trazaron el Código -democrático de 1812, que consagraba las grandes libertades modernas, -y que ungia la frente de los pueblos con el sufragio universal. Pues -ese Código invocó el Piamonte, invocaron las Dos Sicilias en 1821 -al levantarse para pedir el régimen constitucional y las modernas -instituciones democráticas. El recuerdo de ese Código era una -religion, lo mismo entre vosotros que entre nosotros, la religion -de la libertad. El nombre de Riego es tan popular en Italia como el -nombre de Garibaldi, el gran Garibaldi, es popular en España.</p> - -<p>Todavía se conservaba esa religion en nuestros tiempos; todavía -Palermo sublevado significaba á sus enemigos y á sus tiranos que no -cesaria en<span class="pagenum" id="Page_329">[p. 329]</span> su -lucha como no le concediesen el código de sus libertades, el resúmen -de sus derechos, el objeto de su culto, la Constitucion española de -1812. Por consecuencia, señores, si tantos son nuestros recuerdos, -tantas nuestras glorias, si vuestros opresores han sido nuestros -opresores, y vuestros enemigos nuestros enemigos, brindemos todos -por la union de la España liberal y de la Italia liberal en la obra -civilizadora y humanitaria del progreso y de la democracia.</p> - -<p>Yo he oido decir aquí á grandes pensadores y políticos, que no -creen, que no pueden creer en la raza latina. Yo, por lo contrario, -creo en la existencia de esta raza, y creo que las razas, como las -nacionalidades, responden á la ley de variedad y de unidad que impera -así en las sociedades humanas como en el universo. Pero ni deseo -el panlatinismo como los escritores de otra raza desean el dominio -universal, ni predico esta idea de raza por oposicion ó por ódio á -raza ninguna de la tierra, y ménos de nuestra tierra europea. Creo -que así como la familia completa al individuo, y la nacionalidad -completa la familia, la raza completa las nacionalidades, y la idea -de humanidad completa y contiene todos estos elementos de vida. Las -razas diversas son necesarias, son indispensables, y sirven á la -naturaleza como los planetas y los soles al cosmos, como las fuerzas -con<span class="pagenum" id="Page_330">[p. 330]</span>trarias á la -mecánica y al equilibrio universal; como el oxígeno, el ázoe y el -carbono al aire; como el oxígeno y el hidrógeno al agua, elementos -que á primera vista parecen opuestos, y que, en realidad, componen -las armonías de la vida y el conjunto de la naturaleza. Descended -á vuestra conciencia, tocad vuestro corazon, examinaos en la -ciencia y en la historia, y veréis cómo, siendo vuestro espíritu -una evolucion de la vida superior á la naturaleza, y siendo arte, -Estado, nacionalidad, encarnaciones várias de vuestro espíritu, -en todo cuanto os rodea á vosotros y nos rodea á nosotros hay un -elemento esencial, un elemento latino que ha formado desde nuestras -artes, expresion del sentimiento, hasta nuestras lenguas, expresion -de las ideas, y que si este elemento latino en otros tiempos de -fatalidad nos ha unido por los impulsos de la fuerza en el seno de -mutuas conquistas, hoy, en estos tiempos de razon, debe unirnos -á todos los latinos, pero especialmente á los españoles y á los -italianos, en el seno de la libertad y de la democracia. He dicho. -(<i>Ruidosos y repetidos y prolongados aplausos. Los asistentes saludan -calurosamente al orador y le felicitan con entusiasmo.</i>)</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_9"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_331">[p. 331]</span></p> - <h2 class="nobreak">LA ISLA DE CAPRI.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_333">[p. -333]</span>Dos veces he visitado á Capri en mi vida: una vez por -la primavera de 1868, y otra vez por el estío de 1875. Durante -este larguísimo intervalo cogí en más de una ocasion la pluma para -bosquejar mis emociones, mis recuerdos, mis ideas, y la solté -desesperando de igualar jamas al maravilloso cuadro original donde se -mezcla tanta gracia con tanta grandeza. En deliciosa mañana bajaba -desde la fonda llamada Sirena, en Sorrento, á las playas por una de -esas galerías abiertas en la roca viva, merced al trabajo de los -romanos, y contemplando las atrevidas bóvedas, las ciclópeas paredes, -los tortuosos recodos, las ámplias escaleras y las subterráneas vías, -exclamaba á cada paso, que no extrañaban ya las empresas mitológicas -de Hércules ni la apertura del gaditano Estrecho, ni las columnas -puestas por límites al mundo, pues un pueblo relativamente moderno -daba el aspecto de montañas á sus monumentos y abria á su arbitrio -los senos de la<span class="pagenum" id="Page_334">[p. 334]</span> -tierra como si guardára en su hogar el fuego primitivo ó tuviera en -sus manos la fuerza creadora, algo semejante al genio mismo de la -Naturaleza.</p> - -<p>Despues de haber recorrido aquellas cavernas, aunque circula -libremente el aire en sus espacios y no falta en verdad la luz, -respirais mejor bajo el claro cielo y á orillas del mar. Los -marineros nos aguardaban solícitos en una barca, y nos recibian con -esos gratos saludos propios de esta clase eminentemente expansiva y -social, sobre todo en nuestras regiones meridionales. Miéntras unos -apercibian los remos, y otros aparejaban las velas, y éstos recogian -lonas y redes, y aquéllos desamarraban los cables, dos entonaban -á porfía la <i>Mandolinata</i>, esa suavísima cancion parthenopea que -reproduce todo el gozo y toda la inquietud de estos griegos tendidos -sobre sus lechos de rosas á las faldas de ese Vesubio, en cuya cima -resuella eternamente la muerte. Conforme íbamos costeando la ensenada -sorrentina y recorriendo casi hasta el cabo Minerva, último extremo -de la bahía de Nápoles, destacábase en el mar la isla de Capri, -comparada por Juan Pablo Richter á una esfinge, y por Gregorovius -á un antiguo sarcófago. En efecto, el declive de su longitud -desde Occidente á Oriente; la altísima eminencia del Solaro y sus -aristas semejantes á graciosas estrías arqui<span class="pagenum" -id="Page_335">[p. 335]</span>tectónicas; el córte de sus caprichosas -playas; los esponjosos y oscuros escollos cincelados por las blancas, -férvidas espumas; las escarpadas dunas, en cuyas cimas se abrazan las -vides con los olivos y en cuyos piés se abren temerosas cavernas; -el prodigioso esmalte dado á todos los objetos por el reflejo de -la luz en las aguas; la trasparente superficie del mar y la clara -bóveda del cielo, entre cuyos resplandores parece flotar la isla -aérea y eteriforme como un templo de cristal azul engarzado sobre -una estrella de oro; todas estas bellezas indecibles os trasportan á -las regiones de la poesía y de la magia, en cuanto abrazais con la -vista y con el pensamiento uno de los clásicos paisajes gratos á los -antiguos poetas y á los antiguos dioses, pero, sobre todo, el paisaje -de Capri.</p> - -<p>No olvidaré jamas este dia. Serena la mañana, espléndido el -horizonte, dormido el mar, fresco y cariñoso el aire; las ciudades -del golfo dibujándose inciertamente en el éter como neréidas -fabulosas, y Sorrento perdiéndose á nuestra espalda en la meseta de -sus abruptas rocas, ceñidas de azahar, miéntras surgia cada vez más -encantadora á nuestros ojos, Capri, con sus montañas ceñudas y sus -alegres verjeles, con sus rosáceas dunas y sus negras cavernas, con -sus blancos pueblos, ora agrupados al borde de las playas,<span -class="pagenum" id="Page_336">[p. 336]</span> ora suspensos en la -falda de las montañas, y sus ruinas bruñidas por el sol y dispersas -en las inaccesibles alturas; con las cúpulas de sus iglesias y los -techos de sus cabañas; con sus labradores cavando en los huertos -plantados sobre los abismos, y sus marineros recogiendo el copo lleno -de peces en la ensenada; con sus escollos que parecen vomitados por -erupciones volcánicas, y sus blancas casas, sobre cuyos pintorescos -terrados se tienden fresquísimas guirnaldas; con aquella doble vida -del campo y del mar, en que se mezclan las algas con las flores, las -emanaciones salinas con los aromas silvestres, la nota dulcísima -de la alondra con el grito agudo de la gaviota, á manera que en la -poesía de Homero, de Teócrito y de Virgilio.</p> - -<p>Á las diez del dia nos acercábamos ya al término de nuestro viaje, -y la isla parecia desierta. ¡Grata y serena soledad! Proyectábase -sobre el mar la luz con esplendor indecible. Las aguas miraban al -cielo, como unos ojos enamorados miran á otros ojos en cuya retina -encuentran el amor correspondido. Por toda la inmensa extension -caia á plomo el sol, ya cercano á su zenit. Pero en el sitio donde -estaba nuestra barca, al Norte de la isla, se extendia la sombra -espesa de los altos montes. Así el Mediterráneo lucia con azul tan -claro que tiraba al ópalo, y nuestra zona<span class="pagenum" -id="Page_337">[p. 337]</span> se teñía de azul tan oscuro que tiraba -á violeta. Ningun pincel, ni siquiera el pincel de Pablo Verones, -mojado en los matices de las lagunas venecianas, podria trasladar -al lienzo aquella fiesta de colores; aquel cielo de un esplendor -incomparable, aquellos léjos de rosados tintes donde nadaban los -blancos pueblos, aquellos puntos de luz producidos por los rayos -solares al quebrarse en la rizada superficie de las aguas, aquel -violáceo tono del Vesubio brillando en sus cimas y en sus faldas como -si estuviera cuajado de oscura y deslumbradora pedrería, aquella nube -de humo despedida por el cráter y disipada en los aires como una -gasa; aquella zona de azul oscuro en que nosotros estábamos, juego -mágico de las sombras inexplicable por la humana palabra y en cuya -contemplacion nos abismábamos como si fuese el comienzo de un mundo -ideal guardado por un genio desconocido en el fondo de los mares.</p> - -<p>Es verdad. Los pueblos que atraviesan el desierto bajo un cielo de -bronce, sobre una tierra abrasada; en la uniformidad de los infinitos -inmóviles océanos de arenas, deben afirmar y confirmar la idea de la -unidad de su Dios creador; pero aquí, en el seno de esta contínua -primavera que junta las flores con los frutos; en los reflejos de -estos horizontes, cuya rica variedad es incom<span class="pagenum" -id="Page_338">[p. 338]</span>parable; en la orgía de estos colores -que descomponen todos los matices de la luz; entre estas movibles -olas, entre los juegos y arabescos de las sombras; entre las estelas -del agua y los espejismos del aire; en las refracciones de los -rayos solares y en la reverberacion de los nocturnos astros; en las -guirnaldas de espumas, en la palpitacion contínua de ese movible -seno, á cada instante aparecen las sirenas y neréidas del antiguo -mar, cuna eterna de la religion pagana, sirenas y neréidas dibujando -su cuerpo de alabastro en las espumas, sus negras cabelleras en las -algas, sus palpitaciones amorosas en la rizada superficie, y sus -huellas en los surcos de luz sobre la celeste inmensidad, donde -brotan con los múltiples vapores múltiples ideas, y con las múltiples -ideas innumerables dioses.</p> - -<p>Acercámonos á tierra sin cansarnos de contemplar el conjunto de -colores, el azul clarísimo de las aguas apartadas, el azul oscuro -de las aguas cercanas, el tono violeta de las montañas y de las -dunas, las tintas de primaveral vegetacion rica en toda suerte de -flores. Varios chiquillos nadaban como tritones y nos pedian que les -echáramos cuartos al agua, por cuya consecucion luchaban allá en -el fondo, como los peces por su alimento. Como nuestra embarcacion -seguia á la gruta Azul, tuvimos que trasbordarnos. Innume<span -class="pagenum" id="Page_339">[p. 339]</span>rables barcas nos -circuian, y en ellas jóvenes marinos ofreciéndonos sus servicios y -saludándonos con la palabra: ¡Felicidad! Una de estas barcas iba -dirigida por hermosísima capriota de ojos negros y cabellos rubios -como la Salomé del Ticiano, y que, desnudos los brazos y desnudos -los piés, mal envuelta en traje de vistosa indiana, y bien peinada, -con las trenzas recogidas sobre la nuca y traspasadas por una aguja -de plata, remaba, empleando el mismo empuje y la misma celeridad -de consumado marinero, sin que tanto esfuerzo le quitára aliento -para entonar la cancion entónces al uso, <i>La Bella sorrentina</i>. -Preferimos, como era natural en nuestra galantería española, esta -barca tan hermosamente tripulada, y encaminámonos al muelle, de -cuyas toscas piedras nos separaban algunas brazadas de mar y -algunos movimientos de remo. Pero la llegada fué horrible: los -mendigos nos asaltaban; los muchachos nos recogian nuestro equipaje, -disputándoselo como si les perteneciera á ellos en vez de pertenecer -á nosotros; las muchachas nos arrojaban á las manos pedazos de coral, -conchas pintadas, piedrecillas de las ruinas, pidiéndonos en cambio -dinero; los mozos de los diversos albergues se disputaban nuestras -personas, como los pilludos de la playa nuestras maletas; este -marinero nos presentaba sus robustos brazos para subir la em<span -class="pagenum" id="Page_340">[p. 340]</span>pinada cuesta, aquel -gañan su bíblico asno ó su jaco matalon; y todos nos cortaban el paso -con vocerío infernal, como si se hubieran propuesto compensarnos con -el disgusto producido por horribles gestos, agudos gritos y groseros -asaltos, del encanto experimentado al abordar á la encantadora isla. -Por fin pudimos desasirnos de todos ellos y trepar alegremente por -los agrios senderos, entre áloes y nopales del Oriente, admirando -aquellas casas parecidas á los aljibes árabes y que nos recordaban -nuestras casas de Elche, con sus escaleras de madera en lo exterior, -sombreadas de parras para subir al terrado cubierto de macetas, en -las cuales florecen olorosos geranios.</p> - -<p>Capri orna la parte oriental de la incomparable bahía parthenopea, -y se avecina al cabo de Minerva. Su largo es de tres millas, su -ancho de una y media, su circuito de nueve. Las montañas tienen tan -abruptos y tan agrios costados que diríanse cortadas á pico, y dos -mezquinas calas abrigan á las barcas de los contrarios vientos, -pues casi todas sus rocas salen del mar á guisa de lisas paredes, y -la privan por tanto de hospitalarias costas. La tierra vegetal se -conserva con dificultad y á duras penas se acrecienta. Arrástranla -al mar las lluvias; espárcenla por el aire los huracanes. Al fecundo -elemento, donde las raíces se agarran y la vida vegetal brota y se -nutre,<span class="pagenum" id="Page_341">[p. 341]</span> suceden -peñas desnudas, frias, estériles, como duros metales. Así los campos -griegos, cantados por los antiguos poetas á causa de su amenidad y -de su hermosura, han sido arrastrados al mar y se han trocado en -áridos desiertos. Conmueven profundamente los cuidados que toman -estos buenos isleños por preservar su tierra vegetal de todo cuanto -pudiera perderla ó disiparla; los muros que levantan, los setos que -fabrican, las hierbas que siembran, las excavaciones que ahondan, el -arte y el culto con que guardan esos átomos donde el jugo de la savia -se encierra. Veríaislos agitarse y conmoverse como si les arrancáran -una parte de su sér, cuando las ráfagas vienen á estrellarse en -su peñon y á elevar en los giros de sus torbellinos espesas nubes -de polvo. Así, jamas siembran el escaso trigo producido por sus -campos arrojándolo sobre el surco, sino abriendo para cada grano un -agujerito que luégo tapan á fin de defenderlo contra el viento.</p> - -<p>El clima es dulcísimo, tibio el invierno, fresco el verano. Fuera -de la parte que mira á Nápoles, y donde está la llamada Marina, -abierta y expuesta al Norte, el resto de las regiones habitables -de la isla recibe seguro abrigo de las altas montañas. Por aquel -territorio montuoso y pedregosísimo; ¡cuántos valles alegres y -de indecible deleite! En cualquier arruga del terreno, ó<span -class="pagenum" id="Page_342">[p. 342]</span> declive dulce, ó umbría -plácida; en el recodo de los cabos, en las ligeras planicies de las -estrías, en las rotondas de las cimas, en la espina dorsal de los -montes, la vegetacion brota váriamente á guisa de canastillos de -frutos y de flores que se hubieran dado allí al olvido. Las naranjas -y los limones brillan y huelen á porfía entre las brillantísimas -verdes hojas. El oscuro olivo se entrelaza con las claras vides. -Las frondosas moreras producen frutillas de un sabor agridulce -incomparable, y hojas para alimentar en alguna cantidad los gusanos -de seda. Entre moreras y naranjos, alzándose airosas sobre los cactus -de los áloes y los nopales, vense las higueras, cuyos higos compiten -ciertamente con los higos de Esmirna. El vino es de corta cantidad, -pero de larga reputacion. En Nápoles suelen falsificarlo, pues la -isleta no da tanto como pide el gusto, ni siquiera como consumen sus -sobrios moradores. La próvida atencion y cuidado de amigos que, á -Dios gracias, tenemos en todas partes, nos procuraron gustar, así el -tinto como el blanco, y los encontramos deliciosísimos. ¡Dios mio! -¡Cuán próvida es la agricultura en las regiones meridionales, y cuán -vária! Yo no quisiera ser labrador, por ejemplo, en la bien cultivada -Normandía, donde sólo se cogen las cosechas de heno y de trigo, -y sólo se tienen algunas escasas frutas y<span class="pagenum" -id="Page_343">[p. 343]</span> muchos y buenos ganados. Desde el -punto y hora en que concluís la siega, ya nada teneis que hacer. -Para el pastoreo basta con los frescos prados y con tres ó cuatro -pastores. En el Mediodía no sucede así; para cada mes hay su trabajo -y su cosecha. Ya se abre el surco y se siembra el trigo; ya se poda -y se cava la viña. En el hogar, bajo la grande chimenea, las ramas -inútiles de los olivos, los haces de sarmientos, los rebujos de la -aceituna, brillan y chisporrotean durante las largas veladas del -invierno. Apénas llega Febrero, cuando os da la Providencia el cardo -y otras hortalizas. En Marzo florece el almendro, y Abril colora -las rojas cerezas que semejan flores. ¡Cuántas frutas de Mayo, -azucaradas y sabrosísimas! El azahar os embriaga. Los albaricoques, -las perillas, las primeras brevas os alimentan. Ya viene el trabajo -de cuidar los gusanos de seda y el placer de verlos hilar sus -plateadas hebras. Ya se abre la gomosa almendra y se desprende sobre -el campo. La siega es temprana y da vagar bastante para las otras -ocupaciones campestres. Apénas se acaba la siega, cuando empieza la -recoleccion de los otros frutos. Aquí se cosecha la almendra, allá -la nuez y la avellana, más allá la sandía y el melon de las viñas se -ven bajar á las playas mujeres en coro que llevan sobre la cabeza los -cestos circulares cargados de<span class="pagenum" id="Page_344">[p. -344]</span> uvas para la pasa. Junto á los racimos de ámbar, sobre -largos cañizos, los verdinegros higos, todos endulzados á los rayos -del sol. Ya comienza la vendimia y se oye por todas partes el cántico -de los que pisan en el lagar y se perciben los vapores del mosto. Ya -viene el maíz, cuyas largas mazorcas se amontonan junto al trigo en -los altos graneros. Ya se prensa el aceite que sazona la comida y -alimenta la lámpara. Esta tierra no se cansa jamas de producir. Estos -habitantes viven á la contínua en faenas del campo. Su atmósfera -tibia y su campiña fecunda, les ofrecen delicias indecibles en -ejercicios moralizadores y sanos. ¡Campos queridos de la luz, en -vuestro seno, y sólo en vuestro seno, se celebran verdaderamente las -nupcias del espíritu con la Naturaleza!</p> - -<p>En la isla de Capri, meridional por excelencia, os dan los pájaros -un concierto y os perfuman las flores. ¡Cómo deleita oir, al rumor -de las ondas estrellándose en las cavernas, y pareciendo con su -tono unísono á solemne acompañamiento de una orquesta invisible, el -arrullo de la tórtola y de la paloma, el gorjeo de los jilgueros, el -agudo cántico del mirlo, la oda de la alondra al sol en las alturas, -y la endecha amorosa del ruiseñor en la enramada! ¡Cómo os animan -y os alientan las picantísimas emanaciones marinas confundidas con -el aroma del lentisco que huele á selva;<span class="pagenum" -id="Page_345">[p. 345]</span> del tomillo, que calma los nervios y -endulza los aires; de la salvia, que despide como inefable incienso; -del mirto, cuyas esencias os despiertan ideas poéticas, viendo -al mismo tiempo los pinos salir casi de las aguas con sus copas -vibrantes, la zarza-rosa entrelazarse con el áloe, el almendro y -el limonero resaltar entre los olivos y las hayas y las encinas -en armoniosos y suavísimos contrastes! Una dama inglesa que con -nosotros venía, y que llevaba en una mano su cartera de dibujo y en -otra mano su álbum de botánica, nos iba enseñando las flores más -preciadas y diciéndoles el nombre más científico: el <i>thymo</i>, de -suave olor; la <i>passerina hirsuta</i>, que busca la aridez y el calor; -la <i>scilla marítima</i>, que se mece dulcemente en las moles ruinosas; -la <i>cineraria</i>, con sus florecillas de oro; la <i>orque piramidal</i>, y -otras muchas de tejidos tan multiformes y tan numerosos como no puede -idearlos jamas el pensamiento.</p> - -<p>Las montañas de toda la isla divídense en dos principales cuerpos, -llamado el uno de Capri y el otro de Ana-Capri. El primer cuerpo -puede subdividirse, á su vez, en cuatro alturas principalísimas, -si várias por sus formas, iguales por su grandeza. La más elevada -es aquella que más se acerca al cabo de Minerva, hácia el Oriente, -mirando á Sorrento y á Salerno, donde hoy se saluda y se invoca á -Santa María del Socorro, como<span class="pagenum" id="Page_346">[p. -346]</span> en otro tiempo se saludó y se invocó á Jove, cuyo -templo aparece todavía por doquier en pasmosos restos y majestuosas -ruinas. La segunda altura es la de San Miguel, cónica cual todos los -volcanes, ceñida por las piedras de antigua vía romana, y coronada -por los pintorescos fragmentos de un palacio de Augusto. La tercera -altura tiene en su cima un castillo, en su medio la villa de Capri, -á su pié la cala de la marina, por sus costados dos vallecillos -de incomparable deleite y alegría. El cuarto collado es aquel que -se alza abruptamente del mar y que domina dos risueños valles, -cubierto hácia su pié de viñas y olivos, cuyas ramas festonan los -restos de Tragáres; desolado y estéril en su cima; rico en su -falda de esas hierbas llamadas entre nosotros hinojo marino y ruda -silvestre, que dan ardentísimo y embriagador perfume. Un poco más -léjos del pié de esta montaña, denominada Tuoro-Grande, surgen del -mar tres inmensos escollos aislados, de un color tan vivo, de una -forma tan pintoresca, de una ornamentacion tan rica por la multitud -de dibujos formados en sus caprichosas piedras, que parecen un -templo acuático misteriosamente cuajado de extraños jeroglíficos. -Las gaviotas y las águilas se posan por sus alturas; las plantas -marinas se mecen por sus grietas; las olas se entrechocan por sus -bases, y vistas á una larga distancia, desde el golfo de<span -class="pagenum" id="Page_347">[p. 347]</span> Salerno ó el cabo de -Minerva, esmaltados por un horizonte puro, ceñidos de vapores ligeros -en la purpurina atmósfera del mediodía ó en la rosada atmósfera de -la tarde, cuando aquellos cielos despliegan como un íris de matices -deslumbradores, las tomariais por unas diosas marinas elevándose -desde sus grutas de cristal á las cimas del Olimpo. Y todas estas -bellezas, todos estos graciosos rompimientos de los montes, todas -estas aberturas, entre las cuales juegan las olas con los aires, y -se descubren los cielos, encuentran su rudo contraste en la calcárea -y árida montaña de Ana-Capri, la más alta y más estéril, cuya cresta -toma el nombre de Monte Solaro, cúspide verdadera de la isla.</p> - -<p>Por débil que mi paleta sea, por tosco que sea mi pincel, -por pálido y desmayado el color, ya os podeis imaginar á Capri, -altísimo escollo en medio del Tirreno, con sus montañas calcáreas y -sus valles fresquísimos; con sus conos y pirámides en el cielo, y -sus grutas y cavernas en las aguas; con sus matices violeta y sus -matices azules de una dulzura incomparable; con sus palomas y sus -gaviotas, que vuelan juntas en los aires, y el rosal y el hinojo -marino, que crecen juntos en las piedras; con los templos de sus -dioses caidos y los palacios de sus césares muertos; con los jardines -en gradería tapizados de flores y poblados<span class="pagenum" -id="Page_348">[p. 348]</span> de pájaros, y las graciosas calas en -anfiteatro, pobladas de barcas y tapizadas de redes; con las iglesias -de Cristo y de María junto á las aras de Mitra y de Júpiter; bajo -guirnaldas de pinos y sobre tapices de espuma; entre la bahía de -Parthénope y la bahía de Salerno; el Vesubio encendido y el golfo -sereno á su frente, y el mar infinito á su espalda; rodeada de -cabos y promontorios de un dibujo clásico; soportando ruinas de una -sublimidad religiosa; en aquel eden, cuyos claros horizontes y cuyos -cerúleos abismos no tienen, por la magia de la luz, por la armonía de -los contornos, por la belleza de los contrastes, rival ninguno en el -mundo.</p> - -<p><i>Caprea</i> llamaron á la isla griegos y romanos. Segun unos, la -etimología del nombre es latina y proviene de las muchas cabras -errantes por sus escollos, y segun otros fenicia, é indica la -existencia en su seno de dos ciudades. Pero el carácter predominante -de Capri es el carácter griego. No se creeria que nacion tan escasa -de gente como Grecia dejára generaciones tan numerosas y huellas tan -profundas en las costas mediterráneas. Cuando en uno de mis viajes -abordé á Ibiza, quedéme maravillado al ver sus mujeres con trajes -llenos de reminiscencias dorias. Parecíanse á esas estatuas medio -egipcias y medio helénicas que tan claramente señalan la fase de -transicion desde<span class="pagenum" id="Page_349">[p. 349]</span> -Oriente á Occidente en el desarrollo de la cultura. Lo mismo sucede -por otras regiones. Sagunto se entregó á las llamas en holocausto á -los patrios lares y en ódio al enemigo cartagines. Ardieron sus casas -y sus muros; suicidáronse en heroico sacrificio sus habitantes; no -quedaron por aquellos espacios ni ruinas; y cuando se va entre sus -naranjales y sus olivares cortados por alguna palma, á la orilla -de su mar celeste, ó se trepa por su cercana colina para ver los -restos del despedazado anfiteatro, á cada paso aparece el reflejo de -Grecia, no borrado ni por la dominacion romana ni por la dominacion -agarena. En las costas de Cataluña, al Levante, sin necesidad de ser -grande observador, nota el viajero la diferencia entre los catalanes -originarios de las altas montañas, todos celtas ó celtíberos, y los -catalanes originarios de las rientes playas, casi todos griegos. Lo -mismo sucede en Capri. La hermosa Grecia brilla sobre sus piedras -como los dioses sobre las aras. Esta bahía, llamada por ellos el -Cráter, porque tiene realmente el córte de la boca de inmenso volcan, -era idónea para herir su genio artístico y para obligarlos á larga -residencia. Ochocientos años ántes de Cristo, ya dominaban por estas -playas. Las Dos Sicilias componian aquella magna Grecia, en la cual -brilló con tanto lustre una parte de la vida griega: los viajes -marítimos cantados por Home<span class="pagenum" id="Page_350">[p. -350]</span>ro despues de cantar la troyana guerra; los gigantes, -cantados por Hesiodo, que en el Etna pugnaron audaces con los dioses; -el idilio inmortal de Polifemo y Galatea; la escuela filosófica, que -tan poderosamente influyera en los progresos de la cultura helénica; -la aromosa poesía de Teócrito. Hoy mismo, las palabras usadas en -Capri tienen muchas raíces griegas; el tocado de sus hermosas -hijas, bajo el cual brillan profundos ojos velados por larguísimas -pestañas, tiene el córte griego; y en los robustos isleños, marinos y -montañeses á un mismo tiempo, se descubren aquellos atletas célebres -en los juegos de Grecia. Á donde quiera que vuelvo los ojos se me -aparece la imágen querida de la bellísima nacion. Toco el golfo de -Posidonia, habito la bahía de Parthénope, descubro al Oriente la isla -de Circe, y al Occidente la gruta de Cúmas; en mis paseos voy hasta -Ana-Capri, cuya posicion se designa todavía por una partícula griega; -entre los vapores lejanos, dorados por el éter, resalta Poesthum, con -sus templos dorios consagrados á Neptuno; y en cada movimiento de -las olas se ve tambien moverse, y en cada soplo de las brisas se oye -suspirar la sirena que llenára de escollos y de encantos con su magia -todos los mares de Grecia.</p> - -<p>Esa ciudad de Nápoles, que está enfrente, se ha llamado siempre -Sirena. Esta misma Capri es<span class="pagenum" id="Page_351">[p. -351]</span> una sirena que seduce con su gracia y con sus cánticos. -Sirenas se llaman las islas esparcidas por estos mares desde -el cabo Minerva hasta la ensenada de Amalfi. ¡Y quién pudiera -dudarlo mirando este cielo resplandeciente; este mar, de un azul -indescriptible realzado por la áurea luz; estas cordilleras, en -las cuales se mezcla el fuego con la nieve; estas montañas, entre -doradas y purpúreas; estos jardines, que bajan en graderías desde -las sierras á las playas, todos estos encantos capaces de esparcir -y comunicar universal alegría! Cuando se ven esas islas, ora desde -el camino de Salerno, ora desde el cabo de Minerva, surgir en formas -tan graciosas sobre la superficie del agua tan celeste, no podeis -dudar de que atrajeran y encantáran con el eco de sus olas repetido -por las sonoras cavernas á los navegantes, adormeciéndolos y como -petrificándolos con las seducciones y con los hechizos de estos -voluptuosos parajes.</p> - -<p>Así, todo evoca en la isla, todo cuanto veis, la remota antigüedad -griega. El aire que respirais es aquel céfiro blando con que Minerva -henchia las velas enviadas en busca del errante Ulíses. Las piedras -que tocais son restos de las aras por donde corria la sangre de los -toros negros en holocausto al númen del blanco Neptuno. Por estas -riberas se tendió mil veces la hospitalaria piel sobre la cual -asentaban los griegos á sus huéspedes des<span class="pagenum" -id="Page_352">[p. 352]</span>pues de la comida para mostrarles los -horizontes y los mares. Islas así serian las islas descritas en la -Odisea homérica. Me parece que veo á Nestor coronando con hojas de -oro recien forjadas la frente de la crasa ternerilla y ofreciéndola -en sacrificio á los dioses despues de haberla empolvado con la -harina sagrada. Un escollo así deberia ser aquella Ortygia donde la -Aurora lloró con lágrimas de luz á su amante Orion, muerto á los -invisibles dardos de Diana. Entre estas aguas sacaria la blonda -cabeza Leucothea, ofreciendo al inmortal náufrago homérico el puerto -de sus brazos. Estas columnas rotas evocan el recuerdo del palacio de -Alcinoo, desde cuyos pórticos se veian las flotas griegas, y entre -cuyas columnas resonaba el rumor del pueblo en asamblea mezclado con -el rumor de la ola en movimiento, y el cántico de Demodoco celebrando -la guerra de Troya, mezclado con el cántico de la brisa trayendo -el aliento de las neréidas. Ahí está, ahí, á mi frente, la isla de -la hechicera Circe, tan hermosa de rostro como de voz, hija de los -amores del Sol con oceánica ninfa. En el fondo de deleitoso valle se -alzaba su palacio, fabricado todo él de piedras preciosas, y guardado -por los lobos y leones, mansos como perros cuando no los azuzaba -la maga. De sus ventanas salia aquella voz sin ejemplo, la cual -derramaba por<span class="pagenum" id="Page_353">[p. 353]</span> -las venas con sus cantares un calor sin igual. Allí entraron los -compañeros de Ulíses, torpes é indiscretos, y fueron trasformados en -cerdos, miéntras el astuto hijo de Itaca, provisto de la planta dada -por Mercurio, cuyas raíces eran negras como el carbon, y cuyas flores -albas como la nieve, convirtió á la reina hechicera en su concubina y -su esclava. Por aquí se oia la endecha seductora de las sirenas. Su -voz hacía resplandecer los cielos, serenarse los mares, henchirse de -voluptuosos aromas los aires, resonar con música incomunicable los -escollos y las riberas. Los navegantes se dejaban arrastrar por tanta -calma, por tanto deleite, por los acordes que salian de las ondas, -por los coros que acompañaban estos acordes, por los ojos seductores -que brillaban como estelas, por el blanco voluptuoso cuerpo que se -dibujaba en el cristal de las aguas, y desaparecian para siempre en -el fondo, sin que jamas devolvieran las sirenas su presa. Así Ulíses -tapó con cera los oidos de sus tripulantes, y se hizo atar él mismo -con fuertes cuerdas á la altísima entena para conjurar la seduccion -de las seductoras voces. Pero más léjos, y en este mismo mar, se -alzaban frente á frente los dos montes llamados Scila y Caríbdis. -Las olas de Anfitrite se estrellan á sus piés con horribles mugidos, -y las aves del cielo, las mismas palomas que llevan la ambrosía á -Jú<span class="pagenum" id="Page_354">[p. 354]</span>piter, no se -arriesgan jamas á pasar sobre sus cimas. Los dioses las llaman en su -lenguaje incomunicable á los hombres, las rocas errantes. Si algun -navío se acerca, se rompe en mil pedazos, y tablas y tripulacion -desaparecen súbitamente entre las ondas henchidas de huracanes y las -tempestades henchidas de rayos. Solamente los Argonáutas pasaron por -allí directamente amparados del poder de Júpiter. Scila es tan alto -que ninguna humana vista ha alcanzado su cresta cubierta de negras -nubes y ninguna flecha de arquero ha llegado hasta la gruta que mira -hácia el Erebo; y Caríbdis alimenta una higuera selvática, bajo cuyas -hojas se guarece el genio de aquel paraje, que se sorbe las olas y -las naves. Estos escollos, estas cimas, estos abismos, estos cabos y -estos promontorios se hallan ilustrados por el inmortal poema de la -navegacion, la Odisea, que sucedió á la Iliada, al inmortal poema de -la guerra.</p> - -<p>Cuando contemplo las formas arquitectónicas de Capri, realzadas -con los toques maravillosos de alba luz, fínjome aquel archipiélago -griego, compuesto por legiones de islas, antiguas cunas de diosas y -poetas, extendidas entre dos continentes como para servir de templo -á las nupcias del genio de Europa con la tierra de Asia, y adivino -las nieves perpétuas de Thesalia, los valles floridos de Lidia, -las montañas abrasadas por<span class="pagenum" id="Page_355">[p. -355]</span> tempestades eternas, las colinas sonrientes de amor y de -gracia, descubriendo todos aquellos parajes henchidos con la imágen -de Homero. Y oigo el susurro del arroyo, en cuyos bordes naciera, -á la sombra de copudo plátano, entre las endechas de un coro de -ruiseñores y los himnos de una procesion griega, sobre el sitio mismo -en que espirára Orfeo; y miro con los ojos del alma al viejo divino, -pobre como la poesía, ciego como el amor, desconocido de su patria -como el genio, alargando la trémula mano á recoger una limosna en -pago del cántico bellísimo dotado de la inmortalidad; y me apeno al -recuerdo de aquel pueblo cimeo que negó sus hogares á quien debia -darle gloria; y renuevo las peregrinaciones de region en region, de -gente en gente, de isla en isla, por donde deja una huella de luz en -el suelo, una armonía inextinguible en los aires, una idea religiosa -en las conciencias, una sonora cuerda de artística inspiracion en los -corazones; y le sigo con el pensamiento, como con el recuerdo, por -Phocea, Cliso, Samol, escuchando repetir al niño que va á la escuela, -y á la jóven que vuelve de la fuente, sus magistrales hexámetros; y -me lo figuro circuido de sus hijas, en el ocaso de la vida, próximo -á concluir sus últimos cánticos, y obligando á cuantos tienen ojos -y ven, á que le digan cómo resplandece el sol poniente en la cima -del<span class="pagenum" id="Page_356">[p. 356]</span> Olimpo; cómo -se dibujan los cabos de la Jonia; cómo se doran las múltiples islas -del archipiélago; cómo extienden sus alas sedosas las palomas y sus -velas de lino las naves; cómo se hermosea todo, porque él ya oye como -todo canta; y asisto á su muerte en las sonoras playas pobladas por -su genio de dioses, á su transfiguracion en la mente de Grecia, á su -apoteósis en la religion de la Humanidad.</p> - -<p>Y la brisa que sopla en mis oidos, y la ola que muere á mis piés, -y la gaviota que vuela sobre mi cabeza, y el mar que me rodea por -todas partes, recuérdanme cómo Homero, despues de haber escrito en -la Iliada el poema de la guerra, escribió en la Odisea el poema de -la navegacion. Todas esas imágenes preciosas, la enamorada Calipso, -ha hechicera Circe, la seductora Sirena, la modesta Nausicaa, la -próvida Leucothea, son personificaciones de los escollos, de las -sirtes, de las colinas, de las alternativas de alegría y angustia -en la vida marítima, de los trabajos y de los placeres indecibles -en las navegaciones larguísimas. Homero, despues de haber cantado -los orígenes de su patria en la guerra, quiso tambien cantar los -progresos de su patria en el trabajo y, sobre todo, en la navegacion, -que debia darle tan preciosas colonias y extender por el mar -Mediterráneo reflejos y reverberaciones de Grecia. La bue<span -class="pagenum" id="Page_357">[p. 357]</span>na Penélope, rodeada de -seductores y constante á su marido, retrata la mujer del marino que -yo he visto tantas veces en nuestras costas valencianas, fidelísima -á la memoria del ausente, encerrada en el hogar como en una tumba, -ajena á todas las alegrías y á todas las fiestas; casi siempre -de rodillas ante la Vírgen, estrella de los mares, pidiéndole su -amparo; con el pensamiento puesto en el abismo insondable y la -esperanza en el Dios misericordioso; los labios llenos de promesas -y las promesas de ex-votos; casada, y en las tristezas, y en los -duelos, y en la soledad de las viudas. Así como Homero, el poeta del -Oriente europeo, escribe la epopeya de la navegacion mediterránea, -Camoens, el poeta del Occidente europeo, escribe la epopeya de -la navegacion oceánica. Todas las expediciones anteriores á la -navegacion, cantadas por nuestro poeta peninsular, ó son navegaciones -guerreras como las normandas, ó son navegaciones semi-mitológicas -como las de Marco Polo. El marino veneciano me parece, respecto á -Vasco de Gama, como Jason y los Argonáutas respecto á Ulíses y sus -compañeros de empresas. En el poema de Camoens han crecido la tierra -y el hombre, sin que hayan menguado la poesía y el arte. El mar es -mayor que en los poemas homéricos; pero tambien es mayor la fuerza -que lo sujeta. El poeta será inmortal como Ho<span class="pagenum" -id="Page_358">[p. 358]</span>mero, porque representará tanto el -espíritu de su pueblo como el genio de su siglo, y como Homero -desgraciado, porque no se puede llevar una corona tan gloriosa sin -que toda ella esté ceñida de penetrantes y agudísimas espinas. Todos -los redentores sudan sangre. La Odisea y las Lusiadas aguardan el -tercer poema que ha de completar cielo tan maravilloso: el poema que -cante la penetracion de nuestra mirada y de nuestro telescopio en los -abismos infinitos del cielo, como la penetracion de nuestras sondas -en los abismos infinitos del Océano; el vapor de las nubes, vago -como las nieblas, ligero como el rocío, indeciso como los ensueños, -recogiéndose en las grandes máquinas y superando las corrientes como -las mareas, y las olas como los vientos; Hércules, que ha ido á la -tierra de las Pirámides, y con la fuerza del genio y del trabajo -ha roto los istmos y ha confundido los mares; el Prometeo, que ha -lanzado entre el nuevo y el viejo continente, entre Europa y América, -el misterioso lazo de alambre por el cual corre el rayo de los -dioses, ya en manos de los hombres, llevando de uno á otro mundo la -palabra con la rapidez del pensamiento; todo este esplendentísimo -semillero de nuevas tierras y nuevos cielos en arte y en poesía.</p> - -<p>Íbamos en mañana deleitosa de Junio, por mar dormido como sereno -lago, á la sombra de las<span class="pagenum" id="Page_359">[p. -359]</span> grandes dunas, desde la marina de Capri á la gruta azul, -celeste laguillo de una claridad y de una trasparencia indecibles, -formado por las aguas del mar dentro de una cueva calcárea, -accesible sólo en barca y por una estrechísima abertura. La memoria -de semejante maravilla se habia perdido para siempre. La tradicion -contaba que griegos y romanos conocieron una gruta, donde cabian -muchas personas, formada toda por inmenso trozo de nácar, y en cuyo -seno se refugiáran, estando allí como dormidas y en sopor, las -ninfas y neréidas, despues que las ahuyentó el hisopo cristiano con -sus gotas de agua bendita al exorcizar los mares. Todo un prelado, -escribiendo á otro prelado, aseguraba haber sido ésta la caverna -donde el infeliz pescador Glauco se asiló despues de su trasformacion -en pez, y donde conmovió á los dioses en tan alto grado con sus -lloros y con sus súplicas y sus elegías, que les obligó á volverle -súbitamente la forma humana, dejando por esta transfiguracion en -el cristal de esas aguas sus azuladas escamas. Algunos suponen que -un historiador de principios del siglo decimoséptimo trae indicios -de la isla. Goethe hubiera deseado verla, porque el gran pagano, -el sacerdote último de la antigüedad clásica, adoraba todo cuanto -podia recordarle el paganismo. Novalis imagina cierto arte místico -y naturalista á un tiempo, el cual se ins<span class="pagenum" -id="Page_360">[p. 360]</span>piraba en una canora sirena, cuya -habitacion era esta gruta de cristal, donde se encerraba como la -abeja en el cáliz de la flor. Un jóven que la escuchára, repetia sus -cánticos impregnados de idealista pantheismo al par que de sensuales -placeres. Y cuantos poetas oian aquel eco amortiguado deseaban -escuchar la cancion poética en su orígen, beber en la fuente de -esa poesía, é iban por la noche desolados en pos de la gruta, que -despedia misteriosos sonidos sin revelarse nunca á los anhelantes -ojos de tantos privilegiados mortales. Todos sabian que era una flor -azul misteriosa; pero ninguno acertaba á encontrarla. Y anegábanse -y morian, como nos anegamos y nos morimos en la vida, viendo la -perfeccion, la ventura, la idealidad en los léjos del horizonte y sin -poder jamas abrazarlas, anegábanse oyendo el cántico que salia del -seno de la roca y sin alcanzar á ver la hermosísima ninfa.</p> - -<p>Las historias y tradiciones locales eran todavía más terribles. -Contaban que la caverna se henchia de espíritus malignos, que en el -seno de sus aguas nadaban monstruos marinos, que almas en pena se -disolvian por el fósforo de sus estelas, que fantasmas diabólicos -erraban sobre sus bóvedas, que horribles brujas tenian allí sus -sábados en contubernio con los demonios, que cuantos mortales -entraban perdian la vida, chupada por los vesti<span class="pagenum" -id="Page_361">[p. 361]</span>glos, y perdian el alma, lanzada á los -infiernos. Los sacerdotes disuadian á las gentes de pasar por aquel -lugar maldecido de Dios y tan terrible como los antiguos escollos -de Scila y de Caríbdis. Se necesitaba entónces mucho valor y poca -aprension para hacer lo que hicieron sus cuatro descubridores; para -acercarse á la embocadura de aquel extraño averno. Y un posadero -con un marino de Capri, y un pintor con un poeta de Alemania, se -arriesgaron á la empresa y dieron prontamente con la magia. El pintor -entró á nado. Cuando estuvo dentro, cuando se posesionó de aquel -mundo sobrenatural, no sabía qué decir de alegría y de admiracion -Parecíale haber descubierto otra nueva tierra, y en esta tierra nuevo -mar, de un color y de un reflejo indecibles. Salia para cerciorarse -de que todo el Mediterráneo de fuera no cambiaba de color, y volvia -á entrar dando gritos de asombro. Aún se conserva en cierto albergue -de Capri la relacion primera de este feliz hallazgo. Escrita por el -poeta Kopisch, á ruegos del pintor Fries y del posadero Pagano y -del marino Angelo, todos descubridores, encarece las supersticiones -que cerraban el ingreso, la audacia necesaria para desafiarlas, la -condicion precisa de un mar sereno, la posibilidad probable de una -entrada en barquilla, el peligro que se corre de no poder salir á la -menor alteracion de las on<span class="pagenum" id="Page_362">[p. -362]</span>das, lo estrecho de la entrada, lo encantador del sitio, -el inverosímil juego de la luz, el matiz cerúleo de la superficie, el -fosfórico resplandor de los líquidos abismos, el reflejo sobre las -paredes y las techumbres, el tibio dia de aquella mansion de hadas -donde diríase que están forjando por mandato de los dioses antiguos, -para oponerlo al mundo moderno, una tierra pagana y tiñendo para -deslumbrar nuestros ojos cristianos unos cielos olímpicos.</p> - -<p>En esto, nos acercábamos á más andar á la caverna. Las sombras -de la duna caian espesamente sobre nosotros y prestaban al mar -un azul profundo que tiraba á violeta. Hácia el costado donde se -abria la gruta, en la peña, el sol daba de lleno. Desde léjos nos -parecia imposible poder penetrar en aquel sitio. Y verdaderamente, -sólo una barca estrechísima, en cuyo seno teniais que tenderos y -acurrucaros, pasaba como un pez entre los bordes angostos de la -roca. Pero en cuanto ya habiais pasado, ¡qué singular maravilla! -Bogais sobre un lago de turquesas líquidas; abrís en la superficie -un surco de ópalo; veis en el hondo abismo una claridad semejante -á la claridad de la luna llena; respirais un aire fresco cargado -de emanaciones marinas; descubrís paredes y bóvedas blancas como -el alabastro y azuladas por reflejos celestes como los cambiantes -producidos por<span class="pagenum" id="Page_363">[p. 363]</span> -las diamantinas estrías; notais que todos los objetos fuera del agua -están negros como el azabache pulido, y todos los cuerpos dentro -del agua argentados como las matutinas estrellas; vuestra propia -barca y vosotros mismos como formados de espesas sombras, y los -marinerillos que se arrojan al agua y que os siguen de cerca, como si -tuvieran los cuerpos enteros de cristal de roca, miéntras las cabezas -se ennegrecen y se asemejan á cabezas de oscuro bronce antiguo; y -os creeis en realidad trasladados desde esta tierra nuestra á las -grutas, donde las ondinas y las neréidas y las sirenas pintan las -conchas, componen las fosfóricas estelas, guardan las perlas, amasan -el nácar; engarzan los corales y producen todas las maravillas del -mar.</p> - -<p>Naturalmente, para ver el fenómeno se necesita que el dia esté -límpido, el agua serena, el sol ántes del meridiano, pues la clara -luz, recogida á la puerta por las aguas, penetra con una dulzura -celeste en esta mansion de encantos indecibles. Mas el silencio que -allí reina; el alejamiento del mundo; la nitidez de las aguas; el -hechizo de la luz; las gotas destiladas por los remos que brillan; -la superficie tersa como un metal precioso en extraña infusion; -los abismos trasparentes cual un cielo clarísimo; la reverberacion -azul en las bóvedas blancas; el color oscuro de las barcas<span -class="pagenum" id="Page_364">[p. 364]</span> mezclado con el color -alabastrino de los nadadores; las centellas y las estelas parecidas -al chispear de los astros; las perlas y los diamantes líquidos que -cada movimiento derrama sobre las ligeras ondulaciones; aquel dia -tibio como un crepúsculo jamas visto; aquella noche que se condensa y -se espesa por várias aperturas; aquella magia alejada completamente -de la realidad; cuanto os rodea, presta al sitio el aspecto de una -especie de planeta que se está formando y surgiendo como isla de -nácar iluminada en otras esferas desemejantes de las nuestras por -mágico sol, cuyos rayos tibios y dulces como los rayos de la luna, -tuvieran sobre éstos un más celeste y más hermoso resplandor.</p> - -<p>Al salir, mi mente inquieta se trasportaba á bien lejanos -tiempos. ¿Será éste el sitio donde se mojó el Amor cantado en su -oda tercera por Anacreonte? El rapaz quiso ver si la humedad habia -aflojado su arco, y probó, y pudo cerciorarse, hiriendo al mismo -huésped que le albergára, cuán léjos despedia la aguda flecha, y -cuán certero daba el mortal golpe. Lo cierto es que en el rumor de -la salada onda, en el choque de los ligeros remos con las aguas, -en el aleteo de las frescas brisas, en el arrullo de la paloma -mezclado con la vibracion de las henchidas lonas, en el chirrido de -la cigarra acompañado del grito de la gaviota,<span class="pagenum" -id="Page_365">[p. 365]</span> en todo cuanto se oia, resonaba, como -si hasta los escollos y los promontorios fuesen misteriosas arpas, -el cántico inmortal de la antigua Grecia. Podia repetirse aquí el -coro consagrado á Edipo, ciego en los valles de Colonna. Esta es la -más deliciosa region del mundo; los ruiseñores invisibles cantan en -coro desde árboles cuyos frutos nada tienen que temer ni del sol -ni del frio; los dioses de la naturaleza pasan por sus campiñas -cargados unas veces de espigas y otras de racimos, y pasan por sus -ondas, siempre cargadas de perlas, seguidos los unos de ninfas, cuyas -frentes coronan la verbena y la hiedra, los otros de neréidas, cuyas -frentes coronan las algas y los corales; el rocío hace florecer los -narcisos de pintadas guirnaldas y el azafran de áureas y purpurísimas -hebras; el laurel crece junto al olivo y los hombres aprenden lo -mismo el arte de fecundar la tierra, que el arte de someter los -mares. Eurípides puede repetir aquí el canto de sus cíclopes; -Teócrito sus idilios impregnados de rosada miel. La muchacha que pasa -descalza por los altos riscos seguida de su cabra, y lanzándonos -con gracioso ademan algunas palabras de griega melodía, es acaso la -amorosa Amarílis que se inclinaba á la entrada de las cavernas para -oir el cántico de los pastores, y que huia diligente á su amor y á -sus caricias. El pescador de la playa es el<span class="pagenum" -id="Page_366">[p. 366]</span> mismo pescador antiguo; en su cabaña de -juncos y hojas secas; sobre su lecho de algas; rodeado de espuertas, -y filetes, y cebos varios, y anzuelos; con una barca llena de redes -á su frente y un monton de maromas y corchos á su espalda; el traje -azul como la ola amorosa, y el gorro colorado como el sol poniente; -sin llave que le guarde ni perro que le defienda; soñando hasta en -las breves noches del estío con su copo cargado de lucientes peces. -Y cuando habiamos apartado los ojos de la playa y los habiamos -puesto en los umbrosos valles, y veiamos á los muchachuelos trepar -por los árboles, ó gatear por los riscos en busca de un nido, -involuntariamente nos acordábamos de aquel pajarero cantado por Bion -y Mosco, el cual untó de liga las ramas de los árboles para cazar el -Amor, y un anciano le dijo: «Chiquillo, no aceches á tal edad ese -bicho, que cuando seas mayor verás cómo viene por sí mismo á posarse -largo tiempo sobre tu atormentado corazon.» Y tanta poesía sólo -tiene una sombra, sólo tiene una mancha; la sombra del despotismo, -la mancha del recuerdo de Tiberio. ¡Bendita libertad! ¡Maldito -cesarismo!</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_10"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_367">[p. 367]</span></p> - <h2 class="nobreak">SAN MARCOS DE VENECIA.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio"><span class="pagenum" id="Page_369">[p. -369]</span>No conozco en el mundo salones comparables á la plaza -y á la placeta de San Márcos. Cuando os colocais al pié de la torre -que sirve como de campanario á la Basílica, y que de la Basílica se -encuentra aislada á guisa de monolito asiático, el marmóreo blanco -palacio de Sansovino se ostenta á la derecha con sus bajos relieves -y sus estatuas del Renacimiento; la casa de las Procuratías á la -izquierda, con sus arcos y sus bóvedas que exhalan de todos sus -contornos ideas de la Edad Media; el Alcázar ducal á vuestra frente -levantado sobre una crestería gótica, tan ligera como las diademas -que coronan nuestras catedrales; junto al gótico alcázar el oriental -templo; y entre las dos inmensas columnas graníticas rematadas por -el leon de San Márcos y por la efigie de San Jorge, el Gran Canal -se dilata como un brazo de mar azul, á cuyo término opuesto brilla, -irguiéndose en admirable isla, una maravillosa iglesia de Paladio, -toda blanca y rosa, toda<span class="pagenum" id="Page_370">[p. -370]</span> recortada con una gracia inimitable, y concluida por -torres y estatuas, cuyas puras líneas resaltan en el éter de los -cielos y se dibujan claramente en el cristal de las aguas.</p> - -<p>Bajo aquellos horizontes purísimos, al borde de aquellos mares -celestes, entre tantas maravillas artísticas, sobre el pavimento de -mármol, á la sombra del agudo campanario, apoyada la frente en la -tribuna cincelada como una joya griega, ante los edificios de más -colores y de más armonías y de más contrastes que hay en Europa, -dejais correr el tiempo y vagar el pensamiento sin poder desasiros -de un éxtasis contínuo. Los mercaderes de frutas confitadas gritan; -los barítonos y tenores y músicos ambulantes alzan sus voces y suenan -sus instrumentos varios; las palomas que anidan por todos aquellos -relieves descienden á comer en las mesas de los cafés ó en vuestras -propias manos los granos de trigo y las migajas de bizcocho y de -pan que les apercibe la benevolencia del público. La paloma aparece -á los piés de esta ciudad de nácar, nacida entre las ondas, como á -los piés de la diosa mitológica del amor, entre las ondas tambien -nacida, cual su compañera y su símbolo. De apartados siglos proviene -este amor que el veneciano tiene al más inocente de los animales, -al que comparte con el cordero y la tórtola y la golondrina toda -nuestra<span class="pagenum" id="Page_371">[p. 371]</span> ternura, -bien escasa en verdad para los seres inferiores perseguidos siempre -por nuestra devastadora hambre y nuestro asolador egoismo en las -competencias y en los combates de la vida. Cierto dia, Venecia, la -protectora unas veces, la enemiga otras del Oriente, sitiaba esa -isla de Creta, que para la Geología une submarinamente Grecia con -Egipto, y para la Historia une en el tiempo las ideas orientales con -las ideas occidentales; isla cuya posesion ha costado y ha de costar -todavía mucha sangre, cuando los cautivos mandaron desde sus oscuras -mazmorras á los campamentos venecianos esos mensajeros alados que -dijeron el sitio por donde encontrarian los sitiadores más fácil -brecha, y de consiguiente más segura victoria. Desde entónces la gran -ciudad no ha olvidado á los pobres animalillos, y los anida en sus -más bellos edificios, y los regala con sus caricias, y los alimenta -de su público tesoro. Son de ver, cuando bajan de aquellos nidos de -jaspe, de mármol, de mosaico, cual si en tantos colores hubieran -matizado sus alas de tornasolados cambiantes, corriendo á vuestra -mano sin ninguna inquietud y arrullando vuestro oido con su unísono -cántico; los ojos serenos, las plumas erizadas, movidas las alas, en -demanda del grano de trigo que la ciudad guarda para estos extraños -hospicianos, acogidos por su caridad y conservados en su pública -bene<span class="pagenum" id="Page_372">[p. 372]</span>ficencia. -Entre cresterías, botareles, pirámides, frisos, volutas, ojivas, -arcos, todos inertes, esos alados seres juguetean como la imágen del -movimiento y de la vida, mezclando la sombra de sus alas oscuras en -los cielos con las sombras de las claras velas y de los gallardetes -y banderolas que ondean sobre las naves del mar. Yo confieso que -desde el sitio de París, se ha acrecentado mi antiguo cariño por -esos inocentes animales. En aquella catástrofe sin igual, cuando -rigoroso sitio habia aislado un millon de seres humanos del resto de -la humanidad; bajo los horrores del bombardeo; entre las calamidades -llovidas por el ódio universal y por la guerra; sobre los montones -de cadáveres en cuyas cimas aleteaban los cuervos dándose á sus -siniestros festines y á sus más siniestros graznidos de hartazgo; -entre tantas sombras de muerte, entre tantas ruinas humeantes, entre -tantas cóleras y venganzas, atravesaba el único sér que se movia á -compasion y que amaba con ternura, la pobre paloma, hija del aire y -de la luz, viajera incansable, verdadera hermana de la caridad en la -naturaleza, sencilla portadora de noticias, de esperanzas, de avisos, -que unian á los mártires con el resto de su raza y les daban nuevas, -más ó ménos tristes, pero nuevas al cabo, necesarias para el alma, de -los contínuos naufragios de la patria.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_373">[p. 373]</span></p> - -<p>La primera vez que fuimos á Venecia, llevábamos la idea de visitar -ántes el palacio ducal que la basílica católica. Pero las inocentes -avecillas nos distrajeron tanto de este propósito, que nos llevaron -al atrio, y desde el atrio era imposible resistir á la tentacion del -ingreso. ¡Qué maravilloso monumento! No se parece en nada á ningun -otro de la tierra: es original como esta ciudad, es autóctono como -esta civilizacion; no entra en las clasificaciones del arte, como -la historia veneciana no participa de las fases generales de la -historia europea. Aquí no hay teocracia, aquí no hay feudalismo, aquí -no hay monarquías con el encargo de fundar y unificar la patria; -esto es un buque anclado entre las lagunas y el Adriático, lleno de -banderolas, gallardetes, preseas, cintas y flores, donde unos marinos -riquísimos, si quereis unos piratas sin rival, se dan á todas las -exaltaciones de su mente, y despues de haber viajado ó combatido, -tras una borrasca ó un encuentro, tras una guerra ó una tormenta, -acarician con voluptuosidad el placer de vivir que se dilata en el -choque de las copas y de los labios, en el sonido de los acordes y de -los besos, en los goces del arte y del amor, entre aquellas mujeres -bajo cuyas cabelleras rubias, dignas de las eslavas, centellean los -ojos negros de las griegas, y bajo cuya piel de jazmin y rosa, digna -de las flamen<span class="pagenum" id="Page_374">[p. 374]</span>cas, -circula sangre de fuego y laten corazones africanos. Este edificio -no es un edificio oriental, aunque por muchos aspectos lo parezca. -Este edificio no es un edificio bizantino. Si lo creeriais al ver -sus cúpulas, no lo creeriais al ver su disposicion interior. Este -edificio no es un edificio romano; le falta la forma de aquellas -audiencias convertidas por los primeros cristianos en templos. Este -edificio no es un edificio gótico. La ojiva no aparece por ninguna -parte, y los arcos triangulares no dan al interior el misterio y el -recogimiento propios de nuestras catedrales de la Edad Media. Este -edificio no es un edificio del Renacimiento, pues carece de aquella -serenidad de líneas, y de aquella grandeza de conjunto, y de aquella -armonía de proporciones que resplandecerán siempre en la iglesia -de San Pedro y en el Escorial de nuestra España. Es un edificio -original, extraño; en una palabra, veneciano. Las columnas, traidas -de regiones diversas, se aglomeran y se sobreponen de tal suerte que -os creeriais en nuestra mezquita de Córdoba; si no por los alicatados -y las estalactitas, por los espejismos que brillan en las paredes os -imaginariais en nuestra Alhambra de Granada; las tintas policromas -extienden por doquier sus matices, á la manera que en los templos -egipcios; sobre los arcos piafan los caballos cincelados en Grecia, -como<span class="pagenum" id="Page_375">[p. 375]</span> sobre los -antiguos arcos romanos; entre los frisos se agarran las hojas rizadas -del cardo y del acanto, cual en los adornos de Búrgos ó Leon; los -santos rezan y leen sobre las repisas góticas y bajo los doseletes -cincelados, repitiendo en parte las fachadas de Reims, de Estrasburgo -y de Colonia; los animales fantásticos abren sus fauces y baten sus -alas por igual manera que en las grecas del plateresco toledano y en -los repujados de los joyeros florentinos; y á todas estas maravillas -tan várias y tan diversas se une el cristal, la plata, el oro, los -reflejos metálicos, los toques luminosos, los arreboles indecibles de -los mosaicos, propios de esta privilegiada region, de los espléndidos -mosaicos de Venecia.</p> - -<p>Este extraño exterior es un poema por sí solo; un poema -originalísimo y único en el mundo. Cinco arcos, en los cuales se -abren cinco puertas, dan paso al interior. Por la parte exterior de -estos semicírculos se extienden grecas de gran riqueza escultural, -y por la parte interna mosaicos de deslumbrador aspecto. Á cada -uno de los puntos donde los arcos comienzan, lucen airosos doseles -góticos ocupados por estatuas de pesadez bizantina. Entre las figuras -casi vivientes, segun lo animadas por la luz y el color que de los -cuadros se destacan, resaltan bajos relieves antiguos asociando -las imágenes de Hércules y de Céres á la<span class="pagenum" -id="Page_376">[p. 376]</span> apoteósis del Cristianismo. Otros arcos -de forma extraña, tirando al gótico, se sobreponen á los arcos de -entrada, todos pintados de azul, en cuyos reflejos nadan estrellas -de oro y concluidos por originales ornamentos como extraños animales -y erguidas estatuas. La cuadriga que Neron erigió en su propio -loor, compuesta de aquellos caballos destinados á inmortalizar los -que arrastraron su carroza por los juegos olímpicos y le dieron -coronas superiores á su diadema de César, guardan la entrada del -templo. Y en el cielo azul, extrañamente adornadas, remedando las -rotondas bizantinas y hasta los cimborrios moscovitas, dibújanse -aquellas cúpulas algo monstruosas é hinchadas que parecen elevarse -por las costas del Adriático á la manera que una anticipada vision -fantástica del genio extraño de Asia. No es posible decir el efecto -pintoresco que producen todos aquellos dispares objetos; los santos -bizantinos y los caballos helénicos; los ángeles que abren sus alas -en el éter y los dioses que reposan en la armonía de sus líneas y la -majestad de sus relieves; el pálido color de las cúpulas, semejantes -á lunas cenicientas, y los resplandores mágicos de los mosaicos -multicolores; las toscas figuras de pórfido traidas de Bizancio é -incrustadas en uno de los extremos, y las airosas figuras de mármol -cinceladas por el Renacimiento y lanzándose á<span class="pagenum" -id="Page_377">[p. 377]</span> lo infinito por otros extremos; el arco -romano junto el doselete gótico; la pirámide egipcia confundida con -la cinceladura plateresca; las volutas jonias y las hojas corintias -mezcladas con los adornos moscovitas; toda aquella confusion que -severo análisis apénas puede comprender, distinguir, separar, y -que, sin embargo, se pierde en una síntesis de maravillosas é -indescriptibles armonías.</p> - -<p>Los maestros y los historiadores de la Arquitectura os previenen -de consuno contra la admiracion que pudiera causaros el monumento. -«Mirad, os dicen unos, las reglas de proporcion destruidas, las -leyes de la simetría olvidadas, la misma estática caida en bárbaro -menosprecio, columnas gruesas sobrepuestas á frágiles columnas, -frisos empotrados en la pared y chapiteles desceñidos de su fusta, -como si en vez de una iglesia expresiva del pensamiento religioso, -fuera este edificio una galería fantástica de objetos abandonados sin -plan prévio y sin fin alguno.» «Mirad, os dicen otros; San Márcos -no admite clasificacion, no tiene sistema. Colocarla entre los -edificios bizantinos equivale á desconocer los caractéres capitales -distintivos de los diversos géneros de arquitectura. El rito latino -y sus exigencias se compaginaban mal con las exigencias del rito -griego. Como era opuesta la liturgia, era tambien opues<span -class="pagenum" id="Page_378">[p. 378]</span>ta la arquitectura. Si -las columnas de San Márcos se interrumpen por moles cuadradas de -ladrillo, no significa esta interrupcion la necesidad de parajes -sagrados que al culto se consagren, sino la necesidad de fuertes -apoyos que mantegan la inmensa pesadumbre de las cúpulas. Si éstas -tienen carácter bizantino y remedan la antigua iglesia matriz de -Constantinopla, hay que notar cómo su cubierta externa excede á su -interna composicion, á su íntima estructura. Puede, á la verdad, -esta construccion compararse á la peluca que oculta una cabeza, -al cabello postizo que aumenta el grandor ó la abundancia de un -peinado. Semejante arquitectura se llama bizantina sin que provenga -de Bizancio, como otra arquitectura posterior se llama gótica sin que -provenga de los godos. Así como la ojiva es oriental y no gótica, San -Márcos es románico y no bizantino. La misma cúpula, si en lo externo -se parece á Santa Sofía de Constantinopla, en lo interno se parece -á las cúpulas romanas copiadas por Gala Placidia en Rávena, como un -lejano reflejo del Panteon nunca perdido en la admiracion de los -italianos hasta el dia creador en que Miguel Ángel lo coge en las -potentes alas de su genio y lo eleva á las inaccesibles alturas para -coronar y rematar la Basílica de San Pedro.» Así es que, al cabo de -algunas reflexiones, querrán moveros por este<span class="pagenum" -id="Page_379">[p. 379]</span> minucioso análisis de los defectos, por -estas sorpresas de los contrastes, no á un movimiento de admiracion, -sino á un movimiento de burla y hasta á un estallido de risa.</p> - -<p>Yo seré profano á las artes, pero no me canso de admirar esta -iglesia. Su riqueza excesiva nada tiene que ver con la excesiva -hinchazon de las decadencias. Circula por todos sus poros esa -savia que dan á los monumentos las ideas vivas y las inspiraciones -encendidas en la verdadera luz del espíritu. Lo dispar de los objetos -allí amontonados no daña á la unidad del todo, que se alza sobre -tantas contradicciones. Tiene algo del poema de la Edad Media; el -exceso es natural como los excesos de la juventud, no afectado -y contrahecho como los excesos de la vejez y de la decadencia. -Si prescindís de ciertos contrastes demasiado bruscos, de cierto -claro-oscuro demasiado fuerte, de cierta extravagancia demasiado -singular, os acaricia la fantasía todo su conjunto, como os acaricia -la vista aquella serie de colores armonizados en matices de una -dulzura indecible. No se ve aquí el desprecio á toda ley de gradacion -con que el semita coloca arbitrariamente las fustas traidas de -diversos parajes en aquella selva de columnas llamada la Catedral -de Córdoba. Están las proporciones más medidas, las simetrías más -guardadas, la gradacion más conocida; como<span class="pagenum" -id="Page_380">[p. 380]</span> que jamas abandona al carácter y -al genio italiano la clave de su grandeza; la dulcísima armonía. -Y luégo, diréis cuanto queráis de esa arquitectura; pero es el -fondo más bello que puede imaginarse y más apropiado á la sociedad -veneciana. Este es el teatro verdadero de Venecia y de sus gentes. -Cuando sus mosaicos brillan á los ardientes rayos del sol; cuando -sus columnas de pórfido y de jaspe mezclan los tonos dulces al -metal entre verdoso y áureo de los caballos; cuando los cristales -reverberan la luz, y los santos toman á una en los cambiantes y -arreboles de los celajes deslumbradores aureolas; en esta orgía de -colores, las figuras que os han dejado el Ticiano y el Verones y -el Tintoreto; los personajes de aquellas épocas, vivos todavía en -los cuadros y en los mosaicos, aparecen con toda verdad, realmente, -como de relieve; el Dux vestido de tisú, con su manto de púrpura y -armiño á la espalda y el gorro frigio en la cabeza; los senadores con -sus túnicas negras y rojas formando mágicos contrastes; las damas -henchidas de placer, escotadas para mostrar sus turgentes senos y -espaldas, con los cabellos sembrados de chispas de brillantes y los -ojos encendidos de chispas de amor, arrastrando aquellos trajes de -brocados varios que crujen rozagantes sobre el suelo de mármol; -los caballeros con sus ropillas de terciopelo y de damasco;<span -class="pagenum" id="Page_381">[p. 381]</span> sus collares de oro, -su plumaje de varios matices cayendo desde las gorras donde están -prendidos con broches de pedrería sobre los hombros adornados con -lujosas bandas; los ancianos envueltos en aquellas largas túnicas que -les dan el aspecto de sacerdotes orientales; los alabarderos con sus -uniformes abigarrados; los pajes con sus dalmáticas dignas del Asia; -los esclavos y los bufones llevando en las manos los papagayos de la -India y á los piés los monos del África; los coros de cantores y las -compañías de músicos uniformados fantásticamente y á capricho como -las comparsas de un carnaval perpétuo; los gondoleros de pié, con -su remo en la mano, ostentando trajes de rayas diversas semejantes -á los matices del íris y resaltando sobre el negro betun de las -góndolas; las muchedumbres de marineros con sus nervudas formas y sus -pintorescas camisas y pantalones celestes; la multitud de gentes, -todas ricas, todas alegres, todas satisfechas, como si en vez de ser -aquello una sociedad fuese un contínuo teatro. Miradlos, son los -mismos que huyeron á las irrupciones bárbaras y que guardaron pura su -noble sangre latina; los mismos que, apartándose de las maceraciones -y penitencias, se entregaron á la febril actividad de la navegacion -y del trabajo; los mismos que supieron fundar una república -rica y feliz en medio de una sociedad fér<span class="pagenum" -id="Page_382">[p. 382]</span>rea y feudal; los adivinadores del Asia -cuatro ó cinco siglos ántes que sus rivales los portugueses; los -protectores del Imperio bizantino, cuando ya se cuarteaba sobre sus -cimientos, suspendido á maravilla de la autoridad y de la gloria -venecianas; los que llevaron en su cortejo como un coro de dioses las -islas del Archipiélago Helénico; los que esclarecieron con la luz del -Oriente la noche de la Edad Media; los que salvaron de su total ruina -la inspiracion y la forma de la clásica antigüedad; los iniciadores -del Renacimiento; los compañeros de los grandes artistas; los héroes -de los mares; los soldados de Creta y de Lepanto.</p> - -<p>Con sólo entrar en el peristilo ó atrio del templo, descubrís -el espíritu emprendedor y hazañoso de los venecianos. Á los pocos -pasos de allí, la piedra célebre traida de Grecia, obra del siglo -sexto, sobre la cual se proclamaban las leyes de la República; -en las paredes, los mosaicos debidos á los maestros mosaistas -de Constantinopla ó á los maestros mosaistas de Rávena, todos -llevados allí con grandes dispendios por el próvido Senado; en -el circo central de entrada, los chapiteles de columnas que -recuerdan el templo de Salomon; en el arco derecho, á las puertas -de bronce incrustadas en plata que en otro tiempo sirvieron á Santa -Sofía de Constantinopla; por todas partes<span class="pagenum" -id="Page_383">[p. 383]</span> fragmentos de escultura ó arquitectura -arrancados á Grecia, á Siria, al Egipto, es decir, los despojos de -largas correrías, los trofeos de épicas batallas, los testimonios de -aquella dominacion sobre el Mediterráneo, que dió á la diosa Venecia, -en el concepto de sus hijos, el anillo con que se desposó y el -tridente con que dominó á los mares.</p> - -<p>Entrad, entrad en ese templo y difícilmente encontraréis otro -alguno que exprese mejor el pensamiento religioso. No es en verdad su -aspecto el aspecto sombrío y sublime de nuestras catedrales góticas -henchidas por un catolicismo batallador é intolerante que se complace -en las sombras y en el misterio. Aunque el fondo de todo el dogma -es idéntico, la expresion es diversa. En estas islas, entre estas -lagunas, á la luz reverberada en las aguas, al aire cariñoso que -baja de los Alpes, no cabe la ceñuda intolerancia de nuestro dogma -ni la sublime aspereza de nuestro culto. Venecia ha oido la sirena -que el agua bendita no ha logrado expulsar todavía de las ondas -adriáticas; ha visto Aténas, donde el cristianismo se ha coronado con -las aureolas de las ideas platónicas; ha saludado en Constantinopla -y Alejandría las ciudades que dieron á la nueva fe la antigua idea -del Verbo; se ha hundido en el Oriente y allí ha tomado esa luz -deslumbradora que<span class="pagenum" id="Page_384">[p. 384]</span> -tanto se asemeja á la luz despedida por las místicas efusiones y por -los religiosos arrobamientos del alma. Y cuando veis este templo todo -de oro, esta luz resplandeciente y mística al mismo tiempo, estos -sacerdotes con sus casullas recargadas de adorno á guisa de obispos -armenios, estos patriarcas que llevan el nombre y tienen el aire de -las grandes dignidades orientales, creeis hallaros en otra zona del -cristianismo, cerca de la cuna del sol y de la cuna tambien de todo -ideal religioso. Nosotros confinamos con el desierto monoteista, -con las tribus semíticas, con la tierra de la teología intolerante, -con el África estéril que sólo ha dado aquellos profetas en armas, -descendidos á renovar con la predicacion y la cimitarra un dogma -de gran profundidad, pero de variedad escasa, miéntras que Venecia -confina con el territorio griego, con el coro de las islas helénicas, -con el mar cuyas fosforescencias llevan como disueltas innumerables -y diversas estelas de purísimas ideas. Su apóstol no debiera ser -San Márcos; su apóstol debiera ser San Juan, cuyo Evangelio, el -más combatido por la crítica moderna, el más puesto en duda por -la sabiduría de los comentadores germánicos, tambien es el más -oriental, el más alejandrino, aquel en que se siente el aire de la -Academia mezclado con el perfume de acre gnosticismo, y que ha hecho -de la re<span class="pagenum" id="Page_385">[p. 385]</span>ligion -cristiana una síntesis platónica, y que ha convertido á Cristo en -el Verbo creador y mantenedor del Universo; Evangelio helénico y -oriental, digno de ser comentado por Plotino y leido por Hipatia á -aquellos sectarios deseosos de armonizar su nueva fe de cristianos -con el antiguo espíritu de Grecia y con la inagotable inspiracion -teológica del religioso Oriente.</p> - -<p>Lo cierto es que el color, el matiz, la difusion y la variedad -de la vida, resaltan por todas partes en el interior de este templo -magnífico. El pavimento, que tiene cierto lustre y cierta humedad, -como la cubierta de un buque, se halla compuesto de piedras duras -matizadas por colores diversos y reflejos dulcísimos; el suelo se ha -rebajado en unos puntos y ha crecido y levantádose en otros como si -lo combatiera y lo trasformára la tormenta, obligándole á tomar la -ondulacion de las encrespadas olas; el arco triunfal de la entrada, -arco enteramente romano, despide de sus largas líneas, como otras -tantas visiones proféticas, las fantásticas figuras del Apocalípsis; -á la derecha, enorme pila de pórfido se eleva sobre perfecto altar -pagano de la antigua Grecia; á la izquierda, riquísimo retablo, -cuyos mármoles tan varios y tan brillantes semejan á combinaciones -y guirnaldas de pedrería; sobre este altar un paraíso de Tintoreto, -cubriendo altísima pared,<span class="pagenum" id="Page_386">[p. -386]</span> deslumbrador por sus colores, y en el cual creeriais ver -todos los venecianos elevados á las cimas de la bienaventuranza; en -el crucero, el coro, al cual abre paso una portada de jaspe sanguíneo -compuesta de ocho columnas, sobre cuyos arquitraves se elevan -catorce estatuas del más puro Renacimiento; en el altar mayor la -pala de oro, preciosa, inmensa joya de Constantinopla, toda cuajada -de diamantes, toda cubierta de riquísimos esmaltes y preservada -por una tabla que han pintado artistas venecianos educados en el -Oriente europeo; detras del altar mayor, las columnas salomónicas -de alabastro atribuidas por la tradicion al templo de Jerusalen, -y trasparentes como si fueran de cristal de roca iluminado por el -rayo plateado de la luna llena; al lado derecho del altar, la puerta -plateresca esculpida y cincelada por Sansovino, con una perfeccion -digna de Cellini, y á la izquierda la puerta árabe conduciendo al -tesoro y que diriais arrancada á Damasco ó á Granada; por todas -partes, frisando con el pavimento y subiendo hasta el punto céntrico -de las cinco cúpulas, como un inmenso tapizado de tisú de oro, los -mosaicos de áureos cristales, allí colocados desde los primitivos á -los últimos tiempos de la Basílica, maravillosa serie de la historia -del arte, donde han puesto sus manos, así los primeros pintores -cuyas espantadas figuras parecen oir el lla<span class="pagenum" -id="Page_387">[p. 387]</span>mamiento del Juicio Final, como los -últimos que presentan la vida veneciana en una contínua orgía, siendo -de reflejos tan varios y de colores tan vivos que los creeriais un -éter no soñado, la luz desprendida de uno de esos soles en cuya -comparacion el nuestro es una pavesa, donde veis nadar, agitando -liras, ramos, palmas, los santos, los ángeles, los querubines, los -mártires, las vírgenes, todos vestidos de colores indecibles, todos -vivificados por ideas religiosas, todos exhalando un <i>Te Deum</i> -inefable, cuyos ecos llegan hasta nuestros oidos de carne, pero cuyas -magistrales cadencias se pierden, como las plegarias de los fieles, -como las espirales del incienso, como las melodías del órgano, como -el aleteo de las almas, en el espacio de los cielos y en el seno del -Eterno.</p> - -<p>Yo no conozco en el mundo cosa alguna comparable á esta basílica -de cristal esmaltada por tan maravillosa manera. Cuando las sombras -se espesan en el pavimento y la luz se rompe en las altas bóvedas -por los rayos últimos de sol que atraviesan las ventanas de las -rotondas, creeis ver desde un planeta oscuro el cielo resplandeciente -de ideas increadas y poblado de ángeles que llevan sobre sus alas -de rosa vírgenes y santas purísimas coronadas por místicas aureolas -apénas perceptibles á la vista y semejantes al resplandor en<span -class="pagenum" id="Page_388">[p. 388]</span> que se abrasa un alma -enamorada de lo divino y de lo eterno. ¡Qué multitud de figuras! Las -hay de diversas épocas y de diferentes y áun contrarios autores. -Unas son litúrgicas hasta la rigidez, y otras mundanas hasta el -sensualismo; unas representan los tiempos místicos y otras los -tiempos paganos; han nacido éstas cuando el hombre, apartado de la -naturaleza, no se atrevia á mirar su propio cuerpo, obra maestra -del pecado, y han nacido aquéllas cuando todos los velos han caido, -cuando toda la antigua inocencia se ha disipado, cuando el pincel y -el buril han hecho con sus castas desnudeces volver rehabilitada, -como si áun estuviera en el Paraíso, la Eva corruptora de nuestra -sangre: esta efigie, que sobre la gran puerta se descubre en actitud -de penitencia y con expresion de dolor, proviene del siglo undécimo, -que todavía no ha olvidado los terrores del año mil y que todavía no -ha sacudido la sombra de la primera culpa, miéntras que la otra, no -distante, iluminada por la misma luz, contenida en el mismo espacio, -quizá ha sido dibujada por Ticiano, el artista de los sentidos -y de la forma, el rehabilitador de la carne, el hijo predilecto -de la naturaleza, el mago de los colores; y sin embargo, puestas -todas en este templo, desde las que lloran hasta las que rien, -desde las que rezan hasta las que cantan, desde las que sienten el -desfa<span class="pagenum" id="Page_389">[p. 389]</span>llecimiento -en su materia casi disipada hasta las que sienten la borrachera -de exuberante vida; desde las tristemente ascéticas hasta las -groseramente voluptuosas, como han oido tantas oraciones y han -respirado tanto incienso, parecen por igual envueltas en el idealismo -religioso, como si las unas estuvieran ya en el cielo de los éxtasis -y las otras se levantáran desde la vida del sentido á la vida del -alma. La variedad de tonos y reflejos da á esta basílica un aspecto -fantástico. Sobre el luminoso cristal, sobre el fondo de oro puro, -los colores y sus matices resaltan fuertemente y avivan las líneas -del monumento, que parece amasado en la materia incandescente de los -soles, así como los contornos de las figuras que parecen desprendidas -de su centro y próximas á volar por los espacios. Más que objetos -reales, semejan estos cuadros mágicos espejismos tendidos en las -paredes por una imaginacion oriental; más que reverberaciones y -matices de la luz natural, parecen las perlas y las esmeraldas de -esas túnicas, los rayos de esas aureolas y las plumas de esas alas -reflejos de un sol increado, como la idea que vaga en la mente del -Eterno y que es el ideal y el arquetipo de todo el Universo. En esas -gradaciones del oro, que tiene desde toques cobrizos hasta toques -etéreos, veis mezclarse la púrpura al ópalo, el esmeralda al rosa, la -chispa diaman<span class="pagenum" id="Page_390">[p. 390]</span>tina -semejante á una lluvia de luceros, con el matiz violeta semejante -á una nube diáfana, como en esas puestas del sol inenarrables que -esmaltan el ocaso de nuestros cielos meridionales, ó como en esos -bosques de la India, á las orillas del plateado Gánges, en que las -fosforescencias del suelo y los relámpagos del aire, los insectos -luminosos levantados de la lujuriosa vegetacion, y las estrellas -y los aerolitos del cielo componen como una súbita fantástica -florescencia de mundos animados por el fuego de indecible amor.</p> - -<p>Yo, al contemplar todas estas figuras, no pude ménos de -preguntarme á mí mismo y preguntarles á ellas si eran seres -fantásticos, hijos de calenturientas imaginaciones, reflejos de -deseos nunca satisfechos, sombras de la mente acalorada, ó símbolos -ó imágenes de ideas vivas que tendrán realidad en este ó en otro -mundo mejor. Yo no puedo creer, no creeré nunca, que la humanidad, -eminentemente religiosa, haya orado al vacío, pedido consuelos -á la nada, alargado sus brazos en este diluvio de lágrimas que -inunda los planetas al abismo sin fondo de un no ser absoluto. -Y no creo, no puedo creer, que los conceptos metafísicos sean -ménos en el Universo que los fuegos fatuos de un cementerio ó los -vapores indecisos de un lago. Yo no creo, yo no puedo creer que lo -infinito, lo eterno, lo perfecto, lo absolu<span class="pagenum" -id="Page_391">[p. 391]</span>to, lo ideal, sean como juegos de la -fantasía, como entelechias sin posibilidad alguna, como aromas -exhalados de nuestra mente para perderse y disiparse en las nieblas -eternas de una eterna muerte. Los filósofos que han evocado la luz -del pensamiento divino allá donde rayó la luz del sol en su oriente; -los sacerdotes que han concebido en el templo inmenso del desierto -la idea viva de la unidad de Dios; los reveladores que á la sombra -del Hibla y del Himeto, á las orillas del Pireo, bajo los plátanos -de la Academia, entre los bajos relieves de Aténas han escrito los -divinos diálogos sobre el ideal; las tiernas mujeres que, desnudo el -seno y flotante el cabello, perfumadas con los aromas de la Siria -y ceñidas con las flores de Délfos y de Colonna, han recorrido las -riberas del mar de la Grecia, clamando por la muerte de Adónis y -pidiendo su resurreccion; los discípulos que han llorado al pié -de una cruz erigida en la cumbre del Calvario; los mártires que -han muerto en las arenas del circo; los grandes pensadores que han -empapado en el éter divino la conciencia; todos han sido soñadores, -sicofantas, magos, hechiceros, capaces de dar los efluvios de sus -nervios descompuestos, los caprichos de sus inteligencias ébrias, -los sentimientos de sus corazones desgarrados por el dolor, las -nubes levantadas de sus tristezas y de sus nostalgias,<span -class="pagenum" id="Page_392">[p. 392]</span> como el supremo bien -y la verdad suprema. Esos templos que se levantan por los bosques -y por los desiertos, á las orillas de los mares, en los altos -promontorios, como faros del espíritu, donde quiera que el hombre ha -sentido la hermosura de la naturaleza, no serian otra cosa más que -huesos mondados, hogares extintos, ruinas eternas, montones de piedra -cubiertos de hiedra, donde pueden sólo habitar los lagartos y donde -jamas hubo el fuego de una idea. Este Universo nuestro, ¿no será más -que materia y fuerza? Este Dios nuestro, ¿no será más que un inmenso -abismo, vacío y oscuro como la nada? Este pensamiento nuestro, ¿no -será más que la estela producida por el choque de una sensacion y -en otro choque disipada? El ideal, ¿es el sueño de los sueños, el -delirio de los delirios, el ataque nervioso de un iluminado ó de un -loco?</p> - -<p>No puedo creerlo, no lo creo. El hombre no es naturalmente ni -judío, ni católico, ni pagano, ni musulman; pero es naturalmente -religioso. Á la idea de lo infinito, que acaricia su mente, -corresponde la realidad de lo infinito en el Universo. El arte no es -mentira, la inspiracion no es mentira, el amor no es mentira; pues -lo absoluto no puede ser mentira tampoco. Aquí está la realidad de -lo infinito. La Arquitectura es como el espacio, como el planeta, -como el mundo externo án<span class="pagenum" id="Page_393">[p. -393]</span>tes de ser habitado por el espíritu, el continente de -las inspiraciones. Este mundo necesita habitantes, y surge como -una vegetacion ideal la gama misteriosa de colores que forma la -aurora de las ideas. Pero no basta, y surgen, como los organismos -en el planeta, las estatuas maravillosas sobre sus pedestales, los -ángeles y los santos y las vírgenes en sus áureos mosaicos. Y no -basta, porque el espíritu aspira á más, y entónces el órgano llena -de melodías celestes todo este Universo. Y no basta, y viene la idea -pura, la poesía, el alma de las almas, á completar las inspiraciones -del arte y á unir lo finito con lo infinito. El error de los errores -consiste en que cada secta, cada religion, cada filosofía, cada -sistema se cree todo el ideal. No; el ideal completo está en la mente -de toda la humanidad y se realizará en el seno de Dios.</p> - - -<p class="centra mt3"><small>FIN.</small></p> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ToC"> - <p><span class="pagenum" id="Page_395">[p. 395]</span></p> - <h2 class="nobreak">ÍNDICE.</h2> - <hr class="sep" /> -</div> - -<table class="mt2" summary="Índice y tabla de contenidos"> - <tr> - <td colspan="2" class="tdrp">Págs.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_0"><span class="smcap">Prólogo</span></a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_0">v</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_1">Los Grisones</a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_1">1</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_2">Monte-Carlo</a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_2">17</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_3">La bella Florencia</a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_3">41</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_4">Mantua y Virgilio</a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_4">59</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_5">San Francisco y su convento en Asis</a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_5">101</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_6">Sorrento y el Tasso</a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_6">227</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_7">Los Güelfos y los Gibelinos de Roma</a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_7">269</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_8">Un Discurso</a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_8">305</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_9">La isla de Capri</a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_9">331</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_10">San Márcos de Venecia</a>.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_10">367</a></td> - </tr> -</table> - -<p class="centra mt3"><small>FIN DEL ÍNDICE.</small></p> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter pt3"> -<div class="transnote" id="tnote"> - <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p> - - <ul> - <li>Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la - utilizada actualmente.</li> - - <li>Las inconsistencias ortográficas se han normalizado a la grafía - de mayor frecuencia.</li> - - <li>Se ha completado el emparejamiento de los puntos de admiración y de - interrogación.</li> - - <li>Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar.</li> - - <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li> - - <li>El transcriptor ha creado la imagen de la cubierta y la sitúa - en el dominio público.</li> - </ul> -</div> -</div> - -<hr class="full" /> - - - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Recuerdos de Italia (parte 2 de 2), by -Emilio Castelar - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 2 DE 2) *** - -***** This file should be named 53742-h.htm or 53742-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/3/7/4/53742/ - -Produced by Josep Cols Canals, Carlo Traverso, Ramon Pajares -Box and the Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Redistribution is subject to the -trademark license, especially commercial redistribution. - -START: FULL LICENSE - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg-tm License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project -Gutenberg-tm electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. 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Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To SEND -DONATIONS or determine the status of compliance for any particular -state visit www.gutenberg.org/donate - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. To -donate, please visit: www.gutenberg.org/donate - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works. - -Professor Michael S. Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - - - -</pre> - -</body> -</html> diff --git a/old/53742-h/images/cover.jpg b/old/53742-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index d9093bb..0000000 --- a/old/53742-h/images/cover.jpg +++ /dev/null |
