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If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: El Tesoro de Gastón - -Author: Emilia Pardo Bazán - -Illustrator: José Passos - -Release Date: May 26, 2017 [EBook #54791] - -Language: Spanish - -Character set encoding: ISO-8859-1 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL TESORO DE GASTÓN *** - - - - -Produced by Carlos Colón, Nahum Maso i Carcases, Josep -Cols Canals, University of Toronto and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive) - - - - - - - Notas del Transcriptor - - Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original. - - Los errores obvios de puntuación y de imprenta han sido corregidos. - - Las páginas en blanco presentes en el original han sido eliminadas en - la versión electrónica. - - El texto en cursiva se indica con _guión bajo_. - - El texto en letra versalita (versalilla) ha sido sustituido por - mayúsculas. - - * * * * * - - - - - COLECCIÓN ELZEVIR ILUSTRADA - - VOLUMEN SEXTO - - - El Tesoro de Gastón - - - - - Colección Elzevir Ilustrada - - - VOLÚMENES PUBLICADOS - - I.--M. HERNÁNDEZ VILLAESCUSA.--_Oro oculto_, novela. - - II.--VITAL AZA.--_Bagatelas_, poesías. - - III.--ALFONSO PÉREZ NIEVA.--_Ágata_, novela. - - IV.--NILO MARÍA FABRA.--_Presente y futuro._ Nuevos cuentos. - - V.--FEDERICO URRECHA.--_Agua pasada._ (Cuentos, bocetos y semblanzas). - - VI.--EMILIA PARDO BAZÁN.--_El Tesoro de Gastón_, novela. - - - EN PRENSA - - M. MORERA Y GALICIA.--_Poesías_, con un prólogo de Antonio de Valbuena. - - ENRIQUE R. DE SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS.--_Cuadros de la fantasía y de - la vida real._ - - - EN PREPARACIÓN - - JUAN GUALBERTO LÓPEZ VALDEMORO, CONDE DE LAS NAVAS.--_El Procurador - Yerbabuena_, novela. - - ANTONIO DE VALBUENA.--_Santificar las fiestas_, cuentos. - - CARLOS FRONTAURA.--_El cura, el maestro y el alcalde._ - - MIGUEL RAMOS CARRIÓN.--_Zarzamora_, novela. - - - Y OTROS DE - - ALTAMIRA (RAFAEL). - AZA (VITAL). - BECERRO DE BENGOA (RICARDO). - LINIERS (SANTIAGO). - MARINA (JUAN). - OLLER (NARCISO). - PÉREZ ZÚÑIGA (JUAN). - THEBUSSEM (DR.) - VALERA (JUAN), ETC., ETC. - - - - - _Emilia Pardo Bazán_ - - - El - - Tesoro de Gastón - - _Novela_ - - Ilustraciones de - - JOSE PASSOS - - - Con licencia del Ordinario - - [Ilustración] - - BARCELONA - - JUAN GILI, LIBRERO - - 223, CORTES, 223 - - MDCCCXCVII - - - - - ES PROPIEDAD - - - - - [Ilustración] - - - - - I - - La llegada - - -Cuando se bajó en la estación del Norte, harto molido, á pesar de haber -pasado la noche en _wagon-lit_, Gastón de Landrey llamó á un mozo, -como pudiera hacer el más burgués de los viajeros, y le confió su -maleta de mano, su estuche, sus mantas y el talón de su equipaje. ¡Qué -remedio, si de esta vez no traía ayuda de cámara! Otra mortificación -no pequeña fué el tener que subirse á un coche de punto, dándole las -señas: Ferraz, 20... Siempre, al volver de París, le había esperado, -reluciente de limpieza, la fina berlinilla propia, en la cual se -recostaba sin hablar palabra, porque ya sabía el cochero que á tal hora -el señorito sólo á casa podía ir, para lavarse, desayunarse y acostarse -hasta las seis de la tarde lo menos... - -En fin, ¡qué remedio! Hay que tomar el tiempo como viene, y el tiempo -venía para Gastón muy calamitoso. Mientras el simón, con desapacible -retemblido de vidrios, daba la breve carrera, Gastón pensaba en mil -cosas nada gratas ni alegres. El cansancio físico luchaba con la -zozobra y la preocupación, mitigándolas. Sólo después de refugiado -en su linda _garçonnière_; sólo después de hacer chorrear sobre las -espaldas la enorme esponja siria, de mudarse la ropa interior y de -sorber el par de huevos pasados y la taza de té ruso que le presentó -Telma, su única sirviente actual, excelente mujer que le había conocido -tamaño; sólo en el momento, generalmente tan sabroso, de estirarse -entre blancas sábanas después de un largo viaje, decidióse Gastón á -mirar cara á cara el presente y el porvenir. - -Agitóse en la cama y se volvió impaciente, porque divisaba un horizonte -oscuro, cerrado, gris como un día de lluvia. Arruinado, lo estaba; pero -apenas podía comprender la causa del desastre. Que había gastado mucho, -era cierto; que desde la muerte de su madre llevaba vida bulliciosa, -descuidada y espléndida, tampoco cabía negarlo. Sin embargo, echando -cuentas, (tarea á que no solía dedicarse Gastón), no se justificaba, -por lo derrochado hasta entonces, tan completa ruina. El caudal de -la casa de Landrey, casi doblado por la sabia economía y la firme -administración de aquella madre incomparable, daba tela para mucho más. -¡Seis años! ¡Disolverse en seis años, como la sal en el agua, un caudal -que rentaba de quince á diez y siete mil duros! - -Acudían á la memoria de Gastón, claras y terminantes, las palabras de -su madre, pronunciadas en una conferencia que se verificó cosa de dos -meses antes de la desgracia. - ---Tonín,--había dicho cariñosamente la dama,--yo estoy bastante -enfermucha; no te asustes, no te aflijas, querido, que todos hemos de -morir algún día, y lo que importa es que sea muy á bien con Dios; lo -demás... ¡ya se irá arreglando! Siento dejarte huérfano en minoría, -pero pronto llegarás á la mayor edad, y así que dispongas de lo -tuyo, acuérdate de dos cosas, hijo... Que ni hay poco que no baste -ni mucho que no se gaste, y... que no debemos ser ricos... sólo... -¡para hacer nuestro capricho, olvidándonos de los pobres y del alma! -Quedan aumentadas las rentas... gracias á que no he fiado á nadie lo -que pude hacer yo misma... ¡y eso que soy una mujer, una ignorantona, -una infeliz! Tú, que eres hombre, y que recibes doblado el capital, -puedes acrecentarlo, sin prescindir de... ¡de que hay deberes, para un -caballero sobre todo!... ¡y de que la fortuna se nos da en depósito, á -fin de que la administremos honradamente!... ¿Verdad, Tonín, que vas á -pensar en esto que te he dicho... así... así que no estemos... juntos? -Dame un beso... ¡Ay!... ¡Cuidado, que por ahí anda la pupa! - -Y Gastón, de pronto, sintió como los ojos se le humedecían, acordándose -de que el ¡ay! de su madre había delatado, por primera vez, la horrible -enfermedad cuidadosamente oculta, el zaratán en el seno. - -Poco después la operaban, y no tardaba en sucumbir á una hemorragia -violenta... y Gastón veía á su madre tan pálida, tendida en el -abierto ataúd, y recordaba días de llanto, de no poder acostumbrarse -á la orfandad, á la soledad absoluta... Después, con la movilidad -de los años juveniles, venía el consuelo, y con la mayor edad, el -gozo de verse dueño de sus acciones y de su hacienda, ¡libre, mozo, -opulento! Dando una vuelta repentina en la cama, lo mismo que si el -colchón tuviese abrojos, Gastón volvía á rumiar la sorpresa de haber -despabilado tan pronto la herencia de sus mayores. - ---¡Si no es posible humanamente!--calculaba.--¡Si no me cabe en la -cabeza! Vamos á ver; yo no soy un vicioso; no he jugado sino por -entretenimiento; no he tenido de esos entusiasmos por mujeres pagadas, -en que se consumen millones sin sentir. ¿Qué hice, en resumidas -cuentas? Vivir con anchura; pasarme largas temporadas en el extranjero, -sobre todo en el delicioso París; comer y fumar regaladamente; -divertirme como joven que soy; pagar sin regatear buenos cocheros y -caballos de pura raza, cuentas de sastre y de tapicero, de joyero y -de camisero, de hotel, de _restaurant_... Todo ello, aunque se cobre -por las setenas, no absorbería ni la tercera parte de mi caudal... oh, -eso que no me lo nieguen. ¡Aunque me lo prediquen frailes descalzos! -Me sucede lo que á la persona que ha dejado en un cajón una suma de -dinero, no sabe cuánto, pero volviendo á abrir el cajón nota que hace -menos bulto, y dice: «Gatuperio...» - -Aquí Gastón suspiró, abrazó la almohada buscando frescura para las -mejillas, y pensó entrever, como filtrado por las cerradas maderas de -las ventanas, un rayito de luz. - ---El caso es que yo fuí bien prudente. De imprevisor nadie podrá -tacharme. ¿Á quién mejor había de confiar mis negocios, y la gestión y -administración de mis bienes, que á don Jerónimo Uñasín? Un viejo tan -experto, con tal fama de seriedad y honradez en los negocios; y además, -de una condición encantadora; nunca le pedía yo con urgencia dinero, -que á vuelta de correo no me lo girase sin objeción alguna... En lo que -no tiene disculpa don Jerónimo, es en no haberme avisado de que mis -gastos eran excesivos; de que á ese paso me quedaba como el gallo de -Morón... - -Al hacer reflexión tan sensata, por primera vez el incauto mozo sintió -algo que podría llamarse la mordedura de la sospecha y el aguijón del -reconcomio. Evocó el recuerdo de la cara de don Jerónimo y se le figuró -advertir en ella rasgos del tipo hebreo, la nariz aguileña, de presa, -la boca voraz, los ojos cautelosos y ávidos... Las palabras de su madre -resonaron de nuevo en su corazón olvidadizo: «No he fiado á nadie lo -que pude hacer yo misma...» - - [Ilustración] - -Al cabo se durmió. Á las seis, obedeciendo órdenes, Telma vino á -despertarle de un sueño agitado, lleno de pesadillas; arreglóse á -escape, y á las siete menos cuarto conferenciaba con don Jerónimo. Más -de una hora duró la entrevista, de la cual salió Gastón con la sangre -encendida de cólera y el espíritu impregnado de amargura. La venda -se había roto súbitamente y Gastón veía,--¡á buena hora!--que aquel -tunante de apoderado general era el verdadero autor de su ruina. - -Á preguntas, reconvenciones y quejas, sólo había respondido don -Jerónimo con hipócrita y melosa sonrisilla, que provocaba á chafarle de -una puñada los morros. - ---¿Qué quería usted que hiciese?--silbaba el culebrón.--¿Pues no -estaba usted pidiendo fondos y fondos á cada instante? ¿Pues no era -usted mayor de edad, dueño de sus acciones y sabedor de á cuánto -ascendían sus rentas? Usted, desde París, libranza va y libranza viene, -y Jerónimo Uñasín teniendo que dejarle á usted bien, y que buscar y -desenterrar las cantidades aunque fuese en el profundo infierno... -¡Bien me agradece usted los apuros que he pasado, las sofoquinas, -las vergüenzas, sí, señor! ¡que vergüenza y muy grande es, á mis -años, andar solicitando á prestamistas y aguantando feos! Todo lo he -hecho, por ser usted hijo de los señores de Landrey, que tanto me -apreciaban... Ahora conozco que me pasé de tonto, que debí cerrarme á -la banda y contestarle á usted cuando me pedía monises: «otro talla, -señor mío...» - ---Pero usted bien veía que yo me quedaba pobre,--exclamaba Gastón con -indignación apenas reprimida,--y debiera usted, como persona de más -experiencia, aconsejarme, llamarme la atención, advertirme... Yo le dí -á usted poder ilimitado... Yo tenía depositada mi confianza en usted. - ---¡Sí, sí, advertir! ¡Bonito recibimiento me esperaba! Ya sé yo lo que -son jóvenes contrariados en sus antojos... Y además, don Gastoncito, -¿quién me decía á mí que al echar así la casa por la ventana, no -preparaba usted una gran boda? Hay en París señoritas de la colonia -americana, que apalean el oro... ¡Es preciso respetar muchísimo, -muchísimo la libertad de cada uno! y lamentaría toda mi vida que por mí -fuese usted á perder la colocación brillante que se merece... - ---Téngame Dios de su mano,--pensó Gastón al escuchar esta nueva -insolencia, y conociendo que se le subía á la cabeza la ira, y las -manos se le crispaban ansiosas de abofetear al judío. - -Al fin, con violento esfuerzo sobre sí mismo, revolviendo -trabajosamente la lengua en la boca seca y llena de hiel, pronunció: - ---Bien, cortemos discusiones, que á nada conducen; al grano... ¿Me -queda algo, lo preciso para comer? - -Vaciló un instante don Jerónimo, y afectó un golpe de tos, ruidosa y -como asmática, antes de responder, fingiendo fatiga: - ---Mire usted, lo que es eso... hasta que... ¡bruum! hasta que... yo... -reconozca... y liquide... ¡bruum!... los créditos... y se proceda... á -la venta de... de las fincas hipotecadas... es imposible decir si el... -¡bruum! pasivo... supera al activo... Acaso tengamos déficit... pero -¡bruum! ej... ej... no será muy grande... - ---¿Es decir,--preguntó Gastón con temblor de labios,--que aún podrá -suceder que después de venderlo todo... deba dinero? - ---Ej, ej... calculo que una futesa... - -No quiso oir más Gastón. Tomando su sombrero, despidióse con una frase -bronca, y abandonó el nido del ave de rapiña á quien tarde veía el pico -y las garras. En el recibimiento, mientras recogía sombrero y bastón, -no pudo menos de fijarse, con penosa y estéril lucidez, en detalles que -le sorprendieron: un soberbio mueble de antesala tallado, un rico tapiz -antiguo, una alfombra nueva y densa como vellón de cordero, un retrato, -escuela de Pantoja, una lámpara de muy buen gusto. Parecía la entrada -de una casa señorial, y al acordarse de que antaño don Jerónimo se -honraba con alfombra de cordelillo y sillas de Vitoria, Gastón se trató -á sí mismo de majadero, no sin reprimirse para no emprenderla á palos -con los muebles y con el dueño en especial... - -Volvió á su morada á pie, devorando la pesadumbre, queriendo -sobreponerse á ella, y sin conseguirlo. Telma, solícita, le había -preparado una comida de sus platos predilectos; pero no estaba la -Magdalena para tafetanes, ni Gastón para apreciar debidamente el mérito -del puré de alcachofas, los langostinos en pirámide y las costilletas -de cordero delicadamente rebozadas en salsa bechamela. - ---Hija, es preciso que me vaya acostumbrando á las lentejas y al pan -seco,--respondió con un humorístico alarde cuando la vieja criada, -llevándose la fuente, preguntaba con inquietud, si era que ya «tenía -perdida la mano.» - -Y la fiel servidora, antes de cruzar la puerta, clavó en su amo una -mirada perruna é inteligente, una mirada que se condolía... - -Vestido el frac, después de comer, Gastón dedicó la noche á intentar -ver á dos ó tres personas de quienes esperaba consejo y auxilio. -Á ninguna encontró en casa, y sería caso raro que lo contrario -acaeciese en Madrid, donde la noche se consagra á círculos, teatros y -sociedades. Rendido, harto de dar tumbos en el alquilón, se recogió -á las doce y media. Una gran desolación, un pesimismo mortal le -agobiaban, poniéndole á dos dedos de la desesperación furiosa. Sin -duda que al siguiente día le sería fácil encontrar en casa, amables y -sonrientes, á sus noctámbulos amigos; pero ¿qué sacaría de ellos? Á -lo sumo... buenas palabras... ¡Ni Daroca, el bolsista; ni el flamante -marqués de Casa-Planell, el riquísimo banquero; ni Díaz Carpio, el -actual subsecretario de Hacienda; ni mucho menos el gomoso Carlitos -Lanzafuerte, iban á abrir la bolsa y ponerla á disposición del -_tronado_!... (Tan feo nombre se daba á sí propio Gastón). - - [Ilustración] - -Al dejar Telma sobre la mesa de noche la bebida usual, la copa de agua -azucarada con gotas de cognac y limón, mientras Gastón, inerte, yacía -en la meridiana, esperando á que se retirase la criada para empezar á -desnudarse, ésta dijo no sin cierta timidez, el recelo de los criados -que ven á sus amos muy tristes: - ---Señorito... anteayer mandó á preguntar por usted la señora -Comendadora. ¿No sabe? Su tía, la del convento... Que si había vuelto -ya de Francia... y que deseaba verle... Que cuando viniese, por Dios no -dejase de ir, sin tardanza ninguna... - ---¡Bien, bien!--contestó él impaciente. - -Así que apagó la bujía y se tendió en la cama, la arcaica figura de -la Comendadora se alzó en la oscuridad. Abandonado de todos Gastón, un -instinto le impulsaba á buscar arrimo y consuelo, á desear comunicarse -con alguien que le compadeciese y le amase de veras. Y su tía abuela, -la Comendadora, era la única parienta cercana que tenía en el mundo. - - [Ilustración] - - - - - II - - La Comendadora - - -Como no le dejasen dormir sus melancólicos pensamientos, Gastón se -levantó temprano, se vistió con diligencia, y subiendo democráticamente -al tranvía, se dejó llevar hasta muy cerca del convento de las -Comendadoras, que se eleva sombrío, dominado por su vasta iglesia, en -una calle de las más solitarias del antiguo Madrid. Las Comendadoras -no tienen reja. Mano á mano, á guisa de seglares damas--y bien nobles -que lo son--reciben á sus visitas en un locutorio bajo, amplio, -esterado, encalado, cuyas paredes adornan cuadros religiosos anegados -en betún, y que amueblaban canapés de paja con respaldo de lira, y -braseros claveteados--un salón de principios del siglo.--Paseando -febrilmente esperó Gastón á su tía. La portera le había dicho que -doña Catalina--así se llamaba la Comendadora--estaba en el coro, y -que tardaría cosa de unos veinte minutos. «No traigo prisa, gracias,» -contestó el mozo: pero, solo ya, medía el locutorio con rápidas -pisadas. Desde que se había levantado y salido á la calle, batallaba -con la idea de que todo lo de su ruina era un mal sueño. ¡Una casa -tan vieja, tan sólida como la casa de Landrey, venirse á tierra por -artimañas de un usurero maldito! No; no podía ser que él, Gastón de -Landrey, con sus propias manos acostumbradas á calzar guantes, con su -propia cabeza hecha á las esencias y á los lavatorios del peluquero, -tuviese que trabajar y discurrir como el resto de los mortales, á fin -de ganarse el pan de cada día... La vida iba á continuar, rauda y -disipada; la única vida posible, la _vida_ en el sentido parisiense del -vocablo. - -Al pensar esto, una oleada de esperanza inundó á Gastón, esperanza -venida no sabía de dónde, tal vez de la tranquilidad del locutorio, del -aristocrático silencio del convento, donde debían de ser inmutables -todas las cosas. - -Cuando se hallaba más engolfado en sus sueños, abrióse la puerta -lateral, gruesa hoja de encina, y apareció en el hueco, inmóvil y muda, -la Comendadora, la misma doña Catalina de Landrey y Castro, con las -tocas negras, el blanco escapulario, y en el pecho la roja heráldica -cruz. Adelantándose vivamente, Gastón corrió á abrazar á su tía, á -sostenerla, á traerla en vilo hasta la silla baja, situada cerca de la -reja que daba á la calle, el sitio donde solían conversar otras veces; -pero la anciana murmuró suplicante: - ---¡Al jardín... al jardín... allí hace sol... allí no tendremos frío! - -No sentía Gastón ni pizca de frío en el locutorio: entrado el mes de -Mayo, la temperatura era suave y radiante la mañana. No obstante, -asintió sonriendo y quiso coger á la anciana por el talle. - ---No, voy delante,--exclamó ella. - -Lentamente, deslizándose como una sombra, precedió á Gastón por dos -ó tres pasillos y antesalas, hasta llegar á una carcomida puerta -cuyo picaporte alzó. Al pisar el umbral del jardín, Gastón se paró -deslumbrado. - -No era el jardín muy grande: servía de patio al convento, y en su -centro, por todo adorno, tenía un pozo con brocal, el humilde pozo de -Castilla. Cuatro cuarterones simétricos, recortados en forma circular -á fin de dejar sitio al pozo y holgura para sacar agua, formaban el -sencillo trazado del jardín monástico. Sólo que estos arriates, con -exclusión absoluta de toda otra flor ó planta, estaban materialmente -tapizados de pies de azucena floridos. Era una espesura de azucenas. -Y bajo la sábana de oro que el sol tendía generosamente, la nívea -blancura de las flores, su apretada abundancia, su esbeltez, su -elegante forma casta y mística, halagaban los ojos y embriagaban -dulcemente el corazón. Era un jardín mariano, cultivado únicamente por -amor á la Virgen, para poder cubrir su altar de ramilletes simbólicos, -en el gracioso culto llamado de las flores de Mayo; ó más bien era -otro altar que brotaba de la tierra seca y desnuda, por virtud del -riego continuo de unas manos piadosas, enamoradas de María. - - [Ilustración] - -En un ángulo del jardín daba todavía la sombra, y sobre un banco de -ladrillo se sentó la Comendadora pausadamente, convidando á su sobrino -á que la imitase. La claridad que bañaba el jardín caía sobre el -rostro de doña Catalina, patentizando la labor de los años; estrago -no diremos, porque en medio de su carácter de vetustez, bajo el -severo contorno de la toca, aquel rostro tenía aún líneas de belleza -pasada, vestigios de algo que debió de ser escultural. Parecían las -majestuosas facciones modeladas en esa cera amarillenta, resquebrajada, -de los cirios viejos y muy secos; la boca no era más que una línea -pálida, dilatada por una sonrisa misteriosa; las cejas y las pestañas, -encanecidas, sombreaban de un modo fatídico los ojos, donde persistía -una vida extraordinaria, una especie de magnetismo. Los clavaba en -Gastón con tal fuerza, con insistencia tal, que el mozo por un instante -creyó á la Comendadora enterada de su ruina, y calculó para sí, algo -impaciente: - ---Menudo sermón me espera. Agarrarse. - -Recordaba Gastón que, cuando de niño solía venir al convento, le daba -mucha lástima su tía la Comendadora. ¡Siempre metida entre aquellas -cuatro paredes, siempre arrebujada en aquellos austeros paños! -Después, ya hombre y capaz de entender, había sabido la historia de -doña Catalina, y la lástima creció. Doña Catalina era hija de don -Martín de Landrey, uno de los nobles que en la lucha entre españoles -y franceses por la independencia, inficionados de volterianismo y de -lo que llamaban entonces _ideas nuevas_, abrazaron el partido del -invasor. Es de advertir que los Landrey descendían en línea recta de un -caballero bretón venido con Beltrán Duguesclín ó Claquín á favorecer á -don Enrique de Trastamara, que casó con española, que no quiso volver -á Bretaña cuando la vió incorporada á la corona francesa, y á quien el -fratricida estimó y colmó de _mercedes_, otorgándole bienes y feudos -en la tierra gallega, tan semejante á la vieja Armórica, señalada -por su fidelidad á don Pedro, y en la cual le convenía al bastardo -arraigar á sus partidarios. En cierto modo, don Martín de Landrey -obedecía al atavismo cuando se afrancesaba; mas no lo creyeron así sus -deudos ni menos doña Catalina, que era entonces una criatura, pero que -se daba cuenta de todo. Débil y enfermiza ya, pudo tanto en ella el -disgusto de ver á su padre, en quien adoraba, señalado con el dedo y -despreciado y maltratado cuando por fin salió de España el intruso, -que contrajo un raro padecimiento nervioso, convulsiones seguidas -de profundos síncopes. Su hermano,--el abuelo de Gastón,--ardiente -patriota y español acérrimo, había reñido con don Martín por diferencia -de opiniones, y vivía en Madrid, en casa de un tío suyo, el marqués -de Lanzafuerte, algo favorito de Fernando VII; y Catalina se encerró -con su padre, en el desmantelado castillo de Landrey, por huir de la -malevolencia y la antipatía que en Compostela, lo mismo que en la -corte, despertaba el afrancesado. - - [Ilustración] - -Vivieron allí padre é hija largos años en hosca soledad, ella siempre -enferma, él también achacoso, y cada día más misantrópico y saturado -de hiel, y cuando vino la última hora de don Martín, la hija sufrió el -horrible dolor de ver morir al padre como un réprobo, rechazando con -mil pretextos toda clase de auxilios espirituales, y ya, por último, -amenazando con coger las pistolas que tenía á la cabecera ¡y hacer un -ejemplo si un cura pasaba el umbral!--Así que hubo cerrado los ojos -al infeliz, doña Catalina, en vez de caer al suelo presa de uno de -sus accesos acostumbrados, se mostró casi impasible; veló el cadáver, -atendió al entierro, encargó misas, muchas misas, y se estuvo cerca de -un mes encerrada en las habitaciones del difunto, registrando cómodas -y armarios, poniendo en orden documentos y papeles. Una noche, los -labriegos y pescadores de la costa donde se asienta el castillo de -Landrey, vieron con sorpresa un gran resplandor rojo, y si al pronto -creyeron que había incendio, no tardaron en comprender que era una -descomunal hoguera encendida en mitad del patio de honor. Delante -de la hoguera estaba doña Catalina de pie, mandando la maniobra, y -dos criados traían en cestos libros y manuscritos, despedazaban los -volúmenes y los arrojaban á la hoguera, atizando y cebando su llama -con provisión de leña y ramaje seco, para que devorase pronto aquel -fárrago.--Gastón había oído referir á su madre que allí se abrasaron -las obras de bastantes franchutes de la cáscara amarga, y muchos -papelotes que probaban las íntimas conexiones de don Martín de Landrey -con la masonería española, su afiliación á la secta y el alto grado -que en ella poseía... La quemazón duró hasta el amanecer, y sólo al -blanquear la luz del alba las almenas de las torres se retiró doña -Catalina lentamente, después de cerciorarse, removiendo con un palo la -ya moribunda hoguera, de que allí sólo quedaban cenizas. Pocos días -después de este suceso, doña Catalina, dejándolo todo bien arreglado -y habiendo repartido entre los pobres labriegos cuantiosas limosnas -y perdonado, por cuenta de su legítima, deudas y atrasos de pagos de -rentas, salió hacia Madrid, donde la reclamaba su hermano don Felipe de -Landrey. Llevaba en su compañía doña Catalina á una niña de unos tres -años de edad, huérfana de madre, hija del mayordomo, que no era sino -Telma, la actual sirviente de Gastón. - -En Madrid quisieron divertir y festejar á Catalina; además de su -hermano tenía dilatada parentela de primos y primas, porque una hermana -de su bisabuelo se había casado con el duque de Ambas Castillas, y otra -con el de Lanzafuerte, dejando ambos numerosa y masculina prole, que -se enlazó luego á otras familias de muy alta alcurnia. Catalina alegó -el riguroso luto para no concurrir á distracciones ni á saraos, y el -día en que se cumplió un año justo de la muerte de su padre, anunció -el decidido propósito de entrar en las Comendadoras. Era libre y dueña -de sus acciones, y nadie podía oponerse á su deseo, con tal resolución -manifestado. No obstante, don Felipe se opuso, y alegó el peligro de -la salud; con aquel terrible mal nervioso, aquellos desvanecimientos y -accesos convulsivos ¿era prudente, era ni siquiera cristiano encerrarse -en un convento? Doña Catalina respondió que la Iglesia había arreglado -las cosas tan bien, que existían conventos para todos los estados de -salud; que las Comendadoras no hacían vida penitente, sino recoleta -y regular, y que ella estaba segura de resistir bien la prueba. Y en -efecto, no sólo la resistió, sino que dentro del convento su organismo -débil y quebrantado se templó hasta adquirir el vigor del acero; el -equilibrio se estableció, la paz reinó en su antes combatido espíritu, -y poco á poco la cara triste y los nublados ojos de doña Catalina se -convirtieron en la hermosa faz y las serenas pupilas de la que todos -dieron en nombrar la monja guapa. - ---Desde que tu tía Catalina pronunció los votos, revivió,--decíale á -Gastón su madre.--La pobre se conoce que había ofrecido este sacrificio -por los pecados de don Martín. Ella cumplió lo que tenía el deber de -cumplir, y nada aprovecha tanto al alma y al cuerpo. - -Á pesar de la afirmación de su madre, Gastón recordaba que no había -cesado de compadecer á su tía Catalina, de considerarla una víctima -inmolada á preocupaciones, una vida tronchada en flor, una especie de -fantasma sentenciado á desaparecer del mundo. Para él, entregado al -desorden y tropelías de la voluntad, la regla en el vivir constituía -una esclavitud, y cualquier valla cruel tiranía. ¡No hay más, doña -Catalina le daba lástima! ¿Y por qué en aquel instante, á aquella hora -virginal de la pura y radiante mañanita, en aquel jardín monástico -todo paz, donde sólo se escuchaba el vuelo de algún abejorro, donde -las azucenas abrían tímidamente sus cálices de raso blanco y vertían -en silencio su pomo fragante, Gastón, en vez de compadecer á doña -Catalina, advertía que la envidiaba? Sí, no lo podía dudar; envidiaba -á la Comendadora, como envidia el marinero, desde su esquife que las -olas hacen crujir y van á tragarse pronto, al pobre ermitaño que bebe -de la apacible fuente antes de la oración... Era hermoso haber vivido -sin tacha; haber realizado lo que creemos bueno y justo; haber dado -testimonio de su fe ante los hombres, y haber llegado casi á los -noventa años con aquella sonrisa misteriosa, no la de la esfinge, sino -la de la santa que ya entrevé la bienaventuranza celeste... - ---Aquí estaremos mejor,--pronunció con cascada voz la Comendadora, -interrumpiendo los calendarios de su sobrino.--Importa muchísimo que -no nos oiga nadie... ¡nadie!... Á estas horas no aparecen monjas por -aquí... Lo que te voy á decir es sólo para tí... ¿me entiendes? Para -tí... tú eres el único nieto varón de mi hermano Felipe... y ya no -queda en este mundo más personas que tú y yo llevando directamente el -apellido de Landrey... - -Gastón se estremeció. Acababa de presentir que no iba á escuchar de -labios de su tía el obligado sermón al sobrino manirroto. Conocía el -culto de doña Catalina por el apellido de la familia, única debilidad -mundana que siempre se notó en la ejemplar reclusa, que no había cesado -ni un día de enterarse de los nacimientos, bodas, muertes, malandanzas -y bienandanzas de sus sobrinos. La Comendadora no era verosímil que -conociese el estado de la hacienda de Gastón, y por consiguiente, -lo que iba á dejar salir de su hundida boca de sibila agorera, la -revelación anunciada, sólo podía referirse al pasado, á ese _ayer_ de -todas las familias, más romántico en las nobles, en quienes se enlaza -estrechamente con la historia. - - [Ilustración] - - - - - III - - La revelación - - ---¡Qué miedo he pasado de morirme antes que tú volvieses de ese -París!--exclamó la anciana subrayando con tedio el nombre de la capital -francesa.--¡Lo que he rezado á santa Rita para que me conservase la -vida unos días más! - ---¡Pero, tía, si está usted para vivir cien años!--afirmó Gastón -chanceramente. - -Doña Catalina clavó en el rostro de su sobrino los negrísimos ojos, lo -único que sobrevivía en su semblante momificado, con extraordinaria -expresión, sobrehumana casi. - ---Á la lámpara se le acaba el aceite,--dijo en voz sorda,--pero la -misericordia divina no ha permitido que la muerte me sorprenda. Sé de -cierto que se acerca la hora... - ---Vamos, tiita, aprensiones... Me ha de enterrar usted á mí y pedir -para que me admitan en la gloria,--insistió el sobrino. - ---No lo digas á nadie, hijo mío,--prosiguió la reclusa sin -atenderle.--¡Sólo á tí y al confesor lo descubriré!... ¡Como te estoy -viendo... he visto... he visto á don Martín de Landrey, tu bisabuelo... -mi padre! - -Estremecióse Gastón. En aquel jardín embalsamado, entre los vitales -efluvios que derramaba el sol ascendiendo á su zenit, sintió pasar el -soplo frío del _más allá_, un hálito del otro mundo. - ---¡Si vieses qué mal color tenía!--continuó doña Catalina tiritando -como si las frescas azucenas de Mayo fuesen copos de nieve.--Lo mismo -que cuando lo deposité en la caja... ¡Y una cara de sufrir!... ¡Virgen -Santísima, Madre de los afligidos, perdón para él... y para todos los -pecadores! - -La cabeza agobiada de la Comendadora cayó sobre el pecho, y Gastón, -cariñosamente, sólo acertó á murmurar: - ---Tía... ¿no habrá sido... una figuración de usted?... ¡Hay así... -momentos en que desvariamos!... - ---¡No! Era él en persona... ¡Podría yo desconocerle! ¡Podría confundir -con cualquier ruido su voz, que me dijo... en un tono tan triste... -como si las palabras saliesen de la pared!... «¡Catalina... te -espero... hasta luego, Catalina!...» - -Hizo una pausa, y Gastón vió humedecerse ligeramente las áridas pupilas -de la dama, que movía los labios, rezando para sí, sin articular. -Gastón, quebrantado aún del viaje y de las penosas impresiones -recientes, notaba un vértigo que atribuía al olor subido de las flores, -más aromosas cuanto más calentaba el sol. No quería Gastón reconocer -que, á pesar suyo, le impresionaban las palabras de la Comendadora. - -De pronto doña Catalina se enderezó, ya tranquila y al parecer olvidada -de sus temores. - ---Natural es morir, hijo mío,--declaró serenamente.--Otros eran -jóvenes y se han ido primero. Eso sí que asusta. Ya no hay más Landrey -que tú. Á mí la tierra me llama, después de ochenta y ocho años y cinco -meses que estoy en el mundo. Tú ahora empiezas la jornada... ¡Cómo te -pareces á tu abuelo, al pobre Felipe!... ¡Qué bien has hecho en venir -aprisa!... - ---En cuanto me avisó Telma. Ayer mismo llegué á Madrid... Ya ve usted, -ni veinticuatro horas... - -Algo que remedaba una sonrisa y era más bien fúnebre mueca, animó el -semblante amojamado de la Comendadora. - ---Acércate más, hijo del alma... Ya apenas tengo voz; no puedo -esforzarme... Si me paro, no te asustes... Me falta resuello... Soy muy -viejecita... Además, tengo frío... Mira, mira... Helada estoy. - -La diestra glacial de la Comendadora cayó sobre la de Gastón, que -sintió impulsos de retirarla, pero se contuvo. Parecíale advertir -el contacto de un cadáver: tal estaba de inerte y seca á la vez -aquella mano que había debido de ser bella y que conservaba aún las -proporciones y el delicado dibujo de una mano patricia. - - [Ilustración] - ---¿Eres buen cristiano?--preguntó de improviso doña Catalina. - ---Bueno no sé; cristiano sí,--respondió no sin extrañeza Gastón. - ---¡Es que si eres... de esos... que sólo creen en la materia... -entonces... aunque te llames Landrey... yo... no tengo nada que -decirte!...--¿Crees firmemente en Dios, que nos perdona... que nos ha -redimido?... ¿Crees, ó no crees? No mientas... ¡Un Landrey no miente... -sería mucha vergüenza! ¡Sería propio de un villano! - ---Creo en Dios,--murmuró Gastón sonriendo del á su parecer pueril -interrogatorio. - ---¿Y en la Virgen? - ---Y en la Virgen,--afirmó el mozo con calor involuntario, más conmovido -ya de lo que aparentaba. - -Doña Catalina cruzó las manos como transportada de gozo. Después, sin -transición, exclamó, fijando en Gastón sus vividos ojos: - ---¿Has estado alguna vez en nuestro castillo de Landrey, cerca de la -Puebla de Beirana? - ---Nunca, querida tía,--declaró Gastón desorientado y algo confuso.--Y -eso que siempre me daba curiosidad. Debe de ser una antigualla -preciosa... es decir, con carácter... de eso precisamente, de -antigualla. Pero ya sabe usted lo que sucede: se forman planes, se -fantasea el viaje... y hoy por esto y mañana por aquello... se queda -todo en proyecto, y corren días, y meses, y años... Nada, que no he -visto Landrey. - ---Mal hecho... ¡Lo mismo hicieron tu padre y tu abuelito... yo no se -lo aprobé! ¡Aquel es nuestro solar, el sitio en que se respeta nuestro -nombre, el sitio en que éramos como reyes! ¡Los señores de Landrey! -¡Eso era decir algo! El que fundó el castillo y los señoríos,--por -cierto que se llamaba como tú, Gastón de Landrey,--fué de los que -vinieron á ayudar á don Enrique... Me lo contó mil veces mi padre, -que eso sí, era estudiosísimo... ¡El estudio es cosa buena cuando no -nos aparta de Dios!... ¿Por qué decía yo esto?... ¡Ah! Sí, sí... Aquel -Landrey ó Landroi era ya un caballero muy noble... sus abuelos habían -estado en las Cruzadas, con San Luis... El caso es ser grande en el -cielo... pero en fin, los que desde hace siglos... - -Detúvose la Comendadora, fatigada sin duda, y Gastón, que callaba por -respeto, empezó á creer que estaba perdiendo el tiempo lastimosamente. - ---La pobrecilla ya chochea...--pensó,--y se le va el santo al cielo... -Incoherencias, alucinación... ¡Cerca de noventa años y el claustro!... -Querrá que restaure á Landrey y junte allí mesnadas y alce pendón y -caldera... ¡Y cómo revela el orgullo nobiliario, su flaco, en pugna con -la humildad cristiana! ¡Si supiese que el último Landrey va á carecer -de lo más preciso! - ---Mi hermano,--continuó la Comendadora,--pudo titular, y prefirió ser -Landrey á secas... Hay condes y duques nuevos, pero los Landrey son -todos viejos... ¡Ah! Ya recuerdo, ya sé... Hablábamos del castillo. -Digo, no; hablábamos de tu bisabuelo, de mi padre... ¡que Dios le haya -perdonado!--y el acento de doña Catalina se quebró en un sollozo.--¡El -pobre!... esto pasó la noche antes de morir... porque murió en Landrey, -en el cuarto de _la parra_, que tiene pintada una, al temple... Pues -me llamó... así, en voz alta... «¡Catalina!» «Aquí estoy.» «¿Me oyes -bien?» «Sí, señor, diga lo que quiera.» «Acércate, santita...» (me -llamaba _santita_ por cariño y por chiste). «Así que yo fallezca, -registrarás mis papeles... y quemarás lo que deba quemarse...» «No -tenga miedo...» «¡Pero cuidado!... En el mueble de concha, unas -cartas... ¡las quemas sin leerlas!» «Lo que usted mande, señor...» -«Hay también en el mismo mueble... ¡atiende! una caja de plata, de -resorte... y dentro dos papeles doblados y enrollados... de mi letra... -¡Esos sí que los lees... y los guardas... y te guías por ellos para -encontrar el tesoro!...» - ---¡El tesoro!...--repitió Gastón fascinado por la palabra mágica que su -tía acababa de pronunciar. - ---Así dijo: «el tesoro...» Y me acuerdo bien, que me cogió la mano y -me la apretó mucho, mucho, y añadió... ¡verás! «Es para tí sola... es -tu dote... Te prohibo que le dés nada á Felipe... ¡ni un maravedí! Á -Felipe no... Es mi enemigo: me ha tratado como á un perro... sé que -me ha llamado _traidor_... Me cree renegado, apestado y maldito... Tú -aquí, encerrada en estas paredes conmigo en lo mejor de tu edad... -Á cada cual su recompensa... Felipe, el mayorazgo, se lo lleva casi -todo... Tú tienes una legítima corta... ¡Más rica tú que él! ¡Para tí -el tesoro!...» - -Guardó silencio otra vez la Comendadora, exhausta por el esfuerzo, pero -sus ojos centelleaban. Gastón no sabía lo que le pasaba: el olor de las -azucenas le atravesaba como un clavo las sienes, y su corazón latía de -esperanza: en aquel momento daba por cuerda y muy cuerda á la monja. -Ésta, con dolorido acento, articuló despacito: - ---Al otro día murió... - ---¿Y la caja?--exclamó aturdidamente el mozo. - ---¡Ah!... La caja... Es verdad, hijo, es verdad... No, no creas que -la perdí... Allí estaba como _él_ dijo, en el mueble de concha... -junto á las cartas... que olían á esencias... y las quemé... ¡Qué bien -ardieron! ¡Como yesca! - ---Pero... la cajita... con sus misteriosos papeles dentro... - ---La recogí... ¡No faltaba más!... Aquí la tengo... Espera... espera. - -Y con un movimiento que parecería cómico á quien no fuese capaz -de estimar lo que representaba de dignidad y de pudor y de vida -inmaculada, la Comendadora se volvió hacia la pared, se alzó el -escapulario y se registró el seno con una mano que la vejez hacía -insegura... Gastón, ansioso, disimulaba la impaciencia y la curiosidad. -Vuelta de cara ya la señora, presentó á su sobrino un objeto oblongo, -una cajita de plata algo mayor que una tabaquera y finamente cincelada -al estilo de Luis XV; cazadores con tricornio y damiselas con peinado -de erizón acosaban á un ciervo entre el follaje de un bosquecillo. -Gastón tendió la mano vivamente, pero doña Catalina le contuvo -sonriendo con alarde de malicia casi infantil. - ---El resorte... Sino ni tú ni diez como tú la abrís... - - [Ilustración] - -Y apoyando de cierta manera la uña del seco pulgar en la charnela de -la caja, alzóse lentamente la tapa, y Gastón pudo ver en el dorado -fondo, enrollado, un papel amarillento. La monja casi reía, gozosa y -triunfante. - ---¿Eh? Ya lo ves, ahí lo tienes... Sesenta y pico de años hace que lo -conservo... Ni un solo día se ha separado de mí... - ---Pero, tía,--observó enajenado Gastón, que sin poder contenerse se -entregaba á férvidas ilusiones,--si poseía usted esto, ¿por qué no -buscó el tesoro? ¿Ó es que ya lo ha buscado usted? No entiendo... - ---No, no, yo no lo he buscado... Dios no quiso que lo buscase... Por -cosas que... que yo me sé... desde que me faltó mi padre... ofrecí ser -monja... ¡y para eso no necesitaba grandes riquezas! Mi padre había -prohibido que el tesoro fuese de Felipe... Pude dárselo á los pobres... -sino que... no sé si Dios me castigará por esto... la verdad, tengo -un delirio por el nombre de la familia... es falta de humildad, lo -conozco... ¡Quería que ese tesoro se lo llevase un Landrey!... - -Y volviendo á apoderarse de la mano convulsa de Gastón, añadió bajo, -casi al oído del mozo: - ---Tú puedes hacer que Dios me perdone esta debilidad... Eres cristiano, -hijo mío... Usa del tesoro, no como pagano, sino como cristiano... -Las riquezas son un depósito... No abuses, no derroches, reparte con -los infelices... y acuérdate también del alma... de la tuya... de la -mía... ¡y sobre todo de la de mi pobre padre!... Esto último no te -lo encargo, que te lo mando... ¿lo oyes? Te lo mando con un pie en la -sepultura... - ---Prometo á usted hacer lo que desea,--declaró Gastón subyugado, lleno -de fe en el tesoro. - -Y tomando la cajita, apresuróse á desenrollar el papel que contenía, -con ansia de leerlo. Antes de que lo hiciese, recordó de súbito y -exclamó: - ---Mire usted, tía, que usted habló de dos papeles... y aquí hay uno, -uno no más. - -Indescriptible expresión de pena cavilosa oscureció el mirar de -doña Catalina. Su cabeza tuvo un temblequeteo senil y sus manos se -enclavijaron, como si pidiese misericordia. - ---¡Yo, yo destruí el otro!--gimió desconsolada. - ---¿Usted? ¿Por qué?... ¿Lo destruyó usted á propósito? ¿Qué era? - ---Era el que más valía... ¡Era el plano!... - ---¡El plano!--repitió Gastón.--¿Un plano del castillo, sin duda? - ---Del castillo y de sus alrededores... Con tinta azul, y señalcitas de -puntos encarnados... Hecho por _él_ mismo... ¡Si tenía una cabeza, un -saber de todo! - ---¿Pero y cómo destruyó usted ese documento... cómo fué?... - ---Porque... ¡Verás!... Yo, en el mundo, padecía síncopes... y unas -congojas... así como convulsiones... Cuando me encerré sola á quemar -aquellas cartas... ¡las de las esencias! mientras ardían, abrí la caja -esta de plata... saqué los papeles... los estuve mirando... Y cátate -que de improviso me da el ataque... no quiero llamar, porque las cartas -no las debía ver nadie... lo pasé allí, sin auxilio... caigo junto -al fuego... el plano enrollado rueda á la chimenea... ¡y gracias á -Nuestra Señora, que no ardí yo... pero se me tostaron las suelas de los -zapatos! Milagrosamente me salvé. - ---Y el otro papel... no el plano... ¿Á ver qué dice?--exclamó Gastón -sin acertar á reprimir su impaciencia. - -Y desenrollando el papelito, vió que sólo contenía escritas en muy -clara letra, estos renglones: - -«Hallarás lo que buscares, si guiado por el Norte sigues el camino -de los antiguos en peligro de muerte. Las piedras viejas son las más -preciosas, y el que se humille se ensalzará.» - - [Ilustración] - ---¿No sabe usted qué significa esto?...--interrogó el mozo, que -encontró el texto, más que oscuro, negro como boca de lobo. - ---No, hijo mío... Con el plano, de seguro se entendía... Yo no hice -nada, y ahora mi cabeza... Ya ves... ¡Los años!... Pero en Landrey lo -entenderás perfectamente, tú que eres muchacho y listo... Guarda esa -cajita ¡guárdala! y véte, que es cerca de mediodía, se acaba la hora de -locutorio, y vendrán á llamarme... Y si cumples lo que me ofreciste... -¡Dios te bendiga!... - -Doña Catalina alargó sus brazos flacos y cogió la bonita cabeza -pelicastaña de Gastón, pegando el rostro á la blanca frente juvenil del -último de su linaje. Un hielo mortal serpenteó por las venas del mozo; -pensó que acababa de besarle un fantasma sin labios. - - [Ilustración] - - - - - IV - - Gusanillo - - -Salió Gastón del convento fluctuando entre la convicción y el -escepticismo. Su convicción era involuntaria; pero su incredulidad, -sostenida por el amor propio cifrado en no _caer de inocente_, no -se fundaba únicamente en lo enigmático del texto del papel y en la -destrucción del plano, sino en lo inverosímil de que existiese nada -menos que un tesoro, soterrado de un modo tan novelesco, en un sitio -tan romántico y llegando tan á punto para salvar de la ruina á la casa -de Landrey. ¡Vamos, si tenía que ser á la fuerza una paparrucha, una -quimera nacida en el pobre meollo de una monja alelada! Á pesar de -la caja, que apretaba contra su pecho,--y que instintivamente en el -tranvía cubrió con ambas manos, por defenderla de algún rata,--Gastón -temía ser ridículo ante sí propio, si prestaba fe absoluta á la -historia. Lo que más influye en que nos parezcan _irreales_ los -sucesos, es la comparación con un medio en el cual esos sucesos no -encajan. Venía Gastón de París, saturado de aquel ambiente positivo -y prosaico, sin más aspiración que el goce material del momento -presente, y la Comendadora, siempre con la vista fija en lo pasado y -en lo porvenir, tomando la tierra como tránsito, existiendo únicamente -para expiar las culpas de su padre y para evocar las memorias de su -raza, era como figura de cuadro ó de tapiz, algo artístico, singular é -interesante sin duda, pero tan fuera de la realidad como los santos de -piedra de los viejos pórticos... - ---La chifladura se pega,--cavilaba el mozo,--y si estoy con la buena -señora una horita más, ¡nada! que me creo lo del tesoro á pies -juntillas. - -Sin embargo, Gastón notaba cierta calentura, esa fiebre ligera que -acompaña á los accesos de esperanza violenta y repentina. Pasó el -día vagando por Madrid, sin decidirse á ver á nadie, y se acostó -temprano, como hombre que tiene mucho que conferir consigo mismo. -Durmióse pronto pesadamente, y soñó cosas raras; vióse descendiendo -á un negro subterráneo por torcida escalera de caracol; delante de -él, guiándole, iba un espectro con hábito monástico, que llevaba en -sus manos descarnadas--manos de esqueleto--una linterna, la consabida -linterna sorda de las novelas y de los dramas espeluznantes. El -espectro, al deslizarse por los peldaños de la húmeda y resbaladiza -escalera, producía un medroso ruido de choque de huesos, y los pliegues -del hábito, al pegarse al cuerpo, diseñaban planos sin carne y palillos -mondos y lirondos. La luz de la linterna, al caer sobre la pared, -dejaba ver fungosas vegetaciones, é inmundos insectos, asustados, -correteaban en busca de los rincones oscuros. Bajaban y bajaban, sin -encontrar nunca el término de aquella escalera horrible, que sin duda -se perdía en las entrañas del planeta, buscando su centro. Gastón -anhelaba de cansancio, pero el espectro seguía bajando cada vez más -aprisa, y era preciso ir tras él hasta el mismísimo averno. Allá abajo, -en la sombría profundidad última, Gastón divisaba un punto rojo, y -á medida que descendían, el punto se agrandaba, cundía, acabando -por ser la boca de un horno gigantesco, en que ardía--¡temeroso -espectáculo!--un monigote con chupa y casaca, un pelele de principios -del siglo, retorciéndose entre las llamas sin consumirse... Y el -espectro, de pie ante el horno, sollozaba: - ---¡Agua bendita! ¡Agua bendita! ¡Trae agua bendita, Gastón!... - -En este punto del sueño despertó el mozo. Notaba una sed devoradora, y -tendió la mano, cogiendo la copa sobre la mesa de noche. Cuando bebía -con ansia, la puerta se abrió, penetró Telma lo mismo que un rehilete, -abrió atropelladamente las ventanas por donde entró la luz del día y -se plantó delante de la cama, exclamando en voz que entrecortaba el -llanto: - ---Señorito... Señorito... La señora Comendadora... - ---¿Qué... qué ocurre? - ---¡Ay, señorito!... ¡Acaban de traer el recado! Esta noche... - ---Ha muerto, ¿verdad?--preguntó el mozo que recibía la noticia en -aquel instante, sin la menor sorpresa, como si se tratase de un hecho -previsto. - ---Sí, señor... ¡Ay, Jesús! ¡Señorita querida mía, que era como -mi madre! ¡Santa de mi alma!--exclamó Telma, derramando lágrimas -abundantes. - ---Voy ahora mismo al convento...--declaró Gastón, mientras salía la -criada, sofocada de pena. - -Y en efecto, ni una hora tardó el sobrino de doña Catalina en pisar -nuevamente el locutorio del convento: sólo que de esta vez le recibió -la abadesa, dama cincuentona, gruesa, afable y de porte señoril, -con ribetes mundanos, porque antes de vestir el noble hábito, doña -Francisca de Borja Mascareñas y Quevedo había frecuentado más los -salones que las iglesias, y de su conversión se habló bastante, -atribuyéndola á rudos desengaños, ó como decía ella en su gracioso y -expresivo lenguaje, á _bofetones en el alma_. Lo que refirió la abadesa -á Gastón fué lo que era de suponer sobre el caso, ni impensado ni -sorprendente, del fallecimiento de una monja tan anciana: - - [Ilustración] - ---Muy viejecita, muy viejecita era la pobre... Ya nos temíamos lo que -ocurrió, y cada noche que se recogía, decíamos:--¿Se levantará la -madre Catalina?--Así es que dormía á su lado una lega, por precaución, -y gracias á tal medida no careció de auxilios en sus últimos momentos. -Pudo recibir,--y no fué pequeño consuelo para ella y para todas -nosotras,--el Viático y la Extrema. ¡Alabado sea el Señor! Murió con -una paz... Estaba contentísima de haberle visto á usted... Eso me -lo decía ayer tarde. ¿Y sabe usted que desde hace unos quince días -andaba con el tema de que se acercaba su último instante? Era un -presentimiento, sin duda... - ---¿Pero de qué murió?--preguntó Gastón afanoso.--¡Porque estaba tan -bien, ayer, tan locuaz, tan entera! - ---¡Á esa edad! De muerte natural... ¡de acabársele la cuerda al reloj! -Nada, un ataquillo de asma, que para una persona joven sería cuestión -de toser y carraspear un poco... Pero ella no tenía fuerzas para mondar -la garganta, y la menor cosa ¡psé! ¡una flemita! basta para ahogar á un -anciano... No somos nada... ¡una miseria! Al volver la cabeza así... -se acaba todo, alegría, ilusiones, proyectos, gustos y disgustos... -Asustaría si lo pensásemos bien. - ---¿No puedo verla?--preguntó Gastón, que sentía el pecho oprimido y el -corazón en un puño. - ---Está de cuerpo presente, en su cama, y las celdas son clausura... No, -no es posible... ¡Y es lástima, porque si viese usted qué natural se -ha quedado! Hasta parece joven... El funeral se cantará ahora, dentro -de poco, en la iglesia, y bajarán el ataúd ya cerrado: y esta tarde se -dará sepultura al cadáver. ¿Desearía usted conservar algún recuerdo de -su tía? Puedo darle á usted el rosario que usaba, con las medallitas... - ---Mil gracias, señora,--contestó Gastón inclinándose.--Poseo un -recuerdo de la tía Catalina, que ella misma, en previsión de la -desgracia, me entregó ayer. - -Y como la abadesa le mirase con cierta curiosidad, Gastón añadió -sencillamente: - ---Una tabaquerita de plata... Pero si ustedes creen que no tengo -derecho á conservarla, estoy pronto á devolverla. - ---¡Santo Dios!--dijo cortesmente la abadesa.--Hizo divinamente; que -usted la disfrute mil años. Le quería á usted mucho, y bien puede -usted rogar por ella, aunque creo piadosamente que es ella la que debe -interceder por nosotros. - ---¡Ojalá que de aquí á un año les regale yo á ustedes en compensación -de la tabaquera, una Santa Catalina de plata maciza!--añadió -Gastón.--Si algo la ocurre á usted que mandarme... Esta tarde misma -necesito salir para una finca que tengo allá en Galicia, en la Puebla -de Beirana... á no ser que necesiten ustedes ordenarme cualquier cosa -relativa al entierro de la tía, que entonces... - ---Que Santa Catalina le dé á usted feliz viaje,--contestó la abadesa -sonriendo, mientras el mozo besaba respetuosamente la manga de su -hábito. - - [Ilustración] - -Al salir del locutorio Gastón entró en la iglesia. Empezaban los -preparativos del funeral y se alzaba en el centro el túmulo, vestido de -paños negros orlados de galones de oro apagado y mustio. El monaguillo -arreglaba las hachas en los grandes hacheros. Á poco bajaron la caja -forrada de paño negro también y el sacristán ayudó á colocarla sobre el -catafalco. Cuatro ó seis caballeros de la Orden, avisados temprano, -mal despiertos aún, iban acomodándose en los bancos de la nave. Uno de -ellos, el conde del Sacrovalle, divisó á Gastón apoyado en un pilar, -y le llamó con la mano, brindándole sitio en el banco, á la cabecera. -Encendidos los altos cirios, cuya llama amarilla chisporroteaba -vivamente, poblóse el altar de sacerdotes con negras vestiduras, y -en el coro aparecieron las siluetas de las monjas, visibles tras el -espeso enrejillado de madera. El órgano empezó á quejarse, acompañando -las voces de los sacerdotes que clara y ahincadamente entonaban las -plegarias y las invocaciones graves, tan humanas en su terror, del -Oficio de difuntos. Gastón escondía la cara en el pañuelo. Sentía -como si unos dientes sutiles y agudos se le hincasen dentro, muy -adentro, á su parecer más allá del corazón, en un lugar que, por lo -recóndito y lo sensible, debía de ser el ápice de la conciencia. No -podía Gastón atribuir tal efecto al dolor de haber perdido á doña -Catalina: si es cierto que la quería bien, poco lugar ocupaba en su -vida; ningún vacío le dejaba la Comendadora: sus muchos años hacían -de su muerte algo previsto, que no arrancaba lágrimas. No: lo que -sentía Gastón era un torcedor íntimo, una cólera secreta contra sí -propio, esa sensación oscura que lentamente se condensa para formar -el sentimiento de la responsabilidad moral. Era la detestación de -nosotros mismos, la censura,--más que ninguna severa,--que hacemos de -nuestros propios actos; era el juez interior que tantas veces duerme, -pero que cuando sacude la modorra nos registra el alma y nos condena -sin defensa ni apelación, porque tiene las pruebas, la evidencia en -la mano... Del enlutado ataúd, Gastón creía que se elevaba una voz, -preguntando:--¿Eres cristiano?--Y que el juez, el rígido juez de negra -toca, respondía:--Como si no lo fueses... Lo has sido en el nombre, -¿pero en los hechos? ¿Cuándo te has acordado tú de Dios? ¿Cuándo has -pensado en el prójimo? ¿En qué y cómo has dilapidado tu hacienda? Buen -comer, regalo, deleites, ociosidad... ¿Y qué más hicieras si fueses -pagano? ¿Eras cristiano cuando al salir de una cena desordenada, en una -noche fría, por no desabrocharte el gabán de pieles no dabas limosna? -¿Eras cristiano, ni aun caballero, cuando por un quítame allá esas -pajas, en aquella solitaria encrucijada del bosque de Bolonia, le -abrías la cabeza á tu mejor amigo? ¿Eras cristiano, ni aun caballero, -cuando con tu derecha apretabas la mano del duque de Argentán, mientras -en tu izquierda crujía un diminuto billetito de su esposa? ¿Eras -cristiano cuando?...--La lista fué larga, y Gastón seguía con el -pañuelo sobre el rostro, escuchando al inflexible juez.--¡Y todavía -te indignas porque, aprovechando tus horas de culto á los ídolos, un -bribón te ha robado la bolsa! Para lo bien que tú la empleabas... ¡Y -todavía serás capaz de desenterrar el tesoro de Landrey, y darle el -mismo paso, iguales despachaderas que á la hacienda que te dejó tu -madre! ¡Ay de tí, si con tal objeto descubres ese tesoro! ¿No sé yo -acaso que ayer, al soñar con él, pensabas en nuevos goces, en nuevas -locuras?...--Y aquí el invisible juez tomaba forma humana: era doña -Catalina, del color de la cera, con los párpados cerrados, la nariz -afilada, la boca sin labios, las manos en los puros huesos, toda ella -de una catadura tan espantable y temerosa, que Gastón quitaba el -pañuelo y miraba al ataúd con ojos de loco... - - [Ilustración] - -Entretanto resonaban los sublimes acentos del _Dies iræ_, y el viejo -conde del Sacrovalle decía al derrengado marqués del Altocueto: - ---¿Sabe usted que noto al sobrino muy afligido? Tiene buenos -sentimientos ese muchacho... - -La misma noche, en el tren correo, salieron Telma y Gastón hacia el -Noroeste, con rumbo al castillo de Landrey. - - - - - V - - Landrey - - -De tres maneras tuvieron que viajar Gastón y su leal servidora -antes de sentar el pie en el castillo: al dejar el tren, tomaron la -diligencia que por una carretera provincial descuidada conduce á -la Puebla de Beirana, y antes de llegar á la Puebla alquilaron dos -peludos y trasijados rocines con su espolique y bagajero, para el -trozo sin camino practicable que conduce á «las torres.» Al pronto, en -aquella hora del crepúsculo, Gastón no distinguió, de su casa solar, -sino una masa informe, un hacinamiento de construcciones pintorescas -destacándose sobre el fondo de un celaje verde claro, más bien que -azul, realzado al poniente por una franja de oro pálido, blanco casi. -Armado de una vara de mimbre cortada en un seto, Gastón arreaba á su -fementida cabalgadura, cuyos cascos golpeaban duramente la calzada -de piedras, desasentada ya é invadida por las hierbas, que conducía á -la alta puerta del patio de honor, flanqueada por cubos ó tamboretes, -y superada por gallardo escudo con penachos de hiedra. La decoración -entrevista parecióle grandiosa. Al mismo tiempo, sintiendo que le -lastimaba la grosera albarda del jaco, se acordó de sus lindos _poneys_ -de París, hoy vendidos, y pensó con melancolía que probablemente -nunca le sería dable oprimir el lomo de otro animal tan fino y tan -ardiente como _Digby_, hijo del famoso _Douglas I_ y de la yegua árabe -_Zelmira_, traída de Argel por el coronel de spahis La Morlière... El -_hombre viejo_, el civilizado epicúreo, renacía ya, sin querer. - - [Ilustración] - -Ocurriósele, además, que iba á pasar una noche de perros, y varios días -y noches no más agradables, porque el tal castillote debía de estar -incivil, después de tantos años que no se habitaba. El mayordomo, de -quien sólo sabía Gastón que se llamaba don Cipriano Lourido, y que era -alcalde de la Puebla, si bien no había sido avisado de la llegada -del amo, una cama, al menos, se la podría ofrecer. Con esta confianza -empujó la cancilla de troncos sin labrar que sustituía al portón -bardado de hierro, y penetró en el patio, llamando á gritos por alguno. -Telma, apeándose ágilmente, comenzó á gritar también. El áspero ladrido -de un perro fué la única respuesta. La puerta del castillo estaba -cerrada á piedra y lodo. Por fin, á una ventana con reja se asomó un -rostro lleno de arrugas, y una vejezuela preguntó con hostil acento: - ---¿Quién anda por ahí? - -Telma, en dialecto, respondió, no menos enojada: - ---Es el amo, el señorito, el dueño de esta casa, y si no abrís pronto, -veréis lo que os sucede. - -La bruja desapareció, y por diez minutos no se oyó nada; diríase que -era un castillo encantado. Entonces el bagajero, rascándose la cabeza -con sorna, dió su parecer: - ---Convendría que el señorito bajase á aposentarse en la Puebla, porque -don Cipriano Lourido había más de cuatro años que no vivía en el -castillo; como que tenía en la plaza una casa muy magnífica... Allí, en -el castillo, sólo estaban unos caseros, puestos por Lourido mismo... -Era dudoso que abriesen á tales horas.--¿Y por qué no me dijiste eso -cuando me bajé de la diligencia, pavisoso?--exclamó Gastón. - ---¡Señorito... porque no me preguntaban...!--repuso el bagajero con -gran flema. - -Iba el castellano de Landrey á montar en cólera, cuando corrieron -unos rechinantes cerrojos, abrióse la puerta, y el casero, receloso y -humilde, apareció murmurando: - ---Buenas noches nos dé Dios... - -Á la luz de una mala candileja de petróleo, subió Gastón la escalera de -piedra que conducía á un piso alto. Eran aposentos vastísimos, salones -más bien, con desconchadas pinturas al temple y restos de un mobiliario -que debió de ser suntuoso, pero que se caía á pedazos, destruído por -el abandono y la humedad. En algunas partes el techo se encontraba -agujereado, y el chorreo de las goteras había podrido el piso, cuyos -carcomidos tablones cedían bajo el pie. Notábanse también sitios -vacíos donde habían existido muebles, y tablas arrancadas, quién sabe -si para cebar el fuego en una noche de invierno. Telma, recorriendo -todas las habitaciones mientras Gastón comprobaba estos detalles, -volvió despavorida: ¡no había sábanas, no había manteles, no había -comida, no había leña, no había nada, nada, y allí era imposible vivir! - ---Una noche se pasa de cualquier modo, mujer, y mañana Dios -dirá,--respondió el mozo haciendo de tripas corazón.--Aún tenemos -fiambres del viaje, y hay media botella de ponche sueco. Dormiré -envuelto en mis mantas, y tú te arreglarás con tus mantones. -Paciencia... - ---Yo, si lo siento, es por el señorito,--contestó la criada.--Lo que -es por mí... ¡Ay, señorito! este castillo pone miedo á cualquiera. -Cuando salí de aquí tenía yo dos años; me llevó consigo doña Catalina, -que me quería mucho, y después quedé con don Felipe, su abuelo de -usted, que en paz descanse... No sé cómo estaría esto en vida de don -Martín. Pero siendo ya muchachona, vine á asistir á mi padre cuando -murió, y me acuerdo muy bien de que aquí no faltaba cosa ninguna: ni -el mueble de seda, ni las camas con adornitos de metal, ni la blancura -en los armarios, ni los relojes riquísimos, que los trajera don Martín -de Inglaterra... Mi padre lo cuidaba todo, y daba gloria ver estas -habitaciones. Pues no ha pasado tanto tiempo, ¡treinta y tantos años! -¿Dónde va la riqueza que aquí había? El casero dice que á él se lo -entregaron así... - - [Ilustración] - -No hizo objeciones Gastón, y aunque ardía en deseos de registrar su -morada, comprendiendo que sin luz sería imposible, resolvió despachar -el ala de pollo y la terrina de hígado trufado que aún le quedaba, -y enrollando al cuerpo la manta, se tendió sobre un canapé Imperio, -desvencijado, ratonado y con hernias de pelote. - -Ya se deja entender que dormiría medianamente, y que no fué menester -que le despertase el vigilante gallo. Á la primera luz matutina se puso -en pie molido como cibera, y sacudiéndose y esperezándose, examinó -mejor la sala donde había pasado la noche, encontrándola, si cabe, -más maltratada y lastimosa. Sin embargo, una nota alegre y fresca le -regocijó; era una golondrina, que entrando por la ventana sin vidrios, -exhaló un pitío al huir asustada de la presencia de un ser humano. - -Al pronto Gastón, sorprendido, ni recordaba por qué estaba allí, en -aquel desmantelado salón. Recordó de súbito, y la idea del tesoro se -le figuró entonces un gracioso disparate, inspirado en una novela -del género de Ana Radcliffe.--¡Haber venido aquí por eso!--pensó, -embromándose á sí mismo. La verdad es que no era por eso sólo; también -huía de la trapisonda de sus asuntos en Madrid, de las caras compasivas -ó desdeñosas que suelen ver los tronados; huía de los compromisos, del -veraneo en Biarritz ó en Bélgica, en el suntuoso _château_ moderno -de la Casa-Planell, de todo lo que antes formaba su placer y su -costumbre... Volvía á Landrey, á la casa de la familia, arrojado por -la tempestad.--Sin embargo, el tesoro había sido la estrella de su -peregrinación... «¡El tesoro!» Llamó risueño á Telma, y sacando de la -cartera algunos billetes,--porque el día de la marcha había mal vendido -á la _Pimiento_, corredora de alhajas, diez alfileres de corbata -primorosos, entre ellos el de la _lágrima negra_, perla muy rara que -perteneció á Sara Bernhardt,--dijo perentoriamente: - ---Hoy mismo traerás de la Puebla lo necesario para tí y para mí... Ropa -blanca sobre todo... Buscarás un carpintero y un albañil... ¡ah! y un -vidriero... Hay que poner habitables dos dormitorios, un comedor y la -cocina... Después veremos... - ---Beba el señorito esta leche,--suplicó ella presentándosela en -grosero cuenco de barro. - -Gastón la bebió de bonísima gana, y Telma añadió: - ---¡Si viese cómo escondían la vaca y regateaban la ordeñadura los -bribones de los caseros! Se la he sacado á tirones... - ---¡Págales, págales su leche! - ---¡Valientes pillos! ¡Como si no fuesen del señorito los prados y el -dinero de la aparcería y el establo y todo!--refunfuñó Telma saliendo -con aire belicoso, dispuesta á volver patas arriba la Puebla en un -santiamén. - -Emprendió Gastón la exploración del interior de su residencia, y volvió -á comprobar su estado lamentable. Lo que más le llamó la atención fué -que, aparte de la acción del tiempo y del abandono, había sitios en que -colaboraba con ellos la mano del hombre. En los techos, sobre todo, -notábanse huellas de vandalismo; las vigas arrancadas y el pontonaje -descubierto. Varios salones, amueblados antaño, carecían de mobiliario, -no quedándoles más que algunas sillas cojas, ordinarias, que jamás -debieron de pertenecerles. Y, cosa más singular aún, en las paredes, -donde no era posible que el edificio hubiese sufrido tanto, á raíz del -piso, notábanse grandes espacios que sin duda se habían desmoronado, -cuidadosamente recompuestos con recebo y llano muy recientes. - -Buscando la escalera por donde penetraron la noche anterior, Gastón -salió al vasto zaguán, y de allí al patio, deseoso de dar un vistazo á -la parte exterior del castillo. En la tupida vegetación que alfombraba -el patio, sólo blanqueaba un sendero, abierto por el paso de la gente. -La fachada que caía á este patio era la del cuerpo de edificio donde -había dormido Gastón; fachada relativamente moderna, de mediados del -siglo XVIII, que decoraba una portada con columnas corintias y un -escudo barroco con casco y cimera de plumaje enroscado. - - [Ilustración] - ---Este es,--pensó Gastón,--el Pazo, construído por mi tatarabuelo, á -quien debía de parecerle, y con razón, muy incómodo el castillo. - -Á la derecha alzábase una tapia, la del huerto, cuyos manzanos y -perales sobresalían del caballete, y á la izquierda una recia poterna -abovedada daba acceso al recinto del castillo. Faltaba la puerta, y -Gastón se metió libremente en el recinto donde, como guerrero símbolo -de gloria, crecía denso matorral de laureles, árbol que vive á gusto -entre las piedras. Desviando aquella maleza aromática y trepando por -una brecha del derruído parapeto, llegó Gastón al segundo recinto, y -rodeándolo se halló al pie de la blasonada puerta de medio punto, de -bien cortadas dovelas. Era la torre del Homenaje, todavía erguida y -almenada, y que dominaba al conjunto propiamente llamado el castillo, -obra que en el fino ajuste de sus piedras y en la solidez y elegancia -de sus proporciones, así como en el diseño ojival de sus ventanas, -proclamaba á voces ser construcción del siglo XV, época de esplendor -para los señores de Landrey, ya entonces bien arraigados en el país, y -siempre protegidos de los reyes de la casa de Trastamara. Prolongábase -el recinto fortificado hasta mucho más allá de la torre, y formaba -una especie de arrecife sobre el valle, indicando cuánta tuvo que ser -la resistencia y poderío de aquel castillo, frecuentemente amenazado -en las guerras de Portugal y en las luchas intestinas que señalaron -el advenimiento al trono de la primera Isabel, en perjuicio de doña -Juana, la _Beltraneja_. Parte del recinto, el que gozaba del mediodía, -se había utilizado para construir el Pazo y plantar el huerto; en -otra parte se cosechaba maíz; pero todo un lado, el que dominaba el -río, encontrábase lo mismo que en tiempo de los Landrey belicosos; -derruídos paredones, zarzales, y hasta robles ya corpulentos obstruían -los baluartes á los cuales el río servía de inexpugnable foso natural. -En la parte más saliente de la especie de península que formaba el -conjunto del castillo, Gastón se detuvo al pie de otra torre, ó por -mejor decir, de las cuatro paredes ya en parte desmoronadas de un alto -y angosto torreón, erguido y majestuoso, negruzco y cayéndose de vejez -con saeteras y pocas y estrechas ventanas, á todas luces muy anterior -al castillo. Aquel era el verdadero solar, la primitiva madriguera -del compañero de Beltrán Claquín, del hijodalgo bretón que vino á -hacer casta en tierra española; y Gastón, penetrado de cierto respeto -inexplicable, se paró al pie de la torre, cuya puerta, muy baja, -obstruía un montón de piedras. - - [Ilustración] - - - - - VI - - El Norte - - -En esta exploración del conjunto de Landrey se le había pasado la -mañana á Gastón, pues era vasto el circuito, las construcciones muchas, -y el mozo, imbuído y guiado sin advertirlo por la secreta ilusión del -tesoro, se detenía involuntariamente más de lo razonable á reconocer la -configuración de una muralla, ó la dirección de un pasadizo. Despierto -el apetito con el aire puro, volvióse á casa á esperar á Telma, que de -allí á poco apareció por la calzada seguida de un borrico cargado de -trastos y de dos fornidos gañanes portadores de varios bultos y líos. -No se desdeñó Gastón de ayudar á la descarga, hecha la cual, Telma -se dió prisa á aderezarle algo que comiese, dejando para después el -acomodo del ajuar. - ---Señorito,--advirtió Telma alzados los manteles,--casi no he gastado -nada, porque no encontré dónde comprar ropa ni colchones. Todo viene -prestado; ¿y sabe quién nos lo presta? ¡El caifás de Lourido! Del lobo -un pelo. Me salió al encuentro, hecho pura jalea, y tumba conque el -señorito no debía venir sin avisarle, y vuelta conque fuese á parar -en su casa, donde hay todas las comodidades, y que aquí el señorito -no puede vivir. Y ahí tiene, que los colchones son de don Cipriano, -y las mantas de don Cipriano, y el quinqué de don Cipriano, y sólo -pude comprar el mineral, los platos, las ollas y las sartenes... Para -eso, don Cipriano me obsequió con un paquete de café molido, y unos -dulces... ¡Si levantase la cabeza doña Catalina y viese al señor de -Landrey obsequiado por Lourido, que llegó á casa en pernetas--bien me -acuerdo--y que la primer noche le hizo mi padre fregar con estropajo -la cara, porque daba asco de tanta roña! ¡Si traía el hombre -cazcarrias del año que se las pidiesen! - ---Telma,--preguntó Gastón interrumpiéndola,--tú que has vivido mucho -tiempo en esta casa, explícame... Aquí hay una torre muy vieja, muy -vieja. ¿La recuerdas habitada alguna vez? - ---¿Dice esa tan negra, tan fea, que le llaman de la Reina -mora?--respondió Telma riéndose. - ---¿De la Reina mora?--repitió Gastón sorprendido. - ---¿No sabía que tiene ese nombre? Verdad que como el señorito no ha -estado aquí nunca... Esa torre, señorito, es la abuela de todas, la -que dicen que se edificó primero, hace una barbaridad de años. Y -también cuentan... ¿pero quién da crédito á mentiras? que en esa torre -estuvo presa una mora, muy guapísima, una reina de allá entre ellos, -que la trajo de la guerra un señor de Landrey; y que la mora se puso -muy triste de verse así emparedada, y se quedó seca, seca, hasta que -se murió, y que la enterraron con unas alhajas que tenía magníficas, -collares y pulseras, y pendientes y muchas preciosidades, allí mismo -debajo de la torre, en una cueva atroz que no se sabe á dónde va á -parar... ¡como que anda diez leguas arreo por debajo de la montaña! -¡Cuentos, cuentos!--añadió Telma echándola de espíritu fuerte. - -Oía Gastón con palpitante interés. La popular conseja, enlazada en -su imaginación á los datos auténticos que él solo conocía en el -mundo, le causaba una excitación indescriptible. En su exploración -matinal no había dejado de orientarse y de advertir que la caduca y -semidesmoronada torre caía al Norte con tal precisión como si fuese -la aguja imantada y Landrey un inmenso navío. Recordaba las palabras -del manuscrito, que se había aprendido de memoria: «Hallarás lo que -buscares, si guiado por el Norte...» Á hacer su gusto, inmediatamente -se volvería á la torre, para seguir registrando, ya con doblada -insistencia, sus piedras reveladoras; pero se lo estorbó una visita -intempestiva, la del señor Lourido en persona, que apeándose de una -redonda y bien cuidada yegüecilla castaña, subía las escaleras todo lo -apresuradamente que su obesidad permitía. La adversidad había empezado -ya á adiestrar á Gastón, y el instinto le dictó recibir al apoderado -con muestras de cordialidad y contento, lo mismo que si estuviese -encantado de sus buenos oficios y hubiese hallado á Landrey en el -estado más floreciente. - - [Ilustración] - ---Á éste es preciso verle venir,--pensó mientras observaba con atención -la cara de don Cipriano, tosca y vulgar, colorada y morena, pero con -rasgos de incomparable astucia y disimulo en los diminutos y recelosos -ojuelos, en la arremangada nariz y en la voraz y blanquísima dentadura, -que conservaba intacta á los cincuenta y cinco años. - -Don Cipriano venía, claro es, á saludar al señorito; á dolerse de que -no le hubiese prevenido de su llegada, en cuyo caso le esperaría en la -estación, y le traería mejor montado y atendido, no á Landrey, sino -á la Puebla, porque estarse en Landrey era una locura, y el señorito -no debía tardar nada en bajar á residir en casa de don Cipriano, donde -podrían muy en paz tratar de los asuntos--y Lourido recalcaba la -palabra, dándole especial significación. - ---Mil gracias,--dijo Gastón con cortesía;--pero yo he venido para -vivir en Landrey. Me dolía que este castillo estuviese deshabitado, -abandonado... - ---Se han hecho en él muchísimas reparaciones, señorito,--contestó -precipitadamente el apoderado,--y eso que no había... (ademán expresivo -de refregar el pulgar contra el índice). Yo no cesaba de remendar... (y -así diciendo, señaló á la pared). - ---Ya veo que ahí se ha trabajado,--declaró Gastón,--pero en cambio, las -vigas de los techos parece que están arrancadas á propósito... - -Dijo estas palabras Gastón en tono chancero, para que no sonasen á -reprensión, y no pudo menos de sorprenderle el efecto que causaron -en Lourido, cuyos ojos cautelosos é inquietos se revolvieron en las -órbitas á estilo de los del ratón cogido en la ratonera y que no sabe -por dónde salir. - ---El señorito,--articuló al fin con voz turbada,--no sabe lo que es -una casa vieja... Allá por las tierras donde anduvo el señorito, las -casas son nuevas... ¿Piensa el señorito que las vigas son de hierro? -¡Los años pueden mucho... las vigas se caen!... - ---Ya lo sé,--respondió Gastón diplomáticamente.--Comprendo bien que -habrá usted tenido que luchar con mil dificultades... No, si no es que -me queje. Al contrario: tengo que darle á usted las gracias por todos -los trastos que hoy me envió. Si no es por usted, no duermo entre -sábanas... - ---Créame el señorito,--insistió Lourido ya más sereno.--Véngase á la -Puebla, y no viva más entre polilla y _ratas_. En mi choza no carecerá -de nada. - ---Ya me han dicho que tiene usted la mejor casa del pueblo...--murmuró -Gastón,--y se la envidio, pero por ahora quiero estarme entre estas -paredes ruinosas. - ---El castillo está cayéndose; si el señorito piensa hacer obras, -mírelo bien antes,--indicó Lourido;--porque le tiene que costar miles y -miles de pesos... Ya hablaremos de esto, señorito, porque usted ignora -muchas cosas de que yo le puedo enterar, y le conviene, antes de dar -paso ninguno: el que llega de fuera viene con los ojos cerrados: sería -una lástima meterse en trifulcas. - ---Ya bajaré á la Puebla á tratar de eso con usted,--repuso Gastón, -disimulando la ironía,--y crea que sin su acertadísimo y amistoso -consejo no emprenderé nada. En efecto, estoy á ciegas. - ---Me parece que sí,--declaró perentoriamente el apoderado, cada vez más -tranquilo, y reventando de importancia. - - [Ilustración] - -Prolongáronse visita y ofrecimientos hasta muy entrada la tarde, y -Gastón, por aquel día, renunció á curiosear sus dominios. Acostóse -con las gallinas, y madrugó al día siguiente, saliendo cuando la -aurora principiaba á dorar las cimas del hemiciclo de montañas que -por dos lados circunda á Landrey. Si altas razones de discreción no -nos lo vedasen, aquí venía á pelo especificar dónde se extiende esa -comarca deleitosa; pero sea lícito decir que Landrey está situado -en la falda de una de las sierras en que espiran, entre los cabos -Ortegal y Finisterre, las últimas ondulaciones, apenas sensibles, de -la cordillera Cantábrica. Gastón, al dirigirse tan de mañana á la -torre, llevaba el propósito de trepar hasta su mayor altura y dominar -el panorama completo. No sin trabajo consiguió salvar las gruesas -piedras y los escombros hacinados ante la puerta, y muy arañado de -manos saltó al interior. Era mayor allí la ruina. Trozos enteros -de pared, desmoronándose, habían atascado la sala baja, siendo muy -arduo reconocer su forma. Gastón ascendió por los escombros hasta -poner el pie sobre una de las piedras salientes donde se sostenía la -escalera y la armazón del piso. Aprovechando este auxilio y las mismas -desigualdades de la pared, y no sin riesgo de caer de cabeza sobre los -derrumbados sillares; cogiéndose á las plantas parásitas que cedían -bajo su mano, y con una audacia loca, logró llegar á donde aspiraba; á -la ventana del último piso de la torre. Ya en ella, pudo acomodarse con -toda seguridad, pues el hueco de la ventana, con sus dos poyos, formaba -una especie de gabinete, y ofrecía asiento seguro su antepecho. El -elegante marco de la esbelta ojiva encerraba un cuadro maravilloso. - -Gastón, al pronto, sintió mareo. La torre, por aquel lado, se fundaba -en escueta roca que descendía al río, si no tajada, al menos en rápido -declive; natural defensa que no habían desaprovechado los fundadores. -Al fin se serenó Gastón, familiarizándose con la altura, y requirió sus -gemelos marinos, de los cuales viajando no se separaba nunca. Graduólos -y se recreó en el paisaje. La sierra apenas dibujaba, en lontananza, -sus crestas blandas, de un violeta suave, como el de un collar de -amatistas, y al pie de la torre, el río, uno de esos ríos gallegos -profundos y callados, que ni se secan ni se desbordan, iba ensanchando -su curso hasta desembocar en el mar, formando antes la apacible ría que -baña el arenal de la Puebla, reluciente á los primeros rayos del sol -como polvillo de oro. La línea del mar era de rosado nácar con vetas -de azul turquesa, y los grandes bosques, en la vertiente, de un verdor -fino, primaveral. Una paz encantadora, una alegría juvenil ascendía de -la naturaleza, que parecía salir de un embalsamado baño de rocío. - - [Ilustración] - -La Puebla la veía Gastón tan distintamente, con su caserío blanco de -techos rojos entreabiertos á manera de abanico de cinco varillas--las -únicas cinco calles algo importantes del pueblo--que hubiera podido -contar las casas, como podía contar las lanchas pescadoras que, -izando la airosa vela latina, se desparramaban ya por la opalizada -extensión del mar. La plaza de la Puebla se le metió por los oculares -á Gastón, y vió, en la torre de la humilde iglesia parroquial, el -entrar y salir de los pájaros, y la cuerda de las campanas. Frente á -la iglesia, haciendo esquina con el Ayuntamiento, se alzaba nueva, -flamante, una estupenda casa, horrible grillera de cuatro pisos y -bohardillón, toda reluciente, pintorreada de verde rabioso, con triple -galería de cristales, y encima de la puerta una charolada lápida -de _seguros mutuos_, testimonio de sabia previsión en el dueño... -Cuando el señorito de Landrey tenía asestado su anteojo al palacio de -Lourido,--no podía ser menos,--en una de las galerías, muy adornada de -enredaderas, aparecieron dos mujeres, una joven y otra madura, ambas -desgreñadas, en faldas y justillo, recién salidas de la cama, porque -se desperezaban aún. La joven, á lo que se percibía con ayuda de los -gemelos, era fresca, colorada, blanca, y una copiosa melena rubia, -suelta, flotaba desordenadamente por su cuello y hombros. «Es la hija -de don Cipriano,» pensó Gastón; y por resabios malos, aferró el anteojo -y encandiló el mirar. Una mímica expresiva de las dos mujeres indicó -que discutían y se enzarzaban; el displicente gesto de la doncella, sus -ademanes y rabotadas, respondían á los airados manoteos de la dueña, -asaz puntiaguda de huesos y de muy fea anatomía. De pronto la vieja -agarró un brazo de la joven, y ésta, desprendiéndose como una culebra, -enseñando el puño, huyó al interior del aposento. La galería quedó -desierta... - -Varió entonces la dirección del indiscreto anteojo, y torciéndolo á -la derecha, admiró los manchones de castaños, y más allá los sombríos -pinares. De un campanario semioculto entre arboledas, le trajo el -viento el argentino son de la campana tocando á misa. Al herir sus -oídos este toque familiar, tan gozoso en el campo, cuya soledad -dulcifica, en el cristal de los gemelos se encuadró una vista nueva, -no observada hasta entonces. Era una quinta con su huerto, cercada por -una tapia de mampostería: la casa no parecía nueva, sino restaurada; -el balconaje de arcos de piedra que tenía al frente denunciaba la -reparación. Por las columnas trepaban rosales floridos, y delante de la -casa, un jardín á la inglesa rodeaba un estanque natural, ó diminuto -lago, sombreado por árboles péndulos. Más lejos, el jardín frutal y -varias dependencias, una era y un hórreo grande, indicaban que allí no -se cultivaban sólo flores y plantas de adorno. Cuando Gastón notaba -este detalle, de la casa salió corriendo un niño, y tras él un perro -negro, saltando y haciéndole fiestas; minutos después, una mujer -vestida de claro, cubierta la cabeza con anchísimo sombrero de paja, se -reunió al perro y al niño. No era fácil detallar á aquella distancia -las facciones de la dama del jardín; pero que era dama, se conocía á -tiro de ballesta, en los movimientos, en la esbeltez de la silueta, y -hasta en el sombrerón, que se quitó un instante; entonces Gastón pudo -distinguir que tenía el pelo oscuro. La dama asió al niño de la mano, -le halagó y se lo llevó hacia los árboles, donde el grupo desapareció. - - [Ilustración] - - - - - VII - - La torre de la Reina mora - - -Estas últimas vistas del anteojo tuvieron la virtud de dejar pensativo -á Gastón. No había cumplido los treinta, y estaba preparado por su -vida anterior, por la atmósfera de molicie y sensualidad respirada, -á que la mujer, en el hecho de serlo, le causare efecto perturbador. -No era Gastón un vicioso libertino, y esta verdad la llevaba escrita -en la tersura de sus sienes, en la humedad y brillo de sus ojos; pero -como ningún freno moral conocía desde la pérdida de su madre; como -á nada serio había aspirado; como no enderezaba su existencia hacia -ningún fin, el capricho y epicureísmo egoísta se habían apoderado de -él, tomando cuerpo en esos juegos y antojos de la imaginación y de los -sentidos, sueltos como potros brincadores. - -Bien registrado el panorama, quiso Gastón bajarse de su observatorio. -El descenso era más peligroso aún que la subida, y dos ó tres veces -creyó que caería precipitado. Al fin se vió salvo sobre los escombros, -y entonces, olvidado ya de otras fantasías, se dedicó á examinar las -ruinas hacinadas. No pudo menos de fijarse en que alguna de las piedras -caídas ofrecían el aspecto, no de haberse desmoronado por la acción del -tiempo, sino de ser arrancadas violentamente. Hasta mostraban aristas -rotas por el hierro. Estas piedras señaladas así ocupaban un ángulo -de la torre, y formaban un montón bastante alto; sin embargo, Gastón, -resueltamente, hizo rodar dos ó tres de la cima, y vió con sorpresa -que el montón cubría una puertecilla muy baja. Apartó más piedras, -descansando cuando le fatigaba aquel trabajo rudo, y después de mucho -bregar, logró descubrir de la puertecilla lo bastante para dar paso -al cuerpo de un hombre. Mal como pudo, por ella se coló, encontrándose -en un pasadizo angosto, abovedado, torcido, en declive, y tan bajo -de techo, que Gastón lo seguía encorvándose hasta la tierra. Pronto -terminaba el pasadizo, en el primer peldaño de una escalera de caracol -de piedra, no menos estrecha y angustiosa. - -Bajóla Gastón encendiendo fósforos, pues la obscuridad era completa, -y por la dirección de aquel conducto juzgó que debía de hallarse á -la izquierda de la torre, hacia el castillo propiamente dicho. Hasta -veintiún peldaños contó Gastón, y al concluir de bajarlos, desembocó en -un aposento subterráneo, sin rastros de ventilación ni de luz, redondo -y abovedado también. No podía dudar que fuese un calabozo, el _in -pace_ de la torre feudal. Gastón había oído hablar de estos _in pace_, -creyendo siempre que sólo existían en la imaginación de los novelistas -y de los arqueólogos; y al encontrarse en aquel lugar donde supuso que -habían languidecido los enemigos del poderoso señor de Landrey, se -estremeció profundamente. Repuesto, y encendido otro fósforo, examinó -la mazmorra, movido por un interés que ya nada tenía de humanitario. -¿Descubriría allí, por felicísima casualidad, el _camino que seguían -los antiguos_, la veta que guiase hasta el filón áureo del tesoro? -Fosforito tras fosforito, Gastón reconoció las paredes y el techo, -que tocaba con la mano. Una vegetación verdosa, húmeda, resbaladiza, -cubría las piedras, pero no había en ellas señal de abertura, de reja, -de argolla, ni de ninguna otra particularidad de las que indican una -entrada secreta. Los sillares eran gruesos, sólidos, bien trabados, -y el pavimento tampoco presentaba nada de anormal; raso como las -paredes, sin indicio de trampa ó sumidero. Golpeó Gastón por todos -lados, y no sonó á hueco. Entonces fatigado ya, con las yemas de los -dedos abrasadas, desanduvo el camino, y salió á ver el sol, á respirar -libremente. - - [Ilustración] - -Rióse de sí mismo. ¿Pues no había entrevisto, en su fantasía, el -tesoro? Sentóse en los escombros, y, cogiéndose la cabeza entre las -manos, concentró el pensamiento en la hipótesis. Todas las fuerzas de -su inteligencia se pusieron en juego, solicitadas por el problema de -que dependía su porvenir. - -¿Existía en realidad el tesoro, no aquí ni allí, sino en alguna parte, -oculto, difícil, pero no imposible de encontrar? ¿Ó era sólo delirio de -un moribundo y una reclusa? Y si no deliraban, si en efecto el tesoro -se depositó en algún escondrijo del castillo, ¿no lo había descubierto -nadie durante los sesenta y pico de años que la mansión de Landrey -llevaba entregada á manos pecadoras? ¿Aquel don Cipriano Lourido, ave -de rapiña cebada en el cuerpo de sus amos, no podría haber olfateado -las enterradas riquezas? - -Al ocurrírsele esta probabilidad, Gastón se fijó en ella, herido -por un destello luminoso. Recordó las vigas arrancadas, las paredes -recebadas de nuevo, las piedras de la torre removidas á mano y -amontonadas como para disimular la puerta, y estas señales extrañas le -pareció que demostraban con elocuencia la sospecha que germinaba en su -espíritu. - ---Si Lourido no descubrió el tesoro, por lo menos lo ha -buscado,--discurrió con lógica.--¿Será esa la explicación de su fortuna -y el cimiento de aquella casa tan maja en la plaza Mayor de la Puebla? - -Otra vez repasó en la memoria las palabras del papelito amarillento: -«Hallarás lo que buscares...» Con la ayuda del plano quemado por doña -Catalina, debían de ser clarísimos los pocos y enigmáticos renglones. -Faltando el plano, un logogrifo. Lourido no tenía ni plano, ni el -papelito siquiera. - ---Le llevo una ventaja,--dedujo Gastón,--y si no acierto es que seré -doblemente torpe que él. - -Volvió á recordar la misteriosa cláusula: «Si guiado por el Norte -siguieres el camino que seguían los antiguos en peligro de muerte...» -¿Cuál podía ser el maldito _camino_? Se golpeó la frente Gastón. -¡Una mina que permitiese á los moradores del castillo, sitiados y no -pudiendo resistir, huir por ignorado subterráneo y salvarse! ¡Una -mina... la mina que las gentes del país prolongaban diez leguas, y -donde creían sepultada á la Reina mora! - -¿De qué manera encontraría la mina? Por dos sitios podía intentarse; ó -desde el castillo mismo, ó donde desembocase: á orillas del río, ó en -la montaña. La única indicación algo exacta era la de «guiado por el -Norte.» Al Norte estaba la torre vetusta, y de ella tenían que arrancar -las exploraciones. Sin embargo, el calabozo no ofrecía resquicios; la -obra subterránea del torreón moría allí. - ---Volveré con una linterna, un pico y una pala,--pensó Gastón, que -lejos de desalentarse, sentía crecer su engreimiento. - -Engolfado en tales propósitos le sorprendió un ruido á sus espaldas. -Eran dos voces, una infantil, otra muy timbrada, de mujer, que -discutían. Antes que se diese cuenta de nada Gastón, un niño como de -ocho años saltó por las piedras hacinadas en la puerta, á riesgo de -torcerse un pie, y con agilidad vino á caer al lado de Gastón, que le -amparó con los brazos, le sostuvo y le libró de un descalabro cierto. -La mujer exhaló un chillido y trepó impetuosamente por las primeras -piedras en seguimiento de la criatura, y Gastón corrió en su auxilio, -gritando: - ---Cuidado, señora... que esas piedras ceden... apóyese usted... - -Ningún caso hizo la señora del ofrecimiento; ligera como una corza -salvó el montón de ruinas, y brincó al otro lado, palpando al niño con -ansiedad. Segura ya de que no se había hecho daño alguno, volvióse á -Gastón diciendo: - ---Mil gracias... ¡Si no es por usted, este diabólico...! - - [Ilustración] - -Mirábala Gastón de hito en hito, sorprendido de la aparición. Tenía -delante á una mujer que representaba de veintiséis á veintiocho años, -alta y bien proporcionada, de gentil presencia. Su traje, singular -en aquel rincón del mundo, era el que prescribe la moda á las -excursionistas; una falda de tartán escocés á cuadros verdes y azules, -bastante corta, polainas de paño sujetando fuerte y holgado zapato de -cuero, y gabancillo de alpaca azul, recto y flojo, sobre el cual un -cuello vuelto, de batista sin almidonar, dejaba libre la garganta. Esta -era morena y mórbida, y remataba en una cabeza que no podía llamarse -hermosa, pero sí expresiva y agraciada. El sol y el aire habían dorado -la tez, y sus tonos de ágata fina aumentaban la luz de los garzos ojos -y la frescura de la boca limpia y grande. El cabello, oscurísimo, se -recogía en sencillo rodete bajo el sombrero marinero de paja amarilla, -sin más adorno que el ala disecada de una paloma. Llevaba la señora -guantes gruesos, de hilo, y á la cintura una escarcela de charol. -Gastón se inclinó, se descubrió y dijo extremando el rendimiento: - ---¡Ojalá fuese verdad que yo hubiese tenido la fortuna de servir á -usted de algo! Soy tan inútil, que ni aún quiso usted que la ayudase á -salvar las piedras... - ---Estoy muy acostumbrada á pasos difíciles,--respondió la -excursionista,--y como usted comprenderá, ahí por los pedregales y los -derrumbaderos no siempre se encuentran señores amables que ofrezcan la -mano... Miguel, hijo mío, dí, ¿no te has hecho mal? - ---¡Qué mal!--chilló el travieso con vocecilla aguda.--¡Si no necesité -del señor! Salté perfectamente solo... - ---Calla, fanfarrón... Si no fuese tu antojo de entrar en la torre de -la Reina mora, no molestábamos á este caballero... Dale las gracias, y -vámonos, que es preciso volver á casita antes que se enfríe el caldo... - ---¡Yo no me voy!--replicó el chico.--¡No me voy sin buscar el tesoro! - -Atónito se quedó Gastón al pronunciar el niño tales palabras. - ---¡El tesoro!--repitió con una emoción que le ponía la voz temblona. - ---El tesoro de la Reina mora,--explicó la dama riendo.--¿Es usted -forastero? Entonces no tiene nada de particular que no sepa que en esta -torre estuvo cautiva una sultana, y la sepultaron con sus alhajas en -una mina descomunal que hay debajo, y que llega hasta los antípodas... - -Gastón sintió frío... En vez de confirmar sus ilusiones, la leyenda, -referida así en chanza, las prestaba color de insensata quimera. ¡La -graciosa boca que se burlaba de la mina, disipaba á la vez los sueños -de oro! - ---Nada de eso sabía, señora,--dijo disimulando el cuidado,--pero si el -tal tesoro anda por aquí, Miguelito y yo lo encontraremos. - ---¡De fijo!--contestó con el mismo aire de buen humor la dama.--En -asociándose... - ---Para que Miguelito y yo nos asociemos--insistió, Gastón,--es -preciso que su mamá nos autorice á ser amigos; y para que se digne -autorizarnos, que sepa quién es el futuro amigo de Miguelito... Me -llamo Gastón de Landrey. - ---¡De Landrey!--repitió ella con acento de sorpresa y simpatía.--¡Es -usted el dueño del castillo! - ---En este momento no,--contestó Gastón galantemente. - ---Gracias otra vez... ¡Landrey!--murmuró la señora como hablándose á sí -misma.--¡Qué bonito nombre! ¡Qué antiguo en este país! ¿Es la primera -vez que viene usted á su casa? - ---Sí, pero me detendré bastante tiempo. - ---¡Bien hecho! Lo merecen estas pobres piedras tan simpáticas y tan -abandonadas. Me alegro en el alma de que esté aquí el señor de -Landrey... y celebro que haga amistad con Miguelito, y que desentierren -los capitales de la sultana, que ya habrán criado moho... Como usted no -va á adivinar mi nombre, me presentaré, aunque sea incorrecto. Me llamo -Antonia Rojas, viuda de Sarmiento, y vivo en una casita de campo, á -poco más de un cuarto de legua de aquí. Si en algo podemos servirle... - - [Ilustración] - ---Conozco la casa. Es más, la he visto á usted en ella... - ---¿De veras? - ---Esta mañanita, á cosa de las seis, en el jardín... Miguelito -estaba cerca del estanque, y usted salió de casa; llevaba usted un -traje claro, y un sombrero mayor que ese... Cogió usted de la mano á -Miguelito... ¡Ah! También había un perrazo negro, muy hermoso... - -Ligero rubor se extendió por la morena cara de la viuda, y Gastón -comprendió que pecaba de indiscreto. Sus reflexiones lo eran, de -seguro, pues giraban alrededor de un punto que realmente no tenía por -qué importarle: - ---¿Esta mujer que la casualidad me trae aquí, es una persona formal? -¿Es siquiera lo que se dice una señora? - -La fatuidad y la extrañeza debían de transparentarse en su cara, porque -la dama, hasta entonces tan franca y corriente, se puso grave, y miró -de soslayo hacia los anteojos marinos de Gastón. - ---Estos son los culpables,--dijo aturdidamente el mozo,--y si usted -les guarda rencor, yo se los ofrezco para que los arroje, si gusta, al -río... - -Antonia Rojas levantó la mirada, rehusó con un gesto digno y afable, y -sin alargar la mano al señor de Landrey, se puso en franquía con pocas -palabras, corteses, pero llenas de reserva y aplomo. - ---¿Me permite usted que la escolte hasta su puerta?--preguntó Gastón -algo contrito. - ---Voy siempre sola con mi hijo, y me he encariñado con esta -costumbre,--respondió la señora trepando ágilmente por las piedras. - ---¿Molestaré á usted al presentarla mis respetos?--insistió Gastón. - ---Al contrario,--fueron las últimas palabras de Antonia, que sonrió un -instante, de despedida, mientras Miguelito daba á su amigo el beso más -voluntario; ese beso abierto y confiado de los niños á la gente que les -ha caído en gracia. - - [Ilustración] - - - - - VIII - - Lourido - - -La aventura preocupó á Gastón, que se entregó á mil conjeturas -impertinentes acerca de la desconocida excursionista. La curiosidad le -inducía á dirigirse aquella misma tarde á la quinta para «presentar sus -respetos,»--como se dice en la hipócrita jerga del mundo,--á la que -había visto en la torre. No se atrevió, sin embargo, porque si la mamá -de Miguelito era una señora cabal, de hecho tomaría por donde quemase -tan inconveniente apresuramiento, y la acogida sería correspondiente -á él. Resolvió, pues, no bajar á la quinta de Antonia Rojas hasta -haberse enterado minuciosamente de la fama, hechos y calidad de aquella -mujer, único medio que ha encontrado la sociedad para prevenir errores -é inconveniencias. Por este sentir mundano de Gastón, comprenderá el -lector que ya se había aquietado el bullir de aquel gusanillo que -empezó á roerle el espíritu en los funerales de la Comendadora... - -Deparó la suerte á Gastón los informes que deseaba más pronto de lo que -pudo imaginar. Vino Telma de la Puebla, á donde había bajado por mil -fruslerías indispensables en toda casa, y trajo un convite de Lourido, -en regla, para el señorito: le aguardaban á comer al día siguiente sin -falta. Como si se tratase de alguna invitación diplomática, Gastón -envió temprano un billete aceptando y saludando á la señora y señoritas -de Lourido. Para asistir al convite se acicaló Gastón... No obstante, -al bajarse de un mal rocín en la plaza; al ver la antipática morada de -Lourido, con su reluciente lápida de seguros mutuos, sólo se acordó -de lo positivo; de que allí dentro habitaba un hombre con quien tenía -pendientes asuntos de interés, y que acaso este hombre se había -enriquecido desentrañando lo que don Martín de Landrey pensó dejar -tan oculto. Subió, pues, las escaleras haciendo coraje y cachaza, y -murmurando entre sí: - ---¿Qué emboscada me preparará este malsín? - -Lourido recibió al señorito bajo palio. ¡Qué honra para él, y para el -señorito Gastón, qué penitencia!... ¡Comer en la pobre choza, él que -estaría acostumbrado á no menos que vajilla de plata y servicio de oro, -en mesas de príncipes! Si no dijo esto mismo el Alcalde, la esencia de -su discurso sonaba á cosa parecida. - -Gastón afirmó que comería divinamente, y entonces varió el registro -Lourido, insistiendo en que no permitiría que el señorito se alojase -más tiempo en tan desmantelada vivienda como Landrey. - ---No le digo á usted que no, don Cipriano,--respondió Gastón aceptando -un puro y sentándose en el sillón del escritorio del apoderado.--Lo -he pensado bien, y es muy tentador venirse á esta casa confortable; -¡Landrey parece un hospital robado! Sólo que no me decidiré mientras -no arreglemos los asuntos. Quisiera hacerme cargo del estado en que se -hallan mis intereses por aquí... Como usted corre con esto... mejor es -para los dos que hablemos de una vez. - ---¡Alabado sea Dios!--respondió el Alcalde de la Puebla revolviendo los -sagaces ojillos.--No hay descanso como tratar las cosas así de _pe_ á -_pá_... Con aplazamientos no hacemos nada. - -Levantóse diciendo esto, y fué á abrir una alacenita de hierro -incrustada en la pared. Trasteó en ella un rato, y al fin sacó en -triunfo voluminoso mazo de papeles, sellados y por sellar; desató el -balduque que lo contenía, y esparció sobre la mesa los legajos que -despedían su olor peculiar á polilla y polvo. - ---El señorito,--continuó,--querrá hacerme el favor de repasar estos -documentos, que son los comprobantes de mi administración desde que el -señorito heredó los bienes... Las cuentas del tiempo de su madre, que -en paz descanse, aprobadas las tengo ahí. Las otras, también, que las -aprobó el apoderado general, don Jerónimo, con poderes del señorito; de -manera que yo, por mi parte, seguro estoy: mi pío es que el señorito -quede contento y tenga satisfacción de que he cumplido con él y con la -casa; y mientras el señorito no diga: «Lourido cumplió,» me molesta á -mí el flato y no estoy á gusto... - ---¿Dice usted,--interrogó Gastón,--que don Jerónimo aprobó esas cuentas? - ---Año por año, ahí obra su firma redonda como un sol,--contestó -Lourido hojeando con viveza los papeles.--Y sepa el señorito que la -casa de Landrey tiene conmigo un crédito... un créditucho... poco, -una cochinada. ¡Verá los comprobantes, verá! Por servir á la casa de -Landrey me veo con el agua al cuello... que á veces me voy á fondo. -¡Nada! Me comprometí, vamos, y busqué el dinero... debajo de tierra. - ---Debajo de tierra se encuentra dinero á veces,--replicó Gastón -haciéndose el distraído, pero espiando la cara del mayordomo, á quien -vió demudarse.--¿De modo que le debo á usted... cuánto? - ---Para el señorito muy poco... Para un pobre como Lourido... un -dineral... ¡Bah! todo lo más serán cuatro ó cinco mil duros... Desde -que le administro, señorito, ni se me han satisfecho mis honorarios, ni -los reparos y las obras que ejecuté en el castillo, con autorización de -don Jerónimo... - - [Ilustración] - ---¿Reparos y obras?--preguntó Gastón, que empezaba á hervir en -cólera.--¡Pero si está aquello inhabitable! - ---Y ¿cómo estaría si yo me descuido? Ruinas nada más. Tuve que -registrar y que afirmar la cimentación... - ---¿La cimentación? Esa obra es la más á propósito para que un edificio -se venga abajo... - -Gastón sentía que un sudor ligero brotaba en sus sienes. Obras, -registros y reparos le daban malísima espina; á cada paso se le hincaba -más en la imaginación el recelo de que Lourido había descubierto el -tesoro; y una ira sorda, pero furiosa, se alzaba en su alma como el -torbellino de polvo en el desierto. ¡Aquel bandido, aquel buitre cebado -en el cadáver de Landrey, engrosado con el espolio de la familia, -quería consumar el robo reclamando todavía un dinero que Gastón no -poseía ni podía reunir, y exponiéndole así á la vergüenza! - ---Además de las obras,--prosiguió Lourido, que no creía sin duda -prudente insistir en tan delicado punto,--hubo que dar labores para -beneficiar las tierras, interponer demandas, sufrir prorrateos, -sostener litigios... y todo lo adelantaba de su bolsillo el presente -maragato. ¡He pasado tragos! Si no fuese que sabía que el señorito -dejar no me dejaba descubierto... Porque cada uno necesita de sus -pobrezas, y por falta de esos cuartos estoy yo boqueando, fuera el -alma, como la sardina cuando la sacan del copo... - -Realizando un esfuerzo heroico, Gastón se dominó. - ---Pues por hoy me es imposible satisfacerle á usted esa deuda,--declaró -resueltamente. - ---El señorito tiene una manera muy fácil de pagar,--indicó felinamente -Lourido.--Con me ceder el señorito las tierras de Landrey... que al fin -nada le valen y el señorito ni se fija en ellas... porque el señorito, -ya se ve, anda por Madrid y por Francia y esto poco le interesa... que -es un rincón... - ---¡Las tierras de Landrey!--repitió Gastón sintiéndose palidecer bajo -la ofensa de la proposición, pero conteniéndose porque veía un rastro -de luz y quería seguirlo. - ---Ya sé que me meto en un perro negocio... sólo que, como el señorito -no puede pagar y á mí me hacen falta los cuartos, tan cierto como que -somos hombres... por salir los dos de esta mala andadura... - ---¿Las tierras... y el castillo? - -Lourido bajó los párpados para que no se trasluciese la llama repentina -de sus ojos diminutos, y, colorado de emoción, contestó reprimiéndose: - ---Ya se sabe... aunque el castillo no vale un ochavo... pero el que -merque las tierras, el castillo ha de mercar; quien lleva la vaca lleva -la soga... - ---¿Sabe usted,--repuso Gastón, á quien el instinto dictó entonces una -conducta salvadora y maquiavélica,--que merece pensarse la proposición? -Yo realmente no tengo gran empeño en conservar estas paredes ruinosas. -Con todo, darlo así, en pago de una deuda... Mi interés me aconseja, si -es que lo vendo, sacarlo á subasta y el que más ofrezca... Ya ve usted -sólo las rentas... - ---¡Ay! ¡El señorito se va á llevar chasco!... Cuando uno quiere vender -es cuando nadie compra... No crea el señorito que _Roschil_ le daría -más que el presente maragato... Si el señorito piensa que es poco... -¡porque no diga que no guardo consideración á la casa!... ¡un par de -miles de duritos más... y eso que me ahorco, me ahorco! - -Gastón iba, sin duda, á responder, cuando sonaron á la puerta voces de -mujeres jóvenes. «Papá, papá,» decían en dos tonos diferentes, el uno -afectadamente fino y zalamero, el otro natural y cariñoso.--«Entrar, -niñas...» Hicieron irrupción en el despacho, y Gastón se levantó y -saludó hasta los pies á las dos señoritas del Alcalde. En la primera, -la del pomposo vestido azul con cintajos amarillos, la del crespo moño, -la de la enharinada tez, reconoció Gastón á la que se desperezaba -tan de mañana en la galería, y pensó que era lástima que se hubiese -tomado el trabajo de componerse, porque era realmente guapa y lozana, -y el ridículo adorno la echaba á pique.--«Si me permitiese pasar un -plumero por esa cara bonita emplastada de polvos de arroz...»--La otra -muchacha, modestamente vestida de hábito del Carmen, era de exigua -estatura y cara macilenta, y cojeaba mucho, apoyándose en una muleta -corta. - ---Esta se llama Florita,--dijo Lourido, presentando á la enharinada con -mal encubierto orgullo.--Y ésta, Concha,--añadió señalando á la de la -muleta.--La pobrecilla padece... - ---Pero no he perdido el buen humor,--declaró espontáneamente la coja, -riendo con ingenua amabilidad. - -Media hora después, Gastón ocupaba, en la mesa de don Cipriano, el -puesto que los anfitriones juzgaron de honor;--entre las dos muchachas, -y frente al ama de la casa, á quien el señorito de Landrey había visto -con conatos de pegar y arañar á la rubia Flora, y que en el festín se -esforzaba por demostrar una inverosímil dulzura melosa, desmentida por -un rostro avinagrado y enjuto.--Abusando de los diminutivos, llamaba -á sus hijas _Floritiña_ y _Conchitiña_; hablaba sin cesar, hasta -causar mareo, de lo inferior de su comida y del gran sacrificio que -hacía Gastón en aceptarla, así como de los méritos y habilidades de -sus niñas, sobre todo de Flora. Gastón supuso que la coja era uno de -esos seres que las familias indelicadas sacrifican, posponiéndolos -siempre á otros más guapos y sanos; y sin querer se interesó por la -muchacha, ocupándose de ella más que de Florita, que estaba colorada -de despecho. Su deseo de atraer la atención del señorito era tan -visible, que le servía, le ofrecía aceitunas y dulces, y ella misma -quiso ponerle el azúcar en el café, á lo cual la animaban expresivas -ojeadas de su madre y densas carcajaditas de su padre, que olvidado, -al parecer, de asuntos, deudas y adquisiciones, se mostraba hecho un -almíbar con Gastón. - - [Ilustración] - -Al través de los incidentes de la comida, Gastón no perdía de vista ni -un instante á su desconocida de la torre de la Reina mora. No sabía -cómo traer la conversación hacia ella, y al fin lo hizo por el medio -más elemental, diciendo con indiferencia aparente: - ---¿Conocen ustedes á una señora de Rojas, que tiene un niño muy -travieso? Ayer les he encontrado visitando la parte más arruinada de mi -pobre castillo... - -Como tocadas por una corriente eléctrica, saltaron Flora y su madre. - ---¡Vamos, ya se le metió á usted por los ojos la viudita!--dijo la -esposa de Lourido en tono de compadecer á Gastón.--¡Eso era de ene! - ---No,--protestó Gastón sin empeño,--me parece que esa señora no contaba -con mi presencia. El chiquillo se entró corriendo en la torre, donde yo -estaba... - ---¡Ay! ¡el chiquillo!--intervino Flora remedando irónicamente el acento -de Gastón.--Sí, sí... ¡al chiquillo le tiene ella bien enseñado! - ---¡Mujer!--exclamó Concha sublevada.--¡No sé cómo dices eso! Es de mala -conciencia pensar ciertas cosas. - ---¿Pero ustedes creen,--dijo Gastón aparentando candidez,--que fueron á -la torre sólo para encontrarme? - -Hubo un duo de risas malignas; Concha se quedó seria. - ---Vaya, aunque es usted de Madrí, parece bien inocente,--declaró la -mamá, con dejos de hiel en la voz.--Los hombres... ninguno ve ciertas -cosas, por más _de_ que salten así á los ojos.--Y al decir esto la -alcaldesa agitaba sus dedos esqueletados. - ---Además,--continuó Flora quitándole la palabra á su madre,--¡la viuda -es muy larga, muy trucha! Engaña á Licurgo con aquella marcialidad y -aquel qué se me da á mí que gasta. - ---Vamos... ¿es una mujer de mala conducta?--interrogó Gastón como si le -convenciesen. - ---¡No, señor! gritó Concha, sin poderse contener.--¡Hace las caridades -que puede y va á la iglesia, que yo lo veo!... ¡mucho más que otras!... - ---No le haga caso á esta _papulita_,--advirtió la madre tragándose con -los ojos al testigo benévolo.--Ésta, como no hace más que rezar y oir -misas, piensa que todos son santos de palo... Y la de Rojas es una -santa _mocarda_. De mala conducta... ¡puede que ahora no sea, pero el -diablo sabe lo que hizo en vida del marido, cuando rodaba allá en el -extranjero, que mismamente parecían el judío errante!... Así dieron el -trueno gordo, que ella triunfó y gastó como una emperatriz, y entonces -él, desesperado ya el pobrecillo, ¿qué quería que hiciese? Se mató... - ---¿Se suicidó el marido de esa señora?--preguntó Gastón esta vez -impresionado. - ---¡Ya lo creo!--gritó la dueña triunfante.--Dos tiros se pegó en la -barba y en el cielo de la boca... Ya ve usted qué principios tendrá -ella, que anda por ahí como si tal cosa, alegre... - ---¡Después de seis años!--advirtió Concha.--¡Pues bien triste y bien -enferma estuvo! El bruto y el mal cristiano fué él; ella no. ¿Querían -que también se matase? - ---Para mí el marido hizo la acción porque descubriría algún enredo de -la mujer,--declaró la señora de Lourido. - ---Y por otra parte, no tenían ya sobre qué caerse muertos,--agregó -Lourido.--Ella está miserable como las arañas. - ---Miserable, sí,--contestó Flora,--pero tan romántica como siempre. -¡Unos trajes y unos sombreros! No sé si ese modo de vestir será -elegante... Raro parece. ¡Y las faldas tan rabicortas! ¡Qué descaro! - ---Pero, mujer, si es para andar por el monte,--arguyó la defensora, -impaciente y acalorada.--¿Había de llevar cola? ¡Si yo no fuese coja, -me vestía como ella! - ---¡Estarías bonita! Que te aproveche; á mí la de Rojas me parece un -guardia civil... - -Aquí llegaban de la discusión cuando entró un galancete, el juez -municipal, muy rizado á hierro y muy soplado de cuello y puños, -declarado aspirante de Flora; y Gastón aprovechó el momento para -cambiar de conversación, porque ya sabía cuánto le importaba. Con esto -pasaron del comedor á la sala de recibir, en cuya consola se ostentaba -un soberbio reloj de mármol y bronce y dos candelabros del más puro -estilo Imperio. - ---Os reconozco,--pensó el señorito de Landrey,--os reconozco, reliquias -de mi casa, testimonio de la rapacidad de este buitre... Ahora quiere -que lo principal siga á lo accesorio, y se propone que el castillo haga -compañía al reloj... - -Distrájole de estos pensamientos Flora, preguntándole si tocaba el -piano, sólo para buscar cháchara y que rabiase de celos aparte el juez -municipal; y Gastón, que era sujeto abonado, se prestó admirablemente -al juego. - - [Ilustración] - - - - - IX - - Iniciación - - -Con más impaciencia que antes deseaba Gastón el momento de saludar á -Antonia Rojas, que ya tenía para él los alicientes del misterio; y -pareciéndole que al tercer día no es incorrecto visitar á una señora -que lo permite, escogió las primeras horas de la tarde y se echó á -adivinar el camino, por no buscar guía que le condujese. - -Sin gran trabajo se orientó y llegó al pie de la tapia, encontrando de -par en par la verja que cerraba el portón. No era cosa de meterse como -Pedro por su casa, y al mismo tiempo no veía á nadie, cuando de entre -un macizo de flores salió disparado el niño, tendiéndole los brazos y -el corazón en ellos. - ---¡Vaya, por fin vienes!--chillaba la voz aguda y fresquísima.--¡Pero -cuánto tardaste! Yo quería ir ayer á buscar contigo el tesoro... y no -me dejó mamá. ¡Qué gusto! He de enseñarte mis cabritas... Otelo, no -ladres, tonto... es gente conocida...--añadió halagando al perrazo -negro, que obedeciendo á la intimación de buena acogida, meneó la -poblada cola y apoyó las patas en los hombros de su amo. - ---¿Está visible tu mamá? - ---¡Ya lo creo! Vénte,--chilló Miguelito. - -Y saltando á la pata coja, precedió á Gastón, que se dejó llevar. - -Atravesaron el jardín, y después el zaguán de la casa, claro y adornado -con jarrones de loza y plantas de invernadero; salieron á un patio -cuadrangular, rodeado de edificios nuevos que parecían dependencias, -y en uno de ellos, del cual salía humo, entró Miguelito seguido de -Gastón. La luz que penetraba en el vasto cobertizo por una serie de -altas ventanas, alumbró un espectáculo original. - -En medio del cobertizo, cerca de una cocina baja donde borboritaba -enorme caldero, y al pie de un tonel que despedía espeso vaho, estaba -Antonia ataviada de un modo bien diferente que el día en que Gastón la -había conocido. Una falda de percal claro y un cuerpo de manga corta, -resguardados por cumplido delantal de _oxford_ á rayas blanco y cereza; -un pañolito de seda roja atado á la curra, con la gracia picante de un -tocado criollo, componían el traje de la señora. Los brazos, morenos y -de un modelado suave y vigoroso á la vez, se agitaban sobre el tonel -humeante, derramando en él el contenido de un frasco de cristal. Una -moza aseada y robusta, enarbolando la pala, esperaba el momento de -revolver la lejía; porque, fuerza es decirlo, aquella decoración no era -más que fondo para la humilde operación casera de colar la ropa... - -Gastón esperaba un chillido, una protesta, una ojeada de cólera al -niño. Quedó chasqueado. Lo que hizo Antonia, al darse cuenta de la -sorpresa, fué reir espontáneamente... - ---No nos pidamos perdones, señor de Landrey,--dijo sin -alterarse,--porque sería cuento de nunca acabar. Por mi parte está -usted perdonado. Miguelito, mira, hijo mío, ya sabes que á las visitas -se las lleva á la sala. - ---¡Á éste no!--declaró Miguel.--Éste no es visita, que es mi amigo... y -le llevo á ver las cabras... - ---¡Sí, las cabras y mamá!...--añadió Antonia plácidamente.--Espéreme -usted en la sala... ó en el jardín... ¡Hasta dentro de un instante! - -Gastón obedeció de mala gana. La viuda, encendida, con el pañuelo -picaresco y el traje de mecánica, le había parecido de perlas; -mejor cien veces que en la torre. Por su gusto reemplazaría á la -moza de pala, ayudando á revolver la ropa en el tonel. No hubo más -remedio que dejarse llevar otra vez por Miguelito, y admirar los -brincos de dos chivitas blancas, prisioneras en el traspatio, al pie -del hórreo,--porque no dejaban cosa á vida en la huerta ni en el -jardín.--Al cabo dieron fondo en una sala baja, á la cual se accedía -por el zaguán, y donde muebles modernos y antiguos, cuadros viejos y -grabados ingleses, un soberbio piano de cola, producían un conjunto -familiar, de tonos íntimos y artísticos á la vez. En los jarrones -había flores frescas, y en el centro de la sala un acuario de salón, -de reducidas dimensiones, muy bien cuidado, estaba lleno de pececillos -y curiosos moluscos y zoófitos, que Miguelito enseñó con orgullo á su -amigo. - - [Ilustración] - ---Yo he de ser marino, como mi abuelito,--declaró la criatura,--y ya -sé lo que hay en el fondo del mar... Estos pescaditos venían en la -red, ¿sabes? y mamá y yo vamos á ver cómo la sacan... y recogemos lo -más bonito. ¡Nos divertimos tanto! Mira, mira, ese es el erizo... Qué -espinas, ¿eh? No se le puede poner la mano... Oye, ese bicho se llama -caballo de mar... ¡Qué raro! Fíjate en la concha _vieira_... ésa la -trae Santiago Apóstol en la esclavina... - -Entretenido con la charla del chico, no dejaba Gastón de aguardar con -impaciencia á Antonia, que tardó bien poco en presentarse, sin pañuelo -ni delantal y de mangas largas, pero en traje no menos sencillo y -campestre que el otro. Excusóse Gastón lamentando haber presenciado é -interrumpido su faena, y ella respondió con llaneza y sinceridad: - ---No tiene nada de molesto que le vean á uno enfaenado. Crea usted que, -por otra parte, si yo pudiese prescindir de trabajar, tal vez me dejase -tentar de la pereza; pero Miguel y yo viviríamos muy mal. No soy rica -y me gustan las cosas refinadas, de limpieza y de cuidado: ¿qué voy -á hacer, sino presenciar ó ejecutar en persona? Aquí dejan á la ropa, -al lavarla, un color moreno poco simpático: con mis químicas logro que -salga muy blanca. La costumbre y no la virtud me va aficionando ya á -estos trajines, ó por lo menos, no se me hacen cuesta arriba como al -principio. No hay mejor que tomar con buen ánimo las labores y las -obligaciones; se hace uno amigo de ellas. - ---Necesitaría algunas lecciones de usted para aprender esa filosofía, -que bien la necesito,--dijo Gastón. - ---Esa filosofía, como usted la llama,--respondió Antonia -festivamente,--tiene uno que enseñársela á sí mismo... - ---¿No existe maestra?--preguntó con intención el señorito de Landrey. - ---Sí, señor; conozco una maestra de eso...--murmuró Antonia, cuyo -movible rostro cambió de expresión y se nubló.--Una maestra muy dura... -¡La desgracia!... - ---Entonces ya puedo yo ser discípulo,--declaró Gastón, con asomos de -melancolía. - -Hubo un momento de silencio: el giro confidencial del diálogo -desagradaba sin duda á Antonia. Miguelito salvó la situación cogiendo -á su madre de la mano y empeñándose en que había de ver Gastón la casa -y el jardín en sus menores detalles. Antonia, sonriendo, declaró al -levantarse para cumplir el capricho del niño: - ---Así como así, este _paseo del propietario_ es inevitable... El -trago, de una vez. No le perdonaremos á usted ni las lechugas ni las -zanahorias. - - [Ilustración] - -Recorrieron, en efecto, la casa, el jardín, el huerto y las -dependencias. Era la casa, irregular en su forma, muy cómoda y -desahogada interiormente, y por el aseo y el orden parecía uno de esos -primorosos _cottages_ de las inmediaciones de Londres, en los cuales -se vive á gusto, y cada hora del día acarrea un goce honesto y sano, -del cuerpo ó de la inteligencia. Las habitaciones revelaban en su -distribución un sentido especial de la realidad, de las necesidades que -imponen una vida solitaria y la educación de un niño: y Gastón vió con -interés el cuarto de estudio, sus mapas, sus libros de estampas, sus -cajas de geometría, sus cuadernos, todo sin manchas ni hojas rotas, -todo regularizado, como pudiera estarlo en un colegio bien entendido. -Nada faltaba en la mansión: ni la bibliotequita, bien surtida de libros -útiles y recreativos y de obras clásicas españolas; ni la despensa, -provista de conservas y dulces caseros; ni el frutero, donde todavía -amarilleaban las manzanas de la última cosecha: y Gastón, acordándose -de su desmantelado castillo, apreció mejor la gracia y la intimidad -modesta de la casa de Antonia. Del huerto se había sacado también todo -el partido imaginable: los cuadros de legumbres parecían canastillas -de flores, por lo bien cuidados y dispuestos; los árboles revelaban -una poda inteligente; y el establo, que albergaba dos vacas con sus -ternerillos, no se veía menos limpio ni barrido que la sala. Entre -las dependencias descubrió Gastón una diminuta lechería, forrada de -azulejos, digna de Holanda por lo exquisitamente pulcro de sus tazones, -jarros y tanques de metal: y como la elogiase calurosamente, Antonia se -paró y dijo con entusiasmo: - ---¡Ah! Es que esta lechería me ayuda á vivir... ¡es una rentita que no -descuido yo ni un minuto! De diez á doce reales diarios limpios saco de -estas paredes... y en el campo doce reales levantan en peso... ¡No se -ría usted! ¡El señor de Landrey se ríe de esta aldeana! - ---No me río... La envidio á usted, por el contrario. Pero ¿cómo diablos -saca usted eso de una lechería? - ---Hago quesos, y los envío á Madrid... Sin sospechar que venían de -tan cerca de la casa de usted puede que los haya usted probado. No -me permiten,--y eso mortifica mi vanidad, lo confieso,--ponerles el -rótulo que me gustaría: «Quinta de Sadorio,» impreso con molde... -Quieren hacerlos pasar por el famoso _fromage suisse_, y lo logran; -y como ganan, porque yo se los vendo baratos, y no hay derechos de -aduanas, tengo clientela segura... No doy abasto á los pedidos, y -me parece que pronto tendré que ensanchar mi comercio, comprando un -pradito más... - -De sorpresa en sorpresa iba Gastón. ¿Era aquella la mujer calificada -en la Puebla de _romántica_, y que se le había aparecido en traje de -excursionista en la torre de la Reina mora? ¿Había cálculo en tanto -aparato de laboriosidad y economía? ¿Es humanamente posible fingir -un género de vida y unas costumbres como las de Antonia Rojas? Sin -querer, las intenciones y propósitos de Gastón respecto á la viuda, -iban modificándose; si al pronto la tuvo por fácil presa, ahora, con el -naciente respeto, la juzgaba torre alta é inaccesible. Terminaron la -visita de la propiedad, y salieron á reposar á una terraza cerca del -estanque, donde encontraron servida ligera colación: té con leche, -hasta media docena de quesitos, y un plato de fresas: para otra fruta -era temprano: Antonia sirvió el té y preparó las _rôties_ untadas con -miel de abeja, que trascendía á flores de campo y romero; y como Gastón -se mostrase confuso y agradecido del obsequio, Miguel explicó que era -la misma merienda de todas las tardes... - ---No, hijo mío,--advirtió su madre,--los quesos son un extraordinario, -para que este señor los pruebe. Lo otro sí: es un lujo que nos damos el -de tomar un té inglés de primera: me lo envían unos amigos que tengo, -cónsules en Plymouth. Lo demás... caserito. La leche, de mis vacas; la -miel, de mis abejas; las fresas, de las platabandas que hay debajo de -los rosales... cuyas rosas se lucen en ese vasito de China... - ---Señora,--murmuró Gastón, saboreando con delicia la infusión -perfumada,--yo no soy adulador, pero crea usted que este té tan -elegante, este servicio tan delicado, me parece un sueño que me lo -ofrezcan á un cuarto de hora de Landrey. No he tomado en mi vida -ninguno que tan bien me supiese... - ---Era de suponer que diría usted eso,--respondió maliciosamente la -viuda. - ---Qué, ¿no lo cree usted? Pues no acostumbro hacer madrigales al té, -señora... Lo que más me admira es que tenga usted estos servidores -óptimos... é invisibles, porque nos lo hemos encontrado todo aquí como -traído por mano de las hadas. - ---¡Dios mío! ¡Qué bueno es usted! Tengo los mismos servidores que -todo el mundo... Dos muchachas, á quienes he ido enseñando lo más -elemental... Pero hago que, cuando estoy sola, me sirvan con los -mismos requisitos que si estuviese alguien de fuera (lo cual aquí no -suele suceder), y por eso, sin que me haya escabullido para mandarlo, -usted ve una servilleta planchada y unas cucharas que relucen... ¡Gran -misterio! Lo que no me explico es que nadie proceda de otro modo; -es más cómodo así... ¡Soy muy comodona; no vaya usted á suponer lo -contrario! - -Gastón se sentía, sin comprender por qué, feliz. Sabíale á gloria la -refacción, y el aire perfumado de esencias de flor que bañaba sus -sienes, le refrescaba el espíritu. Hubiese querido prolongar aquella -visita una semana; tan bien se hallaba en el jardín de Antonia. La -conversación, desviándose ya de los temas de la vida práctica, rodó -sobre mil asuntos diversos: se habló de viajes, de música y hasta de -arquitectura, á propósito de Landrey. Antonia ensalzaba el castillo -propiamente dicho, el que era posterior á la torre de la Reina mora, y -no comprendía que Gastón hubiese permitido tocar, en ausencia suya, á -tan hermosas y sólidas piedras. - - [Ilustración] - ---Estaban firmes, más firmes que las del Pazo, que es muy -posterior,--exclamó.--Han hurgado allí por todas partes, y sin que se -explique la razón. ¿Cómo ha dado usted licencia? - ---No la he dado realmente, señora... Esa es una historia de que -hablaremos,--contestó Gastón, confirmado en sus sospechas por estas -preguntas de Antonia.--Pero deseo que un día visite usted conmigo á -Landrey y veamos esos trabajos. - -Cuando salió Gastón de Sadorio, la luna brillaba en el firmamento, y -en su corazón lucía un rayito de sol alegre y dulce. Las madreselvas, -desde los zarzales, le enviaban aromas penetrantes y deliciosos; el -aire era tibio, el camino poético y silencioso, y la última caricia de -Miguel calentaba aún las mejillas del señorito. Al llegar á Landrey, no -pudo menos de preguntarse á sí propio con sorpresa: - ---¿Estaré enamorado? ¿Ó son efectos del lugar, la hora, las -circunstancias?... ¡Lo cierto es que no cabe pasar tarde más bonita que -ésta! - - [Ilustración] - - - - - X - - La consejera - - -Aunque la discreción ponga coto á ciertos impulsos, extraño sería que -no triunfasen de ella en un mozo como Gastón, poco acostumbrado á la -disciplina moral,--que muchas veces consiste en vivir á contrapelo -del gusto.--Cautivado por Antonia Rojas, Gastón deseaba verla á cada -instante, y la misma levadura de respeto y de admiración involuntaria -que se mezclaba á otros sentimientos menos ordenados y pacíficos, le -inducía á creer que no era peligrosa la frecuencia del trato con la -viuda, ni las reiteradas visitas á Sadorio. Fué primero cada tres -días, después cada dos, por último, diariamente. Antonia no le -esperaba: jamás la encontró ni vagando por el jardín, ni tocando el -piano, ni sentada lánguidamente en un cenador, ni cortando flores con -la larga tijera que para este oficio llevaba pendiente de la cintura. -Siempre la sorprendió ó dirigiendo la preparación de unos apetitosos -calamares en conserva, ó poniendo en madurero la cosecha de tomates -tempranos, ó haciendo que trasquilasen el melonar, ó desnatando leche, -ó cortando blusas para Miguelito: ocupaciones nada sentimentales, y -que no autorizaban ningún poético desmán. Ocurrió con aquellas visitas -un fenómeno, aflictivo para el ya prendado Gastón: y fué que en las -primeras, Antonia le recibió expansiva y afable; en las segundas, -reservada y cortés; y cuando las menudeó, empezó á mostrarse seca, fría -y hasta incivil, pues le dejaba solo con Miguelito las horas muertas, -y se marchaba á sus quehaceres. El niño, en cambio, estaba cada día -más afectuoso con su amigo, y le abrumaba á caricias, á preguntas -y atenciones, allá á su inocente estilo. No sabiendo Gastón qué -discurrir para complacer á su único partidario en la casa, ideó buscar -un caballito pequeño, barato y manso, que compró en la Puebla, y que -trajo á Sadorio, con objeto de dar lecciones de equitación á Miguel. -La idea produjo embriaguez de dicha en la criatura; pero Antonia, -terminada la primera lección, llamó á Gastón á la sala, y en frases -bien escogidas para no herirle, y firmes bastante para reprimirle, le -dijo claramente que sus visitas continuas no eran convenientes, ni -admisibles sus regalos. Y como él mostrase gran pesadumbre, Antonia -dulcificó la voz y añadió: - ---Usted debe comprender que, en esta soledad, es muy grata la compañía; -usted debe comprender que yo ni soy insociable, ni tengo tantas -distracciones que me estorbe la que usted me proporciona con su amable -trato. Pero no le hago á usted tan poco perspicaz que no se dé cuenta -del efecto que sus visitas diarias han de causar en el público. - ---¿Hay aquí público, Antonia?--preguntó Gastón con ironía. - ---Lo hay en todas partes. Éste es reducido y de gente sencilla, pero -por lo mismo se les debe buen ejemplo, hasta en las apariencias; sobre -todo, cuando la realidad es honrada y clara, y sólo honrada y clara -puede ser. ¡Sí, amigo Landrey! Yo quiero que me estimen de veras mis -criaditas, la Colasa y la Minga... entre otras razones, ¡porque he de -vivir con ellas muchos años! - -Á su pesar rió Gastón el gracejo de la señora, y doblando la cabeza, -murmuró: - ---Antonia, yo deseo de todas veras obedecer á usted... y ya se sabe -que la obedeceré... pero óigame usted, puesto que tengo la suerte de -que me hable usted con esta franqueza tan noble... que prefiero á -la seriedad de ayer. La conozco á usted de hace un instante, puede -decirse, y me he acostumbrado á su amistad de usted tan pronto y de -una manera tan extraña, que la necesito lo mismo que se necesita el -aire para respirar. No frunza usted el ceñito: mire que no la estoy -cortejando; ¡le juro que no se trata de eso! Es que me encuentro en -circunstancias especialísimas de mi vida, en los momentos penosos en -que es preciso que alguien nos atienda y nos dé un buen consejo; es -que me hallo completamente solo, aisladísimo, desorientado, y que, -probablemente, voy á cometer mil desatinos si me falta una persona -buena, que vea mejor que yo cuestiones de que penden mi fortuna y -mi porvenir. La casualidad me ha puesto en contacto con usted, que -casualmente es también el único ser humano capaz de inspirarme una -confianza absoluta, incondicional; porque tiene usted un juicio y un -carácter... - ---Bien, al caso,--interrumpió Antonia atajando la alabanza.--Si se -trata de prestarle á usted servicio... es diferente... Aquí estoy. - ---Pues acepte usted por algún tiempo el papel de confidente y consejera -mía. - ---Aceptado,--declaró la viuda sin vacilar.--Yo seré su confidente y -consejera. Eso no implica que usted venga aquí á menudo. Vendrá usted -una vez por semana... ó menos, si no es preciso. - ---Me resigno,--suspiró Gastón.--Vendré los sábados, como los -empleados... ó los domingos... como el lavandero. - - [Ilustración] - ---He dicho que tal vez menos...--repitió Antonia -risueña.--Probablemente le señalaré á usted un turno quincenal. En fin, -eso dependerá de la consulta que usted quiere dirigirme. No sé de qué -índole será... Para que vea usted que empiezo complaciéndole: mañana se -viene usted á comer aquí, y, de sobremesa, me comunica esas historias -de que, según afirma, penden su porvenir y su fortuna. Yo necesitaré, -de seguro, reflexionar, porque á fuer de gallega tengo el trasacuerdo -mejor que el acuerdo. Así es que, después de la confidencia, no -vuelve usted... en diez días. Pero antes de que me honre usted con su -confianza, á mi vez tengo yo el deber de enterarle á usted bien de -quién soy, porque usted me conoce de poco acá, y las referencias que -haya podido oir de mí quizás no brillen por la más rigurosa exactitud. - ---Tiene usted sus partidarios y sus detractores, Antonia; y entre los -primeros se cuenta una cojita muy simpática, hija de mi mayordomo -Lourido. - ---¡Pobre Concha!--murmuró afectuosamente Antonia.--¡Criatura más -angelical! La resignación con que sufre,--porque está enfermísima,--le -ganará un lugar señalado allí donde muchos soberbios y poderosos -quisieran conseguirlo... - -Y, pensativa, la viuda apartó la mirada del rostro de Gastón. - ---Espero su historia de usted, Antonia, para que se aumente mi -afecto,--indicó el señor de Landrey, respetuosamente. - ---¿Quién sabe? Tengo de qué acusarme, como va usted á ver...--Soy -ferrolana, y mi padre, don Federico de Rojas, era marino. Lo mucho -que había viajado, y su talento natural, hicieron de él, si no un -sabio, por lo menos un hombre instruidísimo. Por muerte de mi madre -reconcentró en mí todo su cariño, y me enseñó ciertas cosas que no -suelen aprender las muchachas, por ejemplo, botánica é historia -natural; de ahí salió mi afición á recoger esos bichos raros que ve -usted en el acuario, y lo mucho que me divierten mi huerto y mi jardín, -y mis correrías por la montaña para formar herbarios... Un armario -grande he llenado de cartones--Tenía yo diez y ocho años cuando en un -baile á bordo me conoció y me pretendió don Luis Sarmiento, que era -joven, rico, muy bien nacido; que reunía, en fin, las condiciones que -sueñan los padres para los novios de sus hijas. No hubo oposición; me -casé, y al año nació Miguelito. Mi esposo era, además de todo lo que he -dicho, una persona excelente: caballero, pundonoroso y de muy alegre -humor: sólo que sus padres no se habían cuidado de enseñarle la vida -real. Había gastado ya mucho de soltero, y por complacerme y recrearme, -se lanzó á mayores dispendios después de casado: me llevó á viajar -por toda Europa, con un lujo que ahora conozco que era insensato; me -compró joyas y trajes; montamos trenes, y vivimos en Madrid anchamente, -protegiendo artistas y adquiriendo lienzos y esculturas, como si -nuestra renta fuese quince ó veinte veces más pingüe de lo que en -realidad era. Aquí debo yo acusarme de mis yerros: en vez de contener -á mi esposo, gozaba como una loca de aquellos esplendores y placeres, -porque tengo un instinto de fausto y de arte que no parezco sino una -Cleopatra... ¡y para llegar á hacer la lejía con mis propias manos ha -sido menester que la adversidad me haya zorregado con unas disciplinas -muy recias! Pronto pasó lo que tenía que pasar: mi marido se vió -ahogado de deudas, de hipotecas y de réditos usurarios; llegó un día en -que no pudo cumplir ni pagar á nadie, y entonces...--Aquí los garzos y -rientes ojos de Antonia se vidriaron de lágrimas,--entonces... cometió -un atentado... - ---Me lo han dicho,--se apresuró á interrumpir Gastón, viendo el -trabajo que le costaba á Antonia tocar aquel punto. - ---¡Ojalá,--prosiguió ella,--me hubiese dicho la verdad de nuestra -posición! El mismo cariño que me tenía le obligó á callar... No se -sintió con valor para confesarme que nos encontrábamos arruinados -y que nuestro hijo sería pobre. Si Dios le inspirase tal rasgo -de sinceridad,--por eso no negaré jamás á nadie el consuelo de -una confidencia,--yo, con todo mi cariño, le hubiese confortado, -persuadiéndole de la verdad: ¡de que aún podíamos vivir... tan felices! -Haríamos lo que hice después: vender todo, desprendernos de todo, -cumplir con los acreedores, y retirarnos aquí en paz. La desgracia -le ofuscó y le hizo olvidar que era cristiano, jefe de una familia, -padre de un hijo á quien debía el ejemplo de la resignación y de la -fortaleza... Nada me dijo; no se fió de mí, me cerró su corazón... no -me miró como amiga... ¿Y sabe usted por qué? Por culpa mía: porque él -no podía ver en mí más que á una muchachuela sin seso, aturdida con las -galas, las diversiones y los goces del mundo y de la riqueza... ¡Ya ve -usted cómo no me falta de qué acusarme! - - [Ilustración] - -Suspiró hondamente la viuda; y recobrándose y secándose los ojos con el -pañuelo, prosiguió: - ---Un solo consuelo tuve, y si no es por él, creo que aquella -catástrofe, en vez de costarme la salud por algunos años, me cuesta en -el acto la vida. - ---¿Su hijo de usted?--dijo echándose á adivinar Gastón. - ---Eso no es consuelo, eso es _yo misma_,--respondió Antonia.--No; -el consuelo ¡y bien grande! fué que mi esposo vivió aún tres horas -después del atentado... y no perdió el conocimiento... y tanto le -rogué, y tanto le besé la cara y las manos en esas tres horas... que se -arrepintió... se confesó... ¡y murió absuelto! - -El silencio que siguió á estas palabras tuvo algo de magnético: -parecióle á Gastón que acababa de descubrir el alma de Antonia,--fuerte, -porque era creyente.--Sus ojos, iluminados de fervoroso entusiasmo, -hicieron bajar al suelo los de la dama. - ---Después,--dijo precipitadamente, á fin de cortar aquella corriente -súbita,--me ví envuelta en mil dificultades para desenredar la -pequeñísima hacienda que le quedaba á mi hijo. Vendí mis alhajas, mis -encajes, hasta mis vestidos y abrigos de pieles y terciopelo; vendí -los coches, los cuadros, los barros, los tapices y los muebles, y por -supuesto, la plata y las vajillas; cuanto era de lujo se vendió, creo -que malbaratado, pero en tales naufragios siempre sucede así: hay que -darle su parte de botín al mar. Yo recordaba que esta casa de Sadorio -había sido reparada y aumentada por orden de mi marido, que tenía -cariño á las paredes que le habían visto nacer: y aquí me refugié y -aquí vivo desde entonces, aprovechando la baratura del país y los -recursos de economía doméstica que proporcionan el huerto y los prados. -Miguel se cría robusto, y yo disfruto comodidades que tal vez no poseía -en mis épocas de derroche. ¿Lo duda usted? En Madrid no teníamos -bosques, ni extensos jardines, ni flores frescas á toda hora, ni el -pescado del mar á la sartén... Sepa usted que hasta economizo... ¡Vaya! -Junto unos ahorrillos para cuando Miguel tenga que ir á seguir carrera -y yo me vea precisada á acompañarle; lo cual haré para que no se -desaliente ó se corrompa... Ese día que tendré que dejar á Sadorio... -me parece que lo sentiré mucho. Me he acostumbrado á esta libertad y á -esta calma... Fácilmente sacaríamos de aquí una moraleja por el estilo -de las máximas que escribía Miguelito en sus primeras planas, después -de los palotes: «Amando el deber lo convertimos en placer.» Ya sabe -usted mi vulgar historia... - - [Ilustración] - - - - - XI - - El consejo - - -Profundamente impresionado salió de Sadorio aquella tarde Gastón; y -con ser pocas las horas que faltaban para volver á ver á Antonia, -parecieron muchas á su impaciencia. Antes de lo que creía, sin embargo, -logró la vista de su amiga. Era domingo, y como Gastón bajase á la -Puebla á misa mayor, allí estaba arrodillada la viuda, pero ni volvió -la cabeza: asistía al santo sacrificio con una compostura no afectada, -y á su lado, Miguel--¡extraña novedad!--también permanecía quieto y -atento, hecho un santito,--aunque con un azogue tal en las piernas, -que al acabarse la misa y salir al atrio, pegó más de una docena de -saltos: parecía haberse vuelto loco. - -Florita, que había avizorado á Gastón en la iglesia, enganchóle -á la salida, y mientras coqueteaba con él á su estilo lugareño, -desaparecieron Antonia y Miguel. Despepitábanse la esposa y la hija -del Alcalde:--¿Por qué no se quedaba Gastón á comer con ellos? ¿Dónde -se metía, que andaba tan oculto? ¿Qué tal substancia tenía la miel de -Sadorio? ¿Le habían picado las abejas, que estaba tan seriote?--Trabajo -le costó zafarse de aquellas obsequiosas interlocutoras, pretextando -ocupaciones muy urgentes, y no sin prometer que el lunes vendría. - ---Así como así,--pensó,--Antonia, después del día de hoy, va á -desterrarme por una temporada... - -Á paso apresurado, como el que sigue la estela de su deseo, tomó el -camino de Sadorio; y ya cerca de la quinta, comprendió que no debía -presentarse antes de la hora señalada, las dos, y entretuvo el tiempo -como pudo, entrando en casa de una labradora y pidiendo un vaso de -leche. Se lo sirvieron fresco y espumante, pues estaba la vaca en -el establo, por ser domingo y no haber quién la llevase de mañana al -pasto; y Gastón tiró de la lengua á la vejezuela que ordeñaba la vaca -y presentaba el cuenco rebosante,--averiguando con pueril alegría que -era una protegida de Antonia.--Aquel invierno, la vieja, «había estado -tan en los últimos,--eran sus palabras,--que ya tenía encima los Santos -Oleos, ¡así Dios me favorezca! y si no es por el caldito que todos los -días mandaban de Sadorio y los remedios que pagó la señorita en la -botica de la Puebla, no lo contaría...»--Con esta plática gustosa para -Gastón, fué acercándose el momento de presentarse en la quinta, y allá -corrió, dejando por el cuenco de la leche un duro en la mano sarmentosa -de la vejezuela parlanchina... que le hartó de bendiciones. - -Recibiéronle, Antonia con cordialidad, Miguel con arrebatado cariño, y -se sentaron los tres á una mesa cuyo primor consistía en el decorado de -flores naturales y en el brillo de la loza y del cristal, y en que sólo -tentaban el apetito los manjares por su frescura y grata sencillez. -Las ostras de la Puebla, regadas con el limón cogido en el huerto; el -pastel de liebre cazada en los vecinos montes; la gallina cebada en el -corral casero; la densa conserva de membrillo, sabiamente fabricada por -Colasa, compusieron el banquete. El café salieron á tomarlo al ameno -sitio de costumbre; y como Miguelito, jugando con Otelo, se alejase á -ratos, Gastón aprovechó la ocasión propicia, y refirió á Antonia, muy -despacio, su historia entera. Nada omitió, ni las últimas advertencias -de su madre, ni la disipación de los primeros años, ni la ruina, ni -la doblez del maldito Uñasín, ni la revelación de doña Catalina de -Landrey, ni la conseja del tesoro, ni las recientes inquietudes y las -reclamaciones inicuas de don Cipriano Lourido... Antonia escuchaba -atentamente, y de vez en cuando, si no encontraba bastante clara la -narración, interrumpía con preguntas concretas, á que Gastón respondía -sinceramente, procurando no alterar los hechos ni la realidad de sus -sentimientos en lo más mínimo. La necesidad de expansión y de desahogo -que sentía le desataba la lengua y le movía á acusarse á sí propio, -pareciéndole como si viese su imagen moral reflejada en un límpido -espejo, y una fuerza superior le impulsase á describir minuciosamente -los defectos y tachas de aquella imagen. Al terminar, Antonia quedó un -rato callada: reflexionaba, y su rostro generalmente alegre tenía una -expresión de gravedad en armonía con las funciones de juez de un alma -que se disponía á ejercer. - ---Antonia,--exclamó con ahinco Gastón, viéndola permanecer silenciosa -y meditabunda,--hable usted; no tenga reparo en calificarme según le -plazca, ni en echar por tierra mis ilusiones respecto al imaginario -tesoro. Á todo estoy preparado, y casi me hará usted un bien acabando -de extirparme esperanzas quiméricas. Tráteme usted, Antonia, al menos -hoy... como á un hermano. En cambio del sueño del tesoro me dará usted -otro sueño más bonito cien veces: soñaré que se interesa usted por mí: -ya ve si salgo ganando. - ---¿No se enojará usted porque me exprese con franqueza?--preguntó la -consejera sonriendo. - ---Mil veces no... _Al contrario_, como me dijo usted la primera vez que -la ví y la pregunté si la importunaría mi visita. - ---Pues lo que saco en limpio de su historia es que es usted responsable -de la mitad más una de las desdichas que le han sucedido hasta hoy. El -perder á su madre de usted fué desgracia; el arruinarse, culpa. - - [Ilustración] - ---Lo reconozco. Prosiga usted; repréndame. - ---Sí que debo reprenderle, y en términos muy severos, porque, amigo -Gastón, hay ruinas de ruinas. El que emprende algo útil; el que -invierte con buen fin su capital y tiene la desgracia de no acertar -y de perderlo; el que por reveses impensados se queda pobre, merece -lástima. Usted no está en ese caso: lo ha derrochado todo de la manera -más frívola y más sin substancia, y para mayor dolor, dando escándalo -al mundo y mal ejemplo á sus amigos y á sus servidores. Tenía usted -un caudal que manejar y un nombre antiguo é ilustre que sostener; el -caudal lo ha dedicado usted á insulseces y á torpezas, y el nombre lo -ha dejado usted á merced de los Louridos, hoy protectores del señor de -Landrey. Ya ve si la tribulación es merecida. - -Por preparado que se encontrase Gastón á oir cosas desagradables, y por -grande que fuese el prestigio de Antonia para decírselas, sintió un -bochorno mortificante y un deseo de apología. - ---Es cierto, Antonia; pero recuerde usted, para no juzgarme tan -duramente, que á no haber encontrado en mi camino á dos bribones que me -deparó la suerte, después de todo, no estaría hoy sino algo mermada mi -hacienda. - -Frunció Antonia el ceño, y su cara adquirió expresión todavía más -severa y triste. - ---No le disculpa á usted eso. Antes me parece que le acusa más. Sobre -disipador, ha sido usted neciamente confiado. No ha querido usted -molestarse ni en saber á quién entregaba sus intereses y consagrar -á vigilarlos ni una hora de las que perdía en sus vacíos goces. Los -bribones nacen espontáneamente al lado de los abandonados como usted. -Si no le hubiesen pelado á usted Uñasín y Lourido, le pelarían otros -que se llamarían de otra manera: diferencia única. Y no me diga usted -que le faltó buen consejo, Gastón... porque lo tuvo usted tan bueno, -que no cabe otro mejor; y á no haberse usted olvidado de las palabras -de su madre, de que la fortuna se nos da como en depósito... hoy sería -usted un hombre feliz, rico y con la conciencia tranquila; sería -usted... óigalo bien, Gastón, porque esta frase me parece que lo dice -todo... un _administrador de Dios_... que es lo que hay que ser, y lo -demás, ¡patarata! - -Radiante luz penetraba en el espíritu de Gastón, que casi sentía -impulsos de arrodillarse y de herirse el pecho con el puño cerrado. -Podía todo aquello mortificarle un poco, pero... ¡qué gran verdad -encerraba! Antonia, perspicaz al fin como mujer, notó muy bien el -efecto de la homilía, y se dilató su rostro. - ---Si aspira usted á restaurar la riqueza de Landrey para volver á -tirarla por el balcón, no tengo fe en los consejos que le voy á dar: -recaerá usted en la miseria, y quién sabe si en la deshonra. Antes de -rehacer el caudal, que es cosa externa, rehágase usted por dentro: me -parece lo más urgente. Si se ha de cambiar su porvenir, cambie usted, -transfórmese en otro hombre... - ---Creo que tiene usted razón, Antonia,--exclamó el señor de Landrey -con entusiasmo.--Conozco que he sido... un trasto; ¡francamente! Deseo -regenerarme... pero no podré si usted no me ayuda. Estoy muy solo: -nadie me quiere; á nadie le importa de mí... Esto no lo había notado -hasta hoy; vivía en un vértigo, y aturdido no comprendía el vacío de -mi alma. Ahora conozco que me falta sostén y calor... Si usted no me -tiende la mano, Antonia, usted que es tan fuerte, tan derecha, tan -valiente... no haré nada; me echaré al surco. - -La viuda de Sarmiento se encendió de emoción; pero fué como el paso -fugaz de una nube roja sobre un tranquilo cielo. Pesando sus palabras, -cuya importancia conocía, respondió serenamente: - ---Si entiende por tender la mano lo que estoy haciendo... ya la -tiene usted tendida. Pero de esa puerta afuera,--y señaló á la de la -verja,--es usted el que tiene que valerse. ¿No es usted hombre? ¿No -ha de poder un hombre recoger sus fuerzas y su voluntad y cumplir un -propósito? Si yo no fuera mujer, me asociaría á usted para trabajar -juntos en la restauración de Landrey; hasta me divertiría la empresa. -Su delicadeza de usted debe hacerle comprender que no puedo en esta -ocasión olvidar la reserva propia de las faldas. Ni aun como consultora -me gustaría que, en lo sucesivo, acudiese usted á mí. Le queda á usted -trazada una línea de conducta, ó mucho me engaño, ó puede seguirla -solo. ¿Qué, no será usted capaz de remediarse? Porque entonces... - ---¿Y esa línea de conducta?--murmuró él con tierna sumisión. - ---Ya lo sabe usted; volverse del revés como un guante. Era usted -gastador y ha de ser económico; era usted confiado, y ha de ser -receloso; era usted dormilón, y ha de ser madrugador; era usted -perezoso, y ha de ser activo; era usted un vago, y ha de trabajar diez -horas diarias, papelear, hacer números, sepultarse en las cuentas hasta -el cogote... No ha de fiar usted á nadie sus asuntos, y no ha de perder -ni un día en caprichos. El venir aquí es capricho también. Pase hoy, -porque hablamos de cosas serias; mas si le ocurre jugar al picadero con -Miguelito, yo no he de prestarme á ello. ¡Usted ya no es dueño de un -minuto! - ---Pero, Antonia,--objetó Gastón con humorismo,--lo que me aconseja -usted estaría en carácter si yo tuviese aún millones que administrar. -Los que me despojaron me quitaron esas ansias. Á fe que bien libre me -encuentro. - ---Ese es el error,--exclamó Antonia--No hay semejante ruina. Lo que -han hecho es embrollarle de mala manera sus asuntos; desean comérsele -hasta los huesos; pero apostaría lo que no tengo á que si usted se -lo propone, los desembrolla. Usted mismo reconoce que no ha podido -gastar, de ningún modo, lo que le da por invertido el peje de Uñasín. -Si se cruza usted de brazos, claro es que acabarán por llevárselo todo. -¿Quiere oir lo que yo haría en su caso? - ---Como que he de acatar á ciegas lo que usted disponga,--declaró -Gastón, que se sentía revivir. - ---Pues halague usted á Lourido; déle á entender que conseguirá cuanto -desee; y únicamente pídale luz para desenredar lo de Madrid. Sírvase -de un bribón contra otro bribón. Esto es lícito, y como no se trata de -hacer ninguna picardía... Lourido es hombre que oye crecer la hierba; -posee gran aptitud para los negocios; en otro campo que la Puebla, -tendríamos en él á uno de esos reyes de la banca, que sudan oro. -Utilice usted á Lourido para meter al de Madrid en cintura. Estudie -con Lourido el problema, y cuando se empape bien en las doctrinas de -ese maestro, (para el caso presente es que ni de encargo), haga usted -la maleta y váyase á Madrid á empezar á devanar el ovillo. Después de -poner orden allá, puede dedicarse á lo de aquí. Á Landrey, hoy por hoy, -debe usted mirarlo como cosa secundaria. - ---Á todo esto, Antonia,--interrogó Gastón que había bebido ávidamente -las palabras de la viuda,--no me dice usted nada de... lo principal. - ---¿Á qué llama usted lo principal? - ---Al tesoro. - ---¿Lo principal el tesoro? ¡Ay Dios mío! Me temo que desde hace media -hora estoy predicando en desierto. - ---¿Cree usted que el tesoro es una patraña? Dígalo en seguida... y no -pensaré en él más. - ---Mi opinión,--respondió Antonia pausadamente,--es que el tesoro -existe. - ---¡Ah!--gritó Gastón, viendo ya relucir el oro y fulgurar las pedrerías. - ---¡Que existe... y que no debe usted buscarlo! - ---¿Cómo es eso?--interrogó Gastón sorprendidísimo, aunque iba -acostumbrándose á la originalidad de su consejera y amiga. - ---Verá... Primero le diré por qué supongo que existe el tesoro. No cabe -ni dudar que existía cuando su bisabuelo de usted escribió el documento -y trazó el plano encerrado en la caja de plata. Un padre no engaña á -su hija querida desde el lecho de muerte. El relato de doña Catalina -tampoco es quimera de su imaginación debilitada por la edad: lo que -le contó á usted está de acuerdo con lo que sabe Telma y consta por -tradición,--la quema de papeles, el desafecto de don Martín á su hijo, -su preferencia por la hija que le acompañaba.--Desde que eso sucedió -han pasado sesenta años, y ha estado el castillo en poder de mayordomos -y caseros. Ninguno de ellos se ha hecho millonario ni ha derrochado -caudales: luego ninguno ha descubierto el tesoro... - ---¿Y Lourido?--interrumpió Gastón. - ---Ya llegamos á Lourido... Verdad que pasa aquí por rico, y lo es hasta -cierto punto, porque chupó como una sanguijuela los bienes de la casa -y prestó á réditos, y compró á desprecio explotando á los infelices; -pero así y todo, la riqueza de Lourido es riqueza de aldea, la hemos -visto crecer y sabemos de dónde procede: si hubiese encontrado el -tesoro prosperaría de golpe, y se marcharía de aquí, porque su mujer y -su hija Flora rabian por volar á otras esferas... ¡Tampoco Lourido ha -encontrado el tesoro, aunque bien lo buscó!... - - [Ilustración] - ---¿Que lo ha buscado?--preguntó Gastón estremeciéndose al ver -confirmadas sus sospechas. - ---Ya lo creo... Yo trato poco á lo que aquí se llama _señorío_, pero -hablo muchísimo con los aldeanos... y ellos, á su manera, todo lo -husmean y todo lo saben. En esta comarca, el secreto del tesoro es un -secreto á voces. Lourido ha practicado varias excavaciones ocultamente, -y las gentes piensan que lo que busca son las joyas que la Reina mora -llevó al sepulcro. Me he reído de esas joyas y de la credulidad de los -labriegos mil veces, porque no sabía lo que usted acaba de confiarme. -Hoy comprendo que Lourido tenía olfato. Que por ahora nada consiguió -encontrar, me lo prueba además otra razón: el empeño que demuestra en -hacerse con el castillo de Landrey. Dueño del castillo, lo arrasará y -no parará hasta acertar con el tesoro, que le trae loco de codicia. - ---Bien, Antonia; todo eso está divinamente deducido, lo que no parece -es la razón de que yo no realice, en uso de mi derecho, lo que no -consiguió Lourido,--exclamó Gastón respirando. - ---La razón... ¡Ay! ¡y qué empedernido está usted; qué difícil va á ser -que usted se enmiende!--declaró la viuda con pena y hasta con cierto -tedio, que mortificó á su amigo.--La razón es que el tesoro supone -para usted lo desconocido y lo fantástico, el golpe de varilla de las -comedias de magia, la suerte que nos coge dormiditos y nos echa encima -los bienes como podría echarnos un cubo de agua... ¡Valiente gracia -haría usted si descubriendo el tesoro repusiese su caudal! ¡Valiente -hombrada! Después de todo, el caudal es lo que menos importa. Su alma -de usted, su conducta, su regeneración por el trabajo y por una vida -que no redunde en daño y en perversión de usted mismo y también de los -demás, es aquí lo que interesa, al menos á mi parecer... y habíamos -quedado en que yo era el juez de este litigio... ¿ó se vuelve usted -atrás? - ---No,--respondió Gastón enérgicamente, con involuntario esfuerzo.--Á -usted me encomiendo, y se me figura que he comprendido bien sus -indicaciones y que las voy á seguir de tal manera... que usted misma se -admirará. - ---¡Quiéralo Dios! Pues, siendo así, el tesoro,--lo repito,--significa -para usted algo insano, una especie de lotería con que cuenta para -remediar males que causó su imprevisión y su vida loca. Si aspira á -que yo le estime... dejará en paz el tesoro. Esas cosas que se deben -al azar, se agradecen cuando el azar quiere enviárnoslas, pero no se -buscan; buscarlas sería seguir las huellas de Lourido... y usted no ha -de proponerse tal modelo. - -Gastón calló. Sentíase subyugado por aquella mujer animosa, en quien -tenía que reconocer la superioridad del criterio y la firmeza de la -voluntad. Este sentimiento iba acompañado, preciso es reconocerlo, de -cierta humillación. No podía dudar que Antonia manifestaba ideas dignas -de un hombre, y que todo aquello debería él haberlo discurrido antes, -en vez de dormirse al arrullo del goce y en el seno de la pereza y la -indolencia. - ---¡Qué lección me está dando!--pensaba.--¡Parece que veo en un espejo -la cara del ser más inútil de la tierra! ¡Pero yo le demostraré -á Antonia que también, cuando llega el caso, sé dominar las -circunstancias! Y á fe que he de averiguar si la que me administra -estos sabios consejos tiene en ese cuerpo tan sano y tan hermoso algo -que se parezca á un corazón... Porque hasta hoy, al menos para mí, se -me figura que no existe en Antonia tal víscera. - -Mientras la ingratitud y la fatuidad dictaban al mal convertido Gastón -semejantes reflexiones, Antonia, como si quisiese confirmar la opinión -de su amigo acerca de su despego é insensibilidad, añadió: - ---Ya he dicho á usted cuanto se me alcanza acerca de su situación -actual. Si usted es capaz de penetrarse bien de todo ello, no necesita -que insista; y si no... cuanto yo porfiase sería machacar en hierro -frío. Creo que usted no gustará de machaquerías. Además, á un hombre -de la edad de usted... no se le lleva de la mano. Si quiere hacerme á -su vez un favor, evitar que mi nombre ande en lenguas, dejará de venir -definitivamente. La malicia grosera de las aldeas no sé si es más -terrible que la malicia sutil é ingeniosa de los pueblos grandes. Si -usted es sincero conmigo, me confesará que tiene motivos para darme en -esto la razón. - ---Es cierto, Antonia,--contestó noblemente el señorito de Landrey.--Aún -hoy á la salida de misa, unas bocas pecadoras... Pero, en último -término,--añadió dejándose llevar del atractivo poderoso que sobre -él ejercía Antonia,--¿qué nos importa? ¿Quién tiene derecho á -fiscalizarnos? ¿No somos libres? - ---Nadie es libre...--tartamudeó Antonia, cuya voz temblaba,--y usted -menos que nadie. ¡Tiene usted que levantar su casa y su apellido! Á esa -tarea, dedique usted todo el tiempo, toda la energía de que sea capaz. -Venir aquí es una distracción como otra cualquiera. No conviene que -usted se distraiga... Y por último, yo deseo que no venga... y usted -debe respetar mi deseo. - ---Lo respetaré, Antonia; se lo prometo, ya lo verá,--contestó él con un -tono que parecía frío, y no era sino el velo de un despecho profundo y -doloroso. - -La tarde última que Gastón pasaba en el jardín de la quinta se acabó -tristemente. Antonia se esforzaba por reanimar la conversación, pero -el señorito de Landrey se había encerrado en un mutismo displicente. -Cuando se retiró, apenas estrechó la mano de su consejera; á Miguelito, -en cambio, le apretó contra el corazón y le besó arrebatadamente en los -ojos. - - - - - XII - - Táctica y estrategia - - -Gastón cumplió su promesa de ir á comer al día siguiente con la familia -de Lourido; acogiéronle al pronto con cierta hostilidad, pero la escena -cambió, aun no bien el señorito de Landrey, sentado á la izquierda -de Florita, armó con la muchacha una escaramuza de coqueteos, tan -marcados, que extrañaron á Concha y regocijaron al Alcalde y á la -Alcaldesa. Saltaba á los ojos: ¡el señorito cortejaba á la niña! ¡Y qué -bien se insinuaba, y cómo sabía asestar los tiros, y de qué expresivo -modo manifestaba la impresión producida por la belleza de Flora! Ésta, -de puro engreída, no tocaba á los platos: y Concha, con su buen humor -invencible, la soltó esta pulla en seco: - ---¿Qué santo es hoy, Flora? Como veo que ayunas al traspaso... - -No por eso recobró el apetito la interpelada; tal era su embeleso al -recibir las ojeadas incendiarias y las atenciones constantes de Gastón, -que al servirla, al bromear con ella, adoptaba lánguidas actitudes -de galán deseoso de disimular su inclinación y que no lo consigue. -Sofocada bajo la espesa capa de polvos de arroz, Flora comparaba al -juez municipal con aquel apuesto y arrogante caballero, cuyos modales -respiraban distinción y desenfado gracioso, cuya ropa trascendía á -no sé qué perfume tenue y fino, y que era además _el señorito_, el -dueño de Landrey, el personaje más eminente que había encontrado en -su camino, un ser distinto de los otros... También al Alcalde le -chispeaban los ratoniles ojillos. ¿No era _aquello, aquello_ mismo, lo -que él se había atrevido á soñar, un día en que recontaba su ya orondo -peculio... pero como se sueña el golpe más inesperado de la suerte, -que puede venir y sin embargo, juraríamos que no vendrá? ¡Florita -señora de Landrey! ¡Qué diablo! ¡Para eso ha exprimido el padre el -limón del préstamo; para eso ha bebido el sudor de los braceros y las -lágrimas de los huérfanos y las viudas; para eso sabe hacer que, en -el plazo de un año, una onza se doble y arroje á la partida del haber -treinta y dos duros! - -Al terminarse la comida, Flora dió señales de querer arrastrar á -Gastón á la senda de perdición del piano; pero el señorito de Landrey, -como quien realiza un esfuerzo, rogó á Lourido que le concediese una -entrevista, para hablar de negocios. Encerráronse en el despacho, y -Gastón, con abandono lleno de confianza, enteró á don Cipriano de lo -que le sucedía. - ---Al encontrarme, don Cipriano, con que le debo á usted cinco mil -duros... ó tal vez más... quisiera pagárselos inmediatamente, bien lo -sabe Dios, pero si no saco á subasta las tierras y el castillo, lo cual -dice usted que sería un desacierto... - ---¡Un _sin pies_!--exclamó el usurero, que creía decir _un ciempiés_. - ---Bueno, si yo lo creo también...--declaró Gastón con ingenuidad.--Pero -repito que, á no cometer ese _sin pies_... no sé cómo arreglarme. -Resulta que, en Madrid, mis asuntos están peor que aquí todavía. Se -me figura que no ha tenido acierto mi apoderado, el señor de Uñasín, -sujeto por otra parte honradísimo... y que me ha metido en un lío muy -gordo. Y como usted es tan inteligente, vengo á consultarle... ¿Quiere -usted enterarse de este legajo? - -Contenía el legajo los estados de cuenta y los comprobantes remitidos -por Uñasín para su revisión y aprobación, y que el señorito de Landrey -había recibido en uno de los últimos correos, acompañados de una carta -muy melosa, en que el buitre solicitaba que se le devolviesen cuanto -antes legalizados y en forma, «al objeto de aplacar á los acreedores, -que están venenosos.» Lourido, con rapidez febril, tomó aquel mazo de -papeles, y empezó á examinarlo hoja por hoja, apasionadamente. - ---Si quisiera usted enterarse despacio...--dijo con indiferencia -Gastón,--la verdad... como me aburre todo esto de los negocios... -preferiría que usted se batiese ahí con esos mamotretos... y yo me -volvería á la sala... ¡He dejado á sus hijas con la palabra en la -boca!... Antes de subir á Landrey, volveré á ver qué ha sacado usted en -limpio... - - [Ilustración] - -Y con el aire del que consigue sacudirse una mosca, corrió á la sala, -mientras Lourido se restregaba las manos de gozo... - -Cuando Gastón, al anochecer, se presentó otra vez en el despacho, -Lourido le acogió con una explosión de indignación exagerada y de -satisfacción irónica; y riendo y gruñendo á la vez, exclamó: - ---¡No es mal punto filipino el apoderado general! ¡Honradísimo... sí, -buena honradez nos dé Dios! ¡Yo ya me lo había tragado, por cosas -que me pasaron con él; pero no creí que gastase tanta _envilantez_! -¡Amañados le ha puesto los asuntos, señorito... amañados! Ni una madeja -dada al gato... - ---¿De modo que... estoy arruinado sin remedio?--preguntó Gastón. - ---¡Quiá! ¿Me chupo yo el dedo? Si me deja estudiar este protocolo -unas horitas más... le diré cómo ha de hacer para empezar á salir del -pantano. Las cosas es menester darlas cinco vueltas. Al principio todo -parece el mundo universal, y después resulta una _cunca_ de mijo menudo. - ---Verá usted,--dijo Gastón con el mismo abandono.--Á mí ya se me -había ocurrido que aquí podía haber mácula... sólo que no sabía -cómo defenderme. Y, la verdad: _hoy_ sentiría quedar pobre; estoy -cansadísimo de la vida de soltero, y deseo establecerme aquí, en este -país tan precioso, en esa casa vieja de Landrey, que usted sostuvo y -yo quisiera arreglar... Una mujer sencilla, una joven linda y honesta, -ajena á los engaños y á las locuras de la corte...--añadió como absorto -y hablándose á sí mismo.--¡Pero casarse sin tener pan!... No. Lo que -haré, si no puedo salvar nada de mi hacienda, será irme á cualquier -parte con un destino que me den mis amigos de Madrid... - ---¡Jesús, señorito! Déjeme á mí, guíese por mí, que le aseguro que -hemos de salir avante... Esta noche me peleo con los papeles, y mañana -venga aquí, que le diré... - ---Pensaba venir de todos modos, porque sus hijas de usted quieren que -demos un paseo y que nos embarquemos á pescar _panchos_...--respondió -Gastón con alegría descuidada, propia de un muchacho de diez y seis -años á lo sumo. - -Al retirarse Gastón, conferenció la familia Lourido,--excepto Concha, á -quien despidieron á su cuarto por sospechosa y recalcitrante.--Resultó -de la conferencia, que la Alcaldesa, y sobre todo, como era natural, -Florita, habían notado en el dueño de Landrey señales del más fino -enamoramiento; lo cual, junto á las palabras que se le habían escapado -en el despacho de Lourido, calentó las cabezas, y dió tela para -fantasmagorías del porvenir. Sin embargo, ni Flora ni su madre podían -ver en aquellas risueñas perspectivas lo que veía don Cipriano; el -tesoro enterrado en las fundaciones de Landrey, y cuya búsqueda y -descubrimiento serían lícitos ya y podrían realizarse sin temor, -cuando se hiciesen á nombre del amo, pero el amo casado con la hija -del mayordomo... Así aquella misteriosa riqueza soterrada y oculta en -las entrañas de piedra de Landrey actuaba sobre la mente de cuantos -sospechaban su existencia, y guiaba sus determinaciones, según la -calidad respectiva de las almas, impulsando á Antonia á aconsejar el -desprendimiento, y á Lourido á abrazar la causa de Gastón y luchar -desde lejos, oponiendo su penetración y socarronería galaica á las -artimañas de Uñasín... - - [Ilustración] - -Transcurrieron varios días, durante los cuales Lourido papeleó mucho y -celebró varias conferencias con Gastón, informándose de pormenores que -importaban á los asuntos pendientes. En esta primer campaña demostró -Lourido una perspicacia, un instinto para los negocios, que asombraron -al señorito; en otro _medio_, aquel usurero de aldea se hombrearía -con los negociantes que subyugan una plaza comercial y hacen brotar -millones donde sientan la planta; además, había en él la aptitud -innata de una raza cautelosa, de una tierra en que todos saben derecho -y son capaces de retorcer el argumento al abogado más sutil.--Mientras -el mayordomo iba poniendo en claro los intrincados negocios de Gastón, -éste, afectando un desdén olímpico hacia la cuestión de interés, -aprovechaba las ocasiones de escaparse á charlar con las muchachas, -es decir, con Florita, de quien era ya declarado galán; y cada día -inventaban paseos y correrías por los montes y la playa, partidas de -pesca ó meriendas en algún soto, que hacían retorcerse de celos al -juez municipal, antes preferido y hoy desdeñado adorador de la linda -rubia. En la Puebla no se hablaba de otra cosa más que de los amoríos -del señorito de Landrey con la hija de su mayordomo, creyéndose muy -próxima una boda que á nadie sorprendía, dada la fabulosa riqueza que -las exageraciones lugareñas atribuían á Lourido. Sólo Telma, con esa -libertad de expresión que adquieren los criados antiguos, echaba de -vez en cuando á su amo indirectas transparentes y muy agrias.--¡Qué -hubiese dicho la señora Comendadora si ve á su sobrino arrimarse á -aquella casta cochina de Lourido, que había entrado en el castillo con -andrajos, en pernetas, y ahora estaba gordo á fuerza de chupar el jugo -á sus amos! - -Á estas salidas de la vieja criada contestaba Gastón con risas y -bromas, y alguna vez con abrazos expansivos y fuertes, pues había -llegado, en aquella soledad, á cobrar intenso cariño á Telma, dando -todo su valor á la abnegación incondicional de un ser cuya vida había -absorbido por completo la casa de Landrey, sin que pidiese á esta -casa más de lo que pide la hiedra al muro: adherirse.--Entre las -muchas ideas nuevas que iban abriéndose paso en el cerebro de Gastón, -figuraba la del derecho de toda criatura humana; y Telma, que antes -era para él algo como un _objeto_ que se había acostumbrado á ver, -convertíase en _persona_. Siempre la había tratado con dulzura, y ahora -la respetaba... interiormente, con un respeto piadoso; y el día en que -llegó á esta altura cristiana y moral--respetar á su criada--Gastón -sintió una alegría secreta, y subiéndose á la torre de la Reina mora, -asestó el anteojo al jardín de Antonia, y vió en él á Miguelito -jugando con Otelo.--La viuda no apareció; estaría retirada, de seguro -trabajando. - -Lourido entretanto llegaba á dominar la cuestión encomendada á su -tacto y á sus luces. Como el explorador que penetra en una selva y -va cortando con el hacha lo que se opone á su paso, abríase camino á -través de los obstáculos hacinados por Uñasín. Aislando cuestiones, -podía afirmar ya que con los datos existentes, y mucha energía, -Uñasín no tendría más remedio que vomitar lo que había querido -zamparse; la casa de Landrey, descalabrada, pero viva. Era preciso -sacrificar más de una tercera parte, y las otras dos saldrían á flote, -gravadas con algunos créditos é hipotecas que no sería difícil ir -descargando...--¡El señorito encontraría quién le prestase dinero -en mejores condiciones!--exclamaba fervorosamente Lourido, dando á -entender, en frases que querían ser reticentes y veladas, pero más -claras que tela de cedazo, lo que podía esperar Gastón elevado á la -categoría de yerno suyo, y cuando el liberar la hacienda de Landrey -fuere salvar el patrimonio de los descendientes de don Cipriano... - - [Ilustración] - -Gastón lo aprobaba todo, aunque enterándose menudamente: nunca -discípulo preguntó más, ni escuchó con mayor atención á un maestro. -Como si sufriese el ascendiente de la inteligencia y el contagio de la -actividad del Alcalde, poco á poco había ido tomando la costumbre de -trabajar con él primero una hora, luego hasta tres, sin prescindir por -eso de las expediciones y los correteos á pie y en pollino, acompañando -á Florita. En las horas de despacho ahondaba en lo que le importaba -mucho, pertrechándose á fin de realizar el indispensable y urgente -viaje á Madrid, en que debía consultarse con un abogado de fama y -pelear con Uñasín cuerpo á cuerpo. Don Cipriano le amaestraba, le ponía -los puntos sobre las ies, le hacía fijarse especialmente en las mil -vueltas que jurídicamente cabe dar á una misma cuestión. Las cataratas -se le caían al señorito de Landrey. No sólo iba viendo la explotación -de que era víctima, sino el tejido fuerte y mañoso de la red en que -le envolvían, y el modo de romper las mallas y sacar fuera la cabeza -para respirar y las manos para concluir de rasgar la odiosa prisión. Y -constituía la nota cómica la indignación de Lourido al demostrar las -arterias y habilidades de Uñasín. Sus exclamaciones podrían traducirse -de esta manera: - ---¡Lástima no habérseme ocurrido esa treta á mí! ¡Buen golpe para que -lo diese el presente maragato! - -Cuando Gastón se creyó impuesto en todo lo necesario, dejó á Telma -guardando el castillo y salió hacia Madrid, donde esperaba no perder -tiempo. Florita, desde su marcha, guardó un retraimiento absoluto; -economizó más de una fanega de harina, por lo que dejó de empolvarse; -otorgó treguas á su hermoso pelo rubio, no martirizándolo con las -tenacillas; aflojó tres dedos el corsé; se dió tono anticipado de -viudita noble, y hasta se prestó á acompañar á la iglesia, muy de velo -á la cara, á su hermana Concha, organizadora de una espléndida novena, -con gozos, á la Patrona de la Puebla. Allí tuvo el gusto de mirar con -fisga á Antonia Rojas, que concurría á la novena todas las tardes y que -aparecía algo descolorida y menos animada que de costumbre. - - [Ilustración] - - - - - XIII - - El aro de oro - - -Poco más de un mes estuvo en Madrid Gastón, y la tarde en que regresó, -al ver á Telma que había salido á esperarle, la abrazó con tanto -cariño, que la vieja sirviente se deshizo en llanto. El señorito venía -muy diferente: ¡qué formal, qué aplomado, qué hombre! - -Al otro día de la llegada, Gastón empezó á dar órdenes para arreglar -las habitaciones del castillo y reparar lo que era más urgente que se -reparase. Los muebles de comodidad, las ropas, el ajuar todo, llegarían -en breve por el ferrocarril: Gastón levantaba su apeadero de Madrid -y se traía el mobiliario: además había adquirido muchas cosas, no de -lujo, pero necesarias. Albañiles y carpinteros empezaron á arreglar -los techos y pisos del Pazo y de la capilla, cerrada desde tiempo -inmemorial, en cuyo magnífico retablo barroco anidaban las palomas y -las golondrinas, y en cuyo púlpito se guarecía una tribu de ratones. - -Corrió una semana, y como Gastón no hubiese bajado á la Puebla, ni -dado señales de existir para la familia de don Cipriano, Florita, que -se engalanaba todos los días inútilmente, tuvo un ataque de nervios -y un soponcio, y el Alcalde, caballero en su yegua, subió lleno de -inquietud la calzada pedregosa. Recibióle Gastón con afabilidad, -celebró que se le hubiese ocurrido venir, y le obsequió con vino y -bizcochos; después se encerraron los dos en el aposento que el señorito -de Landrey empezaba á utilizar para despacho, instalando en él estantes -con libros y papeles y una mesa ministro. La encerrona duró más de dos -horas, y al cabo de ellas salió Lourido en un estado digno de lástima: -desemblantado, mortecino de ojos, gacho de orejas, hasta temblón de -manos; y Telma, que corrió á ordenar que le trajesen la yegua á la -puerta del Pazo y le tuviesen el estribo, notó que dos ó tres veces -volvía la cabeza el Alcalde y miraba atrás crispando los puños, como el -que quiere comerse con la vista y el deseo á algo ó á alguien... - - [Ilustración] - -Dos días después--era domingo--Miguelito, que se entretenía en botar -al agua una lucida escuadrilla de barcos de papel en el pilón de la -fuente, sintió que unas manos se le apoyaban sobre los ojos, y una voz -le decía: - ---¿Quién soy? - ---¡Gastón, Gastón!--chilló el niño desprendiéndose y volando hacia la -casa.--¡Mamá! ¡Está aquí Gastón! - -Antonia Rojas tardó poco en aparecer: Gastón la saludó con efusiva -alegría, y la miró á la cara fija, larga y tiernamente, encontrándola -desmejorada y delgada, como persona que ha sufrido. - ---¿Ha estado usted enferma?--preguntó afanosamente el señorito de -Landrey, dirigiéndose al sitio donde acostumbraban charlar, á los -asientos cerca de la fuente. - ---Enferma, no...--respondió débilmente Antonia, que sin embargo hablaba -con voz quebrantada y tenía apagada la claridad de sus hermosos ojos y -el antes vivo carmín de su encendida boca.--Es un poco de debilidad, -ó yo qué sé... En resumen, nada. Vamos á ver, hábleme usted de sus -asuntos... Vuelve usted de Madrid... Supongo que ha arreglado algo... -No habrá perdido el tiempo... - ---¡Antonia, Antonia!--respondió Gastón que parecía enajenado.--Sí, lo -he perdido... He perdido todo el tiempo que transcurrió entre este -día y aquel en que usted me desterró de su casa... He perdido todo el -tiempo que no pasé cerca de usted..., pero he de enmendarme ¡vive el -cielo! y ahora será preciso que usted me permita estar á su lado... -por... por largos años... ¿Quiere usted? - -La palidez de Antonia se convirtió en un rubor vivísimo; cayó sobre sus -ojos garzos la cortina sedosa de sus párpados, y sólo la agitación de -su seno respondió á la apasionada pregunta del señorito de Landrey. - -Rehaciéndose al fin, pudo articular no sin mucha confusión y vergüenza: - ---No entiendo... ¿De qué se trata? ¡No creo que pague mi amistad con -una ofensa ni con una chanza de mal gusto! - ---¿De qué se trata? ¡De que si antes me alejó usted por evitar que -nuestra amistad escandalizase á estas buenas gentes, hay un medio de -que mi presencia aquí, en vez de escandalizar, edifique! ¡De que todos -la comprendan, la aprueben y la envidien quizás!... Antonia, ¡cuánto -tiempo hace que sabe usted lo que ahora está oyendo! - -La viuda, con poderoso esfuerzo, se serenaba completamente. Sin -necesidad de poner la mano sobre el corazón, había aquietado sus -latidos mediante uno de esos actos de voluntad, cuyo secreto poseen -las naturalezas enérgicas y resignadas á la vez. Su animosa y franca -sonrisa volvió á jugar en la boca expansiva y grande y en los ojos -garzos que se fijaron tranquilamente en los de Gastón, candentes de -entusiasmo y de brío juvenil. Y revelando en su voz calma y dignidad, -contestó despacio: - ---Hace tiempo que sé que usted... ha visto en mí algo más... ó algo -menos que una amiga... y por eso le rogué que no menudease las visitas, -y, últimamente... es decir, mucho antes del viaje... que las suprimiese -por completo. Aun cuando usted no demostrase... tanta complacencia -en venir, le hubiese rogado lo mismo, por mil razones de prudencia. -Pero... después de que usted, á ruegos míos, se alejó de aquí... ¡han -sucedido muchas cosas! - ---¿Á usted, Antonia?--interrogó Gastón con ansiedad. - ---Á mí, no. Yo he seguido mi vida de siempre. Á usted... - ---Es cierto,--declaró él tranquilizado.--Mi suerte ha cambiado por -completo de faz, y á usted lo debo, ¡Antonia del alma! Me creía pobre, -arruinado, hasta cargado con deudas mayores que mi haber... y gracias -á sus discretos consejos, á sus sabias lecciones, me encuentro dueño -de gran parte de ese caudal que juzgaba perdido, y lo que es mejor, -libre de trampas y ahogos, sin depender de nadie para nada. Esto sólo -ya sería deber á usted un beneficio inmenso... ¡Pues falta lo mejor, -el mayor bien que usted me ha dispensado! Yo era un hombre inútil, -un ocioso vividor, que si no tenía los instintos del vicio, había -adquirido los hábitos de disipación que conducen á él insensiblemente. -Usted me ha despertado, me ha iluminado y me ha hecho reflexionar sobre -mi propio destino. Me he visto y me he avergonzado de verme. Me he -comparado con usted y me he sonrojado de quererla valiendo tan poco. Me -he propuesto merecerla á usted cambiando de vida y de costumbres. Hoy -podría volver á mis antiguas mañas; con lo que he salvado del naufragio -tengo para reingresar en las filas de la vagancia elegante. En vez de -hacerlo, me vengo á Landrey á restaurar la vieja casa de mi familia, -no por vanidad, sino para conseguir, ayudado de usted, practicar el -consejo de mi madre, y ser solamente depositario de mi riqueza... - - [Ilustración] - -Escuchaba Antonia con la mirada brillante, los labios entreabiertos -como para beber el maná de aquellas deliciosas palabras: su expresión -era de felicidad profunda, incontrastable. Sin embargo, un pensamiento -que cruzó por sus ojos los oscureció repentinamente. Afirmando con -trabajo la voz que la emoción enronquecía, preguntó: - ---¿Cómo ha salvado usted su hacienda? Deseo saberlo. ¿De qué medios se -ha valido usted para poner á Lourido suave como un guante? - -Algo confuso, Gastón se preparó á entonar el _mea culpa_. - ---Antonia, voy á ser con usted enteramente leal... porque ya la -considero á usted como á mi propia conciencia... Cuando la pedí su -parecer y usted me trazó con tanto acierto mi línea de conducta, al -pronto me sentí un poco chafado... sí, chafado, es la verdad... viendo -que una mujer me daba tal lección... Puede ser que este mal sentimiento -no durase un minuto, si usted no me ordena, á renglón seguido, que -no aportase por aquí... Esta orden, ¡cuyas razones comprendo! hirió -mi amor propio: yo creía que usted debía sentir algo por mí, aunque -sólo fuese una amistad tierna... y tanta entereza y tanta frialdad me -irritaron... En fin, salí de aquí contrariado y con ganas de hacer á -usted sufrir en su vanidad de mujer... para averiguar si me quería un -poco... ¡Ya ve si hay en mí fondo de tontería y de malos instintos!... -Me propuse que usted rabiase... y al mismo tiempo... ¡que me tuviese -por listo y por mozo de muchas camándulas! ¿No se ríe usted? Pues lo -cuento para que se ría, no para que se contriste... - ---No me puedo reir,--murmuró Antonia. - ---Bastante castigo me impone usted con eso... Abreviando: me metí -en casa de Lourido mañana y tarde, y mientras el padre empezaba á -desenredar las trapisondas de allá, y me imponía de cómo era fácil -salir de la trampa en que había caído, la hija... se figuró... se -persuadió de que... - ---¡De que usted se casaba con ella!--prorrumpió Antonia como á su pesar -y no acertando á reprimirse.--Y lo pensó todo el país, y se dió por -hecha la boda... - ---¡Antonia,--afirmó Gastón seriamente,--mi falta no es tan grande -como usted supone!... Ahora conozco que no procedí con entera -caballerosidad, y que no todos los medios son buenos para empleados; -indudablemente, si Lourido no se imaginase que yo pretendía á su hija, -no se tomaría el interés extraordinario que se tomó en arreglar mis -asuntos... - ---Esté usted cierto de ello. Usted tuvo la triste habilidad de engañar -á ese bribón y también á su hija, á una mujer... Ahí está un consejo -que yo no le había dado. - ---¡Es usted severa y cruel!... Antonia, puede usted creerme bajo -palabra de honor; no he dicho jamás á Flora una palabra ni de amores, -ni de casamiento. Lisonjas, bromas, piropos, tonterías, acompañarla, -sí; otra cosa, no ciertamente. Esa familia, desde el punto y hora en -que me vió y supo mi ruina, que para ellos era todavía prosperidad, -soñó que me casase con Flora, y su obcecación se explica; todo lo -convirtieron en substancia.--Reconociendo que estaba en deuda con don -Cipriano de las enseñanzas que me dió y de la labor fina que hizo para -romper la telaraña de Uñasín, le he firmado en un barbecho sus cuentas, -que en menor escala eran dignas de las del otro, ¡una gazapera! y en el -acto de firmarlas, como he enajenado fincas y tengo dinero disponible, -le he pagado duro sobre duro los seis mil que se lleva de _bóbilis_... -Además, pienso enviar á Concha un relicario y á Flora un bonito -brazalete... ¡que no es el de esponsales, porque ese... ese, aquí lo -tengo! y le pido á usted que sea buena y lo acepte en seguida ¡en -prueba de que me perdona! - -Con un movimiento gracioso, Antonia rechazó el delgado aro de oro en -que se engastaba una gruesa perla, y contestó tratando de disimular lo -vivo de sus sentimientos: - ---Gastón, no hay resolución impremeditada que no se llore después... -Deme usted tiempo de reflexionar, y de reflexionar á solas, -consultándome á mí misma... Algún castigo merece la travesura de usted -con Flora... Le impongo ocho días de extrañamiento. Vuelva usted el -domingo que viene... - - [Ilustración] - ---¡Qué barbaridad!--gritó Gastón.--¡Ocho días! Antonia, no voy á tener -paciencia... ¿Por qué me sujeta usted á tal cuarentena, si se ha -conmovido usted al verme entrar en el jardín? ¡Se ha conmovido usted! -¡Lo he visto! Y nada; como es usted una cabeza de hierro, no valdrá que -yo pida misericordia... - ---No valdría,--respondió Antonia dulcemente.--Es preciso que conozca -usted bien mis defectos, y se convenza de mi testarudez. Así no irá -engañado. - ---Pero me voy á aburrir mucho,--declaró Gastón. - ---La gente sensata y laboriosa no se aburre jamás,--dijo sonriendo ella. - ---Pues á lo menos,--imploró Gastón viendo al niño que se acercaba dando -vueltas á una cuerda que hacía restallar como un látigo,--hágame usted -un favor muy grande... Envíeme mañana á Miguelito á pasar conmigo el -día... Le prometo á usted que no le mimaré ni le levantaré de cascos... -Le daré de comer cosas sanas... Cuidaré mucho de que no se rompa la -cabeza en los escombros... ¿me promete enviármele? - ---Bien, irá Miguelito... No me le vuelva loco...--exclamó festivamente -la madre. - - [Ilustración] - - - - - XIV - - Miguelito - - -Loco ya, pero de contento, llegó el niño á Landrey á cosa de las -once, acompañado de Colasa, encargada también de recogerle antes del -anochecer, y á quien Gastón hizo extensivo el convite, encomendando -á Telma que la obsequiase cumplidamente. Á medio día se sirvió el -almuerzo, y Miguelito, estimulado por la caminata y la novedad, lo -encontró todo de ángeles; fué preciso que Gastón le contuviese, para -que el festín no parase en cólico. Después de comer recorrieron las -habitaciones del Pazo y las ruinas del castillo, sin olvidar la -vetusta torre en que se conocieron, y donde Gastón, en un arranque de -sensibilidad, besó al niño subiéndole en brazos; mas como las tardes de -verano son largas, y Gastón deseaba que su convidado no se aburriese un -minuto, preguntóle: - ---¿Qué quieres hacer ahora? ¿Quieres pasear? ¿Quieres que volvamos á -casa, á ver las estampas del álbum? - ---Quería,--declaró misteriosamente Miguel,--buscar el nido de la -comadreja. Sé dónde está, y mamá no me deja volver allí, porque las -piedras resbalan mucho. - ---¿Es junto al río? - ---En el mismo río... Tú no tienes miedo, ¿eh? - ---No, mi vida... ¿Y tú, yendo conmigo, tampoco lo tendrás? - ---¡Buena gana! Sin tí no lo tengo... ¡figúrate los dos! Mira, llevemos -palos... las piedras resbalan,--repitió Miguel, que en realidad sentía -una especie de terror atractivo al pensar en el resbaladero. - -Preparáronse á la expedición, y Gastón guardó en el bolsillo pastas y -un vaso, para merendar y refrigerarse á orillas del río. Echaron á -andar con buen ánimo, pero ni uno ni otro sabían el camino, y al primer -chicuelo aldeano que encontraron le comprometieron á que sirviese de -guía para llevarles al sitio, llamado, según informes de Miguel, _o -Paso da cova_,--el Paso de la cueva.--El muchacho, que se dedicaba á -apacentar unas mansas vaquitas, se ofreció á ponerles en dirección del -río, volviéndose después, por no separarse del ganado. Orientóles en -efecto, y Gastón comprendió que ya no necesitaba más, pues la bajada -al río no ofrecía dificultad seria, y una vez en la orilla, todo se -reducía á seguir derecho, hasta llegar al resbaladero famoso. - -No era difícil la bajada al río, en el sentido de que se veía por donde -realizarla; mas lo empinado y agrio del monte hacía el sendero casi -impracticable: equivalía á despeñarse cabeza abajo, y la seca rama -de los pinos, llamada en el país _espinallo_, aumentaba el riesgo, -haciendo resbaladiza la estrecha vereda, buena sólo para las cabras, -si allí las hubiese, que no las hay. Miguelito reía á carcajadas, -agarrándose á Gastón que le sostenía cuidadosamente; y la risa se -convirtió en convulsión cuando el señorito de Landrey, en uno de los -sitios más peliagudos, cayó de espaldas, sentado, y se levantó todo -cubierto de _espinallo_, sacudiéndose y exagerando la queja, para que -el chico exagerase la alegría... - -Cuando llegaron á la margen del río, no por eso fué la empresa menos -ardua. Al contrario: por allí no había camino practicable, ni estrecho -ni ancho, ni malo ni bueno, y era preciso saltar por cima de agudos -pedruscos, ó abrirse paso difícilmente entre carrascas y aliagas -que picaban las piernas. En algunos sitios, lo tajado de la orilla -y la estrechez del lugar en donde con gran trabajo se podía sentar -la planta, ocasionaban verdadero peligro, y Gastón, temeroso de una -desgracia, tomaba á Miguelito en brazos y le obligaba, á pesar de -su resistencia, á dejarse conducir fuera del atolladero. El chico -protestaba, jurando que por allí había pasado él con su madre, los dos -á pie, y «divinamente.» Llegaron á un sitio tan propio para romperse -las vértebras, que Gastón sentía impulsos de desandar lo andado y -enviar enhoramala la expedición y el _Paso da cova_, donde, después de -todo, no habría más que unas lajas resbaladizas como si de jabón las -untasen; pero el chico era tan resuelto defensor de que se terminase -la hazaña gloriosamente, y Gastón se sentía ya tan padrazo, que no -hubo remedio sino salvar, medio á gatas, el sitio empecatado, del cual -salieron con las manos arañadas y sangrientas. Al verse fuera del -apuro, Gastón, respirando, miró alrededor, é hizo un movimiento de -sorpresa, notando algo como involuntario y oscuro estremecimiento de -todo su ser. - -Hallábanse en un lugar donde, ensanchándose de pronto el álveo del -río, disminuye en profundidad y es vadeable, caso raro en los ríos de -Galicia. El agua clara y tranquila descubre el lecho de arena, y baña -suavemente un trozo de pradería natural, tendido á ambos lados del -escarpe del monte. Á la otra margen, Gastón veía el principio de un -sendero, no pendiente y agrio como el que habían seguido para bajar, -sino asaz cómodo y practicable, que se perdía entre los pinares de la -montaña. Pero lo que más impresionaba al señorito de Landrey, era -notar que, á sus espaldas, sobre una ladera escarpadísima, casi cortada -á pico, descollaba una torre que conoció: era la de la _Reina mora_. -Estaban debajo del vetusto torreón, tan á plomo con él, que una piedra -lanzada de las ventanas hubiese podido caerles sobre la cabeza; y sin -embargo, por aquel lado la torre era absolutamente inaccesible: querer -subir por el tajo á pico sería como intentar asirse á una lisa pared de -acero. Los que sitiasen á Landrey no era posible ni que intentasen el -asalto del torreón por donde cae al río. - -¿Por qué se destacó en el espíritu de Gastón esta idea con extremada -lucidez? ¿Por qué la recibió como se recibe á un huésped que -afanosamente esperamos? Al pronto ni lo supo él mismo. Un aturdimiento -singular, especie de mareo del entendimiento, le dominaba; y como entre -sueños, al través del zumbido de la sangre agolpándose á sus sienes, -oía la voz del niño. - ---Aquí es,--decía.--Qué bonito, ¿eh? Pero no hay resbaladero, ¿sabes? -porque hoy el río va más crecido y cubre las lajas... que son atroces -de lisas... Dijo mamá cuando estuvimos aquí, que esas lajas no las puso -Dios, sino que las colocó la gente para cruzar á pie enjuto, y que -deben de tener mil años, por lo gastadísimas que están... ¡Vén, anda! -que te enseñaré el _Paso da cova_ y el nidal de la comadreja... - - [Ilustración] - -No eran ya las sienes; era el corazón, era todo el cuerpo de Gastón -lo que se agitaba como saturado de azogue... La idea inicial había -sido llamada por las otras, que acudieron con la rapidez propia de -su inmaterialidad; y agrupándose como un haz de rayos lumínicos, -produjeron la claridad viva que en aquel instante deslumbraba y -enloquecía al señorito de Landrey... Las palabras del manuscrito de -don Martín rodaban por su cerebro á guisa de olas encrespadas: «Si -guiado por el Norte siguieres el camino de los antiguos en peligro de -muerte...» Allí, allí estaba «el camino de los antiguos;» por allí los -defensores de Landrey podían no sólo bajar á la corriente á surtirse -de agua, sino escapar, desvanecerse como el humo cuando les amenazasen -los sitiadores, cruzando el río por las lajas colocadas á mano, y -perdiéndose en el sendero del otro lado de la montaña cubierto de -robles y pinos... ¡La mina, la mina! ¡El tesoro! - ---Vén, te enseñaré donde he visto esconderse la comadreja,--repetía el -niño, tirando de la mano á Gastón, que embobado se dejó arrastrar. - -Orientóse Miguelito con ese acierto topográfico que distingue á los -niños, cuya retentiva fresca no pierde un detalle, y empezó á desviar -los brezos y los renuevos de roble que revestían la base del escarpe, -descubriendo un sitio en que sólo su mirada avizor podría adivinar -la boca de una cueva,--orificio angosto, cegado por desplomes de -tierra y piedras, entre las cuales surgía recia y lozana vegetación, -disimulando perfectamente la entrada y haciendo hasta dudoso que tal -abertura fuese otra cosa sino madriguera de los tejones y las _martas_, -abundantes en aquel país.--Pero Gastón no dudaba; era la boca de la -mina militar del castillo de Landrey, y la emoción le empapaba las -sienes en sudor helado y le hacía temblar las piernas... - - [Ilustración] - -Calló: no era posible confiar tal secreto á Miguelito. Cuando, ya -anochecido, habiendo regresado los dos á Landrey, lo entregó á Colasa -que se proponía, viéndole muerto de sueño y de cansancio, llevarle -á cuestas hasta Sadorio, Gastón, al despedirse del chico, le dió un -abrazo largo, largo, vehemente, y entre dientes murmuró, al estrecharle: - ---¡Criatura, que Dios te bendiga! - -Aquella noche no durmió Gastón; literalmente no concilió el sueño -cinco minutos; y sin embargo, una especie de fiebre le causó raras -alucinaciones. Cerrando los ojos se representó á la Comendadora con -sus hábitos y á don Martín, con su casaca y su calzón corto, que -armados de antorchas le alumbraban por las vueltas y recovecos de -medroso subterráneo... Al amanecer, ya estaba pidiendo á Telma un -ligero desayuno, provisión de fiambres y las herramientas de los -albañiles, que éstos solían dejar en un cesto de esparto, por no -llevarlas y traerlas todos los días; además se surtió de una azada, -una pala y de un «guadaño» para segar la maleza. Encargó á Telma el -sigilo y que diese á los albañiles dinero en pago de sus herramientas, -que supondrían perdidas, y con paso ágil, bajó como la víspera, sin -que esta vez las asperezas y escabrosidades del sendero le pareciesen -tantas; ó por decir toda la verdad, sin que su enajenamiento le diese -lugar á reparar en ellas. Descendía como desciende la piedra, por su -propio impulso y sin percibir los obstáculos que la podrían detener. En -media hora recorrió el trayecto que el día anterior les había costado á -Miguelito y á él, adoptando mil precauciones, cerca de una.--Al verse -ante la boca de la cueva, detúvose y reflexionó. - -¿Á dónde podía conducir la mina? Sin duda á las fundaciones de la -torre, en que Gastón, «guiado por el Norte,» esperaba encontrar el -tesoro. Mas Gastón recordaba que debajo de la torre había realizado un -registro inútil, hallando una especie de mazmorra subterránea, en que -ni las paredes sonaban á hueco, ni se veían rastros de comunicación, -puerta, escalera, ni argolla alguna. ¿Iría la mina á perderse en el -seno de la montaña? ¿Sería mina siquiera? - -Con una especie de rabia, con fuerzas que centuplicaba la ardiente -curiosidad, Gastón puso manos á la obra. Empezó por cortar y raer la -maleza, descubriendo el orificio de la cueva; y después, con ayuda de -la pala, desobstruyéndolo de la tierra que se hacinaba ante él. De vez -en cuando miraba en derredor, por si le observaba alguien. El sitio -estaba completamente solitario. - -Temía el señorito de Landrey encontrar piedras que sus fuerzas no -alcanzasen á remover, y vió con júbilo que era tierra endurecida, -mezclada al grijo del lecho del río, lo único que dificultaba á un -hombre la entrada en la gruta. Esta convicción le animó, y pronto -consiguió despejar la boca, y descubrir un conducto que, en vez -de bajar, subía en ángulo. Encendiendo su linterna, y aferrando la -piqueta, Gastón ascendió por el conducto; sus rodillas tropezaban en -las desigualdades de la mina--ya no podía dudar que lo era--y una -alimaña pasó rozando con sus piernas, en fuga loca, sin que pudiese -distinguir si era el bicho algún tejón ó sólo una gruesa rata. Notó -luego que se ensanchaba la mina y mostrábase cada vez más suave su -declive, y no avanzó sino examinando las paredes, que nada ofrecían de -particular: parecían de barro, y las impregnaba una humedad ligera. No -había ni rastro de esa vegetación fungosa que algunas cuevas poseen: -y á medida que Gastón adelantaba, el ambiente se hacía más seco. Como -quince minutos habría caminado Gastón, cuando de pronto la cueva cesó: -una pared de arcilla la terminaba. - -Si la tal pared se hubiese desplomado sobre él, no sentiría impresión -más fuerte y abrumadora. Quedóse de hielo, abierta la boca, dilatados -los ojos. Al fin, procurando rehacerse, paseó la linterna por la pared -de alto á bajo. Su corazón saltó impetuoso; el barro, resquebrajado á -trechos, cubría un muro de piedra. - - [Ilustración] - -Dejó la linterna en el suelo y atacó el muro, con la piqueta, mostrando -un vigor digno de un demoledor profesional. Era el muro recio, pero no -como de sillería, ni siquiera de cantos muy gruesos; á pocas embestidas -comenzó á desmoronarse, y metiendo por el hueco la linterna, Gastón -vió una especie de sala redonda, parecidísima á la que conocía, y esto -le hizo temblar. ¿Si estaría echando abajo una pared para encentrarse, -burlado y desesperado, al pie de la torre de la Reina mora, en el -sitio donde ya le constaba que no existía rastro de tesoro? Tal idea -le hizo desmayar, y se sentó sobre los escombros. Recordó entonces -que tenía en el bolsillo carne fiambre y un frasco de vino generoso; -reparó sus fuerzas con bocado y trago, y sin más, arremetió otra -vez contra el muro. Cayeron los escombros; fué la abertura capaz de -dejar poso al cuerpo de Gastón, y se enjaretó por ella con esfuerzo, -saltando linterna en mano dentro de una mazmorra circular, toda -revestida de piedra, sin escalera ni acceso á ninguna parte... ¡No -era la ya conocida! ¡Era otra, situada, de fijo, bajo las fundaciones -de la torre! En el techo, enorme argolla emporlonada en una losa; en -el suelo, nada, la tierra; y en la pared ¡cielo santo! una especie de -hornacina tapiada con cal... El escondrijo. - - - - - XV - - El tesoro - - -Antes de atacar con la piqueta la hornacina, Gastón echó mano al frasco -y volvió á beber un trago copioso. Creía tener brasas en la garganta -y en el pecho, y se sentía desfallecer. La embriaguez del triunfo -presentido le abrumaba; no era la codicia, no era la sed de riquezas lo -que le causaba tal vértigo; era el misterio romancesco y la dramática -historia del tesoro, cuyo valor acaso no equivaldría á lo que la -imaginación fantaseaba. - - [Ilustración] - -La piqueta retumbó al fin embistiendo contra la pared. Sus sordos -golpes fueron arrancando el yeso ennegrecido, la dura mezcla que -trababa los pedruscos de la mampostería. Á cada fragmento que se -derrumbaba, crecía el anhelo de Gastón. Abierto un boquete, apareció un -hueco, y en él algo confuso... bultos informes; la luz, introducida, -descubrió que eran, no cofrecillos de sándalo con herrajes de pulido -acero, ni arquillas de cedro incrustadas de nácar, según correspondía -á las joyas de la Reina mora, sino buenamente panzudas ollas de barro -vidriado, de las que en el país se venden á dos reales... Si había -allí riquezas, no las soterró ninguna beldad musulmana, que las hubiese -recibido en dádiva ó prenda de amor de algún emir granadí; don Martín -de Landrey, el de aciaga memoria, al escoger tal sitio para ocultar -su dinero y evitar que pasase á manos odiadas, había cedido sin duda -á la sugestión de la leyenda, y tal vez al curiosear los subterráneos -buscando las perlas de Golconda y el oro del Darro de la sultana, -concibió la idea de resguardar allí por poco tiempo el caudal destinado -á la hija amada y predilecta,--á la piadosa Antígona que consolaba su -ceguera moral. - -Con golpes convulsivos Gastón ensanchó el boquete; cayó de súbito un -gran trozo, y parecieron descubiertas las enormes ollas. Eran hasta -seis, y pesaban más que plomo. Llenas hasta el borde, cuatro de ellas -estaban hidrópicas de onzas, de esas hermosas peluconas de Carlos III -y Carlos IV, que ya se tienen por rareza en los tiempos actuales. -Dos contenían artísticas joyas de diamantes y brillantes montadas en -plata,--collares, tembleques, piochas, broches, arracadas, hebillas, -diademas, peinetas, ramos, y hasta un pájaro de esa mezclada pedrería -llamada ensaladilla por los joyeros, en que se combinan los rubíes -pálidos, los topacios, las esmeraldas claras y la lluvia de las _bellas -rosas_, ó diamantitos menudos como chispas de luz. La envoltura de -barro grosero de una de las ollas encerraba,--como el cuerpo humano, -deleznable, el alma inmortal,--una colección de ricos sartales de -perlas, y dos abanicos del finísimo gusto María Antonieta, de varillaje -de oro incrustado de camafeos. - -Al pronto, le dió vueltas la cabeza á Gastón; temía que las ollas se -deshiciesen en polvo y la fantástica riqueza se evaporase. Se llevó -las manos á las sienes; respiró; y cuando empezaba á recobrar el -aplomo, notó que la vela de la linterna se extinguía; un momento más -y se quedaba á oscuras. Sólo tuvo tiempo para recoger una olla, la -que contenía perlas y abanicos, y salir á escape de la mazmorra y de -la cueva. Al verse al aire libre, al sol, á orillas del río, comenzó -á persuadirse de que no soñaba. Allí tenía parte de su hallazgo... -Por prudencia volvió á obstruir el orificio, colocando la tierra y las -ramas de modo que no se advirtiese diferencia; y abrazado á su olla, -subió á Landrey con alas en los pies. Telma creyó que el señorito -desvariaba,--y desvariaba algo, en efecto,--cuando pedía otra vela y un -saco de lona. Al anochecer, Gastón, en cuatro viajes, había subido el -contenido de las ollas cerrándolo en un recio cofre; pero sus fuerzas -se agotaban, y una calentura que creyó originada por la violenta fatiga -le postró en el lecho. Telma, llena de inquietud, se instaló á su -cabecera; le sirvió infusiones, y veló su sueño agitado por angustiosas -pesadillas, en que pronunciaba palabras truncadas y frases enteras que -parecían de un criminal. ¡Como que se trataba de riquezas, de prisión, -de subterráneo!... La luz de la mañana trajo á Gastón algún alivio, -pero encontrábase tan quebrantado, que le fué imposible levantarse; y -por la tarde el recargo se presentó otra vez, acompañado de sudor y -del mismo delirio congojoso. No cambió al día siguiente el estado del -enfermo; y Telma, conocedora de los males que en el país se padecían, -comprendió que se trataba de calenturas cuotidianas, de las que suele -causar el detenerse largo tiempo á orillas del río, sobre todo en las -horas de la tarde y con el cuerpo sudoroso, y anunció su resolución de -bajar á la Puebla y traer al médico, experto en recetar quinina para -esta clase de achaques. - ---No llames al médico,--ordenó con debilitada voz Gastón.--Vete á -Sadorio y díle á la señora de Sarmiento... á doña Antonia Rojas... que -no estoy bueno... y que la suplico que venga á cuidarme. - ---¡Señorito!--objetó Telma asustada y creyendo que su amo deliraba aún. - ---Obedece, Telma... Estoy en mi juicio... Que venga... Así que venga, -sanaré... Ya lo verás... Anda, Telma... Anda, abuelita querida. - -Este nombre cariñoso tenía la virtud de poner á Telma como un guante. -Sin replicar, llevó á la quinta el extraño recado. ¡Y qué grande su -admiración al ver que Antonia, apenas lo escuchó, se encasquetó el -sombrerillo marinero, cogió de la mano á Miguelito, y echó á andar más -ligera que una corza! - - [Ilustración] - -Al entrar Antonia sola en la habitación del enfermo, se incorporó en -la cama el señorito de Landrey; tendió la mano abrasada al encuentro -de otra mano fresca y trémula, y mirando á su amiga, á su futura -esposa, sacó de debajo de la almohada las sartas de perlas y las -enroscó á la muñeca de la dama. Ésta miraba con sorpresa la joya, y su -ceño se fruncía ya desaprobando el regalo, que creía una intempestiva -prodigalidad de Gastón; pero el enfermo, en voz baja, la dijo unas -cuantas palabras que la hicieron retroceder de asombro. - ---Ahí está, en ese cofre,--repetía Gastón.--Deseo que todo, todo, se lo -lleve usted en seguida á su casa. Pertenece á Miguelito, que es quien -por inspiración de algún ángel lo ha descubierto. Ya comprenderá usted -que si la llamé, para esto era; mi mal no ofrece cuidado, y usted se -volverá ahora mismo á Sadorio, no quiero que los malsines puedan glosar -su presencia de usted aquí. Lo único que me reservo son las joyas de -familia... Quiero que usted las posea y las santifique. - ---Gastón,--articuló Antonia dulcemente,--me iré, pero prométame usted -que vendrá el médico y que atenderá usted á su salud como si yo aquí -estuviese. Del tesoro no hablemos; ya sabe usted que soy firme en mis -resoluciones, y no lo aceptaríamos nunca ni Miguel ni yo; pertenece á -la casa de Landrey. Respetemos la voluntad de los que fueron. No se -olvide usted... de lo que nunca olvidó doña Catalina; el alma de don -Martín pide sufragios... Me encargo de recordarle á usted esa pobre -alma en pena. - ---¿Vendrá usted mañana? - ---Y pasado, y todos los días, mientras usted no se ponga bien... - ---Ya estoy mucho mejor,--declaró Gastón reanimado y sin soltar la mano -empeñada en desasirse. - - [Ilustración] - ---Pues cordura... y á descansar, y á tomar lo que disponga el médico... -y á sanar pronto... Y á tener presente quien envía estas riquezas... Es -nuestro Amo... sí, Gastón; somos sus administradores... Yo no lo sabía, -pero me lo ha enseñado la desgracia. - ---Y á mí el amor,--respondió apasionadamente el señorito de -Landrey.--Por todas partes se puede ir á Roma... Y ahora... que entre -el chiquillo; le quiero tanto como... ¡como á su mamá! - - [Ilustración: Fin] - - - - - Índice - - - I. La llegada, 5 - - II. La Comendadora, 21 - - III. La revelación, 37 - - IV. Gusanillo, 53 - - V. Landrey, 67 - - VI. El Norte, 81 - - VII. La torre de la Reina mora, 97 - - VIII. Lourido, 113 - - IX. Iniciación, 131 - - X. La consejera, 147 - - XI. El consejo, 161 - - XII. Táctica y estrategia, 181 - - XIII. El aro de oro, 197 - - XIV. Miguelito, 211 - - XV. El tesoro, 227 - - [Ilustración] - - - - - ESTE LIBRO SE - ACABÓ DE IMPRIMIR EN BARCELONA - EN EL ESTABLECIMIENTO TIPO-LITOGRÁFICO - DE ESPASA Y COMPAÑÍA, - EL 15 DE MAYO - DE 1897 - - - - - -End of Project Gutenberg's El Tesoro de Gastón, by Emilia Pardo Bazán - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL TESORO DE GASTÓN *** - -***** This file should be named 54791-8.txt or 54791-8.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/4/7/9/54791/ - -Produced by Carlos Colón, Nahum Maso i Carcases, Josep -Cols Canals, University of Toronto and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive) - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - diff --git a/old/54791-8.zip b/old/54791-8.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index a333f24..0000000 --- a/old/54791-8.zip +++ /dev/null diff --git a/old/54791-h.zip b/old/54791-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 5d2797e..0000000 --- a/old/54791-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/54791-h/54791-h.htm b/old/54791-h/54791-h.htm deleted file mode 100644 index 72a8e13..0000000 --- a/old/54791-h/54791-h.htm +++ /dev/null @@ -1,6949 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" - "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> - <head> - <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html;charset=iso-8859-1" /> - <meta http-equiv="Content-Style-Type" content="text/css" /> - <title> - The Project Gutenberg eBook of EL TESORO DE GASTÓN, by EMILIA PARDO BAZÁN. - </title> - <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> - <style type="text/css"> - /* body */ - body {margin-left: 10%; margin-right: 10%;} - - /* headings */ - h1 { text-align: center; clear: both; margin-top: 0.5em; margin-bottom: 0.5em;} - h2 { text-align: center; clear: both; margin-top: 2em; margin-bottom: 1em;} - - /* font sizes */ - .xlarge {font-size: x-large;} - .large {font-size: large;} - .small {font-size: small;} - - /* font style */ - .bold {font-weight: bold;} - - /* small caps */ - .smcap {font-variant: small-caps;} - .lowercase { text-transform: lowercase; } - - /* paragraphs */ - p {margin-top: .25em; text-align: justify; text-indent: 1.5em; margin-bottom: .25em;} - .no-indent {text-indent: inherit;} - .hanging {padding-left: 2em; text-indent: -2em;} - .paddleft {padding-left: 2em;} - .p1 {margin-top: 1em;} - .p2 {margin-top: 2em;} - - /* text alignment */ - .center {text-align: center;} - - /* horizontal rule */ - hr.chap, hr.chap2 {width: 65%; margin-top: 2em; margin-bottom: 2em; margin-left: 17.5%; margin-right: 17.5%; clear: both;} - - /* Images */ - .figcenter {margin: auto; text-align: center; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em;} - .imgcenter {margin: auto; text-align: center; margin-top: 2em;} - .caption p {display: none; visibility: hidden;} - - /* tables */ - table {margin-left: auto; margin-right: auto; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em;} - .tdt {vertical-align: top;} - .tdb {vertical-align: bottom;} - .tdl {text-align: left;} - .tdr {text-align: right;} - .tdpr {padding-right: 0.5em;} - - /* Contatiner */ - .container {text-align: center; } - .container-text {display: inline-block; text-align: left;} - - /* page numbers */ - .pagenum {position: absolute; left: 92%; font-size: smaller; text-align: right; - font-weight: normal; /* not bold */ font-style: normal; /* not italic */ font-variant: normal; /* not small cap */} - - /* Transcriber's notes */ - .transnote {width: 65%; background-color: #E6E6FA; color: black; font-size:smaller; padding: 1%; - margin-left: 16.5%; margin-right: 18.5%; font-family:sans-serif, serif;} - - @media handheld - { - .chapter {page-break-inside: avoid;} - body {margin: 0; padding: 0; width: 90%;} - p {text-indent: 0.75em;} - table {margin-left: 1%; margin-right: 1%; width: 98%;} - .container-text {display: block; margin-left: inherit;} - hr.chap {width: 20%; margin-left: 40%; margin-top: 2em; margin-bottom: 2em;} - hr.chap2, .titlepage {display: none; visibility: hidden;} - .transnote {margin-left: 2.5%; width: 95%;} - } - </style> - </head> -<body> - - -<pre> - -The Project Gutenberg EBook of El Tesoro de Gastón, by Emilia Pardo Bazán - -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most -other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: El Tesoro de Gastón - -Author: Emilia Pardo Bazán - -Illustrator: José Passos - -Release Date: May 26, 2017 [EBook #54791] - -Language: Spanish - -Character set encoding: ISO-8859-1 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL TESORO DE GASTÓN *** - - - - -Produced by Carlos Colón, Nahum Maso i Carcases, Josep -Cols Canals, University of Toronto and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive) - - - - - - -</pre> - - -<hr class="chap" /> -<div class='transnote'> -<p class="no-indent center"><b>Notas del Transcriptor</b></p> -<p>Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.</p> -<p>Los errores obvios de puntuación y de imprenta han sido corregidos.</p> -<p>Las páginas en blanco presentes en el original han sido eliminadas en la versión electrónica.</p> -<p>El índice se encuentra al final del libro. <a href="#Page_237">Ir al Índice</a></p> -</div> -<hr class="chap" /> - - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_1" id="Page_1">[1]</a></span></p> - -<p class="no-indent center large p2">COLECCIÓN ELZEVIR ILUSTRADA</p> - -<p class="no-indent center small p1">VOLUMEN SEXTO</p> - - -<p class="no-indent center xlarge bold p2">El Tesoro de Gastón</p> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_2" id="Page_2">[2]</a></span></p> - -<p class="no-indent center xlarge p2">Colección Elzevir Ilustrada</p> - - -<p class="no-indent center large p2">VOLÚMENES PUBLICADOS</p> - -<div class="container"><div class="container-text"> -<p class="hanging">I.—<span class="smcap">M. Hernández Villaescusa.</span>—<i>Oro -oculto</i>, novela.</p> - -<p class="hanging">II.—<span class="smcap">Vital Aza.</span>—<i>Bagatelas</i>, poesías.</p> - -<p class="hanging">III.—<span class="smcap">Alfonso Pérez Nieva.</span>—<i>Ágata</i>, novela.</p> - -<p class="hanging">IV.—<span class="smcap">Nilo María Fabra.</span>—<i>Presente y futuro.</i> -Nuevos cuentos.</p> - -<p class="hanging">V.—<span class="smcap">Federico Urrecha.</span>—<i>Agua pasada.</i> -(Cuentos, bocetos y semblanzas).</p> - -<p class="hanging">VI.—<span class="smcap">Emilia Pardo Bazán.</span>—<i>El Tesoro de -Gastón</i>, novela.</p> -</div></div> - - -<p class="no-indent center large p2">EN PRENSA</p> - -<div class="container"><div class="container-text"> -<p class="hanging"><span class="smcap">M. Morera y Galicia.</span>—<i>Poesías</i>, con un -prólogo de Antonio de Valbuena.</p> - -<p class="hanging"><span class="smcap">Enrique R. de Saavedra, duque de Rivas.</span>—<i>Cuadros -de la fantasía y de la vida real.</i></p> -</div></div> - - -<p class="no-indent center large p2">EN PREPARACIÓN</p> - -<div class="container"><div class="container-text"> -<p class="hanging"><span class="smcap">Juan Gualberto López Valdemoro, conde -de las Navas.</span>—<i>El Procurador Yerbabuena</i>, -novela.</p> - -<p class="hanging"><span class="smcap">Antonio de Valbuena.</span>—<i>Santificar las fiestas</i>, -cuentos.</p> - -<p class="hanging"><span class="smcap">Carlos Frontaura.</span>—<i>El cura, el maestro y -el alcalde.</i></p> - -<p class="hanging"><span class="smcap">Miguel Ramos Carrión.</span>—<i>Zarzamora</i>, novela.</p> -</div></div> - - -<p class="no-indent center large p2">Y OTROS DE</p> - -<div class="container"><div class="container-text"> -<p class="no-indent paddleft"> -<span class="smcap">Altamira (Rafael).</span><br /> -<span class="smcap">Aza (Vital).</span><br /> -<span class="smcap">Becerro de Bengoa (Ricardo).</span><br /> -<span class="smcap">Liniers (Santiago).</span><br /> -<span class="smcap">Marina (Juan).</span><br /> -<span class="smcap">Oller (Narciso).</span><br /> -<span class="smcap">Pérez Zúñiga (Juan).</span><br /> -<span class="smcap">Thebussem (Dr.)</span><br /> -<span class="smcap">Valera (Juan), etc., etc.</span><br /> -</p> -</div></div> - -<hr class="chap" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_3" id="Page_3">[3]</a></span></p> - -<div class="titlepage"> -<div class="figcenter" style="width: 212px;"> -<img src="images/titulo.jpg" width="212" height="400" alt="" /> -</div> -</div> - -<p class="no-indent center xlarge bold p2"><i>Emilia Pardo Bazán</i><br /></p> - -<h1>El Tesoro de Gastón</h1> - -<p class="no-indent center"><i>Novela</i></p> - -<p class="no-indent center small p1">Ilustraciones de</p> - -<p class="no-indent large center">JOSE PASSOS</p> - -<p class="no-indent center p1">Con licencia del Ordinario</p> - -<div class="figcenter" style="width: 200px;"> -<img src="images/ilust001.jpg" width="200" height="193" alt="" /> -</div><br /> - -<p class="no-indent center small">BARCELONA</p> - -<p class="no-indent center">JUAN GILI, LIBRERO</p> - -<p class="no-indent center small">223, CORTES, 223</p> - -<p class="no-indent center small">MDCCCXCVII</p> - - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_4" id="Page_4">[4]</a></span></p> - -<p class="no-indent center small p2">ES PROPIEDAD</p> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_5" id="Page_5">[5]</a></span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust002.jpg" width="400" height="588" alt="" /> -</div> -</div> - -<div class="chapter"> - -<h2><small>I</small> -<br /> -La llegada</h2> - - -<p>Cuando se bajó en la estación del -Norte, harto molido, á pesar de haber -pasado la noche en <i>wagon-lit</i>, Gastón de -Landrey llamó á un mozo, como pudiera -hacer el más burgués de los viajeros, y le<span class="pagenum"><a name="Page_6" id="Page_6">[6]</a></span> -confió su maleta de mano, su estuche, -sus mantas y el talón de su equipaje. -¡Qué remedio, si de esta vez no traía -ayuda de cámara! Otra mortificación no -pequeña fué el tener que subirse á un -coche de punto, dándole las señas: Ferraz, -20... Siempre, al volver de París, le -había esperado, reluciente de limpieza, la -fina berlinilla propia, en la cual se recostaba -sin hablar palabra, porque ya sabía -el cochero que á tal hora el señorito -sólo á casa podía ir, para lavarse, desayunarse -y acostarse hasta las seis de la -tarde lo menos...</p> - -<p>En fin, ¡qué remedio! Hay que tomar -el tiempo como viene, y el tiempo venía -para Gastón muy calamitoso. Mientras el -simón, con desapacible retemblido de -vidrios, daba la breve carrera, Gastón -pensaba en mil cosas nada gratas ni -alegres. El cansancio físico luchaba con -la zozobra y la preocupación, mitigándolas. -Sólo después de refugiado en su -linda <i>garçonnière</i>; sólo después de hacer -chorrear sobre las espaldas la enorme -esponja siria, de mudarse la ropa interior -y de sorber el par de huevos pasados y la<span class="pagenum"><a name="Page_7" id="Page_7">[7]</a></span> -taza de té ruso que le presentó Telma, -su única sirviente actual, excelente mujer -que le había conocido tamaño; sólo en -el momento, generalmente tan sabroso, de -estirarse entre blancas sábanas después -de un largo viaje, decidióse Gastón á -mirar cara á cara el presente y el porvenir.</p> - -<p>Agitóse en la cama y se volvió impaciente, -porque divisaba un horizonte -oscuro, cerrado, gris como un día de -lluvia. Arruinado, lo estaba; pero apenas -podía comprender la causa del desastre. -Que había gastado mucho, era cierto; que -desde la muerte de su madre llevaba vida -bulliciosa, descuidada y espléndida, tampoco -cabía negarlo. Sin embargo, echando -cuentas, (tarea á que no solía dedicarse -Gastón), no se justificaba, por lo derrochado -hasta entonces, tan completa ruina. El -caudal de la casa de Landrey, casi doblado -por la sabia economía y la firme administración -de aquella madre incomparable, -daba tela para mucho más. ¡Seis años! -¡Disolverse en seis años, como la sal en el -agua, un caudal que rentaba de quince á -diez y siete mil duros!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_8" id="Page_8">[8]</a></span></p> - -<p>Acudían á la memoria de Gastón, claras -y terminantes, las palabras de su madre, -pronunciadas en una conferencia que se -verificó cosa de dos meses antes de la -desgracia.</p> - -<p>—Tonín,—había dicho cariñosamente -la dama,—yo estoy bastante enfermucha; -no te asustes, no te aflijas, querido, que -todos hemos de morir algún día, y lo que -importa es que sea muy á bien con Dios; -lo demás... ¡ya se irá arreglando! Siento -dejarte huérfano en minoría, pero pronto -llegarás á la mayor edad, y así que dispongas -de lo tuyo, acuérdate de dos cosas, -hijo... Que ni hay poco que no baste ni -mucho que no se gaste, y... que no debemos -ser ricos... sólo... ¡para hacer nuestro -capricho, olvidándonos de los pobres y -del alma! Quedan aumentadas las rentas... -gracias á que no he fiado á nadie -lo que pude hacer yo misma... ¡y eso que -soy una mujer, una ignorantona, una infeliz! -Tú, que eres hombre, y que recibes -doblado el capital, puedes acrecentarlo, -sin prescindir de... ¡de que hay deberes, -para un caballero sobre todo!... ¡y de que -la fortuna se nos da en depósito, á fin de<span class="pagenum"><a name="Page_9" id="Page_9">[9]</a></span> -que la administremos honradamente!... -¿Verdad, Tonín, que vas á pensar en esto -que te he dicho... así... así que no estemos... -juntos? Dame un beso... ¡Ay!... -¡Cuidado, que por ahí anda la pupa!</p> - -<p>Y Gastón, de pronto, sintió como los -ojos se le humedecían, acordándose de -que el ¡ay! de su madre había delatado, -por primera vez, la horrible enfermedad -cuidadosamente oculta, el zaratán en el -seno.</p> - -<p>Poco después la operaban, y no tardaba -en sucumbir á una hemorragia violenta... -y Gastón veía á su madre tan pálida, -tendida en el abierto ataúd, y recordaba -días de llanto, de no poder acostumbrarse -á la orfandad, á la soledad absoluta... -Después, con la movilidad de los años -juveniles, venía el consuelo, y con la -mayor edad, el gozo de verse dueño de -sus acciones y de su hacienda, ¡libre, -mozo, opulento! Dando una vuelta repentina -en la cama, lo mismo que si el colchón -tuviese abrojos, Gastón volvía á -rumiar la sorpresa de haber despabilado -tan pronto la herencia de sus mayores.</p> - -<p>—¡Si no es posible humanamente!—calculaba.—¡Si<span class="pagenum"><a name="Page_10" id="Page_10">[10]</a></span> -no me cabe en la cabeza! -Vamos á ver; yo no soy un vicioso; no -he jugado sino por entretenimiento; no -he tenido de esos entusiasmos por mujeres -pagadas, en que se consumen millones -sin sentir. ¿Qué hice, en resumidas cuentas? -Vivir con anchura; pasarme largas -temporadas en el extranjero, sobre todo -en el delicioso París; comer y fumar -regaladamente; divertirme como joven -que soy; pagar sin regatear buenos cocheros -y caballos de pura raza, cuentas de -sastre y de tapicero, de joyero y de camisero, -de hotel, de <i>restaurant</i>... Todo ello, -aunque se cobre por las setenas, no absorbería -ni la tercera parte de mi caudal... oh, -eso que no me lo nieguen. ¡Aunque me lo -prediquen frailes descalzos! Me sucede lo -que á la persona que ha dejado en un cajón -una suma de dinero, no sabe cuánto, -pero volviendo á abrir el cajón nota que -hace menos bulto, y dice: «Gatuperio...»</p> - -<p>Aquí Gastón suspiró, abrazó la almohada -buscando frescura para las mejillas, -y pensó entrever, como filtrado por las -cerradas maderas de las ventanas, un -rayito de luz.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_11" id="Page_11">[11]</a></span></p> - -<p>—El caso es que yo fuí bien prudente. -De imprevisor nadie podrá tacharme. -¿Á quién mejor había de confiar mis -negocios, y la gestión y administración -de mis bienes, que á don Jerónimo Uñasín? -Un viejo tan experto, con tal fama -de seriedad y honradez en los negocios; -y además, de una condición encantadora; -nunca le pedía yo con urgencia dinero, -que á vuelta de correo no me lo girase -sin objeción alguna... En lo que no tiene -disculpa don Jerónimo, es en no haberme -avisado de que mis gastos eran excesivos; -de que á ese paso me quedaba como el -gallo de Morón...</p> - -<p>Al hacer reflexión tan sensata, por primera -vez el incauto mozo sintió algo -que podría llamarse la mordedura de la -sospecha y el aguijón del reconcomio. -Evocó el recuerdo de la cara de don -Jerónimo y se le figuró advertir en ella -rasgos del tipo hebreo, la nariz aguileña, -de presa, la boca voraz, los ojos cautelosos -y ávidos... Las palabras de su madre -resonaron de nuevo en su corazón olvidadizo: -«No he fiado á nadie lo que pude -hacer yo misma...»</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_12" id="Page_12">[12]</a></span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust003.jpg" width="400" height="477" alt="" /> -</div> - -<p>Al cabo se durmió. Á las seis, obedeciendo -órdenes, Telma vino á despertarle -de un sueño agitado, lleno de pesadillas; -arreglóse á escape, y á las siete menos -cuarto conferenciaba con don Jerónimo. -Más de una hora duró la entrevista, de -la cual salió Gastón con la sangre encendida -de cólera y el espíritu impregnado -de amargura. La venda se había roto -súbitamente y Gastón veía,—¡á buena -hora!—que aquel tunante de apoderado<span class="pagenum"><a name="Page_13" id="Page_13">[13]</a></span> -general era el verdadero autor de su -ruina.</p> - -<p>Á preguntas, reconvenciones y quejas, -sólo había respondido don Jerónimo con -hipócrita y melosa sonrisilla, que provocaba -á chafarle de una puñada los morros.</p> - -<p>—¿Qué quería usted que hiciese?—silbaba -el culebrón.—¿Pues no estaba -usted pidiendo fondos y fondos á cada -instante? ¿Pues no era usted mayor de -edad, dueño de sus acciones y sabedor -de á cuánto ascendían sus rentas? Usted, -desde París, libranza va y libranza viene, -y Jerónimo Uñasín teniendo que dejarle -á usted bien, y que buscar y desenterrar -las cantidades aunque fuese en el profundo -infierno... ¡Bien me agradece usted los -apuros que he pasado, las sofoquinas, las -vergüenzas, sí, señor! ¡que vergüenza y -muy grande es, á mis años, andar solicitando -á prestamistas y aguantando feos! -Todo lo he hecho, por ser usted hijo de -los señores de Landrey, que tanto me -apreciaban... Ahora conozco que me pasé -de tonto, que debí cerrarme á la banda -y contestarle á usted cuando me pedía -monises: «otro talla, señor mío...»</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_14" id="Page_14">[14]</a></span></p> - -<p>—Pero usted bien veía que yo me -quedaba pobre,—exclamaba Gastón con -indignación apenas reprimida,—y debiera -usted, como persona de más experiencia, -aconsejarme, llamarme la atención, advertirme... -Yo le dí á usted poder ilimitado... -Yo tenía depositada mi confianza en -usted.</p> - -<p>—¡Sí, sí, advertir! ¡Bonito recibimiento -me esperaba! Ya sé yo lo que -son jóvenes contrariados en sus antojos... -Y además, don Gastoncito, ¿quién me -decía á mí que al echar así la casa por la -ventana, no preparaba usted una gran -boda? Hay en París señoritas de la colonia -americana, que apalean el oro... ¡Es -preciso respetar muchísimo, muchísimo -la libertad de cada uno! y lamentaría -toda mi vida que por mí fuese usted á perder -la colocación brillante que se merece...</p> - -<p>—Téngame Dios de su mano,—pensó -Gastón al escuchar esta nueva insolencia, -y conociendo que se le subía á la -cabeza la ira, y las manos se le crispaban -ansiosas de abofetear al judío.</p> - -<p>Al fin, con violento esfuerzo sobre sí -mismo, revolviendo trabajosamente la lengua<span class="pagenum"><a name="Page_15" id="Page_15">[15]</a></span> -en la boca seca y llena de hiel, pronunció:</p> - -<p>—Bien, cortemos discusiones, que á -nada conducen; al grano... ¿Me queda -algo, lo preciso para comer?</p> - -<p>Vaciló un instante don Jerónimo, y -afectó un golpe de tos, ruidosa y como -asmática, antes de responder, fingiendo -fatiga:</p> - -<p>—Mire usted, lo que es eso... hasta -que... ¡bruum! hasta que... yo... reconozca... -y liquide... ¡bruum!... los créditos... -y se proceda... á la venta de... de las -fincas hipotecadas... es imposible decir si -el... ¡bruum! pasivo... supera al activo... -Acaso tengamos déficit... pero ¡bruum! -ej... ej... no será muy grande...</p> - -<p>—¿Es decir,—preguntó Gastón con -temblor de labios,—que aún podrá suceder -que después de venderlo todo... deba -dinero?</p> - -<p>—Ej, ej... calculo que una futesa...</p> - -<p>No quiso oir más Gastón. Tomando -su sombrero, despidióse con una frase -bronca, y abandonó el nido del ave de -rapiña á quien tarde veía el pico y las -garras. En el recibimiento, mientras recogía<span class="pagenum"><a name="Page_16" id="Page_16">[16]</a></span> -sombrero y bastón, no pudo menos -de fijarse, con penosa y estéril lucidez, en -detalles que le sorprendieron: un soberbio -mueble de antesala tallado, un rico tapiz -antiguo, una alfombra nueva y densa como -vellón de cordero, un retrato, escuela de -Pantoja, una lámpara de muy buen gusto. -Parecía la entrada de una casa señorial, -y al acordarse de que antaño don Jerónimo -se honraba con alfombra de cordelillo -y sillas de Vitoria, Gastón se trató á -sí mismo de majadero, no sin reprimirse -para no emprenderla á palos con los -muebles y con el dueño en especial...</p> - -<p>Volvió á su morada á pie, devorando -la pesadumbre, queriendo sobreponerse á -ella, y sin conseguirlo. Telma, solícita, le -había preparado una comida de sus platos -predilectos; pero no estaba la Magdalena -para tafetanes, ni Gastón para apreciar -debidamente el mérito del puré de alcachofas, -los langostinos en pirámide y las -costilletas de cordero delicadamente rebozadas -en salsa bechamela.</p> - -<p>—Hija, es preciso que me vaya acostumbrando -á las lentejas y al pan seco,—respondió -con un humorístico alarde<span class="pagenum"><a name="Page_17" id="Page_17">[17]</a></span> -cuando la vieja criada, llevándose la fuente, -preguntaba con inquietud, si era que -ya «tenía perdida la mano.»</p> - -<p>Y la fiel servidora, antes de cruzar la -puerta, clavó en su amo una mirada -perruna é inteligente, una mirada que -se condolía...</p> - -<p>Vestido el frac, después de comer, Gastón -dedicó la noche á intentar ver á dos -ó tres personas de quienes esperaba consejo -y auxilio. Á ninguna encontró en -casa, y sería caso raro que lo contrario -acaeciese en Madrid, donde la noche se -consagra á círculos, teatros y sociedades. -Rendido, harto de dar tumbos en el alquilón, -se recogió á las doce y media. Una -gran desolación, un pesimismo mortal le -agobiaban, poniéndole á dos dedos de la -desesperación furiosa. Sin duda que al -siguiente día le sería fácil encontrar en -casa, amables y sonrientes, á sus noctámbulos -amigos; pero ¿qué sacaría de ellos? -Á lo sumo... buenas palabras... ¡Ni Daroca, -el bolsista; ni el flamante marqués de -Casa-Planell, el riquísimo banquero; ni -Díaz Carpio, el actual subsecretario de -Hacienda; ni mucho menos el gomoso<span class="pagenum"><a name="Page_18" id="Page_18">[18]</a></span> -Carlitos Lanzafuerte, iban á abrir la bolsa -y ponerla á disposición del <i>tronado</i>!... -(Tan feo nombre se daba á sí propio -Gastón).</p> - -<div class="figcenter" style="width: 200px;"> -<img src="images/ilust004.jpg" width="200" height="394" alt="" /> -</div> - -<p>Al dejar Telma sobre la mesa de noche -la bebida usual, la copa -de agua azucarada con -gotas de cognac y limón, -mientras Gastón, -inerte, yacía en la meridiana, -esperando á que -se retirase la criada para -empezar á desnudarse, -ésta dijo no sin cierta -timidez, el recelo de los -criados que ven á sus -amos muy tristes:</p> - -<p>—Señorito... anteayer -mandó á preguntar por -usted la señora Comendadora. ¿No sabe? -Su tía, la del convento... Que si había -vuelto ya de Francia... y que deseaba -verle... Que cuando viniese, por Dios no -dejase de ir, sin tardanza ninguna...</p> - -<p>—¡Bien, bien!—contestó él impaciente.</p> - -<p>Así que apagó la bujía y se tendió en<span class="pagenum"><a name="Page_19" id="Page_19">[19]</a></span> -la cama, la arcaica figura de la Comendadora -se alzó en la oscuridad. Abandonado -de todos Gastón, un instinto le -impulsaba á buscar arrimo y consuelo, á -desear comunicarse con alguien que le -compadeciese y le amase de veras. Y su -tía abuela, la Comendadora, era la única -parienta cercana que tenía en el mundo.</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img001.jpg" width="30" height="28" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_21" id="Page_21">[21]</a></span></p> - -<h2><small>II</small> -<br /> -La Comendadora</h2> - - -<p>Como no le dejasen dormir sus melancólicos -pensamientos, Gastón se levantó -temprano, se vistió con diligencia, y subiendo -democráticamente al tranvía, se -dejó llevar hasta muy cerca del convento -de las Comendadoras, que se eleva sombrío, -dominado por su vasta iglesia, en -una calle de las más solitarias del antiguo -Madrid. Las Comendadoras no tienen -reja. Mano á mano, á guisa de seglares -damas—y bien nobles que lo son—reciben -á sus visitas en un locutorio bajo, -amplio, esterado, encalado, cuyas paredes -adornan cuadros religiosos anegados<span class="pagenum"><a name="Page_22" id="Page_22">[22]</a></span> -en betún, y que amueblaban canapés de -paja con respaldo de lira, y braseros claveteados—un -salón de principios del -siglo.—Paseando febrilmente esperó Gastón -á su tía. La portera le había dicho -que doña Catalina—así se llamaba la -Comendadora—estaba en el coro, y que -tardaría cosa de unos veinte minutos. -«No traigo prisa, gracias,» contestó el -mozo: pero, solo ya, medía el locutorio -con rápidas pisadas. Desde que se había -levantado y salido á la calle, batallaba -con la idea de que todo lo de su ruina -era un mal sueño. ¡Una casa tan vieja, -tan sólida como la casa de Landrey, venirse -á tierra por artimañas de un usurero -maldito! No; no podía ser que él, Gastón -de Landrey, con sus propias manos acostumbradas -á calzar guantes, con su propia -cabeza hecha á las esencias y á los lavatorios -del peluquero, tuviese que trabajar -y discurrir como el resto de los mortales, -á fin de ganarse el pan de cada día... La -vida iba á continuar, rauda y disipada; la -única vida posible, la <i>vida</i> en el sentido -parisiense del vocablo.</p> - -<p>Al pensar esto, una oleada de esperanza<span class="pagenum"><a name="Page_23" id="Page_23">[23]</a></span> -inundó á Gastón, esperanza venida -no sabía de dónde, tal vez de la tranquilidad -del locutorio, del aristocrático silencio -del convento, donde debían de ser -inmutables todas las cosas.</p> - -<p>Cuando se hallaba más engolfado en -sus sueños, abrióse la puerta lateral, gruesa -hoja de encina, y apareció en el hueco, -inmóvil y muda, la Comendadora, la -misma doña Catalina de Landrey y -Castro, con las tocas negras, el blanco -escapulario, y en el pecho la roja heráldica -cruz. Adelantándose vivamente, -Gastón corrió á abrazar á su tía, á sostenerla, -á traerla en vilo hasta la silla baja, -situada cerca de la reja que daba á la -calle, el sitio donde solían conversar otras -veces; pero la anciana murmuró suplicante:</p> - -<p>—¡Al jardín... al jardín... allí hace sol... -allí no tendremos frío!</p> - -<p>No sentía Gastón ni pizca de frío en el -locutorio: entrado el mes de Mayo, la -temperatura era suave y radiante la mañana. -No obstante, asintió sonriendo y -quiso coger á la anciana por el talle.</p> - -<p>—No, voy delante,—exclamó ella.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_24" id="Page_24">[24]</a></span></p> - -<p>Lentamente, deslizándose como una -sombra, precedió á Gastón por dos ó tres -pasillos y antesalas, hasta llegar á una -carcomida puerta cuyo picaporte alzó. Al -pisar el umbral del jardín, Gastón se paró -deslumbrado.</p> - -<p>No era el jardín muy grande: servía de -patio al convento, y en su centro, por -todo adorno, tenía un pozo con brocal, -el humilde pozo de Castilla. Cuatro cuarterones -simétricos, recortados en forma -circular á fin de dejar sitio al pozo y holgura -para sacar agua, formaban el sencillo -trazado del jardín monástico. Sólo que -estos arriates, con exclusión absoluta de -toda otra flor ó planta, estaban materialmente -tapizados de pies de azucena floridos. -Era una espesura de azucenas. -Y bajo la sábana de oro que el sol -tendía generosamente, la nívea blancura -de las flores, su apretada abundancia, su -esbeltez, su elegante forma casta y mística, -halagaban los ojos y embriagaban -dulcemente el corazón. Era un jardín -mariano, cultivado únicamente por amor -á la Virgen, para poder cubrir su altar de -ramilletes simbólicos, en el gracioso culto<span class="pagenum"><a name="Page_25" id="Page_25">[25]</a></span> -llamado de las flores de Mayo; ó más -bien era otro altar que brotaba de la -tierra seca y desnuda, por virtud del riego -continuo de unas manos piadosas, enamoradas de María.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust005.jpg" width="400" height="502" alt="" /> -</div> - -<p>En un ángulo del jardín -daba todavía la sombra, y sobre un -banco de ladrillo se sentó la Comendadora -pausadamente, convidando á su sobrino -á que la imitase. La claridad que bañaba<span class="pagenum"><a name="Page_26" id="Page_26">[26]</a></span> -el jardín caía sobre el rostro de -doña Catalina, patentizando la labor de -los años; estrago no diremos, porque en -medio de su carácter de vetustez, bajo el -severo contorno de la toca, aquel rostro -tenía aún líneas de belleza pasada, vestigios -de algo que debió de ser escultural. -Parecían las majestuosas facciones modeladas -en esa cera amarillenta, resquebrajada, -de los cirios viejos y muy secos; la -boca no era más que una línea pálida, -dilatada por una sonrisa misteriosa; las -cejas y las pestañas, encanecidas, sombreaban -de un modo fatídico los ojos, -donde persistía una vida extraordinaria, -una especie de magnetismo. Los clavaba -en Gastón con tal fuerza, con insistencia -tal, que el mozo por un instante creyó á -la Comendadora enterada de su ruina, y -calculó para sí, algo impaciente:</p> - -<p>—Menudo sermón me espera. Agarrarse.</p> - -<p>Recordaba Gastón que, cuando de niño -solía venir al convento, le daba mucha -lástima su tía la Comendadora. ¡Siempre -metida entre aquellas cuatro paredes, -siempre arrebujada en aquellos austeros<span class="pagenum"><a name="Page_27" id="Page_27">[27]</a></span> -paños! Después, ya hombre y capaz de -entender, había sabido la historia de doña -Catalina, y la lástima creció. Doña Catalina -era hija de don Martín de Landrey, -uno de los nobles que en la lucha entre -españoles y franceses por la independencia, -inficionados de volterianismo y -de lo que llamaban entonces <i>ideas nuevas</i>, -abrazaron el partido del invasor. Es de -advertir que los Landrey descendían en -línea recta de un caballero bretón venido -con Beltrán Duguesclín ó Claquín á favorecer -á don Enrique de Trastamara, que -casó con española, que no quiso volver -á Bretaña cuando la vió incorporada á la -corona francesa, y á quien el fratricida -estimó y colmó de <i>mercedes</i>, otorgándole -bienes y feudos en la tierra gallega, tan -semejante á la vieja Armórica, señalada -por su fidelidad á don Pedro, y en la cual -le convenía al bastardo arraigar á sus partidarios. -En cierto modo, don Martín de -Landrey obedecía al atavismo cuando se -afrancesaba; mas no lo creyeron así sus -deudos ni menos doña Catalina, que era -entonces una criatura, pero que se daba -cuenta de todo. Débil y enfermiza ya,<span class="pagenum"><a name="Page_28" id="Page_28">[28]</a></span> -pudo tanto en ella el disgusto de ver á su -padre, en quien adoraba, señalado con el -dedo y despreciado y maltratado cuando -por fin salió de España el intruso, que -contrajo un raro padecimiento nervioso, -convulsiones seguidas de profundos síncopes. -Su hermano,—el abuelo de Gastón,—ardiente -patriota y español acérrimo, -había reñido con don Martín por -diferencia de opiniones, y vivía en Madrid, -en casa de un tío suyo, el marqués -de Lanzafuerte, algo favorito de Fernando -VII; y Catalina se encerró con su -padre, en el desmantelado castillo de -Landrey, por huir de la malevolencia y -la antipatía que en Compostela, lo mismo -que en la corte, despertaba el afrancesado.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 300px;"> -<img src="images/ilust006.jpg" width="300" height="443" alt="" /> -</div> - -<p>Vivieron allí padre é hija largos años -en hosca soledad, ella siempre enferma, -él también achacoso, y cada día más misantrópico -y saturado de hiel, y cuando -vino la última hora de don Martín, la hija -sufrió el horrible dolor de ver morir al -padre como un réprobo, rechazando con -mil pretextos toda clase de auxilios espirituales, -y ya, por último, amenazando con<span class="pagenum"><a name="Page_29" id="Page_29">[29]</a></span> -coger las pistolas que tenía á la cabecera -¡y hacer un ejemplo si un cura pasaba el -umbral!—Así que hubo cerrado los ojos -al infeliz, doña Catalina, en vez de caer -al suelo presa de uno de sus accesos acostumbrados, -se mostró -casi impasible; veló -el cadáver, atendió al -entierro, encargó misas, -muchas misas, y -se estuvo cerca de un -mes encerrada en las -habitaciones del difunto, -registrando cómodas -y armarios, -poniendo en orden -documentos y papeles. -Una noche, los labriegos -y pescadores -de la costa donde se asienta el castillo de -Landrey, vieron con sorpresa un gran resplandor -rojo, y si al pronto creyeron que -había incendio, no tardaron en comprender -que era una descomunal hoguera encendida -en mitad del patio de honor. -Delante de la hoguera estaba doña Catalina -de pie, mandando la maniobra, y dos<span class="pagenum"><a name="Page_30" id="Page_30">[30]</a></span> -criados traían en cestos libros y manuscritos, -despedazaban los volúmenes y los -arrojaban á la hoguera, atizando y cebando -su llama con provisión de leña y ramaje -seco, para que devorase pronto -aquel fárrago.—Gastón había oído referir -á su madre que allí se abrasaron las -obras de bastantes franchutes de la cáscara -amarga, y muchos papelotes que probaban -las íntimas conexiones de don -Martín de Landrey con la masonería española, -su afiliación á la secta y el alto -grado que en ella poseía... La quemazón -duró hasta el amanecer, y sólo al -blanquear la luz del alba las almenas -de las torres se retiró doña Catalina lentamente, -después de cerciorarse, removiendo -con un palo la ya moribunda -hoguera, de que allí sólo quedaban cenizas. -Pocos días después de este suceso, -doña Catalina, dejándolo todo bien arreglado -y habiendo repartido entre los -pobres labriegos cuantiosas limosnas y -perdonado, por cuenta de su legítima, -deudas y atrasos de pagos de rentas, salió -hacia Madrid, donde la reclamaba su hermano -don Felipe de Landrey. Llevaba<span class="pagenum"><a name="Page_31" id="Page_31">[31]</a></span> -en su compañía doña Catalina á una niña -de unos tres años de edad, huérfana de -madre, hija del mayordomo, que no era -sino Telma, la actual sirviente de Gastón.</p> - -<p>En Madrid quisieron divertir y festejar -á Catalina; además de su hermano tenía -dilatada parentela de primos y primas, -porque una hermana de su bisabuelo se -había casado con el duque de Ambas -Castillas, y otra con el de Lanzafuerte, -dejando ambos numerosa y masculina -prole, que se enlazó luego á otras familias -de muy alta alcurnia. Catalina alegó el -riguroso luto para no concurrir á distracciones -ni á saraos, y el día en que se -cumplió un año justo de la muerte de -su padre, anunció el decidido propósito -de entrar en las Comendadoras. Era libre -y dueña de sus acciones, y nadie podía -oponerse á su deseo, con tal resolución -manifestado. No obstante, don Felipe se -opuso, y alegó el peligro de la salud; -con aquel terrible mal nervioso, aquellos -desvanecimientos y accesos convulsivos -¿era prudente, era ni siquiera cristiano -encerrarse en un convento? Doña Catalina<span class="pagenum"><a name="Page_32" id="Page_32">[32]</a></span> -respondió que la Iglesia había arreglado -las cosas tan bien, que existían conventos -para todos los estados de salud; -que las Comendadoras no hacían vida -penitente, sino recoleta y regular, y que -ella estaba segura de resistir bien la -prueba. Y en efecto, no sólo la resistió, -sino que dentro del convento su organismo -débil y quebrantado se templó -hasta adquirir el vigor del acero; el equilibrio -se estableció, la paz reinó en su -antes combatido espíritu, y poco á poco -la cara triste y los nublados ojos de doña -Catalina se convirtieron en la hermosa -faz y las serenas pupilas de la que todos -dieron en nombrar la monja guapa.</p> - -<p>—Desde que tu tía Catalina pronunció -los votos, revivió,—decíale á Gastón su -madre.—La pobre se conoce que había -ofrecido este sacrificio por los pecados de -don Martín. Ella cumplió lo que tenía el -deber de cumplir, y nada aprovecha tanto -al alma y al cuerpo.</p> - -<p>Á pesar de la afirmación de su madre, -Gastón recordaba que no había cesado -de compadecer á su tía Catalina, de considerarla -una víctima inmolada á preocupaciones,<span class="pagenum"><a name="Page_33" id="Page_33">[33]</a></span> -una vida tronchada en flor, una -especie de fantasma sentenciado á desaparecer -del mundo. Para él, entregado -al desorden y tropelías de la voluntad, la -regla en el vivir constituía una esclavitud, -y cualquier valla cruel tiranía. ¡No -hay más, doña Catalina le daba lástima! -¿Y por qué en aquel instante, á aquella -hora virginal de la pura y radiante mañanita, -en aquel jardín monástico todo paz, -donde sólo se escuchaba el vuelo de -algún abejorro, donde las azucenas abrían -tímidamente sus cálices de raso blanco -y vertían en silencio su pomo fragante, -Gastón, en vez de compadecer á doña -Catalina, advertía que la envidiaba? Sí, -no lo podía dudar; envidiaba á la Comendadora, -como envidia el marinero, desde -su esquife que las olas hacen crujir y van -á tragarse pronto, al pobre ermitaño que -bebe de la apacible fuente antes de la -oración... Era hermoso haber vivido sin -tacha; haber realizado lo que creemos -bueno y justo; haber dado testimonio de -su fe ante los hombres, y haber llegado -casi á los noventa años con aquella sonrisa -misteriosa, no la de la esfinge, sino<span class="pagenum"><a name="Page_34" id="Page_34">[34]</a></span> -la de la santa que ya entrevé la bienaventuranza -celeste...</p> - -<p>—Aquí estaremos mejor,—pronunció -con cascada voz la Comendadora, interrumpiendo -los calendarios de su sobrino.—Importa -muchísimo que no nos -oiga nadie... ¡nadie!... Á estas horas no -aparecen monjas por aquí... Lo que te voy -á decir es sólo para tí... ¿me entiendes? -Para tí... tú eres el único nieto varón -de mi hermano Felipe... y ya no queda -en este mundo más personas que tú y -yo llevando directamente el apellido de -Landrey...</p> - -<p>Gastón se estremeció. Acababa de presentir -que no iba á escuchar de labios de -su tía el obligado sermón al sobrino manirroto. -Conocía el culto de doña Catalina -por el apellido de la familia, única -debilidad mundana que siempre se notó -en la ejemplar reclusa, que no había cesado -ni un día de enterarse de los nacimientos, -bodas, muertes, malandanzas y -bienandanzas de sus sobrinos. La Comendadora -no era verosímil que conociese -el estado de la hacienda de Gastón, y por -consiguiente, lo que iba á dejar salir de<span class="pagenum"><a name="Page_35" id="Page_35">[35]</a></span> -su hundida boca de sibila agorera, la -revelación anunciada, sólo podía referirse -al pasado, á ese <i>ayer</i> de todas las -familias, más romántico en las nobles, en -quienes se enlaza estrechamente con la -historia.</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img002.jpg" width="30" height="50" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_37" id="Page_37">[37]</a></span></p> - - -<h2><small>III</small> -<br /> -La revelación</h2> - - -<p>—¡Qué miedo he pasado de morirme -antes que tú volvieses de ese París!—exclamó -la anciana subrayando con tedio -el nombre de la capital francesa.—¡Lo -que he rezado á santa Rita para que me -conservase la vida unos días más!</p> - -<p>—¡Pero, tía, si está usted para vivir -cien años!—afirmó Gastón chanceramente.</p> - -<p>Doña Catalina clavó en el rostro de su -sobrino los negrísimos ojos, lo único que -sobrevivía en su semblante momificado, -con extraordinaria expresión, sobrehumana -casi.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_38" id="Page_38">[38]</a></span></p> - -<p>—Á la lámpara se le acaba el aceite,—dijo -en voz sorda,—pero la misericordia -divina no ha permitido que la muerte me -sorprenda. Sé de cierto que se acerca la -hora...</p> - -<p>—Vamos, tiita, aprensiones... Me ha de -enterrar usted á mí y pedir para que me -admitan en la gloria,—insistió el sobrino.</p> - -<p>—No lo digas á nadie, hijo mío,—prosiguió -la reclusa sin atenderle.—¡Sólo á -tí y al confesor lo descubriré!... ¡Como te -estoy viendo... he visto... he visto á don -Martín de Landrey, tu bisabuelo... mi -padre!</p> - -<p>Estremecióse Gastón. En aquel jardín -embalsamado, entre los vitales efluvios -que derramaba el sol ascendiendo á su -zenit, sintió pasar el soplo frío del <i>más -allá</i>, un hálito del otro mundo.</p> - -<p>—¡Si vieses qué mal color tenía!—continuó -doña Catalina tiritando como si -las frescas azucenas de Mayo fuesen copos -de nieve.—Lo mismo que cuando lo -deposité en la caja... ¡Y una cara de -sufrir!... ¡Virgen Santísima, Madre de los -afligidos, perdón para él... y para todos -los pecadores!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_39" id="Page_39">[39]</a></span></p> - -<p>La cabeza agobiada de la Comendadora -cayó sobre el pecho, y Gastón, cariñosamente, -sólo acertó á murmurar:</p> - -<p>—Tía... ¿no habrá sido... una figuración -de usted?... ¡Hay así... momentos en -que desvariamos!...</p> - -<p>—¡No! Era él en persona... ¡Podría yo -desconocerle! ¡Podría confundir con cualquier -ruido su voz, que me dijo... en un -tono tan triste... como si las palabras -saliesen de la pared!... «¡Catalina... te -espero... hasta luego, Catalina!...»</p> - -<p>Hizo una pausa, y Gastón vió humedecerse -ligeramente las áridas pupilas de -la dama, que movía los labios, rezando -para sí, sin articular. Gastón, quebrantado -aún del viaje y de las penosas impresiones -recientes, notaba un vértigo que atribuía -al olor subido de las flores, más -aromosas cuanto más calentaba el sol. -No quería Gastón reconocer que, á pesar -suyo, le impresionaban las palabras de la -Comendadora.</p> - -<p>De pronto doña Catalina se enderezó, -ya tranquila y al parecer olvidada de sus -temores.</p> - -<p>—Natural es morir, hijo mío,—declaró<span class="pagenum"><a name="Page_40" id="Page_40">[40]</a></span> -serenamente.—Otros eran jóvenes y se -han ido primero. Eso sí que asusta. Ya no -hay más Landrey que tú. Á mí la tierra -me llama, después de ochenta y ocho años -y cinco meses que estoy en el mundo. -Tú ahora empiezas la jornada... ¡Cómo -te pareces á tu abuelo, al pobre Felipe!... -¡Qué bien has hecho en venir aprisa!...</p> - -<p>—En cuanto me avisó Telma. Ayer -mismo llegué á Madrid... Ya ve usted, ni -veinticuatro horas...</p> - -<p>Algo que remedaba una sonrisa y era -más bien fúnebre mueca, animó el semblante -amojamado de la Comendadora.</p> - -<p>—Acércate más, hijo del alma... Ya -apenas tengo voz; no puedo esforzarme... -Si me paro, no te asustes... Me falta -resuello... Soy muy viejecita... Además, -tengo frío... Mira, mira... Helada estoy.</p> - -<p>La diestra glacial de la Comendadora -cayó sobre la de Gastón, que sintió impulsos -de retirarla, pero se contuvo. Parecíale -advertir el contacto de un cadáver: -tal estaba de inerte y seca á la vez aquella -mano que había debido de ser bella y -que conservaba aún las proporciones y el -delicado dibujo de una mano patricia.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_41" id="Page_41">[41]</a></span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust007.jpg" width="400" height="586" alt="" /> -</div> - -<p>—¿Eres buen cristiano?—preguntó de -improviso doña Catalina.</p> - -<p>—Bueno no sé; cristiano sí,—respondió -no sin extrañeza Gastón.</p> - -<p>—¡Es que si eres... de esos... que sólo -creen en la materia... -entonces... -aunque te llames -Landrey... yo... -no tengo nada que -decirte!...—¿Crees -firmemente en -Dios, que nos perdona... -que nos -ha redimido?... -¿Crees, ó no crees? -No mientas... ¡Un -Landrey no miente... -sería mucha -vergüenza! ¡Sería propio de un villano!</p> - -<p>—Creo en Dios,—murmuró Gastón -sonriendo del á su parecer pueril interrogatorio.</p> - -<p>—¿Y en la Virgen?</p> - -<p>—Y en la Virgen,—afirmó el mozo -con calor involuntario, más conmovido -ya de lo que aparentaba.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_42" id="Page_42">[42]</a></span></p> - -<p>Doña Catalina cruzó las manos como -transportada de gozo. Después, sin transición, -exclamó, fijando en Gastón sus vividos -ojos:</p> - -<p>—¿Has estado alguna vez en nuestro -castillo de Landrey, cerca de la Puebla -de Beirana?</p> - -<p>—Nunca, querida tía,—declaró Gastón -desorientado y algo confuso.—Y eso que -siempre me daba curiosidad. Debe de ser -una antigualla preciosa... es decir, con -carácter... de eso precisamente, de antigualla. -Pero ya sabe usted lo que sucede: -se forman planes, se fantasea el viaje... y -hoy por esto y mañana por aquello... se -queda todo en proyecto, y corren días, y -meses, y años... Nada, que no he visto -Landrey.</p> - -<p>—Mal hecho... ¡Lo mismo hicieron tu -padre y tu abuelito... yo no se lo aprobé! -¡Aquel es nuestro solar, el sitio en que se -respeta nuestro nombre, el sitio en que -éramos como reyes! ¡Los señores de Landrey! -¡Eso era decir algo! El que fundó -el castillo y los señoríos,—por cierto que -se llamaba como tú, Gastón de Landrey,—fué -de los que vinieron á ayudar á<span class="pagenum"><a name="Page_43" id="Page_43">[43]</a></span> -don Enrique... Me lo contó mil veces mi -padre, que eso sí, era estudiosísimo... ¡El -estudio es cosa buena cuando no nos -aparta de Dios!... ¿Por qué decía yo esto?... -¡Ah! Sí, sí... Aquel Landrey ó Landroi era -ya un caballero muy noble... sus abuelos -habían estado en las Cruzadas, con San -Luis... El caso es ser grande en el cielo... -pero en fin, los que desde hace siglos...</p> - -<p>Detúvose la Comendadora, fatigada sin -duda, y Gastón, que callaba por respeto, -empezó á creer que estaba perdiendo el -tiempo lastimosamente.</p> - -<p>—La pobrecilla ya chochea...—pensó,—y -se le va el santo al cielo... Incoherencias, -alucinación... ¡Cerca de noventa -años y el claustro!... Querrá que restaure -á Landrey y junte allí mesnadas y alce -pendón y caldera... ¡Y cómo revela el -orgullo nobiliario, su flaco, en pugna con -la humildad cristiana! ¡Si supiese que el -último Landrey va á carecer de lo más -preciso!</p> - -<p>—Mi hermano,—continuó la Comendadora,—pudo -titular, y prefirió ser Landrey -á secas... Hay condes y duques nuevos, -pero los Landrey son todos viejos...<span class="pagenum"><a name="Page_44" id="Page_44">[44]</a></span> -¡Ah! Ya recuerdo, ya sé... Hablábamos -del castillo. Digo, no; hablábamos de tu -bisabuelo, de mi padre... ¡que Dios le haya -perdonado!—y el acento de doña Catalina -se quebró en un sollozo.—¡El pobre!... -esto pasó la noche antes de morir... porque -murió en Landrey, en el cuarto de <i>la -parra</i>, que tiene pintada una, al temple... -Pues me llamó... así, en voz alta... «¡Catalina!» -«Aquí estoy.» «¿Me oyes bien?» -«Sí, señor, diga lo que quiera.» «Acércate, -santita...» (me llamaba <i>santita</i> por -cariño y por chiste). «Así que yo fallezca, -registrarás mis papeles... y quemarás lo -que deba quemarse...» «No tenga miedo...» -«¡Pero cuidado!... En el mueble de -concha, unas cartas... ¡las quemas sin -leerlas!» «Lo que usted mande, señor...» -«Hay también en el mismo mueble... -¡atiende! una caja de plata, de resorte... -y dentro dos papeles doblados y enrollados... -de mi letra... ¡Esos sí que los lees... -y los guardas... y te guías por ellos para -encontrar el tesoro!...»</p> - -<p>—¡El tesoro!...—repitió Gastón fascinado -por la palabra mágica que su tía -acababa de pronunciar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_45" id="Page_45">[45]</a></span></p> - -<p>—Así dijo: «el tesoro...» Y me acuerdo -bien, que me cogió la mano y me la -apretó mucho, mucho, y añadió... ¡verás! -«Es para tí sola... es tu dote... Te prohibo -que le dés nada á Felipe... ¡ni un maravedí! -Á Felipe no... Es mi enemigo: me -ha tratado como á un perro... sé que me -ha llamado <i>traidor</i>... Me cree renegado, -apestado y maldito... Tú aquí, encerrada -en estas paredes conmigo en lo mejor de -tu edad... Á cada cual su recompensa... -Felipe, el mayorazgo, se lo lleva casi -todo... Tú tienes una legítima corta... -¡Más rica tú que él! ¡Para tí el tesoro!...»</p> - -<p>Guardó silencio otra vez la Comendadora, -exhausta por el esfuerzo, pero sus -ojos centelleaban. Gastón no sabía lo que -le pasaba: el olor de las azucenas le atravesaba -como un clavo las sienes, y su -corazón latía de esperanza: en aquel momento -daba por cuerda y muy cuerda á -la monja. Ésta, con dolorido acento, -articuló despacito:</p> - -<p>—Al otro día murió...</p> - -<p>—¿Y la caja?—exclamó aturdidamente -el mozo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_46" id="Page_46">[46]</a></span></p> - -<p>—¡Ah!... La caja... Es verdad, hijo, es -verdad... No, no creas que la perdí... Allí -estaba como <i>él</i> dijo, en el mueble de -concha... junto á las cartas... que olían á -esencias... y las quemé... ¡Qué bien ardieron! -¡Como yesca!</p> - -<p>—Pero... la cajita... con sus misteriosos -papeles dentro...</p> - -<p>—La recogí... ¡No faltaba más!... Aquí -la tengo... Espera... espera.</p> - -<p>Y con un movimiento que parecería -cómico á quien no fuese capaz de estimar -lo que representaba de dignidad y de -pudor y de vida inmaculada, la Comendadora -se volvió hacia la pared, se alzó -el escapulario y se registró el seno con -una mano que la vejez hacía insegura... -Gastón, ansioso, disimulaba la impaciencia -y la curiosidad. Vuelta de cara ya la -señora, presentó á su sobrino un objeto -oblongo, una cajita de plata algo mayor -que una tabaquera y finamente cincelada -al estilo de Luis XV; cazadores con tricornio -y damiselas con peinado de erizón -acosaban á un ciervo entre el follaje de -un bosquecillo. Gastón tendió la mano -vivamente, pero doña Catalina le contuvo<span class="pagenum"><a name="Page_47" id="Page_47">[47]</a></span> -sonriendo con alarde de malicia casi infantil.</p> - -<p>—El resorte... Sino ni tú ni diez como -tú la abrís...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust008.jpg" width="400" height="444" alt="" /> -</div> - -<p>Y apoyando de cierta manera la uña -del seco pulgar en la charnela de la caja, -alzóse lentamente la tapa, y Gastón pudo -ver en el dorado fondo, enrollado, un -papel amarillento. La monja casi reía, -gozosa y triunfante.</p> - -<p>—¿Eh? Ya lo ves, ahí lo tienes... Sesenta -y pico de años hace que lo conservo... -Ni un solo día se ha separado de mí...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_48" id="Page_48">[48]</a></span></p> - -<p>—Pero, tía,—observó enajenado Gastón, -que sin poder contenerse se entregaba -á férvidas ilusiones,—si poseía usted -esto, ¿por qué no buscó el tesoro? ¿Ó es -que ya lo ha buscado usted? No entiendo...</p> - -<p>—No, no, yo no lo he buscado... Dios -no quiso que lo buscase... Por cosas que... -que yo me sé... desde que me faltó mi -padre... ofrecí ser monja... ¡y para eso no -necesitaba grandes riquezas! Mi padre -había prohibido que el tesoro fuese de -Felipe... Pude dárselo á los pobres... sino -que... no sé si Dios me castigará por esto... -la verdad, tengo un delirio por el nombre -de la familia... es falta de humildad, lo -conozco... ¡Quería que ese tesoro se lo -llevase un Landrey!...</p> - -<p>Y volviendo á apoderarse de la mano -convulsa de Gastón, añadió bajo, casi al -oído del mozo:</p> - -<p>—Tú puedes hacer que Dios me perdone -esta debilidad... Eres cristiano, hijo -mío... Usa del tesoro, no como pagano, -sino como cristiano... Las riquezas son un -depósito... No abuses, no derroches, reparte -con los infelices... y acuérdate también -del alma... de la tuya... de la mía...<span class="pagenum"><a name="Page_49" id="Page_49">[49]</a></span> -¡y sobre todo de la de mi pobre padre!... -Esto último no te lo encargo, que te lo -mando... ¿lo oyes? Te lo mando con un -pie en la sepultura...</p> - -<p>—Prometo á usted hacer lo que desea,—declaró -Gastón subyugado, lleno de fe -en el tesoro.</p> - -<p>Y tomando la cajita, apresuróse á desenrollar -el papel que contenía, con ansia -de leerlo. Antes de que lo hiciese, recordó -de súbito y exclamó:</p> - -<p>—Mire usted, tía, que usted habló de -dos papeles... y aquí hay uno, uno no -más.</p> - -<p>Indescriptible expresión de pena cavilosa -oscureció el mirar de doña Catalina. -Su cabeza tuvo un temblequeteo senil y -sus manos se enclavijaron, como si pidiese -misericordia.</p> - -<p>—¡Yo, yo destruí el otro!—gimió desconsolada.</p> - -<p>—¿Usted? ¿Por qué?... ¿Lo destruyó -usted á propósito? ¿Qué era?</p> - -<p>—Era el que más valía... ¡Era el plano!...</p> - -<p>—¡El plano!—repitió Gastón.—¿Un -plano del castillo, sin duda?</p> - -<p>—Del castillo y de sus alrededores...<span class="pagenum"><a name="Page_50" id="Page_50">[50]</a></span> -Con tinta azul, y señalcitas de puntos -encarnados... Hecho por <i>él</i> mismo... ¡Si -tenía una cabeza, un saber de todo!</p> - -<p>—¿Pero y cómo destruyó usted ese documento... -cómo fué?...</p> - -<p>—Porque... ¡Verás!... Yo, en el mundo, -padecía síncopes... y unas congojas... así -como convulsiones... Cuando me encerré -sola á quemar aquellas cartas... ¡las de las -esencias! mientras ardían, abrí la caja -esta de plata... saqué los papeles... los -estuve mirando... Y cátate que de improviso -me da el ataque... no quiero llamar, -porque las cartas no las debía ver nadie... -lo pasé allí, sin auxilio... caigo junto al -fuego... el plano enrollado rueda á la chimenea... -¡y gracias á Nuestra Señora, que -no ardí yo... pero se me tostaron las suelas -de los zapatos! Milagrosamente me -salvé.</p> - -<p>—Y el otro papel... no el plano... ¿Á -ver qué dice?—exclamó Gastón sin acertar -á reprimir su impaciencia.</p> - -<p>Y desenrollando el papelito, vió que -sólo contenía escritas en muy clara letra, -estos renglones:</p> - -<p>«Hallarás lo que buscares, si guiado<span class="pagenum"><a name="Page_51" id="Page_51">[51]</a></span> -por el Norte sigues el camino de los antiguos -en peligro de muerte. Las piedras -viejas son las más preciosas, y el que se -humille se ensalzará.»</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust009.jpg" width="400" height="471" alt="" /> -</div> - -<p>—¿No sabe usted qué significa esto?...—interrogó -el mozo, que encontró el -texto, más que oscuro, negro como boca -de lobo.</p> - -<p>—No, hijo mío... Con el plano, de -seguro se entendía... Yo no hice nada, y -ahora mi cabeza... Ya ves... ¡Los años!... -Pero en Landrey lo entenderás perfectamente, -tú que eres muchacho y listo...<span class="pagenum"><a name="Page_52" id="Page_52">[52]</a></span> -Guarda esa cajita ¡guárdala! y véte, que -es cerca de mediodía, se acaba la hora de -locutorio, y vendrán á llamarme... Y si -cumples lo que me ofreciste... ¡Dios te -bendiga!...</p> - -<p>Doña Catalina alargó sus brazos flacos -y cogió la bonita cabeza pelicastaña de -Gastón, pegando el rostro á la blanca -frente juvenil del último de su linaje. -Un hielo mortal serpenteó por las venas -del mozo; pensó que acababa de besarle -un fantasma sin labios.</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img003.jpg" width="30" height="32" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_53" id="Page_53">[53]</a></span></p> - -<h2><small>IV</small> -<br /> -Gusanillo</h2> - - -<p>Salió Gastón del convento fluctuando -entre la convicción y el escepticismo. -Su convicción era involuntaria; pero su -incredulidad, sostenida por el amor propio -cifrado en no <i>caer de inocente</i>, no se fundaba -únicamente en lo enigmático del -texto del papel y en la destrucción del -plano, sino en lo inverosímil de que -existiese nada menos que un tesoro, soterrado -de un modo tan novelesco, en un -sitio tan romántico y llegando tan á punto -para salvar de la ruina á la casa de Landrey. -¡Vamos, si tenía que ser á la fuerza -una paparrucha, una quimera nacida en -el pobre meollo de una monja alelada!<span class="pagenum"><a name="Page_54" id="Page_54">[54]</a></span> -Á pesar de la caja, que apretaba contra -su pecho,—y que instintivamente en el -tranvía cubrió con ambas manos, por -defenderla de algún rata,—Gastón temía -ser ridículo ante sí propio, si prestaba fe -absoluta á la historia. Lo que más influye -en que nos parezcan <i>irreales</i> los sucesos, -es la comparación con un medio en el -cual esos sucesos no encajan. Venía Gastón -de París, saturado de aquel ambiente -positivo y prosaico, sin más aspiración -que el goce material del momento presente, -y la Comendadora, siempre con la -vista fija en lo pasado y en lo porvenir, -tomando la tierra como tránsito, existiendo -únicamente para expiar las culpas -de su padre y para evocar las memorias -de su raza, era como figura de cuadro ó -de tapiz, algo artístico, singular é interesante -sin duda, pero tan fuera de la -realidad como los santos de piedra de -los viejos pórticos...</p> - -<p>—La chifladura se pega,—cavilaba el -mozo,—y si estoy con la buena señora -una horita más, ¡nada! que me creo lo -del tesoro á pies juntillas.</p> - -<p>Sin embargo, Gastón notaba cierta<span class="pagenum"><a name="Page_55" id="Page_55">[55]</a></span> -calentura, esa fiebre ligera que acompaña -á los accesos de esperanza violenta -y repentina. Pasó el día vagando por -Madrid, sin decidirse á ver á nadie, y se -acostó temprano, como hombre que tiene -mucho que conferir consigo mismo. Durmióse -pronto pesadamente, y soñó cosas -raras; vióse descendiendo á un negro -subterráneo por torcida escalera de caracol; -delante de él, guiándole, iba un -espectro con hábito monástico, que llevaba -en sus manos descarnadas—manos de -esqueleto—una linterna, la consabida -linterna sorda de las novelas y de los -dramas espeluznantes. El espectro, al -deslizarse por los peldaños de la húmeda -y resbaladiza escalera, producía un medroso -ruido de choque de huesos, y los -pliegues del hábito, al pegarse al cuerpo, -diseñaban planos sin carne y palillos -mondos y lirondos. La luz de la linterna, -al caer sobre la pared, dejaba ver fungosas -vegetaciones, é inmundos insectos, -asustados, correteaban en busca de los -rincones oscuros. Bajaban y bajaban, sin -encontrar nunca el término de aquella -escalera horrible, que sin duda se perdía<span class="pagenum"><a name="Page_56" id="Page_56">[56]</a></span> -en las entrañas del planeta, buscando su -centro. Gastón anhelaba de cansancio, -pero el espectro seguía bajando cada vez -más aprisa, y era preciso ir tras él hasta -el mismísimo averno. Allá abajo, en la -sombría profundidad última, Gastón divisaba -un punto rojo, y á medida que -descendían, el punto se agrandaba, cundía, -acabando por ser la boca de un -horno gigantesco, en que ardía—¡temeroso -espectáculo!—un monigote con chupa -y casaca, un pelele de principios del siglo, -retorciéndose entre las llamas sin consumirse... -Y el espectro, de pie ante el -horno, sollozaba:</p> - -<p>—¡Agua bendita! ¡Agua bendita! ¡Trae -agua bendita, Gastón!...</p> - -<p>En este punto del sueño despertó el -mozo. Notaba una sed devoradora, y -tendió la mano, cogiendo la copa sobre -la mesa de noche. Cuando bebía con -ansia, la puerta se abrió, penetró Telma -lo mismo que un rehilete, abrió atropelladamente -las ventanas por donde entró -la luz del día y se plantó delante de la -cama, exclamando en voz que entrecortaba -el llanto:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_57" id="Page_57">[57]</a></span></p> - -<p>—Señorito... Señorito... La señora Comendadora...</p> - -<p>—¿Qué... qué ocurre?</p> - -<p>—¡Ay, señorito!... ¡Acaban de traer -el recado! Esta noche...</p> - -<p>—Ha muerto, ¿verdad?—preguntó el -mozo que recibía la noticia en aquel instante, -sin la menor sorpresa, como si se -tratase de un hecho previsto.</p> - -<p>—Sí, señor... ¡Ay, Jesús! ¡Señorita -querida mía, que era como mi madre! -¡Santa de mi alma!—exclamó Telma, -derramando lágrimas abundantes.</p> - -<p>—Voy ahora mismo al convento...—declaró -Gastón, mientras salía la criada, -sofocada de pena.</p> - -<p>Y en efecto, ni una hora tardó el sobrino -de doña Catalina en pisar nuevamente -el locutorio del convento: sólo que de -esta vez le recibió la abadesa, dama -cincuentona, gruesa, afable y de porte -señoril, con ribetes mundanos, porque -antes de vestir el noble hábito, doña -Francisca de Borja Mascareñas y Quevedo -había frecuentado más los salones -que las iglesias, y de su conversión se -habló bastante, atribuyéndola á rudos<span class="pagenum"><a name="Page_58" id="Page_58">[58]</a></span> -desengaños, ó como decía ella en su -gracioso y expresivo lenguaje, á <i>bofetones -en el alma</i>. Lo que refirió la abadesa á -Gastón fué lo que era de suponer sobre -el caso, ni impensado ni sorprendente, -del fallecimiento de una monja tan anciana:</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust010.jpg" width="400" height="496" alt="" /> -</div> - -<p>—Muy viejecita, muy viejecita era la -pobre... Ya nos temíamos lo que ocurrió, -y cada noche que se recogía, decíamos:<span class="pagenum"><a name="Page_59" id="Page_59">[59]</a></span>—¿Se -levantará la madre Catalina?—Así -es que dormía á su lado una lega, por -precaución, y gracias á tal medida no -careció de auxilios en sus últimos momentos. -Pudo recibir,—y no fué pequeño -consuelo para ella y para todas nosotras,—el -Viático y la Extrema. ¡Alabado sea -el Señor! Murió con una paz... Estaba -contentísima de haberle visto á usted... -Eso me lo decía ayer tarde. ¿Y sabe usted -que desde hace unos quince días andaba -con el tema de que se acercaba su último -instante? Era un presentimiento, sin -duda...</p> - -<p>—¿Pero de qué murió?—preguntó -Gastón afanoso.—¡Porque estaba tan -bien, ayer, tan locuaz, tan entera!</p> - -<p>—¡Á esa edad! De muerte natural... -¡de acabársele la cuerda al reloj! Nada, -un ataquillo de asma, que para una persona -joven sería cuestión de toser y carraspear -un poco... Pero ella no tenía fuerzas -para mondar la garganta, y la menor cosa -¡psé! ¡una flemita! basta para ahogar á -un anciano... No somos nada... ¡una miseria! -Al volver la cabeza así... se acaba -todo, alegría, ilusiones, proyectos, gustos<span class="pagenum"><a name="Page_60" id="Page_60">[60]</a></span> -y disgustos... Asustaría si lo pensásemos -bien.</p> - -<p>—¿No puedo verla?—preguntó Gastón, -que sentía el pecho oprimido y el -corazón en un puño.</p> - -<p>—Está de cuerpo presente, en su cama, -y las celdas son clausura... No, no es posible... -¡Y es lástima, porque si viese usted -qué natural se ha quedado! Hasta parece -joven... El funeral se cantará ahora, dentro -de poco, en la iglesia, y bajarán el -ataúd ya cerrado: y esta tarde se dará -sepultura al cadáver. ¿Desearía usted conservar -algún recuerdo de su tía? Puedo -darle á usted el rosario que usaba, con las -medallitas...</p> - -<p>—Mil gracias, señora,—contestó Gastón -inclinándose.—Poseo un recuerdo de -la tía Catalina, que ella misma, en previsión -de la desgracia, me entregó ayer.</p> - -<p>Y como la abadesa le mirase con cierta -curiosidad, Gastón añadió sencillamente:</p> - -<p>—Una tabaquerita de plata... Pero si -ustedes creen que no tengo derecho á -conservarla, estoy pronto á devolverla.</p> - -<p>—¡Santo Dios!—dijo cortesmente la -abadesa.—Hizo divinamente; que usted<span class="pagenum"><a name="Page_61" id="Page_61">[61]</a></span> -la disfrute mil años. Le quería á usted -mucho, y bien puede usted rogar por ella, -aunque creo piadosamente que es ella la -que debe interceder por nosotros.</p> - -<p>—¡Ojalá que de aquí á un año les -regale yo á ustedes en compensación de -la tabaquera, una Santa Catalina de plata -maciza!—añadió Gastón.—Si algo la ocurre -á usted que mandarme... Esta tarde -misma necesito salir para una finca que -tengo allá en Galicia, en la Puebla de -Beirana... á no ser que necesiten ustedes -ordenarme cualquier cosa relativa al entierro -de la tía, que entonces...</p> - -<p>—Que Santa Catalina le dé á usted -feliz viaje,—contestó la abadesa sonriendo, -mientras el mozo besaba respetuosamente -la manga de su hábito.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 300px;"> -<img src="images/ilust011.jpg" width="300" height="470" alt="" /> -</div> - -<p>Al salir del locutorio Gastón entró en -la iglesia. Empezaban los preparativos del -funeral y se alzaba en el centro el túmulo, -vestido de paños negros orlados de galones -de oro apagado y mustio. El monaguillo -arreglaba las hachas en los grandes -hacheros. Á poco bajaron la caja forrada -de paño negro también y el sacristán -ayudó á colocarla sobre el catafalco.<span class="pagenum"><a name="Page_62" id="Page_62">[62]</a></span> -Cuatro ó seis caballeros de la Orden, avisados -temprano, mal despiertos aún, iban -acomodándose en los bancos de la nave. -Uno de ellos, el conde del Sacrovalle, -divisó á Gastón apoyado en un pilar, -y le llamó con la mano, brindándole -sitio en el banco, á -la cabecera. Encendidos -los altos cirios, -cuya llama amarilla -chisporroteaba -vivamente, poblóse -el altar de sacerdotes -con negras vestiduras, -y en el coro -aparecieron las -siluetas de las monjas, -visibles tras el -espeso enrejillado -de madera. El órgano empezó á quejarse, -acompañando las voces de los sacerdotes -que clara y ahincadamente entonaban las -plegarias y las invocaciones graves, tan -humanas en su terror, del Oficio de difuntos. -Gastón escondía la cara en el pañuelo. -Sentía como si unos dientes sutiles y -agudos se le hincasen dentro, muy adentro,<span class="pagenum"><a name="Page_63" id="Page_63">[63]</a></span> -á su parecer más allá del corazón, en -un lugar que, por lo recóndito y lo sensible, -debía de ser el ápice de la conciencia. -No podía Gastón atribuir tal efecto al -dolor de haber perdido á doña Catalina: -si es cierto que la quería bien, poco lugar -ocupaba en su vida; ningún vacío le dejaba -la Comendadora: sus muchos años -hacían de su muerte algo previsto, que -no arrancaba lágrimas. No: lo que sentía -Gastón era un torcedor íntimo, una cólera -secreta contra sí propio, esa sensación -oscura que lentamente se condensa para -formar el sentimiento de la responsabilidad -moral. Era la detestación de nosotros -mismos, la censura,—más que ninguna -severa,—que hacemos de nuestros -propios actos; era el juez interior que -tantas veces duerme, pero que cuando -sacude la modorra nos registra el alma -y nos condena sin defensa ni apelación, -porque tiene las pruebas, la evidencia en -la mano... Del enlutado ataúd, Gastón -creía que se elevaba una voz, preguntando:—¿Eres -cristiano?—Y que el juez, el -rígido juez de negra toca, respondía:—Como -si no lo fueses... Lo has sido en<span class="pagenum"><a name="Page_64" id="Page_64">[64]</a></span> -el nombre, ¿pero en los hechos? ¿Cuándo -te has acordado tú de Dios? ¿Cuándo has -pensado en el prójimo? ¿En qué y cómo -has dilapidado tu hacienda? Buen comer, -regalo, deleites, ociosidad... ¿Y qué más -hicieras si fueses pagano? ¿Eras cristiano -cuando al salir de una cena desordenada, -en una noche fría, por no desabrocharte -el gabán de pieles no dabas limosna? -¿Eras cristiano, ni aun caballero, cuando -por un quítame allá esas pajas, en aquella -solitaria encrucijada del bosque de Bolonia, -le abrías la cabeza á tu mejor amigo? -¿Eras cristiano, ni aun caballero, cuando -con tu derecha apretabas la mano del -duque de Argentán, mientras en tu izquierda -crujía un diminuto billetito de su -esposa? ¿Eras cristiano cuando?...—La -lista fué larga, y Gastón seguía con el -pañuelo sobre el rostro, escuchando al -inflexible juez.—¡Y todavía te indignas -porque, aprovechando tus horas de culto -á los ídolos, un bribón te ha robado la -bolsa! Para lo bien que tú la empleabas... -¡Y todavía serás capaz de desenterrar el -tesoro de Landrey, y darle el mismo paso, -iguales despachaderas que á la hacienda<span class="pagenum"><a name="Page_65" id="Page_65">[65]</a></span> -que te dejó tu madre! ¡Ay de tí, si con tal -objeto descubres ese tesoro! ¿No sé yo -acaso que ayer, al soñar con él, pensabas -en nuevos goces, en nuevas locuras?...—Y -aquí el invisible juez tomaba forma -humana: era doña Catalina, del color de -la cera, con los párpados cerrados, la -nariz afilada, la -boca sin labios, -las manos en los -puros huesos, toda -ella de una catadura -tan espantable -y temerosa, -que Gastón quitaba -el pañuelo y miraba al ataúd con -ojos de loco...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 300px;"> -<img src="images/ilust012.jpg" width="300" height="316" alt="" /> -</div> - -<p>Entretanto resonaban los sublimes -acentos del <i>Dies iræ</i>, y el viejo conde -del Sacrovalle decía al derrengado marqués -del Altocueto:</p> - -<p>—¿Sabe usted que noto al sobrino -muy afligido? Tiene buenos sentimientos -ese muchacho...</p> - -<p>La misma noche, en el tren correo, -salieron Telma y Gastón hacia el Noroeste, -con rumbo al castillo de Landrey.</p> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_67" id="Page_67">[67]</a></span></p> - -<h2><small>V</small> -<br /> -Landrey</h2> - - -<p>De tres maneras tuvieron que viajar -Gastón y su leal servidora antes de -sentar el pie en el castillo: al dejar el -tren, tomaron la diligencia que por una -carretera provincial descuidada conduce á -la Puebla de Beirana, y antes de llegar -á la Puebla alquilaron dos peludos y trasijados -rocines con su espolique y bagajero, -para el trozo sin camino practicable -que conduce á «las torres.» Al pronto, -en aquella hora del crepúsculo, Gastón -no distinguió, de su casa solar, sino una -masa informe, un hacinamiento de construcciones -pintorescas destacándose sobre<span class="pagenum"><a name="Page_68" id="Page_68">[68]</a></span> -el fondo de un celaje verde claro, más -bien que azul, realzado al poniente por -una franja de oro pálido, blanco casi. -Armado de una vara de mimbre cortada -en un seto, Gastón arreaba á su fementida<span class="pagenum"><a name="Page_69" id="Page_69">[69]</a></span> -cabalgadura, cuyos cascos golpeaban -duramente la calzada de piedras, desasentada -ya é invadida por las hierbas, que -conducía á la alta puerta del patio de -honor, flanqueada por cubos ó tamboretes, -y superada por gallardo escudo con penachos -de hiedra. La decoración entrevista -parecióle grandiosa. Al mismo tiempo, -sintiendo que le lastimaba la grosera albarda -del jaco, se acordó de sus lindos -<i>poneys</i> de París, hoy vendidos, y pensó -con melancolía que probablemente nunca -le sería dable oprimir el lomo de otro -animal tan fino y tan ardiente como -<i>Digby</i>, hijo del famoso <i>Douglas I</i> y de -la yegua árabe <i>Zelmira</i>, traída de Argel -por el coronel de spahis La Morlière... -El <i>hombre viejo</i>, el civilizado epicúreo, -renacía ya, sin querer.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust013.jpg" width="400" height="609" alt="" /> -</div> - -<p>Ocurriósele, además, que iba á pasar -una noche de perros, y varios días y -noches no más agradables, porque el tal -castillote debía de estar incivil, después de -tantos años que no se habitaba. El mayordomo, -de quien sólo sabía Gastón que -se llamaba don Cipriano Lourido, y que -era alcalde de la Puebla, si bien no había<span class="pagenum"><a name="Page_70" id="Page_70">[70]</a></span> -sido avisado de la llegada del amo, una -cama, al menos, se la podría ofrecer. -Con esta confianza empujó la cancilla de -troncos sin labrar que sustituía al portón -bardado de hierro, y penetró en el patio, -llamando á gritos por alguno. Telma, -apeándose ágilmente, comenzó á gritar -también. El áspero ladrido de un perro -fué la única respuesta. La puerta del castillo -estaba cerrada á piedra y lodo. Por -fin, á una ventana con reja se asomó un -rostro lleno de arrugas, y una vejezuela -preguntó con hostil acento:</p> - -<p>—¿Quién anda por ahí?</p> - -<p>Telma, en dialecto, respondió, no menos -enojada:</p> - -<p>—Es el amo, el señorito, el dueño de -esta casa, y si no abrís pronto, veréis lo -que os sucede.</p> - -<p>La bruja desapareció, y por diez minutos -no se oyó nada; diríase que era un -castillo encantado. Entonces el bagajero, -rascándose la cabeza con sorna, dió su -parecer:</p> - -<p>—Convendría que el señorito bajase á -aposentarse en la Puebla, porque don Cipriano -Lourido había más de cuatro años<span class="pagenum"><a name="Page_71" id="Page_71">[71]</a></span> -que no vivía en el castillo; como que tenía -en la plaza una casa muy magnífica... Allí, -en el castillo, sólo estaban unos caseros, -puestos por Lourido mismo... Era dudoso -que abriesen á tales horas.—¿Y por qué -no me dijiste eso cuando me bajé de la -diligencia, pavisoso?—exclamó Gastón.</p> - -<p>—¡Señorito... porque no me preguntaban...!—repuso -el bagajero con gran flema.</p> - -<p>Iba el castellano de Landrey á montar -en cólera, cuando corrieron unos rechinantes -cerrojos, abrióse la puerta, y el casero, -receloso y humilde, apareció murmurando:</p> - -<p>—Buenas noches nos dé Dios...</p> - -<p>Á la luz de una mala candileja de petróleo, -subió Gastón la escalera de piedra -que conducía á un piso alto. Eran aposentos -vastísimos, salones más bien, con -desconchadas pinturas al temple y restos -de un mobiliario que debió de ser suntuoso, -pero que se caía á pedazos, destruído -por el abandono y la humedad. En algunas -partes el techo se encontraba agujereado, -y el chorreo de las goteras había -podrido el piso, cuyos carcomidos tablones -cedían bajo el pie. Notábanse también<span class="pagenum"><a name="Page_72" id="Page_72">[72]</a></span> -sitios vacíos donde habían existido -muebles, y tablas arrancadas, quién sabe -si para cebar el fuego en una noche de -invierno. Telma, recorriendo todas las -habitaciones mientras Gastón comprobaba -estos detalles, volvió despavorida: -¡no había sábanas, no había manteles, no -había comida, no había leña, no había -nada, nada, y allí era imposible vivir!</p> - -<p>—Una noche se pasa de cualquier -modo, mujer, y mañana Dios dirá,—respondió -el mozo haciendo de tripas corazón.—Aún -tenemos fiambres del viaje, y -hay media botella de ponche sueco. Dormiré -envuelto en mis mantas, y tú te arreglarás -con tus mantones. Paciencia...</p> - -<p>—Yo, si lo siento, es por el señorito,—contestó -la criada.—Lo que es por mí... -¡Ay, señorito! este castillo pone miedo á -cualquiera. Cuando salí de aquí tenía yo -dos años; me llevó consigo doña Catalina, -que me quería mucho, y después -quedé con don Felipe, su abuelo de usted, -que en paz descanse... No sé cómo estaría -esto en vida de don Martín. Pero -siendo ya muchachona, vine á asistir á -mi padre cuando murió, y me acuerdo<span class="pagenum"><a name="Page_73" id="Page_73">[73]</a></span> -muy bien de que aquí no faltaba cosa -ninguna: ni el mueble de seda, ni las -camas con adornitos de metal, ni la blancura -en los armarios, ni los relojes riquísimos, -que los trajera don Martín de -Inglaterra... Mi padre lo cuidaba todo, -y daba gloria ver estas habitaciones. Pues -no ha pasado tanto tiempo, ¡treinta y -tantos años! ¿Dónde va la riqueza que -aquí había? El casero dice que á él se lo -entregaron así...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust014.jpg" width="400" height="400" alt="" /> -</div> - -<p>No hizo objeciones Gastón, y aunque -ardía en deseos de registrar su morada, -comprendiendo que sin luz sería imposible,<span class="pagenum"><a name="Page_74" id="Page_74">[74]</a></span> -resolvió despachar el ala de pollo y -la terrina de hígado trufado que aún -le quedaba, y enrollando al cuerpo la -manta, se tendió sobre un canapé Imperio, -desvencijado, ratonado y con hernias -de pelote.</p> - -<p>Ya se deja entender que dormiría medianamente, -y que no fué menester que -le despertase el vigilante gallo. Á la primera -luz matutina se puso en pie molido -como cibera, y sacudiéndose y esperezándose, -examinó mejor la sala donde había -pasado la noche, encontrándola, si cabe, -más maltratada y lastimosa. Sin embargo, -una nota alegre y fresca le regocijó; -era una golondrina, que entrando por la -ventana sin vidrios, exhaló un pitío al -huir asustada de la presencia de un ser -humano.</p> - -<p>Al pronto Gastón, sorprendido, ni recordaba -por qué estaba allí, en aquel desmantelado -salón. Recordó de súbito, y -la idea del tesoro se le figuró entonces -un gracioso disparate, inspirado en una -novela del género de Ana Radcliffe.—¡Haber -venido aquí por eso!—pensó, -embromándose á sí mismo. La verdad<span class="pagenum"><a name="Page_75" id="Page_75">[75]</a></span> -es que no era por eso sólo; también -huía de la trapisonda de sus asuntos en -Madrid, de las caras compasivas ó desdeñosas -que suelen ver los tronados; huía -de los compromisos, del veraneo en Biarritz -ó en Bélgica, en el suntuoso <i>château</i> -moderno de la Casa-Planell, de todo lo -que antes formaba su placer y su costumbre... -Volvía á Landrey, á la casa de la -familia, arrojado por la tempestad.—Sin -embargo, el tesoro había sido la estrella -de su peregrinación... «¡El tesoro!» -Llamó risueño á Telma, y sacando de -la cartera algunos billetes,—porque el día -de la marcha había mal vendido á la <i>Pimiento</i>, -corredora de alhajas, diez alfileres -de corbata primorosos, entre ellos el de -la <i>lágrima negra</i>, perla muy rara que -perteneció á Sara Bernhardt,—dijo perentoriamente:</p> - -<p>—Hoy mismo traerás de la Puebla lo -necesario para tí y para mí... Ropa blanca -sobre todo... Buscarás un carpintero y un -albañil... ¡ah! y un vidriero... Hay que -poner habitables dos dormitorios, un comedor -y la cocina... Después veremos...</p> - -<p>—Beba el señorito esta leche,—suplicó<span class="pagenum"><a name="Page_76" id="Page_76">[76]</a></span> -ella presentándosela en grosero cuenco -de barro.</p> - -<p>Gastón la bebió de bonísima gana, y -Telma añadió:</p> - -<p>—¡Si viese cómo escondían la vaca y -regateaban la ordeñadura los bribones de -los caseros! Se la he sacado á tirones...</p> - -<p>—¡Págales, págales su leche!</p> - -<p>—¡Valientes pillos! ¡Como si no fuesen -del señorito los prados y el dinero de -la aparcería y el establo y todo!—refunfuñó -Telma saliendo con aire belicoso, -dispuesta á volver patas arriba la Puebla -en un santiamén.</p> - -<p>Emprendió Gastón la exploración del -interior de su residencia, y volvió á comprobar -su estado lamentable. Lo que más -le llamó la atención fué que, aparte de la -acción del tiempo y del abandono, había -sitios en que colaboraba con ellos la mano -del hombre. En los techos, sobre todo, -notábanse huellas de vandalismo; las -vigas arrancadas y el pontonaje descubierto. -Varios salones, amueblados antaño, -carecían de mobiliario, no quedándoles -más que algunas sillas cojas, ordinarias, -que jamás debieron de pertenecerles.<span class="pagenum"><a name="Page_77" id="Page_77">[77]</a></span> -Y, cosa más singular aún, en las paredes, -donde no era posible que el edificio hubiese -sufrido tanto, á raíz del piso, notábanse -grandes espacios que sin duda se -habían desmoronado, cuidadosamente recompuestos -con recebo y llano -muy recientes.</p> - -<p>Buscando la escalera -por donde penetraron -la noche anterior, -Gastón salió -al vasto zaguán, -y de allí al patio, -deseoso de dar un -vistazo á la parte -exterior del castillo. -En la tupida -vegetación que alfombraba -el patio, sólo blanqueaba un sendero, -abierto por el paso de la gente. La -fachada que caía á este patio era la del -cuerpo de edificio donde había dormido -Gastón; fachada relativamente moderna, -de mediados del siglo <span class="lowercase smcap">XVIII</span>, que decoraba -una portada con columnas corintias y un -escudo barroco con casco y cimera de -plumaje enroscado.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 300px;"> -<img src="images/ilust015.jpg" width="300" height="441" alt="" /> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_78" id="Page_78">[78]</a></span></p> - -<p>—Este es,—pensó Gastón,—el Pazo, -construído por mi tatarabuelo, á quien -debía de parecerle, y con razón, muy incómodo -el castillo.</p> - -<p>Á la derecha alzábase una tapia, la del -huerto, cuyos manzanos y perales sobresalían -del caballete, y á la izquierda una -recia poterna abovedada daba acceso -al recinto del castillo. Faltaba la puerta, -y Gastón se metió libremente en el recinto -donde, como guerrero símbolo de -gloria, crecía denso matorral de laureles, -árbol que vive á gusto entre las piedras. -Desviando aquella maleza aromática y -trepando por una brecha del derruído -parapeto, llegó Gastón al segundo recinto, -y rodeándolo se halló al pie de la -blasonada puerta de medio punto, de bien -cortadas dovelas. Era la torre del Homenaje, -todavía erguida y almenada, y que -dominaba al conjunto propiamente llamado -el castillo, obra que en el fino -ajuste de sus piedras y en la solidez y -elegancia de sus proporciones, así como -en el diseño ojival de sus ventanas, proclamaba -á voces ser construcción del -siglo <span class="lowercase smcap">XV</span>, época de esplendor para los<span class="pagenum"><a name="Page_79" id="Page_79">[79]</a></span> -señores de Landrey, ya entonces bien -arraigados en el país, y siempre protegidos -de los reyes de la casa de Trastamara. -Prolongábase el recinto fortificado -hasta mucho más allá de la torre, y formaba -una especie de arrecife sobre el -valle, indicando cuánta tuvo que ser la -resistencia y poderío de aquel castillo, -frecuentemente amenazado en las guerras -de Portugal y en las luchas intestinas -que señalaron el advenimiento al trono -de la primera Isabel, en perjuicio de doña -Juana, la <i>Beltraneja</i>. Parte del recinto, el -que gozaba del mediodía, se había utilizado -para construir el Pazo y plantar el -huerto; en otra parte se cosechaba maíz; -pero todo un lado, el que dominaba el -río, encontrábase lo mismo que en tiempo -de los Landrey belicosos; derruídos paredones, -zarzales, y hasta robles ya corpulentos -obstruían los baluartes á los cuales -el río servía de inexpugnable foso natural. -En la parte más saliente de la especie de -península que formaba el conjunto del -castillo, Gastón se detuvo al pie de otra -torre, ó por mejor decir, de las cuatro paredes -ya en parte desmoronadas de un<span class="pagenum"><a name="Page_80" id="Page_80">[80]</a></span> -alto y angosto torreón, erguido y majestuoso, -negruzco y cayéndose de vejez -con saeteras y pocas y estrechas ventanas, -á todas luces muy anterior al castillo. -Aquel era el verdadero solar, la -primitiva madriguera del compañero de -Beltrán Claquín, del hijodalgo bretón que -vino á hacer casta en tierra española; y -Gastón, penetrado de cierto respeto inexplicable, -se paró al pie de la torre, cuya -puerta, muy baja, obstruía un montón de -piedras.</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img001.jpg" width="30" height="28" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_81" id="Page_81">[81]</a></span></p> - -<h2><small>VI</small> -<br /> -El Norte</h2> - - -<p>En esta exploración del conjunto de -Landrey se le había pasado la mañana á -Gastón, pues era vasto el circuito, las -construcciones muchas, y el mozo, imbuído -y guiado sin advertirlo por la secreta -ilusión del tesoro, se detenía involuntariamente -más de lo razonable á reconocer la -configuración de una muralla, ó la dirección -de un pasadizo. Despierto el apetito -con el aire puro, volvióse á casa á esperar -á Telma, que de allí á poco apareció por -la calzada seguida de un borrico cargado -de trastos y de dos fornidos gañanes portadores -de varios bultos y líos. No se desdeñó<span class="pagenum"><a name="Page_82" id="Page_82">[82]</a></span> -Gastón de ayudar á la descarga, -hecha la cual, Telma se dió prisa á aderezarle -algo que comiese, dejando para después -el acomodo del ajuar.</p> - -<p>—Señorito,—advirtió Telma alzados -los manteles,—casi no he gastado nada, -porque no encontré dónde comprar ropa -ni colchones. Todo viene prestado; ¿y -sabe quién nos lo presta? ¡El caifás de -Lourido! Del lobo un pelo. Me salió -al encuentro, hecho pura jalea, y tumba -conque el señorito no debía venir sin -avisarle, y vuelta conque fuese á parar en -su casa, donde hay todas las comodidades, -y que aquí el señorito no puede -vivir. Y ahí tiene, que los colchones son -de don Cipriano, y las mantas de don -Cipriano, y el quinqué de don Cipriano, -y sólo pude comprar el mineral, los platos, -las ollas y las sartenes... Para eso, -don Cipriano me obsequió con un paquete -de café molido, y unos dulces... ¡Si -levantase la cabeza doña Catalina y viese -al señor de Landrey obsequiado por Lourido, -que llegó á casa en pernetas—bien -me acuerdo—y que la primer noche le -hizo mi padre fregar con estropajo la<span class="pagenum"><a name="Page_83" id="Page_83">[83]</a></span> -cara, porque daba asco de tanta roña! -¡Si traía el hombre cazcarrias del año que -se las pidiesen!</p> - -<p>—Telma,—preguntó Gastón interrumpiéndola,—tú -que has vivido mucho tiempo -en esta casa, explícame... Aquí hay -una torre muy vieja, muy vieja. ¿La recuerdas -habitada alguna vez?</p> - -<p>—¿Dice esa tan negra, tan fea, que le -llaman de la Reina mora?—respondió -Telma riéndose.</p> - -<p>—¿De la Reina mora?—repitió Gastón -sorprendido.</p> - -<p>—¿No sabía que tiene ese nombre? -Verdad que como el señorito no ha estado -aquí nunca... Esa torre, señorito, es la -abuela de todas, la que dicen que se edificó -primero, hace una barbaridad de -años. Y también cuentan... ¿pero quién -da crédito á mentiras? que en esa torre -estuvo presa una mora, muy guapísima, -una reina de allá entre ellos, que la trajo -de la guerra un señor de Landrey; y que -la mora se puso muy triste de verse así -emparedada, y se quedó seca, seca, hasta -que se murió, y que la enterraron con -unas alhajas que tenía magníficas, collares<span class="pagenum"><a name="Page_84" id="Page_84">[84]</a></span> -y pulseras, y pendientes y muchas -preciosidades, allí mismo debajo de la -torre, en una cueva atroz que no se sabe -á dónde va á parar... ¡como que anda diez -leguas arreo por debajo de la montaña! -¡Cuentos, cuentos!—añadió Telma echándola -de espíritu fuerte.</p> - -<p>Oía Gastón con palpitante interés. La -popular conseja, enlazada en su imaginación -á los datos auténticos que él solo -conocía en el mundo, le causaba una -excitación indescriptible. En su exploración -matinal no había dejado de orientarse -y de advertir que la caduca y semidesmoronada -torre caía al Norte con tal -precisión como si fuese la aguja imantada -y Landrey un inmenso navío. Recordaba -las palabras del manuscrito, que se había -aprendido de memoria: «Hallarás lo que -buscares, si guiado por el Norte...» Á -hacer su gusto, inmediatamente se volvería -á la torre, para seguir registrando, ya -con doblada insistencia, sus piedras reveladoras; -pero se lo estorbó una visita -intempestiva, la del señor Lourido en -persona, que apeándose de una redonda -y bien cuidada yegüecilla castaña, subía<span class="pagenum"><a name="Page_85" id="Page_85">[85]</a></span> -las escaleras todo lo apresuradamente que -su obesidad permitía. La adversidad había -empezado ya á adiestrar á Gastón, y el -instinto le dictó recibir al apoderado con -muestras de cordialidad y contento, lo -mismo que si estuviese -encantado de sus buenos -oficios y hubiese hallado -á Landrey en el estado -más floreciente.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 200px;"> -<img src="images/ilust016.jpg" width="200" height="353" alt="" /> -</div> - -<p>—Á éste es preciso -verle venir,—pensó -mientras observaba con -atención la cara de don -Cipriano, tosca y vulgar, -colorada y morena, pero -con rasgos de incomparable -astucia y disimulo -en los diminutos y recelosos ojuelos, en la -arremangada nariz y en la voraz y blanquísima -dentadura, que conservaba intacta -á los cincuenta y cinco años.</p> - -<p>Don Cipriano venía, claro es, á saludar -al señorito; á dolerse de que no -le hubiese prevenido de su llegada, en -cuyo caso le esperaría en la estación, y le -traería mejor montado y atendido, no á<span class="pagenum"><a name="Page_86" id="Page_86">[86]</a></span> -Landrey, sino á la Puebla, porque estarse -en Landrey era una locura, y el señorito -no debía tardar nada en bajar á residir en -casa de don Cipriano, donde podrían -muy en paz tratar de los asuntos—y Lourido -recalcaba la palabra, dándole especial -significación.</p> - -<p>—Mil gracias,—dijo Gastón con cortesía;—pero -yo he venido para vivir en -Landrey. Me dolía que este castillo estuviese -deshabitado, abandonado...</p> - -<p>—Se han hecho en él muchísimas reparaciones, -señorito,—contestó precipitadamente -el apoderado,—y eso que no -había... (ademán expresivo de refregar el -pulgar contra el índice). Yo no cesaba de -remendar... (y así diciendo, señaló á la -pared).</p> - -<p>—Ya veo que ahí se ha trabajado,—declaró -Gastón,—pero en cambio, las -vigas de los techos parece que están -arrancadas á propósito...</p> - -<p>Dijo estas palabras Gastón en tono -chancero, para que no sonasen á reprensión, -y no pudo menos de sorprenderle el -efecto que causaron en Lourido, cuyos -ojos cautelosos é inquietos se revolvieron<span class="pagenum"><a name="Page_87" id="Page_87">[87]</a></span> -en las órbitas á estilo de los del ratón -cogido en la ratonera y que no sabe por -dónde salir.</p> - -<p>—El señorito,—articuló al fin con voz -turbada,—no sabe lo que es una casa -vieja... Allá por las tierras donde anduvo -el señorito, las casas son nuevas... ¿Piensa -el señorito que las vigas son de hierro? -¡Los años pueden mucho... las vigas se -caen!...</p> - -<p>—Ya lo sé,—respondió Gastón diplomáticamente.—Comprendo -bien que habrá -usted tenido que luchar con mil dificultades... -No, si no es que me queje. Al contrario: -tengo que darle á usted las gracias -por todos los trastos que hoy me envió. -Si no es por usted, no duermo entre sábanas...</p> - -<p>—Créame el señorito,—insistió Lourido -ya más sereno.—Véngase á la Puebla, y -no viva más entre polilla y <i>ratas</i>. En mi -choza no carecerá de nada.</p> - -<p>—Ya me han dicho que tiene usted la -mejor casa del pueblo...—murmuró Gastón,—y -se la envidio, pero por ahora quiero -estarme entre estas paredes ruinosas.</p> - -<p>—El castillo está cayéndose; si el señorito<span class="pagenum"><a name="Page_88" id="Page_88">[88]</a></span> -piensa hacer obras, mírelo bien -antes,—indicó Lourido;—porque le tiene -que costar miles y miles de pesos... Ya -hablaremos de esto, señorito, porque usted -ignora muchas cosas de que yo le puedo -enterar, y le conviene, antes de dar paso -ninguno: el que llega de fuera viene con -los ojos cerrados: sería una lástima meterse -en trifulcas.</p> - -<p>—Ya bajaré á la Puebla á tratar de eso -con usted,—repuso Gastón, disimulando -la ironía,—y crea que sin su acertadísimo -y amistoso consejo no emprenderé nada. -En efecto, estoy á ciegas.</p> - -<p>—Me parece que sí,—declaró perentoriamente -el apoderado, cada vez más -tranquilo, y reventando de importancia.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust017.jpg" width="400" height="529" alt="" /> -</div> - -<p>Prolongáronse visita y ofrecimientos -hasta muy entrada la tarde, y Gastón, -por aquel día, renunció á curiosear sus -dominios. Acostóse con las gallinas, y madrugó -al día siguiente, saliendo cuando la -aurora principiaba á dorar las cimas del -hemiciclo de montañas que por dos lados -circunda á Landrey. Si altas razones de -discreción no nos lo vedasen, aquí venía -á pelo especificar dónde se extiende esa<span class="pagenum"><a name="Page_89" id="Page_89">[89]</a></span> -comarca deleitosa; pero sea lícito decir -que Landrey está situado en la falda de -una de las sierras en que espiran, entre -los cabos Ortegal y Finisterre, las últimas -ondulaciones, apenas sensibles, de la cordillera -Cantábrica. Gastón, al dirigirse tan -de mañana á la torre, llevaba el propósito -de trepar hasta su mayor altura y dominar<span class="pagenum"><a name="Page_90" id="Page_90">[90]</a></span> -el panorama completo. No sin trabajo -consiguió salvar las gruesas piedras y los -escombros hacinados ante la puerta, y -muy arañado de manos saltó al interior. -Era mayor allí la ruina. Trozos enteros -de pared, desmoronándose, habían atascado -la sala baja, siendo muy arduo reconocer -su forma. Gastón ascendió por los -escombros hasta poner el pie sobre una -de las piedras salientes donde se sostenía -la escalera y la armazón del piso. Aprovechando -este auxilio y las mismas desigualdades -de la pared, y no sin riesgo de -caer de cabeza sobre los derrumbados -sillares; cogiéndose á las plantas parásitas -que cedían bajo su mano, y con una -audacia loca, logró llegar á donde aspiraba; -á la ventana del último piso de la -torre. Ya en ella, pudo acomodarse con -toda seguridad, pues el hueco de la ventana, -con sus dos poyos, formaba una -especie de gabinete, y ofrecía asiento -seguro su antepecho. El elegante marco -de la esbelta ojiva encerraba un cuadro -maravilloso.</p> - -<p>Gastón, al pronto, sintió mareo. La -torre, por aquel lado, se fundaba en escueta<span class="pagenum"><a name="Page_91" id="Page_91">[91]</a></span> -roca que descendía al río, si no -tajada, al menos en rápido declive; natural -defensa que no habían desaprovechado -los fundadores. Al fin se serenó -Gastón, familiarizándose con la altura, y -requirió sus gemelos marinos, de los cuales -viajando no se separaba nunca. Graduólos -y se recreó en el paisaje. La sierra -apenas dibujaba, en lontananza, sus crestas -blandas, de un violeta suave, como el -de un collar de amatistas, y al pie de la -torre, el río, uno de esos ríos gallegos profundos -y callados, que ni se secan ni -se desbordan, iba ensanchando su curso -hasta desembocar en el mar, formando -antes la apacible ría que baña el arenal -de la Puebla, reluciente á los primeros -rayos del sol como polvillo de oro. La -línea del mar era de rosado nácar con -vetas de azul turquesa, y los grandes bosques, -en la vertiente, de un verdor fino, -primaveral. Una paz encantadora, una -alegría juvenil ascendía de la naturaleza, -que parecía salir de un embalsamado -baño de rocío.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust018.jpg" width="400" height="422" alt="" /> -</div> - -<p>La Puebla la veía Gastón tan distintamente, -con su caserío blanco de techos<span class="pagenum"><a name="Page_92" id="Page_92">[92]</a></span> -rojos entreabiertos á manera de abanico -de cinco varillas—las únicas cinco calles -algo importantes del pueblo—que hubiera -podido contar las casas, como podía -contar las lanchas pescadoras que, izando -la airosa vela latina, se desparramaban -ya por la opalizada extensión del mar. -La plaza de la Puebla se le metió por los -oculares á Gastón, y vió, en la torre de la -humilde iglesia parroquial, el entrar y -salir de los pájaros, y la cuerda de las -campanas. Frente á la iglesia, haciendo -esquina con el Ayuntamiento, se alzaba -nueva, flamante, una estupenda casa, -horrible grillera de cuatro pisos y bohardillón, -toda reluciente, pintorreada de<span class="pagenum"><a name="Page_93" id="Page_93">[93]</a></span> -verde rabioso, con triple galería de cristales, -y encima de la puerta una charolada -lápida de <i>seguros mutuos</i>, testimonio de -sabia previsión en el dueño... Cuando el -señorito de Landrey tenía asestado su anteojo -al palacio de Lourido,—no podía -ser menos,—en una de las galerías, muy -adornada de enredaderas, aparecieron dos -mujeres, una joven y otra madura, ambas -desgreñadas, en faldas y justillo, recién -salidas de la cama, porque se desperezaban -aún. La joven, á lo que se percibía -con ayuda de los gemelos, era fresca, -colorada, blanca, y una copiosa melena -rubia, suelta, flotaba desordenadamente -por su cuello y hombros. «Es la hija de -don Cipriano,» pensó Gastón; y por resabios -malos, aferró el anteojo y encandiló -el mirar. Una mímica expresiva de las -dos mujeres indicó que discutían y se -enzarzaban; el displicente gesto de la -doncella, sus ademanes y rabotadas, respondían -á los airados manoteos de la -dueña, asaz puntiaguda de huesos y de -muy fea anatomía. De pronto la vieja -agarró un brazo de la joven, y ésta, desprendiéndose -como una culebra, enseñando<span class="pagenum"><a name="Page_94" id="Page_94">[94]</a></span> -el puño, huyó al interior del aposento. -La galería quedó desierta...</p> - -<p>Varió entonces la dirección del indiscreto -anteojo, y torciéndolo á la derecha, -admiró los manchones de castaños, y más -allá los sombríos pinares. De un campanario -semioculto entre arboledas, le trajo -el viento el argentino son de la campana -tocando á misa. Al herir sus oídos este -toque familiar, tan gozoso en el campo, -cuya soledad dulcifica, en el cristal de los -gemelos se encuadró una vista nueva, no -observada hasta entonces. Era una quinta -con su huerto, cercada por una tapia de -mampostería: la casa no parecía nueva, -sino restaurada; el balconaje de arcos de -piedra que tenía al frente denunciaba la -reparación. Por las columnas trepaban -rosales floridos, y delante de la casa, un -jardín á la inglesa rodeaba un estanque -natural, ó diminuto lago, sombreado por -árboles péndulos. Más lejos, el jardín frutal -y varias dependencias, una era y un -hórreo grande, indicaban que allí no se -cultivaban sólo flores y plantas de adorno. -Cuando Gastón notaba este detalle, -de la casa salió corriendo un niño, y tras<span class="pagenum"><a name="Page_95" id="Page_95">[95]</a></span> -él un perro negro, saltando y haciéndole -fiestas; minutos después, una mujer vestida -de claro, cubierta la cabeza con anchísimo -sombrero de paja, se reunió al perro -y al niño. No era fácil detallar á aquella -distancia las facciones de la dama del jardín; -pero que era dama, se conocía á tiro -de ballesta, en los movimientos, en la -esbeltez de la silueta, y hasta en el sombrerón, -que se quitó un instante; entonces -Gastón pudo distinguir que tenía el pelo -oscuro. La dama asió al niño de la mano, -le halagó y se lo llevó hacia los árboles, -donde el grupo desapareció.</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img003.jpg" width="30" height="32" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_97" id="Page_97">[97]</a></span></p> - -<h2><small>VII</small> -<br /> -La torre de la Reina mora</h2> - - -<p>Estas últimas vistas del anteojo tuvieron -la virtud de dejar pensativo á Gastón. -No había cumplido los treinta, y estaba -preparado por su vida anterior, por la -atmósfera de molicie y sensualidad respirada, -á que la mujer, en el hecho de -serlo, le causare efecto perturbador. No -era Gastón un vicioso libertino, y esta -verdad la llevaba escrita en la tersura de -sus sienes, en la humedad y brillo de sus -ojos; pero como ningún freno moral conocía -desde la pérdida de su madre; como á -nada serio había aspirado; como no enderezaba -su existencia hacia ningún fin, el<span class="pagenum"><a name="Page_98" id="Page_98">[98]</a></span> -capricho y epicureísmo egoísta se habían -apoderado de él, tomando cuerpo en esos -juegos y antojos de la imaginación y de -los sentidos, sueltos como potros brincadores.</p> - -<p>Bien registrado el panorama, quiso -Gastón bajarse de su observatorio. El descenso -era más peligroso aún que la subida, -y dos ó tres veces creyó que caería -precipitado. Al fin se vió salvo sobre los -escombros, y entonces, olvidado ya de -otras fantasías, se dedicó á examinar las -ruinas hacinadas. No pudo menos de -fijarse en que alguna de las piedras caídas -ofrecían el aspecto, no de haberse -desmoronado por la acción del tiempo, -sino de ser arrancadas violentamente. -Hasta mostraban aristas rotas por el hierro. -Estas piedras señaladas así ocupaban -un ángulo de la torre, y formaban un -montón bastante alto; sin embargo, Gastón, -resueltamente, hizo rodar dos ó tres -de la cima, y vió con sorpresa que el -montón cubría una puertecilla muy baja. -Apartó más piedras, descansando cuando -le fatigaba aquel trabajo rudo, y después -de mucho bregar, logró descubrir de la<span class="pagenum"><a name="Page_99" id="Page_99">[99]</a></span> -puertecilla lo bastante para dar paso al -cuerpo de un hombre. Mal como pudo, -por ella se coló, encontrándose en un -pasadizo angosto, abovedado, torcido, en -declive, y tan bajo de techo, que Gastón -lo seguía encorvándose hasta la tierra. -Pronto terminaba el pasadizo, en el primer -peldaño de una escalera de caracol -de piedra, no menos estrecha y angustiosa.</p> - -<p>Bajóla Gastón encendiendo fósforos, -pues la obscuridad era completa, y por la -dirección de aquel conducto juzgó que -debía de hallarse á la izquierda de la -torre, hacia el castillo propiamente dicho. -Hasta veintiún peldaños contó Gastón, y -al concluir de bajarlos, desembocó en un -aposento subterráneo, sin rastros de ventilación -ni de luz, redondo y abovedado -también. No podía dudar que fuese un -calabozo, el <i>in pace</i> de la torre feudal. -Gastón había oído hablar de estos <i>in -pace</i>, creyendo siempre que sólo existían -en la imaginación de los novelistas y de -los arqueólogos; y al encontrarse en aquel -lugar donde supuso que habían languidecido -los enemigos del poderoso señor de<span class="pagenum"><a name="Page_100" id="Page_100">[100]</a></span> -Landrey, se estremeció profundamente. -Repuesto, y encendido otro fósforo, examinó -la mazmorra, movido por un interés -que ya nada tenía de humanitario. ¿Descubriría -allí, por felicísima -casualidad, el -<i>camino que seguían -los antiguos</i>, la veta -que guiase hasta el -filón áureo del tesoro? -Fosforito tras fosforito, -Gastón reconoció -las paredes y -el techo, que tocaba -con la mano. Una -vegetación verdosa, -húmeda, resbaladiza, -cubría las piedras, -pero no había -en ellas señal de -abertura, de reja, de -argolla, ni de ninguna otra particularidad -de las que indican una entrada secreta. -Los sillares eran gruesos, sólidos, bien -trabados, y el pavimento tampoco presentaba -nada de anormal; raso como las -paredes, sin indicio de trampa ó sumidero.<span class="pagenum"><a name="Page_101" id="Page_101">[101]</a></span> -Golpeó Gastón por todos lados, y no -sonó á hueco. Entonces fatigado ya, con -las yemas de los dedos abrasadas, desanduvo -el camino, y salió á ver el sol, á respirar -libremente.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 250px;"> -<img src="images/ilust019.jpg" width="250" height="476" alt="" /> -</div> - -<p>Rióse de sí mismo. ¿Pues no había entrevisto, -en su fantasía, el tesoro? Sentóse -en los escombros, y, cogiéndose la cabeza -entre las manos, concentró el pensamiento -en la hipótesis. Todas las fuerzas de su -inteligencia se pusieron en juego, solicitadas -por el problema de que dependía su -porvenir.</p> - -<p>¿Existía en realidad el tesoro, no aquí -ni allí, sino en alguna parte, oculto, difícil, -pero no imposible de encontrar? -¿Ó era sólo delirio de un moribundo y una -reclusa? Y si no deliraban, si en efecto el -tesoro se depositó en algún escondrijo del -castillo, ¿no lo había descubierto nadie -durante los sesenta y pico de años que la -mansión de Landrey llevaba entregada á -manos pecadoras? ¿Aquel don Cipriano -Lourido, ave de rapiña cebada en el -cuerpo de sus amos, no podría haber olfateado -las enterradas riquezas?</p> - -<p>Al ocurrírsele esta probabilidad, Gastón<span class="pagenum"><a name="Page_102" id="Page_102">[102]</a></span> -se fijó en ella, herido por un destello -luminoso. Recordó las vigas arrancadas, -las paredes recebadas de nuevo, las piedras -de la torre removidas á mano y -amontonadas como para disimular la -puerta, y estas señales extrañas le pareció -que demostraban con elocuencia la sospecha -que germinaba en su espíritu.</p> - -<p>—Si Lourido no descubrió el tesoro, por -lo menos lo ha buscado,—discurrió con -lógica.—¿Será esa la explicación de su -fortuna y el cimiento de aquella casa tan -maja en la plaza Mayor de la Puebla?</p> - -<p>Otra vez repasó en la memoria las palabras -del papelito amarillento: «Hallarás -lo que buscares...» Con la ayuda del plano -quemado por doña Catalina, debían de -ser clarísimos los pocos y enigmáticos renglones. -Faltando el plano, un logogrifo. -Lourido no tenía ni plano, ni el papelito -siquiera.</p> - -<p>—Le llevo una ventaja,—dedujo Gastón,—y -si no acierto es que seré doblemente -torpe que él.</p> - -<p>Volvió á recordar la misteriosa cláusula: -«Si guiado por el Norte siguieres el -camino que seguían los antiguos en peligro<span class="pagenum"><a name="Page_103" id="Page_103">[103]</a></span> -de muerte...» ¿Cuál podía ser el maldito -<i>camino</i>? Se golpeó la frente Gastón. -¡Una mina que permitiese á los moradores -del castillo, sitiados y no pudiendo -resistir, huir por ignorado subterráneo y -salvarse! ¡Una mina... la mina que las gentes -del país prolongaban diez leguas, y -donde creían sepultada á la Reina mora!</p> - -<p>¿De qué manera encontraría la mina? -Por dos sitios podía intentarse; ó desde el -castillo mismo, ó donde desembocase: á -orillas del río, ó en la montaña. La única -indicación algo exacta era la de «guiado -por el Norte.» Al Norte estaba la torre -vetusta, y de ella tenían que arrancar las -exploraciones. Sin embargo, el calabozo -no ofrecía resquicios; la obra subterránea -del torreón moría allí.</p> - -<p>—Volveré con una linterna, un pico y -una pala,—pensó Gastón, que lejos de desalentarse, -sentía crecer su engreimiento.</p> - -<p>Engolfado en tales propósitos le sorprendió -un ruido á sus espaldas. Eran dos -voces, una infantil, otra muy timbrada, -de mujer, que discutían. Antes que se -diese cuenta de nada Gastón, un niño -como de ocho años saltó por las piedras<span class="pagenum"><a name="Page_104" id="Page_104">[104]</a></span> -hacinadas en la puerta, á riesgo de torcerse -un pie, y con agilidad vino á caer al -lado de Gastón, que le amparó con los -brazos, le sostuvo y le libró de un descalabro -cierto. La mujer exhaló un chillido -y trepó impetuosamente por las primeras -piedras en seguimiento de la criatura, y -Gastón corrió en su auxilio, gritando:</p> - -<p>—Cuidado, señora... que esas piedras -ceden... apóyese usted...</p> - -<p>Ningún caso hizo la señora del ofrecimiento; -ligera como una corza salvó el -montón de ruinas, y brincó al otro lado, -palpando al niño con ansiedad. Segura -ya de que no se había hecho daño alguno, -volvióse á Gastón diciendo:</p> - -<p>—Mil gracias... ¡Si no es por usted, -este diabólico...!</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust020.jpg" width="400" height="613" alt="" /> -</div> - -<p>Mirábala Gastón de hito en hito, sorprendido -de la aparición. Tenía delante á -una mujer que representaba de veintiséis -á veintiocho años, alta y bien proporcionada, -de gentil presencia. Su traje, singular -en aquel rincón del mundo, era el que -prescribe la moda á las excursionistas; -una falda de tartán escocés á cuadros verdes -y azules, bastante corta, polainas de<span class="pagenum"><a name="Page_105" id="Page_105">[105]</a></span> -paño sujetando fuerte y holgado zapato -de cuero, y gabancillo de alpaca azul, -recto y flojo, sobre el cual un cuello vuelto, -de batista sin almidonar, dejaba libre -la garganta. Esta era morena y mórbida,<span class="pagenum"><a name="Page_106" id="Page_106">[106]</a></span> -y remataba en una cabeza que no podía -llamarse hermosa, pero sí expresiva y -agraciada. El sol y el aire habían dorado -la tez, y sus tonos de ágata fina aumentaban -la luz de los garzos ojos y la frescura -de la boca limpia y grande. El cabello, -oscurísimo, se recogía en sencillo rodete -bajo el sombrero marinero de paja amarilla, -sin más adorno que el ala disecada -de una paloma. Llevaba la señora guantes -gruesos, de hilo, y á la cintura una -escarcela de charol. Gastón se inclinó, se -descubrió y dijo extremando el rendimiento:</p> - -<p>—¡Ojalá fuese verdad que yo hubiese -tenido la fortuna de servir á usted de -algo! Soy tan inútil, que ni aún quiso -usted que la ayudase á salvar las piedras...</p> - -<p>—Estoy muy acostumbrada á pasos -difíciles,—respondió la excursionista,—y -como usted comprenderá, ahí por los -pedregales y los derrumbaderos no siempre -se encuentran señores amables que -ofrezcan la mano... Miguel, hijo mío, dí, -¿no te has hecho mal?</p> - -<p>—¡Qué mal!—chilló el travieso con<span class="pagenum"><a name="Page_107" id="Page_107">[107]</a></span> -vocecilla aguda.—¡Si no necesité del -señor! Salté perfectamente solo...</p> - -<p>—Calla, fanfarrón... Si no fuese tu -antojo de entrar en la torre de la Reina -mora, no molestábamos á este caballero... -Dale las gracias, y vámonos, que es preciso -volver á casita antes que se enfríe el -caldo...</p> - -<p>—¡Yo no me voy!—replicó el chico.—¡No -me voy sin buscar el tesoro!</p> - -<p>Atónito se quedó Gastón al pronunciar -el niño tales palabras.</p> - -<p>—¡El tesoro!—repitió con una emoción -que le ponía la voz temblona.</p> - -<p>—El tesoro de la Reina mora,—explicó -la dama riendo.—¿Es usted forastero? -Entonces no tiene nada de particular que -no sepa que en esta torre estuvo cautiva -una sultana, y la sepultaron con sus alhajas -en una mina descomunal que hay -debajo, y que llega hasta los antípodas...</p> - -<p>Gastón sintió frío... En vez de confirmar -sus ilusiones, la leyenda, referida así -en chanza, las prestaba color de insensata -quimera. ¡La graciosa boca que se burlaba -de la mina, disipaba á la vez los sueños -de oro!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_108" id="Page_108">[108]</a></span></p> - -<p>—Nada de eso sabía, señora,—dijo -disimulando el cuidado,—pero si el tal -tesoro anda por aquí, Miguelito y yo lo -encontraremos.</p> - -<p>—¡De fijo!—contestó con el mismo -aire de buen humor la dama.—En asociándose...</p> - -<p>—Para que Miguelito y yo nos asociemos—insistió, -Gastón,—es preciso que -su mamá nos autorice á ser amigos; y -para que se digne autorizarnos, que sepa -quién es el futuro amigo de Miguelito... -Me llamo Gastón de Landrey.</p> - -<p>—¡De Landrey!—repitió ella con -acento de sorpresa y simpatía.—¡Es usted -el dueño del castillo!</p> - -<p>—En este momento no,—contestó -Gastón galantemente.</p> - -<p>—Gracias otra vez... ¡Landrey!—murmuró -la señora como hablándose á sí -misma.—¡Qué bonito nombre! ¡Qué antiguo -en este país! ¿Es la primera vez que -viene usted á su casa?</p> - -<p>—Sí, pero me detendré bastante tiempo.</p> - -<p>—¡Bien hecho! Lo merecen estas pobres -piedras tan simpáticas y tan abandonadas. -Me alegro en el alma de que esté<span class="pagenum"><a name="Page_109" id="Page_109">[109]</a></span> -aquí el señor de Landrey... y celebro que -haga amistad con Miguelito, y que desentierren -los capitales de la sultana, que ya -habrán criado moho... Como usted no va -á adivinar mi nombre, me presentaré, -aunque sea incorrecto. Me llamo Antonia -Rojas, viuda de Sarmiento, y vivo en una -casita de campo, á poco más de un cuarto -de legua de aquí. Si en algo podemos -servirle...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust021.jpg" width="400" height="393" alt="" /> -</div> - -<p>—Conozco la casa. Es más, la he visto -á usted en ella...</p> - -<p>—¿De veras?</p> - -<p>—Esta mañanita, á cosa de las seis, en -el jardín... Miguelito estaba cerca del estanque, -y usted salió de casa; llevaba<span class="pagenum"><a name="Page_110" id="Page_110">[110]</a></span> -usted un traje claro, y un sombrero mayor -que ese... Cogió usted de la mano á -Miguelito... ¡Ah! También había un perrazo -negro, muy hermoso...</p> - -<p>Ligero rubor se extendió por la morena -cara de la viuda, y Gastón comprendió -que pecaba de indiscreto. Sus reflexiones -lo eran, de seguro, pues giraban alrededor -de un punto que realmente no tenía -por qué importarle:</p> - -<p>—¿Esta mujer que la casualidad me -trae aquí, es una persona formal? ¿Es -siquiera lo que se dice una señora?</p> - -<p>La fatuidad y la extrañeza debían de -transparentarse en su cara, porque la -dama, hasta entonces tan franca y corriente, -se puso grave, y miró de soslayo -hacia los anteojos marinos de Gastón.</p> - -<p>—Estos son los culpables,—dijo aturdidamente -el mozo,—y si usted les guarda -rencor, yo se los ofrezco para que -los arroje, si gusta, al río...</p> - -<p>Antonia Rojas levantó la mirada, rehusó -con un gesto digno y afable, y sin -alargar la mano al señor de Landrey, se -puso en franquía con pocas palabras, corteses, -pero llenas de reserva y aplomo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_111" id="Page_111">[111]</a></span></p> - -<p>—¿Me permite usted que la escolte -hasta su puerta?—preguntó Gastón algo -contrito.</p> - -<p>—Voy siempre sola con mi hijo, y me -he encariñado con esta costumbre,—respondió -la señora trepando ágilmente por -las piedras.</p> - -<p>—¿Molestaré á usted al presentarla mis -respetos?—insistió Gastón.</p> - -<p>—Al contrario,—fueron las últimas -palabras de Antonia, que sonrió un instante, -de despedida, mientras Miguelito -daba á su amigo el beso más voluntario; -ese beso abierto y confiado de los niños á -la gente que les ha caído en gracia.</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img001.jpg" width="30" height="28" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_113" id="Page_113">[113]</a></span></p> - -<h2><small>VIII</small> -<br /> -Lourido</h2> - - -<p>La aventura preocupó á Gastón, que -se entregó á mil conjeturas impertinentes -acerca de la desconocida excursionista. -La curiosidad le inducía á dirigirse aquella -misma tarde á la quinta para «presentar -sus respetos,»—como se dice en -la hipócrita jerga del mundo,—á la que -había visto en la torre. No se atrevió, sin -embargo, porque si la mamá de Miguelito -era una señora cabal, de hecho tomaría -por donde quemase tan inconveniente -apresuramiento, y la acogida sería -correspondiente á él. Resolvió, pues, no -bajar á la quinta de Antonia Rojas hasta<span class="pagenum"><a name="Page_114" id="Page_114">[114]</a></span> -haberse enterado minuciosamente de la -fama, hechos y calidad de aquella mujer, -único medio que ha encontrado la sociedad -para prevenir errores é inconveniencias. -Por este sentir mundano de Gastón, -comprenderá el lector que ya se había -aquietado el bullir de aquel gusanillo que -empezó á roerle el espíritu en los funerales -de la Comendadora...</p> - -<p>Deparó la suerte á Gastón los informes -que deseaba más pronto de lo que pudo -imaginar. Vino Telma de la Puebla, -á donde había bajado por mil fruslerías -indispensables en toda casa, y trajo un -convite de Lourido, en regla, para el señorito: -le aguardaban á comer al día -siguiente sin falta. Como si se tratase de -alguna invitación diplomática, Gastón -envió temprano un billete aceptando y -saludando á la señora y señoritas de Lourido. -Para asistir al convite se acicaló -Gastón... No obstante, al bajarse de un -mal rocín en la plaza; al ver la antipática -morada de Lourido, con su reluciente lápida -de seguros mutuos, sólo se acordó -de lo positivo; de que allí dentro habitaba -un hombre con quien tenía pendientes<span class="pagenum"><a name="Page_115" id="Page_115">[115]</a></span> -asuntos de interés, y que acaso -este hombre se había enriquecido desentrañando -lo que don Martín de Landrey -pensó dejar tan oculto. Subió, pues, las -escaleras haciendo coraje y cachaza, y -murmurando entre sí:</p> - -<p>—¿Qué emboscada me preparará este -malsín?</p> - -<p>Lourido recibió al señorito bajo palio. -¡Qué honra para él, y para el señorito -Gastón, qué penitencia!... ¡Comer en la -pobre choza, él que estaría acostumbrado -á no menos que vajilla de plata y servicio -de oro, en mesas de príncipes! Si no dijo -esto mismo el Alcalde, la esencia de su -discurso sonaba á cosa parecida.</p> - -<p>Gastón afirmó que comería divinamente, -y entonces varió el registro Lourido, -insistiendo en que no permitiría -que el señorito se alojase más tiempo en -tan desmantelada vivienda como Landrey.</p> - -<p>—No le digo á usted que no, don Cipriano,—respondió -Gastón aceptando un -puro y sentándose en el sillón del escritorio -del apoderado.—Lo he pensado -bien, y es muy tentador venirse á esta casa<span class="pagenum"><a name="Page_116" id="Page_116">[116]</a></span> -confortable; ¡Landrey parece un hospital -robado! Sólo que no me decidiré mientras -no arreglemos los asuntos. Quisiera -hacerme cargo del estado en que se hallan -mis intereses por aquí... Como usted corre -con esto... mejor es para los dos que hablemos -de una vez.</p> - -<p>—¡Alabado sea Dios!—respondió el -Alcalde de la Puebla revolviendo los -sagaces ojillos.—No hay descanso como -tratar las cosas así de <i>pe</i> á <i>pá</i>... Con -aplazamientos no hacemos nada.</p> - -<p>Levantóse diciendo esto, y fué á abrir -una alacenita de hierro incrustada en la -pared. Trasteó en ella un rato, y al fin -sacó en triunfo voluminoso mazo de papeles, -sellados y por sellar; desató el balduque -que lo contenía, y esparció sobre la -mesa los legajos que despedían su olor -peculiar á polilla y polvo.</p> - -<p>—El señorito,—continuó,—querrá hacerme -el favor de repasar estos documentos, -que son los comprobantes de mi administración -desde que el señorito heredó -los bienes... Las cuentas del tiempo de -su madre, que en paz descanse, aprobadas -las tengo ahí. Las otras, también, que<span class="pagenum"><a name="Page_117" id="Page_117">[117]</a></span> -las aprobó el apoderado general, don Jerónimo, -con poderes del señorito; de -manera que yo, por mi parte, seguro -estoy: mi pío es que el señorito quede -contento y tenga satisfacción de que he -cumplido con él y con la casa; y mientras -el señorito no diga: «Lourido cumplió,» -me molesta á mí el flato y no estoy á -gusto...</p> - -<p>—¿Dice usted,—interrogó Gastón,—que -don Jerónimo aprobó esas cuentas?</p> - -<p>—Año por año, ahí obra su firma redonda -como un sol,—contestó Lourido -hojeando con viveza los papeles.—Y -sepa el señorito que la casa de Landrey -tiene conmigo un crédito... un créditucho... -poco, una cochinada. ¡Verá los -comprobantes, verá! Por servir á la casa -de Landrey me veo con el agua al cuello... -que á veces me voy á fondo. ¡Nada! Me -comprometí, vamos, y busqué el dinero... -debajo de tierra.</p> - -<p>—Debajo de tierra se encuentra dinero -á veces,—replicó Gastón haciéndose el -distraído, pero espiando la cara del mayordomo, -á quien vió demudarse.—¿De -modo que le debo á usted... cuánto?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_118" id="Page_118">[118]</a></span></p> - -<p>—Para el señorito muy poco... Para -un pobre como Lourido... un dineral... -¡Bah! todo lo más serán cuatro ó cinco -mil duros... Desde que le administro, -señorito, ni se me han satisfecho mis -honorarios, ni los reparos y las obras que -ejecuté en el castillo, con autorización de -don Jerónimo...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust022.jpg" width="400" height="426" alt="" /> -</div> - -<p>—¿Reparos y obras?—preguntó Gastón, -que empezaba á hervir en cólera.—¡Pero -si está aquello inhabitable!</p> - -<p>—Y ¿cómo estaría si yo me descuido? -Ruinas nada más. Tuve que registrar y -que afirmar la cimentación...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_119" id="Page_119">[119]</a></span></p> - -<p>—¿La cimentación? Esa obra es la -más á propósito para que un edificio se -venga abajo...</p> - -<p>Gastón sentía que un sudor ligero brotaba -en sus sienes. Obras, registros y -reparos le daban malísima espina; á cada -paso se le hincaba más en la imaginación -el recelo de que Lourido había descubierto -el tesoro; y una ira sorda, pero -furiosa, se alzaba en su alma como el torbellino -de polvo en el desierto. ¡Aquel -bandido, aquel buitre cebado en el cadáver -de Landrey, engrosado con el espolio -de la familia, quería consumar el robo reclamando -todavía un dinero que Gastón -no poseía ni podía reunir, y exponiéndole -así á la vergüenza!</p> - -<p>—Además de las obras,—prosiguió -Lourido, que no creía sin duda prudente -insistir en tan delicado punto,—hubo -que dar labores para beneficiar las tierras, -interponer demandas, sufrir prorrateos, -sostener litigios... y todo lo adelantaba -de su bolsillo el presente maragato. -¡He pasado tragos! Si no fuese que sabía -que el señorito dejar no me dejaba descubierto... -Porque cada uno necesita de sus<span class="pagenum"><a name="Page_120" id="Page_120">[120]</a></span> -pobrezas, y por falta de esos cuartos estoy -yo boqueando, fuera el alma, como la sardina -cuando la sacan del copo...</p> - -<p>Realizando un esfuerzo heroico, Gastón -se dominó.</p> - -<p>—Pues por hoy me es imposible satisfacerle -á usted esa deuda,—declaró resueltamente.</p> - -<p>—El señorito tiene una manera muy -fácil de pagar,—indicó felinamente Lourido.—Con -me ceder el señorito las tierras -de Landrey... que al fin nada le valen -y el señorito ni se fija en ellas... porque -el señorito, ya se ve, anda por Madrid -y por Francia y esto poco le interesa... -que es un rincón...</p> - -<p>—¡Las tierras de Landrey!—repitió -Gastón sintiéndose palidecer bajo la -ofensa de la proposición, pero conteniéndose -porque veía un rastro de luz y -quería seguirlo.</p> - -<p>—Ya sé que me meto en un perro negocio... -sólo que, como el señorito no puede -pagar y á mí me hacen falta los cuartos, -tan cierto como que somos hombres... -por salir los dos de esta mala andadura...</p> - -<p>—¿Las tierras... y el castillo?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_121" id="Page_121">[121]</a></span></p> - -<p>Lourido bajó los párpados para que no -se trasluciese la llama repentina de sus -ojos diminutos, y, colorado de emoción, -contestó reprimiéndose:</p> - -<p>—Ya se sabe... aunque el castillo no -vale un ochavo... pero el que merque las -tierras, el castillo ha de mercar; quien -lleva la vaca lleva la soga...</p> - -<p>—¿Sabe usted,—repuso Gastón, á quien -el instinto dictó entonces una conducta -salvadora y maquiavélica,—que merece -pensarse la proposición? Yo realmente -no tengo gran empeño en conservar estas -paredes ruinosas. Con todo, darlo así, en -pago de una deuda... Mi interés me aconseja, -si es que lo vendo, sacarlo á subasta -y el que más ofrezca... Ya ve usted sólo -las rentas...</p> - -<p>—¡Ay! ¡El señorito se va á llevar -chasco!... Cuando uno quiere vender es -cuando nadie compra... No crea el señorito -que <i>Roschil</i> le daría más que el presente -maragato... Si el señorito piensa -que es poco... ¡porque no diga que no -guardo consideración á la casa!... ¡un par -de miles de duritos más... y eso que me -ahorco, me ahorco!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_122" id="Page_122">[122]</a></span></p> - -<p>Gastón iba, sin duda, á responder, -cuando sonaron á la puerta voces de -mujeres jóvenes. «Papá, papá,» decían -en dos tonos diferentes, el uno afectadamente -fino y zalamero, el otro natural y -cariñoso.—«Entrar, niñas...» Hicieron -irrupción en el despacho, y Gastón se -levantó y saludó hasta los pies á las dos -señoritas del Alcalde. En la primera, la -del pomposo vestido azul con cintajos -amarillos, la del crespo moño, la de la -enharinada tez, reconoció Gastón á la -que se desperezaba tan de mañana en -la galería, y pensó que era lástima que -se hubiese tomado el trabajo de componerse, -porque era realmente guapa y lozana, -y el ridículo adorno la echaba á -pique.—«Si me permitiese pasar un plumero -por esa cara bonita emplastada de -polvos de arroz...»—La otra muchacha, -modestamente vestida de hábito del Carmen, -era de exigua estatura y cara macilenta, -y cojeaba mucho, apoyándose en -una muleta corta.</p> - -<p>—Esta se llama Florita,—dijo Lourido, -presentando á la enharinada con -mal encubierto orgullo.—Y ésta, Concha,—añadió<span class="pagenum"><a name="Page_123" id="Page_123">[123]</a></span> -señalando á la de la muleta.—La -pobrecilla padece...</p> - -<p>—Pero no he perdido el buen humor,—declaró -espontáneamente la coja, riendo -con ingenua amabilidad.</p> - -<p>Media hora después, Gastón ocupaba, -en la mesa de don Cipriano, el puesto -que los anfitriones juzgaron de honor;—entre -las dos muchachas, y frente al ama -de la casa, á quien el señorito de Landrey -había visto con conatos de pegar y -arañar á la rubia Flora, y que en el festín -se esforzaba por demostrar una inverosímil -dulzura melosa, desmentida por un -rostro avinagrado y enjuto.—Abusando de -los diminutivos, llamaba á sus hijas <i>Floritiña</i> -y <i>Conchitiña</i>; hablaba sin cesar, hasta -causar mareo, de lo inferior de su comida -y del gran sacrificio que hacía Gastón en -aceptarla, así como de los méritos y habilidades -de sus niñas, sobre todo de Flora. -Gastón supuso que la coja era uno de -esos seres que las familias indelicadas -sacrifican, posponiéndolos siempre á otros -más guapos y sanos; y sin querer se interesó -por la muchacha, ocupándose de ella -más que de Florita, que estaba colorada de<span class="pagenum"><a name="Page_124" id="Page_124">[124]</a></span> -despecho. Su deseo de atraer la atención -del señorito era tan visible, que le servía, -le ofrecía aceitunas y dulces, y ella misma -quiso ponerle el azúcar en el café, á lo -cual la animaban expresivas ojeadas de -su madre y densas carcajaditas de su -padre, que olvidado, al parecer, de asuntos, -deudas y adquisiciones, se mostraba -hecho un almíbar con Gastón.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust023.jpg" width="400" height="424" alt="" /> -</div> - -<p>Al través de los incidentes de la comida, -Gastón no perdía de vista ni un instante -á su desconocida de la torre de la -Reina mora. No sabía cómo traer la conversación<span class="pagenum"><a name="Page_125" id="Page_125">[125]</a></span> -hacia ella, y al fin lo hizo por -el medio más elemental, diciendo con -indiferencia aparente:</p> - -<p>—¿Conocen ustedes á una señora de -Rojas, que tiene un niño muy travieso? -Ayer les he encontrado visitando la parte -más arruinada de mi pobre castillo...</p> - -<p>Como tocadas por una corriente eléctrica, -saltaron Flora y su madre.</p> - -<p>—¡Vamos, ya se le metió á usted por -los ojos la viudita!—dijo la esposa de -Lourido en tono de compadecer á Gastón.—¡Eso -era de ene!</p> - -<p>—No,—protestó Gastón sin empeño,—me -parece que esa señora no contaba con -mi presencia. El chiquillo se entró corriendo -en la torre, donde yo estaba...</p> - -<p>—¡Ay! ¡el chiquillo!—intervino Flora -remedando irónicamente el acento de -Gastón.—Sí, sí... ¡al chiquillo le tiene -ella bien enseñado!</p> - -<p>—¡Mujer!—exclamó Concha sublevada.—¡No -sé cómo dices eso! Es de -mala conciencia pensar ciertas cosas.</p> - -<p>—¿Pero ustedes creen,—dijo Gastón -aparentando candidez,—que fueron á la -torre sólo para encontrarme?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_126" id="Page_126">[126]</a></span></p> - -<p>Hubo un duo de risas malignas; Concha -se quedó seria.</p> - -<p>—Vaya, aunque es usted de Madrí, -parece bien inocente,—declaró la mamá, -con dejos de hiel en la voz.—Los hombres... -ninguno ve ciertas cosas, por más -<i>de</i> que salten así á los ojos.—Y al decir -esto la alcaldesa agitaba sus dedos esqueletados.</p> - -<p>—Además,—continuó Flora quitándole -la palabra á su madre,—¡la viuda -es muy larga, muy trucha! Engaña á Licurgo -con aquella marcialidad y aquel -qué se me da á mí que gasta.</p> - -<p>—Vamos... ¿es una mujer de mala conducta?—interrogó -Gastón como si le convenciesen.</p> - -<p>—¡No, señor! gritó Concha, sin poderse -contener.—¡Hace las caridades -que puede y va á la iglesia, que yo lo -veo!... ¡mucho más que otras!...</p> - -<p>—No le haga caso á esta <i>papulita</i>,—advirtió -la madre tragándose con los ojos -al testigo benévolo.—Ésta, como no hace -más que rezar y oir misas, piensa que -todos son santos de palo... Y la de Rojas -es una santa <i>mocarda</i>. De mala conducta...<span class="pagenum"><a name="Page_127" id="Page_127">[127]</a></span> -¡puede que ahora no sea, pero el -diablo sabe lo que hizo en vida del marido, -cuando rodaba allá en el extranjero, -que mismamente parecían el judío -errante!... Así dieron el trueno gordo, -que ella triunfó y gastó como una emperatriz, -y entonces él, desesperado ya -el pobrecillo, ¿qué quería que hiciese? -Se mató...</p> - -<p>—¿Se suicidó el marido de esa señora?—preguntó -Gastón esta vez impresionado.</p> - -<p>—¡Ya lo creo!—gritó la dueña triunfante.—Dos -tiros se pegó en la barba y -en el cielo de la boca... Ya ve usted -qué principios tendrá ella, que anda por -ahí como si tal cosa, alegre...</p> - -<p>—¡Después de seis años!—advirtió -Concha.—¡Pues bien triste y bien enferma -estuvo! El bruto y el mal cristiano -fué él; ella no. ¿Querían que también -se matase?</p> - -<p>—Para mí el marido hizo la acción -porque descubriría algún enredo de la -mujer,—declaró la señora de Lourido.</p> - -<p>—Y por otra parte, no tenían ya sobre -qué caerse muertos,—agregó Lourido.—Ella -está miserable como las arañas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_128" id="Page_128">[128]</a></span></p> - -<p>—Miserable, sí,—contestó Flora,—pero -tan romántica como siempre. ¡Unos -trajes y unos sombreros! No sé si ese -modo de vestir será elegante... Raro parece. -¡Y las faldas tan rabicortas! ¡Qué -descaro!</p> - -<p>—Pero, mujer, si es para andar por el -monte,—arguyó la defensora, impaciente -y acalorada.—¿Había de llevar cola? ¡Si -yo no fuese coja, me vestía como ella!</p> - -<p>—¡Estarías bonita! Que te aproveche; -á mí la de Rojas me parece un guardia -civil...</p> - -<p>Aquí llegaban de la discusión cuando -entró un galancete, el juez municipal, muy -rizado á hierro y muy soplado de cuello -y puños, declarado aspirante de Flora; y -Gastón aprovechó el momento para cambiar -de conversación, porque ya sabía -cuánto le importaba. Con esto pasaron -del comedor á la sala de recibir, en cuya -consola se ostentaba un soberbio reloj de -mármol y bronce y dos candelabros del -más puro estilo Imperio.</p> - -<p>—Os reconozco,—pensó el señorito de -Landrey,—os reconozco, reliquias de mi -casa, testimonio de la rapacidad de este<span class="pagenum"><a name="Page_129" id="Page_129">[129]</a></span> -buitre... Ahora quiere que lo principal siga -á lo accesorio, y se propone que el castillo -haga compañía al reloj...</p> - -<p>Distrájole de estos pensamientos Flora, -preguntándole si tocaba el piano, sólo -para buscar cháchara y que rabiase de -celos aparte el juez municipal; y Gastón, -que era sujeto abonado, se prestó -admirablemente al juego.</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img001.jpg" width="30" height="28" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_131" id="Page_131">[131]</a></span></p> - -<h2><small>IX</small> -<br /> -Iniciación</h2> - - -<p>Con más impaciencia que antes deseaba -Gastón el momento de saludar á Antonia -Rojas, que ya tenía para él los alicientes del -misterio; y pareciéndole que al tercer día -no es incorrecto visitar á una señora que -lo permite, escogió las primeras horas de -la tarde y se echó á adivinar el camino, -por no buscar guía que le condujese.</p> - -<p>Sin gran trabajo se orientó y llegó al -pie de la tapia, encontrando de par en -par la verja que cerraba el portón. No era -cosa de meterse como Pedro por su casa, -y al mismo tiempo no veía á nadie, -cuando de entre un macizo de flores salió<span class="pagenum"><a name="Page_132" id="Page_132">[132]</a></span> -disparado el niño, tendiéndole los brazos -y el corazón en ellos.</p> - -<p>—¡Vaya, por fin vienes!—chillaba la -voz aguda y fresquísima.—¡Pero cuánto -tardaste! Yo quería ir ayer á buscar contigo -el tesoro... y no me dejó mamá. ¡Qué -gusto! He de enseñarte mis cabritas... -Otelo, no ladres, tonto... es gente conocida...—añadió -halagando al perrazo negro, -que obedeciendo á la intimación de -buena acogida, meneó la poblada cola y -apoyó las patas en los hombros de su amo.</p> - -<p>—¿Está visible tu mamá?</p> - -<p>—¡Ya lo creo! Vénte,—chilló Miguelito.</p> - -<p>Y saltando á la pata coja, precedió á -Gastón, que se dejó llevar.</p> - -<p>Atravesaron el jardín, y después el -zaguán de la casa, claro y adornado con -jarrones de loza y plantas de invernadero; -salieron á un patio cuadrangular, rodeado -de edificios nuevos que parecían dependencias, -y en uno de ellos, del cual -salía humo, entró Miguelito seguido de -Gastón. La luz que penetraba en el vasto -cobertizo por una serie de altas ventanas, -alumbró un espectáculo original.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_133" id="Page_133">[133]</a></span></p> - -<p>En medio del cobertizo, cerca de una -cocina baja donde borboritaba enorme -caldero, y al pie de un tonel que despedía -espeso vaho, estaba Antonia ataviada de -un modo bien diferente que el día en que -Gastón la había conocido. Una falda de -percal claro y un cuerpo de manga corta, -resguardados por cumplido delantal de -<i>oxford</i> á rayas blanco y cereza; un pañolito -de seda roja atado á la curra, con la -gracia picante de un tocado criollo, componían -el traje de la señora. Los brazos, -morenos y de un modelado suave y vigoroso -á la vez, se agitaban sobre el tonel -humeante, derramando en él el contenido -de un frasco de cristal. Una moza aseada -y robusta, enarbolando la pala, esperaba -el momento de revolver la lejía; porque, -fuerza es decirlo, aquella decoración no -era más que fondo para la humilde operación -casera de colar la ropa...</p> - -<p>Gastón esperaba un chillido, una protesta, -una ojeada de cólera al niño. Quedó -chasqueado. Lo que hizo Antonia, al -darse cuenta de la sorpresa, fué reir -espontáneamente...</p> - -<p>—No nos pidamos perdones, señor de<span class="pagenum"><a name="Page_134" id="Page_134">[134]</a></span> -Landrey,—dijo sin alterarse,—porque -sería cuento de nunca acabar. Por mi -parte está usted perdonado. Miguelito, -mira, hijo mío, ya sabes que á las visitas -se las lleva á la sala.</p> - -<p>—¡Á éste no!—declaró Miguel.—Éste -no es visita, que es mi amigo... y le llevo -á ver las cabras...</p> - -<p>—¡Sí, las cabras y mamá!...—añadió -Antonia plácidamente.—Espéreme usted -en la sala... ó en el jardín... ¡Hasta dentro -de un instante!</p> - -<p>Gastón obedeció de mala gana. La -viuda, encendida, con el pañuelo picaresco -y el traje de mecánica, le había -parecido de perlas; mejor cien veces que -en la torre. Por su gusto reemplazaría á la -moza de pala, ayudando á revolver la ropa -en el tonel. No hubo más remedio que -dejarse llevar otra vez por Miguelito, y -admirar los brincos de dos chivitas blancas, -prisioneras en el traspatio, al pie del -hórreo,—porque no dejaban cosa á vida -en la huerta ni en el jardín.—Al cabo -dieron fondo en una sala baja, á la cual -se accedía por el zaguán, y donde muebles -modernos y antiguos, cuadros viejos<span class="pagenum"><a name="Page_135" id="Page_135">[135]</a></span> -y grabados ingleses, un soberbio piano de -cola, producían un conjunto familiar, de -tonos íntimos y artísticos á la vez. En los -jarrones había flores frescas, y en el centro -de la sala un acuario de salón, de reducidas -dimensiones, muy bien cuidado, -estaba lleno de pececillos y curiosos moluscos -y zoófitos, que Miguelito enseñó -con orgullo á su amigo.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust024.jpg" width="400" height="536" alt="" /> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_136" id="Page_136">[136]</a></span></p> - -<p>—Yo he de ser marino, como mi abuelito,—declaró -la criatura,—y ya sé lo que -hay en el fondo del mar... Estos pescaditos -venían en la red, ¿sabes? y mamá y -yo vamos á ver cómo la sacan... y recogemos -lo más bonito. ¡Nos divertimos -tanto! Mira, mira, ese es el erizo... Qué -espinas, ¿eh? No se le puede poner la -mano... Oye, ese bicho se llama caballo -de mar... ¡Qué raro! Fíjate en la concha -<i>vieira</i>... ésa la trae Santiago Apóstol en -la esclavina...</p> - -<p>Entretenido con la charla del chico, no -dejaba Gastón de aguardar con impaciencia -á Antonia, que tardó bien poco en -presentarse, sin pañuelo ni delantal y de -mangas largas, pero en traje no menos -sencillo y campestre que el otro. Excusóse -Gastón lamentando haber presenciado é -interrumpido su faena, y ella respondió -con llaneza y sinceridad:</p> - -<p>—No tiene nada de molesto que le -vean á uno enfaenado. Crea usted que, -por otra parte, si yo pudiese prescindir de -trabajar, tal vez me dejase tentar de la -pereza; pero Miguel y yo viviríamos muy -mal. No soy rica y me gustan las cosas<span class="pagenum"><a name="Page_137" id="Page_137">[137]</a></span> -refinadas, de limpieza y de cuidado: ¿qué -voy á hacer, sino presenciar ó ejecutar en -persona? Aquí dejan á la ropa, al lavarla, -un color moreno poco simpático: con mis -químicas logro que salga muy blanca. La -costumbre y no la virtud me va aficionando -ya á estos trajines, ó por lo menos, -no se me hacen cuesta arriba como al -principio. No hay mejor que tomar con -buen ánimo las labores y las obligaciones; -se hace uno amigo de ellas.</p> - -<p>—Necesitaría algunas lecciones de usted -para aprender esa filosofía, que bien -la necesito,—dijo Gastón.</p> - -<p>—Esa filosofía, como usted la llama,—respondió -Antonia festivamente,—tiene -uno que enseñársela á sí mismo...</p> - -<p>—¿No existe maestra?—preguntó con -intención el señorito de Landrey.</p> - -<p>—Sí, señor; conozco una maestra de -eso...—murmuró Antonia, cuyo movible -rostro cambió de expresión y se nubló.—Una -maestra muy dura... ¡La desgracia!...</p> - -<p>—Entonces ya puedo yo ser discípulo,—declaró -Gastón, con asomos de melancolía.</p> - -<p>Hubo un momento de silencio: el giro<span class="pagenum"><a name="Page_138" id="Page_138">[138]</a></span> -confidencial del diálogo desagradaba sin -duda á Antonia. Miguelito salvó la situación -cogiendo á su madre de la mano -y empeñándose en que había de ver Gastón -la casa y el jardín en sus menores -detalles. Antonia, sonriendo, declaró al -levantarse para cumplir el capricho del -niño:</p> - -<p>—Así como así, este <i>paseo del propietario</i> -es inevitable... El trago, de una vez. -No le perdonaremos á usted ni las lechugas -ni las zanahorias.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust025.jpg" width="400" height="306" alt="" /> -</div> - -<p>Recorrieron, en efecto, la casa, el jardín, -el huerto y las dependencias. Era la -casa, irregular en su forma, muy cómoda -y desahogada interiormente, y por el aseo -y el orden parecía uno de esos primorosos -<i>cottages</i> de las inmediaciones de Londres, -en los cuales se vive á gusto, y cada hora -del día acarrea un goce honesto y sano, -del cuerpo ó de la inteligencia. Las habitaciones -revelaban en su distribución un -sentido especial de la realidad, de las -necesidades que imponen una vida solitaria -y la educación de un niño: y Gastón -vió con interés el cuarto de estudio, -sus mapas, sus libros de estampas, sus<span class="pagenum"><a name="Page_139" id="Page_139">[139]</a></span> -cajas de geometría, sus cuadernos, todo -sin manchas ni hojas rotas, todo regularizado, -como pudiera estarlo en un colegio -bien entendido. Nada faltaba en la mansión: -ni la bibliotequita, bien surtida de -libros útiles y recreativos y de obras -clásicas españolas; ni la despensa, provista -de conservas y dulces caseros; ni el -frutero, donde todavía amarilleaban las -manzanas de la última cosecha: y Gastón, -acordándose de su desmantelado castillo, -apreció mejor la gracia y la intimidad -modesta de la casa de Antonia. Del huerto -se había sacado también todo el partido<span class="pagenum"><a name="Page_140" id="Page_140">[140]</a></span> -imaginable: los cuadros de legumbres -parecían canastillas de flores, por lo bien -cuidados y dispuestos; los árboles revelaban -una poda inteligente; y el establo, -que albergaba dos vacas con sus ternerillos, -no se veía menos limpio ni barrido -que la sala. Entre las dependencias descubrió -Gastón una diminuta lechería, -forrada de azulejos, digna de Holanda -por lo exquisitamente pulcro de sus tazones, -jarros y tanques de metal: y como -la elogiase calurosamente, Antonia se paró -y dijo con entusiasmo:</p> - -<p>—¡Ah! Es que esta lechería me ayuda -á vivir... ¡es una rentita que no descuido -yo ni un minuto! De diez á doce reales -diarios limpios saco de estas paredes... y -en el campo doce reales levantan en -peso... ¡No se ría usted! ¡El señor de -Landrey se ríe de esta aldeana!</p> - -<p>—No me río... La envidio á usted, por -el contrario. Pero ¿cómo diablos saca -usted eso de una lechería?</p> - -<p>—Hago quesos, y los envío á Madrid... -Sin sospechar que venían de tan cerca de -la casa de usted puede que los haya usted -probado. No me permiten,—y eso mortifica<span class="pagenum"><a name="Page_141" id="Page_141">[141]</a></span> -mi vanidad, lo confieso,—ponerles el -rótulo que me gustaría: «Quinta de Sadorio,» -impreso con molde... Quieren hacerlos -pasar por el famoso <i>fromage suisse</i>, -y lo logran; y como ganan, porque yo se -los vendo baratos, y no hay derechos -de aduanas, tengo clientela segura... No -doy abasto á los pedidos, y me parece -que pronto tendré que ensanchar mi -comercio, comprando un pradito más...</p> - -<p>De sorpresa en sorpresa iba Gastón. -¿Era aquella la mujer calificada en la -Puebla de <i>romántica</i>, y que se le había -aparecido en traje de excursionista en la -torre de la Reina mora? ¿Había cálculo -en tanto aparato de laboriosidad y economía? -¿Es humanamente posible fingir un -género de vida y unas costumbres como -las de Antonia Rojas? Sin querer, las -intenciones y propósitos de Gastón respecto -á la viuda, iban modificándose; si -al pronto la tuvo por fácil presa, ahora, -con el naciente respeto, la juzgaba torre -alta é inaccesible. Terminaron la visita de -la propiedad, y salieron á reposar á una -terraza cerca del estanque, donde encontraron -servida ligera colación: té con<span class="pagenum"><a name="Page_142" id="Page_142">[142]</a></span> -leche, hasta media docena de quesitos, y -un plato de fresas: para otra fruta era temprano: -Antonia sirvió el té y preparó las -<i>rôties</i> untadas con miel de abeja, que -trascendía á flores de campo y romero; y -como Gastón se mostrase confuso y agradecido -del obsequio, Miguel explicó que era -la misma merienda de todas las tardes...</p> - -<p>—No, hijo mío,—advirtió su madre,—los -quesos son un extraordinario, para que -este señor los pruebe. Lo otro sí: es un -lujo que nos damos el de tomar un té -inglés de primera: me lo envían unos -amigos que tengo, cónsules en Plymouth. -Lo demás... caserito. La leche, de mis -vacas; la miel, de mis abejas; las fresas, -de las platabandas que hay debajo de los -rosales... cuyas rosas se lucen en ese vasito -de China...</p> - -<p>—Señora,—murmuró Gastón, saboreando -con delicia la infusión perfumada,—yo -no soy adulador, pero crea usted -que este té tan elegante, este servicio tan -delicado, me parece un sueño que me lo -ofrezcan á un cuarto de hora de Landrey. -No he tomado en mi vida ninguno que -tan bien me supiese...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_143" id="Page_143">[143]</a></span></p> - -<p>—Era de suponer que diría usted eso,—respondió -maliciosamente la viuda.</p> - -<p>—Qué, ¿no lo cree usted? Pues no -acostumbro hacer madrigales al té, señora... -Lo que más me admira es que tenga -usted estos servidores óptimos... é invisibles, -porque nos lo hemos encontrado todo -aquí como traído por mano de las hadas.</p> - -<p>—¡Dios mío! ¡Qué bueno es usted! -Tengo los mismos servidores que todo el -mundo... Dos muchachas, á quienes he -ido enseñando lo más elemental... Pero -hago que, cuando estoy sola, me sirvan -con los mismos requisitos que si estuviese -alguien de fuera (lo cual aquí no suele -suceder), y por eso, sin que me haya escabullido -para mandarlo, usted ve una servilleta -planchada y unas cucharas que relucen... -¡Gran misterio! Lo que no me explico -es que nadie proceda de otro modo; es -más cómodo así... ¡Soy muy comodona; -no vaya usted á suponer lo contrario!</p> - -<p>Gastón se sentía, sin comprender por -qué, feliz. Sabíale á gloria la refacción, y -el aire perfumado de esencias de flor que -bañaba sus sienes, le refrescaba el espíritu. -Hubiese querido prolongar aquella<span class="pagenum"><a name="Page_144" id="Page_144">[144]</a></span> -visita una semana; tan bien se hallaba en -el jardín de Antonia. La conversación, -desviándose ya de los temas de la vida -práctica, rodó sobre mil asuntos diversos: -se habló de viajes, de música y hasta -de arquitectura, á -propósito de Landrey. -Antonia ensalzaba -el castillo -propiamente dicho, -el que era -posterior á la torre de la Reina -mora, y no comprendía -que Gastón -hubiese permitido -tocar, en -ausencia suya, á -tan hermosas y -sólidas piedras.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 300px;"> -<img src="images/ilust026.jpg" width="300" height="475" alt="" /> -</div> - -<p>—Estaban firmes, más firmes que las -del Pazo, que es muy posterior,—exclamó.—Han -hurgado allí por todas partes, -y sin que se explique la razón. ¿Cómo ha -dado usted licencia?</p> - -<p>—No la he dado realmente, señora... -Esa es una historia de que hablaremos,—contestó<span class="pagenum"><a name="Page_145" id="Page_145">[145]</a></span> -Gastón, confirmado en sus sospechas -por estas preguntas de Antonia.—Pero -deseo que un día visite usted -conmigo á Landrey y veamos esos trabajos.</p> - -<p>Cuando salió Gastón de Sadorio, la -luna brillaba en el firmamento, y en su -corazón lucía un rayito de sol alegre y -dulce. Las madreselvas, desde los zarzales, -le enviaban aromas penetrantes y -deliciosos; el aire era tibio, el camino -poético y silencioso, y la última caricia -de Miguel calentaba aún las mejillas del -señorito. Al llegar á Landrey, no pudo -menos de preguntarse á sí propio con -sorpresa:</p> - -<p>—¿Estaré enamorado? ¿Ó son efectos -del lugar, la hora, las circunstancias?... -¡Lo cierto es que no cabe pasar tarde -más bonita que ésta!</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img004.jpg" width="30" height="28" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_147" id="Page_147">[147]</a></span></p> - -<h2><small>X</small> -<br /> -La consejera</h2> - - -<p>Aunque la discreción ponga coto á -ciertos impulsos, extraño sería que no -triunfasen de ella en un mozo como Gastón, -poco acostumbrado á la disciplina -moral,—que muchas veces consiste en vivir -á contrapelo del gusto.—Cautivado por -Antonia Rojas, Gastón deseaba verla á -cada instante, y la misma levadura de -respeto y de admiración involuntaria que -se mezclaba á otros sentimientos menos -ordenados y pacíficos, le inducía á creer -que no era peligrosa la frecuencia del -trato con la viuda, ni las reiteradas visitas -á Sadorio. Fué primero cada tres días,<span class="pagenum"><a name="Page_148" id="Page_148">[148]</a></span> -después cada dos, por último, diariamente. -Antonia no le esperaba: jamás la -encontró ni vagando por el jardín, ni -tocando el piano, ni sentada lánguidamente -en un cenador, ni cortando flores -con la larga tijera que para este oficio -llevaba pendiente de la cintura. Siempre -la sorprendió ó dirigiendo la preparación -de unos apetitosos calamares en conserva, -ó poniendo en madurero la cosecha de -tomates tempranos, ó haciendo que trasquilasen -el melonar, ó desnatando leche, -ó cortando blusas para Miguelito: ocupaciones -nada sentimentales, y que no autorizaban -ningún poético desmán. Ocurrió -con aquellas visitas un fenómeno, aflictivo -para el ya prendado Gastón: y fué -que en las primeras, Antonia le recibió -expansiva y afable; en las segundas, reservada -y cortés; y cuando las menudeó, -empezó á mostrarse seca, fría y hasta incivil, -pues le dejaba solo con Miguelito -las horas muertas, y se marchaba á -sus quehaceres. El niño, en cambio, estaba -cada día más afectuoso con su amigo, -y le abrumaba á caricias, á preguntas y -atenciones, allá á su inocente estilo. No<span class="pagenum"><a name="Page_149" id="Page_149">[149]</a></span> -sabiendo Gastón qué discurrir para complacer -á su único partidario en la casa, -ideó buscar un caballito pequeño, barato -y manso, que compró en la Puebla, y que -trajo á Sadorio, con objeto de dar lecciones -de equitación á Miguel. La idea produjo -embriaguez de dicha en la criatura; -pero Antonia, terminada la primera lección, -llamó á Gastón á la sala, y en frases -bien escogidas para no herirle, y firmes -bastante para reprimirle, le dijo claramente -que sus visitas continuas no eran -convenientes, ni admisibles sus regalos. -Y como él mostrase gran pesadumbre, -Antonia dulcificó la voz y añadió:</p> - -<p>—Usted debe comprender que, en esta -soledad, es muy grata la compañía; usted -debe comprender que yo ni soy insociable, -ni tengo tantas distracciones que me -estorbe la que usted me proporciona con -su amable trato. Pero no le hago á usted -tan poco perspicaz que no se dé cuenta -del efecto que sus visitas diarias han de -causar en el público.</p> - -<p>—¿Hay aquí público, Antonia?—preguntó -Gastón con ironía.</p> - -<p>—Lo hay en todas partes. Éste es reducido<span class="pagenum"><a name="Page_150" id="Page_150">[150]</a></span> -y de gente sencilla, pero por lo -mismo se les debe buen ejemplo, hasta -en las apariencias; sobre todo, cuando la -realidad es honrada y clara, y sólo honrada -y clara puede ser. ¡Sí, amigo Landrey! -Yo quiero que me estimen de veras -mis criaditas, la Colasa y la Minga... -entre otras razones, ¡porque he de vivir -con ellas muchos años!</p> - -<p>Á su pesar rió Gastón el gracejo de la -señora, y doblando la cabeza, murmuró:</p> - -<p>—Antonia, yo deseo de todas veras -obedecer á usted... y ya se sabe que -la obedeceré... pero óigame usted, puesto -que tengo la suerte de que me hable usted -con esta franqueza tan noble... que prefiero -á la seriedad de ayer. La conozco á -usted de hace un instante, puede decirse, -y me he acostumbrado á su amistad de -usted tan pronto y de una manera tan -extraña, que la necesito lo mismo que se -necesita el aire para respirar. No frunza -usted el ceñito: mire que no la estoy -cortejando; ¡le juro que no se trata de -eso! Es que me encuentro en circunstancias -especialísimas de mi vida, en los momentos -penosos en que es preciso que<span class="pagenum"><a name="Page_151" id="Page_151">[151]</a></span> -alguien nos atienda y nos dé un buen -consejo; es que me hallo completamente -solo, aisladísimo, desorientado, y que, -probablemente, voy á cometer mil desatinos -si me falta una persona buena, -que vea mejor que yo cuestiones de que -penden mi fortuna y mi porvenir. La -casualidad me ha puesto en contacto con -usted, que casualmente es también el -único ser humano capaz de inspirarme -una confianza absoluta, incondicional; -porque tiene usted un juicio y un carácter...</p> - -<p>—Bien, al caso,—interrumpió Antonia -atajando la alabanza.—Si se trata de -prestarle á usted servicio... es diferente... -Aquí estoy.</p> - -<p>—Pues acepte usted por algún tiempo -el papel de confidente y consejera mía.</p> - -<p>—Aceptado,—declaró la viuda sin -vacilar.—Yo seré su confidente y consejera. -Eso no implica que usted venga -aquí á menudo. Vendrá usted una vez -por semana... ó menos, si no es preciso.</p> - -<p>—Me resigno,—suspiró Gastón.—Vendré -los sábados, como los empleados... -ó los domingos... como el lavandero.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_152" id="Page_152">[152]</a></span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust027.jpg" width="400" height="578" alt="" /> -</div> - -<p>—He dicho que tal vez menos...—repitió -Antonia risueña.—Probablemente -le señalaré á usted un turno quincenal. -En fin, eso dependerá de la consulta -que usted quiere dirigirme. No sé de -qué índole será... Para que vea usted -que empiezo complaciéndole: mañana -se viene usted á comer aquí, y, de sobremesa, -me comunica esas historias de -que, según afirma, penden su porvenir -y su fortuna. Yo necesitaré, de seguro, -reflexionar, porque á fuer de gallega -tengo el trasacuerdo mejor que el acuerdo.<span class="pagenum"><a name="Page_153" id="Page_153">[153]</a></span> -Así es que, después de la confidencia, no -vuelve usted... en diez días. Pero antes de -que me honre usted con su confianza, -á mi vez tengo yo el deber de enterarle -á usted bien de quién soy, porque usted -me conoce de poco acá, y las referencias -que haya podido oir de mí quizás no -brillen por la más rigurosa exactitud.</p> - -<p>—Tiene usted sus partidarios y sus -detractores, Antonia; y entre los primeros -se cuenta una cojita muy simpática, -hija de mi mayordomo Lourido.</p> - -<p>—¡Pobre Concha!—murmuró afectuosamente -Antonia.—¡Criatura más angelical! -La resignación con que sufre,—porque -está enfermísima,—le ganará -un lugar señalado allí donde muchos -soberbios y poderosos quisieran conseguirlo...</p> - -<p>Y, pensativa, la viuda apartó la mirada -del rostro de Gastón.</p> - -<p>—Espero su historia de usted, Antonia, -para que se aumente mi afecto,—indicó -el señor de Landrey, respetuosamente.</p> - -<p>—¿Quién sabe? Tengo de qué acusarme, -como va usted á ver...—Soy ferrolana, -y mi padre, don Federico de Rojas, era<span class="pagenum"><a name="Page_154" id="Page_154">[154]</a></span> -marino. Lo mucho que había viajado, y -su talento natural, hicieron de él, si no un -sabio, por lo menos un hombre instruidísimo. -Por muerte de mi madre reconcentró -en mí todo su cariño, y me enseñó -ciertas cosas que no suelen aprender las -muchachas, por ejemplo, botánica é historia -natural; de ahí salió mi afición á -recoger esos bichos raros que ve usted en -el acuario, y lo mucho que me divierten -mi huerto y mi jardín, y mis correrías -por la montaña para formar herbarios... -Un armario grande he llenado de cartones—Tenía -yo diez y ocho años cuando -en un baile á bordo me conoció y me -pretendió don Luis Sarmiento, que era -joven, rico, muy bien nacido; que reunía, -en fin, las condiciones que sueñan los -padres para los novios de sus hijas. No -hubo oposición; me casé, y al año nació -Miguelito. Mi esposo era, además de -todo lo que he dicho, una persona excelente: -caballero, pundonoroso y de muy -alegre humor: sólo que sus padres no se -habían cuidado de enseñarle la vida real. -Había gastado ya mucho de soltero, y por -complacerme y recrearme, se lanzó á mayores<span class="pagenum"><a name="Page_155" id="Page_155">[155]</a></span> -dispendios después de casado: me -llevó á viajar por toda Europa, con un -lujo que ahora conozco que era insensato; -me compró joyas y trajes; montamos trenes, -y vivimos en Madrid anchamente, -protegiendo artistas y adquiriendo lienzos -y esculturas, como si nuestra renta fuese -quince ó veinte veces más pingüe de lo -que en realidad era. Aquí debo yo acusarme -de mis yerros: en vez de contener -á mi esposo, gozaba como una loca de -aquellos esplendores y placeres, porque -tengo un instinto de fausto y de arte que -no parezco sino una Cleopatra... ¡y para -llegar á hacer la lejía con mis propias -manos ha sido menester que la adversidad -me haya zorregado con unas disciplinas -muy recias! Pronto pasó lo que tenía que -pasar: mi marido se vió ahogado de deudas, -de hipotecas y de réditos usurarios; -llegó un día en que no pudo cumplir ni -pagar á nadie, y entonces...—Aquí los -garzos y rientes ojos de Antonia se vidriaron -de lágrimas,—entonces... cometió -un atentado...</p> - -<p>—Me lo han dicho,—se apresuró á -interrumpir Gastón, viendo el trabajo<span class="pagenum"><a name="Page_156" id="Page_156">[156]</a></span> -que le costaba á Antonia tocar aquel -punto.</p> - -<p>—¡Ojalá,—prosiguió ella,—me hubiese -dicho la verdad de nuestra posición! -El mismo cariño que me tenía le -obligó á callar... No se sintió con valor -para confesarme que nos encontrábamos -arruinados y que nuestro hijo sería pobre. -Si Dios le inspirase tal rasgo de sinceridad,—por -eso no negaré jamás á nadie -el consuelo de una confidencia,—yo, con -todo mi cariño, le hubiese confortado, -persuadiéndole de la verdad: ¡de que aún -podíamos vivir... tan felices! Haríamos lo -que hice después: vender todo, desprendernos -de todo, cumplir con los acreedores, -y retirarnos aquí en paz. La desgracia -le ofuscó y le hizo olvidar que era cristiano, -jefe de una familia, padre de un hijo -á quien debía el ejemplo de la resignación -y de la fortaleza... Nada me dijo; no se -fió de mí, me cerró su corazón... no me -miró como amiga... ¿Y sabe usted por -qué? Por culpa mía: porque él no podía -ver en mí más que á una muchachuela -sin seso, aturdida con las galas, las diversiones -y los goces del mundo y de la<span class="pagenum"><a name="Page_157" id="Page_157">[157]</a></span> -riqueza... ¡Ya ve usted cómo no me falta -de qué acusarme!</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust028.jpg" width="400" height="532" alt="" /> -</div> - -<p>Suspiró hondamente la viuda; y recobrándose -y secándose los ojos con el pañuelo, -prosiguió:</p> - -<p>—Un solo consuelo tuve, y si no es -por él, creo que aquella catástrofe, en vez -de costarme la salud por algunos años, -me cuesta en el acto la vida.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_158" id="Page_158">[158]</a></span></p> - -<p>—¿Su hijo de usted?—dijo echándose -á adivinar Gastón.</p> - -<p>—Eso no es consuelo, eso es <i>yo misma</i>,—respondió -Antonia.—No; el consuelo -¡y bien grande! fué que mi esposo vivió -aún tres horas después del atentado... -y no perdió el conocimiento... y tanto le -rogué, y tanto le besé la cara y las manos -en esas tres horas... que se arrepintió... -se confesó... ¡y murió absuelto!</p> - -<p>El silencio que siguió á estas palabras -tuvo algo de magnético: parecióle á Gastón -que acababa de descubrir el alma de -Antonia,—fuerte, porque era creyente.—Sus -ojos, iluminados de fervoroso entusiasmo, -hicieron bajar al suelo los de la -dama.</p> - -<p>—Después,—dijo precipitadamente, á -fin de cortar aquella corriente súbita,—me -ví envuelta en mil dificultades -para desenredar la pequeñísima hacienda -que le quedaba á mi hijo. Vendí mis -alhajas, mis encajes, hasta mis vestidos -y abrigos de pieles y terciopelo; vendí -los coches, los cuadros, los barros, los -tapices y los muebles, y por supuesto, la -plata y las vajillas; cuanto era de lujo<span class="pagenum"><a name="Page_159" id="Page_159">[159]</a></span> -se vendió, creo que malbaratado, pero -en tales naufragios siempre sucede así: -hay que darle su parte de botín al mar. -Yo recordaba que esta casa de Sadorio -había sido reparada y aumentada por -orden de mi marido, que tenía cariño á -las paredes que le habían visto nacer: -y aquí me refugié y aquí vivo desde entonces, -aprovechando la baratura del país y -los recursos de economía doméstica que -proporcionan el huerto y los prados. -Miguel se cría robusto, y yo disfruto -comodidades que tal vez no poseía en -mis épocas de derroche. ¿Lo duda usted? -En Madrid no teníamos bosques, ni extensos -jardines, ni flores frescas á toda hora, -ni el pescado del mar á la sartén... Sepa -usted que hasta economizo... ¡Vaya! Junto -unos ahorrillos para cuando Miguel tenga -que ir á seguir carrera y yo me vea precisada -á acompañarle; lo cual haré para -que no se desaliente ó se corrompa... Ese -día que tendré que dejar á Sadorio... -me parece que lo sentiré mucho. Me he -acostumbrado á esta libertad y á esta -calma... Fácilmente sacaríamos de aquí -una moraleja por el estilo de las máximas<span class="pagenum"><a name="Page_160" id="Page_160">[160]</a></span> -que escribía Miguelito en sus -primeras planas, después de los palotes: -«Amando el deber lo convertimos -en placer.» Ya sabe usted mi vulgar -historia...</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img005.jpg" width="30" height="50" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_161" id="Page_161">[161]</a></span></p> - -<h2><small>XI</small> -<br /> -El consejo</h2> - - -<p>Profundamente impresionado salió de -Sadorio aquella tarde Gastón; y con ser -pocas las horas que faltaban para volver -á ver á Antonia, parecieron muchas á su -impaciencia. Antes de lo que creía, sin -embargo, logró la vista de su amiga. Era -domingo, y como Gastón bajase á la Puebla -á misa mayor, allí estaba arrodillada -la viuda, pero ni volvió la cabeza: asistía -al santo sacrificio con una compostura no -afectada, y á su lado, Miguel—¡extraña -novedad!—también permanecía quieto y -atento, hecho un santito,—aunque con un -azogue tal en las piernas, que al acabarse -la misa y salir al atrio, pegó más de una<span class="pagenum"><a name="Page_162" id="Page_162">[162]</a></span> -docena de saltos: parecía haberse vuelto -loco.</p> - -<p>Florita, que había avizorado á Gastón -en la iglesia, enganchóle á la salida, y -mientras coqueteaba con él á su estilo -lugareño, desaparecieron Antonia y Miguel. -Despepitábanse la esposa y la hija -del Alcalde:—¿Por qué no se quedaba -Gastón á comer con ellos? ¿Dónde se -metía, que andaba tan oculto? ¿Qué tal -substancia tenía la miel de Sadorio? ¿Le -habían picado las abejas, que estaba tan -seriote?—Trabajo le costó zafarse de -aquellas obsequiosas interlocutoras, pretextando -ocupaciones muy urgentes, y no -sin prometer que el lunes vendría.</p> - -<p>—Así como así,—pensó,—Antonia, -después del día de hoy, va á desterrarme -por una temporada...</p> - -<p>Á paso apresurado, como el que sigue -la estela de su deseo, tomó el camino de -Sadorio; y ya cerca de la quinta, comprendió -que no debía presentarse antes -de la hora señalada, las dos, y entretuvo -el tiempo como pudo, entrando en casa -de una labradora y pidiendo un vaso de -leche. Se lo sirvieron fresco y espumante,<span class="pagenum"><a name="Page_163" id="Page_163">[163]</a></span> -pues estaba la vaca en el establo, por ser -domingo y no haber quién la llevase de -mañana al pasto; y Gastón tiró de la lengua -á la vejezuela que ordeñaba la vaca y -presentaba el cuenco rebosante,—averiguando -con pueril alegría que era una protegida -de Antonia.—Aquel invierno, la -vieja, «había estado tan en los últimos,—eran -sus palabras,—que ya tenía encima -los Santos Oleos, ¡así Dios me favorezca! -y si no es por el caldito que todos los -días mandaban de Sadorio y los remedios -que pagó la señorita en la botica de la -Puebla, no lo contaría...»—Con esta plática -gustosa para Gastón, fué acercándose el -momento de presentarse en la quinta, y -allá corrió, dejando por el cuenco de la -leche un duro en la mano sarmentosa de -la vejezuela parlanchina... que le hartó de -bendiciones.</p> - -<p>Recibiéronle, Antonia con cordialidad, -Miguel con arrebatado cariño, y se sentaron -los tres á una mesa cuyo primor consistía -en el decorado de flores naturales y -en el brillo de la loza y del cristal, y en -que sólo tentaban el apetito los manjares -por su frescura y grata sencillez. Las<span class="pagenum"><a name="Page_164" id="Page_164">[164]</a></span> -ostras de la Puebla, regadas con el limón -cogido en el huerto; el pastel de liebre -cazada en los vecinos montes; la gallina -cebada en el corral casero; la densa conserva -de membrillo, sabiamente fabricada -por Colasa, compusieron el banquete. El -café salieron á tomarlo al ameno sitio de -costumbre; y como Miguelito, jugando -con Otelo, se alejase á ratos, Gastón aprovechó -la ocasión propicia, y refirió á -Antonia, muy despacio, su historia entera. -Nada omitió, ni las últimas advertencias -de su madre, ni la disipación de los primeros -años, ni la ruina, ni la doblez del -maldito Uñasín, ni la revelación de doña -Catalina de Landrey, ni la conseja del -tesoro, ni las recientes inquietudes y las -reclamaciones inicuas de don Cipriano -Lourido... Antonia escuchaba atentamente, -y de vez en cuando, si no encontraba -bastante clara la narración, interrumpía -con preguntas concretas, á que Gastón -respondía sinceramente, procurando no -alterar los hechos ni la realidad de sus -sentimientos en lo más mínimo. La necesidad -de expansión y de desahogo que -sentía le desataba la lengua y le movía á<span class="pagenum"><a name="Page_165" id="Page_165">[165]</a></span> -acusarse á sí propio, pareciéndole como -si viese su imagen moral reflejada en un -límpido espejo, y una fuerza superior le -impulsase á describir minuciosamente los -defectos y tachas de aquella imagen. Al -terminar, Antonia quedó un rato callada: -reflexionaba, y su rostro generalmente -alegre tenía una expresión de gravedad -en armonía con las funciones de juez de -un alma que se disponía á ejercer.</p> - -<p>—Antonia,—exclamó con ahinco Gastón, -viéndola permanecer silenciosa y -meditabunda,—hable usted; no tenga -reparo en calificarme según le plazca, -ni en echar por tierra mis ilusiones respecto -al imaginario tesoro. Á todo estoy -preparado, y casi me hará usted un bien -acabando de extirparme esperanzas quiméricas. -Tráteme usted, Antonia, al menos -hoy... como á un hermano. En cambio -del sueño del tesoro me dará usted -otro sueño más bonito cien veces: soñaré -que se interesa usted por mí: ya ve si -salgo ganando.</p> - -<p>—¿No se enojará usted porque me -exprese con franqueza?—preguntó la -consejera sonriendo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_166" id="Page_166">[166]</a></span></p> - -<p>—Mil veces no... <i>Al contrario</i>, como -me dijo usted la primera vez que la ví y -la pregunté si la importunaría mi visita.</p> - -<p>—Pues lo que saco en limpio de su -historia es que es usted responsable de -la mitad más una de las desdichas que le -han sucedido hasta hoy. El perder á su -madre de usted fué desgracia; el arruinarse, -culpa.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust029.jpg" width="400" height="459" alt="" /> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_167" id="Page_167">[167]</a></span></p> - -<p>—Lo reconozco. Prosiga usted; repréndame.</p> - -<p>—Sí que debo reprenderle, y en términos -muy severos, porque, amigo Gastón, -hay ruinas de ruinas. El que emprende -algo útil; el que invierte con buen -fin su capital y tiene la desgracia de no -acertar y de perderlo; el que por reveses -impensados se queda pobre, merece lástima. -Usted no está en ese caso: lo ha -derrochado todo de la manera más frívola -y más sin substancia, y para mayor -dolor, dando escándalo al mundo y mal -ejemplo á sus amigos y á sus servidores. -Tenía usted un caudal que manejar y un -nombre antiguo é ilustre que sostener; el -caudal lo ha dedicado usted á insulseces -y á torpezas, y el nombre lo ha dejado -usted á merced de los Louridos, hoy -protectores del señor de Landrey. Ya ve -si la tribulación es merecida.</p> - -<p>Por preparado que se encontrase Gastón -á oir cosas desagradables, y por -grande que fuese el prestigio de Antonia -para decírselas, sintió un bochorno mortificante -y un deseo de apología.</p> - -<p>—Es cierto, Antonia; pero recuerde<span class="pagenum"><a name="Page_168" id="Page_168">[168]</a></span> -usted, para no juzgarme tan duramente, -que á no haber encontrado en mi camino -á dos bribones que me deparó la suerte, -después de todo, no estaría hoy sino algo -mermada mi hacienda.</p> - -<p>Frunció Antonia el ceño, y su cara -adquirió expresión todavía más severa -y triste.</p> - -<p>—No le disculpa á usted eso. Antes -me parece que le acusa más. Sobre disipador, -ha sido usted neciamente confiado. -No ha querido usted molestarse -ni en saber á quién entregaba sus intereses -y consagrar á vigilarlos ni una -hora de las que perdía en sus vacíos -goces. Los bribones nacen espontáneamente -al lado de los abandonados como -usted. Si no le hubiesen pelado á -usted Uñasín y Lourido, le pelarían -otros que se llamarían de otra manera: -diferencia única. Y no me diga usted -que le faltó buen consejo, Gastón... porque -lo tuvo usted tan bueno, que no -cabe otro mejor; y á no haberse usted -olvidado de las palabras de su madre, -de que la fortuna se nos da como en -depósito... hoy sería usted un hombre<span class="pagenum"><a name="Page_169" id="Page_169">[169]</a></span> -feliz, rico y con la conciencia tranquila; -sería usted... óigalo bien, Gastón, porque -esta frase me parece que lo dice todo... -un <i>administrador de Dios</i>... que es lo que -hay que ser, y lo demás, ¡patarata!</p> - -<p>Radiante luz penetraba en el espíritu -de Gastón, que casi sentía impulsos de -arrodillarse y de herirse el pecho con el -puño cerrado. Podía todo aquello mortificarle -un poco, pero... ¡qué gran verdad -encerraba! Antonia, perspicaz al fin como -mujer, notó muy bien el efecto de la -homilía, y se dilató su rostro.</p> - -<p>—Si aspira usted á restaurar la riqueza -de Landrey para volver á tirarla por el -balcón, no tengo fe en los consejos que -le voy á dar: recaerá usted en la miseria, -y quién sabe si en la deshonra. Antes -de rehacer el caudal, que es cosa externa, -rehágase usted por dentro: me parece lo -más urgente. Si se ha de cambiar su -porvenir, cambie usted, transfórmese en -otro hombre...</p> - -<p>—Creo que tiene usted razón, Antonia,—exclamó -el señor de Landrey con -entusiasmo.—Conozco que he sido... un -trasto; ¡francamente! Deseo regenerarme...<span class="pagenum"><a name="Page_170" id="Page_170">[170]</a></span> -pero no podré si usted no me ayuda. -Estoy muy solo: nadie me quiere; á nadie -le importa de mí... Esto no lo había -notado hasta hoy; vivía en un vértigo, -y aturdido no comprendía el vacío de -mi alma. Ahora conozco que me falta -sostén y calor... Si usted no me tiende -la mano, Antonia, usted que es tan fuerte, -tan derecha, tan valiente... no haré nada; -me echaré al surco.</p> - -<p>La viuda de Sarmiento se encendió de -emoción; pero fué como el paso fugaz de -una nube roja sobre un tranquilo cielo. -Pesando sus palabras, cuya importancia -conocía, respondió serenamente:</p> - -<p>—Si entiende por tender la mano lo -que estoy haciendo... ya la tiene usted -tendida. Pero de esa puerta afuera,—y -señaló á la de la verja,—es usted el que -tiene que valerse. ¿No es usted hombre? -¿No ha de poder un hombre recoger sus -fuerzas y su voluntad y cumplir un propósito? -Si yo no fuera mujer, me asociaría -á usted para trabajar juntos en la restauración -de Landrey; hasta me divertiría la -empresa. Su delicadeza de usted debe -hacerle comprender que no puedo en esta<span class="pagenum"><a name="Page_171" id="Page_171">[171]</a></span> -ocasión olvidar la reserva propia de las -faldas. Ni aun como consultora me gustaría -que, en lo sucesivo, acudiese usted á -mí. Le queda á usted trazada una línea de -conducta, ó mucho me engaño, ó puede -seguirla solo. ¿Qué, no será usted capaz -de remediarse? Porque entonces...</p> - -<p>—¿Y esa línea de conducta?—murmuró -él con tierna sumisión.</p> - -<p>—Ya lo sabe usted; volverse del revés -como un guante. Era usted gastador y ha -de ser económico; era usted confiado, y ha -de ser receloso; era usted dormilón, y ha -de ser madrugador; era usted perezoso, -y ha de ser activo; era usted un vago, y -ha de trabajar diez horas diarias, papelear, -hacer números, sepultarse en las -cuentas hasta el cogote... No ha de fiar -usted á nadie sus asuntos, y no ha de perder -ni un día en caprichos. El venir aquí -es capricho también. Pase hoy, porque -hablamos de cosas serias; mas si le ocurre -jugar al picadero con Miguelito, yo no he -de prestarme á ello. ¡Usted ya no es dueño -de un minuto!</p> - -<p>—Pero, Antonia,—objetó Gastón con -humorismo,—lo que me aconseja usted<span class="pagenum"><a name="Page_172" id="Page_172">[172]</a></span> -estaría en carácter si yo tuviese aún millones -que administrar. Los que me despojaron -me quitaron esas ansias. Á fe que -bien libre me encuentro.</p> - -<p>—Ese es el error,—exclamó Antonia—No -hay semejante ruina. Lo que -han hecho es embrollarle de mala manera -sus asuntos; desean comérsele hasta -los huesos; pero apostaría lo que no tengo -á que si usted se lo propone, los desembrolla. -Usted mismo reconoce que no ha -podido gastar, de ningún modo, lo que le -da por invertido el peje de Uñasín. Si se -cruza usted de brazos, claro es que acabarán -por llevárselo todo. ¿Quiere oir lo que -yo haría en su caso?</p> - -<p>—Como que he de acatar á ciegas lo -que usted disponga,—declaró Gastón, que -se sentía revivir.</p> - -<p>—Pues halague usted á Lourido; déle -á entender que conseguirá cuanto desee; y -únicamente pídale luz para desenredar lo -de Madrid. Sírvase de un bribón contra -otro bribón. Esto es lícito, y como no se -trata de hacer ninguna picardía... Lourido -es hombre que oye crecer la hierba; posee -gran aptitud para los negocios; en otro<span class="pagenum"><a name="Page_173" id="Page_173">[173]</a></span> -campo que la Puebla, tendríamos en él á -uno de esos reyes de la banca, que sudan -oro. Utilice usted á Lourido para meter -al de Madrid en cintura. Estudie con -Lourido el problema, y cuando se empape -bien en las doctrinas de ese maestro, -(para el caso presente es que ni de -encargo), haga usted la maleta y váyase -á Madrid á empezar á devanar el ovillo. -Después de poner orden allá, puede -dedicarse á lo de aquí. Á Landrey, hoy -por hoy, debe usted mirarlo como cosa -secundaria.</p> - -<p>—Á todo esto, Antonia,—interrogó -Gastón que había bebido ávidamente las -palabras de la viuda,—no me dice usted -nada de... lo principal.</p> - -<p>—¿Á qué llama usted lo principal?</p> - -<p>—Al tesoro.</p> - -<p>—¿Lo principal el tesoro? ¡Ay Dios -mío! Me temo que desde hace media hora -estoy predicando en desierto.</p> - -<p>—¿Cree usted que el tesoro es una patraña? -Dígalo en seguida... y no pensaré -en él más.</p> - -<p>—Mi opinión,—respondió Antonia -pausadamente,—es que el tesoro existe.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_174" id="Page_174">[174]</a></span></p> - -<p>—¡Ah!—gritó Gastón, viendo ya relucir -el oro y fulgurar las pedrerías.</p> - -<p>—¡Que existe... y que no debe usted -buscarlo!</p> - -<p>—¿Cómo es eso?—interrogó Gastón -sorprendidísimo, aunque iba acostumbrándose -á la originalidad de su consejera y -amiga.</p> - -<p>—Verá... Primero le diré por qué supongo -que existe el tesoro. No cabe ni -dudar que existía cuando su bisabuelo de -usted escribió el documento y trazó el -plano encerrado en la caja de plata. Un -padre no engaña á su hija querida desde -el lecho de muerte. El relato de doña -Catalina tampoco es quimera de su imaginación -debilitada por la edad: lo que -le contó á usted está de acuerdo con lo -que sabe Telma y consta por tradición,—la -quema de papeles, el desafecto de -don Martín á su hijo, su preferencia por -la hija que le acompañaba.—Desde que -eso sucedió han pasado sesenta años, y -ha estado el castillo en poder de mayordomos -y caseros. Ninguno de ellos se ha hecho -millonario ni ha derrochado caudales: -luego ninguno ha descubierto el tesoro...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_175" id="Page_175">[175]</a></span></p> - -<p>—¿Y Lourido?—interrumpió Gastón.</p> - -<p>—Ya llegamos á Lourido... Verdad -que pasa aquí por rico, y lo es hasta -cierto punto, porque chupó como una -sanguijuela los bienes de la casa y prestó -á réditos, y compró á desprecio -explotando á los infelices; -pero así y todo, la riqueza -de Lourido es riqueza -de aldea, la hemos -visto crecer y -sabemos de dónde -procede: si -hubiese encontrado -el tesoro -prosperaría de -golpe, y se marcharía -de aquí, -porque su mujer y su hija Flora rabian -por volar á otras esferas... ¡Tampoco -Lourido ha encontrado el tesoro, -aunque bien lo buscó!...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust030.jpg" width="400" height="493" alt="" /> -</div> - -<p>—¿Que lo ha buscado?—preguntó -Gastón estremeciéndose al ver confirmadas -sus sospechas.</p> - -<p>—Ya lo creo... Yo trato poco á lo que -aquí se llama <i>señorío</i>, pero hablo muchísimo<span class="pagenum"><a name="Page_176" id="Page_176">[176]</a></span> -con los aldeanos... y ellos, á su manera, -todo lo husmean y todo lo saben. En -esta comarca, el secreto del tesoro es un -secreto á voces. Lourido ha practicado -varias excavaciones ocultamente, y las -gentes piensan que lo que busca son las -joyas que la Reina mora llevó al sepulcro. -Me he reído de esas joyas y de la credulidad -de los labriegos mil veces, porque no -sabía lo que usted acaba de confiarme. -Hoy comprendo que Lourido tenía olfato. -Que por ahora nada consiguió encontrar, -me lo prueba además otra razón: el -empeño que demuestra en hacerse con -el castillo de Landrey. Dueño del castillo, -lo arrasará y no parará hasta acertar -con el tesoro, que le trae loco de codicia.</p> - -<p>—Bien, Antonia; todo eso está divinamente -deducido, lo que no parece es la -razón de que yo no realice, en uso de -mi derecho, lo que no consiguió Lourido,—exclamó -Gastón respirando.</p> - -<p>—La razón... ¡Ay! ¡y qué empedernido -está usted; qué difícil va á ser que usted -se enmiende!—declaró la viuda con pena -y hasta con cierto tedio, que mortificó<span class="pagenum"><a name="Page_177" id="Page_177">[177]</a></span> -á su amigo.—La razón es que el tesoro -supone para usted lo desconocido -y lo fantástico, el golpe de varilla de las -comedias de magia, la suerte que nos -coge dormiditos y nos echa encima los -bienes como podría echarnos un cubo de -agua... ¡Valiente gracia haría usted si descubriendo -el tesoro repusiese su caudal! -¡Valiente hombrada! Después de todo, -el caudal es lo que menos importa. Su -alma de usted, su conducta, su regeneración -por el trabajo y por una vida -que no redunde en daño y en perversión -de usted mismo y también de los -demás, es aquí lo que interesa, al menos á -mi parecer... y habíamos quedado en que -yo era el juez de este litigio... ¿ó se vuelve -usted atrás?</p> - -<p>—No,—respondió Gastón enérgicamente, -con involuntario esfuerzo.—Á usted -me encomiendo, y se me figura que -he comprendido bien sus indicaciones y -que las voy á seguir de tal manera... que -usted misma se admirará.</p> - -<p>—¡Quiéralo Dios! Pues, siendo así, el -tesoro,—lo repito,—significa para usted -algo insano, una especie de lotería con<span class="pagenum"><a name="Page_178" id="Page_178">[178]</a></span> -que cuenta para remediar males que causó -su imprevisión y su vida loca. Si aspira á -que yo le estime... dejará en paz el tesoro. -Esas cosas que se deben al azar, se agradecen -cuando el azar quiere enviárnoslas, -pero no se buscan; buscarlas sería seguir -las huellas de Lourido... y usted no ha de -proponerse tal modelo.</p> - -<p>Gastón calló. Sentíase subyugado por -aquella mujer animosa, en quien tenía que -reconocer la superioridad del criterio y la -firmeza de la voluntad. Este sentimiento -iba acompañado, preciso es reconocerlo, -de cierta humillación. No podía dudar -que Antonia manifestaba ideas dignas de -un hombre, y que todo aquello debería él -haberlo discurrido antes, en vez de dormirse -al arrullo del goce y en el seno de -la pereza y la indolencia.</p> - -<p>—¡Qué lección me está dando!—pensaba.—¡Parece -que veo en un espejo la -cara del ser más inútil de la tierra! ¡Pero -yo le demostraré á Antonia que también, -cuando llega el caso, sé dominar las circunstancias! -Y á fe que he de averiguar si -la que me administra estos sabios consejos -tiene en ese cuerpo tan sano y tan hermoso<span class="pagenum"><a name="Page_179" id="Page_179">[179]</a></span> -algo que se parezca á un corazón... Porque -hasta hoy, al menos para mí, se me -figura que no existe en Antonia tal víscera.</p> - -<p>Mientras la ingratitud y la fatuidad dictaban -al mal convertido Gastón semejantes -reflexiones, Antonia, como si quisiese -confirmar la opinión de su amigo acerca -de su despego é insensibilidad, añadió:</p> - -<p>—Ya he dicho á usted cuanto se me -alcanza acerca de su situación actual. Si -usted es capaz de penetrarse bien de todo -ello, no necesita que insista; y si no... -cuanto yo porfiase sería machacar en hierro -frío. Creo que usted no gustará de -machaquerías. Además, á un hombre de -la edad de usted... no se le lleva de la -mano. Si quiere hacerme á su vez un favor, -evitar que mi nombre ande en lenguas, -dejará de venir definitivamente. La -malicia grosera de las aldeas no sé si es -más terrible que la malicia sutil é ingeniosa -de los pueblos grandes. Si usted es -sincero conmigo, me confesará que tiene -motivos para darme en esto la razón.</p> - -<p>—Es cierto, Antonia,—contestó noblemente -el señorito de Landrey.—Aún hoy -á la salida de misa, unas bocas pecadoras...<span class="pagenum"><a name="Page_180" id="Page_180">[180]</a></span> -Pero, en último término,—añadió -dejándose llevar del atractivo poderoso -que sobre él ejercía Antonia,—¿qué nos -importa? ¿Quién tiene derecho á fiscalizarnos? -¿No somos libres?</p> - -<p>—Nadie es libre...—tartamudeó Antonia, -cuya voz temblaba,—y usted menos -que nadie. ¡Tiene usted que levantar su casa -y su apellido! Á esa tarea, dedique usted -todo el tiempo, toda la energía de que sea -capaz. Venir aquí es una distracción como -otra cualquiera. No conviene que usted se -distraiga... Y por último, yo deseo que no -venga... y usted debe respetar mi deseo.</p> - -<p>—Lo respetaré, Antonia; se lo prometo, -ya lo verá,—contestó él con un tono que -parecía frío, y no era sino el velo de un -despecho profundo y doloroso.</p> - -<p>La tarde última que Gastón pasaba en -el jardín de la quinta se acabó tristemente. -Antonia se esforzaba por reanimar -la conversación, pero el señorito de -Landrey se había encerrado en un mutismo -displicente. Cuando se retiró, apenas estrechó -la mano de su consejera; á Miguelito, -en cambio, le apretó contra el corazón -y le besó arrebatadamente en los ojos.</p> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_181" id="Page_181">[181]</a></span></p> - -<h2><small>XII</small> -<br /> -Táctica y estrategia</h2> - - -<p>Gastón cumplió su promesa de ir á -comer al día siguiente con la familia de -Lourido; acogiéronle al pronto con cierta -hostilidad, pero la escena cambió, aun no -bien el señorito de Landrey, sentado á la -izquierda de Florita, armó con la muchacha -una escaramuza de coqueteos, tan -marcados, que extrañaron á Concha y -regocijaron al Alcalde y á la Alcaldesa. -Saltaba á los ojos: ¡el señorito cortejaba -á la niña! ¡Y qué bien se insinuaba, y -cómo sabía asestar los tiros, y de qué -expresivo modo manifestaba la impresión -producida por la belleza de Flora! Ésta,<span class="pagenum"><a name="Page_182" id="Page_182">[182]</a></span> -de puro engreída, no tocaba á los platos: -y Concha, con su buen humor invencible, -la soltó esta pulla en seco:</p> - -<p>—¿Qué santo es hoy, Flora? Como veo -que ayunas al traspaso...</p> - -<p>No por eso recobró el apetito la interpelada; -tal era su embeleso al recibir las -ojeadas incendiarias y las atenciones constantes -de Gastón, que al servirla, al bromear -con ella, adoptaba lánguidas actitudes -de galán deseoso de disimular su -inclinación y que no lo consigue. Sofocada -bajo la espesa capa de polvos de -arroz, Flora comparaba al juez municipal -con aquel apuesto y arrogante caballero, -cuyos modales respiraban distinción y -desenfado gracioso, cuya ropa trascendía -á no sé qué perfume tenue y fino, y que -era además <i>el señorito</i>, el dueño de Landrey, -el personaje más eminente que -había encontrado en su camino, un ser -distinto de los otros... También al Alcalde -le chispeaban los ratoniles ojillos. -¿No era <i>aquello, aquello</i> mismo, lo que él -se había atrevido á soñar, un día en que -recontaba su ya orondo peculio... pero -como se sueña el golpe más inesperado<span class="pagenum"><a name="Page_183" id="Page_183">[183]</a></span> -de la suerte, que puede venir y sin embargo, -juraríamos que no vendrá? ¡Florita -señora de Landrey! ¡Qué diablo! -¡Para eso ha exprimido el padre el limón -del préstamo; para eso ha bebido el sudor -de los braceros y las lágrimas de los huérfanos -y las viudas; para eso sabe hacer -que, en el plazo de un año, una onza se -doble y arroje á la partida del haber -treinta y dos duros!</p> - -<p>Al terminarse la comida, Flora dió -señales de querer arrastrar á Gastón á la -senda de perdición del piano; pero el señorito -de Landrey, como quien realiza un -esfuerzo, rogó á Lourido que le concediese -una entrevista, para hablar de negocios. -Encerráronse en el despacho, y -Gastón, con abandono lleno de confianza, -enteró á don Cipriano de lo que le -sucedía.</p> - -<p>—Al encontrarme, don Cipriano, con -que le debo á usted cinco mil duros... -ó tal vez más... quisiera pagárselos inmediatamente, -bien lo sabe Dios, pero si -no saco á subasta las tierras y el castillo, -lo cual dice usted que sería un desacierto...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_184" id="Page_184">[184]</a></span></p> - -<p>—¡Un <i>sin pies</i>!—exclamó el usurero, -que creía decir <i>un ciempiés</i>.</p> - -<p>—Bueno, si yo lo creo también...—declaró -Gastón con ingenuidad.—Pero repito -que, á no cometer ese <i>sin pies</i>... no -sé cómo arreglarme. Resulta que, en Madrid, -mis asuntos están peor que aquí -todavía. Se me figura que no ha tenido -acierto mi apoderado, el señor de Uñasín, -sujeto por otra parte honradísimo... -y que me ha metido en un lío muy gordo. -Y como usted es tan inteligente, vengo -á consultarle... ¿Quiere usted enterarse de -este legajo?</p> - -<p>Contenía el legajo los estados de cuenta -y los comprobantes remitidos por Uñasín -para su revisión y aprobación, y que el -señorito de Landrey había recibido en -uno de los últimos correos, acompañados -de una carta muy melosa, en que el buitre -solicitaba que se le devolviesen cuanto -antes legalizados y en forma, «al objeto -de aplacar á los acreedores, que están venenosos.» -Lourido, con rapidez febril, -tomó aquel mazo de papeles, y empezó -á examinarlo hoja por hoja, apasionadamente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_185" id="Page_185">[185]</a></span></p> - -<p>—Si quisiera usted enterarse despacio...—dijo -con indiferencia Gastón,—la verdad... como -me aburre todo esto de los -negocios... preferiría que usted se batiese -ahí con esos mamotretos... y yo me volvería -á la sala... ¡He dejado á sus hijas con -la palabra en la boca!... Antes de subir á -Landrey, volveré á ver -qué ha sacado usted en -limpio...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 300px;"> -<img src="images/ilust031.jpg" width="300" height="452" alt="" /> -</div> - -<p>Y con el aire del que -consigue sacudirse una -mosca, corrió á la sala, -mientras Lourido se restregaba -las manos de -gozo...</p> - -<p>Cuando Gastón, al -anochecer, se presentó -otra vez en el despacho, Lourido le acogió -con una explosión de indignación -exagerada y de satisfacción irónica; y -riendo y gruñendo á la vez, exclamó:</p> - -<p>—¡No es mal punto filipino el apoderado -general! ¡Honradísimo... sí, buena -honradez nos dé Dios! ¡Yo ya me lo -había tragado, por cosas que me pasaron -con él; pero no creí que gastase tanta<span class="pagenum"><a name="Page_186" id="Page_186">[186]</a></span> -<i>envilantez</i>! ¡Amañados le ha puesto los -asuntos, señorito... amañados! Ni una -madeja dada al gato...</p> - -<p>—¿De modo que... estoy arruinado sin -remedio?—preguntó Gastón.</p> - -<p>—¡Quiá! ¿Me chupo yo el dedo? Si me -deja estudiar este protocolo unas horitas -más... le diré cómo ha de hacer para empezar -á salir del pantano. Las cosas es menester -darlas cinco vueltas. Al principio -todo parece el mundo universal, y después -resulta una <i>cunca</i> de mijo menudo.</p> - -<p>—Verá usted,—dijo Gastón con el -mismo abandono.—Á mí ya se me había -ocurrido que aquí podía haber mácula... -sólo que no sabía cómo defenderme. Y, la -verdad: <i>hoy</i> sentiría quedar pobre; estoy -cansadísimo de la vida de soltero, y -deseo establecerme aquí, en este país tan -precioso, en esa casa vieja de Landrey, -que usted sostuvo y yo quisiera arreglar... -Una mujer sencilla, una joven linda y -honesta, ajena á los engaños y á las locuras -de la corte...—añadió como absorto -y hablándose á sí mismo.—¡Pero casarse -sin tener pan!... No. Lo que haré, si no -puedo salvar nada de mi hacienda, será<span class="pagenum"><a name="Page_187" id="Page_187">[187]</a></span> -irme á cualquier parte con un destino que -me den mis amigos de Madrid...</p> - -<p>—¡Jesús, señorito! Déjeme á mí, guíese -por mí, que le aseguro que hemos de salir -avante... Esta noche me peleo con los -papeles, y mañana venga aquí, que le -diré...</p> - -<p>—Pensaba venir de todos modos, porque -sus hijas de usted quieren que demos un -paseo y que nos embarquemos á pescar -<i>panchos</i>...—respondió Gastón con alegría -descuidada, propia de un muchacho de -diez y seis años á lo sumo.</p> - -<p>Al retirarse Gastón, conferenció la familia -Lourido,—excepto Concha, á quien -despidieron á su cuarto por sospechosa y -recalcitrante.—Resultó de la conferencia, -que la Alcaldesa, y sobre todo, como era -natural, Florita, habían notado en el dueño -de Landrey señales del más fino enamoramiento; -lo cual, junto á las palabras -que se le habían escapado en el despacho -de Lourido, calentó las cabezas, y -dió tela para fantasmagorías del porvenir. -Sin embargo, ni Flora ni su madre podían -ver en aquellas risueñas perspectivas -lo que veía don Cipriano; el tesoro<span class="pagenum"><a name="Page_188" id="Page_188">[188]</a></span> -enterrado en las fundaciones de Landrey, -y cuya búsqueda y descubrimiento serían -lícitos ya y podrían realizarse sin temor, -cuando se hiciesen á nombre del amo, -pero el amo casado con la hija del mayordomo... -Así aquella misteriosa riqueza -soterrada y oculta en las entrañas de piedra -de Landrey actuaba sobre la mente -de cuantos sospechaban su existencia, -y guiaba sus determinaciones, según la calidad -respectiva de las almas, impulsando -á Antonia á aconsejar el desprendimiento, -y á Lourido á abrazar la causa de Gastón -y luchar desde lejos, oponiendo su -penetración y socarronería galaica á las -artimañas de Uñasín...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust032.jpg" width="400" height="570" alt="" /> -</div> - -<p>Transcurrieron varios días, durante los -cuales Lourido papeleó mucho y celebró -varias conferencias con Gastón, informándose -de pormenores que importaban á los -asuntos pendientes. En esta primer campaña -demostró Lourido una perspicacia, -un instinto para los negocios, que asombraron -al señorito; en otro <i>medio</i>, aquel -usurero de aldea se hombrearía con los -negociantes que subyugan una plaza comercial -y hacen brotar millones donde<span class="pagenum"><a name="Page_189" id="Page_189">[189]</a></span> -sientan la planta; además, había en él -la aptitud innata de una raza cautelosa, -de una tierra en que todos saben derecho -y son capaces de retorcer el argumento al -abogado más sutil.—Mientras el mayordomo -iba poniendo en claro los intrincados<span class="pagenum"><a name="Page_190" id="Page_190">[190]</a></span> -negocios de Gastón, éste, afectando -un desdén olímpico hacia la cuestión de -interés, aprovechaba las ocasiones de escaparse -á charlar con las muchachas, es -decir, con Florita, de quien era ya declarado -galán; y cada día inventaban -paseos y correrías por los montes y la -playa, partidas de pesca ó meriendas en -algún soto, que hacían retorcerse de celos -al juez municipal, antes preferido y hoy -desdeñado adorador de la linda rubia. -En la Puebla no se hablaba de otra cosa -más que de los amoríos del señorito de -Landrey con la hija de su mayordomo, -creyéndose muy próxima una boda que á -nadie sorprendía, dada la fabulosa riqueza -que las exageraciones lugareñas atribuían -á Lourido. Sólo Telma, con esa libertad -de expresión que adquieren los criados -antiguos, echaba de vez en cuando á su -amo indirectas transparentes y muy agrias.—¡Qué -hubiese dicho la señora Comendadora -si ve á su sobrino arrimarse á aquella -casta cochina de Lourido, que había -entrado en el castillo con andrajos, en -pernetas, y ahora estaba gordo á fuerza -de chupar el jugo á sus amos!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_191" id="Page_191">[191]</a></span></p> - -<p>Á estas salidas de la vieja criada contestaba -Gastón con risas y bromas, y alguna -vez con abrazos expansivos y fuertes, -pues había llegado, en aquella soledad, á -cobrar intenso cariño á Telma, dando todo -su valor á la abnegación incondicional -de un ser cuya vida había absorbido por -completo la casa de Landrey, sin que -pidiese á esta casa más de lo que pide la -hiedra al muro: adherirse.—Entre las muchas -ideas nuevas que iban abriéndose -paso en el cerebro de Gastón, figuraba la -del derecho de toda criatura humana; y -Telma, que antes era para él algo como -un <i>objeto</i> que se había acostumbrado á -ver, convertíase en <i>persona</i>. Siempre la -había tratado con dulzura, y ahora la -respetaba... interiormente, con un respeto -piadoso; y el día en que llegó á esta -altura cristiana y moral—respetar á su -criada—Gastón sintió una alegría secreta, -y subiéndose á la torre de la Reina -mora, asestó el anteojo al jardín de Antonia, -y vió en él á Miguelito jugando con -Otelo.—La viuda no apareció; estaría retirada, -de seguro trabajando.</p> - -<p>Lourido entretanto llegaba á dominar<span class="pagenum"><a name="Page_192" id="Page_192">[192]</a></span> -la cuestión encomendada á su tacto y á -sus luces. Como el explorador que penetra -en una selva y va cortando con el -hacha lo que se opone á su paso, abríase -camino á través de los obstáculos hacinados -por Uñasín. Aislando cuestiones, podía -afirmar ya que con los datos existentes, -y mucha energía, Uñasín no tendría -más remedio que vomitar lo que había -querido zamparse; la casa de Landrey, -descalabrada, pero viva. Era preciso sacrificar -más de una tercera parte, y las -otras dos saldrían á flote, gravadas con -algunos créditos é hipotecas que no sería difícil -ir descargando...—¡El señorito encontraría -quién le prestase dinero en mejores -condiciones!—exclamaba fervorosamente -Lourido, dando á entender, en frases que -querían ser reticentes y veladas, pero más -claras que tela de cedazo, lo que podía -esperar Gastón elevado á la categoría de -yerno suyo, y cuando el liberar la hacienda -de Landrey fuere salvar el patrimonio -de los descendientes de don Cipriano...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust033.jpg" width="400" height="532" alt="" /> -</div> - -<p>Gastón lo aprobaba todo, aunque enterándose -menudamente: nunca discípulo -preguntó más, ni escuchó con mayor atención<span class="pagenum"><a name="Page_193" id="Page_193">[193]</a></span> -á un maestro. Como si sufriese el -ascendiente de la inteligencia y el contagio -de la actividad del Alcalde, poco á -poco había ido tomando la costumbre de -trabajar con él primero una hora, luego -hasta tres, sin prescindir por eso de las -expediciones y los correteos á pie y en -pollino, acompañando á Florita. En las -horas de despacho ahondaba en lo que le -importaba mucho, pertrechándose á fin de -realizar el indispensable y urgente viaje á -Madrid, en que debía consultarse con un<span class="pagenum"><a name="Page_194" id="Page_194">[194]</a></span> -abogado de fama y pelear con Uñasín -cuerpo á cuerpo. Don Cipriano le amaestraba, -le ponía los puntos sobre las ies, le -hacía fijarse especialmente en las mil vueltas -que jurídicamente cabe dar á una misma -cuestión. Las cataratas se le caían al -señorito de Landrey. No sólo iba viendo -la explotación de que era víctima, sino el -tejido fuerte y mañoso de la red en que -le envolvían, y el modo de romper las -mallas y sacar fuera la cabeza para respirar -y las manos para concluir de rasgar -la odiosa prisión. Y constituía la nota -cómica la indignación de Lourido al demostrar -las arterias y habilidades de Uñasín. -Sus exclamaciones podrían traducirse -de esta manera:</p> - -<p>—¡Lástima no habérseme ocurrido esa -treta á mí! ¡Buen golpe para que lo diese -el presente maragato!</p> - -<p>Cuando Gastón se creyó impuesto en -todo lo necesario, dejó á Telma guardando -el castillo y salió hacia Madrid, donde esperaba -no perder tiempo. Florita, desde su -marcha, guardó un retraimiento absoluto; -economizó más de una fanega de harina, -por lo que dejó de empolvarse; otorgó<span class="pagenum"><a name="Page_195" id="Page_195">[195]</a></span> -treguas á su hermoso pelo rubio, no martirizándolo -con las tenacillas; aflojó tres -dedos el corsé; se dió tono anticipado de -viudita noble, y hasta se prestó á acompañar -á la iglesia, muy de velo á la cara, -á su hermana Concha, organizadora de -una espléndida novena, con gozos, á la Patrona -de la Puebla. Allí tuvo el gusto de -mirar con fisga á Antonia Rojas, que concurría -á la novena todas las tardes y que -aparecía algo descolorida y menos animada -que de costumbre.</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img001.jpg" width="30" height="28" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_197" id="Page_197">[197]</a></span></p> - -<h2><small>XIII</small> -<br /> -El aro de oro</h2> - - -<p>Poco más de un mes estuvo en Madrid -Gastón, y la tarde en que regresó, al ver -á Telma que había salido á esperarle, la -abrazó con tanto cariño, que la vieja sirviente -se deshizo en llanto. El señorito -venía muy diferente: ¡qué formal, qué -aplomado, qué hombre!</p> - -<p>Al otro día de la llegada, Gastón empezó -á dar órdenes para arreglar las habitaciones -del castillo y reparar lo que -era más urgente que se reparase. Los -muebles de comodidad, las ropas, el ajuar -todo, llegarían en breve por el ferrocarril: -Gastón levantaba su apeadero de Madrid<span class="pagenum"><a name="Page_198" id="Page_198">[198]</a></span> -y se traía el mobiliario: además había -adquirido muchas cosas, no de lujo, pero -necesarias. Albañiles y carpinteros empezaron -á arreglar los techos y pisos del -Pazo y de la capilla, cerrada desde tiempo -inmemorial, en cuyo magnífico retablo -barroco anidaban las palomas y las golondrinas, -y en cuyo púlpito se guarecía una -tribu de ratones.</p> - -<p>Corrió una semana, y como Gastón no -hubiese bajado á la Puebla, ni dado señales -de existir para la familia de don Cipriano, -Florita, que se engalanaba todos -los días inútilmente, tuvo un ataque de -nervios y un soponcio, y el Alcalde, caballero -en su yegua, subió lleno de inquietud -la calzada pedregosa. Recibióle Gastón -con afabilidad, celebró que se le -hubiese ocurrido venir, y le obsequió con -vino y bizcochos; después se encerraron -los dos en el aposento que el señorito de -Landrey empezaba á utilizar para despacho, -instalando en él estantes con libros -y papeles y una mesa ministro. La encerrona -duró más de dos horas, y al cabo -de ellas salió Lourido en un estado digno -de lástima: desemblantado, mortecino de<span class="pagenum"><a name="Page_199" id="Page_199">[199]</a></span> -ojos, gacho de orejas, hasta temblón de -manos; y Telma, que corrió á ordenar -que le trajesen la yegua á la puerta del -Pazo y le tuviesen el estribo, notó que -dos ó tres veces volvía la cabeza el Alcalde -y miraba atrás crispando los puños, -como el que quiere comerse con la vista -y el deseo á algo ó á alguien...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust034.jpg" width="400" height="520" alt="" /> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_200" id="Page_200">[200]</a></span></p> - -<p>Dos días después—era domingo—Miguelito, -que se entretenía en botar al agua -una lucida escuadrilla de barcos de papel -en el pilón de la fuente, sintió que unas -manos se le apoyaban sobre los ojos, y -una voz le decía:</p> - -<p>—¿Quién soy?</p> - -<p>—¡Gastón, Gastón!—chilló el niño -desprendiéndose y volando hacia la casa.—¡Mamá! -¡Está aquí Gastón!</p> - -<p>Antonia Rojas tardó poco en aparecer: -Gastón la saludó con efusiva alegría, y la -miró á la cara fija, larga y tiernamente, -encontrándola desmejorada y delgada, -como persona que ha sufrido.</p> - -<p>—¿Ha estado usted enferma?—preguntó -afanosamente el señorito de Landrey, -dirigiéndose al sitio donde acostumbraban -charlar, á los asientos cerca de la -fuente.</p> - -<p>—Enferma, no...—respondió débilmente -Antonia, que sin embargo hablaba -con voz quebrantada y tenía apagada la -claridad de sus hermosos ojos y el antes -vivo carmín de su encendida boca.—Es -un poco de debilidad, ó yo qué sé... En -resumen, nada. Vamos á ver, hábleme<span class="pagenum"><a name="Page_201" id="Page_201">[201]</a></span> -usted de sus asuntos... Vuelve usted de -Madrid... Supongo que ha arreglado algo... -No habrá perdido el tiempo...</p> - -<p>—¡Antonia, Antonia!—respondió Gastón -que parecía enajenado.—Sí, lo he -perdido... He perdido todo el tiempo que -transcurrió entre este día y aquel en que -usted me desterró de su casa... He perdido -todo el tiempo que no pasé cerca de -usted..., pero he de enmendarme ¡vive el -cielo! y ahora será preciso que usted me -permita estar á su lado... por... por largos -años... ¿Quiere usted?</p> - -<p>La palidez de Antonia se convirtió en -un rubor vivísimo; cayó sobre sus ojos -garzos la cortina sedosa de sus párpados, -y sólo la agitación de su seno respondió -á la apasionada pregunta del señorito de -Landrey.</p> - -<p>Rehaciéndose al fin, pudo articular no -sin mucha confusión y vergüenza:</p> - -<p>—No entiendo... ¿De qué se trata? -¡No creo que pague mi amistad con una -ofensa ni con una chanza de mal gusto!</p> - -<p>—¿De qué se trata? ¡De que si antes me -alejó usted por evitar que nuestra amistad -escandalizase á estas buenas gentes, hay un<span class="pagenum"><a name="Page_202" id="Page_202">[202]</a></span> -medio de que mi presencia aquí, en vez -de escandalizar, edifique! ¡De que todos -la comprendan, la aprueben y la envidien -quizás!... Antonia, ¡cuánto tiempo hace -que sabe usted lo que ahora está oyendo!</p> - -<p>La viuda, con poderoso esfuerzo, se -serenaba completamente. Sin necesidad -de poner la mano sobre el corazón, había -aquietado sus latidos mediante uno de -esos actos de voluntad, cuyo secreto poseen -las naturalezas enérgicas y resignadas -á la vez. Su animosa y franca sonrisa -volvió á jugar en la boca expansiva y grande -y en los ojos garzos que se fijaron -tranquilamente en los de Gastón, candentes -de entusiasmo y de brío juvenil. -Y revelando en su voz calma y dignidad, -contestó despacio:</p> - -<p>—Hace tiempo que sé que usted... ha -visto en mí algo más... ó algo menos que -una amiga... y por eso le rogué que no -menudease las visitas, y, últimamente... -es decir, mucho antes del viaje... que las -suprimiese por completo. Aun cuando -usted no demostrase... tanta complacencia -en venir, le hubiese rogado lo mismo, -por mil razones de prudencia. Pero...<span class="pagenum"><a name="Page_203" id="Page_203">[203]</a></span> -después de que usted, á ruegos míos, se -alejó de aquí... ¡han sucedido muchas -cosas!</p> - -<p>—¿Á usted, Antonia?—interrogó Gastón -con ansiedad.</p> - -<p>—Á mí, no. Yo he seguido mi vida de -siempre. Á usted...</p> - -<p>—Es cierto,—declaró él tranquilizado.—Mi -suerte ha cambiado por completo -de faz, y á usted lo debo, ¡Antonia del -alma! Me creía pobre, arruinado, hasta -cargado con deudas mayores que mi -haber... y gracias á sus discretos consejos, -á sus sabias lecciones, me encuentro -dueño de gran parte de ese caudal que -juzgaba perdido, y lo que es mejor, libre -de trampas y ahogos, sin depender de -nadie para nada. Esto sólo ya sería deber -á usted un beneficio inmenso... ¡Pues falta -lo mejor, el mayor bien que usted me ha -dispensado! Yo era un hombre inútil, un -ocioso vividor, que si no tenía los instintos -del vicio, había adquirido los hábitos -de disipación que conducen á él insensiblemente. -Usted me ha despertado, me -ha iluminado y me ha hecho reflexionar -sobre mi propio destino. Me he visto y<span class="pagenum"><a name="Page_204" id="Page_204">[204]</a></span> -me he avergonzado de verme. Me he -comparado con usted y me he sonrojado -de quererla valiendo tan poco. Me he -propuesto merecerla á usted cambiando -de vida y de costumbres. Hoy podría volver -á mis antiguas mañas; con lo que he -salvado del naufragio tengo para reingresar -en las filas de la vagancia elegante. -En vez de hacerlo, me vengo á Landrey<span class="pagenum"><a name="Page_205" id="Page_205">[205]</a></span> -á restaurar la vieja casa de mi familia, no -por vanidad, sino para conseguir, ayudado -de usted, practicar el consejo de mi -madre, y ser solamente depositario de mi -riqueza...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust035.jpg" width="400" height="581" alt="" /> -</div> - -<p>Escuchaba Antonia con la mirada brillante, -los labios entreabiertos como para -beber el maná de aquellas deliciosas palabras: -su expresión era de felicidad profunda, -incontrastable. Sin embargo, un -pensamiento que cruzó por sus ojos los -oscureció repentinamente. Afirmando con -trabajo la voz que la emoción enronquecía, -preguntó:</p> - -<p>—¿Cómo ha salvado usted su hacienda? -Deseo saberlo. ¿De qué medios se ha -valido usted para poner á Lourido suave -como un guante?</p> - -<p>Algo confuso, Gastón se preparó á entonar -el <i>mea culpa</i>.</p> - -<p>—Antonia, voy á ser con usted enteramente -leal... porque ya la considero -á usted como á mi propia conciencia... -Cuando la pedí su parecer y usted me -trazó con tanto acierto mi línea de conducta, -al pronto me sentí un poco chafado... -sí, chafado, es la verdad... viendo<span class="pagenum"><a name="Page_206" id="Page_206">[206]</a></span> -que una mujer me daba tal lección... -Puede ser que este mal sentimiento no -durase un minuto, si usted no me ordena, -á renglón seguido, que no aportase por -aquí... Esta orden, ¡cuyas razones comprendo! -hirió mi amor propio: yo creía -que usted debía sentir algo por mí, aunque -sólo fuese una amistad tierna... y -tanta entereza y tanta frialdad me irritaron... -En fin, salí de aquí contrariado y -con ganas de hacer á usted sufrir en su -vanidad de mujer... para averiguar si me -quería un poco... ¡Ya ve si hay en mí -fondo de tontería y de malos instintos!... -Me propuse que usted rabiase... y -al mismo tiempo... ¡que me tuviese por -listo y por mozo de muchas camándulas! -¿No se ríe usted? Pues lo cuento -para que se ría, no para que se contriste...</p> - -<p>—No me puedo reir,—murmuró Antonia.</p> - -<p>—Bastante castigo me impone usted -con eso... Abreviando: me metí en casa -de Lourido mañana y tarde, y mientras -el padre empezaba á desenredar las trapisondas -de allá, y me imponía de cómo -era fácil salir de la trampa en que había<span class="pagenum"><a name="Page_207" id="Page_207">[207]</a></span> -caído, la hija... se figuró... se persuadió -de que...</p> - -<p>—¡De que usted se casaba con ella!—prorrumpió -Antonia como á su pesar y -no acertando á reprimirse.—Y lo pensó -todo el país, y se dió por hecha la -boda...</p> - -<p>—¡Antonia,—afirmó Gastón seriamente,—mi -falta no es tan grande como -usted supone!... Ahora conozco que no -procedí con entera caballerosidad, y que -no todos los medios son buenos para empleados; -indudablemente, si Lourido no -se imaginase que yo pretendía á su hija, -no se tomaría el interés extraordinario -que se tomó en arreglar mis asuntos...</p> - -<p>—Esté usted cierto de ello. Usted tuvo -la triste habilidad de engañar á ese bribón -y también á su hija, á una mujer... -Ahí está un consejo que yo no le había -dado.</p> - -<p>—¡Es usted severa y cruel!... Antonia, -puede usted creerme bajo palabra de -honor; no he dicho jamás á Flora una -palabra ni de amores, ni de casamiento. -Lisonjas, bromas, piropos, tonterías, acompañarla, -sí; otra cosa, no ciertamente.<span class="pagenum"><a name="Page_208" id="Page_208">[208]</a></span> -Esa familia, desde el punto y hora en que -me vió y supo mi ruina, que para ellos era -todavía prosperidad, soñó que me casase -con Flora, y su obcecación se explica; -todo lo convirtieron en substancia.—Reconociendo -que estaba en deuda con don -Cipriano de las enseñanzas que me dió y -de la labor fina que hizo para romper -la telaraña de Uñasín, le he firmado -en un barbecho sus cuentas, que en -menor escala eran dignas de las del -otro, ¡una gazapera! y en el acto de firmarlas, -como he enajenado fincas y tengo -dinero disponible, le he pagado duro -sobre duro los seis mil que se lleva de -<i>bóbilis</i>... Además, pienso enviar á Concha -un relicario y á Flora un bonito brazalete... -¡que no es el de esponsales, porque -ese... ese, aquí lo tengo! y le pido á usted -que sea buena y lo acepte en seguida ¡en -prueba de que me perdona!</p> - -<p>Con un movimiento gracioso, Antonia -rechazó el delgado aro de oro en que se -engastaba una gruesa perla, y contestó -tratando de disimular lo vivo de sus sentimientos:</p> - -<p>—Gastón, no hay resolución impremeditada<span class="pagenum"><a name="Page_209" id="Page_209">[209]</a></span> -que no se llore después... Deme -usted tiempo de reflexionar, y de reflexionar -á solas, consultándome á mí misma... -Algún castigo merece la travesura de usted -con Flora... Le impongo ocho días de extrañamiento. -Vuelva -usted el domingo -que viene...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 300px;"> -<img src="images/ilust036.jpg" width="300" height="485" alt="" /> -</div> - -<p>—¡Qué barbaridad!—gritó -Gastón.—¡Ocho -días! -Antonia, no voy á tener -paciencia... ¿Por qué me -sujeta usted á tal cuarentena, -si se ha conmovido -usted al verme entrar en el -jardín? ¡Se ha conmovido -usted! ¡Lo he visto! Y nada; -como es usted una cabeza -de hierro, no valdrá que yo -pida misericordia...</p> - -<p>—No valdría,—respondió Antonia dulcemente.—Es -preciso que conozca usted -bien mis defectos, y se convenza de mi -testarudez. Así no irá engañado.</p> - -<p>—Pero me voy á aburrir mucho,—declaró -Gastón.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_210" id="Page_210">[210]</a></span></p> - -<p>—La gente sensata y laboriosa no se -aburre jamás,—dijo sonriendo ella.</p> - -<p>—Pues á lo menos,—imploró Gastón -viendo al niño que se acercaba dando -vueltas á una cuerda que hacía restallar -como un látigo,—hágame usted un favor -muy grande... Envíeme mañana á Miguelito -á pasar conmigo el día... Le prometo -á usted que no le mimaré ni le levantaré -de cascos... Le daré de comer cosas sanas... -Cuidaré mucho de que no se rompa la -cabeza en los escombros... ¿me promete -enviármele?</p> - -<p>—Bien, irá Miguelito... No me le vuelva -loco...—exclamó festivamente la madre.</p> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img003.jpg" width="30" height="32" alt="" /> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_211" id="Page_211">[211]</a></span></p> - -<h2><small>XIV</small> -<br /> -Miguelito</h2> - - -<p>Loco ya, pero de contento, llegó el -niño á Landrey á cosa de las once, acompañado -de Colasa, encargada también de -recogerle antes del anochecer, y á quien -Gastón hizo extensivo el convite, encomendando -á Telma que la obsequiase -cumplidamente. Á medio día se sirvió el -almuerzo, y Miguelito, estimulado por la -caminata y la novedad, lo encontró todo -de ángeles; fué preciso que Gastón le -contuviese, para que el festín no parase -en cólico. Después de comer recorrieron -las habitaciones del Pazo y las ruinas del -castillo, sin olvidar la vetusta torre en<span class="pagenum"><a name="Page_212" id="Page_212">[212]</a></span> -que se conocieron, y donde Gastón, en -un arranque de sensibilidad, besó al niño -subiéndole en brazos; mas como las tardes -de verano son largas, y Gastón deseaba -que su convidado no se aburriese un -minuto, preguntóle:</p> - -<p>—¿Qué quieres hacer ahora? ¿Quieres -pasear? ¿Quieres que volvamos á casa, á -ver las estampas del álbum?</p> - -<p>—Quería,—declaró misteriosamente -Miguel,—buscar el nido de la comadreja. -Sé dónde está, y mamá no me -deja volver allí, porque las piedras resbalan -mucho.</p> - -<p>—¿Es junto al río?</p> - -<p>—En el mismo río... Tú no tienes -miedo, ¿eh?</p> - -<p>—No, mi vida... ¿Y tú, yendo conmigo, -tampoco lo tendrás?</p> - -<p>—¡Buena gana! Sin tí no lo tengo... -¡figúrate los dos! Mira, llevemos palos... -las piedras resbalan,—repitió Miguel, que -en realidad sentía una especie de terror -atractivo al pensar en el resbaladero.</p> - -<p>Preparáronse á la expedición, y Gastón -guardó en el bolsillo pastas y un vaso, -para merendar y refrigerarse á orillas del<span class="pagenum"><a name="Page_213" id="Page_213">[213]</a></span> -río. Echaron á andar con buen ánimo, -pero ni uno ni otro sabían el camino, y al -primer chicuelo aldeano que encontraron -le comprometieron á que sirviese de guía -para llevarles al sitio, llamado, según -informes de Miguel, <i>ó Paso da cova</i>,—el -Paso de la cueva.—El muchacho, que -se dedicaba á apacentar unas mansas -vaquitas, se ofreció á ponerles en dirección -del río, volviéndose después, por no -separarse del ganado. Orientóles en efecto, -y Gastón comprendió que ya no necesitaba -más, pues la bajada al río no ofrecía -dificultad seria, y una vez en la -orilla, todo se reducía á seguir derecho, -hasta llegar al resbaladero famoso.</p> - -<p>No era difícil la bajada al río, en el -sentido de que se veía por donde realizarla; -mas lo empinado y agrio del monte -hacía el sendero casi impracticable: equivalía -á despeñarse cabeza abajo, y la seca -rama de los pinos, llamada en el país -<i>espinallo</i>, aumentaba el riesgo, haciendo -resbaladiza la estrecha vereda, buena sólo -para las cabras, si allí las hubiese, que no -las hay. Miguelito reía á carcajadas, agarrándose -á Gastón que le sostenía cuidadosamente;<span class="pagenum"><a name="Page_214" id="Page_214">[214]</a></span> -y la risa se convirtió en convulsión -cuando el señorito de Landrey, -en uno de los sitios más peliagudos, cayó -de espaldas, sentado, y se levantó todo -cubierto de <i>espinallo</i>, sacudiéndose y exagerando -la queja, para que el chico exagerase -la alegría...</p> - -<p>Cuando llegaron á la margen del río, -no por eso fué la empresa menos ardua. -Al contrario: por allí no había camino -practicable, ni estrecho ni ancho, ni malo -ni bueno, y era preciso saltar por cima -de agudos pedruscos, ó abrirse paso difícilmente -entre carrascas y aliagas que -picaban las piernas. En algunos sitios, lo -tajado de la orilla y la estrechez del lugar -en donde con gran trabajo se podía sentar -la planta, ocasionaban verdadero peligro, -y Gastón, temeroso de una desgracia, -tomaba á Miguelito en brazos y le -obligaba, á pesar de su resistencia, á -dejarse conducir fuera del atolladero. El -chico protestaba, jurando que por allí -había pasado él con su madre, los dos á -pie, y «divinamente.» Llegaron á un sitio -tan propio para romperse las vértebras, -que Gastón sentía impulsos de desandar<span class="pagenum"><a name="Page_215" id="Page_215">[215]</a></span> -lo andado y enviar enhoramala la expedición -y el <i>Paso da cova</i>, donde, después -de todo, no habría más que unas lajas -resbaladizas como si de jabón las untasen; -pero el chico era tan resuelto defensor de -que se terminase la hazaña gloriosamente, -y Gastón se sentía ya tan padrazo, que no -hubo remedio sino salvar, medio á gatas, -el sitio empecatado, del cual salieron con -las manos arañadas y sangrientas. Al verse -fuera del apuro, Gastón, respirando, miró -alrededor, é hizo un movimiento de sorpresa, -notando algo como involuntario y -oscuro estremecimiento de todo su ser.</p> - -<p>Hallábanse en un lugar donde, ensanchándose -de pronto el álveo del río, -disminuye en profundidad y es vadeable, -caso raro en los ríos de Galicia. El agua -clara y tranquila descubre el lecho de -arena, y baña suavemente un trozo de -pradería natural, tendido á ambos lados -del escarpe del monte. Á la otra margen, -Gastón veía el principio de un sendero, -no pendiente y agrio como el que habían -seguido para bajar, sino asaz cómodo y -practicable, que se perdía entre los pinares -de la montaña. Pero lo que más impresionaba<span class="pagenum"><a name="Page_216" id="Page_216">[216]</a></span> -al señorito de Landrey, era notar -que, á sus espaldas, sobre una ladera -escarpadísima, casi cortada á pico, descollaba -una torre que conoció: era la de -la <i>Reina mora</i>. Estaban debajo del vetusto -torreón, tan á plomo con él, que una -piedra lanzada de las ventanas hubiese -podido caerles sobre la cabeza; y sin -embargo, por aquel lado la torre era -absolutamente inaccesible: querer subir -por el tajo á pico sería como intentar -asirse á una lisa pared de acero. Los que -sitiasen á Landrey no era posible ni que -intentasen el asalto del torreón por donde -cae al río.</p> - -<p>¿Por qué se destacó en el espíritu de -Gastón esta idea con extremada lucidez? -¿Por qué la recibió como se recibe á un -huésped que afanosamente esperamos? Al -pronto ni lo supo él mismo. Un aturdimiento -singular, especie de mareo del -entendimiento, le dominaba; y como entre -sueños, al través del zumbido de la -sangre agolpándose á sus sienes, oía la -voz del niño.</p> - -<p>—Aquí es,—decía.—Qué bonito, ¿eh? -Pero no hay resbaladero, ¿sabes? porque<span class="pagenum"><a name="Page_217" id="Page_217">[217]</a></span> -hoy el río va más crecido y cubre las -lajas... que son atroces de lisas... Dijo -mamá cuando estuvimos aquí, que esas -lajas no las puso Dios, sino que las colocó -la gente para cruzar á pie -enjuto, y que deben de tener -mil años, por lo gastadísimas -que están... ¡Vén, anda! -que te enseñaré el <i>Paso -da cova</i> y el nidal de -la comadreja...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 300px;"> -<img src="images/ilust037.jpg" width="300" height="525" alt="" /> -</div> - -<p>No eran ya -las sienes; era -el corazón, era -todo el cuerpo -de Gastón lo -que se agitaba -como saturado -de azogue... La -idea inicial había -sido llamada por las otras, que acudieron -con la rapidez propia de su inmaterialidad; -y agrupándose como un haz -de rayos lumínicos, produjeron la claridad -viva que en aquel instante deslumbraba -y enloquecía al señorito de Landrey... -Las palabras del manuscrito de don Martín<span class="pagenum"><a name="Page_218" id="Page_218">[218]</a></span> -rodaban por su cerebro á guisa de -olas encrespadas: «Si guiado por el Norte -siguieres el camino de los antiguos -en peligro de muerte...» Allí, allí estaba -«el camino de los antiguos;» por allí -los defensores de Landrey podían no -sólo bajar á la corriente á surtirse de -agua, sino escapar, desvanecerse como el -humo cuando les amenazasen los sitiadores, -cruzando el río por las lajas colocadas -á mano, y perdiéndose en el sendero -del otro lado de la montaña cubierto -de robles y pinos... ¡La mina, la mina! -¡El tesoro!</p> - -<p>—Vén, te enseñaré donde he visto esconderse -la comadreja,—repetía el niño, -tirando de la mano á Gastón, que embobado -se dejó arrastrar.</p> - -<p>Orientóse Miguelito con ese acierto -topográfico que distingue á los niños, -cuya retentiva fresca no pierde un detalle, -y empezó á desviar los brezos y los -renuevos de roble que revestían la base -del escarpe, descubriendo un sitio en que -sólo su mirada avizor podría adivinar la -boca de una cueva,—orificio angosto, -cegado por desplomes de tierra y piedras,<span class="pagenum"><a name="Page_219" id="Page_219">[219-220]</a></span> -entre las cuales surgía recia y lozana -vegetación, disimulando perfectamente la -entrada y haciendo hasta dudoso que tal -abertura fuese otra cosa sino madriguera -de los tejones y las <i>martas</i>, abundantes -en aquel país.—Pero Gastón no dudaba; -era la boca de la mina militar del castillo -de Landrey, y la emoción le empapaba -las sienes en sudor helado y le hacía temblar -las piernas...</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust038.jpg" width="400" height="667" alt="" /> -</div> - -<p>Calló: no era posible confiar tal secreto -á Miguelito. Cuando, ya anochecido, habiendo -regresado los dos á Landrey, lo -entregó á Colasa que se proponía, viéndole -muerto de sueño y de cansancio, -llevarle á cuestas hasta Sadorio, Gastón, -al despedirse del chico, le dió un abrazo -largo, largo, vehemente, y entre dientes -murmuró, al estrecharle:</p> - -<p>—¡Criatura, que Dios te bendiga!</p> - -<p>Aquella noche no durmió Gastón; literalmente -no concilió el sueño cinco minutos; -y sin embargo, una especie de fiebre -le causó raras alucinaciones. Cerrando -los ojos se representó á la Comendadora -con sus hábitos y á don Martín, con su -casaca y su calzón corto, que armados<span class="pagenum"><a name="Page_221" id="Page_221">[221]</a></span> -de antorchas le alumbraban por las vueltas -y recovecos de medroso subterráneo... -Al amanecer, ya estaba pidiendo á Telma -un ligero desayuno, provisión de fiambres -y las herramientas de los albañiles, que -éstos solían dejar en un cesto de esparto, -por no llevarlas y traerlas todos los días; -además se surtió de una azada, una pala -y de un «guadaño» para segar la maleza. -Encargó á Telma el sigilo y que diese á -los albañiles dinero en pago de sus herramientas, -que supondrían perdidas, y con -paso ágil, bajó como la víspera, sin que -esta vez las asperezas y escabrosidades -del sendero le pareciesen tantas; ó por -decir toda la verdad, sin que su enajenamiento -le diese lugar á reparar en ellas. -Descendía como desciende la piedra, por -su propio impulso y sin percibir los obstáculos -que la podrían detener. En media -hora recorrió el trayecto que el día anterior -les había costado á Miguelito y á -él, adoptando mil precauciones, cerca de -una.—Al verse ante la boca de la cueva, -detúvose y reflexionó.</p> - -<p>¿Á dónde podía conducir la mina? Sin -duda á las fundaciones de la torre, en que<span class="pagenum"><a name="Page_222" id="Page_222">[222]</a></span> -Gastón, «guiado por el Norte,» esperaba -encontrar el tesoro. Mas Gastón recordaba -que debajo de la torre había realizado -un registro inútil, hallando una especie -de mazmorra subterránea, en que ni -las paredes sonaban á hueco, ni se veían -rastros de comunicación, puerta, escalera, -ni argolla alguna. ¿Iría la mina á perderse -en el seno de la montaña? ¿Sería mina -siquiera?</p> - -<p>Con una especie de rabia, con fuerzas -que centuplicaba la ardiente curiosidad, -Gastón puso manos á la obra. Empezó -por cortar y raer la maleza, descubriendo -el orificio de la cueva; y después, con -ayuda de la pala, desobstruyéndolo de la -tierra que se hacinaba ante él. De vez -en cuando miraba en derredor, por si le -observaba alguien. El sitio estaba completamente -solitario.</p> - -<p>Temía el señorito de Landrey encontrar -piedras que sus fuerzas no alcanzasen -á remover, y vió con júbilo que era tierra -endurecida, mezclada al grijo del lecho -del río, lo único que dificultaba á un -hombre la entrada en la gruta. Esta convicción -le animó, y pronto consiguió despejar<span class="pagenum"><a name="Page_223" id="Page_223">[223]</a></span> -la boca, y descubrir un conducto -que, en vez de bajar, subía en ángulo. -Encendiendo su linterna, y aferrando la -piqueta, Gastón ascendió por el conducto; -sus rodillas tropezaban en las desigualdades -de la mina—ya no podía -dudar que lo era—y una alimaña pasó -rozando con sus piernas, en fuga loca, -sin que pudiese distinguir si era el bicho -algún tejón ó sólo una gruesa rata. Notó -luego que se ensanchaba la mina y mostrábase -cada vez más suave su declive, -y no avanzó sino examinando las paredes, -que nada ofrecían de particular: parecían -de barro, y las impregnaba una humedad -ligera. No había ni rastro de esa vegetación -fungosa que algunas cuevas poseen: -y á medida que Gastón adelantaba, el -ambiente se hacía más seco. Como quince -minutos habría caminado Gastón, cuando -de pronto la cueva cesó: una pared de -arcilla la terminaba.</p> - -<p>Si la tal pared se hubiese desplomado -sobre él, no sentiría impresión más fuerte -y abrumadora. Quedóse de hielo, abierta -la boca, dilatados los ojos. Al fin, procurando -rehacerse, paseó la linterna por la<span class="pagenum"><a name="Page_224" id="Page_224">[224]</a></span> -pared de alto á bajo. Su corazón saltó impetuoso; -el barro, resquebrajado á trechos, -cubría un muro de piedra.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust039.jpg" width="400" height="467" alt="" /> -</div> - -<p>Dejó la linterna en el suelo y atacó el -muro, con la piqueta, mostrando un vigor -digno de un demoledor profesional. Era -el muro recio, pero no como de sillería, ni -siquiera de cantos muy gruesos; á pocas -embestidas comenzó á desmoronarse, y -metiendo por el hueco la linterna, Gastón -vió una especie de sala redonda, parecidísima -á la que conocía, y esto le hizo -temblar. ¿Si estaría echando abajo una<span class="pagenum"><a name="Page_225" id="Page_225">[225]</a></span> -pared para encentrarse, burlado y desesperado, -al pie de la torre de la Reina mora, -en el sitio donde ya le constaba que no -existía rastro de tesoro? Tal idea le hizo -desmayar, y se sentó sobre los escombros. -Recordó entonces que tenía en el bolsillo -carne fiambre y un frasco de vino generoso; -reparó sus fuerzas con bocado y -trago, y sin más, arremetió otra vez contra -el muro. Cayeron los escombros; fué -la abertura capaz de dejar poso al cuerpo -de Gastón, y se enjaretó por ella con esfuerzo, -saltando linterna en mano dentro -de una mazmorra circular, toda revestida -de piedra, sin escalera ni acceso á ninguna -parte... ¡No era la ya conocida! ¡Era -otra, situada, de fijo, bajo las fundaciones -de la torre! En el techo, enorme argolla -emporlonada en una losa; en el suelo, -nada, la tierra; y en la pared ¡cielo santo! -una especie de hornacina tapiada con cal... -El escondrijo.</p> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_227" id="Page_227">[227]</a></span></p> - -<h2><small>XV</small> -<br /> -El tesoro</h2> - - -<p>Antes de atacar con la piqueta la hornacina, -Gastón echó mano al frasco y -volvió á beber un trago copioso. Creía -tener brasas en la garganta y en el pecho, -y se sentía desfallecer. La embriaguez -del triunfo presentido le abrumaba; no -era la codicia, no era la sed de riquezas -lo que le causaba tal vértigo; era el misterio -romancesco y la dramática historia -del tesoro, cuyo valor acaso no equivaldría -á lo que la imaginación fantaseaba.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust040.jpg" width="400" height="628" alt="" /> -</div> - -<p>La piqueta retumbó al fin embistiendo -contra la pared. Sus sordos golpes fueron -arrancando el yeso ennegrecido, la dura -mezcla que trababa los pedruscos de la<span class="pagenum"><a name="Page_228" id="Page_228">[228]</a></span> -mampostería. Á cada fragmento que se -derrumbaba, crecía el anhelo de Gastón. -Abierto un boquete, apareció un hueco, y -en él algo confuso... bultos informes; la -luz, introducida, descubrió que eran, no cofrecillos -de sándalo con herrajes de pulido -acero, ni arquillas de cedro incrustadas -de nácar, según correspondía á las joyas -de la Reina mora, sino buenamente panzudas -ollas de barro vidriado, de las que<span class="pagenum"><a name="Page_229" id="Page_229">[229]</a></span> -en el país se venden á dos reales... Si -había allí riquezas, no las soterró ninguna -beldad musulmana, que las hubiese recibido -en dádiva ó prenda de amor de -algún emir granadí; don Martín de Landrey, -el de aciaga memoria, al escoger -tal sitio para ocultar su dinero y evitar -que pasase á manos odiadas, había cedido -sin duda á la sugestión de la leyenda, -y tal vez al curiosear los subterráneos -buscando las perlas de Golconda y el oro -del Darro de la sultana, concibió la idea -de resguardar allí por poco tiempo el -caudal destinado á la hija amada y predilecta,—á -la piadosa Antígona que consolaba -su ceguera moral.</p> - -<p>Con golpes convulsivos Gastón ensanchó -el boquete; cayó de súbito un gran -trozo, y parecieron descubiertas las enormes -ollas. Eran hasta seis, y pesaban más -que plomo. Llenas hasta el borde, cuatro de -ellas estaban hidrópicas de onzas, de esas -hermosas peluconas de Carlos III y Carlos -IV, que ya se tienen por rareza en los -tiempos actuales. Dos contenían artísticas -joyas de diamantes y brillantes montadas -en plata,—collares, tembleques, piochas,<span class="pagenum"><a name="Page_230" id="Page_230">[230]</a></span> -broches, arracadas, hebillas, diademas, -peinetas, ramos, y hasta un pájaro de esa -mezclada pedrería llamada ensaladilla por -los joyeros, en que se combinan los rubíes -pálidos, los topacios, las esmeraldas claras -y la lluvia de las <i>bellas rosas</i>, ó diamantitos -menudos como chispas de luz. La envoltura -de barro grosero de una de las -ollas encerraba,—como el cuerpo humano, -deleznable, el alma inmortal,—una -colección de ricos sartales de perlas, y -dos abanicos del finísimo gusto María -Antonieta, de varillaje de oro incrustado -de camafeos.</p> - -<p>Al pronto, le dió vueltas la cabeza á -Gastón; temía que las ollas se deshiciesen -en polvo y la fantástica riqueza se evaporase. -Se llevó las manos á las sienes; respiró; -y cuando empezaba á recobrar el -aplomo, notó que la vela de la linterna se -extinguía; un momento más y se quedaba -á oscuras. Sólo tuvo tiempo para recoger -una olla, la que contenía perlas y abanicos, -y salir á escape de la mazmorra y de -la cueva. Al verse al aire libre, al sol, á -orillas del río, comenzó á persuadirse de -que no soñaba. Allí tenía parte de su hallazgo...<span class="pagenum"><a name="Page_231" id="Page_231">[231]</a></span> -Por prudencia volvió á obstruir -el orificio, colocando la tierra y las ramas -de modo que no se advirtiese diferencia; -y abrazado á su olla, subió á Landrey con -alas en los pies. Telma creyó que el señorito -desvariaba,—y desvariaba algo, en -efecto,—cuando pedía otra vela y un saco -de lona. Al anochecer, Gastón, en cuatro -viajes, había subido el contenido de las -ollas cerrándolo en un recio cofre; pero -sus fuerzas se agotaban, y una calentura -que creyó originada por la violenta fatiga -le postró en el lecho. Telma, llena de -inquietud, se instaló á su cabecera; le -sirvió infusiones, y veló su sueño agitado -por angustiosas pesadillas, en que pronunciaba -palabras truncadas y frases enteras -que parecían de un criminal. ¡Como -que se trataba de riquezas, de prisión, de -subterráneo!... La luz de la mañana trajo -á Gastón algún alivio, pero encontrábase -tan quebrantado, que le fué imposible levantarse; -y por la tarde el recargo se presentó -otra vez, acompañado de sudor y -del mismo delirio congojoso. No cambió -al día siguiente el estado del enfermo; y -Telma, conocedora de los males que en<span class="pagenum"><a name="Page_232" id="Page_232">[232]</a></span> -el país se padecían, comprendió que se -trataba de calenturas cuotidianas, de las -que suele causar el detenerse largo tiempo -á orillas del río, sobre todo en las horas -de la tarde y con el cuerpo sudoroso, y -anunció su resolución de bajar á la Puebla -y traer al médico, experto en recetar -quinina para esta clase de achaques.</p> - -<p>—No llames al médico,—ordenó con -debilitada voz Gastón.—Vete á Sadorio -y díle á la señora de Sarmiento... á doña -Antonia Rojas... que no estoy bueno... y -que la suplico que venga á cuidarme.</p> - -<p>—¡Señorito!—objetó Telma asustada -y creyendo que su amo deliraba aún.</p> - -<p>—Obedece, Telma... Estoy en mi juicio... -Que venga... Así que venga, sanaré... -Ya lo verás... Anda, Telma... -Anda, abuelita querida.</p> - -<p>Este nombre cariñoso tenía la virtud -de poner á Telma como un guante. Sin -replicar, llevó á la quinta el extraño recado. -¡Y qué grande su admiración al ver -que Antonia, apenas lo escuchó, se encasquetó -el sombrerillo marinero, cogió de -la mano á Miguelito, y echó á andar más -ligera que una corza!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_233" id="Page_233">[233]</a></span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust041.jpg" width="400" height="543" alt="" /> -</div> - -<p>Al entrar Antonia sola en la habitación -del enfermo, se incorporó en la cama el -señorito de Landrey; tendió la mano -abrasada al encuentro de otra mano -fresca y trémula, y mirando á su amiga, -á su futura esposa, sacó de debajo de la -almohada las sartas de perlas y las enroscó -á la muñeca de la dama. Ésta miraba -con sorpresa la joya, y su ceño se fruncía -ya desaprobando el regalo, que creía una -intempestiva prodigalidad de Gastón; pero -el enfermo, en voz baja, la dijo unas cuantas<span class="pagenum"><a name="Page_234" id="Page_234">[234]</a></span> -palabras que la hicieron retroceder de -asombro.</p> - -<p>—Ahí está, en ese cofre,—repetía Gastón.—Deseo -que todo, todo, se lo lleve -usted en seguida á su casa. Pertenece á -Miguelito, que es quien por inspiración -de algún ángel lo ha descubierto. Ya -comprenderá usted que si la llamé, para -esto era; mi mal no ofrece cuidado, y -usted se volverá ahora mismo á Sadorio, -no quiero que los malsines puedan glosar -su presencia de usted aquí. Lo único que -me reservo son las joyas de familia... -Quiero que usted las posea y las santifique.</p> - -<p>—Gastón,—articuló Antonia dulcemente,—me iré, -pero prométame usted -que vendrá el médico y que atenderá -usted á su salud como si yo aquí estuviese. -Del tesoro no hablemos; ya sabe -usted que soy firme en mis resoluciones, -y no lo aceptaríamos nunca ni Miguel ni -yo; pertenece á la casa de Landrey. Respetemos -la voluntad de los que fueron. -No se olvide usted... de lo que nunca olvidó -doña Catalina; el alma de don Martín -pide sufragios... Me encargo de recordarle -á usted esa pobre alma en pena.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_235" id="Page_235">[235]</a></span></p> - -<p>—¿Vendrá usted mañana?</p> - -<p>—Y pasado, y todos los días, mientras -usted no se ponga bien...</p> - -<p>—Ya estoy mucho mejor,—declaró -Gastón reanimado y sin soltar la mano -empeñada en desasirse.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust042.jpg" width="400" height="387" alt="" /> -</div> - -<p>—Pues cordura... y á descansar, y á -tomar lo que disponga el médico... y á -sanar pronto... Y á tener presente quien -envía estas riquezas... Es nuestro Amo... -sí, Gastón; somos sus administradores... -Yo no lo sabía, pero me lo ha enseñado -la desgracia.</p> - -<p>—Y á mí el amor,—respondió apasionadamente<span class="pagenum"><a name="Page_236" id="Page_236">[236]</a></span> -el señorito de Landrey.—Por -todas partes se puede ir á Roma... Y ahora... -que entre el chiquillo; le quiero tanto -como... ¡como á su mamá!</p> - -<div class="figcenter" style="width: 400px;"> -<img src="images/ilust043.jpg" width="400" height="175" alt="" /> -<div class="caption"><p>Fin</p></div> -</div> - -<hr class="chap2" /> -</div> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_237" id="Page_237">[237]</a></span></p> - -<h2>Índice</h2> - -<table summary="Contents"> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">I.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">La llegada,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_5">5</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">II.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">La Comendadora,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_21">21</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">III.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">La revelación,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_37">37</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">IV.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">Gusanillo,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_53">53</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">V.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">Landrey,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_67">67</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">VI.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">El Norte,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_81">81</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">VII.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">La torre de la Reina mora,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_97">97</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">VIII.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">Lourido,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_113">113</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">IX.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">Iniciación,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_131">131</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">X.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">La consejera,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_147">147</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">XI.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">El consejo,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_161">161</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">XII.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">Táctica y estrategia,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_181">181</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">XIII.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">El aro de oro,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_197">197</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">XIV.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">Miguelito,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_211">211</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdr tdt tdpr">XV.</td> - <td class="tdl tdt tdpr">El tesoro,</td> - <td class="tdr tdb"><a href="#Page_227">227</a></td> - </tr> -</table> - -<div class="imgcenter" style="width: 30px;"> -<img src="images/img003.jpg" width="30" height="32" alt="" /> -</div> - -</div> -<hr class="chap2" /> - - - - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_239" id="Page_239">[239]</a></span></p> - - -<p class="no-indent center p2"> -ESTE LIBRO SE<br /> -ACABÓ DE IMPRIMIR EN BARCELONA<br /> -EN EL ESTABLECIMIENTO TIPO-LITOGRÁFICO<br /> -DE ESPASA Y COMPAÑÍA,<br /> -EL 15 DE MAYO<br /> -DE 1897<br /> -</p> - -<hr class="chap" /> -</div> - - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of Project Gutenberg's El Tesoro de Gastón, by Emilia Pardo Bazán - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL TESORO DE GASTÓN *** - -***** This file should be named 54791-h.htm or 54791-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/4/7/9/54791/ - -Produced by Carlos Colón, Nahum Maso i Carcases, Josep -Cols Canals, University of Toronto and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive) - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Except for the limited right of replacement or refund set forth -in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS', WITH NO -OTHER WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT -LIMITED TO WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE. - -1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied -warranties or the exclusion or limitation of certain types of -damages. If any disclaimer or limitation set forth in this agreement -violates the law of the state applicable to this agreement, the -agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or -limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or -unenforceability of any provision of this agreement shall not void the -remaining provisions. - -1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in -accordance with this agreement, and any volunteers associated with the -production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm -electronic works, harmless from all liability, costs and expenses, -including legal fees, that arise directly or indirectly from any of -the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this -or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or -additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any -Defect you cause. - -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm - -Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at -www.gutenberg.org - - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the -mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its -volunteers and employees are scattered throughout numerous -locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt -Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To SEND -DONATIONS or determine the status of compliance for any particular -state visit www.gutenberg.org/donate - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. To -donate, please visit: www.gutenberg.org/donate - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works. - -Professor Michael S. Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - - - -</pre> - -</body> -</html> diff --git a/old/54791-h/images/cover.jpg b/old/54791-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index dd0c0fd..0000000 --- a/old/54791-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/54791-h/images/ilust001.jpg b/old/54791-h/images/ilust001.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 540ebcc..0000000 --- a/old/54791-h/images/ilust001.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/54791-h/images/ilust002.jpg b/old/54791-h/images/ilust002.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 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