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If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: Pago Chico - -Author: Roberto Payró - -Release Date: July 30, 2020 [EBook #62785] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK PAGO CHICO *** - - - - -Produced by Andrés V. Galia, Jude Eylander, María C. -Fernández Q. and the Online Distributed Proofreading Team -at https://www.pgdp.net (This book was produced from images -made available by the HathiTrust Digital Library.) - - - - - - - - NOTAS DEL TRANSCRIPTOR - -Las palabras en itálicas están indicadas con _guiones bajos_. Texto en -negrita está marcado =de este modo=. - -Ciertas reglas de acentuación ortográfica del castellano cuando la -presente edición de esta obra fue publicada, en 1908, eran diferentes a -las existentes cuando se realizó la transcripción. Palabras como vió, -fué, dió, lo mismo que la preposición "á", y las conjunciones "é", "ó", -"ú", por ejemplo, en esa época llevaban acento ortográfico. Eso ha sido -respetado. - -El lenguaje utilizado es peculiar al modo de hablar de los argentinos. -Es oportuno agregar que el autor, además, hace hablar a algunos de los -personajes en un lenguaje con expresiones y giros que son típicos del -interior de la Argentina. - -Por lo demás, el criterio utilizado para llevar a cabo esta -transcripción ha sido el de respetar las reglas de la Real Academia -Española vigentes en ese entonces. El lector interesado puede consultar -el Mapa de Diccionarios Académicos de la Real Academia Española. - -Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos. - -La cubierta del libro en la versión HTML fue modificada por el -Transcriptor y ha sido puesta en el dominio público. - -El Índice de capítulos ha sido trasladado al principio de la obra. - - * * * * * - - - - - PAGO CHICO - - - =OBRAS DEL MISMO AUTOR= - - =La Australia Argentina= (dos volúmenes, Rodríguez Giles, editor). - - =El Falso Inca= (cronicón de la conquista). - - =El Casamiento de Laucha= (novela picaresca, Rodríguez Giles, - editor). - - =Sobra las ruinas= (drama en cuatro actos). - - =Marco Severi= (drama en tres actos). - - =El Triunfo de los otros= (drama en tres actos). - - - =EN PRENSA= - - VIOLINES Y TONELES - - AGOTADAS.--_Ensayos poéticos._--_Antígona_ (novela).--_Scripta_ - (cuentos).--_Novelas y fantasías._--_Los italianos en la - Argentina._--_Emilio Zola._ - - - --Talleres tipográficos de la Casa Editorial "Mitre"--Barcelona-- - - - - - ROBERTO J. PAYRÓ - - Pago Chico - - - - - EDITORIAL MINERVA - AVENIDA DE MAYO 560 - BUENOS AIRES - - - - - _Al Dr. Genaro Sisto, - con fraternal cariño._ - - - - - ÍNDICE - - - Pág. - - I La escena y los actores 7 - - II Libertad de la imprenta 21 - - III En la policía 39 - - IV El caudillo 43 - - V El juez de paz 51 - - VI La elección municipal 59 - - VII Ladrillo de máquina 85 - - VIII Beneficencia pagochiquense 93 - - IX Poncho de verano 99 - - X Para barrabasadas 113 - - XI Los patos 119 - - XII Metamorfosis 127 - - XIII Con la horma del zapato 137 - - XIV El desquite de don Ignacio 149 - - XV Las memorias de Silvestre 157 - - XVI Fiestas patrias 187 - - XVII Poesía 203 - - XVIII Sitiado por hambre 212 - - XIX El diablo en Pago Chico 225 - - XX Guerra á Silvestre 245 - - XXI Altruismo 251 - - XXII Libertad de sufragio 257 - - XXIII Epílogo 263 - - - - - LA ESCENA Y LOS ACTORES - - -Fortín en tiempo de la guerra de indios, Pago Chico había ido -cristalizando á su alrededor una población heterogénea y curiosa, -compuesta de mujeres de soldados,--chinas,--acopiadores de quillangos -y pluma de avestruz, compradores de sueldos, mercachifles, pulperos, -indios mansos, indiecitos cautivos,--presa preferida de cuanta -enfermedad endémica ó epidémica vagase por allí. - -El fortín y su arrabal, análogo al de los castillos feudales, -permanecieron largos años estacionarios, sin otro aumento de población -que el vegetativo,--casi nulo porque la mortalidad infantil equilibraba -casi los nacimientos, pero cuyos claros venían á llenar los nuevos -contingentes de tropas enviados por el gobierno. - -Mas, cuando los indios quedaron reducidos á su mínima -expresión,--«civilizados á balazos»,--la comarca comenzó á poblarse de -«puestos» y «estancias» que muy luego crecieron y se desarrollaron, -fomentando de rechazo la población y el comercio de Pago Chico, núcleo -de toda aquella vida incipiente y vigorosa. - -Cuando ese núcleo adquirió cierta importancia, el gobierno provincial -de Buenos Aires, que contaba para sus manejos políticos y de otra -especie con la fidelidad incondicional de los habitantes, erigió en -«partido» el pequeño territorio, dándole por cabecera el antiguo -fuerte, á punto ya de convertirse en pueblo. El gobierno adquiría con -esto una nueva unidad electoral que oponer á los partidos centrales, -más poblados, más poderosos y más capaces de ponérsele frente á frente -para fiscalizarlo y encarrilarlo. - -Como por entonces no existían ni en embrión las autonomías comunales, -el gobierno de la provincia nombraba miembros de la municipalidad, -comandantes militares, jueces de paz y comisarios de policía, -encargados de suministrarle los legisladores á su imagen y semejanza -que habían de mantenerlo en el poder. - -La vida política de Pago Chico sólo se manifestó, pues, durante muchos -años, por la ciega obediencia al gobierno, del que era uno de los -inconmovibles _bourgs pourris_, baluartes en que se estrellaba todo -conato de oposición. Los «partidos» incondicionalmente oficiales, eran -el gran cimiento de la situación, y entre ellos Pago Chico aparecía -como una de las herramientas más dóciles y eficaces. Recibía en cambio -algunos subsidios para el sostenimiento de sus autoridades, y de vez -en cuando gruesas sumas destinadas á obras públicas y de fomento, -que las mismas autoridades se repartían en santa paz, cubriendo las -apariencias con algún conato de construcción, v. g. la del puente sobre -el río Chico, que aún está en veremos, el ensanche de la iglesia, -siempre en las mismas, la terminación de la Municipalidad, ó la mejora -de los caminos, las acequias ó los mataderos... - -Oposición no existía sino tan embrionaria que su exteriorización -más grande eran los chismes y las hablillas, las protestas de algún -desdeñado ó perseguido y los anónimos al gobernador de la provincia ó -los periódicos de la capital, ora reveladores de verdaderos abusos, ora -simples especies calumniosas y envenenadas. - -El programa político de los descontentos era el rudimentario «quítate -para que yo me ponga», de manera que la oposición no salía nunca de -su estado de nebulosa, por poco que, cuando amenazaba consolidarse, -los más ardientes recibieran un mendrugo inspirador del quietismo y la -tolerancia. - -Bermúdez, por ejemplo, indignado ante la negativa de una concesión -que pidiera á la Municipalidad, proclamó _urbi et orbe_ que iba á -revelar los latrocinios del puente sobre el Chico, denunciando á la -prensa bonaerense la verdadera inversión de los fondos, robados por -los municipales como en una carretera. Hizo, en efecto, una exposición -circunstanciada de las defraudaciones, á la que agregó cálculos de -precio de materiales, la descripción de lo hecho y un cúmulo de -comprobantes... Firmó el terrible documento, consiguió que otros -vecinos espectables lo refrendaran, robusteciendo la denuncia, leyó el -_factum_ ante un grupo numeroso en el café y confitería de Cármine, -agitó los ánimos, despertó el patriotismo pagochiquense, convulsionó el -pueblo pronto ya á la revolución y el sacrificio... - ---Vd. es un sonso, amigo Bermúdez,--le dijo en esta emergencia el -escribano Ferreiro, deteniéndolo en la calle. - ---¿Por qué?--preguntó el prohombre opositor muy sorprendido. - ---Porque ha obligado al intendente á romper el contrato por diez años -del peaje del puente. - ---¿Y á mí qué? - ---Que la Municipalidad se lo concedía á usted por una bicoca... ¡Un -regalito de tres á cuatro mil pesos al año!... - -Bermúdez se puso verde, luego amarillo, después rojo como un tomate, en -seguida pálido otra vez, y tomando el brazo del ladino Ferreiro con la -mano trémula de emoción y avaricia: - ---¿Y eso no se podría arreglar?--preguntó. - -Se arregló, y admirablemente. Bermúdez dió vuelta el poncho. Los -parroquianos del café de Cármine le sacaron el cuero; pero nuestro -hombre, desollado y todo, siguió tan campante, enriqueciéndose y -figurando cada vez más... - -Ese café de Cármine y otros puntos de cita no podían, entre tanto, -dejar de convertirse en centros de difamación, y lo fueron con tal -eficacia que al cabo de pocos años el pueblo se halló dividido en -varios bandos que se odiaban á muerte, y cuya lucha iba á dar origen á -una oposición organizada. - -Entre estos bandos destacábase el de D. Ignacio Peña (don Inacio allí) -y su acólito el boticario Silvestre Espíndola, enemigo personal este -último del intendente y su camarilla, porque el médico municipal, -doctor Carbonero, habilitó á un italiano para que abriese otra farmacia -contando con la clientela obligatoria de sus enfermos, los pedidos -de la municipalidad para el hospital, y los de la comisaría para su -botiquín, pues Carbonero acumulaba también las funciones de médico de -policía y director del hospital. - -Esto ahondaba la división, porque los otros dos facultativos, el doctor -Fillipini, italiano, y el doctor don Francisco de Pérez y Cueto, -español, sin cargo ni prebenda alguna, eran naturalmente opositores á -todo trance. - -Añádase á esto la competencia comercial, creadora de enconos por sí -misma, y exacerbada aún por el favoritismo de las autoridades, que para -algunos llegaba á extremos inconcebibles; los celos de las mujeres; las -envidias de los hombres; la sempiterna vida en común; la falta casi -total de horizontes, y se tendrá idea de aquel terreno preparado ya -para convertirse en teatro de una lucha homérica. - -El primer síntoma de guerra fué una disputa ocurrida en el Club del -Progreso entre el intendente municipal don Domingo Luna y el juez de -paz don Pedro Machado, á raíz de un envite en que el juez cantó treinta -y dos y se fué á baraja sin mostrarlas, apuntándose los tantos después -de no querer el rabón. Casi hubo cachetadas, y quizá hubiera sido -mejor, porque la venganza de Machado, á quien el intendente llamara -«tramposo» con todas sus letras, fué terrible: fundó un periódico, _El -Justiciero_, para atacar á su enemigo y sacarle los cueritos al sol. -«Los cueritos al sol» dicen en la campaña, porque allí se acostumbra -que los niños duerman sobre pieles de cordero, y cuando éstas se sacan -á la luz... ya se adivina el resto! - -Hizo Machado llevar una imprentita de Buenos Aires, y como era -completamente analfabeto, la puso en manos de Fernández, que ya había -dragoneado de periodista en otro pueblo, encargándole que pusiese -«overo» al intendente, sin asco y sin lástima. - -_El Justiciero_ debía aparecer dos veces por semana: jueves y domingos. -Apareció, sin embargo, un solo jueves, pues el _deus ex machina_ -pagochiquense, el escribano Ferreiro, se encargó de poner paz entre los -príncipes cristianos. - ---Mire, don Pedro--declaró al belicoso juez de paz;--esto va á ser como -pelea de comadres de barrio: «¡Usté es esto!» «¡Y usté es más!» Cuanto -pueda decirle á Luna, él se lo puede repetir á usté, porque todos hemos -hecho y estamos haciendo lo mismo. Tráguese la rabia y cállese la boca, -porque lo más que sacará será lo que el negro del sermón: los pies -fríos y la cabeza caliente. Sigamos como hasta ahora, que así va lindo -no más. Sino, vamos á tener que enojarnos con usté, se va á enojar el -gobierno, ya no le caerá ni un negocito para hacer boca, y en cambio -Luna se encargará de decirle cuántas son cinco, y él y usté, usté y él -serán la risa de todo el mundo. - -Como don Pedro no cediera á las primeras de cambio, Ferreiro se -entretuvo en enumerarle todos los negocios dudosos y hasta escandalosos -en que había tenido participación, las arbitrariedades por él cometidas -en el desempeño de su cargo... - ---¡Piór ha hecho él!--gritaba Machado, como lo pronosticara el -escribano, que le tapó la boca con esto: - ---Habrá hecho peor, no digo que no. Pero él no está en posesión de un -campo sin título de propiedad, ni de seis ó siete lotes urbanos, que la -Intendencia puede reivindicar de un momento á otro... - -_El Justiciero_ no reapareció hasta meses más tarde, cuando _La Pampa_ -de Viera arrojó en aquel terreno abonado la semilla de la oposición, -provocando por parte del oficialismo una defensa desesperada que tuvo -la virtud de acabar con las rencillas de Machado, Luna y demás «dueños -del pueblo». - -Este Viera, hijo de Pago Chico,--joven de veintidós años que había -vivido algún tiempo en Buenos Aires, codeándose, gracias á su pequeña -fortuna, con la juventud frecuentadora de cervecerías, teatros y -comités,--era un bien intencionado y un cándido, con escasa ilustración -y más escasa experiencia, á quien el surgimiento de la Unión Cívica -infundió ideas redentoras. Á raíz de aquel vasto movimiento de opinión -volvió al Pago resuelto á reformar el mundo, y para hacerlo compró -también una imprentita, gastándose la mitad de su capital, y fundó _La -Pampa_, dispuesto á sostenerla con la otra mitad. - -Ya lo veremos en la acción. Entre tanto pasemos á otra cosa, para dar -una idea general de aquel pueblo privilegiado. - -Las reuniones más chic y mejor concurridas eran las que Gancedo -celebraba frecuentemente en su casa, para ir creándose una popularidad -que pudiera llevarlo á la diputación,--sin darse cuenta de que en -Ferreiro tenía un rival tanto más peligroso cuanto más discreto y -solapado. - -Las tertulias de Gancedo eran todo lo amenas y agradables que podían -serlo en Pago Chico. Precedíalas siempre «una comida íntima» según -el dueño de casa, «un banquete» según los invitados no venenosos. -Llenábase de gente el vasto comedor, y como la ciencia culinaria -pagochiquense estaba todavía en pañales, el menú se componía -generalmente de jamón, pavo fiambre, conservas de toda especie y -empanadas criollas, de tal modo que la mesa parecía la de un lunch de -viajeros en una parada del camino. - -Terminada la comida y apuradas las últimas botellas de buen vino de -postre, comenzaba á llegar el resto de los invitados, las niñas con sus -mamás, los jóvenes solteros; el pianista Mussio aporreaba el teclado -sin darse tregua, y los valses, las polkas y los lanceros se sucedían -hasta muy cerca del amanecer. - -Las demás reuniones eran muy parciales y escasas, excepto las -masculinas del Club del Progreso y la confitería de Cármine,--los -dos puntos de reunión que se disputaban opositores y oficialistas, -quedando el uno y el otro tan pronto en manos de éstos, tan pronto en -manos de aquéllos, como en las figuras de una contradanza. - -Pero, eso sí, sólo tratándose de un caso de enemistad declarada y -odio manifiesto, ningún pagochiquense distinguido faltaba al bautizo, -la boda, el velorio y el entierro de otro distinguido pagochiquense. -Era de regla olvidar aparentemente las pequeñas rencillas en estas -solemnidades. - -Pero si escaseaban las fiestas y las tertulias de música y de baile, -abundaban en cambio las «tenidas» de murmuración y desollamiento. Los -hombres las celebraban en el club y el café; las mujeres en sus casas y -las ajenas. Como hormigas iban y venían de sala en sala, despellejando -aquí á las que acababan de dejar allá, mientras eran despellejadas á -su vez por aquéllas y por otras, en una madeja de chismes, embustes, -habladurías y calumnias que no hubiera desenredado el mismo Job con -toda la paciencia que se le atribuye aun, pese á las protestas, -clamores y vociferaciones que llenan su libro del viejo testamento. -Tales misteriosos cuchicheos empañaron más de una fama limpia y pura, -y pronto no quedó en Pago Chico, sino para los interesados, ni hombre -decente ni mujer honrada. - ---Si uno fuera á creer tanta inmundicia--decía Silvestre,--tendría -vergüenza hasta de mirarse al espejo sin testigos. - -Y lo más curioso es que Silvestre solía ser el vehículo por excelencia -de la difamación... - -_La Pampa_ atacó el mal en varios artículos violentos contra los -calumniadores. Todo el mundo los leyó, comentó, aprobó, aplaudió, -ensalzó; pero todo el mundo siguió impertérrito haciendo lo mismo, -y hasta puede que exagerando la nota. De aquella célebre campaña -periodística sólo quedó el dicho de «Pago Chico, infierno grande», -epígrafe de uno de los artículos de Viera, y el buen efecto causado por -este párrafo, glosa de la frase silvestrina: - -«Si cuanto se dice fuera cierto, habría que cercar de murallas el -pueblo y convertirlo en una cárcel que fuera al propio tiempo manicomio -y reclusión de mujeres perdidas.» - -El comercio tenía bastante importancia, sobre todo desde que llegó el -ferrocarril, pues entonces comenzaron á establecerse «barracas» para el -acopio de frutos del país,--lana, cueros, etc. Estos establecimientos -fueron pronto los más importantes y prósperos, llegando á efectuar -ciertas operaciones bancarias,--depósitos en cuenta corriente y á plazo -fijo, descuentos, giros--que antes hacían difícilmente las principales -casas de comercio. - -Entre estas últimas, la más notable era la de Gorordo, que reunía en un -inmenso edificio de un solo piso con techo de hierro galvanizado, los -ramos de tienda, mercería, almacén, despacho de bebidas, corralón de -madera, hierro y tejas, mueblería, armería, hojalatería, ferretería, -pinturería, ropería, librería, papelería y droguería, amén de otras -especialidades. - -Aún quedaban otros establecimientos análogos, restos de la época -en que era necesario acapararlo todo para realizar alguna ganancia, -y en que todos estos comercios se complementaban todavía con la -compra-venta de frutos del país. Pero iban perdiendo terreno ante la -especialización, pues año tras año surgieron tiendas y mercerías, -almacenes de comestibles, boticas, mueblerías, platerías, sastrerías, -zapaterías de diverso orden, hoteles, fondas y bodegones, hasta un -conato de librería y una cigarrería pequeña,--casas entre las que -sobresalía como una perla de incomparable oriente la - - SAPATERIA E SPACIO DI BEVIDA - DI ROMOLO E REMO - DI GIUSEPPE CARDINALI - -Pago Chico tuvo, por consiguiente, sus Bon Marché y sus Printemps antes -que París, ó al mismo tiempo, para perderlos luego y verlos sin duda -reaparecer cuando se complete el ciclo de su evolución progresiva. - -La primera industria mecánica que nace en un pueblo de provincia, y la -primera que nació en Pago Chico, es la de fabricación de carros. En -un principio los carros se compran en otra parte, pero inmediatamente -se nota la necesidad de una herrería y carpintería para componerlos. -Establecida ésta, por poco que la población adelante, el taller -prospere y el obrero no sea muy torpe, la simple herrería se convierte -en fábrica y la industria ha nacido sin esfuerzo. - -Á la fábrica de rodados había ya que agregar en Pago Chico el -floreciente molino y fidedería de Guerrini, construcción chata y -mezquina emplazada á orillas del arroyo presuntuosamente llamado -Río Chico, cuya escasa corriente bastaba apenas para mover una -pequeña rueda que molía el grano con lentitud y como desganada. Las -tormentas y la humedad, azotando y carcomiendo sus paredes de ladrillo -sin revoque, les habían dado una pátina verdinegra, triste pero -característica.--Había que agregar también, fuera de los hornos de -ladrillos y las licorerías falsificadoras de toda clase de bebidas, la -talabartería de Tortorano, que realizando buenos negocios sin embargo, -debía luchar con la competencia de los trenzadores criollos, que en los -ranchos de las afueras hacían primorosos maneadores, lazos, bozales, -maneas, prendas de gran lujo disputadas por los paisanos y los mismos -«paquetones» del pueblo, y en las que un solo botón llevaba á veces -más de un día de trabajo. Tortorano tenía que limitarse á vender -arreos ordinarios, pero cobrándolos á peso de oro se vengaba del arte -purísimo que convertía los «tientos», el simple cuero sobado, en bridas -moriscas, suaves como la seda, en cabezadas caprichosas y elegantes, -sutiles trabajos en que el gusto y la paciencia realzaban tres y más -veces el valor de la materia prima. Y, á la larga, Tortorano venció: -hizo que los trenzadores trabajaran exclusivamente para él, almacenó -sus obras sin venderlas, imponiendo los artículos de su fabricación, -y cuando logró que se olvidara la moda de los aperos criollos, dejó -sin trabajo á los trenzadores que debieron levantar campamento para no -morirse de hambre. - -Como industria, no podemos olvidar tampoco la de Tripudio, que con los -desmirriados racimos de las parras de su quinta y otros ingredientes -menos inofensivos, fabricaba un chacolí con «gusto á olor de ratón», -que luego expendía con el ingenioso título de «Vino Cható». - -Completaban la población trabajadora de Pago Chico, varios ejemplares -de hojalateros, sombrereros, modistas, tipógrafos, pintores, -blanqueadores y empapeladores, planchadoras, panaderos, lavanderas, -cigarreras, carniceros con tienda abierta y verduleros que también -vendían carbón, leña, maíz y afrecho... - -...Y como esto basta y sobra para dominar el escenario y tener siquiera -barruntos de algunos pocos actores, pasemos sin más preámbulo á relatar -y puntualizar varios episodios de la sabrosa historia pagochiquense, -preñada de hechos transcendentales, rica en filosófica enseñanza, -espejo de pueblos, regla de gobiernos, pauta de administraciones -progresistas, norma de libertad, faro de filantropía, trasunto ejemplar -de patriotismo... - ---¡Flor y truco! y si hay más flor ¡contra flor el resto!--agregaría -Silvestre, afirmando con esta salva de veintiún cañonazos los colores -de Pago Chico. - - - - - LIBERTAD DE IMPRENTA - - -Las cosas iban tomando en Pago Chico un giro terrible. La política -enardecía los ánimos y _La Pampa_ y _El Justiciero_ se dirigían los -cumplidos de mayor calibre que hasta ahora haya soportado una hoja -de papel. Estaban cercanas las elecciones municipales, y cívicos y -oficialistas abrían ruda campaña, los unos para conquistar, los otros -para retener el gobierno de la comuna. _La Pampa_ no dejó de aprovechar -el desfalco descubierto en la tesorería municipal, y no dirigió sus -golpes al culpable tesorero, sino que se encaró con el intendente -mismo. Un parrafito: - -«Si don Domingo Luna estuviera donde debe estar, que no es seguramente -en la intendencia de Pago Chico, sino cerca de Olavarría, no se hubiese -cometido ese robo escandaloso, que una vez más viene á demostrar cómo -la pobre provincia que sufre la canalla entronizada de un gobierno -que es la cueva de Alí Babá, va á ser esquilmada hasta el último peso -por los secuaces que ese gobierno mantiene en todas partes, ya que no -hay persona decente que quiera servir sus planes ignominiosos, y sí -puramente hombres sin honor ni vergüenza.» - -Y el artículo que seguía in crescendo, peor en sintaxis y pésimo en -intenciones, enfureció á don Domingo de tal modo, que se fué como -un cohete á consultar el caso con el escribano Ferreiro, su mentor -en las grandes emergencias. Quería acusar la publicación. Ferreiro, -sudoroso, leyó atentamente el artículo, dejando oir ligeros ¡hum! ¡hum! -intraducibles; luego depositó el diario en las rodillas y sentenció: - ---No es acusable. - -Don Domingo Luna se exaltó, replicando, pálido de ira: - ---¿Quiere decir que porque á un miércoles se le ocurre robarse la plata -de la municipalidad, á mí me puede decir que debo estar en la cárcel de -Sierra Chica ese canalla de Viera?... - ---No lo dice, lo da á entender,--repuso tranquilamente Ferreiro. - -El más alto funcionario de Pago Chico salió de la escribanía furioso, -gruñendo entre dientes: - ---Me las ha de pagar ese insultador sin vergüenza. ¡Ya verá, ya verá! -¡Lo que es esta vez no se libra de una tunda! - -Seguramente influía en el tumultuoso furor de don Domingo el estado del -tiempo. Todo aquel día hizo un calor espantoso. El horizonte, al norte -y al oeste, estaba oculto tras de vapores vagos que daban al cielo -tintas sucias, un color borroso de polvareda lejana. Rachas de viento -caliente como si saliera de un horno, barrían las calles calcinadas -por el sol. Nadie salía de casa; todos se sentían invadidos por un -malestar creciente, con el pecho opreso, jadeantes y sudorosos aun en -la inmovilidad. En sus ráfagas el viento traía olor á paja quemada. El -bochorno aumentaba por minutos. - -Avanzando la tarde el sol se ocultó entre nubes de fuego; pero el -incendio del ocaso parecía extenderse al norte, donde la extraña niebla -tomaba resplandores rojizos. La noche cayó lentamente, y el viento que -forma montones de arena en las aceras y los pasea triunfante de un lado -á otro de la calle, no disminuyó su furor ni se dignó refrescar algo; -quería achicharrarlo todo. - -Cuando obscureció completamente, se notaron en el cielo de azul -profundo, dos grandes parches luminosos, de cálidas tintas, -semejantes--menos en el tono--á la claridad difusa que por la noche y -desde lejos se ve flotar sobre las ciudades bien alumbradas. Tras de -ese velo transparente, de color naranja, titilaban las estrellas en el -cielo sin una nube... - -Era el incendio del campo, que había cundido con la violencia de los -grandes desastres como se verá cuando se lea «El diablo en Pago Chico». - -La noche era obscura, pintiparada para cualquier combinación política -de ésas que concluyen á garrotazo limpio; y como el señor intendente -había tenido tiempo de prepararse hablando con el juez de paz don -Pedro Machado, para pedirle la aprobación de su plan, y con el -comisario Barraba para que le prestase cuatro vigilantes vestidos de -particular, aguardaba al pobre Viera una que «había de dolerle» según -declaró don Domingo, al anochecer, en el Club del Progreso, delante de -los concejales gubernistas, el comisario del mercado de frutos y el -inspector del riego. - -Viera no tuvo aviso esta vez y se retardó en la redacción de _La Pampa_ -hasta mucho después de anochecido. Había baile esa noche en casa de -Gancedo--en el patio, por el calor, con faroles chinescos y guirnaldas -de sauce y yedra--iba la novia, no asistiría gubernista alguno, y no -era posible faltar. Se dió una tarea espantosa para _llenar_ el diario, -y á las ocho y media salió para ir á mudarse ropa: estaba de tinta de -imprenta y kerosene, de no poder acercársele. Llevaba su bastón en la -mano y el infaltable Smith-Wesson en el bolsillo de atrás del pantalón. - -Paseaban la acera obscura cuatro sombras sospechosas. En frente, cerca -de la talabartería de Tortorano, un bulto se distinguía apenas en el -quicio de la puerta de Troncoso. Era don Domingo, ganoso de presenciar -el castigo de su insultador. - ---¡Hum!--se dijo el periodista--¡esto es algo! - -Apenas le vieron, los vigilantes--las sombras--se echaron sobre él, -blandiendo unos talas irresistibles; pero en ese momento, interesado -por la escena que iba á desarrollarse, Luna tuvo la mala suerte de -entrar en el radio de luz de la vidriera de Tortorano. Viera le -reconoció, y haciendo una gambeta á los presuntos apaleadores, cruzó la -calle como un rayo, alzó el bastón cuando estuvo cerca del intendente, -le cruzó dos veces la cara con dos soberbios garrotazos, «¡Tomá, tomá, -canalla, traidor!» y se metió de un salto en casa de Troncoso, que -comía con su familia, aprovechó el primer instante de indecisión de los -otros, corrió al fondo, trepó la tapia, bajó á la calle, y amparándose -en la sombra, se fué á su casa... - -Luna, ciego de ira y de dolor, hizo violar el domicilio de Troncoso; -pero los agentes y él mismo se entretuvieron en buscar por las -habitaciones, dando á Viera el tiempo de escaparse. Mas el periodista, -incauto, había ido á mudarse ropa en vez de buscar sitio seguro, -y no tardó en ser aprehendido bajo la acusación de «desacato á -la autoridad». El insigne y sapientísimo juez de paz, don Pedro -Machado, había prometido firmar al día siguiente--antedatada, como es -natural--una orden de allanamiento para la casa de Troncoso y para -cualquiera donde pudiese estar ese «chancho». No había, pues, que temer -ulterioridades, y se haría justicia. - -Gracias á esta rapidez de procedimiento--excepcional en Pago Chico--el -comisario Barraba, precedido por seis vigilantes de uniforme, invadió -la casa de Viera, que estaba lavándose, en ropas menores y descalzo -para no salpicar los zapatos de charol. - ---¡Marche! - ---¡Pero hombre, no he de ir desnudo! - ---¡Marche, canalla! - -Por fin le permitieron ponerse unos pantalones y calzar unas -zapatillas, y en camiseta lo llevaron á empellones, por el medio de la -calle, hasta la comisaría en cuyo calabozo inmundo lo metieron. - ---¡Yo t'enseñar!--le gritó Barraba sacudiendo la mano en el aire, -apenas le vió encerrado. - -Y allí pasó la noche Viera echando por esa boca cuanto terno figura en -el vocabulario de Pago Chico, que es uno de los completos en la materia. - -Al día siguiente _La Pampa_ salió «tremenda.» - -Informados á tiempo los amigos, primero por Tortorano, que lo había -visto todo, pero que no se animó á terciar, luego por Troncoso, que -protestaba contra el atropello de su domicilio, después por Silvestre, -el boticario, que nada había visto, pero que todo lo sabía y aun -agregaba detalles de su cosecha, y en seguida por Pago Chico entero, -que se arremolinó cuchicheando en el club, en los cafés, en la plaza, -hasta en el baile de Gancedo, y que hacía silencio apenas asomaba un -oficialista--informados á tiempo, repetimos, se encargaron de dar la -nota del día en el periódico, hicieron parar la máquina, aflojaron las -formas y añadieron un primer editorial cortito, pero sabroso, que se -atribuyó generalmente á la bien cortada pluma del Dr. Don Francisco de -Pérez y Cueto, que aunque español, era muy patriota y un liberal hasta -allí. - ---No podemos renunciar al placer de exhibir ese documento histórico, ya -que está al alcance de la mano: - -«La infamia entronizada en este desgraciado pueblo de Pago Chico, por -culpa de un gobernador de la provincia de Buenos Aires que no merece -más que el desprecio, y que cometen cuantas tropelías harían poner -rojo de vergüenza á cualquier hombre con ciertos ápices de dignidad, -ha llegado hasta un extremo que no puede concebirse en un país libre -donde todo el pueblo y los ciudadanos además quieren la libertad de las -instituciones. - -«La prensa, que es el cuarto poder del estado, y que es una institución -simultáneamente y al mismo tiempo, no se ve libre de las asechanzas de -esos malvados que roban y esquilman al pueblo á mansalva y sin que haya -quien les castigue, porque tienen el poder en la mano, y no contentos -con eso echan mano de la fuerza bruta para hacer callar la protesta -indignada de un pueblo que sufre sus desmanes y sus depredaciones. - -«Como ven que la valiente propaganda de este diario no se detiene ni -tergiversa, han llegado en su infamia y su traición hasta asaltar en -plena vía pública á nuestro valiente y noble director, y no satisfechos -con ese brutal é incalificable atentado, le han sumergido luego en -un estrecho é inmundo calabozo infecto, casi desnudo, después de -arrancarlo de su casa donde se estaba mudando ropa para ir al baile de -lo de Gancedo, y no sin antes haber violado su domicilio como violaron -el de la casa del señor Troncoso para buscarlo los emponchados que con -el intendente á la cabeza trataban de darle una paliza de la que el -intendente fué el que salió mal parado. - -«Y entre tanto nuestro director está preso inicuamente. - -«¡Así obran la autoridades gubernistas! - -«¡¡Así se respeta el domicilio privado de las casas de familia!! - -«¡¡¡Así se respeta, también, la prensa por esos canallas -ensoberbecidos, bandoleros del poder!!! - -«¡¡¡¡¡Pero no nos harán callar!!!!! - -«¡¡¡Hemos de decirles todas sus porquerías, y hemos de sacar muchos -cueros al sol!!! - -«¡¡¡¡¡¡Miserables!!!!!! - -«Mañana nos ocuparemos más extensamente de este atentado brutal. Hoy -la indignación nos pone mudos y á más la falta absoluta de espacio nos -impide tratar el tema con la extensión que merece.» - -Como se ve no habían alcanzado los puntos de admiración para el último -párrafo. El regente quiso distraer dos de ¡¡¡¡¡¡Miserables!!!!!! ó de -alguna de las frases anteriores, pero no se lo permitieron, porque al -fin y al cabo, el último párrafo era puramente explicativo. - -Por su parte _El Justiciero_,--el papel oficial--no se quedó corto -tampoco en aquel memorable día. He aquí lo que escribió: - -«El individuo Viera, que no se detiene en sus asquerosos avances de -pasquinero soez ni ante el sagrado del hogar, ha llevado ayer su justo -merecido, recibiendo una paliza de padre y muy señor mío que le propinó -nuestro distinguido amigo y correligionario señor Domingo Luna, que con -tan empeñoso acierto rige las funciones de intendente municipal de este -progresista pueblo.» - -Hay que hacer notar que este párrafo--y alguno de los que siguen,--fué -escrito antes del suceso. Luego hubo que cambiar algo en la redacción -por la inesperada vuelta de la tortilla. Pero ¡qué diablos! el -artículo quedó bien de todos modos y no era cosa de que los cajistas -se estuvieran toda la noche en la imprenta. Además ¿cómo decir que el -apaleado había sido don Domingo? El artículo continuaba: - -«Como á Viera no se le hace más caso á sus ataques que á un perro -sarnoso, se le hizo el campo orégano, y no contento con insultar -desde su pasquín inmundo, quiso también echárselas de matón y agredió -infamemente al señor Luna, pero le salió la torta un pan, porque fué -por lana y salió trasquilado y se metió á apaleador y casi no le dejan -hueso sano!» - ---¡Coñe! ¡Así se escribe la historia!--exclamaba el doctor Pérez y -Cueto al llegar aquí de la lectura. - -«Habíamos pronosticado que esto iba á suceder matemáticamente, -porque no podía ser de otro modo, porque estos advenedizos llenos -de desvergüenza, y cínicos, y que tienen por arma la calumnia soez, -infame y asquerosa, para conseguir cuatro suscripciones de otros tan -despechados y tan procaces como ellos, no hacen más que insultar á -los que valen más que ellos, sin comprender que con eso no se puede -transgredir ni paliar la opinión pública. - -«Esa escoria social en la prensa, cuya misión es tan elevada y tan -seria y que alguien ha dicho que los periodistas son patronos de almas, -da hálitos de podredumbre inmunda á los pueblos que infestan y debían -preocuparse los gobiernos de poner á raya con sabias limitaciones -reglamentarias y leyes al propósito á esa prensa brava que destila baba -sobre todos los que no comulgan con sus ruedas de molino. - -«Una ley de imprenta que enfrene á esos insultadores de oficio se hace -necesaria inminentemente. Si no, sería necesario hacerse justicia por -su propia mano, como en el caso de ayer. - -«En cuanto á éste, sobre el cual mucho tendríamos que decir porque -pertenece á esa calaña; pero que nos callamos por la circunstancia -misma de ser nuestro enemigo político, (lealtad que no tiene él en sus -desbordes infames, entre paréntesis) está preso en la comisaría y hoy -mismo será puesto á disposición del digno juez de paz de este partido -señor don Pedro Machado. - -«El señor intendente sigue algo mejor, y los doctores Carbonero y -Fillipini decían anoche que dentro de dos ó tres días podrá salir á la -calle.» - -Ante la lectura de ambos diarios había para quedar perplejo. Al fin -de cuentas ¿quién había dado á quién? ¡Problema! Pero para eso estaba -Silvestre que en cierta ocasión, encarándose con Viera, y refiriéndose -á _La Pampa_ y á su propaganda, había exclamado, orgulloso: - ---¡Ella sale una vez al día, y yo salgo á todas horas! - -Así es que no faltó buena y bien exagerada información en Pago Chico: -Luna, que preparaba una celada á Viera para vengarse de sus justos -ataques, había recibido una paliza que lo había «dejado mormoso», -después de lo cual el comisario con treinta vigilantes armados á -rémington, habían asaltado la casa del periodista, y no sin que éste -opusiera una resistencia heroica, en que hubo tiros, pero no heridos, -(los tiros los oyó todo el mundo, aunque no sonaron), fué reducido y se -le condujo preso al más sucio y poblado de sabandija de los calabozos -policiales... Allí estaba Viera aún. ¡Quién sabe si no lo habían -estaqueado! - -La población de Pago Chico despertó al otro día incómoda y -cuchicheante. Sin embargo, escaldada tantas veces, no alzaba mucho el -diapasón... ¡Claro! ¿Y las consecuencias?... No era cosa de meterse á -redentor y salir crucificado. - -Verdad es que en la cantina de la estación del ferrocarril, donde no -acostumbraba presentarse oficialista alguno, un grupo que absorbía -el vermouth matinal se ocupó calurosamente del suceso, y después de -una arrebatadora é inspirada alocución de Lobera, secretario del -comité y oficial de la peluquería de Bernardo, declaró y juró que era -deber nacional devolver la libertad á Viera, y que lo harían «si á -las buenas, á las buenas; si á las malas... ¡á las malas!» palabras -textuales del arrebatado Tortorano, que la noche anterior había juzgado -de alta política no asomar las narices á la puerta. - ---¡En último caso--exclamó Lobera, que destilaba agua de violeta por -todas partes y entusiasmo por la boca--en último caso asaltaremos la -comisaría y le daremos una paliza á Barraba! - ---¡Muy bien dicho!--exclamaron unos. - ---¡Eso es! ¡una paliza al comisario!--gritaron otros. - ---¡Bravo! ¡Bravo!--aullaron los demás. - -Silvestre, que entraba, vociferó, aunque estaba ronco desde la noche -antes: - ---¡Es un atropello infame! ¡Que suelten á Viera! - -Y durante un rato continuó la discusión, en voz muy baja pero -acaloradamente, y lo curioso es que el grupo se fué desgranando poco á -poco de una manera casi imperceptible. Bebían su vermouth ó su biter, y -se evaporaban, uno á uno, silenciosos, yéndose cada cual por su lado, -no sin dirigir á la salida una sonrisita amistosa al vigilante que, -de acera á acera y observando el interior del café, se paseaba por la -esquina. - ---¿Se ha ido Lobera? - ---Hombre, sí; y Silvestre también. - ---¿Y Tortorano? - ---Acaba de salir. - ---¡Así no se puede hacer nada nunca!--exclamó Pedrín, que también tomó -la puerta encogiéndose de hombros. - -Al pasar por la comisaría miró hacia adentro, apretó el paso y se metió -en su casa. El «hotel del poco trigo», como le solía llamar, no era de -sus aficiones. - -Sin embargo podría--él tan curioso--haberse detenido á observar lo que -pasaba en la comisaría. - -En medio del patio, bajo el sol rajante, un agente de plantón, -tieso como el Apolo del jardín de Bermúdez--aquella estatua de yeso -pintado imitando mármol veteado, que tanto podía representar á un -tullido--miraba de reojo á sus compañeros que tomaban mate, y de frente -á las oficinas. - ---Che, Avellanera, alcanzá uno--dijo el plantón al cebador del amargo, -viendo que los oficiales estaban de jarana en el despacho. - ---¡Sí! ¡P'a que me frieguen! Andá que te dé Viera. - -Los otros, formando grupo alrededor de la pava que hervía sobre un -fueguito de virutas en la sombra del paredón, se rieron á carcajadas -de la ocurrencia. Viera, medio desnudo, estaba en el calabozo, y -Fernández, el agente de plantón, era el jefe de la partida que debió -apalearlo. Barraba lo había castigado «por sonso», y porque sospechó -quizá que tenía afición al «pasquinero». - -Casualmente, el comisario entró en aquel momento. - ---¡Á ver vos, Fernández, vení acá! - -El plantón hizo la venia, y con los sesos tostados por el sol, se -acercó miedoso y cariacontecido. Los otros se habían levantado y -estaban firmes, con la mano á la frente y expresión de la más absoluta -humildad. - -Barraba entró en su oficina, se sentó junto al escritorio, y viendo que -Fernández, cuadrado, se quedaba á la puerta, le gritó con voz áspera y -frunciéndole las cejas: - ---¡Entrá! - -Casi temblando entró y se cuadró de nuevo, silencioso. - ---Vos andas con Viera ¿no? - ---Yo... señor...--balbuceó el infeliz, que al oir tan terrible acento, -hubiera querido hallarse á veinte leguas. - ---¡Es inútil que negués! ¡Yo mismo t'he visto! ¿Qué te decía ayer en la -puerta de la imprenta? - ---Nada, señor comisario. - ---¿Cómo nada? ¡Algo te había de decir! - ---Me preguntaba por m'hijo Pancho; que quería hablar con él, me dijo: - ---Sí, ¿y vos le avisarías lo de anoche, no? Ya sabés que yo no quiero -que te metás á mulo grande ¿entendés? ¡Cuidadito conmigo, que si yo sé -que te metés en otra, te hago estaquear. Ahora andáte y ¡cuidadito!... - -El agente salió que no sabía lo que le pasaba. Le temblaban las piernas -y sudaba y trasudaba, tan lejos de Juan Moreira como Pago Chico de la -capital federal. - -Barraba llamó á otro agente. - ---Traigamé el preso,--dijo. - ---¿Á cuál? ¿Al señor Viera? - ---¡Qué señor, ni qué señor! ¡Vaya y traigamé al preso, le digo! - -Un momento después Viera aparecía en el despacho, escoltado por el -agente. Llegaba pálido y desgreñado, en camiseta y zapatillas, pero -entero y altivo como cuadra á todo periodista perseguido por el poder. - -El comisario estuvo largo rato sin alzar la vista, fingiendo que -examinaba unos papeles. Viera de pie y en silencio se mordía los labios -de rabia. - ---¿Por qué está preso?--preguntó al fin Barraba, clavando en él una -mirada iracunda. - ---No sé. - ---¿Qué? ¡no sabe! ¡Qué no ha de saber! - ---¡Lo que puedo asegurarle es que no soy yo quien debía estar preso!... - ---¡No se me insolente!--gritó iracundo. - ---No me insolento. Me pregunta y le contesto. - -El agente dió un paso hacia Viera, aunque éste estaba aparentemente -impasible. Barraba se reprimió, pero le hubiese gustado hallar ocasión -de «darle unos planazos al pasquinero». - ---Bueno. Usted lo ha lastimado al señor Luna. - ---Él me agredió... me he defendido. Después se trataba de una -emboscada... y si no ya ve cómo me asaltaron cuatro emponchados que de -seguro me matan si no me meto en casa de Troncoso. - -El comisario pareció reflexionar. - ---Bueno,--dijo por fin,--ésa es su versión. Pero el señor intendente no -dice lo mismo, y los testigos tampoco. - ---¿Quiénes son los testigos? ¿Los vigilantes disfrazados? ¡Los he -conocido bien! - -Barraba, ciego de ira, se levantó á medias de su asiento, pero logró -reprimirse otra vez, y tras una larga pausa, fingiendo tranquilidad, -dijo lentamente, cantando las palabras casi sílaba por sílaba: - ---¡Qué quiere, amigo! ¡Diga lo que se le antoje! Aquí no hay más -agresor que usted, y yo tengo la obligación de pasarlo al juez de paz -por su delito de desacato á la autoridad! - ---¡Pero eso es una injusticia! ¡Usted es mi enemigo y abusa de su -puesto!--exclamó Viera que ya estaba viendo quince días ó un mes -de prisión en el calabozo, los interrogatorios intolerables, las -vejaciones sin término, y para fin de fiesta el viajecito á La Plata -entre dos vigilantes, y quizá con grillos... - ---¡Enemigo! ¡injusticia, eh!--gritó Barraba, morado de cólera.--¡Mire, -amiguito, no me cargue la paciencia, canejo! - ---¡Es que es la verdad!--repuso el otro con indignación. - ---¡Conque enemigo, eh! Pues ande con cuidao, cuando salga, con el -enemigo y con lo que escribe en su pasquín, si no quiere probar un buen -guiso de lonja! - -Y dirigiéndose á la puerta de la otra oficina, gritó: - ---¡Benito! Hacé l'ata de Viera. - -El escribiente tenía el acta preparada ya y acudió á leerla con voz -monótona: - -«Llamado á mi presencia el acusado Pedro Viera, dijo que él había sido -agredido por don Domingo Luna y que se defendió en defensa propia y -que le pegó unos palos, y que entonces vinieron otros emponchados, y -que él entonces se metió en casa de Troncoso y que entonces los otros -lo dejaron irse. Preguntado el delincuente si conocía á los hombres -que decía que lo habían querido asaltar, el declarante dijo que no, -y que no los había podido conocer, porque dijo que la noche estaba -muy obscura y que no había luz. Y leída que le fué su declaración se -ratificó y firmó conste.» - ---Yo no firmo,--dijo sencillamente Viera. - ---¿Por qué?--preguntó Barraba indignado de ver desconocida su -omnipotencia. - ---Porque eso es una barbaridad. - -Ya era como para no aguantar más; pero Barraba tenía mucha fuerza de -voluntad y mucha prudencia, y se limitó á ordenar: - ---¡Volvélo al calabozo! - -Y cuando Viera salió, se quedó murmurando un «de nada te ha'e valer» -que sólo terminó cuando tuvo á bien regalar á Benito con este -cumplimiento á propósito de la redacción del acta. - ---¡También vos sos más bruto que un par de botas! - -El escribiente se quedó impasible; ya estaba acostumbrado á esas -rebuscadas galanterías. - ---Á ver si ponés en el libro la entrada de ese sonso: «Por desacato á -la autoridá á mano armada del intendente». - -Y el involuntario epigrama, retratando una época, sonríe aún en el -libro de entradas y salidas de la comisaría de Pago Chico. - -...Los telegramas habían llegado á todos los diarios de oposición de -Buenos Aires y La Plata, y el hecho asumía las proporciones de un -verdadero escándalo. ¡Qué arma aquélla, y en qué momentos! Asustados -del ruidoso asunto, los caudillos platenses juzgaron conveniente -ahogarlo al nacer echándole tierra, y el diputado Cisneros, mandón de -Pago Chico, sirviendo de truchimán á los jefes del partido oficial -todavía no endurecidos en la brega, hizo al juez de paz, don Pedro -Machado, el siguiente despacho: - -«Dejen Viera. Conviene altos intereses partido. Aquí laméntase, -brutal atentado contra digno intendente Luna. Pero hay demostrar -oposición tranquilidad espíritu. Ponga asaltante inmediatamente -libertad.--_Cisneros._» - -El escribano Ferreiro había criticado acerbamente la aventura y el -desmán, abundando en las mismas opiniones. - ---Eso es querer hacer callar un chancho á palos,--dijo á Luna y á -Barraba.--Otra vez no sean tan bárbaros. Á hombres como Viera hay que -matarlos ó dejarlos. Nada de palizas. Sítienlo por hambre más bien. - -...La orden del diputado se cumplió sin pérdida de momento. El consejo -de Ferreiro comenzó también á ponerse inmediatamente en práctica. - - - - - EN LA POLICÍA - - -No siempre había sido Barraba el comisario de Pago Chico; necesitóse -de graves acontecimientos políticos para que tan alta personalidad -policial fuera á poner en vereda á los revoltosos pagochiquenses. - -Antes de él, es decir, antes de que se fundara _La Pampa_ y se formara -el comité de oposición, cualquier funcionario era bueno para aquel -pueblo tranquilo entre los pueblos tranquilos. - -El antecesor de Barraba fué un tal Benito Páez, gran truquista, -no poco aficionado al porrón y por lo demás excelente individuo, -salvo la inveterada costumbre de no tener gendarmes sino en número -reducidísimo,--aunque las planillas dijeran lo contrario,--para crearse -honestamente un sobre sueldo con las mesadas vacantes. - ---¡El comisario Páez--decía Silvestre--se come diez ó doce vigilantes -al mes! - -La tenida de truco en el Club Progreso, las carreras en la pulpería de -La Polvadera[1], las riñas de gallos dominicales, y otros quehaceres -no menos perentorios, obligaban á D. Benito Páez á frecuentes, á casi -reglamentarias ausencias de la comisaría. Y está probado que nunca hubo -tanto orden ni tanta paz en Pago Chico. Todo fué ir un comisario activo -con una docena de vigilantes más, para que comenzaran los escándalos -y las prisiones, y para que la gente anduviera con el Jesús en la -boca, pues hasta los rateros pululaban. Saquen otros las consecuencias -filosóficas de este hecho experimental. Nosotros vamos al cuento aunque -quizá algún lector lo haya oído ya, pues se hizo famoso en aquel -tiempo, y los viejos del pago lo repiten á menudo. - -Sucedió, pues, que un nuevo jefe de policía, tan entrometido como mal -inspirado, resolvió conocer el manejo y situación de los subalternos -rurales y sin decir ¡agua va! destacó inspectores que fueran á -escudriñar cuanto pasaba en las comisarías. Como sus colegas, D. Benito -ignoró hasta el último momento la sorpresa que se le preparaba, y ni -dejó su truco, sus carreras y sus riñas, ni se ocupó de reforzar el -personal con gendarmes de ocasión. - -Cierta noche lluviosa y fría, en que Pago Chico dormía entre la sombra -y el barro, sin otra luz que la de las ventanas del Club Progreso, -dos hombres á caballo, envueltos en sendos ponchos, con el ala del -chambergo sobre los ojos, entraron al tranquito al pueblo, y se -dirigieron á la plaza principal, calados por la lluvia y recibiendo -las salpicaduras de los charcos. Sabido es que la Municipalidad -corría pareja con la policía, y que aquellas calles eran modelo de -intransitabilidad. - -Las dos sombras mudas siguieron avanzando sin embargo, como dos -personajes de novela caballeresca, y llegaron á la puerta de la -comisaría, herméticamente cerrada. Una de ellas, la que montaba el -mejor caballo,--y en quien el lector perspicaz habrá reconocido -al inspector de marras, como habrá reconocido en la otra á su -asistente--trepó á la acera sin desmontar, dió tres fuertes golpes en -el tablero de la puerta con el cabo del rebenque... - -Y esperó. - -Esperó un minuto, impacientado por la lluvia que arreciaba, y -refunfuñando un terno volvió á golpear con mayor violencia. - -Igual silencio. Nadie se asomaba, ni en el interior de la comisaría se -notaba movimiento alguno. - -Repitió el inspector una, dos y tres veces el llamado, condimentándolo -cada una de ellas con mayor proporción de ajos y cebollas, y por fin -allá á las cansadas entreabrióse la puerta, vióse por la rendija la -llama vacilante de una vela de sebo, y á su luz un ente andrajoso -y soñoliento, que miraba al importuno con ojos entre asombrados y -dormidos, mientras abrigaba la vela en el hueco de la mano. - ---¿Está el comisario?--preguntó el inspector bronco y amenazante. - -El otro, humilde, tartamudeando, contestó: - ---No, señor. - ---¿Y el oficial? - ---Tampoco, señor. - -El inspector, furioso, se acomodó mejor en la montura, echóse un poco -para atrás, y ordenó, perentoriamente: - ---¡Llame al cabo de cuarto! - ---¡No... no... no hay señor! - ---De modo que no hay nadie aquí, ¿no? - ---Sí se... señor... Yo. - ---¿Y usted es agente? - ---No, señor... yo... yo soy preso. - -Una carcajada del inspector acabó de asustar al pobre hombre, que -temblaba de pies á cabeza. - ---¿Y no hay ningún gendarme en la comisaría? - ---Sí se... señor... Está Petronilo... que lo tra... lo traí de la -esquina bo... borracho, ¡sí se... señor!... Está durmiendo en la cuadra. - -Una hora después D. Benito se esforzaba en vano por dar explicaciones -de su conducta al inspector, que no las aceptaba de ninguna manera. -Pero afirman las malas lenguas, que cuando no se limitó á dar simples -explicaciones, todo quedó arreglado satisfactoriamente; y lo probaría -el hecho de que su sistema no sufrió modificación, y de que el -preso-portero y protector de agentes descarriados, siguió largos meses -desempeñando sus funciones caritativas y gratuitas. - - -NOTAS: - -[1] Ver «El casamiento de Laucha». - - - - - EL CAUDILLO - - -Don Ignacio era el hombre de la oposición en Pago Chico. Las -autoridades lo miraban como su bestia negra, y el pueblo, siempre -descontento, tenía puestas en él sus esperanzas, seguíalo en todas sus -empresas políticas, le daba á defender sus intereses. Sin D. Ignacio, -Pago Chico hubiera sido un cementerio de vivos; con él, siquiera se -ejercía el derecho del pataleo. - -No era D. Ignacio muy largo, pero alguno de sus correligionarios -hallaba modo de lograrle préstamos y donativos, ya para sus necesidades -personales, ya para lo mismo, pero bajo el pretexto de gastos de -propaganda. Él se sometía refunfuñando, pues, ¿cómo ser jefe de partido -si se comienza por descontentar á los partidarios? Pero apuntaba... Su -viejo cuaderno de notas, tenía páginas como ésta: - - PESOS - - Prestado al gordo, que está sin trabajo 5'00 - Á Juan para la copa 0'20 - Un letrero y una bandera para el comité 15'50 - Á la china Dominga para que haga venir - á sus hijas á la inscripción 25'00 - Una docena de bombas 6'00 - -Sumaba cuidadosamente D. Ignacio estas partidas, que en tres años -de oposición á todo trance habían alcanzado á formar una gruesa -suma,--cuatro ó cinco mil pesos--y no examinaba su cuaderno sin lanzar -un suspiro y sumirse en profunda meditación. - ---¿Quién pagará estas misas?--se decía. - -Ó, conversando con sus tenientes, hablaba de la patria, de los deberes -del ciudadano, de los sacrificios que hay que hacer en pro de la -libertad, de la abnegación que exigen los partidos de principios, para -terminar diciendo: - ---Yo soy el pavo de la boda. - -Silvestre, el boticario, se encogía de hombros instruido de las -alusiones de D. Ignacio, y considerando que de todos modos su -popularidad le salía barata en estos tiempos en que no se puede ser -popular sin dinero. Alguna vez le insinuó, con frase no muy atildada: - ---El que quiera pescao, que se moje... el que le dije. - -Acercábanse las elecciones; el gobierno de la provincia, preocupado por -la importancia que iba tomando la oposición, había resuelto darle una -válvula de escape, dejándola introducir algunos de los suyos en las -municipalidades de campaña. - -Pero esta resolución no era conocida, y la efervescencia popular -continuaba á más y mejor. En Pago Chico preparábase un miti, un metín, -ó cosa así, que debía tener lugar en el antiguo reñidero de gallos, -único local fuera de la cancha de pelota, apropiado para la solemne -circunstancia, puesto que el teatro--un galpón de zinc--pertenecía -á don Pedro González, gubernista, que no quería ni prestarlo ni -alquilarlo á sus enemigos de causa. - -Llegado el día, D. Ignacio,--que había contratado la banda á su costa, -hecho embanderar el reñidero, y comprado unas docenas de bombas de -estruendo--esperó impaciente la hora de su discurso, un discurso ya mil -veces repetido en todos los tonos, palabra más, palabra menos, durante -sus tres años de caudillaje. - -Cuando subió á la improvisada tribuna, rodeábalo un pueblo vibrante -y entusiasta que sólo pedía correr al sacrificio, á la lucha, al -atrio, á las urnas. D. Ignacio estaba radioso. Sus palabras hicieron -el acostumbrado efecto arrebatador, especialmente cuando, con grandes -gritos y violentos ademanes, reprodujo la frase: - -«Los mandatarios impuros que engordan á costillas del abdomen del -pueblo, no pueden continuar un día más en el poder. El gobierno local -tiene que entregarse á personas honradas que no roben, á hombres sanos -que no se apoderen de las rentas, á ciudadanos que sean capaces de -relamberse junto al plato de caldo gordo sin tocarlo con un dedo.» - -Los bravos, los vivas, los palmoteos estallaron como siempre, ó por -mejor decir, más que nunca, cubriendo la voz del orador que al fin -logró dominar el bullicio, gritando: - ---¡Conciudadanos! ¡Viva la honradez administrativa! - ---¡¡Vivaaa!! - ---¡Abajo los espoliadores del pueblo! - ---¡Abajo! ¡Mueran! ¡Viva don Inacio! ¡Viva la honradez! ¡Viva el -patriota! - -¡Shuitz... pum! y música, grandes golpes de bombo, alaridos de -pistón... y otra bomba y otra. ¡Qué entusiasmo, qué delirio! -¡Pra-ta-ra-trac-pum! ¡un cohete! y vivas y más vivas, una algazara, un -jubileo como nunca se vió en Pago Chico, tanto que el batarás encerrado -en un cajón, encrespó la pluma, golpeó los musculosos flancos con las -alas y lanzó un ronco y estentóreo co-co-ro-co, como diana triunfal del -vencimiento. - ---¿Qué le ha parecido el métin, don Inacio?--preguntábale por la noche -Silvestre. - ---¡Oh! ¡Magnífico! ¡Me ha costado más de quinientos pesos! - -Mentira. Gastó sólo ciento cincuenta, pero con tal habilidad... - -Silvestre lo miró de arriba abajo, sardónico, se encogió de hombros, -clavóle la vista entre ceja y ceja, y metiéndose las manos en los -bolsillos del pantalón, exclamó: - ---Nuestra Señora del Triunfo nunca ha sido popular. - -D. Ignacio se encrespó como el gallo del reñidero, y se puso rojo de -ira. - ---¡Vos te crés que lo digo de agarrau! ¿Y á mí qué m'importa la -plata?... ¡Pero lo que es otro no sería tan pavo!... Ya llevo gastada -una porretada de pesos, sin que nadies miagradezca. - -Mientras esto decía el caudillo, Silvestre había tomado la -guitarra--estaban en la botica--y cantaba acompañándose con grandes -golpes de uña en las seis cuerdas: - - Y ásime... gustáun... tirano - c'abra labocay... ¡no grite! - -El jueves llegaron dos delegados gubernistas de la capital para -preparar las elecciones comunales del domingo. Apenas instalados, -trataron de provocar una entrevista con D. Ignacio, para hacerle -proposiciones. Pero Silvestre--la oposición dentro de la -oposición--estaba allí oído alerta, ojo avizor, husmeando como -politiquero de raza la componenda en ciernes, adivinándola antes de que -se hubiera iniciado. - -Viera, á todo esto, había visto obscurecerse su estrella, eclipsada por -la triunfante de D. Ignacio. Tampoco él quería «componendas», y así lo -escribió en _La Pampa_. Inútilmente, porque el meeting había dado el -mando á su rival, sostenido por los envidiosos de la popularidad del -periodista, y por los que sólo hacían política opositora buscando una -ubicación, amén de los que D. Ignacio compraba como se ha visto. No -faltaron, pues, las previsiones, los vaticinios, las amenazas de perder -lo hecho sin esperanza de rehacerlo más tarde... - -Sin embargo, la entrevista tuvo lugar, D. Ignacio no pudo resistir á -una transacción que lo llevaba de golpe y zumbido á la Municipalidad, -que él creía tan verde aún, y el domingo siguiente resultó -electo concejal, á pesar de los aspavientos de Silvestre, de los -artículos-brulote de Viera, y la agria censura de gran parte de sus -partidarios del día anterior. - -Llegado al Concejo, sus colegas gubernistas, dirigidos por los -delegados de la capital--no era la primera zorra que desollaban -éstos--lo designaron para intendente. - ---En una semana se habrá desmonetizado,--decían aquellos profundos -políticos. - -Pero la mayoría de los oficialistas protestaba irritada contra -lo que consideraba una cruel é inmerecida derrota; en cambio, el -ex-intendente, un cuyano ladino, caudillejo él también, declaraba -divertidísimo que aquella evolución era «de mi flor». - ---¿No le parece una barbaridá, Paisano--así le llamaban--que hayan -hecho intendente á don Inacio? - -El Paisano sonreía, encendiendo el negro, y luego, sacándoselo de la -boca, contestaba con toda calma, y no sin algo de burla: - ---¡Dejenló pastiar qu'engorde! - -Y, en efecto, D. Ignacio comenzó á engordar en la Intendencia, haciendo -en ella lo que sus antecesores, y rebañando cuanto pesito encontraba á -su alcance. - -Un día tuvo una grave explicación con Silvestre, que le echaba en cara -sus procederes administrativos, muy alejados de la honradez acrisolada -que exigiera en tanto discurso, en tanta proclama, en tanta profesión -de fe á los pueblos en general y al de Pago Chico en particular. - ---Mire don Inacio, ¡lo qu'est'haciendo es una vergüenza! - -Don Ignacio lo miró de hito en hito: - ---¿Y qu'estoy haciendo, vamos á ver? - ---¿Quiere que le diga? ¿quiere que le diga? ¡No me busque la lengua, -canejo! - ---Decí, decí no más. - ---¡Está robando como los otros! - -El caudillo estuvo á punto de pegarle, pero se dominó, tragó saliva, y -cuando se creyó bastante dueño de sí mismo, dijo con tono convincente: - ---¿Y á mí quién me paga lo qu'hecho? ¿Y la platita que mián comido?... - -Y después de una pausa, más insinuante aún, confidencial y tierno, -exclamó como quien esboza un sublime programa: - ---¡Dejá que me desquite y verás qué honradez!... - - - - - EL JUEZ DE PAZ - - -También Pago Chico tenía juez de paz. - -Éste era entonces, y desde años hacía, D. Pedro Machado, enriquecido en -el comercio con los indios, y á quien la política había llamado tarde y -mal. - ---¡Á la vejez viruela!--decía Silvestre. - -Y, en efecto, para desaguisados el juez aquél, famoso en su partido y -en los limítrofes, por una sentencia salomónica que no sabemos cómo -contar porque pasa de castaño obscuro. - -Ello es, que un mozo del Pago, corralero por más señas, tuvo amores con -una chinita de las de enagua almidonada y pañolón de seda, linda moza, -pero menor y sujeta aún al dominio de la madre, una vieja criolla de -muy malas pulgas que consideraba á su hija como una máquina de lavar, -acomodar, coser, cocinar y cebar mate, puesta á sus órdenes por la -divina providencia. - -Demás está decir que se opuso á los amores de Petrona y Eusebio, como -quien se opone á que lo corten por la mitad, y tanto hizo y tanto dijo -para perder al muchacho en el concepto de la niña... que ésta huyó un -día con él sin que nadie supiera adónde. - -Desesperación de misia Clara, greñas por el aire, pataleos y -pataletas... - -El vecindario en masa, alarmado por sus berridos, acudió al rancho, la -roció con Agua Florida, la hizo ponerse rodajas de papas en las sienes, -y por si el disgusto había dañado los riñones, la comadre Cándida, gran -conocedora de males y remedios, le dió unos mates de cepa caballo... - -Luego comenzó el rosario de los consuelos, de las lamentaciones y de -los consejos más ó menos viables. - ---¡Será como ha'e ser misia Clara! ¡Hay que tener pacencia!... ¡Si es -de lái háe golver! - ---¡Usebio es un buen gaucho y no la v'á dejar!--observaba un consejero -del sexo masculino, que atribuía muy poca importancia al hecho. - -Pero misia Clara no quería entender razones, ni aceptar consejos, ni -tener paciencia. - -Petrona era la encarnación de todas sus comodidades, la sostenedora -de su ociosidad, el pretexto y el medio de pasarse las horas muertas -en la más plácida de las haraganerías. Ausente la joven acabábanse la -holganza, la platita para los vicios, ganada con la aguja, el vestido -de zaraza lavado y planchado los domingos, las sabrosas achuras que -Eusebio solía llevar del matadero para no ser tan mal recibido como de -costumbre... - ---¡No! ¡No me digan más! ¡No se lo h'e perdonar!--Y se desataba en -dicterios para su hija y el raptor, con palabras de tinte tan subido, -que no debe consignarse ni un pálido reflejo de ellas, so pena de -ir más allá de la incorrección. Era una fiera, un energúmeno, una -tempestad de blasfemias y de maldiciones, como si el infierno que la -aguardaba cuando tuviera que hacerlo todo por sus manos, se hubiera -condensado y quintaesenciado en su interior. - ---¡Ya verán! ¡Ya verán! ¡M'he quejar á la autoridá!... - -Por más veleidades de rebelión que tenga el campesino nuestro, por más -independiente que parezca, la autoridad es un poder incontrastable para -él. Los largos años de sujeción y de persecución, desde el contingente -hasta las elecciones actuales, con todas sus perrerías, le «han hecho -el pliegue» y sólo otros tantos años de libertad permitirán que -comience á desaparecer su fe en esa providencia chingada. - -Fué, pues, misia Clara á quejarse á D. Pedro Machado. - -Un cuarto de paredes blanqueadas, sin más adorno que el retrato del -gobernador, el piso de ladrillos cubierto de polvo, un armario atestado -de papeles, una mesa llena de legajos, un banco largo, cuatro sillas -y dos sillones, uno para el juez, otro para el secretario; todo eso -era el Juzgado de Paz de Pago Chico, y la sala del trono de D. Pedro -Machado. - -Este digno personaje estaba en pleno funcionamiento, y el alguacil -apostado junto á la puerta sólo dejaba pasar á los querellantes, á -medida que D. Pedro lo indicaba, después de las decisiones del caso. - ---¡Hoy he estado evacuando todo el día!--solía exclamar el funcionario -cuando abundaban las causas. - -Misia Clara aguardó impaciente su vez, en la puerta de calle, secándose -de rato en rato una lágrima de ira que brotaba quizá con la higiénica -intención de lavarle las arrugas: vana empresa. La espera fué larga, -pues todo Pago Chico estaba en pleito ó buscaba la ocasión de estarlo. -D. Pedro sentenciaba con una rapidez pasmosa. - ---Á ver, vos, ¿qué querés? - ---Señor, venía porque Suárez me debe cincuenta pesos de pasto y hace -dos meses que... - ---¡Bueno!... Andá decíle que te pague, que digo YO... Y si no te -paga, volvé que yo le haré pagar. Vos debés tener razón, porque es un -tramposo... - -El hombre se fué medianamente satisfecho, dando paso á otros pleitistas -cuyo litigio era más complicado. - ---Señor Juez, cuando yo hice la pared de mi casa que hoy es medianera -con la que está edificando el señor, la Municipalidad me dió una -línea sobre la calle, y como mi terreno es rectangular, tiré dos -perpendiculares sobre esa línea. Pero ahora resulta que el agrimensor -municipal no supo darme la línea y que la pared medianera, como ya -digo, se entra en el fondo, en el terreno del señor, que me reclama las -varas que le faltan. Yo, á mi vez, y antes de contestar á esa demanda, -vengo á demandar á la Municipalidad por daños y perjuicios, porque me -dió la línea causante de todo... - -Don Pedro Machado, que lo miraba de hito en hito, interrumpióle de -pronto interpelando á la parte contraria: - ---¿Y usté qué dice? - ---¿Yo? Lo mismo que el señor; es la verdad. - ---Demandar á la Municipalidad, ¿no?... ¿Y qué sian créido?... - ---Señor, yo... demando á... - ---¡Calláte! ¡Y vayan los dos á ver si se arreglan, y pronto... que si -no les atraco una multa! - -La audiencia continuó largo rato con incidentes análogos á los -anteriores, hasta que entró en el despacho un gubernista de cierta -significación que iba furioso contra _La Pampa_, el diario opositor, -salido aquellos días de toda mesura. El diario publicaba un violento -artículo contra él, Felipe Gómez, y lo trataba poco menos que de ladrón. - ---Hola, Gómez, ¿y qué lo trai por acá? - ---Vengo á acusar por calunia al diario de Viera. ¡Mire lo que me dice! - -Y tembloroso de rabia leyó los párrafos culminantes, interrumpido por -las indignadas interjecciones de D. Pedro Machado. - ---¡Á hijo de una tal por cual! ¡Ya verá lo que le va á pasar! ¡Es malo -tentar al diablo!... - -Y dirigiéndose al secretario: - ---Estendé un' orden de prisión contra Viera... - ---Vaya tranquilo nomás, Gómez, que aquí las va á pagar todas juntas. - -Se fué Gómez á anunciar á sus amigos que había sonado la hora de la -venganza; pero el secretario no extendió la orden de la prisión. - ---Sabe D. Pedro, que los jueces de paz, no entienden de delitos de -imprenta, y que no podemos dar curso á la acusación de Gómez... - ---¿No? - ---¡No, señor! Tiene que ir á La Plata. - -Don Pedro Machado, hizo un gesto de disgusto al recibir la lección; y -para no menoscabar su autoridad, exclamó en tono de reprimenda: - ---¡También vos! ¿por qué no me decís?... - -Por fin tocó el turno á misia Clara, que entre gimoteos y suspiros -contó cómo Eusebio le había robado la hija, y se desató en improperios -contra ambos, pidiendo al juez el más tremendo de los castigos que -tuviera á mano. - ---¿Cuántos años tiene la muchacha? - ---Diciocho, D. Pedro. - ---Bueno, ya sabe lo que se hace, pues. - -La vieja volvió á gemir, asustada del giro que parecía tomar el asunto. - ---Pero mire, señor juez, que es única hija, que yo ya estoy muy anciana -y que no puedo trabajar... Si ella me falta... más vale que me cortaran -un brazo... ¡Haga que güelva, señor juez, que yo le perdono con tal de -que no lo vea más á Usebio, que es de lo más canalla!... - -Don Pedro permaneció impasible, armando un negro con el papel entre -el pulgar y el índice y deshaciendo el tabaco en la palma de la mano -izquierda con las yemas de la derecha. - ---¡Amparemé, señor!--insistió la vieja.--¡Haga que güelva m'hija!... -¡Ó, de no, atraquelé una multa á ese bandido! - ---P'a eso no hay multas... Si juera uso de armas,--replicó -sarcásticamente D. Pedro. - -La otra cambió de baterías. - ---¡Si usté hiciera que Usebio me pasara siquiera la carne!... ¡Estoy -tan vieja y tan pobre!... - ---¡Eh, qué quiere misia Clara! La vaquilloncita ya estaba en estau... y -es natural. - -Hubo un largo silencio. En la cara del juez retozaba una sonrisa -reprimida á duras penas. - ---¿Qué resuelve, qué resuelve, D. Pedro?--clamó misia Clara, -desesperada y lamentable, con las arrugas más hondas y terrosas que -nunca. - -El insigne funcionario levantó lentamente la cabeza, y después -sentenció con calma: - ---¿Yo? Que sigan no más, que sigan... - - - - - LA ELECCIÓN MUNICIPAL - - -Aquella mañana, con grande asombro de Pago Chico entero, apareció en el -diario oficial, _El Justiciero_, la siguiente inesperada noticia: - - OTRA LISTA DE CANDIDATOS MUNICIPALES - - «Con importantes elementos políticos, pertenecientes al partido - provincial, acaba de formarse un nuevo comité que en las elecciones - de hoy sostendrá la siguiente lista de candidatos para municipales: - Don Domingo Luna - Don Juan Dozo - Don José Bermúdez - Este comité, que funciona en la calle Buenos Aires, número 17, - cuenta con numerosos miembros, y aunque formado á última hora, - puede disputar el triunfo á los demás partidos, con bastantes - probabilidades de éxito. En cuanto á los cívicos, demás parece - repetir que tendrán que comer cola.» - -¿Qué acontecimientos habían ocurrido? ¿Era la influencia de Bermúdez -tan poderosa que su descontento producía la escisión del partido -oficial? No debía ser así, pues él mismo se sorprendió al leer la -noticia, y lleno de entusiasmo se encaró con su mujer, y golpeando el -diario con el dedo, exclamó gozoso: - ---¿No ves, china, como todavía me necesitan, como todavía tengo quien -me apoye? ¡Yo también soy candidato, y del mismo partido oficial! ¡Mirá -la lista! Aquí estoy con Luna y Dozo, ¡y _El Justiciero_ dice que muy -bien podemos triunfar! - ---Alguna picardía de Ferreiro. Lo mejor será que no te metás,--replicó -Jerónima, siempre desconfiada.--Cuando menos te quieren sacar unos -pesos, pa'l asao con cuero y la pionada... - ---¡Vos siempre agarrás pa'l lao del miedo!--replicó Bermúdez que se -echó inmediatamente á la calle, vibrando de entusiasmo y de esperanza. - -Eran las siete, y faltaba una hora para la apertura oficial del comicio. - -Bermúdez, sin plan, iba palpitante, envanecido con su prestigio, ya -innegable, en las esferas oficiales, y casi seguro de que por él -iría directamente al triunfo. Tenía necesidad de hablar con alguien -que no fuera su mujer, tan suspicaz y desconfiada que jamás creía -las cosas hasta no haberlas palpado. Y la suerte quiso que con quien -primero se topase fuera con el doctor Fillipini, que salía de una casa -vecina. Detúvole, convencido de que lo encontraría menos reacio que su -digna esposa á compartir su patriótico entusiasmo, y, basándose en -las conjeturas que le habían llenado la cabeza, le contó muy por lo -menudo que sus amigos se habían arrepentido,--como no podían menos de -hacer,--de haberlo dejado á un lado, cuando tantos y tan importantes -servicios prestara á la causa común. - -El doctor lo miraba á ratos y á ratos bajaba los ojos, disimulando una -risita fisgona que le hacía cosquillas en el estómago. Y cuando el otro -dejó de hablar, no pudo reprimir esta desconsoladora exclamación: - ---Ma é per il cuochente! Ma, non vede qu'é per il cuochente? - -El prestigioso candidato se sobresaltó, palideció, y sin haber -comprendido bien todavía, preguntó tartamudeando: - ---¿El cociente?... ¿Qué tiene que ver el cociente? - -Fillipini, tomándole un botón de la levita,--para la circunstancia -Bermúdez había creído conveniente salir de levita,--y jugando con él, -le explicó entonces sus suposiciones, en la media lengua ítalo-criolla, -impasible, sin sorprenderse, con su filosofía práctica, ni de la -inocencia del interlocutor, ni de la picardía de sus amigos políticos, -sin más objeto que el de poner en claro las cosas, para hacer gala de -sagacidad y burlarse en serio de aquel pobre congénere. - -Bermúdez quedó consternado al comprender que el partido oficial acababa -de dividirse aparentemente, pero sólo para asegurar más el triunfo, -pues, por la ley, el candidato que apareciera en las dos listas,--Luna -en este caso,--sería electo sin discusión, por pocos votos que -obtuviera en una de ellas. Él no era, en resumen, más que un comparsa, -cuya misión terminaría casi antes de haber empezado. - ---¡Hijos de una gran!... - ---¡Eh! ¿qué quiere? Fatta la legge, fatto l'inganno! - -El cuociente lo había transtornado siempre, pero aquel día lo derribaba -del pináculo de sus más gratas esperanzas. ¡No sería, esa vez tampoco, -genuino representante y defensor del pueblo! ¡Miren que no votar -derecho viejo como antes! ¡Esos republicanos, inventores de la ley de -trampa y de engaño! Si los tuviera á mano ¡qué felpiada les daría!... -Pero, ¿qué hacerle? Para su venganza, ya que no para otra cosa, la -mejor contingencia era que los cívicos sacaran un concejal. En cuanto á -él, no saldría nunca. - ---Ma, gay un remedio... - ---¿Qué remedio, dotor? - -No era difícil: tratar bajo cuerda de figurar en las dos listas, -borrando uno de los candidatos, el doctor Carbonero por ejemplo, y -reunir de ese modo el mayor número posible de votos, además de poner -de su lado la importantísima ventaja de figurar en dos listas. Cierto -que si ambas tenían dos candidatos comunes, es decir, la mayoría de -ellos, por la ley tendrían que considerarse iguales; pero... después -se vería: eso tenía que resolverlo el mismo concejo, juez de las -elecciones, y en cuyo seno no faltaban amigos de Bermúdez. También -podía hacer otra cosa: amenazar á los correligionarios con llevar sus -elementos de hombres y dinero á la Unión Cívica, amenaza que no dejaría -de dar resultados; pero eso debía Bermúdez presentarlo como resolución -que tomaría en el último momento y sólo si se le obligaba á ello, -desconociendo tan injustamente sus servicios. - ---¿Y usté me ayudará, dotor? - ---¿Io? ¿Cosa ho da fare? ¡Ma!... Io voteró... - -Eran más de las siete, y Bermúdez, ansioso de poner el plan por obra, -estrechó efusivamente la mano de Fillipini, y se alejó en dirección al -café de Cármine, olvidado de su andar siempre lento y majestuoso. El -médico, entre tanto, iba sonriendo, con la vista baja, satisfecho de la -mala pasada que había jugado á su colega Carbonero, aunque tuviera sus -dudas respecto de la acción que desarrollaría el pobre Bermúdez, cuya -única habilidad hasta entonces había sido robar á los indios y apuntar -de más en las libretas de sus clientes y en la pizarra de la trastienda. - -Bermúdez entró en el café, pidió una ginebrita con biter Angostura, y -aguardó á que llegara alguno de los prohombres del partido oficial para -poner manos á la obra. - -Momentos después Ferreiro, que acababa de entrar, se sentaba á su lado. - ---Y... ¿ha visto la nueva lista? Anoche no le pude avisar, porque -resolvimos hacerla muy á última hora. - ---¡Hum!... ¡Sí, l'he visto, sí! - ---¡Qué! ¿Y no está contento?--preguntó Ferreiro, fingiéndose muy -sorprendido,--y algo lo estaba, en verdad, al comprender las sospechas -de aquel infeliz. ¿Quién podía haberlo puesto sobre aviso? - ---¿Y cómo v'y á estar contento, si eso es una trampa? ¿Ó crén ustedes -que yo soy sonso y me chupo el dedo? - ---¿Pero, cómo trampa, Bermúdez? ¿No quería ser candidato? - ---¡Sí, candidato, sí, pero en de veras! No quiero que naide juegue -conmigo. Ya estoy cansao. Y ¿quiere que le diga? pues si no salgo -municipal de esta hecha... ¡me voy con los cívicos! ¡Anque no sea -candidato, quiero ser municipal ¿oye? y de no, me hago cívico, le juro! - -Ferreiro se quedó un momento perplejo, pues no había contado con -aquello, que le malbarataba sus planes. Pero, por la inminencia del -peligro, no tardó en tomar una resolución, y antes de que Bermúdez -hubiera vuelto á decir palabra, afirmó: - ---Pero, si precisamente lo hemos puesto en esa lista para que salga -municipal, porque está resuelto en el comité que se le den votos -también en la otra lista. No sé qué le ha dado ahora, para tener -semejantes desconfianzas... ¡Vaya! ¡sea franco! ¿quién es el intrigante -que le ha venido con cuentos? - ---Á mí naide me ha tráido cuentos. Pero yo sé muy bien lo del cociente, -y anque ya me había conformau con no salir municipal esta vez, no -quiero tampoco que me tomen pa'l churrete; y desde que me han puesto en -lista, ¡quiero salir y que se dejen de historias! - ---¡Pero si precisamente, le repito, sabiendo que usté deseaba ser -municipal lo hemos puesto en esa lista, Bermúdez! Si el partido tenía -que recompensar sus servicios, y así lo ha resuelto anoche. Usté es -incapaz de desconfiar de ese modo; por eso le pregunto quién es el -intrigante que le ha venido con cuentos... Debe ser algún interesado en -dividirnos para sacar tajada... - ---No se mete en política... - ---Ah, ¿no ve, no ve que era cierto? ¿Quién le ha venido con el chisme, -diga?... ¡Vaya! mátelo, que al fin somos correligionarios y tenemos que -defendernos unos á otros. Hoy por tí, mañana por mí... - ---El dotor Fillipini. - -Ferreiro dió un puñetazo en la mesa: - ---¡Ah, gringo é mier!--exclamó. - -Y tomando otra postura, cruzadas las piernas y asida con ambas manos -la que quedó arriba, preguntó á Bermúdez con sonrisa entre burlona y -despreciativa: - ---¿Y qué le ha dicho el doctor Fillipini? ¿Él le aconsejó que nos -amenazara con irse á la Unión Cívica? - ---Sí, él. Pero me dijo que lo hiciera en último caso, y que si no me -escuchaban tratara de hacer votar por mí en la otra lista, borrándolo á -Carbonero... - ---¡Conque sí, eh! ¡pues ya verá el hijo de su madre!--exclamó Ferreiro, -que siguió murmurando, mientras sacaba del bolsillo un lápiz y la -carilla en blanco de una carta, en la que escribió algunas palabras. - -Bermúdez, turbado, sin saber ya á qué atenerse, lo interrumpió: - ---¡Pero, al fin y al postre!--preguntó,--¿salgo ó no salgo municipal? -Eso es lo que quiero saber, pero sin vueltas, derecho viejo, porque si -no... - ---Sí, será municipal, Bermúdez,--contestó Ferreiro sin levantar la -cabeza.--Le doy mi palabra de que será municipal. - -Y firmando la esquela que acababa de escribir, la plegó en cuatro, y -llamó al dueño de casa. - ---¡Cármine! tráeme un sobre, y haceme llevar esta carta al intendente. - -Era la condenación de Fillipini: un pedido-orden al intendente, para -que le quitara inmediatamente su puesto de segundo médico del hospital. - ---¡Sí sale, amigo, sí sale!--exclamó levantándose y palmeando en el -hombro á Bermúdez.--¿Para cuándo serían los amigos, entonces? - ---¡Je, je, je!--rió Bermúdez en el colmo de la satisfacción, -levantándose también. - -Y ambos salieron del café, encaminándose al atrio de la iglesia, donde -iban á practicarse las elecciones más sonadas del entonces borrascoso -Pago Chico. - -Entre tanto, en el comité cívico hallábanse reunidos Viera, el -periodista, que á cada instante se asomaba á la puerta, nervioso, -excitado, sin haber dormido, aguardando las huestes de votantes de la -campaña que ya debían haber llegado; Lobera, que peroraba y destilaba -esencias; Silvestre, que trataba en vano de meter baza apenas se -interrumpiese la interminable serie de sus discursos; Pedrín, Pancho -Fernández el hijo del vigilante, Tortorano, veinte ó treinta más, y por -último el doctor D. Francisco Pérez y Cueto, que había exclamado con -énfasis al entrar: - ---¡Ciudadanos! ¡este hermoso día no puede menos de anunciarnos la -victoria! - -Y satisfecho del efecto producido, sintiendo un agradable cosquilleo -en la piel, de entusiasmo hacia su propia persona, había callado y -permanecido silencioso para no disminuir con vulgaridades el mérito de -aquellas palabras proféticas. Aquel día se había propuesto no decir -sino frases históricas. - -Pero, eso sí, tuvo que informarse de un detalle de la mayor -importancia, de la cuestión en aquellos momentos de vida ó muerte, y -preguntó en voz baja á Viera, deteniéndolo en una de sus continuas idas -y venidas: - ---Diga usted, Viera, ¿están preparadas las armas? - -Viera sacudió la cabeza de arriba abajo, dirigiéndole una mirada -confidencial, y contestó más quedo aún, como un murmullo: - ---Están... La noche en peso nos la hemos pasado acarreándolas con -Silvestre. ¡Y con un jabón! ¡No sé cómo no nos han pillado! - -Las tales armas, el supremo recurso de un pueblo justamente indignado, -resuelto á reconquistar su autonomía y á repeler todo conato de -imposición, eran seis fusiles rémington, que se hallaban cuidadosamente -ocultos en la azotea del comité, y que Viera y Silvestre habían -llevado efectivamente y no sin peligro, la noche anterior. - -Como los extremos se tocan, en el patio estaba la antítesis del arsenal -aquél,--grandes y negros trozos de asado con cuero fiambre, sobre -bolsas de arpillera, una compañía de damajuanas de vino carlón y un -montículo de panes,--el almuerzo, en fin, del invencible pueblo de Pago -Chico, pronto á reivindicar sus derechos conculcados, aunque fuese á -costa de su generosa y noble sangre. - -Habíase prohibido terminantemente el uso de bebidas alcohólicas á los -paladines del libre sufragio; no necesitaban excitante alguno para -el caso probable de tener que sacrificar sus vidas en el altar de la -patria, y era menester en cambio, que se mantuviera el mayor orden en -el comité, para dar completo ejemplo de civismo y de austeridad de -costumbres. Pero á duras penas se lograba que no se marcharan todos -de una vez á tomar la mañana en el almacén de la esquina, y hubo que -conformarse con una transacción: que fueran de á dos, cuando mucho de á -tres, y que volvieran inmediatamente. El entusiasmo iba creciendo con -esto. - ---¡Hay que tenerlos á soga corta,--decía Silvestre,--si no, no pueden -con el genio y rumbean p'a la borrachería! - -Mientras estaban en el comité, los electores rondaban alrededor del -asado, con el sólito apetito, aguzado por las repetidas copas de -_mermú_, afilándoseles los dientes y saliéndoseles el cuchillo de la -vaina. Y apenas podían entretener el ocio y el hambre con dicharachos y -canchadas, haciendo esgrima á mano limpia. - ---Lo que es hoy,--decía el negro Urquiza, en cuclillas afilando un -palito para los dientes con un formidable facón,--lo que es hoy, los -carneros van á... cargar aceite. - ---¡Sí, de susto é verte la trompa!--le retrucó un paisanito, que, con -las piernas cruzadas y recostando el hombro en la pared, parado junto á -él, lo miraba desde arriba. - ---Calláte, guacho,--saltó el moreno, gesticulando con su ancha boca, y -mostrando los dientes en una á modo de sonrisa.--Más vale ser negro que -orejano. Yo siquiera tengo marca. - ---Y yo soy capaz de ponerte otra en la jeta, ¡negro trompeta!--dijo el -muchacho, echando la mano atrás como para sacar también el cuchillo. - -El negro estuvo de un salto en pie, pero varios se interpusieron -mientras uno de los correligionarios decía pausadamente, no sin sorna: - ---¡Vaya! guardesén p'a luego, muchachos.¡ ¿No ven que las papas queman? -Puede ser que luego haiga baile, y entonces podrán bailar á gusto... - ---¡Sí, bailar con la más fea!--exclamó otro. - ---¡Y'anda teniendo miedo este... tabaco aventau, no más!--dijo el del -baile. - ---¡Oiganlé!--prorrumpieron varios. - ---Pisale el poncho, ai tenés. - ---¡Á que no le mojás la oreja á ño Fortunato! - -Viera creyó necesario intervenir: - ---¡Á ver, compañeros, un poco menos de bochinche, que esto no es ningún -piringundín! - -Los ánimos se tranquilizaron momentáneamente. Reinaba en todos un -desasosiego, una nerviosidad desusada, y en la expectativa de -acontecimientos penosos mostrábanse irritables, como si anhelaran -precipitarlos ó provocar otros, prefiriéndolo todo á la zozobra en que -necesariamente tenían que estar largas horas todavía. - -Pero el más desasosegado, el más nervioso, el más irritable era -el mismo Viera, que no podía estarse un segundo quieto. Conocía -afortunadamente su estado y reprimía sus ímpetus, siempre á punto de -estallar, contestando con monosílabos hasta al mismo doctor Pérez y -Cueto, sintiendo unas ansias que le subían del corazón á la garganta -y le cortaban la respiración. ¿Qué era aquello? ¿Por qué no llegaban -los correligionarios de la campaña? Y no pudo de pronto contener su -impaciencia y se quedó en la puerta del comité, golpeando el suelo -con el pie, pálido, casi trémulo, mirando con ojos devoradores á uno -y otro lado, como si quisiera atraer con la mirada los esperados -grupos de jinetes. Pero la calle polvorienta abrasada por un sol de -fuego, aunque ya estuviesen en el final del mes de Marzo, barrida de -vez en cuando por una racha ardiente como salida de un horno, estaba -desierta, completa, implacablemente desierta, y sobre ella se cernía -el sepulcral silencio de los días de elecciones en que las mujeres -se encierran á rezar apenas salen su padre, su marido ó su hijo, en -dirección al comité ó al atrio, y en que la mayoría de los hombres, por -no hacer que recen de miedo sus mujeres, sus hijas ó sus madres, se -encierran con ellas, no porque teman los tumultos con tiros y tajos, -sino simplemente por compasión hacia las desgraciadas, y por no -darlas tan pésimo rato. También, si así no fuera, ¿cómo podría haber -gobiernos electores, y de qué tendría el pueblo que quejarse, y con qué -entretenerse leyendo diarios? - -Pero, el rostro de Viera se iluminó de pronto: por una bocacalle, -allá lejos, al extremo del pueblo, aparecía envuelto en densa nube de -polvo un pelotón de jinetes que avanzaba al trotecito, en formación -casi correcta, de á cinco en fondo. Y no pudo contener una jubilosa -exclamación: - ---¡Ahí vienen! - -Todos se precipitaron á la puerta, y el comité quedó un momento -silencioso. Pero ¡ay! cuando era más intensa y segura la esperanza, la -cabalgata volvió una esquina y desapareció dejando tras sí, como único -consuelo, flotante gasa de polvo que una racha desvaneció por fin. - ---Es la pionada del saladero,--dijo un paisano. - ---Ésos van con los carneros,--murmuró desalentado otro del grupo. - -La zozobra de Viera era ya un nudo que le cerraba la garganta hasta -sofocarlo. Entró bruscamente al comité, y para disipar su horrible -ansiedad, encaróse con una rueda de electores que, más atrevidos ó más -hambrientos que los demás, habían aprovechado la general distracción -apoderándose de una gran tajada de asado que devoraban, cortando los -jugosos bocados á raíz de los labios con los cuchillos como navajas de -afeitar. - ---¡Se necesita ser aprovechadores!--exclamó colérico.--¿No les da -vergüenza ponerse á comer solos sin que nadie les haya dicho nada, para -meter desorden? - ---Es la picana, don Viera,--contestó con aire socarrón y falsamente -humilde el paisanito á quien el negro Urquiza llamara «guacho». - ---Sí, ¡conque te agarrás el mejor pedazo, y todavía lo decís! Sos más -madrugador que la lechuza, que no duerme de noche. - -Pero este pequeño desahogo, que no podía ir más lejos, no fué parte á -tranquilizarlo. Sufría tanto como el general á quien se le ha confiado -una nación entera, y ve perdida, irremisiblemente perdida la batalla -final. Y para distraerse, trató de dominar su angustia y conversar -con el doctor Pérez y Cueto, preocupadísimo también, que desde hacía -rato murmuraba quién sabe qué filípicas, sazonadas con los términos -más groseros de su repertorio peninsular, como si de tanto trueno -pudiera salir la tormenta salvadora. Y, en voz baja, comentaron la -inexplicable tardanza de Gómez, que debía ir con sus puesteros, peonada -y esquiladores, la de García, salido la noche antes de los confines del -partido con gran copia de paisanos resueltos, el silencio de Méndez, -que debía haber llegado aquella madrugada á la cabeza de los seis ó -siete caudillejos que, junto con sus respectivos hombres, determinaron -concentrarse antes de salir el sol en la pulpería de Laucha, y la de -Soria, que había prometido ir temprano con los indios de la tribu de -Curá, una veintena de electores tan inconscientes cuanto serviciales. - -La ansiedad había cundido; formábanse varios corros, para deshacerse -y formarse de nuevo algo más lejos, y las caras comenzaban á expresar -otra cosa muy distinta del entusiasmo. Ya no se hablaba en voz alta, -ni nadie salía al almacén á continuar las matutinas libaciones. Eran -los mismos treinta y tantos que se habían reunido allí muy de mañana, -para estar bien al corriente de todo, en primer lugar, y para no tener -que cruzar las calles cuando se alborotara el cotarro sobre todo. -No se había agregado un solo ciudadano más, ya eran las ocho, y las -esperanzas con tanto entusiasmo expresadas y exageradas la noche antes -allí mismo, iban desvaneciéndose una tras otra, tan vertiginosamente -como las nubes con el pampero sucio... - -Al ver á Viera conversando con el doctor, Silvestre primero, Lobera -después, Pancho, Pedrín, Tortorano, Troncoso, y hasta el mismo -Urquiza, husmeando conciliábulo, formaron rueda alrededor. ¿Cómo -ocultar, entonces, el sobresalto y la angustia, si el mismo sobresalto -y la misma angustia se habían apoderado de todo el mundo? Viera lo -comprendió, é hizo esfuerzos por infundir á los otros una tranquilidad -que no tenía, y por sostener en ellos las últimas y mal abrigadas -ilusiones. - ---¡No se ha perdido todo!--repetía.--Han de venir, han de venir. -Aguardemos, y entre tanto vamos á votar los que estamos aquí, para no -perder el turno, porque las ocho están al caer... - -El furioso galope de un caballo lo interrumpió. Habíase oído desde -lejos, porque en el comité reinaba un vago silencio de expectativa -ansiosa. El redoble de las patas del animal en el piso duro de la -calle fué acercándose con creciente violencia, hubo una sofrenada, -un resbalón en seco, el choque de unas botas con espuelas en las -piedras de la acera, y casi al mismo tiempo apareció Méndez, jadeante, -haciendo repicar las rodajas, con paso bamboleante de gaucho compadre, -medio civilizado á ratos, pero áspero y rudo, sobre todo en aquellas -circunstancias. Venía demudado. Y apenas se halló dentro del comité: - ---¡Canallas! ¡canallas!--exclamó entrecortadamente.--Mi han fusilao la -gente... ¡Canallas! - -Hízose un silencio seguido de un murmullo agitado y caluroso, y todos -los circunstantes rodearon á Méndez, acribillándolo á preguntas. - ---Dejemén hablar; si les voy á contar todo. ¡Pero, qué canallas -asesinos! Esta madrugada salimos perfetamente de lo de Césperes, -p'a cair al pueblo tempranito. Éramos unos ciento veinte, todos los -que estaban en el campo, y un redepente, al enfrentar la alamera de -la estancia de Carballo,--veníamos al tranquito,--unos que estaban -atrincheraus entre los árboles nos hicieron una descarga cerrada, -y antes de que nos pudiéramos dar cuenta, otra y otra, como juego -graniau. Y, es natural, la gente, asustada, se me alzó y disparó, de -balde traté de atajarla. Con el julepe ni siquiera atinaron á ver -quiénes nos estaban afusilando, y cuántos eran. ¡Claro! Casi ninguno -tráia más que facón... Yo hice juego con el revólver, pero me quedé -solo, y en cuanto vieron que se me habían acabau los tiros, se me -vinieron encima. Yo le clavé las espuelas al sotreta, disparé campo -ajuera, ¿qu'iba hacer? y estuve esperando de un pajonal, p'a aprovechar -venirme en cuanto se descuidasen, p'ávisarles á ustedes. - ---¿Y quiénes son, quiénes son?--preguntaron varios con la voz -ligeramente empañada por la emoción. - ---No sé, la gente no es del pago; tráida de otros partidos... - -La noticia cayó como una ducha helada, pues aunque se temiese ya alguna -hazaña oficialista, nunca se creyó que llegara á tanto la desenvoltura -de las autoridades, cuyo silencio de los días anteriores se había -tomado por una prueba de debilidad y una derrota antes de haber lucha. -En Pago Chico, como en el resto de la provincia, se fusilaba, pues, -á mansalva á la gente, y quien lo hacía era el mismo gobierno. Era -cosa más seria de lo que se había pensado, entonces; no se trataba -sólo de sostener refriegas en los atrios, sino de hallarse siquiera en -condiciones de llegar á ellos... Nadie las tuvo ya todas consigo, pues. - -Silvestre, exasperado, y al mismo tiempo curioso de saber lo que se -preparaba en las cercanías de la iglesia, preguntó á Viera, mientras -Méndez seguía explicando el terrible encuentro de aquella mañana: - ---¿Qué hacen en la plaza? ¿Han mandado algún bombero? - ---No, á nadie,--contestó el periodista. - ---Entonces voy yo de una carrera. - ---Mucho cuidado,--le gritó Viera, cuando Silvestre ponía el pie en la -calle. - -El desaliento fué subiendo de punto, casi hasta convertirse en pánico, -á medida que fueron llegando mensajeros con otras infaustas noticias. -La jugada hecha á Méndez se había repetido con Gómez, con García, con -Soria, con todos los que llevaban gente de diversos puntos del partido. -Sólo iban á engrosar los escasos elementos del comité, unos cuantos -dispersos, que llegaban de á uno y de á dos, todos á dar noticias -desesperantes, abultando los hechos, echando bravatas, mintiendo -hazañas, exagerando el número, el armamento y la ferocidad del enemigo, -que al fin y al cabo no quería matar sino ahuyentar electores por -iniciativa y consejo de Ferreiro. - ---¡Nos han fregau fiero, caracho!--exclamaba Méndez. - ---¡Es una vergüenza, una verdadera vergüenza!--decía Viera casi -llorando. - ---¿Y nos vamos á quedar así, como unos mánfios? ¡Nos habrán quitau -la gente, pero nosotros podemos quemarlos á balazos, canallas, hijos -de mil!... ¡Á ver, muchachos, á ver quién quiere hacer la pata ancha -conmigo: venga el que tenga huesos, y vamos á echarlos del atrio á -tiros! - -Parte de la gente, desde las primeras noticias, viendo la indecisión -de los jefes, había juzgado lo más oportuno comerse el asado y beberse -el vino; pero al resonar la palabra vehemente y furibunda de Méndez, -muchos habían acudido á hacerle corro, é iban enardeciéndose, ya -dispuestos á lanzarse á la calle y jugar el todo por el todo, cuando -Silvestre entró en el comité como una exhalación, y sin tomar aliento -comenzó á contar que el comisario Barraba con treinta vigilantes -armados á rémington ocupaba el frente del atrio y que tenía varias -carretillas al lado, llenas de municiones; que los «carneros», por su -parte, habían formado un cantón en las azoteas de la confitería de -Cármine armados también con rémingtons del gobierno, y dominando las -mesas colocadas en el atrio mismo, de tal modo, que podían fusilar á -mansalva á cuantos se acercaran al comicio. - -Era la derrota, la más completa é inmerecida de las derrotas. - -Sin embargo, Viera quiso luchar hasta lo último, tentar un esfuerzo -supremo, hacer de aquélla una cuestión de vida ó muerte para él -y para cuantos le habían acompañado hasta entonces en su cruzada -reivindicadora. - ---No, amigo, es al botón,--replicó Méndez, que había reaccionado, á -su proposición de ir á tomar las mesas por asalto.--Hace un ratito yo -mismo lo aconsejaba, y hubiera ido á sacarlos de allí por sorpresa. -Pero las cosas se han puesto muy distintas... ¿No ve que están -preparaus, y que l'único que vamos á sacar con estos cuatro gatos es -que nos maten como á perros? - ---¡Sería un sacrificio tan cruento cuanto inútil de sangre -generosa!--exclamó el doctor Pérez y Cueto con la voz más oratoria que -tenía.--¡Dejemos que obren los acontecimientos! ¡Tarde ó temprano, -ha de llegar la hora de la justicia! ¡Elevemos los corazones y -retemplemos el ánimo! ¡La patria nos mira, (_pausa corta_) y estos -contratiempos, estas iniquidades, mejor dicho, nos realzan á sus ojos, -en lugar de deprimirnos, como quisieran los enemigos de la libertad, -los asesinos del pueblo!... - -Todos apoyaron, y algunos dieron el ejemplo altamente filosófico de -hacer á mal tiempo buena cara, yendo á atacar el asado ya que no podían -comportarse lo mismo con las mesas electorales. El ejemplo fué seguido, -todos se pusieron á comer, y del silencio sepulcral que reinaba en el -comité desde las primeras desastrosas noticias, fué pasándose poco á -poco á la animación y la alegría, gracias á las frecuentes y abundantes -libaciones, y para justificar una vez más el refrán criollo de «Barriga -llena, corazón contento». - -Pero los caudillos, como que eran los que más perdían, formaban grupo -aparte, mustios y cariacontecidos, cerca de la puerta, comiendo -melancólicamente, cuando vieron con sorpresa presentarse al mismo D. -Ignacio en persona, á pesar de la ruidosa separación del comité y del -fuego resuelto que había hecho contra su mesa directiva. Lo dejaron -acercarse sin decir palabra, aguardando á ver por dónde comenzaba. - ---Vengo á acompañarlos en la derrota, y no hubiera venido en caso de -triunfo,--dijo dirigiéndose á Viera.--En cuanto vi las fuerzas que -hay en la plaza y el cantón de la azotea de Cármine, comprendí que -los habían fregao... ¡Es una infamia!... Pero todavía puede haber -remedio... ¿Han hecho protesta ante escribano? - ---No,--contestó simplemente Viera. - ---¡Pero hombre! ¡si es lo primero que hay que hacer! Bien me parecía -que se habían descuidau. En estas cosas hay que tener un poco de -prática, como les he dicho tantas veces. Si no se hace la protesta -¿cómo quieren pedir luego la anulación de las elecciones? Vamos, vamos -á buscar al escribano para que la redate inmediatamente. - ---¡Y de qué nos va á servir eso, si no hay justicia, si la protesta y -nada todo es uno!--exclamó Silvestre.--Acuerdesé, don Inacio, de todas -las que hemos hecho hasta hoy, y digamé cuál es la que no ha ido á -parar á la basura... Si nos hubieran dejado votar habríamos ganado, no -hay duda; pero entonces hubieran protestado los carneros, y como los -jueces son suyos, la Corte hubiera anulado la eleción. No hay remedio, -no hay más remedio que hacer una revolución, pero una gorda, y colgar -á toda la canalla de los faroles, porque á ésos hay que matarlos ó -dejarlos. - ---Nunca está de más la protesta,--insistió don Ignacio.--Quién sabe qué -vueltas van á dar las cosas, y nunca es malo estar prevenidos. - ---Además, no cuesta nada hacerla, y siempre será un documento que -atestigüe la felonía de nuestros enemigos, una página realmente -ignominiosa de su historia,--apoyó el doctor Pérez y Cueto. - -Los demás estuvieron por la afirmativa, y los principales, Viera, D. -Ignacio, el doctor, Silvestre, y cuatro ó cinco más salieron para ir á -buscar al escribano. Y la protesta se hizo, para aumentar el número de -las protestas legalizadas de aquel tiempo, que reunidas en un legajo -formarían una montaña de pequeñas inmundicias. El escribano Martínez -no dejó de vacilar ante la exigencia de los cívicos. Aunque su función -era ineludible, temía las iras oficiales, la posible venganza de los -amos del poder, y sólo comenzó á escribir el documento cuando vió que -los electores burlados comenzaban á irritarse, y que, por huir de un -peligro futuro, iba á caer en uno inminente y contundente... Aún puede -verse,--si es que el documento no ha desaparecido, si alguna interesada -mano no lo destruyó en La Plata, donde fué á golpear las puertas de la -sorda justicia,--que está escrito con mano temblorosa, lleno también -de borrones que la trémula pluma dejó caer aquí y allí, atestiguando -el grande, el inmenso respeto del tabelión hacia las autoridades -constituidas y su anhelo de no ver perturbado el orden, sobre todo -cuando el desorden podía envolver y arrastrar á su dignísima persona... - -Entre tanto, en el comicio funcionaban las mesas bajo la exclusiva -dirección del escribano Ferreiro, que hacía copiar los registros y -poner en las urnas una boleta por cada nombre que se sacaba de las -listas de padrón y se ponía en las actas. - -Defendidos contra toda posible asechanza por las fuerzas del comisario -Barraba estratégicamente dispuestas frente á la iglesia, y por los -correligionarios armados á rémington acantonados en los altos de la -confitería de Cármine, los escrutadores realizaban su patriótica tarea -con toda tranquilidad, fuertes en su derecho y su deber. Desde que -tuvieron por seguro que no se presentarían ni siquiera los fiscales -cívicos, y que el resultado de los ataques á los electores de la -campaña había sido excelente, se pusieron con júbilo á la tarea, -copiando nombres y depositando boletas según las instrucciones de -Ferreiro, es decir, alternando entre una y otra lista de las dos -oficiales, de tal modo que al fin resultaran electos D. Domingo Luna -y el gran Bermúdez, como era invencible deseo de este prohombre -pagochiquense. - -No se había asustado mayormente Ferreiro de sus amenazas, pero -consideró que era mejor no provocar una disidencia en circunstancias -tales como las que estaban atravesando, tanto más cuanto que Bermúdez -podía servirle como instrumento, afinadísimo gracias á su misma -inutilidad personal: lo llevaría de las narices á donde quisiera. - -En el comicio reinaba pues la calma más absoluta, y los pocos votantes -que en grupos llegaban de vez en cuando del comité de la provincia, -eran recibidos y dirigidos por Ferreiro, que los distribuía en las -tres mesas para que depositaran su voto de acuerdo con las boletas -impresas que él mismo les daba al llegar al atrio. Los votantes, una -vez cumplido su deber cívico, se retiraban nuevamente al comité, para -cambiar de aspecto lo mejor posible, disfrazándose,--el disfraz solía -consistir en cambiar el pañuelo que llevaban al cuello, nada más,--y -volver diez minutos más tarde á votar otra vez como si fueran otros -ciudadanos en procura de genuína representación. - ---¡No sé p'a qué hacen incomodar á esa gente!--exclamó de pronto uno -de los escrutadores.--Además de incomodarse ellos nos incomodan á -nosotros, porque nos hacen perder tiempo: la mayor parte ni siquiera -sabe con qué nombre debe votar. Lo mejor es seguir copiando derecho -viejo del padrón, sin tanta historia. - ---Tiene razón, amigo,--exclamó Ferreiro,--tiene mucha razón. Voy á dar -orden de que no vengan más. - -Y desde ese momento cesó la procesión de comparsas hecha á modo -de los desfiles de teatro en que los que salen por una puerta -entran en seguida por la otra, después de cambiar de sombrero ó de -quitarse la barba postiza. Los escrutadores pudieron entonces copiar -descansadamente el padrón, y así lo hicieron hasta la hora de almorzar. - -El almuerzo les fué llevado de la fonda, pues el comité, descontando -ya el indudable triunfo, había querido obsequiarles con todo lo mejor -que podía obtenerse en Pago Chico en materia de cocina francesa -confeccionada con grasa de vaca. - -Por la tarde, á la hora en que debía cerrarse el comicio, del comité -provincial salieron estrepitosas notas musicales, en la calle frente -á la puerta comenzó á funcionar el infaltable mortero municipal -dirigido por D. Máximo en persona, estallaron las bombas de estruendo -en el aire caldeado por un día bochornoso de sol, y los paisanos -desarrapados, llevados de todas partes para las elecciones, formaron -un grupo, abigarrado y maloliente, que con la banda de Castellone á la -cabeza recorrió el pueblo dando vivas al partido provincial y mueras -á los cívicos, atestiguando de aquel modo el indiscutible triunfo del -oficialismo, las inmensas simpatías de que gozaban las autoridades -locales que el pueblo por nada quería cambiar, y la impotencia de -los cuatro locos que se arrogaban la representación política de ese -mismo pueblo, unánime como tabla, sin embargo, para hacer creer á -los inexpertos que de veras había una oposición en Pago Chico, donde -á lo único que las personas sensatas hacían la guerra, era á los -perturbadores que bajo la careta del patriotismo querían trastornarlo -todo, por aquello de que á río revuelto ganancia de pescadores... - -Así por lo menos lo dijo al día siguiente el diario oficial, llenando -al pasar de improperios á todos cuantos habían intentado sacudir el -yugo. - -Viera, entre tanto, sentado á la puerta de su casa, oía todo aquel -innoble regocijo, en el abatimiento provocado por la continuada -tensión nerviosa de aquel día, en el que desarrolló más esfuerzo del -necesario para realizar alguna obra hercúlea, como la higienización -de las caballerías de Augías, por ejemplo... Confusas imágenes, vagos -sueños de evangelización y sacrificio cruzaban por su mente, sentía un -nudo en la garganta, una opresión en el pecho, é incapaz de sintetizar -después del análisis, de obrar basándose en la triste experiencia, sólo -acertaba á balbucir: - ---¡Será posible! ¡Será posible! - -Y como en esta fórmula vaga se materializaba su ideal, su ¡será -posible! era protesta, programa y credo,--lo más puro, y por lo mismo -lo más inmaterial, imponderable, sublime... - -Buscó largo rato lo que había de hacer... Todo se le presentaba -impreciso. No podía resolverse á nada. No sabía. Entonces, en pleno -reino de lo abstracto, sólo atinó á buscar su abstracción espiritual y -sentimental más alta: - -Se fué á ver á su novia. - - - - - LADRILLO DE MÁQUINA - - -La llamada «crisis de progreso» llegó hasta Pago Chico, provocando una -especulación en tierras, bastante grande en relación á la importancia -del pueblo. - -La villa, hoy con honores nominales de «ciudad», cambió rápidamente -de aspecto; pero la liquidación final de la aventura dejó á la mitad -de los habitantes en la calle, cuando, después del 89, los pesos -comenzaron á andar á caballo ó á esconderse como los peludos. - -Pero, antes de esta semi-catástrofe, no pasaba domingo ni día de fiesta -sin diez ó doce remates de solares, quintas y chacras, y un terreno -cualquiera solía tener en un solo mes cuatro ó cinco propietarios -sucesivos, dejando apreciable ganancia á todos los vendedores. - -Como consecuencia de esta embriaguez por el juego mal disimulado y de -la intermitente abundancia de dinero, cundía la edificación, no quedaba -prójimo sin amontonar ladrillos, levantábanse barrios enteros, y los -albañiles acudían de todas partes al olor del trabajo bien remunerado. - -Las «autoridades» de Pago Chico habían formado, naturalmente, sociedad -para la compra-venta de tierras, la adquisición por testaferros de -«sobrantes» municipales, tramitación y logro de «indemnizaciones» por -solares no ubicados, y otras operaciones no menos honestas y lucrativas. - -Estos negocios necesitan una rápida explicación, aunque no afecten al -fondo de la verídica historia que narramos. - -Ya se ha visto que el plano del pueblo estaba topográficamente muy mal -aplicado[2] y tanto que en medio de las manzanas, entre solar y solar, -quedaba á veces una fracción de terreno sin dueño: esta fracción era el -«sobrante». - -Como es muy de temer que esta explicación no se entienda, apelemos á -las rayas. Toda manzana pagochiquense era un cuadrilátero de ciento -cincuenta varas de lado, dividido cada uno en cuatro solares de treinta -y siete y media varas de frente por setenta y cinco de fondo, así: - - 37½ 37½ 37½ 37½ - A ━━━━━━━━━━━━━━━ B=150 varas - -Pero cuando, por mala demarcación, la línea resultaba de más de 150 -varas,--equivocados al situarse los puntos A y B,--era forzoso que -entre un solar y otro solar quedara una diferencia, posiblemente -ubicable en cualquier punto, pero ubicada siempre (por un resto de -pudor administrativo) entre solar y solar. - - 37½ 37½ 37½ 37½ - A ━━━━━━━━━━━━━━━ B=165 varas - -Las quince varas de diferencia--sobrante--eran adjudicadas al precio -primitivo de los solares, diez veces inferior al corriente--á la -persona que hacía la denuncia. Como ésta era siempre un hombre de -influencia, el sobrante se ubicaba donde más daño hacía, es decir -entre las dos propiedades más valiosas, siempre que no fueran de otro -influyente... Para no destrozar sus edificios, las víctimas pagaban -á peso de oro, un terreno que habían pagado ya, pero cuyo exceso de -superficie no ignoraban probablemente: á un engaño hay otro engaño, á -un pícaro, otro mayor, como afirma el proverbio. - -Este error topográfico, provocaba el inverso, que otro línea explicará, -sin más vueltas: - - 37½ 37½ 37½ 37½ - A ━━━━━━━━━━━━ B=112.50 varas - -En la «cuadra» faltaba un solar, aunque existiera ó pudiese forjarse -un título de propiedad. El dueño del título sin terreno, reclamaba -(naturalmente si era situacionista porque la reclamación no «cuajaba» -de otro modo) y como no era posible estirar la cuadra ni hacer parir -las varas, indemnizábasele con otro lote municipal, diez ó veinte -veces más valioso, en cualquier otra parte, y tanto mejor ubicado -cuanto mayor era la influencia del reclamante. ¡Estancias se obtuvieron -por este sistema! y si Ferreiro llegó á diputado fué sólo á costa de -muchos sobrantes y muchas indemnizaciones que supo aprovechar para sí, -indicar á otros ó repartir entre los «personajes» que le interesaban ó -podían serle útiles al día siguiente, y esto fuera de las suculentas -«comisiones» con que sabía untar la mano de los empleados municipales, -de intendente abajo. Como que hasta don Máximo recibía infaliblemente -su propina. - -Esto hubiera bastado á cualquier gobierno aprovechador. - -Pero, deseosos de ensanchar su campo de acción, los señores del pueblo -resolvieron un buen día dedicarse también á la industria y establecer -una fábrica de «ladrillo de máquina» que había de darles resultados -estupendos.--Asistamos á la reunión en que quedaron sentadas las bases -de la empresa. - -Celébrase ésta en casa del juez de Paz D. Pedro Machado, con asistencia -del intendente Municipal D. Domingo Luna, del comisario Barraba, del -doctor Carbonero y del famoso escribano Ferreiro, cuyas fechorías -habían de conducirlo más tarde á ser todo un personaje provincial y -hasta nacional, como veremos más adelante, porque es cierto aquello de -que «todo se andará si el palito no se quiebra». - -Es de noche. Ronco son hace del mar la resaca... - -Una chinita desarrapada, ceba y acarrea el mate amargo, y en la mesa -del comedor, como adorno característico, se alza un porrón de ginebra -rodeado de copas. - -Machado, masticando el pucho de cigarro negro, expone con vehemencia -lo lucrativo que á su parecer resultará el negocio, las ventajas que -reportará á los asociados, las grandes cantidades de ladrillo que se -podrán producir y vender... - ---Nos ganaríamos una punt'e pesos; pero hay och'hornos en el pueblo y -nos van á hacer la competencia... Para hacernos la guerra son capaces -de vender perdiendo, y nosotros también tendremos que perder. Nos -sacarían la chicha y eso no nos hace cuenta... - -Largo rato se debatió la cuestión, entróles miedo á los presuntos -fabricantes, y ya iban á abandonar la empresa por demasiado aleatoria, -cuando el escribano ladino, que había estado meditando sin tomar parte -en la discusión, electrizó de nuevo á sus socios y discípulos de -siempre con una idea genial que cortaba el nudo gordiano: - ---¿Cuánto tiempo tardará en instalarse completamente la fábrica y poder -trabajar?--preguntó á don Domingo Luna, el más interiorizado en el -asunto. - ---Seis meses. - ---¿Y para que venga la maquinaria de Europa? - ---Mes y medio, cuando mucho, si la pedimos por telégrafo. - ---Entonces... entonces ¡hay que prohibir la edificación por un año!... - -Todos se levantaron como movidos por un resorte, lanzando suspiros -y exclamaciones de satisfacción. Á nadie se le ocurrió objetar -que aquello podría ser arbitrario: ninguno de ellos gobernaba con -semejantes escrúpulos. Barraba palmoteó á Ferreiro en el hombro. -Machado se echó al coleto, con los ojos brillantes de codicia, una -copa de ginebra; el doctor Carbonero se restregó las manos, alzando y -levantando la cabeza sonriente, y D. Domingo hizo un movimiento tan -brusco é intempestivo que derramó el mate sobre los guiñapos de la -china cebadora. - -El plan de Ferreiro era muy sencillo: - -Como la delineación del pueblo había sido pésima desde un -principio, y como los improvisados «ingenieros»--ni agrimensores -siquiera,--municipales habían hecho las calles en forma de dientes de -sierra, como si sólo trabajaran beodos, nada más natural que presentar -al concejo y hacerle aprobar una ordenanza prohibiendo la edificación -mientras no se trazara el nuevo, definitivo y esta vez matemático plano -de la futura ciudad. - -Entre tanto, podría instalarse tranquilamente la fábríca; los horneros, -presuntos competidores, «reventarían» por falta de trabajo, y ya libres -de temores y al abrigo de toda contingencia, comenzarían á producir -«ladrillo de máquina», iniciando la «era del ladrillo de máquina», -demarcadora de un nuevo y colosal progreso pagochiquense. - -Y así se hizo, como se dijo. - -Los horneros fueron emigrando poco á poco; la maquinaria llegó; la -fabricación inicióse con un resultado desastroso, porque nadie entendía -aquellos complicados aparatos tragadores de barro, estiércol y paja; -(la casa europea había aprovechado la coyuntura para deshacerse de un -viejo «clavo» únicamente bueno para Sud América ú otro país bárbaro); -gritó _La Pampa_; comentó el pueblo aquel escándalo, y protestó de él -enviando anónimos al gobernador y á los periódicos de la capital... -Y cuando, después de encontrar obreros diestros en Buenos Aires, -comenzaron á levantarse altas pirámides de ladrillos tersos y rojos, -como diciendo «compradme», Ferreiro se encaró cierto día con «el digno -y progresista intendente de Pago Chico», según _El Justiciero_. - ---¡Hombre, don Domingo! ¡Se me acaba de ocurrir una cosa! - ---¡Vamos á ver qué se le ocurre!--exclamó Luna.--Estoy á su servicio. - ---Que usted me podría comprar las acciones de la fábrica de ladrillos. - ---¡Qué! ¿Ya no le gusta el negocio? - ---¡Al contrario! ¡Me gusta de alma! Pero, ando un poco necesitado -de plata para completar lo que me cuesta una chacrita que acabo de -comprar, y naturalmente, ¡no voy á vender las acciones á algún extraño -que vaya á meter las narices en nuestros asuntos!... - ---¡Pues, natural! ¿Y, cuánto quiere? - ---Entre nosotros no podemos ser exigentes, ni pensar en ganancias. Se -las doy por lo que me costaron. - ---¡Arreglao!--exclamó el otro muy satisfecho. - -Cobró el uno, pagó el otro, y el escribano quedó fuera de la sociedad -anónima de los ladrillos de máquina. - -Véase ahora la tontería de Ferreiro: - -Un mes más tarde producíase la catástrofe financiera en que hasta los -obreros desaparecieron del país, porque el metal valía cuatro veces -más que su valor fiduciario, y D. Domingo Luna, hecho un puerco espín, -exclamaba: - ---¡Á este Ferreiro no hay por donde agarrarlo! ¡Mi ha fregao lindo!... -¡Y decir que p'a esto largué la ordenanza de la prohibición que inventó -el muy canalla, aguantando los chaguarazos de los diarios, y todo! -¡Pucha con el hombre!... ¡Si quisiera ser mi socio, pero no á mañas -libres, sino derecho viejo! ¡La pucha con el platal que díbamos á -hacer!... - -Una vez se atrevió á increpar al escribano, quien, sonriéndose, le dijo: - ---Mire, viejo: yo no he perdido un real en esta crisis. Al contrario, -estoy más rico que antes. Y ¿sabe por qué?... Porque en la especulación -es como en el juego de la brasa: el que se queda con ella, al último, -es el que se quema, como el último mono es el que se ahoga. - ---Pero, yo soy su amigo, don... - ---En la especulación, lo mismo que en el juego no hay amigos, sino -enemigos. Pero, pierda cuidado: la bromita le cuesta muy poco, al -fin y al cabo, y aquí estoy yo para hacer que se desquite. Compre -certificados del Banco de la Provincia: yo sé lo que le digo. Dentro de -pocos meses habrá duplicado ó triplicado el capital. - -Y fué, en efecto, un gran negocio para D. Domingo, quien perdonó -gustoso en vista de ello que lo hubieran hecho comulgar con los -malhadados ladrillos de máquina... - - - NOTAS: - -[2] Véase «El juez de paz», pág. 51. - - - - - BENEFICENCIA PAGOCHIQUENSE - - -De las dos sociedades de beneficencia formadas por señoras que había -en Pago Chico, la más reciente era la de las «Hermanas de los Pobres», -fundada bajo los auspicios de la augusta y respetable logia «Hijos de -Hirám» que le prestaba toda su cooperación. La primera en fecha era -la sociedad «Damas de Beneficencia», naturalmente ultra católica y -archiaristocrática, como se puede--¡y vaya si se puede!--serlo en Pago -Chico. - -Las «Hermanas de los Pobres» se instituyeron «para llenar un vacío» -según dijo _La Pampa_, y la verdad es que en un principio hicieron gran -acopio de ropas y artículos de utilidad, cuyo reparto se practicó no -sin acierto entre pobres de veras, sin distinción de nacionalidades, -religiones ni otras pequeñeces. Distribuían también un poco de dinero, -prefiriendo sin embargo, socorrer á los indigentes con alimentos -y objetos dándoles vales para carnicerías, lecherías, panaderías, -boticas,--todas de masones comprometidos á hacer una importante rebaja. -La sociedad prosperó con gran detrimento de la otra, que ni tenía -su actividad ni usaba de los mismos medios de acción, ni aprovechaba -útilmente sus recursos. Se hablaba muy mal de esta última. «Las Damas -de Beneficencia» no servían ni para Dios ni para el Diablo según la -opinión general. Es decir, esa opinión estaba conteste en que servía, -pero no á las viudas, ni á los huérfanos, ni á los pobres, ni á los -inválidos y enfermos, sino á su digna presidenta misia Gertrudis, -la esposa del tesorero municipal, quien hallaba medio de ayudarse á -sí misma, no ayudando á los demás, con los recursos que le llovían -de todas partes. Pero, eso sí, la contabilidad de la asociación era -llevada «secundum arte», limpia y con buena letra, como que de ello -cuidaba el mismo tesorero, esposo fiel y servicial. - -Tendrían ó no tendrían razón de ser las hablillas circulantes, -viviría ó no viviría misia Gertrudis de lo que se daba--con bastante -generosidad--para los pobres; esquilmaría ó no esquilmaría el óbolo -común; el hecho es que estrenaba anualmente dos ó tres vestidos de seda -que hacían poner rojas y verdes y amarillas de envidia á la comisaría, -á la valuadora, á la misma intendenta; que de cuando en cuando, -compraba un nuevo solarcito en las afueras del pueblo; que en su casa -no faltaba nunca una copa de oporto de regular arriba, para obsequiar -las visitas de cierta distinción, y que no se comía mal ni mucho menos -en los almuerzos que ella y el tesorero daban á sus amigos, enemigos -más bien. - -Porque si no nos equivocamos, en todo el pueblo no había una persona -que no hablara pestes de la tesoreril pareja, hasta entre las que más -la festejaban. Claro está, entonces, que «la calumnia fué creciendo, -fué creciendo» y no tardó mucho en llegar á los propios oídos de la -mismísima misia Gertrudis, en alas de la voz pública representada esta -vez por una vieja pagochiquense, infatigable en la tarea de llevar y -traer chismes y habladurías. Doña Dolores, enemiga á muerte de misia -Gertrudis la despellejaba implacablemente, pero fingía ser su amiga, y -hasta puede que lo fuera en el instante en que conversaba con ella. - -Un día, pues, no resistió al deseo imperioso de contar á la interesada -cuanto se decía en el pueblo, unas veces en voz baja, otras veces á -gritos. - ---Usted que es una señora decente, esposa nada menos que del tesorero -municipal, no debe dejar que hablen esas cosas de usted, y darles una -lección. - -Misia Gertrudis la escuchaba furiosa, no interrumpiéndola sino con -dicterios dirigidos indistintamente á todos los notables de Pago Chico. -La presidenta no dejó de rabiar desde entonces. Loca de ira y de -indignación llegó hasta jurar que presentaría su renuncia--cuya sola -enunciación la hacía estremecer--y declaraba á voz en cuello que lo -único que no podía soportar era la ingratitud, la injusticia de que se -la hacía víctima inmaculada y dolorosa. - ---¡Calumniarme á mí, á mí!... ¡Á ver si hay una sola de esas hijas de -una... tal por cual, que sea capaz de «alministrar» tan bien como yo! -¡Que vengan, que vengan á esaminar mis libros!... - -Y ostentaba los modelos de caligrafía pacientemente ejecutados por -su marido; pero allá en el fondo, su conciencia hacía un balance que -nunca se habría atrevido á presentar, ni á esas ni á otras damas -cualesquiera, y le imponía la visión, como implacable libro diario, -de los kilos de carne, de yerba, de azúcar, de arroz, de fideos y los -litros de leche, de vino, de aguardiente, de aceite, de petróleo que -debía á los pobres. É imaginábase que entre ellos se erguía la figura -odiosa y acusadora de su colega la presidenta de las «Hermanas de los -Pobres», esa «masona» que solamente por vil espíritu sectario, por -hacer daño á la iglesia y á los católicos y á Dios mismo, llevaba sus -libros peor escritos sí, pero con arreglo á la verdad. - -Una mañana mister Kitcher, el acopiador de frutos del país, un inglés -que nunca se ocupó de saber lo que ocurría en el pueblo, le envió un -donativo de bastante importancia para el objeto, sin sospechar que -aquel dinero pudiera extraviarse antes de llegar á su verdadero destino. - -Misia Gertrudis había notado aquel día, no sin pena, que el bolsón de -terciopelo cerrado por un cordón de seda, en que guardaba «aparte» el -dinero de los pobres, estaba completamente vacío, sin el más mínimo -resto de limosna. Es de imaginar, pues, con cuánta satisfacción recibió -la de mister Kitcher, y el buen humor con que se hubiera puesto á coser -la bata--que proyectaba lucir en la próxima función que á beneficio -de la sociedad iba á dar en el circo la compañía acrobática, del -celebérrimo Tomate IV--si hubiera podido apartar de la imaginación el -recuerdo de las comprometedoras hablillas y el encono cada vez mayor -que sentía hacia las «Hermanas de los Pobres», sobre quienes hacía -llover las maldiciones de más grueso calibre. Así es que apenas se -sentó y sin advertirlo, se puso á murmurar dicterias enardeciéndose -cada vez con el propio rumor y la propia ponzoña de sus rezongos. - ---Aquí le manda esto el sastre,--díjole la chinita Petrona, cuando -apenas había dado dos puntadas. - -Era la cuenta de una compostura de ropa de su marido y del arreglo de -la levita negra para el «Tedéum» del nueve. - ---Á ver, dame... ¡Ah, sí, ya sé!--exclamó misia Gertrudis, -tomando el papel que Petrona le presentaba y devolviéndoselo acto -continuo.--Decile que vuelva el sábado... Ahora estoy muy ocupada. - -Pero en ese instante recordó la ofrenda de mister Kitcher, cuyo dinero -tenía aún en el bolsillo, é iluminada por súbita inspiración--¡lo -que puede la costumbre!--bolsiquió por la manera, asió el bolsón de -terciopelo, é inmovilizó á la chinita que ya iba á salir, gritándole: - ---Esperáte. - -Muy grave, con una gravedad que imponía como siempre, respeto, añadió: - ---No le digas nada. Tomá.... - -Y sacando los cuatro pesos que importaba la cuenta, los dió á Petrona -que corrió á entregárselas al cobrador del sastre,--mientras la -señora, reanudando el hilo de sus pensamientos y el curso de sus -imprecaciones murmuraba indignadísima entre dientes: - ---¡Pícaras!--¡Sinvergüenzas!--sospechar de que robo, yo, ¡¡yo!! -Quisiera que estuvieran un momento en mi lugar, para ver las cochinadas -que harían... - -Pero se arrepintió de haber invocado tan peligrosos testigos, y, -paseando la mirada recelosa por el cuarto, tanteóse el vestido, á -ver si el bolsón de terciopelo continuaba en su sitio para seguir -socorriendo á pobres acreedores. - - - - - PONCHO DE VERANO - - -Desde meses atrás no se hablaba en Pago Chico sino de los robos de -hacienda, las cuatrerías más ó menos importantes, desde un animalito -hasta un rodeo entero, de que eran víctima todos los criadores del -partido, salvo, naturalmente, los que formaban parte del gobierno de la -comuna, los bien colocados en la política oficial, y los secuaces más -en evidencia de unos y otros. - -La célebre botica de Silvestre era, como es lógico, el centro obligado -de todo el comentario, ardoroso é indignado si los hay, pues ya no se -trataba únicamente de principios patrióticos: entraba en juego y de -mala manera, el bolsillo de cada cual. - -Por la tarde y por la noche toda la «oposición» desfilaba frente á -los globos de colores del escaparate y de la reluciente balanza del -mostrador, para ir á la trastienda á echar su cuarto á espadas con el -fogoso farmacéutico, acerca de los sucesos del día. - ---Á don Melitón le robaron anoche, de junto á las mismas casas, un -padrillo fino, cortando tres alambrados. - ---Á Méndez le llevaron una puntita de cincuenta ovejas lincon. - ---Fernández se encontró esta mañana con quince novillos menos, en la -tropa que estaba preparando. - ---El comisario Barraba salió de madrugada con dos vigilantes y el cabo, -á hacer una recorrida... - -Aquí estallaban risas sofocadas, expresivos encogimientos de hombros, -guiños maliciosos y acusadores. - ---Él mismo ha'e ser el jefe de la cuadrilla--murmuraba Silvestre, -afectando frialdad. - ---¡Hum!--apoyaba Viera, el director de _La Pampa_, meneando la cabeza -con desaliento.--Cosas peores se han visto, y él no es muy trigo limpio -que digamos... - ---¡Él!--gritaba don Inacio, caudillo opositor... todavía.--Es un peine -que ni caspa deja. ¡Y cómo está pelechando el hombre! No hace mucho -se compró la casa en que vive; áura ha alquirido una quinta junto al -arroyo... ¿De ande saca p'a tanta misa? Negocios no se le conocen, la -suvención de la municipalidá no es cosa, y los cinco ó seis vigilantes -que se come y no aparecen más que en las planillas, no dan p'a esos -milagros... ¡Él ha de mojar no más en los a-bi-ge-á-tos! - -Los otros grupos de independientes y opositores, explanaban el mismo -tema y compartían la misma opinión: el gran cuatrero, pudiera ó no -pudiera probársele, era indudablemente el comisario Barraba, quién -sabe si con la complicidad de otros funcionarios, pero, en cualquier -caso, con su tolerancia... «La corrupción del poder--como decía _La -Pampa_--es tan contagiosa, que cuando invade á un cuerpo, no deja un -solo miembro libre, y luego sigue trasmitiéndose al rededor, de tal -manera, que todos vienen á quedar infestados, si se descuidan.» - ---Así te diera yo á vos alguna coima, y veríamos--refunfuñaba el señor -comisario, para sus grandes bigotes. - -Entre tanto, el escándalo y la indignación pública iban subiendo de -punto. Ya no era únicamente _La Pampa_ la que revelaba y condenaba los -robos de hacienda, pintando á Pago Chico como una cueva de ladrones; -los periódicos de la capital, informados por parte interesada, -comenzaron también á poner el grito en el cielo, espantados de que -tales cosas ocurrieran en «la primera provincia argentina», mientras -el gobierno, llamado á velar por los intereses generales, se hacía -el sueco al clamor creciente de los despojados, convirtiéndose en -encubridor y fomentador de bandoleros. - -Aunque la superioridad continuara sin inmutarse, sorda como una tapia y -muda como una piedra, Barraba comenzó á sentir sus recelos... - ---¡Hay que hacer algo!--se decía, multiplicando sus inútiles salidas -en persecución de cuatreros y vagabundos, incomodado por las irónicas -sonrisas y los ademanes burlescos con que ya se le atrevían los vecinos -al verlo pasar... - ---Sí,--peroraba don Ignacio una noche en la botica,--cuatrero es -cualquiera, cuatreros somos todos, ¿cómo lo h'e negar? Los mismos -piones que tengo, mañana s'irán y me robarán hacienda; pero mientras -estén en mi casa no, porque les parecería demasiada ruinda. El vecino -roba al vecino en cuantito se mesturan los animales, ó á gatas tienen -ocasión. Roba el que pasa sin mal'intención por su campo, si tiene -hambre y está solo y le da gana de comerse una lengua'e vaca ó un lindo -asau de cordero... Le roba el paisano haragán que vive «con permiso» -en el ranchujo que alza en un rincón de su campo, y que con cuatro ó -cinco vacas tiene carne toda la vida, y con una majadita de cuarenta -ó cincuenta ovejas vende casi más lana y más cueros que usté... ¿Y -sabe p'a qué tiene animales? ¡Bah! ¡si le dan trabajo!... ¡tiene -p'al derecho á la marca y las señales con que se apropea de todo lo -orejano que le cai cerca!... Le roba el alcalde, que ya comienza á ser -autoridá, y no tiene miedo que lo castiguen... Y por lo consiguiente, -las demás autoridades... - ---¡Pero esto es Sierra Morena!--clamó el doctor Pérez y Cueto, -exagerando aún su acento español.--Y el gobierno de la provincia -debería... - ---Ya l'he dicho--interrumpió don Ignacio,--que el gobierno no tiene -coluna más fuerte que el cuatrero, ya sea de profesión, ya por pura -bolada de aficionau. Los cuatreros son sus primeros partidarios; ésos -son los que eligen los electores, los diputados, los municipales; ésos -son los que sostienen, junto con los vigilantes, á la autoridá del -pago, y de áhi el mismo gobierno. Y p'a pagarles, el gobierno los deja -vivir ¡es natural! En tiempo de eleción les hace dar plata, pero como -no puede estar dándoles el año entero, los contempla cuando comienzan -á robar otra vez... - -Todos apoyaron. El doctor Pérez y Cueto se había quedado meditabundo. -De pronto alzó la cabeza y dijo con énfasis, recalcando mucho las -palabras: - ---Esa especie de connaturalización con el cuatrerismo, que lo convierte -casi en una tendencia espontánea y general, debe tener y tiene sin duda -su explicación sociológica. Pero ¿cuál? ¿Será el atavismo? ¿Se tratará -en este caso de una reaparición, modificada ya, de los hábitos de los -conquistadores y primeros pobladores, acostumbrados á considerar suyo -cuanto les rodeaba, por el derecho de las armas y hasta por derecho -divino?... La herencia moral de este país, no es, indudablemente, ni el -respeto á la propiedad ni el amor al trabajo... - -Profundo silencio acogió estas palabras que nadie había comprendido -bien, y el doctor Pérez y Cueto, dió las buenas noches y salió, para -correr á repetírselas á Viera, deseoso de que no se perdiesen... - -Poco después entró en la trastienda Tortorano, el talabartero, -restregándose las manos y riendo, como portador de una noticia chistosa. - ---¿Qué hay? ¿Qué hay?--le preguntaron en coro. - ---¡Barraba ha salido con una partida, á recorrer!...--exclamó -Tortorano.--Y hace un rato gritaba en la confitería de Cármine que de -esta hecha no vuelve sin un cuatrero, ¡muerto ó vivo!... - -Todos se echaron á reir á carcajadas, festejando con chistes, -dicharachos y palabrotas la declaración del comisario... - -Y sin embargo, éste supo cumplir su palabra... - -Cuando ya regresaba, al amanecer, con las manos vacías--¿y á quién -tomar, en efecto, si no se tomaba á sí mismo?--después de haber -pernoctado en una estancia lejana, Barraba vió un hombre que se movía -á pie, en el campo, cargado con un bulto voluminoso y lejos de toda -habitación. El individuo iba hundiéndose en la niebla, todavía espesa, -de una hondonada, junto al arroyo medio oculto por las grandes matas -de cortadera. Barraba, entrando en sospechas, espoleó el caballo para -reunírsele. ¡Su buena estrella!... - -Cuando lo alcanzó no pudo ni quiso retener un sonoro terno, mitad de -cólera, mitad de alegría: - ---¡Ah, ca... nejo! ¡Al fin cáiste!... - -El hombre iba cargado con un hermoso costillar bien gordo y un cuero -de vaca recién desollado: iba sin duda á esconderlo en alguna cueva -de las barrancas del arroyo, pues, ya de día claro, no era prudente -andar con aquella carga, á vista y paciencia de quien acertara á pasar -por allí... Al oir el vozarrón del comisario que se le echaba encima -á rienda suelta, tiró cuero y costillar y trató de correr á ocultarse -entre un alto fachinal que allí cerca entretejía su impenetrable -espesura. Pero Barraba, más listo, le cortó el paso con una hábil -evolución. - ---¡Ah, eras vos!--exclamó al ver enfrente á Segundo, pobre paisano -viejo, cargado de familia, que se ganaba miserablemente la vida -haciendo pequeños trabajos sueltos.--¿Con qu'eras vos, indino, -canalla, hijuna!... ¡Tomá, tomá, sinvergüenza, ladrón, bandido! - -Y haciendo girar el caballo en estrecho círculo alrededor de Segundo, -descargóle una lluvia de rebencazos por la cabeza, por la espalda, por -el pecho, por la cara... Bañado en sangre, tembloroso y humilde, el -otro apenas atinaba á murmurar: - ---Señor comisario... Señor comisario... - -Los vigilantes se reunieron al turbulento grupo y quisieron «mojar» -también, dando algunos lazazos al matrero tomado infragante. Pero -Barraba, celoso de sus funciones de verdugo, los hizo apartar y siguió -azotando hasta que se le cansó, «más que la mano el rebenque». - -Segundo había quedado en tierra, y resollaba fuerte, angustiosamente, -pero sin quejarse. Tenía el cuerpo cruzado de rayas rojas en todas -direcciones, la mejilla derecha cortada por la lonja, y de las narices -le brotaba un caño de sangre... - ---¡Á ver! ¡Llevenló en ancas! Tenemos que llegar temprano p'a darles -una buena leción! ¡Lleven el cuero también!--gritó el comisario. - -Y apretando las piernas á su caballo enardecido por la brega, tomó á -todo galope en dirección á Pago Chico, que no estaba lejos ya. - -Segundo, bamboleándose en la grupa del caballo de un vigilante, con -una nube en los ojos, la cabeza trastornada y los miembros molidos, -balbucía: - ---¡Por la virgen santa!... ¡Por la virgen santa!... - -El agente, fastidiado por aquella dolorosa y continua letanía, volvióse -por fin colérico: - ---¿De qué te quejás? ¡Tenés lo que merecés y nada más! ¿Á qué andas -robando animales?... - -Segundo hizo un esfuerzo: - ---¡Era la primera vez,--murmuró,--la primerita! Encontré esa vaquillona -muerta... Mandinga me tentó... la «cuerié»... Pero es la primera vez, -por éstas...--y poniendo las manos en cruz, se las besaba... - ---¡Ya t'endenderás con el juez!... ¡Lo qu'es á mí, maní... No me vengás -con agachadas, ché! - -El sol comenzaba materialmente á rajar la tierra cuando llegaron á la -comisaría, bañados en sudor hombres y caballos. La naturaleza entera -parecía jadear bajo los rayos de plomo y el viento del norte, cargado -de arena y quemaba como el hálito de la boca de un horno. Las hojas -de los árboles, achicharradas, crujían al agitarse, como pedazos de -papel. Pago Chico entero estaba metido en su casa. El comisario, en la -oficina, se refrescaba con una pantalla, en mangas de camisa, tomando -mate amargo que asentaba con un traguito de ginebra, «p'al calor». -Había llegado mucho antes que su escolta, montada en inservibles -matungos patrias, más inservibles aún con aquella temperatura tórrida. - ---¡Ahí está el preso!--le anunció el asistente, cuadrándosele. - ---¡Bueno! ¡Que le pongan el cuero de poncho, y lo hagan pasear por la -plaza hasta nueva orden!--gritó Barraba. - -La plaza era, como es sabido, un inmenso terreno de dos manzanas, -sin un árbol, sin una planta, sin una matita de pasto, en que el sol -derramaba torrentes de fuego, como si quisiera convertir en ladrillo -aquella tierra plana é igual, desolada y estéril. - -El comisario salió en mangas de camisa, con el mate en la mano, á -presenciar el cumplimiento de su orden. - -El cuero, fresco y blando, fué desdoblado; con un cuchillo hízosele -en el centro un tajo de unos treinta y cinco centímetros de largo... -Segundo fué conducido al patio, donde se ejecutaba esta operación; -casi no podía tenerse en pie... Lo obligaron á meter la cabeza por el -boquete del cuero, y uno de los agentes alisó con cuidado los pliegues, -ajustándolos al cuerpo. - ---¡Lindo poncho fresco... de verano!--exclamó Barraba, chanceándose -alegre y amablemente. - -Los que estaban en el patio,--y sobre todo el escribiente Benito aquél -que «era más bruto que un par de botas»--festejaron el chiste del -superior, riendo con más ó menos estrépito... según la jerarquía. - -Segundo callaba, sin darse cuenta aún de lo que iba á suceder. Por -delante y por detrás, el improvisado poncho llegábale á los pies; á -ambos lados, partiendo de los hombros, se abría como una especie de -esclavina. - ---¡Bueno, marche!--mandó el comisario.--¡Y con centinela de vista! ¡Que -no se pare; y si se para, déle lazazo no más! - -El viejo salió tropezando, seguido por un vigilante. Cruzaron la calle, -entraron en la plaza y comenzó el paseo... En los primeros momentos, -las cosas no anduvieron demasiado mal. Uno que otro vecino, asomado por -casualidad, y viendo el insólito aspecto del hombre vestido con tan -extraño poncho, se apresuró á inquirir de qué se trataba. La noticia -cundió. Entreabriéronse puertas y ventanas, dejáronse ver cabezas de -hombres, mujeres y niños; un rato después comenzaron á formarse grupos -en las aceras con sombra, y á volar comentarios de unos á otros: - ---Es Segundo. - ---¡Pobre! ¿y qué ha hecho? - ---Parece que lo han pillau robando animales... - ---¿Él? ¡Bah! ¡no es capaz! - ---¡Un viejo infeliz! - ---¡Qué quiere, amigo! ¡La soga se corta por lo más delgao! - -Pago Chico entero no tardó en hallarse reunido alrededor de la plaza, -y el gentío era aún más numeroso que el día de la fracasada ascensión -del globo aerostático. No quedó un perro en su casa, y en el ámbito -asoleado zurría un zumbido de colmena. - -El paseo de Segundo continuaba hacía ya una hora. El desdichado intentó -detenerse una ó dos veces, pero el activo rebenque hizo desvanecer sus -ilusiones de descanso... El sudor corría por su rostro, mezclado con la -sangre coagulada que disolvía, flaqueábanle las piernas, y comenzaba á -sentirse estrecho en el poncho de cuero, poco antes tan holgado. Éste, -en efecto, secándose rápidamente con el sol,--harto rápidamente, pues -para ello se había cuidado de poner el pelo hacia adentro,--iba poco á -poco oprimiéndolo por todas partes, como un ajustado «retobo», hasta -obligarlo á acortar el paso. Y su interminable viaje seguía, en medio -de aquella atmósfera de fuego, bajo las miradas de la multitud, que -empezaba á indignarse y á dejar oir murmullos irritados... Ya se habían -relevado tres agentes, muertos de calor, pero la marcha continuaba, -implacable, y el poncho seguía estrechándose, estrechándose, impidiendo -todo movimiento que no fuese el cada vez más corto de los pies del -triste torturado, haciéndole crujir los huesos. - ---¡Basta! ¡Basta!--gritaron algunas voces. - ---¡Basta! ¡Basta!--repetían algunas otras de vez en cuando. - -El gentío, sobrecogido, olvidaba el calor. Segundo había pedido agua -muchas veces, con voz apagada y balbuciente de moribundo. Un vecino, -más caritativo y menos temeroso que los demás, le dió de beber. Al -relevarse el centinela, el comisario ordenó al que iba á hacer la nueva -guardia: - ---¡Que nadie se acerque al preso! - -Al martirio del cuero, que ya amenazaba desconyuntarlo, agregóse -entonces la tortura de la sed... - -Varias personas caracterizadas se presentaron á Barraba, pidiéndole que -hiciera cesar el suplicio. Barraba se echó á reir. - ---¿De qué se queja? Tiene poncho fresco... ¡de verano!... ¡Dejen, que -así aprenderá á carnear ajeno!... - ---Pero, señor comisario...--le suplicaron. - ---¡Bueno! ¿y áura salimos con ésas?... ¿Y no andan ustedes mismos -diciendo que hay que darles un «castigo ejemplar» á los cuatreros?... - ---Segundo es un infeliz, y... - ---¡No hay infeliz que valga! - ---¡Y creemos que el juez!... - ---¡Basta! ¡Callensé la boca! ¡Aquí mando yo, caray! ¿Por quién me han -tomau, y qué se piensan?... - -Cuando los postulantes salieron, Segundo rodaba desmayado entre el -polvo, tieso como un tronco seco, rígido, aprensado en los tenaces y -rudos pliegues rectos del cuero, que le penetraban en las carnes. Había -soportado el atroz suplicio sin lanzar un ay, mientras tuvo fuerzas -para mantenerse en pie... - -Hubo que sacarle el poncho cortándolo con cuchillo. De la plaza se le -llevó casi agonizante al hospital. - -Barraba reía con los suyos en la oficina: - ---¡Poncho de verano! ¡qué gracioso!... Miren qué poncho de verano... - - * * * * * - -Párrafo del editorial aparecido al día siguiente en _El Justiciero_, -periódico oficial de Pago Chico. - -«El comisario Barraba ha satisfecho ampliamente la vindicta pública -y merece el aplauso de todas las personas honradas, pues la terrible -y merecida lección que acaba de dar á los cuatreros hará que cesen -para siempre los robos de hacienda, aunque algunos la tachen de cruel -y arbitraria, amigos como son de la impunidad. ¡Siempre que extirpe un -vicio vergonzoso y perjudicial, una aparente arbitrariedad es evidente -buena acción!». - - * * * * * - -Dos meses después Segundo estaba en Sierra Chica, su familia en la -miseria y el señor comisario se compraba otra casa... - - - - - PARA BARRABASADAS... - - -¡Cuánta serenata y qué golpear de puertas! Pago Chico está «desatado» y -mientras en el Club los patricios hacen destapar mucho vino espumante -y un poco de champaña, entre risas, dicharachos y brindis, de las -trastiendas de los almacenes y de los despachos de bebidas salen cantos -broncos y desafinados en que se distingue algún «te l'ho detto tante -volte»... ó acompasadas y estrepitosas vociferaciones de «morra», como -martillazos secos, ó la algarabía de alguna disputa nacida entre oladas -de carlón. - -Por las calles vagan grupos de obreros con acordeón y guitarra, y de -jóvenes calaveras, al uso pagochiquense, que repican los llamadores, -se cuelgan de las campanillas, hacen ronga-catonga alrededor de algún -infeliz que se retira tropezando, medio chispo, y producen tal alboroto -que parecen legión cuando son apenas un puñado. - -Éstos se divierten apedreando las ventanas del Juez de Paz,--sabiéndolo -en el Club,--guarecidos tras de la tapia de un terreno baldio; aquéllos -han atado un tarro de petróleo á la cola del perro de Silvestre, -y allá va el pobre animal como una exhalación hasta el confín del -pueblo, despertando á las supersticiosas comadres de los ranchos -que se santiguan aterradas; los de más allá, inspirados por el hijo -de Bermúdez, mozo «diablo» cuya viveza es legendaria, han puesto en -práctica la genial idea de descolgar el letrero de Madama Grandenfant, -la partera,--cuadro que representa una mujer de palo, vestida de -hojalata, sacando un feto rojo de un rábano recortado en forma de -rosa,--y colgarlo en la puerta del cura, que echará pestes sin saber á -quién debe tal bromazo. - -Al Club del Progreso, con motivo de tan magna fiesta, han acudido -tirios y troyanos, á pesar de las terribles disensiones. Hay -armisticio, y el mismo comisario Barraba se ha dignado hacer acto de -presencia--muy campechano,--y codearse breves momentos con la oposición. - -El Club está momentáneamente en poder de los opositores. El caso es -que las cuestiones políticas le hicieron mucho daño, y la división -estuvo á punto de provocar su clausura, porque nadie pagaba la cuota -mensual,--sobre todo entre los oficialistas, vulgo «carneros»,--y -la falta de fondos no ha permitido dar una tertulia, como en años -anteriores... - -Esto no puede impedir, sin embargo, que la gente se divierta. - -En efecto, apenas dan las doce campanadas, saludadas con sendas copas -de vino (muchos no pueden realizar la proeza, por falta de estómago ó -por falta de cobres), y apenas el licor empieza su marcha ascendente, -hacia las alturas del cráneo, Mussio se sienta al piano y la emprende -con un vals saltado que pone en movimiento á los más jaranistas y -bailarines. No hay mujeres, naturalmente. - ---¡Pan con pan comida de bobos!--exclama con sarcasmo Viera, el -director de _La Pampa_. - -Pero después de un par de brindis suplementarios, él también se enlaza -con Silvestre, y es de ver á los dos, dando vueltas vertiginosas y -llevándose por delante los muebles enfundados del salón, las sillas, el -piano, los consocios mismos. - -El piano chilla, ladra, maúlla, se queja; saltan como pistoletazos los -tapones del vino espumante; un espectador lleva atronadoramente el -compás con los pies, el bastón, las patas de la silla, otro tararea -el vals á destiempo; el de más allá reclama un poco de silencio para -lanzar un brindis de circunstancias; los jugadores de billar se asoman -á la puerta que comunica con la sala de juego, risueños y enrojecidos, -con el taco en la mano; los mozos y el capataz corren de un lado á -otro, y en las ventanas de la calle aparece «vichando» con curiosidad y -estupor, algún transeúnte retardado á quien sorprende aquella inusitada -barahunda y que mañana desprestigiará á «todo lo mejor de Pago Chico», -entregado así á la más escandalosa y abyecta orgía. - -El de los brindis logra por fin hacerse escuchar, y apenas concluye -sus votos de prosperidad, dicha y bienandanza con un «año nuevo vida -nueva», lleno de modernismo, estalla la más formidable cencerrada que -orejas pagochiquenses hayan oído jamás. El orador, mohino, se desliza -hacia el «buffet» para reponerse del mal rato, mientras los demás -continúan cacareando, ladrando, maullando, rebuznando ó echando los -pulmones en alguna otra forma original. - -En esto, como si la empujara el pampero en persona, ábrese de par -en par la puerta del Club y entra desalado el oficial de policía, -produciendo en los presentes, hasta en los más entusiasmados, la -impresión acongojada de que acaba de ocurrir algo muy grave, alguna -desgracia, algún cataclismo... - -Como por encanto reina en el Club entero un silencio pavoroso. - ---¡Señor comisario!--dice el oficial en voz baja, acercándose á -Barraba.--El río Chico está desbordandose y amenaza inundar el pueblo. -¿Qué se hace? - -Barraba ahoga una interjección de las suyas, parece meditar un segundo, -y luego grita, perentoriamente y con voz de trueno, como un general que -toma disposiciones en el momento decisivo de la batalla: - ---¡Arme el piquete! ¡Vaya á paso de trote! ¡Mándeme el caballo! ¡Yo voy -en seguida! - -El silencio se hizo tan solemne y trágico, que todos se volvieron -indignados hacia Silvestre que había oído y se sonaba ruidosamente las -narices para no estallar en una carcajada. - ---¡Revolución! - ---¡Ataque á la comisaría! - ---¡Invasión! - -No se escuchaba otra cosa cuando los concurrentes comenzaron á -animarse, una vez fuera el misterioso Barraba. - -El boticario les dió la clave del enigma, pero no consiguió desarrugar -los ceños. ¡Una inundación! ¡Canario!... - -Sólo al día siguiente, cuando se vió que el Chico no salía de madre ni -pensaba tal cosa, por la escasez de recursos que lo mantenía sometido -á la familia, con agua apenas para regar las quintas de los prohombres -oficiales, estalló del uno al otro extremo del Pago la homérica -carcajada que Silvestre atajó la noche antes con el pañuelo. - -El comisario había inaugurado bien el año nuevo, y por eso sigue -diciéndose en nuestra tierra: - ---¡Para barrabasadas, Barraba!... - - - - - LOS PATOS - - -Era la tarde del 31 de Diciembre. Ruiz, el tenedor de libros de una -importante casa de comercio--aquel españolito capaz y relativamente -instruido que acababa de llegar al pueblo, después de una escala en -Buenos Aires, provisto de calurosas recomendaciones para su compatriota -el doctor don Francisco Pérez y Cueto, que no tardó en procurarle la -susodicha ubicación--se hallaba, como de costumbre, en la frecuentada -trastienda de la botica de Silvestre, sorbiendo el mate que cebaba -Rufo, el nunca bien ponderado peón criollo del criollo farmacéutico. - -Merced á su irresistible don de gentes, el boticario era ya íntimo -amigo del tenedor de libros, á quien había enseñado en pocas semanas -á tomar mate--como se ha visto,--á jugar al truco y á opinar sobre -política, tarea esta última siempre fácil y agradable para un español. -El aprendizaje de las otras dos, y sobre todo de la primera, había -costado mayor esfuerzo... - -Ruiz, á pesar de su renegrido bigote, de sus ojos negros y brillantes -y de su continente resuelto, no sabía andar á caballo ni conducir -un carruaje--observación que no parece venir á cuento, pero que -es imprescindible sin embargo,--de modo que, los domingos, cuando -obtenía prestado el tílbury de su patrón veíase en la obligación de -buscar compañero ayudante que lo sacara de posibles apuros. Su primer -invitación iba siempre enderezada á Silvestre, cuya obligada respuesta -era: - ---No puedo abandonar la botica ¡Como te suponés!... - -Porque ya se trataban tú por tú,--ó tú por vos, para ser más exacto--á -pesar de lo reciente de la relación. - -Y lo curioso es que no pudiendo abandonar la botica, Silvestre andaba -siempre merodeando por el barrio, á caza ó en difusión de noticias, -aunque Rufo no estuviera para cuidarle los potingues... Ante la -voluntad negativa, Ruiz que se pasaba allí las largas horas en que -el Mayor, el Diario y la Caja no reclamaban la esgrima de su pluma, -permanecía un rato en silencio, ó hablando de cosas indiferentes, para -terminar insinuando: - ---Rufo, ¿no podría acompañarme? - ---¡Como no! ¡Que vaya no más! - -Y casi todos los domingos ambos montaban al tílbury, empuñaba las -riendas Rufo, y al trote del moro, allá iban los dos por esas calles, -dando vueltas y más vueltas, hasta cansarse de mirar muchachas en las -puertas, para salir entonces á dar largos paseos por las quintas sin -árboles y las chacras sin sembrados. - -Ahora bien, aquella tarde del 31 de Diciembre, y como le consta al -lector, terminado el inacabable machaqueo de la pomada mercurial, y el -sempiterno lavado de frascos y botellas á gran fuerza de munición, Rufo -acarreaba mate á la trastienda, en que Silvestre y Ruiz departían mano -á mano. - ---Mañana es primero de año... ¿qué piensas hacer?--preguntó de pronto -el tenedor de libros. - ---¿Yo?... ¡Ya sabés que no puedo abandonar la botica!... - ---Pues yo pienso salir de caza, en el tílbury, así como te lo digo. - ---Á cazar ¿qué? - ---¡Patos, hombre, patos! ¿No sería excelente un guisado de pato para -festejar el año nuevo? - ---Sí, pero tenés que ir muy lejos... - ---¡Quiá! - ---No hay patos por aquí. Están muy perseguidos, se han puesto -matrerazos y no se encuentran más que en los lagunones del Sauce y muy -arriba del río Chico... - ---¿Que no?... ¡Pues pululan!... Dejá que Rufo me acompañe, y en dos ó -tres horas me comprometo á traerte un par de docenas... ¡Los comeremos -mañana mismo!... - ---¡Qué vas á tráer! Si no hay un pato ni p'a un remedio por aquí... - -Ruiz medio sulfurado, se encaró entonces con Rufo, que entraba llevando -el mate: - ---¿No hemos visto centenares de patos el domingo, cuando salimos en el -tílbury? - -Rufo sonrió con sonrisa indefinible, y contestó muy afirmativo: - ---Negriaban, sí, señor... Hasta en los charquitos... - ---¡No puede ser!--exclamó Silvestre, incrédulo; y en seguida apeló á su -sistema predilecto:--Te apuesto á que no tráis ni cinco en todo el día. - ---¡Apostado! ¿Qué jugaremos? - ---Que si cazás cinco patos, yo pago el vino bueno, los postres y el -champán para nosotros y tres amigos más; si no cazás nada ó menos de -cinco, vos pagás una buena comida en lo de Cármine... ¿Te conviene? - ---¡Va apostado! - -Era aún temprano, el pueblo dormía, cantaban los pájaros, y el sol bajo -el horizonte iluminaba ya blandamente la tierra, cuando Rufo fué á -buscar á Ruiz con el tílbury tirado por el moro. - -El criollito socarrón iba tan alegre que el látigo chasqueaba en su -mano como petardos, á pesar de que el moro llevara un trote bastante -ágil en el aire vivo de la mañana. - -El tenedor de libros estaba vestido y aguardaba ya, armado hasta -los dientes, con escopeta de dos cañones, cuchillo de caza, morral, -cinturón y cartuchera con más de cien cartuchos cuidadosamente cargados. - -Salieron y ya á pocas cuadras del pueblo comenzó el tiroteo--¡pim, -pam; pim pam!--y el caer de patos era una maravilla. Mansos, mansitos -los animales se dejaban acercar bien á tiro, casi sin moverse junto á -la misma orilla, y cuando uno quedaba espachurrado y flotando sobre -el agua cenagosa de los pantanos, los otros parecían más sorprendidos -que espantados por aquel estrépito y aquella matanza, como si nunca -se les hubiese hecho un disparo... Después, convencidos de la abierta -hostilidad, tendrían el vuelo bajito levantando el agua con las patas, -como si navegaran á hélice, é iban á detenerse poco más lejos, de tal -manera que el tílbury, hábilmente dirigido por Rufo, no tardaba en -dejarlos á tiro otra vez... - -Y ¡pim, pam; pim pam! la escopeta de Ruiz continuaba el estrago, -amenazando dejar sin patos la comarca entera. Uno, dos, diez, veinte, -cuarenta. ¡Cuarenta patos mató esa mañana el cazador forzudo delante -del Señor, sin haber tenido siquiera que bajarse del tílbury! - -Los ojos le brillaban de júbilo y entusiasmo. - -Aquel éxito colosal lo había puesto tan nervioso que hasta marró -algunos tiros, seguros sin embargo, con el apresuramiento y la avidez... - -Cuando llegó á los cuarenta patos era aún temprano y Rufo cada vez más -satisfecho, rebosándole la alegría por todos los poros, quería que -continuase la hecatombe. Ruiz modestamente se negó, quizá apiadado de -los inocentes palmípedos. - ---Llevo ocho veces más de lo necesario para ganar la apuesta. ¡Ocho -veces!... Silvestre va á trinar. - -Se detuvieron á la puerta misma de la botica, y Rufo comenzó á bajar -del tílbury y á introducir en el despacho el producto de la milagrosa -cacería. Silvestre estaba en la trastienda, dale que le das al -pildorero, preparando una de las fructíferas recetas de «aqua fontis y -mica panis» que extendía el Dr. Carbonero, enemigo de la farmacopea, -más no de la voluntad de los clientes que no querían curarse sin -remedios. Pero ante la algazara de Ruiz, que bailaba y cantaba -castañeteando los dedos, en una ruidosa pírrica al rededor de los -patos, no pudo menos que abandonarlo todo y precipitarse á la tienda -para ver aquello... - -En el patio se oía un desordenado repiqueteo de almirez. Con desusado -celo, como si una terrible urgencia lo impulsara, Rufo machacaba -febrilmente la pomada mercurial, hecha ya sin embargo. Y acompañando el -redoble del mortero, sonaba algo entre regaño y risa reprimida. - -Una carcajada homérica sacudió de pies á cabeza á Silvestre, en cuanto -se vió delante del informe montón de los cuarenta patos; y sin dar -tiempo á que Ruiz volviera de su asombro, habíase lanzado como una -flecha, atravesado la calle y entrado como un ventarrón en la imprenta -de _La Pampa_, en cuyo interior siguieron estallando sus inextinguibles -risotadas. - -Ruiz, perplejo, se había quedado inmóvil y aturdido, en medio de la -farmacia, con la boca entreabierta y los brazos colgando frente á su -botín cinegético. - -Siguiendo á Silvestre, apareció Viera, director de _La Pampa_, y el -administrador, y los cajistas, y luego otros más, atraídos por el ruido -y el movimiento, hasta formar cola á la puerta. - -Y el boticario «indino» continuaba en sus carcajadas, interrumpiéndose -sólo para exclamar: - ---¡Miren los patos que ha cazado Ruiz! ¡Miren los patos p'año nuevo que -ha cazado Ruiz!... - -Y el público le hacía coro, y allí en el patio el repique del almirez -adquiría sonoridades de campana echada á vuelo. - -Ruiz quería hablar, desconcertado, llorando casi con aquella burla -inacabable; pero las risas, las exclamaciones y los chascarrillos no lo -dejan meter baza, ni averiguar la causa de semejante tremolina. Por fin -oyó la clave del enigma: - ---¡Son gallaretas! - -Y aunque no supiese lo que es una gallareta, comprendiendo que había -cazado gato por liebre, tomó el sombrero, abrióse paso, trepó al -tílbury y manejando por primera vez de su vida, puso al moro al trote -largo para escapar de las risotadas, cuyo eco lo persiguió hasta volver -una esquina... - -Pasada la primera impresión y disuelto el corro, Silvestre creyó -prudente reprender á Rufo, por honor de la jerarquía. Al fin Ruiz era -su amigo... - ---¿Por qué lo has dejado matar tanta gallareta? - ---¡P'a que aprienda, pues! - ---También hubiese aprendido si le hubieras dicho antes... - ---¡Qu'esperanza, patrón! ¿No está viendo que se podía haber olvidau...? -¡Y lo qu'es áura, no se olvida ni á tiros!... - - - - - METAMORFOSIS - - -Terminada la tarea de los recibos para fin de mes, don Lucas Ortega se -dispuso á salir en busca de las noticias municipales y policiales, á -pesar de la opinión del regente. - ---¡No hay que descuidarse!--le había dicho éste--Manolito nos la ha -jurado, y es capaz de cualquier barbaridad. - -Don Lucas púsose el sombrero, tomó como de costumbre su bastón de -estoque, y salió á las calles silenciosas de Pago Chico en plena -siesta, diciéndose que él no se metía con nadie, y que mal podía nadie -meterse con él. Olvidaba el pobre y manso administrador y reporter de -_El Justiciero_ una malhadada y peligrosa modalidad de su carácter: la -inclinación á darse lustre. - -Llegado muy joven de la Coruña, D. Lucas no había sido siempre -«periodista», como se declaraba enfáticamente. La instrucción recibida -en una escuela de lugar, no le dió para tanto en los primeros años. Se -estrenó con toda modestia en una trastienda de almacén, despachando -copas; luego ascendió á vendedor, y más tarde á habilitado; á los -diez ó doce años de estar en la casa, ya era socio, á los quince pudo -establecerse por su cuenta, en pequeña escala... Pero de pronto, cuando -ya esperaba reunir una fortunita y todo el mundo le llamaba «don Lucas» -(el don le quedó para siempre) sobrevino una crisis, los deudores no -pagaban, los acreedores se le echaban encima, y desde lo alto del que -creyera inconmovible pedestal, rodó nuestro héroe, se encontró en la -calle, y rodando, rodando, llegó por fin á Pago Chico, y encalló en la -administración de _El Justiciero_. - -En tan deslumbrante posición comenzó para él otra era de grandeza, no -ya material y pecuniaria, sino social é intelectual, cosa que estimaba -muchísimo más, aunque á veces lamentara á sus solas el sueldo escaso y -tardo, y la brillante miseria. - -Pero, eso sí, había crecido, se había agigantado en su propio concepto, -y creía que también en el de los demás. Pago Chico debía considerarlo -un personaje, puesto que, como periodista, tenía la facultad de opinar, -de juzgar, de condenar ante el tribunal del pueblo. - -Afable, atento, servicial, hasta servíl mientras fué dependiente, y -aun siendo patrón, cuando el parroquiano era considerable, no había -perdido estas condiciones, como no perdió tampoco la bondad, que -constituía el fondo de su carácter. Pero había cambiado de forma. Ebrio -de grandeza, era familiar con aquellos magnates del pago que se lo -permitían; risueño y atrevido con las señoras ante las que pavoneaba su -pequeña estatura; grave y taciturno con la gente de poca importancia; -autoritario y altanero con la plebe; condescendientemente accesible -para sus subalternos de la imprenta. Hablaba siempre «en discurso», -como decía Silvestre, pero estaba tan lejos de ser malo que, á juicio -de todo el mundo, era incapaz de matar una mosca. - -No era valiente tampoco; pero la convicción de su insignificancia, -persistiendo tan oculta allá en lo íntimo, que él mismo apenas la -vislumbraba, á veces tenía, si no otra, la virtud de hacerlo tranquilo -y confiado. De modo que aquella tarde salió tan sin preocupaciones como -siempre (el estoque era un regalo del director, que le había dicho al -ofrecérselo: ¡Un periodista en campaña no debe andar nunca desarmado!), -á pesar de que _El Justiciero_ acabase de publicar la siguiente «feroz -caída». - -«_Escándalo._--El Moreirita M. P., que con sus calaveradas y fechorías -ya tiene indignado á todo el mundo de Pago Chico, promovió ayer un -descomunal escándalo en «cierta casa» de los suburbios, rompiendo vasos -y espejos y apaleando mujeres, hasta que por fin intervino la policía -que haría bien una vez por todas en apretarle las clavijas al mocito -que se prevale de su familia para hacer cuantas atrocidades le da la -gana. Sin embargo, no fué ni llevado á la comisaría siquiera, y nos -extraña mucho que el comisario Barraba, después del atropello de ayer, -todavía no lo haya metido á secar en un calabozo para que otra vez -aprenda, no siga dando mal ejemplo y fomentando la compadrada de los -demás muchachos del pueblo.» - -No extrañará esta filípica del oficialista _Justiciero_, si se tiene -en cuenta que el director andaba otra vez en coqueterías con las -autoridades para ver de sacarles mayor tajada, pues iban á necesitarlo -para las elecciones. Y el suelto era justo, porque la tolerancia para -los desmanes del joven Manuel Pérez pasaba de raya, y era una amenaza -general, pues el rico é ignorante pillete se engreía y ensoberbecía con -la impunidad. - -En cuanto á D. Lucas, confiaba demasiado. Él no había escrito el -suelto, es verdad. Se le permitía lucubrar muy pocas veces; desde que -se inclinó «ante la tumba del deplorable vecino» D. Fulano, y dijo -cuando la muerte de la madre de Bermúdez, china nonagenaria, que la -distinguida matrona había fallecido «en la flor de su edad». Pero -él, en cambio, para desquitarse, atribuíase con desparpajo singular, -siempre que le era posible, cuanto artículo, suelto ó noticia publicaba -_El Justiciero_, de modo que todo el mundo acabó por creer siquiera en -su colaboración. - -Marchaba, pues, con paso deliberado, echándose para atrás, salido -el vientre, la cabeza erguida, agigantada en su concepto la corta -estatura, mientras bajo la espalda evolucionaban burlonamente los -largos faldones de su jaquet; y no había andado dos cuadras, cuando -se quedó frío, corrióle un cosquilleo de la nuca á los pies, y sólo -merced á un heroico esfuerzo pudo llevarse la mano trémula al bigote y -erguirse casi hasta caer de espaldas... Manuelito Pérez se adelantaba -rápido y colérico hacia él, con un ejemplar de _El Justiciero_ en la -mano. - ---¿Quién ha escrito esta noticia?--preguntó el jovenzuelo con voz -reconcentrada y amenazadora en cuanto estuvo á su lado. - -Un velo pasó por los ojos de D. Lucas; sintió que se le aflojaban las -piernas, pero haciendo de tripas corazón: - ---¡No sé!--contestó secamente. - ---¡Qué no ha de saber! - ---¡No sé! - ---¡Usté no más será, gallego! - ---Y si fuera...--acertó, lívido, á balbucir don Lucas. - ---¡Ahora verá! - -Y Manuelito, echando atrás la pierna derecha, llevó la mano á la -cintura. Trémulo, D. Lucas retrocedió y desenvainó el virgen estoque, -buscando con la vista una persona que lo auxiliase en la calle -solitaria abrasada por el sol, un objeto, el hueco de una puerta en que -parapetarse... Pero no tuvo tiempo para nada. Oyó una detonación clara -y seca, sintió un golpecito en el pecho, y al rodar por la acera, vió -como en un escenario al bajarse rápidamente el telón, que Pérez corría -con un revólver, en cuyo extremo flotaba una vedijita de algodón, y que -algunos vecinos se asomaban alarmados. Y se desmayó. - -...La grita de los periódicos--«la prensa local»,--y especialmente -de _El Justiciero_, fué tan grande, que la policía se vió obligada -á proceder, descubriendo, una semana más tarde, el escondite de -Manuelito, conocido por todo el mundo desde el primer día. Y el -jovenzuelo fué á dar á La Plata, con un sumario que parecía hecho por -su mismo abogado defensor... - -Ortega era, entretanto, objeto de las más entusiastas manifestaciones. -_El Justiciero_ narraba extensamente los detalles del combate, en -que su administrador, heroico, había perdonado ya la vida al asesino -que tenía en la punta del estoque, cuando éste, retirándose vencido, -le había alevosa y traidoramente disparado un tiro de revólver. Y en -seguida hablaba del sacerdocio de la prensa, de los sacrificios hechos -en aras del pueblo, de la ingratitud, que generalmente es la única -corona de los mártires que ofrecen en holocausto por el bien público -toda la generosa sangre de sus venas, y patatín y patatán... Enorme -éxito, indescriptible entusiasmo. La gente se agolpaba á la imprenta. - -Al día siguiente, y en cuanto los doctores Fillipini y Carbonero -declararon que la herida no era de gravedad y que el paciente podía -recibir visitas--no muchas á la vez, ni demasiado charlatanas,--el -pobre cuartujo de Ortega, revuelto y sórdido, quedó convertido en -sitio de obligada y fervorosa peregrinación. D. Lucas había leído los -diarios, se había extasiado con las ditirámbicas apologías de _El -Justiciero_, pero nada le produjo tan intensos goces, tan férvido -orgullo, como aquella continuada procesión admirativa, en que figuraban -los hombres más importantes de Pago Chico, y en que ni siquiera -faltaban damas,... como que un día se le apareció misia Gertrudis, -la vieja esposa del tesorero municipal, presidenta de las Damas de -Beneficencia... - -¡Cuánto incienso recibió D. Lucas, visitado, asistido, festejado, -adulado por aquella muchedumbre, ascendido de repente á la categoría -de grande hombre, de prócer, de redentor crucificado!... Nadie le -demostraba compasión, sin embargo; todos se derretían de admiración -respetuosa, prontos á venerarlo, á idolatrarlo. ¡Tanto valor, tanta -abnegación, tanta grandeza de alma! ¡Atreverse á oponer un simple -estoque á una arma de fuego, vencer al terrible enemigo, perdonarle la -vida!... ¡Y todo por el pueblo! - ---Ahora comprendo--pensaba D. Lucas,--cómo se repiten las hazañas -peligrosas. ¡Se puede ser héroe! - -Él lo era en su concepto. Lo fué algunos días en el de los -pagochiquenses. Porque ¡ay! nada es eterno, y la herida, tardando -demasiado en cicatrizarse á causa de tantas emociones, dió tiempo para -que el entusiasmo se enfriara poco á poco antes de que D. Lucas pudiera -tenerse en pie. Cuando salió á la calle, su aventura era ya un hecho -mítico, desleído en las nieblas del pasado; nadie le daba importancia, -nadie hacía alusión á él. - -Pero Ortega no lo advirtió: La embriaguez de la apoteósis había sido -tan intensa, que se convirtió en megalomanía. Pálido, demacrado, se -paseaba por el pueblo, pavoneándose, convertido en arco de tanto de -echarse atrás, haciendo pininos para erguirse y crecerse. Y miraba á -todos con soberanas sonrisas protectoras ó con gesto avinagrado y -despreciativo, según qué fuera aquél en quien se dignaba detener la -vista. - -Periodista, sacerdote, mártir, magnánimo, defensor del pueblo, -víctima del deber... Sí, todo eso era muy hermoso; pero lo que más lo -enorgullecía era su fama de valiente. Ser valiente en la tierra del -valor ¡él!... Y se frotaba las manos y sonreía de regocijo, convencido -de su gloria. - -Desde entonces usó revólver á la cintura, no dejándolo sino bajo -la almohada, de noche, al acostarse. Hablaba alto en el taller, en -la administración, en la redacción, en la calle, en el café, en el -circo, haciéndose notar, demostrando que no abrigaba temor á nada ni á -nadie. Cada frase suya era una sentencia, aun ante el mismo director -de _El Justiciero_. Tenía ademanes rotundos de caballero andante -pronto á lanzarse contra una cuadrilla de malandrines. El manso se -había convertido en impulsivo, con el deschavetamiento del amor propio -exacerbado. - ---Es siempre malo que á un sonso se le aparezca un dijunto--solían -decir algunos más avisados, al ver pasear á Ortega con el sombrero en -la nuca y haciendo molinetes con el bastón. - -Silvestre vaticinaba algún futuro desmán, refunfuñando entre dientes al -vislumbrar la silueta del nobilísimo Quijote: - ---Decile á un sonso que es guapo y lo verás matarse á golpes--uno de -sus refranes favoritos, sólo que «matarse» resultaba en sus labios otra -cosa. - -Y el boticario criollo no dejaba de tener razón. - -Ortega acostumbraba tomar el vermouth vespertino en la confitería de -Cármine, con el estanciero Gómez, el anglo americano White, famoso por -su fuerza hercúlea, el doctor Fillipini algunas veces, y otros amigos. - -Un día que D. Lucas se había retardado en la imprenta, el acopiador -Fernández se acercó á la mesa, trabando conversación de negocios con -Gómez. No estaban conformes en un punto... discutieron, se acaloraron, -pasaron á las injurias... De pronto Fernández, ciego de ira, poniéndose -de pie, alzó la mano como para dar una bofetada á su contrincante. -White, más rápido, pudo evitar la realización del hecho, asiendo á -Fernández por los brazos, de atrás. Gómez, blandiendo una silla, -se había puesto en guardia, mientras su adversario forcejeaba por -desprenderse de las manos férreas de White. La actitud del grupo era -realmente amenazadora; y la desgracia quiso que en ese momento entrara -Ortega... - -Ver aquello, y sin detenerse á reflexionar ni qué era, ni de parte de -quién estaban la ventaja y la razón, sacar el revólver de la cintura, -fué todo uno para el héroe novel que sólo soñaba batallas y victorias. -Y en menos de lo que se tarda en contarlo, hubo un estampido, un -poco de humo, un hombre muerto, y el estupor pasó batiendo las alas, -petrificando á los actores y espectadores de aquel drama que sólo había -tenido desenlace, y que sería comedia á no mediar un cadaver. - -Y cuando se vió solo en la oficina de la comisaría, preso, con un -homicidio encima, la prolongada embriaguez del heroísmo se desvaneció -en aquel pobre cerebro y don Lucas se echó á llorar como una -criatura... - - - - - CON LA HORMA DEL ZAPATO - - -«Tengo el honor y la satisfacción de comunicar á usted, por orden del -señor Intendente, que desde la fecha queda suspendido y exonerado de -su cargo de subdirector y segundo médico del Hospital municipal, por -razones de mejor servicio, y agradeciéndole en nombre del municipio -los servicios prestados. Tengo el gusto de saludarlo con toda -consideración, etc., etc.» - -Llegó esta nota á manos del doctor Fillipini al día siguiente de la -elección que consagró, por su consejo, municipal á Bermúdez. - ---¡Mascalzone!--exclamó, pensando en su protegido de un minuto. - -Pero sin que el despecho le ofuscara el raciocinio, salió de casa en -busca del firmante de la nota en primer lugar. Era éste el secretario -de la Intendencia, y podía aclararle muchos puntos, útiles para sus -manejos ulteriores. Le encontró tomando café y copa en la confitería -de Cármine. Haciendo un grande esfuerzo, un acto heroico, pagó la -«consumación» y pidió «otra vuelta». - ---Dígame, Bustos,--preguntó por fin;--¿por qué me destituye don Domingo? - ---¡Hombre, no sé!--contestó el otro, paladeando su anís, y no por -sutileza ni reserva política, sino por nebulosidad cerebral. - -Viera, caracterizándolo, había publicado efectivamente, hacía poco, una -parodia de la fabulilla de Samaniego: - - Dijo Ferreiro á Bustos - después de olerlo: - --Tu cabeza es hermosa - pero sin seso. - ¡Como éste hay muchos - que, aunque parecen hombres - sólo son... Bustos! - ---No sabe ¡bueno! Pero dígame cómo fué,--insistió Fillipini, en -su jerga ítalo-argentina, seguro de que por el hilo sacaría el -ovillo.--¿No le habló nadie? - ---Nadie. - ---¿Le hizo escribir la nota así, sin más ni más? - ---Sí, mientras estaban votando... - ---¿Y nadie había ido á verlo? - ---Nadie más que Gino, el pión de Cármine. - ---¿Y á qué iba Gino? - ---Á nada. Le llevaba un papelito. - -Fillipini calló, apuró su taza, pagó, salió y volvió á entrar por otra -puerta, metiéndose hasta el patio y las cocinas. Allí vió á Gino, -hecho una pringue, como que era el lavaplatos--el platero, según los -chistosos pagochiquenses,--de la confitería de Cármine. - ---¿Quién te dió el papelito que le llevaste al intendente el -domingo?--preguntóle en italiano. - ---Il signor notario,--contestó Gino, mirando á su egregio compatriota -con los ojos azorados y los carrillos más mofletudos y rojos que de -costumbre. - -Fillipini, sin agregar palabra ni saludarlo siquiera, siguió andando -y salió por el portón de los carruajes, encaminándose al Club del -Progreso. - -Allí se sentó, poniéndose á sacar un solitario, indiferente y tranquilo -en apariencia, pero sin que nada escapara á sus ojos avizores. Ni aun -cuando entró Ferreiro se le conmovió un músculo de la cara, blanca, -impasible, rebosante de salud y de satisfacción. Pero á poco abandonó -el solitario, y evolucionando lentamente entre los grupos de jugadores -y desocupados, acabó por hallarse, como deseaba, mano á mano con -Ferreiro. - -Los dos zorros viejos se saludaron casi cariñosamente, en apariencia -sin aludir al suceso de que eran primeros actores; pero Fillipini no -tardó en lanzarse á la carga: - ---¿No sabe? Don Domingo me ha destituido... - ---¡No diga! ¿De veras? - ---Sí, señor. Me ha destituido... Pero no me importa mucho, porque eso -no puede quedar así... - ---¿Pero por qué? ¿Cómo es eso? - ---¡Pavadas! El pobre no sabe lo que hace. - ---Diga, pues, doctor; que, si yo puedo... - -Fillipini, sonriéndose, miró la hora en su reloj de bolsillo, muy -calmoso, muy dueño de sí mismo; y luego, mirando á Ferreiro bien en los -ojos, dijo con buen humor: - ---¡Claro que puede! Usted y el doctor Carbonero se apresurarán á -defenderme. Se necesita ser muy cretino para portarse así con un hombre -como yo. - -Ferreiro pulsaba al «gringo», sorprendido de tanta soltura, de tanta -desfachatez, y pensando: - ---¡Si se habrá encontrado topate con te toparías! - -Pero quiso darse cuenta exacta de los puntos que calzaba su -contrincante, y después de un segundo de silencio, le preguntó: - ---¿Y por qué cree que Carbonero y yo, lo hemos de defender? - -El médico se echó á reir con aparente franqueza, y: - ---Porque ustedes son demasiado inteligentes para no -hacerlo,--contestó.--Y demasiado amigos míos,--agregó inmediatamente, -dorando la píldora, no sin ciertos asomos de sarcasmo. - ---Amigos, sí... está bueno. Pero si usted pretende amenazarnos... - ---¡Señor Ferreiro!--dijo entre carcajadas Fillipini.--Si yo no lo -conociese tanto, lo que me dice sería como para hacerme creer que usted -ha «mojado» en esta barbaridad... - ---¡Yooo! - ---¡No, no lo creo, claro está que no lo creo! Al contrario: usted lo -hubiera impedido, á saberlo... ¡Bah! entre bueyes no hay cornada, como -se suele decir... Para mí el caso es sencillo... Ese «lavativo» de -Bermúdez tiene la culpa, y me ha hecho una gran cargada, después que le -di el modo de hacerse municipal... - ---¡Y por qué se lo dió!--interrumpió violentamente Ferreiro. - ---¡Eh!... ¡Questo é un altro paio di maniche!--murmuró Fillipini con -mucha socarronería. - -Hizo una pausa, sonriente é insinuante, para continuar después: - ---Yo soy muy necesario en el hospital, porque Carbonero no va casi -nunca, y hago todo el servicio... Si se nombrara á otro... con la -administración... y los gastos tan grandes... Además, que hay que -nombrar á otro, desde que Carbonero no iría aunque lo mataran. - ---¿Y de ahí?... - ---¿Á quién nombrarían? El único médico que queda es el doctor Pérez y -Cueto... - ---¿Y eso? - ---Que nombrarlo á Pérez y Cueto sería como meter las narices de toda -la oposición en el hospital... Publicar lo que comen los enfermos, -cuando comen... descubrir el estado de la farmacia... de las ropas -de cama... contar lo que pasa con los cadaveres que se quedan allí -días y días, y lo que hace la enfermera que se va á dormir todas -las noches en su casa, y el ecónomo que poco á poco se va llevando -cuanto hay... Un enemigo como Pérez vería todas estas cosas con malos -ojos, las exageraría, metería un bochinche de dos mil demonios... No -pensaría como yo, que el hospital está relativamente bien, porque -no todo puede marchar á la perfección en un pueblo tan pobre como -éste, y tan atrasado... Además que la gente que va á curarse allí es -de poca importancia y no le interesa á nadie: extranjeros, personas -de otros pagos... Si no fuera así, también, ya hubiera habido más de -un escándalo... Pero, ya se ve, con las preocupaciones actuales que -convierten la palabra «hospital» en sinónimo de «muerte», sin que -nada pueda evitarlo, no hay que tomar el rábano por las hojas, ni -meterse á redentor... Cualquier hombre sensato, yo el primero, tiene -que considerarlo así; pero no se me negará que todo esto constituye -un arma tremenda para los opositores, que si no la utilizan es porque -están ciegos como topos. Las chicas se les van, y las grandes se les -escapan... - -Durante este largo discurso, pronunciado con bonhomía y serenidad, -como si se tratara de intereses ajenos, el escribano observaba con -desconfianza á Fillipini, diciéndole para su capote: - ---El gringo éste es muy ladino. Si nos metemos con él, de repente nos -va á salir la vaca toro. Me precipité demasiado, y las calenturas son -malas consejeras. - ---Pero, por sonsos que sean--continuó muy lentamente Fillipini,--por -sonsos que sean sabrán «rumbear» en cuanto alguien les enseñe el -camino; y entonces no habrá quién los ataje... ¡Chica farra se armaría -si lo nombraran á Pérez y Cueto!... - ---También es posible no nombrar á nadie. El hospital no necesita... - ---¡Usted no dice eso seriamente, señor Ferreiro! Ma! por poco que -sirva el hospital tiene que tener médico, y ya sabe que Carbonero no va -y no irá nunca... Yo preferiría que nombraran á otro si no quisieran -reponerme á mí. Pero, de cualquier modo, ya lamentarán haberme -separado... - -No daba el doctor Fillipini asidero para que se le replicara alzando -la prima; al contrario, cuanto decía estaba muy puesto en razón, y sus -verdades no le brotaban ni agrias ni amargas de la boca, aunque tras -ellas hirviesen amenazas tan terribles cuanto evidentes. - ---Lo que se había pensado,--dijo sin embargo Ferreiro,--era no nombrar -á nadie. - ---Ma! y cómo dijo que no sabía nada?--preguntó con fingida candidez -Fillipini. - ---Digo... se había pensado... así en el aire... para el caso de que se -produjera una vacante... - ---Capisco... - -Y ni una objeción más. Fillipini se quedó mirando de hito en hito á -Ferreiro, que al poco rato no pudo contenerse y exclamó: - ---¡Pero también usté! ¿Por qué se metió en lo de Bermúdez, para qué nos -forzó la mano sin necesidad?... - ---Questo é un altro paio di maniche!--repitió el doctor.--Se lo vuelvo -á decir, porque ustedes no se habían dado cuenta de dos cosas: de que -Bermúdez es un magnífico instrumento en la municipalidad, primero; y -de que yo puedo serle muy útil ó muy perjudicial, después. Era preciso -que nos conociéramos, señor Ferreiro, para que ustedes no me tuvieran -arrumbado en un rincón como hasta ahora. Y usted convendrá en que me -he hecho conocer sin causarles perjuicio. ¿Es una buena cualidad, no es -cierto? ¡Vaya! ¡Dígale al intendente que me reponga sin ruido, y tan -amigos como antes ó más amigos que nunca, mejor dicho! - ---Bueno... veré... pensaré. - ---¡Eso es! Piénselo bien, caro. Yo no quiero que se haya ninguna -arbitrariedad en mi favor. - ---¡Qué gringo éste!--murmuró Ferreiro, levantándose entre divertido -y malhumorado.--Es como la garúa finita, que lo cala á uno hasta los -huesos. Y se va á salir con la suya, no más,--agregó palmeándole el -hombro. - ---Piénselo, piénselo y no se apure,--dijo el otro.--Para todo hay -tiempo, y á la corta ó á la larga usté se convencerá de que yo soy un -buen amigo. - ---Y yo también, doctor. - -Se separaron. Fillipini, seguro de haber movido bien las piezas, -murmuraba sin embargo: - ---¡Eh! si pudieses ¡qué patada me darías! Pero no podrás... - -Sin perder tiempo volvió á la confitería de Cármine, donde había un -grupo de opositores tomando aperitivos, los unos sentados alrededor de -las mesas, los otros de pie junto al mostrador. Silvestre, que peroraba -entre ellos, se acercó á Fillipini, como era, en parte, el deseo de -éste, pues quería hallar modo de que le vieran hablar largo y tendido -con algún enemigo de la situación,--Viera, si fuese posible, y lo -sería, pues se hallaba presente también. - ---¡Hola, doctor!--dijo Silvestre aproximándose, con la confianza que -se tomaba con cualquiera y que en este caso justificaban hasta cierto -punto las relaciones de médico ó farmacéutico.--Me alegro de verlo por -acá. ¿Es cierto lo que me han dicho? - ---¿Qué le han dicho? Siéntese y tome algo. - ---Gracias,--y se sentó.--Mozo, otro vermú. Pues dicen que le han quitau -el empleo del hospital ¿es cierto? - ---Sí. - ---¿Y por qué? - ---Oh, ésas son cosas, cosas... - ---¡Hable, hombre, hable! Ya sabe que se me puede tener confianza. -¡Largue el rollo! - ---¡Ma! Usted ya sabe cómo anda el hospital... - -É hizo un cuadro, muy pálido en verdad, de aquel desquicio harto -conocido por Silvestre, quien sin embargo, se hacía de nuevas al oir -tales cosas de tales labios. Y terminó: - ---Y como yo no quiero aguantar más ese desbarajuste... - ---¿Lo han destituido? - ---Eso es. - ---¿Será cosa de Ferreiro y el dotor Carbonero, no? - ---De ninguno de los dos. Es cosa de Bermúdez. - ---¡Pero si Bermúdez ni siquiera es municipal! - ---Pues ahí verá usted. Como ha salido electo, le ha calentado la cabeza -al intendente, y éste, para tenerlo contento me ha sacrificado, cuando -ya me había prometido arreglar el hospital. - ---¡Bermúdez! tan bruto y tan... - ---Así van los tantos... más vale un enemigo vivo que un amigo bruto... -Pero todo esto tiene que saberse... - ---¡Claro que sí! ¿Quiere que se lo diga á Viera? Él ya tiene la -noticia, pero de un modo muy distinto. ¿Quiere? - ---Llámelo, es mejor. - ---¡Viera! ¡eh, _Pampa_! una palabrita. - -Viera se acercó, sentóse á la mesa, oyó lo que el doctor quiso -contarle, creyó de ello lo más verosímil, y siguió luego largo rato en -amistosa charla. Á la hora de comer cada cual tomó para su lado, y la -vasta sala de la confitería quedó solitaria y tenebrosa, pues Cármine -bajó las luces para ahorrar petróleo. - -Fillipini, muy tranquilo, se quedó en su casa aquella noche, aguardando -el desarrollo de los sucesos que con tanto cuidado acababa de preparar. -Cuando despertó, al día siguiente, lo primero que hizo fué pedir los -diarios que el sirviente le llevó á la cama. - -Comenzó por la gaceta oficial, _El Justiciero_.--De su exoneración -ni una palabra, del hospital menos. Pero ¡oh detalle significativo! -en la noticia de un banquete festejando la elección de Bermúdez, y -en la lista de los invitados, su nombre figuraba entre los de Luna y -Ferreiro, ¡nada menos! - ---É fatto!--murmuró con una sonrisa, arrojando despreciativamente el -periódico para tomar _La Pampa_. - -Una columna dedicaba ésta al asunto del hospital, condenando á... -Bermúdez, por la destitución de Fillipini!; de Fillipini que--según el -artículo,--era lo mejor ó lo menos malo del oficialismo, un hombre así, -un hombre asao, cuyas intenciones eran tan sanas como sus propósitos -de reforma y administración. Bermúdez comenzaba desbarrando su carrera -política, como lo había previsto _La Pampa_, y si lo dejaban iba á ser -como un caballo metido en un almacén de loza... «El grrran consejero -de la situación, el señor Protocolos, podría meter en vereda á este -gaznápiro»,--terminaba diciendo el artículo.--La alusión á Ferreiro -era visible, pero no como para disgustarlo; ni el mismo Fillipini la -hubiera hecho con más tino... - -En toda esta andanza el único que rabió fué Bermúdez, quien se atrevió -á encararse con Fillipini, para darle un sofión. El italiano se le rió -en la cara: - ---¡Ma! ¡Usté tiene el estómago resfriao! Réchipe: sinapismos. Vaya -«amico Bermúdese» y vuelva por otra. - -Ferreiro no aludió nunca á la escaramuza aquélla, pero desde entonces -tuvo siempre muy en cuenta á Fillipini, que, como es lógico, siguió de -segundo médico perpetuo en el Hospital Municipal de Pago Chico. - - * * * * * - - - - - EL DESQUITE DE DON IGNACIO - - -La historia del gobierno de don Ignacio, llegado por maquiavélica -combinación política á Intendente Municipal de Pago Chico, sería -tan larga y tan confusa como la de cualquier semana del nebuloso y -anárquico año 20. ¡Como que duró más de una semana éste! ¡duró mes y -medio! - -Mes y medio lo tuvieron de pantalla los oficialistas, desprestigiando -en su persona á la oposición. Todo era agasajo y tentaciones para él: -á cada instante se le ofrecía un negocito, una coima ó se le hacía -«mojar» en algún abuso más ó menos disimulado. En los primeros días -don Innacio reventaba de satisfacción: parecíale que el mero hecho -de mandar él había cambiado radicalmente la faz de las cosas, que el -pueblo tenía cuanto deseaba y soñaba, que los pagochiquenses vivían en -el mejor de los mundos... - -Indecible es la explosión de su rabia, primero cuando Silvestre le -dijo las verdades en su propia cara, y después cuando Viera le aplicó -en _La Pampa_, varios cáusticos de ésos que levantan ampolla. Don -Ignacio quería morder, y trataba de echarse en brazos de sus noveles -amigos los situacionistas, que acogían sus quejas con encogimientos -de hombros y risas socarronas, contentísimos de verlo enredado en las -cuartas. - -Lo del desquite se había hecho público y notorio, gracias á la buena -voluntad del farmacéutico. - ---¿Cuándo podrá ser honrado don Ignacio?--se preguntaba generalmente, -como chiste de moda. - ---¡Cuando la rana críe pelos!--replicaba alguno.--¡Ya le ha tomado el -gustito! - -Los principistas, entre tanto, trataban de demostrar que el extravío -de un hombre no podía en modo alguno empañar la limpidez y el brillo -de todo un programa de honestidad y de pureza. Y Ferreiro y los suyos, -aprovechando la bolada, hacían lo imposible para aumentar el escándalo -y el desprestigio alrededor de aquel puritano pringado hasta las cejas -apenas se había metido en harina. - ---Así son todos,--predicaban.--¡Quién los oye! ¡Los mosquitas muertas, -en cuantito pueden se alzan con el santo y la limosna! - -Ferreiro, al aconsejar á los delegados oficialistas de la capital, -primero que hicieran municipal á don Ignacio y después que le dieran -la intendencia, había echado bien sus cuentas y deseaba dar un golpe -maestro que las circunstancias le presentaban maravillosamente, -porque, como él solía decir á sus íntimos: - ---¡Más vale pelear de arriba que de abajo! Cuando uno tiene la sartén -por el mango no hay quién se le resista. - -Pues bien, Ferreiro, conociendo el flaco del «desquite» que aquejaba á -don Ignacio, trató de hacerle pisar el palito, pero de tal modo que, -al caer, no arrastrara consigo á uno siquiera de los instrumentos que -le habían servido siempre en el gobierno local y sus adyacencias. El -problema, aparentemente difícil, era de una sencillez bíblica. Ferreiro -lo resolvió con un golpe de vista y una decisión napoleónicas. - -La oportuna renuncia del comisario de tablada,--provocada por -Ferreiro bajo promesa solemne de reposición é indemnización -satisfactoria,--permitió á don Ignacio reemplazarlo con un hombre de -su confianza, hechura suya, «capaz de echarse al fuego por él», y más, -cuando el fuego estaba agradablemente substituido por el bolsillo del -contribuyente. - -Nadie se opuso al nombramiento, ni nadie lo criticó, salvo los -copartidarios del intendente, á quienes todo aquello olía á -chamusquina. Bernárdez, pillete carrerista y gallero, que nunca había -sido trigo limpio, comenzó en paz á ejercer sus funciones de comisario -de tablada, coimeando y robando á gusto, y con prisa, como parte de -«esa oposición que tiene el estómago vacío desde hace veinte años, y -quiere saciar en una semana el hambre de un cuarto de siglo»,--como -decía _El Justiciero_. - -No costó mucho á Ferreiro amontonar pruebas escritas y testimoniales -de aquellas exacciones y de la participación que en ellas tenía don -Ignacio, provocando con ellas un bochinche de doscientos mil demonios. -Interpelación al intendente en el seno del concejo. Réplica anodina -del interpelado. Iniciación por el concejo, ante la Suprema Corte de -La Plata, de un juicio político contra el intendente don Ignacio Peña, -acusado de abuso de autoridad, malversación de fondos, extorsión, la -mar... - -Á todo esto, don Ignacio no había rescatado ni la mitad de los pesitos -invertidos en la campaña opositora, y á cualquier lado que mirara no -veía sino enemigos, pues todo el mundo se le había dado vuelta. Abocado -al naufragio, suspendido por la Corte, con la comisaría de la tablada -intervenida por el tesorero municipal, aquél de la larga fama, dirigió -los ojos angustiados hacia los cívicos, esperando hallar entre sus -brazos un refugio, por lo menos la piedad y el perdón que alcanzó el -hijo pródigo. - -Nadie le hizo caso. Era la oveja sarnosa que podía contaminar y -desprestigiar la majada entera. En _La Pampa_, Viera le dijo sin piedad: - ---El escribano Ferreiro le aconsejará lo mejor que pueda hacer. -Nosotros lo hemos declarado fuera del partido. - -El diario publicó, en efecto, esta resolución al día siguiente. - -Silvestre, menos cruel, lo fué mucho más en realidad, desahuciándolo en -esta forma: - ---¡Tome campo ajuera, don Inacio! ¡Agarre de una vez p'a'l lau del -miedo! ¡Métase en un zapato y tápese con otro!... - -Don Ignacio trató de defenderse, «quiso corcovear», empezó una larga -disertación, puntualizando sus principios, desarrollando sus planes de -reforma, enarbolando su bandera cívica... Silvestre que lo miraba con -la cabeza inclinada ora á la derecha ora á la izquierda, de tal modo -que el intendente podía apenas contener su ira furiosa, le interrumpió -de pronto, exclamando con su tono más burlón y agresivo: - ---¡Ande vas conmigo á cuestas!... - -Estuvo á punto de recibir un tremendo puñetazo que sólo evitó gracias á -su agilidad. Pero era cierto. Don Ignacio no podía ya engañar á nadie -ni engañarse á sí propio, siquiera. Aguardabalo el ostracismo que -la patria ingrata reserva á sus grandes hombres... Al día siguiente -renunció. - -_La Pampa_ de Viera dijo que aquello era un colmo de cobardía, la -negación de todo valor cívico, la confesión de una falta absoluta de -conciencia del valor, de las propias acciones, una mancha indeleble -que caía sobre la reputación y el carácter de don Ignacio, como -hubiera caído sobre el partido entero, si éste no hubiera repudiado y -excomulgado á tiempo á la pobre oveja descarriada, que sólo merecía -desprecio en la acción pública, lástima y olvido en la vida privada, -que nunca debió abandonar. - -El artículo de _El Justiciero_, inspirado por Ferreiro, era mucho menos -contundente, y no apaleaba en el suelo al infeliz don Ignacio. - -«Se ahorra muchos disgustos--decía,--y permite á Pago Chico volver á la -marcha normal de sus instituciones, dirigida por hombres que, cuando -menos, tienen la experiencia del gobierno, el conocimiento de las -necesidades públicas y el tacto que se requiere para no provocar á cada -momento graves incidentes y dolorosas complicaciones.» - -Como en aquel tiempo la Suprema Corte, instrumento político de primer -orden para el gobierno, recibía cada mes cuatro ó cinco expedientes -de conflictos municipales, y los apilaba sin piedad para años enteros -si el ejecutivo interesado en la resolución de alguno de ellos no -le mandaba otra cosa, el «juicio político» de don Ignacio no había -prosperado aún, y mediando la renuncia de la intendencia, de acuerdo -los municipales y él, pudieron retirarse los escritos y echar sobre el -asunto una montaña de tierra. - -Don Ignacio, después de esta tragedia, casi no salía de su casa. Cuando -se le hallaba por la calle parecía un pollo mojado. El apabullamiento -había sido completo. Sin embargo Silvestre no le perdonaba, y una tarde -que lo encontró, tuvo todavía alma de decirle: - ---Lo de la honradez ya lo sabemos, don Inacio. Pero, tengo curiosida... -¿alcanzó á desquitarse del todo? - -El otro estuvo á punto de morderlo, y lo hubiera hecho á no ponerse -Silvestre á buen recaudo, gritándole: - ---¡Lástima que no le dejaran empezar la honradez!... ¡No queda peso con -vida!... - - - - - LAS MEMORIAS DE SILVESTRE - - -Nuestro amigo el boticario Silvestre Espíndola hubiera llegado á ser -un grande hombre en cualquier otro medio, con sólo algunas variantes -en el carácter y en la especialidad de su talento. Desgraciadamente -se malgastaba en fuegos artificiales. Carecía de espíritu científico; -no hacía síntesis sino en la farmacia, manipulando substancias -químicas y sin saberlo siquiera. En la política y en la sociedad -limitábase forzosamente al análisis. Y el análisis, cuando falta la -generalización, no conduce á las grandes acciones, ni aun á la acción, -lo que quiere decir que no modela grandes hombres. - -Pero, en otro ambiente, soliviantado por otros elementos, combatido ó -favorecido por otras circunstancias, hubiera llegado lejos, pues en los -centros importantes, donde rebosa la vida, no faltan para una entidad -cualquiera las entidades complementarias, que la convierten de la noche -á la mañana en personalidad, ó cuando menos en individualidad. De otra -manera en cada país no habría sino un número irrisorio por lo exiguo, -de personajes dirigentes. - -Lo serían, sólo, aquéllos que de veras tienen temple para serlo. - -Sin embargo, Silvestre no era grande hombre ni en Pago Chico, donde -aparecían como tales, Ferreiro, Luna, Machado, Fillipini, Bermúdez, -Viera, don Ignacio, Carbonero, Barraba, Gómez y cien más, sin contar al -diputado Cisneros, pitonisa del partido oficial, y al senador Magariño, -deidad invisible é intangible, que sólo muy de tarde en tarde soltaba -desde su nebuloso Sinaí algún nuevo mandamiento de su decálogo con -extrambotes ó añadiduras. - -Silvestre no era grande hombre... Entendamonos. No lo era para Pago -Chico, probablemente porque «nemo propheta in patria», pero lo era, lo -es y lo será siempre para nosotros. Si no nos bastaran sus altos hechos -conocidos y desconocidos para juzgarlo así, nos bastaría y sobraría -el conocimiento que, posteriormente y gracias á la indiscreción de un -amigo común, hemos tenido de su obra magna: sus memorias políticas. - -Hablemos claro. - -No hay tales memorias. Silvestre era incapaz de consignar día por -día en un cuaderno, con los ojos puestos en la posteridad y para uso -y experiencia de las generaciones por venir, los acontecimientos á -que asistía ó en que actuaba, el retrato físico y psicológico de sus -contemporaneos, la filosofía que se desprende de los sucesos, las -pasiones, las cosas y los seres. Á ser capaz, sería grande hombre para -alguien más que nosotros. - -Pero lo era, ¡y tanto! de no contentarse con el relato verbal y -circunstanciado que de cada novedad hacía en su farmacia, llenando las -lagunas con lo que le inspiraban su lógica ó su imaginación, aguda -y atrevida la una, viva y acalorada la otra. Así es que acogió con -júbilo el pedido de informes que le hiciera un amigo suyo, periodista -bonaerense, deseoso de estudiar por lo menudo la psicología de la -política y la administración en la campaña provinciana. - -En un principio las cartas menudearon, erizadas de datos y -observaciones; luego, de pronto, sobrevenido el cansancio, Silvestre -amainó, hasta enmudeció; pero, gracias á la insistencia con que lo -espoleaba su amigo el periodista, nuestro hombre reanudó á ratos la -chismografía postal con visos sociológicos, interesante para él, es -cierto, pero,--como le costaba trabajo y dedicación,--menos grata que -la verbal de todos los días, frondosa, repetida, recalentada muchas -veces, que le ofrecía, además, la enorme ventaja de no dejar huella -posiblemente perjudicial en lo futuro. - -El periodista en cuestión ha tenido la deferencia de facilitarnos el -legajo de las cartas silvestrinas, al saber que nos ocupábamos de legar -á la posteridad el relato de algunos episodios pagochiquenses, para -que sacáramos de ellas cuanto quisiéramos, bajo la única condición -de cerrar esos extractos con el áureo coronamiento de una síntesis -por él escrita, basándose en tales estudios, y que podría titularse -«Psicología de las autoridades de campaña». - -Cumpliendo el pacto no sin restricciones por cierto, pues el hombre no -debe nunca cumplir estrictamente su palabra en ciertas cosas, so pena -de pasar por tonto, vamos á integrar este capítulo con párrafos de -las que llamamos «memorias silvestrinas», tomados aquí y allí en sus -sabrosas epístolas, y con párrafos, también, de la obra periodística -aludida, que, á publicarse entera, abrumaría de tedio á los lectores de -mejor voluntad, no porque carezca de mérito--muy al contrario,--sino -porque la gente no está hoy para teologías. - -Éste sería el gran momento de entrar en materia y acabar de una vez -con tan engorroso epítome; pero nos ocurre una observación: Hemos -incurrido en una deficiencia que más tarde podría echársenos en cara, y -que podemos salvar aquí sin mucho sacrificio. ¡El retrato de Silvestre -no adorna todavía las páginas de Pago Chico, ni nos hemos detenido á -echar una ojeada á su laboratorio!... Cierto es que, considerando todo -retrato literario prosa destinada á que la salte sin piedad el lector, -nos atuvimos hasta aquí á los hechos escuetos, sin describir cosas ni -personas; pero es cierto también que aún á riesgo de tan dolorosa é -inevitable indiferencia, debemos hacer ese honor al ilustre boticario, -ubícuo en estas páginas como Dios en el universo. - -Era Silvestre de mediana estatura, delgado, nervioso, menudo, de -extremidades pequeñas y finas. Tenía mucho aire á Laucha, pero con más -trazas de gente, según los apreciadores y apreciadoras de Pago Chico. -Llevaba el cabello negro erizado sobre la frente angosta, cruzada -ya por una arruga de preocupación que las malas lenguas atribuían á -muchos ratos angustiosos pasados en el Mirador, la timba del Rengo. -Las cejas delgadas y renegridas, sombreaban apenas los ojos pequeños, -negros también y muy brillantes, separados como por una tapia de -albarda por una nariz enorme, encorvada y fuera de proporción con la -cara angosta y chica. Si Laucha se parecía á un ratoncillo, Silvestre -semejaba un galgo, pero un galgo de expresión inteligente. Hablaba con -voz un tanto aguda y chillona, é inflexiones no exentas de gracia. Era -verboso, persuasivo, y tanto para decir la verdad como para mentir -(¡ay! solía mentir algunas veces) se expresaba con el calor contagioso -de la convicción. Por lo general vestía modestamente de saco, pero los -domingos y fiestas de guardar se empaquetaba en un jaquet color pizarra -de largos y tremolantes faldones, y para las grandes solemnidades -tenía una levita negra, pariente cercana del jaquet, que él llamaba -indistintamente «mi leva» ó «mi funeraria», aludiendo con esto último -al hecho de sacarla más frecuentemente para entierros y funerales que -para otra clase de diversiones. - -Como era de uso corriente en aquella época, apenas lo veían enlevitado -y de sombrero de copa, los pilluelos de la vecindad, y aun los que no -lo eran, iban gritándole en coro, por detrás: - ---Don Silvestre ¿p'ande va la galera? - -Ó le cantaban con el estribillo de un vals á la moda: - - Tin tin, el de la galera, - tin tin, el de la galera: - tin tin, el de la galera, - la galerita y el galerín. - ---¡L'evita la caminata!--exclamaban luego, aludiendo á la lujosa -prenda con un retruécano fácil y poco espiritual, por cierto, pero -popularísimo en aquellos años de ingenuidad, alegría y «mira que te -corre el chancho.» - -Para el jaquet era otra cosa: una coplilla también cantada en coro y -cuya letra se basaba en dos «calembourgs» orilleros: - - --¡Ya que has venido - p'a qué te vas! - ¡Pagá la copa, - después t'irás! - -«Yaquí, paquete»--no deja de ser ingenioso ¿verdad? y sobre todo en -Pago Chico... - -Silvestre no volvía la cabeza, ni contestaba á la irrespetuosa y -bullanguera pandilla que, cansada al fin, lo dejaba en paz é iba á -repetir la broma con don Domingo Luna, ó con Machado, ó con Bermúdez, -aferrarse á él entonces, hasta encontrar alguno que se enfadara y darse -el gusto de hacerlo rabiar hasta el rojo blanco. - -Agregaremos esto en secreto y bajo palabra de honor de que no será -divulgado por quienes lo oigan: Silvestre no era farmacéutico ni -nada. Odiaba los títulos académicos, y maldecía las facultades que -dan patente á la inepcia y la ignorancia. No quiere decir esto que -supiera más que cualquier infeliz sometido á los estudios regulares, -la frecuentación de las aulas, los exámenes, etc. Casi estaríamos por -decir que sabía mucho menos, ó que no sabía nada. Pero su espíritu -de independencia nos gusta en lo que tiene de probatorio á favor de -nuestro aserto de que podría haber sido un grande hombre: con ese -desparpajo y en terreno propicio, se hace camino para llegar donde se -quiera, siempre que se sepa dónde se quiere llegar. Y aunque Silvestre -fuese tan abiertamente enemigo de la facultad, fuerza es confesar que -nunca se atrevió á hacerle guerra declarada: así, evitando una posible -clausura de la botica por su falta de título, pagaba á un farmacéutico -residente en Buenos Aires, para que se la regentase in nomine, sin -asomar nunca las narices en Pago Chico. - -También, si el regente hubiese llegado á conocer el establecimiento á -que prestaba su nombre, y por el que se responsabilizaba, pues en caso -de inspección debía aparecer Silvestre como su dependiente y él en -viaje ocasional, es posible que hubiera retirado su garantía ó por lo -menos pedido un fuerte aumento de gajes. Todo es cuestión de precio. - -La farmacia, efectivamente, fuera del escaparate con sus grandes -redomas de agua colorada de verde y de rojo con anilina, y del -pequeño despacho para el público, con sus estantes llenos de cajas de -específicos, sus dos sillones de roble con esterilla y su mostrador -con la balancita de precisión guardada entre cristales,--más tenía -de pocilga y almacén de trastos viejos que de otra cosa. Detrás del -mostrador, hacia el fondo, corría el laboratorio, generalmente cubierto -de una espesa capa de polvo, con las probetas sucias, los tubos de -ensayo medio llenos, las cápsulas con poso, los pildoreros hechos una -pringue, los almireces con residuos de lo molido en ellos la última -vez. Cuando había que usar alguno de ellos, un golpe de trapo bastaba á -la urgente limpieza... En un patiecito se amontonaban las botellas, los -frascos, los potes de todo calibre, y Rufo, el único peón, se ocupaba -en lavarlos con municiones, cuando se lo permitían sus otras múltiples -faenas de escudero de Silvestre, ó cuando no urgía la manipulación de -ungüento de hidrargírio. - -Dos pasos atrás del mostrador, es decir, antes de penetrar en el antro -del laboratorio, abríase sobre la derecha una puerta que daba á la -habitación convertida en sala-comedor-dormitorio, donde Silvestre -recibía sus visitas y organizaba el «mentidero» de la rebotica, club -peculiar que no falta en pueblo alguno americano ó europeo, á juzgar -por todas las crónicas antiguas y modernas, novelas, comedias, pasillos -y entremeses. Allí estaba la cama que desaparecía tras de un biombo -en cuanto se levantaba Silvestre, para transformar la alcoba en -comedor, cómo éste se trocaba en salón de tertulia una vez quitados -los manteles. Una caja de dominó, un juego de ajedrez y una guitarra, -parecían atestiguar que no todo era chismografía en aquella habitación -cuyo aspecto, aunque muy modesto, nada tenía de desagradable. Pero ¡ay -si un curioso atisbaba detrás del biombo tapa-miserias! el rincón de la -cama ofrecía el más completo y desaseado desorden, con sus palanganas y -vasos de noche sin enjuagar, medias usadas, ropa blanca por el suelo, -botines cubiertos de barro ó de moho, corbatas, ropas exteriores -tiradas,--un cafarnaum de criollo soltero en tiempos en que todavía no -reinaban las higiénicas costumbres que van imperando poco á poco... -hasta en el Pago. - -Podríamos seguir describiendo aquello. Más aún: podríamos describir uno -por uno los personajes de este libro, es decir, todos los habitantes de -Pago Chico, sus respectivas viviendas y almacenes, sus costumbres y sus -trajes. Aquí, bajo la mano, tenemos toda la necesaria documentación, -y lo podría suplir fácilmente la fantasía, cuando no que faltara el -recuerdo de investigaciones y estudios hechos con paciencia y tesón en -el teatro de los sucesos. Pero «non est hic locus,» dirá el lector, -agregando que por el hilo se saca el ovillo, y que conoce del sótano al -desván las casas pagochiquenses así como de pies á cabeza las personas, -pues nos ha prestado la colaboración inapreciable é insustituible de su -atención sostenida y amistosa. - -Siendo así, no nos resta sino pasar por alto miles de notas que harían -de este volumen un infolio, sólo con adoptar el sistema imperante -aún de no dejar nada al ingenio ajeno, imitando al actor aquél que -declamaba los versos y las acotaciones, sin perdonar una. Vamos, -pues, sin más tardanza, á los extractos anunciados del epistolario -silvestrino. Son los siguientes, y como se comprenderá á primera vista -se refieren á muy diversas fechas, pues su correspondencia abarcó un -período de años: - - * * * * * - -«Te darás cuenta de lo que es este pueblo al saber que no tiene más -que una plaza, cuando debería tener cuatro, como consta en el plano -primitivo, escondido por mí arriba de uno de los armarios de la -Municipalidad, en tiempos de la intendencia de don Ignacio. - -Las otras tres se vendieron en un remate de ñanga-pichanga, con el -pretexto de que eran innecesarias y había urgencia de arbitrar recursos -para la Municipalidad. ¡Mentira! Era para atrapárselas. - -Se las adjudicaron sin vergüenza Ferreiro, Luna y Machado, á cinco mil -pesos cada una y sin aflojar mosca, porque las pagaron con cuentas -atrasadas, compradas por un pedazo de pan á varios infelices cansados -de tramitar el cobro al cuete. - -Los quince mil pesos quedaron reducidos para ellos á unos cuatro mil, y -se embolsicaron una fortuna á vista y paciencia de todo el mundo. - -¡Decíme si esto no es el callejón de Ibáñez! - -Pues, para remachar el clavo, los mismos personajes y otros cortados -por la misma tijera, han hecho gastar á la Municipalidad más de cien -mil nacionales en la plaza que queda, «para ponerle tierra buena.» -Comenzaron un pozo, le habrán echado tres ó cuatro carradas cuando -mucho, y andan tan campantes. - -¡Figurate que los únicos árboles que tiene la plaza con los tres -aguaribays que plantaron los milicos en tiempo del Fuerte! El agujero -está sin tapar desde hace una punta de meses, y más valiera que se -hubiesen llevado los morlacos sin hacer la parada de trabajar.» - -Son unos peines que ni caspa dejan, y lo único que me llama la atención -es que no se roben las casas con gente y todo. - - * * * * * - -«Las elecciones de ayer han pasado tan tranquilas, que ni mesas se -instalaron en el atrio, ¡date cuenta! - -Los escrutadores no se acordaron de la votación hasta que Bustos, -el secretario de la Municipalidad, les llevó las actas fraguadas en -casa de Ferreiro, para que las firmaran y mandarlas después á la -capital.--Dicen que uno le dijo: - ---¡No se apure tanto amigo! ¡Si las eleciones son el domingo que -viene!... - -Y lo mejor es que Bustos se quedó en la duda y corrió á consultarlo á -Ferreiro que, á la noche, lo contaba en el club, riéndose á carcajadas. - -Total: sin que nadie se moviese de su casa, sin gastar un centavo, hubo -mil doscientos votantes por la lista del gobierno, lo que da á Pago -Chico una enorme importancia política. - -Así se hace patria.» - - * * * * * - -«El Rengo, dueño de la casa de juego que llaman El Mirador, me cuenta -que en las últimas elecciones, el comisario Barraba le dió orden de ir -á votar con los carneros, diciéndole: - ---Si los cívicos ganan, se acabó la jugarreta y vos te fregás, porque -se han comprometido á cerrar las casas de juego. Aura, si pierden, y -vos y los muchachos han votau con ellos, encomendate á la virgen y los -santos, porque los arriamos á todos una noche, sin asco, y los metemos -en la cafúa. - -Yo le dije al Rengo que eso no le convenía á Barraba, porque perdería -la coima, que le paga; pero él me contestó: - ---¡Qué perder ni qué perder! ¡Como si faltaran otros que pondrían -bailando no digo una sino muchas timbas! No, señor; ¡hay que votar como -manda el comisario, y no andarse con vueltas, porque á lo mejor lo -dejan á uno en camisa, y que vaya á quejarse al Papa! - -¡El que manda, manda, y cartuchera en el cañón, qué caray! - -Decíme, hermano, si esto es páis ó qué.» - - * * * * * - -«Ya que querés saber algo más del comisario, te contaré algunas cosas, -pocas, porque no tengo tiempo: hay epidemia de tifoidea, y á cada rato -viene gente á la botica. - -Ya sabés que Barraba le cobra coima al Rengo, dueño de la casa de juego -del Mirador; pues también le cobra á Laucha, el de la pulpería de La -Polvadera, al del reñidero de gallos, á otro que tiene un billar de -choclón á media cuadra de la plaza, y como si esto no bastara, ¡es -socio de la dueña de una casa pública, en la que ha hecho trabajar de -albañiles y peones á vigilantes y presos! - -¡Es tan angurriento y tan raspa este animal, que no te podés imaginar -todo lo que hace para juntar plata! Así, Pago Chico es, gracias á -Barraba, el asilo de todos los cuatreros de la provincia que quieran -trabajar con él en completa impunidad. Su compadre, Romualdo Cejas es -el que capitanea la cuadrilla, esconde y negocia la hacienda robada. - -Es un chino santiagueño, bastante alto y grueso, de ojos atravesados, -que cuando cae al pueblo viene de botas de charol, en un caballo -macanudamente aperado, con su rico poncho de vicuña hasta la rodilla, -tapándole el tirador en que trae facón y trabuco, lo mismo que Juan -Moreira. - -Tiene el rancho á dos leguas del pueblo, en una isla que rodea un -cañadón siempre lleno de agua y pantanoso. El rancho, ó más bien los -ranchos, porque son varios, están en un albardón y atrás tienen un -corral de palo á pique. Allí vive él y toda su familia, además de los -cuatreros que lo ayudan. - -Después se pasa otro bañado hondo y de agua muy cenagosa, que no se -seca nunca, y hay otro albardón, muchísimo más grande, donde meten la -hacienda robada. Nadie sabe por dónde la meten, ni nadie puede llegar -allí, porque el diablo de Cejas hace pisotear bien toda la orilla, -para que no se acierte con el paso. - -De allí salen las haciendas y los cueros que se roban, allí se hacen -perdiz los padrillos de raza, los toros finos,--miles de pesos que van -á parar al matadero, como cualquier vaquillona ó cualquier novillo -criollo. Allí se «planchan» las marcas que, como sabés, es la operación -de quemar medio cuarto trasero al pobre animal, ó se «agrandan» las -mismas marcas, desfigurándolas con otros fierros. En fin, las picardías -conocidas. - -La mitad de lo que saca Cejas es para Barraba, que si no no lo dejaría -trabajar. Naturalmente, el otro le birla gran parte de la ganancia, -porque para eso es un bribón desorejau, y el que roba á otro ladrón -tiene cien días de perdón. Pero donde no lo puede estafar, porque el -comisario lo fiscaliza, es en una carnicería que han puesto en las -afueras del pueblo para vender la carne robada. ¡Qué pensás de esto, -ché! - -Pero, como ya te digo, no se harta, y aunque en la policía se come qué -sé yo cuántos vigilantes, nunca hay un nacional ni para el rancho de -los agentes y los presos, ni nadie le quiere fiar nada para cosas del -servicio. - -Ayer mandó buscar una carrada de leña, dándole un vale al sargento -que se anduvo todas las carbonerías una por una, sin que le quisieran -vender sino con la platita en la mano. Cuando lo supo Barraba, por no -soltar sus realitos, hizo que hicieran fuego en la comisaría con las -patas de unos catres. - -¡Se come hasta la alfalfa de los pobres patrias! Esto no te lo -explicarás, pero es así: la Intendencia le pasa una mensualidad para el -forraje de los caballos, que sin embargo tienen que contentarse con el -verdín del patio, hasta que se mueren de alegría. - -¡Y cómo es de bruto! Figurate que á don Juan Dozo, municipal, le -robaron el otro día unos cuatrocientos pesos. Dozo, hizo su denuncia -á Barraba, y los milicos y los oficiales se echaron á nadar, sin -encontrar naturalmente ni la plata ni el ladrón. - -Pues ¿qué te parece que hace Dozo? Se va á consultar á una adivina -que tenemos que llaman misia Dorotea, y ésta probablemente por alguna -venganza, le hace sospechar de uno de sus peones, llamado Sayús. - -Dozo le cuenta la cosa á Barraba y éste, sin más ni más, hace prender -al peón, y allí en un cuarto que hay en el fondo de la comisaría, -comienza á ahorcarlo y descolgarlo, para que confiese... ¿Creés que es -mentira? Pues la denuncia ha ido al ministro de gobierno, que no ha -hecho nada, porque Barraba es hombre de la situación «un perro fiel», -como él mismo dice. - -Hacé públicas estas cosas. ¡Es preciso! ¡Hacelas públicas, para que no -vuelvan á suceder! - -Por las que te cuento al correr de la pluma puedes imaginar las que -sucederán, pues estas fechorías son como la tifoidea que tenemos -actualmente: nunca son casos aislados en pueblos de este corte. Las que -yo sé son tremendas, pero ¡cómo serán las que no sé! - -Dejame que te lo repita: Publicá esto para que no se haga más. Yo no -encuentro otro remedio...» - - * * * * * - -«Con motivo de la toma de posesión de los nuevos municipales, y por si -á la oposición se le antojase meter bochinche en la barra, Ferreiro -ha hecho venir del Sauce,--como si no bastara la policía--un gaucho -matón y compadre llamado Camacho, á quien le dicen «Moraira», y que -recorre las calles armado con un tremendo facón y un descomunal -trabuco naranjero, que al propósito anda dejando ver debajo del -poncho deshilachado. Este Moraira debe muchas á la justicia, porque -es madrugador, asesino y de alma atravesada. Es un flojo y un cobarde -cuando no está bebido; pero borracho es una fiera, de modo que ahora lo -hacen chupar como un saguaipé para que, por lo menos, meta un julepe á -alguno. - -Ha muerto á traición á tres ó cuatro, en estos últimos años, pero como -nunca se ha atrevido con ningún oficialista, y siempre lo protegen -los que lo utilizan como instrumento, el castigo mayor que se le ha -dado hasta hoy, es el de hacerlo escaparse del partido en que «se -desgració», recomendándolo como «hombre de acción» á las autoridades de -cualquier otro. - -Ferreiro lo ha traído por la fama terrible que tiene, pero -probablemente sin intención de utilizarlo de veras, porque es hombre de -intriga pero no de sangre. Sin duda nos ha querido correr con la vaina, -y te debo confesar que lo ha conseguido, porque este pueblo es muy -mulita y no quiere estar á las duras sino á las maduras. - -Seguro que ya Ferreiro se ha arrepentido de haber llegado tan lejos, -porque el tal Camacho ó Moraira es una verdadera calamidad, y todo el -mundo lo acusa á él de haberlo traído, hasta los mismos carneros que no -se fían de semejante salvaje y andan con el Jesús en la boca en cuanto -lo tienen cerca, no sea cosa que caigan en la volteada, sin querer. - -Anoche anduvo borracho á caerse, baladroneando y amenazando con matar -y degollar; salió á la calle con el trabuco cargado hasta la boca y -el gatillo alzado, preguntando á gritos dónde estaban esos «chivitos» -de m., hijos de una tal por cual, y diciendo que salieran si eran -c... para enseñarles quién es Moraira y quiénes son los del partido -provincial. De seguro que mata á alguien, quizás á alguna mujer ó -criatura, si el mismo Ferreiro no sale á buscarlo para llevárselo á -dormir la mona. - -Camacho no se quería ir aunque Ferreiro se lo mandara, diciéndole -que todo estaba tranquilo, que habían triunfado, y que al día -siguiente--por hoy--habría asado con cuero y era preciso madrugar. - ---Mire, patroncito--le dijo por fin Camacho, tartamudeando con la -tranca,--lu haré' porq' usté l'ordena. Pero sepasé que les h'e dar en -medio'e las guampas, p'a que otra vez no se metan á sonsos!... ¡Ah, -hijos di una, no estar aquí! ¡Mire lo que les haría, patrón!... - -Y descargó al aire su trabuco que hizo el estruendo de un cañonazo. La -gente se asomó con miedo á las puertas y ventanas, llegaron algunos -vigilantes, muy asustados y sin animarse á llegar hasta Camacho que -se había caído con la borrachera, y hasta creo que se había quedado -dormido inmediatamente. Ferreiro hizo que lo levantaran y lo llevaran -á la posada, cuando debió hacer que lo metieran al calabozo. Quizá -tuviera ganas pero no se atrevió, porque, como dicen, el miedo no es -sonso ni junta rabia. - -En fin, si este malevo sigue por acá, estoy seguro de que va armar -alguna de Dios es Cristo. Esta mañana temprano ya andaba otra vez -perdonando vidas por el pueblo, y metiéndose á chupar en todas las -trastiendas. - -Un oficialista me ha dicho que Ferreiro va á hacer que se mame como una -cabra para que no pueda ir á la sesión municipal. Mirá si va y con la -tranca descarga el trabuco sobre los padres de la patria chica!» - - * * * * * - -«Sí, nos dicen «chivitos», para vengarse de que les digamos «carneros», -como son. Lo de chivitos viene del doctor Fillipini, que como italiano, -no puede pronunciar «cívico», sino «chívico». De ahí tomaron pie para -la gracia los más diablos del Club del Progreso, y después todos los -provinciales ú oficialistas. - -Ahora verás: Viera acaba de devolverles la pelota porque _El -Justiciero_ tituló «Pax multa» su artículo sobre las elecciones, -que como te imaginarás han sido lo más pacíficas, porque ni los -escrutadores fueron al atrio... Pues Viera dijo en _La Pampa_ que -ese latinajo de «Pax multa», quería decir «Palo y multas», que es lo -único que dan nuestros municipales. Como lo escribía muy en serio, á -Fernández, el director de _El Justiciero_, se le atravesó la cosa, -y anduvo averiguando lo que significaban las palabritas que él -interpretaba como «mucha paz». Nadie se lo supo decir á derechas, -así es que se fué á preguntárselo al cura Papagna, que es como -preguntármelo á mí. - ---La pache de la multiúdine,--dicen que le contestó el cura al tun tun, -pero dejándolo completamente tranquilo. - -Viera y yo nos hemos reído á carcajadas de la cosa, aunque Viera sea -siempre más serio que bragueta de provisor. Y, á propósito de Viera, el -otro día lo embromé lindo, conversando sobre un suelto de _La Pampa_ en -que se quejaba de que desde hace seis años no se publican los balances -municipales. - ---No los publican por honradez,--le dije. - ---¡Cómo por honradez!--gritó furioso. - ---¡Claro!--le retruqué.--¡Les sería tan fácil falsificarlos, que si no -lo hacen es por honradez! - -¿No te parece que tuve razón? Él, por lo menos, se quedó con la boca -abierta y después se rió. ¡Bah! Hasta los más desvergonzados tienen su -pucho de vergüenza, y eso les pasa á los municipales. ¿No te parece?» - - * * * * * - -«No todo han de ser políticas. Para que te divirtás un rato, te copio -en seguida un documento que me ha facilitado su autor, seguro de haber -hecho una obra maestra,--como que la manda á _La Nación_ de Buenos -Aires, nada menos, contando con que se la publicará en sitio preferente -(¡agarrá ese trompo en l'uña!). Es la crónica completa de una fiesta -que resultó un verdadero velorio. Pero ya te darás cuenta por lo que -dice el artículo, que es el siguiente con título y todo: - - «CORRESPONDENCIA DE PAGO CHICO - -«Señor Administrador de _La Nación_:--Se celebraron aquí el día de -Corpus-Cristi con gran brillo y concurrencia las legendarias fiestas -del Santo Patrono de este pueblo, San Antonio; y aniversario de su -fundación. - -«Han sido tres fiestas en una; la fundación, del día 11, lo mismo que -nuestra gran Metrópoli, el Santo el 13 y Corpus-Cristi el 14. - -«Ha sido todo un acontecimiento. - -«Desde la víspera, voluminosas bombas atronaban el éter, demostrando -con la variedad de colores, florones y antorchas, rarísimas -visualidades. - -«Nuestro Pirotécnico, D. Ludovico Pituelli, demostró como siempre -gran ciencia y mucha perfección en el ramo, lo que le valieron sendos -aplausos. - -«La función religiosa ó sea la misa, estuvo solemne, lo mismo que la -procesión de tarde, por la inmensa plaza-alameda que cubría con sus -frondosos árboles todo el ritual, y ofreciendo el panorama más hermoso -que en esta clase de funciones he visto, mereciendo los mayores elogios -las hermanas de la Inmaculada Concepción. - -«El Reverendo padre Papagna como buen orador sagrado, tomó á su cargo -el panegírico y el sermón resultó notable. Amenizaba el acto la -armoniosa banda de música dirigida por el maestro Castellone y que lo -más que impresiona al público es: que está tocada por siete legítimos -hermanos; quizás será la única en el mundo; dicha banda amenizó la -fiesta con perfección; se debe su presencia á la buena voluntad del -diputado Sr. Cisneros, quien la pagó de su bolsillo. La policía muy -correcta, lo mismo que el comisario Barraba y el pueblo entusiasmado -con los recreos populares, que terminaron con el manto nocturno y el -tronar de las bombas. - -«Por la noche grandes bailes en la casa de los Srs. Gancedo Tortorano -y Bermúdez, en donde bellas niñas lucieron las gracias de Tersícore, -concluyendo armoniosamente con el crepúsculo matutino. - -Saluda al Sr. administrador _Cirilo Gómez_.» - - * * * * * - -«¡Á este Dr. Carbonero no hay con qué darle! El otro día, en la cancha, -el matón Camacho, traído por Ferreiro, y de que hasta ahora no nos -hemos podido librar, le dió tal garrotazo á Lobera que por poco lo -desnuca. Ahí no más quedó tieso más de media hora, tendido en el suelo -de la cancha. - -Lobera está malamente herido, y quién sabe si no espicha, pero para que -Barraba y el juez Machado puedan poner en libertad al otro, el doctor -Carbonero ha extendido un certificado diciendo que no tiene nada. - -Y lo más lindo es que mientras Moraira, ó sea Camacho, anda suelto -y compadreando como de costumbre, á Lobera me lo tienen preso en un -cuarto del hospital, en cama y con centinela de vista, sólo porque -tuvo la infelicidad de pelar el revólver cuando el otro lo volteó del -garrotazo. - -Se le está haciendo sumario por desorden, uso de armas y no sé qué -otros crímenes. Y el pueblo entre tanto, calladito como en misa. El -único que protesta es el pobre Viera. Pero ¿á qué santo si nadie le -lleva el apunte? - -Fuera de que los carneros le están haciendo una guerra tremenda, y -á este paso, pronto no tendrá ni con qué comer. Yo le dije que meta -violín en bolsa, pero él no quiere si no morir en su ley...» - - * * * * * - -«¡Decíme si no es cosa de morirse de risa por no reventar de rabia! -Hacía una punta de meses que mandabamos nota sobre nota al comité -central de la capital, sin que esos señores se dignaran contestarnos -una sola palabra. Parecía que se hubiesen muerto de repente. Viera, -por encontrar alguna disculpa, decía que era probable que el gobierno -hiciera interceptar la correspondencia en el mismo correo, de aquí ó de -allí. - ---¡Andá ver!--le contestaba yo.--Es que no saben qué decirnos, ni -tienen plan, ni menos plata. Aquí hay que sostener el comité, dar algo -á la gente, comprar armas por un si acaso, ayudar á tu diario que -pierde demasiado, y como nadie da nada, claro está que se hacen los -suecos para no tener que mandar fondos desde allí. - -Él no me quería creer, pero anoche vino furioso á la botica. ¡Por fin -había llegado algo de Buenos Aires! ¡Pero ni vos mismo adivinas qué! -Una lista de candidatos para diputados, todos ilustres desconocidos que -ni siquiera se han asomado al Pago, pidiéndonos que la votemos sin la -más ligera modificación, «porque de eso dependen los altos intereses -patrióticos que con tanta altivez y civismo hemos sabido defender hasta -hoy.» - ---¿Qué vamos á contestar?--le dije á Viera. - ---No sé,--me contestó;--lo que sé es que me dan mucha rabia. - ---Pues contestales que aquí no podemos votar, porque no nos dejan, y -que aunque nos dejaran no votaríamos sino por una lista hecha después -de consultar nuestra opinión. Que para cambiar de nombre y no de -costumbres, más vale ser oficialista, que así siquiera se está cerca -del candelero. - ---Nos dirán que tenemos delegados en el comité central, y que ellos se -han encargado ya de interpretar nuestra opinión,--me observó Viera. - ---Bueno, hijo, mientras nos contentemos con esas lavaditas de cara,--le -dije,--vamos á estar siempre en las mismas. ¿Querés que te dé un buen -consejo? ¿Sí? Pues hacé como ellos, no les contestés una palabra y el -día de las elecciones les mandas un telegrama diciendo que el comisario -Barraba y sus fuerzas han impedido el acceso del pueblo á los atrios, -como será verdad por otra parte. Mirá, Viera: si el país se compone ha -de ser por algo muy raro y que nadie se espera. Lo que es nosotros y -los otros, nunca daremos pie con bola. - -No sé qué te parecerán estas afirmaciones, pero así como las pienso y -se las dije á Viera, te las digo á vos por lo que puedan valer.» - - * * * * * - -Podríamos seguir espigando largo tiempo y con fruto en el feracísimo -campo del epistolario silvestrino, pero todo tiene su término y preciso -es darselo á estos interesantes extractos, para ceder parte del espacio -que resta á los prometidos párrafos de la especie de «Psicología de -las autoridades de campaña», desarrollada por el periodista amigo de -Silvestre. El lector verá que las mal llamadas «Memorias» no se cierran -tan mal con este trabajillo.» - - * * * * * - -«La provincia de Buenos Aires ha venido experimentando lentamente un -cambio que la aleja en modo notable de su punto de partida. Ni es ya -lo que era ni es aún lo que será. En su vasto escenario, el gaucho por -una parte y el hombre ilustrado por otra--la absoluta mayoría y la -absoluta minoría,--han cedido sus puestos á nuevos elementos que, no -teniendo caracteres definidos, no siendo bien aptos para sostenerse, -combatir, triunfar en la lucha por la vida, están destinados -inevitablemente á desaparecer. Son individualidades de transición, -que no pueden subsistir, aun cuando circunstancias más ó menos -artificiales les hayan dado el predominio que hoy ejercen. Su injusta -y transitoria preponderancia es lo que nos mantiene aún lejos de la -relativa perfección á que hubiéramos llegado. Pero tenían que surgir -si es cierto lo de que «natura non facit saltum», lo mismo que debemos -aguardar con fe un cambio favorable y próximo, pues un tipo intermedio -no puede perpetuarse, y menos en primera línea.» - -Esto es algo tedioso, como lo comprenderá su mismo autor. Por eso -saltamos, sin más, á párrafos de corte no tan científico, pero en -cambio más interesantes en nuestra humilde opinión: - -«Esos «dirigentes» de pueblo de campo, de partido, hasta de provincia, -semejantes á las nubes macizas como montañas al parecer, cuyos perfiles -se destacan rudamente sobre el cielo, pero que ni siquiera aparecían -en los antiguos negativos fotográficos, cual si no existieran--esos -dirigentes, digo, pueden tomarse por individualidades con rasgos -típicos propios, pero apenas se estudian sus líneas, su masa se -desvanece, como la nube, sin dejar impresionado el cerebro. De ahí la -dificultad de retratarlos y analizarlos. Son como las aguas vivas, que -se derriten fuera del mar. Tienen algo de moluscos, y sin duda por -eso cierto amigo, observador y cáustico (la alusión á Silvestre es -evidente) ha dicho hablando de un pueblo de la provincia: - -«Pago Chico es un banco de ostras con concha y sin concha». En las -indefensas encarnaba sin duda al pueblo en general; en las defendidas á -las autoridades y sus satélites...» - -Nuestro autor entra en materia algo más abajo: - -«El intendente municipal, el presidente del Concejo Deliberante, -el juez de paz, el comandante militar y el comisario de policía de -un partido, podrían ser transplantados á cuarenta ó cien leguas de -su campo de acción, dentro de la provincia, y actuar en un medio -desconocido sin que ni en el primer momento se notará el cambio. -Estas cinco personas forman en cada pueblo la oligarquía comunal. Son -ramas de un mismo tronco. Ligadas estrechamente, hacen vida pública -común. Se apoyan la una en las cuatro y las cuatro en la una. Con los -mismos defectos y las mismas faltas, dentro de la misma carencia de -opinión propia, se sirven mutuamente de paño de lágrimas ó de harnero -para tapar el cielo. Son cooperadores, encubridores ó cómplices de sí -mismos, según el caso. - -«La justicia, el orden público, la administración, hasta la guardia -nacional, están en sus manos. Para ello tienen auxiliares de la misma -extracción, con iguales tendencias: los secretarios, los inspectores, -el contratista, el procurador, el médico de policía, el empresario -de la casa de juego, diez, veinte más. Éste es el «partido oficial» -entero, ó la sociedad comercial é industrial completa. Ahí está la -oligarquía que á veces tiene un jefe visible--el senador ó uno de los -diputados de la sección electoral--última forma del caudillo--que nunca -está seguro de sus subalternos, como éstos no lo están de él, lógica -desconfianza en esa asociación egoísta, instable mientras no exista -entre sus miembros algún férreo é inconfesable lazo de unión. - -«Se busca en el pasado de esos hombres y se encuentra siempre el mismo -obscuro punto de partida. Tal andaba de _chiripá_ y con la pata en el -suelo hace cinco años; tal otro era carrero; el de más allá fué agente -de policía; aquél, incapaz de trabajar, vivió del juego como fullero ó -como empresario de timbas amparadas por la autoridad, ó tuvo casa de -prostitución; éste lleva sobre su conciencia despojos y asesinatos... - ---¿Por qué no entregan ustedes las situaciones de campaña á hombres -menos desprestigiados?--preguntábase á un gobernante... - ---Porque los buenos no se venden ni sirven para instrumentos,--contestó. - -«Casi no hay uno de estos hombres que pertenezca á una raza -determinada. Tienen sí, aspecto criollo, pero en su ascendencia se -halla siempre la mezcla, á la que sin duda impidió dar benéficos -resultados el ambiente en que se desarrollaron los productos. Con -los defectos del gaucho amalgaman los que les vienen del antepasado -extranjero, llegado en busca de aventuras después de dejar la -conciencia donde no pueda estorbar, y no se encuentran en ellos ni -la nobleza, ni la generosidad, ni el amor al trabajo, ni siquiera el -valor, que es la última virtud que se eclipsa en nuestro paisano. - -«Cuando se apalea ó se maltrata á algún enemigo de la autoridad, inútil -es buscar la persona que lo hizo: siempre es alguna mano traidora y -desconocida, ó un grupo de emponchados irresponsables. - -«No han ascendido por esfuerzo propio ni por méritos adquiridos. -Se ha buscado lo que sirva de ciega herramienta y lo que no tenga -elementos propios para independizarse. Hombres incoloros, incapaces de -atraer opinión, bastan para los fines opresivos, pero son inhábiles, -en el caso, para sacudir el yugo, hasta en beneficio propio. Con -otros afiliados, ciertos gobiernos no hubieran podido subsistir. Se -comprende, pues, que muchos hombres hayan sido sacrificados y que -muchos surgidos con aptitudes para el gobierno, desaparezcan de pronto -bajo el peso del partido oficial que llegó á temerlos. Por eso cuando -se observa una excepción, un hombre de cierta importancia dedicado á la -actuación política oficial, no hay más que revisar los libros de los -bancos, ó la lista de concesionarios de centros agrícolas, de ensanches -de egido, ó los legajos polvorientos de los juzgados del crimen... Ahí -está el secreto... - -«En cuanto á la sociedad oficial cuyos componentes hemos enumerado ya, -se ocupaba puramente de su comercio, feliz porque le dejaban _mañas -libres_. La renta municipal, las multas policiales, las coimas de las -casas de juego y otras, la enajenación de los terrenos de la comuna -¡qué negocio!... ¿Política? Ni la querían ni la estudiaban: les iba -hecha de La Plata, la ponían inmediatamente en acción y ni medían su -alcance ni les importaban sus consecuencias. Era, por otra parte, tan -limitada y tan monótona, que se la sabían de memoria y le dedicaban el -menor tiempo posible, deseosos de acabar pronto para seguir robando. -En un principio se preocupaban de llevar alguna gente á las elecciones -para darles cierta apariencia de legalidad; pero como esto exige -tiempo y gastos, lo fueron reduciendo á su menor expresión: el piquete -de policía armado á rémington frente al atrio, y en el portal de la -iglesia los escrutadores copiando los registros. - -«Llegóse una vez hasta á cerrar las puertas, para que algún votante -intruso no fuera á interrumpir á los que copiaban nombres... mil -cuatrocientos nombres de conciudadanos votando unánimes y entusiastas -por los candidatos oficiales. - -«Como no podían abundar los hombres de la especie requerida para -gobernar la comuna, se jugaba á las cuatro esquinas con los puestos -públicos: un año, Luna, era juez de paz, Carbonero intendente y Machado -presidente del concejo; al año siguiente, Carbonero era el juez de -paz, Machado el intendente y Luna presidente de la Municipalidad. Y la -permuta se repetía desde tiempo casi inmemorial, sin que se interpolara -ningún elemento nuevo. Tanta era esa escasez de hombres que en otros -partidos algunos tenían que representar dos papeles: éstos eran, por -regla general, diputados-intendentes.» - -Lo que podría faltar en este cuadro está ampliamente suplido en el -resto del volumen, ó lo suplirá más ampliamente aún el talento del -lector. Cerremos pues aquí las Memorias silvestrinas y su periodístico -y á la verdad algo frío comentario, que tan ventajosamente hubiera -sustituido alguna de las «agachadas» del farmacéutico. - - - - - FIESTAS PATRIAS - - ---¡Tatachin, chin, chin! ¡Tatachin, chin, chin! - ---Shuitzssss... pum! - -Y vuelta á empezar. - -Uno que otro pilluelo desarrapado seguía á la charanga y á don Máximo, -el viejo portero de la Municipalidad, cargado con un mortero y dos -docenas de bombas de estruendo para la salva reglamentaria de veintiún -cañonazos. - -Porque, eso sí, lo que es cañones, Pago Chico no los tenía sino en la -pasiva condición de postes, á la puerta del antiguo fuerte que, adobe -por adobe, iba derrumbándose en plena plaza principal. - -Era el amanecer de un día patrio. - -Olvidados los vecinos de la gloriosa fecha, despertaban sobresaltados -al oir los estampidos y la música marcial, á puro bombo y platillos, -creyendo que por lo menos, la grave cuestión política había sublevado -al pueblo en masa, y que los Krupps estaban haciendo estragos y -sembrando de cadaveres el pueblo. - -Es de advertir que, ya en aquel entonces, Pago Chico, sentía del uno -al otro extremo y sobre todo en su corazón--el pueblo propiamente -dicho--los estremecimientos precursores de la honda y trascendental -agitación que había de perturbarlo durante tanto tiempo, dando -socorrido tema á los historiadores futuros. - -«La grave cuestión política» no está puesta, pues, á humo de pajas, ni -era ilógico el sobresalto de los pacíficos vecinos, despertados por las -descargas sin malicia de don Máximo. - ---¡Ah, sí! ¡Ahora caigo! Hoy es el nueve. - -Y dandose vuelta en el lecho abrigado, los pagochiquenses volvían al -interrumpido sueño, fastidiados, renegando de esa música y esas bombas -pluscuam-matinales, pero contentos en el fondo de ver disipados sus -temores de guerra y exterminio. - -Alguna que otra madre afanosa se levantaba de un salto, á pesar del -intenso frío, para preparar los trajecitos de los _escueleros_, que -debían ir en corporación á la iglesia y luego á la Municipalidad á -pronunciar discursos, á decir versos patrióticos, y sobre todo á comer -masitas de la confitería de Cármine, hechas con sebo de la riñonada -tan útiles para Pérez y Cueto, Carbonero y Fillipini, y para el pobre -Silvestre. - -Después de dar diana á las autoridades y al cuerpo diplomático,--los -vice-cónsules Grandinetti, Sánchez Gómez y Petitjean--quienes por -excepción no hallaron propicia la oportunidad para un discurso, la -charanga y las bombas volvieron á su punto de partida, al pie del cono -truncado, obelisco de la plaza pública; rasgó el cielo blanqueado por -la luz del alba, el humillo de dos bombas lanzada una tras otra y que -estallaron allá arriba, formando una aureola como de copos de nieve; el -astro rey saltó al oriente, al imperioso mandato dorando la cima de la -pirámide y el techo de las casas, y en el aire tenue y frío vibraron -las notas solemnes de la introducción del Himno que ni los mismos -asesinos de la banda de Castellone, que por chuscada se apellidaban á -sí mismos _bandidos_, haciendo un juego de palabras no desprovisto de -base sólida, lograban echar á perder para nuestra eterna sugestividad. -Los pilluelos corrían y gritaban, entretanto, alrededor del portero que -se aprestaba á disparar otra bomba (le faltaban cinco para la salva de -veintiún cañonazos), y en las calles dormidas del pueblo sólo cruzaba -de vez en cuando, al trote de su caballo, y con el repique de los panes -sacudidos dentro, el carrito negro de algún panadero, á caza de puertas -abiertas... - -Terminó el himno, los músicos se fueron á su casa, el pueblo entró -lentamente en el movimiento habitual, esperando el medio día con su -procesión infantil á la municipalidad, sus _versadas_ en el salón -alfombrado exprofeso, sus cohetes, sus dulces, el vino de San Juan -hecho por Cármine como las masas, con algún sucedáneo del sebo--y el -rompecabezas, y la corrida de sortija, y el palo jabonado, y quizá--si -quisieran trabajar gratis en la plaza--los volatines, que en aquella -época hacían las delicias de la población en una gran carpa de lona. - -Un poco más entrada la mañana, los guitarreros, payadores de menor -cuantía, salieron cada cual por su lado á dar alboradas á las personas -de viso, á las puertas de su casa, con la esperanza generalmente -fallida de hacer buena cosecha de centavos para la mañanita ó la -chiquita, las copas de la tarde, y la farra de la noche. - -El viento parecía que cortaba; las gentes pasaban por la calle con -las manos metidas en los bolsillos y la cabeza entre los hombros. -¡Qué invierno aquél! Pero la baja temperatura no impidió que el negro -Urquiza, payador ó mandadero según las circunstancias, cantara á la -puerta del municipal Bermúdez, acompañado con terribles rasgueos de -guitarra. - - ¡Qué bello día de primavera! - ¡Qué panorama consolador! - -Se quedó sin centavos, á pesar de la ardiente fantasía que primaveraba -el invierno y convertía en panorama consolador al yermo aquél. Porque -Pago Chico, pelado como la palma de la mano, más que pueblo parecía -paradero de caravanas en un arenal. - -Se almorzó temprano y fuerte en aquel día, frío seco y radioso como -una gema. Pero en las casas reinaba gran bullicio; los niños no podían -estarse quietos y á los padres les hormigueaban las piernas. Las niñas -mayorcitas no quisieron almorzar, ocupadas en la tarea homérica de -disfrazar el vestido del 25 de Mayo, obra que les había absorbido toda -la semana. - -Sólo cuatro ó cinco (las de Tortorano, Bermúdez, Luna, Gancedo,) -estaban libres de ese trabajo, pero no de las zozobras que en todo -corazón femenino provocan las inevitables tardanzas de la costurera. - -La prensa de la localidad había salido de gala, en buen papel y con -grabados. _La Pampa_, el diario popular, cuyo programa era la redención -de Pago Chico, presentaba una alegoría de libertad, hecha por un -litógrafo de último orden, é impresa en Buenos Aires sobre papel de -oficio. Una gorda matrona con bonete puntiagudo y ámplias ropas de -hojalata, alzaba en el rollizo brazo un destrozado cadenón de buque, -sostenía en la diestra la histórica balanza de Bermúdez--que en tiempo -de los indios tuvo hilos para manejarla á capricho y estafarlos á gusto -y bajo el pie colosal y descalzo para mayor vergüenza, oprimía una -bestia apocalíptica, erizadas de púas en el cogote, y de ojos casi más -grandes que la cabeza. En segundo término, artísticamente esfumados y -en el aire, bailaban cuadrillas unos doce ó catorce muñecos, que según -por el texto del diario se supo, quería representar á los próceres de -la patria. - -La alegoría, (alegría pronunciaba Tortorano), llevaba esta leyenda. - - Y Á SUS PLANTAS RENDIDO UN LEÓN - -El Dr. Pérez y Cueto, que se hallaba en la redacción con Viera, -Silvestre y otros, al ver el verso sacó el lápiz, tachó con rabia la -palabra «león», y puso debajo «ratón». - ---¡Qué león, ni qué león!--exclamó.--¡Cuando mucho habrán vencido á un -ratón! - ---No hable mal d'España--le dijo con sorna Silvestre.--¡No es tan -ratón, doctor! - ---¡Vaya Vd. al caramba!--gritó Pérez y Cueto, saliendo de allí como una -bomba para evitar un desagrado. - -Viera se limitó á lamentar que su alegoría pudiera prestarse para -interpretaciones belicosas ó hirientes. Ni se le habrá pasado por la -imaginación que aquello pudiera suceder. - -Entre tanto _El Justiciero_, el organito de Luna, como le solían -llamar, era todavía más patriota que _La Pampa_, pues publicaba -también litografiado é impreso en papel de oficio--un gran retrato -del gobernador de la provincia, orlado de roble y laurel, modesta y -conmovedora manera de honrar el día glorioso y quedar bien con el -patrón al mismo tiempo. - -En estos prolegómenos y otros muchos que sería prolijo relatar, pasóse -la mañana entera y verdadera. - -Á las doce volvió á oírse por esas calles el aullido de la banda de -Castellone, tocando una marcha que el «maguestro» (así se llamaba -él mismo) había raprodiado para aquella circunstancia solemne; -rimbombaron en la desnuda plaza--tenía eco,--los cohetes de don Máximo, -muy estirado, enorgullecidísimo de sus altas funciones, y la gente -fué introduciéndose por grupos en la iglesia, casa del Señor y más -inmediata y exclusivamente, del cura Papagna. - -El cortejo oficial no tardó en presentarse. Iban á la cabeza don -Domingo Luna, intendente municipal, vistiendo ancha levita negra de -talle corto y mucho vuelo de faldones, y prehistórico sombrero de -copa; don Pedro Machado, juez de paz, con indumentaria aproximada -y oliendo á alcanfor y pimienta, como el intendente; el doctor -Carbonero, presidente de la Municipalidad, mejor puesto, con más aire -de gente, sin haber perdido del todo el ligero barniz de los años de -Colegio Nacional y los pocos de Facultad de Medicina (era médico de -«guardia nacional», como practicante en la guerra del Paraguay); á -su lado quebrábase el comisario Barraba, de saco y botas altas bajo -el pantalón, mirando á todas partes con ojos de mando y desafío; -el recaudador de la contribución directa y el valuador, empleados -provinciales, de jerarquía por consiguiente, iban detrás, y de á -dos, los municipales, acaudillados por Ferreiro y muy compinches -con Bermúdez; el comandante militar Revol, Fernández, director de -_La Pampa_, su escudero Ortega, el doctor Fillipini, Felipe Gómez, -el tesorero municipal, todo el oficialismo, en fin, sin que faltara -Benito, dragoneante de oficial de policía y revistando como agente... -El cuerpo diplomático ó sea los vice-cónsules Grandinetti, Petitjean -y Sánchez Gómez, seguía muy enlevitado, muy grave, muy posesionado de -su papel, infundiendo respeto á los mismos pilletes que, cuando estaba -cada uno de ellos tras del respectivo mostrador lo trataban tan á la -pata la llana «como si se hubieran criáu en el mismo potrero», decía -Silvestre. Formaban la cola del cortejo los empleados municipales, -inspectores, comisario de tablada, inspector del riego--gran -potencia--recaudador del impuesto de naipes y tabaco, pero nadie, -nadie que no ocupara un puesto público rentado ó no, salvo uno que -otro concesionario ó contratista enredado con fruto en los negociones -municipales. - -Tanto gritaba Viera en _La Pampa_ que ya el pueblo comenzaba á -divorciarse y huir de las autoridades, pero no muy ostensiblemente, -para no dar pie á las represalias. La oposición era placer no -saboreado sino de corto tiempo atrás, y los pagochiquenses no sabían -aún á derechas, cómo se hace, por qué se organiza, qué caminos debe -seguir, ni á dónde conduce. Ya lo aprenderían á su costa y quizá en su -beneficio... - -Pues, como íbamos diciendo, al rato llegaron procesionalmente los -alumnos de las escuelas. Con las caritas moradas y las manos azules -de frío, niños y niñas, bajo la brisa cortante y el sol radioso, -marchaban también de dos en dos, á las órdenes de sus maestros que, -soberbios y fastidiados, maldecían de la fiesta y sus incomodidades, -pero se pavoneaban orgullosos de aquel mando á vista y paciencia -del pueblo entero. Los chiquilines avanzaban con resolución, si no -con marcialidad, luciendo en sus ojos la esperanza de los dulces -municipales--infinitamente más ricos que los caseros,--después de los -discursos y los versos aburridores é interminables. - -El cura Papagna cantó el Te Deum como hubiera podido roncar un De -profundis. Imposible es decir cómo cupo tanta gente en la iglesita, -simple galpón de dos aguas con una torre ancha y baja, como hecha con -cuatro naipes, en una esquina. Muchos se quedaron á la puerta, éstos -sencillamente porque no cabían, aquéllos porque no cabían y también -porque se hubiesen quedado aunque cupieran, para hacer pública gala -de despreocupación religiosa. ¿Cómo creer que un Papagna pudiera -representar á nadie, ni siquiera al gobierno de Andorra, por muy -ministro que se dijera de la corte celestial?... - -Y entre tanto el bueno de Don Máximo, dale que le das á las bombas cuya -larga mecha encendía con un apestoso y húmedo cigarrillo negro, para -agazaparse en seguida y echar á correr casi en cuatro pies huyendo del -mortero, mientras resonaba el primer estampido y la bomba ascendía -recta, con ligerísima espiral, para estallar allá, muy arriba, sobre la -seda celeste del firmamento irradiando pedacitos de papel que el sol -convertía en lentejuelas de oro... - -En tropel salió la gente de la iglesia y apresurada atravesó la plaza -para invadir los salones de la Municipalidad, en que ya esperaban los -menos incautos, deseosos de no perder nada de la fiesta... Los niños de -las escuelas salieron en fila como habían entrado, bajo las órdenes de -sus maestros y medio entumidos por la larga espera de plantón. Llevaban -sus banderas de seda--orgullosos y fatigados los porta estandarte--y -si las niñas vestían de blanco y banda celeste, los niños ostentaban -todos la patria divisa atada al brazo, como en primera comunión. - -Los salones se llenaron y la fiesta comenzó, junto á la larga mesa del -refresco, que grandes y chicos miraban con ojos ávidos. - -Pocas, muy pocas señoras, temerosas con razón, de los estrujones -inevitables; pero no faltaban ¡qué habían de faltar! las madres de los -niños preparados para declamar ó pronunciar discursos alusivos, ni las -dignas esposas de los más dignos miembros del gobierno comunal, con la -intendenta á la cabeza. - -El inacabable cotorreo que llenaba el salón, fué apagándose poco á -poco, cada cual buscó la manera de estar cómodo viendo mejor lo que iba -á ocurrir, y una voz infantil surgió de sobre el mar de cabezas como un -grito subterráneo y prolongado. Decía versos. - -Nunca se ha sabido cómo podía el chiquillo manejar las manos entre -los apretones de aquella multitud. El hecho es que--enseñado por el -maestro de primeras letras--se debatía virilmente y lograba hacer con -gesto rítmico y acompasado, ademanes de acróbata que envía besos al -público, una vez con la derecha, otra con la izquierda, alternando -sin equivocarse, mientras las notas de su voz, agudas como puntas de -alfileres, clavaban palabras en los oídos cercanos: - - Al cielo arrebataron nuestros gigantes padres - el blanco y el celeste de nuestro pabellón... - -Nadie oyó ni entendió una palabra--salvo los muy próximos--pero ¡qué -aplaudir aquél! Hubiera sido cosa de nunca acabar si una niñita vestida -de raso celeste con un gorro bermellón, no se abre paso para contar al -pueblo soberano: - ---Hoy es el grande, el inmenso aniversario... - -Y como advirtiese que su movimiento instintivo no era el enseñado por -la maestra, interrumpióse roja de vergüenza y de temor, y con la voz -húmeda de llanto, temblorosa y baja, repitió después de corregir el -ademán: - ---Hoy es el grande, el inmenso aniversario... - -Y á medida que iba diciendo las frases triviales del dómine de aldea, -como si comprendiera lo que había debajo de aquel palabreo insulso, la -intención que ennoblecía y agigantaba tanta vaciedad, la chiquilina iba -acentuando sus palabras, su voz se robustecía, siempre monótona y sin -inflexiones, el rojo de la vergüenza era substituido por el carmín del -entusiasmo, brillaban sus lindos ojitos negros y cuando al final dijo: - ---¡Y juremos defender esta bandera! - -Muchos miraron instintivamente la que sostenía un bebé rubio y rosado -como un Bebé Jumeau, y por los circunstantes rodó una ola de emoción -rompiendo al fin en aplauso cerrado, sin que nadie parara mientes en -que á los diez años una futura patricia no puede jurar á sabiendas si -será ó no defensora de enseña alguna. - -Pero los pagochiquenses eran patriotas á su modo y por sugestión, -mientras «no queman las papas», según Silvestre. - -Terminados los aplausos, la niñita con la cara _colorada_ como si -fuese una flor de seibo, gritó:--«¡Viva la Rep...!» - -No se oyó más, porque don Máximo había creído oportuno el momento para -regalar al pueblo con media docena de cohetes voladores, vanguardia de -tres bombas de estruendo. - -Terminada esta parte de la fiesta, comenzó el desfile de los niños por -delante de la codiciada mesa. Con gracia encantadora, la intendenta, -una mujerona gorda y flácida, daba á cada uno su ración de dos -pastelillos elásticos, que á pesar de su heroica resistencia al diente, -pasaban en un abrir y cerrar de ojos á los infantiles estómagos. -En otra jira dieron á cada cual un vasito de orchata, y siempre en -fila, militarmente, comandados por maestros y maestras, los niños se -retiraron de la Municipalidad, dirigiéndose á las escuelas, punto de -reunión y de licenciamiento. - -Entre tanto, la oposición, sin tomar parte activa en los festejos -oficiales, no los había obstaculizado ni criticado siquiera. Por el -contrario, los cívicos padres de niños ó de niñas, permitieron gustosos -que concurrieran á las escuelas, el Te Deum y hasta la Municipalidad. -Un grupo se había cotizado días antes para dar un asado con cuero en -una chacra de los alrededores, y allí hubo tras de mucho apetito, mucha -alegría y muchísimos brindis patrióticos, en los que, si se mezcló la -política fué generalizando, lejos de toda alusión personal. Pero no se -tome esto como raro signo de cultura, como inesperada manifestación -de una tolerancia que nadie sentía, no. La fiesta patria era un -hermoso pretexto para divertirse, y allí había ido todo el mundo á -pasar un buen rato, á reir, á cantar, á bromear, pero no á calentarse -los cascos con el recuerdo de las diarias perrerías y los continuos -sofocones.--Estaban en el corro, devorando la sabrosa y blanca carne de -la vaquillona, los prohombres de la oposición, pues el festín criollo, -el cielo claro, el sol tibio y rubio, el silencio ambiente, la paz -regocijada de la naturaleza despertábales el apetito y el buen humor. - -El negro Urquiza había hecho el asado de acuerdo con todas las reglas -del arte, en una hoguera de leña fuerte y huesos; y los trozos de -carne, bien á punto, más sabrosos para los catadores que el faisán -trufado, salían del fuego como negros pedazos de carbón, rodeados de -cáscara realmente carbonizada, ganga protectora de aquel riquísimo -tesoro culinario criollo, cuyo solo recuerdo hace agua la boca á -cualquier hijo del país. El moreno había estado «á la altura de sus -antecedentes» se dijo para felicitarlo, desde los primeros bocados. -Luego, las congratulaciones y los plácemes fueron subiendo de punto, -hasta acabar todos gritando: - ---¡Te has lucido, Urquiza! - -El negro que, como tantos otros, llevaba el apellido de la familia -á quien sirvieran sus padres ó sus abuelos, no tuvo otra cosa que -contestar que un clamoroso: - ---¡Viva la patria! - -El almuerzo criollo había terminado cuando comenzó á bajar el sol, -y los comensales, unos á caballo, otros en americana, algunos en -tílbury, comenzaron á volverse á las casas,--como decían indicando -el pueblo,--después de haber solemnizado con el estómago--como en la -más refinada civilización,--el magno aniversario de la declaración de -nuestra independencia. - -Pero volvamos á los concurrentes de los salones municipales en el punto -en que los dejamos, es decir á la salida de los niños. - -Llegó, pues, el turno de las personas mayores, que asaltaron las -bandejas de pastelillos y las botellas de vino, de cerveza, de licores, -con un ímpetu arrollador. - -En un momento quedó el tendal de cadaveres, la mesa limpia de -vituallas pero no de manchas, y los brindis comenzaron, iniciándolos -el vice-cónsul francés, M. Petitjean, quien pronunció las siguientes -sentidísimas palabras: - -«Señogas y señogues: - -¡Como rapresentant' de la Fráns, yo levant' mi vas, pog brindag en esta -fiest, paga las diñas otoridades y diño pueblo de Pago Shic! - -«Señogues: - -«¡Viv' la Fráns! - -«¡Viv' la Republic' Aryantín!» - -Brindaron en términos análogos Grandinetti, agente consular italiano, -y Sánchez Gómez, vice-cónsul español, el uno con pronunciado acento -_zeneize_, el otro muy pulido, sin más pero que alguna confusión de _g_ -con _j_ y _o_ con _u_, sabroso condimento regional de sus entusiastas -palabras. - -Susurrábase que allá en los comienzos de su carrera oratoria, nombrado -maestro de primeras letras, pronunció al hacerse cargo de la escuela, -un memorable discurso: - -«Venju--dicen que dijo--á tratar del retrocesu de Paju Chicu, este -pueblo que antes fué jobernadu por los indius y que hoy sije en manus -de la misma familia.» - -Pero esto debía ser calumnia levantada por los envidiosos de sus altas -prendas ciceronianas, y lo hace sospechar así la insistencia con que -Silvestre propalaba la especie, alterando según las circunstancias el -texto del discurso. Quizá no sea aventurado considerarlo apócrifo. - -Las autoridades no hablaron, porque entre ellas no había lenguaraz -alguno, así es que se dió por terminada esa parte de la función, la -concurrencia salió de la Municipalidad, y cada cual tomó el rumbo que -más le convino: éstos á sus casas, aquéllos á los volatines, los de más -allá á la corrida de sortija, y los pilluelos al rompecabezas y el palo -jabonado con premios. - -Aquel día fué como un compás de espera en la turbulencia pagochiquense, -un día de fraternidad no muy efusiva, pero siquiera respetuosa y -confundible con una comunión en un solo sentimiento... - -Ridículas las fiestas de Pago Chico... Pero ¡caramba! ganas nos dan de -poner aquí como cierre del capítulo, la frase que Viera, contagiado -con la elocuencia de Pérez y Cueto, muy romántico, muy año 10, murmuró -aquella noche al oído de su novia, mirando el cielo cuyo azul profundo -daba una sensación de leve movimiento con el titilar de las estrellas: - ---Parece que las grandes alas de la patria se cernieran sobre nosotros -y nos acariciaran desde allá arriba. - -Pero no. No la pondremos. Está harto pasada de moda para que alguien la -lea sin reirse. Como cierre del capítulo se necesita otra cosa... otra -cosa... Pero, si no se halla nada mejor, no lo cerraremos y en paz... - - - - - POESÍA - - ¡Poesía eres tú! - _Bécquer_ - - -La noche de verano había caído espléndida sobre la pampa poblada de -infinitos rumores, como mecida por un inacabable y dulce arrullo de -amor que hiciese parpadear de voluptuosidad las estrellas y palpitar -casi jadeante la tierra tendida bajo su húmeda caricia. La brisa, -cálida como una respiración, se deslizaba entre las altas hierbas -agostadas, fingiendo leves roces de seda, vagos susurros de besos. -Las luciérnagas bailaban una nupcial danza de luces. El horizonte -producía extraña impresión de claridad, aunque en derredor no pudiera -discernirse un solo detalle, ni en los planos más próximos. Era una -noche de ensueño, de ésas que tienen la virtud de infiltrarse hasta el -alma, sobreexitar los sentidos, encender la imaginación. - -Y los peones de la estancia, tendidos en el pasto al amor de las -estrellas, iluminados á veces por una ráfaga roja que relampagueaba -de la cocina, fumaban y charlaban á media voz, con palabra perezosa, -inconscientemente subyugados por la majestad suprema de la noche. - -Una exhalación que cruzó la atmósfera, rayándola como un diamante que -cortara un espejo negro, para desvanecerse luego en la tiniebla, fué el -obligado punto de arranque de la conversación. - ---¡De qué dijunto será es'ánima!--exclamó el viejo don Marto, -santiguándose una vez pasado el primer sobrecojimiento. - ---¡Por la luz que tenía, de juro que de algún ráy!--contestó -medrosamente Jerónimo. - -Don Marto rezongó una risita: - ---¡De ande sacás!...--dijo.--Si aquí no hay ráys dende el año dies, -cuando echamos al último, qu'estaba en Uropa... después de los -ingleses... ¡Ráy! Aura todos somos ráys... y no tenemos corona, si no -somos hijos del patrón... Será más bien de algún inocente. - -Pancho, el aprendiz de payador, que andaba siempre á vueltas con la -guitarra y se esforzaba por descubrir el mágico secreto de Santos Vega, -con el instinto del pájaro cantor que reclama á la compañera, querida -en secreto,--Pancho, que vió aparecer en la puerta de la cocina la -delgada silueta de Petrona, destacándose en negro sobre el fondo rojizo -y cambiante del fogón, agregó melancólico y penetrado: - ---¡Debe de ser! Las ánimas de los angelitos son las más lindas. Parecen -de luz más... más caliente. Por eso se baila en los velorios p'a -festejarlas... Ésas no andan en pena ni se aparecen nunca... ¡Cuando se -muere una criatura se v'al cielo derechita, y áhi se queda!... - -Petrona se había acercado y, en la sombra más espesa del alero, -escuchaba, invadida también por el avasallador hechizo de la noche y -por el encanto de la palabra del payador. Como la compañera todavía -indecisa del pájaro cantor, estaba suspensa de sus trinos, hipnotizada -ya, pero sin tender las alas todavía. Y Pancho continuó: - ---Las de los malos son esas luces verdosas que andan rastriando por el -suelo y que juyen en cuantito si acerca un cristiano. Pero ésas son las -de los dijuntos que todavía tienen vergüenza de lo qu'hicieron en vida: -los que se disgraciaron por casualidá, los que engañaron á un amigo p'a -salvarse... ¡y tantos otros! Las que son malas de veras, las de los -ladrones, los traidores y los cobardes... ¡ésas no tienen luz! - -Don Marto asintió: - ---Sí, ésas son las que le tiran á uno el poncho, de atrás, en las -noches escuras, ó le mancan el mancarrón, ó le apedrean el rancho, ó le -asustan l'hacienda y l'esparraman y l'hacen brava redepente. - -Juan, el resero nuevo, interpeló á su antecesor y maestro, aquel -fumador que se fumaba hasta la yema de los dedos, achacoso ya y siempre -dolorido: - ---¿Y usté qué dice, don Braulio? - ---¿Yo? ¿Y qu'h'e decir? Que aquí estoy como peludo'e regalo, patas -p'arriba, esperando l'hora de ser ánima tamién! - ---¡Qué don Braulio éste! ¡No hay con qué darle! ¡Siempre con sus -dolamas y pita que te pita! - ---Y qu'h'e hacer ni en qué m'h'e divertir, á mi edá y con mis -achaques... Juntamente andaba pensando si lo dejarán pitar á uno -después que cante p'al carnero... - -Una risita de Pancho, y su contestación: - ---¡Ya lo creo, don Braulio! ¿Que no está viendo esa porretada'e -jueguitos que s'encienden y si apagan en el campo?... Ésos son los -cigarros de las ánimas, que vuelan y revuelan como las gaviotas ó los -teros, dando güeltas y fumando... - ---¡No digas!--exclamó entre incrédulo y admirado su vecino. - ---¡Si son _linternas_!--explicó don Marto, magistral. - ---Luciérnegas querrá decir, don...--siguió Pancho, -impertérrito.--Parecen bichitos, es verda; pero son los cigarros de las -ánimas pitadoras. - ---¡Calláte! ¡Y entonces, en invierno, ¿por qué no pitan? - ---Sí, pitan... ¡Pero tienen frío y s'encierran en las casas á pitar al -lau del jogón!... - ---¡Vaya un cigarro! ¡Si no quema el juego!... - ---¡Los dijuntos son fríos! ¡Estaría güeno que tuvieran juego caliente! -¿Quema el otro, acaso, el de las ánimas en pena?... - -Hubo una pausa. - -Entre amedrentado y risueño, don Braulio agregó en seguida: - ---¡Lindo no más! ¿Entonces, los dijuntos se entretienen? - ---¡Y qué han di hacer!... ¡Tienen tanto tiempo desocupau! Ellos -quisieran hacer lo mesmo que cuand'eran vivos, y correr, y boliar, -y enlazar... Pero á veces no pueden porque tienen los güesos en la -tierra... Pero saben venirse, p'a un si acaso... ¡Vamos á ver! ¿Á que -ninguno dice por qué sabe hacer tanto frío p'al veinticinco'e mayo y -p'al nueve de julio? - ---No mi hago cargo,--murmuró don Marto. - ---Yo no sé--confesó otro. - ---No caigo en cuenta,--declaró don Braulio. - -Pancho, triunfante, explicó: - ---Porque p'a las fiestas se vienen tuitos los que peliaron por la -patria, sin que falten ni los mesmos muertos en los Andes, que son unas -montañas altas así, ¡de purito yelo!... Y como son tantos... Por eso, -en cuantito tocan l'Hino Nacional, es un frío que da calor y que le -corre á uno por el lomo. - ---¡Ah, balaquiador lindo!--gritó don Marto, no sin admiración reprimida. - -Y luego; con cierto matiz respetuoso, alentador como un premio en -labios de tal paisano, agregó: - ---Y, diga, don... ¿qué se hace l'ánima de las mozas, cuando se mueren -todavía tiernecitas? - -La réplica inmediata de Pancho: - ---¡Qué viejo, este don Marto!... ¿Y no ha visto, un si acaso, los -macachines, como di oro, florecer qu'es un gusto por el campo, y todos -con una frutita enterrada, igualita á un corazón, y como azúcar... - ---¡Agarráte!... ¿Y las viejas? - ---Güevos de gallo, que se prienden en los cercos ó se agarran á las -barrancas. Y cuanti más güenas jueron en vida el güevo es más grande -y más sabroso, y cuando han tenido hijos y los han querido... ¡más -todavía!... - -Por su irritabilidad de enfermo, á don Braulio se le ocurrió lanzarle -un sarcasmo disimulado, sólo manifiesto por el tonito arrastrado y -cantor: - ---Y los payadores, decíme... - -Pancho contrajo con esfuerzo los músculos de la cara, sintió en la -garganta una especie de nudo, pero logró contestar, como si alguien le -dictara las palabras: - - --Los payadores de láy, - los payadores de veras, - no mueren nunca, paisano, - ni son ánimas en pena... - ¡siguen cantando nomás, - lo mesmo que Santos Vega!... - -Eran versos, inconscientemente medidos, y los lanzó con ritmo marcado -y sentimental. Á los otros les llegaron al alma. Hubo un silencio -prolongado y lleno de sensaciones... Luego, uno á uno, fueron -desgranándose los paisanos, saturados por la poesía total de la noche. -El último que se levantó para ir al galpón en que tenía la cama, -enervado por su mismo desgaste cerebral, fué Pancho. - -Y al pasar junto á la puerta, ya tenebrosa, de la cocina, en medio de -la envolvente y acariciadora sombra, sintió de pronto un hálito más -intenso, más tibio, más húmedo que el de la noche, y una vocecita que -murmuraba junto á su oído: - ---¡Pancho! ¿Quién te enseña esas cosas tan lindas? - -Y él, azorado un instante, trémulo y atrevido luego, como un héroe que -es todavía un recluta, abrazó con ímpetu á Petrona y - ---¡Vos!--le besó en la boca. - - - - - SITIADO POR HAMBRE - - ---¡Hay que sitiarlo por hambre!--había exclamado Ferreiro aludiendo á -Viera, en vista del pésimo efecto producido por las medidas de rigor, -como pudo verse en «Libertad de imprenta». - -El plan era fácil de desarrollar y estaba á medias realizado por el -oficialismo pagochiquense en masa, que ni compraba _La Pampa_, ni -anunciaba en ella, ni encargaba trabajos tipográficos en la imprenta -cívica. No había más que seguir apretando el torniquete y aumentar el -ya crecido número de los confabulados contra el periodista. De la tarea -se encargaron cuantos pagochiquenses estaban en candelero, dirigidos -por el escribano que les hizo emprender una campaña individual -activísima, no de abierta hostilidad, pues eso no hubiera sido -diplomático, sino de empeñosa protección á _El Justiciero_. - -En los pueblos pequeños, como el Pago, los suscriptores de los -periódicos son necesariamente escasos y más escasos aún los -anunciadores, porque ¿á qué santo salir diciendo que en el almacén tal -ó en la tienda cual, se venden éstos ó los otros artículos, cuando -todos tienen las mismísimas cosas, ni que la casa de Fulano ó de -Mengano está en la calle tal número tantos, cuando, hasta los perros -la conocen y le han puesto su marca muchas veces? Si se publica un -aviso en un diario es sólo como acto de magnanimidad y para favorecerlo -ostensiblemente, no por otro motivo ó propósito,--y más barato resulta -no anunciar. Volviendo á los suscriptores, muchísimos no pagan, unos -por ser muy amigos del propietario, otros por no serlo bastante,--de -manera que no hay cosa tan precaria como la vida de una publicación -de aldea, villa ó presunta ciudad, salvo cuando es afecta á los -gobernantes, quienes la subvencionan, le dan edictos, licitaciones, -etc., hacen subscribirse á sus allegados, subalternos, favorecidos -ó postulantes, y le crean así una especie de ambiente alimenticio -artificial. El periodista de la situación es un parásito insaciable, -porque nada, ni la sarna misma, come tanto como una imprenta. Y cuanto -más tiene el diario oficialista, menos alcanza el diario opositor, -puesto que el comercio no señala á la «réclame» sino una partida tan -exigua como la destinada á limosnas--es decir, nada en absoluto ó -nada relativamente--y los fondos no alcanzan para dividirlos en dos. -Mientras uno mama, el otro llora. - -De la parte de su capitalito que Viera destinó al sostenimiento de _La -Pampa_ después de invertir la mitad en la imprenta, apenas le quedaban -unos pocos centenares de pesos enterrados en un solar de los suburbios -que, en vez de subir se había depreciado desde que lo compró. Esto -mismo era más nominal que positivo, pues como el diario, bamboleante en -un principio, se sostenía á duras penas, los proveedores bonaerenses -de papel, tinta, tipos y demás, tenían en cartera documentos á plazo -fijo por un total bastante más crecido que el valor del terreno. Para -_La Pampa_, más celosa que la misma balanza de precisión de Silvestre, -la que según él medía hasta el peso de las palabras, cualquier carga -desfavorable podía determinar la ruina y el cierre ignominioso por -falta de elementos. - -Ahora bien, la campaña organizada por Ferreiro se llevó á cabo con -éxito visible. Todos «los amigos» convirtiéronse en elocuentes -propagandistas y comisionistas de _El Justiciero_, buscando avisos y -subscripciones que muchos no les negaban por no incurrir en las iras -celestiales. Pero, según lo ya dicho y como que el hilo se corta por -lo más delgado, sáquese la consecuencia, como la sacaban práctica, -aritmética y monetariamente Viera y su administrador, no sin graves -temores para un futuro inmediato. - ---¿Por qué no se subscribe al _Justiciero_? ¿Por qué no pone su avisito -en _El Justiciero_?--era la frase intercalada de pronto y sin andarse -con muchos rodeos en la conversación por los secuaces del escribano. - ---Porque ya estoy suscrito á _La Pampa_ y tengo allí mi aviso. - ---Póngalo también en _El Justiciero_, porque _hay_ interés en ayudarlo, -y para un comerciante que vive de todo el mundo, como Vd., no conviene -estar bien con unos y peor con _otros_ que valen más. - -El comerciante trataba, á veces, de no dar su brazo á torcer, siguiendo -con el aviso en _La Pampa_. - ---Es que mire, don... El negocio no da p'a tantas misas, y á gatas si -puedo pagar un solo aviso, que ni necesito siquiera. - ---Bueno,--replicaba el comisionista de ocasión,--en ese caso, para no -quedar ni bien ni mal con nadie, saque el aviso que tiene y no se haga -tomar entre ojos. - -Por pocas concomitancias que el catequizado tuviera con «el poder» -forzosamente cedía, si no á la elocuencia de estas palabras, á -las amenazas que sentía rezongar bajo ellas, y ó daba el aviso á -_El Justiciero_ quitándoselo á _La Pampa_, ó se lo quitaba á ésta -para no darselo á nadie. Lo mismo ó punto menos ocurría con las -subscripciones... - -El derrumbamiento del diario oficial se precipitaba estruendosamente -sin que Viera atinase con el remedio. El administrador sólo supo -aconsejarle uno peor que la enfermedad: rebajar las tarifas. Puesto -en práctica, observóse que no entraba un solo anuncio nuevo,--como -es natural, dado el carácter de los anunciantes,--mientras seguían -retirándose los viejos... - -Viera, que había fijado ya la fecha de sus bodas, creyó prudente -postergarlas hasta ver más claro en su situación, harto borrascosa -para embarcarse en el matrimonio; hizo todas las posibles economías, -redujo el personal de la imprenta y trató de prepararse para hacer -frente al próximo vencimiento de uno de sus pagarés... ¡Ay! si bien -las páginas de anuncios de _La Pampa_ podían llenarse bien ó mal con -los borrones de los antiguos clisés de específicos, la caja de la -administración no se llenaba con artificio alguno. Al borde del abismo, -acudió solicitando un préstamo á la sucursal del Banco de la Provincia, -aunque considerara el paso inútil y hasta ridículo, pues los consejeros -eran Ferreiro y comparsa, precisamente los que estaban sitiándolo por -hambre. No se le dió ni siquiera un «no redondo»; ¡eso nunca!; al pie -de su solicitud, y con la firma del gerente, leyó pocos días más tarde -esta cortés pero mortal negativa: «Otra oportunidad». - -Aún no había hecho confidencias á nadie, limitándose á refunfuñar -que el diario no iba tan bien como quisiera; pero ya necesitaba -por lo menos el precario consuelo de desahogarse con algún amigo, -instintivamente, sin la esperanza más remota de que nadie le echase una -cuarta para sacarlo del cangrejal en que se hundía. - -El comité cívico no había hecho ni podía hacer nada en su favor, porque -también se hallaba desastrosamente arruinado, y ni en el terreno de la -hipótesis era caso de pensar en desnudar á un santo desnudo para vestir -á otro no más abrigado por cierto. Como aquel pesar y aquel temor de -la catástrofe próxima no dejaban en su cerebro célula capaz de una -iniciativa, ni siquiera eligió su confidente, sino que, en el momento -psicológico de la expansión, abrióse al doctor Pérez y Cueto que -acababa de llegar por casualidad á la imprenta, y que le escuchó con -tristeza y á ratos con indignación, mientras le reconstruía, tal como -la había olfateado y comprendido, la trama abominable contra él urdida -por Ferreiro, Luna, Machado, Barraba, Carbonero y tutti quanti. - ---¡Mandrias! ¡Canalla soez! ¡Inmunda estirpe!...--exclamaba de tiempo -en tiempo el doctor, interrumpiendo á Viera. - -Y luego, cuando el otro le enumerara sus apuros y dificultades, lo -volvía á interrumpir: - ---¡Caramba, caramba, caramba! - -Por fin Viera calló, muy conmovido, y no porque se le hubiera agotado -el tema, sino porque la fatiga le exigía reposo. El doctor Pérez y -Cueto púsose en pie, paseó la sala de arriba abajo con las manos -atrás y la cabeza sobre el pecho, profundamente meditabundo. Luego, -irguiéndose, arribó á una conclusión: - ---¡Hay que arreglar eso!--dijo. - -Y después de una pausa, como para que se le escuchara con religiosa -atención, repitió sentenciosamente: - ---¡Hay que arreglar eso! - -Nueva pausa. Viera, por último, resolvió acortar el entreacto: - ---¿Y cómo?--preguntó á su grande amigo. - ---¡Hay que arreglar eso! ¡Ya lo tengo pensado! Ahora mismo acaba -de ocurrírseme. No es posible que esos espúreos ciudadanos, esos -advenedizos despreciables que han llegado al poder arrastrándose por -el lodo como los reptiles, sigan sojuzgando á este desdichado pueblo -y vejando á la gente de pro. ¡Á todos nos toca mantener bien alto la -bandera enarbolada por _La Pampa_, y todos sabremos cumplir nuestro -deber! ¡Tenga Vd. confianza, Viera, tranquilícese! ¡Retemple el corazón -para seguir luchando como bueno! - -Estaba tan agitado y conmovido cual si acabase de hablar ante cien -ó doscientos pagochiquenses, en algún meeting trascendental; y á fe -que su auditorio, arrebatado por aquella elocuencia, enternecido por -aquella grandeza de alma, se dejó contagiar por su entusiasmo hasta las -lágrimas. Sí. Viera lloraba cuando estrechó la mano de su altisonante -amigo. Y cualquiera de nosotros hubiese hecho lo mismo en su lugar, -porque ensánchese Pago Chico hasta convertirlo en gran nación, -agrándese también proporcionalmente el motivo y las consecuencias del -acto y ¿no resultan entonces el médico y el periodista dos héroes -tan grandes como los que hayan sacrificado más por la patria y la -humanidad? Todo es cuestión de relatividades, de apreciaciones, de -teatro, de circunstancias. El hecho en sí era noble y generoso: póngase -en parangón con la entrevista de Guayaquil y resultará trivial; -compárese con el egoísmo reinante en la actualidad, y ya veréis cómo se -agiganta... - ---¿Con cuánto se remedia?--preguntó el doctor Pérez y Cueto, volviendo -á la prosa de la vida, pero sin empequeñecer por eso su acción, como -aquellas homéricas deidades que podían comer, batallar, amar, hacer -tonterías, á lo humano, sin perder por eso su divino carácter. - -Viera se lo dijo. - ---Bien. Yo no puedo prestarle toda esa suma, ni aquí ha de tratarse -de un préstamo. No. Pago Chico está en deuda con Vd., Pago Chico está -en deuda con _La Pampa_, su único defensor, su postrer baluarte, y es -preciso que se conduzca como un pueblo digno de tal nombre. Inicio, -pues, una suscripción popular contribuyendo con doscientos pesos, y -encabezando la primera lista que me encargo de llenar. No faltarán -hombres de buena voluntad que colaboren en la tarea y se hagan cargo de -otras listas. En un par de días tendrá Vd. el doble de lo urgentemente -necesario, y _La Pampa_ volverá á navegar viento en popa. - -Y, en efecto, pocos días después, el doctor Pérez y Cueto entraba -triunfante en la redacción de _La Pampa_, gritando á voz en cuello: - ---¡Aún hay pueblo en Pago Chico! ¡Aún hay pueblo en Pago Chico! - -Se había reunido una suma importante para aquel centro y aquella -época, y centenares de vecinos subscribieron con entusiasmo según sus -fuerzas, los unos igualando la suma ofrecida por el doctor, los otros -contribuyendo hasta con veinte centavos ahorrados del modestísimo -puchero. Si Washington hubiese podido presenciar aquel movimiento, -hubiera pensado que aquélla era tela de ciudadanos, y que con -elementos capaces de acto tan sencillo en apariencia, es como se -organizan grandes naciones. Desgraciadamente Washington había muerto -hacía muchos años, y aunque viviera no tendría probabilidad de conocer -el nombre de Pago Chico, y mucho menos su batracomiomaquia... - -Todas las listas cerradas y puestas en manos del administrador de _La -Pampa_ resultaron conformes con las sumas entregadas sucesivamente en -efectivo. Todas... es decir... Y aquí la pluma se emperra como patria -empacado, para el que no valen ni las nazarenas, ni la lonja, ni el -talero mismo. No hay quién la saque. Sería más capaz de bolearse que de -dar un solo paso... Pero ello es preciso, sin embargo, y justamente nos -facilita el relato el hecho inevitable de que resultará inverosímil, -de la más absoluta inverosimilitud. Si no fuera inverosímil, no lo -contaríamos. Gracias á que lo es, siempre quedará el suceso envuelto en -una niebla de vaga desconfianza, como una cuasi mentira que debiera ser -mentira sin cuasi en cualquier mundo á lo Pangloss... - -Pues es el caso que faltó una lista. No. La lista no faltó. Lo que -faltó fué el dinero. Imposible armonizar nunca las cifras del total con -el cero de la entrega... He aquí los hechos: - -La tarde del día en que se cerraba la suscripción, Silvestre entró -contentísimo en la imprenta, donde Viera estaba casualmente solo. - ---¡Viera, hermano Viera!--exclamó el insigne boticario.--Te he juntado -más de seiscientos pesos: todos me han pagado. Ahí los tengo en casa; -y si los querés te los traigo áura mismo. - ---No hay apuro. - ---Aquí tenés la lista. Guardala, porque no queda nadie que agregar, y -he hecho la suma. ¡Qué manifestación, hermano! Esto sí que es honroso. -Ya no se trata de puro jarabe de pico, y cuando la gente se presta -á aflojar la mosca, por algo ha 'e ser. Tocarle el bolsillo es como -andarle por las verijas á un animal cosquilloso. Así que, si querés, -podés engréirte de lo que han hecho con vos. - ---Sí, hermano--replicó Viera--me siento verdaderamente conmovido, y si -no fuera por eso llegaría á ponerme orgulloso. ¡Ésas son cosas de que -no me podré olvidar en la vida, y que no andaré propalando, si no que -las guardaré exclusivamente para mí, como una gloria íntima y también -como una obligación inquebrantable de mantenerme tal cual soy, de -seguir sin extravíos la norma que me he trazado!... - -Hablaba sinceramente, y es muy posible que hoy, recordando aquellos -momentos, repitiera esas mismas palabras con igual convicción. - -Silvestre le miraba. Al rato le preguntó: - ---Pero, decíme, ¿La suscrición te alcanza para sacarte completamente -del pantano, ó no? - ---Es una ayuda muy grande. - ---Eso ya sí. ¿Pero ahora te ves ya completamente libre de compromisos? - ---Por el momento sí. - ---¡Ah, por el momento, bien decía yo! ¿Unos cuantos meses, no es verda? -Porque si el diario no se sostiene, ni menos da ganancias, en cuanto -se gasten esos nales volvés á enterrarte hasta el encuentro en el -tembladeral, ¿no? - ---Desgraciadamente. - ---Natural. ¡Lo que necesitás es muchos suscritores, muchos avisos, para -pagar á todo el mundo y vivir sin arretrancas!; ó, de no, mucha plata -para que el diario no se vaya al bombo en algunos años, y venga más -población y entonces se pueda sostener.--Porque supongo que, aunque los -nuestros suban no sos de los que se han de prender á la ubre... - ---Tenés razón, tenés razón en todo Silvestre... - ---Bueno... entonces, esperá... dejáme á mí... Yo sé lo que hago, y has -de ver cómo todo viene como anillo al dedo. Tengo una combinación... Ya -verás ya verás... - -Y se levantó en actitud de marcharse. - ---¿Qué pensás hacer? - ---No te quiero decir... Luego... Mañana. - -Y se fué. - -Tan optimista estaba Viera, que la más pequeña simiente de ilusión ó de -esperanza caída en su cerebro, luego se fecundaba, germinaba, brotaba, -crecía, echaba hojas, ramas, flores, frutos, como si estuviera en manos -del más hábil de los faquires indios. Las vagas palabras de Silvestre -lo enajenaron, entregándolo á una especie de pasajera megalomanía: era -evidente para él que su amigo pensaba convocar de nuevo al vecindario -patriota para exponerle minuciosa y exactamente la situación, -comunicarle sus ideas y propósitos, y exigir de él un esfuerzo más -ámplio y más continuado que aquella gran cinchada, demostrando que -con menos sacrificio se arribaría á mucho mayor efecto si no se -aguardaba cada vez, para echarle una manito, á que el carro estuviera -encajado hasta la maza. Más suscripciones, avisos mejor pagados, con -qué equilibrar las entradas y las salidas; él no pedía más, ni lujo -ni holgura siquiera, para seguir diciendo verdades y defendiendo al -pueblo... - -Fué á ver á la novia para contagiarle su fiebre de ensueños, para -transmitirle el inmenso júbilo con que tantas manifestaciones de -aprecio--gloriosas decía él--embriagaban su juventud, para hablar -también de las bodas, que podrían acelerarse, sin tener ya enfrente el -fantasma de la miseria... Después, vuelto á su casa, aquella noche se -durmió sonriendo á sus nuevos y quebradizos juguetes. - -Cuando, á medio día, entró en la imprenta Silvestre, su revuelto -cabello, los ojos huraños, los labios resecos y plegados en una mueca -amarga y nerviosa, revelaban un hondo sufrimiento, una grande angustia. -Viera lo miró sorprendido. - ---¿Qué tenés?--exclamó. - -Silvestre, sin contestar, sacó el revólver, presentólo por el cabo al -periodista y - ---¡Tomá, matáme!--murmuró con voz reconcentrada. - ---¿Qué tenés? ¿estás loco? - ---¡Tomá, matáme, te digo! ¡Soy un canalla y un flojo, porque ya me -debía haber hecho saltar la tapa de los sesos! ¡Tomá, matáme por favor! - -Viera le quitó el revólver. Acababa de comprenderlo todo, lo de la -combinación, las reticencias, la loca esperanza... Silvestre se había -dejado arrastrar por su afición al juego, creyendo sinceramente que -obedecía al propósito de salvar para siempre á su amigo. La noche -antes, en casa del Rengo, lo habían dejado más pelado que laucha recién -parida. La suscripción no era ya sino una cantidad negativa, aumentada -con una deuda exigible dentro de las veinticuatro horas, una «deuda de -honor.» - -El periodista guardó el revólver en un cajón del escritorio, y aunque -sintiera el corazón oprimido hasta el dolor, pudo sonreirse y decir -filosóficamente: - ---¡Pedazo de sonso! Si hubieras venido con las manos llenas de plata no -traerías el revólver, aunque la intención sea la misma... Sólo que... -hay que desconfiarles mucho á esas intenciones... ¿Perdiste? Bueno; ¡no -hablemos más! Ya sabés que hiciste mal en jugar, y... ¡basta! - -Silvestre lo miraba boquiabierto, alelado, con una sorpresa indecible. - ---¿Conque sabías?--acertó á balbucir.--¡Y me perdonás, hermano, todo el -mal que t'hecho!... - -Y reaccionando de pronto, rompió á llorar con grandes sollozos -convulsivos, sentado, sepultada la cabeza entre las manos, sobre las -rodillas trémulas. - -...Una semana después no se acordaba ya de aquella crisis espantosa, -tranquilizado por el silencio de Viera. Pero debemos confesar en honor -suyo, que perdonó á su amigo el haberlo perdonado de su falta, y esto -aboga por él, porque es excepcional. Viera dió por recibida la suma con -grave peligro de su reputación, pues la falla prolongó y dió incremento -á sus apuros. - ---¿Dónde tira la plata ese loco?--se preguntaban haciéndose cruces -los que veían de cerca al periodista siempre metido en su intolerable -atolladero. - -Pero como Silvestre no se apresuraba á explicarlo ni Viera había de -hacerlo... - - * * * * * - -El lector querrá saber cómo justificamos la visible contradicción que -se nota leyendo esta crónica, primero en las dos opuestas actitudes -del pueblo pagochiquense, y después en los actos de Silvestre, censor -implacable de lo malo y luego capaz de todo, hasta de un abuso de -confianza. Pues muy sencillamente: no la justificamos porque no -necesita justificación. Si la necesitara, diríamos en cuanto á lo -primero que se trata de esos distintos estados de alma, del alma -popular, que permiten y aun crean las fluctuaciones de opinión y -acción observables que toda colectividad, y en cuanto á lo seguido que -Silvestre, culpable, seguía siendo puro como lo creía Viera, pues si -antes se dijo que el más justo peca siete veces, hoy puede afirmarse -que el más sensato lleva un loco adentro. - -Sólo que Silvestre (aquí inter nos) no era el más sensato... - - - - - EL DIABLO EN PAGO CHICO - - -Viacaba, aquel paisano tosco, bueno y trabajador que tantos han -conocido, tenía en ese tiempo su rancho á algunas leguas de Pago Chico, -sobre el remanso de un pequeño arroyo que, después de reflejar la -barranca, perpendicular y desnuda de vegetación, los sauces desmedrados -que se balanceaban sobre ella y el corral de la escasa puntita -de ovejas, seguía su curso casi en ángulo recto sobre su antigua -dirección, é iba lento, pobre y turbio, á echarse en el indigente -caudal del Río Chico, que en realidad nunca llegó á río ni aun con -aquel refuerzo, sino en época de grandes crecidas é inundaciones. -Viacaba vivía allí, desde muchos años, con su mujer Panchita, sus dos -hijos Pancho y Joaquín, hombres ya, su hija Isabel, morenita feucha -pero inteligente y un par de peones, Serapio y Matilde, que, ayudados -por el viejo y los dos mozos, bastaban y sobraban para los quehaceres -habituales de la estanzuela. - -Estos quehaceres estaban lejos de ser abrumadores, aunque Viacaba -poseyese buen número de vacas y de yeguas, y unos pocos centenares de -ovejas para el consumo, pues no era aficionado á esa clase de crianza. - -El rancho era espacioso y constaba de varias habitaciones. Se veía -desde lejos, sobre el albardón abierto en dos por el arroyo que, -voluntarioso y caprichudo, no había querido echar por lo más fácil, -aunque le sobrara campo llano en que correr y aunque no le importara -un bledo de la línea recta. Quizá, cuando tendió su lecho, aquellos -terrenos tendrían muy distinta configuración... - -Y así como el rancho se veía de lejos, así también desde el rancho -se abarcaba hasta muy lejos un horizonte curvilíneo, desierto, -completamente plano, una extensión de pampa cubierta entonces de hierba -reseca y triste, amarilla tirando á gris, alfombra polvorienta en que, -como trazada de propósito, se destacaba la tortuosa línea verdegueante -de las orillas del arroyo, como una franja de terciopelo nuevo en un -inmenso manto raído. - -Aquella siesta hacía un calor bochornoso. El campo reverberaba, como -si fuese de sutiles y vibrantes laminillas de acero, y mareaba con sus -destellos ofuscadores. El cielo estaba casi blanco, sin una nube, pero -en él flotaban grandes é invisibles masas de vapores dilatados por el -calor. Oíase el incesante y estridente chirrido de la chicharra, y en -la atmósfera había un monótono zumbar de insectos, sin que se supiera -de dónde partía, pero ensordecedor, atontador de persistencia. - -No es extraño, pues, que cansados del trabajo de la mañana y rendidos -por el bochorno abrumador, todos durmieran en el «puesto» de Viacaba; -los hombres bajo el alero que daba al este, ya sin sol, y las mujeres -en el interior del rancho, cuya obscuridad ofrecía una momentánea -sensación de frescura. - -El aire, sofocante, estaba inmóvil, como casi todos los días á esas -horas, en aquella temporada de sequía, tan larga y amenazante ya, que -los animales comenzaban á desmejorar y enflaquecer, síntoma de probable -epidemia... Los hombres dormidos respiraban sofocadamente, y gruesas -gotas de sudor les brotaban de los poros, bruscas y cristalinas, -para correr luego en hilos por su piel morena. Dormían intranquilos, -hostigados por el calor y por las moscas, zumbadoras, insistentes, -pertinaces á pesar de sus instintivos manotones. Y hubieran seguido -postrados por la modorra, si el galope de un caballo que se detuvo -frente á la tranquera, y el furioso ladrar de los perros que, un -momento antes, echados á la sombra y con la lengua afuera imitaban -jadeando la locomotora de un expreso, no los arrancaran de la siesta. - -Matilde, un peón santiagueño, enorme y mal encarado, á quien aquel -nombre de mujer sentaba «como á un Cristo un par de pistolas,» se -incorporó refunfuñando, levantóse perezosamente, y con paso tardo, á -pesar del sol que rajaba la tierra, se encaminó á ver quién era el -importuno jinete. Los demás, mirando hacia la tranquera, entrevieron -un tordillo, negro de sudor y de polvo, que resollaba como un fuelle y -sacudía cabeza, orejas y cola, espantando la nube de moscas que se le -había echado encima. El pasajero entraba con Matilde, que se adelantó -para informar á Viacaba. - ---Es un «franchute» que píd'i'agua--dijo.--¿Le doy? - ---¡Cómo no! Hacé qu'entre aquí á la sombrita. - -Cuando el hombre llegó al alero todos se habían levantado, y Panchita é -Isabel se movían adentro, despertadas por las voces. - ---Buenas tardes, amigo. Entre y sientesé... Dale agua fresca, Serapio. -Después tomará un matecito, si gusta... Y ¿cómo anda, amigo, con este -solazo, que ni las víboras salen de las cuevas? - -El francés explicó que aquella misma tarde tenía ocupaciones de -urgencia en el pueblo, para poder tomar la «galera» á la madrugada -siguiente. - -Era un mocetón alto y delgado, muy rubio y de ojos clarísimos, frente -estrecha, nariz larga, descolorida y ganchuda, como el pico de una -ave de presa; tenía algo de carancho, aunque su rostro fuese largo -y afilado, y su exagerada urbanidad no bastaba para desvanecer la -antipática impresión que desde el primer instante produjera en aquellos -hombres sencillos y toscos. Un fluido repelente flotaba en torno suyo, -como si emanara de su cuerpo, y los cinco paisanos, tan distintos en el -aspecto y las maneras, no podían dejar de mirarlo con desconfianza. - -Bebió con verdadera avidez el agua recién sacada del pozo, y gozando de -la sombra dejóse estar sentado en un banco, bajo el alero, recostado -en la pared de barro groseramente blanqueada, parpadeando para no -dejarse vencer por el sueño. Y cuando Isabel apareció, seguida por la -madre, con el mate amargo que había cebado en la cocina, se levantó -ceremoniosamente, algo envarado, haciendo una gran reverencia y -murmurando cumplidos á la amable «señoguita» y á la respetable «señoga». - -Sorbió, no sin alguna mueca, el acre brebaje á que no estaba -acostumbrado, y con nuevas cortesías devolvió el mate á la joven. -Ésta, al pasar para la cocina, con gran fragor de enaguas almidonadas, -significó á Pancho, con un mohín y una miradita de soslayo, cuánto la -disgustaba, también á ella, el extranjero. La señora lo examinaba á -hurtadillas. Los hombres hacían esfuerzos para sostener la desanimada -conversación. - -Más de una hora duró la visita. Matilde dió, entretanto, de beber al -tordillo, y le apretó la cincha, como si con ello apurara el momento de -la separación. - -Mientras armaba un cigarrillo negro con que Viacaba lo había -obsequiado, el francés habló de la sequía y del triste estado de las -haciendas. Llegaba de lejos, y toda la campaña que había recorrido -presentaba el mismo aspecto de desolación: pastos resecos como yesca, -lagunones sin agua, bañados lisos y duros como piedra, arroyos tan -bajos, que casi todos se podían pasar de un salto; las haciendas -vacunas estaban flacas como esqueletos; las ovejas muy desmejoradas y -con una sarna más pertinaz que nunca; las yeguas con huesos y pellejo... - ---La suerte que aquí no lo vamos pasando tan mal tuavía--exclamó -Viacaba con cierta satisfacción. - -Pero alzó bruscamente la cabeza, alarmado, cuando el extranjero dijo -que en muchas partes había visto grandes torbellinos de polvo que el -viento arrancaba de la tierra desnuda de vegetación. - ---¡Las polvaderas!--murmuró con acento medroso--¡Por lo visto, ya -principian!... - -Y se quedó profundamente pensativo, evocando aquella terrible -calamidad, no sufrida desde muchos años, pero que en otro tiempo pasara -por allí sembrando el estrago y la devastación, dejando la inmensa -pampa despoblada de animales y como muerta y enterrada ella misma bajo -cenicienta y móvil capa de polvo... - -La voz atiplada y agria del viajero, salpicada con notas discordantes, -aumentaba aquella impresión, y la de antipatía y desconfianza que -irresistiblemente provocara en todos. - -Ya con el sol algo bajo, el francés se despidió haciendo zalemas -y protestas de vivo agradecimiento. Viacaba lo acompañó hasta la -tranquera mientras los demás habitantes lo miraban marcharse, en fila -bajo el alero... El tordillo, descansado ya, emprendió la marcha con -paso más brioso, y cuando iba á lanzarlo al galope, el jinete oyó que -el paisano le gritaba desde la tranquera: - ---¡Cuidao con el pucho! - ---«¡Oui! ¡oui!»--gritó el otro sin comprender. - -Un momento después, Isabel, que volvía con el inacabable mate amargo, -formuló el pensamiento de todos: - ---¡No me gusta nadita esi hombre! - ---Cosa güena no ha'eser,--refunfuñó afirmativamente Matilde recogiendo -el recado para ir á ensillar. - ---Parece medio... «cantimpla»,--zumbó Pancho, el más tolerante, después -de Viacaba. - -Y aunque pasaran largo rato en silencio, aquella visita debió continuar -preocupándolos, porque Serapio no dijo á quién se refería cuando -observó: - ---Ahí va, por el «fachinal». - -Efectivamente, el bulto, ya apenas perceptible, del hombre y el -caballo, se alejaba rápidamente é iba á internarse en un alto pajonal -que, en dirección á Pago Chico, ocupaba una vasta extensión de terreno. - ---¡Cantimpla decís!--objetó Joaquín que se había quedado rumiando las -palabras de Pancho.--Pues á mí, lo que me parece es un pájaro de mal -agüero, con ese pico'e lechuzón desplumao de la cabeza... Con tal de -que no nos haiga echau algún «daño»... - ---¡Dejáte de agüerías, Joaquín!--exclamó Viacaba.--¡Los gringos «saben» -tener unas caras... fierazas! Pero ¿y de áhi? ¿Han de ser brujos por -eso?... - -Viacaba era supersticioso también, pero la edad y la experiencia -atenuaban un tanto esa superstición. - -Los peones salieron al campo y tomaron para el oeste, donde estaba -el grueso de la hacienda, seguidos por Joaquín. Al este, pasando el -arroyuelo, sólo había algunas yeguas y la tropilla de zainos. - -Las dos mujeres, Viacaba y Pancho, se quedaron bajo el alero, sin ganas -de moverse en la atmósfera asfixiante. El sol se acercaba al ocaso, y -su luz iba enrojeciéndose por momentos. - -Al obscurecer, cuando volvieron los otros, llamados por la hora de la -comida, el cielo era al oeste un inmenso manto de púrpura reflejado al -oriente en un tenue velo, purpúreo también. Y delante de ese velo una -columna recta, de vapores terrosos, se alzaba del pajonal como girando -sobre sí misma. - ---¡No digo! ¡Si ya principian las polvaderas!--exclamó Viacaba, que la -vió al ir con los suyos á la cocina. - -¿Cómo había podido equivocarse aquel hombre de campo, nacido en plena -pampa, conocedor de todos sus fenómenos, confidente de todos sus -secretos? ¿Miró mal? ¿Ó la evocación terrible de las polvaredas, la -obsesión de tamaña calamidad, le había paralizado el cerebro? - -No era, no, el torbellino de polvo que una corriente giratoria alza y -retuerce en el aire, como columna salomónica, desde el campo reseco, -para pasearla después en caprichosa danza de un lado á otro y luego -dejarla caer, de golpe, disuelta, desvanecida en la atmósfera como -fantástica creación de pesadilla. No. La columna estaba fija en el -mismo punto é iba elevándose y ensanchándose en la atmósfera tranquila -y caldeada que doraban y enrojecían los últimos parpadeantes fulgores -del sol. - -Y el astro acabó de hundirse. Las oladas de púrpura que lo seguían, -cubriendo el occidente, se derramaron también tras él, poco á poco, á -manera del agua que desaparece lenta en una hendidura. Y para anunciar -la noche que llegaba, comenzaron á revolotear tenues brisas mensajeras -de paz, que crecían y se multiplicaban por momentos... - -Era ya obscuro, y, sin embargo, la columna seguía viéndose en el -pajonal, vagamente luminosa, como si fuera la misma que guió á los -israelitas en el desierto... - -Entretanto la familia Viacaba, comía en la cocina, rodeando el fogón, -más animada y conversadora, pues el airecillo, tibio aún, iba haciendo -reaccionar á todos de su enervamiento, á medida que cobraba fuerzas y -agitaba con más decisión las alas. - -La conversación, interrumpida á ratos, seguía, persistente, rodando al -rededor de la visita del francés, el acontecimiento del día. Y no había -una frase simpática para él. - ---¡Vaya al diablo el ñacurutú ese ¡Nunca he visto animal más -feo!--insistió Joaquín, supersticiosamente.--Y cómo miraba, con esos -ojos descoloridos, á pesar de todos sus «vulevús»... Á mí me parecía... - ---El Malo ¿no?--interrumpió Matilde, el santiagueño.--¡Á mí también! -Dicen qu'es ansí; «payo», di ojos claritos y nariz de pico é loro. No -me le fijé en las patas porque tráiba botas... pero ha de haber tenido -pesuña no más. - -Como eco terrible de estas palabras, la voz angustiosa de Panchita, que -acababa de ir al pozo en busca de agua fresca, sonó en el patio como un -grito de alarma y de terror: - ---¡Quemazón!... ¡Quemazón!...¡Quemazón en el fachinal!... - ---¡No decía yo!--murmuró Joaquín, precipitándose afuera con los demás... - -La columna amenazadora que había comenzado por elevarse, ensanchándose -é iluminándose con vagas vislumbres, llegó á semejar inmenso tronco -de copa pequeña, redonda y blanquecina; luego, cuando el viento sopló -con cierta violencia, desvanecióse de pronto; en seguida, en la -sombra creciente, hubiérase dicho que el árbol acababa de desplomarse -ardiendo de punta á punta, porque, á partir del mismo sitio, apareció -chisporroteando una línea de fuego, brasas y llamitas fugaces que se -reflejaban en los vapores suspendidos sobre el suelo. Inmediatamente -después, la línea roja y resplandeciente al ras de la tierra, se -extendió, se extendió más, abarcó un espacio enorme, en el este, de -donde llegaba el viento, como si quisiera ocupar todo el horizonte. -Desde el rancho veíanse vagar por el pajonal reflejos luminosos, -anaranjados ó amarillentos, que contrastaban con la noche negra y -armonizaban con la raya purpúrea de la quemazón, mientras en el -cielo un gran parche rojizo parecía seguir la marcha del desastre. -Y el viento, entre tanto, sacudía alegremente la alta hierba, seca -y sonora, murmurando y riendo como el niño que escapa después de -haber hecho una travesura. Y el susurro musical llenaba el aire de -coros indecisos... En el albardón, junto á «las casas,» dominando -el campo, Panchita é Isabel asistían con espanto al espectáculo -amenazador y terrible del incendio. Los hombres, después de ensillar -apresuradamente, se habían precipitado á todo galope hacia el pajonal, -atinando sólo á lo más visible del peligro, tan azorados que no podían -coordinar las ideas... - -El viento, cansado de reir, se entretenía en combinar curiosos y -devastadores fuegos de artificio. Llegaba al incendio, levantaba -nubes de humo y semilleros de chispas; enredaba el humo en las matas -cercanas, iluminadas por el fuego, fingiéndolas incendiadas también, -y esparcía las chispas como un ramillete, ó las hacía formar haces de -espigas de oro; luego las dejaba apagarse ó caer sobre el pasto en -lluvia finísima y devastadora... Ó de un soplido apagaba bruscamente -la inmensa línea roja, y luego, como arrepentido de abandonar tan -pronto su diversión, reavivábala de otro soplo hasta hacerla llamear -é incendiar también el cielo... Al sitio en que estaban las mujeres -llegaban bocanadas de horno, hálitos de fragua, un fragor atenuado, -como de lejanísimas descargas graneadas de fusilería, y un olor acre de -paja quemada, dilución de las densas masas de humo que corrían al ras -del suelo. - -Lenta á la distancia, rápida en realidad, la línea de fuego se -extendía, aparentaba formar un arco de círculo cuyo centro fuera el -albardón, é iba acercándose á las casas cual si estrechase un sitio que -les hubiera puesto de repente con maravillosa táctica. Entre el rancho -y el incendio el campo estaba iluminado, y sombras enormes se movían y -fluctuaban vagamente en él: las rechonchas de las anchas matas de paja -y las alargadas de los jinetes que andaban agitados junto á la quemazón. - -Un tropel, un redoble de alarma estalló de repente en el silencio -rumoroso, haciendo retemblar el suelo; era la tropilla, eran las -manadas que huían despavoridas hacia el oeste, martillando con sus -cascos la tierra seca y sonora. Y una sombra informe pasó, envuelta -en nubes de polvo, lanzando al paso reflejos de ancas y de cabezas -desgreñadas al viento... Y el furioso redoble fué disminuyendo, hasta -perderse en la noche... - ---¡La caballada!--gritó con angustia Isabel, sacudiendo un instante su -marasmo. - ---¡Virgen santa! ¡Quién sabe si la volveremos á ver!--murmuró la madre. - -Y atrás rumores más sordos, confusos é indescifrables, poblaban, -entretanto, la pampa y llegaban hasta ellas arrastrados por el viento -abrasador, saturado de humo y cargado de cenizas aún calientes... - -Viacaba, sus hijos y los peones, desalados, habían creído llegar á -tiempo de sofocar el incendio. Pero cuando estuvieron á poco más de una -cuadra, una agonía les oprimió el corazón: el alto pastizal tupido y -seco, los matorrales entretejidos y bravos, la cortadera amarillenta -ya que ocultaba á un hombre de pie, ardían en una enorme extensión, -hasta donde alcanzaba la vista, entre chisporroteos y llamaradas, -estallando como millares de petardos incendiados por series sucesivas. -Llegábanles soplos tan ardientes como el fuego mismo, y unos á otros se -veían las caras sudorosas, completamente negras de hollín, en que les -relampagueaban los ojos. Los caballos, con las orejas tendidas casi en -línea horizontal hacia el incendio, resoplaban y sacudían la cabeza, -negándose á avanzar más. - -Á menos de una cuadra envolviéronlos el humo y las chispas, y parecían -avanzar en las nubes entre una constelación de estrellas fugaces. La -acre humareda los cegaba, aunque estuviesen tan hechos á los humazos -del fogón, y los soplos abrasadores les hacían volver el rostro con -el cabello y la barba medio chamuscados... Sobre sus cabezas cerníase -un instante la paja voladora, ardiendo, y luego seguía su vuelo, á -difundir á saltos el desastre, arrebatada por el vendaval... No se oían -casi, con el fragor del estallar de las pajas, y tenían que gritar para -comunicarse. - ---... ¡Contra-fuego!--oyóse vociferar á Viacaba, que echó pie á tierra. -El principio de la frase se había perdido en el estrépito... - -Tras el velo de llamas que ante sus ojos tendía la inmensa fogarata, -la noche tomaba insólitas negruras. Parecía que el obscuro cielo, sin -luna, continuara descendiendo, descendiendo, más negro cada vez, hasta -llegar al incendio mismo, sólo que en su parte inferior las apretadas -y rojas estrellas se apagaban sucesivamente, dejando en un momento -lóbrega y vacía aquella parte de inmensidad. El horizonte se había -acercado hasta pocos pasos de ellas, y creían hallarse al borde de un -inmensurable abismo... La luz misma parecía rechazada hacia adelante -por el viento furioso que soplaba de aquel antro... - -Á la voz de Viacaba, todos se apearon. Una seña les hizo acercar, y -oyeron este grito: - ---¡Aquí no! ¡Sería pior! ¡Á la orilla del fachinal!... - -Desanduvieron un trecho, teniendo del cabestro á los espantados -caballos que volvían la cabeza hacia el fuego con ojos de brasa, -resollaban y roncaban violentamente, hacían bruscos movimientos para -desasirse y escapar, y tiritaban cubiertos de sudor, mientras por los -flancos les corrían arrugas como de agua rizada por la brisa... - -Y así, envueltos en rojas luces de Bengala, hombres y animales salieron -á la orilla del pajonal, donde comenzaba el pasto bajo, marchito y seco -también. Serapio maneó los caballos y los ató á las matas, bastante más -lejos. Luego se incorporó á los demás. - -Viacaba y Pancho incendiaban rápidamente la hierba baja, en un ancho -de poco más de una vara, siguiendo una línea más ó menos paralela á la -quemazón. Joaquín y Matilde, tras ellas, dejaban arder bien el pasto, -y luego lo apagaban azotándolo con escobas de la paja más verde, hasta -que se incendiaban, ó con las jergas del recado, sin mojarlas, porque -el agua estaba demasiado lejos. Serapio los imitó... - -En aquella hoguera parecían fundidores junto á un río de metal -incandescente; jadeaban, sudaban; sus caras negras, encendidas y -lustrosas, se hinchaban, se abotargaban, perdían sus líneas mientras -los ojos les relampagueaban y por las mejillas y la frente les corrían -hilos de tinta... - -¡Sacrificio inútil! El fuego se burlaba de antemano del obstáculo que -le querían oponer, levantándole una trinchera de vacío: reíase de ellos -en complicidad con el viento, en cuyas alas enviaba sus emisarios y -sus propagandistas más allá de los hombres y de su ciclópeo esfuerzo -impotente. - -Y el tropel que espantara á las mujeres llegó de pronto hasta allí como -un lejano trémolo de timbales entre los chasquidos del incendio... -Viacaba levantó la azorada cabeza, y con ojos saltones, enloquecidos, -gritó: - ---¡Serapio! ¡Matilde! ¡La hacienda! ¡La hacienda!... - -Y abarcando, al fin, la magnitud del desastre, abandonaron la quemazón -casual y la que ellos mismos hacían, corriendo frenéticos hacia los -caballos. - -Los caballos no estaban allí. Aguijoneados por el pavor, habían -conseguido arrancar las matas, y roncando, despavoridos, dementes, -trabados por las maneas, á grandes saltos enajenados, tropezando -ciegos, allá iban, trémulos, vacilantes, chorreando sudor, hacia el -oeste, hacia la salvación, hacia la vida... - -Lograron alcanzarlos y, montados, salieron de carrera en distintas -direcciones como si obedeciesen á un plan preestablecido. Sin embargo, -no lo tenían... ¿Dónde llevar la hacienda, en caso de que aún no se -hubiese dispersado y perdido en las tinieblas de la pampa? ¿Dónde -proporcionarle un refugio inmune? ¿Por dónde hacerlas escapar del -tremendo estrago...? - -...Las mujeres, petrificadas de pavor y de angustia, seguían como -sonámbulos en el albardón, con los ojos fijos en el incendio, que -continuaba avanzando, avanzando á cada minuto con mayor rapidez é -intensidad, y no sólo hacia las casas, sino hacia la derecha, hacia la -izquierda, al norte, al sur, para separarlas bien del mundo por aquel -lado y luego replegarse, cortándoles la retirada, envolviéndolas en su -línea infranqueable. Y el redoble del triunfo, la diana sin clarines se -oía cada vez más cerca, más cerca, como estallidos de risas y gritos de -voces ásperas y discordantes... El calor era tan intenso, que á cada -instante las infelices se creían á punto de desfallecer y caer semi -asfixiadas. - -El fuego llegó al arroyo... La esperanza les dilató un momento el -pecho... Pero el incendio se burló del caprichoso zanjón, cubierto -previamente de paja voladora por su cómplice el viento. Lo traspuso -redoblando sus chasquidos, llegó á la otra orilla, avanzó hasta lamer -la tranquera y los sauces que le daban sombra, y, regocijado, siguió -su carrera hacia el oeste, dejando más grande la noche tras de sí, -llevándola hasta los mismos pies de las mujeres que, atontadas, -siguieron mirando cómo se extinguían una á una las fugaces estrellas de -la quemazón en la noche de abismo que creara á su paso... - -Más allá, hacia la derecha, por donde brillaba la Cruz del Sur, -también la paja sirvió de puente volante á la invasión devastadora. -El arroyo ardió todo en un segundo. Y desde la otra orilla, de las -matas altas del albardón, el viento arrebataba cardúmenes de chispas -que iban á caer á los pies de las mujeres... Algunas llegaban hasta -el mismo rancho y se extinguían entre las pajas del techo, sin fuerza -para incendiarlas... Ellas, en su angustia suprema, no advertían el -nuevo peligro. Y chispas y pajas abrasadas continuaban su vuelo, más -compactas cada vez... - ---¡Mama! ¡mama!... - -El grito desgarrador de Isabel anunciaba el coronamiento de la -catástrofe: el techo central ardía con gran humareda en un círculo de -una vara de diámetro. - ---¡Agua! ¡agua!--gritó la madre, arrancada á su estupor. - -Ambas corrieron al bebedero de los caballos, junto al pozo; una llenó -un balde, otra una jarra; precipitáronse al fuego; sus fuerzas no -alcanzaron á lanzar el agua hasta allí... - ---¡Traé vos el agua!--tartamudeó la madre. - -Y como pudo, valiéndose de un banco, lastimándose manos y rodillas, -trabada por los vestidos, trepó al techo gritando desesperadamente, -como si alguien pudiera oírla en aquella desolación: - ---¡Viacaba!... ¡Pancho!... ¡Joaquín!... - -Isabel le llevaba jarras y baldes de agua, de carrera, jadeante, bañada -en sudor. Ella, febril, casi sin saber lo que hacía, echábase de bruces -sobre el techo, tendía los brazos trémulos, alzaba el agua con esfuerzo -automático, é iba á verterla en la hoguera cada vez más ancha... Y -mientras hacían esta abrumadora y lenta maniobra, el viento continuaba -acribillando el rancho con sus flechas incendiarias... Un momento -después el techo ardía por diversos puntos... - ---¡Baje, mama, baje! ¡Se va á abrasar viva!... - -La desgraciada bajó por fin. Como alegre fogarata, el rancho ardía -por las cuatro puntas iluminando el patio hasta la tranquera con sus -sauces descabellados, sacudidos por el viento, hasta el corral en -que se revolvían, se atropellaban y se trepaban unas sobre otras las -ovejas, balando lastimeramente, tratando de derribar el fuerte cerco... -Y aquella siniestra y formidable iluminación desvanecía, borraba -totalmente la otra, ya en el horizonte... - -Los hombres vieron desde lejos aquella antorcha y regresaron uno tras -otro, llenos de desesperación. - -Nada había que hacer... Apenas, y con gran peligro, consiguieron -sacar algunos objetos de la formidable hornalla... Las cumbreras se -desplomaron con gran ruido, el alero desapareció, y á la luz roja no -se veía ya mas que las paredes ennegrecidas... Sentados en el suelo, -anonadados por la impotencia y la desesperación, lanzaban de vez en -cuando lamentables exclamaciones. Y la visita del extranjero volvía á -su exaltada imaginación con caracteres diabólicos y aterradores. - ---¡Ah el gringo, el gringo!... - ---Él no más nos ha traído esta calamidá... - ---Nos ha hecho «daño»... - ---¡Seguro que tiró el pucho en el fachinal, indino!... - ---¡No, patrón!; si era el Malo, ¡si era Mandinga!... ¡Tan cierto como -que éstas son cruces!... - -Y su infantil superstición iba á convertirse en hecho comprobado, -al día siguiente, cuando en Pago Chico, donde fueron á refugiar su -desnudez, les dijeran que allí no había llegado francés alguno, y luego -á difundirse pasando de boca en boca como acontecimiento histórico, -aunque el comisario averiguara y publicara que un hombre de la -filiación del presunto incendiario estuvo aquella tarde en el vecino -pueblo del Sauce donde, á la madrugada, tomó la galera del Azul... - -Pero el alba se extendió descolorida y triste sobre el campo. Hombres -y mujeres, acercados por la desgracia, formaban un grupo silencioso é -inmóvil. Lo que ayer fuera bienestar y abundancia era miseria ya... - -La pampa, á las primeras luces indecisas, mostróseles cubierta por -inmenso tapiz de funerario paño negro, que se extendía hasta el -horizonte, en todo rumbo, y el viento, fuerte aún, levantó nubes de -hollín y los envolvió en impalpable polvo de cenizas... - - - - - ¡GUERRA Á SILVESTRE! - - -También acabó Silvestre por incomodar á los situacionistas, que -resolvieron castigarlo, igual que á Viera. - -Á este propósito hicieron que fuera á establecerse en Pago Chico, -habilitado por ellos, un farmacéutico diplomado, cierto italiano -Barrucchi, venido del país amigo á hacer fortuna rápidamente, así, sin -otra condición, rápidamente. - -La competencia fastidió mucho al criollo en un principio, como que -hasta fué denunciado al Consejo de Higiene por ejercicio ilegal de la -profesión. Pero estaba atrincherado tras de su regente, á quien hizo -pasar una temporadita en el Pago, con pret, plus y otras regalías -inherentes á la actividad del servicio. - ---Al gringo l'enseñan,--decía,--pero nada le ha'e valer. ¡Á la larga no -hay cotejo! - -Y para dominar del todo la situación, halló manera de ¿cómo diremos? -untar la mano al inspector enviado de La Plata. - -«Untar la mano» es frase grosera, bien; pero ¿qué decir, entonces, del -hecho de untarla, y de dejársela untar?... - -Nada. Punto. Y sigamos adelante con los faroles. - -No se durmió Silvestre sobre los laureles de su primera defensa -victoriosa, sino que atisbó, vichó, bombeó, supo cuanto hacía el -italiano, le tendió lazos, le analizó preparaciones en que había -substituido substancias, publicó los resultados, formuló denuncias, -y de perseguido convirtióse pronto en perseguidor, porque en aquella -delicada materia se inmiscuía alguien más que los cabecillas -pagochiquenses, y el Consejo de Higiene, no desdeñoso de multas, solía -enviar inspectores cuando era á golpe seguro, y entre tantos alguno -habría reacio á los ungüentos de marras... - -Y apareció muy luego otro inspector. - -Barrucchi escapó difícilmente á las consecuencias con que lo amenazaba -una grave trocatinta de frascos y rótulos en el armarito de los -alcaloides, nada menos, falta que hasta nuevo aviso debe atribuirse -á negligencia suya, nunca á perversidad de Silvestre, incapaz por -su parte de jugar á sabiendas con la vida de sus convecinos, é -imposibilitado de penetrar en la plaza enemiga. - -La misma grosería del error fué lo que salvó á Barrucchi, provisto de -auténticos diplomas de una facultad italiana, y de un certificado de -reválida en toda regla, otorgado por la de Buenos Aires. Insistimos -en que Silvestre no tuvo arte ni parte en el suceso. Barrucchi -probablemente tampoco, puesto que nadie lo hizo responsable, ni -siquiera lo amonestó por su descuido, ni por su aterradora confusión de -consonantes en ina. - -Pero sus negocios, que hasta entonces habían sido regulares, se -resintieron con la divulgación de aquel hecho, cuidadosamente propalado -á todos los vientos del cuadrante por Silvestre y los suyos. Sin -embargo, el azar, ya que no la buena reputación y limpia fama, vino -á favorecerlo. La farmacia, asegurada en una nueva compañía contra -incendios que buscaba clientela en Pago Chico, por una suma mucho mayor -que su capital verdadero, ardió casualmente á los pocos días, sin que -bastara para extinguir el incendio la guardia de cuatro vigilantes con -machete en mano, puesta por Barraba en las cuatro esquinas de la casa. - -Hay quien dice, todavía, que el incendio no fué intencional. - -La compañía de seguros pagó inmediatamente al boticario y al dueño del -edificio, pues le convenía acreditarse para hacer una buena ponchada -de fuertes primas en ese partido y los inmediatos, y sólo pidió á uno -y otro un recibo bombástico y la autorización de hacer con él cuanto -reclame quisiera. - -La casa comenzó á reconstruirse con gran prisa, y todo el mundo creyó -que Barrucchi restablecería su farmacia en mucho mejores condiciones, -ya que contaba con un capital relativamente respetable. Tal era, en -efecto, su intención; pero una frase que corrió como un reguero de -pólvora de punta á punta del pueblo, le hizo variar de propósito y -retirarse con los honores de la guerra, es decir, con los pesos del -seguro. - ---Non é niente, demientra no se brushe l'arquibio. - ---Non é niente demientra no se brushe l'arquibio. - -Esto era lo que se oía de la mañana á la noche hasta en los últimos -rincones de Pago Chico, y las extrañas palabras eran repetidas ora -con acento de indignación, ora entre carcajadas más mortíferas aún. -Y todo el mundo se contaba inacabable, infatigablemente, durante -días, semanas, meses enteros, la maquiavélica invención de Silvestre, -aderezada hasta con la jerga propia del personaje y del caso: - -Barrucchi, á quien la noche del incendio corrió á avisarse al Club que -ardía la botica, se limitó á contestar tranquilamente, encogiéndose de -hombros: - ---¡Eh, no importa, mientras no se queme el aljibe!... - -El pobre Tartarín tuvo que ir á Argel por una copla; Barrucchi tuvo que -irse de Pago Chico por una frase. - -También es verdad que Barrucchi no era del pueblo y que la frase brotó -del cerebro de Silvestre. Si hubiese sido pagochiquense, quizá se le -perdona, pues es fama que hasta los perros dicen, amparando á los -vecinos: - ---¡No lo muerdan, qu'es del barrio! - -Los hombres también, y si no, véase en seguida como lo prueba, con -elegante demostración, la cajita misteriosa de Ferreiro. - - - - - ALTRUISMO - - -Entre las espesas sombras de la noche, en grupos charlatanes de tres -ó cuatro personas, numerosos vecinos de Pago Chico se encaminaban -lentamente á la estación del ferrocarril. Se habían reunido con ese -objeto en el Club del Progreso, en el café y en la confitería de -Cármine, y al acercarse la hora fueron destacándose poco á poco, -para no llamar demasiado la atención ni dar pie á que los opositores -hicieran alguna de las suyas. - -Llegaba en tren expreso, costeado naturalmente por el gobierno, el -diputado Cisneros con la misión de reconstituir el comité, y era -preciso hacerle una calurosa acogida á pesar de lo intempestivo de la -hora. La estación estaba completamente á obscuras; sólo por la puerta -de la habitación del jefe filtraba una raya de luz, y allá en el fondo -el Buffet,--en funciones para las circunstancias,--abría sobre el andén -desierto el abanico luminoso de su entrada. Allí fueron sentándose á -medida que llegaban, el doctor Carbonero, el escribano Ferreiro, el -intendente Luna, el juez de paz Machado, el concejal Bermúdez y varios -otros, sin que faltaran el comisario Barraba y su escribiente Benito, -ni aun don Máximo, el portero de la Municipalidad, muy extrañado de -no tener que disparar bombas de estruendo en tan solemne emergencia. -No hubo francachela; los tiempos estaban malos, y nadie quería cargar -con el mochuelo del coperío, aunque sólo hubiera en la estación una -veintena de personas. Cada cual, si quería, «tomaba algo»... y pagaba. - -La espera fué larga. El expreso se había retrasado en no sabemos -qué estación y el jefe aún no tenía noticia de su llegada... Poco -á poco, todos fueron á pasearse en la obscuridad del andén, luego -instintivamente agrupáronse á la puerta del Buffet, y conversaban -mirando inquietos al norte por descubrir entre las sombras el ojo -encendido del tren en marcha. - ---¿Á que no sabe abrir esta cajita?--dijo de pronto el escribano -Ferreiro, presentando un objeto al Intendente Luna. - -Era una cajita oblonga, en forma de ataúd, en uno de cuyos extremos -asomaba un botón á modo de resorte; un juguete-chasco de lo más -infantil, pues oprimiendo el botón aparecía una aguja que pinchaba al -curioso, con tanta mayor fuerza cuanto mayor había sido su confianza -en sí mismo y el apretón consiguiente. Luna la tomó, la examinó -deliberadamente, vió el resorte cuya evidencia debería haberlo hecho -recelar sin embargo, y exclamó: - ---¡Mire qué gracia!... - -Soberbio fué el golpe de pulgar que dió al botón apenas había dicho -estas palabras, y soberbio el pinchazo que recibió en mitad de la yema -del dedo... Estuvo á punto de soltar uno de los ternos más sonoros de -su colección; pero se contuvo á tiempo, y lejos de protestar, fingió -seguir examinando la cajita. - ---No doy ni mañana--dijo por fin. - ---Aver emprieste compadre,--solicitó Barraba tendiendo la mano, con los -ojos brillantes de curiosidad. - -Los demás habían estrechado el corro, deseando ver el misterio -que encerraba el cabalístico estuche, y las conversaciones se -interrumpieron. - -Barraba cayó en la trampa, y á su grueso pulgar asomó una gotita de -sangre como un pequeño rubí. Pero puso buena cara, y aparentó seguir -maniobrando con la cajita. - ---¡Traiga amigo, traiga! ¡Si usté es muy mulita p'a estas -cosas!--exclamó al cabo de un instante el juez de paz Machado.--¿No -sabe que p'a qu'el amor no tuerza, más vale maña que juerza?--Aver -traiga p'acá. - -Barraba no tuvo inconveniente... - -Nuevo pinchazo... Nuevo esfuerzo heroico para no lanzar un grito. -Aquellos espartanos eran todos capaces de dejarse devorar el vientre, -con tal de que en seguida, se lo devoraran á los amigos y compañeros. -«Si licet in parva...» como en el sorteo famoso de Matucana que, -repitiendo en eso á Homero en la Ilíada, tuvo también su Tersites. - -Y después de Machado, la cajita pasó á Bermúdez, á Carbonero, á los -demás--hasta á don Máximo, que fué el último en pincharse. - -Aquel Sterne, imitado ahora por quienes, con sólo imitarlo son -puestos á la cabeza de no sabemos cuántas literaturas, nos ofrecería -aquí una sabrosa disquisición, llena de longanimidad y de sincero -enternecimiento ante la flaqueza humana. Se explicaría el hecho y -trataría de explicarlo á los demás, por aquello de que «tout comprendre -c'est tout pardonner». - -Pero desgraciadamente no habla Sterne, ni el hecho, produciéndose en -Francia bajo tan rudimentarias formas, ha dado tema á los grandes -modistos literarios. Ello vendrá. - -Mientras no viene, y por si no viene, el lector hará bien si saca por -su propia cuenta el caracú del hueso que le ofrecemos, y que más peca -por sobra que por falta de médula, pues allá en la pobre y silenciosa -estación de Pago Chico--microcosmos sintetizado,--y entre aquel -reducidísimo compendio de la humanidad, no hubo un solo ejemplar, un -solo individuo que no pasara por la prueba, ni uno que no se mostrara -á la altura de las circunstancias. El mismo don Máximo,--el último -mono--se dirigió humildemente al escribano: - ---¿No quiere emprestármela hasta mañana, señor Ferreiro? - ---¿Para qué don Másimo? - ---P'a mostrársela á Petrona, no más... - -Su altruismo no le permitía gozar tan sólo de las delicias de la aguja, -pues los otros veinte no contaban ya: Habían contribuido á chasquearlo -y se reían de él, como si fuese el único burlado. - -Entre tanto y en silencio, había ido aproximándose el tren. Un silbido -agudo y un repentino y fuerte resplandor, les hizo dar un salto y -volverse hacia la vía. El diputado Cisneros, de pie en la plataforma, -con el tren aún en movimiento, comenzó á dirigirles la palabra: - -«Este brillante recibimiento me demuestra cuánto es vuestro altruismo -y vuestra abnegación. Siempre dispuestos á sacrificaros por el bien de -los demás, á luchar sin tregua ni descanso por evitar el sufrimiento -ajeno, venís en horas de combate á retemplar mi espíritu, para el -holocausto fraternal á que estoy dispuesto tanto como vosotros mismos». - -Y siguió así, mientras don Máximo se devanaba los sesos por hallar modo -de pasarle la cajita sin faltarle á las debidas consideraciones. Pero -no lo halló, por demasiado humilde, y tuvo que consolarse con la idea -de embromar á la Petrona... - -¡Y decir que la peregrinación de la cajita se repetía diariamente y -en mayor escala en Pago Chico, y se repite en todas partes, cuando ya -estamos á las puertas del siglo de oro de la solidaridad humana!... - - - - - LIBERTAD DE SUFRAGIO - - -Cierta noche, poco antes de unas elecciones, el Club del Progreso -estaba muy concurrido y animado. - -En las dos mesas de billar, la de carambola y la de casín, se hacían -partidas de cuatro, con numerosa y dicharachera barra. Las mesitas -de juego estaban rodeadas de aficionados al truco, al mús y al siete -y medio, sin que en un extremo del salón faltaran los infalibles -franceses, con el vice-cónsul Petitjean á la cabeza, engolfados en su -sempiterna partida de «manille». - -El grupo más interesante era, en la primera mesita del salón, frente á -la puerta de la sala de billares, el que formaban el intendente Luna, -presidente del Concejo, varios concejales y el diputado Cisneros, -de visita en Pago Chico para preparar las susodichas elecciones. -Entregábanse á un animado truco de seis, conversadísimo, cuyos lances -eran á cada paso motivo de griterías, risotadas, palabrotas con -pretensiones de chistes y vivos comentarios de los mirones que, en -círculo al rededor, trataban más de hacerse ver por el diputado que de -seguir los incidentes de la brava partida. - -Junto á ellos, sentado en un sillón, con la pierna derecha cruzada -sobre la izquierda, acariciándose la bota, abrazándola casi, el -comisario Barraba con el chambergo echado sobre las cejas y dejándole -en sombra la mitad de la cara achinada, ancha y corta, de ralo y duro -bigote negro, hablaba ora con los jugadores, ora con los mirones, -lanzando frasecitas cortas y terminantes, como cuadra á tan omnímoda -autoridad. - -Descontentos no había en el club más que tres ó cuatro: Tortorano, -Troncoso y Pedrín, á caza de noticias, cuya tibieza les permitía andar -por donde se les diera la real gana. - -Los tres se hallaban cerca de la mesa del intendente y el diputado, -podían oir lo que en ella se decía, y hasta replicar de vez en -cuando,--aunque con moderación naturalmente,--al comisario Barraba. - -Alguien habló de las elecciones próximas y de las respectivas -probabilidades de cada candidato. - ---¡Qué eleciones ni qué eleciones!--exclamó Tortorano encogiéndose de -hombros.--Nosotros nunca hemos tenido eleciones de veras, ¡y no las -tendremos jamás!... - ---La libertad de sufragio...--agregó Troncoso sarcásticamente. - -Pero el comisario, echando hacia atrás la cabeza, tanto que casi dejaba -ver el dedo de frente descubierto entre el chambergo y las cejas, lo -interrumpió: - ---¿Qué dice amigo? ¿Que no v'haber libertá? - ---¡Vaya, comisario, nunca ha habido!--objetó Tortorano sonriendo. - ---Sería una novedad muy grande,--afirmó Troncoso retorciéndose el -bigote con aire convencido. - ---¡Y s'imagina, entonces, que yo estoy aquí p'a quitarles la libertá á -los ciudadanos! ¿Y que yo, comisario, lo h'e permitir?... - -El diputado, el intendente y demás jugadores de la oligárquica mesa, -levantaron la vista sorprendidos. El ruido disminuyó de pronto en el -salón, como si los concurrentes se quedaran á la expectativa de un -acontecimiento trascendental. Pedrín fué acercándose más al comisario... - ---No digo eso,--murmuró Troncoso mirando al suelo y preguntándose -interiormente dónde iría á parar el hombre encargado en Pago Chico de -asegurar el éxito de una candidatura dada, con exclusión total de la -otra. - -¿Se habría convertido de la noche á la mañana, después de tantas -arbitrariedades y persecuciones? - ---Yo tampoco digo que usted les quite la libertad. ¡No faltaba más! - -Tortorano se encogió de hombros otra vez y se puso á armar un -cigarrillo negro. Troncoso miró al comisario para ver si hablaba de -veras. Pedrín, aunque no tuviera nada de cándido, intervino con una -ingenuidad: - ---Me alegro mucho de haberl' óido,--dijo.--Yo ya estaba por no ir á las -eleciones. Pero desde que usté garante la libertá... - ---¡¡La garanto, canejo!! ¡Ya lo creo que la garanto! - -El diputado Cisneros se incorporó en su silla, casi resuelto á llamar -al orden al extraviado y demagogo funcionario policial. Las demás -autoridades estaban, al oir semejantes despropósitos, que no sabían lo -que les pasaba. - ---Pues si es así...--prosiguió Pedrín,--lo que es yo, el domingo no -faltaré en el atrio p'a votar por don Vicente. - -Pero no había acabado de decirlo cuando el comisario estaba ya parado, -de un salto tan violento y repentino que ni siquiera le dió tiempo para -soltarse la bota. Y así en un pie: - ---¡Pare la trilla que una yegua si ha mancau!--gritó.--¿Qué es lo que -dice, amiguito? - ---Que ya que usté garante la eleción v'y á sufragar por los cívicos... -nada más. - ---¡Dios lo libre y lo guarde! ¡Como de miarse en la cama! - ---¿Pero no dice que habrá libertá de votar? - ---Sí, para todos; ¡pero libertá, libertá de votar por el candidato del -gobierno!... - -Un gran suspiro de satisfacción compuesto de seis suspiros particulares -se exhaló del truco oficial. - -Y el ruido volvió entonces, más alegre y estrepitoso que nunca... - - - - - EPÍLOGO - - -Lector que, risueño ó adusto has recorrido con interés ó desgano, -estas páginas aparentemente superficiales ¿sabes á qué espectáculo -hemos asistido juntos sin saberlo? ¡Pues nada menos que á las primeras -palpitaciones de una democracia en gestación y á los primeros -desperezamientos de una gran ciudad en la cuna!... ¡Así, como lo oyes! - -Ríete si quieres, y harás bien, porque siempre es bueno reirse de la -verdad. Pues, sí, señor: democracia, gran ciudad, etc... - -Nosotros mismos no lo sospechábamos siquiera, y no es la perspicacia -sino el tiempo quien nos abre los ojos. Muchos años, en efecto, -van corridos desde los sucesos narrados en la crónica que cerramos -provisionalmente con estas líneas. En ese lapso las cosas han cambiado, -Pago Chico es Pago Grande, el villorrio es un fuerte núcleo de -población, con afirmados, tranvías, luz eléctrica, obras sanitarias; -su comercio gira millones, su industria crece y prospera, su fuerza -vegetativa y progresiva es colosal; en política también se ha dado un -largo paso hacia adelante, y aunque esté muy lejos aún el ideal, algo -se ha ganado en cuanto al juego de las instituciones, y hasta parece -haberse ganado mucho, pues ya no se estilan los burdos medios de -gobernar que burla burlando hemos puesto de relieve. Y ya se sabe que -la hipocresía es tácito homenaje del vicio á la virtud. - -Esto nació de aquello. Parece imposible, pero es así. El impulso que -lleva nuestro país es admirable de fuerza y de velocidad, pese á los -sucesivos descarrilamientos que amenazaban dar con todo al traste. -Quien se detenga hoy en Pago Chico, jurará que lo hemos calumniado, ó -que lo pintamos en remotísimos tiempos,--allá en la edad de la piedra -labrada ó del hueso roído--aunque su historia es casi una actualidad, -algo fiambre si se quiere, pero en modo alguno vetusta. - -Más todavía: alejémonos unas cuantas leguas, y la actualidad palpitante -renacerá de sus cenizas. Pago Chico se ha retirado un poco más, como -se retiraba antiguamente la línea de fronteras,--he ahí todo. Y como, -más por azar que por cálculo, hemos olvidado hasta ahora determinar -la exacta ubicación del pueblo, puede el lector situarlo más al oeste -del meridiano quinto ó más al sur del Río Negro, con cuya sencillísima -operación tendrá á la minuta un verdadero «plato del día». Y ni aun es -menester que vaya mentalmente tan lejos, pues rincones hay todavía, muy -próximos á la misma capital, donde continúa á más y mejor cociéndose -habas, en forma parecida por lo menos. - -En fin, risueño ó adusto lector, sólo queremos agregar pocas palabras, -para repetirte que este volumen no se te presenta como la crónica -completa de la era inicial pagochiquense, sino como una simple -colección de documentos que forman parte de ella--parte pequeña por -lo demás,--y hecha voluntariamente al acaso, sin plan previo, para -que de su misma aparente inconexión resulte, si lo puede por sí -misma, una especie de unidad, aquel «lírico desorden» que aconsejan -los preceptistas en cierta clase de obras, para suspender el ánimo y -conmoverlo con inesperadas imágenes, acciones ó ideas... - -Quiere esto decir que aún quedan disponibles cajas y legajos de -documentos y notas atinentes á la vida política, intelectual, social, -moral etc., de Pago Chico,--y en primísimo lugar cuanto á las damas y -al amor, con sus enredadas marañas se refiere,--destinados á la polilla -y el polvo del olvido, si la muestra presente no despierta el interés y -la atención que nos atrevemos á esperar. - -Haz, lector, una seña, y verás cómo nos apresuramos á convertir en -Prólogo de otro volumen, este Epílogo que--en tal expectación--no -relata sucintamente como era uso en tiempos de ingenuidad y bonhomía -literarias, qué «se ficieron» todos los personajes de la obra y los -hijos de sus hijos. Tal metamorfosis nos alegraría, y no por el éxito -que pudiera significar--créasenos aunque no parezca cierto,--sino -porque al separarnos de estas páginas, en las que hay más verdadera -melancolía que despreocupado buen humor, sentimos algo como si huyera -un minuto que desearíamos repetir, como si se nos marchara otro poquito -de juventud,--toda ésa que se revive al relatar la que fué, ésa que á -tantos ancianos ha hecho escribir sus recuerdos, ésa que obligará á -Silvestre á redactar in extenso sus memorias, en cuanto no tenga otra -ficción de trabajo con qué entretener los nervios bailarines. - -Y, con esto, hasta luego, no sea que habiendo logrado, como cabe, hacer -un libro entretenido, lo echemos á perder ahora con una intolerable -lata. - - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Pago Chico, by Roberto Payró - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK PAGO CHICO *** - -***** This file should be named 62785-0.txt or 62785-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/6/2/7/8/62785/ - -Produced by Andrés V. Galia, Jude Eylander, María C. -Fernández Q. and the Online Distributed Proofreading Team -at https://www.pgdp.net (This book was produced from images -made available by the HathiTrust Digital Library.) - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive -specific permission. 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Payr. - </title> - <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> - <style type="text/css"> - -body { - margin-left: 10%; - margin-right: 10%; -} - - h2 { - text-align: center; /* all headings centered */ - clear: both; font-weight: normal; margin-top: 4em; margin-bottom: 2em; -} - - h1 {text-align: center; font-weight: normal; clear: both; } -p { - margin-top: .51em; - text-align: justify; - margin-bottom: .49em; -} - -.p2 {margin-top: 2em;} -.p4 {margin-top: 4em; font-size: 1.3em; } -.p6 {margin-top: 6em; margin-bottom: 6em; font-size: 1.35em; } - - -@media handheld { - h2.no-break - { - page-break-before: avoid; - padding-top: 0; - } -} - -hr.r5 {width: 5%; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; margin-right: 47.5%; margin-left: 47.5%; } -hr.r65 {width: 65%; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; margin-right: 17.5%; margin-left: 17.5%; } -hr.full {width: 98%; margin-top: 4em; margin-right: 1%; margin-left: 1%; } - - div.chapter {page-break-before: always; } - -table.toc1 { - margin-left: 25%; - margin-right: 25%; - width: 50%; -} - -table.toc2 { - margin-left: 2.5%; - margin-right: 2.5%; - width: 95%; -} - -@media handheld { -table.toc1 { - margin-left: auto; - margin-right: auto; - width: auto;} -} - -.pagenum { /* uncomment the next line for invisible page numbers */ - visibility: hidden; - position: absolute; - left: 92%; - font-size: smaller; - text-align: right; -} /* page numbers */ - -.indent10 {margin-left: 10%; } - -.center {text-align: center;} - -.right {text-align: right;} - -.smcap {font-variant: small-caps; font-style: normal;} - -/* Images */ -.figcenter { - margin: auto; - text-align: center; -} - -.big1 {font-size: 1.2em; } - -.small1 {font-size: 0.9em; } - -/* Footnotes */ -.footnotes {border: dashed 1px;} - -.footnote {margin-left: 10%; margin-right: 10%; font-size: 0.9em;} - -.footnote .label {position: absolute; right: 84%; text-align: right;} - -.fnanchor { - vertical-align: super; - font-size: .8em; - text-decoration: - none; -} - -/* Poetry */ - -.poetry-container { text-align: center; } - -.poetry {display: inline-block; text-align: left; - margin-top: 0.5em; margin-bottom: 0.5em;} - -.verse - {padding-left: 4em; text-indent: -4em; } - -.ileft3 {text-indent: -5em; } -.ileft2 {text-indent: -3em; } - - -@media handheld { - -.poetry { - display: block; - text-align: left; - margin-left: 2.5em;} -} - - -/* Transcriber's notes */ -.tnote - {border: dashed 1px; margin-left: 10%; margin-right: 10%; - padding-bottom: .5em; padding-top: .5em; padding-left: .5em; - padding-right: .5em;} - - </style> - </head> -<body> - - -<pre> - -The Project Gutenberg EBook of Pago Chico, by Roberto Payr - -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most -other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: Pago Chico - -Author: Roberto Payr - -Release Date: July 30, 2020 [EBook #62785] - -Language: Spanish - -Character set encoding: ISO-8859-1 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK PAGO CHICO *** - - - - -Produced by Andrs V. Galia, Jude Eylander, Mara C. -Fernndez Q. and the Online Distributed Proofreading Team -at https://www.pgdp.net (This book was produced from images -made available by the HathiTrust Digital Library.) - - - - - - -</pre> - - - -<div class="figcenter" style="width: 755px;"> -<img src="images/cover.jpg" width="755" height="1100" alt="cover" /> -</div> - - -<div class="chapter"> -<div class="tnote"> -<p class="center p4">NOTAS DEL TRANSCRIPTOR</p> - -<p>Ciertas reglas de acentuacin ortogrfica del castellano cuando la -presente edicin de esta obra fue publicada, en 1908, eran diferentes a -las existentes cuando se realiz la transcripcin. Palabras como vi, -fu, di, lo mismo que la preposicin "", y las conjunciones "", "", -"", por ejemplo, en esa poca llevaban acento ortogrfico. Eso ha sido -respetado.</p> - -<p>El lenguaje utilizado es peculiar al modo de hablar de los argentinos. -Es oportuno agregar que el autor, adems, hace hablar a algunos de los -personajes en un lenguaje con expresiones y giros que son tpicos del -interior de la Argentina.</p> - -<p>Por lo dems, el criterio utilizado para llevar a cabo esta -transcripcin ha sido el de respetar las reglas de la Real Academia -Espaola vigentes en ese entonces. El lector interesado puede consultar -el Mapa de Diccionarios Acadmicos de la Real Academia Espaola.</p> - -<p>Errores evidentes de impresin y de puntuacin han sido corregidos. </p> - -<p>La cubierta del libro en la versin HTML fue modificada por el -Transcriptor y ha sido puesta en el dominio pblico. </p> - -<p>El ndice de captulos ha sido trasladado al principio de la obra. </p> - -</div> -</div> - - - - - - -<div class="chapter"> -<p class="p6 center">PAGO CHICO</p> -</div> - - -<div class="chapter"> -<p class="center big1" style= "margin-bottom: 1em ; margin-top: 2em; "><b>OBRAS DEL MISMO AUTOR</b></p> - - <div class="indent10"> -<p><b>La Australia Argentina</b> (dos volmenes, Rodrguez -Giles, editor).</p> - -<p><b>El Falso Inca</b> (cronicn de la conquista).</p> - -<p><b>El Casamiento de Laucha</b> (novela picaresca,<br /> -<span style="padding-left: 2em; ">Rodrguez Giles, editor).</span></p> - -<p><b>Sobra las ruinas</b> (drama en cuatro actos).</p> - -<p><b>Marco Severi</b> (drama en tres actos).</p> - -<p><b>El Triunfo de los otros</b> (drama en tres actos).</p> -</div> - -<p class="big1 center"><b>EN PRENSA</b></p> - -<p class="p2 center"><big>VIOLINES Y TONELES</big></p> - - - <div class="indent10"> -<p>AGOTADAS.—<i>Ensayos poticos.</i>—<i>Antgona</i> -(novela).—<i>Scripta</i> (cuentos).—<i>Novelas y fantasas.</i>—<i>Los -italianos en la Argentina.</i>—<i>Emilio Zola.</i></p> -</div> - -<hr class="full" /> -<p class="center">—Talleres tipogrficos de la Casa Editorial "Mitre"—Barcelona—</p> -</div> - - - - - - -<div class="chapter"> - -<p class="p4 center">ROBERTO J. PAYR</p> - -</div> - - -<h1>Pago Chico</h1> - - - -<p class="center" style="margin-top: 10em; ">EDITORIAL MINERVA<br /> -<small>AVENIDA DE MAYO 560<br /> -BUENOS AIRES</small></p> - - -<div class="chapter"> -<p class="right big1" style="margin-top: 6em; padding-right: 20%; "><em>Al Dr. Genaro Sisto,<br /> -<span style="padding-right: 6em; ">con fraternal cario.</span></em></p> -</div> - -<div class="chapter"> -<p class="p4 center">NDICE</p> -</div> - -<div class="center"> -<table class="toc1" border="0" cellpadding="4" cellspacing="0" summary="ind"> - - -<tr> -<td align="right"> </td> -<td align="left"> </td> -<td align="right">Pg.</td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">I</td> -<td align="left"> La escena y los actores</td> -<td align="right"><a href="#Page_7">7</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">II </td> -<td align="left">Libertad de la imprenta</td> -<td align="right"><a href="#Page_21">21</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">III</td> -<td align="left"> En la polica</td> -<td align="right"><a href="#Page_39">39</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">IV</td> -<td align="left"> El caudillo</td> -<td align="right"><a href="#Page_43">43</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">V</td> -<td align="left">El juez de paz</td> -<td align="right"><a href="#Page_51">51</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">VI</td> -<td align="left">La eleccin municipal</td> -<td align="right"><a href="#Page_59">59</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">VII</td> -<td align="left">Ladrillo de mquina</td> -<td align="right"><a href="#Page_85">85</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">VIII</td> -<td align="left">Beneficencia pagochiquense</td> -<td align="right"><a href="#Page_93">93</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">IX</td> -<td align="left">Poncho de verano</td> -<td align="right"><a href="#Page_99">99</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">X</td> -<td align="left">Para barrabasadas</td> -<td align="right"><a href="#Page_113">113</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XI</td> -<td align="left">Los patos</td> -<td align="right"><a href="#Page_119">119</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XII</td> -<td align="left">Metamorfosis</td> -<td align="right"><a href="#Page_127">127</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XIII</td> -<td align="left">Con la horma del zapato</td> -<td align="right"><a href="#Page_137">137</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XIV</td> - <td align="left">El desquite de don Ignacio</td> -<td align="right"><a href="#Page_149">149</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XV</td> -<td align="left">Las memorias de Silvestre</td> -<td align="right"><a href="#Page_157">157</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XVI</td> -<td align="left">Fiestas patrias</td> -<td align="right"><a href="#Page_187">187</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XVII</td> - <td align="left">Poesa</td> -<td align="right"><a href="#Page_203">203</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XVIII</td> -<td align="left">Sitiado por hambre</td> -<td align="right"><a href="#Page_212">212</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XIX</td> -<td align="left">El diablo en Pago Chico</td> -<td align="right"><a href="#Page_225">225</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XX</td> -<td align="left">Guerra Silvestre</td> -<td align="right"><a href="#Page_245">245</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XXI</td> -<td align="left">Altruismo</td> -<td align="right"><a href="#Page_251">251</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XXII</td> -<td align="left"> Libertad de sufragio</td> -<td align="right"><a href="#Page_257">257</a> </td> -</tr> - - -<tr> -<td align="right">XXIII</td> -<td align="left"> Eplogo</td> -<td align="right"><a href="#Page_263">263</a> </td> -</tr> -</table></div> - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_7" id="Page_7">[Pg 7]</a></span></p> -</div> - - -<h2 class="no-break">LA ESCENA Y LOS ACTORES</h2> - - -<p>Fortn en tiempo de la guerra de indios, Pago -Chico haba ido cristalizando su alrededor una -poblacin heterognea y curiosa, compuesta de -mujeres de soldados,—chinas,—acopiadores de quillangos -y pluma de avestruz, compradores de sueldos, -mercachifles, pulperos, indios mansos, indiecitos -cautivos,—presa preferida de cuanta enfermedad -endmica epidmica vagase por all.</p> - -<p>El fortn y su arrabal, anlogo al de los castillos -feudales, permanecieron largos aos estacionarios, -sin otro aumento de poblacin que el vegetativo,—casi -nulo porque la mortalidad infantil -equilibraba casi los nacimientos, pero cuyos claros -venan llenar los nuevos contingentes de tropas -enviados por el gobierno.</p> - -<p>Mas, cuando los indios quedaron reducidos -su mnima expresin,—civilizados balazos,—la -comarca comenz poblarse de puestos y -estancias que muy luego crecieron y se desarrollaron, -fomentando de rechazo la poblacin<span class="pagenum"><a name="Page_8" id="Page_8">[Pg 8]</a></span> -y el comercio de Pago Chico, ncleo de toda aquella -vida incipiente y vigorosa.</p> - -<p>Cuando ese ncleo adquiri cierta importancia, -el gobierno provincial de Buenos Aires, que contaba -para sus manejos polticos y de otra especie -con la fidelidad incondicional de los habitantes, -erigi en partido el pequeo territorio, dndole -por cabecera el antiguo fuerte, punto ya de convertirse -en pueblo. El gobierno adquira con esto -una nueva unidad electoral que oponer los partidos -centrales, ms poblados, ms poderosos y -ms capaces de ponrsele frente frente para fiscalizarlo -y encarrilarlo.</p> - -<p>Como por entonces no existan ni en embrin -las autonomas comunales, el gobierno de la provincia -nombraba miembros de la municipalidad, -comandantes militares, jueces de paz y comisarios -de polica, encargados de suministrarle los legisladores - su imagen y semejanza que haban de mantenerlo -en el poder.</p> - -<p>La vida poltica de Pago Chico slo se manifest, -pues, durante muchos aos, por la ciega -obediencia al gobierno, del que era uno de los -inconmovibles <i lang="fr" xml:lang="fr">bourgs pourris</i>, baluartes en que se -estrellaba todo conato de oposicin. Los partidos -incondicionalmente oficiales, eran el gran cimiento -de la situacin, y entre ellos Pago Chico apareca -como una de las herramientas ms dciles y eficaces. -Reciba en cambio algunos subsidios para el -sostenimiento de sus autoridades, y de vez en -cuando gruesas sumas destinadas obras pblicas -y de fomento, que las mismas autoridades se re<span class="pagenum"><a name="Page_9" id="Page_9">[Pg 9]</a></span>partan -en santa paz, cubriendo las apariencias con -algn conato de construccin, v. g. la del puente -sobre el ro Chico, que an est en veremos, el ensanche -de la iglesia, siempre en las mismas, la -terminacin de la Municipalidad, la mejora de -los caminos, las acequias los mataderos...</p> - -<p>Oposicin no exista sino tan embrionaria que -su exteriorizacin ms grande eran los chismes -y las hablillas, las protestas de algn desdeado - perseguido y los annimos al gobernador de la -provincia los peridicos de la capital, ora reveladores -de verdaderos abusos, ora simples especies -calumniosas y envenenadas.</p> - -<p>El programa poltico de los descontentos era -el rudimentario qutate para que yo me ponga, -de manera que la oposicin no sala nunca de su -estado de nebulosa, por poco que, cuando amenazaba -consolidarse, los ms ardientes recibieran un -mendrugo inspirador del quietismo y la tolerancia.</p> - -<p>Bermdez, por ejemplo, indignado ante la negativa -de una concesin que pidiera la Municipalidad, -proclam <i lang="la" xml:lang="la">urbi et orbe</i> que iba revelar -los latrocinios del puente sobre el Chico, denunciando - la prensa bonaerense la verdadera inversin -de los fondos, robados por los municipales -como en una carretera. Hizo, en efecto, una exposicin -circunstanciada de las defraudaciones, la -que agreg clculos de precio de materiales, la descripcin -de lo hecho y un cmulo de comprobantes... -Firm el terrible documento, consigui -que otros vecinos espectables lo refrendaran, robusteciendo -la denuncia, ley el <i lang="la" xml:lang="la">factum</i> ante un<span class="pagenum"><a name="Page_10" id="Page_10">[Pg 10]</a></span> -grupo numeroso en el caf y confitera de Crmine, -agit los nimos, despert el patriotismo pagochiquense, -convulsion el pueblo pronto ya la -revolucin y el sacrificio...</p> - -<p>—Vd. es un sonso, amigo Bermdez,—le dijo -en esta emergencia el escribano Ferreiro, detenindolo -en la calle.</p> - -<p>—Por qu?—pregunt el prohombre opositor -muy sorprendido.</p> - -<p>—Porque ha obligado al intendente romper -el contrato por diez aos del peaje del puente.</p> - -<p>—Y m qu?</p> - -<p>—Que la Municipalidad se lo conceda usted -por una bicoca... Un regalito de tres cuatro mil -pesos al ao!...</p> - -<p>Bermdez se puso verde, luego amarillo, despus -rojo como un tomate, en seguida plido otra -vez, y tomando el brazo del ladino Ferreiro con -la mano trmula de emocin y avaricia:</p> - -<p>—Y eso no se podra arreglar?—pregunt.</p> - -<p>Se arregl, y admirablemente. Bermdez di -vuelta el poncho. Los parroquianos del caf de -Crmine le sacaron el cuero; pero nuestro hombre, -desollado y todo, sigui tan campante, enriquecindose -y figurando cada vez ms...</p> - -<p>Ese caf de Crmine y otros puntos de cita no -podan, entre tanto, dejar de convertirse en centros -de difamacin, y lo fueron con tal eficacia -que al cabo de pocos aos el pueblo se hall dividido -en varios bandos que se odiaban muerte, y -cuya lucha iba dar origen una oposicin organizada.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_11" id="Page_11">[Pg 11]</a></span></p> - -<p>Entre estos bandos destacbase el de D. Ignacio -Pea (don Inacio all) y su aclito el boticario -Silvestre Espndola, enemigo personal este ltimo -del intendente y su camarilla, porque el mdico -municipal, doctor Carbonero, habilit un italiano -para que abriese otra farmacia contando con la -clientela obligatoria de sus enfermos, los pedidos -de la municipalidad para el hospital, y los de la -comisara para su botiqun, pues Carbonero acumulaba -tambin las funciones de mdico de polica -y director del hospital.</p> - -<p>Esto ahondaba la divisin, porque los otros -dos facultativos, el doctor Fillipini, italiano, y el -doctor don Francisco de Prez y Cueto, espaol, -sin cargo ni prebenda alguna, eran naturalmente -opositores todo trance.</p> - -<p>Adase esto la competencia comercial, creadora -de enconos por s misma, y exacerbada an -por el favoritismo de las autoridades, que para algunos -llegaba extremos inconcebibles; los celos -de las mujeres; las envidias de los hombres; la sempiterna -vida en comn; la falta casi total de horizontes, -y se tendr idea de aquel terreno preparado -ya para convertirse en teatro de una lucha homrica.</p> - -<p>El primer sntoma de guerra fu una disputa -ocurrida en el Club del Progreso entre el intendente -municipal don Domingo Luna y el juez de -paz don Pedro Machado, raz de un envite en -que el juez cant treinta y dos y se fu baraja -sin mostrarlas, apuntndose los tantos despus de -no querer el rabn. Casi hubo cachetadas, y quiz<span class="pagenum"><a name="Page_12" id="Page_12">[Pg 12]</a></span> -hubiera sido mejor, porque la venganza de Machado, - quien el intendente llamara tramposo -con todas sus letras, fu terrible: fund un peridico, -<cite>El Justiciero</cite>, para atacar su enemigo y -sacarle los cueritos al sol. Los cueritos al sol dicen -en la campaa, porque all se acostumbra que -los nios duerman sobre pieles de cordero, y cuando -stas se sacan la luz... ya se adivina el resto!</p> - -<p>Hizo Machado llevar una imprentita de Buenos -Aires, y como era completamente analfabeto, la -puso en manos de Fernndez, que ya haba dragoneado -de periodista en otro pueblo, encargndole -que pusiese overo al intendente, sin asco y sin -lstima.</p> - -<p><cite>El Justiciero</cite> deba aparecer dos veces por semana: -jueves y domingos. Apareci, sin embargo, -un solo jueves, pues el <i lang="la" xml:lang="la">deus ex machina</i> pagochiquense, -el escribano Ferreiro, se encarg de poner -paz entre los prncipes cristianos.</p> - -<p>—Mire, don Pedro—declar al belicoso juez de -paz;—esto va ser como pelea de comadres de barrio: -Ust es esto! Y ust es ms! Cuanto -pueda decirle Luna, l se lo puede repetir ust, -porque todos hemos hecho y estamos haciendo lo -mismo. Trguese la rabia y cllese la boca, porque -lo ms que sacar ser lo que el negro del -sermn: los pies fros y la cabeza caliente. Sigamos -como hasta ahora, que as va lindo no ms. -Sino, vamos tener que enojarnos con ust, se va - enojar el gobierno, ya no le caer ni un negocito -para hacer boca, y en cambio Luna se encargar -de decirle cuntas son cinco, y l y ust, ust y -l sern la risa de todo el mundo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_13" id="Page_13">[Pg 13]</a></span></p> - -<p>Como don Pedro no cediera las primeras -de cambio, Ferreiro se entretuvo en enumerarle -todos los negocios dudosos y hasta escandalosos -en que haba tenido participacin, las arbitrariedades -por l cometidas en el desempeo de su -cargo...</p> - -<p>—Pir ha hecho l!—gritaba Machado, como lo -pronosticara el escribano, que le tap la boca con -esto:</p> - -<p>—Habr hecho peor, no digo que no. Pero l -no est en posesin de un campo sin ttulo de -propiedad, ni de seis siete lotes urbanos, que la -Intendencia puede reivindicar de un momento -otro...</p> - -<p><cite>El Justiciero</cite> no reapareci hasta meses ms -tarde, cuando <cite>La Pampa</cite> de Viera arroj en aquel -terreno abonado la semilla de la oposicin, provocando -por parte del oficialismo una defensa desesperada -que tuvo la virtud de acabar con las rencillas -de Machado, Luna y dems dueos del pueblo.</p> - -<p>Este Viera, hijo de Pago Chico,—joven de veintids -aos que haba vivido algn tiempo en Buenos -Aires, codendose, gracias su pequea fortuna, -con la juventud frecuentadora de cerveceras, -teatros y comits,—era un bien intencionado -y un cndido, con escasa ilustracin y ms escasa -experiencia, quien el surgimiento de la Unin -Cvica infundi ideas redentoras. raz de aquel -vasto movimiento de opinin volvi al Pago resuelto - reformar el mundo, y para hacerlo compr -tambin una imprentita, gastndose la mitad<span class="pagenum"><a name="Page_14" id="Page_14">[Pg 14]</a></span> -de su capital, y fund <cite>La Pampa</cite>, dispuesto sostenerla -con la otra mitad.</p> - -<p>Ya lo veremos en la accin. Entre tanto pasemos - otra cosa, para dar una idea general de -aquel pueblo privilegiado.</p> - -<p>Las reuniones ms chic y mejor concurridas -eran las que Gancedo celebraba frecuentemente en -su casa, para ir crendose una popularidad que -pudiera llevarlo la diputacin,—sin darse cuenta -de que en Ferreiro tena un rival tanto ms peligroso -cuanto ms discreto y solapado.</p> - -<p>Las tertulias de Gancedo eran todo lo amenas -y agradables que podan serlo en Pago Chico. Precedalas -siempre una comida ntima segn el -dueo de casa, un banquete segn los invitados -no venenosos. Llenbase de gente el vasto comedor, -y como la ciencia culinaria pagochiquense -estaba todava en paales, el men se compona -generalmente de jamn, pavo fiambre, conservas -de toda especie y empanadas criollas, de tal modo -que la mesa pareca la de un lunch de viajeros en -una parada del camino.</p> - -<p>Terminada la comida y apuradas las ltimas -botellas de buen vino de postre, comenzaba llegar -el resto de los invitados, las nias con sus -mams, los jvenes solteros; el pianista Mussio -aporreaba el teclado sin darse tregua, y los valses, -las polkas y los lanceros se sucedan hasta muy -cerca del amanecer.</p> - -<p>Las dems reuniones eran muy parciales y escasas, -excepto las masculinas del Club del Progreso -y la confitera de Crmine,—los dos pun<span class="pagenum"><a name="Page_15" id="Page_15">[Pg 15]</a></span>tos -de reunin que se disputaban opositores y oficialistas, -quedando el uno y el otro tan pronto en -manos de stos, tan pronto en manos de aqullos, -como en las figuras de una contradanza.</p> - -<p>Pero, eso s, slo tratndose de un caso de -enemistad declarada y odio manifiesto, ningn -pagochiquense distinguido faltaba al bautizo, la -boda, el velorio y el entierro de otro distinguido -pagochiquense. Era de regla olvidar aparentemente -las pequeas rencillas en estas solemnidades.</p> - -<p>Pero si escaseaban las fiestas y las tertulias de -msica y de baile, abundaban en cambio las tenidas -de murmuracin y desollamiento. Los hombres -las celebraban en el club y el caf; las mujeres -en sus casas y las ajenas. Como hormigas -iban y venan de sala en sala, despellejando aqu - las que acababan de dejar all, mientras eran -despellejadas su vez por aqullas y por otras, en -una madeja de chismes, embustes, habladuras y -calumnias que no hubiera desenredado el mismo -Job con toda la paciencia que se le atribuye aun, -pese las protestas, clamores y vociferaciones que -llenan su libro del viejo testamento. Tales misteriosos -cuchicheos empaaron ms de una fama -limpia y pura, y pronto no qued en Pago Chico, -sino para los interesados, ni hombre decente ni -mujer honrada.</p> - -<p>—Si uno fuera creer tanta inmundicia—deca -Silvestre,—tendra vergenza hasta de mirarse al -espejo sin testigos.</p> - -<p>Y lo ms curioso es que Silvestre sola ser el -vehculo por excelencia de la difamacin...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_16" id="Page_16">[Pg 16]</a></span></p> - -<p><cite>La Pampa</cite> atac el mal en varios artculos violentos -contra los calumniadores. Todo el mundo -los ley, coment, aprob, aplaudi, ensalz; pero -todo el mundo sigui impertrrito haciendo lo mismo, -y hasta puede que exagerando la nota. De -aquella clebre campaa periodstica slo qued el -dicho de Pago Chico, infierno grande, epgrafe -de uno de los artculos de Viera, y el buen efecto -causado por este prrafo, glosa de la frase silvestrina:</p> - -<p>Si cuanto se dice fuera cierto, habra que cercar -de murallas el pueblo y convertirlo en una -crcel que fuera al propio tiempo manicomio y -reclusin de mujeres perdidas.</p> - -<p>El comercio tena bastante importancia, sobre -todo desde que lleg el ferrocarril, pues entonces -comenzaron establecerse barracas para el acopio -de frutos del pas,—lana, cueros, etc. Estos -establecimientos fueron pronto los ms importantes -y prsperos, llegando efectuar ciertas operaciones -bancarias,—depsitos en cuenta corriente -y plazo fijo, descuentos, giros—que antes hacan -difcilmente las principales casas de comercio.</p> - -<p>Entre estas ltimas, la ms notable era la de -Gorordo, que reuna en un inmenso edificio de un -solo piso con techo de hierro galvanizado, los ramos -de tienda, mercera, almacn, despacho de bebidas, -corraln de madera, hierro y tejas, mueblera, -armera, hojalatera, ferretera, pinturera, ropera, -librera, papelera y droguera, amn de -otras especialidades.</p> - -<p>An quedaban otros establecimientos anlogos,<span class="pagenum"><a name="Page_17" id="Page_17">[Pg 17]</a></span> -restos de la poca en que era necesario acapararlo -todo para realizar alguna ganancia, y en que todos -estos comercios se complementaban todava con -la compra-venta de frutos del pas. Pero iban perdiendo -terreno ante la especializacin, pues ao -tras ao surgieron tiendas y merceras, almacenes -de comestibles, boticas, muebleras, plateras, sastreras, -zapateras de diverso orden, hoteles, fondas -y bodegones, hasta un conato de librera y una cigarrera -pequea,—casas entre las que sobresala -como una perla de incomparable oriente la</p> - -<p class="center p2"> -<span class="smcap">Sapateria e Spacio di bevida<br /> -di Romolo e Remo<br /> -di Giuseppe Cardinali</span></p> - -<p>Pago Chico tuvo, por consiguiente, sus Bon -March y sus Printemps antes que Pars, al mismo -tiempo, para perderlos luego y verlos sin duda -reaparecer cuando se complete el ciclo de su evolucin -progresiva.</p> - -<p>La primera industria mecnica que nace en un -pueblo de provincia, y la primera que naci en -Pago Chico, es la de fabricacin de carros. En un -principio los carros se compran en otra parte, pero -inmediatamente se nota la necesidad de una herrera -y carpintera para componerlos. Establecida -sta, por poco que la poblacin adelante, el taller -prospere y el obrero no sea muy torpe, la simple -herrera se convierte en fbrica y la industria ha -nacido sin esfuerzo.</p> - -<p> la fbrica de rodados haba ya que agregar -en Pago Chico el floreciente molino y fidedera -de Guerrini, construccin chata y mezquina em<span class="pagenum"><a name="Page_18" id="Page_18">[Pg 18]</a></span>plazada - orillas del arroyo presuntuosamente llamado -Ro Chico, cuya escasa corriente bastaba -apenas para mover una pequea rueda que mola -el grano con lentitud y como desganada. Las -tormentas y la humedad, azotando y carcomiendo -sus paredes de ladrillo sin revoque, les haban dado -una ptina verdinegra, triste pero caracterstica.—Haba -que agregar tambin, fuera de los hornos de -ladrillos y las licoreras falsificadoras de toda clase -de bebidas, la talabartera de Tortorano, que realizando -buenos negocios sin embargo, deba luchar -con la competencia de los trenzadores criollos, -que en los ranchos de las afueras hacan primorosos -maneadores, lazos, bozales, maneas, prendas -de gran lujo disputadas por los paisanos y los mismos -paquetones del pueblo, y en las que un -solo botn llevaba veces ms de un da de trabajo. -Tortorano tena que limitarse vender arreos -ordinarios, pero cobrndolos peso de oro se vengaba -del arte pursimo que converta los tientos, -el simple cuero sobado, en bridas moriscas, suaves -como la seda, en cabezadas caprichosas y elegantes, -sutiles trabajos en que el gusto y la paciencia -realzaban tres y ms veces el valor de la materia -prima. Y, la larga, Tortorano venci: hizo que -los trenzadores trabajaran exclusivamente para l, -almacen sus obras sin venderlas, imponiendo los -artculos de su fabricacin, y cuando logr que se -olvidara la moda de los aperos criollos, dej sin -trabajo los trenzadores que debieron levantar -campamento para no morirse de hambre.</p> - -<p>Como industria, no podemos olvidar tampoco<span class="pagenum"><a name="Page_19" id="Page_19">[Pg 19]</a></span> -la de Tripudio, que con los desmirriados racimos -de las parras de su quinta y otros ingredientes -menos inofensivos, fabricaba un chacol con gusto - olor de ratn, que luego expenda con el ingenioso -ttulo de Vino Chat.</p> - -<p>Completaban la poblacin trabajadora de Pago -Chico, varios ejemplares de hojalateros, sombrereros, -modistas, tipgrafos, pintores, blanqueadores -y empapeladores, planchadoras, panaderos, lavanderas, -cigarreras, carniceros con tienda abierta y -verduleros que tambin vendan carbn, lea, -maz y afrecho...</p> - -<p>...Y como esto basta y sobra para dominar el -escenario y tener siquiera barruntos de algunos -pocos actores, pasemos sin ms prembulo relatar -y puntualizar varios episodios de la sabrosa -historia pagochiquense, preada de hechos transcendentales, -rica en filosfica enseanza, espejo de -pueblos, regla de gobiernos, pauta de administraciones -progresistas, norma de libertad, faro de -filantropa, trasunto ejemplar de patriotismo...</p> - -<p>—Flor y truco! y si hay ms flor contra flor -el resto!—agregara Silvestre, afirmando con esta -salva de veintin caonazos los colores de Pago -Chico.</p> - -<hr class="r5" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_20" id="Page_20">[Pg 20]</a><br /><a name="Page_21" id="Page_21">[Pg 21]</a></span></p> -</div> - - -<h2 class="no-break">LIBERTAD DE IMPRENTA</h2> - - -<p>Las cosas iban tomando en Pago Chico un giro -terrible. La poltica enardeca los nimos y <cite>La -Pampa</cite> y <cite>El Justiciero</cite> se dirigan los cumplidos -de mayor calibre que hasta ahora haya soportado -una hoja de papel. Estaban cercanas las elecciones -municipales, y cvicos y oficialistas abran ruda -campaa, los unos para conquistar, los otros para -retener el gobierno de la comuna. <cite>La Pampa</cite> no -dej de aprovechar el desfalco descubierto en la -tesorera municipal, y no dirigi sus golpes al -culpable tesorero, sino que se encar con el intendente -mismo. Un parrafito:</p> - -<p>Si don Domingo Luna estuviera donde debe -estar, que no es seguramente en la intendencia de -Pago Chico, sino cerca de Olavarra, no se hubiese -cometido ese robo escandaloso, que una vez ms -viene demostrar cmo la pobre provincia que -sufre la canalla entronizada de un gobierno que -es la cueva de Al Bab, va ser esquilmada -hasta el ltimo peso por los secuaces que ese gobierno -mantiene en todas partes, ya que no hay<span class="pagenum"><a name="Page_22" id="Page_22">[Pg 22]</a></span> -persona decente que quiera servir sus planes ignominiosos, -y s puramente hombres sin honor ni -vergenza.</p> - -<p>Y el artculo que segua in crescendo, peor en -sintaxis y psimo en intenciones, enfureci don -Domingo de tal modo, que se fu como un cohete - consultar el caso con el escribano Ferreiro, su -mentor en las grandes emergencias. Quera acusar -la publicacin. Ferreiro, sudoroso, ley atentamente -el artculo, dejando oir ligeros hum! hum! -intraducibles; luego deposit el diario en las rodillas -y sentenci:</p> - -<p>—No es acusable.</p> - -<p>Don Domingo Luna se exalt, replicando, plido -de ira:</p> - -<p>—Quiere decir que porque un mircoles se -le ocurre robarse la plata de la municipalidad, -m me puede decir que debo estar en la crcel de -Sierra Chica ese canalla de Viera?...</p> - -<p>—No lo dice, lo da entender,—repuso tranquilamente -Ferreiro.</p> - -<p>El ms alto funcionario de Pago Chico sali de -la escribana furioso, gruendo entre dientes:</p> - -<p>—Me las ha de pagar ese insultador sin vergenza. -Ya ver, ya ver! Lo que es esta vez no -se libra de una tunda!</p> - -<p>Seguramente influa en el tumultuoso furor de -don Domingo el estado del tiempo. Todo aquel -da hizo un calor espantoso. El horizonte, al norte -y al oeste, estaba oculto tras de vapores vagos que -daban al cielo tintas sucias, un color borroso de -polvareda lejana. Rachas de viento caliente como<span class="pagenum"><a name="Page_23" id="Page_23">[Pg 23]</a></span> -si saliera de un horno, barran las calles calcinadas -por el sol. Nadie sala de casa; todos se sentan -invadidos por un malestar creciente, con el pecho -opreso, jadeantes y sudorosos aun en la inmovilidad. -En sus rfagas el viento traa olor paja -quemada. El bochorno aumentaba por minutos.</p> - -<p>Avanzando la tarde el sol se ocult entre nubes -de fuego; pero el incendio del ocaso pareca extenderse -al norte, donde la extraa niebla tomaba -resplandores rojizos. La noche cay lentamente, y -el viento que forma montones de arena en las -aceras y los pasea triunfante de un lado otro de -la calle, no disminuy su furor ni se dign refrescar -algo; quera achicharrarlo todo.</p> - -<p>Cuando obscureci completamente, se notaron -en el cielo de azul profundo, dos grandes parches -luminosos, de clidas tintas, semejantes—menos -en el tono— la claridad difusa que por la noche -y desde lejos se ve flotar sobre las ciudades bien -alumbradas. Tras de ese velo transparente, de color -naranja, titilaban las estrellas en el cielo sin -una nube...</p> - -<p>Era el incendio del campo, que haba cundido -con la violencia de los grandes desastres como se -ver cuando se lea El diablo en Pago Chico.</p> - -<p>La noche era obscura, pintiparada para cualquier -combinacin poltica de sas que concluyen - garrotazo limpio; y como el seor intendente haba -tenido tiempo de prepararse hablando con el -juez de paz don Pedro Machado, para pedirle la -aprobacin de su plan, y con el comisario Barraba<span class="pagenum"><a name="Page_24" id="Page_24">[Pg 24]</a></span> -para que le prestase cuatro vigilantes vestidos de -particular, aguardaba al pobre Viera una que -haba de dolerle segn declar don Domingo, -al anochecer, en el Club del Progreso, delante de -los concejales gubernistas, el comisario del mercado -de frutos y el inspector del riego.</p> - -<p>Viera no tuvo aviso esta vez y se retard en la -redaccin de <cite>La Pampa</cite> hasta mucho despus de -anochecido. Haba baile esa noche en casa de Gancedo—en -el patio, por el calor, con faroles chinescos -y guirnaldas de sauce y yedra—iba la novia, -no asistira gubernista alguno, y no era posible -faltar. Se di una tarea espantosa para <em>llenar</em> el -diario, y las ocho y media sali para ir mudarse -ropa: estaba de tinta de imprenta y kerosene, de -no poder acercrsele. Llevaba su bastn en la -mano y el infaltable Smith-Wesson en el bolsillo -de atrs del pantaln.</p> - -<p>Paseaban la acera obscura cuatro sombras sospechosas. -En frente, cerca de la talabartera de -Tortorano, un bulto se distingua apenas en el -quicio de la puerta de Troncoso. Era don Domingo, -ganoso de presenciar el castigo de su insultador.</p> - -<p>—Hum!—se dijo el periodista—esto es algo!</p> - -<p>Apenas le vieron, los vigilantes—las sombras—se -echaron sobre l, blandiendo unos talas irresistibles; -pero en ese momento, interesado por la escena -que iba desarrollarse, Luna tuvo la mala -suerte de entrar en el radio de luz de la vidriera -de Tortorano. Viera le reconoci, y haciendo una -gambeta los presuntos apaleadores, cruz la calle<span class="pagenum"><a name="Page_25" id="Page_25">[Pg 25]</a></span> -como un rayo, alz el bastn cuando estuvo cerca -del intendente, le cruz dos veces la cara con dos -soberbios garrotazos, Tom, tom, canalla, traidor! -y se meti de un salto en casa de Troncoso, -que coma con su familia, aprovech el primer -instante de indecisin de los otros, corri al fondo, -trep la tapia, baj la calle, y amparndose en la -sombra, se fu su casa...</p> - -<p>Luna, ciego de ira y de dolor, hizo violar el domicilio -de Troncoso; pero los agentes y l mismo -se entretuvieron en buscar por las habitaciones, -dando Viera el tiempo de escaparse. Mas el periodista, -incauto, haba ido mudarse ropa en -vez de buscar sitio seguro, y no tard en ser -aprehendido bajo la acusacin de desacato la -autoridad. El insigne y sapientsimo juez de paz, -don Pedro Machado, haba prometido firmar al -da siguiente—antedatada, como es natural—una -orden de allanamiento para la casa de Troncoso y -para cualquiera donde pudiese estar ese chancho. -No haba, pues, que temer ulterioridades, y se hara -justicia.</p> - -<p>Gracias esta rapidez de procedimiento—excepcional -en Pago Chico—el comisario Barraba, -precedido por seis vigilantes de uniforme, invadi -la casa de Viera, que estaba lavndose, en ropas -menores y descalzo para no salpicar los zapatos de -charol.</p> - -<p>—Marche!</p> - -<p>—Pero hombre, no he de ir desnudo!</p> - -<p>—Marche, canalla!</p> - -<p>Por fin le permitieron ponerse unos pantalones<span class="pagenum"><a name="Page_26" id="Page_26">[Pg 26]</a></span> -y calzar unas zapatillas, y en camiseta lo llevaron - empellones, por el medio de la calle, hasta la -comisara en cuyo calabozo inmundo lo metieron.</p> - -<p>—Yo t'ensear!—le grit Barraba sacudiendo -la mano en el aire, apenas le vi encerrado.</p> - -<p>Y all pas la noche Viera echando por esa boca -cuanto terno figura en el vocabulario de Pago Chico, -que es uno de los completos en la materia.</p> - -<p>Al da siguiente <cite>La Pampa</cite> sali tremenda.</p> - -<p>Informados tiempo los amigos, primero por -Tortorano, que lo haba visto todo, pero que no -se anim terciar, luego por Troncoso, que protestaba -contra el atropello de su domicilio, despus -por Silvestre, el boticario, que nada haba visto, -pero que todo lo saba y aun agregaba detalles de -su cosecha, y en seguida por Pago Chico entero, -que se arremolin cuchicheando en el club, en -los cafs, en la plaza, hasta en el baile de Gancedo, -y que haca silencio apenas asomaba un oficialista—informados - tiempo, repetimos, se encargaron -de dar la nota del da en el peridico, hicieron -parar la mquina, aflojaron las formas y aadieron -un primer editorial cortito, pero sabroso, que -se atribuy generalmente la bien cortada pluma -del Dr. Don Francisco de Prez y Cueto, que aunque -espaol, era muy patriota y un liberal hasta all.</p> - -<p>—No podemos renunciar al placer de exhibir ese -documento histrico, ya que est al alcance de la -mano:</p> - -<p>La infamia entronizada en este desgraciado -pueblo de Pago Chico, por culpa de un gobernador -de la provincia de Buenos Aires que no merece<span class="pagenum"><a name="Page_27" id="Page_27">[Pg 27]</a></span> -ms que el desprecio, y que cometen cuantas tropelas -haran poner rojo de vergenza cualquier -hombre con ciertos pices de dignidad, ha llegado -hasta un extremo que no puede concebirse -en un pas libre donde todo el pueblo y los ciudadanos -adems quieren la libertad de las instituciones.</p> - -<p>La prensa, que es el cuarto poder del estado, -y que es una institucin simultneamente y al -mismo tiempo, no se ve libre de las asechanzas de -esos malvados que roban y esquilman al pueblo - mansalva y sin que haya quien les castigue, -porque tienen el poder en la mano, y no contentos -con eso echan mano de la fuerza bruta para hacer -callar la protesta indignada de un pueblo que sufre -sus desmanes y sus depredaciones.</p> - -<p>Como ven que la valiente propaganda de este -diario no se detiene ni tergiversa, han llegado en -su infamia y su traicin hasta asaltar en plena va -pblica nuestro valiente y noble director, y no -satisfechos con ese brutal incalificable atentado, -le han sumergido luego en un estrecho inmundo -calabozo infecto, casi desnudo, despus de arrancarlo -de su casa donde se estaba mudando ropa -para ir al baile de lo de Gancedo, y no sin antes -haber violado su domicilio como violaron el de la -casa del seor Troncoso para buscarlo los emponchados -que con el intendente la cabeza trataban -de darle una paliza de la que el intendente -fu el que sali mal parado.</p> - -<p>Y entre tanto nuestro director est preso inicuamente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_28" id="Page_28">[Pg 28]</a></span></p> - -<p>As obran la autoridades gubernistas!</p> - -<p>As se respeta el domicilio privado de las -casas de familia!!</p> - -<p>As se respeta, tambin, la prensa por esos -canallas ensoberbecidos, bandoleros del poder!!!</p> - -<p>Pero no nos harn callar!!!!!</p> - -<p>Hemos de decirles todas sus porqueras, y -hemos de sacar muchos cueros al sol!!!</p> - -<p>Miserables!!!!!!</p> - -<p>Maana nos ocuparemos ms extensamente -de este atentado brutal. Hoy la indignacin nos -pone mudos y ms la falta absoluta de espacio -nos impide tratar el tema con la extensin que -merece.</p> - -<p>Como se ve no haban alcanzado los puntos de -admiracin para el ltimo prrafo. El regente -quiso distraer dos de Miserables!!!!!! de alguna -de las frases anteriores, pero no se lo permitieron, -porque al fin y al cabo, el ltimo prrafo era puramente -explicativo.</p> - -<p>Por su parte <cite>El Justiciero</cite>,—el papel oficial—no -se qued corto tampoco en aquel memorable -da. He aqu lo que escribi:</p> - -<p>El individuo Viera, que no se detiene en sus -asquerosos avances de pasquinero soez ni ante el -sagrado del hogar, ha llevado ayer su justo merecido, -recibiendo una paliza de padre y muy seor -mo que le propin nuestro distinguido amigo y -correligionario seor Domingo Luna, que con tan -empeoso acierto rige las funciones de intendente -municipal de este progresista pueblo.</p> - -<p>Hay que hacer notar que este prrafo—y algu<span class="pagenum"><a name="Page_29" id="Page_29">[Pg 29]</a></span>no -de los que siguen,—fu escrito antes del suceso. -Luego hubo que cambiar algo en la redaccin -por la inesperada vuelta de la tortilla. Pero qu -diablos! el artculo qued bien de todos modos y -no era cosa de que los cajistas se estuvieran toda -la noche en la imprenta. Adems cmo decir -que el apaleado haba sido don Domingo? El artculo -continuaba:</p> - -<p>Como Viera no se le hace ms caso sus -ataques que un perro sarnoso, se le hizo el -campo organo, y no contento con insultar desde -su pasqun inmundo, quiso tambin echrselas -de matn y agredi infamemente al seor Luna, -pero le sali la torta un pan, porque fu por lana -y sali trasquilado y se meti apaleador y casi no -le dejan hueso sano!</p> - -<p>—Coe! As se escribe la historia!—exclamaba -el doctor Prez y Cueto al llegar aqu de la -lectura.</p> - -<p>Habamos pronosticado que esto iba suceder -matemticamente, porque no poda ser de otro -modo, porque estos advenedizos llenos de desvergenza, -y cnicos, y que tienen por arma la calumnia -soez, infame y asquerosa, para conseguir cuatro -suscripciones de otros tan despechados y tan -procaces como ellos, no hacen ms que insultar -los que valen ms que ellos, sin comprender que -con eso no se puede transgredir ni paliar la opinin -pblica.</p> - -<p>Esa escoria social en la prensa, cuya misin -es tan elevada y tan seria y que alguien ha dicho -que los periodistas son patronos de almas, da h<span class="pagenum"><a name="Page_30" id="Page_30">[Pg 30]</a></span>litos -de podredumbre inmunda los pueblos que -infestan y deban preocuparse los gobiernos de -poner raya con sabias limitaciones reglamentarias -y leyes al propsito esa prensa brava que destila -baba sobre todos los que no comulgan con sus -ruedas de molino.</p> - -<p>Una ley de imprenta que enfrene esos insultadores -de oficio se hace necesaria inminentemente. -Si no, sera necesario hacerse justicia por -su propia mano, como en el caso de ayer.</p> - -<p>En cuanto ste, sobre el cual mucho tendramos -que decir porque pertenece esa calaa; -pero que nos callamos por la circunstancia misma -de ser nuestro enemigo poltico, (lealtad que no -tiene l en sus desbordes infames, entre parntesis) -est preso en la comisara y hoy mismo ser -puesto disposicin del digno juez de paz de este -partido seor don Pedro Machado.</p> - -<p>El seor intendente sigue algo mejor, y los -doctores Carbonero y Fillipini decan anoche que -dentro de dos tres das podr salir la calle.</p> - -<p>Ante la lectura de ambos diarios haba para -quedar perplejo. Al fin de cuentas quin haba -dado quin? Problema! Pero para eso estaba Silvestre -que en cierta ocasin, encarndose con Viera, -y refirindose <cite>La Pampa</cite> y su propaganda, -haba exclamado, orgulloso:</p> - -<p>—Ella sale una vez al da, y yo salgo todas -horas!</p> - -<p>As es que no falt buena y bien exagerada informacin -en Pago Chico: Luna, que preparaba -una celada Viera para vengarse de sus justos<span class="pagenum"><a name="Page_31" id="Page_31">[Pg 31]</a></span> -ataques, haba recibido una paliza que lo haba -dejado mormoso, despus de lo cual el comisario -con treinta vigilantes armados rmington, -haban asaltado la casa del periodista, y no sin -que ste opusiera una resistencia heroica, en que -hubo tiros, pero no heridos, (los tiros los oy todo -el mundo, aunque no sonaron), fu reducido y se -le condujo preso al ms sucio y poblado de sabandija -de los calabozos policiales... All estaba -Viera an. Quin sabe si no lo haban estaqueado!</p> - -<p>La poblacin de Pago Chico despert al otro -da incmoda y cuchicheante. Sin embargo, escaldada -tantas veces, no alzaba mucho el diapasn... Claro! -Y las consecuencias?... No era cosa de meterse - redentor y salir crucificado.</p> - -<p>Verdad es que en la cantina de la estacin -del ferrocarril, donde no acostumbraba presentarse -oficialista alguno, un grupo que absorba el vermouth -matinal se ocup calurosamente del suceso, -y despus de una arrebatadora inspirada alocucin -de Lobera, secretario del comit y oficial de -la peluquera de Bernardo, declar y jur que era -deber nacional devolver la libertad Viera, y que -lo haran si las buenas, las buenas; si las malas... - las malas! palabras textuales del arrebatado -Tortorano, que la noche anterior haba juzgado -de alta poltica no asomar las narices la -puerta.</p> - -<p>—En ltimo caso—exclam Lobera, que destilaba -agua de violeta por todas partes y entusiasmo -por la boca—en ltimo caso asaltaremos la comisara -y le daremos una paliza Barraba!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_32" id="Page_32">[Pg 32]</a></span></p> - -<p>—Muy bien dicho!—exclamaron unos.</p> - -<p>—Eso es! una paliza al comisario!—gritaron -otros.</p> - -<p>—Bravo! Bravo!—aullaron los dems.</p> - -<p>Silvestre, que entraba, vocifer, aunque estaba -ronco desde la noche antes:</p> - -<p>—Es un atropello infame! Que suelten Viera!</p> - -<p>Y durante un rato continu la discusin, en voz -muy baja pero acaloradamente, y lo curioso es -que el grupo se fu desgranando poco poco de -una manera casi imperceptible. Beban su vermouth - su biter, y se evaporaban, uno uno, -silenciosos, yndose cada cual por su lado, no sin -dirigir la salida una sonrisita amistosa al vigilante -que, de acera acera y observando el interior -del caf, se paseaba por la esquina.</p> - -<p>—Se ha ido Lobera?</p> - -<p>—Hombre, s; y Silvestre tambin.</p> - -<p>—Y Tortorano?</p> - -<p>—Acaba de salir.</p> - -<p>—As no se puede hacer nada nunca!—exclam -Pedrn, que tambin tom la puerta encogindose -de hombros.</p> - -<p>Al pasar por la comisara mir hacia adentro, -apret el paso y se meti en su casa. El hotel del -poco trigo, como le sola llamar, no era de sus aficiones.</p> - -<p>Sin embargo podra—l tan curioso—haberse -detenido observar lo que pasaba en la comisara.</p> - -<p>En medio del patio, bajo el sol rajante, un -agente de plantn, tieso como el Apolo del jardn -de Bermdez—aquella estatua de yeso pintado<span class="pagenum"><a name="Page_33" id="Page_33">[Pg 33]</a></span> -imitando mrmol veteado, que tanto poda representar - un tullido—miraba de reojo sus compaeros -que tomaban mate, y de frente las oficinas.</p> - -<p>—Che, Avellanera, alcanz uno—dijo el plantn -al cebador del amargo, viendo que los oficiales -estaban de jarana en el despacho.</p> - -<p>—S! P'a que me frieguen! And que te d -Viera.</p> - -<p>Los otros, formando grupo alrededor de la pava -que herva sobre un fueguito de virutas en la sombra -del paredn, se rieron carcajadas de la ocurrencia. -Viera, medio desnudo, estaba en el calabozo, -y Fernndez, el agente de plantn, era el jefe -de la partida que debi apalearlo. Barraba lo haba -castigado por sonso, y porque sospech quiz -que tena aficin al pasquinero.</p> - -<p>Casualmente, el comisario entr en aquel momento.</p> - -<p>— ver vos, Fernndez, ven ac!</p> - -<p>El plantn hizo la venia, y con los sesos tostados -por el sol, se acerc miedoso y cariacontecido. -Los otros se haban levantado y estaban firmes, -con la mano la frente y expresin de la ms absoluta -humildad.</p> - -<p>Barraba entr en su oficina, se sent junto al -escritorio, y viendo que Fernndez, cuadrado, se -quedaba la puerta, le grit con voz spera y -fruncindole las cejas:</p> - -<p>—Entr!</p> - -<p>Casi temblando entr y se cuadr de nuevo, silencioso.</p> - -<p>—Vos andas con Viera no?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_34" id="Page_34">[Pg 34]</a></span></p> - -<p>—Yo... seor...—balbuce el infeliz, que al -oir tan terrible acento, hubiera querido hallarse - veinte leguas.</p> - -<p>—Es intil que negus! Yo mismo t'he visto! -Qu te deca ayer en la puerta de la imprenta?</p> - -<p>—Nada, seor comisario.</p> - -<p>—Cmo nada? Algo te haba de decir!</p> - -<p>—Me preguntaba por m'hijo Pancho; que quera -hablar con l, me dijo:</p> - -<p>—S, y vos le avisaras lo de anoche, no? Ya -sabs que yo no quiero que te mets mulo -grande entends? Cuidadito conmigo, que si yo -s que te mets en otra, te hago estaquear. Ahora -andte y cuidadito!...</p> - -<p>El agente sali que no saba lo que le pasaba. -Le temblaban las piernas y sudaba y trasudaba, -tan lejos de Juan Moreira como Pago Chico de la -capital federal.</p> - -<p>Barraba llam otro agente.</p> - -<p>—Traigam el preso,—dijo.</p> - -<p>— cul? Al seor Viera?</p> - -<p>—Qu seor, ni qu seor! Vaya y traigam -al preso, le digo!</p> - -<p>Un momento despus Viera apareca en el despacho, -escoltado por el agente. Llegaba plido y -desgreado, en camiseta y zapatillas, pero entero -y altivo como cuadra todo periodista perseguido -por el poder.</p> - -<p>El comisario estuvo largo rato sin alzar la vista, -fingiendo que examinaba unos papeles. Viera -de pie y en silencio se morda los labios de rabia.</p> - -<p>—Por qu est preso?—pregunt al fin Barraba, -clavando en l una mirada iracunda.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_35" id="Page_35">[Pg 35]</a></span></p> - -<p>—No s.</p> - -<p>—Qu? no sabe! Qu no ha de saber!</p> - -<p>—Lo que puedo asegurarle es que no soy yo -quien deba estar preso!...</p> - -<p>—No se me insolente!—grit iracundo.</p> - -<p>—No me insolento. Me pregunta y le contesto.</p> - -<p>El agente di un paso hacia Viera, aunque ste -estaba aparentemente impasible. Barraba se reprimi, -pero le hubiese gustado hallar ocasin de -darle unos planazos al pasquinero.</p> - -<p>—Bueno. Usted lo ha lastimado al seor Luna.</p> - -<p>—l me agredi... me he defendido. Despus -se trataba de una emboscada... y si no ya ve cmo -me asaltaron cuatro emponchados que de seguro -me matan si no me meto en casa de Troncoso.</p> - -<p>El comisario pareci reflexionar.</p> - -<p>—Bueno,—dijo por fin,—sa es su versin. -Pero el seor intendente no dice lo mismo, y los -testigos tampoco.</p> - -<p>—Quines son los testigos? Los vigilantes disfrazados? -Los he conocido bien!</p> - -<p>Barraba, ciego de ira, se levant medias de -su asiento, pero logr reprimirse otra vez, y tras -una larga pausa, fingiendo tranquilidad, dijo lentamente, -cantando las palabras casi slaba por slaba:</p> - -<p>—Qu quiere, amigo! Diga lo que se le antoje! -Aqu no hay ms agresor que usted, y yo -tengo la obligacin de pasarlo al juez de paz por -su delito de desacato la autoridad!</p> - -<p>—Pero eso es una injusticia! Usted es mi enemigo -y abusa de su puesto!—exclam Viera que ya -estaba viendo quince das un mes de prisin en<span class="pagenum"><a name="Page_36" id="Page_36">[Pg 36]</a></span> -el calabozo, los interrogatorios intolerables, las vejaciones -sin trmino, y para fin de fiesta el viajecito - La Plata entre dos vigilantes, y quiz con -grillos...</p> - -<p>—Enemigo! injusticia, eh!—grit Barraba, -morado de clera.—Mire, amiguito, no me cargue -la paciencia, canejo!</p> - -<p>—Es que es la verdad!—repuso el otro con -indignacin.</p> - -<p>—Conque enemigo, eh! Pues ande con cuidao, -cuando salga, con el enemigo y con lo que escribe -en su pasqun, si no quiere probar un buen guiso -de lonja!</p> - -<p>Y dirigindose la puerta de la otra oficina, -grit:</p> - -<p>—Benito! Hac l'ata de Viera.</p> - -<p>El escribiente tena el acta preparada ya y acudi - leerla con voz montona:</p> - -<p>Llamado mi presencia el acusado Pedro Viera, -dijo que l haba sido agredido por don Domingo -Luna y que se defendi en defensa propia -y que le peg unos palos, y que entonces vinieron -otros emponchados, y que l entonces se -meti en casa de Troncoso y que entonces los -otros lo dejaron irse. Preguntado el delincuente -si conoca los hombres que deca que lo haban -querido asaltar, el declarante dijo que no, y que -no los haba podido conocer, porque dijo que la -noche estaba muy obscura y que no haba luz. Y -leda que le fu su declaracin se ratific y firm -conste.</p> - -<p>—Yo no firmo,—dijo sencillamente Viera.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_37" id="Page_37">[Pg 37]</a></span></p> - -<p>—Por qu?—pregunt Barraba indignado de -ver desconocida su omnipotencia.</p> - -<p>—Porque eso es una barbaridad.</p> - -<p>Ya era como para no aguantar ms; pero Barraba -tena mucha fuerza de voluntad y mucha -prudencia, y se limit ordenar:</p> - -<p>—Volvlo al calabozo!</p> - -<p>Y cuando Viera sali, se qued murmurando -un de nada te ha'e valer que slo termin cuando -tuvo bien regalar Benito con este cumplimiento - propsito de la redaccin del acta.</p> - -<p>—Tambin vos sos ms bruto que un par de -botas!</p> - -<p>El escribiente se qued impasible; ya estaba -acostumbrado esas rebuscadas galanteras.</p> - -<p>— ver si pons en el libro la entrada de ese -sonso: Por desacato la autorid mano armada -del intendente.</p> - -<p>Y el involuntario epigrama, retratando una -poca, sonre an en el libro de entradas y salidas -de la comisara de Pago Chico.</p> - -<p>...Los telegramas haban llegado todos los -diarios de oposicin de Buenos Aires y La Plata, y -el hecho asuma las proporciones de un verdadero -escndalo. Qu arma aqulla, y en qu momentos! -Asustados del ruidoso asunto, los caudillos platenses -juzgaron conveniente ahogarlo al nacer echndole -tierra, y el diputado Cisneros, mandn de -Pago Chico, sirviendo de truchimn los jefes del -partido oficial todava no endurecidos en la brega, -hizo al juez de paz, don Pedro Machado, el siguiente -despacho:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_38" id="Page_38">[Pg 38]</a></span></p> - -<p>Dejen Viera. Conviene altos intereses partido. -Aqu lamntase, brutal atentado contra digno intendente -Luna. Pero hay demostrar oposicin tranquilidad -espritu. Ponga asaltante inmediatamente -libertad.—<em>Cisneros.</em></p> - -<p>El escribano Ferreiro haba criticado acerbamente -la aventura y el desmn, abundando en las -mismas opiniones.</p> - -<p>—Eso es querer hacer callar un chancho palos,—dijo - Luna y Barraba.—Otra vez no sean -tan brbaros. hombres como Viera hay que matarlos - dejarlos. Nada de palizas. Stienlo por -hambre ms bien.</p> - -<p>...La orden del diputado se cumpli sin prdida -de momento. El consejo de Ferreiro comenz -tambin ponerse inmediatamente en prctica.</p> - -<hr class="r5" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_39" id="Page_39">[Pg 39]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">EN LA POLICA</h2> - - -<p>No siempre haba sido Barraba el comisario de -Pago Chico; necesitse de graves acontecimientos -polticos para que tan alta personalidad policial -fuera poner en vereda los revoltosos pagochiquenses.</p> - -<p>Antes de l, es decir, antes de que se fundara -<cite>La Pampa</cite> y se formara el comit de oposicin, -cualquier funcionario era bueno para aquel pueblo -tranquilo entre los pueblos tranquilos.</p> - -<p>El antecesor de Barraba fu un tal Benito Pez, -gran truquista, no poco aficionado al porrn y por -lo dems excelente individuo, salvo la inveterada -costumbre de no tener gendarmes sino en nmero -reducidsimo,—aunque las planillas dijeran lo -contrario,—para crearse honestamente un sobre -sueldo con las mesadas vacantes.</p> - -<p>—El comisario Pez—deca Silvestre—se come -diez doce vigilantes al mes!</p> - -<p>La tenida de truco en el Club Progreso, las carreras -en la pulpera de La Polvadera<a name="FNanchor_1_1" id="FNanchor_1_1"></a><a href="#Footnote_1_1" class="fnanchor">[1]</a>, las rias -<span class="pagenum"><a name="Page_40" id="Page_40">[Pg 40]</a></span> -de gallos dominicales, y otros quehaceres no menos -perentorios, obligaban D. Benito Pez frecuentes, - casi reglamentarias ausencias de la comisara. -Y est probado que nunca hubo tanto orden -ni tanta paz en Pago Chico. Todo fu ir un -comisario activo con una docena de vigilantes ms, -para que comenzaran los escndalos y las prisiones, -y para que la gente anduviera con el Jess en -la boca, pues hasta los rateros pululaban. Saquen -otros las consecuencias filosficas de este hecho -experimental. Nosotros vamos al cuento aunque -quiz algn lector lo haya odo ya, pues se hizo famoso -en aquel tiempo, y los viejos del pago lo -repiten menudo.</p> - -<p>Sucedi, pues, que un nuevo jefe de polica, -tan entrometido como mal inspirado, resolvi conocer -el manejo y situacin de los subalternos -rurales y sin decir agua va! destac inspectores -que fueran escudriar cuanto pasaba en las comisaras. -Como sus colegas, D. Benito ignor -hasta el ltimo momento la sorpresa que se le preparaba, -y ni dej su truco, sus carreras y sus rias, -ni se ocup de reforzar el personal con gendarmes -de ocasin.</p> - -<p>Cierta noche lluviosa y fra, en que Pago Chico -dorma entre la sombra y el barro, sin otra luz que -la de las ventanas del Club Progreso, dos hombres - caballo, envueltos en sendos ponchos, con el -ala del chambergo sobre los ojos, entraron al tranquito -al pueblo, y se dirigieron la plaza principal, -calados por la lluvia y recibiendo las salpicaduras -de los charcos. Sabido es que la Municipa<span class="pagenum"><a name="Page_41" id="Page_41">[Pg 41]</a></span>lidad -corra pareja con la polica, y que aquellas -calles eran modelo de intransitabilidad.</p> - -<p>Las dos sombras mudas siguieron avanzando -sin embargo, como dos personajes de novela caballeresca, -y llegaron la puerta de la comisara, -hermticamente cerrada. Una de ellas, la que montaba -el mejor caballo,—y en quien el lector perspicaz -habr reconocido al inspector de marras, -como habr reconocido en la otra su asistente—trep - la acera sin desmontar, di tres fuertes golpes -en el tablero de la puerta con el cabo del rebenque...</p> - -<p>Y esper.</p> - -<p>Esper un minuto, impacientado por la lluvia -que arreciaba, y refunfuando un terno volvi -golpear con mayor violencia.</p> - -<p>Igual silencio. Nadie se asomaba, ni en el interior -de la comisara se notaba movimiento alguno.</p> - -<p>Repiti el inspector una, dos y tres veces el -llamado, condimentndolo cada una de ellas con -mayor proporcin de ajos y cebollas, y por fin all - las cansadas entreabrise la puerta, vise por la -rendija la llama vacilante de una vela de sebo, y - su luz un ente andrajoso y sooliento, que miraba -al importuno con ojos entre asombrados y -dormidos, mientras abrigaba la vela en el hueco -de la mano.</p> - -<p>—Est el comisario?—pregunt el inspector -bronco y amenazante.</p> - -<p>El otro, humilde, tartamudeando, contest:</p> - -<p>—No, seor.</p> - -<p>—Y el oficial?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_42" id="Page_42">[Pg 42]</a></span></p> - -<p>—Tampoco, seor.</p> - -<p>El inspector, furioso, se acomod mejor en la -montura, echse un poco para atrs, y orden, perentoriamente:</p> - -<p>—Llame al cabo de cuarto!</p> - -<p>—No... no... no hay seor!</p> - -<p>—De modo que no hay nadie aqu, no?</p> - -<p>—S se... seor... Yo.</p> - -<p>—Y usted es agente?</p> - -<p>—No, seor... yo... yo soy preso.</p> - -<p>Una carcajada del inspector acab de asustar al -pobre hombre, que temblaba de pies cabeza.</p> - -<p>—Y no hay ningn gendarme en la comisara?</p> - -<p>—S se... seor... Est Petronilo... que lo tra... -lo tra de la esquina bo... borracho, s se... seor!... -Est durmiendo en la cuadra.</p> - -<p>Una hora despus D. Benito se esforzaba en -vano por dar explicaciones de su conducta al inspector, -que no las aceptaba de ninguna manera. -Pero afirman las malas lenguas, que cuando no se -limit dar simples explicaciones, todo qued -arreglado satisfactoriamente; y lo probara el hecho -de que su sistema no sufri modificacin, y -de que el preso-portero y protector de agentes descarriados, -sigui largos meses desempeando sus -funciones caritativas y gratuitas.</p> - - -<div class="chapter"> -<div class="footnotes"> - -<p class="p4 center">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a name="Footnote_1_1" id="Footnote_1_1"></a><a href="#FNanchor_1_1"><span class="label">[1]</span></a> Ver El casamiento de Laucha.</p></div></div> -</div> - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_43" id="Page_43">[Pg 43]</a></span></p> - -</div> - - -<h2 class="no-break">EL CAUDILLO</h2> - - -<p>Don Ignacio era el hombre de la oposicin en -Pago Chico. Las autoridades lo miraban como su -bestia negra, y el pueblo, siempre descontento, -tena puestas en l sus esperanzas, segualo en todas -sus empresas polticas, le daba defender sus -intereses. Sin D. Ignacio, Pago Chico hubiera sido -un cementerio de vivos; con l, siquiera se ejerca -el derecho del pataleo.</p> - -<p>No era D. Ignacio muy largo, pero alguno de -sus correligionarios hallaba modo de lograrle -prstamos y donativos, ya para sus necesidades -personales, ya para lo mismo, pero bajo el pretexto -de gastos de propaganda. l se someta refunfuando, -pues, cmo ser jefe de partido si se comienza -por descontentar los partidarios? Pero -apuntaba... Su viejo cuaderno de notas, tena pginas -como sta:</p> - - -<div class="center"> -<table class="toc2" border="0" cellpadding="4" cellspacing="0" summary=""> - -<tr> -<td align="right"> </td> -<td class="right">PESOS</td> -</tr> -<tr><td align="left">Prestado al gordo, que est sin trabajo</td> -<td align="right">5'00</td></tr> -<tr><td align="left"> Juan para la copa</td> -<td align="right">0'20</td></tr> -<tr><td align="left">Un letrero y una bandera para el comit</td> -<td align="right">15'50</td></tr> -<tr><td align="left"> la china Dominga para que haga venir</td></tr> -<tr><td align="left"> sus hijas la inscripcin</td> -<td align="right">25'00</td></tr> -<tr><td align="left">Una docena de bombas</td> -<td align="right">6'00</td></tr> -</table></div> - - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_44" id="Page_44">[Pg 44]</a></span></p> - -<p>Sumaba cuidadosamente D. Ignacio estas partidas, -que en tres aos de oposicin todo trance -haban alcanzado formar una gruesa suma,—cuatro - cinco mil pesos—y no examinaba su cuaderno -sin lanzar un suspiro y sumirse en profunda -meditacin.</p> - -<p>—Quin pagar estas misas?—se deca.</p> - -<p>, conversando con sus tenientes, hablaba de -la patria, de los deberes del ciudadano, de los sacrificios -que hay que hacer en pro de la libertad, -de la abnegacin que exigen los partidos de principios, -para terminar diciendo:</p> - -<p>—Yo soy el pavo de la boda.</p> - -<p>Silvestre, el boticario, se encoga de hombros -instruido de las alusiones de D. Ignacio, y considerando -que de todos modos su popularidad le sala -barata en estos tiempos en que no se puede ser -popular sin dinero. Alguna vez le insinu, con -frase no muy atildada:</p> - -<p>—El que quiera pescao, que se moje... el que -le dije.</p> - -<p>Acercbanse las elecciones; el gobierno de la -provincia, preocupado por la importancia que iba -tomando la oposicin, haba resuelto darle una -vlvula de escape, dejndola introducir algunos de -los suyos en las municipalidades de campaa.</p> - -<p>Pero esta resolucin no era conocida, y la efervescencia -popular continuaba ms y mejor. En -Pago Chico preparbase un miti, un metn, cosa -as, que deba tener lugar en el antiguo reidero -de gallos, nico local fuera de la cancha de pelota, -apropiado para la solemne circunstancia, puesto<span class="pagenum"><a name="Page_45" id="Page_45">[Pg 45]</a></span> -que el teatro—un galpn de zinc—perteneca -don Pedro Gonzlez, gubernista, que no quera ni -prestarlo ni alquilarlo sus enemigos de causa.</p> - -<p>Llegado el da, D. Ignacio,—que haba contratado -la banda su costa, hecho embanderar el reidero, -y comprado unas docenas de bombas de -estruendo—esper impaciente la hora de su discurso, -un discurso ya mil veces repetido en todos -los tonos, palabra ms, palabra menos, durante -sus tres aos de caudillaje.</p> - -<p>Cuando subi la improvisada tribuna, rodebalo -un pueblo vibrante y entusiasta que slo peda -correr al sacrificio, la lucha, al atrio, las urnas. -D. Ignacio estaba radioso. Sus palabras -hicieron el acostumbrado efecto arrebatador, especialmente -cuando, con grandes gritos y violentos -ademanes, reprodujo la frase:</p> - -<p>Los mandatarios impuros que engordan costillas -del abdomen del pueblo, no pueden continuar -un da ms en el poder. El gobierno local -tiene que entregarse personas honradas que no roben, - hombres sanos que no se apoderen de las -rentas, ciudadanos que sean capaces de relamberse -junto al plato de caldo gordo sin tocarlo con -un dedo.</p> - -<p>Los bravos, los vivas, los palmoteos estallaron -como siempre, por mejor decir, ms que nunca, -cubriendo la voz del orador que al fin logr dominar -el bullicio, gritando:</p> - -<p>—Conciudadanos! Viva la honradez administrativa!</p> - -<p>—Vivaaa!!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_46" id="Page_46">[Pg 46]</a></span></p> - -<p>—Abajo los espoliadores del pueblo!</p> - -<p>—Abajo! Mueran! Viva don Inacio! Viva la -honradez! Viva el patriota!</p> - -<p>Shuitz... pum! y msica, grandes golpes de -bombo, alaridos de pistn... y otra bomba y otra. -Qu entusiasmo, qu delirio! Pra-ta-ra-trac-pum! -un cohete! y vivas y ms vivas, una algazara, un -jubileo como nunca se vi en Pago Chico, tanto -que el batars encerrado en un cajn, encresp la -pluma, golpe los musculosos flancos con las alas -y lanz un ronco y estentreo co-co-ro-co, como -diana triunfal del vencimiento.</p> - -<p>—Qu le ha parecido el mtin, don Inacio?—preguntbale -por la noche Silvestre.</p> - -<p>—Oh! Magnfico! Me ha costado ms de quinientos -pesos!</p> - -<p>Mentira. Gast slo ciento cincuenta, pero con -tal habilidad...</p> - -<p>Silvestre lo mir de arriba abajo, sardnico, se -encogi de hombros, clavle la vista entre ceja y -ceja, y metindose las manos en los bolsillos del -pantaln, exclam:</p> - -<p>—Nuestra Seora del Triunfo nunca ha sido -popular.</p> - -<p>D. Ignacio se encresp como el gallo del reidero, -y se puso rojo de ira.</p> - -<p>—Vos te crs que lo digo de agarrau! Y m -qu m'importa la plata?... Pero lo que es otro no -sera tan pavo!... Ya llevo gastada una porretada -de pesos, sin que nadies miagradezca.</p> - -<p>Mientras esto deca el caudillo, Silvestre haba -tomado la guitarra—estaban en la botica—y can<span class="pagenum"><a name="Page_47" id="Page_47">[Pg 47]</a></span>taba -acompandose con grandes golpes de ua -en las seis cuerdas:</p> - -<p class="indent10"> -Y sime... gustun... tirano<br /> -c'abra labocay... no grite!</p> - -<p>El jueves llegaron dos delegados gubernistas de -la capital para preparar las elecciones comunales -del domingo. Apenas instalados, trataron de provocar -una entrevista con D. Ignacio, para hacerle -proposiciones. Pero Silvestre—la oposicin dentro -de la oposicin—estaba all odo alerta, ojo avizor, -husmeando como politiquero de raza la componenda -en ciernes, adivinndola antes de que se hubiera -iniciado.</p> - -<p>Viera, todo esto, haba visto obscurecerse su -estrella, eclipsada por la triunfante de D. Ignacio. -Tampoco l quera componendas, y as lo escribi -en <cite>La Pampa</cite>. Intilmente, porque el meeting -haba dado el mando su rival, sostenido por los -envidiosos de la popularidad del periodista, y por -los que slo hacan poltica opositora buscando -una ubicacin, amn de los que D. Ignacio compraba -como se ha visto. No faltaron, pues, las previsiones, -los vaticinios, las amenazas de perder lo -hecho sin esperanza de rehacerlo ms tarde...</p> - -<p>Sin embargo, la entrevista tuvo lugar, D. Ignacio -no pudo resistir una transaccin que lo llevaba -de golpe y zumbido la Municipalidad, que l -crea tan verde an, y el domingo siguiente result -electo concejal, pesar de los aspavientos de Silvestre, -de los artculos-brulote de Viera, y la agria -censura de gran parte de sus partidarios del da -anterior.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_48" id="Page_48">[Pg 48]</a></span></p> - -<p>Llegado al Concejo, sus colegas gubernistas, dirigidos -por los delegados de la capital—no era la -primera zorra que desollaban stos—lo designaron -para intendente.</p> - -<p>—En una semana se habr desmonetizado,—decan -aquellos profundos polticos.</p> - -<p>Pero la mayora de los oficialistas protestaba -irritada contra lo que consideraba una cruel -inmerecida derrota; en cambio, el ex-intendente, -un cuyano ladino, caudillejo l tambin, declaraba -divertidsimo que aquella evolucin era de mi -flor.</p> - -<p>—No le parece una barbarid, Paisano—as le llamaban—que -hayan hecho intendente don Inacio?</p> - -<p>El Paisano sonrea, encendiendo el negro, y luego, -sacndoselo de la boca, contestaba con toda -calma, y no sin algo de burla:</p> - -<p>—Dejenl pastiar qu'engorde!</p> - -<p>Y, en efecto, D. Ignacio comenz engordar -en la Intendencia, haciendo en ella lo que sus antecesores, -y rebaando cuanto pesito encontraba - su alcance.</p> - -<p>Un da tuvo una grave explicacin con Silvestre, -que le echaba en cara sus procederes administrativos, -muy alejados de la honradez acrisolada que -exigiera en tanto discurso, en tanta proclama, en -tanta profesin de fe los pueblos en general y al -de Pago Chico en particular.</p> - -<p>—Mire don Inacio, lo qu'est'haciendo es una -vergenza!</p> - -<p>Don Ignacio lo mir de hito en hito:</p> - -<p>—Y qu'estoy haciendo, vamos ver?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_49" id="Page_49">[Pg 49]</a></span></p> - -<p>—Quiere que le diga? quiere que le diga? No -me busque la lengua, canejo!</p> - -<p>—Dec, dec no ms.</p> - -<p>—Est robando como los otros!</p> - -<p>El caudillo estuvo punto de pegarle, pero se -domin, trag saliva, y cuando se crey bastante -dueo de s mismo, dijo con tono convincente:</p> - -<p>—Y m quin me paga lo qu'hecho? Y la -platita que min comido?...</p> - -<p>Y despus de una pausa, ms insinuante an, -confidencial y tierno, exclam como quien esboza -un sublime programa:</p> - -<p>—Dej que me desquite y vers qu honradez!...</p> - -<hr class="r5" /> - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_50" id="Page_50">[Pg 50]</a><br /><a name="Page_51" id="Page_51">[Pg 51]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">EL JUEZ DE PAZ</h2> - - -<p>Tambin Pago Chico tena juez de paz.</p> - -<p>ste era entonces, y desde aos haca, D. Pedro -Machado, enriquecido en el comercio con los -indios, y quien la poltica haba llamado tarde y -mal.</p> - -<p>— la vejez viruela!—deca Silvestre.</p> - -<p>Y, en efecto, para desaguisados el juez aqul, -famoso en su partido y en los limtrofes, por una -sentencia salomnica que no sabemos cmo contar -porque pasa de castao obscuro.</p> - -<p>Ello es, que un mozo del Pago, corralero por -ms seas, tuvo amores con una chinita de las de -enagua almidonada y paoln de seda, linda moza, -pero menor y sujeta an al dominio de la madre, -una vieja criolla de muy malas pulgas que consideraba - su hija como una mquina de lavar, acomodar, -coser, cocinar y cebar mate, puesta sus -rdenes por la divina providencia.</p> - -<p>Dems est decir que se opuso los amores de -Petrona y Eusebio, como quien se opone que lo -corten por la mitad, y tanto hizo y tanto dijo para -perder al muchacho en el concepto de la nia...<span class="pagenum"><a name="Page_52" id="Page_52">[Pg 52]</a></span> -que sta huy un da con l sin que nadie supiera -adnde.</p> - -<p>Desesperacin de misia Clara, greas por el -aire, pataleos y pataletas...</p> - -<p>El vecindario en masa, alarmado por sus berridos, -acudi al rancho, la roci con Agua Florida, -la hizo ponerse rodajas de papas en las sienes, y -por si el disgusto haba daado los riones, la comadre -Cndida, gran conocedora de males y remedios, -le di unos mates de cepa caballo...</p> - -<p>Luego comenz el rosario de los consuelos, de -las lamentaciones y de los consejos ms menos -viables.</p> - -<p>—Ser como ha'e ser misia Clara! Hay que tener -pacencia!... Si es de li he golver!</p> - -<p>—Usebio es un buen gaucho y no la v' dejar!—observaba -un consejero del sexo masculino, -que atribua muy poca importancia al hecho.</p> - -<p>Pero misia Clara no quera entender razones, -ni aceptar consejos, ni tener paciencia.</p> - -<p>Petrona era la encarnacin de todas sus comodidades, -la sostenedora de su ociosidad, el pretexto -y el medio de pasarse las horas muertas en la -ms plcida de las haraganeras. Ausente la joven -acabbanse la holganza, la platita para los -vicios, ganada con la aguja, el vestido de zaraza lavado -y planchado los domingos, las sabrosas -achuras que Eusebio sola llevar del matadero -para no ser tan mal recibido como de costumbre...</p> - -<p>—No! No me digan ms! No se lo h'e perdonar!—Y -se desataba en dicterios para su hija y<span class="pagenum"><a name="Page_53" id="Page_53">[Pg 53]</a></span> -el raptor, con palabras de tinte tan subido, que -no debe consignarse ni un plido reflejo de ellas, -so pena de ir ms all de la incorreccin. Era -una fiera, un energmeno, una tempestad de blasfemias -y de maldiciones, como si el infierno que -la aguardaba cuando tuviera que hacerlo todo por -sus manos, se hubiera condensado y quintaesenciado -en su interior.</p> - -<p>—Ya vern! Ya vern! M'he quejar la autorid!...</p> - -<p>Por ms veleidades de rebelin que tenga el -campesino nuestro, por ms independiente que -parezca, la autoridad es un poder incontrastable -para l. Los largos aos de sujecin y de persecucin, -desde el contingente hasta las elecciones -actuales, con todas sus perreras, le han -hecho el pliegue y slo otros tantos aos de -libertad permitirn que comience desaparecer -su fe en esa providencia chingada.</p> - -<p>Fu, pues, misia Clara quejarse D. Pedro -Machado.</p> - -<p>Un cuarto de paredes blanqueadas, sin ms -adorno que el retrato del gobernador, el piso de -ladrillos cubierto de polvo, un armario atestado de -papeles, una mesa llena de legajos, un banco -largo, cuatro sillas y dos sillones, uno para el -juez, otro para el secretario; todo eso era el -Juzgado de Paz de Pago Chico, y la sala del -trono de D. Pedro Machado.</p> - -<p>Este digno personaje estaba en pleno funcionamiento, -y el alguacil apostado junto la puerta -slo dejaba pasar los querellantes, medida<span class="pagenum"><a name="Page_54" id="Page_54">[Pg 54]</a></span> -que D. Pedro lo indicaba, despus de las decisiones -del caso.</p> - -<p>—Hoy he estado evacuando todo el da!—sola -exclamar el funcionario cuando abundaban las -causas.</p> - -<p>Misia Clara aguard impaciente su vez, en la -puerta de calle, secndose de rato en rato una lgrima -de ira que brotaba quiz con la higinica intencin -de lavarle las arrugas: vana empresa. La -espera fu larga, pues todo Pago Chico estaba en -pleito buscaba la ocasin de estarlo. D. Pedro -sentenciaba con una rapidez pasmosa.</p> - -<p>— ver, vos, qu quers?</p> - -<p>—Seor, vena porque Surez me debe cincuenta -pesos de pasto y hace dos meses que...</p> - -<p>—Bueno!... And decle que te pague, que -digo <span class="smcap">yo</span>... Y si no te paga, volv que yo le har -pagar. Vos debs tener razn, porque es un -tramposo...</p> - -<p>El hombre se fu medianamente satisfecho, -dando paso otros pleitistas cuyo litigio era ms -complicado.</p> - -<p>—Seor Juez, cuando yo hice la pared de mi casa -que hoy es medianera con la que est edificando -el seor, la Municipalidad me di una lnea sobre -la calle, y como mi terreno es rectangular, tir dos -perpendiculares sobre esa lnea. Pero ahora resulta -que el agrimensor municipal no supo darme la -lnea y que la pared medianera, como ya digo, se -entra en el fondo, en el terreno del seor, que me -reclama las varas que le faltan. Yo, mi vez, y -antes de contestar esa demanda, vengo deman<span class="pagenum"><a name="Page_55" id="Page_55">[Pg 55]</a></span>dar - la Municipalidad por daos y perjuicios, -porque me di la lnea causante de todo...</p> - -<p>Don Pedro Machado, que lo miraba de hito en -hito, interrumpile de pronto interpelando la -parte contraria:</p> - -<p>—Y ust qu dice?</p> - -<p>—Yo? Lo mismo que el seor; es la verdad.</p> - -<p>—Demandar la Municipalidad, no?... Y qu -sian crido?...</p> - -<p>—Seor, yo... demando ...</p> - -<p>—Callte! Y vayan los dos ver si se arreglan, -y pronto... que si no les atraco una multa!</p> - -<p>La audiencia continu largo rato con incidentes -anlogos los anteriores, hasta que entr en -el despacho un gubernista de cierta significacin -que iba furioso contra <cite>La Pampa</cite>, el diario opositor, -salido aquellos das de toda mesura. El diario -publicaba un violento artculo contra l, Felipe -Gmez, y lo trataba poco menos que de ladrn.</p> - -<p>—Hola, Gmez, y qu lo trai por ac?</p> - -<p>—Vengo acusar por calunia al diario de -Viera. Mire lo que me dice!</p> - -<p>Y tembloroso de rabia ley los prrafos culminantes, -interrumpido por las indignadas interjecciones -de D. Pedro Machado.</p> - -<p>— hijo de una tal por cual! Ya ver lo que le -va pasar! Es malo tentar al diablo!...</p> - -<p>Y dirigindose al secretario:</p> - -<p>—Estend un' orden de prisin contra Viera...</p> - -<p>—Vaya tranquilo noms, Gmez, que aqu las -va pagar todas juntas.</p> - -<p>Se fu Gmez anunciar sus amigos que ha<span class="pagenum"><a name="Page_56" id="Page_56">[Pg 56]</a></span>ba -sonado la hora de la venganza; pero el secretario -no extendi la orden de la prisin.</p> - -<p>—Sabe D. Pedro, que los jueces de paz, no -entienden de delitos de imprenta, y que no podemos -dar curso la acusacin de Gmez...</p> - -<p>—No?</p> - -<p>—No, seor! Tiene que ir La Plata.</p> - -<p>Don Pedro Machado, hizo un gesto de disgusto -al recibir la leccin; y para no menoscabar su -autoridad, exclam en tono de reprimenda:</p> - -<p>—Tambin vos! por qu no me decs?...</p> - -<p>Por fin toc el turno misia Clara, que entre -gimoteos y suspiros cont cmo Eusebio le haba -robado la hija, y se desat en improperios contra -ambos, pidiendo al juez el ms tremendo de los -castigos que tuviera mano.</p> - -<p>—Cuntos aos tiene la muchacha?</p> - -<p>—Diciocho, D. Pedro.</p> - -<p>—Bueno, ya sabe lo que se hace, pues.</p> - -<p>La vieja volvi gemir, asustada del giro que -pareca tomar el asunto.</p> - -<p>—Pero mire, seor juez, que es nica hija, que -yo ya estoy muy anciana y que no puedo trabajar... -Si ella me falta... ms vale que me cortaran un -brazo... Haga que gelva, seor juez, que yo le -perdono con tal de que no lo vea ms Usebio, -que es de lo ms canalla!...</p> - -<p>Don Pedro permaneci impasible, armando un -negro con el papel entre el pulgar y el ndice y -deshaciendo el tabaco en la palma de la mano izquierda -con las yemas de la derecha.</p> - -<p>—Amparem, seor!—insisti la vieja.—Haga<span class="pagenum"><a name="Page_57" id="Page_57">[Pg 57]</a></span> -que gelva m'hija!... , de no, atraquel una -multa ese bandido!</p> - -<p>—P'a eso no hay multas... Si juera uso de armas,—replic -sarcsticamente D. Pedro.</p> - -<p>La otra cambi de bateras.</p> - -<p>—Si ust hiciera que Usebio me pasara siquiera -la carne!... Estoy tan vieja y tan pobre!...</p> - -<p>—Eh, qu quiere misia Clara! La vaquilloncita -ya estaba en estau... y es natural.</p> - -<p>Hubo un largo silencio. En la cara del juez retozaba -una sonrisa reprimida duras penas.</p> - -<p>—Qu resuelve, qu resuelve, D. Pedro?—clam -misia Clara, desesperada y lamentable, con -las arrugas ms hondas y terrosas que nunca.</p> - -<p>El insigne funcionario levant lentamente la -cabeza, y despus sentenci con calma:</p> - -<p>—Yo? Que sigan no ms, que sigan...</p> - -<hr class="r5" /> - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_58" id="Page_58">[Pg 58]</a><br /><a name="Page_59" id="Page_59">[Pg 59]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">LA ELECCIN MUNICIPAL</h2> - - -<p>Aquella maana, con grande asombro de Pago -Chico entero, apareci en el diario oficial, <cite>El Justiciero</cite>, -la siguiente inesperada noticia:</p> - -<blockquote> - -<p><span class="smcap">OTRA LISTA DE CANDIDATOS MUNICIPALES</span></p> - -<p>Con importantes elementos polticos, pertenecientes -al partido provincial, acaba de formarse -un nuevo comit que en las elecciones de -hoy sostendr la siguiente lista de candidatos para -municipales:</p> - -<div class="indent10"> -<p>Don Domingo Luna<br /> -Don Juan Dozo<br /> -Don Jos Bermdez<br /></p> -</div> - -<p>Este comit, que funciona en la calle Buenos -Aires, nmero 17, cuenta con numerosos miembros, -y aunque formado ltima hora, puede disputar -el triunfo los dems partidos, con bastantes -probabilidades de xito. En cuanto los cvicos, -dems parece repetir que tendrn que comer -cola.</p></blockquote> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_60" id="Page_60">[Pg 60]</a></span></p> - -<p>Qu acontecimientos haban ocurrido? Era -la influencia de Bermdez tan poderosa que su -descontento produca la escisin del partido oficial? -No deba ser as, pues l mismo se sorprendi -al leer la noticia, y lleno de entusiasmo se encar -con su mujer, y golpeando el diario con el -dedo, exclam gozoso:</p> - -<p>—No ves, china, como todava me necesitan, -como todava tengo quien me apoye? Yo tambin -soy candidato, y del mismo partido oficial! Mir -la lista! Aqu estoy con Luna y Dozo, y <cite>El Justiciero</cite> -dice que muy bien podemos triunfar!</p> - -<p>—Alguna picarda de Ferreiro. Lo mejor ser -que no te mets,—replic Jernima, siempre desconfiada.—Cuando -menos te quieren sacar unos -pesos, pa'l asao con cuero y la pionada...</p> - -<p>—Vos siempre agarrs pa'l lao del miedo!—replic -Bermdez que se ech inmediatamente -la calle, vibrando de entusiasmo y de esperanza.</p> - -<p>Eran las siete, y faltaba una hora para la apertura -oficial del comicio.</p> - -<p>Bermdez, sin plan, iba palpitante, envanecido -con su prestigio, ya innegable, en las esferas oficiales, -y casi seguro de que por l ira directamente -al triunfo. Tena necesidad de hablar con alguien -que no fuera su mujer, tan suspicaz y desconfiada -que jams crea las cosas hasta no haberlas palpado. -Y la suerte quiso que con quien primero se -topase fuera con el doctor Fillipini, que sala -de una casa vecina. Detvole, convencido de que -lo encontrara menos reacio que su digna esposa - compartir su patritico entusiasmo, y, basn<span class="pagenum"><a name="Page_61" id="Page_61">[Pg 61]</a></span>dose -en las conjeturas que le haban llenado la -cabeza, le cont muy por lo menudo que sus -amigos se haban arrepentido,—como no podan -menos de hacer,—de haberlo dejado un lado, -cuando tantos y tan importantes servicios prestara - la causa comn.</p> - -<p>El doctor lo miraba ratos y ratos bajaba los -ojos, disimulando una risita fisgona que le haca -cosquillas en el estmago. Y cuando el otro dej -de hablar, no pudo reprimir esta desconsoladora -exclamacin:</p> - -<p>—Ma per il cuochente! Ma, non vede qu' per -il cuochente?</p> - -<p>El prestigioso candidato se sobresalt, palideci, -y sin haber comprendido bien todava, pregunt -tartamudeando:</p> - -<p>—El cociente?... Qu tiene que ver el cociente?</p> - -<p>Fillipini, tomndole un botn de la levita,—para -la circunstancia Bermdez haba credo conveniente -salir de levita,—y jugando con l, le explic -entonces sus suposiciones, en la media lengua -talo-criolla, impasible, sin sorprenderse, con su -filosofa prctica, ni de la inocencia del interlocutor, -ni de la picarda de sus amigos polticos, sin -ms objeto que el de poner en claro las cosas, -para hacer gala de sagacidad y burlarse en serio -de aquel pobre congnere.</p> - -<p>Bermdez qued consternado al comprender -que el partido oficial acababa de dividirse aparentemente, -pero slo para asegurar ms el triunfo, -pues, por la ley, el candidato que apareciera en<span class="pagenum"><a name="Page_62" id="Page_62">[Pg 62]</a></span> -las dos listas,—Luna en este caso,—sera electo sin -discusin, por pocos votos que obtuviera en una -de ellas. l no era, en resumen, ms que un comparsa, -cuya misin terminara casi antes de haber -empezado.</p> - -<p>—Hijos de una gran!...</p> - -<p>—Eh! qu quiere? Fatta la legge, fatto l'inganno!</p> - -<p>El cuociente lo haba transtornado siempre, -pero aquel da lo derribaba del pinculo de sus -ms gratas esperanzas. No sera, esa vez tampoco, -genuino representante y defensor del pueblo! Miren -que no votar derecho viejo como antes! Esos -republicanos, inventores de la ley de trampa y de -engao! Si los tuviera mano qu felpiada les -dara!... Pero, qu hacerle? Para su venganza, ya -que no para otra cosa, la mejor contingencia era -que los cvicos sacaran un concejal. En cuanto -l, no saldra nunca.</p> - -<p>—Ma, gay un remedio...</p> - -<p>—Qu remedio, dotor?</p> - -<p>No era difcil: tratar bajo cuerda de figurar en -las dos listas, borrando uno de los candidatos, el -doctor Carbonero por ejemplo, y reunir de ese -modo el mayor nmero posible de votos, adems -de poner de su lado la importantsima ventaja de -figurar en dos listas. Cierto que si ambas tenan -dos candidatos comunes, es decir, la mayora de -ellos, por la ley tendran que considerarse iguales; -pero... despus se vera: eso tena que resolverlo el -mismo concejo, juez de las elecciones, y en cuyo -seno no faltaban amigos de Bermdez. Tambin<span class="pagenum"><a name="Page_63" id="Page_63">[Pg 63]</a></span> -poda hacer otra cosa: amenazar los correligionarios -con llevar sus elementos de hombres y dinero - la Unin Cvica, amenaza que no dejara -de dar resultados; pero eso deba Bermdez presentarlo -como resolucin que tomara en el ltimo -momento y slo si se le obligaba ello, desconociendo -tan injustamente sus servicios.</p> - -<p>—Y ust me ayudar, dotor?</p> - -<p>—Io? Cosa ho da fare? Ma!... Io voter...</p> - -<p>Eran ms de las siete, y Bermdez, ansioso de -poner el plan por obra, estrech efusivamente la -mano de Fillipini, y se alej en direccin al caf -de Crmine, olvidado de su andar siempre lento y -majestuoso. El mdico, entre tanto, iba sonriendo, -con la vista baja, satisfecho de la mala pasada que -haba jugado su colega Carbonero, aunque tuviera -sus dudas respecto de la accin que desarrollara -el pobre Bermdez, cuya nica habilidad -hasta entonces haba sido robar los indios y -apuntar de ms en las libretas de sus clientes y en -la pizarra de la trastienda.</p> - -<p>Bermdez entr en el caf, pidi una ginebrita -con biter Angostura, y aguard que llegara -alguno de los prohombres del partido oficial -para poner manos la obra.</p> - -<p>Momentos despus Ferreiro, que acababa de -entrar, se sentaba su lado.</p> - -<p>—Y... ha visto la nueva lista? Anoche no le -pude avisar, porque resolvimos hacerla muy -ltima hora.</p> - -<p>—Hum!... S, l'he visto, s!</p> - -<p>—Qu! Y no est contento?—pregunt Ferrei<span class="pagenum"><a name="Page_64" id="Page_64">[Pg 64]</a></span>ro, -fingindose muy sorprendido,—y algo lo estaba, -en verdad, al comprender las sospechas de -aquel infeliz. Quin poda haberlo puesto sobre -aviso?</p> - -<p>—Y cmo v'y estar contento, si eso es una -trampa? crn ustedes que yo soy sonso y me -chupo el dedo?</p> - -<p>—Pero, cmo trampa, Bermdez? No quera -ser candidato?</p> - -<p>—S, candidato, s, pero en de veras! No quiero -que naide juegue conmigo. Ya estoy cansao. -Y quiere que le diga? pues si no salgo municipal -de esta hecha... me voy con los cvicos! Anque no -sea candidato, quiero ser municipal oye? y de -no, me hago cvico, le juro!</p> - -<p>Ferreiro se qued un momento perplejo, pues -no haba contado con aquello, que le malbarataba -sus planes. Pero, por la inminencia del peligro, -no tard en tomar una resolucin, y antes de que -Bermdez hubiera vuelto decir palabra, afirm:</p> - -<p>—Pero, si precisamente lo hemos puesto en esa -lista para que salga municipal, porque est resuelto -en el comit que se le den votos tambin en -la otra lista. No s qu le ha dado ahora, para tener -semejantes desconfianzas... Vaya! sea franco! -quin es el intrigante que le ha venido con cuentos?</p> - -<p>— m naide me ha trido cuentos. Pero yo s -muy bien lo del cociente, y anque ya me haba -conformau con no salir municipal esta vez, no -quiero tampoco que me tomen pa'l churrete; y -desde que me han puesto en lista, quiero salir y -que se dejen de historias!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_65" id="Page_65">[Pg 65]</a></span></p> - -<p>—Pero si precisamente, le repito, sabiendo que -ust deseaba ser municipal lo hemos puesto en esa -lista, Bermdez! Si el partido tena que recompensar -sus servicios, y as lo ha resuelto anoche. Ust -es incapaz de desconfiar de ese modo; por eso le -pregunto quin es el intrigante que le ha venido -con cuentos... Debe ser algn interesado en dividirnos -para sacar tajada...</p> - -<p>—No se mete en poltica...</p> - -<p>—Ah, no ve, no ve que era cierto? Quin le ha -venido con el chisme, diga?... Vaya! mtelo, que -al fin somos correligionarios y tenemos que defendernos -unos otros. Hoy por t, maana por m...</p> - -<p>—El dotor Fillipini.</p> - -<p>Ferreiro di un puetazo en la mesa:</p> - -<p>—Ah, gringo mier!—exclam.</p> - -<p>Y tomando otra postura, cruzadas las piernas -y asida con ambas manos la que qued arriba, -pregunt Bermdez con sonrisa entre burlona -y despreciativa:</p> - -<p>—Y qu le ha dicho el doctor Fillipini? l le -aconsej que nos amenazara con irse la Unin -Cvica?</p> - -<p>—S, l. Pero me dijo que lo hiciera en ltimo -caso, y que si no me escuchaban tratara de hacer -votar por m en la otra lista, borrndolo Carbonero...</p> - -<p>—Conque s, eh! pues ya ver el hijo de su -madre!—exclam Ferreiro, que sigui murmurando, -mientras sacaba del bolsillo un lpiz y la -carilla en blanco de una carta, en la que escribi -algunas palabras.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_66" id="Page_66">[Pg 66]</a></span></p> - -<p>Bermdez, turbado, sin saber ya qu atenerse, -lo interrumpi:</p> - -<p>—Pero, al fin y al postre!—pregunt,—salgo -no salgo municipal? Eso es lo que quiero saber, -pero sin vueltas, derecho viejo, porque si no...</p> - -<p>—S, ser municipal, Bermdez,—contest Ferreiro -sin levantar la cabeza.—Le doy mi palabra -de que ser municipal.</p> - -<p>Y firmando la esquela que acababa de escribir, -la pleg en cuatro, y llam al dueo de casa.</p> - -<p>—Crmine! treme un sobre, y haceme llevar -esta carta al intendente.</p> - -<p>Era la condenacin de Fillipini: un pedido-orden -al intendente, para que le quitara inmediatamente -su puesto de segundo mdico del hospital.</p> - -<p>—S sale, amigo, s sale!—exclam levantndose -y palmeando en el hombro Bermdez.—Para -cundo seran los amigos, entonces?</p> - -<p>—Je, je, je!—ri Bermdez en el colmo de la -satisfaccin, levantndose tambin.</p> - -<p>Y ambos salieron del caf, encaminndose al -atrio de la iglesia, donde iban practicarse las -elecciones ms sonadas del entonces borrascoso -Pago Chico.</p> - -<p>Entre tanto, en el comit cvico hallbanse reunidos -Viera, el periodista, que cada instante se -asomaba la puerta, nervioso, excitado, sin haber -dormido, aguardando las huestes de votantes de la -campaa que ya deban haber llegado; Lobera, -que peroraba y destilaba esencias; Silvestre, que -trataba en vano de meter baza apenas se interrumpiese -la interminable serie de sus discursos; Pe<span class="pagenum"><a name="Page_67" id="Page_67">[Pg 67]</a></span>drn, -Pancho Fernndez el hijo del vigilante, Tortorano, -veinte treinta ms, y por ltimo el doctor -D. Francisco Prez y Cueto, que haba exclamado -con nfasis al entrar:</p> - -<p>—Ciudadanos! este hermoso da no puede -menos de anunciarnos la victoria!</p> - -<p>Y satisfecho del efecto producido, sintiendo un -agradable cosquilleo en la piel, de entusiasmo hacia -su propia persona, haba callado y permanecido -silencioso para no disminuir con vulgaridades -el mrito de aquellas palabras profticas. Aquel -da se haba propuesto no decir sino frases histricas.</p> - -<p>Pero, eso s, tuvo que informarse de un detalle -de la mayor importancia, de la cuestin en -aquellos momentos de vida muerte, y pregunt -en voz baja Viera, detenindolo en una de sus -continuas idas y venidas:</p> - -<p>—Diga usted, Viera, estn preparadas las -armas?</p> - -<p>Viera sacudi la cabeza de arriba abajo, dirigindole -una mirada confidencial, y contest ms -quedo an, como un murmullo:</p> - -<p>—Estn... La noche en peso nos la hemos pasado -acarrendolas con Silvestre. Y con un jabn! -No s cmo no nos han pillado!</p> - -<p>Las tales armas, el supremo recurso de un -pueblo justamente indignado, resuelto reconquistar -su autonoma y repeler todo conato de -imposicin, eran seis fusiles rmington, que se -hallaban cuidadosamente ocultos en la azotea del -comit, y que Viera y Silvestre haban llevado<span class="pagenum"><a name="Page_68" id="Page_68">[Pg 68]</a></span> -efectivamente y no sin peligro, la noche anterior.</p> - -<p>Como los extremos se tocan, en el patio estaba -la anttesis del arsenal aqul,—grandes y negros -trozos de asado con cuero fiambre, sobre bolsas de -arpillera, una compaa de damajuanas de vino -carln y un montculo de panes,—el almuerzo, en -fin, del invencible pueblo de Pago Chico, pronto - reivindicar sus derechos conculcados, aunque -fuese costa de su generosa y noble sangre.</p> - -<p>Habase prohibido terminantemente el uso de -bebidas alcohlicas los paladines del libre sufragio; -no necesitaban excitante alguno para el caso -probable de tener que sacrificar sus vidas en el altar -de la patria, y era menester en cambio, que se -mantuviera el mayor orden en el comit, para dar -completo ejemplo de civismo y de austeridad de -costumbres. Pero duras penas se lograba que no -se marcharan todos de una vez tomar la maana -en el almacn de la esquina, y hubo que conformarse -con una transaccin: que fueran de dos, -cuando mucho de tres, y que volvieran inmediatamente. -El entusiasmo iba creciendo con esto.</p> - -<p>—Hay que tenerlos soga corta,—deca Silvestre,—si -no, no pueden con el genio y rumbean p'a -la borrachera!</p> - -<p>Mientras estaban en el comit, los electores rondaban -alrededor del asado, con el slito apetito, -aguzado por las repetidas copas de <em>merm</em>, afilndoseles -los dientes y salindoseles el cuchillo de la -vaina. Y apenas podan entretener el ocio y el -hambre con dicharachos y canchadas, haciendo -esgrima mano limpia.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_69" id="Page_69">[Pg 69]</a></span></p> - -<p>—Lo que es hoy,—deca el negro Urquiza, en -cuclillas afilando un palito para los dientes con un -formidable facn,—lo que es hoy, los carneros -van ... cargar aceite.</p> - -<p>—S, de susto verte la trompa!—le retruc -un paisanito, que, con las piernas cruzadas y recostando -el hombro en la pared, parado junto l, -lo miraba desde arriba.</p> - -<p>—Callte, guacho,—salt el moreno, gesticulando -con su ancha boca, y mostrando los dientes -en una modo de sonrisa.—Ms vale ser negro -que orejano. Yo siquiera tengo marca.</p> - -<p>—Y yo soy capaz de ponerte otra en la jeta, -negro trompeta!—dijo el muchacho, echando la -mano atrs como para sacar tambin el cuchillo.</p> - -<p>El negro estuvo de un salto en pie, pero varios -se interpusieron mientras uno de los correligionarios -deca pausadamente, no sin sorna:</p> - -<p>—Vaya! guardesn p'a luego, muchachos. No -ven que las papas queman? Puede ser que luego -haiga baile, y entonces podrn bailar gusto...</p> - -<p>—S, bailar con la ms fea!—exclam otro.</p> - -<p>—Y'anda teniendo miedo este... tabaco aventau, -no ms!—dijo el del baile.</p> - -<p>—Oiganl!—prorrumpieron varios.</p> - -<p>—Pisale el poncho, ai tens.</p> - -<p>— que no le mojs la oreja o Fortunato!</p> - -<p>Viera crey necesario intervenir:</p> - -<p>— ver, compaeros, un poco menos de bochinche, -que esto no es ningn piringundn!</p> - -<p>Los nimos se tranquilizaron momentneamente. -Reinaba en todos un desasosiego, una ner<span class="pagenum"><a name="Page_70" id="Page_70">[Pg 70]</a></span>viosidad -desusada, y en la expectativa de acontecimientos -penosos mostrbanse irritables, como -si anhelaran precipitarlos provocar otros, prefirindolo -todo la zozobra en que necesariamente -tenan que estar largas horas todava.</p> - -<p>Pero el ms desasosegado, el ms nervioso, el -ms irritable era el mismo Viera, que no poda estarse -un segundo quieto. Conoca afortunadamente -su estado y reprima sus mpetus, siempre -punto de estallar, contestando con monoslabos -hasta al mismo doctor Prez y Cueto, sintiendo -unas ansias que le suban del corazn la garganta -y le cortaban la respiracin. Qu era aquello? -Por qu no llegaban los correligionarios de la -campaa? Y no pudo de pronto contener su impaciencia -y se qued en la puerta del comit, golpeando -el suelo con el pie, plido, casi trmulo, -mirando con ojos devoradores uno y otro lado, -como si quisiera atraer con la mirada los esperados -grupos de jinetes. Pero la calle polvorienta -abrasada por un sol de fuego, aunque ya estuviesen -en el final del mes de Marzo, barrida de vez -en cuando por una racha ardiente como salida de -un horno, estaba desierta, completa, implacablemente -desierta, y sobre ella se cerna el sepulcral -silencio de los das de elecciones en que las mujeres -se encierran rezar apenas salen su padre, -su marido su hijo, en direccin al comit al -atrio, y en que la mayora de los hombres, por -no hacer que recen de miedo sus mujeres, sus -hijas sus madres, se encierran con ellas, no porque -teman los tumultos con tiros y tajos, sino sim<span class="pagenum"><a name="Page_71" id="Page_71">[Pg 71]</a></span>plemente -por compasin hacia las desgraciadas, y -por no darlas tan psimo rato. Tambin, si as no -fuera, cmo podra haber gobiernos electores, y de -qu tendra el pueblo que quejarse, y con qu entretenerse -leyendo diarios?</p> - -<p>Pero, el rostro de Viera se ilumin de pronto: -por una bocacalle, all lejos, al extremo del pueblo, -apareca envuelto en densa nube de polvo un -pelotn de jinetes que avanzaba al trotecito, en -formacin casi correcta, de cinco en fondo. Y no -pudo contener una jubilosa exclamacin:</p> - -<p>—Ah vienen!</p> - -<p>Todos se precipitaron la puerta, y el comit -qued un momento silencioso. Pero ay! cuando -era ms intensa y segura la esperanza, la cabalgata -volvi una esquina y desapareci dejando tras -s, como nico consuelo, flotante gasa de polvo -que una racha desvaneci por fin.</p> - -<p>—Es la pionada del saladero,—dijo un paisano.</p> - -<p>—sos van con los carneros,—murmur desalentado -otro del grupo.</p> - -<p>La zozobra de Viera era ya un nudo que le cerraba -la garganta hasta sofocarlo. Entr bruscamente -al comit, y para disipar su horrible ansiedad, -encarse con una rueda de electores que, -ms atrevidos ms hambrientos que los dems, -haban aprovechado la general distraccin apoderndose -de una gran tajada de asado que devoraban, -cortando los jugosos bocados raz de los labios -con los cuchillos como navajas de afeitar.</p> - -<p>—Se necesita ser aprovechadores!—exclam<span class="pagenum"><a name="Page_72" id="Page_72">[Pg 72]</a></span> -colrico.—No les da vergenza ponerse comer -solos sin que nadie les haya dicho nada, para meter -desorden?</p> - -<p>—Es la picana, don Viera,—contest con aire -socarrn y falsamente humilde el paisanito quien -el negro Urquiza llamara guacho.</p> - -<p>—S, conque te agarrs el mejor pedazo, y todava -lo decs! Sos ms madrugador que la lechuza, -que no duerme de noche.</p> - -<p>Pero este pequeo desahogo, que no poda ir -ms lejos, no fu parte tranquilizarlo. Sufra -tanto como el general quien se le ha confiado -una nacin entera, y ve perdida, irremisiblemente -perdida la batalla final. Y para distraerse, trat de -dominar su angustia y conversar con el doctor -Prez y Cueto, preocupadsimo tambin, que desde -haca rato murmuraba quin sabe qu filpicas, -sazonadas con los trminos ms groseros de su repertorio -peninsular, como si de tanto trueno pudiera -salir la tormenta salvadora. Y, en voz baja, -comentaron la inexplicable tardanza de Gmez, -que deba ir con sus puesteros, peonada y esquiladores, -la de Garca, salido la noche antes de los -confines del partido con gran copia de paisanos -resueltos, el silencio de Mndez, que deba haber -llegado aquella madrugada la cabeza de los seis - siete caudillejos que, junto con sus respectivos -hombres, determinaron concentrarse antes de salir -el sol en la pulpera de Laucha, y la de Soria, -que haba prometido ir temprano con los indios -de la tribu de Cur, una veintena de electores tan -inconscientes cuanto serviciales.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_73" id="Page_73">[Pg 73]</a></span></p> - -<p>La ansiedad haba cundido; formbanse varios -corros, para deshacerse y formarse de nuevo algo -ms lejos, y las caras comenzaban expresar otra -cosa muy distinta del entusiasmo. Ya no se hablaba -en voz alta, ni nadie sala al almacn continuar -las matutinas libaciones. Eran los mismos -treinta y tantos que se haban reunido all muy de -maana, para estar bien al corriente de todo, en -primer lugar, y para no tener que cruzar las calles -cuando se alborotara el cotarro sobre todo. No se -haba agregado un solo ciudadano ms, ya eran -las ocho, y las esperanzas con tanto entusiasmo -expresadas y exageradas la noche antes all mismo, -iban desvanecindose una tras otra, tan vertiginosamente -como las nubes con el pampero -sucio...</p> - -<p>Al ver Viera conversando con el doctor, Silvestre -primero, Lobera despus, Pancho, Pedrn, -Tortorano, Troncoso, y hasta el mismo Urquiza, -husmeando concilibulo, formaron rueda alrededor. -Cmo ocultar, entonces, el sobresalto y la angustia, -si el mismo sobresalto y la misma angustia -se haban apoderado de todo el mundo? Viera lo -comprendi, hizo esfuerzos por infundir los -otros una tranquilidad que no tena, y por sostener -en ellos las ltimas y mal abrigadas ilusiones.</p> - -<p>—No se ha perdido todo!—repeta.—Han de -venir, han de venir. Aguardemos, y entre tanto -vamos votar los que estamos aqu, para no perder -el turno, porque las ocho estn al caer...</p> - -<p>El furioso galope de un caballo lo interrumpi. -Habase odo desde lejos, porque en el comit rei<span class="pagenum"><a name="Page_74" id="Page_74">[Pg 74]</a></span>naba -un vago silencio de expectativa ansiosa. El -redoble de las patas del animal en el piso duro de -la calle fu acercndose con creciente violencia, -hubo una sofrenada, un resbaln en seco, el choque -de unas botas con espuelas en las piedras de la -acera, y casi al mismo tiempo apareci Mndez, -jadeante, haciendo repicar las rodajas, con paso -bamboleante de gaucho compadre, medio civilizado - ratos, pero spero y rudo, sobre todo en aquellas -circunstancias. Vena demudado. Y apenas se -hall dentro del comit:</p> - -<p>—Canallas! canallas!—exclam entrecortadamente.—Mi -han fusilao la gente... Canallas!</p> - -<p>Hzose un silencio seguido de un murmullo -agitado y caluroso, y todos los circunstantes rodearon - Mndez, acribillndolo preguntas.</p> - -<p>—Dejemn hablar; si les voy contar todo. -Pero, qu canallas asesinos! Esta madrugada salimos -perfetamente de lo de Csperes, p'a cair al -pueblo tempranito. ramos unos ciento veinte, -todos los que estaban en el campo, y un redepente, -al enfrentar la alamera de la estancia de Carballo,—venamos -al tranquito,—unos que estaban atrincheraus -entre los rboles nos hicieron una descarga -cerrada, y antes de que nos pudiramos dar -cuenta, otra y otra, como juego graniau. Y, es natural, -la gente, asustada, se me alz y dispar, de -balde trat de atajarla. Con el julepe ni siquiera -atinaron ver quines nos estaban afusilando, y -cuntos eran. Claro! Casi ninguno tria ms que -facn... Yo hice juego con el revlver, pero me -qued solo, y en cuanto vieron que se me haban<span class="pagenum"><a name="Page_75" id="Page_75">[Pg 75]</a></span> -acabau los tiros, se me vinieron encima. Yo le -clav las espuelas al sotreta, dispar campo ajuera, -qu'iba hacer? y estuve esperando de un pajonal, -p'a aprovechar venirme en cuanto se descuidasen, -p'visarles ustedes.</p> - -<p>—Y quines son, quines son?—preguntaron -varios con la voz ligeramente empaada por la -emocin.</p> - -<p>—No s, la gente no es del pago; trida de -otros partidos...</p> - -<p>La noticia cay como una ducha helada, pues -aunque se temiese ya alguna hazaa oficialista, -nunca se crey que llegara tanto la desenvoltura -de las autoridades, cuyo silencio de los das anteriores -se haba tomado por una prueba de debilidad -y una derrota antes de haber lucha. En -Pago Chico, como en el resto de la provincia, se -fusilaba, pues, mansalva la gente, y quien lo -haca era el mismo gobierno. Era cosa ms seria -de lo que se haba pensado, entonces; no se trataba -slo de sostener refriegas en los atrios, sino de -hallarse siquiera en condiciones de llegar ellos... -Nadie las tuvo ya todas consigo, pues.</p> - -<p>Silvestre, exasperado, y al mismo tiempo curioso -de saber lo que se preparaba en las cercanas -de la iglesia, pregunt Viera, mientras Mndez -segua explicando el terrible encuentro de aquella -maana:</p> - -<p>—Qu hacen en la plaza? Han mandado algn -bombero?</p> - -<p>—No, nadie,—contest el periodista.</p> - -<p>—Entonces voy yo de una carrera.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_76" id="Page_76">[Pg 76]</a></span></p> - -<p>—Mucho cuidado,—le grit Viera, cuando Silvestre -pona el pie en la calle.</p> - -<p>El desaliento fu subiendo de punto, casi hasta -convertirse en pnico, medida que fueron llegando -mensajeros con otras infaustas noticias. La -jugada hecha Mndez se haba repetido con Gmez, -con Garca, con Soria, con todos los que llevaban -gente de diversos puntos del partido. Slo -iban engrosar los escasos elementos del comit, -unos cuantos dispersos, que llegaban de uno y de - dos, todos dar noticias desesperantes, abultando -los hechos, echando bravatas, mintiendo hazaas, -exagerando el nmero, el armamento y la ferocidad -del enemigo, que al fin y al cabo no quera -matar sino ahuyentar electores por iniciativa y -consejo de Ferreiro.</p> - -<p>—Nos han fregau fiero, caracho!—exclamaba -Mndez.</p> - -<p>—Es una vergenza, una verdadera vergenza!—deca -Viera casi llorando.</p> - -<p>—Y nos vamos quedar as, como unos mnfios? -Nos habrn quitau la gente, pero nosotros -podemos quemarlos balazos, canallas, hijos de -mil!... ver, muchachos, ver quin quiere hacer -la pata ancha conmigo: venga el que tenga -huesos, y vamos echarlos del atrio tiros!</p> - -<p>Parte de la gente, desde las primeras noticias, -viendo la indecisin de los jefes, haba juzgado lo -ms oportuno comerse el asado y beberse el vino; -pero al resonar la palabra vehemente y furibunda de -Mndez, muchos haban acudido hacerle corro, -iban enardecindose, ya dispuestos lanzarse la<span class="pagenum"><a name="Page_77" id="Page_77">[Pg 77]</a></span> -calle y jugar el todo por el todo, cuando Silvestre -entr en el comit como una exhalacin, y sin -tomar aliento comenz contar que el comisario -Barraba con treinta vigilantes armados rmington -ocupaba el frente del atrio y que tena varias -carretillas al lado, llenas de municiones; que los -carneros, por su parte, haban formado un cantn -en las azoteas de la confitera de Crmine armados -tambin con rmingtons del gobierno, y -dominando las mesas colocadas en el atrio mismo, -de tal modo, que podan fusilar mansalva cuantos -se acercaran al comicio.</p> - -<p>Era la derrota, la ms completa inmerecida -de las derrotas.</p> - -<p>Sin embargo, Viera quiso luchar hasta lo ltimo, -tentar un esfuerzo supremo, hacer de aqulla -una cuestin de vida muerte para l y para -cuantos le haban acompaado hasta entonces en -su cruzada reivindicadora.</p> - -<p>—No, amigo, es al botn,—replic Mndez, -que haba reaccionado, su proposicin de ir -tomar las mesas por asalto.—Hace un ratito yo -mismo lo aconsejaba, y hubiera ido sacarlos de -all por sorpresa. Pero las cosas se han puesto -muy distintas... No ve que estn preparaus, y que -l'nico que vamos sacar con estos cuatro gatos -es que nos maten como perros?</p> - -<p>—Sera un sacrificio tan cruento cuanto intil -de sangre generosa!—exclam el doctor Prez y -Cueto con la voz ms oratoria que tena.—Dejemos -que obren los acontecimientos! Tarde temprano, -ha de llegar la hora de la justicia! Elevemos los<span class="pagenum"><a name="Page_78" id="Page_78">[Pg 78]</a></span> -corazones y retemplemos el nimo! La patria nos -mira, (<em>pausa corta</em>) y estos contratiempos, estas -iniquidades, mejor dicho, nos realzan sus ojos, -en lugar de deprimirnos, como quisieran los enemigos -de la libertad, los asesinos del pueblo!...</p> - -<p>Todos apoyaron, y algunos dieron el ejemplo -altamente filosfico de hacer mal tiempo buena -cara, yendo atacar el asado ya que no podan -comportarse lo mismo con las mesas electorales. El -ejemplo fu seguido, todos se pusieron comer, y -del silencio sepulcral que reinaba en el comit desde -las primeras desastrosas noticias, fu pasndose -poco poco la animacin y la alegra, gracias -las frecuentes y abundantes libaciones, y para justificar -una vez ms el refrn criollo de Barriga -llena, corazn contento.</p> - -<p>Pero los caudillos, como que eran los que ms -perdan, formaban grupo aparte, mustios y cariacontecidos, -cerca de la puerta, comiendo melanclicamente, -cuando vieron con sorpresa presentarse -al mismo D. Ignacio en persona, pesar de la -ruidosa separacin del comit y del fuego resuelto -que haba hecho contra su mesa directiva. Lo -dejaron acercarse sin decir palabra, aguardando - ver por dnde comenzaba.</p> - -<p>—Vengo acompaarlos en la derrota, y no -hubiera venido en caso de triunfo,—dijo dirigindose - Viera.—En cuanto vi las fuerzas que hay -en la plaza y el cantn de la azotea de Crmine, -comprend que los haban fregao... Es una infamia!... -Pero todava puede haber remedio... Han -hecho protesta ante escribano?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_79" id="Page_79">[Pg 79]</a></span></p> - -<p>—No,—contest simplemente Viera.</p> - -<p>—Pero hombre! si es lo primero que hay que -hacer! Bien me pareca que se haban descuidau. -En estas cosas hay que tener un poco de prtica, -como les he dicho tantas veces. Si no se hace la -protesta cmo quieren pedir luego la anulacin -de las elecciones? Vamos, vamos buscar al escribano -para que la redate inmediatamente.</p> - -<p>—Y de qu nos va servir eso, si no hay justicia, -si la protesta y nada todo es uno!—exclam -Silvestre.—Acuerdes, don Inacio, de todas las que -hemos hecho hasta hoy, y digam cul es la que -no ha ido parar la basura... Si nos hubieran -dejado votar habramos ganado, no hay duda; pero -entonces hubieran protestado los carneros, y como -los jueces son suyos, la Corte hubiera anulado la -elecin. No hay remedio, no hay ms remedio -que hacer una revolucin, pero una gorda, y colgar - toda la canalla de los faroles, porque sos -hay que matarlos dejarlos.</p> - -<p>—Nunca est de ms la protesta,—insisti don -Ignacio.—Quin sabe qu vueltas van dar las cosas, -y nunca es malo estar prevenidos.</p> - -<p>—Adems, no cuesta nada hacerla, y siempre -ser un documento que atestige la felona de -nuestros enemigos, una pgina realmente ignominiosa -de su historia,—apoy el doctor Prez y -Cueto.</p> - -<p>Los dems estuvieron por la afirmativa, y los -principales, Viera, D. Ignacio, el doctor, Silvestre, -y cuatro cinco ms salieron para ir buscar al -escribano. Y la protesta se hizo, para aumentar el<span class="pagenum"><a name="Page_80" id="Page_80">[Pg 80]</a></span> -nmero de las protestas legalizadas de aquel tiempo, -que reunidas en un legajo formaran una montaa -de pequeas inmundicias. El escribano Martnez -no dej de vacilar ante la exigencia de los cvicos. -Aunque su funcin era ineludible, tema las -iras oficiales, la posible venganza de los amos -del poder, y slo comenz escribir el documento -cuando vi que los electores burlados comenzaban - irritarse, y que, por huir de un peligro futuro, -iba caer en uno inminente y contundente... An -puede verse,—si es que el documento no ha desaparecido, -si alguna interesada mano no lo destruy -en La Plata, donde fu golpear las puertas -de la sorda justicia,—que est escrito con mano -temblorosa, lleno tambin de borrones que la trmula -pluma dej caer aqu y all, atestiguando -el grande, el inmenso respeto del tabelin hacia -las autoridades constituidas y su anhelo de no ver -perturbado el orden, sobre todo cuando el desorden -poda envolver y arrastrar su dignsima persona...</p> - -<p>Entre tanto, en el comicio funcionaban las mesas -bajo la exclusiva direccin del escribano Ferreiro, -que haca copiar los registros y poner en las -urnas una boleta por cada nombre que se sacaba -de las listas de padrn y se pona en las actas.</p> - -<p>Defendidos contra toda posible asechanza por -las fuerzas del comisario Barraba estratgicamente -dispuestas frente la iglesia, y por los correligionarios -armados rmington acantonados en los -altos de la confitera de Crmine, los escrutadores -realizaban su patritica tarea con toda tranquili<span class="pagenum"><a name="Page_81" id="Page_81">[Pg 81]</a></span>dad, -fuertes en su derecho y su deber. Desde que -tuvieron por seguro que no se presentaran ni siquiera -los fiscales cvicos, y que el resultado de los -ataques los electores de la campaa haba sido -excelente, se pusieron con jbilo la tarea, copiando -nombres y depositando boletas segn las -instrucciones de Ferreiro, es decir, alternando entre -una y otra lista de las dos oficiales, de tal modo -que al fin resultaran electos D. Domingo Luna -y el gran Bermdez, como era invencible deseo de -este prohombre pagochiquense.</p> - -<p>No se haba asustado mayormente Ferreiro de -sus amenazas, pero consider que era mejor no -provocar una disidencia en circunstancias tales -como las que estaban atravesando, tanto ms cuanto -que Bermdez poda servirle como instrumento, -afinadsimo gracias su misma inutilidad -personal: lo llevara de las narices donde quisiera.</p> - -<p>En el comicio reinaba pues la calma ms absoluta, -y los pocos votantes que en grupos llegaban -de vez en cuando del comit de la provincia, eran -recibidos y dirigidos por Ferreiro, que los distribua -en las tres mesas para que depositaran su -voto de acuerdo con las boletas impresas que l -mismo les daba al llegar al atrio. Los votantes, -una vez cumplido su deber cvico, se retiraban -nuevamente al comit, para cambiar de aspecto lo -mejor posible, disfrazndose,—el disfraz sola consistir -en cambiar el pauelo que llevaban al cuello, -nada ms,—y volver diez minutos ms tarde -votar otra vez como si fueran otros ciudadanos en -procura de genuna representacin.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_82" id="Page_82">[Pg 82]</a></span></p> - -<p>—No s p'a qu hacen incomodar esa gente!—exclam -de pronto uno de los escrutadores.—Adems -de incomodarse ellos nos incomodan -nosotros, porque nos hacen perder tiempo: la mayor -parte ni siquiera sabe con qu nombre debe -votar. Lo mejor es seguir copiando derecho viejo -del padrn, sin tanta historia.</p> - -<p>—Tiene razn, amigo,—exclam Ferreiro,—tiene -mucha razn. Voy dar orden de que no -vengan ms.</p> - -<p>Y desde ese momento ces la procesin de comparsas -hecha modo de los desfiles de teatro en -que los que salen por una puerta entran en seguida -por la otra, despus de cambiar de sombrero -de quitarse la barba postiza. Los escrutadores pudieron -entonces copiar descansadamente el padrn, -y as lo hicieron hasta la hora de almorzar.</p> - -<p>El almuerzo les fu llevado de la fonda, pues el -comit, descontando ya el indudable triunfo, haba -querido obsequiarles con todo lo mejor que -poda obtenerse en Pago Chico en materia de cocina -francesa confeccionada con grasa de vaca.</p> - -<p>Por la tarde, la hora en que deba cerrarse el -comicio, del comit provincial salieron estrepitosas -notas musicales, en la calle frente la puerta -comenz funcionar el infaltable mortero municipal -dirigido por D. Mximo en persona, estallaron -las bombas de estruendo en el aire caldeado -por un da bochornoso de sol, y los paisanos desarrapados, -llevados de todas partes para las elecciones, -formaron un grupo, abigarrado y maloliente, -que con la banda de Castellone la cabeza<span class="pagenum"><a name="Page_83" id="Page_83">[Pg 83]</a></span> -recorri el pueblo dando vivas al partido provincial -y mueras los cvicos, atestiguando de aquel -modo el indiscutible triunfo del oficialismo, las -inmensas simpatas de que gozaban las autoridades -locales que el pueblo por nada quera cambiar, y la -impotencia de los cuatro locos que se arrogaban -la representacin poltica de ese mismo pueblo, -unnime como tabla, sin embargo, para hacer creer - los inexpertos que de veras haba una oposicin -en Pago Chico, donde lo nico que las personas -sensatas hacan la guerra, era los perturbadores -que bajo la careta del patriotismo queran trastornarlo -todo, por aquello de que ro revuelto ganancia -de pescadores...</p> - -<p>As por lo menos lo dijo al da siguiente el diario -oficial, llenando al pasar de improperios todos -cuantos haban intentado sacudir el yugo.</p> - -<p>Viera, entre tanto, sentado la puerta de su -casa, oa todo aquel innoble regocijo, en el abatimiento -provocado por la continuada tensin nerviosa -de aquel da, en el que desarroll ms esfuerzo -del necesario para realizar alguna obra -herclea, como la higienizacin de las caballeras -de Augas, por ejemplo... Confusas imgenes, vagos -sueos de evangelizacin y sacrificio cruzaban -por su mente, senta un nudo en la garganta, una -opresin en el pecho, incapaz de sintetizar despus -del anlisis, de obrar basndose en la triste -experiencia, slo acertaba balbucir:</p> - -<p>—Ser posible! Ser posible!</p> - -<p>Y como en esta frmula vaga se materializaba -su ideal, su ser posible! era protesta, programa<span class="pagenum"><a name="Page_84" id="Page_84">[Pg 84]</a></span> -y credo,—lo ms puro, y por lo mismo lo ms inmaterial, -imponderable, sublime...</p> - -<p>Busc largo rato lo que haba de hacer... Todo -se le presentaba impreciso. No poda resolverse -nada. No saba. Entonces, en pleno reino de lo -abstracto, slo atin buscar su abstraccin espiritual -y sentimental ms alta:</p> - -<p>Se fu ver su novia.</p> - -<hr class="r5" /> - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_85" id="Page_85">[Pg 85]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">LADRILLO DE MQUINA</h2> - - -<p>La llamada crisis de progreso lleg hasta -Pago Chico, provocando una especulacin en tierras, -bastante grande en relacin la importancia -del pueblo.</p> - -<p>La villa, hoy con honores nominales de ciudad, -cambi rpidamente de aspecto; pero la liquidacin -final de la aventura dej la mitad de -los habitantes en la calle, cuando, despus del 89, -los pesos comenzaron andar caballo esconderse -como los peludos.</p> - -<p>Pero, antes de esta semi-catstrofe, no pasaba -domingo ni da de fiesta sin diez doce remates -de solares, quintas y chacras, y un terreno cualquiera -sola tener en un solo mes cuatro cinco -propietarios sucesivos, dejando apreciable ganancia - todos los vendedores.</p> - -<p>Como consecuencia de esta embriaguez por el -juego mal disimulado y de la intermitente abundancia -de dinero, cunda la edificacin, no quedaba -prjimo sin amontonar ladrillos, levantbanse barrios -enteros, y los albailes acudan de todas partes -al olor del trabajo bien remunerado.</p> - -<p>Las autoridades de Pago Chico haban formado, -naturalmente, sociedad para la compra-<span class="pagenum"><a name="Page_86" id="Page_86">[Pg 86]</a></span>venta -de tierras, la adquisicin por testaferros de -sobrantes municipales, tramitacin y logro de -indemnizaciones por solares no ubicados, y otras -operaciones no menos honestas y lucrativas.</p> - -<p>Estos negocios necesitan una rpida explicacin, -aunque no afecten al fondo de la verdica -historia que narramos.</p> - -<p>Ya se ha visto que el plano del pueblo estaba -topogrficamente muy mal aplicado<a name="FNanchor_2_2" id="FNanchor_2_2"></a><a href="#Footnote_2_2" class="fnanchor">[2]</a> y tanto -que en medio de las manzanas, entre solar y solar, -quedaba veces una fraccin de terreno sin dueo: -esta fraccin era el sobrante.</p> - -<p>Como es muy de temer que esta explicacin no -se entienda, apelemos las rayas. Toda manzana -pagochiquense era un cuadriltero de ciento cincuenta -varas de lado, dividido cada uno en cuatro -solares de treinta y siete y media varas de frente -por setenta y cinco de fondo, as:</p> - -<div class="p2 indent10"> -<p><span style="margin-left: 4.5em;">37 37 37 37</span><br /> -<span style="margin-left: 3em;">A ━━━━━━━━━━━━━━━━━ B=150 varas</span><br /></p> -</div> - -<p>Pero cuando, por mala demarcacin, la lnea -resultaba de ms de 150 varas,—equivocados al situarse -los puntos A y B,—era forzoso que entre -un solar y otro solar quedara una diferencia, posiblemente -ubicable en cualquier punto, pero ubicada -siempre (por un resto de pudor administrativo) -entre solar y solar.</p> - -<div class="p2 indent10"> -<p><span style="margin-left: 4.5em;">37 37 37 37</span><br /> -<span style="margin-left: 3em;">A ━━━━━━━━━━━━━━━━━ B=165 varas</span><br /></p> -</div> - -<p>Las quince varas de diferencia—sobrante—eran -adjudicadas al precio primitivo de los solares, -<span class="pagenum"><a name="Page_87" id="Page_87">[Pg 87]</a></span> -diez veces inferior al corriente— la persona que -haca la denuncia. Como sta era siempre un hombre -de influencia, el sobrante se ubicaba donde -ms dao haca, es decir entre las dos propiedades -ms valiosas, siempre que no fueran de otro influyente... -Para no destrozar sus edificios, las vctimas -pagaban peso de oro, un terreno que haban -pagado ya, pero cuyo exceso de superficie no -ignoraban probablemente: un engao hay otro -engao, un pcaro, otro mayor, como afirma el -proverbio.</p> - -<p>Este error topogrfico, provocaba el inverso, -que otro lnea explicar, sin ms vueltas:</p> - -<div class="p2 indent10"> -<p><span style="margin-left: 4.55em;">37 37 37 37</span><br /> -<span style="margin-left: 3em;">A ━━━━━━━━━━━━━━━━━ B=112.50 varas</span><br /></p> -</div> - -<p>En la cuadra faltaba un solar, aunque existiera - pudiese forjarse un ttulo de propiedad. El -dueo del ttulo sin terreno, reclamaba (naturalmente -si era situacionista porque la reclamacin -no cuajaba de otro modo) y como no era posible -estirar la cuadra ni hacer parir las varas, indemnizbasele -con otro lote municipal, diez veinte -veces ms valioso, en cualquier otra parte, y tanto -mejor ubicado cuanto mayor era la influencia del -reclamante. Estancias se obtuvieron por este sistema! -y si Ferreiro lleg diputado fu slo costa -de muchos sobrantes y muchas indemnizaciones -que supo aprovechar para s, indicar otros - repartir entre los personajes que le interesaban - podan serle tiles al da siguiente, y esto -fuera de las suculentas comisiones con que saba -untar la mano de los empleados municipales, de<span class="pagenum"><a name="Page_88" id="Page_88">[Pg 88]</a></span> -intendente abajo. Como que hasta don Mximo -reciba infaliblemente su propina.</p> - -<p>Esto hubiera bastado cualquier gobierno -aprovechador.</p> - -<p>Pero, deseosos de ensanchar su campo de accin, -los seores del pueblo resolvieron un buen -da dedicarse tambin la industria y establecer -una fbrica de ladrillo de mquina que haba de -darles resultados estupendos.—Asistamos la -reunin en que quedaron sentadas las bases de la -empresa.</p> - -<p>Celbrase sta en casa del juez de Paz D. Pedro -Machado, con asistencia del intendente Municipal -D. Domingo Luna, del comisario Barraba, -del doctor Carbonero y del famoso escribano Ferreiro, -cuyas fechoras haban de conducirlo ms -tarde ser todo un personaje provincial y hasta -nacional, como veremos ms adelante, porque es -cierto aquello de que todo se andar si el palito -no se quiebra.</p> - -<p>Es de noche. Ronco son hace del mar la resaca...</p> - -<p>Una chinita desarrapada, ceba y acarrea el -mate amargo, y en la mesa del comedor, como -adorno caracterstico, se alza un porrn de ginebra -rodeado de copas.</p> - -<p>Machado, masticando el pucho de cigarro negro, -expone con vehemencia lo lucrativo que su -parecer resultar el negocio, las ventajas que reportar - los asociados, las grandes cantidades de -ladrillo que se podrn producir y vender...</p> - -<p>—Nos ganaramos una punt'e pesos; pero hay<span class="pagenum"><a name="Page_89" id="Page_89">[Pg 89]</a></span> -och'hornos en el pueblo y nos van hacer la competencia... -Para hacernos la guerra son capaces de -vender perdiendo, y nosotros tambin tendremos -que perder. Nos sacaran la chicha y eso no nos -hace cuenta...</p> - -<p>Largo rato se debati la cuestin, entrles miedo - los presuntos fabricantes, y ya iban abandonar -la empresa por demasiado aleatoria, cuando el escribano -ladino, que haba estado meditando sin -tomar parte en la discusin, electriz de nuevo -sus socios y discpulos de siempre con una idea -genial que cortaba el nudo gordiano:</p> - -<p>—Cunto tiempo tardar en instalarse completamente -la fbrica y poder trabajar?—pregunt -don Domingo Luna, el ms interiorizado en el -asunto.</p> - -<p>—Seis meses.</p> - -<p>—Y para que venga la maquinaria de Europa?</p> - -<p>—Mes y medio, cuando mucho, si la pedimos -por telgrafo.</p> - -<p>—Entonces... entonces hay que prohibir la edificacin -por un ao!...</p> - -<p>Todos se levantaron como movidos por un resorte, -lanzando suspiros y exclamaciones de satisfaccin. - nadie se le ocurri objetar que aquello podra -ser arbitrario: ninguno de ellos gobernaba con -semejantes escrpulos. Barraba palmote Ferreiro -en el hombro. Machado se ech al coleto, con los -ojos brillantes de codicia, una copa de ginebra; el -doctor Carbonero se restreg las manos, alzando y -levantando la cabeza sonriente, y D. Domingo hizo -un movimiento tan brusco intempestivo que<span class="pagenum"><a name="Page_90" id="Page_90">[Pg 90]</a></span> -derram el mate sobre los guiapos de la china cebadora.</p> - -<p>El plan de Ferreiro era muy sencillo:</p> - -<p>Como la delineacin del pueblo haba sido psima -desde un principio, y como los improvisados -ingenieros—ni agrimensores siquiera,—municipales -haban hecho las calles en forma de dientes -de sierra, como si slo trabajaran beodos, nada -ms natural que presentar al concejo y hacerle -aprobar una ordenanza prohibiendo la edificacin -mientras no se trazara el nuevo, definitivo y esta -vez matemtico plano de la futura ciudad.</p> - -<p>Entre tanto, podra instalarse tranquilamente la -fbrca; los horneros, presuntos competidores, reventaran -por falta de trabajo, y ya libres de temores -y al abrigo de toda contingencia, comenzaran - producir ladrillo de mquina, iniciando -la era del ladrillo de mquina, demarcadora de -un nuevo y colosal progreso pagochiquense.</p> - -<p>Y as se hizo, como se dijo.</p> - -<p>Los horneros fueron emigrando poco poco; -la maquinaria lleg; la fabricacin inicise con un -resultado desastroso, porque nadie entenda aquellos -complicados aparatos tragadores de barro, estircol -y paja; (la casa europea haba aprovechado -la coyuntura para deshacerse de un viejo clavo -nicamente bueno para Sud Amrica otro pas -brbaro); grit <cite>La Pampa</cite>; coment el pueblo -aquel escndalo, y protest de l enviando annimos -al gobernador y los peridicos de la capital... -Y cuando, despus de encontrar obreros diestros -en Buenos Aires, comenzaron levantarse<span class="pagenum"><a name="Page_91" id="Page_91">[Pg 91]</a></span> -altas pirmides de ladrillos tersos y rojos, como -diciendo compradme, Ferreiro se encar cierto -da con el digno y progresista intendente de Pago -Chico, segn <cite>El Justiciero</cite>.</p> - -<p>—Hombre, don Domingo! Se me acaba de -ocurrir una cosa!</p> - -<p>—Vamos ver qu se le ocurre!—exclam -Luna.—Estoy su servicio.</p> - -<p>—Que usted me podra comprar las acciones -de la fbrica de ladrillos.</p> - -<p>—Qu! Ya no le gusta el negocio?</p> - -<p>—Al contrario! Me gusta de alma! Pero, ando -un poco necesitado de plata para completar lo que -me cuesta una chacrita que acabo de comprar, y -naturalmente, no voy vender las acciones algn -extrao que vaya meter las narices en nuestros -asuntos!...</p> - -<p>—Pues, natural! Y, cunto quiere?</p> - -<p>—Entre nosotros no podemos ser exigentes, ni -pensar en ganancias. Se las doy por lo que me -costaron.</p> - -<p>—Arreglao!—exclam el otro muy satisfecho.</p> - -<p>Cobr el uno, pag el otro, y el escribano qued -fuera de la sociedad annima de los ladrillos -de mquina.</p> - -<p>Vase ahora la tontera de Ferreiro:</p> - -<p>Un mes ms tarde producase la catstrofe -financiera en que hasta los obreros desaparecieron -del pas, porque el metal vala cuatro veces ms -que su valor fiduciario, y D. Domingo Luna, hecho -un puerco espn, exclamaba:</p> - -<p>— este Ferreiro no hay por donde agarrarlo!<span class="pagenum"><a name="Page_92" id="Page_92">[Pg 92]</a></span> -Mi ha fregao lindo!... Y decir que p'a esto largu -la ordenanza de la prohibicin que invent el muy -canalla, aguantando los chaguarazos de los diarios, -y todo! Pucha con el hombre!... Si quisiera -ser mi socio, pero no maas libres, sino derecho -viejo! La pucha con el platal que dbamos -hacer!...</p> - -<p>Una vez se atrevi increpar al escribano, -quien, sonrindose, le dijo:</p> - -<p>—Mire, viejo: yo no he perdido un real en esta -crisis. Al contrario, estoy ms rico que antes. Y -sabe por qu?... Porque en la especulacin es -como en el juego de la brasa: el que se queda -con ella, al ltimo, es el que se quema, como el -ltimo mono es el que se ahoga.</p> - -<p>—Pero, yo soy su amigo, don...</p> - -<p>—En la especulacin, lo mismo que en el juego -no hay amigos, sino enemigos. Pero, pierda -cuidado: la bromita le cuesta muy poco, al fin y -al cabo, y aqu estoy yo para hacer que se desquite. -Compre certificados del Banco de la Provincia: -yo s lo que le digo. Dentro de pocos meses -habr duplicado triplicado el capital.</p> - -<p>Y fu, en efecto, un gran negocio para D. Domingo, -quien perdon gustoso en vista de ello -que lo hubieran hecho comulgar con los malhadados -ladrillos de mquina...</p> - -<hr class="r5" /> - -<div class="chapter"> -<div class="footnotes"> - -<p class="p4 center">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a name="Footnote_2_2" id="Footnote_2_2"></a><a href="#FNanchor_2_2"><span class="label">[2]</span></a> Vase El juez de paz, <a href="#Page_51">pg. 51.</a></p></div></div> -</div> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_93" id="Page_93">[Pg 93]</a></span></p> -</div> - -<h2 class="no-break">BENEFICENCIA PAGOCHIQUENSE</h2> - - -<p>De las dos sociedades de beneficencia formadas -por seoras que haba en Pago Chico, la ms reciente -era la de las Hermanas de los Pobres, fundada -bajo los auspicios de la augusta y respetable -logia Hijos de Hirm que le prestaba toda su -cooperacin. La primera en fecha era la sociedad -Damas de Beneficencia, naturalmente ultra catlica -y archiaristocrtica, como se puede—y -vaya si se puede!—serlo en Pago Chico.</p> - -<p>Las Hermanas de los Pobres se instituyeron -para llenar un vaco segn dijo <cite>La Pampa</cite>, y la -verdad es que en un principio hicieron gran acopio -de ropas y artculos de utilidad, cuyo reparto -se practic no sin acierto entre pobres de veras, -sin distincin de nacionalidades, religiones ni -otras pequeeces. Distribuan tambin un poco de -dinero, prefiriendo sin embargo, socorrer los indigentes -con alimentos y objetos dndoles vales -para carniceras, lecheras, panaderas, boticas,—todas -de masones comprometidos hacer una importante -rebaja. La sociedad prosper con gran<span class="pagenum"><a name="Page_94" id="Page_94">[Pg 94]</a></span> -detrimento de la otra, que ni tena su actividad ni -usaba de los mismos medios de accin, ni aprovechaba -tilmente sus recursos. Se hablaba muy -mal de esta ltima. Las Damas de Beneficencia -no servan ni para Dios ni para el Diablo segn -la opinin general. Es decir, esa opinin estaba -conteste en que serva, pero no las viudas, ni -los hurfanos, ni los pobres, ni los invlidos y -enfermos, sino su digna presidenta misia Gertrudis, -la esposa del tesorero municipal, quien -hallaba medio de ayudarse s misma, no ayudando - los dems, con los recursos que le llovan -de todas partes. Pero, eso s, la contabilidad de la -asociacin era llevada secundum arte, limpia y -con buena letra, como que de ello cuidaba el mismo -tesorero, esposo fiel y servicial.</p> - -<p>Tendran no tendran razn de ser las hablillas -circulantes, vivira no vivira misia Gertrudis -de lo que se daba—con bastante generosidad—para -los pobres; esquilmara no esquilmara el -bolo comn; el hecho es que estrenaba anualmente -dos tres vestidos de seda que hacan poner -rojas y verdes y amarillas de envidia la comisara, - la valuadora, la misma intendenta; -que de cuando en cuando, compraba un nuevo solarcito -en las afueras del pueblo; que en su casa -no faltaba nunca una copa de oporto de regular -arriba, para obsequiar las visitas de cierta distincin, -y que no se coma mal ni mucho menos en -los almuerzos que ella y el tesorero daban sus -amigos, enemigos ms bien.</p> - -<p>Porque si no nos equivocamos, en todo el pueblo<span class="pagenum"><a name="Page_95" id="Page_95">[Pg 95]</a></span> -no haba una persona que no hablara pestes de la -tesoreril pareja, hasta entre las que ms la festejaban. -Claro est, entonces, que la calumnia fu creciendo, -fu creciendo y no tard mucho en llegar - los propios odos de la mismsima misia Gertrudis, -en alas de la voz pblica representada esta vez -por una vieja pagochiquense, infatigable en la tarea -de llevar y traer chismes y habladuras. Doa -Dolores, enemiga muerte de misia Gertrudis la -despellejaba implacablemente, pero finga ser su -amiga, y hasta puede que lo fuera en el instante -en que conversaba con ella.</p> - -<p>Un da, pues, no resisti al deseo imperioso de -contar la interesada cuanto se deca en el pueblo, -unas veces en voz baja, otras veces gritos.</p> - -<p>—Usted que es una seora decente, esposa nada -menos que del tesorero municipal, no debe dejar -que hablen esas cosas de usted, y darles una leccin.</p> - -<p>Misia Gertrudis la escuchaba furiosa, no interrumpindola -sino con dicterios dirigidos indistintamente - todos los notables de Pago Chico. La -presidenta no dej de rabiar desde entonces. Loca -de ira y de indignacin lleg hasta jurar que presentara -su renuncia—cuya sola enunciacin la -haca estremecer—y declaraba voz en cuello que -lo nico que no poda soportar era la ingratitud, la -injusticia de que se la haca vctima inmaculada -y dolorosa.</p> - -<p>—Calumniarme m, m!... ver si hay -una sola de esas hijas de una... tal por cual, que -sea capaz de alministrar tan bien como yo! Que -vengan, que vengan esaminar mis libros!...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_96" id="Page_96">[Pg 96]</a></span></p> - -<p>Y ostentaba los modelos de caligrafa pacientemente -ejecutados por su marido; pero all en el fondo, -su conciencia haca un balance que nunca se habra -atrevido presentar, ni esas ni otras damas -cualesquiera, y le impona la visin, como implacable -libro diario, de los kilos de carne, de yerba, -de azcar, de arroz, de fideos y los litros de leche, -de vino, de aguardiente, de aceite, de petrleo que -deba los pobres. imaginbase que entre ellos -se ergua la figura odiosa y acusadora de su colega -la presidenta de las Hermanas de los Pobres, esa -masona que solamente por vil espritu sectario, -por hacer dao la iglesia y los catlicos y -Dios mismo, llevaba sus libros peor escritos s, -pero con arreglo la verdad.</p> - -<p>Una maana mister Kitcher, el acopiador de -frutos del pas, un ingls que nunca se ocup de -saber lo que ocurra en el pueblo, le envi un donativo -de bastante importancia para el objeto, sin -sospechar que aquel dinero pudiera extraviarse -antes de llegar su verdadero destino.</p> - -<p>Misia Gertrudis haba notado aquel da, no sin -pena, que el bolsn de terciopelo cerrado por un -cordn de seda, en que guardaba aparte el dinero -de los pobres, estaba completamente vaco, -sin el ms mnimo resto de limosna. Es de imaginar, -pues, con cunta satisfaccin recibi la de -mister Kitcher, y el buen humor con que se hubiera -puesto coser la bata—que proyectaba lucir en -la prxima funcin que beneficio de la sociedad -iba dar en el circo la compaa acrobtica, del -celebrrimo Tomate IV—si hubiera podido apartar<span class="pagenum"><a name="Page_97" id="Page_97">[Pg 97]</a></span> -de la imaginacin el recuerdo de las comprometedoras -hablillas y el encono cada vez mayor que -senta hacia las Hermanas de los Pobres, sobre -quienes haca llover las maldiciones de ms grueso -calibre. As es que apenas se sent y sin advertirlo, -se puso murmurar dicterias enardecindose -cada vez con el propio rumor y la propia ponzoa -de sus rezongos.</p> - -<p>—Aqu le manda esto el sastre,—djole la chinita -Petrona, cuando apenas haba dado dos puntadas.</p> - -<p>Era la cuenta de una compostura de ropa de -su marido y del arreglo de la levita negra para el -Tedum del nueve.</p> - -<p>— ver, dame... Ah, s, ya s!—exclam misia -Gertrudis, tomando el papel que Petrona le -presentaba y devolvindoselo acto continuo.—Decile -que vuelva el sbado... Ahora estoy muy -ocupada.</p> - -<p>Pero en ese instante record la ofrenda de -mister Kitcher, cuyo dinero tena an en el bolsillo, - iluminada por sbita inspiracin—lo que -puede la costumbre!—bolsiqui por la manera, -asi el bolsn de terciopelo, inmoviliz la chinita -que ya iba salir, gritndole:</p> - -<p>—Esperte.</p> - -<p>Muy grave, con una gravedad que impona -como siempre, respeto, aadi:</p> - -<p>—No le digas nada. Tom....</p> - -<p>Y sacando los cuatro pesos que importaba la -cuenta, los di Petrona que corri entregrselas -al cobrador del sastre,—mientras la seora,<span class="pagenum"><a name="Page_98" id="Page_98">[Pg 98]</a></span> -reanudando el hilo de sus pensamientos y el curso -de sus imprecaciones murmuraba indignadsima -entre dientes:</p> - -<p>—Pcaras!—Sinvergenzas!—sospechar de -que robo, yo, yo!! Quisiera que estuvieran un momento -en mi lugar, para ver las cochinadas que -haran...</p> - -<p>Pero se arrepinti de haber invocado tan peligrosos -testigos, y, paseando la mirada recelosa por -el cuarto, tantese el vestido, ver si el bolsn -de terciopelo continuaba en su sitio para seguir -socorriendo pobres acreedores.</p> - -<hr class="r5" /> - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_99" id="Page_99">[Pg 99]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">PONCHO DE VERANO</h2> - - -<p>Desde meses atrs no se hablaba en Pago Chico -sino de los robos de hacienda, las cuatreras ms - menos importantes, desde un animalito hasta un -rodeo entero, de que eran vctima todos los criadores -del partido, salvo, naturalmente, los que formaban -parte del gobierno de la comuna, los bien -colocados en la poltica oficial, y los secuaces ms -en evidencia de unos y otros.</p> - -<p>La clebre botica de Silvestre era, como es lgico, -el centro obligado de todo el comentario, ardoroso - indignado si los hay, pues ya no se trataba -nicamente de principios patriticos: entraba -en juego y de mala manera, el bolsillo de cada cual.</p> - -<p>Por la tarde y por la noche toda la oposicin -desfilaba frente los globos de colores del escaparate -y de la reluciente balanza del mostrador, para -ir la trastienda echar su cuarto espadas con -el fogoso farmacutico, acerca de los sucesos -del da.</p> - -<p>— don Melitn le robaron anoche, de junto -las mismas casas, un padrillo fino, cortando tres -alambrados.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_100" id="Page_100">[Pg 100]</a></span></p> - -<p>— Mndez le llevaron una puntita de cincuenta -ovejas lincon.</p> - -<p>—Fernndez se encontr esta maana con quince -novillos menos, en la tropa que estaba preparando.</p> - -<p>—El comisario Barraba sali de madrugada -con dos vigilantes y el cabo, hacer una recorrida...</p> - -<p>Aqu estallaban risas sofocadas, expresivos encogimientos -de hombros, guios maliciosos y acusadores.</p> - -<p>—l mismo ha'e ser el jefe de la cuadrilla—murmuraba -Silvestre, afectando frialdad.</p> - -<p>—Hum!—apoyaba Viera, el director de <cite>La -Pampa</cite>, meneando la cabeza con desaliento.—Cosas -peores se han visto, y l no es muy trigo limpio -que digamos...</p> - -<p>—l!—gritaba don Inacio, caudillo opositor... -todava.—Es un peine que ni caspa deja. Y cmo -est pelechando el hombre! No hace mucho se -compr la casa en que vive; ura ha alquirido -una quinta junto al arroyo... De ande saca p'a -tanta misa? Negocios no se le conocen, la suvencin -de la municipalid no es cosa, y los cinco -seis vigilantes que se come y no aparecen ms que -en las planillas, no dan p'a esos milagros... l ha -de mojar no ms en los a-bi-ge--tos!</p> - -<p>Los otros grupos de independientes y opositores, -explanaban el mismo tema y compartan la -misma opinin: el gran cuatrero, pudiera no pudiera -probrsele, era indudablemente el comisario -Barraba, quin sabe si con la complicidad de otros -funcionarios, pero, en cualquier caso, con su to<span class="pagenum"><a name="Page_101" id="Page_101">[Pg 101]</a></span>lerancia... -La corrupcin del poder—como deca -<cite>La Pampa</cite>—es tan contagiosa, que cuando invade - un cuerpo, no deja un solo miembro libre, y -luego sigue trasmitindose al rededor, de tal manera, -que todos vienen quedar infestados, si se -descuidan.</p> - -<p>—As te diera yo vos alguna coima, y veramos—refunfuaba -el seor comisario, para sus -grandes bigotes.</p> - -<p>Entre tanto, el escndalo y la indignacin pblica -iban subiendo de punto. Ya no era nicamente -<cite>La Pampa</cite> la que revelaba y condenaba los -robos de hacienda, pintando Pago Chico como -una cueva de ladrones; los peridicos de la capital, -informados por parte interesada, comenzaron -tambin poner el grito en el cielo, espantados de -que tales cosas ocurrieran en la primera provincia -argentina, mientras el gobierno, llamado -velar por los intereses generales, se haca el sueco -al clamor creciente de los despojados, convirtindose -en encubridor y fomentador de bandoleros.</p> - -<p>Aunque la superioridad continuara sin inmutarse, -sorda como una tapia y muda como una piedra, -Barraba comenz sentir sus recelos...</p> - -<p>—Hay que hacer algo!—se deca, multiplicando -sus intiles salidas en persecucin de cuatreros -y vagabundos, incomodado por las irnicas sonrisas -y los ademanes burlescos con que ya se le atrevan -los vecinos al verlo pasar...</p> - -<p>—S,—peroraba don Ignacio una noche en la -botica,—cuatrero es cualquiera, cuatreros somos -todos, cmo lo h'e negar? Los mismos piones que<span class="pagenum"><a name="Page_102" id="Page_102">[Pg 102]</a></span> -tengo, maana s'irn y me robarn hacienda; -pero mientras estn en mi casa no, porque les parecera -demasiada ruinda. El vecino roba al vecino -en cuantito se mesturan los animales, gatas tienen -ocasin. Roba el que pasa sin mal'intencin -por su campo, si tiene hambre y est solo y le da -gana de comerse una lengua'e vaca un lindo asau -de cordero... Le roba el paisano haragn que vive -con permiso en el ranchujo que alza en un rincn -de su campo, y que con cuatro cinco vacas -tiene carne toda la vida, y con una majadita de cuarenta - cincuenta ovejas vende casi ms lana y ms -cueros que ust... Y sabe p'a qu tiene animales? -Bah! si le dan trabajo!... tiene p'al derecho la -marca y las seales con que se apropea de todo lo -orejano que le cai cerca!... Le roba el alcalde, que -ya comienza ser autorid, y no tiene miedo que -lo castiguen... Y por lo consiguiente, las dems autoridades...</p> - -<p>—Pero esto es Sierra Morena!—clam el doctor -Prez y Cueto, exagerando an su acento espaol.—Y -el gobierno de la provincia debera...</p> - -<p>—Ya l'he dicho—interrumpi don Ignacio,—que -el gobierno no tiene coluna ms fuerte que el -cuatrero, ya sea de profesin, ya por pura bolada -de aficionau. Los cuatreros son sus primeros partidarios; -sos son los que eligen los electores, los diputados, -los municipales; sos son los que sostienen, -junto con los vigilantes, la autorid del -pago, y de hi el mismo gobierno. Y p'a pagarles, -el gobierno los deja vivir es natural! En tiempo de -elecin les hace dar plata, pero como no puede<span class="pagenum"><a name="Page_103" id="Page_103">[Pg 103]</a></span> -estar dndoles el ao entero, los contempla cuando -comienzan robar otra vez...</p> - -<p>Todos apoyaron. El doctor Prez y Cueto se -haba quedado meditabundo. De pronto alz la cabeza -y dijo con nfasis, recalcando mucho las palabras:</p> - -<p>—Esa especie de connaturalizacin con el cuatrerismo, -que lo convierte casi en una tendencia -espontnea y general, debe tener y tiene sin duda -su explicacin sociolgica. Pero cul? Ser el -atavismo? Se tratar en este caso de una reaparicin, -modificada ya, de los hbitos de los conquistadores -y primeros pobladores, acostumbrados -considerar suyo cuanto les rodeaba, por el derecho -de las armas y hasta por derecho divino?... La herencia -moral de este pas, no es, indudablemente, -ni el respeto la propiedad ni el amor al trabajo...</p> - -<p>Profundo silencio acogi estas palabras que -nadie haba comprendido bien, y el doctor Prez y -Cueto, di las buenas noches y sali, para correr -repetrselas Viera, deseoso de que no se perdiesen...</p> - -<p>Poco despus entr en la trastienda Tortorano, -el talabartero, restregndose las manos y riendo, -como portador de una noticia chistosa.</p> - -<p>—Qu hay? Qu hay?—le preguntaron en -coro.</p> - -<p>—Barraba ha salido con una partida, recorrer!...—exclam -Tortorano.—Y hace un rato gritaba -en la confitera de Crmine que de esta hecha -no vuelve sin un cuatrero, muerto vivo!...</p> - -<p>Todos se echaron reir carcajadas, festejando<span class="pagenum"><a name="Page_104" id="Page_104">[Pg 104]</a></span> -con chistes, dicharachos y palabrotas la declaracin -del comisario...</p> - -<p>Y sin embargo, ste supo cumplir su palabra...</p> - -<p>Cuando ya regresaba, al amanecer, con las manos -vacas—y quin tomar, en efecto, si no se -tomaba s mismo?—despus de haber pernoctado -en una estancia lejana, Barraba vi un hombre -que se mova pie, en el campo, cargado con un -bulto voluminoso y lejos de toda habitacin. El individuo -iba hundindose en la niebla, todava espesa, -de una hondonada, junto al arroyo medio -oculto por las grandes matas de cortadera. Barraba, -entrando en sospechas, espole el caballo para -reunrsele. Su buena estrella!...</p> - -<p>Cuando lo alcanz no pudo ni quiso retener un -sonoro terno, mitad de clera, mitad de alegra:</p> - -<p>—Ah, ca... nejo! Al fin ciste!...</p> - -<p>El hombre iba cargado con un hermoso costillar -bien gordo y un cuero de vaca recin desollado: -iba sin duda esconderlo en alguna cueva de -las barrancas del arroyo, pues, ya de da claro, no -era prudente andar con aquella carga, vista y -paciencia de quien acertara pasar por all... Al -oir el vozarrn del comisario que se le echaba encima - rienda suelta, tir cuero y costillar y trat -de correr ocultarse entre un alto fachinal que -all cerca entreteja su impenetrable espesura. Pero -Barraba, ms listo, le cort el paso con una hbil -evolucin.</p> - -<p>—Ah, eras vos!—exclam al ver enfrente Segundo, -pobre paisano viejo, cargado de familia, -que se ganaba miserablemente la vida haciendo<span class="pagenum"><a name="Page_105" id="Page_105">[Pg 105]</a></span> -pequeos trabajos sueltos.—Con qu'eras vos, indino, -canalla, hijuna!... Tom, tom, sinvergenza, -ladrn, bandido!</p> - -<p>Y haciendo girar el caballo en estrecho crculo -alrededor de Segundo, descargle una lluvia de -rebencazos por la cabeza, por la espalda, por el -pecho, por la cara... Baado en sangre, tembloroso -y humilde, el otro apenas atinaba murmurar:</p> - -<p>—Seor comisario... Seor comisario...</p> - -<p>Los vigilantes se reunieron al turbulento grupo -y quisieron mojar tambin, dando algunos lazazos -al matrero tomado infragante. Pero Barraba, -celoso de sus funciones de verdugo, los hizo apartar -y sigui azotando hasta que se le cans, ms -que la mano el rebenque.</p> - -<p>Segundo haba quedado en tierra, y resollaba -fuerte, angustiosamente, pero sin quejarse. Tena -el cuerpo cruzado de rayas rojas en todas direcciones, -la mejilla derecha cortada por la lonja, y -de las narices le brotaba un cao de sangre...</p> - -<p>— ver! Llevenl en ancas! Tenemos que llegar -temprano p'a darles una buena lecin! Lleven -el cuero tambin!—grit el comisario.</p> - -<p>Y apretando las piernas su caballo enardecido -por la brega, tom todo galope en direccin -Pago Chico, que no estaba lejos ya.</p> - -<p>Segundo, bambolendose en la grupa del caballo -de un vigilante, con una nube en los ojos, la -cabeza trastornada y los miembros molidos, balbuca:</p> - -<p>—Por la virgen santa!... Por la virgen -santa!...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_106" id="Page_106">[Pg 106]</a></span></p> - -<p>El agente, fastidiado por aquella dolorosa y -continua letana, volvise por fin colrico:</p> - -<p>—De qu te quejs? Tens lo que merecs y -nada ms! qu andas robando animales?...</p> - -<p>Segundo hizo un esfuerzo:</p> - -<p>—Era la primera vez,—murmur,—la primerita! -Encontr esa vaquillona muerta... Mandinga -me tent... la cueri... Pero es la primera vez, -por stas...—y poniendo las manos en cruz, se -las besaba...</p> - -<p>—Ya t'endenders con el juez!... Lo qu'es - m, man... No me vengs con agachadas, ch!</p> - -<p>El sol comenzaba materialmente rajar la tierra -cuando llegaron la comisara, baados en -sudor hombres y caballos. La naturaleza entera -pareca jadear bajo los rayos de plomo y el viento -del norte, cargado de arena y quemaba como el hlito -de la boca de un horno. Las hojas de los rboles, -achicharradas, crujan al agitarse, como pedazos -de papel. Pago Chico entero estaba metido en su -casa. El comisario, en la oficina, se refrescaba con -una pantalla, en mangas de camisa, tomando mate -amargo que asentaba con un traguito de ginebra, -p'al calor. Haba llegado mucho antes que su -escolta, montada en inservibles matungos patrias, -ms inservibles an con aquella temperatura trrida.</p> - -<p>—Ah est el preso!—le anunci el asistente, -cuadrndosele.</p> - -<p>—Bueno! Que le pongan el cuero de poncho, -y lo hagan pasear por la plaza hasta nueva orden!—grit -Barraba.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_107" id="Page_107">[Pg 107]</a></span></p> - -<p>La plaza era, como es sabido, un inmenso terreno -de dos manzanas, sin un rbol, sin una planta, -sin una matita de pasto, en que el sol derramaba -torrentes de fuego, como si quisiera convertir -en ladrillo aquella tierra plana igual, desolada y -estril.</p> - -<p>El comisario sali en mangas de camisa, con el -mate en la mano, presenciar el cumplimiento de -su orden.</p> - -<p>El cuero, fresco y blando, fu desdoblado; con -un cuchillo hzosele en el centro un tajo de unos -treinta y cinco centmetros de largo... Segundo fu -conducido al patio, donde se ejecutaba esta operacin; -casi no poda tenerse en pie... Lo obligaron - meter la cabeza por el boquete del cuero, y uno -de los agentes alis con cuidado los pliegues, ajustndolos -al cuerpo.</p> - -<p>—Lindo poncho fresco... de verano!—exclam -Barraba, chancendose alegre y amablemente.</p> - -<p>Los que estaban en el patio,—y sobre todo el escribiente -Benito aqul que era ms bruto que -un par de botas—festejaron el chiste del superior, -riendo con ms menos estrpito... segn la jerarqua.</p> - -<p>Segundo callaba, sin darse cuenta an de lo -que iba suceder. Por delante y por detrs, el improvisado -poncho llegbale los pies; ambos lados, -partiendo de los hombros, se abra como una -especie de esclavina.</p> - -<p>—Bueno, marche!—mand el comisario.—Y -con centinela de vista! Que no se pare; y si se para, -dle lazazo no ms!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_108" id="Page_108">[Pg 108]</a></span></p> - -<p>El viejo sali tropezando, seguido por un vigilante. -Cruzaron la calle, entraron en la plaza y comenz -el paseo... En los primeros momentos, las -cosas no anduvieron demasiado mal. Uno que otro -vecino, asomado por casualidad, y viendo el inslito -aspecto del hombre vestido con tan extrao -poncho, se apresur inquirir de qu se trataba. -La noticia cundi. Entreabrironse puertas y ventanas, -dejronse ver cabezas de hombres, mujeres -y nios; un rato despus comenzaron formarse -grupos en las aceras con sombra, y volar comentarios -de unos otros:</p> - -<p>—Es Segundo.</p> - -<p>—Pobre! y qu ha hecho?</p> - -<p>—Parece que lo han pillau robando animales...</p> - -<p>—l? Bah! no es capaz!</p> - -<p>—Un viejo infeliz!</p> - -<p>—Qu quiere, amigo! La soga se corta por lo -ms delgao!</p> - -<p>Pago Chico entero no tard en hallarse reunido -alrededor de la plaza, y el gento era an ms numeroso -que el da de la fracasada ascensin del -globo aerosttico. No qued un perro en su casa, y -en el mbito asoleado zurra un zumbido de colmena.</p> - -<p>El paseo de Segundo continuaba haca ya una -hora. El desdichado intent detenerse una dos -veces, pero el activo rebenque hizo desvanecer sus -ilusiones de descanso... El sudor corra por su rostro, -mezclado con la sangre coagulada que disolva, -flaquebanle las piernas, y comenzaba sentirse -estrecho en el poncho de cuero, poco antes<span class="pagenum"><a name="Page_109" id="Page_109">[Pg 109]</a></span> -tan holgado. ste, en efecto, secndose rpidamente -con el sol,—harto rpidamente, pues para ello -se haba cuidado de poner el pelo hacia adentro,—iba -poco poco oprimindolo por todas partes, -como un ajustado retobo, hasta obligarlo acortar -el paso. Y su interminable viaje segua, en medio -de aquella atmsfera de fuego, bajo las miradas -de la multitud, que empezaba indignarse y - dejar oir murmullos irritados... Ya se haban relevado -tres agentes, muertos de calor, pero la marcha -continuaba, implacable, y el poncho segua -estrechndose, estrechndose, impidiendo todo -movimiento que no fuese el cada vez ms corto de -los pies del triste torturado, hacindole crujir los -huesos.</p> - -<p>—Basta! Basta!—gritaron algunas voces.</p> - -<p>—Basta! Basta!—repetan algunas otras de vez -en cuando.</p> - -<p>El gento, sobrecogido, olvidaba el calor. Segundo -haba pedido agua muchas veces, con voz -apagada y balbuciente de moribundo. Un vecino, -ms caritativo y menos temeroso que los dems, le -di de beber. Al relevarse el centinela, el comisario -orden al que iba hacer la nueva guardia:</p> - -<p>—Que nadie se acerque al preso!</p> - -<p>Al martirio del cuero, que ya amenazaba desconyuntarlo, -agregse entonces la tortura de la -sed...</p> - -<p>Varias personas caracterizadas se presentaron - Barraba, pidindole que hiciera cesar el suplicio. -Barraba se ech reir.</p> - -<p>—De qu se queja? Tiene poncho fresco... de<span class="pagenum"><a name="Page_110" id="Page_110">[Pg 110]</a></span> -verano!... Dejen, que as aprender carnear -ajeno!...</p> - -<p>—Pero, seor comisario...—le suplicaron.</p> - -<p>—Bueno! y ura salimos con sas?... Y no -andan ustedes mismos diciendo que hay que darles -un castigo ejemplar los cuatreros?...</p> - -<p>—Segundo es un infeliz, y...</p> - -<p>—No hay infeliz que valga!</p> - -<p>—Y creemos que el juez!...</p> - -<p>—Basta! Callens la boca! Aqu mando yo, -caray! Por quin me han tomau, y qu se piensan?...</p> - -<p>Cuando los postulantes salieron, Segundo rodaba -desmayado entre el polvo, tieso como un -tronco seco, rgido, aprensado en los tenaces y rudos -pliegues rectos del cuero, que le penetraban -en las carnes. Haba soportado el atroz suplicio -sin lanzar un ay, mientras tuvo fuerzas para mantenerse -en pie...</p> - -<p>Hubo que sacarle el poncho cortndolo con cuchillo. -De la plaza se le llev casi agonizante al -hospital.</p> - -<p>Barraba rea con los suyos en la oficina:</p> - -<p>—Poncho de verano! qu gracioso!... Miren -qu poncho de verano...</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>Prrafo del editorial aparecido al da siguiente -en <cite>El Justiciero</cite>, peridico oficial de Pago -Chico.</p> - -<p>El comisario Barraba ha satisfecho ampliamente -la vindicta pblica y merece el aplauso de -todas las personas honradas, pues la terrible y me<span class="pagenum"><a name="Page_111" id="Page_111">[Pg 111]</a></span>recida -leccin que acaba de dar los cuatreros -har que cesen para siempre los robos de hacienda, -aunque algunos la tachen de cruel y arbitraria, -amigos como son de la impunidad. Siempre -que extirpe un vicio vergonzoso y perjudicial, una -aparente arbitrariedad es evidente buena accin!.</p> - -<hr class="r5" /> - -<p>Dos meses despus Segundo estaba en Sierra -Chica, su familia en la miseria y el seor comisario -se compraba otra casa...</p> - -<hr class="r5" /> - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_112" id="Page_112">[Pg 112]</a><br /><a name="Page_113" id="Page_113">[Pg 113]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">PARA BARRABASADAS...</h2> - - -<p>Cunta serenata y qu golpear de puertas! Pago -Chico est desatado y mientras en el Club los -patricios hacen destapar mucho vino espumante y -un poco de champaa, entre risas, dicharachos y -brindis, de las trastiendas de los almacenes y de -los despachos de bebidas salen cantos broncos y -desafinados en que se distingue algn te l'ho -detto tante volte... acompasadas y estrepitosas -vociferaciones de morra, como martillazos secos, - la algaraba de alguna disputa nacida entre oladas -de carln.</p> - -<p>Por las calles vagan grupos de obreros con -acorden y guitarra, y de jvenes calaveras, al uso -pagochiquense, que repican los llamadores, se -cuelgan de las campanillas, hacen ronga-catonga -alrededor de algn infeliz que se retira tropezando, -medio chispo, y producen tal alboroto que parecen -legin cuando son apenas un puado.</p> - -<p>stos se divierten apedreando las ventanas del -Juez de Paz,—sabindolo en el Club,—guarecidos -tras de la tapia de un terreno baldio; aqullos han -atado un tarro de petrleo la cola del perro de<span class="pagenum"><a name="Page_114" id="Page_114">[Pg 114]</a></span> -Silvestre, y all va el pobre animal como una exhalacin -hasta el confn del pueblo, despertando -las supersticiosas comadres de los ranchos que se -santiguan aterradas; los de ms all, inspirados -por el hijo de Bermdez, mozo diablo cuya viveza -es legendaria, han puesto en prctica la genial -idea de descolgar el letrero de Madama Grandenfant, -la partera,—cuadro que representa una -mujer de palo, vestida de hojalata, sacando un feto -rojo de un rbano recortado en forma de rosa,—y -colgarlo en la puerta del cura, que echar pestes -sin saber quin debe tal bromazo.</p> - -<p>Al Club del Progreso, con motivo de tan magna -fiesta, han acudido tirios y troyanos, pesar de -las terribles disensiones. Hay armisticio, y el mismo -comisario Barraba se ha dignado hacer acto de -presencia—muy campechano,—y codearse breves -momentos con la oposicin.</p> - -<p>El Club est momentneamente en poder de -los opositores. El caso es que las cuestiones polticas -le hicieron mucho dao, y la divisin estuvo -punto de provocar su clausura, porque nadie pagaba -la cuota mensual,—sobre todo entre los oficialistas, -vulgo carneros,—y la falta de fondos -no ha permitido dar una tertulia, como en aos -anteriores...</p> - -<p>Esto no puede impedir, sin embargo, que la -gente se divierta.</p> - -<p>En efecto, apenas dan las doce campanadas, saludadas -con sendas copas de vino (muchos no -pueden realizar la proeza, por falta de estmago -por falta de cobres), y apenas el licor empieza su<span class="pagenum"><a name="Page_115" id="Page_115">[Pg 115]</a></span> -marcha ascendente, hacia las alturas del crneo, -Mussio se sienta al piano y la emprende con un -vals saltado que pone en movimiento los ms -jaranistas y bailarines. No hay mujeres, naturalmente.</p> - -<p>—Pan con pan comida de bobos!—exclama -con sarcasmo Viera, el director de <cite>La Pampa</cite>.</p> - -<p>Pero despus de un par de brindis suplementarios, -l tambin se enlaza con Silvestre, y es de -ver los dos, dando vueltas vertiginosas y llevndose -por delante los muebles enfundados del saln, -las sillas, el piano, los consocios mismos.</p> - -<p>El piano chilla, ladra, malla, se queja; saltan -como pistoletazos los tapones del vino espumante; -un espectador lleva atronadoramente el comps -con los pies, el bastn, las patas de la silla, otro -tararea el vals destiempo; el de ms all reclama -un poco de silencio para lanzar un brindis de -circunstancias; los jugadores de billar se asoman - la puerta que comunica con la sala de juego, risueos -y enrojecidos, con el taco en la mano; los -mozos y el capataz corren de un lado otro, y en -las ventanas de la calle aparece vichando con curiosidad -y estupor, algn transente retardado -quien sorprende aquella inusitada barahunda y -que maana desprestigiar todo lo mejor de -Pago Chico, entregado as la ms escandalosa y -abyecta orga.</p> - -<p>El de los brindis logra por fin hacerse escuchar, -y apenas concluye sus votos de prosperidad, -dicha y bienandanza con un ao nuevo vida -nueva, lleno de modernismo, estalla la ms for<span class="pagenum"><a name="Page_116" id="Page_116">[Pg 116]</a></span>midable -cencerrada que orejas pagochiquenses hayan -odo jams. El orador, mohino, se desliza hacia -el buffet para reponerse del mal rato, mientras -los dems continan cacareando, ladrando, maullando, -rebuznando echando los pulmones en -alguna otra forma original.</p> - -<p>En esto, como si la empujara el pampero en -persona, brese de par en par la puerta del Club -y entra desalado el oficial de polica, produciendo -en los presentes, hasta en los ms entusiasmados, -la impresin acongojada de que acaba de ocurrir -algo muy grave, alguna desgracia, algn cataclismo...</p> - -<p>Como por encanto reina en el Club entero un -silencio pavoroso.</p> - -<p>—Seor comisario!—dice el oficial en voz -baja, acercndose Barraba.—El ro Chico est -desbordandose y amenaza inundar el pueblo. Qu -se hace?</p> - -<p>Barraba ahoga una interjeccin de las suyas, -parece meditar un segundo, y luego grita, perentoriamente -y con voz de trueno, como un general -que toma disposiciones en el momento decisivo de -la batalla:</p> - -<p>—Arme el piquete! Vaya paso de trote! Mndeme -el caballo! Yo voy en seguida!</p> - -<p>El silencio se hizo tan solemne y trgico, que -todos se volvieron indignados hacia Silvestre que -haba odo y se sonaba ruidosamente las narices -para no estallar en una carcajada.</p> - -<p>—Revolucin!</p> - -<p>—Ataque la comisara!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_117" id="Page_117">[Pg 117]</a></span></p> - -<p>—Invasin!</p> - -<p>No se escuchaba otra cosa cuando los concurrentes -comenzaron animarse, una vez fuera el misterioso -Barraba.</p> - -<p>El boticario les di la clave del enigma, pero no -consigui desarrugar los ceos. Una inundacin! -Canario!...</p> - -<p>Slo al da siguiente, cuando se vi que el Chico -no sala de madre ni pensaba tal cosa, por la -escasez de recursos que lo mantena sometido la -familia, con agua apenas para regar las quintas de -los prohombres oficiales, estall del uno al otro extremo -del Pago la homrica carcajada que Silvestre -ataj la noche antes con el pauelo.</p> - -<p>El comisario haba inaugurado bien el ao nuevo, -y por eso sigue dicindose en nuestra tierra:</p> - -<p>—Para barrabasadas, Barraba!...</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_118" id="Page_118">[Pg 118]</a><br /><a name="Page_119" id="Page_119">[Pg 119]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">LOS PATOS</h2> - - -<p>Era la tarde del 31 de Diciembre. Ruiz, el tenedor -de libros de una importante casa de comercio—aquel -espaolito capaz y relativamente instruido -que acababa de llegar al pueblo, despus de -una escala en Buenos Aires, provisto de calurosas -recomendaciones para su compatriota el doctor -don Francisco Prez y Cueto, que no tard en -procurarle la susodicha ubicacin—se hallaba, -como de costumbre, en la frecuentada trastienda -de la botica de Silvestre, sorbiendo el mate que -cebaba Rufo, el nunca bien ponderado pen criollo -del criollo farmacutico.</p> - -<p>Merced su irresistible don de gentes, el boticario -era ya ntimo amigo del tenedor de libros, -quien haba enseado en pocas semanas tomar -mate—como se ha visto,— jugar al truco y opinar -sobre poltica, tarea esta ltima siempre fcil -y agradable para un espaol. El aprendizaje de -las otras dos, y sobre todo de la primera, haba -costado mayor esfuerzo...</p> - -<p>Ruiz, pesar de su renegrido bigote, de sus<span class="pagenum"><a name="Page_120" id="Page_120">[Pg 120]</a></span> -ojos negros y brillantes y de su continente resuelto, -no saba andar caballo ni conducir un carruaje—observacin -que no parece venir cuento, -pero que es imprescindible sin embargo,—de modo -que, los domingos, cuando obtena prestado el tlbury -de su patrn vease en la obligacin de buscar -compaero ayudante que lo sacara de posibles -apuros. Su primer invitacin iba siempre enderezada - Silvestre, cuya obligada respuesta era:</p> - -<p>—No puedo abandonar la botica Como te supons!...</p> - -<p>Porque ya se trataban t por t,— t por vos, -para ser ms exacto— pesar de lo reciente de la -relacin.</p> - -<p>Y lo curioso es que no pudiendo abandonar la -botica, Silvestre andaba siempre merodeando por -el barrio, caza en difusin de noticias, aunque -Rufo no estuviera para cuidarle los potingues... -Ante la voluntad negativa, Ruiz que se pasaba all -las largas horas en que el Mayor, el Diario y la -Caja no reclamaban la esgrima de su pluma, permaneca -un rato en silencio, hablando de cosas -indiferentes, para terminar insinuando:</p> - -<p>—Rufo, no podra acompaarme?</p> - -<p>—Como no! Que vaya no ms!</p> - -<p>Y casi todos los domingos ambos montaban al -tlbury, empuaba las riendas Rufo, y al trote del -moro, all iban los dos por esas calles, dando vueltas -y ms vueltas, hasta cansarse de mirar muchachas -en las puertas, para salir entonces dar largos -paseos por las quintas sin rboles y las chacras -sin sembrados.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_121" id="Page_121">[Pg 121]</a></span></p> - -<p>Ahora bien, aquella tarde del 31 de Diciembre, -y como le consta al lector, terminado el inacabable -machaqueo de la pomada mercurial, y el sempiterno -lavado de frascos y botellas gran fuerza de -municin, Rufo acarreaba mate la trastienda, en -que Silvestre y Ruiz departan mano mano.</p> - -<p>—Maana es primero de ao... qu piensas hacer?—pregunt -de pronto el tenedor de libros.</p> - -<p>—Yo?... Ya sabs que no puedo abandonar la -botica!...</p> - -<p>—Pues yo pienso salir de caza, en el tlbury, -as como te lo digo.</p> - -<p>— cazar qu?</p> - -<p>—Patos, hombre, patos! No sera excelente -un guisado de pato para festejar el ao nuevo?</p> - -<p>—S, pero tens que ir muy lejos...</p> - -<p>—Qui!</p> - -<p>—No hay patos por aqu. Estn muy perseguidos, -se han puesto matrerazos y no se encuentran -ms que en los lagunones del Sauce y muy arriba -del ro Chico...</p> - -<p>—Que no?... Pues pululan!... Dej que Rufo -me acompae, y en dos tres horas me comprometo - traerte un par de docenas... Los comeremos -maana mismo!...</p> - -<p>—Qu vas trer! Si no hay un pato ni p'a un -remedio por aqu...</p> - -<p>Ruiz medio sulfurado, se encar entonces con -Rufo, que entraba llevando el mate:</p> - -<p>—No hemos visto centenares de patos el domingo, -cuando salimos en el tlbury?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_122" id="Page_122">[Pg 122]</a></span></p> - -<p>Rufo sonri con sonrisa indefinible, y contest -muy afirmativo:</p> - -<p>—Negriaban, s, seor... Hasta en los charquitos...</p> - -<p>—No puede ser!—exclam Silvestre, incrdulo; -y en seguida apel su sistema predilecto:—Te -apuesto que no tris ni cinco en todo el da.</p> - -<p>—Apostado! Qu jugaremos?</p> - -<p>—Que si cazs cinco patos, yo pago el vino -bueno, los postres y el champn para nosotros y -tres amigos ms; si no cazs nada menos de -cinco, vos pags una buena comida en lo de Crmine... -Te conviene?</p> - -<p>—Va apostado!</p> - -<p>Era an temprano, el pueblo dorma, cantaban -los pjaros, y el sol bajo el horizonte iluminaba -ya blandamente la tierra, cuando Rufo fu buscar - Ruiz con el tlbury tirado por el moro.</p> - -<p>El criollito socarrn iba tan alegre que el ltigo -chasqueaba en su mano como petardos, pesar -de que el moro llevara un trote bastante gil en el -aire vivo de la maana.</p> - -<p>El tenedor de libros estaba vestido y aguardaba -ya, armado hasta los dientes, con escopeta de -dos caones, cuchillo de caza, morral, cinturn y -cartuchera con ms de cien cartuchos cuidadosamente -cargados.</p> - -<p>Salieron y ya pocas cuadras del pueblo comenz -el tiroteo—pim, pam; pim pam!—y el caer -de patos era una maravilla. Mansos, mansitos los -animales se dejaban acercar bien tiro, casi sin -moverse junto la misma orilla, y cuando uno<span class="pagenum"><a name="Page_123" id="Page_123">[Pg 123]</a></span> -quedaba espachurrado y flotando sobre el agua -cenagosa de los pantanos, los otros parecan ms -sorprendidos que espantados por aquel estrpito y -aquella matanza, como si nunca se les hubiese hecho -un disparo... Despus, convencidos de la abierta -hostilidad, tendran el vuelo bajito levantando el -agua con las patas, como si navegaran hlice, -iban detenerse poco ms lejos, de tal manera -que el tlbury, hbilmente dirigido por Rufo, no -tardaba en dejarlos tiro otra vez...</p> - -<p>Y pim, pam; pim pam! la escopeta de Ruiz -continuaba el estrago, amenazando dejar sin patos -la comarca entera. Uno, dos, diez, veinte, cuarenta. -Cuarenta patos mat esa maana el cazador -forzudo delante del Seor, sin haber tenido -siquiera que bajarse del tlbury!</p> - -<p>Los ojos le brillaban de jbilo y entusiasmo.</p> - -<p>Aquel xito colosal lo haba puesto tan nervioso -que hasta marr algunos tiros, seguros sin -embargo, con el apresuramiento y la avidez...</p> - -<p>Cuando lleg los cuarenta patos era an -temprano y Rufo cada vez ms satisfecho, rebosndole -la alegra por todos los poros, quera que -continuase la hecatombe. Ruiz modestamente se -neg, quiz apiadado de los inocentes palmpedos.</p> - -<p>—Llevo ocho veces ms de lo necesario para -ganar la apuesta. Ocho veces!... Silvestre va -trinar.</p> - -<p>Se detuvieron la puerta misma de la botica, -y Rufo comenz bajar del tlbury y introducir -en el despacho el producto de la milagrosa cacera. -Silvestre estaba en la trastienda, dale que le<span class="pagenum"><a name="Page_124" id="Page_124">[Pg 124]</a></span> -das al pildorero, preparando una de las fructferas -recetas de aqua fontis y mica panis que extenda -el Dr. Carbonero, enemigo de la farmacopea, -ms no de la voluntad de los clientes que -no queran curarse sin remedios. Pero ante la -algazara de Ruiz, que bailaba y cantaba castaeteando -los dedos, en una ruidosa prrica al rededor -de los patos, no pudo menos que abandonarlo -todo y precipitarse la tienda para ver aquello...</p> - -<p>En el patio se oa un desordenado repiqueteo -de almirez. Con desusado celo, como si una terrible -urgencia lo impulsara, Rufo machacaba febrilmente -la pomada mercurial, hecha ya sin embargo. -Y acompaando el redoble del mortero, sonaba -algo entre regao y risa reprimida.</p> - -<p>Una carcajada homrica sacudi de pies -cabeza Silvestre, en cuanto se vi delante del -informe montn de los cuarenta patos; y sin dar -tiempo que Ruiz volviera de su asombro, habase -lanzado como una flecha, atravesado la calle -y entrado como un ventarrn en la imprenta de -<cite>La Pampa</cite>, en cuyo interior siguieron estallando -sus inextinguibles risotadas.</p> - -<p>Ruiz, perplejo, se haba quedado inmvil y -aturdido, en medio de la farmacia, con la boca -entreabierta y los brazos colgando frente su -botn cinegtico.</p> - -<p>Siguiendo Silvestre, apareci Viera, director -de <cite>La Pampa</cite>, y el administrador, y los cajistas, y -luego otros ms, atrados por el ruido y el movimiento, -hasta formar cola la puerta.</p> - -<p>Y el boticario indino continuaba en sus car<span class="pagenum"><a name="Page_125" id="Page_125">[Pg 125]</a></span>cajadas, -interrumpindose slo para exclamar:</p> - -<p>—Miren los patos que ha cazado Ruiz! Miren -los patos p'ao nuevo que ha cazado Ruiz!...</p> - -<p>Y el pblico le haca coro, y all en el patio el -repique del almirez adquira sonoridades de campana -echada vuelo.</p> - -<p>Ruiz quera hablar, desconcertado, llorando -casi con aquella burla inacabable; pero las risas, -las exclamaciones y los chascarrillos no lo dejan -meter baza, ni averiguar la causa de semejante -tremolina. Por fin oy la clave del enigma:</p> - -<p>—Son gallaretas!</p> - -<p>Y aunque no supiese lo que es una gallareta, -comprendiendo que haba cazado gato por liebre, -tom el sombrero, abrise paso, trep al tlbury y -manejando por primera vez de su vida, puso al -moro al trote largo para escapar de las risotadas, -cuyo eco lo persigui hasta volver una esquina...</p> - -<p>Pasada la primera impresin y disuelto el corro, -Silvestre crey prudente reprender Rufo, por honor -de la jerarqua. Al fin Ruiz era su amigo...</p> - -<p>—Por qu lo has dejado matar tanta gallareta?</p> - -<p>—P'a que aprienda, pues!</p> - -<p>—Tambin hubiese aprendido si le hubieras -dicho antes...</p> - -<p>—Qu'esperanza, patrn! No est viendo que -se poda haber olvidau...? Y lo qu'es ura, no se -olvida ni tiros!...</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_126" id="Page_126">[Pg 126]</a><br /><a name="Page_127" id="Page_127">[Pg 127]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">METAMORFOSIS</h2> - - -<p>Terminada la tarea de los recibos para fin de -mes, don Lucas Ortega se dispuso salir en busca -de las noticias municipales y policiales, pesar de -la opinin del regente.</p> - -<p>—No hay que descuidarse!—le haba dicho -ste—Manolito nos la ha jurado, y es capaz de -cualquier barbaridad.</p> - -<p>Don Lucas psose el sombrero, tom como de -costumbre su bastn de estoque, y sali las calles -silenciosas de Pago Chico en plena siesta, dicindose -que l no se meta con nadie, y que mal poda -nadie meterse con l. Olvidaba el pobre y manso -administrador y reporter de <cite>El Justiciero</cite> una -malhadada y peligrosa modalidad de su carcter: -la inclinacin darse lustre.</p> - -<p>Llegado muy joven de la Corua, D. Lucas no -haba sido siempre periodista, como se declaraba -enfticamente. La instruccin recibida en una -escuela de lugar, no le di para tanto en los primeros -aos. Se estren con toda modestia en una<span class="pagenum"><a name="Page_128" id="Page_128">[Pg 128]</a></span> -trastienda de almacn, despachando copas; luego -ascendi vendedor, y ms tarde habilitado; -los diez doce aos de estar en la casa, ya era socio, - los quince pudo establecerse por su cuenta, -en pequea escala... Pero de pronto, cuando ya esperaba -reunir una fortunita y todo el mundo le -llamaba don Lucas (el don le qued para siempre) -sobrevino una crisis, los deudores no pagaban, los -acreedores se le echaban encima, y desde lo alto -del que creyera inconmovible pedestal, rod nuestro -hroe, se encontr en la calle, y rodando, rodando, -lleg por fin Pago Chico, y encall en la -administracin de <cite>El Justiciero</cite>.</p> - -<p>En tan deslumbrante posicin comenz para -l otra era de grandeza, no ya material y pecuniaria, -sino social intelectual, cosa que estimaba -muchsimo ms, aunque veces lamentara sus -solas el sueldo escaso y tardo, y la brillante miseria.</p> - -<p>Pero, eso s, haba crecido, se haba agigantado -en su propio concepto, y crea que tambin en -el de los dems. Pago Chico deba considerarlo -un personaje, puesto que, como periodista, tena -la facultad de opinar, de juzgar, de condenar ante -el tribunal del pueblo.</p> - -<p>Afable, atento, servicial, hasta servl mientras -fu dependiente, y aun siendo patrn, cuando el -parroquiano era considerable, no haba perdido -estas condiciones, como no perdi tampoco la bondad, -que constitua el fondo de su carcter. Pero -haba cambiado de forma. Ebrio de grandeza, era -familiar con aquellos magnates del pago que se lo<span class="pagenum"><a name="Page_129" id="Page_129">[Pg 129]</a></span> -permitan; risueo y atrevido con las seoras ante -las que pavoneaba su pequea estatura; grave y -taciturno con la gente de poca importancia; autoritario -y altanero con la plebe; condescendientemente -accesible para sus subalternos de la imprenta. -Hablaba siempre en discurso, como deca -Silvestre, pero estaba tan lejos de ser malo que, - juicio de todo el mundo, era incapaz de matar -una mosca.</p> - -<p>No era valiente tampoco; pero la conviccin de -su insignificancia, persistiendo tan oculta all en -lo ntimo, que l mismo apenas la vislumbraba, -veces tena, si no otra, la virtud de hacerlo tranquilo -y confiado. De modo que aquella tarde sali -tan sin preocupaciones como siempre (el estoque -era un regalo del director, que le haba dicho al -ofrecrselo: Un periodista en campaa no debe -andar nunca desarmado!), pesar de que <cite>El Justiciero</cite> -acabase de publicar la siguiente feroz cada.</p> - -<p><em>Escndalo.</em>—El Moreirita M. P., que con sus -calaveradas y fechoras ya tiene indignado todo -el mundo de Pago Chico, promovi ayer un descomunal -escndalo en cierta casa de los suburbios, -rompiendo vasos y espejos y apaleando mujeres, -hasta que por fin intervino la polica que -hara bien una vez por todas en apretarle las clavijas -al mocito que se prevale de su familia para -hacer cuantas atrocidades le da la gana. Sin embargo, -no fu ni llevado la comisara siquiera, y -nos extraa mucho que el comisario Barraba, despus -del atropello de ayer, todava no lo haya metido - secar en un calabozo para que otra vez apren<span class="pagenum"><a name="Page_130" id="Page_130">[Pg 130]</a></span>da, -no siga dando mal ejemplo y fomentando la -compadrada de los dems muchachos del pueblo.</p> - -<p>No extraar esta filpica del oficialista <em>Justiciero</em>, -si se tiene en cuenta que el director andaba -otra vez en coqueteras con las autoridades para -ver de sacarles mayor tajada, pues iban necesitarlo -para las elecciones. Y el suelto era justo, porque -la tolerancia para los desmanes del joven Manuel -Prez pasaba de raya, y era una amenaza general, -pues el rico ignorante pillete se engrea y -ensoberbeca con la impunidad.</p> - -<p>En cuanto D. Lucas, confiaba demasiado. l -no haba escrito el suelto, es verdad. Se le permita -lucubrar muy pocas veces; desde que se inclin -ante la tumba del deplorable vecino D. Fulano, -y dijo cuando la muerte de la madre de Bermdez, -china nonagenaria, que la distinguida matrona -haba fallecido en la flor de su edad. -Pero l, en cambio, para desquitarse, atribuase -con desparpajo singular, siempre que le era posible, -cuanto artculo, suelto noticia publicaba <cite>El -Justiciero</cite>, de modo que todo el mundo acab por -creer siquiera en su colaboracin.</p> - -<p>Marchaba, pues, con paso deliberado, echndose -para atrs, salido el vientre, la cabeza erguida, -agigantada en su concepto la corta estatura, -mientras bajo la espalda evolucionaban burlonamente -los largos faldones de su jaquet; y no haba -andado dos cuadras, cuando se qued fro, corrile -un cosquilleo de la nuca los pies, y slo merced - un heroico esfuerzo pudo llevarse la mano -trmula al bigote y erguirse casi hasta caer de es<span class="pagenum"><a name="Page_131" id="Page_131">[Pg 131]</a></span>paldas... -Manuelito Prez se adelantaba rpido y -colrico hacia l, con un ejemplar de <cite>El Justiciero</cite> -en la mano.</p> - -<p>—Quin ha escrito esta noticia?—pregunt el -jovenzuelo con voz reconcentrada y amenazadora -en cuanto estuvo su lado.</p> - -<p>Un velo pas por los ojos de D. Lucas; sinti -que se le aflojaban las piernas, pero haciendo de -tripas corazn:</p> - -<p>—No s!—contest secamente.</p> - -<p>—Qu no ha de saber!</p> - -<p>—No s!</p> - -<p>—Ust no ms ser, gallego!</p> - -<p>—Y si fuera...—acert, lvido, balbucir don -Lucas.</p> - -<p>—Ahora ver!</p> - -<p>Y Manuelito, echando atrs la pierna derecha, -llev la mano la cintura. Trmulo, D. Lucas -retrocedi y desenvain el virgen estoque, buscando -con la vista una persona que lo auxiliase -en la calle solitaria abrasada por el sol, un objeto, -el hueco de una puerta en que parapetarse... Pero -no tuvo tiempo para nada. Oy una detonacin -clara y seca, sinti un golpecito en el pecho, y al -rodar por la acera, vi como en un escenario al -bajarse rpidamente el teln, que Prez corra -con un revlver, en cuyo extremo flotaba una vedijita -de algodn, y que algunos vecinos se asomaban -alarmados. Y se desmay.</p> - -<p>...La grita de los peridicos—la prensa local,—y -especialmente de <cite>El Justiciero</cite>, fu tan -grande, que la polica se vi obligada proceder,<span class="pagenum"><a name="Page_132" id="Page_132">[Pg 132]</a></span> -descubriendo, una semana ms tarde, el escondite -de Manuelito, conocido por todo el mundo desde -el primer da. Y el jovenzuelo fu dar La -Plata, con un sumario que pareca hecho por su -mismo abogado defensor...</p> - -<p>Ortega era, entretanto, objeto de las ms entusiastas -manifestaciones. <cite>El Justiciero</cite> narraba extensamente -los detalles del combate, en que su -administrador, heroico, haba perdonado ya la -vida al asesino que tena en la punta del estoque, -cuando ste, retirndose vencido, le haba alevosa -y traidoramente disparado un tiro de revlver. -Y en seguida hablaba del sacerdocio de la prensa, -de los sacrificios hechos en aras del pueblo, de la -ingratitud, que generalmente es la nica corona -de los mrtires que ofrecen en holocausto por el -bien pblico toda la generosa sangre de sus venas, -y patatn y patatn... Enorme xito, indescriptible -entusiasmo. La gente se agolpaba la imprenta.</p> - -<p>Al da siguiente, y en cuanto los doctores Fillipini -y Carbonero declararon que la herida no era -de gravedad y que el paciente poda recibir visitas—no -muchas la vez, ni demasiado charlatanas,—el -pobre cuartujo de Ortega, revuelto y srdido, -qued convertido en sitio de obligada y fervorosa -peregrinacin. D. Lucas haba ledo los diarios, se -haba extasiado con las ditirmbicas apologas de -<cite>El Justiciero</cite>, pero nada le produjo tan intensos -goces, tan frvido orgullo, como aquella continuada -procesin admirativa, en que figuraban los -hombres ms importantes de Pago Chico, y en -que ni siquiera faltaban damas,... como que un<span class="pagenum"><a name="Page_133" id="Page_133">[Pg 133]</a></span> -da se le apareci misia Gertrudis, la vieja esposa -del tesorero municipal, presidenta de las Damas -de Beneficencia...</p> - -<p>Cunto incienso recibi D. Lucas, visitado, -asistido, festejado, adulado por aquella muchedumbre, -ascendido de repente la categora de -grande hombre, de prcer, de redentor crucificado!... -Nadie le demostraba compasin, sin embargo; -todos se derretan de admiracin respetuosa, -prontos venerarlo, idolatrarlo. Tanto -valor, tanta abnegacin, tanta grandeza de alma! -Atreverse oponer un simple estoque una arma -de fuego, vencer al terrible enemigo, perdonarle -la vida!... Y todo por el pueblo!</p> - -<p>—Ahora comprendo—pensaba D. Lucas,—cmo -se repiten las hazaas peligrosas. Se puede ser -hroe!</p> - -<p>l lo era en su concepto. Lo fu algunos das -en el de los pagochiquenses. Porque ay! nada es -eterno, y la herida, tardando demasiado en cicatrizarse - causa de tantas emociones, di tiempo para -que el entusiasmo se enfriara poco poco antes de -que D. Lucas pudiera tenerse en pie. Cuando sali - la calle, su aventura era ya un hecho mtico, -desledo en las nieblas del pasado; nadie le daba -importancia, nadie haca alusin l.</p> - -<p>Pero Ortega no lo advirti: La embriaguez de -la apotesis haba sido tan intensa, que se convirti -en megalomana. Plido, demacrado, se paseaba -por el pueblo, pavonendose, convertido en -arco de tanto de echarse atrs, haciendo pininos -para erguirse y crecerse. Y miraba todos<span class="pagenum"><a name="Page_134" id="Page_134">[Pg 134]</a></span> -con soberanas sonrisas protectoras con gesto -avinagrado y despreciativo, segn qu fuera -aqul en quien se dignaba detener la vista.</p> - -<p>Periodista, sacerdote, mrtir, magnnimo, defensor -del pueblo, vctima del deber... S, todo eso -era muy hermoso; pero lo que ms lo enorgulleca -era su fama de valiente. Ser valiente en la tierra -del valor l!... Y se frotaba las manos y sonrea -de regocijo, convencido de su gloria.</p> - -<p>Desde entonces us revlver la cintura, no -dejndolo sino bajo la almohada, de noche, al -acostarse. Hablaba alto en el taller, en la administracin, -en la redaccin, en la calle, en el caf, en -el circo, hacindose notar, demostrando que no -abrigaba temor nada ni nadie. Cada frase suya -era una sentencia, aun ante el mismo director de -<cite>El Justiciero</cite>. Tena ademanes rotundos de caballero -andante pronto lanzarse contra una cuadrilla -de malandrines. El manso se haba convertido -en impulsivo, con el deschavetamiento del amor -propio exacerbado.</p> - -<p>—Es siempre malo que un sonso se le aparezca -un dijunto—solan decir algunos ms avisados, -al ver pasear Ortega con el sombrero en -la nuca y haciendo molinetes con el bastn.</p> - -<p>Silvestre vaticinaba algn futuro desmn, refunfuando -entre dientes al vislumbrar la silueta -del nobilsimo Quijote:</p> - -<p>—Decile un sonso que es guapo y lo vers -matarse golpes—uno de sus refranes favoritos, -slo que matarse resultaba en sus labios otra -cosa.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_135" id="Page_135">[Pg 135]</a></span></p> - -<p>Y el boticario criollo no dejaba de tener razn.</p> - -<p>Ortega acostumbraba tomar el vermouth vespertino -en la confitera de Crmine, con el estanciero -Gmez, el anglo americano White, famoso -por su fuerza herclea, el doctor Fillipini algunas veces, -y otros amigos.</p> - -<p>Un da que D. Lucas se haba retardado en la -imprenta, el acopiador Fernndez se acerc la -mesa, trabando conversacin de negocios con Gmez. -No estaban conformes en un punto... discutieron, -se acaloraron, pasaron las injurias... De -pronto Fernndez, ciego de ira, ponindose de pie, -alz la mano como para dar una bofetada su contrincante. -White, ms rpido, pudo evitar la realizacin -del hecho, asiendo Fernndez por los -brazos, de atrs. Gmez, blandiendo una silla, se -haba puesto en guardia, mientras su adversario -forcejeaba por desprenderse de las manos frreas -de White. La actitud del grupo era realmente amenazadora; -y la desgracia quiso que en ese momento -entrara Ortega...</p> - -<p>Ver aquello, y sin detenerse reflexionar ni qu -era, ni de parte de quin estaban la ventaja y la razn, -sacar el revlver de la cintura, fu todo uno para -el hroe novel que slo soaba batallas y victorias. -Y en menos de lo que se tarda en contarlo, hubo un -estampido, un poco de humo, un hombre muerto, y -el estupor pas batiendo las alas, petrificando los -actores y espectadores de aquel drama que slo haba -tenido desenlace, y que sera comedia no mediar -un cadaver.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_136" id="Page_136">[Pg 136]</a></span></p> - -<p>Y cuando se vi solo en la oficina de la comisara, -preso, con un homicidio encima, la prolongada -embriaguez del herosmo se desvaneci en -aquel pobre cerebro y don Lucas se ech llorar -como una criatura...</p> - -<hr class="r5" /> - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_137" id="Page_137">[Pg 137]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">CON LA HORMA DEL ZAPATO</h2> - - -<p>Tengo el honor y la satisfaccin de comunicar - usted, por orden del seor Intendente, que desde -la fecha queda suspendido y exonerado de su cargo -de subdirector y segundo mdico del Hospital -municipal, por razones de mejor servicio, y agradecindole -en nombre del municipio los servicios -prestados. Tengo el gusto de saludarlo con toda -consideracin, etc., etc.</p> - -<p>Lleg esta nota manos del doctor Fillipini al -da siguiente de la eleccin que consagr, por su -consejo, municipal Bermdez.</p> - -<p>—Mascalzone!—exclam, pensando en su protegido -de un minuto.</p> - -<p>Pero sin que el despecho le ofuscara el raciocinio, -sali de casa en busca del firmante de la nota -en primer lugar. Era ste el secretario de la Intendencia, -y poda aclararle muchos puntos, tiles -para sus manejos ulteriores. Le encontr tomando -caf y copa en la confitera de Crmine. Haciendo<span class="pagenum"><a name="Page_138" id="Page_138">[Pg 138]</a></span> -un grande esfuerzo, un acto heroico, pag la consumacin -y pidi otra vuelta.</p> - -<p>—Dgame, Bustos,—pregunt por fin;—por -qu me destituye don Domingo?</p> - -<p>—Hombre, no s!—contest el otro, paladeando -su ans, y no por sutileza ni reserva poltica, -sino por nebulosidad cerebral.</p> - -<p>Viera, caracterizndolo, haba publicado efectivamente, -haca poco, una parodia de la fabulilla -de Samaniego:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> -<div class="verse">Dijo Ferreiro Bustos</div> -<div class="verse ileft2">despus de olerlo:</div> -<div class="verse">—Tu cabeza es hermosa</div> -<div class="verse ileft2">pero sin seso.</div> -<div class="verse">Como ste hay muchos</div> -<div class="verse ileft3">que, aunque parecen hombres</div> -<div class="verse ileft2">slo son... Bustos!</div> -</div> -</div> - - -<p>—No sabe bueno! Pero dgame cmo fu,—insisti -Fillipini, en su jerga talo-argentina, seguro -de que por el hilo sacara el ovillo.—No le habl -nadie?</p> - -<p>—Nadie.</p> - -<p>—Le hizo escribir la nota as, sin ms ni ms?</p> - -<p>—S, mientras estaban votando...</p> - -<p>—Y nadie haba ido verlo?</p> - -<p>—Nadie ms que Gino, el pin de Crmine.</p> - -<p>—Y qu iba Gino?</p> - -<p>— nada. Le llevaba un papelito.</p> - -<p>Fillipini call, apur su taza, pag, sali y volvi - entrar por otra puerta, metindose hasta el -patio y las cocinas. All vi Gino, hecho una<span class="pagenum"><a name="Page_139" id="Page_139">[Pg 139]</a></span> -pringue, como que era el lavaplatos—el platero, -segn los chistosos pagochiquenses,—de la confitera -de Crmine.</p> - -<p>—Quin te di el papelito que le llevaste al intendente -el domingo?—preguntle en italiano.</p> - -<p>—Il signor notario,—contest Gino, mirando -su egregio compatriota con los ojos azorados y los -carrillos ms mofletudos y rojos que de costumbre.</p> - -<p>Fillipini, sin agregar palabra ni saludarlo siquiera, -sigui andando y sali por el portn de los -carruajes, encaminndose al Club del Progreso.</p> - -<p>All se sent, ponindose sacar un solitario, -indiferente y tranquilo en apariencia, pero sin que -nada escapara sus ojos avizores. Ni aun cuando -entr Ferreiro se le conmovi un msculo de la -cara, blanca, impasible, rebosante de salud y de -satisfaccin. Pero poco abandon el solitario, y -evolucionando lentamente entre los grupos de jugadores -y desocupados, acab por hallarse, como -deseaba, mano mano con Ferreiro.</p> - -<p>Los dos zorros viejos se saludaron casi cariosamente, -en apariencia sin aludir al suceso de que -eran primeros actores; pero Fillipini no tard en -lanzarse la carga:</p> - -<p>—No sabe? Don Domingo me ha destituido...</p> - -<p>—No diga! De veras?</p> - -<p>—S, seor. Me ha destituido... Pero no me importa -mucho, porque eso no puede quedar as...</p> - -<p>—Pero por qu? Cmo es eso?</p> - -<p>—Pavadas! El pobre no sabe lo que hace.</p> - -<p>—Diga, pues, doctor; que, si yo puedo...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_140" id="Page_140">[Pg 140]</a></span></p> - -<p>Fillipini, sonrindose, mir la hora en su reloj -de bolsillo, muy calmoso, muy dueo de s mismo; -y luego, mirando Ferreiro bien en los ojos, -dijo con buen humor:</p> - -<p>—Claro que puede! Usted y el doctor Carbonero -se apresurarn defenderme. Se necesita ser -muy cretino para portarse as con un hombre -como yo.</p> - -<p>Ferreiro pulsaba al gringo, sorprendido de -tanta soltura, de tanta desfachatez, y pensando:</p> - -<p>—Si se habr encontrado topate con te toparas!</p> - -<p>Pero quiso darse cuenta exacta de los puntos -que calzaba su contrincante, y despus de un segundo -de silencio, le pregunt:</p> - -<p>—Y por qu cree que Carbonero y yo, lo hemos -de defender?</p> - -<p>El mdico se ech reir con aparente franqueza, y:</p> - -<p>—Porque ustedes son demasiado inteligentes -para no hacerlo,—contest.—Y demasiado amigos -mos,—agreg inmediatamente, dorando la pldora, -no sin ciertos asomos de sarcasmo.</p> - -<p>—Amigos, s... est bueno. Pero si usted pretende -amenazarnos...</p> - -<p>—Seor Ferreiro!—dijo entre carcajadas Fillipini.—Si -yo no lo conociese tanto, lo que me dice -sera como para hacerme creer que usted ha mojado -en esta barbaridad...</p> - -<p>—Yooo!</p> - -<p>—No, no lo creo, claro est que no lo creo! Al -contrario: usted lo hubiera impedido, saberlo... -Bah! entre bueyes no hay cornada, como se suele<span class="pagenum"><a name="Page_141" id="Page_141">[Pg 141]</a></span> -decir... Para m el caso es sencillo... Ese lavativo -de Bermdez tiene la culpa, y me ha hecho una -gran cargada, despus que le di el modo de hacerse -municipal...</p> - -<p>—Y por qu se lo di!—interrumpi violentamente -Ferreiro.</p> - -<p>—Eh!... Questo un altro paio di maniche!—murmur -Fillipini con mucha socarronera.</p> - -<p>Hizo una pausa, sonriente insinuante, para -continuar despus:</p> - -<p>—Yo soy muy necesario en el hospital, porque -Carbonero no va casi nunca, y hago todo el servicio... -Si se nombrara otro... con la administracin... -y los gastos tan grandes... Adems, -que hay que nombrar otro, desde que Carbonero -no ira aunque lo mataran.</p> - -<p>—Y de ah?...</p> - -<p>— quin nombraran? El nico mdico que -queda es el doctor Prez y Cueto...</p> - -<p>—Y eso?</p> - -<p>—Que nombrarlo Prez y Cueto sera como -meter las narices de toda la oposicin en el hospital... -Publicar lo que comen los enfermos, cuando -comen... descubrir el estado de la farmacia... de -las ropas de cama... contar lo que pasa con los cadaveres -que se quedan all das y das, y lo que hace -la enfermera que se va dormir todas las noches -en su casa, y el ecnomo que poco poco se va -llevando cuanto hay... Un enemigo como Prez -vera todas estas cosas con malos ojos, las exagerara, -metera un bochinche de dos mil demonios... -No pensara como yo, que el hospital est relati<span class="pagenum"><a name="Page_142" id="Page_142">[Pg 142]</a></span>vamente -bien, porque no todo puede marchar la -perfeccin en un pueblo tan pobre como ste, y tan -atrasado... Adems que la gente que va curarse -all es de poca importancia y no le interesa nadie: -extranjeros, personas de otros pagos... Si no fuera -as, tambin, ya hubiera habido ms de un escndalo... -Pero, ya se ve, con las preocupaciones actuales -que convierten la palabra hospital en sinnimo -de muerte, sin que nada pueda evitarlo, -no hay que tomar el rbano por las hojas, ni meterse - redentor... Cualquier hombre sensato, yo -el primero, tiene que considerarlo as; pero no se -me negar que todo esto constituye un arma tremenda -para los opositores, que si no la utilizan es -porque estn ciegos como topos. Las chicas se les -van, y las grandes se les escapan...</p> - -<p>Durante este largo discurso, pronunciado con -bonhoma y serenidad, como si se tratara de intereses -ajenos, el escribano observaba con desconfianza - Fillipini, dicindole para su capote:</p> - -<p>—El gringo ste es muy ladino. Si nos metemos -con l, de repente nos va salir la vaca toro. -Me precipit demasiado, y las calenturas son malas -consejeras.</p> - -<p>—Pero, por sonsos que sean—continu muy lentamente -Fillipini,—por sonsos que sean sabrn -rumbear en cuanto alguien les ensee el camino; -y entonces no habr quin los ataje... Chica -farra se armara si lo nombraran Prez y Cueto!...</p> - -<p>—Tambin es posible no nombrar nadie. El -hospital no necesita...</p> - -<p>—Usted no dice eso seriamente, seor Ferrei<span class="pagenum"><a name="Page_143" id="Page_143">[Pg 143]</a></span>ro! -Ma! por poco que sirva el hospital tiene que tener -mdico, y ya sabe que Carbonero no va y no -ir nunca... Yo preferira que nombraran otro -si no quisieran reponerme m. Pero, de cualquier -modo, ya lamentarn haberme separado...</p> - -<p>No daba el doctor Fillipini asidero para que se -le replicara alzando la prima; al contrario, cuanto -deca estaba muy puesto en razn, y sus verdades -no le brotaban ni agrias ni amargas de la boca, -aunque tras ellas hirviesen amenazas tan terribles -cuanto evidentes.</p> - -<p>—Lo que se haba pensado,—dijo sin embargo -Ferreiro,—era no nombrar nadie.</p> - -<p>—Ma! y cmo dijo que no saba nada?—pregunt -con fingida candidez Fillipini.</p> - -<p>—Digo... se haba pensado... as en el aire... -para el caso de que se produjera una vacante...</p> - -<p>—Capisco...</p> - -<p>Y ni una objecin ms. Fillipini se qued mirando -de hito en hito Ferreiro, que al poco rato -no pudo contenerse y exclam:</p> - -<p>—Pero tambin ust! Por qu se meti en lo -de Bermdez, para qu nos forz la mano sin necesidad?...</p> - -<p>—Questo un altro paio di maniche!—repiti -el doctor.—Se lo vuelvo decir, porque ustedes -no se haban dado cuenta de dos cosas: de que -Bermdez es un magnfico instrumento en la municipalidad, -primero; y de que yo puedo serle -muy til muy perjudicial, despus. Era preciso -que nos conociramos, seor Ferreiro, para que -ustedes no me tuvieran arrumbado en un rincn<span class="pagenum"><a name="Page_144" id="Page_144">[Pg 144]</a></span> -como hasta ahora. Y usted convendr en que me -he hecho conocer sin causarles perjuicio. Es una -buena cualidad, no es cierto? Vaya! Dgale al intendente -que me reponga sin ruido, y tan amigos -como antes ms amigos que nunca, mejor dicho!</p> - -<p>—Bueno... ver... pensar.</p> - -<p>—Eso es! Pinselo bien, caro. Yo no quiero -que se haya ninguna arbitrariedad en mi favor.</p> - -<p>—Qu gringo ste!—murmur Ferreiro, levantndose -entre divertido y malhumorado.—Es -como la gara finita, que lo cala uno hasta los -huesos. Y se va salir con la suya, no ms,—agreg -palmendole el hombro.</p> - -<p>—Pinselo, pinselo y no se apure,—dijo el -otro.—Para todo hay tiempo, y la corta la -larga ust se convencer de que yo soy un buen -amigo.</p> - -<p>—Y yo tambin, doctor.</p> - -<p>Se separaron. Fillipini, seguro de haber movido -bien las piezas, murmuraba sin embargo:</p> - -<p>—Eh! si pudieses qu patada me daras! Pero -no podrs...</p> - -<p>Sin perder tiempo volvi la confitera de Crmine, -donde haba un grupo de opositores tomando -aperitivos, los unos sentados alrededor de -las mesas, los otros de pie junto al mostrador. Silvestre, -que peroraba entre ellos, se acerc Fillipini, -como era, en parte, el deseo de ste, pues -quera hallar modo de que le vieran hablar largo -y tendido con algn enemigo de la situacin,—Viera, -si fuese posible, y lo sera, pues se hallaba -presente tambin.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_145" id="Page_145">[Pg 145]</a></span></p> - -<p>—Hola, doctor!—dijo Silvestre aproximndose, -con la confianza que se tomaba con cualquiera y -que en este caso justificaban hasta cierto punto las -relaciones de mdico farmacutico.—Me alegro -de verlo por ac. Es cierto lo que me han dicho?</p> - -<p>—Qu le han dicho? Sintese y tome algo.</p> - -<p>—Gracias,—y se sent.—Mozo, otro verm. -Pues dicen que le han quitau el empleo del hospital -es cierto?</p> - -<p>—S.</p> - -<p>—Y por qu?</p> - -<p>—Oh, sas son cosas, cosas...</p> - -<p>—Hable, hombre, hable! Ya sabe que se me -puede tener confianza. Largue el rollo!</p> - -<p>—Ma! Usted ya sabe cmo anda el hospital...</p> - -<p> hizo un cuadro, muy plido en verdad, de -aquel desquicio harto conocido por Silvestre, quien -sin embargo, se haca de nuevas al oir tales cosas -de tales labios. Y termin:</p> - -<p>—Y como yo no quiero aguantar ms ese desbarajuste...</p> - -<p>—Lo han destituido?</p> - -<p>—Eso es.</p> - -<p>—Ser cosa de Ferreiro y el dotor Carbonero, -no?</p> - -<p>—De ninguno de los dos. Es cosa de Bermdez.</p> - -<p>—Pero si Bermdez ni siquiera es municipal!</p> - -<p>—Pues ah ver usted. Como ha salido electo, -le ha calentado la cabeza al intendente, y ste, -para tenerlo contento me ha sacrificado, cuando -ya me haba prometido arreglar el hospital.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_146" id="Page_146">[Pg 146]</a></span></p> - -<p>—Bermdez! tan bruto y tan...</p> - -<p>—As van los tantos... ms vale un enemigo -vivo que un amigo bruto... Pero todo esto tiene -que saberse...</p> - -<p>—Claro que s! Quiere que se lo diga Viera? -l ya tiene la noticia, pero de un modo muy distinto. -Quiere?</p> - -<p>—Llmelo, es mejor.</p> - -<p>—Viera! eh, <em>Pampa</em>! una palabrita.</p> - -<p>Viera se acerc, sentse la mesa, oy lo que -el doctor quiso contarle, crey de ello lo ms verosmil, -y sigui luego largo rato en amistosa -charla. la hora de comer cada cual tom para -su lado, y la vasta sala de la confitera qued solitaria -y tenebrosa, pues Crmine baj las luces para -ahorrar petrleo.</p> - -<p>Fillipini, muy tranquilo, se qued en su casa -aquella noche, aguardando el desarrollo de los sucesos -que con tanto cuidado acababa de preparar. -Cuando despert, al da siguiente, lo primero que -hizo fu pedir los diarios que el sirviente le llev - la cama.</p> - -<p>Comenz por la gaceta oficial, <cite>El Justiciero</cite>.—De -su exoneracin ni una palabra, del hospital -menos. Pero oh detalle significativo! en la noticia -de un banquete festejando la eleccin de Bermdez, -y en la lista de los invitados, su nombre figuraba -entre los de Luna y Ferreiro, nada menos!</p> - -<p>— fatto!—murmur con una sonrisa, arrojando -despreciativamente el peridico para tomar -<cite>La Pampa</cite>.</p> - -<p>Una columna dedicaba sta al asunto del hos<span class="pagenum"><a name="Page_147" id="Page_147">[Pg 147]</a></span>pital, -condenando ... Bermdez, por la destitucin -de Fillipini!; de Fillipini que—segn el artculo,—era -lo mejor lo menos malo del oficialismo, -un hombre as, un hombre asao, cuyas intenciones -eran tan sanas como sus propsitos -de reforma y administracin. Bermdez comenzaba -desbarrando su carrera poltica, como lo haba -previsto <cite>La Pampa</cite>, y si lo dejaban iba ser como -un caballo metido en un almacn de loza... El -grrran consejero de la situacin, el seor Protocolos, -podra meter en vereda este gaznpiro,—terminaba -diciendo el artculo.—La alusin Ferreiro -era visible, pero no como para disgustarlo; -ni el mismo Fillipini la hubiera hecho con ms -tino...</p> - -<p>En toda esta andanza el nico que rabi fu -Bermdez, quien se atrevi encararse con Fillipini, -para darle un sofin. El italiano se le ri en -la cara:</p> - -<p>—Ma! Ust tiene el estmago resfriao! Rchipe: -sinapismos. Vaya amico Bermdese y vuelva -por otra.</p> - -<p>Ferreiro no aludi nunca la escaramuza -aqulla, pero desde entonces tuvo siempre muy en -cuenta Fillipini, que, como es lgico, sigui de -segundo mdico perpetuo en el Hospital Municipal -de Pago Chico.</p> - - -<hr class="r5" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_148" id="Page_148">[Pg 148]</a><br /><a name="Page_149" id="Page_149">[Pg 149]</a></span></p> -</div> - - -<h2 class="no-break">EL DESQUITE DE DON IGNACIO</h2> - - -<p>La historia del gobierno de don Ignacio, llegado -por maquiavlica combinacin poltica Intendente -Municipal de Pago Chico, sera tan larga y tan -confusa como la de cualquier semana del nebuloso -y anrquico ao 20. Como que dur ms de una -semana ste! dur mes y medio!</p> - -<p>Mes y medio lo tuvieron de pantalla los oficialistas, -desprestigiando en su persona la oposicin. -Todo era agasajo y tentaciones para l: cada instante -se le ofreca un negocito, una coima se le -haca mojar en algn abuso ms menos disimulado. -En los primeros das don Innacio reventaba -de satisfaccin: parecale que el mero hecho de -mandar l haba cambiado radicalmente la faz de -las cosas, que el pueblo tena cuanto deseaba y soaba, -que los pagochiquenses vivan en el mejor -de los mundos...</p> - -<p>Indecible es la explosin de su rabia, primero<span class="pagenum"><a name="Page_150" id="Page_150">[Pg 150]</a></span> -cuando Silvestre le dijo las verdades en su propia -cara, y despus cuando Viera le aplic en <cite>La Pampa</cite>, -varios custicos de sos que levantan ampolla. -Don Ignacio quera morder, y trataba de echarse -en brazos de sus noveles amigos los situacionistas, -que acogan sus quejas con encogimientos de hombros -y risas socarronas, contentsimos de verlo enredado -en las cuartas.</p> - -<p>Lo del desquite se haba hecho pblico y notorio, -gracias la buena voluntad del farmacutico.</p> - -<p>—Cundo podr ser honrado don Ignacio?—se -preguntaba generalmente, como chiste de moda.</p> - -<p>—Cuando la rana cre pelos!—replicaba alguno.—Ya -le ha tomado el gustito!</p> - -<p>Los principistas, entre tanto, trataban de demostrar -que el extravo de un hombre no poda en -modo alguno empaar la limpidez y el brillo de -todo un programa de honestidad y de pureza. Y -Ferreiro y los suyos, aprovechando la bolada, -hacan lo imposible para aumentar el escndalo y -el desprestigio alrededor de aquel puritano pringado -hasta las cejas apenas se haba metido en harina.</p> - -<p>—As son todos,—predicaban.—Quin los oye! -Los mosquitas muertas, en cuantito pueden se -alzan con el santo y la limosna!</p> - -<p>Ferreiro, al aconsejar los delegados oficialistas -de la capital, primero que hicieran municipal - don Ignacio y despus que le dieran la intendencia, -haba echado bien sus cuentas y deseaba dar -un golpe maestro que las circunstancias le pre<span class="pagenum"><a name="Page_151" id="Page_151">[Pg 151]</a></span>sentaban -maravillosamente, porque, como l sola -decir sus ntimos:</p> - -<p>—Ms vale pelear de arriba que de abajo! -Cuando uno tiene la sartn por el mango no hay -quin se le resista.</p> - -<p>Pues bien, Ferreiro, conociendo el flaco del -desquite que aquejaba don Ignacio, trat de -hacerle pisar el palito, pero de tal modo que, al -caer, no arrastrara consigo uno siquiera de los -instrumentos que le haban servido siempre en el -gobierno local y sus adyacencias. El problema, -aparentemente difcil, era de una sencillez bblica. -Ferreiro lo resolvi con un golpe de vista y una -decisin napolenicas.</p> - -<p>La oportuna renuncia del comisario de tablada,—provocada -por Ferreiro bajo promesa solemne -de reposicin indemnizacin satisfactoria,—permiti - don Ignacio reemplazarlo con un hombre -de su confianza, hechura suya, capaz de echarse -al fuego por l, y ms, cuando el fuego estaba -agradablemente substituido por el bolsillo del contribuyente.</p> - -<p>Nadie se opuso al nombramiento, ni nadie lo -critic, salvo los copartidarios del intendente, -quienes todo aquello ola chamusquina. Bernrdez, -pillete carrerista y gallero, que nunca haba -sido trigo limpio, comenz en paz ejercer sus -funciones de comisario de tablada, coimeando y -robando gusto, y con prisa, como parte de -esa oposicin que tiene el estmago vaco desde -hace veinte aos, y quiere saciar en una sema<span class="pagenum"><a name="Page_152" id="Page_152">[Pg 152]</a></span>na -el hambre de un cuarto de siglo,—como deca -<cite>El Justiciero</cite>.</p> - -<p>No cost mucho Ferreiro amontonar pruebas -escritas y testimoniales de aquellas exacciones -y de la participacin que en ellas tena don Ignacio, -provocando con ellas un bochinche de doscientos -mil demonios. Interpelacin al intendente -en el seno del concejo. Rplica anodina del interpelado. -Iniciacin por el concejo, ante la Suprema -Corte de La Plata, de un juicio poltico contra -el intendente don Ignacio Pea, acusado de -abuso de autoridad, malversacin de fondos, extorsin, -la mar...</p> - -<p> todo esto, don Ignacio no haba rescatado ni -la mitad de los pesitos invertidos en la campaa -opositora, y cualquier lado que mirara no vea -sino enemigos, pues todo el mundo se le haba -dado vuelta. Abocado al naufragio, suspendido por -la Corte, con la comisara de la tablada intervenida -por el tesorero municipal, aqul de la larga -fama, dirigi los ojos angustiados hacia los cvicos, -esperando hallar entre sus brazos un refugio, -por lo menos la piedad y el perdn que alcanz -el hijo prdigo.</p> - -<p>Nadie le hizo caso. Era la oveja sarnosa que -poda contaminar y desprestigiar la majada entera. -En <cite>La Pampa</cite>, Viera le dijo sin piedad:</p> - -<p>—El escribano Ferreiro le aconsejar lo mejor -que pueda hacer. Nosotros lo hemos declarado -fuera del partido.</p> - -<p>El diario public, en efecto, esta resolucin al -da siguiente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_153" id="Page_153">[Pg 153]</a></span></p> - -<p>Silvestre, menos cruel, lo fu mucho ms en -realidad, desahucindolo en esta forma:</p> - -<p>—Tome campo ajuera, don Inacio! Agarre de -una vez p'a'l lau del miedo! Mtase en un zapato -y tpese con otro!...</p> - -<p>Don Ignacio trat de defenderse, quiso corcovear, -empez una larga disertacin, puntualizando -sus principios, desarrollando sus planes de reforma, -enarbolando su bandera cvica... Silvestre -que lo miraba con la cabeza inclinada ora la derecha -ora la izquierda, de tal modo que el intendente -poda apenas contener su ira furiosa, le interrumpi -de pronto, exclamando con su tono ms -burln y agresivo:</p> - -<p>—Ande vas conmigo cuestas!...</p> - -<p>Estuvo punto de recibir un tremendo puetazo -que slo evit gracias su agilidad. Pero era -cierto. Don Ignacio no poda ya engaar nadie -ni engaarse s propio, siquiera. Aguardabalo el -ostracismo que la patria ingrata reserva sus grandes -hombres... Al da siguiente renunci.</p> - -<p><cite>La Pampa</cite> de Viera dijo que aquello era un -colmo de cobarda, la negacin de todo valor cvico, -la confesin de una falta absoluta de conciencia -del valor, de las propias acciones, una mancha -indeleble que caa sobre la reputacin y el carcter -de don Ignacio, como hubiera cado sobre -el partido entero, si ste no hubiera repudiado y -excomulgado tiempo la pobre oveja descarriada, -que slo mereca desprecio en la accin pblica, -lstima y olvido en la vida privada, que -nunca debi abandonar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_154" id="Page_154">[Pg 154]</a></span></p> - -<p>El artculo de <cite>El Justiciero</cite>, inspirado por Ferreiro, -era mucho menos contundente, y no apaleaba -en el suelo al infeliz don Ignacio.</p> - -<p>Se ahorra muchos disgustos—deca,—y permite - Pago Chico volver la marcha normal de sus -instituciones, dirigida por hombres que, cuando -menos, tienen la experiencia del gobierno, el conocimiento -de las necesidades pblicas y el tacto -que se requiere para no provocar cada momento -graves incidentes y dolorosas complicaciones.</p> - -<p>Como en aquel tiempo la Suprema Corte, instrumento -poltico de primer orden para el gobierno, -reciba cada mes cuatro cinco expedientes de -conflictos municipales, y los apilaba sin piedad -para aos enteros si el ejecutivo interesado en la -resolucin de alguno de ellos no le mandaba otra -cosa, el juicio poltico de don Ignacio no haba -prosperado an, y mediando la renuncia de la intendencia, -de acuerdo los municipales y l, pudieron -retirarse los escritos y echar sobre el asunto -una montaa de tierra.</p> - -<p>Don Ignacio, despus de esta tragedia, casi no -sala de su casa. Cuando se le hallaba por la calle -pareca un pollo mojado. El apabullamiento haba -sido completo. Sin embargo Silvestre no le perdonaba, -y una tarde que lo encontr, tuvo todava -alma de decirle:</p> - -<p>—Lo de la honradez ya lo sabemos, don Inacio. -Pero, tengo curiosida... alcanz desquitarse del -todo?</p> - -<p>El otro estuvo punto de morderlo, y lo hu<span class="pagenum"><a name="Page_155" id="Page_155">[Pg 155]</a></span>biera -hecho no ponerse Silvestre buen recaudo, -gritndole:</p> - -<p>—Lstima que no le dejaran empezar la honradez!... -No queda peso con vida!...</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_156" id="Page_156">[Pg 156]</a><br /><a name="Page_157" id="Page_157">[Pg 157]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">LAS MEMORIAS DE SILVESTRE</h2> - - -<p>Nuestro amigo el boticario Silvestre Espndola -hubiera llegado ser un grande hombre en cualquier -otro medio, con slo algunas variantes en el -carcter y en la especialidad de su talento. Desgraciadamente -se malgastaba en fuegos artificiales. -Careca de espritu cientfico; no haca sntesis sino -en la farmacia, manipulando substancias qumicas -y sin saberlo siquiera. En la poltica y en la -sociedad limitbase forzosamente al anlisis. Y el -anlisis, cuando falta la generalizacin, no conduce - las grandes acciones, ni aun la accin, lo -que quiere decir que no modela grandes hombres.</p> - -<p>Pero, en otro ambiente, soliviantado por otros -elementos, combatido favorecido por otras circunstancias, -hubiera llegado lejos, pues en los centros -importantes, donde rebosa la vida, no faltan -para una entidad cualquiera las entidades complementarias, -que la convierten de la noche la maana -en personalidad, cuando menos en indivi<span class="pagenum"><a name="Page_158" id="Page_158">[Pg 158]</a></span>dualidad. -De otra manera en cada pas no habra -sino un nmero irrisorio por lo exiguo, de personajes -dirigentes.</p> - -<p>Lo seran, slo, aqullos que de veras tienen -temple para serlo.</p> - -<p>Sin embargo, Silvestre no era grande hombre -ni en Pago Chico, donde aparecan como tales, -Ferreiro, Luna, Machado, Fillipini, Bermdez, -Viera, don Ignacio, Carbonero, Barraba, Gmez y -cien ms, sin contar al diputado Cisneros, pitonisa -del partido oficial, y al senador Magario, deidad -invisible intangible, que slo muy de tarde en -tarde soltaba desde su nebuloso Sina algn nuevo -mandamiento de su declogo con extrambotes - aadiduras.</p> - -<p>Silvestre no era grande hombre... Entendamonos. -No lo era para Pago Chico, probablemente -porque nemo propheta in patria, pero lo era, lo -es y lo ser siempre para nosotros. Si no nos bastaran -sus altos hechos conocidos y desconocidos -para juzgarlo as, nos bastara y sobrara el conocimiento -que, posteriormente y gracias la indiscrecin -de un amigo comn, hemos tenido de su -obra magna: sus memorias polticas.</p> - -<p>Hablemos claro.</p> - -<p>No hay tales memorias. Silvestre era incapaz de -consignar da por da en un cuaderno, con los ojos -puestos en la posteridad y para uso y experiencia -de las generaciones por venir, los acontecimientos - que asista en que actuaba, el retrato fsico y -psicolgico de sus contemporaneos, la filosofa que -se desprende de los sucesos, las pasiones, las cosas<span class="pagenum"><a name="Page_159" id="Page_159">[Pg 159]</a></span> -y los seres. ser capaz, sera grande hombre para -alguien ms que nosotros.</p> - -<p>Pero lo era, y tanto! de no contentarse con el -relato verbal y circunstanciado que de cada novedad -haca en su farmacia, llenando las lagunas con lo -que le inspiraban su lgica su imaginacin, aguda -y atrevida la una, viva y acalorada la otra. As -es que acogi con jbilo el pedido de informes que -le hiciera un amigo suyo, periodista bonaerense, -deseoso de estudiar por lo menudo la psicologa de -la poltica y la administracin en la campaa provinciana.</p> - -<p>En un principio las cartas menudearon, erizadas -de datos y observaciones; luego, de pronto, sobrevenido -el cansancio, Silvestre amain, hasta enmudeci; -pero, gracias la insistencia con que lo -espoleaba su amigo el periodista, nuestro hombre -reanud ratos la chismografa postal con visos -sociolgicos, interesante para l, es cierto, pero,—como -le costaba trabajo y dedicacin,—menos grata -que la verbal de todos los das, frondosa, repetida, -recalentada muchas veces, que le ofreca, adems, -la enorme ventaja de no dejar huella posiblemente -perjudicial en lo futuro.</p> - -<p>El periodista en cuestin ha tenido la deferencia -de facilitarnos el legajo de las cartas silvestrinas, -al saber que nos ocupbamos de legar la posteridad -el relato de algunos episodios pagochiquenses, -para que sacramos de ellas cuanto quisiramos, -bajo la nica condicin de cerrar esos extractos con -el ureo coronamiento de una sntesis por l escrita, -basndose en tales estudios, y que podra titu<span class="pagenum"><a name="Page_160" id="Page_160">[Pg 160]</a></span>larse -Psicologa de las autoridades de campaa.</p> - -<p>Cumpliendo el pacto no sin restricciones por -cierto, pues el hombre no debe nunca cumplir estrictamente -su palabra en ciertas cosas, so pena de -pasar por tonto, vamos integrar este captulo con -prrafos de las que llamamos memorias silvestrinas, -tomados aqu y all en sus sabrosas epstolas, -y con prrafos, tambin, de la obra periodstica -aludida, que, publicarse entera, abrumara de -tedio los lectores de mejor voluntad, no porque -carezca de mrito—muy al contrario,—sino porque -la gente no est hoy para teologas.</p> - -<p>ste sera el gran momento de entrar en materia -y acabar de una vez con tan engorroso eptome; -pero nos ocurre una observacin: Hemos -incurrido en una deficiencia que ms tarde podra -echrsenos en cara, y que podemos salvar aqu sin -mucho sacrificio. El retrato de Silvestre no adorna -todava las pginas de Pago Chico, ni nos hemos -detenido echar una ojeada su laboratorio!... -Cierto es que, considerando todo retrato literario -prosa destinada que la salte sin piedad el lector, -nos atuvimos hasta aqu los hechos escuetos, -sin describir cosas ni personas; pero es cierto tambin -que an riesgo de tan dolorosa inevitable -indiferencia, debemos hacer ese honor al ilustre -boticario, ubcuo en estas pginas como Dios en -el universo.</p> - -<p>Era Silvestre de mediana estatura, delgado, -nervioso, menudo, de extremidades pequeas y -finas. Tena mucho aire Laucha, pero con ms -trazas de gente, segn los apreciadores y apre<span class="pagenum"><a name="Page_161" id="Page_161">[Pg 161]</a></span>ciadoras -de Pago Chico. Llevaba el cabello negro -erizado sobre la frente angosta, cruzada ya por -una arruga de preocupacin que las malas lenguas -atribuan muchos ratos angustiosos pasados -en el Mirador, la timba del Rengo. Las cejas -delgadas y renegridas, sombreaban apenas los ojos -pequeos, negros tambin y muy brillantes, separados -como por una tapia de albarda por una nariz -enorme, encorvada y fuera de proporcin con -la cara angosta y chica. Si Laucha se pareca un -ratoncillo, Silvestre semejaba un galgo, pero un -galgo de expresin inteligente. Hablaba con voz -un tanto aguda y chillona, inflexiones no exentas -de gracia. Era verboso, persuasivo, y tanto -para decir la verdad como para mentir (ay! sola -mentir algunas veces) se expresaba con el calor contagioso -de la conviccin. Por lo general vesta modestamente -de saco, pero los domingos y fiestas de -guardar se empaquetaba en un jaquet color pizarra -de largos y tremolantes faldones, y para las -grandes solemnidades tena una levita negra, pariente -cercana del jaquet, que l llamaba indistintamente -mi leva mi funeraria, aludiendo -con esto ltimo al hecho de sacarla ms frecuentemente -para entierros y funerales que para otra -clase de diversiones.</p> - -<p>Como era de uso corriente en aquella poca, -apenas lo vean enlevitado y de sombrero de copa, -los pilluelos de la vecindad, y aun los que no lo -eran, iban gritndole en coro, por detrs:</p> - -<p>—Don Silvestre p'ande va la galera?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_162" id="Page_162">[Pg 162]</a></span></p> - -<p> le cantaban con el estribillo de un vals la -moda:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> -<p>Tin tin, el de la galera,<br /> -tin tin, el de la galera:<br /> -tin tin, el de la galera,<br /> -la galerita y el galern.</p> -</div> -</div> - - - -<p>—L'evita la caminata!—exclamaban luego, -aludiendo la lujosa prenda con un retrucano -fcil y poco espiritual, por cierto, pero popularsimo -en aquellos aos de ingenuidad, alegra y -mira que te corre el chancho.</p> - -<p>Para el jaquet era otra cosa: una coplilla tambin -cantada en coro y cuya letra se basaba en dos -calembourgs orilleros:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> -<p>—Ya que has venido<br /> -p'a qu te vas!<br /> -Pag la copa,<br /> -despus t'irs!</p> -</div> -</div> - -<p>Yaqu, paquete—no deja de ser ingenioso -verdad? y sobre todo en Pago Chico...</p> - -<p>Silvestre no volva la cabeza, ni contestaba -la irrespetuosa y bullanguera pandilla que, cansada -al fin, lo dejaba en paz iba repetir la broma -con don Domingo Luna, con Machado, con -Bermdez, aferrarse l entonces, hasta encontrar -alguno que se enfadara y darse el gusto de hacerlo -rabiar hasta el rojo blanco.</p> - -<p>Agregaremos esto en secreto y bajo palabra de -honor de que no ser divulgado por quienes lo oi<span class="pagenum"><a name="Page_163" id="Page_163">[Pg 163]</a></span>gan: -Silvestre no era farmacutico ni nada. Odiaba -los ttulos acadmicos, y maldeca las facultades -que dan patente la inepcia y la ignorancia. No -quiere decir esto que supiera ms que cualquier -infeliz sometido los estudios regulares, la frecuentacin -de las aulas, los exmenes, etc. Casi estaramos -por decir que saba mucho menos, que no -saba nada. Pero su espritu de independencia nos -gusta en lo que tiene de probatorio favor de -nuestro aserto de que podra haber sido un grande -hombre: con ese desparpajo y en terreno propicio, -se hace camino para llegar donde se quiera, siempre -que se sepa dnde se quiere llegar. Y aunque -Silvestre fuese tan abiertamente enemigo de la facultad, -fuerza es confesar que nunca se atrevi -hacerle guerra declarada: as, evitando una posible -clausura de la botica por su falta de ttulo, pagaba - un farmacutico residente en Buenos Aires, para -que se la regentase in nomine, sin asomar nunca -las narices en Pago Chico.</p> - -<p>Tambin, si el regente hubiese llegado conocer el -establecimiento que prestaba su nombre, y por -el que se responsabilizaba, pues en caso de inspeccin -deba aparecer Silvestre como su dependiente -y l en viaje ocasional, es posible que hubiera retirado -su garanta por lo menos pedido un fuerte -aumento de gajes. Todo es cuestin de precio.</p> - -<p>La farmacia, efectivamente, fuera del escaparate -con sus grandes redomas de agua colorada de -verde y de rojo con anilina, y del pequeo despacho -para el pblico, con sus estantes llenos de -cajas de especficos, sus dos sillones de roble con<span class="pagenum"><a name="Page_164" id="Page_164">[Pg 164]</a></span> -esterilla y su mostrador con la balancita de precisin -guardada entre cristales,—ms tena de pocilga -y almacn de trastos viejos que de otra cosa. -Detrs del mostrador, hacia el fondo, corra el laboratorio, -generalmente cubierto de una espesa -capa de polvo, con las probetas sucias, los tubos -de ensayo medio llenos, las cpsulas con poso, los -pildoreros hechos una pringue, los almireces con -residuos de lo molido en ellos la ltima vez. Cuando -haba que usar alguno de ellos, un golpe de -trapo bastaba la urgente limpieza... En un patiecito -se amontonaban las botellas, los frascos, los -potes de todo calibre, y Rufo, el nico pen, se -ocupaba en lavarlos con municiones, cuando se lo -permitan sus otras mltiples faenas de escudero -de Silvestre, cuando no urga la manipulacin -de ungento de hidrargrio.</p> - -<p>Dos pasos atrs del mostrador, es decir, antes -de penetrar en el antro del laboratorio, abrase sobre -la derecha una puerta que daba la habitacin -convertida en sala-comedor-dormitorio, donde -Silvestre reciba sus visitas y organizaba el mentidero -de la rebotica, club peculiar que no falta -en pueblo alguno americano europeo, juzgar -por todas las crnicas antiguas y modernas, novelas, -comedias, pasillos y entremeses. All estaba la -cama que desapareca tras de un biombo en cuanto -se levantaba Silvestre, para transformar la alcoba -en comedor, cmo ste se trocaba en saln de -tertulia una vez quitados los manteles. Una caja de -domin, un juego de ajedrez y una guitarra, parecan -atestiguar que no todo era chismografa en<span class="pagenum"><a name="Page_165" id="Page_165">[Pg 165]</a></span> -aquella habitacin cuyo aspecto, aunque muy modesto, -nada tena de desagradable. Pero ay si un -curioso atisbaba detrs del biombo tapa-miserias! -el rincn de la cama ofreca el ms completo y desaseado -desorden, con sus palanganas y vasos de -noche sin enjuagar, medias usadas, ropa blanca -por el suelo, botines cubiertos de barro de moho, -corbatas, ropas exteriores tiradas,—un cafarnaum -de criollo soltero en tiempos en que todava no reinaban -las higinicas costumbres que van imperando -poco poco... hasta en el Pago.</p> - -<p>Podramos seguir describiendo aquello. Ms -an: podramos describir uno por uno los personajes -de este libro, es decir, todos los habitantes de -Pago Chico, sus respectivas viviendas y almacenes, -sus costumbres y sus trajes. Aqu, bajo la mano, -tenemos toda la necesaria documentacin, y lo podra -suplir fcilmente la fantasa, cuando no que -faltara el recuerdo de investigaciones y estudios hechos -con paciencia y tesn en el teatro de los sucesos. -Pero non est hic locus, dir el lector, agregando -que por el hilo se saca el ovillo, y que conoce -del stano al desvn las casas pagochiquenses as -como de pies cabeza las personas, pues nos ha -prestado la colaboracin inapreciable insustituible -de su atencin sostenida y amistosa.</p> - -<p>Siendo as, no nos resta sino pasar por alto miles -de notas que haran de este volumen un infolio, -slo con adoptar el sistema imperante an de -no dejar nada al ingenio ajeno, imitando al actor -aqul que declamaba los versos y las acotaciones, -sin perdonar una. Vamos, pues, sin ms tardanza,<span class="pagenum"><a name="Page_166" id="Page_166">[Pg 166]</a></span> - los extractos anunciados del epistolario silvestrino. -Son los siguientes, y como se comprender -primera vista se refieren muy diversas fechas, -pues su correspondencia abarc un perodo de -aos:</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>Te dars cuenta de lo que es este pueblo al saber -que no tiene ms que una plaza, cuando debera -tener cuatro, como consta en el plano primitivo, -escondido por m arriba de uno de los armarios -de la Municipalidad, en tiempos de la intendencia -de don Ignacio.</p> - -<p>Las otras tres se vendieron en un remate de -anga-pichanga, con el pretexto de que eran innecesarias -y haba urgencia de arbitrar recursos -para la Municipalidad. Mentira! Era para atraprselas.</p> - -<p>Se las adjudicaron sin vergenza Ferreiro, Luna -y Machado, cinco mil pesos cada una y sin -aflojar mosca, porque las pagaron con cuentas -atrasadas, compradas por un pedazo de pan varios -infelices cansados de tramitar el cobro al cuete.</p> - -<p>Los quince mil pesos quedaron reducidos para -ellos unos cuatro mil, y se embolsicaron una fortuna - vista y paciencia de todo el mundo.</p> - -<p>Decme si esto no es el callejn de Ibez!</p> - -<p>Pues, para remachar el clavo, los mismos personajes -y otros cortados por la misma tijera, han -hecho gastar la Municipalidad ms de cien mil -nacionales en la plaza que queda, para ponerle -tierra buena. Comenzaron un pozo, le habrn<span class="pagenum"><a name="Page_167" id="Page_167">[Pg 167]</a></span> -echado tres cuatro carradas cuando mucho, y -andan tan campantes.</p> - -<p>Figurate que los nicos rboles que tiene la -plaza con los tres aguaribays que plantaron los -milicos en tiempo del Fuerte! El agujero est sin -tapar desde hace una punta de meses, y ms valiera -que se hubiesen llevado los morlacos sin hacer -la parada de trabajar.</p> - -<p>Son unos peines que ni caspa dejan, y lo nico -que me llama la atencin es que no se roben las -casas con gente y todo.</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>Las elecciones de ayer han pasado tan tranquilas, -que ni mesas se instalaron en el atrio, date -cuenta!</p> - -<p>Los escrutadores no se acordaron de la votacin -hasta que Bustos, el secretario de la Municipalidad, -les llev las actas fraguadas en casa de Ferreiro, -para que las firmaran y mandarlas despus la -capital.—Dicen que uno le dijo:</p> - -<p>—No se apure tanto amigo! Si las eleciones -son el domingo que viene!...</p> - -<p>Y lo mejor es que Bustos se qued en la duda y -corri consultarlo Ferreiro que, la noche, lo -contaba en el club, rindose carcajadas.</p> - -<p>Total: sin que nadie se moviese de su casa, sin -gastar un centavo, hubo mil doscientos votantes -por la lista del gobierno, lo que da Pago Chico -una enorme importancia poltica.</p> - -<p>As se hace patria.</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>El Rengo, dueo de la casa de juego que lla<span class="pagenum"><a name="Page_168" id="Page_168">[Pg 168]</a></span>man -El Mirador, me cuenta que en las ltimas -elecciones, el comisario Barraba le di orden de ir - votar con los carneros, dicindole:</p> - -<p>—Si los cvicos ganan, se acab la jugarreta y -vos te fregs, porque se han comprometido cerrar -las casas de juego. Aura, si pierden, y vos y -los muchachos han votau con ellos, encomendate - la virgen y los santos, porque los arriamos todos -una noche, sin asco, y los metemos en la cafa.</p> - -<p>Yo le dije al Rengo que eso no le convena -Barraba, porque perdera la coima, que le paga; -pero l me contest:</p> - -<p>—Qu perder ni qu perder! Como si faltaran -otros que pondran bailando no digo una sino muchas -timbas! No, seor; hay que votar como manda -el comisario, y no andarse con vueltas, porque - lo mejor lo dejan uno en camisa, y que vaya -quejarse al Papa!</p> - -<p>El que manda, manda, y cartuchera en el can, -qu caray!</p> - -<p>Decme, hermano, si esto es pis qu.</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>Ya que quers saber algo ms del comisario, -te contar algunas cosas, pocas, porque no tengo -tiempo: hay epidemia de tifoidea, y cada rato -viene gente la botica.</p> - -<p>Ya sabs que Barraba le cobra coima al Rengo, -dueo de la casa de juego del Mirador; pues tambin -le cobra Laucha, el de la pulpera de La -Polvadera, al del reidero de gallos, otro que<span class="pagenum"><a name="Page_169" id="Page_169">[Pg 169]</a></span> -tiene un billar de chocln media cuadra de la -plaza, y como si esto no bastara, es socio de la -duea de una casa pblica, en la que ha hecho -trabajar de albailes y peones vigilantes y presos!</p> - -<p>Es tan angurriento y tan raspa este animal, -que no te pods imaginar todo lo que hace para -juntar plata! As, Pago Chico es, gracias Barraba, -el asilo de todos los cuatreros de la provincia -que quieran trabajar con l en completa impunidad. -Su compadre, Romualdo Cejas es el que capitanea -la cuadrilla, esconde y negocia la hacienda -robada.</p> - -<p>Es un chino santiagueo, bastante alto y grueso, -de ojos atravesados, que cuando cae al pueblo -viene de botas de charol, en un caballo macanudamente -aperado, con su rico poncho de vicua -hasta la rodilla, tapndole el tirador en que trae -facn y trabuco, lo mismo que Juan Moreira.</p> - -<p>Tiene el rancho dos leguas del pueblo, en una -isla que rodea un caadn siempre lleno de agua -y pantanoso. El rancho, ms bien los ranchos, -porque son varios, estn en un albardn y atrs -tienen un corral de palo pique. All vive l y -toda su familia, adems de los cuatreros que lo -ayudan.</p> - -<p>Despus se pasa otro baado hondo y de agua -muy cenagosa, que no se seca nunca, y hay otro -albardn, muchsimo ms grande, donde meten la -hacienda robada. Nadie sabe por dnde la meten, -ni nadie puede llegar all, porque el diablo de<span class="pagenum"><a name="Page_170" id="Page_170">[Pg 170]</a></span> -Cejas hace pisotear bien toda la orilla, para que -no se acierte con el paso.</p> - -<p>De all salen las haciendas y los cueros que se -roban, all se hacen perdiz los padrillos de raza, -los toros finos,—miles de pesos que van parar al -matadero, como cualquier vaquillona cualquier -novillo criollo. All se planchan las marcas que, -como sabs, es la operacin de quemar medio -cuarto trasero al pobre animal, se agrandan -las mismas marcas, desfigurndolas con otros -fierros. En fin, las picardas conocidas.</p> - -<p>La mitad de lo que saca Cejas es para Barraba, -que si no no lo dejara trabajar. Naturalmente, el -otro le birla gran parte de la ganancia, porque para -eso es un bribn desorejau, y el que roba otro -ladrn tiene cien das de perdn. Pero donde no lo -puede estafar, porque el comisario lo fiscaliza, es en -una carnicera que han puesto en las afueras del -pueblo para vender la carne robada. Qu penss -de esto, ch!</p> - -<p>Pero, como ya te digo, no se harta, y aunque -en la polica se come qu s yo cuntos vigilantes, -nunca hay un nacional ni para el rancho de los -agentes y los presos, ni nadie le quiere fiar nada -para cosas del servicio.</p> - -<p>Ayer mand buscar una carrada de lea, dndole -un vale al sargento que se anduvo todas las -carboneras una por una, sin que le quisieran vender -sino con la platita en la mano. Cuando lo supo -Barraba, por no soltar sus realitos, hizo que hicieran -fuego en la comisara con las patas de unos catres.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_171" id="Page_171">[Pg 171]</a></span></p> - -<p>Se come hasta la alfalfa de los pobres patrias! -Esto no te lo explicars, pero es as: la Intendencia -le pasa una mensualidad para el forraje de los caballos, -que sin embargo tienen que contentarse -con el verdn del patio, hasta que se mueren de -alegra.</p> - -<p>Y cmo es de bruto! Figurate que don Juan -Dozo, municipal, le robaron el otro da unos cuatrocientos -pesos. Dozo, hizo su denuncia Barraba, -y los milicos y los oficiales se echaron nadar, sin -encontrar naturalmente ni la plata ni el ladrn.</p> - -<p>Pues qu te parece que hace Dozo? Se va -consultar una adivina que tenemos que llaman -misia Dorotea, y sta probablemente por alguna -venganza, le hace sospechar de uno de sus peones, -llamado Says.</p> - -<p>Dozo le cuenta la cosa Barraba y ste, sin ms -ni ms, hace prender al pen, y all en un cuarto -que hay en el fondo de la comisara, comienza -ahorcarlo y descolgarlo, para que confiese... Cres -que es mentira? Pues la denuncia ha ido al ministro -de gobierno, que no ha hecho nada, porque -Barraba es hombre de la situacin un perro fiel, -como l mismo dice.</p> - -<p>Hac pblicas estas cosas. Es preciso! Hacelas -pblicas, para que no vuelvan suceder!</p> - -<p>Por las que te cuento al correr de la pluma puedes -imaginar las que sucedern, pues estas fechoras -son como la tifoidea que tenemos actualmente: -nunca son casos aislados en pueblos de este corte. -Las que yo s son tremendas, pero cmo sern las -que no s!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_172" id="Page_172">[Pg 172]</a></span></p> - -<p>Dejame que te lo repita: Public esto para que -no se haga ms. Yo no encuentro otro remedio...</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>Con motivo de la toma de posesin de los nuevos -municipales, y por si la oposicin se le antojase -meter bochinche en la barra, Ferreiro ha hecho -venir del Sauce,—como si no bastara la polica—un -gaucho matn y compadre llamado Camacho, -quien le dicen Moraira, y que recorre las calles -armado con un tremendo facn y un descomunal -trabuco naranjero, que al propsito anda dejando -ver debajo del poncho deshilachado. Este Moraira -debe muchas la justicia, porque es madrugador, -asesino y de alma atravesada. Es un flojo y un cobarde -cuando no est bebido; pero borracho es una -fiera, de modo que ahora lo hacen chupar como un -saguaip para que, por lo menos, meta un julepe -alguno.</p> - -<p>Ha muerto traicin tres cuatro, en estos -ltimos aos, pero como nunca se ha atrevido con -ningn oficialista, y siempre lo protegen los que lo -utilizan como instrumento, el castigo mayor que se -le ha dado hasta hoy, es el de hacerlo escaparse del -partido en que se desgraci, recomendndolo como -hombre de accin las autoridades de cualquier -otro.</p> - -<p>Ferreiro lo ha trado por la fama terrible que -tiene, pero probablemente sin intencin de utilizarlo -de veras, porque es hombre de intriga pero no -de sangre. Sin duda nos ha querido correr con la -vaina, y te debo confesar que lo ha conseguido,<span class="pagenum"><a name="Page_173" id="Page_173">[Pg 173]</a></span> -porque este pueblo es muy mulita y no quiere estar - las duras sino las maduras.</p> - -<p>Seguro que ya Ferreiro se ha arrepentido de haber -llegado tan lejos, porque el tal Camacho Moraira -es una verdadera calamidad, y todo el mundo -lo acusa l de haberlo trado, hasta los mismos -carneros que no se fan de semejante salvaje y andan -con el Jess en la boca en cuanto lo tienen cerca, -no sea cosa que caigan en la volteada, sin querer.</p> - -<p>Anoche anduvo borracho caerse, baladroneando -y amenazando con matar y degollar; sali la -calle con el trabuco cargado hasta la boca y el gatillo -alzado, preguntando gritos dnde estaban -esos chivitos de m., hijos de una tal por cual, y -diciendo que salieran si eran c... para ensearles -quin es Moraira y quines son los del partido provincial. -De seguro que mata alguien, quizs alguna -mujer criatura, si el mismo Ferreiro no sale - buscarlo para llevrselo dormir la mona.</p> - -<p>Camacho no se quera ir aunque Ferreiro se lo -mandara, dicindole que todo estaba tranquilo, que -haban triunfado, y que al da siguiente—por hoy—habra -asado con cuero y era preciso madrugar.</p> - -<p>—Mire, patroncito—le dijo por fin Camacho, -tartamudeando con la tranca,—lu har' porq' ust -l'ordena. Pero sepas que les h'e dar en medio'e las -guampas, p'a que otra vez no se metan sonsos!... -Ah, hijos di una, no estar aqu! Mire lo que les -hara, patrn!...</p> - -<p>Y descarg al aire su trabuco que hizo el estruendo -de un caonazo. La gente se asom con -miedo las puertas y ventanas, llegaron algunos<span class="pagenum"><a name="Page_174" id="Page_174">[Pg 174]</a></span> -vigilantes, muy asustados y sin animarse llegar -hasta Camacho que se haba cado con la borrachera, -y hasta creo que se haba quedado dormido inmediatamente. -Ferreiro hizo que lo levantaran y lo -llevaran la posada, cuando debi hacer que lo -metieran al calabozo. Quiz tuviera ganas pero no -se atrevi, porque, como dicen, el miedo no es sonso -ni junta rabia.</p> - -<p>En fin, si este malevo sigue por ac, estoy seguro -de que va armar alguna de Dios es Cristo. Esta -maana temprano ya andaba otra vez perdonando -vidas por el pueblo, y metindose chupar en -todas las trastiendas.</p> - -<p>Un oficialista me ha dicho que Ferreiro va -hacer que se mame como una cabra para que no -pueda ir la sesin municipal. Mir si va y con la -tranca descarga el trabuco sobre los padres de la patria -chica!</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>S, nos dicen chivitos, para vengarse de que -les digamos carneros, como son. Lo de chivitos -viene del doctor Fillipini, que como italiano, no -puede pronunciar cvico, sino chvico. De ah -tomaron pie para la gracia los ms diablos del Club -del Progreso, y despus todos los provinciales -oficialistas.</p> - -<p>Ahora vers: Viera acaba de devolverles la pelota -porque <cite>El Justiciero</cite> titul Pax multa su artculo -sobre las elecciones, que como te imaginars -han sido lo ms pacficas, porque ni los escrutadores -fueron al atrio... Pues Viera dijo en <cite>La Pam<span class="pagenum"><a name="Page_175" id="Page_175">[Pg 175]</a></span>pa</cite> -que ese latinajo de Pax multa, quera decir -Palo y multas, que es lo nico que dan nuestros -municipales. Como lo escriba muy en serio, Fernndez, -el director de <cite>El Justiciero</cite>, se le atraves -la cosa, y anduvo averiguando lo que significaban -las palabritas que l interpretaba como mucha -paz. Nadie se lo supo decir derechas, as es que -se fu preguntrselo al cura Papagna, que es como -preguntrmelo m.</p> - -<p>—La pache de la multidine,—dicen que le -contest el cura al tun tun, pero dejndolo completamente -tranquilo.</p> - -<p>Viera y yo nos hemos redo carcajadas de la -cosa, aunque Viera sea siempre ms serio que bragueta -de provisor. Y, propsito de Viera, el otro -da lo embrom lindo, conversando sobre un suelto -de <cite>La Pampa</cite> en que se quejaba de que desde -hace seis aos no se publican los balances municipales.</p> - -<p>—No los publican por honradez,—le dije.</p> - -<p>—Cmo por honradez!—grit furioso.</p> - -<p>—Claro!—le retruqu.—Les sera tan fcil falsificarlos, -que si no lo hacen es por honradez!</p> - -<p>No te parece que tuve razn? l, por lo menos, -se qued con la boca abierta y despus se ri. -Bah! Hasta los ms desvergonzados tienen su pucho -de vergenza, y eso les pasa los municipales. -No te parece?</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>No todo han de ser polticas. Para que te divirts -un rato, te copio en seguida un documento<span class="pagenum"><a name="Page_176" id="Page_176">[Pg 176]</a></span> -que me ha facilitado su autor, seguro de haber -hecho una obra maestra,—como que la manda -<cite>La Nacin</cite> de Buenos Aires, nada menos, contando -con que se la publicar en sitio preferente (agarr -ese trompo en l'ua!). Es la crnica completa de -una fiesta que result un verdadero velorio. Pero -ya te dars cuenta por lo que dice el artculo, que -es el siguiente con ttulo y todo:</p> - -<p><span class="smcap">Correspondencia de Pago Chico</span></p> - -<p>Seor Administrador de <cite>La Nacin</cite>:—Se celebraron -aqu el da de Corpus-Cristi con gran brillo -y concurrencia las legendarias fiestas del Santo -Patrono de este pueblo, San Antonio; y aniversario -de su fundacin.</p> - -<p>Han sido tres fiestas en una; la fundacin, del -da 11, lo mismo que nuestra gran Metrpoli, el -Santo el 13 y Corpus-Cristi el 14.</p> - -<p>Ha sido todo un acontecimiento.</p> - -<p>Desde la vspera, voluminosas bombas atronaban -el ter, demostrando con la variedad de colores, -florones y antorchas, rarsimas visualidades.</p> - -<p>Nuestro Pirotcnico, D. Ludovico Pituelli, demostr -como siempre gran ciencia y mucha perfeccin -en el ramo, lo que le valieron sendos aplausos.</p> - -<p>La funcin religiosa sea la misa, estuvo solemne, -lo mismo que la procesin de tarde, por la -inmensa plaza-alameda que cubra con sus fron<span class="pagenum"><a name="Page_177" id="Page_177">[Pg 177]</a></span>dosos -rboles todo el ritual, y ofreciendo el panorama -ms hermoso que en esta clase de funciones -he visto, mereciendo los mayores elogios las hermanas -de la Inmaculada Concepcin.</p> - -<p>El Reverendo padre Papagna como buen orador -sagrado, tom su cargo el panegrico y el -sermn result notable. Amenizaba el acto la armoniosa -banda de msica dirigida por el maestro -Castellone y que lo ms que impresiona al pblico -es: que est tocada por siete legtimos hermanos; -quizs ser la nica en el mundo; dicha banda -ameniz la fiesta con perfeccin; se debe su presencia - la buena voluntad del diputado Sr. Cisneros, -quien la pag de su bolsillo. La polica muy -correcta, lo mismo que el comisario Barraba y el -pueblo entusiasmado con los recreos populares, -que terminaron con el manto nocturno y el tronar -de las bombas.</p> - -<p>Por la noche grandes bailes en la casa de los -Srs. Gancedo Tortorano y Bermdez, en donde -bellas nias lucieron las gracias de Terscore, concluyendo -armoniosamente con el crepsculo matutino.</p> - -<p>Saluda al Sr. administrador <em>Cirilo Gmez</em>.</p> - -<hr class="r65" /> - -<p> este Dr. Carbonero no hay con qu darle! -El otro da, en la cancha, el matn Camacho, trado -por Ferreiro, y de que hasta ahora no nos hemos -podido librar, le di tal garrotazo Lobera -que por poco lo desnuca. Ah no ms qued tieso -ms de media hora, tendido en el suelo de la cancha.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_178" id="Page_178">[Pg 178]</a></span></p> - -<p>Lobera est malamente herido, y quin sabe si -no espicha, pero para que Barraba y el juez Machado -puedan poner en libertad al otro, el doctor -Carbonero ha extendido un certificado diciendo -que no tiene nada.</p> - -<p>Y lo ms lindo es que mientras Moraira, sea -Camacho, anda suelto y compadreando como de -costumbre, Lobera me lo tienen preso en un -cuarto del hospital, en cama y con centinela de -vista, slo porque tuvo la infelicidad de pelar el revlver -cuando el otro lo volte del garrotazo.</p> - -<p>Se le est haciendo sumario por desorden, uso -de armas y no s qu otros crmenes. Y el pueblo entre -tanto, calladito como en misa. El nico que -protesta es el pobre Viera. Pero qu santo si -nadie le lleva el apunte?</p> - -<p>Fuera de que los carneros le estn haciendo -una guerra tremenda, y este paso, pronto no -tendr ni con qu comer. Yo le dije que meta violn -en bolsa, pero l no quiere si no morir en su -ley...</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>Decme si no es cosa de morirse de risa por -no reventar de rabia! Haca una punta de meses -que mandabamos nota sobre nota al comit central -de la capital, sin que esos seores se dignaran -contestarnos una sola palabra. Pareca que se hubiesen -muerto de repente. Viera, por encontrar alguna -disculpa, deca que era probable que el gobierno -hiciera interceptar la correspondencia en el -mismo correo, de aqu de all.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_179" id="Page_179">[Pg 179]</a></span></p> - -<p>—And ver!—le contestaba yo.—Es que no saben -qu decirnos, ni tienen plan, ni menos plata. -Aqu hay que sostener el comit, dar algo la gente, -comprar armas por un si acaso, ayudar tu -diario que pierde demasiado, y como nadie da nada, -claro est que se hacen los suecos para no tener -que mandar fondos desde all.</p> - -<p>l no me quera creer, pero anoche vino furioso - la botica. Por fin haba llegado algo de Buenos -Aires! Pero ni vos mismo adivinas qu! Una -lista de candidatos para diputados, todos ilustres -desconocidos que ni siquiera se han asomado al -Pago, pidindonos que la votemos sin la ms ligera -modificacin, porque de eso dependen los altos -intereses patriticos que con tanta altivez y civismo -hemos sabido defender hasta hoy.</p> - -<p>—Qu vamos contestar?—le dije Viera.</p> - -<p>—No s,—me contest;—lo que s es que me -dan mucha rabia.</p> - -<p>—Pues contestales que aqu no podemos votar, -porque no nos dejan, y que aunque nos dejaran -no votaramos sino por una lista hecha despus de -consultar nuestra opinin. Que para cambiar de -nombre y no de costumbres, ms vale ser oficialista, -que as siquiera se est cerca del candelero.</p> - -<p>—Nos dirn que tenemos delegados en el comit -central, y que ellos se han encargado ya de interpretar -nuestra opinin,—me observ Viera.</p> - -<p>—Bueno, hijo, mientras nos contentemos con -esas lavaditas de cara,—le dije,—vamos estar -siempre en las mismas. Quers que te d un buen -consejo? S? Pues hac como ellos, no les contes<span class="pagenum"><a name="Page_180" id="Page_180">[Pg 180]</a></span>ts -una palabra y el da de las elecciones les mandas -un telegrama diciendo que el comisario Barraba -y sus fuerzas han impedido el acceso del pueblo - los atrios, como ser verdad por otra parte. Mir, -Viera: si el pas se compone ha de ser por algo -muy raro y que nadie se espera. Lo que es nosotros -y los otros, nunca daremos pie con bola.</p> - -<p>No s qu te parecern estas afirmaciones, pero -as como las pienso y se las dije Viera, te las digo - vos por lo que puedan valer.</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>Podramos seguir espigando largo tiempo y con -fruto en el feracsimo campo del epistolario silvestrino, -pero todo tiene su trmino y preciso es darselo - estos interesantes extractos, para ceder parte -del espacio que resta los prometidos prrafos de la -especie de Psicologa de las autoridades de campaa, -desarrollada por el periodista amigo de Silvestre. -El lector ver que las mal llamadas Memorias -no se cierran tan mal con este trabajillo.</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>La provincia de Buenos Aires ha venido experimentando -lentamente un cambio que la aleja en -modo notable de su punto de partida. Ni es ya lo -que era ni es an lo que ser. En su vasto escenario, -el gaucho por una parte y el hombre ilustrado -por otra—la absoluta mayora y la absoluta minora,—han -cedido sus puestos nuevos elementos -que, no teniendo caracteres definidos, no siendo -bien aptos para sostenerse, combatir, triunfar en<span class="pagenum"><a name="Page_181" id="Page_181">[Pg 181]</a></span> -la lucha por la vida, estn destinados inevitablemente - desaparecer. Son individualidades de transicin, -que no pueden subsistir, aun cuando circunstancias -ms menos artificiales les hayan dado -el predominio que hoy ejercen. Su injusta y -transitoria preponderancia es lo que nos mantiene -an lejos de la relativa perfeccin que hubiramos -llegado. Pero tenan que surgir si es cierto lo -de que natura non facit saltum, lo mismo que -debemos aguardar con fe un cambio favorable y -prximo, pues un tipo intermedio no puede perpetuarse, -y menos en primera lnea.</p> - -<p>Esto es algo tedioso, como lo comprender su -mismo autor. Por eso saltamos, sin ms, prrafos -de corte no tan cientfico, pero en cambio ms interesantes -en nuestra humilde opinin:</p> - -<p>Esos dirigentes de pueblo de campo, de partido, -hasta de provincia, semejantes las nubes -macizas como montaas al parecer, cuyos perfiles -se destacan rudamente sobre el cielo, pero que ni -siquiera aparecan en los antiguos negativos fotogrficos, -cual si no existieran—esos dirigentes, -digo, pueden tomarse por individualidades con -rasgos tpicos propios, pero apenas se estudian -sus lneas, su masa se desvanece, como la nube, -sin dejar impresionado el cerebro. De ah la dificultad -de retratarlos y analizarlos. Son como las -aguas vivas, que se derriten fuera del mar. Tienen -algo de moluscos, y sin duda por eso cierto amigo, -observador y custico (la alusin Silvestre es evidente) -ha dicho hablando de un pueblo de la provincia:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_182" id="Page_182">[Pg 182]</a></span></p> - -<p>Pago Chico es un banco de ostras con concha -y sin concha. En las indefensas encarnaba sin duda -al pueblo en general; en las defendidas las -autoridades y sus satlites...</p> - -<p>Nuestro autor entra en materia algo ms abajo:</p> - -<p>El intendente municipal, el presidente del Concejo -Deliberante, el juez de paz, el comandante militar -y el comisario de polica de un partido, podran -ser transplantados cuarenta cien leguas -de su campo de accin, dentro de la provincia, y -actuar en un medio desconocido sin que ni en el -primer momento se notar el cambio. Estas cinco -personas forman en cada pueblo la oligarqua comunal. -Son ramas de un mismo tronco. Ligadas -estrechamente, hacen vida pblica comn. Se apoyan -la una en las cuatro y las cuatro en la una. -Con los mismos defectos y las mismas faltas, dentro -de la misma carencia de opinin propia, se sirven -mutuamente de pao de lgrimas de harnero -para tapar el cielo. Son cooperadores, encubridores - cmplices de s mismos, segn el caso.</p> - -<p>La justicia, el orden pblico, la administracin, -hasta la guardia nacional, estn en sus manos. -Para ello tienen auxiliares de la misma extraccin, -con iguales tendencias: los secretarios, los -inspectores, el contratista, el procurador, el mdico -de polica, el empresario de la casa de juego, diez, -veinte ms. ste es el partido oficial entero, la -sociedad comercial industrial completa. Ah est -la oligarqua que veces tiene un jefe visible—el -senador uno de los diputados de la seccin electoral—ltima -forma del caudillo—que nunca est<span class="pagenum"><a name="Page_183" id="Page_183">[Pg 183]</a></span> -seguro de sus subalternos, como stos no lo estn de -l, lgica desconfianza en esa asociacin egosta, instable -mientras no exista entre sus miembros algn -frreo inconfesable lazo de unin.</p> - -<p>Se busca en el pasado de esos hombres y se -encuentra siempre el mismo obscuro punto de partida. -Tal andaba de <em>chirip</em> y con la pata en el -suelo hace cinco aos; tal otro era carrero; el de -ms all fu agente de polica; aqul, incapaz de -trabajar, vivi del juego como fullero como empresario -de timbas amparadas por la autoridad, -tuvo casa de prostitucin; ste lleva sobre su conciencia -despojos y asesinatos...</p> - -<p>—Por qu no entregan ustedes las situaciones -de campaa hombres menos desprestigiados?—preguntbase - un gobernante...</p> - -<p>—Porque los buenos no se venden ni sirven -para instrumentos,—contest.</p> - -<p>Casi no hay uno de estos hombres que pertenezca - una raza determinada. Tienen s, aspecto -criollo, pero en su ascendencia se halla siempre la -mezcla, la que sin duda impidi dar benficos resultados -el ambiente en que se desarrollaron los -productos. Con los defectos del gaucho amalgaman -los que les vienen del antepasado extranjero, llegado -en busca de aventuras despus de dejar la conciencia -donde no pueda estorbar, y no se encuentran -en ellos ni la nobleza, ni la generosidad, ni el -amor al trabajo, ni siquiera el valor, que es la ltima -virtud que se eclipsa en nuestro paisano.</p> - -<p>Cuando se apalea se maltrata algn enemigo -de la autoridad, intil es buscar la persona<span class="pagenum"><a name="Page_184" id="Page_184">[Pg 184]</a></span> -que lo hizo: siempre es alguna mano traidora -y desconocida, un grupo de emponchados irresponsables.</p> - -<p>No han ascendido por esfuerzo propio ni por -mritos adquiridos. Se ha buscado lo que sirva de -ciega herramienta y lo que no tenga elementos -propios para independizarse. Hombres incoloros, -incapaces de atraer opinin, bastan para los fines -opresivos, pero son inhbiles, en el caso, para sacudir -el yugo, hasta en beneficio propio. Con otros -afiliados, ciertos gobiernos no hubieran podido -subsistir. Se comprende, pues, que muchos hombres -hayan sido sacrificados y que muchos surgidos -con aptitudes para el gobierno, desaparezcan -de pronto bajo el peso del partido oficial que lleg - temerlos. Por eso cuando se observa una excepcin, -un hombre de cierta importancia dedicado -la actuacin poltica oficial, no hay ms que revisar -los libros de los bancos, la lista de concesionarios -de centros agrcolas, de ensanches de egido, - los legajos polvorientos de los juzgados del crimen... -Ah est el secreto...</p> - -<p>En cuanto la sociedad oficial cuyos componentes -hemos enumerado ya, se ocupaba puramente -de su comercio, feliz porque le dejaban -<em>maas libres</em>. La renta municipal, las multas policiales, -las coimas de las casas de juego y otras, la -enajenacin de los terrenos de la comuna qu -negocio!... Poltica? Ni la queran ni la estudiaban: -les iba hecha de La Plata, la ponan inmediatamente -en accin y ni medan su alcance ni les importaban -sus consecuencias. Era, por otra parte, tan li<span class="pagenum"><a name="Page_185" id="Page_185">[Pg 185]</a></span>mitada -y tan montona, que se la saban de memoria -y le dedicaban el menor tiempo posible, deseosos -de acabar pronto para seguir robando. En un -principio se preocupaban de llevar alguna gente -las elecciones para darles cierta apariencia de legalidad; -pero como esto exige tiempo y gastos, lo fueron -reduciendo su menor expresin: el piquete de -polica armado rmington frente al atrio, y en el -portal de la iglesia los escrutadores copiando los -registros.</p> - -<p>Llegse una vez hasta cerrar las puertas, para -que algn votante intruso no fuera interrumpir - los que copiaban nombres... mil cuatrocientos -nombres de conciudadanos votando unnimes y -entusiastas por los candidatos oficiales.</p> - -<p>Como no podan abundar los hombres de la especie -requerida para gobernar la comuna, se jugaba - las cuatro esquinas con los puestos pblicos: -un ao, Luna, era juez de paz, Carbonero intendente -y Machado presidente del concejo; al ao -siguiente, Carbonero era el juez de paz, Machado -el intendente y Luna presidente de la Municipalidad. -Y la permuta se repeta desde tiempo -casi inmemorial, sin que se interpolara ningn -elemento nuevo. Tanta era esa escasez de hombres -que en otros partidos algunos tenan que representar -dos papeles: stos eran, por regla general, -diputados-intendentes.</p> - -<p>Lo que podra faltar en este cuadro est ampliamente -suplido en el resto del volumen, lo -suplir ms ampliamente an el talento del lector.<span class="pagenum"><a name="Page_186" id="Page_186">[Pg 186]</a></span> -Cerremos pues aqu las Memorias silvestrinas y su -periodstico y la verdad algo fro comentario, que -tan ventajosamente hubiera sustituido alguna de las -agachadas del farmacutico.</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_187" id="Page_187">[Pg 187]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">FIESTAS PATRIAS</h2> - - -<p>—Tatachin, chin, chin! Tatachin, chin, chin!</p> - -<p>—Shuitzssss... pum!</p> - -<p>Y vuelta empezar.</p> - -<p>Uno que otro pilluelo desarrapado segua la -charanga y don Mximo, el viejo portero de la -Municipalidad, cargado con un mortero y dos docenas -de bombas de estruendo para la salva reglamentaria -de veintin caonazos.</p> - -<p>Porque, eso s, lo que es caones, Pago Chico -no los tena sino en la pasiva condicin de postes, - la puerta del antiguo fuerte que, adobe por adobe, -iba derrumbndose en plena plaza principal.</p> - -<p>Era el amanecer de un da patrio.</p> - -<p>Olvidados los vecinos de la gloriosa fecha, despertaban -sobresaltados al oir los estampidos y la -msica marcial, puro bombo y platillos, creyendo -que por lo menos, la grave cuestin poltica -haba sublevado al pueblo en masa, y que los<span class="pagenum"><a name="Page_188" id="Page_188">[Pg 188]</a></span> -Krupps estaban haciendo estragos y sembrando -de cadaveres el pueblo.</p> - -<p>Es de advertir que, ya en aquel entonces, Pago -Chico, senta del uno al otro extremo y sobre todo -en su corazn—el pueblo propiamente dicho—los -estremecimientos precursores de la honda y trascendental -agitacin que haba de perturbarlo durante -tanto tiempo, dando socorrido tema los -historiadores futuros.</p> - -<p>La grave cuestin poltica no est puesta, -pues, humo de pajas, ni era ilgico el sobresalto -de los pacficos vecinos, despertados por las descargas -sin malicia de don Mximo.</p> - -<p>—Ah, s! Ahora caigo! Hoy es el nueve.</p> - -<p>Y dandose vuelta en el lecho abrigado, los pagochiquenses -volvan al interrumpido sueo, fastidiados, -renegando de esa msica y esas bombas -pluscuam-matinales, pero contentos en el fondo -de ver disipados sus temores de guerra y exterminio.</p> - -<p>Alguna que otra madre afanosa se levantaba de -un salto, pesar del intenso fro, para preparar los -trajecitos de los <em>escueleros</em>, que deban ir en corporacin - la iglesia y luego la Municipalidad -pronunciar discursos, decir versos patriticos, y -sobre todo comer masitas de la confitera de Crmine, -hechas con sebo de la rionada tan tiles -para Prez y Cueto, Carbonero y Fillipini, y para -el pobre Silvestre.</p> - -<p>Despus de dar diana las autoridades y al -cuerpo diplomtico,—los vice-cnsules Grandinetti, -Snchez Gmez y Petitjean—quienes por ex<span class="pagenum"><a name="Page_189" id="Page_189">[Pg 189]</a></span>cepcin -no hallaron propicia la oportunidad para -un discurso, la charanga y las bombas volvieron -su punto de partida, al pie del cono truncado, obelisco -de la plaza pblica; rasg el cielo blanqueado -por la luz del alba, el humillo de dos bombas lanzada -una tras otra y que estallaron all arriba, formando -una aureola como de copos de nieve; el astro -rey salt al oriente, al imperioso mandato dorando -la cima de la pirmide y el techo de las casas, -y en el aire tenue y fro vibraron las notas solemnes -de la introduccin del Himno que ni los -mismos asesinos de la banda de Castellone, que -por chuscada se apellidaban s mismos <em>bandidos</em>, -haciendo un juego de palabras no desprovisto de -base slida, lograban echar perder para nuestra -eterna sugestividad. Los pilluelos corran y gritaban, -entretanto, alrededor del portero que se aprestaba - disparar otra bomba (le faltaban cinco para -la salva de veintin caonazos), y en las calles -dormidas del pueblo slo cruzaba de vez en cuando, -al trote de su caballo, y con el repique de los -panes sacudidos dentro, el carrito negro de algn -panadero, caza de puertas abiertas...</p> - -<p>Termin el himno, los msicos se fueron su -casa, el pueblo entr lentamente en el movimiento -habitual, esperando el medio da con su procesin -infantil la municipalidad, sus <em>versadas</em> en el saln -alfombrado exprofeso, sus cohetes, sus dulces, -el vino de San Juan hecho por Crmine como las -masas, con algn sucedneo del sebo—y el rompecabezas, -y la corrida de sortija, y el palo jabonado, -y quiz—si quisieran trabajar gratis en la plaza—<span class="pagenum"><a name="Page_190" id="Page_190">[Pg 190]</a></span>los -volatines, que en aquella poca hacan las delicias -de la poblacin en una gran carpa de lona.</p> - -<p>Un poco ms entrada la maana, los guitarreros, -payadores de menor cuanta, salieron cada -cual por su lado dar alboradas las personas de -viso, las puertas de su casa, con la esperanza generalmente -fallida de hacer buena cosecha de centavos -para la maanita la chiquita, las copas -de la tarde, y la farra de la noche.</p> - -<p>El viento pareca que cortaba; las gentes pasaban -por la calle con las manos metidas en los bolsillos -y la cabeza entre los hombros. Qu invierno -aqul! Pero la baja temperatura no impidi que -el negro Urquiza, payador mandadero segn las -circunstancias, cantara la puerta del municipal -Bermdez, acompaado con terribles rasgueos de -guitarra.</p> - - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> -<p>Qu bello da de primavera!<br /> -Qu panorama consolador!</p> -</div> -</div> - -<p>Se qued sin centavos, pesar de la ardiente -fantasa que primaveraba el invierno y converta -en panorama consolador al yermo aqul. Porque -Pago Chico, pelado como la palma de la mano, -ms que pueblo pareca paradero de caravanas en -un arenal.</p> - -<p>Se almorz temprano y fuerte en aquel da, fro -seco y radioso como una gema. Pero en las casas -reinaba gran bullicio; los nios no podan estarse -quietos y los padres les hormigueaban las piernas. -Las nias mayorcitas no quisieron almorzar, ocupadas -en la tarea homrica de disfrazar el vestido<span class="pagenum"><a name="Page_191" id="Page_191">[Pg 191]</a></span> -del 25 de Mayo, obra que les haba absorbido toda -la semana.</p> - -<p>Slo cuatro cinco (las de Tortorano, Bermdez, -Luna, Gancedo,) estaban libres de ese trabajo, -pero no de las zozobras que en todo corazn femenino -provocan las inevitables tardanzas de la costurera.</p> - -<p>La prensa de la localidad haba salido de gala, -en buen papel y con grabados. <cite>La Pampa</cite>, el diario -popular, cuyo programa era la redencin de -Pago Chico, presentaba una alegora de libertad, -hecha por un litgrafo de ltimo orden, impresa -en Buenos Aires sobre papel de oficio. Una gorda -matrona con bonete puntiagudo y mplias ropas -de hojalata, alzaba en el rollizo brazo un destrozado -cadenn de buque, sostena en la diestra la histrica -balanza de Bermdez—que en tiempo de los -indios tuvo hilos para manejarla capricho y estafarlos - gusto y bajo el pie colosal y descalzo para -mayor vergenza, oprima una bestia apocalptica, -erizadas de pas en el cogote, y de ojos casi -ms grandes que la cabeza. En segundo trmino, -artsticamente esfumados y en el aire, bailaban -cuadrillas unos doce catorce muecos, que -segn por el texto del diario se supo, quera representar - los prceres de la patria.</p> - -<p>La alegora, (alegra pronunciaba Tortorano), -llevaba esta leyenda.</p> - -<p class="p2 center"> -<span class="smcap">Y sus plantas rendido un len</span></p> - -<p>El Dr. Prez y Cueto, que se hallaba en la redaccin -con Viera, Silvestre y otros, al ver el verso sa<span class="pagenum"><a name="Page_192" id="Page_192">[Pg 192]</a></span>c -el lpiz, tach con rabia la palabra len, y -puso debajo ratn.</p> - -<p>—Qu len, ni qu len!—exclam.—Cuando -mucho habrn vencido un ratn!</p> - -<p>—No hable mal d'Espaa—le dijo con sorna -Silvestre.—No es tan ratn, doctor!</p> - -<p>—Vaya Vd. al caramba!—grit Prez y Cueto, -saliendo de all como una bomba para evitar un -desagrado.</p> - -<p>Viera se limit lamentar que su alegora pudiera -prestarse para interpretaciones belicosas -hirientes. Ni se le habr pasado por la imaginacin -que aquello pudiera suceder.</p> - -<p>Entre tanto <cite>El Justiciero</cite>, el organito de Luna, -como le solan llamar, era todava ms patriota -que <cite>La Pampa</cite>, pues publicaba tambin litografiado - impreso en papel de oficio—un gran retrato -del gobernador de la provincia, orlado de roble y -laurel, modesta y conmovedora manera de honrar -el da glorioso y quedar bien con el patrn al mismo -tiempo.</p> - -<p>En estos prolegmenos y otros muchos que sera -prolijo relatar, passe la maana entera y verdadera.</p> - -<p> las doce volvi orse por esas calles el aullido -de la banda de Castellone, tocando una marcha -que el maguestro (as se llamaba l mismo) haba -raprodiado para aquella circunstancia solemne; -rimbombaron en la desnuda plaza—tena eco,—los -cohetes de don Mximo, muy estirado, enorgullecidsimo -de sus altas funciones, y la gente fu -introducindose por grupos en la iglesia, casa del<span class="pagenum"><a name="Page_193" id="Page_193">[Pg 193]</a></span> -Seor y ms inmediata y exclusivamente, del cura -Papagna.</p> - -<p>El cortejo oficial no tard en presentarse. Iban - la cabeza don Domingo Luna, intendente municipal, -vistiendo ancha levita negra de talle corto y -mucho vuelo de faldones, y prehistrico sombrero -de copa; don Pedro Machado, juez de paz, con indumentaria -aproximada y oliendo alcanfor y pimienta, -como el intendente; el doctor Carbonero, -presidente de la Municipalidad, mejor puesto, con -ms aire de gente, sin haber perdido del todo el ligero -barniz de los aos de Colegio Nacional y los pocos -de Facultad de Medicina (era mdico de guardia -nacional, como practicante en la guerra del Paraguay); - su lado quebrbase el comisario Barraba, -de saco y botas altas bajo el pantaln, mirando -todas partes con ojos de mando y desafo; el recaudador -de la contribucin directa y el valuador, -empleados provinciales, de jerarqua por consiguiente, -iban detrs, y de dos, los municipales, -acaudillados por Ferreiro y muy compinches -con Bermdez; el comandante militar Revol, Fernndez, -director de <cite>La Pampa</cite>, su escudero Ortega, -el doctor Fillipini, Felipe Gmez, el tesorero -municipal, todo el oficialismo, en fin, sin que faltara -Benito, dragoneante de oficial de polica y revistando -como agente... El cuerpo diplomtico -sea los vice-cnsules Grandinetti, Petitjean y Snchez -Gmez, segua muy enlevitado, muy grave, -muy posesionado de su papel, infundiendo respeto - los mismos pilletes que, cuando estaba cada -uno de ellos tras del respectivo mostrador lo tra<span class="pagenum"><a name="Page_194" id="Page_194">[Pg 194]</a></span>taban -tan la pata la llana como si se hubieran -criu en el mismo potrero, deca Silvestre. Formaban -la cola del cortejo los empleados municipales, -inspectores, comisario de tablada, inspector -del riego—gran potencia—recaudador del impuesto -de naipes y tabaco, pero nadie, nadie que -no ocupara un puesto pblico rentado no, salvo -uno que otro concesionario contratista enredado -con fruto en los negociones municipales.</p> - -<p>Tanto gritaba Viera en <cite>La Pampa</cite> que ya el -pueblo comenzaba divorciarse y huir de las autoridades, -pero no muy ostensiblemente, para no -dar pie las represalias. La oposicin era placer -no saboreado sino de corto tiempo atrs, y los pagochiquenses -no saban an derechas, cmo se -hace, por qu se organiza, qu caminos debe seguir, -ni dnde conduce. Ya lo aprenderan su -costa y quiz en su beneficio...</p> - -<p>Pues, como bamos diciendo, al rato llegaron -procesionalmente los alumnos de las escuelas. Con -las caritas moradas y las manos azules de fro, nios -y nias, bajo la brisa cortante y el sol radioso, -marchaban tambin de dos en dos, las rdenes -de sus maestros que, soberbios y fastidiados, maldecan -de la fiesta y sus incomodidades, pero se -pavoneaban orgullosos de aquel mando vista y -paciencia del pueblo entero. Los chiquilines avanzaban -con resolucin, si no con marcialidad, luciendo -en sus ojos la esperanza de los dulces municipales—infinitamente -ms ricos que los caseros,—despus -de los discursos y los versos aburridores - interminables.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_195" id="Page_195">[Pg 195]</a></span></p> - -<p>El cura Papagna cant el Te Deum como hubiera -podido roncar un De profundis. Imposible -es decir cmo cupo tanta gente en la iglesita, simple -galpn de dos aguas con una torre ancha y baja, -como hecha con cuatro naipes, en una esquina. -Muchos se quedaron la puerta, stos sencillamente -porque no caban, aqullos porque no caban -y tambin porque se hubiesen quedado aunque -cupieran, para hacer pblica gala de despreocupacin -religiosa. Cmo creer que un Papagna pudiera -representar nadie, ni siquiera al gobierno -de Andorra, por muy ministro que se dijera de la -corte celestial?...</p> - -<p>Y entre tanto el bueno de Don Mximo, dale -que le das las bombas cuya larga mecha encenda -con un apestoso y hmedo cigarrillo negro, -para agazaparse en seguida y echar correr casi -en cuatro pies huyendo del mortero, mientras resonaba -el primer estampido y la bomba ascenda recta, -con ligersima espiral, para estallar all, muy -arriba, sobre la seda celeste del firmamento irradiando -pedacitos de papel que el sol converta en -lentejuelas de oro...</p> - -<p>En tropel sali la gente de la iglesia y apresurada -atraves la plaza para invadir los salones de -la Municipalidad, en que ya esperaban los menos -incautos, deseosos de no perder nada de la fiesta... -Los nios de las escuelas salieron en fila como haban -entrado, bajo las rdenes de sus maestros y -medio entumidos por la larga espera de plantn. -Llevaban sus banderas de seda—orgullosos y fatigados -los porta estandarte—y si las nias vestan<span class="pagenum"><a name="Page_196" id="Page_196">[Pg 196]</a></span> -de blanco y banda celeste, los nios ostentaban -todos la patria divisa atada al brazo, como en primera -comunin.</p> - -<p>Los salones se llenaron y la fiesta comenz, -junto la larga mesa del refresco, que grandes y -chicos miraban con ojos vidos.</p> - -<p>Pocas, muy pocas seoras, temerosas con razn, -de los estrujones inevitables; pero no faltaban qu -haban de faltar! las madres de los nios preparados -para declamar pronunciar discursos alusivos, -ni las dignas esposas de los ms dignos miembros -del gobierno comunal, con la intendenta la cabeza.</p> - -<p>El inacabable cotorreo que llenaba el saln, fu -apagndose poco poco, cada cual busc la manera -de estar cmodo viendo mejor lo que iba -ocurrir, y una voz infantil surgi de sobre el mar -de cabezas como un grito subterrneo y prolongado. -Deca versos.</p> - -<p>Nunca se ha sabido cmo poda el chiquillo -manejar las manos entre los apretones de aquella -multitud. El hecho es que—enseado por el maestro -de primeras letras—se debata virilmente y lograba -hacer con gesto rtmico y acompasado, -ademanes de acrbata que enva besos al pblico, -una vez con la derecha, otra con la izquierda, alternando -sin equivocarse, mientras las notas de su -voz, agudas como puntas de alfileres, clavaban palabras -en los odos cercanos:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> -<p class="small1"> -Al cielo arrebataron nuestros gigantes padres<br /> -el blanco y el celeste de nuestro pabelln...</p> -</div> -</div> - -<p>Nadie oy ni entendi una palabra—salvo los<span class="pagenum"><a name="Page_197" id="Page_197">[Pg 197]</a></span> -muy prximos—pero qu aplaudir aqul! Hubiera -sido cosa de nunca acabar si una niita vestida -de raso celeste con un gorro bermelln, no se -abre paso para contar al pueblo soberano:</p> - -<p>—Hoy es el grande, el inmenso aniversario...</p> - -<p>Y como advirtiese que su movimiento instintivo -no era el enseado por la maestra, interrumpise -roja de vergenza y de temor, y con la voz hmeda -de llanto, temblorosa y baja, repiti despus -de corregir el ademn:</p> - -<p>—Hoy es el grande, el inmenso aniversario...</p> - -<p>Y medida que iba diciendo las frases triviales -del dmine de aldea, como si comprendiera lo que -haba debajo de aquel palabreo insulso, la intencin -que ennobleca y agigantaba tanta vaciedad, -la chiquilina iba acentuando sus palabras, su voz -se robusteca, siempre montona y sin inflexiones, -el rojo de la vergenza era substituido por el carmn -del entusiasmo, brillaban sus lindos ojitos -negros y cuando al final dijo:</p> - -<p>—Y juremos defender esta bandera!</p> - -<p>Muchos miraron instintivamente la que sostena -un beb rubio y rosado como un Beb Jumeau, -y por los circunstantes rod una ola de emocin -rompiendo al fin en aplauso cerrado, sin que nadie -parara mientes en que los diez aos una futura -patricia no puede jurar sabiendas si ser -no defensora de ensea alguna.</p> - -<p>Pero los pagochiquenses eran patriotas su -modo y por sugestin, mientras no queman las -papas, segn Silvestre.</p> - -<p>Terminados los aplausos, la niita con la cara<span class="pagenum"><a name="Page_198" id="Page_198">[Pg 198]</a></span> -<em>colorada</em> como si fuese una flor de seibo, grit:—Viva -la Rep...!</p> - -<p>No se oy ms, porque don Mximo haba credo -oportuno el momento para regalar al pueblo -con media docena de cohetes voladores, vanguardia -de tres bombas de estruendo.</p> - -<p>Terminada esta parte de la fiesta, comenz el -desfile de los nios por delante de la codiciada -mesa. Con gracia encantadora, la intendenta, una -mujerona gorda y flcida, daba cada uno su racin -de dos pastelillos elsticos, que pesar de su -heroica resistencia al diente, pasaban en un abrir -y cerrar de ojos los infantiles estmagos. En otra -jira dieron cada cual un vasito de orchata, y -siempre en fila, militarmente, comandados por -maestros y maestras, los nios se retiraron de la -Municipalidad, dirigindose las escuelas, punto -de reunin y de licenciamiento.</p> - -<p>Entre tanto, la oposicin, sin tomar parte activa -en los festejos oficiales, no los haba obstaculizado -ni criticado siquiera. Por el contrario, los cvicos -padres de nios de nias, permitieron gustosos -que concurrieran las escuelas, el Te Deum -y hasta la Municipalidad. Un grupo se haba cotizado -das antes para dar un asado con cuero en -una chacra de los alrededores, y all hubo tras de -mucho apetito, mucha alegra y muchsimos brindis -patriticos, en los que, si se mezcl la poltica -fu generalizando, lejos de toda alusin personal. -Pero no se tome esto como raro signo de cultura, -como inesperada manifestacin de una tolerancia -que nadie senta, no. La fiesta patria era un her<span class="pagenum"><a name="Page_199" id="Page_199">[Pg 199]</a></span>moso -pretexto para divertirse, y all haba ido todo -el mundo pasar un buen rato, reir, cantar, - bromear, pero no calentarse los cascos con el -recuerdo de las diarias perreras y los continuos -sofocones.—Estaban en el corro, devorando la sabrosa -y blanca carne de la vaquillona, los prohombres -de la oposicin, pues el festn criollo, el cielo -claro, el sol tibio y rubio, el silencio ambiente, la -paz regocijada de la naturaleza despertbales el -apetito y el buen humor.</p> - -<p>El negro Urquiza haba hecho el asado de -acuerdo con todas las reglas del arte, en una hoguera -de lea fuerte y huesos; y los trozos de carne, -bien punto, ms sabrosos para los catadores que -el faisn trufado, salan del fuego como negros pedazos -de carbn, rodeados de cscara realmente -carbonizada, ganga protectora de aquel riqusimo tesoro -culinario criollo, cuyo solo recuerdo hace -agua la boca cualquier hijo del pas. El moreno -haba estado la altura de sus antecedentes se -dijo para felicitarlo, desde los primeros bocados. -Luego, las congratulaciones y los plcemes fueron -subiendo de punto, hasta acabar todos gritando:</p> - -<p>—Te has lucido, Urquiza!</p> - -<p>El negro que, como tantos otros, llevaba el -apellido de la familia quien sirvieran sus padres - sus abuelos, no tuvo otra cosa que contestar que -un clamoroso:</p> - -<p>—Viva la patria!</p> - -<p>El almuerzo criollo haba terminado cuando -comenz bajar el sol, y los comensales, unos -caballo, otros en americana, algunos en tlbury,<span class="pagenum"><a name="Page_200" id="Page_200">[Pg 200]</a></span> -comenzaron volverse las casas,—como decan -indicando el pueblo,—despus de haber solemnizado -con el estmago—como en la ms refinada -civilizacin,—el magno aniversario de la declaracin -de nuestra independencia.</p> - -<p>Pero volvamos los concurrentes de los salones -municipales en el punto en que los dejamos, -es decir la salida de los nios.</p> - -<p>Lleg, pues, el turno de las personas mayores, -que asaltaron las bandejas de pastelillos y las botellas -de vino, de cerveza, de licores, con un mpetu -arrollador.</p> - -<p>En un momento qued el tendal de cadaveres, -la mesa limpia de vituallas pero no de manchas, -y los brindis comenzaron, inicindolos el vice-cnsul -francs, M. Petitjean, quien pronunci las siguientes -sentidsimas palabras:</p> - -<p>Seogas y seogues:</p> - -<p>Como rapresentant' de la Frns, yo levant' mi -vas, pog brindag en esta fiest, paga las dias otoridades -y dio pueblo de Pago Shic!</p> - -<p>Seogues:</p> - -<p>Viv' la Frns!</p> - -<p>Viv' la Republic' Aryantn!</p> - -<p>Brindaron en trminos anlogos Grandinetti, -agente consular italiano, y Snchez Gmez, vice-cnsul -espaol, el uno con pronunciado acento -<em>zeneize</em>, el otro muy pulido, sin ms pero que alguna -confusin de <em>g</em> con <em>j</em> y <em>o</em> con <em>u</em>, sabroso condimento -regional de sus entusiastas palabras.</p> - -<p>Susurrbase que all en los comienzos de su -carrera oratoria, nombrado maestro de primeras<span class="pagenum"><a name="Page_201" id="Page_201">[Pg 201]</a></span> -letras, pronunci al hacerse cargo de la escuela, -un memorable discurso:</p> - -<p>Venju—dicen que dijo— tratar del retrocesu -de Paju Chicu, este pueblo que antes fu jobernadu -por los indius y que hoy sije en manus de la -misma familia.</p> - -<p>Pero esto deba ser calumnia levantada por los -envidiosos de sus altas prendas ciceronianas, y lo -hace sospechar as la insistencia con que Silvestre -propalaba la especie, alterando segn las circunstancias -el texto del discurso. Quiz no sea aventurado -considerarlo apcrifo.</p> - -<p>Las autoridades no hablaron, porque entre ellas -no haba lenguaraz alguno, as es que se di por -terminada esa parte de la funcin, la concurrencia -sali de la Municipalidad, y cada cual tom el -rumbo que ms le convino: stos sus casas, -aqullos los volatines, los de ms all la corrida -de sortija, y los pilluelos al rompecabezas y el -palo jabonado con premios.</p> - -<p>Aquel da fu como un comps de espera en la -turbulencia pagochiquense, un da de fraternidad -no muy efusiva, pero siquiera respetuosa y confundible -con una comunin en un solo sentimiento...</p> - -<p>Ridculas las fiestas de Pago Chico... Pero caramba! -ganas nos dan de poner aqu como cierre -del captulo, la frase que Viera, contagiado con la -elocuencia de Prez y Cueto, muy romntico, muy -ao 10, murmur aquella noche al odo de su novia, -mirando el cielo cuyo azul profundo daba una<span class="pagenum"><a name="Page_202" id="Page_202">[Pg 202]</a></span> -sensacin de leve movimiento con el titilar de las -estrellas:</p> - -<p>—Parece que las grandes alas de la patria se -cernieran sobre nosotros y nos acariciaran desde -all arriba.</p> - -<p>Pero no. No la pondremos. Est harto pasada -de moda para que alguien la lea sin reirse. Como -cierre del captulo se necesita otra cosa... otra cosa... -Pero, si no se halla nada mejor, no lo cerraremos -y en paz...</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_203" id="Page_203">[Pg 203]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">POESA</h2> - -<p class="right" style="padding-right: 2em; margin-bottom: 2em; ">Poesa eres t!<br /> -<span style="padding-right: 1em; "><em>Bcquer</em></span></p> - - -<p>La noche de verano haba cado esplndida sobre -la pampa poblada de infinitos rumores, como -mecida por un inacabable y dulce arrullo de amor -que hiciese parpadear de voluptuosidad las estrellas -y palpitar casi jadeante la tierra tendida bajo -su hmeda caricia. La brisa, clida como una respiracin, -se deslizaba entre las altas hierbas agostadas, -fingiendo leves roces de seda, vagos susurros -de besos. Las lucirnagas bailaban una nupcial -danza de luces. El horizonte produca extraa impresin -de claridad, aunque en derredor no pudiera -discernirse un solo detalle, ni en los planos ms -prximos. Era una noche de ensueo, de sas que -tienen la virtud de infiltrarse hasta el alma, sobreexitar -los sentidos, encender la imaginacin.</p> - -<p>Y los peones de la estancia, tendidos en el pas<span class="pagenum"><a name="Page_204" id="Page_204">[Pg 204]</a></span>to -al amor de las estrellas, iluminados veces por -una rfaga roja que relampagueaba de la cocina, -fumaban y charlaban media voz, con palabra -perezosa, inconscientemente subyugados por la -majestad suprema de la noche.</p> - -<p>Una exhalacin que cruz la atmsfera, rayndola -como un diamante que cortara un espejo negro, -para desvanecerse luego en la tiniebla, fu el -obligado punto de arranque de la conversacin.</p> - -<p>—De qu dijunto ser es'nima!—exclam el -viejo don Marto, santigundose una vez pasado el -primer sobrecojimiento.</p> - -<p>—Por la luz que tena, de juro que de algn -ry!—contest medrosamente Jernimo.</p> - -<p>Don Marto rezong una risita:</p> - -<p>—De ande sacs!...—dijo.—Si aqu no hay -rys dende el ao dies, cuando echamos al ltimo, -qu'estaba en Uropa... despus de los ingleses... -Ry! Aura todos somos rys... y no tenemos corona, -si no somos hijos del patrn... Ser ms bien -de algn inocente.</p> - -<p>Pancho, el aprendiz de payador, que andaba -siempre vueltas con la guitarra y se esforzaba -por descubrir el mgico secreto de Santos Vega, -con el instinto del pjaro cantor que reclama la -compaera, querida en secreto,—Pancho, que vi -aparecer en la puerta de la cocina la delgada silueta -de Petrona, destacndose en negro sobre el fondo -rojizo y cambiante del fogn, agreg melanclico -y penetrado:</p> - -<p>—Debe de ser! Las nimas de los angelitos son -las ms lindas. Parecen de luz ms... ms calien<span class="pagenum"><a name="Page_205" id="Page_205">[Pg 205]</a></span>te. -Por eso se baila en los velorios p'a festejarlas... -sas no andan en pena ni se aparecen nunca... -Cuando se muere una criatura se v'al cielo derechita, -y hi se queda!...</p> - -<p>Petrona se haba acercado y, en la sombra ms -espesa del alero, escuchaba, invadida tambin por -el avasallador hechizo de la noche y por el encanto -de la palabra del payador. Como la compaera -todava indecisa del pjaro cantor, estaba suspensa -de sus trinos, hipnotizada ya, pero sin tender las -alas todava. Y Pancho continu:</p> - -<p>—Las de los malos son esas luces verdosas que -andan rastriando por el suelo y que juyen en cuantito -si acerca un cristiano. Pero sas son las de los -dijuntos que todava tienen vergenza de lo qu'hicieron -en vida: los que se disgraciaron por casualid, -los que engaaron un amigo p'a salvarse... -y tantos otros! Las que son malas de veras, las de -los ladrones, los traidores y los cobardes... sas no -tienen luz!</p> - -<p>Don Marto asinti:</p> - -<p>—S, sas son las que le tiran uno el poncho, -de atrs, en las noches escuras, le mancan el -mancarrn, le apedrean el rancho, le asustan -l'hacienda y l'esparraman y l'hacen brava redepente.</p> - -<p>Juan, el resero nuevo, interpel su antecesor -y maestro, aquel fumador que se fumaba hasta la -yema de los dedos, achacoso ya y siempre dolorido:</p> - -<p>—Y ust qu dice, don Braulio?</p> - -<p>—Yo? Y qu'h'e decir? Que aqu estoy como peludo'e -<span class="pagenum"><a name="Page_206" id="Page_206">[Pg 206]</a></span> -regalo, patas p'arriba, esperando l'hora de -ser nima tamin!</p> - -<p>—Qu don Braulio ste! No hay con qu darle! -Siempre con sus dolamas y pita que te pita!</p> - -<p>—Y qu'h'e hacer ni en qu m'h'e divertir, -mi ed y con mis achaques... Juntamente andaba -pensando si lo dejarn pitar uno despus que -cante p'al carnero...</p> - -<p>Una risita de Pancho, y su contestacin:</p> - -<p>—Ya lo creo, don Braulio! Que no est viendo -esa porretada'e jueguitos que s'encienden y si -apagan en el campo?... sos son los cigarros de las -nimas, que vuelan y revuelan como las gaviotas - los teros, dando geltas y fumando...</p> - -<p>—No digas!—exclam entre incrdulo y admirado -su vecino.</p> - -<p>—Si son <em>linternas</em>!—explic don Marto, magistral.</p> - -<p>—Lucirnegas querr decir, don...—sigui -Pancho, impertrrito.—Parecen bichitos, es verda; -pero son los cigarros de las nimas pitadoras.</p> - -<p>—Callte! Y entonces, en invierno, por qu -no pitan?</p> - -<p>—S, pitan... Pero tienen fro y s'encierran en -las casas pitar al lau del jogn!...</p> - -<p>—Vaya un cigarro! Si no quema el juego!...</p> - -<p>—Los dijuntos son fros! Estara geno que -tuvieran juego caliente! Quema el otro, acaso, el -de las nimas en pena?...</p> - -<p>Hubo una pausa.</p> - -<p>Entre amedrentado y risueo, don Braulio -agreg en seguida:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_207" id="Page_207">[Pg 207]</a></span></p> - -<p>—Lindo no ms! Entonces, los dijuntos se -entretienen?</p> - -<p>—Y qu han di hacer!... Tienen tanto tiempo -desocupau! Ellos quisieran hacer lo mesmo que -cuand'eran vivos, y correr, y boliar, y enlazar... -Pero veces no pueden porque tienen los gesos -en la tierra... Pero saben venirse, p'a un si acaso... -Vamos ver! que ninguno dice por qu sabe -hacer tanto fro p'al veinticinco'e mayo y p'al nueve -de julio?</p> - -<p>—No mi hago cargo,—murmur don Marto.</p> - -<p>—Yo no s—confes otro.</p> - -<p>—No caigo en cuenta,—declar don Braulio.</p> - -<p>Pancho, triunfante, explic:</p> - -<p>—Porque p'a las fiestas se vienen tuitos los que -peliaron por la patria, sin que falten ni los mesmos -muertos en los Andes, que son unas montaas -altas as, de purito yelo!... Y como son tantos... -Por eso, en cuantito tocan l'Hino Nacional, es un -fro que da calor y que le corre uno por el lomo.</p> - -<p>—Ah, balaquiador lindo!—grit don Marto, -no sin admiracin reprimida.</p> - -<p>Y luego; con cierto matiz respetuoso, alentador -como un premio en labios de tal paisano, agreg:</p> - -<p>—Y, diga, don... qu se hace l'nima de las -mozas, cuando se mueren todava tiernecitas?</p> - -<p>La rplica inmediata de Pancho:</p> - -<p>—Qu viejo, este don Marto!... Y no ha visto, -un si acaso, los macachines, como di oro, florecer -qu'es un gusto por el campo, y todos con una frutita -enterrada, igualita un corazn, y como azcar...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_208" id="Page_208">[Pg 208]</a></span></p> - -<p>—Agarrte!... Y las viejas?</p> - -<p>—Gevos de gallo, que se prienden en los cercos - se agarran las barrancas. Y cuanti ms genas -jueron en vida el gevo es ms grande y ms -sabroso, y cuando han tenido hijos y los han querido... -ms todava!...</p> - -<p>Por su irritabilidad de enfermo, don Braulio -se le ocurri lanzarle un sarcasmo disimulado, slo -manifiesto por el tonito arrastrado y cantor:</p> - -<p>—Y los payadores, decme...</p> - -<p>Pancho contrajo con esfuerzo los msculos de -la cara, sinti en la garganta una especie de nudo, -pero logr contestar, como si alguien le dictara las -palabras:</p> - - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> -<p>—Los payadores de ly,<br /> -los payadores de veras,<br /> -no mueren nunca, paisano,<br /> -ni son nimas en pena...<br /> -siguen cantando noms,<br /> -lo mesmo que Santos Vega!...</p> -</div> -</div> - -<p>Eran versos, inconscientemente medidos, y -los lanz con ritmo marcado y sentimental. -los otros les llegaron al alma. Hubo un silencio -prolongado y lleno de sensaciones... Luego, -uno uno, fueron desgranndose los paisanos, -saturados por la poesa total de la noche. El -ltimo que se levant para ir al galpn en que tena -la cama, enervado por su mismo desgaste cerebral, -fu Pancho.</p> - -<p>Y al pasar junto la puerta, ya tenebrosa, de la -cocina, en medio de la envolvente y acariciadora<span class="pagenum"><a name="Page_209" id="Page_209">[Pg 209]</a></span> -sombra, sinti de pronto un hlito ms intenso, -ms tibio, ms hmedo que el de la noche, y una -vocecita que murmuraba junto su odo:</p> - -<p>—Pancho! Quin te ensea esas cosas tan lindas?</p> - -<p>Y l, azorado un instante, trmulo y atrevido -luego, como un hroe que es todava un recluta, -abraz con mpetu Petrona y</p> - -<p>—Vos!—le bes en la boca.</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_210" id="Page_210">[Pg 210]</a><br /><a name="Page_211" id="Page_211">[Pg 211]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">SITIADO POR HAMBRE</h2> - - -<p>—Hay que sitiarlo por hambre!—haba exclamado -Ferreiro aludiendo Viera, en vista del psimo -efecto producido por las medidas de rigor, -como pudo verse en Libertad de imprenta.</p> - -<p>El plan era fcil de desarrollar y estaba medias -realizado por el oficialismo pagochiquense en -masa, que ni compraba <cite>La Pampa</cite>, ni anunciaba -en ella, ni encargaba trabajos tipogrficos en la -imprenta cvica. No haba ms que seguir apretando -el torniquete y aumentar el ya crecido nmero -de los confabulados contra el periodista. De la tarea -se encargaron cuantos pagochiquenses estaban -en candelero, dirigidos por el escribano que les -hizo emprender una campaa individual activsima, -no de abierta hostilidad, pues eso no hubiera -sido diplomtico, sino de empeosa proteccin - <cite>El Justiciero</cite>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_212" id="Page_212">[Pg 212]</a></span></p> - -<p>En los pueblos pequeos, como el Pago, los -suscriptores de los peridicos son necesariamente -escasos y ms escasos an los anunciadores, porque - qu santo salir diciendo que en el almacn -tal en la tienda cual, se venden stos los otros -artculos, cuando todos tienen las mismsimas cosas, -ni que la casa de Fulano de Mengano est en -la calle tal nmero tantos, cuando, hasta los perros -la conocen y le han puesto su marca muchas veces? -Si se publica un aviso en un diario es slo como -acto de magnanimidad y para favorecerlo ostensiblemente, -no por otro motivo propsito,—y -ms barato resulta no anunciar. Volviendo los -suscriptores, muchsimos no pagan, unos por ser -muy amigos del propietario, otros por no serlo bastante,—de -manera que no hay cosa tan precaria -como la vida de una publicacin de aldea, villa -presunta ciudad, salvo cuando es afecta los gobernantes, -quienes la subvencionan, le dan edictos, -licitaciones, etc., hacen subscribirse sus allegados, -subalternos, favorecidos postulantes, y le crean -as una especie de ambiente alimenticio artificial. -El periodista de la situacin es un parsito insaciable, -porque nada, ni la sarna misma, come tanto -como una imprenta. Y cuanto ms tiene el diario -oficialista, menos alcanza el diario opositor, -puesto que el comercio no seala la rclame sino -una partida tan exigua como la destinada limosnas—es -decir, nada en absoluto nada relativamente—y -los fondos no alcanzan para dividirlos -en dos. Mientras uno mama, el otro llora.</p> - -<p>De la parte de su capitalito que Viera destin<span class="pagenum"><a name="Page_213" id="Page_213">[Pg 213]</a></span> -al sostenimiento de <cite>La Pampa</cite> despus de invertir -la mitad en la imprenta, apenas le quedaban unos -pocos centenares de pesos enterrados en un solar -de los suburbios que, en vez de subir se haba depreciado -desde que lo compr. Esto mismo era ms -nominal que positivo, pues como el diario, bamboleante -en un principio, se sostena duras penas, -los proveedores bonaerenses de papel, tinta, -tipos y dems, tenan en cartera documentos plazo -fijo por un total bastante ms crecido que el -valor del terreno. Para <cite>La Pampa</cite>, ms celosa que -la misma balanza de precisin de Silvestre, la que -segn l meda hasta el peso de las palabras, cualquier -carga desfavorable poda determinar la ruina -y el cierre ignominioso por falta de elementos.</p> - -<p>Ahora bien, la campaa organizada por Ferreiro -se llev cabo con xito visible. Todos los -amigos convirtironse en elocuentes propagandistas -y comisionistas de <cite>El Justiciero</cite>, buscando avisos -y subscripciones que muchos no les negaban -por no incurrir en las iras celestiales. Pero, segn -lo ya dicho y como que el hilo se corta por lo ms -delgado, squese la consecuencia, como la sacaban -prctica, aritmtica y monetariamente Viera y su -administrador, no sin graves temores para un futuro -inmediato.</p> - -<p>—Por qu no se subscribe al <cite>Justiciero</cite>? Por -qu no pone su avisito en <cite>El Justiciero</cite>?—era la -frase intercalada de pronto y sin andarse con muchos -rodeos en la conversacin por los secuaces -del escribano.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_214" id="Page_214">[Pg 214]</a></span></p> - -<p>—Porque ya estoy suscrito <cite>La Pampa</cite> y tengo -all mi aviso.</p> - -<p>—Pngalo tambin en <cite>El Justiciero</cite>, porque -<em>hay</em> inters en ayudarlo, y para un comerciante -que vive de todo el mundo, como Vd., no conviene -estar bien con unos y peor con <em>otros</em> que valen -ms.</p> - -<p>El comerciante trataba, veces, de no dar su -brazo torcer, siguiendo con el aviso en <cite>La -Pampa</cite>.</p> - -<p>—Es que mire, don... El negocio no da p'a tantas -misas, y gatas si puedo pagar un solo aviso, -que ni necesito siquiera.</p> - -<p>—Bueno,—replicaba el comisionista de ocasin,—en -ese caso, para no quedar ni bien ni mal con -nadie, saque el aviso que tiene y no se haga tomar -entre ojos.</p> - -<p>Por pocas concomitancias que el catequizado -tuviera con el poder forzosamente ceda, si no -la elocuencia de estas palabras, las amenazas que -senta rezongar bajo ellas, y daba el aviso <cite>El -Justiciero</cite> quitndoselo <cite>La Pampa</cite>, se lo quitaba - sta para no darselo nadie. Lo mismo punto -menos ocurra con las subscripciones...</p> - -<p>El derrumbamiento del diario oficial se precipitaba -estruendosamente sin que Viera atinase con -el remedio. El administrador slo supo aconsejarle -uno peor que la enfermedad: rebajar las tarifas. -Puesto en prctica, observse que no entraba un -solo anuncio nuevo,—como es natural, dado el -carcter de los anunciantes,—mientras seguan retirndose -los viejos...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_215" id="Page_215">[Pg 215]</a></span></p> - -<p>Viera, que haba fijado ya la fecha de sus bodas, -crey prudente postergarlas hasta ver ms -claro en su situacin, harto borrascosa para embarcarse -en el matrimonio; hizo todas las posibles -economas, redujo el personal de la imprenta y -trat de prepararse para hacer frente al prximo -vencimiento de uno de sus pagars... Ay! si bien -las pginas de anuncios de <cite>La Pampa</cite> podan llenarse -bien mal con los borrones de los antiguos -cliss de especficos, la caja de la administracin -no se llenaba con artificio alguno. Al borde del -abismo, acudi solicitando un prstamo la sucursal -del Banco de la Provincia, aunque considerara -el paso intil y hasta ridculo, pues los consejeros -eran Ferreiro y comparsa, precisamente -los que estaban sitindolo por hambre. No se le -di ni siquiera un no redondo; eso nunca!; al pie -de su solicitud, y con la firma del gerente, ley -pocos das ms tarde esta corts pero mortal negativa: -Otra oportunidad.</p> - -<p>An no haba hecho confidencias nadie, limitndose - refunfuar que el diario no iba tan -bien como quisiera; pero ya necesitaba por lo menos -el precario consuelo de desahogarse con algn -amigo, instintivamente, sin la esperanza ms remota -de que nadie le echase una cuarta para sacarlo -del cangrejal en que se hunda.</p> - -<p>El comit cvico no haba hecho ni poda hacer -nada en su favor, porque tambin se hallaba -desastrosamente arruinado, y ni en el terreno de la -hiptesis era caso de pensar en desnudar un -santo desnudo para vestir otro no ms abrigado<span class="pagenum"><a name="Page_216" id="Page_216">[Pg 216]</a></span> -por cierto. Como aquel pesar y aquel temor de la -catstrofe prxima no dejaban en su cerebro clula -capaz de una iniciativa, ni siquiera eligi su -confidente, sino que, en el momento psicolgico -de la expansin, abrise al doctor Prez y Cueto -que acababa de llegar por casualidad la imprenta, -y que le escuch con tristeza y ratos con indignacin, -mientras le reconstrua, tal como la haba -olfateado y comprendido, la trama abominable -contra l urdida por Ferreiro, Luna, Machado, -Barraba, Carbonero y tutti quanti.</p> - -<p>—Mandrias! Canalla soez! Inmunda estirpe!...—exclamaba -de tiempo en tiempo el doctor, interrumpiendo - Viera.</p> - -<p>Y luego, cuando el otro le enumerara sus apuros -y dificultades, lo volva interrumpir:</p> - -<p>—Caramba, caramba, caramba!</p> - -<p>Por fin Viera call, muy conmovido, y no porque -se le hubiera agotado el tema, sino porque la -fatiga le exiga reposo. El doctor Prez y Cueto -psose en pie, pase la sala de arriba abajo con -las manos atrs y la cabeza sobre el pecho, profundamente -meditabundo. Luego, irguindose, -arrib una conclusin:</p> - -<p>—Hay que arreglar eso!—dijo.</p> - -<p>Y despus de una pausa, como para que se le -escuchara con religiosa atencin, repiti sentenciosamente:</p> - -<p>—Hay que arreglar eso!</p> - -<p>Nueva pausa. Viera, por ltimo, resolvi acortar -el entreacto:</p> - -<p>—Y cmo?—pregunt su grande amigo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_217" id="Page_217">[Pg 217]</a></span></p> - -<p>—Hay que arreglar eso! Ya lo tengo pensado! -Ahora mismo acaba de ocurrrseme. No es posible -que esos espreos ciudadanos, esos advenedizos -despreciables que han llegado al poder arrastrndose -por el lodo como los reptiles, sigan sojuzgando - este desdichado pueblo y vejando la -gente de pro. todos nos toca mantener bien alto -la bandera enarbolada por <cite>La Pampa</cite>, y todos sabremos -cumplir nuestro deber! Tenga Vd. confianza, -Viera, tranquilcese! Retemple el corazn -para seguir luchando como bueno!</p> - -<p>Estaba tan agitado y conmovido cual si acabase -de hablar ante cien doscientos pagochiquenses, -en algn meeting trascendental; y fe que su auditorio, -arrebatado por aquella elocuencia, enternecido -por aquella grandeza de alma, se dej contagiar -por su entusiasmo hasta las lgrimas. S. -Viera lloraba cuando estrech la mano de su altisonante -amigo. Y cualquiera de nosotros hubiese -hecho lo mismo en su lugar, porque ensnchese -Pago Chico hasta convertirlo en gran nacin, -agrndese tambin proporcionalmente el motivo y -las consecuencias del acto y no resultan entonces -el mdico y el periodista dos hroes tan grandes -como los que hayan sacrificado ms por la patria y -la humanidad? Todo es cuestin de relatividades, -de apreciaciones, de teatro, de circunstancias. El -hecho en s era noble y generoso: pngase en parangn -con la entrevista de Guayaquil y resultar -trivial; comprese con el egosmo reinante en la -actualidad, y ya veris cmo se agiganta...</p> - -<p>—Con cunto se remedia?—pregunt el doctor<span class="pagenum"><a name="Page_218" id="Page_218">[Pg 218]</a></span> -Prez y Cueto, volviendo la prosa de la vida, pero -sin empequeecer por eso su accin, como aquellas -homricas deidades que podan comer, batallar, -amar, hacer tonteras, lo humano, sin perder por -eso su divino carcter.</p> - -<p>Viera se lo dijo.</p> - -<p>—Bien. Yo no puedo prestarle toda esa suma, -ni aqu ha de tratarse de un prstamo. No. Pago -Chico est en deuda con Vd., Pago Chico est en -deuda con <cite>La Pampa</cite>, su nico defensor, su postrer -baluarte, y es preciso que se conduzca como -un pueblo digno de tal nombre. Inicio, pues, una -suscripcin popular contribuyendo con doscientos -pesos, y encabezando la primera lista que me encargo -de llenar. No faltarn hombres de buena voluntad -que colaboren en la tarea y se hagan cargo -de otras listas. En un par de das tendr Vd. el doble -de lo urgentemente necesario, y <cite>La Pampa</cite> volver - navegar viento en popa.</p> - -<p>Y, en efecto, pocos das despus, el doctor Prez -y Cueto entraba triunfante en la redaccin de -<cite>La Pampa</cite>, gritando voz en cuello:</p> - -<p>—An hay pueblo en Pago Chico! An hay -pueblo en Pago Chico!</p> - -<p>Se haba reunido una suma importante para -aquel centro y aquella poca, y centenares de vecinos -subscribieron con entusiasmo segn sus fuerzas, -los unos igualando la suma ofrecida por el doctor, -los otros contribuyendo hasta con veinte centavos -ahorrados del modestsimo puchero. Si -Washington hubiese podido presenciar aquel movimiento, -hubiera pensado que aqulla era tela de<span class="pagenum"><a name="Page_219" id="Page_219">[Pg 219]</a></span> -ciudadanos, y que con elementos capaces de acto -tan sencillo en apariencia, es como se organizan -grandes naciones. Desgraciadamente Washington -haba muerto haca muchos aos, y aunque viviera -no tendra probabilidad de conocer el nombre de -Pago Chico, y mucho menos su batracomiomaquia...</p> - -<p>Todas las listas cerradas y puestas en manos del -administrador de <cite>La Pampa</cite> resultaron conformes -con las sumas entregadas sucesivamente en efectivo. -Todas... es decir... Y aqu la pluma se emperra -como patria empacado, para el que no valen ni -las nazarenas, ni la lonja, ni el talero mismo. No -hay quin la saque. Sera ms capaz de bolearse -que de dar un solo paso... Pero ello es preciso, sin -embargo, y justamente nos facilita el relato el hecho -inevitable de que resultar inverosmil, de la -ms absoluta inverosimilitud. Si no fuera inverosmil, -no lo contaramos. Gracias que lo es, siempre -quedar el suceso envuelto en una niebla de -vaga desconfianza, como una cuasi mentira que -debiera ser mentira sin cuasi en cualquier mundo - lo Pangloss...</p> - -<p>Pues es el caso que falt una lista. No. La lista -no falt. Lo que falt fu el dinero. Imposible armonizar -nunca las cifras del total con el cero de -la entrega... He aqu los hechos:</p> - -<p>La tarde del da en que se cerraba la suscripcin, -Silvestre entr contentsimo en la imprenta, -donde Viera estaba casualmente solo.</p> - -<p>—Viera, hermano Viera!—exclam el insigne -boticario.—Te he juntado ms de seiscientos pesos:<span class="pagenum"><a name="Page_220" id="Page_220">[Pg 220]</a></span> -todos me han pagado. Ah los tengo en casa; y si -los quers te los traigo ura mismo.</p> - -<p>—No hay apuro.</p> - -<p>—Aqu tens la lista. Guardala, porque no queda -nadie que agregar, y he hecho la suma. Qu -manifestacin, hermano! Esto s que es honroso. -Ya no se trata de puro jarabe de pico, y cuando la -gente se presta aflojar la mosca, por algo ha 'e -ser. Tocarle el bolsillo es como andarle por las verijas - un animal cosquilloso. As que, si quers, -pods engrirte de lo que han hecho con vos.</p> - -<p>—S, hermano—replic Viera—me siento verdaderamente -conmovido, y si no fuera por eso llegara - ponerme orgulloso. sas son cosas de que -no me podr olvidar en la vida, y que no andar -propalando, si no que las guardar exclusivamente -para m, como una gloria ntima y tambin como -una obligacin inquebrantable de mantenerme -tal cual soy, de seguir sin extravos la norma que -me he trazado!...</p> - -<p>Hablaba sinceramente, y es muy posible que -hoy, recordando aquellos momentos, repitiera -esas mismas palabras con igual conviccin.</p> - -<p>Silvestre le miraba. Al rato le pregunt:</p> - -<p>—Pero, decme, La suscricin te alcanza para -sacarte completamente del pantano, no?</p> - -<p>—Es una ayuda muy grande.</p> - -<p>—Eso ya s. Pero ahora te ves ya completamente -libre de compromisos?</p> - -<p>—Por el momento s.</p> - -<p>—Ah, por el momento, bien deca yo! Unos -cuantos meses, no es verda? Porque si el diario no<span class="pagenum"><a name="Page_221" id="Page_221">[Pg 221]</a></span> -se sostiene, ni menos da ganancias, en cuanto se -gasten esos nales volvs enterrarte hasta el encuentro -en el tembladeral, no?</p> - -<p>—Desgraciadamente.</p> - -<p>—Natural. Lo que necesits es muchos suscritores, -muchos avisos, para pagar todo el mundo -y vivir sin arretrancas!; , de no, mucha plata para -que el diario no se vaya al bombo en algunos -aos, y venga ms poblacin y entonces se pueda -sostener.—Porque supongo que, aunque los nuestros -suban no sos de los que se han de prender -la ubre...</p> - -<p>—Tens razn, tens razn en todo Silvestre...</p> - -<p>—Bueno... entonces, esper... dejme m... Yo -s lo que hago, y has de ver cmo todo viene como -anillo al dedo. Tengo una combinacin... Ya -vers ya vers...</p> - -<p>Y se levant en actitud de marcharse.</p> - -<p>—Qu penss hacer?</p> - -<p>—No te quiero decir... Luego... Maana.</p> - -<p>Y se fu.</p> - -<p>Tan optimista estaba Viera, que la ms pequea -simiente de ilusin de esperanza cada en su -cerebro, luego se fecundaba, germinaba, brotaba, -creca, echaba hojas, ramas, flores, frutos, como -si estuviera en manos del ms hbil de los faquires -indios. Las vagas palabras de Silvestre lo enajenaron, -entregndolo una especie de pasajera -megalomana: era evidente para l que su amigo -pensaba convocar de nuevo al vecindario patriota -para exponerle minuciosa y exactamente la situacin, -comunicarle sus ideas y propsitos, y exigir<span class="pagenum"><a name="Page_222" id="Page_222">[Pg 222]</a></span> -de l un esfuerzo ms mplio y ms continuado -que aquella gran cinchada, demostrando que con -menos sacrificio se arribara mucho mayor efecto -si no se aguardaba cada vez, para echarle una -manito, que el carro estuviera encajado hasta la -maza. Ms suscripciones, avisos mejor pagados, -con qu equilibrar las entradas y las salidas; l no -peda ms, ni lujo ni holgura siquiera, para seguir -diciendo verdades y defendiendo al pueblo...</p> - -<p>Fu ver la novia para contagiarle su fiebre -de ensueos, para transmitirle el inmenso jbilo -con que tantas manifestaciones de aprecio—gloriosas -deca l—embriagaban su juventud, para hablar -tambin de las bodas, que podran acelerarse, -sin tener ya enfrente el fantasma de la miseria... -Despus, vuelto su casa, aquella noche se durmi -sonriendo sus nuevos y quebradizos juguetes.</p> - -<p>Cuando, medio da, entr en la imprenta Silvestre, -su revuelto cabello, los ojos huraos, los -labios resecos y plegados en una mueca amarga y -nerviosa, revelaban un hondo sufrimiento, una -grande angustia. Viera lo mir sorprendido.</p> - -<p>—Qu tens?—exclam.</p> - -<p>Silvestre, sin contestar, sac el revlver, presentlo -por el cabo al periodista y</p> - -<p>—Tom, matme!—murmur con voz reconcentrada.</p> - -<p>—Qu tens? ests loco?</p> - -<p>—Tom, matme, te digo! Soy un canalla y -un flojo, porque ya me deba haber hecho saltar la -tapa de los sesos! Tom, matme por favor!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_223" id="Page_223">[Pg 223]</a></span></p> - -<p>Viera le quit el revlver. Acababa de comprenderlo -todo, lo de la combinacin, las reticencias, -la loca esperanza... Silvestre se haba dejado -arrastrar por su aficin al juego, creyendo sinceramente -que obedeca al propsito de salvar para -siempre su amigo. La noche antes, en casa del -Rengo, lo haban dejado ms pelado que laucha -recin parida. La suscripcin no era ya sino una -cantidad negativa, aumentada con una deuda exigible -dentro de las veinticuatro horas, una deuda -de honor.</p> - -<p>El periodista guard el revlver en un cajn -del escritorio, y aunque sintiera el corazn oprimido -hasta el dolor, pudo sonreirse y decir filosficamente:</p> - -<p>—Pedazo de sonso! Si hubieras venido con las -manos llenas de plata no traeras el revlver, aunque -la intencin sea la misma... Slo que... hay -que desconfiarles mucho esas intenciones... Perdiste? -Bueno; no hablemos ms! Ya sabs que hiciste -mal en jugar, y... basta!</p> - -<p>Silvestre lo miraba boquiabierto, alelado, con -una sorpresa indecible.</p> - -<p>—Conque sabas?—acert balbucir.—Y me -perdons, hermano, todo el mal que t'hecho!...</p> - -<p>Y reaccionando de pronto, rompi llorar con -grandes sollozos convulsivos, sentado, sepultada la -cabeza entre las manos, sobre las rodillas trmulas.</p> - -<p>...Una semana despus no se acordaba ya de -aquella crisis espantosa, tranquilizado por el silencio -de Viera. Pero debemos confesar en honor suyo,<span class="pagenum"><a name="Page_224" id="Page_224">[Pg 224]</a></span> -que perdon su amigo el haberlo perdonado de su -falta, y esto aboga por l, porque es excepcional. -Viera di por recibida la suma con grave peligro -de su reputacin, pues la falla prolong y di incremento - sus apuros.</p> - -<p>—Dnde tira la plata ese loco?—se preguntaban -hacindose cruces los que vean de cerca al -periodista siempre metido en su intolerable atolladero.</p> - -<p>Pero como Silvestre no se apresuraba explicarlo -ni Viera haba de hacerlo...</p> - -<hr class="r65" /> - -<p>El lector querr saber cmo justificamos la visible -contradiccin que se nota leyendo esta crnica, -primero en las dos opuestas actitudes del pueblo -pagochiquense, y despus en los actos de Silvestre, -censor implacable de lo malo y luego capaz -de todo, hasta de un abuso de confianza. Pues -muy sencillamente: no la justificamos porque no -necesita justificacin. Si la necesitara, diramos en -cuanto lo primero que se trata de esos distintos -estados de alma, del alma popular, que permiten y -aun crean las fluctuaciones de opinin y accin -observables que toda colectividad, y en cuanto -lo seguido que Silvestre, culpable, segua siendo -puro como lo crea Viera, pues si antes se dijo que -el ms justo peca siete veces, hoy puede afirmarse -que el ms sensato lleva un loco adentro.</p> - -<p>Slo que Silvestre (aqu inter nos) no era el -ms sensato...</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_225" id="Page_225">[Pg 225]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">EL DIABLO EN PAGO CHICO</h2> - - -<p>Viacaba, aquel paisano tosco, bueno y trabajador -que tantos han conocido, tena en ese tiempo -su rancho algunas leguas de Pago Chico, sobre -el remanso de un pequeo arroyo que, despus de -reflejar la barranca, perpendicular y desnuda de -vegetacin, los sauces desmedrados que se balanceaban -sobre ella y el corral de la escasa puntita -de ovejas, segua su curso casi en ngulo recto sobre -su antigua direccin, iba lento, pobre y turbio, - echarse en el indigente caudal del Ro Chico, -que en realidad nunca lleg ro ni aun con aquel -refuerzo, sino en poca de grandes crecidas inundaciones. -Viacaba viva all, desde muchos aos, -con su mujer Panchita, sus dos hijos Pancho y -Joaqun, hombres ya, su hija Isabel, morenita -feucha pero inteligente y un par de peones, Serapio -y Matilde, que, ayudados por el viejo y los dos<span class="pagenum"><a name="Page_226" id="Page_226">[Pg 226]</a></span> -mozos, bastaban y sobraban para los quehaceres -habituales de la estanzuela.</p> - -<p>Estos quehaceres estaban lejos de ser abrumadores, -aunque Viacaba poseyese buen nmero de -vacas y de yeguas, y unos pocos centenares de -ovejas para el consumo, pues no era aficionado -esa clase de crianza.</p> - -<p>El rancho era espacioso y constaba de varias -habitaciones. Se vea desde lejos, sobre el albardn -abierto en dos por el arroyo que, voluntarioso y -caprichudo, no haba querido echar por lo ms -fcil, aunque le sobrara campo llano en que correr -y aunque no le importara un bledo de la lnea -recta. Quiz, cuando tendi su lecho, aquellos terrenos -tendran muy distinta configuracin...</p> - -<p>Y as como el rancho se vea de lejos, as tambin -desde el rancho se abarcaba hasta muy lejos -un horizonte curvilneo, desierto, completamente -plano, una extensin de pampa cubierta entonces -de hierba reseca y triste, amarilla tirando gris, -alfombra polvorienta en que, como trazada de propsito, -se destacaba la tortuosa lnea verdegueante -de las orillas del arroyo, como una franja de terciopelo -nuevo en un inmenso manto rado.</p> - -<p>Aquella siesta haca un calor bochornoso. El -campo reverberaba, como si fuese de sutiles y vibrantes -laminillas de acero, y mareaba con sus -destellos ofuscadores. El cielo estaba casi blanco, -sin una nube, pero en l flotaban grandes invisibles -masas de vapores dilatados por el calor. -Oase el incesante y estridente chirrido de la chicharra, -y en la atmsfera haba un montono<span class="pagenum"><a name="Page_227" id="Page_227">[Pg 227]</a></span> -zumbar de insectos, sin que se supiera de dnde -parta, pero ensordecedor, atontador de persistencia.</p> - -<p>No es extrao, pues, que cansados del trabajo -de la maana y rendidos por el bochorno abrumador, -todos durmieran en el puesto de Viacaba; -los hombres bajo el alero que daba al este, ya sin -sol, y las mujeres en el interior del rancho, cuya -obscuridad ofreca una momentnea sensacin de -frescura.</p> - -<p>El aire, sofocante, estaba inmvil, como casi -todos los das esas horas, en aquella temporada -de sequa, tan larga y amenazante ya, que los animales -comenzaban desmejorar y enflaquecer, -sntoma de probable epidemia... Los hombres dormidos -respiraban sofocadamente, y gruesas gotas -de sudor les brotaban de los poros, bruscas y cristalinas, -para correr luego en hilos por su piel morena. -Dorman intranquilos, hostigados por el calor -y por las moscas, zumbadoras, insistentes, -pertinaces pesar de sus instintivos manotones. Y -hubieran seguido postrados por la modorra, si el -galope de un caballo que se detuvo frente la -tranquera, y el furioso ladrar de los perros que, -un momento antes, echados la sombra y con la -lengua afuera imitaban jadeando la locomotora de -un expreso, no los arrancaran de la siesta.</p> - -<p>Matilde, un pen santiagueo, enorme y mal -encarado, quien aquel nombre de mujer sentaba -como un Cristo un par de pistolas, se incorpor -refunfuando, levantse perezosamente, y -con paso tardo, pesar del sol que rajaba la tierra,<span class="pagenum"><a name="Page_228" id="Page_228">[Pg 228]</a></span> -se encamin ver quin era el importuno jinete. -Los dems, mirando hacia la tranquera, entrevieron -un tordillo, negro de sudor y de polvo, que -resollaba como un fuelle y sacuda cabeza, orejas -y cola, espantando la nube de moscas que se le haba -echado encima. El pasajero entraba con Matilde, -que se adelant para informar Viacaba.</p> - -<p>—Es un franchute que pd'i'agua—dijo.—Le -doy?</p> - -<p>—Cmo no! Hac qu'entre aqu la sombrita.</p> - -<p>Cuando el hombre lleg al alero todos se haban -levantado, y Panchita Isabel se movan -adentro, despertadas por las voces.</p> - -<p>—Buenas tardes, amigo. Entre y sientes... Dale -agua fresca, Serapio. Despus tomar un matecito, -si gusta... Y cmo anda, amigo, con este solazo, -que ni las vboras salen de las cuevas?</p> - -<p>El francs explic que aquella misma tarde -tena ocupaciones de urgencia en el pueblo, para -poder tomar la galera la madrugada siguiente.</p> - -<p>Era un mocetn alto y delgado, muy rubio y -de ojos clarsimos, frente estrecha, nariz larga, -descolorida y ganchuda, como el pico de una ave -de presa; tena algo de carancho, aunque su rostro -fuese largo y afilado, y su exagerada urbanidad -no bastaba para desvanecer la antiptica impresin -que desde el primer instante produjera en -aquellos hombres sencillos y toscos. Un fluido repelente -flotaba en torno suyo, como si emanara de -su cuerpo, y los cinco paisanos, tan distintos en el -aspecto y las maneras, no podan dejar de mirarlo -con desconfianza.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_229" id="Page_229">[Pg 229]</a></span></p> - -<p>Bebi con verdadera avidez el agua recin sacada -del pozo, y gozando de la sombra dejse estar -sentado en un banco, bajo el alero, recostado -en la pared de barro groseramente blanqueada, -parpadeando para no dejarse vencer por el sueo. -Y cuando Isabel apareci, seguida por la madre, -con el mate amargo que haba cebado en la cocina, -se levant ceremoniosamente, algo envarado, haciendo -una gran reverencia y murmurando cumplidos - la amable seoguita y la respetable -seoga.</p> - -<p>Sorbi, no sin alguna mueca, el acre brebaje -que no estaba acostumbrado, y con nuevas cortesas -devolvi el mate la joven. sta, al pasar para -la cocina, con gran fragor de enaguas almidonadas, -signific Pancho, con un mohn y una -miradita de soslayo, cunto la disgustaba, tambin - ella, el extranjero. La seora lo examinaba - hurtadillas. Los hombres hacan esfuerzos para -sostener la desanimada conversacin.</p> - -<p>Ms de una hora dur la visita. Matilde di, -entretanto, de beber al tordillo, y le apret la cincha, -como si con ello apurara el momento de la -separacin.</p> - -<p>Mientras armaba un cigarrillo negro con que -Viacaba lo haba obsequiado, el francs habl de -la sequa y del triste estado de las haciendas. Llegaba -de lejos, y toda la campaa que haba recorrido -presentaba el mismo aspecto de desolacin: -pastos resecos como yesca, lagunones sin agua, -baados lisos y duros como piedra, arroyos tan -bajos, que casi todos se podan pasar de un salto;<span class="pagenum"><a name="Page_230" id="Page_230">[Pg 230]</a></span> -las haciendas vacunas estaban flacas como esqueletos; -las ovejas muy desmejoradas y con una sarna -ms pertinaz que nunca; las yeguas con huesos -y pellejo...</p> - -<p>—La suerte que aqu no lo vamos pasando tan -mal tuava—exclam Viacaba con cierta satisfaccin.</p> - -<p>Pero alz bruscamente la cabeza, alarmado, -cuando el extranjero dijo que en muchas partes -haba visto grandes torbellinos de polvo que el -viento arrancaba de la tierra desnuda de vegetacin.</p> - -<p>—Las polvaderas!—murmur con acento medroso—Por -lo visto, ya principian!...</p> - -<p>Y se qued profundamente pensativo, evocando -aquella terrible calamidad, no sufrida desde muchos -aos, pero que en otro tiempo pasara por all -sembrando el estrago y la devastacin, dejando la -inmensa pampa despoblada de animales y como -muerta y enterrada ella misma bajo cenicienta y -mvil capa de polvo...</p> - -<p>La voz atiplada y agria del viajero, salpicada -con notas discordantes, aumentaba aquella impresin, -y la de antipata y desconfianza que irresistiblemente -provocara en todos.</p> - -<p>Ya con el sol algo bajo, el francs se despidi -haciendo zalemas y protestas de vivo agradecimiento. -Viacaba lo acompa hasta la tranquera -mientras los dems habitantes lo miraban marcharse, -en fila bajo el alero... El tordillo, descansado -ya, emprendi la marcha con paso ms brioso, -y cuando iba lanzarlo al galope, el jinete oy -que el paisano le gritaba desde la tranquera:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_231" id="Page_231">[Pg 231]</a></span></p> - -<p>—Cuidao con el pucho!</p> - -<p>—Oui! oui!—grit el otro sin comprender.</p> - -<p>Un momento despus, Isabel, que volva con -el inacabable mate amargo, formul el pensamiento -de todos:</p> - -<p>—No me gusta nadita esi hombre!</p> - -<p>—Cosa gena no ha'eser,—refunfu afirmativamente -Matilde recogiendo el recado para ir ensillar.</p> - -<p>—Parece medio... cantimpla,—zumb Pancho, -el ms tolerante, despus de Viacaba.</p> - -<p>Y aunque pasaran largo rato en silencio, aquella -visita debi continuar preocupndolos, porque -Serapio no dijo quin se refera cuando observ:</p> - -<p>—Ah va, por el fachinal.</p> - -<p>Efectivamente, el bulto, ya apenas perceptible, -del hombre y el caballo, se alejaba rpidamente -iba internarse en un alto pajonal que, en direccin - Pago Chico, ocupaba una vasta extensin -de terreno.</p> - -<p>—Cantimpla decs!—objet Joaqun que se haba -quedado rumiando las palabras de Pancho.—Pues - m, lo que me parece es un pjaro de mal -agero, con ese pico'e lechuzn desplumao de la -cabeza... Con tal de que no nos haiga echau algn -dao...</p> - -<p>—Dejte de ageras, Joaqun!—exclam Viacaba.—Los -gringos saben tener unas caras... fierazas! -Pero y de hi? Han de ser brujos por eso?...</p> - -<p>Viacaba era supersticioso tambin, pero la edad -y la experiencia atenuaban un tanto esa supersticin.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_232" id="Page_232">[Pg 232]</a></span></p> - -<p>Los peones salieron al campo y tomaron para -el oeste, donde estaba el grueso de la hacienda, seguidos -por Joaqun. Al este, pasando el arroyuelo, -slo haba algunas yeguas y la tropilla de zainos.</p> - -<p>Las dos mujeres, Viacaba y Pancho, se quedaron -bajo el alero, sin ganas de moverse en la atmsfera -asfixiante. El sol se acercaba al ocaso, y -su luz iba enrojecindose por momentos.</p> - -<p>Al obscurecer, cuando volvieron los otros, llamados -por la hora de la comida, el cielo era al oeste -un inmenso manto de prpura reflejado al oriente -en un tenue velo, purpreo tambin. Y delante de -ese velo una columna recta, de vapores terrosos, se -alzaba del pajonal como girando sobre s misma.</p> - -<p>—No digo! Si ya principian las polvaderas!—exclam -Viacaba, que la vi al ir con los suyos -la cocina.</p> - -<p>Cmo haba podido equivocarse aquel hombre -de campo, nacido en plena pampa, conocedor de -todos sus fenmenos, confidente de todos sus secretos? -Mir mal? la evocacin terrible de las polvaredas, -la obsesin de tamaa calamidad, le haba -paralizado el cerebro?</p> - -<p>No era, no, el torbellino de polvo que una corriente -giratoria alza y retuerce en el aire, como -columna salomnica, desde el campo reseco, para -pasearla despus en caprichosa danza de un lado -otro y luego dejarla caer, de golpe, disuelta, desvanecida -en la atmsfera como fantstica creacin -de pesadilla. No. La columna estaba fija en el mismo -punto iba elevndose y ensanchndose en la -atmsfera tranquila y caldeada que doraban y en<span class="pagenum"><a name="Page_233" id="Page_233">[Pg 233]</a></span>rojecan -los ltimos parpadeantes fulgores del -sol.</p> - -<p>Y el astro acab de hundirse. Las oladas de -prpura que lo seguan, cubriendo el occidente, se -derramaron tambin tras l, poco poco, manera -del agua que desaparece lenta en una hendidura. -Y para anunciar la noche que llegaba, comenzaron - revolotear tenues brisas mensajeras de paz, -que crecan y se multiplicaban por momentos...</p> - -<p>Era ya obscuro, y, sin embargo, la columna -segua vindose en el pajonal, vagamente luminosa, -como si fuera la misma que gui los israelitas -en el desierto...</p> - -<p>Entretanto la familia Viacaba, coma en la cocina, -rodeando el fogn, ms animada y conversadora, -pues el airecillo, tibio an, iba haciendo reaccionar - todos de su enervamiento, medida -que cobraba fuerzas y agitaba con ms decisin -las alas.</p> - -<p>La conversacin, interrumpida ratos, segua, -persistente, rodando al rededor de la visita del -francs, el acontecimiento del da. Y no haba una -frase simptica para l.</p> - -<p>—Vaya al diablo el acurut ese Nunca he -visto animal ms feo!—insisti Joaqun, supersticiosamente.—Y -cmo miraba, con esos ojos descoloridos, - pesar de todos sus vulevs... m me -pareca...</p> - -<p>—El Malo no?—interrumpi Matilde, el santiagueo.— -m tambin! Dicen qu'es ans; payo, -di ojos claritos y nariz de pico loro. No me<span class="pagenum"><a name="Page_234" id="Page_234">[Pg 234]</a></span> -le fij en las patas porque triba botas... pero ha de -haber tenido pesua no ms.</p> - -<p>Como eco terrible de estas palabras, la voz angustiosa -de Panchita, que acababa de ir al pozo -en busca de agua fresca, son en el patio como un -grito de alarma y de terror:</p> - -<p>—Quemazn!... Quemazn!...Quemazn en el -fachinal!...</p> - -<p>—No deca yo!—murmur Joaqun, precipitndose -afuera con los dems...</p> - -<p>La columna amenazadora que haba comenzado -por elevarse, ensanchndose iluminndose -con vagas vislumbres, lleg semejar inmenso -tronco de copa pequea, redonda y blanquecina; -luego, cuando el viento sopl con cierta violencia, -desvanecise de pronto; en seguida, en la sombra -creciente, hubirase dicho que el rbol acababa de -desplomarse ardiendo de punta punta, porque, -partir del mismo sitio, apareci chisporroteando -una lnea de fuego, brasas y llamitas fugaces que -se reflejaban en los vapores suspendidos sobre el -suelo. Inmediatamente despus, la lnea roja y resplandeciente -al ras de la tierra, se extendi, se extendi -ms, abarc un espacio enorme, en el este, -de donde llegaba el viento, como si quisiera ocupar -todo el horizonte. Desde el rancho veanse vagar -por el pajonal reflejos luminosos, anaranjados -amarillentos, que contrastaban con la noche negra -y armonizaban con la raya purprea de la -quemazn, mientras en el cielo un gran parche -rojizo pareca seguir la marcha del desastre. Y el -viento, entre tanto, sacuda alegremente la alta<span class="pagenum"><a name="Page_235" id="Page_235">[Pg 235]</a></span> -hierba, seca y sonora, murmurando y riendo como -el nio que escapa despus de haber hecho -una travesura. Y el susurro musical llenaba el aire -de coros indecisos... En el albardn, junto las -casas, dominando el campo, Panchita Isabel -asistan con espanto al espectculo amenazador y -terrible del incendio. Los hombres, despus de ensillar -apresuradamente, se haban precipitado todo -galope hacia el pajonal, atinando slo lo ms -visible del peligro, tan azorados que no podan -coordinar las ideas...</p> - -<p>El viento, cansado de reir, se entretena en -combinar curiosos y devastadores fuegos de artificio. -Llegaba al incendio, levantaba nubes de humo -y semilleros de chispas; enredaba el humo en las -matas cercanas, iluminadas por el fuego, fingindolas -incendiadas tambin, y esparca las chispas -como un ramillete, las haca formar haces de -espigas de oro; luego las dejaba apagarse caer -sobre el pasto en lluvia finsima y devastadora... - de un soplido apagaba bruscamente la inmensa -lnea roja, y luego, como arrepentido de abandonar -tan pronto su diversin, reavivbala de otro -soplo hasta hacerla llamear incendiar tambin -el cielo... Al sitio en que estaban las mujeres llegaban -bocanadas de horno, hlitos de fragua, un -fragor atenuado, como de lejansimas descargas -graneadas de fusilera, y un olor acre de paja quemada, -dilucin de las densas masas de humo que -corran al ras del suelo.</p> - -<p>Lenta la distancia, rpida en realidad, la lnea -de fuego se extenda, aparentaba formar un<span class="pagenum"><a name="Page_236" id="Page_236">[Pg 236]</a></span> -arco de crculo cuyo centro fuera el albardn, -iba acercndose las casas cual si estrechase un -sitio que les hubiera puesto de repente con maravillosa -tctica. Entre el rancho y el incendio el -campo estaba iluminado, y sombras enormes se -movan y fluctuaban vagamente en l: las rechonchas -de las anchas matas de paja y las alargadas -de los jinetes que andaban agitados junto la -quemazn.</p> - -<p>Un tropel, un redoble de alarma estall de repente -en el silencio rumoroso, haciendo retemblar -el suelo; era la tropilla, eran las manadas que -huan despavoridas hacia el oeste, martillando con -sus cascos la tierra seca y sonora. Y una sombra -informe pas, envuelta en nubes de polvo, lanzando -al paso reflejos de ancas y de cabezas desgreadas -al viento... Y el furioso redoble fu disminuyendo, -hasta perderse en la noche...</p> - -<p>—La caballada!—grit con angustia Isabel, -sacudiendo un instante su marasmo.</p> - -<p>—Virgen santa! Quin sabe si la volveremos - ver!—murmur la madre.</p> - -<p>Y atrs rumores ms sordos, confusos indescifrables, -poblaban, entretanto, la pampa y llegaban -hasta ellas arrastrados por el viento abrasador, -saturado de humo y cargado de cenizas an calientes...</p> - -<p>Viacaba, sus hijos y los peones, desalados, haban -credo llegar tiempo de sofocar el incendio. -Pero cuando estuvieron poco ms de una cuadra, -una agona les oprimi el corazn: el alto pastizal -tupido y seco, los matorrales entretejidos y bravos,<span class="pagenum"><a name="Page_237" id="Page_237">[Pg 237]</a></span> -la cortadera amarillenta ya que ocultaba un -hombre de pie, ardan en una enorme extensin, -hasta donde alcanzaba la vista, entre chisporroteos -y llamaradas, estallando como millares de petardos -incendiados por series sucesivas. Llegbanles soplos -tan ardientes como el fuego mismo, y unos -otros se vean las caras sudorosas, completamente -negras de holln, en que les relampagueaban los -ojos. Los caballos, con las orejas tendidas casi en -lnea horizontal hacia el incendio, resoplaban y -sacudan la cabeza, negndose avanzar ms.</p> - -<p> menos de una cuadra envolvironlos el humo -y las chispas, y parecan avanzar en las nubes -entre una constelacin de estrellas fugaces. La acre -humareda los cegaba, aunque estuviesen tan hechos - los humazos del fogn, y los soplos abrasadores -les hacan volver el rostro con el cabello y la -barba medio chamuscados... Sobre sus cabezas -cernase un instante la paja voladora, ardiendo, y -luego segua su vuelo, difundir saltos el desastre, -arrebatada por el vendaval... No se oan casi, -con el fragor del estallar de las pajas, y tenan que -gritar para comunicarse.</p> - -<p>—... Contra-fuego!—oyse vociferar Viacaba, -que ech pie tierra. El principio de la frase -se haba perdido en el estrpito...</p> - -<p>Tras el velo de llamas que ante sus ojos tenda -la inmensa fogarata, la noche tomaba inslitas negruras. -Pareca que el obscuro cielo, sin luna, -continuara descendiendo, descendiendo, ms negro -cada vez, hasta llegar al incendio mismo, slo -que en su parte inferior las apretadas y rojas estre<span class="pagenum"><a name="Page_238" id="Page_238">[Pg 238]</a></span>llas -se apagaban sucesivamente, dejando en un -momento lbrega y vaca aquella parte de inmensidad. -El horizonte se haba acercado hasta pocos -pasos de ellas, y crean hallarse al borde de un inmensurable -abismo... La luz misma pareca rechazada -hacia adelante por el viento furioso que -soplaba de aquel antro...</p> - -<p> la voz de Viacaba, todos se apearon. Una sea -les hizo acercar, y oyeron este grito:</p> - -<p>—Aqu no! Sera pior! la orilla del fachinal!...</p> - -<p>Desanduvieron un trecho, teniendo del cabestro - los espantados caballos que volvan la cabeza hacia -el fuego con ojos de brasa, resollaban y roncaban -violentamente, hacan bruscos movimientos -para desasirse y escapar, y tiritaban cubiertos de -sudor, mientras por los flancos les corran arrugas -como de agua rizada por la brisa...</p> - -<p>Y as, envueltos en rojas luces de Bengala, -hombres y animales salieron la orilla del pajonal, -donde comenzaba el pasto bajo, marchito y seco -tambin. Serapio mane los caballos y los at las -matas, bastante ms lejos. Luego se incorpor los -dems.</p> - -<p>Viacaba y Pancho incendiaban rpidamente la -hierba baja, en un ancho de poco ms de una vara, -siguiendo una lnea ms menos paralela la quemazn. -Joaqun y Matilde, tras ellas, dejaban arder -bien el pasto, y luego lo apagaban azotndolo -con escobas de la paja ms verde, hasta que se incendiaban, - con las jergas del recado, sin mojar<span class="pagenum"><a name="Page_239" id="Page_239">[Pg 239]</a></span>las, -porque el agua estaba demasiado lejos. Serapio -los imit...</p> - -<p>En aquella hoguera parecan fundidores junto - un ro de metal incandescente; jadeaban, sudaban; -sus caras negras, encendidas y lustrosas, se -hinchaban, se abotargaban, perdan sus lneas mientras -los ojos les relampagueaban y por las mejillas -y la frente les corran hilos de tinta...</p> - -<p>Sacrificio intil! El fuego se burlaba de antemano -del obstculo que le queran oponer, levantndole -una trinchera de vaco: rease de ellos en -complicidad con el viento, en cuyas alas enviaba -sus emisarios y sus propagandistas ms all de los -hombres y de su ciclpeo esfuerzo impotente.</p> - -<p>Y el tropel que espantara las mujeres lleg -de pronto hasta all como un lejano trmolo de -timbales entre los chasquidos del incendio... Viacaba -levant la azorada cabeza, y con ojos saltones, -enloquecidos, grit:</p> - -<p>—Serapio! Matilde! La hacienda! La hacienda!...</p> - -<p>Y abarcando, al fin, la magnitud del desastre, -abandonaron la quemazn casual y la que ellos -mismos hacan, corriendo frenticos hacia los caballos.</p> - -<p>Los caballos no estaban all. Aguijoneados por -el pavor, haban conseguido arrancar las matas, y -roncando, despavoridos, dementes, trabados por -las maneas, grandes saltos enajenados, tropezando -ciegos, all iban, trmulos, vacilantes, chorreando -sudor, hacia el oeste, hacia la salvacin, hacia -la vida...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_240" id="Page_240">[Pg 240]</a></span></p> - -<p>Lograron alcanzarlos y, montados, salieron de -carrera en distintas direcciones como si obedeciesen - un plan preestablecido. Sin embargo, no lo -tenan... Dnde llevar la hacienda, en caso de que -an no se hubiese dispersado y perdido en las tinieblas -de la pampa? Dnde proporcionarle un -refugio inmune? Por dnde hacerlas escapar del -tremendo estrago...?</p> - -<p>...Las mujeres, petrificadas de pavor y de angustia, -seguan como sonmbulos en el albardn, -con los ojos fijos en el incendio, que continuaba -avanzando, avanzando cada minuto con mayor -rapidez intensidad, y no slo hacia las casas, sino -hacia la derecha, hacia la izquierda, al norte, al -sur, para separarlas bien del mundo por aquel lado -y luego replegarse, cortndoles la retirada, envolvindolas -en su lnea infranqueable. Y el redoble -del triunfo, la diana sin clarines se oa cada -vez ms cerca, ms cerca, como estallidos de risas -y gritos de voces speras y discordantes... El calor -era tan intenso, que cada instante las infelices se -crean punto de desfallecer y caer semi asfixiadas.</p> - -<p>El fuego lleg al arroyo... La esperanza les dilat -un momento el pecho... Pero el incendio se -burl del caprichoso zanjn, cubierto previamente -de paja voladora por su cmplice el viento. Lo -traspuso redoblando sus chasquidos, lleg la -otra orilla, avanz hasta lamer la tranquera y los -sauces que le daban sombra, y, regocijado, sigui -su carrera hacia el oeste, dejando ms grande la -noche tras de s, llevndola hasta los mismos pies<span class="pagenum"><a name="Page_241" id="Page_241">[Pg 241]</a></span> -de las mujeres que, atontadas, siguieron mirando -cmo se extinguan una una las fugaces estrellas -de la quemazn en la noche de abismo que creara - su paso...</p> - -<p>Ms all, hacia la derecha, por donde brillaba -la Cruz del Sur, tambin la paja sirvi de puente -volante la invasin devastadora. El arroyo ardi -todo en un segundo. Y desde la otra orilla, de las -matas altas del albardn, el viento arrebataba cardmenes -de chispas que iban caer los pies de -las mujeres... Algunas llegaban hasta el mismo -rancho y se extinguan entre las pajas del techo, -sin fuerza para incendiarlas... Ellas, en su angustia -suprema, no advertan el nuevo peligro. Y chispas -y pajas abrasadas continuaban su vuelo, ms -compactas cada vez...</p> - -<p>—Mama! mama!...</p> - -<p>El grito desgarrador de Isabel anunciaba el coronamiento -de la catstrofe: el techo central arda -con gran humareda en un crculo de una vara -de dimetro.</p> - -<p>—Agua! agua!—grit la madre, arrancada -su estupor.</p> - -<p>Ambas corrieron al bebedero de los caballos, -junto al pozo; una llen un balde, otra una jarra; -precipitronse al fuego; sus fuerzas no alcanzaron - lanzar el agua hasta all...</p> - -<p>—Tra vos el agua!—tartamude la madre.</p> - -<p>Y como pudo, valindose de un banco, lastimndose -manos y rodillas, trabada por los vestidos, -trep al techo gritando desesperadamente, como -si alguien pudiera orla en aquella desolacin:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_242" id="Page_242">[Pg 242]</a></span></p> - -<p>—Viacaba!... Pancho!... Joaqun!...</p> - -<p>Isabel le llevaba jarras y baldes de agua, de -carrera, jadeante, baada en sudor. Ella, febril, -casi sin saber lo que haca, echbase de bruces sobre -el techo, tenda los brazos trmulos, alzaba el -agua con esfuerzo automtico, iba verterla en -la hoguera cada vez ms ancha... Y mientras hacan -esta abrumadora y lenta maniobra, el viento -continuaba acribillando el rancho con sus flechas -incendiarias... Un momento despus el techo arda -por diversos puntos...</p> - -<p>—Baje, mama, baje! Se va abrasar viva!...</p> - -<p>La desgraciada baj por fin. Como alegre fogarata, -el rancho arda por las cuatro puntas iluminando -el patio hasta la tranquera con sus sauces -descabellados, sacudidos por el viento, hasta el -corral en que se revolvan, se atropellaban y se -trepaban unas sobre otras las ovejas, balando lastimeramente, -tratando de derribar el fuerte cerco... -Y aquella siniestra y formidable iluminacin desvaneca, -borraba totalmente la otra, ya en el horizonte...</p> - -<p>Los hombres vieron desde lejos aquella antorcha -y regresaron uno tras otro, llenos de desesperacin.</p> - -<p>Nada haba que hacer... Apenas, y con gran -peligro, consiguieron sacar algunos objetos de la -formidable hornalla... Las cumbreras se desplomaron -con gran ruido, el alero desapareci, y la -luz roja no se vea ya mas que las paredes ennegrecidas... -Sentados en el suelo, anonadados por la -impotencia y la desesperacin, lanzaban de vez en<span class="pagenum"><a name="Page_243" id="Page_243">[Pg 243]</a></span> -cuando lamentables exclamaciones. Y la visita del -extranjero volva su exaltada imaginacin con -caracteres diablicos y aterradores.</p> - -<p>—Ah el gringo, el gringo!...</p> - -<p>—l no ms nos ha trado esta calamid...</p> - -<p>—Nos ha hecho dao...</p> - -<p>—Seguro que tir el pucho en el fachinal, indino!...</p> - -<p>—No, patrn!; si era el Malo, si era Mandinga!... -Tan cierto como que stas son cruces!...</p> - -<p>Y su infantil supersticin iba convertirse en -hecho comprobado, al da siguiente, cuando en -Pago Chico, donde fueron refugiar su desnudez, -les dijeran que all no haba llegado francs alguno, -y luego difundirse pasando de boca en boca -como acontecimiento histrico, aunque el comisario -averiguara y publicara que un hombre de la -filiacin del presunto incendiario estuvo aquella -tarde en el vecino pueblo del Sauce donde, la madrugada, -tom la galera del Azul...</p> - -<p>Pero el alba se extendi descolorida y triste sobre -el campo. Hombres y mujeres, acercados por -la desgracia, formaban un grupo silencioso inmvil. -Lo que ayer fuera bienestar y abundancia -era miseria ya...</p> - -<p>La pampa, las primeras luces indecisas, mostrseles -cubierta por inmenso tapiz de funerario -pao negro, que se extenda hasta el horizonte, en -todo rumbo, y el viento, fuerte an, levant nubes -de holln y los envolvi en impalpable polvo de cenizas...</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_244" id="Page_244">[Pg 244]</a><br /><a name="Page_245" id="Page_245">[Pg 245]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">GUERRA SILVESTRE!</h2> - - -<p>Tambin acab Silvestre por incomodar los -situacionistas, que resolvieron castigarlo, igual que - Viera.</p> - -<p> este propsito hicieron que fuera establecerse -en Pago Chico, habilitado por ellos, un farmacutico -diplomado, cierto italiano Barrucchi, venido del -pas amigo hacer fortuna rpidamente, as, sin -otra condicin, rpidamente.</p> - -<p>La competencia fastidi mucho al criollo en un -principio, como que hasta fu denunciado al Consejo -de Higiene por ejercicio ilegal de la profesin. -Pero estaba atrincherado tras de su regente, quien -hizo pasar una temporadita en el Pago, con pret, -plus y otras regalas inherentes la actividad del -servicio.</p> - -<p>—Al gringo l'ensean,—deca,—pero nada le -ha'e valer. la larga no hay cotejo!</p> - -<p>Y para dominar del todo la situacin, hall ma<span class="pagenum"><a name="Page_246" id="Page_246">[Pg 246]</a></span>nera -de cmo diremos? untar la mano al inspector -enviado de La Plata.</p> - -<p>Untar la mano es frase grosera, bien; pero -qu decir, entonces, del hecho de untarla, y de dejrsela -untar?...</p> - -<p>Nada. Punto. Y sigamos adelante con los faroles.</p> - -<p>No se durmi Silvestre sobre los laureles de -su primera defensa victoriosa, sino que atisb, -vich, bombe, supo cuanto haca el italiano, le -tendi lazos, le analiz preparaciones en que haba -substituido substancias, public los resultados, -formul denuncias, y de perseguido convirtise -pronto en perseguidor, porque en aquella delicada -materia se inmiscua alguien ms que los cabecillas -pagochiquenses, y el Consejo de Higiene, no -desdeoso de multas, sola enviar inspectores -cuando era golpe seguro, y entre tantos alguno -habra reacio los ungentos de marras...</p> - -<p>Y apareci muy luego otro inspector.</p> - -<p>Barrucchi escap difcilmente las consecuencias -con que lo amenazaba una grave trocatinta -de frascos y rtulos en el armarito de los alcaloides, -nada menos, falta que hasta nuevo aviso debe -atribuirse negligencia suya, nunca perversidad -de Silvestre, incapaz por su parte de jugar sabiendas -con la vida de sus convecinos, imposibilitado -de penetrar en la plaza enemiga.</p> - -<p>La misma grosera del error fu lo que salv -Barrucchi, provisto de autnticos diplomas de una -facultad italiana, y de un certificado de revlida<span class="pagenum"><a name="Page_247" id="Page_247">[Pg 247]</a></span> -en toda regla, otorgado por la de Buenos Aires. -Insistimos en que Silvestre no tuvo arte ni parte -en el suceso. Barrucchi probablemente tampoco, -puesto que nadie lo hizo responsable, ni siquiera -lo amonest por su descuido, ni por su aterradora -confusin de consonantes en ina.</p> - -<p>Pero sus negocios, que hasta entonces haban -sido regulares, se resintieron con la divulgacin -de aquel hecho, cuidadosamente propalado todos -los vientos del cuadrante por Silvestre y los suyos. -Sin embargo, el azar, ya que no la buena reputacin -y limpia fama, vino favorecerlo. La farmacia, -asegurada en una nueva compaa contra incendios -que buscaba clientela en Pago Chico, por -una suma mucho mayor que su capital verdadero, -ardi casualmente los pocos das, sin que bastara -para extinguir el incendio la guardia de cuatro -vigilantes con machete en mano, puesta por Barraba -en las cuatro esquinas de la casa.</p> - -<p>Hay quien dice, todava, que el incendio no fu -intencional.</p> - -<p>La compaa de seguros pag inmediatamente -al boticario y al dueo del edificio, pues le convena -acreditarse para hacer una buena ponchada -de fuertes primas en ese partido y los inmediatos, -y slo pidi uno y otro un recibo bombstico y -la autorizacin de hacer con l cuanto reclame -quisiera.</p> - -<p>La casa comenz reconstruirse con gran prisa, -y todo el mundo crey que Barrucchi restablecera -su farmacia en mucho mejores condiciones, ya<span class="pagenum"><a name="Page_248" id="Page_248">[Pg 248]</a></span> -que contaba con un capital relativamente respetable. -Tal era, en efecto, su intencin; pero una frase -que corri como un reguero de plvora de punta - punta del pueblo, le hizo variar de propsito -y retirarse con los honores de la guerra, es decir, -con los pesos del seguro.</p> - -<p>—Non niente, demientra no se brushe l'arquibio.</p> - -<p>—Non niente demientra no se brushe l'arquibio.</p> - -<p>Esto era lo que se oa de la maana la noche -hasta en los ltimos rincones de Pago Chico, y las -extraas palabras eran repetidas ora con acento de -indignacin, ora entre carcajadas ms mortferas -an. Y todo el mundo se contaba inacabable, infatigablemente, -durante das, semanas, meses enteros, -la maquiavlica invencin de Silvestre, aderezada -hasta con la jerga propia del personaje y -del caso:</p> - -<p>Barrucchi, quien la noche del incendio corri - avisarse al Club que arda la botica, se limit - contestar tranquilamente, encogindose de -hombros:</p> - -<p>—Eh, no importa, mientras no se queme el aljibe!...</p> - -<p>El pobre Tartarn tuvo que ir Argel por una -copla; Barrucchi tuvo que irse de Pago Chico por -una frase.</p> - -<p>Tambin es verdad que Barrucchi no era del -pueblo y que la frase brot del cerebro de Silvestre. -Si hubiese sido pagochiquense, quiz se le<span class="pagenum"><a name="Page_249" id="Page_249">[Pg 249]</a></span> -perdona, pues es fama que hasta los perros dicen, -amparando los vecinos:</p> - -<p>—No lo muerdan, qu'es del barrio!</p> - -<p>Los hombres tambin, y si no, vase en seguida -como lo prueba, con elegante demostracin, la cajita -misteriosa de Ferreiro.</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_250" id="Page_250">[Pg 250]</a><br /><a name="Page_251" id="Page_251">[Pg 251]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">ALTRUISMO</h2> - - -<p>Entre las espesas sombras de la noche, en grupos -charlatanes de tres cuatro personas, numerosos -vecinos de Pago Chico se encaminaban lentamente - la estacin del ferrocarril. Se haban reunido -con ese objeto en el Club del Progreso, en el -caf y en la confitera de Crmine, y al acercarse -la hora fueron destacndose poco poco, para no -llamar demasiado la atencin ni dar pie que los -opositores hicieran alguna de las suyas.</p> - -<p>Llegaba en tren expreso, costeado naturalmente -por el gobierno, el diputado Cisneros con la misin -de reconstituir el comit, y era preciso hacerle -una calurosa acogida pesar de lo intempestivo de -la hora. La estacin estaba completamente obscuras; -slo por la puerta de la habitacin del jefe -filtraba una raya de luz, y all en el fondo el Buffet,—en -funciones para las circunstancias,—abra -sobre el andn desierto el abanico luminoso de su<span class="pagenum"><a name="Page_252" id="Page_252">[Pg 252]</a></span> -entrada. All fueron sentndose medida que llegaban, -el doctor Carbonero, el escribano Ferreiro, -el intendente Luna, el juez de paz Machado, el concejal -Bermdez y varios otros, sin que faltaran el -comisario Barraba y su escribiente Benito, ni aun -don Mximo, el portero de la Municipalidad, muy -extraado de no tener que disparar bombas de estruendo -en tan solemne emergencia. No hubo -francachela; los tiempos estaban malos, y nadie -quera cargar con el mochuelo del copero, aunque -slo hubiera en la estacin una veintena de personas. -Cada cual, si quera, tomaba algo... y pagaba.</p> - -<p>La espera fu larga. El expreso se haba retrasado -en no sabemos qu estacin y el jefe an no tena -noticia de su llegada... Poco poco, todos fueron - pasearse en la obscuridad del andn, luego instintivamente -agrupronse la puerta del Buffet, y -conversaban mirando inquietos al norte por descubrir -entre las sombras el ojo encendido del tren en -marcha.</p> - -<p>— que no sabe abrir esta cajita?—dijo de -pronto el escribano Ferreiro, presentando un objeto -al Intendente Luna.</p> - -<p>Era una cajita oblonga, en forma de atad, en -uno de cuyos extremos asomaba un botn modo -de resorte; un juguete-chasco de lo ms infantil, -pues oprimiendo el botn apareca una aguja que -pinchaba al curioso, con tanta mayor fuerza cuanto -mayor haba sido su confianza en s mismo y el -apretn consiguiente. Luna la tom, la examin -deliberadamente, vi el resorte cuya evidencia debe<span class="pagenum"><a name="Page_253" id="Page_253">[Pg 253]</a></span>ra -haberlo hecho recelar sin embargo, y exclam:</p> - -<p>—Mire qu gracia!...</p> - -<p>Soberbio fu el golpe de pulgar que di al botn -apenas haba dicho estas palabras, y soberbio -el pinchazo que recibi en mitad de la yema del -dedo... Estuvo punto de soltar uno de los ternos -ms sonoros de su coleccin; pero se contuvo tiempo, -y lejos de protestar, fingi seguir examinando -la cajita.</p> - -<p>—No doy ni maana—dijo por fin.</p> - -<p>—Aver emprieste compadre,—solicit Barraba -tendiendo la mano, con los ojos brillantes de curiosidad.</p> - -<p>Los dems haban estrechado el corro, deseando -ver el misterio que encerraba el cabalstico estuche, -y las conversaciones se interrumpieron.</p> - -<p>Barraba cay en la trampa, y su grueso pulgar -asom una gotita de sangre como un pequeo -rub. Pero puso buena cara, y aparent seguir -maniobrando con la cajita.</p> - -<p>—Traiga amigo, traiga! Si ust es muy mulita -p'a estas cosas!—exclam al cabo de un instante -el juez de paz Machado.—No sabe que p'a qu'el -amor no tuerza, ms vale maa que juerza?—Aver -traiga p'ac.</p> - -<p>Barraba no tuvo inconveniente...</p> - -<p>Nuevo pinchazo... Nuevo esfuerzo heroico para -no lanzar un grito. Aquellos espartanos eran todos -capaces de dejarse devorar el vientre, con tal de -que en seguida, se lo devoraran los amigos y -compaeros. Si licet in parva... como en el sorteo<span class="pagenum"><a name="Page_254" id="Page_254">[Pg 254]</a></span> -famoso de Matucana que, repitiendo en eso Homero -en la Ilada, tuvo tambin su Tersites.</p> - -<p>Y despus de Machado, la cajita pas Bermdez, - Carbonero, los dems—hasta don Mximo, -que fu el ltimo en pincharse.</p> - -<p>Aquel Sterne, imitado ahora por quienes, con -slo imitarlo son puestos la cabeza de no sabemos -cuntas literaturas, nos ofrecera aqu una sabrosa -disquisicin, llena de longanimidad y de sincero -enternecimiento ante la flaqueza humana. Se explicara -el hecho y tratara de explicarlo los dems, -por aquello de que tout comprendre c'est -tout pardonner.</p> - -<p>Pero desgraciadamente no habla Sterne, ni el -hecho, producindose en Francia bajo tan rudimentarias -formas, ha dado tema los grandes modistos -literarios. Ello vendr.</p> - -<p>Mientras no viene, y por si no viene, el lector -har bien si saca por su propia cuenta el carac -del hueso que le ofrecemos, y que ms peca por sobra -que por falta de mdula, pues all en la pobre -y silenciosa estacin de Pago Chico—microcosmos -sintetizado,—y entre aquel reducidsimo compendio -de la humanidad, no hubo un solo ejemplar, -un solo individuo que no pasara por la prueba, ni -uno que no se mostrara la altura de las circunstancias. -El mismo don Mximo,—el ltimo mono—se -dirigi humildemente al escribano:</p> - -<p>—No quiere emprestrmela hasta maana, seor -Ferreiro?</p> - -<p>—Para qu don Msimo?</p> - -<p>—P'a mostrrsela Petrona, no ms...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_255" id="Page_255">[Pg 255]</a></span></p> - -<p>Su altruismo no le permita gozar tan slo de -las delicias de la aguja, pues los otros veinte no -contaban ya: Haban contribuido chasquearlo y -se rean de l, como si fuese el nico burlado.</p> - -<p>Entre tanto y en silencio, haba ido aproximndose -el tren. Un silbido agudo y un repentino -y fuerte resplandor, les hizo dar un salto y volverse -hacia la va. El diputado Cisneros, de pie en la -plataforma, con el tren an en movimiento, comenz - dirigirles la palabra:</p> - -<p>Este brillante recibimiento me demuestra -cunto es vuestro altruismo y vuestra abnegacin. -Siempre dispuestos sacrificaros por el bien de -los dems, luchar sin tregua ni descanso por -evitar el sufrimiento ajeno, vens en horas de combate - retemplar mi espritu, para el holocausto -fraternal que estoy dispuesto tanto como vosotros -mismos.</p> - -<p>Y sigui as, mientras don Mximo se devanaba -los sesos por hallar modo de pasarle la cajita -sin faltarle las debidas consideraciones. Pero no -lo hall, por demasiado humilde, y tuvo que consolarse -con la idea de embromar la Petrona...</p> - -<p>Y decir que la peregrinacin de la cajita se repeta -diariamente y en mayor escala en Pago Chico, -y se repite en todas partes, cuando ya estamos - las puertas del siglo de oro de la solidaridad humana!...</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_256" id="Page_256">[Pg 256]</a><br /><a name="Page_257" id="Page_257">[Pg 257]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">LIBERTAD DE SUFRAGIO</h2> - - -<p>Cierta noche, poco antes de unas elecciones, el -Club del Progreso estaba muy concurrido y animado.</p> - -<p>En las dos mesas de billar, la de carambola y -la de casn, se hacan partidas de cuatro, con numerosa -y dicharachera barra. Las mesitas de juego -estaban rodeadas de aficionados al truco, al -ms y al siete y medio, sin que en un extremo -del saln faltaran los infalibles franceses, con el -vice-cnsul Petitjean la cabeza, engolfados en su -sempiterna partida de manille.</p> - -<p>El grupo ms interesante era, en la primera -mesita del saln, frente la puerta de la sala de -billares, el que formaban el intendente Luna, presidente -del Concejo, varios concejales y el diputado -Cisneros, de visita en Pago Chico para -preparar las susodichas elecciones. Entregbanse<span class="pagenum"><a name="Page_258" id="Page_258">[Pg 258]</a></span> - un animado truco de seis, conversadsimo, cuyos -lances eran cada paso motivo de griteras, -risotadas, palabrotas con pretensiones de chistes -y vivos comentarios de los mirones que, en crculo -al rededor, trataban ms de hacerse ver por el diputado -que de seguir los incidentes de la brava -partida.</p> - -<p>Junto ellos, sentado en un silln, con la pierna -derecha cruzada sobre la izquierda, acaricindose -la bota, abrazndola casi, el comisario Barraba -con el chambergo echado sobre las cejas y dejndole -en sombra la mitad de la cara achinada, -ancha y corta, de ralo y duro bigote negro, hablaba -ora con los jugadores, ora con los mirones, -lanzando frasecitas cortas y terminantes, como -cuadra tan omnmoda autoridad.</p> - -<p>Descontentos no haba en el club ms que -tres cuatro: Tortorano, Troncoso y Pedrn, -caza de noticias, cuya tibieza les permita andar -por donde se les diera la real gana.</p> - -<p>Los tres se hallaban cerca de la mesa del intendente -y el diputado, podan oir lo que en ella -se deca, y hasta replicar de vez en cuando,—aunque -con moderacin naturalmente,—al comisario -Barraba.</p> - -<p>Alguien habl de las elecciones prximas y de -las respectivas probabilidades de cada candidato.</p> - -<p>—Qu eleciones ni qu eleciones!—exclam -Tortorano encogindose de hombros.—Nosotros -nunca hemos tenido eleciones de veras, y no las -tendremos jams!...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_259" id="Page_259">[Pg 259]</a></span></p> - -<p>—La libertad de sufragio...—agreg Troncoso -sarcsticamente.</p> - -<p>Pero el comisario, echando hacia atrs la cabeza, -tanto que casi dejaba ver el dedo de frente -descubierto entre el chambergo y las cejas, lo interrumpi:</p> - -<p>—Qu dice amigo? Que no v'haber libert?</p> - -<p>—Vaya, comisario, nunca ha habido!—objet -Tortorano sonriendo.</p> - -<p>—Sera una novedad muy grande,—afirm -Troncoso retorcindose el bigote con aire convencido.</p> - -<p>—Y s'imagina, entonces, que yo estoy aqu p'a -quitarles la libert los ciudadanos! Y que yo, -comisario, lo h'e permitir?...</p> - -<p>El diputado, el intendente y dems jugadores -de la oligrquica mesa, levantaron la vista sorprendidos. -El ruido disminuy de pronto en el -saln, como si los concurrentes se quedaran la -expectativa de un acontecimiento trascendental. -Pedrn fu acercndose ms al comisario...</p> - -<p>—No digo eso,—murmur Troncoso mirando -al suelo y preguntndose interiormente dnde -ira parar el hombre encargado en Pago Chico -de asegurar el xito de una candidatura dada, con -exclusin total de la otra.</p> - -<p>Se habra convertido de la noche la maana, -despus de tantas arbitrariedades y persecuciones?</p> - -<p>—Yo tampoco digo que usted les quite la libertad. -No faltaba ms!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_260" id="Page_260">[Pg 260]</a></span></p> - -<p>Tortorano se encogi de hombros otra vez y se -puso armar un cigarrillo negro. Troncoso mir -al comisario para ver si hablaba de veras. Pedrn, -aunque no tuviera nada de cndido, intervino con -una ingenuidad:</p> - -<p>—Me alegro mucho de haberl' ido,—dijo.—Yo -ya estaba por no ir las eleciones. Pero desde -que ust garante la libert...</p> - -<p>—La garanto, canejo!! Ya lo creo que la garanto!</p> - -<p>El diputado Cisneros se incorpor en su silla, -casi resuelto llamar al orden al extraviado y demagogo -funcionario policial. Las dems autoridades -estaban, al oir semejantes despropsitos, que no -saban lo que les pasaba.</p> - -<p>—Pues si es as...—prosigui Pedrn,—lo que -es yo, el domingo no faltar en el atrio p'a votar -por don Vicente.</p> - -<p>Pero no haba acabado de decirlo cuando el -comisario estaba ya parado, de un salto tan violento -y repentino que ni siquiera le di tiempo -para soltarse la bota. Y as en un pie:</p> - -<p>—Pare la trilla que una yegua si ha mancau!—grit.—Qu -es lo que dice, amiguito?</p> - -<p>—Que ya que ust garante la elecin v'y sufragar -por los cvicos... nada ms.</p> - -<p>—Dios lo libre y lo guarde! Como de miarse -en la cama!</p> - -<p>—Pero no dice que habr libert de votar?</p> - -<p>—S, para todos; pero libert, libert de votar -por el candidato del gobierno!...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_261" id="Page_261">[Pg 261]</a></span></p> - -<p>Un gran suspiro de satisfaccin compuesto de -seis suspiros particulares se exhal del truco oficial.</p> - -<p>Y el ruido volvi entonces, ms alegre y estrepitoso -que nunca...</p> - -<hr class="r5" /> - - -<div class= "chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_262" id="Page_262">[Pg 262]</a><br /><a name="Page_263" id="Page_263">[Pg 263]</a></span></p> -</div> - - - -<h2 class="no-break">EPLOGO</h2> - - -<p>Lector que, risueo adusto has recorrido con -inters desgano, estas pginas aparentemente superficiales -sabes qu espectculo hemos asistido -juntos sin saberlo? Pues nada menos que las primeras -palpitaciones de una democracia en gestacin -y los primeros desperezamientos de una gran -ciudad en la cuna!... As, como lo oyes!</p> - -<p>Rete si quieres, y hars bien, porque siempre -es bueno reirse de la verdad. Pues, s, seor: democracia, -gran ciudad, etc...</p> - -<p>Nosotros mismos no lo sospechbamos siquiera, -y no es la perspicacia sino el tiempo quien nos -abre los ojos. Muchos aos, en efecto, van corridos -desde los sucesos narrados en la crnica que cerramos -provisionalmente con estas lneas. En ese -lapso las cosas han cambiado, Pago Chico es Pago -Grande, el villorrio es un fuerte ncleo de poblacin, -con afirmados, tranvas, luz elctrica, obras -sanitarias; su comercio gira millones, su industria<span class="pagenum"><a name="Page_264" id="Page_264">[Pg 264]</a></span> -crece y prospera, su fuerza vegetativa y progresiva -es colosal; en poltica tambin se ha dado un largo -paso hacia adelante, y aunque est muy lejos an -el ideal, algo se ha ganado en cuanto al juego de -las instituciones, y hasta parece haberse ganado -mucho, pues ya no se estilan los burdos medios -de gobernar que burla burlando hemos puesto de -relieve. Y ya se sabe que la hipocresa es tcito homenaje -del vicio la virtud.</p> - -<p>Esto naci de aquello. Parece imposible, pero -es as. El impulso que lleva nuestro pas es admirable -de fuerza y de velocidad, pese los sucesivos -descarrilamientos que amenazaban dar con todo al -traste. Quien se detenga hoy en Pago Chico, jurar -que lo hemos calumniado, que lo pintamos en -remotsimos tiempos,—all en la edad de la piedra -labrada del hueso rodo—aunque su historia es -casi una actualidad, algo fiambre si se quiere, pero -en modo alguno vetusta.</p> - -<p>Ms todava: alejmonos unas cuantas leguas, y -la actualidad palpitante renacer de sus cenizas. -Pago Chico se ha retirado un poco ms, como se -retiraba antiguamente la lnea de fronteras,—he -ah todo. Y como, ms por azar que por clculo, -hemos olvidado hasta ahora determinar la exacta -ubicacin del pueblo, puede el lector situarlo ms -al oeste del meridiano quinto ms al sur del Ro -Negro, con cuya sencillsima operacin tendr la -minuta un verdadero plato del da. Y ni aun es -menester que vaya mentalmente tan lejos, pues -rincones hay todava, muy prximos la misma<span class="pagenum"><a name="Page_265" id="Page_265">[Pg 265]</a></span> -capital, donde contina ms y mejor cocindose -habas, en forma parecida por lo menos.</p> - -<p>En fin, risueo adusto lector, slo queremos -agregar pocas palabras, para repetirte que este -volumen no se te presenta como la crnica completa -de la era inicial pagochiquense, sino como -una simple coleccin de documentos que forman -parte de ella—parte pequea por lo dems,—y hecha -voluntariamente al acaso, sin plan previo, para -que de su misma aparente inconexin resulte, -si lo puede por s misma, una especie de unidad, -aquel lrico desorden que aconsejan los preceptistas -en cierta clase de obras, para suspender el -nimo y conmoverlo con inesperadas imgenes, -acciones ideas...</p> - -<p>Quiere esto decir que an quedan disponibles -cajas y legajos de documentos y notas atinentes -la vida poltica, intelectual, social, moral etc., de -Pago Chico,—y en primsimo lugar cuanto las -damas y al amor, con sus enredadas maraas se -refiere,—destinados la polilla y el polvo del olvido, -si la muestra presente no despierta el inters y -la atencin que nos atrevemos esperar.</p> - -<p>Haz, lector, una sea, y vers cmo nos apresuramos - convertir en Prlogo de otro volumen, -este Eplogo que—en tal expectacin—no relata sucintamente -como era uso en tiempos de ingenuidad -y bonhoma literarias, qu se ficieron todos los -personajes de la obra y los hijos de sus hijos. Tal -metamorfosis nos alegrara, y no por el xito que -pudiera significar—crasenos aunque no parezca -cierto,—sino porque al separarnos de estas pginas,<span class="pagenum"><a name="Page_266" id="Page_266">[Pg 266]</a></span> -en las que hay ms verdadera melancola que despreocupado -buen humor, sentimos algo como si -huyera un minuto que desearamos repetir, como si -se nos marchara otro poquito de juventud,—toda -sa que se revive al relatar la que fu, sa que -tantos ancianos ha hecho escribir sus recuerdos, -sa que obligar Silvestre redactar in extenso -sus memorias, en cuanto no tenga otra ficcin de -trabajo con qu entretener los nervios bailarines.</p> - -<p>Y, con esto, hasta luego, no sea que habiendo -logrado, como cabe, hacer un libro entretenido, lo -echemos perder ahora con una intolerable lata.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_267" id="Page_267">[Pg 267]</a></span></p> - - - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_268" id="Page_268">[Pg 268]</a></span></p> - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Pago Chico, by Roberto Payr - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK PAGO CHICO *** - -***** This file should be named 62785-h.htm or 62785-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/6/2/7/8/62785/ - -Produced by Andrs V. Galia, Jude Eylander, Mara C. -Fernndez Q. and the Online Distributed Proofreading Team -at https://www.pgdp.net (This book was produced from images -made available by the HathiTrust Digital Library.) - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive -specific permission. 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